Antipoda 28 Humanos y Fauna en Interacci
Antipoda 28 Humanos y Fauna en Interacci
Antipoda 28 Humanos y Fauna en Interacci
ANTIPODA
REVISTA DE ANTROPOLOGÍA Y ARQUEOLOGÍA
A n t i p o d . R e v. A n t r o p o l . A r q u e o l .
N o . 2 8 , M AYO - A G O S T O 2 0 17
H U M A N O S Y F A U N A E N I N T E R A C C I Ó N . M I R A D A S D E S D E L AT I N O A M É R I C A
I S S N ( V . I m p r e s a ) 1 9 0 0 - 5 4 0 7 , I S S N ( V . D i g i t a l ) 2 0 11 - 4 2 7 3
ht tp://antipoda .uniandes.edu.co
E QU I P O E DI TOR IA L
Directora Editor
Margarita Serje Santiago Martínez Medina
Editores invitados Gestora Editorial
Elizabeth Ramos Roca Margarita Sierra Hurtado
Eduardo Corona-M. Asesor contenido visual
Fabio Flores Granados Xavier Andrade Andrade
C ON SE JO E DI TOR IA L
Consuelo de Vengoechea Rodríguez, Dra. Cris Shore, Ph.D.
Universidad Nacional de Colombia The University of Auckland, Nueva Zelanda
mcder@unal.edu.co c.shor@auckland.ac.nz
Universidad de los Andes | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de
mayo de 1964. Reconocimiento personería jurídica: Resolución 28 del 23 de febrero de 1949 Minjusticia
ANTIPODA
Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología es una publicación cuatrimestral
(enero-abril, mayo-agosto y septiembre-diciembre) que circula al inicio de cada pe-
riodo señalado, creada en 2005 y financiada por la Facultad de Ciencias Sociales de
la Universidad de los Andes (Colombia). Su objetivo es contribuir tanto al avance y
difusión del conocimiento antropológico y arqueológico, como al análisis crítico de
temas socioculturales, metodológicos y teóricos, relevantes para los diversos sub-
campos de la disciplina y de otras áreas afines de las ciencias sociales y humanas.
Antípoda conforma un foro abierto, crítico y plural en donde se publican artículos y
trabajos inéditos en español, inglés y portugués.
Antípoda tiene un interés especial en difundir las experiencias y los resultados
de trabajos antropológicos y de investigación social de las antropologías del mundo,
especialmente latinoamericanas.
A partir del nombre de Antípoda como una metáfora de la alteridad, la Revista
presenta diversas visiones. Las secciones se organizan a partir de las siguientes ale-
gorías espaciales:
• Meridianos: esta sección señala la orientación del número. Aquí se publican
artículos resultados de investigaciones relacionadas con un tema central.
• Paralelos: tienen lugar en esta sección artículos relacionados con el tema central
del número desde diversos enfoques y perspectivas teóricas y metodológicas.
• Panorámicas: sección abierta que recoge escritos con temas relevantes para la
disciplina.
• Reseñas: presenta contenidos sobre publicaciones de interés para la revista y sus
lectores.
• Documentos: contiene escritos y entrevistas en antropología y arqueología, así
como una presentación de la propuesta visual que acompaña el número.
Cuando un número de Antípoda contiene en su totalidad artículos de tema libre, su
estructura cambia. En ese caso se conservan las secciones Panorámicas, Reseñas y
Documentos.
Palabras clave: Antropología social y cultural, Etnografía, Arqueología, Antropolo-
gía Biológica, Lingüística, Etno-historia, Cultura.
Antípoda es una publicación de acceso abierto. La Revista declara que, todos los ar-
tículos que se reciben son sometidos a la herramienta de detección de plagio; los conte-
nidos que se publican en la versión digital son de libre acceso y se pueden descargar en
formato PDF, HTML y en versión e-book; los autores deben manifestar que el texto es de
su autoría, inédito, y que respetan los derechos de propiedad intelectual de terceros; y los
evaluadores, señalar en el formato de evaluación que no tienen conflicto de interés con
los autores y temas sobre los que van a conceptuar.
ANTÍPODA - REVISTA DE ANTROPOLOGÍA Y ARQUEOLOGÍA pertenece a los siguien-
tes índices, sistemas de indexación, catálogos, bases bibliográficas y repositorios:
MERIDIANOS
Narrativas etnográficas sobre ballenas y balleneros en las costas de Chile | 35-55
Daniel Quiroz – Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Chile
Gastón Carreño – Centro de Estudios de Antropología Visual, Chile
¿Animales como psicopompos en las sepulturas del Sitio Arqueológico Justino?
(Canindé de São Francisco — Sub-región de Xingó — Sergipe, Brasil) | 57-73
Albérico Nogueira de Queiroz, Carlos Eduardo Cardoso, Olivia Alexandre de Carvalho –
Universidade Federal de Sergipe, Brasil
Comunión e interexistencia. El Spondylus spp. en la Costa Norte del Perú durante el
Intermedio Tardío (800-1450 d.C) | 77-97
Antonio Jaramillo Arango – Universidad Nacional Autónoma de México
El espacio y los recursos: el análisis arqueofaunístico mediante SIG en los distintos
ambientes de la provincia de Santa Fe (Argentina) | 99-125
Julieta Sartori – Universidad Nacional del Litoral, CONICET, Argentina
Fernando Santiago – Centro Austral de Investigaciones Científicas, CONICET, Argentina
María Belén Colasurdo – Universidad Nacional de Rosario, CONICET, Argentina
PARALELOS
Iconografías y representaciones del jaguar en Colombia: de la permanencia simbólica a
la conservación biológica | 131-152
Cristina Gómez Garcia-Reyes – Panthera, Unidad de Parques Nacionales Naturales de Colombia
Esteban Payán Garrido – Panthera, Colombia
“Yo soy jaguar”. Una lectura cruzada entre la filosofía y la antropología sobre los
enunciados con contenido animal en las comunidades Inga y Kamëntsa | 153-170
Jennifer Andrea Rivera Zambrano – Universidad Externado de Colombia
PANORÁMICAS
Emoción y nuevas espiritualidades. Por una perspectiva relacional y situada de los
afectos | 175-191
Nicolás Viotti – FLACSO, CONICET, Argentina
“Invertir en vida”: decisiones económicas y diferencias generacionales en torno a la
vivienda en jóvenes de la ciudad de Buenos Aires, Argentina | 193-212
Magdalena Felice – Universidad de Buenos Aires, CONICET, Argentina
D O CUMENTOS
Entre caballos y elefantes. Una conversación sobre documentar, intervenir
y fotografiar | 218-221
Juanita Escobar y Santiago Escobar-Jaramillo – Fotógrafos e investigadores independientes, Colombia
A N T I P O D A C O N T E N T S
EDITORIAL
Editorial note | 8-10
The Importance of Varied, Complementary and Comparative Approaches to the
Investigation of the Interactions between Humans and Fauna in Latin America | 13-29
Elizabeth Ramos Roca – Universidad de los Andes, Colombia
Eduardo Corona-M – INAH Delegación Morelos, México
MERIDIANS
Ethnographical Narratives about Whales and Whaling off the Coast of Chile | 35-55
Daniel Quiroz – Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Chile
Gastón Carreño – Centro de Estudios de Antropología Visual, Chile
Animals as Psychopomps in the Tombs of the Justino Archaeological Site?
(Canindé de São Francisco — Sub-region of Xingó — Sergipe, Brazil) | 57-73
Albérico Nogueira de Queiroz, Carlos Eduardo Cardoso, Olivia Alexandre de Carvalho –
Universidade Federal de Sergipe, Brazil
Communion and Inter-Existence: the Spondylus spp. on the Northern Coast of Peru
during the Late Intermediate Period (800-1450 A.D.) | 77-97
Antonio Jaramillo Arango – Universidad Nacional Autónoma de México
The Space and its Resources: An Archaeo-faunistical Analysis, using GIS, of Several
Environments in Santa Fe Province (Argentina) | 99-125
Julieta Sartori – Universidad Nacional del Litoral, CONICET, Argentina
Fernando Santiago – Centro Austral de Investigaciones Científicas, CONICET, Argentina
María Belén Colasurdo – Universidad Nacional de Rosario, CONICET, Argentina
PARALLELS
Iconographies and Representations of the Jaguar in Colombia: from Symbolic
Permanence to Biological Conservation | 131-152
Cristina Gómez Garcia-Reyes – Panthera, Unidad de Parques Nacionales Naturales de Colombia
Esteban Payán Garrido – Panthera, Colombia
“I am a jaguar.” A Transversal Interpretation, between Philosophy and
Anthropology, of Shamanic Accounts of Animals in the Inga and Kamënsta
Indigenous Communities | 153-170
Jennifer Andrea Rivera Zambrano – Universidad Externado de Colombia
PANORAMICS
Emotion and the New Spiritualities. Towards a Relational and Situated View
of Affects | 175-191
Nicolás Viotti – FLACSO, CONICET, Argentina
“Investing in Life”: Economic Decisions and Generational Differences about Housing
among Young People in the City of Buenos Aires, Argentina | 193-212
Magdalena Felice – Universidad de Buenos Aires, CONICET, Argentina
D O CUMENTS
Between horses and elephants: a conversation about documenting, intervening
and photographing | 218-221
Juanita Escobar y Santiago Escobar-Jaramillo – Independent Photographers and researchers, Colombia
A N T I P O D A I N D I C E
EDITORIAL
Nota editorial | 8-10
A importância dos diversos, complementares e comparativos olhares na pesquisa das
interações entre os humanos e a fauna em America Latina| 13-29
Elizabeth Ramos Roca– Universidad de los Andes, Colômbia
Eduardo Corona-M. – INAH Delegación Morelos, México
MERIDIANOS
Narrativas etnográficas sobre baleias e baleeiros no litoral do Chile | 35-55
Daniel Quiroz – Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Chile
Gastón Carreño – Centro de Estudios de Antropología Visual, Chile
Animais como psicopompos nas sepulturas do Sítio Arqueológico Justino? (Canindé
de São Francisco — Sub-região de Xingó — Sergipe, Brasil) | 57-73
Albérico Nogueira de Queiroz, Carlos Eduardo Cardoso, Olivia Alexandre de Carvalho –
Universidade Federal de Sergipe, Brasil
Comunhão e interexistência. O Spondylus spp. no litoral norte do Peru durante o
Intermediário Tardio (800-1450 d.C.) | 77-97
Antonio Jaramillo Arango – Universidad Nacional Autónoma de México
O espaço e os recursos: análise arqueofaunística mediante SIG nos diferentes
ambientes da província de Santa Fe (Argentina) | 99-125
Julieta Sartori – Universidad Nacional del Litoral, CONICET, Argentina
Fernando Santiago – Centro Austral de Investigaciones Científicas, CONICET, Argentina
María Belén Colasurdo – Universidad Nacional de Rosario, CONICET, Argentina
PARALELOS
Iconografias e representações da onça-pintada na Colômbia: da permanência
simbólica à conservação biológica | 131-152
Cristina Gómez Garcia-Reyes – Panthera Unidad de Parques Nacionales Naturales de Colombia
Esteban Payán Garrido – Panthera, Colômbia
“Eu sou jaguar”. Uma leitura cruzada entre a filosofia e a antropologia sobre os
enunciados com conteúdo animal na comunidade Inga e Kamëntsa | 153-170
Jennifer Andrea Rivera Zambrano – Universidad Externado de Colômbia
PANORÂMICAS
Emoção e novas espiritualidades. Por uma perspectiva relacional e situada
dos afetos | 175-191
Nicolás Viotti – FLACSO, CONICET, Argentina
“Investir em vida”: decisões econômicas e diferenças geracionais sobre a moradia em
jovens da cidade de Buenos Aires, Argentina | 193-212
Magdalena Felice – Universidad de Buenos Aires, CONICET, Argentina
D O CUMENTOS
“Entre cavalos e elefantes”. Uma conversa sobre documentar, intervir
e fotografar | 218-221
Juanita Escobar y Santiago Escobar-Jaramillo – Pesquisadores e fotógrafos independentes, Colômbia
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 8-10
Nota editorial
E
ste año será muy importante para Antípoda. Como nuestros lectores
irán descubriendo, en los meses por venir implementaremos una serie
de cambios con el fin de continuar ampliando y mejorando nuestra pro-
puesta editorial. En primera instancia, la Revista contará con una nueva
plataforma para la administración de contenidos, Scholar One (Clari-
vate Analytics), a través de la cual trabajaremos con autores, evaluadores y editores
invitados de una forma más organizada y eficiente. Se trata de fortalecer nuestros
procesos para continuar ofreciendo a la comunidad académica una revista seria,
abierta y de alta calidad. En segundo lugar, también en el transcurso de este año,
inauguraremos por fin una página web con la que esperamos continuar avanzando
en nuestra digitalización. Esperamos tener novedades importantes para su fecha del
8 lanzamiento, particularmente en cuanto al fortalecimiento de nuestra oferta de pu-
blicación de propuestas visuales. A ello nos referiremos en su momento.
Estos cambios son importantes en el contexto de las rápidas transformaciones
que está sufriendo la publicación científica en todos los niveles. Antípoda, a pesar
de llegar a muchos más sitios y de forma mucho más eficiente gracias a su página
web, se sigue aun pensando e imaginando en su versión impresa. La publicación de
propuestas en nuestro espacio de ensayo visual es un buen ejemplo de esta parti-
cular situación: dedicamos una gran cantidad de energía para brindar al lector una
revista que pueda leerse también a través de las imágenes. En nuestro número 26,
por ejemplo, Carolina Rojas y su grupo de estudiantes, con las aves vivas y muertas,
reflexionaban sobre muchas de las mismas tensiones a las que se referían los artí-
culos. Pero este efecto es particularmente apreciable en el impreso. Tal vez por ello,
alcanzamos un número de observadores récord en la versión Issuu –plataforma que
permite la visualización en línea del número impreso– de ese número. Sin embargo,
sabemos que estamos aún lejos de reproducir ese mismo efecto en nuestra versión
digital, que favorece la publicación de los artículos como propuestas discretas. Este
no es un tema menor, en la medida en que para Antípoda se trata no sólo de publicar
los ensayos visuales que diferentes autores nos están haciendo llegar, cada vez con
mayor frecuencia, sino también de abrir al lector nuevas formas de lectura, o dicho
de otra manera, de ampliar nuestra oferta en algo más que el número de artículos
que publicamos al año. Nuestro propósito último es hacernos con un grupo cada vez
mayor de lectores de la Revista, aquellos que se acercan a nuestras páginas buscando
algo más que artículos dispersos. Ese sigue siendo nuestro ambicioso objetivo, cuyo
derrotero incluye un amplio rango de modificaciones que ya hemos iniciado.
E D I T O R I A L
tro. Así, los artículos se tocan y se repelen. Tal vez por ello, dedicamos toda la sección
de Panorámicas a una discusión alrededor del jaguar. Lo que para Gómez Garcia-Re-
yes y Payán son iconografías y representaciones que permiten incluir lo humano en
el hábitat de la Panthera onca, para Rivera Zambrano son pistas de un devenir, formas
densas de una relación en la que taita y jaguar pueden ser uno con el otro. Ambas pro-
puestas, mediante caminos muy diversos, intentan a la larga mostrarnos que la forma
en que pensamos la relación entre las personas y los jaguares excede los parámetros
amparados por las viejas y persistentes divisiones propias de la modernidad.
Entrecruzamiento, amalgama, mezcla. Pareciese que este fuera el tono indica-
do para leer este número de Antípoda. Una vez más, la propuesta visual no puede
ser inmune a estas mutuas infecciones. Esta vez, dos fotógrafos jóvenes colombianos
dialogan, discuten, se interpelan y divergen a través de sus imágenes. Para Juanita
Escobar, el tema es la relación de los llaneros del Casanare colombiano con sus ca-
ballos, y a partir de allí el paisaje, el ganado, los cielos y los pastos. Es imposible no
mencionar la cercanía de su forma de trabajar con la etnografía. Juanita requiere
largos períodos en el campo para captar esos instantes fugaces, que, al fin y al cabo,
son el tiempo que dura abierto el diafragma de su cámara en una toma. Pero esa fu-
gacidad de la fotografía no debe engañarnos, pues en cada imagen está también –con
la fugacidad y a pesar de ella, como en una buena descripción etnográfica– todo el
tiempo transcurrido junto a caballos y llaneros, todos esos años de cabalgata bajo
la lluvia y el sol, todo ese tiempo de aprendizaje de las faenas propias de una forma
muy particular de habitar el mundo. Si la aproximación de Juanita es más cercana a
lo documental, la de Santiago Escobar-Jaramillo prefiere rehuir lo que usualmente
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 8-10
entendemos como tal. En su trabajo, la luz, la tela de construcción blanca, las obras
de infraestructura sin terminar y los elefantes –y claro, nuestra idea de los elefantes
y la manera como podemos llamar con la palabra elefante a algo más que al animal,
lo que a la postre hace más complejo al animal mismo– confluyen para documentar
sequía y corrupción. Así pues, la aparente diferencia entre ambas propuestas no es
simple. A esta conclusión llegaron los dos fotógrafos a fuerza de trabajar juntos para
este número de Antípoda. Caballo y elefante, Escobar y Escobar-Jaramillo, reflexio-
nan a partir de lo visible y lo intuido, de lo que esperamos de la fotografía y de las
artes plásticas, de lo que permitimos o no hacer a los animales con los que habita-
mos este contaminado planeta. Una vez más, la Revista se cierra con un pequeño
documento sobre la propuesta visual, en el que esperamos dar cuenta de esa mutua
interferencia entre ambos artistas.
Nuestros lectores podrán encontrar en este número también nuestra sección
de temática libre, Panorámicas, en donde, con el mismo ánimo, emparejamos dos
documentos muy diferentes que insisten en la diversidad creciente de nuestra dis-
ciplina. Así pues, jóvenes porteños y hombres que lloran al sentirse en relación con
el Espíritu Santo terminan de poblar este número habitado por caballos, jinetes, ba-
lleneros, jaguares y taitas que son también jaguares; todo este buen número de per-
sonajes que se suman a editores, autores y lectores para hacer de Antípoda el tipo de
10 conversación que nos gusta sostener.
Finalmente nos complace contarles que Antípoda se encuentra ya en el repo-
sitorio de la European Science Fundation-ERICH PLUS (Noruega). De esta manera
continuamos ampliando los espacios de difusión para nuestra Revista.
***
Eduardo Corona-M***
INAH Delegación Morelos, México
Como citar este artículo: Ramos Roca, Elizabeth y Eduardo Corona-M. “La importancia de diver-
sas, complementarias y comparativas miradas en la investigación sobre las interacciones entre los
humanos y la fauna en América Latina”. Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología 28: 13-29.
Doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.01
Resumen: América Latina comprende una de las regiones del mundo con la ma-
yor diversidad biológica y cultural, donde por milenios y hasta la actualidad, las
sociedades humanas han desarrollado una compleja y estrecha relación con los 13
animales. Aunque esta relación ha sido estudiada desde las particularidades dis-
ciplinarias y bajo distintos enfoques dentro de las ciencias naturales y sociales, no
E D I T O R I A L
son comunes los trabajos en el tema de las relaciones entre los humanos y la fauna
que se proyecten a la búsqueda de patrones comparativos entre regiones distintas
a un nivel sincrónico y/o diacrónico. En este contexto, este artículo recoge algu-
nas reflexiones sobre las particularidades de la información proporcionada por
la investigación en campos como la Etnozoología y la Zooarqueología, enfoque
multidisciplinario que nos resulta no sólo deseable sino indispensable para ex-
plorar las complejidades presentes en las relaciones entre los humanos y la fauna.
* Elizabeth Ramos Roca agradece a al Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes, en particu-
lar al editor de la revista Antípoda Dr. Santiago Martínez, por su colaboración. De igual forma, a la estudiante de
la Universidad de los Andes, Erika Mejía por su ayuda en la sistematización bibliográfica. Eduardo Corona-M
agradece el apoyo del INAH (proyecto #4998) y del Seminario Relaciones Hombre-Fauna (INAH).
** Doctora en Antropología, Universidad de Pittsburgh, Estados Unidos. Profesora del Departamento de
Antropología de la Universidad de los Andes. Entre sus última publicaciones están: “Etnozoología y
Zooarqueología aplicada a la conservación de especies de fauna en el Caribe colombiano: Primeros pasos
en un largo camino”. Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano, Se-
ries Especiales 2 (1): 44-66, 2014. Coautora con Ana María Jiménez en “¿‘Acollarao’ o ‘Labiado’? Las fuentes
históricas primarias como apoyo a la investigación arqueozoológica en el Caribe colombiano. El caso de la
familia Tayassuidae”. Archaeobios 1 (9): 174-201, 2015. *eramosroca@uniandes.edu.co
*** Doctor en Paleontología, Universidad Autónoma de Madrid, España. Investigador del Centro INAH More-
los, Integrante de la Red Temática de Patrimonio Biocultural (CONACYT). Entre sus últimas publicaciones
están: coeditor con Erin Thornton y Kitty Emery en la sección especial de “Turkey Husbandry and Domes-
tication: Recent Scientific Advances”. Journal of Archaeological Science Reports 10: 514-654, 2016. Coautor
de “La visión comparativa en las interacciones humano-fauna de contextos prehispánicos neotropicales: Un
homenaje a la trayectoria de Richard Cooke”. Archaeobios 1(9): 6-12, 2015. *eduardo_corona@inah.gob.mx
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 13-29
Doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.01
E
l ser humano, sea de manera individual o colectiva, forma parte de un
contexto natural y cultural con el cual establece relaciones complejas
que involucran no sólo los aspectos utilitarios sino también los simbó-
licos. En el marco de estas relaciones, la fauna es siempre un elemen-
to presente, hecho que se observa desde las manifestaciones humanas
más tempranas hasta nuestros días, donde adquiere diversas formas individuales
o sociales, las cuales se evidencian en procesos como la domesticación y las distin-
tas maneras como se ritualiza a los animales, entre muchas otras (Corona-M. 2011;
Corona-M. y Ramos Roca 2015). En América Latina, durante los últimos años se
han intensificado el estudio y análisis de las interacciones humano-fauna, lo que
ha dado lugar a una serie de encuentros y publicaciones internacionales, regiona-
les y nacionales en esta gran área geográfica (Corona-M. y Arroyo-Cabrales 2014;
Corona-M. y Ramos Roca 2015).
América es un área privilegiada del planeta, ya que en el confluyen tanto la me-
gadiversidad biológica, producto de procesos evolutivos desarrollados en, al menos,
los últimos cinco millones de años, como la gran diversidad cultural desarrollada
en los últimos veinte mil años, a partir del exitoso ingreso de los grupos de huma-
nos modernos que avanzaron en el hasta entonces ignoto continente. Estos grupos
ocuparon los más de 12.000 km lineales que separan el norte del sur de América; se 15
adaptaron a la gran variedad geográfica y ambiental, originando una de las mayores
diversidades culturales en el mundo, la cual se mantiene a pesar de los efectos de la
E D I T O R I A L
globalización, como se puede ver en los casos de Brasil, Bolivia, Colombia, Guate-
mala, Perú y México.
Los procesos de adaptación a los ambientes locales dieron lugar, también, al surgi-
miento de diversas estrategias de subsistencia, como la caza y la recolección, la agricul-
tura, la pesca y las economías mixtas. Estas prácticas fueron un componente central
para producir tradiciones culturales, donde algunas se extendieron y dominaron
regiones, mientras que otras se preservaron sólo como culturas locales, pero todas
ellas dejaron manifestaciones en la cultura material, prácticas en las que se eviden-
cian el cambio y la persistencia de las tradiciones culturales americanas.
También de estas poblaciones originarias derivan las diferentes prácticas que lle-
varon al descubrimiento de la gran cantidad de especies endémicas de hongos, plantas
y animales, las cuales fueron útiles para la supervivencia y se constituyeron en una
fuente de recursos, que, mediante los procesos de selección, a veces dirigida, a veces
no, generaron linajes particulares de las muy variadas especies que a lo largo del con-
tinente son ahora un componente fundamental de nuestras culturas, entre las que se
cuentan, por ejemplo, los camélidos sudamericanos, los patos peruleros, el guajolote,
el perro xoloizcuintli, el curí, la calabaza, el chile, los frijoles, la papaya, la papa, la ba-
tata, el maíz, entre muchas otras.
Posteriormente, un evento que afectó a las poblaciones humanas americanas
se origina en los procesos de conquista y ocupación europea, lo que generó también
un intercambio transoceánico de especies, además de modificarse los espacios natu-
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 13-29
Doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.01
E D I T O R I A L
ecosistemas (Turbay 2002). Por otra parte, se argumenta que la dualidad entre ani-
males y humanos es un reflejo de la dicotomía que tradicionalmente se ha establecido
entre naturaleza y cultura, dejando de lado otras formas de pensamiento, contrarias
a las concepciones occidentales, y donde tanto las categorías de lo animal como las
relaciones entre los seres humanos y los animales operan bajo lógicas distintas. Se
resalta, entonces, la necesidad de reconsiderar conceptos como el de sostenibilidad,
a la luz del análisis de las variables sociales, económicas y culturales que cumplen un
papel fundamental en las actividades de cacería, por ejemplo (Campos-Rozo 2002).
Para lo anterior, se plantea que es necesario ampliar el trabajo interdisciplinario, y
resulta indispensable dejar de considerar a los animales sólo como un recurso eco-
nómico, no sólo en el contexto de la cacería sino del tráfico y comercialización de
especies (Baptiste-Ballera et al. 2002).
Teniendo en cuenta los puntos anteriormente señalados, consideramos impor-
tante integrar a estas miradas los aportes de dos campos disciplinares que proporcio-
nan miradas complementarias diferentes en el tipo de información proporcionada
y de enorme importancia para ampliar la escala temporal desde la cual analizamos
las relaciones entre los humanos y la fauna, por una parte, y por la otra, el nivel de
resolución con el cual nos aproximamos a cómo las comunidades perciben esta rela-
ción. Así, en las secciones siguientes, y en el contexto de América Latina, se señalan,
en primer lugar, los aportes que la Zooarqueología, como disciplina, puede hacer
para comprender dichas relaciones, indicando tanto las fortalezas como las limita-
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 13-29
Doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.01
Wim Van Neer 2002; Galik 2002; Muir y Driver 2002; Bray 2003; Emery 2003; 2004a;
2004b; 2006; O´Day, Van Neer y Ervynck 2004; Montón de Subías 2005; Sardá 2010;
Corona-M. y Arroyo Cabrales 2014; Corona-M. y Ramos Roca 2015).
En relación con esto, se señala la necesidad de prestar especial atención a los
problemas metodológicos inherentes a los análisis zooarqueológicos que en muchas
ocasiones permean las posibilidades de estudiar las relaciones entre los humanos y la
fauna más allá de su importancia económica.
E D I T O R I A L
El primero es la necesidad de considerar, además del papel económico de los
animales, su rol en la esfera simbólica y ritual; más que agregar otras esferas de análisis,
lo que se plantea es la importancia de que, en las interpretaciones sobre el rol de los
animales, estas distintas esferas se integren analíticamente (De France 2009; Gumer-
man 1997). En este volumen se incluyen tres artículos donde el aspecto simbólico y
ritual es un elemento clave; uno es el trabajo de Nogueira, Cardoso y Carvalho (en este
número), donde los restos animales asociados a entierros humanos son interpretados
bajo el concepto de psicopompas o guías de almas, casos que se han documentado en
otras culturas, pero escasamente en Brasil.
Los otros artículos son dos miradas sobre uno de los mamíferos emblemáticos
de América, como lo es el jaguar. En uno se hace un recuento de la importancia
simbólica de este organismo, principalmente en Colombia (Gómez García Reyes
y Payán en este número), pero lo interesante es vincular estos antiguos procesos
simbólicos con la necesidad de efectuar acciones que conduzcan a la conservación
de esta especie, afectada por la continua degradación de su hábitat. Los autores, en-
tonces, encuentran un punto que puede vincular la cosmovisión con un efecto prác-
tico, con lo cual nuestra lectura es que esta especie puede ser vista como un recurso
biocultural que puede ser transformado en un patrimonio continental, vinculando
entonces las distintas cosmovisiones pasadas y presentes.
El otro es una relectura de los procesos de interacción entre los sabedores de dos
comunidades indígenas de Colombia con los jaguares (ver Rivera Zambrano en este
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 13-29
Doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.01
número). En este caso, se analizan como parte del devenir, o sea, de las distintas trans-
formaciones de los seres y de los aspectos afectivos en que se ven involucradas ambas
entidades, el sabedor y el animal. Este tipo de relecturas, nos sugieren otras perspectivas
de los procesos de simbolización que se pueden hacer desde la antropología filosófica.
Otra perspectiva que no se aborda plenamente en el volumen, pero que que-
remos apuntar, es el papel de los actos alimentarios como parte de los sistemas sim-
bólicos. En relación con este punto, Gumerman (1997) propone que la investigación
sobre la comida consumida, y, por ende, también sobre lo que compete al estudio de
la fauna, debe ser enfocada desde la óptica de los “Sistemas Alimentarios” (Food Sys-
tems), argumentando que, de esta manera, se integran roles extradietarios y elementos
simbólicos, y rituales fundamentales, para entender el rol de la fauna en los procesos
de complejización de las sociedades humanas. Visto desde esta perspectiva, resulta de
enorme importancia poder documentar los eventos no cotidianos o rituales ligados
al consumo de comidas y bebidas, prácticas que, en el contexto del estudio de las so-
ciedades complejas, resultan especialmente relevantes, dada la importancia que estas
adquieren en las discusiones sobre control y legitimización del poder, establecimiento
de jerarquías sociales, etcétera (O´Day et al. 2004; Dietler y Hayden 2001; Bray 2003).
Sin embargo, identificar estos eventos o “rituales de comensalidad” en el registro
20 arqueológico puede resultar bastante complejo, requiriendo en primera instancia po-
der diferenciar y “tener bien definidas las pautas que caracterizan los hábitos domésti-
cos de consumo y las prácticas cotidianas de una comunidad” (Sardá 2010, 45); para lo
cual es indispensable desarrollar estrategias metodológicas particulares acordes, entre
otras cosas, con la naturaleza fragmentaria del registro arqueológico y con las múltiples
variables, entre ellas, los factores tafonómicos, que condicionan las interpretaciones
arqueológicas. En esta perspectiva, el artículo que se ubica en la costa norte del Perú
(Arango Jaramillo en este número), donde, además de la comparación entre dos cul-
turas con influencia regional, se establecen tanto los aspectos ecológicos que implica
la recolección del molusco como su consumo y sus diversas implicaciones simbólicas.
En relación con el factor tafonómico, y refiriéndose particularmente al estudio de
las prácticas culinarias ligadas a temas como la etnicidad, la clase y el género, Montón
de Subías (2005, 167 y 170) enfatiza en la importancia de considerar la “cocina como
agente tafonómico”, y llama nuestra atención acerca de cómo las distintas actividades
ligadas a la cotidianidad y a los rituales de preparación y consumo de alimentos, par-
ticularmente el fuego, pueden afectar la naturaleza de las muestras objeto de análisis,
factor que escasamente es tenido en cuenta en la interpretación arqueológica, al menos
con el nivel de cuidado que su estudio requiere, para lo cual sugiere la necesidad de
ahondar en estudios tafonómicos y experimentales.
El segundo tema ineludible en los estudios zooarqueológicos es la necesidad de
asumir los restos de fauna de contextos arqueológicos como un “conjunto de restos de una
comunidad de animales” (Emery 2004b, 7), implicando con esto que su estudio debe
incorporar una serie de eventos, que van desde lo que pasa en las comunidades de los
animales vivos, y que involucra la dinámica de las poblaciones biológicas y la escogen-
La investigación sobre las interacciones entre los humanos y la fauna en América Latina
Elizabeth Ramos Roca y Eduardo Corona-M
cia humana (Life Assemblage), hasta la muestra (Curated Assamblage), que, después de
pasar por los procesos de muerte, depositación, fosilización y excavación, es tratada y
analizada en el laboratorio (Emery 2004b, 18).
El tercer tema es la necesidad de generar muestras y resultados de análisis zooar-
queológicos que, a pesar de provenir de contextos espaciales y temporales distintos,
sean analíticamente comparables. De acuerdo con Emery (2004b, 18), “las muestras
analíticamente comparables son aquellas para las cuales los sesgos impuestos por la
continuidad de los cambios están claramente definidos y para las cuales los sesgos
han sido mitigados al máximo de las capacidades de los que realizan el análisis”.
En este sentido, el factor más determinante lo constituye el hecho de poder
generar para cada contexto matrices de información zooarqueológica susceptibles
de ser comparadas. Para lograr esta compatibilidad se requiere que los resultados de
los análisis zooarqueológicos, en cada una de sus etapas, involucren consideraciones
sobre los varios tipos de eventos que están involucrados en la conformación de una
muestra de fauna (como los mencionados en el segundo de estos temas), y, por lo
tanto, no partir de considerar solamente la muestra que llega al laboratorio como tal.
Otro factor de gran importancia en relación con la posibilidad de generar conjuntos
analíticamente comparables es la clara y explícita mención de los marcos conceptua-
les, metodologías y técnicas utilizados en cada uno de los contextos zooarqueológi- 21
cos investigados, ya que de esto depende, en gran medida, la posibilidad de hacer
comparaciones válidas.
E D I T O R I A L
En este volumen se incluyen dos trabajos con aproximaciones para construir
esas matrices de datos que permiten abordar sus temas desde el punto de vista com-
parativo, y obtener patrones que sirven de base para la elaboración de hipótesis
explicativas sobre las interacciones humano-fauna. Uno es desde el registro etnohis-
tórico, como se aborda en el texto de la caza de ballenas (Quiroz y Carreño en este
número), donde, al revisar los textos, logran discernir los datos para establecer una
matriz comparativa, y con ello, determinar las tradiciones existentes, que implican
el concepto de organismo y los recursos tecnológicos disponibles o elaborados para
su obtención y procesamiento. Otro es mediante el uso de los sistemas de infor-
mación geográfica (Sartori, Santiago y Colasurdo en este número), donde los datos
arqueológicos y ecológicos se convierten en variables; el resultado es la obtención
de los procesos de adaptación cultural de las comunidades a sus entornos locales.
Consideramos que las asociaciones que surgen de este trabajo son producto de este
esfuerzo comparativo a que hemos aludido, y por ello, creemos que es vital que se
continúen desarrollando.
Los tres temas antes discutidos son de vital importancia para las interpretaciones
sobre los diversos aspectos que median en la relación entre los humanos y la fauna,
tales como el estatus, el género, el rango y el poder, entre otros, variables especialmen-
te relevantes en la discusión sobre los modelos propuestos en torno a los proce-
sos de complejización social; estos aspectos, en muchos casos, no son evidenciados
por el consumo diferencial de especies o partes de los animales, sino en los rituales
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 13-29
Doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.01
asociados donde se comparte comida. En este sentido, se piensa que, más que las
diferencias entre frecuencias de especies, partes de los animales y grupos de edad de
los animales utilizados, lo que se podría relacionar con el estatus y la diferenciación
social y la complejidad social estaría reflejado, como lo mencionamos anteriormen-
te, en los “rituales de comensalidad” (Sardá 2010). Es por esto que las consideracio-
nes de orden tafonómico en el sentido “irrestricto”, como lo señala Borrero (2010)
–y que involucran una concepción más amplia de la tafonomía y sus alcances, no
limitados al componente zooarqueológico–, resultan prácticamente ineludibles. Las
consideraciones tafonómicas nos obligan a revisar en detalle la integralidad de los
conjuntos arqueofaunísticos, lo cual conlleva, como es de suponer, una serie de “com-
plicaciones”, principalmente de orden metodológico y práctico, como es el hecho de
que, al tiempo que realizamos los análisis zooarqueológicos, debamos realizar, por
ejemplo, estudios experimentales y actualísticos, es decir, reproducir situaciones que
permitan modelar y comprender los fenómenos sucedidos a un conjunto de restos,
que nos ayuden a legitimar algunas de las interpretaciones más amplias sobre los
diversos procesos humanos.
comunidades humanas con sus faunas locales, que son mediadas por las compren-
siones culturales. En ambos casos se entiende que su objeto de estudio incorpora a
la zoología y la antropología, pero, por su metodología y su epistemología, es inter-
disciplinaria, integrándose con la lingüística, la historia, la arqueología, la geografía,
la genética, entre otras, por lo que sus unidades de estudio van entonces del gen a las
comunidades, es decir, abarcan todos los niveles de la biodiversidad (Argueta et al.
2012; Corona-M. 2011).
Es decir que la Etnozoología transita desde un carácter descriptivo y utilitario,
como lo hacían las definiciones iniciales que hemos aludido, hasta la actualidad, donde
se busca la construcción de modelos explicativos para las interacciones de las sociedades
y sus culturas con la biodiversidad, las cuales tienen diversos grados de intensidad, y,
dado su componente histórico y cultural, sólo pueden entenderse en el contexto en que
se crean, llegando a formar interacciones ocasionales pero también lazos indisolubles.
Desde esta perspectiva, la versión más actual e interdisciplinaria pone énfasis
en el estudio de las interrelaciones, es decir, las ideas, los procesos y formas de re-
lación, bajo las dimensiones tiempo y espacio, entre los pueblos o poblaciones hu-
manas y las especies y ecosistemas. Con ello queda rebasado el marco cronológico,
entre lo etnozoológico y lo zooarqueológico, lo cual ciertamente les permite a estas
disciplinas crear una sinergia para comprender las diversas relaciones que estable- 23
cen los seres humanos con la fauna, facilitando la comprensión de una perspectiva
diacrónica sobre el cambio y persistencia en el aprovechamiento de los recursos ani-
E D I T O R I A L
males por parte de las culturas (Harris 2006; Albarella y Trentacoste 2011; Coro-
na-M. y Enríquez 2011; Ramos y Borrero 2011).
De este modo, se tiende a construir marcos conceptuales, donde es preferible
hablar de interacciones humano-fauna, más que acotarse a lo disciplinario, con la
finalidad de elaborar hipótesis y explicaciones sobre la forma en que es organizado el
entorno y se aspira a reconstruir el modo en el que una cultura representa y categori-
za el mundo animal (Argueta et al. 2012; Corona-M. 2011). Pero, esta representación
confronta también sus propios retos y limitaciones. El primero, retomando las ideas
de Alves y Souto (2011), es que faltaría desarrollar marcos teóricos más robustos y
actualizar sus procedimientos metodológicos, haciendo efectivo el diálogo interdis-
ciplinario y estableciendo convergencias con la Etnobotánica y, en general, con la
Etnobiología. Procesos que no son simples, pero que necesitan ser señalados, para
promover la reflexión sobre ello.
nos brindan las perspectivas diversas, complementarias e integradoras, son los tra-
bajos que en algunas partes del mundo se vienen realizando, principalmente en las
últimas dos décadas, integrando la Etnobiología, la Zooarqueología y la Biología de
la Conservación (Lyman y Cannon 2004; Lauwerier y Plug 2004; Wolverton y Lyman
2012; Wolverton et al. 2011; Ramos 2014; Wolverton, Nolan y Ahmed 2014). En el
contexto latinoamericano, los trabajos recientes compilados por Muñoz, Götz y Ra-
mos (2014), en una publicación sobre mamíferos acuáticos en los neotrópicos y el Ca-
ribe, son un ejemplo de los caminos que hemos empezado a recorrer en ese sentido.
