China en El Siglo XX

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 262

China

ejerce una creciente influencia en la economía mundial, y la fascinante


y turbulenta historia reciente del país exige nuestra comprensión. Esta clara y
convincente visión de conjunto relata la historia de un siglo que presenció
tres revoluciones políticas y considerables trastornos sociales y culturales.
El autor transita con soltura por la historia social, política y cultural, y destaca
con frecuencia la cuestión de las diferencias de sexo, mostrando que los
acontecimientos tales como las revoluciones pueden tener efectos muy
distintos en los hombres y en las mujeres. Su exploración de las
transformaciones que China ha experimentado integra las más recientes
ideas académicas, recordando a los lectores que la historia no trata sólo de
lo que ocurrió, sino también de sus diferentes interpretaciones y enfoques.
El libro concluye con un análisis de las recientes reformas emprendidas por
el Partido Comunista Chino en su intento de elevar el nivel de vida de los
1.300 millones de habitantes del país y de fortalecer los fundamentos del
gobierno unipartidista.

ebookelo.com - Página 2
Paul J. Bailey

China en el siglo XX
ePub r1.0
betatron 21.08.14

ebookelo.com - Página 3
Título original: China in the Twentieth Century
Paul J. Bailey, 2001
Traducción: Francisco Ramos

Editor digital: betatron


ePub base r1.1

ebookelo.com - Página 4
Nota del autor
En este texto se han utilizado las siguientes abreviaturas:

— CQ: China Quarterly;


— FEER: Far Eastern Economic Review;
— SCMP: South China Morning Post.

En todos los nombres y términos chinos se utiliza el sistema pinyin de


transcripción fonética al alfabeto latíno, con las siguietes excepciones:[1]

— Sun Yat-sen (cuyo equivalente en pinyin es Sun Yixian)


— Chiang Kai-shek (cuyo equivalente en pinyin es Jiang Jieshi)
— Manchukuo (cuyo equivalente en pinyin es Manzhuguo)

ebookelo.com - Página 5
ebookelo.com - Página 6
Introducción
Cuando llegué a China, en septiembre de 1980, para iniciar un curso de posgrado
de un año de duración en la Universidad de Pekín (Beida), el Partido Comunista
Chino (PCC) acababa de emprender su programa de reformas económicas. Los
cambios que dichas reformas trajeron consigo durante los quince años siguientes
transformaron completamente el aspecto de Pekín. En 1980, aparte de los
automóviles utilizados únicamente por los funcionarios y cuadros de alto nivel, y de
un pequeño número de taxis (cuyo acceso era extremadamente limitado), el tráfico
estaba integrado principalmente por autobuses, sanlunche (un triciclo motorizado
bastante «básico» que hacía las veces de taxi), bicicletas y los carros tirados por
caballos de los campesinos que llevaban sus productos a la ciudad. Recuerdo haber
ido en bicicleta desde la universidad (situada al noroeste de la ciudad) hasta el centro
(aproximadamente una hora de trayecto) sin cruzarme con un solo coche; además, el
área situada entre la universidad y las afueras de la ciudad era prácticamente un
entorno rural, un paisaje cuya tranquilidad se veía perturbada únicamente por los
pocos mercados al aire libre que recientemente habían recibido la aprobación oficial
y el pregón de algún ocasional «empresario callejero» (ofreciendo, por ejemplo,
reparaciones de bicicletas) acampado junto a la polvorienta carretera. Recuerdo
también haber pedaleado por la noche de regreso a la universidad desde las oficinas
de la agencia United Press International, situadas en el barrio de las embajadas
extranjeras, donde trabajaba a tiempo parcial traduciendo noticias de la prensa china,
y haber cruzado una plaza de Tiananmen completamente desierta.
En 1995, Pekín contaba con tres gigantescas carreteras de circunvalación que
rodeaban la ciudad, atascadas por un creciente número de coches y taxis privados;
aunque seguían predominando las bicicletas, todos los sanlunche y los carros tirados
por caballos habían desaparecido. Los años transcurridos habían presenciado también
la construcción de una desconcertante colección de hoteles de lujo, restaurantes e
incluso discotecas chino-extranjeros, junto a los cuales el Hotel Pekín, la Pensión de
la Amistad y el Club Internacional, construidos en la década de 1950 y que en 1980
constituían prácticamente el único foco de vida social para los extranjeros, aparecían
completamente abandonados y destartalados (aunque todos ellos habían sido
remozados hacía poco). Como señala un reciente estudio (Gaubatz, 1995: 28-60),
Pekín, al igual que otras ciudades, había adquirido un paisaje cada vez más
diferenciado en comparación con el de la época maoísta. En Pekín, este hecho incluía
la aparición de distritos de comercio extranjero y residenciales «multifuncionales»,
concentrados en el noreste de la ciudad (ibíd.: 56-58).
Dentro de la ciudad, las apretadas viviendas con patio situadas en los
tradicionales y laberínticos hutong (callejones) eran demolidas para dar paso a

ebookelo.com - Página 7
impersonales bloques de pisos, bancos, oficinas comerciales y grandes almacenes. En
1980, los artículos de consumo eran escasos y de una variedad limitada; los grandes
almacenes de Wanfujing, la principal calle comercial, situada unas cuantas manzanas
al este de la Ciudad Prohibida (la antigua residencia de los emperadores chinos),
atraían diariamente a enormes multitudes, ya que habían empezado a exhibirse los
primeros aparatos de televisión y lavadoras de fabricación nacional. Los productos de
consumo extranjeros únicamente estaban disponibles en la Tienda de la Amistad
(Youyi shangdian), de propiedad estatal, en la que los chinos comunes y corrientes
tenían prohibida la entrada; además, dichos artículos sólo se podían adquirir con
certificados de divisas (waihuipiao), y no con dinero nacional (renminbi). En 1995
este «sistema de dos monedas» había sido desmantelado, y el monopolio de la Tienda
de la Amistad se había roto completamente. Pekín se había convertido en un vasto
emporio comercial en el que un número cada vez mayor de residentes normales y
corrientes podían contemplar maravillados (aunque no siempre se podían permitir
comprar) una gama de bienes de consumo inimaginable en 1980. Muy cerca de la
augusta Ciudad Prohibida, los residentes de Pekín podían saborear ahora las delicias
de Kentucky Fried Chicken y las hamburguesas de McDonalds: en agosto de 1995
había 12 tiendas McDonald's en Pekín, y 55 en todo el país (Miles, 1996: 318). El
paisaje prácticamente rural que se extendía entre la ciudad y la Universidad de Pekín
se había transformado en un área densamente urbanizada plagada de hoteles, centros
comerciales, tiendas de informática y restaurantes de comida rápida de estilo
occidental.
Los cambios de esos quince años tuvieron su reflejo en las distintas preguntas que
me hicieron por la calle durante las diversas visitas relacionadas con mi
investigación. En 1980, mientras el PCC lanzaba su «política de puertas abiertas»,
dando la bienvenida a las inversiones occidentales y japonesas, y enviando a los
estudiantes chinos al extranjero, los transeúntes me preguntaban con frecuencia si
podían practicar su inglés hablado conmigo; en 1990, con el fined del sistema de las
dos monedas y el creciente interés en las actividades especulativas (pronto se abriría
un mercado de valores en Shanghai), prácticamente lo único que me preguntaban por
la calle era si quería «cambiar dinero» (es decir, cambiar mis dólares norteamericanos
por renminbi «a un tipo de cambio muy bueno»); en 1995, cuando uno podía ya
comprarle un ordenador a un vendedor callejero instalado en un paso de peatones
subterráneo, la única pregunta que me formularon mientras paseaba por los
alrededores de la Universidad de Pekín era si quería comprar un CD-ROM.
Estos espectaculares cambios económicos constituyen únicamente una mera
ondulación entre las oleadas de cambios turbulentos, y a menudo violentos, que han
sacudido el paisaje político, social y cultural chino desde comienzos del siglo XX. Los
primeros años del siglo presenciaron un ambicioso intento por parte de la última

ebookelo.com - Página 8
dinastía imperial china, la dinastía Qing, de apuntalar los fundamentos del gobierno
dinástico mediante la adopción de reformas constitucionales, militares y educativas.
Aunque dichas reformas no evitaron el derrocamiento de la monarquía y su
sustitución por una república en 1912, pusieron en marcha una serie de
transformaciones a largo plazo cuya envergadura trascendió la desaparición de la
propia dinastía. La República China (la primera de Asia si exceptuamos el abortado
intento de establecer un régimen republicano por parte de los líderes locales de la
provincia insular de Taiwan, que China había cedido a Japón tras su derrota en la
guerra chino-japonesa de 1894-1895, y la efímera república de las Filipinas
establecida por Emilio Aguinaldo en oposición al gobierno colonial español en 1897,
y finalmente suprimida en 1902 por Estados Unidos, que en 1899 había reemplazado
a España en su papel de potencia colonial) llevaba aparejadas grandes esperanzas de
crear un nuevo orden político y de mejorar la posición internacional de China; pero
poco a poco se fue desintegrando a causa de la corrupción y de la falta de consenso.
Aunque en Pekín continuaba prevaleciendo un gobierno central, el poder político y
militar se fue inclinando del lado de los señores de la guerra provinciales y sus
aliados civiles, mientras que el propio país había de seguir sufriendo la humillación
de los «tratados desiguales», un sistema de privilegios y concesiones de los que
disfrutaban en China las potencias occidentales y Japón, y que habían sido obtenidos
por la fuerza durante la segunda mitad del siglo XIX. En la década de 1920, un
movimiento revolucionario nacional, precedido por un vigoroso movimiento cultural-
intelectual (conocido como Movimiento del Cuatro de Mayo) y encabezado por una
alianza entre el Guomindang (Partido Nacionalista) y el Partido Comunista Chino
(fundado en 1921), emprendió una cruzada para derrotar a los señores de la guerra,
reunificar el país y poner fin al imperialismo extranjero en China.
Después de haber reprimido brutalmente a sus aliados comunistas en 1927, el
Guomindang, dirigido por Chiang Kai-shek tras la muerte del fundador del partido,
Sun Yat-sen, en 1925, logró derrotar al último de los grandes señores de la guerra en
el norte de China y anunció la inauguración del nuevo gobierno nacionalista en 1928,
cuya capital se habría de establecer en Nankin. Con la base urbana del PCC
destrozada, algunos líderes como Mao Zedong se retiraron al campo e iniciaron el
largo y tortuoso proceso de forjar el apoyo del campesinado en su intento de derrotar
al Guomindang y asumir el liderazgo nacional. Mientras tanto, a finales de la década
de 1920 y durante toda la de 1930, el régimen nacionalista, comprometido (al menos
en teoría) con la aplicación a largo plazo de una democracia a gran escala bajo la
«tutela» del Guomindang, presidió un modesto programa de reformas sociales y
económicas. El régimen, sin embargo, seguía estando en una posición vulnerable. Su
autoridad no se extendía por todo el país, debido especialmente a que muchas
provincias seguían estando bajo el control de los antiguos señores de la guerra, los

ebookelo.com - Página 9
cuales (junto con sus ejércitos) habían sido simplemente asimilados por el
Guomindang, y cuya lealtad al nuevo régimen seguía siendo ambivalente. El propio
Guomindang estaba desgarrado por la corrupción y las luchas entre facciones.
Durante la década de 1930, gran parte de las energías y recursos del régimen se
dedicaron a eliminar las bases comunistas rurales en la China centro-meridional y a
aplastar las rebeliones encabezadas por antiguos señores de la guerra y líderes del
Guomindang disidentes. Al mismo tiempo el país se enfrentaba a una creciente
amenaza por parte de Japón, cada vez más receloso de que sus intereses económicos
en China pudieran verse socavados tanto por el compromiso retórico del régimen
nacionalista con la renegociación de los tratados desiguales como por el aumento de
la hostilidad angloamericana hacia la influencia económica japonesa en China. En
1932, fuerzas militares japonesas habían invadido el noreste del país (Manchuria) y
habían establecido el estado títere de Manchukuo. En los años posteriores, la presión
japonesa sobre el norte de China se incrementó, culminando en una invasión a gran
escala en 1937. Durante la década de 1930, la política de apaciguamiento respecto a
Japón realizada por Chiang Kai-shek (mientras se daba prioridad a derrotar a los
comunistas) suscitó la oposición de los intelectuales, los estudiantes y las clases
empresariales, ya disconformes con la política interior del Guomindang. Tras retirarse
de su base principal en la China centro meridional en 1934, y establecer una nueva
base en el noroeste (provincia de Shaanxi) en 1935, el PCC llamó a la formación de
otro frente unitario para enfrentarse a la agresión japonesa. Este frente unitario
constituido con el Guomindang fue proclamado oficialmente en 1936, lo que
significó que durante los ocho años de resistencia contra Japón (1937-1945) el PCC y
el Guomindang fueron formalmente aliados; sin embargo, esta relación estuvo
marcada por mutuos recelos, amargas recriminaciones y una falta casi total de
cooperación.
Mientras el Guomindang se retiraba hacia el oeste desde su capital en Nankín y
restablecía su cuartel general en Chongqing (provincia de Sichuan) en 1938, el PCC,
desde su base principal, centrada en Yanan (así como desde otras bases diseminadas
por el norte y el centro de China), lanzaba una guerra de guerrillas contra los
japoneses. Ése fue también el período en el que Mao Zedong consolidó su liderazgo
ideológico y político en el partido, y cuando empezó a tomar forma una mitología
maoísta que asociaba la historia de la revolución comunista exclusivamente a la
realización de la «línea correcta» de Mao. Al adaptar su política a los intereses tanto
de los campesinos pobres como de las elites rurales, y al presentarse como la genuina
encarnación de la resistencia nacionalista en contraste con el vacilante Guomindang,
el PCC fue obteniendo un respaldo cada vez mayor, y de ese modo, en 1945, grandes
áreas rurales del norte y el noreste de China se hallaban en la práctica bajo el control
comunista. Sin embargo, el final de la segunda guerra mundial en Asia, en agosto de

ebookelo.com - Página 10
aquel mismo año, no llevó la paz ni la estabilidad al país. Tras infructuosas
negociaciones realizadas con la mediación de Estados Unidos, en 1946 el PCC y el
Guomindang se embarcaron en una guerra civil; una guerra en la que la Unión
Soviética y Estados Unidos, las dos nuevas superpotencias surgidas de los escombros
de la derrota japonesa en Asia, tuvieron también su papel (y que por ello mismo
marcaría la línea de salida de la guerra fría). La victoria del PCC sobre el
Guomindang dio como resultado el establecimiento de la República Popular China en
1949, el tercer cambio drástico de régimen político en menos de medio siglo.
En esta aspiración por obtener la riqueza, el poder y el respeto internacional, el
nuevo gobierno comunista se propuso reformar la sociedad China, un ideal que había
animado a reformadores y nacionalistas de distintas formas desde finales del siglo
XIX. Bajo la creciente arbitrariedad y el errático liderazgo de Mao, sin embargo, las
masivas campañas ideológicas destinadas a crear una sociedad y una organización
política despojada de individualismo y elitismo, y caracterizada por las virtudes del
ascetismo y la devoción total al interés colectivo, provocaron calamitosos disturbios y
tumultos por parte del pueblo chino. En 1949 se había concebido una transición
gradual al socialismo, en la que se daba prioridad a la reforma agraria (que eliminaba
la clase terrateniente y distribuía la tierra entre los campesinos pobres), a la reforma
matrimonial (permitiendo la libertad de elección en el matrimonio y extendiendo el
derecho de divorcio a las mujeres) y a la movilización del pueblo en una campaña
patriótica para apoyar la intervención militar china en la guerra de Corea (1950-
1952). Sin embargo, a mediados de la década de 1950 todas las empresas urbanas
habían pasado a ser de propiedad estatal, y todos los campesinos de China se habían
organizado en colectividades. También se lanzaron campañas contra quienes se
percibían como enemigos o críticos del socialismo, que iban desde los «elementos
burgueses» asociados al anterior régimen del Guomindang hasta los intelectuales no
afiliados (e incluso afiliados) a quienes se acusaba de haberse aprovechado de la
invitación que hiciera Mao, en 1956-1957, de realizar una «crítica saludable» de la
burocracia del partido para cuestionar la legitimidad del propio gobierno del PCC.
El ritmo y el alcance del cambio dieron un giro espectacular en 1958, cuando
Mao y sus partidarios lanzaron el Gran Salto Adelante. Reflejando la insatisfacción
de Mao con el modelo de desarrollo soviético (basado en la planificación
centralizada, el desarrollo de la industria pesada y las jerarquías burocráticas) que el
régimen había adoptado en sus primeros años, el Gran Salto constituía una campaña
tanto ideológica como económica para alentar la transición a un modo de vida
comunista y para utilizar el excedente de mano de obra en el campo para llevar a
cabo una industrialización a gran escala. Las acciones irracionales e incompetentes de
unos cuadros del partido y planificadores excesivamente entusiastas en respuesta al
estímulo de Mao se vieron exacerbadas por desastres naturales que resultaron

ebookelo.com - Página 11
catastróficos para los campesinos; la hambruna que resultó de ello, en 1959-1960,
produjo millones de muertes. Asimismo, durante la campaña del Gran Salto
estallaron las tensiones latentes que con frecuencia habían caracterizado las
relaciones del PCC con la Unión Soviética. Aunque en 1950 el nuevo gobierno
comunista había establecido una alianza con la Unión Soviética (que había hecho
mucho por contrarrestar el aislamiento internacional de China tras la negativa de
Estados Unidos a reconocer a la República Popular), los conflictos de intereses
ideológicos y nacionales se entrecruzaron para dar lugar a denuncias mutuas
públicamente aireadas en 1960.
La modificación de las políticas del Gran Salto a principios de la década de 1960
convenció a Mao (que en 1959 había renunciado a la presidencia de la República
Popular) de que el «revisionismo» ideológico que, según él, se apoderaba de la Unión
Soviética estaba empezando también a afectar a China. En 1965 expresaba
abiertamente su sospecha de que la propia dirección del PCC estuviera «infectada»
por el revisionismo, que, para él, amenazaba el sueño de crear una sociedad
comunista. Era el momento de la última gran iniciativa de Mao. Iniciada con un
ataque orquestado a los órganos culturales del partido, la Gran Revolución Cultural
Proletaria de Mao (lanzada oficialmente en agosto de 1966) llamaba a las «masas»
(especialmente a los estudiantes de secundaria y universitarios) a enfrentarse y
denunciar a todas aquellas autoridades (del partido, del gobierno, académicas) que
supuestamente saboteaban la revolución «tomando la senda capitalista» y/o
adhiriéndose a las creencias y las prácticas «feudales». Para Mao, la Revolución
Cultural ayudaría a revitalizar el partido purgándolo de elementos «impuros», a la vez
que proporcionaba a la generación más joven la experiencia de la lucha y el sacrificio
revolucionarios. Pero también presenció la última eclosión de un grotesco culto a la
personalidad (en el que el pensamiento de Mao se investía de cualidades
sobrenaturales) que tuvo sus orígenes durante el período de Yanan y que el propio
Mao había permitido que se cultivara asiduamente en el seno del ejército, en 1963,
como preludio de su ataque a los líderes del partido. El movimiento degeneró
rápidamente en una violencia aleatoria y arbitraria (a menudo resultado de
frustraciones y resentimientos causados por la política oficial del partido en la década
de 1950), con miles de burócratas del partido y del gobierno, maestros, intelectuales y
artistas humillados públicamente, golpeados e incluso asesinados, mientras diversas
facciones enfrentadas de organizaciones de estudiantes (conocidas colectivamente
como Guardia Roja), cada una de las cuales afirmaba ser la auténtica defensora de la
visión maoísta, luchaban entre sí fieramente en las calles.
En 1967, con el desmantelamiento en la práctica del gobierno del partido y la
sociedad tambaleándose al borde de la anarquía total, Mao resurgió del abismo y
respaldó la intervención del Ejército de Liberación Popular (ELP); a corto plazo, ello

ebookelo.com - Página 12
trajo únicamente como resultado más confusión y violencia en tanto que las distintas
facciones de los partidarios radicales de Mao en el liderazgo de la Revolución
Cultural hicieron sentir su influencia en el ejército y tuvieron lugar choques armados
entre unidades del ELP y las organizaciones de la Guardia Roja. La turbulencia de
esos años afectó también a la situación internacional de China. Tras condenar por
igual a Estados Unidos y la Unión Soviética (y sus respectivos aliados) como
enemigos de la revolución mundial, China quedó diplomáticamente aislada; las
tensiones chino-soviéticas en particular alcanzaron una fase más peligrosa en 1969,
cuando estalló una guerra fronteriza en el noreste de China.
El proceso de reconstrucción del partido se inició en 1969, cuando las escuelas
(cerradas en 1966) se habían abierto de nuevo y los guardias rojos más recalcitrantes
habían sido enviados al campo a experimentar la reforma laboral e ideológica. Los
últimos años de la vida de Mao estuvieron marcados por la incertidumbre y la
confusión ideológica, con el liderazgo del partido prácticamente inmovilizado por las
continuas diferencias de facciones, personales y políticas entre quienes se adherían
más estrechamente a las medidas de la Revolución Cultural y sus oponentes. En el
frente internacional, sin embargo, el aislamiento diplomático del país terminó
drásticamente cuando, en 1972, se formalizó la reconciliación con Estados Unidos y
se permitió al PCC ocupar su asiento en la ONU (organización de la que había sido
excluido en 1950).
Los años que siguieron a la muerte de Mao, en 1976, presenciaron un nuevo
cambio de dirección en la medida en que el PCC trató de legitimarse de nuevo a los
ojos de una población cada vez más desencantada fomentando políticas que
potenciaran la estabilidad y la prosperidad económica. Durante las dos décadas
siguientes se desmanteló una gran parte del legado maoísta a través de una serie de
reformas económicas y políticas que minimizaban la importancia de las campañas
ideológicas masivas, introducían elementos de una economía de mercado a la vez que
relajaban los controles estatales, desmantelaban las colectividades rurales, otorgaban
un mayor papel al elitismo académico en la educación, aspiraban a la
profesionalización del partido y el ejército, alentaban las inversiones del mundo
capitalista —y el establecimiento de vínculos más amplios con él—, revitalizaban
instituciones políticas hasta entonces moribundas y permitían una participación
política más extensa por medio de elecciones y consultas locales con institutos de
investigaciones políticas y «grupos de expertos» semioñciales. Irónicamente, sin
embargo, la década de 1980 presenció también el intento más ambicioso de intrusión
del estado en la vida de las personas con la puesta en práctica de la política del hijo
único, destinada a limitar el crecimiento demográfico.
En cualquier caso, el proceso de reforma posmaoísta no ha sido un proceso
tranquilo. La exigencia de una mayor responsabilidad del estado, del fin de la

ebookelo.com - Página 13
corrupción y de unas reformas democráticas más amplias animaron las protestas
populares de 1979, 1986 y —la más dramática de todas— 1989 (cuando las
manifestaciones de estudiantes fueron brutalmente reprimidas por el ejército). El
propio partido ha realizado campañas controladas contra lo que percibe como
«tendencias insanas» del «individualismo burgués» y la «contaminación espiritual»
en 1983, 1986, 1989, y, más recientemente (en julio de 1999), contra la superstición
religiosa. Durante una gran parte de la década de 1980 los reformistas y
conservadores del partido se enfrentaron por la cuestión del ritmo y el alcance de las
reformas del mercado; en 1977, en vísperas del decimoquinto congreso nacional del
partido, todavía se expresaba la oposición a dichas reformas.
Las propias reformas han engendrado serios problemas. Mientras que un estudio
realizado en la década de 1980 sobre el proceso de reforma (Harding, 1987)
subrayaba la «liberalización» que subyacía a dichas reformas (por ejemplo, en cuanto
otorgaba una mayor autonomía frente al estado) y afirmaba que la disyuntiva para el
futuro sería simplemente la de cómo llegar a la mezcla más adecuada «de plan y
mercado, de consulta y control políticos, de espíritu empresarial individual y
propiedad estatal» (ibíd.: 303), otros análisis más recientes de los acontecimientos
contemporáneos (por ejemplo, Gittings, 1996; Miles, 1996) han tendido a hacer más
hincapié en las crecientes desigualdades económicas (entre las regiones costeras, más
desarrolladas, y el interior rural; entre el sur y el norte, y también dentro de las
propias regiones), las tensiones y conflictos sociales (el desempleo urbano, el
malestar rural, las enormes oleadas de emigraciones campesinas incontroladas a las
ciudades, los crecientes índices de delincuencia) y la corrupción masiva que las
reformas han traído consigo. El partido se enfrenta también a continuos disturbios
étnicos entre los pueblos «minoritarios» (especialmente en el Tibet, Mongolia Interior
y Xinjiang), exacerbados por el fuerte nacionalismo de la mayoría étnica han que el
propio PCC ha alentado (directa o indirectamente) en un intento de reforzar su
legitimidad resaltando sus credenciales patrióticas. Irónicamente, eso ha significado
que, mientras el partido ha despotricado regularmente contra el resurgimiento de las
«supersticiones y prácticas feudales» que ha traído consigo el relajamiento de los
controles estatales (por ejemplo, sociedades secretas, cultos religiosos, adivinos,
ceremonias funerarias y matrimoniales extravagantes), él mismo se ha asociado a las
tradiciones del pasado, elogiando, por ejemplo, el vigoroso gobierno de los
emperadores fuertes en la historia china y los ideales confucianos de la armonía, la
adecuada deferencia y la piedad filial. De hecho, el partido, con su falaz uso del
patriotismo y su manipulación de la tradición, desde finales de la década de 1980 ha
abierto una caja de Pandora de la que ha surgido toda una gama de discordantes
discursos y angustiadas introspecciones entre los intelectuales acerca de qué es
exactamente lo que constituye la «identidad» china.

ebookelo.com - Página 14
Los múltiples problemas e incertidumbres que han surgido durante el proceso de
reforma han llevado a un observador (Miles, 1996: 4, 310-311) a señalar que, pese al
logro de un crecimiento fenomenal y de la libertad económica, el país se halla en un
«creciente desorden, profundamente inseguro de sí mismo», un panorama que hace a
China menos estable hoy de lo que lo era en la década de 1980. Otro comentarista se
muestra escéptico frente a la posibilidad de que el desarrollo económico de las
regiones costeras sea el motor de la prosperidad de toda la nación, afirmando que «lo
más probable es que el conjunto del país se convierta, en mucho mayor escala, en
otro país del Tercer Mundo, donde se oponga la ciudad al campo, la riqueza a la
privación, y las maravillas tecnológicas enmascaren profundos males sociales»
(Gittings, 1996: 282). La visión más pesimista de los acontecimientos
contemporáneos, redactada a raíz de las brutales medidas empleadas contra las
manifestaciones estudiantiles en 1989 (Jenner, 1992), compara el régimen actual con
el de la moribunda dinastía Qing a comienzos del siglo XX, considerándolos a ambos
«irreformables». Se describe al PCC como una fuerza conservadora, dispuesta
únicamente a realizar aquellos cambios que resulten esenciales para su propia
supervivencia.
Todo esto aparenta ser lo menos parecido a la predicción realizada por Liang
Qichao (1873-1929) a comienzos del siglo XX. A finales de 1901, Liang, un destacado
reformista y pionero del periodismo político, escribió en uno de sus artículos que
China se convertiría en una de las tres superpotencias del siglo (junto con Rusia y
Estados Unidos). Para Liang, la nueva centuria traería una China nueva y moderna,
cuya magnificencia superaría incluso a la de Europa en el siglo anterior (Tang, 1996:
48). No obstante, en ciertos aspectos la predicción de Liang sí se ha cumplido
parcialmente. De ser un decadente régimen monárquico acosado por las potencias
imperialistas a finales del siglo XIX, y de ser un país económica y socialmente
devastado en 1949, tras los años de la invasión extranjera y la guerra civil, en la
década de 1990 China, según algunos observadores, se acercaba a la categoría de una
superpotencia económica. Las cifras oficiales chinas indicaban que el producto
interior bruto (PIB) se había cuadruplicado entre 1978 y 1994, convirtiendo a la
economía china en la de más rápido crecimiento de todo el mundo durante ese
período, si bien, paradójicamente, en lo que se refiere a infraestructura, bienestar y
educación, salarios rurales, productividad y problemas medioambientales, el país
seguía ostentando el distintivo de una nación «en vías de desarrollo» (Hunter y
Sexton, 1999: 3, 68). El índice medio de crecimiento del PIB entre 1993 y 1997 fue
del 11 % (un 7,3 % por encima de la media mundial) (CQ, junio 1998: 461), mientras
que las cifras de principios de 1999 sugerían un más que respetable aumento del PIB
del 7,8 % para 1998 a pesar de la crisis económica que ese año afectó a una gran
parte de Asia (CQ, marzo 1999: 259). En 1993-1996, China se convirtió en el primer

ebookelo.com - Página 15
país productor del mundo de algodón, cereales, carbón y aparatos de televisión, y en
1996 pasó a ser también el primer productor de acero (CQ, junio 1998: 461). Ese
mismo año, el Banco Mundial predijo que la «Gran China» (término que se aplica a
la China continental, Hong Kong —la colonia británica restituida a China en 1997—
y Taiwan —a donde se retiró el gobierno nacionalista de Chiang Kai-shek en 1949
para establecer la República de China—) pronto constituiría la mayor economía del
mundo (Miles, 1996: 261).
En lo que se refiere al comercio exterior, los cambios han sido aún más
impresionantes. Desde las reformas que, en 1978, inauguraron la política de «puertas
abiertas», el comercio exterior (especialmente con Occidente y Japón) ha asumido un
mayor papel en la economía china. En 1997, el 36,1 % del PIB de China procedía del
comercio exterior, frente al 9,8 % de 1979 (CQ, marzo 1999: 264), y el valor de su
comercio de mercancías ese mismo año situaba a China como el décimo país del
mundo en volumen comercial (CQ, junio 1998: 461). Desde la reconciliación de
China con Estados Unidos en 1972, y especialmente desde la formalización de las
relaciones diplomáticas en 1978, el comercio chino-norteamericano ha prosperado
especialmente, totalizando 49.000 millones de dólares en 1997 (veinte veces más que
en 1979). En ese mismo año China se convirtió en el cuarto socio comercial de
Washington en volumen de negocio, mientras que Estados Unidos pasaba a ocupar el
segundo puesto (después de Japón) entre los socios comerciales de China (CQ,
septiembre 1998: 718-719). Y, lo que quizás resulta más significativo, la balanza
comercial se inclina a favor de China; así, en 1994 el déficit comercial de Washington
con China se elevaba a 29.000 millones de dólares (Miles, 1996: 6), que en 1998 se
habían incrementado a 57.000 millones de dólares (FEER, 22-4-1999).
También políticamente la República Popular China ha emergido como una
potencia significativa en Asia, rivalizando con Estados Unidos y Japón, una
evolución facilitada por la desintegración de la Unión Soviética en 1991. Otro
incentivo para el sentimiento de orgullo de Pekín fue el retorno, en 1997, de la
colonia británica de Hong Kong (cedida por la dinastía Qing en 1842, tras la guerra
del
Opio); en diciembre de 1999 se alcanzaba un acuerdo para que la colonia
portuguesa de Macao (cuya situación se remontaba a la década de 1950) se
restituyera también al control chino. Sin embargo, al iniciarse el nuevo milenio, las
relaciones de China con sus vecinos y con Estados Unidos se caracterizan tanto por
las tensiones e incertidumbres persistentes como por la interacción positiva. Por una
parte, Pekín ha encontrado lo que se ha denominado una «asociación estratégica»
tanto con Rusia como con Estados Unidos (en 1996 y 1997, respectivamente); aunque
sigue insistiendo en que Taiwan es una «provincia rebelde» que a la larga debe
retornar al control de la China continental, en los últimos años Pekín ha permitido un

ebookelo.com - Página 16
enorme incremento de los vínculos económicos (tanto en términos de comercio como
de inversión desde el exterior) además de aprobar el diálogo a través de
organizaciones semiofíciales; y durante la crisis económica asiática de finales de la
década de 1990 China ganó un considerable prestigio entre sus vecinos como fuerza
estabilizadora en dicha área geográfica (por ejemplo, al no devaluar su moneda). Por
otra parte, China está enzarzada en disputas territoriales en torno a las islas Spratly
(en el mar de la China Meridional) con Japón, Vietnam, Malaysia y las Filipinas, y en
torno a las islas Diaoyu (Senkaku; al noreste de Taiwan) con Japón; aunque Japón es
el principal socio comercial de China, la cuestión de la culpabilidad de la guerra
chino-japonesa sigue siendo una cuestión delicada, así como la oposición de Pekín al
acuerdo de defensa firmado en 1997 entre Japón y Estados Unidos; los recientes
acontecimientos de Taiwan (por ejemplo, la elección en el año 2000 de un presidente
no perteneciente al Guomindang, Chen Shuibian, cuyo partido —el Partido
Demócrata Progresista— está más abierto a la posibilidad de una declaración formal
de independencia de Taiwan) han sido estridentemente condenados por el gobierno
chino y los funcionarios del partido como una amenaza a su «política de una sola
China» (es decir, de Taiwan como parte inseparable de China), una política que,
paradójicamente, el gobierno del Guomindang había suscrito a partir de 1949
precisamente por su misma pretensión de representar a la «verdadera» República
China; y las relaciones chino-norteamericanas continúan enzarzadas en
recriminaciones mutuas, con las críticas a la violación de los derechos humanos en
China y las acusaciones de espionaje nuclear contrarrestadas por la acusación de
Pekín de que Estados Unidos trata de utilizar a organizaciones como la ONU y la
OTAN (el caso más reciente, en Kosovo) para afirmar su papel hegemónico en el
mundo.
Si, siguiendo la opinión de un reciente análisis de la historia moderna de China
(Spence, 1999a: 728), una combinación de políticas económicas pragmáticas y
aparente apertura ideológica constituye un buen augurio para el mantenimiento de la
estabilidad en el futuro, o si el gobierno del PCC «se desploma» como hizo el de la
Unión Soviética, sigue siendo una cuestión discutible a comienzos del siglo XXI. Sin
embargo, en tanto se trata del mayor de los últimos estados comunistas del mundo
(los otros son Vietnam, Corea del Norte y Cuba), que, de una forma u otra, ejercerá
una influencia creciente en la economía mundial, las continuidades, disyuntivas y
turbulencias de la historia de China en el siglo XX exigen nuestra atención y nuestra
comprensión.

ebookelo.com - Página 17
Capítulo 1:
EL FIN DE LA MONARQUÍA IMPERIAL

Toda la nación se inclina ahora hacia […] una forma republicana de


gobierno […] Al observar la naturaleza de las aspiraciones del pueblo
averiguamos la voluntad del Cielo […] Reconocemos los signos de la época, y
hemos comprobado la tendencia de la opinión popular; y ahora, con el
emperador a nuestro lado, investimos a la nación de la soberanía popular, y
decretamos el establecimiento de un gobierno constitucional sobre una base
republicana [citado en Irons, 1983: 35].

Así, la dinastía Qing, que había gobernado China desde 1644, desapareció de la
escena cuando la regente, la emperatriz viuda Longyu, anunció oficialmente la
abdicación de la dinastía en febrero de 1912, en nombre del emperador Puyi, que
entonces tenía seis años de edad. La caída de la dinastía Qing había sido presagiada el
anterior mes de octubre, cuando un motín militar en Wuchang (provincia de Hubei)
había desencadenado rápidamente revueltas antidinásticas y maniobras políticas en el
centro y sur de China. A partir de entonces China se convirtió oficialmente en una
república, señalando así el final de una tradición imperial cuyo origen se remontaba
al siglo ni a. C. y que había otorgado enormes poderes a los emperadores. Sin
embargo, y a diferencia de las revoluciones inglesa, francesa y rusa, no hubo
ejecuciones entre la realeza. Al ex emperador y su familia más próxima se les
permitió seguir residiendo en la Ciudad Prohibida, donde estaba situado el palacio
imperial, y el nuevo gobierno republicano les proporcionó un subsidio anual.
Diversos estudios recientes (por ejemplo, Rawski, 1996, 1998; Crossley, 1997)
han contribuido sobremanera a comprender de manera más detallada y compleja la
dinastía Qing, que desapareció de forma tan ignominiosa en 1912. Al mismo tiempo,
un creciente corpus de obras datadas a partir de finales de la década de 1960 (por
ejemplo, Wright, 1968; Bastid, 1980; Schoppa, 1982; Duara, 1988; Bailey, 1990;
Thompson, 1995) han puesto de relieve los cambios políticos, sociales y culturales a
largo plazo realizados durante las últimas décadas de la dinastía (y que trascendieron
a la desaparición de la propia dinastía), durante mucho tiempo enmascarados por el
aparente fracaso de ésta a la hora de afrontar los desafíos internos y externos
planteados durante el siglo XIX y por su intento finalmente abortado, a partir de 1900,
de fortalecer los fundamentos del gobierno dinástico a través de una serie de
reformas.

El imperio Qing

ebookelo.com - Página 18
La dinastía Qing fue una de las más fructíferas de China. Sus gobernantes eran
manchúes, originariamente una serie de tribus de cazadores seminómadas conocidas
como jurchen, que con el tiempo pasaron a dedicarse a la agricultura y al comercio de
larga distancia en lo que actualmente es el noreste de China (más allá de la Gran
Muralla que tradicionalmente había separado China de sus vecinos). Bajo el
capacitado liderazgo de Nurgaci (1559-1626), estas tribus nororientales se unieron en
una formidable fuerza de combate. Los partidarios de Nurgaci y sus familias se
encuadraban en ocho Banderas (cada una de ellas bajo la dirección de uno de los
hijos de Nurgaci), que servían para proporcionar reclutas para las campañas de
Nurgaci además de realizar tareas administrativas como los censos de la población;
más tarde, en la década de 1630 y principios de la de 1640, se crearon otras dieciséis
Banderas que incorporaron a seguidores tanto mongoles como chinos (estos últimos
reclutados entre las tropas chinas estacionadas en la región fronteriza nororiental). En
un intento de vincular sus ambiciones a los logros de sus antepasados jurchen, en
1616 Nurgaci se nombró a sí mismo emperador de los Ultimos Jin (en 1122-1234 los
jurchen habían establecido una dinastía en el norte de China conocida como Jin), y en
1625 creó una capital en Mukden (la actual Shenyang, en la provincia de Liaoning).
Durante el reinado de Abahai (1592-1643), las tribus jurchen fueron rebautizadas
como manchúes, y en 1636 se adoptó el nuevo título dinástico de Qing (literalmente,
«puro»). Mientras se realizaban incursiones aún más audaces a través de la frontera
con China, Abahai fue creando poco a poco una administración civil en su capital,
que, modelada según las prácticas chinas, empleaba también a prisioneros chinos.
La reinante dinastía Ming (1368-1644) estaba poco preparada para hacer frente a
la creciente amenaza manchú en su frontera nororiental. Una sucesión de
emperadores débiles e indecisos, la corrupción y las luchas entre facciones en el seno
de la burocracia, y el creciente malestar campesino como consecuencia del hambre y
los onerosos tributos, habían debilitado gravemente a la dinastía. Cuando una
rebelión campesina a gran escala, encabezada por Li Zi— cheng, dio como resultado
la toma de Pekín en 1644 y el suicidio del emperador Ming, los manchúes
aprovecharon la oportunidad y entraron en China prometiendo restaurar la paz y la
estabilidad. Con la ayuda de los comandantes militares chinos, alarmados ante el
desorden y la anarquía en Pekín y en otros lugares, los manchúes derrotaron a Li
Zicheng y proclamaron el reinado de los Qing sobre toda China. Sin embargo, hasta
varias décadas después los Qing no lograrían finalmente consolidar su dominio sobre
el conjunto del país: la resistencia leal a los Ming persistió en el sur hasta 1662, y en
la isla de Taiwan hasta 1683 (cuando ésta fue incorporada a la provincia de Fujian).
En el establecimiento inicial de su dominio, los gobernantes Qing se mostraron a
la vez duros y acomodaticios. Sus súbditos chinos, por ejemplo, se vieron obligados a
adoptar el peinado manchú (con la frente afeitada y el pelo recogido en una larga

ebookelo.com - Página 19
trenza, o coleta, en la parte de atrás). La población china y la «elite conquistadora»
(que incluía a manchúes, mongoles y chinos «abanderados», es decir, los que
militaban bajo cada una de las Banderas del ejército) se hallaban estrictamente
segregadas, y las guarniciones de las Banderas, que albergaban a los abanderados y
sus familias, estaban situadas en zonas estratégicas clave para mantener el control
militar; se suponía que los abanderados no participaban en el comercio local (se
mantenían gracias a estipendios pagados por el gobierno), mientras se desaconsejaban
los matrimonios entre manchúes y chinos. A mediados del siglo XIX, sin embargo, la
mayoría de las guarniciones eran meros «campamentos mantenidos en un nivel de
subsistencia» (Crossley, 1990: 120). Los estipendios de los abanderados se fueron
reduciendo progresivamente, y a partir de la década de 1860 los residentes de las
guarniciones podían solicitar al gobierno su incorporación a oficios tales como la
carpintería y la tejeduría. En vísperas de la revolución de 1911, sólo uno de cada
veinte abanderados registrados seguía tratando de mantenerse como soldado (ibíd.:
148). Curiosamente, los primeros gobernantes Qing también trataron de evitar la
emigración china a las fértiles regiones agrícolas del noreste (que consideraban su
patria ancestral); a finales del siglo XIX, la población y las presiones migratorias
acabarían haciendo tal prohibición prácticamente superflua.
Al mismo tiempo, al insistir en que ellos eran los legítimos herederos de la
dinastía Ming y prometer que gobernarían de acuerdo con las normas y prácticas de
gobierno chinas, los soberanos Qing fueron ganando poco a poco la aceptación de las
élites autóctonas.
En particular se garantizó la continuidad del estatus de la clase de los
funcionarios-eruditos. Esta clase derivaba su prestigio del éxito en los exámenes de la
administración pública (que se remontaban a la dinastía Song, en 960-1279), los
cuales se basaban en textos clásicos asociados a la filosofía de Confucio (551-479 a.
C.) y sus seguidores, y se utilizaban para reclutar a los miembros de la burocracia del
gobierno. En un sentido más amplio, estos aristócratas-eruditos se percibían a sí
mismos como los guardianes ilustrados y morales de la tradición confuciana, que
hacía hincapié en la importancia del gobierno humanitario, la educación, el decoro
social y ritual, el respeto por el pasado y los propios ancestros, y la piedad filial. Los
Qing prometieron mantener la ortodoxia confuciana y en 1646 restauraron los
exámenes de la administración pública, a la vez que patrocinaban obras literarias a
gran escala y aprobaban el establecimiento de academias confucianas (.shuyuan).
Esta asimilación de la clase de los aristócratas-eruditos fue paralela al empleo de
chinos en los puestos burocráticos. En la capital, por ejemplo, cada una de las seis
juntas administrativas se hallaba bajo la dirección conjunta de un chino y un manchú.
Con la evolución de la dinastía, los puestos de gobernador (a cargo de una provincia)
y de gobernador general (a cargo de dos o más provincias) pasaron a ser

ebookelo.com - Página 20
desempeñados principalmente por chinos, o por abanderados chinos, mientras que los
puestos de funcionarios locales (como el de magistrado de distrito) fueron
monopolizados íntegramente por chinos.
Bajo el reinado de tres destacados emperadores —Kangxi (r. 1661-1722),
Yongzheng (r. 1723-1735) y Qianlong (r. 1735-1796)— los Qing iniciaron un período
de estabilidad y prosperidad económica que duró la mayor parte del sigloxviii. La
agricultura alcanzó probablemente su grado más elevado de desarrollo con la
introducción de nuevos cultivos comestibles (como la batata, el maíz y el sorgo) y
comerciales (como el algodón, el té, el tabaco y la caña de azúcar), que cubrieron las
necesidades de una población en rápido crecimiento y contribuyeron a la expansión
de las redes comerciales y de una sofisticada cultura urbana (especialmente en el
delta del Yangzi). Tras un período, durante el reinado de Kangxi, en el que se había
prohibido el comercio costero (debido a temores relacionados con la seguridad en una
época en la que los partidarios de los Ming seguían activos a lo largo de la costa
meridional), el siglo XVIII presenció un floreciente comercio marítimo que abastecía
la creciente demanda occidental de productos de artesanía china (como, por ejemplo,
porcelana o trabajos de lacado) y de té; se ha calculado que la mitad de la plata
importada a Europa desde México y Sudamérica entre finales del siglo XVI y
comienzos del XIX se utilizó para adquirir dichos productos (Gernet, 1996: 487).
Asimismo, durante todo el siglo XVIII los juncos comerciales chinos mantuvieron una
ubicua presencia en el sureste de Asia. La pasión suscitada entre las elites europeas
durante la primera mitad del siglo XVIII por los objetos de arte, los muebles y los
diseños de jardín chinos (todo ello conocido como arte chinesco) vino acompañada
de exaltados elogios al gobierno racional y humanitario de China por parte de
notables sabios como Voltaire, profundamente influenciados por el tono positivo de
las cartas e informes enviados desde China por los misioneros jesuítas que habían
viajado hasta allí a finales del siglo XVI y que durante el reinado de Kangxi habían
trabajado en la corte como astrónomos y cartógrafos.
Durante el reinado de Qianlong, el control Qing se amplió a Mongolia, el Tibet y
el Turkestán (que en 1884 se convertiría en la provincia de Xinjiang), mientas que los
reinos vecinos como Corea, Vietnam, Nepal y Siam reconocieron la superioridad
política y cultural del imperio Qing enviando regularmente misiones «tributarias» a la
corte. En el apogeo de su extensión territorial, en 1760, el imperio Qing era, pues,
uno de los mayores y más refinados del mundo (junto con los imperios otomano y
mogol).
Como señala un reciente estudio (Crossley, 1997: 8-10), es un error pensar en los
Qing simplemente como en una «dinastía» china o, siquiera, manchú, dado que tal
noción enmascara las complejidades políticas y culturales del gobierno Qing. En
realidad, los Qing presidieron un imperio pluralista y multiétnico en el que las

ebookelo.com - Página 21
personas que hablaban lenguas no chinas y se adherían a religiones distintas se
hallaban en pie de igualdad con los chinos étnicos, o han (Rawski, 1998: 1-8). Por
otra parte, convencionalmente se explicaba el éxito Qing en términos de una supuesta
«sinización», es decir, que se percibía que las dinastías conquistadoras no chinas que
en diferentes ocasiones a lo largo de la historia habían gobernado parte de China —o
toda ella— habían adoptado las formas y prácticas de gobierno chinas, y habían sido
absorbidas por la cultura china, una cultura «superior». Sin embargo, el reciente
acceso a diversas fuentes documentales revela que los soberanos Qing no se
consideraban a sí mismos chinos, sino que, más bien, a través de sus instituciones y
rituales estatales aspiraban a preservar una identidad cultural diferenciada (Rawski,
1996, 1998), aunque habría que señalar que el surgimiento de una identidad y una
cultura manchúes estuvo inextricablemente unido al desarrollo de un estado manchú
en la década de 1630, bajo el liderazgo de Abahai, y el intento de Qianlong en el siglo
XVIII de estandarizar la lengua y los registros genealógicos manchúes (Crossley, 1990:
5-7; 1994: 340-378; 1997: 6-8).
En realidad, la razón del éxito Qing hay que buscarla en la capacidad de los
gobernantes de esta dinastía para llegar a sus distintos grupos étnicos y religiosos de
partidarios. Por una parte, por ejemplo, se presentaban como gobernantes confucianos
modélicos con el fin de ganarse la aceptación de las elites de funcionarios-eruditos
chinos. Emperadores como Kangxi emplearon a tutores confucianos chinos,
promulgaron edictos llamando al cumplimiento de los valores confucianos ortodoxos
(como la armonía familiar, la piedad filial y el respeto por la educación), y, en
sintonía con el mandato confuciano de que los soberanos debían prestar atención al
sustento del pueblo, en 1712 fijaron las tasas de la contribución territorial. Asimismo,
y dentro de China propiamente dicha, los gobernantes Qing aprobaron una «misión
civilizadora» confuciana entre las minorías indígenas de las provincias
suroccidentales y centrales (Rowe, 1994). Por otra parte, los gobernantes Qing
patrocinaron y promovieron el budismo lamaísta, practicado tanto en el Tibet como
en Mongolia; el emperador Qianlong incluso se retrataba a sí mismo como el modelo
de emperador budista (cakravartin), cuyas acciones en nombre de Buda impulsarían
al mundo hacia la siguiente etapa en la salvación universal.

Desafíos internos y externos en el siglo XIX

A principios del siglo XIX el imperio Qing se enfrentó a una serie de graves
problemas internos. Los últimos años del reinado de Qianlong vinieron marcados por
la complacencia y la corrupción en todos los niveles de la burocracia. Esto llevó, por
ejemplo, a la malversación de fondos del gobierno destinados al mantenimiento de
obras públicas como canales y diques de irrigación, lo que exacerbó sobremanera los
desastres naturales de la sequía y las inundaciones, que en China habían sido siempre

ebookelo.com - Página 22
frecuentes (Wakeman, 1975: 102-106; Mann Jones y Kuhn, 1978). Asimismo, desde
que se fijaron las tasas de la contribución territorial (recaudando sólo las cuotas
provinciales cuando se registraban nuevas tierras, algo que en la práctica raras veces
se hacía), los gastos destinados al gobierno local, como los salarios para los
magistrados de distrito, tradicionalmente mal remunerados, se compensaron mediante
recargos «consuetudinarios», a menudo impuestos arbitrariamente y que tendían a
incrementarse con el tiempo, añadiéndose así a las cargas de un campesinado ya de
por sí bastante apurado.
Por otra parte, la paz y la estabilidad del siglo xvni habían dado como resultado
un enorme incremento de la población, que superaba, con mucho, la cantidad de
tierra cultivable. Generalmente se acepta que la población se duplicó durante el
transcurso del sigloxviii, pasando de alrededor de 150 millones a más de 350
millones de personas; a mediados del siglo XIX esta cifra había aumentado a 430
millones. En comparación, la población europea aumentó de 144 millones en 1750 a
193 millones en 1800 (Ho, 1959: 270; Hucker, 1975: 330; Gernet, 1996: 488). La
competencia por los recursos de la tierra provocó un violento conflicto entre los
recién llegados colonos chinos y las minorías indígenas en provincias como Guizhou,
Sichuan y Hunan. A finales del siglo XVIII y principios del XIX estallaron una serie de
revueltas que vaciaron las arcas del gobierno (ya considerablemente mermadas por
las expediciones militares del emperador Qianlong a Birmania, Nepal y Vietnam) y
revelaron la ineficacia de las Banderas militares, acostumbradas desde hacía tiempo a
la paz interior. La más graves de todas fue la rebelión del Loto Blanco (el Loto
Blanco era una milenaria secta laica budista), que afectó a las provincias de Sichuan,
Shanxi y Hubei entre 1804 y 1805. Dado que las Banderas resultaron ineficaces a la
hora de aplastar la rebelión, la corte Qing se vio obligada a comprometer su
monopolio militar apoyándose en milicias organizadas por la aristocracia local.
Los problemas de la dinastía Qing se vieron complicados por la aparición de una
amenaza nueva y potencialmente mucho más peligrosa, la de un Occidente en
expansión que exigía agresivamente privilegios comerciales y de explotación.
Aunque los comerciantes portugueses y españoles habían aparecido en la costa
meridional de China ya en los siglos XVI y xvn, sólo a principios del XIX los
comerciantes occidentales (especialmente británicos) empezarían a llegar en gran
número. Desde mediados del sigloxviiila corte Qing había restringido el comercio
marítimo al puerto de Cantón (provincia de Guangdong), debido más a la
preocupación por las cuestiones de seguridad y al deseo de mantener una estricta
supervisión oficial que a una oposición al comercio en sí. En 1792-1793 se envió una
misión diplomática británica encabezada por Lord Macartney a la corte de Qianlong,
con el propósito de obtener una ampliación del comercio y el fin de las restricciones
al comercio ya permitido en Cantón. Dado que las peticiones de Macartney fueron

ebookelo.com - Página 23
rechazadas de plano, convencionalmente se ha descrito este encuentro como un
choque entre una China inmóvil, autosuficiente y culturalmente arrogante, y una
nueva potencia en auge que representaba los ideales modernos y dinámicos del
progreso industrial y el libre comercio (Peyrefitte, 1993). Otros estudios recientes
(Waley-Cohen, 1993; Hevia, 1995) han señalado, sin embargo, que los soberanos
Qing no eran necesariamente ciegos a los beneficios de la tecnología occidental (lo
que evidenciaba su utilización de los conocimientos de los jesuítas en cartografía, en
astronomía e incluso en la fundición de cañones); por otra parte, la actitud de
Qianlong frente a la misión de Macartney y sus peticiones estuvo tan condicionada
por las consideraciones políticas internas (es decir, la necesidad de mantener la
credibilidad Qing entre la elite de eruditos confucianos) como por el hecho de que
Macartney no observara el protocolo apropiado. En cierto sentido, resultaría más
apropiado ver el encuentro como un choque entre dos imperios en expansión, cada
uno de ellos con pretensiones de universalismo.

ebookelo.com - Página 24
ebookelo.com - Página 25
La enérgica «apertura» de China se inició con la guerra del Opio, en 1840-1842,
causada por la agresiva respuesta británica a los intentos de los funcionarios chinos
de erradicar el lucrativo negocio del opio, en el que participaban los comerciantes
británicos. El posterior Tratado de Nankín (1842) cedía la isla de Hong Kong a Gran
Bretaña, abría cinco «puertos francos»[2] (Cantón, Shanghai, Ningbo, Fuzhou y
Xiamen) al comercio británico sin restricciones, permitiendo también la residencia de
los ingleses, y obligaba a la corte Qing a pagar una importante indemnización. Un
tratado complementario, establecido un año después, fijaba los derechos de
importación en una media del 5% ad valorem, permitía a los cañoneros británicos
atracar en los puertos francos, otorgaba a los residentes ingleses el privilegio de la
extraterritorialidad (es decir, que únicamente estaban sujetos a la jurisdicción de sus
propios cónsules), e incluía una «cláusula de nación más favorecida», obligando al
gobierno Qing a garantizar que cualquier futura concesión económica otorgada a una
sola potencia extranjera se habría de hacer extensiva a todas las demás. Estados
Unidos y Francia firmaron tratados similares en 1844. Aunque a comienzos del siglo
XX los nacionalistas chinos habrían de condenar estos y otros tratados posteriores
como «desiguales» (debido a que se impusieron por la fuerza, se inmiscuían en la
soberanía china y otorgaban derechos y concesiones que no eran recíprocos), es
importante señalar que en 1842 la corte Qing no los contemplaba desde esta
perspectiva, racionalizándolos como mecanismos orientados a restringir la actividad
occidental a unos pocos puertos en los que los extranjeros disfrutaban del privilegio,
generosamente concedido, de comerciar.
Sin embargo, la presencia occidental siguió creciendo durante todo el siglo XIX.
Como resultado de nuevas hostilidades con Gran Bretaña y Francia entre 1856 y
1860, la corte Qing se vio obligada a otorgar más concesiones; se abrieron nuevos
puertos francos, se concedió el derecho a navegar tierra adentro por el Yangzi, se
permitió a los misioneros viajar, hacer prosélitos y poseer tierras en el interior (así
como disfrutar del privilegio de la extraterritorialidad), y se establecieron legaciones
extranjeras permanentes en la capital. Anteriormente, en 1853, cuando la agitación de
la rebelión Taiping (véase más adelante) amenazaba con hundir a Shanghai y afectaba
a los intereses económicos occidentales en la zona, las potencias occidentales se
habían apoderado de la administración del servicio aduanero marítimo; esa práctica
se extendió luego, en la década de 1860, a los demás puertos francos. Por otra parte,
en una serie de puertos francos las potencias lograron delimitar áreas «de concesión»
en las que ejercían la jurisdicción legal y controlaban la administración local. Las
mayores de estas áreas de concesión eran el Asentamiento Internacional (bajo control
británico) y la Concesión Francesa en Shanghai (Feuerwerker, 1983fo).
Mientras tanto, los Qing hubieron de luchar con una serie de rebeliones internas a
mediados del siglo XIX, la más seria de las cuales fue la rebelión Taiping (1850-

ebookelo.com - Página 26
1864). Encabezada por Hong Xiuquan (1814-1864), que procedía de un grupo étnico
minoritario del sur de China conocido como los hakkas (descendientes de los colonos
chinos que habían emigrado desde el norte a partir del siglo XII) y que había
establecido contacto con misioneros protestantes en Cantón, la rebelión forjó una
ideología que fusionaba la doctrina cristiana con los ideales utópicos tradicionales
chinos. Basándose inicialmente en el apoyo de la comunidad hakkas, pronto se
unieron al movimiento millones de campesinos sin tierra, artesanos desempleados y
obreros del transporte. Hong propugnaba el derrocamiento de la dinastía extranjera
Qing, y en 1853 había logrado establecer en Nankin la capital del Taiping Tianguo
(Reino Celeste de la Gran Paz). La incapacidad de las Banderas Qing para sofocar la
rebelión obligó a la corte a confiar en milicias armadas regionales organizadas y
dirigidas por la elite de funcionarios-eruditos chinos, que veían en la propaganda
anticonfuciana y en los ideales igualitarios del movimiento Taiping una amenaza al
orden moral y social (Kuhn, 1978). En su calidad de poderosos funcionarios
provinciales, a los comandantes de las milicias se les permitió apropiarse de las rentas
del gobierno central e, incluso, imponer nuevos tributos para financiar sus ejércitos.
Aunque en cierto sentido este hecho significó una relajación del control central, no
fue en absoluto presagio de un avance del nacionalismo. Los funcionarios
provinciales que mandaban las milicias que finalmente derrotaron al movimiento
Taiping en 1864 se consideraban a sí mismos, y seguían siendo, leales sirvientes del
trono (se podría señalar en este sentido que el más prominente de dichos
funcionarios, Zeng Guofan, disolvió su milicia, conocida como el Ejército Humano,
poco después de sofocar la rebelión); además, la corte conservó el poder de nombrar,
trasladar y destituir a los funcionarios provinciales hasta 1911.
En respuesta a la amenaza planteada por las revueltas internas —además de la
rebelión Taiping, los Qing hubieron de enfrentarse a una revuelta de campesinos-
bandidos errantes conocidos como Nian, entre 1851 y 1868, en la zona septentrional
central de China, y a una rebelión musulmana en el noroeste, entre 1862 y 1873— y
las continuas presiones externas, varios funcionarios de la corte y provinciales
(muchos de los cuales habían participado en la represión de la rebelión Taiping)
promovieron diversas medidas institucionales y militares (conocidas como
«autofortalecimiento») con el propósito de revigorizar el orden sociopolítico y
apuntalar las defensas del país. Así, además de prestar atención a la necesidad de
llevar a la práctica los ideales tradicionales del gobierno confuciano (especialmente
en las áreas devastadas por la rebelión), reduciendo las cargas tributarias territoriales,
asegurando la eficacia de las obras públicas e insistiendo en la probidad moral del
funcionariado, la corte Qing aprobó en 1861 el establecimiento de un proto-
Ministerio de Asuntos Exteriores (el Zongli Yamen), destinado específicamente a
tratar con las potencias occidentales, la apertura de escuelas de lenguas extranjeras en

ebookelo.com - Página 27
Shanghai (1862) y Cantón (1864), y la construcción de arsenales en Shanghai,
Nankín y Tianjin para fabricar armamento de tipo occidental, así como la de un
astillero naval (con una escuela de formación adscrita) en Fuzhou, en 1866. Más tarde
se abrieron sendas academias —una militar y una naval—, en Tianjin (1885)
yenNankín (1890).
Durante las décadas de 1870 y 1880, el alcance de este movimiento de
«autofortalecimiento» se amplió aún más con la creación de modernas empresas
supervisadas por funcionarios y dirigidas por comerciantes, como la Compañía
Naviera China de Mercantes de Vapor, en 1872; esta empresa, que se beneficiaba de
subvenciones oficiales y de la protección burocrática, aspiraba concretamente a
competir con las líneas de barcos de vapor extranjeras que en aquella época
monopolizaban el comercio costero. Funcionarios como Li Hongzhang (1823-1901),
comandante clave de una de las milicias que lucharon contra el movimiento Taiping y
posteriormente gobernador generad de la provincia metropolitana de Zhili, entre 1870
y 1895, subrayaban la importancia del desarrollo económico y defendían la
explotación de los recursos minerales, la construcción de ferrocarriles y la creación
de industrias de fabricación. La moderna actividad minera del carbón se inició en
1876; la primera línea telegráfica se estableció en 1879, uniendo Tianjin con la costa;
el primer ferrocarril empezó a funcionar en 1881, partiendo de la mina de carbón de
Kaiping (abierta en 1877), en el norte de China, y la Fábrica de Tejidos de Algodón
de Shanghai inició su producción de hilos y tejidos fabricados a máquina en 1882.
Al mismo tiempo, la década de 1870 presenció un cambio significativo en la
percepción oficial de los chinos que habían emigrado al sureste de Asia y a las
Américas. En contraste con las anteriores actitudes oficiales, que habían comparado a
los chinos establecidos en el extranjero con rebeldes, piratas y traidores que habían
abandonado el abrazo de la civilización china, en la década de 1870 los funcionarios
Qing manifestaron una preocupación creciente por la situación de sus compatriotas,
especialmente la de los jornaleros reclutados por los occidentales en los puertos
francos para trabajar (vinculados por contratos que les obligaban a hacerlo durante un
período de tiempo determinado a cambio del pasaje) en las minas y plantaciones del
sureste de Asia, las Indias Occidentales británicas, la Cuba española, Australia y
California. Una investigación realizada en 1873-1874 por los Qing de las condiciones
de vida de los jornaleros chinos que trabajaban en Cuba llevó a la firma de un tratado
con España en 1877 y al establecimiento de un consulado chino en La Habana. La
necesidad de proteger los intereses de los emigrantes chinos fue también un factor
importante en la creación de la primera misión diplomática china permanente en
Estados Unidos (en 1878) y la posterior apertura de consulados en San Francisco y
Nueva York. Asimismo, se establecieron embajadas chinas en Gran Bretaña (1877),
Japón (1878) y Rusia (1879).

ebookelo.com - Página 28
Las derrotas militares chinas a manos de Francia en 1885 (en una guerra en la que
se disputaba la influencia en Vietnam), y, especialmente, a manos de Japón diez años
después, que consolidó la hegemonía japonesa en Corea, se suelen citar como una
prueba dramática del fracaso del «autofortalecimiento». En general, éste se había
visto obstaculizado por su carácter descoordinado y por la falta de planificación a
largo plazo. Así, por ejemplo, cada proyecto se iniciaba y dirigía por unos pocos
funcionarios provinciales que en cualquier momento podían ser trasladados como
resultado de las rivalidades entre facciones en la corte; dichos proyectos resultaban
también vulnerables a los caprichos de un sistema fiscal ineficaz. Además, la
emperatriz viuda Cixi (que había asumido la regencia en nombre de su sobrino, el
emperador Guangxu, tras la muerte de su propio hijo, el emperador Tongzhi, en
1875), sensible en todo momento a las advertencias de los funcionarios
conservadores en el sentido de que el «autofortalecimiento» podía minar el orden
tradicional confuciano, se debatía con frecuencia entre el apoyo al cambio y la
defensa del statu quo. Un estudio pionero sobre las décadas de 1860 y 1870 (Wright,
1957) sostenía que los esfuerzos de «autofortalecimiento» estaban en última instancia
condenados al fracaso porque las necesidades de la modernización se hallaban
fundamentalmente reñidas con los presupuestos y las prácticas confucianos (los
cuales, se decía, tenían una noción limitada del cambio y menospreciaban la actividad
comercial, el comercio exterior y la maquinaria moderna).
Los estudios realizados a partir de la década de 1970 se han alejado de este
presupuesto determinista de que el confucianismo y la modernización eran
incompatibles, señalando que hubo otros factores, como el impacto del imperialismo
occidental o la debilidad estructural de la economía, que afectaron al resultado final
del «autofortalecimiento», o bien cuestionando el punto de vista de que el
confucianismo representaba un corpus de pensamiento estático y homogéneo (Bailey,
1998: 4-13). Diversos estudios recientes, asimismo, se muestran menos preocupados
por la cuestión de por qué el movimiento «fracasó» que por analizar los cambios a
más largo plazo en el pensamiento reformista, el desarrollo comercial y la
construcción del estado moderno durante la segunda mitad del siglo XIX.

Crisis y reforma en la década de 1890

La década de 1890 representa un punto de inflexión clave en la evolución del


pensamiento reformista, un proceso que había anticipado el impacto occidental desde
la década de 1840 en adelante. A comienzos del siglo XIX, por ejemplo, los eruditos
asociados a la Escuela de Política Práctica (jingshi) propusieron una serie de reformas
administrativas e insistieron en que se juzgara al gobierno por su utilidad y eficacia
(Pong, 1994: 16). En las décadas de 1860 y 1870, la preocupación por la creciente
presencia occidental en China animó a los eruditos y funcionarios a utilizar, en sus

ebookelo.com - Página 29
propuestas de reforma, términos como shouhui liquan (recuperación de los derechos
económicos) y shangzhan (guerra comercial), que aludían a la necesidad de que
China compitiera con Occidente por la obtención de beneficios económicos y
desarrollara la industria y el comercio para apartar los intereses económicos
extranjeros. Algunos historiadores (Sigel, 1976, 1992; Pong, 1985) sugieren que esto
representaba los inicios de un nacionalismo económico o comercial, que anticipaba el
nacionalismo de carácter más amplio que se desarrollaría en los primeros años del
siglo XX, cuando las elites aristocráticas, los comerciantes y los estudiantes
denunciaron la falta de ecuanimidad del sistema de tratados desiguales, los
privilegios económicos extranjeros y el trato sufrido por sus compatriotas emigrados
fuera del país (Iriye, 1967; Wright, 1968; Sigel, 1985). Este nacionalismo comercial
quedaba muy bien ilustrado en los escritos de Ma Jianzhong (1845-1900), un
reformista católico chino que estudió en Francia a finales de la década de 1870 y más
tarde se convirtió en consejero de Li Hongzhang. Ma defendía el aumento de las
exportaciones, el desarrollo de líneas de ferrocarril y la explotación de los recursos
minerales para poder recuperar los «derechos económicos» de China y permitir a los
comerciantes chinos competir vigorosamente con las empresas occidentales; también
fue el primero en proponer la creación de un servicio diplomático profesionalmente
formado para aumentar el prestigio de China en el extranjero (Bailey, 1998).
Otros pensadores de mente reformista como Feng Guifen (1809-1874)
propugnaron, a partir de la década de 1860, una mayor participación de las elites
locales en la administración de sus propias áreas (Kuhn, 1975), mientras que aun
otros, como Wang Tao (1828-1897), el primer erudito chino que pasó un largo
período en Europa (entre 1868 y 1870), llamaban la atención sobre las virtudes de las
instituciones de gobierno y las prácticas occidentales a la hora de armonizar los
intereses de los gobernantes y el pueblo (Cohen, 1974). A principios de la década de
1890, varios textos reformistas aludían positivamente a las asambleas representativas
y parlamentos de Occidente, además de plantear dudas sobre lo adecuado de unos
presupuestos tradicionales que apuntalaban la cosmovisión «sinocéntrica» en la era
de los modernos estados-nación (Hao, 1969; HaoyWang, 1980).
Sin embargo, dos acontecimientos ocurridos en la década de 1890 aumentaron
dramáticamente la sensación de urgencia que experimentaban los reformistas. El
intento de la corte Qing de reafirmar su tradicional influencia en Corea desembocó en
un conflicto con Japón en 1894-1895, que concluyó con una humillante derrota. La
Paz de Shimonoseki, que puso fin a la guerra, otorgaba a Japón los mismos
privilegios de los que disfrutaban en China las potencias occidentales, además de
garantizarle el derecho a establecer sus propias fábricas en los puertos francos, cuyos
productos estarían exentos de los impuestos internos chinos (debido a la «cláusula de
nación más favorecida», este derecho se extendía automáticamente a las demás

ebookelo.com - Página 30
potencias). Además, se cedía a Japón la isla de Taiwan (que administrativamente
formaba parte de la provincia de Fujian), que seguiría siendo una colonia japonesa
hasta el final de la segunda guerra mundial. Se confirmó el dominio japonés en
Corea, y en 1910 el país había sido oficialmente anexionado como colonia japonesa.
Todo esto representó un profundo choque psicológico para la clase de los
funcionarios-eruditos chinos, acostumbrados desde hacía tiempo a ver a Japón, con
cierto aire de superioridad, como un respetuoso discípulo de la cultura china, pero al
que ahora veían adoptar los modelos occidentales en su programa de modernización y
participar en el sistema de tratados impuesto a China por Occidente (Howland, 1996:
1-3). Asimismo, para algunos eruditos la derrota a manos de Japón en 1895 ilustró
gráficamente la marginación de China en el mundo: Liang Qichao (1873-1929), uno
de los más importantes pensadores de principios del siglo XX, señalaba que la guerra
había «despertado a China de un letargo de cuatro mil años» (Yu, 1994: 138).
El otro acontecimiento traumático de la década de 1890 fue la «carrera de
concesiones» de 1897-1898, como se denominó a la adquisición de territorios
arrendados (en los que se extinguía la soberanía china) a lo largo de la costa de China
por parte de las potencias en un intento de incrementar su presencia política y
económica y de ganar «esferas de influencia». En aquella época la corte Qing
resultaba especialmente vulnerable, ya que las enormes indemnizaciones que le había
impuesto la Paz de Shimonoseki le habían obligado a depender de créditos
extranjeros; a partir de 1895, las potencias utilizarían cada vez más esa influencia
para pedir concesiones ferroviarias y mineras. El proceso se inició en 1897, cuando
Alemania, como reacción ante la muerte de dos misioneros alemanes en la provincia
de Shandong, forzó a la corte Qing a conceder un arrendamiento por un período de
noventa y nueve años del puerto de Qingdao (en la bahía de Jiaozhou) y el área
circundante en Shandong. Al mismo tiempo, Alemania obtuvo el derecho a construir
tres líneas férreas (una de las cuales iría desde la capital de la provincia, Jinan, hasta
Qingdao) y a explotar los recursos minerales de cada una de esas rutas. Con el
trasfondo geopolítico de una creciente rivalidad imperialista en el este de Asia, otras
potencias siguieron el ejemplo y pidieron también territorios en arriendo y
concesiones ferroviarias. Así, Rusia, que ya en 1896 había obtenido el derecho a
construir un ferrocarril a través de la Manchuria septentrional (que se conocería como
Ferrocarril de China Oriental), obtuvo un arrendamiento por un período de
veinticinco años de la península de Liaodong, en el sur de Manchuria, así como el
derecho a construir una rama meridional del ferrocarril (que pasaría a conocerse
como Ferrocarril del Sur de Manchuria); Gran Bretaña obtuvo un arrendamiento por
un lapso de veinticinco años de Weihaiwei, en la coste del norte de
Shandong, y otro por un período de noventa y nueve años de los Nuevos
Territorios, que se añadieron a la península de Kowloon (adquirida por Gran Bretaña

ebookelo.com - Página 31
en 1860 como parte de la colonia de Hong Kong); y Francia obtuvo el arrendamiento
de Guangzhouwan, en la provincia de Guangdong. La adquisición de estos territorios
en régimen de arrendamiento vino respaldada por un acuerdo mutuo entre las
potencias. A muchos funcionarios y eruditos chinos les pareció que el país estaba a
punto de ser «troceado como un melón», y expresaron sus temores de que China se
convirtiera en otra Polonia, que en el siglo xvni se había desintegrado a base de
particiones.
Un grupo de reformistas radicales asociados a Kang Youwei (1858-1927), un
pensador cantonés con una fuerte conciencia de tener una misión moral, iniciaron una
campaña de agitación en favor de un cambio radical. Kang había encabezado ya un
movimiento de protesta en 1895, cuando él y otros candidatos que habían ido a Pekín
a realizar los exámenes para obtener el denominado «título metropolitano» enviaron
una petición expresando su consternación por los términos establecidos por la Paz de
Shimonoseki e instando a continuar la guerra. La petición subrayaba también la
necesidad de reformas fundamentales (Kwong, 1984: 85-91). A finales de la década
de 1880 y durante la de 1890, Kang escribió una serie de textos donde se
reinterpretaban radicalmente las enseñanzas confucianas con el fin de justificar la
reforma política e institucional. Así, por ejemplo, en una obra titulada Kongzi gaizhi
kao («Confucio como innovador institucional»), completada en 1897-1898, Kang
afirmaba que el propio Confucio era un visionario innovador y de ideas avanzadas
(antes que un preservador de las tradiciones pasadas), y que habría aprobado
entusiásticamente un cambio radical con el fin de «adaptarse a los tiempos» (Chang,
1980: 287-289; Kwong, 1984: 108-111). Citando un comentario algo marginal como
un texto confuciano clave, Kang señalaba que Confucio había concebido una
evolución progresiva en tres eras, que culminaría en una comunidad mundial utópica
(datong). Kang identificaba la segunda de las tres eras de Confucio (la «era de la paz
que se aproxima», en la que prevalecería la armonía entre gobernantes y gobernados)
con la suya propia, y sostenía que su manifestación política era una monarquía
constitucional. En un memorial dirigido al trono a finales de 1897, Kang proponía
que todos los asuntos de estado se transfirieran a un parlamento encargado de su
deliberación y decisión (Hsiao, 1975: 204). La visión de Kang de la tercera y última
era, la «era de la paz universal», se describía en una obra utópica que inició en la
década de 1880 y que no se publicaría íntegramente hasta después de su muerte, en
1935 (Thompson, 1958). Reflexionando sobre lo que un historiador ha calificado de
profunda y coherente creencia en un «universalismo» moral que trascendía la
comunidad nacional (Chang, 1987: 21-65), Kang describía un mundo futuro en el que
todas las fronteras nacionales, raciales y de sexos se habrían disuelto; entre sus
predicciones concretas se incluían el establecimiento de un gobierno mundial con su
propio ejército, la sustitución del matrimonio convencional por «contratos» de un año

ebookelo.com - Página 32
renovables, la cría de los hijos en instituciones públicas y la fusión física de los
pueblos a través del matrimonio interracial (Thompson, 1958).
Algunos de los seguidores de Kang, incluyendo a Liang Qichao, también habían
tenido ocasión de propagar ideas radicales en la provincia central de Hunan, en 1897-
1898. El gobernador provincial, Chen Baozhen, apoyó una serie de proyectos de
modernización como la creación de una Oficina de Minas y la construcción de una
línea telegráfica; asimismo, en 1897 aprobó la creación de la Academia de Asuntos
Actuales (shiwu xuetang), que combinaba los conocimientos chinos y occidentales, y
empleó a Liang y a otros reformistas como instructores (Lewis, 1976: 43-56; Chang,
1980: 301-305). La atmósfera radical que rodeaba a la Academia no tardó en
despertar los recelos y, luego, la hostilidad de la elite aristocrática local más
conservadora. Liang, por ejemplo, promovía el concepto de derechos del pueblo
(minquan), que se relacionaba con su naciente noción de una comunidad nacional
(chun, literalmente, «agrupación») caracterizada por el dinamismo colectivo, y que
representaba un alejamiento de la cosmovisión confuciana y un ataque a la jerarquía
social (Chang, 1971: 98-107). Anteriormente, Liang había sugerido ya que las
escuelas y asociaciones de estudio podían constituir ámbitos de discusión pública y,
por tanto, actuar como precursores institucionales de las asambleas y parlamentos.
Curiosamente, en esa ocasión (inmediatamente después de que Qingdao pasara a
manos alemanas) Liang sugería también que Hunan debía declararse temporalmente
«independiente», permitiendo a la provincia desempeñar un papel pionero en la
reforma y proporcionar la base de la futura revigorización del país (Esherick, 1976:
15). Tan Sitong (1864-1898), otro pensador radical asociado a Kang Youwei, se
hallaba también en Hunan en esa época en una misión oficial. Hijo de un gobernador
provincial, en 1897 Tan publicó una obra titulada Renxue («Exposición de la
benevolencia»), donde se criticaban las jerarquías sociales y de sexo adoptadas por la
ortodoxia confuciana y se postulaba un igualitarismo radical que cuestionaba la
legitimidad moral de la propia relación entre soberano y súbdito (Chang, 1980: 299-
300; Kwong, 1984: 117-121; Chang, 1987: 78-99). Al basarse como lo hacía en ideas
budistas, así como en conceptos de la ciencia occidental (y dado que implicaba la
posibilidad de comparación entre China y las civilizaciones occidentales), los críticos
conservadores percibieron en la visión de Tan un peligroso relativismo cultural.
Para mediados de junio de 1898 la Academia de Asuntos Actuales había sido
cerrada, y las enseñanzas de Kang Youwei reprimidas en toda la provincia,
irónicamente en una época en la que el movimiento reformista estaba empezando a
despegar en la capital. Una de las consecuencias a largo plazo del abortado
movimiento reformista de Hunan fue una escisión entre la elite aristocrática. La
alienación que sentían quienes habían apoyado la reforma radical (como los
estudiantes de la Academia de Asuntos Actuales) se apresuraron a buscar nuevas vías

ebookelo.com - Página 33
de instigar el cambio, incluyendo la acción militante en alianza con las sociedades
secretas tradicionales (Lewei, 1976: 87, 97; Esherick, 1976: 21-32), una táctica que
sería adoptada por Sun Yat-sen en su movimiento revolucionario antidinástico (véase
más adelante). Mientras tanto, la elite aristocrática más conservadora de la provincia
iba a implicarse de manera creciente en un limitado programa de modernización
destinado a potenciar su influencia política y económica (Lewis, 1976: 68-69;
Esherick, 1976: 18-19).
Durante un breve período del verano de 1898 (conocido como «los Cien Días»),
Kang Youwei y sus seguidores pudieron acceder directamente al emperador
Guangxu, que había asumido el gobierno personalmente en 1889 tras la regencia de
su tía, la emperatriz viuda Cixi. En 1898 Kang redactó tres memoriales, que, a
diferencia de los que había elaborado anteriormente, llegaron a manos del emperador
en persona. En ellos Kang urgía al emperador Guangxu a tomar medidas resueltas
para emular los esfuerzos en la construcción de la nación realizados por Pedro el
Grande en la Rusia del sigloxviii(Price, 1974: 45), así como los del emperador Meiji
en Japón a partir de 1868, y proponía abiertamente la convocatoria de una asamblea
nacional y la creación de una Oficina de Reorganización Gubernamental encargada
de preparar los anteproyectos de la reforma administrativa (Chang, 1980: 323). El 11
de junio, el emperador Guangxu promulgó un edicto declarando su decisión de poner
remedio a la debilidad de la dinastía, y el 16 de junio Kang Youwei tuvo su primera
audiencia personal con el emperador. Se ha dicho que el sentimiento de impotencia
de Guangxu bajo la anterior tutela de Cixi pudo haber alimentado cierta impulsividad
en su comportamiento, y que la posibilidad de enmendar los desastres de 1895 y
1897-1898 hizo al emperador particularmente susceptible a las propuestas de Kang
(Kwong, 1984: 49-53, 58). A pesar de ocupar un cargo oficial menor en la capital tras
haber obtenido recientemente el título metropolitano, a Kang no se le había dado un
puesto especial en el Zongli Yamen que le permitiera enviar memoriales directamente
al emperador. Las semanas siguientes, el trono promulgó una avalancha de edictos
impulsando la creación de una asamblea deliberativa, la abolición de las sinecuras en
la burocracia, la introducción de un sistema escolar moderno que incorporara la
enseñanza de materias «occidentales» y el establecimiento de oficinas de comercio e
industria destinadas a fomentar la innovación y la empresa (Chang, 1980: 285-287;
Spence, 1982: 18-21: Kwong, 1984: 169-171). A principios de septiembre, Tan
Sitong y otros tres reformistas habían sido nombrados secretarios del Gran Consejo.
La causa de la reforma también se promovió en las asociaciones de estudio
dirigidas por la aristocracia (xuehui) que surgieron en la década de 1890 (una de las
cuales fue la Sociedad para el Autofortalecimiento, de Kang Youwei, en 1895) y que
ponían de manifiesto el creciente activismo público de las elites aristocráticas locales
iniciado inmediatamente después de la rebelión Taiping, cuando éstas habían

ebookelo.com - Página 34
establecido y dirigido oficinas semioficiales que ayudaban a la administración local y
supervisaban las medidas de asistencia social y de rehabilitación (Rankin, 1986;
Rowe, 1989). Estas asociaciones de estudio —de las que se calcula que entre 1895 y
1898 hubo setenta y seis— constituían un nuevo tipo de asociación voluntaria
destinada a movilizar el patriotismo de las elites y a difundir las nuevas ideas del
saber occidental y la reforma social (Chang, 1980: 332-333). Dicho activismo de la
aristocracia se haría aún más marcado a partir de 1900.
Significativamente, también, este período presenció los inicios de la prensa
política. Durante la mayor parte del siglo XIX, el nuevo tipo de prensa periódica
(opuesta a las tradicionales gacetas publicadas por la corte, principalmente para
informar a los funcionarios de los edictos imperiales) había sido monopolizada por
extranjeros residentes en los puertos francos, y estaba destinada a favorecer sus
intereses religiosos y comerciales; incluso los primeros periódicos editados en chino
(de propiedad extrajera) tendían a ser resúmenes de noticias comerciales y navieras.
Los primeros periódicos políticos del nuevo estilo aspiraban a fomentar el
«autofortalecimiento» nacional y a informar a un público más amplio que los
publicados por la Sociedad para el Autofortalecimiento de Kang; entre 1895 y 1898
aparecieron aproximadamente sesenta de dichos periódicos, muchos de ellos
publicados fuera de los centros de dominio extranjero. El número de periódicos
aumentó de 100, a finales de la década de 1890, a más de 700, en 1911 (Judge, 1996:
20-23), anticipando de ese modo el boom de la era del Cuatro de Mayo (véase el
capítulo 2). En palabras de un reciente estudio, esta prensa política, liderada por
«empresarios culturales» que se veían a sí mismos como mediadores entre el
gobierno y el pueblo, constituía un «nuevo ámbito intermedio» de discusión y debate
que aspiraba, por una parte, a halagar y hacer presión sobre el funcionariado en la
causa de la reforma, y, por la otra, a presentar nuevos conceptos políticos y sociales
(centrándose en la nación, el poder popular y la opinión pública) ante una audiencia
más amplia (íbid.).
Sin embargo, los reformistas de la corte se hallaban constantemente en minoría —
a pesar de que un reciente estudio ha señalado que varios funcionarios manchúes
inicialmente simpatizaban con la reforma (Crossley, 1990: 167-174)—, y a Kang
Youwei en particular se le consideraba un erudito advenedizo que trataba de socavar
el confucianismo ortodoxo. Una reacción conservadora hostil alentada por la
emperatriz viuda obligó al desafortunado emperador Guangxu a promulgar un edicto,
el 21 de septiembre, «pidiendo» a Cixi que supervisara los asuntos de gobierno; esto
marcó el retorno de Cixi al gobierno activo tras su «retiro» en 1889 y el final efectivo
del movimiento de reforma de los Cien Días (Kwong, 1984: 211). A ello siguió
pronto la detención y ejecución de varios reformistas (incluyendo a Tan Sitong), si
bien Kang Youwei y Liang Qichao escaparon y finalmente hallaron refugio en Japón,

ebookelo.com - Página 35
donde continuaron encabezando un movimiento «para proteger al emperador»
(baohuang) y llamar la atención sobre la ilegitimidad del gobierno de Cixi (ibíd.: 15-
16). El propio Guangxu fue sometido en la práctica a un «arresto domiciliario» en la
Ciudad Prohibida, y no volvió a desempeñar ningún papel público hasta su muerte,
acaecida en 1908 (irónicamente, un día antes que la de la emperatriz viuda). Muchos
de los edictos reformistas fueron anulados, aunque hubo una innovación que
sobrevivió: en 1898 la corte había aprobado el establecimiento de un Colegio
Imperial basado en el modelo de las universidades occidentales (una idea
inicialmente propuesta en 1895). A partir de 1912, éste se transformaría en la
Universidad de Pekín (Beida), que llegaría a convertirse en una de las principales
instituciones de enseñanza superior del país.
El movimiento reformista de 1898, aunque efímero, marcó una etapa significativa
en la moderna historia de China; si bien un estudio ha señalado que el papel y la
influencia del propio Kang Youwei se exageraron en gran medida tanto por parte del
propio Kang como de sus seguidores en los años posteriores (Kwong, 1984: 101,
196- 200, 228). A diferencia de quienes propugnaron el «autofortalecimiento» en las
décadas de 1870 y 1880, los propósitos de los reformistas de 1898 se habían centrado
en cambiar la naturaleza de la propia burocracia (y, al menos en lo que se refiere a
Kang Youwei, en alentar un papel más activo por parte del emperador), antes que en
poner en práctica los cambios a través de los canales burocráticos existentes
(Howard, 1969: 7-8). En un sentido más amplio, la década de 1890 puso también de
manifiesto el desencanto respecto a las instituciones establecidas, introdujo los
conceptos de gobierno representativo y soberanía popular, y engendró un nuevo
periodismo (ibíd.: 14). Además, un historiador señala que, al acudir a las ideas
occidentales relativas al derecho y a las relaciones internacionales, y al hacer hincapié
en la importancia de proteger los derechos de China como nación soberana, Kang
Youwei y sus seguidores introdujeron un nuevo enfoque de los asuntos
internacionales (a través, por ejemplo, del establecimiento de instituciones que
regularan o evitaran futuras intrusiones económicas), calificado de «política exterior
nacionalista» (Schrecker, 1969: 43-53). Esta perspectiva difería de los anteriores
planteamientos que, o bien aspiraban a ejercer cierto control sobre la actividad
exterior en China (enfrentando a las potencias entre sí, u otorgando un papel a los
extranjeros en la administración, como en el Servicio Aduanero Marítimo), o bien
rechazaban completamente cualquier innovación occidental (con la excepción,
quizás, de la esfera de la tecnología militar) en aras de preservar un modo de vida
confuciano «puro» (ibíd.).

