Immanuel Kant - Que Es La Ilustracion
Immanuel Kant - Que Es La Ilustracion
Immanuel Kant - Que Es La Ilustracion
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Immanuel Kant
FILOSOFÍA DE LA HISTORIA
QUÉ ES LA ILUSTRACIÓN
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C A R O N T e J ^
F i l o s o f í a
Carente Filosofía
dirigida por Carlos Torres
Kant, Immanuel
Filosofía de la historia. - I'*- ed. - La Plata: Te mimar, 2004.
168 p . ; 20x14 cm. - (Carente Filosofía)
ISBN9S7-11S7-18-1
Diseño: Cutral
Tapa: Ay mará Petrahissi
ISBN; 987-1187-18-1
F ilosofía de la historia
Q ué es la ilustración
Idea de una historia universal desde el punto
de vista cosmopolita............................................. .................. ............. 17
Respuesta a la pregunta ¿qué es ia ilustración?.................................... 33
Definición del concepto de una rasa humana................................... 41
Sobre el libro Ideas para una filosofía de la historia
de la humanidad de ]. G. H erder .............................................. 57
Comienzo verosímil de la historia humana........ ...................................81
Acerca del refrán: “Lo que es cierto en teoría,
para nada sirve en la practica” ............................................... ............ 97
El fin de todas las co sa s............... ...................................... ........... . Í37
Reiteración de la pregunta de si ei género humano
se halla en constante progreso hacia lo m ejor.................. .......... 151
B reve cronología de K ant y su época
9
Ensayo para introducir en la filosofía el concepto de cantidades nega
tivas y El único fundamento posible de una demosnYíeícm de la exis
tencia de Dios. Kant es influenciado por los emplastas ingleses
Hume y Locke, y en el terreno moral y político por j.-J. Rousseau;
empieza a cuestionar al racionalismo dogmático- Fin de la gue-
rra de los Siete Años.
1 7 6 4 Publica Lo bello y lo sublime, ensayo de estética y moral.
1 766 Escribe la obra Los sueños de un visionario explicados por los sueños
de la metafísica en la que polemiza con el místico sueco Emanuel
Swedenborg y contra la metafísica de Woltf. Obtiene el puesto
de bibliotecario del palacio.
1 7 7 0 inaugura su curso como catedrático de lógica y metafísica con la
disertación Sobre fa fomm y ios principios del. mundo sensible y del
inteligible. Esta disertación se considera como el hito que separa
en Kant el período precrítico del período crítico. Establece la
idealidad de los conceptos de espacio y tiempo. En sus clases
“animaba y hasta obligaba a pensar por cuenta propia” a sus alum
nos, como cuenta el propio Herder.
1 772 Renuncia a su trabajo como bibliotecario de palacio.
1 7 7 6 Imprime su dos artículos sobre El insfirmo filantrópico de Dessau,
en tos que expone sus ideas pedagógicas.
1 7 8 0 Forma parte del senado universitario.
1781. Publica su obra cumbre La crítica de la razón pura, que ve la luz
después de muchos años de .riguroso trabajo. En ella se trata de
dar una solución sistemática al problema del conocimiento, li
mitando la razón a la experiencia.
1.783 Las polémicas y controversias que suscita la Crítica de la razón
pura empujan a Kant a publicar una obra explicativa de su filo
sofía crítica: Prolegómenos a toda metafísica del futuro que baya de
presentarse como ciencia. Gran Bretaña reconoce la independen
cia de Estados Unidos.
1 784 Publica Idea de una historia universaí desde el punta de vista cosmo-
polita y Respuesta a la pregunta ¿qué es ilustración?
1785 Aparece su recensión de la obra de Herder ideas para una filosofía
de la historia de la humanidad. Hay que recordar que Herder fue
discípulo de Kant. También publica en el Berlinische Monatssckift:
Los volcanes de la fuña, De la ilegitimidad de la imitación de los libros
10
y De/smdon del concepta de una raza humana, En esta época Kant
no sólo está interesado por la teoría del conocimiento sino tam
bién por ia moral, ia ética y el deber. Publica Fundamentos de la
tneta/ísica de las costumbres.
1786 Ingresa en la Academia de Berlín y es nombrado rector de la
Universidad de Konigsberg. Escribe los Primeros principios meta-
físicos de ¡a ciencia de ia Naturaleza. También publica Comienzo
verosímil de ía historia humana y ¿Qué sijpnjfiica orientarse en el pen
samiento! Muere Federico I.I de Prusia, eí monarca ilustrado, y lo
sucede Federico Guillermo II, que vuelve a una fe dogmática
mezclada con admiración a espíritus sectarios como Cagliost.ro
y St. Germain que buscan eliminar el racionalismo de Frusta,
1788 Es reelegido rector de la Universidad. Aparece la segunda de sus
Críticas: Crítica de la razón práctica. En el Deutsche Merhur apa
rece publicado Sobre d uso de los principios teleológicos en filosofía.
El ministerio prusiano da a conocer un edicto por el cual se su
prime la libertad de prensa y se instaura la censura como proce
dimiento previo a toda publicación.
1789 Revolución francesa.
1790 Edita la tercera de sus Críticas: La crítica del juicio.
1791. Publica Sobre el fracaso de todos tos ensayos filosóficos en la teodicea.
1792 Kant es nombrado decano de su Facultad y presidente de la A ca
demia de Berlín. Decreto del ministerio prusiano sobre religión
y censura por el cual se considera sedicioso a todo racionalista.
1793 Cuando en este año aparece su libro La religión en tos límites de la
simple razón, las autoridades prusianas le exigen una justificación
completa y que en caso contrario debería prepararse a las “doloro
s o consecuencias”. Kant se compromete a guardar silencio en
tomo a la teología racional y la revelada, pero sin abdicar de sus
posiciones filosóficas. Publica Acerca d é refrán: “Lo que es cierto
en teoría, para nada sirve en la práctica". Prusia y Austria forman
una alianza en contra de la Francia revolucionaria.
1795 Kant publica Para la paz perpetua. Un esbozo filosófico. Y tam
bién El fin de todas las cosas. Abandona la docencia privada.
1796 Kant abandona, por completo su actividad docente. Laplaee sos
tiene corno Kant. que el sistema solar se formó a partir de una
gran nebulosa de polvo y gases.
11
1.797 Ve la luz su obra M etafíska de. ¡as costumbres. En ésta trata no
sólo- de la moral sino también de filosofía del derecho. Muere
Federico Guillermo II y lo sucede su hijo Federico Guillermo
III, con quien vuelve a Prusia el espíritu ilustrado.
1 7 9 8 Es nombrado miembro de la Academia de Viena. Edita su An-
[Topología considerada desde el punto de vista pragmático. Escribe y
publica unas cartas Sobre la industria del libro.
1 8 0 0 Publica su Lógica.
1803 Aparece una Pedagogía que está basada en notas de un discípulo
de Kant, Rink. Esta edición fue autorizada por el propio Kant.
1 8 0 4 El 12 de febrero muere Kant en Kónigsberg. En sus últimos años
Kant trabajaba en una obra sistemática que abarcaría la metafí
sica y las ciencias. Esta obra quedó inconclusa y se la conoce
como Opera posihuma. Bonaparte se corona emperador.
12
Sobre la selección de los textos
Filosofía de la historia 13
En Comiendo t'erosímíí de la historia humana, de 1786, asistimos a la
interpretación filosófica de un texto del Génesis. Eí marco que encua
dra la filosofía de la historia de Kant es el de la concepción cristiana
del mundo y ésta la rodea con el repertorio de ideas que provienen de
San Agustín, Bossuet y, en época más cercana a la de Kant, de Lessing,
cuya obra La educación del género humano es de i 780. Pero, conforme al
modo de pensar ilustrado, traduce los pensamientos teológicos a un
lenguaje laico y racional. El opúsculo kantiano del que ahora habla
mos impresiona como el más audaz de los intentos para justificar un
relato bíblico mediante recursos estrictamente naturales.
La segunda sección de El conflicto de las Facultades, de 1798, que
trata del conflicto entre la facultad de filosofía y la de derecho, Kant
volvió a la filosofía de la historia, para establecer “S i el género humano
se halla en constante progresa hacia lo mejor”. En realidad, posee ma
yor afinidad con los restantes opúsculos ofrecidos en este volumen que
con fa obra de la que, originariamente, forma parte.
Nos ha parecido imprescindible editar el tratado que Kant escribie
ra Acerca del refrán: “lo que es cierto en teoría, para nada sirve en la prác
tica1, de 1793. No creo que haya otro escrito tan importante como ése
para poner de manifiesto la estrechísima vinculación que existe entre
la filosofía de la historia, la filosofía de la política y la ética. Por último,
e! escrito E! fin de todas las cosas nos muestra al Kant racionalista que
desarma la historia terrorista religiosa para darle una faz positiva e iguala
el fin* ideal moral con el fin apocalíptico quitándole a este último toda
su fuerza irracional y doctrinal.i
H iM,MANUEL KANT
FILOSOFÍA DE LA HISTORIA
QUÉ ES LA ILUSTRACIÓN
Idea de una historia universal
desde el punto de vista cosmopolita*1
18 I mmanüel kant
Primer principio
Segundo principio
20 I mmamuel kant
■supuesto sin tener intención de ello) habían preparado, sin participar
■déla dicha que elaboraban. Por enigmático que esto pueda ser, sin
embargo, es necesario, una vez admitido que cierta especie animal está
dotada de tener razón, y que, como clase de seres racionales, es mortal
en su totalidad, siendo la especie, inmortal, para que así alcance pleni
tud el desarrollo de sus disposiciones.
C uarto principio
Q uinto principio
22 í MMANUEL KA NT
libertad, .sólo en semejante sociedad, podrá ser alcanzada la suprema
intención de la Naturaleza con respecto a la humanidad, a saben el
desarrollo de todas las disposiciones. La Naturaleza también quiere que
la humanidad misma se procure este fin de su destino, como todos los
demás. Por consiguiente, una sociedad en que la libertad bajo leyes ex
ternas se encuentre unida, en el mayor grado posible, con una potencia
■irresistible, es decir, en que impere una constitución dril perfectamente
justa, constituirá la suprema tarea que la Naturaleza ha asignado a la
especie humana, porque sólo mediante la solución y cumplimiento de
dicha tarea ella podrá alcanzar las restantes intenciones referidas a
nuestra especie. La necesidad que fuerza al hombre, ordinariamente
tan aficionado a una libertad sin límites, a entrar en ese estado de coac
ción, es, por cierto, la mayor de las necesidades; a saber, la que los
hombres se infligen entre sí, puesto que sus inclinaciones no le permi
ten que puedan subsistir mucho tiempo unos al lado de los otros en
libertad salvaje. Pero, dentro de un recinto tal como el de la asociación
civil, esas mismas inclinaciones producen el mejor efecto. Así como
los árboles de un bosque, precisamente porque cada uno trata de qui
tarle el aire y el sol al otro, se esfuerzan por sobrepasarse, alcanzando de
ese modo un bello y recto crecimiento, mientras que los que están en
libertad y separados de los demás extienden las ramas caprichosa me n-
■te. creciendo de modo atrofiado, torcido y encorvado, del misino modo
la totalidad de la cultura y del arte que adornan la humanidad, tanto
como el más helio orden social, son frutos de la insociabilidad. Está
■
. obligada a disciplinarse por sí mismo y, también, a desarrollar comple
tamente, por medio de ese forzado arte, las simientes de la Naturaleza.
Sexto principio
Séptimo principio
: E1 papel que el hombre desempeña es, pees, muy artificial. Nada sabemos acerca
de la constitución y naturaleza de los habitantes de otros planetas. Pero si cum
pliésemos bien esa misión de la Naturaleza, podríamos estar orgullosos de nosotros
mismos, parque nos daríamos una jerarquía no inferior a la de nuestros vecinos en
el edificio del mundo. Quizá entre éstos cada individuo alcance plenamente el
destino en el curso de su vida; pero entre nosotros no ocurre así: sólo el género
puede esperarlo.
24 ÍMMANUEL KANT
títución civil legal entre hombres individuales, es decir, para concertar
■ün ser común ? La misma insociabilidad que obligó a los hombres a unir
se constituye, a su ves, la causa de que cada comunidad goce de una
libertad sin ataduras en sus relaciones exteriores, es decir, en las vincu
laciones interestatales. Por tanto, cada Estado tiene que 'esperar del
P eto el mismo mal que empujó y obligó a los hombres individuales a
entrar en una condición civil y legal. La Naturaleza ha empleado pues,
.'una'vez más, la incompatibilidad de los hombres, e incluso la de las
■grandes sociedades y cuerpos estatales de esta clase de criaturas, como
él medio de hallar, en el inevitable antagonismo, una condición de paz
:y seguridad. Es decir, mediante las guerras, los preparativos excesivos e
incesantes para las mismas, y por la miseria que finalmente tiene que
'■sentir en su interior todo Estado, aun en medio de la paz, la Naturaleza
:-con ensayos al comienzo imperfectos, pero después de múltiples
■devastaciones, naufragios y hasta de un interior agotamiento general
;de sus fuerzas- impulsará a que los Estados hagan lo que ía razón hubie
ra podido decirles sin necesidad de tantas tristes experiencias, a saber:
pugnará por hacerlos salir de. la condición sin ley, propia del salvaje,
para entrar en una unión de pueblos en la que cada Estado, aun el más
pequeño, pueda esperar seguridad y derecho, no debido al propio po
der o a la propia estimación jurídica, sino, únicamente, a esa unión de
daciones (Foedus Amphictyonum), es decir, a este poder unido y a la
decisión, según leyes, de la voluntad solidaria. Por fantástica que pueda
•sér ésta idea, y aunque se haya tomado risible en un abate de Saint
■Fierre o en un Rousseau (quizá porque la creían de próxima realiza
ción) constituye, sin embargo, la inevitable salida de la miseria que los
hombres se producen unos a los otros. Es- decir, se tiene que obligar a
■que los Estados tomen la misma decisión (por difícil que les resulte) a
que fuera constreñido el hombre salvaje, con idéntico disgusto, a sa
ber: renunciar a una brutal libertad y buscar paz y seguridad dentro de
una constitución legal. De acuerdo con esto, todas las guerras constitu
yen otros tantos ensayos (que no están, por cierto, en la intención de
los hombres, pero sí en la de la Naturaleza) por producir relaciones
huevas entre los Estados y por formar nuevos cuerpos mediante la des
trucción o, al menos, el desmembramiento del todo. Los Estados no se
pueden conservar en sí mismos ni en vecindad con otros; por eso de
ben. padecer tales revoluciones, hasta que por fin -e n parte debido a la
26 Immahuel kant
necesidad de prepararse constantemente para ella, se impide la marcha
progresiva del completo desarrollo- de las disposiciones naturales. Pero
los males que esta situación trae aparejados obligará a que nuestra es
pecie busque una ley de equilibrio en el seno de tal resistencia, surgida
de una libertad en sí misma saludable, y que la multiplicidad de los
Estados ejercitan unos con respecta de los otros; es decir, la forzará,
para conferirle peso a esa ley, a la admisión de un poder unido, o- sea, a
la introducción de una condición cosmopolita para la seguridad públi
ca Je-los Estados. Esta última no carecerá de todo riesgo, a fin de que la
fuerza de la humanidad no duerma; pero, sin embargo, tampoco care
cerá de un principio basado en la igualdad de las mutuas acciones y reac
ciones, para que no se destruyan unos a otros. Con la engañosa aparien
cia de una libertad externa, la naturaleza humana padecerá los peores
males, antes de dar el último paso que sólo constituye la mitad de su
.desarrollo: el de una mutua asociación de los Estados, Por eso, Rousseau
no se equivocaba al preferir la condición de los salvajes; si prescindi
mos de este último escalón que nuestra especie ha de subir, tenía razón.
El arte y la ciencia nos han cultivado en alto grado. Con respecto a las
buenas maneras y al decoro social, estamos civilizados hasta la satura
ción. Pero nos falta mucha para podernos considerar moralizados. La
idea de la moralidad pertenece también a la cultura [R'uítmj; pero el
uso de la misma constituye la civilización [Zivifisiertmg] cuando sólo
desemboca en la apariencia etica de un amor al honor y a la decencia
exterior. Mas en tanto todos los esfuerzos- de los Estados se apliquen
/incesantemente a vanas y violentas intenciones de expansión y, de. ese
modo, impidan los lentos esfuerzos de los ciudadanos por llegar a una
formación culta e interior del pensamiento -privándolos de todo auxi
lio en ese sentido- no podremos esperar que ellos realicen nada en pro
■de tal finalidad, puesto que para la formación de los ciudadanos la co-
■■munidad necesita una lenta e íntima preparación. Cualquier bien que
no se sacrifique a alguna intención ética moralmente buena no será
sino mera ilusión, y brillante miseria. Y lo cierto es que el género huma
no permanecerá en esta condición, hasta que se desprenda, trabajosa-
■miente, de la manera que he dicho, de la caótica situación en que se
hallan las relaciones entre los Estados,
28 Immanüel kant
los oficios, principalmente, en. el comercio, y con ello el Estado mani
fiesta en las relaciones exteriores el debilitamiento de sus fuerzas. Pero
esa libertad avanza gradualmente. Cuando al ciudadano se le impide
que busque el bienestar según le plazca -c o n la única reserva de que
emplee medios compatibles con la libertad de los demás- se obstaculi
za la vitalidad de la actividad general y con ello las fuerzas del todo.
