Pureza y Castidad
Pureza y Castidad
Pureza y Castidad
CAPÍTULO I
EXCELENCIAS DE LA PUREZA O CASTIDAD
Avisos prácticos
Los especialistas en personalidad enseñan que si alguien desea conservar en verdad la pureza o
castidad es necesario que observe y analice los lados positivos y amables que tiene esta virtud y no sólo
los lados negativos y de sacrificio que exige el mantenerse puro.
El concilio Vaticano dice que la castidad tiene otra gran cualidad que la hace agradable y
simpática: Que es un regalo de Dios. Es un don exquisito que el Señor obsequia a ciertas personas
preferidas por Él.
Mirada desde ese ángulo, la pureza ya no aparece como una pesada carga sino como una
preferencia del Altísimo.
El Concilio añade una tercera cualidad: la castidad eleva el corazón y lo hace más apto
para amar más a Dios y amar mejor al prójimo. O sea, que ella no es una disminución de la
capacidad de amar, sino una sublimación de nuestro amor. Es elevar a niveles infinitos un amor que
tenía el peligro de quedarse arrastrándose por la tierra.
Y la cuarta cualidad que señala el Concilio acerca de la castidad es: que ella aumenta nuestra
personalidad. Conservar la pureza no es atrofiarse. No es disminuirse. Es un encauzar todas las
energías hacia fines inmensamente importantes. Es como el agua amontonada en una inmensa represa:
no está allí detenida inútilmente. Ella irá luego a mover poderosas máquinas de la energía eléctrica que
llenarán de luces las ciudades y los pueblos, y se desparramará más tarde a regar los campos resecos y a
llenar de buenas cosechas la nación.
Y Jesús anuncia cual es la quinta cualidad de nuestra castidad: “es por el Reino de los
cielos” (Mt. 19, 12). Si no no tendría tanta razón. No nos esforzamos por permanecer castos por una
vano orgullo, por un perfeccionismo vanidoso que nos mueve a aparecer sin mancha y sin corrupción.
No. El fin que nos proponemos al conservar la castidad es el conseguir el Reino de los cielos
para nosotros y para muchos más. Y por este fin tan maravilloso sí vale la pena cualquier sacrificio, por
grande que sea.
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2. Hay que entusiasmarse por la castidad
San Francisco de Sales decía que para que nos arriesguemos a luchar por conseguir una virtud
es necesario entusiasmarnos por ella y pensar seriamente en las inmensas ventajas que esa virtud nos va
a conseguir.
Si se considera la castidad sólo como una carga, como una obligación, como un deber costoso,
será psicológicamente rechazada, porque la libertad humana rechaza lo que se le impone. Por eso la
castidad hay que mirarla como un regalo maravilloso que nos hace Nuestro Señor. Como algo que
contribuye enormemente a que seamos más libres y más nobles. Como un desatar los lazos que nos
amarran a lo que es sólo material, y un elevarnos más libremente a lo que es espiritual.
Si la castidad se la considera sólo como una carga y como una pesada obligación y no como un
don y un regalo del cielo para ser más libres, este modo pesimista de considerarla puede llevar al
individuo a vivir como un hipócrita que aparenta una cosa y es otra. Y vivirá como un solterón
aburrido.
El sabio Klopemburg dice lo siguiente: No es una planta que se cultiva sin mas ni mas, en esta
tierra, sino que es algo importado del cielo. No nacimos con este regalo, ni nos lo puede regalar
creatura alguna. No lo podemos adquirir mediante esfuerzos ascénicos y de fuerza de voluntad (esto
ayuda a conservarla, pero no a conseguirla). La castidad no es el resultado de hermosas meditaciones.
Ella es simplemente un don, un regalo que nos trae el Espíritu Santo. Por eso hay que pedirla
mucho. Y no cansarse de pedirla todos los días, porque tenemos un juramento de Jesús que no puede
dejarse de cumplir: “Quien pide recibe. Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo
concederá”. La vida de la Iglesia en veinte siglos ha demostrado en la vida de muchísimas personas
que, pidiendo a Dios la castidad, se obtiene de Dios la castidad.
La castidad es dada no sólo en favor del individuo sino también a favor de la comunidad, de los
que le rodean. Los demás sacan gran provecho de la castidad de una persona verdaderamente pura,
porque se dan cuenta de que Cristo y su Iglesia sí merecen tal entusiasmo y tal estimación que lo
lleven a uno a ser capaz de renunciar a la satisfacción de instintos poderosísimos de su carne. La
castidad hace bien a los demás porque les da buen ejemplo. En este mundo tan materialista, la gente
de hoy tiene necesidad de gentes que consagren su vida a los más altos valores espirituales,
sacrificando sus inclinaciones materialistas. La castidad es un signo, una señal que en un mundo
donde los valores espirituales están tan apagados, sin embargo hay personas que creen firmemente que
hay otra Vida Eterna, por la cual bien vale la pena sacrificar goces sensuales en esta vida. Y este buen
ejemplo hace mucho bien. (Klopemburg).
Los dones divinos no transforman nuestra naturaleza sexual, sino que la dejan con los mismos
instintos poderosos y agresivos. La castidad no será fácil para nadie, aunque la persona esté en los más
elevados y sagrados cargos. En ninguna edad estamos seguros contra los peligros y las tentaciones. La
castidad no se adquiere de una vez para siempre.
Hay que luchar día a día para conservarla. San Pablo nos advierte que nuestro tesoro lo
llevamos en vaso muy frágil (2 Co 4, 7) y que necesita cuidadosa protección y defensa. Durante todos
los siglos, todos los cristianos han experimentado esta verdad.
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Cap. 46
46. Conducta que ha de observarse en las tentaciones (Según san Juan Bosco en su libro El joven instruido). Lo
primero que hay que hacer para no pecar, después de orar con fe al Señor, es apartarse de las ocasiones de pecar. Por eso
hay que alejarse de quienes tienen malas conversaciones y de todo espectáculo o representación que vaya contra las buenas
costumbres.
Lo segundo para no dejarse vencer por las tentaciones consiste en estar siempre ocupados. San Jerónimo recomen daba:
"Que el demonio jamás te encuentre desocupado".
Por eso hay que tener siempre alguna ocupación. Algún trabajo, algún deporte o distracción honesta que nos tenga
ocupados. Después de hacer tus tareas u oficios y de preparar tus próximas lecciones, y de haber ayudado en tu casa en lo
más que te sea posible, dedícate a alguna lectura provechosa y amena, o a aprender un arte u oficio que te será útil más
tarde; o arreglar el jardín, o a practicar algún deporte. La ocupación aleja la tentación.
Cuando te lleguen los malos pensamientos no te detengas a darles importancia. Más bien, dedícate a pensar en otros
asuntos, y a trabajar y a rezar. Mucho ayuda en los momentos de tentación hacer bien despacio y con devoción la señal de
la cruz. Te recomiendo también que para alejar la tentación digas varias veces: "María Auxiliadora, rogad por nosotros".
Otro medio que empleaban los santos, especialmente san Luís Gonzaga , Domingo Sabio y santa Teresa para conservar
su pureza, era: hacer frecuentemente sacrificios. Por ejemplo, dejar de comer una golosina, callar una palabra no muy nece -
saria que se deseaba decir, cerrar los ojos ante una escena indebida, obedecer prontamente, aunque no nos agrade lo que
nos manden, hacer un favor que nos cuesta (un mandado, prestar algo, reemplazar a alguien, colaborar en el aseo de una
sala o de un patio o corredor, guardar silencio aunque nadie esté vigilando; no responder mal a quien nos trata mal, etc.).
Nuestro Señor enseña que el primer paso que hay que dar para empezar a ser santo y buen cristiano es "negarse a sí
mismo". "Quien quiera seguirme que se niegue a sí mismo" (Le 9, 23) o sea, mortificarse, hacer sacrificios, hacer lo que
nos cuesta y renunciar a lo que nos agrada.
Hay quienes caen en pecados, porque se les olvidó rezar en el momento de la tentación, o porque estaban sin hacer
nada, o no se habían acostumbrado a hacer sacrificios aunque fueran pequeños.
"Vigilad y orad, para que no caigáis en tentación" dijo Jesucristo (Le 22, 40) Vigilar: estar ocupados, y huir de las
ocasiones y peligros de pecar. Orar: no cansarse jamás de pedir a Nuestro Señor que venga en ayuda nuestra, porque "el
enemigo el diablo, da vueltas alrededor de nosotros, buscando a quien destrozar" (lP 5).
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San Francisco de Sales escribió en 1608 un libro que se ha hecho famoso en todo el mundo y que se titula "Filotea" O
"Introducción a la vida devota". La lectura de este bello libro ha llevado a la santidad a miles de personas. En esas páginas
el simpático santo da unos consejos sumamente prácticos para cuando lleguen las tentaciones contra la pureza.