Los editores de este número hemos sido promotores activos, pero no los úni-
cos, para incrementar el interés en el estudio de las interacciones humano-fauna y
de los aportes que la interacción entre la Zooarqueología y la Etnozoología puede
hacer en este sentido. De las diversas propuestas que se recibieron para este volumen
fue difícil seleccionar las que, a nuestro juicio, nos permitían ilustrar las compleji-
dades del análisis que hemos delineado en las secciones anteriores. En todas ellas se
observó una tendencia a trascender el hecho y a abordar los trabajos desde lo que
denominamos la mirada complementaria, integradora y comparativa.
Sin embargo, aunque creemos que esta mirada es indispensable para acercarnos
a las complejas relaciones entre los humanos y los animales, somos conscientes de las
24 diversas dificultades que conlleva efectuar este tipo de análisis. Estamos seguros, sin
embargo, de que, en la medida que las comparaciones se hagan extensivas en lo geo-
gráfico, en lo diacrónico y en la multiculturalidad, estaremos en capacidad de analizar
dichas relaciones con criterios mucho más sólidos y podremos evaluar la naturaleza
de las similitudes y diferencias en el aprovechamiento de ciertos recursos animales a
nivel continental, lo que nos permitirá dilucidar con mayor certeza diversos aspectos,
tales como redes de intercambio y comercio entre regiones, la transmisión cultural
en el plano geográfico, para la obtención y el procesamiento de recursos naturales, o
bien clarificar los procesos de convergencia, es decir, la coincidencia en el uso de algún
recurso animal, pero que surgen como procesos independientes en el tiempo y el espa-
cio, ya que pueden estar más influidos por la distribución y abundancia del organismo.
A modo de reflexión final, las investigaciones en el presente se enfrentan a
cambios cada vez más rápidos en los cuerpos sociales y en el medioambiente, indu-
cidos por la globalización y tecnificación crecientes; por los cambios en la distribu-
ción de las especies, debido al predominio de las especies domésticas para satisfacer
las necesidades alimentarias. La urbanización e industrialización cada vez mayores
afectan ya las formas del registro etnográfico, debido a la transformación rápida de
las prácticas culturales. Igualmente, la importante información proporcionada por
la evidencia arqueológica se ve influida por estos procesos, ya que los sitios se pier-
den, a veces sin ser registrados, pero también se ven afectados los depósitos, debido
a los cambios físico-químicos de los suelos, que pueden perturbar su composición y,
por tanto, la tafonomía del sitio.
Es por ello que consideramos importante señalar estos puntos de reflexión y
llamar la atención sobre cómo ahora, más que nunca, es indispensable esforzarnos
La investigación sobre las interacciones entre los humanos y la fauna en América Latina
Elizabeth Ramos Roca y Eduardo Corona-M
por establecer modelos de explicación acordes con las nuevas y cambiantes circuns-
tancias. Esto, creemos, será una de las vías principales para enfrentar estos cambios
acelerados a los que nos referimos previamente.
En este sentido, creemos que, para una mejor aproximación al estudio de las
relaciones entre los humanos y la fauna en América Latina, es necesario trabajar
con más profundidad en la consolidación de marcos teóricos integradores entre las
Ciencias Sociales y Naturales, desarrollados teniendo en consideración las dinámi-
cas propias de los distintos contextos en la región. Lo cual, en concordancia con la
implementación de estrategias metodológicas acordes, podría ampliar y adecuar las
bases interpretativas sobre esta temática en el continente.
Sólo nos resta agradecer, en primer lugar, al Comité Editorial de la revista An-
típoda y a su editor, Dr. Santiago Martínez Medina, el haber considerado la edición
de un número donde se buscó mostrar la diversidad temática, cultural, geográfica y
cronológica que puede tener este campo de estudios. De la misma manera, a un nu-
trido grupo de investigadores participantes en los simposios que los autores organi-
zamos, en el marco del VI Congreso Latinoamericano de Etnozoología, realizado en
la ciudad de Popayán en 2015, y el X Congreso Mexicano de Etnobiología, realizado
en la ciudad de Mérida (Yucatán) en 2016, cuyos trabajos y aportes a la discusión
sobre la integración entre los campos de la Arqueozoología y Etnobiología en el 25
contexto de Latinoamérica estimularon nuestro deseo de proseguir en el camino de
afianzar puentes y verdaderas perspectivas integradoras.
E D I T O R I A L
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E D I T O R I A L
M E R I D I A N O S
Daniel Quiroz**
Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Chile
Gastón Carreño***
Centro de Estudios de Antropología Visual, Chile
Como citar este artículo: Quiroz, Daniel y Gastón Carreño. 2017. “Narrativas etnográficas sobre
ballenas y balleneros en las costas de Chile”. Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología 28:
35-55. Doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.02
Artículo recibido: 14 de octubre de 2016; aceptado: 22 de febrero de 2017; modificado: 15 de marzo de 2017
M E R I D I A N O S
lizado no sólo por los pueblos originarios sino también por los europeos y
sus descendientes. Este montaje de tradiciones configura una secuencia de
procesos sobrepuestos que ha sido narrada por un conjunto de observadores
contemporáneos de los hechos. La revisión de los textos escritos por estos ob-
servadores muestra distintas construcciones conceptuales sobre las ballenas
(como “monstruo”, “recurso” y “recurso escaso”) y los balleneros (como “hé-
roes” y “profesionales”), vinculadas con la evolución tecnológica (caza pasiva,
caza tradicional, caza moderna) de la caza de ballenas en nuestro país.
Palabras clave: Chile, caza (Theasurus); caza de ballenas, tradiciones ballene-
ras, narrativas etnográficas (palabras clave de los autores).
* Este trabajo fue escrito gracias al financiamiento del Proyecto de Investigación Regular Fondecyt
1140056 “Una etnografía retrospectiva de la caza de ballenas en las costas de Chile durante el siglo XIX”,
CONICYT-Chile.
** Doctor en Historia, Universidad de Chile. Entre sus últimas publicaciones están: coautor en “El pro-
cesamiento de ballenas varadas en las costas de la Patagonia Occidental [a propósito de un grabado
de mediados del siglo XIX]”. Magallania 44 (1): 57-72, 2016. “Excursiones etnográficas entre los pes-
cadores de ballenas de Tumbes y la isla Santa María, Chile, a comienzos del siglo XX”. Antropologías
del Sur 5: 103-123, 2016. “Notas sobre el control de la etnografía desde una etnografía descontrolada
[a propósito de la caza de ballenas en las costas de Chile]”. Revista Chilena de Antropología 33: 59-70,
2016. *daniel.quiroz@museosdibam.cl
*** Doctor en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile. Entre sus últimas publicaciones está: coau-
tor en “El procesamiento de ballenas varadas en las costas de la Patagonia Occidental [a propósito de un
grabado de mediados del siglo XIX]”. Magallania 44 (1): 57-72, 2016. *manqacen@hotmail.com
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 35-55
doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.02
Ethnographical Narratives about Whales and Whaling off the Coast of Chile
Abstract: The history of the commercial hunting of whales in Chile allows
us to distinguish three foreign whaling traditions, which we shall call the
“Yankee”, the “Norwegian” and the “Japanese”, which inserted themselves into
a pre-existing tradition: passive hunting or the butchering of whales stranded
on beaches undertaken not only by the native populations but Europeans and
their descendants as well. This montage of traditions shapes a sequence of
superposed processes which have been narrated by a group of contemporary
observers of these events. A review of the accounts written by these observers
reveals different conceptual constructions about whales (as a “monster”, “re-
source” and “scarce resource”) and the whale hunters (as “heroes” and “pro-
fessionals”), linked to the technological evolution of whale hunting in our
country (passive hunting, traditional hunting, modern hunting).
Keywords: Chile, hunting (Thesaurus); whale hunting, whaling traditions,
ethnographic narratives (authors´ keywords).
L
a caza de ballenas, definida como “la matanza intencional de grandes
cetáceos con el fin de obtener productos económicamente útiles” (Re-
eves y Smith 2006, 82), fue precedida en muchos lugares del mundo
por la “caza pasiva”, es decir, por “la captura y el procesamiento de las
ballenas varadas en las costas” (Kalland y Moeran 1992). Las represen-
taciones visuales de ballenas y su “posible” caza tienen una historia de miles de
años, como lo atestiguan diversas manifestaciones rupestres repartidas por el mun-
do (Bahn 2013). Los escritos son algo más recientes, pero algunos “textos cuneiformes
sugieren que los fenicios podrían haber cazado ballenas (incluso cachalotes)” hace
unos 3.200 años, práctica que habría desaparecido por completo en la época de
griegos y romanos (Proulx 1986, 8-9).
Los historiadores han asegurado que la caza comercial de ballenas se inicia en
el mundo occidental recién a partir del siglo X o XI de nuestra era (Ellis 1991, 45),
cuando pescadores vascos capturaban ballenas en las costas del golfo de Vizcaya,
usando botes abiertos y arpones de mano, para obtener la grasa, que comercializa-
ban por toda Europa (Azpiazu 2000). Los vascos extenderán luego sus sistemas de
caza en aguas atlánticas llegando hasta Terranova (Canadá) en el siglo XVI, e incluso
instalándose en las costas de Brasil a comienzos del siglo XVII (Du Pasquier 2000).
Entre los siglos XVII y XVIII, holandeses e ingleses (también franceses, daneses, 37
rusos y alemanes) cazaron ballenas por todo el Atlántico norte continuando con la
tradición iniciada por los vascos. Los balleneros anclaban sus naves cerca de la costa
M E R I D I A N O S
y construían una estación terrestre con materiales del barco. Las ballenas eran avis-
tadas desde la playa y luego perseguidas y cazadas desde la proa de una chalupa. La
carcasa de la ballena era remolcada a la estación costera, donde la grasa era removida
y derretida. El aceite de ballena se almacenaba en barriles de madera (Hacquebord
2003). En la segunda mitad del siglo XVIII comienza desde las costas de Nueva Ingla-
terra una nueva forma de cazar y procesar cetáceos. La caza se realizaba con veleros
que llevaban a bordo botes balleneros. Cuando se divisaba una ballena, los botes eran
bajados de los buques. Desde el bote, el arponero lanzaba, a muy corta distancia, uno
o más arpones contra la ballena. Herida, esta remolcaba los botes balleneros en su
huida. Cuando se cansaba, el timonel la mataba con una lanza que hundía en el cuer-
po de la ballena, la cual era llevada a un costado del velero, donde era descuartizada;
la grasa era retirada y subida a bordo mediante poleas. En el velero era transformada
en aceite usando hornos instalados a bordo. Con este sistema se mejoraba la calidad
del aceite, y las expediciones duraban entre tres y cuatro años (Davis, Gallman y Glei-
ter 1997, 36). La caza de ballenas alcanzó las costas del Pacífico a fines del siglo XVIII
y se globalizó durante la primera mitad del siglo XIX (Dolin 2007). Es la denominada
caza “tradicional” o “premoderna” (Ellis 1991).
La caza “moderna” de ballenas surgió en el norte de Noruega en la segunda
mitad del siglo XIX, cuando Sven Foynd “inventa” el cañón arponero montado en
buques de vapor, construidos para hacer más eficiente la cacería. El buque debía ser
“rápido, poderoso, maniobrable y virtualmente imposible de hundirse” y usaba “un
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arpón explosivo lanzado desde un cañón montado en la proa” (Brown 1976, 25). Estas
innovaciones permitieron capturar todo tipo de ballenas, incluidos grandes rorcuales
como la ballena azul y la de aleta, y la explotación de los mares antárticos. Las carca-
sas eran procesadas en plantas terrestres para producir aceite y abono. El proceso co-
menzaba con la llegada de la ballena a la planta, que, luego de ser izada a la rampa, era
llevada a la plataforma de descuartizamiento, donde se separaban el tocino, la carne y
los huesos, que iban a las “cocinerías”. Se obtenía un aceite que era enviado a plantas
de purificación, y el resto -una mezcla de líquidos y sólidos-, a la planta de harina o de
guano (Basberg 2004, 83-84). Usaban también buques factoría, considerados como
verdaderas “fábricas en movimiento”. Los primeros buques factoría sólo permitían
que se trabajara al costado de la nave, cortando el tocino en grandes trozos que luego
eran subidos a bordo, picados en trozos más pequeños y cocinados en calderas para
obtener el aceite. Las verdaderas fábricas flotantes, con una rampa que permitía subir
el cetáceo completo, sin necesidad de un procesamiento previo, se usaron desde 1925
(Basberg 1998, 31-32). Los japoneses siguieron el modelo noruego pero, como su
objetivo no era el aceite sino la carne para consumo humano, modificaron las plantas
de procesamiento de las ballenas (Kalland y Moeran 1992, 79).
El 23 de julio de 1982, la Comisión Ballenera Internacional (CBI) aprobó una
38 moratoria o pausa a la caza comercial de todas las especies de ballenas (Donovan
1982), que entra en vigor en 1986. Se autoriza la caza con fines científicos y la caza
aborigen de subsistencia, que la CBI define como aquella cuyo propósito es el con-
sumo local, y que desarrollan pueblos aborígenes que comparten fuertes vínculos
comunitarios, familiares, sociales y culturales, con una dependencia tradicional de
la caza y el uso de las ballenas (Donovan 1982).
Lineamientos teóricos
Este trabajo se inscribe en lo que se ha denominado “antropología histórica”. C.
Lévi-Strauss reflexiona sobre las relaciones entre historia y antropología señalando
que la historia se preocupa de las sociedades complejas, “cuyo pasado se evidencia en
archivos”, y la antropología, de las sociedades sin escritura, “cuyo pasado se reduce
a conjeturas, lo que incita a restringir su estudio al tiempo presente”. Sin embargo,
la historia, al entrar en contacto con la antropología, genera estudios que se han
agrupado “bajo el nombre de antropología histórica” (Lévi-Strauss 1981, 1218). J. C.
Schmitt señala que para el historiador, la antropología histórica, sin renunciar a las
reglas de su “oficio” y a la tradición de su “saber hacer”, busca “en su reflexión teórica
y en su trabajo práctico, inspirarse en las problemáticas, los objetos y métodos de
la antropología social y cultural”, lo que constituye “un enriquecimiento por ‘mes-
tizaje’ de tradiciones científicas distintas, con la esperanza, sino de una reunificación
de saberes, al menos de un mejor diálogo entre las disciplinas, respetando el criterio de
evolución de cada una de ellas” (Schmitt 2010). E. Ohnuki-Tierney afirma que los
antropólogos interesados en la historia han producido dos tipos de “antropologías
Narrativas etnográficas sobre ballenas y balleneros en las costas de Chile
Daniel Quiroz y Gastón Carreño
históricas”, una que examina la cultura como un proceso histórico, y otra que se
dedica a construir historias (Ohnuki-Tierney 2005, 180).
El interés de este trabajo es “construir una historia” de la caza de ballenas en
Chile desde la antropología, en el espíritu sugerido por Schmitt: buscando un diálogo
interdisciplinario, sin renunciar al propio “saber hacer”. La etnografía retrospectiva
es la herramienta escogida pues busca estudiar “el pasado de la misma manera como
un antropólogo aborda una sociedad exótica” (Thomas 2009, 2) y analizar un modo
de vida del ayer como si fuera contemporáneo, usando “los mejores equivalentes his-
tóricos de las observaciones de los etnógrafos” (Tilly 1978, 210). La caza de ballenas
en Chile es un “evento del pasado” que no puede ser observado directamente, por lo
que se debe recurrir a otro tipo de datos, que denominamos “recuerdos”, “recortes” y
“ruinas”. Son los “recuerdos” de las personas que pudieron observar directamente la
experiencia ballenera o les hablaron de ella; los “recortes” de documentos adminis-
trativos, científicos y literarios, de noticias y entrevistas de prensa, depositados en ar-
chivos; y las “ruinas” son testimonios y huellas materiales posibles de relevar en visitas
a los lugares donde la caza de ballenas se produjo (Quiroz 2014b).
La gran mayoría de las investigaciones antropológicas sobre la caza de ballenas
han estudiado la caza de subsistencia, siendo la cultura ballenera el concepto más usa-
do. La cultura ballenera es “un complejo de rasgos que comprende no sólo las diversas 39
maneras de capturar las ballenas sino también las formas de usar cada una de sus
partes (piel, carne, aceite, huesos), tanto en su vida cotidiana como en la religión y el
M E R I D I A N O S
arte” (Takahashi et al. 1989, 105). Se la considera como “un conocimiento compar-
tido sobre la cacería de ballenas que es transmitido a través de generaciones [… y
que] abarca un patrimonio y una cosmovisión comunes, una comprensión de las
relaciones ecológicas (incluidas las espirituales) y tecnológicas entre seres humanos
y ballenas, procesos de distribución especiales y una cultura alimenticia” (Akimi-
chi et al. 1988, 75). Sin embargo, los antropólogos que estudian la caza comercial
de ballenas evitan usar el concepto cultura ballenera pues implica considerar “una
adaptación marítima, tecnológica y económicamente especializada en la explota-
ción de cetáceos, y donde las ballenas son particularmente importantes en otras
esferas de la vida cotidiana” (Lindquist 1994, 15), aspectos no siempre presentes
en el marco de la caza comercial. Se recomienda usar, entonces, el concepto tradi-
ción ballenera, entendida como “una forma particular de organización social, que
integra habilidades y conocimientos individuales y colectivos, reglas de captura de
una o varias especies de cetáceos, su procesamiento y la distribución y el uso de los
productos transmitidos a través de generaciones” (Lindquist 1994, 16). La tradición
no es sólo un patrón heredado de pensamiento y/o acción, una práctica específica a
largo plazo, transmitida de generación en generación, sino también una interpreta-
ción del pasado mediatizada simbólicamente en el presente, en una transformación
permanente, con continuidades y discontinuidades (Van Ginkel 2007, 9).
Sabemos de las tradiciones balleneras a través del estudio de las narrativas que
se han construido y se siguen construyendo para representarlas y valorarlas. Las na-
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La caza pasiva
Martin Gusinde piensa que los nómades canoeros del extremo sur sudamericano
no cazaban ballenas: “nunca se aproximan a un animal completamente sano, pues
podría resultarles muy peligroso”, pero cuando ven una ballena acosada o herida se
Narrativas etnográficas sobre ballenas y balleneros en las costas de Chile
Daniel Quiroz y Gastón Carreño
acercan en sus canoas desde todas direcciones, “los hombres lanzan sus largos ar-
pones” y todos tiran “de las cuerdas para hacer mayores las muchas y graves heridas
del animal”. Si la matan, “arrastran la enorme presa a la playa, aprovechándose de
la marea, con cuyo auxilio empujan el deforme cuerpo del animal lo más alto que
pueden tierra adentro”. El resultado “abastece a muchas familias durante varias se-
manas; su carne y aceite, huesos y tendones, barbas y dientes tienen un útil y variado
aprovechamiento” (Gusinde 1951, 212-213). Antonio Vásquez de Espinoza describió
a comienzos del siglo XVII, en la provincia de Atacama, otra operación ballenera en
la que grupos de pescadores se acercaban sigilosamente en balsas de cuero de lobo
a los cetáceos mientras dormían, asestándoles un golpe con una lanza con punta de
cobre debajo de la aleta. Se arrojaban al agua y regresaban a la costa en la balsa. Ob-
servando desde la playa, esperaban a que la ballena muriera y varara. Acudían luego
con toda la “parentela” y “parcialidad” para faenarla. Comían su carne y esperaban
a que el sol derritiera la grasa para obtener el aceite, que guardaban en odres de
tripas de lobo (Vásquez de Espinosa 1948, 618-619). La llegada de los europeos no
terminó con esta práctica, sino que su propia experiencia (si se considera que la caza
comercial de ballenas se inició en el norte de España y Francia alrededor del siglo X)
se mezcló con la de los primeros habitantes del territorio, por lo que la caza pasiva y
el aprovechamiento de ballenas varadas se continuaron practicando en las costas de 41
Chile hasta bien avanzado el siglo XX.
M E R I D I A N O S
La caza tradicional
La presencia de balleneros extranjeros, principalmente estadounidenses, desde finales
del siglo XVIII en los puertos chilenos estimuló una serie de operaciones locales, de
naturaleza tanto pelágica como costera. La participación chilena en la caza pelágica
aumentó significativamente entre 1868 y 1870, llegando a conformar en 1869 una
flota de unos veinte veleros, adquiridos en Estados Unidos e Inglaterra, que usaban
para cazar ballenas siguiendo el modelo pelágico yanqui, recorriendo las costas entre
Chile y Panamá en viajes que duraban cerca de diez meses (Quiroz 2015b). Del puer-
to de Talcahuano salieron algunas expediciones para cazar ballenas en los mares an-
tárticos (Cartes 2009). Desde 1830 se desarrollaron en el centro-sur del país algunas
operaciones costeras, con botes abiertos y arpón de mano, para capturar ballenas y
beneficiarlas en instalaciones terrestres bastante precarias. Los establecimientos más
importantes estaban en Tumbes, isla Santa María y Lebu, pero se expandieron mucho
más al sur, llegando hasta Chiloé a comienzos del siglo XX (Quiroz 2016).
Una de las experiencias más notables es la de la Familia Macaya, primero en
isla Santa María y luego en Chome, cerca de Talcahuano. Los orígenes son, en cier-
to modo, “mitológicos”. Su iniciador, Juan Macaya Aravena, habría aprendido el
oficio de Juan da Silva, un portugués que llegó a la isla Santa María en 1890. Da
Silva habría aprendido las artes de la caza y el procesamiento de las ballenas en las
islas Azores, desde donde se habría embarcado en los veleros balleneros nortea-
mericanos (Hernández 1998, 43). La relación ballenera entre estos dos personajes
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se materializó con la creación de la Sociedad de los dos Juanes, sellada además por el
matrimonio de Juan da Silva con Isabel Macaya (sobrina de don Juan). La socie-
dad no duró mucho tiempo, “apenas lo suficiente para que los Macaya descubrieran
su vocación ballenera y aprendieran las técnicas de caza del portugués” (Sepúlveda
2008, 26). La Sociedad de los dos Juanes usaba chalupas balleneras y arpones manuales
para la cacería y precarias instalaciones en la costa noreste de la isla Santa María para
su procesamiento (Hernández 1998). En 1932 se constituyó la Compañía Chilena de
Pesca y Comercio Juan Macaya Aravena e Hijos, y se instaló una planta para el proce-
samiento de ballenas en Puerto Macaya, isla Santa María.
La caza moderna
La caza de tradición noruega llegó a Chile en 1903 y se formalizó con la creación
de la Sociedad Ballenera de Magallanes, empresa que operó tanto con plantas cos-
teras como con buques factoría (Martinic 2004). Hacia 1910, la actividad ballenera
moderna en Chile estaba completamente en manos noruegas, con plantas en Pun-
ta Arenas, Valdivia y Chiloé, aunque los capitales chilenos no eran tan ajenos. La
retirada de los noruegos en 1913 permitió la emergencia de la Sociedad Ballenera
de Corral, una empresa chilena que operó desde Valdivia bajo el modelo noruego
42 hasta 1935 (Quiroz y Pastene 2014). La Sociedad Ballenera de Corral fue adquirida
en 1935 por la Compañía Industrial S. A. (Indus) de Valparaíso, dando inicio a una
nueva etapa en la industria ballenera nacional. La empresa, organizada como so-
ciedad anónima, emprendió un negocio a gran escala, a fin de asegurar la materia
prima para la elaboración de sus productos –jabones, detergentes, velas, aceites y
margarinas–. Sus operaciones balleneras representaron la culminación del modelo
noruego de caza costera (Pastene y Quiroz 2010). Sus actividades terminan con el
cierre en 1967 de la planta de Quintay. Pero la Indus no fue la única empresa balle-
nera en la segunda mitad del siglo XX. La familia de Juan Macaya y sus hijos había
iniciado sus operaciones durante los primeros años del siglo XX en isla Santa María,
bajo la modalidad de caza “costera tradicional”, y adopta paulatinamente elementos de
la modalidad “costera moderna”, como el uso de remolcadores y, luego, buques balle-
neros con cañón arponero, y, finalmente, la instalación en 1950 de una planta ballenera
moderna en Chome, cerca de Talcahuano. El cierre de esta planta en 1983 constituyó
el punto final de la actividad ballenera chilena.
La presencia japonesa fue breve, pero resultó significativa. Se instaló en Chi-
le en 1964 mediante una sociedad entre la empresa chilena Indus y la japonesa
Nitto Whaling Co., que duró hasta 1967. La misma empresa se asoció durante la
temporada siguiente con la familia Macaya, retirándose de Chile en 1968. Los
japoneses cambiaron la orientación de la actividad ballenera de la elaboración
de aceite a la producción de carne para consumo humano (Kasuya 2009), que
principalmente se exportaba a Japón pues en Chile nunca tuvo demasiada acep-
tación en la población.
Narrativas etnográficas sobre ballenas y balleneros en las costas de Chile
Daniel Quiroz y Gastón Carreño
M E R I D I A N O S
tribuirán a reducir en el imaginario de la época la importancia de ciertas cualidades
en los balleneros, y comenzará a predominar la naturaleza tecnológica de las armas
utilizadas para cazarlas. El cañón arponero representa, sin duda, la eficiencia tecno-
lógica, un poco en desmedro de la pericia humana (aunque obviamente se la nece-
site para usarlo de buena manera). La caza de ballenas pasa de ser considerada una
actividad heroica, en la que el hombre pone en juego su propia vida en un combate
contra un monstruo aterrador, a una actividad cruel e innecesaria, donde el hombre
muestra lo peor de sí mismo ante una criatura indefensa (Lawrence y Phillips 2004).
En un corto tiempo, pasamos de una narrativa proballenera a la moratoria mundial
y al surgimiento de “un poderoso discurso” antiballenero (Epstein 2008, 3), donde la
caza es “un acto de barbarismo, no tradicional, sino anacrónico” (Van Ginkel 2007,
11), y los seres humanos pasan a ser considerados los verdaderos “monstruos”, y las
ballenas, sus “víctimas”.
En este trabajo nos interesa mostrar tres formas específicas de representar las
ballenas y su caza en textos escritos entre los siglos XVII y XX, antes del surgimiento
de la moratoria y, por ende, del fin de la caza de ballenas en Chile, sin que esto impli-
que agotar el tema. Se distinguen en los textos estudiados varias modalidades de re-
presentación de la ballena: como “monstruo marino”, “recurso” y “recurso finito”, sin
dejar de considerar que en textos más modernos pueden aparecer otras, como por
ejemplo, “objeto de acuario” o “símbolo de la protección del ambiente” (Sowa 2013).
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 35-55
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Figura 1. Grabado de un cachalote varado en 1602 en las costas holandesas, publicado en 1618
Fuente: grabado realizado por Jan Saenredam. El título completo es Illustri generoso Ernesti Comiti
de Nassau. fortissimo Horoi, et Belgicae Liberta.is vindici acersimo D. suo clementissimo hoc mons-
trum [...] monstro so ho faculo D.D.D. J. Saenredam, más conocido como Illustri Monstrum.
Narrativas etnográficas sobre ballenas y balleneros en las costas de Chile
Daniel Quiroz y Gastón Carreño
Fuente: grabado por J. B. Zwecker. En Odd People. Being a Popular Description of Singular Races of
Man, T. Mayne Reid, 1860. Nueva York: Harpers & Brothers Publishers.
45
Diego de Rosales también nos habla de las ballenas en el siglo XVII, definiéndolas
M E R I D I A N O S
como “bestias marinas que son de inmensa grandeza”, pues el mar produce “más cor-
pulentos animales […] que la tierra por las gruesas calidades de sus aguas”. Nos dice
que “a los pescados de gran cuerpo que proliferan por partos y no por huevos, se dicen
generalmente cetáceos, de la palabra latina con que se nombra la ballena, que es cete, a
quien los indios chilenos llaman yene”. La ballena es un pez que se reproduce por crías
vivas. Agrega que el “mar de Chile está muy poblado de ballenas, pero no de tanta
grandeza […]. En Chiloé hay muchas y de estupenda corpulencia; suelen andar carga-
das de caracoles, lapas y otras conchas que se les pegan, de manera que sobreaguadas
parecen islotes empedrados de marisco. Unas arrojan el agua que reciben en la boca
por dos fistulas o canales que tienen en la frente, otras por solo un caño, con tan gran
ímpetu y furioso batido que ponen espanto y se oye de muy lejos”. Finalmente indica
que “no hay aquí quien se ocupe en pescarlas y mucho menos en beneficiarlas”, ex-
cepto “algunos indios chonos y sus confinantes, vecinos al Estrecho de Magallanes”,
quienes “las comen y se untan todo el cuerpo con su aceite o manteca”. Subraya que
“no las persiguen, sino que de las muchas que dan al través en sus costas sacan lo que han
menester para su alimento” (Rosales 1877, I, 305).
Las ballenas son todavía para los habitantes de Chile en el siglo XVII, y tam-
bién en el XVIII, “peces monstruosos”, y no recursos. El hecho de considerarlas peces
implica que, al compararlas con otros, resalte su grandeza relativa y sus peculiares
características. Las ballenas aún no se cazaban, pero frecuentemente se las encontra-
ba varadas en las playas. En el mundo, los artistas de la época las van a registrar en
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64). Resalta “el rápido progreso que ha to-
mado este puerto en la industria de la pesca
de ballenas”, pues la flota ballenera estaría
compuesta en 1868 por los “cinco buques
que salieron el año próximo pasado” más
otros seis “comprados para armarlos para
la pesca”, esperándose “tres buques más”3.
Pero el gobernador Pozzi no conside-
ra la caza de ballenas sólo desde una pers-
pectiva económica sino también educativa
y formativa, pues la actividad permitiría
tener “gente de mar” bien preparada. Es así
como los cinco buques que operaron en
1867 emplearon “260 individuos de mar, de
los cuales, dos terceras partes son naciona-
les” (Pozzi 1868, 98). Estaba preocupado de
la formación de “gente de mar” y conside-
raba que la participación de nacionales en Fuente: fotografía perteneciente a uno de
la caza de ballenas les permitiría aprender los autores (Daniel Quiroz).
Figura 4. Trabajadores de la Planta Ballenera de Bajo Molle posan frente a una ballena azul, 1956
48
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en toda su complejidad “las primitivas labores con que se realiza la faena” y los pre-
carios métodos “del aprovechamiento industrial” de sus restos (Castillo 1906, 5). Para
Castillo, “una industria ballenera no requiere de la protección del Supremo Gobierno
para progresar”, al contrario, “puede vivir i progresar espontáneamente por el esfuerzo
particular” (Castillo 1906, 6), siendo la función del Estado “reglamentar la caza” y
preparar “personal competente en escuelas en que puedan, después de un corto es-
tudio, acreditar la competencia requerida” para el desempeño del oficio y “sustraerse
de las desastrosas consecuencias a las que hoy se exponen en estas peligrosas i mal
remuneradas tareas” (Castillo 1906, 7). Castillo resalta que, “durante su estadía en
las costas de Llanquihue i Chiloé”, pudo enterarse de que la caza de ballenas “abarca
en la región de mi referencia a un solo cetáceo de nuestros mares”, la ballena franca,
“denominada vulgarmente raituel” (Castillo 1907, 162). En su caza “se ocupan más
de veinte empresas balleneras en las dos provincias de Llanquihue i Chiloé, consti-
tuyendo en muchos de esos puntos las tareas preferentes de la población” (Castillo
1907, 163). Castillo considera que la ballena franca es una especie que se encontraría
en peligro de extinción, debido a un “procedimiento inconveniente adoptado en la caza
del animal por los balleneros nacionales” (Castillo 1907, 162), que es hacerlo “durante
la época de procreación del cetáceo” (Castillo 1907, 164). Castillo subraya, treinta
años después, que “los cetáceos han sido de tal modo perseguidos, que los pocos so-
brevivientes de esta persecución inmoderada, han debido recluirse en una zona que
ya no puede seguir disputándole el hombre, sino muy de tarde en tarde” (Castillo
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1937, 39): los mares árticos y antárticos. Recuerda a los antiguos balleneros chilenos:
“en esos tiempos, […] el animal era atrapado con una audacia temeraria realmente
inconcebible para una época tan cobarde e incolora como la presente. Todo se ha-
cía desde una chalupa tripulada por ocho hombres, sin miedo [...]. Eran esos otros
tiempos, que no se han ido del todo. Tiempos de menos pericia profesional quizás,
pero de más cachaza” (Castillo 1937, 43). Después vino la caza moderna, donde la
industria ballenera, “dígase lo que se diga, [...] es ante todo una industria noruega”
(Castillo 1937, 46).
Castillo manifiesta una opinión positiva sobre la caza tradicional, con balle-
neros audaces, sin miedo, y otra negativa sobre la caza moderna, inmoderada, mos-
trándola como paradigma de una nueva época, cobarde e incolora. Esta opinión
negativa de la caza moderna, y positiva de la tradicional, es una narrativa previa a la
aparición del “poderoso discurso” antiballenero (Epstein 2008).
Este nuevo ballenero, de tradición noruega, con “más pericia profesional” pero
menos agallas, fue nuestro nuevo ballenero, ya no un “héroe” sino un “profesional”.
En 1946 se crea la Comisión Ballenera Internacional, con la finalidad de asegurar “la
conservación apropiada de los stocks de ballenas y hacer posible, así, el desarrollo
organizado de la industria ballenera” (Donovan 1982). Las organizaciones ambien-
50 talistas focalizan “la atención del mundo en el problema de la ballena”, haciendo de
su caza un asunto “controversial” (Van Ginkel 2007, 10). El ballenero no es ya un
“héroe”, ni siquiera se le trata como un “profesional”, ahora es el “monstruo”.
Conclusiones
El propósito de este trabajo fue revisar lo que se había escrito sobre las ballenas y su
caza, con el fin de buscar las ideas centrales de los respectivos discursos construi-
dos sobre el tema. Las narrativas que hemos revisado son anteriores a la “ruptura”
(Epstein 2008) pero prefiguran el discurso que dominará a Occidente en el siglo
XXI. El itinerario de la imagen de la ballena de “monstruo” a “símbolo” de la conser-
vación de la fauna es sin duda una trayectoria que debemos escudriñar con mucha
atención. Se nos dice que la ballena no es más “un recurso que debe ser administrado
ni una especie en peligro de extinción, sino animales con cualidades que los hacen
inherentemente valiosos” (Lawrence y Phillips 2004, 696). El relato antiballenero se
mueve de una base ecológica a una ética. Las ballenas han sido “reconstruidas”, no
como recursos que deben ser cosechados, ni especies que deben ser salvadas, sino como
individuos que, por exhibir conductas casi humanas, deben ser apreciados y respetados
(Lawrence y Phillips 2004, 698).
Las narrativas proballeneras han estado asociadas a la “la clase política y em-
presarial del Estado, favorables a la mantención de la caza de ballenas”, que son
desafiadas y han sido derrotadas por los discursos antiballeneros planteados “por
ambientalistas y simpatizantes de las ballenas” (Filho y Aguiar 2014, 139-142). Es
interesante la definición de los antagonistas en el “conflicto ballenero”: por un lado,
el Estado, con su clase política y empresarial, y por el otro, la Ciudadanía, represen-
Narrativas etnográficas sobre ballenas y balleneros en las costas de Chile
Daniel Quiroz y Gastón Carreño
tada por un conjunto de grupos de ambientalistas y amigos de las ballenas. Esta di-
cotomía es sin duda discutible, y la discusión misma es contemporánea. El conflicto
Estado-Ciudadanía emerge con fuerza frente a problemas muy diversos, aunque so-
bre la temática de las ballenas y los balleneros se ha llegado casi a una coincidencia.
Esta línea de investigación requiere, sin duda, mayor trabajo y más profundidad.
Menos conocidas son las narrativas anteriores a la moratoria y, por ende, a
la “ruptura”, como las que hemos revisado en este texto. La caza pasiva tiene como
núcleo duro la idea de la ballena como “monstruo”, y su presencia en las costas chi-
lenas será vista como “espectáculo”; la caza tradicional genera una percepción de la
ballena como recurso y la aparición de la figura del ballenero como héroe; la caza
moderna y su impacto sobre las poblaciones de ballenas provocan el surgimiento
del concepto de la ballena como “recurso finito” o escaso, y la transformación del
ballenero en un “profesional”. Es la idea de montaje la que ofrecemos para intentar
comprender el juego histórico de las tradiciones balleneras. El montaje es un proce-
dimiento narrativo que opera por efecto “de continuidad entre espacios y tiempos”
diversos, donde confluyen las tradiciones. Este efecto de continuidad funciona como
una transición entre las distintas tradiciones (Cozarinsky 1974). Las antiguas nocio-
nes no desaparecen con la instalación de una nueva tradición sino que conviven con
las emergentes, como una especie de “supervivencias”. 51
El antropólogo noruego Arne Kalland señala que, entre todos los animales, las
ballenas han sido transformadas en Occidente en seres únicos: la “superballena”, un
M E R I D I A N O S
constructo conceptual que reemplaza un reconocimiento apropiado de las setenta
y cinco especies diferentes incluidas en el orden taxonómico de los cetáceos y
sobresimplifica y oscurece las actuales circunstancias ecológicas de cada especie de
ballena: todas las ballenas están en peligro de extinción y todos los balleneros son
unos bárbaros (Kalland 2009, 28-46). En Occidente existe un discurso dominante,
antiballenero, en el que se ha reemplazado “el ciclo de consumo de las ballenas”
de los balleneros por “el ciclo de consumo de la superballena”, mediante la masifi-
cación del turismo, la personificación de la ballena y la generación de un discurso
que la describe como una propiedad común, y no como un recurso de acceso abier-
to (Kalland 2009, 135).
