191-Manuscrito de Libro-847-1-10-20200214
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191-Manuscrito de Libro-847-1-10-20200214
MÚSICA Y SONIDOS
EN EL MUNDO
ANDINO:
Flautas de Pan, zampoñas,
antaras, sikus y ayarachis
ISBN 978-9972-46-614-4
Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú n.º 2018-00131
Primera edición
Lima, enero de 2018
Fotografía de la cubierta
Carlos Sánchez Huaringa
Diseño de cubierta y diagramación de interiores
Peter Cruz Vidal
Corrección de estilo
Paul Huarancca Parco
Claudia Carolina Vargas Morales
PRÓLOGO
JULIO MENDívIL.............................................................................................9
INTRODUCCIÓN
Las flautas de Pan arqueológicas y etnográficas
de Latinoamérica del Sur
CARLOS SÁNCHEz...........................................................................................13
LA FLAUTA COLECTIVA
El uso social de flautas de tubo cerrado en los andes sur
JOSé PéREz DE ARCE......................................................................................51
INDICADORES DE LA PREHISTORIA
MUSICAL EN EL NORTE DE CHILE
Una aproximación al estudio de las relaciones interválicas
entre contextos culturales Cabuza y Maytas-Chiribaya
(ca. 500 a 1.200 años DC.)
ANDRO SCHAMpKE.........................................................................................117
EL SISTEMA DIATÓNICO Y
CROMÁTICO EN LAS ANTARAS NASCA
Las Trancas y Cahuachi
CARLOS MANSILLA.........................................................................................175
FLAUTAS DE PAN EN LA MITAD DEL MUNDO
Iconografía musical en las
representaciones antropomorfas de la
cultura Jama Coaque
ESTEBAN VALDIvIA.......................................................................................................211
EL GAMMU BURUI
La música de los Cuna de Colombia y Panamá
JULIO BONILLA.............................................................................................................303
JULAJULAS Y DESCOLONIZACIÓN
Posibilidades de re-existencia desde la lógica contenida en los sikus
JAvIER ROMERO............................................................................................................423
EL PROCESO HISTÓRICO DEL SIKU EN PUNO
RENé CALSíN...........................................................................................................447
C
omo en Las metamorfosis de Oviedo y en la General Estoria de Alfonso
el Sabio, el origen de las flautas de Pan en Sudamérica también se pier-
de en los senderos arcanos de lo mítico. En los relatos que el cura
mes-
tizo Francisco de Ávila recogió en la sierra limeña de Huarochirí en los
albores del siglo XVII, el instrumento aparece como una dádiva divina que
empodera al héroe civilizador Huatyacuri para vencer a sus adversarios y,
posteriormen- te, como herramienta sublime de la huaca Macahuisa para
comunicarse con el soberano del imperio de los incas. Pero las noticias sobre
este un conjunto de flautas cerradas, como las definen Erich von
Hornbostel y Curt Sachs en su famosa clasificación de 1914, no se limitan
al terreno de lo fabuloso. Desde muy temprano, las culturas que han
habitado la cordillera de los Andes y el litoral que la une al océano
Pacífico han dejado huellas en su cerámica y en sus tejidos de su
inclinación por las flautas adjudicadas al fauno griego. Igual- mente
contamos con sus vestigios materiales, pues numerosos ejemplares fue- ron
depositados en fastuosos entierros y en otros contextos como ofrendas o
símbolos de poder social. En cuanto representaban un instrumento predilecto
de diversas capas sociales, las flautas de Pan no pasaron inadvertidas a los
pri-
9
meros europeos que arribaron a tierras andinas. Cronistas como Cristóbal de
Molina, el cusqueño, el Inca Garcilaso de la Vega, Fernando de Montesinos,
Cieza de León, Bernabé Cobo, el infaltable Guaman Poma de Aiala y oscuros
funcionarios de idolatrías recogieron en sus escritos las vicisitudes de aque-
llos “cañutos” que los indígenas “usaban como órganos” para deleitarse con
ellos en sus ritos y en sus fiestas. En la actualidad, las flautas de Pan se hallan
esparcidas por todo el continente sudamericano. Desde el gammu burui
de los cuna, en la frontera norteña con América Central, pasando por el
carrizo en Brasil, Colombia y Venezuela, hasta el siku altiplánico en Bolivia
y Perú, cuya influencia alcanza además los países vecinos de Argentina y
Chile, las flautas de Pan siguen alimentando diversas prácticas musicales a lo
largo de la cordillera andina.
El compendio Música y sonidos en el mundo andino. Flautas de Pan, zampoñas,
antaras, sikus y ayarachis, editado por el sociólogo y antropólogo Carlos
Sán- chez Huaringa, actual director del Centro Universitario de Folklore de la
Uni- versidad Nacional Mayor de San Marcos, recoge noticias en torno al
popular aerófono desde períodos tempranos de nuestra historia hasta la
actualidad. A través de un extenso recorrido geográfico y temporal el libro
nos acerca a diferentes tipos de flautas de Pan —el nombre genérico del
instrumento en la organología, la ciencia que estudia los instrumentos
musicales— y nos in- troduce en tópicos tan vastos como las antaras nasca,
los sikus altiplánicos en ambas márgenes del lago Titicaca, las tradiciones de
los cuna Panameños, las julajulas bolivianos, los anteq de Huanta o los
ayarachis de Chumbivilcas, en Cusco. Cada capítulo del libro nos ofrece
una mirada profunda en cada una de esas variedades de flauta,
permitiéndonos establecer similitudes tanto en lo que respecta a la técnica de
ejecución —posición de los labios, práctica musi- cal en pares, el uso de
determinadas escalas, etc.—, cuanto a las connotaciones de género y a las
relaciones históricas que tal afinidad implica.
Algunos de los textos centran su atención en el pasado prehispánico. Car-
los Mansilla, Daniela La Chioma, Pieter van Dalen y Estaban Valdivia
nos informan sobre las antaras nasca, moche, chancay y las de jama
Coaque, en Ecuador, respectivamente. Aquí los autores se entregan a la
interpretación del pasado, analizando los restos arqueológicos legados por
culturas musicales ex- tintas, siguiendo así la brecha iniciada por pioneros en
los trabajos arqueomu- sicológicos como Carlos Vega, de Argentina, Julia
Fortún, de Bolivia, María Esther Grebe, de Chile, o Andrés Sas y César
Bolaños, del Perú. Otra parte de los textos, en cambio, presta atención a las
tradiciones vivas, principalmente en Bolivia y en Perú, donde las flautas de
Pan están estrechamente asociadas
10
al ciclo de vida ritual de las sociedades andinas. En un texto que bien
puede verse como introductorio, José Pérez de Arce nos propone entender las
tropas de pifilkas y sikus en el sur andino como un instrumento colectivo;
Arnaud Gérard, en cambio, diserta sobre la función acústica de los
resonadores en las tradiciones bolivianas de lakitas y ayarachis, proponiendo
entender a estos como parte activa del instrumento en cuanto modifican la
nota producida; Sandro Choque, René Calcin Anco, Daniel Casteblanco y
Gonzalo Chávez López discurren sobre diversas tradiciones de flautas de
Pan en el altiplano boliviano-peruano, compartiendo el resultado de sus
trabajos de campo en la zona, mientras que Carlos Sánchez y Paul
Huarancca, así como Walter Castro, nos informan sobre tradiciones poco
conocidas como la de los los ayarachis de la provincia cusqueña de
Chumbivilcas o los anteq de Huanta, en el departamento de Ayacucho.
Fuera del territorio boliviano-peruano, Ju- lio Bonilla Romero nos presenta
las flautas de Pan cuna en Panamá, mientras que Pablo Mardones y Miguel
Ángel Ibarra, Javier Reynaldo Romero Flores y Fernando Barragán analizan
las políticas identitarias vinculadas al instrumen- to desde perspectivas tan
disímiles como el revival en Chile y la apropiación de prácticas rurales
andinas por parte de grupos urbanos de Buenos Aires, en Argentina,
siguiendo una línea ya propuesta por Thomas Turino en los años ochenta del
siglo pasado. El volumen, entonces, posee una amplitud consi- derable de
temas que habrán de enriquecer nuestro conocimiento sobre las flautas
del fauno.
La producción musicológico-histórica y etnomusicológica sobre las flautas
de Pan en los Andes no es de data reciente. Desde los trabajos pioneros de
Carlos Vega y Andrés Sas numerosos estudiosos como Max-Peter Bauman,
Thomas Turino, Américo Valencia, Rosalía Martínez, Marcelo Thorrez
López, Henry Stobart, Thomas Solomon, José Pérez de Arce y Xavier
Bellenger han dedica- do monografías a las flautas de Pan en el espacio
cultural andino, destacando su importancia en prácticas musicales
participativas y en la construcción de una identidad grupal en el altiplano.
Por eso es necesario especificar el princi- pal aporte de Música y sonidos en el
mundo andino: Flautas de Pan, zampoñas, antaras, sikus y ayarachis, pues en
este libro, al reunir diversos autores del sub- continente, confluyen miradas
musicológicas con otras provenientes de la ar- queología, la antropología y la
sociología. En ese sentido, el libro propone un acercamiento multidisciplinar
al instrumento, de manera que se pueda valorar su dimensión histórica y
social de forma más contundente. Ya en el título, el compilador nos anuncia
una visión integradora que no reduce las prácticas musicales a la
valoración estética de sus estructuras, sino que también inquie-
11
re sobre el rol del sonido como factor de cohesión social y
medioambiental, ya sea en el campo o en las áreas urbanas de las grandes
metrópolis como Buenos Aires o Lima. De especial interés es igualmente el
carácter interna- cional del libro que no se centra, como tantos trabajos
últimamente, en un intento chauvinista de posesión de las tradiciones
musicales, sino que tiende puentes entre experiencias colectivas de diversos
países, mostrando que todas esas manifestaciones culturales son auténticas,
en cuanto expresan el sentir de colectivos que han hecho suya la flauta de
Pan andina.
Jorge Luis Borges sostuvo alguna vez que todo libro adquiere su verdadero
significado en la lectura. Estoy seguro de que el verdadero aporte de este
libro habrá de consolidarse en su recepción, es decir, cuando empiece a
circular y a generar discusiones y réplicas de colegas, cuando empiece, en
fin, a ser citado por otros estudiosos y a fomentar nuevos trabajos para
corroborar o refutar las tesis que los autores proponen a lo largo del
volumen. Para concluir, quiero decir que Música y sonidos en el mundo
andino: Flautas de Pan, zampoñas, an- taras, sikus y ayarachis no es
solamente un libro sobre la historia y el presente de las antaras y los sikus en
los países sudamericanos, sino que al mismo tiem- po es un libro orientado
al futuro, a la persistencia de estas tradiciones que, aunque imbuidas de
pasado, quieren seguir anunciado el mañana. Suficiente razón para
celebrarlo.
12
INTRODUCCIÓN
Las flautas de Pan arqueológicas y etnográficas de
Latinoamérica del Sur
CARLOS SÁNCHEz
Q
ué duda cabe que el sur del continente americano es el mayor asiento
de los aerófonos a nivel planetario. Esta preeminencia es
antiquísima, desde antes de la invasión de occidente estas tierras
habían estado
bajo el dominio sonoro de dos modelos de aerófonos: las flautas verticales o
de ducto y las flautas de Pan o zampoñas. Podemos tal vez decir que la
historia musical del mundo andino se ha escrito con estos aerófonos y muy
en especial con las segundas. Por su parte, algunas vertientes de las ciencias
sociales, como la arqueología, musicología y la arqueomusicología, han
logrado interpreta- ciones del mundo sonoro prehispánico desde diferentes
posiciones, y la inte- racción entre unos y otros, como es el caso del presente
volumen, impulsa la posibilidad real de la interdisciplinariedad que cada vez
se hace más necesaria.
Los aerófonos andinos, en especial los dos más grandes y principales
modelos de flautas (las “kenas” y las “zampoñas”), acompañan el inicio de
nuestra civi- lización e íntimamente llegan juntas hasta la actualidad. Estos
en sus versiones de “flautas colectivas” son las más simbólicas del mundo
andino; el presente libro justamente inicia situando el instrumento en los
tiempos precolombi- nos y culmina tratando el mismo tema en las
metrópolis urbanas. Ello sin duda nos habla del enraizamiento del
instrumento y su expresión sonora y
13
musical tan profundamente que a lo largo de milenios se ha ido reinventando
y logrando vigencia, o dicho de otro modo, nuestras sociedades andinas,
a pesar de miles de años de transformaciones internas y externas casi de
ma- nera inconsciente, expresan identidades basadas en sus tradiciones
sonoras milenarias. Por ello me gustaría introducir al lector de este libro
revisando de manera apretadísima el tema de las flautas de Pan de algunos
países de este lado de nuestro continente utilizando la categoría política de
“países”, que son desgraciadamente inevitables.
14
(estas figurinas representan a divinidades femeninas como la Pachamama,
por lo cual son conocidas también como la “Venus Valdivia”) e
históricamente este tipo de aerófonos son de exclusivo uso masculino en todo
el área sudame- ricana (con muy pocas excepciones).
En la cultura Cerro Narrío o Chaullabamba (Chimborazo, Loja) de finales de
la fase Valdivia e inicios de Machalilla ya aparecen físicamente algunos artefac-
tos sonoros: “se han encontrado varios instrumentos musicales aerófonos: ca-
racoles marinos (trompetas), una flauta vertical con embocadura tipo quena,
confeccionada en hueso, al igual que una flauta horizontal, hecha en el
mismo material” (Godoy 2005: 11). En el Formativo Medio, la cultura
Machalilla (2300 – 1300 a.C.), se encuentra posiblemente el instrumento
musical más antiguo de esta zona: “Una flauta de hueso con cinco
perforaciones (…) esta flauta pentafónica de hueso, sería el instrumento
musical más antiguo encon- trado en nuestras culturas” (Godoy 2005: 7).
Isabel Aretz (1991: 47) también respalda evidencias de flautas de Pan en las
sociedades prehispánicas norteñas (hoy Ecuador): “Al norte de la ciudad de
Guayaquil aparecieron numerosos aerófonos que corresponden a la cultura de
Desarrollo Regional del Litoral, con una antigüedad de dos mil cien a dos
mil trescientos o poco más años”.
En el período Formativo Tardío tenemos claras evidencias de
instrumentos musicales con la cultura Chorrera (1300 – 300 a.C.), cuyos
habitantes “ela- boraron un amplio abanico de instrumentos que incluía
vasijas-silbato, sona- jeros, trompetas, silbatos zoomorfos, flautas verticales
parecidas a las actuales quenas, ocarinas y tambores cerámicos” (Civallero
2011). En una de las bote- llas silbato se ve claramente la presencia de un
tocador de rondador (Rodríguez 1993: 21)(Lámina 1, fig. 3 y 4). En la cultura
Los Tayos, del mismo período, se encontraron “instrumentos musicales tales
como: rondadores pequeños líticos hechos de piedra, arcilla y vegetales
tubulares, con estos últimos tam- bién confeccionaba toyos o bajones
(zampoñas gigantes), una gran variedad de flautas hechas de arcilla, huesos y
carrizos, silbatos, caracoles, ocarinas…” (Godoy 2005: 37). Haciendo un
parangón con el caso peruano, por este mis- mo periodo tenemos la presencia
de culturas como Paracas (en la costa sur), Cupisnique y Salinar (en la costa
norte) y Chavín (Sierra norte), los cuales ya manifiestan el uso de artefactos
sonoros e instrumentos musicales.
La época exuberante para la flauta de Pan en el caso ecuatoriano sería en el
pe- ríodo de Desarrollos Regionales (500 a.C. – 500 d.C.) debido a la
existencia masiva y variada en casi todas las sociedades de este tiempo. En La
Tolita (500
a.C. – 400 d.C.): “… hay figuras de músicos confeccionados en oro,
hueso (…) también han encontrado aerófonos: silbatos antropomorfos y
ornito- morfos (pelícanos, búhos, palomas); ocarinas…” (Godoy 2005). En
la cultura Capulí (o Carchi) (500 a.C. – 500 d.C.): “se han encontrado
flautas de Pan
15
líticas o rondadores, pallas de piedra de basalto de cuatro orificios, con un
asa para llevarlo colgado y otros aerófonos como silbatos de barro…”. Mario
Go- doy (2005) nos señala que en esta cultura se encuentra un rondador de
piedra y una ocarina (pequeño instrumento de viento) zoomorfa de cerámica
el que vemos en la lámina 1 (fig. 9). En la cultura Bahía (500 a.C. – 500
d.C.), el historiador Jorge Salvador Lara es nuevamente citado por Godoy
(2005: 32) y afirma que “las figurillas tipo Bahía, descritas (…) A veces
llevan un ronda- dor o flauta de pan, instrumento musical que aparece en esta
cultura”. Godoy (2005: 33) dice que de esta cultura tenemos “aerófonos:
Silbatos de arcilla, antropomorfos, zoomorfos y ornitomorfos; figuras de
músicos en actitud de tocar rondadores, graduados desde los extremos al
centro, poseen de 6 a 8 tubos; rondador de barro de 7,8 cm por 4,8 cm,
con tres tubos de distinto tamaño, de color negro…”. El rondador, un
modelo de flauta de Pan que caracteriza en actualidad al Ecuador, aparece
más claramente en este periodo. (Lámina 1, figs. 5-15)
En Jama Coaque (350 a.C. – 1532 d.C.) tenemos “Representaciones en
ce- rámica de flautas de Pan de tamaño pequeño, medio; de escala
ascendente y descendente, tamaño medio y gigante; flauta vertical tipo
quena. Silbatos antropomorfos y ornitomorfos (cerámica)” (Godoy 2005:
20). En esta cul- tura se puede ver nítidamente el uso de las flautas de
Pan del modelo “W” (el que se verá reiteradamente en adelante), también
el modelo clásico (en escalera) y los de tipo rondadores (tubos alternados)
(Lámina 1, figs. 16-30). De la cultura Guangala (100 a.C. – 800 d.C.),
Godoy, citando nuevamente a Idrovo, nos dice que en esta cultura se
registra “flautas de Pan tamaño pe- queño (representación en cerámica);
silbatos antropomorfos y ornitomorfos (cerámica); ocarina ornitomorfa
(cerámica)” (2005: 21) (Lámina 1, figs. 31- 34). El presente volumen
considera un excelente trabajo de Esteban Valdivia sobre la sociedad Jama
Coaque y las diferentes representaciones iconográficas y cerámicas de
flautas de Pan.
