Dios de Jacob, El
Dios de Jacob, El
Dios de Jacob, El
Jacob
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El Dios de Jacob
“Nuestro refugio es el Dios de Jacob”.
—Salmos 46:7
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necesariamente, actúa siempre en armonía con sus
propias perfecciones. La elección no es como algunos
han supuesto, dura e injusta, sino una provisión
misericordiosa de parte de Dios. Si no hubiera elegido
a algunos desde el principio para salvación, todos
hubieran perecido. Si antes de la fundación del
mundo no hubiera elegido a ciertos para que fueran
conformes a la imagen de su Hijo, la muerte de Cristo
habría sido en vano en lo que respecta a la raza
humana. Reducida a sus términos más simples, la
elección significa que Dios me eligió a mí antes de yo
elegirlo a Él. Nuestro Señor dijo: “No me elegiste
vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros” (Jn.
15:16). Nosotros le amamos a Él porque Él nos amó
primero. Elección significa que antes de nacer, sí,
antes de la fundación del mundo, yo fui elegido en
Cristo y predestinado a un lugar dentro de la familia
de Dios. Elección significa que creímos porque Él nos
dispuso en el día de su poder. La elección entonces,
despoja a la criatura de todo mérito, quita todo
motivo de jactancia, nos deja indefensos en el polvo y
atribuye toda la gloria a Dios.
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favores de Dios, pero los pensamientos de Dios no son
nuestros pensamientos, ni sus caminos son nuestros
caminos. Las cosas espirituales están ocultas a los
sabios y prudentes, y les son reveladas a los niños. Los
fariseos con su auto-justificación son pasados por
alto, mientras que los publicanos y las rameras son
llevados a participar del banquete del Evangelio. Los
ricos son ignorados, mientras que a los pobres se les
predica el Evangelio. Esaú es odiado mientras que el
“gusano” de Jacob es amado con un amor eterno e
insondable.
La fuerza completa de este título divino, “el Dios
de Jacob”, sólo puede ser entendida a través un
estudio cuidadoso de las experiencias del patriarca. La
primera vez que vemos a Dios entrar en su vida es esa
noche memorable en Betel. Un fugitivo de la casa de
su padre, huyendo de la ira de su hermano,
probablemente sin pensar en Dios en lo absoluto, el
hijo de Isaac “…llegó a un cierto lugar y durmió allí,
porque ya el sol se había puesto; y tomó de las piedras
de aquel paraje y puso a su cabecera, y se acostó en
aquel lugar” (Gn. 28:11). Cuando lo vemos allí,
dormido sobre el suelo desnudo, obtenemos una
imagen sorprendente del hombre en su estado
natural. ¡El hombre nunca está tan desamparado
como cuando está dormido! Fue mientras estaba en
esta condición que Dios se le apareció y le dijo: “Yo
soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de
Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a
tu descendencia. He aquí, yo estoy contigo, y te
guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a
traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que
haya hecho lo que te he dicho” (Gn. 28:13, 15). El Dios
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de Jacob entonces, es el Dios que encontró a Jacob
cuando no tenía nada y cuando no merecía nada más
que ira, y quien le dio todo. Ciertamente, felices son
aquellos que tienen a Dios como su Dios.
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de él. Entonces, inmediatamente, concibe un
complot. En el momento de su vejez, Isaac llama a
Esaú, le habla de la cercanía de su muerte, le pide a su
hijo que le prepare comida y, al mismo tiempo, se
propone darle la bendición patriarcal. La prisa y el
secreto que marcaron sus acciones revelan un
esfuerzo decidido por frustrar el propósito de Dios y
transferir la bendición a su hijo mayor. Aunque Esaú
debe haber estado familiarizado con el propósito
divino y aunque en realidad ya había vendido su
herencia a Jacob en una fecha anterior, sin embargo,
al ver la oportunidad de recuperar su primogenitura
perdida, acepta sin reparos el plan de su padre. Pero
Rebeca, cuyo hijo favorito era Jacob, había escuchado
el plan de Isaac, por lo que se propone neutralizarlo
con un plan contrario. Ella está decidida a conservar
para Jacob la bendición que Jehová le había
prometido. Ella sintió que un mal estaba a punto de
hacerse a su favorito; imaginó que el propósito de
Dios estaba en peligro; ella creyó que los medios
incorrectos justificarían un fin correcto. Habiendo
trazado sus planes, confía en Jacob y le instruye sobre
cómo proceder para vencer a Esaú. Ahora bien, ¿qué
debería haber hecho Jacob? Claramente, ésta fue una
dolorosa prueba de fe. La promesa de Dios parecía a
punto de fallar: Aparentemente, su propósito iba a ser
derrotado. Sólo había un camino correcto a seguir
para él y era presentar todo el asunto ante Dios y
suplicar5 por su ayuda. Las situaciones extremas para
el hombre son oportunidades para Dios. Pero Dios no
estaba en sus pensamientos; tenía más confianza en
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Pasados los años que vivió en la granja de su
suegro, notamos la próxima aparición de Dios a Jacob.