La industria turística se ha apropiado de las ballenas. La transición de la caza
al avistamiento con fines turísticos es una de las características más relevante de la
relación contemporánea entre los hombres y las ballenas. La “caza de ballenas” se
hace ahora con cámara fotográfica, lo que es bastante “menos letal” para las ballenas,
pero siguen siendo consideradas un “recurso”, ahora no por la industria ballenera
sino por la turística. Se ha convertido en un gran negocio, que durante el 2006 sig-
nificó que 13 millones de personas gastaron más de 2.100 millones de dólares en
119 países del mundo (O’Connor et al. 2009). Esta actividad no es inofensiva para
las distintas especies de cetáceos objeto de la industria turística del avistamiento.
Hay varios estudios que han registrado cambios problemáticos en la conducta de los
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cetáceos producto del avistamiento de ballenas, por lo que se ha insistido en que esta
industria sea “sustentable” (Hoyt y Parsons 2014).
La ciencia se ha apropiado también de las ballenas; los científicos se les han
acercado para estudiarlas. En el pasado, lo hicieron de la mano de los cazadores de
ballenas. Ahora prefieren olvidar esa historia. A la caza letal de ballenas con fines
científicos aprobada por la Comisión Ballenera Internacional, y reprobada por gran
parte de la comunidad internacional, se le opone una caza no letal que permita se-
guir conociéndolas sin afectar sus poblaciones. Los científicos, los “héroes” de los
nuevos tiempos (no sabemos hasta cuándo), les disparan dardos para recoger mues-
tras que permitan estudiar sus características genéticas y otros temas de interés.
La industria ballenera, la industria turística y la industria científica son cosas
distintas pero tienen algo en común: son industrias. Las ballenas siguen portando esa
naturaleza “monstruosa” que las hace tan atractivas para los seres humanos, quienes
las siguen por todas partes del mundo, en algún momento para matarlas, y ahora
sólo para “verlas” y/o “estudiarlas”.
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Animais como psicopompos nas sepulturas do sítio
arqueológico Justino? (Canindé de São Francisco
— Sub-região de Xingó — Sergipe, Brasil)*
Como citar este artículo: Queiroz, Albérico Nogueira de, Carlos Eduardo Cardoso y Olivia
Alexandre de Carvalho. 2017. “Animais como psicopompos nas sepulturas do sítio arqueológico
Justino? (Canindé de São Francisco — Sub-região de Xingó — Sergipe, Brasil)”. Antípoda. Revista
de Antropología y Arqueología 28: 57-73. Doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.03
Artículo recibido: 30 de diciembre de 2016; aceptado: 27 de febrero de 2017; modificado: 27 de marzo de 2017.
57
Resumo: a sub-região conhecida como Xingó, a qual engloba a cidade de Ca-
nindé de São Francisco, localizado no estado de Sergipe, no nordeste do Brasil,
M E R I D I A N O S
abriga uma série de sítios arqueológicos. Destes, pode-se destacar o sítio Justi-
no devido à presença de um grande quantitativo de vestígios, testemunho de
populações pretéritas que ocuparam essa região. Nessa área, os remanescentes
faunísticos integrados às sepulturas humanas sob os números 119 e 166 foram
analisados com base em suas características morfológicas e contexto fúnebre,
M E R I D I A N O S
Justino Archaeological Site, human burial (authors´ keywords).
O
sítio arqueológico Justino está localizado no município de Canin-
dé de São Francisco, numa sub-região conhecida como Xingó, no
semiárido do estado de Sergipe (figura 1). A área onde foram reali-
zadas as escavações possui um regime pluviométrico extremamente
baixo durante o decorrer do ano (Reis 1976). Já a vegetação é carac-
terizada por espécies arbustivas, espaçadas, caducifólias, hiperxerófilas plenamente
adaptadas ao clima quente e seco (Dominguez e Britcha 1997).
A exemplo da vegetação, a fauna também apresenta propriedades adaptativas
referentes ao ambiente encontrado na caatinga, como a baixa retenção hídrica e a
quantidade escassa das opções alimentares, em relação a outras regiões do país. Ape-
sar das adversidades impostas pelo clima, a biodiversidade revela os mais variados
taxa, tais como: mamíferos, aves, répteis, peixes e anfíbios (Leal et al. 2005).
Sobre o desenvolvimento das pesquisas arqueológicas, a região de Xingó foi es-
tabelecida em três áreas distintas de acordo com as divisões geográficas e ecológicas
que compartilham números expressivos de assentamentos de grupos humanos pré-
-históricos (pré-coloniais) (Martin 2005). O sítio arqueológico Justino faz parte da
área 3 num total de 16 sítios, onde o potencial de estudos científicos se demonstrou
multidisciplinar devido à quantidade e à diversidade da cultura material (Silva 2013).
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Figura 1. Localização do município de Canindé de São Francisco, Sub-região de Xingó, Sergipe, Brasil
Município de Canindé
Sub-região de São Francisco
de Xingó
Sergipe
Brasil
60 Fonte: autores.
M E R I D I A N O S
primários (em sua maioria) e secundários, permitem considerar para esse sítio um
modo de vida predominantemente gregário, adaptado às condições naturais ofereci-
das pela vegetação da caatinga e pelo rio São Francisco. As cronologias obtidas para
a necrópole do Justino apontam igualmente para quatro cemitérios (A, B, C e D),
cinco fases, três ocupações e oito datações não calibradas que vão de 8950±70BP a
1780±60BP (Fagundes 2007; Santana 2013).
Em algumas sepulturas, foi verificada a existência de conchas e esqueletos ani-
mais associados aos indivíduos humanos (Carvalho et al. 2002), hipoteticamente
como parte de rituais funerários, em que a fauna pode ter uma importância similar
a uma oferenda ou sacrifício para determinados indivíduos mortos daquela popu-
lação, provavelmente em função de sua posição hierárquica naquela população. As
sepulturas 119 e 166 estão entre as amostras observadas por apresentarem um perfil
incomum em sítios com presença de fauna no nordeste do Brasil; em ambas as sepul-
turas, existe uma evidente associação entre o ser humano e os vestígios animais, a qual
merece uma particular observação no que se refere a esqueletos de animais completos
ou parcialmente completos, ou seja, os ossos foram evidenciados ainda em conexão
anatômica (Simon et al. 1999; Queiroz e Carvalho 2005; Queiroz et al. 2014; Car-
doso 2015), o que provavelmente denotaria a inumação desses animais ainda com
pele (um furão) e penas (uma ave de rapina), respectivamente, porém, apesar da
suposição de um ritual fúnebre complexo para a necrópole do sítio arqueológico
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Justino, com elementos adicionais distintos de outros sítios no país, animais inteiros
ou parcialmente inteiros associados aos sepultamentos humanos.
Psicopompo
As atribuições dessa terminologia não definem apenas um ser vivo ou objeto de
forma específica, as referências sobre o psicopompo estão em inúmeras culturas dis-
tantes espacial e cronologicamente. Assim, os detentores da função de psicopompo
possuem diversas origens conforme suas crenças, embora compartilhem de algu-
mas propriedades em comum, tais como: as possíveis ligações culturais existentes
no núcleo de determinado grupo humano, a transição da vida à morte que dependa do
guia das almas (psicopompo) e, em muitos casos, os objetos e/ou animais são geral-
mente enterrados associados aos indivíduos mortos (Goepfert 2008).
A palavra psicopompo tem sua gênese no grego e sugere a junção de dois ter-
mos: psyché (alma ou espírito) e pompós (guia), ou seja, algo ou alguém, cuja atri-
buição é conduzir as almas dos mortos para o inframundo ou mundo dos mortos. A
mitologia em que se originou o termo relata a literalidade da função de conduzir ou
levar o espírito dos indivíduos (Goepfert 2008).
Segundo Balieiro et al. (2015), o termo descrito aponta essa função do ser ou
62 figura, cuja propriedade é acompanhar a alma nos processos de transição. Conforme
Whitmont (2002), o arquétipo psicopompo é observado como um guia interior, que
atua como mediador entre a consciência e a inconsciência.
De fato, não se pretende aqui evocar todos os contextos possíveis ou buscar
um amplo entendimento sobre os aspectos arqueológicos, etnoarqueológicos ou et-
nológicos e antropológicos relacionados ao psicopompo nem se pretende defender
posicionamentos teóricos mais profundos, mas tenciona-se introduzir uma ampla
discussão sobre a temática, a partir das evidências registradas num sítio arqueológico
pré-colonial brasileiro, comparando com uma cultura pré-andina no tocante à com-
plexidade dos ritos funerários e recorte cronológico.
As informações a respeito do psicopompo apresentam diversas interpretações
e sofrem mudanças que dependem do núcleo cultural ou regional. Alguns casos
mundiais poderiam servir como breves exemplos, ilustrando os diversos contextos,
por exemplo, na mitologia hindu, em que se estabelece o falcão como raptor, como
um ser sagrado que conduz a alma do morto através dos ventos para o “criador” até
a libertação da “nova morte” (Jung 2011), ou como termos definidos, de acordo com a
região, Exu (África), Ganesha (Índia), Hermes (grega) e Toth (egípcia), ou “condu-
tores de almas” na Mesoamérica (Franch 1997; González Torres 2001), e mais par-
ticularmente na América do Sul (Franch 1997; García Escudero 2010). Logicamente,
existem outras denominações de seres diferentes em outras culturas, isso se explica
pela generalidade da compreensão dos grupos em relação ao psicopompo e à com-
plexidade das implicações xamânicas ou arquetípicas (Jung 2011; Moreman 2014),
o que suscitaria inúmeras controvérsias, em se tratando de um universo conside-
rado por alguns estudiosos ainda como abstrato. Outros casos nos quais os “guias
Animais como psicopompos nas sepulturas do sítio arqueológico Justino?
Albérico Nogueira de Queiroz, Carlos Eduardo Cardoso y Olivia Alexandre de Carvalho
das almas” poderiam igualmente estar simbolizados seriam pelos vestígios animais
associados aos contextos fúnebres humanos resultantes de escavações arqueológicas
ou mesmo presentes nas representações iconográficas (figura 3).
M E R I D I A N O S
considerando a alta carga simbólica intrínseca a essas populações. Na figura 3, ob-
serva-se uma cena de uma manifestação sexual funerária da Cultura Moche do Peru,
num primeiro plano, envolve animais, celebrações, relações sexuais e um indivíduo
que é inumado. No segundo plano, a representação da transição da vida à morte na
qual podem ser observados artefatos como oferenda e animais possivelmente sacri-
ficados para acompanhar o morto até o mundo dos mortos (Goepfert 2008).
M E R I D I A N O S
questão. Assim, essas duas sepulturas foram as que melhor apresentaram dados re-
levantes para a formulação de hipóteses sobre as práticas fúnebres e suas prováveis
inferências simbólicas durante o período de ocupação humana pré-colonial naquela
área; portanto, foram o principal foco desta investigação.
Uma outra perspectiva poderia ser considerada para explicar a complexidade
da relação entre os humanos e os animais em contextos funerários, partindo da con-
cepção do “animal de estimação”, também conhecido como “xerimbabo” por alguns
grupos indígenas amazônicos recentes (Erikson 1983; 2012); entretanto, optamos por
manter o foco entre os contextos pré-coloniais, mesmo que oriundos de distintas re-
giões e culturas, devido à proximidade cronológica e a semelhanças ritualísticas.
Sepultura 119
Conforme a diagnose da sepultura, esse indivíduo foi sepultado numa posição de-
cúbito dorsal, num sepultamento primário e individual; seus membros inferiores
estavam elevados e flexionados, e peças cerâmicas foram encontradas sobre a re-
gião do crânio e do abdômen. O esqueleto em questão pertence ao sexo masculino,
afirmativa resultante da análise das características dos ossos que contribuem para a
determinação do sexo (Queiroz e Carvalho 2005; Carvalho 2006).
A datação estabelecida para esse indivíduo foi de 2650±160 B.P. (Queiroz e
Carvalho 2005); utilizando pequenas amostras de tecido ósseo, a respeito da ida-
de, o resultado revelou uma faixa aproximada entre 40 e 45 anos de acordo com
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 57-73
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consolidação das suturas cranianas. Devido aos fatores naturais como agentes
químico-físicos, cuja ação pode afetar elementos orgânicos como ossos, pele e pelos,
o esqueleto estava em estado friável e apresentava fraturas transversais, longitudinais
e oblíquas somadas, ainda, a microfissuras e fissuras. Alguns ossos sofreram pressão
sedimentar, além de reentrâncias e perfurações ocasionadas pela ação da erosão e
de agentes fúngicos, o que comprometeu a conservação do esqueleto ao longo do
tempo (Queiroz e Carvalho 2005).
Segundo Queiroz e Carvalho (2005), nessa mesma sepultura, foi evidencia-
do um esqueleto de animal parcialmente completo, articulado, com esqueleto em
conexão anatômica, com poucos ossos menores dispersos, tratando-se de um re-
presentante da família Mustelidae, um furão Galictis cuja (Molina 1782), cujas ca-
racterísticas morfológicas levam a acreditar que este teria sido inumado antes da fase
adulta (figura 4). Torna-se importante considerar que o registro dessa espécie em con-
textos funerários no Brasil, até o presente momento, configura-se como inédito e que,
devido às particularidades de sua inumação (posição do corpo em relação ao esque-
leto humano, ausência de estigmas ou marcas de violência, ossos articulados), não se
considerou a possibilidade deste ser um animal intrusivo (bioturbação).
O furão (Galictis cuja Molina 1782) foi depositado sobre o abdômen do indi-
víduo humano na sepultura. Ao levar em consideração que esse animal apresentou
um esqueleto com os ossos articulados e em conexão, foi possível propor a hipótese
de ato simbólico ao inumar no mesmo enterramento um ser humano e um ani-
mal. Nesse sentido, um fator a se tratar são os valores provavelmente atribuídos ao
Galictis cuja (Molina 1782), que podem estar associados à esfera funerária, quando
esse animal foi inserido no contexto fúnebre exclusivamente para a cerimônia de
enterramento ou numa representatividade material, referindo-se a uma ligação pré-
-morte do indivíduo humano com o animal (mascote ou animal de companhia).
Animais como psicopompos nas sepulturas do sítio arqueológico Justino?
Albérico Nogueira de Queiroz, Carlos Eduardo Cardoso y Olivia Alexandre de Carvalho
Sepultura 166
Nessa sepultura, foi evidenciado um indivíduo humano adulto com sexo indetermi-
nado, inumado de forma primária num recipiente cerâmico, provavelmente como
parte de um ritual mortuário. O esqueleto humano estava em mau estado de conser-
vação, com ossos friáveis, fissurados e fraturados, de forma similar ao do indivíduo
119. A bioerosão foi provocada pelos processos tafonômicos do sedimento. A data-
ção apontou para uma cronologia de 1770 B.P. (Queiroz e Carvalho 2005).
Um fato que distingue essa sepultura da do sepultamento 119, na qual foram
depositados vasilhames cerâmicos que recobriam a região cranial e abdominal do
indivíduo humano, com o esqueleto do animal, refere-se à inumação dos indiví-
duos (humano e animal) dentro de uma peça cerâmica. Embora exista um ponto em
comum entre as duas sepulturas, a presença de animais completos (com ausência
de alguns ossos devido à dispersão e a agentes tafonômicos), com esqueleto arti-
culado e em conexão anatômica. Quanto ao esqueleto humano da sepultura 166,
foi evidenciada uma ave de médio porte, cujas análises morfológicas -em particu-
lar do bico, alongado, ligeiramente recurvado e pontiagudo- apontaram para uma
ave de rapina (figura 5). As observações realizadas sobre o exemplar faunístico não
foram bem-sucedidas na determinação de espécie. No mesmo sentido, as análises
resultaram em informações aproximadas, em virtude de o conjunto sepulcral ter 67
sido completamente recoberto por resina acrílica (Paraloid), o que impossibilitou a
inumação completa da sepultura. Em estudos posteriores, procedeu-se com a remo-
M E R I D I A N O S
ção química e mecânica dessa resina acrílica (Cardoso 2015), contudo se observou
que a continuidade do procedimento comprometeria a integridade das peças ósseas;
assim, o procedimento foi interrompido.
Figura 5. Indivíduo inumado (sepultura 166) em recipiente cerâmico com uma ave de rapina
associada (em detalhe)
Conforme informado, essa ave foi encontrada articulada e com ossos em vi-
sível conexão anatômica e associada ao corpo de um indivíduo humano; grande
parte dos ossos do animal estava presente. A descoberta de elementos ósseos de
animais que acompanham os esqueletos humanos é uma amostra bastante plausível
da existência de interações entre o homem e a fauna nessa população pré-colonial no
âmbito sepulcral, e cuja relação amplia as hipóteses suscetíveis diante das evidências
encontradas na sepultura, principalmente com referências às práticas de teor ritual
nos sepultamentos dessas populações (Queiroz e Carvalho 2005).
A presença de restos faunísticos pode determinar uma parcela do cotidiano de
vida dessas populações em que a fauna silvestre parece deter um caráter importante
diante desses grupos pré-coloniais que habitaram a região Nordeste, em particular
a sub-região de Xingó.
Assim como na inumação do indivíduo 119, existe uma palpável possibilidade
de que o esqueleto 166 tenha sido sepultado por meio de práticas rituais, fator esse
que sugere uma considerável carga simbólica e pode envolver múltiplas interpreta-
ções sobre os motivos que levaram essa população a inserir animais em sepulturas
ocupadas por humanos.
68 Resultados e discussão
No universo das complexas relações humano-animais, existem diversos questio-
namentos e hipóteses sobre as origens e as formas de representação no decorrer
do tempo. No Brasil, ainda existem diversas lacunas quanto ao estudo e à busca do
entendimento sobre o quão importante o elemento animal é na psique e como com-
preender sua presença no ambiente funerário.
No caso particular da necrópole do sítio arqueológico Justino, os dados obtidos
nas análises empreendidas sobre as duas sepulturas que apresentaram animais com-
pletos ou parcialmente completos associados aos sepultamentos humanos consideram
o pressuposto em que os vestígios zooarqueológicos estavam incluídos no contexto
simbólico presente na inumação dos indivíduos, o que caracteriza um exemplo de re-
lação multifacetada entre as populações humanas pré-coloniais e a fauna. Apesar de
poucas amostras, é possível que haja uma reincidência de esqueletos completos desses
animais encontrados no sítio Justino e talvez em outras regiões arqueológicas do país,
ainda pouco representativas na literatura zooarqueológica, mas que abrem a possibi-
lidade de se propor padrões de enterramentos humanos com a inserção de elementos
faunísticos depositados simbolicamente como psicopompo.
Estudos sobre o modo de vida das populações pretéritas na Mesomérica e na
América do Sul, bem como de grupos indígenas recentes na Amazônia, apontam
para a importância de alguns animais símbolos de poder ou mesmo como “guias
das almas”, ainda que o status de “psicopompo” não figure claramente nos trabalhos
(González Torres 2001; García Escudero 2010; Erikson 2012).
Dessa forma, para o sítio Justino, os resultados baseados em evidências obti-
das em escavações forneceram dados promissores sobre os animais presentes nos
Animais como psicopompos nas sepulturas do sítio arqueológico Justino?
Albérico Nogueira de Queiroz, Carlos Eduardo Cardoso y Olivia Alexandre de Carvalho
M E R I D I A N O S
em vida. Além disso, a ideologia do psicopompo demonstrada na iconografia Moche
poderia ser seletiva, ou seja, somente os indivíduos privilegiados socialmente acaba-
riam sendo conduzidos por esses animais (Goepfert 2008). Será que tais princípios
poderiam ser considerados nos casos apresentados para o sítio Justino?
Essa hipótese ocupa grande parte da pesquisa a partir da observação das es-
truturas, já que parece expor um comportamento de interação entre o homem e os
animais no contexto ritual/funerário, que envolve o papel de psicopompo desses
elementos faunísticos e as inumações com seres humanos. Essa associação é evi-
dente no sítio Justino, embora seja necessário estabelecer mais evidências que rela-
cionem os aspectos ligados à função de psicopompo do furão (Galictis cuja Molina
1782) e da ave de rapina em outra sepultura. Além dos aspectos que relacionam os
humanos aos animais no sítio arqueológico Justino, existem igualmente fatores eco-
lógicos e paleoecológicos relevantes a se considerar, uma vez que o furão é um ani-
mal raramente relatado para a sub-região semiárida de Xingó, mesmo sendo um
animal também ocorrente no Bioma da Caatinga (Bornholdt et al. 2013). Já entre as
aves de rapina frequentemente encontradas naquela localidade, a espécie Caracara
planctos (Miller 1777), conhecida em boa parte do nordeste brasileiro como “carca-
rá”, com outros nomes regionais (“caracará”, “carancho”, “gavião-de-queimada”, “ca-
racaraí”). Em revisões sobre a zooarqueologia brasileira, em particular no tocante
aos vertebrados terrestres, não ocorrem registros em outras regiões sobre a presen-
ça de Galictis cuja (Molina 1782) relacionado a contextos culinários ou mortuários,
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 57-73
doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.03
nem mesmo para as aves de rapina em geral (Queiroz 1999; Queiroz e Carvalho
2008; Queiroz 2010).
Tomando-se como exemplo os diversos aspectos da cultura Moche, enquan-
to significado da fauna no universo simbólico e na psique mochica, os camelídeos
seriam normalmente utilizados como meio de transporte de carga. Assim, nessa
ideologia, esses animais teriam o papel, uma vez sacrificados, de levar as almas
dos mortos para o plano espiritual; já as aves com sua habilidade de voo, eram vis-
tas como “raptoras de almas”, cuja função seria levar (roubar) o espírito do morto
(Goepfert 2012).
Conclusão
Levando-se em consideração as particularidades observadas na necrópole do Jus-
tino, caracterizada pela presença de acompanhamentos faunísticos sob a forma de
adornos e artefatos, em particular as duas sepulturas humanas cujos ossos animais
se encontravam articulados e em conexão anatômica, muito diferente do registrado
em outros sítios continentais brasileiros, foi possível propor, ainda que de forma pre-
liminar, uma comparação com outras áreas arqueológicas com contextos similares
70 em estrutura funerária. Nesse sentido, este estudo buscou compreender o possível
status dos animais considerados como “psicopompo”.
Seguindo os princípios teóricos e as observações empíricas no contexto perua-
no como um provável exemplo, a partir de suas semelhanças com as duas amostras
brasileiras do sítio arqueológico Justino, o conceito de psicopompo poderia ser atri-
buído à fauna em algumas práticas funerárias da considerada “cultura xingoana”.
O aspecto comum encontrado nas escavações arqueológicas daquele contexto
sul-americano com o registrado no sítio arqueológico Justino ocorreu pela observa-
ção das estruturas funerárias, onde foram encontrados animais completos associados
aos enterramentos humanos. No Justino, existem igualmente inumações humanas
com conchas, ossos e esqueletos de animais incompletos, o que caracteriza um
modo de vida bastante adaptado às condições ambientais, o que poderia promover a
subsistência desses grupos pré-coloniais nos últimos três milênios e permitir, assim,
o desenvolvimento de práticas mortuárias complexas.
No caso das sepulturas humanas 119 e 166, em que os esqueletos animais se
encontravam em perfeita conexão anatômica, além da ausência de marcas de vio-
lência nos ossos, as quais poderiam igualmente indicar uma das formas violentas de
sacrifício, há um tratamento diferenciado, bem distinto daqueles comumente ob-
servados no processamento dos animais para finalidades culinárias e econômicas,
assim como no tratamento e na produção de subprodutos, artefatos e utensílios.
As semelhanças estruturais com o caso peruano nos levam a defender a hipóte-
se de que esses animais possuíam um significado diferencial quanto à sua represen-
tatividade simbólica, assim como, rituais fúnebres desenvolvidas pelos indivíduos
que habitaram a sub-região de Xingó.
Animais como psicopompos nas sepulturas do sítio arqueológico Justino?
Albérico Nogueira de Queiroz, Carlos Eduardo Cardoso y Olivia Alexandre de Carvalho
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73
M E R I D I A N O S
Comunión e interexistencia. El Spondylus spp. en la Costa
Norte del Perú durante el Intermedio Tardío (800-1450 d.C)*
Como citar este artículo: Jaramillo Arango, Antonio. “Comunión e interexistencia. El Spondylus
spp. en la Costa Norte del Perú durante el Intermedio Tardío (800-1450 d.C)”. Antípoda. Revista de
Antropología y Arqueología 28: 77-97. Doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.04
Artículo recibido: 6 de abril de 2016; aceptado: 13 de septiembre de 2016; modificado: 12 de diciembre de 2016
M E R I D I A N O S
humanos y dioses. Esta relación involucra la creación de dos mundos, uno de
los humanos y otro fuera del alcance de estos, con un vínculo tan estrecho que
ambos deben su existencia a la interacción constante. En ese sentido, ambas
realidades interexisten gracias a la relación que supone la comunión a través del
Spondylus spp. entre seres pertenecientes a los dos planos: humanos y dioses.
Palabras clave: Ontología, ritual, comunicación (Thesaurus); concha, chimú,
lambayeque (palabras clave del autor).
* Este artículo es resultado de la estancia de Investigación en el Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera
en Lima, Perú, entre agosto de 2015 y febrero de 2016, con el proyecto: “Una relación de relaciones: objetos
de plata con escenas de recolección de Spondylus”.
** Maestro en Estudios Mesoamericanos, Universidad Nacional Autónoma de México. Actualmente, estudiante
de doctorado en Estudios Mesoamericanos en la misma institución. Entre sus últimas publicaciones están:
“Régimen objetual entre los mayas del periodo Clásico, una propuesta”, Estudios de Cultura Maya 47: 163-
191, 2016. “Bitácora de un Colgante Darién en el ‘cenote sagrado’ de Chichén Itzá”. En Cuevas y cenotes:
una mirada interdisciplinaria, editado por Roberto Romero, 173-195. México: Centro de Estudios Mayas,
Universidad Nacional Autónoma de México, 2016. *a.jaramillo232@gmail.com
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 77-97
doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.04
E
l presente artículo tiene como objetivo explorar la importancia del
Spondylus spp.1 para las sociedades que ocuparon la costa norte del Perú
durante el Intermedio Tardío (800-1450 d.C). Se procuró escoger algu-
nas piezas lo suficientemente representativas para poder enfocarse en un
estudio iconográfico profundo y comparado, sin la necesidad de enume-
rar grandes listados de objetos que, a causa del espacio disponible, no pudieran ser
analizados en detalle2. El texto es producto de una investigación llevada a cabo en
excavaciones arqueológicas de la costa norte del Perú y Ecuador, y en museos que res-
guardan piezas de esta región, durante el 20153. La costa norte del Perú, perteneciente
a los Andes Centrales, es definida geográficamente por el litoral de Piura, Lambaye-
que, La Libertad y Ancash (ver la figura 1). Esta pesquisa procuró documentar las
vías de introducción del Spondylus spp. en la región y la importancia de este material
partiendo de fuentes propias del norte del Perú, sin tener que aplicar conclusiones
surgidas de otros contextos geográficos o históricos4. Más que la interpretación de un
simbolismo mítico, se intenta comprender la existencia de varios mundos (humanos
y más que humanos) que se relacionan por la recolección y el uso ritual del Spond-
ylus spp. Estos mundos no existen previamente a su puesta en contacto, sino que se
configuran en cuanto se relacionan; en ese sentido, interexisten.
Las fuentes consultadas son figuraciones plásticas en donde el Spondylus spp. 79
aparece siendo recolectado o siendo utilizado ritualmente, pues en estas escenas se
aprecia el contexto de uso de la concha. Entender estas figuraciones se presenta como
M E R I D I A N O S
un paso previo indispensable antes de interpretar los contextos arqueológicos en
donde aparecen la concha y los objetos manufacturados en este material. Específica-
mente, los contextos analizados pertenecen al Período Intermedio Tardío, que en la
costa norte del Perú coincide con el desarrollo Chimú y Lambayeque (800-1450 d.C).
1 El Spondylus spp. es una concha bivalva caracterizada por sus tonos de color rojizo, sus espinas y su dureza.
Fue explotada en época precolombina por muchos pueblos del continente desde Perú hasta Norteamérica.
Existen especies de Spondylus en el Pacífico y en el Atlántico, pero las del Pacífico son mucho más grandes
y tienen colores más intensos.
2 En esta selección, por pertinencia se buscó utilizar materiales muy conocidos y estudiados, para establecer
el diálogo con otros autores, analizar piezas que no habían sido estudiadas a profundidad y dar a conocer
objetos ausentes de la literatura especializada. Todo esto acompañado de dibujos arqueológicos actualiza-
dos y ajustados al original para facilitar su interpretación.
3 De manera específica se analizaron las colecciones del Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera, el Mu-
seo del Oro y el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia de Lima (Perú), el Museo Ar-
queológico Nacional Heinrich Brüning en Lambayeque (Perú) y el Museo Nacional del Banco Central del
Ecuador, en Quito; se entró en contacto con los proyectos arqueológicos y se revisaron las colecciones de
los museos de sitio de Huacas del Moche en La Libertad (Perú), Túcume y Chotuna-Chornancap en Lam-
bayeque (Perú), Cerro Hojas-Jaboncillo en Portoviejo (Ecuador) y en Salango, en Manabí (Ecuador). Ade-
más se realizaron visitas a diversas zonas arqueológicas y museos de la costa norte del Perú. Este proyecto
de investigación fue posible gracias a la voluntad académica del Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera
y la Universidad Nacional Autónoma de México, y al financiamiento de una beca mixta de CONACyT. A
las personas encargadas debo todo mi agradecimiento.
4 Adaptar fuentes incas o del Horizonte Temprano (1400-100 a.C) para explicar la importancia de este
bivalvo en la costa norte del Perú ya ha sido intentado por Judith Davidson (1981).
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 77-97
doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.04
Salango
Guayaquil
Frontera
Perú-Ecuador
Cabo
Blanco
Jotoro Túcume
Costa norte
Chotuna -
del Perú
Chornancap
Chan Chan
Chavín de
Huantar
Océano Huarmey
80 Pacífico
Supe
Lima
Fuente: el autor.
5 A partir de este punto, usaré la contracción Spondylus spp. para referirme a dos especies panámicas del gé-
nero, princeps y calcifer (Keen 1971, 96). Estas dos se distinguen por su color; mientras que el princeps tiene
tonos que van del crema al naranja rojizo, el calcifer es de color morado intenso. La distribución de ambas
va desde la Baja California en México hasta Cabo Blanco en Perú. Aunque en algunos trabajos arqueológi-
cos se incluye también a la especie leucacanthus, esta vive en profundidades tan extremas que difícilmente
se tuvo acceso a ella en época precolombina. Además, los colores del leucacanthus son similares a los del
princeps, por lo que no es segura su identificación en artefactos manufacturados (Carter 2011, 64).
6 La costa norandina se refiere a la costa del norte de Sudamérica, a partir de los bosques de manglares existentes
en Tumbes, en el extremo norte del Perú, que ya indica un cambio climático de relevancia respecto al litoral
desértico de los Andes Centrales.
Comunión e interexistencia. El Spondylus spp. en la Costa Norte del Perú durante el Intermedio Tardío (800-1450 d.C)
Antonio Jaramillo Arango
Existen evidencias del uso del Spondylus spp. en el actual territorio peruano
desde el precerámico hasta la época incaica, y en la gran mayoría de sitios arqueo-
lógicos andinos de importancia de todos los períodos prehispánicos se halla este
material exótico (Carter 2011). Es importante resaltar que se encuentran bivalvos
enteros de Spondylus spp., lo cual indica que este material fue recogido directamente
bajo el mar cuando el animal aún se encontraba con vida, pues sólo de esta manera
se encuentran las dos conchas juntas; también se debió complementar con una re-
colección en playa de la concha cuando el animal ya hubiera fallecido, pero de esta
manera sólo es posible recuperar una valva, pues la otra queda sujeta al sustrato ro-
coso. Aunque el Spondylus spp. tuvo que ser explotado y posteriormente comerciado
por las sociedades asentadas en la costa ecuatoriana, la arqueología de este país no
ha develado un uso tan intenso de esta concha como en los Andes Centrales, sobre
todo en la manufactura de objetos de este material; en Salango, uno de los puertos
prehispánicos más importantes de la costa de Manabí, en Ecuador, los hallazgos
de Spondylus spp. son modestos, en comparación con los sitios de la costa norte
peruana. Este hecho no ha de sorprender demasiado, pues muchas sociedades que
exportan un producto determinado no lo consumen a gran escala, ya que resulta
más conveniente para ellos su intercambio7.
Vale la pena mencionar que existió la posibilidad real de que las sociedades 81
de la costa norte peruana se proveyeran de Spondylus spp. desde otras fuentes dis-
tintas a la de las costas norandinas. Existen bancos de Spondylus spp. en Panamá
M E R I D I A N O S
y en el Occidente Mesoamericano que las poblaciones allí asentadas usaron para
manufacturar objetos. La navegación entre Ecuador y México utilizando tecnología
precolombina fue posible y ha sido comprobada por simulaciones por computador
(Callaghan 2003), cálculos ingenieriles (Dewan y Hosler 2008) y arqueología expe-
rimental (Smith y Haslett 2000). En punta Mita (Nayarit, México) se ha encontrado
evidencia de uso de tecnología ecuatoriana prehispánica para el buceo apnea, usada
para la procura del Spondylus spp. (Beltrán 2001). En estas travesías desde Ecuador
hasta México, Panamá debió ser un punto de paso importante, aunque son pocas
las evidencias que efectivamente se tienen de dicho tránsito (Cooke y Sánchez 2001,
35-37; Jaramillo 2015). Aunque se sabe que el Spondylus spp. fue un producto invo-
lucrado en el tráfico oceánico por el Pacífico, no se tiene certeza de su flujo: si los
pueblos ecuatorianos fueron en búsqueda de nuevas fuentes del material malaco-
lógico (Callagham 2003, 803; Hoqcenghem 2009), o, en cambio, si ellos exporta-
ban conchas a otras regiones (Cooke y Sánchez 2001, 36). Sea como fuere, quienes
emprendieron la conexión con otros pueblos del Pacífico fueron los pueblos de la
costa norandina, no así los de la costa norte del Perú, pues eran los norandinos los
que contaban con la tecnología necesaria para la navegación, y los materiales de
7 Un caso parecido al de la Costa Pacífica norandina ha sido registrado en el caribe hondureño durante el
Clásico Tardío (600-950 d.C), donde las ciudades costeras no hacen un uso masivo de las conchas que
exportan tierra adentro y que son más comunes en contextos arqueológicos alejados del litoral (Schort-
man y Urban 1994).
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M E R I D I A N O S
mente utilizadas ritualmente. El análisis de algunas de estas figuraciones –las más
representativas– será el punto central del artículo.
incas en los Andes Centrales, y desde la tradición de Tumbas de Tiro hasta los Mexica
en Mesoamérica) siempre se resaltaron las espinas propias de este animal.
Una primera revisión de escenas que contienen recolección de Spondyus spp.
fue realizada por Alana Cordy Collins en 1990, quien describe trece ejemplos de
objetos que figuran esta actividad, y nombra otros dos que no alcanzó a incluir en
su análisis pero que son conocidos por publicaciones posteriores. En la actualidad
se conocen muchos otros ejemplos de escenas de recolección de Spondylus spp., to-
dos provenientes de la costa norte del Perú durante el Intermedio Tardío. Resaltan
aquellos hallados en excavaciones controladas que no dejan duda de su ubicación
espacial y temporal: dos frisos del conjunto Xllangchic An (conocido anteriormente
como la ciudadela Uhle) en Chan Chan, un friso de Huaca Las Balsas en Túcume,
una tapa de orejera encontrada en Chornancap y un mate pirograbado excavado
recientemente en Jotoro.
Los estilos artísticos chimú y lambayeque son frecuentemente confundidos por
los especialistas, por varias razones: tienen un origen común (el arte moche) del que
son explícitamente herederos, tienen un desarrollo paralelo con continuas influencias
mutuas, y, además, el Imperio chimú conquistó el territorio lambayecano en el 1375
d.C, llevando su propio estilo a las nuevas tierras anexas y movilizando artesanos de
84 Lambayeque a sus ciudades. Aunque el estilo artístico no pueda ser diferenciado con
claridad, los hallazgos de escenas de recolección de Spondylus spp. en contextos con-
trolados nos permiten estar seguros de que tanto chimús como lambayeques tuvieron
acceso a la concha desde el momento de su obtención de manera independiente8.
Las escenas del conjunto Xllangchic An en Chan Chan están datadas para el período
de 1300 a 1350 d.C (Campana 2012, 38), mientras que el mural de Huaca Las Balsas
pertenece al período Lambayeque de Túcume, que se ubica desde el 1000 al 1375 d.C
(Narváez 2011, 105-129). La existencia de estas dos figuraciones en arquitectura antes
de la conquista chimú a Lambayeque da cuenta de que esta práctica fue compartida
por estos dos pueblos de la costa norte del Perú.
Para comenzar a develar la importancia que para chimús y lambayeques tuvo
el Spondylus spp. hay que comenzar por analizar las embarcaciones desde las cuales
se recolectaban las conchas.
Las Balsas
En la ciudad lambayecana de Túcume, en el edificio conocido como Huaca Las Bal-
sas, el equipo arqueológico liderado por Thor Heyerdahl, Alfredo Narváez y Bernar-
da Delgado encontró un friso decorativo con una detallada escena de recolección
de Spondylus spp. (ver la figura 2). En esta figuración plástica se ve a dos personajes
sobre una balsa que sostienen con cuerdas a dos buzos –aparecen otros tres en la
composición– que mediante apnea retiran la concha del fondo marino con ayuda
8 Esto en contra de opiniones como la de Cordy-Collins (1990), quien pensó en su momento que el Imperio
chimú dependía de los lambayeques para obtener la concha.
Comunión e interexistencia. El Spondylus spp. en la Costa Norte del Perú durante el Intermedio Tardío (800-1450 d.C)
Antonio Jaramillo Arango
Figura 2. Ilustración del mural con escena de recolección de Spondylus spp. en Huaca Las Balsas, Túcume
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M E R I D I A N O S
Fuente: elaborado por el autor. Rojo: Spondylus spp., verde: humanos y cuerdas, ocre: instrumentos
para retirar el Spondylus spp. del fondo rocoso, morado: balsa de fondo plano y vela triangular.
9 Se trata de una figuración escultórica en plata de una balsa de troncos. Actualmente se encuentra resguar-
dada en el Museo Nacional del Banco Central del Ecuador, en Quito.
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10 Existen dos análisis sobre este vaso, el de Mackey y Pillsbury (2013) y el de Alfredo Narváez (2014, 64-
110). Este último investigador es quien bautiza a este objeto como “el Vaso B de Denver”, para diferenciarlo
de otro vaso (el A) con manufactura similar y resguardado en el mismo museo.