1. Cuidado con no contar. Lo primero que el enemigo del alma le pide a la persona que quiere derrotar y destruir, es
que no cuente a nadie sus tentaciones. Hace como el corruptor que quiere corromper a una personita joven: le pide que no
le vaya a contar nada a su papá ni a su mamá ni a ningún familiar. Sabe que el día en que cuente, desaparecerá para el
corruptor la facilidad para corromper a esa gentecita débil. Así hace el enemigo espiritual con el alma; le aconseja que no
cuente nada a ningún director espiritual ni al sacerdote. Y así ya tendrán facilidad las tentaciones para hacerle seguir
pecando.
2. ¿Y si la tentación sigue y sigue? Pues tú sigues y sigues resistiendo y huyendo.
3. No discutas con la tentación. No te pongas a pensar si esto te conviene o no te conviene, o si trae placer o no. Lo
único que tienes que hacer es salir huyendo. Salir corriendo y llamar a tu Padre Dios con la oración e invocar a la madre
Santísima para que venga a defender tu castidad atacada.
4. Los mayores premios se ganan resistiendo a las pequeñas tentaciones. Los mayores premios no se ganan quizás
por resistir a las tentaciones más feroces, porque ellas sólo vienen de vez en cuando. Pero las tentaciones pequeñas sí
atacan todos los días y con una frecuencia que uno quisiera que fuera mucho menor. A los lobos y a los tigres hay que
atacarlos y alejarlos, pero ellos atacan menos veces. En cambio las moscas y zancudos sí hay que hacerles la guerra todos
los días porque si no los alejamos van a contaminar el ambiente y a debilitamos y llenamos de enfermedades. Así pasa con
las pequeñas tentaciones. Cada día hay que tratar de alejarse de ellas. Y cuantas más victorias obtengamos contra las
tentaciones tantos más premios tendremos en el cielo.
5. A las moscas no hay que darles tanta importancia. No hay que angustiarse porque llegan ni ponerse a pelear con
ellas. Así hay que hacer con esas tentaciones que cada día nos molestan. A pequeños ataques, pequeñas arremetidas de
defensa. Espantarlas como a las moscas, pero no angustiarse porque llegan. Por más que nos angustiemos, no van a dejar de
llegar. No vamos a tomar en las manos un garrote y arremeter contra las moscas y los zancudos, desbaratando los muebles,
porque, entonces, perderíamos mucho por evitar un pequeño mal. Las espantamos, y tratamos de matar unos cuantos de
esos bichos, pero no perderemos la calma. Lo mismo con las tentaciones: empleamos pequeños medios de defensa, por
ejemplo: besar el crucifijo, hacer la señal de la cruz, decir una jaculatoria o pequeña oración, distraemos en algo agradable
y útil, hacer una buena lectura o ejercicio físico, etc., pero sin afanarse ni inquietarse.
6°. Responder con pequeños actos de amor a Dios. Cuando el enemigo del alma ve que por cada tentación inmoral
que nos trae, nosotros hacemos pequeños actos de amor a Dios, se da cuenta de que nos está haciendo ganar en vez de
hacemos perder, y puede ser que desista un poco en sus tentaciones.
7. ¿Te asalta con frecuencia la tentación? Pues, dedícate con frecuencia a pensar lo mucho que vale la pureza, y a
hablar bien acerca de la castidad (aunque te parezca que lo haces de mala gana). Dedícate de vez en cuando a pensar y
hablar acerca de los males que trae la impureza. El pensar en los bienes que tiene la pureza te llevará a amarla más. Y el
pensar en los males que trae la impureza te llevará a sentir asco por ella. Tienes que despreciar con frecuencia en tu
pensamiento a la impureza y hacer frecuentes actos de repulsión contra ella. Porque a fuerza de hablar mal y pensar mal de
una cosa llegamos a aborrecerla, aunque al principio nos agrada mucho.
8. De vez en cuando ejercítate en contradecir con tus actuaciones la inclinación que sientes hacia la sensualidad.
Ella es como la mala hierba: Hay que cortarla y tratar cada día de arrancarla y disminuirla.
9. Piensa con frecuencia en lo peligroso y dañoso que es el pecado de la impureza: te hace perder la buena fama, te
quita la alegría, disminuye el vigor de tu cuerpo, te ocasiona sentimientos de culpa y de fracaso, y además de las continuas
y desagradables amarguras que te proporciona en esta vida, puede traer temibles castigos para la otra vida.
10. Trata de evitar y de no alimentar ni aceptar los efectos peligrosos y las palabras que los aumentan. Ya
tenemos bastante fuego de pasiones en nuestro pobre ser para que nos dediquemos a buscar más combustible que aumente
ese fuego destructor. (Tomado de la Filotea 4;! parte Cap. 4).
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Aunque la atracción hacia el pecado sensual dure toda la vida, no por eso somos desagradables a Dios si no nos delei-
tamos en esa atracción y no consentimos en aceptar lo que ella nos propone. Porque en la tentación no obramos sino
sufrimos, y porque si no aceptamos lo que la tentación nos propone, no ofendemos a Nuestro Señor. Lo importante no es
sentir. Lo grave sería consentir.
Santa Ángela de Foligno sufrió tales tentaciones contra la castidad que produce pena el sólo recordarlas.
San Benito tenía que revolcarse entre el hielo porque las tentaciones sensuales lo acorralaban furiosamente, y santo Do -
mingo tuvo que echarse a rodar entre un montón de espinas punzantes, porque sus tentaciones se le volvían inaguantables.
y no por eso fueron menos santos, sino mucho más santos. Porque Dios no le da el premio de los vencedores a los que
pasaron la vida descansando sino a los que tuvieron que luchar con temibles enemigos para ganar el cielo.
No hay que creerse vencido, mientras las tentaciones nos desagraden. Para nosotros resulta imposible hacer que ellas no nos
vengan. Pero lo importante es que no las recibamos con agrado, sino con desagrado, asco y repulsión.
2. LA DELEITACIÓN: Aunque a la carne le agrade y se deleite en esto, lo importante es que el espíritu se oponga y
rechace lo que la tentación le ofrece. Y esto es lo que hay que hacer. Nosotros somos fuego interior, pero cubierto externa -
mente de tentaciones, como de cenizas. La carne lleva a querer gozar lo que es sensualidad, pero el espíritu tiene que
reconocer que esto hace daño y que en vez de felicidad trae desdicha, y rechazo.
3. EL CONSENTIMIENTO: Para evitar consentir en la tentación es necesario huir de la ocasión de pecar. Si me
expongo: Peco. Si me doy cuenta de que allí caigo y voy, ya con el sólo ir estoy pecando. Si pones la causa y la ocasión
para caer, ya eres culpable. Muchos calcularon mal sus fuerzas y llegó el ataque de la pasión y los derrotó.
Remedios
1. ORAR: orar mucho. Como el niño cuando siente que
Alguien lo va a herir o a robar grita al papá pidiéndole ayuda, tú tienes que rezar a Dios. Quien siente la proximidad del
ataque no puede descuidar sus defensas. Quien siente su espíritu atacado por la carne tiene que elevar sus ojos y su corazón
a Dios pidiendo su auxilio, y protección.
2. PENSAR EN LO DAÑOSO QUE ES TODO ESTO que te propone la tentación. Por ejemplo, muchos ojos te están
mirando, muchos oídos oirán lo que hiciste o permitiste, otros hablarán mal de ti; el pecado te traerá amargura, remordi -
miento, tristeza, desánimo y disminuye tu amistad con Dios, etc. De tanto pensar en lo dañoso que es el pecado, le vamos
tomando antipatía y asco y llegará a no gustarnos y a sernos muy desagradable. Esto es un paso decisivo para evitarlo. A
nadie le gusta andar repitiendo lo que le desagrada o lo que sabe que le hace mal. Hablemos de lo mala y asquerosa que es
la impureza, y de tanto hablar contra ella llegaremos a aborrecerla.