Por eso, cada vez se suprimen con mayor frecuencia las limitaciones
del hacer y omitir personales y se otorga universal libertad de religión.
De tal suerte, la ilustración emerge poco a poco, aunque entremezclada
con Ilusiones y quimeras, entendiéndosela como el gran bien a que
debe tender el género humano, utilizando con ese fin hasta las inten
ciones egoístas del engrandecimiento de los dominadores, a pesar de
que éstos sólo entiendan las propias ventajas. Pero tal ilustración, y
con ella cierta participación cordial, con el bien, que el hombre ilustra
do no puede impedir cuando lo ha concebido perfectamente, tendrán
que ascender poco a poco a los tronos e influir sobre los principios de
gobierno. Aunque, por ejemplo, los actuales gobernantes del mundo
no tienen dinero para los establecimientos públicos de educación ni,
en general, para nada que concierna a un mundo mejor, porque todo
■.está calculado de antemano para la guerra futura, encontrarán venta
joso no impedir, por lo menos en este aspecto, los esfuerzos deí pueblo,
. por débiles y lentos que sean. Por último, la guerra misma no sólo será
■poco a poco muy artificiosa y de inseguro desenlace para, ambos enemi
gos, sino también una empresa muy arriesgada por la postración que la
deuda pública siempre creciente (una nueva invención) impondrán al
Estado, puesto que la amortización de la misma se pierde de vista.
Añádase también la influencia que cualquier conmoción en un Estado
ejerce sobre todos los otros, debido a la trama tan ceñida que la indus
tria extiende sobre esta parte de la tierra. Dicha influencia es tan nota
ble, que los Estados se sienten obligados a ofrecerse como árbitros, de
bido al peligro que los amenaza, y fuera de toda consideración jurídica.
Tales circunstancias preparan desde lejos, un gran cuerpo estatal futu
ro, del que no encontramos ejemplo alguno en el mundo pretérito. A
pesar de que semejante cuerpo político existe por ahora en estado de
muy grosero proyecto, comienza a despertarse, por así decirlo, un. sen
timiento en todos los miembros del mismo: el interés por la conserva
ción deí todo, lo que permite esperar que, después de muchas revolu
Noveno principio
30 Immanuel kant
época, y, si al mismo tiempo, añadimos episódicamente la historia polí
tica de otros pueblos, tal como la conocemos a través de esas naciones
ilustradas, descubriremos ía marcha regular seguida por nuestro conti
nente (que alguna vez, verosímilmente, dictará leyes a las restantes
partes del mundo) en la mejora de su constitución política. Prestemos
atención, además, a las diversas constituciones civiles, y a las relacio
nes estatales: éstas, en virtud del bien que aquéllas contenían, sirvie
ron durante cierto tiempo a la elevación y dignificación de los pue
blos (y junto con ellos, a la de las artes y las ciencias); pero, al no
carecer de defectos, esas constituciones se volvieron a derribar. No
obstante, siempre quedó algún germen de ilustración, que se desarro
llaba a través de cada revolución, preparando así el grado siguiente y
más alto de! mejoramiento. Creo que de este modo descubriremos un
hilo conductor, que no sólo nos servirá para la mera aclaración del
juego, harto confuso, de las cosas humanas o del arte político de pre
ver las futuras variaciones producidas en ese campo (utilidad ya de
otro modo derivada de la historia del hombre, aunque haya sido con
cebida como el relato de acciones inconexas de una libertad sin re
glas), sino también que ese hilo conductor ( lo que no podríamos espe
rar con fundamento sin suponer un plan de la Naturaleza) nos abrirá
una consoladora perspectiva para el futuro. En ella la especie humana
se nos presentará, en remota lejanía, elevándose a una condición en
ía que las simientes depositadas por la Naturaleza puedan desarrollar
se por completo y llegar a cumplir su determinación aquí en la tierra.
Una justificación semejante - o mejor, Providencia- de la Naturaleza no
constituye, en modo alguno, un motivo despreciable para la elección
de un particular punto de vista en ía consideración del mundo. En
efecto ¿de qué servaría ensalzar la magnificencia y sabiduría de la crea
ción en el reino irracional de ía Naturaleza, y recomendar la observa
ción de la misma, si la parte que corresponde a la gran escena de la
suprema sabiduría, la que contiene los fines de todas las demás —la
historia del género hum ano- debiese seguir siendo una objeción ince
sante, cuya visión nos obligaría a apartar los ojos con disgusto, puesto
que dudamos de encontrar en ella una intención plenamente racio
nal, por lo que la esperamos en otro mundo?
Se interpretaría mal mi propósito si se creyera que pretendo recha
zar la elaboración de la ciencia histórica [Historie] propiamente dicha,
32 ÍMMANU&L KANT
Respuesta a la pregunta ¿qué es la ilustración?*
2 2 6 i I R —u o w
mejoramiento de las instituciones, referidas a ¡a religión y a la iglesia.
En esto no hay nada que pueda provocar en é! escrúpulos de concien
cia. Presentará lo que enseña en virtud de su fundón -e n tanto con
ductor de la Iglesia- como algo que no ha de enseñar con arbitraria
libertad, y según sus propias opiniones, porque se ha comprometido a
predicar de acuerdo con prescripciones y en nombre de una autoridad
ajena. Dirá: nuestra Iglesia enseña esto o aquello, para lo cual se sirve
de determinados argumentos. En tal ocasión deducirá todo lo que es
útil, para su comunidad de proposiciones a las que é! mismo no se some
tería con plena convicción; pero se ha comprometido a exponerlas,
porque no es absolutamente imposible que en. ellas se oculte cierta
verdad que, al menos, no es en todos los casos contraria a ¡a religión
íntima. Si no creyese esto último, no podría conservar su fundón sin
sentir los. reproches de su conciencia moral, y tendría, que renunciar.
Luego, el uso que un predicador hace de su razón ante la comunidad es
meramente de uso privado, puesto que dicha comunidad sólo constitu
ye una reunión familiar, por amplia que sea. Con respecto a la misma,
el. sacerdote no es Ubre, ni tampoco debe serlo, puesto que ejecuta un:
mandato ajeno. Como docto, en cambio, que habla mediante escritos',
al público propiamente dicho, es decir, a! mundo, eí sacerdote gozará,
dentro del. uso público de su razón, de una ilimitada libertad para servir
se de la misma y, de ese modo, para hablar en nombre propio. En efec
to, pretender que los tutores del pueblo (en cuestiones espirituales)
sean también menores de edad constituye un absurdo capaz de desem
bocar en la eternización de la insensatez.
Pero una sociedad eclesiástica tal, un. sínodo semejante de la Iglesia,
es decir, una classis de reverendos (como la llaman los holandeses) ¿no;
podría acaso comprometerse y jurar sobre algún credo invariable que.
llevaría así a una incesante y suprema tutela sobre cada uno de sus miem
bros y, mediante ellos, sobre el pueblo? ¿De ese modo no lograría:
eternizarse? Digo que es absolutamente imposible. Semejante contrato,-
que excluiría para siempre toda ulterior ilustración del género humano
es, en sí mismo, sin más, nulo e inexistente, aunque fuera confirmado,
por el poder supremo, el congreso y los más solemnes tratados de paz..
Una época no se puede obligar ni juramentar para poner a la siguiente,
en la condición de que le sea imposible ampliar sus conocimientos (so
bre todo los muy urgentes), purificarlos de errores y, en general, pronto-;
36 Ímmanuel kaht
ver la ilustración. Sería un crimen contra la naturaleza humana, cuya
. determinación originaria consiste, justamente, en ese progresar. La pos-
: rendad está plenamente justificada para rechazar aquellos decretos, acep
tados de modo incompetente y criminal. La piedra de toque de todo lo
: que se puede decidir como ley para un pueblo yace en esta cuestión: ¿un.
■ pueblo podría imponerse a sí mismo semejante ley? Eso podría ocurrir si,
;bpor así decirlo, tuviese la esperanza de alcanzar, en corto y determinado
tiempo, una ley mejor, capaz de introducir cierta ordenación. Pero, al
■: misino tiempo, cada ciudadano, principalmente los sacerdotes, en cals-
b dad de doctos, debieran tener libertad de llevar sus observaciones publs-
b camente, es decir, por escrito, acerca de los defectos de la actual institu-
Lción. Mientras tanto -hasta que la intelección de la cualidad de estos
; asuntos se hubiese extendido lo suficiente y estuviese confirmada, de tal
modo que el acuerdo de sus voces (aunque no la de todos) pudiera elevar
i ante el trono una propuesta para proteger las comunidades que se habían
b.'unido en una dirección modificada de la religión, según, los conceptos
b propios de una comprensión más ilustrada, sin impedir que los que quie
bran, permanecer fieles a la antigua lo hagan así-, mientras tanto, pues,
L perduraría el orden establecido. Pero constituye algo absolutamente pro-
■ hibido unirse por una constitución religiosa inconmovible, que pública
mente no debe ser puesta en duda por nadie, aunque más no fuese duran-
b te lo que dura la vida de un hombre, y que aniquila y torna infecundo un
b.: período del progreso de la humanidad hacia su perfeccionamiento, tor
nándose, incluso, noci va para la posteridad. Un hombre, con respecto a
b: su propia persona y por cierto tiempo, puede dilatar la adquisición de
b una. ilustración que está obligado a poseer; pero renunciar a ella, con
relación a la propia persona, y con mayor razón aún con referencia a la
b posteridad, significa violar y pisotear los sagrados derechos de la huma-'
nidad. Pero lo que un pueblo no puede decidir por sí mismo, menos lo
■ podrá hacer un monarca en nombre del mismo. En efecto, su autoridad
;: legisladora se debe a que reúne en la suya la voluntad de todo el pueblo,
ó Si el monarca se inquieta para que cualquier verdadero o presunto per-
feccíonamlento se concibe con el orden civil, podrá permitir que los
b. súbditos hagan por sí mismos lo que consideran necesario para la salva-
:b ción de sus almas. Se trata de algo que no le concierne; en cambio, le
importará mucho evitar que unos a los otros se impidan con. violencia
Ó trabajar por su determinación y promoción según todas sus facultades.
3S IMMANUEL KANT
He tratado el punto principal de la ilustración -e s decir, deí hecho
por el cual el hombre sale de una minoría de edad de la que es culpa
ble- en la cuestión religiosa, porque para las artes y las ciencias los que
dominan no tienen ningún interés en representar el papel de tutores
de sus súbditos. Además, la minoría de edad en cuestiones religiosas es
la que ofrece mayor peligro; también es la más deshonrosa. Pero el
modo de pensar de un jefe de Estado que favorece esa libertad llega,
todavía más lejos y comprende, que, en lo referente a la legislación, no
es peligroso permitir que los subditos hagan un uso público de la propia
:razón y expongan públicamente al mundo las pensamientos relativos a
ama concepción más perfecta de esa legislación, la que puede incluir
una franca crítica a la existente. También en esto damos un brillante
ejemplo, pues ningún, monarca se anticipó al que nosotros honramos.
Pero sólo alguien que por estar ilustrado no teme las sombras y, al
imisino tiempo, dispone de un ejército numeroso y disciplinado, que les
.garantiza a los ciudadanos una paz interior, sólo él podrá decir algo que
no osaría un Estado libre: ¿ratonad tatuó como queráis y sobre lo que
■queráis, pero obedeced I Se muestra aquí una extraña y no esperada mar
cha de las cosas humanas; pero si la contemplamos en la amplitud de su
■trayectoria, todo es en ella paradoja!. Un mayor grado de libertad civil
parecería ventajoso para la libertad del espíritu deí pueblo y, sin em
bargo, le fija límites infranqueables. Un grado menor, en cambio, le
procura el ámbito para eí desenvolvimiento de todas sus. facultades.
Una vez que la Naturaleza, bajo esta dura cáscara, ha desarrollado la
semilla que cuida con extrema ternura, es. decir, la inclinación y dispo
sición al libre pensamiento, ese hecho repercute gradualmente sobre el
modo de sentir del pueblo (con lo cual éste va siendo poco a poco más
capas de una libertad de obrar) y hasta en los principios de gobierno, que
encuentra como provechoso tratar al hombre conforme a su dignidad,
puesto que es algo más que una máquina. 1
5En el Semanario de, Büsdung, del 13 de septiembre, Ico hoy - 3 0 del mismo m es- el
■anuncio de la fíe vista mensual de Berlín, correspondiente a este mes, que publica la
'. respuesta del señor Mendelssohn a la misma cuestión. Todavía no me ha llegado a
■las manos; de otro modo hubiese retrasado mi actual respuesta, que ahora no pue-
■.de ser considerada sino como una prueba de lo mucho que el acuerdo de las ideas
■■se debe aí arar. -
42 Immanuei KANT
■villa de la piel de los indios. Si la forma de la cabeza de los indígenas de
■Maíikolo se debe atribuir a la Naturaleza o al artificio; si el color natu
ral de la piel de los cafres se diferencia del color de los negros; si otras
Cualidades características son hereditarias, es decir, impresas por la
Naturaleza misma en el nacimiento o si, sólo son accidentales, consti
tuyen cuestiones que, por mucho tiempo, no se podrán establecer de
modo decisivo.
44 Immanuel kant
no infalible, porque no aparecen invariablemente algunos de ios ca
racteres que diferencian a ambos padres.
Esta regla se puede poner, con seguridad, en la base de las restantes
ciases.' También, los negros, los indios o los americanos tienen, sus pro
pios notas diferenciales, sean personales, familiares o provinciales; pero
ninguno de ellos, al mezclarse con las diferencias de la misma clase,
engendran y propagan infaliblemente la respectiva peculiaridad.
46 Immanuel ¡íaxt
o disposiciones innatas, de acuerdo con. el principio que dice: principia
praeter neeessi teten non sime ?ntd»piicanda, Pero para mi, se opone otra
máxima, que limita la anterior, es decir, la que se refiere a la economía
de los principios superfinos, a saber, que en toda la naturaleza orgáni
ca, y no obstante las variaciones de las criaturas individuales, la espe-
. cíe se conserva sin variar (según la fórmula de la Escuela: ¿]ua libet natura
est eomervatrix sni). Ahora bien, es claro que si, con respecto a los
cuerpos animales, se le concediera a la mágica fuerza de la imaginación
o a la artificiosidad del hombre un poder capaz de modificar la fuerza
generadora misma, para transformar así el modelo originario de la Na-
■turaleza o para deformarlo con añadidos que acabarían por ser perma
nentes y conservados por las generaciones sucesivas, ya no se sabría de
■qué original ha partido la Naturaleza o hasta dónde podrá llegar en las
■variaciones del mismo. Y puesto que la imaginación del hombre no
conoce límite alguno, no podríamos establecer en qué caricatura aca-
■harían por degenerar ios géneros y especies. Conforme con esta consi
deración, acepto como axioma lo siguiente: no se debe admitir influjo
.'■.'alguno de la imaginación, capaz de estropear la labor generadora de la
Naturaleza; tampoco admito ningún poder humano susceptible de pro-
fdjucír, mediante artificios externos, variaciones en el antiguo original
.- de los géneros y especies, de tal modo que se los llevaría a la fuerza
generadora y se los tornaría hereditarios. Pues si yo admitiera un caso
de este tipo, aceptaría un cuento o un encantamiento fantástico. Se
quebrarían los límites de la razón, y la ilusión irrumpiría de mil modos
:: a través de ese vacío. Tampoco constituye peligro alguno el hecho de
que, al haber tomado semejante resolución, tenga la intención de vol
verme ciego a las experiencias reales, o lo que sería lo mismo, de vol
verme obstinadamente incrédulo. Pero todos esos estrambóticos suce
sos tienen implícito, sin diferenciarse, el carácter de no ofrecer en
: absoluto experiencia alguna, sino que sólo pretenden probarse median
te zarpazos dirigidos a observaciones casuales. Pero lo que por su moda
lidad no resiste ninguna experiencia, aunque sea capaz de ella, o lo que
constantemente rechaza el experimento con toda clase de pretextos,
sólo es ilusión o ficción. Por este motivo, yo no puedo adoptar un tipo
de explicación que, en realidad, favorece la fantástica propensión ha
cia el arte mágico que todos esperan con agrado, aunque lo disimulen
con simples disfraces. En verdad, la transmisión específica, incluso la
48 Immanub. ícakt
su característica diversidad, de tal modo que no sólo pudiese nacer un
. mestizo, sino que tenga que resultar infaliblemente. Sin embargo, dada
■la diversidad de las estirpes originarias, tal hecho no puede ser conce
bido. Sólo si. admitimos que en la simiente de umi estirpe, única y prime'
:m tienen que haber residido necesariamente las disposiciones hacia
■toda esa diversidad de clases, a fin de que sea adecuada ai gradual
poblamiento de las diferentes regiones del mundo, podremos entender
■por qué esas disposiciones se desenvolvieron ocasionalmente y, según
■ello* también diversamente, naciendo así diferentes clases de hombres
. que, en lo sucesivo, tuvieron que introducir de modo necesario su ca-
. meter determinado en el cruzamiento con las otras clases. Eso se debe
■> que tal carácter pertenece a la posibilidad de la propia existencia, es
.decir, a la posibilidad de la propagación específica; por eso, se tiene
.que derivar la disposición necesaria y primera, implícita en la estirpe
■'del-género. Tales cualidades -que son infalibles y se heredan hasta en
el cruzamiento con las otras clases, produciendo mestizos- nos obligan
a la conclusión de que derivan de una sola estirpe, porque sin ello no
: entenderíamos la necesidad de la transmisión especifica.
