Immanuel Kant - Que Es La Ilustracion

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SISTEHA BIBLIOTECARIO

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Los escritos reúnen lo esencial del pensamiento


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— i histérico y político de Kant. Cuando escribe el
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■:■w*¿isis" primero de ellos, en 1784, cuenta con sesenta

— 8 años; ei último, escrito en 1794. pertenece a la dé­


■I—
*.. Vos.1cada en que triunfa el romanticismo. Los temas
tratados son los siguientes: 1. La libertad como
: f i fundamento del hombre; 2. El hombre y la histo­
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ria; 3 . El Estado y la historia; 4. El destino como la
realización d éla libertad; 5. La cultura y la histo­
.:'5'=f\;:É
S l t ria; 6. La guerra y la moral; 7, La relación entr
¡K & fl
0 : * ¡ felicidad, la moral y .la historia; 8. La Revohició .OSOFií' 'Jfc í-AH'STQfllA
:-^ w noral; 9. Una polémica con Herder, donde
1
espliega el talento critico de Kant.
■'':::'.r;qí^.|i.¡;:!^ )oscientosfañossdes|mésíde);suímnertei?iamgen
ia de Kant radica en su defensa indeclinable de la
libertad frente a todas las potencias que pretenden
transformarnos en esclavos, llámense a éstas me-
eligión. Estado, política, etcétera.

ISBN H57- 1157-Lñ-L

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AVoíé- T e r r a m a R
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9 7 89871 187188
Immanuel Kant

FILOSOFÍA DE LA HISTORIA
QUÉ ES LA ILUSTRACIÓN

Traducción de Emilio Estm


y Lorenzo Novacassa

2 2 6 1 1 6 — Uu m c u f m 'Z o o s

C A R O N T e J ^
F i l o s o f í a
Carente Filosofía
dirigida por Carlos Torres

Kant, Immanuel
Filosofía de la historia. - I'*- ed. - La Plata: Te mimar, 2004.
168 p . ; 20x14 cm. - (Carente Filosofía)

ISBN9S7-11S7-18-1

i. Filosofía de la Historia. !. Tirulo


CDD901

Los textos han sido Uíklueidos de la edición de Fas obras


completas de Kant, realizada por E. Casstrer f/mmanuel
Kanrs Weríct*, herausgegelmi, con E. Cassirer, Berlín),
Revisión técnica de Carlos Torres,

© Terra mar Ediciones


Plaza Italia 18?
1900 La Plata
Tcl: (5 4 -2 2 1 ) 4 8 2 '0 4 2 9

Diseño: Cutral
Tapa: Ay mará Petrahissi

ISBN; 987-1187-18-1

Queda hecho el. depósito que marca la ley i L72.3


Impreso en la Argentina / Prinred ín Argentina
índice

Breve cronología de Kan t y su é poca.........................,.................. . 9


Sobre la selección de los textos.............................................................. 13

F ilosofía de la historia
Q ué es la ilustración
Idea de una historia universal desde el punto
de vista cosmopolita............................................. .................. ............. 17
Respuesta a la pregunta ¿qué es ia ilustración?.................................... 33
Definición del concepto de una rasa humana................................... 41
Sobre el libro Ideas para una filosofía de la historia
de la humanidad de ]. G. H erder .............................................. 57
Comienzo verosímil de la historia humana........ ...................................81
Acerca del refrán: “Lo que es cierto en teoría,
para nada sirve en la practica” ............................................... ............ 97
El fin de todas las co sa s............... ...................................... ........... . Í37
Reiteración de la pregunta de si ei género humano
se halla en constante progreso hacia lo m ejor.................. .......... 151
B reve cronología de K ant y su época

1 7 2 4 Nacimiento de Immanuel Kant el 22 de abril en Kónigsherg»


Prusia, en una familia numerosa de la pequeña burguesía local
Su madre era extremadamente religiosa* seguidora del moví míen'
to pietista.
1732 Ingresa en el Collegium Fridericianum de Kónigsherg, dirigido
en ese tiempo por F. A- Sehultz, teólogo de orientación pietista
que había sido discípulo del metafísica Wolfí.
1737 Muere la madre de Kant, cuya religiosidad había marcado su
infancia.
1 7 4 0 Ingresa en la Universidad de Kónigsherg siguiendo estudios de
teología. Su maestro Martin Knutzen lo introduce en la física de
Newtort, y en la filosofía de Lcibniz y W olfí
1 7 4 6 Muere el padre de Kant, se ve obligado a ganarse la vida como
preceptor. Termina sus estudios universitarios y publica su pri­
mera obra: Re/Ierdones sobre ¡a verdadera naturaleza de las fuerzas
vivas, en la que trata de aunar la filosofía de Descartes y Letbniz
en el ámbito de ia física newtoniana.
1751 Aparece en Francia el primer tomó de la Enciclopedia de Dklerot.
1755 Logra el doctorado con una tesis llamada: Acerca del fuego. En
otoño es habilitado para la docencia gradas a su escrito Nueva
dilucidación de ¡os primeros principios del conocimiento metafísica.
Publ ica anónimamente Historia general de la Naturaleza y teoría
general del cíelo, donde explica e! origen del universo como, pres­
cindiendo de Dios, un estado nebuloso de la materia del que
derivaría todo eí sistema mediante las fuerzas de atracción y re­
pulsión. Hipótesis de inspiración claramente newtoniana.
1756 Ejerce como Prwat-dozent y da cursos libres. Le niegan la cátedra
que deja libre su maestro Knutzen. Publica la iMonadblogia/ísica.
Comienza la guerra de los Siete Años.
1761 Berlín es incendiada por el ejército ruso.
1763 Le ofrecen a Kant una cátedra de poesía que rechaza. Publica:

9
Ensayo para introducir en la filosofía el concepto de cantidades nega­
tivas y El único fundamento posible de una demosnYíeícm de la exis­
tencia de Dios. Kant es influenciado por los emplastas ingleses
Hume y Locke, y en el terreno moral y político por j.-J. Rousseau;
empieza a cuestionar al racionalismo dogmático- Fin de la gue-
rra de los Siete Años.
1 7 6 4 Publica Lo bello y lo sublime, ensayo de estética y moral.
1 766 Escribe la obra Los sueños de un visionario explicados por los sueños
de la metafísica en la que polemiza con el místico sueco Emanuel
Swedenborg y contra la metafísica de Woltf. Obtiene el puesto
de bibliotecario del palacio.
1 7 7 0 inaugura su curso como catedrático de lógica y metafísica con la
disertación Sobre fa fomm y ios principios del. mundo sensible y del
inteligible. Esta disertación se considera como el hito que separa
en Kant el período precrítico del período crítico. Establece la
idealidad de los conceptos de espacio y tiempo. En sus clases
“animaba y hasta obligaba a pensar por cuenta propia” a sus alum­
nos, como cuenta el propio Herder.
1 772 Renuncia a su trabajo como bibliotecario de palacio.
1 7 7 6 Imprime su dos artículos sobre El insfirmo filantrópico de Dessau,
en tos que expone sus ideas pedagógicas.
1 7 8 0 Forma parte del senado universitario.
1781. Publica su obra cumbre La crítica de la razón pura, que ve la luz
después de muchos años de .riguroso trabajo. En ella se trata de
dar una solución sistemática al problema del conocimiento, li­
mitando la razón a la experiencia.
1.783 Las polémicas y controversias que suscita la Crítica de la razón
pura empujan a Kant a publicar una obra explicativa de su filo­
sofía crítica: Prolegómenos a toda metafísica del futuro que baya de
presentarse como ciencia. Gran Bretaña reconoce la independen­
cia de Estados Unidos.
1 784 Publica Idea de una historia universaí desde el punta de vista cosmo-
polita y Respuesta a la pregunta ¿qué es ilustración?
1785 Aparece su recensión de la obra de Herder ideas para una filosofía
de la historia de la humanidad. Hay que recordar que Herder fue
discípulo de Kant. También publica en el Berlinische Monatssckift:
Los volcanes de la fuña, De la ilegitimidad de la imitación de los libros

10
y De/smdon del concepta de una raza humana, En esta época Kant
no sólo está interesado por la teoría del conocimiento sino tam­
bién por ia moral, ia ética y el deber. Publica Fundamentos de la
tneta/ísica de las costumbres.
1786 Ingresa en la Academia de Berlín y es nombrado rector de la
Universidad de Konigsberg. Escribe los Primeros principios meta-
físicos de ¡a ciencia de ia Naturaleza. También publica Comienzo
verosímil de ía historia humana y ¿Qué sijpnjfiica orientarse en el pen­
samiento! Muere Federico I.I de Prusia, eí monarca ilustrado, y lo
sucede Federico Guillermo II, que vuelve a una fe dogmática
mezclada con admiración a espíritus sectarios como Cagliost.ro
y St. Germain que buscan eliminar el racionalismo de Frusta,
1788 Es reelegido rector de la Universidad. Aparece la segunda de sus
Críticas: Crítica de la razón práctica. En el Deutsche Merhur apa­
rece publicado Sobre d uso de los principios teleológicos en filosofía.
El ministerio prusiano da a conocer un edicto por el cual se su­
prime la libertad de prensa y se instaura la censura como proce­
dimiento previo a toda publicación.
1789 Revolución francesa.
1790 Edita la tercera de sus Críticas: La crítica del juicio.
1791. Publica Sobre el fracaso de todos tos ensayos filosóficos en la teodicea.
1792 Kant es nombrado decano de su Facultad y presidente de la A ca­
demia de Berlín. Decreto del ministerio prusiano sobre religión
y censura por el cual se considera sedicioso a todo racionalista.
1793 Cuando en este año aparece su libro La religión en tos límites de la
simple razón, las autoridades prusianas le exigen una justificación
completa y que en caso contrario debería prepararse a las “doloro­
s o consecuencias”. Kant se compromete a guardar silencio en
tomo a la teología racional y la revelada, pero sin abdicar de sus
posiciones filosóficas. Publica Acerca d é refrán: “Lo que es cierto
en teoría, para nada sirve en la práctica". Prusia y Austria forman
una alianza en contra de la Francia revolucionaria.
1795 Kant publica Para la paz perpetua. Un esbozo filosófico. Y tam­
bién El fin de todas las cosas. Abandona la docencia privada.
1796 Kant abandona, por completo su actividad docente. Laplaee sos­
tiene corno Kant. que el sistema solar se formó a partir de una
gran nebulosa de polvo y gases.

11
1.797 Ve la luz su obra M etafíska de. ¡as costumbres. En ésta trata no
sólo- de la moral sino también de filosofía del derecho. Muere
Federico Guillermo II y lo sucede su hijo Federico Guillermo
III, con quien vuelve a Prusia el espíritu ilustrado.
1 7 9 8 Es nombrado miembro de la Academia de Viena. Edita su An-
[Topología considerada desde el punto de vista pragmático. Escribe y
publica unas cartas Sobre la industria del libro.
1 8 0 0 Publica su Lógica.
1803 Aparece una Pedagogía que está basada en notas de un discípulo
de Kant, Rink. Esta edición fue autorizada por el propio Kant.
1 8 0 4 El 12 de febrero muere Kant en Kónigsberg. En sus últimos años
Kant trabajaba en una obra sistemática que abarcaría la metafí­
sica y las ciencias. Esta obra quedó inconclusa y se la conoce
como Opera posihuma. Bonaparte se corona emperador.

12
Sobre la selección de los textos

■■ Esta edición no sólo debería proporcionar una imagen fiel de la to­


talidad de la filosofía de la historia de Kant, sino también una cantera
rica en conceptos, ideas y métodos para la comprensión de la actuali­
dad a partir del pensamiento kantiano. Bajo esa. doble intención las
obras seleccionadas son;
La ídea de «tro historia universal desde el punto de vista cosmopolita, que
constituye el eje en tomo al cual gira toda la filosofía de ¡a historia de
Kant. No podía, por tanto, faltar en esta edición.
En Respuesta a la pregunta ¿qué es la ilustración?' que, como el artícu­
lo anterior, es de 1784, Kant analiza una de sus más firmes conviccio­
nes. La libre publicación de las ideas significa, para el filósofo, madurez
histórica y atestigua la existencia de un Estado regido por el derecho.
Ésta es una obra particularmente luminosa que aclara la relación del
pensador con su tiempo y cómo puede intervenir en el progreso del
mismo.
En Definición del concepto de una raza humana Kant polemiza contra
los criterios racistas imperantes y no sólo establece que las diferencias
entre las razas no afectan al origen único del género humano, puesto
que ellas dependen de meras variaciones producidas por la adaptación
a partes diferentes del globo, sino que -según é l- un claro concepto de
raza tiene también consecuencias inmediatas sobre la moral, tales, por
ejemplo, como la de imposibilitar la esclavitud. No hay razas inferio­
res: todas están adaptadas al propio medio y son lo que deben ser.
Las reseñas sobre el libro de Herder, Ideas para una filosofía de la
historia de la humanidad, ofrecen el nervio de la discrepancia de Kant
con su antiguo discípulo, y nos proporcionan un impresionante docu­
mento del origen de las reflexiones kantianas. Con la edición de este
artículo, los restantes adquieren el ambiente en que fueron pensados.
Su publicación, pues, estaría por sí misma, justificada, si no fuera que
también muestra todo el rigor crítico del pensamiento de Kant aplica­
do a la filosofía de la historia.

Filosofía de la historia 13
En Comiendo t'erosímíí de la historia humana, de 1786, asistimos a la
interpretación filosófica de un texto del Génesis. Eí marco que encua­
dra la filosofía de la historia de Kant es el de la concepción cristiana
del mundo y ésta la rodea con el repertorio de ideas que provienen de
San Agustín, Bossuet y, en época más cercana a la de Kant, de Lessing,
cuya obra La educación del género humano es de i 780. Pero, conforme al
modo de pensar ilustrado, traduce los pensamientos teológicos a un
lenguaje laico y racional. El opúsculo kantiano del que ahora habla­
mos impresiona como el más audaz de los intentos para justificar un
relato bíblico mediante recursos estrictamente naturales.
La segunda sección de El conflicto de las Facultades, de 1798, que
trata del conflicto entre la facultad de filosofía y la de derecho, Kant
volvió a la filosofía de la historia, para establecer “S i el género humano
se halla en constante progresa hacia lo mejor”. En realidad, posee ma­
yor afinidad con los restantes opúsculos ofrecidos en este volumen que
con fa obra de la que, originariamente, forma parte.
Nos ha parecido imprescindible editar el tratado que Kant escribie­
ra Acerca del refrán: “lo que es cierto en teoría, para nada sirve en la prác­
tica1, de 1793. No creo que haya otro escrito tan importante como ése
para poner de manifiesto la estrechísima vinculación que existe entre
la filosofía de la historia, la filosofía de la política y la ética. Por último,
e! escrito E! fin de todas las cosas nos muestra al Kant racionalista que
desarma la historia terrorista religiosa para darle una faz positiva e iguala
el fin* ideal moral con el fin apocalíptico quitándole a este último toda
su fuerza irracional y doctrinal.i

H iM,MANUEL KANT
FILOSOFÍA DE LA HISTORIA
QUÉ ES LA ILUSTRACIÓN
Idea de una historia universal
desde el punto de vista cosmopolita*1

Cualquiera sea el concepto que se tenga sobre la libertad de la vo­


luntad, desde un punto de vista m etafísico, las m anifestaciones
fenoménicas de la misma, es decir, las acciones humanas, están, deter­
minadas por leyes universales de la Naturaleza, tanto como cualquier
otro acontecim iento natural. Por muy profundamente ocultas que
puedan estar las causas de esos fenómenos, la historia -q u e se ocupa
de narrarlos- nos permite esperar que se descubrirá una marcha regu­
lar de la voluntad humana, cuando considere en. conjunto el juego de
la libertad. De este modo, lo que nos llama la atención en los sujetos
singulares, por la confusión e irregularidad que impera en ellos, po­
dría conocerse, sin embargo, como un. desarrollo constantemente, pro­
gresivo, aunque lento, de disposiciones originarias del género huma­
no en su totalidad. Lo mismo a co n tece, por ejem plo, entre los
matrimonios, los nacimientos de ellos originados, y las muertes: to­
dos son acontecim ientos en los que la libre voluntad del hombre tie­
ne muy grande influjo y no parecen, por eso mismo, someterse a regla
alguna que permitiese calcular de antemano la determinación, del
número de los mismos. Sin embargo, los grandes países tienen esta­
dísticas anuales que demuestran que también esos hechos transcu­

* “Idee zu einer aügememer Geschichte in Weltbürgerlicher Ahsicht", 1784.


1 U n pasaje de los anuncios breves del número doce de la Gaceta académica de
Gotha de este año, que sin duda ha sido tomado de mi conversación con un docto
compañero de viaje, me obligan a publicar esta aclaración sin la que aquel no
tendría ningún sentido comprensible. [N. del A.{
El pasaje mencionado decía: “Una idea favorita del profesor Kant es que la meta
del género humano sea alcanzar la más acabada constitución del Estado, y desea
que un. escritor filosófico de historia emprenda la tarea de darnos, en este aspecto,
una historia de la humanidad y mostramos lo poco que se ha acercado la humani­
dad en diferentes épocas a esa meta, o lo distante que está de ella y lo que debe
hacer todavía para alcanzarla.” [N, del E.)

Idea de una historia universal... / Filosofía de la historia 17


rren según leyes naturales,, can constantes como las incesantes varia­
ciones atmosféricas, que no se pueden predeterminar en los casos sin­
guiares, -aunque en el todo m antienen el crecim iento de las plantas,
la dirección de las aguas y otros hechos naturales, en un curso unifor­
me e ininterrumpido. Los hombres, individualmente considerados, e
incluso los pueblos enteros, no reparan que al seguir cada uno sus
propias intenciones, según el particular modo de pensar, y con fre­
cuencia en mutuos conflictos, persiguen, sin advertirlo, como si fuese
un hilo conductor, la intención de la Naturaleza y que trabajan por
su fomento, aunque ellos mismos la desconozcan. Por otra parte, si la
conocieran, poco les importaría.
Puesto que tos hombres no tienden a realizar sus aspiraciones de un
modo meramente instintivo, como los animales, ni tampoco según un
plan concertado en sus grandes líneas, como ciudadanos racionales del
mundo, parece que para ellos no sería probable ninguna historia con­
forme a un plan (como, por ejemplo, lo es para las abejas y castores).
No podemos disimular cierta indignación cuando vemos su hacer y
padecer representado en el gran escenario del mundo; y cuando aquí o
allí advenimos cierta aparente sabiduría de algún individuo, encontra­
mos que, en definitiva, visto en grandes líneas, todo está entretejido
por la torpeza, la vanidad pueril y, con frecuencia, por la maldad y el
afán de destrucción igualmente pueriles. Por fin no sabemos qué con­
cepto formarnos de nuestro género, tan infatuado de su preeminencia.
El filósofo no puede sacar, en este caso, sino ía siguiente indicación: ya
que para el hombre y su juego, vistos en grandes trazos, no puede dar
por supuesto ningún propósito racional propio, tendrá que investigar si
no le es posible descubrir una intención de la Naturaleza en semejante
absurda marcha de las cosas humanas. Ella posibilitaría una historia,
conforme con determinado plan de la Naturaleza, en criaturas que, sin
embargo, se conducen sin propio pían. Intentaremos hallar un hilo
conductor para tal historia, pues dejamos a la Naturaleza la tarea de
producir el hombre capaz de concebirla de acuerdo con dicho hilo con­
ductor. Así, ella produjo un Kepler, que sometió las órbitas, excéntricas
de los planetas, de un modo inesperado, a leyes determinadas, y un
Newton, que explicó esas leyes mediante una causa universal de la
Naturaleza.

18 I mmanüel kant
Primer principio

Todas las disposiciones nomrales de una aiaiura están destinadas a de­


sarrollarse alguna ve2.de manera completa y conforme a fin . Tanto la ob­
servación externa como la interna, o disección, comprueban ese prin­
cipio en todos los animales. Un órgano, que no ha de ser empleado, o
una disposición que no alcance su fin constituyen una contradicción,
dentro de la. doctrina teleológica de la Naturaleza. En. efecto, si renun­
ciáramos a dicho principio, ya no tendríamos una Naturaleza regular,
sino caprichosa, y una desoladora contingencia [Ungefükr] reemplaza­
ría el hilo conductor de la razón.

Segundo principio

En el hombre (entendido como la única criatura racional de la tie­


rra) las disposiciones originarias, que se refieren al uso de la rajón, no se
desarrollan completamente en el individuo, sino en la especie. La razón, de
una criatura consiste en la facultad de ampliar las reglas e intenciones
del uso de todas las fuerzas más allá del instinto natural, y en sus pro­
v e c t o s no conoce límite alguno. Pero ella misma no actúa instin-
■.tivamente: necesita ensayar, ejercitarse e instruirse, para sobrepasar de
. un modo continuo y gradual la inteligencia de los demás. Luego, cada
: ■hombre tendría que vivir un tiempo desmedido, para llegar así a apretv
: . der cómo debe hacer un uso completo de todas sus disposiciones origi-
; narras; o, si la Naturaleza sólo le ha asignado una vida de breve dura-
■ ción (como realmente ocurre), necesitará una serie de generaciones,
■ quizá interminable, que se transmitan unas a las otras la ilustración
alcanzada, hasta llevar las simientes depositados en nuestra especie al
grado de desarrollo adecuado plenamente a la intención de la Natura­
leza. Y este momento, por lo menos en la idea del hombre, tiene que
ser la meta de sus afanes; porque, de otro modo, las disposiciones natu­
rales tendrían que ser consideradas, en su mayor parte, como vanas y
carentes de finalidad. Tal cosa anula todos los principios prácticos; y
también la Naturaleza, cuya sabiduría tendría que servir de axioma
para la apreciación de todas las demás formaciones, sólo en el hombre
despertaría la sospecha de ser un juego pueril.

Idea de una historia universal... / Filosofía de la historia 1.9


Tercer principio

Lo Naturaleza ha querido que el hombre saque enteramente de sí mismo


todo lo que lo Ueva más allá de la ordenación mecánica de su existencia
animal, y que no participe de otra felicidad o perfección , fuera de ¡a que éi
mismo, libre de instinto, se haya procurado mediante la propia ratón. En
efecto, la Naturaleza no hace nada superfluo, y para el logro de sus
tiñes no es pródiga en el uso de medios. Ahora bien, al dotar de razón
al hombre y de la libertad de la voluntad, que se fundamenta en ella,
indicó con claridad, con respecto a tal equipamiento, la intención per­
seguida. El hombre no debe ser conducido por el instinto., ni cuidadoso
instruido por conocimientos que no hubiera creado; antes bien, ha de
lograr todo por sí mismo. El. hallazgo de los medios de existencia -de
los vestidos, la seguridad y defensa exterior (para las cuales no se le
dieron ni los cuernos del. toro ni las garras del león ni los dientes del
perro, sino simplemente sus m anos}-, todas las diversiones que pueden
hacer agradable la vida, incluso la inteligencia y la prudencia, y hasta
la buena índole de la voluntad, deben ser, íntegramente, resultado de
su propia obra. La Naturaleza parece haber caído en este caso en la
máxima economía: en apariencia midió el equipo animal del hombre
del modo más estrecho y ajustado a las supremas necesidades de una
existencia incipiente. Parece que hubiese querido que el hombre, al
esforzarse alguna vez por ir de la mayor grosería a la más grande habili­
dad, es decir, a la íntima perfección del pensamiento y, de ese modo
(en la medida en que es posible sobre la tierra), a la felicidad, tuviera,
él solo, todo el mérito, y sólo a sí mismo se lo agradeciera. Es como si ia
Naturaleza hubiera atendido, más que ai bienestar del hombre, a la
propia estimación racional de él mismo. En efecto, en esta marcha de los
acontecimientos humanos le esperan una muchedumbre de penalida­
des. Pero la Naturaleza no parece haberse ocupado, en absoluto, para
que viva bien sino para que se eleve hasta el grado de hacerse digno,
por su conducta, de la vida y del bienestar. Lo extraño en esto es que
las viejas generaciones sólo parecen impulsar sus penosos trabajos en
provecho de las futuras, a fin de prepararles un nivel desde el cual pue­
dan elevar el edificio que está en la intención de la Naturaleza. Sor­
prende, pues, que sólo las últimas generaciones sean las que tengan la
felicidad de habitar la mansión que una larga serie de antepasados (por

20 I mmamuel kant
■supuesto sin tener intención de ello) habían preparado, sin participar
■déla dicha que elaboraban. Por enigmático que esto pueda ser, sin
embargo, es necesario, una vez admitido que cierta especie animal está
dotada de tener razón, y que, como clase de seres racionales, es mortal
en su totalidad, siendo la especie, inmortal, para que así alcance pleni­
tud el desarrollo de sus disposiciones.

C uarto principio

;; ■.; El medio de que se sirve ¡a Naturaleza para alcanzar el desarrollo de


todas las disposiciones consiste en el antagonismo de las mismas dentro de
la sociedad , por cuanto éste llega a ser, finalmente , la causa, de su orden
regular. En este caso, entiendo por antagonismo la insociable sociabili-
dad de los hombres; es decir, la inclinación que los llevará a entrar en
'sociedad, ligada, al mismo tiempo, a una constante resistencia, que.
¡amenaza de continuo con romperla. Es manifiesto que esa disposi­
ción reside en la naturaleza humana. El hombre tiene propensión a
socializarse, porque en este estado siente más su condición de hom­
bre; es decir, tiene el sentim iento de desarrollar sus disposiciones na­
turales. Pero también posee una gran inclinación a indimdualizarse
(aislarse), porque, ai mismo tiempo, encuentra en él la cualidad inso­
ciable de querer dirigir todo simplemente según su modo de. pensar
[Sinne]; por eso espera encontrar resistencias por todos lados, puesto
que sabe por sí mismo que él, en lo que le incumbe, está inclinado a
resistirse a los demás. Ahora bien, tal resistencia despierta todas las
facultades del hombre y lo lleva a superar ía inclinación a la pereza,
impulsado por la ambición, el afán de dominio o la codicia, llega a
procurarse cierta posición entre sus congéneres a los que, en verdad,
no puede soportar, pero tampoco evitar. De este modo se dan los pri­
meros pasos verdaderos que llevan de la rudeza a la cultura, la que
consiste, en sentido propio, en el valor social del hombre. Así se de­
sarrollan gradualmente los talentos y se forma el gusto; es decir, me­
diante una ilustración continua se inicia la fundamentación de. una
clase de pensamiento que, con el tiempo, puede transformar la grose­
ra disposición natural en. discernimiento ético, en principios prácti­
cos determinados y, de ese modo, convertir el acuerdo de establecer

Idea de una historia universal... / Filosofía de la historia 2.1


una sociedad, patológicamente provocada, en un todo mora i. Sin la
mencionada cualidad de la insociabilidad -que, considerada en sí
misma, no es, por cierto, am able- por la que surge la resistencia que
cada uno encuentra necesariamente, en virtud de pretensiones egoís­
tas, todos ios talentos hubiesen quedado ocultos por la eternidad en
sus gérmenes, en medio de una areádica vida de pastores, dado el
completo acuerdo, la satisfacción y el amor mutuo que habría entre
ellos. Los hombres, dulces como las ovejas que ellos pastorean, ape­
nas si le hubieran procurado a la existencia un valor superior al del
ganado doméstico, y no habrían llenado el vacío de la creación con
respecto del Hn que es propio de ellos, entendido como naturaleza
racional. ¡ Agradezcamos, pues, a la Naturaleza por la incompatibili­
dad, la envidiosa vanagloria de la rivalidad, por el insaciable afán de
posesión o poder! Sin eso todas las excelentes disposiciones de la
humanidad estarían eternam ente dormidas y carentes de desarrollo.
El hombre quiere concordia; pero la Naturaleza, que sabe mejor lo
que es bueno para la especie, quiere discordia. El hombre quiere vivir
cómodo y satisfecho; pero la Naturaleza quiere que salga de su iner­
cia e inactiva satisfacción para que se entregue al trabajo y a los pe­
nosos esfuerzos por encontrar los medios, como desquite, de librarse
sagazmente de tal condición. Los impulsos naturales encaminados a
ese fin, las fuentes de la insociabilidad y de la constante resistencia,
de tas que brotan tantos males, pero también nuevas tensiones de
fuerzas, provocando un desarrollo más amplio de las disposiciones
naturales, delatan el orden de un sabio Creador, y no la mano de
algún espíritu maligno que hubiese intervenido perversamente en su
magnífica obra, o que la hubiera echado a perder por envidia.

Q uinto principio

El mayor problema de ¡a especie humana , a cuya solución la Naturaleza


constriñe al hombre, es el del establecimiento de una sociedad civil que
administre el derecho de. modo universal. Sólo en la sociedad y, por cierto,
en una que se compagíne la mayor libertad, o sea, por eso mismo, el
antagonismo universal de sus miembros pero que, sin embargo, con­
tenga la más rigurosa determinación y seguridad de los límites de esa

22 í MMANUEL KA NT
libertad, .sólo en semejante sociedad, podrá ser alcanzada la suprema
intención de la Naturaleza con respecto a la humanidad, a saben el
desarrollo de todas las disposiciones. La Naturaleza también quiere que
la humanidad misma se procure este fin de su destino, como todos los
demás. Por consiguiente, una sociedad en que la libertad bajo leyes ex­
ternas se encuentre unida, en el mayor grado posible, con una potencia
■irresistible, es decir, en que impere una constitución dril perfectamente
justa, constituirá la suprema tarea que la Naturaleza ha asignado a la
especie humana, porque sólo mediante la solución y cumplimiento de
dicha tarea ella podrá alcanzar las restantes intenciones referidas a
nuestra especie. La necesidad que fuerza al hombre, ordinariamente
tan aficionado a una libertad sin límites, a entrar en ese estado de coac­
ción, es, por cierto, la mayor de las necesidades; a saber, la que los
hombres se infligen entre sí, puesto que sus inclinaciones no le permi­
ten que puedan subsistir mucho tiempo unos al lado de los otros en
libertad salvaje. Pero, dentro de un recinto tal como el de la asociación
civil, esas mismas inclinaciones producen el mejor efecto. Así como
los árboles de un bosque, precisamente porque cada uno trata de qui­
tarle el aire y el sol al otro, se esfuerzan por sobrepasarse, alcanzando de
ese modo un bello y recto crecimiento, mientras que los que están en
libertad y separados de los demás extienden las ramas caprichosa me n-
■te. creciendo de modo atrofiado, torcido y encorvado, del misino modo
la totalidad de la cultura y del arte que adornan la humanidad, tanto
como el más helio orden social, son frutos de la insociabilidad. Está

. obligada a disciplinarse por sí mismo y, también, a desarrollar comple­
tamente, por medio de ese forzado arte, las simientes de la Naturaleza.

Sexto principio

Este problema es el más difícil, y también el último que la especie humana


■resolverá. Cuando se atiende a la mera idea de semejante tarea, la si­
guiente dificultad salta a los ojos: el hombre es un animal que, al vivir
entre otros de la misma especie, necesita un señor. Pues, con seguridad,
abusaría de la libertad con relación a sus semejantes; y aunque, como
criatura racional, desea una ley que ponga límites a la libertad de to­
dos, la inclinación egoísta y animal lo incitará, sin embargo, a excep-

Idea de una historia universal... / Filosofía de la historia 23


tuarse osadamente a sí mismo. Por eso necesita un señor que quebrante
su propia voluntad y lo obligue a obedecer a una voluntad umversal­
mente válida, con el fin de que cada uno pueda ser libre. Mas ¿de dón­
de ha de tomar el hombre semejante señor? Sólo de la especie humana,
y no fuera de ella. Pero, en ese caso, también él será un animal que
necesita un señor. De cualquier modo que se proceda no se advierte
cómo el hombre se podría procurar un jefe de la justicia pública que
sea justo por sí mismo. A los efectos es lo mismo buscarlo en una perso­
na individual o en una sociedad de muchas personas escogidas para ese
fin, pues cada una abusará de la libertad, si no tienen a nadie por enci­
ma de ellas mismas que, según leyes, ejerza autoridad. El jefe supremo
debe ser justo por sí mismo y, sin embargo, hombre. Por eso, ésta es la
tarea más difícil de todas, incluso su perfecta solución es imposible:
tan nudosa es la madera de que está hecho el hombre que con ella no
se podrá tallar nada recto. La Naturaleza sólo nos impone aproximar­
nos a esa idea.2Que también sea el trabajo que se inicie más tarde, se
desprende de la circunstancia de que los conceptos justos de la Natura­
leza de una constitución posible exigen gran experiencia, ejercida a lo
largo de muchos acontecimientos universales y, sobre todo, demandan
buena voluntad, dispuesta a aceptarla. Pero difícilmente se pueden re­
unir esas tres condiciones; si eso se produjera, sólo ocurriría muy tar­
díamente y después de muchos vanos ensayos.

Séptimo principio

El problema del establecimiento de una cororirttcidn civil perfecta depen­


de del problema de una relación legal exterior entre ¡os Estados, y no
puede ser resuelto sin eso ultimo. ¿De qué serviría trabajar para una cons-

: E1 papel que el hombre desempeña es, pees, muy artificial. Nada sabemos acerca
de la constitución y naturaleza de los habitantes de otros planetas. Pero si cum­
pliésemos bien esa misión de la Naturaleza, podríamos estar orgullosos de nosotros
mismos, parque nos daríamos una jerarquía no inferior a la de nuestros vecinos en
el edificio del mundo. Quizá entre éstos cada individuo alcance plenamente el
destino en el curso de su vida; pero entre nosotros no ocurre así: sólo el género
puede esperarlo.

24 ÍMMANUEL KANT
títución civil legal entre hombres individuales, es decir, para concertar
■ün ser común ? La misma insociabilidad que obligó a los hombres a unir­
se constituye, a su ves, la causa de que cada comunidad goce de una
libertad sin ataduras en sus relaciones exteriores, es decir, en las vincu­
laciones interestatales. Por tanto, cada Estado tiene que 'esperar del
P eto el mismo mal que empujó y obligó a los hombres individuales a
entrar en una condición civil y legal. La Naturaleza ha empleado pues,
.'una'vez más, la incompatibilidad de los hombres, e incluso la de las
■grandes sociedades y cuerpos estatales de esta clase de criaturas, como
él medio de hallar, en el inevitable antagonismo, una condición de paz
:y seguridad. Es decir, mediante las guerras, los preparativos excesivos e
incesantes para las mismas, y por la miseria que finalmente tiene que
'■sentir en su interior todo Estado, aun en medio de la paz, la Naturaleza
:-con ensayos al comienzo imperfectos, pero después de múltiples
■devastaciones, naufragios y hasta de un interior agotamiento general
;de sus fuerzas- impulsará a que los Estados hagan lo que ía razón hubie­
ra podido decirles sin necesidad de tantas tristes experiencias, a saber:
pugnará por hacerlos salir de. la condición sin ley, propia del salvaje,
para entrar en una unión de pueblos en la que cada Estado, aun el más
pequeño, pueda esperar seguridad y derecho, no debido al propio po­
der o a la propia estimación jurídica, sino, únicamente, a esa unión de
daciones (Foedus Amphictyonum), es decir, a este poder unido y a la
decisión, según leyes, de la voluntad solidaria. Por fantástica que pueda
•sér ésta idea, y aunque se haya tomado risible en un abate de Saint
■Fierre o en un Rousseau (quizá porque la creían de próxima realiza­
ción) constituye, sin embargo, la inevitable salida de la miseria que los
hombres se producen unos a los otros. Es- decir, se tiene que obligar a
■que los Estados tomen la misma decisión (por difícil que les resulte) a
que fuera constreñido el hombre salvaje, con idéntico disgusto, a sa­
ber: renunciar a una brutal libertad y buscar paz y seguridad dentro de
una constitución legal. De acuerdo con esto, todas las guerras constitu­
yen otros tantos ensayos (que no están, por cierto, en la intención de
los hombres, pero sí en la de la Naturaleza) por producir relaciones
huevas entre los Estados y por formar nuevos cuerpos mediante la des­
trucción o, al menos, el desmembramiento del todo. Los Estados no se
pueden conservar en sí mismos ni en vecindad con otros; por eso de­
ben. padecer tales revoluciones, hasta que por fin -e n parte debido a la

Idea de una historia universal... / Filosofía de la historia 25


mejor ordenación posible de la constitución civil interna y en parte
también por una convención social y una legislación extem a- conclu­
yan por alcanzar una condición que, semejante a una comunidad civil,
se conservará a sí misma, como un autómata. Ahora bien ¿se podría
esperar de un concurso epicúreo de las causas eficientes, que las Estados
ensayarían ai entrechocarse al azar, la producción de toda clase de con­
figuraciones, como los átomos de la materia? Nuevos choques destrui­
rían esas formas hasta lograr, por casualidad, una configuración tal que
pueda conservar su forma: he aquí una feliz contingencia, que muy
difícilmente se daría alguna vez. ¿Admitiremos, mejor, que la Natura­
leza sigue en esto una marcha regular y que conduce gradualmente
nuestra especie desde los grados inferiores de la animalidad hasta los
supremos de la humanidad mediante un arte que, aunque forzado para
el hombre, le pertenece a ella, y por medio del cual desarrolla, dentro
de esta ordenación en apariencia salvaje, de un modo por completo
regular, aquellas disposiciones originarias? ¿O preferiremos que de to­
das estas acciones y reacciones de los hombres en conjunto no se pro­
duzca nada -p or lo menos nada que sea prudente-? Es decir, ¿admitire­
mos que todo seguirá siendo como ha sido desde siempre, de tal modo
que no se podría predecir si. la discordia, tan natural a nuestra especie,
no acabaría por prepararnos, dentro de una condición muy civilizada,
un infierno de males, porque volvería a aniquilarla y todos los progre­
sos, hasta entonces realizados en la cultura, se negarían por una bárba­
ra destrucción? (No se podría enfrentar ese destino bajo el gobierno
del ciego azar, que es. idéntico, en efecto, a la libertad sin ley, salvo que
se someta esa libertad a un hilo conductor de la Naturaleza de secreta
sabiduría.) Todo lo dicho se reduce más o menos a la siguiente pregun­
ta: ¿es razonable admitir la finalidad en lo parcial de las configuraciones
naturales y rechazarla en la totalidad de las mismas? Por tanto, lo que
hacía la condición del salvaje, desprovisto de finalidad, es decir, el
entorpecimiento de todas tas disposiciones naturales de nuestra espe­
cie -hasta que estuvo obligado, por los males que eso acarreaba, al
abandono de. dicha condición y al ingreso en una constitución civil, en
la que se pudieran desarrollar aquellas simientes- es lo que hará la bár­
bara libertad de los Estados ya establecidos; a saber: que por el empleo
de todas las fuerzas de la comunidad en armarse los unos contra los
otros, por las devastaciones que la guerra provoca y más aún por la

26 Immahuel kant
necesidad de prepararse constantemente para ella, se impide la marcha
progresiva del completo desarrollo- de las disposiciones naturales. Pero
los males que esta situación trae aparejados obligará a que nuestra es­
pecie busque una ley de equilibrio en el seno de tal resistencia, surgida
de una libertad en sí misma saludable, y que la multiplicidad de los
Estados ejercitan unos con respecta de los otros; es decir, la forzará,
para conferirle peso a esa ley, a la admisión de un poder unido, o- sea, a
la introducción de una condición cosmopolita para la seguridad públi­
ca Je-los Estados. Esta última no carecerá de todo riesgo, a fin de que la
fuerza de la humanidad no duerma; pero, sin embargo, tampoco care­
cerá de un principio basado en la igualdad de las mutuas acciones y reac­
ciones, para que no se destruyan unos a otros. Con la engañosa aparien­
cia de una libertad externa, la naturaleza humana padecerá los peores
males, antes de dar el último paso que sólo constituye la mitad de su
.desarrollo: el de una mutua asociación de los Estados, Por eso, Rousseau
no se equivocaba al preferir la condición de los salvajes; si prescindi­
mos de este último escalón que nuestra especie ha de subir, tenía razón.
El arte y la ciencia nos han cultivado en alto grado. Con respecto a las
buenas maneras y al decoro social, estamos civilizados hasta la satura­
ción. Pero nos falta mucha para podernos considerar moralizados. La
idea de la moralidad pertenece también a la cultura [R'uítmj; pero el
uso de la misma constituye la civilización [Zivifisiertmg] cuando sólo
desemboca en la apariencia etica de un amor al honor y a la decencia
exterior. Mas en tanto todos los esfuerzos- de los Estados se apliquen
/incesantemente a vanas y violentas intenciones de expansión y, de. ese
modo, impidan los lentos esfuerzos de los ciudadanos por llegar a una
formación culta e interior del pensamiento -privándolos de todo auxi­
lio en ese sentido- no podremos esperar que ellos realicen nada en pro
■de tal finalidad, puesto que para la formación de los ciudadanos la co-
■■munidad necesita una lenta e íntima preparación. Cualquier bien que
no se sacrifique a alguna intención ética moralmente buena no será
sino mera ilusión, y brillante miseria. Y lo cierto es que el género huma­
no permanecerá en esta condición, hasta que se desprenda, trabajosa-
■miente, de la manera que he dicho, de la caótica situación en que se
hallan las relaciones entre los Estados,

Ipea pe una historia universal... / Filosofía pe la historia 27


O ctavo principio

Podemos considerar los lincamientos generales de la historia de la especie


humana como la realización de un plan oculto de la Naturaleza, destinado a
producir una constitución política interiormente perfecta, y, con este fin,
también perfecta, desde el punto de insta exterior; pues tal es la única condi­
ción por la cual la Naturaleza puede desarrollar todas las disposiciones de la
humanidad de un modo acabado. Este principio es consecuencia del an­
terior. Advertimos que también la filosofía, podría tener su müenarismo
(Cfrifoismus): la idea que, aunque desde muy lejos, nos forjamos de él,
puede ser propulsora de su advenimiento, o sea, lo menos fantástica
posible. Pero ahora se trata de saber si la experiencia descubre algo de
la marcha de semejante intención de la Naturaleza. Digo que muy poco;
pues, antes de cerrarse, esta órbita parece exigir tanto tiempo que sólo
podremos, basándonos sobre la pequeña parte que la humanidad ha
recorrido en ese. sentido, determinar la forma de la trayectoria y la rela­
ción de las partes con el todo, aunque con tan poca seguridad como si
quisiéramos establecer el curso que el sol y todo el cortejo de sus saté­
lites siguen en el gran sistema de las estrellas fijas, a partir de las obser­
vaciones del cielo hasta ahora realizadas. Sin embargo, podemos infe­
rir con suficiente seguridad la realidad de semejante órbita, si partimos
de los fundamentos universales de la constitución sistemática de la
estructura del universo. Por lo demás, en la naturaleza humana está
implícito lo siguiente: no sentir indiferencia frente a las épocas, inclu­
so las más lejanas, a que ha de llegar nuestra especie, con tal de que se
las pueda esperar con seguridad. En nuestro caso es menos probable
que seamos indiferentes, puesto que, al parecer, podemos contribuir,
por nuestra propia disposición racional, a que se acelere el adveni­
miento de una época tan feliz para nuestros descendientes. Por eso,
hasta los débiles indicios de que nos aproximamos a ella nos resultan
importantísimos. En la actualidad, las relaciones mutuas entre los Es­
tados son tan artificiales, que ninguno de ellos puede, reducir la cultura
interior sin que pierda así poderío e influencia frente a los demás. Por
tanto, las ambiciosas intenciones de los Estados aseguran suficiente­
mente, si no el progreso, por lo menos la conservación de ese fin de ía
Naturaleza, Además, la libertad civil no puede, en el presente, ser ata­
cada, sin que el perjuicio de semejante cosa no se haga sentir en todos

28 Immanüel kant
los oficios, principalmente, en. el comercio, y con ello el Estado mani­
fiesta en las relaciones exteriores el debilitamiento de sus fuerzas. Pero
esa libertad avanza gradualmente. Cuando al ciudadano se le impide
que busque el bienestar según le plazca -c o n la única reserva de que
emplee medios compatibles con la libertad de los demás- se obstaculi­
za la vitalidad de la actividad general y con ello las fuerzas del todo.
Por eso, cada vez se suprimen con mayor frecuencia las limitaciones
del hacer y omitir personales y se otorga universal libertad de religión.
De tal suerte, la ilustración emerge poco a poco, aunque entremezclada
con Ilusiones y quimeras, entendiéndosela como el gran bien a que
debe tender el género humano, utilizando con ese fin hasta las inten­
ciones egoístas del engrandecimiento de los dominadores, a pesar de
que éstos sólo entiendan las propias ventajas. Pero tal ilustración, y
con ella cierta participación cordial, con el bien, que el hombre ilustra­
do no puede impedir cuando lo ha concebido perfectamente, tendrán
que ascender poco a poco a los tronos e influir sobre los principios de
gobierno. Aunque, por ejemplo, los actuales gobernantes del mundo
no tienen dinero para los establecimientos públicos de educación ni,
en general, para nada que concierna a un mundo mejor, porque todo
■.está calculado de antemano para la guerra futura, encontrarán venta­
joso no impedir, por lo menos en este aspecto, los esfuerzos deí pueblo,
. por débiles y lentos que sean. Por último, la guerra misma no sólo será
■poco a poco muy artificiosa y de inseguro desenlace para, ambos enemi­
gos, sino también una empresa muy arriesgada por la postración que la
deuda pública siempre creciente (una nueva invención) impondrán al
Estado, puesto que la amortización de la misma se pierde de vista.
Añádase también la influencia que cualquier conmoción en un Estado
ejerce sobre todos los otros, debido a la trama tan ceñida que la indus­
tria extiende sobre esta parte de la tierra. Dicha influencia es tan nota­
ble, que los Estados se sienten obligados a ofrecerse como árbitros, de­
bido al peligro que los amenaza, y fuera de toda consideración jurídica.
Tales circunstancias preparan desde lejos, un gran cuerpo estatal futu­
ro, del que no encontramos ejemplo alguno en el mundo pretérito. A
pesar de que semejante cuerpo político existe por ahora en estado de
muy grosero proyecto, comienza a despertarse, por así decirlo, un. sen­
timiento en todos los miembros del mismo: el interés por la conserva­
ción deí todo, lo que permite esperar que, después de muchas revolu­

Idea de una historia universal... / Filosofía de la historia 29


ciones y transformaciones, se llegue a producir alguna vez la suprema
intención de la Naturaleza: una condición cosmopolita mundial, enten­
dida como el seno en que se desarrollarán todas las disposiciones origi­
narias de la especie humana.

Noveno principio

Ei intento filosófico de elaborar ¡a historia universal del mundo según un


plan de la Naturaleza referido a la perfecta unificación civil de ¡a especie,
humana, se debe considerar como posible y ventajosa para dicha intención
natural.. Querer concebir una historia según la idea de la marcha que el
mundo tendría que seguir para adecuarse a ciertos fines racionales cons­
tituye, en apariencia, un proyecto extraño y extravagante: semejante
intención sólo produciría una novela. Sin embargo, esa idea podría ser
perfectamente uciiizable, si admitimos la posibilidad de que la Natu­
raleza no procede sin plan e intención final, incluso en el juego de la
libertad humana. Y aunque seamos demasiado miopes como para pe­
netrar en el mecanismo secreto de esa organización, tal idea podría
servirnos, sin embargo, de hilo conductor para exponer, por lo menos
en sus lincamientos generales y como sistema, lo que de otro modo no
sería más que un agregado sin plan de las acciones humanas. Si parti­
mos de la historia griega, por ser la única que nos conserva todas las
otras historias que le son anteriores o contemporáneas, o por lo menos
la única que las atestiguad si perseguimos la influencia que ejerció
sobre la formación o deformación del cuerpo político del pueblo roma­
no, que absorbió al Estado griego, y la influencia de dicho pueblo so­
bre los bárbaros, quienes ío destruyeron a su vez, hasta llegar a nuestra

‘Sólo un público ilustrado, que ha perdurado sin interrupción desde el comienza de


la historia antigua hasta nosotros, puede garantizar la autenticidad de la misma.
Fuera de él, todo es térra incógnita; y h historia de los pueblos que en su vida no
participaran del mismo, sólo se puede iniciar en la época que e ni ratón en ese cír­
culo. Tal cosa ocurrió, por ejemplo, con el pueblo judío, cuyas noticias aisladas
hubiesen, merecido poco crédito sin la traducción griega de la Biblia, realizada en
la época de los Píntameos. A partir de aquí (una vez que ese comienzo haya sido
bien establecido) podemos avanzar a lo largo de ios relatos históricos. Sólo con la
primera página de fticídkles {dice Hume) comienza toda historia verdadera.