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CAPÍTULO 4
REMEDIOS
PARA RESULTAR
VENCEDORES
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g) Los malos pensamientos forman una reja que encarcela a la persona, una cadena que le ata al barro del basurero más
infame. Es preciso echar de la cabeza esos pensamientos impuros y cambiarlos por pensamientos nobles, agradables y
útiles. Porque si no los virus de los malos pensamientos contagian y enferman la personalidad.
h) Censurémonos cada día como el más duro censor. Odiemos nuestra mala conducta. Resolvámonos como gente de
carácter a obtener la enmienda en nuestro comportamiento y la mejoría en nuestro proceder. Digamos siempre: "Quiero ser
mejor y lo voy a lograr".
i) Prometamos vigilamos mejor en lo sucesivo y orar más en el momento de la tentación. El deseo de no declaramos
jamás definitivamente derrotados, y la súplica ferviente al Todopoderoso, consigue milagros de enmienda y de
recuperación.
j) Coloquemos continuamente en primer sitio en nuestra mente nuestros ideales de ser victoriosos en la lucha con el
pecado y contra la impureza. Llenemos la cabeza del convencimiento de que sí somos capaces de obrar mucho mejor de lo
que hemos hecho hasta ahora. Este pensamiento positivo obra milagros y resurrecciones, sacando del pecado y del vicio.
k) La autosugestión permite obrar maravillas. Echemos lejos como telarañas asquerosas toda la idea como estas: "no
puedo",
"no soy capaz". Únicamente queda vencido definitivamente quien acepta que lo venzan. Pero nosotros no aceptaremos esta
desgracia. Nacimos para triunfar y no para dejamos derrotar. Dios quiere que triunfemos y con su ayuda vamos a triunfar.
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54. Serias advertencias del VI sucesor de san Juan Bosco
1) Ante todo hay que convencemos de que ni aún practicando la máxima prudencia (que siempre es tan necesaria)
podremos evitar todas las tentaciones y todas las ocasiones de pecar. Jesús le oró así al Padre Celestial por nosotros: "No te
pido que los saques de este mundo, sino que los preserves del maligno" (Jn 17, 15). En el mundo quedaremos, y tendremos
que vivir toda esta vida, ella siempre estará llena de peligros, atracciones y ocasiones de pecado.
2) Los problemas no se resuelven sólo con buenas ideas. No basta con tener ideas muy claras acerca de la castidad, para
que seamos puros. La castidad está al final de un largo y difícil camino, y no se conquista sino pasando dolorosa mente del
amor sensual egoísta a un amor espiritual que busca la salvación propia y la de los demás.
3) A la castidad no se llega sino a base de un riguroso autocontrol, y de un negarse continuamente a sí mismo, a sus
impulsos sensuales. Sería ingenuo creer que en alguna época de la vida nos vamos a ver libres definitivamente de los peli -
gros contra la pureza y de las atracciones del cuerpo hacia la impureza. Decía nuestro santo Patrono que las tentaciones
impuras sólo terminan un cuarto de hora después de que nos dejen encerrados en un sepulcro, en el cementerio.
4) Nuestra castidad no es tesoro adquirido ya de una vez para siempre. Ella es como una bandera en un combate. Hay
que defenderla a todas horas y en todas partes y si por unos momentos se pierde, luchar sin desfallecer hasta volver a
recobrarla.
5) Para ser casto se necesita un director espiritual. Nadie atraviesa el tenebroso desierto del Sahara sin un guía
experimentado que le vaya diciendo por dónde están los caminos seguros, y qué peligros hay que evitar en cada jornada.
Un buen director espiritual hay que pedirlo mucho a Dios y Él lo concederá a quienes no se cansen de pedirle este gran
favor.
6) Cada uno tiene que ir conociendo cuáles son sus límites, sus aspectos peligrosos, sus debilidades y sus tendencias e
inclinaciones. Soldado prevenido es más difícil que lo maten en la guerra. Hay que ser realistas. Considerarse uno tal cual
es.
7) Aún el más santo y más preparado puede verse sorprendido por una tempestad inesperada en cuanto a la pureza. No
hay que maravillarse por esto. Lo que hay que hacer es aprovechar esta ocasión para practicar la humildad al ver que somos
tan débiles y tan mal inclinados, y luego decidirse valerosamente a seguir luchando hasta la muerte por conservar ese tesoro
maravilloso que es la santa castidad.
8) San Juan Bosco repetía que ni las más fervorosas oraciones ni la frecuencia de los sacramentos logran conservar en la
castidad a una persona que no hace sacrificios ni se mortifica en nada. Él repetía la frase de san Vicente: -"Muchos no
llegan a la castidad porque no se niegan a sí mismos"- y quería que cada uno de nosotros hiciéramos el propósito que hizo
san Pablo: "Domino mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que enseñando a otros el camino de la santidad, me
quede yo sin llegar allá" (lCo 9, 27).
9) No es verdad que se puede ver todo y leer de todo, sin que el alma quede herida y manchada por las impurezas que se
ven, o se leen o se oyen. Cuando a la imaginación se le llevan impurezas por medio de los ojos o de los oídos, la cabeza se
llena de malos pensamientos y los malos pensamientos producen malas acciones.
10) Cuidado con algunos excesos peligrosos. Para conservar la pureza hay que cuidar la salud nerviosa. Por eso hay que
evitar la fatiga exagerada en los trabajos, o el sobrecargarse de trabajos, o el trabajar con afán y angustia, porque todo esto
lleva a estados de depresión que ofrecen terreno abonado para la tentación impura y se cae en un círculo vicioso: la
depresión lleva a la impureza, y la impureza aumenta la depresión. Hay que saber descansar lo suficiente y distraerse y
tratar de vivir con alegría y calma, porque esto trae equilibrio interior y ayuda a conservar la castidad.
11) Tengamos en cuenta las reacciones negativas de la gente ante ciertas imprudencias en la impureza. Es verdad
que la impureza quita la vergüenza, pero la persona prudente mide sus acciones y actuaciones, porque hay muchos ojos
que ven y muchas lenguas que comentarán después nuestras imprudencias. Hay que esforzarse por conservar nuestra
buena fama, porque una vez que se pierda sí que va a ser difícil volverla a recobrar.
12) La sagrada Eucaristía ha demostrado ser un remedio eficacísimo para conservar la castidad. De ella se puede
afirmar lo que escribían en ciertos remedios de las droguerías antiguas: "Se ha comprobado y experimentado, y ha
producido muy buenos resultados". Millones de personas que caían en horribles pecados de impureza, han logrado
después que entre una comunión y otra comunión ya no haya un pecado mortal. Demos gracias a Dios por este don
maravilloso de su Santa Eucaristía (PP. R. VI sucesor de san Juan Bosco).
55. Todo lo demás será inútil si no se consigue una cualidad muy especial:
Aunque se colocaran ejércitos espirituales alrededor de una persona para defenderla en la castidad, de nada servirían, si
no se le ha formado una Voluntad Fuerte.
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Es muy poco lo que se consigue recomendando castidad a quien no tiene fuerza de voluntad. Por eso la gran cualidad
que hay que conseguir para evitar el vicio de la impureza (y cualquier otro vicio) es una gran fuerza de voluntad. Una
voluntad resuelta a evitar lo malo. Lo que no conviene. Y a evitar, cueste lo que cueste. La educación de una persona no
sólo debe tener por fin señalarle qué es lo que está bien y le conviene conseguir, .Y qué es lo que es malo y debe evitar. La
educación debe enseñar a amar el bien y a odiar el mal. A amar el bien como se ama la felicidad y el éxito, y a tener
antipatía al mal como se detesta y aborrece la enfermedad, y lo que lleva al fracaso y a la muerte.
La educación verdadera tiene que ir formando personas que busquen siempre lo que agrada a Dios, y que se alejen de
todo lo que disgusta a Nuestro Señor, e ir obteniendo que estén resueltos a pagar cualquier cuota de sacrificio con tal de
tomar siempre el partido de Dios y lo que a Él le agrada, y alejarse de todo lo que sea pecado y vaya contra la Ley del
Señor. Si la gente no llega a esto, llegará al vicio, casi seguramente.
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a) Una Quinta Columna (Se llama "quinta columna", en la guerra a un grupo armado enemigo que ataca desde
dentro del mismo ejército o país). La quinta columna contra la castidad son las fortísimas atracciones sexuales del
cuerpo humano, y los deseos que sus instintos sienten de ser satisfechos, y la atracción muy intensa hacia lo que
satisface los sentidos.
b) Grupo De Asalto. En la guerra el enemigo ataca con pequeños grupos de asalto, muy atrevidos y muy dañinos. En la
batalla contra la pureza los grupos de asalto son los estímulos que aumentan la sensibilidad y el erotismo: en las modas, los
espectáculos, cine, televisión, licor, pornografía, canciones, conversaciones obscenas, chistes corrompidos, el ocio y las
malas amistades, etc...
c) Trampas y Sorpresas. El éxito de muchos ataques del enemigo consiste en la sorpresa. Ataca cuando, donde y como
menos se imaginaba el otro y lo derrota. En castidad lo más peligroso de todo son las ocasiones de pecado. "En llegando la
ocasión y en agradándote, caerás, porque eres mucho más débil de lo que te imaginabas que eras" (Kempis).
El enemigo que te traiciona desde tu interior son los afectos íntimos, los malos deseos y pensamientos consentidos.
