Para Los Padres
Para Los Padres
Para Los Padres
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rompecabezas, usar juguetes de construcción y construir modelos, como para la
adquisici9n de capacidades condicionadas a esta, como pueden ser el lenguaje,( en
especial los de la pronunciación), o el aprendizaje escolar
Algunos puntos de referencia en esta área son:
Sostener la cabeza sin apoyo y girarla a un lado y al otro: 2 meses
Sentarse solo: seis meses.
Pararse con agarre o sostén y mantenerse parado: siete meses.
Caminar solo: entre los once y los doce meses.
Lenguaje:
Capacidad superior que permite la comunicación mediante un sistema de códigos
preestablecidos. Estos códigos pueden ser verbales: articulados en sonidos que tienen
un significado y guardan un orden para un grupo humano determinado,(idioma) ; no
verbales mediante gestos, mímica o gráficos. La adquisición del lenguaje requiere de
la maduración psico-fisiológica del niño/niña y el entrenamiento de los adultos que lo
rodean.
El esquema mas general del desarrollo del lenguaje hablado pudiera sintetizarse de la
siguiente manera:
Primeras palabras con sentido: doce meses.
Construcción de frases: veinticuatro meses.
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Construcción de oraciones: treinta y seis meses.
A los cuatro años de edad son frecuentes los errores en la pronunciación de los
fonemas, pero el niño es capaz de hacerse comprender fácilmente por extraños. Entre los
6-7 años de edad ya se han adquirido la mayor parte de los fonemas, aunque pueden
persistir dificultades para ciertas combinaciones pero que no implican problemas para la
comunicación.
Diferido:
Cuando sin causa fisiológica o limitación física no se comunica mediante la palabra
después del tercer año de vida. Generalmente se observa en niños en los que no se
estimula el habla y la necesidad de su uso; los adultos se adelantan a los deseos y
necesidades del niño o no se propicia el que se comunique mediante la palabra.
Mutismo:
El niño no se comunica mediante la palabra sin causa fisiológica u orgánica, Es típico
que el niño hable en casa o con sus amigos íntimos pero permanezca mudo en la
escuela o ante extraños. Es frecuente el que se acompañe de conductas negativista y
desafiantes.
Coprolalia:
Uso de “malas palabras”, generalmente comienza con el dominio del lenguaje a los
tres años, bien sea por imitación al lenguaje de los adultos o por el “entrenamiento” a
que es sometido por los adultos.
Tartamudez o “gaguera”:
Se presenta una dificultad en el curso de la emisión de la palabra en la que se repite
una sílaba o se “absorbe” la palabra no continuando su conclusión.
Se presenta de manera fisiológica en los niños cuando están el proceso de apropiación
del lenguaje, (hasta los cinco años).
No se debe destacar la dificultad, permitiendo con paciencia que el niño concluya su
palabra o frase.
Después de los seis años si persiste, debe recibir ayuda de logopedia.
Dislalias:
Sustitución de letras por otras.
Puede presentarse por dificultades de tipo auditivo, exceso de velocidad o incorrecta
pronunciación en el lenguaje de los adultos cuando se dirigen al niño.
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Son muy comunes el cambio de c x t, r x l, etc.
Debe ser capaz de:
Comunicarse mediante la palabra de manera fluida y coherente.
Elaborar frases con una buena construcción gramatical.
Elaborar oraciones con una buena construcción gramatical.
Mirar a los ojos.
Socialización:
A los tres años aproximadamente:
Por estar en la etapa de desarrollo de reafirmación personal, alrededor de los tres años
se producen diferenciaciones evidentes del desarrollo, éstas se conocen en la
literatura psicológica como la crisis de los tres años y de manera popular como la edad
del NO y el PORQUÉ?. El niño comienza a presentar cambios fuertes en su conducta
social. Se torna negativista, o lo que es lo mismo, tiende como primera reacción a decir
NO a todo lo que el adulto le pide, hay una resistencia ante las ordenes y el adulto lo
percibe en muchas ocasiones como respuesta casi única ante cualquier solicitud que
no haya partido de él mismo. Estas respuestas de negación a todo lo orientado por el
adulto le permite establecer los límites de “lo posible y lo no posible”, el niño comienza
a apropiarse de las normas y los valores morales mediante los límites establecidos por
los adultos. La consecuencia que muestre el adulto – recordemos que el niño es
mucho más consecuente – en el establecimiento de límites y reglas que el niño debe
aprender, recordar y “retar”, permitirá irlo preparando por una parte para la vida social
fuera del núcleo familiar, y por la otra para la diferenciación entre el YO y el OTRO, sea
este “otro” un niño o un adulto.
La diferencia entre lo bueno y lo malo, lo que se puede y lo que no se puede, lo que no
se puede hacer ante nadie y lo que se puede hacer frente a algunos adultos le
permitirá por una parte diferenciarse y reafirmarse como sujeto independiente por
oposición al otro, comenzando a sustituir su nombre como si fuera referido por los
otros – hasta ese momento cuando se refería a sí mismo lo hacia hablando en tercera
persona, de la misma forma en que es nombrado por la familia, “ el niño quiere agua” –
por el YO, MÍO, YO SOLO. Este comienzo de reafirmación es posible por el desarrollo
de importantes procesos psicológicos: ya es capaz de comunicarse mediante la
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palabra, posee un vocabulario bastante extenso, construye oraciones por la inclusión
de verbos, lo que le da una mayor fluidez y coherencia al lenguaje y la posibilidad de
disminuir la inquietud e irritabilidad cuando no lo entienden. Todavía no se puede
hablar de una socialización en el niño, tiende a jugar solo aunque haya otros niños
junto a él y mediante la imitación al adulto comienza a “entrenarse” en el juego de
papeles, por lo que resulta de gran importancia que los posibles ”modelos” a imitar:
madre, padre, abuelos, y figuras con oficios o profesiones que le puedan resultar
interesantes, coincidan con la transmisión de valores morales bien definidos y
determinados, sin ambigüedades, conductas mentirosas o dobleces, ya que en esa
identidad también se va estableciendo la verdad, la mentira, y no conciben a un
“grande” mentiroso o que no le brinde la seguridad que ellos y ellas necesitan.
Los mayores de cinco años deben ser capaces de:
Participar en juegos de roles. En los mismos predominan las preferencias genéricas:
los niños suelen preferir el juego entre niños en los que predomina la acción y el
entrenamiento motor más fuerte y las niñas los juegos con niñas en juegos
genéricamente femeninos, a las casitas, muñecas. Las niñas más activas o que están
rodeadas de hermanos varones, pueden inclinarse hacia juegos preferidos por los
varones. Esto puede deberse al entrenamiento que han recibido o las características
temperamentales a veces incompatible con los papeles culturales socialmente
asignados a las mujeres.
Asimilar las reglas establecidas en los juegos, lo que les permite el intercambio
social y la aceptación futura de reglas más generales. También contribuye a que sean
mas tolerantes ante la frustración y la diversidad de caracteres que afrontaran en las
diferentes situaciones sociales.
Agresividad:
Aprender a autocontrolarse
El problema de la agresividad infantil es uno de los trastornos que más invalidan a padres y maestros junto con la
desobediencia. A menudo nos enfrentamos a niños agresivos, manipuladores o rebeldes pero no sabemos muy bien como
debemos actuar con ellos o cómo podemos incidir en su conducta para llegar a cambiarla. En este artículo intentaremos
definir los síntomas para una correcta evaluación de este trastorno caracterial y establecer diferentes modos de tratamiento.
Un buen pronóstico a tiempo mejora siempre una conducta anómala que habitualmente suele predecir otras patologías
psicológicas en la edad adulta. Un comportamiento excesivamente agresivo en la infancia si no se trata derivará
probablemente en fracaso escolar y en conducta antisocial en la adolescencia y edad adulto porque principalmente son niños
con dificultades para socializarse y adaptarse a su propio ambiente.
El comportamiento agresivo complica las relaciones sociales que va estableciendo a lo largo de su desarrollo y dificulta por
tanto su correcta integración en cualquier ambiente. El trabajo por tanto a seguir es la socialización de la conducta agresiva,
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es decir, corregir el comportamiento agresivo para que derive hacia un estilo de comportamiento asertivo.
Ciertas manifestaciones de agresividad son admisibles en una etapa de la vida por ejemplo es normal que un bebé se
comporte llorando o pataleando; sin embargo, estas conductas no se consideran adecuadas en etapas evolutivas posteriores.
¿Qué entendemos por "agresividad infantil"?
