Representaciones Del Suicidio en La Cultura Pop Japonesa
Representaciones Del Suicidio en La Cultura Pop Japonesa
Representaciones Del Suicidio en La Cultura Pop Japonesa
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Resumen
En la siguiente investigación, realizaremos un análisis del suicidio en Japón a
partir de diversas representaciones de esta temática presentes en la cultura
pop nipona, tales como el cine, la animación (anime) y la literatura
–comenzando desde fines de los años ochenta y extendiéndonos hasta la
actualidad–. Nuestra propuesta aboga por la comprensión de este fenómeno
desde una perspectiva sociocultural, ya que la forma en que la sociedad
japonesa lo concibe parece estar ligada con ideas y creencias de gran
profundidad que conforman su visión de mundo. Así, la cotidianidad con que
los autores trabajados retratan el suicidio al igual que la consciencia que
poseen sobre su existencia, nos parecen el reflejo de lo que llamaremos una
“cultura del suicidio”.
Abstract
In the following research, we will analyze suicide in Japan through the
representations found in Japanese pop culture, such as cinema, animation
(anime) and literature –starting in the late eighties and extending to the
present–. Our proposal advocates for an understanding of this phenomenon
from a sociocultural perspective, since the way in which Japanese society
conceives this topic seems to be linked to ideas and beliefs of great depth,
the same that structure its world view. Thus, the daily manner the studied
authors portray suicide, as well as the awareness they possess about its
existence, seems to us a reflection of what we will call a “suicide culture”.
Introducción
Japón se ha mantenido entre los países con las mayores tasas de suicidio del mundo
por años, contando con alrededor de 20.000 casos y una tasa de 16,0 por cada
100.000 habitantes en 2019.2 Dicha situación ha convertido a este fenómeno en un
tema-país que continúa preocupando a las autoridades locales en la actualidad, a
pesar de la tendencia al descenso que ha presentado en la última década.
Aunque las tasas de suicidio japonesas son altas, estas se encuentran por
debajo de las de otros países como Lituania o Corea del Sur3. No obstante, si
realizamos el ejercicio de hablar acerca del suicidio, es muy probable que tanto
aquellos que estamos más familiarizados con la cultura nipona, como aquellos que
no, asociemos este fenómeno con mayor facilidad a Japón antes que a cualquiera
de los países que le superan en términos estadísticos. Basta con evocar el seppuku
–más conocido en Occidente como harakiri–, forma de suicidio ritual practicada
por los samuráis; los ataques suicidas llevados a cabo por pilotos nipones durante
la Segunda Guerra Mundial (kamikaze); o, en el presente, la popularidad que
adquirieron Aokigahara, conocido como el “Bosque del suicidio”, o los suicidios
colectivos –muchas veces pactados por internet–. Siguiendo esta línea, creemos
que no se trata sólo de números, sino que es posible identificar una diferencia
significativa en la relación que tienen los japoneses con el suicidio y, por ende,
con la muerte. Relación que opera a un nivel más profundo, en tanto se coliga con
creencias, ideales, tradiciones y costumbres que son propios de la cultura japonesa
y que difieren manifiestamente de las concepciones acerca del suicidio a las que el
mundo Occidental está acostumbrado.
A partir del tratamiento que ha tenido esta temática dentro de la cultura pop
nipona –comenzando desde fines de los años ochenta y extendiéndonos hasta
la actualidad– realizaremos un análisis de diversas representaciones del suicidio
presentes en el cine, la animación japonesa (anime) y la literatura en las que creemos
posible identificar lo que entenderemos como una “cultura del suicidio”. Esta se
demuestra en la cercanía y cotidianidad con que diversos autores japoneses han
retratado la temática y se refleja en hechos como la publicación del libro Kanzen
Jisatsu Manyuaru (1993) (en español: Completo Manual del Suicidio), texto que
2 Esto según los datos entregados en el Libro Blanco sobre la prevención del suicidio de 2020, elaborado
por el Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar de Japón, citado en el artículo “El suicidio es la principal
causa de muerte entre los jóvenes en Japón”, publicado por el medio online nippon.com (Nippon.com,
2020a). Allí, además de la tasa de suicidios –que fue la más baja desde 1978, año en que se comenzaron
a recopilar estos datos–, exponen que el número de suicidios en 2019 disminuyó por décimo año
consecutivo hasta un mínimo histórico de 20.169. Sin embargo, el artículo también se refiere al alarmante
aumento en cerca de un 10%, de los suicidios entre niños y jóvenes; tema al que nos referiremos con
mayor detención más adelante. Finalmente, es importante mencionar que este 16,0 sigue encontrándose
muy por encima del promedio mundial que ronda el 10,0 y, además, mantiene a Japón con la tasa
más alta entre los países del G-7 acorde con la información entregada por la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Véase: OCDE (2020).