30 Immanuel kant
época, y, si al mismo tiempo, añadimos episódicamente la historia polí­
tica de otros pueblos, tal como la conocemos a través de esas naciones
ilustradas, descubriremos ía marcha regular seguida por nuestro conti­
nente (que alguna vez, verosímilmente, dictará leyes a las restantes
partes del mundo) en la mejora de su constitución política. Prestemos
atención, además, a las diversas constituciones civiles, y a las relacio­
nes estatales: éstas, en virtud del bien que aquéllas contenían, sirvie­
ron durante cierto tiempo a la elevación y dignificación de los pue­
blos (y junto con ellos, a la de las artes y las ciencias); pero, al no
carecer de defectos, esas constituciones se volvieron a derribar. No
obstante, siempre quedó algún germen de ilustración, que se desarro­
llaba a través de cada revolución, preparando así el grado siguiente y
más alto de! mejoramiento. Creo que de este modo descubriremos un
hilo conductor, que no sólo nos servirá para la mera aclaración del
juego, harto confuso, de las cosas humanas o del arte político de pre­
ver las futuras variaciones producidas en ese campo (utilidad ya de
otro modo derivada de la historia del hombre, aunque haya sido con­
cebida como el relato de acciones inconexas de una libertad sin re­
glas), sino también que ese hilo conductor ( lo que no podríamos espe­
rar con fundamento sin suponer un plan de la Naturaleza) nos abrirá
una consoladora perspectiva para el futuro. En ella la especie humana
se nos presentará, en remota lejanía, elevándose a una condición en
ía que las simientes depositadas por la Naturaleza puedan desarrollar­
se por completo y llegar a cumplir su determinación aquí en la tierra.
Una justificación semejante - o mejor, Providencia- de la Naturaleza no
constituye, en modo alguno, un motivo despreciable para la elección
de un particular punto de vista en ía consideración del mundo. En
efecto ¿de qué servaría ensalzar la magnificencia y sabiduría de la crea­
ción en el reino irracional de ía Naturaleza, y recomendar la observa­
ción de la misma, si la parte que corresponde a la gran escena de la
suprema sabiduría, la que contiene los fines de todas las demás —la
historia del género hum ano- debiese seguir siendo una objeción ince­
sante, cuya visión nos obligaría a apartar los ojos con disgusto, puesto
que dudamos de encontrar en ella una intención plenamente racio­
nal, por lo que la esperamos en otro mundo?
Se interpretaría mal mi propósito si se creyera que pretendo recha­
zar la elaboración de la ciencia histórica [Historie] propiamente dicha,

Idea de una historia universal... / F ilosofía de la historia 3i


es decir, erróneamente concebida, cuando propongo ía mencionada idea
de una historia universal que, en cierto modo, tiene un hilo conductor
a priori. Sólo constituye el pensamiento de lo que una cabera filosófica
{que, por lo demás, tendría que ser muy versada en cuestiones históri­
cas) podría intentar siguiendo otros puntos de vista. Además, la minu­
ciosidad, digna de alabanza, con que ahora concebimos ía historia con­
temporánea, despertará en todos el escrúpulo de saber cómo nuestros
lejanos descendientes podrán cargar con el peso histórico que les lega­
remos dentro de algunos siglos. Sin duda, los documentos de las épocas
más antiguas se habrán perdido para ellos desde mucho tiempo atrás, y
será apreciada tan sólo por lo que les interesa, a saber, por lo que los
pueblos y gobiernos produjeron o entorpecieron desde el punto de vis-
: ta cosmopolita. Otro pequeño motivo para intentar semejante historia
filosófica consiste en tener en cuenta la circunstancia que acabamos
de mencionar, así como la ambición de los jefes de Estado, tanto como
la de sus servidores, con el fin de dirigirlos hacia el único medio por el
que podrían transmitir un recuerdo glorioso a ía posteridad.

32 ÍMMANU&L KANT
Respuesta a la pregunta ¿qué es la ilustración?*

m . l a ilustración consiste en el hecho por el cual el hombre sale de Ía minoría


'■Medad. El mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en. la
incapacidad de servirse del propio entendimiento» sin la dirección de
■otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad» cuando Ja causa
xle ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de
(decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin laconduc-
■ción de otro. ¿Supere ande! iTen valor de servirte ele tu propio entendí-
(miento! He aquí ía divisa de la ilustración.
T e La mayoría de los hombres, a pesar de que la Nat.ura.le2a los ha libra­
do desde tiempo atrás de conducción ajena {rummditer maiorennes),
.'■■permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la vida, debido a la pereza
:y.la cobardía. Por eso Ies es muy fácil, a ios otros erigirse en. tutores. ¡Es
(tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un
(pastor que reemplaza mí conciencia moral, un médico que juzga acerca
(de mi dieta, y así sucesivamente» no necesitaré clel propio esfuerzo.
(Con sólo poder pagar, no tengo necesidad de pensar: otro tomará mí
apuesto en tan fastidiosa tarea. Los. tutores, que tan bondadosamente se
día arrogado este oficio, cuidan muy bien de que el paso a la mayoría de
edad sea tenido, además de. molesto, también por muy peligroso por la
gran mayoría de. los hombres (y entre ellos la. totalidad del bello sexo).
Después de haber atontado sus reses domesticadas, de modo que estas
pacíficas criaturas no osan, dar un solo paso fuera de las andaderas en
.que están, metidas, les mostraron el riesgo que las amenaza, si intentan
(marchar solas. Lo cierto es que ese riesgo no es tan grande, pues des­
pués de algunas caídas habrían aprendido a caminar; pero tos ejemplos
de esos accidentes por lo común producen timidez y espanto y alejan
.todo ulterior intento de rehacer semejante experiencia,
v ■ Por tanto, a cada hombre en particular le es difícil salir de la mino-

:* “Beantwon'u-ng der írage; Was Ls Aufkiárung?”, Konísberg, 30 de septiembre de


■1784,

Q ué es la ilustración / Filosofía de la historia 33


ría de edad, casi convertida en naturaleza suya; incluso le ha cobrado uso público de la razón siempre debe ser libre, y es el único que puede
afición. Por ei momento es realmente incapaz de servirse del propio producir la ilustración de los hombres. El uso privado, en cambio, ha de
entendimiento, porque jamás se le deja hacer dicho ensayo. Los grilletes ser con frecuencia severamente limitado, sin. que se obstaculice de un
que atan a la persistente minoría de edad están, dados por leyes y fór­ modo particular el progreso de ía ilustración. Entiendo por uso publico
mulas: instrumentos mecánicos de un uso racional, o mejor de un abu­ de la propia razón, el que alguien hace de ella, en cuanto docto} y ante
so, de sus dotes naturales. Por no estar habituado a los movimientos la totalidad de! público del mundo de lectores. Llamo uso privado al
libres, quien se desprenda de esos grilletes quizá diera un inseguro salte empleo de la razón que se le permite al hombre dentro de un puesto civil
por encima de alguna estrechísima zanja. Por eso, sólo son pocos los ¡i cíe una función que se le confía. Ahora bien, en muchas ocupaciones
que, por esfuerzo del propio espíritu, logran salir de la minoría de edad concernientes al interés de la comunidad son necesarios ciertos meca­
y andar, sin. embargo, con seguro paso. nismos por medio de los cuales algunos de sus miembros se tienen que
Pero, en. cambio, es posible que el público se ilustre a sí mismo, comportar de modo- meramente pasivo, para que, mediante cierta una­
siempre que se lo deje en libertad; incluso, casi es inevitable. En efec­ nimidad artificia!, el gobierno los dirija hacía fines públicos o, al me­
to, siempre se encontrarán algunos hombres que piensen por sí mis­ nas, para impedir la destrucción de los mismos. Como es natural, en
mos, hasta entre los tutores instituidos por la confusa masa. Ellos, des­ este caso no es permitido razonar, sino que se necesita obedecer, Pero
pués de haber rechazado el yugo de la minoría de edad, ensancharán e! en cuanto a esta parte de ía máquina se la considera miembro de una
espíritu de una estimación racional del propio valor y de la vocación comunidad íntegra o, incluso, de la sociedad cosmopolita; en cuanto
que todo hombre tiene: la de pensar por sí mismo. Pero aquí sucede se la estima en su calidad de docto que, mediante escritos, se dirige a un
algo extraordinario: que el público, a! que aquellos tutores llevaron público en sentido propío, puede razonar sobre, todo, sin que por ello
bajo- ese yugo, los obliga a someterse a su vez, cuando es incitado por padezcan las ocupaciones que en parte le son asignadas en cuanto- miem­
alguno de sus tutores, incapaces de suyo de toda ilustración; tan perju­ bro pasivo-. Así, por ejemplo, sería muy peligroso si un oficial, que debe
dicial resulta sembrar prejuicios, pues acaban por vengarse de aquéllos, obedecer al superior, se pusiera a argumentar en voz aíra, estando de
o de sus precursores, que fueron sus autores. Luego, el público puede servicio, acerca de la conveniencia o inutilidad de la orden recibida.
alcanzar ilustración sólo lentamente. Quizá por una revolución, sea Tiene que obedecer. Pero no- se le puede prohibir con justicia hacer
posible producir la caída del despotismo personal o de alguna opresión observaciones, en cuanto docto, acerca de los defectos del servicio
interesada y dominante; pero jamás se logrará por este camino la ver­ militar, y presentarlas ante el juicio del público. El ciudadano no se
dadera reforma del modo de pensar, sino que surgirán, nuevos prejui­ puede negar a pagar los impuestos que le son asignados, tanto que una
cios que, como los antiguos, servirán de andaderas para la mayor parte censura impertinente a esa carga, en el momento que debe pagarla,
de la masa, privada de pensamiento. ruede ser castigada por escandalosa (.pues podría ocasionar resistencias
Sin embargo, para esa ilustración sólo se exige libertad y, por cierto, generales). Pero, sin embargo, no actuará en contra del deber de un
la más inocente de todas las que llevan tal nombre, a saber, la libertad ciudadano si, como docto, manifiesta públicamente sus ideas acerca de
de hacer un uso público de la propia razón, en cualquier dominio. Pero la inconveniencia o injusticia de tales, impuestos. De la misma manera,
oigo exclamar por doquier: pro rutones,1 El oficial dice: ;no razones, un sacerdote está obligado a enseñar a sus catecúmenos y a su comuni­
adiéstrate! El financista: ¡no razones y paga! El. pastor: pío razones, ten dad según el símbolo de la Iglesia a que sirve, puesto que ha sido admi­
fe! (U n único señor dice en el mundo: pavonad todo lo que queráis y tido en ella con esa condición. Pero, como docto, tiene plena libertad,
sobre lo que queráis, pero obedeced!} Por todos lados, pues, encontra­ y hasta la misión, de comunicar al público sus ideas -cuidadosamente
mos limitaciones de la libertad. Pero ¡cuál de ellas impide la ilustra­ examinadas y bien intencionadas- acerca de los defectos de ese símbo­
ción y cuáles, por e! contrario, la fomentan? He aquí mi respuesta: el lo; es decir, debe exponer a! público las proposiciones relativas, a un.

34 Immanuel kant Q ué es la ilustración / Filosofía m. la historia 35

2 2 6 i I R —u o w
mejoramiento de las instituciones, referidas a ¡a religión y a la iglesia.
En esto no hay nada que pueda provocar en é! escrúpulos de concien­
cia. Presentará lo que enseña en virtud de su fundón -e n tanto con­
ductor de la Iglesia- como algo que no ha de enseñar con arbitraria
libertad, y según sus propias opiniones, porque se ha comprometido a
predicar de acuerdo con prescripciones y en nombre de una autoridad
ajena. Dirá: nuestra Iglesia enseña esto o aquello, para lo cual se sirve
de determinados argumentos. En tal ocasión deducirá todo lo que es
útil, para su comunidad de proposiciones a las que é! mismo no se some­
tería con plena convicción; pero se ha comprometido a exponerlas,
porque no es absolutamente imposible que en. ellas se oculte cierta
verdad que, al menos, no es en todos los casos contraria a ¡a religión
íntima. Si no creyese esto último, no podría conservar su fundón sin
sentir los. reproches de su conciencia moral, y tendría, que renunciar.
Luego, el uso que un predicador hace de su razón ante la comunidad es
meramente de uso privado, puesto que dicha comunidad sólo constitu­
ye una reunión familiar, por amplia que sea. Con respecto a la misma,
el. sacerdote no es Ubre, ni tampoco debe serlo, puesto que ejecuta un:
mandato ajeno. Como docto, en cambio, que habla mediante escritos',
al público propiamente dicho, es decir, a! mundo, eí sacerdote gozará,
dentro del. uso público de su razón, de una ilimitada libertad para servir­
se de la misma y, de ese modo, para hablar en nombre propio. En efec­
to, pretender que los tutores del pueblo (en cuestiones espirituales)
sean también menores de edad constituye un absurdo capaz de desem­
bocar en la eternización de la insensatez.
Pero una sociedad eclesiástica tal, un. sínodo semejante de la Iglesia,
es decir, una classis de reverendos (como la llaman los holandeses) ¿no;
podría acaso comprometerse y jurar sobre algún credo invariable que.
llevaría así a una incesante y suprema tutela sobre cada uno de sus miem­
bros y, mediante ellos, sobre el pueblo? ¿De ese modo no lograría:
eternizarse? Digo que es absolutamente imposible. Semejante contrato,-
que excluiría para siempre toda ulterior ilustración del género humano
es, en sí mismo, sin más, nulo e inexistente, aunque fuera confirmado,
por el poder supremo, el congreso y los más solemnes tratados de paz..
Una época no se puede obligar ni juramentar para poner a la siguiente,
en la condición de que le sea imposible ampliar sus conocimientos (so­
bre todo los muy urgentes), purificarlos de errores y, en general, pronto-;

36 Ímmanuel kaht
ver la ilustración. Sería un crimen contra la naturaleza humana, cuya
. determinación originaria consiste, justamente, en ese progresar. La pos-
: rendad está plenamente justificada para rechazar aquellos decretos, acep­
tados de modo incompetente y criminal. La piedra de toque de todo lo
: que se puede decidir como ley para un pueblo yace en esta cuestión: ¿un.
■ pueblo podría imponerse a sí mismo semejante ley? Eso podría ocurrir si,
;bpor así decirlo, tuviese la esperanza de alcanzar, en corto y determinado
tiempo, una ley mejor, capaz de introducir cierta ordenación. Pero, al
■: misino tiempo, cada ciudadano, principalmente los sacerdotes, en cals-
b dad de doctos, debieran tener libertad de llevar sus observaciones publs-
b camente, es decir, por escrito, acerca de los defectos de la actual institu-
Lción. Mientras tanto -hasta que la intelección de la cualidad de estos
; asuntos se hubiese extendido lo suficiente y estuviese confirmada, de tal
modo que el acuerdo de sus voces (aunque no la de todos) pudiera elevar
i ante el trono una propuesta para proteger las comunidades que se habían
b.'unido en una dirección modificada de la religión, según, los conceptos
b propios de una comprensión más ilustrada, sin impedir que los que quie­
bran, permanecer fieles a la antigua lo hagan así-, mientras tanto, pues,
L perduraría el orden establecido. Pero constituye algo absolutamente pro-
■ hibido unirse por una constitución religiosa inconmovible, que pública­
mente no debe ser puesta en duda por nadie, aunque más no fuese duran-
b te lo que dura la vida de un hombre, y que aniquila y torna infecundo un
b.: período del progreso de la humanidad hacia su perfeccionamiento, tor­
nándose, incluso, noci va para la posteridad. Un hombre, con respecto a
b: su propia persona y por cierto tiempo, puede dilatar la adquisición de
b una. ilustración que está obligado a poseer; pero renunciar a ella, con
relación a la propia persona, y con mayor razón aún con referencia a la
b posteridad, significa violar y pisotear los sagrados derechos de la huma-'
nidad. Pero lo que un pueblo no puede decidir por sí mismo, menos lo
■ podrá hacer un monarca en nombre del mismo. En efecto, su autoridad
;: legisladora se debe a que reúne en la suya la voluntad de todo el pueblo,
ó Si el monarca se inquieta para que cualquier verdadero o presunto per-
feccíonamlento se concibe con el orden civil, podrá permitir que los
b. súbditos hagan por sí mismos lo que consideran necesario para la salva-
:b ción de sus almas. Se trata de algo que no le concierne; en cambio, le
importará mucho evitar que unos a los otros se impidan con. violencia
Ó trabajar por su determinación y promoción según todas sus facultades.

Qué es la ilustración / Filosofía de la historia 37


Incluso se agravaría su majestad sí se mezclase en estas cosas, sometiendo
a inspección gubernamental los escritos con que los súbditos tratan de
exponer sus pensamientos con pureza, salvo que lo hiciera convencido
del propio y supremo dictamen, intelectual -co n lo cual se prestaría al
reproche Caesar non est supra grammaticos- o que rebajara su poder su­
premo lo suficiente como para amparar dentro del Estado el despotismo
clerical de algunos tiranos, ejercido sobre los restantes súbditos.
Luego, si se nos preguntara: ¿vivimos ahora en una época ilustrada
responderíamos que no, pero sí en una época de thístraddn. Todavía
falta mucho para que la totalidad de los hombres, en su actual condi­
ción, sean capaces o estén en posición de servirse bien y con seguridad
del propio entendimiento, sin acudir a la guía de otro en materia de
religión. Sin embargo, ahora tienen el campo abierto para trabajar li­
bremente por el logro de esa meta, y los obstáculos para una ilustración
genera!, o para la salida de una culpable minoría de edad, son cada vez
menores. Ya tenemos claros indicios de ello. Desde este punto de vista,
nuestro tiempo es la época de la ilustración o el siglo de Federico.
Un príncipe que no encuentra indigno de sí declarar que sostiene
como deber no prescribir nada a los hombres en cuestiones de religión,
sino que los deja en plena libertad y que, por tanto, rechaza el preten­
cioso nombre de Eoleranda, es un príncipe ilustrado, y merece que el
mundo y la posteridad lo ensalce con agradecimiento. Al menos desde
el gobierno, fue el primero en sacar al género humano de la minoría de
edad, dejando a cada uno en libertad para que se sirva de la propia
razón en rodo lo que concierne a cuestiones de conciencia moral. Bajo
él, dignísimos clérigos -sin perjuicio de sus deberes profesionales- pue­
den someter al mundo, en su calidad de doctos, libre y públicamente,
los juicios y opiniones que en ciertos puntos se apartan, de! credo acep­
tado. Tal libertad es aun mayor entre los que no están limitados por
algún deber profesional Este espíritu de libertad se extiende también
exteriormeme, alcanzando incluso los lugares en que debe-luchar con­
tra los obstáculos externos de un gobierno que equivoca sus obligacio­
nes. Tal circunstancia constituye un claro ejemplo para este último,
pues, tratándose de la libertad, no debe haber la menor preocupación
por la paz exterior y la unidad de la comunidad. Los hombres salen
gradualmente del estado de rusticidad por propio trabajo, siempre, que
no se trate de mantenerlos artificiosamente en esa condición.

3S IMMANUEL KANT
He tratado el punto principal de la ilustración -e s decir, deí hecho
por el cual el hombre sale de una minoría de edad de la que es culpa­
ble- en la cuestión religiosa, porque para las artes y las ciencias los que
dominan no tienen ningún interés en representar el papel de tutores
de sus súbditos. Además, la minoría de edad en cuestiones religiosas es
la que ofrece mayor peligro; también es la más deshonrosa. Pero el
modo de pensar de un jefe de Estado que favorece esa libertad llega,
todavía más lejos y comprende, que, en lo referente a la legislación, no
es peligroso permitir que los subditos hagan un uso público de la propia
:razón y expongan públicamente al mundo las pensamientos relativos a
ama concepción más perfecta de esa legislación, la que puede incluir
una franca crítica a la existente. También en esto damos un brillante
ejemplo, pues ningún, monarca se anticipó al que nosotros honramos.
Pero sólo alguien que por estar ilustrado no teme las sombras y, al
imisino tiempo, dispone de un ejército numeroso y disciplinado, que les
.garantiza a los ciudadanos una paz interior, sólo él podrá decir algo que
no osaría un Estado libre: ¿ratonad tatuó como queráis y sobre lo que
■queráis, pero obedeced I Se muestra aquí una extraña y no esperada mar­
cha de las cosas humanas; pero si la contemplamos en la amplitud de su
■trayectoria, todo es en ella paradoja!. Un mayor grado de libertad civil
parecería ventajoso para la libertad del espíritu deí pueblo y, sin em­
bargo, le fija límites infranqueables. Un grado menor, en cambio, le
procura el ámbito para eí desenvolvimiento de todas sus. facultades.
Una vez que la Naturaleza, bajo esta dura cáscara, ha desarrollado la
semilla que cuida con extrema ternura, es. decir, la inclinación y dispo­
sición al libre pensamiento, ese hecho repercute gradualmente sobre el
modo de sentir del pueblo (con lo cual éste va siendo poco a poco más
capas de una libertad de obrar) y hasta en los principios de gobierno, que
encuentra como provechoso tratar al hombre conforme a su dignidad,
puesto que es algo más que una máquina. 1

5En el Semanario de, Büsdung, del 13 de septiembre, Ico hoy - 3 0 del mismo m es- el
■anuncio de la fíe vista mensual de Berlín, correspondiente a este mes, que publica la
'. respuesta del señor Mendelssohn a la misma cuestión. Todavía no me ha llegado a
■las manos; de otro modo hubiese retrasado mi actual respuesta, que ahora no pue-
■.de ser considerada sino como una prueba de lo mucho que el acuerdo de las ideas
■■se debe aí arar. -

Qué es la ilüstkacíón*/ Filosofía he la historía 39


Definición del concepto de una raza humana5

.. . Los recientes viajes han vulgarizado conocimientos acerca, do-las


variedades de la especie humana; pero lejos de satisfacer aí entendi­
miento, ese saber contribuye a estimular la investigación de seme­
jante. tema. Es importantísimo determinar previamente, y con extre­
ma, precisión, el concepto que se pretende aclarar mediante tales:
observaciones, y es necesario hacerlo antes de interrogar a la expe­
riencia, pues en ésta sólo se encuentra lo que se precisa cuando de
antemano se sabe lo que en ella se ha de buscar. Mucho se había de
las diversas razas humanas. Algunos estiman que son tipos de hombres
.absolutamente diferentes; otros, en cambio, estrechan el significado
de las mismas, y creen que en esta distinción no hay nada que tenga
mayor importancia que. las diferencias establecidas entre los hombres
por los afeites o vestidos que emplean. Por ahora intento determinar
con rigor el concepto de raza , en caso de. que existan en la especie
humana; explicar el origen de las razas que. realmente existen y que,
en apariencia, se pueden denominar así, constituye un mero detalle
accesorio, sobre el cual cada uno puede pensar lo que quiera. Y, sin
embargo, advierto que hombres -p o r lo demás perspicaces- al esti­
mar lo que dije hace algunos años sobre este tema5 atienden a un
punto accesorio, a saber, a la aplicación hipotética del principio, mien­
tras que pasan por alto ese principio mismo. No obstante, todo dima­
na de él. Tal es el destino que padecen muchas de las investigaciones
que se remontan a los principios: el de apartar toda discusión y justi­
ficación de las cosas especulativas para encarecer, en cambio, como
algo aconsejable, la elección de determinaciones más minuciosas y la
ilustración de los equívocos.*

*“Bestimmung, desBegriffs einer Menschenrasse", 1785.


1Cfr. E ngel, Der Pkilosaphen für die Wek, 2a parre, págs. 125 y ss.

Definición del concepto de una raza humana / Filosofía de la historia 41


/, Sólo lo que en una especie animal es hereditario puede justificar,
dentro de la misma, una diferencia de clase.
El moro (morisco) que, tostado en su patria por el aíre y el sol, se
diferencia muchísimo de! alemán o sueco por el color de la piel, y el
criollo francés o inglés de las Antillas -que parece pálido y agotado
como sí acabara de salir de una enfermedad-, en tan poca medida po­
drían constituir, si atendemos a esos caracteres, clases diferentes de la
especie humana, como los campesinos españoles de la Mancha, que
visten de negro, cual maestros de escuela, porque las ovejas de su pro­
vincia tienen generalmente lana de ese color. En. efecto, si un moro se
desarrollara dentro de habitaciones y el criollo en Europa, no se hubie­
ran distinguido de los habitantes de nuestro continente.
E! misionero Demanet se jacta de ser el único que puede juzgar con
exactitud acerca de la negrura de los negros; porque, durante cierto
tiempo residió en el Senegal. Por eso les prohíbe a sus compatriotas,
ios franceses, emitir cualquier juicio sobre ellos. Yo afirmo, por el con­
trario, que en Francia se puede juzgar con mayor rigor acerca del color
de los negros que han residido durante mucho tiempo en ese país, y
mejor si han nacido allí, que en la patria de los negros mismos -siem ­
pre que se quiera determinar la diferencia de clase entre ellos y los
demás hombres- En efecto, lo que el sol africano ha impreso sobre la
pie! de los negros, y que para ellos sólo es algo accidental, tiene que
desaparecer en Francia, únicamente persistirá entonces la negrura que
les fue comunicada por nacimiento y que ellos seguirán propagando.
Sólo esto puede servir para diferenciar las clases. A. partir de las des­
cripciones hasta ahora realizadas, no poseemos todavía ningún con­
cepto seguro del color peculiar de los insulares de los mares del Sur.
Aunque se haya dicho que algunos cíe ellos tienen un color compara­
ble aí de la caoba, ignoro hasta qué punto se debiera atribuir ese tosta­
do a una mera coloración producida por el sol y el aire y hasta dónde al
nacimiento. Sólo un niño que naciera en Europa de una pareja seme­
jante mostraría, sin equívoco alguno, el color natural de la piel de tales
hombres. De un pasaje del viaje de Car te re t (que, en verdad, durante
su expedición desembarcó en pocas tierras, pero que vio a varios insu­
lares en sus canoas) desprendo que la mayoría de los habitantes de las
islas tienen que ser blancos. Pues en la isla Frevill (próxima aí archi­
piélago Malayo) vio por primera vez, según dice, el verdadera color ama-

42 Immanuei KANT
■villa de la piel de los indios. Si la forma de la cabeza de los indígenas de
■Maíikolo se debe atribuir a la Naturaleza o al artificio; si el color natu­
ral de la piel de los cafres se diferencia del color de los negros; si otras
Cualidades características son hereditarias, es decir, impresas por la
Naturaleza misma en el nacimiento o si, sólo son accidentales, consti­
tuyen cuestiones que, por mucho tiempo, no se podrán establecer de
modo decisivo.

. 2. En relación con el color de la piel se pueden admitir cuatro ciases


; .-diferentes de hombres.
Sólo conocemos con certeza las siguientes diferencias hereditarias
del color de la piel: la de los blancos, la de los indios amarillos, la de los
■negros y la de los americanos con piel rojo-cobriza. Constituye un nota­
ble hecho la circunstancia de que estos caracteres, aí parecer, se pres­
ten de modo preferente al establecimiento de una división de las razas
humanas; en primer lugar, porque cada una de esas clases está, con rela­
ción a su morada, suficientemente aislada (es decir, separada de las
otras y, al mismo tiempo, reunida en unidad). La clase de los blancos se
extiende desde el cabo Finisterre, hasta el cabo Blanco en Africa, o la
. 'desembocadura del Senegal, pasando por el cabo Norte, el río Obi, la
-pequeña Bujara, Persia, la Arabia feliz, Abisinia y el límite norte del
■'desierto de Sahara. La clase de los negros va desde el Senegal hasta el
cabo Negro y, exceptuando a ios cafres, llega hasta Abisinia; la de los
■.amarillos está en el Indostán propiamente dicho y llega hasta el cabo
; Comer ín (una cruza de ella ocupa la península de la India y algunas
■■'islas vecinas); la de los rojo-cobrizos se halla en un continente por com­
pleto separado, a saber, América. En segundo lugar, el motivo por el
cual este carácter se presta eminentemente a una división de clases
' -aunque algunos estimen, que la diferencia de color es insignificante-
■'.consiste en el hecho de que la secreción, cumplida mediante la trans-
■pí ración, debe ser el vehículo especial de los cuidados de la Naturaleza,
yen. cuanto la criatura ha de persistir lo menos artificialmente posible
■íen regiones y climas muy diferentes y estar afectada, por el aire y el sol,
■de modo diversísimo. Ahora bien, la piel, considerada como órgano de
aquella secreción, tiene implícitos los vestigios de semejante diversi­
dad del carácter natural, y eso justifica una división de la especié hu­
mana en clases visiblemente diversas. Además, ruego que por ahora se

■Definición del concepto de una raza humana /Filosofía de la historia 43


admita la diferencia hereditaria, a veces discutida,, del color de la piel;
más adelante encontraré la ocasión de confimiarla. Al mismo tiempo,
pido que se me permita aceptar que no existen más caracteres heredi­
tarios de los pueblos, en relación, con su aspecto natural, que los cuatro
mencionados, por el simple motivo que ese número se puede probar,
mientras que ningún otro ofrece semejante certeza.

3. C otí, excepción de lo que en general pertenece a la especie humana ,


en la clase de los blancos no hay otra cualidad característica necesaria­
mente hereditaria; y lo mismo ocurre con las demás.
Entre nosotros, los blancos, existen, muchas propiedades heredita­
rias que no pertenecen ai carácter de la especie. Mediante ellas distin­
guimos las familias e incluso ios pueblos entre sí; pero ninguna de esas
cualidades se transmiten infaliblemente, sino qué los individuos que es­
tán afectados por ellas también engendran, al cruzarse con otros que
carecen de dicha propiedad distintiva, hijos de la dase de los blancos.
En Dinamarca, por ejemplo, domina el color rubio, mientras que en
España (y más aún en los pueblos blancos del Asia) predomina el color
moreno (con sus consecuencias: color de los ojos y del cabello). Aun,
este último color se puede heredar sin excepción dentro de pueblos
aislados (como acontece entre los chinos, a los cuales los ojos azules les
provocan risa) porque entre ellos no se encuentra ningún rubio que al
engendrar pudiera transmitir su color. Pero si alguno de esos morenos
tuviese una mujer rubia, engendrará hijos morenos o rubios, según que
domine uno o otro aspecto, y también a la inversa. En ciertas familias
existe la tisis pulmonar, ciertas deformaciones, la locura, etc., como
propiedades hereditarias; pero ninguno de esos innumerables males
hereditarios es infaliblemente heredado. Como es natural, serta preferi­
ble evitar cuidadosamente tales alianzas, por poco que se atienda a la
salud de la casta familiar; pero, sin embargo, yo mismo he comprobado
muchas veces que un hombre sano casado con una mujer tuberculosa
puede engendrar un hijo que se asemeje al. padre tanto por los rasgos
del rostro como por la salud y otro que se parezca a la madre siendo,
como ella, enfermo. También he encontrado en el matrimonio de un
hombre cuerdo con una mujer que también lo era, pero que pertenecía
a una familia afectada de locura hereditaria, que entre varios hijos nor­
males, sólo uno era demente. Aquí hay transmisión hereditaria, pero

44 Immanuel kant
no infalible, porque no aparecen invariablemente algunos de ios ca­
racteres que diferencian a ambos padres.
Esta regla se puede poner, con seguridad, en la base de las restantes
ciases.' También, los negros, los indios o los americanos tienen, sus pro­
pios notas diferenciales, sean personales, familiares o provinciales; pero
ninguno de ellos, al mezclarse con las diferencias de la misma clase,
engendran y propagan infaliblemente la respectiva peculiaridad.

4- En el recíproco cruzamiento de las cuatro clases citadas, el carácter


de cada una de ellas se conserva infaliblemente.
El blanco cruzado con la negra, y a la inversa, produce los mulatos;
con la-india, el mestizo amarillo y con la americana el mestizo rojo. El
americano cruzado con la negra engendra el negro caribeño, y a la in­
versa ^ (Todavía no se ha intentado el cruzamiento del indio con eí
negro.) El carácter de las clases se transmite m/aliMememe en los dife­
rentes cruzamientos, y no hay excepción, alguna, puesto que cuando se
cree'aducir alguna es porque en. la base se halla cierta comprensión
errada del asunto, por ejemplo, la de tomar un albino o un. albino de
Ada (ambos casos son anormales) por blancos. La transmisión siempre
se hace por ambos lados y nunca es unilateral, para uno y el mismo
niño: el padre blanco impone sobre é! el. carácter de su dase, y la ma­
dre -negra el de ía suya. De ese modo, siempre tendrá que nacer un
individuo de especie intermediaria o un. bastardo. Esta especie mestizada
se extirpará gradualmente, a medida que una cantidad mayor o menor
de miembros engendren con individuos de una y la misma dase; pero
si se limita a mezclarse con seres semejantes a ella, se. propagará y per-
. petuará sin. excepción.

5 . 'Consideración sobre la ley de la generación necesariamente


mestizada.
Siempre se ha considerado como un fenómeno muy extraño el he­
cho de que existiendo en ta especie humana muchos caracteres que, en
parte, son. importantes y hasta hereditarios a lo largo de las familias, no
se encuentre ninguna de esas propiedades, dentro de las clases huma­
nas caracterizadas por el color de la piel, que sean necesariamente he­
reditarias. Es igualmente llamativa la circunstancia de que este último
carácter, por insignificante que pueda parecer, se transmite, sin embar-

DfcFSMIOÓN DEL CONCEPTO DEUNA RAZA HUMANA / FILOSOFÍA DE LA HÍSTOíUA 4.5


go, de modo universal e infaliblemente, tanto en ei interior de una mis-
ma clase como en el cruzamiento de alguna de ellas con las tres restan­
tes. A partir de tan extraño fenómeno quizá se pueda conjeturar algo
sobre las causas de la transmisión de otras cualidades que no pertene­
cen a la esencia de la especie, y esto, simplemente, por el motivo de
que dicha transmisión es infalible.
En segundo lugar, constituye una empresa precaria establecer a prior/
lo que en general, contribuye a que se pueda heredar algo que no perte­
nezca a la esencia de la especie; y en esta oscuridad de las fuentes de i
conocimiento, la libertad de las hipótesis es tan ilimitada que da lásti­
ma observar que se consagran tantos trabajos y esfuerzos para refutar­
las, cuando en tales casos, cada uno sigue su propio parecer. En estas
circunstancias, me atengo, por mi parte, a la máxima particular dV ú
razón, de la que todos parten y, de acuerdo con ella, cada uno puede •
hallar hechos que la apoyen; después de eso,, busco mi máxima, que me :
toma incrédulo con respecto a todas aquellas explicaciones, hasta tan­
to no me hayan sido aclaradas por las razones contrarias. Ahora bien, si
al hallar que mi máxima se adecúa rigurosamente, en la ciencia natu­
ral, al uso de la razón y si, por ser la única útil para un modo conse­
cuente de pensar, me atengo a ella, la seguiré sin detenerme en aque­
llos pretendidos hechos, pues para ser hipótesis aceptables toman de |
alguna máxima previamente elegida lo que los hace creíbles y admisi­
bles. De tal modo, a esos hechos se les podría oponer, sin esfuerzo, í
otros cien. La transmisión hereditaria, causada por la imaginación de
las mujeres embarazadas o hasta de las yeguas en las caballerizas; la
extirpación de la barba en pueblos enteros, tanto como el acortamien­
to de la cola de los caballos ingleses -hechos que obligan a la Natura­
leza a que omita en sus generaciones un producto para el cual estaba
originariamente organizada-; la nariz aplastada que, al comienzo, los
padres producían artificialmente en los recién, nacidos y que en lo su- !•
cesivo fue adoptada por la fuerza generadora de la Naturaleza, consti- j
tu yen hechos aducidos en favor de la utilidad de estas y otras razones |
de explicación; pero difícilmente llegarán a tener crédito, puesto que í
se ¡es podrían oponer otros mejor elegidos, si una máxima de la razón,
de otro modo muy justa, no los tOt ñera recomendables. He aquí la ■
máxima: si se parte de fenómenos dados es preferible el riesgo de las
conjeturas que admitir fuerzas primitivas y especiales de la Naturaleza -

46 Immanuel ¡íaxt
o disposiciones innatas, de acuerdo con. el principio que dice: principia
praeter neeessi teten non sime ?ntd»piicanda, Pero para mi, se opone otra
máxima, que limita la anterior, es decir, la que se refiere a la economía
de los principios superfinos, a saber, que en toda la naturaleza orgáni­
ca, y no obstante las variaciones de las criaturas individuales, la espe-
. cíe se conserva sin variar (según la fórmula de la Escuela: ¿]ua libet natura
est eomervatrix sni). Ahora bien, es claro que si, con respecto a los
cuerpos animales, se le concediera a la mágica fuerza de la imaginación
o a la artificiosidad del hombre un poder capaz de modificar la fuerza
generadora misma, para transformar así el modelo originario de la Na-
■turaleza o para deformarlo con añadidos que acabarían por ser perma­
nentes y conservados por las generaciones sucesivas, ya no se sabría de
■qué original ha partido la Naturaleza o hasta dónde podrá llegar en las
■variaciones del mismo. Y puesto que la imaginación del hombre no
conoce límite alguno, no podríamos establecer en qué caricatura aca-
■harían por degenerar ios géneros y especies. Conforme con esta consi­
deración, acepto como axioma lo siguiente: no se debe admitir influjo
.'■.'alguno de la imaginación, capaz de estropear la labor generadora de la
Naturaleza; tampoco admito ningún poder humano susceptible de pro-
fdjucír, mediante artificios externos, variaciones en el antiguo original
.- de los géneros y especies, de tal modo que se los llevaría a la fuerza
generadora y se los tornaría hereditarios. Pues si yo admitiera un caso
de este tipo, aceptaría un cuento o un encantamiento fantástico. Se
quebrarían los límites de la razón, y la ilusión irrumpiría de mil modos
:: a través de ese vacío. Tampoco constituye peligro alguno el hecho de
que, al haber tomado semejante resolución, tenga la intención de vol­
verme ciego a las experiencias reales, o lo que sería lo mismo, de vol­
verme obstinadamente incrédulo. Pero todos esos estrambóticos suce­
sos tienen implícito, sin diferenciarse, el carácter de no ofrecer en
: absoluto experiencia alguna, sino que sólo pretenden probarse median­
te zarpazos dirigidos a observaciones casuales. Pero lo que por su moda­
lidad no resiste ninguna experiencia, aunque sea capaz de ella, o lo que
constantemente rechaza el experimento con toda clase de pretextos,
sólo es ilusión o ficción. Por este motivo, yo no puedo adoptar un tipo
de explicación que, en realidad, favorece la fantástica propensión ha­
cia el arte mágico que todos esperan con agrado, aunque lo disimulen
con simples disfraces. En verdad, la transmisión específica, incluso la

Definición del concepto tmuKA raza humana i Filosofía de la historia 47


contingente y que no siempre tiene éxito, jamás puede ser efecto de |
una causa diferente de las simientes y disposiciones que residen en la :
especie misma.
En efecto, si aceptara caracteres surgidos de impresiones conting.
tes- y que, sin embargo, llegan a ser hereditarios, me sería imposible
explicar cómo aquellas cuatro diferencias de color son, entre las dem. -
propiedades, las tínicas hereditarias y transmitidas específicamente m
modo infalible. ¿Cuál puede ser la causa de ellas, fuera del hecho de que
pertenecen necesariamente a las simientes de la estirpe humana origi- f
natía -desconocida por nosotras- y de la circunstancia de que, como :j:
tales, semejantes disposiciones naturales tienen que haber sido pues­
tas, por lo menos las que se refieren a la conservación de la especie, en ■
la primera época de su propagación y aparecer inevitablemente, por i
esa ratón, en las siguientes generaciones?
Por tanto, estamos obligados a admitir que alguna vez han existido
di/crentes estirpes humanas, radicadas aproximadamente en los lugares
en que ahora las encontramos; hemos de admitir, pues, que son riguro-
sámente adecuadas -p or la naturaleza de los diferentes parajes— a la
conservación de la especie y que han sido diversamente organizadas. El
signo externo de lo afirmado ío tenemos en los cuatro colores de la
piel, que no sólo se heredan necesariamente en las estirpes que residen :i
en su propio medio, sino que se conservan sin debilitarse en cualquier
región de la tierra, si es que la procreación se efectúa dentro de la m o ­
ma raza. Tal cosa ocurre, como es natural, cuando la especie human;i se
ha fortalecido suficientemente. (Puesto que tai pleno desarrollo se al­
canza poco a poco o por el gradual uso de la razón, podrá ser auxiliad;.
por el arte de la Naturaleza.) En efecto, ese carácter depende necesa- -
ñámente de la fuerza generadora, ya que así lo exigía la conservación ;|
de la especie. :§
Pero si estas estirpes fuesen originarias no se podría explicar ni con ­
cebir por qué se transmite específica e infaliblemente el carácter de su :J
diversidad en los recíprocos cruzamientos, tal como ocurre de hecho. :|
En efecto, la Naturaleza le ha dado a cada estirpe, de un modo origina- |
rio, su correspondiente carácter, en relación con el clima y la adecúa- |
ción al mismo. Por eso, la organización de una estirpe tiene una finali­
dad por completo diversa a la de la otra; pero, no obstante eso, las
fuerzas generadoras de ambas, aun en este punto, debieron armonizar

48 Immanub. ícakt
su característica diversidad, de tal modo que no sólo pudiese nacer un
. mestizo, sino que tenga que resultar infaliblemente. Sin embargo, dada
■la diversidad de las estirpes originarias, tal hecho no puede ser conce­
bido. Sólo si. admitimos que en la simiente de umi estirpe, única y prime'
:m tienen que haber residido necesariamente las disposiciones hacia
■toda esa diversidad de clases, a fin de que sea adecuada ai gradual
poblamiento de las diferentes regiones del mundo, podremos entender
■por qué esas disposiciones se desenvolvieron ocasionalmente y, según
■ello* también diversamente, naciendo así diferentes clases de hombres
. que, en lo sucesivo, tuvieron que introducir de modo necesario su ca-
. meter determinado en el cruzamiento con las otras clases. Eso se debe
■> que tal carácter pertenece a la posibilidad de la propia existencia, es
.decir, a la posibilidad de la propagación específica; por eso, se tiene
.que derivar la disposición necesaria y primera, implícita en la estirpe
■'del-género. Tales cualidades -que son infalibles y se heredan hasta en
el cruzamiento con las otras clases, produciendo mestizos- nos obligan
a la conclusión de que derivan de una sola estirpe, porque sin ello no
: entenderíamos la necesidad de la transmisión especifica.

. . ... 6. Sólo ío que se hereda infaliblemente en las diferentes clases de la


especie humana, puede justificar la denominación de una rata huma­
na en particular.
Es cierto que las cualidades que pertenecen esencialmente a la espe-
■e;e misma, es decir, que son comunes a todos los hombres como tales,
.■■'se heredan, infaliblemente; pero puesta que en esto no radica ninguna
■.■'diferencia entre los hombres, no se las consideran en 1.a división de las
■'■razas. En cambio, consideramos (cfr. § 3) los caracteres físicos -por
:-cierto los hereditarios- mediante los cuales los hombres se distinguen
■entre, sí (sin diferencia de sexos), pues de ese. modo se fundamenta una
división de la especie, en clases. Pero tales clases sólo se han de llamar
iracas cuando aquellos caracteres se transmiten mfa¡ibkm.ente a 1.a espe-
.;cie:(tanto dentro de una misma, clase, como en. el cruzamiento con
■lóelas las demás). Por tanto, el. concepto de raza contiene, en primer
Iiigár, el concepto de una estirpe común y, en. segundo término, el ca­
rácter necesariamente hereditario de ía diferencia de clases, entre los des­
cendientes. Sobre estos últimos fijamos con seguridad las razones diíe-
■: réndales que nos permiten dividir ía especie en clases, las cuales, en

QUÉ tS LA ILUSTRACIÓN / PsLOSCffiA DE LA HISTORIA 49


virtud del primer punto, a saber el de la unidad de la estirpe, no se
deben llamar en modo alguno especies sino sólo razas. La clase de los
blancos no se diferencia de la de los negros como especie particular del
género humano. No existen, en absoluto, diferencias especificas entre ios
hombres. De otro modo, negaríamos la unidad de la estirpe de que sur­
gieron; pero hemos probado cómo, partiendo de la herencia infalible
de los caracteres propios de una clase, no hay fundamento alguno para
ello, mientras que había una razón contraria muy importantes
He aquí el concepto de raza: consiste en la diferencia de clase en ani­
males de una y la misma especie, en cuanto esa diferencia se hereda
infaliblemente.
Tal es la definición que, en realidad, me he propuesto ofrecer en
este tratado; lo demás puede ser considerado como perteneciente a una
intención accesoria o como mero añadido que puede aceptarse o
rechazarse. Sólo tengo por probado el primer punto y, además, en cuanto
principio, lo considero utilizábale para la investigación de la historia
natural, porque es capaz de un experimento que puede conducir con
seguridad la aplicación de aquel concepto. Sin eso, sería vacilante e
inseguro.
Si hombres diversamente configurados fuesen puestos en la circuns­
tancia de mezclarse, habría una poderosa presunción -cuando ese cru­
zamiento es mestizado- de que ellos pertenecen a razas diferentes; pero
si tal producto, en su mezcla, siempre es mestizado, aquella presunción
se convertirá en certeza. Y al contrarío: si en una sola generación no se
produce mestizaje, podemos estar seguros de que ambos padres de la

* Ai principio, cuando tan sólo se tenían ante los ojos ios caracteres surgidos de la
comparación (la semejanza o la diferencia), las ciases de las criaturas se agrupaban
bajo un género. Pero, cuando después se atendió al origen, se tuvo que mostrar si
aquellas clases eran otras tantas diferentes especies o sólo razas. El lobo, el zorro, el
chacal, la hiena y el perro doméstico constituyen distintas clases de animales cua­
drúpedos. Si se admite que cada una de ellas ha necesitado tener un origen espe­
cial, serán especies; pero sí se considera que han podido nacer de una sola estirpe,
sólo serán razas dentro de la especie. En la historia natural (que sólo se ocupa de la
generación y del origen), la especie y el género son en sí mismos indistintos. En la
descripción de la Naturaleza, que trata simplemente de la comparación de las no­
tas, se conserva esa diferencia. Lo que aquí se denomina especie, allá se tendría que
llamar raza.

50 ÍMMANUEL KANfT
misma especies por diferentes que en apariencia puedan ser, pertene­
cen, sin embargo, a una y la misma raza.
Sólo he admitido cuatro razas en la especie humana; no porque es­
tuviese por completo seguro de que no podría haber vestigios de otras,
sino porque lo que yo exijo como carácter de una raza, es decir, la
generación mestizada, sólo se produce en ellas, lo cual no se puede pro­
bar suficientemente con ninguna otra clase humana. En este sentido,
.en su descripción de las poblaciones mongólicas, Pallas dice que la
primera generación de un ruso con una mujer de este último pueblo
(una huriate) produce de inmediato bellos niños; pero no anota sí en
éstos no existe en absoluto ningún vestigio de origen calmúquico. Se­
ría muy raro que el cruzamiento de un mongo! con un europeo borrase
por completo los rasgos característicos del primero, puesto que siempre
los hallamos, con mayor o menor claridad, en el cruzamiento de
mongoles, con poblaciones más meridionales (probablemente con in­
dios) y también con elimos, javaneses, malayos, etc. Pero la peculiaridad
mongólica se refiere, con propiedad, a la figura, y no al color. Y hasta
ahora la experiencia ha mostrado que sólo éste tiene carácter de raza,
es decir, de una infalible transmisión específica. Tampoco se puede es­
tablecer con certeza si. la figura cafre de los papúas y de los otros isleños
análogos a ellos, que habitan las islas del Océano Pacífico, denotan
alguna raza particular, puesto que todavía no conocemos el producto
de su mezcla con blancos. Se diferencian suficientemente de los negros
por la barba espesa y ensortijada.