Hablamos de agresividad cuando provocamos daño a una persona u objeto. La conducta agresiva es intencionada y el daño
puede ser físico o psíquico.
En el caso de los niños la agresividad se presenta generalmente en forma directa ya sea en forma de acto violento físico
(patadas, empujones,...) como verbal (insultos, palabrotas,...). Pero también podemos encontrar agresividad indirecta o
desplazada, según la cual el niño agrede contra los objetos de la persona que ha sido el origen del conflicto, o agresividad
contenida según la cual el niño gesticula, grita o produce expresiones faciales de frustración.
Independientemente del tipo de conducta agresiva que manifieste un niño el denominador común es un estímulo que resulta
nocivo o aversivo frente al cual la víctima se quejará, escapará, evitará o bien se defenderá.
Los arrebatos de agresividad son un rasgo normal en la infancia pero algunos niños persisten en su conducta agresiva y en
su incapacidad para dominar su mal genio. Este tipo de niños hace que sus padres y maestros sufran siendo frecuentemente
niños frustrados que viven el rechazo de sus compañeros no pudiendo evitar su conducta.
Algunas teorías explican las causas del comportamiento agresivo
Las teorías del comportamiento agresivo se engloban en: Activas y Reactivas.
Las activas son aquellas que ponen el origen de la agresión en los impulsos internos, lo cual vendría a significar que la
agresividad es innata, que se nace o no con ella. Defensores de esta teoría: Psicoanalíticos y Etológicos.
Las reactivas ponen el origen de la agresión en el medio ambiente que rodea al individuo.
Dentro de éstas podemos hablar de las teorías del impulso que dicen que la frustración facilita la agresión, pero no es una
condición necesaria para ella, y la teoría del aprendizaje social que afirma que las conductas agresivas pueden aprenderse
por imitación u observación de la conducta de modelos agresivos.
Teoría del aprendizaje social
Para poder actuar sobre la agresividad necesitamos un modelo o teoría que seguir y éste, en nuestro caso, será la teoría del
aprendizaje social.
Habitualmente cuando un niño emite una conducta agresiva es porque reacciona ante un conflicto. Dicho conflicto puede
resultar de:
1. Problemas de relación social con otros niños o con los mayores, respecto de satisfacer los deseos del propio niño.
2. Problemas con los adultos surgidos por no querer cumplir las órdenes que éstos le imponen.
3. Problemas con adultos cuando éstos les castigan por haberse comportado inadecuadamente, o con otro niño cuando
éste le agrede.
Sea cual sea el conflicto, provoca en el niño cierto sentimiento de frustración u emoción negativa que le hará reaccionar. La
forma que tiene de reaccionar dependerá de su experiencia previa particular. El niño puede aprender a comportarse de forma
agresiva porque lo imita de los padres, otros adultos o compañeros. Es lo que se llama Modelamiento. Cuando los padres
castigan mediante violencia física o verbal se convierten para el niño en modelos de conductas agresivas. Cuando el niño
vive rodeado de modelos agresivos, va adquiriendo un repertorio conductual caracterizado por una cierta tendencia a
responder agresivamente a las situaciones conflictivas que puedan surgir con aquellos que le rodean. El proceso de
modelamiento a que está sometido el niño durante su etapa de aprendizaje no sólo le informa de modos de conductas
agresivos sino que también le informa de las consecuencias que dichas conductas agresivas tienen para los modelos. Si
dichas consecuencias son agradables porque se consigue lo que se quiere tienen una mayor probabilidad de que se vuelvan a
repetir en un futuro.
Por ejemplo, imaginemos que tenemos dos hijos, Luis y Miguel, de 6 y 4 años respectivamente. Luis está jugando con una
pelota tranquilamente hasta que irrumpe Miguel y empiezan a pelear o discutir por la pelota. Miguel grita y patalea porque
quiere jugar con esa pelota que tiene Luis. Nosotros nos acercamos y lamentándonos del pobre Miguel, increpamos a Luis
para que le deje la pelota a Miguel. Con ello hemos conseguido que Miguel aprenda a gritar y patalear cuando quiera
conseguir algo de su hermano. Es decir, hemos reforzado positivamente la conducta agresiva de Miguel, lo cual garantiza
que se repita la conducta en un futuro.
De acuerdo con este modelamiento la mayoría de los adultos estamos enseñando a los niños que la mejor forma de resolver una
situación conflictiva es gritándoles, porque nosotros les gritamos para decir que no griten. ¡Menuda contradicción! Y si nos fijamos
como esa solemos hacer muchas a diario.
Factores influyentes en la conducta agresiva
Como ya hemos dicho, uno de los factores que influyen en la emisión de la conducta agresiva es el factor sociocultural del
individuo. Uno de los elementos más importantes del ámbito sociocultural del niño es la familia. Dentro de la familia, además de los
modelos y refuerzos, son responsables de la conducta agresiva el tipo de disciplina a que se les someta. Se ha demostrado que tanto
un padre poco exigente como uno con actitudes hostiles que desaprueba constantemente al niño, fomentan el comportamiento
agresivo en los niños.
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Otro factor familiar influyente en la agresividad en los hijos es la incongruencia en el comportamiento de los padres. Incongruencia
se da cuando los padres desaprueban la agresión castigándola con su propia agresión física o amenazante hacia el niño. Asimismo se
da incongruencia cuando una misma conducta unas veces es castigada y otras ignorada, o bien, cuando el padre regaña al niño pero
la madre no lo hace.
Las relaciones deterioradas entre los propios padres provoca tensiones que pueden inducir al niño a comportarse de forma agresiva.
Dentro del factor sociocultural influirían tanto el tipo de barrio donde se viva como expresiones que fomenten la agresividad "no
seas un cobarde".
En el comportamiento agresivo también influyen los factores orgánicos que incluyen factores tipo hormonales, mecanismos
cerebrales, estados de mala nutrición, problemas de salud específicos.
Finalmente cabe mencionar también el déficit en habilidades sociales necesarias para afrontar aquellas situaciones que nos resultan
frustrantes. Parece que la ausencia de estrategias verbales para afrontar el estrés a menudo conduce a la agresión (Bandura, 1973).
¿Cómo evaluar si un niño es o no agresivo? Instrumentos de evaluación.
Ante una conducta agresiva emitida por un niño lo primero que haremos será identificar los antecedentes y los consecuentes de
dicho comportamiento. Los antecedentes nos dirán cómo el niño tolera la frustración, qué situaciones frustrantes soporta menos. Las
consecuencias nos dirán qué gana el niño con la conducta agresiva. Por ejemplo:
" Una niña en un parque quiere bajar por el tobogán pero otros niños se le cuelan deslizándose ellos antes. La niña se queja a sus
papás los cuales le dicen que les empuje para que no se cuelen. La niña lleva a cabo la conducta que sus padres han explicado y la
consecuencia es que ningún otro niño se le cuela y puede utilizar el tobogán tantas veces desee."
Pero sólo evaluando antecedentes y consecuentes no es suficiente para lograr una evaluación completa de la conducta agresiva que
emite un niño, debemos también evaluar si el niño posee las habilidades cognitivas y conductuales necesarias para responder a las
situaciones conflictivas que puedan presentársele. También es importante saber cómo interpreta el niño una situación, ya que un
mismo tipo de situación puede provocar un comportamiento u otro en función de la intención que el niño le adjudique. Evaluamos
así si el niño presenta deficiencias en el procesamiento de la información.
Para evaluar el comportamiento agresivo podemos utilizar técnicas directas como la observación natural o el autorregistro y técnicas
indirectas como entrevistas, cuestionarios o autoinformes. Una vez hemos determinado que el niño se comporta agresivamente es
importante identificar las situaciones en las que el comportamiento del niño es agresivo. Para todos los pasos que comporta una
correcta evaluación disponemos de múltiples instrumentos clínicos que deberán utilizarse correctamente por el experto para
determinar la posterior terapéutica a seguir.
¿Cómo podemos tratar la conducta agresiva del niño?
Cuando tratamos la conducta agresiva de un niño en psicoterapia es muy importante que haya una fuerte relación con todos los
adultos que forman el ambiente del niño porque debemos incidir en ese ambiente para cambiar la conducta. Evidentemente el
objetivo final es siempre reducir o eliminar la conducta agresiva en todas las situaciones que se produzca pero para lograrlo es
necesario que el niño aprenda otro tipo de conductas alternativas a la agresión. Con ello quiero explicar que el tratamiento tendrá
siempre dos objetivos a alcanzar, por un lado la eliminación de la conducta agresiva y por otro la potenciación junto con el
aprendizaje de la conducta asertiva o socialmente hábil. Son varios los procedimientos con que contamos para ambos objetivos. Cuál
o cuáles elegir para un niño concreto dependerá del resultado de la evaluación.