3 Según datos de la OCDE (2020), Lituania se ha mantenido desde los años 90 con la tasa de suicidios
más alta de entre los países presentes en la base de datos, sólo superados por Corea entre los años 2010
y 2011. Asimismo, otros países del sector, tales como Rusia, Hungría y Eslovenia también se mantuvieron
entre 1980 y 2015-2016 con tasas mayores que las japonesas. Finalmente, cabe destacar el caso ya
mencionado de Corea, que desde el año 2000 comenzó un aumento progresivo en sus tasas de suicidio,
que la llevaron a sobrepasar a Japón en el año 2002 y a continuar subiendo en la gráfica.
presenta un amplio listado de formas para quitarse la vida y que ha sido un éxito
de ventas en Japón, o en la fama que ha adquirido Aokigahara, el bosque antes
mencionado, cuya popularidad en Occidente ha aumentado de manera exponencial
desde que se diera a conocer su existencia a través de medios de comunicación
masiva, principalmente vía internet.4
4 En el año 2012, la revista independiente VICE publicó en su cuenta de YouTube un breve documental
(lanzado en vice.com el año 2011) titulado “Suicide Forest in Japan”, el cual les posicionó como uno
de los primeros medios que se refirieron a Aokigahara y a su fuerte asociación con el suicidio fuera de
Japón. Actualmente, cuenta con más de 18 millones de visitas (Vice, 2012).
5 Eguzki Urteaga (2009) logra sintetizar algunas de las características más importantes de esta corriente
intelectual surgida en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Para dicho autor, los estudios culturales
se presentan como un paradigma y planteamiento teórico coherente que considera la cultura en un
sentido amplio, pasando de una reflexión centrada en el vínculo cultura-nación a una visión de la cultura
de los grupos sociales. No obstante, el que continúen vigentes tendría que ver con su capacidad de ir
transformándose y trabajando temáticas que otras disciplinas han descuidado. De esa forma, el término
marca el rechazo de las separaciones disciplinares y las especializaciones; la voluntad de combinar las
contribuciones y los cuestionamientos provenientes de los saberes mestizados; además de la convicción
de que lo que está en juego en el mundo contemporáneo necesita ser cuestionado a partir del enfoque
cultural. (p. 2).
6 Se trata de una corriente historiográfica que toma como elemento central el concepto de cultura en su
más amplio significado. Entendiendo por cultura los diversos ámbitos en los que se desenvuelve el ser
humano e incluyendo las manifestaciones culturales de aquellos grupos que hasta ese momento habían
sido invisibilizados por la historia oficial. Véase: Burke, P. (2006)
Destacamos, por último, que los estudios culturales “han renovado el debate
en torno a las relaciones entre la cultura y la sociedad. Concediendo a los medios de
comunicación y a las vivencias de las clases populares una atención hasta entonces
reservada a la cultura de los letrados” (Urteaga, 2009, p. 1). Por consiguiente, el
concepto de cultura pop adquiere gran relevancia, especialmente en un país donde
la industria cultural ha alcanzado tal grado de desarrollo e influencia económica
como en Japón (Tanaka et al, 2011; Rozas, 2020). Lo que, además, la ha transformado
en una significativa plataforma de diplomacia y exportación de ideas a través del
soft power y el fenómeno del Cool Japan (Rozas, 2020).7
7 Para más información véase el capítulo “Entre la tradición y el cool Japan. El intercambio cultural entre
Japón y Latinoamérica desde la perspectiva del soft power y la cultura popular” (pp. 118-134) en Rozas
(2020).
Japón y el suicidio
La palabra japonesa para suicidio es jisatsu y, al igual que en otros idiomas, significa
“matarse a sí mismo”. A nivel académico, uno de los primeros autores en trabajar
esta temática de modo sistemático fue Émile Durkheim. El sociólogo francés definió
el suicidio como “todo caso de muerte que resulte, directa o indirectamente, de un
acto, positivo o negativo, realizado por la víctima misma, sabiendo ella que debía
producir este resultado” (1928, p. 5). Esta definición enfatiza en la voluntad de morir
del suicida, puesto que –si seguimos la línea argumental de Durkheim–, una acción
que lleva a la muerte propia sin estar acompañada de la voluntad de lograr dicho
resultado, no se podría considerar suicidio. El problema es que esto conduce a una
dificultad de la que el mismo autor está consciente, esta es, que no siempre es
posible conocer las intenciones de la persona fallecida, salvo, tal vez, en casos en
que el hecho es ostensible o en los que la víctima se encargó de dejar constancia
de ello.
Las cifras
Con respecto al caso nipón, creemos que basta con examinar los datos oficiales8
para afirmar que el suicidio es un problema con el que la sociedad japonesa ha
coexistido largamente. En este sentido, cabe señalar que, entre los países que
poseen las tasas más elevadas, las suyas se han mantenido relativamente constantes
durante gran parte del período estudiado, pudiendo hallar sólo algunos incrementos
de cierta consideración. Entre ellos, un aumento de casi cuatro puntos entre 1982
y 1983, en que pasó de 20,50 a 24,30 suicidios por cada cien mil habitantes; y,
posteriormente, un aumento de más de cinco puntos entre 1997 y 1998, en que las
tasas pasaron de los 18,0 a los 23,90 suicidios por cada cien mil habitantes, lo que
implicó que por primera vez se superaran los 30.000 suicidios anuales. Cifras que
continuaron subiendo hasta llegar a su peak de 27,0 en el año 2003.9
8 Respecto a este punto, nos hemos valido de la base de datos “Estados de salud” de la OCDE (2020),
que permite acceder a las tasas de suicidio por cada 100.000 habitantes de más de cuarenta países hasta
el año 2016. Esta información es de acceso público y se puede hallar en el siguiente enlace: <https://
data.oecd.org/healthstat/suicide-rates.htm>. A su vez, los datos entregados por la OCDE se basan en
las estadísticas de mortalidad realizadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) (2018), que
también se encuentran actualizadas sólo hasta el año 2016 y están disponibles en: <https://www.who.
