El Cuento Popular
El Cuento Popular
El Cuento Popular
Aunque un relato haya tenido originalmente un autor, una vez que el pueblo lo
adopta como propio se transforma en popular; es decir, pasa a ser de toda la
comunidad: es colectivo, de todos. Forma parte de la tradición de un pueblo. Por
esta razón, los cuentos populares son anónimos, es decir, se desconoce su autor.
Además, cada persona que transmite un cuento popular le agrega situaciones o
detalles y así encontramos diferentes versiones de un mismo cuento.
Los cuentos populares, también llamados tradicionales o folklóricos, son
narraciones simples, porque tienen que ser “fáciles” de seguir cuando se los
escucha. De allí que desarrollen una anécdota sencilla, sean espontáneos y
redundantes, empleen frases breves y simples, incluyan construcciones propias de
la región y expresiones familiares. Esa simplicidad se ve compensada por la
presencia del relator. Así como en el cuento literario es determinante la figura del
autor, en el cuento tradicional el relator tiene a su cargo lograr una versión
atractiva de una historia ya conocida, memorizar episodios y diálogos y emplear
tonos de voz, miradas y gestos para representar a los personajes o crear climas.
Más que limitarse a contar un cuento, el relator lo dramatiza para conquistar a su
auditorio.
Existen, por lo menos, dos tipos de cuentos populares: los realistas (que tratan
asuntos de la vida cotidiana) y los maravillosos (que tratan asuntos fabulosos y
sobrenaturales, generalmente productos de antiguas leyendas o mitos). En ambos
casos, los cuentos populares incluyen una cuota de humor.
Había una vez un matrimonio anciano y muy pobre que vivía en el campo. Un día, el
marido salió de su casa en busca de leña y cuando se internó en el bosque encontró, en
medio de unos matorrales, una carga de plata.
Dejó la leña y muy contento cargó en su burro el hallazgo. Llegó a su casa y contó a su
mujer su buena suerte. La vieja, que no era lerda, le dijo:
-Calláte, viejo; no sos el primero que encuentra plata y no andés contándolo.
Bajaron la carga y la escondieron dentro de la casa. Al día siguiente, muy temprano, la
mujer le dijo al viejo:
-Levantáte y vení para peinarte, viejo, que tenés que ir a la escuela.
El viejo, asombrado, le contestó:
-Pero mujer, ¿estás loca? Ni cuando era chico fui a la escuela...
-Bueno, lo mando yo y se acabó, no rezongues más.
Como a las dos horas, llegaron a la casa de los viejos dos caballeros en busca de la carga de
plata. La vieja, que no era lerda, les dijo:
-Señor, nosotros no hemos encontrado nada.- El inocente viejo dijo:
-Sí, vieja, la hemos hallado.
-Mentís, viejo embustero, no encontramos nada.
-Sí, vieja, fue cuando fui a la escuela.
-¡Mentís, viejo!
-¡Mentís, vieja... fue cuando llovieron buñuelos!
-¡Mentís, viejo!
A todo esto los caballeros, que presenciaron esta pelea, se fueron diciendo:
-¡Este viejo está loco! ¡Cuándo habrá estado en la escuela y cuándo habrán llovido
buñuelos!
Y así, gracias a la astucia de la vieja, se quedaron con la carga de plata.
(1) Reelaboración del relato recopilado por Susana Chertudi en el libro Juan Soldao. Cuentos
folklóricos de la Argentina. Bs. As., EUdeBA, 1962 y editado en Cuentos populares de
Argentina. Antología compilada por Susana Itzcovich. Bs. As., Ed. Troquel (Biblioteca
¡Viva la tinta!), 1998
----------------------------
FLOJAZO PA’ EL DENTISTA (2) de Luis Landriscina (3)
Corrientes es la provincia que define un poco la cultura regional del litoral. Es una
provincia a la cual es más fácil nombrarla que explicarla. Los correntinos tienen identidad
propia porque son el resultado de la mezcla entre el guaraní y el español, sin ninguna otra
cultura en el medio y son, además, orgullosamente correntinos. Ahora no tanto, pero treinta
años atrás, usted le ponía en tela de juicio el honor a un correntino y este lo ensartaba
como mariposa pa’ colección. El correntino es de manejar muy bien el cuchillo. Este era el
caso del Moncho Garmendia, de la zona de Santo Tomé. El Moncho era un símbolo de
coraje. Cicatriz que anduviera suelta... la tenía el Moncho. Se había peleado con todo lo
que se le había puesto adelante. Pero no tenía cicatrices de haber peleado solamente, sino
que las tenía del trabajo también, porque era un hombre de trabajo, de arriar hacienda y de
todos los trabajos del campo.