* Ai principio, cuando tan sólo se tenían ante los ojos ios caracteres surgidos de la
comparación (la semejanza o la diferencia), las ciases de las criaturas se agrupaban
bajo un género. Pero, cuando después se atendió al origen, se tuvo que mostrar si
aquellas clases eran otras tantas diferentes especies o sólo razas. El lobo, el zorro, el
chacal, la hiena y el perro doméstico constituyen distintas clases de animales cua
drúpedos. Si se admite que cada una de ellas ha necesitado tener un origen espe
cial, serán especies; pero sí se considera que han podido nacer de una sola estirpe,
sólo serán razas dentro de la especie. En la historia natural (que sólo se ocupa de la
generación y del origen), la especie y el género son en sí mismos indistintos. En la
descripción de la Naturaleza, que trata simplemente de la comparación de las no
tas, se conserva esa diferencia. Lo que aquí se denomina especie, allá se tendría que
llamar raza.
50 ÍMMANUEL KANfT
misma especies por diferentes que en apariencia puedan ser, pertene
cen, sin embargo, a una y la misma raza.
Sólo he admitido cuatro razas en la especie humana; no porque es
tuviese por completo seguro de que no podría haber vestigios de otras,
sino porque lo que yo exijo como carácter de una raza, es decir, la
generación mestizada, sólo se produce en ellas, lo cual no se puede pro
bar suficientemente con ninguna otra clase humana. En este sentido,
.en su descripción de las poblaciones mongólicas, Pallas dice que la
primera generación de un ruso con una mujer de este último pueblo
(una huriate) produce de inmediato bellos niños; pero no anota sí en
éstos no existe en absoluto ningún vestigio de origen calmúquico. Se
ría muy raro que el cruzamiento de un mongo! con un europeo borrase
por completo los rasgos característicos del primero, puesto que siempre
los hallamos, con mayor o menor claridad, en el cruzamiento de
mongoles, con poblaciones más meridionales (probablemente con in
dios) y también con elimos, javaneses, malayos, etc. Pero la peculiaridad
mongólica se refiere, con propiedad, a la figura, y no al color. Y hasta
ahora la experiencia ha mostrado que sólo éste tiene carácter de raza,
es decir, de una infalible transmisión específica. Tampoco se puede es
tablecer con certeza si. la figura cafre de los papúas y de los otros isleños
análogos a ellos, que habitan las islas del Océano Pacífico, denotan
alguna raza particular, puesto que todavía no conocemos el producto
de su mezcla con blancos. Se diferencian suficientemente de los negros
por la barba espesa y ensortijada.
Nota
52 Lvímanuel k a n t
razas a que pertenecen, y constituye una prueba de la unidad de la
estirpe de que han nacido. Es decir, proporciona una demostración de
que en esta estirpe hay simientes originariamente depositadas, las cua
les se desarrollan en la serie de las generaciones. Sin ellas no surgirían
las diversidades hereditarias y, principalmente, no podrían ser necesa
riamente hereditarias.
La finalidad, en una organización, constituye el fundamento uni
versal del que inferimos la existencia de equipos originariamente pues
tos con. esa intención en la naturaleza de una criatura. Si ese fin sólo
■fuese alcanzado tardíamente, concluiríamos en simientes innatas. Ahora
bien,' ninguna raza, como la de los negros, prueba tan claramente esta
■conformidad a fin, constitutiva.de su peculiaridad. Pero el ejemplo que
de aquí podemos derivar únicamente nos justifica presumir por analo
gía que, al menos, ocurre lo mismo con las demás razas. En efecto,
ahora sabemos que ía sangre, humana se vuelve negra por estar sobre
cargada de flogisto (tal como lo podemos observar en el lado inferior
de un coágulo). Ahora bien, el fuerte olor de los negros, que no pueden
evitar por limpieza alguna, proporciona un motivo para conjeturar que
su piel elimina mucho jflogísto de la sangre y que la Naturaleza tiene que
haber organizado esa piel de tal modo que en ellos la sangre se pueda
“Jesflogis tizar” por medio de la piel, en una medida muy superior a la
qué acontece en nosotros, pues la mayor parte de las veces esa función
corresponde a los pulmones. Pero los auténticos negros residen en re
giones en las que el aire está muy “flogist izado”, debido a los espesos
bosques y a los lugares cubiertos de ciénagas; tanto que, según los rela
tos'de Lind, los marinos ingleses que remontaban, aunque sólo fuese
durante'un día, el río Cambia, para ir a comprar carne, tenían peligro
de'muerte. Por tanto, sería un dispositivo muy sabiamente acertado de
la Naturaleza el haber organizado la piel de tal modo que la sangre -al
no poder desagotar por los pulmones semejante cantidad de flogisto-
se pueda desflogistizar en los negros mucho más poderosamente que en
nosotros. Luego, la sangre, tenía que transportar un. exceso de flogisto a
la terminación de las arterías, es decir, bajo la piel misma. Tiene que
haber una sobrecarga y, por eso, tenía que aparecer de color negro,
aunque -com o es natural- en el interior del cuerpo sea roja.. Por lo
demás, la diversa organización de la piel de los negros y la nuestra es
notable, incluso al tacto.
54 Immanuel kant
gtón seca y cálida, lo cual habría capacitado la sangre de la misma con.
i'.' preferencia para una generación excesiva de aquella materia. Las ma-
nos frías de los indios, aunque estén cubiertas por la transpiración, pa-
.V recen confirmar una organización diferente de la nuestra.
Sin embargo, el fingir hipótesis constituye un flaco consuelo para la
filosofía. En todo caso, son buenas para oponerlas a un adversario que
manifiesta alegría cuando no se puede objetar nada que valga la pena
¡ contra el principio admitido que, sin embargo, no torna concebible la
posibilidad de los fenómenos. Pero paga su juego hipotético con otro
igual o, por lo menos, igualmente aparente.
Cualquiera sea el sistema que se admita, está suficientemente asegu-
; rado que las razas existentes en la actualidad no pueden extinguirse, si
¡ no se impide su mutuo cruzamiento. Entre nosotros, los gíranos -cuya
procedencia de los indios está probada- proporcionan una clarísima
¡ demostración de lo dicho. Los vestigios de su presencia en Europa se
pueden seguir desde hace más de tres siglos, y todavía la figura de sus
¡¡ antepasados no ha degenerado en lo más mínimo. Los portugueses de
.¡¡ Gambia, presumiblemente degenerados en negras, descienden de hlaiv
/; eos bastardeados con negros. En efecto ¿dónde hallar un informe que
■ tóme verosímil la leyenda de que los primeros portugueses llegados a
; esta región habrían traído consigo tantas mujeres blancas - o que éstas
hubieran vivido el tiempo suficiente, o hubiesen sido reemplazadas por
otras del mismo color-, como para fundar, en continente extraño, una
pura estirpe de blancos? Por el contrario, semejante caso se puede ex
plicar con informes mejores. El rey Juan II, que gobernó desde 1481
hasta 1495, ante la muerte de todos los colonizadores que había envia-
. do a Santo Tomás, repobló esta isla con descendientes bautizados de
judíos (de fe cristiano-portuguesa). Por lo que sabemos, de ellos den-
. van los blancos actuales. Los criollos negros de ¡Norteamérica y los
holandeses de Java permanecen fieles a las respectivas razas. El tinte
añadido a la piel por el sol, y que se vuelve a perder en una atmósfera
■ más suave, no se debe confundir con el color propio de la raza, puesto
'/ que jamás se hereda. Por eso, las simientes originariamente deposita-
■' das en la estirpe de la especie humana, destinadas a la procreación de
las razas, tuvieron que desarrollarse, en las épocas más remotas, según
las necesidades del clima, siempre que la estadía en tales regiones dura
ra mucho tiempo. Cuando algunas de estas disposiciones se desenvuel-
56 Immanuel kant
Sobre el libro Ideas para una filosofía de la historia
de la humanidad de J. G. Herder*
*“Rezension zu johann Gottfried Herders Ideen tur Geschicie der Menscíieii", 1785.
58 Imman’uel kaxt
también el influjo de los astros sobre ella, promete -según le parece-
una gran influencia sobre la historia de la humanidad, una vez que
aquel influjo sea conocido con mayor rigor. En el capítulo que trata de
la división de ¡as tierras y los mares, la estructura terrestre se presenta
como fundamento explicativo de la diversidad de la historia de los
pueblos. “Asia es tan coherente en costumbres y usos porque, de acuer
do con el suelo, tiene también la forma de un todo. El pequeño mar
Rojo, al contrario, divide las costumbres y, más aun, el pequeño golfo
Pérsico. Los numerosos lagos, montañas y ríos, así como la tierra firme,
no sin fundamento, ocupan en América una gran extensión bajo clima
templado; y la estructura del Viejo Continente fue establecida por la
Naturaleza en relación con la morada del hombre, de un modo dife
rente a la del Nuevo Mundo." El segundo libro trata de las organizacio
nes terrenales. Comienza por el granito, sobre el cual ha actuada la luz,
el calor, el aíre enrarecido y el agua. Quizá por eso, el sílex se transfor
mó en calcáreo, en el cual se formaron los primeros seres vivientes del
mar, es decir, los moluscos. La vegetación comienza después... Compa
ración de la estructura del hombre con la de las plantas, y de! amor
sexual de! primero con las flores de las últimas. Utilidad del reino ve
getal con respecto del hombre. Reino animal. Variación del mismo y
del hombre, según los climas. Los del viejo mundo son imperfectos.
“Las clases de criaturas se amplían cuanto más se alejan del hombre; a
medida que se le aproximan disminuyen... En todos hay una forma
principal y una estructura ósea semejante... Tales tránsitos no toman
inverosímil la tesis según la cual en las criaturas marinas, en las plantas
y, quizá, hasta en los llamados seres inanimados, domine una y la mis
ma disposición hacia la organización, sólo que en estado infinitamente
grosero y confuso. A la mirada del Ser Eterno, que ve todo en conexión,
la forma de una partícula de hielo en el momento en que se engendra y
el copo de nieve que se configura en ella tienen una relación análoga a
la de la formación del embrión en el cuerpo materno. El hombre es una
criatura intermediaria entre los anímales, o sea que es la forma más
expandida posible. En ella se reúnen todos ios caracteres de todos los
géneros que se hallan en torno de él, y constituye el conjunto más deli
cado. A partir del aire y del agua veo llegar, por así decirlo, a los anima
les; desde las alturas y los abismos avanzan hasta el hombre y se aproxi
man, paso a paso, a su estructura.” Este libro concluye con las siguientes
60 Lmmanuel kant
obra ele arte, ante semejante beneficio, por medio del cual nuestra es
pecie llegó a ser humana, permitidnos detenernos con agradecida y
asombrada mirada. Veamos cómo la nueva organización de fuerzas co
menzó con la estructura erguida de la humanidad y cómo por ella, úni
camente, el hombre fue hombre.”
En el cuarto libro, el autor sigue desarrollando el mismo punto. “¿Que
le faltó a la criatura semejante ai hombre (el mono) para ser hombre!
¿Y por que éste llegó- a serlo? Por la configuración de ía cabeza, propia
de la posición erguida; por la organización interna y externa hacia el
equilibrio perpendicular... el mono tiene todas las partes del cerebro
que el hombre posee; pero la forma del cráneo está situada hacia atrás,
debido a qu.e su cabeza se configuró desde otro ángulo y a que no fue
hecho para la marcha erguida. Y por ello, todas las fuerzas orgánicas
actuaron de otro modo... “Mira hacia el. cielo, oh hombre, y alégrate al
contemplar tu inmensa ventaja, unida por el Creador del mundo a un
principio tan simple como el de. tu posición erecta... Elevado sobre la
tierra y sus hierbas, ya no domina el olfato, sino el ojo... Con la marcha
erguida, el hombre llegó a ser una criatura artística; pudo lograr manos
Ubres y artísticas... sólo con esa situación erguida se produjo el verda
dero lenguaje humano... Teórica y prácticamente, la razón sólo es algo
adquirido: consiste en aprender la proporción y dirección de las ideas y
facultades, por medio de las cuales el hombre fue formado de acuerdo
con su organización y modo de vivir.” Y ahora, ía libertad. “El hombre
es el primer ser libre de la creación: está erguido.” El pudor “se tuvo
que desarrollar tempranamente por la posición erguida”. Su naturaleza
no está sometida a ninguna extraña variedad. “¿Por qué? Por su posi
ción erguida, y no por otra razón... Fue formado para la humanidad; su
estado de calma, su amor sexual, su simpatía y amor maternal: todo
constituye un escalón para la humanidad, propia, de la formación er
guida..., las reglas de la justicia y de la verdad se fundamentan sobre la
misma posición erguida del hombre, y también ella, lo educa [bikkí]
para la prosperidad. La religión está en la suprema humanidad. El en
corvado- animal tiene sensaciones confusas; Dios elevó al hombre de
tal modo que, aun sin quererlo ni saberlo, vislumbra las causas de las
cosas. De ese modo te encuentra a Ti, oh grandioso conjunto de todas
las cosas. Y la religión produce la esperanza y la fe en ía inmortalidad.”
De estos temas trata eí quinto libro. “Desde las piedras a los cristales,
62 ÍMMANUEL KANT
d a. 3) Aunque la envoltura deje de ser, la fuerza permanece, puesto
que ésta existía de antemano, pero en estado inferior. Mas, en cual
quier caso, ya existía orgánicamente, sin esa envoltura.” Por esa razón,
el autor se puede oponer a los materialistas. “¡Que nuestra alma sea
una y ¡a misma cosa que la totalidad de las fuerzas de la materia, que las
excitaciones y movimientos de la vida! Sí admitimos, además, que
únicamente ella actúa, en clarísimo grado, dentro de una organización
finamente estructurada, ¿la someteríamos, acaso, a la fuerza que pro
v ien e del movimiento del excitante, o bien esas fuerzas inferiores deja
rían de ser una y la misma cosa que sus órganos?" De la rigurosa co
nexión de los mismos, se desprende que sólo pueden estar en progresión.
“Podemos considerar al género humano como un grandioso confluir de
las fuerzas orgánicas inferiores, que germinarían en él para constituir la
configuración [Brldimgj de la humanidad."
De este modo se muestra que la organización humana acontece me
diante una serie de fuerzas espirituales: “ l ) El pensamiento es algo to
talmente diferente de lo que los sentidos proporcionan. Todas las ex
periencias sobre su origen llevan a la comprobación de que es la obra
de un ser que actúa de modo orgánica, por cierto, pero por propio po
der y según leyes de relaciones espirituales. 2) Así como el cuerpo cre
ce ai alimentarse, así también lo hace el espíritu por medio de las ideas;
incluso advertimos en éste las mismas leyes de asimilación, crecimien
to y producción... Brevemente dicho: se ha formado en nosotros un
hombre interior y espiritual que tiene su propia naturaleza y usa el
cuerpo como instrumento. La clara conciencia, esta gran superioridad
del alma humana, se ha formado de un modo espiritual, a través de la
humanidad, etc." En una palabra -si es que hemos entendido correcta
m ente-, el alma llega a ser, antes que. nada, a partir de fuerzas espiritua
les que se han ido agregando poco a poco. “Nuestra humanidad sólo
constituye un ejercicio preliminar; el pimpollo de una futura flor. Paso
a paso la Naturaleza va rechazando lo innoble, mientras construye lo
espiritual, y torna lo fino aún más delicado. Esto nos permite esperar
que su mano de artista conducirá a nuestro pimpollo de humanidad a
una existencia en que pueda aparecer en su propia, verdadera y divina
forma humana."
Concluye con esta proposición: “La actual condición del hombre
es, verosímilmente, la de un miembro intermediario, que sirve de vín-
64 Immanüel kant
una obra que, al parecer, constará de muchos volúmenes) consiste en
lo siguiente. Se debe probar -evitando toda investigación metafísica-
la naturaleza espiritual del alma humana, su perseverancia y progresos
en la perfección, a partir de las analogías que tiene con las configura
ciones naturales de 1.a materia, principalmente, con las de su organiza
ción. Con ese fin, las fuerzas espirituales, para las que la materia sólo
es un elemento de construcción, ocupan cierto reino invisible de la
creación, que contiene la fuerza vivificante y organizadora del todo.
