La Dama Del Alba, Alejandro Casona
La Dama Del Alba, Alejandro Casona
La Dama Del Alba, Alejandro Casona
La dama del alba es la mejor obra de Casona, y la más querida del escritor, llena de valores líricos y dramáticos que tienen el mérito de entroncar con
la mejor tradición del teatroespañol del siglo XX, el de Valle-Inclán y García Lorca. Escrita con extraordinaria habilidad, tiene una trama perfecta que
va dosificando el misterio y provocando constantessorpresas en el espectador, manteniendo siempre la atención de éste, de forma que cuando parece
resolverse un enigma, siempre se encuentra otro…
Alejandro Casona
La dama del
alba Retablo en cuatro
actos
ePUB v1.1
ivicgto 19.02.12
La dama delalba
1944, Alejandro Casona
Amitierra de Asturias:asu paisaje,asus hombres,asu espíritu.
PERSONAJES
LAPEREGRINA
TELVA
LAMADRE
ADELA
LAHIJA
DORINA(niña)
SANJUANERA1ª
SANJUANERA2ª
SANJUANERA3ª
SANJUANERA4ª
ABUELO
MARTÍN DENARCÉS
QUICO ELDELMOLINO
ANDRÉS (niño)
FALÍN (niño)
MOZO 1º
MOZO 2º
MOZO 3º
Esta obra fueestrenada en el Teatro Avenida de Buenos Aires,el 3 de noviembre de 1944, por la compañía de Margarita Xirgu.
ACTO PRIMERO
En un lugar delas Asturias de España. Sin tiempo. Planta baja de una casa delabranza quetraslucelimpio bienestar. Sólida arquitectura de piedra encalada y
maderas nobles. Al fondo amplio portón y ventana sobre el campo. A la derecha arranque de escalera que conduce a las habitaciones altas, y en primer
término del mismo lado salida al corral. A la izquierda, entrada a la cocina, yen primer término la gran chimenea deleña ornada en lejasyvasarescon
lozascampesinasyel rebrillo rojo y ocre de loscobres. Apoyada en la pared del fondo una guadaña. Rústicos muebles de nogaly un viejo reloj de pared.
Sobreelsuelo, gruesasesteras desoga. Es de noche. Luz de quinqué.
La Madre,el Abuelo ylos tres nietos (Andrés, Dorina y Falín) terminan decenar. Telva,vieja criada, atiende a la mesa.
ABUELO.—No debieras hablar deeso delante delos pequeños. Están respirando siempre un aire deangustia que no los deja vivir.
MADRE.—Erasu hermana. No quiero quela olviden.
ABUELO.—Pero ellos necesitan correralsol y reíra gritos. Un niño queestá quieto no es un niño.
MADRE.—Por lo menosa milado están seguros.
ABUELO.—No tengas miedo; la desgracia no serepite nuncaen elmismo sitio. No pienses más.
MADRE.—¿Haces tú otracosa? Aunque no la nombres, yo séen quéestás pensando cuando te quedas horasenterasen silencio, y
seteapagaelcigarro en la boca. ABUELO.—¿De qué vale mirar haciaatrás? Lo que pasó, pasó y la vidasigue. Tienes unacasa que
debe volveraser felizcomo antes.
MADRE.—Anteserafácilser feliz. EstabaaquíAngélica; y dondeella poníala mano todo eraalegría.
ABUELO.—Te quedan los otros tres. Piensaen ellos.
MADRE.—Hoy no puedo pensar más queenAngélica;es su día. Fue una nochecomo ésta. Hacecuatro años.
ABUELO.—Cuatro años ya…
(Pensativo sesienta a liar un cigarrillo junto al fuego. Entra delcorralel mozo del molino, sonriente,con una rosa que, alsalir, se
poneen la oreja).
(Vuelve Telva).
QUICO.—¿Mandaalgo, miama?
MADRE.—Nada.¿Vasalmolino aesta hora?
QUICO.—Siempre hay trabajo. Ycuando no, da gusto dormirse oyendo cantar lacítola y elagua.
TELVA (Maliciosa). Además el molino está junto al granero delalcalde… y elalcalde tiene tres hijas mozas, cada una peor que
la otra. Dicen que envenenaron al perro porque ladraba cuando algúnhombresaltabalatapia de noche.
QUICO.—Dicen, dicen… También dicen queelinfierno estáempedrado delenguas de mujer. ¡Vieja maliciosa! Dios la guarde,
miama. (Salesilbando alegremente). TELVA.—Sí, sí. malicias. Como si una hubiera nacido ayer. Cuando vaalmolino
llevachispasen los ojos;cuando vuelvetrae un cansancio alegrearrollado alacintura. ABUELO, —¿No callarás, mujer?
TELVA(Recogiendo la mesa).—No es por decir mal de nadie. Sialguna vez hablo de más por desatar los nervios… como si
rompiera platos. ¿Es vida esto? Elama con los ojos clavados en la pared; usted siemprecallado por los rincones… Yesos niños
de mialma quese han acostumbrado a no hacer ruido como sianduvieran descalzos. Si no hablo yo,¿quién hablaen estacasa?
MADRE.—No es día de hablaralto. Callando serecuerda mejor.
TELVA.—¿Piensa que yo olvidé? Pero la vida no se detiene.¿De quélesirvecorrer lascortinas y empeñarseen gritar quees de
noche? Al otro lado dela ventanatodos los días saleelsol. MADRE.—Para mí no.
TELVA.—Hágamecaso,ama. Abraelcuarto de Angélica de paren par, y saqueal balcón las sábanas de hilo queseestán enfriando
bajo el polvo delarca.
MADRE.—Nielsoltiene derecho aentraren su cuarto. Ese polvo es lo único que me queda deaquel día.
ABUELO (A Telva).—No tecanses. Escomo el quellevaclavada unaespina y no se dejacurar.
MADRE.—¡Benditaespina! Prefiero cien veces llevarlaclavadaen lacarne,antes que olvidar… como todos vosotros.
TELVA.—Eso no. No hablar de una cosa no quiere decir que no se sienta. Cuando yo me casé creí que mi marido no me quería
porque nunca me dijo lindas palabras. Pero siempre me traía el primer racimo dela viña; y en sieteaños que me vivió me dejó
siete hijos, todos hombres. Cada uno seexpresaasumanera.
ABUELO.—Eltuyo era unmarido cabal. Como han sido siemprelos hombres deestatierra.
TELVA.—Igual que un roble. Hubieracostado trabajo hincarle un hacha; pero todos losaños dabaflores.
MADRE.—Unmarido viene y se va. No escarne de nuestracarnecomo un hijo.
TELVA (Suspende un momento el quehacer).—¿Va a decirme a mí lo que es un hijo? ¡Amí! Usted perdió una: santo y bueno.
¡Yo perdía los siete el mismo día! Con tierra en los ojos y negros de carbón los fueron sacando de la mina. Yo misma lavé los
siete cuerpos, uno por uno. ¿Yqué? ¿Iba poreso a cubrirme la cabeza con elmanto y sentarme a llorara la puerta? ¡Los lloré de
pie, trabajando! (Sele ahoga la voz un momento. Se arranca una lágrima con la punta del delantal y sigue recogiendo los
manteles). Después, como ya no podía tener otros, planté en mi huerto siete árboles, altos yhermososcomo siete varones. (Baja
más la voz). Porel verano,cuando mesiento acoseralasombra, me parece que no estoy tan sola.
MADRE.—No es lo mismo. Los tuyos están bajo tierra, donde crece la yerba y hasta espigas de trigo. La mía está en elagua.
¿Puedes tú besar elagua? ¿Puede nadie abrazarla y echarse a llorar sobreella? Eso es lo que me muerdeen lasangre.