11 Existen dos figuraciones plásticas que parecen mostrar recolección de Spondylus spp. desde un caballito
de totora: una orejera del Museum of the American Indian en Nueva York, y la sección C del friso de los
buceadores de Xllangchic An en Chan Chan. Considero que estos dos únicos casos excepcionales están
mostrando recreaciones locales de recolección de Spondylus spp. hechas con tecnología propia de la región.
12 Algunos autores anotan el carácter felino (Wester 2012, 47) y otros el ofídico (Narváez 2011, 121) de estas
extremidades. Al concordar con las dos apreciaciones, considero que se trata de un ser mixto con caracte-
rísticas de ambos animales.
Comunión e interexistencia. El Spondylus spp. en la Costa Norte del Perú durante el Intermedio Tardío (800-1450 d.C)
Antonio Jaramillo Arango
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M E R I D I A N O S
Rojo: Spondylus spp., verde: cuerda zoomorfa, ocre: tocado semicircular.
13 Los ejemplos aquí mencionados pueden ser consultados en la página del Museo Larco con su número de
catalogación. http://www.museolarco.org/catalogo/
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14 Las posiciones corporales con el torso flexionado no son exclusivas de las escenas de recolección de
Spondylus spp., y también aparecen cuerpos de esta forma en numerosos contextos mortuorios. Hablar
sólo de posición fetal no le hace justicia a la diversidad de ejemplos iconográficos y arqueológicos en
los que aparecen cuerpos con torso flexionado de múltiples maneras entre los chimús y lambayeques
(Gamboa Velásquez, comunicación personal, 2016). No obstante lo anterior, sí considero que en este
caso podría hablarse de una posición flexionada que refiere a momentos y lugares liminares asimila-
bles al nacimiento.
Comunión e interexistencia. El Spondylus spp. en la Costa Norte del Perú durante el Intermedio Tardío (800-1450 d.C)
Antonio Jaramillo Arango
Fuente: fotografía e ilustraciones del autor. Rojo: Spondylus spp.; morado: embarcaciones; amarillo:
balsa con fondo plano y vela; verde: recipientes; ocre: tocado semicircular.
La escena A-3 muestra una recolección de Spondylus spp. con las característi- 89
cas que se han analizado: dos personajes se encuentran sobre una embarcación de
base plana y vela y sostienen mediante cuerdas a dos buzos que recolectan la concha
M E R I D I A N O S
del fondo marino. Por perspectiva y uso del espacio, los buzos se encuentran sobre la
embarcación, si bien, por comparación con otras escenas, se puede asegurar que su
actividad se desarrolla bajo el agua. Aunque los buzos no presentan cabeza, lo más
probable es que estas estuvieran manufacturadas de otro material pegado al textil y
que no se ha conservado.
La escena B-2 muestra a dos personajes frente a una estructura arquitectónica
a cuya parte superior se accede mediante una rampa15. Frente al acceso se encuentra
una plaza en la que estos personajes están depositando ofrendas en bolsas y reci-
pientes probablemente llenos de Spondylus spp. Bajo los personajes están dos objetos
cerámicos en forma de ave, y sobre sus cabezas, dos copas. Estas copas, también co-
nocidas en ejemplos arqueológicos, son complejos objetos rituales manufacturados
en plata (ver la figura 5). Su cuerpo principal es hueco (para introducir pequeños
objetos dentro) y se le adicionaban colgantes para que la copa hiciera sonido en el
momento de su uso. Sus escenas son marinas, con olas antropomorfas, aves marinas,
¿perlas? y ¿Spondylus spp.? –estas últimas dos identificaciones no son seguras–, que
recuerdan el origen de las ofrendas en los rituales de los que hacen parte, como se
observa en este fragmento textil.
15 Agradezco a Ulla Holmquist específicamente por la ayuda en la interpretación de esta escena. Ella fue
quien reconoció que esta se trataba de una escena en tierra frente a una estructura arquitectónica, y, sobre
todo, la diferenció de la A3.
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Figura 5. Copa de plata con escenas marinas resguardada en el Museo Larco de Lima (ML100809)
Fuente: fotografía cortesía del Museo Larco, ilustración por el autor. Rojo: ¿Spondylus spp.?; ama-
rillo: ¿perlas?; azul: olas antropomorfas; verde: aves marinas.
90
Los rituales y la relación condensada
Algunas escenas hacen explícito el efecto que tenía el uso ritual del Spondylus
spp. entre chimús y lambayeques. Un par de narigueras de plata del Museo Larco
(ML100431 y ML100432) muestran dos personajes dentro de estructuras arquitec-
tónicas (reconocidas por el arreglo de los techos, igual a los ejemplos reales encon-
trados en excavaciones) en posición fetal con Spondylus spp. en las manos. En medio
de estos dos personajes aparece un tercer ser antropomorfo con tocado semicircu-
lar, con las características que se reservan a los dioses: sus manos se convierten en
un personaje con características ofídicas y felinas. Incluso, en uno de estos objetos
(ML100431, figura 6), el dios sale con dos valvas de Spondylus spp. en las manos.
Figura 6. Nariguera de plata con escena de ritual con Spondylus spp. resguardada en el Museo
Larco (ML100431)
Fuente: fotografía del autor. Rojo: Spondylus spp.; verde: extremidades zoomorfas; ocre: tocado
semicircular; morado: estructura arquitectónica.
Comunión e interexistencia. El Spondylus spp. en la Costa Norte del Perú durante el Intermedio Tardío (800-1450 d.C)
Antonio Jaramillo Arango
Estas escenas están figurando un ritual en el que los seres humanos vuelven
a adoptar una posición corporal, en este caso fetal, que remite al lugar y momento
liminar en el que el Spondylus spp. fue recolectado, para así reactivar la relación que
fue necesaria para la obtención de la concha: la comunión con un dios con extremi-
dades de cuerda/serpiente/felino. Esta relación, condensada por el Spondylus spp.,
es desenvuelta en rituales en búsqueda de objetivos específicos.
En una de las escenas de la compleja iconografía del Vaso B de Denver (ver figura
7) se muestra una procesión de seres humanos que cargan ofrendas en bolsas y reci-
pientes, precedida por algunos personajes con cabezas trofeo. Luego del tránsito por va-
rios espacios arquitectónicos se hace explícito que las ofrendas son de Spondylus spp.16.
La concha es administrada por un personaje con tocado en medialuna, y finalmente
llevada ante un ser femenino con extremidades de ofidio/felino que está ingresando
al espacio reservado a los dioses. El Spondylus spp., que condensa la relación entre hu-
manos y dioses, funciona en este ritual específico para la deificación de un personaje
femenino al desplegar la comunión entre seres necesaria para tal fin.
Figura 7. Fragmento del Vaso B de Denver, en donde se ve la escena de la procesión con cabezas,
trofeo y ritual con Spondylus spp.
91
M E R I D I A N O S
Fuente: el autor, modificado de un dibujo de Hélène Bernier, tomado de Mackey y Pillsbury (2013,
124). Rojo: Spondylus spp.; verde: extremidades zoomorfas; amarillo: cabezas trofeo; morado: bol-
sas con ofrendas.
16 Esta identificación la hacen de manera independiente pero coincidente Carol Mackey y Joanne Pillsbury
(2013) y Alfredo Narváez (2014).
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La interexistencia
Un plato de madera (probablemente, algarrobo) con incrustaciones de Spondylus spp.
de varios colores, Pinctada imbricata, Pinctada mazatlánica y piedra verde (crisoco-
la), reguardado en el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del
Perú en Lima (MO 4430, figuras 8, 9 y 10), es el mejor ejemplo de la importancia
conferida al Spondylus spp. en la costa norte peruana por chimús y lambayeques.
Figura 8. Interior y exterior del plato de madera con incrustaciones resguardado en el Museo
Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú (MO 4430)
92
Figura 9. Detalle del interior del plato de madera con incrustaciones resguardado en el Museo
Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú (MO 4430), donde se ve la recolección
de Spondylus spp.
Figura 10. Ilustración, plato de madera con incrustaciones resguardado en el Museo Nacional de
Arqueología, Antropología e Historia del Perú (MO 4430)
Fuente: elaborado por el autor. Rojo: recolección de Spondylus spp.; verde: chacras o sembradíos;
amarillo: canales o ríos; azul: el mar.
M E R I D I A N O S
esta cultura. En su escena iconográfica se muestra una escena de recolección de
Spondylus spp. duplicada, en la que las representaciones de las bivalvas son manu-
facturadas en la misma concha. Es el único ejemplo conocido en el que el Spondylus
spp. es usado para figurarse a sí mismo, en el que el mismo material es representante
y representado a la vez, en el que el objeto enseña y es al mismo tiempo.
La escena del plato debe dividirse en dos partes claramente diferenciadas:
el exterior y el interior. En el interior (el más conocido y más veces publicado) pre-
senta, del centro a los extremos, las siguientes secciones: una escena de recolección
de Spondylus spp. llevada a cabo desde la cabina de una embarcación en la que dos
personajes sobre la balsa sostienen a dos buzos mediante cuerdas. Luego, y dividido
por una línea fronteriza claramente trazada por piezas de Spondylus princeps naran-
ja, una chacra o sembradío con maíz y frijol, intercalado con olas antropomorfas
figurando el agua de los ríos o de los canales. La parte exterior, de nuevo dividida
del resto por una frontera de Spondylus princeps, esta vez de color más rojizo, unas
olas antropomorfas y peces multicolores figurando el mar. En el borde del objeto,
tal vez indicando una nueva línea divisoria entre el interior y el exterior del plato,
existen restos de una nueva franja fronteriza hecha con piezas de Spondylus princeps.
Los estudios del plato, que se limitan al análisis del interior del objeto, han querido
interpretar que esta pieza muestra la relación entre el Spondylus spp. y la fertilidad
17 El museo tiene registrados estos dos lugares como origen de la pieza, de ahí la ambigüedad de su procedencia.
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18 La idea de dos realidades interconectadas por un doblez ya fue propuesta para los mayas de Cancuc, en los
altos de Chiapas (México) por Pedro Pitarch (2013).
Comunión e interexistencia. El Spondylus spp. en la Costa Norte del Perú durante el Intermedio Tardío (800-1450 d.C)
Antonio Jaramillo Arango
tencia en su propio mundo; es por esto que no sólo coexisten, sino que interexisten a
través de las relaciones continuas que entablan.
De esta manera se puede entender mejor la escena del Vaso B de Denver, en
la que los personajes del espacio de arriba deben su existencia a las acciones de los
humanos en el de abajo. La mujer no podría conformar esta realidad de los dioses
si no es gracias a las acciones de los humanos abajo, de la misma manera como los
humanos no podrían tener acceso al Spondylus spp. si no fuera por la intervención
de las deidades que los sostienen con sus extremidades cuerda/serpiente/felino.
Conclusiones
Tenemos suficientes fuentes arqueológicas para conocer cuál fue la importancia del
Spondylus spp. para las sociedades de la costa norte del Perú durante el Intermedio
Tardío sin tener que apelar a otras fuentes de otras geografías y temporalidades.
Esta relevancia empieza a esclarecerse cuando se analizan los puntos que chimús
y lambayeques resaltan de la obtención de la concha: se muestra una tecnología de
navegación foránea, se insiste en la intervención de dioses y en la posición liminar
que se adopta al realizar esta acción.
Luego de haber obtenido el Spondylus spp., esta concha condensa la relación
entre humanos y dioses que fue necesaria para su recolección, la misma que es des- 95
plegada posteriormente a través de rituales. Esta relación-concha permite la intere-
xistencia de dos realidades en permanente contacto: una en donde el orden humano
M E R I D I A N O S
es considerado (con los sembradíos, ríos y canales cerca y el mar como límite de
acción), y otra en donde las reglas de existencia son diferentes.
Estas conclusiones surgidas del material de la costa norte del Perú durante
el Intermedio Tardío no pretenden negar o reemplazar las existentes, sobre todo
aquellas que vinculan al Spondylus spp. con los opuestos complementarios (y la fer-
tilidad), y la noción que esta concha fue el alimento de los dioses. Considero que
las nociones que los diferentes pueblos tenían sobre el Spondylus spp. no se con-
traponían, sino que se acumulaban y muchas veces se compartían. Si se entiende
a la agricultura como una de las expresiones más explícitas del orden humano, y al
Spondylus spp. como un propiciador de este último, las nociones de interexistencia
ya expuestas y las de fertilidad no quedan tan alejadas del espectro interpretativo.
De la misma manera, si se entiende que Macahuisa no pidió al inca Spondylus spp.
para alimentarse sino para establecer una relación de co-comensalidad y recipro-
cidad con el gobernante humano, el relato quechua contenido en el Manuscrito de
Huarochirí puede verse como un ejemplo de las relaciones entre humanos y dioses
facilitadas por el Spondylus spp.
De todas maneras se ha procurado abordar este estudio pensando a través de
los objetos expuestos, esto es, desarrollando una argumentación heurística sin pre-
suponer que estos representan, significan o simbolizan algo más (Henare, Holbraad
y Wastel 2007). Los objetos fueron entendidos como la materialización de relaciones
de las que son condensaciones y potenciadores; en este caso se puso el énfasis en
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entender la relaciones entre humanos y más que humanos a través del Spondylus
spp. durante el Intermedio Tardío; sin embargo, mundos y seres no se agotan en este
aparente dualismo.
El Spondylus spp. ha funcionado como un relacionador por excelencia en los
Andes Centrales: promovió la interacción con las poblaciones de la costa norandi-
na, la comunión entre humanos y dioses, y, también, sobrepasa límites temporales al
mantener la atención de investigadores actuales sobre su uso en tiempos antiguos. Lo
interesante de esta concha no es sólo que relaciona seres en tiempos, espacios y reali-
dades diferentes, sino que rompe las nociones de existencia que se tienen por seguras,
y es una ventana para aproximarnos a mundos radicalmente diferentes al “nuestro”
–temporal, geográfico y ontológico–.
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excavación llevados a cabo por el Centro de Investigación y Restauración de Bienes Mue-
bles, La Libertad, en la zona: sur 1, sector de Chayhuac, Chan Chan. Trazo de la carretera de
evitamiento”. Reporte al Instituto Regional de Cultura de La Libertad, Trujillo, Perú.
26. Wester, Carlos. 2012. Misterio e Historia en la Cultura Lambayeque. La sacerdotisa de
Chornancap. Lima: Ministerio de Cultura.
El espacio y los recursos: el análisis arqueofaunístico
mediante SIG en los distintos ambientes de la provincia
de Santa Fe (Argentina)*
Julieta Sartori**
Universidad Nacional del Litoral, CONICET, Argentina
Fernando Santiago***
Centro Austral de Investigaciones Científicas, CONICET, Argentina
Como citar este artículo: Sartori, Julieta, Fernando Santiago y María Belén Colasurdo. “El espacio
y los recursos: el análisis arqueofaunístico mediante SIG en los distintos ambientes de la provincia
de Santa Fe (Argentina)”. Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología 28: 99-125. Doi: https://
dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.05
Artículo recibido: 7 de marzo de 2016; aceptado: 12 de mayo de 2016; modificado: 9 de diciembre de 2016
99
M E R I D I A N O S
nísticos que realizaron las poblaciones humanas que habitaron los distintos
ambientes de la provincia de Santa Fe; particularmente, establecer una compa-
ración entre las ecorregiones del Chaco Húmedo, el Espinal y Delta e Islas del
Paraná vs. la llanura pampeana durante el Holoceno. Para ello se compila in-
* Esta investigación contó con financiación de CONICET y la Fundación Arqueológica del Litoral. La mis-
ma deriva del proyecto “El uso del espacio en la cuenca superior del río Coronda durante el Holoceno
tardío: un enfoque geo y zooarqueológico”.
** Doctora en Humanidades y Artes Mención Antropología, Universidad Nacional de Rosario, Argentina.
Profesora en la Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas, Universidad Nacional del Litoral, Fundación
Arqueológica del Litoral. Entre sus últimas publicaciones están: “Falanges decoradas de Lama sp. en un
sitio del borde de la llanura aluvial del río Paraná (Santa Fe, Argentina)”. Arqueología Iberoamericana
32: 25-29, 2016. Con Fernando Santiago y María Belén Colasurdo, “Zooarchaeology in the Paraná River
Flood Plain: GIS Implementation at a Regional Scale”. Journal of Anthropology and Archaeology 2 (2): 77-
106, 2014. *julisartori@gmail.com
*** Doctor en Arqueología, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Argentina. Inves-
tigador del Centro Austral de Investigaciones Científicas, CONICET. Entre sus últimas publicaciones están:
coautor en “Guanaco Hunting Strategies in the Northern Plains of Tierra del Fuego, Argentina”. Journal of An-
thropological Archaeology 43: 110-127, 2016. Coautor en "Análisis de restos de roedores del sitio arqueológico
Las Vueltas 1, Tierra del Fuego, Argentina”. Revista Arqueología 22: 211-230, 2016. *ersant2@gmail.com
**** Doctora en Humanidades y Artes Mención Antropología, Universidad Nacional de Rosario, Argentina.
Investigadora del Centro de Estudios Regionales e Investigaciones Socio-Históricas Regionales-CONI-
CET. Entre sus últimas publicaciones están: “Primeras aproximaciones al análisis de los marcadores de
etnicidad en las pautas alimentarias desde la zooarqueología histórica”. Arqueología Iberoamericana 28:
70-74, 2015. “Presencia de huellas antrópicas en restos zooarqueológicos de sitios históricos de los siglos
XVIIIy XIX en la ciudad de Rosario (Santa Fe, Argentina)”. Revista de Arqueología Histórica Argentina y
Latinoamericana 8: 3-82, 2014. *belencolasurdo@gmail.com
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 99-125
doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.05
The Space and its Resources: An Archaeo-Faunistical Analysis, using GIS, of Se-
veral Environments in Santa Fe Province (Argentina)
Abstract: The aim of this study is to evaluate the use of wildlife resources by the
human populations which inhabited the Santa Fe province. We especially make
a comparison between the eco-regions, during the Holocene Epoch, of the
Damp Chaco, the Espinal and the delta and islands of Paraná River, on the one
hand, and the plain of the Pampas, on the other. Towards that end, we compiled
zoo-archaeological information from 13 contexts on 12 archaeological sites
100 that have been analyzed by different research teams. For the spatial analysis of
the composition of the sets, a Geographic Information System (GIS) is used.
This tool allows us to establish spatial similarities and differences in the use of
wildlife resources in a zone that presents ecological differences that may have
resulted in a differential use of the taxa.
Keywords: zooarchaeology, Geographic Information System, environments
of Santa Fe province, Paraná River, use of space (authors´ keywords).
L
a provincia de Santa Fe, y principalmente la llanura aluvial del Paraná,
contó con pioneras investigaciones arqueológicas desde fines del siglo
XIX y durante el XX, debido a que la zona resultaba atrayente, por cuanto
demostraba un gran potencial, dada la cantidad de registro que podía
observarse en superficie. Tales investigaciones derivaron en el planteo
de diversos modelos de ocupación para el área del Nordeste argentino (en adelante,
NEA) (De Aparicio 1936; Frenguelli 1923; Outes 1918; Serrano 1931; Zeballos y
Pico 1878). Así mismo, en los últimos años se produjo una mayor diversificación del
conocimiento al surgir nuevos enfoques que derivaron en la generación de nuevos
interrogantes y la aproximación a nuevas problemáticas.
Una de las temáticas que comenzaron a desarrollarse en la provincia de Santa
Fe a comienzos del año 2000 fue la zooarqueología, realizándose análisis de con-
juntos faunísticos, aunque provenientes generalmente de un solo depósito (Feuillet
Terzaghi 2002; Pérez Jimeno 1996; Santiago 2003, entre otros). Recién a partir de los
primeros resultados obtenidos a nivel de sitio comenzó a integrarse la información
intersitios, lo que permitió realizar inferencias acerca de la subsistencia, los rangos
de acción y uso de los recursos (Acosta et al. 2010; Cornaglia 2009; Cornero, Solo-
mita y Curetti 2010; Mucciolo y Pérez Jimeno 2015; Pérez Jimeno 2007; Santiago
2003; Sartori 2008; 2013; Sartori y Colasurdo 2011; Sartori, Colasurdo y Santiago 2014; 101
Sartori y Galligani 2014). En tal sentido, se considera que el presente trabajo consti-
tuye un aporte para el desarrollo de investigaciones regionales al permitir comparar
M E R I D I A N O S
el registro arqueofaunístico de doce sitios localizados en diferentes ambientes de la
provincia de Santa Fe (ver la tabla 1 y la figura 1).
NISP
Abreviatura N° Latitud Longitud Sitio Fechado Referencia
TOTAL
Pérez
Cerro Jimeno 2005
CA 1 28°0’52.99” 59°5’41.96” 530±70 23885
Aguara Santiago
2004
Barrancas
Pérez
BP 2 28°6’45.26” 59°9’32.61” del S/d. 2962
Jimeno 1996
Paranacito
Sartori
Campo
Cbin 3 28°20’19.33” 59°15’15.60” S/d. 337 y Pérez
Binaghi
Jimeno 2012
Parana Schmitz et
PM1 4 29°3’28.43” 59°24’17.91” S/d. 1557
Mini 1 al. 1972
Cornero,
LL 5 29°54’8.48” 59°55’37.92” La Lechuza 1760±60 5613 Solomita y
Curetti 2010
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doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.05
Ambiente
La provincia de Santa Fe, al situarse en la llanura chaco-pampeana, carece de acci-
dentes orográficos importantes; sin embargo, su paisaje se desarrolla con suaves on-
dulaciones y con un fuerte modelado de los ríos de llanura que la surcan. Con base
en las características de relieve y el gradiente de temperatura se pueden diferenciar
seis ecorregiones. Los sitios que se tratan en este trabajo se ubican, mayormente,
en sectores de transición entre el Delta e Islas del Paraná con la región Pampeana
(PDP), el Espinal (ESP) y el Chaco Húmedo (CHH). La excepción la constituye el
sitio localizado al suroeste de la provincia, el cual se emplaza exclusivamente en la
región Pampeana (PAM). Cada una de las zonas posee particularidades en la com-
posición florística y faunística que las caracteriza. A continuación se detallan las 103
generalidades ambientales que poseen los cuatro sectores (PDP, ESP, CHH y PAM)
en los cuales se localizan los sitios arqueológicos que permiten generar expectativas
M E R I D I A N O S
arqueológicas respecto a la composición de los conjuntos arquefaunísticos en cada
una de las zonas por analizar.
Los sitios que se emplazan más hacia el norte corresponden al Chaco Húmedo
(CHH), y zoogeográficamente pertenecen a la Región Neotropical y al subdistrito
chaqueño, el cual es el más rico por su gran biodiversidad (Cabrera y Yepes 1940).
Se caracteriza por la presencia de gran cantidad de especies, como el mono cara-
yá (Alouatta caraya), el ocelote (Felis pardalis), el aguará guazú (Chrysocyon bra-
chyurus), la corzuela colorada (Mazama gouazoubira) y el tapir (Tapirus terrestris),
entre otros. En cuanto a los peces, predominan los dos órdenes más representativos,
correspondientes a los charácidos y silúridos.
Los sitios del Espinal (ESP), en términos zoogeográficos, pertenecen al Domi-
nio Pampásico (Subregión Guayano-brasileña, Región Neotrópica) (Ringuelet 2004)
y abarcarían tanto al sector Pampásico como al de transición entre este último y el
sector de Delta e Islas del Paraná (Peña 1997). Ambos ambientes se caracterizan por
poseer especies pampeanas típicas, tales como Cavia aperea y Chaetophractus villosus;
pero también especies características que se encuentran adaptadas a la vida acuática.
Dentro de esta pueden mencionarse como los más destacados al carpincho (Hydro-
choerus hydrochaeris) y el coipo (Myocastor coypus). Las aves más características de
la zona son el leñatero (Anumbius annumbi), los espineros (Phacellodomus sp.) y los
pijuíes (Synallaxis sp.), y también los lechuzones del campo (Asio flammeus).
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es el de 8274±68 años 14C AP (dientes humanos, 7452-7396 años cal AC, AA-89915;
δ13C=-15,1‰). Por su parte, la ocupación más reciente corresponde al Holoceno
tardío, y cuenta con dos fechados obtenidos sobre tiestos cerámicos, que arrojaron
una antigüedad de 1555±85 14C AP (AA-89918; 420-587 cal AC) y 2350±180 14C AP
(AA-89919; 753-685 cal AC) (Avila 2011). Tales dataciones sitúan a este sitio como
el más antiguo de la provincia de Santa Fe (Avila 2011). En cuanto a las inferencias
del uso del espacio, Cornaglia sostiene que, considerando que la fauna recupera-
da corresponde a especies de estirpe central y/o patagónica, los grupos cazadores
que ocuparon el sitio habrían desarrollado estrategias adaptativas adecuadas para
desenvolverse en un ambiente árido-semiárido (Cornaglia 2014). En los conjuntos
recuperados de este sitio, tanto en superficie como en estratigrafía, se hallan presen-
tes Lama guanicoe, Rhea americana y Ozotoceros bezoarticus, especies que constitu-
yeron una parte importante de la dieta de los grupos humanos. La dominancia de
Lama guanicoe con respecto a las demás es un indicador de que esta fue la principal
fuente de proteínas animales para los distintos grupos humanos durante el Holoce-
no (Cornaglia 2009; 2013; 2014).
1 Otros investigadores que trabajan en la zona no son incluidos en esta síntesis, debido a que no poseen en
sus registros conjuntos mayores a 100 especímenes (Cocco, comunicación personal 2013), como en el caso
de Cocco (2009), quien localizó diferentes sitios en el sector Bajo de los Saladillos (al norte de la actual
ciudad de Santa Fe), de los cuales analizó fundamentalmente su distribución en el espacio.
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106
Paraná en su tramo medio e inferior (Sartori y Colasurdo 2011). En este sitio, los
análisis faunísticos habrían estado orientados a discutir las distintas trayectorias de
ingreso al registro arqueológico, y también la importancia relativa de cada especie.
Las autoras concluyen que en Playa Mansa se constató el consumo por parte humana
de diferentes especies, con un aprovechamiento de recursos tanto de alta como de baja
jerarquía. Entre los primeros se encuentran Blastocerus dichotomus, Ozotoceros bezoar-
ticus y Mazama gouazoubira, y entre los segundos pueden ubicarse Myocastor coypus,
Cavia aperea, dasipódidos y peces (Sartori y Colasurdo 2011).
En cuanto al sector más al norte de la provincia, en el Chaco Húmedo, el de-
pósito más antiguo corresponde al sitio La Lechuza, que posee un fechado radio-
carbónico de 1760 ± 60 años AP (Cornero, Solomita y Curetti 2010). El modelo
de ocupación humana para esa zona ha sido planteado por Pérez Jimeno (2007)
para grupos que ocuparon el área, aunque con posterioridad a 1500 años AP. La
autora sostiene que habría estado ocupada por grupos humanos semisendentarios,
vinculados estrechamente a los ambientes lénticos generados por la dinámica del
río Paraná. Los grupos, a su vez, habrían contado con una tecnología especializada
(cerámica, ósea y lítica en ciertos sectores), que les permitía basar su subsistencia en
la pesca, la caza de mamíferos (fundamentalmente, roedores y ciervos) y la recolec-
ción de moluscos. Los ambientes lénticos serían explotados intensivamente durante 107
los períodos de bajante del río, ya que a comienzos de los períodos de inundación se
fraccionaban y desplazaban hacia el oeste, hacia áreas ecotonales, o las tierras altas
M E R I D I A N O S
de la margen izquierda del río Paraná (Pérez Jimeno 2007).
En los conjuntos de los sitios que fueron estudiados por Pérez Jimeno y cola-
boradores se refleja una explotación de cérvidos, tales como Blastocerus dichotomus
y Ozotoceros bezoarticus, roedores (Myocastor coypus, Cavia aperea e Hydrochoerus
hydrochaeris) y peces (Pérez Jimeno 2007; Mucciolo y Pérez Jimeno 2015; Santiago
2002). Sin embargo, hay algunas diferencias respecto a la composición de los con-
juntos, que ha sido explicada en términos espaciales (Sartori y Pérez Jimeno 2012). Si
bien se estima que la pesca constituyó una actividad importante para los habitantes
de este sector, que habrían explotado este recurso en los cuerpos de agua más próxi-
mos, y no en el cauce principal del río Paraná (Pérez Jimeno 2007), es interesante
que en los sitios ubicados en espacios fuera de la planicie de inundación decrece la
dominancia de los peces en los conjuntos (Sartori 2013).
Para el Espinal hay planteadas líneas de investigación vinculadas a ciertas
expectativas arqueológicas que están siendo desarrolladas por una de las autoras
de este manuscrito. Estas sugieren que ca. 1000 años AP, y hasta el momento de
contacto entre europeos y pueblos originarios, habría habido una recurrencia en
la ocupación de espacios insulares y sectores de borde de la planicie de inundación
del Paraná. Estos últimos se ubicarían en terrenos altos, con una buena visibilidad,
situados próximos a cursos de agua, pero no inundables. Esto permitiría el abasteci-
miento de recursos críticos como agua, leña y gran cantidad de vegetales y animales
potencialmente consumibles (Sartori 2008; 2010a).
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Metodología
El análisis que se realiza en este trabajo es de escala regional, ya que abarca distintos
sectores de la provincia de Santa Fe. Para este fueron relevados los datos provenien-
tes de trece conjuntos provenientes de doce yacimientos arqueológicos localizados
en diferentes zonas. La definición de cada conjunto fue establecida en función de la
información que se encuentra publicada por los autores que realizaron los análisis
para cada muestra, considerándose como requisito que estas se compongan de más
de cien especímenes. Para el análisis se descartaron los especímenes no identificados
(Número de especímenes indeterminados-NUSP) (Lyman 2008) o indeterminados
y se agruparon los taxa en nueve categorías amplias. Para el estudio de las arqueo-
faunas se consideró sólo al macrotaxón vertebrados; siendo excluidos para los fines
de este trabajo aquellos restos que pertenecen a la categoría de invertebrados. En la
tabla 2 se enumeran el Número de especímenes identificados por taxón (NISP) de
cada conjunto, los índices de abundancia calculados (IA), las fuentes bibliográficas
de referencia y el fechado radiocarbónico para cada uno.
Tabla 2. Datos zooarqueológicos de sitios de la Provincia de Santa Fe, considerados por ecorregión, NISP por taxones analizados, índices de abundancia
calculados y referencias bibliográficas
Mamm.
Peces Roedores Cérvidos Camelidae Aves Dasipódidos Reptiles Carnívoros
Abreviatura N° Ecoregión Indet.
NISP I.A. NISP I.A. NISP I.A. NISP I.A. NISP I.A. NISP I.A. NISP I.A. NISP I.A. NISP I.A.
CA 1 20094 0,84 548 0,02 2620 0,11 336 0,01 0 0 149 0,01 0 0 137 0,01 1 0
BP 2 698 0,24 0 0 1163 0,39 435 0,15 0 0 435 0,15 0 0 231 0,08 0 0
Chaco
Cbin 3 48 0,14 154 0,46 79 0,23 28 0,08 0 0 0 0 15 0,04 10 0,03 3 0,01
Húmedo
PM1 4 824 0,53 265 0,17 78 0,05 63 0,04 73 0,05 34 0,02 0 0 220 0,14 0 0
LL 5 321 0,06 0 0,00 2752 0,49 2412 0,43 18 0,00 23 0,00 50 0,01 27 0,00 10 0,002
RSC 6 46 0,26 52 0,29 71 0,40 1 0,01 5 0,03 0 0 2 0,01 0 0 2 0,01
FP 7 959 0,33 1636 0,57 220 0,08 16 0,01 0 0 0 0 56 0,02 0 0 0 0
Espinal
LT 8 3362 0,98 17 0,005 54 0,02 7 0,002 0 0 5 0,001 0 0 0 0 0 0
PB 9 375 0,69 76 0,14 76 0,14 3 0,01 0 0 12 0,02 1 0,002 2 0,004 0 0
BG 10
Pampa y 272 0,95 0 0 4 0,01 9 0,03 1 0 0 0 0 0 0 0 0 0
Delta del
Pman 11 1229 0,36 980 0,28 1028 0,30 74 0,02 17 0,005 0 0 126 0,04 0 0 2 0,001
Paraná
LED 12 0 0 3284 0,77 361 0,09 1 0,000 95 0,02 34 0,01 457 0,11 0 0 7 0,002
Pampa
LEDSup 13 0 0 2872 0,41 330 0,05 27 0,00 3150 0,44 421 0,06 143 0,02 5 0,00 133 0,02
TOTAL 28228 0,50 9884 0,18 8836 0,16 3412 0,06 3359 0,06 1113 0,02 850 0,02 632 0,011 158 0,003
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Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 99-125
doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.05
+∑NISPcérvidos+∑NISPCarnivoridae)
en la gran mayoría de los análisis, y cuyo cálculo es unívoco, lo cual resulta adecuado
para fines comparativos (Grayson 1984; Lyman 1994; 2003; 2008). Además, el NISP
tiene más ventajas a la hora de realizar comparaciones, tales como las que planteamos
en el presente trabajo, que desventajas. Es por ello que consideramos al NISP como una
medida robusta en sí misma y óptima para poder realizar este tipo de comparaciones in-
tersitio a nivel regional, ya que otras medidas zooarqueológicas tradicionales (Número
mínimo de elementos-MNE y Número mínimo de individuos-MNI) acarrean mayores
diferencias a la hora de calcularlas (Grayson 1984; Lyman 1994; Grayson y Frey 2004).
Por otra parte, los aspectos culturales, tafonómicos y metodológicos que deben
haber influido en la representación de los taxa de los conjuntos se desdibujan a la
hora de hacer análisis de grano grueso. Lo que cabe mencionar es que, en mayor
o en menor grado, en los distintos sitios incluidos en este trabajo se han realizado
análisis tafonómicos por los equipos de trabajo de cada uno de ellos. En aquellos
sitios en los que se encuentran realizados en mayor detalle los análisis tafonómicos,
los resultados reflejan que no hay agentes que afecten de manera intensa el registro
arqueofaunístico (Cornaglia 2009; Pérez Jimeno 2007; Santiago 2012; Sartori 2013;
Sartori y Pérez Jimeno 2012; Sartori y Colasurdo 2011).
Por otro lado, en lo que refiere a los posibles sesgos generados por diferentes
métodos de recuperación, cabe señalar que las técnicas empleadas son prácticamente 111
uniformes, ya que, en todos los casos, los sitios se excavaron por unidades artificiales, tri-
dimensionando los materiales y utilizando zaranda de mayas finas (0,5 cm a muy finas,
M E R I D I A N O S
0,1 cm). Esto ha permitido la recuperación de elementos muy pequeños, correspondien-
tes generalmente a peces o roedores. Por lo expuesto, no se considera que haya fuentes
de variabilidad tan significativas como para que no se pueda realizar el presente análisis.
Resultados
De los trece conjuntos analizados, cinco (sitios CA, BP, CBin, PM1, LL, de la tabla 1
y figura 1) corresponden a sitios emplazados en el sector CHH; cuatro, al sector ESP
(sitios RSC, FP, LT, PB); dos, a PDP (BG, PMan), y dos, a la PAM (sitio LED con dos
conjuntos). Los taxa representados se distribuyen en un total de diecinueve especies
–considerando a los peces como macrotaxón–, que fueron agrupadas en nueve ca-
tegorías (ver la tabla 3). Estas han sido establecidas en función de que, en la mayoría
de los casos, su presencia en el registro se debe a agentes antrópicos.
Todos los conjuntos sumaron un total de 56.472 restos faunísticos, pertenecien-
tes al macrotaxón vertebrados; encontrándose constituido el conjunto más pequeño
por 179 restos, y el mayor, por 23.885. Considerando el total de los conjuntos desde
categorías taxonómicas amplias, se observa que los peces constituyen, en promedio
para toda las ecorregiones, el 49,5%, mientras que los mamíferos representan el 47,5%,
y las aves y los reptiles sumados, el 3% restante. Cabe señalar que las cuatro primeras
categorías de la tabla 3 (Peces, Roedores, Mammalia Indet. y Cérvidos) representan
el 88% de los restos faunísticos de todas las ecorregiones de la provincia de Santa Fe.
112
Tabla 3. Datos zooarqueológicos recalculados por ecorregión. NISP total, NISP por taxones analizados e índices de abundancia recalculados
NISP Peces Mamm. Indet. Roedores Cérvidos Camelidae Aves Dasipódidos Reptiles Carnívoros
doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.05
Sector
TOTAL NISP I.A. NISP I.A. NISP I.A. NISP I.A. NISP I.A. NISP I.A. NISP I.A. NISP I.A. NISP I.A.
Chaco
Húmedo 34354 21985 0,640 967 0,028 6692 0,195 3274 0,095 91 0,003 641 0,019 65 0,002 625 0,018 14 0,000
(CHH)
Espinal
7056 4742 0,672 1781 0,252 421 0,060 27 0,004 5 0,001 17 0,002 59 0,008 2 0,000 2 0,000
(ESP)
Pampa y
Delta del
3742 1501 0,401 980 0,262 1032 0,276 83 0,022 18 0,005 0 0 126 0,034 0 0 2 0,001
Paraná
(PDP)
Pampa
11320 0 0 6156 0,544 691 0,061 28 0,002 3245 0,287 455 0,040 600 0,053 5 0,000 140 0,012
(PAM)
Si se observa la composición de cada sector, tenemos que en la zona del CHH, los
cinco sitios presentan un total de 34.354 especímenes, con una media de 6.870, mien-
tras que la mediana es de 2.962, y es la que exhibe mayor robustez en sus muestras (tabla
3). Esta zona es la que refleja una mayor abundancia de Cérvidos, Roedores, Aves y
Reptiles. El sector ESP presenta NISP más bajos en sus registros, para un total de 7.056,
una media de 1.764 y una mediana de 1.716. La zona PDP presenta en sus dos conjun-
tos un total de 3.742, y por último, la zona PAM presenta un total de 11.320, concentra-
dos en un solo sitio con un conjunto de estratigrafía y otro de superficie.
Describiendo cada uno de los recursos, los peces están presentes en once sitios, y en
su conjunto constituyen el recurso mejor representado en términos de NISP (N=28228).
Cabe señalar que en el sitio ubicado en el sector pampeano, estos se encuentran ausentes.
