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Antonio Bar - La CNT en Los Años Rojos (1910-1926)

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La Confederación Nacional del Trabajo (CNT) fue uno de los

movimientos sociales de mayor importancia dentro de la


historia de España. Y su trascendencia histórica no se limita al
marco español, sino que su extensión, su actividad y otros
múltiples aspectos de su trayectoria la convirtieron, también
en el ámbito internacional, en una, si no la más importante
organización dentro de su género e ideas.

Sin embargo, el conocimiento que se ha tenido de esta


organización sindical, que llegó a sobrepasar el marco habitual
de actuación de un sindicato, para convertirse en el aglutinante
de un verdadero movimiento social y político de carácter
revolucionario, ha sido bastante limitado.

Este trabajo dando un poco por conocidos gran parte de los


hechos históricos, en medio de los cuales se desenvuelve la
actividad de la CNT y de los cuales ha sido protagonista
importante en muchos casos, pretende realizar un análisis del
contenido específico de la misma, principalmente desde el
punto de vista ideológico, pero también desde el punto de vista
orgánico.
Antonio Bar

LA CNT EN LOS AÑOS ROJOS

Del sindicalismo revolucionario al anarcosindicalismo

(1910-1926)
AKAL UNIVERSITARIA

Serie: historia contemporánea

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es reunir y difundir todo el material anarquista existente.

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CONTENIDO

Prefacio
Abreviaturas

PARTE I: HISTORIA Y PENSAMIENTO


I. El proceso de formación ideológica
II. El sindicalismo revolucionario. Nacimiento de la CNT
III. El proceso de cambio. La CNT de 1911 a 1919
IV. La definición anarquista de la CNT.
V. La CNT bajo la dictadura de Primo de Rivera

PARTE II. LA ORGANIZACIÓN


VI. La estructura orgánica de la CNT
Conclusiones
Apéndice documental
Fuentes
PREFACIO

«La CNT está ligada a todas las conquistas,


pequeñas o grandes, de la clase trabajadora
española en el campo o en la ciudad, en el taller o en
la fábrica.»

R. J. Sender, Siete Domingos Rojos

Las palabras que el narrador español Ramón J. Sender, viejo


simpatizante de las ideas anarquistas, puso en boca de
Escartín, uno de los personajes más destacados de su novela
Siete Domingos Rojos, son el encabezamiento y la justificación
más adecuada para la investigación que recoge el libro que el
lector tiene en sus manos. Efectivamente, la Confederación
Nacional del Trabajo (CNT) fue uno de los movimientos sociales
de mayor trascendencia dentro de la historia de España de los
últimos cien años. Y su trascendencia histórica no se limita al
marco español, sino que su extensión, su actividad y otros
múltiples aspectos de su trayectoria la convirtieron, también
en el ámbito internacional, en una, si no la más importante
organización dentro de su género e ideas.
Sin embargo, hasta muy recientemente, el conocimiento que
se ha tenido de esta organización sindical, que llegó a
sobrepasar el marco habitual de actuación de un sindicato,
para convertirse en el aglutinante de un verdadero movimiento
social y político de carácter revolucionario, ha sido bastante
limitado. En un principio, los límites al conocimiento histórico
de la CNT vinieron marcados por las condiciones políticas en
medio de las que se tuvo que desenvolver la investigación
histórica, como otras muchas actividades, en la España del
período franquista. Pero, posteriormente, cuando ya la
decadencia de la dictadura del general Franco permitió
mayores cotas de libertad, sobre todo en el ámbito académico,
el conocimiento histórico de la CNT vino aún condicionado y
limitado por el apasionamiento con que, bien sus detractores,
bien sus defensores —viejos militantes de la organización en
gran parte de los casos—, comenzaron a darnos noticias de la
misma, ya en autobiografías cargadas de calor humano, ya en
historias más o menos documentadas del movimiento, basadas
principalmente en experiencias propias. Y, en fin, también ha
contribuido mucho a disminuir o limitar el conocimiento exacto
de la CNT la asunción por gran parte de éstos y otros trabajos
de la bibliografía moderna de toda una serie de lugares
comunes, no del todo exactos, propagados en su mayor parte
por los propios cronistas de la CNT de la época.

En los últimos años, sin embargo, tanto la CNT,


específicamente, como el movimiento obrero español en
general, han sido objeto de numerosos estudios, de singular
valor algunos de ellos, que permiten un acercamiento más
adecuado al verdadero contenido y significado del movimiento
cenetista. Pero, la gran mayoría de estos trabajos de carácter
histórico se limitan a la cuestión de hechos, dando por
supuestas unas determinadas características generales de la
organización y un determinado contenido ideológico, que no se
discuten y en cuyo análisis no se entra. Así, se ha ido
conociendo a la CNT, pero sin explicar el por qué de la CNT. Se
ha ido conociendo su historia, su participación en los diversos
hechos que jalonan la evolución del movimiento obrero
español y de la historia de España en general, pero no se ha
explicado su contenido ideológico. No se ha buscado la
justificación, las causas últimas, no ya de su actuación, sino de
su propia existencia y evolución.

Este trabajo, por el contrario, dando un poco por conocidos


gran parte de esos hechos históricos, en medio de los cuales se
desenvuelve la actividad de la CNT y de los cuales ha sido
protagonista importante en muchos casos, pretende realizar un
análisis del contenido específico de la misma, principalmente
desde el punto de vista ideológico, pero también desde el
punto de vista orgánico. Se trata, pues, de contribuir a llenar
un vacío existente en la historiografía de la CNT; vacío que
hasta ahora ha sido sólo parcialmente ocupado por estudios
muy aislados, entre los que merecen una especial mención por
su valor los del profesor Antonio Elorza. Pero, claro está, se
trata sólo de una contribución, pues ni este libro pretende ser
un estudio definitivo, ni el período que comprendo abarca toda
la historia de la CNT, organización que, por lo demás, continúa
aún en existencia.

Así pues, el presente libro constituye un estudio en


profundidad del contenido ideológico y orgánico de la CNT en
el período que va desde su fundación, a finales de 1910, hasta
el momento en que, sometida a la más estricta clandestinidad
por la dictadura de Primo de Rivera, termina por desarticularse,
desapareciendo prácticamente como tal organización sindical y
quedando reducida a pequeños grupos de actividad puramente
anarquista. Momento éste que puede localizarse en el año
1926. Se cumple así un primer período de la historia general de
la CNT que es verdaderamente, desde el punto de vista de su
constitución y conformación, el período más importante, dado
que en él se produce el proceso de formación y la asunción por
la CNT del contenido ideológico que inspirará con posterioridad
toda su actuación: el anarcosindicalismo. De aquí el interés por
concentrarme y limitarme en este libro al estudio de este
período.

Pero, el anarcosindicalismo no es sino el producto de una


síntesis ideológica que se produce entre otros dos conjuntos
ideológicos preexistentes. Por ello, este libro comienza
precisamente con unas notas sobre esos dos conjuntos
ideológicos que convergen en la formación de lo que será el
contenido ideológico definitivo de la CNT; es decir, el
sindicalismo revolucionario y el anarquismo. Pero, siendo el
primero de ellos, a su vez, el resultado de una síntesis de
diferentes concepciones ideológicas presentes en el
movimiento obrero de la época, y constituyendo además la
columna vertebral de todo el contenido ideológico de la CNT
—de la que fue su contenido ideológico exclusivo durante la
primera parte de este período—, he creído oportuno llevar el
inicio de este libro, al menos de una manera rápida y
descriptiva, al momento de la introducción y de la propia
formación del sindicalismo revolucionario en España.
Así, el Capítulo I inicia el libro de forma introductoria con la
formación de Solidaridad Obrera y con una descripción de las
condiciones sociales, políticas y económicas que determinan el
desarrollo del sindicalismo revolucionario en España. Se
describen también en este capítulo las características
esenciales del sindicalismo revolucionario, y ello se hace con
cierto detalle para permitir al lector una mejor comprensión
del resto del análisis que se realiza en el libro. Finalmente, se
hace referencia también en este capítulo a las otras dos
corrientes sociales y políticas que tuvieron algún papel en la
conformación del sindicalismo revolucionario y, por tanto, de la
CNT.

El Capítulo II se refiere concretamente a la fundación de la


CNT y estudia el contenido ideológico de la misma tal y como
queda formulado a lo largo de su primer año de existencia. Es
el período sindicalista revolucionario. En septiembre de 1911,
poco después de su primer congreso, el primer enfrentamiento
serio con las instituciones determina su puesta fuera de la
legalidad y su práctica desarticulación cuando apenas contaba
con doce meses de vida.

Cuando en 1913 los núcleos originarios de la CNT comienzan


en Cataluña la reconstrucción de la organización, que se
culminará a mediados de 1915, la orientación ideológica que
irá adquiriendo ésta, poco a poco, será bien diferente de la que
había tenido en el período anterior. Tras largos y ardorosos
debates y luchas internas el anarcosindicalismo terminará por
imponerse y la Confederación lo asumirá oficialmente en su
congreso nacional de 1919. Este cambio ideológico, su
contenido, su significado y los hechos y circunstancias que lo
determinan son precisamente el objeto de análisis del Capítulo
III, que se completa con el estudio de la perspectiva cenetista
en torno a los problemas clave de la agitada coyuntura
histórica, y del Capítulo IV, que se centra en el momento
culminante de este proceso: el Congreso de 1919.

La radicalización de la cuestión social en España, que siguió a


la finalización de la Primera Guerra Mundial, y el ascenso de las
corrientes anarquistas puras dentro de la CNT, entre otras
circunstancias, determinaron, no sólo la orientación más
radical de la Confederación, sino, principalmente, la inclinación
cada vez más acentuada de ésta hacia el anarquismo, al punto
de que un sector decisivo de la misma trató de convertirla en
una organización pura y simplemente anarquista, olvidando su
carácter originario de organización sindical. El significado y las
consecuencias de todo ello son precisamente el objeto del
Capítulo V. Este capítulo, que se cierra con la práctica
desarticulación de la CNT en 1926, cierra también la primera
parte del libro, dedicada fundamentalmente al estudio del
contenido ideológico. La segunda parte, dedicada a las
cuestiones orgánicas, cuenta con un solo capítulo, el VI, que
analiza, en primer lugar, la evolución de la estructura orgánica
de la CNT, que sigue un camino paralelo al de su evolución
ideológica, por la que está determinada, y, en segundo lugar, el
funcionamiento en la práctica de todo el aparato orgánico
confederal. Finalmente, el libro se cierra con un apéndice
documental que completa la información y los análisis
realizados.

Para la realización de este estudio me he basado en la


utilización de fuentes primarias casi de manera exclusiva, y de
entre éstas, en textos de la propia organización
fundamentalmente. Así, el grueso del libro está realizado sobre
la consulta de la prensa de la CNT, de las actas de sus
asambleas y congresos, y sobre el análisis de sus manifiestos,
proclamas y todo tipo de publicaciones de la misma. Pero
también ocupa una parte importante entre el material
consultado la obra de los principales teóricos o ideólogos,
previos y de la época, que tuvieron un papel decisivo en la
conformación ideológica de la CNT, algunos de los cuales
fueron destacados militantes en el seno de la misma. Por lo
demás, también fueron utilizadas fuentes de otro tipo, como
testimonios personales, memorias y otras obras de carácter
general que contribuyeron a completar el estudio realizado. De
todas ellas hay una detallada relación al final del libro. En este
sentido, quiero, sin embargo, agradecer sinceramente la
inestimable colaboración que encontré en los testimonios
personales de viejos militantes cenetistas, entre quienes quiero
destacar a Adolfo Bueso, Sebastián Clara, Camilo Piñón y José
Robusté, que me ayudaron a comprender mejor algunos de los
aspectos estudiados en el libro.

He tratado, pues, de hacer un análisis de contenidos, más


que un mero relato de hechos. De aquí la necesaria y frecuente
utilización de la cita a lo largo del libro, que puede contribuir a
hacer más lenta la lectura del mismo, pero que, creo, es una
contribución imprescindible al exacto conocimiento del
contenido ideológico de la CNT, lo cual es el motivo y objeto de
este trabajo. De cualquier manera, este libro es ya la versión un
tanto retocada y aligerada de la tesis doctoral que finalicé en
1978 y que leí el 24 de febrero de 1979 en la Universidad de
Zaragoza, mereciendo la calificación de sobresaliente «cum
laude» por unanimidad al tribunal que la enjuició, formado por
los profesores F. Murillo Ferrol, M. Ramírez Jiménez, J. Cazorla
Pérez, J. J. Gil Cremades y J. J. Carreras Ares, a quienes
agradezco también las indicaciones que tuvieron a bien
realizarme.

Finalmente, quiero destacar mi agradecimiento a quienes sin


su ayuda y colaboración este trabajo hubiese sido
absolutamente imposible. Al profesor Ramírez Jiménez, que
me introdujo en la vida académica y que ha tenido la paciencia
de leer y comentar el primer manuscrito. A Montserrat
Condomines, magnífica y sacrificada bibliotecaria, que soportó
sin protestar todas mis agobiantes demandas. A Eduardo Pons,
que me abrió la puerta a un mundo cargado de humanismo y
utopía. A Hilary, a quien va dedicado el libro, compañera por
largo tramo ya en el camino de mi vida, que no sólo sufrió sino
que participó lo indecible en la elaboración del mismo. Y a
Ramón Akal, editor encomiable, que ha tenido el valor de
publicar este voluminoso trabajo.

Zaragoza, septiembre de 1980


ABREVIATURAS EMPLEADAS EN EL TEXTO

AIT: Asociación Internacional de Trabajadores (I Internacional).


AIT: Asociación Internacional de Trabajadores (Internacional
sindicalista revolucionaria fundada en Berlín, en diciembre
de 1922).
CGT: Confédération Générale du Travail, de Francia.
CN: Comité Nacional.
CN del T: Confederación Nacional del Trabajo.
CNT: Confederación Nacional del Trabajo.
Com. Nal.: Comité Nacional.
Com. Reg.: Comité Regional.
CPP: Comité Pro Presos.
CR: Comité Regional.
CRT: Confederación Regional del Trabajo.
CSR: Comités Sindicalistas Revolucionarios.
FAI: Federación Anarquista Ibérica.
FNOA: Federación Nacional de Obreros Agricultores.
FORA: Federación Obrera Regional Argentina.
FRE: Federación Regional Española, de la I Internacional.
FRESR: Federación Regional Española de Sociedades de
Resistencia.
FSORE: Federación de Sociedades Obreras de la Región
Española.
FTRE: Federación de Trabajadores de la Región Española.
GA: Grupos Anarquistas.
GGAA: Grupos Anarquistas.
IC: Internacional Comunista, o III Internacional («Komintern»).
IRS: Instituto de Reformas Sociales.
ISR: Internacional Sindical Roja («Profintern»).
PCE: Partido Comunista Español.
PCE: Partido Comunista de España.
PCO: Partido Comunista Obrero.
PSOE: Partido Socialista Obrero Español.
SO: Solidaridad Obrera (Confederación sindical catalana).
«Solidaridad Obrera» (periódico portavoz de SO, primero, y
de la CNT, después).
UGT: Unión General de Trabajadores.
ULSOB: Unión Local de Sociedades Obreras de Barcelona.
PRIMERA PARTE

HISTORIA Y PENSAMIENTO
CAPÍTULO I

EL PROCESO DE FORMACION IDEOLÓGICA

Una de las preocupaciones fundamentales de muchos de los


historiadores de los movimientos sociales en España es el
hallar una respuesta al por qué del arraigo del anarquismo en
este país. Sobre todo en el período que va hasta bien entrado
el primer cuarto del siglo XX. Sin embargo, el mero hecho de
plantearse tal cuestión implica ya una cierta dosis de
confusionismo que puede oscurecer un tanto la respuesta a tal
problema. La confusión parte principalmente de la pretensión
de considerar al movimiento obrero de inspiración libertaria
como un movimiento exclusivamente anarquista, sin entrar en
mayores detalles sobre el real contenido del citado
movimiento.

La verdad es que desde que, en junio de 1870, se funda en


Barcelona la Federación Regional Española de la AIT, el
movimiento obrero español va a seguir una vida bastante
sinuosa, llena de oscilaciones, pero sobre todo en el aspecto
ideológico. La escisión de la Primera Internacional entre
bakuninistas y marxistas, que tuvo un inmediato reflejo en
España, va a traer una primera delimitación de campos
ideológicos y una consiguiente profundización en el aspecto
teórico en ambos sectores del movimiento obrero español.

Los marxistas, expulsados de la FRE por su Consejo Federal


en julio de 1872, fundan en Madrid la Nueva Federación
madrileña, que es el núcleo inicial del cual nacerá, en 1879, el
PSOE y, en 1888, la UGT.

Por su parte, los bakuninistas seguirán una trayectoria mucho


más accidentada, donde las oscilaciones van a ser muy
superiores, tanto en el sentido ascendente como en el
descendente. La FRE es disuelta en febrero de 1881 1 de
manera oficial, aunque en la práctica venía sufriendo una gran
fragmentación y divisiones internas que hacían que ésta no
existiese ya como tal organización nacional desde hacía algún
tiempo. Con la subida de Sagasta al poder y la posibilidad de un
mayor ámbito de libertad de acción, los internacionalistas
intentan de nuevo la creación de una federación nacional
obrera, intento que tendrá su culminación en septiembre del
mismo 1881 con la creación de la FTRE2. Sin embargo, había
pasado aún muy poco tiempo desde la desaparición de la
primera FRE y las causas de la desaparición de ésta no estaban
aún conjuradas; por el contrario, la nueva Federación va a
nacer con nuevos motivos de disensión interna que van a ser la
causa de su desaparición, al igual que había ocurrido con la
FRE. Las diferencias entre el muy atrasado y milenarista
campesinado andaluz y el ya evolucionado proletariado
catalán, así como la polémica entre los colectivistas y los

1 Tras la Conferencia Regional de Barcelona, del 6 al 9 de febrero.


2 En un Congreso celebrado en Barcelona, los días 23, 24 y 25 de septiembre, al que
asistieron unas 162 organizaciones de la antigua FRE.
anarco-comunistas y, fundamentalmente, la represión que
siguió a los sucesos de la Mano Negra, se encargaron de acabar
definitivamente con la sección española de la Primera
Internacional. Después, sólo aisladamente, algunas
organizaciones establecieron entre sí, a partir de 1886, Pactos
de Unión y Solidaridad, que morían pronto en el olvido, pero,
fundamentalmente, a causa de la obsesión antiorgánica que
tenían los sectores anarquistas dominantes durante todo este
primer período, empeñados en anteponer la idea a la
organización 3. Hasta la aparición de la CNT, el movimiento
obrero libertario no volverá ya a tener una consolidación
orgánica de ámbito nacional, salvo el corto intervalo de tiempo
cubierto por la Federación de Sociedades Obreras de la Región
Española 4 , todavía muy influenciada por los principios y
tácticas de la vieja Sección española de la Primera
Internacional.

Esta primera etapa del movimiento obrero libertario viene


caracterizada precisamente por el predominio anarquista en
sus medios. Anarquismo que estaba aún muy cercano de sus
más puras esencias individualistas originales, lo que hacía
bastante difícil conjugar la «idea» con la práctica societaria
profesionalista. De cualquier manera, su influencia fue muy
grande y, sobre todo, no se puede olvidar que el éxito y la
extensión de la Primera Internacional en España se debió
fundamentalmente a los «predicadores de la idea» que
incansablemente recorrían la geografía española agrupando a

3 M. BUENACASA, «El movimiento obrero español, 1886-1926», París, 1966, p. 41.


4 Fundada en un Congreso celebrado en Madrid, en el mes de octubre de 1900, se
extingue definitivamente hacia 1907.
los trabajadores en pos de su liberación. Sin embargo, a la
larga, el movimiento fracasó.

No es el objeto de este trabajo el entrar en el estudio de las


causas de este fracaso, sin embargo, sí conviene que se hagan
algunas puntualizaciones al respecto, dado que ello nos va a
servir como punto de referencia para nuestro análisis.

Por de pronto, como ya dijimos antes, el movimiento obrero


de tendencia libertaria, no es en su origen —aún tras la
escisión del sector marxista de la Internacional, que determinó
una mayor libertad de acción e influencia de los anarquistas en
el medio obrero— un movimiento puramente anarquista; en
realidad, en la medida en que fue acentuando su definición
anarquista, no sólo en el aspecto teórico, sino en el práctico,
organizativo y táctico, el movimiento fue perdiendo su
cohesión interna, disgregándose orgánicamente, hasta
desaparecer como tal, quedando sólo aisladas organizaciones
de resistencia al capital apenas unidas entre sí —y no todas—
por meros pactos de solidaridad. Sería ya un poco más
complicado analizar cuál fue la causa y cuál el efecto; es decir,
hasta qué punto las doctrinas anarquistas entraron en colisión
con la cierta rigidez que exige la estructuración orgánica de un
movimiento de tipo sindical, ocasionando su disgregación; o
hasta qué punto el propio proceso de desintegración del
movimiento —por los más diversos motivos— determinó el
predominio de las ideas anarquistas en su seno. Lo que es
obvio es que ambos fenómenos se dan unidos, y esto es algo
que volveremos a ver más tarde.

Dicho de otra manera, el espontaneísmo típico de las


concepciones anarquistas, la confianza en la actuación libre y
espontánea de las masas, implicaba no solamente la negación
de todo dirigismo coercitivo, la negación de la existencia de
estructuras rígidas encuadradoras de la movilización del
pueblo, sino que implicaba también la negación de cualquier
línea fija de acción, la negación de la existencia de tácticas y
programas preconcebidos que limitasen el marco de
posibilidades de actuación en pos del bien perseguido. Ello iba
necesariamente en contra de toda predeterminada línea de
actuación e impedía que las sociedades obreras tuvieran un
campo de acción perfectamente delimitado, con unas tácticas
a seguir adecuadas al mismo. Por el contrario, las sociedades
obreras apenas distinguían en su actuación los contenidos
políticos de los puramente profesionales y las tácticas que se
seguían no eran sino una proyección de este confusionismo
(huelgas, insurrecciones, levantamientos, etc., aparecen
entremezclados constantemente). Por otra parte, el
antidirigismo revolucionario, puramente teórico, estaba en la
práctica en franca contradicción con la existencia de las
minorías revolucionarias organizadas dentro del movimiento
obrero, cuyo papel había defendido el propio Bakunin. La
Alianza de la Democracia Socialista, cuya denuncia ocasionó la
expulsión de los marxistas de la FRE, fue un buen ejemplo de
ello, como lo sería posteriormente la FAI.

Pero, además, la creencia en la acción espontánea de las


masas implicaba la creencia en la autonomía de éstas para
organizarse y defender libremente sus intereses, y, desde
luego, la concepción federal de cualquier tipo de organización.
(«La libre federación de libres asociaciones obreras agrícolas e
industriales» 5.) La exacerbación de este principio llevó pronto a
la negación de la utilidad de la misma organización, bajo la idea
de que la solidaridad sustituía con creces a la misma; por otra
parte, la organización, por propia definición, implicaba un claro
peligro de autoridad, lo cual es la antiesencia de todo el
anarquismo. Pero, sobre todo, ya al final del período, la
organización obrera había demostrado su fracaso (?), lo que
era el argumento definitivo en su contra.

Bien es verdad que todo lo dicho es excesivamente


esquemático y habría que hacer innumerables precisiones al
respecto; pero, desde luego, no por ello deja de ser una
perspectiva bastante cercana de lo que en realidad sucedió en
el plano ideológico y que tuvo una influencia decisiva en la
marcha del movimiento obrero de tendencia libertaria.

Ahora bien, no sólo fueron éstas las causas de su fracaso, y


quizá la causa fundamental del mismo haya que ir a buscarla en
la situación política y social que atravesó España durante aquel
período. En este aspecto, aparte de los errores tácticos, las
persecuciones sangrientas, etc., la causa fundamental quizá
fuese el reducido desarrollo industrial del país, y, como
consecuencia de ello, el excesivo peso del sector agrario,
—movido aún por resortes muy primitivos, dada su situación
de extrema miseria—, dentro de la organización, no sólo en las
áreas campesinas, sino en las zonas más desarrolladas; y el tipo
de industria existente, donde abundaba el pequeño taller de
tipo familiar. Elementos todos ellos poco adecuados para el

5 Según la declaración de la Conferencia de Valencia de la FRE (8-10 de septiembre,


1871).
desarrollo de un movimiento de tipo sindical, que tiene su
medio ideal en las grandes concentraciones obreras de zonas
industrializadas 6.

Así, al plantearnos el nacimiento del moderno sindicalismo


revolucionario y la consolidación orgánica del mismo que
supone la creación de la CNT, es necesario realizar antes una
pequeña consideración de cuáles son las circunstancias que
van a favorecer este surgimiento, que parte de las cenizas de la
Primera Internacional en España.

6 Buen ejemplo de ello puede ser el hecho de que la UGT, con línea ideológica y tácticas
totalmente diferentes, contase en marzo de 1904 solamente con 352 secciones y 59.900
afiliados (Anuario estadístico de España, Año XVI, 1930, p. 524).
I. LOS SUPUESTOS CONFORMADORES MATERIALES

1. La coyuntura económico-política

Tras la grave crisis, tanto política como económica, que


supuso el desastre del 98, con la pérdida de importantes
mercados para la producción nacional, a principios de siglo se
había iniciado ya un lento proceso de recuperación económica,
que se culminará con el auge producido por la neutralidad
española durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918),
período durante el cual se producirá una enorme capitalización
que afectará a los más diversos sectores de la industria y el
comercio nacional.

Este proceso de recuperación, todavía objeto de crisis, no


sólo llevó aparejado un mayor desarrollo de la industria
nacional, sino un proceso de concentración industrial que
afectó principalmente a la industria siderometalúrgica, en el
norte y en el centro del país, y a la industria textil y lanera en
Cataluña; pero también a las químicas, etc., protegidas por los
aranceles proteccionistas adoptados por los gobiernos Silvela y
Maura desde principios de siglo.

Paralelamente a este proceso de concentración industrial, se


produce, a partir de mediados del siglo pasado, un proceso
emigratorio que afecta profundamente a la demografía del
país 7 . Este proceso emigratorio no sólo se dirigió hacia
América, a donde se fue el mayor número de emigrantes, sino
que, desde principios de siglo, se nota ya una clara corriente de
migración interna, que lleva a las zonas más desarrolladas del
país y, en general, a las ciudades, a grandes masas de gente,
viendo estas zonas incrementada su población de una manera
progresiva a costa de las zonas agrícolas, que sufrían, aparte de
un excedente de población, una grave y casi consustancial
crisis. 8

En 1910 el porcentaje de personas nacidas en provincias


distintas de donde fueron censadas era en Madrid del 38,7; en
Barcelona del 26,2 y en Vizcaya del 26,0 9.

Así, por ejemplo, la población obrera de Madrid en el año


1903 asciende ya a 97.113 personas (sin contar el resto de la
provincia), y los gremios que ocupaban a la mayor parte de
ellas eran los de la edificación, con 15.478; vestir y limpieza,

7 Según VICENS VIVES, de 1882 a 1914 el país perdió por el conducto emigratorio cerca
de un millón de habitantes, equivalentes a la tercera parte del incremento nacional. España
tenía en 1900 algo más de dieciocho millones y medio de habitantes. («Historia social y
económica de España y América», vol. V, Barcelona, 1972, p. 25).
8 Las zonas de mayor índice emigratorio coincidían con las zonas de mayor índice de
crecimiento vegetativo y de subdesarrollo. Ver VICENS VIVES, op. cit., p. 30; A.
MARVAUD, «La cuestión social en España», Madrid, 1975, p. 426. Sin embargo, aún en
1910, el sector campesinado aventajaba con gran diferencia los otros sectores económicos,
lo cual dice mucho de lo débil del desarrollo industrial de aquella época. Para 1910, el
sector agrario ocupaba el 66 por 100 de la población activa, mientras que el industrial el
15,82 por 100 y el de servicios el 18,18 por 100 (M. TUÑÓN DE LARA «El movimiento
obrero en la historia de España», Madrid, 1972, p. 371).
9 J. NADAL, «La población española (siglos XVI a XX)», Barcelona, 1966, p. 190. Según
J. ROMERO MAURA («La Rosa de Fuego. El obrerismo barcelonés de 1899 a 1909»,
Barcelona, 1974, p. 554) este porcentaje era en Barcelona de 28,9 por 100 en 1900 y de
31,5 por 100 en 1910.
con 29.766; transporte, 11.816; mientras que la industria
metalúrgica, la química y la textil ocupaban solamente a 4.602,
2.655 y 1.143 personas respectivamente 10. En Barcelona el
proceso de industrialización estaba aún más desarrollado, y,
según el Anuario Estadístico de la Ciudad de Barcelona, de
1905, sobre una población total de 600.000 habitantes,
contaba con 144.788 obreros, de los que 26.999 trabajaban en
la industria textil, 15.229 en la construcción, 8.943 en la
metalúrgica y 6.183 en la química (incluyendo la papelera),
siendo los gremios más numerosos, aparte de los ya citados,
ropa y limpieza, con 20.479 y transporte, con 22.327. 11

En lo que se refiere a Vizcaya, el porcentaje de crecimiento


de su población, paralelo al de su desarrollo industrial, es
también muy elevado desde finales del siglo pasado,
calculándose en 60.000 las personas inmigradas en los últimos
veinte años del siglo XIX. En 1900 había 42.738 obreros
censados en la industria, de los que 22.000 trabajaban en la
metalurgia 12 , además de los 13.000 mineros, de los que
—según Lucas Mallada— «apenas llegan a 3.000 los que son
naturales del Señorío, procediendo de Galicia y de las
provincias de Palencia y Zamora unos 6.000 y de las demás de
España los otros 4.000»13.

10 De la «Memoria acerca del estado de la provincia de Madrid en el año 1903»,


Madrid, 1907, en MARVAUD, op. cit., p. 409.
11 MARVAUD, op. cit., p. 402-404. La población total de España era por entonces de
18.753.206 personas.
12 JUAN P. FUSI, «Política obrera en el País Vasco 1880-1923», Madrid, 1975, p. 33.
13 Dirección General de Agricultura, Minas y Montes, «Informe relativo atestado
económico y situación de los obreros de las minas y fábricas metalúrgicas de España y
organismos de protección instituidos en beneficio de los mismos», Madrid, 1911, p. 90.
Más o menos lo mismo puede decirse de Asturias, donde su
cuenca minera atrae a gran número de trabajadores de otras
zonas del Estado, así como su creciente industria siderúrgica.
Municipios como los de Oviedo, Gijón, Avilés, o la zona de
Mieres, multiplicaron la densidad de su población, pasando de
una densidad aproximada de 200, 180, 300 y 100 habitantes
por kilómetro cuadrado, en 1877, a casi unos 600, 300, 500 y
300 respectivamente, en 1920. 14

En definitiva, según el Censo del año 1900, España contaba


con una población activa de 6.620.858 personas, de las que
120.639 trabajaban en la industria textil, 53.618 en la
metalurgia, 10.015 en la química, 235.950 en la edificación, y
69.825 en la minería; lo que deja bastante claro el alto
porcentaje que de esta población activa absorbían ya las zonas
citadas, que estaban a la cabeza del desarrollo industrial del
Estado.

Pero, el proceso de desarrollo y concentración industrial no


sólo provocó el aumento enorme del número de personas
ocupadas en este sector, sino que provocó también su
concentración en los núcleos urbanos.

Con lo cual, no sólo se estaba aumentando el número, sino


que se estaba concentrando al proletariado en las zonas
industriales. Ya en 1910, sobre una población activa de
7.091.321 personas, 1.121.777 trabajaban en el sector
secundario, es decir, el 15,82 por 100, pasando a ser en 1920 el

Citado por J. P. Fusi, op. cit., p. 31-32.


14 CONCEPCIÓN M. CRIADO, «La estructura demográfica de Asturias (1860-1970)».
Citado por D. Ruiz, «Asturias contemporánea (1808-1936)», Madrid, 1975, p. 112113.
21,90 por 100, es decir, 1.649.134 personas, sobre una
población activa total de 7.516.232 15.

Como es claro suponer, este contingente migratorio va a


llevar a las zonas industriales una numerosa y muy barata
mano de obra, que facilitará inmensamente las posibilidades
de contratación y el enriquecimiento de los empresarios
industriales. A estas consecuencias hay que añadir, además, las
lógicas del aumento de los precios y el descenso del poder
adquisitivo de los salarios, lo que hacía la situación del obrero
de esta época francamente angustiosa 16 . Así, mientras los
salarios se elevaron, entre 1856 y 1904, una media de 11,16
pesetas, para ese mismo período los precios de los productos
alimenticios se habrían elevado una media de 22,08 pesetas17;
y a ello habría que añadir el elevado precio de los alquileres,
etc.

Además, las jornadas de trabajo durante todo este período


no estaban a tono con lo exiguo de los salarios; por el
contrario, pocos eran los obreros privilegiados que gozaban de
una jornada de ocho horas diarias. Estas variaban bastante,

15 Instituto de Cultura Hispánica, «La población activa española de 1900 a 1957»,


Madrid, 1957.
16 Según los cálculos hechos por G. LÓPEZ en «La Publicidad» de Barcelona en 1901
sobre los precios de los productos alimenticios de primera necesidad, una familia de cuatro
miembros venía a necesitar para su sustento en Barcelona unas 5,56 ptas./día (citado por
MARVAUD, op. cit., p. 406). Sin embargo, el salario medio de un, obrero manual, varón,
era de unas 3,62 ptas./día (calculado sobre los salarios por oficio ofrecidos por el «Anuario
estadístico de la ciudad de Barcelona, 1905»). Así, aunque la estimación de G. LÓPEZ me
parece un poco elevada, es, de cualquier manera, bastante indicativa.
17 Estimación hecha sobre la subida real efectuada por el precio de 17 productos
alimenticios básicos en el período 1893-1903, contando con que la progresión hubiese
sido lineal.
según el gremio y las zonas, pero iban desde las ocho horas
que trabajaban los canteros de Madrid, los albañiles y
ebanistas de Valencia, o los mineros de Linares y La Carolina, a
las doce horas, o, incluso catorce, que trabajaban los
panaderos, cocheros, etc. 18. En Madrid, en 1903, la jornada
laboral iba desde las ocho horas que trabajaban los ya citados
canteros, o los empedradores, marmolistas, poceros,
escultores y decoradores, a las diecisiete horas que trabajaban
los panaderos19.

Toda esta serie de circunstancias, aglomeraciones obreras en


los núcleos urbanos, penosa situación material del obrero, van
a crear la base necesaria para el desarrollo de un nuevo
movimiento obrero que adquirirá, como veremos más tarde,
matices muy diferentes de los del existente durante la segunda
mitad del siglo pasado.