ABUELO.—Todo el pueblo la buscó. Los mejores nadadores bajaron hastalas raíces más hondas.
MADRE.—No la buscaron bastante. La hubieran encontrado.
ABUELO.—Ya ha ocurrido lo mismo otras veces. Elremanso no tienefondo.
TELVA.—Dicen que dentro hay un pueblo entero,con su iglesia y todo. Algunas veces, la noche de San Juan, se han oído
lascampanas debajo delagua.
MADRE.—Aunque hubiera un palacio no la quiero en elrío dondetodo elmundo tira piedrasal pasar.
La Escrituralo dice:"el hombrees tierra y debe volveralatierra". Sólo el día quelaencuentren podré yo descansaren paz.
(Bajando la escalera aparece Martín.Joven yfuerte montañés. Vieneen mangas decamisa y botas de montar. En escena se
MARTÍN.—¿Estáaparejadala yegua?
ABUELO.—Quico laensilló antes de marcharalmolino.
(Telva guarda los mantelesylleva la loza a la cocina volviendo luego con un cestillo de arvejas).
(Vuelve a sentarse pesadamente, Telva sesienta a su lado poniendo entrelas doselcestillo de arvejas. Fuera se oyeladrar al
perro).
TELVA.—¿Quiereayudarmea desgranar lasarvejas? Escomo rezar un rosario verde: van resbalando lascuentasentrelos dedos…
y el pensamiento vuela.
DICHOS YLAPEREGRINA
ABUELO.—¿Perdió elcamino?
PEREGRINA.—Las fuerzas paraandarlo. Vengo delejos y estáfrío elaire.
ABUELO.—Siéntesealalumbre, y sien algo podemosayudarle… Loscaminos dan hambre y sed.
PEREGRINA.—No necesito nada. Con un poco defuego me basta. (Sesienta a la lumbre). Estabasegura deencontrarlo aquí.
TELVA.—No es mucho adivinar.¿Vio el humo por lachimenea?
PEREGRINA.—No. Pero vialos niños detrás deloscristales. Lascasas donde hay niños siempreson calientes. (Se echa atrás la capucha, descubriendo un rostro
hermoso y pálido, con una sonrisatranquila)..
ANDRÉS (En voz baja).—¡Qué hermosaes…!
DORINA.—¡Parece unareina decuento!
PEREGRINA(Al abuelo, quela observa intensamente).—¿Por qué me miratan fijo?¿Lerecuerdo algo?
ABUELO.—No sé… Pero juraría que no es la primera vez que nos vemos.
PEREGRINA.—Es posible. ¡He recorrido tantos pueblos y tantos caminos…! (A los niños, que la contemplan curiosos agarrados a las faldas de Telva).
¿Yvosotros? Os van a crecer los ojos simeseguís mirando.¿No osatrevéisaacercaros?
TELVA.—Discúlpelos. No tienen costumbre de ver genteextraña. Ymenoscon ese hábito.
PEREGRINA.—¿Os doymiedo?
ANDRÉS (Avanza resuelto).—Amí no. Los otros sonmás pequeños.
FALÍN (Avanza también, más tímido).—No habíamos visto nuncaa un peregrino.
DORINA.—Yo sí;en lasestampas. Llevan unacosaredondaen lacabeza,como los santos.
ANDRÉS (Con airesuperior).—Los santos son viejos y todos tienen barba. Ellaes joven, tieneel pelo como laespiga y las manos
blancascomo una gran señora. PEREGRINA.—¿Te parezco hermosa?
ANDRÉS.—Mucho. Diceelabuelo quelascosas hermosas siempre vienen delejos.
PEREGRINA(Sonríe. Le acaricia loscabellos).—Gracias, pequeño. Cuando seas hombre, las mujeres teescucharán. (Contempla la casa). Nietos,abuelo, y
lalumbreencendida. Unacasafeliz. ABUELO.—Lo fue.
PEREGRINA.—Es la quellaman de Martín el de Narcés,¿no?
MADRE.—Es mi yerno.¿Lo conoce?
PEREGRINA.—He oído hablar deél. Mozo desangreen flor, galán deferias, y elmejorcaballista delasierra.
MARTÍN.—La yegua no estáen elcorral. Dejaron el portón abierto y sela oyerelinchar porelmonte.
ABUELO.—No puedeser. Quico la dejó ensillada.
MARTÍN.—¿Estáciego entonces? El queestáensillado eselcuatralbo.
MADRE.—¿El potro?… (Selevanta resuelta). ¡Eso sí que no! ¡No pensarás montarese manojo de nervios, queseespanta de un relámpago!
MARTÍN.—¿Ypor qué no? Después detodo,alguna veztenía queser la primera.¿Dóndeestálaespuela?
MADRE.—No tientesalcielo, hijo. Loscaminosestán resbaladizos de hielo… y el paso delRabión es peligroso.
MARTÍN.—Siempre con tus miedos. ¿Quieres meterme en un rincón, como a tus hijos? Ya estoy harto de que me guarden la espalda consejos de mujer y se me
escondan las escopetas de caza. (Enérgico).¿Dóndeestálaespuela?
(Telva yel abuelo callan. Entonces la Peregrina la descuelga tranquilamente dela chimenea).
PEREGRINA.—¿Esésta?
MARTÍN (La mira sorprendido. Baja el tono).—Perdone que haya hablado tan fuerte. No la había visto. (Mira a los otroscomo preguntando).
ABUELO.—Va decamino,cumpliendo una promesa.
PEREGRINA.—Me han ofrecido su lumbre, y quisiera pagarcon un acto de humildad. (Se pone derodillas).¿Me permite?… (Leciñela espuela).
MARTÍN.—Gracias…
(Se miran un instanteen silencio. Ella, derodillas aún).
TELVA(A la Madre).—Usted tienelaculpa.¿No conocealos hombres, todavía? Para que vayan poraquí hay que decirles que vayan porallá.
MADRE.—¿Por quélas mujeres querrán siempre hijos? Los hombres son paraelcampo y elcaballo. Sólo una hijallenalacasa. (Selevanta). Perdone quela deje,
señora. Si quiereesperarel díaaquí, noha defaltarle nada.
PEREGRINA.—Solamenteeltiempo de descansar. Tengo queseguir micamino.
TELVA(Acompañando a la Madre hasta la escalera).—¿Vaa dormir?
MADRE.—Por lo menos a estar sola. Ya que nadie quiere escucharme, me encerraré en micuarto a rezar. (Subiendo). Rezar es como gritar en voz baja… (Pausa
mientras sale. Vuelve a ladrar el perro).
TELVA.—Maldito perro,¿quéle pasaesta noche?
ABUELO.—Tampoco éltienecostumbre desentir genteextraña.
(Telva, que ha terminado de desgranar sus arvejas, toma una labor decalceta).
PEREGRINAYNIÑOS
(Inician un juego pueril, de concatenaciones salmodiacas, limitando desmesuradamente con los gestos lo que dicen las
palabras. El que dirige cada vuelta se pone en pie; los demás contestan y actúan al unísono, sentadosen corro).
ANDRÉS.—Éstaes la botella de vino que guardaen su casael vecino.
CORO.—Éstaes la botella de vino que guardaen su casael vecino.
FALÍN (Selevanta mientras sesienta Andrés).—Ésteeseltapón detapar la botella de vino que guardaen su casael vecino.
CORO.—Ésteeseltapón detapar la botella de vino que guardaen su casael vecino.
DORINA(Selevanta mientras sesienta Falín).—Ésteeselcordón deliareltapón detapar la botella de vino que guardaen su casael
vecino.
CORO.—Ésteeselcordón deliareltapón detapar la botella de vino que guardaen su casael vecino.
ANDRÉS.—Éstaes latijera decortarelcordón deliareltapón detapar la botella de vino que guardaen su casael vecino.