De este modo, el esquema de la perfección de tal organización está en
el hombre. A él se le aproximan, desde los grados ínfimos, todas las
criaturas terrenales, hasta que finalmente - y sólo por esa organización
perfecta que concluye de modo excelente con la marcha erguida del
anim al- el hombre llega a ser. Con su muerte no podría terminar, sin
embargo, el avance y acrecentamiento de las organizaciones ya mos
tradas circunstancíalmente en todas las clases de criaturas, sino que,
antes bien, es lícito esperar un traspaso de la naturaleza hacia opera
ciones todavía más delicadas, para fomentarla y elevarla a un grado de.
vida futura aún más. alta, y así hasta lo infinito. Corno autor de esta
reseña estoy obligado a confesar que no entiendo esa conclusión, par
tiendo de la analogía de la naturaleza, aun en el caso de que. admita
aquella gradación continua de sus criaturas e incluso la regla de la
misma, a saber, la de la aproximación al hombre. Pues hay que contar
con seres diferentes que ocupan los múltiples grados de la organización,
siempre perfectible. Sem ejante analogía sólo nos podría conducir al
hecho de que en otro Indo, por ejemplo en. otro planeta, podría haber
otras criaturas que ocuparan, por su organización, el grado inmediato
superior al hombre; pero sería imposible admitir que sea el mismo indi
viduo quien lo alcance. El hecho de animales que desarrollan alas a
partir de un estado de oruga o larva, constituye un dispositivo total
mente peculiar de la Naturaleza y apartado de sus procedimientos ha
bituales, sin contar con que la palingenesia no sigue a la muerte, sino
al estado de crisálida. En este caso se debe probar, por el contrario, que
la Naturaleza puede levantar los animales desde sus cenizas, es decir,
después de su descomposición o incineración, llevándolos a constituir
organizaciones específicamente más perfectas. Sólo así, y en analogía
con ello, se podría concluir que acontece lo mismo con el hombre
reducido a cenizas.
66 ÍMMANUBL iíANT
la semejanza que tienen entre s í- constituye una consecuencia necesa
ria, dada la tan grande diversidad de esta diversidad misma. Puesto que
un género no ha surgido de otro, ni todos de un género original y úni
co, ni tampoco de una matriz generadora única, sólo una afinidad entre
ellos nos conduciría a las Meas; pero éstas son tan exorbitantes que la
razón tiene que retroceder con espanto ante ellas, lo cual no se lo de
bemos imputar, sin embargo, a nuestro autor, sin ser injustos. En lo que
concierne a su contribución a la anatomía comparada, reatizada a tra
vés de todos los géneros anímales y, desde ellos, hasta las plantas, debe
ser juzgada por los que se ocupan de la descripción natural. Ellos po
drían decir hasta qué grado les es útil la indicación que el autor propo
ne para otras observaciones nuevas, y establecer si, en genera!, tienen
algún fundamento. Pero la unidad de la fuerza orgánica (pág. 141} es
una idea que está por completo fuera del campo de una teoría de la
Naturaleza basada en la observación, puesto que, en relación con. la
diversidad de todas las criaturas orgánicas, es autocreadora y, además,
constituye, lo que diferencia los numerosos géneros y especies, de acuerdo
con la diversidad de los órganos, ya que por medio de éstos actúa de
diferente modo. Pertenece a una filosofía meramente especulativa y, si.
tal concepción encontrara acceso en ella, causaría grandes estragos en
las ideas tradicionales. Es manifiesto que pretender determinar cuál
sea la organización de la cabeza -exteriorm ente por su figura e interior
mente por el cerebro-, que está necesariamente vinculada con la mar
cha erguida, es algo que sobrepasa todo poder de la razón humana, y se
excede aun más dicho poder cuando se pretende explicar cómo una
organización simplemente dirigida a cumplir ese. fin contiene el funda
mento de la facultad racional que, de acuerdo con tal tesis, tendría que
participar con el animal. La razón humana andaría, forzosamente a tien
tas, ora siguiendo el hilo conductor de la fisiología, ora volando con la
metafísica.
Estas advertencias, como es natural, no le sustraen todo mérito a
una obra tan rica de pensamiento. Uno-excelente (para no mencionar
las muchas reflexiones tan bellamente dichas como noble y verdadera
mente pensadas) está en la valentía con que el autor supo superar ios
escrúpulos propios de su estado, que tan frecuentemente reducen a la
filosofía a la consideración de una mera búsqueda de la razón y a lo que
ella, por sí misma, puede alcanzar. En este punto le deseamos muchos
ÍMMANUEL KANT
modo, tal metafísica quisiera adaptar todas las cosas a su propio crite
rio, digno de una infecunda y escolástica abstracción. El autor de la
reseña puede encontrar semejante violenta polémica muy de su agra
do; pues en ese punto se halla en completo acuerdo con el pastor: su
propia reseña es la mejor prueba de ello. Pero como cree conocer
bastante bien los materiales para una antropología y también algo
del método que se debe emplear en un intento como éste, que es el de
establecer una historia de la humanidad en la totalidad de sus deter
minaciones, está convencido de que tales materiales no se deben bus
car en la metafísica o en el gabinete del naturalista, ocupado en com
parar el esqueleto del hombre con el de las otras especies animales.
Pero este tipo de consideración, menos que cualquier otro, podría
llevar a pensar que el hombre esté destinado para otro mundo. Seme
jan te destino sólo se puede encontrar en sus acciortes, puesto que en
ellas se revela el carácter. También está convencido que el señor
Herder nunca tuvo la intención de proporcionar, en la primera parte
de la obra (que sólo contiene la presentación del hombre, concebido
como un animal dentro deí sistema general de la Naturaleza y, por
tanto, como un prodromus de las futuras ideas) los materiales reales
para una historia del hombre, sino que sólo ofreció pensamientos que
pueden llamar la atención de los fisiólogos, extendiendo sus poste
riores investigaciones, en la medida de lo posible -p or lo general sólo
las refiere a una interpretación mecánica de la estructura anim al-, a
la organización que posibilita en tales criaturas el uso de la razón. En
este punto, le atribuyó a esas investigaciones una importancia que
hasta entonces no habían tenido nunca. Quien participe de esa opi
nión no necesitará (como exige el pastor en la página 1.61) demostrar
que la razón humana sea posible en otra forma de organización: tal cosa
es tan poco susceptible de ser entendida como si alguien estableciera
que ella únicamente es posible en la forma actual. También el uso
racional de la experiencia tiene límites. C ierto que ésta nos puede
indicar que algo posee una u otra constitución; pero jamás nos podría
enseñar que no pudiera ser de otro modo. Por otra parte, ninguna ana
logía podría Henar el inmenso abismo entre lo contingente y lo nece
sario. En la reseña dijimos: “La. pequeñez de las diferencias -s í se com
paran los géneros según la semejanza que tienen entre s í- constituye
una consecuencia necesaria, dada la tan grande diversidad dentro de
70 Immanuel kan't
darle al autor que en esta parte debía limitar la libertad que, en la
primera, merecía todavía plena indulgencia. Por lo demás, sólo co
rresponde at autor mismo llevar a cabo k> que el título prometía; y su
talento y erudición permiten esperar que así sea.
72 Immanuel kant
que se encuentra en su escrito titulado Los más antiguos documentos del
género humano,
Las áridas indicaciones que acabo de ofrecer sólo pretenden, tam
bién en este caso, anunciar eí contenido y no exponer eí espíritu de la
obra: ellas deben invitar a leería, en lugar de reemplazar o tornar inútil
su lectura.
.. Los libros seis y siete contienen, en su mayor parte, extractos toma
dos de descripciones de pueblos, por cierto escogidos con hábil crite
rio de selección y dispuestos con maestría. En todos tos casos están
acompañados por propias y penetrantes apreciaciones; pero, justamente
por eso, no íos podemos resumir de modo detallado. Tampoco está en
nuestra intención reunir o analizar tantos bellos pasajes, plenos de
poética elocuencia: los lectores sensibles habrán de gustarlos por sí
mismos. Tampoco nos proponemos investigar ahora si el espíritu poé
tico, por ei cual la expresión se toma vivaz, no ha invadido a veces la
filosofía del autor, ni tampoco indagaremos sí eventual mente los sinó
nimos no rigen como explicaciones y las alegorías como verdades, o si
la transición, que posibilita la vecindad del dominio filosófico al cír
culo del lenguaje poético, no trastorna, a veces, los límites y posesio
nes de ambos, y sí en muchos lugares la trama de audaces metáforas,
de imágenes poéticas, de alusiones mitológicas, no sirven para ocultar
el cuerpo de los pensamientos, como una máscara, en lugar de permi
tirles relucir agradablemente por debajo de la transparencia de un velo.
Dejemos que ei crítico del bello estilo filosófico o, en última instan
cia, el autor mismo investiguen, por ejemplo, si no hubiese sido mejor
decir "no sólo el día y la noche, y el cambio de las estaciones, modifican el
clima” que, como en la página 99, “no sólo el día y la noche, y la ronda
bailada por las cambiantes estaciones, modifican el clima1’. En la pági
na 100, después de una descripción histórico-natural de esas modifi
caciones, se encuentra una imagen, indudablemente bella, pero ade
cuada a una oda ditirámbica: “En torno al trono de Júpiter, las Horas
(las de la tierra) danzan o bailan una ronda, y lo que se forma bajo sus
pies es una perfección, por cierto imperfecta, porque todo se constru
ye sobre la reunión de cosas heterogéneas; pero por un íntimo amor y
por los recíprocos lazos matrimoniales nace por doquier el hijo de la
Naturaleza, la regularidad sensible y la belleza”. Adviértase si no sería
épica la iniciación del octavo libro, cuando el autor pasa de las notas
res tienen que transmitir, la mayor parte de las veces, la utilidad de sus
hallazgos, que habían encontrado para ellos mismos, a la posteridad.
■'h ' r l ' í f f i
74 Immanuel kant
cerniente a las disposiciones espirituales,, se puede probar que los ame
ricanos y los negros constituyen raras inferiores, comparadas con los
restantes miembros de la especie humana y, por otra parte, de acuerdo
con noticias tan verosímiles como las anteriores, es posible demostrar
que tienen el mismo valor que cualquier otro habitante del mundo, en
lo referente a las disposiciones naturales. Por tanto, corresponde al fi
lósofo elegir; y, de acuerdo- con su voluntad, o admitirá diversidades de
naturalezas o juzgará todo según el principio tout comme che? rtous. De
aquí se desprende que cualquier sistema erigido sobre un fundamento
tan vacilante debe tener, necesariamente, la apariencia, de una frágil
hipótesis. Nuestro autor no es partidario de una división de la especie
humana en ra?os, y menos aún si tal división se basa en el color heredi
tario. Es posible que su hostilidad se deba a no haber determinado con
claridad el concepto de raza. En el parágrafo 3 del libro séptimo deno
mina fuerza genética a la causa de la diversidad climática de los hom
bres. El autor de la reseña concibe la significación, de esta expresión, de
acuerdo con el sentido que le da Herder, del siguiente modo: Por una
parte, pretende rechazar el sistema de la evolución y, por la otra, el
mero influjo mecánico, pues considera que ambos son fundamentos de
explicación insuficientes. Admite un principio vital, que se. modifica a
sí mismo y desde dentro, según la diversidad de las circunstancias exter
nas, adecuándose a ellas. Tal. es la causa de la mencionada diversidad
climática. El autor de la reseña está por completo de acuerdo con se
mejante tesis, aunque con esta reserva: Sí la causa que organiza desde
dentro estuviese limitada por la Naturaleza a cierto número y grado de
diversidades, propias de la configuración de sus criaturas (en cuyo caso
ya no sería líbre de crear de acuerdo con un tipo diferente en circuns
tan cia s d iversas), tal d eterm in a ció n natu ral de la naturaleza
configuradora podría recibir el nombre de simiente o de disposición
originaria. Esto no implica considerar que las anteriores variaciones
sean mecánicas, es decir, como capullos incrustados en los primeros
orígenes y ocasionalmente desplegados (tal como ocurre con el sistema
del evolucionismo), sino como metas limitaciones, no susceptibles de
ulterior explicación, de una facultad que se configura a sí misma; pero
tampoco a ella la podernos tomar explicable o concebible.
C on el octavo libro comienza una nueva serie de pensamientos, que
se continúa hasta la conclusión de esta parte, y que trata de investigar
76 Immanuel kant
En un desierto inexplorado, el pensador, como un viajera, debe te
ner libertad de elegir el camino según su arbitrio. Hay que esperar,
hasta ver si tiene éxito, es decir, hasta comprobar si después de haber
alcanzado la meta retoma al hogar salvo y sano, y en el tiempo justo, o
sea, a la morada de la razón, en cuyo caso es posible que tenga suceso
res. En virtud de lo afirmado, el autor de la reseña nada tiene que decir
sobre alguno de los caminos seguidos por el autor; pero, en cambio,
cree estar justificado para tomar la defensa de ciertos principios ataca
dos por Herder en su camino, puesto que también al crítico le pertene
ce la libertad de prescribirse su propia marcha. En la página 160 dice:
“Para una filosofía de la historia de la. humanidad, el siguiente princi
pio, si bien sería simple, es malo: el hombre es el animal que necesita un
señor, y de esos señores o del enlace entre los mismos, ha de esperar ía
felicidad de su destino finar*. Por cierto que es simple, puesto que la
experiencia de todos los tiempos y de todos los pueblos lo confirma;
pero ¿por qué ha de ser malo? En la página 205 nos dice: “La Providen
cia ha sido bondadosa al preferir la simple felicidad de los hombres
individuales a los fines artificiales de las grandes sociedades, así como
al economizar para el futuro, en la medida de lo posible, la costosa
máquina deí Estado”. Eso es totalmente cierto; pero se trata, en. primer
término, de la felicidad de un animal, luego, de la de un niño, la de un
joven y, por último, la de un hombre. En todas las épocas de la huma
nidad -y , dentro de una misma época, en cada una de las capas socia
le s- se encuentra una felicidad adecuada al concepto y a las costum
bres de la criatura, dentro de las circunstancias que la rodean por su
nacimiento y crecimiento. Tampoco es posible establecer, en este punto,
una comparación acerca del grado de felicidad ni. indicar preferencias
por una dase humana o una generación sobre otra. Pero el fin auténti
co de la Providencia no sería esta sombra de felicidad, que cada cual se
forja, sino la actividad y la cultura puesta en juego para el logro de ese
fin, y que constantemente crece y progresa. El mayor grado posible de
la misma sólo puede consistir en el producto de una constitución polí
tica, ordenada de acuerdo con el concepto del derecho humano, es
decir, con una obra del hombre mismo. ¿Cómo podría ser esto posible
si, según la página 206, “cada hombre individual tiene la medida de la
felicidad en sí mismo, sin que nadie, en el gozo de ella, sea inferior a la
de los individuos que le sucedan”? Pero no en el valor de ía condición
78 Immanuel kaxt
que afirmar que el destino de! género humano en su totalidad es el de
un incesante progreso, cuya perfección, constituye una mera idea,, aun
que muy útil, en cualquier respecto, del fin a que dirigimos todos nues
tros esfuerzos, de acuerdo con la intención de la Providencia. Sin
embargo, el equívoco del citado pasaje polémico constituye una pe
quenez; lo importante se halla en 1.a conclusión. “Nuestra filosofía -
d ice- no debe transitar por este camino del averromno.” De aquí po
dríamos desprender que nuestro autor, al que tanto le desagrada todo
lo que hasta ahora ha circulado como filosofía, no se contentará con
infecundas explicaciones nominales, sino que mediante la acción y e!
ejemplo expondrá ante el mundo, y dentro de su austera obra, un
modelo del auténtico modo de filosofar.
82 ÍMMAMUEL KANT
decir, hablar mediante el encadenamiento de conceptos (v. 23), o sea,
pensar. E! mismo tuvo que conquistar semejantes habilidades (pues si
le hubieran sido innatas serían hereditarias, cosa que contradice a la
experiencia); sin embargo, admito que estaba provisto de ellas: de otro
modo, no podría estimar el desarrollo de la conducta moral en su hacer
y omitir, que supone necesariamente aquella habilidad.
El instinto, voz de Dios que obedecen todos los animales, era lo úni
co que originariamente conducía al principiante. Le permitía alimen
tarse con ciertas cosas; le prohibía otras {m, 2, 3). Pero no es necesario
admitir un instinto particular, y ahora perdido, para tal uso: pudo ha
ber sido el sentido del olfato y la afinidad de éste con el órgano del
gusto, cuya simpatía (symnfxma) con el aparato digestivo es conocida.
Luego, la facultad de presentir la idoneidad o nocividad de los alimen
tos a gustar habría sido semejante a la que todavía hoy advertimos,
incluso, podemos admitir que en la primera pareja ese sentido no ha
sido más penetrante que en la actualidad. En electo, sabemos que exis
te gran diferencia en la fuerza de percibir entre los hombres que sólo se
ocupan de los sentidos y los que, al mismo tiempo, lo hacen, con el
pensamiento, apartándose así de. las propias sensaciones.