Desde que tus afectos íntimos y tus pensamientos se vuelven corrompidos, también tus obras serán impuras, porque ellas
no son sino el fruto exterior de lo que piensas y amas en tu interior (Imitación de Cristo 3, 31).
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CAPÍTULO 2
PELIGROS CONTRA LA CASTIDAD
Avisos prácticos
San Pablo en su carta a los Efesios en el Capítulo 4, 18-19 enumera tres horribles consecuencias
que trae el pecado de impureza a quien lo comete frecuentemente. Dice así: “Endurece el corazón,
produce desvergüenza, y desata desenfrenados deseos de pecar”.
La palabra que San Pablo usa en griego es “porosis” que significa “endurecimiento”. Es la
palabra que se empleaba para nombrar ese endurecimiento que ciertas enfermedades producen en las
coyunturas (rodillas, codos, hombros, dedos, tobillos, etc.) y que paralizan e impiden todo movimiento
y se vuelven insensibles a cualquier tratamiento. “Porosis” significa que algo se ha endurecido y
petrificado de tal manera que ya no se siente nada. Al decir San Pablo que la impureza produce
“porosis” en el alma, quiere decir que el pecado lleva a la insensibilidad, cuyo efecto terrible es que
petrifica y ya no deja sentir dolor verdadero de haberlo cometido, ni horror a cometerlo otra vez.
Nadie llega a ser un gran pecador de un momento a otro. En un principio se mira el pecado
con temor y horror y se siente pesar y tristeza cuando se ha cometido una falta contra la pureza. Pero, al
continuar pecando, la conciencia pierde la sensibilidad (“el corazón se petrifica y se endurece”; dice
San Pablo) y se cometen faltas graves sin sentir ya verdadero remordimiento y suficiente asco por el
pecado. Es el gran castigo a la costumbre de pecar.
Pocos criminales tan terriblemente asesinos como Sangrenegra, el que llenó de lágrimas a tantos
hogares colombianos a mitad del siglo XX. Un día alguien le preguntó a este incorregible asesino:
“Cuando usted mató a su primera víctima, ¿sintió remordimiento?”.-Y él respondió: “Sí, en mi primer
homicidio sentí tristeza y esa noche no puede dormir- y ¿cuándo mató al segundo? –Sentí algún
pequeño remordimiento, pero pude dormir esa noche. Y últimamente ¿cuándo ha matado, qué ha
sentido usted?- Pues, he sentido verdadero gozo matando. Ya no me produce pena ni remordimiento
alguno”... Es el castigo del pecado: petrificar el corazón, insensibilizar la conciencia. Y ¿cómo podrá
salvarse o convertirse una persona si ya sus faltas no le producen tristeza ni le llevan al
arrepentimiento? Tengamos cuidado, no sea que de tanto repetir impurezas, el alma quede insensible y
la conciencia se muera. ¡Sería fatal!
San Pablo la llama “LASCIVIA” que según el sabio Platón significa “Una desvergüenza para
cometer lo malo, una disponibilidad para cualquier placer aunque sea prohibido”. San Basilio
dice que es una antipatía a todo lo que significa aceptar una disciplina en cuanto a la pureza.
Lo especial de la desvergüenza o lascivia es que NO TIENE CUIDADO DEL CHOQUE
QUE PUEDE PROVOCAR EN LA OPINIÓN PÚBLICA su desafió e insulto a la decencia. Lo que
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le importa es satisfacer sus deseos impuros. No le interesa cuantos sean los espectadores que
presencian su desvergonzado proceder; con tal de lograr lo que su instinto impuro le pide, no le
importa quedar con muy mala fama ante los demás. El pecado le domina de tal manera que le hace
perder la vergüenza y quedarse sin dignidad. (Dignidad es tener un gran respeto por sí mismo y un
gran respeto por los demás). La persona desvergonzada ni se respeta ni respeta la dignidad de sus
víctimas.
Llega a dejarse dominar de tal manera por sus deseos sexuales que no se inquieta porque otros
le estén observando, ni se pregunta quién le observa. La sensualidad echa lejos a la vergüenza y aleja
de ser una digna persona humana para convertirse en una bestia vulgar. Y lo grave es que en vez de
avergonzarse de ello, hasta siente satisfacción por tan pavorosa bajeza.
San Pablo emplea la palabra “pleonexia”, que en griego significa “un deseo desordenado e
incontrolado, de obtener lo que quiere, aunque esto vaya contra los derechos de los otros”. Es un
deseo irresistible de obtener lo que no se tiene derecho a conseguir.
A la persona impura no le importa a quién hiere o hace daño o qué métodos inmorales emplea,
con tal de lograr satisfacer sus malos deseos. No le impresiona que otras personas queden ofendidas,
destruidas o encanalizadas. Lo único que le interesa es satisfacer los deseos de esa bestia sexual que es
su cuerpo sensualizado hasta el extremo.
San Pablo: Recuérdanos siempre lo que dejaste dicho acerca de la impureza: Que “endurece el
corazón y lo vuelve insensible. Produce desvergüenza y desata desenfrenados deseos de pecar” (Ef
4,18).
De la impureza. Líbranos Señor. Amén.
Lo tremendo del pecado es que una vez cometido no podemos ya volver atrás, que no podemos
deshacer el mal que ya está hecho. No necesitamos ser demasiado viejos para haber experimentado
situaciones amargas y humillantes en las cuales quisiéramos volver atrás el reloj de la vida para no
hacer jamás lo que hemos hecho. Esto debe hacernos doblemente cuidadosos en lo que hacemos o
permitimos.
La mayor parte de la gente peca porque cree que será feliz si obtiene lo que quiere conseguir
con el pecado. Pero resulta que apenas lo consigue le produce un disgusto y una repulsión tan grandes,
que desearía que esto no hubiera sucedido nunca jamás (Barclay).
Hay dos errores fatales que si no se evitan llevan al fracaso. El primero es pensar: “Yo soy
incorregible, ya no podré obtener la castidad”. Esto es una mentira morrocotuda. Esto es olvidar la
frase el Libro Santo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Napoleón repetía: “Imposible” es
una palabra que sólo existe en el vocabulario de los cobardes. Y nosotros podemos añadir:
“Imposible es una palabra que sólo existe en el vocabulario y en el pensamiento de quienes no tienen
suficiente fe en Dios y en su poder y en su bondad”. Si amo a Dios, ya nada bueno será imposible para
mí. Dios y nosotros: ¡mayoría aplastante!
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El segundo error fatal es decir o pensar: “Nada malo va a pasar. No hay que afanarse. Todo
transcurre en paz”. Esto es lo que ha dado ocasión a muchísimos derrotados para ser sorprendidos por
sus enemigos y triturados por completo. No es verdad que nada malo va a pasar. Sí nos pueden suceder
terribles ataques contra nuestra pureza y podemos caer en faltas vergonzosas y humillantes si
descuidamos nuestras defensas. San Pedro decía: “Estad alerta porque vuestro enemigo el diablo, da
vueltas alrededor de vosotros, como león junto a un rebaño, buscando a quien destrozar” (1P 5,
8) “Soldado avisado no muere en guerra” repetían los antiguos.
Cada uno tiene que repetir la frase de santa Ildegarda: “De lo único que puedo tener la más
completa seguridad es de mi debilidad para resistir a los ataques de los enemigos del alma”. Somos
débiles y los enemigos son poderosos y traicioneros. Por eso jamás diremos: “No caeré, nada malo me
pasará”. Sino que más bien recordaremos la frase de Dios a Caín: “El pecado está a tu puerta
atalayándote como fiera en busca de presa, pero tú tienes que dominarlo a él” (Gn 4,7).
Andemos con más prudencia y cuidado más para no caer en pecado, teniendo presente la
promesa de que sí podemos dominarlo a él (Gn 4,7).
Jesús al narrar la Parábola de la Cizaña termina diciendo: “Y enviará Dios a sus ángeles y
arrancarán de su Reino a todos los corruptores y a quienes se dedicaron a hacer obras malas, y
los lanzará al fuego donde será el llanto y el crujir de dientes. El que tenga oídos para oír que
oiga” (Mt 13, 24 ss).
Así se cumplirá lo que dice la Biblia: “Para todo el que obra mal, tristeza y angustia vendrán”
(Rm 2, 1).
Dice el Apocalipsis: “Los que se dedicaron a la impureza irán al lago que arde con fuego y
azufre, y esa será su muerte segunda” (Ap 21, 8).
¿No nos asustan estas noticias? No creamos que son leyendas. Esto sucederá, gústenos o no.
Jesús prometió: “Los cielos y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán ni dejarán de cumplirse”
(Mt 24, 35). Así que sabiendo que a los corruptores y a quienes se dedicaron a las obras malas les
espera llanto y dolor en la eternidad, mejor será no pertenecer jamás al grupo de estos desdichados.
