Cartas Sobre América
Cartas Sobre América
Cartas Sobre América
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LibremíePBFrüaBüs.
Reloj y Donceles. — México
Casillero. ^O-^
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THE LIBRARY
OF
THE UNIVERSITY
OF CALIFORNIA
PRESENTED BY
PROF. CHARLES A. KOFOID AND
MRS. PRUDENCE W. KOFOID
CARTAS
SOBRB
LA AMERICA,
POR
^* ^^^'®i^'Si'&.
TOMO I.
MÉXICO:
<^'Hm'^í
—
CAETAS
SOBRE AMÉRICA.
CANA-DA— ESTADOS-UNIDOS.— HABANA.—
RIO DE LA PLATA.
—
Emigrados alemanes.— El entre-puente. El embajador fugitivo.
— —
Un sermón y una escena de duelo. Escenas marítimas. -Lle-
gada á Nueva-- York.
•'
So willst du treulos von mir scfaeiden.
cias en su dicha.
El dia en que visité esa capilla, era un dia de
fiesta. Desde ciudad de Honfleur, desde el
la
América.
Por pocas que fueran la» comodidades en que
ha vivido cada uno de los emigrados, sean cua-
les fueren los motivos que les han obligado á ex-
patriarse, cada uno de ellos ofrece una historia
que conmueve. A medida que bajamos de las
altas rejiones en las que durante tanto tiempo
se ha concentrado la invención de los dramas y
* de las novelas,
y que tocamos la» fibras de una
naturaleza humana mas humilde que la de Aga-
menón, pero mas inquieta y verdadera, debemos
sorprendernos al ver la gran cantidad de lágri-
mas que pueden contener los ojos de los hom-
bres del pueblo.
pectáculo imponente.
La anciana muger de la selva Negra me dijo
^ue la celebracion*de aquel domingo nos traerla
gran dicha, y casi me persuadí de ello. Des-
pués de su predicción atravesamos los bancos
de Terranova, sin mas inconveniente que una
niebla espesa y húmeda, pagando el tributo ai
equinoccio con cuarenta y ocho horas de ese
viento que llaman del Cabo.
medio mari.
4
—38—
yor parte de los hombres. Pero después, al
contemplar esas olas, r.uya violencia ninguna
fuerza humana pudiera vencer, al mirar esas ne-
gras nubesj corriendo con el viento en un cielo
encapotado, en ese desierto de agua encerrado
en un círculo de hierro, siéntese uno de repente
dominado por una idea mas humilde y mas cris-
tiana, y nos inclinamos, convencidos de nuestra
debilidad, ante la imagen de lo infinito.
Esa furiosa tempestad obligónos mas tarde á
presenciar una triste ceremonia, el entierro de
un niño. El mareo por sí solo no mata, pero
cuando se agrega á otra enfermedad, ayuda po~
derosametite á la muerte. Cuando nos embar-
camos, aquel pobre niño, hijo de un infeliz tra-
bajador de Wurtemberg, estaba ya peligrosa-
mente enfermo. Las fatigas del viaje y la mi-
seria que reinaba entre los pasageros del entre-
puente acabaron con él. Pocos dias antes de
morir y agitado por la calentura, decia una tar-
de á su madre: "Conozco que la América está
muy lejos, y que yo me quedaré en el camino.
El aire es sofocante y el sol me abrasa; empero
allá á lo lejos veo el Neckar hermoso y risueño,
el cuai me invita abañarme en sus frescas aguas.
manos. <
6
quila, vivir como unpropietario, y plantar ár-
boles, construir un jardín y contemplar tranqui-
lamente, desde el puerto en que está abrigado,
6
—62—
mucho mas silencioso que el turco. Hay ademas
entre ellos esta diferencia; el turco, sentado so-
bre una estera, con su chaqueta de seda, su lar-
ga barba, y su ancho turbante, guarda una pos-
tura noble é indolente, o altamente meditabunda,
y se fisonomía dulce y tranquila admira al estran-
jero que la observa; el americano, al contrario,
guarda un silencio sombrío é inquieto, seco y
brusco. Tiene puntiagudo el rostro, y -sus mo-
vimientos son rápidos y angulosos.