Vamos a ver algunas de las cosas que podemos hacer. En el caso de un niño que hemos evaluado se mantiene la conducta agresiva
por los reforzadores posteriores se trataría de suprimirlos, porque si sus conductas no se refuerzan terminará aprendiendo que sus
conductas agresivas ya no tienen éxito y dejará de hacerlas. Este método se llama extinción y puede combinarse con otros como por
ejemplo con el reforzamiento positivo de conductas adaptativas. Otro método es no hacer caso de la conducta agresiva pero hemos
de ir con cuidado porque sólo funcionará si la recompensa que el niño recibía y que mantiene la conducta agresiva era la atención
prestada. Además si la conducta agresiva acarrea consecuencias dolorosas para otras personas no actuaremos nunca con la
indiferencia. Tampoco si el niño puede suponer que con la indiferencia lo único que hacemos es aprobar sus actos agresivos.
Existen asimismo procedimientos de castigo como el Tiempo fuera o el coste de respuesta. En el primero, el niño es apartado de la
situación reforzante y se utiliza bastante en la situación clase. Los resultados han demostrado siempre una disminución en dicho
comportamiento. Los tiempos han de ser cortos y siempre dependiendo de la edad del niño. El máximo sería de 15 minutos para
niños de 12 años. El coste de respuesta consiste en retirar algún reforzador positivo contingentemente a la emisión de la conducta
agresiva. Puede consistir en pérdida de privilegios como no ver la televisión.
El castigo físico no es aconsejable en ninguno de los casos porque sus efectos son generalmente negativos: se imita la agresividad y
aumenta la ansiedad del niño.
Algunas consideraciones sobre el castigo en general
1. Debe utilizarse de manera racional y sistemática para hacer mejorar la conducta del niño. No debe depender de nuestro
estado de ánimo, sino de la conducta emitida.
2. Al aplicar el castigo no lo hagamos regañando o gritando, porque esto indica que nuestra actitud es vengativa y con
frecuencia refuerza las conductas inaceptables.
3. No debemos aceptar excusas o promesas por parte del niño.
4. Hay que dar al niño una advertencia o señal antes de que se le aplique el castigo.
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5. El tipo de castigo y el modo de presentarlo debe evitar el fomento de respuestas emocionales fuertes en el niño castigado.
6. Cuando el castigo consista en una negación debe hacerse desde el principio de forma firme y definitiva.
7. Hay que combinar el castigo con reforzamiento de conductas alternativas que ayudarán al niño a distinguir las conductas
aceptables ante una situación determinada.
8. No hay que esperar a que el niño emita toda la cadena de conductas agresivas para aplicar el castigo, debe hacerse al
principio.
9. Cuando el niño es mayor, conviene utilizar el castigo en el contexto de un contrato conductual, puesto que ello ayuda a que
desarrolle habilidades de autocontrol.
10. Es conveniente que la aplicación del castigo requiera poco tiempo, energía y molestias por parte del adulto que lo aplique.
¿Qué pueden hacer los padres y los profesores?
Una vez llegados a este apartado la mayoría de vosotros ya os habéis dado cuenta que la conducta agresiva de vuestro hijo es una
conducta aprendida y como tal puede modificarse. También la lectura anterior os ha servido para comprender que una conducta que
no se posee puede adquirirse mediante procesos de aprendizaje. Con lo cual el objetivo en casa o en la escuela también será doble:
desaprender la conducta inadecuada y adquirir la conducta adaptativa.
Si montamos un programa para cambiar la conducta agresiva que mantiene nuestro hijo hemos de tener en cuenta que los cambios
no van a darse de un día a otro, sino que necesitaremos mucha paciencia y perseverancia si queremos solucionar el problema desde
casa.
Una vez tenemos claro lo anterior, la modificación de la conducta agresiva pasará por varias fases que irán desde la definición clara
del problema hasta la evaluación de los resultados.
Vamos a analizar por separado cada una de las fases que deberemos seguir:
Definición de la conducta:
Hay que preguntarse en primer lugar qué es lo que nuestro hijo está haciendo exactamente. Si nuestra respuesta es confusa y vaga,
será imposible lograr un cambio. Con ello quiero decir que para que esta fase se resuelva correctamente es necesario que la respuesta
sea específica. Esas serán entonces nuestras conductas objetivo (por ejemplo, el niño patalea, da gritos cuando...).
Frecuencia de la conducta:
Confeccione una tabla en la que anotar a diario cuantas veces el niño emite la conducta que hemos denominado globalmente
agresiva. Hágalo durante una semana.
Definición funcional de la conducta:
Aquí se trata de anotar qué provocó la conducta para lo cual será necesario registrar los antecedentes y los consecuentes. Examine
también los datos específicos de los ataques. Por ejemplo, ¿en qué momentos son más frecuentes?
Procedimientos a utilizar para la modificación de la conducta:
Nos planteamos en la elección dos objetivos: debilitar la conducta agresiva y reforzar respuestas alternativas deseables (si esta
última no existe en el repertorio de conductas del niño, deberemos asimismo aplicar la enseñanza de habilidades sociales).
Ciertas condiciones proporcionan al niño señales de que su conducta agresiva puede tener consecuencias gratificantes. Por
ejemplo, si en el colegio a la hora del patio y no estando presente el profesor, el niño sabe que pegando a sus compañeros,
éstos le cederán el balón, habrá que poner a alguien que controle el juego hasta que ya no sea preciso.
Debemos reducir el contacto del niño con los modelos agresivos. Por el contrario, conviene suministrar al niño modelos de
conducta no agresiva. Muéstrele a su hijo otras vías para solucionar los conflictos: el razonamiento, el diálogo, el
establecimiento de unas normas. Si los niños ven que los adultos tratan de resolver los problemas de modo no agresivo, y
con ello se obtienen unas consecuencias agradables, podrán imitar esta forma de actuar. Para vosotros papás entrenar el
autocontrol con ayuda de la relajación.
Reduzca los estímulos que provocan la conducta. Enseñe al niño a permanecer en calma ante una provocación.
Recompense a su hijo cuando éste lleve a cabo un juego cooperativo y asertivo.
Existe una cosa denominada "Contrato de contingencias" que tiene como finalidad comprometer al niño en el proyecto de
modificación de conducta. Es un escrito entre padres e hijo en el que se indica qué conductas el niño deberá emitir ante las
próximas situaciones conflictivas y que percibirá por el adulto a cambio. Asimismo se indica qué coste tendrá la emisión de
la conducta agresiva. El contrato deberá negociarse con el niño y revisarlo cada X tiempo y debe estar bien a la vista del
niño. Tenemos que registrar a diario el nivel de comportamiento del niño (como hacíamos con la enuresis) porque la mera
señal del registro ya actúa como reforzador. Esto es adecuado para niños a partir de 9 años.
Ponga en práctica su plan:
Cuando ya ha determinado qué procedimiento utilizará, puede comenzar a ponerlo en funcionamiento. Debe continuar registrando la
frecuencia con que su hijo emite la conducta agresiva para así comprobar si el procedimiento utilizado está o no resultando efectivo.
No olvide informar de la estrategia escogida a todos aquellos adultos que formen parte del entorno del niño.
Mantenga una actitud positiva. Luche por lo que quiere conseguir, no se desmorone con facilidad. Por último, fíjese en los progresos
que va haciendo su hijo más que en los fallos que pueda tener. Al final se sentirán mejor tanto Vd. Como su hijo.
Evalúe los resultados del programa:
Junto con el tratamiento que usted ha decidido para eliminar la conducta agresiva de su hijo, usted ha planificado también reforzar
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las conductas alternativas de cooperación que simbolizan una adaptación al ambiente. Una vez transcurridas unas tres semanas
siguiendo el procedimiento, deberá proceder a su evaluación. Si no hemos obtenido ninguna mejora, por pequeña que sea, algo está
fallando, así es que deberemos volver a analizar todos los pasos previos. La hoja de registro nos ayudará para la evaluación de
resultados. Si hemos llegado al objetivo previsto, es decir, reducción de la conducta agresiva, no debemos dejar drásticamente el
programa que efectuamos, porque debemos preparar el terreno para que los resultados conseguidos se mantengan.
Para asegurarse de que el cambio se mantendrá, elimine progresivamente los reforzadores materiales. No olvide que los
procedimientos que usted como padre ha aprendido, los puede interiorizar para provocar en usted mismo un cambio de actitud.