Dios no promete para no cumplir. Cumple siempre lo que ha prometido.
Hay mujeres “fáciles” que se olvidan de su dignidad (dignidad es tener un gran respeto por sí
mismo y por los demás). La mujer fácil no se respeta a si misma ni hace que el hombre le respete. Y
nada hay tan peligroso para un hombre como una mujer así.
Un hombre que había tenido amargas experiencias exclamaba: “Yo no odio a nadie y espero no
odiar nunca. Pero si un día llegara a odiar, ni siquiera a mi peor enemigo me atrevería a desearle el
terrible mal de encontrarse en la vida con una mujer fácil”.
Aunque uno sea tan fuerte como un Sansón, si se encuentra con una Dalila (la que le hizo sacar
los ojos) ella podrá hacerle tanto mal como le hizo aquella mujer a este campeón. Aunque uno sea tan
sabio como Salomón, si se encuentra con mujeres como le sucedió a aquel rey, podrá como lo lograron
ellas con Salomón, hacerle perder la fe. Aunque uno haya sido tan valeroso y heroico como un rey
David, si se encuentra con una mujer tan fácil como Betsabé (la que le hizo volverse asesino con tal de
quedarse con ella). Esa mujer le hará cometer locuras tan grandes como las que cometió David... Ay
del que en su vida encuentre una mujer fácil. Menos peligroso sería encontrarse con una serpiente
venenosa o una leona enfurecida. Éstas le destrozarán el cuerpo, pero aquella le mata el alma, que es
mucho peor.
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La Biblia dice: “Por el atractivo de ciertas mujeres se perdieron muchos, porque junto a
ellas la pasión devora como fuego” (Si 9, 8).
En el capítulo 7 del libro de los proverbios del rey Salomón, el sabio escritor cuenta con
amargura lo que vio desde la ventana:
“Estaba yo en la ventana de mi casa mirando hacia la calle viendo pasar la gente, y vi pasar a
un joven inexperto y sin experiencia ni prudencia. Y de repente le salió al paso una mujer
corrompida y corruptora, de esas que les gusta andar por las calles y que en vez de estar en casa
viven casi siempre por fuera. Se puso a hablarle desvergonzadamente al joven y lo abrazó y le propuso
ofender a Dios pecando. Y con sus zalamerías y palabras dulces logró convencerlo”, y como un bobo
idiota se fue con ella...y yo pensaba: “pobrecito: va como buey al matadero, como un venado
atrapado por el lazo del cazador para que un puñal atraviese su corazón, como un ave que cae en la
trampa sin darse cuenta de que allí va a quedar esclavizada su vida... y por eso yo te digo joven:
Escúchame con atención: cuídate de la mujer fácil. No andes fijándote tanto en su belleza porque
muchos han perdido la seducción y el atractivo de la mujer. Cuántos hay que eran robustos
espiritualmente y el amor de una mujer les mató el alma. Cuántos que iban por el buen camino y al
encontrarse con una mala mujer se desviaron tristemente. Cuántos han caído en el abismo de la
desgracia porque se les desvió su corazón por una mala amistad” (Pr 7).
Con razón un gran santo recomendaba: “No dejes pasar un solo día de tu vida sin pedirle a Dios
que te libre de toda amistad que sea dañosa para tu alma”.
San Juan Bosco decía: “Yo he llegado a convencerme que la causa de que muchas personas
caigan en muy graves pecados de impureza, es porque son muy soberbias, muy llenas de orgullo.
Y la soberbia y la impureza son dos hermanas que les gusta andar juntas. Muchos no tienen castidad
porque no tienen humildad. Viven creyéndose más de lo que son o más de lo que pueden. Levantan la
estatua de su propio orgullo para que la adoren los demás, y el castigo de su soberbia es caer luego en
humillantes pecados de impureza... Esto lo digo no sólo porque lo he leído en los libros, sino porque
lo he constatado en más de cuarenta años de trabajar por la salvación de las almas”.
Hay muchas almas llenas de soberbia (soberbia es un deseo exagerado de parecer y de ser
estimado por los demás) y de estas almas se puede decir lo que de Jesuralén dijo el profeta: “El Señor
Dios la entregó en manos de sus enemigos, porque había pecado, de orgullo y presunción” (2R 24,
1ss) (presunción: creer que puede más de lo que en realidad puede).
El profeta Isaías se pregunta: ¿Quién fue el que entregó a Israel en manos de sus enemigos?
Fue el mismo Dios, porque habíamos pecado contra Él (Is 42, 24). Algo muy parecido hay que decir
de la persona orgullosa y creída: “Dios le dio permiso al enemigo de su alma, y al vicio de la impureza
para que la humillaran, porque en su orgullo se había olvidado de su debilidad”.
A la impureza podemos decir como Jesús a Pilato: “No tendrías poder alguno sobre mí, si no te
lo hubiera concedido de lo alto”. Señor: ¡Quítale el poder a la impureza que tanto ataca!
San Juan Bosco ya anciano de 70 años, decía a sus discípulos: “Tened mucho cuidado para que
nadie tenga jamás conversaciones que vayan contra la castidad. Cuando yo era todavía muy niño oí
una mala conversación, y nunca la he logrado olvidar. He olvidado tantos sermones que he
escuchado y tantos libros que he leído, pero aquella mala conversación oída siendo tan pequeño nunca
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la he logrado olvidar; porque el diablo se encarga de recordarla. Haced saber esto a los jóvenes: ¡ay de
los escandalosos que hablan de lo que no conviene hablar! ¡Ay de los que tienen malas conversaciones!
¡Qué terrible será la cuenta que le tendrán que dar a Dios el día del juicio!
En uno de sus 159 sueños proféticos, vio Don Bosco que en la puerta de un colegio había un
grupo de diablos jugando despreocupadamente, y les preguntó: ¿Por qué no han entrado al colegio a
hacer pecar a la gente? –y uno de los demonios le respondió: “No hace falta que entremos nosotros.
Allá adentro hay unos que nos reemplazan muy bien, haciendo pecar a los demás”. ¿Quiénes son
esos que reemplazan a los diablos?, preguntó el santo: “Los que tienen malas conversaciones”-
respondieron a coro los demonios- Ah, una mala conversación. ¡Una palabra de doble sentido nos sirve
para obtener grandes victorias contra las almas!, (y se echaron a reír a carcajadas).
Después de esta visión, el santo educador recomendaba mucho a los superiores de sus colegios
que alejaran sin más a los que acostumbraban a tener malas conversaciones contra la pureza, porque
uno de ellos hace más daño que mil demonios.
Los antiguos, hace más de dos mil años, contaban que dos hombres muy malos se murieron y
se fueron a las llamas del castigo en la eternidad. El primero había cometido muchos pecados y fue
echado en un horno con grandes llamaradas y muchísimo combustible y allí lloraba y gritaba. El
segundo era un propagador de lecturas impuras y al principio su horno tenía llamas pero no muy
grandes, y combustible pero no mucho. Y sucedió que las llamas del horno del primero se fueron
disminuyendo y su combustible también, mientras que las llamas y el combustible del segundo iban
aumentando cada día más. Después de bastantes años, las llamas del horno del primer pecador se
habían apagado, mientras que las llamas el segundo aumentaban día por día y lo atormentaban
atrozmente. Entonces él clamó al cielo preguntando: “¿Por qué, si los dos éramos pecadores, a él
después de muchos años ya se le apagaron las llamas que lo hacían sufrir, en cambio las que a mí me
atormentan crecen cada día más y más?” – Y una voz desde el cielo le respondió: “Porque los pecados
del otro ya a nadie hacen sufrir y a nadie hacen mal, porque han pasado tantos años que todos los
olvidaron. Pero en cambio tu pecado, el de propagar lecturas impuras sigue haciendo mal, cada día más
y más mal, y va aumentando el número de los que leen las malas lecturas que tú propagas. Por eso tus
tormentos y castigos también irán aumentando”.
¡Qué responsabilidad la de aquellos que propagan lecturas que hacen pecar a los demás! Y ¡qué
castigo tan duradero tendrán en la eternidad!
Muchos que hoy están en el abismo de la corrupción completamente corrompidos pueden
exclamar: “Las malas lecturas me han conducido hasta aquí”.
Lo que entra por los ojos se grava 10 veces más que lo que entra por los oídos.
Así como los buenos libros son grandes bienhechores, así las lecturas impuras son las más
feroces corruptoras de la humanidad. Un libro que corrompe el entendimiento está también
asesinando al alma. Y lo mismo podemos decir de las películas impuras.