Su descanso en nada se parece al feliz aban-
dono de los hombres de Oriente^ g al de los euro
peos del Sur; ni es el Uef de los primeros, ni la
siesta de los segundos; es una especie de pos-
tración, agitada de vez en cuando por un movi-
miento fibroso y su andar es una marcha rápida.
Where is nature is heauty ha dicho 'un poeta; pero
donde reina la naturaleza humana reina la feal-
dad. Entre todos los animales esparcidos sobre
hombre es indudablemente uno de
la tierra, el
los mas feos. Por supuesto que al hablar del
hombre, hablo del hombre; creación como de bos
quejo que Dios completo y perfecciono después
creando á la muger. El hombre es á la muger lo
que es un trabajo tosco auno hecho con arte y con-
cluido por un hábil cincel. Sentado este prin-
cipio, añadiré (jue de todos los hombres que per-
tenecen al mundo civilizado, el mas feo de todos
es el americano. Imaginaos ver una estatua
delgada, seca, con unos pies de una dimensión
colosal, eon un sombrero caido sobre el cogióte,
—63—
el pelo lacio,con un carrillo hinchado, no por
ana fluxión de muelas, sino por una bola de ta-
baco que masca desde la mañana^ hasta la noche,
con una casaca negra cuyos faldones son muy
puntiagudos, la camisa en desorden, los guantes
como los de un gendarme, el pantalón sin for-
mas, y toda esto imaginado tendréis el verdade-
ro retrato de un yankee de sangre pura.
Es que busquéis en su rostro esa brillan-
inútil
íi4A<?k(í:
III.
?
—74—
Las ciudades parecen invadidas por la peste
ó aletargadas por un sortilegio en el sueño
de
los sietedurmientes.
8
—86—
arenales de Egipto prueban cuan largo y peno-
so es atravesar el cesierto.
Sus bordes están por esta parte cubiertos de
bosques, y entre sus espesos árboles se vée de
cuando en cuando una que otra cabana de leña-
dores; desde aquí veo á uno de estos, que con el
pié sobre el tronco de un árbol y el hacha en la
mano, contempla tranquilo las peligrosas mar>io-
bras de los* marineros.
Un poco mas lejos, el Champlain se ensancha,
y sus ondas bañan, por una parte, una vasta su
perficie sembrada de frondosos árboles, y por la
otra, una playa muy corta que está á los pies de
desiguales cerros y elevadas montañas.
El vapor interrumpe su curso ya al pié de un
embarcadero, ya enfrente de un pueblo.
Sobre una lengua de tierra encerrada entre
el lago y el rio Winooski se eleva Burlington,
población de cuatro mil quinientas almas, situa-
da en un lugar encantador, entre dos aguas, jun-
to á los bosques,no lejos de las mas elevadas
cimas de las Green Mountains y de los picos de
la cadena de Addrondaski, que teinen
seis mil
pies de altura.
A la distancia de veinte y cinco millas está
Plattsbourg, cuyas casas se estienden en
ambas
orillas del Saranac, cerca del punto
en que des-
emboca éste enel lago Champlain. Al lie-
gar aquí, americano á quien habréis visto pa-
el
sar horas enteras á vuestro
lado sin miraros si-
guiera y qué ha recibido todas
vuestras atencio*
—87—
nes como un dogo que está de mal humor, ani-
ma de repente su metálico rostro, y se os acerca
con aire jovial; desea contaros la victoria que los
americanos ganaron cerca de esta población en
1814, contra las tropas inglesas, mandadas por
elgeneral Macdonough, y os la esplica con tan-
to énfasis y dándoos tantos pormenores, que os
obliga á desear que vuelva á entrar en su nor-
mal silencio.
Me
he retirado á mi stateroom pensando en mi
amable poeta Tiek, en su canto nocturne y en
una estrella que él no ha conocido nunca. Al
dispertar por la mañana, nos hallábamos en las
fronteras del Canadá, cerca de la isla de las Nue-
ces, ocupada y fortificada por los ingleses, lo»
cuales desde allí, por medio de sus cañones im-
pedirían á dereí*ha é izquierda cualquiera inva-
sión enemiga en el lago. A cuatro leguas de
allíestá el pueblo llamado San Juan, que tiene
también sus cuarteles. En cuarenta minutos
un ferro-carril me conduce de este punto á la
Prairie.
IT.
MONTREAL.