int/data/gho/data/indicators/indicator-details/GHO/crude-suicide-rates-(per-100-000-population)>.
Finalmente, es necesario mencionar que Japón se encarga de elaborar sus propias estadísticas, que
se entregan a través de la Agencia Nacional de Policía o de informes realizados por el Ministerio de
Salud, Trabajo y Bienestar. Lamentablemente, los datos se encuentran en japonés, haciendo difícil el
acceso para quienes no manejan el idioma. No obstante, medios como nippon.com se han encargado
de traducirlos y difundirlos, lo que nos ha permitido acceder a algunos de ellos y contrastarlos con las
fuentes anteriores.
9 Aunque los datos de la OCDE (2020) indican que la tasa del año 2003 (que habría sido de 23,3) no
sería más alta que la de 1998, diversos medios especializados que utilizan como base los datos de la
Agencia Nacional de Policía de Japón (Nippon.com, 2020b; Wakatsuki y Griffiths, 2018) indican que el
año 2003 tuvo las cifras más altas desde 1978, con un total de 34.427 suicidios.
10 Se trató de un período de dificultad financiera que estalló en julio de 1997 en Tailandia y afectó a un
amplio sector de Asia. El cual terminó por expandirse al resto del mundo, en un fenómeno de contagio
financiero que la convirtió en la primera gran crisis de la era de la Globalización.
11 Para más información véase Solís (2010) y el capítulo “El resurgir de Japón desde el deporte:
Transformaciones económicas, sociales y relaciones internacionales en tiempos de Juegos Olímpicos y
mundiales de fútbol” (pp. 92-117) en Rozas (2020).
recordar que no podemos asumir que estos hechos sean la única explicación
posible para dichas variaciones, ya que hay múltiples factores que pueden influir en
las decisiones de un individuo o grupo.
Por lo demás, la preocupación del gobierno ante las altas tasas de suicidio llevó
a que en 1996 se aprobara la Ley Básica de Prevención del Suicidio y se declarara
la necesidad de tratar el suicidio como un problema que afecta a la sociedad en
su conjunto. Al año siguiente, se publicó la Guía de Políticas de Prevención del
Suicidio. De esa manera, el suicidio quedó claramente definido como un fenómeno
a abordar como problema social, dejándose atrás la tendencia dominante en Japón
hasta entonces considerar el suicidio como un problema individual (Takahashi,
2017). Posteriormente, en 2016, el gobierno japonés se planteó recortar la tasa de
suicidios en un treinta por ciento para 2026, poniendo particular énfasis en las
personas jóvenes. Parte del plan incluye contratar consejeros para cada escuela
primaria y secundaria del país y lanzar una línea de atención de 24 horas (Wakatsuki
y Griffiths, 2018).
El contexto
En general, el suicidio en el mundo Occidental ha sido investigado desde un enfoque
psicológico o psiquiátrico, disciplinas que suelen buscar en trastornos mentales
u otros padecimientos similares las explicaciones a las conductas suicidas. El
problema de este tipo de trabajos es que ofrecen una visión parcial, en tanto que
–en muchas ocasiones– no consideran la incidencia de otros factores, como los de
orden sociocultural, entre los que se cuentan las creencias, las tradiciones o los
ideales de quienes eligen quitarse la vida. Algo que, en el caso japonés, requiere de
nuestra especial atención debido a lo arraigado que parece estar el suicidio dentro
de su cultura.
Acorde con ello, no creemos posible afirmar que este fenómeno tenga un
carácter de tabú para los japoneses,12 situación que les diferencia de otras partes del
mundo, particularmente, de aquellos lugares donde la influencia del cristianismo, el
islam u otros credos, le han otorgado un valor negativo a este acto. Por el contrario,
en Japón no sólo existe una actitud de relativa tolerancia frente al suicidio, sino que,
además, este puede evocar antiguos valores –fundamentalmente ligados al honor–
que generan gran respeto y que han calado hondo en sus imaginarios. Puesto
que el suicidio no es visto como una negación del valor de la vida, sino como una
afirmación del valor del deber moral de uno hacia otros (giri). El sentido del deber
japonés es conducido puramente por el contexto social, no por Dios o por una
ley moral, y hace al acto suicida el resultado lógico de una compleja interacción
de factores sociales y tiene poco, en la mayoría de las circunstancias, que ver con
la enfermedad (Young, 2002, p. 413). Al respecto, Ruth Benedict declara que “la
acción agresiva máxima que el japonés de hoy realiza contra sí mismo es el suicidio.