CORO.—Éstaes latijera decortarelcordón deliareltapón detapar la botella de vino que guardaen su casael vecino.
(La Peregrina, que ha ido dejándose arrastrar poco a poco por la gracia cándida del juego, selevanta a su vez, imitando
queempinael porrón y se bebeel vino que guardaen su casael vecino. (Rompe a reír. Los niños la rodean yla empujan gritando).
(La Peregrina se deja caer riendo cada vez más. Los niños la imitan riendo también. Pero la risa de la Peregrina va en
aumento, nerviosa, inquietante, hasta una carcajada convulsa que asusta a los pequeños. Se apartan mirándola medrosos. Por
fin logra dominarse, asustada desí misma).
(El abuelo, que ha llegado con leñosyramas secascontempla desdeel umbralel final dela escena. Entra Telva).
DICHOS, ABUELO YTELVA
(Salecon los niños. Entretanto el abuelo ha avivado el fuego. Baja la mecha del quinqué, quedando alumbrada la escena por la
luz dela lumbre. Contempla intensamente a la dormida tratando derecordar).
(Sesienta aparte a liar un cigarrillo. El reloj comienza a dar las nueve. La Peregrina, como sintiendo una llamada, trata
deincorporarsecon esfuerzo. Deslumbra lejos la luzvivísima de un relámpago. Las manos dela Peregrina resbalan
nuevamenteycontinúa dormida. Fuera aúlla,cobardeytriste,el perro. Con la última campanada delreloj,caeel
TELÓN
ACTO SEGUNDO
En el mismo lugar, poco después. La Peregrina sigue dormida. Pausa durante la cual se oye el tic-tac del reloj. El Abuelo se le acerca y vuelve a mirarla
fijamente, luchando con el recuerdo. La Peregrina continúa inmóvil.
Telva apareceen lo alto dela escalera. Entoncesel Abuelo se aparta yenciendecon su eslabón elcigarro quesele ha apagado entrelos labios.
TELVA(Bajando la escalera).—Trabajo mecostó, pero alfin están dormidos. (El Abuelo leimponesilencio. Baja el tono). Demonio decríos, y qué pronto seles
llenalacabeza defantasías. Quesiesla Virgen deloscaminos…, quesies unareina disfrazada…, quesilleva un vestido de oro debajo delsayal…
ABUELO (Pensativo).—Quién sabe. Aveces un niño ve másallá que un hombre. También yo siento quealgo misterioso entró con ellaen estacasa.
TELVA.—¿Asusaños? Eralo que nos faltaba. ¡Ala vejez, pájaros otra vez!
ABUELO.—Cuando abristela puerta,¿no sentistealgo raro en elaire?
TELVA.—Elrepelús delaescarcha.
ABUELO.—Y¿nada más?…
TELVA.—Déjeme de historias. Yo tengo mialmaenmialmario, y dos ojos bien puestosenmitad delacara. Nunca meemborrachécon cuentos.
ABUELO.—Sin embargo,esasonrisa quieta…,esos ojos sin colorcomo doscristales… y esa maneratan extraña de hablar…
TELVA.—Rodeos para ocultar lo que le importa. (Levanta la mecha del quinqué, iluminando nuevamente la escena). Por eso no la tragué desde que entró. Amime
gusta la gente que pisa fuerte yhablaclaro. (Sefija en él). Pero,¿quéle pasa, miamo?… ¡Siestátemblando como unacriatura!
ABUELO.—No sé… Tengo miedo delo queestoy pensando.
TELVA.—Pues no piense… La mitad delos males salen delacabeza. (Cogiendo nuevamentesu calceta, sesienta).Yo, cuando unaidea no me dejaen paz, cojo
lacalceta, me pongo acantar, ymano desanto.
ABUELO (Sesienta nervioso, junto a ella).—Escucha, Telva,ayúdamearecordar.¿Cuándo dijo esa mujer que había pasado poraquí otras veces?
TELVA.—El día dela nevadona;cuando la nievellegó hastalas ventanas y se borraron todos loscaminos.
ABUELO.—Ese díael pastor se perdió alcruzar lacañada,¿teacuerdas? Lo encontraron ala mañanasiguiente, muerto entresus ovejas,con lacamisa duracomo
un carámbano. TELVA(Sin dejar su labor).—¡Lástima de hombre! Parecía un SanCristobalón con su cayado y sus barbas deestopa; pero cuando
tocabalazampoña, los pájaros sele posaban en los hombros. ABUELO.—Yla otra vez… ¿no fuela boda dela Mayorazga?
TELVA.—Eso dijo. Pero ella no estuvo en la boda; la vio desdelejos.
ABUELO.—¡Desdeelmonte! El herrero había prometido cazar un corzo paralos novios… Alinclinarsea beberen elarroyo, sele disparó laescopeta y se desangró en
elagua. TELVA.—Asífue. Los rapaces lo descubrieron cuando vieron rojaelagua delafuente. (Inquieta de pronto, suspendesu laborylo mira fijamente).¿Adónde
quiereira pararcon todo eso? ABUELO (Selevanta con la voz ahogada).—Ycuando lasirena pedíaauxilio y las mujeres lloraban a gritosen lascasas,¿teacuerdas?…
Fueel día queexplotó el grisú en la mina. ¡Tus siete hijos, Telva!TELVA(Sobrecogida, levantándosetambién).—¿Pero quées lo queestá pensando, miDios?
ABUELO.—¡La verdad! ¡Por fin! (Inquieto).¿Dónde dejastealos niños?
TELVA.—Dormidoscomo tresángeles.
ABUELO.—¡Subecon ellos! (Empujándola hacia la escalera). ¡Cierra puertas y ventanas! ¡Caliéntaloscon tu cuerpo sies preciso! ¡Yllame
quien llame, que no entre nadie! TELVA.—¡Ángeles de mialma!… ¡Líbralos, Señor, detodo mal!…
ABUELO.—Ahora yasé dóndete he visto. (La toma delos brazoscon fuerza). ¡Despierta, malsueño! ¡Despierta!
PEREGRINAYABUELO
(Cae abrumada en elsillón,con la frenteentrelas manos. El Abuelo la mira conmovido. Se acerca yle ponecordialmente una
mano sobreel hombro).
ABUELO.—Pobre mujer.
PEREGRINA.—Gracias, abuelo. Te había pedido un poco de comprensión yme has llamado mujer, que es la palabra más
hermosa en labios de hombre. (Toma el bordón que ha dejado apoyado en lachimenea). En tu casa ya no tengo nada que
haceresta noche; pero meesperan en otros sitios. Adiós. (Va hacia la puerta. Se oye, fuera, la voz de Martin que grita).
Voz.—¡Telva!… ¡Telva!…
ABUELO.—¡Es Martín! Sal por la otra puerta. No quiero queteencuentreaquí.
PEREGRINA(Dejando nuevamenteel bordón).—¿Por qué no? Ya pasó su hora. Abresinmiedo.
VOZ.—Pronto… ¡Telva!…
(El Abuelo abre. Entra Martin trayendo en brazos a una muchacha con losvestidosyloscabellos húmedos. La
Madreseestremececomo ante un milagro. Grita con la voz ahogada). PEREGRINA, ABUELO, MARTÍN,
LAMADREYADELA
(Martin deja a la muchacha en elsillón junto al fuego. La Madrela contempla decerca, desilusionada).
(La Peregrina contempla extrañada a la desconocida. La Madre deja elvelón en la mesa sollozando dulcemente).
(Rodean todos a Adela, menos la Peregrina quecontempla la escena aparte,con su eterna sonrisa. Adela abrelentamentelos
ojos; mira extrañada lo quela rodea).