Pero, aún hay que hablar de toda una serie de circunstancias


de tipo político que van a coadyuvar a que esta transformación
del contenido ideológico del movimiento obrero de tendencia
libertaria se produjese. Sin embargo, no vamos a entrar en
ellas con mucho detalle, dado que ello excede un tanto del
objetivo que este trabajo se ha delimitado.

En primer lugar, cabría precisar que la corriente antiorgánica


del anarquismo —el anarco-comunismo—, que se consolida en

18 M. TUÑÓN DE LARA, op. cit., p. 389-390. Sobre la situación material en la que se


desenvolvía la vida del obrero existen muy buenas descripciones, tanto de la época como
recientes. Véase por ejemplo, J. ROMERO MAURA, op. cit., pp. 128 y ss.
19 «Memoria acerca del estado de la provincia de Madrid en el año 1903», Madrid,
1907. Citado en A. MARVAUD, op. cit., p. 409.
el movimiento obrero a partir de la Conferencia de Valencia, de
septiembre de 1888, en la que se disuelve la FTRE, no extingue
su influencia en el mismo, sino hasta bien entrada la primera
década del presente siglo. Ello es importante porque trae
consigo, entre otras, las siguientes consecuencias:

a) La desorganización del movimiento obrero, en el sentido


de que la gran confederación de sociedades de resistencia es
sustituida por el mero pacto de solidaridad entre ellas. A partir
de la muerte de la FTRE, las sociedades de resistencia al capital
no volverán a constituir una organización de tipo nacional
importante hasta la creación de la propia CNT. Pero no sólo a
ese nivel, sino que en el mismo nivel local, las sociedades de
resistencia se encuentran desunidas y actúan prácticamente en
solitario. Además, el número de sus miembros ha decaído y
muchas dejan de existir.

b) Surge una desconfianza mutua entre el anarquismo y el


movimiento obrero. El primero pone en primer lugar el papel
revolucionario de las minorías revolucionarias concienciadas e
infravalora el papel de las sociedades de resistencia, que no
son más —en su concepción— que un elemento de los muchos
a utilizar en la revolución. Las segundas se alejan del
anarquismo porque éste demuestra gran indiferencia por el
mejoramiento material inmediato, al que considera
adormecedor, y porque su propia actividad revolucionaria lleva
a una utilización táctica de las mismas, contraria a su propia
esencia.

De ello se deriva, por una parte, un renacer de la acción


individual anarquista, que se traduce en atentados, etc., y la
limitación de la actuación anarquista, en general, al marco de
los grupos de afinidad y al desarrollo de las polémicas teóricas,
etc.; y, por otra, la pérdida de influencia del anarquismo en las
sociedades obreras y la aparición de otras totalmente
independientes.

c) El desarrollo de la actividad puramente reivindicativa de


las sociedades obreras que, ahora sí, entran por una vía
puramente sindical, tanto táctica como ideológicamente.

d) La influencia en el medio obrero de otras ideologías de


carácter político.

Y es precisamente en este punto último en el que cabe


insistir aquí. El desarrollo de la conciencia reivindicativa en el
medio obrero, a lo que colaboran decisivamente las
circunstancias a las que antes nos referimos, va a provocar a
principios de siglo dos movimientos de carácter general que
van a tener una influencia decisiva en el desarrollo del
sindicalismo español. Me refiero a las huelgas generales de
1901 y de 1902. Estos conflictos, aunque con un origen
fundamentalmente reivindicativo, van a estar totalmente
inspirados y dirigidos por los anarquistas, que no dudaron en
darles a los mismos el carácter consabidamente revolucionario
que inspiraba todas sus actuaciones 20. El fracaso de estos
conflictos, sobre todo de la huelga general de 1902, va a
suponer la definitiva pérdida de influencia del anarquismo en el
movimiento obrero. Mejor dicho, del tipo de anarquismo que
hasta entonces ejercía su predominio —el

20 Sobre la importancia de la huelga de 1902, vid. ALFONSO COLODRÓN «La huelga


general de Barcelona de 1902», en «Revista de Trabajo», núm. 33, 1971.
anarco-comunismo—. El período que va de 1902 a 1907 —en
que surge Solidaridad Obrera— lo emplearán muchos
anarquistas en reconsiderar sus tácticas; y la influencia del
sindicalismo revolucionario francés será un factor decisivo, no
sólo en la formación de los nuevos militantes obreros, sino en
la reconversión de las tácticas viejas del anarco-comunismo. Ya
veremos esto con más detalle con posterioridad.

Este fracaso determinó, por una parte, la extinción casi total


de la actividad societaria, de la que empezarán a recobrarse las
sociedades obreras unos años más tarde, y, por otra,
paralelamente a la pérdida de la influencia anarquista, la
creciente influencia de otras corrientes de tipo político.

Así, en mayo de 1901, Lerroux sería elegido diputado por


Barcelona, obteniendo más votos que el viejo Pi i Margall,
persona de enorme prestigio en los medios obreros y
anarquistas (5.426 contra 5.232), iniciando un largo período de
lucha política por atraerse a las masas obreras catalanas a sus
planteamientos radicales, que tendrá su culminación en los
sucesos de la denominada Semana Trágica de Barcelona, en
1909.

El papel político de Lerroux y la influencia que éste llegó a


tener en los medios obreros ha sido frecuentemente objeto de
infravaloraron, cosa que no es del todo válida cuando se
conocen los efectos reales de esta influencia. El programa
lerrouxista tenía demasiadas cosas que sonaban
profundamente en los oídos de los obreros catalanes para que
éstos se sintieran totalmente ajenos a él. No hay que olvidar
que los planteamientos radicales de Lerroux no disentían
mucho, en cuanto a su contenido revolucionario se refiere
—demagogias aparte—, de lo que venían ofreciendo los
apóstoles del anarquismo desde hacía bastante tiempo. La
diferencia estribaba en el medio. Lerroux ofrecía la vía política,
algo que los obreros influenciados por el anarquismo no habían
aún tanteado; ofrecía «acción revolucionaria dentro y fuera del
Parlamento»; y no hay que olvidar que todas las viejas
promesas anarquistas a este respecto no habían quedado más
que en frustrados intentos21.

La influencia del lerrouxismo en las sociedades obreras fue,


pues, bastante apreciable 22, en el período que sigue a las
elecciones de 1901, en que Lerroux es elegido diputado por
Barcelona, y las elecciones de 1903, en las que confirma su
escaño, que vuelve a alcanzar en 1908. Y esta influencia entre
los obreros catalanes no comenzará a decaer sino con el

21 El programa electoral presentado por Lerroux a las elecciones de 1901 venía a


decir: «... No tengo programa porque no caben mis aspiraciones en ninguno de los
conocidos, pero he aquí cuáles son mis propósitos: Acción revolucionaria dentro y fuera
del Parlamento, para reaccionar el espíritu público, concordar las tendencias radicales de
las masas populares, encauzarlas hacia el fin de una profunda transformación social,
intentando realizar: (...) En lo social: (...), sustraer en lo posible el trabajo a la explotación
del capital (...), suprimir toda tributación impuesta al jornalero, establecer oficialmente la
jornada de ocho horas cada día y cuarenta y ocho cada semana, proteger al proletariado en
sus luchas por la propia emancipación (...), ser su verbo y mandatario en las Cortes. Y
fuera del Parlamento consagrar mis energías a fomentar las organizaciones obreras y a
procurar la reconstrucción y agrupación de las fuerzas democráticas, en un gran partido
republicano, radical en lo político, socialista en lo económico, revolucionario en todas las
manifestaciones de su vida, más atento a captar voluntades y a formar conciencias que a
conquistar el poder». (Citado en ROMERO MAURA, op. cit., p. 120.)
22 El propio Lerroux había conseguido la cooperación personal de algunos destacados
anarquistas, como Clariá, o Tomás Herreros, que dirigieron los talleres de «El Progreso»
(vid. X. CUADRAT «Socialismo y anarquismo en Cataluña. Los orígenes de la CNT»,
Madrid, 1976; J. C. ULLMAN «La Semana Trágica», Barcelona, 1972; y ROMERO MAURA,
op. cit., sobre este tema).
surgimiento y extensión del sindicalismo revolucionario, la
revitalización de las sociedades obreras —a partir de ese
momento, sindicatos—, y, en definitiva, con la constitución de
Solidaridad Obrera y, tras los sucesos de 1909, con la creación
de la CNT23.

Así, una de las primeras grandes batallas que el nuevo


sindicalismo revolucionario tuvo que desarrollar fue la lucha
contra esta influencia, y lograr arrancar a las masas obreras
asociadas de la participación en la política en base a sus
propias sociedades de resistencia; en este caso, de la peor de
las políticas, la política de la demagogia obrerista de Lerroux.
Los enfrentamientos fueron frecuentes, pero de ellos iba a salir
poco a poco triunfante la nueva tendencia sindicalista.

Otro de los motivos del éxito del lerrouxismo entre los


medios obreros radica en que se presentaba como la única
alternativa de izquierda, frente a la reacción y el caciquismo
monárquico y frente a la derecha regionalista, que era para
Lerroux, y así lo presentaba a los obreros, el peor enemigo que
los trabajadores tenían. El parangón regionalismo igual a
reacción es algo que quedó ya para bastante tiempo fijo en las
mentes de los obreros y que el descrédito posterior adquirido
por el lerrouxismo no pudo arrancar del todo de sus
programas, sobre todo en el sector anarcosindicalista que,

23 El propio JOSÉ NEGRE, que fue el primer secretario general de la CNT reconocería
esta influencia del lerrouxismo en las sociedades obreras en ese período, diciendo que el
«partido Lerrouxista estaba encastillado sagaz e hipócritamente en las mismas sociedades
obreras», y que «tenía la pretensión de apoderarse de la Federación Local Solidaridad
Obrera y que afirmó por boca del pirata de la política Emiliano Iglesias que, o la
Federación Obrera se domiciliaba en la Casa del Pueblo, o desaparecería» («Recuerdos de
un viejo militante», s.l., s.f., p. 11).
curiosamente, era el sector menos influenciado por tal
corriente. Todo ello prescindiendo de entrar a analizar lo que
de realidad había, al menos en aquel tiempo, en tal
equiparación. De hecho, cuando se funda Solidaridad Obrera,
adopta esta denominación como respuesta a la coalición
catalanista «Solidaritat Catalana», que, creada en 1906, reunía
a un amplio sector de fuerzas políticas con vistas a las
elecciones de ese mismo año24.

Desde otro punto de vista, la situación política desde


principios de siglo mejora palpablemente para el movimiento
obrero y la permisibilidad es notablemente superior con
respecto a períodos anteriores, lo cual no deja de ser un factor
más que influye decisivamente en el desarrollo de este
movimiento sindical, y en la adquisición de nuevos matices
mucho más profesionalistas y reivindicativos que
revolucionarios. No cabe la menor duda de que la mayor
comprensión y permisibilidad en este terreno va a hacer
desaparecer del movimiento obrero libertario gran parte de la
violencia que antes implicaba necesariamente la reivindicación
profesional.

En este sentido, hay que destacar hitos como los que supone
el reconocimiento general del derecho de huelga, por una

24 Ello no quiere decir, por supuesto, que Solidaridad Obrera fuese creada
específicamente contra el catalanismo (vid. en X. CUADRAT, op. cit., p. 187, declaraciones
de B. Matamala en este sentido), sino que la creación de la misma parte de la idea de la
necesidad de una acción coordinada en defensa de los obreros. Pero su denominación
implica un algo de respuesta al otro sector «burgués». Dice JOSÉ NEGRE, refiriéndose a
esto: «Este movimiento solidario entre las fuerzas político-burguesas catalanas [se refiere
a Solidaritat Catalana] sugirió a algunos elementos obreros la idea de originar otro
movimiento solidario entre los trabajadores, constituyendo la Federación Local
Solidaridad Obrera» (op. cit., p. 7).
circular de la Fiscalía del Tribunal Supremo de 20 de junio de
1902; la creación de los Consejos Provinciales y Locales de
Reformas Sociales, con la función de intervenir en los conflictos
obreros, en marzo de 1903; la creación del Instituto de
Reformas Sociales, en abril de 1903; y toda una legislación
laboral tendente a mejorar la situación del obrero, que, aunque
pueda hoy parecemos muy insuficiente —de hecho lo era—, no
dejó de suponer un importante paso adelante en el
mejoramiento de esta situación; como la Ley de accidentes de
trabajo y la que regula el trabajo de las mujeres y de los niños,
de enero y marzo de 1900 respectivamente, el establecimiento
obligatorio del descanso dominical, en marzo de 1906, etc.

2. La situación orgánica de la clase trabajadora.

Solidaridad Obrera

Todo este conjunto de circunstancias precedentemente


citadas: el desarrollo y la concentración industrial, que
determina el crecimiento cuantitativo y la concentración del
proletariado en los núcleos industriales; las ínfimas condiciones
de trabajo y salario, que determinan la pauperización
económica de la familia obrera; las circunstancias políticas
relativamente más favorables al mundo obrero, con actitudes
gubernamentales no sólo más permisibles, sino, incluso, en
algunos aspectos, proteccionistas; la movilización política que
supone la existencia de partidos políticos que se dirigen
primordialmente a la clase trabajadora, proponiéndose como
los auténticos portadores de sus intereses, etc., no podía
menos que favorecer el desarrollo de un nuevo tipo de
movimiento obrero, caracterizado por una nueva modalidad de
acción y por una readaptación de las estructuras orgánicas
propias a la misma. Esta nueva modalidad de acción va a ser el
sindicalismo y su estructura orgánica básica va a ser el
Sindicato.

Centrándonos ahora en Cataluña, y más concretamente en


Barcelona, zona donde va a tener su cuna el movimiento
objeto de nuestro estudio, vemos como, tras el fracaso de los
movimientos de 1901-1902 y la paralización societaria que les
siguió, hay hacia 1906 un lento resurgir de la actividad obrera
en lo que a afiliación se refiere. Así, una estadística realizada
por el Instituto de Reformas Sociales en noviembre de 1904, da
para Barcelona un total de 24.264 obreros asociados «para
mejorar las condiciones de trabajo» 25 sobre una población
obrera de unos 122.543 trabajadores (hombres y mujeres)26.
Pero lo mismo podría decirse de los otros grandes focos
productivos del país (Madrid, con 27.322 obreros asociados,
sobre una población obrera de 106.973) 27.

25 Estadística de las Asociaciones obreras elaborada por el Instituto de Reformas


Sociales (Asociaciones existentes al 1 de noviembre de 1904). Citado en A. MARVAUD,
op. cit., p. 427-428.
26 Esta cifra no incluye a los niños (el total, con ellos, sería de 144.788), que no solían
estar afiliados a las sociedades de resistencia. Datos del Anuario Estadístico de la ciudad
de Barcelona, 1905. Sin embargo, M. SASTRE, en «La Paz Social», mayo de 1909, p.
238-240, en su estadística de «Las sociedades obreras de resistencia de Barcelona» da para
diciembre de 1908 un número de 9.457 obreros asociados sobre un total de 77.640
trabajadores existentes en Barcelona, cifras que me parecen demasiado exiguas y que
deben referirse exclusivamente a la población masculina. Citado en A. MARVAUD, op. cit.,
p. 407-408.
27 Sorprende, sin embargo, el bajo nivel de asociación obrera de Vizcaya (6.097) en
comparación con otras zonas como Málaga (11.262), Valencia (10.637), Sevilla (7.125),
A este lento resurgir de las sociedades obreras no fue ajena
en absoluto la ya veterana UGT, que de 26.088 afiliados en
septiembre de 1900, pasó a 56.900 en marzo de 1904; sin
embargo, a partir de entonces, iniciaría un descenso del que
empezaría a recobrarse en septiembre de 1907 28. Y va a ser
precisamente entonces, coincidiendo con este descenso de la
afiliación a la UGT, cuando se va a desarrollar el movimiento
sindicalista revolucionario en Cataluña. Así, precisamente en
Cataluña, el descenso de la filiación ugetista a partir de 1904 es
particularmente notable: de un total de 5.250 afiliados en
marzo de ese año, pasa a 1.159 en junio de 1907 29. Ello, sin
embargo, no quiere decir necesariamente que este descenso
del número de afiliados a la UGT viniese determinado, sin más,
por el surgimiento de la nueva tendencia sindicalista
revolucionaria y por la fundación de la Federación Local —de
Barcelona— Solidaridad Obrera. Por el contrario, la causa
habría que buscarla más bien en otro lado. De cualquier
manera, cabe hacer constar también que por aquel entonces
muchas sociedades obreras se pasarían a Solidaridad Obrera, y,
en algunos casos llegaría a haber doble militancia, en UGT y en
SO.

Romero Maura encuentra la causa de esta debilidad

Alicante (9.054), de menor índice industrial. El dato de la población activa de Madrid


procede de la «Memoria acerca del estado de la provincia de Madrid en el año 1903»,
Madrid, 1907, citado en A. MARVAUD, op. cit., p. 409.
28 «Anuario estadístico de España, año XVI, 1930», Madrid, 1932, p. 524. Los datos
fueron suministrados por el secretario del Comité Nacional de la UGT, y ya habían
aparecido en «Unión Obrera», abril de 1909.
29 X. CUADRAT, op. cit., p. 129. Datos tomados de los «Rapport International sur le
Mouvement Syndical», publicados en Berlín en los años 1904, 1906, 1907 y 1908 por la
Secrétaire International des Centres Nationaux Syndicaux.
socialista en Cataluña en «la calidad del liderazgo socialista
barcelonés y acaso también en la misma exigüidad numérica de
los militantes» 30 . Sin embargo, la causa de esta debilidad
parece estar más bien en el ya citado éxito del lerrouxismo. Por
lo demás, el propio PSOE sufría también, por estas fechas, al
igual que la UGT, una crisis de afiliación en todo el país, lo que
haría pensar —siguiendo el argumento de Romero Maura— en
la culpabilidad de la dirección del Partido, como de la UGT, en
este descenso numérico, que en los medios oficiales del PSOE
se atribuía a la crisis de trabajo. Y no es que el lerrouxismo
viniese a llenar completamente el vacío que habían dejado los
anarquistas tras el fracaso de 1902, en el sentido de que los
obreros catalanes, que habían estado influenciados en su
mayoría por las teorías anarquistas, hubiesen renunciado de
manera absoluta a tales teorías, sino que, por el contrario,
muchas de estas concepciones estaban demasiado arraigadas
para que fuesen tan pronto olvidadas; y buena prueba de ello
es lo que sucedería después. Por lo que el lerrouxismo,
mediante su demagogia revolucionaria, lo único que supo y
tuvo que hacer fue recoger muchas de estas formulaciones
políticas que eran típicas del societarismo anarquista
(extremismo verbal, revolucionarismo, anticatalanismo...) y
añadirles, como ya vimos, la lucha política como medio para
conseguir esa finalidad, que era propiamente lo que más
echaban de menos las masas obreras, dado que el apoliticismo
anarquista y su fracaso habían producido una verdadera
sensación de inutilidad a los organismos obreros. Pero,
además, los radicales lerrouxistas realizarían también, hasta
cierto punto, una labor de contenido social que sería

30 J. ROMERO MAURA, op. cit., p. 267.


reconocida por los obreros catalanes; como sería la creación de
escuelas —que en 1908 eran cerca de cincuenta—, la creación
de las «casas del pueblo», etc... Y por ello no pudo cuajar el
socialismo. Porque, a pesar de ser un movimiento político, su
política moderada y parlamentarista no era precisamente lo
que las masas obreras catalanas podían asumir en aquel
momento, demasiado acostumbradas como estaban aún al
discurso anarquista.

En cualquier caso, lo que sí es cierto es que la UGT no logró


llenar ese hueco dejado por los anarquistas en las sociedades
obreras catalanas, y la corriente obrera derivó por otros cauces
bien diferentes. Sin embargo, como veremos más adelante, no
sería del todo ajeno el socialismo al nacimiento y desarrollo de
la nueva tendencia obrera que se materializaría en la
Federación Local Solidaridad Obrera.

Así, la Federación Local Solidaridad Obrera de Barcelona, de


sociedades de resistencia al capital, tiene su origen en el año
1907, a iniciativa de ciertos sectores del partido socialista,
precisamente31. Con respecto a la iniciativa de su creación diría

31 Podría pensarse que —como sostiene J. C. ULLMAN, op. cit., p. 192, o X.


CUADRAT, op. cit., pp. 159 y ss.— el origen de Solidaridad Obrera está en la Unión
Local de Sociedades Obreras de Barcelona que en el año 1904 constituyen algunos
sectores anarquistas en base a unas cuantas sociedades obreras contrarias a la UGT. Sin
embargo, no creo que esto pueda considerarse como un verdadero precedente de
Solidaridad Obrera, ni mucho menos que pueda llegar a decirse que Solidaridad Obrera es
una mera reorganización de la citada Unión Local de Sociedades Obreras de Barcelona
—idem, ops. cits., p. 192 y 160—. Por el contrario, estimo que esta Unión Local intentada
en 1904 no es sino el último coletazo de las fórmulas societarias al estilo de la fenecida
Primera Internacional. No hay que olvidar que la Federación de Sociedades Obreras de la
Región Española no se extingue sino en 1907 como el propio CUADRAT demuestra y
que, por lo tanto, por lo menos hasta 1905, fecha en que ya casi no da muestras de
existencia, deben considerarse en vigor en los medios societarios, aunque muy debilitadas
tras el fracaso de 1902, las fórmulas orgánicas del anarquismo societario.
José Negre, quien sería más tarde el primer secretario general
de la CNT:

«Este movimiento solidario entre las fuerzas político

Sin embargo, Solidaridad Obrera nace con un aire totalmente nuevo, promovida por
sectores que poco tenían que ver con aquellas viejas fórmulas societarias, o, por lo menos,
con su mente cambiada al respecto, tanto procedentes del sector libertario como del
socialista, y la ideología que la inspira es también diferente. Por lo que estimo que no hay
confusión en JOSÉ NEGRE cuando dice que los iniciadores de Solidaridad Obrera
pertenecían al partido socialista y que Solidaridad Obrera surgió en la mente de «algunos
elementos obreros», sugerida por el movimiento solidario establecido entre las «fuerzas
político-burguesas catalanas», denominado Solidaritat Catalana, y que cuando lo dice se
refiere obviamente a la Federación Local Solidaridad Obrera, creada en 1907 y no a la
Unión Local de Sociedades Obreras de 1904. Hay que pensar, pues, que la «Circular sobre
los acontecimientos de España» del Bureau Socialiste International, de 1910, citada en
este sentido por CUADRAT, está confundida en cuanto atribuye a 1904 la fundación de
Solidaridad Obrera, realizada obviamente con posterioridad a Solidaritat Catalana. Todo
lo cual no quiere decir que entre las sociedades formantes de SO no existieran sociedades o
militantes pertenecientes a la citada Unión Local; pero lo que está claro es que SO se crea
«ex novo» y bajo iniciativa diferente, y con un contenido diferente. Es difícil pensar que
fuesen los mismos socialistas los que creasen en 1904 una Unión Local radicalmente
contraria a la participación política, no ya de la organización —cosa comúnmente
admitida en el sindicalismo—, sino de sus militantes (vid. al respecto en «El Poble
Catalá», 21-IX-1906 un manifiesto de la ULSOB en este sentido). Por otra parte, cuando
Negre habla de que los socialistas «instaron a los compañeros dirigentes de las Sociedades
Obreras con raigambre anarquista para que se adhieran al movimiento iniciado», se refiere
precisamente a las sociedades obreras que estarían integradas —o no— en la ULSOB,
pero que eran de «raigambre anarquista». Por lo tanto, habría que suponer, o bien que la
ULSOB era socialista —como se deduciría de la cita de la «Circular» del Boureau
Socialiste International— y que en 1907 llama a su seno a las sociedades obreras
anarquistas, reconstruyéndose como SO; o bien que era de matiz anarquista y que
languidecía en su corta militancia, por lo que acepta el llamado de los socialistas para
constituir SO; o bien que la ULSOB estaba ya constituida desde el principio por socialistas
y anarquistas y que en 1907 decide reconstruirse como SO —como también podría
deducirse de la citada «Circular»—. A tenor de los hechos constatados, l.°) que existía una
Unión Local, formada en 1904, cuyo contenido es difícilmente socialista; 2.°) que SO, con
esta denominación, se crea en junio-agosto, 1907; 3.°) que el nombre lo adopta como
respuesta a la Solidaritat Catalana (creada en 1906); 4.°) que se constituye en base a
iniciativa socialista, quienes se dirigen a los anarquistas para que ingresen en ella; 5.°) que
en el contenido ideológico de SO noaparecen posiciones tan radicalmente antipolíticas que
no pudiesen ser ratificadas por los socialistas], la única posibilidad lógica es la segunda.
No puede pues retrotraerse a 1904, lo que sólo ocurrió en 1907.
burguesas catalanas [se refiere a la creación en 1906 de
Solidaritat Catalana] sugirió a algunos elementos obreros la
idea de originar otro movimiento solidario entre los
trabajadores, constituyendo la Federación Local Solidaridad
Obrera. Pero la iniciativa no lograba cuajar en el ambiente
societario, pues sus iniciadores eran considerados con
cierto recelo por los componentes de la mayoría de las
Sociedades Obreras, y las entidades adheridas eran muy
pocas y de mínima importancia en el movimiento societario
barcelonés.

En vista de ello, los ya dichos iniciadores, pertenecientes


al partido socialista, instaron a los compañeros dirigentes
de las Sociedades Obreras con raigambre anarquista para
que se adhirieran al movimiento iniciado, dando toda clase
de seguridades de que no se trataba de ninguna
organización tendenciosa ni de carácter partidista
determinado, y que en él cabían todos los obreros que
lucharan por su mejoramiento y emancipación de clase.

Ante este llamamiento los compañeros anarquistas


decidieron que las Sociedades Obreras que dirigían, hoy se
diría que controlaban, y pase la palabreja, mandaran sus
delegados a la naciente Federación Local» 32.

Es así como en junio de 1907 se inician las gestiones para dar


vida a una nueva Federación Local que reuniese al mayor
número de sociedades obreras posibde, para poder ofrecer un
frente coordinado de lucha en los enfrentamientos contra el

32 Op. cit., p. 7.
capital. Estas gestiones reunieron a socialistas y sindicalistas en
los locales de la Sociedad de Dependencia Mercantil de
Barcelona, sociedad que por entonces dirigía Antonio Badía
Matamala, quien era, a su vez, miembro de la dirección local
del PSOE 33. Sin embargo, en el momento de establecer estos
primeros contactos, no creo que sea muy correcto hacer una
distinción muy tajante de tendencias entre socialistas,
anarquistas y sindicalistas, dado que era su coincidencia en la
necesidad de la creación de un movimiento sindical amplio y
unitario, en pos de la mejora de la situación de la clase
trabajadora —sometida en aquellos momentos a una enorme
disgregación y confusión, en la que el lerrouxismo aparecía
como el verdadero y único valedor de los trabajadores—, lo
que les unía, y es en base a ese criterio como se decide la
creación de Solidaridad Obrera34.

Las gestiones dieron su resultado, y el 3 de agosto de 1907


quedaría formalmente constituida Solidaridad Obrera, como
federación local barcelonesa de sociedades de resistencia al
capital; y el 19 de octubre de 1907 aparecería ya el primer

33 Estas primeras reuniones juntaron a diversos obreros dirigentes hasta entonces poco
conocidos de las sociedades de resistencia, como el propio Badía, de Dependencia
Mercantil; Bruguera, de confiteros; Salvador Seguí, de pintores; Saví, de la metalurgia;
Sedó, de tipógrafos (MARÍA JOSÉ SIRERA «Obreros en Barcelona: 1900-1910», tesis de
licenciatura inédita, Barcelona, 1959, p. 95, citado en J. C. ULLMAN, op. cit., P- 193).
34 La importancia que el socialismo tiene en la fundación y vida de Solidaridad Obrera y
de su sucesora la CNT es absolutamente decisiva y constituye una parte sustancial del
movimiento. Cuando este trabajo estaba en vías de redacción fue editada la obra de
CUADRAT «Socialismo y anarquismo en Cataluña. Los orígenes de la CNT» que estudia
este tema muy documentadamente, completando trabajos que ya lo habían tratado con
anterioridad, como el de J. C. ULLMAN, O el de ROMERO MAURA, ops. cits.; por lo que no
vamos a entrar aquí en mayores detalles que serían reiterativos, bastándonos constatar este
importantepapel jugado por el socialismo catalán y remitiéndonos a los citados trabajos
para profundizar en los detalles del mismo.
número de su órgano en la prensa «Solidaridad Obrera», que,
junto con «El Socialista» y con «Mundo Obrero», más tarde,
será uno de los periódicos más importantes de la historia del
movimiento obrero de nuestro país.

Pero si en la aparición de SO es decisivo el papel jugado por


los socialistas catalanes 35 y por los sectores obreros de
influencia libertaria, a lo largo de su desarrollo enseguida
aparecerán otros sectores de diversa ideología que harán de la
organización un fiel reflejo del conjunto de tendencias que por
aquel entonces pretendían influir en el movimiento obrero.
Ello, por una parte, contribuyó al crecimiento cuantitativo de la
organización —que pasó pronto de 57 asociaciones adheridas
en un principio 36, a las 109 que estaban representadas en el
primer Congreso que celebró SO, en septiembre de 1908 37,
llegando a reunir a unos quince o veinte mil federados38— y al

35 Aparte de los ya citados, a lo largo de la vida de SO destacaría sobre manera por su


intervención la figura de Antonio Fabra Ribas; también la del tipógrafo Arturo Gas
Belenguer, del Arte de Imprimir.
36 ÁNGEL PESTAÑA, «Historia de las ideas y de las luchas sociales en España», en la
revista «Orto», de Valencia, artículo VI, noviembre, 1932.
37 Según PESTAÑA (op. cit., artículo XI, «Orto», núm. 14, abril, 1933), al Congreso
asistieron 130 delegados representando a 109 sociedades y varias FEDERACIoNES
locales. CUADRAT, op. cit., compulsando varias fuentes, da las cifras de 143 delegados de
113 sociedades y 5 FEDERACIoNES locales.
38 J. NEGRE, op. cit., p. 12. Por entonces la UGT de Cataluña contaba con 469 afiliados,
distribuidos en seis secciones, en Barcelona, y ninguno en las otras provincias («El
Socialista», 23, octubie, 1908). Cifras ridiculas, en cualquier caso, si tenemos en cuenta
que el número de trabajadores en la Barcelona de entonces era muy superior (de unos
200.000 según A. ROVIRA Y VIRGILI «La organización sindical catalana», en «La
Campana de Gracia», 9-1-1909; citado en CUADRAT, op. cit., pp. 231 y 194). Sin
embargo, Sastre da unas cifras mucho más reducidas: de unos 88.000 obreros de diferentes
oficios existentes en Barcelona en diciembre de 1908, sólo 9.457 se encontraban afiliados
a Sociedades de Resistencia (M. SASTRE, «Las sociedades obreras de resistencia de
Barcelona», en «La Paz Social», mayo, 1909. Citado en A. MARVAUD, op. cit., p. 407).
enriquecimiento del espectro ideológico de la misma, que
quedó formada, aparte de por una amplia masa de afiliados
independientes, por los sectores socialistas ya citados
—cuantitativamente muy reducidos, pero cualitativamente
muy importantes—, por los sindicalistas —los más
numerosos—, pero también por algunos sectores anarquistas y
asociaciones pertenecientes al republicano-radicalismo. Pero,
al mismo tiempo, la ampliación del ámbito de SO supuso la
aparición de los conflictos internos y, ya desde su inicio, la
lucha por el predominio dentro de la misma.

La influencia anarquista vino fundamentalmente a través de


las figuras señeras del anarquismo de entonces, en cierto
modo entusiasmadas por las nuevas tácticas que había
introducido en el mundo obrero el sindicalismo francés e
italiano, de los que eran buenos conocedores e, incluso,
introductores en España, como el veterano Anselmo Lorenzo o
el propio Ferrer Guardia. No obstante, la nueva tendencia del
movimiento obrero no convenció del todo a la totalidad de los
sectores anarquistas, perseverantes aún en las viejas tácticas
del anarco-comunismo, abundando las críticas hacia ella, del
mismo modo que la realización de actos individuales y
atentados terroristas, algunos bastante sonados39.

La influencia de Anselmo Lorenzo fue decisiva a la hora del


ingreso de los anarquistas en SO, él aconsejó claramente tal

39 Entre los sectores más opuestos a SO destaca el grupo que funcionaba alrededor del
periódico «El Rebelde», Teresa Claramut, Leopoldo Bonafulla, etc. Sobre el problema
terrorista, vid. nota 53. También ULLMAN, op. cit., pp. 178-188; CUADRAT, op. cit., pp.
209-221; ROMERO MAURA «Terrorism in Barcelona, 1904-1909», en «Past and Present»,
diciembre 1968, pp. 130-183.
ingreso, y no sólo, desde luego, desde un punto de vista
meramente teórico, es decir, por el convencimiento absoluto
de lo adecuado de la táctica sindical, sino porque consideraba
que las organizaciones obreras no podían ser dejadas en manos
de sectores reformistas y porque era necesario crear de nuevo
una organización revolucionaria capaz de oponerse a la política
seguida por los partidos y que «estuviese dispuesta a cualquier
eventualidad»40.

Desde su vuelta a Barcelona, en septiembre de 1907, con SO


ya fundada, Ferrer se entregó decididamente a la promoción
de la nueva organización entre los medios anarquistas,
convencido como estaba de la utilidad de la nueva táctica
sindical, que había conocido y en la que se había empapado en
sus estancias en Francia desde principios de siglo. Pero su
colaboración fue más que puramente verbal, dado que gracias
a las aportaciones de Ferrer SO pudo editar su órgano semanal
«Solidaridad Obrera», cuyo primer número apareció el 19 de
octubre de 1907; y su colaboración monetaria se repetiría aún
en nuevas ocasiones, ayudando en la adquisición de locales,
etc.41.

Aún habría que hablar de otras destacadas figuras del


anarquismo que desde su papel influyente no regatearon
apoyo a la nueva central sindical, como José Prat, cuya

40 Sobre las maquinaciones anarquistas para hacerse con el predominio en SO, ver
CONSTANT LEROY «Los secretos del anarquismo», México, 1913.
41 J. NEGRE, refiriéndose a las dificultades económicas que SO tenía a tales efectos, dice:
«De este atasco salió la naciente Federación Local gracias a la solidaridad del gran
pedagogo y revolucionario Francisco Ferrer y Guardia, asesinado meses después por los
sicarios del Gobierno Maura-La Cierva en los glacis de Montjuich», op. cit., p. 9.
aportación teórica al nuevo sindicalismo español fue
importantísima, pero nos ocuparemos más detenidamente de
ellos al estudiar los aspectos teóricos e ideológicos del tema.