La Franela en Canadá. — Recuerdos de
el pasado. — Tradiciones
lo
á la Fuente Clara.
—106—
Germán. Champlain, que habia regresado á
Francia, volvió dos años después al Canadá, co-
menzó de nuevo sus trabajos, y murió en 1635,
dejando un nombre que con justicia veneran los
cánadianos, y del cual debe ¡.estar orguilosa la
Francia.
En el verano de 1641, dos pequeñas embarca-
ciones salieron delpuerto de la Rochela. En
una de ellas iba un gentilhombre champanes
Mr. deMaisonneuve, quien, imbuido por M. OH-
vier, fundador de San Sulpicio, y ayudado por
algunos que se le asociaron, habia organizado,
con un objeto religioso, una espedicion al Cana-
dá, iba acompañado de un sacerdote y veinti-
cinco hombres, entre trabajadores y soldados.
En la otra iba una santa joven, la señorita Mau-
ce de Langres, que renunc'aba á todas las ven-
tajas de una elevada posición en la sociedad,
para llevar el ardor de su caridad cristiana entre
los salvajes.
colonia.
—119—
En 1849, el partido tory, que creyó ver un ac-
tode traición en un bilí, por medio del cual el
parlamento habia votado Uiía indemnización pa-
ra las víctimas de los estragos de 1837, se amo-
tinó por las calles, insulto al gobernador, rom-
piendo á pedradas su carruaje, invadid y saqueó
las casas de varios ministros y diputados, é in-
cendió el palacio del parlamento.
A causa de esta última revolución, Lord El-
g\n salió de Montreal y mandó á los funciona-
rios públicos que le siguieran á Tort>m<», donde
debe abrirse la próxima sesión del parlamento.
M<)ntreal ha sufrido una pérdida considerable y
muy difícil de reparar, sobre todo en un país
que tiene tan pocas comunicaciones directas con
la Europa; esta pérdida, es la de la Biblioteca
nacional, destruida completamente por el incen-
dio del parlamento.
sa elegía.
Los grandes periódicos de Monlreal y de
Quebec, que no desdeñan como los nuestros la
poesía, adornan muchas veces con sus ramilletes
poéticos el opio de sus polémicas. Un joven
escritor, M. Hutson, ha publicado, baja el título
i\e Repertorio de literatura canadiana^ las compo-
siciones en prosa y verso de sus compatriotas.
Hay entre ellas algunas obras de un verdadero
mérito.
Sin tratar de ofender á esos poetas contra
quienes nada deseo decir, confesaré que prefiero
á sus estancias hábilmente versificadas, algunas
canciones populares que, si bien se olvidan de
las reglas mas elementales de la versificación,
tienen un encanto y sencillez admirables.
Una de estas canciones, que empieza:
Detrás de mi padre
pertenece al Franco Condado. Sin duda ha si-
do traída acá por algún galán hijo de las mon-
tañas del Jura, y se habrá propagado por su be-
lleza como una planta fecunda.
Otra, que sin duda vino también de Francia,
es mucho mas notable que la primera. Aun
cuando vuestro buen gusto literario os incline á
reíros de estos versos, quiero copiarlos.
Un ruiseñor cantaba
En el árbol aquél.
¡Oií! canta, canta alegre,
Canta ruiseñor bien;
Tienipo hace &c.
hacia el desierto.
queses!
Vencidos en los primeros encuentros que tuvo
Champlain con ellos, volvieron á aparecer en
breve animados de una nueva audacia. En su
—1 so-
principio las armas de fuego de nuestros solda-
dos les aterrorizaron, como Peni y
los indios del
de México las de los españoles, empero no -
VL
ítÜEBÉGo
verse.
—145—
Junto á mí, la ciudad, construida sobre un ter-
San Lorenzo,
—159—
Un convoy que les llegaba, bajo el mando de
un buen capturado por M. de Kert.
oficial, fué
ma fortaleza.
El 8 de Julio de 1758, el general Abercrom-
by ataco' con un ejército de diez y seis mil hom-
bres el fuerte de Carillón, donde se habia atrin-
—167—
cherado Montcalm con tres mil seiscientos sol-
tuación.
»*Tenemos, decía ti, diez mil hombres única-
mente, que puedan oponerse á los enemigos, y
no podemos contar con los habitantes. Están
estenuados por las marchas continuas; sus tier-
13
—170—
general, que de resultns de su derrota en Mont-
morency cayo gravemente enfermo.