(La Peregrina se aleja. El Abuelo la contempla ir, absorto, mientras secalienta contra el pecho la mano queella estrechó).
TELÓN
ACTO TERCERO
En el mismo lugar, unos meses después. Luz detarde. El paisaje del fondo, invernalen los primeros actos, tiene ahora elverde maduro delverano. En escena
hay un costurero y un gran bastidorcon una laborcolorista empezada.
Andrés y Dorina hacen un ovillo. Falín enreda lo que puede. Quico, el mozo del molino, está en escena en actitud de esperar órdenes. Llega Adela, de la
cocina. Quico se descubre y la mira embobado.
(Salelento,volviéndose desdela puerta delcorral. Falín vuelca con estruendo una caja delata llena de botones).
(Adela suspende un momento su labor, levanta la cabeza yrecita con los ojos lejanos).
ADELA.—
"MadrugabaelConde Olinos
mañanita de San Juan
a daraguaasu caballo
alas orillas delmar.
Mientraselcaballo bebe
élcanta un dulcecantar;
todas lasaves delcielo
se paraban aescuchar;
caminante quecamina
olvidasu caminar;
navegante que navega
la nave vuelve haciaallá…"
ANDRÉS.—¿Por quése paraban loscaminantes y los pájaros?
ADELA.—Porqueera unacanción encantadacomo la delas sirenas.
ANDRÉS.—¿Ypara quién lacantaba?
ADELA.—Para Alba-Niña, la hija delareina.
FALÍN.—¿Secasaron?
ADELA.—No. Lareina, llena decelos, los mandó mataralos dos. Pero deella nació un rosal blanco; deél un espino dealbar. Ylas ramas fueron creciendo
hastajuntarse.. .
DORINA.—Entonces lareina mandó cortar también las dos ramas.¿No fueasí?
ADELA.—Asífue. Pero tampoco asíconsiguió separarlos:
"Deella naciera una garza,
deél un fuerte gavilán.
Juntos vuelan porelcielo.
¡Juntos vuelan, para par!"
ANDRÉS.—Esascosas sólo pasaban antes. Ahora ya no haymilagros.
ADELA.—Éstesí;esel único queserepitesiempre. Porquecuando un amores verdadero, nila misma muerte puede nadacontraél.
DORINA.—Angélicasabíaesos versos; pero los decíacantando.¿Sabes tú la música?
ADELA.—También. (Canta).
"MadrugabaelConde Olinos
mañanita de San Juan
a daraguaasu caballo
alas orillas delmar.
NIÑOS (Acompañando elestribillo).—Alas orillas delmar…
ADELA(Viendo al Abuelo, que bajaba la escalera yse ha detenido a escuchar).—¿Quierealgo,abuelo?
ABUELO.—Nada. Te mirabaentrelos niños,cantando esascosasantiguas, yme parecíaestar soñando. (Llega junto a ella yla
contempla).¿Qué vestido esése? ADELA.—Madre quiso que melo pusiera paralafiesta deesta noche.¿No lo recuerda?
ABUELO.—¿Cómo había de olvidarlo? Angélica mismalo tejió y bordó elaljófar sobreelterciopelo. Lo estrenó una noche de
San Juan,como hoy. (Mira lo queestá haciendo).¿Yesalabor? ADELA.—Laencontréempezada,en elfondo delarca.
ABUELO.—¿Sabela Madre quelaestas haciendo?
ADELA.—Ella misma meencargó terminarla.¿Le gusta? Después decuatro años, los hilosestán un poco pálidos. (Levanta los
ojos).¿Por qué me miraasí? ABUELO.—Teencuentro cada día máscambiada…, más parecidaa Angélica.
ADELA.—Seráel peinado. AMadrele gustaasí.
ABUELO.—Yo,en cambio, preferiría quefueras túmismaen todo;sin tratar de parecertea nadie.
ADELA.—Ojaláfuera yo como la queempezó este bordado.
ABUELO.—Erescomo eres, y asíestá bien. Ahora, poniéndotesus vestidos y peinándotelo mismo, teestás pareciendo
aellatanto… que me da miedo.
ADELA.—Miedo,¿por qué?
ABUELO.—No sé… Pero site hubieran robado un tesoro y encontraras otro, no volveríasaesconderlo en elmismo sitio.
ADELA.—No leentiendo,abuelo.
ABUELO.—Son cosas mías.
ADELAYTELVA
TELVA.—Graciasa Dios quese oyereíren estacasa.
ADELA(Volviendo a su labor).— Son una gloria decriaturas.
TELVA.—Ahorasí; desde que van alaescuela y pueden correrasusanchas, tienen porel día mejorcolor y por la noche mejor
sueño. Pero tampoco conviene demasiada blandura. ADELA.—No danmotivo para otracosa.
TELVA.—Detodas maneras; bien están los besos y los juegos, pero un azoteatiempo también es salud. Vinagre ymielsabe mal,
pero hace bien.
ADELA.—Del vinagre yaseencargan ellos. Ayer Andrésanduvo de pelea y volvió acasa morado de golpes.
TELVA.—Mientras seacon otros desu edad, déjalos;asíse hacen fuertes.Ylos que no se pelean de pequeños lo hacen luego de
mayores, quees peor. Escomo elrenacuajo, que muevelacola, y dale y dale y dale… hasta quesela quita deencima.¿Comprendes?
ADELA.—¡Tengo tanto queaprender todavía!
TELVA.—No tanto. Lo que tú has hecho aquíen unos pocos meses no lo había conseguido yo en años. ¡Ahíes nada! Una casa
que vivía a oscuras, y un golpe de viento que abre de pronto todas las ventanas. Eso fuistetú.
ADELA.—Aunqueasífuera. Por mucho que haga no será bastante para pagarles todo el bien queles debo.
TELVA.—¿Podías hacer más? Desde que Angélica se nos fue, la desgracia se había metido en esta casa como cuchillo por pan.
Los niños, quietos en el rincón, la rueca llena de polvo, y elama con sus ojos fijos y su rosario en la mano. Todalacasa parecía
un reloj parado. Ahora ha vuelto aandar, y hay un pájaro paracantar las horas nuevas.
ADELA.—Más fueron ellos para mí. Pensar que no tenía nada, ni laesperanzasiquiera, y cuando quise morirelcielo melo dio
todo de golpe:madre, abuelo, hermanos. ¡Toda una vidaempezada por otrapara quelasiguiera yo! (Con una sombra en la voz,
suspendiendo la labor). Aveces pienso quees demasiado paraser verdad y que de pronto voy a despertarmesin nada otra vezala
orilla delrío… TELVA(Santiguándoserápida).—¿Quierescallar, malpocada?¡Miren quéideas para un día defiesta! (Letiende
nuevamentela madeja).¿Por quéte has puesto triste derepente? ADELA.—Triste no. Estaba pensando quesiemprefaltaalgo
paraser feliz deltodo.
TELVA.—¡Ahá! (La mira. Vozconfidencial).¿Yesealgo… tienelos ojos negros y espuelasen las botas?
ADELA.—Martín.
TELVA.—Melo imaginaba.
ADELA.—Los demás todos me quieren bien.¿Por quétiene queser precisamenteél, que metrajo aestaesa,el único que me
miracomo a unaextraña? Nunca me ha dicho una buena palabra. TELVA.—Es su carácter. Los hombresenteros son como el pan
bien amasado:cuanto más duratienen lacorteza más tiernaesconden la miga.
ADELA.—Sialguna vez quedamos solos, siempreencuentra una disculpa parairse. O se quedacallado,con los ojos bajos,
sinmirarmesiquiera.
TELVA.—¿También eso? Malo, malo, malo. Cuando los hombres nos miranmucho, puede no pasar nada; pero cuando no
seatreven a mirarnos, todo puede pasar. ADELA.—¿Qué quiere usted decir?
