J Vermeylen - Profetas, Conversión Vs Tradiciones Sacrales
J Vermeylen - Profetas, Conversión Vs Tradiciones Sacrales
J Vermeylen - Profetas, Conversión Vs Tradiciones Sacrales
VERMEYLEN
Les prophètes de la conversión face aux traditions sacrales de l’Israël ancien. Revue
Théologique de Louvain, 9 (1978) 5-32
No es posible inventariar todas las tradiciones religiosas del Israel preexílico: el caudal
de la vida sobrepasa todas las categorías rígidas en las que queremos hacerla entrar.
Intentaremos describir sólo las líneas de fuerza de cuatro grupos de tradiciones que se
entrecruzan constantemente en la literatura bíblica preexílica.
- El hombre no es dueño de su destino, sino que su suerte está en las manos de Dios que
lo sobrepasa infinitamente. Yahvé domina el universo con su poder soberano y le
impone su voluntad, sin hallar jamás oposición; dispone, pues, de una libertad ilimitada,
que podríamos calificar de arbitraria. El hombre, en cambio, no puede considerarse
como ser libre.
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- Es inútil preguntarse por qué Yahvé elige este pueblo o tal individuo para hacerle su
elegido. Esta elección procede de la libertad divina y nada tiene que ver con las
cualidades del hombre. Yahvé elige gratuitamente a quien quiere.
Esta imagen unilateral de Dios y del hombre, la hallamos en la elección de Noé (Gn 7,
5-6,J) o incluso en el texto más antiguo de la promesa hecha a David (2 S 7, 8-10.11-
12.16). Pero, el ejemplo más sorprendente es el de la historia de Abraham (Gn 12-25 J),
que comienza en el contexto sombrío de la humanidad degenerada y dispersada después
del fracaso de Babel (11, 1-9 J). De en medio de esta multitud, Yahvé elige a Abraham
que será el germen de una humanidad nueva:
Nada en este texto indica el por qué Abraham ha sido elegido con preferencia a otros
hombres; sólo podemos constatar el hecho. La promesa divina es doble: la tierra
prometida de Canaán (12, 7; 13, 14-15, 17; 15, 18); y además, Abraham tendrá un hijo
heredero (15, 3-4; 18, 10). Todo el relato se apoya en esta pregunta: ¿mantendrá Yahvé
su palabra cuando Abraham haya dejado el país prometido y que a su mujer Sara le haya
pasado ya la edad de engendrar? humanamente, las dificultades son insuperables, pero
no para Dios (18, 14 ,J). Ni la tierra dada a Abraham y a sus descendientes, ni su hijo
heredero Isaac serán fruto de los esfuerzos del patriarca: son el don gratuito de Yahvé.
Este tema aparece en los textos más arcaicos del AT y es retomada por el historiador
deuteronomista y por J. Prolonga directamente los motivos de la elección y de la
promesa: Yahvé protege a su elegido contra sus enemigos y realiza sus promesas
dándole la victoria. Cuando Israel se enfrenta a uno de los pueblos vecinos, el resultado
del combate no depende del coraje de los soldados, sino de la presencia eficaz de Yahvé
a su lado. El ejército israelita sólo juega el papel de comparsa. Yahvé detenta un poder
sin concurrencia: frente a él, las fuerzas humanas no valen nada. He aquí los textos que
desarrollan esta representación:
"No temáis; estad firmes, y veréis la salvación que Yahvé os otorgará en este día, pues
los egipcios que ahora veis, no los volveréis a ver nunca jamás. Yahvé peleará por
vosotros; y vosotros no tendréis que preocuparon" (Ex. 14, 13-14).
- El mismo sentido tienen la historia del Arca (1 S 4, 1-7, 1) o el episodio del combate
de Gedeón contra los madianitas (Jc 7).
Cada uno de estos textos subraya a su manera cómo los esfuerzos humanos son
irrisorios frente a la omnipotencia divina. Las tradiciones de la guerra santa tienen por
finalidad tranquilizar al pueblo elegido ante cualquier amenaza. Protegido por Yahvé,
¿qué puede temer Israel?