En definitiva, la entrada de anarquistas en SO fue masiva, y si


bien los efectivos del anarquismo catalán en aquel momento
no eran demasiado amplios 42, fueron suficientemente decisivos
como para llegar a imponerse en el seno del movimiento
obrero catalán y hacer que su influencia permaneciese aún por
muchos años. En este sentido, además de la voluntad expresa
de salir de su apartamiento del movimiento obrero societario,
el éxito del anarquismo creemos, con J. C. Ullman, que se debió
a «la incapacidad del movimiento obrero para incrustarse
como fuerza independiente en la sociedad catalana y obtener
el apoyo masivo de los obreros al demostrarles su decisión y su
capacidad de defender las peticiones de mejora de salarios y
condiciones de trabajo»43; pero también a que ello no se pudo
realizar debido a las condiciones económicas y políticas que lo
condicionaron. Las bases mínimas para el desarrollo del
sindicalismo, como vimos en un principio, estaban ya echadas,
pero aún existían en ellas mismas ciertos condicionantes que
marcarán decisivamente el desarrollo del sindicalismo español.
Lo poco tecnificado de la industria permitirá al patrono la

42 Es muy difícil calcular el número de los anarquistas existentes en Barcelona en aquel


momento, dada la clandestinidad y la tendencia antiorgánica de los mismos, pero «La
Guerra Social» —de tendencia socialista— de 8 de marzo de 1903, decía que un 5 por 100
de la clase obrera barcelonesa era de ideología anarquista, y el embajador francés en
Madrid —Jules Cambon— dice que eran unos 6.000 (citado en ROMERO MAURA, op. cit.,
p. 245). De cualquier manera, las cifras parecen un poco exageradas y creo que atribuyen
al anarquismo no sólo a los anarquistas propiamente dichos, sino también a los sectores
obreros sindicalistas y otros meramente apolíticos.
43 J. C. ULLMAN, op. cit., p. 29.
contratación de mano de obra poco cualificada y
abundantísima entonces, lo que hace que éste no tenga
necesidad de atenerse a las imposiciones de las escuálidas
sociedades obreras, imponiendo, por el contrario, sus propias
condiciones; la represión, en fin, que siguió a los sucesos de
1909, eliminando a los más importantes líderes obreros, son
causas, entre otras, que determinan esa aparente inutilidad del
sindicalismo y el auge del anarquismo dentro del movimiento
obrero.

En lo que se refiere a la postura de los lerrouxistas con


respecto a SO, ésta no pudo ser más ambigua; ambigüedad que
venía determinada por el profundo temor que al lerrouxismo le
producía el nacimiento de una organización obrera
revolucionaria apolítica, es decir, que reunía justo los
elementos necesarios para establecer una competencia dura,
precisamente en los medios en los que el lerrouxismo se venía
moviendo sin competencia alguna. Así, pasó de una actitud de
radical oposición, llegando a crear una Unión Obrera44 que
rivalizase con la nueva Federación SO, intento que terminó en
fracaso, a una actitud totalmente inversa, es decir, al intento
de introducirse en SO y dominarla, haciendo buena la frase de
Emiliano Iglesias de que «Solidaridad Obrera o sería lerrouxista
o desaparecería»45. Así, en el primer Congreso celebrado por
SO en Barcelona, del 6 al 8 de septiembre de 1908, los
delegados de las sociedades obreras dominadas por los

44 La Unión Obrera Republicana; vid. J. ROMERO MAURA, op. cit., p. 412 y ss., al
respecto.
45 «Solidaridad Obrera», 26-III-1909, p. 2. En diversas ocasiones debió manifestarse
Iglesias en este sentido; ver por ejemplo, J. NEGRE, op. cit., p. 11.
radicales tuvieron un papel destacado 46, llegando a intervenir
en la sesión de clausura el radical Jaime Anglés Pruñonosa,
junto al socialista Antonio Fabra Ribas y al anarquista José
Rodríguez Romero, como constatación fehaciente de cuáles
eran las tendencias más importantes presentes en SO; y,
aunque así se dijese, tuvieron los oradores buen cuidado en no
remarcar sus diferencias ideológicas 47.

Pero era obvio que era mucho más lo opuesto entre el


lerrouxismo y SO que lo que era común aparentemente a
ambas organizaciones, y el enfrentamiento entre el Partido
Radical y SO no tardó en estallar.

Poco después del citado Congreso se produciría un conflicto


entre «El Progreso», órgano lerrouxista, y la sociedad Arte de
Imprimir, que sería el inicio de la larga lucha entre el
lerrouxismo y el sindicalismo, que sólo acabaría con la
paulatina pérdida de influencia del primero en los medios
obreros.

Este largo conflicto —de «El Progreso»—, que se extendió de


septiembre de 1908 a marzo de 1909, dada la trascendencia
que tuvo, debido sobre todo a que la prensa catalanista le
prestó enorme eco, como modo de desacreditar al lerrouxismo
entre las masas obreras, movilizó a todos los medios obreros y
supuso para SO un gran éxito, en el sentido de que la
circunstancia favoreció su extensión en el medio obrero, pero,

46 Los delegados radicales más conocidos eran Jaime Anglés, de la sociedad de


toneleros, y Juan Ríus, de la Unión Metalúrgica, cuya sociedad firma ya el primer
manifiesto de SO publicado en «Terra y Libertad», el 25 de julio de 1907.
47 «Solidaridad Obrera», 18, septiembre, 1908, p. 4.
sobre todo, porque le dio pie y tema suficiente para
desacreditar también al lerrouxismo y poner de relieve su
demagogia revolucionaria y su práctica antiobrera.

1908. Ier Congreso de Solidaridad Obrera


Evolución de entidad local de Barcelona a entidad regional de Cataluña

Otro de los temas que permitió a SO realizar una enorme


campaña, que contribuyó a su extensión, fue la protesta contra
el proyecto de Maura de represión del terrorismo, campaña
que se unió a la protesta de los socialistas y republicanos y que
determinó la retirada del proyecto, en julio de 1908.

Tras su conversión en entidad regional 48 , en el citado

48 Antes de la celebración del Congreso, SO había dado ya pasos decisivos para


convertirse en entidad regional. El 25 de marzo de 1908 había celebrado una reunión en
Badalona a la que asistieron la recién creada Federación Local de aquella localidad y
diversas sociedades de varios pueblos de la provincia de Barcelona. Allí se estableció la
conveniencia de realizar las necesarias gestiones «tendiendo a dar carácter regional de
momento a la Federación de “Solidaridad Obrera”, modificando si es preciso los Estatutos
para que puedan ingresar en ella todas las sociedades obreras de Cataluña y, más tarde, de
España, sobre la base de la mayor autonomía posible» (A. PESTAÑA, op. cit., artículo VIII,
«Orto», núm. 11, enero, 1933). Con lo que puede considerarse que SO pasó a ser una
entidad regional a partir de ese momento.
Congreso de septiembre de 1908, SO inició un lento proceso de
extensión y crecimiento, llegando a alcanzar, según Negre49, la
cifra de 20.000 afiliados 50, cifra que, ni con mucho, a pesar del
avance que suponía, significaba algo decisivo frente a la fuerza
electoral que el lerrouxismo seguía teniendo51.

Fueron precisamente los sucesos de julio-agosto de 1909 —la


Semana Trágica de Barcelona—, los que supusieron un
tremendo despertar de la clase obrera catalana del sueño
demagógico en que la tenía sumida el lerrouxismo, y los que
significaron un cambio decisivo en el rumbo de las cosas para
SO. A partir de entonces, quedó bastante claro, primero, para
los obreros catalanes, que la vía política a la revolución
ofrecida por Lerroux era tan inútil como lo habían sido
anteriormente los esporádicos y violentos movimientos
revolucionarios dirigidos por los anarquistas desde finales del
siglo pasado, sin coordinación alguna y en base a focos aislados
que, se esperaba, extendiesen rápidamente su llama; y,
segundo, para la organización sindicalista, que un movimiento
revolucionario del alcance que se había planteado a raíz de los
sucesos citados no podría tener el más mínimo éxito si no era
en base a una organización amplia, perfectamente

49 J. NEGRE, op. cit., p. 12. Dice también que por aquellas épocas «Solidaridad
Obrera» tenía una tirada de unos tres mil ejemplares.
50 La cifra de afiliados a SO en estos momentos es bastante dudosa, siendo las fuentes
bastante inexactas al respecto. ROVIRA VIRGILI, op. cit., dice que tenía en Barcelona 53
sociedades obreras, con 15.000 afiliados. S. CANALS «Los sucesos de 1909», Madrid,
1911, I, p. 152, le atribuye 20.000 afiliados en septiembre de 1908 (citado en ROMERO
MAURA, op. cit., p. 500).
51 Lerroux obtuvo en las elecciones parciales a Cortes del 13 de diciembre de 1908,
30.548 votos en Barcelona; y en las municipales del 3 de mayo de 1909, el partido radical
obtuvo 34.009 votos, con 10.000 votos más que la siguiente candidatura.
estructurada y que, desde luego, trascendiese al ámbito
meramente local, o, incluso regional 52 . Pero, de cualquier
manera los efectos de tales sucesos no fueron tan inmediatos
en el primero como en el segundo aspecto. Así, la influencia del
lerrouxismo en las masas obreras catalanas no desapareció de
una manera repentina, y el éxito de los radicales en las
elecciones de 1910 fue grande en Barcelona53. Los sucesos de
la Semana Trágica y la conducta de los republicanos radicales
en los mismos supusieron un aldabonazo más, como ya lo
habían supuesto incidentes como el de «El Progreso»
anteriormente, aunque más fuerte, y como lo supondría su
actitud ante la huelga general de 1911, en la que la recién
nacida CNT volcaría todo su esfuerzo. Cada uno de estos golpes
llevaron a más amplios sectores obreros la desconfianza ante el
lerrouxismo que desde hacía ya bastante tiempo venían
predicando la mayoría de los dirigentes de SO, y puede decirse
que a partir de 1911 la desconfianza hacia los republicanos
radicales era ya muy sensible entre los obreros catalanes.

En el segundo aspecto, se imponía, pues, la necesidad de la


creación de una organización que fuese capaz de reunir al
mayor número posible de trabajadores, no exigiéndoles «otra
etiqueta que la de obrero, que la de explotado, importándonos
poco las ideas políticas y sociales que cada compañero pueda
sustentar»51, y cuyo fin fuese exclusivamente el de combatir al

52 En este mismo sentido se manifestaría J. Negre en su intervención en el segundo


Congreso de SO, fundador de la CNT.
53 En las elecciones de mayo de 1910 fueron elegidos los cinco candidatos radicales
(Lerroux, Iglesias, Sol y Ortega, Giner de los Ríos y Sánchez Beltrán), obteniendo 31.031
votos, muy por encima de la Unión Federal Nacionalista Republicana (23.828 votos), de la
Lliga (16.292) y de la coalición católica (8.500).
capital, apartándose de las aventuras políticas. En definitiva, las
ideas matrices de SO, a las que se añadía la necesidad obvia de
una reorganización ateniéndose a su carácter sindical, de su
extensión cuantitativa y territorial, más allá del estrecho marco
regional. De la necesidad de la creación de una organización
nacional que agrupase al enorme número de sociedades
obreras existentes sin coordinación alguna resultó
precisamente la creación de la Confederación Nacional del
Trabajo.

De todas formas, esta necesidad de organizarse más allá de


los límites locales o regionales se había expresado ya en el
mismo momento en que SO decide convertirse en una entidad
de ámbito regional. Como vimos anteriormente —vid. nota
47— al decidirse en la citada reunión de Badalona el
convertirse en entidad regional, SO preveía ya su extensión
futura al ámbito nacional, y esta previsión no era en absoluto
gratuita, dado que SO había recibido ya muestras de adhesión
de entidades obreras de varias partes de España54.

Efectivamente, al mismo tiempo que en Cataluña se producía


el fenómeno de SO, un proceso similar de reunificación sindical
del proletariado se estaba produciendo en otras partes de
España, aunque en muchos casos la base no era exactamente
la misma que en Cataluña y tenía un contenido más bien
campesino que industrial. El ejemplo más destacado de ello lo
fue la Federación Regional Extremeña de Sociedades de
Resistencia, constituida en una Conferencia celebrada en
Mérida, del 21 al 24 de noviembre de 1907, a instancias de la

54 «Solidaridad Obrera», 2 de diciembre de 1910, editorial «Después del Congreso».


sociedad obrera «La Unión», de Fregenal de la Sierra
(Badajoz) 55. El contenido ideológico de esta Federación, que
reunió apenas quince sociedades en su Congreso fundacional,
era muy similar al de SO y se limitaba fundamentalmente al
plano social: mejoramiento de la situación del obrero, su
educación, la solidaridad, etc.; mientras que su contenido
orgánico respondía a la ya típica estructura federal, con gran
autonomía para las sociedades federadas. Así, el primer
manifiesto que la Federación Extremeña publicó, tras su
Congreso de Mérida, venía a decir en el primero de sus puntos:

«1.° Esta Federación tiene por objeto mejorar la


condición económica de los obreros, difundir por todos los
medios posibles la instrucción; defender a aquellos
compañeros que sean perseguidos por propagar las
aspiraciones de esta Federación y todo lo que tienda a
hacer desaparecer la explotación a que está sujeto el
obrero»56.

Incluso con la misma denominación que Solidaridad Obrera


hay también un intento amplio de confederar a sociedades de
resistencia de diversas localidades de Andalucía. Así, en
noviembre de 1908, cinco localidades andaluzas convocan en
Montilla a la solidaridad y a la federación entre las diferentes
sociedades campesinas, para crear la citada federación
Solidaridad Obrera. El manifiesto convocante decía, entre
jotras cosas:

55 A. PESTAÑA, op. cit., VI, «Orto», noviembre, 1932.


56 Ver D. ABAD DE SANTILLÁN, «Contribución a la Historia del Movimiento Obrero
español», vol. II, México, 1965, pp. 37-38.
«No dudamos, compañeros, que haciendo esta unión y
sobre ella poniéndonos en contacto y acción constante por
medio de FEDERACIONES, unos pueblos y otros lograremos
por lo pronto, hasta que no se haga general, atajar el
sangriento exterminio de nuestra especie, y tan luego
como se consiga esta ventaja preciosa por todos los
ámbitos de la tierra, por propio instinto de conservación,
llegaremos por fin a estar en aptitudes de poder
transformar la humanidad entera, pulverizando la injusta
organización actual para que surja la equitativa, como la
que espontáneamente nos presenta la Naturaleza en sus
varias manifestaciones»57.

Pero, este fenómeno no sólo se venía produciendo en lo que


a los niveles locales o regionales se refiere, sino que en el plano
profesional surgen durante este período varias FEDERACIONES
nacionales de oficio que agrupaban nacionalmente a
numerosas sociedades de determinado oficio de todo el país.
Así, además de las sociedades de campesinos y las
FEDERACIONES de las mismas que iban surgiendo y que
convergen en 1913 en la fundación de la Federación Nacional
de Agricultores, se van revitalizando las viejas FEDERACIONES
de oficio, como la de los Toneleros, que, además de su
importancia y extensión, gozaba de gran prestigio. Esta última
había sido fundada en los años ochenta del siglo pasado58.
Otros oficios intentan también la creación de sus
correspondientes FEDERACIONES nacionales por esta época,

57 A. PESTAÑA, op. cit., XIV, «Orto», octubre, 1933.


58 E. NAVARRO, «Historia crítica de los hombres del republicanismo catalán
(19051914)», Barcelona, 1915, p. 491.
como la de los Vidrieros, en abril de 1908 59, que quedaría
definitivamente constituida varios años más tarde, en 1916 60.
También la de los Albañiles, y la del Arte Fabril y Textil, ambas
en mayo de 1909 61 . Similar proceso de confederación
experimentan los trabajadores mercantiles, celebrando éstos
su cuarto congreso nacional en 1908, con asistencia de
veintiséis delegados de varios puntos de España62.

En fin, en diversas partes de España y en diversos oficios, se


va produciendo de nuevo el fenómeno asociativo y la
confederación solidaria de las sociedades obreras de
resistencia, fenómeno que se produce al margen de la UGT y
dentro del cual se enmarca precisamente la creación de la CNT,
de cuya constitución nos ocuparemos más adelante.

No entra dentro del objeto de este trabajo la descripción


detallada del conjunto de los hechos que llevan a la formación
del fenómeno ideológico y orgánico —la CNT— que constituye
el centro de atención del mismo, sino en aquellos casos, y aun
de forma muy somera, en que la referencia a ellos venga
obligada por encontrarse de por sí incluida o íntimamente
unida al objeto de análisis.

Por ello no nos referimos de manera detallada a hechos de


tanta trascendencia para la constitución de la CNT como la
denominada Semana Trágica de Barcelona, por lo demás

59 D. ABAD DE SANTILLÁN, op. cit., II, p. 40.


60 «Solidaridad Obrera», 8 de diciembre de 1916.
61 A. PESTAÑA, op. cit., XVI, «Orto», enero, 1934.
62 D. ABAD DE SANTILLÁN, op. cit., II, p. 39.
objeto ya de valiosos estudios 63, o como otros muchos, por
encima de los cuales habremos de pasar con toda ligereza a lo
largo de este trabajo. Incluso, la referencia a este amplio
período histórico que ahora estamos estudiando no es sino lo
suficientemente amplia o profunda como para delimitar toda
una serie de puntos o elementos históricos fundamentales y
necesarios como base de partida del grueso de este trabajo, el
cual tiene —como digo— como objeto principal de análisis el
proceso de formación y evolución del anarcosindicalismo
español, así como su estructuración orgánica durante todo este
proceso.

Por ello, nos limitaremos a entresacar del desarrollo del


movimiento obrero de inspiración libertaria,
fundamentalmente a partir de la creación de Solidaridad
Obrera, toda aquella serie de elementos de tipo ideológico y
orgánico que confluye luego en la constitución de la CNT, para
analizar precisamente de manera más adecuada el contenido
ideológico y orgánico de la misma, su evolución y su crisis que,
culminará precisamente en el período que comprende la
Segunda República.

63 Como son los ya citados de ULLMAN, ROMERO MAURA y otros: C. AMETLLA


«Memories politiques, 1890-1917», Barcelona, 1963; J. BENET, «Maragall devant la
Setmana Trágica», Barcelona, 1964; A. HURTADO, «Quaranta anys d advocat. Historia
del meu temps», Barcelona, 1964. O los estudios de la época, como los de J. COMAPOSADA
«La Revolución en Barcelona» o «La Revolución en Cataluña», Barcelona, 1910; o el
estudio de A. FABRA RIBAS, del que existe una edición reciente: «La Semana Trágica. El
caso Maura. El Krausismo», Madrid, 1975. Sobre la trascendencia de estos sucesos en el
campo socialista, vid. especialmente X. CUADRAT, op. cit., pp. 361-401.
II. LOS SUPUESTOS CONFORMADORES IDEOLÓGICOS

A lo largo de todo lo hasta aquí expuesto hemos hablado con


bastante frecuencia de toda una serie de corrientes ideológicas
que aparecían, se enfrentaban, se entrecruzaban o se
mezclaban en el desarrollo del movimiento obrero español.
Estas corrientes, de contenido diverso, tienen también una
influencia de intensidad varia en el surgimiento y en la historia
del movimiento objeto de nuestro estudio. Hasta ahora, al
referirnos a ellas, lo hemos hecho de una manera puramente
indicativa y solamente nos hemos entretenido en alguna de
ellas con cierto detalle; sin embargo, hemos dejado para más
tarde su consideración más detallada, en la medida de la
importancia de su influencia. Y es ahora precisamente cuando
vamos a analizar estas corrientes, que van a tener una
importancia decisiva en la formación de SO, primero, y de la
CNT, después.

Sin embargo, no se trata tampoco de exponer con todo


detalle el contenido genérico de estas ideologías, ni siquiera el
de las más influyentes, sino que lo que trataremos de hacer
será exponer con mayor detenimiento aquellos elementos o
contenidos de cada una de ellas que luego veremos de alguna
manera reflejados en el aparato teórico-ideológico de la CNT.

A mi modo de ver, cuatro son las que podríamos denominar


corrientes o doctrinas ideológicas que de una manera u otra
confluyen en la formación ideológica de la CNT: el anarquismo,
el sindicalismo revolucionario, el socialismo y el radicalismo. Es
obvio que al referirme a estas corrientes ideológicas,
considerándolas tales, estoy cayendo aparentemente en el
error de considerar o conceptuar de la misma manera a lo que
constituye toda una filosofía política y una concepción del
mundo, y a lo que es una mera línea política o un programa de
gobierno en una coyuntura determinada, e, incluso, a lo que es
una mera práctica de actuación sin mayores pretensiones
ideológicas. Pero valga esta conceptuación genérica, que
equipara lo difícilmente equiparable, a efectos puramente
indicativos. Por otra parte, aún dentro de las aludidas
corrientes ideológicas podría hacerse toda una serie de
precisiones que delimitasen perfectamente el contenido exacto
que se atribuye a cada una de ellas, habida cuenta de las
diversas interpretaciones que de las mismas se suele hacer. Sin
embargo, para no hacer muy extenso y confuso el contenido de
esta parte del trabajo, nos referiremos de manera exclusiva a
las «interpretaciones» de cada una de estas ideologías que son
precisamente las que van a influir o determinar la formación
del contenido ideológico de la CNT, desde nuestro punto de
vista.

1. El anarquismo

Al comenzar este trabajo nos referimos al confusionismo que


implicaba la consideración del movimiento obrero de matiz
libertario desde un prisma exclusivamente anarquista. Ahora,
al tratar de estudiar el contenido ideológico de la CNT y de las
corrientes que confluyen en la formación del mismo, tenemos
que renovar dicha advertencia, para una mayor comprensión
del problema. Sin embargo, hay que decirlo ya, el anarquismo
constituye el conjunto ideológico más importante desde el
punto de vista de su influencia en la formación del contenido
ideológico de la CNT, y, en este sentido, junto con el
sindicalismo revolucionario, se distingue claramente de las
otras corrientes a las que nos hemos referido; dado que, si bien
podemos considerar al socialismo y al radicalismo como
ideologías condicionantes o delimitadoras —únicamente en el
momento de la constitución—, al anarquismo y al sindicalismo
revolucionario hay que considerarlos no solamente como
ideologías formadoras del conjunto ideológico de la CNT en su
momento inicial, sino que su poder conformador se mantendrá
vivo a lo largo de toda la existencia de la organización, en la
que, por lo demás, y como ya veremos más adelante, entrarán
en conflicto con frecuencia.

Es muy difícil establecer con toda claridad la relación


existente entre el movimiento obrero y el movimiento
anarquista, dada, en primer lugar, la específica estructura del
movimiento anarquista, especialmente diversa y difícilmente
delimitable, y, en segundo lugar, dado que en el movimiento
obrero surgido de la Primera Internacional, sobre todo a partir
de la escisión producida entre bakuninistas y marxistas, existió
siempre un substrato libertario, no necesariamente anarquista
—al menos en términos absolutos—. Substrato que se
manifestaba en su vocación por la acción económica por
encima de la política —entendida en este caso como
participación en las tareas del Estado: parlamentarismo, etc.—;
su preferencia por los métodos de acción directa, como una
derivación de lo anterior; la estructuración federal de la
organización, con amplia autonomía para las organizaciones de
base, etc.64. Todos estos principios, de los que se derivarían
otros que, con posterioridad, tras una mayor profundización y
extensión del contenido de todos ellos, delimitan claramente el
contenido teórico del anarquismo que luego perduraría,
estaban, sin embargo, en el contenido ideológico que la
Primera Internacional quiso imprimir al movimiento obrero
internacional 65. No puede pues, en este sentido, denominarse

64 Me refiero, claro está, a la tendencia mayoritaria que no siguió a lo que entonces se


denominó socialismo autoritario, en el momento de la escisión.
65 El preámbulo de los Estatutos generales de la Primera Internacional, cuyo primer
borrador fue redactado por Marx en 1864, recogía toda una serie de principios en los
cuales tuvieron mucho cuidado en recalcar que se basaban los anarquistas, y, sobre todo,
los sindicalistas y anarcosindicalistas posteriormente; principios en los que veían un claro
rechazo del autoritarismo, de la política, y una declaración, a senso contrario, del
federalismo y de la acción directa (económica). El citado preámbulo venía a decir:
«Considerando:
Que la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos.
Que los esfuerzos de los trabajadores para conquistar su emancipación no han de tender a
constituir nuevos privilegios, sino a establecer para todos los mismos derechos y los
mismos deberes.
Que la sujeción del trabajador al capital es la fuente de toda esclavitud política, moral y
material.
Que, por la misma razón, la emancipación económica de los trabajadores es el gran
objeto al que debe subordinarse todo movimiento político.
Que los esfuerzos hechos hasta ahora han fracasado por falta de solidaridad entre los
obreros de las diferentes profesiones en cada país, y de unión fraternal entre los
trabajadores de las diversas regiones [entiéndase Estados].
(...)
Que el movimiento que se está efectuando entre los obreros de los países más industriales
del mundo entero, al engendrar nuevas esperanzas da un solemne aviso para no incurrir en
antiguos errores, y aconseja combinar todos los esfuerzos hasta ahora aislados.
(...).»
(Verlo entero en A. LORENZO, «El proletariado militante», p. 50; también en A. DEL
ROSAL «Los Congresos obreros internacionales en el siglo XIX», pp. 142 y ss. El
subrayado es mío). Sin embargo, la Internacional, ante el confusionismo creado, matizaría
mucho más estos principios, y en el Congreso de Londres, de 1871, establecería la
sin más anarquista al movimiento obrero que de alguna
manera siguió fiel a estos principios, aunque, desde luego, es
preciso reconocer que la influencia del anarquismo fue
constante y determinante en esta corriente del movimiento
obrero que podríamos denominar libertaria —para
diferenciarla de la otra, la de influencia marxista, que ya
entonces se denominó «autoritaria»—, aunque su intensidad
varió bastante en los diferentes momentos de su historia.

Como ya vimos anteriormente, la desaparición de la


Internacional en España vino acompañada del predominio
dentro de la sección española de la misma, la FTRE, de la
corriente anarco-comunista, que, como ya dijimos también, se
caracterizaba por un mayor interés en crear agrupaciones
anarquistas, grupos de afinidad, etc., que en crear grandes
FEDERACIONES de sociedades obreras66. Al mismo tiempo, el
propio fracaso de la organización internacionalista, su
desintegración, llevó aparejado el desinterés y la desconfianza
en las sociedades obreras como medios de lucha
revolucionaria, lo que determinó un cierto alejamiento de los

necesidad de que la clase obrera se constituyese en partido político y que la emancipación


sólo se podría conseguir en base a la acción conjunta económica y política (vid. los
acuerdos de este Congreso en A. DEL ROSAL, op. cit., pp. 214 y ss.).
66 El anarco-comunismo consideraba que toda organización implicaba de por sí un
peligro potencial de autoritarismo, peligro que se veía aumentado cuanto mayor y más
complicada fuese la estructura orgánica del movimiento, por ello había que evitar en lo
posible ese peligro sustituyendo la estructura federal más compleja por las meras
relaciones de solidaridad, intercambio de informaciones y estadísticas.
«Aspiramos a una organización negativa. Anarquista en toda la extensión de la palabra, sin
formar un cuerpo manejable que lo mismo pueda servir en beneficio que en perjuicio del
objeto para que fue creado. Creemos que ésta debe ser grupos, sin estatutos; que tengan
por eje las comunes necesidades de clase y por lazo la solidaridad», decía en 1886 «La
Justicia Humana». (Citado en J. ÁLVAREZ JUNCO «La ideología política del anarquismo
español (1868-1910)», Madrid, 1976, p. 394).
medios anarquistas de esa forma de lucha contra el capital. Por
el contrario, se inicia durante ese período un renacer de los
grupos anarquistas y un dedicarse de éstos a otras actividades,
que fueron desde las meramente culturales hasta el atentado
individual 67 . Pero, del mismo modo que el fracaso de las
FEDERACIONES de sociedades de resistencia llevó a muchos
anarquistas al desánimo y la desconfianza en tales formas de
lucha y consiguientemente su separación de ellas, por el
contrario, para otros muchos anarquistas esta crisis no fue sino
una llamada de atención y un motivo para la reconversión de

67 Durante el período que va de la desintegración de la FTRE a la fundación de SO se


produce un renacer de la actividad teórica anarquista y una mayor preocupación por las
actividades difusoras de las ideas anarquistas, ya que se consideraba que la revolución no
sería posible si los ideales anarquistas, lo que se pretendía, no eran conocidos por toda la
sociedad.
Como decía Malatesta: «Se trata de cambiar el modo de vivir en sociedad, de establecer
entre los hombres relaciones de amor y solidaridad, de conseguir la plenitud del desarrollo
material, moral e intelectual, no para un solo individuo, no para los miembros de una dada
clase o partido, sino para todos los seres humanos, y esto no es una cosa que pueda
imponerse con la fuerza, sino que debe surgir de la conciencia iluminada de cada uno y
actuarse mediante el libre consentimiento de todos. Nuestro primer deber, pues, consiste
en persuadir a la gente». (E. MALATESTA «Nuestro Programa», traducción de J. Prat,
Barcelona, s.f., p. 4).
Como ejemplos claros de esta preocupación se pueden citar la fundación de la Escuela
Moderna (1901) de Ferrer Guardia, o la aparición de numerosas publicaciones de matiz
teórico cultural, como «La Revista Blanca» (1898), «Natura» (1902), «Tierra y Libertad»
(1904) y «El Rebelde» (1907).
En el extremo opuesto, la actividad individualista dio lugar a sonados atentados, entre los
que destacan el de Paulino Pallás contra Martínez Campos, el 24-IX-1893 (frustrado) y el
de Santiago Salvador en el Liceo de Barcelona, el 8-XI-1893; la bomba de la calle
Cambios Nuevos de Barcelona, durante la celebración del Corpus de 7-VI-1896, que dio
lugar a los tristemente famosos procesos de Montjuich; el atentado de Michele Angiolillo
contra Cánovas, el 8-VIII-l897; el de Joaquín Miguel Artal contra Maura, el ll-VI-1904
(fallido); las bombas del Palacio de Justicia (4-IX-1904), de la calle Fernando
(17-XI-1904) y de la Rambla de las Flores de Barcelona, en 1905; o el de Mateo Morral
contra Alfonso XIII en la celebración de su boda, en 1906 (vid. J. M. FARRE MOREGO «Los
atentados sociales en España», Madrid, 1922).
muchas de sus tácticas y su adaptación a un medio que era
poco apto para la constante actividad insurreccional y las
batallas ideológicas.

Un fenómeno similar, que habría de tener enorme


importancia en nuestro país, se produjo en Francia a finales del
siglo pasado, aunque allí tuvo un sentido un tanto diferente.

Así, se podría decir que hasta el año 1894 la generalidad de


las sociedades obreras francesas se encontraban en manos de
los socialistas, mientras que los anarquistas permanecían
alejados de ellas; sin embargo, la persecución antianarquista
que desató la gran proliferación de actos individuales,
terroristas, durante el período 1890-1895, determinó
prácticamente la paralización de la actividad específica
anarquista, la supresión de su prensa y de su propaganda, la
disolución de los grupos y la prisión y condena de sus
miembros. Todo ello determinó que los anarquistas tuviesen
que buscar unas nuevas vías de desarrollo de sus actividades,
produciéndose entonces una entrada casi masiva en los
sindicatos obreros.

Ello determinó un perceptible cambio de orientación de


éstos y el desarrollo del movimiento sindicalista, del que nos
ocuparemos con posterioridad.

En España, igualmente, atraídos por el éxito que en Francia


estaba teniendo el desarrollo de esta «nueva vía» anarquista,
se produce desde principios de siglo una nueva inclinación de
los grupos anarquistas hacia las sociedades obreras; pero,
obviamente, los planteamientos que ahora traían a las
sociedades obreras, que pronto empezarán a ser denominadas
aquí sindicatos, al igual que en Francia, eran bastante
diferentes de los que se habían adoptado a finales del siglo
pasado, aunque tenían más todavía de las viejas concepciones
anarquistas que del moderno sindicalismo revolucionario
francés68. El fracaso de la huelga general de 1902 viene a
suponer la crisis definitiva de las viejas tácticas y la conversión
total de muchos de los más destacados anarquistas españoles
al nuevo sindicalismo 69. La aparición de Solidaridad Obrera
supone la culminación de este proceso.

Uno de los eventos que influyó decisivamente en el cambio


de actitud de muchos anarquistas fue la celebración del
Congreso Anarquista internacional de Ámsterdam, celebrado
en agosto de 1907, y al que asistieron las figuras más
destacadas del anarquismo de entonces, pero también gran
parte de los sectores que por entonces ya estaban inmersos en
el sindicalismo. Así como el Congreso de Stuttgart, celebrado
ese mismo mes y año por los socialistas, trataba de establecer
unas pautas comunes para regular las relaciones entre los

68 Como vimos anteriormente, el retraimiento anarquista de los medios obreros no


impide el que algunos sectores fomentasen de nuevo la creación de sociedades y
FEDERACIoNES obreras, como la ya citada Federación de Sociedades Obreras de la
Región Española, fundada en Madrid, en octubre de 1900, y que se extingue hacia 1907,
sin haber llegado a tener gran importancia; o como el caso de la Sociedad del Arte de
Imprimir de Barcelona (1899), específicamente estudiado como ejemplo de esta
«infiltración» anarquista por J. ROMERO MAURA, op. cit., p. 579.
Nuevos periódicos como «El Productor» (1901) o «La Huelga General» (1901)
introducían estos nuevos elementos tácticos, como era la nueva difusión de la huelga
general.
69 Sin duda alguna, fue Anselmo Lorenzo quien representó el papel más destacado en
esta «conversión» anarquista, traduciendo y escribiendo numerosos artículos y folletos
sobre la nueva táctica sindicalista. El prestigio de su figura influiría decisivamente en otros
anarquistas.
partidos socialistas y los sindicatos, el Congreso de Ámsterdam,
de igual manera, trataba de clarificar la postura anarquista
ante el fenómeno sindicalista reyolucionario, que, como en el
caso de los socialistas también, comenzaba a tener demasiados
adeptos dentro de su campo. Figuras tan destacadas del
anarquismo como Emma Goldman, o Errico Malatesta —que
llevaba la representación de los anarquistas españoles—
concurrieron al lado de otros destacados personajes ya un
tanto inclinados al sindicalismo, como Rudolf Rocker, o
Christian Cornelissen, y otros declaradamente sindicalistas,
como Pierre Monatte, o Amede Dunois, discutiendo
ampliamente acerca de la acción sindical y el anarquismo.