“También Jehová dijo a Jacob: Vuélvete a la tierra de
tus padres, y a tu parentela, y yo estaré contigo” (Gn.
31:3). Años antes, en la noche en que se reveló a él por
primera vez, Dios prometió traer a su hijo descarriado
de regreso a la tierra prometida. Sin duda, un intenso
anhelo había llenado el corazón de Jacob durante su
exilio. Había llegado el momento en que Dios
comenzara el cumplimiento de su promesa. Él le
revela a Jacob que ahora, era su voluntad que
comenzara su viaje de regreso a casa. Una vez más,
Dios le asegura que estará con él. ¿Cuál es la respuesta
de Jacob a esto? Su primer pensamiento fue
asegurarse el salario que le debía Labán, salarios que
eran en forma de ganado y ovejas, muchos de los
cuales habían sido obtenidos mediante un truco. Su
siguiente pensamiento fue escabullirse en secreto. En
lugar de decirle a su suegro que Dios le había
ordenado regresar a Canaán, “no haciéndole saber que
se iba” (v. 20), se llevó “el ganado de su ganancia que
había obtenido en Padan-aram” (v. 18). Tenía
ausencia total de confianza en Dios; la fe en sus
promesas benévolas era nula, y su conducta fue muy
indigna e impropia en alguien grandemente
favorecido por Jehová.
“Jacob siguió su camino, y le salieron al
encuentro ángeles de Dios. Y dijo Jacob cuando los
vio: Campamento de Dios es este; y llamó el nombre
de aquel lugar Mahanaim” (Gn. 32:1-2). Ésta fue una
de las tiernas misericordias y provisiones de Dios para
el camino: Un viaje largo y difícil le esperaba a Jacob
y, de este modo, el Señor le asegura a su hijo que
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ángeles estarían con él. Pero tan pronto como estos
visitantes celestiales aparecieron y desaparecieron,
Jacob se olvida de ellos por completo y actúa como si
no existieran. “Y envió Jacob mensajeros delante de sí
a Esaú su hermano, a la tierra de Seir, campo de Edom
y les mandó diciendo: Así diréis a mi señor Esaú: Así
dice tu siervo Jacob: Con Labán he morado, y me he
detenido hasta ahora; y tengo vacas, asnos, ovejas, y
siervos y siervas; y envío a decirlo a mi señor, para
hallar gracia en tus ojos” (v. 3-5).
Mientras viaja hacia la tierra de Canaán, la
memoria revive y la conciencia trabaja. Piensa en el
hermano al que ha agraviado y siente miedo. Usted
puede decir que eso es bastante natural. Es cierto,
Jacob había sido un incrédulo, pero Dios le había
prometido estar con él y traerlo de regreso a la tierra
de sus padres y Él podía lidiar con Esaú. Pero
nuevamente, vemos que Dios no estaba en sus
pensamientos. Tenía más confianza en su propia
sabiduría y sus propios recursos que en la ayuda
divina. El mensaje que le envió a Esaú estaba
completamente, por debajo de la dignidad de un hijo
de Dios: frases aduladoras como “mi señor Esaú” y “tu
siervo Jacob” cuentan su propia triste historia. Pero
las esperanzas de Jacob se ven defraudadas. Ningún
saludo amistoso viene de Esaú; al contrario, hay
indicios de que tiene intenciones de tomar la vida de
su hermano. Esaú iba a encontrarse con Jacob y con
él, cuatrocientos hombres. Jacob tiene ahora mucho
miedo: “Entonces Jacob tuvo gran temor, y se
angustió; y distribuyó el pueblo que tenía consigo, y
las ovejas y las vacas y los camellos, en dos
campamentos. Y dijo: Si viene Esaú contra un
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campamento y lo ataca, el otro campamento
escapará” (vv. 7-8). En lugar de ir al Señor, de
inmediato comienza a planificar y a maquinar.