- Así como el templo es el "ombligo" del cosmos, al que organiza por su posición
central, el soberano tiene la tarea de asegurar el orden divino del universo. En principio,
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el rey reina sobre toda la tierra, a la que ha de someter de grado o a la fuerza (Sal 2, 8-9;
72, 8-11).
El rey dispone de la fuerza guerrera de Yahvé para asegurar el orden cósmico que sitúa
a los pueblos paganos en la periferia, en un estatuto inferior (Sal 110, 1-2, 5-6; Mi 5, 3).
David, que tiene a Saúl en su mano, le deja vivir y dice a su lugarteniente: "¡No le
mates! ¿Quién podría poner la mano sobre el Ungido de Yahvé y quedar impune?" (1 S
26, 9).
En los textos citados, hemos encontrado dos veces la palabra "Mesías". La ideología
descrita corresponde exactamente al llamado "mesianismo real". Al menos en la época
preexílica este mesianismo no se refería tanto a un rey ideal futuro, cuanto al soberano
que reinaba en Jerusalén. Es evidente que esta ideología, proviene directamente de los
círculos dirigentes y de la misma corte.
***
Las tradiciones estudiadas y la ideología real se refuerzan unas a otras. Presentan varios
rasgos comunes.
El pensamiento "mítico" se caracteriza por una oposición radical entre dos esferas: lo
sagrado y lo profano. En este contexto, "ni los actos humanos propiamente dichos, ni los
objetos del mundo exterior no tienen valor intrínseco autónomo. Un objeto o una acción
adquieren un valor y, al hacerlo, se vuelven reales ya que participan, de una manera u
otra, de una realidad que las trasciende" (Mircea Eliade). Esta visión del mundo está
expresada de una manera muy clara en el salmo 8, donde vemos el universo
estructurado verticalmente; las realidades de "abajo" no tienen otro valor que el de su
proximidad, más o menos grande, a las realidades de "arriba". Volvemos a encontrar
aquí la misma estructura implícita en cada una de las grandes tradiciones estudiadas:
hay un orden objetivo de la realidad, donde el polo de lo sagrado adquiere una
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El sentido y valor de todas las cosas están fijadas en un orden inmutable, según la
voluntad de Yahvé. Cuando el hombre sale de este orden se expone a un destino
espantoso. En este aspecto, es típica la historia de Uzzá, durante el traslado del arca a
Jerusalén, en tiempo de David: como los bueyes hacían inclinar el arca, Uzzá quiso
aguantarla con la mano y cayó fulminado (2 S 6, 48). ¿Por qué un castigo así, cuando su
intención era buena? Simplemente, porque Uzzá quiso tocar un objeto sagrado,
franquear el límite infranqueable, salir de su papel de ser terrestre. Uzzá pagó con su
vida el desconocimiento de la ley divina.
El hombre tiene que conocer el orden divino del universo. En gran parte, este orden está
revelado en la Ley: las reglas de la vida social, las prescripciones religiosas o el ritual de
las grandes fiestas no son productos de la experiencia o de la reflexión humanas, sino
que están determinadas por el mismo Dios: son intangibles. En cuanto a los aspectos de
la vida que no están codificados, se utilizan diversas técnicas de conocimiento del orden
divino:
- La adivinación, que juega un papel principal en las otras religiones, está en principio
prohibida en Israel. De hecho, algunas prácticas de consulta a Yahvé pueden estar
próximas a la adivinación (el uso sacerdotal del efod y de los Urim y los Tummim).
- La nigromancia, oficialmente prohibida, fue largo tiempo practicada por los israelitas.
