Resume N
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El poder oligárquico en Perú duró más tiempo que en cualquiera de los mayores países de
América Latina. Una oligarquía de familias acaudaladas influyó en la política peruana
prácticamente en forma continua desde 1895 hasta 1968. Aun cuando no lograron dominar,
los oligarcas ejercieron un fuerte poder de veto. Este trabajo examina la perdurabilidad de
este poder oligárquico desde la perspectiva de la teoría clásica sobre élites. En particular,
enfoca en el problema de la cohesión de las élites, en la forma en que fue puesta a prueba
en la abortada elección de 1936.
¿Quiénes eran los oligarcas?
Para responder a las preguntas planteadas anteriormente con respecto a la oligarquía
peruana, necesitamos saber de quiénes estamos hablando.
¿Quiénes eran los oligarcas? Para los propósitos de este documento, eran los miembros de
las 29 familias nombradas en el cuadro 1. Me referiré a ellos como los «29 Oligarcas» o
simplemente como los «29». La lista se basa en la opinión de siete expertos peruanos, que
fueron entrevistados por separado a mediados de los años setenta. Entre ellos, se
encontraban miembros de dos de las familias incluidas en la lista, un abogado con muchos
clientes de clase alta, dos periodistas muy reconocidos y uno de los principales líderes del
partido APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana).
Características de la oligarquía peruana.
Formado por exportadores y empresarios limeños.
Crearon el partido Civilista.
Impusieron gobiernos para satisfacer sus propias expectativas, posponiendo las
necesidades del pueblo.
No tuvieron un proyecto nacional para el desarrollo, solo les importo la explotación
de los recursos y su exportación.
Culturalmente manifestaban una influencia de Europa de la “Bella época”, por lo
tanto, emular a París fue la meta de la élite peruana.
Manifestaron una aberración a lo indígena y a sus costumbres culturales.
Republica Aristocrática
Podemos pensar que los años de poder de la oligarquía en el Perú se dividen en tres
períodos: la República Aristocrática (1895 a 1919), el Oncenio (1919 a 1930) y lo que
llamaré la República Cuestionada (1930 a 1968). Durante el período conocido por los
historiadores como la República Aristocrática, el país era una democracia patricia,
gobernada abierta y directamente por la élite que dominaba la economía peruana orientada
a la exportación. Su vehículo político, el Partido Civilista era, según Carlos Miró Quesada,
el hijo de una de sus figuras más conocidas, el partido de «grandes terratenientes,
banqueros, comerciantes, jefes rurales, rentistas y abogados». Los presidentes, en un
régimen que favorecía el poder presidencial, solían ser los dueños de las plantaciones de
azúcar o los miembros de familias azucareras.
El Congreso incluyó miembros de clanes oligárquicos, pero también hombres que
representaban a la élite terrateniente serrana, quienes poseían menos riqueza que los
hacendados costeños.
Frente a una resistencia limitada desde abajo, los caballeros de la República Aristocrática
tenían la libertad de enfrentarse entre sí. Ya en el año 1904, los civilistas se habían dividido
en líneas generacionales, en gran parte por cuestiones laborales, pero fue la ambición
personal de un hombre, Augusto B. Leguía, lo que finalmente destruyó al Partido Civilista
y a la República Aristocrática. Leguía se había elevado de sus orígenes provincianos de
clase media a la élite nacional gracias a su talento, encanto y a un matrimonio ventajoso.
La elección presidencial de 1931, celebrada un año después de la caída de Leguía, fue una
confrontación tumultuosa entre dos figuras carismáticas: Sánchez Cerro, quien estaba
respaldado por la mayor parte de la oligarquía, y el líder del APRA, Víctor Raúl Haya de la
Torre. Ambos hombres cortejaron apoyo masivo con campañas nacionales a una escala sin
precedentes en la historia peruana. Atrajeron a decenas de miles de peruanos a mítines de
campaña. Esta era una nueva era política.
Los instintos políticos de Sánchez Cerro fueron, como los oligarcas pronto lo percibieron,
fundamentalmente conservadores. La oligarquía necesitaba a alguien que, como lo sugirió
uno de los Aspíllaga en una carta, podría «tratar con fuete [...] a los apristas». Sánchez
Cerro encajaba a la perfección. Al principio, lo festejaron, invitándolo a sus casas y al Club
Nacional (donde sus rasgos oscuros deben de haber destacado). El coronel estaba
aparentemente satisfecho con su atención y receptivo a sus ideas. Los oligarcas financiaron
su campaña. Recibió un fuerte respaldo en el periódico de los Miró Quesada, El Comercio,
el tradicional órgano civilista. Nunca más la oligarquía encontraría un candidato que
pudieran respaldar, que combinara la política conservadora de Sánchez Cerro con su
atractivo popular. Sánchez Cerro obtuvo una convincente victoria del 51 al 35 por ciento
sobre Haya de la Torre. Nombró un gabinete conservador que tranquilizó a la oligarquía.
Como él explicó: «Yo solo gobierno con mis amigos». Los dieciséis meses de su
presidencia estuvieron marcados por una confrontación social y política a menudo violenta.
Republica Cuestionada.
Este periodo alcanzó un desenlace aparentemente inevitable en 1933, con el asesinato de
Sánchez Cerro a manos de un aprista de diecisiete años. Con la aprobación de la legislatura
(o lo que quedaba de ella), el general Óscar Benavides, un soldado que tenía una historia
personal notable por lazos oligárquicos, fue nombrado para servir el resto del período
presidencial de Sánchez Cerro.
La aparición de Jorge Prado como candidato oficial en 1936 no es sorprendente. Los Prado,
impulsados por su propia historia, habían aspirado durante mucho tiempo a la presidencia.
Después de 1930, buscaron apoyo más allá de la élite entre los militares y el APRA. La
relación de la familia con el general Benavides, descrita anteriormente, fue de larga data.
Referencias Bibliográficas.
La cohesión de la élite y el poder oligárquico-Dennis Gilbert.
https://www.youtube.com/watch?v=jiPxd1LA-hI&t=202s