Habiendo completado sus planes, se vuelve a Dios y
suplica su ayuda. ¡Ay! Cuán fiel a la naturaleza
humana. Apenas se había levantado de sus rodillas,
una vez más se apoyaba en el brazo de la carne. La
presencia de Esaú echó de su mente a la “presencia de
Dios”. Habiendo dividido a su familia y posesiones en
dos campamentos, de modo que en caso de que uno
fuera atacado y destruido, el otro pudiera escapar y
así, al menos salvar una parte, Jacob prepara y envía
luego un regalo costoso para Esaú, pensando que, por
este medio, la ira de su hermano podría apaciguarse
(vv. 13-20). Así, en lugar de permitir a Dios manejar a
Esaú, Jacob con su servil6 obsequio, busca comprar el
favor de su hermano. Verdaderamente, “el temor del
hombre pondrá lazo” (Pr. 29:25).
Pero lo anterior, sólo proporciona un contexto
oscuro sobre el cual pueden brillar las riquezas de la
gracia divina. A pesar de toda su incredulidad, falta de
confianza en Dios y confianza en sí mismo, Jehová se
aparece una vez más a su siervo, esta vez en la forma
de un hombre que luchó con Jacob toda la noche (Gn.
32:24-30). Aun así, Jacob todavía tiene que aprender
que “el que confía en Jehová será exaltado” (Pr.
29:25). El encuentro real con Esaú todavía tenía que
ser afrontado y cuando alcanzó la crisis, el viejo Jacob
volvió a salir a la luz. Cuando Esaú se acercó a él,
Jacob se inclinó hasta el suelo siete veces (Gn. 33:3).
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fracasos. Pero bendito sea su nombre, que el Dios de
Jacob es nuestro Dios. Él nos soporta con infinita
paciencia. Sufre nuestra torpeza con maravillosa
paciencia. Él nunca nos deja ni nos abandona. Él está
con nosotros hasta el final. Felices, tres veces felices,
los que pueden decir: “El Dios de Jacob es nuestro
refugio” (Sal. 46:11).
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de adoración por parte del anciano patriarca: “Salió
Israel con todo lo que tenía, y vino a Beerseba, y
ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac” (Gn.
46:1). Los largos años de disciplina en la escuela de la
experiencia, le habían enseñado, finalmente, a poner
a Dios en primer lugar. Antes de descender a Egipto,
adora al Dios de su padre Isaac. De inmediato, Dios se
encontró con él y le dijo: “Jacob, Jacob”. Note la
pronta respuesta: “Heme aquí” (Gn. 46:2). No es
necesario ahora enviar un ángel; Jacob ha aprendido
a reconocer la voz de Dios mismo.
Otra escena resalta el notable cambio que la
gracia divina obró en el carácter de Jacob. “También
José introdujo a Jacob su padre, y lo presentó delante
de Faraón; y Jacob bendijo a Faraón” (Gn. 47:7). El
anciano y débil patriarca es llevado ante el monarca
del imperio más poderoso del mundo. ¡Y qué dignidad
caracteriza ahora a Jacob! ¡Qué contraste con el día en
que se inclinó siete veces ante Esaú! Aquí no hay
vergüenza ni adulación. Jacob toma el verdadero
lugar de un hijo de Dios. Es hijo del Rey de Reyes,
embajador del Altísimo. Breve es el registro, pero
cuánto sugieren las palabras: “Y Jacob respondió a
Faraón: Los días de los años de mi peregrinación son
ciento treinta años” (Gn. 47:9). Por fin, Jacob había
aprendido que su hogar no estaba aquí, que él era un
extraño y un peregrino en la tierra. Ahora ve que su
vida no es más que un viaje, con un punto de partida
y una meta: El punto de partida, la conversión; la
meta, la gloria celestial.