La rebelión de los bóxers

Con la emperatriz viuda y sus intransigentes partidarios conservadores

ebookelo.com - Página 36
controlando la política de la corte, en 1900 se tomó la desastrosa decisión de apoyar
las actividades de los bóxers (yihequan), grupos de campesinos que practicaban artes
marciales, rituales de invulnerabilidad y de posesiones espirituales masivas, y que se
oponían a la presencia extranjera en China. Este fenómeno se había originado en la
región noroccidental de la provincia de Shandong, en la primavera de 1898, y
posteriormente se propagó a la provincia metropolitana de Zhili. Aunque anteriores
análisis de los orígenes de los bóxers (basados en las observaciones de algunos
funcionarios chinos contemporáneos) hacían hincapié en los vínculos del movimiento
con una tradición sectaria secular, diversos estudios más recientes (Esherick, 1987;
Cohen, 1997) han subrayado sus raíces concretamente en la cultura popular de la
llanura del norte de China y el contexto sociopolítico en el que surgió y se expandió.
La provincia de Shandong era una región agraria notoriamente pobre, vulnerable
a desastres naturales como la sequía y las inundaciones (en agosto de 1898, por
ejemplo, el Río Amarillo se desbordó, provocando la inundación de casi 8.000
kilómetros cuadrados de tierras de cultivo en la parte noroccidental de la provincia)
(Esherick, 1987: 179). Fue también una zona afectada indirectamente por la guerra
chino-japonesa de 1894-1895: por una parte, se retiraron las tropas de la provincia
para luchar en el frente más al norte, dejando, así, un peligroso vacío en el interior;
por otra, una vez acabada la guerra, la desmovilización hizo que muchas de esas
mismas tropas se unieran a una población «flotante» cada vez más inestable. La
apertura de Yantai, en la costa de Shandong, como puerto franco en 1862 había
dejado expuestas también algunas áreas de la provincia a la competencia de
importaciones extranjeras como la de hilos de algodón, que afectó negativamente a la
hilandería artesana (ibíd.: 69-70).
Asimismo, y quizás de manera más significativa, Shandong presenció una
actividad misionera católica cada vez más agresiva en la década de 1890. Los
privilegios obtenidos por los misioneros como resultado de los tratados impuestos a
los Qing por Gran Bretaña y Francia en 1858 y 1860 (el derecho a poseer tierras y a
hacer prosélitos en el interior, y el disfrute de la extraterritorialidad) habían
provocado fricciones constantes en la medida en que los misioneros se apropiaban de
la tierra y destruían los templos nativos para construir iglesias, y polarizaban las
comunidades rurales utilizando su influencia (respaldada a menudo con la amenaza
de la fuerza) para apoyar y proteger a sus conversos en las disputas con los no
cristianos, además de alentarles a que desistieran de participar en fiestas y ritos
comunitarios «idólatras» (Litzinger, 1996: 41-52). En su labor educativa y caritativa,
los misioneros competían asimismo directamente con —y provocaban la hostilidad
de— las elites locales, acostumbradas desde hacía tiempo a participar en tales
ámbitos de la vida pública (en 1899, los misioneros católicos obtuvieron también el
derecho a que se les concediera la categoría de funcionarios chinos, y, por tanto,

ebookelo.com - Página 37
podían presentarse como «iguales» ante los funcionarios provinciales y locales).
Los católicos alemanes de Shandong (que establecieron una nueva misión allí en
1880) eran especialmente activos, ya que tanto ellos como, consecuentemente, el
propio gobierno alemán estaban ansiosos por disputar el control monopolista de
Francia sobre la actividad católica en China (que incluía el papel de único protector
de todos los misioneros católicos) obtenido mediante el tratado de 1860 (Schrecker,
1971: 11-13). En 1895-1896, un grupo conocido como la Sociedad de las Grandes
Espadas (dadao hui), originariamente una organización de autoprotección dirigida
por terratenientes y campesinos ricos que cooperaba con los funcionarios locales en
la represión del bandidaje, participó activamente en diversos ataques a los cristianos
chinos locales en el suroeste de Shandong (Esherick, 1987: 86-122). Del mismo
modo que en otras partes de China el conflicto entre conversos y población local se
originó a menudo en disputas seculares (Sweeten, 1996: 31-36), estos ataques tenían
que ver tanto con disputas territoriales (por ejemplo, los arrendatarios podían
convertirse para poder negarse a pagar el arrendamiento) o con el hecho de que los
bandidos solían declararse católicos para escapar a la represión, como con la
hostilidad a los cristianos chinos como tales. Sin embargo, fue en esta región donde
murieron asesinados dos misioneros alemanes en noviembre de 1897, lo que
proporcionó al gobierno alemán el pretexto para exigir la cesión del arrendamiento de
Jiaozhou (es interesante observar, no obstante, que en 1896 la Armada Imperial
alemana había señalado la bahía de Jiaozhou como un área adecuada para la
ocupación) (Schrecker, 1971:23-31).
Dado que el grupo de las Grandes Espadas se hallaba bajo el control de la elite
terrateniente, que mantenía estrechos vínculos con el funcionariado local, cuando se
tomó la decisión de suprimir sus actividades (debido a la presión extranjera) sus
miembros se dispersaron fácilmente. El conflicto entre chinos cristianos y no
cristianos, sin embargo, estalló también en el noroeste de la provincia, en 1898. Fue
allí donde surgió un grupo originariamente conocido como Boxeadores[3] del Espíritu
(shenquan); a diferencia de los Grandes Espadas, que afirmaban ser invulnerables a
las balas gracias a las técnicas de las artes marciales y otros rituales, los Boxeadores
del Espíritu pretendían poseer tal invulnerabilidad merced a una forma de posesión
espiritual masiva (jiangshen futí), por la cual los individuos eran poseídos por dioses
surgidos de la ópera popular (como el Rey Mono). En cierto sentido, los Boxeadores
se veían a sí mismos como si representaran las virtuosas y heroicas batallas de los
dioses contra las fuerzas del mal que tan frecuentemente se describían en las
mencionadas óperas populares. A mediados de 1899, los Boxeadores del Espíritu
habían cambiado su nombre por el de Boxeadores Unidos en la Virtud (yihequan) y
habían adoptado el eslógan fuqing mieyang («apoya a los Qing y destruye a los
extranjeros»). Dado que las aldeas de esta región se hallaban menos cohesionadas y

ebookelo.com - Página 38
carecían de una fuerte presencia de terratenientes/aristócratas (que facilitaba la
difusión de creencias y prácticas heterodoxas, y que en Shandong tradicionalmente
había sido generalizada) (Esherick, 1987: 38-46), estos grupos de Boxeadores, o
bóxers, resultaban menos receptivos al control oficial; diversos intentos anteriores del
gobernador provincial de enrolarles en milicias locales habían fracasado, y, aunque
algunos de sus líderes originarios fueron ejecutados a finales de 1899, pronto
surgieron nuevos líderes y el movimiento siguió expandiéndose. Paradójicamente,
logró expandirse con facilidad y rapidez debido a que carecía de una estructura
jerárquica rígidamente organizada, debido a que, en teoría, cualquiera podía
experimentar una posesión espiritual. Esherick (ibíd.: 63-67) ha afirmado también
que, precisamente porque muchas de las prácticas heterodoxas de los bóxers tenían
sus raíces en la cultura popular del norte de China, éstas podían ser aceptadas por un
gran número de campesinos, facilitando así la difusión del movimiento.
Una típica unidad bóxer comprendía de 25 a 100 individuos de una aldea, que
practicaban sus artes marciales y otros rituales en un «círculo de boxeo»
(quanchang), situado invariablemente cerca del emplazamiento de las ferias del
templo y los mercados de la aldea, y donde se representaban las óperas populares.
Dado que las aldeas del noroeste de Shandong daban cobijo a una considerable
población flotante, estos grupos itinerantes solían establecer campos de boxeo al
regresar a sus lugares de origen. Cada unidad estaba dirigida por un Discípulo
Hermano Mayor (da shixiong), pero en las unidades de los bóxers no había una
jerarquía establecida. Curiosamente, en la primavera de 1900 también se habían
incorporado al movimiento muchachas adolescentes solteras. Conocidas como los
Faroles Rojos (hongdengzhao), formaban destacamentos independientes, y, debido a
sus poderes mágicos (podían caminar sobre las aguas y volar por los aires, además de
provocar incendios), ayudaban a los bóxers aparentemente reuniendo información
sobre los extranjeros y destruyendo sus edificios (Esherick, 1987: 231-232; Cohen,
1997: 39, 127-141). Sin embargo, el hecho de que el fracaso de la magia bóxer (como
la invulnerabilidad a las balas) se atribuyera a menudo a la influencia «contaminante»
de los cristianos chinos y de las mujeres extranjeras ilustra claramente la persistencia
de las tradicionales inquietudes masculinas respecto a los efectos de los supuestos
poderes de las mujeres.
A principios de 1900, los grupos bóxers se habían difundido hacia el norte, en la
provincia metropolitana de Zhili, y en mayo de ese mismo año habían empezado a
atacar las líneas ferroviarias Pekín-Baoding y Pekín-Tianjin. En su mayoría estaban
integrados por campesinos pobres itinerantes, especialmente hombres jóvenes que se
habían quedado sin trabajo a consecuencia de la reciente sequía en el norte (Esherick,
1987: 235-236; Cohen, 1997: 34-35, 68-77). En una atmósfera de temor, inquietud y
recelo, los bóxers afirmaron que la sequía era una manifestación de la ira de los

ebookelo.com - Página 39
dioses por la influencia extranjera generalizada y su socava de las costumbres y
creencias autóctonas (Elvin, 1996: 206-211); a principios de 1900, un misionero
anotaba que un panfleto bóxer declaraba:

En nombre de las religiones católica y protestante, los dioses budistas están


oprimidos y los sabios apartados a un lado […] La ira del Cielo y la Tierra se ha
despertado, y, en consecuencia, la lluvia oportuna se ha ocultado de nosotros.
Pero el Cielo envía ahora a ocho millones de soldados espirituales a extirpar esas
religiones extranjeras, y cuando eso se haya realizado vendrá la lluvia oportuna
(Esherick, 1987: 282).

En esta atmósfera, los objetivos de los ataques de los bóxers pronto se ampliaron
para incluir no sólo a los misioneros, a los cristianos conversos chinos y a los signos
visibles de la presencia extranjera como las iglesias y líneas de ferrocarril —a las que
asimismo se condenaba por desestabilizar las fuerzas invisibles que garantizaban la
armonía natural del entorno (conocidas como fengshui, literalmente «viento y agua»)
—, sino también a muchos chinos no cristianos sospechosos de tener algo que ver
con los extranjeros. También se convirtieron en estricto tabú los productos y nombres
extranjeros.
Se ha situado el movimiento bóxer, de forma muy interesante, en un contexto
histórico más amplio, con un estudio (ibíd.: 316-317) que lo compara con la
resistencia, a finales del siglo XIX, de los sioux lakota (en el territorio septentrional de
los dakota, en Estados Unidos) a la expropiación de sus tierras y la matanza de sus
rebaños de búfalos por parte del hombre blanco. Como los bóxers, los sioux lakota
utilizaban rituales de invulnerabilidad (centrados en la Danza de los Espíritus y
vestidos con la camisa de los Espíritus) con el propósito de eliminar una presencia
extraña y de restaurar un modo de vida anterior. Otro estudio (Wasserstrom, 1978)
compara a los bóxers con los luditas ingleses —tejedores que destruían la moderna
maquinaria industrial— de principios del siglo XIX. Los objetivos de los ataques en
ambos casos (el cristianismo occidental en el de los bóxers; los telares mecánicos en
el de los luditas) se veían como presencias extrañas y perturbadoras, y ambos grupos
se consideraban a sí mismos defensores de valores y tradiciones apreciados por sus
comunidades locales. Finalmente, y ya en el contexto chino, se han sugerido varios
paralelismos entre diversos aspectos del movimiento bóxer y la Revolución Cultural
de la década de 1960 (Elvin, 1996: 225-226). En ambos casos, el apoyo inicial de los
elementos de las altas esferas resultó decisivo; se conjuraron y se señalaron como
objetivos de ataque chivos expiatorios de lo que se percibía como una crisis (en una
atmósfera cercana a la histeria); se manifestó la confianza en la determinación de las
masas; se invistió a los rituales (en el caso de los bóxers) o a una ideología (en el caso
del pensamiento de Mao Zedong en la Revolución Cultural) de cualidades mágicas y

ebookelo.com - Página 40
de la promesa de alcanzar logros sobrehumanos; las vanguardias de ambos
movimientos estuvieron integradas por jóvenes entusiastas; y, finalmente, una vez
desatado el movimiento de masas, éste resultó difícil de controlar.
Cuando los ministros extranjeros en Pekín decidieron, en mayo de 1900, reforzar
sus legaciones llamando a las tropas de la costa, y, por tanto, superando el número de
guardias permitido para dichas legaciones, Cixi y sus partidarios pasaron a simpatizar
cada vez más con los bóxers. En cualquier caso, la anterior ambivalencia que Cixi
mostraba en sus instrucciones a los funcionarios en el mes de enero, indicándoles que
distinguieran claramente entre practicantes «sinceros» de las artes marciales y
bandidos criminales, había dado pie a la continuidad de la actividad bóxer. Cuando
las unidades bóxers entraron en el mismo Pekín, en mayo y junio, la tensión aumentó;
una fuerza internacional que abandonó Tianjin para dirigirse a Pekín (sin autorización
de los Qing) fue atacada y obligada a retirarse tanto por tropas Qing regulares como
por bóxers. El 20 de junio las legaciones de Pekín fueron sitiadas, y al día siguiente
Cixi promulgó una declaración de guerra contra las potencias. Los bóxers fueron
oficialmente alistados en las milicias mandadas por los príncipes manchúes, si bien
las relaciones entre los bóxers y las autoridades locales no siempre fueron tranquilas.
Sin embargo, un historiador ha citado el intento de la corte de utilizar a las unidades
bóxers en su resistencia contra las potencias extranjeras como un ejemplo de
«radicalismo conservador», es decir, de fe en el poder de las masas movilizadas (bajo
un adecuado control) para superar circunstancias objetivas adversas (en este caso, la
superioridad tecnológica de las potencias extranjeras). Irónicamente, «el primer
intento de movilización masiva de la moderna historia de China fue, pues, obra de
reaccionarios» (Elvin, 1996: 220-221).
Sin embargo, una muestra de la incapacidad de la dinastía para imponer su
voluntad al resto del país fue el hecho de que la declaración de guerra no estuviera
apoyada por una serie de gobernadores provinciales, especialmente en el sur.
Ansiosos por evitar el desorden y la catástrofe militar, gobernadores como Zhang
Zhidong (1837-1909), de la región del Yangzi, negociaron acuerdos extraoficiales
sobre el terreno con representantes diplomáticos extranjeros que evitaron la difusión
del conflicto mediante la protección garantizada a las vidas y propiedades de los
extranjeros. También en la provincia de Shandong, donde Yuxian (que se había
mostrado relativamente tolerante con los bóxers) había sido reemplazado como
gobernador por Yuan Shikai (1859-1916) en diciembre de 1899, se llegó a un acuerdo
para evitar la intervención extranjera. De hecho, la estricta prohibición de la actividad
bóxer por parte de Yuan había sido uno de los factores que habían contribuido al
desplazamiento de los bóxers hacia Zhili. Sin embargo, la violencia y el desorden con
ellos relacionados se propagaron hacia el noreste (Manchuria) y hacia el oeste, a la
provincia de Shanxi.

ebookelo.com - Página 41
El asedio a las legaciones se levantó finalmente cuando una fuerza expedicionaria
aliada de 20.000 hombres (integrada principalmente por tropas japonesas, rusas e
indias bajo el mando británico) entró en Pekín a mediados de agosto de 1900. El día
antes de que las tropas extranjeras entraran en la ciudad la corte había huido hacia el
oeste, a Xian (provincia de Shaanxi), la segunda vez que se veía obligada a hacerlo a
consecuencia de una invasión extranjera (la otra había sido en 1860, cuando tropas
británicas y francesas habían ocupado Pekín). La humillación de la dinastía parecía
completa, y se vería gráficamente confirmada por el Protocolo de los Bóxers, de
septiembre de 1901. Una serie de funcionarios, que las potencias consideraban
responsables de alentar y apoyar a los bóxers, fueron ejecutados (como Yuxian, ex
gobernador de Shandong y actual gobernador de Shanxi, donde habían sido
asesinados muchos misioneros junto con sus conversos) o condenados al exilio
interior. La corte hubo de enviar también misiones oficiales de disculpa a Alemania y
Japón por los asesinatos del embajador ademán y del secretario de la legación
japonesa en Pekín a manos de soldados Qing en vísperas del asedio. Se incrementó el
número de guardias de las legaciones, y se decidió el estacionamiento de tropas
extranjeras entre Pekín y la costa, una franja de territorio que, en la práctica, se
convirtió en una zona prohibida para las fuerzas militares Qing. Las potencias
exigieron también que las elites aristocráticas locales fueran castigadas, y en algunas
zonas los exámenes para la administración pública se pospusieron durante cinco años.
Quizás el aspecto más significativo del Protocolo fue la imposición al gobierno
Qing de una enorme indemnización de 450 millones de taels (equivalentes a unos 333
millones de dólares), que se habrían de pagar en 39 plazos anuales junto con un 4 %
de interés anual sobre el capital restante. Esta indemnización se dividió entre las
potencias según la cantidad de propiedades destruidas y el número de súbditos
asesinados de cada una (las principales beneficiarías fueron Rusia, con el 29 %;
Alemania, con el 20 %; Francia, con el 15,75 %; Gran Bretaña, con el 11,25 %;
Japón, con el 7,7 %, y Estados Unidos, con el 7,3 %). Posteriormente el gobierno
estadounidense admitiría que el valor de su reclamación por daños (25 millones de
dólares) se había sobrestimado en casi 14 millones de dólares. La diferencia se
enviaría en 1908 al gobierno Qing, con instrucciones de que se utilizara para
financiar a los estudiantes chinos en Estados Unidos (en las negociaciones sobre su
posible uso, los funcionarios Qing habían argumentado que la decisión se había de
dejar en manos del propio gobierno Qing) (Hunt, 1972). Washington percibía este uso
de los fondos de la indemnización por los bóxers como una forma ideal de potenciar
la influencia cultural y económica estadounidense en China, así como de confirmar
en las mentes de muchos políticos, educadores y misioneros norteamericanos la idea
de que sólo Estados Unidos realizaba una política altruista respecto a China (en
contraste con las políticas egoístas de las demás potencias imperiales).

ebookelo.com - Página 42
Supuestamente esta «relación especial», como vino a considerarse en Estados
Unidos, había sido manifestada previamente por las «Notas sobre la política de
Puertas Abiertas» que Washington había enviado a las otras potencias en 1899 y
1900. Aunque pedía a las potencias que respetaran la integridad territorial de China,
la motivación subyacente a dicha Notas tenía mucho que ver con la necesidad de
asegurarse de que ninguna de las potencias utilizara su esfera de influencia en China
para obtener beneficios económicos monopolistas a expensas de las otras (Hunt,
1983: 153, 198). También se podría señalar que, a pesar de toda la retórica de la
«relación especial», fue precisamente en esa época (a partir de 1882) cuando el
gobierno estadounidense, en respuesta a la creciente hostilidad hacia los inmigrantes
chinos por parte de los trabajadores blancos (especialmente en California), aprobó
una serie de leyes de inmigración draconianas (conocidas como Leyes de Exclusión)
destinadas específicamente a eliminar por completo la emigración china a Estados
Unidos, y que no se abolirían hasta 1943 (ibtd.: 76-94; Tsai, 1983: 67-98).
El impacto de la rebelión de los bóxers tuvo tres consecuencias importantes. En
primer lugar, mostró a las potencias los peligros inherentes a las demandas excesivas,
mientras que el desorden y el caos que trajo consigo confirmó que el
desmembramiento del imperio Qing no era algo que les beneficiara. En segundo
término, dado el hecho de que la indemnización por los bóxers representaba cuatro
veces los ingresos anuales del gobierno y que los pagos anuales constituirían la quinta
parte del presupuesto nacional (Esherick, 1987: 311), a partir de 1901 la dinastía se
vio obligada a buscar nuevas fuentes de renta nacional; al hacerlo, contribuyó a
iniciar la construcción de un estado moderno (Duara, 1988: 1-2; Cohen, 1997: 55-56).
De hecho, dicho esfuerzo formó parte de un programa más amplio de reformas
planteado por la corte en enero de 1901 y destinado a reforzar los fundamentos de la
autoridad dinástica tras los desastres de 1900 (entre los que se incluyeron la negativa
de los gobernadores generales del sur a obedecer la declaración de guerra de la corte,
y el brote de varias revueltas abortadas en el centro y sur de China durante la
primavera y el verano, asociadas a reformistas como Kang Youwei y a
revolucionarios como Sun Yat-sen). En tercer lugar, la rebelión de los bóxers resultó
un choque traumático para la mayor parte de la clase de los aristócratas-eruditos, que
vieron en las creencias y rituales bóxers una dramática prueba de la naturaleza
esencialmente «atrasada» de las personas normales y corrientes, y de su
«supersticiosa» cultura. Lo que se percibió como una necesidad de «reformar» a las
masas y de «mejorar» la cultura popular iba a constituir una importante motivación
para el apoyo de la aristocracia a la reforma educativa a partir de 1901 (Bailey, 1990:
64-66).
Pero no fue sólo en las mentes de los aristócratas-eruditos donde los bóxers
conjuraron imágenes de comportamientos irracionales y anormales. En la lengua

ebookelo.com - Página 43
inglesa de la época, el «boxerismo» se convirtió en sinónimo de peligrosa xenofobia
y «barbarie oriental», y ayudó a perpetuar las estereotipadas imágenes occidentales
del «peligro amarillo» que habían arraigado a finales del sigloxdc(con la hostilidad
pública en Estados Unidos hacia los inmigrantes chinos), y que persistirían durante
todo el siglo XX en la literatura popular y en la cinematografía. Habría que señalar, no
obstante, que durante la ocupación extranjera de Pekín (1900-1901) se produjeron
considerables saqueos y pillajes. Las fuerzas aliadas (integradas ahora por tropas
británicas, francesas, alemanas e italianas) marcharon también sobre las ciudades y
aldeas circundantes, ordenando la ejecución de los funcionarios locales y destruyendo
las murallas, puertas y templos de las poblaciones. Los misioneros (principalmente
británicos y norteamericanos) apoyaron a menudo estas acciones, considerándolas un
castigo divino a las muertes de sus colegas y sus familias durante la revuelta. Esta
«guerra simbólica», como se la ha calificado (Hevia, 1992), fue un intento deliberado
de socavar los símbolos de la soberanía china y de negar las creencias atribuidas a la
población autóctona; entre otros ejemplos de tal «guerra simbólica» se incluye el
hecho de que las tropas extranjeras atravesaran los sagrados recintos de la Ciudad
Prohibida, la eliminación de los tronos imperiales y la acampada de tropas extranjeras
en los Templos de la Agricultura y del Cielo (donde tradicionalmente los
emperadores realizaban importantes rituales de legitimación). En muchos aspectos,
los relatos de los misioneros contemporáneos, con su gráfica descripción de las
atrocidades de los bóxers, el sufrimiento y el sacrificio de los cristianos, y su
merecido castigo, contribuyeron a definir en las mentes de su audiencia
angloamericana lo que había representado la rebelión bóxer y la naturaleza de la
«noble empresa» de Occidente en China (ibíd.: 325).
Por la parte china, diversos estudios recientes (Wasserstrom, 1987; Cohen, 1992,
1997) han mostrado cómo las consecuencias simbólicas e historiográficas de los
bóxers han constituido durante todo el siglo XX un «terreno de disputa»; según la
agenda política y cultural de la época, éstos serían condenados o elogiados. Así, para
los intelectuales radicales del Movimiento del Cuatro de Mayo, a finales de la década
de 1910, que criticaban la cultura tradicional y fomentaban los beneficios de la
ciencia «racional» y de las nociones del individualismo occidental (véase capítulo 2),
los bóxers representaron una actitud antiextranjera irracional y supersticiosa, un
punto de vista adoptado por el modernizador Guomindang (Partido Nacionalista) en
las décadas de 1920 y 1930. Por otra parte, el Partido Comunista Chino, en la década
de 1920, adoptó una visión más positiva de los bóxers, considerándolos devotos
patriotas y antiimperialistas; esta mitología «heroica» se haría dominante tras el
establecimiento de la República Popular China, de gobierno comunista, en 1949, y
especialmente durante la Revolución Cultural, a finales de la década de 1960 y
principios de la de 1970. Sólo después de la muerte de Mao Zedong, en 1976, tras la

ebookelo.com - Página 44
cual el PCC iniciaría la reforma del mercado y una interacción más amplia con el
mundo capitalista, los bóxers serían denigrados de nuevo como símbolos de atraso e
ignorancia (Cohen, 1997: 217-219; 224-234; 261-281).

El crepúsculo de la dinastía Qing:


construcción del estado y cambio sociocultural

Con la firma del Protocolo, las fuerzas aliadas finalmente evacuaron Pekín en
septiembre de 1901, si bien las tropas rusas que habían entrado por el noreste
(Manchuria) tras los disturbios de los bóxers no abandonaron el país hasta 1903. La
corte regresó a Pekín desde su exilio interior en enero de 1902, y Cixi, escarmentada,
decidió ahora apoyar un programa de reformas políticas, educativas y militares,
muchas de las cuales se hacían eco de las propuestas de los reformistas de 1898
(aunque, quizás, con distintos objetivos). Como ya hemos señalado, en enero de 1901
se había promulgado un edicto imperial, en nombre tanto del emperador Guangxu
como de la emperatriz viuda Cixi, lamentando la difícil situación del imperio y
prometiendo llevar a cabo reformas institucionales (Bastid, 1988: 3). En el transcurso
de los años siguientes se crearon nuevos ministerios como el Waiwu bu (Ministerio de
Asuntos Exteriores) (Ichiko, 1980: 375); se abolieron los exámenes para la
administración pública, que se reemplazaron por un sistema nacional de escuelas
modernas; se alentaron los estudios en el extranjero (especialmente en Japón), se
inauguró un programa constitucional de cinco años, con el objetivo último de
establecer un parlamento nacional, y se dieron los primeros pasos para construir un
ejército nacional unificado y bien equipado. Otras reformas menos conocidas
emprendidas durante los últimos años de la dinastía incluyeron los primeros intentos
de unificar la moneda y los pesos y medidas, de llevar a cabo la centralización
financiera y presupuestaria, y de empezar a elaborar sendos códigos civil, penal y
comercial nuevos (ibíd.: 403-410). Como veremos más adelante, muchas de estas
reformas, conocidas como xinzheng («nuevas políticas») y destinadas a fortalecer el
gobierno dinástico y a asimilar el apoyo de las elites aristocráticas, iban a volverse en
contra de la dinastía, y, a la larga, acelerarían su caída.
De no menor importancia, sin embargo, fue el hecho de que la última década de
los Qing presenciara considerables cambios socioculturales que trascenderían la
desaparición de la monarquía imperial; algunos de dichos cambios eran el resultado
de reformas institucionales, mientras que otros representaban una evolución de
tendencias que se habían iniciado en la segunda mitad del siglo XIX (Bastid, 1980).
Entre estos cambios a largo plazo se incluían el surgimiento de un proletariado
industrial, la creciente división de las elites tradicionales y la importancia cada vez
mayor del nacionalismo, manifestada por el aumento de la sensibilidad entre un
público cada vez más numeroso frente a las injerencias o los agravios a la soberanía

ebookelo.com - Página 45
nacional.
Aunque los primeros obreros industriales modernos de China fueron los
empleados por los extranjeros en los talleres de reparaciones y el mantenimiento de
los astilleros en los puertos francos (y en Hong Kong) a partir de 1840, así como los
empleados en los arsenales, astilleros y minas establecidos por los funcionarios
encargados del «autofortalecimiento» entre las décadas de 1860 y 1880, de hecho no
se produjo un incremento sustancial de la mano de obra industrial hasta después de la
guerra chino-japonesa de 1894-1895. Ello se debió al hecho de que la paz de
Shimonoseki, que ponía fin a la guerra, además de conceder a Japón privilegios de
los que ya gozaban las demás potencias imperiales, le otorgaba el derecho a
establecer empresas de fabricación en los puertos francos (un derecho que, en virtud
de la «cláusula de nación más favorecida», se extendió automáticamente a las demás
potencias imperiales). Será en estas modernas factorías de propiedad extranjera, así
como en las posteriores empresas chinas establecidas en los puertos francos
(especialmente en Shanghai), donde se pueden detectar los comienzos de un
proletariado industrial. En conjunto, el número de obreros aumentó de 100.000 en
1894 a 661.000 en 1912 (Bastid, 1980: 572); integrado en su mayoría por
trabajadores no cualificados, de origen rural reciente y dividido por sus vínculos con
sus lugares de origen, este proletariado seguía constituyendo sólo una pequeña
proporción de la población obrera total (quizás alrededor del 1 %). A pesar de ello,
entre 1900 y 1910 tuvieron lugar 47 huelgas (36 de ellas en Shanghai),
principalmente como protesta contra los bajos salarios y el carácter arbitrario del
sistema de contratación, en virtud del cual los trabajadores eran reclutados por —y
pasaban a depender de— «patronos» locales empleados por las fábricas (ibtd.: 574);
asimismo, a finales de la década de 1910 y durante toda la de 1920 los obreros
industriales participaron cada vez más en la militancia sindical y los movimientos
políticos.
Así como la transformación de las condiciones económicas contribuyó al
surgimiento de un proletariado naciente, del mismo modo produjo también divisiones
en el seno de la elite aristocrática tradicional, en la medida en que una parte de ésta
adoptó una orientación cada vez más urbana y funcionalmente diferenciada,
dedicándose plenamente a empresas modernas antes que a buscar (o a conservar)
cargos burocráticos (Rankin y Esherick, 1990: 335-336). Algunos historiadores se
han referido a dicho grupo como a una nueva clase «híbrida» de comerciantes-
aristócratas o «aristocracia comercial» (Bastid, 1980: 557; Bastid, 1988: 15-17) y en
realidad el término shenshang («comerciante-aristócrata») se había hecho bastante
común a finales del siglo XIX, si bien en algunas regiones comercialmente más
desarrolladas la fusión social y cultural de las elites comerciantes y aristocráticas se
había dado ya a finales del XVIII (Rankin y Esherick, 1990: 331). Esta aristocracia

ebookelo.com - Página 46
comercial no sólo invertía en empresas modernas y las gestionaba, sino que también
participaba activamente en las nuevas cámaras de comercio aprobadas por la corte en
1904. Al mismo tiempo, las reformas llevadas a cabo por la dinastía tuvieron dos
consecuencias a largo plazo. En primer lugar, erosionaron el monopolio que
tradicionalmente ostentaban los funcionarios-eruditos confucianos en la medida en
que el comercio, la carrera militar y la educación moderna se convirtieron en canales
alternativos para adquirir prestigio y lograr movilidad social. En segundo término,
estimularon aún más la actividad pública de las elites aristocráticas, que ya se había
hecho especialmente evidente en la segunda mitad del siglo XIX; durante la última
década de la dinastía Qing, esta aristocracia activa incrementaría su papel público en
los ámbitos local, provincial e, incluso, nacional.
El incipiente nacionalismo económico que algunos historiadores han percibido
como el fundamento de muchos de los proyectos y propuestas de
«autofortalecimiento» durante la segunda mitad del siglo XIX (véase más atrás) se
hizo más generalizado en los últimos años de la dinastía, en la medida en que un
número cada vez mayor de funcionarios, aristócratas, comerciantes y estudiantes
mostraron una creciente sensibilidad a las cuestiones relacionadas con la soberanía
nacional y asumieron el derecho a opinar sobre los asuntos de política exterior. Esto
se hizo manifiesto de varias formas. La aristocracia y los comerciantes, por ejemplo,
hicieron campaña en favor del retorno de las concesiones mineras y ferroviarias
otorgadas a inversores extranjeros, en lo que pasó a conocerse como Movimiento por
la Recuperación de Derechos (Wright, 1968; Chan, 1977: 127-132). Entre 1895 y
1913 se fundaron 549 empresas fabriles y mineras privadas y semipúblicas de
propiedad china (238 de ellas en el período 1905-1908) (Esherick, 1976: 70-71). En
este esfuerzo, la aristocracia y los comerciantes contaron con el apoyo de los
gobernadores provinciales, cuya administración incluía ahora oficinas de asuntos
exteriores, minas y ferrocarriles. Uno de los más poderosos funcionarios provinciales
de los primeros años del siglo XX fue Zhang Zhidong, partidario de lo que un
historiador ha calificado de «nacionalismo burocrático» (Bays, 1978: 3). Fundador de
modernas empresas (como herrerías e industrias textiles) en las décadas de 1880 y
1890, Zhang, en su calidad de gobernador general de Hunan y Hubei, obtuvo en
1904-1905 el apoyo de la aristocracia y los comerciantes para recuperar los derechos
de concesión para construir el ferrocarril Cantón-Hankou, originariamente cedidos a
la Sociedad de Explotación Chino-Americana, pero que habían caído en manos de un
grupo belga y sus socios franceses y rusos; dado que este mismo grupo tenía la
concesión para construir el resto del ferrocarril, desde Hankou hasta Pekín, Zhang
temía un potencial monopolio extranjero de las comunicaciones norte-sur (ibíd.: 166).
En junio de 1905 Zhang había logrado rescatar la concesión (aunque sólo gracias a la
ayuda de un crédito del gobierno de Hong Kong), un logro que se ha calificado de

ebookelo.com - Página 47
victoria de la soberanía china (ibíd.: 176-177). Aunque muchas de esas empresas
basadas en el «rescate de derechos» posteriormente fracasaron o cayeron en manos
extrajeras a partir de 1910, sería el intento por parte de la dinastía, en mayo de 1911,
de apoderarse (con ayuda de un crédito extranjero) del resto de las compañías
ferroviarias provinciales fundadas a raíz del Movimiento por la Recuperación de
Derechos, lo que desencadenaría la revolución.
En Shandong, los funcionarios lograron entorpecer los esfuerzos de Alemania
para utilizar el territorio arrendado de Qingdao, así como las concesiones ferroviarias
y mineras otorgadas en 1898, para expandir su influencia política y económica en la
provincia (Schrecker, 1971: 140-191). Así, se conservó el control chino de las
instalaciones postales y telegráficas a lo largo del ferrocarril Qingdao-Jinan, y en
1911 se aboliría el monopolio minero alemán en la zona del ferrocarril. El gobierno
Qing intentó también, aunque sin éxito, reducir la influencia japonesa en Manchuria
invitando a participar a Estados Unidos en el desarrollo económico de la región, una
perspectiva que no se iba a ver cumplida, ya que en 1908 el gobierno estadounidense
llegó a un acuerdo con Japón por el que reconocía los intereses de este último país en
la zona (Hunt, 1973); los Qing, no obstante, sí lograron reorganizar la región en 1907,
dividiéndola en tres provincias regulares (Fengtian, Jilin y Heilongjiang), y alentaron
los asentamientos chinos; así, por ejemplo, en 1911 la población de Jilin había
aumentado a cerca de cuatro millones de personas, cinco veces la cifra de 1897
(Bastid, 1980: 583). Más éxito tuvieron los Qing, en sus últimos años, a la hora de
poner fin al comercio del opio (Wright, 1968; Trocki, 1999: 128-131). En un acuerdo
firmado en 1906 con Gran Bretaña, China se comprometía a acabar con el cultivo y el
uso del opio en su país, y Gran Bretaña, a poner fin a sus exportaciones de opio indio
a China en el plazo de diez años. A pesar del escepticismo extranjero, se logró un
éxito considerable a la hora de extirpar el cultivo de opio; así, por ejemplo, Xi Liang,
abanderado mongol, que fue gobernador general de Sichuan (entre 1903 y 1907) y de
Yunnan-Guizhou (entre 1907 y 1909), logró eliminar completamente el cultivo de
opio en estas provincias (Des Forges, 1973: 93-102). Estos resultados obligaron en
1909 a Gran Bretaña a cumplir su parte del tratado e ir reduciendo gradualmente sus
exportaciones de opio durante los siete años siguientes; el último cargamento de opio
indio destinado a China zarpó en febrero de 1913, si bien se produciría un
resurgimiento del cultivo de opio en el país con el advenimiento del dominio de los
señores de la guerra, a finales de la década de 1910 y durante la de 1920.
Finalmente, los últimos años de los Qing presenciaron una mayor participación
pública en los movimientos de protesta como resultado de lo que se percibía como
agravios extranjeros a la soberanía o el prestigio de China. Así, en 1905 la
aristocracia, los comerciantes y los estudiantes organizaron un boicot
antinorteamericano (principalmente en Shanghai y Cantón) para protestar contra el

ebookelo.com - Página 48
maltrato y la discriminación que experimentaban los inmigrantes chinos en Estados
Unidos (Hunt, 1983: 237-239; Tsai, 1983: 106-110). Durante el boicot, los médicos
chinos se negaron a comprar medicamentos norteamericanos y los consumidores
fumaban cigarrillos de fabricación china (Cochran, 1980: 46-48); también las mujeres
desempeñaron un papel al negarse a comprar los «pasteles de luna» (hechos con
harina estadounidense) que tradicionalmente se consumían en el Festival del Medio
Otoño, celebrado con la luna llena, haciendo en su lugar sus propios pasteles de arroz
(Tsai, 1983: 107). El boicot antinorteamericano —al que los funcionarios, inquietos,
finalmente pusieron fin al cabo de varios meses— fue importante no sólo porque
manifestó el surgimiento de una «opinión pública» que hacía oír su voz en los
asuntos exteriores (Iriye, 1967), sino también porque reveló una preocupación y una
comprensión más extendidas por la situación de los chinos que estaban en el
extranjero (a los que ahora se veía como «compatriotas»). Se podría señalar aquí que
el gobierno Qing, en sintonía con su nueva percepción de la cuestión de los chinos en
el extranjero, agasajaba ahora abiertamente a las comunidades de comerciantes
chinos establecidas en otros países (especialmente en el sureste de Asia), alentando a
los empresarios ricos a que invirtieran en las empresas de su país de origen y
concediéndoles títulos honoríficos (Godley, 1981). En 1908 tuvo lugar otro boicot
comercial, esta vez dirigido contra Japón. Cuando el gobierno Qing accedió a la
petición japonesa de una disculpa y de una compensación económica tras la
incautación de un barco japonés por funcionarios chinos que sospechaban que llevaba
armas de contrabando, los estibadores de Hong Kong se negaron a descargar barcos
japoneses, y se organizó un boicot comercial en todo el delta del río de la Perla, en el
sur de Guangdong (Rhoads, 1975: 136). El uso del boicot comercial se convertiría en
un arma bastante notoria en el arsenal del nacionalismo masivo que se desarrolló en
las décadas de 1910 y 1920 para denunciar las acciones y políticas de las potencias
imperiales en China.
También el cambio político, social y cultural se vio estimulado por las reformas
de la dinastía (Ichiko, 1980). El núcleo de este programa de reformas fue el intento de
crear una forma de gobierno constitucional que incluyera asambleas provinciales y un
parlamento nacional. A finales del siglo XIX, los pensadores reformistas habían
empezado a identificar el constitucionalismo como la fuente de la unidad nacional, la
riqueza y la fortaleza de Occidente. Yan Fu (1854-1921), que estudió náutica en
Inglaterra a finales de la década de 1870 y posteriormente tradujo La riqueza de las
naciones, de Adam Smith, y Sobre la libertad, de John Stuart Mill, iba aún más lejos
y sostenía que en Occidente la propia libertad individual había sido el requisito previo
esencial para el logro de un poder y una prosperidad nacionales (Schwartz, 1964).
Algunos historiadores (Kuhn, 1975; Min, 1989) han señalado también, no obstante,
que en aquel momento el debate sobre el constitucionalismo se inspiraba también en

ebookelo.com - Página 49
un ideal autóctono que en el pasado se había opuesto a la práctica del gobierno
burocrático centralizado. Denominado fengjian (literalmente, «enfeudación»), este
concepto, que originariamente aludía a la organización feudal en la antigua historia
de China, a partir del siglo xvn había sido cada vez más utilizado por los estudiosos
para describir un sistema de gobierno en el que la aristocracia local participaba
oficialmente en la administración de sus propios distritos y en el que uno de sus
miembros era magistrado de distrito (los magistrados, designados desde el poder
central, de acuerdo con la «ley de prevención» eran siempre personas no autóctonas
con el fin de evitar la posibilidad de que sus intereses locales superaran a su lealtad al
centro). Así como los partidarios del fengjian sostenían que tal sistema potenciaría la
comunicación entre el monarca y las bases de la aristocracia erudita, y, por tanto,
mejoraría la eficacia del gobierno, del mismo modo Huang Zunxian (1848-1905) —
diplomático y reformador que introdujo el concepto de difang zizhi («autogobierno
local»), inspirándose en los japoneses, en la década de 1890— y Kang Youwei —que
posteriormente popularizaría esta noción en sus escritos— afirmaban que la actividad
y el dinamismo engendrados por las asambleas locales electas (aunque con un
derecho de voto limitado) contribuirían a la construcción de un estado poderoso
(Kuhn, 1975: 272-275; Strand, 1995: 412).
La atracción del constitucionalismo y de lo que se percibía como su vínculo con
el poder nacional experimentó un nuevo empuje con la victoria de Japón en la guerra
ruso-japonesa de 1904-1905. En tanto fue la primera derrota de una potencia
occidental a manos de un país asiático, la victoria japonesa constituyó una fuente de
inspiración para los nacionalistas asiáticos (como, por ejemplo, en la indochina
francesa). En otro sentido, no obstante, en China se percibió como la victoria del
constitucionalismo sobre la autocracia. En 1889 el emperador Meiji de Japón había
promulgado una constitución, estableciendo una dieta nacional que complementaba a
las asambleas deliberativas de las prefecturas, ciudades y aldeas ya creadas en 1879-
1880. Para los funcionarios Qing, sin embargo, la victoria de Japón mostraba
claramente los beneficios del gobierno constitucional a la hora de cimentar la unidad
entre el soberano y el pueblo, y de sentar las bases para la creación de un estado rico
y militarmente poderoso. Habría que señalar, no obstante, que los resultados
concretos de la victoria de Japón no auguraban nada bueno en lo que se refería China.
Japón había ido a la guerra en 1904 como respuesta a lo que se percibía como una
amenaza rusa a su presencia dominante en Corea, pero el tratado de Portsmouth
(1905), que puso fin a la guerra, no sólo confirmaba la hegemonía japonesa en Corea,
sino que también aprobaba la cesión a Japón del territorio arrendado a Rusia en la
península de Liaodong, en el sur de Manchuria (conocido por los japoneses como
arrendamiento de Kwantung), así como del Ferrocarril Surmanchuriano, de propiedad
rusa, ambos cedidos originariamente a Rusia por el gobierno Qing en 1898. Por

ebookelo.com - Página 50
primera vez Japón adquiría una presencia militar y política en el territorio chino, y en
los años posteriores trataría activamente de aumentar sus intereses y su presencia en
dicha región (véase capítulo 4).
No mucho después de la guerra ruso-japonesa, la dinastía Qing envió misiones
oficiales al extranjero para investigar la situación política tanto en Japón como en
Occidente (Ichiko, 1980: 388-402), si bien se había decidido ya elaborar una
constitución y lo único que faltaba por decidir era cómo y cuándo (Meienberger,
1980: 39-40). Tras el retorno de las misiones en 1906, se promulgó un edicto imperial
proclamando la necesidad de establecer un gobierno constitucional. Al mismo
tiempo, las recién establecidas juntas de Asuntos Exteriores (1901), Comercio (1903)
y Policía (1905) se transformaron en ministerios de gobierno al estilo occidental (a
diferencia de las juntas del gobierno central tradicionales, estos ministerios contarían
con un único presidente, y no se haría diferenciación entre los manchúes y los han).
En 1908 se formularon planes para un programa de «preparación» de nueve años
(Fincher, 1981: 80). En 1909 se habrían de establecer asambleas provinciales, y en
1910 se convocaría una asamblea nacional (la mitad de cuyos miembros serían
designados por el trono, mientras que la otra mitad serían elegidos por las asambleas
provinciales). El punto culminante del programa sería el establecimiento de un
parlamento nacional, en 1917, basado en elecciones en toda la nación.
Asimismo, se estipuló la gradual consolidación del autogobierno local a partir de
1909, que comportaría el establecimiento de consejos electos (en los que tanto los
electores como las personas susceptibies de ser elegidas podían ser cualesquiera
varones que supieran leer y escribir, de más de veinticuatro años de edad, y que
llevaran residiendo en la zona al menos tres años), con competencias en los ámbitos
de los distritos y las ciudades; para cuando cayó la dinastía, en 1911, se habían
elegido ya 5.000 de dichos consejos, a pesar de que los reglamentos oficiales habían
establecido que no se empezarían a elegir los primeros consejos hasta 1912-1913
(Thompson, 1995: 86, 110). La dinastía se inspiró en medidas previamente
introducidas por los funcionarios provinciales. Así, por ejemplo, ya en 1902 Zhao
Erxun, gobernador de la provincia de Shanxi, había propuesto agrupar las aldeas o las
ciudades pequeñas bajo la autoridad de un jefe local electo, con el fin de permitir una
mayor participación local de las elites rurales en la administración (ibíd.: 23-29),
mientras que en 1907 Yuan Shikai, gobernador general de Zhili, aprobó la creación de
un consejo municipal electo en Tianjin (Fincher, 1981: 41). La aprobación oficial del
autogobierno local se vio impulsada, en gran medida, por la necesidad de hacer
participar a las elites aristocráticas y comerciales en la gestión de los nuevos servicios
e instituciones públicos. Así, en Shanghai el autogobierno municipal surgió
inicialmente en 1905, en la forma de la Junta de Obras Generales (zong gong ju),
destinada a supervisar el mantenimiento de carreteras, el suministro de electricidad y

ebookelo.com - Página 51
la dirección de una fuerza policial. Combinando papeles ejecutivos y legislativos, la
Junta estaba integrada por cincuenta miembros titulados aristócratas y comerciantes
de la Cámara de Comercio de Shanghai. En 1907, el derecho a votar a los miembros
de la Junta se amplió a todos los residentes con cinco años de permanencia que
pagaran cierta cantidad en impuestos locales (Elvin, 1969).
Para la dinastía Qing, esta forma de gobierno constitucional no significaba en
absoluto una injerencia en la soberanía imperial. Inspirado en el ejemplo japonés, el
borrador constitucional Qing otorgaba al emperador el poder de convocar y disolver
el parlamento, aprobar leyes y nombrar ministros; además, aunque el parlamento
elaboraría los proyectos de ley y aconsejaría al emperador, y también podría
incapacitar a los ministros, no desempeñaría papel alguno en los asuntos militares o
extranjeros, que seguirían siendo prerrogativa del emperador (Ichiko, 1980: 397;
Meienberger, 1980: 82-87). No obstante, un historiador ha señalado que el programa
de 1908 marcaba una ruptura fundamental en las percepciones de la monarquía, en
tanto que la definición constitucional de la autoridad imperial reemplazaba ahora a
otras creencias más tradicionales relativas a su naturaleza religiosa y sagrada (Bastid,
1987). Dicha ruptura era la culminación de la transformación de las actitudes
oficiales que precedió a este debate surgido a principios del siglo XX en torno a la
necesidad de establecer una constitución y debido a las presiones externas. Una serie
de crisis de sucesión desencadenadas a partir de 1861 habían llevado a que se
concediera menos importancia a los aspectos rituales de la monarquía, y a que se
produjera una creciente aceptación del hecho de que la autoridad imperial no era
única e indivisible; entre 1861 y 1873, por ejemplo, hubo un gobierno colectivo de
dos emperatrices viudas que actuaron como regentes del joven emperador Tongzhi,
mientras que a partir de 1899 la autoridad imperial prácticamente se compartía entre
el emperador Guangxu y su tía, la emperatriz viuda Cixi, a pesar de que esta última se
había «retirado» oficialmente como regente cuando el emperador alcanzó la mayoría
de edad (Kwong, 1984: 17-28). A finales del siglo XIX la autoridad imperial se
percibía cada vez más como un instrumento del estado y como una institución
política racional, y estos presupuestos adquirieron su fundamento reglamentario en el
programa constitucional de 1908 (Bastid, 1987: 180-183).
En resumidas cuentas, el programa constitucional Qing aspiraba a captar el apoyo
de las elites aristocráticas, expresado en la tan repetida necesidad de una constitución
que «pusiera de acuerdo al soberano y al pueblo» (shangxia yixin) y reforzara los
fundamentos del gobierno dinástico; también preveía que las asambleas provinciales
contrarrestarían la influencia de los gobernadores provinciales. Sin embargo, y a
pesar de las esperanzas de la dinastía, el experimento de las asambleas provinciales
tendría consecuencias muy distintas. Aunque las elecciones de 1909 para dichas
asambleas (las primeras en la historia china, celebradas en dos fases, en las cuales los

ebookelo.com - Página 52
candidatos elegidos en cada distrito posteriormente eligieron entre ellos mismos a los
miembros de la asamblea) se basaron en un derecho de voto bastante restringido
(limitado a los varones residentes, mayores de veinticinco años de edad, que tuvieran
títulos académicos y/o que poseyeran una cierta cantidad de capital o propiedades), se
ha calculado que votaron alrededor de un millón de personas de un electorado de 1,7
millones (lo que equivalía al 0,4 % de la población total) (Ichiko, 1980: 398-400;
Fincher, 1981: 112-115). La mayoría de las personas elegidas eran miembros de la
elite titulada tradicional, y la mayor parte de los presidentes de asamblea poseían el
jinshi, el título más elevado en los tradicionales exámenes para la administración
pública. Estos hombres veían en las asambleas (diseñadas principalmente como
organismos asesores) una plataforma para ampliar y legitimar su participación en los
asuntos públicos; casi de inmediato las asambleas chocaron con los gobernadores
provinciales en las cuestiones presupuestarias y afirmaron su derecho a pronunciarse
sobre la política exterior de la dinastía Qing, criticando la incapacidad de la corte para
contener la marea de incursiones económicas extranjeras en China (Esherick, 1976:
99-100). La asamblea provincial de Fujian aprobó resoluciones que restringían los
derechos de los extranjeros a tener propiedades fuera de los puertos francos, mientras
que las asambleas de Hunan y Hubei condenaron el uso de créditos extranjeros en la
construcción de líneas férreas (Fincher, 1981: 133-136). Un estudio sobre las
provincias de Hunan y Hubei en ese período ha señalado que las asambleas fueron la
expresión institucional del poder político de una «elite reformista urbana»; aunque
progresistas y nacionalistas en cuanto defendieron la reforma social y el desarrollo
económico autóctono, eran también enormemente elitistas, temerosas de las
perturbaciones populares de la ley y el orden, y cada vez más distanciadas del interior
rural (Esherick, 1976: 91, 104-105). Las asambleas coordinaron también, en 1910,
una campaña pidiendo que se acelerara la creación de un parlamento nacional, una
demanda aceptada a regañadientes por la corte, que a principios de 1911 anunció que
el planeado parlamento se abriría en 1913 (Fincher, 1981: 149). En la medida en que
los miembros aristócratas de las asambleas provinciales vieron cada vez más la corte
como un obstáculo a sus ambiciones políticas y económicas, se fueron distanciando
progresivamente de la dinastía.
También las reformas educativas tendrían consecuencias inesperadas para los
Qing. Después de varios años de peticiones por parte de funcionarios reformistas
como Yuan Shikai y Zhang Zhidong, los tradicionales exámenes para la
administración pública —que, basados en la memorización de los textos confucianos,
se juzgaban inadecuados para preparar al país para los desafíos del momento—
fueron abolidos en 1905; dado que estos exámenes se habían utilizado para reclutar
directamente a los miembros de la burocracia, se rompía así el estrecho vínculo entre
erudición y servicio público, permitiendo el surgimiento de una intelligentsia más

ebookelo.com - Página 53
independiente (si bien durante todo el siglo XX los intelectuales, como sus
predecesores de la aristocracia erudita confuciana, seguirían percibiéndose a sí
mismos como los guardianes morales de la sociedad). A partir de entonces la atención
se centraría en la creación de un sistema de enseñanza en tres niveles, con escuelas
primarias, secundarias y superiores, supervisado por una Junta de Educación (xuebu)
establecida el año anterior. En realidad, hacía ya varios años que los miembros más
activos de la aristocracia patrocinaban escuelas modernas, y el sistema que se
desarrollaría a partir de 1905 comprendería escuelas «oficiales», «públicas» (es decir,
patrocinadas por la aristocracia) y «privadas». El número de escuelas modernas
aumentó de cerca de 36.000 en 1907 (con una matriculación de un millón de
alumnos) a cerca de 87.000 (con tres millones de alumnos matriculados) en 1912
(Bastid, 1980: 560; 1988: 68). Antes de 1905 se habían creado también varias
escuelas femeninas privadas, aunque hasta 1907 la corte no aprobó oficialmente la
educación femenina (y sólo en escuelas primarias separadas y en escuelas de
magisterio); la inquietud conservadora respecto a los beneficios de la educación
pública de las mujeres (tradicionalmente, las hijas de las familias de las elites habían
sido educadas en el hogar familiar) persistiría durante los últimos años de la dinastía
y los primeros de la República (Bailey, 2001). Sin embargo, el número de alumnas
femeninas de las escuelas modernas se incrementó de cerca de 2.000 en 1907 a poco
más de 141.000 en 1912-1913 (ibíd.). La enseñanza secundaria y superior femeninas
se aprobarían oficialmente en 1912 y 1919, respectivamente.
Como indicaban los objetivos educativos publicados por la Junta de Educación en
1906, la dinastía preveía que las escuelas modernas fomentaran la lealtad, la
disciplina y la unidad (Borthwick, 1983: 129; Bailey, 1990: 36-41). Las elites
aristocráticas participaron entusiásticamente en la fundación de nuevas escuelas
(entre las que se incluían una amplia variedad de escuelas a tiempo parcial,
profesionales y de alfabetización), haciendo hincapié en su función formativa de unas
masas trabajadoras y económicamente productivas a las que se despojaba de sus
creencias «atrasadas» y «supersticiosas» (Bailey, 1990: 72-79). Sin embargo, y al
igual que ocurriera con las reformas constitucionales, dichas actividades
proporcionaron también a las elites aristocráticas nuevas oportunidades para expandir
sus papeles públicos. Así, establecieron sus propias asociaciones educativas (de las
que en 1909 había 723, con un total de 48.432 miembros) (Bastid, 1980: 562)
destinadas a fomentar y coordinar una amplia gama de iniciativas que incluían la
publicación de libros de texto y la elaboración de currículos escolares, así como la
fundación de nuevas escuelas. Un destacado ejemplo de la nueva clase aristocrática-
comercial que participó en la reforma constitucional y educativa fue Zhang Jian
(1853-1926). Zhang, que abandonó su incipiente carrera de funcionario tras obtener
el título metropolitano, invirtió en empresas modernas (como una fábrica de hilados

ebookelo.com - Página 54
de algodón) y estableció escuelas primarias y de magisterio en su distrito de
residencia, Nantong (en la provincia de Jiangsu). Asimismo, presidió la asociación
educativa provincial, y, en su calidad de presidente de la asamblea provincial de
Jiangsu, en 1909 invitó a representantes de otras asambleas provinciales a reunirse en
Shanghai y crear la Asociación de Camaradas Peticionarios de un Parlamento
Nacional (guohui qingyuan tongzhi hui), que encabezaría la campaña para que se
acelerara la convocatoria del parlamento. Aunque los aristócratas más activos como
Zhang se mostraron dispuestos a colaborar con los funcionarios durante los primeros
años de la reforma, cuando se hizo evidente que la corte deseaba controlar y restringir
sus actividades, en los últimos años de la dinastía, dicha cooperación se desvaneció y
fue reemplazada por la desconfianza y el recelo mutuos (Bastid, 1988: 19-28, 33-43,
50-73).
Asimismo, y para consternación de la dinastía, las propias escuelas modernas se
convirtieron en focos de trastornos y de malestar (Borthwick, 1983: 141-150; Bailey,
164-165). Los últimos años de la dinastía presenciaron una serie de huelgas y
protestas estudiantiles, a las que la prensa contemporánea aludía como una «marea
estudiantil» (xuechao). Algunas de ellas se debían a la insatisfacción con la calidad
del personal docente o a las malas condiciones de trabajo de las escuelas, mientras
que otras tuvieron un carácter más político, expresando una crítica a la política
exterior de la dinastía. Asimismo, los estudiantes que volvían de Japón para ocupar
puestos docentes actuaban como canales de la propaganda antimanchú y republicana.
Aunque en el pasado las periódicas convocatorias de candidatos para realizar los
exámenes para la administración pública habían sido a veces ocasión para realizar
protestas de diversos tipos (el ejemplo más reciente de ello se había dado en 1895,
cuando Kang Youwei y otros aprovecharon los exámenes metropolitanos para
expresar su consternación ante los términos de la Paz de Shimonoseki), en el siglo XX
la protesta estudiantil emanada de las escuelas modernas se iba a convertir en un
fenómeno mucho más generalizado y frecuente, lo cual, según señala un reciente
estudio, «ayudó a cambiar el curso de la historia china» (Wasserstrom, 1991: 293).
Irónicamente, la promoción de los estudios en el extranjero, concretamente en
Japón, constituyó otro rasgo importante de las reformas educativas de la dinastía.
Originada como una iniciativa patrocinada por el gobierno en 1896, cuando trece
estudiantes viajaron a Japón y se matricularon en la Escuela de Magisterio de Tokio,
la posibilidad de realizar estudios en Japón atrajo rápidamente a un creciente número
de miembros de la clase de los funcionarios-eruditos. En lo que se ha descrito como
la primera emigración a gran escala (en su mayor parte no regulada) de estudiantes al
extranjero de todo el mundo (Harrell, 1992: 2), en 1905-1906 hasta un total de 9.000
estudiantes chinos se matricularon en varias instituciones educativas japonesas
(aunque después de esa fecha su número se fue reduciendo poco a poco). Algunos de

ebookelo.com - Página 55
ellos lo hicieron gracias a estipendios del gobierno, pero la mayoría se financiaron
con sus propios recursos (Jansen, 1980: 348-353). Para los funcionarios japoneses,
ese fenómeno representó una oportunidad para incrementar la influencia de Japón en
la futura elite china; también era esta una época marcada por el creciente interés
japonés en forjar vínculos culturales más extensos con China, en sintonía no sólo con
los ideales panasiáticos, sino también con lo que Japón percibía como la necesidad de
ejercer en China un papel más destacado (Harrell, 1992: 20-30). En ciertos aspectos,
el ejemplo de Japón lo seguirían más tarde Estados Unidos (véase más atrás) y
Francia (véase capítulo 2), que asimismo percibían una relación directa entre el
incremento de la interacción educativa y la potenciación global de su influencia
política y económica en China. De hecho, diversos estudios recientes (por ejemplo,
Reynolds, 1993) han subrayado el importante papel que desempeñó Japón en las
últimas reformas de la dinastía Qing. Así, se empleó a maestros y a asesores
educativos japoneses tanto en las modernas escuelas como en la administración del
sistema de enseñanza (hasta 424 en 1909), mientras que el gobierno Qing utilizó
también a expertos japoneses en su reforma de la justicia y de la policía (ibíd.: 68-
102; 162-169). Para la dinastía Qing, estudiar en Japón constituía la forma más eficaz
y económica de adquirir conocimientos occidentales (al utilizar las numerosas
traducciones japonesas de las obras de Occidente, que introducían conceptos políticos
y términos tecnológicos nuevos) y de cultivar un futuro cuerpo de administradores
entregados y competentes; asimismo, se percibía a Japón como un positivo ejemplo
de país asiático que había descubierto satisfactoriamente los secretos del poder
occidental sin abandonar su propia identidad (Harrell, 1992: 47).
En última instancia, sin embargo, las esperanzas de la dinastía no se verían
satisfechas (como tampoco las de Japón). Muchos de los estudiantes chinos que
fueron a Japón se distanciaron de la dinastía mientras, al mismo tiempo, adoptaban
actitudes ambivalentes respecto a este país; y muy pocos regresaron convertidos en
entusiastas partidarios de los ideales panasiáticos inspirados por Japón (ibíd.: 58).
Estos estudiantes provenían de todas las provincias de China (excepto de la remota
provincia occidental de Gansu), y en su mayor parte eran los vástagos masculinos de
las familias de los funcionarios-eruditos, si bien en aquella época llegaron a ir
también a Japón hasta un centenar de estudiantes femeninas (ibíd.: 72-73). Por
primera vez un elevado número de personas procedentes de distintas regiones de
China pudieron formar grupos estrechamente unidos, contribuyendo de ese modo al
desarrollo de una conciencia nacional. También los sentimientos de solidaridad se
vieron estimulados por la falta de interacción con la sociedad anfitriona;
posteriormente muchos estudiantes recordarían las humillantes mofas que sufrieron a
manos de sus anfitriones japoneses: en particular sus largas coletas y túnicas fueron
objeto de condescendientes burlas. Expuestos a las ideas occidentales de la

ebookelo.com - Página 56
democracia y el republicanismo a través de su lectura de las traducciones japonesas,
los estudiantes chinos se politizaron, produciendo sus propios periódicos y creando
asociaciones que les proporcionaron sus primeras experiencias de discursos públicos,
debate político y creación de organizaciones (ibíd.: 89). En lo que constituyó un gesto
enormemente simbólico, muchos estudiantes se cortaron la coleta. Y también
participaron en huelgas y protestas, reflejando su postura cada vez más crítica con la
dinastía Qing por su política de apaciguamiento frente a las potencias extranjeras, así
como con el gobierno japonés por sus intentos de restringir sus actividades y
movimientos. Fueron esos mismos estudiantes quienes a su regreso ayudaron a
difundir las ideas radicales a través de las escuelas modernas o de las nuevas
unidades del ejército; algunos participaron también en actividades más abiertamente
anti-Qing.
Una de las figuras más célebres en este último grupo fue Qiu Jin (1875-1907),
que posteriormente sería elogiada como la primera mártir revolucionaria china. Qiu
Jin había sido una de las aproximadamente cien mujeres chinas que fueron a Japón en
los primeros años del siglo XX y que mientras estuvieron allí se convirtieron en
activas partidarias de la causa anti-Qing, además de fundar varios periódicos
femeninos. Dichos periódicos formaban parte de una naciente prensa femenina china
surgida tanto en Japón como en Shanghai —en sí misma un acontecimiento
significativo, dado que por primera vez había periódicos fundados y editados por
mujeres—, que a menudo racionalizaba sus exigencias relativas a la igualdad de
sexos enmarcándolas instrumentalmente en el fortalecimiento del país (Beahan,
1975). La propia Qiu Jin, en los periódicos que editaba, llamaba a las mujeres a
participar en la revolución nacional contra los manchúes como un medio para lograr
la emancipación (Rankin, 1975). A su regreso a China continuó con sus actividades
radicales mientras dirigía una escuela femenina local en Shaoxing (provincia de
Zhejiang); fue detenida y ejecutada en 1907 tras participar en una abortada revuelta
contra los Qing (Spence, 1982: 50-60; Wills, 1994: 306-310).
La tercera característica de las reformas de la última época de la dinastía Qing fue
la creación de nuevas unidades militares. Los primeros «ejércitos modernos»
(dotados de armas, organización e instrucción al estilo occidental) se habían
organizado en 1895-1896 inmediatamente después de la guerra chino-japonesa
(McCord, 1993: 33). Uno de ellos, el Ejército Recién Creado (xinjian lujun), bajo el
mando de Yuan Shikai (1859-1916), se convertiría en el núcleo de la mayor y más
poderosa unidad militar moderna del país, el Ejército Beiyang («septentrional»),
oficialmente creado en 1904. La experiencia militar y administrativa de Yuan (que no
había superado el nivel más bajo de los exámenes para la administración pública) le
valió su nombramiento como gobernador de Shandong en 1899 y, a partir de 1901,
como gobernador general de Zhili. No obstante, es importante señalar que, aunque

ebookelo.com - Página 57
Yuan fue el principal comandante del Ejército Beiyang, éste no era un ejército de
ámbito regional sometido a su control personal, y, por tanto, en rigor no se puede
decir que fuera el precursor de las fuerzas de los señores de la guerra típicas de la
década de 1920 (ibíd.: 36-37). Como ha mostrado un estudio sobre la administración
en Zhili, la corte no sólo aprobó la creación del Ejército Beiyang, sino que también
mantuvo el control financiero y administrativo sobre él (Mackinnon, 1980: 56-59, 72,
90-107). Así, con frecuencia se transferían comandantes de división y se reclutaban
oficiales de rango medio (basándose en la cualificación, antes que en las relaciones
personales) ajenos a la academia de formación de oficiales que Yuan había
establecido en Baoding, en 1902. En última instancia, el poder de Yuan (y su
capacidad para obtener fondos) se basaba en su posición en la capital, donde
ostentaba a la vez sendos cargos en dos nuevas instituciones del gobierno central: la
Oficina de Asuntos de Gobierno (establecida en 1901 para planificar la reforma
institucional) y la Oficina de Reorganización Militar (establecida en 1903 para
supervisar las fuerzas militares en las provincias y planificar la creación de nuevas
unidades del ejército).
En 1906 la Oficina de Reorganización Militar se convirtió en el Ministerio de la
Guerra, que ordenó la formación de treinta y seis nuevas divisiones del ejército (dos
por cada provincia) durante los diez años siguientes. El intento de la corte de
centralizar el control militar (especialmente dado que el Ministerio de la Guerra
estaba dirigido por manchúes) despertó los recelos de una aristocracia provincial cada
vez más distanciada, además de dar un nuevo impulso a la propaganda antimanchú
entre los revolucionarios republicanos chinos en Japón (véase más adelante). Al final,
sin embargo, la corte fracasó en su intento de crear un sistema militar unificado
(McCord, 1993: 45). En vísperas de la revolución de 1911, las diecisiete divisiones (y
varias brigadas) del Nuevo Ejército que se habían creado se concentraban en las
capitales provinciales y, en general, disfrutaban de mejores condiciones de trabajo
que las fuerzas más tradicionales, desperdigadas fuera de los principales centros
urbanos (Fung, 1980: 23-32).
Junto con la formación de las divisiones del Nuevo Ejército se llevó a cabo un
intento de fomentar una imagen más positiva de los militares, a los que
tradicionalmente no se tenía en gran estima en comparación con la burocracia de la
administración pública, más prestigiosa. Uno de los objetivos educativos de las
nuevas escuelas anunciadas en 1906 era la promoción de un espíritu marcial
(shangwu zhuyi) que exaltara los ideales militares del valor y la disciplina (ibíd.: 92-
99), y la instrucción de estilo militar se convertiría en un importante aspecto de la
vida escolar. En la medida en que se fue retratando cada vez más al ejército como una
institución clave que contribuía al «autofortalecimiento» nacional, se empezó a
contemplar la carrera militar como una alternativa respetable a la del funcionariado

ebookelo.com - Página 58
público, la cual, además, posibilitaba la movilidad ascendente. Muchos titulados y
vástagos de las familias de los funcionarios-eruditos se alistaron en las unidades del
Nuevo Ejército; pero también, y de manera más significativa, muchos de los que
descollaron en las filas (y que habrían de convertirse en prominentes señores de la
guerra durante la década de 1920) tenían un origen social humilde. También se
enviaron, a partir de 1898, estudiantes militares a Japón. En 1903 se estableció en
Japón la Shinbu Gakko (Escuela Militar), exclusivamente para estudiantes militares
chinos: allí se formarían hasta un millar de ellos hasta que se cerró la escuela, en
1914. Asimismo, entre 1900 y 1911 cerca de setecientos estudiantes chinos entraron
en la más prestigiosa Shikan Gakko, una academia japonesa de formación de oficiales
de rango medio (Reynolds, 1993: 153). Al igual que sus equivalentes civiles, muchos
de estos estudiantes militares se vieron influidos por el republicanismo anti-Qing
durante su estancia en Japón (Sutton, 1980: 45-51), y a su regreso formaron
asociaciones cuasi-políticas y establecieron contactos con revolucionarios
republicanos. A pesar de que en el período final de la dinastía no se logró el propósito
original de crear divisiones íntegras para cada provincia, no fue casualidad que el
motín militar que desencadenó la revolución de 1911 estallara en el seno de una de
las politizadas unidades del Nuevo Ejército. Esta unidad era el Nuevo Ejército de
Hubei (que comprendía la VIII División y la XXI Brigada Mixta), una de las mayores
del sur de China y en la que la politización de las tropas constituía un fenómeno
común desde 1904.
En 1911 hasta una tercera parte de los integrantes del Nuevo Ejército de Hubei se
habían reclutado en las organizaciones revolucionarias que habían empezado a surgir
a partir de 1908 (Fung, 1980: 121-131; McCord, 1993: 63). La politización, cada vez
mayor, se vio alimentada además por un creciente descontento debido a los recortes
salariales y a las escasas perspectivas profesionales (Esherick, 1976: 149-153; Fung,
1980: 142-143).
Como han señalado varios historiadores (por ejemplo, Duara, 1988; Thompson,
1995), las últimas reformas de los Qing contribuyeron al proceso de construcción de
un estado moderno. Las iniciativas gubernamentales relativas a autogobierno,
educación, organización policial y salud pública (Benedict, 1996: 150-164) dieron
como resultado la creación de numerosas instituciones oficiales y semioficiales que
representaron una penetración aún más acentuada del estado en la sociedad. Sin
embargo, para poder financiar dichas instituciones se establecieron diversos
impuestos nuevos, a la vez que se aumentaron los recargos sobre la contribución
territorial. Dado que el peso de estos aumentos impositivos recayó en los grupos más
pobres de la sociedad (principalmente en el campesinado), y en quienes menos
probabilidades tenían de beneficiarse de las reformas (Esherick, 1976: 106-107;
Mackinnon, 1980: 150-159), los últimos años de la dinastía presenciaron una serie de

ebookelo.com - Página 59
revueltas tributarias locales (Bernhardt, 1992: 147-148; 156-159) en las que las
propias nuevas instituciones fueron físicamente atacadas; las oficinas de autogobierno
local y las nuevas escuelas, por ejemplo, fueron con frecuencia el blanco de las iras
de la multitud. Como ha mostrado un reciente estudio (Prazniak, 1999), esta
oposición a las últimas reformas de la dinastía Qing (y a los aumentos tributarios que
las acompañaron) vino motivada por la genuina inquietud popular ante la amenaza
que planteaban a los medios de subsistencia locales. En un estudio sobre las
provincias de Hunan y Hubei se afirma que tales estallidos populares contra las
reformas suscitaron la preocupación por la ley y el orden entre las elites
aristocráticas, induciéndolas a apoyar la revolución de 1911 con el fin de controlarlos
(Esherick, 1976: 7-8). El descontento popular en los últimos años de la dinastía se vio
exacerbado por las malas cosechas y los desastres naturales, lo que incrementó los
precios de los alimentos y en 1910-1911 desencadenó una situación casi de hambruna
en algunas partes del país.

El movimiento revolucionario republicano

En el contexto de un creciente distanciamiento de la aristocracia y los


comerciantes de la dinastía y el descontento popular frente a las molestas reformas
del gobierno, surgió un movimiento republicano anti-Qing entre los exiliados, los
emigrados y los estudiantes chinos en el extranjero. La principal figura asociada a
este movimiento fue Sun Yat-sen (1866-1925) (Wills, 1994: 310-321). A diferencia
de los líderes del movimiento reformista de 1898, como Kang Youwei y Liang
Qichao, Sun no era miembro de la clase erudita confuciana; provenía de una familia
campesina de la provincia de Guangdong, y recibió una educación occidental a cargo
de misioneros en Honolulu (a donde había emigrado con anterioridad su hermano
mayor). En 1884 fue bautizado como cristiano, y más tarde estudió medicina
occidental en Hong Kong, en 1886-1892 (Schiffrin, 1968: 10-30). Sun fundó su
primera organización antimanchú —Xingzhonghui (Asociación para la Regeneración
de China)— en Honolulu, a finales de 1894; en 1895 se creó una rama de dicha
organización en Hong Kong, época en la que, al parecer, un juramento secreto que
vinculaba a sus miembros propugnaba la creación de una república (Bergére, 1998:
50). Tras un infructuoso intento, en 1895, de fomentar una rebelión en Cantón desde
su base en la cercana Hong Kong (Schiffrin, 1968: 61-97), Sun pasó los dieciséis
años siguientes en el exilio. La fracasada revuelta de Cantón había atraído la atención
de las autoridades Qing sobre la figura de Sun; un año después, mientras estaba en
Londres, Sun obtuvo notoriedad tanto nacional como internacional cuando la
embajada Qing le secuestró con el propósito de llevarle de nuevo a China, donde le
esperaba una ejecución segura. Las amistades británicas que había cultivado
anteriormente en Hong Kong dieron a conocer su situación a la prensa nacional, y la

ebookelo.com - Página 60
protesta desencadenada obligó a la embajada china a liberarle. Sun explotó
hábilmente el incidente describiendo su experiencia (en un libro titulado Secuestrado
en Londres y publicado en 1897) y describiéndose a sí mismo como un valiente e
intrépido revolucionario (Schiffrin, 1968: 105-129; Bergére, 1998: 68).
Al principio, Sun se concentró en buscar el apoyo de las comunidades de
comerciantes chinos de Norteamérica y el Sureste asiático (compitiendo con los
líderes exiliados del movimiento reformista de 1898, que propugnaban una
monarquía constitucional bajo el reinado de Guangxu), así como en establecer
contactos con sociedades secretas tradicionales dentro de China. La mayoría de
dichas sociedades secretas operaban en el centro y sur de China, y se les conocía con
diversos nombres genéricos como las Tríadas o la Sociedad del Cielo y la Tierra.
Originadas en los primeros años de la dinastía Qing, eran asociaciones
fundamentadas en juramentos de hermandad y consagradas a la oposición a los
manchúes y a la restauración de la dinastía china Ming. Con el tiempo se
involucraron también en actividades de bandidaje, contrabando de sal y apuestas
fraudulentas, aunque un estudio reciente (Ownby, 1996) ha subrayado también su
importante papel en el transcurso del siglo XVIII como organizaciones de ayuda mutua
para los miembros más marginados e inseguros de la sociedad en una época de
cambios económicos, demográficos y sociales. Sun confiaba en infiltrarse en dichas
sociedades y en utilizarlas para su revolución republicana; las Tríadas fueron
alistadas para la fracasada rebelión de Cantón, en 1895, y serían reclutadas de nuevo
para otra revuelta, igualmente abortada, realizada en 1900 en el este de Guangdong,
tras un quijotesco e infructuoso intento, en el verano de 1900, de persuadir al
gobernador general Li Hongzhang (a través de intermediarios) de que declarara la
independencia de dicha provincia (Schiffrin, 1968: 181-200). La idea de hacer de la
autonomía o la independencia provincial el camino de la futura unidad y fortaleza
nacionales había sido planteada por primera vez por Liang Qichao en 1897 (véase
más atrás), y se convertiría en un elemento fundamental de la inicial estrategia
revolucionaria de Sun. Asimismo, habría de resurgir a principios de la década de
1920, en forma de la propuesta de una solución federalista a la creciente
fragmentación de China en la crisis del control del gobierno centralizado (Chesneaux,
1969). El uso de mercenarios (es decir, de sociedades secretas) por parte de Sun y su
búsqueda de ayuda exterior (en 1895 había pedido la ayuda de la administración
colonial británica de Hong Kong, y en 1900 había solicitado ayuda a Japón) fueron
otros rasgos característicos de su estrategia revolucionaria (Bergére, 1998: 58).
En 1905, sin embargo, Sun se estaba ganando el apoyo de los estudiantes chinos
en Japón (que anteriormente le habían considerado un cargante pueblerino), y
muchos de ellos se unieron a su nueva organización revolucionaria, la Tongmenghui
(Liga de la Alianza), cuando ésta se formó, en Tokyo, en 1905. La plataforma

ebookelo.com - Página 61
revolucionaria de Sun, conocida más tarde como los Tres Principios del Pueblo
(sanmin zhuyi), abogaba por el nacionalismo (es decir, el «anti-manchuismo»), la
democracia (es decir, la creación de una república) y la mejora de los medios de
subsistencia del pueblo. Sun equiparaba este último principio al socialismo
(refiriéndose específicamente a la «igualación de los derechos sobre la tierra», lo que
incluía gravar los ingresos inmerecidos procedentes de la venta de tierras no
agrícolas), y afirmaba que, al llevar a cabo la revolución política y social
simultáneamente, China podía evitar las manifiestas diferencias de clase
predominantes en el Occidente industrializado contemporáneo. Con el apoyo de los
estudiantes chinos a partir de 1905, Sun, que ahora podía afirmar que encabezaba un
movimiento revolucionario nacional, era el primer líder no aristócrata de un
movimiento político integrado principalmente por intelectuales (Schiffrin, 1968: 8-9;
Bergére, 1998: 1281-129).
Entre 1905 y 1908 estalló un furioso debate entre Sun y sus seguidores, por una
parte, y los partidarios de la monarquía constitucional, como Liang Qichao, por la
otra, en los diversos periódicos que cada bando publicaba en Japón (Gasster, 1980:
495-499). Durante un breve período tras el fracaso de las reformas de 1898, Liang
había denunciado ferozmente a la monarquía Qing, y parecía estar a favor de una
república. Tras una visita a Norteamérica en 1903, en que había condenado el
«atraso» moral de las comunidades chinas que allí vivían, y cediendo a la postura
incondicionalmente monárquica de su mentor, Kang Youwei, Liang regresó al bando
reformista. Mofándose del «antimanchuismo» de los revolucionarios, afirmaba que
los manchúes ya estaban, asimilados, y advertía de la anarquía y el caos que
sobrevendrían si se establecía una república. Para Liang, una monarquía
constitucional (a la que en otras ocasiones había denominado categóricamente
«despotismo ilustrado») era la solución ideal para garantizar el orden y la estabilidad;
su prioridad era la mejora y la expansión de la educación, que habría de formar a un
«nuevo ciudadano» (xinmin), cuyo compromiso con el bien público superaría
cualquier interés provinciano y egoísta. Curiosamente, y en contraste con el
presupuesto de los revolucionarios de que una república obtendría automáticamente
el apoyo exterior, Liang advertía de que lo único que haría sería invitar a una mayor
injerencia extranjera. Sin embargo, dado que la hostilidad a la dinastía Qing iba en
aumento, la llamada a la moderación de Liang se hizo cada vez más impopular entre
los estudiantes chinos radicales en Japón.
Sun participó en otras ocho rebeliones abortadas entre 1905 y 1911, pero en la
época en la que tuvieron lugar las dos últimas (ambas en Cantón, en febrero de 1910
y abril de 1911) sus tácticas revolucionarias habían cambiado. El escaso éxito
anterior con las sociedades secretas le animó a acudir a las unidades del Nuevo
Ejército en busca de apoyo para su causa republicana. Esta estrategia se reveló

ebookelo.com - Página 62
particularmente eficaz en las provincias centrales de Hunan y Hubei, donde los
revolucionarios establecieron contacto con oficiales del ejército politizados y
establecieron asociaciones para difundir la propaganda republicana.
Aunque el movimiento revolucionario de Sun desempeñó un importante papel
propagandístico en la difusión del sentimiento anti-Qing, habría que señalar que la
Tongmenghui no fue nunca una organización unida bajo el liderazgo indiscutible de
Sun. A pesar de que la reciente historiografía nacionalista ha atribuido a Sun y a su
organización el papel predominante en el derrocamiento de los Qing, la Tongmenghui
fue sobre todo una organización que aglomeró a grupos previamente existentes en los
que se daba una amplia variedad de puntos de vista y perspectivas. De hecho, cuando
estalló la revolución de 1911 se había establecido ya una rama separada y
virtualmente independiente en China central; además, prácticamente desde el primer
momento el liderazgo de Sun había sido vigorosamente cuestionado. A veces parecía
que únicamente un crudo «anti-manchuismo» unía a esos distintos grupos. En
muchos aspectos, tal como señalaba Liang Qichao, en los primeros años del siglo XX
los manchúes habían sido ya asimilados. La lengua manchú se había extinguido,
mientras que la proscripción del matrimonio mixto entre manchúes y chinos impuesta
por la dinastía se había abolido en 1902, y todas las diferencias legales entre
manchúes y chinos han se eliminaron en 1907; asimismo, la prohibición impuesta a
los residentes de las guarniciones de las Banderas manchúes de participar en el
comercio y los oficios locales había caído en desuso. Sin embargo, al culpar a los
«bárbaros» manchúes de la debilidad y los problemas de China, los revolucionarios
se involucraron también en la «construcción» de una identidad étnica china han.
Aunque un reciente estudio ha señalado que desde una época anterior existía ya un
sentimiento «racial» de identidad china han (coexistiendo con un «culturalismo» que
explicaba las diferencias entre la gente en función de sus atributos culturales)
(Dikotter, 1992), la propaganda revolucionaria de principios del siglo XX fue mucho
más allá al hacer hincapié en una identidad étnica china han única, homogénea e
intemporal, a menudo descrita en términos de un «linaje» común (zu) (Dikotter, 1997:
9; Chow, 1997: 40).

La revolución de 1911

La propia política del gobierno Qing alimentó la fobia antimanchú. Así, la


sospecha de que la dinastía estaba explotando las reformas para crear una oligarquía
dirigente manchú parecieron verse confirmadas en 1909, cuando se nombró a
príncipes manchúes para dirigir un Consejo de Estado Mayor encargado de supervisar
las unidades del Nuevo Ejército, y en mayo de 1911, cuando se anunció la creación
de un gabinete dominado por manchúes. En mayo de 1911 estallaron en Sichuan
violentas protestas, encabezadas por la aristocracia, cuando la corte anunció su

ebookelo.com - Página 63
intención de utilizar un crédito extranjero para arrebatar la construcción de varias
líneas ferroviarias (incluyendo una futura línea Hankou-Sichuan) de manos de las
compañías de ferrocarriles provinciales en las que habían invertido las elites
aristocráticas. Esto, a su vez, provocó un motín militar en
Wuchang (provincia de Hubei), en octubre. Al motín de Wuchang pronto le
siguieron varias revueltas antidinásticas en las provincias centrales y meridionales,
donde las asambleas provinciales, en alianza con los comandantes del Nuevo Ejército
(muchos de los cuales se autonombraron gobernadores militares), declararon su
independencia de Pekín (Spence, 1999a: 258-263). La corte le pidió a Yuan Shikai
que aplastara la rebelión. Mientras tanto, los representantes de las provincias
meridionales se reunían en Nankín y declaraban su intención de establecer una
república. Sun Yat-sen, que cuando estalló el motín de Wuchang se hallaba en
Estados Unidos recaudando fondos, fue elegido presidente provisional, y cuando
regresó a China, en diciembre de 1911, se le dispensó una calurosa bienvenida.
Tras el sitio de Wuchang por las tropas gubernamentales al mando de Yuan se
produjo una situación de tablas entre las dos fuerzas enfrentadas, y los
revolucionarios trataron de negociar un acuerdo. Sun Yat-sen se ofreció a ceder la
presidencia a Yuan Shikai si éste declaraba abiertamente su apoyo a la república y
prometía acatar una nueva constitución. Los revolucionarios suponían también que
Yuan utilizaría su poder y su influencia para persuadir a la dinastía de que abdicara
(Young, 1968). Sin embargo, se plantearon algunos recelos respecto a este
compromiso. Al fin y al cabo, Yuan Shikai había adquirido su prominencia como
importante funcionario militar y civil de la dinastía Qing. También existía la creencia
generalizada de que Yuan había roto una promesa de apoyo a los reformistas de 1898
al respaldar el golpe de la emperatriz viuda Cixi contra el emperador Guangxu y sus
asesores (Kwong, 1984: 213-214). Tras la muerte de Cixi en 1908, las intrigas de la
corte habían dado como resultado su retiro forzoso. Tras la revuelta de Wuchang, se
pidió a Yuan que mandara las tropas del gobierno y se le nombró primer ministro del
recién creado gabinete.
En cualquier caso, el reconocimiento del hecho de que Yuan mandaba las fuerzas
militares más modernas y mejor equipadas de las que en aquel momento existían en
el país, y el temor real por parte de los revolucionarios de que una prologada guerra
civil podría precipitar la intervención de las potencias para proteger sus intereses
económicos en China, les convencieron de que era necesario un compromiso. Yuan,
por su parte, era muy consciente de que el apoyo a la dinastía se desmoronaba, ya que
en noviembre de 1911 algunas provincias septentrionales se unieron a las del sur
declarándose independientes de Pekín. En febrero de 1912 Yuan obtuvo la abdicación
de la dinastía, y al mes siguiente Sun Yat-sen cedía la presidencia provisional a Yuan
Shikai. Aunque los revolucionarios esperaban que la capital se estableciera en

ebookelo.com - Página 64
Nankín, Yuan logró imponer su voluntad y hacer que fuera Pekín, el centro de su
poder militar.
A la hora de evaluar la naturaleza de la revolución de 1911, es importante señalar
que ésta fue encabezada por las asambleas provinciales (dominadas por la elite de
aristócratas-eruditos que progresivamente se había ido distanciando de la dinastía) en
alianza con los comandantes del Nuevo Ejército (muchos de los cuales se
autonombraron gobernadores militares provinciales). En algunas provincias como
Hunan, el movimiento anti-Qing adquirió un matiz más populista con la participación
de las sociedades secretas, aunque en general la implicación directa de las masas fue
menor, y en el período inmediatamente posterior al derrocamiento de la dinastía el
poder local estuvo firmemente en manos de las elites establecidas. Un estudio ha
descrito la revolución como la victoria de una «elite reformista urbana» que apoyaba
un nuevo orden para preservar sus intereses y mantener la ley y el orden (Esherick,
1976: 259). Por otra parte, se podría señalar que la revolución no representó
simplemente el triunfo de las elites locales sobre el estado, ya que durante los últimos
años de la dinastía tanto el estado como las elites locales se organizaron de nuevas
formas e incrementaron sus recursos. Este proceso de construcción del estado
continuaría a partir de 1911 (Rankin y Esherick, 1990: 343). Tampoco representó la
revolución el comienzo de un «militarismo naciente». Aunque los militares
desempeñaron un papel clave (y al hacerlo legitimaron el uso del poder militar con
objetivos políticos), no constituían una fuerza autónoma, sino más bien uno de los
componente de una coalición más amplia integrada por diversas elites; en el período
inmediatamente posterior a la revolución los comandantes militares no ejercieron
ningún poder personal, y la administración pública siguió en su sitio (McCord, 1993:
77, 79, 82-83).
Por otra parte, aunque los historiadores marxistas chinos han descrito
convencionalmente los acontecimientos de 1911-1912 como una revolución
«burguesa-democrática nacional» (Hsieh, 1975: 42-43), los historiadores occidentales
(por ejemplo, Bergére, 1968) han afirmado que en aquella época la burguesía china
era demasiado débil políticamente y numéricamente insignificante para haber
desempeñado un papel sustancial en la revolución (a pesar de que las comunidades de
comerciantes chinas en el extranjero habían donado fondos al movimiento
revolucionario de Sun Yat-sen, y los comerciantes de Shanghai habían apoyado
económicamente al gobierno revolucionario provisional en Nankín). Incluso la propia
Tongmenghui desempeñó únicamente un papel secundario en los acontecimientos de
1911-1912, si bien algunos de los gobernadores civiles que surgieron en el sur a raíz
de la revolución, como Hu Hanmin, en Guangdong, eran miembros de Tongmenghui.
En ciertos aspectos se podría describir la revolución de 1911 como una revolución
nacionalista (de la variedad étnica), en el sentido de que los revolucionarios

ebookelo.com - Página 65
republicanos justificaron su movimiento como una lucha «racial» librada por una
población china han subyugada contra sus opresores gobernantes «extranjeros», los
manchúes (en el transcurso de la revolución, los manchúes fueron a veces el blanco
concreto de los ataques, y en Xian un gran número de ellos fueron asesinados)
(Spence, 1999a: 261). Sin embargo, a partir de 1912 todos los gobiernos iban a
reivindicar las fronteras del antiguo imperio Qing (que incluía el Tibet y Mongolia)
basándose en los principios occidentales del nacionalismo de estado; y las minorías
étnicas, o bien se considerarían insignificantes, o bien se supondrían «asimilables» a
la cultura de la mayoría china han. En otras palabras: no ser chino no se consideraría
una barrera para la incorporación al estado chino (Townsend, 1996: 16).
Finalmente, el compromiso de 1912 había llevado al poder a una figura
estrechamente asociada al antiguo régimen, cuyo compromiso con la república
resultaba incierto. A pesar de ello, había grandes esperanzas de que la creación de una
república marcaría el comienzo de una nueva era para China; una era en la que ésta se
ganaría el respeto de las potencias extranjeras y en la que se sentarían las bases de
una nación próspera y democrática. Los acontecimientos de la siguiente década, sin
embargo, darían como resultado el desmoronamiento de esas esperanzas y el
surgimiento de nuevas soluciones radicales para abordar la inestabilidad política que
seguía acosando al país.

ebookelo.com - Página 66
Capítulo 2:
LA PRIMERA REPÚBLICA

El fracaso de la primera república y su caída en la corrupción y la desunión se ha


atribuido convencionalmente al oportunismo falto de principios de su primer
presidente, Yuan Shikai, que demostró no comprender el gobierno republicano o
carecer de compromiso alguno con él (véase, por ejemplo, Chen, 1961). Yuan
acabaría por traicionar a la república e intentar restaurar la monarquía en 1915,
atribuyéndose a sí mismo el papel de emperador de una nueva dinastía. Sin embargo,
diversos estudios posteriores sobre Yuan (Young, 1976, 1977, 1983) modifican este
punto de vista, describiéndole como un «conservador modernizador» que intentó sin
éxito reafirmar el control centralizado y, por tanto, invertir la tendencia al
nacionalismo que había surgido durante los últimos años de la dinastía Qing. Por una
parte, la libertad de maniobra de Yuan se vio restringida por la creciente influencia
extranjera sobre la economía —se ha comparado a la China de aquella época con un
país del «Tercer Mundo» luchando por su autonomía (Young, 1977: 4)—, mientras
que, por otra, sus políticas de centralización provocaron la oposición tanto de los
gobernadores provinciales militares como de las elites aristocráticas/comerciales
locales. Otros estudios de este período han destacado asimismo las actividades de los
partidos políticos que surgieron a partir de 1911, afirmando que su carácter
faccionario y su falta de comprensión de los principios del gobierno parlamentario
hicieron tanto como las políticas de Yuan para provocar el desprestigio de la
república (Yu, 1966).
El fracaso de Yuan Shikai a la hora de reafirmar el control centralizado provocó
un período de inestabilidad y desunión en el que el poder político pasó a manos de
caudillos militares provinciales (o «señores de la guerra»). Al mismo tiempo, el
desencanto producido por las perniciosas consecuencias políticas de la revolución
estimuló un movimiento intelectual que buscaba las causas más profundas del fracaso
de la república. En lo que se conoce como Movimiento del Cuatro de Mayo (o de la
Nueva Cultura), una serie de intelectuales radicales condenaron la continua influencia
de los valores culturales «tradicionales», que para ellos explicaban la ausencia de
cualquier cambio sustancial y progresista a partir de 1911. Esta crítica cultural, que
representaba antes la continuidad de algunas tendencias ya manifiestas durante los
últimos años de la dinastía Qing que un fenómeno nuevo, vino acompañada de una
amplia exploración de ideologías de inspiración occidental, de la experimentación
con nuevas formas de literatura y de lenguaje, y de un espectacular aumento del
número de revistas y periódicos publicados en los centros urbanos. De este fermento
cultural e ideológico surgiría el Partido Comunista Chino en 1921, aunque diversos
estudios recientes han subrayado el hecho de que su uniformidad ideológica y su

ebookelo.com - Página 67
identidad organizativa no se alcanzarían hasta varios años después (Dirlik, 1989; Van
de Ven, 1991).