Los temores de los anarquistas se dirigían no sólo en el


sentido de su habitual animadversión por todo aquello que
implicase ciertos niveles de organización que pudiese crear una
burocracia obrera, la cual se sobrepusiese a los verdaderos
intereses de la clase trabajadora70, sino también en contra de
las propias tácticas del sindicalismo. Así, Malatesta atacó
duramente a la huelga general, a la que no consideraba como
un verdadero método revolucionario; o, dicho de otra manera,
no concebía la posibilidad de que ningún otro medio
sustituyese al inevitable enfrentamiento armado
revolucionario contra la burguesía explotadora 71 . Por el

70 En csie sentido se manifestaron tanto Malatesta como E. Goldman, quien diría:


«Sólo con una condición aceptaré una organización en el anarquismo y es la de que debe
basarse en el absoluto respeto hacia todas las iniciativas individuales, sin estorbar su libre
juego y su evolución. El principio esencial del anarquismo es la autonomía individual» (A.
DUNOIS, «Congrés anarchiste tenu a Ámsterdam, 24-31 août, 1907. Compíe rendu
analytique», París, 1908; citado en J. JOLL «Los anarquistas», Barcelona, 1972, p. 191).
71 «La huelga general —dijo Malatesta— es pura utopia. O bien el obrero, muerto de
hambre a los tres días de huelga, tendrá que volver a la fábrica con la cabeza gacha, y
entonces nos apuntaremos otro fracaso, o bien ha de tratar de apoderarse de los frutos de la
contrario, los defensores del sindicalismo sostenían que éste
era el único y el adecuado medio de realización del
anarquismo, del que, por otra parte, el propio sindicalismo
había tomado gran parte de sus principios fundamentales,
como la acción directa, la negación de la validez revolucionaria
de la lucha política, el antiautoritarismo, etc. El sindicalismo
permitía la posibilidad de integrarse en la práctica obrera y
superar los niveles de abstracción idealista y de individualismo
de los que adolecía el anarquismo, al mismo tiempo que
ofrecía ya en su propia estructura una alternativa real de
futuro72. Al final de las discusiones, el Congreso no llegó a un
acuerdo claro ni en uno ni en otro sentido, sin embargo, el
sindicalismo había cobrado ya carta de naturaleza y no
quedaba a los anarquistas más remedio que reconocerlo y
tratar de influir en él en la medida de lo posible. Así, se aceptó
el que los anarquistas ingresasen en las organizaciones obreras,
volviendo, en cierto modo, a las viejas concepciones de
Bakunin.

producción recurriendo a la fuerza (...); entonces la cuestión habrá de resolverse a tiros y


con bombas de mano. Será la insurrección, y la victoria la conseguirá el más fuerte» (ídem,
p. 192).
72 Como diría Monatte, el sindicalismo «hace posible la apertura del anarquismo, por
largo tiempo replegado, dotándolo de nuevas perspectivas y experiencias»; «el
sindicalismo (...) ha recordado al anarquismo sus orígenes obreros; por su parte, los
anarquistas han contribuido en buena medida a llevar al movimiento obrero por la vía
revolucionaria y a popularizar la idea de la acción directa». O como dijo Dunois:
«Participando más activamente en la cuestión obrera hemos rebasado la línea que separa la
idea de la candente realidad. Cada vez nos interesan menos las abstracciones de antes y
más la línea práctica de la acción (...). El sindicato obrero no es sólo un núcleo de lucha,
sino también el germen vivo de la sociedad futura, y ésta será lo que hayamos hecho del
sindicato» (ídem, p. 190); P. MONATTE, «Discurso al Congreso Anarquista de
Ámsterdam», «Cuadernos de Ruedo Ibérico» núms. 58-60, julio-diciembre, 1977, pp.
86-92).
Sin embargo, no todos los anarquistas españoles aceptaron
de buena gana el desarrollo de la nueva táctica y, por el
contrario, muchos de ellos la rechazaron y condenaron
expresamente, sobre todo en el momento en que la creación
de SO supuso la colaboración con los socialistas, corriente
política que suponía la negación total de sus presupuestos
ideológicos 73.

Ahora bien, aunque hemos hablado de la conversión de


muchas de las personalidades más destacadas del anarquismo
español a la nueva táctica sindical, tenemos que decir que esta
«conversión» no fue absoluta, como había ocurrido en la
mayoría de los casos en Francia; por el contrario, los
anarquistas españoles conservaron en esencia todo el
contenido dogmático de la doctrina anarquista y, en ese
sentido, la táctica sindical no era para ellos, como para los
franceses, la única válida, el arma específica de la clase
oprimida para su liberación, sino que era un medio más de
lucha que no excluía los otros, que ya clásicamente se habían
empleado. La diferencia estaba ahora en que el sindicalismo, la
«lucha económica», aparte de su revalorización, era
considerado como el medio de lucha propio y más adecuado
para las sociedades obreras —lo cual no implicaba que lo fuera
para los grupos anarquistas—74. Por otra parte, se consideraba

73 Las críticas anarquistas a SO partían fundamentalmente de dos presupuestos: bien


de concepciones individualistas, antisocietarias, típicas del anarco-comunismo del
diecinueve; bien de la necesidad de la definición anarquista de las sociedades obreras, cosa
que no se podía hacer con SO mientras los socialistas permaneciesen en ella. SO
permanecía así como una organización sindical, ideológicamente neutral.
74 Como veremos con más detalle posteriormente, el anarquismo español ni «inventó»
el sindicalismo ni el conocimiento del mismo supuso un abandono total de las
concepciones anárquicas, como había ocurrido en Francia, donde gran parte de los teóricos
sindicalistas provenían de corrientes anarquistas y socialistas fundamentalmente. Por el
que el sindicato no podía ser, como era en Francia, un medio
neutro, sin definición política alguna, un arma amplia, de clase,
en la que cabrían todas las diferentes tendencias ideológicas de
la clase trabajadora, en pos, únicamente, de la emancipación;
por el contrario, los anarquistas españoles consideraban que el
sindicato tenía que ser anarquista, que no bastaba el decir que
se caminaba hacia la emancipación de la clase trabajadora, sino
que el sindicato tenía que caminar hacia la anarquía, dado que
—pensaban— si no se le imprimía al sindicato ese contenido
ideal, éste podría desviar su ruta y caminar hacia un
reformismo conformista o hacia un nuevo autoritarismo
estatal. Ello, de cualquier manera, no era óbice para que se
considerase también que dentro del sindicato tenían cabida
todos los trabajadores, cualquiera que fuera su ideología,
siempre que no hiciesen del sindicato un campo de batalla
ideológica. Con ello se creaban las bases para el predominio
arlarquista dentro del sindicalismo español, pero también las
bases del desarrollo de la nueva doctrina, el
anarcosindicalismo, intermedia entre el anarquismo específico
y el sindicalismo revolucionario al estilo francés.

contrario, en España, el sindicalismo vino a enriquecer el acervo teórico táctico del


anarquismo, y lo único que se hizo fue cambiar algunas de las concepciones tácticas; por
lo que se puede decir que, salvo algún elemento referente a la concepción de la sociedad
futura postrevolucionaria —el «...a cada uno según su trabajo» colectivista sería
sustituido por el «... a cada uno según sus necesidades» comunista—, los conceptos
fundamentales del anarquismo español no variaron en absoluto desde los planteamientos
teóricos anarco-colectivistas de los tiempos de la Primera Internacional. Ello explica la
pronta asimilación del sindicalismo y el hecho de que no se renunciase nunca a la
existencia y actividad de los grupos específicos; elementos —grupo y sindicato— que se
conjugarán en la práctica anarquista de tal manera que no se abandonará nunca la actividad
«política» revolucionaria de los grupos ni la lucha por el predominio y la definición
anárquica de los sindicatos.
El anarcosindicalismo será precisamente, como veremos a lo
largo de nuestro trabajo, la corriente que se impondrá en los
medios obreros libertarios españoles, y, con algunas
oscilaciones, mantendrá su predominio durante parte de la
vida de la CNT, al menos en el período que abarca nuestro
estudio75. Al contrario de lo que ocurrió en Francia, donde el

75 Obviamente, la síntesis entre el anarquismo y el sindicalismo no va a ser fácil y son


muchos los puntos de contradicción entre ambas teorías; serán precisamente estas
contradicciones las que fuercen la inestabilidad ideológica de la CNT, pues con frecuencia
estas contradicciones se acentuaban o se relativizaban buscando similitudes, en la medida
en que se tratase de acentuar su contenido ideológico independiente y sindicalista o su
contenido anarquista.
En este sentido es muy gráfico el siguiente texto de Hubert Lagardelle —socialista francés
de tendencia sindicalista— recalcando los puntos de contradicción entre anarquismo y
sindicalismo:
«El anarquismo censura el pragmatismo y antiintelectualismo del sindicalismo. Este ha
nacido de la experiencia obrera y no de teorías. Por eso, siente un desprecio enorme hacia
los dogmas y las fórmulas. Su método es más realista. Parte de las preocupaciones
económicas más humildes para elevarse progresivamente a las ideas generales más altas.
Conduce primero a los trabajadores a la defensa de sus intereses inmediatos para llevarlos
luego a sacar de su misma actividad una idea de conjunto. La menor de sus concepciones
echa sus raíces en lo más hondo de la vida. La teoría sale de la práctica.
Para el anarquismo, en cambio, es la idea la que engendra la acción. Relega la economía a
segundo término, para poner en el primero la ideología. No admite que el sindicalismo se
baste a sí mismo: el medio sindical no le parece utilizable sino como terreno favorable para
la propaganda de las ideas. Y sólo en la medida en que estas ideas le son importadas de
fuera, les concede el anarquismo un valor revolucionario. El anarquismo pretende nada
menos que el sindicalismo le esté subordinado.
Rechaza además la noción de clase y la lucha de clases, que son concepciones sindicalistas
fundamentales. Se dirige, no a los obreros, sino a todos los hombres. No es un movimiento
obrero: es un movimiento humano. Puesto que las ideas dirigen el mundo, pueden
convencer por igual a todos los hombres. No hay clase social que posea una gracia
revolucionaria como privilegio. Así se explica que los anarquistas se hayan entregado con
tanto ahínco a la cultura ideológica y a la educación libresca. La superstición científica, la
adoración de la cosa escrita, el intelectualismo en todas sus formas no ha tenido adeptos
más fanáticos (...).
La negación abstracta del Estado que han formulado tantas veces, sólo tiene analogías
negativas con el anti-estatismo obrero. Al Estado, cuyos defectos han analizado tan
despiadadamente, no han opuesto siguiendo a Spencer, más que al individuo. El
sindicalismo «neutro» 76 tras su triunfo y extensión derivó hacia
otras definiciones ideológicas bien diferentes del anarquismo,
terminando éste por quedar aislado y reducido de nuevo al
estrecho marco de los grupos de afinidad, en España, como
también veremos más adelante, las tres tendencias 77
mantuvieron un cierto equilibrio que a la larga aseguraba el
predominio anarcosindicalista. Por una parte, los anarquistas
específicos, a pesar de no considerar al sindicato como la única
arma, ni siquiera la más adecuada, para la consecución de la
Anarquía, nunca se mantuvieron alejados del todo de los
sindicatos, lo que les proporcionó siempre cierta clientela y eco
a sus doctrinas, cuando no intervinieron directamente para
asegurar la permanencia de la definición anarquista de los
mismos.

Su pervivencia, sino cuantitativa, cualitativamente sí que fue

sindicalismo, en cambio, eleva contra él sus instituciones positivas. Y espera deshacer


progresivamente su imperio, porque va apoderándose de sus funciones poco a poco.
Con respecto al parlamentarismo, también existe una diferencia. El anarquismo es
antiparlamentario: se dirige al ciudadano, le dice que no vote, que se desinterese de la
maquinaria del Estado. El sindicalismo es extraparlamentario: ignora al ciudadano: sólo
conoce al productor. Pero si para la realización de su propia obra de nada le sirven las vías
parlamentarias, deja, empero, a los sindicados en libertad de utilizar los partidos políticos
fuera de los Sindicatos para otras obras. No les encadena a ningún dogma (...).
No hay pues, similitud entre el anarquismo y el sindicalismo. Existe, cierto, una nueva
tendencia que con el nombre de anarquismo obrero aspira a confundirse con el
sindicalismo. Pero, en realidad, vuelve la espalda a las teorías anarquistas tradicionales, y
el anarquismo oficial lo combate, considerándolo como una desviación.»
(H. LAGARDELLE, «El sindicalismo revolucionario», Madrid, s.f., pp. 83-85; citado en X.
CUADRAT, op. cit., pp. 173 y ss.).
76 Sin definición ideológica alguna.
77 Es decir, el anarquismo específico, poco amigo de la práctica sindical, el anarquismo
de práctica sindicalista —anarcosindicalismo—, y el sindicalismo revolucionario,
ideológicamente neutral.
importante. Por otra parte, los sindicalistas puros mantuvieron
una lucha constante contra la definición anárquica de la CNT.
Su posición fue predominante en los inicios, en SO y en CNT,
pero a la larga siempre estuvieron en inferioridad frente a los
anarcosindicalistas.

De cualquier forma, cuando se habla de estas tendencias es


muy difícil personalizar y asegurar que predominaba una u otra
comprobando quiénes eran las personas que entonces
ocupaban cargos predominantes en la organización, dado que
bastantes de los dirigentes más destacados de la CNT oscilaron
de una a otra tendencia, y, en general, puede decirse que la
mayoría de los dirigentes sindicalistas de la CNT, excepto en los
inicios de la misma, derivaron hacia esa posición desde el
anarcosindicalismo, desde el anarquismo o, incluso, desde
otras tendencias ideológicas totalmente diferentes. Hay pues
que precisar cuál era la tendencia ideológica de la organización
partiendo de los propios textos o actuaciones de la misma en
cada momento, prescindiendo un tanto de quiénes eran sus
dirigentes y de cuál era la ideología que confesaban defender78.

Si tratamos de encontrar el contenido anarquista de la CNT


en el momento de su fundación, o, dicho de otro modo, si
tratamos de ver de qué modo el anarquismo influye en el
contenido ideológico de la CNT y cuáles son los elementos

78 En este sentido, como veremos con detalle más adelante, aunque sea difícil poder
señalar quiénes eran los sindicalistas y quiénes los anarcosindicalistas en SO, primero, y
en los primeros tiempos de la CNT, después, sí está claro que la práctica de ambas
organizaciones era puramente sindical, es decir, ideológicamente neutral y a ello debió
contribuir, aparte de la presencia de amplios sectores desideologizados entre los afiliados,
la presencia de socialistas y radicales que, aunque no muy numerosos, sirvieron de
contrapeso a loa anarcosindicalistas.
básicos del mismo que quedan fijos en el citado contenido,
necesariamente tenemos que referirnos no al anarquismo
genéricamente considerado, sino más bien al
anarcosindicalismo, tendencia, por decirlo así, del anarquismo
que es realmente la que interviene en la fundación y en la
formación ideológica de la CNT.

El anarcosindicalismo es pues, como ya avanzamos antes,


aquella corriente del anarquismo que, desde finales del siglo
pasado en Francia y desde principios del actual en España, se
acerca de nuevo a las sociedades obreras de resistencia, desde
sus presupuestos genéricos anarquistas, pero con una
adaptación táctica al contenido específico de esas sociedades
obreras, a las que se considera entonces como el medio más
adecuado, si no el único, para la realización del ideal
anarquista.

En realidad, gran parte del contenido teórico del


anarcosindicalismo se encontraba ya en las concepciones
obreristas de la Sección Española de la Primera Internacional,
en su facción bakuninista o anarco-colectivista: la confianza en
la acción revolucionaria de masas, por lo tanto en sus
organizaciones, sociedades de resistencia, etc.; la necesidad de
una acción coordinada de éstas en amplias organizaciones de
solidaridad, las FEDERACIONES de sociedades, de oficio y
territoriales; la doble función de las sociedades de resistencia
—más tarde sindicatos—, primero de lucha contra el capital y
luego de reconstrucción de la nueva sociedad; la concepción de
la huelga general como arma revolucionaria; etc. Sin embargo,
son muchos los matices que separan a estas concepciones de
las contenidas en el anarcosindicalismo.
En primer lugar, conviene destacar y recalcar que el
anarcosindicalismo se forma en base a dos presupuestos: el
fracaso de las tácticas clásicas del anarquismo y el desarrollo
de una nueva teoría de la acción obrera, independientemente
de las corrientes políticas dominantes: socialismo y
anarquismo. Esto quiere decir, como ya hemos avanzado antes,
que el anarcosindicalismo supone un intento de adaptar la
doctrina anarquista a unas nuevas condiciones impuestas por
la realidad, pero esta adaptación supone la existencia previa de
una práctica de lucha social diferente a la hasta entonces por
ellos empleada y el creciente éxito de la misma y la asunción de
los elementos teóricos que inspiran esa práctica. Así, el
anarcosindicalismo, sin renunciar a los elementos
fundamentales de la doctrina anarquista, añade a éstos los
elementos teóricos aportados por el sindicalismo. En este
sentido hay que decir que el anarcosindicalismo español
comienza su proceso de formación a partir de 1902, que es
cuando se producen los dos presupuestos básicos a los que nos
referimos: por un lado, el fracaso de la citada huelga general de
1902, que supone el fallido último intento de un movimiento
obrero de carácter general según las viejas tácticas anarquistas,
y, por otro, el lento desarrollo de un movimiento societario,
cuyo primer intento federativo se producirá en Barcelona en
1904 79, que caminará por vías apolíticas y economicistas y que
culminará en 1907 con la fundación de Solidaridad Obrera.

En segundo lugar, gran parte de esos elementos teóricos


típicos del anarcosindicalismo que se encontraban ya en la FRE,
se encontraban, sí, pero como puros elementos teóricos que

79 Vid. nota 31.


no llegaron a tener una realización práctica. Pero, además,
como ya hemos visto también, el ascenso del
anarco-comunismo terminó por dejarlos en un segundo plano.

En tercer lugar, lo que de puramente sindicalista pudiera


haber en las concepciones de la FRE, que pudiera hacer pensar
en la existencia de un anarcosindicalismo ya entonces, no era
fundamental ni exclusivo en tales concepciones. Por el
contrario, proliferaban los elementos que el sindicalismo
rechazaría tajantemente con posterioridad. Así, las sociedades
de resistencia al capital unían a su acción puramente
económica o reivindicativa frente al capital una acción
mutualista, a base de cajas de resistencia, socorros mutuos,
cooperativas, etc. Incluso concepciones como la huelga
general, en la que muchos han creído ver y unir a la existencia
del sindicalismo, tenían un sentido diferente del que va a tener
para éste, como ya veremos más adelante.

Con respecto al contenido teórico del anarcosindicalismo, no


vamos a entrar en su estudio detallado aquí, dado que, por una
parte, un análisis de su contenido anarquista excedería con
mucho los estrechos límites de este trabajo, ya que supondría
en definitiva, por todo lo que llevamos dicho, un estudio del
anarquismo en sí, tema, por lo demás, de sobra ya estudiado.
Sin embargo, citemos muy concretamente los principios
básicos del anarquismo genérico que el anarcosindicalismo va a
heredar.

En primer lugar, es fundamental su esencia antiautoritaria. El


antiautoritarismo implica la negación de la idea de poder y de
dominio, en su más amplio sentido de la palabra. Esta idea
llevaba consigo no sólo la negación del Estado, sino la negación
de todo principio de autoridad o de disciplina en las propias
organizaciones obreras. Por el contrario, se consagraba la
libertad y autonomía del individuo.

La idea de libertad y autonomía del individuo lleva aparejada


la de la libertad y autonomía de las organizaciones que éste
forme. Así, las ideas de autonomía y federalismo irán siempre
incardinadas en toda forma organizativa anarcosindicalista;
pero no sólo en esta sociedad, antes de la revolución, sino en la
sociedad resultante de la misma.

Dicho con sus propias palabras, la sociedad futura habría de


estar formada por la libre federación de sociedades libres de
productores libres.

Pero también la idea de libertad implica la idea de


cooperación y solidaridad. No se concibe la sociedad si no es en
base a la libre cooperación de los individuos, pero esta libre
cooperación va necesariamente acompañada por el principio
de la solidaridad humana; principio que rechaza y supera la
competitividad de la sociedad capitalista. La solidaridad se
manifiesta no sólo en la lucha obrera, sino también en las
concepciones de la sociedad futura. En este último sentido, el
anarcosindicalismo es heredero ya, no del primitivo
colectivismo bakuniniano, sino más bien de las ya comúnmente
aceptadas tesis comunistas de Kropotkin: «de cada uno según
su capacidad, a cada uno según sus necesidades».

Rechaza el principio de la propiedad privada, en el que se


basa la diferenciación entre los individuos y la explotación del
hombre. En este sentido hay ya en el anarcosindicalismo una
cierta concepción de la lucha de clases que en el sindicalismo
aparece mucho más desarrollada. A este respecto el
anarquismo era un tanto confuso y variaban mucho las
diferentes posiciones de los escritores anarquistas; en general,
estaba bastante clara la diferenciación social entre
trabajadores y capitalistas, sin llegar a las precisiones y a la
operatividad que Marx atribuyó a esta teoría en el proceso
histórico social.

La negación de la propiedad privada planteaba como tarea


inmediata de la revolución la expropiación de la burguesía,
entregando los medios de producción al pueblo trabajador.
Aunque siempre negaron lo que consideraban «materialismo
grosero» de Marx, por su determinismo económico, sus
concepciones eran bastante economicistas, dado que
consideraban que era suficiente con que el pueblo se hiciese
con los medios de producción para la transformación
revolucionaria de la sociedad. A este respecto consideraban
que era esencial la destrucción del Estado, el cual, por ser una
institución típica de la sociedad autoritaria capitalista, no
puede realizar ningún papel revolucionario, por lo que tendría
que caer con el conjunto de las instituciones de aquélla.

De esta concepción se deriva su antipoliticismo, dado que si


el Estado es un elemento típico de la sociedad capitalista y no
puede realizar un papel revolucionario por su esencia
autoritaria, no tiene sentido apoderarse de él para poder forzar
la revolución desde el mismo. No sólo se debe destruir el
Estado en la revolución, sino que pendiente ésta no se debe
participar en el juego político, en las elecciones, ni en ninguna
de sus instituciones, dado que ello sólo contribuye al
reforzamiento del mismo y, por lo tanto, de la sociedad
capitalista. La revolución es pues, fundamentalmente, un
proceso económico, de expropiación, no político. Los partidos
obreros no sirven sino para retardar este proceso. El
sindicalismo desarrollará aún más estas concepciones
economicistas y la posición autónoma de clase del
proletariado, lo que hace que el anarcosindicalismo profundice
teóricamente en sus concepciones antipolíticas.

En fin, no es preciso detallar aquí otras muchas concepciones


anarquistas que encarna el anarcosindicalismo, como el
racionalismo, el laicismo, etc., dado que, como ya dijimos es
algo que excede el marco de este trabajo80.

2. El sindicalismo revolucionario

El sindicalismo revolucionario constituye el factor más


importante dentro de los elementos
formadores-condicionantes del contenido ideológico de la CNT
y de su propia existencia, aunque su importancia se haya
relativizado con mucha frecuencia, tanto por los historiadores
del movimiento cenetista como por muchos de los propios
militantes del mismo. Hasta tal punto es importante, que,
desde una perspectiva puramente ideológica, resulta bastante
incorrecto referirse a esta organización como puramente

80 Para un estudio más detallado de la ideología del anarquismo español véase la obra
de J. ÁLVAREZ JUNCO «La ideología política del anarquismo español (18681910)», ya
citada.
anarquista, pues, si bien es verdad que el anarquismo
—genéricamente entendido— tiene una enorme importancia
en el surgimiento y en la formación ideológica de la CNT,
también es verdad que, como ya hemos visto, está presente en
ella en la medida de que supo adaptarse y transformar su
actuación revolucionaria de acuerdo con la nueva estrategia
sindicalista, convirtiéndose en algo específico y diferente como
es el anarcosindicalismo.

A) Origen: la teoría francesa

Como ya hemos dicho más de una vez, el sindicalismo,


entendido como una práctica específica del movimiento obrero
—no como la historia genérica del mismo—, y como una teoría
de esa práctica, es decir, el sindicalismo revolucionario, tiene su
origen más inmediato en el movimiento obrero francés, que se
desarrolla a partir de 1884, cuando el Gobierno de aquel país
cambió la política represiva que se había venido siguiendo
desde los tiempos de la Comuna y aprobó, a instancias del
ministro del interior Pierre Waldeck-Rousseau, la ley que
llevaría su nombre, permitiendo la creación de los sindicatos
obreros.

La verdadera intención de esta nueva legislación no era otra


que la de favorecer y fomentar incluso la creación de
sociedades obreras fácilmente «domesticables», que
aceptasen una línea de actuación pacífica moderada, el
arbitraje oficial, etc. Sin embargo, el resultado fue muy otro, y
las organizaciones obreras de carácter revolucionario
aprovecharon el marco legal para su desarrollo. Así, en octubre
de 1886, en un Congreso obrero celebrado en Lyon, sería
constituida la Fédération des Syndicats et Groupes Corporatifs
de France, de influencia mayoritariamente guesdista. Ese
mismo año sería creada también, en París, la primera Bourse
du Travail, a la que habrían de seguir otras muchas en los
núcleos obreros más importantes de Francia. Las Bolsas de
Trabajo terminarían por federarse nacionalmente, en 1892, en
la Fédération des Bourses du Travail.

Pero el contenido de ambos movimientos tenía sensibles


diferencias entre sí. Por una parte, la Federación Nacional de
Sindicatos se vio integrada mayoritariamente por la militancia
obrera socialista, procedente fundamentalmente del Partido
Obrero Socialista Revolucionario de Paul Brousse, y del Partido
Obrero Francés de Jules Guesde, los cuales habían aconsejado a
sus militantes el ingreso masivo en los sindicatos. Los
guesdistas tenían una gran despreocupación por el tema
sindical en sí y sólo les interesaban los sindicatos en la medida
en que constituían un banderín de enganche para el Partido y
un medio de preparación de los obreros para la lucha política,
la cual, mediante la toma del Poder, era para ellos el único
medio adecuado para la emancipación obrera. Por el contrario,
la posición de los broussistas era mucho más favorable al
desarrollo del sindicalismo, en el que veían un eficaz medio de
lucha del proletariado por la emancipación social. Lo distinto
de estas posturas provocó el que la Federación Nacional de
Sindicatos adoptase planteamientos ideológicos y tácticos que
podían resultar un tanto contradictorios: por una parte, se
aceptaron muchos de los planteamientos del Partido Obrero
(publificación de los medios de producción, etc.), apoyándose
en general su programa; pero, por otra parte, se adoptaron los
planteamientos típicos del sindicalismo: la lucha de clases, la
unidad e independencia de la clase obrera por encima de las
ideologías políticas, e, incluso, la huelga general, a pesar de la
férrea oposición de los guesdistas.

Por el contrario, las Bolsas de Trabajo, que se desarrollaron


paralelamente a los sindicatos, consistían en una especie de
uniones locales a las que se afiliaban obreros de todas las
profesiones, con el fin primigenio de facilitar trabajo a los
mismos. Sin embargo, pronto adquirieron un sentido mucho
más amplio y se convirtieron en verdaderas entidades
revolucionarias, cuyo papel principal era la preparación y
educación del obrero para su emancipación así como su unión
por encima de distingos políticos y profesionales. El carácter
libertario de la Federación de Bolsas de Trabajo es algo que se
impuso desde el primer momento, pero que se fue acentuando
en la medida en que los anarquistas fueron ingresando en los
sindicatos, decepcionados por los resultados de las tácticas
individualistas y de la «propaganda por el hecho» de los años
ochenta y primeros noventa del siglo XIX.

Además, la estructuración de ambos organismos era


totalmente diferente, respondiendo a diferentes concepciones
de la clase y la emancipación obrera. Por una parte, la
Federación Nacional de Sindicatos, aunque no perfectamente
estructurada, reunía en su seno a sindicatos de oficio locales y
a algunas FEDERACIONES de sindicatos, lo que implicaba una
concepción mucho más desarrollada de la clase obrera, su
papel, determinado por su posición en el proceso productivo, y
de la lucha de clases, materializada diariamente a través de
este proceso en la fábrica, en el taller, etc. El sindicato era, así,
el elemento más adecuado para esta lucha y para la
emancipación de la clase obrera. Mientras que, por otra parte,
las Bolsas de Trabajo no tenían una estructuración
determinada, se organizaban localmente y a ellas pertenecían
obreros de todas las ramas y profesiones. En un principio solían
funcionar bajo el control de los sindicatos, pero en 1892 se
independizaron y formaron la Federación Nacional. Ello
implicaba una concepción más amplia y elástica de la clase
social y de la lucha de clases, que tendía, en definitiva, a una
concepción de la emancipación más bien individual, del obrero,
que de la clase.

Sin embargo, las diferencias existentes entre ambos


movimientos no suponían un antagonismo total entre ellos, y,
por el contrario, los numerosos puntos de contacto existentes y
la trayectoria histórica de cada uno de los dos movimientos
sindicales determinó un proceso de convergencia que habría
de culminarse en 1902 con su unificación. Pero para llegar a
ello hubieron de realizarse transformaciones que modificaron
un tanto el carácter primigenio de cada uno de ellos.

La Federación Nacional de Sindicatos habría de reflejar en su


trayectoria las modificaciones operadas en el campo socialista
y —al igual que ocurriría con las Bolsas de Trabajo—, el cambio
de actitud de los anarquistas. Por una parte, los guesdistas
fueron perdiendo poco a poco el control de la Federación, a la
que habían querido convertir en un elemento del Partido, en la
medida en que ésta iba desbordando sus márgenes de acción y
su interés en los sindicatos decrecía. Por otra parte, el otro
partido socialista, el de Paul Brousse, se había escindido en
1890 en un ala derecha, posibilista y gradualista, que borró de
la denominación del partido la calificación de Revolucionario, y
un ala izquierda, dirigida por Jean Allemane, que defendía, en
línea con los sindicatos, una política más radical, de
independencia de clase, de acción directa y que rechazaba, por
tanto, el parlamentarismo y promovía la idea de la huelga
general. Los allemanistas, que formaron el nuevo Partido
Obrero Socialista Revolucionario, habían sustituido desde hacía
ya algún tiempo a los guesdistas en el control de la Federación,
que, dada su estructura abierta, que permitía el acceso a sus
congresos de delegados de todos los sindicatos que quisieran
enviarlos, fue incluyendo en su seno a nuevos elementos
radicales como los blanquistas y, como ya dijimos
anteriormente, los anarquistas81. Ya en el año 1894, en el
Congreso de Nantes, los guesdistas abandonaron las sesiones
al mismo tiempo que se aprobaba la táctica de la huelga
general revolucionaria 82 y se creaba un Comité de huelga, que

81 En 1892 la Policía parisina logró interceptar una circular enviada por los exiliados
anarquistas en Londres, en la que éstos recomendaban a sus correligionarios en Francia la
participación en los sindicatos: «Es de la mayor utilidad participar tanto en las huelgas
como en otras agitaciones de la clase obrera, aunque negándose siempre a desempeñar el
papel principal. Hemos de aprovechar todas las oportunidades para realizar propaganda
anarquista y defender a los obreros de los socialistas de tendencias autoritarias, los
opresores del mañana.» (J. MAITRON, «Le syndicalisme revolutionaire: Paul Delasalle»,
París, 1952, p. 24; cit. en J. Jot.t. «Los Anarquistas», Barcelona, 1972, p. 186). En 1895, F.
Pelloutier publicaría en «Les Temps Nouveaux», periódico anarquista que dirigía J. Grave,
varios artículos incitando a los anarquistas a entrar en los sindicatos (J. JUI.I.IARD,
«Fernand Pelloutier et les origines du syndicalisme d´action directe», París, 1971, p.
120). Ello no es sino una muestra de un proceso de integración anarquista en la lucha
sindical que se incrementaría a partir de estas fechas. Uno de los personajes más
destacados del sindicalismo francés. Emile Pouget, haría su entrada en los sindicatos en
este momento. Otros ya lo habían hecho antes, o lo harían con posterioridad, como
Tortellier, Delasalle, etc.
82 En realidad, la táctica de la huelga general ya había sido aprobada en el Congreso de
Bouscat (Gironde), de 1888, en el que, además, se había aprobado también la separación e
independencia de la Federación de Sindicatos de los partidos políticos. En el Congreso de
se encargaría de promocionar la idea y prepararla para cuando
fuese oportuno declararla. Esta radicalización no podía menos
que acercar la Federación de Sindicatos a la de Bolsas de
Trabajo, de la que entonces era secretario general Fernand
Pelloutier. Sin embargo, éste no confiaba del todo en la
Federación sindical en la que veía un peligro reformista, dado
el dominio de los «políticos» —aunque fueran radicales— en
ella, y así fracasa un primer intento de unificación propuesto
por la federación de sindicatos. Fracasado este primer intento,
la Federación Nacional de Sindicatos decide realizar la
unificación por su cuenta y, eliminados los guesdistas, se dirige
directamente a las Bolsas de Trabajo para que abandonen su
Federación y se unan a ella, para lo cual convoca en 1895 el
Congreso de Limoges, en el que, con la asistencia de
numerosas Bolsas, se reorganiza y crea la Confédération
Générale du Travail.

La Federación de Bolsas de Trabajo, de la que era secretario


general desde 1895 F. Pelloutier, quien antes de convertirse al
anarcosindicalismo había sido guesdista, fue pronto engrosada
por los anarquistas que se habían vuelto hacia el movimiento
obrero, quienes se hicieron con los cargos más importantes de
la misma 83 . La táctica que entonces se siguió fue el

Marsella (19-23 de septiembre de 1892), la Federación aprobaría un texto sobre la huelga


general propuesto por A. Briand, que no era sino una adaptación de otro, en el mismo
sentido, elaborado por Pelloutier y aprobado por el Congreso socialista —«broussista»—
de Tours (3-5 de septiembre de 1892), y que el propio Briand había presentado ya en el
Congreso socialista —«guesdista»—, celebrado el 14 de septiembre de ese mismo año.
Este texto venía a considerar la huelga general como el único medio para asegurar el
triunfo revolucionario de la clase obrera, ante la imposibilidad de la utilización de la vía
armada. (F. PELLOUTIER «Historia de las Bolsas de Trabajo», Madrid, 1978 [ed. orig. de
1902], p. 74; G. LEFRANC «La huelga: historia y presente», Barcelona, 1972, p. 43).
83 Entre las figuras anarquistas que entonces se pasaron al sindicalismo de las Bolsas,
fortalecimiento y crecimiento de la organización,
preocupándose fundamentalmente de la educación y
preparación del obrero para el hecho revolucionario que algún
día tendría que encabezar. Por entonces, la idea de la huelga
general era algo que obsesionaba también a los bolsistas,
quienes, al igual que haría la Federación de Sindicatos, la
tenían como uno de los puntos fundamentales de su programa.