Practique el entrenamiento en asertividad y será más feliz.
Gloria Marsellach Umbert - Psicólogo
Bibliografía consultada:
Isabel Serrano, "Agresividad Infantil", Ed. Pirámide
J. Vallejo y otros, "Introducción a la psicopatología y psiquiatría", Ed. Salvat
Arroyo M., "Prevención pedagógico social de la agresividad", Ed. Educadores
Bandura A., "Aggression: A social Learning Analysis", Ronald Press N.Y.
J.Mª Blanch, "Psicologias Sociales", Ed. Hora
Aprender a autocontrolarse
El problema de la agresividad infantil es uno de los trastornos que más invalidan a padres y maestros junto con la
desobediencia. A menudo nos enfrentamos a niños agresivos, manipuladores o rebeldes pero no sabemos muy bien
como debemos actuar con ellos o cómo podemos incidir en su conducta para llegar a cambiarla. En este artículo
intentaremos definir los síntomas para una correcta evaluación de este trastorno caracterial y establecer diferentes
modos de tratamiento.
Un buen pronóstico a tiempo mejora siempre una conducta anómala que habitualmente suele predecir otras
patologías psicológicas en la edad adulta. Un comportamiento excesivamente agresivo en la infancia si no se trata
derivará probablemente en fracaso escolar y en conducta antisocial en la adolescencia y edad adulto porque
principalmente son niños con dificultades para socializarse y adaptarse a su propio ambiente.
El comportamiento agresivo complica las relaciones sociales que va estableciendo a lo largo de su desarrollo y
dificulta por tanto su correcta integración en cualquier ambiente. El trabajo por tanto a seguir es la socialización de la
conducta agresiva, es decir, corregir el comportamiento agresivo para que derive hacia un estilo de comportamiento
asertivo.
Ciertas manifestaciones de agresividad son admisibles en una etapa de la vida por ejemplo es normal que un bebé se
comporte llorando o pataleando; sin embargo, estas conductas no se consideran adecuadas en etapas evolutivas
posteriores.
¿Qué entendemos por "agresividad infantil"?
Hablamos de agresividad cuando provocamos daño a una persona u objeto. La conducta agresiva es intencionada y el
daño puede ser físico o psíquico.
En el caso de los niños la agresividad se presenta generalmente en forma directa ya sea en forma de acto violento
físico (patadas, empujones,...) como verbal (insultos, palabrotas,...). Pero también podemos encontrar agresividad
indirecta o desplazada, según la cual el niño agrede contra los objetos de la persona que ha sido el origen del
conflicto, o agresividad contenida según la cual el niño gesticula, grita o produce expresiones faciales de frustración.
Independientemente del tipo de conducta agresiva que manifieste un niño el denominador común es un estímulo que
resulta nocivo o aversivo frente al cual la víctima se quejará, escapará, evitará o bien se defenderá.
Los arrebatos de agresividad son un rasgo normal en la infancia pero algunos niños persisten en su conducta agresiva
y en su incapacidad para dominar su mal genio. Este tipo de niños hace que sus padres y maestros sufran siendo
frecuentemente niños frustrados que viven el rechazo de sus compañeros no pudiendo evitar su conducta.
Algunas teorías explican las causas del comportamiento agresivo
Las teorías del comportamiento agresivo se engloban en: Activas y Reactivas.
Las activas son aquellas que ponen el origen de la agresión en los impulsos internos, lo cual vendría a significar que
la agresividad es innata, que se nace o no con ella. Defensores de esta teoría: Psicoanalíticos y Etológicos.
Las reactivas ponen el origen de la agresión en el medio ambiente que rodea al individuo. Dentro de éstas podemos
hablar de las teorías del impulso que dicen que la frustración facilita la agresión, pero no es una condición necesaria
para ella, y la teoría del aprendizaje social que afirma que las conductas agresivas pueden aprenderse por imitación u
observación de la conducta de modelos agresivos.
Teoría del aprendizaje social
Para poder actuar sobre la agresividad necesitamos un modelo o teoría que seguir y éste, en nuestro caso, será la teoría
del aprendizaje social.
Habitualmente cuando un niño emite una conducta agresiva es porque reacciona ante un conflicto. Dicho conflicto
puede resultar de:
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4. Problemas de relación social con otros niños o con los mayores, respecto de satisfacer los deseos del propio
niño.
5. Problemas con los adultos surgidos por no querer cumplir las órdenes que éstos le imponen.
6. Problemas con adultos cuando éstos les castigan por haberse comportado inadecuadamente, o con otro niño
cuando éste le agrede.
Sea cual sea el conflicto, provoca en el niño cierto sentimiento de frustración u emoción negativa que le hará
reaccionar. La forma que tiene de reaccionar dependerá de su experiencia previa particular. El niño puede aprender a
comportarse de forma agresiva porque lo imita de los padres, otros adultos o compañeros. Es lo que se llama
Modelamiento. Cuando los padres castigan mediante violencia física o verbal se convierten para el niño en modelos de
conductas agresivas. Cuando el niño vive rodeado de modelos agresivos, va adquiriendo un repertorio conductual
caracterizado por una cierta tendencia a responder agresivamente a las situaciones conflictivas que puedan surgir con
aquellos que le rodean. El proceso de modelamiento a que está sometido el niño durante su etapa de aprendizaje no
sólo le informa de modos de conductas agresivos sino que también le informa de las consecuencias que dichas
conductas agresivas tienen para los modelos. Si dichas consecuencias son agradables porque se consigue lo que se
quiere tienen una mayor probabilidad de que se vuelvan a repetir en un futuro.
Por ejemplo, imaginemos que tenemos dos hijos, Luis y Miguel, de 6 y 4 años respectivamente. Luis está jugando con
una pelota tranquilamente hasta que irrumpe Miguel y empiezan a pelear o discutir por la pelota. Miguel grita y patalea
porque quiere jugar con esa pelota que tiene Luis. Nosotros nos acercamos y lamentándonos del pobre Miguel,
increpamos a Luis para que le deje la pelota a Miguel. Con ello hemos conseguido que Miguel aprenda a gritar y
patalear cuando quiera conseguir algo de su hermano. Es decir, hemos reforzado positivamente la conducta agresiva de
Miguel, lo cual garantiza que se repita la conducta en un futuro.
De acuerdo con este modelamiento la mayoría de los adultos estamos enseñando a los niños que la mejor forma de resolver una
situación conflictiva es gritándoles, porque nosotros les gritamos para decir que no griten. ¡Menuda contradicción! Y si nos fijamos
como esa solemos hacer muchas a diario.
Factores influyentes en la conducta agresiva
Como ya hemos dicho, uno de los factores que influyen en la emisión de la conducta agresiva es el factor sociocultural del
individuo. Uno de los elementos más importantes del ámbito sociocultural del niño es la familia. Dentro de la familia, además de los
modelos y refuerzos, son responsables de la conducta agresiva el tipo de disciplina a que se les someta. Se ha demostrado que tanto
un padre poco exigente como uno con actitudes hostiles que desaprueba constantemente al niño, fomentan el comportamiento
agresivo en los niños.
Otro factor familiar influyente en la agresividad en los hijos es la incongruencia en el comportamiento de los padres. Incongruencia
se da cuando los padres desaprueban la agresión castigándola con su propia agresión física o amenazante hacia el niño. Asimismo se
da incongruencia cuando una misma conducta unas veces es castigada y otras ignorada, o bien, cuando el padre regaña al niño pero
la madre no lo hace.
Las relaciones deterioradas entre los propios padres provoca tensiones que pueden inducir al niño a comportarse de forma agresiva.
Dentro del factor sociocultural influirían tanto el tipo de barrio donde se viva como expresiones que fomenten la agresividad "no
seas un cobarde".
En el comportamiento agresivo también influyen los factores orgánicos que incluyen factores tipo hormonales, mecanismos
cerebrales, estados de mala nutrición, problemas de salud específicos.
Finalmente cabe mencionar también el déficit en habilidades sociales necesarias para afrontar aquellas situaciones que nos resultan
frustrantes. Parece que la ausencia de estrategias verbales para afrontar el estrés a menudo conduce a la agresión (Bandura, 1973).
¿Cómo evaluar si un niño es o no agresivo? Instrumentos de evaluación.