La política en la primera república

La mayoría de los observadores, incluyendo al propio Sun Yat-sen (que en


septiembre de 1912 fue nombrado director de ferrocarriles), suponían que Yuan
Shikai acataría el proceso constitucional. Bajo la constitución provisional aprobada a
principios de 1912, Yuan, como presidente, ostentaba un considerable poder
ejecutivo, pero también había de compartir su responsabilidad con un primer ministro
(a quien había de nombrar el presidente con la conformidad del parlamento) y su
gabinete. Asimismo, a finales de 1912 y comienzos de 1913 también se habían de
celebrar elecciones para un parlamento bicameral y unas nuevas asambleas
provinciales, que habrían de reemplazar a la antigua asamblea nacional y a las
asambleas provinciales convocadas en los últimos años de la dinastía.
La organización prerrevolucionaria de Sun Yat-sen, Tongmenghui, se reorganizó
ahora como un partido político parlamentario, el Guomindang (Partido Nacionalista),
para concurrir a las elecciones prometidas para finales de año. Se formaron otros
partidos políticos, cuyos miembros incluían a ex funcionarios y burócratas asociados
al antiguo régimen, así como a antiguos revolucionarios. Se hacían y deshacían
alianzas entre ellos con asombrosa frecuencia, y tanto su carácter faccionario como su
susceptibilidad a los sobornos del gobierno iban a dañar gravemente la credibilidad
de la política parlamentaria.
Bajo las eficaces dotes de organización de Song Jiaoren (1882-1913), que había
creado la rama de China central de la Tongmenghui antes de 1911, el Guomindang, en
contraste con los demás partidos, emprendió una campaña electoral bien planificada y
coordinada (Liew, 1971). La plataforma del partido defendía la causa del
autogobierno local y propugnaba un poder presidencial limitado, así como la
responsabilidad del consejo de ministros ante el parlamento (Scalapino y Yu, 1985:
347). Las elecciones, en las que participaron más de 300 partidos políticos y tuvieron
derecho a voto 40 millones de personas (Fincher, 1981: 222-223), dieron la victoria al
Guomindang, que se alzó como el mayor partido en ambas cámaras parlamentarias
(Young, 1977: 114). Los gobernadores militares de las provincias de Anhui, Jiangxi y
Guangdong también eran partidarios del Guomindang. Yuan Shikai consideró los
resultados de las elecciones como una amenaza a su propia posición; y no fue
casualidad que en marzo de 1913, un mes antes de la fecha prevista para convocar el
parlamento, Song Jiaoren, que había exigido más que nadie la responsabilidad de los
ministros ante dicha institución, fuera asesinado en Shanghai. Se difundió la creencia
de que el asesinato de Song se había llevado a cabo siguiendo órdenes de Yuan.
Las ya tensas relaciones de Yuan con el Guomindang alcanzaron un punto crítico

ebookelo.com - Página 68
en abril de 1913, debido a la cuestión de los créditos extranjeros. Desde los
comienzos de su presidencia, Yuan se había enfrentado al obstáculo de la falta de
fondos. En 1911 el gobierno central obtenía la mayor parte de sus ingresos de los
derechos aduaneros marítimos, dado que una gran parte de la contribución territorial
y otros impuestos internos se los habían apropiado las provincias; de hecho, la
proporción de ingresos representada por la contribución territorial en relación al total
de la renta del gobierno central había ido disminuyendo constantemente durante todo
el período de la dinastía Qing (Wang, 1973). En el transcurso de la revolución las
potencias extranjeras estrecharon su control sobre las aduanas marítimas, haciéndose
cargo de la recaudación, el depósito bancario y la remisión de los ingresos aduaneros
(hasta 1911, el Servicio Aduanero Marítimo bajo control extranjero simplemente
calculaba los aranceles correctos y se lo comunicaba al gobierno Qing). Dichos
ingresos habían de ser depositados en bancos extranjeros (en los puertos francos), y
luego remitidos al gobierno chino específicamente para devolver los créditos
extranjeros contratados por los Qing antes de 1911 (Feuerwerker, 1983&).
Los ingresos aduaneros se habían de utilizar también como garantía para
cualquier crédito extranjero contratado a partir de 1912; dichos créditos, sin embargo,
se tenían que negociar a través de un consorcio bancario que representaba a seis
potencias: Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Alemania, Rusia y Japón. Este
consorcio, originariamente creado en 1910, bloqueaba en la práctica cualquier intento
por parte del gobierno de Yuan de negociar con bancos extranjeros individuales.
Yuan, ansioso por obtener fondos y el reconocimiento oficial de su régimen por parte
de las potencias, consiguió un «crédito de reorganización» del consorcio, por un
importe de 25 millones de libras esterlinas, en abril de 1913. De esta suma Yuan
recibiría en realidad 21 millones de libras, ya que el crédito estaría integrado por
bonos vendidos a sólo el 90 % de su valor nominal, además de una deducción del 6 %
del total por comisiones. A pesar de ello, se había de devolver íntegramente el capital
original, más un 5 % de interés (Mancall, 1984: 200). Los ingresos procedentes del
impuesto sobre la sal se utilizarían como garantía del préstamo, y, con el fin de
asegurar la eficaz recaudación de dicho impuesto, los extranjeros colaborarían en su
gestión (Feuerwerker, 1983fo). Así, la influencia extranjera en la economía aumentó
aún más (sin embargo, bajo la presidencia de Woodrow Wilson Estados Unidos se
retiró del consorcio como protesta por el hecho de que éste violaba la soberanía
china, si bien las esperanzas chinas de que a partir de ese momento Estados Unidos
defendiera su causa se verían en su mayor parte defraudadas). Como un nuevo
testimonio de la debilidad de la nueva república, en 1913 Yuan se vio obligado a
reconocer oficialmente la autonomía de Mongolia Exterior (confirmada por el tratado
de Kiajta, en 1915) y del Tibet —originariamente parte del imperio Qing, pero que la
nueva república seguía reivindicando como parte de China— antes de que Rusia y

ebookelo.com - Página 69
Gran Bretaña, que tenían intereses estratégicos en ambas regiones, reconocieran
oficialmente al régimen de Yuan (aunque habría que señalar que China no renunció
jamás al control formal sobre el Tibet).
Dado que Yuan había firmado el crédito de reorganización sin consultar al
parlamento, el Guomindang trató de incapacitar al presidente. Yuan eludió la
amenaza, básicamente a través de la manipulación de los demás partidos políticos, y
luego pasó a la ofensiva. En junio de 1913 destituyó a los gobernadores de Jiangxi,
Anhui y Guangdong, todos ellos del Guomindang, y los reemplazó por otros
nombrados por él mismo. En el sur estalló un conflicto armado (conocido como
«segunda revolución») cuando los gobernadores destituidos y sus partidarios del
Guomindang trataron de lanzar una campaña nacional contra Yuan.
La segunda revolución duró apenas tres meses (de julio a septiembre de 1913), y
acabó con la completa derrota de las fuerzas anti-Yuan. La capacidad de éste para
comprar el apoyo de importantes gobernadores militares provinciales, además de la
antipatía generalizada que sentían las elites aristocráticas y comerciales por la
perturbadora influencia del Guomindang, aseguró la derrota de los rebeldes. Sun Yat-
sen, amargamente desengañado, se vio forzado a exiliarse una vez más. En Japón, en
1914, fundó un nuevo partido, el Partido Revolucionario Chino (Zhonghua
gemingdang), que representaba una reacción contra el tipo de partido de amplia base
y abiertamente parlamentario que había sido el Guomindang en 1912. Sun recalcaba
ahora la importancia de la organización de un partido secreto y estrechamente unido
cuyos miembros le juraran lealtad personalmente. Asimismo, mientras que en la etapa
anterior a 1911 Sun había aludido a la necesidad de un período de gobierno militar
transitorio para preparar el camino al gobierno democrático, ahora insistía en que al
gobierno militar le había de suceder un período ilimitado de tutela del partido con el
fin de preparar al pueblo para el gobierno constitucional (Bergére, 1998: 257).
La victoria de Yuan le permitió expandir su control en las provincias, además de
lanzar un ataque frontal a todas las instituciones del autogobierno. Primero logró
coaccionar al parlamento para que le eligiera presidente permanente, en octubre de
1913; a comienzos de 1914 había prohibido el Guomindang y disuelto el parlamento.
También se abolieron las asambleas provinciales y de distrito. Yuan trató asimismo de
aumentar el control de Pekín sobre las provincias nombrando a gobernadores civiles
que contrarrestaran el poder de los gobernadores militares. A partir de 1913 logró que
el gobierno central se adjudicara una proporción mayor de la contribución territorial.
Como parte de su campaña para asegurar el orden público a través de la reafirmación
de valores morales tradicionales como la deferencia y la lealtad, Yuan ordenó que las
escuelas primarias reintegraran los clásicos confucianos al currículo (del que habían
sido eliminados bajo el nuevo sistema escolar promulgado en 1912).
Se ha descrito el régimen de Yuan a partir de 1913 como una «dictadura

ebookelo.com - Página 70
republicana […] construida en torno a los principios de la centralización
administrativa y el orden burocrático» (Young, 1983: 238). Aparte de cierto «reinado
del terror» destinado a intimidar (y exacerbar) a los oponentes y críticos del régimen,
las propias políticas de Yuan chocaron con una creciente oposición, no sólo de los
gobernadores militares provinciales, sino también de diversos grupos de aristócratas y
comerciantes (curiosamente, los mismos que le habían apoyado en 1913); la
abolición de las asambleas locales, las restricciones impuestas a las cámaras de
comercio y los planes para establecer un impuesto gubernamental sobre la renta
alimentaron el resentimiento. En un desesperado intento de desviar la oposición a su
régimen, Yuan Shikai jugó su última baza: en 1915 impulsó una campaña
propugnando la restauración de la monarquía (Scalapino y Yu, 1985: 415). La
campaña, orquestada por los partidarios de Yuan, produjo diversas «peticiones», por
parte de «ciudadanos preocupados», de que Yuan asumiera el Trono del Dragón. Éste,
sin embargo, había cometido un error garrafal. Había supuesto que los meros
símbolos del poder monárquico serían suficientes para cimentar la unidad nacional y
reforzar su poder personal. Pero ya no era posible dar marcha atrás. En 1911 la
monarquía había quedado totalmente desacreditada (al menos entre las elites),
mientras que los gobernadores militares eran demasiado celosos de su recién
adquirido poder para aceptar las pretensiones de un nuevo emperador. Un estudio
clásico sobre el confucianismo y sus vicisitudes en el siglo XX afirma también que el
intento monárquico de Yuan fue una «parodia», en el sentido de que su artificiosa
utilización de los símbolos y procedimientos confucianos durante su entronización,
en 1916, chocaba con las nuevas tendencias políticas e intelectuales que habían
vaciado ya la monarquía tradicional (y el confucianismo) de sus valores universales;
el resultado era que el cínico ardid de Yuan de explotar la tradición le convertía en un
emperador «tradicionalista», antes que en un «emperador auténtico y tradicional»
(Levenson, 1964: 4-20).
Mientras Yuan se disponía a coronarse a sí mismo emperador, a finales de 1915
(bajo el nombre de Hongxian), los gobernadores militares del sur se rebelaban,
declarando a sus provincias independientes de Pekín. Al mismo tiempo, Sun Yat-sen,
financiado por los japoneses, trataba de organizar revueltas en la provincia de
Shandong. Sin embargo, su estrecha relación con los japoneses (y los rumores de que
había ofrecido a Japón futuras concesiones económicas a cambio de ayuda), en una
época en la que existía un amplio sentimiento antijaponés en el país debido a la
actividad cada vez más agresiva de Japón en China (véase el siguiente apartado),
expuso a Sun a ser acusado de traidor a sueldo de un enemigo extranjero. Así, su
campaña se desvaneció rápidamente. Al igual que en 1911-1912, serían los
gobernadores militares provinciales, y no Sun Yat-sen, quienes cosecharían los
beneficios de una revuelta fructífera.

ebookelo.com - Página 71
Temiendo las consecuencia de una guerra civil, las potencias acogieron el plan de
Yuan sin demasiado entusiasmo. Japón, en particular, se mostró hostil, e incluso logró
persuadir a Gran Bretaña y Estados Unidos de que enviaran una nota conjunta
aconsejando que se pospusiera la restauración monárquica. Incluso después de que
Yuan abandonara su plan, en marzo de 1916, las provincias siguieron declarándose
independientes. Sólo su muerte, en junio del mismo año, salvó a Yuan de la
ignominia de verse derrocado. Su conservadurismo innato, su falta de simpatía por
los principios del gobierno constitucional, el trato implacable que dispensó a sus
adversarios políticos, y su cínica manipulación del parlamento, habían supuesto para
la república un golpe del que en realidad jamás se recuperaría. En palabras de un
historiador, el fracaso de Yuan a la hora de movilizar el apoyo social a «una reforma
y una modernización ordenadas», bajo los auspicios de un estado burocrático
centralizado, abrió el camino al uso del poder militar para resolver cuestiones
políticas (Rankin, 1997: 267-268). A partir de 1916, un parlamento impotente y un
gobierno civil débil se iban a convertir cada vez más en meros juguetes de una
sucesión de camarillas de diversos señores de la guerra.

China y la primera guerra mundial

Antes de analizar el fermento cultural conocido como Movimiento del Cuatro de


Mayo y el surgimiento del caudillismo de los señores de la guerra tras la muerte de
Yuan Shikai, es necesario, ante todo, evaluar el impacto que tuvo en China la primera
guerra mundial. Ésta fue una fase crucial en la historia china del siglo XX, dado que
las acciones emprendidas por Japón, Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia
confirmarían la debilidad de este país y mostrarían que los intereses y ambiciones de
las propias potencias tenían prioridad sobre la soberanía territorial de China. La ira y
el desencanto que resultaron de ello ayudarían a alimentar un nacionalismo
antiimperialista aún más intenso, cuyo origen se remontaba ya a los últimos años de
la dinastía Qing.
Cuando estalló la guerra en Europa, en agosto de 1914, Japón expresó de
inmediato su voluntad de acudir en ayuda de su aliada, Gran Bretaña. De acuerdo con
los términos de la alianza anglojaponesa de 1902 (renovada en 1905), el gobierno
japonés se ofreció a declararle la guerra a Alemania, lo que habría proporcionado a
Japón una justificación para atacar los territorios chinos arrendados a dicho país,
centrados en torno al puerto de Qingdao, en la provincia de Shandong. Aunque el
gobierno británico se mostró receptivo ante la idea de ver a la armada japonesa
patrullando las aguas del este de Asia para proteger a los barcos ingleses y
sacrificándose ante un posible ataque alemán, manifestó una actitud más ambivalente
respecto a la posibilidad de contemplar una mayor presencia japonesa en China (Chi,
1970). La victoria de Japón sobre Rusia en 1905 había supuesto ya un aumento de la

ebookelo.com - Página 72
influencia económica del país en Manchuria, y Gran Bretaña, que seguía siendo la
potencia con mayores intereses económicos en China, estaba empezando a ver a
Japón como un posible rival.
Japón, sin embargo, siguió adelante con su ofensiva contra el territorio arrendado
a Alemania. Ignorando la declaración de neutralidad de China, las tropas japonesas
desembarcaron en el norte de Shandong y tomaron Qingdao por tierra. Además de
Qingdao, Alemania había obtenido en 1898 el derecho a construir una línea férrea
desde Qingdao hasta la capital provincial, Jinan, así como a adquirir concesiones
mineras a lo largo de toda la ruta del ferrocarril. A pesar de los intentos de China de
limitar las acciones de Japón, las tropas japonesas pronto avanzaron hacia el interior
desde Qingdao y tomaron el control de toda la línea férrea.
Fue en ese momento cuando Tokyo decidió consolidar y fortalecer la posición de
Japón en China imponiendo a Yuan Shikai las infamantes «Veintiuna Demandas». En
enero de 1915, el embajador japonés en China entregó a Yuan una serie de demandas
que, de haber sido aceptadas en su integridad, habrían convertido China
prácticamente en un protectorado japonés. Entre dichas demandas se incluía no sólo
una ampliación del arrendamiento japonés de Port-Arthur (situado en la península de
Liaodong, en el sur de Manchuria) y del ferrocarril Surmanchuriano, sino también la
concesión de privilegios mineros, comerciales y residenciales en el sur de Manchuria
y Mongolia Interior, el reconocimiento de la presencia dominante de Japón en
Shandong, y la promesa por parte del gobierno chino de no permitir que ninguna zona
de la costa china cayera bajo la influencia de otra potencia. La última serie de
demandas, no obstante, resultaban especialmente ambiciosas: el gobierno chino había
de emplear a asesores políticos y militares japoneses; se crearía una fuerza policial
conjunta chinojaponesa, y China habría de comprar una determinada cantidad de
armas a Japón (Chi, 1970: 32). Yuan Shikai respondió con evasivas, confiando en el
apoyo de Gran Bretaña y Estados Unidos. Aunque ambos países protestaron contra la
última serie de demandas, instando a los japoneses a aceptar que se «pospusieran»,
ninguno de los dos estaba dispuesto a enemistarse con Japón. Por otra parte, el
secretario de Estado norteamericano, William Jennings Bryan, declaró públicamente
en marzo de 1915 que la «contigüidad territorial» creaba unas relaciones especiales
entre Japón y los territorios chinos de Shandong y la Manchuria meridional.
El 25 de mayo de 1915, un día después del que los estudiantes chinos
denominaron «Día de la Humillación Nacional», Yuan firmó las demandas de Japón.
En todas las ciudades importantes del país estallaron manifestaciones antijaponesas
generalizadas, que a menudo tomaron la forma de boicots a los productos japoneses.
A pesar de la inútil advertencia de Estados Unidos de que no reconocería ningún
acuerdo chinojaponés que lesionara la integridad política y territorial de China, en
1917 Japón logró obtener la aprobación de Gran Bretaña y Francia en relación a sus

ebookelo.com - Página 73
pretensiones sobre Shandong; ese mismo año Estados Unidos reconoció de nuevo
que Japón tenía intereses especiales en China debido a la proximidad geográfica de
ambos países (Chi, 1970: 110).
En la confianza de que ahora sus pretensiones sobre Shandong se reconocerían en
cualquier futura conferencia de paz, Japón aceptó colaborar en el intento de Gran
Bretaña de persuadir a China de que declarara la guerra a Alemania. De hecho, en
1914y 1915 Yuan Shikai se había ofrecido a participar militarmente en la guerra en el
bando aliado (proponiendo incluso una expedición china a los Dardanelos) con la
esperanza de evitar la acción militar japonesa contra Alemania en Shandong (Chi,
1970; Bailey, 2000: 181-182). Y Japón se había opuesto a la ideá precisamente por
esa misma razón. Gran Bretaña, por su parte, deseaba que China declarara la guerra a
Alemania simplemente para asegurarse de que las propiedades y los barcos alemanes
en China se requisaran. Ni a Gran Bretaña ni a Estados Unidos les entusiasmaba la
participación militar china (en 1917 se planteó una nueva oferta), principalmente
porque la capacidad de combate china no se valoraba demasiado y había escasez de
navios de transporte.
A pesar de ello, Duan Qirui, que había sido uno de los generales de Yuan Shikai y
que ahora dominaba el gobierno civil en Pekín, era un firme partidario de la alianza
propuesta. Otros, en cambio, temían que, si China declaraba la guerra, Duan
obtendría de los aliados fondos que luego podría utilizar para fortalecer su propia
posición frente a sus adversarios internos. Duan intimidó al parlamento (restaurado
tras la muerte de Yuan) con una exhibición de fuerza militar, y en agosto de 1917 se
declaró la guerra a Alemania. El Guomindang, bajo el liderazgo de Sun Yat-sen,
abandonó Pekín en señal de protesta, y, junto con otros antiguos miembros del
parlamento anterior a 1915, estableció un parlamento meridional alternativo en
Cantón (provincia de Guangdong) (Bergére, 1998: 271-272). A partir de entonces
Sun disputó la legitimidad del gobierno de Pekín y se dispuso a crear su propio
gobierno en el sur, asociado a la protección de la constitución y la defensa de la
república (Rankin, 1997: 269). Quienes apoyaban la declaración de guerra china
esperaban que ésta no sólo aseguraría la participación de China en la futura
conferencia de paz, sino que también daría mayor peso a la demanda china de que se
pusiera fin al sistema de tratados desiguales. Dicha demanda se vio reforzada por el
hecho de que, aunque no se enviaron tropas chinas al frente occidental, a partir de
1916 se permitió a los gobiernos francés y británico reclutar mano de obra china para
realizar trabajos relacionados con la guerra en Francia. Finalmente se reclutaron
alrededor de 150.000 trabajadores; la mayoría de ellos procedían del norte de China
(especialmente de la provincia de Shandong), y mientras estuvieron en Francia
participaron en una amplia variedad de tareas, que iban desde reparar trincheras y
carreteras hasta trabajar en fábricas de maquinaria y armamento, pasando por

ebookelo.com - Página 74
construir aeródromos y enterrar a los muertos de guerra (Bailey, 2000: 182-184).
Las esperanzas chinas de poner fin al sistema de tratados desiguales recibieron
también un nuevo impulso de la inspirada retórica del presidente norteamericano
Woodrow Wilson, quien en 1918 aludió a la necesidad de establecer tras la guerra un
nuevo sistema internacional basado en la diplomacia franca, la igualdad entre las
naciones y la autodeterminación de los pueblos. La conferencia de paz de Versalles,
celebrada en 1919, resultaría una amarga decepción, ya que los nobles ideales de
Wilson chocarían con la realidad concreta de los intereses de las potencias. Aunque
los representantes chinos hubieron de aceptar que las potencias no pusieran fin a la
extraterritorialidad en China ni restauraran la autonomía arancelaria, al menos
esperaban que el territorio arrendado de Qingdao y el ferrocarril Jinan-Qingdao
volvieran al control chino.
Japón, sin embargo, sí logró sostener sus reclamaciones sobre Shandong
aludiendo no sólo a la aprobación que le habían otorgado Gran Bretaña y Francia en
1917, sino también a los tratados secretos de defensa mutua firmados por Tokio y el
gobierno de Duan Qirui en 1918, que reconocían implícitamente la presencia
japonesa en Shandong. Y, lo que es más importante: al igual que había sucedido en
1915, Gran Bretaña y Estados Unidos no estaban dispuestos a comprometerse
plenamente con la causa china y arriesgarse con ello a suscitar la hostilidad de Japón,
convertido ahora en una importante potencia militar y naval en Asia oriental.
Además, el presidente Wilson estaba ansioso por que todas las potencias aliadas
participaran en la propuesta Sociedad de Naciones, y cuando Japón insinuó que
podría no unirse a ella si las concesiones de Shandong se devolvían a China, se rindió
ante lo inevitable (irónicamente, el sentimiento aislacionista del Congreso
estadounidense aseguraría, más tarde, que fuera precisamente Estados Unidos quien
se negara a participar en la Sociedad de Naciones).
El 4 de mayo de 1919, cuando llegó a China la noticia de que los aliados habían
decidido conceder a Japón los derechos alemanes sobre Shandong, en Pekín
estallaron masivas manifestaciones estudiantiles, que se propagaron rápidamente a
otras grandes ciudades (Chow, 1960). Los ministros pro-japoneses fueron atacados, y
se organizó un boicot a los productos japoneses en el que participaron los
comerciantes y los trabajadores urbanos, especialmente en Shanghai (Chen, 1971).
Los representantes chinos en Versalles, bombardeados con telegramas que
denunciaban el acuerdo de paz, no firmaron el tratado. Aunque convencionalmente se
ha considerado que las manifestaciones políticas de mayo de 1919 marcaron el
comienzo del moderno nacionalismo chino (Chow, 1960), habría que señalar que más
bien representaron la continuidad de tendencias que se habían iniciado durante los
últimos años de la dinastía Qing (véase el capítulo 1). Lo que sí constituyó una
novedad fue el gran número de estudiantes, comerciantes y trabajadores urbanos que

ebookelo.com - Página 75
decidieron participar en la acción política. Un estudio sobre la protesta estudiantil en
el siglo XX ha destacado también las manifestaciones del Cuatro de Mayo como el
comienzo del «teatro político de la calle», extremadamente eficaz, que los estudiantes
emplearían y desarrollarían durante todo el resto del siglo (Wasserstrom, 1991: 5).
Dicho «teatro político» imitaba, se apropiaba y subvertía la retórica, los rituales y las
ceremonias oficiales para cuestionar la legitimidad de las autoridades gobernantes.
Así, por ejemplo, durante las manifestaciones de Shanghai, en mayo y junio de 1919,
los estudiantes formaron sus propias «burocracias de protesta» (a través de sindicatos
complejamente organizados), elaboraron su propia propaganda escrita a imagen de
las proclamas oficiales, organizaron sus propios desfiles patrióticos (repletos de
juramentos, alzamientos de la bandera nacional e interludios musicales), e incluso
«vigilaron policialmente» su propio boicot a los productos japoneses (ibíd.: 57-70,
74-81, 85-89). Por otra parte, las manifestaciones de mayo de 1919 se integraron en
un proceso de mayor envergadura, que pasaría a conocerse como el Movimiento del
Cuatro de Mayo.

El Movimiento del Cuatro de Mayo

En 1915 se empezó a publicar en Shanghai una nueva revista. Titulada Xin


Qingnian («Nueva Juventud») y editada por Chen Duxiu (1880-1942), que hasta
1911 había estudiado en Japón y luego había participado en la revolución de 1911,
durante los años siguientes la revista denunció la moral y las prácticas tradicionales, y
propugnó un cambio cultural e intelectual drástico (aludiendo a la democracia y a la
ciencia occidentales como fuente de inspiración). Para muchos intelectuales chinos,
la corrupción de la política republicana había mostrado que los cambios de actitud
habían de preceder al cambio político (Grieder, 1981). Chen, en particular, lanzó un
fiero ataque a la tradición china, afirmando que la persistencia de las creencias
confucianas bloqueaba el surgimiento de una ciudadanía joven y dinámica. Criticaba
especialmente el sistema familiar tradicional, con su énfasis en la deferencia hacia los
ancianos y la relegación de las mujeres a un estatus inferior.
Este ataque a la tradición, resumido en el eslógan «Derroca a Confucio e Hijos»,
reflejaba también la consternación de los radicales frente a lo que se percibía como
corrientes reaccionarias presentes en la primera república. Kang Youwei, por
ejemplo, cuya actitud hacia la nueva república fue, como mucho, tibia, orquestó una
campaña para fomentar el confucianismo como religión oficial, una idea que había
formulado inicialmente en la década de 1890 (Kwong, 1984: 93-107). Los
educadores conservadores, alarmados por el hecho de que en el creciente número de
escuelas femeninas no se inculcaran las actitudes y comportamientos «apropiados» a
las mujeres, exigían que dichas escuelas exaltaran las virtudes femeninas
tradicionales de la deferencia, la lealtad y la pasividad, al mismo tiempo que

ebookelo.com - Página 76
dedicaban más tiempo a enseñar materias «útiles» como la economía doméstica y el
cuidado de la familia (Bailey, 2001). Finalmente, estaba la decisión de Yuan Shikai,
en 1915, de reintroducir las enseñanzas confucianas en las escuelas primarias
(anulada tras su muerte) y un abortado intento en Pekín (que duró varios días) de
restaurar la monarquía Qing, en 1917, cuando un caudillo militar de la parte
septentrional del país, Zhang Xun (conocido como el «General de la Coleta» debido a
que seguía luciendo una cola al estilo manchú), sacó a Puyi de su apartado «retiro» en
la Ciudad Prohibida.
Se ha calificado la crítica inflexible de Chen Duxiu a la tradición china en su
conjunto de «iconoclasia totalitaria» (Lin, 1979). Dado que las normas confucianas
—se afirmaba— fundamentaban todos y cada uno de los aspectos del gobierno, la
sociedad y la cultura tradicionales (y que todos ellos eran percibidos como
orgánicamente vinculados por los eruditos confucianos), los intelectuales radicales
como Chen adoptaron también un planteamiento «holístico» al promover una
denuncia radical de la tradición. Otro estudio (Feigon, 1983), sin embargo, ha
señalado que Chen pudo recurrir a una tradición autóctona de disidencia, y que,
consecuentemente, sus críticas radicales a la cultura china se vieron alentadas por un
profundo sentimiento nacionalista ya manifiesto en sus días de estudiante durante los
últimos años de los Qing. En cualquier caso, esta condena global de un pasado
homogéneo constituyó un fenómeno transitorio, dado que entre los intelectuales del
Cuatro de Mayo vinieron a prevalecer puntos de vista más matizados y perspicaces.
También habría que señalar que la «tradición», en sus diversas formas, ha seguido
siendo apropiada, manipulada y explotada a lo largo de todo el siglo XX.
Otra figura que contribuyó a la revista Xin Qingnian fue Hu Shi (1891-1962). En
1910, Hu había recibido una beca del gobierno para estudiar en Estados Unidos
(gracias a los fondos de indemnización de los bóxers remitidos a China por el
gobierno estadounidense), y durante su estancia en la Universidad Cornell había
escrito artículos condenando la rigidez y el formalismo de la lengua clásica china
(wenyan). A su regreso, en 1917, escribió un artículo para Xin Qingnian en el que
propugnaba una literatura basada en el habla popular (baihua); dicha literatura —
afirmaba— no sólo resultaría más viva y práctica, sino que también permitiría a
China escapar a los embrutecedores efectos de la cultura confuciana, tan asociada a la
lengua clásica (Grieder, 1970). Posteriormente Hu alentó el estudio y fomentó las
virtudes de las novelas populares tradicionales escritas en lenguaje coloquial. Dos de
las más conocidas eran Shuihu Zhuan (A la orilla del agua, probablemente escrita en
el siglo XIV), que narra las bulliciosas y escandalosas hazañas de una fraternidad de
bandidos, y Xiyou Ji (Viaje al oeste, escrita en el siglo XVI), que relata las aventuras
del travieso y atrevido rey mono, Sun Wukong, que se encarga de proteger a un
monje budista contra los demonios en su épico viaje a la India en busca de las

ebookelo.com - Página 77
sagradas escrituras. El joven Mao Zedong leyó ambas novelas con avidez.
También Lu Xun (1881-1936), uno de los más destacados escritores chinos del
siglo XX, consideraba la literatura un vehículo de cambio. Inicialmente había ido a
Japón, en los primeros años del siglo, para estudiar medicina, pero había renunciado
desesperado (como muchos de sus compatriotas que en aquella época acudían a
Japón, durante su estancia había sufrido humillaciones personales y estaba
horrorizado de la actitud burlona con la que se veía a las personas chinas), llegando a
la conclusión de que, en tanto no se diera un cambio fundamental en la mentalidad de
la gente, la ciencia por sí sola no «salvaría» a China. Por mediación de la literatura
Lu Xun esperaba llamar la atención sobre los males de la sociedad tradicional y, en
consecuencia, alentar el cuestionamiento de las actitudes a ellos subyacentes (Lyell,
1976; Spence, 1982: 61-71, 85-88, 107-113; Lee, 1987; Lyell, 1990: IV-XXIV). Fue el
iniciador de una nueva forma literaria, el relato breve en lenguaje coloquial, al
publicar en Xin Qingnian, en 1918, una agria sátira titulada Diario de un loco
(Kuangren riji), que describía la tradición china como un canibalismo voraz. Así, el
héroe, considerado «loco» por su familia y sus vecinos por haber «pisoteado los
libros de contabilidad del Señor Antigüedad», y convencido de que la gente estaba a
punto de devorarle, anota en su diario:
Uno tiene que haber examinado realmente algo antes de poder entenderlo. Me
parecía recordar, aunque no con demasiada claridad, que desde tiempos antiguos a la
gente se la ha devorado con frecuencia, y, así, empecé a hojear un libro de historia
para buscarlo. No había fechas en esa historia, pero garabateadas aquí y allá en cada
página estaban las palabras benevolencia, rectitud y moralidad. Dado que de todas
formas ya no podía conciliar el sueño, leí esa historia cuidadosamente durante casi
toda la noche, y finalmente empecé a entender lo que estaba escrito entre líneas: todo
el volumen estaba repleto de una sola frase: ¡cómete a la gente! (Lyell, 1990: 32).
Sin embargo, y como en el caso de Hu Shi, la «iconoclasia» de Lu Xun no le
impidió admirar ciertos aspectos de la cultura tradicional; en particular,
posteriormente defendería las cualidades estéticas de los grabados en madera
tradicionales.
En 1918, Chen Duxiu, Hu Shi y Lu Xun enseñaban en la Universidad de Pekín, la
cual, bajo el rectorado de Cai Yuanpei (1868-1940), se había convertido en un
dinámico centro de debate intelectual. Cai, que había obtenido el título metropolitano
(jinshi) en el sistema tradicional de exámenes para la administración pública, se había
unido a la Tongmenghui de Sun Yat-sen durante los últimos años de la dinastía. En
1912 se convirtió en el primer ministro de Educación republicano, pero pronto
renunció al cargo en protesta por la política de Yuan Shikai. En 1916 fue nombrado
rector de la Universidad de Pekín, y se dispuso a transformar la triste reputación que
tenía esta institución de ser el refugio seguro y poco exigente de los hijos ociosos de

ebookelo.com - Página 78
los burócratas. Cai logró convertir la Universidad en una acreditada institución
académica, insistiendo en que fuera un lugar en el que se pudieran expresar una
amplia variedad de ideas y opiniones distintas (Duiker, 1977). Mientras estuvieron
enseñando en la Universidad, Chen Duxiu y los demás tuvieron un enorme impacto
en los estudiantes.
El fermento intelectual de esta época produjo un montón de revistas (algunas de
ellas publicadas por los propios estudiantes) y despertó una intensa fascinación por la
literatura y el pensamiento político occidentales entre los jóvenes radicales. Se
tradujo a escritores como Turguéniev y Shaw, mientras las representaciones públicas
de la obra de Ibsen Casa de muñecas avivaban los debates en torno al estatus de las
mujeres en la sociedad y ensalzaban a Nora (la heroína de la obra) como símbolo de
la valerosa afirmación de la autonomía y del rechazo a los papeles tradicionales (Ono,
1989: 99-100; Wang, 1999: 50). En 1919-1920, destacados filósofos y educadores
occidentales como Bertrand Russell y John Dewey fueron invitados a China, donde
pronunciaron conferencias ante absortas audiencias de estudiantes universitarios.
También se mostró un creciente interés (cuyo origen se remontaba a los primeros
años del siglo) por las ideologías políticas occidentales del socialismo y el
anarquismo.
Aunque la introducción de las teorías socialistas en China a comienzos de siglo,
así como el modo en que el socialismo se interpretaría posteriormente por
intelectuales chinos como Liang Qichao y los asociados a la Tongmenghui de Sun
Yat-sen durante los últimos años de la dinastía Qing, han sido bien documentados por
los historiadores (por ejemplo, Gasster, 1969; Bernal, 1976), hasta época reciente la
importancia y el impacto de las ideas anarquistas no ha sido objeto de un análisis
sustancial (Zarrow, 1990; Dirlik, 1991). En opinión de un historiador (Dirlik, 1991),
el presupuesto de que el resultado político más importante del Movimiento del Cuatro
de Mayo fue la fundación del Partido Comunista Chino en 1921 ha tendido a
oscurecer la penetrante —aunque difusa— influencia que el anarquismo ejerció en el
discurso de dicho movimiento (ni que decir tiene que el papel del anarquismo en
aquel momento sería prácticamente ignorado por la posterior historiografía marxista
china, al menos hasta época bastante reciente).
Se puede rastrear el origen de la inspiración de muchas de las ideas y prácticas del
período del Cuatro de Mayo en la influencia anterior a 1911 de los anarquistas chinos
que habían ido a estudiar a Japón y Francia. Fueron estos anarquistas, especialmente
los de París, los que condenaron la tiranía del sistema familiar, propugnando nuevas
formas de interacción social basadas en la ayuda mutua, y ensalzando los beneficios
de la educación y la ciencia a la hora de dar lugar a una sociedad más humana e
igualitaria (Bailey, 1988; 1990: 227-233). Asimismo, fueron los precursores del
concepto de trabajo-estudio como medio de salvar el abismo entre intelectuales y

ebookelo.com - Página 79
trabajadores que, según percibían, había caracterizado siempre a la sociedad china.
Las organizaciones y publicaciones anarquistas siguieron proliferando durante los
primeros años de la república, mientras que, a finales de la década de 1910, los
estudiantes de la Universidad de Pekín ponían en práctica las ideas anarquistas
experimentando con sistemas de vida comunitaria, creando planes de trabajo-estudio
y organizando equipos de clases populares que recorrían los barrios de las afueras y
el campo circundante para propagar los conocimientos «modernos» entre la gente
corriente (aunque tales esfuerzos a menudo se racionalizaron en términos elitistas
como el deber natural de una vanguardia intelectual de eliminar las arraigadas
«supersticiones» y la «ignorancia» del pueblo).
Uno de los más ambiciosos proyectos de inspiración anarquista fue un proyecto
de trabajo-estudio que envió a más de 1.500 estudiantes chinos a Francia entre 1919y
1921 (Bailey, 1988). Organizado por destacados anarquistas muy activos en París
antes de 1911, como Li Shizeng, el proyecto aspiraba a dar a los estudiantes menos
acomodados la oportunidad de trabajar en fábricas francesas y ganar dinero para
pagar su posterior instrucción en facultades y colegios universitarios franceses. Li
Shizeng esperaba también que, al realizar un trabajo manual, los estudiantes chinos se
libraran de sus actitudes elitistas, mientras que su interacción con los trabajadores
chinos reclutados durante la guerra que permanecían en Francia (la mayoría fueron
repatriados en 1921), a través de las clases de alfabetización, ayudaría a elevar el
nivel cultural de los trabajadores. Curiosamente, al principio los funcionarios y
educadores franceses dieron la bienvenida al proyecto, y subrayaron sus beneficios a
largo plazo para potenciar la influencia política, cultural y económica de su país en
China, de manera muy parecida a como sus colegas norteamericanos y japoneses
habían acogido a los estudiantes chinos en sus respectivos países unos años antes
(ibíd.: 453; Bailey, 1992: 826-828). Aunque el proyecto finalmente chocaría contra el
escollo de la depresión económica de la posguerra en Francia (dejando a muchos
estudiantes chinos sin empleo) y concluiría en 1921, el ideal del trabajo-estudio como
medio de abolir las rígidas distinciones entre el trabajo mental y el trabajo manual iba
a tener una constante influencia en posteriores líderes comunistas como Mao Zedong
(véase el capítulo 5). Asimismo, durante su permanencia en Francia muchos de
aquellos estudiantes se politizaron en gran medida; entre ellos figuraban algunos de
los más importantes futuros líderes comunistas, como Zhou Enlai (1898-1976),
primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores de la República Popular a partir de
1949; Deng Xiaoping (1904-1997), secretario general del partido en la década de
1950 y «líder supremo» en las de 1980 y 1990; Nie Rongzhen, mariscal del Ejército
de Liberación Popular a partir de 1949, y Li Fuchun, ministro de Planificación Estatal
en la década de 1950.
El Movimiento del Cuatro de Mayo (o de la Nueva Cultura) abarcaba, pues, una

ebookelo.com - Página 80
extraordinaria gama y diversidad de ideas, y por esta razón se ha aludido
frecuentemente a él como a un período único en la moderna historia china. Este punto
de vista fue propuesto inicialmente por algunos de quienes participaron en el
movimiento, como Hu Shi, que posteriormente escribiría sobre el impacto innovador
de éste (y especialmente sobre su propio papel pionero en la defensa del uso de la
lengua coloquial en la literatura y las escuelas) en un libro titulado El Renacimiento
chino (publicado en 1934). Un clásico estudio posterior sobre los orígenes de la
revolución comunista china (Bianco, 1971: 27-28) comparaba a los intelectuales del
Cuatro de Mayo con los pensadores de la Ilustración europea; así como estos últimos
prepararon el camino a la Revolución francesa, del mismo modo los primeros, con su
crítica a la tradición y su defensa de la democracia y de la ciencia, prepararon el
camino a la revolución comunista de 1949. Otro estudio más reciente también repite
esta comparación entre el Movimiento del Cuatro de Mayo y la Ilustración europea
(Schwarcz, 1986).
Es importante recordar, sin embargo, que así como el nacionalismo del período
del Cuatro de Mayo y la exploración de ideologías radicales tenían sus raíces en años
anteriores del siglo, del mismo modo la crítica iconoclasta de la tradición, la
promoción del lenguaje coloquial, el surgimiento de una literatura «moderna» y el
énfasis en la importancia de la educación popular —todo ello estrechamente
vinculado al período del Cuatro de Mayo— representaban la continuidad de unas
tendencias ya manifiestas durante los últimos años de la dinastía Qing. Los
anarquistas del período anterior a 1911, por ejemplo, fueron de los primeros en
elaborar una crítica sistemática de la estructura familiar tradicional (Zarrow, 1990;
Dirlik, 1991). Los educadores y reformistas chinos empezaron a confeccionar libros
de texto y a publicar revistas en lenguaje coloquial ya desde finales de la década de
1890 (Bailey, 1990: 73-75). En cuanto al debate sobre la reforma literaria, éste fue
iniciado por reformistas como Liang Qichao ya en los primeros años del siglo
(Dolezelova-Velingerova, 1977; Hsia, 1978; Lee y Nathan, 1985); por otra parte, un
reciente estudio (Wang, 1997) ha subrayado el carácter innovador de la novelística de
la última época de la dinastía (que los intelectuales del Cuatro de Mayo y los
posteriores historiadores de la literatura tendieron a ignorar o a denunciar como
frivola y reaccionaria) y su contribución al surgimiento de una literatura «moderna»,
debido al hecho de que su temática y su contenido no se limitaban ya a lo autóctono,
sino que se dejaban influir por «el tráfico multilingüe y transcultural de ideas,
tecnologías y fuerzas surgido a raíz del expansionismo occidental del siglo XIX»
(ibíd.: 5). Finalmente —y como ya hemos mencionado en el capítulo 1—, la
necesidad de llevar a cabo una educación popular generalizada fue una constante en
los debates educativos suscitados a partir de 1900, y llevó a la creación de escuelas de
alfabetización y formación profesional, de media jornada, por parte de las elites

ebookelo.com - Página 81
aristocráticas y comerciales en los últimos años de los Qing (Bailey, 1990: 64-133).
Diversos estudios recientes han señalado también la constante importancia y
efectividad de las llamadas instituciones «tradicionales» durante el Movimiento del
Cuatro de Mayo y a partir de él. Así, las asociaciones «regionales» (huiguan o
tongxianghui), integradas por emigrantes y residentes en ciudades como Shanghai
procedentes de la misma localidad o región (y que desempeñaron un importante papel
a la hora de proporcionar asistencia y seguridad a sus miembros), lejos de representar
un provincianismo inmóvil y «atrasado», podían trascender las fronteras urbanas
además de facilitar la incorporación a los movimientos nacionalistas, especialmente
durante el boicot antijaponés de mayo y junio de 1919 (Goodman, 1995: 262-270).
Asimismo, un estudio sobre los estudiantes radicales que originariamente procedían
de las regiones rurales subdesarrolladas de la provincia de Zhejiang (y que, por tanto,
desviaron la atención de los habituales focos de Pekín o Shanghai durante el
Movimiento del Cuatro de Mayo) sostiene que su adhesión al anarcocomunismo en
aquella época se vio facilitada por un deseo de recuperar el contenido ético del
confucianismo que impregnaba la familia y las escuelas rurales (Yeh, 1996: 5).
Quizás sea aún más significativo, sin embargo, el hecho de que las nuevas
investigaciones sobre el significado de la modernidad china durante las primeras tres
décadas del siglo XX estén explorando las transformaciones y mutaciones a largo
plazo en la cultura material de la vida cotidiana (que no representaron necesariamente
rupturas bruscas con el pasado), antes que equiparar la modernidad simplemente con
el discurso iconoclasta de los intelectuales y la movilización política de los
estudiantes (Lee, 1999; 2000).

La fundación del Partido Comunista Chino

Uno de los intelectuales chinos que escribieron sobre el significado de la


revolución bolchevique fue otro miembro clave de la intelligentsia radical del Cuatro
de Mayo y profesor en la Universidad de Pekín: Li Dazhao (1888-1927). En un
artículo publicado en Xin Qingnian en 1918, Li subrayaba su mensaje mesiánico,
afirmando que aquél era el acontecimiento más importante de la historia mundial, y
que daba a China la esperanza de que también ella podría salir de un período de
decadencia y alcanzar un renacimiento espiritual (Meisner, 1967: 63-65). Se ha
señalado asimismo que, en gran medida, Li describía la revolución bolchevique en
términos anarquistas, una evidencia de la penetrante influencia del anarquismo en
aquella época (Dirlik, 1989: 23-27). El mismo año Li creó la Sociedad para el
Estudio del Marxismo en la Universidad de Pekín, y empezó a profundizar en los
aspectos doctrinales de la revolución bolchevique. En mayo de 1919 se dedicó un
número especial de Xin Qingnian al marxismo, aunque hasta después de 1919 no se
empezó a disponer de un número sustancial de obras marxistas en chino (si bien en

ebookelo.com - Página 82
1906 se habían traducido ya extractos del Manifiesto comunista).
Además de enseñar ciencias políticas en la Universidad de Pekín, Li Dazhao
estaba también a cargo de la biblioteca de la universidad. Uno de sus ayudantes era
Mao Zedong (1893-1976), hijo de un campesino acomodado (dueño de alrededor de
una hectárea de tierra), que había llegado a Pekín en 1918 tras haberse graduado en
una escuela de magisterio en su provincia natal de Hunan. Un año antes, Mao había
escrito un artículo para Xin Qingnian (su primer trabajo publicado) sobre los
beneficios del ejercicio físico para el pueblo chino (Spence, 1999b: 2-35). Como
muchos estudiantes de su época, Mao se vio atraído por una amplia variedad de ideas
y pensamientos políticos, y posteriormente admitiría que en vísperas de su partida
hacia Pekín sus ideas comprendían una «curiosa mezcla de liberalismo, reformismo
democrático y socialismo utópico» (Schram, 1966: 44); estando ya en Pekín, y bajo la
influencia de Li Dazhao, entró en contacto con el marxismo.
También Chen Duxiu dedicaría más atención al marxismo a partir de 1919. Cada
vez más desengañado de la política republicana, Chen, que anteriormente había
puesto sus esperanzas en la transformación cultural y educativa, así como en la
gradual puesta en práctica de una democracia basada en el modelo angloamericano,
sostenía que hacía falta una completa transformación social y económica. En 1920
había anunciado oficialmente su conversión al marxismo. La postura adoptada por Li
y Chen significó una ruptura en el consenso entre los intelectuales radicales del
Cuatro de Mayo, ilustrada en el intercambio de puntos de vista entre Li Dazhao y Hu
Shi en 1919 (conocido como debate sobre «problemas e "ismos"»). Hu, influido por
el pragmatismo del educador y filósofo norteamericano John Dewey, propugnaba un
cambio gradual y advertía contra la imprudente adopción masiva de cualquier
ideología particular (Keenan, 1977: 46-48). En 1920, Hu Shi abandonó el consejo
editorial de Xin Qingnian, y desde ese momento la revista se convirtió en una caja de
resonancia de las opiniones marxistas de Li y Chen.
El desencanto respecto a Occidente como resultado de la decisión de Versalles en
1919, así como las declaraciones del nuevo gobierno soviético ruso, en 1918 y 1919,
en el sentido de que renunciaría a los tratados desiguales firmados por el anterior
régimen zarista y la dinastía Qing, estimularon también un creciente interés por el
marxismo entre los estudiantes e intelectuales chinos. Aunque para muchos
representaba lo más novedoso del pensamiento de Occidente, al mismo tiempo el
marxismo proporcionaba una poderosa crítica de la sociedad occidental y parecía
exponer un programa de acción adecuado para abordar la difícil situación de China.
Por supuesto, habría que señalar que incluso en el apogeo del Movimiento de la
Nueva Cultura, cuando los radicales como Chen Duxiu y Hu Shi propugnaban en
ocasiones una completa occidentalización, hubo siempre otros (entre ellos, varios
miembros de la Universidad de Pekín) que adoptaron un punto de vista más

ebookelo.com - Página 83
ambivalente; una visión confirmada por los horrores de la primera guerra mundial en
Europa. A partir de 1919, Liang Shuming (1893-1988), que había sido nombrado
catedrático de filosofía india en la Universidad de Pekín en 1916, afirmaba que,
aunque China pudiera absorber la cultura material de Occidente, no debería
abandonar los valores éticos de la cultura confuciana tradicional; para Liang, dichos
valores apreciaban la armonía, la cooperación y la complacencia con la vida, en
contraste con el individualismo egoísta, la codicia y la incesante (aunque en última
instancia infructuosa) lucha para alcanzar la satisfacción subyacentes a los valores
occidentales (Alitto, 1979). Otro destacado intelectual, Liang Qichao, que viajó por
Europa en 1918-1920 y asistió a la conferencia de paz de Versalles, experimentó
asimismo el desencanto respecto a Occidente, lo que le movió a propugnar una
síntesis más creativa de los valores chinos y occidentales. Un reciente estudio ha
afirmado que la visión de la modernidad de Liang abarcaba ahora «un imaginario
global de la diferencia», cuya fuente de significado era la diferenciación cultural
antes que la uniformidad política (Tang, 1996: 180-183, 195-222). Estos puntos de
vista no eran exclusivos de los intelectuales chinos: el cuestionamiento del programa
—supuestamente civilizado— de la civilización material occidental suscitado a raíz
de la primera guerra mundial fue también un fenómeno característico de Occidente en
aquella época, vigorosamente expresado por algunos de los visitantes extranjeros
invitados a China durante el período del Cuatro de Mayo, como el escritor y educador
bengalí Rabindranath Tagore (1861-1941), y el filósofo y matemático británico
Bertrand Russell (1872-1970).
Aunque en 1919-1920 se formaron grupos de estudio marxistas en Pekín y en
otras ciudades, éstos tendían a ser más bien vagas organizaciones de estudiantes e
intelectuales con un interés general en el cambio político y social. La variabilidad de
sus puntos de vista se ilustra en el hecho de que muchos de ellos mostraran interés
por el anarquismo y otras formas de socialismos no marxistas. Aunque diversos
estudios anteriores (Schwartz, 1951; Meisner, 1967) subrayaban las raíces autóctonas
del comunismo chino, y en particular la importancia del nacionalismo (engendrado
por oposición al imperialismo occidental) como un factor importante en la conversión
de Li Dazhao y Chen Duxiu al marxismo, un estudio reciente (Dirlik, 1989) sostiene
que el papel de diversos asesores del Komintern (es decir, la Internacional
Comunista, establecida en Moscú bajo los auspicios del Partido Comunista Soviético
en 1919 para fomentar la revolución mundial) como Voitinski —que conoció a Li y a
Chen en 1920— resultó fundamental a la hora de convencerles, a ellos y a otros
radicales, de que las sociedades de estudio, abiertas y apenas organizadas, se habían
de transformar en un partido de estilo bolchevique, fuertemente organizado,
disciplinado y secreto, comprometido con la revolución de clase.
La receptividad al mensaje del Komintern se vio potenciada por tres factores

ebookelo.com - Página 84
contingentes: la creciente importancia política de los trabajadores urbanos
(manifestada por la creciente actividad huelguística), el fracaso de los experimentos
de transformación cultural de inspiración anarquista, como los diversos planes de
trabajo-estudio y de vida comunal, y la creciente represión gubernamental de la
actividad radical como consecuencia de las manifestaciones políticas del Cuatro de
Mayo. A principios de 1921 se habían establecido ramas del Partido Comunista en
seis ciudades, incluyendo Pekín, Cantón, Shanghai y Changsha (donde Mao Zedong
fue particularmente activo). El primer congreso del que habría de convertirse en el
Partido Comunista Chino (PCC) se celebró en la concesión francesa de Shanghai, en
el verano de 1921. Asistieron a él doce delegados (incluyendo a Mao), que
probablemente no representaban a más de cincuenta comunistas comprometidos
(Harrison, 1972: 31-32). Chen Duxiu, que a la sazón se hallaba en Cantón, fue
elegido secretario general del nuevo partido. Sin embargo, aún habrían de pasar
varios años más antes de que el PCC se convirtiera plenamente en una organización
unificada y disciplinada, caracterizada por la uniformidad ideológica (Luk, 1990; Van
de Ven, 1991).

El período de los señores de la guerra (1916-1918)

Aunque tras la muerte de Yuan Shikai, en 1916, aparentemente se restauró la


normalidad, con la reapertura del parlamento y la sucesión a la presidencia del
anterior vicepresidente Li Yuanhong, el control centralizado de Pekín —ya debilitado
durante el último año del gobierno de Yuan— se desintegró rápidamente en la medida
en que los diversos caudillos militares provinciales y locales fortalecieron su dominio
sobre sus respectivos territorios (Sheridan, 1983). Dichos caudillos —o «señores de
la guerra», como han dado en llamarles los historiadores (McCord, 1993: 4)—
ejercieron un poder político directo, manteniendo el control sobre la administración
civil (además de acuñar su propia moneda) y estableciendo sus propios impuestos
para financiar sus ejércitos, que constituían la única base de su poder. Habría que
señalar, no obstante, que los caudillos provinciales no siempre tuvieron pleno control
sobre sus propios dominios ni tuvieron a su disposición a todas las fuerzas militares
de una determinada provincia (ibíd.: 267-268). Cualquier facción o camarilla
caudillista que ejerciera su dominio en el norte mantenía la ficción de un gobierno
civil en Pekín, ya que las potencias seguían reconociendo al gobierno de Pekín como
el único gobierno legítimo de China. De ese modo, las diversas facciones caudillistas
que controlaban la capital podían tener la esperanza de verse legitimadas, así como de
apoderarse de los ingresos aduaneros que las potencias remitían al gobierno central.
China no experimentaría algo parecido a la unidad hasta 1928, cuando el
Guomindang estableció un nuevo gobierno nacional en Nankín; pero aun entonces su
control sobre grandes áreas del país seguiría estando fuertemente limitado por la

ebookelo.com - Página 85
existencia de antiguos señores de la guerra, los cuales, si bien reconocieron al
gobierno de Nankín, conservaron el control sobre sus propios ejércitos. Esto ha
llevado a un historiador (Sheridan, 1966, 1977, 1983) a considerar todo el período
republicano de 1912a 1949 como un lapso en el que China como entidad nacional se
fue fragmentando progresivamente, si bien establece una distinción entre el período
de 1916-1928, al que considera de «caudillismo puro», y el posterior a 1928, que
denomina de «caudillismo residual». Un estudio de caso, que analiza la evolución de
una unidad armada específica desde la época final de la dinastía hasta mediados de la
década de 1920, trata de mostrar este largo proceso de fragmentación, y sostiene que
el caudillismo se debería contemplar como un «militarismo en desintegración» o un
«militarismo fragmentado» (Sutton, 1980: 7). Centrándose concretamente en el
ejército provincial de Yunnan (XIX división), describe su transformación, pasando de
ser una fuerza unida y homogénea, basada en los ideales nacionalistas, cuando se creó
en 1905, a ser en 1920 un ejército desintegrado en diversas fuerzas faccionarias de
vaga filiación fundamentadas exclusivamente en vínculos personales. Otros estudios
más recientes, sin embargo, han dado mayor crédito a la constante modernización de
la esfera urbana a lo largo de todo el período republicano, antes de contemplarlo
meramente como un interregno caótico entre el imperio y el estado comunista
(Bergére, 1997: 309); un estudio de Pekín durante este período, por ejemplo, destaca
el desarrollo de asociaciones profesionales, instituciones urbanas (como la policía) y
sindicatos que contribuyeron tanto a la construcción del estado como a la ampliación
del espacio político (Strand, 1989).
Aunque en los años inmediatamente posteriores a la muerte de Yuan se celebraron
varias conferencias con el fin de idear alguna forma de unidad entre los señores de la
guerra, la creación de varias facciones o camarillas alimentó el recelo mutuo, que a
partir de 1920 desencadenó una serie de guerras que afectaron a extensas zonas del
país. Tales camarillas se mantenían unidas sólo por el propio interés, de modo que las
traiciones y las defecciones eran moneda corriente. Ninguna de dichas camarillas
logró dominar a las otras, ya que se formaban alianzas contra cualquiera que
amenazara el statu quo. Basándose en ello, un historiador (Ch'i, 1976) ha descrito el
período de los señores de la guerra comparándolo con un «sistema internacional» en
el que el principio operativo era el equilibrio de poder; también se ha comparado
dicho período al Renacimiento europeo, en que los estados individuales compartían
una cultura aristocrática común y se conservaba el ideal de un «gobernante universal»
(Mancall, 1984: 202-203). Otro estudio, acaso ignorando el caos y destrucción del
período en su obsesión por aplicarle un «modelo» científico-político coherente, lo
describe como una época en la que predominó un sistema más abiertamente
competitivo y pluralista, en contraste con la monarquía imperial anterior a 1911 y el
régimen comunista «totalitario» posterior a 1949 (Pye, 1971).

ebookelo.com - Página 86
Aunque con frecuencia los señores de la guerra declararon su compromiso con la
unidad nacional, ninguno se ellos estaba dispuesto a renunciar 2d control sobre su
propio ejército. El número de hombres en armas aumentó de 500.000 en 1916 a dos
millones en 1928 (Ch'i, 1976: 78), y los fondos requeridos por los caudillos militares
para mantener la lealtad de sus tropas les llevaron a imponer una desconcertante
variedad de impuestos a los desafortunados campesinos. Los impuestos regulares,
como la contribución territorial, se incrementaron constantemente, y en muchos casos
se recaudaban con años de antelación. Las propias tropas de los caudillos, reclutadas
entre ex bandidos, desempleados y campesinos sin tierras, causaron estragos en las
comunidades locales dedicándose al saqueo sistemático, con el resultado de que en la
mente popular apenas había diferencia entre los soldados regulares y los bandidos
(Lary, 1985: 59-62). El crecimiento de los ejércitos señoriales en el período
republicano vino acompañado también de un espectacular aumento del número de
bandidos; en 1930, la población total de bandidos se estimaba en unos 20 millones de
personas, lo que llevó a algunos periódicos a denominar a China feiguo («nación de
bandidos»), en lugar de minguo («república») (Billingsley, 1988: 1, 5).
Aunque se reconoce que en general el período caudillista trajo la miseria y el
caos, diversos estudios sobre determinados señores de la guerra en concreto han
tratado de proporcionar un análisis más profundo de sus orígenes y sus objetivos
(Sheridan, 1966; Gillin, 1967; McCormack, 1977; Wou, 1978). Muchos de ellos
tuvieron orígenes modestos, recibiendo apenas educación tradicional, o ninguna en
absoluto. Zhang Zuolin, el caudillo de Manchuria, había sido bandido durante los
últimos años de la dinastía Qing; algunos, como Yan Xishan, el caudillo de Shanxi,
habían recibido formación en academias militares de China y Japón, mientras que
otros, como Feng Yuxiang, procedían de la tropa de una de las divisiones del Nuevo
Ejército creadas por los Qing a partir de 1904. Algunos de ellos, como Wu Peifu (que
poseía el título inferior del antiguo sistema de exámenes para la administración
pública), propagaban los valores tradicionales confucianos, esperando así
complementar el control militar con el control moral (Wou, 1978). Feng Yuxiang
incluso se convirtió al cristianismo en 1914, y fue uno de los pocos que trataron
sistemáticamente de llevar a la práctica alguna forma de adoctrinamiento ideológico
entre sus tropas; en este caso, una mezcla de máximas cristianas y sermones
confucianos (Sheridan, 1966).
Muy pocos señores de la guerra tuvieron la disposición o el tiempo para
concentrarse en la reforma política y el desarrollo económico. Feng Yuxiang, por
ejemplo, aunque en ocasiones manifestó interés en abordar problemas sociales como
la adicción al opio, jamás estuvo en un mismo lugar el tiempo suficiente para llevar a
la práctica ninguna medida concreta. Una excepción fue Yan Xishan, que en 1912 se
convirtió en gobernador militar de Shanxi y mantuvo el control de la provincia

ebookelo.com - Página 87
prácticamente hasta la victoria comunista de 1949. Yan trató de fomentar tanto la
industria pesada como la ligera, tomó medidas enérgicas contra el consumo de opio,
patrocinó la formación profesional, e inició la revisión de la administración local
instaurando asambleas deliberativas rurales y favoreciendo la formación de una
magistratura de distrito más eficaz y debidamente adoctrinada, con el fin de combatir
la influencia extraoficial de la poderosa aristocracia local. Un estudio sostiene que los
planes de Yan «constituyen uno de los últimos intentos sistemáticos realizados en
China de llevar a cabo una reforma según directrices conservadoras» (Gillin, 1967:
295). Sea como fuere, los resultados de sus planes económicos fueron, en el mejor de
los casos, pobres, mientras que sus intentos de reformar el gobierno local se vieron
constantemente saboteados por la aristocracia local. El fracaso de Yan a la hora de
extender su control al nivel local anticipaban el del régimen nacionalista a partir de
1928.
Antes del surgimiento del gobierno del Guomindang en Cantón (véase el capítulo
3), sólo Feng Yuxiang (que recibió algo de ayuda de la Unión Soviética cuando se
estableció en el noroeste) atacó abiertamente el imperialismo extranjero en China, si
bien un estudio sobre Zhang Zuolin ha mostrado que éste trató de detener la
penetración económica japonesa en Manchuria fomentando el desarrollo chino en la
región (McCormack, 1977). En la confusa e impredecible situación que prevaleció en
China a partir de 1916 los gobiernos extranjeros se mostraron renuentes a poner todas
sus esperanzas en ningún caudillo militar, aunque la mayoría de los señores de la
guerra podían obtener sus armas de varias fuentes extranjeras. Así, y a pesar de un
acuerdo de embargo de armas firmado por las potencias en mayo de 1919 (y que
duraría hasta 1929), los caudillos podían conseguir sus armas de manos de toda una
serie de vendedores extranjeros independientes sin afiliación oficial a sus gobiernos
patrios. Un caudillo como Zhang Zuolin, por ejemplo, trataba con traficantes de
armas japoneses, franceses, alemanes, italianos, checos y británicos, mientras las
compañías británicas y norteamericana seguían vendiendo aviones (aparentemente
sólo para «usos comerciales») a varios señores de la guerra (Chan, 1982: 50-65).
En 1926 se había creado un equilibrio de poder relativamente estable entre Zhang
Zuolin, que controlaba la zona de Pekín y el noreste, y Wu Peifu, que controlaba una
gran parte de la China central. Este equilibrio se iba a ver alterado por el revitalizado
régimen del Guomindang surgido en Cantón, contemplado cada vez con mayor
alarma por las potencias extranjeras, que aspiraban a cambiar las reglas del juego y
hacer nuevamente de China un estado-nación unificado.

ebookelo.com - Página 88
Capítulo 3:
EL AUGE DEL GUOMINGDANG Y EL PARTIDO COMUNISTA
CHINO

El surgimiento del Partido Comunista Chino en 1921 y la reorganización del


Guomindang, entre 1923 y 1926, para convertirse en una fuerza política y militar
fuertemente organizada y disciplinada, introdujeron nuevos y radicales elementos en
la escena china. Ambos partidos se impusieron la tarea de vencer a los males gemelos
del caudillismo y el imperialismo, y fue esta base la que propició una política de
colaboración conjunta. La revolución nacionalista, simbolizada por la expedición
militar (conocida como «Expedición del Norte») lanzada por el Guomindang y sus
aliados comunistas para reunificar el país en 1926 desde su base en Cantón, se ha
asociado normalmente a un creciente antiimperialismo en las ciudades, la derrota
militar de los señores de la guerra y el establecimiento de un nuevo gobierno central
bajo los auspicios del Guomindang en 1928. Un reciente estudio ha llamado también
la atención sobre un proceso más amplio de «despertar nacional» en la cultura
material y el pensamiento intelectual acaecido durante este período, que se
entremezcló con —y fue finalmente absorbido por— la agenda política del
Guomindang en la foija de un estado-nación (Fitzgerald, 1996). La revolución
nacionalista, además, presenció la primera movilización de mujeres a gran escala
(Gilmartin, 1995). Durante el curso de la Expedición del Norte, el frente unido
formado por el Guomindang y el PCC se desintegró cuando sus irreconciliables
diferencias sobre la cuestión de la revolución de clase se hicieron más evidentes.
Mientras el PCC se retiraba poco a poco a las zonas rurales del interior, a partir de
1928 el régimen del Guomindang acometió la tarea de construir un estado
modernizado. Una combinación de factores internos y externos frustrarían en última
instancia tales ambiciones, aunque la exacta naturaleza del régimen y su importancia
en la historia de China en el siglo XX siguen siendo cuestiones debatidas entre los
historiadores.

El primer frente unido

El primer congreso del PCC, celebrado en 1921, adoptó, tras acaloradas


discusiones, una firme postura frente a otras organizaciones políticas, incluido el
Guomindang. En contraste con los grupos de estudio socialistas y marxistas,
vagamente organizados, formados en 1919 y 1920, el nuevo partido inició el proceso
de elaborar unas normas de organización y unos requisitos de ingreso de carácter
estricto. Así, por ejemplo, durante los años siguientes los anarquistas o bien
abandonaron el partido, o bien fueron expulsados de él (Dirlik, 1989; 1991). Dado

ebookelo.com - Página 89
que en 1921 los delegados fundadores adoptaron tanto el punto de vista marxista
ortodoxo de que la revolución surgiría entre el proletariado urbano como el
presupuesto leninista de que el partido era la vanguardia del proletariado, se dio
prioridad a organizar a los trabajadores urbanos con el objetivo de derribar «a las
clases capitalistas y toda la propiedad privada» (Harrison, 1972: 34), aunque no se
planteó la cuestión de si había que unirse o no a la Internacional Comunista
(Komintern) centrada en Moscú (Schwartz, 1951: 34).
La realidad de la situación de China, sin embargo, desmentía la fe optimista de
los primeros líderes del PCC en cuanto al favorecimiento de la revolución urbana.
Aunque había empezado a surgir un proletariado urbano durante los últimos años de
la dinastía Qing (véase el capítulo 1), en 1921 China seguía siendo un país
abrumadoramente rural. A pesar del espectacular incremento del número de empresas
chinas modernas (por ejemplo, en la industria textil) durante la primera guerra
mundial e inmediatamente después de ella, en que el hecho de que las potencias
hubieran de centrar su atención en otra parte permitió un mayor campo de acción para
el desarrollo de la industria autóctona (Feuerwerker, 1968, 1983a; Bergére, 1983,
1989), en 1919 sólo algo menos de 1,5 millones de trabajadores participaban en la
producción a gran y media escala, lo que representaba menos del 1 % de la población
total (Chesneaux, 1968: 41, 47). Este proletariado se hallaba fuertemente concentrado
en algunas grandes ciudades, especialmente Shanghai. A esta cifra habría que añadir
otros 12-14 millones de trabajadores empleados en minería, servicios públicos,
construcción y artesanía (Harrison, 1972: 9; Wright: 1984); si bien Chesneaux
(1968), en su estudio pionero sobre los orígenes de la clase obrera china, excluía a la
mayoría de estos últimos de su definición de proletariado moderno debido a que
seguían adscritos a organizaciones laborales preindustriales, como gremios
tradicionales, asociaciones regionales y cuadrillas de contratas. No obstante, incluso
los modernos obreros fabriles solían ser reclutados por capataces o contratistas
tradicionales, y dado que muchos de ellos eran emigrantes rurales que regresaban a
sus lugares de origen durante la activa temporada de la cosecha, había un elevado
índice de rotación del personal.
En la década de 1920 sólo el 6 % de la población china vivía en ciudades de más
de 50.000 personas, y otro 6 % lo hacía en ciudades de entre 10.000 y 50.000
(Harrison, 1972: 9). Todavía en 1933, de una población laboral total de casi 260
millones de personas, 250 millones trabajaban en la agricultura. En esa fecha la
agricultura representaba el 65 % del producto interior neto (PIN), mientras que la
producción de fábricas, talleres artesanos, minería y servicios públicos constituía
únicamente el 10,5 % del PIN. En esta última categoría, sin embargo, la moderna
producción fabril quedaba eclipsada por la artesanía; de hecho, en 1933 la industria
moderna representaba únicamente el 2,2 % del PIN (Feuerwerker, 1968: 6, 8, 10, 17).

ebookelo.com - Página 90
Un historiador económico (ibíd.: 10) sostiene que la estructura de la economía de
China continental antes de 1949 era la típica de una «sociedad preindustrial», aunque
otros trabajos más recientes sobre la economía china anterior a 1937 han subrayado
no sólo la (relativamente) respetable tasa de crecimiento industrial durante este
período, a pesar de las recurrentes crisis económicas y políticas, sino también la
constante vitalidad de algunos sectores económicos tradicionales como el transporte
mediante juncos (Wright, 1984; Rawski, 1989). Otro análisis reciente observa que,
aunque en la década de 1930 el sector moderno representaba menos de la décima
parte del producto nacional bruto (PNB), durante las tres o cuatro décadas anteriores
no había dejado de crecer a una tasa media de alrededor del 6 % (Brandt, 1997: 282-
308).
No obstante, el primer congreso del PCC estableció el Secretariado de
Organización Obrera Chino (con ramificaciones en otras ciudades importantes) para
fomentar el desarrollo de sindicatos modernos. Entre 1921 y 1923 los activistas
comunistas participaron en la organización de una serie de huelgas para mejorar las
condiciones laborales, si bien sólo lo hicieron de forma marginal en una de las
primeras huelgas de trascendencia nacional, la del Sindicato de Marinos Chinos de
Hong Kong (entre enero y marzo de 1922). Otros trabajadores de Hong Kong y
Cantón apoyaron la huelga, que llegó a contar con la participación de 100.000
hombres, produjo la práctica paralización de Hong Kong y logró considerables
incrementos salariales (Kwan, 1997). Asimismo, en 1922 Li Dazhao (cofundador del
PCC) llegó a un acuerdo en el norte de China con el caudillo Wu Peifu para organizar
sindicatos entre los trabajadores ferroviarios de la línea Pekín-Hankou. Los activistas
comunistas empezaron también a organizar sindicatos en lugares tan alejados como
Manchuria; a finales de 1923, por ejemplo, habían ayudado a formar sindicatos entre
los trabajadores del ferrocarril Surmanchuriano. No obstante, un estudio del caso
centrado en las actividades comunistas en Manchuria ha señalado que dichos
activistas se vieron perjudicados por el escaso interés de los trabajadores por los
llamamientos comunistas, su estatus de forasteros, el tibio apoyo que les dispensaron
los líderes del PCC (que tendían a concentrarse en el centro y sur de China), y las
actitudes especialmente hostiles tanto del régimen caudillista de Zhang Zuolin como
de las autoridades japonesas de la zona del ferrocarril Surmanchuriano (Lee, 1983:
41-45, 54-66).
Uno de los más destacados de aquellos primeros organizadores sindicales
comunistas (todos ellos intelectuales antes que trabajadores) fue Deng Zhongxia
(1894-1933). Nacido en el seno de una familia aristocrática, Deng había asistido a la
escuela de magisterio de Changsha (provincia de Hunan), donde conoció a Mao
Zedong, antes de matricularse en la Universidad de Pekín, en 1917. Durante las
manifestaciones del Cuatro de Mayo se convirtió en líder estudiantil y participó en un

ebookelo.com - Página 91
movimiento de educación de los trabajadores organizado por estudiantes de la
Universidad de Pekín (Kwan, 1997: 9-26). En 1921 Deng fue elegido secretario
general del Secretariado Obrero, que convocó el primer Congreso Obrero Nacional
en mayo de 1922, en Cantón. Al congreso asistieron 160 delegados, que afirmaban
representar a 100 sindicatos y a 300.000 trabajadores (Harrison, 1972: 36). Diversos
estudios recientes (por ejemplo, Shaffer, 1982) han subrayado también el papel de
Mao Zedong en el movimiento obrero durante esos años, en contraste con anteriores
biografías de Mao (Chen, 1965; Schram, 1966), que tendían a pasar por alto ese
período de su trayectoria revolucionaria. En 1921 se convirtió en jefe de la rama de
Hunan del Secretariado Obrero, y durante los dos años siguientes ayudó a organizar
con éxito varias huelgas entre los mineros, los trabajadores de la construcción y los
impresores, muchos de los cuales pertenecían a los gremios tradicionales (Spence,
19992?: 57-60). Se podría observar aquí que otras investigaciones más recientes han
subrayado las «formas cotidianas de resistencia» en las fábricas y talleres urbanos,
frente al hecho de centrarse meramente en huelgas concretas y anunciadas
(Hershatter, 1986), además de explorar el modo en que los vínculos de origen
geográfico pudieron facilitar, así como entorpecer, la movilización en las fábricas
(Perry, 1993).
Estas primeras incursiones del PCC en el mundo laboral, sin embargo, se vieron a
la larga bloqueadas por una serie de factores. En primer lugar, en ciudades como
Shanghai las actividades comunistas hubieron de competir con bandas del hampa y
sociedades secretas por la influencia sobre las obreras textiles, que constituían más de
la tercera parte del proletariado de dichas ciudades (Honig, 1986: 4); en otros centros
urbanos como Cantón descubrieron que las primeras actividades organizativas (como
el establecimiento de sociedades de trabajadores y escuelas nocturnas) ya se estaban
llevando a cabo por parte de los anarquistas: en Hunan, por ejemplo, Mao hubo de
cooperar inicialmente con destacados organizadores sindicales anarquistas (Shaffer,
1982). En segundo término, las primeras actividades del PCC dependían
peligrosamente del apoyo de los poderosos locales y de los caprichos de la política de
los caudillos. En Hunan, la pérdida del apoyo de la elite urbana y un cambio de
gobernador militar, en 1923, llevaron al cierre de numerosos sindicatos (McDonald,
1978: 1-5, 143.144). La vulnerabilidad del movimiento obrero inicial quedó
dramáticamente ilustrada en febrero de 1923, cuando Wu Peifu, que originariamente
había aprobado la actividad del PCC entre los obreros ferroviarios con el fin de
combatir la influencia del principal caudillo rival, Zhang Zuolin, se alarmó ante la
creciente militancia sindical y reprimió brutalmente una huelga (Wou, 1978: 203-204,
223-224). En tercer lugar, un reciente estudio sobre Deng Zhongxia y los primeros
pasos del movimiento sindical del PCC sostiene que las diferencias ideológicas y
personales en el seno del propio partido, así como la falta de fe que los intelectuales

ebookelo.com - Página 92
marxistas tenían en el potencial compromiso político de los activistas sindicales de la
clase obrera, impidieron la formulación (al menos hasta principios de 1925) de una
estrategia sindical bien planificada (Kwan, 1997: 47-49).
Mientras tanto, el PCC se veía sometido a una creciente presión por parte del
Komintern para que estableciera una alianza con el Guomindang. En un discurso
pronunciado en 1920, en el segundo congreso del Komintern (cuyo contenido pasaría
a conocerse más tarde como «Tesis sobre las cuestiones nacionales y coloniales»),
Lenin había afirmado que los partidos comunistas recién fundados en el mundo
colonial (especialmente en Asia) necesitaban cooperar inicialmente con los partidos o
grupos «nacionalistas burgueses», más poderosos, ya que compartían los objetivos
comunes de la unificación nacional y la liberación del control y la explotación
extranjeros. En realidad, una primera evaluación de Sun Yat-sen y el Guomindang
realizada por el Komintern no había resultado del todo positiva, mientras que el
Comisariado Popular para los Asuntos Exteriores (Narkomindel) había considerado
en un primer momento a Wu Peifu como un potencial aliado (Whiting, 1954: 90, 117-
119), aunque finalmente se decidió que el PCC debería cooperar con el Guomindang.
Chen Duxiu, que siempre había desconfiado de Sun Yat-sen, se mostró reticente a
aceptar su política, pero el representante del Komintern en China, Maring, logró
imponer la autoridad de Moscú al todavía reciente PCC, y en 1922, en el segundo
congreso del partido, se señaló que la tarea más urgente del proletariado era unirse
con los «grupos democráticos» en contra del militarismo feudal y el imperialismo. El
partido dejó claro, no obstante, que aun en el seno de aquella alianza democrática los
trabajadores habían de continuar luchando por sus propios intereses (Schwartz, 1951:
39-40); Feigon, 1983: 168-170). La voluntad de los revolucionarios comunistas
chinos de someterse a la dirección de Moscú ha intrigado siempre a los historiadores.
Un estudio sostiene que tal voluntad tenía sus raíces en el último período de la
dinastía Qing, cuando los estudiantes revolucionarios chinos percibían la revolución
rusa como una lucha universal contra la opresión, de la que su propio movimiento
antimanchú era parte integrante; la tendencia a ver Rusia como un paradigma del
progreso moral universal prefiguró, pues, la aceptación del liderazgo ruso de la
revolución china en las décadas de 1920 y 1930 (Price, 1974: 220).
En aquel momento Sun Yat-sen trataba de expandir su base en el sur. Desde 1917
había dependido de los caudillos locales, y en dos ocasiones había sido expulsado de
Cantón por su principal rival en la provincia de Guangdong, Chen Jiongming (en
1918 y 1922). Chen había sido miembro de la Tongmenghui de Sun antes de 1911, y
como gobernador de Guangdong a principios de la década de 1920 había impulsado
políticas notablemente progresistas. Las relaciones entre Chen y Sun fueron siempre
incómodas, dado que la ambición de este último de reconquistar el norte y su deseo
de apropiarse de diversos recursos para su gobierno «nacional» en Cantón chocaron

ebookelo.com - Página 93
con la insistencia del primero en que había que dar prioridad a las necesidades de la
provincia de Guangdong. Un historiador señala que la denuncia del Guomindang de
la «rebelión» de Chen Jiongming contra Sun, en 1922, como un acto de traición
moral y de regionalismo militarista reaccionario significó la condena del federalismo
como ideal político (es decir, que la autonomía provincial debía constituir el
fundamento de una eventual unidad nacional) (Duara, 1995: 194-200), un ideal cuyo
origen se remontaba a la última época de la dinastía (véase capítulo 1) y al que
incluso Mao Zedong se adhirió brevemente en 1920, cuando propuso el
establecimiento de la República de Hunan (McDonald, 1978: 42-43).
Al mismo tiempo, el esfuerzo de Sun, a partir de 1917, por obtener el
reconocimiento diplomático de Occidente y la consecuente ayuda financiera para su
régimen seguía revelándose infructuoso (Wilbur, 1976: 91-111), mientras que su
apoyo a la huelga del Sindicato de Marinos de Hong Kong, en 1922, le señalaba
como un peligroso radical a ojos de las potencias occidentales. Sun empezó entonces
a considerar a la Unión Soviética como una posible fuente de ayuda. Había conocido
a Maring en 1921, y hablaba en términos elogiosos de la Nueva Política Económica
de Lenin, a la que comparaba con su propio Principio de Subsistencia del Pueblo. Sun
se sentía atraído también por la organización del Partido Bolchevique, cuya disciplina
centralizada y sentimiento de solidaridad quería que emulara el Guomindang.
En enero de 1923, Sun se reunió en Shanghai con otro representante del
Komintern, Adolph Joffe, y ambos emitieron un manifiesto conjunto propugnando la
cooperación entre el Guomindang y el PCC. Sun se mostró de acuerdo en permitir
que el PCC mantuviera su existencia independiente, pero insistió en que sus
miembros se incorporaran al Guomindang como individuos, en lugar de hacerlo el
partido como tal en su conjunto. Un mes mas tarde, Sun regresó triunfalmente a
Cantón, tras haber utilizado a mercenarios de la provincia de Yunnan para echar a
Chen Jiongming. El primer frente unido se formalizó más tarde ese mismo año, a
pesar de la oposición del ala derecha del Guomindang, que veía al PCC con recelo.
Destacados comunistas como Li Dazhao se adhirieron con entusiasmo a la nueva
política, y el propio Mao Zedong colaboraría sin reservas en la obra del frente unido,
un hecho que a partir de 1949 ignorarían las autoridades comunistas. Sin embargo,
era natural que Li Dazhao y Mao Zedong, ambos fervientes nacionalistas, se sintieran
atraídos por el programa antiimperialista del frente unido. En el caso de Mao, el
deseo de ver una China revivida, fuerte y respetada constituía un aspecto crucial de su
primer pensamiento político (Schram, 1989: 14-15).
Con la constitución del frente unido, Sun Yat-sen pudo acceder a la ayuda militar
y económica soviética. A diferencia del ala derecha de su partido, Sun suponía que el
PCC no representaría ninguna amenaza y que, en última instancia, sería absorbido en
el Guomindang, un partido de mucho mayor envergadura. El PCC, por su parte,

ebookelo.com - Página 94
confiaba en utilizar el frente unido para aumentar el número de sus miembros y
hacerse con el control de las organizaciones de masas que se empezaban a crear bajo
los auspicios del Guomindang. En cuanto a la Unión Soviética, el frente unido servía
a sus propios intereses nacionales, ya que ahora podía confiar en ejercer una creciente
influencia sobre una fuerza potencialmente poderosa que se opondría a las potencias
occidentales en China; al mismo tiempo, Moscú indicó a los líderes del PCC que a la
larga el partido podía asumir el liderazgo de la revolución desde dentro, y, en
consecuencia, realizar los objetivos revolucionarios a la largo plazo.
La tendencia de la Unión Soviética, sin embargo, de subordinar los intereses de la
revolución china a sus propios intereses nacionales (ilustrada por el hecho de que la
política exterior se diseñara a la vez por el Comisariado Popular para los Asuntos
Exteriores, cuya prioridad era potenciar los intereses del estado soviético, y por el
Komintern, controlado por Moscú, que favorecía la revolución internacional) se veía
claramente en el intento de Moscú de llegar a un acuerdo con el gobierno caudillista
basado en Pekín al mismo tiempo que patrocinaba al frente unido, anticaudillista y
antiimperialista, en el sur. Esto culminó en un tratado, firmado en 1924, que
establecía relaciones diplomáticas entre Pekín y Moscú; el tratado estipulaba también
la administración conjunta del Ferrocarril Oriental de China, una concesión rusa que
originariamente se había de retornar a China de acuerdo con la declaración Karajan,
de 1919, que prometía la devolución de todas las concesiones adquiridas por Rusia en
China durante el siglo XIX (Whiting, 1954: 208-235). Un reciente análisis de la
diplomacia soviética en China durante la década de 1920 hace hincapié en su carácter
interesado y secreto (así, por ejemplo, se utilizaron dos versiones de la declaración
Karajan, una de las cuales omitía la referencia al retorno del Ferrocarril Oriental de
China sin compensaciones y se usó como base para el acuerdo secreto con Pekín que,
en 1924, daba a la Unión Soviética el control mayoritario sobre dicho ferrocarril)
(Elleman, 1994).