Un lector escribió al corruptor Voltaire, escritor de libros tremendamente malos: “Me has
instruido un poco, pero has llenado de heridas mortales mi alma. Las páginas de tus libros corruptores
dejaron en mi espíritu unas huellas como las que dejan en el cuerpo los dientes de un perro infectado
cuando muerde”.
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Los que escriben van formando a sus lectores. Quien lee cosas corrompidas, se vuelve
corrompido. Cada lector puede asegurar que hubiera sido muy otro si no hubiera leído tal o cual libro.
Si lee libros buenos ha llegado a ser mejor, pero si lee lo malo se vuelve peor. Autores sanos y santos
pueden formar lectores buenos y santos. Pero autores corrompidos e impuros, formarán lectores
corrompidos e impuros.
Dime qué lees y te diré quien eres, decían los antiguos.
Y algo parecido se puede decir de las películas dime qué clase de cine ven tus ojos, y yo te diré
que tan pura o impura se conserva tu alma.
La inclinación sensual en el ser humano es tan fuerte que muchas veces de los mismos remedios
para evitar el pecado se toma pie para pecar más. Por eso hay que tener cuidado al hablar de ciertos
temas. No hay que emplear ciertos términos o descripciones que en vez de apagar aumentan el incendio
sensual. Después que se empezó a dar iniciación sexual en público a la gente joven, se multiplicaron
por cinco los pecados sexuales, porque las descripciones de muchísimos de los que hablan de esto no
pretenden sino enseñar “como pecar sin infectarse”, y encienden en su auditorio muchas pasiones que
estaban dormidas.
Siempre es peligroso profundizar en el tema de la generación porque el ponerse a pensar en este
tema causa mecánica e involuntariamente la emoción de los sentidos y hacen estallar en deseos al
corazón. (Entre hablar inconsiderablemente del sexo, y callar totalmente, hay un abismo).
Otro peligro es ponerse a pensar o cavilar acerca de lo malo que se ha hecho o que hay peligro
de cometer (cavilar es fijar el pensamiento en una idea. Pensar y pensar acerca de eso) aunque se haga
para arrepentirse o buscar remedios, este pensamiento es como un combustible que enciende la pasión
y los deseos. Es un aliciente, un despertador sensual que por medio de la imaginación va ejerciendo un
poder tan tiránico sobre la voluntad que ni aun las más bellas enseñanzas logran contrarrestarlo.
Por eso hay que impedir la mortífera obsesión, el vivir pensando en lo sexual. Hay que cambiar
ese pensamiento por otros más elevados y constructivos.
El sabio Foerst decía: “Un gran peligro para contraer la impureza es vivir pensando
constantemente en ella. El concentrar el espíritu sobre este tema”.
El pecado deja un atractivo especial. Un fuerte deseo de volver a cometerlo. Cada vez que se
presenta una ocasión, el pecado anteriormente cometido suscita y despierta un gran deseo de repetirlo.
Los campesinos lo dicen con un refrán muy cierto: “Carbón que ha sido brasa, con poco fuego se
enciende”.
Por eso el sabio antiguo decía: “cada mala acción produce el mal deseo de repetirla. Y entre las
acciones malas y los deseos corrompidos van formando una mala costumbre, un vicio impuro”.
Buda enseñaba que el gran peligro de una mala acción es que ella produce el deseo de repetirla,
y que este deseo es como un “puñal revestido de miel”, solo ilusión, engaño y apariencia del bien
siendo un gran mal.
¿Para qué querer entonces cometer un pecado que deja en el alma tan peligrosos deseos?
La palabra “cinismo” viene de “cinos” que significa: “perro”. Significa no tener vergüenza.
Ser desvergonzados. No darle importancia a las conversaciones sociales ni al parecer ni a la opinión de
la gente buena. Para el cínico las prohibiciones de la moral son “tabúes”, complejos, prejuicios debidos
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a una educación exagerada. Taleyrand fue uno de los hombres más cínicos de la historia. Él con tal de
obtener sus fines no tenía ningún temor a quebrantar cualquier ley moral. Un día le dijo a un amigo:
“Estimo a fulano porque no tiene prejuicios; porque no le da ninguna importancia a la opinión de los
que son rígidos en opinar acerca de la moralidad” y el amigo le respondió: “Usted es famoso porque
la gente dice que no tiene ningún prejuicio”.
Hace poco en un periódico apareció un aviso “caballero sin prejuicio busca dama sin prejuicios
para contraer amistad con ella”. Y un agudo pensador transformó así el aviso: “Hombre que no le tiene
miedo a ofender a Dios ni a disgustar a la gente buena, busca amistad con mujer que no tenga miedo de
ofender a Dios ni de disgustar a la gente buena”. Eso es el “cinismo”. Y el mundo está lleno de cínicos
y cínicas. Hay estrellas de cine y televisión que tienen un “cinismo” demoníaco, y corrompen a miles
de televidentes.
En 1986 cuando un joven asesinó villanamente a un capitán en Bogotá, la mamá del asesino
declaró: “Era bueno, pero se hizo amigo de algunos cínicos que le quitaron la vergüenza y el asco por
todo lo que fuera pecado, y esas amistades le llevaron a ser criminal”. De cuántas personas se podrá
decir algo parecido: “empezó a ver actores cínicos en el cine y la televisión y le quitaron la vergüenza y
se daño”.
Cuidado: que no seamos “cínicos”. Nunca sabemos qué dique derribamos cuando permitimos
que nos vayan quitando la vergüenza por pecar. Cuando esta vergüenza y este asco por el pecado se
aleja de una persona, le llegarán como inundaciones espantosas, los más vergonzosos pecados. Perdido
el asco por el pecado, ya nadie lo detendrá, y hará estragos horrendos en el alma.
Uno de los libros más bellos y provechosos de la Biblia es el que se llama “Eclesiástico”,
escrito por el gran sabio Ben Sirac hace 2,200 años. Son tres mil consejos para adquirir personalidad y
santidad. La gente progresa mucho leyéndolo. Pues bien, allí en tan bello libro hay estos bellos
mensajes:
“Los malos deseos pierden a quienes los aceptan, y los convierten en la burla de los enemigos
del alma” (Eclo 6,4).
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“No te dejes llevar por los caprichos de tu corazón, porque te destrozarán como un toro feroz”
(Eclo 6,2).
“No siembres en surcos de maldad y de impureza, porque por cada pecado puedes cosechar
siete amarguras” (Eclo 7,3).
“Si te resistes y no aceptas dedicarte a hacer el mal, ni a pensar el mal, entonces lograrás que el
mal no te domine” (Eclo 7).
“En todas tus acciones tienes que recordar el fin que te espera al terminar tu vida; si recuerdas el
fin que te espera, evitarás muchos pecados” (Eclo 7,36).
“De hoy en adelante no te enredes ni una vez más en pecados, porque ni una sola vez quedarás
sin castigo” (Eclo 7).
“Cuidado: no te dejes arrastrar por los deseos de tu corazón ni por los instintos de tu
sensualidad. Son una trampa que te puede llevar a terribles abismos de maldad” (Eclo 5,2).
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todavía cometer pecados de impureza? Mientras no reconozcamos que el pecado es malo y hace mal,
no lograremos dejar de cometerlo. Es necesario tener un pavor extraordinario por el pecado.
El camino que ha llevado a muchísimas víctimas al abismo del vicio de impureza es el deseo no
moderado, el no haber refrenado a tiempo sus deseos impuros.
El Espíritu Santo, para que no deseemos el pecado nos va a decir: “Es malo, es asqueroso, es
feo, va contra Dios, disgusta al Ser que más nos ama, que es Nuestro Señor. El odia al pecado”. Este es
el primer paso para no desear pecar: ver el pecado como lo ve Dios. Odiarlo como lo odia Dios. El
Espíritu Santo saca a la luz toda la horrorosidad del pecado impuro y hace que lo odiemos y le
tengamos verdadero aborrecimiento, como se aborrece a una serpiente Cascabel enroscada, lista a
atacar y que nos va a llenar de terribles venenos y dolores espantosos y nos puede llevar a la muerte.
Esto nos ayuda a matar el deseo de pecar.
El deseo es el capullo de donde sale el pecado. Es como combustible que aumenta el incendio.
Es como un gato furioso que si se le deja subir al hombro, cuando tratemos de bajarlo de allí, preferirá
herirnos gravemente antes de irse de donde se ha instalado, y hasta nos puede sofocar.
Con la oración podemos matar el deseo antes de que logre salir de su capullo y convertirse en
mariposa que llene de malas plagas nuestro ser. Con la meditación en la fealdad del pecado le vamos
quitando combustible al incendio, para que no nos vaya a destruir. Pero si seguimos coqueteando con
ocasiones de pecado, y echando leña al fuego de los deseos y dejamos que el apetito desordenado de
goces sensuales siga creciendo en nosotros como gato sobre el cuello, viviremos esclavizados por los
hábitos e impulsos de nuestra naturaleza corrompida.