Sus tenientes lograron sin embargo infundirle
algún valor; y le convencieron de la inutilidad
del plan de campaña que habia adoptado, acon-
sejándole queremontara la orilla derecha del rio
San Lorenzo, y de allí entrara otra vez en la ori-
! „^, ", I
! _. t. !
(1) En el rio San Lorenzo, frente de Montreal.
-174-
ra la colonia, es el sabio marino distinguido poi"
me con M. Faribault
su escalente conciudadano
á un campo de batalla que me recordaba mejo-
res sucesos que aquellos de la llanura de Abra-
ham. Alo largo de la costa en que, en perjuicio
suyo, hizo su primer desembarque Wolíe, existe
hoy el pueblo de Beaufort, alegre población
que de cercado en cercado, de jardín en jardin,
y por medio de una larga línea de casas de cam-
po, se estiende hasta la cascada de Montmo-
rency.
vn.
SAN JACINTO.
y me ha conducido al
tenerse el rio Richelieu,
pueblo de San Jacinto. Hace poco que el país
que hemos atravesado se hallaba inculto é inha-
bitado. El camino de hierro, ese potente motor
de los pueblos modernos, ha traído acá trabaja-
dores y cultivadores. Por ambos lados del ca-
mino, vénse actualmente árboles jigantescos,
cortados por el hacha del leñador; los campos
que antes no producían mas que yerbas y plan-
tas silvestres, han sido ya labrados, y junto á
los bosques por tan largo tiempo abandonados,
vénse ahora los log houses de los colonos. Cada
uno de ellos ha construido su modesta cabana, á
su modo, según su gusto y sus medios, en el
terreno que le han concedido. Al ver lo que se
ha hecho en tan poco tiempo, cree uno que den-
tro de algunos años la vasta llanura que se es^
tiende desde el rio Richelieu hasta el rio Yamas-
ka, estará llena de habitaciones.
.A orillas de este rio, se eleva el pueblo de
San Jacinto, que es uno de losmas bonitos y
considerables del bajo Canadá. Es cabeza de
partido de un señorío de veintitrés leguas dees-
tension, perteneciente á un amable jo' ven, que
—185—
ha hecho diferentes viajes á Europa, y que ha
venido de allá muy instruido. Ai entrar en su
casa, figurábame encontrarme en una casa de
Paris, al verme rodeado de tantas obras artísti-
cas. Lo que si se parece muy poco á nuestro
país, es la perspectiva que se descubre desde
las ventanas; vénse las orillas agrestes del Ya-
maska y la inmensa llanura, silenciosa y rodea-
da de bosques sombríos, cortada únicamente por
las cimas de las azuladas montañas de Beloeil,
que se pierden por el Norte como un Océano sin
fin.
clamar un
allíasilo sin temor que le desechen.
Enseñado desde su niñez á respetar la religión
y los sacerdotes, el aldeano del Canadá no ha
aprendido aun á discutir las doctrinas del cateéis
mo. Llena fielmente sus deberes de católico,
oye piadosamente ías palabras que le dirijen
desde lo alto del pulpito, consulta á su cura en
las circunstancias en que necesita de sus conse-
jos, y lepaga concienzudamente el diezmo.
engañarme.
ción canadiana.
pueblo del Canda ha conservado las cua-
Si el
lidades de su naturaleza francesa, también" ha
guardado sus defectos. Es de un carácter im-
presionable y vivo, dispuesto á entusiasmarse
muy fácilmente, y á dejarse abatir con la mis-
ma prontitud. No ha podido ver la fortuna de
los Estados-Unidos, sin exajerarla, sin envidiar-
la, y ha creido que le bastaría anexarse á la
tema colonial.
Si á pesar de todas esas razones, acojía favo-
rablemente las proposiciones de los anexionis-
tas, si accedia á sus deseos, debieran arreglarse
—196—
algunas cuestiones rentísticas que no dejan de
ser de alguna importancia: por una parte la deu-
da de los treinta y cinco millones, contraída
por el Canadá; por la otra todos los gastos que
ha hecho la Inglaterra^en la fortificación de Que-
bec y otras ciudades, y de los cuales quisiera
sin duda que se le hiciera un reembolso. ¿Aman
VIII.