La revolución nacionalista

Con la asistencia de los asesores rusos, a los que una relación de los
acontecimientos se alude como «misioneros de la revolución» (Wilbur y How, 1989:
12), y la ayuda financiera soviética, Sun procedió a reorganizar el Guomindang
trasformándolo en un partido sumamente disciplinado (Wilbur, 1983: 531-537;
Wilbur y How, 1989: 80-99). En particular contó con la colaboración de Mijaíl
Borodin, el más importante y enérgico de los asesores soviéticos, que permanecería
en China hasta la ruptura del frente unido en 1927 (Jacobs, 1981). Borodin convenció
a Sun de que, para poder derrotar al caudillismo y al imperialismo, el partido había de
movilizar a los trabajadores y campesinos en una auténtica revolución de masas.
Pronto se crearon oficinas del partido encargadas de la propaganda, la organización,

ebookelo.com - Página 95
los trabajadores, los campesinos y las mujeres. Al mismo tiempo se estableció una
academia militar en Whampoa (Huangpu), cerca de Cantón, en mayo de 1924, para
formar a los oficiales de un ejército nuevo e ideológicamente motivado. Al igual que
el Ejército Rojo ruso, este nuevo ejército revolucionario tendría comisarios políticos
adscritos a todas las unidades para asegurar la correcta formación ideológica.
El comandante de la academia de Whampoa era Chiang Kai-shek (1887-1975),
que había recibido entrenamiento militar en Japón antes de 1911 y se había
convertido en estrecho colaborador de Sun. La colaboración de Chiang con Sun se
vería reforzada también por los vínculos personales cuando, más tarde (en 1927), se
casó con una hermana de la esposa de Sun Yat-sen, Song Qingling. Los Song eran
una familia rica (el fundador era un autodidacta formado como misionero cristiano en
Estados Unidos, que se había convertido en rico empresario en Shanghai), que iba a
ejercer una considerable influencia en la política china durante los años siguientes;
otra hermana se casaría con H. H. Kong (K'ung), futuro ministro de Economía del
gobierno nacionalista a partir de 1928, mientras que un hermano, Song Ziwen (T. V.
Soong), llegaría también a ocupar el cargo de ministro de Economía y a dirigir
numerosas organizaciones empresariales y económicas a partir de esa misma fecha
(Sea- grave, 1985). Los vínculos de Chiang con la familia Song, cristiana y educada
en Occidente (las tres hermanas Song y su hermano se educaron en Estados Unidos)
le proporcionaron respetabilidad y seguridad económica, complementando sus
estrechas relaciones con el hampa de Shanghai (por entonces no divulgadas), que
también le proporcionaron dividendos, especialmente a partir de 1927 (véase el
siguiente apartado).
En el primer congreso nacional del Guomindang, celebrado en enero de 1924, se
redefinió el nacionalismo en términos de antiimperialismo, y se estableció el
compromiso formal de movilizar a los trabajadores y campesinos. Por primera vez se
vio a Sun Yat-sen como el portavoz del nacionalismo de masas (Bergére, 1998: 328-
330, 341). El PCC ganó también influencia y posiciones en el seno del reorganizado
Guomindang. En el congreso de 1924, se eligió a varios comunistas (incluyendo a Li
Dazhao y Mao Zedong) para el comité ejecutivo central. Otros, como Zhou Enlai
(1898-1976) fueron comisarios políticos en la academia de Whampoa. También
fueron comunistas quienes asumieron la dirección de las Oficinas de Campesinos y
de Organización, a la vez que accedían a altos cargos en la Oficina de Trabajo
(Wilbur, 1983: 538). De hecho, gracias precisamente al frente unido el PCC
empezaría a prestar más atención al campesinado (Hofheinz, 1977: 8). Aunque Peng
Pai, el hijo de un terrateniente que se había unido al PCC en 1921, había empezado a
organizar a los agricultores arrendatarios de los alrededores de Cantón y había
ayudado a crear un Sindicato Campesino en 1922 (Marks, 1984: 152-281; Galbiati,
1985: 100-118), inicialmente los líderes del PCC se mostraron escépticos acerca de la

ebookelo.com - Página 96
posibilidad de expandirse en las zonas rurales. Así, por ejemplo, hasta después de
1923 el partido no creó su propio comité campesino. Peng Pai pasó a convertirse en
miembro destacado de la Oficina de Campesinos y fue el primer director del Instituto
de Formación del Movimiento Campesino creado por el Guomindang en 1924 para
formar a los cuadros rurales. Se empezaron a formar en toda la provincia de
Guangdong asociaciones campesinas que luchaban por la reducción de alquileres, y
que desempeñaron un importante papel en la batalla del Guomindang contra los
caudillos locales. Fue siendo director del Instituto de Formación del Movimiento
Campesino cuando el propio Mao Zedong llegó a apreciar el enorme potencial
revolucionario del campesinado (Womack, 1982: 52-59; Schram, 1989: 38-40).
El último acto político de Sun Yat-sen fue abandonar Pekín, en noviembre de
1924, para negociar la reunificación pacífica con los caudillos del norte (tras haber
abandonado los anteriores planes de emprender una expedición militar en alianza con
los caudillos del sur). Ya entonces gravemente enfermo, a su muerte —en Pekín, en
marzo de 1925— no había podido lograr su objetivo. Sun no tardaría en ser
canonizado como fundador de la revolución china, y, en especial tras el
establecimiento del gobierno nacionalista en 1928, su retrato aparecería en todas las
escuelas y despachos gubernamentales (e incluso se imprimiría en billetes de dólar y
paquetes de cigarrillos). Los aniversarios de su nacimiento y de su muerte se
declararon fiesta nacional, y en 1940 se aludía a él como Guofu («Padre de la
Nación») (Fitzgerald, 1996: 27; Bergére, 1998: 409-410). Aunque en última instancia
Sun fracasó en su intento de lograr una China unida y democrática y sus complicados
planes de desarrollo nacional —publicados en 1920 con el título de Jianguo Fanglue
(«Plan de reconstrucción nacional»)— se han calificado como la obra de un
visionario poco práctico (Wilbur, 1976: 286-287), una evaluación más reciente ha
subrayado la relevancia contemporánea de sus ideas (Bergére, 1998: 284-285). Así,
se considera que el llamamiento de Sun a la cooperación económica internacional, su
elección de las zonas costeras y puertos de China como principales polos de futuro
desarrollo, y su sugerencia de una economía mixta, anticipaban el programa de
reformas posterior a 1976, basado en una mayor interacción con Occidente, el uso de
tecnología extranjera, el énfasis en el papel especial de las zonas de desarrollo
costeras y la introducción de una economía de mercado para complementar el sector
público ya existente.
Con la muerte de Sun Yat-sen, el poder en el seno del Guomindang empezó a
gravitar hacia Chiang Kai-shek, quien, como comandante del Ejército Revolucionario
Nacional y presidente del Consejo Militar, ejercía una influencia cada vez mayor
sobre el ala civil del partido, a la sazón bajo el liderazgo de Wang Jingwei (1883-
1941). Wang había sido estrecho colaborador de Sun desde la época en la que ambos
habían compartido la causa antidinástica, antes de 1911, y estaba asociado al ala

ebookelo.com - Página 97
izquierda del partido. Dado que tanto Wang como Chiang aspiraban a suceder a Sun
Yat-sen, surgió un conflicto entre ellos que daría como resultado una escisión en el
partido, en 1926-1927.
Mientras tanto, el Guomindang y el PCC cosechaban los beneficios de la
creciente oleada de antiimperialismo en China surgida a partir de 1923, y el número
de miembros de ambos partidos aumentó rápidamente. Los miembros del PCC
pasaron de ser alrededor de 130 en 1922 a 60.000 en 1927 (Chen, 1983: 526). Los
sentimientos antiimperialistas alcanzaron su momento álgido con el denominado
«incidente del trece de mayo» de 1925. Diez días antes, guardas japoneses habían
abierto fuego contra los trabajadores chinos que se manifestaban contra el cierre de
una fábrica textil japonesa en Shanghai, causando la muerte de un trabajador. El 30
de mayo, estudiantes y trabajadores organizaron manifestaciones para condenar la
acción japonesa en particular, y para protestar contra los privilegios extranjeros en
general. El comandante británico de la fuerza de policía del Enclave Internacional en
Shanghai ordenó a sus hombres disparar a la multitud, y murieron otras doce
personas. El incidente suscitó una lluvia de protestas no sólo en Shanghai, sino
también en otras ciudades importantes (Isaacs, 1961: 70-73; Clifford, 1979: 15-27).
Las huelgas y boicots en Shanghai y Cantón paralizaron la actividad económica, y los
consulados británico y japonés fueron atacados. Los estudiantes lograron también
potenciar sus «guiones de protesta», desarrollados inicialmente durante el
Movimiento del Cuatro de Mayo, representando escenas de martirio en las calles para
despertar la oposición pública al imperialismo extranjero (Wasserstrom, 1991: 109-
110). Aunque normalmente se ha considerado que el Movimiento del Trece de Mayo
representa el punto de inflexión en la revolución nacionalista y en la posterior derrota
de los señores de la guerra del norte del país, en 1927-1928, un estudio reciente
sostiene que en 1924 se libraron dos guerras entre dos camarillas señoriales rivales
del norte (asociadas a Wu Peifu y a Zhang Zuolin), que fueron de hecho las que
marcaron ese crucial punto de inflexión. Dichas guerras debilitaron fatalmente al
régimen de Pekín, llevaron a la bancarrota económica e infundieron una pérdida de
confianza generalizada en el statu quo, todo lo cual constituiría la clave determinante
del eventual éxito de la Expedición del Norte lanzada por el Guomindang, en 1927-
1928 (Waldron, 1995: 5-9).
Durante el curso del Movimiento del Trece de Mayo, el régimen de Cantón se
declaró a sí mismo gobierno nacional, y se hicieron planes para la reunificación
militar de China. El Ejército Revolucionario Nacional de Chiang había probado ya su
valor en las campañas contra el gobernador de Guangdong, Chen Jiongming. Los
caudillos militares de la vecina provincia de Guangxi decidieron unir sus fuerzas a las
del Guomindang, y sus ejércitos pasaron a considerarse unidades del Ejército
Revolucionario Nacional. Estos caudillos (Bai Chongxi y Li Zongren), conocidos

ebookelo.com - Página 98
como la Banda de Guangxi, se habían mostrado muy activos promoviendo reformas
en su propia provincia y confiaban en utilizar su cooperación con el Guomindang
como un trampolín para ejercer una influencia nacional (Lary, 1974; Levich, 1993).
Se establecía así un precedente por el que los antiguos señores de la guerra y sus
ejércitos serían asimilados por las fuerzas revolucionarias.
Inicialmente, tanto Chen Duxiu como Moscú acogieron con frialdad la idea de
una expedición al norte. Chen, en particular, temía que una campaña de ese tipo
sirviera meramente para aumentar el poder militar de Chiang Kai-shek. Éste, mientras
tanto, mostraba su creciente influencia en el seno del Guomindang llevando a cabo lo
que pasaría a conocerse como el «Golpe de Marzo» de 1926. Durante aquel mes
ordenó poner a los asesores rusos bajo arresto domiciliario, y declaró que desde aquel
momento a los miembros del PCC ya no se les permitiría dirigir ninguna de las
oficinas del partido. También se redujo el número de miembros del PCC que
formaban parte de los comités del partido (Harrison, 1972: 76-78). Al mismo tiempo,
se obligó a retirarse a Wang Jingwei.
Aunque Chiang parecía ahora contar con el respaldo público del ala derecha del
Guomindang, que no había dejado de pedir la expulsión de los comunistas del
partido, tras el «golpe» adoptó una actitud más conciliadora, puesto que todavía
necesitaba el apoyo del PCC y de Moscú en la inminente campaña contra los señores
de la guerra. Stalin, por su parte, estaba ansioso por que el frente unido continuara.
Dentro de la Unión Soviética, las diferencias ideológicas y políticas entre Stalin y
Trotski (que finalmente llevarían a la expulsión de este último del Partido
Bolchevique y a su exilio del país) tuvieron repercusiones en la percepción que tenía
el primero de la situación en China. Así, mientras que Trotski se oponía a la
cooperación del PCC con la burguesía (esto es, con el Guomindang) y pedía la
inmediata constitución de soviets, Stalin insistía en que el Guomindang representaba
un bloque de cuatro clases (gran burguesía, pequeña burguesía, trabajadores y
campesinos), y que, en consecuencia, el PCC necesitaba permanecer en el frente
unido para garantizar su constante influencia sobre las masas. Como señalaremos más
adelante, la insistencia de Stalin en que el PCC mantuviera la política del frente unido
—recomendar su retirada habría refrendado la postura de Trotski respecto a China y,
por tanto, habría debilitado el intento de Stalin de afirmar su propio liderazgo
ideológico— estuvo muy cerca de provocar la total aniquilación del PCC (Schwartz,
1951; Brandt, 1958; Isaacs, 1962).
El frente unido, pues, se mantuvo. Chiang liberó a los asesores rusos y, con el
apoyo del PCC y de Moscú, la Expedición del Norte se puso en marcha en el verano
de 1926 (Spence, 1999a: 323-330). Frente a los ejércitos de los caudillos,
numéricamente superiores pero poco coordinados, el Ejército Revolucionario
Nacional logró reclutar un considerable apoyo por parte de las masas (Wilbur, 1968,

ebookelo.com - Página 99
1983; Jordan, 1976). Con frecuencia la acción militante de campesinos y trabajadores
precedió al avance nacionalista. En todos los centros industriales importantes hubo
huelgas generalizadas, mientras que en las provincias centrales de Hunan y Hubei se
dio un enorme incremento del número de asociaciones campesinas, con un número de
miembros estimado en más de dos millones de personas a principios de 1927 (Isaacs,
1961: 113). Estas asociaciones iban más allá de la tradicional defensa de la reducción
de alquileres y propugnaban directamente la apropiación de las tierras, lo que
frecuentemente suponía atacar a los terratenientes.
Mao Zedong visitó Hunan en 1926 y presenció por sí mismo la revolución que
estaba teniendo lugar en el campo. Escribió un informe sobre sus descubrimientos
que desde entonces se convertiría en uno de los textos clásicos del comunismo chino.
En su «Informe de una investigación sobre el movimiento campesino en Hunan»,
Mao llamaba la atención del partido sobre la lucha espontánea de los campesinos
contra los «funcionarios corruptos, matones locales y aristócratas malvados». En
contraste con la visión marxista ortodoxa, que retrataba a los campesinos básicamente
como un colectivo provinciano y conservador, y cuyas ambiciones
«pequeñoburguesas», limitadas únicamente a asegurarse el derecho a su propia
parcela de tierra, significaban que dicho colectivo habría de ser dirigido por el
proletariado urbano, más revolucionario, Mao afirmaba entusiásticamente que la
auténtica revolución estaba teniendo lugar en el campo; además daba a entender que
el partido corría el riesgo de perder el liderazgo de la revolución si no actuaba
rápidamente para implicarse en las luchas de los campesinos. Señalando también que
el latifundismo constituía el fundamento social del imperialismo y el caudillismo en
China, Mao trataba de desviar la atención de las ciudades y elevar la lucha de clases
rural a la categoría de principal factor determinante de la revolución:

En muy poco tiempo, varios cientos de millones de campesinos en las


provincias centrales, meridionales y septentrionales de China se alzarán como un
tornado o una tempestad; una fuerza tan extraordinariamente rápida y violenta
que ningún poder, por grande que sea, podrá reprimirla. Se abrirán paso a través
de todos los obstáculos que ahora les atan y avanzarán por la senda de la
liberación. Enviarán a todos los imperialistas, caudillos, funcionarios corruptos,
matones locales y aristócratas malvados a la tumba. Todos los partidos
revolucionarios y todos los camaradas revolucionarios se presentarán ante ellos
para ser probados, para ser aceptados o rechazados por ellos. ¿Para marchar al
frente de ellos y dirigirles? ¿Para seguir sus pasos, gesticulando y criticándoles?
¿Para enfrentarse a ellos como adversarios? Cada chino es libre de elegir entre
las tres opciones, pero las circunstancias exigen que se tome una decisión rápida
(Citado en Schram, 1963: 179-180).

ebookelo.com - Página 100


Aunque, como ya hemos señalado anteriormente, Peng Pai había empezado a
organizar sindicatos campesinos ya en la década de 1920 (a menudo ignorados en la
posterior historiografía del PCC debido al énfasis en el papel pionero de Mao en la
movilización del campesinado), los líderes del PCC en su conjunto seguían
presuponiendo que la revolución se basaría principalmente en las ciudades. Por
primera vez, un destacado miembro del PCC afirmaba que el campesinado era la
principal fuerza de la revolución. El informe de Mao era también un claro testimonio
de su fe populista, evidente desde el período del Cuatro de Mayo, en el potencial
revolucionario de las masas. Además, su crítica implícita de que el partido había
perdido el contacto con los acontecimientos reales que sucedían en el campo
constituía un reflejo del desprecio por los «intelectuales teóricos» que le acompañaría
durante toda su vida (si bien, irónicamente, cabría considerar un intelectual también
al propio Mao, ya que había asistido tanto a la escuela secundaria como a la de
magisterio).
La confianza de Mao en que un campesinado movilizado podría arrasar con todo
lo que se le pusiera por delante (sin aludir para nada a una guía y unos líderes
proporcionados por el partido y el proletariado urbano) constituye un ejemplo de lo
que se ha denominado la creencia «voluntarista» de Mao en la capacidad del ser
humano consciente para superar todos los factores objetivos. Dicha creencia
implicaba que la «revolución en China no dependía de ningún nivel predeterminado
de desarrollo social y económico, y que la acción revolucionaria no tenía por qué
verse restringida por ortodoxias marxistas-leninistas heredadas» (Meisner, 1999: 42).
En sí mismo, el informe de Mao constituía el primer paso importante en el proceso
por el que adaptaría el marxismo-leninismo a las condiciones chinas, un proceso que
más tarde se definiría como «sinización del marxismo» (véase el capítulo 4). Se
podría señalar que tal proceso implicaba una detallada investigación de las
condiciones locales por parte de Mao. Así, un informe sobre el distrito de Xunwu (en
el suroeste de Jiangxi) que Mao elaboró en mayo de 1930 tras el reciente
establecimiento de un soviet local —y traducido no hace mucho al inglés (Thompson,
1990)—, proporcionaba numerosos detalles sobre el comercio, las costumbres
sociales, el régimen de arrendamiento de las tierras y la educación en la zona.
A finales de 1926 las fuerzas nacionalistas habían tomado el control de las
provincias de Hunan, Hubei, Jiangxi y Fujian. Además de asimilar a los caudillos
locales que encontraron a su paso, los nacionalistas obtuvieron también el apoyo de
otros señores de la guerra más importantes como Yan Xishan y Feng Yuxiang,
quienes, al igual que la Banda de Guangxi, adquirirían una posición elevada en la
jerarquía del Guomindang mientras seguían conservando el control de sus propios
ejércitos.
El creciente movimiento militante de masas, sin embargo, acentuó las diferencias

ebookelo.com - Página 101


entre los miembros del ala izquierda y el ala derecha del Guomindang, ya que los
primeros afirmaban que se trataba de un acontecimiento positivo, mientras los
segundos pedían que se limitara. También las potencias extranjeras contemplaron los
hechos con creciente alarma. Cuando las fuerzas nacionalistas llegaron al Yangzi, las
zonas de concesión británica de Hankou y Jiujiang fueron invadidas, mientras que a
principios de 1927 fueron atacados los consulados británico, estadounidense y
japonés en Nankín, lo que desencadenó una rápida represalia en la forma de un
bombardeo naval conjunto angloamericano de la ciudad.
Cuando Wang Jingwei, Song Qingling y otras personas asociadas al ala izquierda
del Guomindang empezaron a constituir un gobierno en Wuhan, Chiang Kai-shek
avanzó hacia Shanghai. Una serie de huelgas producidas durante los nueve meses
anteriores habían paralizado la ciudad y habían desempeñado un importante papel a
la hora de impedir que el caudillo local, Sun Chuanfang, organizara una resistencia
eficaz contra el avance de las fuerzas nacionalistas.
En abril de 1927, menos de un mes después de haber sido aclamado por los
trabajadores, Chiang se volvió contra sus antiguos adiados izquierdistas y reprimió
brutalmente todos los sindicatos de la ciudad, deteniendo y ejecutando a todos los
acusados de estar confabulados con los comunistas. Las acciones de Chiang contaron
con el respaldo y el aliento tanto de las clases empresariales y mercantiles de
Shanghai, que temían los efectos perturbadores de una actividad sindical militante,
como de las potencias extranjeras, que propugnaban un rápido regreso a la
normalidad. Chiang logró también que el hampa de Shanghai, y en particular la
Banda Verde —una sociedad secreta implicada en el tráfico de droga, la extorsión, el
juego y la prostitución— le ayudara a perseguir y matar a los comunistas y a sus
partidarios (Marshall, 1976; Martin, 1996: 91-111). Este «Terror Blanco» se extendió
a otras ciudades bajo el control de Chiang.
El gobierno nacionalista de Wuhan condenó la acción de Chiang (lo que le
predispondría a establecer su propio gobierno en Nankín), pero su posición se hizo
cada vez más insostenible. Aunque contaba con el apoyo de varios caudillos militares
celosos del poder de Chiang, estos generales se oponían a la constante apropiación de
las tierras por parte de las asociaciones campesinas en las zonas rurales de Hunan y
Hubei, dado que muchos de ellos poseían tierras o tenían vínculos con los
terratenientes. Las huelgas laborales en la propia ciudad de Wuhan también situaron
al gobierno en una posición incómoda, ya que trató de adoptar una postura intermedia
entre satisfacer las demandas sindicales y restringir los «excesos» del movimiento de
masas. Habría que señalar, no obstante, que el gobierno de Wuhan puso en práctica
algunas políticas progresistas en relación a las diferencias de sexo (como la
ampliación de los derechos matrimoniales, hereditarios y contractuales para las
mujeres), y un reciente estudio sostiene que este período presenció el intento más

ebookelo.com - Página 102


avanzado de abordar las cuestiones relativas a la situación de la mujer de todo el siglo
(Gilmartin, 1995: 181-194).
El PCC, mientras tanto, fue la víctima de los contradictorios consejos de Moscú.
Por una parte, Stalin dio instrucciones al partido de que cooperara con el régimen de
Wuhan, argumentando que éste representaba el ala genuinamente revolucionaria del
Guomindang (que ahora Stalin definía como un «bloque de tres clases», dado que
Chiang Kai-shek, en cuanto portavoz de la «gran burguesía», había revelado sus
verdaderos colores reaccionarios), y, por la otra, aconsejaba al partido que armara a
los campesinos, eliminara a los generales poco fiables del ejército y se esforzara en
reemplazar a los «elementos reaccionarios» en el seno del propio gobierno de Wuhan.
No resulta sorprendente que los líderes del gobierno de Wuhan recelaran cada vez
más de sus adiados del PCC. Enfrentados al sabotaje desde dentro y a la rebelión de
sus partidarios militares, que habían empezado a tomar cartas en el asunto
emprendiendo una implacable campaña para reprimir al movimiento campesino, el
régimen de Wuhan se disolvió, y las dos alas del Guomindang se unieron
oficialmente una vez más, aumentando sobremanera el poder y el prestigio de
Chiang. Éste continuó con su Expedición del Norte, y en 1928, con la ayuda de Yan
Xishan y Feng Yuxiang, logró tomar Pekín y obligó a Zhang Zuolin a huir hacia el
norte, a su cuartel general, en Manchuria. Se proclamó oficialmente un nuevo
gobierno nacional, cuya capital se situaría en Nankin. Una víctima inmediata del fin
del régimen de Wuhan fue el movimiento de las mujeres. La reacción conservadora
contra las mujeres políticamente activas se tradujo en horrendas atrocidades
perpetradas contra unas mujeres que, debido a su vestimenta, sus cabellos cortos y su
notoriedad pública, fueron condenadas por subvertir el orden natural de los sexos y
«poner el mundo patas arriba» (Diamond, 1975; Gilmartin, 1995: 198-199).
El frente unido había acabado en desastre total para el PCC, con sus miembros
diezmados y su base urbana destrozada. Se eligió a Chen Duxiu como chivo
expiatorio, y se le acusó de «oportunismo de derechas» (es decir, de no haber
alentado el movimiento de masas). En agosto de 1927 fue reemplazado por Qu
Qiubai en la secretaría general del partido. Inmediatamente el partido provocó una
serie de insurrecciones, confiando en poder aprovecharse de los motines en el seno de
las unidades armadas del Guomindang y apoderarse de las ciudades clave. Una de
dichas insurrecciones, acaecida en septiembre de 1927, conocida como la Revuelta de
la Cosecha de Otoño y destinada a tomar Changsha (en la provincia de Hunan), fue
encabezada por Mao. Su insistencia en que se creara una fuerza militar más
organizada bajo una bandera independiente del PCC (y no bajo la bandera de la
«izquierda revolucionaria del Guomindang», como declaraban los líderes del partido)
y en que se formara una amplia zona base, en lugar de limitarse a atacar sólo unas
pocas ciudades, le valió una amonestación del comité central del PCC (ahora en la

ebookelo.com - Página 103


clandestinidad en Shanghai), que al parecer consideraba a Mao un imprudente
aventurero militar (Harrison, 1972: 129-134). La Revuelta de la Cosecha de Otoño
fracasó, y Mao llevó lo que quedaba de sus fuerzas —incluidos campesinos sin
tierras, vagabundos y bandoleros— a Jingganshan, en la frontera entre Hunan y
Jiangxi. Allí se reuniría con Zhu De, uno de los líderes de una insurrección anterior, y
juntos empezarían a construir una nueva fuerza militar que sería el fundamento del
futuro Ejército Rojo. Los infortunios del PCC se completaron en diciembre de 1927,
cuando su último intento de insurrección urbana en Cantón (donde los comunistas
habían establecido un efímero soviet, conocido como la Comuna de Cantón) fue
sangrientamente reprimido (ibíd.: 137-139). A partir de entonces, la base de la
revolución china estaría en el campo.

La década de Nankín (1928-1937)

Cuando el Guomindang se autoproclamó gobierno nacional, en 1928, estaba


actuando de acuerdo con el principio de tutela política de Sun Yat-sen. Según dicho
principio, el partido habría de guiar los destinos políticos de la nación hasta que
llegara el momento en que el pueblo estuviera preparado para la democracia, tras de
lo cual se promulgaría una constitución. Sin embargo, y a pesar de que en Nankín se
crearon instituciones de gobierno (en las que el Guomindang conservaba una
identidad independiente), el régimen nacionalista nunca logró ejercer el control total
del país aparte de las provincias inmediatamente circundantes. Grandes zonas de
China, como la provincia de Sichuan en el oeste, seguían gobernadas por los
caudillos anteriores a 1928, que reconocían al gobierno de Nankín, pero que lograron
bloquear con éxito los intentos de éste de reducir su poder (Kapp, 1973). Los
caudillos que durante la Expedición del Norte se habían unido al Guomindang, como
Yan Xishan y Feng Yuxiang, fueron nombrados miembros del comité ejecutivo
central del partido, aunque siguieron negándose a disolver o reducir sus ejércitos.
Además, durante toda la década de 1930 el gobierno se vería acosado por la creciente
penetración japonesa en el norte (véase el capítulo 4), la no menos creciente amenaza
comunista en el sur, y una serie de revueltas de caudillos descontentos (a veces en
alianza con los rivales de Chiang Kai-shek en el seno del propio Guomindang).
Durante la década de 1930 Chiang Kai-shek utilizaría sus campañas militares
contra los comunistas para aumentar el control político de Nankín, de modo que,
según un estudio, en 1937 el gobierno nacionalista gobernaba el 25 % del país (que
incluía al 66 % de la población), en comparación con el 8 % del territorio (y el 20 %
de la población) que había controlado en 1929 (Eastman, 1974: 281). Sin embargo, se
puede ver un signo del débil control de China por el régimen en el hecho de que
Nankín obtenía prácticamente la totalidad de sus rentas del sector moderno
concentrado en Shanghai. Además, en 1933 los gastos gubernamentales

ebookelo.com - Página 104


representaban sólo el 2,4 % del producto interior total del país (Coble, 1980: 9).
Aunque se ha atribuido al Guomindang el mérito de sentar las bases para la
creación de un estado-nación (Bedeski, 1981), el propio régimen se vio plagado de
luchas faccionarias y de corrupción, y mostró un escaso compromiso con una
auténtica reforma social o económica (Eastman, 1974). Intentos como los realizados a
partir de 1927 por las autoridades del estado en provincias como Zhejiang y Jiangsu
para establecer unos arrendamientos justos (un proceso que se había iniciado en los
comienzos del período republicano) se abandonaron en gran medida en 1930 debido a
la oposición de los terratenientes (Bernhardt, 1992: 182-189). Otros proyectos con los
que se había comprometido el régimen, como la mejora de la higiene y la sanidad
públicas, sufrieron un sesgo en favor de las ciudades y se vieron afectados por falta
de fondos debido a otras prioridades (Yip, 1996). Las áreas rurales que se hallaban
bajo el control de Nankín sufrieron asimismo de una creciente carga tributaria, ya que
se sometió a los agricultores propietarios a recargos cada vez mayores sobre la
contribución territorial impuesta por los gobiernos de distrito locales. Dado que la
mayoría de los gastos de Nankín se utilizaban con fines militares, se hizo muy poco
para favorecer el desarrollo económico; la construcción de carreteras y líneas férreas,
por ejemplo, se realizó principalmente con fines estratégicos. La reforma social
consistió básicamente en el Movimiento Vida Nueva de Chiang, lanzado en 1934.
Este movimiento, un intento de combinar valores militares de estilo prusiano con la
ética confuciana (Chiang admiraba ambas cosas), y que recientemente se ha
calificado como una forma de «fascismo confuciano» (Wakeman, 1997), aspiraba a
infundir la disciplina, la frugalidad y el hábito del trabajo duro entre las masas; al
final degeneró en una serie de absurdas exhortaciones para que la gente se
comportara y vistiera «con propiedad» (por ejemplo, no escupir en público, ser
siempre puntual y llevar los abrigos y chaquetas abrochados) (Dirlik, 1975; Chu,
1980; Kirby, 1984: 176-185).
Tampoco prestó mucha atención el Guomindang a los intereses de las clases
empresariales y mercantiles urbanas. Aunque diversos estudios anteriores retrataban
al Guomindang bien como un secuaz de la naciente burguesía urbana, o bien como el
representante de las elites rurales y urbanas (Isaacs, 1961; Moore, 1966), otras
investigaciones más recientes han mostrado que no tuvo intención alguna de permitir
que los capitalistas urbanos adquirieran influencia política, mientras al mismo tiempo
recurría a la extorsión, aumentaba los impuestos y obligaba a comprar bonos del
Tesoro con el fin de ordeñar al sector moderno de la economía (Coble, 1980; Bergére,
1983, 1989). Además, un estudio sobre las cambiantes relaciones entre el estado, los
terratenientes y los arrendatarios en la región del Yangzi desde mediados del siglo XIX
hasta la víspera de la toma del poder por parte de los comunistas, en 1949, muestra
también que la posición de la elite terrateniente siguió decayendo durante el período

ebookelo.com - Página 105


de gobierno del Guomindang, ya que ésta se vio atrapada entre los crecientes
impuestos estatales, por una parte, y las exigencias, tanto de los arrendatarios como
del propio estado, de mantener o reducir los alquileres, por la otra (Bernhardt, 1992:
219).
La intimidación de la burguesía (así como la de los obreros militantes) se vio
facilitada por la relación simbiótica del régimen con la Banda Verde de Shanghai, una
«relación laborad» que proporcionaba también a las autoridades del Guomindang una
participación en el comercio ilegal del opio (Martin, 1996). En 1936 el gobierno
había asumido el control de los más importantes bancos privados, a los que se obligó
a suscribir bonos del Tesoro; de ese modo, y tal como señala un estudio (Coble,
1980), los capitalistas urbanos pasaron a depender del régimen de Nankín. Abundaba
la especulación con los bonos del Tesoro, especialmente entre los propios ministros
del gobierno (algunos de los cuales eran también directores de banco, como H. Kong,
ministro de economía y cuñado de Chiang). Por otra parte, la constante necesidad de
Chiang de obtener ingresos con los que financiar sus campañas militares ya fuera
contra los comunistas, ya contra los caudillos recalcitrantes, le hizo olvidar las
necesidades de la industria nacional. Así, aun después de que se lograra la autonomía
arancelaria, en 1929, las tasas sobre las importaciones no subieron excesivamente (lo
que podría haber potenciado la competitividad de la industria nacional) por temor a
que la consiguiente disminución en dichas importaciones se tradujera en menores
ingresos procedentes de derechos aduaneros para el gobierno (Coble, 1980: 83).
El régimen del Guomindang no era, pues, el portavoz de los capitalistas urbanos.
Sin embargo, tampoco planeaba eliminar completamente la empresa privada en favor
de una economía planificada, tal como podría haber sugerido el sesgo anticapitalista
de la propaganda del Guomindang (donde se acusaba a los capitalistas de preocuparse
únicamente por sus intereses individuales a expensas de los de la nación). Como
muestra un reciente estudio (Fewsmith, 1985), a pesar de los deseos de algunos
miembros del Guomindang de unirse a los elementos más radicales y políticamente
activos de la comunidad mercantil —que tendían a representar a la pequeña empresa
e industria— en contra de la elite mercantil, que tradicionalmente había dominado los
sectores bancario e industrial, Chiang pidió la interrupción de las campañas de masas
a partir de 1928, argumentando que éstas resultarían perjudiciales para la unidad
social. La elite mercantil no fue desplazada, sino más bien asimilada por el régimen.
El propio Guomindang se hallaba dividido en varias camarillas o facciones, cuya
agria rivalidad Chiang logró manipular hábilmente con el fin de asegurar su propia
preeminencia, una posición que obtendría un reconocimiento oficial en 1938, cuando
se le concedió el título de «líder» (zongcai). Es curioso, sin embargo, que si bien
Chiang logró imponer una estricta censura de prensa y obstaculizar eficazmente
cualquier intento de los intelectuales liberales de crear nuevas organizaciones

ebookelo.com - Página 106


políticas o grupos de presión —como, por ejemplo, los que pedían la promulgación
de una constitución permanente que estableciera una democracia plena—, fue incapaz
de eliminar la corrupción o la ineficacia en el seno del partido o del propio gobierno.
Y ello a pesar del hecho de que, en 1932, Chiang promovió la creación de un cuerpo
de elite dentro del Guomindang destinado a reforzar su propio liderazgo personal y a
erradicar la corrupción entre los burócratas del partido y del gobierno. Conocido
como los Camisas Azules, dicho cuerpo se inspiraba en el fascismo europeo
(Eastman, 1974), aunque en un estudio se afirma que los elementos fascistas del
régimen de Chiang se han exagerado mucho, dado que sus estrategias políticas y
económicas tienen más en común con el «estado de desarrollo nacional» de la Italia
de finales del siglo XIX y principios del XX (Chang, 1985). Sin embargo, aun esta
organización apenas tuvo impacto, y en 1938 se disolvió, si bien la admiración de
Chiang por la Alemania nazi tuvo como consecuencia el empleo de oficiales
alemanes de alto rango, durante la década de 1930, para adiestrar a regimientos
selectos de su ejército y proporcionarle asesoramiento en sus campañas militares
contra los comunistas (Kirby, 1984: 55-59).
Aunque un estudio anterior sobre el gobierno nacionalista en este período llegaba
a la conclusión de que exhibía los rasgos de un régimen autoritario militar, cuya
corrupción, divisiones faccionarias y falta de compromiso con la reforma «abortaron»
cualquier esperanza de un cambio progresista y modernizador (Eastman, 1974), otras
evaluaciones más recientes describen un panorama más complejo. Así, por ejemplo,
el nuevo Gobierno Municipal de Shanghai (GMS) establecido por el gobierno
nacionalista a partir de 1928 hizo algún intento de expandir el control chino (frente a
las concesiones extranjeras) e instituir medidas destinadas a mejorar la infraestructura
urbana; de hecho, la experiencia del GMS mostraba el carácter polifacético del
gobierno del Guomindang, ya que el GMS —es decir, la rama del Guomindang en
Shanghai— y el gobierno nacionalista de Nankín tenían agendas distintas en diversos
momentos (Henriot, 1993). De modo más siniestro, un reciente estudio sobre la
actividad policial de Shanghai ha mostrado el creciente poder coercitivo del estado
del Guomindang, cuyos mecanismos de control anticipaban los del PCC a partir de
1949 (Wakeman, 1995). Otra herencia legada por el régimen del Guomindang al
estado comunista posterior a 1949 fue la implantación de una rigurosa censura
cinematográfica suscitada inicialmente por la oposición a las películas extranjeras
consideradas ofensivas para China y su gente (Xiao, 1997: 36-38).
Otro estudio sostiene que todos los gobiernos republicanos desde la década de
1910 hasta el régimen del Guomindang, en la de 1930, se caracterizaban por la
coherencia de su agenda y sus objetivos, que se centraban en la consecución de un
estatismo centralizado, sustentado por la racionalización financiera/administrativa,
una enseñanza controlada por el estado y un desarrollo industrial dirigido también por

ebookelo.com - Página 107


el estado; dichos objetivos se vieron bloqueados por el limitado alcance del control
del gobierno central, las divisiones internas y las restricciones de la presión militar
externa, que se mantuvieron constantes durante todo el período republicano (Strauss,
1997: 333-334). En cuanto a la política exterior y la diplomacia, se ha definido todo
el período republicano (1912-1949) como un período de «logros asombrosos desde
una poco envidiable posición de debilidad» (Kirby, 1997: 436). Así, por ejemplo, las
fronteras del multiétnico imperio Qing fueron heredadas por la república a partir de
1912 (y redefinidas como un espacio chino), y luego defendidas con éxito hasta el
punto de que siguen siendo las fronteras de la actual República Popular, con la
excepción de Mongolia Exterior, que se declaró estado independiente bajo los
auspicios de la Unión Soviética, en 1924, y fue reconocida oficialmente por China
cuando Chiang Kai-shek firmó un tratado con la URSS, en 1945. Aunque a partir de
1912 algunas regiones fronterizas escaparon al control del gobierno central chino (por
ejemplo, Xinjiang, en el oeste), en 1945 todas se habían recuperado y el nivel de
influencia externa en dichas regiones era muy inferior al de 1911 (ibíd.: 437-439).
Por otra parte, a principios de la década de 1930, el control chino sobre las aduanas
marítimas, los aranceles, las comunicaciones postales, los ingresos procedentes del
monopolio de la sal y muchas de las concesiones extranjeras se había restaurado; si
bien no se puso fin oficialmente a la extraterritorialidad hasta 1943, antes de esa
fecha el régimen nacionalista había logrado recuperar el control judicial sobre los
residentes chinos en las concesiones extranjeras (ibíd.: 441).

La revolución comunista en el campo

En 1929, Mao Zedong, relevado ya de su posición en el comité central del partido


por el fracaso de la Rebelión de la Cosecha de Otoño, se había desplazado al sur de
Jiangxi, donde empezó a establecer una base (Spence, 1999a: 385-396). Durante esta
época Mao actuaba de manera prácticamente independiente de los líderes del partido
en Shanghai, que le tildaban de aventurero militar por su estrategia basada en la
guerra de guerrillas y el reclutamiento del lumpenproletariado rural (trabajadores
agrícolas, campesinos sin tierras, bandidos y miembros de sociedades secretas) en su
recién creado Ejército Rojo (Rue, 1966; Schram, 1966). De hecho, en algún caso se
ha llamado la atención sobre la incorporación de técnicas propias del bandidaje por
parte de Mao y otros comunistas locales a sus estrategias, como la localización de sus
bases (y más tarde de los soviets) en las remotas fronteras provinciales y el uso de
métodos guerrilleros (Billingsley, 1988: 252-255).
Sin embargo, el comité central del PCC, ahora bajo el liderazgo de Li Lisan, pidió
a las fuerzas de Mao que participaran en una nueva campaña de revueltas rurales y
urbanas coordinadas, de acuerdo con la confiada afirmación de Stalin de que existía
una nueva «marea» revolucionaria en todo el mundo originada por la Gran Depresión

ebookelo.com - Página 108


(y también para aprovecharse de la renovada lucha entre Chiang y los generales
rebeldes). En 1930, los intentos de tomar y ocupar las ciudades de Zhangsha,
Nanchang y Wuhan fracasaron, debido principalmente a la falta de apoyo de las
masas, y Mao se retiró una vez más a su base de Jiangxi convencido más que nunca
de que se debía dar prioridad a la consolidación de una base territorial autosuficiente.
Li Lisan quedó desacreditado ante Moscú, donde fue severamente reprendido por
su «aventurismo» y su «chovinismo pequeñoburgués»; esta última acusación se debía
a que Li había proclamado que China era el eslabón más débil del imperialismo, y, en
consecuencia, había atribuido a la revolución china una importancia mundial, una
suposición que el Komintern consideró demasiado grandiosa y ambiciosa (Thornton,
1969: 123-129, 168-175). El liderazgo del partido cayó ahora en manos de un grupo
conocido como los «Veintiocho Bolcheviques», debido a que todos ellos habían
estudiado en Moscú entre 1926 y 1930. Dirigidos por Wuang Ming (Chen Shaoyu),
Bo Gu (Qin Bangxian) y Luo Fu (Zhang Wentian), eran leales partidarios de la línea
del Komintern y se mostraban aún más críticos con Mao que los anteriores líderes. En
noviembre de 1931, Mao invitó a los líderes del partido a asistir al primer congreso
de soviets de China, celebrado en Ruijin, que proclamó oficialmente la República
Soviética de Jiangxi y eligió a Mao como presidente del gobierno soviético.
El soviet de Jiangxi era, en realidad, uno de los varios soviets rurales creados en
aquella época en China central, entre los que se incluían otros cuatro soviets
fronterizos en la provincia de Jiangxi y dos en la provincia de Hubei. No obstante, el
soviet central de Ruijin era el mayor, y comprendía una población estimada de tres
millones de personas (Harrison, 1972: 199). Diversos estudios sobre las actividades
comunistas en los otros soviets como el soviet de Min-Zhe-Gan (en el noreste de
Jiangxi) y el soviet de Oyuwan (en el noreste de Hubei) resultan útiles para mostrar
las flexibles tácticas utilizadas en la movilización comunista del campesinado, que
incluían el uso de los vínculos de parentesco y de linaje, la infiltración en las escuelas
modernas y en las sociedades secretas, y la manipulación de las rencillas familiares o
étnicas (Polachek, 1983; Sheel, 1989; Wou, 1994). El hecho de que muchos activistas
comunistas provinieran de familias de la elite tradicional también les ayudó en
Jiangxi, donde pudieron cuestionar el antiguo orden gracias al respeto y el estatus que
dichas familias llevaban aparejado (Averill, 1990). Se podría señalar también que la
reciente tendencia a abandonar el enfoque del análisis de la revolución centrado en
Mao (e incluso el enfoque rural en general) ha dado como resultado el estudio del
propio Partido Comunista de Shanghai desde 1927 hasta el estallido de la guerra
chino-japonesa de 1937. Aunque obligado a pasar a la clandestinidad a partir de 1927
(y prácticamente ignorado por la posterior historiografía de la revolución), en
Shanghai el partido siguió funcionando y logró construirse su propio papel político en
la ciudad durante la década de 1930 uniéndose a otros grupos desafectos,

ebookelo.com - Página 109


principalmente en protestas contra la política de apaciguamiento de Chiang Kai-shek
frente a los japoneses (Stranahan, 1998).
Cuando los líderes del partido en Shanghai se trasladaron permanentemente a
Ruijin, en 1932-1933, la influencia de Mao en el soviet central de Jiangxi se vio
gradualmente reducida. Aunque conservó su puesto como presidente del gobierno
soviético, se convirtió, en gran medida, en un presidente honorario. El verdadero
poder residía en el Politburo, el órgano político superior del partido, que estaba
dominado por los Veintiocho Bolcheviques. Éstos se mostraban especialmente
críticos con la política de distribución de tierras de Mao y sus tácticas guerrilleras. En
contraste con la política agraria, más radical, que llevó a cabo mientras estaba en
Jingganshan, en 1929, cuando la tierra perteneciente tanto a terratenientes como a
campesinos ricos (es decir, campesinos hacendados que trabajaban sus tierras por sí
mismos además que arrendar una parte de ellas a otros) fue confiscada y redistribuida
a los campesinos pobres, la reforma agraria de Mao en 1931 permitía a los
campesinos ricos recibir una parcela de tierra con tal de que la labraran por sí
mismos. Los líderes del partido consideraron este hecho una evidencia del fracaso de
Mao a la hora de adoptar una firme postura de clase, y a partir de 1933 se tomó una
actitud más dura frente a los campesinos ricos. Sin embargo, la política de
distribución de tierras de Mao era coherente con su estrategia de movilizar el mayor
apoyo rural posible, mientras que, al mismo tiempo, su insistencia en que las
asociaciones de campesinos pobres participaran activamente en la confiscación y
distribución de tierras reflejaba su creencia de que la reforma agraria había de tener
un significado político, además de económico (Kim, 1973: 118-143).
En un sentido más amplio, la implicación de las asociaciones de campesinos en
este proceso constituía un importante componente de lo que Mao más tarde calificaría
de «la línea de masas», un conjunto de técnicas y prácticas destinadas a asegurar el
apoyo popular y la estrecha identificación de las políticas del partido con las
aspiraciones del pueblo (Schram, 1989: 45-46, 97-98). Este concepto aludía también
a una forma particular de ejercer el liderazgo del partido. Así, una resolución del
partido de 1943 explicaba el concepto del siguiente modo:

En todo el trabajo práctico del partido, el liderazgo correcto sólo se puede


desarrollar según el principio de «de las masas para las masas». Esto significa
recapitular (es decir, coordinar y sistematizar tras cuidadoso estudio) los puntos
de vista de las masas (es decir, puntos de vista dispersos y no sistemáticos), y
luego llevar las ideas resultantes de nuevo a las masas, explicándolas y
popularizándolas hasta que las masas se adhieran a dichas ideas por sí mismas,
se levanten por ellas y las traduzcan en acción con el propósito de comprobar su
validez (Harrison, 1972: 205).

ebookelo.com - Página 110


A partir de 1933, el papel preponderante que daba Mao a la flexible guerra de
guerrillas contra las fuerzas nacionalistas invasoras se vio reemplazado por el énfasis
en la estrategia, más ortodoxa, de una guerra de posición. Entre 1930 y 1934, Chiang
Kai-shek lanzó cinco campañas de «cerco y exterminación» contra el soviet de
Jiangxi. Las primeras cuatro fracasaron, pero la quinta, iniciada en octubre de 1933,
resultó más fructífera. Siguiendo el consejo del general Hans von Seeckt, jefe de la
misión militar alemana en Nankín, Chiang adoptó una política de estrangulamiento
económico, bloqueando los soviets con una serie de fortalezas y fortines. El Ejército
Rojo sufrió varias derrotas desastrosas, y en octubre de 1934 se decidió evacuar el
soviet de Jiangxi, una retirada que pasaría a conocerse como la Larga Marcha.
Dejando atrás a los ancianos, a los niños y a la mayor parte de las mujeres, partieron
unas 86.000 personas, dirigiéndose inicialmente hacia el este, aunque finalmente se
decidió establecer una nueva base en el noroeste. Perseguida en todo momento por
las tropas nacionalistas y tras atravesar un territorio físico de una extensión
escalofriante, esta fuerza comunista (de la que sobrevivieron menos de 4.000
personas) llegó a la provincia de Shaanxi un año después, en 1935. Una de las pocas
mujeres que realizaron la Larga Marcha —unas treinta en total (Lee y Wiles, 1999)—
fue He Zizhen, la segunda esposa de Mao (su primera esposa, Yang Kaihui, había
sido ejecutada por las autoridades del Guomindang en Changsha, en 1930, poco
después del fracasado ataque de Mao a la ciudad). Gravemente herida durante la
Larga Marcha, en 1938 He Zizhen viajó a la Unión Soviética con el fin de recibir
tratamiento médico; para entonces Mao había iniciado ya relaciones con la que sería
su tercera esposa, Jiang Qing, una actriz de cine secundaria que había viajado al
noroeste del país desde Shanghai en 1937 (Short, 1999: 113-116, 225-226, 369-372;
Terrill, 1999: 107-161).
La posterior historiografía comunista atribuiría un estatus casi mítico a la Larga
Marcha, la cual ayudó a forjar vínculos entre los supervivientes, reforzó su
solidaridad colectiva y revitalizó el sentimiento de cumplir una misión en medio de lo
que, de hecho, había sido una derrota militar. Habría que señalar, no obstante, que el
tradicional enfoque del análisis de la revolución china centrado en Mao realizado por
los historiadores tanto occidentales como chinos —y al que ya nos hemos referido
anteriormente— ha supuesto que, hasta hace poco, las actividades de las fuerzas
comunistas de otros soviets de la China central que quedaron tras las líneas enemigas
hayan sido en gran medida ignoradas. Un reciente estudio (Benton, 1992) ha llamado
la atención sobre la casi olvidada guerra de guerrillas librada a partir de 1934 por
dichas fuerzas comunistas, que resurgirían en 1938, con la formación del segundo
frente unido (véase el capítulo 4) como una unidad oficialmente reconocida
(designada como el Nuevo IV Ejército) de la resistencia nacional contra Japón tras su
invasión a gran escala del territorio chino, en 1937.

ebookelo.com - Página 111


Durante el transcurso de la Larga Marcha Mao solicitó la convocatoria de un
dilatado congreso del Politburó en Zunyi (provincia de Guizhou), celebrado en enero
de 1935, donde se criticaron los errores de los líderes del partido durante los últimos
años del soviet de Jiangxi. Y, lo que es más importante, el congreso de Zunyi marcó
el inicio del futuro liderazgo de Mao en el partido. Mao no sólo fue elegido miembro
del Politburo y nombrado jefe de la Secretaría General, sino que también se le otorgó
el importante cargo de director del Comité de Asuntos Militares (Harrison, 1972:
246). En 1936 el PCC había establecido un nuevo cuartel general en Yanan, en el
norte de Shaanxi, donde, debido a lo inhóspito del terreno, se hallaba relativamente
protegido de un posible ataque. Fue allí donde Mao, durante los años siguientes,
consolidaría su liderazgo político e ideológico en el partido. Mientras tanto, se
produjo un momentáneo respiro en la campaña de Chiang contra los comunistas,
cuando ambos bandos acordaron unir sus fuerzas contra un enemigo común: Japón.

ebookelo.com - Página 112


Capítulo 4:
LA GUERRA DE RESISTENCIA CONTRA JAPÓN

La guerra a gran escala que estalló entre China y Japón en 1937 fue el último acto
de un drama en el que Japón había tratado de preservar sus derechos económicos y
políticos en China no sólo frente al revigorizado nacionalismo chino, sino también
frente a la creciente hostilidad de Gran Bretaña y Estados Unidos (Jansen, 1975). Al
mismo tiempo, Japón veía la guerra como el primer paso en la creación de un nuevo
orden en Asia oriental, un orden en el que China finalmente se daría cuenta de que
sus verdaderos intereses se hallaban en su asociación con Japón contra los males
gemelos del comunismo soviético y la democracia liberal anglosajona (Storry, 1979).
Las acciones de Japón en China, sin embargo, revelaban la extrema fragilidad de la
distinción entre «asociación» y dominación, mientras que, al mismo tiempo, el
gobierno y los líderes militares japoneses se mostraban incapaces de comprender que
la idea de un nuevo orden en Asia oriental no resultaba atractiva para los chinos
debido a que, desde el cambio de siglo, el nacionalismo chino se había dirigido tanto
contra Japón como contra Occidente.
Contrariamente a la suposición inicial japonesa de que el «Incidente de China»
(como se le denominó) terminaría en unos meses, la guerra habría de durar ocho años
y representaría un enorme desgaste de los recursos humemos y materiales de Japón.
En 1941 Japón estaba también en guerra con Estados Unidos y Gran Bretaña, y se
habían iniciado una serie de acontecimientos que llevarían al final de los imperios
europeos en el sureste asiático, a la completa derrota militar de Japón, al surgimiento
de dos nuevas superpotencias en Asia oriental que llenarían ese vacío, y a la creación
de un estado comunista en China. Por otra parte, varios ensayos no sólo señalan que
la guerra chino-japonesa pudo muy bien haber sido la clave del resultado final de la
segunda guerra mundial en el Pacífico, sino que también hacen hincapié en su
enorme impacto político y económico en la propia China (Hsiung y Levine, 1992).

Los orígenes del imperialismo japonés

Desde la restauración Meiji de 1868, en que el sistema feudal había sido


reemplazado por un gobierno centralizado bajo el emperador Meiji, la política del
gobierno japonés había tratado de crear una nación rica y militarmente fuerte con el
fin de poder hacer frente a la amenaza de un Occidente en expansión. Como China,
en las décadas de 1850 y 1860 Japón se había visto obligado a firmar «tratados
desiguales» con las potencias occidentales, por los que se abrían una serie de puertos
francos en los que los residentes extranjeros disfrutaban de extraterritorialidad,
además de afectar a la autonomía arancelaria de Japón. Asimismo, hasta la década de

ebookelo.com - Página 113


1880 el comercio exterior, la banca moderna y las operaciones de cambio de divisas
en Japón estaban, en su mayor parte, en manos extranjeras, hasta el punto de que un
historiador se ha referido al Japón de esa época como un estado «cliente» de
Occidente (Beasley, 1989: 306). La búsqueda de seguridad constituyó asimismo un
importante motivo en el expansionismo inicial japonés, que trató de imponer su
soberanía en las islas vecinas (como las Kuriles en el norte, y las Ryukyu en el sur);
también los nacionalistas radicales ajenos al gobierno (que, sin embargo, mantenían
vínculos con determinados círculos militares y empresariales) respaldaban una
política expansionista, empeñados en ampliar la influencia japonesa en Asia,
especialmente en Corea y China. A finales del siglo XIX se suponía que Japón
necesitaba convertirse en una potencia imperialista para poder tanto emular a
Occidente como competir con él (Jansen, 1984). Dicha suposición, además de
aumentar el desprecio japonés por China considerándola una nación «atrasada» que
no estaba dispuesta a modernizarse, disipaba las anteriores esperanzas de algunos
japoneses (especialmente en la década de 1870) de que Japón pudiera pagar su deuda
cultural con China (que se remontaba al siglo VIII, cuando Japón asimiló el sistema de
escritura chino y la filosofía confuciana) uniéndose a dicho país en una causa común
contra la penetración occidental.
En 1895, Japón entró oficialmente en las filas de las potencias imperialistas de
Asia tras derrotar a China en una guerra por la influencia dominante en Corea. Por la
Paz de Shimonoseki no sólo se reconocía el predominio japonés en Corea, sino que
Japón obtenía todos los derechos y privilegios de los que disfrutaban las potencias
occidentales en China y adquiría la isla de Taiwan (que los Qing acababan de integrar
a la provincia de Fujian). Aunque las razones de seguridad pudieron constituir uno de
los factores de la adquisición —la armada japonesa, por ejemplo, consideraba la
posesión de Taiwan crucial en su proyecto a largo plazo de convertir Japón en una
potencia naval viable en aguas de Asia oriental y del Pacífico—, también los motivos
económicos desempeñaron un papel: Taiwan se convertiría en una colonia «modelo»
al servicio de los intereses económicos de la metrópoli, a la vez que actuaría de
conveniente trampolín para la penetración japonesa en el mercado Chino. En 1900, y
por primera vez, Japón se unió a las potencias occidentales en una acción militar en
China, al participar en la expedición aliada destinada a ayudar a las legaciones
extranjeras asediadas por los bóxers (véase el capítulo 1). El estatus de Japón se vio
aún más potenciado en 1902, cuando Tokyo firmó una alianza con Gran Bretaña,
cuyo principal objetivo consistía en bloquear la influencia rusa en Asia.
La creciente presencia rusa en Manchuria (especialmente a raíz de la rebelión de
los bóxers), y los intentos de este país de extender su influencia económica al norte
de Corea, constituían para Tokyo una amenaza a la seguridad de Japón. El conflicto
entre ambos países estalló en 1904, y en 1905 Rusia pedía la paz. Por primera vez en

ebookelo.com - Página 114


la historia moderna, un país asiático había derrotado a una potencia occidental, un
hecho que no pasaría desapercibido para los reformistas y los revolucionarios de toda
Asia que luchaban contra sus amos coloniales europeos. Y, lo que es más importante
en referencia a Japón, el tratado de Portsmouth (realizado por mediación de Estados
Unidos), que puso fin a la guerra, concedía el anterior arrendamiento ruso de la
península de Liaodong (en japonés, Kwantung) y el ferrocarril Surmanchuriano a
Japón. Durante los treinta años siguientes la presencia japonesa en Manchuria se iba a
expandir considerablemente, y sus derechos y privilegios llegarían a considerarse
sagrados, pues se habían pagado con sangre japonesa. Se destinó a la península de
Liaodong a una fuerza militar japonesa, conocida como el Ejército de Kwantung,
mientras que la Compañía del Ferrocarril del Sur de Manchuria, ahora controlada por
Japón, adquiría gradualmente concesiones mineras y el derecho a estacionar guardas
ferroviarios a lo largo de la línea.
Como potencia imperialista en China equiparable a las potencias occidentales,
parecía que Japón había alcanzado la igualdad con Occidente (en 1899 se puso fin
oficialmente a la extraterritorialidad en Japón, mientras que en 1911 se restauró la
autonomía arancelaria). Sin embargo, la relación entre ambas partes siguió siendo
incómoda. Estados Unidos, en particular, empezó a manifestar a partir de 1905 una
creciente preocupación por la potencial amenaza que Japón planteaba a sus intereses
en el Pacífico, mientras que el carácter descaradamente racista de la política de
inmigración antijaponesa en Hawai (anexionado por Estados Unidos en 1898) y en
California agrió las relaciones entre ambos países. Además, la adhesión de Estados
Unidos a la doctrina de puertas abiertas (enunciada en 1899), que propugnaba la
igualdad de oportunidades comerciales entre las potencias en China
independientemente de sus esferas de influencia, chocó con la determinación de
Japón de preservar su dominio económico en Manchuria.
También la relación de Japón con China era ambigua. Por una parte, hubo
japoneses que a título individual (e inspirados en ideales panasiáticos) deseaban
sinceramente trabajar y cooperar con revolucionarios chinos como Sun Yat-sen en la
creación de una China moderna y democrática (Jansen, 1954); por otra, los gobiernos
japoneses, a pesar de sus frecuentes declaraciones piadosas de que Japón deseaba
pagar su deuda cultural con China ayudándola a modernizarse, trataban a China con
la misma arrogancia y desprecio que mostraban las demás potencias e intentaban
constantemente aumentar los privilegios japoneses en dicho país, especialmente en
Manchuria. Irónicamente, fueron los miles de admirados estudiantes chinos que
acudieron a Japón en los primeros años del siglo XX quienes primero tomaron
dolorosa conciencia del estatus inferior asignado a los chinos por muchos japoneses.
De forma amenazadora para el futuro, había también elementos entre los militares
japoneses, especialmente en el Ejército de Kwantung, que empezaban a defender la

ebookelo.com - Página 115


idea de que Japón tenía que seguir en China su propio camino y hacer caso omiso de
las potenciales críticas o de la oposición de las potencias occidentales.
Los recelos norteamericanos y británicos respecto a Japón se intensificaron tanto
a raíz de la revolución de 1911, cuando el Ejército de Kwantung trató de fomentar un
movimiento de autonomía en Manchuria, como durante la primera guerra mundial,
cuando Japón aprovechó la oportunidad para apoderarse del arrendamiento alemán de
Qingdao (en Shandong) e imponer las Veintiuna Demandas al gobierno de Yuan
Shikai (véase el capítulo 2).

El sistema de Washington y su fracaso

En 1921-1922, Estados Unidos organizó la conferencia de Washington, que


afirmó el respeto de las potencias por la soberanía y la integridad territorial de China.
También se apoyó el principio de igualdad de oportunidades económicas y se
condenó el concepto de «esferas de influencia». Para satisfacción de Estados Unidos,
se dejó expirar la alianza anglojaponesa, que sería reemplazada por un tratado
cuatripartito (firmado por Estados Unidos, Gran Bretaña,
Japón y Francia) que estipulaba la consulta mutua si surgía cualquier amenaza a
sus intereses en China. Como nuevo indicio de la potencial armonía y cooperación
entre las potencias, un tratado naval limitaba la construcción de acorazados
(aceptando Japón una cuota menor en relación a Gran Bretaña y Estados Unidos) e
interrumpía la construcción de fortificaciones en el Pacífico occidental. Finalmente,
en la conferencia de Washington Japón aceptaba devolver el arrendamiento de
Qingdao y el ferrocarril Jinan-Qingdao a China (Thorne, 1972: 27-28).
Un estudio detallado de la conferencia de Washington y sus consecuencias (Iriye,
1965) sostiene que el período comprendido entre 1922 y 1925 representó para las
potencias la oportunidad perdida de poner en práctica los ideales que animaron la
conferencia creando un nuevo marco de relaciones internacionales en Asia oriental.
La inestabilidad crónica de China y la desconcertante sucesión de regímenes
caudillistas; el surgimiento de un nuevo factor en la política china en la forma del
frente unido PCC-Guomindang, respaldado por una potencia (la Unión Soviética) que
no participó en la conferencia, y los constantes recelos entre las propias potencias
occidentales, se citan como las razones de un panorama en el que cada potencia
decidió, en última instancia, actuar unilateralmente en China para salvaguardar sus
propios intereses. Sin embargo, no hay que olvidar que, a pesar del apoyo retórico de
la conferencia de Washington a la independencia y la integridad territorial de China,
en esta ocasión las potencias no previeron el fin del sistema de tratados desiguales (de
hecho, China ni siquiera fue invitada a la conferencia). La única concesión que se
hizo implicaba la propuesta de convocar una conferencia arancelaria en 1925-1926,
para negociar el retorno gradual de la autonomía arancelaria a China. Sin embargo, en

ebookelo.com - Página 116


dicha conferencia surgieron desacuerdos, y cada potencia decidió establecer sus
propios acuerdos con el gobierno chino. Aunque la autonomía arancelaria de China se
reconoció oficialmente en 1929, hasta 1943 Gran Bretaña y Estados Unidos no
acordarían —como una compensación a Chiang Kai-shek, cuyo papel en la guerra
contra Japón se consideró vital— poner fin a su privilegio de extraterritorialidad en
China (un privilegio que, de todos modos, se había hecho en gran parte irrelevante
debido a la ocupación japonesa).
Lo que ninguna de las potencias occidentales había previsto, sin embargo, fue el
rápido aumento del antiimperialismo durante la década de 1920 y la creciente
importancia del frente unido. Mientras que Gran Bretaña y Estados Unidos vacilaban
entre la intervención armada para «castigar» los excesos de la Expedición del Norte y
la actitud de «mantenerse a la expectativa», Japón, percibiendo la creciente escisión
entre las alas izquierda y derecha del Guomindang, trató de negociar con Chiang Kai-
shek. Al mismo tiempo, Tokio estaba decidido —como lo había estado siempre— a
que los intereses económicos del país en China no se vieran amenazados por la guerra
y la inestabilidad continuas. Así, en dos ocasiones, en 1927 y 1928, el primer
ministro japonés, Tanaka Giichi, envió tropas a Shandong para proteger las vidas y
propiedades japonesas de la zona, lo que provocó choques armados con las fuerzas
nacionalistas de Chiang que avanzaban. Una nueva oleada de sentimiento antijaponés
desencadenó boicots a los productos japoneses, irónicamente al mismo tiempo que
Gran Bretaña y Estados Unidos adoptaban una actitud más conciliadora frente a
Chiang Kai-shek, cuya promesa de poner fin a todos los excesos antiextranjeros y de
tomar enérgicas medidas contra los sindicatos y comunistas le proporcionó
credibilidad como defensor de «la ley y el orden». El acuerdo de Gran Bretaña con el
nacionalismo chino (y el reconocimiento de la disminución de su capacidad política y
militar como potencia imperialista en China), en particular, se hizo patente en la
retrocesión oficial de sus áreas de concesión en Jiujiang y Hankou, en 1927 (Louis,
1971), y la devolución de su arrendamiento de Weihaiwei en 1930, tras varios años de
evasivas (estrictamente hablando, el arrendamiento había expirado en 1923) (Atwell,
1985: 131, 157-162).
Los intereses económicos de Japón en China, especialmente en Manchuria, eran
mucho mayores que los de Gran Bretaña y Estados Unidos. Mientras que en 1931,
por ejemplo, China constituía el 81,9 % del total de la inversión extranjera japonesa
(las dos terceras partes de ese porcentaje correspondían a Manchuria), sólo
representaba el 6 % del total de inversiones británicas en el extranjero, y menos del
1,5 % de las estadounidenses (Thorne, 1972: 32-33). Japón también suministraba la
cuarta parte (en valor) de las importaciones chinas, y recibía una proporción similar
de sus exportaciones, en las que, de nuevo, la parte más importante correspondía a
Manchuria. De hecho, Manchuria se había convertido en una fuente vital de

ebookelo.com - Página 117


minerales esenciales para el programa japonés de desarrollo industrial y militar.
También se percibía cada vez más como una región apta para la emigración de la
propia población rural japonesa, agobiada por las dificultades económicas. En 1930
los planificadores militares del Ejército de Kwantung, como Ishiwara Kanji,
predijeron que Manchuria sería crucial para cualquier futuro esfuerzo bélico ya fuera
contra la Unión Soviética, ya fuera contra Estados Unidos (Peattie, 1975). Era
precisamente a causa de ese gran interés económico por lo que Japón corría el riesgo
de salir perdiendo con el resurgimiento del nacionalismo chino (Duus, 1989: XVIII-
XIX). Así, precisamente en el momento en que superaba a Gran Bretaña como
presencia económica extranjera dominante en China en el marco del sistema de
tratados desiguales —al que se ha calificado de «imperio extraoficial colectivo»
(ibíd.: XXIV)—, Japón decidió romper con aquel orden de cosas recurriendo a la
ocupación militar directa de Manchuria.
Ya en 1928, el Ejército de Kwantung había maquinado el asesinato de Zhang
Zoulin cuando éste regresaba a su base manchuriana de Mukden tras haber viajado a
Pekín, que poco después sería ocupado por las fuerzas nacionalistas. El Ejército de
Kwantung había temido que las constantes ambiciones nacionales de Zhang
involucraran a Manchuria en un conflicto con el nuevo régimen nacionalista y, en
consecuencia, exacerbaran la inestabilidad en la región. En 1931 se fabricó otra crisis
«incidental» por parte de los oficiales de rango inferior del Ejército de Kwantung (se
hizo volar una sección del ferrocarril Surmanchuriano), que se utilizó como pretexto
para lanzar una ofensiva militar a gran escala en Manchuria (Ogata, 1964). A pesar de
las llamadas a la moderación por parte de Tokio, el Ejército de Kwantung amplió su
esfera de operaciones y Manchuria fue invadida en el plazo de cinco meses. En 1932
también se iniciaron hostilidades entre las tropas chinas y japonesas en Shanghai.
Chiang Kai-shek, preocupado por su campaña contra los comunistas, apeló a la
Sociedad de Naciones. A pesar del informe publicado por una misión investigadora
de este organismo (la comisión Lytton), que señalaba a Japón como el agresor, y del
anuncio del secretario de Estado norteamericano, Henry Stimson, de que Washington
no reconocería ningún acuerdo impuesto por la fuerza (la que se denominaba
«doctrina del no reconocimiento»), apenas se hizo nada. En 1932 el Ejército de
Kwantung creaba el estado títere de Manchukuo e instauraba a Puyi, el último
emperador Qing, como gobernante de paja. El gobierno de Tokio se encontró con el
hecho consumado, y a partir de entonces se vería sometido a una creciente presión
por parte del Ejército de Kwantung, que contaba con partidarios en el estado mayor,
para que adoptara una línea más dura en su política respecto a China.
La mutua desconfianza entre Gran Bretaña y Estados Unidos, además de su
renuencia a enemistarse con Japón, evitaron claramente una postura común eficaz
para abordar la agresión japonesa en Manchuria (Thorne, 1972). La Sociedad de

ebookelo.com - Página 118


Naciones recurrió a la condena moral, aunque se archivó la idea de imponer
sanciones a Japón. Fue suficiente, sin embargo, para indisponer a Tokio, y en 1933
Japón se retiró como miembro de la Sociedad de Naciones. El aislamiento político de
Japón respecto a la comunidad mundial se vio empeorado por los efectos de la Gran
Depresión. Con el establecimiento de barreras arancelarias en todo el mundo, en la
década de 1930, que amenazaban el comercio exterior japonés, se apoderó de los
líderes japoneses una creciente «mentalidad de asedio». Y en este contexto, Asia
oriental asumía una importancia aún más vital para Japón.
Paralelamente, a partir de 1933 el ejército japonés en Manchuria trató de
incrementar su influencia en el norte de China. La autoridad política del Guomindang
en la región se vio reducida poco a poco, y en 1935 los japoneses propiciaron la
creación de un Consejo Autónomo de Hebei Oriental bajo su influencia. Con la
connivencia japonesa, el contrabando de plata y de narcóticos a gran escala también
adquirió preponderancia en el norte de China (Boyle, 1972). En 1936, el ministro de
Asuntos Exteriores japonés, Hirota Koki, anunció una serie de condiciones que,
según exigía, habían de formar la base de cualquier modus vivendi que se diera bajo
el régimen de Chiang Kai-shek: el reconocimiento de la especial posición de Japón en
el norte de China; el final de todas las manifestaciones antijaponesas en la zona; la
colaboración chinojaponesa contra el comunismo, y el empleo de asesores japoneses
por parte del gobierno chino. La postura de Japón, cada vez más agresiva, se puso
nuevamente de manifiesto cuando Japón firmó el pacto anti-Komintern con la
Alemania nazi, aquel mismo año.

El segundo frente unido

Durante toda la década de 1950, Chiang Kai-shek afirmó que la derrota del PCC
había de tener prioridad sobre cualquier otra cosa, pero un número cada vez mayor de
personas empezaban a criticar lo que veían como una política de apaciguamiento
frente a Japón por parte de Chiang. Curiosamente, durante la crisis manchuriana de
1931-1932 diversos elementos en el seno del Guomindang habían favorecido el
apoyo a los boicots antijaponeses en lo que se ha calificado de «diplomacia
revolucionaria» (Jordan, 1991), si bien el temor de Chiang a los movimientos de
masas que podían escapar al control del régimen le había impedido siempre adoptar
una firme postura antijaponesa (Coble, 1991). En 1933, una división del propio
ejército de Chiang, el XIX Ejército de Ruta, que se había estacionado en Fujian para
luchar contra los comunistas y que ya había combatido contra los japoneses en
Shanghai, en 1932, se alzó en rebelión y proclamó la creación de un nuevo gobierno.
Los rebeldes exigían el fin de las disputas internas y una resistencia unida frente a
Japón (Eastman, 1974: 86-127). Aunque Chiang logró reprimir la insurrección en
1934, las críticas a su política continuaron. En Jiangxi, el propio PCC empezó a pedir

ebookelo.com - Página 119


un frente unido de todas las fuerzas democráticas del país para resistir frente a Japón,
y en el transcurso de la Larga Marcha, en 1935, el Komintern dio instrucciones a los
partidos comunistas de formar alianzas con los grupos antifascistas. Finalmente, en
diciembre de 1935 se produjeron enormes manifestaciones estudiantiles en Pekín,
como protesta por la falta de resolución del gobierno a la hora de enfrentarse a la
agresión japonesa en el norte de China (Israel y Klein, 1976).
Cuando Chiang viajó a Xian, en 1936, con el fin de reprochar a sus tropas su poco
brillante actuación contra los comunistas en Shaanxi, el comandante de las tropas,
Zhang Xueliang, le puso inmediatamente bajo arresto domiciliario. Zhang, hijo del
caudillo manchuriano Zhang Zuolin, había sufrido la ignominia de ver cómo los
japoneses invadían su Manchuria natal en 1931-1932, y exigía que cesara la campaña
militar contra los comunistas y que todos los chinos se unieran para enfrentarse a la
amenaza japonesa. Incluso insinuó que podía hacer ejecutar a Chiang por traidor.
Irónicamente, gracias a la intercesión del PCC se pudo convencer a Zhang de que
liberara a Chiang, a condición de que prometiera poner fin a su campaña
anticomunista y formara un frente unido. Se consideraba que la importancia
simbólica de Chiang como jefe del gobierno central en Nankín podía contribuir a una
unidad nacional más efectiva, un sentimiento que compartían Estados Unidos y Gran
Bretaña, así como la Unión Soviética (Wu, 1976).
Con la liberación de Chiang, en diciembre de 1936, se estableció el segundo
frente unido. Sin embargo, a diferencia del de 1923, este segundo frente unido, que se
fue formalizando poco a poco durante el año 1937, era una alianza entre dos grupos
distintos; el PCC se hallaba ahora en una posición mucho más fuerte, ya que poseía
sus propias unidades militares (su principal unidad, establecida en Yanan, era ahora el
VIII Ejército de Ruta) y controlaba un territorio concreto. El PCC, sin embargo,
aceptó el mando conjunto de Chiang, y prometió modificar su política radical de
confiscación de tierras en interés de la unidad nacional. Cuando, en julio de 1937, las
tropas chinas y japonesas se enfrentaron cerca de Pekín, ambos bandos rechazaron un
compromiso. Chiang envió refuerzos y proclamó la resistencia total contra Japón.

La guerra chino-japonesa de 1937-1945

Tokio confiaba en que la guerra no duraría mucho. En 1938 las fuerzas japonesas
habían tomado Pekín, Shanghai, Nankín (donde se cometieron diversas atrocidades
con la población civil), Cantón y Wuhan. El gobierno nacionalista se retiró hacia el
oeste hasta Chongqing, en la provincia de Sichuan, que se convertiría en el cuartel
general de Chiang durante el resto de la guerra. Dado que el régimen de Chiang había
dependido sobremanera de la región del bajo Yangzi para obtener sus rentas, su
retirada hacia el oeste la debilitó económica y políticamente, especialmente en la
medida en que el gobierno nacionalista se localizaba ahora en un área donde los

ebookelo.com - Página 120


caudillos locales seguían ejerciendo su dominio. Aunque las tropas japonesas
ocuparon las regiones costeras y los centros urbanos clave en el norte y a lo largo del
bajo Yangzi, les resultó imposible conquistar las amplias zonas rurales del interior. A
partir de 1939 se llegó prácticamente a una situación de tablas, con ocasionales
choques y escaramuzas. Sin embargo, la guerra de China representó una considerable
reducción de la mano de obra japonesa. Entre 1937 y 1941 combatieron en China
hasta 750.000 soldados, aproximadamente la mitad del total de fuerzas del ejército.
En 1945 llegaría a haber 1,2 millones de soldados japoneses estacionados en China
(de un total de 2,3 millones desplazados fuera de Japón) (Hsu, 2000: 611).
En el noroeste, el VIII Ejército de Ruta, comunista, libraba una guerra de
guerrillas contra los japoneses, a menudo tras las propias líneas japonesas. El PCC
creó también gobiernos fronterizos en la zona, de los que el más importante era el de
la Región Fronteriza de Shaan-Gan-Ning (entre las provincias de Shaanxi, Gansu y
Ningxia), con Yanan como capital. Durante el curso de la guerra, los comunistas
lograron aumentar poco a poco el territorio bajo su control en todo el norte de China.
Es importante señalar, sin embargo, que no fue ésta la única región en la que se
desarrolló la acción militar comunista. Durante mucho tiempo la Región Fronteriza
de Shaan-Gan-Ning y el VIII Ejército de Ruta dominarían los relatos de la revolución
comunista durante la guerra antijaponesa debido a su vinculación con los líderes
centrales bajo el gobierno de Mao. Un reciente estudio (Benton, 1999), sin embargo,
describe las actividades de otra fuerza militar comunista, el Nuevo IV Ejército, en el
centro y el este de China (provincias de Jiangsu y Anhui), actividades que
representaron la reconstitución de las unidades guerrilleras que habían combatido
contra los nacionalistas entre 1934 y 1937.
El segundo frente unido fue frágil desde el primer momento. Aunque en
Chongqing había representantes del PCC (incluyendo a Wang Ming y a Zhou Enlai),
la desconfianza hacia los comunistas por parte de Chiang persistía, mientras que Mao
y otros líderes del PCC no ocultaban el hecho de que pretendían ampliar la influencia
comunista durante la guerra de resistencia. Chiang prácticamente impuso un bloqueo
económico a Yanan, mientras que el antagonismo mutuo con frecuencia dio como
resultado escaramuzas armadas entre las fuerzas comunistas y nacionalistas, la más
grave de las cuales fue el incidente del Nuevo IV Ejército, en 1941, cuando éste fue
atacado por tropas nacionalistas mientras se desplegaba al norte del Yangzi. En el
transcurso de la guerra, sin embargo, Yanan —antes que Chongqing— se convirtió
para muchos chinos en el símbolo de la resistencia nacional frente a los japoneses;
miles de estudiantes e intelectuales de ciudades como Pekín se dirigieron al noroeste
para unirse a la lucha. Aquella gran afluencia de forasteros a la región, muchos de
ellos miembros del PCC, suscitaría la preocupación de Mao por la «solvencia»
ideológica del partido

ebookelo.com - Página 121


Durante los primeros años de la guerra China prácticamente luchó sola contra
Japón. La Unión Soviética inicialmente ofreció créditos al gobierno nacionalista para
equipamiento militar y envió a pilotos voluntarios para que tomaran parte en la
defensa de Chongqing y otras ciudades como Xian y Hankou. En 1938 y 1939
estallaron combates a gran escala entre tropas rusas y japonesas a lo largo de la
frontera entre la Unión Soviética y Manchuria, en los que los japoneses sufrieron
fuertes pérdidas. Sin embargo, a partir de 1939 la ayuda soviética a China disminuyó,
ya que la atención de Stalin se centraba cada vez más en cómo hacer frente a la
posible amenaza de la Alemania nazi. En 1941 Stalin firmó un pacto de no agresión
con Japón, que señaló el fin de la participación soviética en la guerra de China. Por
otra parte, Chiang recibió poca o ninguna ayuda ni de Gran Bretaña ni de Estados
Unidos. Aunque había un pequeño grupo de pilotos norteamericanos voluntarios (los
«Tigres Voladores») que operaban desde el suroeste de China, hasta 1941 Estados
Unidos no proporcionó créditos significativos a Chongqing para la compra de
equipamiento militar, en consonancia con la Ley de Préstamos y Arriendos (Schaller,
1979; Mancall, 1984: 303-305).
En 1938 Tokio había decidido que ya no podía tratar con Chiang Kai-shek, y en
noviembre del mismo año el primer ministro, Fuminaro Konoe, anunció la creación
de un nuevo orden en Asia oriental. Dado que China y Japón eran racial y
culturalmente semejantes —argumentaba Konoe—, era natural que ambos
cooperaran, política y económicamente, para derrotar al comunismo y el
imperialismo occidental. El nuevo orden implicaba fomentar un régimen chino
alternativo con el que Tokio pudiera tratar, si bien dicho intento se vio
constantemente obstruido por las maniobras de varios mandos del ejército japonés en
China, que habían empezado ya a promover varios regímenes clientelares en Pekín,
Nankín y Shanghai (Boyle, 1972).
Wang Jingwei, sin embargo, respondió a las propuestas de Tokio y abandonó
Chongqing a finales de 1938, inicialmente con la esperanza de mediar entre Chiang y
los japoneses, pero en última instancia con el propósito de establecer un nuevo
régimen del Guomindang en Nankín. Un estudio de este «movimiento pacifista»,
como se le denominó, sostiene que Wang estaba motivado, en parte, por su intensa
rivalidad personal con Chiang Kai-shek, que se remontaba a mediados de la década
de 1920, después de la muerte de Sun Yat-sen, y, en parte, por el sincero deseo de
poner fina a la guerra (Bunker, 1971). Aunque Wang estableció un nuevo gobierno en
1940, sus esperanzas de traer la paz y una auténtica cooperación chinojaponesa jamás
se materializaron. Tokio no estaba dispuesto a conceder a Wang una influencia o un
poder reales, y el régimen careció de credibilidad desde el primer momento (sólo fue
reconocido por Japón y por las potencias fascistas europeas). Denunciado tanto por el
PCC como por Chiang Kai-shek como traidor y tras haber sufrido repetidas

ebookelo.com - Página 122


humillaciones a manos de los japoneses (un destino compartido por el desventurado
Puyi en Manchukuo), Wang murió en 1944 amargamente desengañado, y su único
logro fue que Tokio permitiera a su régimen, en 1943, apoderarse de las concesiones
extranjeras en Shanghai.
La necesidad siempre creciente de Japón de recursos minerales (especialmente
petróleo), que irónicamente no podía satisfacer el supuesto bloque autosuficiente
(Japón, China y Manchukuo) inaugurado por el nuevo orden, provocó planes más
ambiciosos de expansión hacia el sur de Asia para abarcar los ricos campos
petrolíferos de las Indias Orientales holandesas (Indonesia). En 1940 las tropas
japonesas estaban ya en Indochina. Las relaciones con Estados Unidos se
deterioraron y Washington estableció un embargo a las exportaciones de petróleo a
Japón. La decisión de Tokio de lanzar un ataque por sorpresa a la base naval
estadounidense de Pearl Harbor, en diciembre de 1941, a la que siguió rápidamente la
ocupación de Hong Kong, Malaysia, Singapur, las Indias Orientales holandesas y las
Filipinas, cambió drásticamente la naturaleza de la guerra chino-japonesa. Con
Estados Unidos y Gran Bretaña implicados ahora directamente en la guerra contra
Japón, además de contra Alemania (que había declarado la guerra a Estados Unidos
poco después del ataque japonés a Pearl Harbor), la resistencia china frente a los
japoneses se veía ahora como una heroica contribución a la lucha mundial contra el
fascismo (Schaller, 1979). A partir de entonces la ayuda estadounidense a China se
incrementó, y durante los años 1942 a 1945 aumentaría a más de mil millones de
dólares (Mancall, 1984: 306).
Para Japón, la derrota del imperialismo occidental en el sureste asiático anunciaba
al nacimiento de lo que Tokio denominaba la «Esfera de Co-Prosperidad del Gran
Este Asiático»; pero, como en China, las realidades de la ocupación japonesa a
menudo desmentían la grandiosa retórica de una supuesta coalición. Sin embargo, la
facilidad con la que las fuerzas japonesas habían vencido a las antiguas colonias
occidentales tuvo un enorme impacto en el desarrollo del nacionalismo asiático. El
mito de la invencibilidad del hombre blanco había sido irremisiblemente
quebrantado, y los antiguos amos coloniales habrían de enfrentarse a vigorosos
movimientos de liberación cuando volvieran, en 1945, a reclamar sus «posesiones».
Curiosamente, es precisamente a esta consecuencia de la ocupación japonesa (que al
final resultó desastrosa para los pueblos del sureste asiático) a la que se alude en
algunos círculos de derechas japoneses actuales cuando se subrayan los aspectos más
positivo del papel de Japón en Asia durante la segunda guerra mundial.
Aunque Chiang se convirtió en el comandante supremo del teatro de operaciones
chino (dentro del teatro de operaciones, más amplio, de Birmania-China-India), y
ahora estaba asegurada una sustancial ayuda estadounidense, Chiang seguía sin estar
dispuesto a utilizar sus tropas en ofensivas a gran escala contra los japoneses,

ebookelo.com - Página 123


prefiriendo mantener sus fuerzas intactas para el futuro enfrentamiento con el PCC
que sabía que habría de suceder. El general norteamericano Joseph Stilwell, que se
unió al mando de Chiang a partir de 1942, veía continuamente frustrados sus
esfuerzos de persuadir a China de que mostrara mayor diligencia, y se quejaba
constantemente a Washington de la ineficacia y corrupción que veía predominar en
Chongqing (Tuchman, 1971; Schaller, 1979). Las quejas de Stilwell se veían
reforzadas por los informes negativos sobre el gobierno de Chongqing elaborados por
oficiales del servicio de exteriores norteamericano en China como John Service y
John Paton Davies. El presidente Roosevelt, sin embargo, seguía poniendo sus
esperanzas en Chiang; el mantenimiento de su liderazgo se consideraba un elemento
fundamental en los planes de Roosevelt para el mundo de la posguerra, en el que una
China unida y democrática se convertiría en uno de los «Cuatro Grandes» (junto con
Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética) que garantizarían la estabilidad
en la esfera internacional.
Aunque los observadores sobre el terreno solían comentar la corrupción del
régimen de Chiang, diversos estudios han subrayado también las limitaciones del
poder de Chiang (Ch'i, 1982; Eastman, 1984). El control político del Guomindang
había disminuido a partir de 1937, cuando el gobierno se había visto obligado a
abandonar su reducto político y económico en el este, especialmente las provincias de
Jiangsu y Zhejiang. Por otra parte, las tropas del gobierno central de Chiang
constituían aproximadamente sólo alrededor de una quinta parte de todas las fuerzas
nacionalistas. La lealtad y el compromiso de numerosos comandantes del ejército con
Chiang Kai-shek nunca fueron absolutos. En provincias como Sichuan, Shanxi y
Yunnan, los gobernadores militares frecuentemente obstruían el control del gobierno
central. Las rivalidades y recelos mutuos predisponían a todo el mundo a adoptar una
actitud de espera, sin que ningún comandante (incluido Chiang) se mostrara dispuesto
a asumir el riesgo de perder tropas en ninguna acción a gran escala. Durante toda la
guerra, de hecho, seguía existiendo un comercio ilegal entre la China ocupada y la no
ocupada, un comercio tolerado por los comandantes locales de ambos bandos
(Eastman, 1980). También las actividades y puntos de vista de los escritores y
empresarios de la Shanghai ocupada por los japoneses mostraban una considerable
zona «gris» entre la resistencia activa y la colaboración abierta (Fu, 1993). Con
mucha frecuencia daba la impresión de que se dirigía más hostilidad contra los
comunistas que contra los japoneses. Un historiador, citando los informes
provinciales de Hubei de 1942-1943, observa que las operaciones nacionalistas contra
los japoneses tendían a ser defensivas y de carácter reactivo, mientras que las
realizadas contra los comunistas eran de naturaleza más ofensiva e implicaban la
participación de una mayor número de tropas (Eastman, 1984: 138). Sin embargo,
ésta es sólo una parte de la realidad. Recientes investigaciones han llamado la

ebookelo.com - Página 124


atención sobre las actividades antijaponesas de las fuerzas de la guerrilla nacionalista
en la provincia septentrional de Shandong (Paulson, 1989), y sobre el turbio mundo
del terrorismo político en la Shanghai ocupada, donde los servicios secretos y
escuadrones asesinos nacionalistas hicieron de los colaboracionistas y traidores su
objetivo (hanjian) (Wakeman, 1996, 2000; Yeh, 1998).
La ineficacia global de las fuerzas nacionalistas se puso completamente de
manifiesto en 1944, cuando los japoneses lanzaron su única ofensiva importante
desde 1938 (la ofensiva de Ichigo), que produjo avances en el sur y el suroeste. La
resistencia nacionalista fue barrida con brutal facilidad, lo que incitó a Stilwell, poco
después, a exigir que se le entregara el mando global de las tropas chinas.
Naturalmente, eso resultaba inaceptable para Chiang, que consiguió que se retirara a
Stilwell, un interesante ejemplo de la influencia que China podía ejercer en
Washington.
Un hecho que da idea del creciente malestar del campesinado en las áreas bajo
control nacionalista es que las tropas chinas que se retiraban a raíz de la ofensiva de
Ichigo eran, de hecho, atacadas por los propios campesinos. Los crecientes tributos y
«contribuciones», como el impuesto militar sobre los cereales, habían empeorado ya
la situación económica del campesinado, y esto se veía agravado por el uso arbitrario
del reclutamiento militar y laboral. En Henan, en 1941-1943, una hambruna derivada
de la escasez de cosechas y del impuesto militar sobre los cereales produjo la muerte
de varios millones de personas (Eastman, 1984: 67-68). En 1945 el hambre era ya
generalizada.
Aunque la ofensiva de Ichigo permitió a las tropas japonesas avanzar hasta
Yunnan y Guizhou, en el suroeste, en 1944 la guerra de China había asumido, en
cierta medida, una importancia secundaria en la estrategia global estadounidense
contra Japón. Originariamente se había supuesto que las fuerzas aéreas
norteamericanas podrían llevar a cabo bombardeos sobre Japón desde sus bases en
China; pero este enfoque varió cuando Estados Unidos decidió concentrar sus
esfuerzos en conquistar las islas controladas por los japoneses en el Pacífico. El
lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima (6 de agosto de 1945) y
Nagasaki (9 de agosto de 1945) precipitó el fin de la guerra: Japón anunció su
rendición el 15 de agosto del mismo año.
Apenas veinticuatro horas antes de que se arrojara la segunda bomba atómica, la
Unión Soviética declaraba la guerra a Japón y las tropas rusas penetraban en
Manchuria. Stalin, en respuesta a la presión de sus aliados occidentales, había
prometido en Yalta, en febrero de 1945, que entraría en guerra contra Japón una vez
derrotada Alemania. El inesperado final de la guerra en Asia obviaba la necesidad de
la intervención soviética, pero Stalin siguió adelante de todos modos, especialmente
cuando había obtenido la aprobación aliada a los «intereses preeminentes» de la

ebookelo.com - Página 125


Unión Soviética en Manchuria (Mancall, 1984: 297). El día de la rendición japonesa,
Stalin firmó un tratado de amistad —válido durante treinta años— con Chiang Kai-
shek, que prometía la futura retirada soviética de Manchuria a la vez que concedía a
la Unión Soviética el uso de Port-Arthur (la actual Lushun) y mantenía su
participación en la gestión del Ferrocarril Oriental de China. Como a principios de la
década de 1920, la Unión Soviética practicaba un hábil «doble juego».
El final de la guerra de China, pues, dejó como herencia una tensa y complicada
situación en la que las tropas rusas ocupaban ciudades clave de Manchuria y se
iniciaba una carrera entre el PCC y los nacionalistas (ayudados por Estados Unidos)
por aceptar la capitulación de las fuerzas japonesas en China, la mayoría de las cuales
permanecían intactas. Antes de analizar la guerra civil que se produjo como
resultado, y la posterior victoria del PCC, es necesario describir la política comunista
en Yanan y el surgimiento de Mao Zedong como líder indiscutible del PCC.

ebookelo.com - Página 126


ebookelo.com - Página 127
El período de Yanan (1937-1945)

A partir de 1945 Mao se referiría a menudo melancólicamente al período de


Yanan como una época en la que se forjaron estrechos vínculos entre el partido y el
pueblo, y en la que el espíritu de sacrificio e igualitarismo prevalecía en la lucha por
superar tanto la amenaza japonesa como el bloqueo económico impuesto en Yanan
por el Guomindang (Meisner, 1999: 47-51). El período de Yanan presenció también
la victoria definitiva de Mao sobre la facción «internacionalista» (es decir, quienes
mantenían estrechos vínculos con el Komintern, como Wang Ming y Bo Gu) en la
rivalidad por el lide-razgo del PCC. En este proceso Mao afirmó su preeminencia
ideológica en el seno del partido, que marcaría el inicio de un culto personal (Wylie,
1980).
En concordancia con el frente unido, a partir de 1937 el PCC subrayó la unidad
nacional e interrumpió su programa radical de confiscación de tierras, si bien
prosiguieron las apropiaciones de las tierras pertenecientes a quienes habían
colaborado con los japoneses. En 1940 Mao escribió un importante artículo titulado
«Sobre la nueva democracia», que presentaba al PCC como un auténtico movimiento
nacional que encabezaba una alianza de las «clases revolucionarias» (el proletariado,
el campesinado, la pequeña burguesía y la burguesía nacional). Para Mao, el «nuevo
período democrático» se había iniciado inmediatamente después del Movimiento del
Cuatro de Mayo y de la formación del PCC, convirtiendo de ese modo al primero en
sinónimo del segundo, un presupuesto de la historiografía ortodoxa del PCC que ha
persistido hasta el presente; asimismo, Mao consideraba que la «nueva democracia»
bajo el liderazgo del proletariado (es decir, del PCC) completaría las tareas
incumplidas por la «vieja» revolución democrático-burguesa de 1911 antes de pasar a
la etapa socialista (Wylie, 1980: 119-121). Mao no sólo afirmaba, pues, el papel
nacional del PCC, sino que se proclamaba legítimo heredero del legado
revolucionario de Sun Yat-sen (Shum, 1988: 165-169). Al mismo tiempo, Mao seguía
estando comprometido con la estrategia de la revolución rural y la consolidación de
las bases controladas por el PCC, a diferencia de Wang Ming, que deseaba usar el
frente unido para expandir y legalizar el papel del PCC en las ciudades y que creía
que sin un firme baluarte urbano el PCC perdería su carácter marxista-leninista y
quedaría embarrancado en los problemas del campesinado «pequeñoburgués» (Van
Slyke, 1986: 617-618).
La política oficial del PCC durante el período de Yanan trataba, pues, de proteger
la empresa privada y de fomentar la no participación del partido en la administración,
especialmente en el ámbito rural (sin comprometer, no obstante, el papel de liderazgo
del PCC). La política agraria aspiraba a mejorar la situación económica de los
campesinos pobres a través de una campaña de reducción de alquileres e intereses

ebookelo.com - Página 128


(aunque garantizando también el pago de dichos alquileres). En las áreas donde los
arrendatarios se veían obligados a entregar hasta el 50 % de su cosecha como
arriendo y en las que tanto los campesinos arrendatarios como los propietarios eran
víctimas de prestamistas y terratenientes sin escrúpulos que cargaban tipos de interés
desorbitados a cualquier préstamo que hicieran, esta campaña tuvo un significativo
impacto a la hora de obtener el apoyo del campesinado (Gillin, 1964; Selden, 1971).
En 1940-1941, sin embargo, Mao empezó a pensar que había que abordar
urgentemente una serie de problemas. La Región Fronteriza de Shaan-Gan-Ning se
había ampliado hasta abarcar un área de 23 distritos, con una población de 1,5
millones de personas. Al mismo tiempo, los miembros del PCC habían pasado de
40.000 en 1937 a 800.000 en 1940 (Wylie, 1980: 164), gracias a la afluencia de un
gran número de intelectuales y estudiantes procedentes de las ciudades. Se había
desarrollado una burocracia excesiva, especialmente en los niveles superiores. Para
Mao, eso originaba el mal del «burocratismo», que amenazaba con alejar a los
funcionarios de las necesidades y problemas del pueblo. Mao también expresaba su
preocupación por el hecho de que el propio partido carecía de cohesión interna, ya
que los cuadros superiores procedían de un entorno principalmente urbano e
intelectual, mientras los inferiores provenían en su mayor parte de las áreas rurales
locales. También estaba decidido a eliminar todo vestigio de lo que él denominaba
«dogmatismo» o «formalismo» en el seno del partido, términos con los que aludía a
un enfoque inflexible y rígido de la doctrina marxista sin tener en cuenta la situación
china concreta. El objetivo de Mao era, claramente, la facción «internacionalista»
liderada por Wang Ming, aunque sus críticas apuntaban también al creciente número
de intelectuales «teóricos» de Yanan. Estos problemas políticos e ideológieos se
agravaban por el empeoramiento de la situación económica debido al bloqueo del
Guomindang.
En 1942-1943, Mao lanzó una campaña de «rectificación» destinada a «reeducar»
a los cuadros y a combatir los «males» del burocratismo y el formalismo. Dado que
los propios escritos de Mao constituían un importante componente de los materiales
de estudio utilizados (Compton, 1966), la campaña confirmaba el liderazgo
ideológico de Mao en el partido. En particular, Mao hacía hincapié en la importancia
de la «sinización» del marxismo (la adaptación creativa del marxismo a las
condiciones chinas), un concepto al que se había referido por primera vez en 1938 y
que debía mucho a los escritos de Chen Boda (Wylie, 1980). Chen, que se convertiría
en secretario político y director de la Sección de Investigación sobre los Problemas de
China, de la Escuela Central del Partido del PCC, en Yanan, había insistido ya en la
década de 1930 en que el marxismo tenía raíces en el pasado de China —por
ejemplo, señalaba que el pensador del siglo V a. C. Mozi había mostrado ya una
conciencia de la lucha de clases—, y condenaba la imitación masiva de lo extranjero.