Haremos una especial mención a una cerámica escultórica que se encuentra
en el Museo de las Culturas Aborígenes de la Cultura Bahía, y que se
puede ver en la lámina 1 (fig. 15). Se observa una pareja, un dúo de
“antaristas” igual a los que se van a encontrar años después entre los
Mochicas (Perú) conside- rado como símbolo de la dualidad andina y
principalmente “prueba tangible” del conocimiento de la técnica del
“diálogo musical” (hacer melodía entre dos flautistas). Desde ese punto
de vista es posible que este tipo de “técnica musical dual o dialogada”
también fuese conocida por esta cultura aunque mayores evidencias no se
han encontrado. Estos “músicos” que parecieran ser “gemelos” portan una
montera idéntica cada una llena de adornos de pájaros y plumas; se
encuentran lado a lado sosteniendo el instrumento con las dos
16
manos a la altura del pecho. Se trataría de la misma flauta de Pan en cada
caso, de modelo “triangular”, de forma escalerado simple y de 6 tubos cada
uno.
Del período de Integración en adelante (500 – 1500 d.C.) tenemos
culturas como Cuasmal o Tusa, Cashaloma, Manteño, Cara, Cañari, Urcuquí,
Piartal, Nariño y otras, que han dejado bastante evidencia del uso de
instrumentos musicales, principalmente de flautas de Pan. De esta última
ha quedado un ceramio donde se ve a un músico tocando una flauta de Pan
de cuatro tubos y portando un instrumento de percusión a la vez (lámina 1,
figs. 35-36).
La flauta de Pan en “W”
Uno de los modelos de flautas de Pan más representativo del Ecuador
pre- hispánico, es el modelo en “escalera convergente”, “doble escalerado” o
“W” y que se aprecia nítida y masivamente en vasijas escultóricas de las
culturas Tolita, Jama Coaque y Guangala. En el caso peruano, en la
cultura norteña Vicús (500 a.C. – 400 d.C.). Es por lo tanto un modelo
propio de esta área cultural pero que por alguna razón no se continuó
usando, tampoco se han encontrado muestras físicas del tiempo
precolombino, lo que dificulta un es- tudio organológico más profundo. Sin
embargo, es posible que este mode- lo haya sobrevivido con la etnia
Kuna (situados entre Colombia y Panamá), quienes interpretan en la
actualidad una flauta de Pan llamada kammu purrui (lámina x, figura y), de
la misma manera esta fue fotografiada entre la etnia Yuko, también del
norte colombiano (lámina x, figura y). Esta flauta tiene claramente una
semejanza morfológica con el modelo “W” precolombino y en la actualidad
se encuentra vigente, pues es tocado de manera colectiva por estas
poblaciones. Esta flauta tiene orígenes muy remotos, por lo que no sería nada
raro que tengan las mismas raíces o que un día fueron tocadas en toda
esta área norteña desapareciendo en las costas y manteniéndose en las zonas
amazónicas por razones obvias de “aislamiento”.
El rondador
Muy característica de las zonas andinas de Ecuador, de origen prehispánico
(Lámina 1, fig. 37). Su nombre, al igual que el capador colombiano, hace re-
ferencia a los que lo tocaban antaño: el sereno, el rondador, llamado también
“el ronda” (Vega 1932). Puede ser que su nombre originario haya sido wayra
puhura (d’Harcourt 1925). En la actualidad es un instrumento que se ha rea-
comodado a las tonalidades musicales contemporáneas, traspasando frontera
ecuatoriana al ámbito de la música latinoamericana: “El sonido lastimero del
rondador transporta la mente a los páramos de Chimborazo, Tungurahua,
Cotopaxi e Imbabura donde los pastores cuidan sus ovejas (…) el rondador,
siempre fue considerado un instrumento sagrado por los indígenas. Se fabri-
can de cañas de carrizo, de caña tunda (que viene de la Amazonía) y de
tundi-
17
lla (procedente de la Costa). Antes se elaboraban de hueso y pluma de cóndor
(…) el rondador aún es el instrumento imprescindible para interpretar las
tonadas, los sanjuanitos, los albazos, los cachullapis…” 1. También sobre el
rondador y la paya (o palla), nos dice Ataulfo Tovar (1980: 17):
El rondador es una flauta de Pan conformado por una serie de tubos
de carrizo que van en números de 15, 25, 33, 45 o más, unidos uno
detrás del otro atados con hilo de cabuya. Se utiliza especialmente
en las fiestas de carnaval de la parte central del país, principalmente en
las provincias del Chimborazo y Bolívar (…) La paya es un
instrumento más pequeño que el rondador, posee hasta 8 tubos de
carrizo. Es un instrumento de carácter ritual y se ejecuta en grupo
de tañedores, se acompaña de los pífanos y del tambor redoblante y
es exclusivo de la provincia de Imbabura.
Los materiales para construir las muchas variedades de rondadores son “el
carrizo, tunda y tundilla, pero también subsisten los rondadores de plumas de
cóndor”. (Godoy 2011)
1.- Testimonio de Luis Pichamba, propietario del taller de instrumentos andinos Ñanda Mañachi, de
Pegu- che, Otavalo. En revista virtual Raíces milenarias (Ecuador, 2006).
18
carizu de los Barasana o Paneroa y de los Taiwano o Eduria del
departamento de Vaupés; las ngoánasá de los Kamsá del noroeste del
departamento de Putu- mayo y el este del departamento de Nariño; las
antaras y yupanas de los Inga o Ingano de los departamentos Putumayo,
Nariño, Caquetá y Cauca; las tzaqui pekuarsibërë de plumas de pájaro, de los
Cuiba o Wamonae, de los llanos de Colombia; el capador o kapododo y el
pímpano de los Emberá-Chamí de la cordillera de los departamentos de
Antioquía, Caldas, Risaralda, Quindío y Valle del Cauca; las púnkiri de los
Ika de la Sierra Nevada de Santa Marta; las ari’yarihua de dos tubos de los
Siona de las riberas del río Putumayo; las flautas de los Nasa o Páez del
departamento de Cauca, entre otras (Civallero 2013: 157).
En el Museo Nacional de Colombia se muestra “zampoñas” de las etnias
Guahibo, Tukano, Yuko. El Instituto Colombiano de Antropología nos men-
ciona la flauta “capador” (de seguro están usando un término genérico hispa-
no) de las etnias Motilón, Yuko y Bari así como la flauta de Pan reribacui de
la etnia Uitoto, entre otros.
Otra flauta de Pan, compuesta de dos partes o polos (dual complementario),
es el elob. El “macho” consta de un solo tubo y la “hembra” de dos tubos y
am- bos son de diferentes tamaños. Se toca en pareja emitiendo acordes
simples. Es construido en cañas de bambú que miden entre 30 a 50 cm de
largo y no lo tocan más de una pareja, no es grupal. También mencionemos
al reriwakui, una flauta de Pan tradicional de las comunidades: Murui,
Muina, Muinuika y Munane. Es interpretada por dos músicos, “uno que
pregunta y el otro que responde” (Sánchez 2013).
Julio Bonilla (2011) menciona también al pedú (también pedú, kawá
pedú- ba de las etnias Cubeo, Guainía): “En el Vaupés colombiano se
toca otro instrumento llamado pedú, pero tiene la particularidad de que
una persona dialoga con cuatro más. El que guía toca el instrumento
llamado capitán y los otros cuatro contestan, mientras se va danzando
rápidamente acentuando el pie derecho que lleva unos firisais (semillas),
marcando fuertemente sobre el piso, mientras se hacen figuras de serpiente”
(p. 10). Finalmente tenemos al kunli: “El kunli es otro instrumento que se
tocó en la región del pacífico colombiano, departamentos del Chocó,
Risaralda, occidente antioqueño, por los indígenas Emberá y Cuna. Es un
instrumento todavía más comunitario, ya que su ejecución se realiza de tal
forma que cada integrante, más o menos seis (6) o siete (7) músicos tocan
cada uno un tubo, intercalando los soplos muy suavemente y
encontrándose casi siempre en el final” (Bonilla 2011: 11) (Ver: lámina 2
figs. 3-10).
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El capador
Mención aparte merece el capador o chiflo (o “chiflo de afilador”), una
flauta de Pan que sobrevive hasta la actualidad en muchos lugares de
Colombia (en Cundinamarca, Boyacá, Santander), también en Ecuador y
Perú (lámina 2, fig. 11-12). Se trata de una flauta simple que en realidad
cumple el papel de “herramienta de trabajo” y no de un instrumento musical
propiamente, pues es tocado por los capadores o castradores de cerdos que
ofrecían su trabajo de manera ambulante. También lo usan los “afiladores
de cuchillos” (expertos en afilar cuchillos, empuja una rueda grande que
activa una piedra lijadora “esmeril” con la cual afila artefactos
punzocortantes). El monótono sonido que logran al arrastrar estas flautas
bajo el labio es prácticamente la de un silbato multifónico. Según
Civallero, este tipo de flauta de Pan y su uso viene de la península europea
(Portugal y España) del que dice:
sobrevivió hasta tiempos recientes y sirvió, en modo particular, como
reclamo o anuncio para algunos trabajadores itinerantes, flautas hechas con
tubos de caña atados (…) en Portugal se llamaron xipros de afilador, gaita de
amolador o de porqueiro, castraporcas o xipros de paragueiro, mientras
que en Galicia se denominaron asubíos, chifres, apitos de afiladores o chifres
de capadores (…) En Asturias se conocían como xipias o xipras, en
Aragón como piulets de sanador, siulets de crestador, pífanos de afilador
o chiflos o chifeltes de capador…2
El kamu purrui
Sin duda que la flauta de Pan más reconocida en este territorio y que llega
has- ta Panamá es el kamu purrui de la etnia Kuna (o Cuna), una población
nativa que ocupa gran parte de la selva de Colombia y Panamá. Poseen una
flauta de Pan muy particular, cuyo modelo lo encontramos en tiempos
prehispánicos en las culturas Tolita, Jama Coaque y Guangala de Ecuador y
cuya influencia llegó hasta el norte peruano (cultura Vicús). Se trata de la
“zampoña” de mo- delo en “escalera convergente”, “doble escalerado” o
“W”.
Se trata de una variedad sobreviviente del modelo “W” desaparecido. El
kamu purrui se fabrica con material orgánico de la zona (“cañas”) y se trata
de dos flautas en realidad que, colocadas en una sola fila partiendo de los
tubos gran- des y gruesos en los extremos, hacen una. Ciertamente como el
modelo “W”, se colocan hacia el centro las notas agudas dejando un vacío
simple al medio, un lado posee cuatro y el otro, tres tubos haciendo una
flauta de siete notas. Estas dos flautas, que constituyen la unidad, son
simbólicamente reconoci- das como “hembra” (la más grande) y “macho”
(el menor) y son tañidas de
21
cerámica, madera, cañas y, en algunos casos, en huesos. Aunque sin detallar
fechas exactas, nos relata Gudemos:
En el trabajo de De Benedetti “Las Ruinas de Pucará” encontramos infor-
mación sobre el hallazgo de este instrumento musical, una espléndida flauta
de Pan de piedra (ayariche) (…) José L. Balbuena presenta dos flautas
pánicas de piedra, uno de estos ejemplares procede del yacimiento
arqueológico de Yoscaba (Dto. Santa Catalina) y el otro del yacimiento
Rinconada (Dto. Rin- conada) en la provincia de jujuy (…) Otro ejemplar
es de madera y procede de Taranta, cerca de Casabindo (Puna Argentina)
(…). Por su parte Boman informa sobre la existencia de un fragmento de
flauta pánica de piedra proce- dente de Queta (Jujuy) (…) Raffino (1977)
observa en las aldeas del Forma- tivo Inferior (450 a.C. – 600 d.C.) en la
quebrada del Toro (Salta) flautas pánicas de piedra de siete notas
(Gudemos 1998: 73).
Isabel Aretz también nos revela que “en el área diaguita calchaquí se
encontra- ron muy variados instrumentos: piedras sonoras en el antiguo
Tucma, restos de un tambor en La Paya (…) y numerosos aerófonos:
silbatos de piedra, flautas de barro cocido, flautas en juegos o ‘sikuris’,
flautas de Pan de piedra, de barro cocido y de madera con cuatro y con
cinco agujeros” (1991: 52). (lámina 3, figs. 2-7)
En el siglo XX se encuentra importante presencia de flautas de Pan en zonas
norteñas de Argentina. Eric Boman, en 1908, describe a los conjuntos de
phusas en Sussques (Jujuy): “… una compañía compuesta de doce flautas de
Pan y de un gran tambor (bombo)” (Sessa 2009: 17). También Isabel
Aretz registra en Santa Ana (Jujuy) unas especiales flautas de Pan llamadas
pukuna o pucuna, de exclusivo uso femenino y que es citado por Pérez
Bugallo (2008: 32): “constituye una variedad muy poco vigente de la flauta
de Pan con solo cinco tubos simples de caña. Isabel Aretz documentó su uso
como instrumen- to de pastoreo exclusivamente femenino”.
Las bandas de sikuris tradicionales
Desde hace algunas décadas estas zonas de influencia aimara, en la provincia
argentina de jujuy, se observa un acelerado crecimiento de organizaciones
de sikuris (“bandas”), existiendo para los años 2000 más de un centenar, los
que generalmente se (re) organizan para presentarse anualmente durante la
peregrinación en Semana Santa a Punta Corral en honor de la Virgen de Co-
pacabana, patrona de la Quebrada de Humahuaca:
57 Bandas de sikuris peregrinaron al Abra de Punta Corral en el año 2007:
Los Veteranos (fundado en 1930), San José (en 1940), Los Patricios (en
1943), Defensores Argentinos (en 1948), Nuestra Señora del Rosario (en
1950), Los Territorios Argentinos (1952), Sanuidad (1959), San Francisco
de Asís
22
(1973), Los Tilcareños (1973), Nuestro Señor de Quillacas (1978), Nues-
tro Señor del Milagro (1980), San Santiago (1981), San Francisco de
Paula (1983), (…) Estrella de Oriente (1993), (…) Santa Rosa de Lima
(1991), (…) Los Marianos (2007)... (Continúa la lista).3
Se trata de conjuntos de modelo phusamorenos, sikumorenos, mistisikus
o zampoñadas (peruano-bolivianos), con algunas diferencias en su
orquestación como la inclusión de dos o más bombos militares (bombos
grandes llamados también “de guerra”) así como tantas tarolas y
“maracas” (instrumentos de percusión) se pueda. (lámina 3, fig. 8)
La mimby-retá
En la zona selva donde se asienta la sociedad guaraní (entre Argentina, Para-
guay y Brasil), se registra un tipo de flauta de Pan simple llamado mimby-
retá propia de la comunidad Mbya: “Aerófono de filo, vertical, en juegos,
tubos sueltos, su nombre guaraní significa flautas. Esta flauta de Pan consta
de siete tubos y por lo general es tocada por dos mujeres con juegos de
tres y cuatro cada una estableciendo una diafonía con un ostinato y una
melodía de frases muy breves imitando el canto de las aves. Se construye con
‘tacuapí’, caña que crece en la provincia de Misiones”
(http://www.etnohistoria.com.ar/). Edgar- do Civallero (2013) nos indica
que, junto con las flautas kugikly (Rusia), son aerófonos exclusivamente
femeninos. Irma Ruiz, de la Universidad de Buenos Aires, realizó un trabajo
mayor sobre estos, señalando que los mbyá-guaraní de la selva subtropical de
Paraguay, Argentina y Brasil son pueblos originarios que no han tenido
mayores estudios y peor aún en el tema femenino donde da cuenta de “la
ejecución de un aerófono por mujeres indígenas, la flauta de Pan mimby reta
se constituye con 7 u 8 tubos sueltos que se distribuyen entre dos ejecutantes
según la melodía ( 5/2, 4/3, 4/4), estando a cargo de la flauta madre la
implementación de un ostinato”.4 (lámina 3, figs. 9,10)
El movimiento urbano de bandas de sikuris
En esta última década se ha formado un importante movimiento urbano
de bandas de sikuris en Buenos Aires extendiéndose luego a otros
departamentos como Córdova y Rosario. Este movimiento tiene bastante
influencia de las poblaciones migrantes de Bolivia y sobre todo de las zonas
altiplánicas perua- nas. Por ello es que la mayoría de conjuntos bonaerenses
se han formado to- mando como modelo los conjuntos de sikuris y estilos
peruanos y bolivianos. (lámina 3, fig. 11)
23
Fernando Barragán trabaja sobre los caracteres de las bandas de sikuris urba-
nas en Argentina señalando justamente que la principal influencia que tienen
estas bandas son las migraciones del siglo XX de las poblaciones andinas de
Perú y Bolivia a zonas de Buenos Aires. Paradojicamente, no se señala como
un factor de influencia determinante al movimiento tradicional jujeño, es por
eso que las bandas urbanas no tocan los estilos de las zonas jujeñas argenti-
nas: “las zonas de influencia del género sikuri en las bandas urbanas viene de
Huancané (Perú), Charazani Italaque (Bolivia). También Tilcara,
Tumbaya (Argentina) y Antofagasta (Chile).” (Barragán 2000: 4)
Este suceso se encuentra relacionado con la aparición de organizaciones y
movimientos que desde las esferas urbanas hacen suyos discursos de recono-
cimiento y reivindicación de los pueblos originarios y respeto a la diversidad
cultural. Estos discursos y las perspectivas de “nuclearse” (juntarse y fortalecer
los movimientos en favor de la cultura y pueblos originarios) conllevaron a
la realización del primer MATHAPI en agosto de 2005. El término, en idio-
ma aimara, significa juntarse o reunirse, y se trata del principal encuentro de
bandas de sikuris en Argentina y nace con el nombre de Primer
Encuentro Regional de Sikuris. El objetivo central de este Encuentro es
“Reafirmar la identidad de los pueblos y culturas originarias desde la
resistencia y la so- bre-vigencia”. Las grandes acciones que se realizan
anualmente en el Mathapi son: a) Encuentro/presentación de grupos y/o
comunidades. b) Exposición y venta de instrumentos y música andina,
productos y comidas regionales.
c) Audiovisuales. d) Talleres de instrumentos andinos. e) Rondas y mesas
par- ticipativas. f ) Fiesta andina.