DE MONTREAL AL NIÁGARA.
El rio San Lorenzo. — LaChina. —Atracción de vida
la salvaje.
llamo la China.
Actualmente reside en él el gobernador de la
compañía comercial de la bahía del Hudson, que
también ha soñado y buscado el famoso paso
del norueste, y ha acabado por contentarse ha-
ciendo muy vulgares, pero buenos beneficios con
—205—
el comercio de peleterías. Desde este pun-
to espide á Londres las mercaderías que los
animosos bateleros trasportan con sus lije-
18
—206—
uno con esa fiera y varonil libertad de aquellos
cuyos cuerpos y almas no se han visto encade-
nados en la red de nuestras modas y de nuestras
prt-(»capaciones, parece que por una inclinación
por un instinto hereditario, se siente uno atraido
por la vida primitiva del hombre.
En las costumbres no'madas de los habitantes
Jamás te olvidaré.
el terrible mareo.
Después de varias paradas en diferentes em-
barcaderos, y de una estación de algunas horas
en la naciente aún, pero ya floreciente ciudad
comercial de Oswego, entramos por la noche en
el rio Genesée, el cual serpentea entre dos coli-
nas abundantes en abetos, y nos ofreció un es-^
Id
IX,
EN EL NIÁGARA.
No que he vis-
intentaré describiros el cuadro
to; en vano usara en plumas
el ensayo
de oro las
De un espacio de mas
Bufíalo á Albany, sobre
de cien leguas, puedo afirmar, sin exagerar, que
no he oído pronunciar una sola palabra. Pare-
cían los viajeros una población salida del peni-
tenciario, creyéndose sometida aún bajo el rudo
régimen de su impuesto silencio.
Hasta las mugeres, que en todas partes tie-
nen el don de animar el espíritu del hombre, de
sorprenderle en medio de sus mas graves re-
flexiones, y de llamar su atención, por rebelde
que sea, el grado á que se proponen lla-
según
marla, nasta las mugeres, repito, parece que es-
tán aquí paralizadas por el círculo que las do-
mina. Semejantes á los pájaros de los climas
tropicales,que antes de una tempestad sienten
debilitadas las fuerzas de sus alas por el calor
de que está impregnada la atmosfera, así su pen-
samiento sucumbe bajo la pesada atmo'sfera del
moral americano.
Este pueblo se envanece del respetolque tri-
buta á sus mugeres, y culpa en alto grado, res-
pecto á esto, las costumbres europeas. Es ver-
—238— .
21
—242—
cular y comer. Semejante pensamiento m&
repugna.
Hé aquí donde me arrastra la costumbre que
me habéis dejado tomar de hablar con vosotras
con ci corazón en la mano. Quería hablaros del
camino de BúíFalo y me arriesgo en el mas espi
noso de los railroads, en el de las atracciones de
lasmugeres.y los peligros del hogar doméstico.
Me apresuro á dejar este delicado punto, para
volver á entrar en el descanso de mi wagón,
donde solo debo temer la esplosion de una cal-
dera, ó el choque con otro tren.
Estos ferro-carriles son los testigos ambulan-
tes del genio esencialmente positivo y práctico
de los americanos, que reducen todas sus em-
presas al mas estricto cálculo de utilidad. No
vemos en ellos esos grandes trabajos artísticos
con que se honrap nuestros ingenieros, ni los
grandes edifacios que adornan nuestras estacio-
nes, ni esa multitud deempleados con su gorro
engalonado y casacas con bordados en el cuello,
ni esos encantadores carruajes en que el tapice-
rado mucho.
—251—
Bien pronto se supo que el gentilhombre ha-
bia sido perseguido en Boston como papista, y
aquel mismo dia Ana se escapó .dejando sobre
la mesa de su cuarto una cruz de oro, dos ves-
tidos de seda, y algunas monedas. Sin duda
dejó estos objetos para remunerar á los huéspe-
des por la hospitalidad que la hablan acordado.
nura, á que un
la dia habia maldecido, aquella
cuyo nombre habia jurado no pronunciar jamás.
y cuya, imagen le perseguía á pesar de los mu-
chos esfuerzos tiue hacia para olvidarla, vio bri-
llar en su corazón un rayo de esperanza. Díjose
2¡2
—254—
cel, [>ero son aun mucho mas negras las sombras
de la tristeza que devora mi corazón.