ebookelo.com - Página 129


Al promover la sinización del marxismo, Mao no sólo atacaba a los miembros del
partido estrechamente vinculados al Komintern, sino que también, y en última
instancia, afirmaba su independencia ideológica de Moscú.
El liderazgo de Mao en el partido fue oficialmente reconocido en 1943, cuando
éste fue elegido presidente del Politburó y del comité central. Además, aunque el
trabajo cotidiano del partido se delegaba en una secretaría integrada por tres hombres
(Mao, Liu Shaoqi y Ren Bishi), como presidente, Mao tendría la última palabra
(Schram, 1987: 210). La creciente prominencia otorgada a los escritos de Mao
también vino acompañada de la aparición del culto maoísta. Ya en 1937 el retrato de
Mao, con una cita suya, aparecía en una revista del partido, mientras que la primera
colección de escritos suyos publicada apareció a finales de ese mismo año (Wylie,
1980: 41). En 1943-1944, los mensajes de diversos «héroes del trabajo» y otros
activistas publicados en el periódico oficial del PCC jiefang ribao («Diario de la
Liberación») saludaban a Mao como la «estrella de la salvación» (jiuxing) del pueblo
chino. A comienzos de 1944, y en el contexto de la celebración del año nuevo chino,
Mao incluso fue invitado a plantar cereal en persona cerca de Yanan, un extraño
remedo de los rituales de plantación que tradicionalmente habían realizado los
emperadores chinos al comienzo de la estación agrícola (Schram, 1987: 213).
Finalmente, en 1944, se publicó la primera edición de las Obras selectas de Mao, y la
nueva constitución del partido redactada en su séptimo congreso (abril-junio de 1945)
señalaba que «el pensamiento de Mao» (Mao Zedong sixiang) constituía la «única
guía ideológica» del PCC (Wylie, 1980: 217, 273). El elogio más desmedido de todo
el congreso provino de Liu Shaoqi (1898-1969), destacado organizador sindical en la
década de 1920 que ahora ocupaba un segundo lugar después de Mao, que declaró:
«Nuestro camarada Mao Zedong no sólo es el mayor revolucionario y estadista de
toda la historia china; es también el mayor teórico y científico de toda la historia
china» (Schram, 1987: 213). Irónicamente (y trágicamente), dos décadas después Liu
sucumbiría víctima del mismo culto a la personalidad que había contribuido a
fomentar (Dittmer, 1998).
A raíz de la campaña de rectificación se hicieron diversos intentos de reducir el
personal burocrático; se instó a los cuadros de nivel superior del partido, a los
administradores y a los intelectuales a participar en trabajos manuales de ámbito
local, en lo que se calificó de «descenso al campo» (xiafang). También se esperaba
que las unidades del ejército tomaran parte en la producción agrícola, especialmente
durante las épocas de siembra y cosecha. Se establecieron escuelas rurales a tiempo
parcial para difundir tanto la alfabetización como las habilidades prácticas. Para
contrarrestar los efectos del bloqueo económico local, se fomentó la pequeña
industria (como, por ejemplo, la fundición de hierro), y el partido movilizó a las
mujeres de las zonas rurales en una campaña destinada a incrementar la producción

ebookelo.com - Página 130


de tela (Davin, 1976: 35-42; Stranahan, 1983: 58-60). Por primera vez, en una región
en la que, en general, se confinaba a las mujeres al hogar, un gran número de mujeres
campesinas pudieron acceder a una «esfera pública» y relacionarse socialmente; los
ingresos que ganaron durante la campaña les proporcionaron un mayor estatus social
y una relativa independencia económica.
Se podría señalar aquí que la política oficial del PCC respecto a las mujeres
estuvo siempre condicionada por lo que se percibía como una necesidad de equilibrar
la emancipación y la estabilidad de la familia. Así, durante el período del soviet de
Jiangxi el compromiso del PCC con la mejora de las condiciones de vida de las
mujeres se manifestó en una ley matrimonial, de 1931, que proscribía el concubinato
y el compromiso matrimonial de los niños, garantizaba la libertad de elección en el
matrimonio, y otorgaba a las mujeres los derechos de divorcio y de propiedad
(Mejier, 1983). También se fomentó el establecimiento de asociaciones femeninas
con el fin de proporcionar una plataforma para las voces de las mujeres y representar
sus intereses. Sin embargo, las inquietudes de dichas asociaciones en relación a las
diferencias de sexo chocaban a veces con elenfoque clasista de las asociaciones de
campesinos patrocinadas por el PCC; en tales casos, generalmente tenían prioridad
los intereses de clase del campesinado. Asimismo, y dado que en la mayoría de los
casos eran las mujeres quienes con mayor probabilidad utilizaban la ley y pedían el
divorcio, y el PCC estaba ansioso por mantener la moral de los campesinos varones
integrados en el Ejército Rojo, posteriormente se restringió el derecho a pedir el
divorcio sin condiciones en el caso de las esposas de los soldados, tanto en Jiang-xi
como, más tarde, durante el período de Yanan (Johnson, 1983: 60, 66). Curiosamente,
el propósito del PCC de favorecer las familias estables y armoniosas —como se
señala en un estudio, de «reunificar» las familias en una época en la que varias
décadas de guerra, la inseguridad económica y el empeoramiento de las condiciones
de vida habían roto las comunidades estables, incrementado la inestabilidad social y
generado una perpetua población flotante de emigrantes rurales (Stacey, 1983)—
significó que, a partir de 1944, los líderes del partido subrayaran a menudo el
importante papel que las industriosas y leales amas de casa podían desempeñar a la
hora de asegurar el bienestar de la familia y de promover la causa de la lucha por la
liberación (Stranahan, 1983: 79-80).
Un estudio clásico sobre el período de Yanan (Selden, 1971) describía las
políticas y el estilo de los líderes del PCC —con su énfasis en la «línea de masas», la
iniciativa económica local, la participación popular en las elecciones y en la
administración, y los estrechos vínculos entre el ejército y el pueblo— como una
contribución pionera a la teoría y la práctica del cambio revolucionario y la
transformación social (la «vía de Yanan») en el contexto de un movimiento de
liberación anticolonial. En una nueva edición recientemente revisada (Selden, 1995a),

ebookelo.com - Página 131


sin embargo, el autor —aunque afirmando la validez básica de su anterior tesis—
señala que se había subestimado el «lado oscuro» de la política de movilización
durante el período de Yanan, que posteriormente (a partir de 1949) se manifestaría en
el despotismo del partido, el fundamentalismo ideológico y el culto a la personalidad.
Así, un aspecto poco estudiado de la campaña de rectificación de 1942 fue la
«investigación» de los cuadros con el fin de erradicar el pensamiento y la práctica
«erróneos»; una figura clave de este proceso fue Kang Sheng (m. 1975), que en 1937
había regresado de Moscú tras estudiar las técnicas de la policía secreta soviética
(Schram, 1987: 213). Kang Sheng desempeñaría un importante —aunque sombrío—
papel a partir de 1949 en las operaciones de seguridad del partido.
La campaña de rectificación se utilizó también para poner freno a la libertad
intelectual. En mayo de 1942, en sus «charlas en el Foro de Yanan sobre Arte y
Literatura», Mao criticó el elitismo de ciertos escritores e intelectuales, instándoles a
cultivar una comprensión más profunda de las «masas» con el fin de crear una
auténtica «literatura revolucionaria» que representara el «punto de vista proletario».
Mao insistió también en que la tarea de la literatura era reflejar las glorias de la
sociedad revolucionaria, antes que criticar sus aspectos menos elevados. En cierto
sentido, las prescripciones de Mao señalaron el inicio de un mayor control del partido
sobre los intelectuales, especialmente aquellos que habían alcanzado una posición
prominente a raíz del Movimiento del Cuatro de Mayo. Un reciente estudio, sin
embargo, ha señalado también que el período de guerra en general presenció una
«popularización» más amplia de la cultura, dado que los intelectuales urbanos (ahora
instalados en las remotas zonas rurales) adaptaron y remodelaron las nuevas formas
culturales que habían florecido en las ciudades desde los primeros años del siglo XX
(como los periódicos, las obras de teatro y las historietas) con el fin de exponer temas
patrióticos y antijaponeses accesibles a la población rural (Hung, 1994). A pesar de
las críticas de Mao en 1942, durante el período de Yanan los intelectuales comunistas
también explotaron hábilmente la cultura popular tradicional, infundiendo un nuevo
contenido político a las canciones, bailes y obras populares tradicionalmente
interpretados en el norte de China (Holm, 1991).
La víctima principal de las restricciones impuestas a los intelectuales a
consecuencia de las «charlas» de Mao fue Wang Shiwei (1907-1947). Estudiante de
la Universidad de Pekín en la década de 1920, Wang había llegado a Yanan en 1937
como traductor y escritor de obras de ficción. Despertó las iras de los líderes del
partido cuando escribió una serie de artículos, a principios de 1942 (irónicamente,
respondiendo a las críticas de Mao al «burocratismo»), donde denunciaba el
surgimiento de una jerarquía privilegiada en Yanan, así como el hecho de que el
partido recurriera a métodos autoritarios (Spence, 1982: 292-294; Benton y Hunter,
1995: 7-13, 69-75). Wang se negó a retractarse, y fue despedido de su empleo como

ebookelo.com - Página 132


traductor y enviado a trabajar a una fábrica (posteriormente sería ejecutado por orden
del partido). La creciente intolerancia del partido frente a los intelectuales que se
manifestaban abiertamente se mostraba también en las feroces críticas dirigidas
contra Ding Ling (1904-1986), una célebre escritora especialmente activa en la
revolución desde mediados de la década de 1920, y que había sido encarcelada por el
Guomindang durante varios años. En marzo de 1942 (el Día Internacional de la
Mujer), Ding Ling publicó un artículo en el periódico oficial del partido donde
lamentaba la falta de igualdad sexual en Yanan y satirizaba el doble criterio
masculino a la hora de valorar a las mujeres (Spence, 1982: 288-291; Stranahan,
1983: 55; Benton y Hunter, 1995: 78-82). Ding Ling fue denunciada como feminista
burguesa, y durante los años siguientes desistió de escribir. Varias investigaciones
recientes han descubierto también otro «lado oscuro» del «mito» de Yanan que fue
asiduamente cultivado durante este período y también posteriormente, a partir de
1949 (Apter, 1995): la Región Fronteriza de Shaan-Gan-Ning, presionada por el
bloqueo económico impuesto por el Guomindang, dependía subrepticiamente de los
ingresos procedentes del opio (Chen, 1995).
Los extranjeros que visitaron Yanan a lo largo de este período, sin embargo,
señalaban constantemente la elevada moral y dedicación mostrada por los
comunistas. El periodista norteamericano Edgar Snow había llamado inicialmente la
atención del mundo sobre Mao y sus colegas cuando visitó Yanan en 1936 y, más
tarde, cuando escribió su clásica obra sobre el PCC Red Star Over China (1938),
donde se describía a los comunistas como sinceros revolucionarios consagrados a la
reforma socioeconómica. En 1944 el interés oficial estadounidense en el PCC fue
suficiente para instar el envío a Yanan de un grupo de observadores del ejército,
conocido como la «Misión Dixie», al mando del coronel Barrett. Mao estaba ansioso
por obtener la ayuda norteamericana en la lucha contra Japón, y en una entrevista
celebrada en agosto de 1944 con John Service, un funcionario de Asuntos Exteriores
agregado a la Misión Dixie, Mao expresó su esperanza de que Washington pudiera
mediar entre Yanan y Chongqing. Más tarde en aquel mismo año el presidente
Roosevelt envió a Yanan a su emisario personal, Patrick Hur-ley, y se acordó un
programa preliminar de cinco puntos como base para la reconciliación entre el PCC y
el Guomindang, que incluía la formación de un gobierno de coalición y el
reconocimiento legal del PCC (Reardon-Anderson, 1980: 51-57). La negativa de
Chiang Kai-shek a aceptar el programa preliminar puso fin en la práctica a cualquier
esperanza de acuerdo.
Aunque la misión de Hurley en Yanan no tuvo éxito (la actitud tibia y
condescendiente del propio Hurley frente a los comunistas tampoco ayudó mucho),
en determinados momentos Mao siguió creyendo que Estados Unidos podría
desempeñar un papel constructivo en la China de la posguerra (Hunt, 1996: 153-157).

ebookelo.com - Página 133


Esto ha llevado a suponer que la política exterior del PCC en la década de 1940
estuvo impulsada tanto por objetivos pragmáticos (reforzados por el nacionalismo)
como por imperativos ideológicos (por ejemplo, Reardon-Anderson, 1980).
Recientemente se ha criticado este punto de vista en una estudio sobre las relaciones
del PCC con la Unión Soviética y Estados Unidos entre 1935 y 1949 (Sheng, 1997).
Dicho estudio sostiene que, dado que el PCC y Mao se adherían, coherentemente, a la
«ideología de la lucha de clases», y que su sentimiento de identidad se hallaba ligado
al compromiso con un «valor moral superior al del nacionalismo» (esto es, el
«internacionalismo proletario», lo que en la mayoría de los casos equivalía a recibir
instrucciones de Moscú) (ibíd.: 6-10), los «flirteos» de Mao con Estados Unidos en
1944-1946 eran de naturaleza meramente táctica. En realidad, Mao, al tratar con
Estados Unidos, se limitaba a aplicar las tácticas internas relativas al frente unido al
ámbito de la diplomacia (ibíd.: 74-85), y nunca tuvo intención alguna de forjar una
relación a largo plazo con Estados Unidos a expensas de Moscú.
Aunque Mao nunca recibió la ayuda estadounidense que esperaba en 1944-1945,
cuando terminó la guerra Yanan había incrementado considerablemente su influencia,
controlando 18 áreas (con una población de 100 millones de personas),
principalmente a lo largo del norte de China.

ebookelo.com - Página 134


Capítulo 5:
EL NUEVO GOBIERNO COMUNISTA

La guerra contra Japón se cobró una enorme cantidad de víctimas entre el pueblo
chino. Grandes áreas del país fueron devastadas y las comunicaciones quedaron
destruidas. Ocho años de guerra dieron como resultado un millón y medio de chinos
muertos y casi dos millones heridos, mientras que la deuda de guerra del país se había
incrementado hasta los 1.464 millones de dólares chinos (Hsu, 2000: 611). Durante
un largo período, de 1931 a 1945, los informes oficiales chinos afirmaban que Japón
era responsable de la muerte de 3,8 millones de soldados, del asesinato o las heridas
de 18 millones de civiles, y de la destrucción de propiedades por un valor equivalente
a 120.000 millones de dólares norteamericanos (Feuerwerker, 1989: 431-432). Sin
embargo, todas las esperanzas de que prevalecieran la paz y la estabilidad se vieron
cruelmente desbaratadas cuando la creciente hostilidad entre Chiang Kai-shek y el
PCC, cuyas fuerzas totalizaban ahora un millón de soldados regulares y dos millones
de milicianos, estalló en una sangrienta guerra civil, que se convirtió en el primer
conflicto de la era de la guerra fría debido a la implicación de Estados Unidos y la
Unión Soviética (Westad, 1993).
Durante mucho tiempo se ha considerado la victoria final de Mao Zedong, en
octubre de 1949, y el establecimiento de la República Popular China (RPC) un
importante punto de inflexión en la moderna historia del país. El propio Mao
describió la victoria del PCC como la culminación de una lucha de cien años contra el
imperialismo (cuyos orígenes se remontaban a la guerra del Opio) y el esfuerzo para
construir un estado-nación independiente y respetado que asumiera su legítimo lugar
en el mundo. En vísperas de la victoria del PCC, el brazo derecho de Mao, Liu
Shaoqi, declaraba también que la revolución china, de orientación rural y basada en la
independencia y en la sinización del marxismo, serviría de modelo e inspiración a
otros países oprimidos del mundo colonial, especialmente en Asia y África. Si bien
no representaba precisamente la primera accesión al poder de un partido comunista
nacional sin ayuda exterior desde la revolución bolchevique de 1917 —en septiembre
de 1945, el Vietminh de Hó Chi Minh, de orientación comunista, declaró la
independencia vietnamita y proclamó la República Democrática de Vietnam, aunque
posteriormente hubo de enzarzarse en una lucha militar que duraría treinta años,
primero contra los franceses, decididos a restaurar su dominio colonial en Indochina,
y luego contra Estados Unidos y sus emisarios survietnamitas—, la victoria del PCC
en 1949 constituyó un foco de atención también para los estudiosos occidentales.
Aunque hubo importantes desacuerdos respecto a las causas y la naturaleza del
acontecimiento (Hartford y Goldstein, 1989), hasta hace poco ocupaba una posición
preponderante en las relaciones de la moderna historia china (Hershatter, Honig y

ebookelo.com - Página 135


Stross, 1996: 7). Asimismo, desde la década de 1950 hasta la de 1970 la
presuposición de que 1949 marcó una línea divisoria fundamental en la historia de la
China moderna explica por qué los estudios sobre China en el período posterior a
1949 (especialmente los realizados en Estados Unidos) pertenecían con mayor
probabilidad al ámbito de la politología o la sociología que al de la propia
historiografía (Stross, 1996: 261).
Sin embargo, así como los estudios realizados en el último par de décadas han
tratado de desentrañar el planteamiento de la revolución china centrado en Mao,
concentrando su atención en la revolución rural desde la década de 1920 hasta la de
1940 en otras regiones ignoradas por la historiografía maoísta, como la China oriental
y central (Chen, 1986; Wou, 1994), examinando los contextos locales en los que
operaron los activistas comunistas y cómo dichos activistas respondieron y se
adaptaron a los problemas locales (Sheel, 1989; Thaxton, 1983, 1997), y explorando
el uso del PCC de las tácticas relacionadas con el frente unido y su implicación en los
movimientos estudiantiles de ciudades como Pekín y Tianjin durante la guerra civil
(Yick, 1995), del mismo modo los estudiosos han transgredido la «frontera» de 1949
con el fin de desvelar perspectivas históricas que abarquen la integridad del siglo XX.
Así, por ejemplo, varios estudios recientes han analizado los «repertorios» de las
protestas estudiantiles durante el siglo XX (Wasserstrom, 1991), han subrayado la
relevancia del cambio de actitud respecto a la educación popular a comienzos de siglo
en el pensamiento educativo maoísta a partir de 1949 (Bailey, 1990), han hecho
hincapié en la importancia de los militares durante la época final de la dinastía Qing y
los períodos republicano y posterior a 1949 (Van de Ven, 1997) y han explorado la
relevancia contemporánea de las identidades étnicas que se «construyeron» a finales
el siglo XIX y principios del XX (Honig, 1992).
Por otra parte, las continuidades que actualmente se considera que trascienden la
línea divisoria de 1949 han llevado a algunos historiadores a afirmar que el gobierno
del Guomindang fue tanto un precursor de la revolución comunista como su enemigo.
Así, un estudio muestra que el uso de asesores y de ayuda alemanes por parte de
Chiang Kai-shek durante la década de Nankín, con el fin de poner en práctica la
concepción de Sun Yat-sen de un sector industrial gestionado por el estado, produjo
en 1932-1935 la formulación de planes destinados a crear una plena «economía
planificada» (Kirby, 1984: 81, 95-96). Asimismo, la reorganización del Guomindang
como un partido de estilo leninista y la creación de un ejército del partido, a
principios de la década de 1920, así como sus campañas contra las creencias y
costumbres «supersticiosas», reflejan aspectos propios del gobierno y la práctica
comunistas (Esherick, 1995: 47-48).
En lo que a Mao y sus colegas se refería, sin embargo, la creación de la RPC, en
1949, marcaba el principio del proyecto de creación de una nueva sociedad y sentaba

ebookelo.com - Página 136


las bases de un estado económicamente próspero. La gradual divergencia de puntos
de vista entre Mao y sus más estrechos colaboradores en el seno del partido acerca de
cómo se podían realizar esas ambiciones tendría consecuencias decisivas, y a la larga
desastrosas, para el pueblo chino.

La guerra civil

Con el fin oficial de la segunda guerra mundial en Asia, en agosto de 1945, se


inició inmediatamente una carrera para aceptar la capitulación de los japoneses en
China y, en consecuencia, quedarse con sus armas. Chiang Kai-shek dio órdenes de
que las tropas japonesas habían de capitular únicamente ante las tropas nacionalistas,
e incluso determinó que hasta entonces las primeras eran responsables (junto con sus
antiguos colaboradores) de mantener la ley y el orden en las ciudades.
Inevitablemente, esto causó un gran resentimiento entre la población urbana (Pepper,
1978: 9; 1986: 738-739). Al mismo tiempo, Chiang dependía de la ayuda
norteamericana para trasladar por vía aérea a sus tropas a Pekín, Tianjin, Nankín y
Shanghai. Asimismo, marines norteamericanos desembarcaron en el norte de China
para aguardar la llegada de las tropas nacionalistas (Schaller, 1979). El intento de
Chiang de apoderarse de las ciudades de Manchuria, sin embargo, se vio
obstaculizado por la presencia de tropas soviéticas en la región, a pesar de la promesa
de Stalin de que se retirarían tras la rendición japonesa. Cuando éstas finalmente se
retiraron, en mayo de 1946, llevándose consigo una gran parte de las instalaciones de
industria pesada de Manchuria, con un valor estimado de 858 millones de dólares
(Mancall, 1984: 319), el PCC había logrado extender su control a la mayoría del
campo manchuriano.
Para entonces habían estallado ya las luchas a gran escala entre comunistas y
fuerzas nacionalistas. Aunque Mao se había desplazado a Chongqing en agosto de
1945 para negociar con Chiang, pronto se rompieron las conversaciones cuando
Chiang exigió que las tropas comunistas se pusieran bajo el control nacionalista antes
de considerar la demanda de Mao de formar un gobierno de coalición. La
intransigencia de Chiang se veía reforzada por su confianza en el apoyo
estadounidense, aunque, irónicamente, el nuevo presidente norteamericano, Harry
Truman, que había sucedido a Franklin Roosevelt tras su muerte, en abril de 1945, se
mostró mucho más circunspecto en su apoyo a Chiang de lo que había sido su
predecesor. En diciembre de 1945, Truman envió a China a su embajador especial, el
general George Marshall, para que actuara como mediador. Se acordó un alto el fuego
temporal y se convocó una conferencia política consultiva; pero la cooperación
resultó imposible. Con la reanudación de los combates, en abril de 1946, Chiang
convocó una asamblea nacional, dominada por el Guomindang y sin la participación
del PCC. Marshall regresó a Estados Unidos en enero de 1947, tras haber fracasado

ebookelo.com - Página 137


por completo en su intento de mediación. Como secretario de Estado, a partir de 1947
Marshall adoptaría una política de cautela con respecto a China e incluso reduciría la
ayuda económica a Chiang. Esto ha llevado a un historiador a afirmar que la poca
disposición y la incapacidad de Estados Unidos para intentar una intervención armada
sostenida en favor del régimen del Guomindang «creó un entorno internacional
favorable a la revolución comunista china» (Levine, 1987: 8).
Chiang, sin embargo, confiaba en el éxito. Sus tropas superaban en número a las
del PCC, y también se hallaban mejor equipadas. En marzo de 1947 los comunistas
incluso se vieron obligados a evacuar Yanan. Pero los fatales defectos que habían
caracterizado a las tropas nacionalistas durante la guerra contra Japón seguían
existiendo. Éstas estaban mal dirigidas y escasamente coordinadas. El reclutamiento
forzoso de civiles y la conducta indisciplinada de los solddos llevó a la rebelión a una
parte cada vez mayor de la población. Las condiciones dentro de las propias tropas
eran tan brutales que la deserción resultaba un fenómeno común. Al mismo tiempo,
las áreas que se hallaban bajo el control nacionalista experimentaron una acelerada
tasa de inflación y la moneda prácticamente se hundió. Los esfuerzos por llevar a
cabo una reforma económica se vieron constantemente socavados por la corrupción
en las filas del Guomindang. El propio Chiang señalaba, en enero de 1948, que
«nunca, ni en China ni en el extranjero, ha habido un partido revolucionario tan
decrépito y degenerado como el que hoy constituimos nosotros; ni ha habido ninguno
con tal falta de espíritu, de disciplina, y, aún más, de pautas sobre lo correcto y lo
erróneo, como el que hoy constituimos nosotros» (Eastman, 1984: 203).
Manchuria, donde Chiang había destinado algunas de sus mejores tropas, fue la
primera región que cayó ante los comunistas, cuando una decisiva campaña del PCC
realizada bajo el mando militar de Lin Biao (1907-1971), entre septiembre y
noviembre de 1948, dejó fuera de combate a más de 400.000 soldados nacionalistas
(Levine, 1987: 134-136). A principios de 1949 las guarniciones nacionalistas de
Pekín y Tianjin se habían rendido en masa. Estados Unidos se mostraba cada vez más
renuente a sacar de apuros a Chiang, si bien las crecientes críticas por parte de los
oponentes a la administración republicana, algunos de los cuales integraban un eficaz
grupo de presión conocido como el «Lobby de China», obligaron al presidente
Truman, en febrero de 1948, a recomendar una subvención de 570 millones de
dólares (menos de lo que había pedido Chiang). Al final, la política del gobierno
estadounidense no satisfizo a nadie. Chiang Kai-shek se quejaba amargamente de la
insuficiencia de la ayuda económica norteamericana, mientras que el PCC acusaba a
Estados Unidos de interferir activamente en los asuntos internos de China. Por otra
parte, dentro del propio ámbito estadounidense los críticos con la administración
acusarían al gobierno (y, en particular, al Departamento de Estado) de haber
«traicionado» a Chiang Kai-shek y, en consecuencia, de haber «perdido» China a

ebookelo.com - Página 138


manos de los comunistas (Tucker, 1983).
Con las fuerzas militares del PCC, ahora rebautizadas como Ejército de
Liberación Popular (ELP), preparándose para tomar el sur de China a principios de
1949, Stalin, en enero de ese año, aconsejó cautela e incluso sugirió que las
negociaciones con el Guomindang podían constituir una opción seria. En sintonía con
el pensamiento soviético del momento, que dividía el mundo en dos bandos hostiles
—los socialistas y los imperialistas—, Stalin afirmaba que no había que hacer nada
que provocara una intervención militar estadounidense en China y, en consecuencia,
implicara a la Unión Soviética —líder del bando socialista— en una guerra mundial.
Sin duda, el consejo de Stalin reflejaba también sus sentimientos contradictorios en
relación a la perspectiva de tener un potencial rival comunista como vecino. Mao, sin
embargo, había afirmado en 1946 que entre los dos bandos existía una «zona
intermedia» (de países coloniales y semicoloniales), en la que la resistencia activa
contra Estados Unidos podía contener la marea de la agresión imperialista y, por
tanto, evitar la guerra mundial (Gittings, 1974: 142-148; Yahuda, 1978: 32-33). En
aquel momento Mao también despreciaba la potencial amenaza de la capacidad
militar y nuclear estadounidense, calificándola de «tigre de papel» al que se podía
vencer mediante una «guerra popular» basada en el compromiso generoso de toda la
población. Aunque en 1947-1948 Mao se había dejado convencer de la tesis de los
«dos bandos», se rechazó la posibilidad de mantener conversaciones abiertas con el
Guomindang, y en abril de 1949 las fuerzas del PCC cruzaron el Yangzi para
emprender la conquista del sur de China. El hecho de que Mao ignorara el consejo de
Stalin mostraba que, así como en el período de Yanan se había enfatizado la
«independencia» (zili gengsheng) en la esfera económica, del mismo modo Mao se
adhería ahora a un cierto grado de «independencia» en la política exterior, un
importante factor que contribuiría a la futura disputa chino-soviética.

En octubre de 1949, desde la Puerta de la Paz Celestial (Tianan-men) —la entrada


a la antigua Ciudad Prohibida imperial de Pekín—, Mao proclamó el establecimiento
de la República Popular China (RPC). A finales de ese mismo año el gobierno del
Guomindang se había retirado a la isla de Taiwan, desde donde seguiría insistiendo
en que representaba a la auténtica «República de China». Aunque en ese momento el
gobierno estadounidense no consideró la posibilidad de brindar protección militar a
Taiwan, sus relaciones con el nuevo gobierno comunista se habían deteriorado lo
suficiente para que Washington impusiera un embargo comercial a la RPC. Por otra
parte, durante los años siguientes Estados Unidos se vincularía más estrechamente
con el régimen del Guomindang en Taiwan, lo que para el PCC constituía una
injerencia directa en los asuntos internos de China (al evitar la reunificación de
Taiwan con el continente) y descartó en la práctica cualquier clase de relaciones

ebookelo.com - Página 139


significativas entre ambos países hasta la década de 1970. En el continente, sin
embargo, el último acto de reunificación nacional se realizó en octubre de 1950,
cuando las tropas del ELP ocuparon el Tíbet y obligaron a su líder espiritual, el dalai-
lama, a aceptar la plena soberanía China (en marzo de 1959 estallaría una rebelión,
que sería brutalmente reprimida, y el dalai-lama habría de huir a la India para
establecer allí un gobierno en el exilio) (Spence, 1999a: 500, 556).
Ha habido una considerable polémica entre los historiadores acerca de las razones
de la victoria comunista de 1949. Curiosamente, los escritos sobre el PCC en el
período anterior a 1949 (principalmente obra de periodistas y escritores
independientes, muchos de los cuales tenían un profundo conocimiento de la China
del Guo-mindang) se centraban en cuestiones que resurgirían en los textos de las
décadas de 1960 y 1970 (Hartford y Goldstein, 1989: 4-11; Sel-den, 1995&: 11-12).
Al tratar de explicar el éxito del PCC, dichos textos llamaban la atención sobre el
apoyo popular a las reformas socioeconómicas del partido, así como sobre su
capacidad de movilizar la resistencia nacional contra los japoneses. Con la guerra
fría, durante la década de 1950, estudiar la revolución del PCC se convirtió
prácticamente en sinónimo de estudiar la política exterior soviética y las
maquinaciones del Komintern en China (al tiempo que se hacía hincapié en la
instrumentalización y la manipulación maquiavélica de dicha organización por parte
del PCC en su lucha por el poder), si bien un innovador estudio de ese período
(Schwartz, 1951) fue el primero en subrayar la independencia de Mao con respecto a
Moscú y la evolución autóctona china del modelo «leninista», que se aplicó a una
revolución de base rural. En las décadas de 1960 y 1970 la atención se centró de
nuevo en las razones por las que el PCC obtuvo el apoyo popular. Un estudio
(Johnson, 1962) afirmaba que había sido básicamente la guerra contra Japón la que
había llevado al PCC al poder, debido a su atractivo para el «nacionalismo
campesino» y la legitimidad pública que obtuvo (en contraste con el Guomindang) al
consagrarse a la resistencia contra los invasores japoneses. Un estudio posterior sobre
Manchu-ria (Lee, 1983: 238-250, 263-264, 314) apoyaba esta hipótesis, mostrando
que hasta que la rama local del PCC en la región no logró realizar una activa política
antijaponesa, a partir de 1933 (y especialmente a partir de 1935, con la aprobación
oficial por parte del Komintern de la política del frente unido contra Japón debido a
que ahora ello beneficiaba a la Unión Soviética), no obtuvo un apoyo popular
generalizado; aunque la rama manchuriana del PCC había sido diezmada por las
fuerzas japonesas en 1937, el apoyo local que había cultivado a partir de 1933 le
resultó útil durante el período de la guerra civil.
En respuesta a la tesis del «nacionalismo campesino», en las décadas de 1960 y
1970 otros estudiosos hicieron hincapié en la capacidad del partido de obtener el
apoyo popular a través de sus políticas sociales y económicas (por ejemplo, Gillin,

ebookelo.com - Página 140


1964). Uno de ellos, en particular, se centraba por vez primera en la Región
Fronteriza de Shaan-Gan-Ning (Selden, 1971), y subrayaba la cualidad revolucionaria
de las políticas del partido en tanto éstas satisfacían las necesidades económicas
básicas del campesinado a través de la reducción de los arrendamientos agrarios y los
tipos de interés —si bien hoy se atribuye más importancia a las políticas tributarias
equitativas (Selden, 1995b: 22-23)— y creaban estructuras políticas que permitían
una genuina participación popular. Significativamente, también en esta época se
publicó un estudio clásico sobre la revolución comunista en el campo, basado en
observaciones de primera mano de la reforma agraria en una aldea de Shanxi (en el
noroeste de China) durante la primavera y el verano de 1948 (Hinton, 1966). La
expropiación de tierras pertenecientes a las élites rurales y su redistribución entre los
campesinos pobres, que se comparaba a la Proclamación de la Emancipación de
Lincoln en Estados Unidos, destruía el poder y los privilegios de los terratenientes y
«caciques» locales, y permitía un cambio radical en el estatus y la autopercepción de
los campesinos pobres, un proceso al que se aludía como fanshen (literalmente,
«darle la vuelta al cuerpo», usado en el sentido de liberarse y valerse por uno mismo)
(ibíd.: X, 8).
Otro estudio de esta época (Kataoka, 1974) centraba su atención en la guerra
antijaponesa como un factor crucial en el éxito del PCC, aunque no en concordancia
con la tesis del «nacionalismo campesino». Según el punto de vista de este estudio, el
frente unido y la guerra inmovilizaron el poder del Guomindang —de base urbana—,
y, por tanto, proporcionaron un resquicio a la revolución rural encabezada por el
PCC, permitiendo al partido extender y consolidar su control organizativo y militar
sobre un campesinado provinciano y ligado a la tradición. También se ha subrayado
recientemente la importancia del frente unido durante la guerra, pero más en lo
relativo a la capacidad del partido para atraerse y ganarse el apoyo de las élites
rurales —a las que se denomina «elementos intermedios» (zhongjian fenzi),
integrados por la pequeña burguesía, los campesinos ricos y los pequeños
propietarios—, así como el de los campesinos pobres, a través de sus políticas
moderadas y pragmáticas (Shum, 1985; 1988: 5, 14, 189-190, 231-235).
Los estudios realizados a partir de la década de 1980 han profundizado más en los
medios revolucionarios locales (en áreas distintas de la Región Fronteriza de Shaan-
Gan-Ning) para describir cómo los activistas del PCC forjaron con éxito coaliciones
de intereses, establecieron estructuras de poder en el campo o se adaptaron a los
contextos y problemas locales. Un estudio realizado sobre cuatro áreas distintas del
este de Henan (en China central) desde la década de 1920 hasta el final de la guerra
contempla la revolución del PCC como un proceso dual y «escalonado» de política de
poder y revolución social (Wou, 1994). Especialmente en el período posterior a 1937,
el PCC recurrió a «políticas de coalición», lo que implicaba compromisos tácticos

ebookelo.com - Página 141


con comandantes y autoridades locales, la incorporación de bandidos y grupos
sectarios, y la infiltración en las redes de defensa de las aldeas y municipios. En
particular, en la zona oriental de Henan el PCC supo explotar hábilmente las
divisiones entre los diversos grupos de la élite local y adaptar sus tácticas de
movilización de acuerdo con las condiciones locales, restringiendo en general los
objetivos de su ataque clasista y haciendo hincapié en la seguridad y los intereses
colectivos (ibtd.: 210-211; 373-379, 382-383). En contraste, un estudio sobre la
China oriental y central (provincias de Jiangsu, Anhui y Hubei) subraya el deliberado
recurso del partido a la lucha de clases contra las élites rurales (bajo la fachada de la
unidad interclasista) como medio de lograr cierta redistribución de la riqueza y
asimilar el apoyo de los campesinos pobres (Chen, 1986: 501-502). El reclutamiento
de activistas campesinos en asociaciones campesinas organizadas por el PCC, en las
milicias y en la administración rural también le permitió al partido establecer
estructuras de poder a todos los niveles en el campo, un factor que resultaría crucial
en el conflicto entre el PCC y el Guomindang en la zona central de China, en 1948,
cuando el partido logró asegurarse una buena base tanto en hombres como en
provisiones (ibíd.: 504-505, 509).
Un tercer planteamiento ha consistido en analizar los problemas locales a largo
plazo en determinadas áreas concretas, y ver cómo los activistas del PCC obtuvieron
el apoyo local implicándose en dichos problemas (Thaxton, 1983, 1997). Así, un
estudio sobre la llanura del norte de China (donde convergen las provincias de Hebei,
Shandong y Henan) ha revelado que los campesinos de dicha región (a diferencia de
los líderes del PCC) no percibieron necesariamente la invasión japonesa y la guerra
de resistencia como un momento histórico decisivo (Thaxton, 1997). Lo que les
preocupaba era la constante lucha (que precedía y, asimismo, iba más allá de la
guerra de resistencia) contra el estado intruso del Guomindang, empeñado en
monopolizar el comercio de sal y en eliminar el mercado libre extraoficial de la sal
producida en el ámbito local que tan fundamental resultaba en la renta de los
campesinos. Así, los activistas del PCC en esta región obtuvieron el apoyo popular
uniéndose a las élites locales y a los productores campesinos en esta «lucha por el
mercado» (ibíd.: XV, 2, 12-13, 22-29). Esta alianza política táctica del PCC con la
«gente del campo vinculada al mercado» y contra la represión estatal del
Guomindang dio legitimidad al partido y convenció a la gente de que una revolución
dirigida por el PCC constituía la forma más segura de escapar a las consecuencias
económicas del poder del estado centralizado y su «maquinaria de extracción de
renta» (ibíd.: 280-281, 319-320). El estudio concluye que el PCC logró acceder al
poder respaldando las expectativas campesinas respecto a una ilimitada participación
en las actividades comerciales, aunque, en realidad, a partir de 1949 el PCC no hizo
sino recoger el testigo del Guo-mindang, emprendiendo un «asalto político

ebookelo.com - Página 142


centralizado al sector privado» aún más eficaz (ibíd.: 332). Como ya hemos señalado,
no hay nada en el proceso revolucionario anterior a 1949 que sugiera que el apoyo
rural popular al programa económico del PCC previera otra cosa que la preservación
del pequeño campesinado, el establecimiento de cooperativas privadas y voluntarias y
la garantía de las actividades de libre mercado (Esherick, 1995: 69). Dado que el
cambio estructural a gran escala no se produjo hasta después de 1949, en forma de
colectivización a mediados de la década de 1950 (véase más adelante), se sugiere que
cualquier evaluación de la «revolución de 1949» debe tener en cuenta los
acontecimientos ocurridos en la década siguiente (Huang, 1995: 105).
En una reciente visión de conjunto de las respuestas campesinas a las políticas de
movilización del PCC durante la guerra antijaponesa se ha argumentado que
inicialmente los campesinos no respondieron a los llamamientos a la defensa nacional
(obligando con ello al partido a depender más de las élites y de la población flotante),
y que lo que motivó a los campesinos fueron sobre todo las garantías de seguridad y
las perspectivas de una política económica redistributiva (sin que necesariamente se
cuestionara la legitimidad del propio sistema de propiedad agraria). En última
instancia, sin embargo, la voluntad de los campesinos de cooperar con el PCC tuvo
más que ver con su profunda conciencia del poder de intimidación del partido y de su
capacidad de represión (Bianco, 1995).
La mayoría de los estudios sobre la revolución del PCC han tendido a insistir
sobre todo en el período bélico. Uno de los pocos que se centran en el de la guerra
civil, que toma Manchuria como objeto de estudio, sostiene que, lejos de ser un
resultado inevitable de las fuerzas socioeconómicas, el triunfo del PCC en Manchuria
fue una victoria contingente que dependió de factores políticos, militares e
internacionales (Levine, 1987: 7), una idea que también afirma un reciente artículo en
relación con la victoria del PCC en su conjunto (Esherick, 1995: 53-56). Según dicho
artículo, inicialmente se creó un entorno favorable al éxito del PCC debido a la falta
de disposición y a la incapacidad de Estados Unidos para intervenir de manera
sustancial, al «entendimiento» extraoficial entre Estados Unidos y la Unión Soviética
para no hacer de China otra área de competencia entre las dos potencias, y a una
cierta asistencia técnica y médica soviética al PCC (Levine, 1987: 238-239); si bien
la presencia soviética en Manchuria hasta marzo de 1946, que permitió la penetración
del PCC en la región, fue un arma de doble filo para el PCC, ya que el
comportamiento de los soldados soviéticos no siempre les granjeó las simpatías de la
población local (Westad, 1993: 90-91). En última instancia, no obstante, fue la
capacidad del PCC de crear sus propias estructuras políticas, desde el ámbito
municipal hasta el provincial (en agosto de 1946 el PCC estableció un gobierno
regional para toda Manchuria) lo que le permitió desplazar a las élites tradicionales
aisladas y fragmentadas por la ocupación japonesa y monopolizar el poder coercitivo.

ebookelo.com - Página 143


Con el fin de consolidar aún más su poder en el campo, en 1946-1948 el PCC tomó la
estratégica decisión política de llevar a cabo la reforma agraria. El apoyo popular y
logístico que obtuvo el partido (a través de la redistribución de la tierra, de una
política tributaria equitativa, y de la promesa ofrecida a los campesinos pobres de
prosperar y obtener una mayor movilidad en las organizaciones del partido) le
permitió librar una guerra convencional a gran escala contra los nacionalistas en
Manchuria (ibíd.: 9-13, 228-235, 245-246). Mientras que diversos estudios anteriores
(por ejemplo, Selden, 1971) subrayaban el compromiso del partido con la justicia
social y económica como la motivación subyacente a sus reformas en el campo, la
reforma agraria en Manchuria se contempla desde una perspectiva más
instrumentalista. Aunque drástica —a finales de 1946, por ejemplo, un periódico del
partido señalaba que en el norte de Manchuria 4,2 campesinos habían adquirido 2,2
millones de hectáreas de tierra (Levine, 1987: 228)—, la reforma agraria no
representó por sí misma una revolución campesina (en el sentido de una
transformación radical encabezada por líderes campesinos decididos a reorganizar las
relaciones en el campo), sino más bien un instrumento concreto de guerra política con
el que el PCC trató de movilizar a las poblaciones tanto rurales como urbanas en su
lucha contra los nacionalistas (ibíd.: 243).
Al tratar de explicar la victoria del PCC en 1949 es necesario observar también
cómo perdió la guerra el Guomindang. Así, a partir de 1945 el gobierno del
Guomindang se fue distanciando progresivamente de los estudiantes, los intelectuales
y la burguesía urbana debido a su determinación de proseguir una guerra civil
impopular y su fracaso a la hora de contener el colapso económico en las ciudades y
extirpar la corrupción del funcionariado (Pepper, 1978, 1986). Por otra parte, en
muchas zonas controladas por los nacionalistas los campesinos simplemente retiraron
su apoyo al régimen a consecuencia del trabajo obligatorio y el reclutamiento militar
(Eastman, 1984). Una fascinante antología de ensayos y cartas personales escritos en
un día concreto (21 de mayo de 1936) y publicados en septiembre del mismo año por
un grupo de célebres escritores chinos —parte de los cuales se traducirían
posteriormente al inglés (Cochran y Hsieh, 1983)— revelaban ya un creciente
desencanto respecto al gobierno nacionalista (ibíd.: 71-137), que se haría mucho más
evidente a partir de 1945. Así, por ejemplo, una de las instituciones de enseñanza
superior más leales durante la guerra fue la Universidad Nacional Asociada del
Suroeste (Liando). Integrada por una combinación de las universidades de Pekín,
Qinghua y Nankai, que tras la invasión japonesa habían trasladado sus campus desde
Pekín y Tianjin hasta Kunming (provincia de Yunnan), en el suroeste, tras el final de
la guerra Lianda fue emergiendo gradualmente como un centro de crítica al gobierno
nacionalista y su inflexible política para con los comunistas. Los mítines antibélicos y
las huelgas de estudiantes realizados a finales de 1945 acabaron con un asalto militar

ebookelo.com - Página 144


al campus y la muerte de cuatro intelectuales. Al año siguiente (en julio de 1946) fue
asesinado uno de los profesores más conocidos de Lianda, abiertamente crítico con el
Guomindang, Wen Yiduo. En 1949, como ha señalado un reciente estudio, la mayoría
de los profesores y estudiantes de Lianda estaban dispuestos a aceptar el gobierno
comunista (Israel, 1998).
Un estudio sobre el cine de la posguerra en Shanghai muestra también el
sentimiento generalizado de malestar y desencanto (Pic-kowicz, 2000). Muchos de
los personajes negativos de estas películas —la mayoría de ellas realizadas por
personas que habían trabajado para las organizaciones culturales nacionalistas
durante la guerra— eran aprovechados y oportunistas instalados en la que había sido
la capital durante el período bélico, Chongqing, que se hacían pasar por «patriotas».
Aunque el tema principal de estos filmes (que resultaron enormemente populares) era
la erosión de los valores familiares tradicionales causada por la guerra —de la que no
se culpaba especialmente al Guomindang—, su descripción de unos funcionarios
corruptos durante la guerra (y el contraste con las sufridas masas de Shanghai bajo la
ocupación japonesa) «erosionó la confianza pública en el estado de la posguerra»
(ibíd.: 392-394). En muchos aspectos, pues, la autoridad y la legitimidad del régimen
del Guomindang simplemente fueron desapareciendo.

La dictadura democrática del pueblo

Con la proclamación de la RPC en octubre de 1949, el PCC, después de más de


veinte años de lucha revolucionaria, se enfrentaba ahora a la impresionante tarea de
administrar todo el país. En vísperas de la victoria comunista, Mao escribió un
importante artículo titulado «Sobre la dictadura democrática del pueblo», en el que
exponía los objetivos del futuro gobierno comunista. En sintonía con su concepto de
«Nueva Democracia», Mao afirmaba que el PCC encabezaba una alianza de cuatro
clases (el proletariado, el campesinado, la pequeña burguesía y la burguesía
nacional), y que todas ellas disfrutarían de derechos y libertades democráticos. Esta
alianza dirigida por el PCC ejercería una «dictadura» sobre lo que Mao suponía una
minoría de contrarrevolucionarios, antiguos miembros del Guomindang, la burguesía
«intermediaria» (es decir, quienes habían trabajado para intereses económicos
extranjeros, o estaban vinculados a ellos) y los terratenientes (Brugger, 1981: 51-52;
Meisner, 1999: 56-61).
Poco después de escribir el mencionado artículo, en septiembre de 1949, Mao
convocó la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino en Pekín, a la que se
invitó a un gran número de personalidades ajenas al PCC. Se elaboró un programa
común, que anunciaba la eliminación de todos los privilegios y propiedades
extranjeros, así como la confiscación del capital del Guomindang. Al mismo tiempo,
el programa común propugnaba la puesta en práctica de la reforma matrimonial y la

ebookelo.com - Página 145


reforma agraria, y preveía un período de transición al socialismo durante el que
seguiría existiendo la economía privada urbana. También las personas que no eran
miembros del PCC participaron en el nuevo gobierno, y varias de ellas serían
nombradas para el Consejo Administrativo de Gobierno en la época de Zhou Enlai;
por otra parte, tres de los seis vicepresidentes de la República Popular —un cargo
meramente honorario— serían no comunistas (una de las personas que ocuparon
dicho cargo fue Song Qingling, la viuda de Sun Yat-sen).
Sin embargo, quedaba claro que el liderazgo estaría en manos del PCC. De hecho,
hasta 1954 China estuvo dividida en seis regiones militares-administrativas (bajo el
control de los diversos ejércitos comunistas), lo cual da una medida de la rapidez con
la que el partido impuso una autoridad centralizada capaz de desmantelar esas
administraciones regionales y reemplazarlas por gobiernos de distrito y provinciales
bajo el control directo del centro. En 1954 se promulgó también una constitución
estatal, que permitía la creación de Congresos del Pueblo en los ámbitos local,
provincial y central; este último recibiría el nombre de Congreso Nacional del
Pueblo. Sólo en los congresos de «nivel básico» se permitiría la elección directa (bajo
la estricta supervisión del PCC), mientras que los miembros de los congresos
superiores serían nombrados por los congresos inmediatamente inferiores. Aunque en
teoría los Congresos del Pueblo habían de supervisar la administración de su nivel
correspondiente, básicamente se utilizarían para dotar de una plataforma a la política
oficial del partido. El PCC se aseguró el control global estableciendo comités del
partido encargados de supervisar cada nivel de administración (con lo que a menudo
se producían solapamientos de personal para las diversas tareas), mientras que, en el
centro, el Politburó del PCC (y, en particular, su Comité Permanente de cinco
miembros) ejercía una decisiva influencia en la estructura oficial de gobierno, que
ahora incluía un Consejo de Estado y un montón de ministerios y comisiones
(Lieberthal, 1995: 77-79). También aquí resultaban evidentes los solapamientos de
personal; los dos casos más obvios eran el de Mao, que era a la vez presidente de la
República Popular y jefe del PCC, y el de Zhou Enlai, que era primer ministro y
miembro del Comité Permanente del Politburó (Meisner, 1999: 61-64).
Uno de los principales puntos de la agenda del nuevo gobierno comunista era la
conclusión de la reforma agraria, un proceso ya iniciado a partir de 1945 en las áreas
bajo control comunista y que implicaba la apropiación de tierras pertenecientes a
terratenientes y su redistribución a los campesinos pobres. En algunas áreas,
especialmente en 1947-1948, el proceso se había descontrolado rápidamente,
llevando a lo que se denominó «desviaciones izquierdistas», con ataques a los
campesinos ricos (e incluso de clase media) además de los terratenientes (Hinton,
1966: XI, 125-126). La Ley de Reforma Agraria de junio de 1950 aspiraba a ampliar
dicha reforma a todo el país y a establecer límites a sus objetivos. Sólo las tierras y

ebookelo.com - Página 146


las propiedades que pertenecieran a los terratenientes (que constituían el 4 % de la
población rural y poseían el 30 % de la tierra) serían confiscadas y redistribuidas, si
bien las tierras propiedad de las empresas industriales y comerciales se dejaron
intactas, en sintonía con la política oficial de protección al sector industrial privado.
Se protegió específicamente a los campesinos ricos y de clase media, y los primeros
incluso pudieron arrendar una parte de sus tierras siempre que ésta no excediera a la
parte que labraban ellos mismos (Lieberthal, 1995: 90-91; Meisner, 1999: 91-102).
El impacto de la reforma agraria, no obstante, fue bastante impresionante (Shue,
1980: 41-91). No sólo dio como resultado un gran incremento del número de
campesinos pequeños propietarios, sino que asimismo aseguró la eliminación de la
influencia social y política de la élite rural. El partido alentó a las asociaciones
campesinas a realizar mítines masivos durante los que se invitaba a los campesinos
individuales a enfrentarse a los terratenientes y denunciarlos públicamente. Estos
mítines de «expresión de la amargura», como se les denominaba, llevaban no sólo a
la humillación pública de los terratenientes, sino también, en muchos casos, a su
ejecución. El PCC insistía en alentar la «lucha de clases» (jieji douzheng) durante
dichos mítines, como parte de un drama moral organizado que legitimaba la visión de
la revolución propia del partido (Anagnost, 1997: 28-35). De forma amenazadora
para el futuro, sin embargo, las etiquetas clasistas de «terrateniente» y de «enemigo
de clase» (Jieji diren) solían imponerse arbitrariamente; así, en el norte de China se
tendía a echar a los «granjeros empresarios» (los que empleaban mano de obra
asalariada) en el mismo saco que los terratenientes, mientras que en la región del
Yangzi, donde muchos de los terratenientes eran propietarios absentistas y las
relaciones tanto de arrendamiento como laborales asalariadas solían darse entre
campesinos de clase media y campesinos pobres, a menudo se «luchaba» contra los
primeros (Huang, 1995: 115-119). Así, las etiquetas clasistas adquirieron un carácter
más simbólico y moral, antes que reflejar la realidad material. Esta disyuntiva entre lo
que se ha calificado de «realidad figurativa y objetiva» se haría especialmente
manifiesta durante la Revolución Cultural (ibíd.: 111). La realización de la reforma
agraria requirió mucho tiempo en el sur de China debido a que muchos cuadros
locales responsables de su puesta en práctica eran también miembros de clanes
(tradicionalmente más dominantes en el sur), y, por tanto, se veían atrapados entre la
lealtad al estado y la solidaridad de parentesco con las personas afectadas por la
reforma. De hecho, el proceso no se completó íntegramente hasta 1952.
Otra de las primeras prioridades del nuevo gobierno fue la realización de la
reforma matrimonial, de la que el PCC había sido pionero durante el período del
Soviet de Jiangxi. En 1950 se promulgó una Ley de Reforma Matrimonial destinada a
poner fin a las prácticas tradicionales del matrimonio concertado y el concubinato,
estableciendo una edad mínima para casarse, permitiendo la libre elección de

ebookelo.com - Página 147


cónyuge y concediendo la libertad de divorcio. Al insistir también en que a partir de
ese momento todos los matrimonios se habían de registrar ante las autoridades
comunistas (tradicionalmente los matrimonios tenían lugar como resultado de
negociaciones y regateos entre los ancianos de dos familias o clanes), el gobierno
confiaba en ir reemplazando la lealtad a la familia por la lealtad al estado. Miles de
mujeres de las zonas rurales (muchas de ellas casadas mediante matrimonios
concertados) trataron de utilizar la ley para pedir el divorcio o para casarse con un
compañero de su elección. Muchas de ellas chocaron con la obstrucción de los
cuadros locales (varones) o fueron maltratadas por sus maridos y suegros, que no
estaban dispuestos a colaborar (en algunos casos incluso produciéndoles la muerte).
A finales de 1953 —sostienen algunos estudios—, el partido empezó a frenar la
puesta en práctica de la ley y a hacer hincapié, en cambio, en la importancia de la
armonía familiar como fundamento del orden socialista; así, por ejemplo, a las
mujeres que pedían el divorcio se las criticaba ahora por exhibir el rasgo «burgués»
del individualismo egoísta (Johnson, 1983). En cualquier caso —señala otro estudio
—, en 1950 el objetivo del partido era crear unidades familiares estables y
monógamas, antes que establecer la absoluta igualdad entre los sexos; en realidad se
creó un «nuevo patriarcado democrático» (Stacey, 1983), en el que las mujeres tenían
ciertos derechos, pero la autoridad seguía estando en manos del varón cabeza de
familia. En este sentido se podría señalar que, aunque en el contexto de la ley de la
reforma agraria a las mujeres también se les asignaban tierras, éstas seguían
registrándose a nombre del cabeza de familia, ya fuera el padre o el marido.
Un reciente estudio (Diamant, 2000), basado en archivos del partido previamente
inaccesibles, ha cuestionado este punto de vista de que la Ley de Reforma
Matrimonial se vio socavada por la autoridad patriarcal desde arriba y por los
funcionarios rurales tradicionalis-tas desde abajo, argumentando que las mujeres de
las zonas rurales sí pudieron utilizar la ley en beneficio propio (incluso después de
1953) apelando directamente a los tribunales de distrito y de condado, que tendían a
ser más comprensivos que los funcionarios de las aldeas, de nivel inferior y menor
instrucción. Los funcionarios de alto rango de las ciudades (muchos de los cuales
habían sido campesinos y se habían casado mediante matrimonios concertados)
también se mostraron entusiastas de la ley, especialmente por el hecho de qué ésta les
permitía divorciarse de sus mujeres campesinas y casarse con mujeres de las zonas
urbanas, más «atractivas» a sus ojos. Por otra parte, muchos cuadros locales y
funcionarios de las aldeas interpretaron la Ley de Reforma Matrimonial como un
movimiento político similar a la reforma agraria, que atacaba en calidad de opresores
a la generación más anciana (en lugar de los terratenientes). Así, la generación más
anciana (y especialmente las mujeres) fue tan víctima de la ley como sus más
empedernidos oponentes. A partir de 1953 las mujeres siguieron utilizando el

ebookelo.com - Página 148


lenguaje de libertad de la ley para aumentar su influencia en los maridos y sus
familias, mientras que las que estaban casadas con soldados del ELP a menudo
lograban obtener el divorcio sin la aprobación previa de sus maridos (una condición
establecida en la ley) gracias a la connivencia de los cuadros locales, algunos de los
cuales, según parece, mantenían relaciones adúlteras con esposas de militares.
También se organizaron campañas masivas en las ciudades, donde el gobierno
estaba decidido a erradicar cualquier vestigio de corrupción en la burocracia (muchos
administradores del régimen anterior seguían ocupando sus cargos, debido
simplemente a que el partido carecía de personal para reemplazarles) y en las
iniciativas económicas (Meisner, 1999: 75-87). Otros aspectos de la vida urbana
como el juego, el tráfico de drogas y la prostitución (a los que Mao calificaba de
«balas recubiertas de azúcar», que podían tentar a los confiados cuadros del partido
cuando entraban en las ciudades), fueron también estrictamente proscritos. Diversos
estudios sobre ciudades concretas como Cantón, Tianjin y Shanghai han mostrado
hasta qué punto el PCC logró su objetivo de imponer la disciplina y el orden moral en
el paisaje urbano (Vogel, 1969; Lieberthal, 1980; Gaulton, 1981; Hershatter, 1997:
304-320).
Aunque inicialmente se protegió a la empresa privada en las ciudades, en 1953 se
inició un proceso de nacionalización que se completaría en 1956. Al mismo tiempo,
el nuevo gobierno lanzó su primer plan quinquenal, que hacía hincapié en el fomento
de la industria pesada. En este aspecto, China dependía en gran medida del apoyo de
la Unión Soviética. Aunque en su artículo sobre la dictadura democrática del pueblo
Mao había declarado que el nuevo gobierno estaría dispuesto a tratar con cualquier
país sobre una base de igualdad y mutuo respeto, también admitía que China
necesitaría «inclinarse hacia un lado» (es decir, hacia el bando socialista, encabezado
por la Unión Soviética). En cualquier caso, la creciente hostilidad estadounidense,
ilustrada por la imposición por parte de Washington de un embargo comercial a la
RPC en noviembre de 1949, forzó inevitablemente a Mao a dirigirse a la Unión
Soviética en busca de ayuda económica. Un estudio reciente, sin embargo, sostiene
que la decisión de Mao de «inclinarse hacia un lado» en 1949 era la consecuencia
lógica de lo que habían sido las relaciones entre el PCC y Moscú desde 1935 (Sheng,
1997: 162).
Así pues, Mao visitó Moscú entre diciembre de 1949 y febrero de 1950 (su primer
viaje al extranjero), y estableció una alianza con la Unión Soviética, válida por un
período de treinta años. Moscú prometió acudir en ayuda de China en el caso de un
ataque por parte de «Japón o cualquier otro estado que se uniera de cualquier forma a
Japón en sus actos de agresión» (una clara referencia a Estados Unidos). Moscú
también aceptó conceder un crédito fijo por un valor equivalente a 300 millones de
dólares (a devolver con un 1 % de interés anual), con el que China pudiera adquirir

ebookelo.com - Página 149


maquinaria y equipamiento soviéticos. En 1954 se concederían nuevos créditos. Al
mismo tiempo, Stalin se aseguraba una serie de concesiones por parte de Mao, que
incluían el reconocimiento de los derechos de la Unión Soviética en la Manchuria
meridional originariamente cedidos por Chiang Kai-shek en su tratado de 1945 con
Stalin (es decir, el mantenimiento del uso naval soviético de Lushun —antes Port-
Arthur— y Dairen), el mantenimiento de la gestión conjunta chino-soviética del
Ferrocarril Oriental de China, y el reconocimiento por parte de Pekín de la
independencia de Mongolia Exterior (ahora en la esfera de influencia de la Unión
Soviética). Otros acuerdos posteriores dispusieron también la creación de sociedades
anónimas con capital chinosoviético para explotar los recursos minerales de Xinjiang,
así como para gestionar una serie de líneas aéreas civiles. Aunque en 1954 Moscú
había devuelto Lushun, Dairen y el Ferrocarril Oriental de China íntegramente a
manos chinas y había vendido sus acciones en las sociedades anónimas, el solo hecho
de que Mao se hubiera visto obligado a hacer inicialmente esas concesiones había
sido un duro golpe, y más tarde se referiría con amargura a las arduas negociaciones
de 1950.
Las difíciles condiciones que impuso Stalin en 1950 han fomentado que se
califique la alianza chinosoviética de «relación desigual» (Mancall, 1984: 368); pero
es importante señalar los beneficios que la RPC obtuvo de dicha relación. En primer
lugar, la alianza le proporcionaba a China un paraguas nuclear en una época en la que
sus relaciones con Estados Unidos eran extremadamente tensas. La invasión, en
1950, de Corea del Sur por la comunista Corea del Norte (Corea se había dividido en
1945) llevó a la intervención de las fuerzas de la ONU, integradas en su mayoría por
tropas estadounidenses al mando del general MacArthur. Cuando las tropas de la
ONU pasaron a la ofensiva y penetraron profundamente en el territorio de Corea del
Norte, llegando casi hasta la frontera chino-coreana, Pekín envió «voluntarios» (en
octubre de 1950) a participar en la lucha del bando norcoreano (Whiting, 1960). A
ello siguió una guerra de desgaste, que terminó con un armisticio, en 1953, que
prácticamente restablecía la línea de demarcación original: el paralelo 38. La alianza
chinosoviética pudo muy bien haber sido un factor disuasorio que impidió un ataque
directo estadounidense a China, aunque habría que señalar que la ayuda material
soviética a China durante la guerra fue mínima y llegó cuando el proceso estaba ya
bastante avanzado.
En segundo término, la alianza chinosoviética preparó el camino para la ayuda
soviética en el primer plan quinquenal de China. Moscú contribuyó a la construcción
de más de cien plantas industriales (fabricación de maquinaria, metalurgia, carbón,
hierro y acero), y envió a miles de expertos a ofrecer asesoramiento y ayuda en la
formación del personal. Al mismo tiempo se envió a estudiantes chinos a la Unión
Soviética. En conjunto, la década de 1950 presenció una considerable influencia

ebookelo.com - Página 150


soviética en China; así, por ejemplo, los libros de texto y manuales técnicos
soviéticos se tradujeron masivamente al chino y se utilizaron ampliamente en la
enseñanza. Por otra parte, el primer plan quinquenal se basaba, en gran medida, en el
modelo de desarrollo soviético, con su especial énfasis tanto en la industria pesada
como en la planificación centralizada. Recientemente se ha señalado que la adopción
del modelo soviético en la década de 1950 fue una consecuencia lógica de las
estrechas relaciones chinosoviéticas y de la influencia soviética en la política del PCC
antes de 1949, que hasta ahora se habían pasado por alto; así, por ejemplo, dos
personajes que regresaron a Yanan a finales de la década de 1930 después de haberse
formado en Moscú (Chen Yun y Kang Sheng) desempeñarían un importante papel a
la hora de aplicar los modelos soviéticos a la planificación económica y la
rectificación del partido (Esherick, 1995: 50-53).
Las relaciones chinosoviéticas, sin embargo, estaban cargadas de potenciales
tensiones, especialmente tras la muerte de Stalin, en 1953. En el transcurso de la
década de 1950 Mao se mostró cada vez más insatisfecho no sólo con el modelo de
desarrollo económico soviético, sino también con el intento de Moscú de controlar las
políticas de defensa y de relaciones exteriores chinas, y en particular con la renuencia
de la Unión Soviética a compartir su tecnología nuclear con Pekín y su tibio apoyo a
la campaña china para la recuperación de Taiwan, ahora vinculado a Estados Unidos
por un tratado de defensa, firmado en 1954. Fue significativo el hecho de que la
primera crisis que surgió entre los líderes del PCC a partir del 1949 tuviera que ver
con la condena y la purga de Gao Gang, jefe del aparato del partido en Manchuria y
de la Comisión de Planificación Estatal, recientemente creada (en 1953). Se supo que
Gao mantenía estrechos vínculos con Moscú, y fue acusado de intentar establecer un
«reino independiente» en el noreste (Brugger, 1981: 101-103; Meisner, 1999: 120-
122).

La colectivización y la campaña de las Cien Flores

Dado que la principal fuente interna de financiación de la industrialización había


de ser el sector agrícola, se esperaba que la reforma agraria daría lugar a un aumento
de la producción en el campo. Al mismo tiempo se concibió un proceso gradual de
colectivización, que se iniciaría con la formación de mutualidades y equipos de
trabajo, y terminaría finalmente con la creación de «cooperativas de productores
agrícolas de nivel superior», cuando se eliminara la propiedad privada de la tierra. El
primer plan quinquenal, por ejemplo, establecía originariamente el objetivo de que en
1957 la tercera parte de todas las familias campesinas se hubieran integrado en
cooperativas de productores agrícolas (CPA) de nivel inferior, en las que la tierra,
aunque todavía de propiedad privada, sería comunal y se cultivaría colectivamente.
Gravado por fuertes tributos estatales y con su eficacia reducida por la

ebookelo.com - Página 151


fragmentación de las tierras, el sector agrícola no logró el esperado aumento de la
producción. Los campesinos más pobres, siempre en situación de desventaja debido a
la falta de las adecuadas facilidades de crédito y a su incapacidad para comprar
equipamiento moderno, se endeudaron rápidamente con sus vecinos más ricos, lo que
a menudo les hizo perder sus tierras. Mao, que empezaba a temer el resurgimiento en
el campo de unas relaciones de clase basadas en la explotación, aludía a la aparición
de una nueva «clase de campesinos ricos» (Meisner, 1999: 132-133). Aunque a
mediados de 1955 el comité central del partido pidió que se acelerara la
colectivización, Mao todavía no estaba satisfecho, y en julio de ese mismo año, en un
discurso pronunciado en una reunión de secretarios provinciales y regionales del
partido, criticó la cautela de éste después de lo que Mao percibía como un entusiasmo
«espontáneo» frente a la colectivización por parte de los propios campesinos.
Basándose en ello, pidió que se adelantara el calendario, declarando que a principios
de 1958 la mitad de todas las familias campesinas debían ya estar integradas en CPA
de nivel inferior. Ésta era la primera ocasión (aunque no sería en absoluto la última)
en la que Mao pasaba por encima de sus colegas del Politburó para apelar a una
audiencia más amplia. Implícitamente rechazaba el punto de vista que sostenían
muchos «planificadores» de la cúpula del partido, incluyendo a su vicepresidente, Liu
Shaoqi, de que la socialización de la agricultura dependía del desarrollo previo de la
industria y de una amplia mecanización del campo. Para Mao, el propio proceso de
colectivización estimularía el entusiasmo masivo, y, por tanto, llevaría a un aumento
de la producción.
Irónicamente, incluso el objetivo de Mao se vio rápidamente superado durante el
invierno de 1955-1956, cuando el movimiento cobró su propio impulso. A mediados
de 1956 prácticamente todas las familias campesinas se habían integrado en CPA de
nivel inferior, y, en consecuencia, la fase final de la colectivización se completó poco
después, cuando la mayoría de las CPA de nivel inferior se transformaron en CPA de
nivel superior, en la primavera de 1957. Aunque estas últimas —que inicialmente
abarcaban 250 familias, pero que más tarde se redujeron a 150— acabaron con la
propiedad privada de la tierra, se permitieron parcelas privadas, principalmente para
uso doméstico (ibíd.: 134-143).
Mao también dio un paso decisivo al lanzar una campaña para combatir el
burocratismo en el seno del partido. Su preocupación por esta cuestión se remontaba
al período de Yanan, pero observó que el problema se hacía especialmente grave
durante los primeros años del nuevo gobierno, con la proliferación de ministros y
comisiones en el gobierno central y el crecimiento de una burocracia de partido cada
vez más diferenciada por unas complicadas escalas de categorías y salarios (Harding,
1981: 67-86). Resulta significativo el hecho de que la lección que Mao extrajo del
discurso secreto en el que Jruschov, en febrero de 1956, denunció los crímenes de

ebookelo.com - Página 152


Stalin (aparte de la irritación por no haber informado con antelación a los líderes del
PCC de un paso tan decisivo), fue que los partidos comunistas habían de ser
conscientes de cuándo se distanciaban del pueblo. Proclamando el eslógan «Que
florezcan cien flores y que compitan cien escuelas de pensamiento», Mao pidió a los
intelectuales no pertenecientes al partido que criticaran el estilo de trabajo de éste; al
hacerlo así —creía Mao—, se lograría una mayor unidad y el partido se revitalizaría.
Esta «rectificación de puertas abiertas», como la denominó Mao, no contó con la
clara aprobación de algunos de sus colegas, a quienes, si bien estaban bastante
dispuestos a aceptar las críticas a los burócratas del partido «a puerta cerrada», no
agradaba ver que ese proceso se extendía más allá de los límites internos del PCC.
Los propios intelectuales se mostraron inicialmente cautos, pero en el verano de 1956
empezaron a aparecer críticas en la prensa (Meisner, 1999: 162-169).
La tibia reacción del partido a la iniciativa de Mao quedó claramente de
manifiesto en su octavo congreso, celebrado en septiembre de 1956, cuando hubo que
dar una aprobación más oficial. La implícita condena del «culto a la personalidad»
contenida en el discurso secreto pronunciado en febrero de 1956 por el nuevo líder
soviético también hacía vulnerable la posición de Mao. La referencia al «pensamiento
de Mao Zedong» se eliminó de la nueva constitución del partido, al tiempo que se
resucitaba el cargo de secretario general, para el que se nombró a Deng Xiaoping,
quien, al igual que Liu Shaoqi, no se mostraba especialmente entusiasta respecto a la
«rectificación de puertas abiertas». Los disturbios en Polonia y la revuelta
antisoviética en Hungría durante la segunda mitad de 1956 no hicieron sino confirmar
los temores de lo que podía ocurrir si el partido bajaba la guardia.
Mao reavivó el debate en febrero de 1957, en un discurso titulado «Sobre el
correcto manejo de las contradicciones entre el pueblo», que pronunció ante la
Conferencia Suprema del Estado (por tanto, saltándose una vez más a la cúpula del
partido). Mao afirmaba que, a menos que el partido estuviera dispuesto a escuchar las
críticas externas, la contradicción «no antagónica» entre el partido y el pueblo se
podía convertir en «antagónica», una atrevida afirmación para ser hecha por alguien
que era presidente de un partido comunista (MacFarquhar, 1974: 184-186; Meisner,
1999: 170-174). De nuevo, y tras una reacción inicial de timidez, en el verano de
1957 los intelectuales y estudiantes empezaron a expresar sus críticas. Así, por
ejemplo, en los campus universitarios los estudiantes exhibieron «carteles de grandes
caracteres» (dazibao), donde acusaban a los cuadros del partido de convertirse en una
nueva élite de burócratas arrogantes e insensibles. Algunos intelectuales incluso
llegaron a criticar el gobierno monopartidista y a cuestionar la propia validez del
socialismo (MacFarquhar, 1960).
La ferocidad de las críticas cogió a Mao por sorpresa, ya que había supuesto que
la intelligentsia estaba unida en su simpatía generalizada por el socialismo. Volvió,

ebookelo.com - Página 153


pues, a su postura originaria (sin duda alentado por sus colegas), y en junio de 1957
se publicó una versión revisada de su discurso de febrero, donde se definía la «crítica
correcta» como aquella que reforzaba el liderazgo del partido y respaldaba el sistema
socialista. Los intelectuales fueron condenados como «malas hierbas venenosas» y
denunciados públicamente en una campaña antiderechista que dio como resultado
que muchos de ellos hubieran de sufrir una «reforma laboral». Aunque la campaña de
las Cien Flores había fracasado en lo que atañía a Mao, la creciente insatisfacción que
sentía respecto al modo como evolucionaba el partido (y que había sido lo que
inicialmente le había llevado a lanzar la campaña), así como frente al modelo
soviético de desarrollo económico que había adoptado el primer plan quinquenal,
predispuso a Mao a cambiar de dirección, y en 1958 volvió sus ojos al campo —en
lugar de dirigirse a los intelectuales— en busca de inspiración.

ebookelo.com - Página 154


Capítulo 6:
LA VÍA DE MAO AL SOCIALISMO

Ya en 1956 Mao había cuestionado la validez del modelo soviético como guía del
desarrollo chino. En un discurso titulado «Sobre las diez grandes relaciones» (cuyos
detalles no se conocerían hasta una década después), Mao hacía hincapié en la
importancia de la industria ligera y la agricultura, la industrialización del campo, la
descentralización de la planificación, los proyectos intensivos en el empleo de trabajo
(como forma opuesta a los proyectos intensivos en el empleo de capital), el desarrollo
de las áreas del interior, y el uso de incentivos morales, en lugar de materiales, para
estimular el compromiso revolucionario (Schram, 1974: 61-83; 1989: 114). Esta serie
de estrategias, en opinión de Mao, darían lugar a un rápido desarrollo económico y
permitirían a China superar al Occidente capitalista. La campaña del Gran Salto
Adelante, lanzada en 1958 para realizar ese objetivo, representaba también la visión
utópica maoísta de crear una forma de socialismo específicamente china, que
implicaba un renovado énfasis en el papel clave del campesinado y en el logro último
del «cuerno de la abundancia colectivista» (MacFarquhar, 1997: 467).
La campaña acabó en desastre, y varios estudios recientes han subrayado su
enorme coste en vidas perdidas a causa del hambre y de la drástica disminución de la
producción agraria (Yang, 1996: 33-39; MacFarquhar, 1997: 1-6). La posterior
anulación de las políticas del Gran Saldo Adelante, y la creciente percepción de Mao
de que tanto él como «su» revolución estaban quedando marginados, a mediados de
la década de 1960 engendraron en su mente la obsesión de que se necesitaba nada
menos que una «metamorfosis espiritual» (MacFarquhar, 1997: 6) para revivir un
impulso y un compromiso revolucionarios que estaban Raqueando. La Revolución
Cultural sería la última gran iniciativa de la carrera política de Mao, un audaz intento
orquestado para desmantelar la autoridad del partido con el fin de reconstruir los
fundamentos de una nueva sociedad y una nueva unidad política revolucionaria. Sin
embargo, y como en el caso del Gran Salto Adelante, la Revolución Cultural produjo
consecuencias inesperadas que arruinaron un incontable número de vidas.

El Gran Salto Adelante

El eslogan «Gran Salto Adelante» (dayue jin) se utilizó por primera vez a finales
de 1957, en relación a una campaña de represa de agua que había exigido una
movilización de mano de obra mayor de la que proporcionaban las CPA de nivel
superior. El eslogan pasó pronto a adquirir un significado mucho más amplio,
reflejando la ilimitada confianza de Mao en que una transformación social,
económica e ideológica radical daría lugar no sólo a una sociedad comunista, sino

ebookelo.com - Página 155


también a un rápido aumento de la producción industrial (Meisner, 1999: 191-213).
Como en 1955, Mao insistía en que el cambio social e ideológico era el requisito
previo —y no el resultado— del desarrollo económico. En las reuniones del Politburó
celebradas durante los primeros meses de 1958, Mao esbozó sus proyectos de lo que
él describía como «lanzarse de lleno, tener grandes aspiraciones, y lograr unos
resultados mayores, más rápidos, mejores y más económicos» (MacFarquhar, 1983:
42).
En esto, Mao contaba con el apoyo de los «planificadores» de la jerarquía del
partido, como el vicepresidente Liu Shaoqi, que a finales de 1957 había predicho
confiadamente que China superaría a Gran Bretaña en la producción de hierro, acero
y otros productos industriales (Schram, 1973; MacFarquhar, 1983: 17). Había, sin
embargo, una diferencia de enfoque, ya que Liu subrayaba la necesidad de que el
entusiasmo de las masas fuera controlado y guiado por los líderes del partido,
mientras que Mao, como veremos, veía el Gran Salto Adelante como un medio de
«desatar» a las masas (ibíd.: 54). Un reciente estudio, lejos de limitarse a describir el
lanzamiento del Gran Salto como una iniciativa personal de Mao, ha argumentado en
favor de un enfoque institucional, que atribuye los orígenes de las políticas
económicas asociadas al Gran Salto a la compleja interrelación de diversas
coaliciones burocráticas enfrentadas entre sí (Bachman, 1991). Lejos de ejercer su
propia autonomía, Mao se vio obligado a elegir entre las diferentes opciones políticas
propugnadas por quienes estaban vinculados a la planificación y la industria pesada,
por una parte, y los que estaban conectados con las finanzas, la agricultura y la
industria ligera (y que defendían medidas de reforma del mercado) por la otra. Lo que
hizo Mao fue añadir sus propios llamamientos de movilización de las masas y un
acelerado índice de crecimiento al programa defendido por los planificadores y la
coalición de la industria pesada. Significativamente, el segundo plan quinquenal (que
se había de iniciar en 1958) quedó prácticamente invalidado cuando los cuadros
provinciales, siguiendo el ejemplo de las ambiciosas declaraciones hechas públicas
por los líderes centrales, revisaron al alza las cifras de producción. En la provincia de
Guangdong, por ejemplo, en octubre de 1957 se había establecido en el 5,8 % el
aumento previsto de la producción industrial para 1958. A principios de febrero de
1958, dicho aumento previsto se revisó al alza y se elevó al 33,2 % (Brugger, 1981:
182).
Un innovador estudio sobre los orígenes del Gran Salto, centrado en la provincia
de Henan, ha subrayado también la profunda sensación de crisis social que invadió el
país en 1956-1957, y que constituyó el telón de fondo sobre el que se tomó la
decisión de lanzar la campaña (Domenach, 1995: 17-18, 29, 42-43, 54-55). El
descontento entre el campesinado (debido a un control estatal más rígido del
comercio de cereales, al declive de las diversas «actividades secundarias» vitales para

ebookelo.com - Página 156


los ingresos de los campesinos, y las reducciones en la distribución de dinero y
cereales causadas por la mayor inversión de las CPA en maquinaria) hizo que muchos
campesinos se retiraran de las CPA y provocó ataques a los cuadros del partido, así
como la «desobediencia económica» (ibíd.: 58-61). El descontento rural se vio
acompañado en la misma época de una considerable agitación obrera en las ciudades,
como resultado de la caída del nivel de vida. Entre octubre de 1956 y marzo de 1957,
por ejemplo, hubo 10.000 conflictos laborales, la mayoría de ellos instigados por los
obreros denominados «marginales» —los trabajadores temporales o con contrata, y
los que trabajaban en el sector de servicios o en las pequeñas empresas—, por
contraposición a los que trabajaban en el privilegiado sector público, que garantizaba
una seguridad laboral, salarios más altos y prestaciones sociales a sus trabajadores. El
resentimiento contra el sistema por parte de quienes quedaban excluidos de él
constituyó, en efecto, un importante factor en los brotes de agitación obrera que
estallaron a partir de 1949 (Perry, 1995: 306-308; Sheehan, 1998). Se ha descrito el
Gran Salto Adelante como una respuesta racional a esta crisis económica y social que
en última instancia se convirtió en un «frenesí» (Domenach, 1995: 166).
Económicamente, Mao esperaba que el Gran Salto reduciría el abismo existente
entre la ciudad y el campo al fomentar el desarrollo de pequeñas industrias, como las
de procesado de cultivos y fabricación de herramientas, en las zonas rurales. Los
proyectos intensivos en el empleo de trabajo, en particular, aprovecharían la única
ventaja de China —el excedente de mano de obra—, y de ese modo eliminarían el
subempleo en el campo y el desempleo en las ciudades (causado por las migraciones
desde las zonas rurales). La fe voluntarista de Mao en el potencial de la movilización
masiva se ilustraba muy bien en su descripción de China como un país «pobre y en
blanco», que él consideraba atributos positivos debido a que proporcionaban una
mayor potencial de desarrollo. Habría que señalar, no obstante, que de hecho el Gran
Salto Adelante interrumpió temporalmente el naciente debate sobre la necesidad de
controlar el índice de natalidad en China (una idea sobre la que se volvería a
principios de la década de 1960) (White, 1994), y asimismo trajo como consecuencia
un control más estricto por parte del estado sobre el movimiento de población de las
áreas rurales a las ciudades; esto implicaba la creación de un sistema de registro de
las familias (ihukou), que diferenciaba claramente a las poblaciones agrarias de las
urbanas (Davin, 1999: 4-9).
Mao argumentaba también que en el proceso de industrialización del campo las
propias masas aprenderían a dominar la tecnología, y, de ese modo, reducirían su
dependencia de una elite tecnocrática, cuyo surgimiento era para Mao una
consecuencia inevitable del primer plan quinquenal. En un sentido más amplio, el
Gran Salto favorecería la autoconfianza (zili gengsheng) y, en consecuencia,
afirmaría la independencia de China frente a la Unión Soviética. Las dos siguientes

ebookelo.com - Página 157


quejas que planteó Mao en una conferencia del partido celebrada en Chengdu, en
marzo de 1958, proporcionan un revelador testimonio de su insatisfacción con las
relaciones chinosoviéticas.
En primer lugar, y tras señalar que en los últimos años China se había visto
obligada a importar métodos extranjeros (es decir, soviéticos), incluso en el ámbito de
la enseñanza, Mao continuaba diciendo:

Lo mismo se aplicó a nuestro trabajo en la sanidad pública, con el resultado


de que no pude comer huevos o caldo de pollo durante tres años debido a que un
artículo aparecido en la Unión Soviética había dicho que no se debían comer
[…] Nos faltaba comprensión de la situación económica global, y todavía
entendíamos menos las diferencias entre la Unión Soviética y China. De modo
que lo único que podíamos hacer era seguir ciegamente (Meisner, 1999: 210).

En segundo término, Mao aludía al carácter desigual de las relaciones


chinosoviéticas, señalando que…

[…] los chinos solían ser esclavos, y parecía que seguirían siéndolo. Cada
vez que un artista chino pintaba un retrato mío junto a Stalin, yo salía siempre
más bajo que él (MacFarquhar, 1983: 38).

Con el fin de modificar la estructura de la planificación centralizada que había


surgido a principios de la década de 1950, el Gran Salto implicaba también la
descentralización. En junio de 1959, el 80 % de las empresas controladas de manera
centralizada por el estado se hallaban ya bajo la jurisdicción provincial, mientras que,
al mismo tiempo, el número de ministerios del gobierno central se redujo de 41 en
1957 a 30 en 1959 (ibíd.: 59-60). En particular, y adoptando aquí una distinción que
se ha establecido entre la descentralización que transfiere la capacidad de decisión a
las propias unidades de producción («descentralización I») y aquella que transfiere la
capacidad de decisión sólo a algún nivel inferior de la administración regional
(«descentralización II»), el Gran Salto realizó el segundo tipo (Schurmann, 1968:
175-176). Sin embargo, y lo que es más importante, dicha descentralización
proporcionó al partido un mayor control de la economía, dado que fueron los comités
provinciales del partido los que supervisaron las iniciativas económicas y realizaron
el papel de coordinadores, reduciendo así aún más la influencia de los ministerios de
planificación central. Se necesitaba un mayor control del partido —afirmaba Mao—
para que la solvencia ideológica tuviera la misma importancia, si no más, que la
pericia técnica. Por tanto, se esperaba que los cuadros fueran tan «rojos» como
«expertos», lo que se expresaba mediante un eslogan corriente en aquella época: «la
política está al mando».

ebookelo.com - Página 158


El símbolo del Gran Salto Adelante era la comuna (Meisner, 1999: 217-228). En
diciembre de 1957, Mao había propugnado la fusión de colectivos para facilitar la
movilización de un mayor número de personas de cara a las obras de represa de agua.
En abril de 1958 se formó una comuna experimental en Henan, a la que siguieron
otras en Hebei y en el noreste. Mao alentó su desarrollo, si bien la expresión «comuna
popular» (renmin gongshe) no apareció en una publicación del partido hasta julio de
1958, y hasta agosto de ese mismo año el partido no ratificó oficialmente la creación
de comunas, en la conferencia de Beidaihe, señalando que éstas marcaban una etapa
de transición a un comunismo pleno. El surgimiento de las comunas constituye un
interesante ejemplo de cómo la ordenación política implicaba a veces un proceso
dialéctico, por el que Mao apoyaba públicamente una iniciativa local o provincial (a
menudo en repuesta a sugerencias planteadas en supuestos discursos del propio Mao)
que posteriormente pasaba a formar parte de la política oficial del partido. En
noviembre de 1958, el 99,1 % de las familias rurales se habían adscrito a 26.500
comunas, cada una de las cuales integraba, como promedio, a 4.756 familias (Yang,
1996: 36).
Las comunas, que combinaban un papel político, social y económico, no sólo
habían de promover la «industrialización» del campo, sino que también debían
ayudar a salvar el abismo que separaba a las zonas rurales de las urbanas fomentando
la expansión de centros de salud y escuelas a tiempo parcial en estas últimas. Dado
que, en general, los hospitales modernos y los médicos formados en Occidente se
concentraban en las ciudades, se utilizó cada vez más a los denominados «médicos
descalzos» —personal paramédico formado en la medicina tradicional china— para
asegurar que la asistencia sanitaria llegara hasta las zonas rurales más remotas.
Asimismo, se había de eliminar la propia distinción entre trabajador intelectual y
manual (el ideal que en la década de 1910 había motivado a los promotores de los
proyectos de estudio-trabajo) con la creación de escuelas que combinaban el estudio
y el trabajo a partes iguales, financiadas por las comunas. Miles de estudiantes e
intelectuales fueron «destinados» al campo para vivir entre los campesinos y
participar en los trabajos de producción, si bien un estudio de este fenómeno ha
mostrado que los campesinos no siempre veían positivamente a aquellos «forasteros»,
mientras que muchos estudiantes se sintieron resentidos por el hecho de tener que
prescindir de una confortable educación urbana (Bernstein, 1977). No obstante, y
ante el temor a que alguien no tuviera clara la política oficial, los medios de
comunicación gubernamentales se preocuparon de dar publicidad a los viajes al
campo previamente orquestados de líderes del partido como Mao y Zhou Enlai; las
fotografías de los periódicos y los reportajes filmados les mostraban enzarzados en
amigable conversación con los campesinos locales y mostrando un gran entusiasmo
por el trabajo manual.

ebookelo.com - Página 159


Otra función asignada a la comuna fue la formación de una milicia popular; así,
se divulgó el eslogan «cada uno, un soldado» con especial fervor en julio-agosto de
1958, dado que éste fue un período de creciente tensión con Estados Unidos debido a
la cuestión de Taiwan (Yahuda, 1978: 106-107). Gran parte de la terminología de este
período, además, posee un característico sabor militarista (Van de Ven, 1997). En un
sentido más amplio, el entusiasmo de Mao por la milicia popular revelaba una
diferencia de prioridades con respecto al ministro de Defensa, Peng Dehuai, héroe
militar tanto de la guerra chino-japonesa como de la coreana, y mariscal del ELP.
Mientras que Mao estaba ansioso por desarrollar armas nucleares, para que China
pudiera desempeñar un papel independiente a escala mundial, y por reducir su
dependencia de un ejército profesionalizado (basándose más una milicia popular y
utilizando los excedentes financieros en la industrialización), Peng Dehuai prefería
confiar en el escudo nuclear soviético para que China pudiera construir un ejército
modernizado y extremadamente profesional (MacFarquhar, 1983: 14). Es posible, por
ejemplo, que Peng no se mostrara excesivamente entusiasta ante la insistencia de
Mao en que los oficiales del ELP pasaran un tiempo en la tropa como soldados
ordinarios, o en que se potenciara el papel de los comisarios políticos en el seno del
ejército.
Mientras tanto, a finales de 1958 se hizo evidente que el Gran Salto había
generado serios problemas. A pesar de la relativa moderación de la resolución de
Beidaihe, en agosto de 1958, ratificando la creación de comunas (por ejemplo: el
tamaño de una comuna no debía exceder las 2.000 familias; la llegada del comunismo
se seguía describiendo como una posibilidad a largo plazo, y los cuadros habían de
moderarse en su trato con los campesinos), hubo una especie de frenesí por parte de
los administradores de las comunas por precipitar la utopía comunista, que no
consiguió sino despertar la hostilidad popular. Así, se obligaba a los campesinos a
comer en comedores comunes, como parte de un esfuerzo por reducir la importancia
de la unidad familiar e integrar a un mayor número de mujeres en la producción
(Andors, 1983: 47-53). Los bienes y propiedades familiares (incluyendo las parcelas
privadas que se había permitido mantener a las familias individuales) fueron
confiscados; por ejemplo, y en sintonía con la campaña de «producción de acero
doméstico», las comunas se apropiaron incluso de los utensilios de cocina (una gran
parte de este «acero casero» resultó ser inútil). Los proyectos de construcción a gran
escala alejaron a los campesinos de un trabajo agrícola que resultaba fundamental. El
sistema de transporte resultaba insuficiente para satisfacer la demanda, y no era
infrecuente que se dejara pudrir los productos alimenticios destinados a otras áreas
mientras se daba prioridad al transporte de acero y de otros productos.
Por otra parte, abundaba el caos organizativo, ya que los cuadros locales
competían entre sí en el frecuente establecimiento de cuotas de producción irreales.

ebookelo.com - Página 160


Al hacerlo se inspiraban en el gobierno central. En agosto de 1958, por ejemplo, se
estableció como objetivo una producción de 10,7 millones de toneladas de acero (el
doble de la producción de 1957); en el mes de febrero anterior se había elevado a 6,2
millones de toneladas, y en mayo, a 8,5 millones (MacFarquhar, 1983: 85, 89). El
propio Mao había predicho confiadamente que en 1960 China sería el tercer país
productor de acero del mundo. En lo que constituía una perspectiva más inquietante,
el incremento irreal de las cuotas de cereales por parte de los cuadros locales produjo
crecientes privaciones, ya que los impuestos obligatorios sobre el cereal (cuya
cantidad se basaba en esas cuotas infladas) dejaban cada vez menos provisiones para
el propio consumo de los campesinos (Yang, 1996: 37).
En medio de la creciente escasez de alimentos, los líderes del partido se reunieron
en Wuhan, en diciembre de 1958, para pedir moderación. Hicieron hincapié una vez
más en el logro del comunismo a largo plazo, y criticaron la «mandonería» (es decir,
la imposición de medidas sin tener en cuenta debidamente los deseos de las masas).
Se restauró la propiedad individual de bienes personales, y se permitió de nuevo a las
familias que disfrutaran de parcelas individuales. Se reafirmó el principio de
distribución según el trabajo, criticando a las comunas que habían tratado de llevar a
la práctica un «sistema de libre suministro». Fue en el pleno de Wuhan donde Mao
confirmó la decisión que anteriormente había tomado de dimitir como presidente de
la República Popular; Liu Shaoqi le reemplazaría oficialmente en abril de 1959.
Aunque Mao conservaba la presidencia del partido, posteriormente se quejaría de
haber sido cada vez más ignorado cuando se tomaban decisiones importantes,
acusando a sus colegas (en particular a Liu Shaoqi y a Deng Xiaoping) de tratarle
«como a un antepasado muerto».
La escasez de alimentos se vio exacerbada por los desastres naturales acaecidos
en 1959 y 1960, cuando la sequía afectó a grandes áreas del norte de China y las
inundaciones devastaron la parte meridional del país. Se calcula que la hambruna
resultante de 1959-1961, que afectó principalmente a las áreas rurales, y que algunos
autores han calificado como la peor de toda la historia de la humanidad (Yang, 1996:
VII), produjo unos 30 millones de muertos (MacFarquhar, 1983: 330; Yang, 1996: 38-
39). Las cifras para cada provincia individual resultan igualmente dramáticas. En la
provincia de Anhui (China central), en 1960 murieron 2,2 millones de personas —lo
que representaba cerca de diez veces el índice de mortalidad de un año normal—, y la
población descendió en un 11,2 %. La producción de cereales en la provincia cayó de
unos 10 millones de toneladas en 1957 a poco más de 6 millones en 1961. En
Sichuan, la provincia más poblada de China, la población descendió de cerca de 71
millones de personas en 1957 a 64,5 millones en 1961, mientras que la producción
cerealícola de la provincia cayó de un máximo de cerca de 22,5 millones de toneladas
en 1958 a algo menos de 13,4 millones en 1960 (MacFarquhar, 1997: 2). A raíz de

ebookelo.com - Página 161


esta hambruna y de la drástica reducción de la producción cerealícola, a partir de
1961 el gobierno se vio obligado a importar grandes cantidades de cereales de
Canadá y Australia. Sólo en 1961 se importaron cerca de seis millones de toneladas,
seis veces el total importado durante los once años transcurridos desde el
establecimiento de la República Popular (ibíd.: 27). Un reciente estudio ha afirmado
que los traumas experimentados por los campesinos comunes y corrientes durante la
hambruna del Gran Salto Adelante proporcionarían el ímpetu que llevaría a la
aceptación popular generalizada de las reformas rurales posteriores a 1978 (y la
consecuente «deslegitimación» de las comunas), y que dichas reformas no se
deberían menos a la iniciativa popular que a la política dictada desde arriba (Yang,
1996: 240-242).
En el pleno de Lushan (provincia de Jiangxi) celebrado durante los meses de julio
y agosto de 1959, Peng Dehuai criticó duramente las locuras del Gran Salto. Mao,
que interpretó las críticas de Peng como un cuestionamiento de la estrategia íntegra
del Gran Salto Adelante, denunció a Peng por romper la unidad del PCC y le acusó
de dirigir una «camarilla antipartido». Otros líderes, sin embargo, apoyaron a Mao; al
fin y al cabo, inicialmente el propio Liu Shaoqi había sido un entusiasta partidario del
Gran Salto. Un inquietante presagio del futuro fue la extraordinaria amenaza de Mao,
durante la confrontación con Peng, de que se retiraría al campo y dirigiría otra guerra
de guerrillas contra el gobierno si los líderes del partido no le respaldaban plenamente
(Breslin, 1998: 98). Al insistir en su rechazo a Peng, asimismo, Mao había roto las
normas establecidas de conducta interna del partido, según las cuales los líderes eran
libres de expresar opiniones discrepantes en las reuniones del partido con tal de que
aceptaran cualquier decisión final a la que se llegara (Lieberthal, 1993: 108).
No ayudó en nada a la argumentación de Peng Dehuai el hecho de que sus críticas
coincidieran con una creciente condena del Gran Salto por parte de los líderes de la
Unión Soviética. Ya antes de 1958 habían surgido serias diferencias ideológicas con
la Unión Soviética respecto a la adhesión de Jruschov a la política de «coexistencia
pacífica» con el mundo capitalista, que Mao consideraba muestra de un tibio apoyo
por parte de Moscú a las guerras nacionales de liberación del «Tercer Mundo». Otra í
\iente de desacuerdo era la relativa a la insistencia de Pekín de que los partidos
comunistas colaboraran sobre una base de igualdad en lugar de aceptar
automáticamente el liderazgo de Moscú en las cuestiones doctrinales y estratégicas.
En julio de 1958 Jruschov había visitado Pekín, y posteriormente había provocado la
hostilidad de Mao con su sugerencia de que los dos países llegaran a acuerdos
militares conjuntos, lo cual habría restringido la libertad de maniobra de Pekín.
Jruschov también se mostraba renuente a apoyar plenamente a Pekín en su disputa
con Estados Unidos sobre Taiwan, considerando la amenaza de Pekín, en 1958, de
bombardear la isla de Quemoy (bajo control nacionalista) como una «política

ebookelo.com - Página 162


arriesgada».
En 1959 Jruschov criticaba abiertamente a las comunas y minimizaba la
pretensión de Pekín de que China había entrado en la etapa de transición al
comunismo. Aquel mismo año desechó un plan de acuerdo nuclear de 1957, que
había prometido asistencia soviética al programa de armamento nuclear de China, y
en 1960 retiró a todos los asesores y expertos soviéticos de China. Más de 200
proyectos de cooperativas hubieron de ser abandonados. A partir de 1960 ambos
bandos se atacaron públicamente, Jruschov se negó a apoyar a Pekín en el conflicto
fronterizo chino-indio de octubre y noviembre de 1962, y Pekín acusó a Jruschov de
capitular ante Estados Unidos en la crisis de los misiles cubanos, en el otoño de 1962.
Tras la firma del tratado de Prohibición de Ensayos Nucleares por la Unión Soviética,
Estados Unidos y Gran Bretaña en 1963, Pekín anunció oficialmente su intención de
«seguir su propio camino» en los asuntos internacionales, dando por terminada en la
práctica la asociación chinosoviética (Gittings, 1968; Yahuda, 1978; MacFarquhar,
1997: 351-358).
Aunque los líderes del partido habían cerrado filas en torno a Mao en su
enfrentamiento con Peng Dehuai, en 1960 se puso fin oficialmente al Gran Salto
Adelante, y en los años siguientes Mao se vería obligado a presenciar la anulación de
las políticas ligadas al Gran Salto cuando Liu Shaoqi y Deng Xiaoping trataran de
reafirmar el control centralizado y de llevar a la práctica medidas económicas más
pragmáticas.