Especialmente con sus dimensiones sociales y políticas. Si este mundo que nos es tan
familiar tiene su consistencia propia, si posee una cierta autonomía con relación a la
esfera superior, hay, en fin, un lugar para la libertad humana. En la concepción sacral
del mundo, el hombre está sometido a la predestinación y no puede decidir nada sobre
su propia vida. Para los profetas preexílicos, al contrario, el hombre es un hogar de
libertad: su suerte depende, en definitiva, de sus propias opciones, y se pone en juego en
la actitud tomada en el corazón de la vida de cada día. Frente a este hombre libre, Yahvé
es infinitamente grande, trascendente, pero su trascendencia no está cerrada sobre ella
misma, sino que llama al diálogo. En efecto, el hombre cuenta ante Dios, el cual no
quiere sólo darle sus favores, sino, sobre todo, tener con él unas relaciones personales,
por más que no sean relaciones de igual a igual. Esto supone que Yahvé impone un
límite a su arbitrariedad. Cuando permite al hombre que sea libre, Dios se torna moral,
se somete a los imperativos de la justicia y de la honestidad. Cuando Dios habla, su
palabra no tiene una eficacia automática, sino que suscita la respuesta libre del hombre.
La ley moral no se confunde, pues, con un orden cósmico intemporal en el que cada uno
debe encontrar su lugar bajo pena de muerte, sino que se presenta, en adelante, como
una llamada a la conciencia. En este contexto, el pecado ya no es un accidente que
puede pasar al hombre, sin que éste sea consciente, sino que reside en la intención en
tanto que acto malo: no hay pecado sin responsabilidad, sin elección deliberada. Esta es
precisamente la realidad trágica: más allá de las apariencias Israel se ha apartado
voluntariamente de Yahvé y ha roto el diálogo. Al abrir los ojos de los dirigentes sobre
su propio pecado, al mostrarles la catástrofe que se avecina por su falta, los profetas
quieren convertir realmente a Israel, cambiar su rimentalidad y estilo de vida: este
cambio debe encarnarse incluso en las opciones políticas y sociales.
Esta es, en resumen, la visión profética del mundo. Transforma desde el interior las
representaciones ligadas a las tradiciones sacrales.
1. La elección y la promesa
Para los profetas, como para las tradiciones sacrales, Yahvé mantiene relaciones
especiales con Israel, hasta el punto de convertirlo en su pueblo particular, pero esta
elección no es un privilegio confortable: es una responsabilidad inmensa, puesto que
Israel debe comportarse como pueblo de Yahvé. Dicho de otra manera, las relaciones no
tienen un sentido único: aunque esta realidad no esté aún tematizada con precisión, la
promesa entra en el cuadro de la alianza, que supone el compromiso de dos socios. Por
su parte, Yahvé es fiel a lo que ha prometido, ¿pero lo es también el pueblo elegido? Ya
no hay más seguridad automática: dependerá de la fidelidad de Israel; es más, el pecado
de los responsables hace pesar sobre todo el pueblo una terrible amenaza. Convendría
leer aquí toda la predicación profética de la época real. Isaías 7 es un ejemplo
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significativo. El profeta anuncia que el proyecto de los reyes de Samaría y Damasco que
quieren invadir Jerusalén, está condenado al fracaso: "Esto no sucederá" (v. 9b). Esta
frase puede ser considerada como un resumen de la predicación del profeta.
Aunque la elección y las promesas que lleva consigo son incondicionales, pues están
ligadas a la actitud de Israel, la nación está en peligro de muerte, tan grande es su
pecado. Los profetas denuncian sin tregua el mal comportamiento de Israel y sus
dirigentes y quieren mostrarles hacia qué abismo conduce su actitud. Así Amós al reino
de Samaría: 4, 6-5,2.
"Porque así me ha dicho Yahvé: Como ruge el león y el cachorro sobre su presa, y
cuando se convoca contra él a todos los pastores, de sus voces no se intimida, ni de su
tumulto se apoca: tal será el descenso de Yahvé para guerrear contra el monte de Sión y
contra su colina" (Is 31, 4).
Hay decenas de pasajes análogos. Yahvé moviliza contra su pueblo los ejércitos sirios y
babilonios; no son las fuerzas del mal las que asaltan Jerusalén, ciudad inviolable de
Yahvé, sino que es el mismo Yahvé que envía los ejércitos enemigos para destruir
Jerusalén, la ciudad del pecado (Jr 6, 1-8). El tema de la guerra santa ha sido invertido:
Yahvé, traicionado por su pueblo, se une a los enemigos de Israel.