TELVA.—¡Lo que tú te empeñas en callar! Mira, Adela, si quieres que nos encontremos, no me vengas nunca con rodeos. Las
palabras difíciles hay que cogerlas sinmiedo, como las brasas en los dedos. ¿Quées lo quesientes tú por Martín?
ADELA.—Elafán de pagarle dealgúnmodo lo que hizo por mí. Me gustaría que me necesitaraalguna vez;encenderleelfuego
cuando tienefrío, o callar juntoscuando estátriste,como dos hermanos. TELVA.—¿Ynada más?
ADELA.—¿Qué más puedo esperar?
TELVA.—¿No sete ha ocurrido pensar quees demasiado joven para vivir solo, y queasu edad sobrala hermana y faltala mujer?
ADELA.—¡Telva!… (Selevanta asustada).¿Pero cómo puedeimaginar talcosa?
TELVA.—¿Ynada más?
ADELA.—Seríaalgo peor; unatraición. Hastaahora heido ocupando uno por uno todos los sitios deAngélica, sin hacer daño asu
recuerdo. Pero quedael último, elmás sagrado. ¡Ésesiguesiendo suyo ynadie debeentrar nuncaen él!
(Comienza a declinar la luz. Martín llega delcampo. Alverlas juntas se detiene un momento. Luego, se dirige a Telva).
TELVA, ADELAYMARTÍN
MADRE.—Suéltate un poco más el pelo…Así… (Lo hace ella misma, acariciando cabellos y vestido). Aver ahora… (La
contempla entornando los ojos). Sí…, asíera ella… Un poco más claroslos ojos, pero la misma mirada.
(La besa en los ojos. Entra Quico,con un ramo en forma decorona adornado decintas decolores).
QUICO.—Mande, miama.
MADRE.—La presa delmolino chorrea elagua como una cesta, y el tejado y la rueda están comidos de verdín. En la cantera del
pomar hay buena losa. (El mozo contempla a Adela embobado). ¿Meoyes?
QUICO.—¿Eh?… Sí, miama.
MADRE.—Paralas palas delarueda no haymaderacomo la defresno. Ysi puedeser mañana, mejor que pasado.¿Me oyes o no?
QUICO.—¿Eh?… Sí, miama. Asíse hará.
MADRE.—Ahora voy a vestirme yo también paralafiesta. El dengue deterciopelo y lasarracadas de plata,como en los buenos
tiempos.
TELVA.—¿Vaa bajaral baile?
MADRE.—Hacecuatro años que no veo arder las hogueras.¿Te parece mal?
TELVA.—Alcontrario. También a mímeestárebullendo lasangre, y silas piernas meresponden, todavía vaa veresta mocedad del
díalo quees bailar un perlindango. ADELA(Acompañando a la Madre).—¿Estácansada? Apóyeseenmi brazo.
MADRE (Subiendo con ella).— Gracias…, hija.
TELVAYQUICO
TELVA.—Las viñas, elmolino y hastael baile de nochealrededor delfuego. ¡Quién la ha visto y quién la ve!… (Cambia el tono
mirando a Quico quesiguecon los ojos fijosen el sitio por dondesalióAdela). Cuídatelos ojos, rapaz, quesete van aescapar por
laescalera.
QUICO.—¿Hay algo malo enmirar?
TELVA.—Fuera deltiempo que pierdes, no.¿Merendaste ya?
QUICO.—Yfuerte. Pero, silo hay, siempre queda un rincón para un cuartillo. (Telva lesirveelvino. Entretanto élsigue adornando
su ramo).¿Le gustaelramo? Roble,acebo y laurel. TELVA.—No está mal.¿Pero por qué uno solo? Las hijas delalcaldeson tres.
QUICO.—¡Ydale!
TELVA.—Claro quelas otras pueden esperar. Todos los santos tienen octava,éste dos:
"La noche de San Pedro
te puseelramo,
la de San Juan no pude
queestuve malo."
QUICO.—No es paraellas. Eso ya pasó.
TELVA.—¿Hay alguna nueva?
QUICO.—No hacefalta. Ponerelramo no escortejar.
TELVA.—¡No pensaráscolgarlo en la ventana de Adela!…
QUICO.—Amuchos mozos les gustaría; pero ninguno seatreve.
TELVA.—¿No seatreven?¿Por qué?
QUICO.—Por Martín.
TELVA.—¿Yquétiene que ver Martín?¿Es sumarido o su novio?
QUICO.—Yasé que no. Pero hay cosas quela gente no comprende.
TELVA.—¿Porejemplo?
QUICO.—Porejemplo… Que un hombre y una mujer jóvenes, que no son familia, vivan bajo elmismo techo.
TELVA.—¡Eralo que mefaltaba oír!¿Yeres tú, quelosconoces y comesel pan deestacasa,el queseatrevea pensareso?(Empuñando
la jarra). ¡Repítelo sieres hombre! QUICO.—Eh, poco a poco, que yo no pienso nada. Usted metira delalengua, y yo digo lo
que dicen porahí.
TELVA.—¿Dóndees porahí?
QUICO.—Pues, porahí… En la quintana,en lataberna.
TELVA.—Lataberna. Buena parroquia para decir misa. ¡Ybuen tejado el delataberna paratirarle piedrasal del vecino! (Sesienta
a su lado ylesirve otro vaso). Vamos, habla. ¿Qué es lo que dice ensu púlpito esasanta predicadora?
QUICO.—Cosas… Quesiesto y quesilo otro y quesilo de másallá. Yasesabe:lalenguaes la navaja delas mujeres.
TELVA.—¡Díjolo Blas, punto redondo!¿Yeso es todo? Además deesecaldo algunatajada habríaen elsermón. ¡Habla!
QUICO.—QuesiAdelallegó sin tener dóndecaerse muerta y ahoraeselama delacasa… Quesiestárobando todo lo queera
deAngélica…Yque, siempezó ocupándolelos manteles, por qué no había determinar ocupándolelas sábanas. Anocheestaba de
gran risacomentándolo con elrabadán cuando llegó Martín.
TELVA.—¡Ay, miDios!¿Martín lo oyó?
QUICO.—Nadie lo pudo evitar. Entró de repente, pálido como la cera, volcó al rabadán encima de la mesa y luego quería
obligarlo a ponerse de rodillas para decir el nombre de Adela. Entonces los mozos quisieronmeterse por medio… y tuvieron
unas palabras.
TELVA.—¡Ah! Fuertes debieron ser las palabras porque ha habido que vendarlela mano.¿Ydespués?
QUICO.—Después nada. Cada uno salió por donde pudo;élse quedó allísolo bebiendo… y buenas noches.
TELVA (Recogiendo de golpe jarra y vaso).—Pues buenas noches, galán. Apréndete tú la lección por siacaso. Ydile de mi parte
a la tabernera que deje en pazlas honras ajenas y cuide la suya, si puede. ¡Que en cuestión de hombres, con la mitad de su
pasado tendríanmuchas honradas para hacerse un porvenir! ¡Largo de aquí, pelgar!… (Ya en la puerta del fondo, a gritos). ¡Ah,
y de paso puedesdecirle también que le eche un poco más de vino alagua que vende!… ¡Ladrona! (Queda sola rezongando).
¡Naturalmente! ¿De dónde iba a salir la piedra? El ojo malo todo lo ve dañado. ¡Ycómo iba aaguantarésa
unacasafelizsinmeterseainfernar! (Comienza a subir la escalera). ¡Lengua de hacha! ¡Ana Bolena! ¡Lagartaseca!… (Vuelveel
Abuelo).
ABUELO.—¿Quéandasahírezongando?