Nota

Ciertas teorías actuales admiten algunas simientes muy peculiares,


depositadas originariamente en la primera y común estirpe humana, las
cuales llegarían hasta las diferencias raciales ahora existentes. Seme­
jantes teorías se apoyan por completo en la infalibilidad de la transmi­
sión específica, lo que toda experiencia confirma, para las cuatro razas
mencionadas. Quien considere y crea que este fundamento explicativo
constituye una innecesaria multiplicación de los principios de la histo­
ria natural, y quien estime que se podría prescindir perfectamente bien
de esas particulares disposiciones de la Naturaleza -puesto que acepta­

Definición del concepto de una raza humana / Filosofía de la historia 51


ría que la primera estirpe del parentesco era blanca, explicando las
restantes llamadas raras por las impresiones posteriores del aire y del
sol sobre, los lejanos descendientes- no podrá probar nada. Tampoco
habrá demostrado nada quien aduzca el hecho de que muchas otras
peculiaridades han terminado por ser hereditarias, debido a la larga
residencia de un pueblo en una misma región, constituyendo de. ese
modo un carácter Físico del mismo. Tendría que proporcionar un ejem ­
plo de la infalibilidad de la transmisión específica de semejantes pecu­
liaridades, y no, por cierto, para un mismo pueblo, sino para, los recí­
procos cruzamientos (que los apartan de él),, de tal modo que la
generación reproduzca mestizos sin excepción. Pero nadie podría lle­
gar a tal resultado; pues, fuera del carácter que hemos considerado y
cuyos orígenes están más allá de toda historia, no se hallará ejemplo
alguno que confírme esa tesis. Si alguien prefiriera, admitir que diferen­
tes estirpes humanas primarias tienen el mismo carácter hereditario, tal
admisión, en primer lugar, auxiliaría poco a 1¡$ filosofía, puesto que se
tendría que acudir a criaturas diferentes, sacrificándose siempre la uni­
dad de la especie. En efecto, animales cuya diversidad es tan grande
que necesitarían, para existir, un número igual de creaciones diferen­
tes, pueden pertenecer a una especie nominal (con. el fin. de clasificarlos,
según ciertas semejanzas), pero jamás a una especie real,- si para ésta
exigimos, por lo menos, la posibilidad de haber descendido de una sola
pareja. El establecimiento de la última constituye la propia ocupación
de la historia natural; la primera sólo satisface a una descripción de la
Naturaleza. Pero, en segundo lugar, la rara concordancia de las tuerzas-
generadoras existentes entre dos especies diversas -puesto que, a pesar
de ser totalmente diferentes entre sí con relación al origen, pueden, sin
embargo, ser Fecundadas al cruzarse recíprocamente- constituiría un
hecho vano, sin otro fundamento que el de una ocurrencia, de la Natu­
raleza. Si para demostrar este último caso se adujeran ejemplos de ani­
males en los que ocurre tal cosa, con independencia de la diversidad de
la primera estirpe de los mismos, se negará, en ese caso, e! último su­
puesto y, justamente, porque se verifica más bien- tal cruzamiento fe­
cundo, todos concluirán en la unidad de la estirpe, tal como ocurre
con el cruzamiento de perros y zorros, etc. La transmisión específica infa­
lible de las respectivas cualidades de. los padres es la única piedra de.
toque verdadera y, al mismo tiempo, suficiente, 'de la diversidad de las

52 Lvímanuel k a n t
razas a que pertenecen, y constituye una prueba de la unidad de la
estirpe de que han nacido. Es decir, proporciona una demostración de
que en esta estirpe hay simientes originariamente depositadas, las cua­
les se desarrollan en la serie de las generaciones. Sin ellas no surgirían
las diversidades hereditarias y, principalmente, no podrían ser necesa­
riamente hereditarias.
La finalidad, en una organización, constituye el fundamento uni­
versal del que inferimos la existencia de equipos originariamente pues­
tos con. esa intención en la naturaleza de una criatura. Si ese fin sólo
■fuese alcanzado tardíamente, concluiríamos en simientes innatas. Ahora
bien,' ninguna raza, como la de los negros, prueba tan claramente esta
■conformidad a fin, constitutiva.de su peculiaridad. Pero el ejemplo que
de aquí podemos derivar únicamente nos justifica presumir por analo­
gía que, al menos, ocurre lo mismo con las demás razas. En efecto,
ahora sabemos que ía sangre, humana se vuelve negra por estar sobre­
cargada de flogisto (tal como lo podemos observar en el lado inferior
de un coágulo). Ahora bien, el fuerte olor de los negros, que no pueden
evitar por limpieza alguna, proporciona un motivo para conjeturar que
su piel elimina mucho jflogísto de la sangre y que la Naturaleza tiene que
haber organizado esa piel de tal modo que en ellos la sangre se pueda
“Jesflogis tizar” por medio de la piel, en una medida muy superior a la
qué acontece en nosotros, pues la mayor parte de las veces esa función
corresponde a los pulmones. Pero los auténticos negros residen en re­
giones en las que el aire está muy “flogist izado”, debido a los espesos
bosques y a los lugares cubiertos de ciénagas; tanto que, según los rela­
tos'de Lind, los marinos ingleses que remontaban, aunque sólo fuese
durante'un día, el río Cambia, para ir a comprar carne, tenían peligro
de'muerte. Por tanto, sería un dispositivo muy sabiamente acertado de
la Naturaleza el haber organizado la piel de tal modo que la sangre -al
no poder desagotar por los pulmones semejante cantidad de flogisto-
se pueda desflogistizar en los negros mucho más poderosamente que en
nosotros. Luego, la sangre, tenía que transportar un. exceso de flogisto a
la terminación de las arterías, es decir, bajo la piel misma. Tiene que
haber una sobrecarga y, por eso, tenía que aparecer de color negro,
aunque -com o es natural- en el interior del cuerpo sea roja.. Por lo
demás, la diversa organización de la piel de los negros y la nuestra es
notable, incluso al tacto.

Definición del concepto de una raza humana / Filosofía de la historia 53


«í
Sí;

La finalidad de !a organización de las otras razas, tal como la inferí'


mos a partir dei color, no la podemos ofrecer, como es natural, con
igual verosimilitud; pero, sin embargo, no faltarían por completo fun­
damentos explicativos del color de la piel, capaces de apoyar la pre­
sunción de una finalidad.
Si el abate Fontana tiene razón en lo que afirma contra el caballero
Landriani, a saber, que el aire sutil, expulsado de tos pulmones en cada
expiración, no proviene de la atmósfera, sino que sale de la sangre
misma, se podría admitir muy bien que una raza humana tenga la san­
gre saturada de esa acidez del aire, que los pulmones no podrían expeler
por sí solos. Por eso, ios vasos de la piel tendrían que contribuir en esa
función (por cierto, no con la forma del aire; sino en relación con las
otras materias exhaladas). En este caso, la presunta acidez del aire le
daría un color rojizo a las partículas de hierro de la sangre, propio de la
herrumbe, cuya tonalidad distingue la piel de los americanos. La nece­
sidad de la transmisión específica de esta cualidad de la piel quizá se
deba a que los habitantes de esta parte del mundo pudieron haber al­
canzado su actual residencia llegando del norte de Asia, siguiendo las
costas, o tal vez llevados por los hielos del Océano Glacial. Pero el
agua de dicho océano, al helarse continuamente, tiene que desprender
enormes cantidades de aire sutil, lo que hace presumir que la atmósfera
esté allí más saturada que en cualquier otro lugar. Por eso la Naturaleza
se ha cuidado de antemano de su desprendimiento, por medio de la
organización de la piel (puesto que la atmósfera aspirada no exhala
suficientemente el aire sutil de los pulmones). En efecto, se pretende
haber comprobado una sensibilidad cutánea mucho menor entre los
americanos originarios, que quizá fuese consecuencia de aquella orga­
nización, conservada en climas más cálidos una vez que, por su desa­
rrollo, se hubiese convertido en diferencia racial. En esos climas no
falta materia para el ejercicio de esta función, pues todos los medios de
nutrición tienen implícita cierta cantidad de aíre sutil, que puede ser
recogido por la sangre y expelido por el camino mencionado.
El álcali volátil es una materia que la naturaleza tiene que exhalar de
la sangre. Para esa segregación ella debió depositar en los descendien­
tes de la primera estirpe ciertas simientes hacia la organización, espe­
cial de la piel. En la aurora de los tiempos del desenvolvimiento de la
humanidad, esa estirpe quizá encontrara su residencia en alguna re-

54 Immanuel kant
gtón seca y cálida, lo cual habría capacitado la sangre de la misma con.
i'.' preferencia para una generación excesiva de aquella materia. Las ma-
nos frías de los indios, aunque estén cubiertas por la transpiración, pa-
.V recen confirmar una organización diferente de la nuestra.
Sin embargo, el fingir hipótesis constituye un flaco consuelo para la
filosofía. En todo caso, son buenas para oponerlas a un adversario que
manifiesta alegría cuando no se puede objetar nada que valga la pena
¡ contra el principio admitido que, sin embargo, no torna concebible la
posibilidad de los fenómenos. Pero paga su juego hipotético con otro
igual o, por lo menos, igualmente aparente.
Cualquiera sea el sistema que se admita, está suficientemente asegu-
; rado que las razas existentes en la actualidad no pueden extinguirse, si
¡ no se impide su mutuo cruzamiento. Entre nosotros, los gíranos -cuya
procedencia de los indios está probada- proporcionan una clarísima
¡ demostración de lo dicho. Los vestigios de su presencia en Europa se
pueden seguir desde hace más de tres siglos, y todavía la figura de sus
¡¡ antepasados no ha degenerado en lo más mínimo. Los portugueses de
.¡¡ Gambia, presumiblemente degenerados en negras, descienden de hlaiv
/; eos bastardeados con negros. En efecto ¿dónde hallar un informe que
■ tóme verosímil la leyenda de que los primeros portugueses llegados a
; esta región habrían traído consigo tantas mujeres blancas - o que éstas
hubieran vivido el tiempo suficiente, o hubiesen sido reemplazadas por
otras del mismo color-, como para fundar, en continente extraño, una
pura estirpe de blancos? Por el contrario, semejante caso se puede ex­
plicar con informes mejores. El rey Juan II, que gobernó desde 1481
hasta 1495, ante la muerte de todos los colonizadores que había envia-
. do a Santo Tomás, repobló esta isla con descendientes bautizados de
judíos (de fe cristiano-portuguesa). Por lo que sabemos, de ellos den-
. van los blancos actuales. Los criollos negros de ¡Norteamérica y los
holandeses de Java permanecen fieles a las respectivas razas. El tinte
añadido a la piel por el sol, y que se vuelve a perder en una atmósfera
■ más suave, no se debe confundir con el color propio de la raza, puesto
'/ que jamás se hereda. Por eso, las simientes originariamente deposita-
■' das en la estirpe de la especie humana, destinadas a la procreación de
las razas, tuvieron que desarrollarse, en las épocas más remotas, según
las necesidades del clima, siempre que la estadía en tales regiones dura­
ra mucho tiempo. Cuando algunas de estas disposiciones se desenvuel-

Definición del concepto de una raza humana / Filosofía de la historia 55


ven en un pueblo, borran por completo las otras. Por eso, no podemos
admitir que una anterior mezcla de las diferentes razas, dada en ciertas
proporciones, pueda reponer ahora la estructura de la estirpe humana.
En efecto, de otro modo, los mestizos, engendrados por un cruzamiento
desigual, se volverían a descomponer, también ahora (como ocurrió en
la primera estirpe) en los colores originarios. Tal descomposición acon­
tecería por las propias generaciones, cumplidas en diferentes climas;
pero ninguna de las experiencias realizadas hasta ahora permiten pre­
sumir tal cosa. Todas esas generaciones bastardas se conservan, en su
propagación ulterior, con tanta permanencia como las razas de cuya
mezcla han surgido. Cuál fuera la estructura de la primera estirpe hu­
mana (según la cualidad de la piel) es algo que ahora resulta imposible
adivinar. Incluso el carácter del blanco sólo constituye el desenvolvi­
miento de una de las disposiciones originarias que, al lado de otras, se
encuentran en él.

56 Immanuel kant
Sobre el libro Ideas para una filosofía de la historia
de la humanidad de J. G. Herder*

I. Reseña de la primera parte de la obra

El espíritu de nuestro ingenioso y elocuente autor muestra en este


.escrito su ya reconocida originalidad. Pero, como ocurre con otros
muchos salidos de su pluma, tampoco puede ser juzgado con criterio
ordinario. Diríase que su genio no recoge ideas del amplio campo de
. las ciencias y las artes, con el fin de acrecentar así una comunicación
con otros, sino que las transforma (si hemos de emplear su expresión)
. según cierta ley de asimilación, siguiendo la manera propia de su perso-
.■nal modalidad. Por eso se distinguen notablemente de las ideas que
. nutren y desarrollan otras almas (pág. 292). Luego, se tornan poco sus­
ceptibles de ser comunicadas. Por eso, podría ocurrir muy bien que lo
que él denomina filosofía de la historia de ¡a humanidad sea algo por com­
pleta diferente a lo que habitualmente entendemos por ella. No halla­
mos, por ejemplo, exactitud lógica en la determinación de los concep­
tos o una cuidadosa distinción y justificación de los principios. Antes
bien, encontramos en su libro una mirada que se extiende hasta lo
. remoto sin detenerse por mucho tiempo en nada y una hábil sagacidad
. en el hallazgo de analogías, que emplea con osada penetración. Ade-
■más, tiene gran habilidad para disponer favorablemente, por medio de
sentimientos e impresiones, a que admitamos un objeto mantenido siem­
pre en la más oscura lejanía. Tales sentimientos, entendidos como efec­
tos de gran contenido intelectual o también como ambiguas indicacio­
nes, permiten conjeturar más cosas que lo que una fría apreciación
. podría encontrar en ellos. Puesto que la libertad de pensamiento (que
se encuentra aquí en gran medida), ejercida por una fecunda inteligen­
cia, siempre proporciona materia para meditar, trataremos de destacar,
hasta donde nos sea posible, algunas de las ideas más importantes y

*“Rezension zu johann Gottfried Herders Ideen tur Geschicie der Menscíieii", 1785.

Sobre el libro Ideas para una filosofía... / Filosofía de. la historia 57


originales, exponiéndolas con las propias expresiones del autor. Al fi-
nal añadiremos algunas notas sobre el todo de la obra.
Nuestro autor comienza por ampliar la humana perspectiva para, de
este modo, asignarle al hombre un puesto entre los demás habitantes
de los planetas del sistema solar al que pertenecemos. Y, a partir de la
situación media y no desventajosa del astro en que residimos, concluye
en un “mero entendimiento terrenal, de acuerdo con esa condición
media, y en una virtud humana todavía muy equívoca, con ia cual
debemos contar. Puesto que nuestros pensamientos y facultades viven,
manifiestamente, de nuestra organización terrenal, tendiendo a
modificarse y transformarse con el fin de lograr un estado de pureza y
delicadeza conforme a lo que le ha concedido la Creación, y puesto
que, si permitimos que la analogía nos conduzca, lo mismo ha de ocu­
rrir en los demás planetas, será posible conjeturar que el hombre tenga
un fin que comparte con los habitantes de estos últimos, no para em­
prender alguna mudable marcha a través de esos planetas, sino para
alcanzar cierto trato con todas las criaturas que lograron madurez en
tantos y diversos mundos hermanos”. Desde aquí encamina sus consi­
deraciones a las revoluciones que precedieron a la aparición del hom­
bre. “Antes que el aire, el agua y la tierra fueran producidos, muchas
simientes se tuvieron que fusionar y precipitar entre A Y los múltiples
géneros de la tierra, de los minerales, de los cristales, incluyendo la
organización de los moluscos, plantas, animales y, por último, del hom­
bre, suponen quién sabe qué disoluciones y revoluciones de unos géne­
ros en otros. El, hijo de todos los elementos y de tocios los seres; él,
conjunto refinadísimo y, por así decirlo, la flor de la Creación terrestre,
no pudo ser sino el último y mimado hijo de la Naturaleza, cuya cons­
titución y recepción tuvo que estar antecedida por muchas evolucio­
nes y revoluciones."
La esfericidad de la tierra ío asombra por la unidad que hay en ella,
a pesar de la mayor diversidad imaginable. “Quien alguna vez haya
considerado con empeño esta figura ¿podría ser llevado a convertir en
filosofía y religión alguna fe literal í ¿Podría asesinar en nombre de tal
credo, con sordo pero callado celo?” También en la inclinación de la
eclíptica encuentra ocasión para considerar el destino del hombre. “Bajo
nuestro sol, cuya marcha es oblicua, toda acción humana está dentro
del período anual.” El conocimiento más preciso de la atmósfera, y

58 Imman’uel kaxt
también el influjo de los astros sobre ella, promete -según le parece-
una gran influencia sobre la historia de la humanidad, una vez que
aquel influjo sea conocido con mayor rigor. En el capítulo que trata de
la división de ¡as tierras y los mares, la estructura terrestre se presenta
como fundamento explicativo de la diversidad de la historia de los
pueblos. “Asia es tan coherente en costumbres y usos porque, de acuer­
do con el suelo, tiene también la forma de un todo. El pequeño mar
Rojo, al contrario, divide las costumbres y, más aun, el pequeño golfo
Pérsico. Los numerosos lagos, montañas y ríos, así como la tierra firme,
no sin fundamento, ocupan en América una gran extensión bajo clima
templado; y la estructura del Viejo Continente fue establecida por la
Naturaleza en relación con la morada del hombre, de un modo dife­
rente a la del Nuevo Mundo." El segundo libro trata de las organizacio­
nes terrenales. Comienza por el granito, sobre el cual ha actuada la luz,
el calor, el aíre enrarecido y el agua. Quizá por eso, el sílex se transfor­
mó en calcáreo, en el cual se formaron los primeros seres vivientes del
mar, es decir, los moluscos. La vegetación comienza después... Compa­
ración de la estructura del hombre con la de las plantas, y de! amor
sexual de! primero con las flores de las últimas. Utilidad del reino ve­
getal con respecto del hombre. Reino animal. Variación del mismo y
del hombre, según los climas. Los del viejo mundo son imperfectos.
“Las clases de criaturas se amplían cuanto más se alejan del hombre; a
medida que se le aproximan disminuyen... En todos hay una forma
principal y una estructura ósea semejante... Tales tránsitos no toman
inverosímil la tesis según la cual en las criaturas marinas, en las plantas
y, quizá, hasta en los llamados seres inanimados, domine una y la mis­
ma disposición hacia la organización, sólo que en estado infinitamente
grosero y confuso. A la mirada del Ser Eterno, que ve todo en conexión,
la forma de una partícula de hielo en el momento en que se engendra y
el copo de nieve que se configura en ella tienen una relación análoga a
la de la formación del embrión en el cuerpo materno. El hombre es una
criatura intermediaria entre los anímales, o sea que es la forma más
expandida posible. En ella se reúnen todos ios caracteres de todos los
géneros que se hallan en torno de él, y constituye el conjunto más deli­
cado. A partir del aire y del agua veo llegar, por así decirlo, a los anima­
les; desde las alturas y los abismos avanzan hasta el hombre y se aproxi­
man, paso a paso, a su estructura.” Este libro concluye con las siguientes

Sobre el libro Ideas para una filosofía... / Filosofía de la historia 59


palabras; “¡Alégrate, oh hombre, por tu condición, y estudíate, noble
criatura intermediaria, en todo lo que vive en torno a ti!”.
El tercer libro compara la estructura de las plantas y animales con la
organización humana. No podemos seguirlo en este punto, puesto que
pone las consideraciones de los naturalistas al servicio de sus propias
intenciones. Sólo me referiré a algunos resultados. “Por medio de tales
o cuales órganos, la criatura engendra una viviente excitación, a partir
de la muerta vida vegetal; y desde la suma de esas excitaciones, depura­
das por finos canales, engendra el médium, de la sensación. El resultado
del excitante está en el impulso; el de la sensación en el pensamiento.
He aquí la eterna marcha hacia adelante de la creación orgánica, la
cual fue puesta en toda criatura viviente” Tanto en las plantas como en
los animales, el autor no tiene en cuenta a las simientes, sino a una
fuerza orgánica. Dice; “Así como en las plantas hay vida orgánica, tam­
bién la hay en el pólipo. Por eso, existen muchas fuerzas orgánicas: la
propia de la vegetación, la de la excitación muscular, la de la sensa­
ción. Cuanto mayor es el número y fineza de los nervios, tanto más
grande, llega a ser el cerebro y más inteligente la especie. El alma animal
consiste en la suma de todas las fuerzas que actúan en la organización”,
y el instinto no constituye una fuerza especial de la Naturaleza, sino la
dirección que ella, por medio de su temperatura, le otorgó a la totali­
dad de las mismas. U n único principio orgánico de la Naturaleza -que
ora llamamos configuradar (en la piedra), ora impulsivo (en las plantas),
o también sensitivo o constructivo de lo artificial, y que, en realidad,
siempre sigue siendo una y la misma fuerza orgánica- se va dividiendo
en mayor número de órganos y diversidad de miembros. A medida que
aumenta el mundo propio de ellos, tanto más se va ocultando el instin­
to, para iniciarse, de ese modo, un uso peculiar y libre de los sentidos y
los miembros (como ocurre, por ejemplo, en. el caso de los hombres).
Finalmente, el autor llega a establecer la esencial diferencia de la natu­
raleza humana. “La marcha erguida del hombre le es naturalmente pro­
pia; incluso constituye la organización elegida para todo el genero y su
carácter distintivo.”
No le fue asignada dicha posición por estar destinado a la razón,
sino que pudo lograr la razón en virtud de tal postura erguida, puesto
que la razón es un efecto natural de esa disposición, debido a que, sim­
plemente, le era necesaria para poder andar erguido. “Ante tal sagrada

60 Lmmanuel kant
obra ele arte, ante semejante beneficio, por medio del cual nuestra es­
pecie llegó a ser humana, permitidnos detenernos con agradecida y
asombrada mirada. Veamos cómo la nueva organización de fuerzas co­
menzó con la estructura erguida de la humanidad y cómo por ella, úni­
camente, el hombre fue hombre.”
En el cuarto libro, el autor sigue desarrollando el mismo punto. “¿Que
le faltó a la criatura semejante ai hombre (el mono) para ser hombre!
¿Y por que éste llegó- a serlo? Por la configuración de ía cabeza, propia
de la posición erguida; por la organización interna y externa hacia el
equilibrio perpendicular... el mono tiene todas las partes del cerebro
que el hombre posee; pero la forma del cráneo está situada hacia atrás,
debido a qu.e su cabeza se configuró desde otro ángulo y a que no fue
hecho para la marcha erguida. Y por ello, todas las fuerzas orgánicas
actuaron de otro modo... “Mira hacia el. cielo, oh hombre, y alégrate al
contemplar tu inmensa ventaja, unida por el Creador del mundo a un
principio tan simple como el de. tu posición erecta... Elevado sobre la
tierra y sus hierbas, ya no domina el olfato, sino el ojo... Con la marcha
erguida, el hombre llegó a ser una criatura artística; pudo lograr manos
Ubres y artísticas... sólo con esa situación erguida se produjo el verda­
dero lenguaje humano... Teórica y prácticamente, la razón sólo es algo
adquirido: consiste en aprender la proporción y dirección de las ideas y
facultades, por medio de las cuales el hombre fue formado de acuerdo
con su organización y modo de vivir.” Y ahora, ía libertad. “El hombre
es el primer ser libre de la creación: está erguido.” El pudor “se tuvo
que desarrollar tempranamente por la posición erguida”. Su naturaleza
no está sometida a ninguna extraña variedad. “¿Por qué? Por su posi­
ción erguida, y no por otra razón... Fue formado para la humanidad; su
estado de calma, su amor sexual, su simpatía y amor maternal: todo
constituye un escalón para la humanidad, propia, de la formación er­
guida..., las reglas de la justicia y de la verdad se fundamentan sobre la
misma posición erguida del hombre, y también ella, lo educa [bikkí]
para la prosperidad. La religión está en la suprema humanidad. El en­
corvado- animal tiene sensaciones confusas; Dios elevó al hombre de
tal modo que, aun sin quererlo ni saberlo, vislumbra las causas de las
cosas. De ese modo te encuentra a Ti, oh grandioso conjunto de todas
las cosas. Y la religión produce la esperanza y la fe en ía inmortalidad.”
De estos temas trata eí quinto libro. “Desde las piedras a los cristales,

S obre el libro ¡ d e a s para u n a f il o s o f ía ... /Filosofía de la historia 6!


de éstos a los metales, desde los metales al reino vegetal, desde aquí al
animal y, finalmente, al hombre, vemos cómo se acrecienta la forma de
la organización. Al mismo tiempo, se diversifican las fuerzas e impulsos
de las criaturas, y por fin todas se reúnen en la estructura del hombre,
en la medida en que ésta puede abarcarlas...”
“A través de la serie de seres, advertimos una semejanza de las for­
mas principales, que se van aproximando cada vez más a la estructura
humana,' así como vemos también que se le acercan, poco a poco, las
fuerzas e impulsos... A cada criatura se le ha asignado cierta duración
de vida, de acuerdo con. el fin de la Naturaleza que ella debe secundar.
Cuanto más organizada es una criatura, tanto más entran en la consti­
tución de su estructura los reinos inferiores. El hombre es el compen­
dio del mundo: la cal, la tierra, las sales, ios ácidos, el aceite y el agua,
las fuerzas de la vegetación, de las excitaciones y de la sensación, se
reúnen orgánicamente en él. Esto nos lleva a admitir un reino invisible
de las fuerzas y tenemos que postular una serie creciente de ellas. Dicho
reino está en las mismas rigurosas conexiones y tránsitos que los obser­
vados en la serie visible de la creación. Y esto es todo para probar la
inmortalidad del alma; y como si fuese poco, para demostrar la perdu­
ración de la totalidad de las fuerzas eficientes y vivientes de la creación
universal. La fuerza es imperecedera, aunque el instrumento se pueda
descomponer.” “Lo que lleva a la vida, lo que otorga vida a todo lo
viviente, vive; lo que actúa, actúa eternamente en eterna conexión."
Tales principios no se disocian “porque no es éste el lugar de hacerlo".
Sin embargo, “en la materia vemos tantas fuerzas semejantes a las espi­
rituales, que una total oposición y contradicción de ambas naturalezas,
concebidas como absolutamente diversas entre sí -espíritu y materia-
es muy improbable, aunque parezcan contradecirse”. “Ningún ojo ha
visto simientes reformadas. Es incorrecto hablar de epigénesis, pues
parecería que los miembros crecen desde fuera, Hay una formación (gé­
nesis); existe el efecto de fuerzas internas. La Naturaleza dispone de
gran cantidad de ellas, y al configurarlas, las toma visibles. Nuestra
alma racional no forma el cuerpo: es el dedo de la divinidad, la fuerza
orgánica quien lo hace." Ahora bien, esto significa: *T) La fuerza y el
órgano se vinculan del modo más íntimo posible; pero no son una y la
misma cosa. 2) Toda fuerza actúa en armonía con su órgano, puesto
que ella se lo ha procurado para que se manifieste y asimile a su esen-

62 ÍMMANUEL KANT
d a. 3) Aunque la envoltura deje de ser, la fuerza permanece, puesto
que ésta existía de antemano, pero en estado inferior. Mas, en cual­
quier caso, ya existía orgánicamente, sin esa envoltura.” Por esa razón,
el autor se puede oponer a los materialistas. “¡Que nuestra alma sea
una y ¡a misma cosa que la totalidad de las fuerzas de la materia, que las
excitaciones y movimientos de la vida! Sí admitimos, además, que
únicamente ella actúa, en clarísimo grado, dentro de una organización
finamente estructurada, ¿la someteríamos, acaso, a la fuerza que pro­
v ien e del movimiento del excitante, o bien esas fuerzas inferiores deja­
rían de ser una y la misma cosa que sus órganos?" De la rigurosa co­
nexión de los mismos, se desprende que sólo pueden estar en progresión.
“Podemos considerar al género humano como un grandioso confluir de
las fuerzas orgánicas inferiores, que germinarían en él para constituir la
configuración [Brldimgj de la humanidad."
De este modo se muestra que la organización humana acontece me­
diante una serie de fuerzas espirituales: “ l ) El pensamiento es algo to­
talmente diferente de lo que los sentidos proporcionan. Todas las ex­
periencias sobre su origen llevan a la comprobación de que es la obra
de un ser que actúa de modo orgánica, por cierto, pero por propio po­
der y según leyes de relaciones espirituales. 2) Así como el cuerpo cre­
ce ai alimentarse, así también lo hace el espíritu por medio de las ideas;
incluso advertimos en éste las mismas leyes de asimilación, crecimien­
to y producción... Brevemente dicho: se ha formado en nosotros un
hombre interior y espiritual que tiene su propia naturaleza y usa el
cuerpo como instrumento. La clara conciencia, esta gran superioridad
del alma humana, se ha formado de un modo espiritual, a través de la
humanidad, etc." En una palabra -si es que hemos entendido correcta­
m ente-, el alma llega a ser, antes que. nada, a partir de fuerzas espiritua­
les que se han ido agregando poco a poco. “Nuestra humanidad sólo
constituye un ejercicio preliminar; el pimpollo de una futura flor. Paso
a paso la Naturaleza va rechazando lo innoble, mientras construye lo
espiritual, y torna lo fino aún más delicado. Esto nos permite esperar
que su mano de artista conducirá a nuestro pimpollo de humanidad a
una existencia en que pueda aparecer en su propia, verdadera y divina
forma humana."
Concluye con esta proposición: “La actual condición del hombre
es, verosímilmente, la de un miembro intermediario, que sirve de vín-

SORRE EL LIBRO¡DEASPARA UNA FILOSOFÍA... / FILOSOFÍA f>£ LA HISTORIA 63


culo entre dos mundos.,. Al concluir la cadena de las organizaciones
terrenales, y en virtud de ser e! miembro supremo y último, comienza
el hombre -precisamente por esta razón- la cadena de un género de
criaturas superiores, de la que éí es el grado más bajo. Y, de tal modo,
es, verosímilmente, el anillo intermediario entre dos sistemas de la
Creación que se interpenetran recíprocamente. Expone ante nosotros
dos mundos a la vez, y en ello consiste la aparente duplicidad de su
esencia. La vida es lucha, y la flor de la humanidad pura e inmortal es
una corona difícil de conquistar,.. Por eso nos aman nuestros hermanos
del grado superior; nos aman más que lo que nosotros los buscamos y
podemos amar, pues ellos ven con mayor claridad nuestra condición...
y nos educan para hacernos, quizá, partícipes de su felicidad... No nos
es posible representarnos bien la circunstancia de que la condición,
futura deba ser, con respecto a la actual, tan incomunicable como el
animal que está en el hombre podría hacerlo creer,... pues, sin una
iniciación superior, el lenguaje, y la ciencia incipiente, parecerían ser
inexplicables... También en épocas remotas, los más grandes efectos
sobre la tierra han surgido de circunstancias inexplicables... incluso las
mismas enfermedades fueron, con frecuencia, instrumentos para la pro­
ducción de tales efectos, surgiendo cuando el órgano llegaba a ser in-
utilizable en el círculo habitual de la vida terrena. De tal manera, pare­
ce natural que la infatigable fuerza interna reciba, quizá, impresiones
para las cuales no estaba capacitada una organización intacta... Sin
embargo, el hombre no debe penetrar con la mirada en su condición
futura, sino con la fe.”' (¿Cómo-es posible que desde el momento en que
cree poder contemplarse en esa futura condición, se le impida hacerlo?
¿Cómo sería posible que no- tratara, a veces, de hacer uso de tal poder?)
“Por lo menos, es cierto que en cada una de sus fuerzas reside una infi­
nitud; también las fuerzas del universo parecen estar ocultas en el. alma,
y sólo necesitan una organización o una serie de organizaciones para
ponerlas en actividad y ejercicio... Tal como la flor, que se levanta y,
por su forma erguida, pone término al reino de la creación subterránea,
todavía desprovista de vida, el hombre, que vuelve a erguirse, está por
encima de todos los (animales) encorvados sobre, la tierra. Está allí con
la mirada hacia lo alto y las manos levantadas, tal como un hijo que,
en el hogar, espera el llamado de su padre.”
La idea y la intención final de esta primera parte (primera parte de

64 Immanüel kant
una obra que, al parecer, constará de muchos volúmenes) consiste en
lo siguiente. Se debe probar -evitando toda investigación metafísica-
la naturaleza espiritual del alma humana, su perseverancia y progresos
en la perfección, a partir de las analogías que tiene con las configura­
ciones naturales de 1.a materia, principalmente, con las de su organiza­
ción. Con ese fin, las fuerzas espirituales, para las que la materia sólo
es un elemento de construcción, ocupan cierto reino invisible de la
creación, que contiene la fuerza vivificante y organizadora del todo.
De este modo, el esquema de la perfección de tal organización está en
el hombre. A él se le aproximan, desde los grados ínfimos, todas las
criaturas terrenales, hasta que finalmente - y sólo por esa organización
perfecta que concluye de modo excelente con la marcha erguida del
anim al- el hombre llega a ser. Con su muerte no podría terminar, sin
embargo, el avance y acrecentamiento de las organizaciones ya mos­
tradas circunstancíalmente en todas las clases de criaturas, sino que,
antes bien, es lícito esperar un traspaso de la naturaleza hacia opera­
ciones todavía más delicadas, para fomentarla y elevarla a un grado de.
vida futura aún más. alta, y así hasta lo infinito. Corno autor de esta
reseña estoy obligado a confesar que no entiendo esa conclusión, par­
tiendo de la analogía de la naturaleza, aun en el caso de que. admita
aquella gradación continua de sus criaturas e incluso la regla de la
misma, a saber, la de la aproximación al hombre. Pues hay que contar
con seres diferentes que ocupan los múltiples grados de la organización,
siempre perfectible. Sem ejante analogía sólo nos podría conducir al
hecho de que en otro Indo, por ejemplo en. otro planeta, podría haber
otras criaturas que ocuparan, por su organización, el grado inmediato
superior al hombre; pero sería imposible admitir que sea el mismo indi­
viduo quien lo alcance. El hecho de animales que desarrollan alas a
partir de un estado de oruga o larva, constituye un dispositivo total­
mente peculiar de la Naturaleza y apartado de sus procedimientos ha­
bituales, sin contar con que la palingenesia no sigue a la muerte, sino
al estado de crisálida. En este caso se debe probar, por el contrario, que
la Naturaleza puede levantar los animales desde sus cenizas, es decir,
después de su descomposición o incineración, llevándolos a constituir
organizaciones específicamente más perfectas. Sólo así, y en analogía
con ello, se podría concluir que acontece lo mismo con el hombre
reducido a cenizas.

Sobre el libro Ideas para una filosofía... / Filosofía de la historia 65


Por tanto, no existe la menor semejanza entre la elevación gradual
del mismo hombre a una organización más perfecta en otra vida y la
jerarquía entre especies e individuos absolutamente diferentes, pensa­
dos en un reino natura!; Lo único que la Naturaleza nos permite ver
aquí es el abandono de los individuos a su completa destrucción, con­
servando tan sólo la especie. En cambio, se nos pide que sepamos si el
individuo humano puede sobrevivir a su destrucción aquí, en la tierra.
Quizá razones morales o, si lo queremos, metafísicas, nos lleven a ese
resultado; pero nunca lo alcanzaríamos por analogía con la generación
visible, cualquiera que ésta sea. En lo concerniente al reino invisible
de fuerzas eficientes y autónomas, no vemos cuáles son los motivos por
ios que el autor -que creía poder probar con seguridad su existencia, a
partir de las generaciones orgánicas- no prefirió derivar el principio
pensante del hombre, en cuanto dicho principio es de naturaleza me­
ramente espiritual, de semejantes fuerzas,, en lugar de hacerlo surgir de
la organización de! caos. Sólo podría ser así, si el autor considerara esas
fuerzas espirituales como radicalmente diferentes del alma humana;
pero entonces ésta no sería una sustancia especial, sino un mero efecto
de la Naturaleza universal e invisible, que anima y desarrolla la mate­
ria. Sin embargo, no podríamos aprobar sin reparos semejante opinión.
Pero ¿qué pensar en general de la hipótesis de fuerzas invisibles que
actúan en la organización? Es decir ¿qué pensar del intento de explicar
fo que no se entiende por lo que se entiende todavía menos7. La experiencia
nos permite conocer, aunque más no fuese, las leyes de semejante hi­
pótesis, puesto que sus causas siguen siendo desconocidas por imposi­
bilidad de experimentarlas. Ahora bien, ¿qué puede aducir el filósofo
para, justificar sus arrogancias, fuera de la mera desesperación por no
encontrar en la Naturaleza ía aclaración de sus conocimientos? Y ¿dónde
trataría de obtener la solución, sino en el fecundo campo de la poesía?
Pero también este recurso sigue siendo metafísico e, incluso, muy dog­
mático, aunque el autor repudie la metafísica, porque así lo quiere la
moda.
En lo concerniente a la jerarquía de las organizaciones, diré que no
es necesario reprocharle el no haber podido satisfacer su intención,
que sobrepasaba en mucho este mundo, pues e! uso que se hace de ella
en relación ai cosmos natural, es decir a éste, a la tierra, no conduce a
nada. La pequeñez de las diferencias -si se comparan los géneros según

66 ÍMMANUBL iíANT
la semejanza que tienen entre s í- constituye una consecuencia necesa­
ria, dada la tan grande diversidad de esta diversidad misma. Puesto que
un género no ha surgido de otro, ni todos de un género original y úni­
co, ni tampoco de una matriz generadora única, sólo una afinidad entre
ellos nos conduciría a las Meas; pero éstas son tan exorbitantes que la
razón tiene que retroceder con espanto ante ellas, lo cual no se lo de­
bemos imputar, sin embargo, a nuestro autor, sin ser injustos. En lo que
concierne a su contribución a la anatomía comparada, reatizada a tra­
vés de todos los géneros anímales y, desde ellos, hasta las plantas, debe
ser juzgada por los que se ocupan de la descripción natural. Ellos po­
drían decir hasta qué grado les es útil la indicación que el autor propo­
ne para otras observaciones nuevas, y establecer si, en genera!, tienen
algún fundamento. Pero la unidad de la fuerza orgánica (pág. 141} es
una idea que está por completo fuera del campo de una teoría de la
Naturaleza basada en la observación, puesto que, en relación con. la
diversidad de todas las criaturas orgánicas, es autocreadora y, además,
constituye, lo que diferencia los numerosos géneros y especies, de acuerdo
con la diversidad de los órganos, ya que por medio de éstos actúa de
diferente modo. Pertenece a una filosofía meramente especulativa y, si.
tal concepción encontrara acceso en ella, causaría grandes estragos en
las ideas tradicionales. Es manifiesto que pretender determinar cuál
sea la organización de la cabeza -exteriorm ente por su figura e interior­
mente por el cerebro-, que está necesariamente vinculada con la mar­
cha erguida, es algo que sobrepasa todo poder de la razón humana, y se
excede aun más dicho poder cuando se pretende explicar cómo una
organización simplemente dirigida a cumplir ese. fin contiene el funda­
mento de la facultad racional que, de acuerdo con tal tesis, tendría que
participar con el animal. La razón humana andaría, forzosamente a tien­
tas, ora siguiendo el hilo conductor de la fisiología, ora volando con la
metafísica.
Estas advertencias, como es natural, no le sustraen todo mérito a
una obra tan rica de pensamiento. Uno-excelente (para no mencionar
las muchas reflexiones tan bellamente dichas como noble y verdadera­
mente pensadas) está en la valentía con que el autor supo superar ios
escrúpulos propios de su estado, que tan frecuentemente reducen a la
filosofía a la consideración de una mera búsqueda de la razón y a lo que
ella, por sí misma, puede alcanzar. En este punto le deseamos muchos

Sobre el libro Ideas para una filosofía... / Filosofía de la historia 67


continuadores. Además, la misteriosa oscuridad con que la misma Na­
turaleza encubre la formación de las organizaciones y la división de las
criaturas en clases es parcialmente culpable de la oscuridad e impreci­
sión propias de la primera parte de esta historia filosófica de la huma­
nidad, concebida para vincular entre sí, y dentro de lo posible, los ex­
tremos más radicales de la misma, es decir, para conciliar el punto en
que se inició con el que se pierde, más allá de la historia terrenal, en lo
infinito. Es cierto que se trata de un ensayo audaz; pero, sin embargo,
esa audacia es natural a! impulso investigador de nuestra razón, la cual
en nada se deshonra cuando fracasa. Pero, justamente por este motivo,
desearíamos que nuestro ingenioso autor encontrara ante sí una firme
base y que, al continuar su obra, impusiera algún freno al vivaz genio
de que está dotado, de tal modo que la filosofía, cuyo cuidado consiste,
más que en fomentar exuberantes retoños, en podarlos, le permita rea­
lizar su empresa; pero no mediante señales, sino con conceptos preci­
sos; no por leyes medidas por el corazón, sino por las que se observan;
no por medio de una alada imaginación, debida a la metafísica o al
sentimiento, sino por una razón extendida en sus proyectos, pero cau­
telosa en su ejercicio.

II. Réplica de Kant a un artículo publicado


en el Mercurio alemán contra la reseña precedente

En el. Mercurio alemán del mes de febrero, pág. 148, se presenta


con el nombre de un pastor, una defensa del libro del señor Herder
contra los supuestos ataques publicados en nuestro Periódico de litera­
tura universal. No sería justo implicar el nombre de cierto apreciado
escritor en el conflicto entre el autor de la reseña y:el contrincante
de ella; por eso, sólo queremos ahora -conform e con la máxima de
austeridad, imparcialidad y moderación que dan la pauta de este pe­
riód ico-ju stificar nuestro modo de proceder en la publicación y apre­
ciación de la mencionada obra. En su escrito, el pastor discute apa­
sionadamente con. un metafísico que sólo existe en su pensamiento y
que, tal como se lo representa, está por completo.desprovisto de la
cualidad de instruirse mediante el camino de. la experiencia o de las
conclusiones de la analogía natural, cuando aquélla no basta. De ese

ÍMMANUEL KANT
modo, tal metafísica quisiera adaptar todas las cosas a su propio crite­
rio, digno de una infecunda y escolástica abstracción. El autor de la
reseña puede encontrar semejante violenta polémica muy de su agra­
do; pues en ese punto se halla en completo acuerdo con el pastor: su
propia reseña es la mejor prueba de ello. Pero como cree conocer
bastante bien los materiales para una antropología y también algo
del método que se debe emplear en un intento como éste, que es el de
establecer una historia de la humanidad en la totalidad de sus deter­
minaciones, está convencido de que tales materiales no se deben bus­
car en la metafísica o en el gabinete del naturalista, ocupado en com­
parar el esqueleto del hombre con el de las otras especies animales.
Pero este tipo de consideración, menos que cualquier otro, podría
llevar a pensar que el hombre esté destinado para otro mundo. Seme­
jan te destino sólo se puede encontrar en sus acciortes, puesto que en
ellas se revela el carácter. También está convencido que el señor
Herder nunca tuvo la intención de proporcionar, en la primera parte
de la obra (que sólo contiene la presentación del hombre, concebido
como un animal dentro deí sistema general de la Naturaleza y, por
tanto, como un prodromus de las futuras ideas) los materiales reales
para una historia del hombre, sino que sólo ofreció pensamientos que
pueden llamar la atención de los fisiólogos, extendiendo sus poste­
riores investigaciones, en la medida de lo posible -p or lo general sólo
las refiere a una interpretación mecánica de la estructura anim al-, a
la organización que posibilita en tales criaturas el uso de la razón. En
este punto, le atribuyó a esas investigaciones una importancia que
hasta entonces no habían tenido nunca. Quien participe de esa opi­
nión no necesitará (como exige el pastor en la página 1.61) demostrar
que la razón humana sea posible en otra forma de organización: tal cosa
es tan poco susceptible de ser entendida como si alguien estableciera
que ella únicamente es posible en la forma actual. También el uso
racional de la experiencia tiene límites. C ierto que ésta nos puede
indicar que algo posee una u otra constitución; pero jamás nos podría
enseñar que no pudiera ser de otro modo. Por otra parte, ninguna ana­
logía podría Henar el inmenso abismo entre lo contingente y lo nece­
sario. En la reseña dijimos: “La. pequeñez de las diferencias -s í se com­
paran los géneros según la semejanza que tienen entre s í- constituye
una consecuencia necesaria, dada la tan grande diversidad dentro de

Sobre el libro Ideas para una filosofía... / Filosofía de la historia 69


esta diversidad misma. Puesto que un género no ha surgido de otro,
ni todos de un género original y único, ni tampoco de una matriz
generadora única, sólo una afinidad entre ellos nos conduciría a las
ideas; pero éstas son tan exorbitantes que la rajón tiene que retroceder
con espanto ante ellas, lo cual no se lo debemos imputar, sin embar­
go, a nuestro autor, sin. ser injustos." Estas palabras indujeron al pas­
tor a creer que en la reseña de la obra había cierta ortodoxia metafísi­
ca y, por tanto, intolerancia. Por eso añade: “la sana razón, abandonada
a su libertad, no retrocede de espanto ante idea alguna". Pero no hay
que temer por lo que se imagina. Simplemente, es el horror vacui de la
sana razón humana lo que la hace retroceder de espanto cada vez que
tropieza con alguna idea que no permite pensar absolutamente nada.
Desde este punto de vista, el código oncológico podría servir muy
bien corno canon del teológico y, por cierto, de la tolerancia. A de­
más, el pastor encuentra que el mérito atribuido al libro, a saber, el rí
de la libertad de pensamiento, es demasiado vulgar, cuando se lo dedica
a tan famoso escritor. Sin duda, piensa en la libertad extema que, en
efecto, no constituiría mérito alguno, puesto que depende del lugar y
época. Pero la reseña tenía ante los ojos a la libertad interna, es decir,
a la que se independiza de las cadenas de los conceptos y modos de
pensar habituales o- fortalecidos por la opinión común. Esta libertad
es tan poco común, que, incluso, los que profesan la filosofía, rara vez
se han elevado hasta ella. El siguiente reproche, dirigido contra la
reseña: “que ella elige pasajes que expresan ios resultados, pero no, al
mismo tiempo, los que los preparan”, constituye, por cierto, un mal
inevitable en cualquier autor; y eso, en realidad,.es más soportable
que ensalzar o condenar e! todo en general por"medio de la. elección
de uno u otro pasaje. Con todo el debido'respeto, y aun'asociándonos
a la gloria actual, pero más todavía a la ftmnra del autor, mantenemos
el juicio que hemos emitido sobre la obra considerada.-Tal juicio dice
algo por completo diferente a lo que el pastor le atribuye (con cierta
mala fe) en la página I6i, a saber: que el libro no habría ¡levado a cabo
lo que el título prometía* En efecto,-el título ñ o :prometía, en modo
alguno, desarrollar en el primer tomo -q u e sólo contiene estudios
preliminares de orden general y referidos a 'cuestiones'fisiológicas- lo
que se espera de tos siguientes (que, éñ lo qué podemos-juzgar, con ­
tendrán la antropología propiamente dicha). -No era superfino recor­

70 Immanuel kan't
darle al autor que en esta parte debía limitar la libertad que, en la
primera, merecía todavía plena indulgencia. Por lo demás, sólo co­
rresponde at autor mismo llevar a cabo k> que el título prometía; y su
talento y erudición permiten esperar que así sea.