La unificación definitiva entre ambas corrientes sindicales no


se producirá hasta 1902, en el Congreso de Montpellier —poco
después de la muerte de Pelloutier, ocurrida en 1901—, en el
que la nueva CGT se estructura de tal manera que las Bolsas y
los Sindicatos pasan a formar dos secciones independientes
federadas, aunque todo sindicato tenía la obligación de
pertenecer a una Bolsa de Trabajo. Como secretario de la CGT
fue elegido el ex blanquista Víctor Griffuelhes, mientras que
Pouget lo fue de la sección de sindicatos e Yvetot de la de
Bolsas.

Con la unificación sindical que supone la creación de la CGT,


el sindicalismo francés comienza su consolidación doctrinal,
que se culminará con los acuerdos del Congreso de Amiens de
1906. El proceso seguido hasta este momento supone un lento
desarrollo de la doctrina y su difícil puesta en práctica, que no
puede ser realizada eficazmente sino cuando existe la base
orgánica precisa para ello; esta base la constituyó
precisamente la nueva CGT. Pero, además, en este proceso,
que se inició en los años ochenta, se produce una convergencia
hacia el sindicalismo desde distintos sectores ideológicos, lo

destacan G. Yvetot y P. Delasalle. Vid. nota 81.


que hace que estas concepciones iniciales del sindicalismo
tengan matices y perspectivas diferentes, cosa que se reducirá
en la medida en que la doctrina sindicalista se uniformice en
torno a esa unidad orgánica. El relato más o menos detallado,
al menos en sus momentos más importantes, que hemos
hecho de este proceso obedece precisamente a la necesidad
de clarificar un poco el origen ideológico y orgánico del
movimiento sindicalista.

Ahora bien, al proceso de unificación y crecimiento de las


fuerzas sindicalistas, además de la radicalización de los
sectores socialistas que predominaban en la Federación
Nacional de Sindicatos —y quizá ello es también efecto—,
contribuyó decisivamente la política reformista seguida por
amplios sectores del socialismo francés, que llegaron a ocupar
puestos en el Gobierno84, así como asuntos como el «affaire»
Dreyfus; todo lo cual provocó «una reacción antipolítica,
antiestatal entre muchos franceses, que condujo entre los
obreros al fortalecimiento del sindicalismo en su forma
revolucionaria». De este modo se iba a producir entre los
sindicatos y los partidos socialistas una separación radical que
no había existido en un principio85.

84 El «asunto Dreyfus» y el renacer del nacionalismo chauvinista provocaron la


creación de un bloque de izquierdas, entre los radicales, los socialistas y una parte de los
moderados, que llegó al Gobierno en 1899. Entre los ministros se encontraba el socialista
independiente Alexandre Millerand, quien elaboró un programa reformista que suscitó la
inmediata oposición de los Sindicatos.
85 G. D. H. COLÉ, «Historia del pensamiento socialista», vol. III, México, 1969, p.
322. Esta separación se acentuaría en años posteriores, tras las elecciones de 1902, con la
llegada de diversos ministros socialistas al Gobierno (René Viviani, Aristide Briand),
quienes no dudaron en oponerse tajantemente a los Sindicatos en muchos de los conflictos
por éstos planteados. Sin embargo, el nuevo partido socialista francés, unificado desde
Así, pues, la consolidación orgánica del sindicalismo francés
trajo aparejada la consolidación ideológica; es decir, la
consolidación de la teoría, la estrategia y las tácticas del
sindicalismo revolucionario. Ello no quiere decir que esta
consolidación orgánica eliminase de hecho las diferentes
corrientes ideológicas convergentes en la CGT —la especial
estructuración orgánica de la misma, al menos en su primera
época, es una buena prueba de lo contrario—, sino que, a
partir de esa unificación, va a ser la propia organización quien,
a través de sus decisiones colectivas, asambleas, congresos,
etc., va a uniformizar y consolidar la teoría sindicalista
revolucionaria que inspirará sus actuaciones, por encima de las
diferencias de interpretación, y aún de concepción, del
sindicalismo que tenían los sindicalistas de entonces y las
tendencias que formaban parte de la CGT.

El Congreso de Amiens, de 1906, supone en este sentido un


hito importantísimo, que tendrá una enorme trascendencia, no
sólo en el sentido de que constituye, por decirlo de alguna
manera, la primera gran formulación básica «oficial» del
sindicalismo revolucionario, sino porque esta formulación va a
servir de modelo e inspiración al naciente sindicalismo
revolucionario español, quedando ya como la columna
vertebral de su pensamiento. Pero, además, el Congreso de
Amiens, desde el punto de vista de la ideología sindicalista, es
importante porque marca el punto culminante del equilibrio de
las corrientes ideológicas que participaban en la CGT. Así, a
partir de este momento, la formulación específica del

1905, se esforzaría por mantener un entendimiento y colaboración, respetando su


autonomía, con la CGT, llegándose a un acuerdo específico en este sentido en el Congreso
socialista de Limoges, en 1906. Véase nota 86.
contenido básico del sindicalismo revolucionario supone un
deslinde claro de éste con respecto a las posiciones de los
anarcosindicalistas y de los socialistas86; corrientes que verán
definitivamente derrotadas sus pretensiones de definir
políticamente a los sindicatos, en un sentido anarquista, los
anarcosindicalistas, o en sentido socialista, uniéndolos en
estrecha colaboración con el Partido Socialista, los socialistas 87.
El desarrollo del sindicalismo revolucionario, como teoría
social, y el desarrollo del sindicalismo orgánico, como práctica
del mismo, es decir, el crecimiento de los sindicatos y la
extensión de las FEDERACIONES obreras, supuso el
desplazamiento de los sectores anarcosindicalistas, que
quedarían un tanto relegados al marco de las Bolsas de
Trabajo. Por otra parte, la política sindical radical que se
seguiría en el que se denominó «período heroico» de la CGT
(1902-1910)88, y las fuertes represiones que esta política trajo
consigo tras los movimientos desencadenados, terminaron por
desplazar de la dirección de la CGT a los sectores más radicales
y «politizados», blanquistas y anarcosindicalistas, que venían

86 Me refiero, claro está, a los sectores socialistas que pretendían unir los sindicatos a las
directrices políticas del partido, posición que no era -como ya hemos visto- la que
ostentaba la totalidad del sector socialista. En el Congreso socialista de Limoges, de 1906,
celebrado poco después del citado de Amiens, fueron rechazadas las posiciones clásicas
del guesdismo con respecto a la relación del Partido con los sindicatos, y se aprobó la
proposición de Jaurés —que consiguió el apoyo de los otros importantes sectores del
partido, blanquistas y allemanistas— en el sentido de consagrar la autonomía de los
sindicatos, considerando la acción sindical y la politica como independientes, pero
convergentes en el fin común: «la expropiación general del capitalismo».
87 M. Latapie propuso al Congreso de Amiens que se declarase expresamente que la
doctrina sindical era independiente en absoluto de la socialista y de la anarquista (J. PUYOL
Y ALONSO «Proceso del Sindicalismo revolucionario», Madrid, 1919, p. 46).
88 G. D. H. COLE, op. cit., p. 334.
dirigiéndola desde el principio 89. Además, la política seguida
desde el poder por socialistas como Aristide Briand, quien
había sido con anterioridad un apasionado defensor de la
huelga general90, provocaría en los sindicatos una acentuación
de la corriente apolítica y antipartido, en definitiva,
antisocialista, en la medida en que el partido socialista era
partícipe de esa política gubernamental y participaba también
en la lucha parlamentaria.

Uno y otro fenómeno, el desplazamiento de las corrientes


políticas de uno y otro signo, que pretendían la ideologización
de los sindicatos, no podía sino contribuir a un afianzamiento

89 En 1909 el moderado Luis Niel sustituiría a Griffuelhes en la secretaría general de


la CGT; éste sería sustituido, a su vez, en 1910, por el «sindicalista puro» León Jouhaux.
90 Vid. nota 82. Sobre la historia del sindicalismo revolucionario francés, véase, por
ejemplo: H. ARVON «L´Anarchisme», París, 1974: A. BARJONET «La CGT. Un análisis
crítico del sindicalismo francés», Barcelona, 1971; J. BRON «Histoire du Mouvement
ouvrier français» (2 vol.), París, 1968 y 1970; J. BRUHAT «Histoire du mouvement ouvrier
français», París, 1952; Id. «Esquisse d une histoire de la CGT», París, 1966; G. D. H.
COLÉ «Historia del pensamiento socialista», vols. III y IV, México, 1964; M. COLLINET
«L´ouvrier français: esprit du syndicalisme», París, 1951; E. DOLLEANS «Historia del
Movimiento Obrero» (3 vol.) Algorfa, 1969; J. JOLL «LOS anarquistas», Barcelona, 1968;
L. JOUHAUX «Le Syndicalisme et la CGT», París, 1920; J. JULLIARD «Fernand Pelloutier
et les origines du Syndicalisme d action directe», París, 1971; G. LEFRANC «Historia de
las doctrinas sociales en la Europa contemporánea», Barcelona, 1964; Id. «Le mouvement
syndical sous la IIIme. République», París, 1967; Id. «La huelga: historia y presente»,
Barcelona, 1972; M. LEROY «La coutume ouvriére. Syndicats, Bourses du Travail,
Fédérations professionneles, Cooperatives. Doctrines et institutions» (2 vol.), París, 1913;
G. LICHTHEIM «Breve historia del socialismo», Madrid, 1975; J. MAITRON «Histoire du
mouvement anarchiste en France, 1880-1914», París, 1955; P. MONATTE la lutte
syndicale», París, 1976; F. PELLOUTIER «Historia de las Bolsas de Trabajo», Madrid,
1978 [ed. orig.: 1902]; E. POUGET «La Confederación General del Trabajo de Francia»,
Barcelona, s.f. [ed. orig.: 1908]; J. PUYOL Y ALONSO «Proceso del Sindicalismo
Revolucionario», Madrid, 1919; P. STEARNS «Revolutionary Syndicalism and French
Labor», New Brunswick,
N. J., 1971; G. L. TRILLO «El sindicalismo revolucionario», Madrid, s.f.; G. WOODCOCK
«Anarchism: A history of libertarían ideas and mouvements» Harmondsworth, 1975.
de la corriente neutralista, que defendía la independencia
ideológica de los sindicatos, y que encarnaría el sindicalismo
revolucionario.

— La Carta de Amiens y los caracteres fundamentales del


sindicalismo revolucionario

El Congreso de Amiens, celebrado en esta ciudad francesa del


8 al 14 de octubre de 1906, formuló las líneas maestras del
sindicalismo revolucionario en una declaración fundamental,
carta básica del sindicalismo, que habría de conocerse
históricamente como la Carta de Amiens.

El texto de esta carta, que, por su interés y en tanto en


cuanto traza las líneas fundamentales del sindicalismo
revolucionario, analizaremos detenidamente, decía lo
siguiente91:

«El Congreso Confederal de Amiens confirma el artículo


2, constitutivo de la CGT92.

91 Bastante conocido y citado por diversos autores, tomo aquí la traducción castellana
del libro de A. BARJONET «La CGT...», cit. La Carta de Amiens sería con posterioridad
ratificada por los Congresos de la CGT de Marsella (1908), Toulouse (1910) y El Havre
(1912), quedando consagrada como el documento básico del sindicalismo revolucionario.
92 El texto del art. 2 —actual art. 1— decía: «La Confederación General del Trabajo
tiene por objeto: 1) La agrupación de los asalariados para la defensa de sus intereses
morales, materiales, económicos y profesionales. 2) Agrupa, fuera de toda escuela
política, a todos los trabajadores conscientes de la lucha que hay que llevar a cabo para la
desaparición del asalariado y del patronato. Nadie puede hacer uso de su título de
confederado o de un cargo en la Confederación en un acto electoral político cualquiera»
(A. BARJONET, op. cit., p. 21).
La CGT agrupa, fuera de toda escuela política, a todos los
trabajadores conscientes de la lucha que hay que llevar a
cabo para la desaparición del salario y del patronato.

El Congreso considera que esta declaración es un


reconocimiento de la lucha de clases que opone, en el
terreno económico, a los trabajadores en rebeldía contra
todas las formas de explotación y de opresión, tanto
materiales como morales, utilizadas por la clase capitalista
contra la clase obrera.

El Congreso precisa esta afirmación teórica en los


siguientes puntos:

En la acción reivindicativa cotidiana, el sindicalismo


persigue la coordinación de los esfuerzos obreros, el
incremento del bienestar de los trabajadores mediante la
realización de mejoras inmediatas, tales como la
disminución de las horas de trabajo el aumento de los
salarios, etc.

Pero esta tarea sólo es un aspecto de la actividad del


sindicalismo; éste prepara la total emancipación, que sólo
se puede conseguir mediante la expropiación capitalista;
preconiza como medio de acción la huelga general y
considera que el sindicato, que hoy es una agrupación de
resistencia, será en el futuro la agrupación de producción y
de distribución, base de reorganización social.

El Congreso declara que esta doble tarea, diaria y futura,


deriva de la situación de asalariados que gravita sobre la
clase obrera y que impone a todos los trabajadores,
cualesquiera que fueren sus opiniones o sus tendencias
políticas o filosóficas, el deber de pertenecer a la
agrupación esencial que es el sindicato.

En consecuencia, y en lo que atañe a los individuos, el


Congreso afirma la total libertad para el sindicado de
participar, fuera de la agrupación corporativa, en aquellas
formas de lucha que correspondan a su concepción
filosófica o política, limitándose a exigirle, en reciprocidad,
que no introduzca en el sindicato las opiniones que profesa
en el exterior.

En lo concerniente a las organizaciones, el Congreso


declara que, a fin de que el sindicalismo obtenga su
máximo de eficacia, la acción económica debe ejercerse
directamente contra la patronal, no teniendo las
organizaciones confederadas, en tanto que agrupaciones
sindicales, que preocuparse de los partidos y de las sectas
que, fuera y paralelamente a ellas, puedan perseguir, con
toda libertad, la transformación social.»

El texto de la Carta de Amiens consta de dos partes bien


diferenciadas: una primera, en la que se establecen las
concepciones básicas de las que se parte; un análisis de la
sociedad capitalista, de los principales elementos que la
forman, de la explotación económica que se produce en ella y
de la necesidad de la lucha de clases y de la derrota de la clase
capitalista, para lograr la superación de esa situación de
explotación; y una segunda parte, en la que se define el
sindicalismo y la función del sindicato en el medio específico
que constituye la sociedad capitalista, en el proceso
revolucionario y en la sociedad futura, sin clases. Pero
veámoslo con mayor detalle:

1.—El sindicalismo revolucionario se basa en una concepción


de la sociedad dividida en clases: por un lado la «clase obrera»
o «trabajadores» y por otro la «clase capitalista» —por
emplear los propios términos de la Carta—. Esta división
determina la situación de «explotación» en que se encuentra la
clase obrera con respecto a la capitalista; explotación que se
manifiesta, se materializa, en la relación de trabajo, por la que
el trabajador —«asalariado»— vende su trabajo a cambio de
un salario al «patrono». Pero la explotación material va
acompañada de otras «formas de explotación y de opresión,
tanto materiales como morales», que perpetúan aquélla.

El reconocimiento de la división clasista de la sociedad, pero,


sobre todo, la diferenciación en clases en base al papel que
cada una representa en la producción, es algo que el
sindicalismo toma directamente del marxismo. Ya dijimos
anteriormente que el concepto de clase se encuentra también
en algunas formulaciones del anarquismo; sin embargo, la
diferenciación clasista en torno al proceso productivo es algo
específico del marxismo, de quien llega al sindicalismo
revolucionario a través de figuras procedentes o militantes del
campo socialista, como eran gran parte de los dirigentes del
sindicalismo francés 93 . Pero, esta concepción fue pronto

93 Gran parte de los teóricos del sindicalismo revolucionario, desde los primeros
momentos de su formulación, procedían del campo socialista, en sus diferentes tendencias,
y de algún modo se hallaban fuertemente influenciados por el marxismo, aunque después,
en muchos casos, renegasen de varias de sus concepciones. Pelloutier fue colaborador y
militante del partido obrero, de Guesde —anteriormente había sido republicano radical—,
antes de convertirse en sindicalista revolucionario libertario. Griffuelhes había sido
asimilada y consustancial, incluso, a las propias formulaciones
del anarcosindicalismo.

Dicho en palabras de Pouget, «los trabajadores, elaborando y


transformando (...) los productos de la naturaleza, crean la
riqueza (...). La riqueza, creada por el trabajo, es, desde su
origen, canalizada, individualizada y acaparada por los
explotadores, y ellos la transforman, en su provecho egoísta,
en capital. Por consecuencia, desde su origen, el capital
aparece como el producto de un robo. (...) [Así pues] De un
escrupuloso examen de las condiciones económicas resulta que
la sociedad está dividida en dos clases, tan distintas como
hostiles. De un lado los ladrones, los amos: capitalistas y
propietarios. De otro lado, los robados, los servidores: obreros
de las fábricas y talleres, empleados, mineros, campesinos»94.

2.—La división clasista de la sociedad trae consigo el


«reconocimiento de la lucha de clases», como base
fundamental en la que el sindicalismo centra su acción
revolucionaria. La lucha de clases, «que opone, en el terreno
económico, a los trabajadores», a la «clase obrera», contra la
«clase capitalista», es una consecuencia lógica de la concepción
de la sociedad como dividida en clases. Elemento teórico
fundamental del sindicalismo revolucionario, es algo que, en

blanquista. Tortelier, gran defensor de la huelga general, venía también del campo
blanquista, antes de pasarse al anarcosindicalismo. Lagardelle, Berth, eran socialistas
sindicalistas. Briand lo había sido, antes de llegar a ministro. El propio Sorel fue un
socialista sindicalista, aunque pronto se desilusionó, y su influencia en el sindicalismo
revolucionario fue bastante menor de lo que su fama le atribuye. Claro que no menos
importantes fueron los dirigentes provenientes del anarquismo, como Pouget, Yvetot,
Delasalle, etc.
94 E. POUGET, «El Sindicato», Barcelona, 1904, pp. 9-10 (traducción de A. Lorenzo).
íntima relación con la concepción clasista de la sociedad, se
toma también del marxismo.

A este respecto dice Sorel:

«El sindicalismo revolucionario encarna, a la hora


presente, lo que hay en el marxismo de verdadero, de
profundamente original, de superior a todas las fórmulas, a
saber, que la lucha de clases es el alfa y omega del
socialismo; que no es un concepto sociológico para uso de
los sabios, sino el aspecto ideológico de una guerra social
emprendida por el proletariado contra todos los jefes de
industria; que el Sindicato es el instrumento de la guerra
social» 95.

De la concepción clasista de la sociedad y de la lucha de


clases se derivan, para el sindicalismo revolucionario, tres
consecuencias:

1. a) La independencia de la clase trabajadora con respecto


a la burguesía y sus instituciones, y la necesidad de mantener
y fomentar esta independencia mediante la educación y
concienciación de los trabajadores. Esto quiere decir que la
clase trabajadora tiene un conjunto de intereses y fines a
conseguir que nada tienen que ver con los fines e intereses de
la clase explotadora, y que, por lo tanto, los medios a emplear
para conseguirlos han de ser los adecuados a esos fines, es
decir, medios propios y específicos de la clase trabajadora. Y el
medio propio y específico de la clase trabajadora, como un

95 G. SOREL, «El sindicalismo revolucionario», en G. SOREL y otros, «El sindicalismo.


Origen, tácticas y propósitos», Barcelona, 1934, p. 63.
todo, es el Sindicato, y su modo de acción el sindicalismo
revolucionario. Como dice la Carta de Amiens, «la CGT [—el
sindicato—] agrupa, fuera de toda escuela política, a los
trabajadores conscientes de la lucha que hay que llevar a cabo
para la desaparición del asalariado y del patrono».

Así pues, el enfrentamiento entre el trabajador y el


capitalista, la lucha de clases, proviene de la situación de
explotación en que se encuentra el primero con respecto al
segundo; es, por tanto, algo que se produce en el terreno
puramente económico y que, por ello, en ese mismo terreno
debe resolverse. Lo demás, las otras «formas de opresión
materiales y morales» no son sino una derivación de lo
fundamental: la explotación económica de la clase trabajadora.
La derrota, la expropiación de la clase capitalista, supondrá la
emancipación social, la desaparición de las clases y de todas las
formas de opresión moral y material. Ello, sin embargo, no
quiere decir que el sindicato no deba luchar frente al Estado y
todas las formas de opresión; por el contrario, la lucha contra
el Estado va íntimamente unida a la lucha contra el
«patronato», dado que el primero no es más que un elemento
que emplea el segundo para realizar su explotación. Ahora
bien, se trata de una lucha contra el Estado y contra el
patronato; no por el Estado y contra el patronato, como lo
entiende el socialismo marxista 96.

96 Como decía Griffuelhes «... el trabajador no debe esperar nada del patronato. Este no
puede, sin atentar directamente contra sus intereses, reducir su autoridad y sus beneficios
(...). Así, pues, el sindicalismo afirma que el trabajador no debe esperar nada del Estado,
que no puede entregarse de una manera desinteresada a la tarea de fortalecer la acción
obrera o de aumentar las libertades necesarias al proletario para la lucha de cada día. De
ahí la oposición existente entre sindicalismo, de una parte, y patronato y Estado de otra.
De lo dicho obtiene el sindicalismo las siguientes
consecuencias:

a) que la lucha se plantea a la clase capitalista en «el


terreno económico». «La acción económica debe ejercerse
directamente contra la patronal» 97;

b) que el medio específico de lucha de la clase trabajadora,


que representa a toda la clase e interviene específicamente en
el terreno económico es el Sindicato. Ello significa que los
demás medios de lucha no son adecuados para conseguir el fin
que pretende la clase trabajadora, bien porque introducen en
ella divisiones de tipo ideológico —con lo que no la pueden
representar en su totalidad—, bien porque no actúan en el
puro terreno económico y desvían la lucha de su marco
fundamental.

Así, aunque no hay en la Carta una condena expresa de los


«partidos» y de las «sectas», queda bastante clara la
superioridad y la primordialidad del Sindicato como medio de

De esta oposición resulta la lucha: el trabajador, que no debe contar más que consigo
mismo, obra para exigir del uno ventajas y del otro libertades» (V. GRIFFUELHES, «El
Sindicalismo revolucionario», Valencia, s.f., pp. 19-20).
97 La acción económica del proletariado supone para el sindicalismo, por una parte, un
beneficio propio inmediato, pero, por otra, un beneficio social remoto, por cuanto tiende,
mediante la expropiación de la burguesía, a generalizar socialmente el beneficio
económico. En este sentido, el proletariado no debe tener reparos en la búsqueda de su
propio interés, que es un interés social. En palabras de Sorel: «los capitalistas, en su furor
innovador, no se ocupaban de su clase o su patria; cada uno de ellos consideraba
únicamente el mayor beneficio inmediato. ¿Por qué los sindicatos han de subordinar sus
reivindicaciones a los altos intereses de la economía nacional y no se han de aprovechar
todo lo posible de sus ventajas cuando las circunstancias les son favorables? El poder y la
riqueza de la burguesía se basaban en la autonomía de los directores de empresa. ¿Por qué
no se ha de basar la fuerza revolucionaria del proletariado en la autonomía de las
rebeliones obreras?» (G. SOREL, op. cit., p. 62).
lucha y de emancipación de la clase obrera con respecto a
cualquier otro 98;

c) que el Sindicato ha de ser independiente ideológicamente;


su único fin es la emancipación de la clase trabajadora de la
explotación económica en que se encuentra, no cabe en ello
matización ideológica alguna que pueda suponer un peligro de
división de la clase. El sindicalismo es ideológicamente
«neutral», su único patrón ideológico es el que corresponde a
la pretensión de emancipación total de la clase trabajadora y,
por tanto, de la sociedad99. Es apolítico en el sentido de que no
sigue a corriente política alguna, y de que no participa en el
juego político, pero es político en el sentido de que pretende, a
través de la lucha económica contra la clase capitalista, la
transformación total de la sociedad, la revolución social. No
hay en la Carta un rechazo de las diferentes ideologías políticas
que puedan existir entre la clase obrera, sin embargo, para
mantener ese neutralismo ideológico, exige al sindicado que
«no introduzca en el Sindicato las opiniones que profesa en el

98 Como decía el propio Pouget: «El grupo corporativo [el sindicato] es, en efecto, el
único centro que por su constitución responde a las aspiraciones que impulsan al
asalariado: es la única agregación de seres humanos resultante de la identidad absoluta de
los intereses, puesto que tiene su razón de ser en la forma de producción sobre la cual se
modela, siendo su misma prolongación», y añadía: «Por esta razón, porque es el único
grupo que pone en plena y constante luz el antagonismo de los intereses y muestra la
sociedad dividida en dos clases distintas e irreconciliables, el sindicato se presenta como el
grupo esencial, como la asociación por excelencia. Así, debe ser el preferido sobre todos
los modos de agrupación humana; debiendo estarle todos subordinados, porque si los hay
muy útiles, sólo él es indispensable» (E. POUGET, op. cit., p. 11).
99 Como diría gráficamente Monatte: «De la misma manera que no hay más que una clase
obrera, no tiene que haber, en cada oficio y en cada ciudad, más que una organización
obrera, un único sindicato. Y sólo si se cumple tal condición podrá la lucha de clases
—dejando de verse entorpecida en todo momento por las disputas de escuelas o sectas
rivales— desarrollarse en toda su amplitud y obtener su máximo efecto» (P. MONATTE,
«Discurso...», cit., p. 91).
exterior». Ahora bien, en esta subvaloración de los organismos
ideológicos, que supone el darles un papel secundario en la
lucha social, implicaba tanto a los partidos políticos como a las
organizaciones anarquistas o grupos de afinidad. Quizá por ello
precisamente, y a diferencia de los anarquistas, no todos los
sindicalistas revolucionarios rechazaron de una manera
absoluta la utilidad de los partidos políticos, sino que se
limitaron generalmente a reconocer una utilidad secundaria
con respecto al Sindicato a los «grupos de ideas», incluyendo
en ellos tanto a los partidos políticos como a los grupos
anarquistas; utilidad que se encontraba subordinada a la acción
sindical, única, capaz de satisfacer por entero los intereses de
la clase trabajadora 100;

d) que el Sindicalismo ha de ser independiente


orgánicamente. Ello es una consecuencia lógica de lo anterior.
Si el sindicato ha de permanecer al margen de toda ideología
política, con mayor razón aún ha de permanecer independiente
de toda organización política o ideológica; cada uno tiene su
propio fin y su marco de actuación, y, aunque puedan coincidir
en algo, el sindicato es superior por responder a los específicos

100 En este sentido se manifestó muy claro el propio Pouget —que era de procedencia
anarquista—, al decir: «no puede negarse la fecundidad de estos grupos; en el período ya
transcurrido, en muchos puntos han despertado las conciencias populares y, por esto
mismo, facilitado la constitución de grupos de órdenes diversos, comenzando por los
mismos Sindicatos. Esta crítica de los grupos de afinidad no pasa de simple indicación de
que su tarea, por eminentemente buena que sea, no es primordial, y no dispensa de
participar en la acción sindicalista, la cual, por tener sus raíces en el terreno económico, es
la única calificada para modificar las condiciones de trabajo y preparar y llevar a buen
término la transformación social»; o, como Fabbri decía, precisando más, el Sindicato es
superior «por tener por base, antes que una teoría política y social, todo un complejo de
intereses de clase, y estar compuesto exclusivamente de elementos directa y
personalmente interesados en la lucha contra la burguesía» (E. POUGET, op. cit., p. 12. L.
FABBRI, «Sindicalismo y anarquismo» Valencia, 1908, p. 57; traducción de J. Prat).
de la clase obrera; no puede, pues, delimitarse por las
directrices o por el control de ninguna organización que
transcienda o reduzca los fines y los marcos de actuación
propios de la clase obrera. No tienen «las organizaciones
confederadas, en tanto que agrupaciones sindicales, que
preocuparse de los partidos y de las sectas que, fuera y
paralelamente a ellas, puedan perseguir, con toda libertad, la
transformación social» 101;

e) que el rechazo de todas las «formas de opresión», aunque


así no se diga expresamente, incluye necesariamente la
condena del Estado y de todo autoritarismo. Esta condena es
vieja en los medios sindicalistas, pero adquiere nueva
dimensión al ponerla en contacto con la teoría de la lucha de
clases, dado que, al considerar a ésta como una lucha
puramente económica y al Estado como un elemento más de
los que emplea laclase capitalista para perpetuar su
explotación, la importancia del Estado se relativiza y queda en
un segundo plano. Si se derrota a la burguesía, si se le arrancan
los medios de producción, en base a cuya propiedad explota al
trabajador, mediante la lucha de clases, la guerra social, el
Estado desaparecería por sí solo, por carecer de función. De
ello se deriva: primero, que la importancia del Estado en la

101 El por qué de la independencia del Sindicato y su fundamento lo expresa con lógica
aplastante Griffuelhes: «En efecto, puesto que el sindicalismo es el movimiento de la clase
obrera; puesto que la clase obrera para crear este movimiento debe estar organizada como
clase, es decir, que las agrupaciones salidas de ella no pueden comprender más que
asalariados; puesto que las agrupaciones así entendidas materializan orgánicamente la
oposición que hace adversario al obrero del patrono; puesto que por este hecho esas
agrupaciones excluyen a los individuos que gozan de una situación económica diferente a
la del trabajador, es preciso con toda lógica que la agrupación, teniendo sus orígenes en la
clase obrera, no espere sino de ésta el santo y seña y la impulsión» (vid. GRIFFUELHES, op.
cit., p. 20).
guerra social es mínima, secundaria; lo importante es expropiar
a la burguesía. De aquí la innecesariedad de los partidos
políticos, que pretenden la toma del Estado para derrocar a la
burguesía, y de toda otra agrupación que centre su acción en el
plano político. A la burguesía sólo se la destruye mediante la
lucha económica, la expropiación; cuando esto se realice, el
Estado se derrumbará solo. Los partidos son pues erróneos, en
el sentido de que pretenden llevar a la clase obrera por un
plano equivocado, que no es el suyo propio; e innecesarios,
dado que el medio que emplean, la lucha política y la toma del
poder, es un medio inútil para la revolución social. Y, segundo,
que, como queda dicho, una vez realizada la revolución social
expropiadora, el Estado carecerá de sentido y desaparecerá,
siendo sustituido por una nueva organización social en base al
Sindicato. En definitiva, pretender hacer la revolución social en
base a la toma del Estado, no es sino desviar a la clase
trabajadora de su propio destino y perpetuar el dominio de la
clase capitalista. Ello no quiere decir, sin embargo, que el
Sindicato no deba luchar contra el Estado; por el contrario, la
lucha del Sindicato por la emancipación de la clase obrera
quedaría un tanto coja si no se ejerciese también contra el
mecanismo que la burguesía emplea para realizar su
explotación económica. Como dijo el sindicalista italiano E.
Leone, «el acto de bautismo de todos los organismos sindicales
es antiestatal»102. Es decir, desde sus orígenes, el sindicalismo
tuvo frente a sí no sólo al patrono, que imponía sus
condiciones en la fábrica, sino a todo el mecanismo legal e
institucional del Estado, que éste utilizaba para poder imponer
mejor esas condiciones. Así, la lucha contra el Estado y sus

102 E. LEONE, «El Sindicalismo», Valencia, 1909, p. 54, traducción de J. Prat.


instituciones represivas es algo que ha estado en el
sindicalismo desde su inicio. Pero, esta lucha contra el Estado
no es tanto una lucha tendente a su conquista y utilización
—en el sentido marxista—, sino una lucha tendente, primero, a
ampliar el marco de posibilidades de actuación de la clase
trabajadora en la conquista y defensa de sus derechos e
intereses; marco que el Estado se esfuerza en reducir y limitar,
protegiendo los intereses de la clase capitalista 103; y, segundo,
tendente a su destrucción, dado que, como vimos, el Estado no
tiene utilidad revolucionaria alguna 104 . Así pues, la lucha
económica contra la burguesía lleva implícita la necesidad
paralela de la lucha contra el Estado; ahora bien, son dos
luchas que se realizan al mismo tiempo, desde la perspectiva
de clase, y que una va implícita en la otra, de tal manera que la

103 Como decía Griffuelhes «su acción consiste en apoderarse de los progresos
procedentes de modificaciones, de transformaciones, de innovaciones introducidas en
nuestra existencia. Pero si se apodera de ellos no es para completarlos y fortalecerlos; es
para reducirlos, contenerlos y castrarlos» (GRIFFUELHES, op. cit., p. 18).
104 Así, decía el italiano Arturo Labriola: «La presión sobre el Estado [tendente a
adueñarse de su maquinaria] es superflua, toda vez que no elimina la necesidad de
contender directamente con los capitalistas [para arrebatarles los medios de producción]»
(A. LABRIOLA, «El Sindicalismo revolucionario», en LABRIOLA y otros, op. cit., p. 27).
Más tarde, el alemán R. Rocker precisaría aún más esta inutilidad del Estado a efectos
revolucionarios: «los propulsores del sindicalismo revolucionario rechazan, por tanto,
fundamentalmente el punto de vista de los diversos partidos socialistas según el cual en
períodos de transformaciones sociales debe conservarse todo el aparato estatal con sus
funestas y mecánicas funciones para la defensa de la revolución. Ven más bien en todo
intento de esa naturaleza el mayor peligro para la victoria definitiva y el éxito de la
revolución y la base ineludible para el crecimiento de un nuevo sistema de opresión. Los
sindicalistas revolucionarios opinan que junto con el monopolio de la propiedad debe
desaparecer también el monopolio del poder. Por ese motivo no aspiran de ningún modo a
la conquista del Estado, sino a su completa extirpación en todos los dominios de la
convivencia humana, y consideran eso como una de las condiciones esenciales de la
realización del socialismo. El sindicalismo revolucionario es, por consiguiente, de acuerdo
con toda su esencia, antiestatista y adversario declarado de toda institución de dominio,
bajo cualquier máscara que se oculte» (R. ROCKER, «Declaración de principios», en R.
ROCKER y otros, op. cit., p. 75).
lucha contra el Estado es parte de la lucha económica contra la
burguesía, pero no una lucha política por el poder que requiera
una organización específica para su realización.