De acuerdo con sus principios, el suicidio, debidamente llevado a cabo, limpiará su
nombre y perpetuará su memoria”. Pues, “el respeto que los japoneses le conceden
permite convertirlo en un acto honorable y útil. En ciertas situaciones es el medio
más digno de satisfacer el giri hacia el propio nombre” (2006, p. 124).
12 Entendiéndose tabú como algo considerado inaceptable o prohibido para una sociedad determinada.
Siguiendo esta línea, la ritualización del acto de quitarse la vida forma parte de
la tradición japonesa y su principal antecedente es el seppuku o harakiri13. Esta forma
de suicidio ritual era uno de los componentes del bushidō14 y consistía en cortarse
el abdomen con un arma cortopunzante (o desentrañamiento); acción a la que le
seguía, idealmente, la decapitación del individuo. Fue una práctica propia de los
samuráis, quienes lo utilizaban, en algunos casos como método para resguardar
su honor –al ser vencidos o capturados por el enemigo– y, en otros, como método
empleado por aquellos que eran condenados a la pena capital tras cometer algún
acto reprochable. También habría sido adoptada por el cuerpo de oficiales de las
fuerzas armadas. Esto demuestra lo planteado por Toyomasa Fusé, quien pone
énfasis en lo institucionalizado que estaba este procedimiento (1980, p. 57), lo cual
le daría una notable validez al acto en sí mismo.
Otro hecho que ha marcado el vínculo entre Japón y el suicidio fueron los
ataques suicidas cometidos por pilotos japoneses durante la Segunda Guerra
Mundial. Conocidos en Occidente como kamikaze (viento divino), su verdadero
nombre era Shinpū tokubetsu kōgeki tai, abreviado tokkōtai, que se traduciría al
español como Unidad Especial de Ataque Shinpū. Sus operaciones duraron hasta el
final de la guerra, incluso tras los ataques nucleares a Hiroshima y Nagasaki. El día
13 La palabra harakiri, de uso común en Occidente, es considerada una versión vulgarizada de la palabra
original y, por ello, se utiliza principalmente fuera de Japón.
14 Código ético seguido por los guerreros samurái, que fue influenciado por la filosofía Zen, el sintoísmo
y el confucianismo (Fusé, 1980, p.58; Rozas, 2020, p. 17).
Por otra parte, un asunto que debemos tomar en cuenta en cualquier estudio
sobre el suicidio son las concepciones acerca de la muerte presentes en la cultura
estudiada. En el caso japonés, las influencias que han marcado su manera de
comprenderla son diversas, pues:
La muerte y la ritualización de morir han sido construidas desde la
noción de comunidad, cuya cohesión depende del sustento religioso
proporcionado por el Shinto y el Budismo, sin olvidar también la
influencia confuciana. En una cosmovisión de la cual la familia es el
centro, la veneración a los ancestros se instituye como la expresión
religiosa de la comunidad y de los lazos de reciprocidad que le dan
unidad, siendo a la vez el medio a través del cual esta puede perpetuarse.
(Córdova 2012, p.68)
La literatura
Para empezar, nos referiremos al libro Tokio Blues. Norwegian Wood, escrito por
Haruki Murakami, publicado en el año 1987, puesto que se trata de una novela en
que el suicidio tiene gran importancia para el desarrollo de la trama. La historia
es relatada por su protagonista, Toru Watanabe, quien al inicio del relato ya es un
hombre de treinta y siete años. Pero, tras oír la canción Norwegian Wood de The
Beatles comenzará a evocar algunos vívidos recuerdos de juventud: sus amistades,
sus relaciones amorosas y la solitaria vida universitaria que llevó durante su estadía
en Tokio.
este fenómeno. El joven pasa de una visión de la muerte como algo separado y
contrapuesto a la vida, a una que le hace entenderla como parte de ella.
Otro suceso de gran relevancia para Toru será su vínculo con Naoko, quien
fue la novia de Kizuki y con la que mantendrá una relación amorosa más adelante.
Naoko es una joven que ha convivido con la muerte, situación que ha afectado
fuertemente su vida y que parece nunca superar por completo. Al abrirse con el
protagonista, llegará un momento en que decide referirse a su hermana, quien
también había cometido suicidio –al igual que su expareja– y, además, tal como ella
menciona, hubo varias semejanzas entre las muertes de ambos: ninguno dejó una
nota, los dos tenían diecisiete años en aquel instante y nada permitía suponer que
fueran a suicidarse. En la siguiente cita nos narra sus impresiones al respecto:
Después de que mi hermana muriera, leí muchos de los libros que ella
había dejado, pero era muy triste. Encontraba notas suyas escritas en
los márgenes, flores secas entre las páginas, cartas de su novio entre
las hojas de los libros. Lloré infinidad de veces al verlas. […] Era una
persona a la que le gustaba solucionar las cosas por sí misma. Nunca
pedía consejo ni ayuda a nadie. No era orgullosa. Siempre actuó de
la misma forma. Mis padres se habían acostumbrado y pensaban que
no pasaba nada si la dejaban en paz. Yo solía preguntarle cosas, y mi
hermana me aconsejaba, pero ella jamás le consultaba nada a nadie.