TELVA(De mal humor).—¿Leimporta mucho?¿Ya usted quétábano le picó que no hace más queentrar y salir y vigilar
loscaminos?¿Esperaaalguien?
ABUELO.—Anadie.¿Dóndeestá Adela?
TELVA.—Ahorale digo que baje. Yanímela un poco; últimamenteleandanmalas neblinas por lacabeza. (Siguecon su retahíla
hasta desaparecer). ¡Bruja deescoba! ¡Lechuza vieja! ¡Malrayo la parta, amén!
(Pausa. El Abuelo, inquieto, se asoma nuevamente a explorarelcamino. Mira alcielo. Baja Adela).
ABUELO YADELA
(El Abuelo seestremece al oírestas palabras. Repiteen voz baja como una obsesión).
ABUELO.—Completamenteredonda… (Mira también elcielo, junto a ella). Es laséptima vez desde quellegaste.
ADELA.—¿Tanto ya?¡Quécortos son los díasaquí!
ABUELO (La toma delos brazos, mirándola fijamente).—Dimela verdad, por lo que más quieras.¿Eres verdaderamentefeliz?
ADELA.—Todo lo quese puedeseren la vida.
ABUELO.—¿No me ocultas nada?
ADELA.—¿Por qué había de mentir?
ABUELO.—No puede ser… Tiene que haber algo. Algo que quizá túmisma no ves claro todavía. Que se está formando dentro,
como esas nubes de pena que de pronto estallan… ¡y que seria tan fácil destruir situviéramos un buen amigo a quien
contarlasatiempo!
ADELA(Inquieta a su vez).—No leentiendo,abuelo. Pero me parece que no soy yo la queestácallando algo aquí.¿Quéle pasa
hoy?
ABUELO.—Serán imaginaciones. Si por lo menos pudieracreer quesoñéaquel día. Pero no; fuela misma noche quellegastetú…,
hacesietelunas… ¡Ytú estásaquí, decarne y hueso!… ADELA.—¿De quésueño habla?
ABUELO.—No me hagas caso; no sé lo que digo. Tengo la sensación de que nos rodea un gran peligro… que va a saltarnos
encima de repente, sin que podamos defendernos ni saber ni siquiera por dónde viene… ¿Tú hasestado alguna vezsolaen
elmontecuando descargalatormenta?
ADELA.—Nunca.
ABUELO.—Es la peor delasangustias. Sientes queelrayo estálevantado en elairecomo un látigo. Site quedas quieto, lo
tienesencima; siechasacorrer, es laseñal para quetealcance. No puedes hacer nada más queesperar lo invisible,conteniendo
elaliento… ¡Yunmiedo animalsete va metiendo en lacarne, frío y temblando,como elmorro de un caballo!
ADELALo mira asustada. Llama en voz alta.—Madre!…
ABUELO.—¡Silencio! No teasustes,criatura.¿Por quéllamas?
ADELA.—Por usted. Es tan extraño todo lo queestá diciendo…
ABUELO.—Ya pasó; tranquilízate. Yrepíteme que no tienes ningúnmal pensamiento, queerescompletamentefeliz, para que yo
también quedetranquilo.
ADELA.—¡Selo juro!¿Es que no mecree? Soy tan feliz que no cambiaría un solo minuto deestacasa por todos losaños que he
vivido antes.
ABUELO.—Gracias,Adela.Ahora quiero pedirte unacosa. Esta nocheen el baile no tesepares de mí. Si oyes quealguna
vozextrañatellama, apriétamefuertela mano y no te muevas de mi lado. ¿Meloprometes?
ADELA.—Prometido.
ABUELO.—¿Oyesalgo?
ADELA.—Nada.
ABUELO.—Alguien seacerca porelcamino delaera.
ADELA.—Rondadores quizás. Andan poniendo elramo delcortejo en las ventanas.
ABUELO.—Ojalá…
(Sale hacia el corral. Adela queda preocupada mirándole ir. Luego, lentamente, se dirige a la puerta del fondo. Entonces
aparece la Peregrina en el umbral. Adela se detiene sorprendida).
PEREGRINAYLOS NIÑOS
(Los niños la miran fascinados. Ella les acaricia loscabellos. Vuelveel Abuelo y alverla entrelos niños sofoca un grito).
(Se oye, lejos, música de gaita ytamboril. Los niños selevantan alborozados).
ANDRÉS.—¿Oyes?¡La gaita,abuelo!
DORINAYFALÍN.—¡La música! ¡Ya vienela música! (Salen corriendo porel fondo).
PEREGRINAYABUELO
voz alta). ¡Adela!… (Después, antes que Martín aparezca, se desliza furtivamente por primera derecha. Martín baja. Llega
Adela).
MARTÍN YADELA
ADELA.—¿Mellamabas?
MARTÍN.—Yo no.
ADELA.—Quéextraño. Me pareció oír una voz.
MARTÍN.—En tu buscaiba. Tengo algo que decirte.
ADELA.—Muy importante ha deser para que me busques. Hastaahorasiempre has huido de mí.
MARTÍN.—No soy hombre de muchas palabras. Ylo quetengo que decirteesta nochecabeen unasola. Adiós.
ADELA.—¿Adiós?… ¿Sales de viaje?
MARTÍN.—Mañana,con losarrieros,a Castilla.
ADELA.—¡Tan lejos!¿Lo saben los otros?
MARTÍN.—Todavía no. Tenía que decírtelo atila primera.
ADELA.—Tú sabrás por qué.¿Vasaestar fuera mucho tiempo?
MARTÍN.—El que hagafalta. No depende de mí.
ADELA.—No teentiendo. Un viajelargo no se decideasí derepente y aescondidas,como unafuga.¿Quétienes que hacerenCastilla?
MARTÍN.—Quéimporta;compraré ganados, o renuevos paralas viñas. Lo único que necesito esestar lejos. Es mejor paralos dos.
ADELA.—¿Paralos dos?¿Es decir, quesoy yo la queteestorba?
MARTÍN.—Tú no;el pueblo entero. Estamos viviendo bajo elmismo techo, y no quiero quetu nombreande de bocaen boca.
ADELA.—¿Qué pueden decir de nosotros? Como a un hermano te miré desde el primer día, y sialgo hay sagrado para míes el recuerdo de Angélica. (Acercándose
a él). No, Martín, tú no eres uncobarde para huirasí delos perros queladran. Tiene que haberalgo más hondo. ¡Míramealos ojos!¿Hay algo más?
MARTÍN (Esquivo).— ¡Déjame!…
ADELA.—Si no es más quela malicia dela gente, yo les saldréal paso por los dos. ¡Puedo gritarlesen lacara quees mentira!
MARTÍN (Con arrebato repentino).—¿Y de qué sirve que lo grites tú si no puedo gritarlo yo! Si te huyo cuando estamos solos, si no me atrevo a hablarte nia
mirarte de frente, es porque quisieradefenderme contra lo imposible…, ¡contra lo que ellos han sabido antes que yo mismo! ¡De qué me vale morderme los brazos y
retorcerme entre las sábanas diciendo ¡no! si todas misentrañas rebeldes gritanquesí!
ADELA.—¡Martín!…
MARTÍN (Dominándosecon esfuerzo).—No hubiera querido decírtelo, pero hasido más fuerte que yo. Perdona…
ADELA.—Perdonar… Qué extraño me suena eso ahora. Yo soy la que tendría que pedir perdón, y no sé a quién ni por qué. ¿Qué es lo que está pasando por mí?
Debería echarme a llorar ¡y toda la sangre mecanta por las venasarriba! Me daba miedo quealgún día pudieras decirmeesas palabras, ¡y ahora quetelas oigo, ya no
quisieraescuchar ninguna más!… MARTÍN (Tomándola en brazos).—Adela…
ADELA(Entregándose).—¡Ninguna más!…
(Sale dominándose. Adela, sola, rompe a llorar. La Peregrina aparece en el umbral y, con los ojos iluminados, la contempla en
silencio. Vuelve a oírse lejos el grito alegre de la gaita. Entran los niñosycorren hacia Adela).