El enemigo del alma hará todo lo posible por ponernos cada día alguna zancadilla y derribarnos.
Pero tenemos un medio de liberación: acudir con la oración a Cristo Jesús y tratar de no consentir
ningún mal deseo. Entonces, sí ganaremos las batallas que íbamos a perder (Wilkerson).
Los santos antiguos decían: “La persona impura es un animal triste”. Y lo afirmaban porque
lo habían comprobado en muchísimos casos.
La verdadera felicidad y la paz verdadera se encuentran en Dios y en el alma que está en buena
amistad con Dios, o sea, sin pecado mortal. ¿Para qué ir a buscar la felicidad en los gozos sensuales
que producen luego tanta tristeza, tanto complejo de culpa y de derrota?
En quienes buscan la felicidad en los goces sensuales se cumple la profecía de Jeremías: “Dos
gravísimos errores ha cometido mi pueblo: abandonar a Dios, fuente de aguas vivas que
producen felicidad, e ir a buscar aguas para calmar la sed de felicidad en cisternas rotas que
dejan resumir y perder toda el agua que reciben” (Jr 2, 13).
San Pablo prometió: “Para los que hacen el bien habrá gloria, honor y paz. Para los que
obran el mal, tristeza y angustia vendrán” (Rm 2, 7ss). Si el pecado e impureza va a traer tristeza y
angustia, ¿para qué cometerlos entonces?
Una mujer decía después de cometer pecado de impureza: “si colocaran en mi pulso un
aparato para medir tristezas, se reventaría, porque siento la tristeza más grande y espantosa que
se pueda sentir en esta tierra”. Que verdadera es pues, la sentencia de los antiguos: “Persona impura:
animal triste”.
Preguntamos a uno que sale de una casa de prostitución cómo se siente, y responde: “no valía la
pena. Es una porquería. Estoy hastiado. Me siento derrotado. Me produce asco mi conducta”. “Para el
que obra mal, tristeza y angustia vendrán”.
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31. Un capítulo impresionante
El libro de los Proverbios es uno de los más bellos e interesantes de toda la Biblia. Las personas
que lo leen quedan encantadas al encontrar tanta sabiduría en esos consejos o refranes tan sencillos, que
el libro atribuye al sabio rey Salomón.
Y en el libro de los Proverbios hay un capítulo impresionante acerca del peligro horroroso
que es encontrarse con una mujer fácil. Es el capítulo 5 su lectura a conmovido a muchísimas
personas en más de 22 siglos, en muchísimos países. Pero presentamos de él algunas frases. Dice así:
“Hijo mío: te recomiendo que prestes atención a mi sabiduría y a mi prudencia que te va a
enseñar cosas que te pueden hacer reflexionar muy útilmente. Cuídate mucho de la mujer fácil. Sus
labios parece que destilan miel. Pero lo que te producirán será algo más amargo que el ajenjo, y más
hiriente que espada de dos filos. Si sigues sus pasos, ellos te llevarán a la muerte de tu alma y al abismo
de tu desgracia. Óyeme hijo: no te acerques a la casa de la mujer fácil. Porque te pueden venir penosas
consecuencias como perder tu honor y caer en manos de gentes muy crueles. La amistad con ella puede
hacer que tus bienes vayan a manos de personas extrañas, que pierdas el fruto de tus fatigas; y al final
tendrás entonces que gemir, llorar y lamentarte, y tu cuerpo y tu carne pagarán las consecuencias. Y
tendrás entonces que decir: “Desdichado de mi: desprecié los consejos y avisos que me dieron, y ahora
soy plenamente desdichado; me han llegado las desgracias y he perdido mi honor y mi buena fama
entre la gente”. No se te olvide que todo lo que haces está presente y claro ante los ojos de Dios. Él
vigila toda la conducta. Quien comete maldades de impureza, recibirá el castigo de sus propias
maldades; el pecado lo enredará en sus trampas; perecerá por su falta de prudencia, y por no haber
hecho caso a los avisos prudentes se perderá” (Pr 5) ¡Lecciones dignas de volverlas a leer y releer!
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CAPÍTULO 3
Lo que puede llegar a cualquier edad
LAS TENTACIONES
Tan poderosos y terribles son los enemigos de nuestra pureza, que cuando nos combaten se
apagan todas las luces de nuestro espíritu, y nos olvidamos de todas las meditaciones y santos
propósitos que habíamos hecho, y no parece sino que en esos momentos despreciamos las grandes
verdades de la fe, y perdemos el miedo a los castigos divinos. Y es que la tentación impura se siente
apoyada por la fuerte inclinación que el cuerpo siente hacia los placeres sensuales. Quien en esos
momentos no acude al Señor con oración humilde y confiada, está perdido. Es necesario convencernos
de que nadie podrá vencer las tentaciones impuras de la carne, si no se encomienda al Señor muchas
veces, pero especialmente en el momento de la tentación.
“Y estas tentaciones no desaparecerán mientras estemos sobre la tierra. Dios quiere salvarnos,
pero quiere que nos salvemos como vencedores. Por eso toda nuestra vida estaremos en guerra contra
nuestras pasiones, y sólo recibirán la corona del triunfo quienes hayan luchado con valor” (San
Alfonso).
En castidad hay que estar siempre alerta. Así por ejemplo, a pesar de la costumbre de ver y
sentir, cualquier inmodestia que entre por los ojos impresiona, porque la concupiscencia (o
inclinación a conseguir goces sensuales) permanece hasta la muerte.
Si Dios vistió a Adán y Eva en el Paraíso es porque reconocía que la modestia en el vestir y en
el presentarse es muy importante para que la persona no se deje dominar por la rebeldía de la
sensualidad.
Afirmar que llega una época en la cual los incentivos no encienden la sensualidad, o negar que
lo que excita a la impureza no debilita la castidad, es ir contra una de las constantes universales de la
historia, es ignorar totalmente la experiencia de muchos, todos los días.
Un famoso educador francés de hace tres siglos repetía: “Cuando la imaginación y el cerebro
arden porque se les llevaron pensamientos e imágenes impuras, todo el cuerpo arde en pasiones
de impureza”. Y esto sin importar que edad tenga el individuo.
La tentación será tenaz (muy difícil de alejar) y viva y agresiva hasta la violencia. Por eso cada
uno debe prepararse para resistirla. Y esto toda la vida, hasta su extrema vejez.
Con razón el sabio dice en la Biblia: “si buscas la perfección, prepárate para resistir la
tentación”. Pero el Apóstol nos consuela con una hermosa noticia: “Fiel es Dios que no permitirá que
nos vengan tentaciones superiores a nuestras fuerzas. Y al permitir que no lleguen tentaciones nos
proporcionará también el modo de poderlas resistir y vencer” (1 Co 10, 13).
34. Un tesoro que es sumamente atacado
El lograr mantener la pureza no es una realidad hecha que alguien puede conservar sin lucha y
sin peligro... Es una obra en construcción. Exige no hacer jamás la paz con nuestros defectos, ni con las
pasiones ni con las atracciones sensuales. El mantener la pureza exige una respuesta de fidelidad todos
los días. Todos los días tenemos posibilidad de traicionar a Cristo pecando, pero también cada día
tenemos la posibilidad de demostrarle nuestra fidelidad rechazando las tentaciones impuras.
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Vencer en la lucha por la castidad es de las más grandes demostraciones de amor que le
podemos dar a Nuestro Señor.
Continuamente nos llegarán momentos de tentación y de prueba. Y hay que considerarlos
como momentos privilegiados en los cuales podemos demostrarle a nuestro Dios que preferimos su
santa amistad a disfrutar de los goces sensuales.
Toda fidelidad encuentra pruebas y tentaciones. El matrimonio las tiene y fortísimas. Cada
persona debe considerar totalmente normal el sentir deseos sensuales. No alarmarse por eso que es
propio del ser humano. Pero considerar que es más fuerte y más persona quien sabe dominar esos
deseos y quien busca por todos los medios posibles ser fiel a la castidad hasta la muerte. Mientras
vivamos con entusiasmo nuestro amor a Dios y nuestro deseo de conseguir nuestra santificación,
tendremos más fuerzas para resistir los continuos ataque contra la castidad (P. Ricceri. Superior
General).
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Un estímulo interno muy peligroso son los malos recuerdos de acciones eróticas. Por eso lo
impuro que se ha hecho no conviene recordarlo ni siquiera para seguir arrepintiéndose, porque es un
recuerdo que trae malas sensaciones y muy dañosas.