Todo lo solucionaba sola. (Murakami, 2014, p. 193)
Por su parte, el libro Kanzen Jisatsu Manyuaru (el recién mencionado Completo
manual del suicidio) fue escrito por Wataru Tsurumi y publicado en el año 1993. A
pesar de su naturaleza y la forma en que trabaja la temática del suicidio, fue un
total éxito de ventas en Japón, más allá de lo polémica y controversial que fue su
publicación. En él, se presentan en detalle diversas formas de quitarse la vida, entre
las que se incluyen métodos populares, tales como la sobredosis, el ahorcamiento,
la intoxicación por gases, al igual que otros menos convencionales. Estos métodos
son clasificados por el autor siguiendo una serie de criterios, que incluyen, por
ejemplo, el grado de dolor, la preparación necesaria para realizarlo o la repulsión
que pueda causar el cuerpo tras llevarlo a cabo.
Uno de los puntos que llama la atención es que, salvo algunos casos específicos,
no fue censurado ni prohibida su venta para menores de edad. Creemos que esto
nos demuestra que este tipo de publicaciones no son algo sorprendente y pueden
llegar a ser aceptables dentro de la sociedad japonesa. Pues, aunque incluso se ha
encontrado junto al cuerpo de diversos suicidas, el libro sigue siendo comercializado.
Su autor alega que su intención al publicar este texto no es promover el suicidio, sino
más bien, ayudar a quienes desean quitarse la vida a lograrlo de manera efectiva y
acorde a las expectativas que ellos posean. Tsurumi asocia este fenómeno con las
dificultades de vivir en la sociedad japonesa contemporánea. Puesto que, según su
parecer, se trata de una sociedad marcada por las presiones sociales, la competencia
y la falta de identidad, lo cual le produce gran desazón. Además, ha expresado
que no ve al suicidio como un acto negativo. Pedro Teixeira se refiere con mayor
profundidad a la visión que posee el autor al respecto, quien explica la manera en
que su generación llegó a tener una perspectiva hastiada de la vida, mencionando
una lista de los sucesos más importantes que vivió su generación (las protestas
estudiantiles japonesas durante los años 60 y 70, la escalada del conflicto con la
Rusia soviética, el alunizaje del Apolo, etc.) que lo engañaron a él y a sus compañeros
al creer que ellos tenían el mismo potencial que la generación de la Segunda Guerra
Mundial para producir un impacto significativo en el mundo. Sin embargo, el mundo
se mantuvo relativamente sin cambios –al menos en comparación con la guerra a
escala global que se había desatado décadas antes– a pesar de todas las promesas
anunciadas por estos eventos, aparentemente transformadores. Este período de
estabilidad sin precedentes fue un chequeo de la realidad para la generación de
Tsurumi: para ellos, sus esperanzas de hacer una diferencia, independientemente de
si era buena o mala, eran totalmente idealistas (Teixeira, 2014, p.15).
El cine
Por otra parte, Jisatsu Sākuru, más conocida por sus títulos en inglés como Suicide
Club o Suicide Circle, se ha transformado en una película de culto15 tanto dentro
como fuera de Japón. Fue dirigida por Sion Sono y estrenada en el año 2001. Una
de las escenas más conocidas y controversiales se encuentra al comienzo del filme.
Allí nos presentan a un grupo de más de cincuenta colegialas, que alegremente
cuentan hasta tres para luego lanzarse a las vías del tren y ser arrolladas por la
máquina en movimiento. Este episodio será el punto de partida de una cadena de
suicidios a lo largo de todo el país, que los detectives Kuroda, Shibusawa y Murata
deberán investigar.16
Niño: Yo no lo hice.
Niño: Adiós.
Por otro lado, Mitsuko es una estudiante de secundaria que intenta encontrar
una explicación para el suicidio de su novio, Masa. Lo que la llevará a hallar el famoso
club de los suicidas tras una visita a la habitación de aquel. Luego de decodificar un
mensaje subliminal y ser contactada por un niño, la invitarán a un lugar específico,
en donde, posiblemente, podrá descubrir las respuestas que busca. Aquí se produce
otra de las intervenciones más interesantes del filme. Se trata del momento en que
Mitsuko entra en el club y es interpelada por un niño, que se encuentra rodeado por
un grupo mayor de infantes:
enfrentaba al término de una larga bonanza económica. Era el “fin del sueño”. El
duro golpe que recibió la economía japonesa durante los 90’s generó un particular
descontento en la generación juvenil de la época, que se verá reflejado en diversas
producciones audiovisuales. Así como Suicide Club cuestiona la alienación que
el exceso de trabajo o el uso abusivo de la tecnología generan en las relaciones
interpersonales, en el mismo periodo se estrenaban otras películas que hacían
eco de ese sentir. De ese modo, nos encontraremos con una obra como Batoru
rowaiaru (2000) (en inglés Battle royale) de Kinji Fukasaku, que nos presenta a
una sociedad que obliga a un grupo de jóvenes a participar en un juego a muerte
en donde el último que queda en pie es el ganador. La brutalidad de esta premisa
sería un reflejo de la ansiedad y la gran competitividad que existía entre los jóvenes
en aquel momento. Sentimientos que eran fomentados por las altas exigencias
que la sociedad les imponía. Así, durante el transcurso de la cinta veremos que
varios estudiantes elegirán el suicidio, lo que, más allá de la situación extrema en
que la ficción los pone, no parece muy lejano de la realidad japonesa, en donde la
constante presión social parece ser uno de los grandes detonantes de esta decisión.