III. Reseña de la segunda parte de la obra

Esta parte, que se extiende hasta el libro décimo, describe en primer


termino -e n seis secciones del sexto libro- la organización de los pue­
blos próximos al polo Norte y alrededor de los confines asiáticos de la
tierra; las zonas de los pueblos ya cultivados, los países africanos, los
hombres que habitan las islas de la región tropical y los americanos. El
autor da termino a sus descripciones manifestando el deseo de que se
realice una colección, de nuevos grabados de esos países, tal. como ya
fue comenzada por Niebuhr, Paridnson, Cook, Host, Georgi y otros.
“¡Qué bello regalo si alguien, capacitado para ello, reuniera fieles pin­
turas, actualmente esparcidas aquí y allí, de la diversidad de nuestra
especie, y fundase así una elocuente teoría natura! y una ftsiognómica de la
fumtantdadi Difícilmente podría el arte tener aplicación, más filosófica.
Una carta antropológica, semejante a la que Zimmermann hizo para la
zoología, tendría que. interpretar ia diversidad de la humanidad en to­
dos los fenómenos y aspectos. Sem ejante empresa coronaría una obra
filantrópica."
El séptimo libro considera, en primer lugar, los principios según tos
cuales, a pesar de formas tan. diversas, el género humano constituye por
todas partes una especie, aclimatada en cualquier región de ia tierra.
En seguida aclara los efectos del clima sobre la constitución del hom­
bre, tanto con respecto al cuerpo como al alma. De modo penetrante
el autor advierte que todavía faltan muchos trabajos previos para po­
der llegar a una fisiología y a una patología, y más aún para concluir en
una climatología de todas las facultades intelectuales y sensibles del
hombre. Se da cuenta de que es imposible, establecer orden dentro de
un mundo en que cada cosa y cada región, particular tiene $u derecho
propio, sin que ninguna de ellas obtenga nada en demasía, sea por ex­
ceso o por defecto. Hay un caos de causas y efectos que juntos constitu­
yen la altura o la profundidad de una región de la tierra, las cualidades

Sobre el libro Ideas para una filosofía... / Filosofía he la historia 7 i.


y productos de la misma, los alimentos y bebidas, los modos de vivir, el
trabajo, los vestidos y hasta los lugares habitados, las distracciones y
artes, además de otras circunstancias. Con la más laudable modestia,
sólo ofrece como problemas, en la página 99, las notas generales que
siguen a la página 92, y que contienen los siguientes principios funda-
mentales; 1) Mediante todo género de causas se fomenta en la tierra
una comunidad climática, que corresponde a la vida de ios seres vi­
vientes. 2) El territorio habitable de nuestra tierra se encuentra en las
regiones en las que actúa la mayor parte de los seres vivientes en la
forma que les es suficiente. Tal disposición de las partes del universo
influye sobre la de todos los climas. 3) Mediante la estructura de la
tierra y las montañas, no sólo el clima de la mayoría de los seres vivien­
tes varió de innumerables modos, sino que también impidieron la de­
generación del género humano, en la medida en que pudieron hacerlo.
En la cuarta sección del mismo libro, el autor afirma que la fuerza
genética es madre de todas las configuraciones de la tierra, y que el
clima sólo contribuye con su acción favorable o desfavorable. Esta par­
te concluye con algunas notas acerca de la desavenencia entre la géne­
sis y el clima. Aquí, entre otras cosas, desea una historia fisiogeográfica
sobre Ia procedencia y la transformación de nuestra especie, realizada de
acuerdo con íos climas y épocas .
En e! octavo libro, eí señor Herder atiende al uso de los sentidos
humanos, de la imaginación, de la inteligencia práctica, de los impul­
sos y felicidad del hombre, y aclara, con ejemplos de diversos países, el
influjo de la tradición, de las opiniones, de las prácticas y costumbres,
Eí noveno trata de la dependencia recíproca entre íos hombres, del
desarrollo de la capacidad humana del lenguaje, entendido como ins­
trumento de la cultura, de la invención de las artes y ciencias, median­
te la imitación, la razón y ía lengua; del gobierno, concebido como la
ordenación establecida entre los hombres, y que la mayor parte de las
veces se hereda de. las tradiciones; concluye con algunas notas sobre la
religión y la más antigua tradición. ..
La mayor parte del resultado del pensamiento, ya expuesto por el
autor en otros lados, está contenido en el libro décimo. Además de las
consideraciones sobre la primera morada cleí hombre y las tradiciones
asiáticas, referidas a la creación dé la tierra y del género humano, repi­
te lo esencial de la hipótesis sobre la historia mosaica de la creación,

72 Immanuel kant
que se encuentra en su escrito titulado Los más antiguos documentos del
género humano,
Las áridas indicaciones que acabo de ofrecer sólo pretenden, tam­
bién en este caso, anunciar eí contenido y no exponer eí espíritu de la
obra: ellas deben invitar a leería, en lugar de reemplazar o tornar inútil
su lectura.
.. Los libros seis y siete contienen, en su mayor parte, extractos toma­
dos de descripciones de pueblos, por cierto escogidos con hábil crite­
rio de selección y dispuestos con maestría. En todos tos casos están
acompañados por propias y penetrantes apreciaciones; pero, justamente
por eso, no íos podemos resumir de modo detallado. Tampoco está en
nuestra intención reunir o analizar tantos bellos pasajes, plenos de
poética elocuencia: los lectores sensibles habrán de gustarlos por sí
mismos. Tampoco nos proponemos investigar ahora si el espíritu poé­
tico, por ei cual la expresión se toma vivaz, no ha invadido a veces la
filosofía del autor, ni tampoco indagaremos sí eventual mente los sinó­
nimos no rigen como explicaciones y las alegorías como verdades, o si
la transición, que posibilita la vecindad del dominio filosófico al cír­
culo del lenguaje poético, no trastorna, a veces, los límites y posesio­
nes de ambos, y sí en muchos lugares la trama de audaces metáforas,
de imágenes poéticas, de alusiones mitológicas, no sirven para ocultar
el cuerpo de los pensamientos, como una máscara, en lugar de permi­
tirles relucir agradablemente por debajo de la transparencia de un velo.
Dejemos que ei crítico del bello estilo filosófico o, en última instan­
cia, el autor mismo investiguen, por ejemplo, si no hubiese sido mejor
decir "no sólo el día y la noche, y el cambio de las estaciones, modifican el
clima” que, como en la página 99, “no sólo el día y la noche, y la ronda
bailada por las cambiantes estaciones, modifican el clima1’. En la pági­
na 100, después de una descripción histórico-natural de esas modifi­
caciones, se encuentra una imagen, indudablemente bella, pero ade­
cuada a una oda ditirámbica: “En torno al trono de Júpiter, las Horas
(las de la tierra) danzan o bailan una ronda, y lo que se forma bajo sus
pies es una perfección, por cierto imperfecta, porque todo se constru­
ye sobre la reunión de cosas heterogéneas; pero por un íntimo amor y
por los recíprocos lazos matrimoniales nace por doquier el hijo de la
Naturaleza, la regularidad sensible y la belleza”. Adviértase si no sería
épica la iniciación del octavo libro, cuando el autor pasa de las notas

Sobre el libro Ideas para una filosofía,,. / Filosofía de la historia 73


tomadas de descripciones de viajes, acerca de la organización de dife­
rentes pueblos y el clima (de los mismos), a una reunión de principios
generales abstraídos de ellas: "Me encuentro como aquel que, trans­
portado. por las olas del mar, parece navegar en el aire. Porque aí llegar
ahora, desde las formaciones y fuerzas naturales de la humanidad, 'al
espíritu de la misma, me atrevo a investigar sus variables cualidades,
dentro de la amplia esfera de nuestra tierra y a partir de noticias extra­
ñas, incompletas y parcialmente inseguras". Tampoco investigamos sí
la corriente de esta elocuencia no ío enreda, aquí o allí, en contradic­
ciones. En la página 248 nos manifiesta, por ejemplo, que los invento­
.

res tienen que transmitir, la mayor parte de las veces, la utilidad de sus
hallazgos, que habían encontrado para ellos mismos, a la posteridad.
■'h ' r l ' í f f i

¿Acaso no residiría en. esto un nuevo ejemplo que confirma el princi­


pio según el cual las disposiciones naturales del hombre, en lo que se
refiere al uso de la razón, han de ser plenamente desarrolladas en la
especie y no en eí individuo? No obstante eso, el autor, en la página
206, está inclinado a culpar semejante principio, con otros que fluyen
de él -aunque sin haberlo entendido rectam ente- casi corno un agra*
vio a la majestad de la Naturaleza (otros lo llamarían, en prosa, sacrile­
gio). Pero, dados tos límites que se nos imponen, tenemos que dejar-a
un lado todas estas cuestiones,
Eí autor de la reseña hubiera deseado que tanto nuestro pensador,
como cualquier otro que emprenda filosóficamente la tarea de escribir
una historia universal de la naturaleza del hombre, aprovechara tos
trabajos de alguna inteligencia dotada de sentido crítico-histórico.
Semejante material podría proporcionar, a partir de la inmensa canti­
dad de descripciones de pueblos o de narraciones de viajeros y de todas
las noticias que presumiblemente pertenecen a la naturaleza humana,
aquellos elementos que están en contradicción entre sí, de modo que
se las puedan poner unas aí lado de las otras (con ciertas reservas, que
provienen de la fe que se preste a esos narradores). De tal suerte, nadie
tendría la osadía de basarse en noticias unilaterales, sin haber pesado
antes los informes de los demás. Pero.-a-partir.de-la multitud de traba­
jos que describen diferentes países,-se puede probar, sí. así se lo quiere,
que los americanos, los tihetanos y otras poblaciones auténticamente
mongólicas no tienen barba o, -'en caso de preferir lo contrario, que
todas la tienen por naturaleza, sólo' qüe se la han. depilado.- En lo con-

74 Immanuel kant
cerniente a las disposiciones espirituales,, se puede probar que los ame­
ricanos y los negros constituyen raras inferiores, comparadas con los
restantes miembros de la especie humana y, por otra parte, de acuerdo
con noticias tan verosímiles como las anteriores, es posible demostrar
que tienen el mismo valor que cualquier otro habitante del mundo, en
lo referente a las disposiciones naturales. Por tanto, corresponde al fi­
lósofo elegir; y, de acuerdo- con su voluntad, o admitirá diversidades de
naturalezas o juzgará todo según el principio tout comme che? rtous. De
aquí se desprende que cualquier sistema erigido sobre un fundamento
tan vacilante debe tener, necesariamente, la apariencia, de una frágil
hipótesis. Nuestro autor no es partidario de una división de la especie
humana en ra?os, y menos aún si tal división se basa en el color heredi­
tario. Es posible que su hostilidad se deba a no haber determinado con
claridad el concepto de raza. En el parágrafo 3 del libro séptimo deno­
mina fuerza genética a la causa de la diversidad climática de los hom­
bres. El autor de la reseña concibe la significación, de esta expresión, de
acuerdo con el sentido que le da Herder, del siguiente modo: Por una
parte, pretende rechazar el sistema de la evolución y, por la otra, el
mero influjo mecánico, pues considera que ambos son fundamentos de
explicación insuficientes. Admite un principio vital, que se. modifica a
sí mismo y desde dentro, según la diversidad de las circunstancias exter­
nas, adecuándose a ellas. Tal. es la causa de la mencionada diversidad
climática. El autor de la reseña está por completo de acuerdo con se­
mejante tesis, aunque con esta reserva: Sí la causa que organiza desde
dentro estuviese limitada por la Naturaleza a cierto número y grado de
diversidades, propias de la configuración de sus criaturas (en cuyo caso
ya no sería líbre de crear de acuerdo con un tipo diferente en circuns­
tan cia s d iversas), tal d eterm in a ció n natu ral de la naturaleza
configuradora podría recibir el nombre de simiente o de disposición
originaria. Esto no implica considerar que las anteriores variaciones
sean mecánicas, es decir, como capullos incrustados en los primeros
orígenes y ocasionalmente desplegados (tal como ocurre con el sistema
del evolucionismo), sino como metas limitaciones, no susceptibles de
ulterior explicación, de una facultad que se configura a sí misma; pero
tampoco a ella la podernos tomar explicable o concebible.
C on el octavo libro comienza una nueva serie de pensamientos, que
se continúa hasta la conclusión de esta parte, y que trata de investigar

Sobre el libro Ideas para una filosofía... / Filosofía de la historia 75


el origen de la formación culta del hombre, entendido como criatura
racional y m oral Por tanto, trata de ios comiemos de toda cultura, los
cuales no se deben buscar -según cree el autor™ en las propias faculta­
des de la especie humana, sino fuera de ella, es decir, en la instrucción
y enseñanza de otras naturalezas, A partir de esa iniciación, todo pro­
greso de ía cultura consiste en ía ulterior comunicación y contingente
multiplicación de una tradición originaria. El hombre no debe atri­
buirse a sí mismo la aproximación a la sabiduría, sino a esa tradición.
En este punto, el autor de la reseña ya carece de todo amparo, pues
pone pie fuera de la Naturaleza y del camino cognoscitivo de la razón.
Puesto que en modo alguno está versado en doctas investigaciones
lingüísticas y en eí conocim iento o apreciación de antiguos documen­
tos, no pretende, en absoluto, emplear filosóficamente los hechos na­
rrados y, ai mismo tiempo, valorados allí. Se resigna a no emitir por sí
mismo juicio alguno acerca de ese punto. Verosímilmente, dada la vas­
ta erudición y el particular don deí autor de reunir en un punto de vista
los datos dispersos, es posible suponer de antemano que podremos leer
muy bellas páginas acerca del proceso de las cosas humanas, en ía me­
dida en que ello nos pueda servir para conocer desde más cerca el ca­
rácter de la especie e incluso, cuando es posible, ciertas diversidades
clásicas de la misma. Todo esto puede ser instructivo, hasta para los
que tengan otra opinión con respecto a los orígenes de la cultura hu­
mana, El autor expone el fundamento de la suya (páginas 338, 339,
incluyendo la nota) del siguiente breve modo: “En la narración de la
historia dogmática (mosaica) se establece el hecho de que los primeros
hombres creados mantuvieron trato con los adoctrinantes Elohim; de
que ellos, instruidos inicialmente por éstos en el conocimiento de los
animales, conquistaron el lenguaje y ía razón dominadora. Pero puesto
que el hombre se les quiso igualar, en lo referente a una especie prohi­
bida deí conocimiento del mal, los alcanzaron para su daño: desde en­
tonces ingresó en otro lugar y comenzó un nuevo y artificial modo de
vivir. Puesto que la divinidad quiso que el hombre ejercitara la razón y
la previsión, ella misma se tuvo que interesar en la razón y ía previsión.
Ahora bien, ¿cómo los Elohim se interesaron por el hombre, es decir,
cómo lo instruyeron, previnieron y educaron? Ya que no es tan osado
preguntar como responder tal cuestión, esperemos que en otro lugar la
tradición nos aclare.”

76 Immanuel kant
En un desierto inexplorado, el pensador, como un viajera, debe te­
ner libertad de elegir el camino según su arbitrio. Hay que esperar,
hasta ver si tiene éxito, es decir, hasta comprobar si después de haber
alcanzado la meta retoma al hogar salvo y sano, y en el tiempo justo, o
sea, a la morada de la razón, en cuyo caso es posible que tenga suceso­
res. En virtud de lo afirmado, el autor de la reseña nada tiene que decir
sobre alguno de los caminos seguidos por el autor; pero, en cambio,
cree estar justificado para tomar la defensa de ciertos principios ataca­
dos por Herder en su camino, puesto que también al crítico le pertene­
ce la libertad de prescribirse su propia marcha. En la página 160 dice:
“Para una filosofía de la historia de la. humanidad, el siguiente princi­
pio, si bien sería simple, es malo: el hombre es el animal que necesita un
señor, y de esos señores o del enlace entre los mismos, ha de esperar ía
felicidad de su destino finar*. Por cierto que es simple, puesto que la
experiencia de todos los tiempos y de todos los pueblos lo confirma;
pero ¿por qué ha de ser malo? En la página 205 nos dice: “La Providen­
cia ha sido bondadosa al preferir la simple felicidad de los hombres
individuales a los fines artificiales de las grandes sociedades, así como
al economizar para el futuro, en la medida de lo posible, la costosa
máquina deí Estado”. Eso es totalmente cierto; pero se trata, en. primer
término, de la felicidad de un animal, luego, de la de un niño, la de un
joven y, por último, la de un hombre. En todas las épocas de la huma­
nidad -y , dentro de una misma época, en cada una de las capas socia­
le s- se encuentra una felicidad adecuada al concepto y a las costum­
bres de la criatura, dentro de las circunstancias que la rodean por su
nacimiento y crecimiento. Tampoco es posible establecer, en este punto,
una comparación acerca del grado de felicidad ni. indicar preferencias
por una dase humana o una generación sobre otra. Pero el fin auténti­
co de la Providencia no sería esta sombra de felicidad, que cada cual se
forja, sino la actividad y la cultura puesta en juego para el logro de ese
fin, y que constantemente crece y progresa. El mayor grado posible de
la misma sólo puede consistir en el producto de una constitución polí­
tica, ordenada de acuerdo con el concepto del derecho humano, es
decir, con una obra del hombre mismo. ¿Cómo podría ser esto posible
si, según la página 206, “cada hombre individual tiene la medida de la
felicidad en sí mismo, sin que nadie, en el gozo de ella, sea inferior a la
de los individuos que le sucedan”? Pero no en el valor de ía condición

Sobre a ubro Ideas para una filosofía... / Filosofía de la historia 77


de tales individuos, si existen, sino en la existencia misma, es decir, en
el hecho de que ellos existen propiamente, se revelaría una sabia in­
tención en la totalidad- E! autor piensa sin duda que si los felices habi­
tantes de Tahm, si no hubiesen sido visitados por naciones civilizadas,
destinados como estaban a vivir millares de siglos en pacífica indolen­
cia, proporcionarían una respuesta satisfactoria a esta pregunta: ¿por
qué existen? ¿No hubiese sido preferible que esa isla fuera poblada con
felices ovejas y becerros, y no con hombres dichosos en el mero goce?
El mencionado principio no es, pues, tan malo como el autor piensa...
Claro está que. podría serlo el hombre que lo ha enunciado.1
Una segunda proposición, contra la cual he de tomar defensa, es la
de la página 212: “Si alguien sostuviera que no es el hombre indivi­
dual el que ha sido educado, sino el género, diría algo que, para mí, es
incomprensible, puesto que el género y la especie sólo son conceptos
universales, que no existen fuera de los seres individuales... Es como si
yo hablase de la animalidad, de la mineral idad o de la metabilidad en
general y los decorase con los más excelentes atributos; no obstante
eso, en los individuos singulares serán contradictorios entre sí. Nues­
tra filosofía de la historia no ha de transitar por ese camino, que es el
de una filosofía averroísrad* Es cierto que si alguien sostuviese que
ningún caballo individual tiene cuernos, pero que sí los tiene ¡a especie
caballo, diría, lisa y llanamente, un despropósito. En efecto, la especie
significa lo siguiente: es la nota en la que todos los individuos con-
cuerdan entre sí. Pero si la especie humana es un todo constituido por
una serie de generaciones que se extienden hasta lo infinito (a lo
indeterminable) -y éste es el sentido más común de su concepto- ha­
brá que admitir que, puesto que esa serte se aproxima incesantemente
a la línea de su destino, que corre a su lado, no es contradictorio afir­
mar que ésta le es asintótica en cada una de las partes, aunque en el
todo se confundan. En. otras, palabras: no alcanza plenamente, su desti­
no en ningún individuo perteneciente a la totalidad de las generacio­
nes del género humano, sino que le está reservado a la especie. Lo
dicho puede ser aclarado por el matemático; pero el filósofo tendrá

1 Kam se refiere, irónicamente, a sí. mismo, ya que el principio mencionado se


encuentra en “Idea de una historia universal desde el pumo de vista cosmopolita".
fR del E.)

78 Immanuel kaxt
que afirmar que el destino de! género humano en su totalidad es el de
un incesante progreso, cuya perfección, constituye una mera idea,, aun­
que muy útil, en cualquier respecto, del fin a que dirigimos todos nues­
tros esfuerzos, de acuerdo con la intención de la Providencia. Sin
embargo, el equívoco del citado pasaje polémico constituye una pe­
quenez; lo importante se halla en 1.a conclusión. “Nuestra filosofía -
d ice- no debe transitar por este camino del averromno.” De aquí po­
dríamos desprender que nuestro autor, al que tanto le desagrada todo
lo que hasta ahora ha circulado como filosofía, no se contentará con
infecundas explicaciones nominales, sino que mediante la acción y e!
ejemplo expondrá ante el mundo, y dentro de su austera obra, un
modelo del auténtico modo de filosofar.

S obre a libro Ideas pasa una filosofía... / F ilosofía de la historia 79


Comienzo verosímil de la historia humana

En verdad, es lícito ¿ntrodudr conjeturas dentro dei desarrollo de una


historia, con eí fin de llenar los huecos que dejan los documentos, pues
lo que precede a dicho desarrollo, entendido como causa lejana, y lo
que lo sucede, en tanto efecto, pueden proporcionar una guía bastante
segura para el descubrimiento de las causas intermediarías, es decir,
para tornar comprensible el tránsito de las causas a los efectos. Pero el
procedimiento que haga nacer íntegramente una historia a partir de
conjeturas no aventajara al que se emplea ai proyectar novelas. No
merecería el nombre de historia verosímil, sino el de mera ficción .
Sin embargo, lo que no se osaría en el proceso de la historia de las
acciones humanas, podría intentarse muy bien, apelando a conjeturas,
con relación a los ¡mineros comienzos de la misma, en cuanto los hace la
Naturaleza. En efecto, no tenemos el derecho de imaginarlos poética­
mente [erdíchteth sino que los podemos derivar de la experiencia, si
damos por supuesto el hecho de que ésta, en los primeros comienzos,
no ha sido mejor ni peor de lo que hoy es: postulado conforme a la
analogía de la naturaleza y que no implica osadía alguna. Por eso, una
historia del desarrollo primitivo de la libertad, expuesta a partir de las
disposiciones originarias de la esencia del hombre, difiere por comple­
to de la historia de la libertad, exhibida en su progreso, la cual sólo se
puede fundamentar sobre documentos.
Puesto que las conjeturas, en lo tocante al asentimiento de los de­
más [Beismnmung], no tienen el derecho de levantar sus pretensiones
en demasía, sino que sólo se deben anunciar como ejercicios concedi­
dos a la imaginación -acompañada por la razón- con fines de recreo y
salud del ánimo, pero no como ocupación seria, no se podrán medir
con una historia establecida y acreditada, en cuanto documento real,
sobre acontecimientos cuyo examen descansa en fundamentos muy
distintos a los de la mera filosofía de la Naturaleza, justamente por eso,*

* “Mutma Büeher Anfang der Menschengeschicte”, I?8ó.

Comienzo verosímil de la historia humana / Filosofía de la historia 81


y porque aquí me arriesgo a un simple viaje de placer, solideo que se
me permita emplear un documento sagrado como carta para dicho via­
je y que pueda imaginarme, al mismo tiempo, que mi itinerario -segui­
do en alas de la imaginación, aunque no exento de cierto hilo conduc­
tor que la ata, mediante la razón, a la experiencia- tropiece con la
misma línea seguida por aquel camino históricamente trazado. El lec­
tor consultará los parágrafos de ese texto (Gártesis, capítulos ü-Víi) y
comprobará, paso a paso, si el sendero seguido por el filósofo a través
de conceptos coincide con e! que la historia indica.
Si no queremos vagar en medio de conjeturas, tendremos que poner
e! principio en algo que ninguna derivación realizada por la razón hu­
mana, a partir de causas naturales antecedentes, podría deducir, a sa­
ber, la existencia del hombre, considerada, como es natural, en su pleno
desarrollo, es decir, independizada de los cuidados maternales. Hemos
de. considerarlo apareado, para que así propague la especie; tal'pareja
debe ser única, a fin de que no surja en seguida la guerra entre hombres
próximos entre sí y extraños los unos a los otros,, y también para no
culpar a la Naturaleza por una diversidad de estirpes hostil a la organi­
zación más conveniente para la sociabilidad, que constituye el magno
fin del destino humano. En efecto, la unidad de la familia de la que
debían descender todos los hombres fue sin duda la ordenación óptima
para la realización de esa meta. Supongo que tai pareja habita un lugar
asegurado contra los ataques de los animales salvajes y que está provis­
ta por la Naturaleza de todos los medios de nutrición. Por tanto, la
supongo en un jardín, sometida a un clima siempre dulce. Y, lo que
todavía es más, la considero como ya habiendo dado un grandioso paso
en la habilidad de servirse de sus fuerzas; luego, no parto del estado por
completo salvaje de su naturaleza. En efecto, si yo tratara de llenar
tales huecos, que presumiblemente abarcaron largos períodos de tiem­
po, le ofrecería al. lector conjeturas en exceso y demasiado pocas vero­
similitudes. Por tanto, el primer hombre podía estar erguido y andar;
podía hablar (cfr. Génesis, cap. n, v. 2 0 )1 e incluso discurrir [reden], es1

1El impulso de comunicarse debió incitar al hombre, todavía solitario, a manifestar su


existencia a los seres vivos que io circundaban, principalmente a los que emiten
sonidos que él pudo imitar y emplear luego para nombrarlos. Todavía observamos en
los niños e insanos (gedan&eniosenl un efecto de este impulso, cuando por ruidos.

82 ÍMMAMUEL KANT
decir, hablar mediante el encadenamiento de conceptos (v. 23), o sea,
pensar. E! mismo tuvo que conquistar semejantes habilidades (pues si
le hubieran sido innatas serían hereditarias, cosa que contradice a la
experiencia); sin embargo, admito que estaba provisto de ellas: de otro
modo, no podría estimar el desarrollo de la conducta moral en su hacer
y omitir, que supone necesariamente aquella habilidad.
El instinto, voz de Dios que obedecen todos los animales, era lo úni­
co que originariamente conducía al principiante. Le permitía alimen­
tarse con ciertas cosas; le prohibía otras {m, 2, 3). Pero no es necesario
admitir un instinto particular, y ahora perdido, para tal uso: pudo ha­
ber sido el sentido del olfato y la afinidad de éste con el órgano del
gusto, cuya simpatía (symnfxma) con el aparato digestivo es conocida.
Luego, la facultad de presentir la idoneidad o nocividad de los alimen­
tos a gustar habría sido semejante a la que todavía hoy advertimos,
incluso, podemos admitir que en la primera pareja ese sentido no ha
sido más penetrante que en la actualidad. En electo, sabemos que exis­
te gran diferencia en la fuerza de percibir entre los hombres que sólo se
ocupan de los sentidos y los que, al mismo tiempo, lo hacen, con el
pensamiento, apartándose así de. las propias sensaciones.
Mientras el hombre sin experiencia obedeció ese llamado de la Na­
turaleza se encontró bien en ella. Pero muy pronto comenzó a desper­
tarse la razón, que comparó lo ya gustado con lo que le proporcionaba,
otro sentido diferente deí que estaba ligado con el instinto, por ejem ­
plo el de la vista, produciéndose así una representación de. algo tenido
por semejante a lo ya saboreado. De ese modo, el hombre, trató de lle­
var su conocimiento de los medios de nutrición más allá de los límites
del instinto (m, ó). Por casualidad este ensayo pudo salirle bien, aun­
que. no estuviese aconsejado por el mismo; lo decisivo fue que no lo
contradijese. Pero- una propiedad característica de la razón consiste en
que ella, auxiliada por la imaginación, no sólo puede, inventar deseos
desprovistos de la base de un impulso natural, sino incluso contrariarlo.
Tales deseos merecen llamarse, en un principio, concupiscentes; pero

gritos, silbidos, cantos y otras actitudes ruidosas (a menudo parecidos a oficios reli­
giosos) perturban la parte, pensante de la comunidad. En efecto, no veo otro móvil
para esto, fuera de ía voluntad de manifestar la propia existencia en tomo de ellos.

C omienzo verosímil de la historia humana / Filosofía de la historia 83


poco a poco produjeron un enjambre de inclinaciones superfinas y has­
ta antinaturales, con lo cual se llegó a la voluptuosidad. Quizá fuera
mezquina la ocasión para renegar de los impulsos naturales; pero el
éxito alcanzado por el primer ensayo, a saber, el cobrar conciencia de
la propia razón -entendida como facultad capaz de trascender ios lími­
tes que encierran a los anim ales- fue muy importante y decisivo para el
modo de vivir del hombre. Si hubiese habido algún fruto que desatara
la tentación por su semejanza con otros agradables, ya gustados ante­
riormente; si, por añadidura, se agregara el ejemplo de algún animal
que por naturaleza encontrara agrado en semejante satisfacción, que,
en cambio, le sería nociva al hombre, dotado de un instinto natural de
repulsión hacia tal fruto, la razón habría encontrado un primer motivo
para entrar en conflicto con la voz de la Naturaleza (m, I ). No obstan­
te contradecirla, pudo hacer el intento originario de una elección que,
por ser primaría, verosímilmente no se adecuó a la fuerza depositada en
ella. El daño pudo ser todo lo insignificante que se quiera; pero no cabe
duda de que esa experiencia abrió los ojos de los hombres (v. 7). Den­
tro de sí mismo descubrió una facultad para elegir un modo de vivir, en
ves de quedar ligado a uno solo, como los animales. Al agrado inme­
diato que le debe haber producido la advertencia de esta ventaja, le
habrá seguido inmediatamente angustia e inquietud. ¿Cómo el hom­
bre, que todavía no conocía las cualidades ocultas ni los remotos efec­
tos de cosa alguna, iba a actuar de acuerdo con esa facultad reciente­
mente descubierta? Estaba, por así decirlo, al borde de un abismo, pues
junto a los objetos singulares de sus deseos, indicados hasta entonces
por los instintos, se abría una infinidad de otros objetos que no sabía
cómo elegir. Pero una vez conocido tal estado de libertad, le fue impo­
sible retroceder a una condición de servidumbre (bajo la dominación
del instinto).
Al lado del instinto de nutrición, por el cual la Naturaleza conserva
al individuo, se halla, como el más importante, el instinto sexual, me­
diante el cual ella cuida la conservación, de la especie. Tan pronto como
la razón despertó se puso a probar, sin tardanza, su influencia sobre ese
instinto. El hombre encontró tempranamente que la excitación sexual
-que en los anímales descansa en un impulso pasajero y en gran parte
periódico- era capaz de ser ampliado, e incluso aumentado, por la ima­
ginación, cuya actividad se mueve con mayor moderación, pero al mis-

84 Immanuel kant
roo tiempo con impulso más duradero y uniforme* cuanto más sustraí'
dos se hallan los objetos a los sentidos. De esta suerte se evita la sacie-
dad* que está implícita en ía satisfacción de un deseo meramente ani­
mal. Luego, la hoja de parra (v. ?} fue el producto de una exteriorización
de la razón mucho más importante que lo mostrado por el primer grado
del desarrollo de la misma. En efecto, el hecho de convertir una incli­
nación en algo más fuerte y duradero, porque su objeto se sustrae a tos
sentidos, muestra ía conciencia de cierta dominación de la razón sobre
los apetitos, y no solamente -co m o ocurría en el primer paso- una
facultad de servirlos en menor o mayor grado. La resistencia fue el arti­
ficio que condujo al hombre de las excitaciones meramente sensibles a
las ideales; de los meros apetitos animales, al amor. Del mismo modo,
lo elevó desde el sentimiento de ío sólo agradable, al gusto por la belle­
za, únicamente extendido a! comienzo a los seres humanos, pero des­
pués a la naturaleza también. La decencia, que es la inclinación que
provoca en otro el respeto hacia nosotros mismos, mediante el decoro
(es decir, ocultando ío que podría incitar el menosprecio), y que es el
fundamento peculiar de toda verdadera sociabilidad, constituyó ade­
más el primer signo de la formación culta del hombre, en cuanto cria­
tura moral. Pero cuando un comienzo modesto da una dirección com­
pletamente nueva al modo de pensar, hace época, y es más importante
que la interminable serie de las ampliaciones de la cultura que surgen
del mismo.
El tercer paso de la razón, una vez que se hubo mezclado con las
primeras necesidades inmediatamente sensibles, fue la reflexiva expec­
tación de lo futuro. Esta facultad de no gozar sólo el instante presente de
la vida, sino también de actualizar el tiempo por venir, con frecuencia
muy alejado, constituye el signo más decisivo de la preeminencia hu­
mana: la de preparar su destino conforme con fines remotos; pero, al
mismo tiempo, es la fuente inagotable de los cuidados y aflicciones
acarreados por ía incertidumbre del futuro, cosa de que fueron dispen­
sados todos los anímales (v. 13-19). El hombre, que debía alimentarse
a sí mismo, a su mujer y a sus futuros hijos, vio la dificultad siempre
creciente del trabajo; la mujer previo los sufrimientos deparados por la
Naturaleza a su sexo y, además, los que le impondría el varón, más
fuerte que ella. Ambos previeron con temor algo que yacía en el fondo
del cuadro, más allá de las penas de la vida, y que inevitablemente

C omienzo verosímil de la historia humana / Filosofía de la historia 85


alcanza a todos los animales, sin que se den cuenta de ello, a saber, la
muerte. Por eso, les pareció que debían rechazar el uso de la razón y
convertirla en crimen, ya que les había causado tantos males. Quizá los
alentaba una sola perspecti va consoladora: la de vivir en la posteridad,
que acaso viviese mejor, o también la de buscar alivio a los sufrimien­
tos en el seno de una familia (v. 16-20).
El cuarto y último paso de la razón elevó al hombre muy por encima
de la sociedad animal: consistió en concebir (aunque oscuramente)
que constituía, en sentido propio, el fin de la Naturaleza, de manera
que nada de lo que vive sobre la tierra podía hacerle competencia. La
primera vez que le dijo a la oveja: la Naturaleza no te. ha dado la piel que
llevas para ti misma, sino para mí, quitándosela y revistiéndose con ella
(v. 21), el hombre tuvo conciencia de un. privilegio que por esencia
tenía sobre todos los animales. De acuerdo con eso, ya no era un com­
pañero de los mismos dentro de la creación, sino que los consideró
medios e instrumentos puestos a disposición de la propia voluntad,
para que ésta logre sus arbitrarias intenciones. Semejante representa­
ción incluye (aunque oscuramente) el pensamiento opuesto, es decir,
que al hombre no le es lícito decir algo semejante de ningún hombre,
sino que lo debe considerar como un asociado que participa por igual
de los dones de la Naturaleza. Esta circunstancia preparó desde lejos
las limitaciones que la razón debía imponer en lo futuro a la voluntad,
con respecto a la convivencia entre los hombres [Mítmenschen], y que
son necesarias, más que la inclinación y el amor, para el establecimien­
to de la sociedad.
De este modo, el hombre se puso en un plano de igitaldad con todos
ios seres racionales, cualquiera fuese la jerarquía de los mismos (m, 22):
ingresó en un punto de vista de acuerdo con el cual es fin para sí mis­
mo, y viéndose apreciado como tal por todos los demás, nadie podría
emplearlo como medio para otros fines. En esto, y no en la razón con­
siderada como simple instrumento para satisfacer las más diversas in­
clinaciones, se encuentra el fundamento de la ilimitada igualdad entre
los hombres, la cual, se extiende hasta los seres superiores, que los aven­
tajarían incomparablemente por dones naturales, aunque ninguno de
ellos tendría derecho por ello a gobernarlos caprichosamente o a impe­
rar sobre los mismos. Luego, este paso se vincula con una simultánea
separación, que excluye al ser humano del maternal seno de la Natura-

86 ÍMMAXIJB. KANT
lesa. Es palpable que semejante cambio ennoblece; pero, al mismo tiem­
po, es muy peligroso, puesto que la Naturaleza expulsa al hombre del
inocente y seguro estado de niñez: por así decirlo, lo arroja fuera de un
jardín que proporcionaba comodidades sin necesidad de fatigas (v. 23),
abandonándolo al vasto mundo, donde le esperan tantos cuidados, es­
fuerzos y desconocidos males. Con frecuencia las penas de la vida pro­
vocarán, en el porvenir, el deseo de un paraíso creado por la imagina­
ción, en el que la existencia del hombre podría soñar o retozar en
tranquila holganza y constante paz. Pero entre él y aquella imaginaria
morada de delicias se interpone la inexorable razón, que lo impulsa
irresistiblemente a desarrollar las capacidades depositadas en él, sin
permitirle retornar al estado de rusticidad y simplicidad de que ella lo
había sacado (v. 24). La razón lo impulsa a soportar con paciencia fati­
gas que odia, a perseguir el brillante oropel de trabajos que detesta e
incluso a olvidar la muerte que lo horroriza: todo ello para evitar la
pérdida de pequeneces, cuyo despojo lo espantaría aun más.

Advertencia

A partir de la presente exposición de. la primitiva historia humana


desprendemos que la sal ida del hqnibre del paraíso, representado por la
razón como la morada originaria de su especie, no significa smótil irán-
"sito de la rusticidad, propia de una criatura "meramente animal, a la
■humanidad; el pasaje de 1a' sü]eeion' d e l as:andaderas""cié! iñstiñtó a la
CGndueción de lá razóni éñ uña palabraf clü la tutela efe;! n Naturaleza al
estado d.e''la- íií>értád7 A si’consideramos el destino de la es-
pede humana -que sólo consiste en un progreso hada la perfección-,
ya no podremos preguntar si el hombre ha salido ganando o perdiendo
con aquel cambio. Tratándose de los primeros ensayos para el logro de
esa meta no interesa lo defectuoso de los comienzos, continuados por
sus miembros en una larga serie de generaciones. Sin. embargo, esta
marcha -que para la especie constituye un progreso que va de lo peor a
lo m ejor- no es la misma para el individuo. Antes que la razón desper­
tara, no había ninguna obligación ni prohibición, ni tampoco infrac­
ción alguna; pero cuando ella empezó a trabajar llego a combatir, a
pesar de sus débiles fuerzas, con la poderosa animalidad. Por eso, tuvie-

COMEENZOVEROSÍMIL DE LA HISTORIA HUMANA / FILOSOFÍA HE LA HISTORIA 87


ron que nacer males y, lo que es peor, tratándose de una razón cultiva­
da, vicios por completo extraños al estado de ignorancia, es decir, de
inocencia. Por tanto, desde el punto de vísta moral, el primer paso para
salir de esa condición consistió en una caída, cuyas consecuencias, des­
de el punto de vista físico, fueron una multitud de males jamás conoci­
dos y que afectaban a la vida; por tanto, constituyeron un castigo. Lue­
go, la historia de la Naturaleza comienza con el bien, puesto que es obra
de Dios; la historia de la libertad, con el mal, pues es obra del hombre. En
semejante cambio hubo una pérdida para e! individuo, que en el uso de
su libertad sólo mira a sí mismo; pero hubo ganancia para la Naturale­
za, que dirige hacia la especie el fin que ella se propone con el hombre.
Por eso, el individuo tiene motivos para atribuir a su propia culpa todo
el mal que padece y todas las maldades que ejercita; pero, como miem­
bro de un todo (de una especie), tiene razón en admirar y alabar la
sabiduría y finalidad de la ordenación [Zteecfcmassigjam].
De esta manera, se pueden conciliar entre sí y con la razón ciertas
afirmaciones del famoso j.-J. Rousseau, en apariencia contradictorias y
tan frecuentemente mal interpretadas. En sus escritos sobre la influen­
cia de las ciencias y sobre la Desigualdad de los hombres, muestra con
exacta precisión el inevitable conflicto de la cultura con la naturaleza
del género humano, entendido éste como una especie física en la que
todo individuo podría realizar plenamente su destino. Pero en el Emi­
lio , en el Contrato social y en otras obras, trata de volver a solucionar un
problema más grave: el de saber cómo debiera progresar la cultura para
que se desarrollen las disposiciones de la humanidad que pertenecen a
su destino, entendida como especie moral, sin que ésta entre en contra­
dicción con aquélla, es decir, con la especie natural. Puesto que la cul­
tura, según los verdaderos principios de una educación simultánea del
hombre y del ciudadano, todavía no ha comenzado en sentido propio y
mucho menos concluido, de tal conflicto nacen todos los males reales
que oprimen la vida humana y todos los vicios que la deshonran; 2 ya

; Para proporcionar sólo algunos ejemplos de este conflicto entre los esfuerzos de
la humanidad por alcanzar su destino moral, por una parte, y su invariable obe­
diencia a las leyes puestas en su naturaleza en vistas a la condición rústica y ani­
mal, por otra parte, aduciré los siguientes casos:
La Naturaleza ha fijado entre los dieciséis y los diecisiete años la época de la mayo-

88 Immanuel icant
que las incitaciones al vicio, lejos de ser culpables, son en si mismas
buenas y, en cuanto disposiciones naturales, conformes a fin. Pero como
esas disposiciones actuaban en el mero estado de naturaleza, sufren
violencia a través de la cultura progresiva, y ésta, a su vez, se encuentra
violentada por aquel estado natural, y será asi hasta que el arte perfec­
to se vuelva a tornar naturaleza. Tal es el fin último del destino moral
del género humano.

ría de edad, es decir, tanto la del impulso como la del poder de engendrar la espe­
cie. A esta edad el adolescente que vive en rudo estado de naturaleza llega a ser,
literalmente, un hombre, pues tiene el poder de mantenerse a sí mismo, de engen­
drar su especie y también de sostener la prole y su mujer. Todo eso resulta fácil por
la simplicidad de las necesidades. Dentro de una condición cultivada, en cambio,
se requieren muchos medios que deben ser adquiridos, tanto los que se refieren a la
habilidad com o a las circunstancias externas favorables. De tai modo esa época, al
menos desde el punto de vista civil, se retarda por término medio en más de diez
años. Por supuesto, la Naturaleza no ha variado el momento de la madurez de
acuerdo con ese progreso del refinamiento social, sino que sigue obstinadamente
la ley que ha depositado en el hombre, tendiente a su conservación en tanto géne­
ro animal. De aquí surge la inevitable violencia que las costumbres imponen a los
fines naturales, y éstos a aquéllas. En efecto, desde el punto de vista de la Natura­
leza, el ser humano se convierte en hombre a cierta edad, aunque visto desde la
perspectiva civil (en la que, sin embargo, no deja de ser hombre natural) sólo es un
adolescente e incluso un niño, puesto que se puede llamar así a alguien que, en
virtud de su edad (en la condición civil), no se puede mantener a sí mismo y me­
nos aún a su prole, aunque posea el impulso y la capacidad de engendrarla, siguien­
do el llamado de la Naturaleza. Porque ésta no ha puesto en las criaturas vivientes
ciertos instintos y facultades para que sean combatidos y sofocados. Por tanto, la
disposición de la Naturaleza no se proponía com o meta la condición civil, sino
sólo la conservación de la especie humana en tanto género animal. Luego, el esta­
do civilizado se puso inevitablemente en conflicto con las inclinaciones naturales,
y sólo una constitución civil perfecta (fin supremo de la cultura) podría anular
semejante conflicto. Por lo común ese intervalo se llena, actualmente, con vicios,
que le acarrean al hombre todo género de miserias.
O tro ejemplo que prueba la verdad de la proposición según la cual la Naturaleza
depositó en nosotros dos disposiciones concurrentes a dos fines diversos - a saber,
una disposición a la humanidad, encendida como especie animal, y otra a la huma­
nidad como especie m oral- es el proporcionado por Hipócrates: tm tonga, vita brevis.
Las ciencias y las artes podrían haber avanzado mucho más mediante una inteli­
gencia adiestrada en ellas, poseedora del pleno uso de la madurez de juicio, adqui-

C omienzo verosímil de la historia humana / Filosofía de la historia 89


El término de la historia

El comienzo del siguiente período fue éste: el hombre pasó de una


época de indolencia y paz a otra de trabajo y discordia, la cual constitu­
yó el preludio de su unión en sociedad. También en este punto tene­
mos que volver a dar un gran salto y transportar al hombre» de golpe, a
la posesión de animales domésticos y de plantas que, para nutrirse, él
mismo pudo multiplicar por medio de semillas y plantaciones (jv, 2).
Sin embargo, el tránsito de la salvaje vida de cazador, propia de la
primera fase, a la segunda, producida después de la esporádica recolec­
ción de semillas o fratás, debe haber sido muy lento. En este punto
debió iniciarse la discordia entre los hombres, que hasta entonces há­

rtelo por el lenco ejercicio y la conquista de los conocimientos,, que lo que genera­
ciones enteras de doctos pueden hacer en ese sentido, con tal que aquella inteli­
gencia perdurara en su juvenil fuerza espiritual el mismo tiempo abarcado por esas
generaciones juntas. Ahora bien, con respecto a. la duración de la vida del hom­
bre, la Natura leía se ha decidido por un. punto de vista distinto al del fomento de
las ciencias. En efecto, cuando la inteligencia más feliz está al borde de los mayores
descubrimientos que su habilidad y experiencia permitirían esperar, sobreviene la
ancianidad, se torna apática y tiene que ceder su puesto a una segunda generación
(la cual debe volver a empezar desde el abc y recorrer una ves más la totalidad del
trecho que ya había sido transitado): de ese modo se añade un palmo al progreso
de la cultura. Por eso, la marcha de la especie humana hacia el logro de su total
destino parece estar incesantemente interrumpida y expuesta ai continuo peligro
de recaer en la antigua rusticidad. No sin razón se lamentaba el filósofo griego: es
una lástima tener que morir, justam ente cuando se em pezaba a ver cóm o se debía vivir.
Un tercer ejemplo puede estar proporcionado por la desigualdad entre tos hombres;
no, por cierto, la referida a las dotes naturales o de la fortuna, sino a la del derecho
hum ano universal. Rousseau tiene mucha razón al lamentarse de esa desigualdad;
pero no se la puede separar de ia cultura mientras ésta progrese, por así decirlo, sin
plan (lo que es inevitable durante cierto tiempo). Sin embargo, la Naturaleza no
había determinado al hombre a tai desigualdad, puesto que ella le dio libertad y
razón para que esa libertad sólo se limitara por su propia legalidad universal y ex­
terna, que se denomina derecho civil. Por sí mismo el hombre se debe elevar sobre la
rusticidad de sus disposiciones naturales y, ai levantarse por encima de ellas, tratar
de no tropezar contra las mismas. Tal habilidad sólo se puede adquirir tardíamente
y después de muchos intentas fracasados. Entre tanto, la humanidad gime bajo los
males que por inexperiencia se causa a sí misma.

90 Immanuel kant
brían vivido pacíficamente unos al lado de los otros. La consecuencia
del desacuerdo fue la de una separación entre ellos, operada según'dife­
rentes modos de vivir y conforme con su dispersión en la tierra. La vida
pastoral no sólo es dulce, sino que también ofrece una subsistencia más
segura, ya que no pueden faltar alimentos en un suelo extenso y am­
pliamente despoblado. En cambio la agricultura, o la plantación, cons­
tituye una vida muy penosa: depende de la inconstancia del clima y,
por tanto, es insegura. Exige una morada permanente, la propiedad del.
suelo y un poder suficiente como para defenderlo. Pero el pastor odia
esa propiedad que limita su libertad de pastorear. A primera vista, el
labrador podría creer que el pastor estaba más favorecido por el Cielo
(v. 4); pero de hecho, su vecindad le resultaba muy fastidiosa, porque
el animal que pasta no se cuida de las plantaciones. Después de haberlas
dañado, al pastor le era fácil alejarse con su rebaño y sustraerse a cual­
quier indemnización, puesto que por detrás de sí no dejaba nada que
no pudiese volver a encontrar en cualquier parte. El agricultor, pues,
tuvo que emplear violencia contra semejantes perjuicios, que el otro
no hallaba ilegítimos, y si no quería perder los frutos de su penoso tra­
bajo (puesto que nunca podía evitar del todo tales provocaciones) te­
nía que alejarse lo más posible de los que llevaban vida de pastores (v.
Ió). Esta separación constituye la tercera época.
Si el sustento depende del trabajo y la plantación (principalmente
árboles) de un suelo, exigirá moradas permanentes, y la defensa del
mismo contra todos los peligros reclamará una multitud de hombres
que se prestan mutuo apoyo. Tratándose de este modo de vivir, los
hombres ya no se podrán dispersar en familias, sino que se tendrán
que agrupar y construir comunidades rurales (impropiamente llama­
das ciudades) para asegurar la propiedad contra cazadores salvajes o
contra hordas de pastores trashumantes. Las necesidades primarias
de la vida, cuya adquisición exige un modo diferente de vivir (v. 20), se
pudieron intercambiar. En esto se originó la cultura y el arte incipien­
te: comenzaron tanto las artes de esparcimiento como las aplicadas
(v. 21, 22). Pero el hecho esencial estuvo en que surgieron algunas
disposiciones para una constitución civil y una justicia publica. Como
es natural, comenzaron en medio de las mayores violencias, cuya ven­
ganza ya no se abandona al individuo, como en el estado de salvajis­
mo, sino a un poder legal que mantiene la cohesión del todo, es decir,

Comienzo verosímil de la historia humana /Filosofía de. la historia 91


a una especie de gobierno sobre el cual no se ejerce violencia alguna
(v. 23, 24).
A partir de estas primeras y toscas disposiciones se pudieron desa­
rrollar, poco a poco, todas las artes humanas, principalmente, las de la
sociabilidad y la seguridad civil. Entonces el género humano se pudo
multiplicar y extenderse, partiendo de un centro, por todas partes, al
enviar, como colmenas de abejas, colonizadores ya cultivados. La des-
igualdad entre los hombres también se inició en esta época, y con ella
una fuente pletórica de males, pero también de todos los bienes. Esa
desigualdad se fue acrecentando con el tiempo.
Ahora bien, mientras los pueblos de pastores nómades, que sólo re­
conocían como señor a Dios, vagaban en tom o de los habitantes de las
ciudades y de las gentes dedicadas a la agricultura, que tenían por se­
ñor a un hombre (soberano)* -atacándolos por ser enemigos declara­
dos de toda su propiedad territorial y siendo al mismo tiempo odiados
por ellos-, hubo hostilidad continua entre ambos o, al menos, un ince­
sante riesgo de guerra. Ambos pueblos, por lo menos en lo interno,
pudieron gozar del inapreciable bien de la libertad. (En efecto, el peli­
gro de la guerra, todavía hoy, constituye lo único que modera el despo­
tismo; porque para que un Estado actual sea una potencia necesita ri­
queza, y sin libertad no habría diligencia alguna, capaz de producirla. El
pueblo pobre, en cambio, requiere una gran participación en la conser­
vación de la comunidad [gemem Weserts], lo cual no seria posible si
dentro de ella el hombre no se sintiese libre.)
Pero con el tiempo, el creciente lujo de ios habitantes de las ciuda­
des, principalmente el arte de agradar, por el cual las mujeres de la
ciudad eclipsaron a las sucias muchachas del desierto, tuvo que ser un
poderoso señuelo para los pastores (v. 2). Ese lujo los incitó a entrar en
relación con tales gentes, incorporándose así a la brillante miseria de
las ciudades. Con la mezcla de esas dos poblaciones, de otro modo ene­
migas entre sí, terminó el peligro de guerra; pero también se señaló el

5 Los beduinos árabes se llaman todavía hijos de un antiguo jeque, fundador de esa
estirpe (com o Beni Haled y otros). Tal jeque no es en modo alguno señor de ellos y
no puede ejercer sobre los mismos ninguna arbitraria violencia. En efecto, tratán­
dose de un pueblo de pastores que jamás posee, una propiedad inmobiliaria que
tendría que legar, cada familia puede separarse muy fácilmente de la estirpe, cuan­
do no íe agrada seguir perteneciendo a ella, para reforzar otra.