Algunas agrupaciones o bandas urbanas que existe en Argentina son:
Sartaña- ni, Jacha Marka, Comunidad Sikuris del Arco Iris, El Ombligo,
Poder Sikuri, Wayra Q´hantati, Sikuris de Berisso, Sikuris de San Alberto,
Sikuris I.M.P.A., Sikuris Utayajayu, Sikuris Churay Churay, Wayramanta,
Los Intercontinen- tales Aymaras (base Argentina), Kaypachamanta,
Qhantati Ururi, Choique Sikuri, Caña Pura, Los Intercontinentales Aymaras
(base provincia de Buenos Aires), Las Catonas, Sikuri Lanusmanta, Cunca
Wayra, Lakas de Oriente, Suma jawira, Sikuris del Falla, Sikuris de la
Nave y Comunidad Sikuris de Morón, Sikuris Apacheta, Wayna Marka,
Jacha Marka, Sikuris Fuerza joven, Ayllu Sartañani, Comunidad de Sikuris
del Arco Iris, Ayllu Kaypachamanta, Markasata, Utuyajayu, Wayramanta,
Lanus Manta, Sikuris La Impuntual, Si- kuris de Morón, Camote picante,
Escuela N° 23, Comunidad Julio Crespo, Taller de Sikus del Centro Tato
Bores, Espiritu Sikuri, Cañas Urbanas, Cun- ca Huayra, Etarf, Ebary, Sikuris
de Beriso, Sikuris del Monumento, Vientos de Manuá, Poder Sikuri, Aires
Jóvenes de Vientos, Emba, Inti phaxi, Jacha Marka, Impa, Sikuris de
Tama, Taki Onkoy, Sikuris de San Alberto, Churay
24
Churay, Wayra Manta, Lakitas de Tunupa, Aymara Marka, Wayra Qhantati,
Kay Pachamanta, Arco Iris, Wayna Marka, Sikuris de jari, Qhantati
Ururi, An - Xumec de Mendoza, Ch´ama Pacha de Mendoza, Comunidad
Santiago Marka de Chile, Huevo de Cóndor de Mendoza, Kantutas Warmis
Sikuris y Purisikuris de Mendoza, Lakas del Arasksaya, Lakitas del Oriente
de Buenos Aires, Mayuataki de Córdoba, Picuñi Sikuri de Buenos Aires,
Suma jauira de Buenos Aires.
También, a partir de los discursos de género, de la reformulación de los roles
sociales o reivindicación de la mujer, surgen conjuntos femeninos, como es
el caso de las bandas: Comunidad Ñañakay Warmi Sikuris (Salta), Warmis
Si- kuris Utuyajayu (Buenos Aires) y Banda de Sikuris Chascañawis
(Tucumán).
26
corresponde a un amplio período entre la conquista española y el s. XIX,
y un ejemplar de cerámica, aún en uso en Kachim. Todos ellos tienen los
tubos dispuestos en orden decreciente…”.
La pifilca
En el sector chileno encontramos a la pifilka, una peculiar flauta de madera
de un solo tubo, de orígenes precolombinos y que antiguamente era
construida en piedra. Se hallaron en la cultura Diaguita, Aconcagua y
Mapuche (Pérez de Arce 2000: 245). No se trata de una flauta de Pan
estrictamente, tampoco es una flauta de ducto tipo “kena”, pues no tiene
orificios de digitación. Ge- rard señala que puede ser definido como “una
flauta de Pan de un solo tubo” (2013: 29) (lámina 4, figs. 16-18). Su técnica
de interpretación la acerca a la flauta de Pan pero su morfología nos refiere
una flauta tipo vertical. El Museo Virtual de la Música nos señala que:
Se trata de un aerófono perteneciente a la etnia Mapuche (…) la zona
donde se encuentra está en la región patagónica de las provincias de Neuquén
y Río Negro. La pifilka consiste en un trozo de madera, originalmente de
lengua, ciprés, maitén, roble pellín o laurel araucano. Su forma exterior es
variable, y sus dimensiones varían entre 25 cm y 30 cm de largo. En esta
pieza de madera, se practican unos orificios con un hierro candente, y en la
parte superior de la pieza se tallan dos ‘asas’ para pasar al cordón del que se
colgará el instrumento. Suele tener uno, dos o más agujeros para soplar, y
tradicionalmente emite un solo sonido (…) se toca en pares, tiene un único
orificio, se ejecuta mediante soplo rasante y da un solo tono, su única nota se
mezcla en el curso del canto o del conjunto instrumental sin relación
rítmica (…) su uso es exclusivo del varón, especialmente de los
adolescentes quienes lo ejecutan hoy únicamente en el marco del
Nguillatun” (ídem) buscar referencia en otro archivo).
Sobre las pifilcas, José Pérez de Arce (1993, 1995, 1998 y 2000) tiene abun-
dante publicación detallada.
Flauta del baile de chinos
Muy semejante a la pifilka tenemos en la zona central de Chile a la flauta del
baile chino, al que Pérez de Arce también denomina “pifilca” (lámina 4, fig.
19, 20), sobre este se puede leer:
El instrumento fundamental de un Baile Chino es la flauta. Se trata de una
flauta de madera o caña de un tubo, con un solo agujero, por el que se
sopla a manera de zampoña, sin orificios de digitación. A simple vista parece
una flauta extremadamente sencilla, pero esconde un importante tesoro: la
forma interior del tubo, que la hace ser capaz de dar un acorde muy complejo
y diso- nante. Este tubo está dividido en dos secciones que tienen distintos
diámetros,
27
dejando un descanso entre ambos. Es el llamado «tubo complejo», que
pro- duce un sonido formado por dos notas fundamentales y una gran
cantidad de armónicos agudos altamente disonantes, que algunos chinos
llaman «sonido rajado» (…) el sonido del instrumento es un acorde
disonante en el que se escuchan desde notas graves hasta agudas. Este
sonido vibrado es un concepto estético muy importante en las flautas de los
Andes Sur: es el llamado sonido tara, propio de pinquillos, tarcas y sikus
andinos. Un Baile Chino está forma- do por dos filas paralelas de hombres.
(…) Las flautas más grandes —llamadas punteras— están al comienzo de
las filas, y su tamaño va decreciendo hasta las más pequeñas —las coleras
—, que están al final de las filas. En el centro del baile hay un tamborero
que, con un pequeño tambor, lleva el pulso y los pasos de danza del baile.
Atrás, cerrando la formación entre las dos filas, va el bombero, que refuerza
el sonido del tambor con un bombo de construcción artesanal. «Chinear»
es un verbo que indica tocar y danzar al mismo tiempo. La danza consiste en
agacharse, hacer sentadillas realizando ciertos pasos de baile mientras se
sopla con fuerza la flauta. El tamborero va indicando cuáles son las mudanzas
(pasos) que hay que hacer, y estas son repetidas por los chi- nos… (Mercado
2010).
El piloilo
También registramos en esta zona la existencia de los pipa-piloilo, piloilos,
piloyloy o pilolai. Se trata de flautas de Pan de pequeñas dimensiones cons-
truidas en piedras y en madera (lámina 4, fig. 21, 22); sobre este peculiar
instrumento se dice:
Consiste en una tablita con cuatro o cinco agujeros de diferentes diámetros y
profundidad que le permiten lograr diferencias de tono, es similar a la flauta
de Pan de tubos cerrados. Construido en una sola pieza de madera tallada so-
bre la cual se practica una serie de orificios con un hierro candente. El
número de perforaciones varía de tres a cinco, sin que ninguno de ellos
atraviese la pieza de madera. Las notas musicales no siguen un patrón
melódico definido. Se ha encontrado variaciones en piedra y cerámica. Se
podría considerar al pilolai como una pifilka múltiple.6
En la lámina 4, figura 21 y presentamos un piliolo fabricado en piedra
que pertenece a la sociedad Mapuche, que “se desarrolló en el sur de Chile
desde el año 1250 d.C. hasta la actualidad. El instrumento no ha sido
fechado, pero por sus características organológicas parece pertenecer al
Período Vergel. Se trata de una flauta de Pan con dos asas laterales sin
perforar y con cinco tubos cerrados alineados. Presenta dos perforaciones:
una en la cara lateral, al centro de la superficie, como las del tipo ‘pinkulwe
antropomorfo’ propio de
28
la cultura Vergel (…) Este piloilo puede ser tocado soplando agujero por
agu- jero o chifleando, esto es, pasando rápidamente de un agujero a otro.
Entrega diversas alturas de sonido: La# -Si – Do# – Re – Fa”.7
Los sicuras o sikuras
En el norte chileno actual se han seguido tradiciones precoloniales propias
del área cultural altiplánico y aimara al que pertenecían. En estas zonas
indígenas altoandinas como Isluga, Cariquima, Apamilca, Camiña,
encontramos con- juntos de sicuras (o sikuris) quienes tocan flautas de una
sola fila de más de 16 tubos (modelo antaras, vale decir no son dialogales)
con “resonadores” y e interpretados de manera colectiva (lámina 4, fig.
23).
Por sus vestimentas (el uso de monteras), bombos (el uso del wancar o
wanca- ra), instrumento y técnica musical (sicuras de doble fila pero
individuales y de interpretación colectiva) podemos indicar que se trata de un
tipo de ayarachi, otorgándosele orígenes antiquísimos pues fueton claramente
registrados por los cronistas españoles. Sobre este postulado, en el presente
libro se considera un amplio trabajo bajo el tema de los ayarachis de
Chumbivilcas (Sánchez y Huarancca). Sobre estos sicuras se dice en la
actualidad:
Pertenecen a la cultura aimará, hoy gravemente amenazada por los cambios
sobrevenidos en la región desde hace una decena de años. El rito en el
que participan ya no se celebra periódicamente, como antes, y corre el riesgo
de desaparecer muy pronto para siempre. En este rito los músicos, que
tocan la ‘sicura’, instrumento de uso exclusivamente sagrado, acompañan al
amanecer una ofrenda de hojas de coca y de alcohol que se hace a la
Pacha Mama, la Madre Tierra de la mitología incaica, para agradecerle lo
recibido durante el año y pedirle favores para el futuro. Se cubren con un
‘suri-chuko’, sombrero adornado con un penacho de plumas de ‘suri’
(avestruz americano) y de ‘pari- na’ (flamenco rosado). Para los aymara es el
espíritu de la música que vive en el agua. Por eso, en el ritual de la ‘sicura’
dejan los instrumentos a la orilla del agua, para que estos aprendan de sus
murmullos la música con que rendirán homenaje a la Madre Tierra.8
Las Comparsas de Lakitas
Las lakas o lakitas son denominaciones que recibe el siku o zampoña en terri-
torio chileno y su expresión musical colectiva es conocida como Comparsas
de Lakitas. Son agrupaciones de carácter mestizo y urbano que estas últimas
tres décadas se han reproducido por decenas en casi todo Chile (lámina 4, fig.
24). Su aparición es repercusión del crecimiento de las fiestas andinas altiplá-
7.- Recuperado de: http://www.precolombino.cl
8.- En: El Correo de la UNESCO. Madrid, 1982. Recuperado de: http://unesdoc.unesco.org
29
nicas, principalmente bolivianas, llegadas a estas tierras norteñas de Chile a
inicios del siglo XX: “Aunque sabemos que los tocadores de zampoña se en-
cuentran en la época prehispánica, los relatos de los lakitas de Arica se
remon- tan al siglo XIX y están vinculados a la Virgen de las Peñas de
Livicar” (Borié y Mora 2010:133). En las fiestas tradicionales y sincréticas,
se ve la actuación de las comparsas de lakas o de lakitas: “La tropa de
laquitas (o lakitas) (según Antonio González Bravo en Clasificación de los
Sicuris Aymaras) significaría ‘distribuido’, probablemente en razón de que la
música se repartía en los cua- tro órdenes de sicus” (Ibarra 2006: 2).
Se trata de flautas de Pan del modelo siku, pero cuya denominación popular
en estas zonas es laka: “La gran mayoría se refiere a él indistintamente como
caña, laka, lakita o zampoña, y a su intérprete como lakita, soplador o
zam- poñero, y menos frecuentemente como phusiri” (Fortunato 2010: 75).
Desde hace algunas décadas la zampoña o laka ha empezado a ser
construida en tubos de plástico (PVC) debido fundamentalmente a la
dificultad de conse- guir “cañas”, su menor costo frente a esta y mayor
durabilidad; sin embargo, en la actualidad el tipo de sonoridad logrado por
estos instrumentos ya se ha hecho parte de su identidad musical, por lo que
el uso del material es una necesidad. En la mayoría de los casos se les ha
suprimido los resonadores a las lakas y se ha estandarizado las hileras de seis
tubos (ira) y siete (arca) tubos, aunque algunas veces se puede observar lakas
de siete y ocho tubos. Fortunato (2010) nos dice que “en una tropa hay 5
tipos de zampoñas, del más grande al pequeño estos son llamados: toyos o
sanjones, sanjas, contras, licos y chules o requintos” (p. 80).
Estas comparsas son una variedad de sikuri mestizo urbano, de los
conoci- dos phusires, phusamorenos, sikumorenos, mistisikus o zampoñadas
(perua- no-bolivianos) que a diferencia de estos se conforman y actúan
bajo un for- mato de “bandas musicales”, como las actuales bandas de
músicos, llamadas también de bronce o metales. Por ello son conjuntos
pequeños (entre seis y ocho parejas) que actúan bajo la modalidad de
contratos, y cuyo repertorio principal es extraído de la música popular
como la cumbia, protagonizando además cambios en su propia música,
producto de lo cual aparece el wayno “sambeao” (ligero, movido, “no
tradicional”). Mientras que la instrumenta- ción considera la incorporación
de las “timbaletas” (timbales): “Aunque hay agrupaciones, como los Phusiri
Markha, que tienen regularmente suficientes músicos para tocar con la
tropa completa, por lo general son más pequeñas. El número de lakitas es
proporcional a la disponibilidad de músicos y/o al monto de la paga del
contrato para el evento que los reúne. El mínimo ‘legal’ de zampoñeros que
se requiere para un contrato es de seis parejas, sin contar con la sección de
percusión (que son 3)” (Fortunato 2010: 81). Sin embargo,
30
han ido apareciendo conjuntos en centros urbanos como en Valparaíso y re-
cientemente en Santiago, bajo el modelo de “conjuntos folklóricos” y con la
tarea de “recuperación y difusión cultural”, pero cuya actividad frecuente los
ha terminado convirtiendo en un movimiento urbano:
Actualmente, la música de las Comparsas de Lakitas se ha difundido más allá
de su espacio tradicional, producto de los procesos migratorios, las
influencias del folklore, la investigación musical, la producción fonográfica y
otros ele- mentos relacionados a la interculturalidad: hoy existen Comparsas
de Lakitas en ciudades y contextos variados hacia el sur del país como es el
caso de Laki- tas Compañía Andina de La Serena, Lakas del Arak Saya y
Lakitas Matriasaya (única agrupación compuesta solo por mujeres) en
Valparaíso, Lakitas del Sol en Quilpué y en Santiago ejemplos como Manka
Saya, Santiago Marka, Com- parsa de Lakitas Zampoñaris y Comparsa de
Lakitas de San Lorenzo. Esto da cuenta de cómo la práctica se ha diseminado
por el territorio nacional, lo que ha motivado la realización de encuentros
nacionales como el Primer Encuen- tro de Lakitas en el Apu Wechuraba en
Santiago en octubre de 2009.9
Las comparsas de lakitas, copiadas del formato original norteño o nortino, se
han ido reproduciendo en las principales ciudades hacia el centro de
Chile; a continuación mencionaremos a algunas: lakitas Wayna Marka, Los
Mollo, Phusiri Marka, Los Prisioneros del Folklor, Manuel Cruz,
Generación del Norte, Amanecer Andino, Sentimiento Andino,
Diamantes de Sipiza, La- kitas de Asis, lakitas Hijos de Huarasiña, Los
kjarpas de jaiña, Internacional Chaquetos de jaiña, Real Juventud, Lakitas
Nañapura, Lakitas Revelación Andina, Lakitas de Antofagasta, lakitas de
Calama, Estrella Andina, Lakitas de San Pedro de Atacama, Amauta de
Lasana, lakitas de Río Grande, Comu- nidad Ayni, lakitas Compañía Andina,
K’aina Llantu, lakitas Ajinacaicu, San Lorenzo, Mankasaya, San Juan,
Zampoñaris, Hijos del Sol, Santiago Marka, Lakas de Araksaya, Matriasaya,
Lakitas del Sol, Laquitas Rivales del Norte, Lakitas Pura Sangre Andina,
Lakitas Wayra Marka, Lakitas Paqari Warmi, La- kitas Apasa, Lakitas de
Pisiga Choque, Lakitas Kullallas, Lakitas Kristal, etc. En el presente
volumen tendremos la oportunidad de enterarnos con mayor detalle sobre
estos conjuntos gracias a Miguel Ángel Ibarra y Pablo Mardones quienes nos
presentan un artículo al respecto.