PEREGRINAYNIÑOS
TELÓN
ACTO CUARTO
En el mismo lugar, horas después. El mantel puesto en la mesa indica que la familia ha cenado ya. Desde antes de alzarse el telón se oye al fondo la música
saltera de gaita y tamboril, quetermina con la estridencia viril del grito.
Se acerca elrumor del mocerío entrevocesyrisas. La escena, sola.
VOCES (Confusamente desdefuera).—¡Alacasa de Narcés! Es la única quefalta. Bien pueden, quetodo les sobra. ¡Leña
paraelsanto ymozas parael baile! (Por la puerta del fondo, quesigue abierta de paren par, irrumpen varias mozas
DICHOS YTELVA
"¡Acogereltrébole,
eltrébole,eltrébole,
acogereltrébole
la noche de San Juan!"
"¡Acogereltrébole,
eltrébole,eltrébole,
acogereltrébole
los misamores van…!"
(Martín llega delcampo. Desdela puerta contempla al mocerío quese aleja entre gritosyrisascon Telva. Por la escalera aparece
ADELA.—¡Telva!… ¡Telva!…
MARTÍN.—Las sanjuaneras selallevan. Laestán subiendo alcarro alafuerza. (Entra).¿Queríasalgo deella?
ADELA(Bajando).—Sólo una pregunta. Pero quizá puedascontestarlatúmejor. Alabrir la ventana de micuarto
laencontrétodacuajada deflor blanca.
MARTÍN.—Deespino y cerezo. Los que vean elramo sabrán quién lo ha puesto ahí, y lo queesecolor blanco quiere decir.
ADELA.—Gracias, Martín… Me gusta quete hayasacordado, pero no era necesario.
MARTÍN.—¿Ibaaconsentir quetu ventanafuerala única desnuda?
ADELA.—Con las palabras que me dijisteantes ya me diste más delo que podíaesperar. Laflor decerezo seirá mañanacon el
viento; las palabras, no.
MARTÍN.—Yo seguiré pensándolasatodas horas, y con tantafuerza, quesicierras los ojos podrás oírlas desdelejos.
ADELA.—¿Cuándo te vas?
MARTÍN.—Mañana,alamanecer.
ADELA(Hondamente).—Olvidemos queesta nochees la última. Quizá mañana ya no necesites irte.
MARTÍN.—¿Por qué?¿Puedealguien borraresasombra negra queestáentrelos dos?¿O quieres verme morir desed junto
alafuente?
ADELA.—Sólo te he pedido quelo olvidesesta noche.
MARTÍN.—Lo olvidaremos juntos, bailando ante el pueblo entero. Aunque sea por una sola vez, quiero que te vean todos
limpiamente entre mis brazos. ¡Que veanmis ojosatadosa los tuyos, como estámiramo atado atu ventana!
ADELA.—Lo sé yo, y eso me basta… Calla…,alguien baja.
MARTÍN (En voz baja, tomándolelas manos).—¿Teespero en el baile?
ADELA.—Iré.
MARTÍN.—Hastaluego, Adela.
ADELA.—Hastasiempre, Martín.
(Sale Martin por el fondo. En la escalera aparece la Madre vestida de fiesta, con la severa elegancia del señorío labrador. Trae
la cabeza descubierta, un cirio votivo y un pañolón al brazo).
MADREYADELA
MADRE.—¿Dóndeestá mimantilla? No laencuentro en lacómoda.
ADELA.—Aquílatengo. (La busca en elcosturero).¿Vaa ponérsela para bajaral baile?
MADRE.—Antes tengo que pasar por lacapilla. Le debo esta velaalsanto. Ytengo que dar graciasa Dios por tantascosas… (Sesienta. Adela le
prendela mantilla mientras hablan). ADELA.—¿Le había pedido algo?
MADRE.—Muchas cosas que quizá no puedan ser nunca. Pero lo mejor de todo me lo dio sin pedírselo el día que te trajo a ti. ¡Ypensar que entonces no supe
agradecértelo…, que estuve a punto decerrarteesa puerta!
ADELA.—No recuerdeeso, madre.
MADRE.—Ahora que ya pasó quiero decírtelo para que me perdonesaquellos díasen quete mirabacon rencor, como a unaintrusa. Tú lo comprendes, ¿verdad? La
primera vez quetesentasteala mesafrente a mí, tú no sabías que aquélera elsitio de ella… donde nadie había vuelto a sentarse. Yo no vivía más que para recordar, y
cada palabra tuya era un silencio de ella que me quitabas. Cada beso que te daban los niños me parecía un beso queleestabas robando aella…
ADELA.—No me dicuenta hasta después. Poreso quiseirme.
MADRE.—Entonces ya no podía dejarte yo.Ya habíacomprendido la gran lección: queelmismo río que me quitó una hija me devolvía otra, para que miamor no
fuera unalocura vacía. (Pausa. La miraamorosamente, acariciándolelas manos. Selevanta). ¿Conoceseste pañuelo? Esel quellevabaAngélicaen los hombros la última
noche. Selo habíaregalado Martín. (Lo pone en los hombros de Adela). Yatienesitio también.
ADELA(Turbada. Sin voz).—Gracias…
MADRE.—Ahorarespóndemelealmente, de mujera mujer.¿Quées Martín parati?
ADELA(La mira con miedo).—¿Por qué me preguntaeso?
MADRE.—Responde.¿Quées Martín parati?
ADELA.—Nada, ¡selo juro!
MADRE.—Entonces,¿por quétiemblas?… ¿Por qué no me miras defrentecomo antes?
ADELA.—¡Selo juro, madre! NiMartín ni yo seríamoscapaces detraicionareserecuerdo.
MADRE.—¿Lo traiciono yo cuando te llamo hija?(Le pone las manos sobre los hombros, tranquilizándola). Escucha, Adela. Muchas veces pensé que podía llegar
este momento. Y no quiero que sufras inútilmente por mí.¿Tú sabes que Martín te quiere?…
ADELA.—¡No!…
MADRE.—Yo sí, lo sé desde hace tiempo… El primer día que se lo vien los ojos sentícomo un escalofrío que me sacudía toda, y se me crisparon los dedos. ¡Era
como siAngélica se levantara celosa dentro de misangre! Tardéen acostumbrarmealaidea… Pero ya pasó.
ADELA(Angustiada).—Para mí no… Para miestáempezando ahora…
MADRE.—Sitú no sientes lo mismo, olvidalo quete he dicho. Pero silo quieres, no trates deahogareseamor pensando que ha de dolerme. Yaestoy
resignada. ADELA(Conteniendo el llanto).—Por lo que más quiera…,calle. No puedeimaginar siquieratodo el daño que meestá haciendo al
decirmeesas palabras hoy…, precisamente hoy. MADRE (Recogiendo su cirio para salir).—No trato deseñalarte un camino. Sólo quería decirte
quesieligesése, yo no seré un estorbo. Es laley dela vida.
(Sale. Adela se deja caer agobiada en la silla, pensando obsesivamente,con los ojos fijos. En el umbral dela derecha aparecela Peregrina yla contempla
ADELA.—Elegir un camino… ¡Por qué me sacaron del que había elegido ya si no podían darme otro mejor! (Con angustia, arrancándose el pañuelo del cuello).
¡Yeste pañuelo que se me abraza al cuello como un recuerdo deagua!
(Repentinamente parecetomar una decisión. Se pone nuevamenteel pañuelo y hace ademán delevantarse. La Peregrina la detiene poniéndole una mano
imperativa sobreel hombro).