92 Immanuel kant
fin de toda libertad y el surgimiento del despotismo de poderosos tira'
nos. Por una parte, tratándose de culturas apenas incipientes, la sun­
tuosidad sin alma de la más abyecta esclavitud se mezcló con todos los
vicios propios de una condición .salvaje. Por otra parte, el género hu­
mano se alejó sin resistencias del progreso que la Naturaleza le había
prescrípto, consistente en el desarrollo de las disposiciones al bien. Por
eso se tornó indigno de su existencia, entendida como especie destina­
da a dominar la tierra y no a gozar, como un animal, o a caer en una
servidumbre propia de esclavos (v. 17).

Observación final

El hombre que piensa siente cierto pesar, que se puede trocar en


desazón moral, desconocida por el que no piensa. Me refiero ai senti­
miento de descontento ante la Providencia, es decir, a lo que rige el
curso del mundo en su totalidad. Al considerar la multitud de males
que presionan tan pesadamente sobre el género humano y que (al pa­
recer) no ofrecen esperanza de mejoramiento, surge ese modo de sen­
tir. Pero es de extrema importancia estar contento con la Providencia (a
pesar de que nos haya prescrípto tan penoso sendero sobre la tierra); en
parte, para cobrar valor en medio de las penalidades; en parte, para no
perder de vista nuestra propia culpa -q u e quizá sea la única causa de
todos estos m ales- en vez de descargarla sobre el Destino, que es un
modo de desaprovechar el auxilio que viene del propio mejoramiento.
Hay que confesar que los mayores males que oprimen a los pueblos
civilizados derivan de la guerra, y no tanto de las presentes o pasadas,
como de los preparativos incesantes y siempre crecientes para la futura.
A este fin se aplican todas las fuerzas del Estado y todos los frutos de la
cultura, que podrían emplearse para el incremento de la civilización.
En muchos lugares se violenta bestialmente a la libertad, y el maternal
cuidado del Estado por sus miembros individuales se transforma en un
despiadado rigor de exigencias. Esa dureza se justifica por el temor de
peligros exteriores. Pero esta cultura, es decir, el estrecho vínculo de
las clases de una comunidad, que permite el fomento del mutuo bien­
estar, la población e incluso el grado de libertad que aún resta, a pesar
de someterse a leyes que mucho la limitan, ¿son bienes que se podrían

C omienzo verosímil de la historia humana / Filosofía de la historia 93


encontrar sí esa guerra constantemente temida no obligase a los jefes
de Estado a prestar atención a ¡a humanidad? Piénsese en China: por su
misma situación podría ser asaltada de modo imprevisto, pero no ha de
temer ningún enemigo poderoso, debido a lo cual desapareció en ella
todo vestigio de libertad. ■■
Luego, en el grado de cultura en que todavía se halla el género huma­
no, la guerra es un medio inevitable para extender la civilización, y sólo
después que la cultura se haya cumplido (Dios sabe cuándo) nos sera
saludable una paz perpetua, y se tomará posible. Por tanto, en lo que se
refiere a este punto, somos enteramente culpables de los males que pro­
vocan en nosotros tantos amargos lamentos. El texto sagrado tiene razón
a! representar la mezcla de los pueblos en una sociedad y su completa
liberación de peligros externos, en momentos en que apenas se iniciaba
la cultura de los mismos, como un obstáculo para una más elevada civi­
lización y como el hundimiento en una incurable corrupción.
El segundo descomento del hombre concierne al orden de la Natura­
leza, con relación a la brevedad de la vida. Lo cierto es que se aprecia su
valor de modo erróneo, cuando se la desearía más larga ele lo que real­
mente dura. Puesto que sería la prolongación de un juego en constante
lucha con puras penalidades. Pero, en todo caso, hemos de juzgar con
benevolencia el juicio infantil que teme la muerte sin amar la vida y
que, resultándole difícil recorrer una sola jornada de su existencia con
un contento tolerable, jamás le bastan los días, para repetir semejante
calamidad. Pero si pensamos en la multitud de cuidados que nos ator­
mentan para alcanzar los medios de mantener una vida tan breve; si.
reflexionamos sobre la multitud de injusticias que se cometen en nom­
bre de la esperanza de un goce futuro, por breve que sea, tendremos
que creer, racionalmente, que si el hombre abarcara una existencia de
ochocientos o más años, apenas si el padre podría sentir segura su vida
frente al hijo, o un hermano con relación a! otro, o un amigo junto a
otro. Los vicios de una humanidad de tan larga vida llegarían a tal
altura que no sería digna de un destino mejor que desaparecer de la
tierra bajo un diluvio universal (v. 12, 13).
El tercer deseo, o más bien el hueco anhelo (puesto que tenemos con­
ciencia de que jamás participaremos de lo deseado) está en la fantástica
imagen poética de la tan alabada edad de oro. En ella nos libraríamos de
las necesidades imaginarias con que el lujo nos oprime, y nos contenta-

94 Immanuel kant
riamos con las meras necesidades naturales. En esa época dominaría una
■integra! igualdad entre los hombres, una paz permanente; en. una pala­
bra, el puro goce de una vida despreocupada, consumida en el ensueño y
la pereza o en retozones juegos infantiles. Semejante anhelo toma muy
excitantes los Robtnsones y los viajes a las islas del sur; pero, en general,
demuestran el tedio que el hombre pensante siente dentro de una vida
civilizada, cuando en ella sólo busca el goce, por estimarlo como lo valio­
so. Si la razón le recuerda que debe darle valor a la vida mediante la
acción, le opone el. contrapeso de la pereza. La nulidad del deseo de retor­
nar a esa época de simplicidad e inocencia queda suficientemente mos­
trada por lo que nos enseña la anterior exposición del estado originario:
el hombre no se pudo mantener en. él porque no le bastaba; luego, no
estaría dispuesto a retomar al mismo. Por tanto, debe imputarse a sí mis­
mo y a su propia elección la actual condición de penalidades.
Una exposición semejante de la historia te será provechosa y útil ai
hombre. Lo instruye y mejora al mostrarle cómo no debe culpar a la
Providencia por los males que lo oprimen; le señala que tampoco es
justo atribuir su propia falta al pecado original de sus primeros padres,
mediante lo cual la posteridad habría heredado una inclinación a tales
transgresiones (pues tas acciones voluntarias no podrían implicar algo
que se herede). Dicha exposición muestra, en cambio, el pleno dere­
cho que asiste al hombre para reconocerse a sí mimo como autor de lo
hecho por aquéllos y que debe imputarse a sí mismo la culpa de todos
los males surgidos del abuso de la razón, puesto que puede tener lúcida
conciencia de que en las mismas circunstancias se comportaría de idén­
tico modo, de tal manera que el primer uso que habría hecho de la
razón hubiese sido la de abusar de ella (aun contra la indicación de la
Naturaleza). Si admitimos que este punto se halla justificado moral-
mente, una vez realizado el balance del mérito y la culpa, tampoco los
males propiamente físicos dejarían un excedente a nuestra ventaja.
Y el resultado de una antiquísima historia de la humanidad, investi­
gada por la filosofía, es éste: contento con la Providencia y la marcha
de los asuntos humanos en su totalidad. Esta no va del bien al. mal, sino
que se desarrolla gradualmente de lo peor a lo mejor, según un progreso
del que cada uno participa en la medida de sus fuerzas. La misma Natu­
raleza llama a esta colaboración.

Comienzo verosímil de la historia humana / Filosofía de la historia 95


Acerca del refrán; “Lo que es cierto en teoría,
para nada sirve en la práctica”*

Llamamos teoría a un. conjunto de reglas, aun de las practicas, cuan­


do éstas -entendidas como principios- son pensadas con cierta univer­
salidad y, además, cuando están abstraídas de la multitud de condicio­
nes que influyen necesariamente en su aplicación. En cambio, no
denominamos práctica a cualquier ocupación, sino a la efectuación de
un fin, pensada como consecuencia de ciertos principios metódicos
representados en general
Una teoría puede ser todo ío completa que se quiera; pero entre ella
y la práctica se exige que haya algún miembro intermediario que sirva
de enlace y tránsito, pues al concepto del entendimiento que contiene
la regla se tiene que añadir un acto de la facultad de juzgar, por medio
de la cual el práctico sabe distinguir sí algo se somete o no a la regla.
Como, a su vez, a la facultad de juzgar no siempre se le pueden propor­
cionar reglas, a las que ella debiera subsumirse (porque se llegaría a lo
infinito), podrán darse teóricos que jamás sean prácticos en su vida,
porque carecen, de la facultad de juzgar. Tal es el caso, por ejemplo, de
médicos y juristas que conocen bien su técnica, pero que si deben dar
un consejo no saben cómo conducirse. Pero también es posible que
ocurra que, aun cuando exista ese don, las premisas sean defectuosas.
Es decir: si la teoría es incompleta y la integración de ía misma sólo
acontece por ensayos y experiencias que se acomodan a ella, el médi­
co, el agricultor o el financista pueden, y deben, a partir de esa escuela-,
abstraer nuevas reglas para completar la teoría. Cuando ésta resulta
engañosa en la práctica, el motivo de tal cosa, no reside en ella, sino en
la inexisíenda de una teoría suficiente, que el hombre habría debido
aprender a partir de la experiencia. ¿Y qué sería una. teoría verdadera,

' “Über den Gemeinspruch: ‘Das mag tn der Theorie richtig sein, tau.gt aber nicht
für die Praxis'.” Publicado por primera vez en et Berlinischen Monatschift en sep­
tiembre de 1793.

Acerca del refrán: “Lo que es cierto... / Filosofía m la historia 9?


si aquél no fuese capaz de proponérsela por sí mismo y, en cuanto maes­
tro, de presentarla sistemáticamente, en proposiciones universales? Por
tanto, nada se podrá exigir en nombre de un médico teórico, de un
agricultor y de otros profesionales semejantes; pues, nadie se puede
hacer pasar por prácticamente versado en alguna ciencia, si desprecia
la teoría. En ese caso, ocurre simplemente que quien la desdeña ignora
su profesión., sobre codo sí cree poder llegar más lejos que lo que le
permitiría la teoría, medíante ensayos y experiencias hechas a tientas y
no reunidos en ciertos principios (que propiamente constituyen lo que
llamamos teoría) o sin. pensar en el todo de su ocupación (lo cual,
cuando se procede metódicamente, se denomina sistema).
Sin embargo, es más tolerable que un ignorante considere en su pre­
sunta práctica que la teoría es inútil y superfina, que ver que un exper­
to le concede un valor escolar (por ejemplo, para ejercitar la inteligen­
cia), mientras afirma que en. lo práctico pasa una muy otra cosa; que
cuando trasladamos la teoría de la escuela al. mundo nos percatamos de
que perseguimos ideales vacíos y ensueños filosóficos; en una palabra:
que lo que. se puede oír con agrado en la teoría carece de toda validez
para ío práctico. (Con frecuencia se expresa lo mismo así: esta o aque­
lla proposición rige m r/iesi, pero no in hypothesi.) Ahora bien, sería
risible si el maquinista empírico o el artillero quisieran prescindir, res­
pectivamente, de la mecánica general o de la teoría matemática del.
lanzamiento de las bombas, alegando que las teorías, aunque, sutiles, en
la práctica carecen de validez -puesto que, tratándose del ejercicio, la
experiencia aconseja resultados distintos a los de la teoría (pues, si a la
primera se le añade la teoría de la fricción y a la segunda la de la resis­
tencia del aire, por tanto, sí a la teoría se le agrega mayor cantidad aun
de teoría, concordarían perfectamente bien con la experiencia)-. Pero
la circunstancia varía fundamentalmente según se trate de una teoría
que. concierne a ios objetos de. la intuición o de. una teoría en la que
éstos sólo son representados por conceptos (es decir, objetos de la ma­
temática o la filosofía). Estos últimos tal vez sean pensados completa­
mente y rigurosamente (por parte de la razón); pero quizá no puedan
ser dados, en cuyo caso serían meras ideas vacías, de las que no se po­
dría hacer uso alguno en lo práctico, o sólo un empleo perjudicial de
ellas. En tales casos, ese vulgar proverbio sería justo.
Pero en una teoría fundada sobre el concepto del deber, el recelo que

9S iM M AKUa KANT
causa la vacía idealidad de ese concepto se desvanece por entero. Pues
no habría deber cuando nuestra voluntad tendiese a cierto efecto, si éste
no fuese posible en la experiencia (con indiferencia de que lo pensemos
como concluido o en constante aproximación a su plenitud); y en el
presente tratado sólo hablamos de este tipo de teoría. Para escándalo de
la filosofía se ha alegado, con no poca frecuencia, que lo que puede ser
cierto en ella sea, sin embargo, nulo en la práctica. Y por cierto se lo ha
dicho en un tono excesivamente desdeñoso y pleno de arrogancia; pues
se pretendió reformar a la razón misma por medio de la experiencia y,
justamente, en aquello en que ella pone, su honor supremo. La sabiduría
se oscurece, sí cree que con ojos de topo, apegados a lo empírico, se puede
ver más y con mayor precisión que con los ojos propios de un ser consti­
tuido para estar erguido y contemplar el cielo.
Esta máxima, que en nuestra época rica en proverbios y vacía de
acción se ha tornado muy común, ocasiona los mayores daños, sobre
todo si la referimos a algo moral (al deber de la virtud o de i derecho).
Aquí hemos de tratar del canon de la razón (en lo práctico), en cuyo
caso- el valor de la praxis se apoya por completo en su adecuación con la
teoría subyacente, y todo se. pierde cuando las condiciones empíricas, y
por tanto contingentes, de la ejecución de la ley se convierten, en con­
diciones de la ley misma. De tal suerte se justifica que una praxis, cal­
culada sobre el resultado probable de la experiencia sucedida hasta ahora,
domíne ia teoría, subsistente por sí misma.
Divido el presente tratado según tres pumos de vista diversos, a par­
tir de los cuales podrán considerar su objeto los hombres prudem.es,
que juzgan con desconfianza las teorías y tos sistemas muy osados. Por
tanto, lo dividiré de acuerdo-con una triple cualidad humana: 1) el
hombre com o ser privado, aunque dotado de ocupaciones [Gescha/bmann];
2) como hombre público (Staatsmann]; 3) como hombre de mundo (o ciu­
dadano del mundo en general) [Weírmann]. Estas tres personas están de
acuerdo en asediar vivamente al académico que elabora teorías para
ellas con el. fin de mejorarlas y, puesto que se figuran comprenderlas
mejor, lo reenvían a su escuela (illa se jactet in auía!)d como a un pe­
dante que perdido para lo práctico, obstaculiza la experimentada sabi­
duría de los tres.1

1Virgilio, Emrida, i, 140. (N. del H.}

Acerca del refrán: “Lo que es cierto... / Filosofía he la historia 99


Presentaremos la relación entre la teoría y la práctica en tres partes:
I o, dentro de la moral en general (con relación aí bren [WoW] de cada
hombre); 2 o, dentro de la política (en relación con el bien de los Esta-
dos); 3 ”, desde el punto de vista cosmopolita (con referencia al bienes­
tar del género humano en su totalidad, en cuanto se concibe el progreso
hacia la misma en la serie de las generaciones de todos los tiempos
futuros). Por motivos que surgen del tratamiento mismo, ios títulos de
las partes expresan la relación entre la teoría y la práctica en lo moral,
en el derecho fwfíneo y en el derecho internacional

A cerca de la relación entre la teoría y la práctica en la moral


en general (respuesta a una objeción del profesor G arv e)3

Ames de llegar al punto que en realidad está en litigio, acerca de si


el empleo de uno y el mismo concepto puede regir para la teoría o la
práctica, tengo que comparar mi doctrina -ta l como la he presentado
en otra parte- con la idea que el señor Garve tiene de ella, para ver si
de ese modo nos llegamos a entender.
A ) De un modo provisional, y a modo de introducción, he explica­
do la moral como una ciencia que no nos enseña a ser felices, sino a ser
dignos de la felicidad.3 No por eso he sido tan descuidado como para
indicar a los hombres que, en lo concerniente a la obediencia del de­
ber, deban renunciar a su fin natural, la felicidad, que es propio de ellos.

: “Versuche üher verschiedne Gegenstánde aus der Moral und Litera tur” (Ensayo
acerca de diferentes objetos referidos a la moral y la li cera tura), por Ch. Garve. Pri­
mera parte, páginas 1 1 1-11.6, A las discusiones que este digno hombre lleva a mis
proposiciones, con el fin (espero) de ponerse de acuerdo conmigo, las denomino
objeciones y no ataques, que como afirmaciones despectivas estimularían una defensa
para la cual éste no es el lugar adecuado, ni está dentro de mis inclinaciones.
1 El logro de la dignidad de ser feliz constituye una cualidad de la persona que des­
cansa en la propia voluntad del sujeto, conforme a la cual una razón que legislara
universalmente (tanto para la naturaleza como para la libre voluntad) concordaría
con todos los fines de esa persona. Por tanto, se diferencia por completo de la habi­
lidad de procurarse dicha, pues uno no es digno de ésta, ni del talento que la Natura­
leza le otorgó al hombre para alcanzarla, sí poseyese una voluntad que no concuerda
con la única que corresponde a una legislación universal de ía razón, y sí tal voluntad
no pudiera estar contenida en ella (es decir, si se opone a la moralidad).

100 lM.MAMüe.KANT
En efecto» no puede hacerlo como ningún otro ser racional finito en
general; pero sí tiene que hacer completa distracción de esa considera­
ción cuando sobreviene la obligación del deber; de ningún modo tiene
que hacer de esa consideración una condición de la obediencia a la. ley
que le prescribe la razón; incluso, en la medida de lo posible» debe
tratar conscientemente de que no se mezclen, de modo inadvertido,
móviles derivados de aquella consideración con las determinaciones del
deber- Y esto se logra en la medida en que se representa eí deber conec­
tado más bien con los sacrificios que cuesta su observación (la virtud)
que con las ventajas que nos da; y esto para representarse la obligación
del deber en su aspecto integral, que exige obediencia incondicionada,
autosufíclente y no precisa de ningún otro influjo.
a) Ahora bien, el señor Garve expresa mi principio diciendo que yo
"habría afirmado que la observación de la ley moral, sin referencia al­
guna a la felicidad, constituye el ártico fin ultimo del hombre y que se lo
debe considerar como la finalidad única del Creador”. (Según mí teo­
ría, el supremo bien del mundo no es ni el de la moralidad de! hombre
por sí, ni la felicidad por sí misma, sino que consiste en la reunión y
concordancia de ambas: esto sí constituye el único fin del Creador.)
B) Además yo había sostenido que ese concepto del deber no nece­
sitaba poner como fundamento ningún fin particular, sino que más bien
suscita otro fin para la voluntad del hombre, a saber, la de contribuir,
mediante todas las facultades, al supremo bien posible en el mundo (la
felicidad universal del mundo entero, unida a la más pura moralidad y
conforme a ésta). Lo cual, ya que está a nuestro alcance en uno de sus
aspectos, pero no en los dos, obliga a la razón, desde un punto de vista
práctico, a creer en un Señor moral del mundo y en la vida futura. Mo es
que por el supuesto de ambas creencias el concepto universal del deber
obtenga “firmeza y solidez”, es decir, un fundamento seguro y la fuerza
propia de un móvil, sino que sólo en ese ideal de la razón pura ese con­
cepto alcanza un objeto.4 En efecto, en sí mismo considerado, el deber
4 La necesidad de admitir como fin. último de todas las casas y, mediante nuestra
cooperación, un bien supremo en el mundo, no surge de. un defecto de los móviles
morales, sino de relaciones externas en las que, únicamente, y conforme a dichos
móviles, se puede producir un objeto como fin en sí mismo (como fin moral últi­
mo). En efecto, sin ningún fin no puede haber voli-míod alguna, aunque cuando esa
finalidad depende meramente de la coacción legal de las acciones hay que prescin-

ACERCA DEL REFRÁN: “LO QUE ES CIERTO... / FILOSOFÍA DE LA HISTORIA 101


no es más que la limitación de la voluntad a la condición de una legisla­
ción universal, posible mediante la máxima aceptada. Su objeto o fin
puede ser el que se quiera (por tanto, también la felicidad); pero hemos
de prescindir totalmente de ella o de cualquier otro fin. Por tanto -
tratándose de la cuestión acerca del principio de la m oral- la doctrina
del bien supremo, como único fin de una voluntad determinada por ella
u \ y adecuado a sus leyes, puede ser completamente descuidada y dejada a
un lado (porque es episódico). Cómo mostraremos después, cuando
\V :
tratemos el punto que propiamente está en litigio, no consideramos
esa cuestión, sino sólo la que se refiere a la moral universal.
b) Eí señor Garve expresa estos principios del siguiente modo: “el
virtuoso jamás podrá ni deberá perder de vista esa perspectiva (la de la
propia felicidad) pues, de otro modo, carecería del medio de pasar al
mundo invisible, en el que estamos convencidos de la existencia de

dír de ella, puesto que sólo la ley constituye el fundamento de determinación del
fin. Pero no todo fin es moral (no lo es, por ejemplo, el de la propia felicidad): para
serlo debe tener carácter desinteresado. La necesidad de un fin último, propuesto
por la razón pura y capar de abarcar en un principio a la totalidad de todos los fines
(un bien que, en el mundo, sea supremo y posible por nuestra cooperación), cons­
tituye una necesidad de la voluntad desinteresada, que se desborda, pasando por
encima de la observación de la ley formal, hasta llegar a la producción de un obje­
to (el bien supremo}. Tal determinación de la voluntad es de índole particular, a
saber: se fundamenta medíante la idea de la totalidad de los fines, de tal modo que,
cuando estamos en cierta relación moral con las cosas del mundo, tenemos que
obedecer, en todos los casos, a la ley moral; y el deber añade además: hay que
actuar con todas las fuer-as para que exista semejante relación (la de un mundo
adecuado al fin ético supremo). De este modo, el hombre se piensa en analogía
con la divinidad, puesto que ella, aunque subjetivamente no necesite ninguna
cosa, exterior, no puede ser pensada como cerrada en sí misma, ya que se determina
al producir el supremo bien fuera de ella misma. A semejante fonos idad necesaria
[Noumuiígüj (que para el hombre es deber) nosíxros sólo podemos representarla
en el ser supremo como exigencia |Bedtir/msl moral. Por eso, tratándose del hom­
bre, el móvil que yace en ía idea de bien supremo, posible en el mundo por su
cooperación, no es el de la propia felicidad así intentada, sino sólo esa idea, enten­
dida como fin en sí misma; es decir, el móvil se halla en su persecución en cuanto
deber. No contiene la perspectiva de la pura felicidad, sino cierta proporción entre
ella y la dignidad del sujeto, cualquiera, sea. Pero una determinación de la volun­
tad que se limita a sí misma y que pone como límite de su intención a la condición
de pertenecer a cal todo, na es interesada.

102 Immanuel kant


Dios y de la inmortalidad, convicción que es, sin embargo, absoluta­
mente necesaria, según esta teoría, para proporcionarle firmeza y soli­
de? al sistema moral". Finalmente, resume con brevedad la suma de las
afirmaciones que me atribuye de este modo: "De acuerdo con aquel
principio, el virtuoso aspira incesantemente a ser digno de la felicidad;
pero en cuanto es verdaderamente virtuoso, jamás a ser feliz”. (En este
caso, la expresión en cuanto [in so femj contiene una ambigüedad que
es necesario cancelar en primer término. Puede significar: en el acto de,
en cuyo caso -puesto que el hombre como virtuoso se sometería al
deber- esa proposición concuerda completamente con mi teoría. Pera
también significaría esto: si e! hombre es en general virtuoso, aunque
no dependa del deber ni lo contradiga, no deberá referirse de ningún
modo a la felicidad; y semejante aseveración contradice abiertamente
mis afirmaciones.)
Estas objeciones sólo son equívocos (pues no las debemos conside­
rar como interpretaciones erradas), cuya posibilidad tendría que extra­
ñamos sí no aclaráramos suficientemente ei fenómeno de la propen­
sión humana a seguir su habitual pensamiento en la apreciación de
ideas ajenas, introduciéndolo en la interpretación de estas últimas.
Al tratamiento polémico del mencionado principio moral le sigue
una dogmática afirmación ele la proposición opuesta. El señor Garve
argumenta analíticamente de este modo: “En el orden de los conceptos,
la percepción y la diferencia de los estados, por el cual unos tienen
prelación con respecto a otros, debe preceder a la elección de alguno
de ellos y, por tanto, a la predeterminación de ciertos fines. Pero un
estado que es preferido frente a otros tipos, al hacerse presente y ser
percibido por un ser dotado de conciencia de sí mismo y de su estado,
es un buen estado. La serie de tales buenos estados constituye un con­
cepto uníversalísimo, expresado por la palabra /eíicídad." Además dice:
“Una ley supone motivos; éstos dan por supuesta la diferencia, ante­
riormente percibida, entre un estado peor y otro mejor. Esta diferencia,
así percibida, constituye el elemento diferencial del concepto de la
felicidad, etc.” Afirma más adelante: “De la felicidad, entendida en el
sentido más general de la palabra, nacen ¡os motivos de toda aspiración y,
en consecuencia, también los de la obediencia a la ley moral. Tengo
que saber que algo es bueno en general, antes de poder preguntar si la
realización de los deberes morales pertenecen a la rúbrica del bien. Eí

A cerca del refrán: “Lo que es cierto... / Filosofía de la historia 103


hombre tiene que tener un móvil que lo ponga en movimiento, antes de
poder fi|atle un objetivo5 que dirija dicho movimiento.”
Este argumento se basa en el juego de la ambigüedad que tiene la
expresión el bien [das G hk ], puesto que éste o puede ser bueno en sí e
incondidonalmente -e n contraste con lo malo [Base] en s í- o ser sólo
condicionadamente bueno, por comparación con un bien peor o me­
jor, en cuyo caso el estado resultante de elegir el ultimo sólo es compa­
rativamente mejor, puesto que en sí mismo podría ser malo. La máxi­
ma de la ob serv ación in co n d icio n ad a de una ley que ordena
categóricamente, a! libre arbitrio (es decir, del deber), o sea de una
observación que para nada se refiere a algún fin puesto como funda­
mento, se diferencia esencialmente, por su índole, de la máxima de per­
seguir fines puestos en nosotros por la Naturaleza misma (lo que en
general se denomina felicidad) y que constituye un motivo para cierto
modo de obrar. La primera es en sí misma buena; la segunda no lo es en
modo alguno y, en el caso de chocar contra el deber, será muy mala. En
cambio, cuando hay cierto fin como fundamento, por tanto, cuando
ninguna ley ordena incondicionadamente (sino sólo bajo la condición
de ese fin), dos acciones opuestas pueden ser buenas de modo condi­
■'■■r.f.T-

cionado; a ío sumo, una sería mejor que ía otra (por lo cual llamaría­
mos a ia última, comparativamente mala), pues no se diferencian entre
.V V S ' : V , í

sí según, la índole, sino según el. grado. Lo mismo ocurre con toda acción
cuyo motivo no esté en la ley iacondicionada de la razón (deber), sino,
en algún fin puesto arbitrariamente por nosotros como fundamento, el
cual pertenece a ia suma de todos los fines y a cuyo logro denominamos
felicidad. Luego, puesto que una acción puede contribuir más que otra
a mi dicha, será mejor o peor. Pero el hecho de preferir un estado de
determinación de la voluntad a otro constituye tan sólo un acto de la
libertad (res meme facukads, como dicen los juristas), en el que no se
considera para nada la cuestión de saber si esa (determinación de la
.¡w# a * * . ■

’ Justamente yo me preocupo por establecer lo siguiente: El móvil que puede tener


un hombre, antes de fijarle un objetivo (fin), no ha de ser otro, como es manifies­
to, que la ley misma, por el respeto que ésta inspira (sin determinar los. fines que se
tengan y la posibilidad de alcanzarlos). En efecto, cuando yo dejo la materia del
arbitrio fuera de juego -e l objetivo [Ziel}, como lo llama el señor Car v e- lo único
que resta es la ley en relación con el principio formal del arbitrio.

104 hiVbWUR, KANT


voluntad) es en sí buena o mala, siendo indiferente desde este punto
de vista.
El referirme a cierto fin dado, y preferirlo a cualquier otro de la mis­
ma índole, constituye un estado comparativamente mejor,, a saber,, den­
tro del campo de la felicidad (que jamás puede ser otra cosa que mera­
mente condicionada, mientras que ser digno de ella es algo que la razón
reconoce como bien). Cuando alguno de mis fines entran en conflicto
con la ley moral del deber, prefiriendo a sabiendas este último, el esta­
do no será meramente mejor, sino bueno en sí mismo. Tal bien, perte­
nece a un campo por entero diverso, que no guarda relación alguna
con los fines que se me puedan ofrecer (por tanto con la suma de los
mismos, o sea la felicidad), y lo que constituye el fundamento de deter­
minación del arbitrio- no es la materia deí arbitrio (un objeto puesto
como su fundamento), sino la simple forma de la legalidad universal, de
sus máximas. Luego, no podríamos decir, en modo alguno, que consi­
dere como felicidad al hecho de preferir un estado a cualquier otro. En.
efecto, en primer lugar, tendría que estar seguro de que no obro en
contra de mi deber; después, de eso, me estará plenamente permitido
mirar por la felicidad, en cuanto pueda conciliaria con mi estado mo­
ralmente (no físicamente) bueno.6
Por cierto, es necesario que la voluntad tenga un motivo; pero éste
no será cierto objeto propuesto, referido como fin al setifimiemo físico ,
sino la ley incondicionada misma. La disposición por la cual la volun­
tad se sien te b a jo ella, com o dependiendo de una obligación
incondicionada, se llama sentimiento moral, y éste no es causa, sino efecto

&La felicidad contiene todo (y también nada más) que lo que b Naturaleza nos ha
procurado; la virtud, en cambio, lo que sólo el hombre se puede dar o quitar a sí
mismo. Si, por el contrario, dijésemos que, al apartarse de la última, el ser humano
se acarrea recriminaciones y -desde el punto de vista moral puro- censuras a sí
mismo; es decir, si afirmáramos que se ocasiona una insatisfacción que puede tor­
narlo infeliz, diríamos algo que en todos los casos podemos conceder. Pero de tai
insatisfacción moral-pura (que no brota de consecuencias de la acción, desventa­
josas para el hombre, sino de la mera ilegalidad de la misma) sólo es capaz el vir­
tuoso o el que está en camino de serlo. Por consiguiente, la insatisfacción no es
causa de la virtud, sino el efecto de ser virtuoso, y la razón que mueve hacia esta
condición no se puede derivar de esa infelicidad (si queremos llamar así al dolor
que brota de una mala acción).

A cerca del refrán: “Lo que es cierto... /Filosofía de la historia 105


de la determinación de la voluntad. No hallaríamos en nosotros la
menor percepción de ella si no nos precediese aquella obligación. De
aquí la vieja cantinela de que este sentimiento - e l placer que nos da­
mos como fin - constituya la causa primera de la determinación de la
voluntad; es decir, la felicidad (a la cual aquel placer le pertenece como
elemento) constituiría el fundamento de toda necesidad objetiva del
obrar, o sea de toda obligación por deber [Verp/Iiehmngh y esa cantinela
forma parte de las frivolidades sutiles. Ahora bien, si al introducir una
causa a cierto efecto no se puede dejar de preguntar por ella, al final se
convertirá al efecto en causa de sí mismo.
C on lo dicho llego al punto que nos concierne en particular, a saber,
al de d ocu m en tar y probar, m ed iante ejem p los, los in tereses
presumiblemente contradictorios entre la teoría y la práctica en filoso­
fía. El mejor testimonio de eso lo ofrece el señor Garve en su mencio­
nado tratado. Al hablar de la diferencia que yo establezco entre una
teoría por la cual seríamos felices y otra por la que seriamos dígitos de la
felicidad, dice: “Por mí parte confieso que mi inteligencia concibe muy
bien esta división de las ideas; pero no encuentro en mi corazón seme­
jante división de deseos y aspiraciones, incluso reconozco que no pue­
do concebir cómo algún hombre pueda tener conciencia de haber su­
perado con pureza su anhelo de felicidad para poder ejercer el deber de
modo totalmente desinteresado."
En primer lugar responderé al último punto. Confieso con gusto que
ningún hombre puede tener conciencia, con certeza, de haber cumplido
el deber de modo por completo desinteresado, pues esto pertenece a la
experiencia interior, y esta conciencia de los propios estados de alma
supondría una representación absolutamente clara de todas las repre­
sentaciones y referencias accesorias que, mediante la imaginación, el
hábito o la inclinación, acompañan al concepto del deber. En ningún
caso podríamos exigir tal cosa, puesto que en general el no-ser de algo
(tampoco el de la ventaja pensada en secreto) puede constituir objeto
alguno de la experiencia. Pero que el hombre debe cumplir su deber de
manera por completo desinteresada, y tiene que separar íntegramente
su anhelo de felicidad del concepto del deber, para así tenerlo con
absoluta pureza, es algo de lo cual el ser humano tiene conciencia con.
la mayor claridad posible. Sí alguien creyese carecer de ella le podría­
mos exigir que, en la medida de sus fuerzas, la tenga, porque justamen­

106 Immanuel kant


te a esa pureza íe debemos atribuir ei verdadero valor de la moralidad y
por tanto el hombre ha de ser capaz de ello. Quizá jamás e! ser humano
pueda cumplir el deber, que él reconoce y venera, de un modo por
completo desinteresado (sin mezcla de otros móviles); quizá, tratándo­
se de esa grandiosa aspiración, jamás se llegue tan lejos. Pero, en la
medida en que por una cuidadosa autorreflexión puede percibirse a sí
mismo, podrá también, no sólo tener conciencia de no aspirar a ningu­
no de aquellos motivos concurrentes, sino más bien de resistírseles con
abnegación, en consideración, a muchas de las ideas del deber; es decir,
de tender a la máxima de la mencionada pureza. Puede hacerlo, y esto
basta para la observación de su deber. En cambio, la circunstancia de
favorecer el influjo de los otros motivos, convirtiéndolos en máximas,
con el pretexto de que a la naturaleza humana no ie está concedida
semejante pureza (cosa, sin embargo, que el hombre no puede afirmar
con certeza) constituye la muerte de toda moralidad.
En lo que se refiere a la confesión del señor Garve, hace un momen­
to citada, de no encontrar aquella división (en sentido propio “separa­
ción") en su corazón, no hallo ningún escrúpulo en contradecirle y,
ante esta autoacusación, tomar la defensa de su corazón frente a su
cabeza. Tan íntegro varón siempre la hubiera encontrado en el corazón
(en las determinaciones de su voluntad) si no hubiera pretendido fa­
vorecer solamente a la especulación y a la concepción de lo inconcebi­
ble (de lo inexplicable), a saber, a la posibilidad de conciliar en su
inteligencia el imperativo categórico (que es el del deber) con. los prin­
cipios habituales a una explicación psicológica (que sin excepción tie­
ne como fundamento al mecanismo de la necesidad natural)/

‘ El señor Ch. Garve (en las notas al libro de Cicerón acerca de los deberes, pág.
69, ed. de 1783) hace esta extraña confesión, digna de su perspicacia: “La más
íntima convicción de la libertad seguirá siendo algo insoluble y jamás explicable”.
No se podría hallar una prueba de su realidad en la experiencia inmediata o mediata,
y sin prueba alguna no podemos admitirla. Ahora bien, no podemos aducir una
demostración de la libertad realizada con razones meramente teoréticas (puesto
que habría que buscarlas en la experiencia). Por canto, derivarían de proposicio­
nes de la razón tan sólo prácticas, pero no de las técnico-prácticas (que volverían
a exigir fundamentos tomados de la experiencia), sino de principios moralmente
prácticos. He aquí lo extraño: ¿por qué el señor Garve no se atuvo al concepto de
la libertad para salvar, al menos, la posibilidad de esos imperativas?

Acerca del refrán: "Lo q u e e s c ie r t o ... / F ilosofía d e la h is t o r ia 107


Finalmente, el señor Garve añade: “Sem ejante sutil diferencia de
las ideas se oscurece tan pronto como reflexionamos sobre objetos partí-
colares, y se pierde totalmente cuando depende de la acción y se la aplica
a los deseos e intenciones. Cuanto más simple, rápido y despojado de
ídem claras sea el paso por el que vamos de la consideración de los
motivos a la acción real, tanto menor será la posibilidad de conocer,
con rigor y seguridad, la importancia determinada que se ha de añadir
a cada motivo para dar ese paso y no otro.” En esto tengo que contra­
decirlo con afta y fervorosa vos.
En toda su pureza, el concepto deí deber no sólo es incomparable­
mente más simple y claro y -e n el uso práctico- más palpable y natural
que cualquier otro motivo tomado de la felicidad o mezclado o referido
a ella (lo que siempre exige mucho arte y reflexión), sino que también
en el juicio de la razón humana más común -cuando sólo se apoya en
el mismo y se apropia de la voluntad deí hombre con prescmdencia y
hasta en oposición a esos móviles- el concepto deí deber constituye un
motivo mucho más poderoso, penetrante y prometedor de éxito que los
que se toman prestados deí último principio, es decir, deí interesado.
Supongamos eí siguiente caso: alguien tiene en las manos un bien
(depositum) ajeno; el propietario que se lo confió ha muerto, sin que los
herederos sepan nada de ta! préstamo ni tampoco puedan saberlo. Su ­
pongamos, al mismo tiempo, que el poseedor de dicho depósito (sin
tener culpa) experimenta en ese tiempo la ruina completa de su bien­
estar; que ve en tom o de sí una triste familia, con su mujer e hijos
oprimidos por la penuria. Instantáneamente se sustraería a tal estre­
chez si se apropiase de aquella prenda. Imaginemos que, además, se
convertiría en filántropo y benefactor, mientras que para los herederos
ticos, pero desprovistos de amor - y por eso mismo exuberantes y
derrochadores en grado m áxim o-, la devolución de lo adeudado sería
un aumento tan despreciable a la fortuna que ya poseen, que equival­
dría a arrojarlo a! mar. Ahora bien, preguntamos si en estas circunstan­
cias sería permitido emplear ese depósito en provecho propio. Aunque
le presentáramos este caso a un niño de ocho o nueve años, sin duda, el
interrogado respondería: jno! Y, en tugar de proporcionar razones, dirá
simplemente: es injusto; es decir, contradice el deber. Nada es más claro
que esto, aunque, por cierto, de esa restitución no provenga su propia
felicidad. En efecto, si hubiera esperado determinar esa decisión en la

108 Im m a n u el k a n t
ultima, hubiese pensado» por ejemplo, del siguiente modo: “Si espon­
táneamente devuelves a los verdaderos propietarios eí bien ajeno que
tienes, es verosímil que sea recompensada tu honradez; o, si. no ocu­
rriera eso, conquistarás una buena y extendida fama, que te será muy
productiva. Pero todo esto es demasiado incierto. En cambio, también
hay muchos reparos para detentar lo que te fuera confiado con el fin de
salir de aquella estrecha situación: pues, al hacer un rápido uso de ese
dinero te volverías sospechoso. En efecto, ¿'cómo y por qué caminos
hubieras llegado tan rápidamente a mejorar tu situación? Pero» si lo
usaras lentamente, tu miseria se seguiría acrecentando, hasta el punto
de que el préstamo ya no te socorrería.” Por tanto, de acuerdo con la
máxima de la felicidad, la voluntad oscila entre móviles; ella se debe
decidir por alguno, porque tiende al éxito y éste es incierto. La volun­
tad exige tener una buena cabeza para desatarse de las apreturas de las
razones en pro y en contra y no engañarse en el cálculo de conjunto.
En cambio, cuando la voluntad se pregunta: ¿cuál, es, en este caso, el.
deber?, no aplaza en absoluto una respuesta que se da por sí misma,
sino que, en el acto, está segura de hacer lo que debe. Incluso, cuando
en ciertas circunstancias el deber no rige para ella, siente espanto por
tener que trabar relaciones con un cálculo de ventajas que podrían
surgir de su infracción, aun cuando todavía no hubiese elegido.
El hecho de que esta diferencia (que, como mostramos antes, no es
tan. sutil como el señor Garve piensa, sino que está escrita en el alma
del hombre con gruesísimos trazos en extremo legibles) se pierda total­
mente cuando se la lleva a la acción , contradice a la propia experiencia.
No me refiero, como es natural, a la que expone la historia de las máxi­
mas que brotan de uno u otro principio, pues eso prueba, desgraciada­
mente, que la mayor parte de las veces la máxima huye de lo último
(de! interés), sino que considero la experiencia -que sólo puede ser
íntim a- según la cual sabemos que ninguna idea eleva más el alma
humana, animándola hasta el entusiasmo, que la de un espíritu que
venera el deber sobre todas las cosas, en lucha con los innumerables
males de la vida y con sus más brillantes tentaciones, mostrando que es
capaz de triunfar contra ellas mediante una pura intención moral (con
derecho admitimos que el hombre es capaz de hacerlo). La circunstan­
cia de que éste puede porque debe, le abre el fundamento de sus divinas
disposiciones que, por así decirlo, le permiten sentir la sagrada con-

ACEKCA DEL REFRÁN: “Lo QUE ES CIERTO... / FíLOSOFÍA DE LA HISTORIA 109


templadón de la grandiosidad y sublimidad de su verdadero destino. Y
sí, con alguna frecuencia, por la observación del deber, el hombre aten­
diese y se habituase a descargar de la virtud el rico botín de.sus venta­
jas, representándosela en su integral pureza; si en los principios de la
enseñanza privada y pública hiciera un constante uso de ese concepto
(el método de inculcar deberes casi siempre fue desaprovechado), la
eticidad del hombre mejoraría prontamente. Hasta ahora la experien­
cia histórica no ha querido probar el buen éxito de la teoría de la vir­
tud por culpa del falso supuesto que afirma que los móviles derivados
de la idea del deber en sí mismo son demasiado sutiles para el modo
común de concebir, mientras que el otro, más tangible, tomado de ciertas
ventajas que pueden esperarse, tanto en este mundo como en el otro,
de la obediencia a la ley (sin que se atienda a ella en cuanto móvil)
tendría más fuerza sobre el ánimo. La circunstancia de darle preferen­
cia a la pretensión de ser feliz con respecto a lo que la razón pone como
suprema condición, a saber, la dignidad de ser feliz, constituyó, hasta
ahora, e! fundamento de la educación y de las exposiciones realizadas
desde, el pulpito. Los preceptos que indican cómo alcanzar la felicidad o
cómo poder, hasta cierto- punto, evitar daños no son mandamientos. A
nadie obligan de manera absoluta; y, después de haber sido advertido,
el hombre puede elegir lo que se le ocurra, resolviéndose a padecer lo
que le toque. No tiene motivo para considerar como castigo al mal que
suele surgir tan pronto como descuida el conseja que se le ha dado,
pues dicha pena sólo corresponde a una voluntad libre, pero contraria
a la ley. La Naturaleza y la inclinación en cambio, no pueden dar leyes
a la libertad. Muy otra cosa ocurre con la idea del deber, cuya transgre­
sión -aun sin considerar las desventajas que provoca- actúa inmedia­
tamente sobre el ánimo y el hombre se convierte, ante sus propios ojos,
en un ser reprobable y digno de castigo.
He aquí la clara prueba de que todo lo que en la moral rige para la
teoría, tiene también vigencia en lo práctico. En su cualidad de hom­
bre, en tanto ser sometido, por su. propia razón, a ciertos deberes, cada
uno será un hombre dotado de ocupaciones [Geschaftsmannj y puesto que,
en cuanto hombres, jamás saldrán de la tutela de la sabiduría, no po­
drá, con orgulloso desprecio, indicarle al discípulo de la teoría cuál es
el camino que conduce a la escuela, como si estuviese mejor instruido
por la experiencia acerca de lo que es el ser humano y de lo que se le

UO ímmaxuel KANT
puede exigir. En efecto, toda esa experiencia en nada lo auxiliaría cuan­
do se trata de sustraerse aí precepto de la teoría, sino que, por el con­
trario, lo ayudará a aprender cómo tai teoría puede ponerse en obra de
un modo mejor y más universa!, una vez que sus principios hayan sido
admitidos. Pero ahora no tratábamos de semejante habilidad pragmá­
tica, sino de tales principios.