3. El santuario
"Por culpa vuestra Sión será un campo que se ara, Jerusalén se hará un montón de
ruinas, y el monte del templo un otero salvaje" (Mi 3, 12).
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Podemos leer también el oráculo de Jeremías 7, 3-11. Así como la presencia del templo
en medio de Jerusalén, no representa una garantía de protección, tampoco el ejercicio
del culto. Lo que pide Yahvé es una conversión a la vida real y no una simple
compensación sobre el plano ritual. Es lo que dice Os 6, 6: "Porque yo quiero amor, no
sacrificio, conocimiento de Dios más que holocaustos".
4. La institución real
La política interior y exterior de los diferentes soberanos israelitas es denunciada por los
profetas. Oseas va más lejos y parece que cuestiona la misma institución real:
"¿Dónde está ahora tu rey, para que te salve? ¿Dónde tus jueces para que te protejan,
aquéllos de quienes tú decías: "Dame rey y príncipes"? Rey en mi cólera te di, y te lo
quito en mi furor" (13, 10-11).
Según los comentaristas, este pasaje se refiere al rey de Samaría Oseas ben Ela. Más
allá de la persona del rey, es la monarquía la que parece condenada, como lo confirma la
comparación con el relato deuteronomista de la institución de la realeza, en 1 S 8.
Cuando el pueblo pide un rey a Samuel, como las otras naciones, Yahvé le dice:
"Haz caso a todo lo que el pueblo te dice. Porque no te han rechazado a ti, me han
rechazado a Mí, para que no reine sobre ellos" (v. 7).
vida humana. Creaban así una teología nueva y subversiva, que conmovía los
fundamentos mismos del orden social y religioso establecido.
CONCLUSIÓN
Aunque la descripción de las teologías del Israel preexílico ha sido demasiado rápida
para ser completa y suficientemente matizada, la respuesta a la cuestión del comienzo es
clara: la palabra profética no se sitúa en la línea de las ideas tradicionales, sino que
compromete a un violento conflicto con ellas. Lo que está en juego son los mismos
fundamentos de la vieja teología sacral y no solamente sus formas de expresión o los
aspectos más periféricos. Ningún acuerdo parece posible entre las dos visiones del
mundo.
El combate entablado por los profetas contra la fortaleza ideológica del pensamiento
sacral era, al comienzo, muy desigual. Entonces la voz profética fue rápidamente
ahogada. Con todo, en cada generación se levantaban nuevos profetas para
A comienzos del cristianismo, la religión oficial había vuelto a ser un sistema muy
coherente, en el que se encontraban las estructuras típicas del pensamiento sacral,
adaptadas, no obstante, a circunstancias nuevas. Toda la vida religiosa (y en parte la
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vida social) estaba organizada alrededor del Templo y de su clero; el gran sacerdote
tenía el papel simbólico de rey; asimismo, la noción de "pueblo elegido", depositario de
las promesas, había vuelto a tomar toda su importancia, pero se circunscribía a la
fracción "pura" del pueblo judío (en especial, los fariseos). En este contexto, Jesús
retomará la actitud de los profetas de la conversión, proclamando un Reino de Dios
ofrecido a todos, incluso a los marginados del judaísmo. Ningún privilegio asegura la
entrada en este reino: ni el culto, ni el origen, ni la función, ni la ciencia, pueden
reemplazar la conversión personal y la fe encarnada. Destruyendo, así, las barreras que
aislaban y protegían una minoría de "elegidos", Jesús iba muy pronto a chocar contra
una oposición poderosa, cuyos símbolos son la buena conciencia farisea y el edificio del
templo. En medio de este combate que le llevó a verter su sangre, se ha manifestado a
los hombres como el
mismo rostro de Dios. En efecto, tomando partido por los pobres en contra de la élite
religiosa, Jesús no se encuentra solo, sino que Dios mismo está a su lado, como lo
testifica la resurrección. Es lo que Pedro dice en su discurso de Pentecostés: "A este
hombre (...) vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos, pero
Dios lo ha resucitado, librándole de los dolores del Hades" (He 2, 23-24).