Ante una conducta agresiva emitida por un niño lo primero que haremos será identificar los antecedentes y los consecuentes de
dicho comportamiento. Los antecedentes nos dirán cómo el niño tolera la frustración, qué situaciones frustrantes soporta menos. Las
consecuencias nos dirán qué gana el niño con la conducta agresiva. Por ejemplo:
" Una niña en un parque quiere bajar por el tobogán pero otros niños se le cuelan deslizándose ellos antes. La niña se queja a sus
papás los cuales le dicen que les empuje para que no se cuelen. La niña lleva a cabo la conducta que sus padres han explicado y la
consecuencia es que ningún otro niño se le cuela y puede utilizar el tobogán tantas veces desee."
Pero sólo evaluando antecedentes y consecuentes no es suficiente para lograr una evaluación completa de la conducta agresiva que
emite un niño, debemos también evaluar si el niño posee las habilidades cognitivas y conductuales necesarias para responder a las
situaciones conflictivas que puedan presentársele. También es importante saber cómo interpreta el niño una situación, ya que un
mismo tipo de situación puede provocar un comportamiento u otro en función de la intención que el niño le adjudique. Evaluamos
así si el niño presenta deficiencias en el procesamiento de la información.
Para evaluar el comportamiento agresivo podemos utilizar técnicas directas como la observación natural o el autorregistro y técnicas
indirectas como entrevistas, cuestionarios o autoinformes. Una vez hemos determinado que el niño se comporta agresivamente es
importante identificar las situaciones en las que el comportamiento del niño es agresivo. Para todos los pasos que comporta una
correcta evaluación disponemos de múltiples instrumentos clínicos que deberán utilizarse correctamente por el experto para
11
determinar la posterior terapéutica a seguir.
¿Cómo podemos tratar la conducta agresiva del niño?
Cuando tratamos la conducta agresiva de un niño en psicoterapia es muy importante que haya una fuerte relación con todos los
adultos que forman el ambiente del niño porque debemos incidir en ese ambiente para cambiar la conducta. Evidentemente el
objetivo final es siempre reducir o eliminar la conducta agresiva en todas las situaciones que se produzca pero para lograrlo es
necesario que el niño aprenda otro tipo de conductas alternativas a la agresión. Con ello quiero explicar que el tratamiento tendrá
siempre dos objetivos a alcanzar, por un lado la eliminación de la conducta agresiva y por otro la potenciación junto con el
aprendizaje de la conducta asertiva o socialmente hábil. Son varios los procedimientos con que contamos para ambos objetivos. Cuál
o cuáles elegir para un niño concreto dependerá del resultado de la evaluación.
Vamos a ver algunas de las cosas que podemos hacer. En el caso de un niño que hemos evaluado se mantiene la conducta agresiva
por los reforzadores posteriores se trataría de suprimirlos, porque si sus conductas no se refuerzan terminará aprendiendo que sus
conductas agresivas ya no tienen éxito y dejará de hacerlas. Este método se llama extinción y puede combinarse con otros como por
ejemplo con el reforzamiento positivo de conductas adaptativas. Otro método es no hacer caso de la conducta agresiva pero hemos
de ir con cuidado porque sólo funcionará si la recompensa que el niño recibía y que mantiene la conducta agresiva era la atención
prestada. Además si la conducta agresiva acarrea consecuencias dolorosas para otras personas no actuaremos nunca con la
indiferencia. Tampoco si el niño puede suponer que con la indiferencia lo único que hacemos es aprobar sus actos agresivos.
Existen asimismo procedimientos de castigo como el Tiempo fuera o el coste de respuesta. En el primero, el niño es apartado de la
situación reforzante y se utiliza bastante en la situación clase. Los resultados han demostrado siempre una disminución en dicho
comportamiento. Los tiempos han de ser cortos y siempre dependiendo de la edad del niño. El máximo sería de 15 minutos para
niños de 12 años. El coste de respuesta consiste en retirar algún reforzador positivo contingentemente a la emisión de la conducta
agresiva. Puede consistir en pérdida de privilegios como no ver la televisión.
El castigo físico no es aconsejable en ninguno de los casos porque sus efectos son generalmente negativos: se imita la agresividad y
aumenta la ansiedad del niño.
Algunas consideraciones sobre el castigo en general
11. Debe utilizarse de manera racional y sistemática para hacer mejorar la conducta del niño. No debe depender de nuestro
estado de ánimo, sino de la conducta emitida.
12. Al aplicar el castigo no lo hagamos regañando o gritando, porque esto indica que nuestra actitud es vengativa y con
frecuencia refuerza las conductas inaceptables.
13. No debemos aceptar excusas o promesas por parte del niño.
14. Hay que dar al niño una advertencia o señal antes de que se le aplique el castigo.
15. El tipo de castigo y el modo de presentarlo debe evitar el fomento de respuestas emocionales fuertes en el niño castigado.
16. Cuando el castigo consista en una negación debe hacerse desde el principio de forma firme y definitiva.
17. Hay que combinar el castigo con reforzamiento de conductas alternativas que ayudarán al niño a distinguir las conductas
aceptables ante una situación determinada.
18. No hay que esperar a que el niño emita toda la cadena de conductas agresivas para aplicar el castigo, debe hacerse al
principio.
19. Cuando el niño es mayor, conviene utilizar el castigo en el contexto de un contrato conductual, puesto que ello ayuda a que
desarrolle habilidades de autocontrol.
20. Es conveniente que la aplicación del castigo requiera poco tiempo, energía y molestias por parte del adulto que lo aplique.
¿Qué pueden hacer los padres y los profesores?
Una vez llegados a este apartado la mayoría de vosotros ya os habéis dado cuenta que la conducta agresiva de vuestro hijo es una
conducta aprendida y como tal puede modificarse. También la lectura anterior os ha servido para comprender que una conducta que
no se posee puede adquirirse mediante procesos de aprendizaje. Con lo cual el objetivo en casa o en la escuela también será doble:
desaprender la conducta inadecuada y adquirir la conducta adaptativa.
Si montamos un programa para cambiar la conducta agresiva que mantiene nuestro hijo hemos de tener en cuenta que los cambios
no van a darse de un día a otro, sino que necesitaremos mucha paciencia y perseverancia si queremos solucionar el problema desde
casa.
Una vez tenemos claro lo anterior, la modificación de la conducta agresiva pasará por varias fases que irán desde la definición clara
del problema hasta la evaluación de los resultados.
Vamos a analizar por separado cada una de las fases que deberemos seguir:
Definición de la conducta:
Hay que preguntarse en primer lugar qué es lo que nuestro hijo está haciendo exactamente. Si nuestra respuesta es confusa y vaga,
será imposible lograr un cambio. Con ello quiero decir que para que esta fase se resuelva correctamente es necesario que la respuesta
sea específica. Esas serán entonces nuestras conductas objetivo (por ejemplo, el niño patalea, da gritos cuando...).
Frecuencia de la conducta:
Confeccione una tabla en la que anotar a diario cuantas veces el niño emite la conducta que hemos denominado globalmente
agresiva. Hágalo durante una semana.
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Definición funcional de la conducta:
Aquí se trata de anotar qué provocó la conducta para lo cual será necesario registrar los antecedentes y los consecuentes. Examine
también los datos específicos de los ataques. Por ejemplo, ¿en qué momentos son más frecuentes?
Procedimientos a utilizar para la modificación de la conducta:
Nos planteamos en la elección dos objetivos: debilitar la conducta agresiva y reforzar respuestas alternativas deseables (si esta
última no existe en el repertorio de conductas del niño, deberemos asimismo aplicar la enseñanza de habilidades sociales).
Ciertas condiciones proporcionan al niño señales de que su conducta agresiva puede tener consecuencias gratificantes. Por
ejemplo, si en el colegio a la hora del patio y no estando presente el profesor, el niño sabe que pegando a sus compañeros,
éstos le cederán el balón, habrá que poner a alguien que controle el juego hasta que ya no sea preciso.
Debemos reducir el contacto del niño con los modelos agresivos. Por el contrario, conviene suministrar al niño modelos de
conducta no agresiva. Muéstrele a su hijo otras vías para solucionar los conflictos: el razonamiento, el diálogo, el
establecimiento de unas normas. Si los niños ven que los adultos tratan de resolver los problemas de modo no agresivo, y
con ello se obtienen unas consecuencias agradables, podrán imitar esta forma de actuar. Para vosotros papás entrenar el
autocontrol con ayuda de la relajación.
Reduzca los estímulos que provocan la conducta. Enseñe al niño a permanecer en calma ante una provocación.
Recompense a su hijo cuando éste lleve a cabo un juego cooperativo y asertivo.