31
Las flautas de Pan en Bolivia
Los primeros asentamientos poblacionales en el período Formativo se desa-
rrollaron con la cultura Wancarani (1200 – 100 a.C.) asentada en el norte
del lago Potosí, también tenemos Chiripa en el mismo período, pero en el
sur del lago Titicaca y, finalmente, Tiahuanaco Período Aldeano (1500 a.C.
– 100 d.C.). En este período no se encuentran evidencias concretas de flautas
de Pan. Durante la etapa siguiente, Tiahuanaco Urbano y Expansivo (100 –
1200 d.C.) ya podemos distinguir algunas evidencias: “La primera flauta de
Pan citada por Charles Mead es una siringa de piedra...” que por sus caracte-
rísticas definitivamente se trata de una flauta Tiwanacota (Bustillos 1989:
25).
Bustillos también menciona una imagen en bronce que encontró el
coronel Diez de Medina: “un tocador de siku en estatuilla (…) lleva en la
cabeza una corona con cinco prominencias, en la mano izquierda sostiene un
siku con 4 tubitos en actitud de soplar y en la derecha una wankara, las
manos son tam- bién de 4 dedos y está sentado y exhibiendo el miembro
viril; tiene 70 cm de alto y 28 de ancho” (1989: 30). Otra flauta de Pan
construida en piedra talco y mostrada en la lámina 5 (fig. 1), citada muchas
veces, es también de período desconocido, y sobre ella dice Bustillos (1989:
29): “construida en una sola pieza de basalto negro (...) lleva orificios
laterales bastante pequeños y que al destaparlos producen semitonos. Este
instrumento también pertenece a la colección Buck...”. Ramiro Gutiérrez
señala que existen evidencias de flautas de Pan en el período de Altas
Culturas Tiwanaku (1580 a.C. – 1100 d.C.): “sikus de cañas de bambú en
estadio expansivo” (Gutiérrez y Gutiérrez 2013: 04). Fortún (1969) cita a
Charles Mead, quien estudia una “siringa” de piedra que fue encontrada por
el general francés Paroissien con una momia en una tumba peruana, pero
que, según Carlos Ponce Sanginés, presenta una deco- ración sumamente
parecida a la que exhiben en lámina de cobre los tiwanaku del período
Expansivo (724 - 1200 d.C.). Ponce Sanginés (2000) también indica que
en el complejo Tiwanaku hay huellas de talleres de confección de sikus:
“Janusek quien en 1991 en las excavaciones en el sitio Misitón de Luku-
mata descubrió los vestigios de un taller artesanal de manufactura de sikus de
huesos largos de camélidos…” (Ponce 2000: 443). También Miguel
Gutiérrez nos señala de manera genérica:
Respecto a las flautas de Pan de Tiwanaku se han encontrado diversos ejem-
plares que hoy forman parte de museos naciones y extranjeros, todas se
carac- terizan por estar construidas de piedra o arcilla y de una sola pieza.
Los sikus tiwanakotas son de dos tipos, el siku tradicional en forma de balsa
conforma- do por los sikus arka e ira y el siku con orificios digitales. Ambos
tipos de sikus presentan de 3 a 8 tubos (…) A. Posnansky hace referencia un
siku de hueso de 4 tubos que posee además, decoraciones parecidas a las que
existen en la Puerta del Sol (Gutiérrez y Gutiérrez 2013: 15).
32
En el Museo de Oro de La Paz se encuentra en exhibición una flauta de
Pan de piedra y un monolito de piedra (lámina 5, fig. 2). Estos no tienen
contex- tos de excavación ni referencias de sus hallazgos, pero por sus
características, dicen los especialistas del museo, pertenecerían al período
Tiwanacota (500 d.C.) Una flauta de Pan en forma de “W” de cinco tubos,
construida en piedra de basalto negro que “está catalogado como zampoña
de piedra proce- dente de la finca Rosario, de la II Sección de la Provincia de
Cinti, La Torre (departamento de Chuquisaca), Río San Juan del Oro (...).
Está construido en una sola pieza, lo que nos demuestra el avance
tecnológico en la construcción del mismo; puesto que es bastante difícil
hacer perforaciones muy exactas en esta clase de piedra” (Bustillos 1989:
25-28). Esta importante pieza (lámina 5, fig. 1), muchas veces estudiada y
citada (Fortún 1969, Vega 1946, Bustillos 1989, Bolaños 2007, entre otros),
pertenece también a la colección Fritz Buck y, como la mayoría de piezas de
esta colección, no tiene registros exactos de sus períodos y procedencia. Un
punto interesante es que posee tres orificios laterales hechos adrede como
para ser “digitados”, un carácter que de acuerdo con Fortún la poseen otras
flautas: “la flauta de Pan Nº 25 que lleva también orificios idénticos en los
tubos 1º, 3º y 6º; la descrita por Mariano Eduardo de Rivero y Juan Diego
Tschudi los lleva en los tubos 2º, 4º, 6º y 7º” (Fortún 1970: 70, citado por
Gutiérrez 2013: 16). 2) Un monolito de Tiahuanaco, está labrado en un
bloque de piedra. Bustillos nos dice que fue descubierto por Maks
Portugal y representa un hombre tocando una flauta de Pan, tam- bién de
período desconocido (lámina 5, fig. 2).
Otras flautas de Pan que son registradas de orígenes tiwanaku, analizadas por
los esposos D’Harcourt (1925), todas construidas de piedras son: a) una
flauta de piedra de talco oscuro de 6 tubos (museo de Etnografía de Berlín)
(lámina 5, fig. 3); b) flauta de piedra talco finamente decorada de 8 tubos fue
hallada en Perú (lámina 5, fig. 4); c) flauta de piedra blanda de 5 tubos con
orificios laterales, proveniente de Iruya, frontera con Argentina; d) flauta
de Pan de piedra negra de 5 tubos (lámina 5, fig. 1).
Es posible que los pocos restos de flautas de Pan precolombinos dejados por
las sociedades altiplánicas (peruano-bolivianas) se deban a que estos instru-
mentos fueron confeccionados en material orgánico perecible, como la caña
o la madera, material muy abundante y usado en el Altiplano, por lo que
posiblemente fueron fácilmente destruidos por la geografía y el tiempo: “En
efecto, Garcilaso nos señala su empleo particularmente frecuente entre los
co- llas, empleo que subsiste de manera intensa entre sus descendientes; el
clima lluvioso y la humedad de la tierra en la Sierra han impedido la
conservación de los instrumentos de caña que fueron enterrados”
(d’Harcourt 1925: 35). Xavier Bellenguer (2007) también afirma que:
33
En esta región las importantes diferencias térmicas e higrométricas, carac-
terísticas de las altiplanicies, no permitieron la conservación de instrumentos
fabricados con materiales frágiles como la madera o la caña, contrariamente
a las superficies desérticas de la costa del pacífico en donde las excepcionales
condiciones climáticas sí permitieron su conservación. Es así como se han
encontrado intactos numerosos especímenes de syrinx de caña junto con los
fardos funerarios de los grandes cementerios de la Cultura Chancay.
Pérez de Arce también señala que “probablemente las antaras tiwanacotas
eran de madera, como las atacameñas y las del noroeste argentino, pero a
diferen- cia de estas no se han conservado en el Altiplano, y las de piedra son
escasas” (1993: 476). Por lo que, pese a que Bustillos nos refiere que “los
instrumentos musicales Tiwanacotas fueron construidos de piedra, hueso,
metal y cerámica principalmente” (1989: 25), en realidad no podemos
observar muchos restos específicamente de flautas de Pan del tiempo
prehispánico.
Por otro lado, Arnaud Gerard estudia algunas flautas de Pan (lámina 5, figs.
5-9) halladas en el sur de Potosí (área donde se asientan los conjuntos de aya-
rachis o ayarichis) construidos de piedra. Sobre el primero nos dice:
Por ser la zampoña objeto de nuestro estudio originaria del sur de Potosí, área
actual e histórico de los ayarachis y por ser un instrumento individual (al
pare- cer no tenía un ‘par’ como los instrumentos arka-ira) le llamaremos
ayarachi y no así antara que es un término que creemos ser más peruano.
(…) el instru- mento es originario de Tharo (Tharu) en la región de Yura del
departamento de Potosí, y fue encontrado en la década de los 1960 a una
profundidad de 1,20 m de la superficie del suelo con los restos de un
entierro. Pero lamenta- blemente, por ser sus descubridores personas con
poco o ningún conocimien- to de arqueología, no anotaron más datos sobre el
hallazgo, de tal forma que se desconoce de qué horizonte se trata y a qué
cultura podría haber pertenecido. (…) Este instrumento ya fue medido y
mencionado por el investigador chile- no José Pérez de Arce (1993) del
Museo Chileno de Arte Precolombino. En la ficha organológica que nos
facilitó este autor, lo menciona como perteneciente a la cultura Yura, siglo
XV DC (Gerard 2004: 5).
Este “ayarachi” estudiado por Gerard se encuentra en los Museos Universi-
tarios “Charcas”, de la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca
de la ciudad de Sucre. Se señala que el instrumento posiblemente pertenezca
a los estilos Yura foláceo y Yura geométrico, por lo que podría pertenecer al
Horizonte Intermedio Tardío (1000 – 1400 d.C.) (lámina 5, figura 7). Luego
sobre un segundo ejemplar nos relata que la familia Delgadillo entregó
una colección de objetos arqueológicos también de la cultura Yura, donde se
en- cuentra “una flauta de Pan lítica, con tres tubos complejos (…) está tan
frac- turada que es imposible sacar sonido alguno”, nos menciona Gerard
(2013:
34
33) (lámina 5, figura 8). Por estos tiempos nos escribe que se han hallado un
par más de restos de estos “ayarachis” líticos reiterándose su carácter complejo,
un modelo de flauta de Pan que será explorado también en el presente volu-
men.
El Museo de Instrumentos Musicales de Bolivia (La Paz), de propiedad
del músico Ernesto Cavour Aramayo, posee en su colección una gran
variedad de tipos y formas de flautas de Pan construidas también en
diferentes materiales. Sin embargo, sus procedencias y años de antigüedad
son bastante imprecisos, señalándose de manera genérica que datan de entre
los 2000 a.C. en adelante.
Sin embargo, pese a la poca presencia de las flautas de Pan en Bolivia de orí-
genes precolombinos, en el tiempo del incanato, en el sector altiplánico ya se
había desarrollado una gran variedad de flautas de Pan que se encumbraron
en el período Tardío de los reinos o señoríos aymaras. Por estos tiempos ya
debe haberse denominado siku (idioma puquina aimara) y ayaraches (is)
(puquina aimara) y phuko o uauco (quechua) en algunos casos. Para estos
tiempos ya estas se construían masivamente en material orgánico (carrizos) y
cuya so- brevivencia hasta la actualidad evidencia sus múltiples variedades,
como las flautas de una sola hilera (unitarias) y las conocidas duales
complementarias.
En el Museo Nacional Antropológico de Oruro (Bolivia) se encuentran
dos flautas de Pan construidas en cañas de bambú, cada una de siete
tubos sin resonadores (muy similares a las antaras del norte del Perú) de
forma que no permiten intuir la existencia del “diálogo musical”; estos
instrumentos no fueron fechados exactamente pero seguro que pertenecen al
señorío Quillacas, Potosí (comunidad de Puqui) del período Intermedio
Tardío (1,200 – 1,438 d.C.) los que luego adoptarán las flautas de Pan
llamados hasta la actualidad wauco, mientras que los Charcas y Kara Kara
desarrollan las flautas de Pan jula jula, lo callahuayas se especializaron en el
kantu y los Soras en el sikuri (Gutiérrez y Gutiérrez 2013: 25). En la
lámina 5 (figs. 10-13) presentamos algunos ejemplares de flautas de Pan de
material “caña” que han sobrevivido al paso del tiempo.
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Ecuador).
Lámina 2 (Colombia).- Fig. 1 (C. Zenú. Extraído de internet); fig. 2 (C. Na-
riño. Extraído de Internet); figs. 3 (flauta de pan, etnia Tucano. En: Instituto
Colombiano de Antropología e Historia); fig. 4 (flauta de pan, etnia
Guahi- bo. En: Instituto Colombiano de Antropología e Historia); fig. 5 y
6 (flautas de pan, etnia Maku. En: Instituto Colombiano de Antropología
e Historia); fig. 7 (flauta de pan, etnia Motilón. En: Instituto Colombiano
de Antropo- logía e Historia); fig. 8 (flauta de pan, etnia Uitoto. En:
Instituto Colom- biano de Antropología e Historia); fig. 8 (flauta de pan,
región del Vaupés. En: Instituto Colombiano de Antropología e Historia);
fig. 9 (Etnia Tuca- no, foto de julio Bonilla); fig. 10 (Etnia Yuko, pareja
de flautistas del mo- delo “W”, foto extraído del internet); fig. 12 (“chiflo
de afilador”, flauta de pan de origen peninsular. Imagen extraída del
internet); fig. 13 (“Capador”, flauta de Pan de los “capadores de cerdos”.
Imagen extraída del internet); fig. 14 y 15 (grupos de kamu purrui, etnia
Kuna); fig. 16 (Conjunto de flauta de pan urbano, grupo “Los Sikuris” de
Bogotá); fig. 17 (kamu purrui, flauta de pan de la etnia kuna).
40
fig. 7b (Dibujo de flauta de pan lítico procedente de Catamarca Noroeste
de Argentina. En: Mónica Gudemos 1998); fig. 8 (Bandas de sikuris en
Jujuy. Imagen extraída del internet); figs. 9 y 10 (Mimby reta, “flauta de
pan” de etnias amazónicas de Argentina y Paraguay. Imágenes extraídas del
internet); fig. 11 (Conjuntos de sikuris constituidos en la ciudad de Buenos
Aires, movi- miento urbano de flautas de Pan. Imagen extraída del
internet).
42
LA FLAUTA COLECTIVA: El uso social de flautas de tubo cerrado en los andes sur.
51
José Pérez de Arce A.
52
LA FLAUTA COLECTIVA: El uso social de flautas de tubo cerrado en los andes sur.
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José Pérez de Arce A.
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LA FLAUTA COLECTIVA: El uso social de flautas de tubo cerrado en los andes sur.
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LA FLAUTA COLECTIVA: El uso social de flautas de tubo cerrado en los andes sur.
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José Pérez de Arce A.
58
LA FLAUTA COLECTIVA:
El uso social de flautas de tubo cerrado
en los andes sur.
José PéREz DE ARCE A. | jperezdearcea@gmail.com
Resumen
S
e define una forma de hacer música que involucra aspectos
organológicos, acústicos, coreográficos, sociales, filosóficos en
una unidad de sentido que llamo Flauta Colectiva, cuya fun-
ción es construir un solo gran instrumento formado por todos
los participantes. En la región surandina, entre el sur de Perú,
altiplano boliviano y argentino y norte y centro de Chile, esto
ocurre median- te el uso de flautas de uno o más tubos cerrados por
parte de comu- nidades indígenas o descendientes de indígenas.
Identificamos la Flauta Colectiva como un sistema que opera en
base a nueve carac- terísticas principales relacionadas con el
instrumento musical, que permiten configurar una suerte de
teoría de la música muy precisa al respecto. En la segunda parte
revisamos los antecedentes históri- cos que permiten asegurar la
existencia en el pasado de las Flautas Colectivas. Los datos
arqueológicos son revisados muy brevemente, ya que han sido
formulados por varios autores, confirmando su pre- sencia en
algunas culturas andinas (Moche y Nazca principalmen-
51
José Pérez de Arce A.
Abstract
The article defines certain music making tradition that involves or-
ganological, acoustical, coreographic, social and philosophical as-
pects in a unit that I call “Collective Flute”. It can be found around
the use of close-pipes flutes in indigenous comunities between sou-
thern Peru, higland Bolivia and Argentina, and Northern and
cen- tral Chile. We revise nine groups of characteristics in detail
that permits to configurate a sort of music theory. In the second
part we revise the historical antecedents of these “colective flutes”.
Ar- cheological data are revised briefly, because bibliography has
shown it presence in certain Andean cultures, such as Moche or
Nazca. Colonial data, less discussed in previous bibliography, is
studied in more detail, analizing certain authors that refer to some
of the cha- racteristics of these collective flutes that were
completely strange to European tradition. The contrast between
those two traditions form a central discussion in this second part.