Mientras el hombre sin experiencia obedeció ese llamado de la Na
turaleza se encontró bien en ella. Pero muy pronto comenzó a desper
tarse la razón, que comparó lo ya gustado con lo que le proporcionaba,
otro sentido diferente deí que estaba ligado con el instinto, por ejem
plo el de la vista, produciéndose así una representación de. algo tenido
por semejante a lo ya saboreado. De ese modo, el hombre, trató de lle
var su conocimiento de los medios de nutrición más allá de los límites
del instinto (m, ó). Por casualidad este ensayo pudo salirle bien, aun
que. no estuviese aconsejado por el mismo; lo decisivo fue que no lo
contradijese. Pero- una propiedad característica de la razón consiste en
que ella, auxiliada por la imaginación, no sólo puede, inventar deseos
desprovistos de la base de un impulso natural, sino incluso contrariarlo.
Tales deseos merecen llamarse, en un principio, concupiscentes; pero
gritos, silbidos, cantos y otras actitudes ruidosas (a menudo parecidos a oficios reli
giosos) perturban la parte, pensante de la comunidad. En efecto, no veo otro móvil
para esto, fuera de ía voluntad de manifestar la propia existencia en tomo de ellos.
84 Immanuel kant
roo tiempo con impulso más duradero y uniforme* cuanto más sustraí'
dos se hallan los objetos a los sentidos. De esta suerte se evita la sacie-
dad* que está implícita en ía satisfacción de un deseo meramente ani
mal. Luego, la hoja de parra (v. ?} fue el producto de una exteriorización
de la razón mucho más importante que lo mostrado por el primer grado
del desarrollo de la misma. En efecto, el hecho de convertir una incli
nación en algo más fuerte y duradero, porque su objeto se sustrae a tos
sentidos, muestra ía conciencia de cierta dominación de la razón sobre
los apetitos, y no solamente -co m o ocurría en el primer paso- una
facultad de servirlos en menor o mayor grado. La resistencia fue el arti
ficio que condujo al hombre de las excitaciones meramente sensibles a
las ideales; de los meros apetitos animales, al amor. Del mismo modo,
lo elevó desde el sentimiento de ío sólo agradable, al gusto por la belle
za, únicamente extendido a! comienzo a los seres humanos, pero des
pués a la naturaleza también. La decencia, que es la inclinación que
provoca en otro el respeto hacia nosotros mismos, mediante el decoro
(es decir, ocultando ío que podría incitar el menosprecio), y que es el
fundamento peculiar de toda verdadera sociabilidad, constituyó ade
más el primer signo de la formación culta del hombre, en cuanto cria
tura moral. Pero cuando un comienzo modesto da una dirección com
pletamente nueva al modo de pensar, hace época, y es más importante
que la interminable serie de las ampliaciones de la cultura que surgen
del mismo.
El tercer paso de la razón, una vez que se hubo mezclado con las
primeras necesidades inmediatamente sensibles, fue la reflexiva expec
tación de lo futuro. Esta facultad de no gozar sólo el instante presente de
la vida, sino también de actualizar el tiempo por venir, con frecuencia
muy alejado, constituye el signo más decisivo de la preeminencia hu
mana: la de preparar su destino conforme con fines remotos; pero, al
mismo tiempo, es la fuente inagotable de los cuidados y aflicciones
acarreados por ía incertidumbre del futuro, cosa de que fueron dispen
sados todos los anímales (v. 13-19). El hombre, que debía alimentarse
a sí mismo, a su mujer y a sus futuros hijos, vio la dificultad siempre
creciente del trabajo; la mujer previo los sufrimientos deparados por la
Naturaleza a su sexo y, además, los que le impondría el varón, más
fuerte que ella. Ambos previeron con temor algo que yacía en el fondo
del cuadro, más allá de las penas de la vida, y que inevitablemente
86 ÍMMAXIJB. KANT
lesa. Es palpable que semejante cambio ennoblece; pero, al mismo tiem
po, es muy peligroso, puesto que la Naturaleza expulsa al hombre del
inocente y seguro estado de niñez: por así decirlo, lo arroja fuera de un
jardín que proporcionaba comodidades sin necesidad de fatigas (v. 23),
abandonándolo al vasto mundo, donde le esperan tantos cuidados, es
fuerzos y desconocidos males. Con frecuencia las penas de la vida pro
vocarán, en el porvenir, el deseo de un paraíso creado por la imagina
ción, en el que la existencia del hombre podría soñar o retozar en
tranquila holganza y constante paz. Pero entre él y aquella imaginaria
morada de delicias se interpone la inexorable razón, que lo impulsa
irresistiblemente a desarrollar las capacidades depositadas en él, sin
permitirle retornar al estado de rusticidad y simplicidad de que ella lo
había sacado (v. 24). La razón lo impulsa a soportar con paciencia fati
gas que odia, a perseguir el brillante oropel de trabajos que detesta e
incluso a olvidar la muerte que lo horroriza: todo ello para evitar la
pérdida de pequeneces, cuyo despojo lo espantaría aun más.
Advertencia
; Para proporcionar sólo algunos ejemplos de este conflicto entre los esfuerzos de
la humanidad por alcanzar su destino moral, por una parte, y su invariable obe
diencia a las leyes puestas en su naturaleza en vistas a la condición rústica y ani
mal, por otra parte, aduciré los siguientes casos:
La Naturaleza ha fijado entre los dieciséis y los diecisiete años la época de la mayo-
88 Immanuel icant
que las incitaciones al vicio, lejos de ser culpables, son en si mismas
buenas y, en cuanto disposiciones naturales, conformes a fin. Pero como
esas disposiciones actuaban en el mero estado de naturaleza, sufren
violencia a través de la cultura progresiva, y ésta, a su vez, se encuentra
violentada por aquel estado natural, y será asi hasta que el arte perfec
to se vuelva a tornar naturaleza. Tal es el fin último del destino moral
del género humano.
ría de edad, es decir, tanto la del impulso como la del poder de engendrar la espe
cie. A esta edad el adolescente que vive en rudo estado de naturaleza llega a ser,
literalmente, un hombre, pues tiene el poder de mantenerse a sí mismo, de engen
drar su especie y también de sostener la prole y su mujer. Todo eso resulta fácil por
la simplicidad de las necesidades. Dentro de una condición cultivada, en cambio,
se requieren muchos medios que deben ser adquiridos, tanto los que se refieren a la
habilidad com o a las circunstancias externas favorables. De tai modo esa época, al
menos desde el punto de vista civil, se retarda por término medio en más de diez
años. Por supuesto, la Naturaleza no ha variado el momento de la madurez de
acuerdo con ese progreso del refinamiento social, sino que sigue obstinadamente
la ley que ha depositado en el hombre, tendiente a su conservación en tanto géne
ro animal. De aquí surge la inevitable violencia que las costumbres imponen a los
fines naturales, y éstos a aquéllas. En efecto, desde el punto de vista de la Natura
leza, el ser humano se convierte en hombre a cierta edad, aunque visto desde la
perspectiva civil (en la que, sin embargo, no deja de ser hombre natural) sólo es un
adolescente e incluso un niño, puesto que se puede llamar así a alguien que, en
virtud de su edad (en la condición civil), no se puede mantener a sí mismo y me
nos aún a su prole, aunque posea el impulso y la capacidad de engendrarla, siguien
do el llamado de la Naturaleza. Porque ésta no ha puesto en las criaturas vivientes
ciertos instintos y facultades para que sean combatidos y sofocados. Por tanto, la
disposición de la Naturaleza no se proponía com o meta la condición civil, sino
sólo la conservación de la especie humana en tanto género animal. Luego, el esta
do civilizado se puso inevitablemente en conflicto con las inclinaciones naturales,
y sólo una constitución civil perfecta (fin supremo de la cultura) podría anular
semejante conflicto. Por lo común ese intervalo se llena, actualmente, con vicios,
que le acarrean al hombre todo género de miserias.
O tro ejemplo que prueba la verdad de la proposición según la cual la Naturaleza
depositó en nosotros dos disposiciones concurrentes a dos fines diversos - a saber,
una disposición a la humanidad, encendida como especie animal, y otra a la huma
nidad como especie m oral- es el proporcionado por Hipócrates: tm tonga, vita brevis.
Las ciencias y las artes podrían haber avanzado mucho más mediante una inteli
gencia adiestrada en ellas, poseedora del pleno uso de la madurez de juicio, adqui-
rtelo por el lenco ejercicio y la conquista de los conocimientos,, que lo que genera
ciones enteras de doctos pueden hacer en ese sentido, con tal que aquella inteli
gencia perdurara en su juvenil fuerza espiritual el mismo tiempo abarcado por esas
generaciones juntas. Ahora bien, con respecto a. la duración de la vida del hom
bre, la Natura leía se ha decidido por un. punto de vista distinto al del fomento de
las ciencias. En efecto, cuando la inteligencia más feliz está al borde de los mayores
descubrimientos que su habilidad y experiencia permitirían esperar, sobreviene la
ancianidad, se torna apática y tiene que ceder su puesto a una segunda generación
(la cual debe volver a empezar desde el abc y recorrer una ves más la totalidad del
trecho que ya había sido transitado): de ese modo se añade un palmo al progreso
de la cultura. Por eso, la marcha de la especie humana hacia el logro de su total
destino parece estar incesantemente interrumpida y expuesta ai continuo peligro
de recaer en la antigua rusticidad. No sin razón se lamentaba el filósofo griego: es
una lástima tener que morir, justam ente cuando se em pezaba a ver cóm o se debía vivir.
Un tercer ejemplo puede estar proporcionado por la desigualdad entre tos hombres;
no, por cierto, la referida a las dotes naturales o de la fortuna, sino a la del derecho
hum ano universal. Rousseau tiene mucha razón al lamentarse de esa desigualdad;
pero no se la puede separar de ia cultura mientras ésta progrese, por así decirlo, sin
plan (lo que es inevitable durante cierto tiempo). Sin embargo, la Naturaleza no
había determinado al hombre a tai desigualdad, puesto que ella le dio libertad y
razón para que esa libertad sólo se limitara por su propia legalidad universal y ex
terna, que se denomina derecho civil. Por sí mismo el hombre se debe elevar sobre la
rusticidad de sus disposiciones naturales y, ai levantarse por encima de ellas, tratar
de no tropezar contra las mismas. Tal habilidad sólo se puede adquirir tardíamente
y después de muchos intentas fracasados. Entre tanto, la humanidad gime bajo los
males que por inexperiencia se causa a sí misma.
90 Immanuel kant
brían vivido pacíficamente unos al lado de los otros. La consecuencia
del desacuerdo fue la de una separación entre ellos, operada según'dife
rentes modos de vivir y conforme con su dispersión en la tierra. La vida
pastoral no sólo es dulce, sino que también ofrece una subsistencia más
segura, ya que no pueden faltar alimentos en un suelo extenso y am
pliamente despoblado. En cambio la agricultura, o la plantación, cons
tituye una vida muy penosa: depende de la inconstancia del clima y,
por tanto, es insegura. Exige una morada permanente, la propiedad del.
suelo y un poder suficiente como para defenderlo. Pero el pastor odia
esa propiedad que limita su libertad de pastorear. A primera vista, el
labrador podría creer que el pastor estaba más favorecido por el Cielo
(v. 4); pero de hecho, su vecindad le resultaba muy fastidiosa, porque
el animal que pasta no se cuida de las plantaciones. Después de haberlas
dañado, al pastor le era fácil alejarse con su rebaño y sustraerse a cual
quier indemnización, puesto que por detrás de sí no dejaba nada que
no pudiese volver a encontrar en cualquier parte. El agricultor, pues,
tuvo que emplear violencia contra semejantes perjuicios, que el otro
no hallaba ilegítimos, y si no quería perder los frutos de su penoso tra
bajo (puesto que nunca podía evitar del todo tales provocaciones) te
nía que alejarse lo más posible de los que llevaban vida de pastores (v.
Ió). Esta separación constituye la tercera época.
Si el sustento depende del trabajo y la plantación (principalmente
árboles) de un suelo, exigirá moradas permanentes, y la defensa del
mismo contra todos los peligros reclamará una multitud de hombres
que se prestan mutuo apoyo. Tratándose de este modo de vivir, los
hombres ya no se podrán dispersar en familias, sino que se tendrán
que agrupar y construir comunidades rurales (impropiamente llama
das ciudades) para asegurar la propiedad contra cazadores salvajes o
contra hordas de pastores trashumantes. Las necesidades primarias
de la vida, cuya adquisición exige un modo diferente de vivir (v. 20), se
pudieron intercambiar. En esto se originó la cultura y el arte incipien
te: comenzaron tanto las artes de esparcimiento como las aplicadas
(v. 21, 22). Pero el hecho esencial estuvo en que surgieron algunas
disposiciones para una constitución civil y una justicia publica. Como
es natural, comenzaron en medio de las mayores violencias, cuya ven
ganza ya no se abandona al individuo, como en el estado de salvajis
mo, sino a un poder legal que mantiene la cohesión del todo, es decir,
5 Los beduinos árabes se llaman todavía hijos de un antiguo jeque, fundador de esa
estirpe (com o Beni Haled y otros). Tal jeque no es en modo alguno señor de ellos y
no puede ejercer sobre los mismos ninguna arbitraria violencia. En efecto, tratán
dose de un pueblo de pastores que jamás posee, una propiedad inmobiliaria que
tendría que legar, cada familia puede separarse muy fácilmente de la estirpe, cuan
do no íe agrada seguir perteneciendo a ella, para reforzar otra.
92 Immanuel kant
fin de toda libertad y el surgimiento del despotismo de poderosos tira'
nos. Por una parte, tratándose de culturas apenas incipientes, la sun
tuosidad sin alma de la más abyecta esclavitud se mezcló con todos los
vicios propios de una condición .salvaje. Por otra parte, el género hu
mano se alejó sin resistencias del progreso que la Naturaleza le había
prescrípto, consistente en el desarrollo de las disposiciones al bien. Por
eso se tornó indigno de su existencia, entendida como especie destina
da a dominar la tierra y no a gozar, como un animal, o a caer en una
servidumbre propia de esclavos (v. 17).
Observación final
94 Immanuel kant
riamos con las meras necesidades naturales. En esa época dominaría una
■integra! igualdad entre los hombres, una paz permanente; en. una pala
bra, el puro goce de una vida despreocupada, consumida en el ensueño y
la pereza o en retozones juegos infantiles. Semejante anhelo toma muy
excitantes los Robtnsones y los viajes a las islas del sur; pero, en general,
demuestran el tedio que el hombre pensante siente dentro de una vida
civilizada, cuando en ella sólo busca el goce, por estimarlo como lo valio
so. Si la razón le recuerda que debe darle valor a la vida mediante la
acción, le opone el. contrapeso de la pereza. La nulidad del deseo de retor
nar a esa época de simplicidad e inocencia queda suficientemente mos
trada por lo que nos enseña la anterior exposición del estado originario:
el hombre no se pudo mantener en. él porque no le bastaba; luego, no
estaría dispuesto a retomar al mismo. Por tanto, debe imputarse a sí mis
mo y a su propia elección la actual condición de penalidades.
Una exposición semejante de la historia te será provechosa y útil ai
hombre. Lo instruye y mejora al mostrarle cómo no debe culpar a la
Providencia por los males que lo oprimen; le señala que tampoco es
justo atribuir su propia falta al pecado original de sus primeros padres,
mediante lo cual la posteridad habría heredado una inclinación a tales
transgresiones (pues tas acciones voluntarias no podrían implicar algo
que se herede). Dicha exposición muestra, en cambio, el pleno dere
cho que asiste al hombre para reconocerse a sí mimo como autor de lo
hecho por aquéllos y que debe imputarse a sí mismo la culpa de todos
los males surgidos del abuso de la razón, puesto que puede tener lúcida
conciencia de que en las mismas circunstancias se comportaría de idén
tico modo, de tal manera que el primer uso que habría hecho de la
razón hubiese sido la de abusar de ella (aun contra la indicación de la
Naturaleza). Si admitimos que este punto se halla justificado moral-
mente, una vez realizado el balance del mérito y la culpa, tampoco los
males propiamente físicos dejarían un excedente a nuestra ventaja.
Y el resultado de una antiquísima historia de la humanidad, investi
gada por la filosofía, es éste: contento con la Providencia y la marcha
de los asuntos humanos en su totalidad. Esta no va del bien al. mal, sino
que se desarrolla gradualmente de lo peor a lo mejor, según un progreso
del que cada uno participa en la medida de sus fuerzas. La misma Natu
raleza llama a esta colaboración.
' “Über den Gemeinspruch: ‘Das mag tn der Theorie richtig sein, tau.gt aber nicht
für die Praxis'.” Publicado por primera vez en et Berlinischen Monatschift en sep
tiembre de 1793.
9S iM M AKUa KANT
causa la vacía idealidad de ese concepto se desvanece por entero. Pues
no habría deber cuando nuestra voluntad tendiese a cierto efecto, si éste
no fuese posible en la experiencia (con indiferencia de que lo pensemos
como concluido o en constante aproximación a su plenitud); y en el
presente tratado sólo hablamos de este tipo de teoría. Para escándalo de
la filosofía se ha alegado, con no poca frecuencia, que lo que puede ser
cierto en ella sea, sin embargo, nulo en la práctica. Y por cierto se lo ha
dicho en un tono excesivamente desdeñoso y pleno de arrogancia; pues
se pretendió reformar a la razón misma por medio de la experiencia y,
justamente, en aquello en que ella pone, su honor supremo. La sabiduría
se oscurece, sí cree que con ojos de topo, apegados a lo empírico, se puede
ver más y con mayor precisión que con los ojos propios de un ser consti
tuido para estar erguido y contemplar el cielo.