Existe una cosa denominada "Contrato de contingencias" que tiene como finalidad comprometer al niño en el proyecto de
modificación de conducta. Es un escrito entre padres e hijo en el que se indica qué conductas el niño deberá emitir ante las
próximas situaciones conflictivas y que percibirá por el adulto a cambio. Asimismo se indica qué coste tendrá la emisión de
la conducta agresiva. El contrato deberá negociarse con el niño y revisarlo cada X tiempo y debe estar bien a la vista del
niño. Tenemos que registrar a diario el nivel de comportamiento del niño (como hacíamos con la enuresis) porque la mera
señal del registro ya actúa como reforzador. Esto es adecuado para niños a partir de 9 años.
Ponga en práctica su plan:
Cuando ya ha determinado qué procedimiento utilizará, puede comenzar a ponerlo en funcionamiento. Debe continuar registrando la
frecuencia con que su hijo emite la conducta agresiva para así comprobar si el procedimiento utilizado está o no resultando efectivo.
No olvide informar de la estrategia escogida a todos aquellos adultos que formen parte del entorno del niño.
Mantenga una actitud positiva. Luche por lo que quiere conseguir, no se desmorone con facilidad. Por último, fíjese en los progresos
que va haciendo su hijo más que en los fallos que pueda tener. Al final se sentirán mejor tanto Vd. Como su hijo.
Evalúe los resultados del programa:
Junto con el tratamiento que usted ha decidido para eliminar la conducta agresiva de su hijo, usted ha planificado también reforzar
las conductas alternativas de cooperación que simbolizan una adaptación al ambiente. Una vez transcurridas unas tres semanas
siguiendo el procedimiento, deberá proceder a su evaluación. Si no hemos obtenido ninguna mejora, por pequeña que sea, algo está
fallando, así es que deberemos volver a analizar todos los pasos previos. La hoja de registro nos ayudará para la evaluación de
resultados. Si hemos llegado al objetivo previsto, es decir, reducción de la conducta agresiva, no debemos dejar drásticamente el
programa que efectuamos, porque debemos preparar el terreno para que los resultados conseguidos se mantengan.
Para asegurarse de que el cambio se mantendrá, elimine progresivamente los reforzadores materiales. No olvide que los
procedimientos que usted como padre ha aprendido, los puede interiorizar para provocar en usted mismo un cambio de actitud.
Practique el entrenamiento en asertividad y será más feliz.
Gloria Marsellach Umbert - Psicólogo
Bibliografía consultada:
Isabel Serrano, "Agresividad Infantil", Ed. Pirámide
J. Vallejo y otros, "Introducción a la psicopatología y psiquiatría", Ed. Salvat
Arroyo M., "Prevención pedagógico social de la agresividad", Ed. Educadores
Bandura A., "Aggression: A social Learning Analysis", Ronald Press N.Y.
J.Mª Blanch, "Psicologias Sociales", Ed. Hora
Aislamiento:
Miedos:
INTRODUCCION
La ansiedad es una emoción que surge cuando la persona se siente en peligro, sea real o no la amenaza. Es una
respuesta normal y adaptativa ante amenazas reales o imaginarias más o menos difusas que prepara al Organismo
para reaccionar ante una situación de peligro. Los temores se convierten en la niñera del crío cuando éste
comienza a alejarse de la madre y empieza a explorar el mundo por sí solo. Los tres tipos de temores más
firmemente establecidos en la especie humana son:
7. El miedo a los animales, reminiscencia del temor evolutivo a los depredadores.
8. El miedo a los daños físicos, vestigio atávico del temor a los peligros que se pueden encontrar en la
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naturaleza.
9. El miedo a la separación, que actúa en consonancia con los anteriores y que permite retener a los niños
pequeños cerca de sus madres protegiéndolos del entorno peligroso.
Hay ocasiones en que las respuestas de ansiedad no desempeñan una función adaptativa, se disparan de forma
totalmente incontrolada y son causa de sufrimiento para los niños que las experimentan. Surgen, en estas
circunstancias, como un "miedo sin saber de qué". En el caso de los trastornos de ansiedad, las respuestas de temor
funcionan como un "dispositivo antirrobo defectuoso", que se activa y previene de un peligro inexistente.
EL MIEDO EN LA INFANCIA
Cuando la ansiedad remite a estímulos específicos, se habla propiamente de miedo. La mayoría de los niños
experimentan muchos temores leves, transitorios y asociados a una determinada edad que se superan
espontáneamente en el curso del desarrollo. El miedo constituye un primitivo sistema de alarma que ayuda al niño
a evitar situaciones potencialmente peligrosas. El miedo a la separación es la primera línea de defensa; si se
rompe ésta, entonces entran en acción los miedos a los animales y a los daños físicos. Desde esta perspectiva, los
miedos son respuestas instintivas y universales, sin aprendizaje previo, que tienen por objetivo proteger a los niños
de diferentes peligros. Los miedos innatos se pueden agrupar en cinco categorías generales:
21. Miedo a los estímulos intensos.
22. Miedo a los estímulos desconocidos, como por ejemplo, el temor a los extraños.
23. Miedo a la ausencia de estímulos, como por ejemplo, la oscuridad.
24. Miedo a estímulos que han sido potencialmente peligrosos para la especie humana en el transcurso del
tiempo, como la separación, las alturas, las serpientes u otros animales salvajes.
25. Miedo a las interacciones sociales con desconocidos.
MIEDOS EVOLUTIVOS NORMALES MÁS FRECUENTES EN LAS FASES DEL DESARROLLO
INFANTIL
El niño de 0 a 1 año suele responder con llanto a los estímulos intensos y desconocidos, así como cuando cree
encontrarse desamparado. En los niños de 2 a 4 años aparece el temor a los animales. En los niños de 4 a 6 años
surge el temor a la oscuridad, a las catástrofes y a los seres imaginarios (como brujas y fantasmas) así como el
contagio emocional del miedo experimentado por otras personas y la preocupación por la desaprobación social.
Entre los 6 y los 9 años pueden aparecer temores al daño físico o al ridículo por la ausencia de habilidades escolares
y deportivas. Los niños de 9 a 12 años pueden experimentar miedo a la posibilidad de catástrofes, incendios,
accidentes; temor a contraer enfermedades graves; y miedos más significativos emocionalmente, como el temor a
conflictos graves entre los padres, al mal rendimiento escolar, o, en ambientes de violencia familiar, el miedo a
palizas o broncas. Entre los adolescentes de 12 a 18 años tienden a surgir temores más relacionados con la
autoestima personal (capacidad intelectual, aspecto físico, temor al fracaso, etc.) y con las relaciones
interpersonales. Los miedos infantiles expuestos son muy frecuentes y pueden afectar hasta al 40-45% de los niños.
Son, por ello, normales, aparecen sin razones aparentes, están sujetos a un ciclo evolutivo y desaparecen con el
transcurso del tiempo, a excepción del miedo a los extraños que puede subsistir en la vida adulta en forma de
timidez.
LAS FOBIAS
Cuando los miedos infantiles dejan de ser transitorios hablamos de fobias. Las fobias son una forma especial de
miedo que responde a las siguientes características:
Ser desproporcionadas a la situación que desencadena la respuesta de miedo y/o estar relacionadas con estímulos
que no son objetivamente peligrosos.
No poder ser eliminadas racionalmente.
Estar más allá del control voluntario.
No ser específicas de una edad determinada.
Ser de larga duración.
Interferir considerablemente en la vida cotidiana del niño en función de las respuestas de evitación.
Las fobias infantiles suelen aparecer con más frecuencia entre los 4 y 8 años.
CLASIFICACION DE LOS TRASTORNOS DE ANSIEDAD EN LA INFANCIA
Los trastornos de ansiedad en la infancia pueden clasificarse en tres grandes apartados dentro de los cuales aparecen
otros tal como podemos ver en la siguiente lista:
1. TRASTORNOS FÓBICOS: Fobias específicas, Fobia escolar y Trastornos de evitación.
2. TRASTORNOS DE ANSIEDAD SIN EVITACIÓN FÓBICA: Ansiedad de separación y ansiedad excesiva.
3. OTROS TRASTORNOS DE ANSIEDAD: Trastorno obsesivo-compulsivo y trastorno mixto de ansiedad y depresión.
TRASTORNOS FÓBICOS
Las fobias específicas pueden interferir de una forma considerable en la vida cotidiana del niño. Su pronóstico es que
tienden a remitir espontáneamente con el paso del tiempo en períodos que oscilan entre 1 y 4 años. Algunos ejemplos son:
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la fobia a la oscuridad, la fobia a los perros o la fobia a los médicos. La fobia a la oscuridad puede producir una fuerte
ansiedad por la noche en el momento de ir a la cama, así como rabietas y negativas a dormir fuera de casa. La fobia a los
perros puede llevar al niño a utilizar caminos más largos o rodeos innecesarios para llegar a casa o al colegio. La fobia a
los médicos puede impedir los controles preventivos, así como dificultar la administración de tratamientos beneficiosos.