Conclussions permits us to define certain core aspects related to
the posible survival of the “collective flutes” in the Andes, from
prehispanic times to the present.
Keywords: Siku. Panflute, flute orchestra, andean organology,
andean musical theory.
52
LA FLAUTA COLECTIVA: El uso social de flautas de tubo cerrado en los andes sur.
Antecedentes y definición
Existe en los Andes del sur una forma de tocar flautas, que consiste en
que, varias personas tocando simultáneamente configuran un solo gran
instrumen- to. Casi todas las flautas tocadas en forma colectiva en las
tradiciones de raíz indígena de los Andes participan de este principio, y
todas pueden ser con- sideradas Flautas Colectivas, pero yo me voy a
concentrar en un complejo sistema que integra aspectos musicales,
coreográficos y sociales que se mani- fiesta de manera específica en ciertas
flautas de tubo cerrado, que revela una enorme unidad conceptual en torno a
estructuras, modos de uso y relaciones. Ninguna de esas tradiciones
conceptualizan esto, simplemente lo actúan. Al ponerle nombre me interesa
destacar la superestructura conceptual que com- parten todas esas
tradiciones, que podríamos llamar una teoría de la música indígena
surandina. Esto permite analizar el instrumento musical inserto en un
sistema que es a la vez muy rígido en cuanto a que sus partes se necesitan
mutuamente, pero muy flexible en cuanto se da en muchas circunstancias
cul- turales diversas, lo cual permite a su vez comparar los aspectos
históricos no sólo del artefacto (el “instrumento musical” aislado) sino de los
otros rasgos que le dan sentido.
Aun cuanto hasta ahora no se ha dado una discusión en torno a la formu-
lación de este concepto ni a la amplitud de su aplicación, existe
abundante bibliografía respecto a sus manifestaciones en diferentes
sociedades indígenas y mestizas de los Andes. El siku como fenómeno
urbano ha ido cobrando im- portancia a nivel de las ciudades
latinoamericanas no sólo como un fenómeno musical sino como un
movimiento identitario de rescate de las raíces indíge- nas por parte de una
población que no necesariamente comparte un origen indígena,
manifestándose como un carácter de la sociedad latinoamericana
contemporánea. En este artículo intentaré definir la Flauta Colectiva en
cuan- to sistema a partir de la evidencia etnográfica, para luego analizar sus
rastros históricos, principalmente coloniales, que puedan aportar a la
discusión de este tema.
53
José Pérez de Arce A.
1.- Para diferenciarla de la pifilka que es un tipo de flauta utilizada por los mapuches. A lo largo del artículo
voy a utilizar itálica para todos los nombres extranjeros (antara, capador, etc.), incluso si aparecen dentro
de citas, y también a los nombres locales (baile chino, tropa, etc.) para facilitar la discusión del tema que
me interesa.
2.- Sigo el sistema de clasificación de Sachs y Hornbostel adaptado a la organología americana (Pérez
de Arce y Gili 2013), mediante las siglas SH (Sachs-Hornbostel) seguido de un número que identifica
cada especie.
3.- ‘Flauta de pan’ es el nombre organológico de una flauta sin aeroducto, longitudinal, en juego, SH 21.112.
El ‘siku’ corresponde a SH 421 112 211 2, pero también a SH 421 112 22.
54
LA FLAUTA COLECTIVA: El uso social de flautas de tubo cerrado en los andes sur.
unificado del universo de ‘flautas de Pan’, y como las nomenclaturas son mó-
viles, variando su aplicación de un lugar a otro, de un tipo de flauta a otro, de
un tiempo a otro, generan una cierta ambigüedad que me impide
certificar cuales de las descritas en la bibliografía se inscriben plenamente en
el sistema de Flautas Colectivas y cuales lo hacen solo parcialmente, tema
que surge a lo largo del artículo.
De modo que podemos reconocer dos epicentros del uso tradicional de
las Flautas Colectivas; uno que corresponde al ‘siku’ en la región del lago
Titicaca, entre Perú y Bolivia, pero se extiende hacia la región de Iquique
en Chile y más débilmente hacia el noroeste argentino. Desconozco su
extensión hacia el Norte. El segundo núcleo corresponde a la ‘pifilka’ en los
bailes chinos, que se concentran en el norte Chico y centro de Chile,
estando más débilmente presentes en la región intermedia entre ambos, y
extendiéndose aún más dé- bilmente hacia Iquique y san Juan, Argentina.
Aparte de estos dos núcleos definidos por sus centros organológicos encon-
tramos el sistema de Flautas Colectivas operando en algunas flautas
longitudi- nales (tarkas y pinkillos principalmente) que ocasionalmente
imitan el proce- dimiento del “diálogo musical”, a pesar de no necesitarlo.
Las agrupaciones de tarkas son tratadas en el excelente volumen editado
por Arnaud Gérard (2010) respecto a Bolivia, y en el artículo de Diaz y
Mondaca (2000) respecto a Chile altiplánico del norte. Las agrupaciones
de quenas son tratadas por Quispe (2008). Otros artículos y libros abarcan
descripciones más generales, donde las Flautas Colectivas están presentes
como parte de un panorama de las danzas en Perú (Romero 1993), Bolivia
(Baumann 1996, Stobart 1996), Chile (Laan 1993, Martinez 1988,
Mercado 2006, Rodríguez 2008, Uribe
1963, Van Kessel 1981).
Mi experiencia personal es mayor respecto a las ‘pifilcas’ y a los ‘sikus’ de
Chile, y por lo tanto mi análisis puede tener sesgos en esa dirección, pero
como se trata de proponer un sistema, que necesariamente deberá ser
corre- gido a nivel regional, este sesgo deberá ser tomado como parte del
proceso de su formulación. El análisis que propongo se ajusta a una pauta
en torno a la organología (el instrumento, las relaciones entre instrumentos),
debido a que esa pauta es la que me permite analizar su existencia en el
pasado (donde muchas veces sólo tenemos el instrumento). Pero debe tenerse
en cuenta que toda Flauta Colectiva está inserta en una sociedad y posee
múltiples niveles de interacción, de organización, de expresión social
respecto a roles (guías, conocedores, aprendices, factores de prestigio, etc.),
a las relaciones entre el
55
José Pérez de Arce A.
4.- Este tema lo he trabajado en un artículo respecto a los bailes chinos del Aconcagua (Pérez de Arce
2016, en prensa).
56
LA FLAUTA COLECTIVA: El uso social de flautas de tubo cerrado en los andes sur.
5.- Se trata de un concepto social antiquísimo difícil de definir. Es considerada la semilla de las institu-
ciones y la civilización andina. Cualquier definición sucinta del ayllu corre el riesgo de ser simplista y
re- duccionista (Burman 2014: 102), pero se basa en la comunidad enraizada en un territorio, con un
ancestro común, donde el territorio es la totalidad del sistema de relaciones, redes de ayudas mutuas,
solidaridad, e intercambios (Alonso, Macias 2015: 15, 16), incluyendo la conexión espiritual con el lugar y su
naturaleza (Carballo 2015; Métraux 1970: 55), donde el colectivo está por encima del individuo (Burman
2014: 103).
6.- En Puno dicen que las flautas cumplen el rol de fertilizar la tierra, así como el hombre fertiliza a la
mujer (Francisca Gili, comunicación personal).
57
Figura 1.- El grupo está conformado por muchas flautas semejantes (Puno
2008).
Figura 2.- Par de medias-flautas chipaya con Figura 3.- Carrizos de Ipure (San Antonio de
sonidos complementarios que forman una Capayacuar, Municipio Acosta, Estado
escala. (Museo Nacional de Etnografía y Folklore Monagas, Venezuela); macho (izquierda) y
107B/107C, La Paz, registrado en 1983. Alto máx. 138 hembra (derecha). (basado en Instrumundo
mm.) 2017).
LA FLAUTA COLECTIVA: El uso social de flautas de tubo cerrado en los andes sur.
Figura 5.- Ejemplo de una tropa de julajula de Bolivia (localidad no especificada). 5 tamaños en
relación (1:2), correspondiente a una octava. Cada uno compuesto de Ira de 4T, arka de 3T (basado en
Baumann 1996: 34).
LA FLAUTA COLECTIVA: El uso social de flautas de tubo cerrado en los andes sur.
61
José Pérez de Arce A.
62
Figura 6.-Los tamaños se organizan jerárquicamente en la fila. Formación de Comparsa de lakitas en
desplazamiento – pasacalle (región de Tarapacá, Chile). La campanilla del Sanja indica su rol de
Caporal (director). Los dos Liko inferiores a la izquierda son liko cantante, encargados de adornar la
melodía. Las relaciones de tamaño son (1/2:1, una octava) y (2/3:1, una quinta). (basado en
laquitasdetarapaca 2017).
Figura 7.-Formación de un baile chino; los tamaños no guardan relaciones geométricas salvo de mayor
a menor (decreciendo en aproximadamente 1 cm., correspondiente aproximadamente a una 2ºmenor),
salvo un par de medias-flautas llamadas catarras, de sonido especial, encargadas de ligar ambos
acordes.
José Pérez de Arce A.
Figura 9.- El sonido de cada flauta posee propiedades tímbricas complejas. Ejemplo de diferentes
formas de falso, de tubo abierto o cerrado, y con diversas relaciones de tamaño respecto al tubo principal
(cerra- do, que se sopla). Se muestran sólo algunos ejemplos.
José Pérez de Arce A.
kus’ emplean una hilera de falsos (reciben varios nombres, ver Gérard 2015)
que son tubos no tañidos directamente, sino destinados a enriquecer el perfil
tímbrico del sonido, ya que su sonido y toda su serie armónica se suma al
sonido de la serie principal (Gérard 2015: 9). Hay muchos tipos de falsos,
y por lo tanto tipos de modificar el sonido. Los hay cerrados al mismo
tamaño, que dan la misma altura de sonido, los hay a 1/2 tamaño (8º
superior), 2/3 (5º superior), 4/5 (3º superior), o bien abiertos de igual
tamaño (8º superior),
½ (doble 8º superior). Cada tropa utiliza, tradicionalmente, flautas con un
solo de tipo de falsos. En las tarkas de Bolivia los constructores logran un
delicado sonido tara, semejante al sonido rajado, mediante la manipulación
de la estructura geométrica del tubo (Gérard 2015), que obedece a la misma
preocupación por obtener flautas de timbre complejo. Este criterio sigue nor-
mas estéticas muy propias de los Andes sur, y por lo tanto define una forma
regional muy particular de concebir la belleza estética sonora.
5b.- Las flautas de un mismo tamaño producen disonancias al tocar simultánea-
mente.
Los ‘siku’ de un mismo tamaño son, con frecuencia, construidos con diferen-
cias milimétricas de tamaño entre ellos, de modo que se produzcan disonan-
cias. El resultado es un enriquecimiento del espectro tímbrico, que se escucha
como una vibración llamada batimiento, la cual se asemeja al sonido rajado y al
sonido tara (Gérard 2015: 52). Los conjuntos de flautas de chino se constru-
yen para que entre flautas contiguas de tamaño haya el máximo de
disonancia, cerca de una 2a (Pérez de Arce 1998). La idea es ampliar la
riqueza tímbrica del conjunto mediante la interacción de varias flautas. Este
concepto utiliza como un valor estético la disonancia.
5c.- Al superponer tamaños, se constituye una “timbrearmonía”.
La multiplicación de sonidos complejos de cada flauta se suma produciendo
un sonido total mucho más complejo. A eso se suman las disonancias
entre flautas del mismo tamaño, que acrecientan el espesor tímbrico. A esto
se suma la superposición de los distintos tamaños, que añade un espesor
armónico. El resultado final es un acorde enriquecido tímbricamente
donde no podemos identificar por separado las cualidades armónicas de las
cualidades tímbricas. A esa unidad llamo “timbrearmonía”. Su construcción
es bastante sencilla de realizar, porque consiste en agregar flautas, pero el
resultado es muy comple- jo, pareciéndose mucho a una preparación
culinaria, en que cada comunidad puede agregar o quitar elementos sonoros
para lograr su particular combina-
66
Figura 10.- Dos medias-flautas ira (7¨T) y arka (6T) con “falso” (llamado china en este caso), en donde
se observa la duplicación del concepto complementario macho-hembra (basado en Baumann 1996: 36).
Figura 11.- Tubo complejo de la ‘pifilca’ de madera, confección actual en el valle del Aconcagua, con tapón
inferior (izquierda). A la derecha, confección prehispánica, en la misma región, con fondo cerrado. Las
flechas indican posibilidades de ajuste para obtener las propiedades tímbricas deseadas.
José Pérez de Arce A.
ción7. Para los aymaras, el sonido correcto sabe cómo a limón (Gerard
2010b: 132). Este criterio enfatiza la unificación estética del resultado sonoro
grupal.
5d.- La unidad “timbrearmónica” es inalterable durante el discurso musical.
En los ‘siku’ esta construcción sonora se mantiene durante toda la
melodía, no importa si sube o baja, ni los giros melódicos que implique.
Se escucha como una especie de melodía “gruesa”, no definida por una
afinación precisa sino por una gruesa masa de microtonos en torno a una
afinación central, aumentada por el acorde, subiendo y bajando con la
melodía. Este concepto funciona igual en las ‘pifilkas’, a pesar de la ausencia
de melodía; los chinos pueden identificar que baile está sonando porque
identifican su combinación “timbrearmónica” particular. Este criterio vuelve
a enfatizar ciertas normas estéticas locales, tal como las señaladas en el punto
5a, pero a un nivel grupal.
7.- Agradezco al chino Ricardo Jofré el entregarme la idea culinaria del sonido.
8.- Uso el nombre ‘tambor’ como categoría organológica. En Perú no se usa este término, sino
“bombo” para referirse a los membranófonos asociados a los sikuris. En Chile se usa “tambor” o
“caja”, relegando “bombo” al de mayor tamaño, tocado con un mazo. Hay numerosos otros términos
para designar varie- dades tipológicas o usos regionales.
68
Figura 12.- El tambor define el ritmo. En el baile
chino, el tamborero guía al baile mediante la dan-
za. Tamborero del baile chino La Sagrada Familia,
de Los Romero en fiesta de Kilimarí (4 de abril
de 2010).
9.- No considero cambios de ritmo entre una pieza a otra que pueden ocurrir en los ‘sikus’
70
Figura 14.- El conjunto recorre el espacio de la fiesta. El conjunto de Lakitas “Los Chaquetos” entran
al pueblo de jaiña desde un calvario ubicado en las afueras.(Jaiña, interior de Iquique, Chile, 2014).
Figura 15.- En la fiesta de Pachacamita (valle del Aconcagua, Chile central) la procesión de tres bailes chi-
nos culmina en el cerro donde está la cruz del calvario enfrentando la cordillera de los Andes, acompañada
por todo el pueblo y los huasos a caballo (domingo 31 julio 2012).
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10.- Para simplificar la discusión, en esta sección distinguiré una mirada local, ‘indígena’ de otra ‘europea’
referidas más bien a una postura cultural que a una ascendencia: ‘europeo’ es, así, aquel individuo que
describe siguiendo pautas cultural-musicales europeas, no importando si es español, criollo o mestizo.
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11.- Palmiero (2014: 302) duda de esta interpretación porque “en la zona norte no tocaban […] ni se tocan
hoy, las antaras complementarias”.
12.- Mucho más al norte, en el Orinoco en 1731 Joseph Gumilla observó “mucha cantidad” de Baxones
(clarinetes) de los betoyes que acompañaban los cantos (Aretz 1967:264).
13.- Me refiero a instrumentos melódicos o armónicos, no a ‘tambores’ o a idiófonos. Las excepciones
son contadas: hay ejemplos pintados en cerámica moche de “orquestas” conformadas por ‘flautas de
pan’ y trompetas cortas, por ejemplo. C. Sanchez describe una escena moche pintada en que
confluyen ‘flautas de pan’, ‘trompetas’, ‘tambores’, ocarinas y un sonajero (comunicación personal).
14.- Probablemente se trata de antaras, que aparecen en un texto de Garcilaso citado por Stevenson
(1976: 264); “como un conjunto de violas, las antaras vienen en varios registros”.
15.- No creo verosímil la mención a antaras de hueso humano (Guamán Poma 1980: 143, 287, 308, cit.
Jimenez Borja 1951, Chacama y Díaz 2011), debido a las dificultades organológicas que presenta ese tipo de
hueso para conformar una ‘flauta de pan’.
77
Figura 16.- Posible evidencia arqueológica de flautas colectivas. Pieza del Museo Nacional de Antropología
y Arqueología de Lima de la cultura Nazca representando a un músico (¿) que tañe una ‘antara’ de
cerá- mica mientras sostiene una ‘maraca’ (¿) en su mano izquierda, una ‘trompeta’ (¿) en su oído
izquierdo y un ‘timbal’ en su pierna izquierda. Su camisa lleva representada una cantidad de antaras de tres
tamaños, que podrían interpretarse como una ‘tropa’. Hay otras figuras que repiten esta iconografía
respecto a la posible ‘tropa’ (agradezco a Milano Trejo por el acceso a esta pieza. Registrado en 2015).
Figura 17.- Cuenco de cerámica pintado nazca (c. 500 dc.) en que aparecen representados 5 ‘antaras’;
cuatro de 6T, una de 7T, que podrían ser interpretados como una relación tipo ira-arka de tipo asimétrico
(no par). (Museo Nacional de Antropología y Arqueología de Lima, foto y datos de Milano Trejo).
LA FLAUTA COLECTIVA: El uso social de flautas de tubo cerrado en los andes sur.