Esta máxima, que en nuestra época rica en proverbios y vacía de
acción se ha tornado muy común, ocasiona los mayores daños, sobre
todo si la referimos a algo moral (al deber de la virtud o de i derecho).
Aquí hemos de tratar del canon de la razón (en lo práctico), en cuyo
caso- el valor de la praxis se apoya por completo en su adecuación con la
teoría subyacente, y todo se. pierde cuando las condiciones empíricas, y
por tanto contingentes, de la ejecución de la ley se convierten, en con
diciones de la ley misma. De tal suerte se justifica que una praxis, cal
culada sobre el resultado probable de la experiencia sucedida hasta ahora,
domíne ia teoría, subsistente por sí misma.
Divido el presente tratado según tres pumos de vista diversos, a par
tir de los cuales podrán considerar su objeto los hombres prudem.es,
que juzgan con desconfianza las teorías y tos sistemas muy osados. Por
tanto, lo dividiré de acuerdo-con una triple cualidad humana: 1) el
hombre com o ser privado, aunque dotado de ocupaciones [Gescha/bmann];
2) como hombre público (Staatsmann]; 3) como hombre de mundo (o ciu
dadano del mundo en general) [Weírmann]. Estas tres personas están de
acuerdo en asediar vivamente al académico que elabora teorías para
ellas con el. fin de mejorarlas y, puesto que se figuran comprenderlas
mejor, lo reenvían a su escuela (illa se jactet in auía!)d como a un pe
dante que perdido para lo práctico, obstaculiza la experimentada sabi
duría de los tres.1
: “Versuche üher verschiedne Gegenstánde aus der Moral und Litera tur” (Ensayo
acerca de diferentes objetos referidos a la moral y la li cera tura), por Ch. Garve. Pri
mera parte, páginas 1 1 1-11.6, A las discusiones que este digno hombre lleva a mis
proposiciones, con el fin (espero) de ponerse de acuerdo conmigo, las denomino
objeciones y no ataques, que como afirmaciones despectivas estimularían una defensa
para la cual éste no es el lugar adecuado, ni está dentro de mis inclinaciones.
1 El logro de la dignidad de ser feliz constituye una cualidad de la persona que des
cansa en la propia voluntad del sujeto, conforme a la cual una razón que legislara
universalmente (tanto para la naturaleza como para la libre voluntad) concordaría
con todos los fines de esa persona. Por tanto, se diferencia por completo de la habi
lidad de procurarse dicha, pues uno no es digno de ésta, ni del talento que la Natura
leza le otorgó al hombre para alcanzarla, sí poseyese una voluntad que no concuerda
con la única que corresponde a una legislación universal de ía razón, y sí tal voluntad
no pudiera estar contenida en ella (es decir, si se opone a la moralidad).
100 lM.MAMüe.KANT
En efecto» no puede hacerlo como ningún otro ser racional finito en
general; pero sí tiene que hacer completa distracción de esa considera
ción cuando sobreviene la obligación del deber; de ningún modo tiene
que hacer de esa consideración una condición de la obediencia a la. ley
que le prescribe la razón; incluso, en la medida de lo posible» debe
tratar conscientemente de que no se mezclen, de modo inadvertido,
móviles derivados de aquella consideración con las determinaciones del
deber- Y esto se logra en la medida en que se representa eí deber conec
tado más bien con los sacrificios que cuesta su observación (la virtud)
que con las ventajas que nos da; y esto para representarse la obligación
del deber en su aspecto integral, que exige obediencia incondicionada,
autosufíclente y no precisa de ningún otro influjo.
a) Ahora bien, el señor Garve expresa mi principio diciendo que yo
"habría afirmado que la observación de la ley moral, sin referencia al
guna a la felicidad, constituye el ártico fin ultimo del hombre y que se lo
debe considerar como la finalidad única del Creador”. (Según mí teo
ría, el supremo bien del mundo no es ni el de la moralidad de! hombre
por sí, ni la felicidad por sí misma, sino que consiste en la reunión y
concordancia de ambas: esto sí constituye el único fin del Creador.)
B) Además yo había sostenido que ese concepto del deber no nece
sitaba poner como fundamento ningún fin particular, sino que más bien
suscita otro fin para la voluntad del hombre, a saber, la de contribuir,
mediante todas las facultades, al supremo bien posible en el mundo (la
felicidad universal del mundo entero, unida a la más pura moralidad y
conforme a ésta). Lo cual, ya que está a nuestro alcance en uno de sus
aspectos, pero no en los dos, obliga a la razón, desde un punto de vista
práctico, a creer en un Señor moral del mundo y en la vida futura. Mo es
que por el supuesto de ambas creencias el concepto universal del deber
obtenga “firmeza y solidez”, es decir, un fundamento seguro y la fuerza
propia de un móvil, sino que sólo en ese ideal de la razón pura ese con
cepto alcanza un objeto.4 En efecto, en sí mismo considerado, el deber
4 La necesidad de admitir como fin. último de todas las casas y, mediante nuestra
cooperación, un bien supremo en el mundo, no surge de. un defecto de los móviles
morales, sino de relaciones externas en las que, únicamente, y conforme a dichos
móviles, se puede producir un objeto como fin en sí mismo (como fin moral últi
mo). En efecto, sin ningún fin no puede haber voli-míod alguna, aunque cuando esa
finalidad depende meramente de la coacción legal de las acciones hay que prescin-
dír de ella, puesto que sólo la ley constituye el fundamento de determinación del
fin. Pero no todo fin es moral (no lo es, por ejemplo, el de la propia felicidad): para
serlo debe tener carácter desinteresado. La necesidad de un fin último, propuesto
por la razón pura y capar de abarcar en un principio a la totalidad de todos los fines
(un bien que, en el mundo, sea supremo y posible por nuestra cooperación), cons
tituye una necesidad de la voluntad desinteresada, que se desborda, pasando por
encima de la observación de la ley formal, hasta llegar a la producción de un obje
to (el bien supremo}. Tal determinación de la voluntad es de índole particular, a
saber: se fundamenta medíante la idea de la totalidad de los fines, de tal modo que,
cuando estamos en cierta relación moral con las cosas del mundo, tenemos que
obedecer, en todos los casos, a la ley moral; y el deber añade además: hay que
actuar con todas las fuer-as para que exista semejante relación (la de un mundo
adecuado al fin ético supremo). De este modo, el hombre se piensa en analogía
con la divinidad, puesto que ella, aunque subjetivamente no necesite ninguna
cosa, exterior, no puede ser pensada como cerrada en sí misma, ya que se determina
al producir el supremo bien fuera de ella misma. A semejante fonos idad necesaria
[Noumuiígüj (que para el hombre es deber) nosíxros sólo podemos representarla
en el ser supremo como exigencia |Bedtir/msl moral. Por eso, tratándose del hom
bre, el móvil que yace en ía idea de bien supremo, posible en el mundo por su
cooperación, no es el de la propia felicidad así intentada, sino sólo esa idea, enten
dida como fin en sí misma; es decir, el móvil se halla en su persecución en cuanto
deber. No contiene la perspectiva de la pura felicidad, sino cierta proporción entre
ella y la dignidad del sujeto, cualquiera, sea. Pero una determinación de la volun
tad que se limita a sí misma y que pone como límite de su intención a la condición
de pertenecer a cal todo, na es interesada.
cionado; a ío sumo, una sería mejor que ía otra (por lo cual llamaría
mos a ia última, comparativamente mala), pues no se diferencian entre
.V V S ' : V , í
sí según, la índole, sino según el. grado. Lo mismo ocurre con toda acción
cuyo motivo no esté en la ley iacondicionada de la razón (deber), sino,
en algún fin puesto arbitrariamente por nosotros como fundamento, el
cual pertenece a ia suma de todos los fines y a cuyo logro denominamos
felicidad. Luego, puesto que una acción puede contribuir más que otra
a mi dicha, será mejor o peor. Pero el hecho de preferir un estado de
determinación de la voluntad a otro constituye tan sólo un acto de la
libertad (res meme facukads, como dicen los juristas), en el que no se
considera para nada la cuestión de saber si esa (determinación de la
.¡w# a * * . ■
&La felicidad contiene todo (y también nada más) que lo que b Naturaleza nos ha
procurado; la virtud, en cambio, lo que sólo el hombre se puede dar o quitar a sí
mismo. Si, por el contrario, dijésemos que, al apartarse de la última, el ser humano
se acarrea recriminaciones y -desde el punto de vista moral puro- censuras a sí
mismo; es decir, si afirmáramos que se ocasiona una insatisfacción que puede tor
narlo infeliz, diríamos algo que en todos los casos podemos conceder. Pero de tai
insatisfacción moral-pura (que no brota de consecuencias de la acción, desventa
josas para el hombre, sino de la mera ilegalidad de la misma) sólo es capaz el vir
tuoso o el que está en camino de serlo. Por consiguiente, la insatisfacción no es
causa de la virtud, sino el efecto de ser virtuoso, y la razón que mueve hacia esta
condición no se puede derivar de esa infelicidad (si queremos llamar así al dolor
que brota de una mala acción).
‘ El señor Ch. Garve (en las notas al libro de Cicerón acerca de los deberes, pág.
69, ed. de 1783) hace esta extraña confesión, digna de su perspicacia: “La más
íntima convicción de la libertad seguirá siendo algo insoluble y jamás explicable”.
No se podría hallar una prueba de su realidad en la experiencia inmediata o mediata,
y sin prueba alguna no podemos admitirla. Ahora bien, no podemos aducir una
demostración de la libertad realizada con razones meramente teoréticas (puesto
que habría que buscarlas en la experiencia). Por canto, derivarían de proposicio
nes de la razón tan sólo prácticas, pero no de las técnico-prácticas (que volverían
a exigir fundamentos tomados de la experiencia), sino de principios moralmente
prácticos. He aquí lo extraño: ¿por qué el señor Garve no se atuvo al concepto de
la libertad para salvar, al menos, la posibilidad de esos imperativas?
108 Im m a n u el k a n t
ultima, hubiese pensado» por ejemplo, del siguiente modo: “Si espon
táneamente devuelves a los verdaderos propietarios eí bien ajeno que
tienes, es verosímil que sea recompensada tu honradez; o, si. no ocu
rriera eso, conquistarás una buena y extendida fama, que te será muy
productiva. Pero todo esto es demasiado incierto. En cambio, también
hay muchos reparos para detentar lo que te fuera confiado con el fin de
salir de aquella estrecha situación: pues, al hacer un rápido uso de ese
dinero te volverías sospechoso. En efecto, ¿'cómo y por qué caminos
hubieras llegado tan rápidamente a mejorar tu situación? Pero» si lo
usaras lentamente, tu miseria se seguiría acrecentando, hasta el punto
de que el préstamo ya no te socorrería.” Por tanto, de acuerdo con la
máxima de la felicidad, la voluntad oscila entre móviles; ella se debe
decidir por alguno, porque tiende al éxito y éste es incierto. La volun
tad exige tener una buena cabeza para desatarse de las apreturas de las
razones en pro y en contra y no engañarse en el cálculo de conjunto.
En cambio, cuando la voluntad se pregunta: ¿cuál, es, en este caso, el.
deber?, no aplaza en absoluto una respuesta que se da por sí misma,
sino que, en el acto, está segura de hacer lo que debe. Incluso, cuando
en ciertas circunstancias el deber no rige para ella, siente espanto por
tener que trabar relaciones con un cálculo de ventajas que podrían
surgir de su infracción, aun cuando todavía no hubiese elegido.
El hecho de que esta diferencia (que, como mostramos antes, no es
tan. sutil como el señor Garve piensa, sino que está escrita en el alma
del hombre con gruesísimos trazos en extremo legibles) se pierda total
mente cuando se la lleva a la acción , contradice a la propia experiencia.
No me refiero, como es natural, a la que expone la historia de las máxi
mas que brotan de uno u otro principio, pues eso prueba, desgraciada
mente, que la mayor parte de las veces la máxima huye de lo último
(de! interés), sino que considero la experiencia -que sólo puede ser
íntim a- según la cual sabemos que ninguna idea eleva más el alma
humana, animándola hasta el entusiasmo, que la de un espíritu que
venera el deber sobre todas las cosas, en lucha con los innumerables
males de la vida y con sus más brillantes tentaciones, mostrando que es
capaz de triunfar contra ellas mediante una pura intención moral (con
derecho admitimos que el hombre es capaz de hacerlo). La circunstan
cia de que éste puede porque debe, le abre el fundamento de sus divinas
disposiciones que, por así decirlo, le permiten sentir la sagrada con-
UO ímmaxuel KANT
puede exigir. En efecto, toda esa experiencia en nada lo auxiliaría cuan
do se trata de sustraerse aí precepto de la teoría, sino que, por el con
trario, lo ayudará a aprender cómo tai teoría puede ponerse en obra de
un modo mejor y más universa!, una vez que sus principios hayan sido
admitidos. Pero ahora no tratábamos de semejante habilidad pragmá
tica, sino de tales principios.
Entre todos los contratos por los cuales una multitud de hombres se
vincula en una sociedad (pactum sacíale), el que se establece para lo
grar una constitución civil entre ellos (pactum untonis civilis) es de índole
tan particular que, aunque desde el punto de vista de la ejecución, tenga
mucho en común, con los demás (también dirigidos a lograr colectiva
mente un fin cualquiera) , se diferencia esencialmente, sin embargo, de
cualquier otro por el principio de su fundación (ctrnsótntionis civilis).
La reunión de muchos en algún fin común (que todos tienen) puede
hallarse en cualquier contrato social; pero la asociación que es fin en sí
misma (que cada uno debe tener), por tanto, la. reunión de los hombres
en todas sus relaciones externas, en general, en la que no pueden evi
tar el llegar a un mutuo influjo, es un deber incondicionado y primero,
sólo hallable en una sociedad que se encuentre en condición civil, es
decir, que constituya una comunidad. Ahora bien, el fin que en tal
relación externa es un deber en sí mismo, e incluso, la suprema condi
ción formal fcondítio sine qua non) de los restantes deberes exteriores,
es el derecho del hombre bajo leyes de coacción pública, mediante las
cuales a cada uno se le determina lo suyo y puede asegurarlo frente a la
usurpación de los demás.
Pero el concepto de un derecho externo en general procede total
mente del concepto de libertad en las relaciones exteriores de los hom
bres entre sí, y no tiene nada que ver con el fin que éstos poseen de
modo natural (la tendencia a la felicidad) ní con la prescripción de los
medios para lograrlo. Por tanto, estos últimos fines no se deben mez
clar en absoluto con aquella ley, como fundamento de su determina
ción. El derecho consiste en la limitación de la libertad de cada uno,
114 l«M a n u el k a n t
mismo para codos. Esa identidad se refiere a la facultad de coaccionar a
los demás; de tai suerte que la libertad de un hombre existe junto a la
mía, siempre que su empleo esté dentro de los límites de ¡a concordan
cia, Puesto que el nacimiento no es ningún acto del que nace, no se le
aplicará ninguna desigualdad de estado jurídico ni ningún sometimiento
a leyes de coacción, salvo lo que tenga de común con todos los otros
súlxlitos de un supremo y único poder legislador. Por lo tanto, un miem
bro de la comunidad, en cuanto súbdito coetáneo de otro, no puede
tener ningún privilegio innato, y nadie le podrá legar a sus descendien
tes la prerrogativa de un rango dentro de la comunidad que,, por así
decirlo, lo clasificaría en un clase dominante por el nacimiento, tam
poco puede impedir coactivamente a otros que lleguen por mérito pro
pio al grado superior en la escala de las subordinaciones (dentro del
superior e inferior; pero sin que uno sea irnperans y el otro suhjecms). El
hombre puede legar todo lo demás, lo que es cosa (lo no concerniente
a la personalidad) y que como propiedad puede adquirirlo o venderlo.
De ese modo, en la serie de los descendientes se produce una conside
rable desigualdad, referida a las circunstancias del poder [Vermógen-
sumstanden] entre los miembros de una comunidad (asalariado,
locatarios, propietario rural y peones agrícolas, etc.). Esto no puede
ímpídir, sin embargo, que los últimos estén facultados para elevarse a
la misma condición que los primeros, si el talento, la habilidad y la
suerte lo hacen posible. De otro modo, a algunos les sería lícito coac
cionar sin ser coaccionados por la reacción de los otros, y se elevarían
por encima del grado de súbdito asociado [Mimntmtandj.