Acerca de la relación entre teoría y práctica


en el derecho político (Contra Hobbes)

Entre todos los contratos por los cuales una multitud de hombres se
vincula en una sociedad (pactum sacíale), el que se establece para lo­
grar una constitución civil entre ellos (pactum untonis civilis) es de índole
tan particular que, aunque desde el punto de vista de la ejecución, tenga
mucho en común, con los demás (también dirigidos a lograr colectiva­
mente un fin cualquiera) , se diferencia esencialmente, sin embargo, de
cualquier otro por el principio de su fundación (ctrnsótntionis civilis).
La reunión de muchos en algún fin común (que todos tienen) puede
hallarse en cualquier contrato social; pero la asociación que es fin en sí
misma (que cada uno debe tener), por tanto, la. reunión de los hombres
en todas sus relaciones externas, en general, en la que no pueden evi­
tar el llegar a un mutuo influjo, es un deber incondicionado y primero,
sólo hallable en una sociedad que se encuentre en condición civil, es
decir, que constituya una comunidad. Ahora bien, el fin que en tal
relación externa es un deber en sí mismo, e incluso, la suprema condi­
ción formal fcondítio sine qua non) de los restantes deberes exteriores,
es el derecho del hombre bajo leyes de coacción pública, mediante las
cuales a cada uno se le determina lo suyo y puede asegurarlo frente a la
usurpación de los demás.
Pero el concepto de un derecho externo en general procede total­
mente del concepto de libertad en las relaciones exteriores de los hom­
bres entre sí, y no tiene nada que ver con el fin que éstos poseen de
modo natural (la tendencia a la felicidad) ní con la prescripción de los
medios para lograrlo. Por tanto, estos últimos fines no se deben mez­
clar en absoluto con aquella ley, como fundamento de su determina­
ción. El derecho consiste en la limitación de la libertad de cada uno,

A c e r c a del refrán: “L o que es cierto... / F ilosofía re la historia 1i l


basada en la condición de que ésta concuefde con la libertad de todos
ios demás» en cuanto ello sea posible según una ley universal. El. dere­
cho público es un conjunto de leyes externas que posibilitan tal concor­
dancia permanente. Luego» puesto que se llama coacción a toda limita­
ción de la libertad por eí arbitrio de otro, se desprende que la
constitución civil es una relación, entre hombres libres (no obstante esa
libertad, están incluidos en un todo de asociación con otros) que se
hallan, sin embargo, bajo leyes coactivas. Esto ocurre porque la razón
misma» y» por cierto» laque legisla de modo puro y apriori, ío quiere asi.
Tal razón no considera ningún fin empírico (los cuales se hallan com­
prendidos con el nombre general de felicidad) y que deben entenderse
como algo que cada uno puede, poner. En relación con ellos» los hom­
bres pueden pensar de modo- absolutamente diverso, de tal manera que
a la voluntad no le es posible ponerse bajo ningún principio común y,
por consecuencia» tampoco bajo alguna ley externa que concuerda con
la libertad de los demás.
La condición civil, considerada como mero estado jurídico, se basa,
a priori» en los siguientes principios;
1. La libertad de cada miembro de la sociedad, en cuanto hombre.
2. La igualdad entre los mismos y los demás, en. cuanto siíbditos.
3. La independencia de cada miembro de una comunidad, en cuanto
ciudadano.
Estos principios no son leyes dadas por e! Estado ya constituido,
sino principios según los cuales únicamente es posible la constitución
de un Estado, conforme a principios puros de la razón, acerca del dere­
cho externo del hombre en general. Luego:
1. La libertad en cuanto hombre. Expresaré formalmente el princi­
pio para la constitución de una comunidad del siguiente modo: Nadie
me puede obligar a ser feliz según su propio criterio de felicidad (tal
como se imagina el bienestar de los otros hombres), sino que cada
cual, debe buscar esa condición por el camino que se le ocurra, siem­
pre que al aspirar a semejante fin no perjudique la libertad de los de­
más» para lograr así que su libertad coexista con la de los otros, según
una posible ley universal (es decir, con el derecho de los demás). El
mayor despotismo pensable (el de una constitución que anule, la liber­
tad de los súbditos, despojándolos de todo derecho) es el que está
dado por un gobierno constituido sobre ei principio de la benevolen-

112 1MMAN UEl KANT


cía para con el pueblo» comportándose como un padre con sus hijos;
es decir, por un gobierno paternal (imperium patemale) en el que los
súbditos -com o niños menores de edad, que no pueden distinguir lo
que verosímilmente es útil o dañoso- están obligados a comportarse
de un modo meramente pasivo, para esperar de i juicio del jefe de Es­
tado la manera en que deben ser felices, y sólo de su benevolencia, el
que éste también quiera que lo sean. El único gobierno pensable para
hombres capaces de derechos y referido, al mismo tiempo, a la bene­
volencia del gobernante no es el paternal, sino el patriótico (imperium
non patemale, sed patriotkum ) . Un modo de pensar es patriótico cuan­
do cada uno, dentro del Estado (sin exceptuar a su jefe), considera a la
comunidad como un regazo materno o al país como el suelo paterno,
desde el cual y por el cual ha nacido. El hombre tiene una pesada
hipoteca que legar: asegurar el derecho del mismo mediante leyes de
la voluntad común, sin atribuirse la facultad de someterlas al empleo
incondicionado del propio capricho. Al miembro de la comunidad,
en cuanto hombre, le corresponde este derecho de la libertad, puesto
que es un ser capaz de derechos en general.
2. La igualdad de los súbditos. Su fórmula sería la siguiente: Cada
miembro de la comunidad tiene, con respecto a los demás, derecho de
coacción, del que sólo se exceptúa el jefe de la misma (porque no es
miembro de ella, sino su creador o conservador): únicamente él tiene
la atribución de obligar, sin someterse a sí mismo a la ley de coacción.
Pero todo el que se encuentre en un Estado bajo leyes es subdito, por
tanto» está sometido al derecho de coacción, lo mismo que los demás
miembros que le son coetáneos [iMícgíiedem]. Uno solo se exceptúa (per­
sona física o moral): el jefe de Estado. Unicamente por él puede ejerci­
tarse la coacción jurídica de todos. En efecto, si también éste pudiese
ser coaccionado, ya no sería jefe de Estado y la serie de los subordina­
dos llegaría al infinito. Pero si entre ellos hubiese dos (personas libres
de coacción) ninguna de tas mismas estaría bajo tales leyes de coac­
ción, y una no podría hacerle a la otra injusticia alguna» lo que es im­
posible,
Pero esa igualdad universal de los hombres dentro del Estado, en
cuanto súbditos del mismo, convive perfectamente bien con la mayor
desigualdad, en cantidad o en grados, de sus propiedades, sea por ven­
tajas corporales o espirituales de un individuo sobre los demás, o por

A cerca del refrán: “Lo que. es cierto... /F ilosofía de la historia 11.3


bienes externos referidos a la felicidad, o por derechos en general (de
los que puede haber muchos) de unos con respecto a otros. De tal ma­
nera, el hecho de que alguien tenga que obedecer (como el niño al
padre o la mujer al varón) y otro mandar; la circunstancia de que uno
sirve (corno jornalero) y el otro pague el salario, etc., de modo que el
bienestar de uno depende mucho de la voluntad del otro (del pobre
con respecto al rico). Pero, según el derecho (que como decisión de la
voluntad general sólo puede ser uno y que concierne la forma del dere­
cho y no la materia u objeto por el cual tengo un derecho) todos, son,
en cuanto súbditos, iguales entre sí, puesto que ninguno puede cons­
treñir a otro sino mediante la ley pública (y mediante el ejecutor de la
misma, es decir, el jefe de Estado); pero mediante ella cada uno se
resiste del mismo modo. Luego, nadie ha perdido esta atribución de
coaccinar (es decir, de tener un derecho frente a otros) sino por propia
culpa, y tampoco nadie ha renunciado por sí mismo, o sea, por un pac­
to -por tanto, mediante una acción jurídica- a no tener derecho algu­
no, sino sólo deberes; pues de haber sido así, se hubiese despojado a sí
mismo del derecho de hacer un contrato y éste se anularía a sí mismo.
La idea de la igualdad entre los hombres dentro de la comunidad, en
cuanto súbditos, también se puede expresar con la siguiente fórmula.
Cada miembro de la comunidad tiene que poder alcanzar gradualmen­
te cualquier condición (adecuada a un súbdito) a la que lo lleven su
talento, su aplicación y su suerte; y los otros súbditos no pueden obsta­
culizarle el camino con prerrogativas hereditarias (como si fuesen privi­
legiados de cierta clase), manteniéndolo siempre en posición inferior,
a él y a sus descendientes.
En efecto, puesto que todo derecho consiste meramente en limitar
la libertad de los otros, condicionándola de tai modo que ella pueda
subsistir con la mía, según leyes universales; y ya que el derecho públi­
co (en una comunidad) consiste tan sólo en el estado de una legisla­
ción real -conform e a ese principio y dotada de poder- en virtud de la
cual todos los que pertenecen a un pueblo, como súbditos, se encuen­
tran en una condición jurídica (status juridicus) en general, a saber, el
de la igualdad de los efectos y contra-efectos de un arbitrio que limita
a otro, conforme con la ley universal de la libertad (lo cual se denomi­
na condición civil), el derecho connatural de cada uno será, dentro de
esa condición (es decir, previa a cualquier acto jurídico), siempre el

114 l«M a n u el k a n t
mismo para codos. Esa identidad se refiere a la facultad de coaccionar a
los demás; de tai suerte que la libertad de un hombre existe junto a la
mía, siempre que su empleo esté dentro de los límites de ¡a concordan­
cia, Puesto que el nacimiento no es ningún acto del que nace, no se le
aplicará ninguna desigualdad de estado jurídico ni ningún sometimiento
a leyes de coacción, salvo lo que tenga de común con todos los otros
súlxlitos de un supremo y único poder legislador. Por lo tanto, un miem­
bro de la comunidad, en cuanto súbdito coetáneo de otro, no puede
tener ningún privilegio innato, y nadie le podrá legar a sus descendien­
tes la prerrogativa de un rango dentro de la comunidad que,, por así
decirlo, lo clasificaría en un clase dominante por el nacimiento, tam­
poco puede impedir coactivamente a otros que lleguen por mérito pro­
pio al grado superior en la escala de las subordinaciones (dentro del
superior e inferior; pero sin que uno sea irnperans y el otro suhjecms). El
hombre puede legar todo lo demás, lo que es cosa (lo no concerniente
a la personalidad) y que como propiedad puede adquirirlo o venderlo.
De ese modo, en la serie de los descendientes se produce una conside­
rable desigualdad, referida a las circunstancias del poder [Vermógen-
sumstanden] entre los miembros de una comunidad (asalariado,
locatarios, propietario rural y peones agrícolas, etc.). Esto no puede
ímpídir, sin embargo, que los últimos estén facultados para elevarse a
la misma condición que los primeros, si el talento, la habilidad y la
suerte lo hacen posible. De otro modo, a algunos les sería lícito coac­
cionar sin ser coaccionados por la reacción de los otros, y se elevarían
por encima del grado de súbdito asociado [Mimntmtandj.
Luego, ningún hombre que viva en la condición jurídica propia de
una comunidad, podrá perder esa igualdad, a no ser por propio delito,
pero jamás por pacto o sometimiento a! poder de la guerra (occupatia
bellica), pues por ningún acto jurídico, propio o ajeno, puede dejar de
ser dueño de sí mismo e ingresar en una clase digna del ganado domés­
tico, que se usa para todo servicio y como se quiera, y a los que se
mantiene en esa condición sin su consentimiento, tanto tiempo como
se quiera; aunque con la limitación de no estropearlos o matarlos (li­
mitación que a veces, como entre los indios, ha sido sancionado por la
religión). Podemos considerar feliz a un súbdito de cualquier condi­
ción, con tal de que tenga conciencia de que sólo depende de sí mismo
(de su poder o riguroso querer) y que no puede culpar a las circunstan-

ACERCA DEL REFRÁN: “Lo QUE ES CIERTO... / FILOSOFÍA DE LA HISTORIA 1 15


cías o a otro, y que no depende de la voluntad irresistible de otro, el
hecho de no ascender al mismo rango que los demás, ya que en cuanto
súbditos asociados carecen de toda ventaja con respecto a él, en lo
concerniente al derecho.8
3. La independencia (sibisufficientia) de un miembro de la comuni­
dad, en cuanto ciudadano, es decir, como colegislador. En cuanto a la
legislación misma, todos los que son Ubres e iguales bajo leyes públicas
ya existentes, no deben estimarse, sin embargo, como iguales en lo
referente al derecho de dictar esas leyes. Los que no están capacitados
para esto último, en cuanto miembros de la comunidad, se hallan igual­
mente sometidos a la obediencia de las mismas y a participar de su
protección, sólo que no como cmdíidanos, sino como protegidos.
Todo derecho depende de leyes. Pero una ley pública que determi­
ne en todos los casos lo que debe serle permitido o prohibido al ciuda­
dano es el acto de una voluntad igualmente pública; de ella emana
todo derecho y por lo tanto no ha de suponer injusticia contra nadie.

s Si pretendemos dar a h palabra gracioso fgrwdígl un concepto determinado (distinto


de benévolo, bienhechor, protector, etc.) sólo la podremos aplicar a aquel contra
quien no rige ningún derecho de. coacción . Sólo al jefe de la administración del Estado,
que produce y reparte todo el bien que es posible según leyes públicas (pues el sobe­
rano que las da es, por así decirlo, invisible; es la ley misma personificada y no el
agente de la misma}, puede recibir el titulo de: gracioso señor, por ser el único no
sometido a derecho alguno de coacción. Tal cosa ocurre hasta en ciertas aristocracias,
como, por ejemplo, la veneciana, en la que el único gracioso señor es el Senado; los
ííüMí que lo constituyen, sin exclusión del mismo Dogo son, en su totalidad, súbditos
(pues sólo es soberano el G ran C ornejo); y, en lo que se refiere al ejercicio del dere­
cho, todos son iguales entre sí, porque al súbdito le corresponde ese derecha de coac­
ción con respecto a todos los demás. Los príncipes (es decir, las personas que tienen
un derecho hereditario de gobernar), pueden llamarse -desde este punto de vista y
en virtud de aquella pretensión- graciosos señores (denominación que les corres­
ponde por cortesía, par courtoíste}; pero, según la condición que poseen, son súbditos
asociados, con respecto a los cuales aun el más ínfimo de sus servidores tiene dere­
cho de coacción med iante el jefe de Estado. Por consiguiente, en un Estado no pue­
de haber más que un gracioso señor. En. lo que se refiere a las graciosas (en sentido
propio, nobles) señoras, tal tratamiento se justificaría, aí parecer, por la condición de
su sexo (por tanto, con respecto ai masculino), en virtud del refinamiento de las
costumbres (llamado galantería) que le hace creer al varón que se ennoblece tanto
más cuanto mayor es la preeminencia que le adjudica el bello sexo.

116 iMMAXUfcX KANT


Luego, no será posible otra voluntad que la del pueblo todo (y puesto
que todos deciden sobre todos, cada uno decidirá sobre sí mismo), puesto
que sólo con respecto a sí mismo nadie puede ser injusto. Pero al tratar­
se de otro, la mera voluntad de éste no puede decidir nada sobre uno
que pudiera ser justo. Por tanto, su ley exigiría otra, capas de limitar su
legislación, por lo que ninguna voluntad particular podría ser legisla­
dora para una comunidad. (Rigurosamente considerado, en la consti­
tución de este concepto confluyen los de la libertad externa, la igual­
dad y la unidad de la voluntad de todos. La condición de esto último,
puesto que, cuando se han reunido las dos primeras, exige la emisión
del voto, es la independencia.) A esta ley fundamental, que sólo puede
nacer de la voluntad general (reunida) del pueblo, se llama contrato
originario.
Dentro de esta legislación se denomina ciudadano (chayen), es decir,
habitante del Estado y no vecino de la ciudad (boiírgeois), al que tiene
derecho de voto. La cualidad que se exige para ello, fuera de la natural
(no ser niño o mujer) es esta única: que el hombre sea su propio señor
(sui jf'uris), por tanto, que tenga alguna propiedad (abarcando bajo este
término cualquier habilidad, oficio, talento para las bellas artes o cien­
cia) que los mantenga; es decir, que en los casos que tenga que ganarse
la vida por medio de otros lo haga sólo por enajenación de lo que es
suyo9 y no por concesión de sus fuerzas para que otro haga uso de ellas.
Por consiguiente, es necesario que el ciudadano no sirva, en sentido
riguroso de la palabra, más que a la comunidad. Al respecto, los artesa­

9 Los que fabrican una obra (opus) pueden pasarla a otro mediante enajetmaon, como
siendo algo que íes pertenece en propiedad. Pero la praesttuio operae no es una enaje­
nación. Ei doméstico, el ayudante de tienda, el jornalero e, incluso e! peluquero, son
tan sólo üfJerariL no artífices (en el amplio sentido de la palabra) y n o son miembros
del Estado ni se deben calificar como ciudadanos. Sin embargo, aquel a. quien le
encargo mi leña, y el sastre, a quien te doy mi paño para que me haga un traje,
parecen encontrarse con relación a. mí en un estado de total semejanza. Pero aquél
se. diferencia de éste como e! peluquero del fabricante de pelucas (ai que puedo darle
el cabello para, que haga pelucas), es decir, tal como el jornalero se distingue del
artista o artesano que hace una obra que le pertenece mientras no le sea pagada. El
último, como industrial, cambia su propiedad con otro (opus); el primero, e! uso de
sus fuerzas, que otorga a otro (operara). Confieso que es difícil determinar los requi­
sitos que debe llenar la condición de un. hombre que pretenda ser su propio señor.

Acerca del refrán: “Lo que es cierto... /Filosofía de la historia lí1


nos y los grandes (o pequeños) propietarios son todos iguales, puesto
que cada uno tiene el derecho de un solo voto. Ahora bien, en relación
con estos últimos, sin plantear la cuestión: ¿cómo pudo suceder que
alguien, con derecho, llegara a ser dueño de una cantidad de tierra
superior a la que podía utilizar con sus propias manos (lo adquirido por
la fuerza de la guerra no constituye, en modo alguno, una primera ad­
quisición) y cómo ocurrió que muchos hombres que, de otro modo,
hubieran podido adquirir una propiedad estable se han visto reducidos
a servir a otros para poder vivir? Sin tener en cuenta estas preguntas, el
último punto estaría en conflicto con el anterior principio de la igual­
dad, puesto que una ley privilegiaría a algunos con la ventaja de su
clase. Los descendientes deben mantener la propiedad (el feudo) con
la extensión de siempre, sin venderla ni dividirla mediante legados, de
tai modo que llegarían a utilizar muchos del pueblo, o también -tra ­
tándose de las divisiones- nadie podría adquirir algo de ella, fuera de
los que pertenecen a cierta clase de hombres concertados para ese fin.
El gran poseedor de propiedades, pues, anula con su voto a tantos pe­
queños propietarios como podría reemplazar; por tanto no vota en nom­
bre de ellos y en consecuencia sólo tiene un voto. Pero, tratándose de
la legislación general -puesto que depende del poder, la habilidad y la
suerte de cada miembro de la comunidad el hecho de que cada uno
adquiera una parte de esas ventajas, pero el conjunto integra la totali­
dad de las mismas-, esa diferencia no se debe tener en cuenta. Luego,
para la legislación, el número de los capaces de votar no ha de juzgarse
por la magnitud de las posesiones, sino por la cantidad de propietarios.
Pero también todos los que tienen el derecho del voto deben con­
cordar con esta ley de la justicia pública, pues si no fuera así, entre los
que no están de acuerdo y los primeros habría un conflicto jurídico que
sólo un principio deí derecho aun superior podría decidir. Por tanto, si
un pueblo entero no puede esperar lo primero, sólo una multitud de
votos, no por cierto de los que (en un gran pueblo) votan directamente
sino de los delegados que lo representan con tal fin, será aquello que
podrá preverse como alcanzable y tendrá que ser el fundamento supre­
mo para el logro de un constitución civil. Aun esa multitud se conten­
tará con dicho principio, aceptado por acuerdo general, es decir, por
contrato.

i i8 iMMANUa KAMI
Conclusión

He aquí un contrato originario; sólo sobre él se puede fundar una


constitución civil, es decir, enteramente legítima y capaz de establecer
una comunidad. Por este contrato (llamado conrractus origijwrins o
pactum sodale), entendido como la coalición de cada voluntad particu-
lar y privada, en un pueblo, con una voluntad social y pública (con el
fin de una legislación meramente jurídica), no ha de ser supuesto como
un hecho (acaso ni siquiera sea posible); como si ante todo hubiese que
probar por la historia que un pueblo, en cuyo derecho y obligaciones
hemos ingresado en tanto descendientes, había realmente ejecutado
un día semejante acto del cual, oralmente o por escrito, nos ha legado
algún informe o instrumento para comprometernos a la obediencia de
una constitución civil ya existente. Por el contrario se trata de una
simple idea de la razón, pero que tiene indudable realidad (práctica), a
saber, la de obligar a cada legislador para que dicte sus leyes tal como si
éstas pudiesen haber nacido de la voluntad reunida de todo un pueblo y
para que considere a cada súbdito, en cuanto quiera ser ciudadano;
como si hubiera estado de acuerdo con una voluntad tal. Ésta es, en
efecto, la piedra de toque de la legitimidad de una ley pública capaz de
regir para todos. Si estuviera constituida de tal modo que le fuera impo­
sible a la totalidad de un pueblo prestarle acuerdo (como sería el caso,
por ejemplo, de que cierta dase de súbditos deban tener hereditariamente
el privilegio de la nobleza) no sería legítima; pero si es sólo posible que
un pueblo te preste acuerdo, será un deber tener a la ley por legítima,
incluso suponiendo que el pueblo hubiera llegado ahora a una situa­
ción o una disposición de su manera de pensar por cuya índole en caso
de ser interrogado, verosímilmente rehusaría su asentimiento.10

K-Si, por ejemplo, se impusiese un tributo de guerra proporcional a todos los súbditos,
éstos, porque sea gravoso, no podrán decir, sin embargo, que sea injusto por creer que
la guerra era inútil, pues no están facultados para juzgar sobre semejante c o sí . Ese
tributo, a juicio del súbdito, regirá como justo, porque seguirá siendo posible que la
guerra sea inevitable y el impuesto indispensable. Pero si durante la guerra se gravara
a ciertos propietarios con determinados suministros y se perdonase a otros de la misma
condición, se advierte claramente que la totalidad de un pueblo no podría concordar
con semejante ley y estará autorizado, al menos idealmente, a actuar contra la misma,
puesto que ese desigual reparto de las cargas no se puede considerar como justo.

A cerca del refrán; “Lo que es cierto... / F ilosofía de la historia 119


Pero, como es manifiesto, esta limitación sólo rige para el juicio del
legislador, no para el del súbdito. Ahora bien, si un pueblo juzgara que,
bajo cierta legislación actualmente vigente, es muy verosímil que pierda
su felicidad, ¿qué ha de hacer? ¿Acaso no debe resistir? Sólo hay una
respuesta: no puede hacer más que obedecer. Pues, en este caso, no ha-
hlaneos de la felicidad que los súbditos pueden esperar de la fundación o
administración de la comunidad, sino tan. sólo del derecho que se le
debe asegurar a cada uno. Tal es el principio supremo del que deben
partir todas las máximas que se refieran a determinada comunidad, y no
puede ser limitado por ningún otro. Con relación a lo primero (a la teii-
cidad) no hay ningún principio universalmente válido que pueda ser
considerado como ley. En efecto, tanto las circunstancias de tiempo como
las ilusiones -muy encontradas entre sí y por lo mismo siempre varia­
bles- en las que cada uno- pone su felicidad (jamás se podrá prescribirle a
otro el objetivo de la misma) tornan, imposible todo principio sólido y la
hacen inútil, para dar por sí un principio de la legislación. La proposición
“salas publica suprema civkads lex esc” conserva íntegro su valor y crédito;
pero ía salud pública que se ha de considerar en primer término es, justa­
mente, aquella constitución jurídica que asegura la libertad de todos
mediante leyes, que permiten a cada uno ser dueño de buscar su felicidad
como mejor le parezca, siempre que con ello no dañe la. libertad legal
universa!, es decir, el derecho de los demás súbditos asociados.
Cuando el poder supremo dicta leyes dirigidas prímordialmente a la
felicidad (al bienestar económico de los ciudadanos, a la población,
etc.), no concurre al fin de la disposición de una constitución civil,
sino que lo hace como mero medio de asegurar el estado de derecho,
principalmente contra ios enemigos externos del pueblo. En este pun­
to, e! jefe de Estado tiene que estar facultado para juzgar por sí mismo y
por sí solo, si tales leyes son necesarias para la prosperidad dei pueblo,
prosperidad que es indispensable para asegurar la fuerza y solidez de ia
comunidad tanto interiormente como contra enemigos externos; pero
carece, por así decirlo, de la facultad de hacer que el pueblo sea feliz
contra su voluntad, puesto que únicamente debe ocuparse de que exis­
ta como comunidad.11Cuando el legislador juzga aquellas medidas, tra-

11 Desde este punto de vista, hay ciertas prohibiciones de importar que favorecen la
producción en beneficio de los intereses de los súbditos, y na en provecho de tos

1 .2 0 Ihmanuel k a n t
tando de saber si fueron tomadas prudentemente o no, se puede equivo­
car; pero el error no cabe si se interroga a sí mismo si la ley concuerda
o no con el principio del derecho, puesto que, como infalible medida,
tiene en la mano la idea del contrato originario, que es a prioñ (y no
necesita, como ocurre con el principio de la felicidad, aguardar que la
experiencia lo instruya acerca de la idoneidad desús medios). Pues con
tal de que no haya contradicción en que todo un pueblo esté de acuer­
do con tal ley, por penosa que le parezca ser, esa ley es conforme al
derecho. Pero si una ley pública es conforme al derecho, es irreprocha­
ble (irreprensible), también ha de tener la facultad de coaccionar y, por
otra parte, la prohibición de oponerse a la voluntad del legislador, in­
cluso si no es por actos. Es decir: el poder que efectúa la ley dentro deí
Estado tampoco admite resistencia (es irresistible). Sin semejante poder
no habría ninguna comunidad jurídicamente existente, ya que tiene la
fuerza de abolir cualquier resistencia interior. La máxima por la cual
ésta acontece aniquilaría, al tornarse universa!, toda constitución civil
y exterminaría ía única condición en la que el hombre puede ser po­
seedor de derechos en general
De aquí se sigue que toda resistencia at poder legislador supremo, es
decir, toda sublevación que posibilite la efectividad de la insatisfac­
ción de los súbditos, toda insurrección que estalle en rebelión, consti­
tuyen, dentro de la comunidad, crímenes supremos, dignos del mayor
castigo, porque destruyen los fundamentos de ía misma. Esta prohibi­
ción es incondicionada, hasta tal punto que cuando ese poder o su agen­
te, el jefe de Estado, violara el contrato originario y perdiera, a los ojos
deí súbdito, la prerrogativa de ser legislador del derecho, puesto que
conduce el gobierno de modo prepotente y violento (tiránicamente),
sin embargo al súbdito no le está permitida resistencia alguna, enten­
dida como contra-violencia. He aquí la razón de este hecho: tratándo­
se de una constitución civil ya subsistente, el pueblo carece ya del de­
recho de juzgar y determinar el modo en que debe ser administrada.
Supongamos que tenga ese derecho y que su dictamen sea adverso al
juicio del jefe de Estado real ¿Quién, en este caso, podría decidir de

extranjeros, y favorecen el estímulo y aplicación de los demás, puesto que un Estado,


sin el bienestar económico del pueblo, no posee fuerzas suficientes como para resistir
a los enemigos extranjeros o para conservarse a sí mismo, en tanto comunidad

Acerca del refrán: “Lo que es cierto... / Filosofía de ía historia 12 i


qué lado está el derecho? Ninguno de ambos, puesto que serían jueces
de sus propias causas. Luego,, por encima del jefe, tendría que haber
otro, capacitado para decidir entre éste y el pueblo, lo cual es contra­
dictorio. Tampoco podemos introducir aquí un derecho de emergencia
(jm m casas necessttetm) que pueda cometer injusticia en caso de una
necesidad (física) suprema, pues, en cuanto presunto derecho sería ab­
surdo, E" al proporcionar la clave para que se levante una barrera por la
cual se limitaría el propio poder del pueblo. En efecto, el jefe de Estado
creerá justificar su dura conducta para con los súbditos por el espíritu
levantisco de éstos, tanto como los mismos explicarán los tumultos
realizados contra el jefe por los lamentos que vienen de indebidas pe­
nas. f í quién decidirá en este caso? El que se encuentre en posesión de
la administración suprema pública de la justicia: el único que puede
hacerlo, es, justamente, el jefe del Estado y nadie, dentro de la comu­
nidad, puede tener la facultad de disputarle esa posesión.
Sin embargo, encuentro a respetables hombres que afirman el dere­
cho del súbdito a oponerse por ía fuerza, bajo ciertas circunstancias, a
su superior, entre los cuales sólo quiero mencionar aquí al tan cuidrTo-

No existe ningún casia necessiuuts, fuera del caso en que los deberes están en
mutuo conflicto, a saber cuando estos se producen entre un deber mcondirionodo y
otro (quita grandioso, pero sin embargo) condicionado, por ejemplo, cuando se tra­
ta de prevenir un desastre dei Estado por medio de la traición de un hombre a otro,
con el cual está en una relación semejante a la que hay entre padre e hijo. Prevenir
el mal que amenaza al Estado es un deber incondicionado, mientras que prevenir
el que amenaza la desdicha del hombre es condicionado (a saber, en cuanto no sea
culpable de un crimen contra el Estado). Si el hijo denunciara el intento del padre
al gobierno, lo hará con gran repugnancia, pero por necesidad (moral). Si alguien,
para salvar su propia vida, en cambio, le dijese a otro náufrago, quitándole el ta­
blón a que se aferra, que tiene derecho de hacerlo por su necesidad (física), dirá
algo por entero falso. La conservación de mi vida sólo es un deber condicionado
(si puede acontecer sin crimen); pero constituye un deber incondiciondo no qui­
tar la de otro, sí éste no me hiere, y no me pone en peligro de perder la mía. Sin
embargo, eí teórico del derecho civil universal procede de manera muy conse­
cuente con la facultad jurídica cuando confiesa este auxilio de emergencia, pues la
autoridad pública lObrigkeitl no puede unir ningún castiga con k protóíscion, ya que
ese castigo tendría que ser el de la muerte. Pero sería una ley disparatada la de
amenazar de muerte a alguien que, en situaciones peligrosas, no se entregaría vo­
luntar iamen te a la muerte.

I 22 IMMANU& KANT
so como preciso y modesto Achenwall, en su teoría del derecho natu­
r a l , D i c e : “Cuando el riesgo que amenaza a la comunidad supera
-después de una larga tolerancia de la injusticia del je fe - ai de empu­
ñar las armas contra él, el pueblo se le podrá resistir, apoyándose en el
derecho de rescindir el contrato de su sometimiento, y destronarlo por
tirano". Concluye con estas palabras: “De tal modo (con relación a su
anterior soberano) el pueblo retoma al estado de naturaleza”.
Creo sinceramente que ni Achenwall ni ninguno de los honrados
hombres que racionalmente están de acuerdo con él hubiesen dado su
consejo o asentimiento, llegado el caso, para tan peligrosa empresa.
Además, apenas es dudoso que si hubiesen fracasado los levantamien­
tos por los que Suiza, los Países Bajos o Gran Bretaña alcanzaron tas
constituciones tan felizmente ensalzadas que en la actualidad tienen,
el lector de la historia de tales rebeliones hubiese visto en la ejecución
de sus autores, ahora tan exaltados, el merecido castigo por enormes
crímenes contra el Estado. Pues, en nuestra estimación de los funda­
mentos del derecho habitualmente introducimos el desenlace, y mien­
tras que éste era incierto, ios fundamentos eran ciertos. Pero es claro
que en. lo concerniente a estos últimos -si concedemos que mediante
tal levantamiento no se comete injusticia con trae! príncipe reinam e-
(cuya joyeuse entrée habría violado eí contrato con el pueblo, que tiene
un fundamento real), el pueblo, con este modo de buscar su derecho,
habría hecho injusticia en altísimo grado, porque una vez aceptada la
máxima del levantamiento se tornaría insegura toda constitución jurí­
dica y se introduciría una condición de completa ausencia de ley (sta­
tus naturalis), en el que el derecho, cualquiera que fuese, dejaría de
tener el más mínimo efecto. Tratándose de la propensión, que halla­
mos en tantos autores bienintencionados, de hablar a favor dei pueblo
(para su perdición), sólo quiero advertir que, en parte, la causa de la
confusión está en e! engaño por el que, al hablar, suplantan en sus
juicios el principio deí derecho por el principio de la felicidad; y, en
parte, porque, al no haber encontrado un contrato realmente propues­
to a la comunidad -aceptado por el jefe de la misma y sancionado por
am bos- admiten la idea del contrato originario, que siempre está en la
razón como fundamento, como algo que tiene que acontecer realmente,

u lus N aturas, Editia, v, Pars posterior, §§ 203-206.

Acerca del refrán: “Lo que es cierto.-, /Filosofía m la historia 123


y de ese modo, piensan poder conservar para el pueblo la facultad de
abandonarlo, según su parecer, cuando se comete alguna grosera viola­
ción, por lo menos según la propia apreciación del pueblo,14
Ahora vemos muy claramente que el principio de la felicidad, al
que el teórico tiende con su opinión mejor (y que en sentido propio no
es capaz de ser principio determinante alguno) es tan dañoso para el
derecho del Estado como para la moral. Cuando el soberano quiere
hacer feliz al pueblo según su particular concepto, se convierte en dés­
pota; cuando el pueblo no quiere desistir de la universal pretensión
humana a la felicidad, se tom a rebelde. La idea del contrato social
hubiese mostrado su indiscutible aspecto si, con anterioridad, se hu­
biera preguntado qué es lo que corresponde al derecho (en qué se pue­
den fijar a priori sus principios, sin acudir a lo empírico). Pero tal con­
trato no se presentaría como un hecho (al modo de Dantón, que a falta
de tal contrato, anula y deja sin valor todos los derechos y propiedades
que se encuentran en la constitución civil realmente existente) sino
sólo como principio racional de la estimación de cualquier constitu­
ción jurídica y pública en general. Y se comprenderá que antes de exis­
tir la voluntad general, el pueblo no posee ningún derecho de coac­
ción contra su señor, porque sólo por medio de éste el pueblo puede
coaccionar jurídicamente; pero si esa voluntad existe, tampoco el pue­
blo podría ejercer coacción sobre el señor, ya que eí pueblo sería el
señor supremo. Por tanto, jamás le pertenecería al pueblo un derecho
de coacción (de resistirse) al jefe de Estado (con palabras u obras).
Advertimos que esta teoría también se confirma suficientemente en

HAunque el contrato rea! del pueblo con el soberano siempre pueda ser violado,
dicho pueblo no se le opondrá en tanto comunidad, sino sólo en cuanto coalición
perturbadora. En efecto, como la constitución hasta entonces existente ha sido
destruida por el pueblo, es preciso ante todo organizar una nueva comunidad, Si
no fuera así, se introduciría la anarquía con todos sus horrores o, al menos, estaría
posibilitada por esa situación; lo injusto es, en ese caso, la injusticia que, dentro
del pueblo, cada partido comete contra otro. También el ejemplo mencionado
aclara el hecho de que cuando los alborotados súbditos de un Estado quieren im­
poner por la violencia otra constitución, ésta los oprimirá con mayor rigor que ía
que destruyeron, llega oda a estar consumidos por los eclesiásticos y aristócratas,
mientras que bajo un jefe que dominara sobre todos, hubieran podido esperar una
mayor igualdad en eí reparto de las cargas del Estado.

124 ¡ m m a n u el k a n t
lo práctico. La constitución de Gran Bretaña, en. la que el pueblo in­
tervino tanto y que pareciera ser ejemplar para todo el mundo, sin
embargo, calla por completo la facultad que ella le concede al pueblo
en eí caso de que el monarca transgrediera el contrato de 1638; por
tanto, si el monarca lo violara, el pueblo se reservaría el derecho de
una secreta rebelión, puesto que no hay ninguna ley al respecto. El
hecho de que la constitución contenga, en este caso, una ley que justi­
fica el derrocamiento de la constitución subsistente a partir de una
legislación particular (suponiendo también que el contrato fuera vio­
lado) es una clara contradicción, pues, ella tendría que contener al
mismo tiempo un contrapoder públicamente constituidores decir, ten­
dría que existir un segundo jefe de Estado que asegurase el derecho deí
pueblo contra el primero, y un tercero que decidiera de parte de cuál
de los dos se halla el derecho. Los mencionados conductores del pue­
blo (o, si queremos, sus tutores) se han preocupado por librarse de esa
acusación, en el caso del fracaso de su empresa: se han mveniado que el
monarca, expulsado por el temor, realiza un voluntario abandono del
gobierno, antes que atribuirse el. derecho a deponerlo; ya que con ello
habrían logrado que la constitución se contradijera a sí misma de modo
manifiesto.
Espero que no se reprocharán mis afirmaciones, diciéndose me que
con semejante inviolabilidad yo lisonjeo a los monarcas. Del mismo
modo espero que no se me objete un excesivo favorecí miento del pue­
blo por el hecho de que afirme que tiene inalienables derechos frente
el jefe de Estado, salvo los que se refieren a la coacción.
Hobbes es partidario de la opinión contraria. Sostiene (De eme, cap.
7) que no hay ningún contrato por el cual el jefe de Estado esté com­
prometido con el pueblo y no puede cometer injusticia con el ciudada­
no (puede disponer como quiera de ese ciudadano). Tal tesis sería
exactísima, si por injusticia se entendiera la lesión que le concede al15

15 Dentro del Estado, ningún derecho puede ser silenciado pérfidamente, por así
decirlo, medíante una restricción secreta, y menos aún, el derecho que se arroga eí
pueblo por pertenecer a un estado constitucional en eí que todas las leyes se deben
pensar como nacidas de una voluntad pública. Por lo tanto, sí la constitución per­
mitiera la insurrección, tendría que explicar públicamente el derecho que la asiste
y el modo de hacer uso del mismo.

A c er c a del r efr á n : “Lo q u e e s c ie r t o ... / F il o s o f ía de l a h is t o r ia 125


ofendido un derecho de coacción contra los que hayan obrado injusta­
mente contra él; pero tomada así, en general, esa tesis es terrible.
El súbdito no rebelde tiene que poder admitir que su soberano no
quiere ser injusto con él. Luego, ningún hombre puede renunciar, aun­
que quisiera, a su inalienable derecho, y acerca de los cuales él mismo
está facultado para juzgar; lo injusto, en. cambio, que cree ocurrirle de
acuerdo con aquel concepto, sólo acontece por el error o la ignorancia
de ciertas consecuencias de las leyes por parte del poder supremo. Por
eso, se le tiene que conceder al ciudadano -y, por cierto, con el favor
del soberano mismo-- la atribución de hacer conocer públicamente sus
opiniones acerca de lo que parece ser injusto para la comunidad en
algunas disposiciones tomadas por el soberano. Pues admitir que el so­
berano no se pueda equivocar a veces o ignorar alguna cuestión equi­
valdría a otorgarle la gracia de una inspiración divina y a pensarlo como
un ser sobrehumano. Por tanto, el único paladín del derecho del pue­
blo está en la libertad de la escritura, ejercida dentro de los límites que
impone eí respeto y el amor a la constitución que rige la vida del ciuda­
dano y mantenida por el modo de pensar liberal de los súbditos que la
misma constitución infunde (y por ello los escritores se limitan mutua­
mente, para no perder libertad). Querer arrebatarle dicha libertad, no
sólo sería quitarle toda pretensión a tener un derecho en relación con
el jefe supremo (en el sentido de Hobbes), sino que también se le qui­
taría aí soberano -cuya voluntad manda a los súbditos, en cuanto ciu­
dadanos, únicamente porque ella representa la voluntad general del
pueblo™ el conocimiento de cuestiones que, de saberlas, las modifica­
ría él mismo, y es ponerlo en contradicción consigo mismo. El hecho
de infundir recelo en el soberano hacia un pensar por sí mismo y que se
exprese públicamente, porque éste excitaría la intranquilidad del Esta­
do, significa tanto como despertarle desconfianza contra su propio po­
der u odio contra el pueblo.
El principio general por el que un pueblo ha de considerar su dere­
cho, de modo negativo, es decir, según el cual debe juzgar lo que la
legislación suprema, aun con la mejor voluntad, no le podría ordenar, se
halla contenido en esta proposición: lo que un pueblo no puede decidir
sobre sí mismo, tampoco puede decidirlo el legislador sobre el pueblo.
Al preguntar, por ejemplo, si una ley que ordena cierta constitución
eclesiástica ofrecida en cierta oportunidad debe ser constantemente

126 1mí4a^uel Kami


perdurable, o sea, sí podría ser considerada surgida de la propia volun­
tad del legislador (según su intención), tendría que interrogarse ante­
riormente esto: ¿sería lícito que un pueblo se diese a sí mismo una ley
por la cual ciertos artículos de fe, alguna vez admitidos, tanto corno
algunas formas de la religión externa, debieran permanecer para siem­
pre, de tal modo que se le impidiera a la posteridad un progreso de las
concepciones religiosas o un abandono de pasados errores? Es claro
que un contrato originario del pueblo, por eí que se establecería seme­
jante ley, sería en sí nulo y se aniquilaría, por contrariar el destino y fin
de la humanidad. Por tanto, una ley dada en ese sentido no debe ser
considerada como propia de la voluntad del monarca, a la que se le
podría oponer una idea contraria. Pero, en todos los casos, sí ella u otra
semejante fuese facultada por la suprema legislación, podrá ser juzgada
de modo universal y público, pero nunca atacada con resistencia de
palabras o hechos.
En toda comunidad tiene que haber obediencia, regida por e! meca­
nismo de ía constitución estatal según leyes de coacción (referidas al
todo); pero, aí mismo tiempo, un espíritu de libertad, puesto que cada
uno, en lo concerniente a los deberes universales del hombre, necesita
estar convencido por la razón de que esa coacción es conforme al dere­
cho y que no se contradice a sí misma. La obediencia sin la libertad
constituye la causa ocasional de todas las sociedades secretas. En efecto,
es una vocación natural de ía humanidad encontrarse en mutua comu­
nicación, principalmente en lo que se refiere al hombre en general, por
lo que aquellas sociedades se derrumbarían si se favoreciera esa liber­
tad. ¿Y medíante qué otra cosa podría el gobierno llegar al conoci­
miento que fomente su propio y esencial propósito si no la de permitir
que se extienda el espíritu de libertad, tan digno de respeto por sus
orígenes y efectos?

En ninguna parte una práctica, que descuide los principios puros de la


razón, niega la teoría con más arrogancia que en lo referente a la necesi­
dad de una buena constitución estatal. Este hecho se debe a que una
constitución legal, subsistente por mucho tiempo, llega a habituar al
pueblo a juzgar tanto su felicidad como su derecho según la regla dada
por la condición que posibilitó que todo estuviese hasta entonces en
pacífica marcha; pero, en cambio, no lo habituó a estimar ese estado

A cerca m í refrán; “Lo que es cierto... / Fitosofí'a oe la historsa i27


según ios conceptos del derecho y la felicidad que le da la razón. Antes
bien, está acostumbrado a preferir un estado pasivo a una situación ple­
na de riesgos o a la búsqueda de otro mejor (en lo que rige lo mismo que
Hipócrates recomendaba a tos médicos: iudicmrn anceps, e^¡erimentton
periculosum). Ahora bien, las constituciones que han subsistido un tiem­
po suficientemente largo pueden tener todos los defectos que se quiera;
pero, no obstante la diversidad de ellas, proporcionan un solo resultado;
a saber: contentarse con lo que se tiene. Luego, si atendemos a la praspe-
rulad del pueblo, no rige, en sentido propio, ninguna teoría, sino que todo
descansa sobre una práctica dócil a la experiencia.
Pero si la razón proporcionara algo de tal índole que permitiera ex­
presarse por las palabras derecho político y si ese concepto tuviese para
los hombres -que dentro del antagonismo de la libertad están unos
contra los otros- fuerza obligatoria y, por tanto, realidad (practica)
objetiva, sin necesidad de atenderse al bienestar o malestar que pueda
surgir de ese concepto (cuyo conocimiento descansaría meramente en
la experiencia), entonces ese derecho se fundaría sobre principios a
priori (puesto que la experiencia no puede enseñar qué es el derecho) y
hay una teoría del derecho político, sin conformidad con la cual ningu­
na práctica es válida.
Contra lo dicho sólo se podría alegar lo siguiente: aunque los hom­
bres tengan en la cabeza la idea de un derecho que les pertenece, serian
incapaces e indignos de ser tratados según el mismo por la dureza de sus
corazones. Y, por eso, un poder supremo, que procede según reglas de
prudencia, los deberá y tendrá que mantener en orden. Pero este deses­
perado salto (salto martale) tiene, empero, tal naturaleza que, en cuanto
no se trate del derecho sino sólo de la fuerza, al pueblo también le estaría
permitido ensayar la suya, y toda constitución legal se volvería insegura.
Si no hay algo que mediante la razón obligue a un respeto inmediato
(como los derechos del hombre), todos los influjos sobre el arbitrio del
hombre son incapaces para encauzar la libertad de los mismos. Pero si
junto a la benevolencia, también el derecho habla en voz alta, la natura­
I! leza humana no se mostrará como estando corrompida al punto de no oír
la voz deí mismo con. respeto. Timi jxefafe gravan merídsque si forte virutn
quem Conspexere, silem arrecdsque auribus adscant (Virgilio).16

16 Eneida, i, versos 151-152. fN. del E.]

128 I K ANT
Sobre las relaciones entre la teoría y la práctica en eí derecho
internacional, consideradas desde un punto de vísta
filan trópico-universal, es decir cosmopolita11
(Contra Moisés Mendelssohn)

¿Es posible amar a ía especie humana en su totalidad? ¿O ella caos-


ti tu ye un objeto que se tiene que contemplar con indignación, aunque
(para no pasar por misántropos) le deseamos todo género de bienes,
sabiendo, sin embargo, que jamás podremos esperar nada del mismo?
¿Acaso no debiéramos apartar los ojos de semejante espectáculo? La
respuesta a esas preguntas depende del modo como contestemos esta
otra: ¿hay disposiciones, en la naturaleza humana, que permitan com­
probar un constante progreso hacía lo mejor, de tal manera que el. mal
actual, o el mal de épocas pasadas, desaparecerá fundido en el bien del
futuro? Si fuese así, podríamos amar al género humano, al menos, por
su constante aproximación al bien; de otro modo, tendríamos que odiar­
lo o despreciarlo, a pesar de la afectación que pongamos en un amor
universal al hombre (que a lo sumo es amor de. benevolencia, pero no
de agrado). Pues h que es y sigue siendo malo “ principalmente cuando
se lesionan premeditada y mutuamente los más sagrados derechos hu­
m anos- constituye algo que, después de grandísimos esfuerzos, obliga­
ría a un amor que no evita el odio: el de. no añadir daño [Ühe¡¡ al
hombre, pero tratarlo lo menos posible.
Tal. era la opinión, de Moses Mendelssohn. (Jerusaíem, cap. o, págs.
43-44), que él oponía a la hipótesis de su amigo Lessing, referida a'una
educación divina del género humano. Mendelssohn considera como
quimera “eí hecho de que el todo, ía humanidad, progrese constante­
mente aquí, en. la tierra, de tal manera que se perfeccione”. “Vemos
-d ic e - que eí género humano hace pequeñas oscilaciones; pero jamás
ha dado algún paso hacia adelante, sin retroceder en seguida, con re­
doblada velocidad, a su condición anterior”. (H e aquí la piedra de Stsífo.

u No es evidente de inmediato cóm o un supuesto filantrópico universal señala a la


constitución cosmopolita y cómo ésta funda un derecho míemaciónoí, en rendido
como la única condición que permite el desarrollo conveniente de las disposicio­
nes de la humanidad, que hacen a nuestra especie digna de ser amada. La conclu­
sión deí presente parágrafo pondrá en evidencia dicha conexión.