La Gran Revolución Cultural Proletaria

A partir de 1960, Liu Shaoqi y Deng Xiaoping procedieron a dar marcha atrás a
muchas de las políticas del Gran Salto, en lo que se ha calificado de «reacción
termidoriana» (Meisner, 1999). Se restauró el control burocrático del centro. Se
redujeron las funciones socioeconómicas de las comunas y se hizo del equipo de
producción (que coincidía con la aldea natural) la unidad básica de producción y de
contabilidad. Se toleraron las parcelas privadas y los mercados rurales libres. Se
cerraron numerosas escuelas a tiempo parcial y clínicas, ya que se volvió a dar
prioridad a las áreas urbanas a la hora de distribuir los recursos. Hubo una tendencia
general a ignorar la importancia de las campañas ideológicas en la medida en que se
hacía mayor hincapié en la recuperación económica y ahora pasaba a resultar más
importante ser experto que «rojo». La atmósfera pragmática de la época se ilustra
muy bien en la invocación por parte de Deng Xiaoping, en 1962, de un refrán
campesino como justificación de unas políticas rurales más flexibles: «No importa si
el gato es negro o blanco; mientras cace ratones será un buen gato» (MacFarquhar,
1997: 233).
En 1962, Mao empezó a hacer públicos sus temores de una «restauración» por

ebookelo.com - Página 163


parte de las clases reaccionarias, argumentando que incluso en una sociedad socialista
podrían surgir «elementos burgueses». Y, lo que es más importante, en septiembre de
ese mismo año Mao llamaba a la lucha de clases contra el «revisionismo», es decir, la
aparición de elementos burgueses dentro del propio partido. En especial expresó su
preocupación por que China no siguiera el mismo camino que la Unión Soviética,
cuyo abandono del marxismo-leninismo y cuya política exterior propensa a la
capitulación —insistía Mao— demostraban el carácter «revisionista» de sus líderes.
Mao confiaba en restaurar su propia influencia y en combatir las «tendencias
revisionistas» a través de dos campañas promovidas a principios de la década de
1960. En 1964, Lin Biao, que en 1958 había sucedido a Peng Dehuai como ministro
de Defensa y era partidario de Mao, lanzó la campaña «Aprende del ELP» (Gittings,
1967: 254-258). En ella se retrataba al ejército como el modelo de las virtudes
socialistas, cuyo ejemplo había de emular el pueblo. Las sesiones políticas de estudio
regulares se convirtieron en una característica de la rutina de los soldados, y fue
durante esta campaña cuando se recopiló y publicó el Pequeño libro rojo, una
antología de aforismos tomados de los discursos y artículos de Mao. Varios soldados
individuales, como Lei Feng, se pusieron como modelos y fueron elogiados por su
concienzudo estudio del pensamiento de Mao y su incansable devoción al pueblo y al
socialismo. Diversos extractos del diario de Lei Feng se publicaron en los medios de
comunicación para alentar la total devoción y lealtad a Mao y al partido; en uno de
dichos extractos se señala:

Esta mañana al levantarme me he sentido especialmente feliz, ya que la


noche pasada he soñado con nuestro gran líder, el presidente Mao. Y da la
casualidad de que hoy es el cuadragésimo aniversario del partido. ¡Hoy tengo
tanto que decir al partido, tanta gratitud hacia el partido, tanta determinación de
luchar por el partido…! (MacFarquhar, 1997: 338).

Mao esperaba también reavivar el fervor ideológico con el Movimiento de


Educación Socialista (1962-1965), que aspiraba a corregir las «tendencias insanas»
surgidas en el campo tanto en los cuadros del partido como entre las masas a
consecuencia de la anulación de las políticas del Gran Salto Adelante (ibíd.: 334-
348). Entre ellas se incluían el exceso de atención a las parcelas privadas a expensas
de las colectivas, y la corrupción entre los funcionarios y los cuadros de las aldeas
(ejemplificada por la aceptación de sobornos y la malversación de fondos). Mao
deseaba reavivar las asociaciones de campesinos pobres y de clase media con el fin
de que éstas desempeñaran un papel importante en la supervisión del trabajo de los
cuadros (y, de paso, movilizaran a los campesinos en favor de los objetivos
socialistas), pero, como muestra un estudio de este movimiento (Baum, 1975), Liu
Shaoqi y Deng Xiaoping preferían enviar a «equipos de trabajo» ajenos a la

ebookelo.com - Página 164


localidad, y controlados por el partido, para que criticaran y supervisaran a los
cuadros locales. De hecho, los colegas de Mao entorpecieron el impacto del
movimiento, transformándolo en una mera rectificación de la conducta errada de los
cuadros, impuesta y controlada por el partido. La frustración de Mao ante el modo en
que se restringió el movimiento se puso claramente de manifiesto en 1965, cuando
aludió amenazadoramente a «aquellas personas con posiciones de autoridad dentro
del partido que toman la senda capitalista» (Meisner, 1999: 277).
El temor de Mao ante el «revisionismo» se vio reforzado por otros dos factores.
En primer lugar, estaba su preocupación —anunciada por primera vez en 1964— por
los «sucesores revolucionarios». Dado que incluso los líderes soviéticos eran
patentemente revisionistas —se preguntaba Mao—, ¿no era posible que la generación
más joven de China, nacida a partir de 1949 y que, por tanto, carecía de experiencia
en el arduo combate por la liberación, perdiera de vista los ideales socialistas por los
que había luchado el partido? No es casualidad que precisamente en esa época Mao
lanzara un mordaz ataque al sistema de enseñanza, condenando su énfasis en el éxito
académico (que, por tanto, descuidaba el compromiso ideológico como criterio de
progreso) y el saber teórico divorciado del trabajo productivo (Chen, 1981: 63-80).
En segundo término, Mao se sentía insatisfecho frente a los acontecimientos
desarrollados en la esfera cultural. No sólo habían aparecido, en 1961-1962, diversos
artículos satíricos criticando el Gran Salto —algunos de los cuales eran ataques
velados al propio Mao, especialmente los de Deng Tuo, antiguo redactor jefe del
periódico del partido Renmin Ribao («Diario del Pueblo»), y miembro del Comité del
Partido en Pekín—, sino que varias opiniones vertidas por intelectuales y escritores
del partido parecían cuestionar la creencia maoísta en la necesidad de una continua
lucha de clases y una transformación ideológica radical. Así, por ejemplo, los
historiadores y filósofos quitaban importancia a la lucha de clases en la historia china
y afirmaban la validez universal e intemporal de determinadas creencias confucianas;
equiparaban el concepto confuciano de jen (benevolencia compasiva) con el
humanismo, y afirmaban que no había naturaleza de clase alguna. En el ámbito
literario, los escritores subrayaban la utilidad de describir a «personajes medios» en
lugar de limitarse a retratar personajes que fueran totalmente buenos o totalmente
malos (Goldman, 1973). Para Mao, estos puntos de vista constituían una peligrosa
manifestación de neutralidad ideológica.
En 1964, Mao pidió un «rectificación» en la esfera cultural, pero de nuevo sus
intentos se vieron frustrados por sus colegas del partido. Bajo los auspicios de Peng
Zhen (jefe del Comité del Partido en Pekín y estrecho colaborador de Liu Shaoqi), se
estableció un grupo integrado por cinco miembros del partido destinado a investigar
los puntos de vista «erróneos»; pero sus actividades fueron limitadas, y a finales de
1965 la rectificación que había pedido Mao se desvaneció. Esto no resulta

ebookelo.com - Página 165


sorprendente, ya que muchos de los intelectuales del partido que habían aireado sus
opiniones a principios de la década de 1960 mantenían estrechos vínculos con el
Comité del Partido en Pekín (o trabajaban para él), y, por tanto, debían de contar, al
menos, con el respaldo extraoficial tanto de Peng Zhen como de Liu Shaoqi. Un
resultado de esta breve «rectificación» fue el relieve público que adquirió la esposa
de Mao, Jiang Qing, que durante toda la década de 1950 había tenido un papel
bastante modesto, pero que ahora participó en una campaña que pretendía reformar la
ópera tradicional de Pekín y, a la vez, producir una «ópera revolucionaria» que
retratara adecuadamente las heroicas luchas del partido y sus miembros individuales
por la liberación en 1949 (Terrill, 1999:216-217).
Al parecer fue en ese momento cuando Mao decidió lanzar un ataque frontal al
propio partido, en lo que pasaría a conocerse como la Gran Revolución Cultural
Proletaria (wuchan jieji wenhua da geming). Ésta se inició de una manera bastante
inocua, con un artículo redactado en noviembre de 1965 por Yao Wenyuan, director
de la revista de Shanghai Wenhui Bao («Revista Cultural»), en el que criticaba una
obra teatral escrita cinco años antes (y estrenada en febrero de 1961) por Wu Han,
historiador y teniente de alcalde de Pekín, así como estrecho colaborador de Peng
Zhen. Titulada «Hai Rui destituido del cargo», la obra trataba de los esfuerzos de un
funcionario local de la dinastía Ming para proteger a los campesinos de la rapacidad
de la aristocracia y los terratenientes, y de cómo los intereses creados de la corte
provocaban que el emperador le destituyera. Yao afirmaba que la obra era un ataque
velado a Mao, interpretando la destitución de Hai Rui por parte del emperador como
una alegoría de la arbitraria destitución de Peng Dehuai por parte de Mao, en 1959,
por haberse opuesto a las comunas. Yao declaraba que aquella era una obra típica de
la línea revisionista existente en el ámbito cultured, e instaba a la realización de una
campaña de rectificación más generalizada.
La referencia de Yao a una obra histórica aparentemente inocua constituye un
interesante ejemplo de cómo el debate político, tanto en la China anterior a 1949
como en la posterior a esa fecha, a menudo ha adquirido la forma de alegorías
históricas y alusiones al pasado, que han servido para reflejar puntos de vista sobre
cuestiones o problemas del momento. Un interesante estudio sobre los intelectuales
de la época posterior a 1949 muestra que entre 1960 y 1976 tanto los maoístas como
sus oponentes reclutaron a diversos escritores para su causa, y que tuvo lugar un
vigoroso debate filosófico e ideológico (en una época en la que se reprimía la libre
actividad intelectual), a menudo en la forma de oscuros y aparentemente inofensivos
artículos dedicados a temas históricos (Goldman, 181). El estudio distingue asimismo
entre dos grupos de intelectuales. Los escritores como Wu Han, que contaban con el
respaldo de la jerarquía del partido en Pekín, tendían a ser de una generación anterior
y más cosmopolitas, y eran los herederos de le generación del Cuatro de Mayo, que

ebookelo.com - Página 166


creían tanto en el cambio como en la flexibilidad. Los escritores asociados a las
políticas maoístas, en cambio, pertenecían a una generación más joven y menos
cosmopolita, y se asemejaban a un grupo de funcionarios y eruditos de finales del
siglo XIX conocidos como la facción qingyi («habla pura»), quienes habían
argumentado en favor de un resurgimiento y de un fortalecimiento de los principios
fundamentales confucianos a raíz de la amenaza militar de Occidente. De modo
parecido, los escritores maoístas instaban a retornar a los principios socialistas
fundamentales (ibíd.: 6-8).
Había otros dos aspectos interesantes en el artículo de Yao. En primer lugar, el
hecho de que se publicara en un periódico de Shanghai y no en el principal medio de
comunicación del partido, el Renmin Ribao («Diario del Pueblo»), podría ser un
indicativo de la renuencia por parte de algunos de los colegas de partido de Mao a
alentar un mayor debate sobre la cuestión del «revisionismo». En segundo término, es
posible que lo que Mao tuviera en mente antes que nada cuando apoyó la postura de
Yao fuera la utilidad de la crítica de éste como medio de poner en apuros a la
jerarquía del partido en Pekín, ya que, de hecho, seis años antes, cuando Wu Han
había empezado a escribir una serie de artículos sobre Hai Rui, el propio Mao había
alentado a los miembros del partido a emular al valeroso y sincero funcionario Ming
(MacFarquhar, 197: 252-253).
Tras la publicación del artículo de Yao, los ataques a Wu Han y a otros
intelectuales del partido considerados críticos con la línea maoísta se hicieron más
comunes. Aunque durante la primera mitad del año 1966 Mao estuvo fuera de Pekín,
en mayo logró la disolución del grupo pentapartito de Peng Zhen (en nombre del
comité central) y lo reemplazó por su propio grupo, ligado a la Revolución Cultural y
dirigido por Chen Boda y Jiang Qing. El comité del partido en Pekín también fue
purgado, y Peng Zhen —protector de Wu Han— fue destituido. La destitución de
Peng fue la culminación de una serie de purgas individuales, que siguieron a la
publicación del artículo de Yao Wenyuan, claramente destinadas a asegurar el control
maoísta de la capital, la propaganda del partido y el ejército: entre ellas, las de Yang
Shangkun (que en 1988 llegaría a ser presidente del país), a la sazón jefe de la
Oficina General del Comité Central y, por tanto, responsable de la circulación de
documentos del partido; Luo Ruiqing, que había estado a cargo del control diario del
ELP, y Lu Dingyi, jefe del departamento de propaganda del partido. La posición de
Liu Shaoqi se hacía, pues, cada vez más vulnerable.
Mao alentaba ahora la lucha espontánea contra todas las formas de autoridad
burocrática. La primera de dichas «luchas» tuvo lugar en la Universidad de Pekín,
donde en mayo-junio de 1966 los estudiantes escribieron «carteles de grandes
caracteres» (dazibao) donde denunciaban a los administradores universitarios por
haber tratado de desalentar el entusiasmo político de los estudiantes y de desviar las

ebookelo.com - Página 167


críticas a Wu Han (Nee, 1969). En junio se anunció que los exámenes de entrada a la
universidad se pospondrían durante seis meses mientras se reconstruía el sistema de
enseñanza. Con eslóganes tales como «rebelarse está justificado» (zaofan you daoli),
los estudiantes fueron tomando las calles, criticando a los profesores, a los
intelectuales, al gobierno y a los cuadros del partido. A partir de tales manifestaciones
(y de las luchas entre los propios estudiantes) surgió la Guardia Roja (hong weibing),
integrada por estudiantes de secundaria y universitarios que se veían a sí mismos
como los auténticos seguidores del pensamiento de Mao. Éste acogió favorablemente
los acontecimientos: en su opinión, los jóvenes tendrían una oportunidad única de
experimentar la revolución participando en las «luchas» contra quienes ostentaban la
autoridad, y, por tanto, se ganarían el derecho a asumir el título de «sucesores
revolucionarios». La llamada de Mao a la juventud era también un intento consciente
de revivir la retórica del período del Cuatro de Mayo, en la que se había subrayado
especialmente el papel dinámico, progresista e iconoclasta de los jóvenes (Lupher,
1995: 326).
En julio, Mao regresó a Pekín tras haberse bañado públicamente en aguas del
Yangzi (cerca de Wuhan), en un acto claramente destinado a mostrar a sus colegas
que seguía estando vigorosamente a cargo de los acontecimientos. Criticando
abiertamente a Liu Shaoqi y a Deng Xiaoping por sofocar el movimiento estudiantil
en el campus de la Universidad de Pekín enviando a «equipos de trabajo» controlados
por el partido para que supervisaran los debates, en agosto Mao convocó un pleno
extraordinario del comité central, en el que se elaboró un programa de dieciséis
puntos que definía los objetivos de la Revolución Cultural. Ésta no sólo había de
derrocar a «quienes tienen autoridad dentro del partido y toman la senda capitalista»,
sino que también había de destruir los «cuatro viejos»: viejas ideas, vieja cultura,
viejas costumbres y viejos hábitos, Mao aspiraba nada menos que a una
transformación total del pensamiento y la conducta de la gente. En el pleno de agosto,
Liu Shaoqi y Deng Xiaoping fueron degradados en la jerarquía del partido, y a partir
de noviembre de 1966 desaparecieron de la vida pública. Más tarde, en 1968, Liu
sería expulsado oficialmente del partido y anatematizado cada vez más como el
«Jruschov de China» (Dittmer, 1998). Lin Biao emergió como el «más íntimo
compañero de armas» de Mao, y fue elevado a la segunda posición entre los líderes
del partido. En palabras de un reciente estudio, el pleno de agosto finalmente
quebrantó la «Tabla Redonda de Yanan»: el grupo que había estado estrechamente
unido desde los días de la guerra antijaponesa (MacFarquhar, 1997: 462-463).
Poco después del pleno de agosto, Mao recibió a miles de guardias rojos en la
plana de Tiananmen, en un mitin «al estilo de Nuremberg» (ibíd.: 464). El apoyo
público de Mao a los guardias rojos en Pekín (él mismo llevaba un brazalete de la
Guardia Roja) aseguró la formación de unidades de dicha guardia en todo el país. En

ebookelo.com - Página 168


los tres meses siguientes habría otros siete mítines como aquellos, y la frenética
adulación de Mao y su pensamiento llegaría a alcanzar proporciones de fanatismo.
Con las escuelas y universidades cerradas hasta nueva orden, se alentó a los guardias
rojos a viajar por todo el país (a menudo proporcionándoles billetes de tren gratis)
para que intercambiaran experiencias revolucionarias y «bombardearan los cuarteles
generales» de las organizaciones locales y regionales del partido.
A pesar de la premisa establecida por los Dieciséis Puntos de que las
«contradicciones» en el seno del pueblo se debían resolver por medio la razón, y no a
través de la coacción, y de que incluso a los «derechistas antisocialistas» se les debía
permitir arrepentirse, la anarquía y la violencia se pusieron a la orden del día. Los
funcionarios del partido fueron humillados públicamente y se les obligó a desfilar por
la calles ataviados con «orejas de burro»; profesores, intelectuales y escritores fueron
verbal y físicamente atacados (muchos de ellos fueron asesinados o se suicidaron), y
sus bibliotecas personales y residencias fueron arrasadas. Los objetivos del ataque no
fueron sólo los símbolos del pasado, como los templos; cualquiera que manifestara
interés en la cultura occidental (por ejemplo, en la música clásica occidental) era
también criticado y humillado, y ello a pesar de la grotesca ironía de que la «ópera
revolucionaria», prácticamente la única forma de representación artística permitida en
la época, utilizaba instrumentos musicales occidentales. En realidad, la Revolución
Cultural supuso una injerencia sin precedentes en la vida cotidiana de la gente;
incluso aficiones tales como pescar, coleccionar sellos, cultivar flores y tener aves
domésticas fueron condenadas como «diversiones pequeño-burguesas» (Wang, 1995:
155).
El pensamiento de Mao —afirmaba la Guardia Roja— se utilizaría para «poner el
viejo mundo patas arriba, romperlo en pedazos, pulverizarlo, crear el caos y organizar
un tremendo lío, cuanto más grande mejor» (Gittings, 1989: 63). Los guardias rojos
estallaban también con frecuencia en amargas disputas internas, escindiéndose en
diversas facciones cada una de las cuales proclamaba ser la auténtica representante
del pensamiento de Mao (Hinton, 1972). Las diversas memorias publicadas en la
década de 1980 por antiguos guardias rojos dan fe de la naturaleza cada vez más
violenta de dichos choques (Liang y Shapiro, 1983; Gao, 1987). Para muchos jóvenes
que se hicieron guardias rojos, inicialmente la experiencia constituyó una estimulante
liberación del control paterno; ése fue especialmente el caso de las mujeres jóvenes,
como se señala de unas recientes memorias (Yang, 1997). Sin embargo, mientras que
la participación femenina en el movimiento de la Guardia Roja resultaba en cierta
medida enriquecedora, la Revolución Cultural tuvo decididamente consecuencias
ambivalentes en lo que se refiere a las mujeres. Dado que el aspecto primario del
debate y de la «lucha» era afirmar la supremacía del punto de vista de la clase
«proletaria», las cuestiones concretas relativas a las diferencias de sexos quedaron al

ebookelo.com - Página 169


margen. Si bien se alentó a las mujeres a participar activamente en el movimiento
político, éstas hubieron de padecer una cierta «androginización» (es decir: se
esperaba que actuaran como hombres y que parecieran hombres); así, por ejemplo,
todas las formas de feminidad (incluido el peinado) fueron condenadas como
«burguesas». Y tampoco fue un hecho infrecuente que las guardias rojas fueran
objeto de acoso o agresión sexual, especialmente entre las que fueron enviadas al
campo a partir de 1968. En última instancia, y tanto para los hombres como para las
mujeres, la experiencia de la Guardia Roja resultaría profundamente decepcionante
(véase el capítulo 7).
En ciudades como Shanghai hubo también choques entre organizaciones de
trabajadores rivales, que reflejaban las divisiones entre los trabajadores del sector
público, que disfrutaban de un empleo permanente y de servicios asistenciales, y los
trabajadores temporales o en contrata, que no gozaban de tales privilegios. Así, la
Guardia Escarlata, más conservadora, integraba a los trabajadores del sector público,
de mayor edad, mientras que los Rebeldes Revolucionarios representaban a una
generación más joven de obreros, muchos de los cuales eran trabajadores temporales
no cualificados (Perry, 1995: 311-312). Fueron los Rebeldes Revolucionarios quienes
atacaron a funcionarios de la Federación de Sindicatos de Shanghai, controlada por el
partido (muchos de ellos, antiguos artesanos cualificados), utilizando «repertorios de
protesta» que ya se habían utilizado en la década de 1920. Así, en 1967 el director del
mencionado organismo fue obligado a arrodillarse frente a una multitud hostil
ataviado con unas «orejas de burro» y una pancarta en el pecho donde se le acusaba
de ser un «revisionista», exactamente tal como los obreros textiles de Shanghai
habían humillado a los odiados capataces («lacayos» de los capitalistas) en la década
de 1920 (ibíd.: 313-314). En febrero de 1967, toda la organización del partido en
Shanghai fue prácticamente desmantelada y reemplazada por organizaciones obreras
que se autodenominaron «la Comuna de Shanghai» (Meisner, 1999: 324-333). En ese
momento Mao temió que las cosas hubieran llegado demasiado lejos. Criticando el
establecimiento de la Comuna de Shanghai como pura y simple anarquía, Mao
insistió en la necesidad de crear comités revolucionarios que no sólo integraran a
representantes de las organizaciones de masas, sino también a miembros del ELP y a
cuadros del partido promaoístas y «no purgados». Sin embargo, durante todo el año
1967 el caos y la violencia prosiguieron. El propio ELP fue objeto del ataque de
diversas facciones radicales de la Guardia Roja, y en agosto de 1967 fue incendiada
la cancillería británica en Pekín.
Los primeros años de la Revolución Cultural (1966-1969), de hecho, supusieron
un aislamiento casi total de China en la esfera internacional. Las relaciones
diplomáticas con la mayoría de los países se rompieron en 1967, cuando los maoístas
declararon que la Revolución Cultural servía de fuente de inspiración a los

ebookelo.com - Página 170


revolucionarios socialistas de todo el mundo (en 1965, Lin Biao había escrito un
tratado titulado «Larga vida a la victoria de la guerra del pueblo», donde predecía que
la experiencia revolucionaria de China pronto se reproduciría en todo el mundo, en el
sentido de que el «campo revolucionario» de Asia, África y Latinoamérica estaba a
punto de rodear a las «ciudades» avanzadas de Europa y Norteamérica). La condena
tanto del «revisionismo» soviético como del imperialismo estadounidense también
alcanzó su punto culminante en esa época. Significativamente, aunque la
participación norteamericana en Vietnam se había incrementado constantemente
desde 1964, incluyendo varias incursiones para bombardear Vietnam del Norte en
1967, Mao rechazaba cualquier posibilidad de que China y la Unión Soviética
pudieran cooperar para ayudar a los norvietnamitas. Esto resulta aún más notable si
se tiene en cuenta el hecho de que la Revolución Cultural coincidió con la puesta en
práctica de una política conocida como del «Tercer Frente» (.sanxian), cuyos detalles
han permanecido en secreto hasta hace relativamente poco (Naughton, 1991: 157-
158). Con el telón de fondo de la creciente agresión estadounidense a Vietnam del
Norte, a partir de 1965 se decidió asignar más recursos al desarrollo de una industria
pesada básica en las remotas provincias del interior (y también se transfirieron
fábricas a dichas áreas desde las regiones costeras), con el fin tanto de proporcionar
una línea estratégica de defensa como de dotar de industria moderna a la tercera de
las principales regiones del país (siendo las otras dos la integrada por las provincias
costeras y la constituida por las provincias centro-meridionales). Aunque entre 1965
y 1971 este Tercer Frente recibió más del 50 % de las inversiones nacionales, a pesar
de ello no se produjo ningún incremento considerable en la producción industrial
(ibíd.: 160-162).
En septiembre de 1967 Mao apeló al ELP para restaurar el orden, lo que provocó
una brutal represión del movimiento de la Guardia Roja, en la que murieron miles de
personas. Un historiador ha afirmado que las atrocidades del ELP contra los maoístas
radicales en 1967-1968 convirtieron a estos últimos en víctimas de la Revolución
Cultural en no menor medida de lo que lo habían sido los funcionarios del partido y
los intelectuales (Meisner, 1999: 344-345, 354-355). Muchos guardias rojos fueron
enviados al campo, a «aprender de los campesinos» y a tomar parte en el trabajo
manual. En el noveno congreso del PCC, celebrado en abril de 1969, se dio prioridad
a la tarea de la reconstrucción del partido. Irónicamente, un movimiento que se había
iniciado con un ataque a todas las formas de autoridad acabó con el firme control de
los militares. Los denominados «Equipos de Propaganda del Pensamiento de Mao
Zedong», dirigidos por el ELP, entraron en las fábricas, las «unidades de trabajo» y
las aldeas para mantener el orden y supervisar las sesiones de estudio dedicadas a los
escritos de Mao. Y el ELP participó asimismo en la llamada «Campaña para Purificar
las Filas de

ebookelo.com - Página 171


Clase», realizada en 1967-1969, que «investigó» a los cuadros del partido
sospechosos; muchos cuadros e intelectuales fueron enviados al campo, donde
estudiaron el pensamiento de Mao y realizaron trabajos manuales durante períodos de
hasta dos años en las denominadas «Escuelas para Cuadros Siete de Mayo»
(establecidas en 1968). Los oficiales del ELP constituían la mayoría de los
presidentes de los comités revolucionarios, mientras que la mitad de los miembros
electos del comité central en el noveno congreso eran representantes del ELP. El
propio Lin Biao llegó al apogeo de su carrera, siendo proclamado oficialmente en el
congreso sucesor de Mao.
Asimismo, en un momento en el que el movimiento de masas prácticamente había
terminado (a partir de 1968), la glorificación del pensamiento y la persona de Mao
alcanzó sus manifestaciones más extremas. Cuando antaño las parejas, al casarse,
podían rendir homenaje a las tablillas de sus ancestros, ahora se juraban lealtad
imperecedera ante el retrato de Mao. Las aldeas erigían «salas de lealtad» comunales
dedicadas a Mao, mientras se construían santuarios domésticos ante los que las
familias podían rendirle homenaje (Meisner, 1999: 346-347). Un estudio sobre una
aldea de Guangdong señala que en aquella época los mítines se iniciaban siempre con
la «danza de la lealtad», acompañada por la canción «Para navegar por los mares
hace falta el timonel, para hacer la revolución hace falta el pensamiento de Mao
Zedong». La mayor parte de las familias de la aldea exhibían los cuatro volúmenes de
las Obras selectas de Mao en sus hogares, y cada comida familiar empezaba con
varias reverencias ante el retrato de Mao (Chan, Madsen y Unger, 1992: 169-170). En
contraste con el fervor espontáneo por Mao y su pensamiento que caracterizó los
comienzos de la Revolución Cultural (cuando casi se atribuían cualidades mágicas al
Pequeño libro rojo), la deferencia por Mao adquiría ahora una forma más ritualizada.

Interpretaciones de la Revolución Cultural

Las primeras interpretaciones occidentales de la Revolución Cultural se centraban


en el propio Mao y en las posibles razones «psicológicas» de sus acciones. Así, para
un observador la Revolución Cultural fue un vehículo para promocionar un fanático
culto a la personalidad, y el respaldo a dicho culto por parte de Mao fue el
desesperado intento de un revolucionario que ya envejecía por alcanzar la
«inmortalidad» (Lifton, 1968). El apoyo de Mao al desafío a la autoridad por parte de
las masas se describió también como un resultado natural de su propia personalidad,
que había estado marcada por la rebelión juvenil contra su propio padre y la
tendencia al desorden y al caos (luán) como reacción contra las constricciones de la
autoridad tradicional (Solomon, 1971). Diversos estudios posteriores, realizados en la
década de 1970, se centraban en el trasfondo político de la Revolución Cultural, que
describían como la culminación de una lucha entre dos visiones, o «líneas», distintas

ebookelo.com - Página 172


de evolución socialista, representadas por Mao y Liu Shaoqi (Rice, 1972; Chang,
1975; Ahn, 1976). Un estudio más reciente sostiene que la principal preocupación de
Mao en la década de 1960 era cómo China podía evitar el destino de la Unión
Soviética (embarcada en una «restauración capitalista») y revigorizar su revolución.
A mediados de la década de 1960 se estaba quedando sin opciones; para Mao, si el
partido era incapaz de cambiar la sociedad, entonces había que «desatar» a la
sociedad a través de la Revolución Cultural para que ésta cambiara al partido
(MacFarquhar, 1997: 468-470).
Sin embargo, es necesario también situar a la Revolución Cultured en el contexto,
más amplio, de las revoluciones acontecidas en China durante el siglo XX (Schram,
1973). Desde finales del siglo XIX, cuando los funcionarios y eruditos empezaron a
aceptar la debilidad de China frente a Occidente, el debate político e intelectual había
girado en torno a la cuestión fundamental de cómo hacer de China un país rico, fuerte
y unido. En esta búsqueda se empezó a afirmar de manera creciente que las reformas
políticas, económicas y militares habían de venir acompañadas por una
transformación de las normas sociales y culturales. De hecho, la idea de una
Revolución Cultural había ocupado un lugar central en la mente de la intelligentsia
china desde comienzos del siglo XX. Así, Liang Qichao, durante sus años de exilio en
Japón a comienzos de siglo, instaba a que se instruyera a un «nuevo pueblo» (xinmin)
que fuera independiente, disciplinado y con espíritu cívico. Los intelectuales del
Cuatro de Mayo, durante la década de 1910, condenaban las actitudes tradicionales y
las costumbres sociales, y propugnaban que se inculcara el espíritu democrático y
científico a la gente como un requisito previo al cambio político; como Mao, hacían
hincapié, pues, en la importancia primordial de la «conciencia correcta» y del cambio
cultural-intelectual para hacer historia (Meisner, 1999: 295). Para Mao, por tanto, la
Revolución Cultural no fue sólo una táctica para eliminar a sus oponentes en la
jerarquía del partido o un intento de reavivar el activismo de las masas
(especialmente el de la juventud) con el fin de erradicar el revisionismo en el seno del
partido, sino también un medio de «proletarizar» la conciencia de la gente, requisito
previo para la destrucción tanto de la cultura feudal como de la cultura burguesa
moderna y para el logro de una sociedad socialista. En este sentido, el concepto de
Revolución Cultural de Mao difería del de Lenin tras la revolución bolchevique de
1917, que aludía a un proceso gradual, dirigido por los intelectuales y la clase obrera
urbana avanzada (y que dependía de la consolidación previa de una economía
industrial moderna), orientado a hacer la cultura burguesa anterior a 1917 más
accesible a las masas «atrasadas» (ibíd.: 296-298). Un historiador ha señalado, no
obstante, que Mao se mostraba renuente a identificar a los burócratas revisionistas del
partido y del gobierno como una nueva clase dirigente, dado que eso habría
implicado la necesidad de una revolución política, y no sólo cultural. Desde esta

ebookelo.com - Página 173


perspectiva la Revolución Cultural era, en última instancia, más «reformista» que
revolucionaria, dado que Mao presuponía que a la mayoría de sus oponentes en el
partido se les podía «remodelar» ideológicamente (ibíd.: 307).
El hecho sigue siendo, no obstante, que la Revolución Cultural desencadenó una
oleada de desorden y de violencia a menudo gratuita, y otros estudios recientes han
prestado menos atención a los debates políticos de finales de la década de 1950 y
principios de la de 1960 entre los líderes del partido como Mao y Liu Shaoqi, para
pasar a centrarse en el impacto a largo plazo de las políticas del partido sobre los
grupos sociales, así como en las acciones y los programas de los propios actores
locales, para explicar el caos de la Revolución Cultural.
Así, por ejemplo, un estudio sobre la Revolución Cultural en Shanghai atribuye
las causas de la violencia masiva de 1966-1968 a tres conjuntos de medidas
administrativas de la década de 1950, destinadas a manipular a la gente con una serie
de objetivos a corto plazo, pero que con el tiempo causaron malestar y frustración
(White, 1989). En primer lugar, el partido etiquetó a la gente según su procedencia de
clase, creando con ello distintos grupos de estatus en la sociedad: quienes llevaban la
etiqueta de «clase buena» aventajaban a los de «clase mala» en cuanto a asignación
de puestos de trabajo, vivienda, educación y atención sanitaria. En segundo término,
se asignó a todo el mundo a «unidades de trabajo» (danwei), al mando de los jefes del
partido locales (o monitores oficiales). Dado que la unidad de trabajo gobernaba
todos los aspectos de la vida de un individuo (perspectivas laborales, vivienda,
atención sanitaria), surgió un sistema de «clientelismo» en el que la obediencia y la
deferencia resultaban esenciales. En tercer lugar, el partido legitimó la violencia
(además de instigar el temor entre la población) mediante el uso de amenazas y de
intimidación durante las campañas masivas dirigidas contra grupos concretos y que
aspiraban a erradicar determinados «males» o «vicios» de la sociedad; entre estas
campañas se incluyeron la de 1951 contra los «contrarrevolucionarios»
(principalmente aquellos que habían sido miembros del Guomindang o que habían
servido en los ejércitos de Guomindang); la campaña de las «Tres Anti» (.sanfan), de
1951, que aspiraba a denunciar la corrupción y el despilfarro entre los miembros del
partido, los burócratas y los directores de las fábricas, y la campaña de las «Cinco
Anti» (wufan), de 1952, que se dirigía específicamente contra los industriales y
hombres de negocios que habían permanecido en el cargo después de 1949, y a los
que se acusó de soborno, evasión de impuestos y robo de propiedades estatales
(Spence, 1999a: 509-513). La legitimación por parte de Mao de la rebelión y la
protesta en 1966 dio luz verde, pues, al surgimiento de agravios y resentimientos
acumulados, y sirvió para agravar las profundas escisiones que ya existían en la
sociedad (White, 1991; Harding, 1991).
Como ha señalado un estudioso, la Revolución Cultural se inició en los campus

ebookelo.com - Página 174


universitarios, y la reforma del sistema de enseñanza había sido uno de los objetivos
de Mao al lanzar el movimiento (Pepper, 1991; 1996: 352-364); y precisamente en el
ámbito de la enseñanza existía otra fuente de malestar y de resentimiento. Diversos
estudios sobre la educación comunista a partir de 1949 han señalado que, ya desde un
primer momento, y a pesar de la retórica oficial relacionada con la necesidad de
fomentar la cooperación en las aulas, en las escuelas de secundaria urbanas surgió un
áspero y potencialmente dañino clima de competencia, debido a que el valor moral de
un estudiante se consideraba un importante criterio de progreso, un fenómeno al que
se ha aludido como «virtuocracia» (Shirk, 1982: 4). El uso de tales criterios
«virtuocráticos» no sólo era subjetivo y, a menudo, arbitrario, sino que también
generaba resentimientos ocultos en la medida en que los estudiantes competían entre
sí para demostrar su activismo y sus credenciales morales a través de la vigilancia
mutua y de la crítica pública a los propios colegas (ibíd.: 13-15, 57; Unger, 1982: 95).
Dicha competencia se vio exacerbada a partir de finales de la década de 1950 por la
disminución de las oportunidades de progresar más allá del nivel de la escuela
secundaria y por las limitadas perspectivas de empleo urbano (tanto la asignación de
universidad como la del puesto de trabajo estaban controladas por el partido).
Por otra parte, la situación se vio complicada por el hecho de que, junto a los
criterios de las creencias y acciones de un individuo, las escuelas destacaban también
la «rojez» individual o la clase social de origen de la familia como criterio de
progreso. El uso de las etiquetas de clase se resucitó a partir de 1962 (basándose en el
estatus económico del padre o el abuelo de una persona tres años antes de la
Liberación), y aún se alentó más la competencia debido a que una forma de ganar
aceptación como activista (y, por tanto, de tener la posibilidad de ser elegido
miembro de la Liga Comunista Juvenil, un requisito esencial para la enseñanza
superior y la asignación de puestos de trabajo) para quienes procedían de una «clase
mala» consistía en criticar a los compañeros de curso en público; esta situación
alimentó tanto el oportunismo como el escepticismo (Shirk, 1982: 91, 183). No
resulta sorprendente que quienes procedían de una «clase buena», especialmente los
hijos de los revolucionarios y los cuadros del partido, trataran de defender su posición
privilegiada haciendo hincapié en la absoluta importancia del origen de clase como
determinante del comportamiento político (un concepto al que durante la Revolución
Cultural se aludía como «teoría del linaje»). El propio Mao vacilaba entre estos dos
criterios, aunque en 1965 su atención se centró una vez más en el rendimiento
político individual. Esto supuso que durante la Revolución Cultural el uso de los
términos «proletario» y «burgués» se hiciera cada vez más arbitrario y personalizado.
Un estudio sobre la enseñanza en Cantón ha ilustrado aún más la feroz
competencia para acceder a las mejores escuelas de secundaria —conocidas como
escuelas «punto clave» (zhongdian)— y universidades a principios de la década de

ebookelo.com - Página 175


1960 (Unger, 1982). Mientras que los jóvenes de clase trabajadora tendían a
concentrarse en las escuelas de enseñanza media más pobres, los hijos de las familias
de «clase media» (es decir, los intelectuales) y de «clase mala» (esto es, los antiguos
capitalistas y terratenientes) competían con los hijos de los revolucionarios y los
cuadros del partido en las escuelas «punto clave» para acceder a la universidad (ibíd.:
23-38). En los inicios de la Revolución Cultural, los estudiantes procedentes de la
clase buena (a muchos de los cuales no les había ido demasiado bien
académicamente) utilizaron las críticas de Mao al sistema de enseñanza
«revisionista» —a causa de su elitismo y de su indebido énfasis en los criterios
académicos «burgueses»— para criticar abiertamente a los profesores y directores
por mostrar preferencia por los estudiantes de clase media y mala, y por atribuir
demasiada importancia a los resultados de los exámenes académicos (a la vez que se
condenaba también a las escuelas «punto clave» como «pequeñas pagodas de
tesoros»). Los estudiantes procedentes de la clase media, sin embargo, se unieron
también a la crítica a las autoridades escolares para demostrar su activismo, y a
principios de 1967 habían formado sus propias unidades de la Guardia Roja
(conocidas como Guardias Rojos Rebeldes), en contraposición a los Guardias Rojos
Leales, donde se integraban los estudiantes de clase buena. Irónicamente, los
Guardias Rojos Rebeldes tendieron a ser más radicales en su denuncia de la autoridad
del partido (y quienes insistieron en su mayor lealtad a Mao) que los Guardias Rojos
Leales, con quienes frecuentemente entraron en conflicto. A las filas de los Guardias
Rojos Rebeldes se unirían asimismo los estudiantes de clase trabajadora, que también
se sentían desfavorecidos por el sistema (ibíd.: 102-126).
Varios estudios recientes sobre el activismo obrero durante la Revolución Cultural
—especialmente en Shanghai, el único centro urbano donde los líderes de las
organizaciones obreras de masas realmente tomaron el poder, si bien sólo durante
breve tiempo— han subrayado también el surgimiento espontáneo de organizaciones
obreras populares que trataban de actuar de forma autónoma y colectiva defendiendo
sus propios intereses (Perry y Li, 1997; Sheehan, 1998: 103-138). Aunque algunas de
dichas organizaciones se hallaban vinculadas a las autoridades del PCC, otras no
debían nada a los líderes del partido y cuestionaban la autoridad de éste o planteaban
exigencias socioeconómicas concretas como la de poner fin a la división entre
trabajadores permanentes y temporales. Este activismo recurrió a una subcultura de
disensión y oposición cuyos orígenes se remontaban a la década de 1920 y que
persistió más allá de 1949.
Hay aún otro aspecto de la violencia de la Revolución Cultural, sugerido por un
nuevo estudio sobre el matrimonio y el divorcio en la RPC (Diamant, 2000), donde se
argumenta que las distintas concepciones del comportamiento conyugal y sexual
«adecuado» configuraron diversas críticas y formas de acción colectiva. La

ebookelo.com - Página 176


«sexualización de la crítica política» (por la que la propaganda del partido vinculaba
la conducta sexual al estatus de clase) significaba que un ataque a la cultura burguesa
capitalista podía transformarse en una condena de la conducta sexual de otras clases.
Los puritanos jóvenes urbanos que integraban la Guardia Roja solían lanzar feroces
ataques a personas (como, por ejemplo, profesores o funcionarios destacados del
partido) acusadas de contravenir los códigos sexuales (ibíd.: 282-292).
Finalmente, se ha descrito el fundamento de la Revolución Cultural como el
intento de desenmascarar y purgar —al estilo estalinista— a los «centristas
capitalistas» y a los «enemigos ocultos» (Walder, 1991: 42-46). La persecución y la
violencia consiguientes no fueron, pues, aberraciones o desviaciones de los ideales
originales, sino más bien el resultado natural de la mentalidad política maoísta (más
influida por la cultura política estalinista de la década de 1930 de lo que hasta ahora
se ha reconocido) y del objetivo intrínseco del movimiento de salvar al socialismo de
las fuerzas subversivas nacionales e internacionales. Por otra parte, los radicales de
toda laya implicados en la Revolución Cultural se tomaron en serio esos temores de
«conspiración oculta», que dejarían de ser meramente un pretexto para vencer a los
oponentes o fomentar determinados intereses particulares de grupo. Inevitablemente,
sin embargo, surgió la confusión acerca de cuál era la identidad exacta de los
«enemigos de clase»: podían ser miembros de las antiguas clases «explotadoras»,
funcionarios del partido o del gobierno corruptos, antiguos críticos de la política del
partido, o, incluso, personas que disfrutaban de un estilo de vida privilegiado.
Aunque algunos grupos radicales (normalmente vinculados a las organizaciones del
partido e integrados por personas de la «clase buena») consideraban que el peligro
provenía de fuera de las filas revolucionarias, donde se estaban infiltrando las
antiguas clases explotadoras o personas vinculadas a países extranjeros, otros
(principalmente de clase media o trabajadora) hacían hincapié en el deterioro de los
ideales revolucionarios en el seno del partido; un grupo más pequeño dentro de este
conjunto, conocido como la Alianza Proletaria Provincial (shengwulian), condenaba
íntegramente el sistema de poder y privilegios, y hablaba de una «burguesía roja» que
gobernaba el país (ibíd.: 57-59).

El final de la era maoísta

El proceso gradual de reconstrucción del partido se inició en abril de 1969, en su


noveno congreso, cuyo tema principal fue precisamente el de la reconstrucción.
También se reabrieron las escuelas y universidades, aunque no se restauraron los
exámenes de entrada a la universidad (abolidos al principio de la Revolución
Cultural); los potenciales estudiantes habían de ser ahora recomendados por sus
unidades de trabajo basándose en criterios políticos, y se esperaba que antes de entrar
en la facultad realizaran un trabajo manual durante algún tiempo (Meisner, 1999:

ebookelo.com - Página 177


362-363). En 1970, Mao, claramente incómodo con la influencia generalizada del
ELP, aprobó la subordinación de los comités revolucionarios dominados por el ELP a
unos recién (re)formados comités del partido (que se establecieron en todas las
provincias entre diciembre de 1970 y agosto de 1971), y pidió la rehabilitación de los
cuadros anteriores a la Revolución Cultural purgados en 1966-1968. Es posible que
Lin Biao considerara esas medidas como un intento de reducir la influencia del ELP
y, en consecuencia, como una amenaza a la base de su poder. Las críticas de Mao al
modo de actuar «arrogante» y «descuidado» del ELP (especialmente en lo relativo a
su participación en la Campaña para
Purificar las Filas de Clase), así como la destitución de algunos de los
colaboradores de Lin de la Comisión de Asuntos Militares del partido en 1971, no
hicieron sino añadir más tensión a las relaciones entre ambos (ibíd.: 376-384).
Hubo otras dos fuentes de desacuerdo. En marzo de 1970, Mao había declarado
que el cargo de presidente del estado (vacante desde la muerte de Liu Shaoqi) debería
eliminarse de la constitución; pero en el pleno de Lushan, celebrado en agosto de
1970, Lin trató sin éxito de restaurar el cargo, un paso —han afirmado algunos
historiadores— que ilustraba las ambiciones de Lin de convertirse en jefe del estado
(MacFarquhar, 1991). En cualquier caso, los recelos de Mao con respecto a Lin
parecieron aumentar tras el pleno de Lushan. También se produjeron desacuerdos en
relación al cambio en la política exterior acaecido a partir de 1970. Mao consideraba
cada vez más que la «hegemonía» soviética constituía la mayor amenaza existente a
la paz mundial, especialmente tras la invasión rusa de Checoslovaquia en 1968 y los
choques fronterizos ocurridos en 1969 entre tropas chinas y soviéticas, en las
fronteras nororientales de China, que habían estado a punto de degenerar en una
guerra abierta (Robinson, 1991). Al mismo tiempo, Mao declaraba que podría
resultar deseable un acuerdo táctico con Estados Unidos, cuya intención de retirarse
de Vietnam parecía reducir su carácter de amenaza. El cambio de orientación de Mao
se reflejó en el llamamiento a la coexistencia pacífica y a las relaciones amistosas
entre estados con diferentes sistemas sociales por parte del primer ministro, Zhou
Enlai. Lin se opuso a aquella orientación, argumentando que la oposición al
imperialismo debía ser la piedra angular de la política exterior de China (Yahuda,
1978: 221).
A pesar de los recelos de Lin, el secretario de Estado norteamericano, Henry
Kissinger, fue recibido extraoficialmente en abril de 1971 con el objetivo de preparar
el camino a una visita oficial a China del presidente Richard Nixon al año siguiente.
En octubre de 1971 se puso fin radicalmente al aislamiento diplomático de China
durante la Revolución Cultural cuando la Asamblea General de la ONU votó en favor
de la admisión de la República Popular como estado miembro (hasta entonces, el
lugar de China en la ONU había sido ocupado por Taiwan, que, con el apoyo de

ebookelo.com - Página 178


Estados Unidos, afirmaba representar al gobierno legítimo de China). Para cuando
Nixon se convirtió en el primer presidente estadounidense que visitaba la República
Popular, en febrero de 1972, Lin Biao había desaparecido de la vida pública. La visita
de Nixon inició un proceso gradual de normalización de las relaciones chino-
norteamericanas tras varias décadas de hostilidad mutua; Nixon reconoció
oficialmente a
Taiwan como parte de China (afirmando el interés estadounidense en «una
solución pacífica a la cuestión de Taiwan por parte de los propios chinos») y en
principio aceptó retirar a las fuerzas norteamericanas de la isla (Yahuda, 1978: 228-
231; Spence, 1999a: 595-600). En muchos aspectos, el restablecimiento de las
relaciones con Estados Unidos constituyó uno de los más importantes legados de la
era maoísta (Pollack, 1991).
¿Y qué había sido de Lin Biao? Según informes oficiales de la RPC que no se
hicieron públicos hasta julio de 1972, el conflicto de Lin con Mao había alcanzado su
punto culminante en septiembre de 1971, cuando Lin y sus seguidores habían tratado
de organizar un golpe de estado y el asesinato de Mao. La conspiración fracasó, y
aparentemente Lin Biao resultó muerto al estrellarse en Mongolia el avión en el que
viajaba (posiblemente en ruta hacia la Unión Soviética). Hasta hoy, el «asunto Lin
Biao» sigue estando envuelto en el misterio (sobre todo porque su cuerpo nunca fue
oficialmente identificado). Por otra parte, un reciente replanteamiento del papel de
Lin durante la Revolución Cultured ha cuestionado el punto de vista oficial de la RPC
(del que también se hicieron eco los observadores occidentales) de que la
desmesurada ambición de Lin le hizo embarcarse en una lucha de poder con Mao,
afirmando que Lin se vio obligado a adquirir prominencia nacional a su pesar, que su
papel durante la Revolución Cultural fue esencialmente pasivo, y que no fue un
izquierdista intransigente en cuestiones de política exterior o de política económica.
En última instancia, y según este replanteamiento, Lin fue una víctima de los
caprichos de Mao y de las manipulaciones de su propia familia (su esposa y su hijo),
que sí fueron ambiciosos por él (Teiwes y Sun, 1996: 4-9, 126, 131-132, 163).
Curiosamente, en fecha reciente algunos historiadores del partido han empezado a
pedir una visión más equilibrada del papel de Lin en la revolución, que tenga
debidamente en cuenta sus logros como comandante militar durante la guerra contra
Japón y la guerra civil.
Lo que sí está claro, sin embargo, es que, de ser el más estrecho «compañero de
armas» y decidido sucesor de Mao, en 1972 Lin Biao había pasado a ser
anatematizado como traidor y renegado. Tal cambio de actitud no sólo vino a
aumentar la confusión y el escepticismo del pueblo (especialmente a raíz de la
grotescamente retorcida propaganda que aspiraba a justificarla), sino que asimismo
destruyó la fe popular en la infalibilidad de Mao.

ebookelo.com - Página 179


El período comprendido entre 1971 y la muerte de Mao, en 1976, presenció una
lucha feroz por la dirección política entre radicales y pragmatistas (MacFarquhar,
1991; Meisner, 1999: 392-407). Los radicales estaban encabezados por Jiang Qing
(que en 1969 se convirtió en miembro del Politburó) y sus colaboradores Wang
Hongwen (un antiguo obrero textil de Shanghai, elegido miembro del Politburó en
1973), Zhang Chunqiao (que alcanzó un papel prominente como presidente del
Comité Revolucionario de Shanghai en 1967, y en 1973 fue elegido miembro del
Comité Permanente del Politburó) y Yao Wenyuan (un periodista del partido, elegido
miembro del Politburó en 1969). Posteriormente se aludiría a este grupo como la
«Banda de los Cuatro» después de que sus integrantes fueran purgados en 1976. Los
pragmatistas, por su parte, apoyaban al primer ministro, Zhou Enlai, que había salido
ileso de la Revolución Cultural a pesar de la crítica a la que le sometió la Guardia
Roja en 1967. En 1973, Zhou logró utilizar su influencia para rehabilitar a Deng
Xiaoping, que fue nombrado primer viceprimer ministro; asimismo, en enero de 1975
fue elegido miembro del Comité Permanente del Politburó.
Jiang Qing y sus partidarios disentían con frecuencia de las políticas de Zhou y
Deng, que veían como una desviación de los ideales de la Revolución Cultural. En
particular, criticaban la política de rehabilitación de los cuadros del partido purgados
durante la revolución; el énfasis de Zhou en el desarrollo económico y científico a
expensas de la ideología, ilustrado por su estrategia a largo plazo denominada de las
«Cuatro Modernizaciones» (agricultura, industria, defensa nacional, y ciencia y
tecnología), que había propuesto originariamente en 1964, pero de la que se trató con
más detalle en el cuarto congreso del partido, celebrado en enero de 1975; y la
reintroducción de unos exámenes de acceso a la universidad en los que se hacía
especial hincapié en los criterios académicos. Asimismo, y en sintonía con la apertura
al mundo de China tras el aislamiento diplomático de finales de la década de 1960,
Zhou y Deng pusieron en marcha una estrategia económica que favorecía el
crecimiento orientado a las exportaciones (constituidas principalmente por materias
primas) y la importación de tecnología del mundo capitalista. Los radicales
percibieron dicha estrategia como una traición al venerado concepto de la
independencia.
Los radicales lograrían una victoria parcial a principios de 1976, cuando evitaron
que Deng asumiera el cargo de primer ministro tras la muerte de Zhou Enlai, en
enero. El puesto de primer ministro en funciones pasó a Hua Guofeng, viceprimer
ministro y ministro de Seguridad Pública, quien anteriormente había sido el jefe del
partido en la provincia de Hunan. Las políticas de Deng fueron cada vez más
criticadas por los medios de comunicación del partido (sobre los que los radicales
ejercían una considerable influencia), y sus tres documentos políticos del otoño de
1975 pidiendo la racionalización de la industria, el fortalecimiento de la autoridad

ebookelo.com - Página 180


administrativa, un uso más extensivo de la tecnología extranjera, la revitalización de
la enseñanza superior y la captación de intelectuales mediante el aumento de su
estatus, se calificaron como las «tres hierbas venenosas». En abril de 1976, Deng fue
acusado de alentar las revueltas de Tiananmen, en que miles de habitantes de Pekín
protestaron agriamente por la retirada de las coronas de flores (siguiendo órdenes de
los radicales) que habían sido depositadas en el monumento a los mártires de la
revolución, en la plaza de Tiananmen, en memoria del recientemente fallecido Zhou
Enlai. Deng fue nuevamente destituido de sus cargos. La victoria de los radicales, sin
embargo, duraría poco.
El año 1976 llegó a conocerse como un año de «desastre natural y desgracia
humana» (tianzai renhuo). A comienzos de año murió Zhou Enlai, que había sido
primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores desde el establecimiento de la
República Popular. En julio tuvo lugar la muerte de Zhu De, cofundador —junto con
Mao— del Ejército Rojo en la década de 1920 y comandante del ELP en la década de
1940 y principios de la de 1950. Ese mismo mes, un enorme terremoto sacudió
Tangshan (situada a unos 170 kilómetros al sureste de Pekín), en el que perdieron la
vida más de 650.000 personas. En septiembre falleció el propio Mao después de una
larga enfermedad, durante la cual no había desempeñado ningún papel significativo
en la política del país. La muerte de Mao marcó el final de una época en la moderna
historia de China, pero su legado resultó ambivalente. Había forjado una estrategia
revolucionaria que llevó al PCC al poder y dio como resultado la creación de la
República Popular China. Después de varias décadas de caos interno, desunión y
guerra civil, y de un siglo de explotación e injerencias imperialistas, China era de
nuevo un estado-nación auténticamente independiente y unificado. En palabras de
Mao, China «finalmente se había levantado». Pero a partir de mediados de la década
de 1950 Mao se había situado cada vez más por encima del partido, convencido de
que sus ideas y su visión bastaban para guiar a China en su camino al socialismo. El
resultado lógico de ello fue la puesta en marcha de la Revolución Cultural, que
constituía un ataque a gran escala al mismo partido que él había ayudado a construir.
Aunque Mao confiaba en crear una nueva sociedad socialista, la Revolución Cultural
trajo la violencia y el caos a las ciudades, así como un indecible sufrimiento para
miles de intelectuales, escritores y artistas, acusados de revisionistas.
En términos económicos, el balance de la era maoísta presenta resultados mixtos.
Un historiador considera que el desarrollo económico de China se puede comparar
favorablemente con el de Rusia, Alemania y Japón en etapas paralelas de
industrialización (Meisner, 1999: 417); así, por ejemplo, la producción industrial
entre 1952 y 1977 creció a una tasa media anual del 11,3 %, un índice de crecimiento
tan elevado como el alcanzado por cualquier país durante un período comparable de
la época moderna (ibíd.: 415), si bien habría que señalar que dicho incremento se

ebookelo.com - Página 181


logró al precio de unos índices de inversión extremadamente altos: entre 1970 y 1976
la inversión representó el 31-34 % de la renta nacional (Joseph, Wong y Zweig, 1991:
7). De forma más ambivalente, al final de la era maoísta la RPC era una potencia
nuclear y fabricaba misiles balísticos intercontinentales (tras haber realizado su
primera prueba atómica en 1964 y haber lanzado su primer satélite en 1970). Los
últimos años de la época maoísta presenciaron también una expansión del comercio
exterior y un aumento en las importaciones de tecnología extranjera: entre 1969 y
1975, por ejemplo, el valor del comercio exterior aumentó de los 4.000 millones a los
14.000 millones de dólares anuales, mientras que entre 1972 y 1975 la RPC importó
plantas industriales enteras (valoradas en 2.800 millones de dólares) de Japón y
Europa occidental.
Por su parte, cuando murió Mao los trabajadores urbanos habían ganado muy
poco. A principios de la década de 1970, por ejemplo, se habían anulado
innovaciones de la Revolución Cultural tales como la eliminación de normas y
papeleos «irrazonables» en la organización de las fábricas y la participación obrera en
la gestión (a través de los comités revolucionarios de fábrica). El sistema anterior a la
Revolución Cultural, basado en la explotación de trabajadores temporales y en
contrata, seguía estando vigente, así como la estructura salarial básica. A mediados de
la década de 1970 cundió el malestar obrero, con paros y huelgas de brazos caídos
especialmente graves en la ciudad de Hangzhou (hasta el punto de que hubo que
enviar al ejército a restaurar el orden). Las organizaciones sindicales oficiales del
PCC (desmanteladas durante la Revolución Cultural) también habían sido restauradas
en 1973, reemplazando o absorbiendo a los congresos representativos de los
trabajadores establecidos durante la revolución (Meisner, 1999: 363-366).
El crecimiento agrícola durante la era maoísta fue más modesto que el de la
industria, manteniendo apenas el mismo ritmo que el incremento medio de población
anual (ibíd.: 416). Durante la propia Revolución Cultural la organización rural apenas
se vio afectada a pesar del fomento del «radicalismo agrario» durante esa época
(Zweig, 1991: 64-65). Éste implicaba un intento de limitar las parcelas privadas, de
restringir los mercados rurales y de hacer de la brigada de producción (en lugar del
equipo) la unidad contable; el símbolo de dicho «radicalismo agrario» fue la brigada
de producción de Dazhai, en la provincia de Shanxi, donde las cuestiones laborales se
determinaban mediante discusión pública y compromiso ideológico, y cuyo líder
campesino, Chen Yonggui, fue elegido miembro del Politburó en 1973
(significativamente, con la llegada de las reformas del mercado y de la
descolectivización a partir de 1978, el modelo de Dazhai sería rechazado, y Chen —
que era, en el mejor de los casos, un representante simbólico— fue destituido del
Politburó). De hecho, y tal como ha señalado un estudio, la política rural durante la
Revolución Cultural (en términos de organización y de extracción de cereales) fue

ebookelo.com - Página 182


«notablemente estable» (Yang, 1996: 241). El equipo de producción siguió siendo la
unidad contable, mientras que numerosas unidades rurales restauraron
subrepticiamente algún tipo de sistema de responsabilidad familiar, previamente
adoptado en el período inmediatamente posterior al Gran Salto Adelante, pero
suprimido con el inicio de la Revolución Cultural.
Lo que sí se dio durante la Revolución Cultural, sin embargo, fue un
resurgimiento de la política de industrialización del campo puesta en práctica con el
Gran Salto (Meisner, 1999: 359-361; 378-379). Durante este período proliferaron las
pequeñas fábricas productoras de cemento, hierro en lingotes y fertilizantes químicos.
En 1976 la industria rural era responsable del 50 % de toda la producción de
fertilizantes, así como de una parte significativa de la maquinaria agrícola; a finales
de la década, 800.000 empresas industriales rurales, junto con 90.000 estaciones
hidroeléctricas, daban empleo a 24 millones de trabajadores y producían el 15 % del
valor bruto de la producción industrial (Wong, 1991: 183). También se asignaron más
recursos médicos y educativos a las áreas rurales: a mediados de 1970 el personal
paramédico rural superaba el millón de personas, mientras que entre 1966 y 1976
también se incrementaron las matriculaciones en las escuelas primarias (Meisner,
1999: 360-362). Dado que hacia el final de la era maoísta cerca de 20 millones de
campesinos se habían convertido en obreros industriales a tiempo completo o parcial,
resulta evidente que el proceso de «proletarización» del campesinado —que, según
afirma un estudio, no empezó hasta la puesta en marcha de las reformas posmaoístas
bajo el gobierno de Deng Xiaoping (Zweig, 1989)— en realidad se había iniciado ya
durante los últimos años de la vida de Mao.
Políticamente, y como en el caso de los trabajadores urbanos, la Revolución
Cultural no significó la transformación de la vida campesina. Aunque al comienzo de
la Revolución Cultural se habían establecido comités tripartitos (integrados por
campesinos pobres, cuadros del partido y soldados desmovilizados del ELP)
encargados de regir las comunas y las brigadas, en última instancia éstos estaban
subordinados a los restaurados comités del partido, cuyos líderes solían ser los
mismos que los de los comités tripartitos. Las asociaciones de campesinos pobres y
de clase media baja también se reactivaron, pero sólo se convocaban a voluntad de
los comités del partido.
El sucesor de Mao en la presidencia del partido fue Hua Guofeng (en abril de
1976 había sido nombrado vicepresidente primero), que conservó también su cargo
de primer ministro. Evidentemente, los radicales esperaban que Hua fuera un mero
testaferro que les permitiría controlar la política. Sin embargo, dado que los radicales
estaban en minoría en el Politburó y que su influencia en la burocracia y en el ejército
seguía siendo limitada (si bien conservaban el control sobre determinados órganos de
propaganda del partido), su posición seguía siendo vulnerable. Apenas un mes

ebookelo.com - Página 183


después de la muerte de Mao, Hua, con el apoyo de los militares, había logrado hacer
arrestar a la Banda de los Cuatro bajo la acusación de intentar un golpe de estado
(aparentemente Jiang Qing y Zhang Chunqiao habían tratado de conseguir el apoyo
de las milicias urbanas de Shanghai en su enfrentamiento con Hua). En julio de 1977
se habían restituido sus antiguos cargos a Deng Xiaoping, quien además era
nombrado vicepresidente del partido. Así, se habían sentado ya las bases para un
cambio de dirección radical.

ebookelo.com - Página 184


Capítulo 7:
EL ORDEN POSTMAOíSTA

Tras un breve «interregno» después de la muerte de Mao en el que su sucesor,


Hua Guofeng, trató de continuar con las políticas maoístas (Gardner, 1982; Hsu,
1990), en 1978 un cambio de dirección encabezado por Deng Xiaoping y sus aliados
dio inicio a un largo y tortuoso proceso de desmantelamiento de la herencia maoísta
que aspiraba a elevar el nivel de vida, potenciar la credibilidad del partido y crear una
economía vigorosa y modernizada (Lieberthal, 1995: 124-127). Aunque, hasta cierto
punto, algunos de los cambios o bien recordaban a las iniciativas de principios de la
década de 1960 (por ejemplo, en el ámbito de la agricultura), o bien representaban la
consolidación de tendencias ya iniciadas durante los últimos años de Mao (por
ejemplo, en el ámbito de la política exterior), las reformas orientadas al mercado, la
política de «puertas abiertas» destinada a alentar las inversiones extranjeras y
establecer vínculos más estrechos con el mundo capitalista, y el relajamiento del
control estatal de la cultura, la sociedad y la economía, constituyeron una
transformación lo suficientemente drástica como para que un observador, a finales de
la década de 1980, describiera el período pos-maoísta como una «segunda
revolución» (Harding, 1987) —una expresión que el propio Deng Xiaoping utilizaría
en 1985—, y para que en 1994, tres años antes de la muerte de Deng, otro observador
concluyera que el legado maoísta había sido completamente «enterrado» (Baum,
1994).
Esos cambios vinieron acompañados por el rechazo de otras contraseñas maoístas
relativas a la enseñanza, a la naturaleza del ELP y a la política demográfica.
Asimismo, durante la década de 1980 la reforma política también formó parte de la
agenda. El papel de Mao en la revolución china se reinterpretó de modo que se
tuviera en cuenta lo que ahora se percibía como los «diez años malos» de la
Revolución Cultural (1966-1976), lo que trajo como consecuencia una cierta
«desmitificación» de su pensamiento. Al mismo tiempo, los reformistas del partido
pidieron la aplicación de un «legalismo socialista», encareciendo al partido a realizar
sus actividades «dentro de los límites permitidos por la constitución y las leyes del
estado» (Tsou, 1986: 308). Se condenaron los cargos vitalicios para los líderes del
partido, los privilegios especiales para los cuadros y la excesiva centralización del
poder, mientras que el propio proceso político se vio ampliado por la revitalización o
el restablecimiento de instituciones tales como el Congreso Nacional del Pueblo y la
Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino.
Los cambios de la década de 1980 se contemplaron de forma algo distinta por
parte de los observadores occidentales contemporáneos. Así, un estudio —haciendo
hincapié en el relajamiento del control estatal, la mayor flexibilidad ideológica y una

ebookelo.com - Página 185


cierta ampliación de la participación política— describía la China posterior a Mao
como un «régimen autoritario consultivo» (Harding, 1987), mientras que otro aludía a
una «restauración capitalista», en la que se revivían rasgos del orden económico y
social anterior a 1949 (Chossudovsky, 1986). Los cambios acaecidos a partir de 1978
se situaron también en el contexto más amplio del siglo XX, subrayando los
paralelismos con anteriores intentos de modernización económica, construcción
nacional y reforma autoritaria que habían constituido un rasgo característico de todos
los regímenes a partir de la última década de la dinastía Qing (Cohen, 1988).
El proceso de reforma, no obstante, situaba al PCC ante dos dilemas
fundamentales dada su presuposición explícita de que la primacía del gobierno
monopartidista no se cuestionaría nunca. En primer lugar, ¿cómo habría de actuar el
partido para alentar la participación de grupos más amplios de personas, revigorizar
unas instituciones políticas moribundas y diferenciar claramente el partido del
gobierno sin poner en peligro el control global del primero?; y en segundo término,
¿cómo habría de relajar su control sobre la sociedad y la economía (con el fin de
«liberar» las fuerzas productivas) sin incurrir en los peligros de un materialismo craso
y el debilitamiento del espíritu colectivo, las desigualdades económicas regionales y
locales, la corrupción burocrática, el resurgimiento de las costumbres y prácticas
«feudales», y la potencial «infección» de las decadentes influencias occidentales? Las
tensiones causadas por el proceso de reforma culminarían en los movimientos de
protesta de estudiantes y trabajadores en 1989 (aunque unos y otros con diferentes
objetivos) y su brutal represión por parte del partido y del ejército. La crisis de 1989,
sin embargo, no interrumpió durante mucho tiempo el intento del partido de
modernizar la economía a través de una reforma orientada al mercado cada vez más
generalizada y de unos vínculos más estrechos con el mundo capitalista.

El «Cambio de Dirección Histórico» de 1978

Durante un breve período a partir de 1976, Hua Guofeng, como sucesor «elegido»
de Mao, disfrutó del honor de haber salvado al partido y al país de las maquinaciones
de la Banda de los Cuatro, incluso hasta el punto —se insinuaría más adelante— de
fomentar un «mini» culto a la personalidad en sí mismo. El heroico papel de Hua fue
específicamente elogiado en una reunión del comité central celebrada en julio de
1977, en la que los integrantes de la Banda de los Cuatro fueron oficialmente
expulsados del partido como «ultraderechistas» y «contrarrevolucionarios» (aunque,
significativamente, en 1979, cuando se inició el proceso de crítica de la Revolución
Cultural y de cuestionamiento del propio legado maoísta, se condenó a la Banda de
los Cuatro por ultraizquierdista). Sin embargo, y de forma amenazadora para Hua, sin
embargo, la reunión de 1977 del comité central que aprobó oficialmente la posición
de Hua como sucesor de Mao, aprobó también el retorno de Deng Xiaoping, que se

ebookelo.com - Página 186


convertiría en miembro del Comité Permanente del Politburó, vicepresidente del
partido, viceprimer ministro, y jefe del estado mayor del ELP. Dado que había sido
una de las víctimas más destacadas de las purgas de la Revolución Cultural y que
estaba decidido a efectuar un cambio de dirección fundamental, Deng Xiaoping
estaba condenado a chocar con Hua, que seguía identificándose con el legado maoísta
y que había alcanzado un papel prominente con la Revolución Cultural: en 1966
había sido secretario adjunto del partido en la provincia de Hunan, pero en 1973 era
ministro de seguridad pública y miembro del Politburó (Harding, 1987: 50-51).
Aunque Hua anunció oficialmente el final de la Revolución Cultural en 1977, siguió
elogiando sus logros (por ejemplo, en los ámbitos de la enseñanza, la sanidad pública,
y el arte y la literatura), e incluso declaró que en el futuro se podrían producir otros
movimientos por el estilo (ibíd.: 54).
A principios de 1978, Hua anunció un ambicioso programa decenal de desarrollo
industrial y agrario, redactado en términos maoístas que hacían hincapié en el papel
del «espíritu revolucionario» como guía de la modernización (una interesante
diferencia con la era maoísta era que el plan de Hua implicaba la utilización de
inversiones extranjeras del mundo capitalista avanzado para financiar los proyectos
de industria pesada) (White, 1993: 25-27; Baum, 1994: 54-56). Durante todo el año
1978 Deng Xiaoping y sus colaboradores socavaron la posición de Hua criticando
implícitamente la obediencia ciega al pensamiento de Mao y utilizando,
irónicamente, eslóganes tales como «la práctica es el único criterio de verdad» y
«busca la verdad en los hechos», que se inspiraban en los propios textos de
Mao. Se ha reconocido oficialmente que el tercer pleno del undécimo * comité
central del partido, celebrado en diciembre de 1978, marcó el paso decisivo hacia la
revaluación del legado maoísta y sus políticas. En vísperas del propio pleno, el
partido declaró que las protestas de Tiananmen de abril de 1976, que habían sido
condenadas como «contrarrevolucionarias», eran de hecho «revolucionarias», juicio
que ponía a Hua en una situación incómoda, ya que en aquella época él había estado a
cargo de la seguridad y había sido el responsable de reprimir las protestas (Dittmer,
1991: 24). En el pleno, Hua se vio obligado a realizar una «autocrítica» por su servil
adhesión a lo que se conocía como los «Dos Cualesquiera» (en 1977 un editorial
oficial había declarado que «apoyamos firmemente cualquier decisión que tomara
Mao, seguimos inquebrantablemente cualquier enseñanza de Mao», un principio que
el propio Hua había enunciado en octubre de 1976), y algunos de los colaboradores
de Deng fueron elegidos miembros del Politburó. También se declaró el final de la
«lucha de clases» y se subrayó la prioridad de la «modernización socialista» (que
incluía la adaptación al mercado además de al plan estatal).
Durante el transcurso del tercer pleno, el respaldo a la posición de Deng se
manifestó bajo la forma del movimiento «Muro de la Democracia», cuando

ebookelo.com - Página 187


aparecieron en Pekín diversos carteles murales criticando los excesos de la
Revolución Cultural y pidiendo la reforma del partido. También se publicaron en esa
misma época varias revistas extraoficiales. Un antiguo activista de la Guardia Roja,
Wei Jingsheng, incluso propuso que se instaurara la «democracia» como una «Quinta
Modernización» (Nathan, 1985: 16-34). Para Deng, siempre temeroso del luán
(«desorden, caos») y de la ruptura del control centralizado del partido, que había
presenciado personalmente durante la Revolución Cultural, tales ideas iban
demasiado lejos, y el movimiento (que al principio es posible que fuera tolerado
extraoficialmente por Deng y sus partidarios) fue abruptamente reprimido en marzo
de 1979; varios activistas, incluido Wei Jingsheng, fueron arrestados, y las revistas
extraoficiales se clausuraron. En octubre de 1979 Wei fue sentenciado a quince años
de cárcel por filtrar información secreta a extranjeros y publicar declaraciones
«contrarrevolucionarias». Al igual que ocurriera tras la campaña de las Cien Flores en
1957, el partido impuso límites a las potenciales críticas insistiendo en que a partir de
ese momento cualquier opinión había de atenerse a los Cuatro Principios (apoyo a la
vía socialista, dictadura democrática del pueblo, liderazgo del partido, y «marxismo-
leninismo-pensamiento de Mao Zedong»).
Entre 1978 y 1981, la posición de Hua Guofeng se hizo cada vez más vulnerable.
En 1979 su ambicioso plan decenal quedó prácticamente descartado (en 1978 éste
había generado un índice de inversión en la industria pesada equivalente al 37,5 % de
la producción nacional, el mayor en toda la Historia de la República popular China
con la excepción del período del Gran Salto Adelante), y se prestó más atención a la
mejora del nivel de vida de las áreas rurales: así, por ejemplo, se incrementaron los
precios que el estado pagaba a los campesinos por las compras de cereales, y se
aumentaron los límites al tamaño de las parcelas privadas que podían cultivar las
familias campesinas; anteriormente, en 1977, se había concedido un aumento salarial
del 10 % a los trabajadores no agrícolas (el primer incremento salarial en toda una
década). Asimismo, en 1978-1980 se dieron los primeros pasos para descolectivizar
la agricultura e introducir la autonomía de gestión en las empresas públicas urbanas.
El énfasis de Deng Xiaoping en «el mando de la economía» obtuvo la aprobación del
quinto pleno del undécimo comité central del partido, celebrado en febrero de 1980,
en el que dos de sus partidarios clave —Zhao Ziyang (n. 1919), antiguo secretario del
partido en la provincia de Guangdong y a la sazón jefe del partido en la de Sichuan, y
Hu Yaobang (1915-1989), que había sido comisario político a las órdenes de Deng
durante la guerra civil— fueron elegidos miembros del Comité Permanente del
Politburó. En agosto de 1980, y en sintonía con la propuesta de Deng de que se
separaran claramente las funciones del partido y del gobierno, Hua había renunciado
al cargo de primer ministro y era reemplazado por Zhao Ziyang (el propio Deng
renunció al cargo de viceprimer ministro en esa misma época). En el transcurso del

ebookelo.com - Página 188


año 1980, asimismo, varias destacadas víctimas de la Revolución Cultural, como Liu
Shaoqi, fueron rehabilitadas póstumamente. Sin embargo, y de forma significativa,
las políticas de reforma económica de Deng no se extendieron a las libertades
políticas. Así, las «Cuatro Libertades» (de hablar libremente, de expresar los propios
puntos de vista, de escribir dazibao y de participar en grandes debates), así como el
derecho de huelga, que en 1975 se habían introducido en la nueva constitución del
estado (que reemplazaba a la de 1954), se eliminaron de la constitución revisada de
1982 (Meisner, 1999: 436-437).
Se ha descrito el período 1978-1980 como un período caracterizado por «la
interrupción explícita y la crítica implícita de la Revolución Cultural» (Dittmer, 1991:
21), pero aún quedaba por afrontar la cuestión del propio papel de Mao en el
movimiento. Cuando se sometió a juicio a la Banda de los Cuatro entre noviembre de
1980 y enero de 1981 (para mostrar la nueva era de «legalidad socialista»), bajo la
acusación de procesar a millones de personas durante la Revolución Cultural, Jiang
Qing desafió al tribunal especial de treinta y cinco jueces (integrado por
representantes escogidos del partido, el gobierno y las instituciones militares),
mostrándose impenitente e insistiendo en que ella y sus colaboradores sólo habían
seguido las instrucciones de Mao. Los violentos intercambios de palabras entre Jiang
y los jueces incluso fueron captados por la televisión, que mostró los aspectos más
destacados del juicio. El tribunal impuso penas de muerte, suspendidas durante dos
años, a Jiang Qing (quien más tarde moriría en la cárcel, en 1991, supuestamente por
suicidio) y a Zhang Chunquiao, y largas condenas de prisión a los demás, pero
incluso en el último momento Jiang se mostró desafiante, gritando consignas
maoístas de la Revolución Cultured —como zaofan you daoli («rebelarse está
justificado»)— mientras los guardias armados la sacaban a rastras de la sala (Terrill,
1999: 334-335).
La condena de la Revolución Cultural hecha pública mediante el juicio perjudicó
aún más a Hua, pero el dilema planteado por las referencias de Jiang Qing a Mao
seguía vigente. Este se resolvió finalmente en la sexta sesión plenaria del undécimo
comité central, celebrada en junio de 1981. Fue en esa reunión en la que Deng logró
hacer que su protegido, Hu Yaobang, sucediera a Hua como presidente del partido
(Hua fue degradado a vicepresidente adjunto, y en 1982 había sido expulsado del
Politburó). Asimismo, y de manera más significativa, la reunión adoptó la
«Resolución sobre ciertas cuestiones de la historia de la República Popular», donde,
aunque se reconocían los grandes logros de Mao como revolucionario y como líder
del PCC, se señalaba que a partir de 1955 había cometido «errores» como resultado
de haber perdido el contacto con las necesidades y deseos de las masas. Eso había
llevado inevitablemente a los «diez años malos» de la Revolución Cultural y al
fomento del culto a la personalidad. La resolución dejaba claro, no obstante, que las

ebookelo.com - Página 189


aportaciones de Mao superaban a sus errores, y que su pensamiento (definido ahora
como la «cristalización del saber colectivo del partido») seguiría constituyendo la
guía de acción del PCC. No podría haber sido de otro modo. En una época en la que
predominaba un escepticismo generalizado respecto al partido e incluso se
cuestionaba la viabilidad del propio socialismo, en lo que la prensa oficial calificaba
de una «crisis de fe» (xinyang weiji), no se podía echar a Mao —tan estrechamente
identificado con la revolución y con el PCC— por la borda. Esta «crisis de fe»
afectaba especialmente a las personas cuya edad rondaba la treintena, muchas de las
cuales habían sido activistas de la Guardia Roja, y que ahora sentían que habían sido
cínicamente manipuladas y luego rechazadas por el partido; en realidad, entre 1966 y
1976 hasta 17 millones de jóvenes de las zonas urbanas habían sido enviados a las
áreas rurales, y, en consecuencia, habían perdido la oportunidad de recibir una
educación superior, convirtiéndose de hecho en una «generación perdida» (Meisner,
1999: 369). Deng y sus partidarios eran también profundamente conscientes de que
algunos elementos del ELP seguían respaldando la Revolución Cultural, respaldo que
existía también en provincias como Guangxi y Yunnan (Dittmer, 1991: 33-34).
No obstante, la Resolución de 1981 había rechazado varias consignas ideológicas
maoístas, incluyendo las ideas de que la «lucha de clases» debía continuar tras el
establecimiento de un estado socialista, de que debería surgir una «clase burocrática»
en el seno del partido, y de que habrían de aparecer «contradicciones» entre el partido
y el pueblo. Un historiador afirma que la Resolución representó el «principal punto
de referencia» en el rechazo del concepto maoísta de «revolución permanente»
(Dittmer, 1987: 259). La principal contradicción que se percibía ahora era la existente
entre las fuerzas productivas «atrasadas» (es decir, el estado subdesarrollado de la
economía) y el sistema socialista. En 1981 se consideraba que la RPC se hallaba en
«el estado primario del socialismo»; en septiembre de 1986, el primer ministro Zhao
Ziyang señalaba que dicha etapa duraría todavía mucho tiempo debido a la baja
productividad del país y 2d subdesarrollo de la economía de producto: cualquier
medida que potenciara las fuerzas productivas se consideraría beneficiosa para el
sistema socialista (en diciembre de 1984, el periódico oficial del PCC Renmin Ribao
—«Diario del Pueblo»— afirmaba que «no podemos esperar que los escritos de Marx
y Lenin de aquella época nos proporcionen las soluciones a nuestros problemas»). En
1988, una enmienda a la constitución declaraba específicamente que el estado
permitía que existiera y se desarrollara la economía privada dentro de los límites de la
ley.
Asimismo, a partir de 1981 se dio el espaldarazo oficial a la «desmitificación» de
Mao, que se había iniciado ya a finales de la década de 1970. Las copias del Pequeño
libro rojo habían ido desapareciendo poco a poco desde 1978, al tiempo que se
abandonaba el uso de citas de Mao en las portadas de los periódicos. A principios de

ebookelo.com - Página 190


la década de 1980 se eliminaron la mayoría de los retratos de Mao de los lugares
públicos (aunque no el que adornaba la Puerta de Tiananmen, en la entrada a la
Ciudad Prohibida). A finales de la década de 1980 y principios de la de 1990, sin
embargo, se había apoderado de la población una especie de nostalgia de Mao —
conocida como «fiebre de Mao» (Mao re)—, en parte como respuesta al creciente
desencanto frente a la cada vez mayor corrupción oficial que habían engendrado las
políticas de reforma económica de Deng (Barmé, 1996a: 4). El culto a la personalidad
de Mao se condenó de manera rotunda en 1981, y, significativamente, el propio Deng
Xiaoping (a pesar de que se le calificaba de «líder supremo de China») nunca ocupó
los cargos superiores de presidente del partido o de primer ministro del estado. De
forma bastante parecida a la emperatriz viuda Cixi a finales del siglo XIX, Deng
ejerció su influencia «entre bastidores». Ello no impidió, sin embargo, que se
publicaran y se citaran ampliamente las Obras selectas de Deng, y que en 1983 su
pensamiento se proclamara la ideología guía para «construir un socialismo con
características chinas».