El anime
Mōsō Dairinin, más conocida como Paranoia Agent (2004), es el nombre de la única
serie de televisión realizada por el aclamado director japonés fallecido en 2010,
Satoshi Kon –la mente detrás de películas como Perfect Blue o Paprika–. En este
anime, que cuenta con un total de trece capítulos, Kon representa con maestría
una serie de problemáticas propias de la sociedad de su época. Entre ellas incluye,
además del suicidio, los trastornos psiquiátricos como, por ejemplo, la influencia de
los traumas de infancia en la vida de las personas o las dificultades de coexistir con
el trastorno de identidad disociativo; el acoso sexual; la corrupción; entre otros. La
trama gira en torno al denominado chico del bate, un joven en patines que aparece
durante las noches y golpea a sus víctimas con su bate dorado.
Sin embargo, a medida que avanza la trama nos daremos cuenta de que el
ataque del chico del bate era, más bien, la personificación de los miedos de los
personajes. Por eso, tras ser atacados por él logran liberarse de los problemas que
les aquejaban. Este personaje era, originalmente, producto de la imaginación de
Sagi Tsukiko, quien lo inventó en su infancia para lidiar con la culpabilidad que
sentía debido a la muerte accidental de su cachorro, Maromi; momento en que
decidió sindicarlo como culpable del hecho. Satoshi Kon, con su mirada crítica,
nos demuestra cómo podemos crear realidad a través de la creencia colectiva en
la veracidad de un relato, lo que nos permite comprender el poder que posee el
lenguaje como creador de realidades. Pero, también nos advierte del peligro de la
palabra cuando es mal utilizada. En la serie es la paranoia –que se expande a través
del boca a boca, los chismes y los noticiarios– la que nos lleva a creer en el chico
del bate, aunque este en realidad no exista.
una reunión para llevar a cabo un suicidio grupal. El cual, según la clasificación de
Chikako Ozawa-De Silva (2010), sería lo que conocemos como un pacto suicida.
Todo parece normal hasta el momento en que Zebra y Abeja notan que la
tercera interesada es sólo una niña de primaria. Es allí donde comienza una extraña
aventura que los mueve hacia su objetivo: quitarse la vida, pero con Zebra y Abeja
poniendo todo el esfuerzo de su parte por excluir a la pequeña Gaviota de sus
planes. En ese contexto, el autor exhibe una serie de métodos de suicidio comunes,
tales como la intoxicación por sobredosis de pastillas, la inhalación de monóxido
de carbono, el lanzarse a las vías de un tren en movimiento o colgarse de una
cuerda en un bosque.17 Todos estos intentos parecen no tener resultado para los
protagonistas, lo que los mantiene intentándolo una y otra vez. Sin embargo, al final
del capítulo, podemos confirmar que los tres ya estaban muertos –probablemente
desde su primer intento de suicidio– algo que Kon nos iba dando a entender a
través de pequeños detalles. Nosotros, como espectadores, lo corroboraremos en
una de las últimas escenas, en donde aparecerán como espíritus en una fotografía
casual tomada por un grupo de jóvenes turistas.
Ozawa-De Silva (2010) realiza un análisis sobre esta serie y propone una
interesante lectura, en particular con respecto a la ironía con que se representa
el suicidio en la serie, pues ninguno de los personajes es representado como
mentalmente perturbado (en el sentido de tener algún tipo de depresión severa
o psicosis); más bien son representados como gente común que se involucra en
actividades fuera de lo común. Aunque nunca se da una razón clara para su deseo
de morir, algunas señales indican que todos están sufriendo de una severa soledad.
La pequeña niña, Kamome, está constantemente aterrorizada de que los otros
dos la dejen atrás, e insiste en seguirlos a todas partes, obteniendo claramente
gran comodidad con su compañía. Zebra usa un relicario en forma de corazón que
contiene una fotografía de él con otro hombre, presumiblemente un ex-amante.
Fuyubachi es representado como un anciano solitario con una condición médica.
Su carácter ordinario está matizado por el hecho de que parecen no tener nada
por lo que vivir, y por lo tanto ven la muerte como una dichosa liberación, ¿pero
una liberación hacia qué? Su alegre jugueteo al final del episodio es también
extremadamente irónico, ya que nada ha cambiado en su condición en absoluto
(estuvieron deambulando sin vida durante la mayor parte del episodio) excepto
que ahora parecen sentir que, habiendo muerto, son libres. Como fantasmas ellos
no pueden ser vistos, sugiriendo que su sentimiento de liberación se debe a la
libertad con respecto a la sociedad, los roles y expectativas sociales, la evaluación
y la mirada molesta de los demás (p. 401-402).