Acerca del r e f r á n : “Lo que es cierto... / Filosofía de la historia 129


Esto consiste en admitir, como los indios, que la tierra es el lugar de
expiación de antiguas y ya no recordadas culpas.) “El hombre indi vi'
dual avanza, pero la humanidad fluctúa constantemente entre límites
fijos, sube y baja. Pero, considerada en su totalidad, mantiene en casi
todas, las épocas, casi el mismo grado de moralidad, la misma medida
de religión e irreligión, de virtud y vicio, de felicidad (?)ls y miseria.’*
Para introducir estas afirmaciones dice (pág. 46): “¿Adivináis, acaso,
qué intenciones tuvo la Providencia con la humanidad? No forjéis nin­
guna hipótesis (antes las había llamado teorías): tan sólo mirad en tor­
no de lo que realmente sucede y, sí podéis, arrojad una mirada a la
historia de todos los tiempos, a lo acontecido antes que ahora. El he­
cho es ése; tiene que haber estado en la intención de la Sabiduría, que
lo ha admitido o, al menos, aceptado en su plan.”
Mi opinión es otra. Si fuese digno de una divinidad contemplar cómo
lucha un hombre virtuoso contra las contrariedades y las tentaciones
al mal, quedando, sin embargo, impasible en $u visión, ese modo de
contemplar no sólo sería en extremo indigno de la divinidad, sino in­
cluso del hombre más vulgar, con tal que éste sea bienintencionado,
puesto que consiste en ver cómo, desde un período a otro, el género
humano avanza un paso hacia la virtud para hundirse, en seguida, y
tanto más, en el vicio y la miseria. Quizá pueda resultar conmovedor e
instructivo contemplar por una sola vez semejante triste representa­
ción; pero, finalmente, tiene que caer el telón. En efecto, con el tiem­
po esa representación se convierte en farsa, y aunque los actores no se
cansen, porque son bufones, se fatigará el espectador, que se saciará
con un acto u otro si puede inferir con fundamento que la pieza, que
jamás terminará, es de eterna monotonía. Como se trata de un mero
juego escénico, el castigo que sobreviene al final podra resarcir, dado
ese desenlace, de tan desagradables sensaciones. Pero permitir que en
la realidad se acumulen innumerables vicios (aunque entremezclados
con ciertas virtudes) para que en el momento oportuno reciban casti­
go, contradice -según nuestra concepción- a la moralidad de un crea­
dor y regidor del mundo.
Luego, yo admitiría lo siguiente: puesto que, desde el punto de vista
de la cultura, el género humano está en constante avance, porque ese

ls Kant: mismo añade este signo de interrogación a la cita. |N. del E.j

130 i MMANUEL ÍÍANT


progreso constituye su fin natural, también desde el punto de vista de
la meta moral de su existencia, deberá hallarse avanzando hacia lo mejor.
Como es natural, dicho progreso puede, ocasionalmente, interrumpirse,
pero jamás romperse. No necesito probar este supuesto: la demostra­
ción corresponde a quien lo niegue. Sin embargo, me apoyo en un
deber que me es connatural: el de actuar sobre ía posteridad partiendo
de cada individuo de la serie d ejas generaciones-a la que yo pertenez­
co {como hombre en general) a pesar de que, de acuerdo con la calidad
moral que me exijo, no soy tan bueno como debiera y, por tanto, pu­
diera ser™ a fin de que mejoren constantemente (posibilidad que tam­
bién hay que admitir) y, de ese modo, para que tal deber se transmita
legítimamente de un miembro al otro. La historia puede hacer surgir
muchas dudas contra estas esperanzas mías. Si fuesen demostrativas
podrían moverme a dar por terminado un trabajo en apariencia vano.
Sin embargo, mientras no alcancen el grado de certeza no puedo per­
mutar el deber (entendido como el liquidum) por la prudente regia de
no colaborar en lo impracticable (en este caso, illiquidttm, porque es
mera hipótesis). Y por incierto que esté y siga estando con respecto a la
cuestión de si se puede esperar que el género humano progrese, esa
incertidumbre no podrá quebrar la máxima ni el supuesto de tal hipó­
tesis, a saber, que esa convicción es factible, ni, por tanto, la necesidad
de presuponerla en sentido práctico.
Esta esperanza en un porvenir mejor, sin la cual el corazón humano
jamás se inflamaría por un serio deseo de hacer algo provechoso para el
bienestar general, también ha tenido influjo sobre la laboriosidad de
los bienintencionados, y el buen Mendelssohn tiene que haber conta­
do con ella, puesto que se esforzó con tanto celo por la ilustración y la
salud de la nación a que pertenece. Pues, racionalmente, no podría
esperar que las realizara él mismo y sólo por sí mismo, sin otros que
continuaran después la misma órbita por él descrita. Frente al triste
aspecto de los males, no tanto los que aplastan al género humano por
causas naturales, sino sobre todo los que los hombres se infligen entre
sí, sin embargo el ánimo se fortalece ante la perspectiva de un futuro
mejor, y por cierto lo hace con desinteresada benevolencia, puesto que
desde tiempo atrás estaremos en la tumba antes de recoger los frutos
que en parte hemos sembrado nosotros mismos. Los argumentos empí­
ricos para demostrar lo contrario de estas decisiones tomadas de la es­

A cerca del refrán: “Lo que es cierto... / Filosofía de la historia 131


peranza son inoperantes. En efecto, no porque algo no se haya logrado
hasta ahora se desprende que no se logrará jamás, y, aunque así fuese,
ello no justifica renunciar a una intención pragmática o técnica (como,
por ejemplo, viajar por el aire con globos aerostáticos) y menos toda­
vía a una intención, moral, cuya acción, si no es demostrativamente
imposible, llega a convertirse en un. deber. Por lo demás, se pueden
proporcionar muchas pruebas de que el género humano en su totalidad
ha progresado moralmente, en los tiempos actuales, hacia lo mejor,
sobre todo si se los compara con los anteriores {ciertos obstáculos de
breve duración nada probarían en contra). Y la gritería que se levanta
por el incesante crecimiento de la degeneración se debe a que ahora
estamos en. un grado más elevado de moralidad, que permite ver más
tejos y hada adelante, de tal modo que el juicio sobre lo que somos,
comparado con lo que debiéramos ser, o sea la censura sobre nosotros
mismos, es tanto más rigurosa, cuanto más podemos ascender en la
moralidad, concebida en el conjunto del curso del mundo conocido
por nosotros.
Ahora bien, si preguntarnos por qué medios hemos de conservar
este incesante progreso a lo mejor, y quizá acelerarlo, veremos en se­
guida que el éxito de esta empresa, que se pierde en inmensa lejanía,
no depende tanto de lo que nosotros hacemos (por ejemplo, de la edu­
cación impartida al mundo juvenil) ni de los métodos que nosotros
seguimos para efectuar ese avance, sino de lo que hará en y con noso­
tros la naturaleza humana para obligamos a entrar en un carril al que
difícilmente nos doblegaríamos nosotros mismos. En efecto, de ella, o
quizá (porque se requiere una sabiduría suprema para cumplir ese fin)
de la Providencia, podemos esperar un éxito para el todo y, desde él,
para las partes, mientras que por el contrario, los proyectos de los hom­
bres sólo arrancan de las partes, y al todo como tal -q u e para ellos es
demasiado grandioso- sólo pueden extender sus ideas, pero no su in­
fluencia. Esto se debe, principalmente, a que es difícil que ellos se re­
únan para eso, partiendo de una propia y libre intención, ya que sus
proyectos se resisten mutuamente.
Así como una violencia general y las penurias que brotan, de ella
tendrían que conducir a los pueblos a la decisión de someterse a la
coacción que la misma razón les prescribe como medio, a saber, a la de
la ley pública y entrar en una constitución civil, así también las penu-

132 Immanuel kant


rías que nacen de las guerras constantes, por las cuales los Estados tra­
tan de perderse mutuamente o de someterse unos a los otros, obligarán
a ingresar en contra de la propia voluntad, o en una constitución cos­
mopolita; o, sí la condición de una paz universal (tal como más de una
vez ha ocurrido con Estados demasiado grandes) es aun más peligrosa
para la libertad, porque produce el más espantoso despotismo, enton­
ces las penurias tendrán que coaccionar a los Estados a un estado que
no es ciertamente una comunidad cosmopolita, regida por un jefe, sino
en una federación según un derecho internacional convenido en común.
Ahora bien, el progreso cultural de los Estados, junto a la creciente
propensión a aumentar a costa de ios otros, empleando la astucia o la
violencia, multiplicará las guerras y producirá gastos cada vez mayores,
ocasionados por ejércitos siempre en aumento. Para mantenerse en bue­
nas relaciones y disciplina, ios ejércitos se pertrecharán de instrumen­
tos de guerra cada vez más numerosos, con lo que los gastos crecerán,
constantemente. Entretanto subirán cada vez más los precios de los
artículos necesarios, sin que se pueda esperar un crecimiento progresi­
vo y proporcionado a ellos del dinero metálico que los representan.
Por otra parte, ninguna paz dura lo suficiente como para que el ahorro
realizado durante ella iguale al gasto que demanda la próxima guerra.
La invención de la deuda pública constituye un medio auxiliar cierta­
mente ingenioso, pero que acaba por aniquilarse a sí mismo. Por eso, lo
que hubiera debido hacer la buena voluntad, pero que no hizo, tendrá
finalmente que realizarlo la impotencia: que cada Estado se organice
en lo interior de tal modo que el jefe de Estado, a quien la guerra, en
verdad nada le cuesta (porque hace recaer los gastos en otro, a saber en
el pueblo) no tenga la voz decisiva para determinar si habrá o no gue­
rra, sino que eso lo decidirá el pueblo, que la paga. (Como es natural,
se tiene que suponer necesariamente la realización de la idea de un
contrato originario.) En efecto, el pueblo dejará de ponerse en riesgo
de pobreza personal por seguir un mero apetito de expansión o en vir­
tud de presuntas ofensas simplemente verbales, como lo haría un jefe.
Y también la posteridad (sobre la que no se pueden descargar vicios de
la que es inocente) podrá progresar siempre a lo mejor, incluso en sen­
tido moral, sin que la causa de ese progreso esté en el amor a la misma,
sino en el egoísmo de cada época, en. cuanto una comunidad en parti­
cular, impotente para dañar a otra más poderosa, se cendra que atener

Acerca m i refrán: “Lo que es cierto... / F ilosofía m la historia í 33


al derecho, esperando con fundamento que otras comunidades de la
misma configuración llegarán en auxilio de ella.
Todo esto constituyen, ciertamente, opiniones y meras hipótesis,
inciertas como todos los juicios que quieren dar causas naturales ade­
cuadas a ciertos efectos producidos con intención, cuyo conocimiento
no se halla por completo en nuestro poder. Y aun como tal, en un
Estado ya existente no contiene un principio para que los súbditos lo
impongan compulsivamente (como mostramos antes) sino para los
gobernantes, libres de coacción. Si, según el orden habitual, no yace
en la naturaleza del hombre un arbitrario ceder su poder, aunque en
circunstancias apremiantes eso sea posible, se podría tener por una ex­
presión. no inadecuada a los deseos y esperanzas morales del hombre
(junto a la conciencia de. su incapacidad) lo siguiente: esperar de la
Providencia las circunstancias exigidas para que los fines de. la humani­
dad en el todo de la especie logren cumplir su destino finito mediante
el uso de sus propias fuerzas, llegando lo suficientemente lejos como
para procurarse un término ai que los fines del hombre, considerados
aisladamente, se oponen de modo directo. Pues los efectos recíproca­
mente contrarios de las inclinaciones, de los que nace el mal, procuran
un libre juego a la razón para someterlas a todas y, en lugar del mal, que
se destruye a sí mismo, hacer que predomine el bien que, una vez exis­
tente, se conserva a sí mismo en lo sucesivo.

La naturaleza humana nunca parece menos amable que cuando la


vemos en las relaciones que sostienen los pueblos entre sí. En lo que se
refiere a la autonomía o la propiedad, ningún Estado tiene un instante
de seguridad con respecto a otro. La voluntad de someterse unos a otros,
o de anexarse, siempre está allí, y jamás desmayarán los preparativos
para la defensa que, con frecuencia, oprimen la paz y tienen mayor
poder destructivo para la salud interna que la misma guerra. Contra
esto no hay otro medio posible que un derecho internacional fundado
sobre una ley acompañada del poder público, al que todo Estado se
tendría que someter (en analogía con el derecho civil o político que
rige a los hombres individuales). En efecto, una paz duradera y general,
lograda mediante el llamado equilibrio de las potencias en Europa, es una
simple quimera: algo así corno la casa de Swift, que un arquitecto habría

134 Lmmanuel kant


construido de acuerdo con tan perfectas leyes de equilibrio que, sí so­
bre ella se posara un gorrión, se derrumbaría. “Pero -se nos dirá- los
Estados jamás se someterán a tales leyes coactivas. Y la proposición de
un Estado universal de pueblos, bajo cuyo poder todos los Estados par­
ticulares se colocarían voluntariamente, para obedecer sus leyes, tiene
un aspecto tan gracioso en la teoría del A bate Sain t Pierre o de
Rousseau, que no tendría vigencia en la práctica. Por eso, dicha propo­
sición siempre ha hecho reír a ios grandes estadistas y más aun a los
gobernantes, que vieron en ella una idea pedante y pueril, salida de la
escuela.”
En cambio, yo confío en la teoría que parte del principio jurídico, es
decir, del modo como dehe ser la relación entre los hombres y el Estado,
y que recomienda a los dioses de la tierra la máxima de conducir siem­
pre los conflictos de tal modo que por ellos se inicie un Estado general
internacional y se admita (in praxi) como posible, y como capaz de exis­
tir;. pero, al mismo tiempo, también confío fin suhsklium) en la natura­
leza de las cosas, que obliga a ir a donde no se quiere ir con gusto ([ata
volemem ducunt, nolemem trahunt) . Tratándose de esto último hay que
tener en cuenta la naturaleza humana: puesto que en ella es algo vi­
viente el respeto por el derecho y el deber, yo no puedo ni quiero te­
nerme por tan hundido en el mal como para estimar que la razón mo­
ral-práctica, después de muchos intentos fracasados, no triunfará
finalmente sobre el mismo y se nos presente la naturaleza humana dig­
na de amor. Así, pues, también desde eí punto de vista cosmopolita,
rige la afirmación siguiente: lo que con fundamento raciona! tiene vi­
gencia en la teoría, rige también en lo práctico.

Acerca del refrán: “Lo que es cierto... / Filosofía de la historia 135


f
ni-
El fin de todas las cosas’

Es una expresión corriente, especialmente en el lenguaje pío, ha­


blar del tránsito de un moribundo del tiempo a la eternidad.
Expresión que no querría decir nada si se quisiera dar a entender
con la palabra eternidad un tiempo que se prolonga sin término; por­
que, en ese caso, el hombre nunca saldría del tiempo, sino que pasaría
de un tiempo a otro. Por lo tanto, parece aludirse a un fin de todos los
tiempos, perdurando el hombre sin cesar pero en una duración (consi­
derada su existencia como magnitud) que sería una magnitud incon­
mensurable con el tiempo (durado noumenon), de la que ningún con­
cepto podemos formarnos (fuera del negativo). Este pensamiento
encierra algo de horrible: porque nos conduce al borde de un abismo
de cuya sima nadie vuelve (“con fuertes brazos lo retiene la eternidad
en un lugar sombrío, de donde no se vuelve", Haüer); y, al mismo tiem­
po, algo de atrayente: porque no podemos dejar de volver a él nuestros
espantados ojos (nequeunt expleri corda tuendo, Virgilio.) Lo terrible
sublime, en parte a causa de su oscuridad, pues ya se sabe que en ella la
imaginación trabaja con más fuerza que a plena luz. Hay que pensar
que esa visión se halla entretejida misteriosamente con la razón huma­
na; porque tropezamos con ella en todos ios pueblos, en todas las épo­
cas, ataviada de un modo o de otro. Si seguimos este tránsito del tiem­
po a la eternidad (con independencia de que esta idea, considerada
teóricamente, como ampliación de conocimiento, tenga o no realidad
objetiva, al modo como la razón misma lo hace en sentido práctico),
tropezamos con el fin de todas las cosas como seres temporales y objetos
de posible experiencia; final que, en el orden moral de los fines, signi­
fica el comienzo de su perduración como seres suprasensibles, que no se
hallan, por consiguiente, sometidos a las determinaciones del tiempo y
que, por lo tanto, tampoco puede ser (lo mismo que su estado) apto de
ninguna otra determinación de su naturaleza que la moral.

‘ “Das Ende aller Dínge”, 1795.

El fin de todas las cosas /Filosofía de la historia 13?


Los días son como hijos del tiempo, porque el día que sigue, con
todo lo que trae, es engendro del anterior. Así como el benjamín es el
hijo más nuevo para sus padres, el día último del mundo (ese momento
del tiempo que lo cierra) se puede llamar novísimo. Este día final perte-
neee aún al tiempo, pues en él sucede todavía algo (que no pertenece a
la eternidad, donde nada sucede, pues ello significaría perduración deí
tiempo), a saber, rendición de cuentas que harán los hombres de su
conducta durante toda su vida. Es el día deljuicio; la sentencia absolutoria
o condenatoria del juez del mundo constituye el auténtico fin de todas
las cosas en el tiempo y, a la vez, el comienzo de la eternidad (beata o
réproba) en. la que la suerte que a uno le cupo permanece tal como fue
en. el momento de la sentencia. Por eso el día final es, también, el día
deí juicio /inai. Pero en el fin de todas las cosas habría que incluir asimis­
mo el fin de! mundo, en su forma actual, es decir, la caída de las estre­
llas del cíelo como de una bóveda, la precipitación de este mismo cielo
(o su enrollamiento como un libro), el incendio de cielo y tierra, la
creación de un nuevo cielo y una nueva tierra, sedes de los santos, y de
un infierno para los réprohos; en ese caso, el día del juicio no sería el
día novísimo o final, pues le seguirían otros días. Pero como ía idea de
un fin de todas las cosas no tiene su origen en una reflexión sobre el
curso físico de las mismas en el mundo, sino de su curso moral y sólo así
se produce, tampoco puede ser referida más que a lo suprasensible (no
comprensible más que en lo moral), que es a lo que corresponde la idea
de eternidad; por eso la representación de esas cosas últimas que han
de llegar después del novísimo día hay que considerarla como sensibili­
üí zación de aquella con todas sus consecuencias morales, por lo demás
no comprensibles teóricamente por nosotros.
Hay que observar, sin embargo, que, desde la más remota Antigüedad,
encontramos dos sistemas referentes a la eternidad venidera: uno, ei de
los untearios, que reservan a todos los hombres (purificados por expiacio­
:E/ nes más o menos largas) la beatitud eterna; otro el de los dua&cas,1 que
K;
15,: reservan la beatitud para unos cuantos elegidos, mientras al resto la eter-*

* Ese sistema se fundaba, en la vieja religión persa (la de Zoroastro), en la suposi­


ción de dos seres primigenios en lucha en terna: el principio del bien, Onnusd, y el
del mal, Ahúman. Lo curioso es que el lenguaje de dos países tan apartados entre
sí, y más discante todavía del actual territorio deí habla alemana, usan palabras

138 LmMANUEL KANT


na condenación. Porque un sistema según eí cual todos estuvieran desti­
nados a ser condenados no es posible, pues no habría manera de justificar
por qué habían sido creados; la aniquilación de todos revelaría una sabi­
duría deficiente, que, descontenta con su propia obra, no encontraba
remedio mejor que destruirla. Los dualistas tropezaron siempre con la
misma dificultad que les impidió figurarse una eterna condenación de
todos; porque, ¿por qué crear a unos pocos, o a uno solo, si su destino no
era otro que ser condenados?, lo que es bastante peor que no ser.
En la medida que nos alcanza, allí hasta donde podemos explorar, el
sistema dualista (pero sólo con el supuesto de «n primer ser sumamente
bueno) encierra un motivo superior en el sentido práctico, para cada
hombre, para cómo se tiene que regir él mismo (no para cómo tiene
que regir a los demás); porque, en la medida en que se conoce, la razón
no le presenta ninguna otra perspectiva de la eternidad que la que su
propia conciencia le abre a través de la vida que lleva. Pero, como
mero juicio de razón, no basta para convertirlo en dogma, es decir, en
proposiciones teóricas objetivas y válidas en sí mismas. Pues ¿qué hom­
bre se conoce a sí mismo, o conoce a los demás con tanta transparencia
como para decidir: que si él apartara de entre las causas de su presente
vivir honrado todo aquello que se designa como debido a la suerte, por
ejemplo, su buena índole, el vigor natural de sus fuerzas superiores (las
del entendimiento y la razón para dominar sus impulsos), amén de la
circunstancia de que el azar le ahorró muchas ocasiones seductoras que
otros conocieron; si pudiera separar todo esto de su carácter real (como
debe hacerlo si quiere estimarlo en lo que vale, pues son cosas que,
regalo de la suerte, no pueden entrar en la cuenta de su propio mérito),
quién pretenderá decidir entonces, digo yo, si ante los ojos omnividentes
de un juez universal guarda en su valor moral interior alguna ventaja
sobre los demás, y no será más bien de una presunción absurda preten-

alemanas al nombrar a esos seres. Recuerdo haber leído en Sonnerat que en Ava (la
tierra de los burachmanes), el principio deí bien se llama Godeman (palabra que
parece hallarse en el nombre Darius Codonumma); y que la palabra Ahúman suena
muy parecida a arge Mann, y que el actual persa contiene una gran cantidad de
palabras de origen alemán; así que para los estudiosos de la Antigüedad puede ser
una tarea perseguir, con el hilo conductor de los parentescos lingüísticos, el origen
de los actuales conceptos religiosos de muchos pueblos.

El fin de todas las cosas /Filosofía de la historia 139


der, a base de un conocimiento superficial de sí mismo, establecer un
juicio sobre el valor moral propio {y el destino merecido) o el de los
demás? Por ello, tanto el sistema de ios unitarios como el de los dualistas,
considerados como dogmas, parecen exceder por completo el poder
especulativo de la razón humana y todo parece conducirnos a conside-
rar esas ideas de la razón simplemente como limitadas a las condicio­
nes del uso práctico. Pues nada tenemos, delante que nos pudiera ins­
truir desde ahora sobre nuestra suerte en un mundo venidero fuera del
juicio de nuestra propia conciencia, es decir, lo que nuestro estado moral
presente, en la medida que lo conocemos, nos permite enjuiciar razo-
nablemente: a saber, que aquellos principios que hayamos encontrado
como prevaleciendo en nuestro vivir hasta su final (ya sean del. bien o
del mal) también seguirán prevaleciendo después de la muerte; sin que
tengamos el menor motivo para asumir un cambio de los mismos en
aquel futuro. Y con esto, tenemos que esperar para la eternidad las
consecuencias adecuadas al mérito o la culpa derivados de aquellos
principios; a cuyo respecto es prudente obrar como si la otra vida y el
estado moral con el que terminamos la presente, con sus consecuen­
cias, al entrar en aquélla, fueran invariables. En sentido práctico el
sistema que habrá que adoptar será, por consiguiente, el dualista, y sin
que por ello decidamos a quién de los dos corresponde la palma en el
aspecto teórico y puramente especulativo; aunque parece que el siste­
ma unitario se mece demasiado en una seguridad indiferente*
Pero ¿por qué los hombres esperan, en general, un fin del mundo?, y
si es que éste se les concede ¿por qué ha de ser precisamente un fin con
horrores (para la mayor parte del género humano)?... El motivo de lo
primero parece residir en que la razón les dice que la duración del mun­
do tiene un valor mientras tanto los seres racionales se conforman al
fin último de su existencia, pero que si éste no se habría de alcanzar la
creación les aparece como sin finalidad -com o una farsa sin desenlace
y sin intención alguna-. El motivo de lo segundo se basa en la opinión
de la corrompida constitución del género humano,2 de tal grado que1

1 En todos los tiempos, presuntos sabios (o filósofos), cuando no se han dignado


atender a las disposiciones para el bien de la naturaleza humana, han agotado los
símiles molestos y repugnantes para resaltar eí desprecio a la tierra, morada del
hombre: I ) como una pasada (Kamvanserai) según lo ve el derviche: donde cada

140 Immanuel kant


lleva a desesperar; y prepararle un fin, y que sea terrible, parece ser la
única medida que corresponde a la sabiduría y justicia (para la mayoría
de los hombres) supremas. Por esto los presagios del día del juicio (por­
que, ¿qué imaginación excitada por una gran expectativa es escasa en
signos y prodigios?), son todos del género espantoso. Algunos piensan
en la injusticia desbordada, en la opresión de los pobres por el fausto
arrogante de los ricos, y en la pérdida total de la lealtad y de la fe; o en
las guerras sangrientas que estallarán por toda la faz de la tierra, etc.,
etc., en una palabra, en la caída moral y el rápido incremento de todos
los victos con sus consecuentes males, tales como no los conoció nin­
gún tiempo anterior. Otros piensan en inusitadas catástrofes naturales,
terremotos, tempestades e inundaciones, o cometas y fenómenos at­
mosféricos.
De hecho, y no sin causa, los hombres sienten e! peso de su existen­
cia, aunque ellos mismos son esa causa. La razón parece residir aquí. De
modo natural la cultura de! talento, de la destreza y del gusto con su
consecuencia: la abundancia, se adelanta en los progresos del género
humano al desarrollo de la moralidad; y este estado es el más agobiante
y peligroso, lo mismo para la moralidad que para el bienestar físico;
porque las necesidades crecen mucho más de prisa que los medios de
satisfacerlas. Pero su disposición moral que (como el poena, pede claudo

uno es huésped en su peregrinación por ía vida, para ser pronto desplazado por
otro; 2 } com o una cárcel, opinión sostenida por ios hramanes, los riberanos y otros
sabios de Oriente (aun por el mismo Platón): un lugar de enmienda y purificación
de los espíritus caídos del cielo, ahora ánimas humanas o animales; 3) como mani­
comio, donde no sólo cada cual arruina su propio propósito, sino que hace a los
demás todo el daño imaginable, y considera la destreza y el poder para hacerlo can
mayor honra; 4 ) como cloaca, donde van a parar la inmundicia de los otros mun­
dos. La última ocurrencia es original, en cierto modo, y se la debemos a un ingenio
persa que colocó el paraíso, morada de la primera pareja, en el cíelo; en el cual
había un jardín provisto de árboles, cuyos frutos una vez desgustados no dejaban
residuo alguno, porque éste se perdía misteriosamente: sólo había un árbol en el
medio del jardín que no tenía esa virtud. Nuestros primeros padres comieron de él,
a pesar de la prohibición, así que, para no ensuciar el cielo, un ángel tuvo que
señalarles la tierra, allá lejos, can las palabras: “he ahí la cloaca de todo el univer­
so”, y allí los condujo por su necesidad, volviendo después ai cielo. De ahí surgió el
género humano en la tierra.

El bn de todas las cosas / Filosofía de la historia 141


de Horacio) le sigue cojeando dará alcance al hombre que, en su curso
acelerado, no pocas veces se enreda y a menudo tropieza; y así, más si
tenemos en cuenta las pruebas de la experiencia que nos ofrecen las
ventajas morales de nuestro tiempo sobre todas las anteriores, pode­
mos abrigar la esperanza de que e! día final se parecerá más al viaje de
Elias que a un viaje infernal al estilo del rojo Korah y de ese modo
introducirá sobre la tierra el fin de todas las cosas. Ahora que esta fe
heroica en la virtud no parece que, subjetivamente, tenga un poder de
conversión tan fuerte sobre los ánimos como esa entrada acompañada
de horrores que se. cree, precederá a las últimas cosas.

Observación. Como aquí sólo nos las habernos con ideas (o juga­
mos con ellas) que la misma razón se crea, cuyos objetos (si es que los
tienen) radican fuera totalmente de nuestro horizonte, y como, aun­
que hay que considerarlas vanas para el conocim iento especulativo,
no por eso tienen que ser vacías en todos los sentidos, sino que la
misma razón legisladora nos las pone a nuestro alcance en sentido
práctico, no para que nos pongamos a cavilar sobre sus objetos, sobre
lo que sean en sí y según su naturaleza, sino para que las pensemos en
provecho de los principios morales, enderezados al fin ultimo de to­
das las cosas (con lo cual, esas ideas, que de otro modo serían total­
mente vacías, reciben práctica realidad objetiva), así tenemos delan­
te de nosotros un campo de trabajo líbre: dividir este producto de
nuestra propia razón, e! concepto general de un fin de todas las cosas,
según la relación que guarda con nuestra facultad cognoscitiva y es­
tablecer la clasificación subsiguiente.
Por ello, el todo lo dividimos en: I } el fin natural3 de todas las cosas,
según el orden de los fines morales de la sabiduría divina, que podemos
comprender muy bien (en sentido práctico); 2) el fin místico (sobrena­
tural) de las mismas, según el. orden de las causas eficientes, del que no

5 Se llama natimd (farmaliter) lo que se sigue necesariamente según leyes de un


cierto orden, cualquiera que sea y, por lo tanto, también del moral (no siempre,
por consiguiente, sólo del físico). A esto se opone lo innatural que puede ser lo
sobrenatural o lo antincitural. Lo necesario por causas naturales se puede representar
también como natural -materialiter (físico-necesario)-.

14 2 Im m a n u el k a n t
comprendemos nada; el fin antinatural (invertido) provocado por no-
sorras mismos al comprender equatacadamente el fin último; y lo pre-
sentaremos en tres secciones: la primera acaba de ser estudiada, así que
nos quedarán las dos siguientes.

Dice el Apocalipsis (x, 5-6): “Y el ángel que vi estar sobre la tierra


levantó su mano al cielo, y juró por el que vive para siempre jamás, que
ha criado el cielo,,etc.: que el tiempo no será mas”. De no suponer que el
ángel “con su voz de siete truenos” {v. 3) ha proclamado una insensa­
tez, ha querido decir que ya no habrá, en adelante, ningún cambio; pues
de haber todavía algún cambio en el. mundo seguiría existiendo el tiem­
po, ya que aquel no se puede dar más que en éste, y no es posible pen­
sarlo si no presuponemos el tiempo.
En este caso tenemos un fin de todas las cosas figurado como objeto-
de los sentidos, de lo cual ningún concepto podemos formarnos: por­
que nos vemos tomados en contradicciones en el mismo momento que
intentamos dar el primer paso del mundo sensible al inteligible; lo que
ocurre porque el momento que constituye el fin del primero constituye
también el comienzo del otro, lo que quiere decir que fin y comienzo se
hallan colocados en la misma serie temporal, lo cual es contradictorio.
Pero también decimos que pensamos una duración como infinita
(como eternidad): no porque poseamos algún concepto determinable
de su magnitud -co sa que es imposible, ya que le falta por completo e!
tiempo como medida de dicha magnitud-; sino que se trata de un con­
cepto negativo de la duración eterna, pues donde no hay tiempo tam­
poco hay fin alguno, concepto con el cual no avanzamos ni un solo
paso en nuestro conocimiento, sino que expresa únicamente que la
razón, ai propósito (práctico) del fin último, no puede obtener satisfac­
ción por la vía del perpetuo cambio; aunque, por otra parte, si tantea
con el principio del reposo y la inmortalidad del estado del mundo,
encontrará igual insatisfacción por lo que respecta a su uso teórico, y
desembocará en una total ausencia de pensamiento: como no le queda
otro remedio que pensar en un cambio que se prolonga indefinidamen­
te (en el tiempo) como progreso constante hacia el fin último, en. el
cual se mantiene y conserva idéntico el sentir (que no es, como e.1 cam­
bio, un fenómeno, sino algo suprasensible, que, por lo tanto, no cam-

El hn de todas l a s cosas /Filosofía de la hístorja í 43


hia en el tiempo). La regla del uso práctico de la razón, según esta idea,
no quiere decir otra cosa que: tenemos que tomar nuestra máxima como
si en todos los infinitos cambios de bien a mejor, nuestro estado moral,
ateniéndose al sentir (el homo noumenon “cuya peregrinación está en
el cielo”), no estuviera sometido a ninguna mudanza en el tiempo.
Pero figurarse que llegará un momento en el que cesará todo cambio
(y, con ello, el tiempo mismo), he aquí una representación que irrita a
la imaginación. Porque, según, ella, toda la Naturaleza quedará rígida y
como petrificada, el último pensamiento, el último sentimiento, per­
durarán en el sujeto pensante, sin el menor cambio, idénticos a sí mis­
mos. Una vida semejante, sí es que puede llamarse vida, para un ser
que sólo en el tiempo puede cobrar conciencia de su existencia y de la
magnitud de ésta (como duración), tiene que parecería igual al aniqui­
lamiento: porque, para poderse pensar a sí mismo en semejante estado,
tiene que pensar en. algo; ahora bien, el pensar condene al reflexionar,
que no puede ocurrir más que en el tiempo.
Por esto ¡os habitantes del otro mundo suelen ser representados en­
tonando, según el lugar que habitan (el cíelo o el. infiemo), el sempiter­
no Aleluya o la interminable lamentación (xix, 1-6; xx, 15): con lo que
se quiere dar a entender la ausencia total de cambio en su estado.
Sin embargo, por mucho que exceda a nuestra capacidad de com­
prensión, esta idea se halla muy emparentada con la razón en el as­
pecto práctico. Aunque admitamos que el estado físico-moral del
hombre en la vida presente descansa en el apoyo más firme, a saber,
un progresar y acercarse continuos al bien sumo (que le ha sido fijado
como meta); no puede, sin embargo (aun con la conciencia de la
invariahiiidad de su sentir), unir el contento a la perspectiva de un
cambio perdurable de su estado (tanto moral como físico). Porque el
estado en que se encuentra en el presente es siempre un mal por com ­
paración con el estado m ejor al que se prepara a entrar; y la represen­
tación de un progreso indefinido hacia ei fin último equivale a la
perspectiva de una infinidad de males que, aunque son más que con ­
trapesados por bienes mayores, no permiten que se produzca el con ­
tento, que no se puede pensar sino en el caso de que el fin último sea
logrado, por fin, alguna vez.
Sobre este, particular el hombre caviloso da en la mística (porque la
razón, que no se contenta fácilmente con su uso inmanente, es decir,

144 Im m a n u el k a k t
práctico, sino que lleva a gusto su osadía a lo trascendente, tiene tam­
bién misterios), donde la razón ni se comprende a sí misma ni aquello
que quiere, sino que prefiere entusiasmarse, cuando estaría más a tono
con el habitante intelectual de un mundo sensible mantenerse dentro
de los límites de éste. Así se produce ese sistema monstruoso de Lao-tse
sobre el sumo bien, que consiste en nada, es decir, en la conciencia de
sentirse absorbido en la sima de la divinidad por la fusión con la misma
y el aniquilamiento de su personalidad; y para anticipar la sensación de
ese estado hay filósofos chinos que se esfuerzan, dentro de un oscuro
recinto, en pensar y sentir esta nada cerrando los ojos. De aquí el
panteísmo (de los tibe taños y de otros pueblos orientales) y ei espinocismo
extraído por sublimación filosófica de aquél; hermanándose ambos con.
el primitivo sistema emanantista según el cual todas las almas humanas
emanan de la divinidad (con reabsorción final por ella). Y todo para
que los hombres puedan disfrutar, por fin, de un reposo eterno que es
igual a ese pretendido fin beatífico de todas las cosas; concepto que, en
verdad, sirve de punto de partida a la razón y, a la vez, pone término a
todo pensamiento.
Imaginar el fin de todas las cosas que pasan por las manos del hom­
bre es una estupidez a pesar de su buena finalidad: porque significa el
empleo de medios tales, para alcanzar los fines, que repugnan precisa­
mente a éstos. La sabiduría, es decir, la razón práctica en la adecuación
de las medidas totalmente congruentes con el sumo bien, es decir, con
el fin ultimo de todas las cosas, sólo en Dios reside; y no actuar de
manera patente contra su idea es lo que se podría llamar sabiduría hu­
mana. Pero este seguro contra la estupidez, que el hombre no puede
prometerse más que a fuerza de- ensayos y de frecuentes cambios de
plan, es más bien “un tesoro que ni siquiera el mejor de los hombres
puede hacer más que perseguirlo y no alcanzarlo”; aunque tampoco tie­
ne que hacerse nunca ta interesada consideración de que le es permiti­
do perseguirlo menos porque ya lo tiene alcanzado. De. aquí esos pro­
yectos, que cam bian de tiem po en tiem po y que a menudo se
contradicen, de encontrar las medios adecuados para que la religión se
depure y sea pujante en todo un pueblo; de suerte que podemos exclamar:
¡pobres mortales, nada hay entre vosotros constante más que ta in­
constancia!
Cuando estos intentos han. dado tanto de sí que la comunidad es ya

£t m de todas las cosas / Filosofía de la historia í 45


capas y propensa a prestar oídos no sólo a las piadosas doctrinas tradi­
cionales sino también a la razón práctica alumbrada por ellas (como es,
por otra parte, de necesidad para una religión); cuando los sabios (a la
manera humana) del pueblo hacen proyectos, no por conciliábulos entre
sí (como un clero) sino como conciudadanos, coincidiendo en la ma­
yor parte, con lo cual demuestran de manera intachable que lo que les
importa es la verdad; y cuando e! pueblo toma interés en el conjunto
(aunque no, todavía, en los más pequeños detalles) por un sentimiento
general de la necesidad de edificación de sus disposiciones morales, y
no por autoridad: en este caso nada parece más aconsejable que dejar a
aquéllos que hagan y continúen en su labor, ya que se hallan en el buen
camino de la idea que persiguen; pero en lo que se refiere al éxito de los
medios escogidos para el mejor fin último, pues resulta incierto cómo
ha de ocurrir conforme al curso de la Naturaleza, abandonémoslo a la
Providencia. Pues por muy incrédulo que se sea, cuando es sencillamen­
te imposible predecir con certeza el éxito a base de unos medios escogi­
dos con arreglo a la máxima sabiduría humana (que, si ha de merecer
ese nombre, tiene que referirse únicamente a lo moral), no hay más
remedio que creer al modo práctico en una concurrencia de la sabidu­
ría divina en el decurso de la Naturaleza, a no ser que se prefiera renun­
ciar a su fin último. Se objetará: muchas veces se ha dicho que el plan,
actual es el mejor; esto es ya para siempre, ahora es un estado para la
eternidad. “El que (según este concepto) es justo siga siendo justo y el
que es malvado (contrario a ese concepto), que siga en su maldad’1
(Apocalipsis, xxii, 1 1); como si la eternidad y, con ella, el fin de todas
las cosas, se hubieran presentado ya; y, sin embargo, vuelven a aparecer
nuevos planes, siendo con frecuencia el último de la serie la restaura­
ción de alguno de los viejos, y tampoco parece que han de faltar futu­
ros proyectos definitivos.
Me percato tan perfectamente de mi incapacidad de encontrar por
mi parte otro ensayo nuevo y feliz que preferiría, aunque para ello no
hace falta una gran inventiva, aconsejar lo siguiente: dejar como esta­
ban las cosas que durante una generación han mostrado por sus conse­
cuencias ser soportables. Como ésta acaso no sea la opinión de un. gran
espíritu o de un espíritu emprendedor, permítaseme indicar modesta­
mente, no lo que tengan que hacer, sino aquel tropiezo que deben evitar
para no obrar contra su propia intención (así fuera la mejor del mundo).

146 Immanuel kant


El cristianismo, además del máximo respeto que la santidad de sus
leyes inspira forzosamente, tiene algo amable en sí. (N o me refiero a la
amabilidad de la persona que nos lo ha procurado con grandes sacrifi­
cios, sino de la cosa misma: a saber, la constitución moral por El esta­
blecida, pues aquélla se deriva de ésta.) El respeto es lo primero, sin
duda, pues sin él tampoco se da el amor; aunque es verdad que se puede
abrigar un gran respeto por una persona sin necesidad de amor. Pero
cuando se trata, no sólo de representarse el deber sino de procurarlo,
cuando se pregunta por los motivos subjetivos de las acciones, de los
cuales, si hay que presuponerlos, habrá de esperarse, en primer lugar lo
que el hombre haga, y no, como por los motivos objetivos, lo que debe
hacer; en este caso el amor, como aceptación libre de la voluntad de
otro entre las máximas propias, representa un complemento insustitui­
ble de la imperfección de la naturaleza humana (en lo que respecta a
tener que ser constreñido a lo que la razón prescribe medíante ley):
porque lo. que uno no hace a gusto lo hace tan mezquinamente, y con
tales quites sofísticos al mandato del deber, que no hay mucho que
esperar de este solo móvil si no lo acompaña aquel otro.
Pero si ahora, para hacer las cosas mejor, se añade al cristianismo
alguna autoridad cualquiera (aunque sea la divina), por muy buena
que fuere la intención y excelente el fin, se acabó con la amabilidad de
aquél; porque es una contradicción mandar a alguien no sólo que haga
algo sino que lo haga también a gusto.
El propósito del cristianismo es fomentar el amor para la tarea del
cumplimiento del deber, y lo consigue; porque el Fundador no habla
en calidad de quien manda, de la voluntad que exige obediencia, sino
como un amigo de los hombres que lleva en el fondo de su corazón la
voluntad bien entendida de los hombres, es decir, aquella por la que
actuarían libremente, si se examinaran como es debido.
Del espíritu liberal -distanciado tanto de lo servil como de lo anár­
quico-, es de donde el cristianismo espera un efecto favorable a su
doctrina, aquello por lo cual puede ganar para sí el corazón de ios hom­
bres, cuyo entendimiento está iluminado ya por la representación de la
ley de su deber. El sentimiento de libertad en la elección del fin último
es lo que a los hombres hace amable la legislación. Aunque el Maestro
anuncia también castigos, no hay que entenderlos, sin embargo, o por
lo menos no es adecuado a la genuina naturaleza del cristianismo ex-

Et FIN DE TODAS LAS COSAS / FILOSOFÍA DE LA HISTORIA 1.47


plicarlos como si se tratara de los móviles para cumplir con sus manda­
mientos: pues en ese mismo momento dejaría de ser amable. Mas bien
hay que interpretarlos como amorosa advertencia, que surge de la be­
nevolencia del legislador, para que nos guardemos de los males que
tienen que seguir inevitablemente a ía transgresión de la ley (porque:
¡ex est res surda eí inexorabiUs, Livius); pues no es el cristianismo, como
máxima de vida libremente escogida, quien amenaza, sino ía ley que,
como orden inmutable radicado en ía naturaleza de las cosas, no deja
ni al arbitrio del. Creador que las consecuencias sean éstas o aquéllas.
Cuando el. cristianismo promete recompensas (por ejemplo “sed ale­
gres y contentos, que todo os será contado en el cielo”) no hay que
interpretarlo, contrariamente al espíritu liberal, como si se tratara de
un ofrecimiento para interesara los hombres en el buen comportamiento:
pues, en ese mismo momento, dejaría el cristianismo de ser digno de
amor. Sólo la propuesta de aquellas acciones que proceden de móviles
desinteresados puede inspirar respeto por parte de los hombres hacia
aquel que las propone; y ya sabemos que sin respeto no hay verdadero
amor. Por lo tanto, no hay que prestarle a esa recomendación el senti­
do de tomar las recompensas como móviles de las acciones. El amor
que liga a un espíritu liberal con un benefactor no se inspira en e! bien
que recibe eí necesitado sino en la bondad de la voluntad del que está
dispuesto a repartirlo; aunque fuera incapaz de llevarlo a efecto u otros
motivos, que. pueden surgir de ía consideración del bien cósmico uni­
versal, íe impidieran la realización.
He aquí algo que no hay que olvidar jamás: la amabilidad moral que
el cristianismo lleva consigo, la cual, a pesar de las varias imposiciones
que le han sido añadidas de fuera en el frecuente cambio de las opinio­
nes, se trasluce siempre y lo mantiene contra ía aversión que de otro
modo hubiera provocado y, lo que es más asombroso, se patentiza con
mayor brillo en ía época de la máxima ilustración que conocieron los
hombres y es lo único que, a la larga, ata sus corazones.
Si ocurriera alguna ves que eí cristianismo dejara de ser digno de
amor (io cual puede, ocurrir si en lugar de su dulce espíritu se armara de
autoridad imperativa), en ese caso, ya que en cuestiones de moralidad
1 no cabe lugar a ia neutralidad (y menos coalición, de principios contra­
rios), el pensamiento dominante de \oz hombres habría de ser ía ani­
madversión y la oposición contra él; y el Anticristo, que se tiene como

148 ÍMMANUEL KANT


p re cu rso r d e i d ía d e l ju ic io , c o m e n z a r ía su b re v e re in a d o (p ro b a b le -
m e n te a s e n ta d o e n e l te m o r y e l e g o ís m o ); p e ro , e n to n c e s , c o m o el
c ris tia n is m o , destinado a c o n v e r tir s e e n r e lig ió n u n iv e r s a l, n o sería f a ­
vorecido p o r e l d e s t in o p a ra lle g a r a se rlo , se p r o d u c ir ía e l fin (in v e r s o )
de todas las cosas e n e l s e n tid o m o ral.

El fin de todas las cosas / Filosofía de la historia 149


Reiteración de la pregunta de si el género humano
se halla en constante progreso hacia lo mejor*

X. ¿Qué podemos saber acerca de este punto?

E sta c u e s t ió n e x ig e u n fr a g m e n to d e ia h is to r ia h u m a n a , p e ro n o
re fe r id o a l tie m p o p a sa d o , s in o a l fu tu ro ; p o r ta n t o , p id e u n a h is to ria
« adem an te q u e , si n o se r e a liz a se g ú n le y e s n a tu r a le s c o n o c id a s (ta le s
c o m o lo s e c lip s e s d e so l o d e lu n a ) , será adivinatoria y, n a tu r a lm e n te ,
c o m o n o se p o d ría lo g ra r u n a v is ió n d e l fu tu r o s in o m e d ia n te u n sa b e r
c o m u n ic a d o y a m p lia d o p o r lo so b re n a tu ra l, h a d e d e n o m in a r s e profética
(c a p a z d e le e r e l p o r v e n ir ) .1 P o r o tr a p a r te , n o se tr a ta a h o r a d e la
h is to r ia n a tu r a l d e l h o m b r e (saber, p o r e je m p lo , si e n lo fu tu r o su rgirán
n u e v a s razas), s in o d e la historia m oral A d e m á s , c u a n d o p r e g u n ta m o s si
e l g é n e r o h u m a n o ( e n g e n e r a l) p ro g re sa c o n s t a n t e m e n t e h a c ia lo m e ­
jo r, n o a b a rc a m o s d ic h a h is to r ia seg ú n e l concep to genérico (singulorum ) ,
s in o d e a c u e rd o c o n la totalidad d e los h o m b re s s o c ia l m e n te re u n id o s
e n la tie r r a y re p a rtid o s e n d iv e rs o s p u e b lo s (u n tve rso ru m ).

2 . ¿ C ó m o l o p o d e m o s s a b e r?

C o m o n a r r a c ió n p r o fé tic a d e la h is to r ia d e lo q u e h a d e a c o n te c e r
e n e l p o rv e n ir , p o r ta n t o , e n c u a n to p o s ib le r e p r e s e n ta c ió n a priori d e
a c o n t e c im ie n t o s q u e p e r t e n e c e n a l fu tu ro . P e r o ¿ có m o es p o s ib le u n a
h is to r ia a priori! R e sp u e sta : si e l p ro fe ta m is m o h a c e y d is p o n e los a c o n ­
te c im ie n to s q u e a n u n c ia d e a n te m a n o .
L o s p r o fe ta s ju d ío s p o d ía n , p r o fe tiz a r q u e , e n b re v e o c o r t o p la zo , n o

* “De Der Straít der Facultaren” (El conflicto de las Facultades), sección II, “C on ­
flicto entre la Facultad de Filosofía con la de Derecho”; publicada en 1798.
1 Desde la Pythia hasta tos gitanos, se llaman “decidores de la buena fortuna” a los
que chapucean predicciones (sin hacerlo con conocimiento o probidad).

Reiteración de ia pregunta de si el género... / Filosofía de la historia 151


s ó lo d e c a e r ía su E sta d o , s in o q u e se d is o lv e r ía p o r c o m p le t o , p u e s to
q u e e llo s m ism o s e r a n a u to r e s d e ese d e s tin o . C o m o c o n d u c to r e s d e l
p u e b lo h a b ía n a g r a v a d o su c o n s t it u c ió n c o n ta n ta s ca rg a s e c le s iá s ti­
c a s , y sus d e r iv a d o s c iv ile s , q u e e l E sta d o se t o m ó p o r e n te r o in c a p a z
d e su b sistir p o r sí m ism o , y n o d ig a m o s e n r e la c ió n c o n lo s p u e b lo s
v e c in o s . L as je r e m ia d a s d e lo s s a c e rd o te s , c o m o e s n a tu r a l, te n ía n q u e
re so n a r v a n a m e n t e e n e l a ire , p o rq u e c o n s e r v a b a n c o n t e n a c id a d la
id e a d e u n a c o n s t it u c ió n in s o s te n ib le , o b r a d e e llo s m ism o s, y d e e se
m o d o p o d ía n p r e v e r in fa lib le m e n t e su d e s e n la c e .
N u e s tr o s p o lít ic o s , e n la e sfe ra d e su in flu e n c ia , h a c e n lo m ism o , y
s o n ig u a lm e n te a fo r tu n a d o s e n las p ro fe cía s . D ic e n q u e es n e c e s a r io
to rn ar a los h o m b re s c o m o s o n y n o c o m o lo s p e d a n te s , q u e ig n o r a n e l
m u n d o , y ios d e lir a n te s b ie n in t e n c io n a d o s s u e ñ a n q u e d e b ie r a n ser.
P e ro ese ral com o son te n d r ía q u e sig n ific a r : ta l c o m o n o s o tr o s los hemos
hecho p o r in ju s ta c o a c c ió n , p o r p é rfid a s in trig a s lle v a d a s a l g o b ie r n o , o
se a , seres te r c o s e in c lin a d o s a las re v u e lta s . E n to n c e s , p o r p o c o q u e se
a flo je n las rie n d a s, se p r o d u c ir á n la s tristes c o n s e c u e n c ia s q u e p r e d i­
c e n las p r o fe c ía s d e eso s e s ta d ista s, e n a p a r ie n c ia p r u d e n te s.
T a m b ié n los e c le s iá s tic o s p r e d ic e n o c a s io n a lm e n te la c o m p le ta d e c a ­
d e n c ia d e la r e lig ió n y la p ró x im a a p a r ic ió n d e l A n t ic r is t o ; y, e n tr e ta n ­
to , h a c e n ju s ta m e n te to d o lo n e c e s a rio p a ra in tro d u c irlo , p u e s to q u e n o
p ie n sa n e n in c u lc a r e n e l c o ra zó n d e la c o m u n id a d relig io sa p rin c ip io s
m o rales q u e la c o n d u c ir ía n d ir e c ta m e n te a lo m ejor, s in o q u e c o n v ie r t e n
e n d e b e r e s e n c ia l la p r á c tic a y los d o g m as h istó rico s, q u e s ó lo in d ir e c ta ­
m e n te p ro d u c e n a q u e l m e jo ra m ie n to . D e esta m a n e ra p u e d e surgir, p o r
c ie rto , c o m o e n u n a c o n s titu c ió n c iv il, c ie r ta u n a n im id a d m e c á n ic a ,
p e ro n o brotará e n la d is p o s ic ió n [Gesm tm g] m o ral. Y d esp u és se la m e n ­
ta n p o r u n a irrelig io sid a d q u e e llo s m ism o s p ro d u je ro n y q u e p u e d e n
a n u n c ia r sin n e c e s id a d d e u n p a rticu la r d o n p ro fé tico .