La fobia escolar se refiere al rechazo prolongado que un niño experimenta a acudir a la escuela por algún tipo de miedo
relacionado con la situación escolar. Es poco frecuente y tiende a darse entre 3-4 años o bien, 11-12 años. Afecta a un
mayor número de niños que de niñas. Su comienzo en niños pequeños es repentino mientras que en mayores y
adolescentes es más gradual, de carácter más intenso y grave y con peor pronóstico. Desde una perspectiva clínica, la fobia
a la escuela viene precedida o acompañada habitualmente de síntomas físicos de ansiedad (taquicardia, trastornos del
sueño, pérdida de apetito, palidez, naúseas, vómitos, dolor de cabeza) y de una anticipación cognitiva de consecuencias
negativas asociadas a la escuela así como de una relación muy dependiente con la madre y de la proliferación de temores
inespecíficos (a la oscuridad, a los ruidos). El resultado es la conducta de evitación. La fobia escolar está asociada a otros
trastornos clínicos, como la depresión y una baja autoestima. Algunos factores predisponentes de la fobia escolar son la
existencia de trastornos de ansiedad o de depresión entre los padres, factores relacionados con la escolaridad como el temor
a un profesor o sucesos vitales negativos como una enfermedad prolongada o la separación de los padres. En resumen, la
fobia escolar es un fenómeno complejo que puede denotar la existencia de una fobia específica (temor a ser herido en los
juegos de recreo), de una fobia social (temor a ser ridiculizado), de un trastorno obsesivo-compulsivo (temor a ser
ensuciado) o de una ansiedad de separación propiamente dicha.
El trastorno de evitación se caracteriza por la excesiva evitación del contacto con personas desconocidas durante un
período superior a 6 meses e interfiere en las relaciones sociales con los compañeros de juego o de colegio. Todo ello está
unido a un claro deseo de afecto y de aceptación de uno mismo ante los demás. Este trastorno sólo se diagnostica a partir
de 2,5 años puesto que a una edad más temprana puede tratarse simplemente del temor evolutivo normal a las personas
extrañas al niño. Estos niños suelen ser inseguros, tímidos, con poca confianza en sí mismos y poco asertivos. Como
consecuencia de este trastorno, los niños pueden tener dificultades para adquirir las habilidades sociales necesarias en el
proceso de adaptación a un ambiente que les resulta a estas edades enormemente cambiante. El aislamiento social y la
depresión pueden ser las consecuencias de este trastorno.
TRASTORNOS DE ANSIEDAD SIN EVITACIÓN FÓBICA
La ansiedad de separación es la ansiedad desproporcionada que experimenta un niño cuando se separa real o
supuestamente de sus seres queridos, especialmente de la madre. La ansiedad de separación constituye un sistema de
protección en los primeros meses y años de la vida del niño. La atenuación posterior de esta ansiedad, a medida que el niño
adquiere una mayor movilidad física, es suplida por la aparición de temores específicos, como el miedo a la oscuridad, a
las alturas o a los extraños, que reemplazan dicho mecanismo protector. Este trastorno incluye la presencia de miedos
irracionales (a estar solos, a irse a la cama con la luz apagada, etc.), de trastornos del sueño (pesadillas especialmente) y de
ansiedad global, así como la anticipación de consecuencias negativas, como la sensación de que algo malo va a ocurrir o la
certeza de que ya no va a volver a ver a los seres queridos. Los niños afectados por este trastorno cuentan con una edad
media de 9 años y se distribuyen entre ambos sexos, con cierto predominio de las niñas sobre los niños y de los niveles
socioeconómicos bajos. Si bien no suele prolongarse más allá de los 14-16 años, puede ser un predictor de la
agorafobia/trastorno de pánico o incluso de depresión en la vida adulta.
La ansiedad excesiva es un trastorno caracterizado por la presencia de ansiedad persistente y generalizada en situaciones
muy diversas, no limitadas a la separación de los seres queridos, y por la aparición de temores anticipatorios ante dichas
situaciones. La tensión y el perfeccionismo están siempre presentes en dicho trastorno. Los niños afectados por este
trastorno cuentan con una edad media de 13 años y se distribuyen por igual entre ambos sexos, con un cierto predominio
de los niveles socioeconómicos medios y altos. Este trastorno aparece con frecuencia en familias reducidas cuyos
miembros viven constantemente preocupados por la obtención de éxitos, con una dinámica de sobreexigencia que los niños
no son siempre capaces de asimilar. En cuanto al pronóstico, la ansiedad excesiva surge sin un comienzo claro y tiende a
cronificarse con el transcurso del tiempo, con un agravamiento adicional ante las situaciones de estrés y con la aparición de
síntomas diversos (tics, miedo a hablar en público).
OTROS TRASTORNOS DE ANSIEDAD
El trastorno obsesivo-compulsivo se compone de obsesiones (pensamientos ilógicos desagradables que surgen
reiteradamente y que sobrevienen contra la voluntad del sujeto) y de compulsiones (conductas repetitivas sin sentido en sí
mismas, pero que consiguen suprimir o reducir la ansiedad inducida por las obsesiones). Este cuadro clínico es más propio
de la vida adulta y resulta poco frecuente en la infancia. Las conductas rituales y las perseveraciones son un rasgo de
desarrollo normal entre los 7 y los 8 años. En unos casos tienen un carácter lúdico y en otros sirven para controlar la
ansiedad así como para facilitar la socialización. Entre los 7 y los 11 años pueden surgir rituales relacionados con el
coleccionismo. La edad de inicio se sitúa en torno a los 9,5 años en los niños y los 11 años en las niñas, con un desarrollo
habitualmente gradual y en sujetos con un cociente intelectual más bien alto. Este problema puede surgir con más
frecuencia en niños con un código moral rígido y que experimentan, por tanto, sentimientos de culpa con frecuencia.
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Los niños y adolescentes con trastornos depresivos suelen presentar síntomas de ansiedad, de ahí a llamar al trastorno
mixto de ansiedad y depresión.
ETIOLOGIA DE LOS TRASTORNOS DE ANSIEDAD EN LA INFANCIA
En el origen de los trastornos de ansiedad desempeñan un papel importante, por un lado, los acontecimientos estresantes
como el divorcio de los padres en los períodos críticos de la infancia y, por otro, el estilo educativo de los padres con los
hijos. En concreto, hay una estrecha relación entre la ansiedad materna, la sobreprotección de los hijos y las respuestas de
ansiedad por parte de éstos. El temperamento del niño desempeña asimismo un papel importante y refleja la predisposición
hereditaria general. Los niños ansiosos tienden a responsabilizarse excesivamente de los fracasos, experimentan
dificultades para generar alternativas de actuación y discriminar las que son efectivas de las que no lo son y por último,
suelen ser lentos en la toma de decisiones. La atención excesiva del niño a sus propias reacciones y a sus propios
pensamientos contribuye a desarrollar y mantener la ansiedad.
TRATAMIENTO DE LOS TRASTORNOS DE ANSIEDAD EN LA INFANCIA
Las técnicas terapéuticas más utilizadas son las mismas que las que se usan en el tratamiento de los adultos. Más que en
aspectos conceptuales, las diferencias radican en la adaptación del procedimiento a la edad y a las características del niño.
Las técnicas más frecuentes son las siguientes:
Técnicas de exposición
Relajación
Técnicas de modelado
Práctica reforzada
Escenificaciones emotivas
Técnicas cognitivas como la terapia racional emotiva
Tratamientos psicofarmacológicos
La exposición a los estímulos fóbicos puede hacerse en imaginación o en vivo y constituye el tratamiento psicológico más
eficaz para hacer frente a las conductas de evitación que aparecen en las fobias específicas. En niños menores de 11 años
se recomienda no utilizar la imaginación. También se recomienda esta técnica en los trastornos obsesivo-compulsivos
puesto que en los casos adultos tiene un gran éxito.
La relajación es un medio de aprender a reducir la ansiedad inespecífica y obtener control de la mente. Es una técnica
terapéutica útil en la ansiedad excesiva y la ansiedad de separación. El método más utilizado es la Relajación progresiva de
Jacobson consistente en tensar y relajar los principales grupos musculares del cuerpo al tiempo que el sujeto se concentra
en las sensaciones relacionadas con la tensión y relajación. A pesar de no ser adecuado por debajo de los 8 años, se ha
establecido un programa de adaptación para niños menores de estas edades.