El impacto inicial de la reforma

Fue en el ámbito de la agricultura donde las políticas de reforma tuvieron su


impacto más significativo. En 1978 se iniciaron experimentos con un sistema de
«responsabilidad familiar», en los que la familia campesina individual —en lugar del
equipo de producción— se convirtió en la unidad de producción, y en 1983 la
mayoría de los hogares campesinos se habían encuadrado en dicho sistema (Meisner,
1999: 460-462). Las familias podían ahora firmar contratos con el equipo de
producción, así como tomar tierras de éste en arriendo; todas las decisiones
relacionadas con la inversión y la producción se tomaban en la unidad familiar, y, tras
cumplir con sus obligaciones para con el estado, ésta podía disponer de sus cosechas
en un dilatado mercado libre rural (White, 1993: 100-101). Mientras que en la era
maoísta se había obligado a los campesinos a concentrarse en la producción de
cereales, ahora se permitían pautas de cultivo más diversas. En 1979-1980 se
congelaron las cuotas estatales para permitir a los campesinos vender una parte
mayor de la producción que superaba su cuota de producción anual a precios
superiores: en 1986, el 18 % de todos los productos agrícolas comercializados eran
vendidos directamente por los campesinos en mercados libres (Harding, 1987: 130).
En 1985, las compras estatales obligatorias de algodón y cereales se habían
reemplazado por un sistema de contratos de adquisición más voluntarios. Por otra
parte, en 1984 nuevas regulaciones permitían que las tierras se contrataran por un
período de hasta quince años (además de permitir la contratación de trabajadores
ajenos a la familia), plazo que se ampliaría a cincuenta años en 1987; por entonces,
dichas tierras contratadas también se podían transmitir (es decir, más o menos dejar

ebookelo.com - Página 191


en «herencia») a otros miembros de la familia en lugar de devolverlas al equipo de
producción. Las reformas aprobaron también la formación de «familias
especializadas» en el campo, que participaban exclusivamente en la industria y el
comercio rurales privados, o que proporcionaban servicios rurales (podían «arrendar»
sus tierras contratadas a otras familias campesinas). A finales de 1983 había 25
millones de tales familias «especializadas» (Gittings, 1989: 139).
Estas reformas tuvieron como resultado un aumento generalizado de la renta en
las zonas rurales a principios de la década de 1980, aunque inevitablemente surgieron
desigualdades debido a la enorme variedad de condiciones y de climas entre unas
regiones o lugares y otros (ibíd.: 143). También llevaron prácticamente al
desmantelamiento de la comuna y al consiguiente declive de los servicios de
bienestar colectivos (Davis, 1989); incluso la maquinaria agrícola de propiedad
colectiva, como los tractores, se podía «alquilar» ahora a las familias individuales.
La reforma urbana se inició con la reducción del número de productos
industriales vendidos a precios fijos (también se suprimió el control estatal del precio
de la carne, el pescado y las verduras), y a continuación se permitió una mayor
autonomía de gestión (en áreas como los salarios y las inversiones) y la retención de
beneficios en las empresas de propiedad pública. En 1985, se contravino el venerado
principio del «cuenco de arroz de hierro» (tie wanfan), que garantizaba un empleo
permanente a los trabajadores del sector público, al permitir a los administradores una
mayor «flexibilidad» a la hora de contratar y despedir mano de obra. Ahora se
esperaba que las empresas públicas fueran más rentables que en el pasado, y durante
la década de 1980 algunas de ellas recurrieron a la venta de acciones (tanto a
empleados como a no empleados) con el fin de aumentar el capital de inversión.
También surgió un sector empresarial privado en los centros urbanos, lo que ayudó a
abordar el desempleo surgido como resultado de la afluencia a las ciudades de los
jóvenes a los que en el pasado se había enviado al campo (en 1981, 26 millones de
residentes urbanos estaban desempleados); la mayoría de los restaurantes, tiendas de
venta al público y empresas de servicios abiertos a partir de 1978 eran de propiedad
privada (y podían contratar mano de obra) (Dittmer, 1987: 242-243). A finales de
1986 había más de 12 millones de empresas privadas; una de las de mayor éxito era
la empresa informática Stone Group, con sede en Pekín, cuyo presidente, Wang
Runnan, se convertiría en un destacado partidario del movimiento de protesta
estudiantil de 1989 (White, 1993: 216). Asimismo, un número cada vez mayor de
mujeres trabajaban en el servicio doméstico, una ocupación que hasta entonces se
había considerado inapropiada para una sociedad socialista.
Del mismo modo que las reformas rurales realizadas a partir de 1978 tenían
precedentes en las medidas estilo laissez—faire adoptadas en el campo a principios de
la década de 1960 (como reacción contra las políticas del Gran Salto Adelante), pero

ebookelo.com - Página 192


fueron mucho más allá en la introducción de elementos de una economía orientada al
mercado, así también la «política de puertas abiertas» emprendida a partir de 1978 se
basaba en el cambio de actitud respecto a las relaciones de China con el mundo
exterior que tuvo lugar durante los últimos años de la vida de Mao, pero aprobó
medidas más radicales de las que Mao probablemente habría tolerado. Distanciándose
del concepto maoísta de independencia y en sintonía con la idea de Deng de que la
RPC había de incrementar sus vínculos con el mundo capitalista, en 1979 se aprobó
una ley de empresas conjuntas, que permitía la inversión extranjera directa en
empresas chinas tales como los hoteles. En 1980 se crearon las primeras Zonas
Económicas Especiales en las provincias de Guangdong y de Fujian (Shenzhen,
Zhuhai, Xiamen, Shantou), regiones orientadas al procesamiento para la exportación
utilizando capital y tecnología extranjeros, y en las que se podían establecer empresas
de propiedad extranjera. A los inversores extranjeros se les proporcionaron incentivos
tales como los bajos índices en el impuesto sobre la renta y la posibilidad de exención
de los beneficios netos, y se les aseguró la disponibilidad de mano de obra barata. En
1984, catorce ciudades costeras se habían declarado «abiertas» a la inversión
extranjera directa (irónicamente, algunas de ellas, como Shanghai, Cantón, Ningbo y
Fuzhou, habían sido antiguos puertos francos en el siglo XIX), y en ellas el capital
extranjero podía establecer filiales de propiedad plena y empresas conjuntas. A
finales de la década de 1980 la política costera abierta representada por las Zonas
Económicas Especiales se había extendido a toda la costa, al tiempo que —como ha
señalado un análisis— se vaciaba de contenido el significado económico del
«socialismo» (Crane, 1996: 157-161).
El establecimiento de relaciones diplomáticas plenas entre China y Estados
Unidos en 1979 (Estados Unidos rompió sus vínculos oficiales con Taiwan y derogó
el Tratado de Defensa Mutua de 1954, aunque la venta de armas a la isla continuó)
inició también un proceso de mayor interacción con la comunidad internacional (el
propio Deng visitó Estados Unidos entre enero y febrero de 1979). Ya a finales de
1978 Pekín había declarado que aceptaría créditos directos y ayudas al desarrollo del
extranjero, y en los años siguientes se unió a varias instituciones financieras
internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. La
política exterior en general se hizo mucho más pragmática a partir de 1978; resulta
significativo, por ejemplo, que la Teoría de los Tres Mundos enunciada en 1974 por
Deng Xiaoping ante la asamblea general de la
ONU como la visión que en aquel momento tenía China del mundo (y que
identificaba a China con los países en vías de desarrollo de Asia, África y
Latinoamérica, en contraposición al «Primer Mundo», integrado por la Unión
Soviética y Estados Unidos, y el «Segundo Mundo», que comprendía el resto de los
países desarrollados) (Yahuda, 1978: 238-240) apenas se mencionara después de

ebookelo.com - Página 193


1980. A partir de 1978 no sólo se incrementó el comercio exterior —por ejemplo, la
proporción de exportaciones en relación a la producción nacional aumentó de menos
del 6 % en 1978 a cerca del 14 % en 1986—, sino que éste pasó a dirigirse cada vez
más hacia el mundo capitalista desarrollado de Norteamérica y Asia oriental (Japón y
Corea del Sur) (Harding, 1987: 139-144). Esta pauta se duplicó en lo relativo al
destino de los estudiantes chinos en el extranjero. Mientras que en la década de 1950
la mayoría de ellos habían ido a estudiar a la Unión Soviética, la mitad de los 38.000
que fueron al extranjero entre 1978 y 1985 fueron a Estados Unidos, la mayoría a
realizar estudios de ciencia, tecnología y administración de empresas (ibíd.: 155).
También las políticas militar, de enseñanza y demográfica se vieron afectadas por
el cambio de dirección realizado a partir de 1978. Poco después de la visita de Deng
Xiaoping a Estados Unidos en enero-febrero de 1979, el ELP lanzó un ataque al
Vietnam comunista tras un período de tensión entre los dos países: el tratado que
Vietnam había firmado con la Unión Soviética en 1978, y su invasión de Camboya
más tarde ese mismo año, despertaron en Pekín el temor a una expansión de la
«hegemonía» soviética en la región, mientras que el trato discriminatorio que
Vietnam dispensaba a su población de etnia china, obligando a más de 100.000
personas a huir del país, había sido denunciado con vehemencia por los líderes de la
RPC. El importante número de víctimas que había sufrido el ELP para cuando se
declaró el alto el fuego, en marzo de 1979, hizo que apremiaran aún más las voces
que pedían la revisión de la doctrina militar maoísta y la transformación del ELP en
una fuerza moderna y profesionalizada. El concepto maoísta de «guerra del pueblo»,
por ejemplo, con su énfasis en la movilización popular y las tácticas guerrilleras, ya
no se consideraba apropiado para responder a una potencial invasión; en lugar de
ello, ahora se consideraba fundamental para proteger la seguridad de China disponer
de un ejército altamente profesional, racionalizado y bien equipado, que ya no
estuviera subordinado a preocupaciones políticas o ideológicas (Joffe, 1987: 78-81,
95). En 1984 se restauraron los rangos (abolidos en 1965), y a partir de entonces los
oficiales se habrían de formar en nuevas academias militares. La milicia (tan cara a
Mao) también fue abolida como entidad separada, y se convirtió en una fuerza de
reserva del ELP (ibíd.: 121-133). Asimismo, se redujo la influencia de los militares
en el partido: en septiembre de 1985, por ejemplo, el ELP ocupaba sólo el 13 % de
los asientos del comité central, mientras que en 1969 disponía del 50% (ibíd.: 160-
161). Curiosamente, sin embargo, la prioridad del desarrollo de la economía
significaba que, además de reducir el número de soldados de cuatro a tres millones en
1985-1986, durante toda la década de 1980 no se produjo ningún incremento
sustancial en los presupuestos de defensa; asimismo, las industrias de defensa se
convirtieron en productoras de bienes civiles (ibíd.: 102; Baum, 1994: 189).
También la política educativa volvió la espalda al pasado de la Revolución

ebookelo.com - Página 194


Cultural. Se otorgó una mayor preponderancia al papel económico de la educación, y
se dio prioridad a la formación de una elite cualificada en colegios y universidades
competitivos, una estrategia que fue plenamente apoyada por las misiones de la
UNESCO y del Banco Mundial que visitaron el país en 1980. Se introdujeron
exámenes nacionales estandarizados (que imponían límites de edad, y, en
consecuencia, desincentivaban el regreso de los «jóvenes» del campo, ya que éstos
resultaban ahora demasiado «viejos» para realizarlos) y carreras de cuatro años, y se
abolió la exigencia obligatoria del trabajo manual como parte del currículo (Bastid,
1984: 189-190). Por otra parte, 98 de las 715 instituciones de enseñanza superior se
calificaron como «puntos clave» (zhongdian), y pasaron a tener prioridad en la
elección de estudiantes y en la asignación de recursos. Dichas instituciones, a su vez,
se alimentaban de toda una red de escuelas de primaria y de secundaria «puntos
clave», la mayoría de las cuales se localizaban en las zonas urbanas, creando de ese
modo un «sistema de doble vía» en el que un sector elitista con mayores recursos
coexistía con un sector menos dotado de enseñanza primaria y secundaria general
(irónicamente, los guardias rojos habían acusado a Liu Shaoqi de promover un
sistema así a principios de la década de 1960). La segregación cultural entre la ciudad
y el campo que Mao había condenado tantas veces se vio consolidada en muchos
aspectos por estos cambios. De hecho, y puesto que la descolectivización había
reducido la cantidad de fondos de educación colectivos y, a la vez, había creado una
mayor demanda de mano de obra infantil, en realidad el número de matriculaciones
en las escuelas primarias descendió de cerca de 151 millones en 1975 a poco más de
128 millones en 1987 (Davis, 1989: 582; Pepper, 1996: 482).
Por otra parte, a partir de 1978 se abolieron las etiquetas de clase discriminatorias
(como «derechista», «terrateniente» y «campesino rico») (Dittmer, 1987: 241), y los
antecedentes familiares dejaron de ser una barrera para acceder a la enseñanza
superior, un principio que se formalizó en la constitución estatal de 1982, que
restauraba la disposición de la constitución de 1954 (omitida en las de 1975 y 1978)
de que todos los ciudadanos eran iguales ante la ley; una medida que, según percibía
un observador, mostraba el compromiso del partido con la institucionalización y la
democracia socialista (Tsou, 1987: 276-277). También se potenció el estatus de los
intelectuales (en contraste con la era maoísta), y en 1977 Deng declaraba que éstos
constituían un importante componente de la clase trabajadora. Se podía señalar, no
obstante, que, si bien la constitución de 1982 garantizaba por primera vez la
protección del individuo frente a «insultos, libelos, falsas acusaciones o montajes» y
prohibía la privación o restricción ilícita de una de las libertades ciudadanas de la
persona mediante detención u otros medios, el partido seguía reservándose el derecho
a calificar de «contrarrevolucionarios» a todos aquellos a quienes considerara
«culpables» de críticas inaceptables.

ebookelo.com - Página 195


La política de planificación familiar emprendida a partir de 1980, en contraste con
las medidas previamente adoptadas desde principios de la década de 1960 para
restringir el crecimiento demográfico (White, 1994), se hizo más agresiva. En 1981
se creó una Comisión Estatal de Planificación Familiar y se estableció la norma de un
solo hijo por familia con el propósito de limitar la población a 1.200 millones de
personas en el cambio de siglo. Asimismo, la constitución revisada de 1982
subrayaba, por primera vez, el deber de los ciudadanos de practicar la planificación
familiar (la ley matrimonial revisada de 1980, además de aumentar la edad mínima
legal para casarse, ordenaba también a las parejas que practicaran el control de la
natalidad) (Wong, 1984). Es importante señalar, no obstante, que no se aprobó
ninguna ley nacional destinada a imponer dicho control de la natalidad (y tampoco se
pretendía que de la noche a la mañana todas las parejas tuvieran un solo hijo, sino que
el objetivo era más bien aumentar la proporción de familias de un solo hijo con el
tiempo); fueron cada una de las provincias las que elaboraron reglamentos y
directrices para llevar a cabo dicha política. En general, se utilizó un sistema de
incentivos y sanciones para alentar las familias de un solo hijo. Así, las que tuvieran
sólo un hijo se beneficiarían de bonificaciones en efectivo, asignaciones de
racionamiento extraordinarias, atención sanitaria y acceso a la enseñanza preferentes,
y mayor extensión de las parcelas de tierra arrendadas a las colectividades; quienes
tenían un segundo hijo perdían dichos privilegios, mientras que a las familias que
tenían más de dos se les imponían multas. La puesta en práctica de esta política en el
ámbito local implicó una generalizada y gravosa intromisión de los cuadros del
partido en las vidas conyugales de los residentes urbanos y rurales (especialmente de
las mujeres).
Durante la década de 1980 hubo una gran oposición popular a la política del hijo
único, especialmente en las áreas rurales, donde la tradicional preferencia por los
hijos varones seguía siendo fuerte y los incentivos para aumentar la producción que
proporcionaban las reformas económicas aumentaron la demanda de mano de obra
familiar. No fueron infrecuentes las esterilizaciones y abortos forzosos. Asimismo, las
hijas primogénitas se hallaban en una situación muy vulnerable, y en la década de
1980 se dieron casos de infanticidio femenino (o, más frecuentemente, de abandono
de recién nacidas), un fenómeno que podría explicar parcialmente la desproporción
entre la población de ambos sexos en algunas áreas, aunque ello podría deberse
también al hecho de que los nacimientos femeninos no se comunicaran o registraran.
Durante el transcurso de la década de 1980, sin embargo, varias provincias
introdujeron excepciones a la norma del hijo único, permitiendo a las parejas tener un
segundo hijo (y, a veces, incluso un tercero) con tal de que se dieran ciertas
condiciones (por ejemplo, si el primer hijo era una niña o si la familia pasaba
privaciones). Un estudio sobre la política de control de la natalidad en la provincia de

ebookelo.com - Página 196


Shanxi señala también que, debido al aumento de los ingresos individuales en las
zonas rurales y el debilitamiento del poder coercitivo de las colectividades, el sistema
de incentivos y sanciones se hizo impracticable; así, por ejemplo, las parejas que lo
transgredían podían permitirse pagar las multas, o, a veces, no las pagaban en
absoluto (Greenhalgh, 1993). A finales de la década de 1990 parecía que el ritmo de
crecimiento de la población descendía; en 1998, el director de la Comisión Estatal de
Planificación Familiar afirmaba que la tasa de incremento natural había descendido
del 2,6 % (a finales de la década de 1970) al 1,06 % (CQ, diciembre 1998: 1088-
1089). En 1999 se estimaba que la población total era de 1.259.090.000 habitantes, y
se revisó el objetivo previsto para mantener la población por debajo de los 1.600
millones a mediados del siglo XXI (CQ, junio 2000: 607).
La política de planificación familiar establecida a partir de 1980 se interesaba no
sólo por la cantidad, sino también por la calidad de la población, y un reciente
estudio ha señalado la creciente importancia del discurso eugenésico durante las
décadas de 1980 y 1990 (Dikotter, 1998: 122-132). La primera ley eugenésica se
aprobó en la provincia de Gansu en 1988, y prohibía que las personas con
discapacidades psíquicas tuvieran hijos. Otras provincias seguirían el ejemplo en la
década de 1990, mientras que, a escala nacional, una ley eugenésica de 1995
aprobaría el uso generalizado de chequeos prematrimoniales y la esterilización de las
personas consideradas «no aptas» (ibíd.: 172-174).

Las tensiones de la reforma y el movimiento de protesta de 1989

Las reformas económicas iniciadas a partir de 1978 y el desmantelamiento


ideológico del maoísmo dieron lugar a una explosión de consumismo en la década de
1980, en la medida en que (como mínimo) los residentes urbanos, cuyos apetitos
había despertado la publicidad comercial, cada vez más extendida (y hasta entonces
tabú en la China maoísta), tuvieron mayor acceso que nunca a toda una serie de
productos materiales. Así, por ejemplo, durante la década de 1960 China produjo sólo
3.000 televisores en blanco y negro al año, y en la de 1970, 3.000 televisores en color
al año. Sin embargo, a finales de la década de 1980 más del 90 % de los hogares
urbanos tenían al menos un televisor (Wang, 1995: 158-159). Tales reformas, no
obstante, no vinieron siempre acompañadas de un cambio político sustancial o
significativo, mientras que, al mismo tiempo, las propias reformas económicas
engendraron diversos problemas y, especialmente a partir de 1986, fomentaron la
división entre los líderes del partido.
En general, la agenda de reformas políticas de Deng Xiaoping incluía tomar
enérgicas medidas contra la corrupción y el «burocratismo» en el seno del partido,
separando claramente al partido del gobierno y limitando el control del primero sobre
las cuestiones económicas, haciendo hincapié en el reclutamiento de personal más

ebookelo.com - Página 197


joven e instruido para el partido (al tiempo que se reducía el número de los
«veteranos» más antiguos), y revigorizando instituciones previamente inactivas como
el Congreso Nacional del Pueblo (CNP) y la Conferencia Consultiva Política del
Pueblo Chino (CCPPC), en un intento de reunir un mayor apoyo 2d gobierno del
PCC (White, 1993: 172-173). Así, en 1979 se restauraron los Congresos del Pueblo
(abolidos durante la Revolución Cultural), y el CNP empezó a celebrar una sesión
plenaria anual, mientras su Comité Permanente comenzaba a reunirse cinco o seis
veces al año (Harding, 1987: 178). Tratado hasta entonces como un mero refrendo de
las políticas y programas del partido, ahora se otorgaba al CNP poderes más amplios
para examinar y enmendar leyes (incluyendo los presupuestos del estado). Mientras
que antaño prevalecía entre sus miembros una predecible unanimidad, ahora se
producían abstenciones e incluso votos de desacuerdo {ibíd.: 179; Tanner, 1999: 122-
123). En 1983, por ejemplo, el Comité Permanente el CNP se negó a adoptar una
resolución apoyando la campaña del partido contra la «contaminación espiritual», una
de las diversas campañas promovidas en la década de 1980 para reprimir lo que el
partido percibía como la infiltración de ideas y valores «burgueses» subversivos
como resultado de la mayor interacción de China con Occidente. En el séptimo
congreso del CNP, celebrado en 1988, un pequeño número de delegados incluso
votaron en contra del candidato del partido al cargo de primer ministro (Li Peng).
También el CCPPC empezó a celebrar sesiones regulares, proporcionando a quienes
no eran miembros del PCC una plataforma para hacer oír sus reservas acerca de la
política del gobierno (como la reducción del gasto público en educación en la década
de 1980).
La reforma del partido se concentró en aumentar la eficacia y erradicar la
corrupción, antes que en fomentar cualquier forma de democracia interna. Se evitó la
superposición de altos cargos en el partido y el gobierno, con la única excepción de
Zhao Ziyang, que ocupó por breve tiempo tanto la presidencia del partido como el
cargo de primer ministro del estado, de enero a octubre de 1987 (cuando Li Peng se
convirtió en primer ministro y Zhao fue confirmado como presidente del partido).
Otras medidas puestas en práctica incluían la creación en 1978 de un Comité Central
de Inspección Disciplinaria (CCID), encargado de supervisar la conducta de los
miembros del partido y de rectificar el «estilo de trabajo» (zuofeng) del PCC. En el
decimotercer congreso del partido, celebrado en octubre de 1987, un informe del
CCID señalaba que entre 1982 y 1986 se había sancionado a más de 650.000
miembros del partido, y se había expulsado a 151.000 (CQ, marzo 1988: 147). En
1987, más de 200.000 cuadros habían sido expulsados (White, 1993: 178), aunque
hasta los últimos años no se ha acusado de corrupción a los funcionarios de más alto
rango (véase la Conclusión del presente volumen). En 1982 se estableció también un
Comité Asesor Centrad (CAC), en el que podían integrarse los miembros más

ebookelo.com - Página 198


ancianos del partido que se «jubilaran». Curiosamente, Liao Gailong, miembro de la
Sección de Investigación Política del partido, sugirió en aquella misma época que se
introdujera un sistema de reparto de poder que hiciera al CCID y al CAC
equiparables al comité central del partido, y que permitiera a cada uno de estos
organismos vetar las decisiones de los otros; en realidad, las dos primeras
instituciones seguían estando subordinadas al comité central (Dittmer, 1987: 227;
White, 1993: 181-182; Baum, 1994: 107).
Deng también ansiaba fijar la edad de jubilación de los ministros del gobierno
(aunque no la de los líderes del partido) y limitar los períodos de ejercicio en el cargo.
Entre 1977 y 1983, de hecho, el 84 % de todos los ministros fueron renovados. En
cuanto al propio partido, Deng insistía en el reclutamiento de tecnócratas más jóvenes
e instruidos para reemplazar a los cuadros más veteranos (Harding, 1987: 207). Entre
1982 y 1987 cerca de tres millones de dichos cuadros fueron separados de sus cargos
(convenientemente, sin embargo, esas «jubilaciones» se vincularon a la eliminación
de los «izquierdistas» que quedaban en el PCC). En 1982, cerca del 60 % de los
miembros del comité central que habían sido elegidos en 1977 abandonaron sus
puestos; al mismo tiempo, se redujo la influencia del ELP en el Politburó: en 1986
sólo tres oficiales del ELP eran miembros del Politburó, mientras que en 1969 eran
13 (ibíd.: 217). El cambio en el perfil educativo del partido se mostraba claramente
en 1985, en que el 75 % de los miembros electos al comité central eran tecnócratas de
formación universitaria (mientras que anteriormente esa proporción era sólo del 57
%); ese mismo año, de entre el conjunto de los miembros del partido (que en 1986
totalizaba 46 millones de personas y comprendía el 4 % de la población, frente al 1 %
en 1949), aproximadamente el 25 % habían recibido una educación media o superior
(frente al 12,8 % en 1978). En los últimos años el partido también se ha mostrado
ansioso por reclutar a capitalistas y empresarios de éxito en ciernes.
El propio Deng dio ejemplo en relación al establecimiento de un plazo fijo para
mantenerse en los cargos: en octubre de 1987 se había retirado del Comité
Permanente del Politburó (después de haber renunciado ya al cargo de primer
ministro), y presionaba a otros líderes veteranos como Chen Yu, Peng Zhen y Li
Xiannian para que hicieran lo mismo y pasaran a ser miembros del CAC
(irónicamente, fue en estos veteranos en quienes Deng buscó apoyo durante la crisis
de 1989). Significativamente, sin embargo, Deng siguió siendo presidente de la
Comisión de Asuntos Militares del partido. El Politburó era ahora más joven y de
orientación más tecnocrática. Zhao Ziyang, presidente del partido desde 1986, había
defendido la reforma rural cuando era secretario del partido en la provincia de
Sichuan, a finales de la década de 1970, mientras que el primer ministro, Li Peng
(elegido miembro del Politburó en 1988), era licenciado en ingeniería y antiguo
viceministro de Conservación de Agua y Electricidad.

ebookelo.com - Página 199


En los inicios del programa de reformas de Deng sí se hizo un intento más
sustancial de democratizar la política, cuando una Ley Electoral de 1979 establecía
por primera vez elecciones directas a los congresos del pueblo cuyo ámbito superara
el nivel básico municipal, es decir, los correspondientes a los condados rurales y los
distritos urbanos. La ley permitía también que se nombrara candidatos a personas que
no fueran miembros del partido, así como el uso de votaciones secretas, aunque los
comités supervisores, controlados por el partido, seguirían «examinando» a dichos
candidatos (Nathan, 1985: 196-221). Las elecciones se celebraron en el verano y el
otoño de 1980, y en algunas circunscripciones como el distrito de la Universidad de
Pekín (Haidian) prevaleció una genuina atmósfera electoral, ya que los candidatos
exhibieron sus «manifiestos» y participaron en vigorosos debates. La experiencia
suscitó consternación entre los funcionarios del partido, especialmente dado que
algunos de los candidatos cuestionaron de pasada las virtudes del socialismo; en
algunos distritos electorales, además, se dejó oír la oposición pública al constante
examen de los candidatos por parte del PCC. A principios de 1981 la prensa oficial
tronaba contra los excesos de la «ultra democracia», y cuando en 1984 se celebraron
nuevas elecciones se establecieron restricciones a los derechos de nominación y al
uso de propaganda electoral (Dittmer, 1987: 236-237). Aunque el experimento de las
elecciones directas a los congresos de condado y de distrito ya no se repetiría a partir
de 1984, en los últimos años se han celebrado elecciones para los cargos de ámbito
municipal, un proceso que se inició casi inadvertidamente en la década de 1980
(véase la Conclusión).
Además de experimentar con las elecciones, durante toda la década de 1980 el
partido trató de consultar a un mayor número de personas creando varios institutos de
investigación política (y recurriendo a los conocimientos de intelectuales tanto de
dentro como de fuera del partido), encargados de redactar propuestas de reforma y de
realizar encuestas de opinión pública. En aquella misma época se permitió también
cierta libertad cultural y artística, uno de cuyos resultados fue la reactivación de la
industria cinematográfica a partir de 1979, cuando se dio más autonomía a los
estudios para producir una mayor variedad de películas que describieran las
complejidades de las vidas privadas individuales en la China urbana, las tensiones
entre sexos y entre generaciones, la persistencia de las tradiciones rurales, las
ambiguas consecuencias de la reforma económica y las intrincadas incoherencias de
la burocracia. No obstante, un reciente análisis afirma que, en realidad, en la década
de 1980 no surgió una industria cinematográfica verdaderamente independiente y
autónoma (Pickowicz, 1995: 193-206). Empleando el concepto —como hace también
otro reciente estudio sobre la cultura popular contemporánea en China (Barmé, 1999)
— de la «cárcel de terciopelo» —utilizado originariamente para describir el
planteamiento de los regímenes estalinistas en la Europa del Este, donde los artistas

ebookelo.com - Página 200


se veían «castrados» por la asimilación del estado y los incentivos para practicar la
autocensura— para analizar la situación de los cineastas chinos, este análisis señala
que en última instancia todas las películas dependían de las subvenciones del estado,
se habían de someter a la aprobación de la Oficina Cinematográfica (encuadrada en el
Ministerio de Cultura, hoy Ministerio de Radio, Cine y Televisión), y dependían
totalmente para su distribución (al menos dentro de China) de la Corporación de
Distribución Cinematográfica China, de propiedad pública. Sin embargo, películas
como Huang Tudi (Tierra amarilla, dirigida por Chen Kaige en 1984), que
obtuvieron renombre internacional y a las que se considera precursoras de una
«nueva ola» de cine chino, se atrevían a cuestionar la omnipotencia (e incluso la
pertinencia) de la propaganda comunista cuando ésta se ponía en contra de creencias
y prácticas campesinas profundamente arraigadas (la acción se desarrolla en una
remota región de la Región Fronteriza de Shaan-Gan-Ning, a finales de la década de
1930), lo cual habría resultado imposible antes de 1976.
Estos cautelosos pasos hacia la reforma política y la libertad cultural a finales de
la década de 1980 se vieron ensombrecidos, en gran medida, por la preocupación más
apremiante entre algunos ideólogos del partido de evitar las consecuencias
ideológicas «insanas» derivadas de las reformas económicas. Siempre consciente de
las críticas de sus colegas más veteranos como Chen Yun, en el sentido de que las
reformas amenazaban el control estatal de la economía y diluían el espíritu colectivo
socialista, el propio Deng respaldó varias campañas de propaganda destinadas a
apaciguar a la oposición conservadora a las reformas del mercado. Tales divisiones en
el seno de la coalición reformista, surgidas a raíz de la caída de Hua Guofeng, han
llevado a varios observadores a definir la política de la década de 1980 como un
proceso cíclico en el que a unos períodos de avances les siguieron otros de
consolidación e inmovilismo (Harding, 1987: 70; Baum, 1994: XII). Dichas
campañas, sin embargo, apenas se asemejaban a las llevadas a cabo en la era maoísta,
que a menudo habían causado grandes trastornos y habían desencadenado actos de
violencia (física o psíquica) contra aquellos a quienes se acusaba de críticos. Las
campañas de la década de 1980 fueron breves, y, tras lograr su objetivo, se daban
rápidamente por terminadas con el fin de que no se alterara el impulso de la reforma
económica.
La primera de estas campañas, realizada en 1981, promovía las virtudes de la
«civilización espiritual socialista» y estaba destinada a combatir el generalizado
escepticismo público surgido a raíz de los traumas de la Revolución Cultural, un
fenómeno calificado de «crisis de fe» (como ya hemos señalado anteriormente) y
coincidente con un estallido, al parecer sin precedentes, de delincuencia juvenil,
violencia gratuita, corrupción y conducta impropia de los hijos para con los padres,
ahora denunciado más abiertamente en la prensa oficial (Short, 1982: 69, 374), en

ebookelo.com - Página 201


claro contraste, pues, con la imagen pública de una sociedad honesta y libre de
delincuencia que se había presentado al mundo durante la época de Mao. Durante la
campaña, el ELP alentó también las críticas a un guión de cine que consideraba
ejemplo de escepticismo subversivo. Publicado inicialmente en septiembre de 1979,
escrito por un miembro de la sección de propaganda del partido, Bai Hua —quien se
convertía así en el primer escritor publicado oficialmente desde la Revolución
Cultural que era objeto de censura política (Duke, 1985: 20-24)—, y titulado Ku lian
(«Amor no correspondido»), describía la vida de un patriota chino que vive en
Estados Unidos y que en 1949 regresa para consagrarse a la nueva China, pero que
posteriormente sufre a consecuencia de las campañas políticas de las décadas de 1950
y 1960. Lo que molestó al ELP y a los censores del partido en 1981 era la crítica
implícita que hacía el texto al estado comunista posterior a 1949, más que el hecho de
atribuir los males de China a las maquinaciones de la Banda de los Cuatro y a los
calamitosos efectos de la Revolución Cultural, como hacía la literatura de finales de
la década de 1970 (conocida como «literatura de los heridos» o «literatura
cicatricial») (ibíd.: 64-72).
El objetivo ideológico de la campaña de 1981 pronto degeneró en un intento de
mejorar la conducta social (a través de los «Cinco Énfasis»: en la limpieza, en la
disciplina, en la cortesía, en el decoro y en una moralidad apropiada) y de potenciar la
legitimidad del partido asociándolo inequívocamente al patriotismo; el amor a la
patria, pues, se convirtió en sinónimo del apoyo al partido, y no fue casualidad que el
guión de Bai Hua se condenara como «antipatriótico» (ibíd.: 141; Harding, 1987:
187). Las credenciales patrióticas del partido se vieron respaldadas por el tratado
anglochino de 1984, que preveía el retorno de la colonia británica de Hong Kong a la
soberanía china en 1997, en el contexto del programa «un país, dos sistemas», que
preservaba cierta autonomía para Hong Kong. En cuanto Bai Hua escribió una
autocrítica, en octubre de 1981, el presidente del partido, Hu Yaobang, declaró
terminada la campaña (Baum, 1994: 127-130).
En 1983, los conservadores del partido expresaron sus preocupación por las
dañinas tendencias ideológicas derivadas de las reformas del mercado, el contacto
más extenso con el mundo capitalista y un mayor relajamiento en el ámbito cultural.
Se inició entonces otra campaña atacando la «contaminación espiritual», pero ésta
degeneró de nuevo y sus últimas etapas vinieron marcadas por acerbas diatribas
contra diversos hábitos (como, por ejemplo, bailar en discotecas) y modos de vestir
(el cabello largo en los hombres, el maquillaje y los tacones altos en las mujeres)
(Harding, 1987: 188), un ejercicio más bien infructuoso dado el hecho de que las
reformas económicas habían alentado una cultura consumista, abierta ante todo a las
modas extranjeras. La primera víctima de la campaña fue el subdirector de Renmin
Ribao («Diario del Pueblo»), Wang Ruoshi, despedido por sugerir que en una

ebookelo.com - Página 202


sociedad socialista podía existir la alienación política y económica (Nathan, 1985:
99-100).
Una campaña más estridente contra la «liberalización burguesa» se desencadenó a
raíz de las protestas y manifestaciones estudiantiles de diciembre de 1986, en las que
se había exigido libertad de expresión, prensa libre y «democracia» (no en el sentido
de un sistema multipartidista, sino en el de una mayor apertura y responsabilidad del
gobierno). El propio Hu Yaobang se vio obligado a responsabilizarse de las protestas
y en enero de 1987 hubo de abandonar la presidencia del partido (para ser
reemplazado por Zhao Ziyang, otro de los protegidos de Deng), mientras que una
serie de intelectuales como Fang Lizhi, astrofísico y vicepresidente de la Universidad
de Ciencia y Tecnología de Hefei (provincia de Anhui), y Liu Binyan, un periodista
de investigación que había defendido el movimiento de protesta, fueron expulsados
del partido (Wills, 1994: 366-371). Pero también esta campaña terminó pronto,
cuando el nuevo presidente del partido, Zhao Ziyang, se concentró en la renovada
aceleración de la reforma económica.
A finales de la década de 1980, sin embargo, los problemas y tensiones derivados
de las reformas se habían agravado. En el campo, las desigualdades entre regiones, e
incluso entre aldeas, se hicieron cada vez mayores, desencadenando diversos casos de
violencia y conflictos en la competencia por los recursos (por los derechos sobre el
agua, por ejemplo), en los que los empresarios rurales más prósperos y los
campesinos ricos solían ser el objetivo de los ataques. El empobrecimiento de algunas
áreas se había visto exacerbado por la descolectivización, que dio como resultado la
reducción o la abolición de servicios colectivos y medidas de bienestar. La atención
sanitaria rural se vio especialmente afectada, y se ha calculado que entre 1978 y 1986
hasta 3,7 millones de «médicos descalzos», comadronas y trabajadores sanitarios
rurales perdieron sus empleos (Davis, 1989: 587). Paradójicamente, la riqueza
generada en algunas áreas rurales como resultado de las reformas produjo un
incremento de la inversión en propiedades residenciales, que invadieron tierras
potencialmente valiosas desde el punto de vista agrario. El indice de crecimiento
agrícola anual descendió a partir de 1985, como resultado del abandono de la
producción de cereales por los agricultores y del deterioro de la infraestructura rural.
La tasa de inversión pública en agricultura también disminuyó, lo cual, junto con las
restricciones a los créditos impuestas a partir de 1988, trajo como consecuencia que
en 1989 los departamentos públicos locales encargados de la adquisición de cereales
hubieran de recurrir a entregar a los campesinos pagarés (conocidos como «tiques
blancos»), en lugar de dinero en efectivo, a cambio de sus productos. No resulta
sorprendente, pues, que los campesinos se mostraran cada vez más renuentes a
entregar sus cereales a las autoridades estatales (White, 1993: 109-111).
Asimismo, a partir de 1985 —y en palabras de un reciente estudio—, China se

ebookelo.com - Página 203


caracterizó por un considerable «malestar urbano» (Baum, 1994: 200-203). En
septiembre de 1985 hubo manifestaciones, encabezadas por los estudiantes, en contra
de las importaciones japonesas y la «agresión económica» de Japón (Harding, 1987:
135; Gittings, 1989: 172). En diciembre de 1985, los estudiantes uigures
(musulmanes de habla turca que habitan en la provincia de Xinjiang) de Pekín y de
Urumqui (la capital de esta última provincia) protestaron contra las pruebas nucleares
realizadas en Xinjiang y la imposición de las políticas de planificación familiar a la
comunidad uigur. En algunos casos los disturbios en los campus se vieron
alimentados por una envidiosa xenofobia cuando los estudiantes organizaron
protestas contra la presencia de estudiantes africanos (acusados de «asolar» a las
mujeres chinas) en Tianjin y Pekín (1985), así como en Nankín (1985-1986) (Baum,
1994: 191, 239-240).
Una gran parte del descontento urbano, sin embargo, se debía al sentimiento
generalizado entre los profesores, investigadores, empleados de los organismos
gubernamentales y trabajadores industriales del sector público, de que las reformas
económicas les dejaban de lado (Burns, 1989: 488). Con unos salarios fijos que no
seguían el ritmo de la inflación, todos ellos veían cómo su nivel de vida se reducía en
comparación con los comerciantes autónomos y los obreros industriales. Los
consumidores urbanos también se mostraban preocupados por la creciente
privatización de la vivienda y la desregulación de los alquileres. En abril de 1988
hubo nuevas protestas estudiantiles en Pekín contra el aumento del coste de la vida,
los bajos sueldos y los escasos presupuestos educativos, mientras que los paros y las
huelgas de brazos caídos en las empresas públicas se convirtieron en un hecho normal
a partir de 1986: sólo en 1987 se declararon 129 huelgas (Perry, 1995: 315). El
descontento entre la mano de obra se vio exacerbado por los despidos en el sector
público (así, por ejemplo, en el verano de 1988 se despidió a 400.000 personas de
700 fábricas en la provincia de Shenyang, y miles de trabajadores con contrata se
quedaron sin trabajo en Shanghai y otras ciudades de las provincias de Hunan y de
Hubei). En las áreas urbanas aumentó el número de vagabundos, un problema que se
vio agravado por la constante afluencia de emigrantes rurales que buscaban trabajo en
las ciudades. En relación a éstos, a los que se aludía como youmin («población
flotante»), y que en la práctica formaban una clase marginada debido a que su
clasificación como residentes no urbanos no les permitía beneficiarse de las
prestaciones asistenciales y educativas, es probable que en vísperas de las protestas
de 1989 su número se elevara a más de un millón de personas sólo en Pekín (Baum,
1994: 229). Incluso el Congreso Nacional del Pueblo expresó su insatisfacción frente
a las reformas cuando, en marzo de 1988, criticó la inflación, los bajos salarios de los
profesores y los poco equitativos beneficios que producía la estrategia de desarrollo
de las zonas costeras (ibíd.: 226).

ebookelo.com - Página 204


Los renovados llamamientos a la reforma política también se hicieron más
clamorosos en 1986. Diversos intelectuales del partido como Su Shaozhi
recomendaron la introducción del pluralismo político, mientras que Fang Lizhi, en
una visita a los campus universitarios realizada en noviembre de 1986, instó a los
estudiantes a exigir derechos y libertades. Las protestas estudiantiles que inicialmente
empezaron en diciembre de 1986, en la Universidad de Fang (en Hebei), motivadas
por los precios de las matrículas, se propagaron rápidamente a otras universidades y
colegios universitarios (más de 150, en 17 ciudades). Dichas manifestaciones (que
exigían más democracia en el partido y una prensa libre) no sólo fueron las mayores
desde el apogeo de la Revolución Cultural, sino también las primeras desde 1949 no
patrocinadas o alentadas directamente por altos funcionarios del PCC (Wasserstrom,
1991: 304).
Pero aún mayor que las quejas respecto a las reformas económicas y que la
impaciencia ante la falta de una reforma política fue el creciente desencanto público
debido a la incapacidad del partido para poner fin a la corrupción oficial que
(irónicamente) habían alentado las propias reformas. El ejemplo más notorio de dicha
corrupción durante la década de 1980 fue el escándalo de la isla de Hainan en 1985,
en que los funcionarios del partido allí destinados entraban de contrabando artículos
de lujo (como coches y televisores) y los revendían a elevados precios en su propio
beneficio (la isla de Hainan, integrada en la provincia de Guangdong, se convertiría
en 1988 en provincia independiente y en Zona Económica Especial). En 1988 los
medios de comunicación oficiales informaron de que entre 1983 y 1987 hubo
280.000 casos de «delitos económicos» graves (sobornos, robo de propiedades
públicas, contrabando), de los que el 15 % se originaron en órganos del gobierno, en
empresas públicas y en el seno del partido (CQ, septiembre de 1988: 503). La mayor
parte de los 150.000 miembros del partido juzgados por algún delito en 1988 fueron
declarados culpables de cometer delitos económicos (Baum, 1994: 229-230). Esta
implicación oficial en la corrupción hizo que en la década de 1980 se acuñara un
nuevo término: guandao («explotación funcionarial»), que aludía específicamente a
los cuadros de las empresas públicas que se aprovechaban del sistema de precios de
«doble vía» surgido a partir de 1980 (es decir, un sector público con precios fijos para
los bienes y servicios, coexistiendo con un mercado libre de precios) para realizar
compraventas especulativas. Los departamentos gubernamentales responsables de la
venta de materiales a las empresas públicas, por ejemplo, solían apartar una cantidad
no entregada que revendían en el mercado a precios más altos.
En 1985, algunos conservadores del partido, como Chen Yun, vinculaban la
corrupción a la política de puertas abiertas, cuyos corrosivos efectos amenazaban con
socavar el sistema socialista. Asimismo, se refería a la tendencia predominante entre
los hijos de los cuadros influyentes del partido (gaogan zidi) de utilizar sus contactos

ebookelo.com - Página 205


(guanxi) para crear rentables empresas privadas. Uno de ellos era el hijo del propio
Deng Xiaoping, Deng Pufang, que dirigía un extenso grupo de empresas (conocido
como Kanghua) con más de cien filiales. Kanghua se cerró en 1988, cuando se
hicieron públicas diversas revelaciones de conducta ilegal (por ejemplo, evasión de
impuestos). Pero Kanghua no era sino una de las compañías comerciales y de
inversión (con filiales en Hong Kong y en el extranjero) dirigidas por los hijos e hijas
de los principales líderes del partido, a quienes se conocía como taizidang («príncipes
y princesas herederos»). Aparte de los taizidang, sin embargo, durante la década de
1980 (y aún más en la de 1990) muchos cuadros individuales, organizaciones del
gobierno e incluso unidades del ELP participaron en empresas privadas, un proceso
conocido como xiehai («zambullirse en el mar»). También los cuadros locales rurales
tomaron parte, utilizando sus posiciones oficiales para garantizarse a sí mismos (o a
sus parientes) la dirección de las empresas más lucrativas. Un reciente estudio ha
descrito el sistema que se desarrolló durante la década de 1980 como un «capitalismo
burocrático», definido como «el empleo del poder y la influencia políticos en
beneficio privado a través de métodos capitalistas de actividad económica» (Meisner,
1999: 474-475), un fenómeno inusual teniendo en cuenta el hecho de que surgió
después de un largo período cuasi-socialista en el que la burguesía había sido
eliminada. Otro análisis alude al surgimiento de un «capitalismo compinche», dado
que las nuevas combinaciones del poder económico vinculaban a empresarios y
burócratas (Naughton, 1999: 37); esta relación se ha calificado también como un
ejemplo de «corporativismo de estado autoritario» (Parris, 1999: 275).
Asimismo, a finales de la década de 1980 las divisiones entre los líderes del
partido, tan drásticamente ilustradas por la renuncia forzosa de Hu Yaobang a la
presidencia del partido en enero de 1987 (acusado de permitir que los disturbios
estudiantiles de 1986-1987 se le fueran de las manos), se hacían cada vez más
acusadas. Aunque la propuesta de Zhao Ziyang de que se continuara con las reformas
económicas obtuvo la aceptación del decimotercer congreso del partido (octubre-
noviembre de 1987), y aparentemente su propia posición se vio fortalecida por la
retirada de la «vieja guardia» del Politburó (incluyendo a Deng Xiaoping y a Chen
Yun), también se decidió (de manera amenazadora para Zhao) que el Comité
Permanente del Politburó —y Zhao como presidente del partido— habrían de
consultar con Deng y Chen todas las cuestiones políticas y económicas (lo que
sugería que la confianza en el juicio de Zhao no era total) (Baum, 1994: 218). Al
mismo tiempo, la insistencia de Zhao en una reforma estructural más profunda de la
economía (por ejemplo, ampliando la estrategia de desarrollo de las zonas costeras y
privatizando las empresas públicas) chocaba con el planteamiento, más cauto, de Li
Peng, primer ministro y miembro del Comité Permanente del Politburó desde 1987
(ibíd.: 226-227).

ebookelo.com - Página 206


Curiosamente, un documental de televisión, emitido en el verano de 1988, que
cuestionaba los objetivos y valores fundamentales de la nación sería citado
posteriormente por los adversarios conservadores de Zhao en el partido como un
taimado intento de promover su política radical de puertas abiertas (Barmé, 1999: 23-
24). Titulado Heshang («Elegía del río»), el documental —cuyo guión se traduciría
posteriormente al inglés (Su, 1991: 101-269)— utilizaba el Huang He, o Río
Amarillo, como metáfora de la ininterrumpida continuidad cultural y del
conservadurismo de la civilización china, y contrastaba el atraso de la China del
interior (especialmente en el norte) con las dinámicas regiones del litoral. En cierto
sentido, el programa daba lugar a nuevas formas de imaginar China, oponiendo un
sur pluralista y abierto a las influencias exteriores a un norte más estático y
provinciano (Friedman, 1966: 169-182). Y de paso cuestionaba tanto el chauvinismo
confuciano como el maoísmo revolucionario (asociados al norte rural). Para los
críticos del programa, sin embargo, éste era culpable de elogiar inconscientemente la
tecnología y los valores occidentales (Baum, 1994: 231-232). En noviembre de 1988
se prohibió que se siguiera emitiendo el documental (que constaba de un total de seis
capítulos), lo que daba indicio de la existencia de una brecha cada vez mayor entre
los líderes del partido (dado que algunos de los partidarios de Zhao estaban
vinculados al programa).
Las cosas llegaron a su punto culminante tras la repentina muerte del
desacreditado Hu Yaobang, en abril de 1989 (Wills, 1994: 372-377). Como en el caso
del fallecimiento de Zhou Enlai, en 1976, el duelo público no tardó en desencadenar
un movimiento de mayor envergadura. Aprovechando la ocasión de la muerte de Hu
y la congregación de miles de asistentes a sus exequias en la plaza de Tiananmen, los
estudiantes dirigieron una petición al Comité Permanente del Congreso Nacional del
Pueblo demandando una valoración correcta de Hu, la divulgación pública de los
salarios de los altos funcionarios y de sus hijos, la libertad de prensa y de expresión, y
un aumento de las becas y salarios para los estudiantes y profesores (Baum, 1994:
247). La capacidad de los estudiantes de apropiarse de los rituales oficiales, o de
imitarlos, quedó ilustrada por su representación de un burlesco ceremonial de protesta
en las escalinatas de la Gran Sala del Pueblo (donde se reunía el CNP) el mismo día
de los funerales oficiales de Hu, en que presentaron su petición al estilo de los
funcionarios «leales» tradicionales. Asimismo, con la inminente celebración oficial
del septuagésimo aniversario del Movimiento del Cuatro de Mayo, los estudiantes
trataron de cuestionar la interpretación que de su trascendencia hacía el PCC (que
identificaba el Cuatro de Mayo con la fundación del PCC y su consiguiente liderazgo
de la revolución antiimperialista y antifeudal). Así, doce días antes de la muerte de
Hu, varios estudiantes activistas de Pekín desplegaron un cartel (titulado «Carta
abierta a las autoridades de la Universidad de Pekín») donde se llamaba la atención

ebookelo.com - Página 207


sobre el hecho de que el Cuatro de Mayo simbolizaba, sobre todo, la democracia y la
ciencia (Han, 1990: 16-19).
La petición de los estudiantes fue rechazada por las autoridades del partido,
mientras Li Peng denunciaba la protesta como un «trastorno» (dongluan), término
que evocaba las imágenes de desorden y anarquía juveniles propias de la Revolución
Cultural, y criticaba a los estudiantes por «antipatriotas» (Baum, 1994: 249). Al
mismo tiempo, los trabajadores —que tenían sus propias quejas— añadieron su voz a
la protesta, y el 20 de abril la recién formada Federación Autónoma de Trabajadores
de Pekín (Gongzilian) publicó un manifiesto en el que culpaba a los burócratas
corruptos de los males sociales de China. El 26 de abril los estudiantes de Pekín
establecieron también su propia federación autónoma, y al día siguiente unos 100.000
de ellos (acompañados por muchos otros habitantes de Pekín) se dirigieron a la plaza
de Tiananmen. El 4 de mayo había más de 150.000 estudiantes en la plaza (para
entonces los boicots de las clases eran generalizados), cada vez más impacientes ante
la continua negativa oficiad a entablar un diálogo. Manifestaciones similares
estallaron en Shanghai, Changsha, Nankín y Wuhan; se ha calculado que, entre el 4 y
el 19 de mayo, más de un millón y medio de estudiantes y profesores universitarios,
pertenecientes a 500 instituciones de enseñanza superior de 80 ciudades, se habían
unido a la protesta (ibíd.: 253). Uno de los más destacados activistas universitarios
fue Wang Dan, estudiante universitario de Beida e hijo de un profesor de la
universidad. A finales de 1988 y comienzos de 1989, Wang había organizado
«salones democráticos» en Beida para fomentar el debate, un proceso que se dio
también en otros campus de la ciudad, aunque un reciente análisis subraya la especial
importancia del vínculo entre las pautas ordinarias de la vida social universitaria y la
protesta estudiantil (Wasserstrom y Liu, 1995: 363).
Zhao Ziyang, que a primeros de mayo había estado fuera del país con motivo de
una visita oficial a Corea del Norte, a su regreso calificó las demandas de los
estudiantes de «razonables», lo que enfadó a sus colegas de la línea más dura.
Además, se malquistó con la «vieja guardia» (y especialmente con Deng Xiaoping)
cuando reveló en una conversación con el presidente soviético Mijaíl Gorbachov, que
visitaba China, que todas las decisiones se consultaban a Deng y a sus veteranos
colegas de la Comisión de Asuntos Centrales, un procedimiento que se suponía que
se debía mantener en secreto. La visita de Gorbachov (del 15 al 18 de mayo) resultó
embarazosa también en otros aspectos: no sólo se le hubo de recibir fuera del centro
de la ciudad debido a la ocupación de la plaza de Tiananmen por parte de los
estudiantes, sino que éstos saludaron sus propias políticas reformistas (conocidas
como glasnost) como un ejemplo del camino que debían seguir los líderes chinos.
Mientras varios estudiantes emprendían una huelga de hambre, el 13 de mayo, el
presidente de la República, Yang Shangkun, dio instrucciones a la Comisión de

ebookelo.com - Página 208


Asuntos Militares de que iniciara los preparativos para concentrar tropas. Una
reunión celebrada el 18 de mayo entre Li Peng y los líderes estudiantiles, en la que el
primero no cedió ante la exigencia de estos últimos de que el movimiento de protesta
se considerara un movimiento democrático «patriótico» (Han, 1990: 242-246),
resultó infructuosa. Tras el frustrado intento por parte de Zhao Ziyang, el 19 de mayo,
de persuadir a los estudiantes de que abandonaran su huelga de hambre (su último
acto público como presidente del partido), el día 20 sus colegas del Politburó votaron
a favor de imponer la ley marcial (aunque cabría señalar que ésta se había declarado
ya en el Tibet, en febrero de 1989, tras las manifestaciones en contra de la presencia
china han en dicha región). El propio Zhao sería expulsado de la presidencia del
partido unos días después, acusado por los partidarios de la línea dura de alentar a
una traicionera «camarilla antipartido».
Cuando el primer contingente de unidades desarmadas del ELP avanzó sobre
Tiananmen —para retirarse en seguida tras la «bienvenida» de los estudiantes, que
intentaron persuadirles de la justicia de su causa—, el campamento estudiantil en la
plaza era, en palabras de un reciente estudio, «un estado dentro del estado», con su
propio centro de comunicaciones, su propio aparato de seguridad y su propio
departamento de salud (Baum, 1994: 266). Aunque los trabajadores formaban ya una
parte visible del movimiento —a principios de junio la federación Gongzilian estaba
integrada por 20.000 miembros (Perry, 1995: 317)—, sus objetivos no eran
exactamente los mismos que los de los estudiantes. Mientras que estos últimos, en
general, creían que las reformas no habían ido lo bastante lejos, los trabajadores
integrantes del movimiento —en su mayor parte empleados de empresas públicas
(electrónica, acero, automóviles)— percibían que las reformas económicas urbanas
eran directamente responsables de la disminución de su nivel de vida y la causa de la
corrupción burocrática que les oprimía. Por su parte, los estudiantes, reflejando el
tradicional elitismo de la clase erudita, se distanciaron de los trabajadores, e
inicialmente se mostraron renuentes a aceptarles en la plaza; e incluso cuando se
instalaron allí, a finales de mayo, estudiantes y trabajadores se mantuvieron separados
(el centro de la plaza estaba siempre ocupado únicamente por estudiantes). Sin
embargo, los trabajadores no constituyeron el único grupo que se incorporó a la
protesta. Una investigación interna realizada tras la represión reveló que más de
10.000 cuadros de diversos departamentos del partido y el gobierno central tomaron
parte en las manifestaciones de mayo (Baum, 1994: 276). En total, se calcula que
durante el año 1989 posiblemente unos 800.000 cuadros tomaron parte en mítines
celebrados en 123 ciudades.
La definitiva medida de fuerza tuvo lugar durante la noche y la madrugada del 3
al 4 de junio, cuando tropas armadas —un total de 200.000 soldados procedentes de
doce grupos del ejército (y tres regiones militares)— recibieron la orden de

ebookelo.com - Página 209


reconquistar la plaza (Brook, 1998: 108-150). Todavía hoy se desconoce el número
exacto de víctimas desencadenadas por la represión. El número de muertos civiles
barajado por los autores extranjeros ha oscilado entre 2.000 y 7.000 (Baum, 1994:
276; Brook, 1998: 151-169; Meisner, 1999: 510-511). Posteriormente, fuentes del
gobierno chino darían la cifra de 300 muertos. La mayoría de las personas que
murieron eran ciudadanos comunes y corrientes de Pekín, que fallecieron fuera de
Tiananmen aplastados por los tanques que se dirigían a la plaza; murieron asimismo
36 estudiantes en la plaza, y varias docenas de soldados y policías. También hubo
víctimas en las ciudades de Shanghai y Changsha después de que se aplicaran allí
medidas similares.
A la represión le siguieron de inmediato arrestos masivos por lo que el partido
condenó como una «rebelión contrarrevolucionaria» (fangeming baoluan), un
veredicto que se reafirmaría en 1991 y que todavía hoy se mantiene. En la primavera
de 1991 el partido confirmó que se habían realizado más de 2.500 arrestos. Cuarenta
líderes estudiantiles e intelectuales disidentes escaparon y huyeron al exilio (la
mayoría a Estados Unidos y Europa occidental). Incluso a intelectuales como Fang
Lizhi, que no había participado directamente en el movimiento (aunque en enero de
1989 había dirigido una carta abierta a Deng Xiaoping pidiendo la liberación de
presos políticos), se les consideró cerebros de la protesta. Fang buscó refugio en la
embajada estadounidense en Pelan, hasta que finalmente (en 1990) se le permitió
exiliarse. Sorprendentemente, de entre los cuadros que se sabe que simpatizaban con
el movimiento sólo unos pocos fueron castigados (1.179 de un total de 800.000)
(Baum, 1994: 316). Las personas que peor trato sufrieron tendieron a ser los
trabajadores, ya que, a los ojos del partido, la voluntad de los obreros urbanos de
unirse a la protesta constituía un reto al dominio del partido más amenazador que el
que planteaban los intelectuales o sus propios cuadros.
El movimiento de protesta de 1989 representó el más serio desafío al gobierno del
PCC desde el establecimiento de la República Popular China, aunque un estudio
señala que a partir del 4 de junio se evitó el «desastre político» gracias a la disciplina
del ELP y su subordinación al mando civil (si bien en aquel momento algunos de los
medios de comunicación extranjeros creyeron que determinados elementos del ELP
podían desobedecer las órdenes del partido), a las divisiones en el seno del
movimiento estudiantil (un fenómeno que se hizo evidente cuando los activistas
estudiantiles que huyeron al extranjero se convirtieron en disidentes irreconciliables),
a la renuencia de los estudiantes a aliarse con los trabajadores, al temor —
profundamente arraigado— al luán («desorden»), y al crecimiento económico previo,
que proporcionó cierta credibilidad al partido (ibíd.: 307).
Diversas investigaciones recientes sobre los orígenes y el contexto del
movimiento de protesta de 1989 han proporcionado también una comprensión más

ebookelo.com - Página 210


matizada de su naturaleza. En su momento, los medios de comunicación extranjeros
describieron los acontecimientos de mayo-junio de 1989 como una heroica protesta
en favor de la democracia, simbolizada gráficamente por una estatua de más de diez
metros de altura bautizada como la «Diosa de la Democracia» (minzhu nushen);
construida por estudiantes de la Academia Central de Bellas Artes de Pekín, hizo su
primera aparición en la plaza el 30 de mayo. Posteriormente, los estudiantes que
participaron en el movimiento tendieron a «mitificar» los acontecimientos de 1989,
atribuyéndose el papel de héroes trágicos o románticos movidos por un espíritu puro
y motivos inmaculados (Wasserstrom, 1994: 283-288).
Una evaluación más equilibrada sostiene que, con toda certeza, el movimiento no
fue una manifestación de luán semejante a la Revolución Cultural —incluso Deng
Xiaoping es posible que lo viera en esos términos (Young, 1994: 24-25)—, dado que
los estudiantes mantuvieron el orden en todo momento, no produjo ninguna retórica
antioccidental, y no expresó lealtad alguna a ningún líder vivo del PCC. Por otra
parte, el movimiento tampoco fue una manifestación de «liberalismo burgués» en el
sentido de que promoviera una democracia de estilo occidental. Los estudiantes
elevaron el principio de unidad por encima de el del gobierno de la mayoría, mientras
que su concepción de la democracia (minzhu) no permitía la libre competencia de
ideas divergentes y, en sí mismo, tenía un matiz de elitismo. En muchos aspectos, los
estudiantes de 1989 —como la clase erudita confuciana tradicional— seguían
asumiendo que el principal papel de la sociedad lo había de desempeñar una elite
virtuosa y culta (Esherick y Wasserstrom, 1994: 33-36). Este elitismo se había puesto
también de manifiesto en la actitud de los estudiantes chinos con respecto a sus
compatriotas trabajadores durante el movimiento de trabajo-estudio en Francia, al
final de la primera guerra mundial (Bailey, 1988: 454-455).
Así, un cartel estudiantil del 24 abril, tras aludir a una larga tradición de dictadura
que haría que a la gente le resultara difícil adaptarse rápidamente a una sociedad
democrática, seguía diciendo, de forma reveladora: «al menos los ciudadanos
urbanos, los intelectuales y los miembros del partido comunista están tan preparados
para la democracia como cualquiera de los ciudadanos que ya viven en sociedades
democráticas. Así, deberíamos poner en práctica una democracia completa dentro del
partido comunista y en las áreas urbanas» (Han, 1990: 35). A la hora de definir la
democracia, el mencionado cartel citaba el control de la corrupción, la privatización
limitada, la libertad de expresión y la «igualdad»; aunque esta última, al parecer, no
se aplicaría —al menos de manera inmediata— a grandes segmentos de la población.
En este sentido cabría señalar que las desigualdades entre sexos en la sociedad china
no figuraban en un lugar destacado del discurso estudiantil, y no es casualidad que
Chai Ling fuera la única líder estudiantil femenina prominente (Feigon, 1994: 127-
128).

ebookelo.com - Página 211


Por otra parte, habitualmente los estudiantes se calificaban a sí mismos de
«patriotas» cuyas demandas reflejaban un sincero deseo de desarrollo y unidad
nacional. Como señalaba una carta abierta al comité central escrita por un estudiante
de la Universidad de Wuhan el 28 de abril, dicha unidad se veía socavada por la
creciente corrupción que amenazaba la estrecha relación existente entre el partido y el
pueblo (Han, 1990: 51-56). En esencia los estudiantes deseaban ser reconocidos por
el estado, y no estaban necesariamente enemistados con él (Perry, 1994: 80). También
se ha afirmado que, si bien los intelectuales chinos siempre han tendido a ver los
arraigados valores «feudales» de un campesinado «atrasado» como el principal freno
al progreso político, fueron, de hecho, los intelectuales urbanos y los estudiantes —
con su elitismo y su «estilo de protesta exclusivista»— quienes constituyeron la
principal traba a un mayor desarrollo del movimiento de Tiananmen (ibíd.: 75-77,
88).
Finalmente, se han descrito también los acontecimientos de 1989 como un
ejercicio de «teatro político» en el que los estudiantes recurrieron a «guiones de
protesta» conocidos (por ejemplo, huelgas de hambre) y a rituales estatales (por
ejemplo, ceremonias de petición deferente, honras fúnebres solemnes) que
simbólicamente socavaban la legitimidad del régimen y movían a la acción a otros
grupos (Wasserstrom, 1991: 312-316; Esherick y Wasserstrom, 1994: 37-38). Sin
embargo, los estudiantes no fueron los únicos que se apropiaron de los símbolos y
prácticas del pasado. Durante la protesta, un grupo de ciudadanos exhibieron una
pancarta con una versión modernizada del cántico de invulnerabilidad de los bóxers:
«Los cuchillos y alabardas no nos penetrarán, ni las porras eléctricas nos
electrocutarán» (daoqiang buru, diangun buchu). Cuando los activistas obreros
supieron que las unidades del ELP avanzaban sobre Tiananmen, se precipitaron hacia
la avenida de Chang an cantando ese eslogan (Cohen, 1997:215).

La accesión de Jiang Zemin y la consolidación de la estrategia de


reforma de Deng Xiaoping

El destituido Zhao Ziyang fue reemplazado por Jiang Zemin (n. 1926), que en
1987 había sido elegido miembro del Politburó y durante el movimiento de protesta
de 1989 era secretario del partido en Shanghai. Procedente de una familia de
intelectuales de la provincia de Jiangsu, Jiang había estudiado tecnología industrial en
Nankín durante la guerra antijaponesa antes de unirse al movimiento comunista
clandestino de Shanghai en 1946. En 1955-1956 estudió en Moscú (en la Fábrica de
Automóviles Stalin), y en los años posteriores trabajó en plantas eléctricas y en el
Primer Ministerio de Construcción de Maquinaria, para convertirse en ministro de
Industria Electrónica en 1983 (fecha en la que ya se había incorporado al comité
central del partido). En 1985 Jiang fue nombrado alcalde de Shanghai y adoptó una

ebookelo.com - Página 212


línea dura frente a las protestas estudiantiles de 1985-1986 en dicha ciudad (por lo
que en 1987 fue ascendido al cargo de secretario del partido en Shanghai) (Gilley,
1998). A partir de junio de 1989 Jiang fue acumulando cada vez mayor poder (con el
apoyo tácito de Deng). En noviembre de 1989 sucedió a Deng como presidente de la
Comisión de Asuntos Militares del partido, y en 1993 había sucedido a Yang
Shangkun en la presidencia de la República (es posible que el intento de Yang de
distanciarse de la represión de 1989 llevara a Deng a presionar para que se jubilara).
Jiang se convirtió, así, en el primer líder desde Mao que ostentaba los tres altos
cargos.
Jiang se propuso recuperar el crecimiento económico y la estabilidad política tras
la crisis de 1989 (en enero de 1990 se levantó la ley marcial), una tarea que, según un
reciente estudio, se había logrado ya en buena medida cuando murió Deng Xiaoping,
en febrero de 1997 (ibíd.: 4). Así, aunque a partir de junio de 1989 se habían
impuesto sanciones internacionales a Pekín, pronto se restauraron los vínculos
comerciales internacionales de China y se reavivó la inversión extranjera. Las
previsiones oficiales de 1997 y 1998 estimaban que la inversión extranjera directa
durante la década de 1990 ascendería a un total de 250.000 millones de dólares
(frente a los 15.000 millones de la década de 1980) (ibíd.: 4). Además, a partir de
1993 China pasó a recibir más créditos del Banco Mundial que ningún otro país (CQ,
diciembre 1998: 1.090). También el turismo se recuperó tras un breve período de
decadencia. En 1996 visitaron China 51,13 millones de turistas (el 10 % más que en
1995); en 1999 esa cifra se había incrementado a 72 millones (CQ, junio 2000: 607).
Al mismo tiempo, a partir de 1989 Jiang lanzó un movimiento de adoctrinamiento
patriótico destinado a contrarrestar los «males» del «liberalismo burgués»;
curiosamente, no obstante, la resurrección en 1991 de la figura de Lei Feng como
modelo ideológico en una nueva campaña para promover los valores colectivos tuvo
una vida efímera. El punto de vista del partido, de que en 1989 los estudiantes se
habían visto corrompidos por las influencias occidentales, se reflejó en los
comentarios que hizo la prensa oficial en el nonagésimo aniversario de la rebelión de
los bóxers, subrayando la vigilancia frente a la agresión imperialista y haciendo
hincapié en la naturaleza «falsa» de la civilización occidental (Cohen, 1997: 221).
La apelación del partido al sentimiento nacionalista (ilustrada por la incansable
publicidad que se dio a la designación de Pekín como sede de los Juegos Asiáticos de
1990 y al hecho de que la mayoría de las medallas de oro las ganaran atletas chinos)
halló resonancia en la sociedad (especialmente entre algunos intelectuales) a la vez
que, a partir de 1989, se instauraba cierto desencanto con respecto a Occidente.
Incluso el culto a Mao popularizado a principios de la década de 1990 —que alcanzó
su punto culminante en el aniversario de su nacimiento, en 1993, y que se manifestó
en la aparición de todo tipo de objetos conmemorativos (camisetas, mecheros y

ebookelo.com - Página 213


barajas con la efigie de Mao), además de la proliferación de talismanes de la buena
suerte de Mao (guawu) colgados en templos y taxis y de poemas de Mao adaptados a
la música rock— contenía cierto matiz xenófobo. Aunque la nostalgia por la época de
Mao podía ser el reflejo del desencanto público frente a la corrupción del presente,
también se vinculaba a la idea de que Mao había infundido un sentimiento de orgullo
y autoestima en el pueblo chino, perdido ahora como resultado de la política de
puertas abiertas (Barmé, 1996a: 16-17; 19966: 186-189). Un análisis de la música
rock contemporánea ha mostrado también que, aunque durante el movimiento de
1989 ésta desempeñó un papel subversivo, en la década de 1990 se hizo sumamente
«mercantilizada», subrayando los placeres del consumo privado y apelando al orgullo
nacionalista; en el caso de Cui Jian, un héroe del rock para los estudiantes de 1989,
eso equivalía a elevar las virtudes de la música rock del norte de China por encima de
la que se importaba de Hong Kong y Taiwan (Jones, 1994: 149, 158-161).
Quizás el acontecimiento más significativo a partir de 1989 fuera, sin embargo, la
continuación de la agenda de reformas económicas, que algunos conservadores del
partido cuestionaron a raíz de la crisis de 1989. Así, por ejemplo, señalaban los
constantes efectos desestabilizadores de las reformas en las áreas urbanas, donde en
1990-1991 más de 50.000 trabajadores participaron en paros, huelgas de brazos
caídos y mítines (Perry, 1995: 321), y en marzo de 1993 el desempleo afectaba
(según cifras del gobierno) a 200 millones de personas (Baum, 1994: 378).
Asimismo, en 1990 más de 70 millones de youmin («población flotante») se habían
establecido en áreas urbanas (Davis, 1995: 1). En este escenario de incertidumbre en
el seno del partido, Deng Xiaoping tomó la iniciativa organizando su último acto
político significativo, en enero de 1992, cuando inició un viaje de un mes por las
zonas de desarrollo costero del sureste del país y las zonas económicas especiales.
Hasta entonces satisfecho con aconsejar y guiar entre bastidores a la poco atractiva
manera del burócrata tradicional confuciano, por primera vez Deng hizo amplio uso
de la televisión para dar publicidad a su viaje, con lo que aspiraba a subrayar el éxito
de la política de puertas abiertas y las reformas del mercado (Pye, 1993: 414-415). En
Shenzhen, por ejemplo, dejó claro el apoyo a su naciente mercado de valores. Al
mismo tiempo, y a fin de evitar la crítica conservadora de que las reformas del
mercado llevarían inexorablemente a un sistema capitalista (a lo que se aludía como
el peligro de una «evolución pacífica»), Deng insistió en que no existía ningún
vínculo necesario entre la economía de mercado y el capitalismo (Baum, 1994: 341-
343).
Cuando se celebró el decimocuarto congreso del partido, en octubre de 1992, en
general se aceptó la necesidad de acelerar las reformas económicas cuando se ratificó
oficialmente la agenda reformista orientada a transformar China de «una economía de
producto socialista planificada» en una «economía de mercado socialista»; al año

ebookelo.com - Página 214


siguiente, en el octavo Congreso Nacional del Pueblo, quedó establecida la definición
de la economía de China como «una economía de mercado socialista» (ibíd.: 361,
375). Esto dio luz verde, por ejemplo, a una nueva desregulación del ya anticuado
sector público industrial, liberándolo de la planificación central y sometiéndolo al
mercado, cuyos efectos resultarían problemáticos en los años siguientes (véase la
Conclusión). La causa de la reforma también se vio fortalecida en el congreso cuando
tres activistas reformistas fueron elegidos miembros del Comité Permanente del
Politburó (uno de ellos era Zhu Rongji, antiguo alcalde de Shanghai, que en 1998
sucedería a Li Peng como primer ministro) y se tomó la decisión de abolir la
Comisión de Asuntos Centrales (CAC), reducto de los líderes veteranos que con
frecuencia se habían resistido al cambio modernizador. En los años siguientes todos
ellos desaparecerían de la escena: Li Xiannian, que había sido presidente de la
República entre 1983 y 1988, murió en 1992; Chen Yun, el destacado planificador
económico de la década de 1950 y presidente de la CAC, falleció en 1995; y Peng
Zhen, alcalde de Pekín de 1951 a 1996 y presidente del
Comité Permanente del Congreso Nacional del Pueblo en la década de 1980,
murió en 1997.
El año 1997 presenció también la muerte de Deng Xiaoping, sólo cuatro meses
antes de que la colonia británica de Hong Kong fuera oficialmente reintegrada a la
soberanía china, en julio, bajo unas condiciones («un país, dos sistemas») que él
había forjado (Yahuda, 1993: 561). Aunque en 1979 y 1985 Deng había sido
declarado «Hombre del Año» por la revista Time, y en 1922 por The Financial Times
(Gittings, 1996: 8), su papel en la represión del movimiento de protesta de 1989
significó que su reputación tanto en China como en el extranjero resultara siempre
controvertida. Sin embargo, y como en el caso de Mao Zedong, el papel de Deng y de
sus ideas fue elogiado por el PCC (en 1993 se afirmó que el pensamiento de Deng
Xiaoping representaba el «marxismo chino moderno»), y el presidente del partido,
Jiang Zemin (que en los años siguientes adquiriría cada vez mayor influencia y
autoridad), dejó claro que la visión de Deng de China como una potencia
económicamente vigorosa bajo el disciplinado gobierno del PCC seguiría guiando el
futuro del país.

ebookelo.com - Página 215


CONCLUSIÓN
Así como el siglo XX se inició con el intento de la dinastía Qing de fortalecer los
fundamentos y la legitimidad del gobierno dinástico emprendiendo un ambicioso
programa de construcción del estado, del mismo modo el siglo se cerraba con el
intento del PCC —él mismo, beneficiario del desorden y de la crisis de autoridad
política desencadenados por la caída de la dinastía en 1911— de mantener la
legitimidad de su gobierno con un programa de reformas económicas similarmente
ambicioso, destinado a mejorar el nivel de vida general y a potenciar el papel de
China en la escena mundial. Sin embargo, aunque en 1997 el decimoquinto congreso
nacional del partido legitimó la autoridad de Jiang Zemin (Baum, 1998: 141-156;
Meisner, 1999: 523-524) y suscitó el consenso para su programa de reformas, el país
seguía asolado por graves problemas de desorden social, malestar popular y
corrupción. Al mismo tiempo, los desacuerdos con Estados Unidos y la falta de
progresos en relación a la «cuestión de Taiwan» han venido a empañar la cada vez
más productiva interacción de China con la comunidad internacional (cuya última
manifestación es la inminente aceptación del país en la Organización Mundial del
Comercio). Por otra parte, los recientes intentos de elevar el estatus ideológico de
Jiang y de retratarlo como el heredero directo de Mao Zedong y Deng Xiaoping, en
tanto continuador de la política de desarrollo controlado por el PCC, están claramente
destinados a evitar cualquier cambio de dirección una vez que Jiang cese en el cargo
de presidente, en el año 2002. Así, una valla publicitaria (que el autor del presente
volumen tuvo ocasión de ver en Jinan, capital de la provincia de Shandong, en
octubre de 2000) exhibía los rostros de Mao, Deng y Jiang sobre el fondo de la
bandera nacional china y varios rascacielos, acompañados por el eslogan sannian dai
lingxiu da jueci («Tres generaciones de líderes siguiendo la Gran Política de
Desarrollo»).
Una de las fuentes de desorden social radica en el creciente desempleo urbano
producido como resultado de la reestructuración de las empresas públicas (lo que ha
significado, de hecho, el despido de empleados públicos o el cierre de las empresas
no rentables). A finales de 1997 se calculaba que había unos 5.768.000 parados,
además de los 6.343.000 despedidos de las empresas públicas (CQ, septiembre 1998:
707). En marzo de 2000, el ministro de Trabajo y Seguridad Social informaba de que
se esperaban otros 5.000.000 de despidos en el sector público, lo que elevaría el total
de trabajadores despedidos a 11.500.000 (CQ, junio 2000: 600). A finales de la
década de 1990, sin embargo, las áreas urbanas daban cobijo también a un
«excedente» de 130 millones de trabajadores rurales e inmigrantes (CQ, septiembre
1998: 707). En su calidad de residentes temporales (es decir, sin un registro oficial
urbano), dichos inmigrantes, que constituían una clase marginada sin acceso a las

ebookelo.com - Página 216


prestaciones sociales, residían en sus propias comunidades segregadas (y a menudo
eran tratados con desprecio u hostilidad por parte de los residentes urbanos
permanentes), y venían a añadirse a una creciente «población flotante» que buscaba
trabajo en la construcción o en los talleres de reparaciones (Solinger, 1995: 114-115;
1999: 233). La mayoría de los inmigrantes eran campesinos varones sin instrucción,
aunque en 1991 el gobierno admitió también la presencia de cuatro millones de
trabajadores menores de edad (Solinger, 1995: 119-120).
Se pueden observar otras manifestaciones del malestar generalizado en los
crecientes índices de delincuencia (por ejemplo, del tráfico de estupefacientes,
especialmente en las fronteras suroccidentales de China) y drogadicción. Una
alarmante consecuencia de las reformas económicas ha sido la «mercantilización» de
las mujeres (Evans, 2000); con un creciente «mercado» de esposas potenciales y de
mano de obra femenina, se ha producido un resurgimiento de los secuestros y ventas
de mujeres y niños. Un informe de 1995 señalaba que entre 1991 y 1994 hubo cerca
de 70.000 de tales secuestros, lo que llevó a la detención de 100.000 delincuentes
(ibíd.: 225). Cabría señalar aquí que desde los inicios del proceso de reforma se ha
producido también un constante incremento de la prostitución (ibíd.: 225; Hershatter,
1996).
Mientras China inicia el siglo XXI, el gobierno afronta disturbios étnicos en el
Tibet y Xinjiang, donde la creciente presencia china han suscita resentimientos. En
Xinjiang, por ejemplo, patria de los uigures (como ya hemos señalado anteriormente,
un pueblo musulmán de habla turca), que constituyen cerca del 50 % de la población,
la presencia china han se ha incrementado del 6,3 % de la población en 1949 al 38 %
actuad; además, todos los altos cargos del partido están monopolizados por chinos
han. También la prohibición (desde 1990) de toda actividad religiosa para las
personas menores de dieciocho años ha suscitado una ardiente oposición. En los
últimos años ha surgido un movimiento separatista (paralelamente al incremento del
movimiento de oposición tibetano que se originó con la huida del dalai lama a la
India, en 1959) inspirado en la República del Turkestán Oriental, brevemente
establecida en 1944-1949, en un momento en el que el gobierno del Guomindang se
desmoronaba.
Pekín se toma muy en serio esta amenaza: al fin y al cabo, Xinjiang no sólo tiene
una importancia estratégica fundamental en lo que se refiere a Pekín, sino que es
también el emplazamiento de las armas nucleares chinas, además de una rica fuente
de carbón, hierro y gas natural; tal importancia queda ilustrada por el hecho de que
(según informes documentados de Amnistía Internacional) entre enero de 1997 y
abril de 1999 se firmaran en esa zona 210 sentencias de muerte y se realizaran 190
ejecuciones: la mayoría de los ejecutados eran uigures convictos de terrorismo o de
actos subversivos. Los propios medios de comunicación del estado han señalado que

ebookelo.com - Página 217


en el año 2000 (hasta septiembre) los tribunales de Xinjiang condenaron a muerte a
un mínimo de 24 separatistas uigures (FEER, 7 septiembre 2000: 22-24). El temor a
un movimiento de carácter nacionalista e islámico en Xinjiang explicaba, en parte, la
feroz oposición de Pekín a la acción de la OTAN en Kosovo en 1999, que se veía
como un peligroso precedente de una posible intervención de Occidente (en especial
de Estados Unidos) en los asuntos de otros países para ayudar a perseguir a las
minorías musulmanas.
En la actualidad los líderes del PCC están tratando de resolver el problema de dos
formas distintas. En primer lugar, Jiang Zemin ha buscado la cooperación de Rusia y
de los estados de Asia Central recientemente independientes (Kazajstán, Kirguizistán,
Tadjikistán) en la adopción de medidas de seguridad coordinadas para la represión de
todas las actividades separatistas; en julio de 2000 se celebró en Tadjikistán una
cumbre del llamado «Grupo de los Cinco» para tratar de estas cuestiones. En segundo
término, el PCC anunció en marzo de 2000 un ambicioso programa (inaugurado
oficialmente por una enorme exhibición de fuegos artificiales en octubre) destinado a
fomentar el desarrollo económico y una mayor inversión en las regiones occidentales
de China (incluida Xinjiang). Esta iniciativa reflejaba la creciente conciencia de una
amplia fractura económica entre las prósperas provincias orientales y costeras, por
una parte, y, por la otra, las provincias occidentales, mucho más pobres, donde
residen la mayoría de las personas que viven en zonas rurales en condiciones de
pobreza; el número de quienes viven en esta «abyecta pobreza rural», según la
expresión de los propios informes gubernamentales, alcanza los 50 millones de
personas (Oi, 1999: 617).
Un reciente estudio incluso conjetura que la desigualdad social y económica en la
China actual es más extrema que durante la época de Mao, en que existía una
sociedad relativamente igualitaria (Meisner, 1999: 533). En lo que se refiere a
Xinjiang y al Tibet, el desarrollo económico se contempla como una manera efectiva
de socavar los sentimientos separatistas.
Quizás el más grave problema al que han de enfrentarse los actuales líderes de
China, y potencialmente el más perjudicial para la legitimidad del PCC, sea el de los
crecientes niveles de corrupción. Durante la década de 1980 y la mayor parte de
1990, la mayoría de los casos de corrupción tenían que ver con cuadros y
funcionarios de bajo rango. Pero todo esto cambió en septiembre de 1997, cuando
Chen Xitong, alcalde y secretario del partido de Pekín, se convirtió en el primer
funcionario de alto rango acusado de corrupción, fue expulsado del Politburó y, más
tarde (en febrero de 1998), oficialmente arrestado; posteriormente sería condenado a
dieciséis años de cárcel (CQ, diciembre 1998: 1.085). Los líderes del PCC confiaban
en que este sonado caso frenaría la ola de corrupción que afectaba a todos los niveles
del partido y del gobierno; pero fue en vano. A pesar de las campañas de propaganda

ebookelo.com - Página 218


como la de los «Tres Énfasis» (.sanzhong), en la que se subrayaba la importancia del
estudio, de una conciencia política correcta y de una conducta correcta —y cuyo
último llamamiento corrió a cargo del primer ministro Zhu Rongji en el noveno
Congreso Nacional del Pueblo, celebrado en marzo de 2000—, un informe oficial de
1999 señalaba que los organismos de la procuraduría habían investigado 38.383 casos
de abusos de poder (malversación, soborno, negligencia). Entre los funcionarios
implicados había tres con responsabilidades en el ámbito de la provincia, 136 en el de
la prefectura y 2.200 en el del condado (CQ, junio 2000: 601).
Dos de los casos más recientes de corrupción indican su alarmante difusión. En
septiembre de 2000, Cheng Kejie, ex gobernador de la provincia de Guangxi,
miembro del Politburó y vicepresidente del Comité Permanente del Congreso
Nacional del Pueblo, fue ejecutado por soborno y malversación. Aunque los medios
de comunicación oficiales dieron cierta prominencia al caso, al segundo, conocido
como el «escándalo del contrabando de Yuanhua», no se le ha dado publicidad debido
a sus negativas consecuencias. En el año 2000 se iniciaron varios juicios, en Xiamen
y otras ciudades de la provincia de Fujian, con el resultado probable de la ejecución
de doce altos funcionarios (incluyendo al viceministro de Seguridad Pública),
acusados de estar implicados en una enorme operación de contrabando por un valor
estimado de unos 10.000 millones de dólares. Al parecer, durante seis años (1993-
1999) el director de la compañía Yuanhua en Xiamen (actualmente huido del país)
logró sobornar a militares, policías, aduaneros y funcionarios municipales y del
partido para introducir productos de contrabando en el país (incluyendo chips de
ordenador, petróleo crudo, automóviles, productos petroquímicos y materiales de
construcción) e invertir los beneficios en una desconcertante variedad de edificios de
oficinas, apartamentos y clubes nocturnos (SCMP, 16 septiembre 2000: 17).
Esta corrupción oficial tiene un efecto especialmente explosivo en las zonas
rurales, donde los campesinos tienen que sufrir la imposición de tributos y
gravámenes arbitrarios, y donde la hipertrofiada burocracia (y la transferencia de
fondos destinados a la agricultura a empresas locales dirigidas por cuadros del partido
o parientes suyos) ha dejado a los gobiernos locales sin la posibilidad de pagar las
entregas de cereales de los campesinos con dinero en metálico. No resulta
sorprendente que los disturbios y revueltas rurales se hayan incrementado durante la
última década (Bernstein, 1999: 213, 217). Sólo en 1993, un informe del gobierno
señalaba 1.700.000 casos de «resistencia» en el campo, de los que 6.230 eran
«disturbios» (naoshi) que habían producido daños a personas o a propiedades (Perry,
1993: 314). Uno de los «disturbios» más recientes tuvo lugar en la provincia de
Jiangxi, en agosto de 2000, cuando hasta 20.000 granjeros de varias aldeas se
enfrentaron a la policía en una protesta contra los impuestos arbitrarios; tres
campesinos resultaron muertos y 50 fueron arrestados, pero no antes de que se

ebookelo.com - Página 219


desvalijara a varios funcionarios del gobierno (SCMP, 5 septiembre 2000: 8). Una
carta del secretario del partido de una de las poblaciones implicadas, en la provincia
de Hubei, dirigida 2d Consejo de Estado y publicada en un periódico oficial el mismo
mes, señalaba que, además de las tasas por las tierras (200 yuanes por hectárea), cada
hogar había de pagar un serie de gravámenes impuestos a otros miembros de la
familia que podían suponer varios miles de yuanes al año, una cantidad enorme si se
tiene en cuenta el hecho de que para algunos campesinos la renta neta anual podía no
llegar a superar los mil yuanes (SCMP, 4 septiembre 2000: 8). Los problemas de
origen humano de los campesinos se vieron exacerbados por los desastres naturades
hacia finales de la década de 1990. En julio-agosto de 1998, varias inundaciones (las
peores desde 1954) afectaron a grandes áreas de la región centro-meridional del
Yangzi, así como del noreste del país. Se perdieron 13 millones de hectáreas de
cultivos, y 13,4 millones de personas se vieron obligadas a desplazarse (CQ,
diciembre 1998: 1.084). Irónicamente, el colosal proyecto de la presa de las Tres
Gargantas, en la cuenca del Yangzi, destinado a evitar las inundaciones y al que se
dio luz verde en 1992, requerirá el desplazamiento forzoso de más de un millón de
personas (Gittings, 1996: 108).
Una posible solución al problema del descontento rural consiste en impulsar el
desarrollo de las elecciones directas en el ámbito municipal de cada aldea, un proceso
que se inició de forma extraoficial y espontánea cuando los residentes de algunas
aldeas de la provincia de Guangxi decidieron elegir a sus propios líderes a finales de
1980 y comienzos de 1981 (O'Brien y Li, 2000: 465-489). Durante los años
siguientes esta práctica se fue poco a poco transformando en ley nacional, a pesar de
los recelos de los líderes del partido y de la renuencia de los cuadros locales. Uno de
los más prominentes defensores de las elecciones municipales fue Peng Zhen,
presidente del Congreso Nacional del Pueblo durante la década de 1980, quien
afirmaba que dichas elecciones incrementarían el apoyo al PCC eliminando a los
cuadros corruptos e incompetentes (los funcionarios electos también se encontrarían
en mejor posición para imponer políticas estatales impopulares). En 1987, el CNP
aprobó la Ley Orgánica de Comités de Aldea, que aprobaba la elección de comités de
aldea (que tendrían de tres a siete miembros) por períodos de tres años; la medida fue
respaldada por el comité central del partido en 1990 (Li y O'Brien, 1999: 129-130).
En noviembre de 1998, una ley adicional hacía obligatorio que las aldeas celebraran
elecciones cada tres años, y en dichas elecciones todos los miembros del comité de
aldea serían nombrados directamente por los propios habitantes, el número de
candidatos habría de exceder al de puestos, y todas las votaciones se habrían de
realizar en secreto (la rama local del partido, sin embargo, seguiría constituyendo el
«núcleo del liderazgo» de la aldea). Actualmente los funcionarios del partido afirman
que en el 80 % de las aldeas de China se ha celebrado por lo menos una ronda de

ebookelo.com - Página 220


elecciones; otras estimaciones sitúan esa cifra entre el 10 y el 30 % (ibíd.: 140). A
pesar del hecho de que los líderes del partido no ven absolutamente ninguna
incompatibilidad entre la democracia popular y un fuerte control estatal, un reciente
análisis sostiene que el potencial de una acción más autónoma por parte de la
población local y los campesinos se ha visto considerablemente incrementado
(O'Brien y Li, 2000: 486-489). Así, por ejemplo, a menudo suelen ser los propios
aldeanos quienes fuerzan a los funcionarios locales renuentes a celebrar elecciones
(Li y O'Brien, 1999: 137-139).
La cuestión de la autonomía municipal afecta a la cuestión, más amplia, de si ha
surgido (o está surgiendo) una «sociedad civil» en China, un debate desatado por las
reformas del mercado de la década de 1980 (Wakeman, 1993). Algunos estudiosos
occidentales detectaron en las reformas del mercado de esta década un resurgimiento
de la sociedad civil (en la forma de grupos económicos no estatales y de institutos de
investigación cuasi-independientes) que se había manifestado por primera vez
durante los últimos años de la dinastía Qing, cuando la movilización oficialmente
aprobada de la aristocracia y las elites comerciales les permitió formar asociaciones
profesionales y voluntarias, y les proporcionó una mayor influencia en la educación,
la seguridad pública y el desarrollo económico (Rankin y Esherick, 1990: 337-338;
Wakeman, 1993: 110, 113). El optimismo dio paso a una actitud más cautelosa desde
la represión del movimiento de protesta de 1989. Así, un reciente análisis de la vida
urbana ha detectado una vida ciudadana más enérgica y (al menos económicamente)
más autónoma, en la que una población cada vez más diversa es capaz de conversar
(privada y públicamente) sobre una creciente variedad de temas, señalando que «los
urbanitas chinos pueden estar ya psicológicamente preparados para una confrontación
radical y fructífera de la hegemonía del PCC en el futuro próximo» (Davis, 1995: 2-
9); no obstante, se afirma, no ha surgido ninguna asociación «social» con suficiente
influencia moral e institucional como para limitar la coerción estatal constantemente
(ibíd.: 15). Otro estudioso supone que, aunque se ha dado una continua expansión del
«ámbito público» desde el cambio de siglo, eso no ha llevado a «la acostumbrada
afirmación del poder cívico contra el estado» (Wakeman, 1993: 133). Aun así, resulta
sumamente significativo que muchas personas hayan tratado de aprovechar la Ley de
Procedimientos Administrativos de 1990, que permite a los ciudadanos demandar a
los funcionarios arbitrarios; se calcula que, en 1995, unos 70.000 demandaron a
funcionarios individuales o a organismos del gobierno (Goldman y MacFarquhar,
1999: 14). Por otra parte, en 1996 varios informes oficiales señalaban la existencia de
186.666 «organizaciones sociales» (shehui tuanti, término que alude a las
organizaciones autónomas legalmente registradas, así como a aquellas establecidas
por los organismos del estado para llevar a cabo actividades de bienestar social). Un
reciente análisis de dichas organizaciones supone que éstas poseen suficiente

ebookelo.com - Página 221


potencial para influir en el proceso de toma de decisiones o de defender
vigorosamente los intereses de sus miembros (Saich, 2000: 125-126).
Lo cierto es que el partido-estado ha logrado aplastar cualquier actividad política
independiente. Así, en junio de 1998, y aprovechando un breve período de
relajamiento gubernamental (coincidiendo con la visita del presidente norteamericano
Clinton a China, en los meses de junio y julio), un grupo de disidentes trataron de
formar un partido de oposición legal (denominado Partido Democrático Chino). A los
seis meses contaba con 200 miembros y con «ramas» en 24 provincias. Declarado
ilegal por las autoridades, a finales de año sus miembros fueron detenidos y
actualmente sus 34 líderes están en la cárcel (SCMP, 5 septiembre 2000: 7). A otros
disidentes «problemáticos» simplemente se les ha permitido exiliarse. Wei Jingsheng,
por ejemplo, que fue encarcelado tras el movimiento «Muro de la Democracia» de
1979, liberado en 1983, y sentenciado a otros quince años de cárcel en 1995, fue
finalmente liberado en noviembre de 1997 y obligado a exiliarse a Estados Unidos.
Similar destino tuvo Wang Dan, un líder estudiantil del movimiento de 1989, en abril
de 1998 (tras haber estado en la cárcel hasta 1993 y sentenciado a otros once años en
1996). El poder coercitivo del partido también se ha mostrado recientemente en la
represión del Falungong, un grupo religioso fundado en 1992 que se adhería a una
mezcla de creencias budistas y taoístas, y practicaba ejercicios de respiración y de
salud tradicionales (qigong). Tras una sentada de 10.000 de sus seguidores ante la
Zhongnanhai (la residencia oficial de los líderes del PCC) en abril de 1999, la
organización fue prohibida y condenada por practicar un dañino «culto» religioso y
supersticioso. Irónicamente, aunque el qigong ha sido promovido por el estado como
una tradición peculiar de China, las autoridades siguen mostrándose recelosas ante las
redes sociales a las que dicha actividad da lugar, y también frente a sus líderes
carismáticos como Li Hongzhi, fundador del Falungong (Chen, 1995: 347-359).
A pesar de todo este poder coercitivo, en el futuro le puede resultar más difícil al
partido-estado controlar un acceso público cada vez mayor a las fuentes de
información externas (a través de Internet). A comienzos del año 2000 cerca de 10
millones de personas tenían acceso a Internet, y se espera que este número aumente
de manera espectacular en los próximos años. Incluso en el ámbito de las
publicaciones impresas el partido seguirá experimentando problemas de control. A
raíz de las protestas de 1989, por ejemplo, las autoridades confiscaron 31 millones de
libros y revistas, y cerraron 41 editoriales; pero dos años después, en 1991, los
funcionarios descubrieron una «red» editorial clandestina integrada por 257 unidades
de redacción, edición y distribución repartidas por 85 ciudades (Wang, 1995: 171).
Finalmente, aunque el PCC podría apuntar hacia un crecimiento económico
continuado (la condición sine qua non para mantener su monopolio del poder), de
cara a su decimosexto congreso, que se ha de celebrar en el año 2002, se manifiesta

ebookelo.com - Página 222


una clara preocupación por la credibilidad del partido. A principios de 2000, Jiang
Zemin lanzó una campaña oficial (acompañada de un folleto titulado «Un gran
programa para fortalecer completamente la construcción del partido») destinada a
elevar la talla moral de los miembros del partido (y a potenciar su estatus de peso
pesado ideológico). Sin embargo, había cierto matiz de irrealidad en la idea de Jiang
de que el partido debe representar la parte más avanzada de la economía, la cultura
más avanzada y los intereses básicos de las masas («las tres representaciones»), dado
el hecho de que el sector no estatal se estaba convirtiendo rápidamente en el
componente más dinámico de la economía y las reformas económicas del partido
fomentaban la desigualdad y la corrupción. Hay también algo fundamentalmente
deshonesto en el modo en que el partido continúa legitimando su dominio. Por una
parte, se distancia claramente del período anterior a 1978, evitando así la
responsabilidad de los desastres de las décadas de 1950 y 1960 (culpando de ellos a
Mao o a la Banda de los Cuatro); por la otra, potencia sus credenciales patrióticas
insistiendo en la continuidad entre el régimen y el período maoísta, en el que —se
afirma— Mao y sus demás colegas patriotas se consagraron al interés nacional y el
desarrollo económico (pasando completamente por alto, desde luego, los amargos
conflictos surgidos entre los líderes del partido provocados por las diferencias de
Mao con esos mismos colegas).
Podría darse el caso —tal como señala un estudioso— de que la RPC siga
exhibiendo las características de un «estado leninista maduro» y de que el régimen
resulte ser más elástico de lo que creen los observadores extranjeros (Burns, 1999:
580-594). Otros apuntan hacia una creciente dicotomía entre el desarrollo económico
de China y un partido-estado cada vez más frágil, resultado de una acelerada
descentralización que permite a los gobiernos locales tomar decisiones económicas y
facilitar las posibilidades de ganar dinero de la empresa privada, a la vez que ignoran
los mandatos del gobierno central contra la corrupción y la explotación laboral
(Goldman y MacFarquhar, 1999: 8, 17). El hecho, sin embargo, sigue siendo que el
gobierno del PCC se justifica únicamente sobre el supuesto de sólo él garantiza la
estabilidad social y el progreso económico. Mientras mi esposa y yo nos
mezclábamos con la animada y alegre multitud que abarrotaba la plaza de Tiananmen
en vísperas del día de la Fiesta Nacional (el primero de octubre, aniversario de la
fundación de la RPC), y que disfrutaba de la satisfacción de saber que China había
quedado tercera en la clasificación de medallas de oro de los recientes juegos
olímpicos de Sidney 2000, y saboreaba la perspectiva de una fiesta laboral que el
gobierno había concedido por primera vez, resultaba difícil de creer que sólo once
años antes la plaza había sido el centro de un movimiento de protesta generalizado.
Pero Pekín no es China. Cómo afronte el partido-estado el enorme desafío de mejorar
la vida de todos sus ciudadanos determinará en gran medida la supervivencia del PCC

ebookelo.com - Página 223


en el siglo XXI.