2. a) La necesidad de la unión y la solidaridad de todos los


trabajadores en esta lucha contra la burguesía. La explotación
es algo que recae por igual sobre todos los trabajadores, ocupa
a toda la clase obrera, de aquí que la única posibilidad que
éstos tienen de liberarse de ella consiste en que todos se unan
y luchen conjuntamente en contra del enemigo común, la
«clase capitalista». Como dice la Carta de Amiens, «la situación
de asalariado que gravita sobre la clase obrera (...) impone a
todos los trabajadores, cualesquiera que fueren sus opiniones
o sus tendencias políticas o filosóficas, el deber de pertenecer a
la agrupación esencial que es el Sindicato». Por otra parte, la
unidad de la clase obrera aparece a los ojos de los sindicalistas
como algo no muy difícil de conseguir, ya que se basa en una
situación de hecho común: la explotación y el amontonamiento
físico a que se somete a los trabajadores en los núcleos
industriales. Y a esta unión sólo se opone el obstáculo de la
educación y de la cultura burguesa, asumida por los
trabajadores, que los ciega y los aparta de su propio interés.
Así, esta unión se conseguiría en la medida en que el
trabajador adquiriese conciencia de su situación real y de la
debilidad que para su clase representa el individualismo y el
egoísmo que le imbuye la burguesía.

Como diría Pouget, por una parte, cuando el trabajador


adquiere conciencia de su debilidad, de su impotencia ante la
burguesía, «ve que ésta es el resultado del aislamiento y del
egoísmo que le predica la burguesía, y se le presenta el deseo
de ponerse en contacto con sus semejantes para remediar su
impotencia individual, porque comprende que su debilidad se
convertirá en fuerza mediante la agrupación y la práctica de la
solidaridad. Por otra parte, la forma de la explotación que sufre
le incita a la agrupación: la industria le ha aglomerado con sus
semejantes en talleres, fábricas y manufacturas; ¿qué más
natural que unirse a sus compañeros? (...) Como consecuencia,
el trabajador, cuya conciencia se despierta, comprende de la
necesidad de la agrupación y naturalmente toma el camino del
Sindicato» 105.

3. a) La necesidad de derrotar a la clase capitalista en esta


lucha, de lo cual se derivaría, tras la expropiación de la misma,
la desaparición de «todas las formas de explotación y de
opresión» y la emancipación social. Es decir, no sólo la
emancipación de la clase trabajadora, sino la emancipación de
toda la sociedad, mediante la «desaparición del asalariado y
del patronato». Dice la Carta de Amiens, hablando de los fines
del Sindicato: «éste prepara la total emancipación, que sólo se
puede conseguir mediante la expropiación capitalista»106.

Sin embargo, no es muy explícita la Carta con referencia al


cómo y al cuándo de la revolución social. Queda claro que el
sindicalismo «preconiza como medio de acción la huelga

105 E. POUGET, op. cit., p. 11.


106 Como decía Pouget: «La expropiación capitalista [es la] base única que puede servir
de punto de partida a una transformación de la sociedad. Únicamente después de esta
legítima restitución social podrá aniquilarse toda posibilidad de parasitismo, y entonces,
no estando nadie obligado a trabajar en servicio de otro, abolido el salario, la producción
será social en su destino como lo es en su origen; habiendo llegado la vida económica a ser
una positiva amalgama de esfuerzos recíprocos, la explotación, toda explotación, no sólo
quedará abolida, sino que será imposible» (E. POUGET, op. cit., p. 11).
general», pero no entra en mayores detalles sobre ella. (Ya nos
ocuparemos de este tema un poco más adelante.)

Tampoco dice mucho la Carta sobre la sociedad que se


propone como alternativa, tras la revolución social, a la
sociedad capitalista; aunque ello sería, quizá, lo menos
importante. Se dice que el Sindicato «será en el futuro la
agrupación de producción y de distribución, base de
reorganización social», pero ello, a pesar de todo, no deja de
ser una fórmula bastante vaga y esquemática si tenemos en
cuenta la cantidad de aspectos sociales que una fórmula social
alternativa debería prever.

En realidad, el esquematismo y la cierta vaguedad que se


puede observar en algunos de los aspectos teóricos del
sindicalismo revolucionario formulados en la Carta de Amiens,
muestran claramente que ésta responde a un esfuerzo de
síntesis ideológica, conseguida difícilmente, entre las
diferentes tendencias del sindicalismo convergentes en la CGT.
No se puede explicar sino de otro modo el hecho de que temas
tan desarrollados ya en la doctrina sindicalista revolucionaria,
como la negación del Estado, el rechazo de los partidos
políticos, la huelga general, la acción directa, etc., estén
tocados de manera tan poco detallada. Ello no fue sino una
concesión a los sectores más «politicistas» de la
organización.—los socialistas—, a cambio de la consagración
definitiva de la independencia ideológica y orgánica de los
sindicatos —cosa que quedó perfectamente reconocida—, que
aún ponían en cuestión algunos sectores del Partido Socialista,
encabezados por Guesde. La independencia sindical fue así
reconocida a cambio de que no se hiciese una condena
expresa, «oficial», por parte de la CGT, donde militaban tantos
socialistas, de la lucha política y el parlamentarismo que
practicaba el partido.

3.—La lucha de clases determina, para el sindicalismo


revolucionario, la necesidad de que la clase obrera se una, se
agrupe, en un órgano de defensa y de lucha propio; este
órgano de lucha específico de la clase obrera no es otro que el
Sindicato. El Sindicato es, como dice la Carta, la «agrupación
esencial» de la clase obrera, común a toda ella, que «persigue
la coordinación de los esfuerzos obreros», «en la acción
reivindicativa cotidiana» y para «la total emancipación, que
sólo se puede conseguir mediante la expropiación capitalista».

La especificidad del sindicato como arma de lucha de la clase


trabajadora viene determinada —como ya vimos en cierto
modo anteriormente— por el contenido que el sindicalismo
revolucionario atribuye a la lucha de clases. Es decir, la lucha
de clases, que termina en la revolución expropiadora de la
burguesía, tiene un contenido fundamentalmente económico:
se trata de arrancar a ésta, poco a poco, parcelas de su poderío
económico, hasta que las circunstancias sociales hagan
favorable la realización de una huelga general que provoque la
caída de todo el entramado político social y permita la total
expropiación de los medios de producción, hasta entonces en
manos de la clase capitalista 107. La lucha de clases se realiza,

107 «Todo sindicado sabe hoy —decía Yvetot— que, en principio, una mejora no es
positiva para los explotados, sino en tanto que se toma en perjuicio directo de los
explotadores, sin que haya repercusión de perjuicio sobre los obreros consumidores.» Pero
«llegada a cierto grado de madurez —abundaba Griffuelhes—, a cierto nivel de
pues, en el terreno de las relaciones de trabajo y todo lo que
de ellas se derive; es decir, en el terreno económico. En
definitiva, el sindicato que nace como la agrupación obrera
para la defensa de los intereses de la clase trabajadora frente a
la capitalista; que nace para intervenir específicamente en esa
relación entre el asalariado y el patrono, en la propia médula
de la lucha de clases, es, por todo ello, el arma específica de la
clase obrera.

Pero, el sindicato es el arma específica de la clase obrera no


sólo porque haya nacido naturalmente de ella y porque sea su
arma propia en la lucha de clases, sino, y fundamentalmente,
porque, al ser la lucha de clases (en el sentido en que la
entiende el sindicalismo) el único medio en el que debe
desenvolverse la acción revolucionaria de la clase trabajadora,
el sindicato es el único instrumento que le puede servir en ese
medio; es decir, que no hay otro que pueda utilizar para
realizar esa labor revolucionaria emancipadora en el único
medio apropiado para tal fin: la lucha de clases. De aquí que,
como ya hemos visto anteriormente, los partidos políticos sean
considerados como armas ajenas o inapropiadas para la lucha
emancipadora de la clase trabajadora, dado que, en primer
lugar, no responden a las condiciones específicas108 que exige

desenvolvimiento, a cierto estado de desarrollo; habiendo adquirido por el entrenamiento


de los combates de cada día la mirada certera, la seguridad, la confianza, el ímpetu, la
tenacidad, la clase obrera realizará su liberación con la huelga general», así «la revolución
social, es decir, la liberación del trabajo y del provecho, será el resultado de un
movimiento total de la clase obrera, produciéndose en el terreno de la producción» (G.
YVETOT, «ABC sindicalista», Barcelona, s.l., p. 2; y V. GRIFFUELHES, op. cit., p. 24).
108 Economicismo: lucha económica defensiva, reivindicativa y expropiadora, en último
término. Neutralismo ideológico: defensa exclusiva de los intereses generales de la clase
trabajadora, por encima de toda matización o diferencia ideológica; se trata de una «lucha
de intereses, no de ideas» —en palabras de Pouget—. Acción directa: frente a la clase
el medio propio de actuación de la clase obrera —la lucha de
clases—, para que ésta pueda triunfar; y, en segundo lugar,
porque, en tanto que actúan en el terreno político, realizan,
aunque no lo pretendan, una actividad colaboracionista —de
conciliación de clases—, que, por perpetuar, aún mejorándolas,
las formas de explotación y opresión capitalista, es contraria a
los intereses de la clase trabajadora. En este sentido, los
sindicalistas revolucionarios han utilizado en más de una
ocasión textos del propio Marx para rebatir las tesis politicistas
de los socialistas con respecto a los Sindicatos y demostrar que
lo político está subordinado a lo económico, es decir, según el
texto del preámbulo de los Estatutos de la Primera
Internacional: «... la emancipación económica de los
trabajadores es el gran objetivo al que debe subordinarse todo
movimiento político» 109.

4. —Pero, reconocida su superioridad, ¿cuál es la función


específica del Sindicato? Para el sindicalismo revolucionario,
como la propia Carta dice, el Sindicato tiene una doble función:
por una parte, «el incremento del bienestar de los trabajadores
mediante la realización de mejoras inmediatas, tales como la
disminución de las horas de trabajo, el aumento de salarios,

enemiga —la burguesía—; rechazo de cualquier instancia intermedia conciliadora, o de la


utilización de las instituciones que la burguesía emplea para su dominación, en esta lucha.
109 E. Pouget sostiene al respecto, como lo hacían todos los sindicalistas revolucionarios,
que el sindicalismo es el auténtico continuador de la obra de la Primera Internacional y de
sus principios. Así, tras recoger párrafos como el citado en el texto, dice: «Como se ve, la
Internacional no se limitaba a proclamar con claridad la autonomía obrera [se refiere a la
frase: «la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos»];
completaba su declaración afirmando que las agitaciones políticas, las modificaciones de
la forma gubernamental, no deben impresionar a los trabajadores hasta el punto de
hacerles olvidar las realidades económicas» (E. POUGET, op. cit., p. 14). Vid. el texto
completo del preámbulo de los citados Estatutos en nota 65. Vid. también notas 98 y 99.
etc.»; pero, por otra parte, y ello es lo específicamente
distintivo del sindicalismo revolucionario, el Sindicato «prepara
la total emancipación, que sólo puede conseguirse mediante la
expropiación capitalista», y si hoy «es una agrupación de
resistencia, será en el futuro la agrupación de producción y de
distribución, base de reorganización social».

Aparte de otras cuestiones teóricas, es precisamente aquí


donde el sindicalismo revolucionario se va a distinguir de otras
concepciones sociales y políticas de matiz revolucionario. La
función puramente reivindicativa o defensiva de la clase obrera
es algo que constituía la función fundamental de toda
asociación obrera desde su creación, paralela al desarrollo de
la revolución industrial. Así, el sindicalismo inglés de las Trade
Unions caminó fundamentalmente por esta vía reivindicativa y
defensora de los intereses obreros más inmediatos,
abandonando toda otra cuestión que, bajo apariencias
revolucionarias, supusiese un peligro para ese mejoramiento
inmediato, por otra parte bastante factible, dado el mayor
desarrollo del país y la potencia de las propias Unions. Esta
hubiese sido la vía que muchos hubiesen querido para las
organizaciones obreras francesas, cuando éstas resurgen a
finales del siglo pasado; sin embargo, las condiciones
materiales eran muy otras y, lógicamente, el proceso llevó otro
rumbo. El proceso histórico, por el contrario, determinó la
formación de un movimiento autosuficiente que va a atribuir a
la agrupación sindical una función más allá de la meramente
defensiva o reivindicativa; le va a atribuir la capacidad, no sólo
de crear las condiciones mínimas para la revolución, sino de
convertirse en la verdadera alternativa orgánica de la sociedad
postrevolucionaria. Sin embargo, hay que destacar que la
segunda función que el sindicalismo revolucionario atribuye al
Sindicato es precisamente la consecuencia de la reelaboración
de las teorías que influyen en la formación del mismo, pero,
sobre todo, es una consecuencia de la práctica sindical y de la
experiencia política negativa hasta entonces de las masas
obreras. El atribuir al Sindicato, aparte de su función
reivindicativa una función revolucionaria, autosuficiente, frente
a la burguesía y una capacidad reorganizadora, también
autosuficiente, de la sociedad emancipada tras la revolución,
supone —permítase la expresión— una superación de las
concepciones marxistas-socialistas, que basaban la revolución
en la toma del poder político por el proletariado y, por lo tanto,
en la existencia de un fuerte partido político del mismo110, y de
las concepciones anarquistas clásicas, más o menos vagas o
utópicas en sus concepciones de la sociedad futura. El sindicato
implica, por tanto, no sólo una fuerza revolucionaria, capaz de
transformar la sociedad, sino la propia base, la estructura
misma de la sociedad futura.

El sindicalismo revolucionario aparece así a los ojos de los


sindicalistas como una nueva concepción socialista
revolucionaria científica, por cuanto se basa en la más estricta
realidad social y en el desarrollo de las fuerzas naturales que

110 Lo que implicaba —en su concepción— una serie de limitaciones intelectuales e


ideológicas que los afiliados debían aceptar, suponiendo, por tanto, un principio de
división en la clase obrera. Cosa que el sindicato no implica dado que se basa sólo en
intereses materiales, que son comunes a toda la clase obrera. Decía Pouget, refiriéndose a
los partidos u organizaciones ideológicas: «En períodos de sobreexcitación social pueden
adquirir un desarrollo considerable, pero es un fenómeno ficticio, porque su reclutamiento
se halla subordinado a la aceptación por los nuevos adheridos de las teorías en boga, lo que
le hace dificultoso. Después, por lo mismo que en esas agrupaciones no existe interés
material, hay tendencia a satisfacerse con abstracciones y a cuidarse de la masa popular»
(E. POUGET, op. cit., p. 12).
nacen como respuesta a la explotación capitalista y que, por lo
tanto, suponen su verdadera alternativa. Pero también por
cuanto supone, como hemos visto, una tercera vía superadora
de las dos concepciones socialistas hasta entonces más
extendidas en el mundo obrero, el marxismo y el anarquismo,
en las que, por otra parte, basa la mayoría de sus
concepciones.

A) La primera función del sindicato, la lucha por las mejoras


inmediatas, tiene para el sindicalismo revolucionario un
contenido diferente al que el anarquismo y las primeras
concepciones sindicalistas le atribuyeron. Así, mientras que
para éstos la conquista de mejoras inmediatas constituía una
labor inútil, algo que el capitalismo podía permitirse conceder y
que compensaba con otras prestaciones; mientras que éstos
consideraban que la lucha por estas mejoras suponía una
pérdida inútil de fuerzas que deberían acumularse para el
esfuerzo final que exigiría la huelga general revolucionaria 111,
los sindicalistas revolucionarios consideraban que estas
mejoras constituían ya una expropiación parcial de la
burguesía, una conquista, una plataforma para ir a más en este
proceso expropiador 112 . Es decir, las mejoras parciales y

111 El propio Pelloutier había escrito en contra de las huelgas parciales, subordinándolas
a la huelga general. En su folleto «Qu est-ce que la greve générale?» llegaría a decir:
«Sabéis bien que todas las huelgas son funestas. Es inútil decir por qué lo son las que
fracasan; y las que tienen éxito lo son por dos razones: la primera es que, salvo el caso,
muy raro, en que la necesidad de entregar los pedidos previstos obligue al patrono a ceder
inmediatamente, el aumento de sueldo conseguido no se equiparará nunca a los sacrificios
hechos... La segunda razón es que, incluso después de una huelga victoriosa, los obreros se
sienten tan hastiados por el escaso resultado obtenido que, durante mucho tiempo no se
puede contar con ellos para apoyar un movimiento revolucionario. ¡Hermoso resultado!»
(citado en G. LEFRANC, op. cit., p. 53).
112 En este sentido se manifestaba Pouget, cuando decía que el fin primero del sindicato
graduales —como decía Pouget— «lejos de ser un objeto, sólo
pueden ser consideradas como un medio para exigir más y
arrancar al capitalismo nuevas mejoras»113. Pero, la lucha por
las mejoras inmediatas suponía para los sindicalistas
revolucionarios algo útil, no sólo en el sentido de que servían
para aliviar parcialmente la situación, en el más amplio sentido
de la palabra, sino que esta lucha significaba al mismo tiempo
un «ejercicio revolucionario» y una capacitación del obrero
para regir sus propios destinos. Es decir, la lucha por las
mejoras inmediatas, lejos de constituir una pérdida de fuerzas,
suponía, además de la realización de pasos adelante en el
proceso expropiador de la burguesía, un ejercicio, una
preparación constante del obrero que le mantenía en forma,
dispuesto para cuando el momento revolucionario le exigiese
su esfuerzo definitivo 114; pero, además, esta lucha suponía una
dinamización de la conciencia obrera, una movilización que
desarrollaba la solidaridad de clase y hacía comprender al
obrero la situación de explotación en la que se encontraba, por
encima de la problemática inmediata planteada115. Finalmente,

consiste: «en hacer frente constantemente al explotador; en obligarle a respetar las mejoras
conquistadas; en oponerse a toda tentativa de regresión; en atenuar la explotación
exigiendo mejoras fragmentarias, como disminución de horas de trabajo, aumento de
salarios, mejora higiénica, etc., modificaciones que aunque se refieran sólo a detalles, no
dejan de ser atenuaciones favorables al trabajo y golpes eficaces contra los privilegios
capitalistas» y recalcaba que «cualquiera que sea la mejora conquistada, debe constituir
siempre una disminución de los privilegios capitalistas, ha de ser una expropiación
parcial» (E. POUGET, op. cit., pp. 11 y 16). Subrayado en el original.
113 E. POUGET, op. cit., p. 15.
114 Como decía Yvetot, hablando del medio más común de lucha en pos de mejoras
parciales, «la huelga parcial es un ejercicio, una gimnasia saludable que fortifica al
proletariado en vista de una lucha suprema que será la huelga general revolucionaria» (G.
YVETOT, op. cit., p. 6).
115 «Las victorias obtenidas por el proletariado en este campo, modificaciones de horario,
elevación de los salarios, mejoras de los contratos de trabajo, etc. —decía el italiano
la lucha reivindicativa suponía, para el sindicalismo
revolucionario, una capacitación del obrero para cuando
tuviese que dirigir por sí mismo el proceso económico en la
sociedad emancipada, por cuanto le ponía en contacto directo
con toda la poblemática de éste, favoreciendo por medio de la
lucha el desarrollo del grupo básico de acción —el Sindicato—,
alternativa orgánica de la sociedad futura; desarrollando la
preocupación y el conocimiento de las cuestiones económicas,
etc.116.

En este sentido, aunque se puedan apreciar algunas


diferencias en los diversos teóricos del sindicalismo
revolucionario al respecto, puede decirse que cualquier tema
era bueno para realizar una lucha reivindicativa, y que
cualquier lucha reivindicativa era buena, fuese cual fuese su

Leone— son las señales, las huellas de su paso; son los puntos intermedios de esa fuerza
de concurrencia que tiende a desembocar, como último resultado, en el rescate colectivo
de los medios de producción, de las condiciones externas de la producción monopolizadas
por el capitalismo, lo cual implica precisamente la supresión de las bases materiales de
existencia del capitalismo. Así la misión revolucionaria se expresa a través de esas
ventajas inmediatas. De la confusa nube —si se me permite expresarme así— de los ciegos
intereses que empujan a las masas trabajadoras a mejorar las condiciones del vivir, brota
más tarde la luz de la conciencia de clase, no a pesar de los egoísmos inmediatos y
particulares de los trabajadores, sino a través de su explicación y a causa de su afirmación
dentro de la forma inevitable de la confraternidad del oficio» (E. LEONE, op. cit., p. 52).
116 «Las continuas luchas por la conquista del pan cotidiano y el mejoramiento de la
situación general de la vida (…) —decía Rocker— son la mejor escuela educativa de los
trabajadores para el empleo y el profundizamiento práctico de sus sentimientos sociales y
de sus iniciativas personales en los cuadros de la ayuda mutua y de la cooperación
solidaria. Así se convierte el Sindicato en lugar de educación para el desenvolvimiento
continuo de las capacidades intelectuales y morales del proletariado y en campo de acción
para el desarrollo de sus mejores cualidades individuales y sociales. La organización
económica de lucha se transforma para él, de ese modo, en palanca de sus luchas
constantes contra los poderes de la explotación y de la opresión y al mismo tiempo en el
puente para llegar desde el infierno del sistema estatal capitalista al reino del socialismo y
de la libertad» (R. ROCKER, op. cit., p. 74).
motivación 117. Sin embargo, la cuestión estaba en la forma de
realizar esta lucha. La desconfianza hacia toda la maquinaria
estatal y la concepción estricta del modo de producción
capitalista les llevaba a desconfiar de toda mejora que no
hubiese sido arrancada a la burguesía o al Estado mediante el
ejercicio de la acción directa. Ello no quiere decir, sin embargo,
que no se aceptasen todas aquellas mejoras que fuesen objeto
de concesión más o menos gratuita, sino que se aceptaban en
cuanto supusiesen un avance en el camino emancipador, pero
se consideraba que las conquistas importantes sólo se podrían
conseguir a través de la acción directa, de la lucha directa
contra la burguesía. Así, aunque la diferenciación entre el
sindicalismo revolucionario y otras formas de sindicalismo,
reformista, etc., pueda parecer bastante clara a tenor de lo ya
dicho, para sindicalistas como Pouget tal distinción —entre
sindicalismo revolucionario y reformista— no existe, no es sino
una malintencionada distinción burguesa que tiende a dividir el
sindicalismo, acusando a los revolucionarios de ser «partidarios
del todo o nada y los han supuesto falsamente adversarios de
las mejoras actualmente posibles» 118 . Por lo tanto, el
sindicalismo revolucionario ha de procurar siempre cualquier
tipo de mejora que suponga una conquista en el proceso de
emancipación de la clase obrera, pero para que éstas lo sean
sustancialmente, han de ser arrancadas a través de la acción
directa.

117 G. Yvetot, por ejemplo, que escribía en los momentos más importantes de la lucha
por el establecimiento de la jornada de 8 horas, consideraba, por el contrario, que el
sindicalismo no debía conformarse con simples mejoras corporativas, mientras apuntaba
la disminución de las horas de trabajo como la reivindicación fundamental en la que
deberían concentrarse todos los esfuerzos.
118 E. POUGET, op. cit., p. 15.
Pero ¿qué ocurre con aquellas formas de acción sindical que
procuran mejoras inmediatas a través de vías que no sean
necesariamente la acción directa? Si por sindicalismo
revolucionario entendemos aquél que persigue la
transformación revolucionaria de la sociedad a través de la
acción sindical ejercida de manera directa —sin intermediarios
ni vías paralelas— contra la burguesía capitalista, es necesario
reconocer la existencia de otras formas de sindicalismo no
revolucionario, es decir, aquél que busca mejorar la situación
del obrero, pero no necesariamente la transformación
revolucionaria de la sociedad, o que busca esas mejoras a
través de vías que no son necesariamente la acción directa.
Este tipo de sindicalismo es denominado generalmente por los
sindicalistas revolucionarios «sindicalismo reformista». En
realidad, cuando Pouget rechaza esta distinción, más que
ignorar la existencia de un sindicalismo reformista, lo que hace
es recalcar que el sindicalismo revolucionario no rechaza
—como hicieron algunos teóricos en su inicio, obsesionados
con la idea de la huelga general— la lucha por el mejoramiento
inmediato del obrero, frente a las acusaciones interesadas de
quienes pretendían llevar a las masas obreras a otras
corrientes más dóciles del sindicalismo, sino que, por el
contrario, se preocupa por este mejoramiento como algo
necesario y que contribuye a la transformación revolucionaria
de la sociedad.

No vamos a analizar aquí las diferentes formas o modos de


acción que puede adoptar el sindicalismo «reformista», sin
embargo, sí hay que precisar que la denominación de
«reformista», aplicada por el sindicalismo revolucionario a todo
aquél que no es tal, es muy amplia y que en ella se incluyen
tanto a aquellas corrientes sindicales que no pretenden una
transformación revolucionaria de la sociedad —como el
sindicalismo puramente reivindicativo, o, más tarde, el
católico, etc.—; como a aquéllas que no emplean
exclusivamente la acción directa en su actuación y que caen,
por tanto, en peligro de la conciliación de clases —como el
sindicalismo político, que siga o apoye las directrices de un
determinado partido o corriente política; el mutualista o
cooperativista, que pueda desarrollar entre los obreros
intereses capitalistas, el corporativista, etc.—.

Así pues, la lucha reivindicativa es también algo esencial para


el sindicalismo revolucionario, y, en ello, sólo se distingue del
sindicalismo reformista por la valoración de las conquistas
—«expropiaciones parciales»— y por el medio empleado para
arrancarlas —la acción directa—.

B) La segunda función que el sindicalismo revolucionario


atribuye al sindicato es precisamente la que le caracteriza: la
revolucionaria. Dicho en términos de la Carta de Amiens, el
Sindicato «prepara la total emancipación» y constituye la
«base de reorganización social». Es decir, la función
revolucionaria que asume el sindicato es doble, se realiza en
dos momentos diferentes. En un primer momento, en la
sociedad capitalista, el sindicato lucha contra la burguesía
propietaria de los medios de producción, creando las bases
adecuadas para la realización de la revolución, que consistirá
en la declaración de la huelga general revolucionaria, como ya
veremos más tarde. En un segundo momento, tras la
revolución, el sindicato se encarga de la reorganización de la
nueva sociedad emancipada en base a su propia estructura, al
menos en el aspecto social más importante —que determinaba
la explotación y la opresión en la sociedad burguesa—, el
económico; así, como la propia Carta dice, el Sindicato «será en
el futuro la agrupación de producción y de distribución» básica.

Sin embargo, como ya dijimos anteriormente, a pesar de ser


esta función la que justifica fundamentalmente el apelativo
revolucionario al sindicalismo que estamos estudiando, no es
muy explícita la Carta en lo que se refiere a cómo ha de
lograrse esa emancipación —que se basa en la «expropiación
capitalista»—, ni a cómo ha de funcionar la nueva sociedad
organizada en base al Sindicato. Es decir, aparte de establecer
que la lucha debe ejercerse «directamente contra la patronal»,
no se refiere para nada a las diversas formas o medios de lucha
que el sindicalismo adopta, ni dice nada con respecto al
régimen de funcionamiento del nuevo sistema económico
(colectivista, comunista...), ni con respecto a los otros aspectos
de la vida social, que no son el puramente económico. Las
razones de ello están en que, aparte de lo ya dicho con
respecto al origen de la Carta, como un compromiso ideológico
y táctico entre diferentes tendencias, el sindicalismo
revolucionario nunca quiso delimitar sus posibilidades de
futuro en torno a una serie de esquemas que la realidad
constantemente cambiante iba convirtiendo en inútiles; y un
buen ejemplo de ello era su propia existencia, como derivación
de otras teorías que habían devenido insuficientes. El
sindicalismo revolucionario siempre se consideró como una
teoría nacida de la pura práctica, de la lucha del movimiento
obrero por su liberación, y, en este sentido, como decía el
italiano Arturo Labriola, el sindicalismo es creador, es
«inventor», es un proceso revolucionario que condiciona su
modo de actuación a las circunstancias de la realidad, y por ello
no tiene una alternativa fija y acabada para la sociedad futura,
sino que ésta se irá formando en la medida en que el proceso
revolucionario avance 119 . Esta concepción creadora del
sindicalismo revolucionario no es sino, por otra parte, una
derivación lógica de las concepciones autonomistas que le
inspiraban. El poder creador, innovador, del sindicalismo se
basa precisamente en la libertad y autonomía no sólo de las
organizaciones, sino del propio individuo que las forma. Ellos
son los que han de transformar la sociedad y los que habrán de
crear las nuevas formas igualitarias, de acuerdo con la propia
iniciativa y conocimientos.

De aquí que, a efectos de este proceso revolucionario, cobre


enorme importancia la necesidad de educar y preparar a las
masas sindicales. La necesidad de esta educación es algo que
aparece ya en los inicios de la formación del sindicalismo
revolucionario. Pelloutier, el impulsor de las Bolsas de Trabajo,
había visto esta necesidad y la había convertido casi en una
obsesión de toda su actuación sindicalista, haciendo de las
Bolsas verdaderos centros de educación y cultura proletaria. El
sindicalismo posterior continuaría esta preocupación,
considerando la educación y la preparación del proletariado
como uno de los pilares básicos de la revolución: no se puede
concebir la revolución si el sujeto de la misma, el que la tiene
que realizar y dirigir —el proletariado— no está preparado
para ello. Pero esta preparación, que es entendida en el

119 A. LABRIOLA, op. cit., p. 27.


sentido más amplio de la palabra, incluso cultural, solamente la
puede adquirir el proletariado, como clase independiente, en
el seno de su organización específica, el Sindicato, liberándose
así de las posibles influencias ajenas. «Es, pues, necesario
—decía Pouget— familiarizarse con la obra de transformación
económica, y eso no puede hacerse más que en el Sindicato;
únicamente allí se puede examinar en qué condiciones deben
operar los trabajadores a fin de: primero, eliminar a los
capitalistas; segundo, reorganizar la producción y asegurar la
distribución de los productos sobre bases comunistas»120.

Así pues, como decíamos anteriormente, la función


revolucionaria del Sindicato tiene un doble aspecto: por una
parte, realizar las operaciones precisas conducentes al proceso
revolucionario y realizar este mismo, y, por otra parte, dirigir y
organizar la sociedad resultante de la revolución. En cuanto al
primer aspecto se refiere, no está muy clara en la teoría
sindicalista revolucionaria la distinción entre el proceso
revolucionario y el momento revolucionario, ni siquiera si esta
distinción debe existir, es decir, si no hay diferencias entre uno
y otro. Lo que parece claro es que el Sindicato asume, desde el
primer momento, un papel revolucionario que se manifiesta en
toda su actuación contra el patronato. El Sindicato, como ya
vimos con anterioridad, en su lucha reivindicativa va creando
las bases de la emancipación, primero, porque cada conquista
supone una plataforma desde la que acceder a conquistas
superiores, y, segundo, porque la lucha sindical favorece la
concienciación obrera y el desarrollo del propio Sindicato y su

120 E. POUGET, op. cit., p. 16. Pelloutier daba en ello una mayor importancia a las Bolsas
de Trabajo (F. PELLOUTIER «Historia...», cit., p. 174 y ss.).
extensión; y ello no es sino el inicio, la primera parte, de la
actividad revolucionaria. Claro que no toda actividad
puramente sindical, es decir, reivindicativa, ha de ser
considerada como revolucionaria y, como ya vimos
anteriormente, el sindicalismo revolucionario siempre recalcó
sus diferencias con el que denominaba sindicalismo reformista.
Pero, desde un punto de vista abstracto, puramente teórico, el
sindicalismo revolucionario consideraba que la actividad
sindical era siempre necesariamente revolucionaria, porque la
lucha reivindicativa —estimaba— no hace sino reforzar,
independientemente de que se pretenda o no, el proceso que
lleva a la revolución social, a la transformación revolucionaria
de la sociedad, y ello es el objetivo fundamental del
sindicalismo. Las divergencias dentro del sindicalismo
revolucionario surgirán precisamente en torno a este
problema, es decir, si deben ser consideradas revolucionarias
—sindicalismo revolucionario— aquellas actividades que,
suponiendo un mejoramiento en la situación del obrero, no
tienen un efecto propiamente expropiador de la burguesía; por
ejemplo, las actividades mutualistas o cooperativistas que, a
pesar de todo, nunca fueron totalmente abandonadas por el
sindicalismo revolucionario.

También define claramente el sindicalismo revolucionario su


revolución como una revolución social, de contenido
económico. Y ello, dice, no porque esta revolución no tenga
efectos políticos, que sí los tiene, dado que produce una
consecuencia política tan fundamental como es la destrucción
del entramado político de la sociedad, sino porque, como ya
vimos anteriormente, el medio que emplea para realizarla no
es sino la lucha social, de contenido fundamentalmente
económico, contra la burguesía y el Estado. Es decir, el
sindicalismo revolucionario renuncia a la utilización del Estado,
al que considera un mecanismo puramente burgués, para
realizar la revolución, o siquiera las reformas conducentes a la
misma. Esta renuncia al empleo del Estado, a la maquinaria de
gobierno de la sociedad, como elemento potenciador o
director de la revolución, implica lógicamente la
innecesariedad de los partidos políticos; cuya función principal
es la toma del poder político.

No es necesario repetir ahora el análisis crítico que el


sindicalismo hace del Estado y de los partidos políticos, cuyas
líneas generales detallamos ya con anterioridad. Sin embargo,
sí conviene precisar un poco la crítica que el sindicalismo
revolucionario hace del Estado en función de su concepción de
la revolución. La concepción clásica marxista de la revolución,
prevé la toma del poder político, es decir, de la maquinaria del
Estado, por la clase hasta ese momento explotada y su
utilización durante un período determinado de tiempo
—período de transición—, durante el cual se realizan la labor
expropiadora de la burguesía y las transformaciones necesarias
que terminan en el establecimiento de una sociedad igualitaria,
sin clases sociales, en la que el Estado desaparece por
convertirse en inútil y carecer ya de función. De aquí la
importancia que el Estado tiene en el proceso revolucionario
para esta concepción, ya que gracias a su poder coercitivo y a
sus mecanismos de dominación —utilizados por el
proletariado—, se van a poder realizar las transformaciones
sociales necesarias para el establecimiento de una sociedad
emancipada. Por el contrario, para el sindicalismo
revolucionario la única institución, la única agrupación social,
capaz de realizar ese papel revolucionario es el Sindicato, dado
que él es el arma específica de la clase obrera —que es la clase
revolucionaria en esa coyuntura histórica—, y dado que,
además, es el único adecuado para hacerlo, debido a que
reúne en sí todas las características precisas para ello. En
primer lugar, antes de la revolución, es el único capaz de crear
con su lucha económica las circunstancias precisas para el
desencadenamiento de la revolución, organizando y educando
a los trabajadores, y debilitando el entramado económico y
político de la burguesía. En segundo lugar, durante la
revolución, organiza y dirige la acción expropiadora y
destructora de las instituciones burguesas realizadas por los
trabajadores. Y, en tercer lugar, organiza la producción y la
distribución en la sociedad emancipada subsiguiente.