Las técnicas de modelado están fundamentadas en el papel tan importante que desempeña en el aprendizaje, facilitación y
modificación de conductas, la observación en un modelo de comportamientos adecuados por parte de un observador.
La práctica reforzada está enfocada en la adquisición de conductas nuevas adaptativas más que en la eliminación de las
respuestas de ansiedad. La terapia tiende a hacer perder al estímulo su valor ansiógeno enseñando a la persona una nueva
conducta que le permita hacer frente a la situación lo más eficazmente posible. Está indicada en el tratamiento de la fobia
escolar y el trastorno de evitación.
Las escenificaciones emotivas son la combinación de la exposición en vivo, el modelado participante y la práctica
reforzada. Con esta aplicación conjunta se trata de potenciar los resultados terapéuticos que se pueden obtener con cada
uno de ellos por separado. Muy útil para tratar fobias específicas en niños muy pequeños.
Las preocupaciones de un niño pueden derivar del modo, no siempre correcto, en que percibe la realidad y de los recursos
que cree disponibles para afrontarla. Los pensamientos generados pueden guiar la conducta e incluso las emociones del
niño. Si están distorsionados, pueden dar lugar a pensamientos negativos muy a menudo presentes en los niños con
trastornos de ansiedad. De ahí la utilización de las técnicas cognitivas para su tratamiento puesto que con ellas podemos
conseguir modificar dichos pensamientos y sustituirlos por otros más adecuados o adaptativos. Su utilidad, sin embargo,
está limitada a los niños mayores.
Los psicofármacos son una ayuda complementaria al tratamiento psicológico y no deben utilizarse en niños menores de 6
años.
CONCLUSIONES
A pesar de no existir muchos estudios o bibliografía sobre los trastornos de ansiedad en la infancia en comparación con la
existente en los adultos, creemos que por lo invalidantes que pueden ser dichos trastornos y su posterior consecuencia en la
vida adulta, es necesario atender determinados signos de ansiedad visibles en nuestros hijos y tratarlos con ayuda de un
psicólogo infantil para reducirlos y así mejorar la calidad de vida de nuestros niños. Esta es una forma de conducirles hacia
una más satisfecha vida adulta.
Gloria Marsellach Umbert - Psicólogo
Bibliografía consultada:
16
Enrique Echeburúa, "Trastornos de ansiedad en la infancia", Ed. Pirámide
Melanie Klein, "El psicoanálisis de niños!. Ed. Paidos
J. Dunn. "Inquietud y bienestar infantil", Ed. Morata
Formación de hábitos:
Higiénicos:
Control voluntario del esfínter vesical diurno y nocturno:
A partir de los 5 años, ( tres de acuerdo a algunos autores), el niño debe resolver por si
mismo la eliminación de la orina, acudiendo al lugar pertinente al efecto. La emisión
involuntaria de la orina en las ropas, se puede presentar en dos variantes que pueden
combinarse entre sí:
el orinarse durante el día.
el orinarse durante la noche.
Cuando se produce durante el día puede estar asociado a:
Retraso mental.
Deseo de no abandonar el juego o interrumpir una actividad determinada.
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Timidez o temor a pedir permiso a los adultos.
Actitudes regresivas por celos hacia hermanos, familiares o figuras cercanas que
sienten como “competencia” por el afecto de las figuras parentales y/o vinculares.
Tratar de llamar la atención de los adultos.
Conductas de agresión indirectas.
Mal establecimiento de hábitos de sueño-vigilia-alimentarios.
sobreansiedad por situaciones de tensión emocional mantenida.
En el caso de orinarse en la cama por la noche, si bien las causas pueden ser las
mismas, al no estar despierto el sujeto, implican menor profundidad en la causa.
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Se trata de la ingestión de sustancias no aptas para la alimentación, como pueden ser
la goma de borrar, goma de pegar, tierra , cal de las paredes, entre otros.
Es frecuente su presencia en:
Niños con retraso mental u otro trastorno severo de la conducta.
Niños tristes, con insuficiente atención por parte de los adultos.
Sueño Vigilia:
Síntomas relacionados con la formación de hábitos sueño-vigilia, de acuerdo a su edad
cronológica, potencialidad psico-fisiológica, en un contexto determinado.
Sueño tranquilo:
Somniloquio :
El hablar dormido no debe constituir motivo de preocupación para los padres.
Muchos niños "conversan", se ríen, o gritan de acuerdo a las acciones realizadas
durante el día. No se considera un síntoma de alteración.
Sonambulismo :
En el sonambulismo el niño ejecuta un sueño, así al otro día recuerda el episodio
como si lo hubiera ejecutado, pero recuerda la acción. Por esta razón no se le debe
sobresaltar o despertar, sino evitar los posibles peligros y conducirlo nuevamente y
con cuidado a su cama. No se considera un síntoma de alteración.
Pesadillas:
El niño vivencia un sueño de contenido atemorizante o desagradable. Se despierta
sobresaltado, puede llorar y negarse a dormir nuevamente por temor a que
aparezca nuevamente. Pueden presentarse en forma aislada asociadas a días
agitados en que se rompe la rutina cotidiana, u oír o ver cuentos o películas de
contenido terrorífico. Si persisten, la causa está asociada a trastornos de tipo
emocional.
Terrores nocturnos:
El niño vivencia como real un sueño de contenido terrorífico. Se levanta llorando,
gritando, o corriendo. Puede observarse sudoración, palidez o palpitaciones y no
puede ser consolado mediante la palabra. También puede "confundir a sus
familiares con el contenido que le produce terror, pero como mismo comienza
termina yendo a dormir como si nada pasara. Al otro día no recuerda lo sucedido.
Si persisten, la causa está asociada a trastornos de tipo emocional.
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Sexualidad:
En estas edades los niños y las niñas comienzan a descubrir que hay diferencias en su
cuerpo y que esas diferencias tienen como consecuencia que algunas necesidades
fisiológicas se “resuelven” de manera diferente, determinando cualidades de identidad
genérica diferente. En ese momento la identidad genérica es en relación con las
conductual y externa, no de las funciones sexuales. Se visten, juegan, e incluso las
manifestaciones y vínculos afectivos dependen y se forman de manera diferente. Las
niñas pueden manifestar con mayor libertad sus emociones se les permite llorar sin que
esto se valore como una característica negativa y puede mostrar sus afectos mediante
besos a figuras de ambos sexos siempre “que los hombres sean de la familia”. Los
varones sin embargo no deben llorar, ya que se considera genéricamente femenino y
por lo tanto fuera de las normas que deben ser aprendidas desde muy temprano “por
los hombres”. A Los niños en general se tiende a reprimir más sus emociones,
interpretadas como debilidades no propias del “sexo que porta”, mientras que
comienzan a entrenarlo con relación a ser más agresivo, audaz, y activo con relación a
las mujeres. El niño aun no tiene impulso sexual y se le enseña frases y gestos que
repiten, pero que no se corresponden con un impulso, pues no hay madurez sexual, se
les exige por encima de sus propias necesidades del momento del desarrollo. Los
varones sin embargo no deben llorar, ya que se considera genéricamente femenino y
por lo tanto fuera de las normas que deben ser aprendidas desde muy temprano “por
los hombres”. A Los niños en general se les tiende a reprimir más sus emociones,
interpretadas como debilidades no propias del “sexo que porta”, mientras que
comienzan a entrenarlo con relación a ser más agresivo, audaz, y activo con las
mujeres.
El niño aun no tiene impulso sexual y se le enseñan frases y gestos que repiten, pero
que no se corresponden con éstos, pues no hay madurez sexual, se les exige por
encima de sus propias necesidades del momento del desarrollo. Así mismo, es
frecuente que se destaquen cualidades externas atribuidas a la virilidad o potencia
sexual, aunque no sabe ni siquiera de que se trata de lo que hablan los adultos. De
esta manera se resalta el tamaño del pene, y la “precocidad” en aprender gestos,
maneras o “señas”, relacionadas con el futuro papel de “hombre”. ( )
Juegos sexuales:
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Heterosexuales u homosexuales.
Manipulación de los genitales:
Masturbación:
Validismo:
Capacidad de valerse por sí mismo, grado de madurez, independencia y resolución,
alcanzado por el sujeto para su edad cronológica y la cultura en que se desarrolla.
A partir de los tres años debe:
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