PEREGRINA.—No. Eltuyo no esése. Mira:la nocheestáloca de hogueras y canciones. YMartín teestáesperando en el baile.
ADELA.—¿Ymañana…?
PEREGRINA.—Mañanatu camino estarálibre. Ten fe, niña. Yo te prometo queserás feliz, y queesta nocheserála más hermosa
que hayamos visto las dos. (Bajan los niños seguidos parel Abuelo).
ANDRÉS.—¡Ya han encendido la hoguera grande, y todo el pueblo está bailando alrededor!
DORINA.—Vamos, Abuelo, quellegamos tarde.
FALÍN (Llegando junto a la Peregrina,con una corona derosasyespigas).—Toma. La hice yo.
PEREGRINA.—¿Para mí?
FALÍN.—Esta nochetodas las mujeres seadornan así.
DORINA.—¿No vienesal baile?
PEREGRINA.—Tengo queseguircamino alrayarelalba. Adela osacompañará. Yno seseparará de vosotros ni unmomento. (Mirándola
imperativa).¿Verdad…? ADELA(Baja la cabeza).—Sí. Adiós, señora… Ygracias.
ANDRÉS.—¿Volveremosa verte pronto?
PEREGRINA.—No tengáis prisa. Antes tienen que madurar muchasespigas. Adiós, pequeños…
NIÑOS.—¡Adiós, Peregrina!
(Saleel Abuelo. Pausa larga. La Peregrina, a solas mira con resbalada melancolía la corona derosas. Al fin sus ojos se animan;
sela poneen loscabellos, toma un espejo delcosturero de Adela y se contempla con femenina curiosidad. Su sonrisa se
desvanece; deja caer el espejo, se quita las rosas y comienza a deshojarlas fríamente, con los ojos ausentes. Entre tanto se
escuchan en el fogueral lascanciones populares de San Juan).
VOZVIRIL.—
Señor San Juan:
laflor delaespiga
ya quiere granar.
¡Qué vivala danza
y los queen ellaestán!
VOZ FEMENINA.—
Señor San Juan:
con laflor delagua
te vengo acantar.
¡Que vivala danza
y los queen ellaestán!
CORO.—¡Señor San Juan…!
(Hay un nuevo silencio. La Peregrina está sentada de espaldas al fondo, con los codos en las rodillas y el rostro en las manos.
Por la puerta del fondo aparece furtivamente una muchacha de fatigada belleza, oculto a medias el rostro con el mantellín.
Contempla la casa. Ve a la Peregrina de espaldas y da un paso medroso hacia ella. La Peregrina la llama en voz alta sin
volverse).
PEREGRINA.—¡Angélica!
PEREGRINAYANGÉLICA
(Solloza convulsa sobrela mesa, besando desesperadamentelos manteles. Pausa. Vuelve a oírsela canción sanjuanera).
VOZVIRIL.—
Señor San Juan…
yalasestrellas perdiéndose van.
¡Qué vivala danza
y los queen ellaestán!
CORO.—Señor San Juan…
(La Peregrina sele acerca piadosamente pasando la mano sobresuscabellos. Voz íntima).
PEREGRINA.—Dime, Angélica,¿en esos días negros deallá, no has pensado nunca que pudiera haber otro camino?
ANGÉLICA(Acodada a la mesa, sin volverse).—Todosestaban cerrados para mí. Lasciudades son demasiado grandes, y allí
nadieconocea nadie.
PEREGRINA.—Un dulcecamino desilencio que pudieras hacertetú sola…
ANGÉLICA.—No teníafuerza para nada. (Reconcentrada). Ysin embargo la noche queélmeabandono…
PEREGRINA(Con voz de profunda sugestión, como si siguiera en voz alta el pensamiento de Angélica).—Aquella noche
pensaste que másallá, al otro lado delmiedo, estáel país del último perdón, con un frío blanco y tranquilo; donde hay unasonrisa
de paz paratodos los labios, unaserenidad infinita paratodos los ojos… ¡y dondees tan hermoso dormir, siempre quieta, sin dolor
y sin fin! ANGÉLICA(Sevuelve mirándola con miedo).—¿Quién eres tú que meestás leyendo por dentro?
PEREGRINA.—Una buenaamiga. La única quete queda ya.
ANGÉLICA(Retrocedeinstintivamente).—Yo no te he pedido amistad niconsejo. Déjame. ¡No me miresasí!
PEREGRINA.—¿Prefieres quetumadre y tus hermanos sepan la verdad?
ANGÉLICA.—¿No lasaben ya?
PEREGRINA.—No. Ellos teimaginanmás pura que nunca. Pero dormidaen elfondo delrío.
ANGÉLICA.—No es posible. Martínmesiguió hastala orilla. Escondidosen elcastañar le vimos pasara galope,con laescopetaal
hombro y la muerteen los ojos. PEREGRINA.—Pero supo dominarse y callar.
ANGÉLICA.—¿Por qué?
PEREGRINA.—Por ti. Porquete queríaaún, y aquelsilencio erael único regalo deamor que podía hacerte.
ANGÉLICA.—¿Martín ha hecho eso… por mí…?(Aferrándose a la esperanza). ;Pero entonces, me quiere… ¡Me
quieretodavía!…
PEREGRINA.—Ahora yaes tarde. Tu sitio está ocupado.¿No sientes otra presencia de mujeren lacasa?…
ANGÉLICA.—¡No merobarásin luchalo quees mío!¿Dóndeestáesa mujer?
PEREGRINA.—Es inútil quetrates delucharcon ella;estás vencida deantemano. Tu sillaen la mesa, tu puesto junto alfuego y
elamor delos tuyos, todo lo has perdido. ANGÉLICA.—¡Puedo recobrarlo!
PEREGRINA.—Demasiado tarde. Tumadretiene ya otra hija. Tus hermanos tienen otra hermana.
ANGÉLICA.—¡Mientes!
PEREGRINA(Señalando elcosturero).—¿Conocesesalabor?
ANGÉLICA.—Es la mía. Yo la dejéempezada.
PEREGRINA.—Pero ahoratiene hilos nuevos. Alguien laestáterminando por ti. Asómateaesa puerta.¿Vesalgo alresplandor dela
hoguera?…
última canción).
VOZVIRIL.—
Señor San Juan…
en lafoguera ya no hay qué quemar.
¡Que vivala danza
y los queen ellaestán!
CORO.—Señor San Juan…
(Vuelve a oírsela gaita, gritos alegresyrumor de gente quellega. Entra corriendo la Sanjuanera 1ª perseguida por las otrasylos
QUICO.—¡Ama…! ¡Ama…!
(Todos sevuelven sobresaltados. Llega Quico. Habla con un temblar deemoción desdeel umbral. Detrásvan apareciendo
hombresy mujeres, con farolesy antorchas, quese quedan al fondo en respetuoso silencio).
MADRE (Besando elsuelo).—¡Dios tenía queescucharme! ¡Por fin latierra vuelvealatierra!… (Levanta los brazos).
¡MiAngélica querida!… ¡MiAngélicasanta!… MUJERES (Cubriéndosela cabeza con el manto y golpeándoseel
pecho).—¡Santa!… ¡Santa!… ¡Santa!…
(Los hombres descubiertosylas mujeres arrodilladas inmóviles, como figuras deretablo. Se oyen, lejanasysumergidas,
lascampanas de San Juan. Precediendo alcortejo, la Peregrina contempla el cuadro con una sonrisa dulcemente fría y toma su
bordón para seguir viaje. Entran en el umbral los pies de las angarillas cubiertas con ramas verdes. La Madre, con los brazos
tendidos, lanza un grito desgarrado de dolory dejúbilo).
MADRE.—¡Hija!…
FIN