Si nos detenemos en su abundancia a lo largo de la planicie de inundación del Paraná,
pueden observarse algunas diferencias. En tal sentido, las representaciones más robustas
se observan en sentido decreciente Sur (PDP)-Norte (CHH) (ver la figura 3). Este aspec-
to concuerda con las proporciones en la presencia de los otros dos recursos que habrían
sido centrales para la subsistencia: los roedores y los cérvidos, en esta zona. Es decir que
se observa una tendencia inversamente proporcional entre los peces y los demás recur-
sos presentes. Si se atiende a cada ambiente específico, el caso del CHH representa el 77%
(N=21985) de todos los restos asignados a peces; siendo destacable el sitio Cerro Aguará, 113
con un NISP de 20.094. Además, en la zona de la planicie de inundación del Paraná
(tanto en el CHH como en el ESP), los peces cobran gran importancia, superando en los
M E R I D I A N O S
sitios insulares el 50% de los NISP de los conjuntos.
Figura 3. Mapa de distribución de los valores por sitio del índice de abundancia de peces. Se indi-
can el NISP total de este conjunto y el Bonescape generado para este taxón
Figura 4. Mapa de distribución de los valores por sitio del índice de abundancia de Rodentia. Se
indican el NISP total de este conjunto y el Bonescape generado para este taxón
114
Los roedores (N=8836) constituyen, conjuntamente con los peces, el otro re-
curso ampliamente representado en toda la provincia (ver la figura 4). Sus restos
aportan el 15,5% dentro del NISP general para todas las ecorregiones, y si se tiene
en cuenta que los mamíferos identificados a nivel de orden-familia en su conjunto
constituyen sólo el 29,2% del NISP, puede observarse la gran importancia de estos
El espacio y los recursos: el análisis arqueofaunístico mediante SIG en los distintos ambientes de la provincia de Santa Fe
Julieta Sartori, Fernando Santiago y María Belén Colasurdo
Figura 5. Mapa de distribución de los valores por sitio del índice de abundancia de Cervidae. Se
indican el NISP total de este conjunto y el Bonescape generado para este taxón
115
M E R I D I A N O S
En cuanto a Lama sp., este taxa se encuentra presente en sólo 33% de los sitios, y el
NISP es sustancialmente diferente entre los sitios del CHH, ESP y PDP –que en total su-
man 78 restos–, mientras que en PAM se encuentra representado por 3.245 especímenes
(ver la figura 5). Entre los demás mamíferos que presentan bajas frecuencias se encuen-
tran los dasipódidos (N=850), los cuales se hallan representados en depósitos de los tres
sectores, aunque su abundancia refleja un patrón espacial diferencial para los conjuntos
de los sectores CHH, ESP, PDP y PAM. Los dasipódidos están presentes en un 33% de los
conjuntos y se distribuyen en cuatro especies identificadas. Su presencia es mayor en los
sitios ubicados en los sectores PAM (IA=0,05) y PDP (IA=0,03), mientras que en el CHH
y ESP, los IA son menores a 0,009 (ver la figura 6). Para el caso de los carnívoros (N=158),
si bien se encuentran presentes en seis sitios, el 88% de los restos pertenecen al sector
PAM. Cabe señalar que, entre las diferentes especies que se ven representadas, no todas
poseen indicios de haber sido aprovechadas, mientras que en el caso de los dasipódidos,
su presencia suele estar asociada a su aprovechamiento humano.
Figura 6. Mapa de distribución de los valores por sitio del índice de abundancia de Camelidae. Se
indican el NISP total de este conjunto y el Bonescape generado para este taxón
116
Las aves (N=1113), al igual que los roedores y los cérvidos, presentan mayor
abundancia en el sector CHH, decreciendo en sentido Norte-Sur, aunque se observa
un incremento en el sector suroeste (ver la figura 7). Como macrotaxón, su presen-
cia se registra en un 41% de los sitios, y no han sido identificadas a niveles específicos
en la mayoría de los casos –a excepción de Rhea americana–, debido a la amplia
variabilidad específica de toda la zona y la falta de colecciones de referencia.
Figura 7. Mapa de distribución de los valores por sitio del índice de abundancia de Aves. Se indi-
can el NISP total de este conjunto y el Bonescape generado para este taxón
117
M E R I D I A N O S
Por último, los reptiles (N=632) presentan una mayor abundancia en el sector
CHH (IA=0,018), decreciendo significativamente sus IA en sentido Norte-Sur (ver
la figura 8). Este hecho se ve reflejado también en que la zona del sector CHH posee
el 84% de los restos asignados a esta Clase.
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Figura 8. Mapa de distribución de los valores por sitio del índice de abundancia de Reptilidae. Se
indican el NISP total de este conjunto y el Bonescape generado para este taxón
118
Discusión
Considerando que la provincia de Santa Fe posee una riqueza en la biodiversidad
que se incrementa en sentido Sur-Norte y Oeste-Este, las características ambientales
que posee cada una de las zonas en las cuales se emplazan los sitios tornarían espe-
rable que haya diferencias en la preponderancia de los recursos explotados en cada
2 Para el cálculo del NTAXA sólo fueron tenidas en cuenta aquellas especies que presentaron evidencias de
acción antrópica; por las características del sitio LED y de las muestras estudiadas, no se quiso sobrerre-
presentar el número de especies identificadas, ya que el ingreso al registro de algunos taxa podría ser por
causas naturales (ver Cornaglia 2014).
El espacio y los recursos: el análisis arqueofaunístico mediante SIG en los distintos ambientes de la provincia de Santa Fe
Julieta Sartori, Fernando Santiago y María Belén Colasurdo
sector. Es decir que, más allá de las variaciones en la composición de cada conjunto
en particular, la expectativa es que se observen tendencias en cada sector, que irían
de la mano de la oferta faunística. Se consideró que para realizar un análisis en
términos espaciales, el GIS constituye una herramienta versátil que hace posible
visualizar tendencias en cada una de las zonas analizadas, permitiendo compa-
rarlas entre sí. Los resultados expresados en el apartado anterior posibilitaron ob-
servar recurrencias en cuanto a las categorías taxonómicas amplias que dominan
los conjuntos en cada ecorregión. Si bien esto es sumamente útil para la discusión
de los recursos que habrían tenido un rol central en la subsistencia de los grupos
cazadores-recolectores de la región, debe hacerse una consideración al respecto.
Dado que las categorías de análisis engloban diferentes taxa, un análisis de grano
más fino hacia el interior de cada ecorregión se torna necesario, ya que existen
variaciones que reflejan la explotación puntual de ciertas especies, en detrimento
de otras. Tal situación se encuentra estrechamente vinculada con la estructura del
ambiente y con los requerimientos ecológicos que poseen las distintas especies que
constituyeron la base principal de la subsistencia.
En lo que respecta a los peces, en sitios del CHH, ESP y PDP, los bagres (Pi-
melodella laticeps, Pimelodus maculatus y Pimelodus albicans) y otras de las especies
identificadas en los diferentes conjuntos (como vieja del agua, cascarudo y torito) tie- 119
nen mayor presencia dentro de los NISP% de las muestras (Musali, Feuillet y Sartori
2013; Sartori 2013). Si se tiene en cuenta el hábitat de tales especies, puede deducirse
M E R I D I A N O S
que estas habrían sido capturadas en aguas poco profundas y vegetadas. Además,
algunas de ellas suelen habitar ambientes lénticos y lóticos, lo cual coincide con las
características del emplazamiento de los distintos sitios insulares (Musali, Feuillet y
Sartori 2013; Sartori 2013). Cabe destacar que en la PAM, los peces se encuentran to-
talmente ausentes, y al respecto es interesante que en las prospecciones realizadas por
Ceruti en sistemas lagunares del sudoeste santafesino tampoco se registran restos de
este macrotaxón, pese a que todos los sitios se encuentran cercanos a cursos de agua
o lagunas (Ceruti 1987; Cornaglia 2013; 2014).
Los roedores son el segundo recurso más explotado en términos de NISP y se
hallan en todos los sitios, aunque cabe señalar que entre las especies potencialmente
consumibles, y con evidencia de haberlo sido, se registran diferencias. El coipo pre-
senta la distribución más homogénea, encontrándose en casi todos los conjuntos, a
excepción de PAM. En los sitios localizados en el CHH, ESP y PDP se halla represen-
tado por una amplia cantidad de restos (N=4186), mientras que para el carpincho,
si bien se halla en un 75% de los conjuntos, los NISP son sustancialmente más bajos
(N=496), lo cual refleja una baja explotación de este roedor, que supera ampliamente
en porte al coipo. Su bajo NISP y su menor presencia en los sitios han llevado a con-
siderar alguna restricción en su aprovechamiento, sobre todo para la zona del Paraná
inferior y Delta (Acosta 2005; Feuillet 2002). No obstante, para la zona media, Sar-
tori (2013) propone que las variaciones en su representación podrían estar dadas en
términos espaciales, ya que este animal se encuentra mejor representado en los sitios
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M E R I D I A N O S
Conclusiones
Este trabajo realiza la síntesis de la información arqueofaunística disponible para las
distintas ecorregiones de la provincia de Santa Fe. Los estudios en esta zona se han
incrementado en los últimos quince años, aunque se observa una desigual produc-
ción de información, ya que esta se centra casi exclusivamente en ambientes cerca-
nos al río Paraná. Esto refleja la necesidad de continuar investigando los diferentes
espacios de la región para comprender el particular uso del espacio y los recursos
que se habrían realizado en este sector de Argentina durante el Holoceno tardío.
Sólo a medida que se avance en el conocimiento a nivel de sitio podrán realizarse
trabajos integradores que se basen en la información de grano fino ya generada.
En toda la zona de la cuenca del Paraná hay una gran cantidad de especies
disponibles, sin embargo, la mayor cantidad recae en los peces y en dos especies
de roedores, ciervos y Lama sp. No obstante, hay variabilidad en la preponde-
rancia de cada recurso, tanto en sentido Norte-Sur como Este-Oeste. Es decir
que la explotación faunística va de la mano de la oferta en cada ecorregión, de-
mostrando que es útil analizar la importancia de los recursos en función de su
distribución espacial. Además se observa una especialización recurrente para el
CHH, ESP y PDP, aunque si se mira con detenimiento cada uno de los sectores,
se presentan casos en donde las aves, los reptiles o los dasipódidos habrían tenido
cierta importancia económica.
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 99-125
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Como citar este artículo: Gómez Garcia-Reyes, Cristina y Esteban Payán Garrido. 2017. “Ico-
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org/10.7440/antipoda28.2017.06
Artículo recibido: 15 de octubre de 2016; aceptado: 6 de marzo de 2017; modificado: 28 de marzo de 2017
P A R A L E L O S
nas y simbolizar relaciones sociales. Hoy en día se percibe una relación distinta
entre humanos y felinos. El jaguar es actualmente valorado por su función eco-
lógica como especie focal, y como símbolo de conservación de la biodiversidad
por académicos y el público en general. Por otro lado, existen un rechazo y una
percepción negativa de los habitantes rurales y productores agropecuarios que
comparten sus tierras con jaguares, que deriva de la competencia por recursos
y hábitats, así como de un miedo heredado sobre su peligrosidad. El presente
texto busca rescatar antiguas formas de valoración de lo felino en lo que hoy es
el territorio colombiano, y atraer la atención sobre aquellos simbolismos que en
el contexto presente podrían cobrar relevancia frente al proceso de metavalori-
zación de la especie, y constituirse en un aporte para su conservación. Se hace
* Los autores quisieran reconocer el apoyo financiero de LCAOF, Bobolink Foundation, USFWS, Consejo
de Amigos de Panthera, y de Ross Beaty y de la Fundación Sitka.
** Maestra en Conservación y Desarrollo Rural del Durrell Institute of Conservation and Ecology
(DICE), Reino Unido. Antropóloga, Universidad de los Andes. Profesional especializado de la Sub-
dirección y Manejo de Áreas Protegidas de la Unidad de Parques Nacionales Naturales de Colombia.
*cristina.gomez@parquesnacionales.gov.co
*** Doctor por University College London, y el Zoological Society of London, Reino Unido. Director regional
para Suramérica de Panthera. Entre sus últimas publicaciones están: coautor en “Achieving Sustainable
Development in Rural Areas in Colombia: Future Scenarios for Biodiversity Conservation Under Land
Use Change”. Land Use Policy 59 :27-37, 2016. Doi: doi.org/10.1016/j.landusepol.2016.08.017. Coautor
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ed Areas to Long Term Conservation”. PLoS ONE 11 (5): 1-14, 2016. Doi:10.1371/journal.pone.0153973
*epayan@panthera.org
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 131-152
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a figura del jaguar1 (Panthera onca), como principal representante de “lo
felino” en América, ha sido protagonista en todas las áreas de expresión
étnica a lo largo del continente. Además de hacer parte de la mitología
y la filosofía indígenas, el jaguar se ha materializado como símbolo en
diversos ámbitos de la cotidianidad. Ha sido fijado y moldeado en las uti-
lerías y la cultura material; representado en rituales e imaginarios transubstanciales;
narrado a través de historias y corporizado en prácticas cotidianas como la cacería.
1 La fotografía que abre este artículo es representativa de la relación humano-fauna que aquí se contem-
pla. Nariguera Calima, Valle. Período Yotoco. 200 a.C. - 1300 d.C. 22,1 x 21,1 cm. Créditos: Colección
Museo del Oro, Banco de la República, referencia O16637. Foto: Clark M. Rodríguez. Reproducida con
permiso del Banco.
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2 “Tigre” se usa de manera común en varias regiones del país para referirse al jaguar. Es un término hereda-
do desde la Colonia, cuando los exploradores europeos relacionaron al jaguar (Panthera onca) con el tigre
(Panthera tigris) del “Viejo Mundo” (Hoogesteijn y Mondolfi 1992).
Iconografías y representaciones del jaguar en Colombia: de la permanencia simbólica a la conservación biológica
Cristina Gómez Garcia-Reyes y Esteban Payán Garrido
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equilibrio del ecosistema.
En cuanto al campo de la antroponimia, se ha identificado una recurrencia de
términos y especies de felinos en nombres y conceptos de las sociedades Muisca,
Embera y Kogi. El puma y el ocelote aparecen en los nombres de caciques de socie-
dades andinas como la Muisca3. En los Embera del río Sinú se resalta imamá purrú o
“jaguar rojo”, uno de los principales líderes de los años cincuenta (Pardo 1984). Entre
los Kogi de la Sierra Nevada de Santa Marta, el término jaguar o sus raíces se hallan
también de manera frecuente en los nombres de sacerdotes, jefes míticos, personifi-
caciones divinas y constelaciones de estrellas4.
Además de estas expresiones en el lenguaje, la simbología felina ocupa sin
duda un lugar privilegiado en la cultura material de las sociedades prehispánicas,
en especial en figuras en cerámica, oro y piedra. A pesar de ser un símbolo de gran
fuerza y recurrencia, la imagen del jaguar se vio considerablemente afectada por la
aproximación reprobatoria de las misiones y por otras formas de condenación de
lo indígena. Las constantes referencias al jaguar y las relaciones de las comunida-
des étnicas con esta imagen fueron frecuentemente señaladas como acto de brujería
3 El puma o el ocelote es nymy (neme) en muisca. Uno de los últimos caudillos de Bogotá fue Nemequeque
“hueso de puma” (Reichel-Dolmatoff 1978a).
4 Estos nombres de ancestros míticos o de antiguos sacerdotes son recurrentemente alusivos al con-
cepto gente-jaguar: Namaku “señor jaguar”, Namsiku “homre-jaguar”, Namsaui “devorador jaguar”
(Reichel-Dolmatoff 1978a).
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La cerámica
La incorporación de simbologías felinas en los oficios cerámicos encuentra dos de sus más
sobresalientes expresiones en las culturas prehispánicas Calima5 y Tumaco-La Tolita6.
En las representaciones de la cultura Calima priman figuras de rasgos felinos como la
faz plana, orejas y ojos redondos, composición exagerada de la mandíbula, manchas
oscuras, cuerpos decorados con triángulos incisos, y cola grande, peluda y voltea-
da hacia arriba. Sumadas a esto, y aunque escasas, se encuentran también figuras
que representan híbridos de animales: felino-serpiente, mico-felino y hombre-felino
(Legast 1993). Para el caso de este último, las proporciones entre el mamífero y la
figura humana no son naturales, lo cual sugiere, tal vez, a través de esta despro-
porción, una relación totémica7 con el mamífero, o su evocación como un alter
ego, probablemente atada a las prácticas rituales de transformación del hombre en
felino (Legast 1993).
Para el caso de los objetos cerámicos de la cultura Tumaco, el jaguar es también
motivo protagonista. Esta preponderancia de lo felino parece llegar a la Costa Pací-
5 Se ubica entre 1600 a. C. y 1500 d. C.en el Valle del Cauca, Colombia (Cardale de Schrimpff, Bray y Herrera
1989; Arango 1979).
6 Se ubica entre 600 a.C. y 500 d. C, a lo largo de 700 km del litoral Pacífico, en la frontera entre Colombia y
Ecuador (Brezzi 2003).
7 Según Carl Gustav Jung (1995), los animales simbolizan el sí-mismo (self, en inglés), o sea la trascenden-
cia, tanto en el ámbito individual como en el colectivo. El tótem representa el alma colectiva de la tribu
o del clan. Los ritos de iniciación a los cuales son sometidos los jóvenes representan la identificación del
individuo con el alma colectiva, simbolizada por el animal totémico.
Iconografías y representaciones del jaguar en Colombia: de la permanencia simbólica a la conservación biológica
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fica hacia el final del Período Formativo8, por conducto de los grandes centros cere-
moniales de la vertiente andina oriental, como Chavín de Huántar, en Perú, y Cerro
Narrio, en Ecuador, a su vez influidos por el culto al jaguar de la cultura Olmeca del
golfo de México (Brezzi 2003).
El metal
Los objetos en metal –particularmente en oro– de distintas culturas prehispánicas
revelan también frecuentes representaciones zoomorfas y antropozoomorfas de ras-
gos felinos. Los productos de este oficio hallados en territorio colombiano se osten-
tan como unos de los más variados, elaborados y complejos de América, tanto desde
el punto de vista tecnológico como iconográfico (Plazas 1998).
La metalurgia se desarrolló a lo largo del territorio nacional, especialmente en las
culturas de la zona Andina, en las vertientes del Pacífico, en la Sierra Nevada de Santa
Marta y la Serranía de San Lucas, y en el sur de los Llanos Orientales, donde se ubica
la mayor parte de las minas auríferas del país (Bruhns 1994; Ingeominas 2016). Las
muestras de las etapas tempranas de estas culturas se diferencian de aquellas de los
períodos tardíos, que se caracterizaron por la elaboración de ajuares, collares, basto-
nes, máscaras, narigueras, tocados de oro y un amplio conjunto de objetos suntuosos
que evidencian la transformación hacia una sociedad más jerarquizada (Museo del 137
Oro s. f.; Reichel-Dolmatoff 1978b). Algunas de las piezas notables de estas expresio-
nes tardías son narigueras, en las que la imagen felina fue plasmada de manera recu-
P A R A L E L O S
rrente. A estos diseños de placas colgantes que representan felinos con extremidades
móviles y agujeros como las manchas de su piel se les atribuye un rol importante en
rituales chamánicos, donde la corporización de seres animales era práctica frecuente
(Sondereguer y Punta 2003).
Además de su presencia en diversos ejemplares de la metalurgia Calima, lo
felino aparece como figura emblemática en el arte orfebre de las culturas San Agus-
tín, Malagana y Zenú, especialmente en objetos de carácter funerario, diademas y
pectorales que nutrían las esferas de poder y el estatus social (Gutiérrez y Torres
2011). Las representaciones de la fauna en la cultura Zenú Temprana9, en particu-
lar los jaguares representados por orfebres, ceramistas y artesanos de la concha, se
caracterizaron por mostrar actitudes apacibles, carentes de las expresiones agresivas
comunes en las representaciones de otras culturas. Entre los Muiscas del altiplano
cundiboyacense se desarrolló una orfebrería de tradición votiva, formada por cen-
tenares de objetos, ofrendas, adornos, tecnologías, formas e iconografías, donde la
8 El Formativo se define como un período de larga duración, que inicia hacia el año 6000 AP, siguiendo al
período Arcaico. La etapa formativa de Colombia se refiere a asentamientos estratégicos y una vida aldea-
na crecientemente sedentaria, y presenta un aumento de la población y la institucionalización de prácticas
religiosas y políticas como elementos característicos de este período (Oyuela 1996; Reichel-Dolmatoff
1965; 1978b; 1997). En el Período Formativo se desarrollaron varias y diversas tradiciones culturales de
sociedades agrícolas y, en especial, prácticas precerámicas o cerámicas tempranas (Aceituno y Rojas 2012).
9 500 d. C. a 1000 d. C.
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La piedra
En las expresiones culturales sobre piedra, de las cuales San Agustín es un exponente
remarcable, lo felino es también motivo predominante. Un inventario de la temáti-
ca zoomorfa en San Agustín ubica al jaguar en el tope, seguido en prevalencia por
la serpiente (López 1992). Entre los mitos asociados a esta cultura sobresale el del
jaguar como representación de la suprema deidad solar, y estrechamente relacio-
nado con la fecundidad y la fertilidad: “El mito del jaguar aparece vibrante en las
formas escultóricas pétreas; nunca aislado, jamás de cuerpo entero, sino siempre
simbolizado en la representación de personajes o deidades” (Arocha y Friedemann
1982, 51-52). El jaguar copulando o atacando a una mujer, el hombre con atributos
138 felinos y el hombre-jaguar combinado con otras criaturas son motivos que se suman
a criterios como la orientación de los objetos de acuerdo con sucesos cosmológicos
(Reichel-Dolmatoff 1970), consolidándose en un sistema simbólico que se corres-
ponde con el pensamiento chamánico (Páramo, James y Jiménez 2004).
Las estatuas de San Agustín, imponentes y sobresalientes, no constituyen el úni-
co caso de tallados en piedra con simbología felina. De la cultura Tumaco-La Tolita
se ha recuperado una serie de esculturas antropomorfas que llevan sobre el toca-
do o sobre la espalda una segunda figura, generalmente animal y comúnmente in-
terpretada como alter ego (Fauria 1985). Los petroglifos hallados en la serranía de
Chiribiquete constituyen otro caso ilustrativo del vínculo entre las sociedades pre-
hispánicas y la simbología felina. Los abrigos rocosos de esta serranía, ubicada entre
los departamentos de Guaviare y Caquetá, han sido objeto de rigurosos estudios, no
sólo por su importancia dentro de un arsenal de significados y simbolismos en el
contexto cultural nacional, sino por la antigüedad y resonancia de sus ilustraciones
(Castaño-Uribe y Van der Hammen 1988; Castaño-Uribe 2005). El elemento jaguar
es un común denominador temático a lo largo del tiempo dentro de las miles de re-
presentaciones gráficas en Chiribiquete (Castaño-Uribe 2012). Se encuentran tam-
bién petroglifos con iconografías felinas en las serranías de la Macarena y La Lindosa
(Botiva 1986; Urbina y Peña 2016) y a lo largo del río Caquetá, donde el jaguar,
descrito como “cuadrúpedo saltador”, se despliega sobre las geoformas del escudo
guayanés (Urbina 1994). El abrigo rocoso de la vereda Perico, en Caldas, constituye
otro ejemplar de arte rupestre, donde, a pesar de las deterioradas evidencias, es po-
sible notar la presencia de figuras antropozoomorfas, incluidos los motivos felinos.
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de las Amazonas abaxo, […] hacen bancos forjados en forma de animales, con tanto
primor, y tan acomodados para tener el cuerpo con descanso, que ni la comodidad
ni el ingenio, los pudiera fingir mejores” (Pineda 1994, 16). Generalmente, su forma
de fabricación puede variar de acuerdo con el área, la cultura y su función social y
simbólica. En las extremidades de los butacos de los Makiritare y Ye’cuana del Alto
Orinoco, por ejemplo, se encuentran figuras que representan al jaguar, aludiendo al
proceso reiterativo de metamorfosis del chamán en jaguar (Pineda 1994). El banco
es, para muchas sociedades, sinónimo de soporte, de fundamento de vida, “símbolo
de estabilidad y sabiduría” (Reichel-Dolmatoff 1968, 83).
Cronistas e investigadores han encontrado otro tipo de objetos, en su mayoría
rituales, provenientes del cuerpo de un jaguar. En la mayor parte de los casos, estos
han sido hallados en las comunidades amazónicas, que tienen una estrecha relación
con esta especie en todas las esferas –rituales, laborales, mitológicas–. Se conocen
cucharas fabricadas a partir de hueso de puma, instrumentos fabricados a partir del
cráneo de tigre, tabacaleras hechas a partir de un hueso tubular o hueso de pata de
jaguar, donde se guardan el rapé o el yopo, por citar algunos ejemplos (Reichel-Dol-
matoff 1943, 475; 1978a, 54; Arocha y Friedemann 1982, 100). Para varias comuni-
dades étnicas, el jaguar muerto transfiere su energía vital a partes de su cuerpo como
los huesos, el cráneo, la piel, los colmillos, donde se considera está presente el alma
del animal, y, por lo tanto, al portar alguna de estas insignias, el individuo o chamán
mantiene viva la energía vital del jaguar (Gutiérrez y Torres 2011). Se describe, por
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ejemplo, el adorno de los caciques de los Guahibos hacia 1950, que consistía en una
corona de garras de tigre soportadas por una base tejida de fibras y con una o dos
plumas largas de guacamaya; del hombro colgaba una bolsa rectangular de piel de
tigre que contenía los instrumentos para absorber el yopo (Reichel-Dolmatoff 1943).
La utilización de partes del cuerpo del jaguar como amuletos protectores no co-
rresponde únicamente a prácticas chamánicas. Individuos de los Llanos Orientales, es-
pecialmente Sikuani, utilizan hoy en día colmillos de “tigre” a manera de collar. Además
de sentir un poder transferido desde el animal, esta costumbre es para ellos símbolo de
orgullo, de adquisición y alcance de habilidades. Además de los huesos y dientes, la piel
del jaguar también tiene un significado de adquisición de atributos poderosos y felinos.
Para los Tukano del Amazonas, por ejemplo, esta significa la “envoltura invisible de la
selva” (Reichel-Dolmatoff 1978a, 192).
Los remanentes de la cultura material aquí recogidos, rescatados por trabajos
arqueológicos y otras actividades, son expresión significativa de la manera en que se
rendía culto a seres, símbolos y figuras como el jaguar, que ocuparon un lugar cen-
tral en la cosmogonía de los pobladores del territorio colombiano. Esos contornos,
temas e imágenes metonímicas, que alguna vez quedaron plasmados en la manufac-
tura del arte indígena, actualmente siguen representados en tradiciones orales, en la
140 ejecución de instrumentos y cánticos, en la complejidad del parentesco de algunos
grupos y, naturalmente, en el ritual religioso (Arocha y Friedemann 1982; Accorne-
ro 2007).
Mitologías y rituales
La esfera de lo mitológico resulta a veces esquiva, debido a los innombrables cam-
bios en las estrategias de narración, así como a las dificultades de acercamiento a este
mundo cada vez más cifrado y oculto. Los registros etnográficos sobre las narracio-
nes que desglosan la mecánica del universo indígena son uno de los varios espacios
en donde lo felino se encuentra sin dificultad. El origen del mundo, los mandatos
morales y la descendencia de los elementos que hacen parte del entorno cuentan
con la participación del “tigre” como principio de varios de estos ciclos y procesos.
La interpretación del jaguar como ser que dio lugar a un nuevo linaje se obser-
va como un relato compartido por varias etnias del país. En su Historia general de
las conquistas del Nuevo Reino de Granada, Lucas Fernández de Piedrahita se refirió
a algunos grupos Chibchas como comunidades que sostenían ser descendientes de
legendarios caciques y chamanes de origen jaguar (Fernández de Piedrahita 1688).
Por su parte, el padre José Gumilla, S. J.10, afirmó que los Sáliva y Achagua se refe-
rían a los Caribes de las sabanas del Orinoco como descendientes legítimos de los
tigres, razón que explicaba su comportamiento cruel, heredado de sus padres mí-
ticos (Gumilla 1955 [1741]). Los Kogi relatan sobre sus ancestros directos, la gen-
te-jaguar, que descendían de grandes felinos que fueron creados en el inicio de los
10 José Gumilla, S. J. (1686-1750), autor de El Orinoco Ilustrado, primera edición publicada en Madrid en 1741.
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tiempos (Reichel-Dolmatoff 1970). Grupos Tukano del Amazonas, así como otras
etnias de la región Caquetá-Putumayo, derivan también su descendencia de jaguares
míticos (Reichel-Dolmatoff 1970), tendencia que comparten con otras etnias ama-
zónicas como los Huorani del Ecuador (Valarezo 2002).
El jaguar como ser manchado se asemeja a la luna para los Embera (Rocha
2010), es ser de ojos sigilosos y protector del clan Uriana, en la cultura Wayúu (Aro-
cha y Friedemann 1982), elemento central del clan Newuju Monowi o “clan jaguar”
del pueblo Sikuani (Suárez 1996; Guzmán 2004), trueno y artífice de la fertilidad y
la fecundidad para los Páez, Ette, Barí y Yukpa (Reichel-Dolmatoff 1970; Guzmán
2004; Rocha 2010). Hay entre los Kogi mitos y tradiciones que hablan de diferentes
personificaciones del jaguar, “de esos seres que se dice que fueron grandes chama-
nes que podían mudarse a voluntad de hombre a animal y viceversa, y que estable-
cieron rituales, hicieron guerras y ejercieron su dominio por todas las montañas”
(Reichel-Dolmatoff 1978a, 62). El jaguar ocupa un sitio preferencial en el universo
Kogi desde el acto mismo de la creación, realizado por Haba, la Diosa Madre. Su im-
portancia como ascendencia cosmogónica es tal, que se llaman a ellos mismos Gente
Jaguar (Arocha y Friedemann 1982). Las personas Kogi encargadas de asumir técni-
cas curativas o medicinales están embebidas en la simbología felina de sus orígenes
(Gómez 2010). El jaguar es la alegoría de la figura del chamán en su pensamiento, ese 141
guardián, sanador, médico, guía, que viaja entre mundos, y, tanto en el relato como en
la realidad, se funde en los límites entre lo humano y lo animal (ACEG 2010).
P A R A L E L O S
Se encuentran también elementos comunes en la mitología de las etnias Tikuna,
Tukano, Tunebo, Desana y Huitoto. Allí, la figura del jaguar está íntimamente ligada
con la de la anaconda y la de la luna, compartiendo terrenos míticos, rituales y simbolo-
gías en la cultura material (Arocha y Friedemann 1982; Guzmán 2004). Para los Desa-
na, el jaguar es el representante del Sol; simboliza la energía fertilizadora de la naturaleza;
es el protector de la maloca y de la selva; por su color, está asociado con el fuego, y por su
rugido, con el rayo (Brezzi 2003). Otra analogía común es la que figura entre el chamán
y el jaguar. Para el caso de las etnias amazónicas, la figura del chamán está embebida en
el concepto payé11, un hombre que actúa solitariamente, pero que desempeña un papel
mediador con la naturaleza en favor de su comunidad (Pineda 2003).
La mitología amazónica, se ha dicho, tiene un componente remarcable de re-
gulación ecológica (Reichel-Dolmatoff 1976; Beltrán 2013), aunque estas teorías
deterministas y/o funcionalistas han cambiado con el paso del tiempo. En la cosmo-
visión de los Tukano, por ejemplo, el payé es el que se comunica con el dueño de los
animales y controla la disponibilidad de estos para la cacería, tomando la forma de serpien-
tes y jaguares (Reichel-Dolmatoff 1978a, 90-91). Existe un término medio entre el jaguar
y el humano, cuya esencia es interpretada como peligrosa, y el jaguar que inflige
temor entre las comunidades no es entonces el animal (Gutiérrez y Torres 2011). En
11 La palabra payé es tomada del Tupí, y se usa comúnmente en la región amazónica para referirse al especia-
lista de mayor importancia en la cultura local.
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su capacidad de infligir temor, este jaguar sobrenatural desempeña entre los Desana,
Tanimuka y otras etnias amazónicas una función determinante como controlador de
la cacería. Aparece continuamente como figura amenazante a quien falte a las reglas
rituales en la caza, reglas que, finalmente, procuran el equilibrio del ecosistema de la
selva (Urbina 1991).
Estas apariciones de la figura del jaguar en las narraciones y los mitos cons-
tituyen un factor determinante en la manera como las comunidades se relacionan
con su entorno y, específicamente, con esta especie. Los mitos, como “frutos de la
experiencia y estructuradores de la misma” (Urbina 1991, 9), permiten apreciar el
nivel más profundo de la visión que tienen los indígenas de su entorno natural y de
su origen, haciéndose parte integral del espacio y sus procesos naturales. El cosmos
y la naturaleza son el escenario donde se encuentra lo sagrado, allí donde existe el
diálogo entre lo social y lo natural. Así, el jaguar se integra como parte de la mítica,
gravita en la conducta de los indígenas, en sus actitudes frente al otro y frente a su
entorno, en sus formas de organización, en las enfermedades, en las aptitudes y cua-
lidades, y en la muerte (Rodríguez y Mercado 2009).
Además de las representaciones materiales de las comunidades prehispánicas,
y del breve esbozo de la recurrencia de la figura del jaguar dentro de la dimensión
142 mitológica de algunas de las etnias del país, es preciso referir los rituales como otro
de los ejercicios de reproducción y perpetración de estas simbologías. Para este caso,
la concepción del ritual no reposa en su carácter festivo sino en una comprensión
más amplia de su condición como estado mental fluido, en el que se intercambian
identidades, se ablandan los límites y se flexibilizan las categorías: “Plants, animals,
and humans merge and exchange identities with one’s human self in rapid flashes of
transformation, and shared animation pervades all things […] It is in this visionary
realm where the outsized human ego dissolves in the face of essential truths and
interconnections” (Stone 2012, 1).
La historia del yagé está comúnmente ligada a los orígenes del cosmos, enten-
diéndose como un elemento estructurante de las culturas (Pinzón y Ramírez 1992).
Varias son las interpretaciones sobre sus efectos, y muchas de estas convergen en la
visión de algún indicio felino o del jaguar como imagen viva y penetrante (Ronderos
2005). Algunos de los nombres indígenas que designan variedades de alucinóge-
nos aluden al jaguar. Una de las plantas alucinógenas más fuertes utilizadas por la
etnia Kamentsá en Putumayo es el mitskway borrachero o embriagante del jaguar
(Reichel-Dolmatoff 1978a). El yagé tigre o tigrehuasca es la planta que tiene un vín-
culo con este animal de poder, y es el yagé efectivo para curar (Ronderos 2005). En el
sur de la Amazonía se practica la toma de rapé de vihó entre los payé, una sustancia
estrechamente relacionada con la experiencia del ser jaguar. Entre los Tukano, los
aprendices que están en proceso de convertirse en payé “suben con su maestro a
la Vía Láctea y se vuelven jaguares. […] Sus almas se remontan y toman forma de
animal para poder vagar por la selva sin ser reconocidos” (Reichel-Dolmatoff 1978a,
114). Los Desana, cuando toman rapé, “se acuestan […] sólo el corazón les late.
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Ahora son jaguares devoradores. Para convertirse en jaguares se ponen panza arriba.
[…] Junto con los demás jaguares, vagan por la selva, […] andan errantes y devo-
ran gente. […] Hay también otros jaguares que son reales. Viven en otros lugares”
(Reichel-Dolmatoff 1978a, 115). En todos los casos, uno de los efectos manifiestos
de las prácticas rituales de las sociedades amazónicas es el de la transubstanciación
jaguárica, donde se alcanzan facultades de dominio, control, fuerza y venganza
(Reichel-Dolmatoff 1978a, 120-121).
Las figuras del jaguar y lo felino aparecen entonces desde los nombres de
las plantas rituales hasta la percepción de frecuentes imágenes alucinatorias y
prolongadas secuencias oníricas (Pinzón y Ramírez 1992). La tendencia a la
transformación en jaguar, o su corporización, puede explicarse en la habilidad ad-
quirida para sobrevivir en ambientes desconocidos y la tranquilidad que genera
dentro de un entorno depredador, donde el hombre también corrobora su valentía
(Reichel-Dolmatoff 1978a; 1928b).
Discusión y conclusiones
La figura del jaguar en el pasado ha penetrado, integrado y trascendido múltiples
culturas en su simbología, su mitología, sus rituales y objetos, consolidando un uni-
verso de expresiones felinas que se percibe continuo y recurrente a lo largo del con- 143
tinente americano (Saunders 1998; Reichel-Dolmatoff 1978a; Castaño-Uribe 2005).
Aunque el presente texto no agota la descripción de estas recurrencias en cada uno
P A R A L E L O S
de los casos identificados, presenta una breve revisión de su trasegar por la historia de
las culturas étnicas y prehispánicas de Colombia, que con sus raíces y permanencia
se consolidan como parte de los elementos formadores del escenario geográfico y
cultural que llamamos América Latina.
Sin embargo, hoy en día se percibe que la relación hombre-jaguar, así como la
representación de su figura, han tomado otras dimensiones. Con el advenimiento de
la biología de la conservación, y las apreciaciones del “medioambiente” asociadas,
el jaguar ha adquirido el rol de especie focal12 por excelencia, no sólo en Colombia
sino en América Latina. El jaguar, por su gran tamaño y hábitos carnívoros, requiere
amplios ecosistemas bien conservados, con múltiples y abundantes presas para so-
brevivir (Terborgh et al. 2001; Carbone, Pettorelli y Stephens 2010). Al conservar al
jaguar a la escala de su distribución actual se logra conservar varios ecosistemas13 y
su diversidad biológica. Lo anterior es razón para considerar al jaguar como especie
sombrilla –debido a que su conservación cobija más especies– y como especie pai-
saje –debido a que su conservación permite asegurar la protección de varios paisajes
ecológicos, por requerir amplios horizontes para su supervivencia–.
12 Las especies focales son aquellas que son útiles como objetivos de conservación para beneficiar la biodiver-
sidad asociada o paisajes enteros (Lambeck 1997; Coppolillo et al. 2004). Este concepto abarca múltiples
facetas, tales como especie sombrilla, especie paisaje, especie clave y especie bandera.
13 Por debajo de los 2000 msnm.
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de la economía rural, y la decisión de eliminar la amenaza se basa generalmente en
esta razón proximal. Esta competencia por recursos y supervivencia es una condición
determinante de la valoración y la correspondencia de estas sociedades con el jaguar.