Pero así como era un símbolo de coraje, tenía un talón de Aquiles: le tenía pánico a los
dentistas y a los médicos... con decirle que ni vacunado estaba el Moncho. Y venía mal por
un dolor de muelas: cuatro días con sus noches sin dormir y con unas ojeras que parecían
estribos. Su patrón, don Soto, le dijo:
-Moncho, vamos a dejarnos de pavear. Mañana vamos a lo del doctor García, allá en el
pueblo, para que te cure esa muela, así dejás de molestar a tu familia y a todos los que te
rodean, porque hay que estar aguantando tus gemidos todo el día.
El Moncho, acostumbrado a respetar a su patrón, no le dijo “no” de entrada, pero entró a
hacer unos dibujos con la alpargata en la tierra:
-Discúlpeme patrón... yo no voy a ir.
-¡¿Cómo?!
-No... no voy a ir yo
-¿Cómo no vas a ir? ¿Por qué?
- Me da vergüenza decirle, pero le tengo miedo al dentista.
-¡Pero que no se diga! Vas a ser un papelón pa’ Corrientes, chamigo. Mirá, mañana cuando
yo pare la camioneta frente a tu rancho y sientas los bocinazos, más vale que te subás,
porque si yo me llego a enojar, me va a costar bastante abuenarme... ¿Me oiste?
Al otro día, temprano, llegan al pueblo y juntos esperan en el consultorio del dentista. En
un momento dado, se abre la puerta, sale el doctor García, jovial y saluda:
-¿Qué tal don Soto? ¿Qué tal Moncho? ¿Quién se va a atender?
-El Moncho, que anda con problemas en una muela. Atendelo, a ver qué tiene.
- Pasá Moncho, pasá.
El olor característico que existe en los consultorios de dentista fue lo primero que al
Moncho lo tiró pa’ atrás. Y al ver el sillón del dentista, mezcla rara de camilla y silla
eléctrica, ahí sí... el coraje del Moncho no dio para más: salió corriendo. Lo atajaron en la
puerta porque se le había enredado la espuela en la alfombra. El patrón se enojó:
-¡Bueno Moncho!, che... parece mentira, un hombre grande, haciendo semejante papelón...
¡pasá pa’ adentro, che!
El Moncho bajó la cabeza, avergonzado de su propio temor y entró. Usando la psicología,
el dentista le dice:
-Yo sé lo que te pasa Moncho, te está faltando un trago para agarrar coraje... ¿No es cierto?
-Y ...sí- le dijo Moncho, que no sabía qué decir del julepe. El dentista le ofrece una botella
de caña.
-Tomá Moncho, a ver si agarrás coraje.
Le destapó la botella y el Moncho le pegó una “zambullida”. Mientras tanto, el dentista
hacía como que no veía y acomodaba el instrumental haciéndose el distraído. Cuando vio
de reojo que se había bajado tres cuartas partes de la botella, pensó que era el momento
ideal. Se da vuelta, fraternalmente, sin apurar la cosa y dice:
-Y... ¿qué tal Moncho? ¿Ya agarraste coraje?
-¡Sí, señor! –El Moncho deja la botella y en un movimiento saca el cuchillo y dice:
- ¡¡¡Vamos a ver quién es el corajudo que me va a tocar la muela ahora!!!...
(2) Extraído de: Luis Landriscina, De todo como en galpón, Bs.As., Grupo Imaginador de
Ediciones, 2006.
(3) Luis Landriscina (n. Colonia Baranda, Chaco, Argentina, 1935) es un humorista, cuentista,
recitador y actor argentino famoso por su estilo narrativo y su humor basado en los usos y
costumbres regionales del país.
2) ¿Cuáles son los ingredientes de humor básicos que podemos encontrar en este tipo de
relatos?
a) Mencionar cuáles son los personajes y que características de personalidad los definen.
c) Transcribir qué expresiones propias de la región del litoral argentino aparecen en el cuento.
d) Una de las técnicas que se utilizan para producir humor lingüístico o verbal, es la
desviación de lo previsible, es decir, la transgresión de la realidad habitual mediante la
irrupción de lo desacostumbrado, lo sorpresivo. Indicar en qué momentos del cuento es
utilizada esta técnica