Luego, ningún hombre que viva en la condición jurídica propia de
una comunidad, podrá perder esa igualdad, a no ser por propio delito,
pero jamás por pacto o sometimiento a! poder de la guerra (occupatia
bellica), pues por ningún acto jurídico, propio o ajeno, puede dejar de
ser dueño de sí mismo e ingresar en una clase digna del ganado domés
tico, que se usa para todo servicio y como se quiera, y a los que se
mantiene en esa condición sin su consentimiento, tanto tiempo como
se quiera; aunque con la limitación de no estropearlos o matarlos (li
mitación que a veces, como entre los indios, ha sido sancionado por la
religión). Podemos considerar feliz a un súbdito de cualquier condi
ción, con tal de que tenga conciencia de que sólo depende de sí mismo
(de su poder o riguroso querer) y que no puede culpar a las circunstan-
9 Los que fabrican una obra (opus) pueden pasarla a otro mediante enajetmaon, como
siendo algo que íes pertenece en propiedad. Pero la praesttuio operae no es una enaje
nación. Ei doméstico, el ayudante de tienda, el jornalero e, incluso e! peluquero, son
tan sólo üfJerariL no artífices (en el amplio sentido de la palabra) y n o son miembros
del Estado ni se deben calificar como ciudadanos. Sin embargo, aquel a. quien le
encargo mi leña, y el sastre, a quien te doy mi paño para que me haga un traje,
parecen encontrarse con relación a. mí en un estado de total semejanza. Pero aquél
se. diferencia de éste como e! peluquero del fabricante de pelucas (ai que puedo darle
el cabello para, que haga pelucas), es decir, tal como el jornalero se distingue del
artista o artesano que hace una obra que le pertenece mientras no le sea pagada. El
último, como industrial, cambia su propiedad con otro (opus); el primero, e! uso de
sus fuerzas, que otorga a otro (operara). Confieso que es difícil determinar los requi
sitos que debe llenar la condición de un. hombre que pretenda ser su propio señor.
i i8 iMMANUa KAMI
Conclusión
K-Si, por ejemplo, se impusiese un tributo de guerra proporcional a todos los súbditos,
éstos, porque sea gravoso, no podrán decir, sin embargo, que sea injusto por creer que
la guerra era inútil, pues no están facultados para juzgar sobre semejante c o sí . Ese
tributo, a juicio del súbdito, regirá como justo, porque seguirá siendo posible que la
guerra sea inevitable y el impuesto indispensable. Pero si durante la guerra se gravara
a ciertos propietarios con determinados suministros y se perdonase a otros de la misma
condición, se advierte claramente que la totalidad de un pueblo no podría concordar
con semejante ley y estará autorizado, al menos idealmente, a actuar contra la misma,
puesto que ese desigual reparto de las cargas no se puede considerar como justo.
11 Desde este punto de vista, hay ciertas prohibiciones de importar que favorecen la
producción en beneficio de los intereses de los súbditos, y na en provecho de tos
1 .2 0 Ihmanuel k a n t
tando de saber si fueron tomadas prudentemente o no, se puede equivo
car; pero el error no cabe si se interroga a sí mismo si la ley concuerda
o no con el principio del derecho, puesto que, como infalible medida,
tiene en la mano la idea del contrato originario, que es a prioñ (y no
necesita, como ocurre con el principio de la felicidad, aguardar que la
experiencia lo instruya acerca de la idoneidad desús medios). Pues con
tal de que no haya contradicción en que todo un pueblo esté de acuer
do con tal ley, por penosa que le parezca ser, esa ley es conforme al
derecho. Pero si una ley pública es conforme al derecho, es irreprocha
ble (irreprensible), también ha de tener la facultad de coaccionar y, por
otra parte, la prohibición de oponerse a la voluntad del legislador, in
cluso si no es por actos. Es decir: el poder que efectúa la ley dentro deí
Estado tampoco admite resistencia (es irresistible). Sin semejante poder
no habría ninguna comunidad jurídicamente existente, ya que tiene la
fuerza de abolir cualquier resistencia interior. La máxima por la cual
ésta acontece aniquilaría, al tornarse universa!, toda constitución civil
y exterminaría ía única condición en la que el hombre puede ser po
seedor de derechos en general
De aquí se sigue que toda resistencia at poder legislador supremo, es
decir, toda sublevación que posibilite la efectividad de la insatisfac
ción de los súbditos, toda insurrección que estalle en rebelión, consti
tuyen, dentro de la comunidad, crímenes supremos, dignos del mayor
castigo, porque destruyen los fundamentos de ía misma. Esta prohibi
ción es incondicionada, hasta tal punto que cuando ese poder o su agen
te, el jefe de Estado, violara el contrato originario y perdiera, a los ojos
deí súbdito, la prerrogativa de ser legislador del derecho, puesto que
conduce el gobierno de modo prepotente y violento (tiránicamente),
sin embargo al súbdito no le está permitida resistencia alguna, enten
dida como contra-violencia. He aquí la razón de este hecho: tratándo
se de una constitución civil ya subsistente, el pueblo carece ya del de
recho de juzgar y determinar el modo en que debe ser administrada.
Supongamos que tenga ese derecho y que su dictamen sea adverso al
juicio del jefe de Estado real ¿Quién, en este caso, podría decidir de
No existe ningún casia necessiuuts, fuera del caso en que los deberes están en
mutuo conflicto, a saber cuando estos se producen entre un deber mcondirionodo y
otro (quita grandioso, pero sin embargo) condicionado, por ejemplo, cuando se tra
ta de prevenir un desastre dei Estado por medio de la traición de un hombre a otro,
con el cual está en una relación semejante a la que hay entre padre e hijo. Prevenir
el mal que amenaza al Estado es un deber incondicionado, mientras que prevenir
el que amenaza la desdicha del hombre es condicionado (a saber, en cuanto no sea
culpable de un crimen contra el Estado). Si el hijo denunciara el intento del padre
al gobierno, lo hará con gran repugnancia, pero por necesidad (moral). Si alguien,
para salvar su propia vida, en cambio, le dijese a otro náufrago, quitándole el ta
blón a que se aferra, que tiene derecho de hacerlo por su necesidad (física), dirá
algo por entero falso. La conservación de mi vida sólo es un deber condicionado
(si puede acontecer sin crimen); pero constituye un deber incondiciondo no qui
tar la de otro, sí éste no me hiere, y no me pone en peligro de perder la mía. Sin
embargo, eí teórico del derecho civil universal procede de manera muy conse
cuente con la facultad jurídica cuando confiesa este auxilio de emergencia, pues la
autoridad pública lObrigkeitl no puede unir ningún castiga con k protóíscion, ya que
ese castigo tendría que ser el de la muerte. Pero sería una ley disparatada la de
amenazar de muerte a alguien que, en situaciones peligrosas, no se entregaría vo
luntar iamen te a la muerte.
I 22 IMMANU& KANT
so como preciso y modesto Achenwall, en su teoría del derecho natu
r a l , D i c e : “Cuando el riesgo que amenaza a la comunidad supera
-después de una larga tolerancia de la injusticia del je fe - ai de empu
ñar las armas contra él, el pueblo se le podrá resistir, apoyándose en el
derecho de rescindir el contrato de su sometimiento, y destronarlo por
tirano". Concluye con estas palabras: “De tal modo (con relación a su
anterior soberano) el pueblo retoma al estado de naturaleza”.
Creo sinceramente que ni Achenwall ni ninguno de los honrados
hombres que racionalmente están de acuerdo con él hubiesen dado su
consejo o asentimiento, llegado el caso, para tan peligrosa empresa.
Además, apenas es dudoso que si hubiesen fracasado los levantamien
tos por los que Suiza, los Países Bajos o Gran Bretaña alcanzaron tas
constituciones tan felizmente ensalzadas que en la actualidad tienen,
el lector de la historia de tales rebeliones hubiese visto en la ejecución
de sus autores, ahora tan exaltados, el merecido castigo por enormes
crímenes contra el Estado. Pues, en nuestra estimación de los funda
mentos del derecho habitualmente introducimos el desenlace, y mien
tras que éste era incierto, ios fundamentos eran ciertos. Pero es claro
que en. lo concerniente a estos últimos -si concedemos que mediante
tal levantamiento no se comete injusticia con trae! príncipe reinam e-
(cuya joyeuse entrée habría violado eí contrato con el pueblo, que tiene
un fundamento real), el pueblo, con este modo de buscar su derecho,
habría hecho injusticia en altísimo grado, porque una vez aceptada la
máxima del levantamiento se tornaría insegura toda constitución jurí
dica y se introduciría una condición de completa ausencia de ley (sta
tus naturalis), en el que el derecho, cualquiera que fuese, dejaría de
tener el más mínimo efecto. Tratándose de la propensión, que halla
mos en tantos autores bienintencionados, de hablar a favor dei pueblo
(para su perdición), sólo quiero advertir que, en parte, la causa de la
confusión está en e! engaño por el que, al hablar, suplantan en sus
juicios el principio deí derecho por el principio de la felicidad; y, en
parte, porque, al no haber encontrado un contrato realmente propues
to a la comunidad -aceptado por el jefe de la misma y sancionado por
am bos- admiten la idea del contrato originario, que siempre está en la
razón como fundamento, como algo que tiene que acontecer realmente,
HAunque el contrato rea! del pueblo con el soberano siempre pueda ser violado,
dicho pueblo no se le opondrá en tanto comunidad, sino sólo en cuanto coalición
perturbadora. En efecto, como la constitución hasta entonces existente ha sido
destruida por el pueblo, es preciso ante todo organizar una nueva comunidad, Si
no fuera así, se introduciría la anarquía con todos sus horrores o, al menos, estaría
posibilitada por esa situación; lo injusto es, en ese caso, la injusticia que, dentro
del pueblo, cada partido comete contra otro. También el ejemplo mencionado
aclara el hecho de que cuando los alborotados súbditos de un Estado quieren im
poner por la violencia otra constitución, ésta los oprimirá con mayor rigor que ía
que destruyeron, llega oda a estar consumidos por los eclesiásticos y aristócratas,
mientras que bajo un jefe que dominara sobre todos, hubieran podido esperar una
mayor igualdad en eí reparto de las cargas del Estado.
124 ¡ m m a n u el k a n t
lo práctico. La constitución de Gran Bretaña, en. la que el pueblo in
tervino tanto y que pareciera ser ejemplar para todo el mundo, sin
embargo, calla por completo la facultad que ella le concede al pueblo
en eí caso de que el monarca transgrediera el contrato de 1638; por
tanto, si el monarca lo violara, el pueblo se reservaría el derecho de
una secreta rebelión, puesto que no hay ninguna ley al respecto. El
hecho de que la constitución contenga, en este caso, una ley que justi
fica el derrocamiento de la constitución subsistente a partir de una
legislación particular (suponiendo también que el contrato fuera vio
lado) es una clara contradicción, pues, ella tendría que contener al
mismo tiempo un contrapoder públicamente constituidores decir, ten
dría que existir un segundo jefe de Estado que asegurase el derecho deí
pueblo contra el primero, y un tercero que decidiera de parte de cuál
de los dos se halla el derecho. Los mencionados conductores del pue
blo (o, si queremos, sus tutores) se han preocupado por librarse de esa
acusación, en el caso del fracaso de su empresa: se han mveniado que el
monarca, expulsado por el temor, realiza un voluntario abandono del
gobierno, antes que atribuirse el. derecho a deponerlo; ya que con ello
habrían logrado que la constitución se contradijera a sí misma de modo
manifiesto.
Espero que no se reprocharán mis afirmaciones, diciéndose me que
con semejante inviolabilidad yo lisonjeo a los monarcas. Del mismo
modo espero que no se me objete un excesivo favorecí miento del pue
blo por el hecho de que afirme que tiene inalienables derechos frente
el jefe de Estado, salvo los que se refieren a la coacción.
Hobbes es partidario de la opinión contraria. Sostiene (De eme, cap.
7) que no hay ningún contrato por el cual el jefe de Estado esté com
prometido con el pueblo y no puede cometer injusticia con el ciudada
no (puede disponer como quiera de ese ciudadano). Tal tesis sería
exactísima, si por injusticia se entendiera la lesión que le concede al15
15 Dentro del Estado, ningún derecho puede ser silenciado pérfidamente, por así
decirlo, medíante una restricción secreta, y menos aún, el derecho que se arroga eí
pueblo por pertenecer a un estado constitucional en eí que todas las leyes se deben
pensar como nacidas de una voluntad pública. Por lo tanto, sí la constitución per
mitiera la insurrección, tendría que explicar públicamente el derecho que la asiste
y el modo de hacer uso del mismo.
128 I K ANT
Sobre las relaciones entre la teoría y la práctica en eí derecho
internacional, consideradas desde un punto de vísta
filan trópico-universal, es decir cosmopolita11
(Contra Moisés Mendelssohn)
ls Kant: mismo añade este signo de interrogación a la cita. |N. del E.j
alemanas al nombrar a esos seres. Recuerdo haber leído en Sonnerat que en Ava (la
tierra de los burachmanes), el principio deí bien se llama Godeman (palabra que
parece hallarse en el nombre Darius Codonumma); y que la palabra Ahúman suena
muy parecida a arge Mann, y que el actual persa contiene una gran cantidad de
palabras de origen alemán; así que para los estudiosos de la Antigüedad puede ser
una tarea perseguir, con el hilo conductor de los parentescos lingüísticos, el origen
de los actuales conceptos religiosos de muchos pueblos.
uno es huésped en su peregrinación por ía vida, para ser pronto desplazado por
otro; 2 } com o una cárcel, opinión sostenida por ios hramanes, los riberanos y otros
sabios de Oriente (aun por el mismo Platón): un lugar de enmienda y purificación
de los espíritus caídos del cielo, ahora ánimas humanas o animales; 3) como mani
comio, donde no sólo cada cual arruina su propio propósito, sino que hace a los
demás todo el daño imaginable, y considera la destreza y el poder para hacerlo can
mayor honra; 4 ) como cloaca, donde van a parar la inmundicia de los otros mun
dos. La última ocurrencia es original, en cierto modo, y se la debemos a un ingenio
persa que colocó el paraíso, morada de la primera pareja, en el cíelo; en el cual
había un jardín provisto de árboles, cuyos frutos una vez desgustados no dejaban
residuo alguno, porque éste se perdía misteriosamente: sólo había un árbol en el
medio del jardín que no tenía esa virtud. Nuestros primeros padres comieron de él,
a pesar de la prohibición, así que, para no ensuciar el cielo, un ángel tuvo que
señalarles la tierra, allá lejos, can las palabras: “he ahí la cloaca de todo el univer
so”, y allí los condujo por su necesidad, volviendo después ai cielo. De ahí surgió el
género humano en la tierra.
Observación. Como aquí sólo nos las habernos con ideas (o juga
mos con ellas) que la misma razón se crea, cuyos objetos (si es que los
tienen) radican fuera totalmente de nuestro horizonte, y como, aun
que hay que considerarlas vanas para el conocim iento especulativo,
no por eso tienen que ser vacías en todos los sentidos, sino que la
misma razón legisladora nos las pone a nuestro alcance en sentido
práctico, no para que nos pongamos a cavilar sobre sus objetos, sobre
lo que sean en sí y según su naturaleza, sino para que las pensemos en
provecho de los principios morales, enderezados al fin ultimo de to
das las cosas (con lo cual, esas ideas, que de otro modo serían total
mente vacías, reciben práctica realidad objetiva), así tenemos delan
te de nosotros un campo de trabajo líbre: dividir este producto de
nuestra propia razón, e! concepto general de un fin de todas las cosas,
según la relación que guarda con nuestra facultad cognoscitiva y es
tablecer la clasificación subsiguiente.
Por ello, el todo lo dividimos en: I } el fin natural3 de todas las cosas,
según el orden de los fines morales de la sabiduría divina, que podemos
comprender muy bien (en sentido práctico); 2) el fin místico (sobrena
tural) de las mismas, según el. orden de las causas eficientes, del que no
14 2 Im m a n u el k a n t
comprendemos nada; el fin antinatural (invertido) provocado por no-
sorras mismos al comprender equatacadamente el fin último; y lo pre-
sentaremos en tres secciones: la primera acaba de ser estudiada, así que
nos quedarán las dos siguientes.
144 Im m a n u el k a k t
práctico, sino que lleva a gusto su osadía a lo trascendente, tiene tam
bién misterios), donde la razón ni se comprende a sí misma ni aquello
que quiere, sino que prefiere entusiasmarse, cuando estaría más a tono
con el habitante intelectual de un mundo sensible mantenerse dentro
de los límites de éste. Así se produce ese sistema monstruoso de Lao-tse
sobre el sumo bien, que consiste en nada, es decir, en la conciencia de
sentirse absorbido en la sima de la divinidad por la fusión con la misma
y el aniquilamiento de su personalidad; y para anticipar la sensación de
ese estado hay filósofos chinos que se esfuerzan, dentro de un oscuro
recinto, en pensar y sentir esta nada cerrando los ojos. De aquí el
panteísmo (de los tibe taños y de otros pueblos orientales) y ei espinocismo
extraído por sublimación filosófica de aquél; hermanándose ambos con.
el primitivo sistema emanantista según el cual todas las almas humanas
emanan de la divinidad (con reabsorción final por ella). Y todo para
que los hombres puedan disfrutar, por fin, de un reposo eterno que es
igual a ese pretendido fin beatífico de todas las cosas; concepto que, en
verdad, sirve de punto de partida a la razón y, a la vez, pone término a
todo pensamiento.