“Y llegaron los días de Israel para morir, y llamó
a José su hijo, y le dijo: Si he hallado ahora gracia en
tus ojos, te ruego que pongas tu mano debajo de mi
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muslo, y harás conmigo misericordia y verdad. Te
ruego que no me entierres en Egipto. Mas cuando
duerma con mis padres, me llevarás de Egipto y me
sepultarás en el sepulcro de ellos” (Gn. 47:29-30). Una
vez más, vemos las evidencias del cambio que se había
producido en Jacob. Esta petición suya de no ser
enterrado en Egipto sino en Canaán, lleva consigo
mucho más de lo que parece. Dios había prometido,
muchos años antes, darle a Jacob y a su simiente la
tierra de Canaán y ahora la promesa es aceptada. Jacob
nunca había poseído la tierra y ahora está muriendo
en un país extraño. Pero él sabe que la Palabra de Dios
es verdadera y su fe, evidentemente, espera la
resurrección. Por fin, el pecado que nos asedia
fácilmente (la incredulidad) se deja a un lado y la fe
triunfa. Esto se confirma con las palabras que siguen
inmediatamente: “Y José le juró. Entonces Israel se
inclinó sobre la cabecera de la cama” (Gn. 47:31). La
palabra “inclinó” significa adoración. “Por la fe Jacob,
al morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y
adoró apoyado sobre el extremo de su bordón” (He.
11:21). Este relato se encuentra en Génesis 48. A lo
largo de este capítulo, vemos cómo Dios estaba ahora
en todos los pensamientos de Jacob y cómo sus
promesas son el sostén de su corazón. Le cuenta a
José cómo Dios se le apareció en Luz (v. 14) y cómo
había prometido darle la tierra de Canaán a él y a su
descendencia para posesión eterna. Habló de Dios
como “el Dios que me mantiene desde que yo soy
hasta este día” (v. 15) y como Aquel “que me redimió
de todo mal”. Dejando a un lado las inclinaciones de
la carne y la voluntad del hombre (el propio deseo de
José), Jacob se inclina ante la voluntad de Dios y por
fe bendice a los hijos de José “y puso a Efraín antes de
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Manasés” (v. 20). Después de bendecir a los hijos de
José, Jacob se vuelve hacia el padre de ellos y dice: “He
aquí yo muero; pero Dios estará con vosotros, y os
hará volver a la tierra de vuestros padres” (v. 21). ¡Qué
improbable parecía esto! José estaba ahora
completamente ubicado y establecido en Egipto. Ya
Jacob no está caminando más por vista. Su confianza
ahora era firme y, con una fe inquebrantable, capta las
promesas de Dios (que su simiente heredará Canaán)
y habla con un corazón lleno de una tranquila
seguridad.
La última escena, Génesis 49, presenta un clímax
apropiado y demuestra el poder de la gracia de Dios.
Toda la familia está reunida en torno al patriarca
moribundo y, uno a uno, los bendice. A lo largo de su
vida anterior, Jacob se ocupó únicamente de sí
mismo; ¡pero al final se ocupa, únicamente, de los
demás! En los días pasados, él estaba, principalmente,
preocupado por planificar las cosas presentes, pero
ahora (Ver Gn. 49:1) ¡no ha pensado más que en cosas
futuras! Una palabra aquí es profundamente
instructiva: “Tu salvación esperé, oh Jehová” (49:18).
Vimos al comienzo de su vida que esperar era algo
completamente ajeno a su naturaleza: En lugar de
esperar a que Dios le asegurara la primogenitura
prometida, buscó obtenerla él mismo. Pero ahora, ha
aprendido la lección más difícil de todas. La gracia le
ha enseñado ahora a esperar. En verdad, “mas la senda
de los justos es como la luz de la aurora, que va en
aumento hasta que el día es perfecto” (Pr. 4:18).
Para resumir: Dios tomó a Jacob como aquel a
través de quien podía mostrar su gracia y poder de la
mejor manera. ¡Qué más adecuado para mostrar su
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gracia que el mayor de los pecadores! ¡A quién tomará
para exhibir su poder, sino al que por naturaleza era
el más intratable9! “Nuestro refugio es el Dios de
Jacob” (Sal. 46:7). Él es el Dios de la elección
soberana, el Dios de la gracia incomparable, el Dios de
la paciencia infinita, el Dios del poder transformador.
Éste es Aquel “con quien tenemos que tratar”.
Aquellos de nosotros que ya hemos “pasado de muerte
a vida”, ya sabemos algo de su maravillosa gracia y
sorprendente paciencia. ¡Qué podamos experimentar
más y más de su gran poder transformador!