El estímulo es pecado cuando es voluntario, buscado y aceptado. Cuando llega
espontáneamente, el estímulo no es pecado. Lo que sí es pecado es aceptarlo y seguir cultivándolo. Así
por ejemplo, uno ve un bocado sabroso de tocino y siente un gran deseo de comerlo (estímulo) pero
sabe que le hace daño para el colesterol y no lo come. Ese estímulo no es pecado. Pecado habría sido el
comer aquello y dañarse la salud. Otro ejemplo: uno siente un gran deseo de lanzarse a una piscina
(estímulo) pero recuerda que tiene una altísima fiebre y bronquitis aguda, y no se lanza al agua. El
haber sentido el deseo y el atractivo no es ningún pecado. Eso es cuestión de la naturaleza. Lo malo
hubiera sido lanzarse al agua fría y haber pescado una pulmonía...
Lo que piensa y habla y desea una persona se graba en su cerebro como una cinta y estas
impresiones archivadas y grabadas aparecen para incitar los estímulos cuando llega la ocasión. Las
imágenes indecentes se van asociando y producen ideas indecentes. Dime qué imágenes observas, o
miras o recuerdas y yo te diré qué piensas.
Algunos dicen: “Yo pienso cosas malas pero no hago cosas malas”. Cuidado: porque la acción
sigue al pensar como la sombra al cuerpo cuando hace sol. Si tenemos un hotel y allí hospedamos toda
clase de ladrones y atracadores, aquello se convierte en un hotelucho de mala muerte. Si a nuestro
cerebro dejamos llegar y estarse a los malos pensamientos y malas imaginaciones, el pobre se convierte
en un sucio albergue lleno de alimañas. Es necesario, echar fuera toda imaginación mala, para que
nuestro cerebro sea pulcro y no un sepulcro.
Las ideas vienen en cadena. Una idea buena puede traer otra idea buena. Pero una idea mala
trae casi siempre otra mala idea. Basta ir tolerando malos pensamientos, para que estos vayan trayendo
otros pensamientos malos, y estos irán aumentando los estímulos hacia la sexualidad.
Es casi imposible que una persona pueda vivir sin sentir estímulos sexuales, pero lo que sí es
posible es disminuirlos, llenando el cerebro de buenos pensamientos, y no aceptando que allí se queden
las malas imaginaciones.
La sensación es la reacción emocional del sujeto frente al estímulo. La impresión que se siente
cuando llega el estímulo comunica la atracción. Es una excitación periférica del sistema nervioso, que
es comunicada luego a la médula y al cerebro. Es una emoción que se siente.
Los varones sienten muchísimo más fuerte la sensación sexual que las mujeres, y los jóvenes
todavía más.
Hay días en la vida en que uno reacciona mucho más fuertemente ante los estímulos y siente
mayores sensaciones. El trago, la oscuridad y el estar a solas las aumentan.
Hay personas que son mucho más sensibles a las sensaciones de los estímulos que otras.
Algunas son frígidas, casi insensibles. Otras en cambio son súper excitables. Y quienes sufren de
obsesión sexual, tienen inclinación espantosa a sentir muchísimo las sensaciones sexuales.
Si almacenamos materias explosivas e inflamables, podemos ser víctimas de estallidos e
incendios. Si vamos adquiriendo malas costumbres, y miramos todo, y oímos de todo, y no somos
prudentes en nuestras amistades y, además tomamos tragos o nos vamos a sitios aislados con gente no
santa..., la sensación estalla. En esto las imprudencias son las que producen luego incendios de pasiones
muy destructoras.
San Jerónimo repetía: “huyo para no ser vencido” Aquí el valor se demuestra huyendo.
Hay un error muy grave y muy peligroso: afrontar el riesgo, exponerse a la ocasión. Los santos
han considerado la huída como el mejor remedio en esto. No se puede ver todo lo que se presenta ante
los ojos en TV, cine, revistas o periódicos, etc. No se puede leer de todo. “El que ama el peligro en él
perece” (Ecl. 3,7). Muchos hay que no hubieran perdido la paz de su alma si no se hubieran expuesto a
la ocasión (Pascal).
Durante las tentaciones hay que elevar el pensamiento a los bienes sobrenaturales y pensar en lo
mucho que valen esos bienes que lograremos conseguir si vencemos los atractivos del mal. Cuando una
persona no deja de cometer un mal es porque los motivos que la mueven a no seguirlo cometiendo no
son tan fuertes que sean capaces de hacer que deje de cometerlo.
Es inútil pretender tener el alma pura, si las miradas son impuras. Si por las ventanas del alma
que son los ojos, entran los asesinos y ladrones de la santidad, será imposible que el alma quede sin ser
herida y manchada. Las miradas despiertan la concupiscencia y la concupiscencia arrastra a la
voluntad. Es muy imprudente jugar con el fuego.
Orar durante la tentación es ponerse ya en situación de combate. Las pequeñas oraciones o jaculatorias
ayudan mucho. Es lo que hacían los antiguos monjes del desierto.
No inquietarse. La inquietud puede venir del amor propio que teme perder el honor de conservar
la santidad. La inquietud puede aumentar la tentación porque aumenta el nerviosismo. Hay que
recordar que: “sentir no es consentir”.
Las tentaciones son ocasión excelente de demostrarle a Dios que sí le amamos y que sí estamos
dispuestos a cumplir lo que Jesús decía: “Quien no renuncie a todo por amor mío, no es digno de Mí”
(S. Lucas 14,33). Queremos ser dignos del amor de Cristo y por eso estamos dispuestos a renunciar a
todo lo dañoso, por ej. el goce engañoso que nos ofrece la tentación.
Hay que sustituir el pensamiento malo por un pensamiento bueno. Si se concentra la atención en el mal
pensamiento, éste se fortalece. Por eso hay que distraerse y pensar en otras cosas y dedicarse a labores
que distraigan o a buenas lecturas, etc.
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Es muy imprudente dar pequeñas satisfacciones a aquello que en el instinto nos pide en las tentaciones.
Porque el instinto se vuelve insaciable y como fiera hambrienta, devora a quien le ofreció pequeños
alimentos que despiertan su voracidad.
Todo lo que se concede a la pasión le vuelve más exigente.
Hay tres fuentes de tentaciones: 1a. nuestro cuerpo con sus pasiones. 2a. el demonio que “como león
rugiente busca a quién devorar.” (1P. 5, 8) 3o. ciertas personas que ofrecen peligro a nuestra castidad.
Pero no olvidemos que si la tentación no nos gusta y no es aceptada por nosotros, no es pecado.
El conservar la castidad supone esfuerzos enormes. No es fácil. Hay que batallar a vida o muerte
continuamente. Pero la lucha va formando una actitud heroica y permite ir adquiriendo una fuerte
valentía. Los grandes luchadores se formaron luchando.
No hay que formarse la ilusión de que con el tiempo se verá uno libre de luchas y tentaciones. Aún los
santos más ilustres han tenido que luchar hasta el fin de la vida contra los asaltos de la carne y las
trampas de sus pasiones.
Cristo puede concederte la victoria también en esto, porque para Él nada es imposible. Si no pudiera
darte la victoria contra tus pasiones, ya no sería el Señor y Dueño de todo. Y si no quisiera ayudarte
eficazmente en esto, no sería buen amigo.
Hay que hacer lo posible para ir volviendo más fuerte la voluntad (haciendo lo que no gusta y dejando
lo que gusta mucho). Porque si la voluntad se debilita, las faltas se multiplican, pero si la voluntad
empieza a volverse más fuerte, las faltas empiezan a ser menos frecuentes.
Mantenerse tranquilo. La experiencia y la sicología enseñan que la tentación se fortifica y crece y se
multiplica si en el alma hay inquietud, nerviosismo e intranquilidad. La inquietud no trae ningún bien y
en cambio debilita mucho la voluntad. Si viajamos por el mar de la vida lo más común es que sucedan
tempestades.
Cumplir el consejo de San Agustín. Este gran santo dice que lo que le produjo mayores resultados fue
dejar de pensar en sus pecados de impureza y dedicarse a recordar lo que Dios ha hecho (narraciones de
la S. Biblia) y lo que sigue haciendo por nosotros. Eso se llama “transmutación” cambiar un
pensamiento negativo por otro positivo. ¡Dime qué piensas y te diré qué tanta pureza tienes!
Las tentaciones pueden ser ocasión formidable para de glorificar a Dios. Ellas no viven sin más ni más.
Pueden estar incluidas en un Plan Maravilloso de Nuestro Señor para obtener que luchando
valerosamente contra los que nos quieran llevar al abismo del vicio, logremos escalar muy grandes
alturas en el Reino de los cielos que no se concede sino a los que luchan. “El Reino de los cielos exige
hacerse violencia, y los que se la hacen, lo consiguen”. (S. Mateo 11, 12)
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