17 Es interesante subrayar que todas estas formas de suicidio “comunes”, son también las que Wataru
Tsurumi lista como tales en su Completo Manual del Suicidio. Lo cual demostraría, según nuestro parecer,
la presencia de un imaginario japonés acerca del suicidio representado con maestría en este capítulo de
la serie creada por Satoshi Kon.
Así, a pesar de dedicar sólo un episodio a esta temática, podemos notar que
Satoshi Kon abarca una serie de aspectos que caracterizan –de forma bastante
completa– el imaginario en torno al suicidio presente en la sociedad japonesa
contemporánea.
Otro punto que destaca Teixeira es que todo lo relacionado con la historia
está imbuido de la tradición japonesa: la estética y la ropa que usa el Sensei
están fuertemente inspiradas en las del período Taishō de Japón; hay un sinfín de
ejemplos de imágenes japonesas como los cerezos en flor y frecuentes referencias
en la trama al folclore y la religión japonesas. El propio Sensei simboliza los ideales
tradicionales japoneses: sugiere a una de sus estudiantes que tuvo una discusión
con su novio que se suicide por amor; teme a los extranjeros por su franqueza;
y se enamora de una hikikomori de piel pálida y cabello largo (canon de belleza
tradicional japonés) por no salir nunca de casa y sugiere que hagan shinjū juntos. En
esencia, Sayonara Zetsubō Sensei también trata de contrastes. El tradicionalismo
de Sensei, yuxtapuesto con su entorno del siglo xxi es un ejemplo de esto, y es
especialmente revelador porque, al incorporar una figura tradicional japonesa en un
entorno contemporáneo, el manga destaca cuánto ha cambiado Japón a lo largo
de los años y, lo que es más importante, cuánto ha permanecido igual (Teixeira,
2014, p. 44).
18 Una OVA (que corresponde a las siglas de Original Video Animation) es una producción de animación
destinada para su consumo en video, a diferencia del anime tradicional que suele ser pensado para su
distribución y consumo en canales de televisión o cines.
Por otra parte, los dos capítulos dedicados a la novela Kokoro –que fue
publicada originalmente en 1914– se centran en una parte específica de la historia
escrita por Sōseki. En particular, en el momento en que Sensei invita a vivir con él
a su amigo K, un monje con una filosofía de vida muy distinta a la suya. El lugar
en donde vivía era una pensión manejada por una madre, que junto a su hija lo
habían recibido tiempo atrás. Mientras que Sensei siempre había demostrado
un interés amoroso por la joven, su amigo K también se enamorará de ella. Esto
genera diversos desencuentros entre los amigos que terminarán con el suicidio de
K, situación que dejará a Sensei conviviendo con una constante culpa. En el anime,
quizás imitando un giro similar al que se produce en la novela, se ve un cambio de
perspectiva en la narración. La historia se cuenta en el primer capítulo desde el
enfoque de Sensei, mientras que en el segundo se hace desde la visión de K.
perspectiva demasiado moderna, no siendo del tipo al que le atraen tales actos de
sacrificio. Al mismo tiempo, Sensei se resiente de la modernidad. Está demasiado
corrompido por ella para abrazar el pasado de su nación, pero también es incapaz
de identificarse con el futuro. Por esa razón, teme una existencia solitaria, similar
a la que vivió su amigo perdido por el suicidio. El suicidio de Sensei yuxtapone
efectivamente los vestigios de la tradición en el telón de fondo de la modernidad
y plantea la cuestión de qué significaron los cambios que sufrió el país para la
identidad japonesa. Kokoro es sólo una de las obras que presentan el suicidio como
un vehículo para explorar lo que significa ser “japonés” a principios del siglo xx. Si
bien sería inapropiado decir que la cultura nipona es una en la que se condona el
suicidio, no hay duda de que a lo largo de los años ha sido objeto de una fascinación
obsesiva por parte de la sociedad japonesa (Teixeira, 2014, p. 10-11).
Dentro del mundo del anime existen muchos otros ejemplos, siendo otro tópico
recurrente el intento de suicidio –y no la consumación de la muerte por parte del
suicida–. Un caso bastante actual es el representado en Koe no katachi, ya que tanto
en el manga de Yoshitoki Ōima (publicado entre 2013 y 2014) como en la película
(2016) dirigida por Naoko Yamada, encontraremos algunas referencias. Primero,
vemos a Shōya Ishida, uno de los protagonistas, planificando meticulosamente
su suicidio tras arrastrar un fuerte sentimiento de culpa debido al acoso que
cometía en contra de su compañera de primaria sorda, Shōko Nishimiya. Podríamos
interpretar esta decisión como una forma de responsabilizarse por sus actos, lo
que en Japón se conoce como inseki jisatsu; pero fracasará cuando su madre lo
nota. Luego, hallaremos un intento de suicidio mucho más gráfico en el caso de
Shōko, pues la joven había vivido acomplejada por su problema de audición y los
maltratos recibidos debido a su condición. Ella intentará lanzarse desde el balcón
de su hogar, sin embargo, logra ser salvada por Ishida –con el que se había vuelto a
encontrar y quien buscaba redimirse por el daño que le había hecho–.
de murallas, llamado Gile. Allí viven pacíficamente, hasta el momento en que llega
su “Día del vuelo”, momento en que desaparecen, sin que nadie sepa dónde irán.