Imaginar el fin de todas las cosas que pasan por las manos del hom
bre es una estupidez a pesar de su buena finalidad: porque significa el
empleo de medios tales, para alcanzar los fines, que repugnan precisa
mente a éstos. La sabiduría, es decir, la razón práctica en la adecuación
de las medidas totalmente congruentes con el sumo bien, es decir, con
el fin ultimo de todas las cosas, sólo en Dios reside; y no actuar de
manera patente contra su idea es lo que se podría llamar sabiduría hu
mana. Pero este seguro contra la estupidez, que el hombre no puede
prometerse más que a fuerza de- ensayos y de frecuentes cambios de
plan, es más bien “un tesoro que ni siquiera el mejor de los hombres
puede hacer más que perseguirlo y no alcanzarlo”; aunque tampoco tie
ne que hacerse nunca ta interesada consideración de que le es permiti
do perseguirlo menos porque ya lo tiene alcanzado. De. aquí esos pro
yectos, que cam bian de tiem po en tiem po y que a menudo se
contradicen, de encontrar las medios adecuados para que la religión se
depure y sea pujante en todo un pueblo; de suerte que podemos exclamar:
¡pobres mortales, nada hay entre vosotros constante más que ta in
constancia!
Cuando estos intentos han. dado tanto de sí que la comunidad es ya
E sta c u e s t ió n e x ig e u n fr a g m e n to d e ia h is to r ia h u m a n a , p e ro n o
re fe r id o a l tie m p o p a sa d o , s in o a l fu tu ro ; p o r ta n t o , p id e u n a h is to ria
« adem an te q u e , si n o se r e a liz a se g ú n le y e s n a tu r a le s c o n o c id a s (ta le s
c o m o lo s e c lip s e s d e so l o d e lu n a ) , será adivinatoria y, n a tu r a lm e n te ,
c o m o n o se p o d ría lo g ra r u n a v is ió n d e l fu tu r o s in o m e d ia n te u n sa b e r
c o m u n ic a d o y a m p lia d o p o r lo so b re n a tu ra l, h a d e d e n o m in a r s e profética
(c a p a z d e le e r e l p o r v e n ir ) .1 P o r o tr a p a r te , n o se tr a ta a h o r a d e la
h is to r ia n a tu r a l d e l h o m b r e (saber, p o r e je m p lo , si e n lo fu tu r o su rgirán
n u e v a s razas), s in o d e la historia m oral A d e m á s , c u a n d o p r e g u n ta m o s si
e l g é n e r o h u m a n o ( e n g e n e r a l) p ro g re sa c o n s t a n t e m e n t e h a c ia lo m e
jo r, n o a b a rc a m o s d ic h a h is to r ia seg ú n e l concep to genérico (singulorum ) ,
s in o d e a c u e rd o c o n la totalidad d e los h o m b re s s o c ia l m e n te re u n id o s
e n la tie r r a y re p a rtid o s e n d iv e rs o s p u e b lo s (u n tve rso ru m ).
2 . ¿ C ó m o l o p o d e m o s s a b e r?
C o m o n a r r a c ió n p r o fé tic a d e la h is to r ia d e lo q u e h a d e a c o n te c e r
e n e l p o rv e n ir , p o r ta n t o , e n c u a n to p o s ib le r e p r e s e n ta c ió n a priori d e
a c o n t e c im ie n t o s q u e p e r t e n e c e n a l fu tu ro . P e r o ¿ có m o es p o s ib le u n a
h is to r ia a priori! R e sp u e sta : si e l p ro fe ta m is m o h a c e y d is p o n e los a c o n
te c im ie n to s q u e a n u n c ia d e a n te m a n o .
L o s p r o fe ta s ju d ío s p o d ía n , p r o fe tiz a r q u e , e n b re v e o c o r t o p la zo , n o
* “De Der Straít der Facultaren” (El conflicto de las Facultades), sección II, “C on
flicto entre la Facultad de Filosofía con la de Derecho”; publicada en 1798.
1 Desde la Pythia hasta tos gitanos, se llaman “decidores de la buena fortuna” a los
que chapucean predicciones (sin hacerlo con conocimiento o probidad).
3 » D i v i s i ó n d e l c o n c e p t o d e a q u e ll o q u e s e q u is ie r a
s a b e r d e l p o r v e n ir
L o s ca so s q u e p u e d e n p e r m itir a lg u n a p r e d ic c ió n so n tres: o e l g é n e
ro h u m a n o retrocede d e m o d o c o n t in u o h a c ia lo peor, o progresa c o n s
ta n t e m e n te , p o r r e la c ió n a su d e s t in o m o ra l, h a c ia lo m ejo r, o se están-
A u n q u e se c o m p r o b a r a q u e e l g é n e r o h u m a n o , c o n s id e r a d o e n su
to ta lid a d , h a e s ta d o a v a n z a d o y p r o g re s a n d o d u r a n te m u c h o tie m p o ,
n a d ie , sin e m b a rg o , p o d ría a seg u ra r q u e ju s ta m e n te a h o r a , e n v ir tu d d e
d is p o s ic io n e s físic a s d e n u e s tra e s p e c ie , n o se in ic ia r a la é p o c a d e su
r e tro c e so ; e, in v e r s a m e n t e , si r e tr o c e d ie r a y c o n a c e le ra d a c a íd a se e n
c a m in a r a a lo p eor, n o p o r e s o d e b ié r a m o s d e s a n im a m o s , p u e s q u izá
e n t o n c e s e n c o n t r á r a m o s e l p u n t o d e c o n v e r s i ó n (punctum flexus
contrarii) e n el c u a l, p o r las d is p o s ic io n e s m o ra le s d e n u e s tr o g é n e r o , su
m a rc h a v o lv e r ía a g ir a r h a c ia lo m ejo r. E n e f e c t o , h e m o s d e e n fr e n ta r
dictar d e
n o s c o n seres q u e a c t ú a n lib r e m e n te . P o r c ie r t o , se les p u e d e
a n te m a n o lo q u e deben h a c e r , p e ro n o se p u e d e predecir lo q u e harán y
q u izá a l s e n tir e l m a l q u e se in flig e n e llo s m ism o s, c u a n d o s e r ia m e n te
se lo h a c e n , p u e d a n e n c o n t r a r u n im p u ls o fo r ta le c id o p a ra lle g a r a u n a
E n e l g é n e ro h u m a n o tie n e q u e a c a e c e r a lg u n a e x p e r ie n c ia q u e , c o m o
a c o n te c im ie n to , se refiera a c ie rta a p titu d [Beschqffenheít] y fa cu lta d d e
ser ca u sa de su p ro greso a lo m e jo r (y, p u e sto q u e h a d e tratarse d e la
a c c ió n d e u n se r d o ta d o d e lib e rta d ), au to r d e l m ism o . P e ro se p u e d e
T r á ta s e d e u n a c o n t e c im ie n t o q u e n o c o n s is t e e n im p o r ta n t e s a c
c io n e s o m a ld a d e s h u m a n a s , p o r c u y a m a g n it u d lo q u e e r a g r a n d io s o
e n tr e io s h o m b r e s se t o m a r á m e z q u in o , o lo p e q u e ñ o g r a n d e . T a m p o
c o es u n h e c h o q u e , c o m o p o r a r te d e m a g ia , h a g a d e s a p a r e c e r a n t i
g u o s y b r illa n te s e d if ic io s p o lít ic o s d e m o d o ta l q u e , e n su lu g a r, su r
ja n o tr o s , c o m o b r o ta d o s d e la p r o fu n d id a d d e la tie r r a . N o , n a d a d e
eso . S ó l o se tr a ta d e l m o d o d e p e n s a r d e lo s e s p e c ta d o r e s q u e se d e la
ta pú M icam em e fr e n t e a l ju e g o d e g r a n d e s r e v o lu c io n e s y d ic e e n a lt a
v o z sus p r e fe r e n c ia s , u n iv e r s a le s y d e s in te r e s a d a s , p o r lo s a c t o r e s d e
u n p a r tid o c o n t r a los d e o t r o , a d m it ie n d o e l rie s g o q u e e s a p a r c ia li
d a d p o d ría a c a r r e a r le , e n lo c u a l ( y e n v ir tu d d e la u n iv e r s a lid a d ) se
d e m u e s tra u n c a r á c t e r d e l g é n e r o h u m a n o e n su to t a lid a d y, a l m is m o
tie m p o (p o r e l d e s in t e r é s ) , u n c a r á c t e r m o r a l d e l m is m o , p o r lo m e
n o s e n sus d is p o s ic io n e s . T a l h e c h o n o s ó lo p e r m ite e s p e ra r u n p r o
2No por eso debemos pensar que un pueblo que tiene una constitución monárqui
ca pretenda ni nutra secretamente el deseo de modificarla, pues quizá el puesto tan
extendido que ésta ocupa en Europa la haga recomendable para que un Estado se
conserve entre poderosos vecinos. Tampoco las quejas de los súbditos -que no se
deben al régimen interno del gobierno, sino a la conducta que el misino sigue con
el extranjero, impidiéndoles la republicanización- prueban en modo alguno la in
satisfacción del pueblo con la constitución que poseen, sino, por el contrario el
amor a la misma, porque cuanto mayor es e! número de los pueblos que alcanzan
estado republicano, tanto más se afirma esa constitución contra sus propios peli
gros. Sin embargo, para darse importancia, ciertas calumniadores sicofantes han
tratado de presentar estas inocentes charlas sobre política com o alan de noveda
des, como jacobinismo y como revueltas facciosas que amenazan al Estado. Sin
embargo, no había el menor fundamento para ese pretexto, sobre todo tratándose
de un país que está alejado en más de cien millas del teatro de la revolución.
5 De caí entusiasmo por la afirmación del derecho del género humano, podríamos
decir: pomqmm ad amia Vulcania venturo est, monalis. muero gbáes sea fútilts iciu
dissUun. ¿Por qué hasta ahora jamás ha osado ningún gobernante expresar libre-
mente que no le reconoce al pueblo ningún derecho frente al suyo propio? ¿Por
qué jamás ha dicho nadie que el pueblo sólo debe su felicidad a ta beneficencia de
un gobierno que se ta procura? ¿Por qué nadie ha sostenido que cualquier preten
sión de los súbditos a tener un derecho contra el gobernante (que lleva implícito
el concepto de una resistencia permitida) es insensata e incluso castigable? He
aquí la causa de esto: porque semejante declaración pública levantaría a todos los
súbditas contra ese gobierno, aunque no tendrían de qué quejarse, puesto que en
tanto dóciles corderos, estarían bien alimentados y poderosamente defendidos,
conducidos por un amo benevolente y sensato que no permitiría que les faltase
nada para su bienestar, Pero a un ser dotado de libertad no le bastan las satisfaccio
nes de las necesidades vitales que puede obtener de otras (en este caso del gobier
no), sino que sólo encuentra satisfacción en el principio por medio del cual las
obtiene, Pero el bienestar no tiene principio alguno, ni para el que lo recibe ni
para el que lo distribuye (cada uno hace consistir la felicidad en cosas distintas),
porque se trata de un elemento material de la voluntad, que es empírico, y, por
v tanto, incapaz de la universalidad de una regla. Un ser dotado de libertad, cons
ciente de su preeminencia con respecto al animal irracional, no puede ni debe
i exigir para el pueblo a que pertenece -d e acuerdo con el principio formal de su
arbitrio-, otro gobierno fuera del que permita que dicho pueblo sea legislador. Es
decir, eí derecho de los hombres que deben obedecer tiene que preceder necesaria
mente a toda consideración de bienestar, lo cual constituye algo sagrado, algo que
sobrepasa todo precio (de utilidad) y que ningún gobierno, por benéfico que pueda
E n p r in c ip io , a q u e llo q u e n o s m u e s tra a la ra zó n c o m o p u ra y, a l
m is m o tie m p o , e n v ir tu d d e í g r a n d io s o im p u ls o q u e h a c e é p o c a , c o m o
u n d e b e r r e c o n o c id o p o r e l a lm a h u m a n a , q u e a fe c t a a i g é n e r o h u m a
n o , e n ía to t a lid a d d e su a s o c ia c ió n (non singulorum sed im iversorum .),
y c u y o e s p e r a d o é x i t o n o s e n tu s ia s m a c o n u n a p a r t ic ip a c ió n ta n g e
n e r a l y d e s in te r e s a d a , t ie n e q u e s e r a lg o f u n d a m e n t a lm e n t e moral.
E ste a c o n t e c im ie n t o n o e s e í fe n ó m e n o d e u n a r e v o lu c ió n , s in o (c o m o
E rh a rd lo d ic e ) d e u n a e v o l u c ió n d e la c o n s t it u c ió n , b a sa d a e n e l
derecho natural, q u e n o se c o n q u is ta , c ie r t a m e n t e , p o r m e d io d e s a l
v a je s lu c h a s - p u e s t o q u e la s g u e rra s in t e r n a s y e x t e r n a s d e s t r u y e n
to d a c o n s t it u c ió n e s t a t u t a r ia - ; p e ro , s in e m b a r g o , se s ig u e tr a t a n d o
d e u n a c ir c u n s t a n c ia q u e p e r m ite a s p ir a r a u n a c o n s t it u c ió n q u e n o
se a b e lic o s a , a sa b er, a la r e p u b lic a n a , c u y o c a r á c t e r d e ta l se d e b e o a
su forma política o al modo de gobernar, c u a n d o e l E s ta d o se a d m in is tr a
b a jo la u n id a d d e u n j e f e ( e í m o n a r c a ) q u e rig e s e g ú n le y e s a n á lo g a s
a las q u e u n p u e b lo se d a r ía a s í m is m o , d e a c u e r d o c o n los p r in c ip io s
u n iv e r s a le s d e l d e r e c h o .
A h o r a b ie n , aun. s in e s p ír itu p r o le t ic o , y d e a c u e r d o c o n lo s a s p e c
to s y s ig n o s p r e c u rs o re s [Vor^etc/ien] d e n u e s tr o s d ía s , a fir m o q u e p u e
d o p r e d e c ir q u e e l g é n e r o h u m a n o lo g ra rá esa m e ta y ta m b ié n q u e su s
p ro g re so s h a c ia lo m e jo r y a n o r e tr o c e d e r á n c o m p le t a m e n te . E n e fe c t o ,
c u a n d o a c a e c e u n f e n ó m e n o c o m o é se e n la h is to r ia h u m a n a , n o se lo
olvida jamás, p o r q u e e q u iv a le a d e s c u b r ir e n la n a tu r a le z a d e l h o m b r e
u n a d is p o s ic ió n y fa c u lta d h a c ia lo m e jo r d e ta l ín d o le q u e n in g ú n
p o lít ic o , p o r s u til q u e fu e s e , h u b ie r a p o d id o d e s p r e n d e r d e l c u rs o d e
las c o s a s h a s ta e n t o n c e s a c o n t e c id a s , p u e s to q u e s ó lo p o d ía a n u n
c ia r lo la n a tu r a le z a y la lib e r ta d , r e u n id a s e n e l g é n e r o h u m a n o se g ú n
p r in c ip io s in t e r n o s d e l d e r e c h o , a u n q u e e n lo c o n c e r n ie n t e a l tie m -
ser, dehe tocar. Pero ese derecho sólo es una idea cuya realización está limitada por
la condición de que sus medios estén de acuerdo con la moralidad. EÍ pueblo no
debe rebasar tales límites, ni tampoco apelar para ello a la revolución, que siempre
es injusta. Dominar autocríticam ente y, sin embargo, gobernar de un modo repu
blicano, es decir, dentro del espíritu del republicanismo y en analogía con él, es lo
que hace que un pueblo esté satisfecho con su constitución.
’ Sin embargo, hay cierto deleite en imaginar constituciones políticas que corres
ponden a exigencias de la razón {principalmente desde el punto de vista del dere
ch o ); pero es temeraria proponerlas, y culpable incitar a un pueblo a que derogue la
existente.
La Atkmuda de Platón, la Utopía de Moro, la Orearía de Harrington y k Severambia
de Aliáis han sido sucesivamente llevadas a escena, pero jamás (si exceptuamos el
desdichado aborto de la república despótica de Cromwell) fueron ensayadas. Acon
tece con estas creaciones de Estados lo mismo que con la creación del mundo:
ningún hombre estuvo presente ni podía estarlo porque, de otro modo, tendría que
haber sido su propio creador. Esperar que un producto de creación política tal
como aquí lo pensamos se cumpla algún día, por remoto que fuese, constituye un
deleitoso ensueño; pero el pensam iento de una aproximación a esas constituciones
con el. convencimiento de que pueden existir en tanto estén regidas por leyes
morales, no sólo es deber del ciudadano, sino también del gobernante.
164 Im m a n u el k a n t
rra - e l mayor obstáculo de la moralidad y que siempre se opone a ese
avance- en un. acontecimiento cada vez más humano y raro, hasta que
desaparezca por completo en tanto guerra agresi va, a fin de ponerse en
camino de una constitución que, por su índole y sin debilitarse, pueda
progresar constantemente, fundada sobre verdaderos principios del
derecho, hacia lo mejor.
Conclusión