"Desde el dia en que llevándome mi corcel
fuera de los bosques de Woskworth, iba n cam-
biar denombre y á separarme de mi sangre, me
he parecido á un ser envilecido y condenado á
la destrucción.
*Desde el dia en que hechando todavía una
mirada hacia atrás, vi á la luz del crepúsculo di-
bujarse á lo una elevada torre, y en la
lejos
ventana una blanca mano que me daba su adiós,
*'soy semejante a aquel que en medio del de-
sierto descubre la verde isla del descanso; y que
en vano aspira á alcanzarla debajo de la celeste
XI.
NUEVA- YORK.
23
—266—
he podido hacer una suma bien hecha; yo que
ignoro hasta en sus primeros principios las cien-
cias mecánicas, yo que preñero, es preciso con-
fesarlo, el aire fresco de la mañana al resuello
hombre pesos.
vale tres mil ^
Por su desgracia,
parece que ha abusado demasiado de su elocuen-
cia y de sus juramentos. El jurado, después de
un serio examen de la cuestión, y de un vivo de-
bate, (warm contest) le condena á dar á la quere-
llante la suma de cien pesos. Después de esta
sentencia el amante vale cien pesos menos,
,
""^^#5^
'
tiobB'i'^lmü ésiossoní éoi^Boboi k fciif
v-*^^*l^
—
XII.
FILADELFIA,
deFiladelfia. |^*
^
tiO único que se sabé'tó/qiSe de sulíiñriílSW
oficio de grumete, Girard se' eíev¿ al dé patrón
de buque,- y que en calidad de tal llego á NueVj^
York, en el año de 1*775. Desde allí se retiró á
New- Jersey, y aprovechándose de las lecciones
\
cálculo que le ocupo durante toda su vida. A
i
sus mas cercanos parientes, no les dejo mas que
tnuy módicas sumas. "Yo mismo, decia
él, he
I
;
adquirido mi fortuna con mi trabajo; es preciso
!
que traten de seguir mi ejemplo." Legó cien
mil francos á cada una de dos sobrinas que te-
nia. Esas snmas debian colocarse en un iuffar
seguro» y capitalizarse hasta la mayor edad de
las legatarias. Dejó una gran parte de sus do-
minios á las dos ciudades de Nueva Orleans
y
de Filadelfia, con la condición de que sus tier-
ras se administiraran regularmente durante diez
anos después de su muerte, pasados los cuales
los magistrados estaban facultados para dispo-
ner de ellas. ,
xin.
WASHINGTON.
—
Fundación de la ciudad. -=-Su plan primitivo. Su aspecto. Lon- —
gitud y denonunacion de las calles, —
Estado de los negros.
Cuestión sobre — Sesiones del congreso. — Luchade
la esclavitud.
'
N(0 és Waishití^ton enteramenttí¿ Có^mO'dijo
con bastante rudeza T. Moore, un embrión de
capital, donde se ven plazas en medio de los
pantanos, y obeliscos en medio de los árboles:
27
^^^Ml
—314—
mano en nuestras luchas parlamentarias, esta
vez, digo, los locofocío se han unido con los de-
mócratas, y aun cuando sean éstos poco numero
sos, bastan los dos partidos para equilibrarse
con los wighs. Todas las mañanas, se dicen en
Washington: Hoy tendremos sin duda un spea-
ker, y cada noche la elección del speaker se deja
2S
—326—
ees ella, volviéndose hacia mí, me tendió la ma-
no, y níie dijo: ¿How do you do? Luego entró
una turba de visitadores, se acercó al pre-
sidente, que debib hacer un shake hands con ca
da uno de eltos, diciéndoles: ¿How do you do?
Este amable saludo se prolongaba hasta -lo infi-
nito, y mi amable compañera, creyendo sin du-
da que aquello debia empezar ya á cansarme,
me presentó á la hija del presidente, la cual me
dijo también: ¿Hotv do you do? Concluido esto,
empezamos á pasearnos por un salón con una
multitud de individuos, que se paseaban en si.
ne. — Pittsbourg.
y puesto que
debo esplicaros todas las ideas
que acorren mi imajinacion respecto de la Amé-
rica, voy á esplicarme otra vez.