Pedro Teixeira (2014) cita a Mio Bryce, quien sugiere en uno de sus artículos que
los Haibane representan a los adolescentes japoneses contemporáneos y su auto-
alienación, abnegación y el deseo reprimido de conexión con ellos mismos y los
otros. Es implícito que los Haibane son víctimas de suicidio (el anime comienza con
una joven cayendo del cielo antes de nacer en Gile) y el Día de Vuelo de los Haibane
llega una vez que ellos son capaces de recordar y aceptar su pasado (p. 54-55).
Los yūrei, tal como explican Hiroko Yoda y Matt Alt (2012), son almas de
personas muertas, incapaces –o no dispuestas– a salir de su “espiral mortal” por
diversos motivos (p. 7). Cabe destacar que estos espíritus no son exactamente lo
que en Occidente entendemos como fantasmas y para gran parte de los japoneses
son algo real, que ejerce influencia en el día a día (Davisson, 2015). Los yūrei habrían
sido seres humanos que sufrieron una muerte violenta, repentina, llena de culpa
o que cometieron suicidio. De hecho, se cree que todo quien se quita la vida se
convierte en yūrei.
20 Ante la dificultad de hallar textos académicos que tratasen sobre Aokigahara y su relación con el
suicidio, o al menos artículos que se refirieran a ello con mayor profundidad y seriedad, e intentando
alejarnos de la serie de artículos sensacionalistas sobre el tema que podemos hallar en internet, hemos
utilizado mayormente la información entregada en la página web http://www.aokigaharaforest.com.
resonancia psíquica que provocaría que otros murieran de la misma manera, que es
como se acumularían los denominados yūrei spots en todo Japón. Estos (también
llamados shinrei spot) son, esencialmente, lugares embrujados que fueron escenario
de asesinatos, suicidios o terribles accidentes. Se pueden encontrar a través de
todo Japón y los hay de diversos tipos (Davisson, 2015: cap. 10). No es extraño,
entonces, que uno de los más famosos sea Aokigahara.
Las cifras indican que no solo es el lugar en donde se han cometido el mayor
número de suicidios dentro de Japón, sino que, considerado a un nivel global, solo
es superado por el puente Golden Gate que está ubicado en San Francisco, Estados
Unidos. La cantidad de cadáveres encontrados al año es sumamente alta, lo que ha
hecho necesaria la creación de unidades especiales de patrullaje, cuya finalidad es
ayudar a quienes entran al bosque con el objetivo de suicidarse, o hallar los cuerpos
de quienes lograron su cometido.
Conclusiones
Como hemos podido ver, el suicidio no solo es un tema-país debido a las altas tasas
que presenta Japón, sino que también es un fenómeno de carácter sociocultural, con
el cual la sociedad nipona convive a diario y que está conectado con elementos de
gran profundidad que conforman la visión de mundo propia de la cultura japonesa.
Tal es el caso, por ejemplo, de sus creencias religiosas, tradiciones, costumbres o
ideales, teniendo especial relevancia para el caso del suicidio las concepciones que
poseen sobre la muerte. Allí, una idea que destaca es la de “morir como se quiere”,
es decir, en el momento y el lugar adecuado, la cual tendría su origen en el código
ético de los samuráis: el bushidō, el que más adelante se habría transformado en
parte de la moral nacional.
El suicidio es un problema que puede reunir diversas aristas, que van desde los
trastornos psiquiátricos, hasta los problemas económicos o de carácter social. Pero,
para los japoneses, lejos de ser considerado un acto negativo o de cobardía –como
suele suceder en Occidente– puede ser visto como una salida válida, como una
forma moralmente apropiada para terminar con el sufrimiento o la deshonra y como
una expiación por los errores cometidos. Esta visión quizás ha sido exacerbada
por la historia traumática de la nación y la inclinación colectivista. Algunos
trabajos examinados revelan ansiedades relacionadas con diferentes problemas
contemporáneos, incluida la dependencia excesiva de la tecnología a expensas de
la comunicación interpersonal; los sentimientos de soledad como resultado de un
aumento de las brechas generacionales y la disolución de la estructura familiar
tradicional; las consecuencias de la cultura de trabajo rígida y exigente de la nación;
y la percepción de falta de influencia o presencia en la sociedad. Esta desesperanza
se enmarca con mayor frecuencia en el contexto de la juventud japonesa, que puede
estar luchando para llegar a un acuerdo con una desconexión entre los valores
tradicionales de la nación y las realidades de un Japón del siglo xxi (Teixeira, 2014,
p. 81).
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