16.- En el texto que acompaña ese dibujo Guaman menciona sin embargo la quena quena, que
correspon- de a la flauta tipo ‘kena’ (SH 421.111.1).
17.- Gérard (2013) describe ‘pifilkas’ arqueológicas en la región de Potosí y otras posiblemente Recuay
o Cajamarca, de Perú, y las relaciona con el dibujo de Guamán Poma.
79
Figura 18.- Posible evidencia de flauta colectiva formada por flautas similares. Dibujo de la fiesta de
los collasuyos que muestra un grupo de hombres tocando flautas de un tubo que asemejan ‘pifilcas’,
mientras una mujer toca un gran tambor. El texto que acompaña esta lámina dice “fiesta de los
collasuyos, havisca mallco capaca colla [rey sagrado qolla] fiesta, cantan y danzan dice el curaca
principal [cantamos y bai- lamos, rey ]… comiensa, toca el tambor y canta las señoras y dozellas” (
Poma de Ayala 1980: 298, 299)
LA FLAUTA COLECTIVA: El uso social de flautas de tubo cerrado en los andes sur.
ñer instrumentos del mismo tipo. En España se conocían dos tipos de ‘flauta
de Pan’: la zampoña, mencionada por Juan de Castellanos (1589) y Juan
de Velasco (1789), de uso pastoril y también palabra usada como
sinónimo de inferior o de “dicho sin substancia, o friolera” según el
diccionario RAE de 1780, (IRLRAE 2013). El capador, mencionado por
José Ignacio Lecuanda (“el instrumento que llaman Andarilla, compuesto de
cinco, seis, siete y hasta doce flautas [se refiere a tubos] las cuales por la
embocadura están parejas, pero por los cabos desiguales de mayor a menor,
atadas con hilos, y en todo muy semejantes a las de los capadores que
transitan nuestra España”; 1793, cit. Palmiero 2014: 299; Peralta 2013: 3),
era otra ‘flauta de Pan’ usada por el castrador ambulante de cerdos
(Sánchez 2013: 31). Siendo la ‘flauta de Pan’ un objeto poco importante,
y el conjunto homogéneo algo habitual, no es de extrañar la ausencia de sus
menciones por parte de los españoles ni sus descendientes criollos.
1c.- Las flautas se organizan en filas que tocan la misma música al mismo tiempo.
No existe evidencia arqueológica al respecto, y no conozco cronistas que
men- cionen este hecho. Los europeos del siglo XVI pensaban que esto
era algo primitivo (tema que retomaré al discutir la melodía) y por lo tanto
no merecía la atención de ser descrito.
18.- Muchas veces he escuchado mencionar el “diálogo bipolar” andino como hocketus. Sin embargo, si
bien el hocketus europeo pudo eventualmente coincidir con la técnica del “diálogo musical”, su
concep- ción y uso buscaban la idea de silencio como valor contrapuntístico (Ernest, “Hocketus”,
Groove Dictionary Online).
82
Figura 19.- Evidencia arqueológica de flautas Figura 20.- Placa de metal repujada y con aplica-
pareadas, de 6T y 7T. Largo máx. 255 mm. ciones representando tres flautistas, uno central (de
Todos los tubos con tapón de calabaza. Pica mayor tamaño) portando una flauta de pan de
(1000-1200 dc.), Chile (Colección Eduardo cuatro tubos en la mano izquierda y un objeto
Ien- sen, Santiago, registrado en 1982). tubular (¿’ma- raka’?) en la derecha, flanqueado por
dos personajes con flautas similares de tres tubos
(en posiciones in- vertidas horizontalmente). Sin
datos. (Museo Chileno de Arte Precolombino 3255,
Colección Mayrock, San- tiago, registrado en 2013).
19.- Boato en castellano antiguo alude a vocería o gritos de aclamación (RAE 2016).
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Figura 21.- Evidencia de elección de tamaños y su combinación. Conjunto nazca de la tumba Nazca
Tum- ba CIII CQT5 que comprende 6 flautas de 13 tubos, 4 grandes y 2 a la mitad de tamaño (a la
octava). La tumba contiene además otras 7 flautas pintadas con otros motivos, que podrían también
participar en un conjunto orquestal. Carlos Mansilla ha estudiado las relaciones tonales entre este
conjunto proponiendo hipótesis que desafían el concepto de “pares” de los siku por otro más complejo
(agradezco a C. Mansilla por la foto y datos).
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esté describiendo ‘sikus’ con falsos cuando menciona que estaban “atados a
la par” (en dos hileras). Lo mismo puede significar los “cañutillos
aunados duplicadamente” de Arzáns. Por otra parte los aymara del siglo
XVII diferen- ciaban categorías estéticas del sonido entre una “boz buena
fuave”, una “boz mala” y una “boz defabrida” (Bertonio 1612: I: 101).
Cobo ([1653] 1964: 270) describe el sonido del ayaríchic como “un sordo y
poco dulce sonido”. Por otra parte, la Europa del siglo XVI estaba
abandonando sus instrumentos de sonidos complejos, como el rauschpfeife,
el regal o la tromba marina, en búsqueda de sonidos más puros, capaces de
tocar polifonía con claridad. Esta tendencia permite interpretar el sonido
“sordo y poco dulce” de Cobo como proveniente de un ‘siku’ con falso.
5b.- Las flautas se construyen para que produzcan disonancias al tocar simultá-
neamente.
La disonancia la hallamos en pares de ‘flautas de Pan’ Nazca (mencionadas
más arriba). Este rasgo sonoro está muy presente en otros tipos de flautas
dobles, sobre todo de tipo ‘ocarinas’ arqueológicas de los Andes prehispáni-
cos desde Arica hasta Colombia; (SH 421.2221.4 o 421. 222. 4, ver
Gérard
2008, 2009; Pérez de Arce 1992, 1995, 2000c, 2015).
Durante la colonia no hay referencias a la disonancia. No conocemos una
palabra indígena que designe la “disonancia” como un valor, en cambio sí lo
contrario, en la voz aymara “hakhomallaqui cunca: diffonante boz” que
viene de la raíz “hakhomalla: boz mala”, “hakhomalla: feo, mal hecho”,
asociada a “hakhoraatha: caufar afco” (Bertonio en 1612 I: 101, 194, II:
109). “Dif- cordar en la múfica” era “Kochu panti, vel. Huakhllifi”. La voz
Huakhllifi no aparece pero si “huakhllifitha: defcocertarfe. Y también
deprauarfe en fu vida y coftumbres” (op. cit. I: 193, II: 144), que no deja
duda acerca de su con- notación negativa. En Europa del siglo XVI y
posteriores la disonancia era un defecto de “desafinación” (ausencia de
afinación). El diccionario RAE de 1780 describe la música y “por antífrasis
se llama el ruido disonante”, es decir, lo opuesto a música. La RAE 2016
define disonancia como un “sonido desa- gradable”, “falta de la conformidad
o proporción que naturalmente debe tener algo” o bien algo “extraño y fuera
de razón”, y la desafinación como “desviarse algo del punto de la perfecta
entonación, desacordándose y causando desagra- do al oído” (RAE 2016).
No es raro que no nos hayan llegado rastros de este rasgo musical andino.
89
Figura 23.- Par de medias-flautas (siku) de Arica, período inca (1470 – 1532 dc.) con ‘falso’ abiertos.
Los tubos principales están cerrados con tapón de calabaza. (Museo Arqueológico San Miguel de Azapa
CHACA5 T36 46/3440/61, registrado en 1982).
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Conclusión
Los datos presentados en la primera parte permiten definir una forma de ha-
cer música que involucra aspectos organológicos, acústicos, coreográficos,
so- ciales, filosóficos en una unidad de sentido que he llamado Flauta
Colectiva, cuya originalidad, complejidad y extensión territorial parecen
obedecer a una tradición local muy asentada. En la segunda parte revisamos
los antecedentes históricos de esa misma unidad. En términos generales los
datos arqueológi- cos se concentran en las evidencias de objetos
(instrumentos) y desaparecen hacia los sistemas sociales o integrativo que no
dejan huellas materiales. Asi- mismo las evidencias etnohistóricas se
enfrentan a fuertes discrepancias con los criterios europeos utilizados por los
cronistas, que impiden ver gran parte de la evidencia. A pesar de lo anterior
podemos ver que los datos arqueoló- gicos parece confirmar la presencia de
la Flauta Colectiva en algunas culturas andinas (Moche, Nazca
principalmente) y los datos etnohistóricos parecen confirmar su presencia
colonial en los Andes Sur (desde el Titicaca hasta Chile Central), coincidente
con la evidencia de los siglos XIX al XXI, excepto por la posible extinción
post colonial de la ‘pifilka’ en el altiplano de Bolivia. Se tra- ta, sin embargo,
de dos corpus de datos muy diferentes: los datos arqueológi- cos provienen
de instrumentos y sus contextos de hallazgo, mientras los datos
etnohistóricos provienen de relatos de observadores externos, generalmente
europeos o en todo caso desde una perspectiva europea (en idioma español y
destinado a un lector español). En general resulta evidente que hay
diferencias profundas entre la unidad de sentido de una Flauta Colectiva y el
concepto de “música” construido por Europa. Esta diferencia explica porque
los europeos no pudieron darse cuenta, en general, de la existencia de las
Flautas Colectivas, salvo excepciones. El análisis de las fuentes coloniales es,
justamente, acerca de esas excepciones.
La excepción más notable, sin duda es el Inca Garcilaso de la Vega20,
quien mejor describe la Flauta Colectiva, y lo hace más tempranamente que
la ma- yoría de los otros cronistas. A pesar de escribir en España a los 50
años en base a recuerdos de sus años 20 (c. 1550), su relato explica pares
de flautas complementarias, distintos registros, relaciones interválicas y
particularidades del ritmo como lo haría un músico que las ha tocado.
Garcilaso fue un músico competente, que a los 20 años enseñaba a indígenas
(“dexe en el Cozco cinco Yndios que tañían flautas dieftrifimamente por
qualquiera libro de canto de
20.- Utilicé un facsímil de la Primera parte de los Comentarios Reales editado en Lisboa en 1609
(http:// shemer.mslib.huji.ac.il/lib/W/ebooks/001531300.pdf).
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organo, que les puffiefen por delante” 53v)21. En su infancia en Cusco convi-
vió con ambas aristocracias, la inca y española, educándose junto a los hijos
de los Pizarro y los de Huayna Cápac, conociendo la instrucción de los curas
y de los amautas (González Echevarría 2000: 114; Spalding 1974: 185). No
es de extrañar que haya conocido los ‘siku’ del Collasuyu, presentes en
Cusco desde tiempos inca como representantes de su tierra, y que haya
participado tocándolos. Pero además escribió para enseñar a los españoles la
cultura inca, revirtiendo la noción del indígena atrasado e inculto
(González Echevarría 2000: 77; Stoll 1998: 144, 145). Su descripción de
los ‘sikus’ forma parte de un capítulo dedicado a retratar la alta calidad
de la cultura inca, y sirve, a su juicio, para representar lo mejor de la
música del imperio inca ante ojos europeos, debido a que era una música
instrumental, compleja, refinada, que exigía aprendizaje y estaba al servicio
de la aristocracia. Su habilidad literaria y su experiencia musical europea y
andina le permiten a Garcilaso trasmitir esa complejidad al castellano y a la
mentalidad española del siglo XVI. Los otros autores contemporáneos
(Bartolomé de las Casas, Pedro Cieza de León, Bartolomé Álvarez) no
compiten ni con la cantidad ni calidad de la informa- ción que entrega
Garcilaso. En ese tiempo los europeos no se preguntaban si los indígenas
se ubicaban fuera de sus esquemas mentales, sino donde se encontraba
dentro de ellos (Adorno 1988: 55, 56) y como los sistemas mu- sicales
andinos no entraban en ese esquema, apenas despertaban su interés, a
diferencia de otros aspectos de la cultura como los sistemas políticos, econó-
micos, legales o religiosos. Algunos teóricos concebían el indígena mental y
psicológicamente como un menor de edad (Adorno 1988: 61), lo cual negaba
su posibilidad de poseer un “arte”.
Al siglo siguiente Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela 22 habla del ayarichi du-
rante una fiesta en Potosí en 1555, ocurrida mucho antes de su
nacimiento, pero lo describe como si la conociera. Hijo de españoles, es
poco probable que haya tocado ‘siku’, como Garcilaso, pero su afición a las
fiestas, su simpa- tía y su cercanía a los indios (Wikipedia 2016b) permiten
explicar su cercanía al tema. En cambio el autor indígena Felipe Guamán
Poma de Ayala23 aporta
21.- Sus conocimientos de escritura musical se revelan en otros párrafos: “fe pueden ymaginar quatro
figuras o puntos de canto de organo en dos compafes, […] y fon dos feminimas, y una minima, y vn
femi- breue, todas quatro figuras en vn figno”.
22.- No logre acceder a documentos originales. Me basé en Stevenson 1976, en Martínez 2004, y en
infor- mación proporcionada por los sitios https://es.wikipedia.org/wiki/Bartolom%C3%A9_Arz
%C3%A1ns_ de_Ors%C3%BAa_y_Vela y http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?
key=arzans-de-or- sua-y-vela-bartolome-de (2016-10-11).
23.- Revisé el facsímil de su Nueva Corónica en el sitio http://www.kb.dk/permalink/2006/poma/info/
es/frontpage.htm (consulta: 11/11/2016).
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José Pérez de Arce A.
muy poco a nuestro tema, porque en su texto, dirigido al rey Felipe III,
no se interesa en describir las culturas indígenas tanto como en reclamar por
los derechos de los indígenas. Sin embargo es el único que dejó una
ilustración de las Flautas Colectivas. Bernabe Cobo24 jesuita español,
escribió en base a informantes de segunda o tercera generación. En cambio
Alonso de Ovalle25, jesuita chileno que escribió en Roma en 1646, revela un
gran conocimiento y sensibilidad acerca de la fiesta de Semana Santa en
Santiago, y un gran domi- nio de la escritura para expresarse.
En el siglo XVII la traducción se ha vuelto un problema importante; tan solo
en Perú, Cobo (1892: 49) calcula que existían más de dos mil lenguas
diferen- tes. Surgen varios diccionarios: el la lengua mapudungún del sur de
Chile por el español Luis de Valdivia (1606)26, el de la lengua quechua
del Cusco por el español Diego González Holguín (1608)27 y el de la
lengua aymara de la región del Titicaca por el italiano Ludovico Bertonio
(1612)28. Todos ellos, a pesar de la concisión y brevedad de los textos, son
invaluables porque aportan una interpretación indígena a cada tema. En
conjunto, los datos permiten percibir un sistema comunicativo indígena
que opera mediante la multisen- sorialidad (Lienhard 1993: 43; Martínez
et al 2014: 91), pero con cruces y traslapes crecientes con la sociedad
española (Rappaport y Cummins 2012: 219), donde el recuerdo prehispánico
va quedando atrás. En el siglo XVIII el español Baltasar Martínez
Compañón29, Obispo de Trujillo, nos entrega in- formación respecto a la
cultura indígena arqueológica y el mestizaje musical. En el resto de los
autores no encontré información relevante, salvo en aspectos muy puntuales.
En resumen, los documentos coloniales evidencian los problemas para tra-
ducir la realidad de las Flautas Colectivas a una mentalidad para la cual no
había conceptos semejantes. Sus rasgos coincidentes con la tradición euro-
24.- Me basé en la Historia del nuevo mundo. Ed. Marcos Jiménez De La Espada, Sevilla de 1892 y
también en los comentarios de Chacama y Diaz (2011) y de Millones (2003).
25.- Me basé en la edición de 1969 de la Histórica relación del reyno de Chile hecha por la Editorial Uni-
versitaria de Santiago.
26.- Me basé en la versión de 1887 de su Arte, Vocabulario y Confesionario de la Lengua de Chile ed. Fac-
similar realizada por Platzmann en Leipzig.
27.- Me basé en la versión trascrita por Chacama y Díaz (2011).
28.- Me basé en la versión del Vocabulario de la lengua aymara impreso en Juli de 1612 y en el sitio https://
es.wikipedia.org/wiki/Ludovico_Bertonio.
29.- Me basé en la Tesis Doctoral de Tiziana Palmiero de 2014 “Las láminas musicales del códice
Martínez Compañón, Trujillo del Perú, 1782-85. Espacio de mediación entre las ideas ilustradas de un
Obispo y las teorías y prácticas musicales de los habitantes de su diócesis” citada en la bibliografía y
consulté los sitios https://es.wikipedia.org/wiki/Baltasar_Jaime_Mart%C3%ADnez_Compa
%C3%B1%C3%B3n
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30.- Línea interpretativa compartida por Brabec de Mori y Mori 2009, Gruzinski 1991, Martínez
2009, Martínez et al 2014, Moliniè 1997, Rappaport, Cummins 2012.
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desde una multiplicidad de estados de conciencia (Abbott 1996: 34, 49, 50;
Lienhard 1993: 43; Martínez et al 2014: 91). Durante la colonia las
Flautas Colectivas fueron eficientes para construir la imagen pública del
indio dentro de las estrategias de contrastes frente al español y al negro
(Estenssoro 2000: 68). Además la Flauta Colectiva posee un soporte grupal y
no individual, y eso la coloca al margen de la corriente impuesta por un
modernismo que lentamente va instalando al individuo como el único
referente válido hacia el siglo XIX (Silva 2013).