Es decir, el sindicalismo revolucionario rechaza tajantemente


la tesis de la «dictadura del proletariado», en la que veía la
prolongación, peligrosa e inútil, más allá de la revolución, de la
institución más importante del régimen burgués, el Estado, lo
que supondría atentar contra uno de los presupuestos o
consecuencias básicas de la revolución: la destrucción de los
mecanismos de dominación política 121, que son consustanciales
al régimen de propiedad privada122.

121 «El Estado —decía Labriola— es un organismo político que se levanta sobre
intereses antagónicos. Cuando se aspira a la reconciliación de los intereses económicos
sobre el terreno de la identidad del oficio productivo, se aspira también a que cese el oficio
político» (A. LABRIOLA, op. cit., p. 30).
122 «Propiedad y autoridad —decía Pouget— no son sino la manifestación y la
expresión divergente de un solo y único «principio» que se concreta en la realización y la
consagración de la servidumbre humana. En ello no hay más que una diferencia de ángulo
visual: visto de un lado, la esclavitud aparece como un crimen de propiedad, mientras que
del lado opuesto resulta como un crimen de autoridad» (E. POUGET, op. cit., p. 10).
En este sentido, el alemán Rudolf Rocker sostendría que cada
sistema de producción engendraba sus propias instituciones
sociales y que el Estado era propio del régimen capitalista, por
lo que no se podría prolongar más allá de éste. Pero, al mismo
tiempo, demostraba la necesidad del Sindicato como órgano
específico de la revolución y de la reorganización social en base
a una concepción que podríamos calificar, en cierto modo, de
revolución permanente.

Así, la vigencia del Sindicato vendría determinada porque en


el desarrollo de la revolución no existen períodos intermedios,
sino que ésta es un proceso que se inicia en el mismísimo
momento en que surge el movimiento obrero y éste crea el
Sindicato como su órgano específico. El Sindicato irá
desarrollándose con la lucha e irá adquiriendo las formas y las
funciones que cada momento de la misma exijan. La
culminación del proceso, que termina con la realización de la
revolución, supone el punto en el que el Sindicato completa sus
funciones, abordando la tarea de la reorganización social,
dirigiendo la producción y la distribución 123.

En este sentido, hubo dentro del sindicalismo revolucionario


posiciones que suscitaron tremendas críticas en los sectores

123 «La afirmación de los políticos socialistas de las más diversas escuelas y tendencias,
según la cual la conquista y la conservación de la máquina estatal es indispensable cuando
menos para el período de la “transición”, se basa por completo en suposiciones falsas y en
pensamientos puramente burgueses. La historia no conoce en este sentido ningún “período
de transición”, sino simplemente formas más primitivas y más elevadas de la evolución
social. Todo nuevo orden social es, en sus formas de expresión originarias, primitivo e
incompleto. Pero, no obstante eso, todos los órganos de su futura evolución deben estar ya
en cada una de sus nuevas instituciones con todas su posibilidades de desenvolvimiento
ulterior, lo mismo que en un embrión existe ya todo el animal o toda la planta» (R.
ROCKER, op. cit., p. 75).
más radicalizados, que sostenían que, por lo dicho, el Sindicato
debería ir aumentando sus funciones y extendiendo su campo
de actuación, cara a la revolución social, a toda otra serie de
actividades que difícilmente podían ser consideradas como
reivindicativas o expropiadoras de la burguesía, aunque
supusiesen un evidente mejoramiento de la situación material
de la clase obrera, como la creación de mutuas, cooperativas
obreras, ya de consumo, ya de producción, etc.

Actividades todas ellas que, siendo criticadas por los sectores


más radicales, eran aceptadas por otros, siempre que no
supusiesen la actividad exclusiva del Sindicato 124, como ocurrió
primitivamente con las sociedades de socorros mutuos, etc.

Lo que se puede deducir, en definitiva, es que el desarrollo y


la ampliación del Sindicato y de la lucha sindical, aparecen
como algo necesario sin lo que éste difícilmente podría realizar
su función revolucionaria.

Pero, ¿cómo se realizará ésta?, ¿de qué manera se pondrá fin


a la sociedad capitalista? Para el sindicalismo revolucionario el
hecho culminante que acaba con la sociedad capitalista no es
otro que la huelga general revolucionaria. Esta supondrá, en un
momento determinado, la paralización total del trabajo en la
industria y los servicios, lo que implica romper el esquema del

124 En este sentido se pronunciaron, sobre todo, los más destacados sindicalistas
italianos, Labriola, Leone, etc. Este último mantenía que «un trabajo sagaz de
organización sindical que supiese combinar orgánicamente en torno de la función esencial
de la resistencia unos fuertes y bien imaginados sistemas de mutualismo y de
cooperativismo, haría aumentar la aptitud económica del proletariado para administrar
colectivamente la producción de la sociedad futura» (E. LEONE, op. cit., p. 55). Ello no
suponía sino lo que en España se denominó «sindicalismo de base múltiple», cuya
aceptación sería muy debatida por la CNT.
régimen capitalista golpeándole en su misma base, la
producción, que es el motor de la sociedad. Ello significa que,
para el sindicalismo revolucionario, aunque se considere que el
Sindicato va poniendo poco a poco las bases o las
circunstancias que la determinan, la revolución es
esencialmente producto de un hecho determinado, de un
momento, más que de un más o menos largo proceso. Ello es
importante a efectos de valoración de la teoría de la huelga
general con respecto al conjunto de la teoría sindicalista
revolucionaria. Pero de este tema nos ocuparemos un poco
más adelante.

El segundo aspecto de la función revolucionaria del Sindicato


se refiere, como ya dijimos, a la dirección y organización de la
sociedad resultante de la revolución. Dice la Carta de Amiens
que el Sindicato, «que hoy es una agrupación de resistencia,
será en el futuro la agrupación de producción y de distribución,
base de reorganización social». Este es quizá uno de los
aspectos más interesantes y coherentes de la teoría sindicalista
revolucionaria. Así, frente a otras alternativas revolucionarias,
el sindicalismo revolucionario ofrece desde el primer momento
un proyecto mínimamente estructurado de sociedad para
después de la revolución; y su proyecto no constituye una
mera entelequia, una especulación sin base real, sino que, por
el contrario, basa sus afirmaciones, su previsión de la sociedad
futura, en un estudio detallado de la sociedad presente, de su
sistema productivo, que es la base del desarrollo y del progreso
social, pero también de la explotación y de la discriminación.
Por ello, piensa el sindicalismo revolucionario, la emancipación
del hombre, la liberación de la sociedad, se basa en la
liberación del trabajo productivo, y ello sólo se puede
conseguir a través de la expropiación de la burguesía, a través
de la socialización de los medios de producción. El sindicato es
pues el único capaz de realizar esta liberación, dado que es el
único instrumento revolucionario que desde su origen lucha
precisamente en el campo de la producción, en el terreno
económico, arrancando poco a poco a la burguesía toda una
serie de conquistas que determinarán en su día su
expropiación total. Ello precisamente le capacita para organizar
y dirigir todo el sistema económico de la sociedad
postrevolucionaria 125.

El sindicato constituye, pues, el verdadero germen de la


sociedad futura, que se inicia y se desarrolla en la sociedad
capitalista. Pero, ¿cómo orgnizará el sindicato la sociedad
futura? Está claro que el sindicato asumirá la organización de
las principales funciones: la producción y la distribución; sin
embargo, aún cabe preguntarse, dentro de este proyecto,
cómo se realizarán éstas y cómo se organizarán los otros
aspectos de la vida social. Como ya dijimos anteriormente, la
Carta de Amiens es muy parca al respecto, pero el problema
está en que la doctrina sindicalista revolucionaria no es
tampoco demasiado uniforme en torno a este tema. En
general, puede decirse que la mayoría de los sindicalistas
revolucionarios preveían una organización de la producción y

125 «Hoy la clase obrera —decía Leone— con la espontaneidad de las leyes económicas,
construye los primeros núcleos de la futura sociedad de los iguales en sus asociaciones de
oficio, que deberán organizar y disciplinar la producción, libre ya de toda hegemonía del
fuerte sobre el débil, autónoma de todo poder humano superior (...). Porque aquí está la
superioridad doctrinal del sindicalismo. No proyecta a capricho un nuevo sistema social,
sino que parte del movimiento obrero, como realidad autónoma y distinta, y en éste ve el
fecundo surco del cual, como fruto del propio árbol, surgirá un mundo nuevo» (E. LEONE,
op. cit., p. 50).
distribución sobre bases comunistas y una estructuración social
que fuese más o menos reflejo de la organización sindical, es
decir, descentralizada, federal, autónoma y no autoritaria. En
este sentido, la experiencia sindical propia fue claramente
determinante de todas las previsiones teóricas de los
sindicalistas revolucionarios, pudiéndose distinguir el
sindicalismo francés de otras tendencias como las que
triunfaron en España o Italia. Así, por ejemplo, Pouget, que
junto con el iniciador Pelloutier, fue uno de los grandes
teóricos del sindicalismo revolucionario, en base a su
experiencia francesa, sostenía que si el aspecto económico de
la sociedad futura estaría regulado por el Sindicato, el aspecto
social comunitario lo estaría por la Bolsa de Trabajo:

«Los grandes engranajes de la actuación gubernamental,


que parecen hoy indispensables —ministerios,
administraciones—, serán abandonados; la vida se retirará
de ellos, porque nuevos organismos se encargarán de las
escasas funciones de coordinación social creadora de la
ilusión de su utilidad. Esos organismos principales serán las
grandes FEDERACIONES corporativas, a las cuales
incumbirá en lo sucesivo el cuidado de regularizar la
producción y de satisfacer las demandas del consumo.

Además, en los centros de actividad obrera, la Bolsa del


Trabajo reemplazará al Municipio y se convertirá en foco
comunista que eliminará al centro municipal, el
Ayuntamiento»126.

126 E. POUGET, Op. Cit., p. 16.


5. —Otra de las características fundamentales del
sindicalismo revolucionario es que toda la actuación del
Sindicato ha de realizarse a través de una única vía: la acción
directa. Ello lo explícita claramente la Carta de Amiens al decir
que, «a fin de que el sindicalismo obtenga su máximo de
eficacia, la acción económica debe ejercerse directamente
contra la patronal».

Si las características del sindicalismo revolucionario que hasta


ahora hemos estudiado tenían un aspecto predominantemente
ideológico, la acción directa es fundamentalmente un principio
táctico; es decir, es uno de los planteamientos teóricos del
sindicalismo en los que predomina más el aspecto táctico. La
acción directa es el patrón, el modo de actuar por el que se rige
el sindicalismo.

El concepto de acción directa es una derivación lógica del


concepto de lucha de clases y del papel de clase independiente
que juega el proletariado en esta lucha social. La clase obrera
actúa sola, con su arma específica, el Sindicato, contra la «clase
capitalista», su enemiga irreconciliable; por tanto, en esta
lucha no puede esperar encontrar ningún tipo de apoyo ni
colaboración que no sea la que venga dada por la propia
solidaridad de los trabajadores organizados en el Sindicato. La
sociedad capitalista está organizada y dominada por y de
acuerdo con los intereses de la burguesía, por lo que todos los
mecanismos de la misma están puestos a su servicio. Los
trabajadores no pueden, por tanto, emplear en esta lucha más
que sus propios medios. Pero la burguesía puede aún emplear
toda una serie de recursos para asegurar su predominio,
atrayéndose a los trabajadores a toda una serie de mejoras
relativas, a una participación en el juego político, creando la
ilusión de la posibilidad de la emancipación en base a esa
participación, logrando así el engaño y la sumisión de los
trabajadores al sistema de explotación capitalista. De aquí que
de la necesidad fáctica de actuar sola que tiene la clase
trabajadora para lograr su propia emancipación, se pase a la
imposición teórica de esa necesidad. Así, la táctica de acción
directa que el sindicalismo revolucionario impone no es sólo la
constatación real de la independencia y autonomía de la clase
trabajadora, sino que es fundamentalmente un rechazo de
toda esa serie de mecanismos que la burguesía impone para
evitar el enfrentamiento directo con la clase trabajadora,
asegurando su predominio mediante tácticas conciliatorias e
instancias intermedias que crean la ilusión de justicia y de la
posibilidad de progreso.

El sindicalismo revolucionario adoptó como bandera, en este


sentido, el lema de la Primera Internacional: «La emancipación
de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores
mismos».

Así, pues, la acción directa significa que el sindicalismo


resolverá sus conflictos con el patronato de una manera
directa, sin la intervención de ningún intermediario; pero, al
mismo tiempo, implica que, desde el punto de vista de la lucha
general por su emancipación, la clase trabajadora actuará
directamente contra la burguesía y su instrumento de poder, el
Estado, rechazando, por tanto todos los instrumentos que
tienen como fin la participación en el mismo o su utilización.
Por tanto, la acción directa implica el rechazo de todos los
mecanismos conciliatorios y de todos los instrumentos que
desvíen la lucha contra la burguesía y el Estado del
enfrentamiento directo, como los arbitrajes, los tribunales, los
partidos políticos, el parlamento, etc.

La acción directa implica, pues, una negación sustancial de


todo el sistema político y de la legalidad vigente, aún de la más
progresista. «La acción directa —decía Yvetot— considera la
legalidad como recurso burgués, ya que la ley ha sido hecha
por privilegiados en beneficio propio, y no pueden los
desheredados obtener de ella nada que contraríe su espíritu
esencialmente protector del privilegio» 127. La lógica es tan
simple como contundente: el proletariado no puede esperar
nada de la burguesía ni de su órgano, el Estado, dado que ésta
no puede actuar contra su propio interés, bien concediendo
mejoras materiales o bien ampliando el campo de las
libertades, de tal manera que se fortalezca la posición de la
clase trabajadora. La consecuencia es, por tanto, obvia: la
acción directa, la lucha directa contra la burguesía y el Estado
es la única que puede permitir a la clase trabajadora salir de la
Situación de explotación en la que se encuentra. En definitiva,
por una parte, las mejoras inmediatas obtenidas por los
trabajadores siempre serán más radicales y efectivas si han
sido conseguidas a través de la acción directa 128; pero, por otra

127 E insistía «una ley —supuesta bienhechora— no tiene eficacia alguna si los obreros
son incapaces de hacerla aplicar, y si son capaces de hacer que se aplique una ley que
mejore su suerte, son capaces también de adquirir o de imponer esa mejora sin ley» (G.
YVETOT, op. cit., p. 4).
128 «Los resultados son siempre más duraderos y mejores si dependen absolutamente de
la presión obrera espontánea o metódica, sin el concurso de personas intermediarias» decía
YVETOT (op. cit., p. 3); y añadía POUGET (op. cit., p. 15): «pero de que los sindicatos
desconfíen mucho de la benevolencia gubernamental no se sigue que rechacen beneficios
fragmentarios; por eso, en vez de esperarlos de la buena voluntad del Poder, los arrancan
por la lucha, por su acción directa».
parte, y ello es lo más importante, la emancipación de la clase
obrera sólo podrá realizarse en el marco de la acción directa,
dado que es la única que permite su actuación autónoma,
independiente, sin ataduras ni limitaciones ajenas de ningún
tipo, desarrollando las formas de lucha que le son propias, y
llevando esta lucha al campo que le es propio, el económico, y
no al que le interesa a la burguesía, el político.

Pero la acción directa que propugna el sindicalismo


revolucionario es esencialmente colectiva; es decir, el
sindicalismo revolucionario propugna la acción de masas, la
acción colectiva de la clase trabajadora contra la burguesía,
propietaria de los medios de producción, y su elemento de
dominación, el Estado. Rechaza, por tanto, la acción individual,
aunque sea directa; es decir, rechaza todo tipo de táctica que
reduzca esta lucha al enfrentamiento individual, que elimine la
actuación de la masa obrera, sustituyéndola por la acción
aislada de uno o de unos pocos, de una élite revolucionaria. El
protagonismo revolucionario fundamental corresponde, según
el sindicalismo revolucionario, al conjunto de la clase obrera,
organizada en su medio específico de acción, que no es otro
que el Sindicato.

Al igual que lo que se denominó función revolucionaria del


Sindicato, la acción directa supuso uno de los puntos
conflictivos de la teoría sindicalista revolucionaria, que hizo
difícil su aceptación por el conjunto de las fuerzas ideológicas
que, como ya hemos visto, se hallaban de alguna manera
implicadas en el mismo. Sin embargo, aún a riesgo de entrar en
grave contradicción ideológica, la acción directa —referida a
los sindicatos— fue pronto aceptada por los socialistas
mayoritariamente, quienes eran el sector más reacio a admitir
un protagonismo sindical que pusiese en peligro el predominio
político del partido. Y la aceptaron sin por ello renunciar a las
tácticas electoralistas, dado que pensaban que con ello se
contribuiría al doble fin, de fortalecer la organización obrera
—base imprescindible para el desarrollo de un partido
marxista—, y de debilitar al capitalismo, que se veía así
combatido en dos frentes: en el político, desde las propias
instituciones del Estado, que había que conquistar mediante
una lucha política por la ampliación de la democracia, y en el
económico, a través de unas fuertes organizaciones sindicales,
en las que se trataba de adquirir el predominio. Pero no era
éste el único aspecto en el que la acción directa suponía un
punto conflictivo, pues aún la importancia del conflicto era
mayor entre los propios sindicalistas en torno al contenido que
había que atribuirle. Como ya hemos visto, los sectores más
radicales del sindicalismo revolucionario se negaban
tajantemente a admitir que el Sindicato pudiese asumir otras
funciones que no fuesen las puramente reivindicativas
—entendiendo ahora por tales todas aquéllas incluibles dentro
de su concepción revolucionaria de la lucha reivindicativa—, o
supusiesen una educación o preparación revolucionaria del
obrero; excluyendo, por tanto, a aquellas otras que podían
suponer un adormecimiento o «aburguesamiento» de las
masas obreras, como las actividades cooperativistas, mutuales,
de ahorro obrero, o, incluso, la creación de cajas de resistencia;
actividades todas ellas que eran propuestas como
complemento de la acción sindical por otros sectores menos
radicales del sindicalismo revolucionario 129 . Así, Pouget

129 Como defensores de la necesidad de ampliar las funciones de los sindicatos a este
sostenía que las sociedades mutuales o de socorros
pertenecían a la prehistoria del movimiento obrero, eran
propias de períodos en los que éste no tenía la fuerza
suficiente como para enfrentarse directamente a la burguesía,
teniéndose que conformar con una actividad puramente
defensiva y de asistencia mutua. Ahora, pensaba, el desarrollo
del movimiento obrero permite el enfrentamiento directo y las
Sociedades de resistencia, los Sindicatos, están en situación de
arrancar a la burguesía las mejoras necesarias para el bienestar
obrero, por lo que no deben distraer su atención con otro tipo
de actividades que no tiendan directamente a este fin130.

Así pues, la acción directa es lo que determina las formas o


modos de actuación del sindicalismo revolucionario, pero
¿cuáles son éstos? Para entender bien las diversas formas de
actuación que el sindicalismo revolucionario empleó y las
diversas maneras de interpretar alguna de éstas que el propio
sindicalismo tuvo, hay que referirse necesariamente a la doble
función que la teoría sindicalista revolucionaria atribuía al
Sindicato. Así, estas formas de actuación son diferentes,
teniendo en cuenta la función por mor de la cual actúan.
Tradicionalmente, el sindicalismo revolucionario ha venido
empleando cinco formas de lucha, que podríamos denominar
tipo, aunque en la práctica éstas se diversifican y adquieren
connotaciones muy variadas. Así, puede decirse que por mor
de la lucha por las mejoras inmediatas, el sindicalismo empleó

campo no puramente reivindicativo se habían destacado los italianos Errico Leone y


Arturo Labriola. De formación marxista, este último colaboró con frecuencia en la revista
de los socialistas sindicalistas franceses «Mouvement Socialiste» (1899-1914) que dirigía
Hubert Lagardelle.
130 E. POUGET, op. cit., p. 11.
fundamentalmente la huelga, el boicot, el label y el sabotaje;
mientras que por mor de su función revolucionaria, el
sindicalismo revolucionario proponía la huelga general
revolucionaria 131. Ahora bien, y ello es una primera matización,
hay que precisar que aunque el sindicalismo revolucionario
distinguiese claramente la doble función del sindicato
—reivindicativa y revolucionaria—, también es verdad que la
primera, la lucha por las mejoras inmediatas, tenía para él una
connotación francamente revolucionaria —como ya hemos
visto con anterioridad—, que le distinguía del sindicalismo
reformista. Es decir, que aún esta lucha por las mejoras
inmediatas se hacía en función de la finalidad revolucionaria
que el sindicato tenía atribuida; por ello, tanto la huelga como
el boicot, como el label o el sabotaje pueden ser consideradas
formas de acción tan revolucionarias como la propia huelga
general revolucionaria, dado que si ésta es el momento final de
la lucha contra el capitalismo, las otras son las que han hecho
posible que ese momento haya podido llegar.

La característica fundamental de estas formas o modos de


acción del sindicalismo es que son armas surgidas del propio
medio de desenvolvimiento de la actividad del trabajador,
surgen de la actividad productiva, y aunque su trascendencia
pueda ser mayor, afectan exclusivamente al campo económico;
son, por lo tanto, armas puramente sindicales. Así, estas

131 «El Sindicalismo —decía Griffuelhes al respecto— es el movimiento de la clase


obrera que brega diariamente por mejorar la vida cotidiana, dirigiéndose a la
emancipación del trabajo, término final. A la labor cotidiana proseguida por los proletarios
para fines obreros, asigna como armas la huelga y el sabotaje, que excluyen la intervención
directa del no productor: el adversario; a la labor de emancipación integral asigna como
arma la sublevación de la clase obrera [la huelga general]» (ver GRIFFUELHES, Op. Cit, p.
23).
formas de lucha actúan sobre la relación de trabajo, la
producción y la distribución del producto, de tal manera que
adecuadamente utilizadas y con la suficiente amplitud, podrían
llegar a afectar a todo el proceso económico, base de la
sociedad capitalista, poniendo a ésta en trance de destrucción.

De cualquier manera, la forma y el momento de emplear


estas armas depende de muchas variables que son difícilmente
predeterminables, y ello es lo que hace que su eficacia no sea
siempre absoluta. Por ello, el sindicalismo revolucionario
recalcaba tanto la importancia de la preparación y educación
del obrero, quien debía esforzarse en conocer perfectamente
su medio de trabajo, su industria o sector económico, sus
características y condiciones, etc., de tal manera que pudiese
valorar bien los medios adecuados de lucha a emplear, el
momento de realizarlo, la forma de hacerlo, etc. Aparte de
que, por supuesto, ello le capacitaba también para dirigir la
actividad productiva en la sociedad que surgiera de la
revolución. Así, decía Griffuelhes, «el asalariado busca, utiliza
las formas de acción que contiene el movimiento [obrero], las
extrae, las exterioriza, y de este uso saca provecho. Pero este
provecho está subordinado a la manera en que los medios han
sido extraídos, empleados. Mal extraídos, mal empleados, sólo
ocasionan la derrota. Es, pues, a aprender su extracción y su
empleo a lo que debe aplicarse la clase obrera. Saber sacar
partido de las armas puestas a nuestra disposición constituye el
gran valor de la agrupación [sindical]» 132.

132 V. GRIFFUELHES, op. cit., p. 20.


A) La huelga es, para el sindicalismo revolucionario, el arma
por excelencia de la clase trabajadora, dado que implica por
parte del trabajador la negativa a realizar la prestación a que le
obliga el papel que desempeña en la sociedad. Afecta, por lo
tanto, a lo esencial, a la prestación del trabajo, origen de la
producción y base de todo el sistema económico, en el que se
apoya la sociedad. De aquí la trascendencia y la importancia de
este arma.

Así pues, la huelga aparece como algo natural, algo que lleva
dentro de sí la propia sociedad, algo que está implícito en el
propio sistema productivo. Es la respuesta lógica del explotado
ante su estado de explotación. La huelga no es pues un invento
del siñdicalismo; como tal, existía ya antes de que existieran los
Sindicatos, y fue utilizada como arma de protesta de diversas
formas y en muy diversas ocasiones. El Sindicato lo que hace es
darle a la huelga una nueva dimensión y trascendencia. «Con la
creación y el desarrollo de los Sindicatos —dice Yvetot—, en
vez de espontánea, la huelga es reflexiva, preparada y
declarada en el momento a propósito; es decir, en el momento
más ventajoso para los obreros y más desastroso para los
patronos. Por este hecho, la huelga tiene actualmente muchas
más probabilidades de triunfo que antes. Puede calcularse lo
que durará, lo que perderán los patronos y qué motivos les
obligarán a ceder» 133 . Sin perjuicio de que ello ocurriera
realmente así, el Sindicato viene a introducir, pues, una
racionalización en el empleo del arma, racionalización que

133 G. YVETOT, op. cit., p. 6.


supondrá una potenciación de su eficacia, poniéndola al
servicio de unos objetivos adecuados y empleándola en el
momento considerado más oportuno; más aún, el sindicalismo
revolucionario, utilizará o considerará la huelga en función de
su estrategia revolucionaria, lo que le añade un valor y una
importancia a tener en cuenta en su utilización —como
veremos a continuación—. Pero, además, la organización
sindical ha introducido en la huelga una mayor capacidad de
resistencia, que anteriormente no existía, en base
precisamente a su perfeccionamiento orgánico, organizando la
solidaridad, extendiendo el conflicto, etc., y, sobre todo,
llevando la huelga al marco adecuado, según la propia
estructura del sistema productivo. La organización industrial de
los sindicatos permitió dar una mayor eficacia a la huelga,
afectando de manera gradual con ella, al taller, industria o
ramo concreto de la producción, más que dándole una
proyección territorial desordenada, como ocurría en un
principio. Desde un punto de vista revolucionario, la huelga es
considerada por el sindicalismo revolucionario como «la fase
aguda de la lucha obrera», como «un episodio de la guerra
social» 134 . En este sentido, y aludiendo también a la
potenciación que en la utilización de esta arma suponía la
existencia de una fuerte organización obrera, diría Pouget: «En
la huelga de trabajadores organizados entra más método y más
conciencia revolucionaria, y el alcance económico del conflicto
no se limita a las solas cuestiones en litigio: la huelga aparece
entonces como un episodio de la guerra social»135.

134 G. YVETOT, op. cit., p. 6.


135 E. POUGET, «La Confederación General del Trabajo en Francia», Barcelona, aprox.
1910, p. 54.
Ya vimos anteriormente como aunque la huelga podía
clasificarse dentro de las tácticas o formas de lucha
especialmente dedicadas a la obtención de mejoras
inmediatas, dentro de la estrategia general del sindicalismo
revolucionario todas sus tácticas tienen fundamentalmente
una función revolucionaria, son contribuciones a la creación de
las circunstancias adecuadas para la realización de la
revolución social. Así, desde este punto de vista, la huelga
supone una de las contribuciones más importantes a ese
proceso revolucionario. Lejos de ser consideradas como
pérdidas de fuerza, como dispersión de la clase obrera —como
los primeros promotores de la idea de la huelga general hacían
creer—, las huelgas parciales son consideradas como batallas
de una misma guerra, como «aproximaciones» a la
revolución 136. Por ello, el sindicalismo revolucionario atribuyó a
la huelga un papel muy importante dentro de la formación y
preparación del obrero, no sólo para la realización de la
revolución social, sino para la dirección de la sociedad futura,
dado que, al menos en principio, se consideraba que la
declaración consciente de la huelga implicaba, por parte del
obrero, el conocimiento de las características del medio
económico en el que se iba a producir, para poder obtener de
ella los resultados más favorables.

En todo caso, la realización de la misma y sus consecuencias


producirían en el obrero una experiencia y una mayor

136 «Las huelgas —decía Leone— son aproximaciones a este estado económico [se
refiere al socialismo]: aplicando éstas aquella fuerza concurrente, la de la agrupación de la
clase obrera, crea la conciencia de su resultado inevitable y enseña el camino que debe
seguirse para resolver el conflicto [entre capital y trabajo]: la expropiación (...) en
beneficio de la colectividad» (E. LEONE, op. cit., p. 50).
profundización en el conocimiento de estas características.

Así pues, dicho con frase que popularizaría cierto sector de la


CNT durante la Segunda República española, la huelga era
considerada, en todo caso, como un ejercicio, una gimnasia
saludable que fortifica al proletariado en vista de una lucha
suprema que será la huelga general revolucionaria» 137. Diría
Griffuelhes:

«La huelga es, pues, para nosotros, necesaria, porque


hiere al adversario y estimula al obrero, le educa, le hace
aguerrido y fuerte, por los esfuerzos aplicados y sostenidos,
le enseña la práctica de la solidaridad y le prepara para
movimientos generales que engloben a toda o gran parte
de la clase obrera»138.

Pero, aún desde el punto de vista revolucionario, la huelga


encerraba para el sindicalismo revolucionario, un valor moral,
que desarrollaba en el proletariado el sentimiento de rebeldía,
era la constatación material de la independencia y la
autonomía de la clase obrera. La huelga demuestra al
asalariado la importancia de su papel en la sociedad, le hace
ver la trascendencia, el valor, del trabajo, sin el cual la sociedad
no podría ser concebida, no podría subsistir. Ello le permite ser
consciente de la injusticia del sistema económico capitalista y
fomenta en él la necesidad de regir su propio trabajo. Pero,
además, la huelga supone una primera ruptura dentro del
sistema jerárquico de la sociedad que imponen la división del
trabajo y el dominio privado de los medios de producción. La

137 G. YVETOT, op. cit., p. 6.


138 V. GRIFFUELHES, op. cit., p. 21.
huelga implica la negación de la autoridad patronal dentro de
la empresa; implica una ruptura dentro del sistema tradicional
de relaciones en la producción, por el cual el trabajador se
encuentra sometido a la autoridad del patrono. Y, dado que
todo el entramado de la estructura social se basa precisamente
en estas relaciones, la huelga supone algo más que la mera
desobediencia al patrono, supone una negación global de la
estructura autoritaria de la sociedad139.

Finalmente, además de la justificación proveniente de su


utilidad como «gimnasia revolucionaria», el sindicalismo
justificaba a la huelga como algo que era, en cualquier caso,
legítimo, sea cual fuere el motivo de ella, dado que el
proletariado, consciente de sus efectos y posibles
cosecuencias, no realizaría nunca el enorme esfuerzo que la
huelga implica por un mero capricho. «Cualquiera que sea la
causa de una huelga parcial, es siempre legítima —decía
Yvetot—, porque los obreros no van nunca a la huelga por el
placer de privarse de lo necesario» 140. Todo lo cual no evitaba
que las figuras más destacadas del sindicalismo revolucionario
hiciesen un esfuerzo enorme por llegar a una mayor
racionalización en el empleo del citado medio, que, con
frecuencia llevaba a los trabajadores a estrepitosos fracasos.

139 V. GRIFFUELHES, op. cit., p. 21.


140 G. VVETOT, op. cit., p. 6. Hay que tener en cuenta el momento histórico en que esto se
escribe y las consecuencias graves que una huelga podía acarrear al obrero, en el marco de
una legislación social que tenía muy poco de proteccionista. Pouget clasificaba a las
huelgas en: «Huelgas ofensivas (peticiones de mejoras de toda clase); huelgas defensivas
(para oponerse a que el patrón anule las mejoras obtenidas); huelgas de dignidad (llevadas
a cabo para sustraerse de la insolencia de jefes o encargados o para obtener la suspensión
de prácticas humillantes, como el «registro» en ciertos talleres); huelgas de solidaridad
(declaradas únicamente como acto de solidaridad hacia uno o varios camaradas o bien
hacia una corporación)» (E. POUGET, «La Confederación...», cit., p. 55).
Diría Griffuelhes:

«Para obtener provecho de ella, los trabajadores deben


aprender a manejarla y a considerarla no como un arma
perjudicial por sí misma, sino de un funcionamiento
delicado, que exige buenos operarios (...). Es preciso, pues,
a nuestro juicio, organizar la huelga, declararla cuando las
circunstancias son favorables o lo parecen; es preciso
rodearse de garantías; es preciso, en una palabra, hacerla a
propósito y no fuera de propósito»141.

De cualquier manera, aunque la huelga es algo esencial, algo


que está en la substancia misma del sindicalismo, la
consideración teórica que ésta mereció a los sindicalistas
revolucionarios fue desigual. Como ya dijimos en alguna
ocasión, el desarrollo del sindicalismo revolucionario va unido
en el tiempo al desarrollo de la idea de la huelga general, sin
que ello quiera decir, como se ha dicho en más de una ocasión,
que haya necesariamente una relación de causa-efecto entre
uno y otra 142. Pero, de hecho, ello implicó que en los inicios del
desarrollo de la teoría sindicalista revolucionaria la huelga
parcial, por mejoras inmediatas, fuese considerada como algo
secundario, algo que, en el peor de los casos, podía llegar a
interferir la preparación y el desencadenamiento de la huelga
general, idea que ocupaba entonces el primer lugar en el

141 V. GRIFFUELHES, op. cit., p. 22.


142 Algunos autores han querido ver en el desarrollo, o en el auge de la idea de la huelga
general, la causa del desarrollo del sindicalismo revolucionario. Ello no es cierto, dado que
la idea de la huelga general es previa a la aparición del sindicalismo revolucionario, por el
contrario, es el desarrollo del mismo el que va a potenciar ésta, aunque adquiera —como
veremos— un significado diferente.
programa sindicalista revolucionario. La importancia teórica de
la huelga parcial fue, sin embargo, creciendo en la medida en
que el desencadenamiento de una huelga general
revolucionaria se hacía menos previsible de manera inmediata
y en la medida en que los éxitos parciales de las organizaciones
sindicales atraían a más obreros. Su afianzamiento se produce
definitivamente a raíz del fracaso de la huelga general —en
favor de la imposición de la jornada de ocho horas— declarada
para el 1.° de mayo de 1906. A partir de entonces se hizo más
claro lo difícil que era la preparación y organización de un
movimiento de ese tipo, que requería, por otra parte, la
existencia de unas organizaciones sindicales amplias, fuertes y
experimentadas, cuya experiencia sólo la podían producir los
conflictos y las huelgas parciales. No se podía, pues, subordinar
éstos a la idea de la huelga general.