Hace algunas semanas que una noche, en Ro-
chester, tuve el ;honor de conversar largamente
con un americano que habia vivido muy largo
tiempo en Francia. Os diré, entre paréntesis,
que los americanos que han visitado el continen-
te de Europa, están mucho mas domesticados
tas aspiraciones.
29
«—388—
ahora de Pittsbourg.
Actualmente nada queda aquí, ningún vestigio
de la primera obra que hizo en este lugar una
inquieta colonia, ni nada tampoco del fuerte Du-
quesne, ni del fuerte Pitt. En 1h orilla en que
estaba hace cien años la fortaleza, que era su
único edificio, se eleva hoy una de las ciudades
mas activas y florecientes de los Estados- Unidos-,
una ciudad que tiene á poca distancia suya, mi-
nas de carbón de piedra, este potente móvil de
la industria, que yo os prometo que no le dejan
X «oiisid ab
úihb aiií?q.
3 03 ÍB9Ífl30q 80Í
=
8310qBV
sifiJ^nonoM
í^mi oh Bonilísdíoí
EL OESTE.
30
—350—
tísplorado. Por el camino, vióse la caravana
emigrante atacada por los indios. El hijo ma-
yor de Daniel fué muerto, y junto con él queda-
rbn otros cinco en el campo de batalla. Roba
ronse los equipajes de los viajeros, y su ganado
fué dispersado. Solamente cuatro años después
logró Daniel, gracias á su constancia, realizar
sus planes de colonización. Para ponerse al
abrigo de los salvajes, elevo palizadas al rede-
dor de su morada, y construyó un fuerte. A ca-
da instante, se veia sin embargo amenazado, si-
tiado por los indios, y ¡ay! de aquellos de sus
compañeros que se atrevieran á aventurarse al
través de los campos; los unos eran hechos pri-
sioneros; los otros caian atravesados por las fle-
chas.- El mismo Daniel, á pesar de su esperien-
cia, dejándoise un dia arrastrar demasiado por su
amor á la caza, cayó en poder de una horda de
indios, que le llevó á sus lejanas habitacioneál'^^'-
.v.^^^^
PlCÍ^t'
—
Xfl.
EL OHIO Y EL MISSISSIPÍ
—
Divexsaa zonas agrícolas. Industria del algodón — Fábricas de
Lowell.
ffar doííde
se elevaba antiguamente el fuerte
31
—362—
ciotl pOf el Oeste, y á pesar de los muehísinuos
casos que que acabo
se presentan sennejantes al
de escribir, muy amenudo deben deplorarse al-
gunos de ellos.
El Mississipí es en todo su curso mucho mas
profundo que el Ohio, pero también inunda en la
primavera las llanuras, y en su im petuosa inva-
sión llévase mucha tierra que en
con los árboles
c«r colchones» -
^mñ^iiüU^m^iáii >{Ci^ <^*
i
"^B'ük'^'
MfX
Ik louisianA.
bus salvajes.
¿De (íónde venian esas diez y ocho tribus áal-'
vajes esparcidas por la Louisiana en el tiempo de *
que se embarcaban en un
ravillcsas odiseas, los
puerto de España» de Holanda* 4 de Francia, ^
—338—
con el recuerdo de las narraciones de Marco Po-
lo, o de Maundeville, diciéndose que tal vez iban
á llegar al imperio del gran Cathaz, o al encan-
tado reino de Ci pango. Actualmente nada hay
ya que descubrir. Por lejos que se vaya al tra-
vés del Océano, no se hace mas que seguir la lí-
nea trazada por otros navegantes. Ya no exis-
,
A
la cabera de ellos, ved á Cristo'ba 1 Colon,
—396—
En 1 685,, el ^
fie} Tonti,* al saber que Lassa|ie
regresaba á la Lpuisiana, atravesó los lagos en
unalancha de corteza, descendió el Mississipi
hasta su desemoocajdura, deseando volver á ver
a su amigo. No
encontrándole, y no sabiendo
dónae hallarle, entregó á unos indios una carta
p^ra^^él^ así como entregamos una targetade^ vi-
sita al, portero de una casa que visitamos, y re-,
gresd á Q,uebec por el mismo camino. ¡Mil le-
guas, iinduvo. para ir v otras tantas para volver.