No se trata aquí de remitirnos a una imagen del “buen salvaje” (Ulloa 2004), o
de apelar a una “sensibilidad mística” (Taussig 2002), ni mucho menos de imponer
una percepción común sobre las comunidades indígenas del siglo XIX como parte
de la armonía cósmica de una naturaleza prístina (Gómez 2011). Con los anteceden-
tes arriba citados, sumados a la discusión posterior –que aporta un lente de contem-
poraneidad sobre la relación de las sociedades modernas con el jaguar–, se busca
proponer una interlocución consciente entre antiguas formas de pensar y (con)vivir
con el jaguar, y las nuevas tendencias y relaciones que se establecen con esta especie,
que no deja de ser competencia evidente para el individuo que habita el mismo ran-
go de distribución, pero que parece carecer hoy en día de un estatus cultural que la
revista ante un frente de retaliación y diversas expresiones contemporáneas de poder
y dominancia que han llevado a su declive como especie. La deforestación y la altera-
ción de hábitats silvestres para su conversión a la agricultura, entre otras actividades
productivas, se distancian de las esferas simbólicas arriba relatadas, y de las prácticas
cotidianas de comunidades étnicas para quienes la convivencia y coexistencia con el
jaguar y otros elementos del entorno hacen aún parte fundamental de su sistema de
vida, incluso en el ámbito de la subsistencia (Payán 2009; Peres y Nascimento 2006;
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“Yo soy jaguar”. Una lectura cruzada entre la filosofía y la
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en las comunidades Inga y Kamëntsa*
Como citar este artículo: Rivera Zambrano, Jennifer Andrea. 2017. ‘“Yo soy jaguar’. Una lectura
cruzada entre la filosofía y la antropología sobre los enunciados con contenido animal en las co-
munidades Inga y Kamëntsa”. Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología 28: 153-170. Doi:
https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.07
Artículo recibido: 15 de octubre de 2016; aceptado: 16 de marzo de 2017; modificado: 22 de marzo de 2017
P A R A L E L O S
efectúan algo particularmente creador en sí mismos, a manera de transco-
dificación entre lo animal y lo humano en la producción de individuación.
Esta perspectiva se desarrolla a través de una aproximación conceptual desde
la filosofía contemporánea de Deleuze y Guattari, en función de establecer
un diálogo con las comprensiones antropológicas acerca del acontecimiento
ser-jaguar. El propósito de este texto es aportar una lectura del acontecimien-
to zooantropomórfico desde el concepto devenir. Para ello i) se identifica la
construcción de individuaciones a través de los enunciados de sabedores de
las comunidades Inga y Kamëntsa, con lo cual ii) se abre la conceptualiza-
ción de esta particular relación como devenir, a la luz de algunos desarrollos
ilustrativos de Reichel-Dolmatoff sobre el hombre-jaguar; iii) finalmente, se
explicitan los efectos del devenir como creación de sentido.
* Este texto surge de los desarrollos alcanzados a la fecha, a propósito de una investigación realizada entre 2009 y
2011 en torno al enunciado “yo soy jaguar” como devenires pobladores de sentido y de saber en la construcción
de territorio Inga frente a la emergencia de problemáticas sociales en la región del alto Putumayo en Colombia.
Ver “El devenir animal en la construcción del territorio. Aproximación deleuzeana al enunciado ‘yo soy jaguar’”,
tesis de maestría, Universidad del Rosario, Colombia.
** Maestra en Filosofía, Universidad del Rosario. Profesora e investigadora del Área de Cultura y Sociedad y del
Programa de Filosofía, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad Externado de Colombia. En-
tre sus últimas publicaciones están: “Pintar las fuerzas: Deleuze y Nietzsche en la pintura de Francis Bacon”.
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“Eu sou jaguar”. Uma leitura cruzada entre a filosofia e a antropologia sobre os
enunciados com conteúdo animal na comunidade Inga e Kamëntsa
Resumo: este texto apresenta um exercício conceitual de interpretação en-
tre a filosofia e a antropologia; propõe-se que as descrições que sobrevi-
vem no presente entre os sabedores das comunidades Inga e Kamëntsa, e as
“onças-pintadas” podem ser entendidas, em contraste com perspectivas de
associação simbólica, como porvires: relações afetivas de homens que viven-
ciam forças que não são suas e que, nesse processo, realizam algo particular-
mente criador em si mesmos a modo de transcodificação entre o animal e o
humano na produção de individuação. Essa perspectiva se desenvolve por
meio de uma abordagem conceitual da filosofia contemporânea de Deleuze
e Guattari, a fim de estabelecer um diálogo com as compreensões antropoló-
gicas sobre o acontecimento ser-onça. O propósito deste texto é contribuir
com uma leitura do acontecimento zooantropomórfico a partir do conceito
de porvir. Para isso, i) identifica-se a construção de individuações por meio
“Yo soy jaguar”. Una lectura cruzada entre la filosofía y la antropología
Jennifer Andrea Rivera Zambrano
dos enunciados de sabedores das comunidades Inga e Kamëntsa; com isso, ii)
abre-se a conceituação dessa particular relação como porvir à luz de alguns
desenvolvimentos ilustrativos de Reichel Dolmatoff sobre o homem-onça; iii)
finalmente, explicitam-se os efeitos do porvir como criação de sentido.
Palavras-chave: Antropologia, filosofia (Thesaurus); onça-pintada, sabedor,
porvir-animal, yagê (palavras-chave da autora).
T
anto la antropología como la arqueología han dado espacio a la lectu-
ra del vínculo zooantropomorfo de hombres sabedores y de jaguares
en su haber. Variadas fuentes acerca del funcionamiento social de co-
munidades amerindias del pasado dan cuenta de este particular fenó-
meno. Evidencia de ello son las descripciones de objetos con forma
de felinos en terracota, los fragmentos narrativos en los que se hace referencia a
hombres-jaguares pertenecientes a culturas prehispánicas1 y los registros literarios
del período de la Colonia que muestran elementos importantes sobre esta realidad del
zooantropomorfismo2. También, en diversas comunidades suramericanas vivas do-
cumentadas en el siglo pasado se identifica la existencia de animales tutelares. Estas
consideraciones que se han tejido respecto al fenómeno del zooantropomorfismo
permiten afirmar que la relación Jaguar-sabedor es identificada mayormente como 155
P A R A L E L O S
1 Diversos estudios de arqueología, específicamente los dedicados al ámbito de la iconografía precolombina
colombiana, describen cómo las figuras antropo-zoomorfas de distintos grupos prehispánicos, de manera
recurrente destacan la asociación hombre-animal. Al respecto, Anne Legast afirma que en las piezas de la
región del Sinú anteriores al siglo X, los tocados, pectorales y colgantes representan de forma realista cuer-
pos humanos de los cuales emergen cabezas de aves, y que en general integran características humanas a
la figura animal (2005, 36-37). Igualmente Pineda describe la posibilidad de que los hallazgos de collares
y narigueras en oro de sociedades prehispánicas (del Zenú temprano y Calima) hayan servido para que
algunos integrantes (los chamanes) transformaran sus rostros humanos en felinos (2002, 40-41).
En esta línea, Brezzi indica que las representaciones cerámicas con rasgos de jaguar en la cultura Tulato
no son simplemente la representación de animales, sino que en ellas es posible rastrear diversos grados de
antropomorfismo: en primer lugar, en la posición erecta del jaguar; en segundo lugar, en las características
felinas de ciertas figuras humanas: una gran “lengua libidinal”, fauces guarnecidas y colmillos afilados; y,
en tercer lugar, en las figuras propiamente híbridas. Todas ellas, según el autor, manifiestan las metamor-
fosis que suceden en el culto al jaguar (2003, 198-202).
2 Asimismo, desde una perspectiva histórica colonial, es posible rastrear el enunciado sobre el jaguar en el
siglo XVII. Felipe Guamán Poma de Ayala afirma en El primer nueva corónica y buen gobierno, a propósito
del sexto inca, el inca Roca, y de su hijo Guamán Cápac Ynga: “[...] dizen que se tornauan otorongo [ja-
guar]” (1992 [1615], 82). Testimonios similares, que abundan en los relatos coloniales, apuntan a posibles
transformaciones que sobrepasan las maneras en que el individuo se define a sí mismo hoy, y que exceden
tanto el sentido común como el punto de vista normativo convencional que proyecta su unicidad.
Hans Staden, en la narración de su estadía entre la comunidad Tupinamba del Brasil, en 1554, informa so-
bre la existencia de grupos humanos que se creen a sí mismos animales; este autor describe el “salvajismo”
de uno de estos grupos: “Y el mismo Konian Bébe, tenía una gran cesta llena de carne humana delante de
sí y estaba comiendo una pierna, que puso cerca de mi boca, preguntándome si yo también quería comer.
Yo respondí que ningún animal irracional devora a otro, ¿cómo podía entonces un hombre devorar a otro
hombre? Clavó entonces los dientes en la carne y dijo: ‘Jau warw sche’ que quiere decir: soy un tigre, ¡está
sabroso! Con esto me retiré de su presencia” (Staden 1945 [1557], 147-149).
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156
3 Antonio Guzmán destaca la especial capacidad del chamán para “manipular las energías” que dan apertura
a su posibilidad de transformarse a voluntad en tigre y hombre: “Bueno, yo pienso que, como yai, el chamán
es un tigre cuadrúpedo. […] Podía cambiar su figura constantemente. Ese es el hombre chamán, el hombre
que se vuelve tigre, que convierte las fuerzas invisibles en puras materias” (Guzmán 2004, 79). Casos como
estos no son infrecuentes en América Latina e indican, en virtud de los objetos y la información provenien-
tes de distintas comunidades indígenas, que el fenómeno de la transformación de humano en animal hace
parte de las prácticas en las que un hombre especializado, el chamán o sabedor, con el recurso de plantas
enteogénicas, realiza viajes o encuentros con la vida “suprahumana”. Así, variados análisis antropológicos
establecen la existencia de un fenómeno tradicional y explican de manera simbólica cómo los chamanes, en
el ejercicio del “vuelo” mediado por un enteógeno, ascienden o descienden por los mundos de los espíritus
para negociar la salud y la enfermedad, la caza, el matrimonio, la siembra y otras circunstancias y activida-
des (Pineda 2003). De manera análoga, afirma Osborn que con el consumo de enteógenos, los mamíferos
del mundo de abajo son capaces de volverse machos carnívoros en el mundo intermedio; los mamíferos
del mundo intermedio pueden volverse pájaros carnívoros en el mundo de arriba, y los pájaros del mundo
intermedio se pueden volver chamanes en el mundo de arriba. El chamán se ve a sí mismo como un jaguar,
un oso o un pájaro, según viaje al mundo de abajo o de arriba; y estos animales, a su vez, se ven como gentes
en sus respectivos mundos (Osborn 1990, 30). Las conexiones entre estos mundos, que permite vislumbrar
el enteógeno, desde esta perspectiva serían esencial y mutuamente simbólicas, por cuanto se conciben un
nivel real y otro imaginario, y el segundo explica el primero.
4 Gerardo Reichel-Dolmatoff aborda la problemática del ser jaguar en el contexto colombiano, en el que el
enunciado se hace manifiesto a través de mitos y de narraciones etnográficas. Según el autor, las personi-
ficaciones del jaguar en el grupo Kogi se caracterizan por ejercer el dominio de las montañas, por medio
de persecuciones guerreras de tipo felino. En otras latitudes, la necesidad de venganza entre los Tukano
conduce a la transformación del hombre en jaguar para desquitarse de los enemigos (matándolos). Por
otra parte, el chamán-jaguar, en la comunidad Paez, está relacionado con el uso de su poder voraz y su
virilidad para violentar sexualmente a las mujeres; e incluso en cierto relato, cuando padece hambre –una
vez se ha transformado en jaguar–, se alimenta de frutas que son mujeres. Según Reichel-Dolmatoff, en
estas mitologías el acto de comer está relacionado con el de copular, y por ello interpreta muchas expre-
siones relativas a la alimentación en clave psicoanalítica, como manifestaciones sexuales. Devorar, para
la comunidad Desana, también tiene que ver con raptar a las mujeres de otros clanes (exogamia) (1978,
59-65).
“Yo soy jaguar”. Una lectura cruzada entre la filosofía y la antropología
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En la región del alto Putumayo tiene lugar, entre los Inganos5 y los Kamëntsá6,
una práctica que es rememorada por los sinchiwairas7, la toma de yagé8, con oca-
sión de una curación u otro tipo de necesidad9. Esta experiencia ritual de curación
tiene un carácter abierto, de inserción, de indígenas, de “colonos”, y transeúntes.
En la toma, los sinchiwairas narran sus vivencias con el yagé. Llegada la mediano-
che, cuando los participantes ya han ingerido la primera totuma de yagé, el sinchi
comienza a observar sus estados, y, mientras se tejen conversaciones entre los in-
vitados, él interviene para afirmar que en sus visiones pudo estar en algún lugar,
cruzando el río, cazando dantas, recolectando alguna planta. El sabedor narra que
recorre lugares particulares, y en estos, dialoga con personas o animales o plantas;
estas charlas le muestran nuevas alternativas al motivo o problema por el que se
realiza la toma de yagé. En términos de McKenna, Luna y Towers (1986, 80), los
sabedores experimentan con la ayahuasca procesos de realidad doble, con los cua-
les contactan con espíritus para adquirir conocimientos o poderes: “La idea de que
ciertas plantas, animales y objetos inanimados, tales como las montañas, lagos y ríos,
tienen un espíritu, está implícita en la cosmogonía de muchos pueblos amazóni-
cos […]. Estos espíritus, algunas veces llamados las madres de las correspondientes
plantas, animales u objetos, pueden ser contactados para adquirir de ellos conoci-
miento o ciertos poderes”. Para la comunidad en cuestión, lo que McKenna y otros 157
describen como madres se conoce como aire –waira–; cada organismo que habita en
el ambiente posee un aire determinado, un determinado viento. En el seno de este
P A R A L E L O S
universo representacional, el viento manifiesta la yoidad propia de cada ser, es decir,
simboliza aquello que lo hace ser.
Mientras el yagé comienza a hacer efecto en los cuerpos de los partícipes, sur-
gen preguntas: ¿el jaguar hace parte de sus vidas? El o los sinchiwairas responden
que sí, que, así como existe el “ají tigre”, con el cual los primeros habitantes de estas
tierras mataron una gran culebra que en una noche se comió a muchos sinchis, existe
el “yagé tigre”, “con el que uno ve el futuro, va de caza”. Y entre sus narraciones, ellos
afirman, de sí mismos o de otros sabedores: “Yo soy jaguar, […] yo soy colibrí, […]
yo soy yagé”10. El enunciado “Yo soy jaguar” participa de una doble realidad, en la
que se expresa un plano “suprasensible” (la animalidad), que se efectúa en las prácti-
cas cotidianas de la comunidad (lo humano). Una presencia silenciosa del contenido
que se expande en la vivencia. En otras palabras, el sabedor indígena –el radicado
plenamente en su cultura– manifiesta en él mismo la conjunción de fuerzas presen-
tes en el entorno, que, en un ámbito de contigüidad, a través de la toma, posibilita al
sabedor entrar en una relación de heterogéneos que supera la relación social acos-
tumbrada para los no indígenas.
Nuevas individuaciones…
Para entender este gran marco de relaciones se hace necesaria una perspectiva no
lineal, heterogénea y dinámica, conforme al ritmo de la vivencia que propone ser ja-
158 guar. De esta manera, la metamorfosis del sinchi se explica porque la conexión con el
jaguar no está limitada a un único modo y comprensión del animal. Contrariamen-
te, estas personas comprenden que si es posible la relación con el jaguar es porque
hay un intercambio de relaciones que interconectan lo humano con el mundo. Un
ejemplo de esto lo plantean Deleuze y Guattari (2006) a través de la orquídea y la
avispa; estos autores indican que entre la avispa y la orquídea hay una relación que
no se compone de elementos símiles pues ni la orquídea es un animal, ni la avispa
una planta, y, sin embargo, hay allí una especial codependencia entre las dos que
les permite a las especies futuras sobrevivir y permanecer, a fuerza de intercambios
relacionales, de composiciones relacionales contra natura. Esto, en sus palabras, es
un cambio involutivo o evolución creadora, en la medida en que las entidades pue-
den entrar en relación de acuerdo a sus grados de potencia. Los enunciados “yo soy
jaguar, yo soy colibrí, yo soy yagé” hablan del carácter relacional de la vida; es decir,
dan cuenta de una coexistencia referente a las simbiosis en las que participan seres
de diversa naturaleza sin caracteres de filiación hereditaria, a manera de comunica-
ción o contagio entre poblaciones distintas –entre heterogéneos–. Así, se evidencian
relaciones de manera transversal, “una evolución en sentido estricto, es decir, la
posibilidad de una descendencia cuyos grados de modificación dependen de condi-
ciones exteriores” (Deleuze y Guattari 2006, 241)11.
10 Esta información fue recogida por la autora en el curso de una investigación etnográfica realizada en el
alto Putumayo, en 2005.
11 Cabe aclarar que Deleuze y Guattari plantean la necesidad de este tipo de evolución a nivel teórico, y que
nosotros hemos tomado este concepto para explicar el fenómeno de las relaciones y su diferencia con el
parentesco (2006, 241).
“Yo soy jaguar”. Una lectura cruzada entre la filosofía y la antropología
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zonabilidad, pero tampoco es un jaguar. El hombre-jaguar nace de la sumatoria de
relaciones entre estas dos entidades, que en el entre-dos revelan las particularidades
del poder jaguar que componen este nuevo ser: un sabedor-jaguar con toda la sabi-
duría del primero y toda la potencia del segundo. El entrecruzamiento de moléculas
afectivas compone un entorno de indiscernibilidad. De aquí se sigue que cada cosa,
cada elemento en su relación, constituye el agenciamiento jaguar, al igual que el
agenciamiento sabedor. Estas relaciones o determinaciones espacio-temporales no
son predicados del jaguar (animal), sino dimensiones de multiplicidades.
Las experiencias del sinchi manifiestan que el proceso relacional consolida un
modo de multiplicidad en los grados de complejidad que experimenta el sujeto en los
entrecruzamientos de las moléculas de entorno que se ejercen en él. No hay manera
de que no se filtren el deseo, la necesidad, junto con otros componentes propiamente
afectivos que constituyen un entorno molecular. Lo molecular, aquí, alude a las ve-
locidades de los afectos que se redistribuyen a manera de partículas indeterminadas
y atraviesan al sujeto. Ello implica que el yo es continuamente rebasado por la mul-
tiplicidad, por moléculas de afectos que se redistribuyen en él.
Hay una simbiosis que se presenta entre el sinchi y el medio –léase la “pinta” o
visión del sabedor en la toma como correspondencia de relaciones entre series diver-
sas–; crea una naturaleza distinta, una individuación. La simbiosis alude a la conexión
entre series disyuntivas; en este caso, entre un linaje animal y un linaje humano, como
participación molecular. Esta conexión indeterminada supone un encuentro del tipo
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captura, en el que se capta a las dos entidades en una distinta. “Así, pues, la simbiosis
equivale a la relación de composición entre multiplicidades que cambian de naturaleza
dividiéndose” (Sauvagnargues 2006, 85-86). La consistencia de esta redistribución ra-
dica en las correlaciones afectivas, en las multiplicidades moleculares que atraviesan al
yo. Flujos de partículas en relaciones de movimiento o de reposo, en las que entran
para configurar una nueva zona de entorno (entiéndase el espacio de indiscernibili-
dad entre lo humano y su infinito actual).
Concretamente, lo que se presenta es la conexión entre partes del infinito ac-
tual, una simbiosis entre linajes biológicos, construcciones culturales, etcétera, que
en el encuentro capta las entidades y determina una nueva naturaleza, una nueva
forma. Estas entidades, las del medio, conforman una dependencia de la que brota
un compuesto singular, una individuación. Por ello, la simbiosis genera un otro, un
cambio en la posición de sujeto que es singular, distinto y, por lo tanto, real con re-
lación a lo anterior.
Podemos afirmar que las composiciones de sujeto que los sabedores mani-
fiestan en su oralidad son relaciones inhumanas del hombre con su infinito actual,
agolpamiento de composiciones moleculares, flujos de afectos que desplazan la sus-
tancialidad o subjetividad para ocupar y componer una nueva individualidad.
160 Si el sabedor revela fuerzas que no son suyas es porque allí fluyen partículas, a
manera de intercambio de afectos: molecularidades animales, vegetales, impercep-
tibles; todos los posibles modos son zonas de entorno, de copresencia, que distan de
los caracteres de “persona”. El sabedor ya no se definirá por formas determinantes:
sujeto o sustancia, sino por las partículas que le pertenecen en determinadas rela-
ciones de movimiento, de afectación (de afectar y ser afectado). El sabedor se diluye
en el dinamismo de los afectos y de los grados que configuran una individuación
distinta de la del sujeto. O como indican Deleuze y Guattari: “Si hemos imaginado la
posición de un Yo fascinado es porque la multiplicidad hacia la que tiende, ruidosa-
mente, es la continuidad de otra multiplicidad que actúa sobre él y lo distiende por
dentro. Por eso el yo sólo es un umbral, una puerta, un devenir entre dos multiplici-
dades” que se imbrican en el sabedor y generan acontecimientos de devenir (2006,
254). Por ende, hay en estos enunciados un devenir-jaguar que da cuenta de actos en
los cuales un sujeto (el sinchiwaira) es desubjetivado por componentes afectivos que
circulan de acuerdo a las transmisiones moleculares (todas las dimensiones menta-
les del Jaguar) de las que él hace parte.
Páginas atrás señalamos en una nota algunas “personificaciones” que Reichel-
Dolmatoff interpretó del jaguar en las comunidades Kogi, Tukano y Paez. A
continuación, presentaremos algunas de estas ideas, en función de ilustrar un
componente del devenir animal. Las transformaciones de los sabedores de estas
etnias reflejan, según el antropólogo, actos de poder: poder guerrero y poder vo-
raz-viril, desde una relación entre lo animal y lo humano. Estos agenciamientos
animales-humanos dan cuenta de un proceso en el que las relaciones objetivas ani-
males también se efectúan en algunas relaciones subjetivas del ser humano con los
“Yo soy jaguar”. Una lectura cruzada entre la filosofía y la antropología
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animales (Deleuze y Guattari 2006, 242). Toda vez que se encuentren dos especies
diversas, entablan algún tipo de relación; más concretamente, piénsese en un cazador:
él establece una simbiosis con el animal, una lucha de fuerzas en la cual el cazador es
ya un animal al acecho. En este caso, se comprenderá que el cazador ha entrado en el
paisaje del animal (que ahora es la presa), y revela en su dinamismo fuerzas que no
son suyas, se ha vuelto otro, se ha vuelto animal porque en él se efectúan las molecu-
laridades del agenciamiento caza12.
Lo que se efectúa en la relación sabedor-jaguar es la conformación de un com-
puesto de sensaciones que manifiesta una relación animal con el animal. Hablamos
de compuesto de sensaciones porque se trata de imbricaciones disímiles entre el
ser humano y lo otro, que a su vez componen el devenir. Son relaciones enmar-
cadas en la línea de la afección, y comportan todas las pulsiones que atraviesan al
hombre-sabedor y que se patentizan en el encuentro con individuos excepcionales (in-
dividuo excepcional es el animal o el componente que comparte con el hombre un inter-
cambio de afección). Sin embargo, esta relación involucra mucho más que un individuo;
en ella se ejerce un pacto de tipo grupal que produce en este sujeto su propio devenir.
Se deviene porque hay un outsider, un intruso, un enemigo que excede la po-
sición del sujeto, un anomal13. Veamos esto a través del siguiente fragmento de un
mito desana recopilado por Reichel-Dolmatoff: 161
Una vez, una mujer rechazó a su esposo, que vagó solo por la selva. Dio con un
jaguar en figura humana. El hombre-jaguar llevaba un cesto con su vestidura ja-
P A R A L E L O S
guarina. El hombre-jaguar preguntó al hombre dónde iba, y el hombre respondió:
“Mi esposa no me quiere y por eso voy a perderme en la selva”. El hombre-jaguar
preguntó dónde vivía la mujer. “Allí”, señaló el hombre; y el hombre-jaguar dijo:
“Voy a ayudarte a reconquistarla”. El hombre-jaguar llevaba una azada al hombro.
Los jaguares devoradores siempre llevan esa azada. Solo los hombres-jaguar la usan.
12 Con una postura distinta, pero igualmente interesante, Viveiros de Castro comprende la realidad
animal-humana desde un perspectivismo que la percibe en un único sentido. El fondo originario común
de todas las especies es la humanidad, como una relación entre sujetos a través de la caza; no como un tipo
de animalidad, sino porque la caza es un tipo de guerra, de relación natural entre los sujetos. De aquí que
los sabedores en el viaje extático adopten la perspectiva de las subjetividades no-humanas y puedan ver de
qué manera los animales se ven como humanos: “El lado humano de los no-humanos” (Viveiros de Castro
2005). Sin embargo, esta propuesta no deja de tener un semblante demasiado antropocéntrico que deses-
tima el hecho de que en el devenir animal el hombre, de hecho, participa de una “bestialidad”; la caza es,
ante todo, de talante animal, pues es siempre el animal el que, por su adecuación biológica y etológica, mata,
acecha, captura a su presa y sobrevive porque lo hace. Ello es lo que vivencia el sujeto cuando es desplazado
por la posición de “cazador”, de predador, por “una inhumanidad vivida inmediatamente en el cuerpo”
(Deleuze y Guattari 2006, 276).
13 Siguiendo a Deleuze, el anomal o anómalo no se refiere únicamente a aquello que se encuentra fuera de
la norma y de un orden establecido, sino que, al encontrarse en el límite de la norma, también es simultá-
neamente límite de la contraparte de la norma. Este se encuentra en una posición de frontera, en un entre
dos leyes o normas que se contraponen y que ubican al anomal en la posibilidad de devenir. Dice Deleuze
a propósito de las relaciones que se tejen en las obras, de literatura anglosajona, Pentesilea y Melville: “[…]
habría, pues, que definir una función especial que no se confunde con la salud ni con la enfermedad: la
función Anómalo. El Anómalo está siempre en la frontera, en el límite de una banda o de una multipli-
cidad; forma parte de ella, pero ya está haciéndola pasar a otra multiplicidad, la hace devenir, traza una
línea-entre” (Deleuze y Parnet 2004, 52).
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Usan la azada para agarrar a la gente con ella. El hombre-jaguar fue a echarse en
espera de la mujer; fue en figura humana, pero en realidad era un enorme jaguar
negro. La mujer fue al embarcadero llevando una vasija. Cuando estuvo bastante
cerca, él la agarró con su azada. Ella solo vio un enorme jaguar. Las demás personas
solo vieron manchas de sangre y huellas de jaguar. El hombre-jaguar devolvió la
mujer al hombre: “Esta es la que no te quiere”, dijo; “vengan conmigo a la maloca de
las fuentes occidentales, que vamos a tomar cashirí”, dijo a la pareja (1978, 126-127).
14 Traigo a colación la referencia que hace Sauvagnargues a Canguilhem para subrayar el concepto anomal:
“La anomalía es definida como un ‘hecho de variación individual’ que ilustra el principio leibniziano de los
indiscernibles, es decir, la primacía epistemológica de la diferencia. Pues la norma, para Canguilhem, es
‘morfológica y funcional’, variable y fluctuante, no general. […] lo anómalo es la diferencia constituyente
que se produce como caso singular a partir del cual la norma reflexiva se desprende por variación”. “La
desviación no solo es anormal (es, podríamos decir, normalmente anómala), sino que el viviente, así como
no depende de un dualismo ente materia y forma, tampoco se explica en términos de escisión lógica entre
individuo y especie: todo viviente es anómalo. Toda multiplicidad se produce por anomia constituyente”
(Sauvagnargues 2006, 53-54).
15 Cavelier señala el importante papel de la búsqueda y domesticación de plantas en distintos climas como
ejercicio chamánico entre sociedades recolectoras y cazadoras, 9.000 años atrás (2005, 27-33).
“Yo soy jaguar”. Una lectura cruzada entre la filosofía y la antropología
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hablaran de lo que habían visto. “Si hablan de esto, morirán”, les dijo; “si lo dicen,
inmediatamente tendrán que venir a mi maloca. Al año que viene si todavía están
vivos, volveré por ustedes y los llevaré otra vez conmigo”, dijo. Pasó mucho tiempo
después de que la pareja saliera de su tierra, un año más o menos. […] Las demás
personas les preguntaban qué les había ocurrido, pero ellos no querían decirlo. Pri-
mero escuchaban todas las preguntas, pero al final se cansaron y dijeron lo que había
sucedido. Ambos murieron aquella misma noche (Reichel-Dolmatoff 1978, 127).
Establecer relaciones con el jaguar tiene que ver con la propagación de las
molecularidades jaguar en el plano molar –entrar en relación es ocupar, conta-
giar lo existente, revestir (suriró)–. Tal como lo enuncia Reichel-Dolmatoff de la
comunidad Desana con el término suriró, el hombre es revestido de lo animal; o
el plano molar es infectado por las multiplicidades que lo atraviesan y que com-
ponen la multiplicidad jaguar –de ahí que todo proceso de individuación sea
ejercido por un contagio–. De esta manera, se entiende que dicha multiplicidad
es el conjunto de la manada, esto es, todas las interrelaciones que lo pueblan y
lo componen en una situación específica. Por ello, toda relación que se establece
con una manada tiene como fin caracteres de propagación, de ocupación. Aquella
población que tiene por voluntad propagarse expandirá un poblamiento sobre lo ya
ocupado, contagiará lo existente y provocará un nuevo y distinto tipo de multiplicidad
que posibilita decir “yo soy jaguar”.
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El sabedor vivencia, en una duración de horas, una noche “chumada”16, los dina-
mismos afectivos de una serie de vidas que componen la vida misma. El devenir es la
experiencia del sabedor que ha hecho posible generar una nueva individuación entre
el jaguar y el hombre. El jaguar deviene pensamiento en el sabedor, pensamiento ex-
pectante, en el mismo momento en el que el sabedor deviene jaguar. Este rebasamien-
to se consolida, en tanto, en el dinamismo del devenir, se da un devenir jaguar en un
no jaguar. Para que exista dicha condición, el sabedor se aventura a devenir-animal
de un no animal, recurriendo a una micropolítica activa dirigida por las potencias de
jaguar. La micropolítica es lo contrario de la macropolítica, que asegura y conquista
(la mayoría) a la minoría. La micropolítica tiene por efecto movilizarse desde una
diagonal o bloque de afección, una potencia de jaguar que no tiene punto de origen
(punto contrario a línea); está en medio, ya no es un sujeto sino un bloque afectivo
que abandona –desterritorializado– los puntos, las coordenadas, y prolifera afectos.
Aquí, el sistema puntual o el cuerpo está subordinado a las líneas de flujo, e
indica la proliferación del flujo (su precipitación, su furor o su agonía) de configu-
ración de comunidad o de normalidad dentro del grupo; devenir que implica multi-
plicidad, celeridad, ubicuidad, metamorfosis y traición, potencia de afecto. Dada la
liberación del cuerpo, una línea de fuga jaguar pasa entre el sujeto, y al crecer forma
164 algo ajeno a la memoria oficial, antimemoria del sentido de morada. El cuerpo se
desterritorializa en un devenir jaguar, pero el jaguar en el que él deviene está a su
vez desterritorializado, inengendrado, deviniendo (devenires colores, sonidos). El
sabedor se desterritorializa en un animal desterritorializado en imagen; el sabedor
no imita al animal, deviene.
Este es, entonces, un doble devenir: el sabedor solamente deviene jaguar cuan-
do el jaguar deviene sensación; deviene jaguar en el ritual a condición de que el
jaguar devenga a su vez sonido y color, sensación que le da consistencia a su noción
de mundo. Por ello, el devenir es producirse a sí mismo y es real sin que haya un
animal devenido, sin que exista un animal sobre el que él devenga. Es real porque no
tiene otro sujeto que sí mismo, porque sólo existe en el devenir del que el hombre es
sujeto y desde el cual el sabedor crea un mundo, en la conjugación de afectos, que
recubre al mundo real en transparencia. Este mundo crea nuevas líneas con otras
molecularidades que instauran multitud.
Vale decir que la efectuación de este contagio se ejecuta desde dos planos. El pri-
mero, el plan de organización estructural genético, en el que se desarrollan las formas
16 Esta palabra, de raíz quechua, es utilizada comúnmente en las regiones del Putumayo y de Nariño para
describir que alguien se encuentra borracho o ebrio. Afirmaciones como “está chumadito”, a modo de
burla, ponen énfasis en la pérdida de la voluntad y del control del cuerpo. Es habitual en las tomas de yagé
que los participantes más experimentados estén atentos a los efectos que la bebida pueda generar en los
participantes nuevos, que genera comparativamente una intoxicación alimentaria. Pero estar chumado no
sólo habla de encontrarse en estado de embriaguez, sino del particular estado al que se llega con la ingesta
del yagé: del cambio de visión y sensibilidad nueva que logran experimentar el sabedor y los participantes.
Da la sensación que el sabedor y los más experimentados en las tomas de yagé logran tener autocontrol de
su cuerpo y, aun así, ver las visiones del yagé.
“Yo soy jaguar”. Una lectura cruzada entre la filosofía y la antropología
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y se subjetivan los sujetos (sus formas, sus motivos, sus caracteres, sus sentimientos).
En el segundo, en el plan de consistencia o composición, se efectúan relaciones de
velocidad y lentitud, de reposo y de movimiento de elementos no formados, de afec-
tos entre entidades no subjetivadas (Deleuze y Guattari 2006, 270). En este segundo
plano se inhiben las potencias molares (las organizaciones familiares, filiales) propias
del plano de organización y se da cabida a las distribuciones de tipo molecular.
El recurso de constituir vida familiar y social a través del trabajo y la organiza-
ción hace que se configure el sujeto social. Estos procesos molares son, sin embargo,
rebasados por las distribuciones moleculares en la toma de enteógenos; en la actua-
lización del rito, todas aquellas formalizaciones organizacionales son reconfiguradas
de manera única. El plan de consistencia se superpone al plan de organización; o,
en otras palabras, el accionar animal, en la toma, se superpone al yo del sabedor. De
aquí que todo devenir sea un devenir molecular, pues son las partículas de afectos
(jaguar) las que atraviesan el yo.
Con esto se evidencia que la consistencia del devenir radica en multiplicidades mo-
leculares, coexistencias de duraciones del tipo planta, olor, animal, objeto, efecto natural.
De esta forma, se aclara que la relación del sabedor no es sólo con un jaguar sino con los
modos de expansión, de propagación, de ocupación, de contagio. Ya el sabedor –que,
en sentido estricto, ya no es sabedor sino una materia de afecciones– es también la 165
manada. Esta condición genera nuevas relaciones de borde o frontera con la mana-
da. El jaguar es la potencia del anomal y el borde de su manada; y frente a esta, el sa-
P A R A L E L O S
bedor es a su vez un anomal, por cuanto ella –la manada– lo instala en una posición
de borde respecto a las constantes formaciones molares filiativas de la comunidad.
Su posición de anomal permite al sabedor establecerse en la frontera, entre-dos,
entre el grupo y la selva; y, por ello, realiza el pacto con la multiplicidad jaguar.
Así, el devenir jaguar, como bloque de sensaciones, implica la simultaneidad
de un movimiento en el cual el sujeto sabedor se resta a la mayoría (comunidad), a
la vez que el jaguar –outsider– emerge de la minoría; un intercambio dado por un
bloque de alianza en el que los dos, animal y humano, entran en un devenir-jaguar.
El contagio distiende al yo en la circulación de partículas de afectos; el yo del sabe-
dor (plan de desarrollo) es contagiado por molecularidades que lo pueblan y forman
(plan de consistencia), y este nuevo agenciamiento desdibuja la categoría hombre
entre las multiplicidades que lo ocupan. En este nuevo reagrupamiento de talante
simbiótico, el individuo ha sido compuesto y rebasado por otros grados de individua-
ción, que forman a continuación otro individuo, otra intensidad.
17 El cuerpo sin órganos se refiere al agenciamiento por el que el cuerpo puede ser redefinido, al margen de
las formas que lo determinan (de la sustancia o sujeto, de los órganos y las estructuras de las facultades
mentales). Se trata de un ejercicio sobre la propia vida que no necesariamente es consciente y que excede
la experiencia sensorial; esta experimentación no disgrega lo físico de lo mental sino que los aúna en la
intensidad de una forma de vida que se evidencia en el cuerpo.
18 Ver https://www.youtube.com/watch?v=nazCMLg3JaU
“Yo soy jaguar”. Una lectura cruzada entre la filosofía y la antropología
Jennifer Andrea Rivera Zambrano
deros taitas, como tienen la sangre pintada por el yagecito, pueden convertirse en
jaguares. “¿O sea, taita, que usted también es un jaguar?”. “Sí, yo soy tigre, a veces
cuy, río, yagé, todo depende del yagecito”19.
P A R A L E L O S
no de semejanza o de cercanía, sino que, en pro de la vida, los cuerpos adquieren
otras individualidades de acuerdo a las funciones que adquieren los órganos. Estas
transformaciones son el plegamiento, la plicatura entre una y otra individualidad
en su composibilidad, plegamiento que subsiste como una población anónima. Los
órganos ya no son órganos, son materiales por los que fluyen intensidades más
veloces o más lentas: movimientos.
Cuando oscureció y llegó la noche, se acostó y se quedó dormido; al despertarse
se vio y ya no era hombre sino tigre, un tigre muy grande. A la mañana siguiente
ya no era tigre sino nuevamente hombre. Podía cambiar su figura constantemen-
te. Ese es el hombre chamán, el hombre que se vuelve tigre, que convierte las
fuerzas invisibles en puras materias (Guzmán 2004, 79).
19 Esta información es un extracto de grabaciones realizadas por la autora acerca de experiencias con el yagé,
con motivo de una investigación etnográfica en el alto Putumayo, en 2005, con los sabedores Paulino
Mojomboy, de San Andrés, Olimpo y Domingo Cuatindioy, de Sibundoy.
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 153-170
doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.07
20 La experiencia extática no está vinculada, para todos los pueblos, con el uso de los enteógenos; en cambio,
puede estarlo con otros agentes externos, como el frío extremo del Ártico. Diversos estudios concuerdan
en que los agentes externos incitan transformaciones en la percepción y en el cuerpo. Al respecto, véanse
las investigaciones de Mircea Eliade (2001) y Peter Furst (1980).
21 Es importante comprender que la desterritorialización puede partir del consumo del enteógeno. Sin em-
bargo, este consumo no explica la desterritorialización, es más bien la función de un nuevo deseo que inviste
la percepción.
“Yo soy jaguar”. Una lectura cruzada entre la filosofía y la antropología
Jennifer Andrea Rivera Zambrano
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François Bouchard, 335-351. Bogotá: Banco de la República, Fundación de Investigacio-
nes Arqueológicas Nacionales, Instituto Francés de Estudios Andinos.
P A N O R Á M I C A S
Nicolás Viotti**
FLACSO, CONICET, Argentina
Como citar este artículo: Viotti, Nicolás. “Emoción y nuevas espiritualidades. Por una perspectiva
relacional y situada de los afectos”. Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología 28: 175-191.
Doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.08
Artículo recibido: 31 de mayo de 2016; aceptado: 16 de diciembre de 2016; modificado: 13 de marzo de 2017.
P A N O R Á M I C A S
po más amplio del estudio de los afectos en el análisis de la religiosidad. Sobre
todo, cuando los análisis más difundidos oscilan entre diagnósticos sociolo-
gistas, o bien subjetivistas, es decir que entienden el “emocionalismo” como
crisis contemporánea de lo “social”, o la emoción como locus de la “experien-
cia subjetiva”. En suma, el artículo quiere subrayar cómo el hecho de atender
a las teorías nativas sobre las causas de la emoción –en cuanto proceso rela-
cional que prioriza un enfoque comunicacional, que articula componentes
humanos y no humanos situados, y nociones específicas de eficacia y causali-
dad– resulta ser una estrategia complementaria para analizar las emociones.
Palabras clave: Emoción, espiritualidad Nueva Era, Catolicismo renovado,
subjetividad, teoría nativa (palabras clave del autor).
* Este artículo es resultado del trabajo de investigación realizado en el marco de mi tesis doctoral en Antro-
pología Social, Museo Nacional, Universidad Federal de Río de Janeiro, y del proyecto sobre espirituali-
dad, subjetivación y mercado, financiado por el CONICET, Argentina.
** Doctor en Antropología Social por el Museo Nacional, Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil. So-
ciólogo, Universidad de Buenos Aires. Investigador del CONICET. Entre sus últimas publicaciones están:
coautor en “El paraíso está dentro de nosotros”. Nueva Sociedad 260: 81-94, 2016; y autor en “El affaire Ravi
Shankar. Espiritualidad y medios de comunicación en Argentina”. Sociedad y Religión 25 (43): 13-46, 2015.
*nicolas.viotti@gmail.com
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 175-191
doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.08
Emoção e novas espiritualidades. Por uma perspectiva relacional e situada dos afetos
176 Resumo: Religiosidades com um forte componente “emocional” tiveram
grande visibilidade na sociedade Argentina nas últimas décadas. Este artigo
analisa o choro nos grupos ligados às espiritualidades Nova Era e ao catoli-
cismo revivalista no contexto mais amplo das chamadas “novas espiritualida-
des”. O artigo tem também o objetivo de refletir sobre as afinidades entre o
sagrado e os afetos como objetos da análise nas ciências sociais, particular-
mente frisa a importância da abordagem relacional no campo mais amplo do
estudo dos afetos. Considera criticamente as análises mais generalizadas so-
bre o “emocionalismo” como crise contemporânea do “social” ou como locus
da “experiência subjetiva”. Em suma, pretende-se enfatizar como reconstruir
as teorias nativas sobre as causas da emoção, em tanto processo relacional e
situado que considera as relações entre humanos e não-humanos, as ideias
sobre a causa e a eficácia, resulta uma estratégia complementar para o estudo
antropológico das emoções.
Palavras-chave: Emoção, espiritualidade Nova Era, Catolicismo renovado,
subjetividade, teoria nativa (palavras-chave do autor).
Emoción y nuevas espiritualidades. Por una perspectiva relacional y situada de los afectos
Nicolás Viotti
L
a centralidad de rituales públicos donde se narran los sentimientos per-
sonales y las escenas de conmoción que se manifiestan en el llanto o la
risa es el rasgo de diferentes expresiones religiosas, que van desde el cris-
tianismo pentecostal, las variadas expresiones del catolicismo de tipo
carismático e incluso de las manifestaciones más difusas de la espiritua-
lidad de la Nueva Era1. La “nueva cultura emocional” estaría en sintonía con lo que
algunos analistas describen como un “nuevo emocionalismo religioso”, viendo allí
un proceso simultáneo de autonomización subjetiva que estaría en sincronía con la
cultura capitalista de las sociedades occidentales (Illouz 2008).
Religiosidad y emoción son categorías que guardan una relación estructural e
histórica entre sí, en la medida en que, dentro del pensamiento ilustrado, ambas son
imaginadas como sujetas a un proceso de intimización o, en su defecto, como parte
de un proceso de reemergencia pública contemporánea. Son imaginadas también
como representantes de lo “arcaico”, lo “no moderno” o lo “tradicional”. Frente a
estas miradas, perspectivas más reflexivas han mostrado que esas imágenes corres-
ponden más a las formas en que las sociedades modernas se autolegitiman, que a un
fenómeno empírico, y que tanto la sacralidad como las emociones son constitutivas
de buena parte de la experiencia social pasada y contemporánea. Ello, sin embargo,
no quiere decir que no existan especificidades vinculadas con diferentes momentos 177
históricos y diversos recortes de la vida social: regionales, nacionales, étnicos, de
género, de clase o de estilo de vida.
P A N O R Á M I C A S
Como categoría histórica y moderna, la religiosidad remite a los procesos de au-
tonomización y privatización de la vida en las sociedades europeas del siglo XVIII.
Como muestra Talal Asad (1993; 2003) no existe nada propio de lo religioso o de lo
secular en sí mismo; estas son categorías históricas que se construyeron como opues-
tas y complementarias. Lo religioso, en cuanto tal, emergió como categoría, y también
como experiencia específica, como consecuencia de la reforma protestante, produ-
ciendo nuevas distinciones entre lo sagrado y lo secular, tanto en el orden estatal como
en el subjetivo. La religión se convirtió en asunto privado, y, asimismo, la “creencia”
fue consecuencia directa de una “elección personal” que debía mantenerse al margen
1 Entiendo por catolicismo revivalista y/o renovado a las expresiones centradas en una experiencia extática
con lo sagrado que suponen una experiencia biográfica previa de relativa secularización. Sin reducir el
fenómeno a un movimiento eclesial, la expresión paradigmática del catolicismo revivalista es la Renova-
ción Carismática Católica, surgida en el contexto del Concilio Vaticano II, en el ámbito norteamericano,
y con una fuerte impronta de la matriz protestante pentecostal de la manifestación del Espíritu San-
to (Csordas 1994; 2001; Champion y Hervieu-Léger 1990; para Argentina ver Cabrera 2011; Giménez
Béliveau 2003). Entiendo por Nueva Era a una sensibilidad religiosa que comparte con el catolicismo
revivalista la experiencia biográfica de relativa secularización en sus adherentes. A diferencia del ca-
tolicismo, es más difícil reconocer un sistema cosmológico estable y una lógica eclesial. Sin embargo,
entendemos que la sensibilidad Nueva Era incluye al menos dos componentes que comparten con el
catolicismo revivalista una gramática cultural semejante centrada en la intimidad personal y en las rela-
ciones extendidas más allá del cuerpo: un Yo sagrado como un reducto intimista de la subjetividad y la
Energía, una fuerza holística que es agente de la transformación (Heelas 1996; 2008; sobre Argentina ver
Carozzi 2000; para una síntesis sobre los elementos ordenadores de la Nueva Era con base a la literatura
latinoamericana ver Frigerio 2013).
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de los actos públicos. La matriz cristiana pasaba de un orden encantado propio del
catolicismo a un dios privado, idealmente encarnado en la tradición protestante.
A su vez, esa nueva relación con lo sagrado no tenía la centralidad que adquiría en
órdenes sociales donde lo sagrado resultaba el eje de la organización política y sub-
jetiva de la vida social.
El registro de lo sensible siguió un proceso semejante de autonomización rela-
tiva. Su exclusión de la vida pública, y la construcción de una subjetividad escindida
entre una “conciencia cognoscente” y una “esfera emocional”, tuvieron una eficacia
relativamente extendida. El análisis de Norbert Elias (1989) resulta un ejemplo sus-
tancial sobre ese proceso de autocontrol de las emociones en las sociedades del norte
europeo, sobre todo entre sus sectores ilustrados, durante los siglos XVII y XVIII.
Ese proceso de intimización de las emociones sigue un modelo comparable con el de
lo religioso. Si en las sociedades del Antiguo Régimen lo sagrado resulta de una rela-
ción distribuida entre subjetividad y su entorno –mercado, Estado, relaciones de pa-
rentesco–, también la emoción resultaba de una concepción relacional y, por lo tanto,
manifestada públicamente. Los procesos de autonomización subjetiva de la cultura
europea, siguiendo este argumento, habrían producido en el orden emocional algo
semejante a la compresión de lo sagrado al “fuero íntimo”.
178 Leídos en conjunto, tanto lo sagrado como la emoción quedarían dentro de un
orden dualista: a nivel político, con la construcción de lo “privado”; en la dimensión
subjetivo-corporal, en la emergencia del “fuero íntimo”. Por lo tanto, serían catego-
rías asociadas a lo “no representable” –en cuanto poseedoras de una cualidad opa-
ca–, a una racionalidad universal –ideal de la comunicabilidad y el entendimiento
democráticos–. Categorías racionales que estarían encarnadas en un espacio público
expresado en lo visible y una conciencia que se manifestaba con lo decible.
Si bien esos análisis que muestran la intimización de lo sagrado y de las emo-
ciones dan cuenta de procesos históricamente efectivos, en muchos casos, esos pro-
cesos han sido leídos con niveles de homogeneidad y de generalidad muy amplios
que invisibilizan sobrevivencias, reapropiaciones e, incluso, transformaciones más
contemporáneas. Sobre todo, con ese nivel de generalidad puede funcionar como
una metanarrativa de la modernidad occidental que legitima una imagen lineal de
la transformación de las sociedades modernas (Englund y Leach 2000). Una visión
alternativa podría entender que los procesos de secularización y de autocontrol de las
emociones son más un problema por investigar que un dato dado. Lo mismo puede
decirse sobre dos ideas bien contemporáneas: el “reencantamiento del mundo” y la
“nueva cultura emocional”, o, aun, las “religiosidades de la emoción” como síntesis
de ambas. Esas ideas, utilizadas en forma abstracta, pueden replicar la metanarrativa
moderna acríticamente, leyendo cierta visibilidad contemporánea de lo sagrado y lo
emocional como una reacción al proceso de racionalización e institucionalización de
la religión y/o la cultura, o bien como consecuencia de la “crisis de lo social”, entendido
como sinónimo de lo racional y lo secular. De esta manera, la emocionalidad religiosa
contemporánea sería consecuencia de la “revancha” de la religión y de la emoción,
Emoción y nuevas espiritualidades. Por una perspectiva relacional y situada de los afectos
Nicolás Viotti
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Nos parece que relocalizar los regímenes de afectación religiosa en situaciones
específicas es una perspectiva complementaria, que, incluso, sin desconocer los pro-
cesos efectivos de autonomización, ayudaría a entenderlos mejor, y permitiría con-
cebir más y mejor qué significan esos procesos en colectivos concretos y en función
de configuraciones nacionales, étnicas, de clase, o estilos de vida. Al mismo tiempo,
permitiría comprender mejor el supuesto contraste con regímenes de subjetivación
menos autónomos, y comparar con regímenes de afectación religiosa diferenciales,
en términos de jerarquía sociocultural, o históricos. Una perspectiva relacional so-
bre las emociones religiosas puede, aun, ser una herramienta para la reflexión sobre
el estudio socioantropológico de las emociones en general que no incluya un aspecto
sagrado en sentido estricto.
Con ello en mente, me detendré en algunos relatos y prácticas sobre el llanto en
mi propio trabajo de campo en dos redes religiosas localizadas en una zona central
de Buenos Aires identificadas con identidades y estilos de vida de las clases medias3.
2 En Argentina, este tipo de análisis cuenta con trabajos importantes que adaptan algunos de esos enfoques
a situaciones históricas y geográficas diferenciales. Ver, por ejemplo, Mallimaci (2009) y Mallimaci y Gi-
ménez Béliveau (2007).
3 Entiendo por clases medias a una configuración relacional e histórica que en Argentina incluye al me-
nos tres aspectos: identificaciones y autoidentificaciones con la “clase media”, tanto en los discursos y las
prácticas públicas como en las performances personales; aspectos culturales y valorativos sedimentados en
una experiencia sociohistórica de hábitat relativamente común, y, por último, rasgos sociodemográficos
propios, tales como ingreso, nivel educativo o área de residencia.
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Esas redes están vinculadas con el catolicismo revivalista y la Nueva Era, y conden-
san una trama de marcadores, imágenes, discursos, prácticas, cuerpos y agentes no
humanos centrados en la gestión del bienestar personal, con un fuerte componente
intimista en el vínculo con lo sagrado y, al mismo tiempo, con un elemento holístico
y relacional de reintegración con los otros sociales y con el cosmos.
En principio, examino algunas posiciones analíticas sobre la emoción. A conti-
nuación, me detengo en las manifestaciones del llanto en las redes católicas y la espi-
ritualidad al estilo de la Nueva Era. El material expuesto aquí proviene de diez meses
de trabajo de campo en dos grupos de la Renovación Carismática Católica, un Taller
de Cura Interior impulsado por una monja católica y dos centros de meditación y
prácticas “holísticas” inspirados en una ideología orientalista ecléctica. Estos gru-
pos constituyen una red católica espiritualista y otra vinculada con la denominada
Nueva Era, localizados en la zona norte de Buenos Aires. Muestro cómo se conjugan
elementos íntimos de la persona y dispositivos relacionales que disputan el dualismo
cuerpo/alma y sagrado/secular. Por último, sugiero que las emociones en esa trama
religiosa de una zona del mundo de los sectores medios de Buenos Aires sirven para
pensar a la emoción como un dispositivo relacional y comunicacional entre diferen-
tes componentes, y que ese enfoque permite complejizar los análisis circunscritos
180 únicamente a la totalidad social o a la experiencia corporal intersubjetiva. Retoman-
do algunas ideas de la antropóloga Jeanne Favret-Saada (2009) sobre la noción de
afectación, proponemos que, antes que remitir a una construcción sociocultural, aun
corporal –como ha sido habitual en la antropología norteamericana–, o a una re-
presentación social –recurso común en una corriente influyente de la sociología de
la religión francesa–, la emoción puede entenderse mejor como un dispositivo co-
municacional que articula componentes situados específicos y que moviliza teorías
nativas de la eficacia y la causa.
ma de Max Weber, estos autores desarrollan una concepción emocional del carisma
como algo “volátil” e “inestable” que sirve para pensar las nuevas religiosidades en
las sociedades occidentales contemporáneas, caracterizadas por la “crisis de lo so-
cial” y la emergencia de un marcado “individualismo”. La identificación del carisma
con lo afectivo caracterizaría a las religiosidades poco institucionalizadas y, por ello,
individualistas. Ese retrato tiende a condensar lo social en una imagen reificada de
lo institucional como sinónimo de lo eclesial; por lo tanto, las religiones de la emo-
ción serían la consecuencia de un crecimiento de modos de creer y de practicar la
religiosidad por fuera de lo eclesial. En síntesis, el afecto es analizado como asocial,
y, en todo caso, puede convertirse en social sólo cuando es incorporado en un pro-
ceso de institucionalización que lo hace socialmente viable. El problema con tales
definiciones de las religiosidades emocionales es que naturalizan el modelo eclesial
(en general, el de las iglesias cristianas) como socialmente válido, dejando de lado
la dimensión colectiva de todas las experiencias religiosas que no funcionan bajo el
orden de una estructura jerárquica. Asimismo, al oponer lo social y racional a lo in-
dividual y emotivo, esa mirada supone una forma dualista de entender la vida social
demasiado anclada en la teoría nativa de la sociedad europea del siglo XIX sobre lo
“social” y el “individuo”, dejando de lado las relaciones sociales efectivas, siempre
colectivas, que producen subjetividad4. 181
Otro enfoque prioritario en el estudio de las emociones es el de una corriente
de la antropología norteamericana de la década de 1980. El punto de partida de lo
P A N O R Á M I C A S
que quiero esbozar aquí es un núcleo clásico que se planteó las formas de enten-
der las experiencias emocionales dentro del paradigma de la antropología llamada
posmoderna. Un tema que esa corriente se propuso discutir, por cuanto había sido
problemático para el canon de unas ciencias sociales –excesivamente preocupadas
por su propia epistemología occidental– que distinguía entre esfera pública y priva-
da, objetiva y subjetiva. Según Rosaldo (1989), un antecedente en la antropología es
el bien conocido trabajo de Radcliffe-Brown (1922) sobre el llanto ceremonial en las
islas Andamán. Los andamaneses lloran en ocasiones prescritas durante los rituales
referidos a las crisis vitales; el llanto es explicado como un acto simbólico, como
una convención. Contra esta lectura del llanto de los andamaneses, y amparado en
el giro subjetivista de una corriente influyente de la antropología norteamericana,
Rosaldo rechaza las apelaciones a la autoridad etnográfica llamando a la integridad
de la experiencia, objetando que semejante análisis ignoraba y devaluaba las emo-
ciones de los andamaneses cuando luchan por sobrellevar acontecimientos trágicos
(Rosaldo 1989, 21). La pretensión de objetividad, según este autor, es una maniobra
en una batalla por la autoridad. En su propio trabajo de campo, nos dice, sólo con-
siguió entender el sentimiento de rabia ilongot que provocaba la pulsión a la caza de
cabezas que acompañaba al pesar, un daño espiritual o la pérdida de un ser querido,
cuando él mismo experimentó la trágica muerte de su mujer. En esta breve reseña se
P A N O R Á M I C A S
Espíritu Santo y la Energía, que no se reducen a una representación ni a una experiencia
puramente corporal, es una alternativa analítica que creemos fecunda.
El movimiento carismático en el barrio se localizaba en dos iglesias, donde
semanalmente funcionaban dos grupos de oración6. Los encuentros de los grupos
de oración promueven la oración, el recogimiento, pero también el canto, el baile y
la experiencia del Espíritu Santo, un modo de posesión fugaz donde la entidad entra
en el cuerpo y produce sensaciones de conmoción y placer. En general, la presencia
del Espíritu suele estar acompañada de la caída del cuerpo y una situación posterior
de “descanso en el Espíritu” que deja a los fieles en el suelo en estado de gracia. Es-
tas prácticas son habituales en los grupos, en las misas y en los retiros espirituales,
donde se espera que el Espíritu cure y sane las aflicciones del “cuerpo”, el “alma” y la
“psiquis”. En muchos casos, estas experiencias finalizan con un momento dedicado
a lo que denominan “compartir testimonios”. En este ritual público que cierra los
encuentros se espera que los asistentes o algunos de ellos cuenten públicamente sus
experiencias y relaten su propia perspectiva sobre la presencia del Espíritu Santo
en la cotidianidad de sus vidas semanales o durante la reunión. Los momentos de
oración suelen estar dedicados a la emoción, y cualquier tipo de sensación y de ma-
nifestación sensible es promovida y valorada.
6 El material sobre este tipo de afectos en el mundo católico, sobre todo en relación con la masculinidad,
fue analizado con más amplitud en un trabajo anterior (Viotti 2009).
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Uno de los grupos en los que participaba tenía un ministerio de música par-
ticularmente activo, es decir, un grupo de participantes que acompañan la reunión
con guitarra y cantos. Durante uno de los encuentros, realizado en un aula de la es-
cuela que depende de la parroquia, ocurrió lo siguiente: Jorge, un empleado de ban-
co que vivió desde su adolescencia en el barrio, y que participaba en el grupo desde
hacía pocos meses junto a su mujer, intentó contar su testimonio. Antes de conseguir
decir una palabra, comenzó a llorar, cubriéndose la cara con las manos. En ese mo-
mento, uno de los servidores, como se autodenominan los responsables del grupo,
lo tocó con delicadeza y le dijo suavemente: “Soltá las manos, soltá las manos, es una
bendición llorar, ¡llorá todo lo que puedas!”. Jorge soltó las manos, dejó caer la cabeza
sobre su pecho y siguió llorando, con los brazos y hombros sueltos sobre cada costado
de su cuerpo. Cuando terminaba el encuentro, algunos de los servidores celebraron la
actitud de Jorge de “dejarse llevar por el Espíritu Santo”.
Mariano, otro asistente habitual al grupo carismático, es gerente de marketing
de una empresa multinacional con sede en Buenos Aires. A pesar de contar con más
de 40 años, reconoce, con cierto pesar, que nunca se casó. Estudió en un colegio
católico parroquial del barrio de Palermo y fue un miembro activo en movimien-
tos estudiantiles durante su juventud. Participa en la Renovación Carismática desde
184 hace más de quince años, y fue una de las personas más activas dentro del grupo
y con quien pude realizar varias entrevistas, charlar de manera informal y pre-
guntar con insistencia sobre todo lo que ocurría. En una de las misas dedicadas a la
sanación, encontré a Mariano apoyado contra una de las altas columnas de la nave
central de la iglesia. Se encontraba con la espalda apoyada, los ojos cerrados y los
brazos levemente erguidos, con las palmas hacia arriba, el rostro lleno de lágrimas y
una leve sonrisa. Registré en mi cuaderno de campo la situación, y, tiempo después,
durante una conversación, dijo lo siguiente:
A mí me hizo bien llorar, tenemos como una idea de que no podemos llorar, des-
de chicos nos dicen eso de que no tenemos que llorar, que está mal. ¡Los hombres
no lloran! Yo quedo profundamente conmovido, es un estado de gracia, un senti-
miento profundo. No lloro de tristeza, lloro de alegría. Es un lujo poder llorar, es
liberador […] es algo que pasa a veces, es una gracia, no siempre se da, no lloras
cuando querés, sino cuando podés, cuando se da.
Finalmente, los encuentros del Taller de Cura Interior en un colegio católico del
barrio nos muestran situaciones similares. Marcos y su mujer frecuentaron el grupo
por un año, fueron convencidos por una pareja de amigos que les había garantizado
que les “cambiaría la vida”. Los Talleres de Cura Interior son una práctica relativa-
mente difundida por coordinadores independientes, en este caso, por una monja de
la orden Misioneras de María que niegan cualquier asociación con la Renovación Ca-
rismática. Cada encuentro está dedicado a reconocer un tipo diferente de “recuerdo
traumático”, adquiridos en distintas etapas vitales, y causa de malestar, sufrimientos
y enfermedades. Cada uno de los cursos tiene una duración de dos meses y cada
Emoción y nuevas espiritualidades. Por una perspectiva relacional y situada de los afectos
Nicolás Viotti
encuentro se dedica a tratar las sucesivas etapas vitales, desde la concepción hasta la
adultez. Los encuentros usualmente ocurren en aulas, salas de actos de colegios de la
zona, o en algún recinto de alguna iglesia que ceda el lugar para la ocasión. Constan
de un primer momento, donde la coordinadora diserta, durante el lapso aproximado de
una hora. Los temas recurrentes son la desculpabilización por el sufrimiento, la auto-
rresponsabilización de la sanación personal o familiar y la importancia de entender a
la persona como un “todo integrado entre mente, cuerpo y alma”7.
En una de las reuniones, luego de oír con cuidado la charla de la hermana, nos
retiramos hacia un recinto separado con bancos y sillas localizados frente a un os-
tensorio con una hostia consagrada. Luego de rezar, se les pedía a los asistentes que
cerraran los ojos y que se concentraran en los recuerdos infantiles que pudieran haber
dejado “heridas vitales”. La voz de la hermana se oía sobre el fondo de una música
delicada. En un momento determinado, Marcos comenzó a llorar agitadamente. Puso sus
manos en la cara y se quedó acurrucado sobre sus piernas en una de las sillas. Al acabar la
sesión, la hermana agradeció la posibilidad de la sanación, de haber sido “tocados por
Dios”, y resaltó la expresión del llanto de uno de los participantes como una manifes-
tación “liberadora y sanadora”. “Esta tarde Dios ha obrado”, dijo. Un rato más tarde,
Marcos ofreció llevarme en su auto. Durante el trayecto, me comentó su experiencia:
“Yo tuve muy en cuenta una imagen de mi padre de cuando yo era muy chico. Esa ima- 185
gen que tenía guardada de él, me la había borrado de la cabeza”, e hizo referencia a que
sentía que pudo perdonarlo y que “recordarlo fue muy liberador”. Mencionó además
P A N O R Á M I C A S
que había sentido un “ardor en el pecho”: “como algo que me quemaba”.
Estas tres breves historias sobre el llanto de una corriente revivalista del cato-
licismo contemporáneo nos permiten decir algunas cosas sobre la emocionalidad.
Constituyen un posible punto de partida para reflexionar sobre un estilo católico que
es parte de una trama más amplia, donde pueden registrarse las transformaciones
de los modos de creencias entre las clases medias, un modo de creencias que valo-
ra la emoción, el trabajo de la interioridad, el holismo cuerpo-alma y el bienestar
(Viotti 2010). El papel del llanto y de la emocionalidad no era menor en los centros
de espiritualidad Nueva Era; algunos momentos allí condensaban expresiones de
sensibilidad particularmente significativas. Uno de esos momentos era aquel dedi-
cado a hablar de las experiencias, el acto de contar en público experiencias persona-
les, sentimientos, casos de mejoría, conquistas y éxitos. Al igual que en los grupos
católicos revivalistas, en muchos centros de espiritualidad o prácticas espirituales
no católicas –pero sensibles a técnicas de crecimiento personal, ejercicios orientales
de meditación y trabajo corporal–, un momento estaba dedicado a la “puesta en
7 Son habituales las referencias a estados interiores (“buscar en sí mismos lo reprimido”) como catalizado-
res de una aflicción o, incluso, de la búsqueda de cura. Como ha sido remarcado por algunos autores como
Csordas (1994, 110), se perciben rasgos psi propios de un cristianismo que dialoga con los saberes secula-
res de la interioridad (también presentes, por cierto, aunque de un modo diverso, entre los participantes
de la Renovación). Para un panorama más amplio sobre los procesos de psicologización de la religiosidad
en este ámbito ver Viotti (2014).
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común”: contar en público las percepciones personales sobre las sensaciones o auto-
percepción de la práctica.
En uno de los centros donde se practicaba meditación grupal, el contar en pú-
blico las experiencias personales estaba, en realidad, restringido a comentarios sobre
la vida cotidiana o a pedidos de bendición para situaciones concretas. En general,
los procesos de transformación personal o de mejoramiento físico, emocional, psi-
cológico y/o espiritual eran asuntos de cierta reserva, o comentados indirectamente.
En otro de los centros, esas prácticas eran mucho más promovidas y aceptadas. Su
coordinadora se llamaba Mariela, una arquitecta de poco más de 45 años, con expe-
riencia en diferentes practicas alternativas en Brasil y Estados Unidos. Mariela desig-
naba su ejercicio como una serie de “técnicas híbridas” que ella misma se encargaba
de promover. Las actividades incluían biodanza, bioenergía, y otras formas no con-
vencionales de establecer un diálogo entre los participantes a partir del cuerpo. La
biodanza, me explicaba, es un sistema que busca el desarrollo de aspectos positivos
de las personas que va contra la idea de que la persona hace una terapia sólo para
curarse de un problema específico8. Era entendida como una “terapia para personas
saludables”, una actividad que potencia las cosas buenas y funciona como una espe-
cie de “medicina preventiva” que hace a las personas “encontrar un equilibrio”.
186 Referencias al “equilibrio” eran, de hecho, bastante frecuentes entre los parti-
cipantes de ambos grupos. En este segundo grupo se desarrollaba una teoría espe-
cialmente elaborada a ese respecto, donde se afirmaba que cuando estimulamos la
alegría, el movimiento, la vinculación afectiva y corporal, y principalmente la crea-
tividad, son estimulados aspectos que, en palabras de su coordinadora, “la cultura
en que vivimos insiste en mantener adormecidos”. Esa práctica era una forma de
transformación y mantenimiento permanente de bienestar, no una mera respuesta a
la aflicción. De esta manera, la dimensión terapéutica que la práctica de la biodanza
promovía concernía a un estilo de vida, a una serie de vivencias y una actividad
cotidiana que transformaban la totalidad de la persona. La música y los cuerpos
de los demás participantes producían, según ellos, una articulación que estimulaba
no sólo la dimensión espiritual, sino también la parte biológica de la persona. La
propuesta consistía en potencializar la “Energía vital” que todos las personas llevan
consigo a través del contacto físico y emocional (no racional). Práctica que, según
sus participantes, regenera el organismo, las células y la dimensión “biológica del
cuerpo”, junto a los aspectos “energéticos”, “espirituales” y “psicológicos”. Se evocaba
una concepción de las relaciones entre interioridad y corporalidad que apuntaba a una
integración igualitaria. La música y el contacto físico tenían efecto no sólo sobre la
8 La biodanza es una práctica elaborada por el psicólogo chileno Rolando Toro durante la década de 1960,
con inspiración en las nuevas psicologías y terapias corporales. La práctica se basa en un sistema de in-
tegración afectiva, que busca la renovación orgánica y el reaprendizaje de funciones vitales originales; la
aproximación consiste en la inducción de vivencias a través de la música, de la danza, del canto y de diversas
situaciones de encuentro en grupo. La “terapia bioenergética”, según me explicaban, remite a un principio
de Energía producida e intercambiada por los organismos humanos. Esa Energía puede generar tanto bien-
estar como destrucción, de modo que la práctica terapéutica busca conducirla a una finalidad positiva.
Emoción y nuevas espiritualidades. Por una perspectiva relacional y situada de los afectos
Nicolás Viotti
dimensión sensible, sino también sobre la configuración orgánica del cuerpo, provo-
cando en él una transformación y colocándolo en equilibrio, volviéndolo más sano.
Cierto día, al final de un encuentro en su casa, Mariela se sentía mal, tenía una
fuerte gripe. La causa de su gripe era natural. Pero la posibilidad de su bienestar,
por el contrario, residía en una lógica que iba más allá de la lógica de lo natural. Esa
tarde me explicó que había enfermado por haber tomado aire frío, pero que durante
la sesión sentía que su resfrío fue curado, algo que percibía en su cuerpo a partir del
fluir de la Energía con otras personas. Me contó, incluso, que, a partir de esa relación
energética, llegaba a sentir a personas curándose de cosas más graves, como fuertes
depresiones, cáncer, o simplemente desánimo y estrés.
Había siempre en el grupo un momento inicial de diálogo colectivo acerca de
las expectativas, en el cual eran establecidas las propuestas del encuentro. Mariela po-
día proponer un día, por ejemplo, que imaginásemos “como si estuviésemos dentro
del agua”, y, otro día, que nos sintiésemos “como si fuésemos llamas”. Las propuestas
debían funcionar como un punto de partida que detonaba la dinámica corporal de
las sesiones. Había siempre un momento para compartir las experiencias, en el cual
los participantes reflexionaban en grupo sobre sus sensaciones y/u opiniones de las
vivencias ocurridas durante la hora de la actividad. En estos diálogos colectivos, en
los cuales los asistentes participaban sentados en el suelo, estirados o con las piernas 187
cruzadas, no era raro que alguien se largara a llorar o manifestara estar profundamente
emocionado. En una de esas ocasiones, participaba en el encuentro Micaela, una vieja
P A N O R Á M I C A S
amiga que Mariela conoció en uno de sus viajes a California, y con quien perdió con-
tacto durante años. Al final de la sesión, Micaela no sólo agradeció por el reencuentro,
el cual sentía como el presagio de nuevos caminos que se abrían “para hacer cosas jun-
tas”, sino que también relató que aquel era un momento de profunda “vivencia” perso-
nal, que la había conmovido (“movido muchas cosas adentro”). En este momento, no
obstante, tuvo que interrumpir su discurso, pues sus ojos se llenaron de lágrimas. Ma-
riela explicó luego que no era una emoción triste, sino que eran “lágrimas de alegría”.
En esta misma jornada, cuando se esperaba que cada persona hiciese algún
comentario, uno de los participantes se disculpó por no poder hablar, pues estaba
muy emocionado. Dijo además que todo había sido tan maravilloso, que él no podía
decir nada, y que, por sentir muy profundamente aquello que lo había emocionado,
prefería guardar la experiencia para sí mismo.
Esas situaciones revelaban un proceso semejante a aquel descripto entre los gru-
pos católicos. Si, en el caso de los grupos católicos revivalistas, la causa de la emoción
suponía la acción de Dios –que “prendía fuego” al pecho de Marcos en el Taller de Sa-
nación Interior, o conmocionaba a Mariano, que insistía en que no se llora cuando se
quiere sino cuando se puede, es decir, cuando se es tocado por el Espíritu Santo–, en
los grupos cercanos a la espiritualidad Nueva Era, la explicación del llanto o de la con-
moción involucraba la Energía vital como fuente de transformación personal. Con-
siderar este factor en las causas de la emoción podría llevar a pensar que el analista
comparte la teoría nativa sobre por qué se llora o por qué las personas se emocionan
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en esos ámbitos espirituales. Lejos de ello, el tomar esa teoría en sus propios términos
–suspendiendo la narración de la “emocionalización de la religión contemporánea” o
la idea de que la emoción es consecuencia de una “experiencia subjetiva” construida
con base en una corporalidad universal– permitiría acceder a un régimen de relacio-
nes que la emoción efectivamente pone en movimiento. Este régimen de relaciones,
como vimos en las historias de las espiritualidades católicas y Nueva Era, muestra
algo más que una totalidad social que se imprime en las personas, y algo más que una
corporalidad como locus de la emoción. Si consideramos la propuesta relacional de
Jeanne Favret-Saada (2009) sobre los modos de afectación, tal vez la emoción de la es-
piritualidad contemporánea pueda ser leída en sus mutuas relaciones como un com-
puesto de elementos que se potencian entre sí. Las concepciones de mente, las ideas
de cuerpo y las de fuerzas con capacidad de agencia sobre los sujetos, entendidas en sus
propios términos, sin ser reificadas unas independientemente de las otras, se afectan
mutuamente produciendo el llanto o la conmoción, que tan significativa parece ser en
esa corriente de la religiosidad contemporánea. Esa mirada relacional permitiría ir aun
más allá de la naturalización del dualismo sociedad/individuo, condensado en cierta
tradición sociológica, y del sujeto con experiencia corporal, de cierta tradición antro-
pológica. Ambas posiciones, aunque en diferentes niveles, son cercanas a la imagen
188 de un sujeto libre y autónomo que sustenta el análisis de la espiritualidad contempo-
ránea y que hace eco en la idea de nomadismo y pluralismo religioso.
Por supuesto que con un llamado a una mirada más situada y relacional de la
emoción religiosa en estas corrientes espirituales contemporáneas no queremos ne-
gar la existencia efectiva de un proceso de nomadismo y de pluralidad religiosa que
tuviese cierta novedad. Pero creemos que, muchas veces, esa imagen da por sentado
un sujeto más o menos libre, demasiado encarnado en la autonarrativa moderna de
la individualización, ya sea en su faceta sociológica o en su correlato epistemológico,
que prioriza enfoques centrados en la experiencia subjetiva y corporal. La posibili-
dad de abrir esa “caja negra” de la acción religiosa emocional podría incluso mos-
trarnos, de un modo más realista, el proceso de autonomización e individualización.
Los participantes en grupos católicos revivalistas y en espiritualidades Nueva Era
promueven interpretaciones que articulan corporalidad e interioridad, condensan
una trama de relaciones entre cuerpo, mente y concepciones de lo sagrado que pro-
ducen una forma de entender a la persona, en donde la agencia individual es relativa
a una serie de factores y agentes entrelazados en un modo de subjetivación, donde la
“libertad individual” o el “voluntarismo” son, al menos, relativos.
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Creemos que el análisis de las tramas específicas que producen emociones –tal
como son entendidas por las personas que participan en esas formas de religiosidad–
puede ser un camino que nos ayude a entender más y mejor la llamada “emociona-
lidad religiosa contemporánea”, fundamentalmente, en la medida que esta estrategia
desafía las naturalizaciones de las fronteras estables entre lo sagrado-secular, al mis-
mo tiempo que no da por sentadas las distinciones estables entre lo público y lo
íntimo, e incluso la diferenciación entre lo cognitivo y lo emocional.
Esa estrategia puede ser válida, en primer lugar, por cuanto los conceptos dis-
ponibles para dar cuenta de ese fenómeno suelen descartar la dimensión sagrada que
los actores le atribuyen, considerando ese aspecto como algo dado o construido so-
cialmente. Ese recurso deja la dimensión no humana de las explicaciones sobre la
emoción como algo inexplicado o, en todo caso, como un “residuo” de lo que aparece
como verdaderamente importante: su determinación social o su construcción inter-
subjetiva. Este aspecto supone una reflexión más amplia sobre el lugar de las explica-
ciones que suponen una lógica no secular en ciencias sociales y exceden largamente
lo que podemos tratar aquí, pero creemos que el camino de entender los regímenes
de producción de los afectos como un proceso relacional y situado que incorpore este
tipo de agencias es un desafío significativo para repensar las naturalizaciones de las
fronteras entre sagrado y secular. No sólo, sobre todo, cuando las ciencias sociales se
proponen como objetivo mostrar las condiciones de producción social de lo religioso,
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sino también cuando pretenden restituir el lugar de las teorías nativas sobre lo sagra-
do como un camino para mostrar la diversidad interna de lo religioso.
En segundo lugar, creemos que este recurso ayuda a entender más y mejor los
procesos centrados en la emoción que se visibilizan en diferentes manifestaciones
espirituales y religiosas contemporáneas, incluso los que no dejan de estar enmarca-
dos en procesos históricos a largo plazo. Lejos de una reivindicación puramente si-
tuada de las teorías nativas de la emoción, un análisis de las relaciones de afectación
que las producen puede mostrar las mediaciones como alternativa a abstracciones a
veces demasiado identificadas con la cohesión social, y su supuesta crisis contempo-
ránea, y con el subjetivismo de la experiencia. Lejos también de una reivindicación
teórica por sobre otra, el recurso a una mirada relacional y situada sobre la emoción
religiosa podría ser también un llamado y una invitación a ver en acción los diferen-
tes modos de vivir y entender la emoción religiosa.
Por último, la posibilidad de recuperar la percepción nativa sobre la emoción en
ámbitos identificados con lo “religioso” podría ser un ejercicio mucho más ambicioso
que requeriría un desarrollo aparte y más extendido. De todos modos, lo que aquí se dijo
sobre la emoción, en el campo de estudios de las ciencias sociales de la religión, puede
ser también un desafío para ese otro campo en consolidación denominado estudios de la
190 emocionalidad. La reivindicación de una perspectiva situada, relacional, y que considere
con fuerza las teorías nativas sobre la acción emocional, podría también ser un llamado
a la mirada integrada de los procesos socioculturales en general, que sólo suponen “esfe-
ras” o “áreas” independientes en la imaginación de nosotros, los investigadores.