Cuando el fenómeno de la Flauta Colectiva pasa a la ciudad, se transforma
en reivindicación de lo indígena, etapa que estamos viviendo en toda
Latinoa- mérica como un fenómeno reciente, que rescata su importancia
respecto a la construcción y defensa de la identidad del grupo social a nivel
sonoro, gracias a que es un objeto activado por representantes de una
comunidad, y refleja la identidad de esa comunidad. Esta argumentación
identitaria ha cobrado una importancia cada vez mayor en los
movimientos urbanos de sikuris en Buenos Aires, Santiago, La Paz, Lima y
Bogotá (Castelblanco 2014), gracias a que permiten expresar “lo andino”
eficazmente frente al mundo globalizado. La creciente convergencia entre
el mundo académico y el mundo popular encuentra en las Flautas
Colectivas uno de los espacios en que ese encuentro se está dando de forma
natural y fluida. Sin embargo esta misma importancia dada al siku tocado en
forma complementaria, como signo de andinidad, pue- de ser visto como
una sobrerrepresentación de un hecho que logra sintetizar lo propiamente
andino frente a una sociedad crecientemente “globalizada” (es decir,
occidentalizada). Esta postura, que Carlos Sánchez sustenta (blog
etno/arqueo musicología 26 octubre 2016) pone una nota de cautela sobre los
resultados presentados en este artículo: podemos afirmar que el siku comple-
mentario existió en el pasado, pero no podemos asegurar cuál era su peso res-
pecto a los usos generalizados de las ‘flautas de Pan’ y a las Flautas Colectivas.
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INDICADORES DE LA PREHISTORIA
MUSICAL EN EL NORTE DE CHILE:
Una aproximación al estudio de las relaciones
interválicas entre contextos culturales Cabuza
y Maytas-Chiribaya (ca. 500 a 1.200 años DC.)
ANDRO SCHAMpKE CERECEDA | andro.schampke@gmail.com
Resumen
E
ste artículo aborda la problemática cultural del período Me-
dio en el extremo norte de Chile por medio del registro y
análisis de instrumentos musicales arqueológicos provenien-
tes del sitio Azapa-6. Se hace un breve resumen del panorama cul-
tural del período en cuestión, se hace una breve descripción del
sitio arqueológico, se enuncian los aspectos metodológicos y
analíticos aplicados para el análisis y se exponen los resultados y
conclusiones obtenidas de la investigación.
Palabras Claves: Período Medio. Valle de Azapa. Flautas de Pan. Re-
laciones Interválicas.
117
Andro Schampke Cereceda
Abstract
The aim of this study is to analize the cultural problems of the
Middle Period in the extreme north of Chile through records
and analysis of archaeological musical instruments from the
Azapa-6 site. Therefore we perform a brief summary of the
cultural pano- rama of the period and a description of the
archaeological site. The methodological process and analytical
aspects applied in the analy- sis is detailed and the results and
conclusions obtained from the investigation are exposed.
Keywords: Middle Period. Azapa Valley. Panflute. Intervalic Rela-
tions
1.- Introducción
Hacia el año 500 de nuestra era y tras un largo proceso de instauración de un
modo de vida en base a la producción agrícola en valles desérticos del norte
de Chile y sur del Perú, se inicia un proceso de carácter netamente aldeano
coin- cidente con una articulación cultural cada vez más frecuente entre estos
valles y el altiplano Circuntiticaca que, en ese entonces, era el centro del
desarrollo de la cultura Tiwanaku. Esta etapa dentro de la secuencia cultural
regional se denomina como Período Medio y se extiende hasta
aproximadamente el año
1.200 d.C.
En el valle de Azapa, norte de Chile, este período ha sido ampliamente docu-
mentado siendo el momento de la prehistoria local que cuenta con más sitios
excavados pero aún con un gran número de interrogantes por resolver (Cha-
cama 2004). Las evidencias arqueológicas recuperadas dan cuenta de
estrechas similitudes estilísticas entre ciertos materiales encontrados en
distintos entor- nos ecológicos del valle con aquellos que provienen del
centro epónimo de Ti- wanaku, prueba irrefutable del contacto y presencia de
esta cultura altiplánica en los valles occidentales del extremo norte de Chile
(Berenguer y Dauelsberg 1989). Las interpretaciones a cerca del grado
(mayor o menor) de influencia de Tiwanaku en los valles occidentales han
variado a través del tiempo.
Los indicadores materiales utilizados para dar cuenta de estas dinámicas
culturales hacen referencia a la descripción y análisis detallado de las for-
mas, funciones y diseños de diversas tecnologías principalmente la cerámi-
118
INDICADORES DE LA PREHISTORIA MUSICAL EN EL NORTE DE CHILE
ca (Dauelsberg 1961; Uribe 1995), los textiles (Ulloa 1982; Sinclaire 1995,
1998; Agüero 2000), la cestería (Espoueys et. al. 1995; Palma et. al.
1995), los keros y cucharas de madera (Espoueys 1972: 73,1974).
Paralelamente a estos análisis se han realizado seriaciones sistemáticas de
tipos cerámicos con sus respectivas dataciones absolutas (Espoueys 1993;
Espoueys et. al. 1995).
Estas investigaciones condujeron en su momento a proponer diversas fases
culturales al interior del periodo Medio, dentro de las cuales destacan las
fases Cabuza y Maytas-Chiribaya, además de los estilos Loreto Viejo y
Charcollo (Dauelsberg 1972-73). Del mismo modo y a partir de los mismos
indicadores las fases y estilos propuestos fueron reformulándose
continuamente, especial- mente desde el punto de vista de sus atributos
culturales, generando variadas miradas e hipótesis en torno al tema.
Para algunos investigadores las fases culturales representativas del valle de Aza-
pa, denominadas Cabuza y Maytas-Chiribaya, corresponderían a colonias Ti-
wanaku enclavadas en este valle costero (Berenguer y Dauelsberg 1989).
Para otros Cabuza sería una colonia altiplánica y Maytas–Chiribaya
corresponde- ría al inicio del Desarrollo Regional (Berenguer 2000). Por otra
parte se señala que Cabuza sería una colonia altiplánica y el estilo Loreto
Viejo correspon- dería a la elite de este grupo (Berenguer ms.) o que Cabuza
correspondería a una cultura local fuertemente influenciada por Tiwanaku y
Maytas-Chiribaya sería una cultura local que reacciona contrariamente a
dicha influencia (Uribe 1999). También mencionar otro estudio que señala
que Cabuza no corres- pondería a una población colonizadora vinculada
con Tiwanaku, sino más bien se trataría de una población local con
influencias estilísticas provenientes del núcleo de Moquegua (Uribe y
Agüero 2001).
Ante lo complejo del panorama, esta investigación pretende aportar a la dis-
cusión con un indicador cultural diferente: el estudio de la música por medio
del análisis de las relaciones interválicas (sonoras) de una muestra acotada, con
el propósito de ir en búsqueda de establecer, de manera experimental, tipolo-
gías sonoras susceptibles a ser aplicadas en la prehistoria regional.
Figura 2.- Elementos arqueológicos asociados al período Medio, valle de Azapa. Museo Universidad de
Tarapacá (exposición).
IN
DIC
AD
OR
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IA
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EL
NO
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E
Figura 3.- Plano de ubicación del sitio Az-6. Dibujo de Guillermo Focacci (1990:110) DE
CH
12 ILE
1
Andro Schampke Cereceda
donde una sección longitudinal de cinco metros de ancho, que corría paralela
al sitio fue arrasada por una máquina excavadora durante obras de construc-
ción de galpones para criaderos de aves. Dada la premura de la acción no
se pudo realizar un levantamiento topográfico del cementerio ni del sitio
habita- cional adyacente, solamente contamos con un dibujo de planta del
cemente- rio donde se aprecia la distribución diferenciada de varias fases
arqueológicas del Período Medio y Desarrollo Regional (Focacci 1990).
En en aquella acción fueron excavadas 206 tumbas correspondientes a los
contextos culturales Cabuza, Maytas-Chiribaya del período Medio y tumbas
San Miguel del período posterior (Focacci 1990). Lo más relevante para esta
investigación es la recuperaron de 15 aerófonos del tipo “flauta de Pan”
los que habían sido depositados como parte del ajuar funerario.
4.- Metodología
El objetivo central de esta investigación es reconocer ordenamientos sonoros
de una muestra específica de instrumentos musicales arqueológicos (flautas
de Pan / Az-6), con el propósito de establecer (o intentar establecer)
estructuras
122
INDICADORES DE LA PREHISTORIA MUSICAL EN EL NORTE DE CHILE
123
Andro Schampke Cereceda
Todo esto forma parte de una base de datos que incluye la información
ob- tenida del análisis de los respectivos contextos arqueológicos (tumba,
proce- dencia, ajuar), la información obtenida durante el proceso de
registro y los resultados obtenidos del proceso de determinación de alturas e
intervalos.
124
INDICADORES DE LA PREHISTORIA MUSICAL EN EL NORTE DE CHILE
5.- Resultados
5.1.- Determinación de Alturas
Se pudo obtener 67 alturas sonoras (frecuencias y notas) las cuales se distri-
buyen de manera diferenciada. Asumimos que es una muestra acotada y pe-
queña que considera solamente un sitio arqueológico pero observamos ciertas
tendencias respecto a la cantidad y distribución de las notas musicales
que encontramos interesantes de analizar.
De la cuantificación y distribución de las notas musicales entre los contextos
culturales Cabuza y Maytas-Chiribaya se detectó que están representadas, en
mayor o menor número, todas las notas de la escala cromática occidental
(unidad de medida). Cabe señalar que este indicador podría estar señalando
solamente una dispersión relativa, no asume la conformación de una escala
de tipo cromática tal y como la conocemos hoy en la música occidental
actual.
También se observa una tendencia hacia dos notas en específico. En
primer lugar la nota musical “La” tiene una mayor presencia en contextos
cultura- les Maytas-Chiribaya (50%), la nota “Re#” con mayor presencia en
Cabuza (55%) que en y la nota “Fa” representada menormente pero
significativa en contextos culturales Cabuza (71%). (ver Gráfico Nº 2 y
3).
125
Andro Schampke Cereceda
126
INDICADORES DE LA PREHISTORIA MUSICAL EN EL NORTE DE CHILE
127
Andro Schampke Cereceda
6.- Conclusiones
Con los resultados obtenidos se pueden plantear varias conclusiones siempre
desde un marco preliminar y dentro de un modelo de análisis en fase
expe- rimental. En términos generales nos encontramos frente a artefactos
sonoros conformados por tubos de caña, dispuestos de manera escalonada,
consolida- dos por un sistema de amarre con fibra animal (camélido
sudamericano), en distintos colores, con amarre estructural de fibra animal
con o sin travesaño de caña, la parte distal de los tubos se encuentran, por
lo general, cerrados por medio de tapones de cucurbitáceas de unos 5
milímetros de espesor. Se observaron rasgos de uso en la embocadura
(alisamientos en los bordes para suavizar el desplazamiento de la boca) y
reparación de tubos quebrados con medio de la técnica de embarrilamiento
de la zona quebrada.
Sobre el sistema de alturas sonoras, la utilización masiva de intervalos de 1
Tono (T) en la muestra arqueológica se podría interpretar como rasgos
me- lódicos de carácter pentatónico que estarían funcionando como
estructuras aglutinantes culturalmente entre ambos grupos (Cabuza –Maytas
Chiribaya). Esto podría indicar un origen cultural común, formas musicales
de cohesión social o bien prácticas sonora homogéneas.
Sería interesante vincular estos datos con experiencias de este tipo en otros
sitios arqueológico en la zona andina. Si vinculamos esto con las investiga-
ciones y teorías que se han generado para explicar la dinámica cultural
del período Medio, podríamos estar observando influencias sonoras de
grupos alto-andinos Tiwanaku en la zona de Arica o bien tratarse de
manifestaciones musicales y sonoras locales.
Sobre las particularidades estilísticas (sonoras) de características excluyentes
podemos mencionar que, entre los instrumentos musicales arqueológicos atri-
buidos a contextos Cabuza, hay una mayor presencia casi exclusiva de
interva- los de tipo Microtono (MT) y exclusiva de intervalos de Tercera
mayor (3M). Cabe señalar que ambos intervalos corresponden, a su vez, al
intervalo más pequeño y al más grande de la muestra respectivamente. Se
considera a este rasgo sonoro-musical como una particularidad estilística que
se manifiesta de manera excluyente al contexto cultural Maytas-Chiribaya en
la que este tipo de intervalos se encuentra ausente (3M) o casi ausente
(MT) en este grupo determinado. Esto se confirma o refuta ampliando la
muestra.
Los instrumentos musicales atribuidos a contextos Maytas-Chiribaya tienen
una mayor presencia de Semitonos (ST) y Tercera menor (3m) que su similar
128
INDICADORES DE LA PREHISTORIA MUSICAL EN EL NORTE DE CHILE
129
Andro Schampke Cereceda
ANEXO FOTOGRÁFICO
130
INDICADORES DE LA PREHISTORIA MUSICAL EN EL NORTE DE CHILE
131
Andro Schampke Cereceda
Figura 12.- Flauta de Pan. Tumba 125, Figura 13.- Flauta de Pan. Tumba 144,
código 12514, procedencia Maytas-Chiribaya. código 12605, procedencia Maytas-Chiribaya.
Figura 14.- Flauta de Pan. Figura 15.- Flauta de Pan. Figura 16.- Flauta de Pan.
Tumba 159, código 12700, Tumba 164, código 1280, Tumba indeterminada,
procedencia Maytas-Chiribaya. procedencia Cabuza. código 26808, procedencia
indeterminada.
132
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INDICADORES DE LA PREHISTORIA MUSICAL EN EL NORTE DE CHILE
135
Andro Schampke Cereceda
136
LA ANTARA EN EL ARTE MOCHE:
Performance y Simbolismo
DANIELA LA CHIOMA | danilachioma@gmail.com
Resumen
L
a antara es un instrumento sonoro frecuentemente represen-
tado en el arte moche, particularmente asociado a rituales y
ceremonias ambientados tanto en el mundo de los vivos (kay
pacha) como en el mundo de los muertos (hurin o uku pacha).
Con esta contribución pretendemos presentar y discutir un corpus
icono- gráfico moche protagonizado por parejas de antaristas.
Proponemos un ejercicio interdisciplinario, en lo cual la
combinación de la ar- queología, la historia del arte, la
arqueomusicología y la etnohistoria nos permite interpretar el papel
que jugó la antara en las grandes ce- remonias moche. Al llevar la
discusión más allá del período prehispá- nico, identificamos algunas
características simbólicas en las prácticas sonoras de la antara en el
mundo moche, que pueden ser interpre- tadas a la luz de los
fenómenos musicales andinos contemporáneos,
como las tropas de sikuris.
Palabras Clave: Arqueomusicología, cerámica, Moche, músicos, antara.
137
Daniela La Chioma
Abstract
Antaras (andean panpipes) are frequently depicted on Moche
Art. This sound instrument is particularly associated to rituals and
cere- monies, in the world of the living (kay pacha) and in the
world of the dead (hurin or uku pacha). In this article, we intend to
present and discuss a Moche iconographic corpus that shows
panpipe players as protagonists. We propose an interdisciplinary
analysis, in which the combination of archaeology, art history,
archaeomusicology and ethnohistory help us interpret the role
played by the panpipes in the great Moche ceremonies. Beyond
the prehispanic period, we identify some symbolic features of the
moche sound practices with panpipes that can be interpreted
considering contemporary Andean musical phenomena, such as
the sikuri groups.
Keywords: Archaeomusicology ceramics, Moche, musicians, panpipes.
Introducción
Entre los repertorios iconográficos prehispánicos andinos, los del Intermedio
Temprano, y especialmente el moche, son los que más ofrecen referencias
sobre las prácticas musicales de sus respectivas sociedades (Hoyle 1985; Be-
llenguer 2007: 49; La Chioma 2012, 2016: 63; Sánchez 2013: 68-69). Entre
todos los instrumentos sonoros utilizados por los moche, la antara ha sido el
más representado en su arte (La Chioma 2016: 281), apareciendo asociada a
muchos tipos de personajes distintos, sean señores de alto rango, divinidades,
animales u otros seres sobrenaturales.
Estudios etnomusicológicos atestiguan que la antara es un instrumento
so- noro cargado de una fuerte simbología en el mundo andino
contemporáneo, especialmente en el altiplano peruano-boliviano
(Baumann 1996; Stobart 1996; Bellenguer 2007; Romero 2007: 9;
Sánchez 2013: 17). Esta impor- tancia es incontestablemente heredada del
sistema cosmológico prehispánico. Los elementos que conforman esta
cosmovisión y que confieren a la antara su eficacia simbólica son verificables
en los datos arqueológicos del mundo pre- hispánico (Gruszczisnka 2006,
2014; La Chioma 2013, 2016) bien como en fuentes etnohistóricas
(Gruszczisnka 1995; Hocquenghem, 1996; La Chioma 2013).
Indudablemente, la importancia simbólica de la antara se refleja direc-
tamente en la performance del instrumento, lo cual es largamente
utilizado en diferentes rituales y ceremonias colectivas de las comunidades
del altiplano
138
LA ANTARA EN EL ARTE MOCHE: Performance y Simbolismo
1.- Las flautas longitudinales en juego (antaras) hacen su aparición en la costa norte a partir del Formativo
Superior habiéndoseles encontrado en Chicama, Virú y Moche en épocas correspondientes a Salinar (...)
(Hoyle, 1985: 23).
2.- Museo Larco, Catálogo en línea: ML016305, ML016310, ML016311, ML016312.