3 » D i v i s i ó n d e l c o n c e p t o d e a q u e ll o q u e s e q u is ie r a
s a b e r d e l p o r v e n ir

L o s ca so s q u e p u e d e n p e r m itir a lg u n a p r e d ic c ió n so n tres: o e l g é n e ­
ro h u m a n o retrocede d e m o d o c o n t in u o h a c ia lo peor, o progresa c o n s ­
ta n t e m e n te , p o r r e la c ió n a su d e s t in o m o ra l, h a c ia lo m ejo r, o se están-

152 ímmanuel kant


ca e t e r n a m e n t e e n .e l.g r a d 9 .q u e p o r su v a lo r é t ic o o c u p a h o y e n tr e los
m ie m b ro s d e la c r e a c ió n f io q u e es id é n t ic o a la e t e r n a r o ta c ió n e n
c ír c u lo a lr e d e d o r d e u n mrismo p u n to ) .
A la p r im e r a a fir m a c ió n se la p u e d e lla m a r terron'sm o m o ra l; a la
se g u n d a , eudem onism o (q u e ta m b ié n se p o d r ía d e n o m in a r m ile n a r is m o
[C htliasm usj, p o r c u a n t o v e la m e ta d e l p ro g re so e n le ja n a p e r s p e c tiv a );
a la te rc e r a , abderitismo, p o rq u e d a d o q u e n o e s p o s ib le u n a v e rd a d e r a
d e t e n c ió n e n lo m o ra l, u n a s c e n s o p e r p e tu a m e n te c a m b ia n te y u n a
c a íd a ig u a lm e n te h o n d a y p ro fu n d a ( p o r a s í d e c ir lo , u n a e t e r n a o s c ila ­
c ió n ) n o p r o d u c ir ía n m ás b e n e fic io s q u e lo s q u e se o b te n d r ía n si e l
s u je to p e r m a n e c ie s e e n e l m is m o p u e s to y e n re p o so .

a. De la concepción terrorista de la historia humana.


L a c a íd a e n lo p e o r n o p u e d e s e r c o n s t a n t e m e n t e p ro g re s iv a e n la
e s p e c ie h u m a n a , p u e s lle g a d a a c ie r t o g r a d o se a n iq u ila r ía a s í m ism a .
P o r e so , c u a n d o lo s c r ím e n e s y lo s m a le s c o r r e s p o n d ie n t e s se e n g r a n ­
d e c e n y p o r su c r e c im ie n t o lle g a n a s e r c o m o m o n ta ñ a s , se d ic e : a h o r a
las co sa s y a n o p u e d e n e m p e o r a r m ás; e l d ía d e l j u ic io e s tá a las p u e rta s
y e l p ia d o s o v is io n a r io s u e ñ a c o n la r e c r e a c ió n d e to d a s las co sa s y c o n
u n m u n d o r e n o v a d o d e sp u és q u e e l u n iv e r s o a c t u a l h a y a s id o d e v o r a d o
p o r las llam a s.

fe. De la concepción eudemonista de la historia h u m a n a .


S ie m p r e p o d e m o s a d m itir q u e la m asa d e b ie n y m a l d e p o s ita d a en
n u e stra n a tu ra le z a sig u e sie n d o , p o r su ín d o le , la m ism a y q u e n o p u e d e
a u m e n t a r o d is m in u ir e n e l m ism o in d iv id u o . ¿ C ó m o p o d ría a u m e n ta r
e s ta cantidad d e b ie n d e n tr o d e u n p la n , si e s o te n d r ía q u e o c u rr ir p o r la
lib e rta d d e l s u je to , p a ra lo c u a l é s te n e c e s ita r ía u n fo n d o d e b ie n m a ­
y o r q u e e l q u e p o see? L o s e fe c t o s n o p u e d e n so b re p a sa r e l p o d e r d e la
c a u sa e f ic ie n t e y, p o r t a n t o , la can tidad d e b ie n , m e z c la d a e n el h o m b re
c o n e l m a l, n o p u e d e trasp asar c ie r t a m e d id a d e e s e b ie n , so b re e l q u e
se p o d ría e le v a r y p ro g re sa r siem p re, h a c ia lo m ejo r. El e u d e m o n is m o ,
p o r ta n t o , p a re c e in s o s te n ib le , a p esar d e sus s a n g u ín e a s esp eran za s, y
p r o m e te p o c o e n fa v o r d e u n a h is to r ia p r o fé tic a d e l h o m b r e , re fe rid a a
u n in c e s a n te p ro g re s o e n la v ía d e l b ie n .

Reiteración de la pregunta de si el género... / Filosofía de la historia 153


c . D e la hipótesis del abderitismo del género humano tocante a la
predeterminación de su historia.
L a m a y o r parce d e los v o to s fa v o r e c e r ía e sta o p in ió n . N u e s tr o g é n e ro
se c a ra cte riza p o r u n a a fa n o sa n e c e d a d . C o n rap id ez in g resa e n la v ía d e l
b ie n ; p e ro n o se d e tie n e e n e lla , s in o q u e para n o ligarse a u n a ú n ic a
fin a lid a d y a u n q u e m ás n o fu ese p o r e l c a m b io m ism o , trastro ca e l p la n
d e l p ro greso . E d ific a p a ra p o d e r d errib a r y se im p o n e a sí m ism o e l d ese s­
p e ra d o esfu erzo d e lle v a r h a sta la c u m b re la p ie d ra d e S ís ifo a f in d e
v o lv e r a d e ja rla caer. P o r ta n to , e l p r in c ip io d e l m al, d e n tr o d e las d is p o ­
s ic io n e s n a tu r a le s d e l g é n e r o h u m a n o , n o p a r e c e , e n e s te ca so , e sta r
a m a lg a m a d o (fu n d id o ) c o n e l p r in c ip io d e l b ie n , s in o n e u tra liz a d o p o r
su c o n tr a r io , c u y o re s u lta d o sería la in a c c ió n (q u e a q u í se d e n o m in a
e s ta n c a m ie n to ), es d e cir, u n a v a c ía o c u p a c ió n p a ra o b te n e r q u e e l b ie n y
e l m al a lte r n e n d e n tr o d e u n a m a rc h a d e a v a n c e y re tro c e so . D e e ste
m o d o , e l ín te g r o ju e g o d e las r e la c io n e s m u tu a s d e n u e stro g é n e ro e n la
tierra se te n d ría q u e c o n c e b ir c o m o u n a m e ra r e p re s e n ta c ió n d e m a rio ­
n e ta s [Posserapsél], lo c u a l n o p u e d e p ro cu ra rle , a los o jo s d e la razón , u n
v a lo r su p erio r al d e las o tra s e sp e c ie s a n im a le s , c a p a c e s d e p ra c tic a r e l
m ism o ju e g o c o n m e n o s gasto s y sin e l lu jo d e l e n te n d im ie n to .

4* La cuestión del progreso no se puede resolver


directamente por la experiencia

A u n q u e se c o m p r o b a r a q u e e l g é n e r o h u m a n o , c o n s id e r a d o e n su
to ta lid a d , h a e s ta d o a v a n z a d o y p r o g re s a n d o d u r a n te m u c h o tie m p o ,
n a d ie , sin e m b a rg o , p o d ría a seg u ra r q u e ju s ta m e n te a h o r a , e n v ir tu d d e
d is p o s ic io n e s físic a s d e n u e s tra e s p e c ie , n o se in ic ia r a la é p o c a d e su
r e tro c e so ; e, in v e r s a m e n t e , si r e tr o c e d ie r a y c o n a c e le ra d a c a íd a se e n ­
c a m in a r a a lo p eor, n o p o r e s o d e b ié r a m o s d e s a n im a m o s , p u e s q u izá
e n t o n c e s e n c o n t r á r a m o s e l p u n t o d e c o n v e r s i ó n (punctum flexus
contrarii) e n el c u a l, p o r las d is p o s ic io n e s m o ra le s d e n u e s tr o g é n e r o , su
m a rc h a v o lv e r ía a g ir a r h a c ia lo m ejo r. E n e f e c t o , h e m o s d e e n fr e n ta r ­
dictar d e
n o s c o n seres q u e a c t ú a n lib r e m e n te . P o r c ie r t o , se les p u e d e
a n te m a n o lo q u e deben h a c e r , p e ro n o se p u e d e predecir lo q u e harán y
q u izá a l s e n tir e l m a l q u e se in flig e n e llo s m ism o s, c u a n d o s e r ia m e n te
se lo h a c e n , p u e d a n e n c o n t r a r u n im p u ls o fo r ta le c id o p a ra lle g a r a u n a

154 ÍMMANUEL KANT


c o n d ic ió n s u p e rio r a la a n te rio r. P e ro (c o m o d ic e e l a b a te C o y e r ) : “ iP o ­
b res m o rta le s! E n tr e v o s o tr o s , fu e r a d e la in c o n s ta n c ia , n o h a y n a d a
co n s ta n te ” .
S in e m b a rg o , q u iz á e l c u rso ele las c o s a s h u m a n a s n o s p a re zc a ta n
a b su rd o p o rq u e lo v e m o s d e sd e u n p u n to d e v is t a e le g id o e r r ó n e a m e n ­
te . C o n t e m p la d o s d e sd e la tie rra , lo s p la n e ta s a v e c e s p a r e c e n r e tr o c e ­
d er; o tra s, se d e t ie n e n y q u e d a n e n rep o so ; o tra s , a v a n z a n . P e ro o b se r­
v a d o s d esd e e l p u n to d e v is t a d e l so l - l o c u a l s ó lo p u e d e h a c e r lo la
r a z ó n - v e m o s q u e sig u e n c o n s ta n te m e n t e u n a m a rc h a regu lar, d e a c u e r ­
d o c o n la h ip ó te s is d e C o p é m ic o . S i n e m b a rg o , a lg u n a s p e rso n a s, p o r
lo d e m á s n o c a r e n te s d e saber, e n c u e n t r a n a g r a d o e n a ferra rse a su
m o d o d e e x p lic a r lo s fe n ó m e n o s y e n p e r m a n e c e r d e n tr o d e l p u n to d e
v is t a q u e a d o p ta r o n , a u n q u e se c o n fu n d a n h a s ta l o a b su rd o c o n los
c ic lo s y e p ic ic lo s d e T y c o B ra e . P e ro la 'd e s d ich a c o n s is te e n q u e n o s o ­
tro s n o p o d e m o s tr a s la d a m o s a e s e p u n to d e v is t a c u a n d o se tr a ta d e la
p r e v is ió n d e a c c io n e s lib res. E n e fe c t o , e sa p e r s p e c tiv a c o rr e s p o n d e ría
a la Providencia, q u e so b rep a sa to d a sa b id u r ía h u m a n a y q u e ta m b ié n se
e x t ie n d e a las a c c io n e s lib res d e l h o m b re , a la s q u e é s te p u e d e ve r p e r o
no prever c o n c e r te z a . (P a ra e l o j o d iv in o n o h a y e n e llo d ife r e n c ia
a lg u n a .) P a ra lo ú ltim o , e l h o m b r e n e c e s ita r ía c o n o c e r la c o n e x ió n d e
las le y e s n a tu ra le s; p e ro e s a d ir e c c ió n o in d ic a c ió n fa lta n e c e s a r ia m e n ­
te c u a n d o se tra ta d e fu tu ra s a c c io n e s lib res.
S i le a trib u y é s e m o s al h o m b r e u n a v o lu n ta d in n a ta e in v a r ia b le ­
m e n te b u e n a , a u n q u e lim ita d a , p o d ría m o s p r e d e c ir c o n seg u rid a d e l
p ro g re so d e su e s p e c ie a lo m ejo r, p o rq u e se tra ta r ía d e u n a c o n t e c i­
m ie n to q u e é l m is m o p r o d u c iría . P e r o c o m o e l m a l y e l b ie n se m e z c la n
e n sus d is p o s ic io n e s e n u n a m e d id a q u e d e s c o n o c e m o s , n o sa b rá q u é
e fe c t o s p u e d e esperar.

5» Sin embargo, la historia profética del género humano


tiene que vincularse con alguna experiencia

E n e l g é n e ro h u m a n o tie n e q u e a c a e c e r a lg u n a e x p e r ie n c ia q u e , c o m o
a c o n te c im ie n to , se refiera a c ie rta a p titu d [Beschqffenheít] y fa cu lta d d e
ser ca u sa de su p ro greso a lo m e jo r (y, p u e sto q u e h a d e tratarse d e la
a c c ió n d e u n se r d o ta d o d e lib e rta d ), au to r d e l m ism o . P e ro se p u e d e

Reiteración de la pregunta de si el género... / Filosofía de la historia 155


p re d e cir u n a c o n te c im ie n to c o m o e fe c t o d e u n a ca u sa d a d a c u a n d o su ­
c e d e n las c irc u n s ta n c ia s q u e c o o p e ra n e n e llo . Q u e las ú ltim a s te n g a n
q u e c o n c u r rir a lg u n a ve z, es a lg o q u e se p u e d e p re d e cir e n g e n e ra l, c o m o
a c o n te c e , e n los ju e g o s d e azar, c o n e l c á lc u lo d e p ro b a b ilid a d es; p e ro n o
p u e d e p re d e te rm in a rse si e so pasará e n m i v id a y si te n d ré la e x p e r ie n c ia
q u e c o n fir m e a q u e lla p r e v is ió n . P o r ta n to , h a b rá q u e b u sca r u n a c o n te ­
c im ie n to q u e in d iq u e , d e m o d o in d e te r m in a d o c o n r e la c ió n a l tie m p o ,
la e x is te n c ia d e u n a ca u sa s e m e ja n te y ta m b ié n e l a c t o d e su ca u sa lid a d
e n e l g é n e ro h u m a n o , d e m o d o q u e p e rm ita inferir, c o m o in e v ita b le c o n ­
s e c u e n c ia , el p ro greso h a c ia lo m ejor. T a l c o n c lu s ió n ta m b ié n se p o d ría
e x te n d e r a la h is to ria d e l p a sa d o {es d ecir, al h e c h o d e q u e siem p re h a
h a b id o p ro g re so ), c o n ta l d e q u e n o se c o n c ib a a q u e l a c o n te c im ie n to
c o m o ca u sa d e esa m a rc h a p ro g re siva , s in o c o m o in d ic a t iv o d e la m ism a,
c o m o signo histórico (sigm¿m rem erarativum , dem ostratiintrn, prognosricos)
y q u e, d e esa m a n e ra , c o n s id e re la tendencia d e l g é n e r o h u m a n o e n su
totalidad, es d ecir, n o seg ú n lo s in d iv id u o s (p u e s se a ca b a ría e n u n a n a rra ­
c ió n y e n u m e r a c ió n in te r m in a b le s ), s in o d e a cu e rd o c o n las d iv is io n e s ,
q u e se e n c u e n tr a n e n la tierra, e n p u e b lo s y Estados.

6. D e un acontecimiento d e nuestra época que prueba


la tendencia moral del género humano

T r á ta s e d e u n a c o n t e c im ie n t o q u e n o c o n s is t e e n im p o r ta n t e s a c ­
c io n e s o m a ld a d e s h u m a n a s , p o r c u y a m a g n it u d lo q u e e r a g r a n d io s o
e n tr e io s h o m b r e s se t o m a r á m e z q u in o , o lo p e q u e ñ o g r a n d e . T a m p o ­
c o es u n h e c h o q u e , c o m o p o r a r te d e m a g ia , h a g a d e s a p a r e c e r a n t i ­
g u o s y b r illa n te s e d if ic io s p o lít ic o s d e m o d o ta l q u e , e n su lu g a r, su r­
ja n o tr o s , c o m o b r o ta d o s d e la p r o fu n d id a d d e la tie r r a . N o , n a d a d e
eso . S ó l o se tr a ta d e l m o d o d e p e n s a r d e lo s e s p e c ta d o r e s q u e se d e la ­
ta pú M icam em e fr e n t e a l ju e g o d e g r a n d e s r e v o lu c io n e s y d ic e e n a lt a
v o z sus p r e fe r e n c ia s , u n iv e r s a le s y d e s in te r e s a d a s , p o r lo s a c t o r e s d e
u n p a r tid o c o n t r a los d e o t r o , a d m it ie n d o e l rie s g o q u e e s a p a r c ia li­
d a d p o d ría a c a r r e a r le , e n lo c u a l ( y e n v ir tu d d e la u n iv e r s a lid a d ) se
d e m u e s tra u n c a r á c t e r d e l g é n e r o h u m a n o e n su to t a lid a d y, a l m is m o
tie m p o (p o r e l d e s in t e r é s ) , u n c a r á c t e r m o r a l d e l m is m o , p o r lo m e ­
n o s e n sus d is p o s ic io n e s . T a l h e c h o n o s ó lo p e r m ite e s p e ra r u n p r o ­

156 Immanuel kant


g r e s o h a d a lo m ejo r, s in o q u e é s te y a e x is te , e n ta n t o la fu e rz a para
lo g r a r lo es a h o r a s u fic ie n t e .
L a r e v o lu c ió n d e u n p u e b lo p le n o d e e sp íritu , q u e e n n u e stro s d ías
h e m o s v is t o e fe c tu a r s e , p u e d e te n e r é x it o o fra c a s a r; q u izá a c u m u le
ta le s m iserias y c ru e ld a d e s q u e a u n q u e a lg ú n h o m b r e s e n s a to p u d ie se
e sp e ra r te n e r é x it o e n p r o d u c irla p o r s e g u n d a ve z, ja m á s se re so lv e ría ,
s in e m b a rg o , a h a c e r u n e x p e r im e n t o ta n c o s to s o - e s t a r e v o lu c ió n ,
d ig o , e n c u e n t r a e n los e sp íritu s d e to d o s los e s p e c ta d o re s (q u e n o e s tá n
c o m p r o m e tid o s e n ese ju e g o ) u n d e s e o d e participación, r a y a n o e n e l
e n tu s ia s m o , y c u y a m a n ife s ta c ió n , a p e sa r d e lo s p e lig ro s q u e c o m p o r ­
ta , n o p u e d e o b e d e c e r a o tr a c a u sa q u e n o sea la d e u n a d is p o s ic ió n
m o ra l d e l g é n e r o h u m a n o - .
E sta c a u sa , q u e in t e r v ie n e m o r a lm e n te , es d o b le : e n p r im e r lugar, la
d e l derecho: u n p u e b lo n o d e b e se r im p e d id o p o r n in g ú n p o d e r para
d a rse la c o n s t it u c ió n c iv il q u e le p a re z c a c o n v e n ie n t e ; e n s e g u n d o lu ­
gar, la d e l fin (q u e , aí m is m o tie m p o , es d e b e r ): la c o n s t it u c ió n d e u n
p u e b lo ú n ic a m e n te será e n sí c o n fo r m e al d e r e c h o y m o r a lm e n te b u e ­
n a si su n a tu ra le z a es ta l q u e e v it a , se g ú n p r in c ip io s , la g u erra a g re siv a ,
lo c u a l, al m e n o s se g ú n la id ea , s ó lo p u e d e h a c e r lo u n a c o n s titu c ió n
r e p u b lic a n a / es d e c ir, c a p a z d e in g re sa r e n la c o n d ic ió n q u e p o s ib ilita
e l a le ja m ie n t o d e la g u erra ( fu e n te d e t o d o m a l y d e to d a c o r r u p c ió n d e
las c o s tu m b re s ). D e e s te m o d o , a p e sa r d e su fr a g ilid a d , d e sd e u n p u n to
d e v is t a n e g a t iv o , e l g é n e r o h u m a n o te n d rá a se g u ra d o e l p ro g re so h a ­
c ia lo m ejo r, p u e s to q u e a l m e n o s n o será p e rtu rb a d o e n ese a v a n c e .

2No por eso debemos pensar que un pueblo que tiene una constitución monárqui­
ca pretenda ni nutra secretamente el deseo de modificarla, pues quizá el puesto tan
extendido que ésta ocupa en Europa la haga recomendable para que un Estado se
conserve entre poderosos vecinos. Tampoco las quejas de los súbditos -que no se
deben al régimen interno del gobierno, sino a la conducta que el misino sigue con
el extranjero, impidiéndoles la republicanización- prueban en modo alguno la in­
satisfacción del pueblo con la constitución que poseen, sino, por el contrario el
amor a la misma, porque cuanto mayor es e! número de los pueblos que alcanzan
estado republicano, tanto más se afirma esa constitución contra sus propios peli­
gros. Sin embargo, para darse importancia, ciertas calumniadores sicofantes han
tratado de presentar estas inocentes charlas sobre política com o alan de noveda­
des, como jacobinismo y como revueltas facciosas que amenazan al Estado. Sin
embargo, no había el menor fundamento para ese pretexto, sobre todo tratándose
de un país que está alejado en más de cien millas del teatro de la revolución.

Reiteración de la pregunta de sí el género... / Filosofía de la historia 157


E sta c ir c u n s t a n c ia , su m a d a a la p a r t ic ip a c ió n afectiva e n e í b ie n , y el
entusiasm o - a u n q u e c o m o to d o a fe c t o e n c u a n to ta l m e r e c e c e n s u ra y
; n o se d e b e a p r o b a r p o r c o m p l e t o - p e r m ite , m e d ia n te e s ta h is to r ia , h a -
¡ c e r la s ig u ie n te o b s e r v a c ió n , im p o r ta n te para la a n tr o p o lo g ía : q u e el
F v e rd a d e r o e n tu s ia s m o s ie m p re se d irig e a lo ideal , a lo m o ra l p u ro , e s to
l es, al c o n c e p t o d e l d e r e c h o , y n o está im p r e g n a d o p o r e l e g o ís m o . L o s
; e n e m ig o s d e los r e v o lu c io n a r io s , p e se a las r e c o m p e n s a s p e c u n ia r ia s
í q u e o b t e n ía n , n o p u d ie ro n e le v a rs e h a s ta e l c e lo y la gra n d e za d e a lm a
q u e e l m e r o c o n c e p t o d e l d e r e c h o p r o d u c ía e n sus p a rtid a rio s, y a ú n e l
; c o n c e p t o d e í h o n o r d e la v ie ja n o b le z a m ilita r (u n a n á lo g o d e l e n cu­
jí' sia sm o ) se d e s v a n e c ió fr e n te a las arm as d e lo s q u e te n ía n a n te lo s o jo s
el derecho d e l p u e b lo * a q u e p e r t e n e c ía n y d e fe n d ía n . E l p ú b lic o , q u e
d e sd e fu era a sistía c o m o e sp e c ta d o r, s im p a tiz ó c o n esa. e x a lt a c ió n , sin
la m e n o r in t e n c ió n d e to m a r p a r te e n e lla ,

5 De caí entusiasmo por la afirmación del derecho del género humano, podríamos
decir: pomqmm ad amia Vulcania venturo est, monalis. muero gbáes sea fútilts iciu
dissUun. ¿Por qué hasta ahora jamás ha osado ningún gobernante expresar libre-
mente que no le reconoce al pueblo ningún derecho frente al suyo propio? ¿Por
qué jamás ha dicho nadie que el pueblo sólo debe su felicidad a ta beneficencia de
un gobierno que se ta procura? ¿Por qué nadie ha sostenido que cualquier preten­
sión de los súbditos a tener un derecho contra el gobernante (que lleva implícito
el concepto de una resistencia permitida) es insensata e incluso castigable? He
aquí la causa de esto: porque semejante declaración pública levantaría a todos los
súbditas contra ese gobierno, aunque no tendrían de qué quejarse, puesto que en
tanto dóciles corderos, estarían bien alimentados y poderosamente defendidos,
conducidos por un amo benevolente y sensato que no permitiría que les faltase
nada para su bienestar, Pero a un ser dotado de libertad no le bastan las satisfaccio­
nes de las necesidades vitales que puede obtener de otras (en este caso del gobier­
no), sino que sólo encuentra satisfacción en el principio por medio del cual las
obtiene, Pero el bienestar no tiene principio alguno, ni para el que lo recibe ni
para el que lo distribuye (cada uno hace consistir la felicidad en cosas distintas),
porque se trata de un elemento material de la voluntad, que es empírico, y, por
v tanto, incapaz de la universalidad de una regla. Un ser dotado de libertad, cons­
ciente de su preeminencia con respecto al animal irracional, no puede ni debe
i exigir para el pueblo a que pertenece -d e acuerdo con el principio formal de su
arbitrio-, otro gobierno fuera del que permita que dicho pueblo sea legislador. Es
decir, eí derecho de los hombres que deben obedecer tiene que preceder necesaria­
mente a toda consideración de bienestar, lo cual constituye algo sagrado, algo que
sobrepasa todo precio (de utilidad) y que ningún gobierno, por benéfico que pueda

158 Immanüel kant


7. Historia profética de la humanidad

E n p r in c ip io , a q u e llo q u e n o s m u e s tra a la ra zó n c o m o p u ra y, a l
m is m o tie m p o , e n v ir tu d d e í g r a n d io s o im p u ls o q u e h a c e é p o c a , c o m o
u n d e b e r r e c o n o c id o p o r e l a lm a h u m a n a , q u e a fe c t a a i g é n e r o h u m a ­
n o , e n ía to t a lid a d d e su a s o c ia c ió n (non singulorum sed im iversorum .),
y c u y o e s p e r a d o é x i t o n o s e n tu s ia s m a c o n u n a p a r t ic ip a c ió n ta n g e ­
n e r a l y d e s in te r e s a d a , t ie n e q u e s e r a lg o f u n d a m e n t a lm e n t e moral.
E ste a c o n t e c im ie n t o n o e s e í fe n ó m e n o d e u n a r e v o lu c ió n , s in o (c o m o
E rh a rd lo d ic e ) d e u n a e v o l u c ió n d e la c o n s t it u c ió n , b a sa d a e n e l
derecho natural, q u e n o se c o n q u is ta , c ie r t a m e n t e , p o r m e d io d e s a l­
v a je s lu c h a s - p u e s t o q u e la s g u e rra s in t e r n a s y e x t e r n a s d e s t r u y e n
to d a c o n s t it u c ió n e s t a t u t a r ia - ; p e ro , s in e m b a r g o , se s ig u e tr a t a n d o
d e u n a c ir c u n s t a n c ia q u e p e r m ite a s p ir a r a u n a c o n s t it u c ió n q u e n o
se a b e lic o s a , a sa b er, a la r e p u b lic a n a , c u y o c a r á c t e r d e ta l se d e b e o a
su forma política o al modo de gobernar, c u a n d o e l E s ta d o se a d m in is tr a
b a jo la u n id a d d e u n j e f e ( e í m o n a r c a ) q u e rig e s e g ú n le y e s a n á lo g a s
a las q u e u n p u e b lo se d a r ía a s í m is m o , d e a c u e r d o c o n los p r in c ip io s
u n iv e r s a le s d e l d e r e c h o .
A h o r a b ie n , aun. s in e s p ír itu p r o le t ic o , y d e a c u e r d o c o n lo s a s p e c ­
to s y s ig n o s p r e c u rs o re s [Vor^etc/ien] d e n u e s tr o s d ía s , a fir m o q u e p u e ­
d o p r e d e c ir q u e e l g é n e r o h u m a n o lo g ra rá esa m e ta y ta m b ié n q u e su s
p ro g re so s h a c ia lo m e jo r y a n o r e tr o c e d e r á n c o m p le t a m e n te . E n e fe c t o ,
c u a n d o a c a e c e u n f e n ó m e n o c o m o é se e n la h is to r ia h u m a n a , n o se lo
olvida jamás, p o r q u e e q u iv a le a d e s c u b r ir e n la n a tu r a le z a d e l h o m b r e
u n a d is p o s ic ió n y fa c u lta d h a c ia lo m e jo r d e ta l ín d o le q u e n in g ú n
p o lít ic o , p o r s u til q u e fu e s e , h u b ie r a p o d id o d e s p r e n d e r d e l c u rs o d e
las c o s a s h a s ta e n t o n c e s a c o n t e c id a s , p u e s to q u e s ó lo p o d ía a n u n ­
c ia r lo la n a tu r a le z a y la lib e r ta d , r e u n id a s e n e l g é n e r o h u m a n o se g ú n
p r in c ip io s in t e r n o s d e l d e r e c h o , a u n q u e e n lo c o n c e r n ie n t e a l tie m -

ser, dehe tocar. Pero ese derecho sólo es una idea cuya realización está limitada por
la condición de que sus medios estén de acuerdo con la moralidad. EÍ pueblo no
debe rebasar tales límites, ni tampoco apelar para ello a la revolución, que siempre
es injusta. Dominar autocríticam ente y, sin embargo, gobernar de un modo repu­
blicano, es decir, dentro del espíritu del republicanismo y en analogía con él, es lo
que hace que un pueblo esté satisfecho con su constitución.

Reiteración de la pregunta de sí el género... / Filosofía de la historia i 59


p o ú n ic a m e n t e se lo h a r á d e m o d o in d e t e r m in a d o y c o m o a c o n t e c i ­
m ie n t o c o n t in g e n t e .
P e ro , a p e sa r d e q u e e l fin a q u e a p u n ta e ste a c o n t e c im ie n t o n o
fu e ra a lc a n z a d o a h o ra ; a p e sa r d e q u e la r e v o lu c ió n o la refo rm a d e la
c o n s t it u c ió n d e un. p u e b lo fra ca s a ra c o n r e s p e c to al fin ; a p esar d e q u e ,
e n c a s o d e ser a lc a n z a d a , to d o v o lv ie r a a c a e r e n e l a n te rio r c a rril d e s ­
p u é s d e tra n s c u rrid o c ie r t o tie m p o ( c o m o lo p r e d ic a n c ie r t o s p o lít ic o s
a c t u a le s ) , a q u e lla p r o fe c ía filo s ó fic a n o p e rd e ría n a d a d e su fu erza . En.
e fe c t o , se tr a ta d e u n a c o n t e c im ie n t o d e m a s ia d o im p o r ta n te , d e m a s ia ­
d o m e z c la d o c o n lo s in te r e s e s d e la h u m a n id a d y, p o r su in flu e n c ia ,
h a r t o e x t e n d id o e n to d a s las p a rte s d e l m u n d o , c o m o p a ra q u e lo s p u e ­
b lo s n o lo recu erd en , e n o c a s ió n d e c ir c u n s t a n c ia s fa v o r a b le s y c o m o
p a ra q u e n o se in t e n t e n r e p e tic io n e s d e n u e v o s e n s a y o s d e la m ism a
ín d o le . P u e s to q u e e s u n a c o n t e c im ie n t o ta n im p o r ta n te para e l g é n e ­
ro h u m a n o , la c o n s t it u c ió n p e rs e g u id a a lc a n z a rá a lg u n a v e z u n a fir m e ­
za q u e la e n s e ñ a n z a , m e d ia n te r e p e tid a s e x p e r ie n c ia s , refo rzará e n e l
á n im o d e to d o s . P o r ta n t o , e l s o s té n d e e s ta tesis n o se h a lla e n a lg u n a
p r o p o s ic ió n b ie n in t e n c io n a d a y p r á c tic a m e n t e r e c o m e n d a b le , s in o q u e
tie n e v ig e n c ia , a p e sa r d e los in c r é d u lo s , e n la m ás rigu ro sa te o ría , c u a n ­
d o d e c im o s: q u e e! g é n e r o h u m a n o s ie m p re e s t u v o p r o g re s a n d o h a c ia
lo m e jo r y q u e s e g u irá a v a n z a n d o e n e l p o rv e n ir , lo c u a l - s i n o se c o n ­
sid e ra ta n s ó lo lo q u e p u e d e a t o n t e c e r le a c ie r t o p u e b lo , s in o ta m b ié n
a la e x te n s ió n d e to d a s las n a c io n e s d e la tie rra q u e g ra d u a lm e n te irá n
p a r tic ip a n d o d e l p r o g r e s o - a b r e u n a p e r s p e c tiv a q u e se p ie rd e d e v is ta
e n e l tie m p o , s a lv o q u e a la p rim era é p o c a d e u n a r e v o lu c ió n n a tu r a l
q u e (s e g ú n C a m p e r y R lu m e n h a c h ) s e p u ltó al r e in o v e g e ta l y a n im a l
c o n a n te rio r id a d a la a p a r ic ió n d e l h o m b r e , le su ce d a u n a s e g u n d a r e ­
v o lu c ió n q u e a b a rq u e ta m b ié n a lo s seres h u m a n o s , d e ta l m o d o q u e
p o d ría n e n tr a r o tr a s c ria tu ra s e n e s c e n a , y a sí s u c e s iv a m e n te . P u es para
la o m n ip o t e n c ia d e la N a tu r a le z a , o m ejo r, d e la ca u sa su p re m a in a c c e ­
sib le , e l h o m b r e s ó lo es u n a p e q u e n e z . P e ro q u e los s o b e r a n o s d e la
e s p e c ie h u m a n a lo to m e n a sí y lo tr a t e n c o m o ta l, se a c a r g á n d o lo c o m o
a u n a n im a l o c o m o u n in s tr u m e n to d e sus in t e n c io n e s , y a s e a o p o ­
n ie n d o a los in d iv id u o s e n c o n f lic t o s p a ra h a c e r lo s m atar, e s to n o es
u n a p e q u e ñ e z , s in o la in v e r s ió n d e l fin final d e la c r e a c ió n m ism a .

160 ímmanuel kant


8. Sobre la dificultad de las máximas referidas al progreso
humano hacia el mejor mundo posible, desde el punto d e vista
de su publicidad

L a thtsíracídn del puebla c o n s is te e n la e n s e ñ a n z a p ú b lic a referid a a


los d e b e r e s y d e r e c h o s to c a n t e s al E sta d o a q u e p e r te n e c e . P u e s to q u e
a h o r a s ó lo tra ta m o s d e los d e r e c h o s n a tu r a le s q u e d e r iv a n d e la c o m ú n
razó n d e los h o m b re s , n o serán, lo s p ro fe so re s d e d e r e c h o , p r o fe s io n a l-
m e n te e s ta b le c id o s p o r e l E sta d o , lo s a n u n c ia d o r e s e in té r p re te s n a tu ­
rales d e l m ism o , s in o lo s lib res, es d ecir, lo s filó s o fo s , q u ie n e s , ju s ta ­
m e n te e n v ir tu d d e la lib e rta d q u e se p e r m ite n , e n tr a n e n c o n f lic t o
c o n e l E sta d o , q u e s ó lo q u ie r e d o m in a r, y p o r e so se los d e s a c re d ita c o n
e l n o m b r e d e propagandistas de las luces [Au/íclarer], c o n s id e rá n d o s e lo s ,
a d e m á s , g e n te s p e lig ro sa s p ara e l E s ta d o . C u a n d o u n p u e b lo e n te r o
quiere, e x p o n e r sus r e c la m a c io n e s ( gravamen} n o t ie n e s in o e l c a m in o
d e la p u b lic id a d , a p e sa r d e q u e la v o z d e l filó s o fo n o se d irig e conftden'
áalm ente al p u e b lo (q u e n o s e o c u p a d e e s o y t ie n e p o ca s o n in g u n a s
n o tic ia s d e sus e s c r ito s ), s in o respem osam ente al E sta d o , im p lo r á n d o le
q u e to m e e n c o n s id e r a c ió n la n e c e s id a d p o p u la r d e l d e r e c h o . P o r eso ,
la p r o h ib ic ió n d e la p u b lic id a d im p id e e l p ro g re so d e u n p u e b lo h a c ia
lo m ejo r, a u n e n lo c o n c e r n ie n t e a. sus e x ig e n c ia s m ín im a s, a saber, a su
m e ro d e r e c h o n a tu r a l.
O t r o a s p e c to e n c u b ie r to , que. es fá c il d e p e n e tra r, p e ro q u e s in e m ­
b a r g o c o n t ie n e le g a l m e n te a l p u e b lo , e s e l d e la v e rd a d e r a n a tu ra le za
d e su c o n s t it u c ió n . S e r ía le s iv o p a ra la m a je s ta d d e l g r a o p u e b lo b ritá ­
n ic o d e c ir q u e la su y a e s u n a monarquía absoluta, p u e s to q u e , p o r e l
c o n t r a r io , d ic h o p u e b lo p r e t e n d e p o s e e r u n a c o n s titu c ió n , q u e lim ita la
v o lu n ta d d e l m o n a r c a p o r m e d io d e las d o s c á m a ra s d e! P a r la m e n to ,
e n te n d id a s c o m o r e p r e s e n ta n te s d e l p u e b lo ; y, s in e m b a rg o , to d o e l
m u n d o s a b e m u y b ie n q u e e l in flu jo d e l m o n a r c a so b re e so s re p re se n ­
ta n te s e s ta n g ra n d e e in fa lib le q u e las c á m a ra s n o d e c id e n s in o lo q u e
é l q u ie r e y p r o p o n e a tr a v é s d e sus m in is tro s , a u n q u e a v e c e s o fre zc a
r e s o lu c io n e s q u e s a b e le se rá n c o n t r a d ic h a s e in c lu s o se las h a c e c o n ­
tr a d e c ir (c o m o , p o r e je m p lo , a p r o p ó s ito d e la tr a ta d e n e g r o s ) p a ra d a r
u n a p ru e b a a p a r e n te d e la lib e r ta d p a r la m e n ta ria . E sta id e a so b re la
n a tu r a le z a d e la c u e s t ió n im p lic a u n e le m e n t o e n g a ñ o s o p o r e l c u a l n o
se b u sca la v e rd a d e r a c o n s t it u c ió n c o n fo r m e a l d e r e c h o , p o rq u e se c re e

Reiteración de la pregunta de si el género... / Filosofía de la historia 161


h a b e r la e n c o n t r a d o e n u n e je m p lo y a e x is t e n t e . Y la s m e n tira s d e u n a
p u b lic id a d e n g a ñ a n al p u e b lo c o n e l e s p e jis m o d e la monarquía limita-
da4 p o r le y e s q u e e m a n a n d e é l, m ie n tra s q u e sus re p r e s e n ta n te s , g a n a -
d o s p o r ta c o r r u p c ió n , se s o m e te n s e c r e ta m e n te a u n m on arca abso luto.
L a id ea d e u n a c o n s t it u c ió n , e n a r m o n ía c o n e l d e r e c h o n a tu r a l d e l
h o m b re , es d e c ir, d e u n a c o n s t it u c ió n p o r la c u a l los q u e o b e d e c e n la
¡ey d e b e n , al m is m o tie m p o , re u n id o s , ser le g is la d o re s, fu n d a m e n ta t o ­
d as las fo rm as e s ta ta le s , y ta c o m u n id a d q u e se a d e c ú a a e lla - p e n s a d a
p o r c o n c e p t o s p u ro s d e la r a z ó n - s e d e n o m in a u n id e a l p l a t ó n ic o
(respublica twumenon ) , q u e n o es u n a h u e c a q u im e ra , s in o la e t e r n a
n o rm a d e c u a lq u ie r c o n s t it u c ió n c iv il e n g e n e r a l y d e l a le ja m ie n t o d e
to d a gu erra . U n a s o c ie d a d c iv il o r g a n iz a d a d e a c u e r d o c o n e lla la p a ­
te n tiz a a tr a v é s d e u n e je m p lo d e la e x p e r ie n c ia y s e g ú n le y e s d e la
lib e r ta d (res publica phaenam enon) „ P e r o s ó lo se ta p u e d e c o n q u is ta r
p e n o s a m e n te a lo la r g o d e m u c h a s h o s tilid a d e s y gu erras; m as, u n a v e z
lo g ra d a e n su c o n ju n t o , m e r e c e e l c a lif ic a t iv o d e ser la m e jo r p o s ib le ,
p o rq u e a le ja la g u e rra , d e s tru c to r a d e to d o b ie n . P o r ta n to , e n tr a r e n
e lla c o n s titu y e u n d e b e r; p e ro , p r o v is io n a lm e n te (p o r q u e n o se re a liza
d e m o d o r e p e n t in o ) e l d e b e r q u e p e r t e n e c e a los m o n a r c a s (a u n q u e
d o m in e n d e m a n e ra autocrática) es e l d e g o b e r n a r republicanamente ( n o
d e m o c r á tic a m e n t e ) . Es d e c ir, d e b e n tr a ta r al p u e b lo se g ú n p r in c ip io s
a d e c u a d o s a las le y e s d e la lib e rta d ( t a l c o m o u n p u e b lo , lle g a d o a la
m a d u rez d e su razó n , se la p r e s c rib iría a sí m is m o ), a u n q u e d e m o d o
lite r a l n o se le lle g a r a a p e d ir e l c o n s e n t im ie n t o d e l p u e b lo .

4 Cuando no se puede penetrar inmediatamente en la naturaleza de una causa, se


la descubre por el efecto que depende infaliblemente de ella. ¿Qué es un monarca
absoluto? Es aquel que cuando ordena que haya guerra, en seguida la hay. ¿Qué es,
en cambio, un monarca /imitado? El que antes pregunta al pueblo si habrá guerra, y
si el pueblo dice que no, no la hay. En efecto, la guerra es una condición en la que
todas las fuerzas del Estado tienen que estar a disposición del gobernante. A hora
bien, el monarca de Gran Bretaña ha hecho muchas guerras sin haber requerido el
consentimiento necesario para ello. Luego, este rey es un monarca absoluto y se­
gún la constitución no debiera serlo; pero siempre puede eludirla, porque le es
posible asegurarse la aprobación de las representantes del pueblo, ya que cuenta
con las fuerzas del Estado para disponer de todos los cargos y dignidades. Pata que
tal sistema de corrupción alcance éxito no debe, como es natural, tener publici­
dad. Por eso se oculta tras el muy transparente velo del secreto.

162 Immanuel kant


9. ¿Qué rendimiento le aportaría al género humano
este progreso hacia lo mejor?

No una cantidad siempre creciente de moralidad, en el sentir fin der


Gesmmmg], sino un aumento de ios productos de su legalidad en accio­
nes conformes a deber, cualesquiera sean los móviles que las ocasio­
nen; es decir, el rendimiento (resultado) de sus esfuerzos encaminados
a mejorar se manifestará en los buenos actos de los hombres, que serán
cada vez más numerosos y acertados; por tanto, en el fenómeno de la
naturaleza ética del género humano. En efecto, sólo contamos con da­
tos empíricos (experiencias) para fundamentar esa profecía, a saber,
sobre la causa física del acontecer de nuestras acciones, por lo cual
también son fenómenos. Luego, no podemos basamos en causas mora­
les, que contienen et concepto del deber, o sea de lo que debe suceder;
ellas únicamente se pueden presentar de modo puro, es decir, a priori.
Los actos violentos de los poderosos disminuirán gradualmente, y
aumentará la obediencia a las leyes. Dentro de la comunidad, los actos
benéficos serán más frecuentes: habrá menos discordias en los proce­
sos; mayor seguridad en la palabra comprometida, etc. Todo esto se
producirá, en parte, debido a un amor al honor y, en parte, a la propia
ventaja bien entendida. Sem ejante condición se extenderá, finalmen­
te, a las relaciones exteriores entre los pueblos, hasta llegar a una so­
ciedad cosmopolita, sin que por eso se haya ensanchado en lo más mí­
nimo la base moral del género humano, pues ello exigiría una especie
de nueva creación (influencia sobrenatural). En efecto, no debemos
esperar demasiado de los hombres en su progreso hacia lo mejor, para
no merecer con razón el. escarnio de los políticos, que tendrían gran
placer en considerar esas esperanzas como ensueños de una inteligen­
cia exaltada.*

’ Sin embargo, hay cierto deleite en imaginar constituciones políticas que corres­
ponden a exigencias de la razón {principalmente desde el punto de vista del dere­
ch o ); pero es temeraria proponerlas, y culpable incitar a un pueblo a que derogue la
existente.
La Atkmuda de Platón, la Utopía de Moro, la Orearía de Harrington y k Severambia
de Aliáis han sido sucesivamente llevadas a escena, pero jamás (si exceptuamos el
desdichado aborto de la república despótica de Cromwell) fueron ensayadas. Acon­
tece con estas creaciones de Estados lo mismo que con la creación del mundo:

REITERACIÓN DE LA PREGUNTA DE Si EL GÉNERO... / FILOSOFÍA DE LA HISTORIA 163


1G, ¿Cuál es el único orden en que se puede esperar
el progreso hacia lo mejor?

He aquí la respuesta: no por la marcha de acontecimientos que va-


yan de abajo arriba, sino de arriba ahajo . Esperar que por medio de la
formación de la juventud, primero en la educación familiar y luego en
la escuela; desde la elemental a la superior, y mediante una cultura
espiritual y moral fortalecida por la enseñanza religiosa, se llegue final­
mente no sólo a lograr buenos ciudadanos sino el bien mismo, capaz de
seguir progresando y de conservarse, constituye un plan que difícil­
mente llegará al resultado deseado. Por una parte, el. pueblo estima que
los gastos de la educación de la juventud no se le deben cargar a él,
sino al Estado, y a éste, en verdad, no le sobra dinero como para pagar
a maestros capaces y entregados a su oficio (tal como se lamenta
Büschung), puesto que emplea todo para la guerra; por otra parte, toda
la maquinaria de esa educación no tiene coordinación alguna, salvo
que se la conciba y ponga en juego según un plan reflexivo del poder
supremo del Estado, siguiendo la intención del mismo, para que se
mantenga regularmente en esa condición. Pero entonces se necesitaría
que de tiempo en tiempo el Estado se reformara a sí mismo y progresara
constantemente hacia lo mejor, ensayando la evolución en lugar de la
revolución. Pero, puesto que los que deben realizar esa educación son
hombres que, como tales, tienen que haber sido educados para ese fin,
será necesario poner, corno una condición positiva, la esperanza del
progreso en la sabiduría de lo alto (que, sí es invisible para nosotros, se
llama Providencia), puesto que hay que tener en cuenta la debilidad
de la naturaleza humana y la contingencia de los acontecimientos que
promueven tal efecto. En lo que se puede esperar y exigir de los hom­
bres, en cambio, sólo habría -c o n relación al fomento de ese fin - una
sabiduría negativa, a saber, ésta; que están obligados a convertir la gue-

ningún hombre estuvo presente ni podía estarlo porque, de otro modo, tendría que
haber sido su propio creador. Esperar que un producto de creación política tal
como aquí lo pensamos se cumpla algún día, por remoto que fuese, constituye un
deleitoso ensueño; pero el pensam iento de una aproximación a esas constituciones
con el. convencimiento de que pueden existir en tanto estén regidas por leyes
morales, no sólo es deber del ciudadano, sino también del gobernante.

164 Im m a n u el k a n t
rra - e l mayor obstáculo de la moralidad y que siempre se opone a ese
avance- en un. acontecimiento cada vez más humano y raro, hasta que
desaparezca por completo en tanto guerra agresi va, a fin de ponerse en
camino de una constitución que, por su índole y sin debilitarse, pueda
progresar constantemente, fundada sobre verdaderos principios del
derecho, hacia lo mejor.

Conclusión

Un médico consolaba todos ios días a su paciente, esperanzándolo


con una próxima curación. Hoy le decía que el pulso latía mejor; ma­
ñana, que la excreción hacía prever su restablecimiento; pasado, era el
sudor lo que señalaba mejoría, etc. Ahora bien, lo primero que te pre­
guntó un amigo que lo visitaba fue: ‘‘¿Cómo va esa enfermedad, amigo
mío?” “¡Cómo ha de ir! ¡Me estoy muriendo a fuerza de mejorar!” Nada
tengo en contra de los que, advirtiendo los males del Estado, empiezan
a desesperar de la salud de la humanidad y de su progreso hacia lo
mejor; pero confío en el remedio heroico dado por Hume, y que podría
conducir a una rápida curación. “Cuando -n o s d ice- veo ahora a las
naciones en mutuas guerras, es como si viese a dos ebrios que se pelean
con garrotes en un almacén de porcelanas: no sólo necesitarán mucho
tiempo para curarse los chichones que se hicieron recíprocamente, sino
que también tendrán que pagar los destrozos." Sero sapiunt Phryges. Sin
embargo, las dolorosas consecuencias de la guerra actual pueden obli­
gar a que el profeta político haga esta confesión: el género humano se
orienta hacia lo mejor, que ya está en perspectiva.

Reiteración de la pregunta de si el género... / Filosofía de la historia 165


Esta edición se terminó de imprimir en los talares gráficos G&G
Udaondo 2642 Lartüs Oeste durante et mes de marzo de 2008

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