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“Invertir en vida”: decisiones económicas y diferencias
generacionales en torno a la vivienda en jóvenes de la ciudad
de Buenos Aires, Argentina*
Magdalena Felice**
Universidad de Buenos Aires, CONICET, Argentina
Como citar este artículo: Felice, Magdalena. 2017. ‘“Invertir en vida’: decisiones económicas y
diferencias generacionales en torno a la vivienda en jóvenes de la ciudad de Buenos Aires, Argenti-
na”. Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología 28: 193-212. Doi: https://dx.doi.org/10.7440/
antipoda28.2017.09
Artículo recibido: 14 de agosto de 2016; aceptado: 22 de noviembre de 2016; modificado: 18 de enero de 2017
P A N O R Á M I C A S
ceso de salida de la casa de origen y formación de un nuevo hogar. Desde una
estrategia cualitativa-interpretativa basada en entrevistas en profundidad, el
artículo muestra que la condición juvenil le imprime a la búsqueda de una
vivienda la marca de su particular tiempo histórico y social. En este momento
de sus vidas, y bajo las condiciones actuales del mercado de la vivienda, estos
jóvenes universitarios se enfrentan con los mensajes transmitidos por sus pa-
dres, para quienes el alquiler representa una “pérdida”, y lo resignifican como
una “inversión”, por su utilidad social, antes que económica: alquilar es una
herramienta para la construcción de su autonomía.
* Este artículo es producto de una investigación realizada entre 2013 y 2015, en el marco de la tesis de maes-
tría en Sociología Económica, titulada “‘Me voy a vivir solo’: economía, afectividad y subjetividad en el
proceso de conquista de la vivienda en jóvenes de sectores medios de la Ciudad de Buenos Aires”, Instituto
de Altos Estudios Sociales (IDAES), Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), Argentina. La inves-
tigación se inscribe en un proyecto doctoral financiado por el CONICET, durante el período 2013-2018,
titulado “Los jóvenes, la independencia habitacional y los arreglos de convivencia: modos de experimentar
la emancipación residencial y la conformación de hogares entre los sectores juveniles de Buenos Aires”.
** Becaria doctoral del CONICET, en el Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos
Aires, Argentina. Maestra en Sociología Económica, IDAES, UNSAM, Buenos Aires. Entre sus últimas
publicaciones están: coautora de “Primera Casa BA: Un programa en la encrucijada”. Revista Debate Pú-
blico. Reflexión de Trabajo Social 7: 120-130, 2014; coautora de “¿Ciudad sin jóvenes o jóvenes sin ciudad?
Reflexiones sobre el derecho a la ciudad en jóvenes que habitan en ciudades intermedias”. Cuaderno Urba-
no 19 (19): 115-136, 2015. *magdalenafelice@gmail.com
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L
a salida de la casa de origen y la formación de un hogar propio, una de
las experiencias que atraviesan los jóvenes en su tránsito a la adultez,
se presentan en la actualidad como un proceso complejo, prolongado
y contradictorio (Ciganda y Pardo 2014; Ferraris 2015)1. Conseguir
una vivienda donde habitar es una de las dificultades que deben afron-
tar quienes se proponen abandonar el nido familiar. En la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires (CABA), al igual que en otras metrópolis latinoamericanas (Blan-
co, Fretes Cibilis y Muñoz 2014; Escallón Gartner 2010), el acceso a una vivienda
se ha vuelto durante los últimos diez años una meta cada vez más difícil de con-
cretar para distintos sectores de la población (Baer y Kauw 2016; CEyS 2014).
El aumento del precio de las viviendas, la restricción de los créditos hipotecarios
(privados o públicos) y el incremento del costo de los alquileres, en un contexto de
desregulación del mercado inmobiliario, son algunos de los elementos que contribu-
yen a explicar esta problemática2.
Mis pares de generación –jóvenes universitarios con padres profesionales–
enfrentan estas dificultades al salir en búsqueda de una vivienda. Al hablar con ellos
sobre sus experiencias de emancipación residencial, noté que varios se van de su
casa de origen alquilando un departamento en la CABA, luego de ver frustradas sus
expectativas –y la de sus padres– de adquirir una propiedad. La búsqueda de una vi- 195
vienda para alquilar se presenta como un camino esquivo: precios altos, comisiones
inmobiliarias que varían entre uno y dos veces el valor del alquiler mensual, gastos
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administrativos, depósitos de entrada y garantías exigentes, que implican contar con
un familiar que pueda acreditar un inmueble en la CABA.
El origen socioeconómico de estos jóvenes y su inserción laboral en empleos
calificados y mayormente estables les permiten afrontar tales dificultades3. Hijos de
padres profesionales y propietarios, estos jóvenes universitarios cumplen los requi-
sitos que exige el mercado de alquiler y, con más o menos ayuda familiar, consiguen
alquilar una vivienda en la CABA. Influenciados por la historia residencial familiar
y los mensajes de sus padres, antes de emprender la salida de la casa de origen, estos
jóvenes concebían el alquiler como una “pérdida de dinero”. Sin embargo, en el pro-
ceso de búsqueda de la vivienda, la experiencia compartida con sus pares de genera-
ción y sus necesidades de emancipación familiar fueron revelando el alquiler como
“una inversión”: una herramienta para la construcción de su autonomía. Aunque
descontentos y contrariados, el alquiler es para ellos el “precio de su autonomía”. ¿La
1 Dentro del campo de estudio sobre juventudes, la sociología de la transición concibe la juventud como
un proceso socialmente estructurado y articulado en distintos itinerarios de transición escolar, laboral y
doméstica. Bajo esta idea de transición, la juventud se define como un proceso de tránsito a la vida adulta,
por el cual “una persona joven se transforma en un adulto independiente, productivo y reproductivo”
(Coubès y Zenteno 2004, 331).
2 Cabe advertir un hábito particular del mercado inmobiliario argentino que agudiza aún más la proble-
mática habitacional: el empleo del dólar estadounidense como referente para la cotización de los bienes
inmobiliarios y la operación de transacciones de compra-venta.
3 Se trata de empleos protegidos, es decir, con derechos y acceso a la seguridad social (Busso y Pérez 2015).
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4 Las entrevistas tuvieron una duración aproximada de dos horas y se realizaron en los hogares actuales
de los jóvenes, lo que permitió complementar sus testimonios con observaciones de la vivienda y del
barrio de residencia.
“Invertir en vida”: decisiones económicas y diferencias generacionales en torno a la vivienda
Magdalena Inés Felice
P A N O R Á M I C A S
En Argentina, Wilkis (2015) se adentra en la vida personal y colectiva de las
clases populares del Gran Buenos Aires para desglosar cómo se entretejen valores
morales, personales y familiares en los usos y significaciones del dinero. Hornés y
Krause (2015) analizan cómo el sector social de pertenencia influye en las formas
de usar y significar el dinero, al describir de modo comparativo las finanzas coti-
dianas de familias de sectores medios y sectores populares del Área Metropolitana
de Buenos Aires. Por su parte, Figueiro (2013), quien indaga sobre las modalidades de
consumo en un asentamiento popular del conurbano bonaerense, revela las lógicas
heterogéneas de ciertos gastos catalogados como irracionales o ilógicos desde el mo-
delo del Homo economicus.
En diálogo con estos trabajos, el presente artículo se propone analizar, a partir
de la experiencia de jóvenes universitarios de la CABA, cómo opera la condición
etaria en las decisiones económicas de los agentes sociales. Con esto me refiero a los
condicionamientos que resultan de ocupar una determinada posición en la estruc-
tura temporal vital y pertenecer a una generación particular. La condición etaria no
alude sólo a fenómenos de orden biológico vinculados con la edad, sino también a
una experiencia de vida diferencial: tener una edad, y no otra, configura un modo
específico de estar en el mundo (Margulis y Urresti 1998).
En este sentido, los hogares y las familias no son un todo homogéneo. Allí se
encuentran –y desencuentran– distintas generaciones, con sus particulares modos
de asignar sentido a lo que acontece (Mannheim 1993). Como apuntan Margulis y
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Urresti (1998), cada generación puede ser considerada como perteneciente a una
cultura diferente, en la medida que incorpora en su socialización modos propios de
percibir, apreciar, clasificar y distinguir. Por lo tanto, la generación de pertenencia
“no es una simple coincidencia en la fecha de nacimiento, sino una verdadera her-
mandad frente a los estímulos de una época” (Margulis y Urresti 2008, 26).
La particularidad de los jóvenes como actores históricos radica en el hecho de
ser nativos del presente. Los jóvenes aterrizan en este presente y en él construyen sus
mundos de vida: forman su personalidad, confeccionan su cultura y organizan
su mundo perceptivo y sensible (Margulis y Urresti 2008). Esa particular experien-
cia histórica toma forma en la historia personal y le imprime una marca temporal
a la propia biografía, al tiempo que es incorporada como historia colectiva, esto es,
compartida por la generación.
Del cruce del enfoque de los estudios sociales de la economía con los estu-
dios de juventud surgen los interrogantes que orientan el presente artículo. ¿Qué
apreciaciones y valoraciones realiza un grupo de jóvenes universitarios de la CABA
sobre el acceso a una vivienda, en el marco de la formación de un hogar propio? ¿Qué
significaciones les atribuyen al alquiler y a la propiedad en este momento de sus vidas?
¿Qué modos de usar el dinero se revelan en el proceso de búsqueda de una vivienda
198 independiente? Al explorar sus relatos en torno al alquiler y la propiedad se ilumi-
nan los efectos de la condición etaria en las decisiones económicas y, además, se
revelan modos de experimentar la salida del hogar de origen entre las generaciones
recientes, que pueden resultar útiles para futuras investigaciones.
5 Para proteger la identidad de los informantes, modifiqué de forma aleatoria los nombres, respetando el
género de cada uno de ellos.
6 Respecto del régimen de escolaridad, en la CABA se inicia el nivel primario a partir de los 6 años de edad, e
incluye un total de siete grados. Luego de los 13 años comienza el ciclo denominado secundario, que cuenta
“Invertir en vida”: decisiones económicas y diferencias generacionales en torno a la vivienda
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tingue los estratos medios urbanos por sus niveles medios y medios-altos de instruc-
ción, así como por el tipo de ocupaciones desempeñadas en el mercado laboral, entre
las cuales se incluyen dueños de pequeñas empresas, profesionales, técnicos y jefes,
trabajadores administrativos y de comercio (Benza 2016; Sautu 2016; Svampa 2001).
Asimismo, la conformación y expansión de estos estratos medios se asocian
con la experiencia de ascenso social que a fines del siglo XIX y principios del XX
vivieron la primera oleada migratoria de origen europeo y sus hijos (Germani 1962).
Durante esos años, el acceso a una vivienda en propiedad constituyó una de las for-
mas de ascenso social posibles de protagonizar en el mundo urbano. En un contexto
de precariedad y hacinamiento, como aquel en el que habitaban los estratos popu-
lares desde fines del XIX hasta principios de los años treinta, la casa propia repre-
sentaba un horizonte de seguridad, ya que la condición de propietario permitía la
organización de la vida en términos de proyecto (Torrado 2003).
El discurso modelador de una familia humilde y trabajadora encaró la obtención
de la casa propia como una suerte de colador social: por el conventillo o la casilla
precaria podían pasar todos, pero sólo los mejores, los más constantes, los más
esforzados, se transformarían en propietarios (Torrado 2003, 398).
con un total de cinco años. A partir de los 18 años comienza el ciclo superior (terciario) o universitario
(Ferraris y Martínez Salgado 2015).
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ha establecido su vida al margen de su familia de origen, que se autosustenta, que ha
constituido su propia familia, que tiene hijos, que ha definido […] –después de pre-
pararse para ello– un destino laboral” (Urresti 2011, 7). En este marco, este artículo se
pregunta cómo influye este tipo particular de experiencia juvenil, caracterizada por la
conjunción de un crédito temporal y un crédito social, en las decisiones económicas
en torno a la vivienda al emprender la salida de la casa de origen.
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de los adultos (los padres):
Mi papá quiere que compre. Él tiene la fantasía de que yo ahorrando plata me
puedo comprar algo… Él cree eso, y yo no lo creo tanto. En ese plan está la idea
de que si yo trabajo, y soy joven y soy soltero puedo juntar plata y comprarme
algo. […] Pensá que mi viejo, a mi edad, ya se había comprado un departamento,
se había mudado a una casa y se había casado. Y eso nosotros… Dos profesiona-
les, porque se casan, no se compran un departamento, eso no existe más. Porque
la realidad cambió un montón […], no tenés forma de ahorrar. (Pablo)
ir y ves que [tus amigos] están mucho mejor estando solos que estando con sus fa-
milias, y como que decís: “Che, por ahí no está tan mal esto de irse y alquilar”. “Si yo
no me quiero quedar, ¿cuál es el costo, cuál es el beneficio?”. A ver, hoy por hoy, “Me
quiero ir, quiero estar tranquila, no puedo comprar, bueno, me voy a alquilar”. Lo
empecé a ver de esa manera. Tengo una idea [la de comprar] que me metieron en
mi cabeza toda la vida, también porque las posibilidades en su momento eran otras.
Hoy por hoy, con un sueldo promedio, comprarte una casa es imposible. (Daniela)
P A N O R Á M I C A S
las dificultades individuales para comprar constituyen un problema generacional. “En
este país el 90% de la población tiene problemas habitacionales. […] Yo no voy a ser
el inquilino que se echa la culpa”, remarca Juan. Más que desvalorizados o fracasados,
estos jóvenes se sienten objetivamente alejados de la posibilidad de comprar.
Sus testimonios encarnan aquello que numerosos informes expresan de forma
estadística. Entre 2001 y 2010 se registra un proceso de inquilinización de los hogares
de la CABA, que resulta significativo porque involucra una fractura respecto a una
constante histórica de disminución de los hogares inquilinos en la Ciudad que se
venía desarrollando desde mediados del siglo XX (Rodríguez, Rodríguez y Zapata
2015). Si, en 2001, alrededor del 68% de los hogares de la CABA eran propietarios de
la vivienda en que habitaban, y sólo un 22% eran inquilinos; en 2010, la proporción
de propietarios disminuyó a un 56%, y la cantidad de hogares que alquilan la vi-
vienda se incrementó a un 30% (CEyS 2014). Los estudios advierten que los hogares
inquilinos de la CABA son fundamentalmente hogares juveniles, dado que la mitad
de los jefes de hogar tienen 37 años o menos (ACIJ 2016).
En el testimonio de Daniela se resignifica el alquiler a la luz de la experiencia
generacional y en tensión con la memoria residencial familiar. Cuando el “grupo de
referencia” (Bonvalet 1997) de los jóvenes entrevistados es la familia de origen –en
particular, los padres–, el alquiler aparece como una situación de precariedad y hasta
un símbolo de fracaso individual. Por el contrario, cuando el “grupo de referencia”
son los pares de generación, el alquiler se presenta como una alternativa posible,
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Los testimonios de Agustín y Daniela sugieren que los jóvenes actuarían como
seres racionales y calculadores, ya que al alquilar buscan la maximización de la uti-
lidad en función de los recursos disponibles, pero esa utilidad no es económica sino
social. Por cuanto posibilita un espacio habitacional, el alquiler contribuye a su “cre-
206 cimiento personal” y al desarrollo de su individualidad; en definitiva, al proceso de
construcción de autonomía. “No lo veo como un derroche, o sea, estoy pagando mi
independencia y… sí, mi tranquilidad”, afirma Florencia. Al recomendarles “esperar,
ahorrar y comprar”, lo que los adultos no ven y los jóvenes denuncian es el costo so-
cial, antes que económico, de renunciar a un espacio propio, más allá de la condición
de tenencia. Como señala Lucas, el alquiler le brinda una satisfacción “pero no desde
el lado material de que me va a quedar algo sino… en lo interior, desde adentro”; “en
un sentido personal”, apunta Tomás.
Antes que una racionalidad económica individual y absoluta, sus apreciacio-
nes y valoraciones sobre los comportamientos económicos en torno a la vivienda
involucran una contabilidad relacional (Zelizer 2012), pues están enmarcadas en
–y constituidas por– la experiencia juvenil. Del análisis de las entrevistas surge que
la condición joven, como experiencia temporal particular, influye en las decisiones
económicas que despliegan los jóvenes en torno a la vivienda. Como generación, la
condición etaria les imprime la marca de su tiempo histórico y social. Como mora-
toria vital y moratoria social, la condición etaria resignifica el alquiler. En palabras
de Juan, “el negocio pasa por otro lado, por esto del crecimiento personal”. “Yo gané
un montón yéndome de lo de mis viejos y alquilando”, señala Nicolás. ¿Qué fue lo
que ganó Nicolás?
Para mí no es tirar la plata. Sí, me molesta pagar el alquiler, pero para mí no es tirar
la plata, para mí, de hecho, es como invertir. Yo lo único que hice en este tiempo
fue ganar cosas, experiencia, conocimientos, sobre todo eso. Si me hubiese que-
dado esperando a juntar la plata para comprar una casa, todavía estaría viviendo
casi con treinta años con mis viejos, que sería lo más triste que me podría haber
“Invertir en vida”: decisiones económicas y diferencias generacionales en torno a la vivienda
Magdalena Inés Felice
pasado en la vida. […] Yo diría que estoy invirtiendo en mí, digamos. Esta es una
discusión que tuve una vez con el papá de una exnovia mía, que para él alquilar
era tirar la plata… Yo gané un montón yéndome de lo de mis viejos y alquilando.
Tengo muchos recuerdos y muchas anécdotas lindas y situaciones copadas que, de
otra forma, de haber vivido todavía en lo de mis viejos, no hubiese tenido, y que
no las puedo cuantificar, no les puedo poner un valor pero es algo que gané tam-
bién, y fue por haber venido acá. […] Y después, otra cosa que de alguna forma
gané, fue como alguna sensación de autonomía que me ayudó a confiar más en
mí. De alguna forma, sentí por algunos momentos que yo podía, que no me iba a
pasar nada malo, que estaba todo bien con salir de lo de tus viejos. (Nicolás)
P A N O R Á M I C A S
tergar experiencias que favorecen su “crecimiento personal”, en pos de un futuro in-
cierto e indefinido. En búsqueda de vivencias, y en un contexto en el que la vivienda
propia resulta cada vez más inasequible, el presente se vuelve el espacio y el tiempo
de las satisfacciones.
Mirá, no sé cuánto junté ahora para irme de vacaciones pero, ponele que me voy
con mil y pico de dólares de vacaciones a fin de año, más lo que me salió el pasaje.
La verdad es que disfruto más ahorrando para eso que pensando en una propiedad
en treinta años. No me sirve, no me causa placer. Siento que te perdés la vida en pos
de algo cuando ya está… O, no es que ya está, pero vivo bien igual. Y las cosas que
quiero hacer las puedo hacer igual. Sí, por ahí preferiría tener un departamento
que fuera mío, pero si es a costa de esto, prefiero alquilar. Y no lo vivo como el
horror que me parecía antes, de decir “Ay, alquilé, qué fracasada que soy”. (Daniela)
que tengo que ahorrar para comprarme el auto, hacer un posgrado, viajar y, muy a
futuro, comprarme un departamento”. Nicolás, por su parte, explica: “Tampoco me
gusta mucho ahorrar sin tener un objetivo en particular […] En su momento fue para
el auto, y ahora el viaje”.
El auto, en cuanto bien durable intermedio, suele aparecer en los relatos de los
entrevistados como un resguardo de valor, una forma de ahorro no monetario que, a
la vez, permite el disfrute en el presente. Pareciera que el dinero ahorrado bajo la for-
ma de un auto tiene la ventaja de articular dos temporalidades en tensión: presente y
futuro. Por su parte, los viajes son valorados como “experiencias de vida”, y, por tan-
to, el dinero ahorrado y luego gastado en viajar también representa una “inversión
en vida”, al igual que el alquiler. En definitiva, tanto el proyecto del auto como el del
viaje expresan la valoración de estos jóvenes por el disfrute en el presente; ambos se
vinculan con marcos valorativos que se inscriben en una cultura más hedonista. Al
referirse a sus ahorros, estos jóvenes expresan decisiones económicas que involucran
valores centrados tanto en la libertad y la autonomía (el valor de la experiencia)
como en el placer y el disfrute. Sin hijos por criar ni padres por mantener, y con
más o menos ingresos, estos jóvenes de estratos medios y medios-altos destinan su
dinero a satisfacer sus gustos a corto y mediano plazos.
208 Yo trabajo, vivo bien, hago las cosas que me gustan –ir a comer afuera, comprar-
le un regalo a mis amigos, comprarme ropa, poder viajar, irme de vacaciones–,
pero, por otro lado, en forma paralela, es ahorrar para el día de mañana comprar-
me una vivienda. (Andrés)
viejo [risas]”. En definitiva, la propiedad sigue siendo una apuesta a largo plazo,
y la herencia, su promesa.
Reflexiones finales
La revisión del estado de la cuestión ha permitido señalar que la pertenencia a un
estrato socioeconómico y a un género influye en las prácticas económicas de los
agentes sociales. A este acertado aporte debe sumarse la condición etaria, dado que,
como muestra este artículo, la etapa en el ciclo vital y la pertenencia generacional
les imprimen una huella particular a las decisiones económicas. Mientras que Hornés
y Krause (2015) y Krause (2016) advierten que, en la organización de sus finanzas
cotidianas, las familias de clase media suelen priorizar el futuro, cuando nos aden-
tramos en la vida social de los jóvenes, el presente se vuelve el espacio y el tiempo
de las satisfacciones. Con crédito temporal y social, estos jóvenes de estratos medios
y medios-altos no están dispuestos a sacrificar “vida”, esto es, experiencias que fa-
vorezcan su crecimiento personal, en pos de un futuro incierto e indefinido. Como
muestran las entrevistas, en un contexto en que la compra de una vivienda no resulta
asequible, estos jóvenes revalorizan el alquiler por su utilidad social, antes que eco-
nómica: el alquiler es una forma de “invertir en vida”.
En este sentido, la investigación con jóvenes universitarios de la CABA permite 209
advertir que, al analizar las finanzas cotidianas de los hogares y las familias como una
unidad, se invisibilizan las diferencias que puede introducir el hecho generacional en
P A N O R Á M I C A S
los modos de usar y significar el dinero, incluso dentro de un mismo estrato socioe-
conómico. Adoptar en este artículo una perspectiva generacional, atenta a las nuevas
significaciones con las que los jóvenes integran los universos culturales preexistentes
en relación con su particular experiencia histórica, ha permitido comprender que, aun
compartiendo el mismo presente, padres e hijos de estratos medios y medios-altos no
necesariamente otorgan los mismos sentidos a las prácticas económicas, tales como el
alquiler y la compra. Sólo del entrecruzamiento entre la posición ocupada en el espa-
cio social y la posición ocupada en la estructura temporal vital resulta comprensible
que para estos jóvenes el alquiler sea una “inversión”. Antes que indicar una ruptura
con la tradicional cultura del propietario, esta resignificación del alquiler daría cuenta
del carácter situado del ideal de la casa propia, el cual se reactualizaría con las cam-
biantes circunstancias de la experiencia social de los sujetos.
Las decisiones económicas de estos jóvenes en torno a la vivienda también ilumi-
nan rasgos del proceso de salida del hogar de origen y la formación de un hogar propio
entre las generaciones recientes. Así como los estudios sociodemográficos (Ciganda
y Pardo 2014; Ferraris 2015) han evidenciado cambios en los tipos de hogar que
forman los jóvenes al abandonar el nido familiar –vinculados con la presencia cada
vez más significativa de arreglos de convivencia unipersonales u horizontales (con
amigos o compañeros de estudio)–, el análisis cualitativo realizado en este artículo
da indicios de las significaciones de este proceso en la experiencia juvenil de estratos
medios y medios-altos. La vivencia del alquiler como una “inversión” –en relación
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con el crecimiento personal que favorece– sugiere que la salida de la casa familiar
aparece, entre estos jóvenes, más ligada a una suerte de viaje –en el sentido de ex-
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practica, se juega y se aprende a manejarse solo.
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de clase media. Estudios históricos y etnográficos. Buenos Aires: Antropofagia.
44. Wilkis, Ariel. 2015. “Sociología moral del dinero en el mundo popular”. Estudios Socioló-
gicos 99 (XXXIII): 553-578.
45. Zelizer, Viviana. 2009. La negociación de la intimidad. Buenos Aires: FCE.
46. Zelizer, Viviana. 2011. El significado social del dinero. Buenos Aires: FCE.
47. Zelizer, Viviana. 2012. “How I Became a relational Economic Sociologist and What Does
That Mean?”. Politics & Society 40: 145-174.
D O C U M E N T O S
Como citar este artículo: Escobar, Juanita y Santiago Escobar-Jaramillo. “Entre caballos y elefan-
tes. Una conversación sobre documentar, intervenir y fotografiar”. Antípoda. Revista de Antropolo-
gía y Arqueología 28: 218-221. Doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.10
¿Q
ué es documentar? ¿Por qué decimos que una fotografía es más
documental que otra? ¿Qué hace que una foto documente me-
nos o más una realidad? Todo fotógrafo sabe que la relación en-
tre la imagen y la realidad, entre lo que queda en la memoria de la
cámara y aquello que estuvo frente a ella, es más compleja de
* Este documento es una conversación que no hace otra cosa que poner en palabras algunas de las reflexiones
218 producto de preparar conjuntamente la propuesta para Antípoda. En cada párrafo hablamos uno o el otro,
aunque siempre estamos hablando los dos porque estamos conversando. Ahora bien, el ejercicio se torna
aún más complicado si consideramos que el editor de la Revista participó no sólo en la conversación sino
también en el ejercicio de poner nuestras palabras en el texto. Así, aunque hablemos en primera persona,
siempre somos varios. Imaginamos este formato como una secuencia de reflexiones a la manera de un álbum
fotográfico, del que esperamos participe también el lector, estableciendo vínculos, relacionando, creando.
Juanita agradece a Francisca Reyes, antropóloga, con quien he realizado gran parte de las investigaciones a lo
largo de estos diez años en el Llano. Parte de este material aquí publicado viene de la investigación que juntas
hicimos sobre el caballo como eje de la cultura y base sobre la cual se construye la idea de territorio.
** Fotógrafa autodidacta, ganadora del Premio Colombo-Suizo de Fotografía 2009 con su obra Gente-Tierra
y la exposición de la misma en el Museo Santa Clara de Bogotá, Colombia. Coautora del libro Silencios. Un
llano de mujeres, publicado con la editorial Número en el 2011. Ganadora de la beca Crea Digital, otorgada
por el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones de Colombia para el desarrollo del
e-book El Llano a ras de cielo, 2012. Seleccionada por la World Press Photo para el Masterclass Latinoaméri-
ca en México 2015, en colaboración con el Instituto Pedro Meyer. Ganadora del Portfolio Review Prize,
otorgado por la National Geographic Society en San Jose Photo, Uruguay, 2016. Seleccionada para el Joop
Swart Masterclass 2017 de la World Press Photo, en Ámsterdam, Holanda. *juanitafotografa@gmail.com
*** Santiago Escobar-Jaramillo. Arquitecto de la Universidad Nacional de Colombia; Maestro (méritos) en Fo-
tografía y Culturas Urbanas, Goldsmiths College-University of London, Reino Unido. Con proyectos en
África, Asia, Suramérica, Europa y Estados Unidos. Con reconocimientos y participación en numerosas
exposiciones, tales como 42 Salón Nacional de Artistas; Fototeca de Cuba; en festivales y encuentros en Es-
tambul, Venecia, Lima, Oaxaca, Montevideo, Ciudad de El Salvador, Paraty, San José, Santiago de Querétaro
y Fotográfica Bogotá 2011. Ganador de la Revisión de Portafolios Festival de la Luz-Fotográfica 2015 y Me-
morias del Futuro de Idartes, Bogotá, Colombia. Orador para TEDxCESA y en las universidades de Harvard
y MIT con su proyecto Colombia, tierra de luz. Ha publicado varios libros con Villegas Editores desde 2010,
como Colombia Solidaria, Apartamentos Bogotá y Formas de Hacer Ciudad: 1913-2013; London, gap my mind
y Fiestas de San Pacho de +1, con Ágora Producción Cultural, y autopublicado Elefante Blanco. Mención de
Honor y finalista del Premio Futura Felifa, Feria de Fotolibros de Autor (Fola/Turma). También se ha de-
sempeñado como conferencista, jurado, profesor y tallerista para National Geographic Student Expeditions,
Fujifilm, ACNUR-ONU, Don Bosco-Camboya, Banco de la República de Colombia y Zona Cinco. Miembro
de la Asociación de Fotógrafos Urbanos en Londres, La Hydra en México, Colectivo +1, CROMA Taller
Visual y X-Photographer para FUJIFILM Colombia. *santiagoescobarjaramillo@gmail.com
Entre caballos y elefantes. Una conversación sobre documentar, intervenir y fotografiar
Juanita Escobar y Santiago Escobar-Jaramillo
D O C U M E N T O S
distinto. Cuando me enseñaron los mismos caminos a caballo empecé a vivir el Llano
de otra forma, y desde entonces eso me ha fascinado. El mundo es muy diferente des-
de el lomo de un caballo, y eso uno lo aprende en el día a día con el llanero. Gracias
a ese aprendizaje es que uno puede dar un cierto carácter a su trabajo. Para mí, Llano
es sobre la gente y los caballos, sobre una manera de andar. Es sobre la distancia y el
ritmo. En mi trabajo intento que lo que cuente esté a lomo de caballo, así se trate de
contar una historia de amor.
Hay mucho trabajo en cada foto. La idea de intervenir implica que trabajo con
otras personas. Elefante Blanco es también el resultado de andar con una de las per-
sonas que me colaboró en el proyecto Colombia, tierra de luz. En este caso se trató de
Fidel, un señor que vive en La Guajira y que es una víctima del paramilitarismo en
Bahía Portete. En el camino fuimos conociendo gente de las rancherías, y así empe-
zaron a aparecer personas interesadas que se fueron sumando. Una de las fotos que
más me gusta es una en la que salen unos jóvenes que decidieron envolverse en esas
telas, en que se volvieron fantasmas. Intervenir es un eufemismo. Pareciera como
si controlara más lo que fotografío, pero no es así. Pasa mucho que la gente que me
ayuda hace cosas inesperadas. Nada más en cómo se pliega la tela alrededor de las
estructuras. También recuerdo una ocasión en la que estábamos tomando fotos a
esas estructuras y no había suficiente luz. Entonces este señor decide meter la moto
dentro de la estructura rodeada de telas para iluminarla, convirtiéndola en un ojo.
Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 28 · Bogotá, mayo-agosto 2017 · ISSN 1900-5407 · e-ISSN 2011-4273 · pp. 218-221
doi: https://dx.doi.org/10.7440/antipoda28.2017.10
En Llano, espero que se sienta una tensión entre la sequía y el agua. Ambos
marcan ese ciclo permanente en el que viven las personas y los animales. Intento
que mi fotografía sea muy atmosférica, para poder transmitir eso que te cuento, el
ritmo, el paisaje, el galope. Siento que para lograr este efecto tuve que pasar mucho
tiempo viviendo esa vida, sintiendo esos cambios, experimentando el Llano en am-
bas condiciones. Es como si aprendieras otra manera de mirar, o como si te fijaras en
cosas que antes no. Mi fotografía ha cambiado mucho desde que llegué al Casanare,
y siento que ha cambiado por ese contacto, por esa cercanía.
Para mí, la intervención es una disculpa para fotografiar. La lectura de la ima-
gen va a ser bidimensional, pero gracias a la intervención logro que lo que registro
sea volumétrico, más atmosférico. Como arquitecto aprendí a construir espacios, a
entender la espacialidad. Lo traigo aquí a colación porque de eso también se trata
Elefante Blanco. Me interesa de esos matabueyes, de esos soportes o pilares, no sólo
que son la corrupción hecha cosa, sino también que son las bases o las fundaciones
de lo que iba a ser construido. Por eso es importante para mí construir a partir de
esas estructuras. En mi trabajo me valgo de la idea de cómo aparece una civiliza-
ción, encima de la anterior. Construyo a partir de las fundaciones. En una casa,
las paredes se pueden caer, los techos también, pero sólo se derrumba si afectas la
220 estructura. En la medida en que me interesa poner en cuestión el concepto de ver-
dad como lo no tocado, que es como un pilar de la fotografía, pienso que mediante
la intervención estoy moviendo esos cimientos. Todo eso está en las fotografías que
acompañan este número de Antípoda. Los fotógrafos en general siempre quieren
sacarle el mayor provecho a lo que encuentran, y para eso a veces deciden dejar por
fuera todo lo demás, lo que sobra, lo que no hace la foto. Al intervenir, todo queda
ahí, en la imagen, y eso es lo que quiero transmitir al observador, esa vivencia, esa
experiencia, la intervención en sí misma. Al mismo tiempo quiero aumentar el tiem-
po de observación de la fotografía, que el espectador tenga que detenerse para ver lo
que tiene al frente. Si se pregunta qué es eso y cómo se hizo, o qué es lo que me están
mostrando, ya he logrado mi cometido. Esto es urgente en el mundo sobresaturado
de imágenes en el que vivimos.
El caballo es pues motor, ritmo y sujeto en mis fotografías. El caballo es Llano
en todos esos sentidos. No habría podido tomar esas imágenes si no es porque voy a
caballo, y los caballos hacen parte de mis personajes favoritos. Pero el caballo es mu-
cho más. El caballo es también el ganado, que está siempre tan presente en el Llano.
El caballo también es pastos y ríos, es planicie y llanero. La idea es que el espectador
se encuentre con todo ello, y que en cada foto todo eso esté presente.
El elefante es una búsqueda, una fábula. Es una historia surreal salir a buscar el
elefante blanco. Me interesa ese juego de palabras, que elefante blanco tenga conno-
taciones y significados tan distintos. Fue estando en La Guajira que me topé con esta
idea y con la necesidad de encontrar mi elefante blanco, entre esas acacias, entre esas
dunas. Es una zona de durezas, donde poco a poco fui encontrando lo que buscaba.
Así, me percaté de esos matabueyes. Hay más de dieciocho desperdigados por el
Entre caballos y elefantes. Una conversación sobre documentar, intervenir y fotografiar
Juanita Escobar y Santiago Escobar-Jaramillo
desierto. Al preguntarle a la gente, me enteré de que son partes de puentes para una
vía que nunca se terminó, debajo de la cual debería pasar agua que ya no existe. De
eso también se trata Elefante Blanco, de la decepción de encontrarme con sequía y
con corrupción buscando algo maravilloso. Decidí cubrir entonces esos pilares, para
poner en evidencia esas políticas, esos elefantes en la espalda de los políticos, una
expresión que por lo demás sólo tiene sentido en nuestro país.
No fue fácil llegar a esta propuesta para Antípoda. En un principio, veíamos
nuestros trabajos como muy diferentes. Para empezar, la serie de Santiago es a color,
y la de Juanita en blanco y negro. Así que lo primero que hicimos fue pensar todo en
grises, para luego poner a jugar las imágenes. Sólo a medida que surgían el montaje
final y este documento fuimos descubriendo esos vínculos tan grandes que hay en
nuestras propuestas. Ambas documentan, claro, ambas intervienen. Ambas se valen
del animal para pensar al animal en relación con las personas, así como para produ-
cir ese efecto atmosférico que les da una lectura diferente a las imágenes. Caballo y
elefante son búsquedas visuales y son maneras de ver. Son disculpa y objetivo, al mis-
mo tiempo, para emprender los caminos que nuestras fotografías nos van abriendo,
siempre buscando, siempre reflexionando, siempre colaborando con otros.
221
Fotografías
D O C U M E N T O S
Juanita Escobar: portada, guarda inicial, pp. 11, 30-31, 32-33, 56, 74-75, 126-127,
130, 171, 172-173, 174.
Santiago Escobar-Jaramillo: pp. 12, 34, 76, 98, 128-129, 192, 213, 214-215,
216-217, guarda final.
Política Editorial
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228 El Equipo Editorial es responsable de la escogencia de los mejores artículos para ser publicados.
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ANTIPODA
R E V I S T A D E A N T R O P O L O G Í A
28
Y A R Q U E O L O G Í A
EDITORIAL
Nota editorial | 8-10
La importancia de diversas, complementarias y comparativas miradas en la investigación
sobre las interacciones entre los humanos y la fauna en América Latina | 13-29
Elizabeth Ramos Roca – Universidad de los Andes, Colombia
Eduardo Corona-M – INAH Delegación Morelos, México
MERIDIANOS
Narrativas etnográficas sobre ballenas y balleneros en las costas de Chile | 35-55
Daniel Quiroz – Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Chile
Gastón Carreño – Centro de Estudios de Antropología Visual, Chile
Animais como psicopompos nas sepulturas do Sítio Arqueológico Justino? (Canindé de São Francisco
— Sub-região de Xingó — Sergipe, Brasil) | 57-73
Albérico Nogueira de Queiroz, Carlos Eduardo Cardoso, Olivia Alexandre de Carvalho – Universidade Federal
de Sergipe, Brasil
Comunión e interexistencia. El Spondylus spp. en la Costa Norte del Perú durante el Intermedio
Tardío (800-1450 d.C) | 77-97
Antonio Jaramillo Arango – Universidad Nacional Autónoma de México
El espacio y los recursos: el análisis arqueofaunístico mediante SIG en los distintos ambientes
de la provincia de Santa Fe (Argentina) | 99-125
Julieta Sartori – Universidad Nacional del Litoral, CONICET, Argentina
Fernando Santiago – Centro Austral de Investigaciones Científicas, CONICET, Argentina
María Belén Colasurdo – Universidad Nacional de Rosario, CONICET, Argentina
PARALELOS
Iconografías y representaciones del jaguar en Colombia: de la permanencia simbólica
a la conservación biológica | 131-152
Cristina Gómez Garcia-Reyes – Panthera, Unidad de Parques Nacionales Naturales de Colombia
Esteban Payán Garrido – Panthera, Colombia
“Yo soy jaguar”. Una lectura cruzada entre la filosofía y la antropología sobre los enunciados
con contenido animal en las comunidades Inga y Kamëntsa | 153-170
Jennifer Andrea Rivera Zambrano – Universidad Externado de Colombia
PANORÁMICAS
Emoción y nuevas espiritualidades. Por una perspectiva relacional y situada de los afectos | 175-191
Nicolás Viotti – FLACSO, CONICET, Argentina
“Invertir en vida”: decisiones económicas y diferencias generacionales en torno a la vivienda en jóvenes
de la ciudad de Buenos Aires, Argentina | 193-212
Magdalena Felice – Universidad de Buenos Aires, CONICET, Argentina
D O CUMENTOS
Entre caballos y elefantes. Una conversación sobre documentar, intervenir y fotografiar | 218-221
Juanita Escobar y Santiago Escobar-Jaramillo – Fotógrafos e investigadores independientes, Colombia