¡Vaya una visita! . > , . ,
U
ffefes de sn colonia naciente á dos de sus her-
manos: Sauvolle y Bienville. Regreso seguido
de otro hertnano sayo, y volvió á j)artir de nue-
vo. Los ministros no se curaban mucho del rei-
no americaiuí que Lassalle liai)i reunido al >
plan general.
En todas partes han tenido las mugeres pie
dad de los proscritos. Una muger de Dalecar--
lia salvó á Gustavo Wasa de las persecuciones
de Cristian II. Una muger protegió' la huida
de Carlos Eduardo después de la batalla de
VVorcester (1). Una muger de la América del
Norte^ la joven y hermosa Pocahonta, arranco al
1^ Hjjtact<>n„dip jf§o^.s,ucesos,
Bienville hacia un
viiige^JF rancia. su A
regreso, vióse obligado á
alemanes.
incendio
"
Entonces se vieron á los infelices corriendo
^ala ventura en medio de los bosques, recha-
%liHkrios nervicios de aquellos que hablaban la
35
^J
—410—
lengua <!e sus verdugos, y descansando única-
m'énte l)áj() el wiijwaní de los indios, los cuales,
¿Ómpadecidos de tan grande infortunio, les lie
historia de la Louisiana.
XVIII.
íitJf.íUO.
NUEVA-ORLEANS.
^^í¿f?^ííV til
—
Lo que nos t|ueda en América. Libertad de los negros en Gua- \¡*
—
dalupe y en la Martinica. Fuerza de absorvencia del genio
americano. — La refrigeración del globo y la de América. —El
puerto de Nueva-Orleans — Admirable situación comercial.
esclavos. — La madre y de
el^;^ije.«r7^L«r flivision América por la
'"^
"
la esclavitud. -
—422—
yankee detras de las orejas, y presentarse tan
estirados como ellos con su- levita abrochada
hasta ía barba, desdeñando todas las reglas dé
ía civilización europea, y no hablapdo mas idio-
ma qne el de los negocios.
He ag^q'ijo ^cjiae nie temia yo encontrar en el
9^110. ^de, la población de Nueva-Orleans, y feliz-
mente me engañé. Desde los primeros dias de
mi llegada, me sentí admirado al ver la urbíini-
dadj viveza, y las costumbres' hospitalarias
la
"*'
Nueva-York, Boston y Baltimore llevan á
Si
•^ jo lejos su actividad, Nueva-Orleans es el mer
cado de América. Allí mandan los propietarios
el azúcar y el algodón, y allí va la Europa á bus-
carlos. En el año último, sus importaciones del
'i t''interior de los Estados-Unidos, representaron el
£»tado8-Unido3.
^
Mllf Jl
atomKí
jo*, maullo Tí
9ti noíiwiífi
> 03«í It
INBIOB
DE LAS
—448—
CAPITULO IV.— MoNTREAL.—La Francia en el Canadá.- -
—449—
lencio en los wagones. — Respeto á las mugeres. Ca?!a a.
— —
El dinero en toda ocasión. ^Lo que vale un hombre.
Catalina Johnson contra James Reynolds. —
El dia de accio-
Pittsbourg. 329
CAPITULO XV.— El Oeste.—Los bateleros canadianos) "
—450—
Monongahelay AHeghani.— El espléndido John Hancock
del
—Autoridad de los inspectores
de los vapores.— Peligros
de la navegación por los rios.— El Ohio— El Mississipí.—
imagen de la Antigua América.— Interior del vapor.— Se-
ñoras y gentlemán. — Carácter solemne de las orillas del
M ssissipí.— Diversas zonas agrícolas. — Industria del algo-
don —Fábricas de Lovvell 357
CAPITULO XVII. — La Louisiana. — Las tribus indígenas.—
Primera espedicion europea.— Hernández de Soto.— La
fuente de jouvence. — Esploracion funesta.— Muerte de So-
to.— Martirologio de los grandes viajeros.— Alvarado.—
Descubrimientos del Mississipí.— El padre Marquette.—
Roberto Lasalle.— Tonti, el de la mano de hierro.— Viaje
del rio San Lorenzo al golfo de México.— Primera colonia
francesa en la Louisiana — Asesinato de Lasalle. —Asesinato
de nuestros soldados. — Iberville. — Su hermano Bierville le
M315S80
U.C.BERKELEYLIBRARIES
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