139
Daniela La Chioma
140
LA ANTARA EN EL ARTE MOCHE: Performance y Simbolismo
Figura 2. Roll Out del Tema de la Escalera. Dibujo de Donna McClelland. Christopher B. Donnan and Donna
McClelland Moche Archive, 1963-2011, PH.PC.001, Image Collections and Fieldwork Archives,
Dumbarton Oaks, Trustees for Harvard University, Washington, D.C
LA ANTARA EN EL ARTE MOCHE: Performance y Simbolismo
3.- Nuevos fechados radio carbónicos realizados recientemente demuestran que la última etapa cons-
tructiva del edificio, relacionada al Señor de Sipán y al Señor de la Tumba 14, se dio entre los siglos VII y IX
d.C. (Chero, comunicación personal, 2016), información que los situaría en el Período Moche Tardío y
no Moche Medio. Estos resultados todavía están siendo evaluados por Walter Alva y Luis Chero
imposibilitando una discusión detallada de los recientes descubrimientos.
143
Figura 3. Artefactos encontrados con el Señor de la Tumba 14 de Sipán. Museo de Sitio Huaca Rajada,
Proyecto Arqueológico Tumbas Reales de Sipán, Lambayeque. Fotos de la autora, 2012.
LA ANTARA EN EL ARTE MOCHE: Performance y Simbolismo
145
Figura4. Señor Nocturno al centro y artefactos encontrados en la Tumba 14 de Sipán. Museo de Sítio
Huaca Rajada, Proyecto Arqueológico Tumbas Reales de Sipán, Lambayeque. Fotos de la autora, 2012
Figura 5. Detalle de escena con Señor Nocturno usando tocado de pulpo y tocado de tentáculos de
pulpo encontrado en la Tumba 14 de Sipán. Museo de Sítio Huaca Rajada, Proyecto Arqueológico
Tumbas Reales de Sipán, Lambayeque. Fotos de la autora, 2012.
LA ANTARA EN EL ARTE MOCHE: Performance y Simbolismo
Figura 7. Detalle de las miniaturas de guerreros encontrados en la Tumba 14. Museo de Sítio Huaca Rajada,
Proyecto Arqueológico Tumbas Reales de Sipán, Lambayeque. Fotos de la autora, 2012.
Daniela La Chioma
Figura 8. Roll out de vasija de asa estribo del Museo Etnográfico de Berlín con representación de músicos.
Dibujo de Donna McClelland. Christopher B. Donnan and Donna McClelland Moche Archive, 1963-2011,
PH.PC.001, Image Collections and Fieldwork Archives, Dumbarton Oaks, Trustees for Harvard
University, Washington, D.C
150
LA ANTARA EN EL ARTE MOCHE: Performance y Simbolismo
Tabla I. Atributos compartidos por antaristas en la pieza del Fowler Museum of Cultural History
151
Daniela La Chioma
Tabla II. Atributos compartidos por antaristas en la pieza del Museo Etnográfico de Berlín.
152
LA ANTARA EN EL ARTE MOCHE: Performance y Simbolismo
153
Daniela La Chioma
6.- En el período Intermedio Temprano en la costa sur, las antaras eran rotas intencionalmente y ente-
rradas después de su uso, como atestado por las excavaciones de Orefici en Cahuachi, centro
ceremonial Nasca. Sobre este tema ver: Gruszczynska 2006: 81.
154
LA ANTARA EN EL ARTE MOCHE: Performance y Simbolismo
peruano del Lago Titicaca, denominada Siku Arichi, en la cual todos los nue-
vos conjuntos de antaras deben ser producidos por un maestro y consagradas.
Esta cerimônia é praticada com todos os músicos na casa de uma das
auto- ridades da ilha (alferado). As antaras não são produzidas por cada
músico pertencente ao grupo de sikuris, mas por um mestre experiente que
fabrica o conjunto todo. A necessidade de consagrar o conjunto de antaras na
presença do mestre e de um sacerdote expressa o caráter sagrado dos
instrumentos e, portanto, sua relação com a cosmovisão e a religiosidade. O
mestre produtor das flautas também é um músico e tem uma função
importante no ritual. (La Chioma, 2012: 61).
Stobart (2006: 145) cuenta que, en Kalankira (Potosí, Boli-
via), la Cruz del Tata Mayor, símbolo de la Fiesta de la Cruz de
Mayo, tiene un grupo de guardianes formado por hasta diez hom-
bres, liderados por un dúo, un individuo del hanan y otro del hurin.
El rol del líder del abajo (o la izquierda), el mayura, es, según Stobart,
inte- resante desde una perspectiva musical, ya que él es responsable por
adquirir un nuevo conjunto de flautas, enseñar la melodía a los músicos y
asegurar que la melodía sea bien ejecutada durante el ritual, para que no haya
errores (ibíd.). Además, para disciplinar los músicos y bailarines, el líder
carga un látigo para ser usado en sus piernas caso cometan errores de
performance e interpreta- ción.
Los datos recopilados por Bellenguer y Stobart evidencian la jerarquía en las
tropas. Hay un líder en la tropa de antaras, o sea, un músico que se destaca de
todos los otros y tiene más atribuciones. En la iconografía moche son nítidas
las diferencias de jerarquía entre los tocadores de antaras, incluso en las
piezas arqueológicas previamente mencionadas. Varias piezas que componen
el con- junto de antaras sufren variaciones, que deben ser consideradas por el
maestro productor (Bellenguer 2007: 174). En cada región o festividad se
utiliza un tipo particular de conjunto. Los Jula-Julas, por ejemplo, son
grupos cuyas antaras presentan una única fila: el Ira lleva cuatro y el Arka
lleva tres tubos. Las más grandes (Machu) son tocadas por los músicos
mayores y más respe- tados de la comunidad (Baumann 1996: 32-33). La
categoría de sikus, por otro lado, presenta antaras de doble fila: el ira
presenta dos filas de siete tubos cerrados y el arka presenta dos filas de seis
tubos abiertos (ibíd.). El conjunto denominado Lakitas presenta antaras de
dieciséis tubos (el ira con dos filas de ocho tubos) y catorce tubos (y arka,
con dos filas de siete tubos). Los sikuris, el tipo de conjunto más popular,
actúan con antaras de diecisiete tubos. En
155
Daniela La Chioma
este caso, ira y arka no alternan notas, pero el segundo repite exactamente las
notas del primero (ibíd.: 41).
En las ontologías andinas, las relaciones duales tienen como punto de origen
la distinción entre los polos masculino y femenino, pues en el encuentro
de estas polaridades se genera el equilibrio o tinku (Golte 2007: 2; 2009:
59). Canedo enfatiza la relación de género implícita en el sistema de
interpolación de antaras, notando que, en la cosmovisión aimara, el encuentro
de los instru- mentos se equipararía simbólicamente a una relación sexual:
Una característica organológica en los instrumentos musicales andinos y en-
fatizada por varios investigadores, se refiere a la marcada diferenciación
sexual que se observa tanto en instrumentos aerófonos como en los
instrumentos de cuerda (…). Tal división por sexo, se hace explícita en los
sikus a partir de la dualidad binaria complementaria: ira-masculino/ arka-
femenino que a su vez es generadora de otros pares de oposición: arriba/
abajo, delante/detrás, etc. (…) Tal división binaria se complejiza aún más en
la ejecución, en tanto, una melodía sólo puede ser construida en base a los
sonidos alternados de ira y arka, ambos manejados por dos músicos y que
en algunas zonas denotan una explícita relación sexual (Stobart, 1991).
(Canedo, 1996: 85).
Las antaras son tocadas en la estación seca y fría, la cual empieza en abril y
termina en septiembre (Baumann 1996:43; Canedo 1996: 83, Stobart
2006: 133; Bellenguer 2007: 136). Esta corresponde a la estación masculina
(Sto- bart, ibid.), en contraposición a la estación cálida y lluviosa,
relacionada a lo femenino y a la fertilidad, en la cual son tocadas las
flautas tubulares, como quenas, tarkas y pinquillos (Stobart 1996: 67). Los
grupos son acompañados por danzarines, hombres y mujeres de la
comunidad, con diferentes atribu- ciones. La forma más elemental de
organización de estos grupos es la circular (Baumann 1996: 18; Salazar
Sáenz 1996: 182, Bellenguer 2007: 141, 277), en la cual los danzarines
cambian el sentido diversas veces bajo el mando de la autoridad o músico
principal7, conocido como Machu o cabeza de baile (Baumann 1996: 18).
Las danzas en algunas ocasiones, también pueden ser lineares o
serpentiformes (Stobart 2006: 157-158).
La idea de asociar el soplo comunitario a una forma de ofrenda y de
diálo- go con las divinidades queda ilustrada en particular mediante la
disposición circular de los participantes y que es característica de todas las
intervenciones
7.- Según Bellenguer (2007: 277) la disposición circular de los sikuris corresponde a una proyección
espa- cial del mundo y del universo, cuyos límites están marcados por las montañas o apus.
156
LA ANTARA EN EL ARTE MOCHE: Performance y Simbolismo
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Daniela La Chioma
158
LA ANTARA EN EL ARTE MOCHE: Performance y Simbolismo
The leader of the music group is the tata mayor (cabeza de baile), who is
re- sponsible for the musicians, their food, and the schedule of the festivities,
as well as for decorations and dance formations. As a sign of his dignity
as the dance leader, the tata mayor sometimes plays a pututo (signal horn)
and holds a whip in his hand. With the whip he sees to it that nobody dances
out of step. (Baumann 1996:18-19).
Subrayamos la mención de Baumann a la asociación del músico de
mayor autoridad al pututo o trompeta. El pututo es un elemento presente en
la pieza del Fowler entre los personajes A y el Señor Nocturno (D), estando
también presente en miniatura en la tumba 14 de Sipán, como vimos
anteriormente. Pututos originales también han sido encontrados en la
Tumba 16, llamada por Alva & Chero (Chero 2013: 100; 2015: 377) la
Tumba del Señor Gue- rrero. Este instrumento es un elemento importante
que aparece asociado a los tocadores de antaras, tanto en las evidencias
arqueológicas como en los datos etnomusicológicos, y es posible que fuese
un marcador de autoridad dentro del grupo de antaristas, identificando al
músico de jerarquía más alta. Tene- mos muy pocos datos para comprender
con más exactitud la naturaleza de esta relación. En la iconografía el Señor
Nocturno, de hecho, siempre aparece asociado a antaras y pututos (La
Chioma 2016: láminas 21, 22, 24, 25).
En la cosmovisión andina la integración entre los pares de antaras es, antes
de todo, una relación de género y jerarquía, en la cual las polaridades
masculina y femenina se interrelacionan y en la cual el arka trae una especie
de obliga- ción reciproca para con el ira. (Canedo 1996: 90-91). Esta relación
jerárquica entre los instrumentos se expresa igualmente, en los vocablos
utilizados para nombrarlos. Según Canedo (ibíd.: 88-89), muchas
expresiones del aimara usan las voces ira o arka como prefijo. El primero
siempre está relacionado a la idea de organizar, liderar, empezar y el segundo
a la idea de seguir, acompa- ñar y responder (ibíd.: 90):
El concepto de ira se relaciona con organizar, nombrar, señalar, guiar, dis-
tribuir, repartir, dar. Connota también un sentido de repetición, de responder
“lo mismo” (irakhaatha). En ambos casos, la relación es binomial, por lo que
supone un elemento complementario imprescindible. Cabe aclarar que es-
tas funciones están asociadas a otras categorías que organizan las sociedades
andinas y a diversos niveles de jerarquización, en tanto fueron encargadas a
especialistas vinculados a las esferas de poder. (Canedo 1996: 90).
En todos los conjuntos de antaras las palabras que designan las filas de tubos
se refieren a relaciones jerárquicas o de género. Tal relación se repite en
varias
159
Daniela La Chioma
161
Daniela La Chioma
8.- Término que usa Makowski (1996: 17) al referirse a personajes específicos identificables por una
aso- ciación muy coherente de sus atributos, no apenas en la iconografía, pero también en los
entierros. Estos individuos cumplirían roles sociales específicos y protagónicos relacionados a
determinadas ceremonias y cultos oficiales. Son fácilmente reconocidos en la iconografía mochica.
162
LA ANTARA EN EL ARTE MOCHE: Performance y Simbolismo
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Daniela La Chioma
Figura 9. Esquema de Gölte para comprender las relaciones cosmológicas inseridas en la morfología de
las vasijas de asa estribo. (Gölte, 2009)
164
LA ANTARA EN EL ARTE MOCHE: Performance y Simbolismo
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Daniela La Chioma
Consideraciones Finales
Por lo general los músicos más aparatados e importantes en la
iconografía mochica son exactamente los que tocan antaras. En muchas
imágenes de lí- nea fina moche hay músicos acompañantes que tocan
quenas y tambores, los cuales muy raramente llevan atributos de poder
(ver La Chioma 2016: 163). Pero tocadores de antaras, como los aquí
analizados, son protagonistas de las escenas, no sus coadyuvantes. Ofician
las ceremonias y aparecen como divinidades o ancestros, algo que ocurre
mucho menos con tocadores de otros instrumentos sonoros (ver La Chioma,
2016: 281). Por esta razón, estos per- sonajes no pueden ser categorizados
simplemente como “músicos” debido a su asociación a instrumentos sonoros.
Así como en el altiplano actual, los an- taristas moche eran, en primer lugar,
individuos de alto grado jerárquico en la sociedad. Eran los sacerdotes o jefes
de linajes, oficiantes y curacas, los cuales mantenían relaciones directas con
las élites de poder, cumpliendo roles inter- mediadores centrales relacionados
a los cultos comunales de carácter oficial. Al momento en que tocan las
antaras, contribuyen para el mantenimiento del equilibrio cosmológico
fundamental para la comunidad.
Las imágenes en línea fina indican una producción sonora oficial y normali-
zada en el mundo mochica, conectada fuertemente a los personajes de poder
más prominentes del Período Medio, como el Señor Nocturno, el Señor Solar
(La Chioma 2016: 88; 110), las sacerdotisas y divinidades como Ai Apaec.
En la batalla ritual o tinku, cada moiety lleva sus músicos y danzarines (Urton
167
Figura 10. Roll out de cuenco con representación en línea fina de procesión de guerreros. Dibujo de Donna
McClelland. Christopher B. Donnan and Donna McClelland Moche Archive, 1963-2011, PH.PC.001, Image
Collections and Fieldwork Archives, Dumbarton Oaks, Trustees for Harvard University, Washington, D.C
Figura 11. Roll out de vasija de asa estribo con representación en línea fina de antaristas y frijoles. Dibujo
de Donna McClelland. Christopher B. Donnan and Donna McClelland Moche Archive, 1963-2011, PH.PC.001,
Image Collections and Fieldwork Archives, Dumbarton Oaks, Trustees for Harvard University, Washington,
D.C
LA ANTARA EN EL ARTE MOCHE: Performance y Simbolismo
1993 apud Benson 2012: 92). La competición entre las partes es también
musical, habiendo una disputa entre los antaristas:
Esta ceremonia del 3 de mayo hace participar a dos conjuntos que pueden
llegar a tener centenas de tocadores de flautas de Pan que se enfrentan
durante una justa musical. Los dos campos formados por estos agricultores de
lengua aimara tratan de rodearse mutuamente a paso de carga. Cada uno
de estos dos insólitos ejércitos va precedido por un capitán que blande
dos banderas blancas para indicar a su tropa la orientación a seguir para
abalanzarse sobre el adversario. El objetivo manifiesto es forzar al otro grupo
a equivocarse en la ejecución de una melodía común a ambos grupos,
melodía que aparente- mente ha permanecido sin cambios por siglos. En
realidad, el interés de este combate “musical” consiste en garantizar a los
vencedores abundantes cose- chas futuras. (Bellenguer, 2007: 32).
Así, considerando los datos etnohistóricos recogidos en la región andina
sobre las prácticas musicales, consideramos que la iconografía mochica
muestra una dinámica en la performance de las antaras muy similar a la
que ocurre en el altiplano actual: las antaras son tocadas en parejas y
representan a los lados opuestos que se encuentran en el tinku, con el
objetivo de garantizar la gene- ración y manutención del equilibrio dinámico
y la armonía social. Las quenas son tocadas en la época lluviosa, en eventos
distintos, y tienen una simbología opuesta: traer la fertilidad que permitirá
las cosechas.
Es importante preguntarnos por cual razón estas parejas de antaristas han
sido representadas en línea fina en un momento tan específico, el período
Moche Medio, y exclusivamente en los valles al sur del Jequetepeque.
Aunque no encontramos una cantidad significativa de vasijas de línea fina
con antaristas humanos (hemos encontrado centenas de vasijas con muertos
tocando anta- ras, las cuales denominamos Las Danzas del Inframundo) las
piezas analizadas aquí son muy significativas para una mejor comprensión de
la utilización de las antaras en la producción sonora moche. Los atributos de
los antaristas des- encarnados de las “danzas del inframundo” no se
comparan a los atributos de poder de los músicos analizados aquí. Los
atributos de poder de los antaristas aquí discutidos están íntimamente
asociados a los atributos de los grandes Sa- cerdotes Guerreros del mundo
Moche, los cuales mantenían, por cierto, una relación bastante estrecha con
las élites que gobernaban los valles de la costa norte en el período Moche
Medio. Está muy claro que las escenas narradas en estas vasijas se refieren a
los momentos de producción sonora oficial, dignos de reproducción en el
aparato ritual dictado por las élites político-religiosas.
169
Daniela La Chioma
170
LA ANTARA EN EL ARTE MOCHE: Performance y Simbolismo
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