ebookelo.com - Página 224


GLOSARIO DE TÉRMINOS CHINOS
baihua: «habla popular»; promovida por los radicales culturales durante el
Movimiento del Cuatro de Mayo.
chun: «un grupo» o el acto de agruparse; término utilizado por Liang Qichao a
finales del siglo XIX para referirse a una nueva comunidad nacional basada en el
dinamismo colectivo.
da yuejin: «el Gran Salto Adelante».
danwei: «unidad de trabajo»; lugares de trabajo de propiedad pública (escuela,
fábrica, organismo gubernamental, hospital) a los que a partir de 1949 se asignó a
todos los empleados urbanos, y que eran responsables del bienestar político, social y
económico de sus miembros.
«daoqiang buru, diangun buchu»: «Los cuchillos y alabardas no nos
penetrarán, ni las porras eléctricas nos electrocutarán»; versión modernizada de un
cántico de invulnerabilidad de los bóxers utilizada por los ciudadanos de Pekín
durante el movimiento de protesta de 1989.
datong: «comunidad mundial»; ideal utópico confuciano al que aludía Kang
Youwei en sus escritos reformistas de finales del siglo XIX y principios del XX.
dazibao: «cartel de grandes caracteres»; carteles exhibidos por primera vez por
los estudiantes de los campus universitarios durante el movimiento de las Cien
Flores, en 1956-1957, donde expresaban sus críticas al burocratismo y al elitismo.
También se utilizaron durante la Revolución Cultural y el movimiento «Muro de la
Democracia» de 1979.
difang zizhi: «autogobierno local»; término introducido por los japoneses en la
década de 1890.
dongluan: «trastorno»; término utilizado por el primer ministro Li Peng y la
prensa oficial para calificar las manifestaciones estudiantiles de abril-mayo de 1989.
fan geming baoluan: «rebelión contrarrevolucionaria»; calificación oficial del
PCC del movimiento de protesta de 1989.
fanshen: lit. «darle la vuelta al cuerpo»; utilizado en relación a la reforma agraria
de finales de la década de 1940, en la que se decía que los arrendatarios y los
campesinos pobres se habían emancipado de su estatus de clase humilde.
feiguo: «nación de bandidos»; una denominación de China utilizada por la prensa
de dicho país en la década de 1920.
fengjian: «enfeudación»; originalmente una referencia a un sistema de gobierno
feudal, pero utilizado a partir del siglo XVII para aludir a la participación de la
aristocracia local en la administración de sus propias áreas.
fengshui: «viento y agua»; se refiere a las fuerzas invisibles que se cree que
garantizan la armonía natural del entorno (geomancia).

ebookelo.com - Página 225


fuqing mieyang: «apoya a los Qing y destruye a los extranjeros»; eslogan
utilizado por los bóxers en 1899-1900.
gaogan zidi: los hijos de los cuadros de alto nivel.
guandao: «explotación funcionarial»; término que pasó a ser de uso común en la
década de 1980 para calificar los efectos negativos de las reformas económicas.
guanxi: «contactos»; un atributo clave para prosperar en la vida.
guawu: talismanes de la buena suerte de Mao, que aparecieron a finales de la
década de 1980 y principios de la de 1990, y se colgaban en taxis, residencias
privadas y templos.
Guofu: «Padre de la Nación»; título honorífico otorgado a Sun Yat-sen después
de su muerte por el Guomindang.
hongdengzhao: «los Faroles Rojos»; un destacamento independiente del
movimiento bóxer integrado por mujeres jóvenes de las que se creía que poseían
poderes mágicos.
hongweibing: la Guardia Roja.
huiguan: asociaciones «regionales», que proporcionaban asistencia y seguridad a
los residentes temporales en ciudades como Shanghai oriundos de la misma región o
localidad.
hukou: sistema de registro de las familias que se remonta a mediados de la
década de 1950, y que aspiraba a diferenciar claramente las poblaciones rurales y
urbanas.
hutong: callejón tradicional de Pekín, en rápida desaparición como resultado de
los cambios en el paisaje urbano contemporáneo.
jiangshen futí: lit. «espíritus que descienden y se adhieren al cuerpo»; una forma
de posesión espiritual practicada por los bóxers.
jieji diren: enemigo de clase; término utilizado con frecuencia en las campañas
de masas de las décadas de 1950 y 1960.
jieji douzheng: lucha de clases.
jingshi: Escuela de Política Práctica; alude a un corpus de ideas sobre la reforma
administrativa defendidas por una serie de burócratas y eruditos de finales del siglo
XVIII y principios del XIX.
jinshi: erudito metropolitano; alude también al título más elevado en los
tradicionales exámenes para la administración pública.
luán: desorden, caos.
Mao re: «fiebre de Mao»; alude al culto popular a Mao surgido a finales de la
década de 1980 y principios de la de 1990, que combinaba la nostalgia con un
mercantilismo kitsch.
Mao Zedong sixiang: «el pensamiento de Mao Zedong»; declarado guía
ideológica del PCC en el séptimo congreso del partido (abril-junio de 1945).

ebookelo.com - Página 226


minquan: «derechos del pueblo»; concepto popularizado en los escritos
reformistas de Liang Qichao, en los primeros años del siglo XX.
minzhu nushen: «Diosa de la Democracia»; estatua construida por los
estudiantes de Pekín durante la protesta de Tiananmen.
naoshi: «disturbios»; utilizado en relación a las revueltas y manifestaciones
campesinas de la década de 1990.
qingyi: «habla pura»; alude al planteamiento adoptado por una serie de
funcionarios y eruditos fundamentalistas de finales del siglo XIX, que insistían en que
sólo el restablecimiento de los principios confucianos (en lugar del cambio
tecnológico per se) podía desviar la amenaza occidental.
renmin gongshe: comunas populares; la primera surgió en Henan, en abril de
1958.
sanfan: las «Tres Anti»; una campaña masiva de 1951 dirigida a los miembros
del PCC, a los burócratas y a los gerentes de las fábricas acusados de despilfarro y
corrupción.
sanlunche: un triciclo motorizado que hacía las veces de taxi provisional en los
primeros días de la reforma económica (principios de la década de 1980),
actualmente reemplazado por automóviles importados de Occidente y de Japón.
san'nian dai lingxiu da jueci: «Tres generaciones de líderes siguiendo la Gran
Política de Desarrollo»; eslogan propagandístico contemporáneo que proclamaba la
adhesión de Mao Zedong, Deng Xiaoping y Jiang Zemin al programa de
modernización económica.
sanmin zhuyi: los «Tres Principios del Pueblo»; programa revolucionario del
movimiento antimanchú de Sun Yat-sen, que propugnaba el nacionalismo, la
democracia y la mejora de los medios de subsistencia del pueblo.
sanxian: el «Tercer Frente»; política secreta realizada a partir de 1965 (hasta
principios de la década de 1970), que reasignaba recursos a la industria controlada
por el estado de las provincias remotas del interior por razones estratégicas y de
desarrollo.
sanzhong: los «Tres Énfasis»; campaña propagandística de finales de la década
de 1990 destinada a potenciar el prestigio y la moral del PCC, que subrayaba la
importancia del estudio, de una conciencia política correcta y de una conducta
correcta.
shangwu zhuyi: lit. «honra el militarismo»; utilizado en relación con la
promoción de un espíritu marcial en las modernas escuelas establecidas en los
últimos años de la dinastía Qing.
shangxia yixin: «el soberano y el pueblo de acuerdo»; argumento oficial utilizado
para justificar el constitucionalismo en el programa de reformas de la dinastía Qing a
principios del siglo XX.

ebookelo.com - Página 227


shangzhan: «guerra comercial»; término utilizado durante la segunda mitad del
siglo XIX en relación a la competencia con los intereses económicos extranjeros en
China.
shehui tuanti: «organización social»; una organización autónoma legalmente
registrada o un organismo gubernamental en la China contemporánea que cumple
funciones de bienestar social,
shenshang: «comerciante-aristócrata»; término utilizado a finales del siglo XIX
para denominar a una nueva clase híbrida de aristócratas que invertían en empresas
comerciales o industriales,
shouhui liquan: «recuperación de los derechos económicos»; objetivo clave del
movimiento de «autofortalecimiento» de finales del siglo XIX, que aspiraba a reducir
los privilegios económicos extranjeros en China.
shuyuan: academia confuciana tradicional, donde los estudiosos investigaban y
comentaban textos clásicos.
taizidang: «príncipes y princesas herederos»; término contemporáneo que alude a
los hijos e hijas de los líderes del gobierno y del partido que utilizaban sus contactos
para obtener ventajas políticas y económicas.
tianzai renhuo: «desastre natural y desgracia humana»; alude al año 1976, en que
murieron Mao Zedong, Zhou Enlai y Zhu De, y se produjo un terremoto que causó la
muerte de más de medio millón de personas.
tie wanfan: «cuenco de arroz de hierro»; se refiere al sistema de empleo
permanente establecido en las fábricas de propiedad pública a partir de 1949, y que
actualmente se está desmantelando en el contexto de las reformas orientadas al
mercado.
Tongmenghui: Liga de la Alianza; organización revolucionaria de Sun Yat-sen,
fundada en Tokio, en 1905.
waihuipiao: certificado de divisas; una versión «extranjera» de la moneda
nacional con la que en la década de 1980 se habían de adquirir en China los bienes de
consumo extranjeros.
wuchan jieji wenhua da geming: «Gran Revolución Cultural Proletaria».
wufan: las «Cinco Anti»; campaña masiva de 1952 que denunciaba a industriales
y hombres de negocios acusados de soborno, evasión de impuestos y robo de
propiedades estatales.
xiafang: «descender al campo»; política realizada inicialmente en 1942-1944,
consistente en transferir a cuadros del partido comunista y a intelectuales a las zonas
rurales, donde se dedicaban al trabajo manual.
xiehai: «zambullirse en el mar»; alude al proceso por el que los cuadros y
funcionarios individuales o las organizaciones estatales participan en empresas
privadas.

ebookelo.com - Página 228


Xin Qingnian: «Nueva Juventud»; periódico radical fundado por Chen Duxiu en
1915, y una de las publicaciones más importantes del Movimiento del Cuatro de
Mayo.
Xingzhonghui: Asociación para la Regeneración de China; primera organización
revolucionaria de Sun Yat-sen, fundada en Hawai, a finales de 1894.
xinmin: «nuevo ciudadano»; término utilizado por Liang Qichao a principios del
siglo XX en el contexto de su ideal de un pueblo chino independiente, disciplinado y
con espíritu cívico.
xinyang weiji: «crisis de fe»; término utilizado por los medios de comunicación
oficiales a principios de la década de 1980 para describir el escepticismo y
desencanto público generalizado.
xinzheng: «nuevas políticas»; se refiere al programa de reformas aprobado por la
dinastía Qing en sus últimos años.
xuechao: «marea estudiantil»; alude a la oleada de disturbios y huelgas surgida
en las escuelas modernas durante los primeros años del siglo XX.
xuehui: «asociación de estudio»; una nueva forma de asociación voluntaria
fundada por la aristocracia a finales del siglo XIX y principios del XX para fomentar el
saber occidental o defender proyectos de reforma.
Yihequan: los bóxers (lit. «Boxeadores Unidos en la Virtud»).
youmin: «población flotante»; calificación contemporánea de los inmigrantes
rurales de las ciudades.
Youyi shangdian: Tienda de la Amistad; grandes almacenes de propiedad pública
que vendían bienes de consumo importados a los extranjeros y cuadros de alto rango
durante la década de 1980.
zaofan you daoli: «rebelarse está justificado»; eslogan de la Revolución Cultural
utilizado inicialmente por Mao Zedong cuando instó a los estudiantes de la
Universidad de Pekín a criticar a las autoridades universitarias, en 1966.
zhongdian: «punto clave»; alude a las escuelas y universidades elitistas de la
China posterior a 1949, que recibían la parte del león de los recursos.
zili gengsheng: «independencia»; ideal maoísta enunciado por primera vez
durante el período de Yanan (1936-1947), y posteriormente durante el Gran Salto
Adelante.
zuofeng: «estilo de trabajo».

ebookelo.com - Página 229


Bibliografía

Ahn, Byung-joon (1976): Chinese Politics and the Cultural Revolution, Seattle,
University of Washington Press.
Alitto, G. (1979): The Last Confucian: Liang Shu-ming and the Chinese Dilemma
of Modernity, Berkeley, University of California Press.
Anagnost, A. (1997): National Past-Times, Durham (NC), Duke University Press.
Andors, P. (1983): The Unfinished Liberation of Chinese Women 1949-1980,
Bloomington, Indiana University Press.
Apter, D. (1995): «Discourse as Power: Yanan and the Chinese Revolution», en T.
Saich y H. Van de Ven (eds.), New Perspectives on the Chinese Communist
Revolution, Nueva York, M. E. Sharpe, 193-234.
Atwell. P. (1985): British Mandarins and Chinese Reformers, Hong Kong,
Oxford University Press.
Averill. S. (1990): «Local Elites and Communist Revolution in the Jiangxi Hill
Country», en J. Esherick y M. Rankin (eds.), Chinese Local Elites and
Patterns of Dominance, Berkeley, University of California Press, 282-304.
Bachman, D. (1991): Bureaucracy, Economy and Leadership in China: The
Institutional Origins of the Great Leap Forward, Cambridge, Cambridge
University Press.
Bailey, P. (1988): «The Chinese Work-Study Movement in France», China
Quarterly, 115,441-461.
— (1990): Reform the People: Changing Attitudes Towards Popular Education in
Early Twentieth Century China, Edimburgo, Edinburgh University Press.
— (1992): «Voltaire and Confucius: French Attitudes Towards China in the Early
Twentieth Century», History of European Ideas, 14, 6, 817-37.
— (trad, e intro.) (1998): Strengthen the Country and Enrich the People: The
Reform Writings of Ma Jianzhong (1845-1900), Richmond, Curzon Press.
— (2000): «From Shandong to the Somme: Chinese Indentured Labour in France
During World War One», en A. Kershen (ed.), Language, Labour and
Migration, Aldershot, Ashgate Press, 179-196.
— (2001): «Active Citizen or Efficient Housewife? The Debate Over Women's
Education in Early Twentieth Century China», en G. Peterson, R. Hayhoe y
Yongling Lu (eds.), Education, Culture and Identity in Twentieth-Century
China, Ann Arbor, University of Michigan Press.
Barme, G. (1996a): Shades of Mao, Nueva York, M. E. Sharpe.
— (1996b): «To Screw Foreigners is Patriotic: Chinas Avant-Garde Nationalists»,
en J. Unger (ed.), Chinese Nationalism, Nueva York, M. E. Sharpe, 183-
208.

ebookelo.com - Página 230


— (1999): In the Red: On Contemporary Chinese Culture, Nueva York,
Columbia University Press.
Bastid, M. (1980): «Currents of Social Change», en J. Fairbank y K. C. Liu (eds.),
The Cambridge History of China, vol. 11, Late Ch'ing 1800-1911,
Cambridge, Cambridge University Press, 536-602.
— (1984): «Chinese Educational Policies in the 1980s and Economic
Development», China Quarterly, 98, 189-219.
— (1987): «Official Conceptions of Imperial Authority at the End of the Qing
Dynasty», en S. Schram (ed.), Foundations and Limits of State Power in
China, Hong Kong, Chinese University Press, 147-85.
— (1988): Educational Reform in Early Twentieth-Century China (trad, de P.
Bailey), Ann Arbor, Center for Chinese Studies, University of Michigan.
Baum. R. (1975): Prelude to Revolution: Mao, the Party, and the Peasant
Question 1962-1966, Nueva York, Columbia University Press.
— (1994): Burying Mao: Chinese Politics in the Age of Deng Xiaoping, Princeton
(NJ), Princeton University Press.
— (1998): «The Fifteenth National Party Congress: Jiang Takes Command?»,
China Quarterly, 153, 141-152.
Bays, D. 1978: China Enters the Twentieth Century: Chang Chih-tung and the
Issues of a New Age 1895-1909, Ann Arbor, University of Michigan Press.
Beahan, C. (1975): «Feminism and Nationalism in the Chinese Women's Press»,
Modern China, 1, 379-416.
Beasley, W. (1989): «The Foreign Threat and the Opening of the Ports», en M.
Jansen (ed.), The Cambridge History of Japan, vol. 5, The Nineteenth
Century, Cambridge, Cambridge University Press, 259-307.
Bedeski, R. (1981): State-Building in Modern China. Berkeley, Institute of East
Asian Studies, University of California.
Benedict, C. (1996): Bubonic Plague in Nineteenth-Century China, Stanford
(CA), Stanford University Press.
Benton, G. (1992): Mountain Fires: The Red Army's Three-year War in South
China 1934-1938, Berkeley, University of California Press.
— (1999): New Fourth Army, Richmond, Curzon Press.
Benton, G. y Hunter, A. (eds.) (1995): Wild Lily, Prairie Fire: China's Road to
Democracy, Yanan to Tiananmen 1942-1989, Princeton (NJ), Princeton
University Press.
Bergére, M.C. (1968): «The Role of the Bourgeoisie», en M. Wright (ed.), China
in Revolution: The First Phase 1900-1913, New Haven (CT), Yale
University Press, 229-96.
— (1983): «The Chinese Bourgeoisie, 1911-1937», en J. Fairbank (ed.), The

ebookelo.com - Página 231


Cambridge History of China, vol. 12, Republican China 1912-1949,
Cambridge, Cambridge University Press, 722-827.
— (1989): The Golden Age of the Chinese Bourgeoisie 1911-1937, Cambridge,
Cambridge University Press.
— (1997): «Civil Society and Urban Change in Republican China», China
Quarterly, 150, 309-328.
— (1998): Sun Yat-Sen, Stanford (CA), Stanford University Press.
Bernal, M. (1976): Chinese Socialism to 1907, Ithaca (NY), Cornell University
Press.
Bernhardt, K. (1992): Rents, Taxes, and Peasant Resistance: The Lower Yangzi
Region 1840-1950, Stanford (CA), Stanford University Press.
Bernstein, T. (1977): Up to the Mountains and Down to the Villages, New Haven
(CT), Yale University Press.
— (1999): «Farmer Discontent and Regime Responses», en M. Goldman y R.
MacFarquhar (eds.), The Paraodox of China's Post-Mao Reforms,
Cambridge (MA), Harvard University Press, 197-219.
Bianco, L. (1971): Origins of the Chinese Revolution 1915-1949, Stanford (CA),
Stanford University Press.
— (1995): «Peasant Responses to CCP Mobilization Policies, 1937-1945», en T.
Saich y H. Van de Ven (eds.), New Perspectives on the Chinese Communist
Revolution, Nueva York, M. E. Sharpe, 175-187.
Billingsley, P. (1988): Bandits in Republican China, Stanford (CA), Stanford
University Press.
Borthwick, S. (1983): Education and Social Change in China, Stanford (CA),
Hoover Institution Press.
Boyle, J. (1972): China and Japan at War 1937-1945, Stanford (CA), Stanford
University Press.
Brandt, C. (1958): Stalin's Failure in China 1924-1927, Cambridge (MA),
Harvard University Press.
Brandt, L. (1997): «Reflections on Chinas Late Nineteenth Century and Early
Twentieth Century Economy», China Quarterly, 150, 282-308.
Breslin, S. (1998): Mao, Londres, Addison Wesley Longman.
Brook, T. (1998): Quelling the People, Stanford (CA), Stanford University Press.
Brugger, B. (1981): China: Liberation and Transformation 1942-1962, Londres,
Croom Helm.
Bunker, G. 1971: The Peace Conspiracy: Wang Ching-wei and the China War
1937-1941, Cambridge (MA), Harvard University Press.
Burns, J. (1989): «Chinas Governance: Political Reform in a Hirbulent
Environment», China Quarterly, 119, 481-518.

ebookelo.com - Página 232


— (1999): «The Peoples Republic at 50: National Political Reform», China
Quarterly, 159, 580-594.
Chan, A. (1982): Arming the Chinese: The Western Armaments ftade in Warlord
China, Vancouver: University of British Columbia Press.
Chan, A.; Madsen, R. y Unger, J. (1992): Chen Village Under Mao and Deng,
Berkeley, University of California Press.
Chan, W. (1977): Merchants, Mandarins and Modern Enterprise in Late Ch'ing
China, Cambridge (MA), East Asian Research Center, Harvard University.
Chang, Hao (1971): Liang Ch'i-ch'ao and Intellectual Transition in China 1890-
1907, Cambridge (MA), Harvard University Press.
— (1980): «Intellectual Change and the Reform Movement», en J. Fairbank y K.
C. Liu (eds.), The Cambridge History of China, vol. 11, Late Ch'ing 1800-
1911, Cambridge, Cambridge University Press, 274-338.
— (1987): Chinese Intellectuals in Crisis: Search for Order and Meaning (1890-
1911), Berkeley, University of California Press.
Chang, M. (1985): The Chinese Blue Shirt Society: Fascism and Developmental
Nationalism, Berkeley, Institute of East Asian Studies, University of
California.
Chang, P. (1975): Power and Policy in China, University Park, Pennsylvania
State University Press.
Chen, J. (1961): Yuan Shih-k'ai, 1859-1916, Londres, George Allen and Unwin.
— (1965): Mao and the Chinese Revolution, Oxford, Oxford University Press.
— (1983): «The Chinese Communist Movement to 1927», en J. Fairbank (ed.)
The Cambridge History of China, vol. 12, Republican China 1911-1949,
Cambridge, Cambridge University Press, 505-526.
Chen, J. (1971): The May Fourth Movement in Shanghai, Leiden: Brill.
Chen, N. (1995): «Urban Spaces and Experiences of Qigong», en D. Davis, R.
Kraus, B. Naughton y E. Perry (eds.), Urban Spaces in Contemporary
China, Cambridge, Cambridge University Press, 347-361.
Chen, T. (1981): Chinese Education Since Mao: Academic and Revolutionary
Models, Oxford: Pergamon Press.
Chen, Yung-fa (1986): Making Revolution: The Communist Movement in Eastern
and Central China 1937-1945, Berkeley, University of California Press.
— (1995): «The Blooming Poppy Under the Red Sun: The Yan an Way and the
Opium Trade», en T. Saich y H. Van de Ven (eds.), New Perspectives on the
Chinese Communist Revolution, Nueva York, M. E. Sharpe, 263-298.
Chesneaux, J. (1968): The Chinese Labour Movement 1919-1927, Stanford (CA),
Stanford University Press.
— (1969): «The Federalist Movement in China 1920-1923», en J. Gray (ed.),

ebookelo.com - Página 233


Modern China's Search for a Political Form, Oxford, Oxford University
Press, 96-137.
Ch'i, Hsi-sheng (1976): Warlord Politics in China 1916-1928, Stanford (CA),
Stanford University Press.
— (1982): Nationalist China at War: Military Defeats and Political Collapse
1937-1945, Ann Arbor, University of Michigan Press.
Chi, M. (1970): China Diplomacy 1914-1918, Cambridge (MA), East Asian
Research Center, Harvard University.
Chossudovsky, M. (1986): Towards Capitalist Restoration? Chinese Socialism
After Mao, Basingstoke, Macmillan.
Chow, Kai-wing (1997): «Imagining Boundaries of Blood: Zhang Binglin and the
Invention of the Han "Race" in Modern China», en R. Dikotter (ed.), The
Construction of Racial Identities in China and Japan, Londres, Hurst, 34-
52.
Chow, Tse-tsung (1960): The May Fourth Movement: Intellectual Revolution in
Modern China, Cambridge (MA), Harvard University Press.
Chu, S. (1980): «The New Life Movement Before the Sino-Japanese Conflict: A
Reflection of Kuomintang Limitations in Thought and Action», en G. Chan
(ed.), China at the Crossroads: Nationalists and Communists 1927-1949,
Boulder (CO), Westview Press, 37-68.
Clifford, N. (1979): Shanghai 1925: Urban Nationalism and the Defense of
Foreign Privilege, Ann Arbor, Center for Chinese Studies, University of
Michigan.
Coble, P. (1980): The Shanghai Capitalists and the Nationalist Government 1927-
1937, Cambridge (MA), Council on East Asian Studies, Harvard
University.
— (1991): Facing Japan: Chinese Politics and Japanese Imperialism 1931-1937,
Cambridge (MA), Council on East Asian Studies, Harvard University.
Cochran, S. (1980): Big Business in China: Sino-Foreign Rivalry in the Cigarette
Industry 1890-1930, Cambridge (MA), Harvard University Press.
Cochran, S. e Hsieh, A. (trads. y eds.) (1983): One Day in China: May 21 1936,
New Haven (CT), Yale University Press.
Cohen, P. (1974): Between Reform and Tradition: Wang T'ao and Reform in Late
Ch'ing China, Cambridge (MA), Harvard University Press.
— (1988): «The Post-Mao Reforms in Historical Perspective», Journal of Asian
Studies, 47, 3, 518-540.
— (1992): «The Contested Past: The Boxers as History and Myth», Journal of
Asian Studies, 51, 1, 81-113.
— (1997): History in Three Keys: The Boxers as Event, Experience and Myth,

ebookelo.com - Página 234


Nueva York, Columbia University Press.
Compton, B. (trad, y ed.) (1966): Mao's China: Party Reform Documents 1942-
1944, Seattle, University of Washington Press.
Crane, G. (1996): «Special Things in Special Ways»: National Identity and
Chinas Special Economic Zones», en J. Unger (ed.), Chinese Nationalism,
Nueva York, M. E. Sharpe, 148-168.
Crossley, P. Kyle (1990): Orphan Warriors: Three Manchii Generations and the
End of the Qing World, Princeton (NJ), Princeton University Press.
— (1994): «Manchu Education», en B. Elman y A. Woodside (eds.), Education
and Society in Late Imperial China,1600-1900, Berkeley, University of
California Press, 340-378.
— (1997): The Manchus, Oxford, Blackwell Publishers.
Davin, D. (1976): Woman-Work: Women and the Party in Revolutionary China,
Oxford, Clarendon Press.
— (1999): Internal Migration in Contemporary China, Basing-stoke: Macmillan.
Davis, D. (1989): «Chinese Social Welfare: Policies and Outcomes», China
Quarterly, 119, 577-597.
— (1995): «Introduction: Urban China», en D. Davis, R. Kraus. B. Naughton y E.
Perry (eds.), Urban Spaces in Contemporary China, Cambridge,
Cambridge University Press, 1-19.
Des Forges. R. (1973): Hsi-liang and the Chinese National Revolution, New
Haven (CT), Yale University Press.
Diamant, N. (2000): Revolutionizing the Family: Politics, Love and Divorce in
Urban and Rural China, 1949-1968, Berkeley, University of California
Press.
Diamond, N. (1975): «Women Under Kuomintang Rule: Variations on the
Feminine Mystique», Modern China, 1, 3-45.
Dikotter, F. 1992: The Discourse of Race in Modern China, Londres, Hurst.
— (1997): «Racial Discourse in China: Continuities and Permutations», en F.
Dikotter (ed.), The Construction of Racial Identities in China and Japan,
Londres, Hurst, 12-33.
— (1998): Imperfect Conceptions: Medical Knowledge, Birth Defects and
Eugenics in China, Londres, Hurst.
Dirlik, A. (1975): «The Ideological Foundations of the New Life Movement»,
Journal of Asian Studies, 34, 4, 945-980.
— (1989): The Origins of Chinese Communism, Oxford, Oxford University Press.
— (1991): Anarchism in the Chinese Revolution, Berkeley, University of
California Press.
Dittmer, L. (1987): China's Continuing Revolution: The Post-Liberation Epoch

ebookelo.com - Página 235


1949-1981, Berkeley, University of California Press.
— (1991): «Learning from Trauma: The Cultural Revolution in Post-Mao
Politics», en W. Joseph, C. Wong y D. Zweig (eds.), New Perspectives on
the Cultural Revolution, Cambridge (MA), Council on East Asian Studies,
Harvard University, 19-39.
— (1998): Liu Shaoqi and the Chinese Cultural Revolution (ed. rev.), Nueva
York, M. E. Sharpe.
Dolozelova-Velingerova, M. (1977): «The Origins of Modern Chinese
Literature», en M. Goldman (ed.), Modern Chinese Literature in the May
Fourth Era, Cambridge (MA), Harvard University Press, 17-35.
Domenach, J. L. (1995): The Origins of the Great Leap Forward: The Case of
One Chinese Province, Boulder (CO), Westview Press.
Duara, P. (1988): Culture, Power and the State: Rural North China 1900-1942,
Stanford (CA), Stanford University Press.
— (1995): Rescuing History From the Nation: Questioning Narratives of Modern
China, Chicago, University of Chicago Press.
Duiker, W. (1977): Ts'ai Yuan-p'ei: Educator of Modern China, University Park,
Pennsylvania State University Press.
Duke, M. (1985): Blooming and Contending: Chinese Literature in the Post-Mao
Era, Bloomington, Indiana University Press.
Duus, P. (1989): «Japan's Informal Empire in China 1895-1937: An Overview»,
en P. Duus, R. Myers y M. Peattie (eds.), The Japanese Informal Empire in
China 1895-1937, Princeton (NJ), Princeton University Press, XI-XXIX.
Eastman, L. (1974): The Abortive Revolution: China Under Nationalist Rule
1927-1937, Cambridge (MA), Harvard University Press.
— (1980): «Facets of an Ambivalent Relationship: Smuggling, Puppets and
Atrocities During the War 1937-1945», en A. Iriye (ed.), The Chinese and the
Japanese: Essays in Political and Cultural Interactions, Princeton (NJ),
Princeton University Press, 275-303.
— (1984): Seeds of Destruction: Nationalist China in War and Revolution 1937-
1949, Stanford (CA), Stanford University Press.
Elleman, B. (1994): «The Soviet Unions Secret Diplomacy Concerning the
Chinese Eastern Railway 1924-1925», Journal of Asian Studies, 53, 2, 459-
486.
Elvin, M. (1969): «The Gentry Democracy in Chinese Shanghai 1905-1914», en
J. Gray (ed.), Modern China's Search For a Political Form. Oxford, Oxford
University Press, 41-65.
— (1996): «Mandarins and Millenarians: Reflections on the Boxer Uprising of
1899-1900», en Another History: Essays on China From a European

ebookelo.com - Página 236


Perspective, Sydney, Wild Peony, 197-226.
Esherick, J. (1976): Reform and Revolution in China: The 1911 Revolution in
Hunan and Hubei, Berkeley, University of California Press.
— (1987): The Origins of the Boxer Uprising, Berkeley, University of California
Press.
— (1995): Ten Theses on the Chinese Revolution», Modern China, 1, 45-76.
Esherick, J. y Wasserstrom, J. (1994): «Acting Out Democracy: Political
Theater in Modern China», en J. Wasserstrom y E. Perry (eds.), Popular Protest
and Political Culture in Modern China (2.a ed.), Boulder (CO), Westview
Press, 32-69.
Evans. H. (2000): «Marketing Femininity: Images of the Modern Chinese
Woman», en T. Weston y L. Jensen (eds.), China Beyond the Headlines,
Lanham, Rowman and Littlefield.
Feigon, L. (1983): Chen Duxiu: Founder of the Chinese Communist Party,
Princeton (NJ), Princeton University Press.
— (1994): «Gender and the Chinese Student Movement», en J. Wasserstrom y E.
Perry (eds.), Popular Protest and Political Culture in Modern China,
Boulder (CO), Westview Press, 125-35.
Feuerwerker, A. (1968): The Chinese Economy 1912-1949, Ann Arbor, Center for
Chinese Studies, University of Michigan.
— (1983a): «Economic Trends 1912-1949», en J. Fairbank (ed.), The Cambridge
History of China, vol. 12, Republican China 1911-1949, Cambridge,
Cambridge University Press, 28-127.
— (1983b): «The Foreign Presence in China», en J. Fairbank (ed.), The
Cambridge History of China, vol. 12, Republican China 1911-1949,
Cambridge, Cambridge University Press. 128-207.
— (1989): «Japanese Imperialism in China: A Commentary», en P. Duus, R.
Myers y M. Peattie (eds.), The Japanese Informal Empire in China 1895-
1937, Princeton (NJ), Princeton University Press, 431-438.
Fewsmith, J. (1985): Party, State and Local Elites in Republican China:
Merchant Organizations and Politics in Shanghai 1890-1930, Honolulu,
University of Hawaii Press.
Fincher, J. (1981): Chinese Democracy: The Self-Government Movement in
Local, Provincial and National Politics 1905-1914, Nueva York, St.
Martins Press.
Fitzgerald, J. (1996): Awakening China: Politics, Culture and Class in the
Nationalist Revolution, Stanford (CA), Stanford University Press.
Friedman, E. (1996): «A Democratic Chinese Nationalism?» en J. Unger (ed.),
Chinese Nationalism, Nueva York, M. E. Sharpe, 169-182.

ebookelo.com - Página 237


Fu, P. (1993): Passivity, Resistance and Collaboration: Intellectual Choices in
Occupied Shanghai 1937-1945, Stanford (CA), Stanford University Press.
Fung, E. (1980): The Military Dimension of the Chinese Revolution: The New
Army and its Role in the Revolution of 1911, Vancouver, University of
British Columbia Press.
Galbiati, F. (1985): Peng P'ai and the Hai-Lu-Feng Soviet, Stanford (CA),
Stanford University Press.
Gao, Yuan (1987): Born Red: A Chronicle of the Cultural Revolution, Stanford
(CA), Stanford University Press.
Gardner, J. 1982: Chinese Politics and the Succession to Mao, Londres,
Macmillan.
Gasster, M. (1969): Chinese Intellectuals and the Revolution of 1911, Seattle:
University of Washington Press.
— (1980): «The Republican Revolutionary Movement», en J. Fairbank y K. C.
Liu (eds.), The Cambridge History of China, vol. 11, Late Ch'ing 1800-
1911, Cambridge, Cambridge University Press, 463-534.
Gaubatz, P. (1995): «Urban Transformation in Post-Mao China: Impacts of the
Reform Era on Chinas Urban Form», en D. Davis, R. Kraus,
B. Naughton y E. Perry (eds.), Urban Spaces in Contemporary China,
Cambridge, Cambridge University Press, 28-60.
Gaulton, R. (1981): «Political Mobilization in Shanghai 1949-1951», en
C. Howe (ed.), Shanghai: Revolution and Development in an Asian Metropolis,
Cambridge, Cambridge University Press, 35-65.
Gernet, J. (1996): A History of Chinese Civilization (2.a ed.), Cambridge,
Cambridge University Press.
Gilley, B. (1998): Tiger on the Brink: Jiang Zemin and Chinas New Elite,
Berkeley, University of California Press.
Gillin, D. (1964): «"Peasant Nationalism" in the History of Chinese
Communism», Journal of Asian Studies, 23, 2, 269-289.
— (1967): Warlord: Yen Hsi-shan in Shansi Province, 1911-1949, Princeton (NJ),
Princeton University Press.
Gilmartin, C. (1995): Engendering the Chinese Revolution: Radical Women,
Communist Politics and Mass Movements in the 1920s, Berkeley,
University of California Press.
Gittings, J. (1967): The Role of the Chinese Army, Londres, Oxford University
Press.
— (1968): Survey of the Sino-Soviet Dispute: A Commentary and Extracts from
the Recent Polemics 1963-1967, Londres, Oxford University Press.
— (1974): The World and China 1922-1972, Londres, Eyre Methuen.

ebookelo.com - Página 238


— (1989): China Changes Face: The Road From Revolution, 1949-1989, Oxford,
Oxford University Press.
— (1996): Real China: From Cannibalism to Karaoke, Londres, Simon and
Schuster.
Godley, M. (1981): The Mandarin-Capitalists From Nanyang: Overseas Chinese
Enterprise in the Modernization of China 1893-1911, Cambridge,
Cambridge University Press.
Goldman, M. (1973): «The Chinese Communist Party's «Cultural Revolution» of
1962-1964», en C. Johnson (ed.), Ideology and Politics in Contemporary
China, Seattle, University of Washington Press, 219-254.
— (1981): China's Intellectuals: Advise and Dissent, Cambridge (MA), Harvard
University Press.
Goldman, M. y MacFarquhar, R. (1999): «Dynamic Economy, Declining Party-
State», en M. Goldman y R. MacFarquhar (eds.), The Paradox of China's
Post-Mao Reforms, Cambridge (MA), Harvard University Press, 3-29.
Goodman, B. (1995): Native Place, City and Nation: Regional Networks and
Identities in Shanghai 1853-1937, Berkeley, University of California Press.
Greenhaigh, S. (1993): «The Peasantization of the One-Child Policy in Shaanxi»,
en D. Davis y S. Harrell (eds.), Chinese Families in the Post-Mao Era,
Berkeley, University of California Press, 219-250.
Grieder, J. (1970): Hu Shih and the Chinese Renaissance: Liberalism in the
Chinese Revolution 1917-1937, Cambridge (MA), Harvard University
Press.
— (1981): Intellectuals and the State in Modern China, Nueva York, Free Press.
Han, Minzhu (1990): Cries for Democracy: Writings and Speeches From the
1989 Chinese Democracy Movement, Princeton (NJ), Princeton University
Press.
Hao, Yen-p'ing (1969): «Cheng Kuan-ying: The Comprador as Reformer»,
Journal of Asian Studies, 29, 1, 15-22.
Hao, Yen-p'ing y Wang, Erh-min (1980): «Changing Chinese Views of Western
Relations, 1840-1895», en J. Fairbank y K. C. Liu (eds.), The Cambridge
History of China, vol. 11, Late Ch'ing 1800-1911, Cambridge, Cambridge
University Press, 142-201.
Harding, H. (1981): Organizing China: The Problem of Bureaucracy 1949-1976,
Stanford (CA), Stanford University Press.
— (1987): China's Second Revolution: Reform After Mao, Washington (DC),
Brookings Institution.
— (1991): «The Chinese State in Crisis», en R. MacFarquhar y J. Fairbank (eds.),
The Cambridge History of China, vol. 15, The People's Republic,

ebookelo.com - Página 239


Cambridge, Cambridge University Press, 107-217.
Harrell, P. (1992): Sowing the Seeds of Change: Chinese Students, Japanese
Teachers 1895-1905, Stanford (CA), Stanford University Press.
Harrell, S. (1992): «Introduction: Civilizing Projects and the Reaction to Them»,
en S. Harrell (ed.), Cultural Encounters on China's Ethnic Frontiers,
Seattle, University of Washington Press, 3-36.
Harrison, J. (1972): The Long March to Power: A History of the Chinese
Communist Party, 1921-1972, Nueva York, Praeger.
Hartford, K. y Goldstein, S. (1989): «Introduction: Perspectives on the Chinese
Communist Revolution», en K. Hartford y S. Goldstein (eds.), Single
Sparks: Chinas Rural Revolutions, Nueva York, M. E. Sharpe, 3-33.
Henriot, C. (1993): Shanghai, 1927-1937: Municipal Power, Locality and
Modernization, Berkeley, University of California Press.
Hershatter, G. (1986): The Workers of Tianjin 1900-1949, Stanford (CA),
Stanford University Press.
— (1996): «Chinese Sex Workers in the Reform Period», en E. Perry (ed.),
Putting Class in its Place: Worker Identities in East Asia, Berkeley,
Institute of East Asian Studies, University of California, 199-224.
— (1997): Dangerous Pleasures: Prostitution and Modernity in Twentieth-
Century Shanghai, Berkeley, University of California Press.
Hershatter, G.; Honig, E. y Stross, R. (1996): «Introduction», en G. Hershatter, E.
Honig, J. Lipman y R. Stross (eds.), Remapping China: Fissures in
Historical Terrain, Stanford (CA), Stanford University Press, 1-9.
Hevia, J. (1992): «Leaving a Brand on China: Missionary Discourse in the Wake
of the Boxer Movement», Modern China, 3, 304-332.
— (1995): Cherishing Men From Afar: Qing Guest Ritual and the Macartney
Embassy of 1793, Durham (NC), Duke University Press.
Hinton, W. (1966): Fanshen: A Documentary of Revolution in a Chinese Village,
Nueva York, Vintage Books.
— (1972): Hundred Day War: The Cultural Revolution at Tsinghua University,
Nueva York, Monthly Review Press.
Ho, Pint-ti (1959): Studies on the Population of China, 1368-1953, Cambridge
(MA), Harvard University Press.
Hofheinz, R. (1977): The Broken Wave: The Chinese Communist Peasant
Movement 1920-1928, Cambridge (MA), Harvard University Press.
Holm, D. (1991): Art and Ideology in Revolutionary China, Oxford, Clarendon
Press.
Honig, E. (1986): Sisters and Strangers: Women in the Shanghai Cotton Mills
1919-1949, Stanford (CA), Stanford University Press.

ebookelo.com - Página 240


— (1992): Creating Chinese Ethnicity: Subei People in Shanghai 1850-1980,
New Haven (CT), Yale University Press.
Howard, R. (1969): «The Chinese Reform Movement of the 1890s: A
Symposium: Introduction», Journal of Asian Studies, 29, 1, 7-14.
Howland, D. (1996): Borders of Chinese Civilization: Geography and History at
Empire's End, Durham (NC), Duke University Press.
Hsia, C. T. (1978): «Yen Fu and Liang Ch'i-ch'ao as Advocates of New Fiction»,
en A. Rickett (ed.), Chinese Approaches to Literature From Confucius to
Liang Ch'i-ch'ao, Princeton (NJ), Princeton University Press, 221-257.
Hsiao, Kung-ch'uan (1975): A Modern China and a New World: K'ang Yu-wei,
Reformer and Utopian 1858-1927, Seattle, University of Washington Press.
Hsieh, W. (1975): Chinese Historiography on the Revolution of 1911, Stanford
(CA), Hoover Institution Press.
Hsiung, J. y Levine, S. (eds.) (1992): China's Bitter Victory: The War With Japan
1937-1945, Nueva York, M. E. Sharpe.
Hsu, I. (1990): China Without Mao: The Search for a New Order (2.a ed.),
Oxford, Oxford University Press.
— (2000): The Rise of Modern China (6.a ed.), Oxford, Oxford University Press.
Huang, P. (1995): «Class Struggle in the Chinese Revolution», Modern China, 1,
105-143.
Hucker, C. (1975): Chinas Imperial Past: An Introduction to Chinese History and
Culture, Stanford (CA), Stanford University Press.
Hung, Chang-tai (1994): War and Popular Culture: Resistance in Modern China
1937-1945, Berkeley, University of California Press.
Hunt, M. (1972): «The American Remission of the Boxer Indemnity: A
Reappraisal», Journal of Asian Studies, 31, 3, 539-559.
— (1973): Frontier Defense and the Open Door: Manchuria in Chinese-
American Relations 1895-1911, New Haven (CT), Yale University Press.
— (1983): The Making of a Special Relationship: The United Statesand China to
1914, Nueva York, Columbia University Press.
— (1996): The Genesis of Chinese Communist Foreign Policy, Nueva York,
Columbia University Press.
Hunter, A. y Sexton, J. (1999): Contemporary China. Londres, Macmillan.
Ichiko, Chuzo (1980): «Political and Institutional Reform, 1901-1911», en J.
Fairbank y K. C. Liu (eds.), The Cambridge History of China, vol. 11, Late
Ch'ing 1800-1911, Cambridge, Cambridge University Press, 375-415.
Iriye, A. (1965): After Imperialism: The Search for a New Order in the Far East
1921-1931, Cambridge (MA), Harvard University Press.
— (1967): «Public Opinion and Foreign Policy: The Case of Late Ch'ing China»,

ebookelo.com - Página 241


en A. Feuerwerker, R. Murphey y M. Wright (eds.), Approaches to Modern
Chinese History. Berkeley, University of California Press, 216-238.
Irons, N. (1983): The Last Emperor, Londres, House of Fans.
Isaacs, H. (1961): The Tragedy of the Chinese Revolution (2.a ed. rev.), Stanford
(CA), Stanford University Press.
Israel, J. (1998): Lianda: A Chinese University in War and Revolution, Stanford
(CA), Stanford University Press.
Israel, J. y Klein, D. (1976): Rebels and Bureaucrats: China's December 9ers,
Berkeley, University of California Press.
Jacobs, D. (1981): Borodin: Stalin's Man in China, Cambridge (MA), Harvard
University Press.
Jansen, M. (1954): The Japanese and Sun Yat-sen, Cambridge (MA), Harvard
University Press.
— (1975): Japan and China: From War to Peace 1894-1972, Chicago, Rand
McNally.
— (1980): «Japan and the Revolution of 1911», en J. Fairbank y K. C. Liu (eds.),
The Cambridge History of China, vol. 11, Late Ch'ing 1800-1911,
Cambridge, Cambridge University Press, 339-374.
— (1984): «Japanese Imperialism: Late Meiji Perspectives», en R. Myers y M.
Peattie (eds.), The Japanese Colonial Empire 1894-1945, Princeton (NJ),
Princeton University Press, 61-79.
Jenner, W. (1992): The Tyranny of History: The Roots of Chinas Crisis, Londres,
Lane, Penguin Press.
Joffe, E. 1987: The Chinese Army After Mao, Cambridge (MA), Harvard
University Press.
Johnson, C. (1962): Peasant Nationalism and Communist Power: The Emergence
of Revolutionary China, Stanford (CA), Stanford University Press.
Johnson, K. Ann (1983): Women, the Family, and Peasant Revolution in China,
Chicago, University of Chicago Press.
Jones, A. (1994): «The Politics of Popular Music in Post-Tiananmen China», en J.
Wasserstrom y E. Perry (eds.), Popular Protest and Political Culture in
Modern China (2.a ed.), Boulder (CO), Westview Press, 148-165.
Jordan, D. (1976): The Northern Expedition: Chinas National Revolution of
1926-1928, Honolulu, University Press of Hawaii.
— (1991): Chinese Boycotts Versus Japanese Bombs: The Failure of Chinas
«Revolutionary Diplomacy» 1931-1932, Ann Arbor, University of
Michigan Press.
Joseph, W.; Wong, C. y Zweig, D. (1991): «Introduction: New Perspectives on
the Cultural Revolution», en W. Joseph, C. Wong y D. Zweig (eds.), New

ebookelo.com - Página 242


Perspectives on the Cultural Revolution, Cambridge (MA), Council on East
Asian Studies, Harvard University, 1-16.
Judge, J. (1996): Print and Politics: Shibao and the Culture of Reform in Late
Qing China, Stanford (CA), Stanford University Press.
Kapp, R. (1973): Szechuan and the Chinese Republic: Provincial Militarism and
Central Power 1911-1938, New Haven (CT), Yale University Press.
Kataoka, T. (1974): Resistance and Revolution in China: The Communists and the
Second United Front, Berkeley, University of California Press.
Keenan, B. (1977): The Dewey Experiment in China: Educational Reform and
Political Power in the Early Republic, Cambridge (MA), Council on East
Asian Studies, Harvard University.
Kim, I. (1973): The Politics of Chinese Communism: Kiangsi Under the Soviets,
Berkeley, University of California Press.
Kirby, W. (1984): Germany and Republican China, Stanford (CA), Stanford
University Press.
— (1997): «The Internationalization of China: Foreign Relations At Home and
Abroad in the Republican Era», China Quarterly, 150, 433-458.
Kuhn, P. (1975): «Local Self-Government Under the Republic», en F. Wakeman y
C. Grant (eds.), Conflict and Control in Late Imperial China, Berkeley,
University of California Press, 257-298.
— (1978): «The Taiping Rebellion», en J. Fairbank (ed.), The Cambridge History
of China, vol. 10, Late Ch'ing 1800-1911, Cambridge, Cambridge
University Press, 264-317.
Kwan, D. (1997): Marxist Intellectuals and the Chinese Labor Movement, Seattle,
University of Washington Press.
Kwong, L. (1984): A Mosaic of the Hundred Days: Personalities, Politics and
Ideas of 1898, Cambridge (MA), Council on East Asian Studies, Harvard
University.
Lary, D. (1974): Región and Nation: The Kwangsi Clique in Chinese Politics
1925-1937, Cambridge, Cambridge University Press.
— (1985): Warlord Soldiers: Chinese Common Soldiers 1911-1937, Cambridge,
Cambridge University Press.
Lee, Chong-sik (1983): Revolutionary Struggle in Manchuria: Chinese
Communism and Soviet Interest 1922-1945, Berkeley, University of
California Press.
Lee, Leo Ou-fan (1987): Voices From the Iron House: A Study of Lu Xun,
Bloomington, Indiana University Press.
— (1999): Shanghai Modern: The Flowering of a New Urban Culture in China
1930-1945, Cambridge (MA), Harvard University Press.

ebookelo.com - Página 243


— (2000): «The Cultural Construction of Modernity in Urban Shanghai: Some
Preliminary Explorations», en Wen-hsin Yeh (ed.), Becoming Chinese,
Berkeley, University of California Press, 31-61.
Lee, Leo Ou-fan y Nathan, A. (1985): «The Beginnings of Mass Culture:
Journalism and Fiction in the Late Ch'ing and Beyond», en D. Johnson, A.
Nathan y E. Rawski (eds.), Popular Culture in Late Imperial China,
Berkeley, University of California Press, 360-395.
Lee, Lily Xiao Hong y Wiles, S. (1999): Women of the Long March, St. Leonards
(NSW), Alien and Unwin.
Levenson, J. (1964): Confucian China and its Modern Fate, vol. 2, The Problem
of Monarchical Decay, Londres, Routledge and Kegan Paul.
Levich, E. (1993): The Kwangsi Way in Kuomintang China 1931-1939, Nueva
York, M. E. Sharpe.
Levine, S. (1987): Anvil of Victory: The Communist Revolution in Manchuria
1945-1948, Nueva York, Columbia University Press.
Lewis, C. (1976): Prologue to the Chinese Revolution: The Transformation of
Ideas and Institutions in Hunan Province 1891-1907, Cambridge (MA),
Harvard University Press.
Li, Lianjiang y O'Brien, K. (1999): «The Struggle Over Village Elections», en M.
Goldman y R. MacFarquhar (eds.), The Paradox of Chinas Post-Mao
Reforms, Cambridge (MA), Harvard University Press, 129-44.
Liang, Heng y Shapiro, J. (1983): Son of the Revolution, Londres, Chatto and
Windus.
Lieberthal, K. (1980): Revolution and Tradition in Tientsin 1949-1952, Stanford
(CA), Stanford University Press.
— (1993): «The Great Leap Forward and the Split in the Yanan leadership 1958-
1965», en R. MacFarquhar (ed.), The Politics of China 1949-1989,
Cambridge, Cambridge University Press, 87-147.
— (1995): Governing China: From Revolution Through Reform, Londres,
Norton.
Liew, K. S. (1971): Struggle For Democracy: Sung Chiao-jen and the 1911
Chinese Revolution, Berkeley, University of California Press.
Lifton, R. (1968): Revolutionary Immortality: Mao Tse-tung and the Chinese
Cultural Revolution, Nueva York, Random House.
Lin, Yu-sheng (1979): The Crisis of Chinese Consciousness: Radical
Antitraditionalism in the May Fourth Era, Madison, University of
Wisconsin Press.
Litzinger, C. (1996): «Rural Religion and Village Organization in North China:
The Catholic Challenge in the Late Nineteenth Century», en D. Bays (ed.),

ebookelo.com - Página 244


Christianity in China: From the Eighteenth Century to the Present,
Stanford (CA), Stanford University Press, 41-52.
Louis, W. (1971): British Strategy in the Far East 1919-1939, Oxford: Clarendon
Press.
Luk, M. (1990): The Origins of Chinese Bolshevism: An Ideology in the Making
1920-1928, Oxford, Oxford University Press.
Lupher, M. (1995): «Revolutionary Little Red Devils: The Social Psychology of
Rebel Youth, 1966-1967», en A. Kinney (ed.), Chinese Views of Childhood,
Honolulu, University of Hawaii Press, 321-343.
Lyell, W. (1976): Lu Hsun's Vision of Reality, Berkeley, University of California
Press.
— (trad.) (1990): Diary of a Madman and Other Stories, Honolulu: University of
Hawaii Press.
McCord, E. (1993): The Power of the Gun: The Emergence of Modern Chinese
Warlordism, Berkeley, University of California Press.
McCormack, G. (1977): Chang Tso-lin in Northeast China 1911-1928: China,
Japan and the Manchurian Idea, Stanford (CA), Stanford University Press.
McDonald, A. (1978): The Urban Origins of Rural Revolution: Elites and Masses
in Hunan Province, China 1911-1927, Berkeley, University of California
Press.
MacFarquhar, R. (1960): The Hundred Flowers Campaign and the Chinese
Intellectuals, Nueva York, Praeger.
— (1974): The Origins of the Cultural Revolution, vol. 1, Contradictions Among
the People 1956-1957, Nueva York, Columbia University Press.
— (1983): The Origins of the Cultural Revolution, vol. 2, The Great Leap
Forward 1958-1960, Oxford: Oxford University Press.
— (1991): «The Succession to Mao and the End of Maoism», en R. MacFarquhar
y J. Fairbank (eds.), The Cambridge History of China, vol. 15, The People's
Republic, Cambridge, Cambridge University Press, 305-341.
— (1997): The Origins of the Cultural Revolution, vol. 3, The Coming of the
Cataclysm 1961-1966, Oxford, Oxford University Press.
Mackinnon, S. (1980): Power and Politics in Late Imperial China: Yuan Shikai in
Beijing and Tianjin 1901-1908, Berkeley, University of California Press.
Mancall, M. (1984): China at the Center: 300 Years of Foreign Policy, Nueva
York, Free Press.
Mann Jones, S. y Kuhn, P. (1978): «Dynastic Decline and the Roots of
Rebellion», en J. Fairbank (ed.), The Cambridge History of China, vol. 10,
Late Ch'ing 1800-1911, Cambridge, Cambridge University Press, 107-162.
Marks, R. (1984): Rural Revolution in South China: Peasants and the Making of

ebookelo.com - Página 245


History in Haifeng County 1570-1930, Madison, University of Wisconsin
Press.
Marshall, J. (1976): «Opium and the Politics of Gangsterism in Nationalist China
1927-1945», Bulletin of Concerned Asian Scholars, 8, 19-48.
Martin, B. (1996): The Shanghai Green Gang: Politics and Organized Crime
1919-1937, Berkeley, University of California Press.
Meienberger, N. (1980): The Emergence of Constitutional Government in China
(1905-1908), Berna, P. Lang.
Meijer, M. (1983): «Legislation on Marriage and Family in the Chinese Soviet
Republic», en W. Butler (ed.), The Legal System of the Chinese Soviet
Republic 1931-1934, Nueva York, Transnational Publishers, 95-106.
Meisner, M. (1967): Li Ta-chao and the Origins of Chinese Marxism, Cambridge
(MA), Harvard University Press.
— (1999): Maos China and After: A History of the People's Republic (3.a ed.),
Nueva York, Free Press.
Miles, J. (1996): The Legacy of Tiananmen: China in Disarray, Ann Arbor,
University of Michigan Press.
Min, Tu-ki (1989): National Polity and Local Power: The Transformation of Late
Imperial China, Cambridge (MA), Council on East Asian Studies, Harvard
University.
Moore, B. (1966): Social Origins of Dictatorship and Democracy: Lord and
Peasant in the Making of the Modern World, Boston, Beacon Press.
Nathan, A. (1985): Chinese Democracy, Nueva York, Alfred A. Knopf.
Naughton, B. (1991): «Industrial Policy During the Cultural Revolution: Military
Preparation, Decentralization and Leaps Forward», en W. Joseph, C. Wong
y D. Zweig (eds.), New Perspectives on the Cultural Revolution,
Cambridge (MA), Council on East Asian Studies, Harvard University
Press, 153-181.
— (1999): «Chinas Transition in Economic Perspective», en M. Goldman y R.
MacFarquhar (eds.), The Paradox of China's Post-Mao Reforms,
Cambridge (MA), Harvard University Press, 30-44.
Nee, V. (1969): The Cultural Revolution at Peking University, Londres, Monthly
Review Press.
O'Brien, K. y Li, Lianjiang (2000): «Accommodating "Democracy" in a One-
Party State: Introducing Village Elections in China», China Quarterly, 162,
465-489.
Ogata, S. (1964): Defiance in Manchuria: The Making of Japanese Foreign
Policy 1931 1932, Berkeley, University of California Press.
Oi, J. (1999): «Two Decades of Rural Reform in China: An Overview and

ebookelo.com - Página 246


Assessment», China Quarterly, 159, 616-628.
Ono, K. (1989): Chinese Women in a Century of Revolution 1850-1950, Stanford
(CA), Stanford University Press.
Ownby, D. (1996): Brotherhoods and Secret Societies in Early and Mid-Qing
China: The Formation of a Tradition, Stanford (CA), Stanford University
Press.
Parris, K. (1999): «The Rise of Private Business Interests», en M. Goldman y R.
MacFarquhar (eds.), The Paradox of China's Post-Mao Reforms,
Cambridge (MA), Harvard University Press, 262-282.
Paulson, D. (1989): «Nationalist Guerrillas in the Sino-Japanese War: The "Die-
Hards" of Shandong Province», en K. Hartford y S. Goldstein
(eds.), Single Sparks: Chinas Rural Revolutions, Nueva York, M. E. Sharpe, 128-
150.
Peattie, M. (1975): Ishiwara Kanji and Japan's Confrontation With the West,
Princeton (NJ), Princeton University Press.
Pepper, S. (1978): Civil War in China: The Political Struggle 1945-1949,
Berkeley, University of California Press.
— (1986): «The KMT-CCP Conflict, 1945-1949», en J. Fairbank y A.
Feuerwerker (eds.), The Cambridge History of China, vol. 13, Republican
China 1912-1949, Cambridge, Cambridge University Press, 723-788.
— (1991): «Education», en R. MacFarquhar y J. Fairbank (eds.), The Cambridge
History of China, vol. 15, The People's Republic, Cambridge, Cambridge
University Press, 540-593.
— (1996): Radicalism and Education Reform in the Twentieth Century,
Cambridge, Cambridge University Press.
Perry, E. (1993): Shanghai on Strike: The Politics of Chinese Labor, Stanford
(CA), Stanford University Press.
— (1994): «Casting a Chinese "Democracy" Movement: The Roles of Students,
Workers, and Entrepreneurs», en J. Wasserstrom y E. Perry (eds.), Popular
Protest and Political Culture in Modern China (2.a ed.), Boulder (CO),
Westview Press, 74-92.
— (1995): «Labors Battle For Political Space: The Role of Worker Associations
in Contemporary China», en D. Davis, R. Kraus, B. Naughton y E. Perry
(eds.), Urban Spaces in Contemporary China, Cambridge, Cambridge
University Press, 302-325.
— (1999): «Crime, Corruption and Contention», en M. Goldman y R.
MacFarquhar (eds.), The Paradox of China's Post-Mao Reforms,
Cambridge (MA), Harvard University Press, 308-329.
Perry, E. y Li, Xun (1997): Proletarian Power: Shanghai in the Cultural

ebookelo.com - Página 247


Revolution, Boulder (CO), Westview Press.
Peyrefitte, A. (1993): The Collision of Two Civilizations: The British Expedition
to China in 1792-1794, Londres, Harvill.
Pickowicz, P. (1995): «Velvet Prisons and the Political Economy of Chinese
Filmmaking», en D. Davis, R. Kraus, B. Naughton y E. Perry (eds.), Urban
Spaces in Contemporary China, Cambridge, Cambridge University Press,
193-220.
— (2000): «Victory as Defeat: Postwar Visualizations of Chinas War of
Resistance», en Wen-hsin Yeh (ed.), Becoming Chinese, Berkeley,
University of California Press, 365-98.
Polachek, J. (1983): «The Moral Economy of the Kiangsi Soviet (1928-1934)»,
Journal of Asian Studies, 42, 4, 805-829.
Pollack, J. (1991): «The Opening to China», en R. MacFarquhar y J. Fairbank
(eds.), The Cambridge History of China, vol. 15, The People's Republic,
Cambridge, Cambridge University Press, 402-472.
Pong, D. (1985): «The Vocabulary of Change: Reformist Ideas of the 1860s and
1870s», en D. Pong y E. Fung (eds.), Ideal and Reality: Social and
Political Change in Modern China, 1860-1949, Lanham, University Press
of America, 25-60.
— (1994): Shen Pao-chen and Chinas Modernization in the Nineteenth Century,
Cambridge, Cambridge University Press.
Prazniak, R. (1999): Of Camel Kings and Other Things: Rural Rebels Against
Modernity in Late Imperial China, Lanham, Rowman and Litdefield.
Price, D. (1974): Russia and the Roots of the Chinese Revolution 1896-1911,
Cambridge (MA), Harvard University Press.
Pye, L. (1971): Warlord Politics: Conflict and Coalition in the Modernization of
Republican China, Nueva York, Praeger.
— (1993): «An Introductory Profile: Deng Xiaoping and Chinas Political
Culture», China Quarterly, 135, 412-443.
Rankin, M. (1975): «The Emergence of Women at the End of the Ch'ing: The
Case of Ch'iu Chin», en M. Wolf y R. Witke (eds.), Women in Chinese
Society, Stanford (CA), Stanford University Press, 39-66.
— (1986): Elite Activism and Political Transformation in China: Zhejiang
Province, 1865-1911, Stanford (CA), Stanford University Press.
— (1997): «State and Society in Early Republican Politics 1912-1918», China
Quarterly, 150, 260-281.
Rankin, M. y Esherick, J. 1990: «Concluding Remarks», en J. Esherick y M.
Rankin (eds.), Chinese Local Elites and Patterns of Dominance, Berkeley,
University of California Press, 305-345.

ebookelo.com - Página 248


Rawski, E. (1996): «Re-envisioning the Qing:The Significance of the Qing Period
in Chinese History», Journal of Asian Studies, 55, 4, 829-850.
— (1998): The Last Emperors: A Social History of Qing Imperial Institutions,
Berkeley, University of California Press.
— (1989): Economic Growth in Prewar China, Berkeley, University of California
Press.
Reardon-Anderson, J. (1980): Yenan and the Great Powers: The Origins of
Chinese Communist Foreign Policy 1944-1946, Nueva York, Columbia
University Press.
Reynolds, D. (1993): China 1898-1912: The Xinzheng Revolution and Japan,
Cambridge (MA), Council on East Asian Studies, Harvard University.
Rhoads, E. (1975): China's Republican Revolution: The Case of Kwangtung
1895-1913, Cambridge (MA), Harvard University Press.
Rice, E. (1972): Mao's Way, Berkeley, University of California Press.
Robinson, T. (1991): «China Confronts the Soviet Union: Warfare and Diplomacy
on China's Inner Asian Frontiers», en R. MacFarquhar y J. Fairbank (eds.),
The Cambridge History of China, vol. 15, The People's Republic,
Cambridge, Cambridge University Press, 218-301.
Rowe, W. (1989): Hankow: Conflict and Community in a Chinese City, 1796-
1895, Stanford (CA), Stanford University Press.
— (1994): «Education and Empire in Southwest China», en B. Elman y A.
Woodside (eds.), Education and Society in Late Imperial China 1600-1900,
Berkeley, University of California Press, 417-457.
Rue, J. (1966): Mao Tse-tung in Opposition 1927-1935, Stanford (CA), Stanford
University Press.
Saich, T. (2000): «Negotiating the State: The Development of Social
Organizations in China», China Quarterly. 161, 124-141.
Scaiapino, R. y Yu, G. (1985): Modern China and its Revolutionary Process:
Recurrent Challenges to the Traditional Order 1850-1920, Berkeley,
University of California Press.
Schaller, M. (1979): The US Crusade in China 1938-1945, Nueva York,
Columbia University Press.
Schiffrin, H. (1968): Sun Yat-sen and the Origins of the Chinese Revolution,
Berkeley, University of California Press.
Schoppa, R. Keith (1982): Chinese Elites and Political Change: Zhejiang
Province in the Early Twentieth Century, Cambridge (MA), Harvard
University Press.
Schram, S. (ed.) (1963): The Political Thought of Mao Tse-tung, Nueva York,
Praeger.

ebookelo.com - Página 249


— (1966): Mao Tse-tung, Harmondsworth, Penguin.
— (1973): «The Cultural Revolution in Historical Perspective», en S. Schram
(ed.), Authority, Participation and Cultural Change in China, Cambridge,
Cambridge University Press, 1-108.
— (ed.) (1974): Mao Tse-tung Unrehearsed: Talks and Letters 1956-1971,
Harmondsworth: Penguin.
— (1987): «Party Leader or True Ruler? Foundations and Significance of Mao
Zedongs Personal Power», en S. Schram (ed.), Foundations and Limits of
State Power in China, Hong Kong: Chinese University Press, 203-256.
— (1989): The Thought of Mao Tse-tung, Cambridge, Cambridge University
Press.
Schrecker, J. (1969): «The Reform Movement, Nationalism and Chinas Foreign
Policy», Journal of Asian Studies, 29, 1, 43-53.
— (1971): Imperialism and Chinese Nationalism: Germany in Shantung,
Cambridge (MA), Harvard University Press.
Schurmann, F. (1968): Ideology and Organization in Communist China, Berkeley,
University of California Press.
Schwarcz, V. (1986): The Chinese Enlightenment: Intellectuals and the Legacy of
the May Fourth Movement of 1919, Berkeley, University of California
Press,
Schwartz, B. (1951): Chinese Communism and the Rise of Mao, Cambridge
(MA), Harvard University Press.
— (1964): In Search of Wealth and Power: Yen Fu and the West, Cambridge
(MA), Harvard University Press.
Seagrave, S. (1985): The Soong Dynasty, Londres, Sidgwick and Jackson.
Selden, M. (1971): The Yenan Way in Revolutionary China, Cambridge (MA),
Harvard University Press.
— (1995a): China in Revolution: The Yenan Way Revisited, Nueva York, M. E.
Sharpe.
— (19952?): «Yanan Communism Reconsidered», Modern China, 1, 8-44.
Shaffer, L. (1982): Mao and the Workers: The Hunan Labor Movement 1920-
1923, Nueva York, M. E. Sharpe.
Sheehan, J. (1998): Chinese Workers: A New History, Londres, Routledge.
Sheet, K. (1989): Peasant Society and Marxist Intellectuals in China: Fang
Zhimin and the Origins of a Revolutionary Movement in the Xinjiang
Region, Princeton: Princeton University Press.
Sheng, M. (1997): Battling Western Imperialism: Mao, Stalin and the US,
Princeton (NJ), Princeton University Press.
Sheridan, J. (1966): Chinese Warlord: The Career of Feng Yu-hsiang, Stanford

ebookelo.com - Página 250


(CA), Stanford University Press.
— (1977): China in Disintegration: The Republican Era in Chinese History
1912-1949, Nueva York, Free Press.
— (1983): «The Warlord Era: Politics and Militarism Under the Peking
Government 1916-1928», en J. Fairbank (ed.), The Cambridge History of
China, vol. 12, Republican China 1912-1949. Cambridge, Cambridge
University Press, 284-321.
Shirk, S. (1982): Competitive Comrades: Career Incentives and Student
Strategies in China, Berkeley, University of California Press.
Short, P. (1982): The Dragon and the Bear: Inside China and Russia Today,
Londres, Hodder and Stoughton.
— (1999): Mao: A Life, Londres, Hodder and Stoughton.
Shue, V. (1980): Peasant China in Transition: The Dynamics of Development
Towards Socialism 1949-1956, Berkeley, University of California Press.
Shum, K. K. (1985): «The Chinese Communist Party's Strategy for Galvanizing
Popular Support, 1930-1945», en D. Pong and E. Fung (eds.), Ideal and
Reality: Social and Political Change in Modern China, 1860-1949,
Lanham, University Press of America, 327-354.
— (1988): The Chinese Communists' Road to Power: The Anti-Japanese National
United Front, Oxford, Oxford University Press.
Sigel, L. (1976): «Foreign Policy Interests and Activities of the Treaty Port
Chinese Community», en P. Cohen y J. Schrecker (eds.), Reform in
Nineteenth Century China, Cambridge (MA), East Asian Research Center,
Harvard University, 272-281.
— (1985): «The Treaty Port Commercial Community and the Diplomacy of
Chinese Nationalism 1900-1911», en D. Pong y E. Fung (eds.), Ideal and
Reality: Social and Political Change in Modern China 1860-1949,
Lanham, University Press of America, 221-249.
— (1992): «Business-Government Cooperation in Late Qing Foreign Policy», en
J. Kate Leonard y J. Watt (eds.), To Achieve Security and Wealth: The Qing
Imperial State and the Economy 1644-1911, Ithaca (NY), East Asia
Program, Cornell University, 157-181.
Solinger, D. (1995): «The Floating Population in the Cities: Chances For
Assimilation?», en D. Davis, R. Kraus, B. Naughton y E. Perry (eds.),
Urban Spaces in Contemporary China, Cambridge, Cambridge University
Press, 113-139.
— (1999): «China's Floating Population», en M. Goldman y R. MacFarquhar
(eds.), The Paradox of China's Post-Mao Reforms, Cambridge (MA),
Harvard University Press, 220-240.

ebookelo.com - Página 251


— (1971): Mao's Revolution and the Chinese Political Culture, Berkeley,
University of California Press.
Spence, J. (1982): The Gate of Heavenly Peace: The Chinese and Their
Revolution 1895-1980, Londres, Faber and Faber.
— (1999a): The Search for Modern China (2.a ed.), Londres, W. W. Norton.
— (1999b): Mao Zedong, Nueva York, Viking Penguin.
Stacey, J. (1983): Patriarchy and Socialist Revolution in China, Berkeley,
University of California Press.
Storry, R. (1979): Japan and the Decline of the West in Asia 1894-1943, Londres,
Macmillan.
Stranahan, P. (1983): Yan an Women and the Communist Party, Berkeley, Institute
of East Asian Studies, University of California.
— (1998): Underground: The Shanghai Communist Party and the Politics of
Survival 1927-1937. Lanham, Rowman and Littlefield.
Strand, D. (1989): Rickshaw Beijing: City People and Politics in the 1920s,
Berkeley, University of California Press.
— (1995): «(Conclusion: Historical Perspectives», en D. Davis, R. Kraus, B.
Naughton y E. Perry (eds.), Urban Spaces in Contemporary China,
Cambridge, Cambridge University Press, 394-426.
Strauss, J. (1997): «The Evolution of Republican Government», China Quarterly,
150, 329-351.
Stress, R. (1996): «Field Notes From the Present», en G. Hershatter, E. Honig, J.
Lipman y R. Stross (eds.), Remapping China: Fissures in Historical
Terrain, Stanford (CA), Stanford University Press, 261-274.
Su, Xiaokang (1991): Deathsong of the River: A Reader's Guide to the Chinese
TV Series Heshang, Ithaca (NY), East Asia Program, Cornell University.
Sutton, D. (1980): Provincial Militarism and the Chinese Republic: The Yunnan
Army, 1905-1925, Ann Arbor, University of Michigan Press.
Sweeten, A. (1996): «Catholic Converts in Jiangxi Province: Conflict and
Accommodation 1860-1900», en D. Bays (ed.), Christianity in China:
From the Eighteenth Century to the Present, Stanford (CA), Stanford
University Press, 24-40.
Tang, Xiaobing (1996): Global Space and the Nationalist Discourse of
Modernity: The Historical Thinking of Liang Qichao, Stanford (CA),
Stanford University Press.
Tanner, M. (1999): «The National Peoples Congress», en M. Goldman y R.
MacFarquhar (eds.), The Paradox of China's Post-Mao Reforms,
Cambridge (MA), Harvard University Press, 100-128.
Teiwes, F. y Sun, W. (1996): The Tragedy of Lin Biao: Riding the Tiger During

ebookelo.com - Página 252


the Cultural Revolution 1966-1971, Honolulu: University of Hawaii Press.
Terrill, R. (1999): Madame Mao: The White-Boned Demon (ed. rev.), Stanford
(CA), Stanford University Press.
Thaxton, R. (1983): China Turned Rightside Up: Revolutionary Legitimacy in the
Present, New Haven (CT), Yale University Press.
— (1997): Salt of the Earth: The Political Origins of Peasant Protest and
Communist Revolution in China, Berkeley, University of California Press.
Thompson, L. (ed. y trad.) (1958): Ta T'ung Shu: The One World Philosophy of
K'ang Yu-wei, Londres, Alien and Unwin.
Thompson, R. (trad, e intro.) (1990): Report From Xunwu, Stanford (CA),
Stanford University Press.
— (1995): China's Local Councils in the Age of Constitutional Reform 1898-
1911, Cambridge (MA), Council on East Asian Studies, Harvard
University.
Thorne, C. (1972): The Limits of Foreign Policy: The West, the League and the
Far Eastern Crisis of 1931-1933, Londres, Hamilton.
Thornton, R. (1969): The Comintern and the Chinese Communists 1928-1931,
Seattle, University of Washington Press.
Townsend, J. (1996): «Chinese Nationalism», en J. Unger (ed.), Chinese
Nationalism, Nueva York, M. E. Sharpe, 1-30.
Trocki, C. (1999): Opium, Empire and the Global Political Economy: A Study of
the Asian Opium Trade, Londres, Routledge.
Tsai, Shih-Shan Henry (1983): China and the Overseas Chinese in the US 1968-
1911, Fayetteville, University of Arkansas Press.
Tsou, Tang (1986): The Cultural Revolution and Post-Mao Reforms: A Historical
Perspective, Chicago, University of Chicago Press.
— (1987): «Marxism, the Leninist Party, the Masses and the Citizens in the
Rebuilding of the Chinese State», en S. Schram (ed.), Foundations and
Limits of State Power in China, Hong Kong, Chinese University Press,
257-289.
Tuchman, B. (1971): Stilwell and the American Experience in China, Nueva
York, Macmillan.
Tucker, N. (1983): Patterns in the Dust: Chinese-American Relations and the
Recognition Controversy 1949-1950, Nueva York, Columbia University
Press.
Unger, J. (1982): Education Under Mao: Class and Competition in Canton
Schools 1960-1980, Nueva York, Columbia University Press.
Van de Ven, H. (1991): From Friend to Comrade: The Founding of the Chinese
Communist Party 1920-1927, Berkeley, University of California Press.

ebookelo.com - Página 253


— (1997): «The Military in the Republic», China Quarterly, 150, 352-374.
Van Slyke, L. (1986): «The Chinese Communist Movement During the Sino-
Japanese War 1937-1945», en J. Fairbank y A. Feuerwerker (eds.), The
Cambridge History of China, vol. 13, Republican China 1912-1949,
Cambridge, Cambridge University Press, 609-722.
Vogel, E. (1969): Canton Under Communism: Programs and Politics in a
Provincial Capital 1949-1968, Cambridge (MA), Harvard University Press.
Wakeman, F. (1975): The Fall of Imperial China, Nueva York, Free Press.
— (1993): «The Civil Society and Public Sphere Debate: Western Reflections on
Chinese Political Culture», Modern China, 2, 108-138.
— (1995): Policing Shanghai 1927-1937, Berkeley, University of California
Press.
— (1996): The Shanghai Badlands: Wartime Terrorism and Urban Crime 1937-
1941, Cambridge, Cambridge University Press.
— (1997): «A Revisionist View of the Nanjing Decade: Confucian Fascism»,
China Quarterly, 150, 395-432.
— (2000): «Hanjian (Traitor)! Collaboration and Retribution in Wartime
Shanghai», en Wen-hsin Yeh (ed.), Becoming Chinese, Berkeley, University
of California Press, 298-341.
Walder, A. (1991): «Cultural Revolution Radicalism: Variations on a Stalinist
Theme», en W. Joseph, C. Wong and D. Zweig (eds.), New Perspectives on
the Cultural Revolution, Cambridge (MA), Council on East Asian Studies,
Harvard University, 41-61.
Waldron, A. (1995): From War to Nationalism: Chinas Turning Point 1924-1925,
Cambridge, Cambridge University Press.
Waley-Cohen, J. (1993): «China and Western Technology in the Late Eighteenth
Century», American Historical Review, 98, 5, 1525-1544.
Wang, David Der-Wei (1997): Fin-de-Siecle Splendor: Repressed Modernities of
Late Qing Fiction 1849-1911, Stanford (CA), Stanford University Press.
Wang, Shaoguang (1995): «The Politics of Private Time: Changing Leisure
Patterns in Urban China», en D. Davis, R. Kraus, B. Naughton y E. Perry
(eds.), Urban Spaces in Contemporary China, Cambridge, Cambridge
University Press, 149-172.
Wang, Yeh-chien (1973): Land Taxation in Imperial China, Cambridge (MA),
Harvard University Press.
Wang, Zheng (1999): Women in the Chinese Enlightenment: Oral and Textual
Histories, Berkeley, University of California Press.
Wasserstrom, J. (1987): «"Civilization" and its Discontents: The Boxers and
Luddites as Heroes and Villains», Theory and Society, 5, 675-707.

ebookelo.com - Página 254


— (1991): Student Protests in Twentieth-Century China: The View From
Shanghai, Stanford (CA), Stanford University Press.
— (1994): «History, Myth, and the Tales of Tiananmen», en J. Wasserstrom y E.
Perry (eds.), Popular Protest and Political Culture in Modern China (2.a
ed.), Boulder (CO), Westview Press, 272-308.
Wasserstrom, J. y Liu, Xinyong (1995): «Student Associations and Mass
Movements», en D. Davis, R. Kraus, B. Naughton y E. Perry (eds.), Urban
Spaces in Contemporary China, Cambridge, Cambridge University Press,
363-393.
Westad, 0. (1993): Cold War and Revolution: Soviet-American Rivalry and the
Origins of the Chinese Civil War, Nueva York, Columbia University Press.
White, G. (1993): Riding the Tiger. The Politics of Economic Reform in Post-Mao
China, Basingstoke, Macmillan.
White, L. (1989): Policies of Chaos: The Organizational Causes of Violence in
China's Cultural Revolution, Princeton (NJ), Princeton University Press.
— (1991): «The Cultural Revolution as an Unintended Result of Administrative
Policies», en W. Joseph, C. Wong y D. Zweig (eds.), New Perspectives on
the Cultural Revolution, Cambridge (MA), Council on East Asian Studies,
Harvard University, 83-104.
White, T. (1994): «The Origins of Chinas Birth Planning Policy», en C.
Gilmartin, G. Hershatter, L. Rofel y T. White (eds.), Engendering China:
Women, Culture and the State, Cambridge (MA), Harvard University Press.
Whiting, A. (1954): Soviet Policies in China 1917-1924, Nueva York, Columbia
University Press.
— (I960): China Crosses the Yalu: The Decision to Enter the Korean War, Ann
Arbor, University of Michigan Press.
Wilbur, C. Martin (1968): «Military Separatism and the Process of Reunification
Under the Nationalist Regime, 1922-1937», en Ho Ping-ti y Tsou Tang
(eds.), China In Crisis, vol. 1, Chicago, University of Chicago Press, 203-
263.
— (1976): Sun Yat-sen: Frustrated Patriot, Nueva York, Columbia University
Press.
— (1983): «The Nationalist Revolution: From Canton to Nanking 1923-1928»,
en J. Fairbank (ed.), The Cambridge History of China, vol. 12: Republican
China 1912-1949, Cambridge, Cambridge University Press, 527-720.
Wilbur, C. Martin y How, J. (1989): Missionaries of Revolution: Soviet Advisers
and Nationalist China 1920-1927, Cambridge (MA), Harvard University
Press.
Wills, J. (1994): Mountain of Fame: Portraits in Chinese History, Princeton (NJ),

ebookelo.com - Página 255


Princeton University Press.
Womack, B. (1982): The Foundations of Mao Zedongs Political Thought 1917-
1935, Honolulu: University of Hawaii Press.
Wong, C. (1991): «The Maoist "Model" Reconsidered: Local Self-Reliance and
the Financing of Rural Industrialization», en W. Joseph, C. Wong y D.
Zweig (eds.), New Perspectives on the Cultural Revolution, Cambridge
(MA), Council on East Asian Studies, Harvard University, 183-196.
Wong, Siu-lun (1984): «Consequences of Chinas New Population Policy», China
Quarterly, 98, 220-240.
Wou, O. (1978): Militarism in Modern China: The Career of Wu P'ei-fu, 1916-
1939, Folkestone, Dawson.
— (1994): Mobilizing the Masses: Building Revolution in Henan, Stanford (CA),
Stanford University Press.
Wright, M. (1957): The Last Stand of Chinese Conservatism: The Tung-chih
Restoration 1862-1874, Stanford (CA), Stanford University Press.
— (1968): «Introduction: The Rising Tide of Change», en M. Wright (ed.), China
in Revolution: The First Phase 1900-1913, New Haven (CT), Yale
University Press, 1-63.
Wright, T. (1984): Coal Mining in Chinas Economy and Society 1895-1937,
Cambridge, Cambridge University Press.
Wu, Tian-wei (1976): The Sian Incident: A Pivotal Point in Modern Chinese
History, Ann Arbor, Center for Chinese Studies, University of Michigan.
Wylie, R. (1980): The Emergence of Maoism: Mao Tse-tung, Ch'en Po-ta and the
Search for Chinese Theory, Stanford (CA), Stanford University Press.
Xiao, Zhiwei (1997): «Anti-Imperialism and Film Censorship During the Nanjing
Decade 1927-1937», en S. Hsiao-peng Lu (ed.), Transnational Chinese
Cinemas: Identity, Nationhood, Gender, Honolulu, University of Hawaii
Press, 35-57.
Yahuda, M. (1978): Chinas Role in World Affairs, Londres, Croom Helm.
— (1993): «Deng Xiaoping: The Statesman», China Quarterly, 135, 551-572.
Yang, Dali (1996): Calamity and Reform in China: State, Rural Society, and
Institutional Change Since the Great Famine, Stanford (CA), Stanford
University Press.
Yang, Rae (1997): Spider Eaters: A Memoir, Berkeley, University of California
Press.
Yeh, Wen-hsin (1996): Provincial Passages: Culture, Space and the Origins of
Chinese Communism, Berkeley, University of California Press.
— (1998): «Urban Warfare and Underground Resistance: Heroism in the Chinese
Secret Service During the War of Resistance», en Wen-hsin Yeh (ed.),

ebookelo.com - Página 256


Wartime Shanghai, Londres, Routledge, 111-132.
Yick, J. (1995): Making Urban Revolution in China: The CCP-GMD Struggle for
Beiping-Tianjin 1945-1949, Nueva York, M. E. Sharpe.
Yip, Ka-che (1996): Health and National Reconstruction in Nationalist China:
The Development of Modern Health Services 1928-1937, Ann Arbor,
Association for Asian Studies.
Young, E. (1968): «Yuan Shih-k'ai's Rise to the Presidency», en M. Wright (ed.),
China in Revolution: The First Phase 1900-1913, New Haven (CT), Yale
University Press, 420-442.
— (1976): «The Hung-Hsien Emperor as a Modernizing Conservative», en C.
Furth (ed.), The Limits of Change: Essays on Conservative Alternatives in
Republican China, Cambridge (MA), Harvard University Press, 171-190.
— (1977): The Presidency of Yuan Shih-k'ai: Liberalism and Dictatorship in
Early Republican China, Ann Arbor, University of Michigan Press.
— (1983): «Politics in the Aftermath of Revolution: The Era of Yuan Shih- k'ai
1912-1916», en J. Fairbank (ed.), The Cambridge History of China, vol. 12,
Republican China 1912-1949, Cambridge, Cambridge University Press,
208-255.
— (1994): «Imagining the Ancien Regime in the Deng Era», en J. Wasserstrom y
E. Perry (eds.), Popular Protest and Political Culture in Modern China (2.a
ed.), Boulder (CO), Westview Press, 18-31.
Yu, G. (1966): Party Politics in Republican China: The Kuomintang 1912-1924,
Berkeley, University of California Press.
Yu, Ying-shih (1994): «The Radicalization of China in the Twentieth Century»,
en Tu Wei-ming (ed.), China in Transformation, Cambridge (MA), Harvard
University Press, 125-150.
Zarrow, P. (1990): Anarchism and Chinese Political Culture, Nueva York,
Columbia University Press.
Zweig, D. (1989): Agrarian Radicalism in China 1968-1981, Cambridge (MA),
Harvard University Press.
— (1991): «Agrarian Radicalism as a Rural Development Strategy 1968-1978»,
en W. Joseph, C. Wong y D. Zweig (eds.), New Perspectives on the
Cultural Revolution, Cambridge (MA), Council on East Asian Studies,
Harvard University, 63-81.

ebookelo.com - Página 257


PAUL J. BAILEY es profesor de Historia de Asia Central en la Universidad de
Edimburgo. Anteriormente ejerció la docencia en el Lingnan College de Hong Kong
y en la Universidad de Durham, en el Reino Unido. Entre sus anteriores
publicaciones se incluyen Postwar Japan: 1945 to the present (1996), Strengthen the
Country the People: The Reform Writings of Ma Jianzhong 1845-1900 (1998) y
Reform the People: Changing Attitudes to Popular Education in Early Twentieth-
century China (1991)

ebookelo.com - Página 258


Notas

ebookelo.com - Página 259


[1] A estas excepciones, que sin duda obedecen al hecho de que las transcripciones

por las que aquí opta el autor están más consagradas por el uso cotidiano que su
equivalente en el sistema pinyin, añadiremos en la presente edición castellana, y por
la misma razón, algunas más: Pekin (cuyo equivalente es Beijing), Nankín (Nanjing),
y Cantón (Guangzhou). (N. del t.) <<

ebookelo.com - Página 260


[2] En inglés treaty ports, literalmente «puertos de tratado». (N. del t.) <<

ebookelo.com - Página 261


[3] El término «bóxer» deriva del inglés boxer, «boxeador». (N. del t.) <<

ebookelo.com - Página 262

También podría gustarte