Ello no quiere decir, sin embargo, que en la propia idea de la


huelga parcial no latiese ya su generalización. Por el contrario,
la propia idea de huelga llevaba consigo la posibilidad de la
extensión del conflicto hasta los límites que el objetivo a
conseguir, la propia organización o la solidaridad, permitiesen.
De hecho, las huelgas generales —no revolucionarias— por
motivos muy concretos o mejoras inmediatas abundaron
bastante. Pero de ello nos ocuparemos con más detenimiento
al hablar de la huelga general revolucionaria.
143
B) El boicot , junto a la táctica que implica su acción

143 El término proviene del inglés y tiene su origen en la actitud de vacío que los
campesinos irlandeses decidieron adoptar en 1880 contra el funcionario británico Charles
C. Boycott, administrador de las tierras del conde de Erne (en Irlanda), a causa del mal
trato que tenía con ellos.
contraria, el «label», es una de las tácticas más recientes del
sindicalismo revolucionario, y su generalización no se produce
sino desde finales del siglo pasado y principios de éste. Los
sindicalistas franceses adoptarían formalmente esta arma, a
propuesta de De Lasalle y de Pouget, en el Congreso de
Toulouse, de 1897.

Al contrario que la huelga, que implica una acción colectiva


de los trabajadores contra su patrono, el boicot es un arma que
tiene como base necesaria la solidaridad de la clase
trabajadora; en ella el agente activo no son tanto los propios
trabajadores afectados por el conflicto, como el resto de los
trabajadores; requiere pues el concurso del resto de la
población. Anselmo Lorenzo lo definió como la «sentencia a la
privación de clientela a que se condena al burgués
recalcitrante» 144.

La doctrina sindicalista revolucionaria clásica no fue muy


extensa en su consideración del boicot, que, como digo,
representa una de las tácticas más modernas del mismo. De
cualquier manera, puede decirse que el boicot supone la
aplicación del vacío al patrono contra el cual se declara. Pero
este vacío podía tener una trascendencia mucho mayor que la
que le atribuye la definición dada por A. Lorenzo; de hecho, el
boicot no sólo se aplicaba a los productos o a los servicios de la
empresa afectada, sino que, por extensión, amenazaba con
frecuencia a cualquier otro tipo de empresa que mantuviese
contactos comerciales con la afectada, e, incluso, en algunos

144 A. LORENZO, «Hacia la emancipación», Mahón, 1914, Biblioteca de «El Porvenir


Obrero», p. 156.
casos implicaba la prohibición de que los trabajadores
solicitasen empleo en la empresa afectada. El boicot es pues un
arma bastante amplia y que, por ello fue empleada, desde
principios de siglo, aunque con frecuencia, con desigual
trascendencia y con más desigual eficacia.

Generalmente, la eficacia de este arma en la resolución de un


conflicto estaba en función de su utilización como refuerzo del
arma principal para la resolución del mismo, la huelga; es decir,
lo más frecuente es que el boicot se declarase como apoyo o
refuerzo de una huelga, en un conflicto determinado, y que
raramente se declarase de modo aislado o como arma única.
145
C) El Iabel término de origen inglés, implicaba la acción
,
contraria al boicot. Menos estudiada aún por el sindicalismo
revolucionario, esta arma fue utilizada con relativa frecuencia
por el sindicalismo más reciente, siendo prácticamente
desconocida por los iniciadores del mismo. Generalmente, este
arma tenía un doble significado: declarada aisladamente, o tras
una huelga, venía a recomendar la utilización de los productos
o servicios —mediante una marca o sello, en algunos casos, de
aquí su denominación— de una determinada empresa, por
haber reconocido ésta las exigencias de los trabajadores, ya de
tipo laboral, ya de cualquier otro tipo (en algún caso fue
utilizada para recomendar el consumo en empresas que
ofrecían precios especiales a los trabajadores, bien por estar
afiliados a un determinado sindicato, o sin más; o bien por
ofrecer productos de especial calidad, etc.). Declarada
acompañando a un boicot, venía a recomendar los productos o

145 Del inglés label: etiqueta, o sello.


servicios de la empresa que accediese a las exigencias por cuya
negativa de concesión se boicoteaba a otra.

Como el boicot, el label requiere también la acción en ese


sentido del resto de la clase trabajadora, es decir, basa su
eficacia en la solidaridad del resto de los trabajadores, que son
los verdaderos agentes del mismo; el obrero afectado por el
conflicto se limita a declararlo.

El origen de este arma y su sentido primigenio


probablemente esté en la lucha por el reconocimiento de las
agrupaciones sindicales por parte de los patronos; objeto de
reivindicación que ocupó un papel muy importante siempre en
las luchas sindicales. Así, en este sentido, el label en un
principio no venía a significar tanto la recomendación de la
utilización de un determinado servicio o el consumo de un
determinado producto, como en sentido contrario, un boicot a
todas aquellas empresas que no llevasen impreso en sus
productos el sello del sindicato, lo que implicaba que las que sí
lo llevaban era porque habían reconocido al mismo como
representante de los trabajadores y, por tanto, su interlocutor
válido.
146
D) El sabotaje es, al contrario que las dos anteriores, una
de las armas más antiguas de la acción obrera. Quizá pueda
decirse que, con la huelga, las primeras manifestaciones de la
protesta obrera se hicieron en forma de sabotaje, en la forma
más contundente del sabotaje: la destrucción violenta de los

146 Del francés sabotage: trabajo mal hecho. [Sabot en francés significa zueco, zapato de
madera; “sabotaje”, vendría de introducir un zueco entre los engranajes de una máquina
para provocar su mal funcionamiento (N. e. d.)]
productos y de las máquinas que amenazaban dejar sin empleo
a los trabajadores, en el período del desarrollo del
maquinismo. Sin embargo, como el boicot, sólo sería
formalmente adoptado por los sindicalistas franceses en el
Congreso de Toulouse, de 1897, también a propuesta de
Pouget y De Lasalle. Así, por sabotaje se entendía en el
sindicalismo revolucionario toda una serie de actividades que
afectaban al conjunto del proceso productivo, tanto al proceso
de fabricación en sí, como al producto y a su distribución.

Como digo, en un principio, el sabotaje tenía unas


connotaciones violentas —destrucción de máquinas, talleres,
productos, etc.— de las que le despojó, al menos en el aspecto
teórico, el sindicalismo revolucionario, para adquirir, por el
contrario, las características de una acción pacífica, continuada,
que afecta directamente al interés del patrono; más acorde, en
definitiva, con la significación estricta del término: trabajo mal
hecho. Así, en este sentido, sabotaje significa para el obrero
«dar su trabajo por el precio que se le paga: a mala paga mal
trabajo» 147. Sin embargo, aún en este sentido no violento y
continuado, el sindicalismo revolucionario atribuyó al sabotaje
un contenido más amplio, incluyendo toda una serie de
actuaciones que tienen como denominador común el
representar un perjuicio continuado al interés del patrono,
perjuicio que se ocasiona sin interrumpir el trabajo —que es lo
que caracteriza a la huelga—. El sabotaje, pues, no interrumpe
el trabajo, pero lo realiza de manera que perjudique el interés
del capitalista, y ello puede hacerse de muy diversas maneras:

147 G. YVETOT, op. cit., p. 5.


trabajando mal, realizando malos productos 148 ; trabajando
demasiado bien, de manera que se aumenten los costos y se
reduzcan los beneficios; trabajando lentamente; o
deteriorando los instrumentos de trabajo.

Ahora bien, entendido de esta manera no violenta y


continuada, el sabotaje se convierte en un arma mucho más
difícil de realizar, dado que requiere una mayor conciencia y
perseverancia por parte del obrero, al mismo tiempo que está
expuesto a los controles que el propio patrono realiza,
permitiéndole individualizar las responsabilidades por el
trabajo mal realizado y actuar de manera más contundente
contra el trabajador que cuando esto no lo puede hacer. Por
ello, el sabotaje, dentro de su poca frecuencia, fue mucho más
utilizado en su aceptación violenta que en la que algunos
teóricos del sindicalismo revolucionario quisieron darle. Así,
Sorel, desde una perspectiva pequeño burguesa típica, clamaba
contra el empleo del sabotaje por parte de los obreros, dado
que consideraba que ello iba en contra de los propios intereses
del sindicalismo, iba en contra de la función constructiva
revolucionaria del sindicalismo. El sabotaje —decía— enseña a
los obreros a trabajar mal, no les educa, y aún encima tiende a
la destrucción de los medios productivos en los que se va a
basar la sociedad futura; «el sabotaje es un procedimiento del
antiguo régimen y no tiende en modo alguno a orientar a los
trabajadores en el camino de la emancipación» 149.

Considerando en conjunto las diversas formas de actuación

148 A. LORENZO también denominaría al sabotaje «chapucería». Vid. «Hacia la


emancipación», cit., pp. 127 y ss.
149 G. SOREL., op. cit., p. 64.
del sindicalismo revolucionario que hasta ahora hemos
expuesto150, se podría decir que sólo la huelga y el sabotaje
responden de una manera estricta a la concepción de acción
directa, que implica la actuación de los propios interesados
frente al capitalista.

El boicot y el label suponen la actuación, no sólo de los


interesados en el conflicto, sino, fundamentalmente, del resto
de los trabajadores, como consumidores de los productos que
vende el capitalista; son un acto de solidaridad de clase. Así,
sólo en este sentido, como movilización de la clase obrera
contra un patrono, lo que implica un enfrentamiento directo
entre un sector de la clase obrera con otro de la clase
capitalista —lucha de clases—, pueden ser considerados el
boicot y el label acción directa, dado que, aunque los que lo
declaren, los que pongan en acción estas armas, sean los
obreros afectados por el conflicto, los verdaderos agentes
activos de las mismas son unos terceros, ajenos al mismo. Ello
es, por tanto, básicamente contrario a los principios de la
acción directa y sería equiparable a la utilización de un
mecanismo de conciliación, donde un tercero presiona para
que se llegue a una solución del conflicto, con la única
diferencia de que en el boicot y en el label la presión se ejerce
sobre una sola de las partes. Sin embargo, a pesar de todo, el
sindicalismo revolucionario no consideró en absoluto este
aspecto de la utilización de estas armas y valoraba en ellas

150 Algunos autores añaden otras muchas formas de lucha del sindicalismo (el propio
Yvetot habla de «agitación en las calles», como forma de obligar «al Parlamento a votar
una ley más o menos útil a la clase obrera o a denegar otra que le es perjudicial»); sin
embargo, sólo las expuestas responden de manera coherente y específica al contenido
ideológico del sindicalismo revolucionario, tal y como aquí lo hemos detallado.
fundamentalmente el hecho de la solidaridad de clase que
implicaban, considerando a ésta —la clase trabajadora— como
protagonista en su conjunto.

Los modos de actuación de estas tácticas y los medios sobre


los que actúan son también diferentes y pueden variar según
las circunstancias. Así, como ya vimos, la huelga actúa
fundamentalmente sobre el proceso de producción,
paralizándolo, mientras que el boicot y el label actúan sobre el
producto, afectando a su distribución y consumo, y el sabotaje
actúa sobre ambos, afectando tanto al proceso de producción
como al propio producto. Pero, el objetivo a conseguir es
siempre el mismo: la conquista de mejoras en la situación de
los trabajadores; y el efecto que se pretende es el irrogar un
perjuicio al capitalista, que suponga ya una expropiación
parcial y una conquista revolucionaria en el proceso global
hacia la emancipación del proletariado.

En definitiva, para finalizar este apartado, dedicado a recoger


de una manera muy sucinta la concepción sindicalista
revolucionaria de la acción directa y las formas típicas de
manifestarse, puede servirnos el siguiente párrafo de
Griffuelhes, que recoge en esencia las características
fundamentales de estos modos de acción de los que hemos
venido hablando:

«Por eso decimos, en primer lugar, que la huelga, el


sabotaje y la huelga general, que son los medios de
practicar la acción directa, son formas de lucha extraídas
del movimiento obrero mismo; en segundo lugar, que con
las huelgas y el sabotaje es el trabajador, solamente el
trabajador, quien obra; en tercer lugar, que para hacer
estas formas de acción poderosas y eficaces, es preciso
tener confianza en ellas y aprender a servirse de ellas»151.

6. —La vía que el sindicalismo revolucionario prevé que


llevará a la revolución social es la huelga general. Según decía
la Carta de Amiens, «la total emancipación, que sólo se puede
conseguir mediante la expropiación capitalista», solamente se
puede realizar a través de un medio de acción: la huelga
general. La huelga general es pues el hecho revolucionario por
excelencia; es la acción organizada de los sindicatos que
determina la paralización total de la producción hasta la caída
del régimen burgués. Es la «expresión suprema de la acción
directa» 152.

Ahora bien, entendida en este sentido, la huelga general


supone efectivamente un fenómeno revolucionario, es la
huelga general revolucionaria; implica la caída del entramado
socio-institucional de la sociedad capitalista. Sin embargo, el
simple concepto de huelga general no tiene de por sí ese
contenido revolucionario, o, mejor dicho, puede no tenerlo, y
de hecho la historia del movimiento sindical recoge multitud de
huelgas de tipo general que no tenían esta motivación
revolucionaria de manera clara e inmediata, sino que eran
declaradas en favor de reivindicaciones de variado matiz. Ello,
a pesar de todo lo dicho acerca de la significación
revolucionaria de los conflictos parciales, para el sindicalismo
revolucionario.

151 V. GRIFFUELHES, op. cit., p. 21.


152 J. PUYOL ALONSO, «Proceso del...», cit., p. 22.
Entendida en el sentido revolucionario, la huelga general
aparece como una alternativa a la vía revolucionaria violenta,
insurreccional, a la rebelión armada. Así, el desarrollo de la
idea sindicalista, el crecimiento de las organizaciones obreras,
y, por otra parte, el desarrollo de la potencia del nuevo Estado
industrial, hicieron concebir la idea de la posibilidad de destruir
el régimen capitalista sin necesidad de acudir al
enfrentamiento armado, en cuyo campo sería muy difícil
derrotarlo, sino empleando para ello algo que es la base de su
propia existencia y que depende exclusivamente de la clase
obrera: el trabajo153. El desarrollo del movimiento obrero, las
huelgas y conflictos parciales demostraron al trabajador la
debilidad del sistema burgués, que depende exclusivamente de
su trabajo, y le enseñaron cuál era el campo de lucha en el que
podía manifestar toda su fuerza para poder derrotar al
capitalismo. La paralización general del trabajo supondría un
colapso de todo el sistema que terminaría por hacer abdicar a
la burguesía de su situación privilegiada. Al mismo tiempo, los
trabajadores se harían con el dominio de los medios de
producción, convirtiéndolos en un dominio social,
desapareciendo con ello el asalariado, y el entramado
institucional del régimen burgués se derrumbaría, por

153 En 1892, Pelloutier haría aprobar por el Congreso obrero celebrado en Tours (3-5 de
septiembre) un texto de su elaboración que recogía los fundamentos teóricos de la huelga
general; decía en uno de sus párrafos: «... el pueblo no ha conquistado nunca ninguna
ventaja por las revoluciones sangrientas, las cuales sólo han beneficiado a los agitadores y
a la burguesía. Que en presencia, por otra parte, de la potencia militar puesta al servicio del
capital, una insurrección a mano armada ofrecería solamente a las clases dirigentes una
nueva ocasión para sofocar en sangre las reivindicaciones de los trabajadores. [Por ello, el
único medio] capaz de asegurar la transformación económica y asegurar, sin posible
reacción, el triunfo del Cuarto estado (...) es la interrupción universal y simultánea de la
fuerza productiva, es decir, la huelga general» (F. PELLOUTIER, «Historia de...», cit., p.
74).
desaparecer la base social y económica en la que se
sustentaba. En fin, para Pouget, la huelga general, que tenía un
inevitable sentido revolucionario, no era sólo negativa, pues
incardinaba también el sentido positivo de la toma de los
elementos de producción por el proletariado, en base a la cual
se realizaría la reconstrucción social bajo los principios del
comunismo: «Esta negación a continuar la producción en los
moldes capitalistas —diría— no será puramente negativa; será
concomitante con la toma de posesión del mecanismo social y
con una reorganización comunista, efectuada por las células
sociales, que son los sindicatos. Los organismos corporativos
convertidos en focos de la nueva vida, dislocarán y arruinarán
los focos de la vieja sociedad: el Estado y los municipios. En
adelante, los centros de cohesión estarán en las
FEDERACIONES corporativas, en las uniones sindicales, y estos
organismos son los que se ocuparán de aquellas funciones
útiles que hoy corresponden a los poderes públicos y a los
ayuntamientos»154.

Es difícil precisar históricamente el momento de la aparición


de la idea de la huelga general. En realidad este concepto
aparece ya en el socialismo utópico del siglo XVIII y principios
del XIX; en el movimiento bakuninista de la Primera
Internacional también aparece la idea de la huelga general155,
si bien, en ambos casos con connotaciones muy diferentes. El
concepto moderno de la huelga general, al que aquí nos
referimos, el desarrollado por el sindicalismo revolucionario,

154 E. POUGET, «La Confederación...», cit., p. 65


155 La idea de la huelga general, como modo exclusivo de emancipación del proletariado,
había sido discutida ya en el Congreso de Verviers (septiembre de 1877), de la Federación
Belga —bakuninista— de la Primera Internacional.
suele considerarse que empieza a elaborarse a partir del año
1886, cuando se producen los sucesos sangrientos del 1.° de
mayo, en Chicago. A partir de ese momento cobra un gran
auge mundial la lucha por el establecimiento de la jornada de
ocho horas. En diciembre de 1888, la American Federation of
Labor declara una jornada de lucha en favor de este
establecimiento, que se celebrará, en memoria de los mártires
de Chicago, el 1.° de mayo de 1890. En Europa, esta idea es
aceptada por las organizaciones obreras en los dos Congresos
obreros, de matiz distinto, celebrados simultáneamente en
París, en julio de 1889156. Y va a ser precisamente de manera
paralela a la preparación y desenvolvimiento de esta campaña
en favor de las ocho horas como se va a poner de nuevo en
vigencia la teoría de la huelga general revolucionaria.

Así pues, la huelga general no puede considerarse —como


muchas veces se ha hecho— como una mera creación del
anarquismo. Uno de sus primeros y más ardorosos defensores
en esta nueva fase fue, desde luego, el anarquista —ex
blanquista— Joseph Tortelier; sin embargo, aparte de lo ya
dicho con respecto a su origen, la primera organización en
adoptar una resolución al respecto fue la Federación Nacional

156 El Primer Congreso de la II Internacional, organizado por los guesdistas, acordó, a


este respecto, la celebración de «una gran manifestación a fecha fija [el 1.° de mayo], de
manera que en todos los países y en todas las villas a la vez, el mismo día convenido, los
trabajadores emplacen a los poderes públicos ante la obligación de reducir legalmente a
ocho horas la jornada de trabajo y de aplicar las demás resoluciones del Congreso
Internacional de París» (citado en A. DEL ROSAL, «LOS Congresos Obreros
Internacionales en el Siglo XIX», Barcelona, 1975, p. 366). El otro Congreso socialista, el
organizado por la otra ala del socialismo francés —la de Paul Brousse y Jean Allemane—
también tomó nota de este acuerdo de la AFL, y aprovechó la oportunidad para lanzar la
idea de la huelga general, uniéndola a la celebración del 1.° de mayo, a lo que los
guesdistas se opusieron tajantemente.
de Sindicatos, dominada entonces por los socialistas157, quien
en su congreso de Bouscat (noviembre de 1888) aprueba una
resolución sobre la huelga general158. Más tarde, otro de los
más destacados defensores de la huelga general, el sindicalista
Fernand Pelloutier, hace aprobar la idea en el Congreso obrero
de Tours (septiembre de 1892), y días después, Aristide Briand,
en el Congreso de Marsella, hace que la Federación Nacional
de Sindicatos apruebe definitivamente —esta vez con la clara
oposición de Guesde y su partido— la idea de la «suspensión
universal y simultánea de la fuerza productora» como medio
más adecuado para hacer triunfar las «aspiraciones legítimas
del proletariado», aceptando un texto que es una copia casi
literal del elaborado por Pelloutier en Tours159. La idea de la
huelga general aún sería ratificada en los Congresos obreros
sucesivos de Nantes (1894), en el que se decide crear un
Comité de Huelga General, encargado de reunir fondos y hacer
propaganda para la misma; de Tours (1896), Toulouse (1897),
Rennes (1898), París (1900), Bourges (1904) y también en el de
Amiens (1906). La idea, pues, se generaliza y, al mismo tiempo
que se realiza la campaña por el establecimiento de las ocho
horas y otras mejoras obreras, la huelga general cobra un
poder casi mítico, y se pretende, se espera, que a consecuencia
de cualquiera de estos actos de protesta programados cobre
realidad y se produzca la definitiva revolución social. Por

157 En la Federación Nacional de Sindicatos convergían los dos sectores más importantes
del socialismo francés: el Partido Obrero Socialista Revolucionario, de Paul Brousse, y el
Partido Obrero Francés, de Jules Guesde y Paul Lafargue.
158 «La huelga parcial no es más que un medio de agitación y de organización. Sólo la
huelga general, es decir, el cese completo de todo trabajo, y la revolución, pueden llevar a
los obreros hacia su emancipación» (Citado en G. LEFRANC, op. cit., p. 42).
159 Vid. notas 82 y 152.
entonces, los folletos y publicaciones sobre la misma eran
numerosísimos160.

La huelga general prevista para el primero de mayo de 1890


resultó un fracaso dada la división existente entre el
proletariado y los diferentes modos de entender cómo habrían
de celebrarse los actos de protesta161. Ello no evitó el que los
sindicalistas revolucionarios continuasen adelante con su
proyecto revolucionario de huelga, que se intenta lanzar en
cada oportunidad más favorable. En el Congreso de Bourges
(1904) se vuelve a lanzar la idea, proponiéndose que a partir
del 1.° de mayo de 1906 los trabajadores se nieguen a trabajar
más de ocho horas diarias. Se realiza entonces una enorme
campaña, donde la idea de la huelga general revolucionaria
ocupa el lugar preeminente, muy por encima de la conquista
inmediata que se pretende conseguir. El resultado es de nuevo
un fracaso. Se consiguen ciertas mejoras, pero la división del
proletariado, la diferente respuesta al movimiento, la
precipitación de algunos sectores y otras circunstancias
causantes del fracaso, hacen que la huelga general aparezca ya
como algo mucho más remoto de lo que la voluntad
revolucionaria hacía creer. A partir de entonces, la idea de la
huelga general entra en una nueva dinámica, no es ya ese

160 En una encomiable labor clarificadora sobre el problema de la huelga general, la


revista francesa «Le Mouvement Socialiste», que dirigía Hubert Lagardelle, realizó entre
los meses de junio y septiembre de 1904 una encuesta sobre este tema entre los más
destacados líderes del movimiento obrero europeo, de todas las tendencias, y entre ellos
los españoles Pablo Iglesias y Anselmo Lorenzo. La encuesta sería más tarde publicada en
libro: H. LAGARDELLE, «La Greve Générale et ie Socialisme. Enquête Internationale.
Opinions et Documente», París, 1905, del que existe una traducción castellana: «Huelga
general v socialismo. Encuesta Internacional», Córdoba (Argentina), 1975. .
161 Vid. al respecto M. PÉREZ LEDESMA, «El Primero de Mayo de 1890. Los orígenes de
una celebración», en «Tiempo de Historia», núm. 18, mayo, 1976.
hecho deseado que está ahí, detrás de cada conflicto, que se
espera que se produzca de una manera casi repentina, sin
haberlo casi preparado, como respuesta espontánea del
proletariado a un impulso revolucionario innato. Pero, la idea
no es abandonada, por el contrario, entra en una fase
diferente, en la que, sin dejar de ser la meta revolucionaria del
sindicalismo, se reconoce que tiene que ser la consecuencia de
un largo proceso de preparación y educación del proletariado;
no va a ser algo espontáneo, sino algo preparado en base a la
existencia de amplias y bien estructuradas organizaciones
obreras, preparadas para regir y organizar la sociedad futura,
resultante de la revolución. Así, el sindicalismo alcanza su
madurez en el momento en que la idea de la huelga general
deja de ser una mística para convertirse en un objeto
revolucionario, alcanzable sólo en base a la organización y
preparación del proletariado. El objetivo fundamental va a ser,
a partir de entonces, no la especulación sobre la huelga
general, sino el desarrollar una práctica sindical adecuada a ese
fin. Organizar bien los Sindicatos, difundir las tácticas
sindicalistas, familiarizando a los obreros con ellas,
enseñándoles a emplearlas, extender la organización sindical;
todo esto es lo que va a ocupar un papel fundamental en la
preocupación del sindicalismo revolucionario.

La huelga general tuvo, así, en un principio, un carácter


mítico, casi mesiánico, al que se sometía toda la preocupación
del movimiento sindical. Como ya vimos anteriormente, al
hablar de las huelgas parciales, éstas eran menospreciadas
como armas para la conquista de mejoras inmediatas y sólo
eran valoradas como punto de lanzamiento de un conflicto que
pudiese desembocar en una huelga general revolucionaria. Las
manifestaciones del sindicalismo de entonces en este sentido
fueron numerosísimas. En 1900, el Congreso de París
declaraba:

«No creemos que haya que promocionar las huelgas


parciales, a las que consideramos nefastas, ni siquiera
aunque den resultados apreciables, porque no compensan
jamás los sacrificios hechos y también porque los
resultados que puedan dar son impotentes en cuanto se
refiere a cambiar la cuestión social»162.

El objetivo prioritario era pues la huelga general 163 . Sin


embargo, aunque esta perspectiva cambiase sustancialmente,
lo que no cambió en absoluto fue el contenido teórico que el
sindicalismo revolucionario atribuía al fenómeno de la huelga
general. Esta siguió siendo el paso previo necesario a la
transformación de la sociedad. El único previsible, la única

162 Citado en G. LEFRANC, op. cit., p. 53.


163 «Como se ve —decía Griffuelhes, quien en 1904 había manifestado ya sus reticencias
al movimiento que se lanzó en el Congreso de Bourges—, nos separamos de los primeros
adeptos de la idea de la huelga general. Estos eran místicos, románticos; nosotros no
queremos serlo. Los primeros adeptos deseaban la huelga general, creían en ella, como
algunos creen en Dios; le atribuían una virtud propia que no puede poseer; su realización
les parecía próxima; esperaban su llegada como la hora que ha de marcar el reloj. La
cadencia del reloj era a sus ojos acelerada; hacía falta, pues, estar preparados. Así, estos
adeptos, que tuvieron el gran acierto, muy apreciable, de lanzar una idea de la que los
hechos han proclamado el valor y despejado la fuerza de creación, se oponían a la huelga
no general. La huelga para fines cotidianos era para ellos perjudicial, despilfarro de las
fuerzas y de los instantes de la clase obrera. Luchar en una huelga era disminuirse,
debilitarse. Hacía falta reservarse para la gran huelga. De modo que la gran huelga era para
estos hombres un movimiento que surgía, que estallaba de súbito, el rayo que cae
repentinamente, y para ello había que prepararse. ¡Lamentable concepción del
movimiento obrero! A ella se le deben los fracasos. La explosión de la vida obrera de estos
últimos años ha rechazado la huelga general como idea; la inscribe como un hecho social
que se une a nosotros, asiéndonos, abrazándonos para arrastrarnos mejor» (V.
GRIFFUEI.HES, op. cit., p. 24).
arma que el proletariado podía oponer con visos de eficacia a
la fuerza bruta que representaba el poder del Estado, que la
burguesía utilizaría en su defensa ante cualquier intento de
transformación social.

El fenómeno de la huelga general se pensaba que se


desarrollaría a partir de un conflicto concreto de alcance más
limitado, es decir, tendría su inicio dentro de los marcos de la
legalidad vigente164. De ello deducían algunos precisamente su
carácter pacífico. Se pensaba que la generalización del
conflicto, llevado a sus últimos extremos, haría abandonar a la
burguesía su posición dominante, haciéndole comprender la
fuerza del proletariado y los beneficios del nuevo sistema
social. Sin embargo, no era ésa la posición más generalizada.
Por el contrario, muchos pensaban que la violencia era
inevitable, dado que la burguesía se resistiría a abandonar sus
posiciones, si bien el mecanismo de la huelga tendería
precisamente a paralizar todas sus posibilidades de respuesta,
lo que diferenciaba totalmente a la huelga general de los
métodos antiguos de insurrección o sublevación contra el
Estado, que permitían a éste emplear todas sus armas contra
los insurrectos. Lo complicado de la sociedad capitalista y lo
pesado de la maquinaria del Estado es lo que hace imposible
un enfrentamiento armado contra el mismo, pero es también
lo que hace mucho más fuerte y efectiva el arma de la huelga
general, dado que todo ese complicado sistema es movido por

164 Al respecto, diría Pouget: «Esta crisis revolucionaria se prepara con las catástrofes
parciales que son los preliminares de la general expropiación capitalista: unas veces
huelgas que se generalizan a una corporación (...), otras huelgas generales locales (...);
otras, movimientos de masas que se adelantan, como olas cada vez mayores, chocando
contra el capitalismo y el Estado» (E. POUGET, «La Confederación...», cit., p. 65).
los propios trabajadores, y si éstos se niegan a moverlo se
convertirá en una maquinaria inútil, incapaz de ser utilizada
contra ellos. De aquí la eficacia de la huelga general; lo que no
evitaba sin embargó el que pudiese obtener alguna respuesta
violenta, sobre todo en los inicios de la extensión del conflicto,
cuando la burguesía fuese consciente de la trascendencia
revolucionaria del mismo165.

El mismo hecho de que la huelga general se iniciase en la


legalidad, en un conflicto parcial, venía a recalcar, junto con las
ya conocidas argumentaciones, la importancia de las huelgas
parciales a efectos de la revolución. Las huelgas parciales son,
así, una labor previa necesaria, que refuerzan la unidad de la
clase obrera, al mismo tiempo que educan y preparan al obrero
para hacerse con la dirección del proceso económico. Sin
embargo, este esfuerzo organizativo y preparatorio de la clase
trabajadora era bastante relativizado por los sectores
anarcosindicalistas, quienes, sin disminuir un ápice la
importancia de las huelgas parciales, pensaban que el centro
del problema no estaba tanto en esa preparación de la
generalidad de la clase trabajadora, ni en la extensión de la
organización sindical, sino que radicaba más bien en la
existencia de una minoría revolucionaria bien preparada que
fuese capaz de arrastrar en un momento determinado al resto
de la clase trabajadora, a partir de un conflicto parcial. Esta
concepción, que en Francia apenas tuvo eco, cobraría un papel

165 «La huelga general —decía Yvetot— no puede ser pacífica, porque, aunque lo fuera a
ser posible, pronto se le opondría enfrente la autoridad para salvar el orden social burgués
amenazado. La necesidad de asegurarse la vida y de combatir la represión terrible, que se
organizará rápidamente, demostrará la lógica urgencia de la acción revolucionaria» (G.
YVETOT, op. cit., p. 7).
relevante en España, como veremos más adelante. Pero, el
mismo argumento aludido antes, de la complejidad de la
maquinaría social y su amplitud, es lo que exige a las
organizaciones obreras una extensión y una preparación sin las
cuales les sería imposible, no ya declarar la huelga general, sino
asumir la responsabilidad de la organización de la sociedad
futura, y ello era así reconocido por la generalidad del sindicato
revolucionario en el momento en que se elabora la Carta de
Amiens 166 . En definitiva, las huelgas parciales, para el
sindicalismo revolucionario, no sólo preparan y demuestran la
posibilidad de la huelga general, sino que, en el proceso de la
lucha de clases, muestran la inevitabilidad de la misma para
realizar la revolución social. Es la única arma de la que —se
pensaba—, en las presentes circunstancias, dispone el
proletariado.

La huelga general supone, pues, la reunión de todas las


fuerzas y elementos que constituyen la huelga parcial y su
generalización al nivel adecuado para la destrucción de la
sociedad capitalista, primero nacional y luego
167
internacionalmente . Esta capacidad de asunción de los

166 El propio Pouget, uno de los sindicalistas más radicales, de procedencia anarquista,
llegaría a decir: «En tanto que esa obra de educación preliminar no se halle adelantada (...).
En tanto que los trabajadores no se hallen bastante familiarizados con la huelga general,
que en las circunstancias actuales se indica como el único medio para derribar el régimen
capitalista y gubernamental, no tienen más remedio que arrastrarse y consumirse en el
asalariado» (E. POUGET, op. cit., p. 16).
167 El internacionalismo, como el antimilitarismo, fue uno de los valores que el
sindicalismo revolucionario defendió, al igual que la mayoría de las fuerzas que
representaban el movimiento obrero de la época. Precisamente por su no especificidad
sindicalista no los hacemos objeto de nuestro estudio, dedicado más bien a recalcar los
rasgos diferenciales del sindicalismo revolucionario, sin que ello signifique restarles la
enorme importancia que tienen.
elementos materiales que constituyen la huelga parcial, pero
también de los espirituales, la voluntad emancipadora de la
clase trabajadora, la previsión de un futuro igualitario, etc., y su
elevación al nivel ideológico, es lo que convierte a la huelga
general —en la concepción de Sorel— en un mito. Es decir, lo
importante de la idea de la huelga general no es su
cientificidad o su capacidad de dar una previsión o una
hipótesis válida sobre el futuro, ni siquiera su eficacia o que el
resultado sea el previsto u otro; lo importante de la huelga
general —para él— era su papel movilizador, su capacidad de
actuar sobre el presente, intentando, transformarlo. Y esa
capacidad le venía dada a la huelga general precisamente por
el hecho de ser un mito: «el mito en el cual el socialismo
entero está encerrado; es decir, una organización de imágenes
capaces de evocar de manera instintiva todos los sentimientos
que corresponden a las diversas manifestaciones de la guerra
entablada por el socialismo contra la sociedad moderna». Así,
según la concepción soreliana, «las huelgas han engendrado en
el proletariado los más notables sentimientos, los más hondos
y los que más mueven; la huelga general los agrupa a todos en
un conjunto y, al relacionarlos, a cada uno de ellos le confiere
su máxima intensidad; al apelar a punzantes recuerdos de
conflictos particulares, anima con intensa vida todos los
detalles del conjunto presentado a la conciencia. Así
obtenemos esa intuición del socialismo que el lenguaje no
podría expresar de modo perfectamente claro»168. El mito,
pues, sería lo que llama a la acción al proletariado. Sin
embargo, hay que reconocer que la concepción soreliana de la

168 G. SOREL, «Reflexiones sobre la violencia», Madrid, 1976, pp. 186-187. La edición
original es de 1906.
huelga general no tuvo demasiado éxito entre los sindicalistas
revolucionarios de su época y que su trascendencia fue, en
todo caso, posterior. Para el sindicalismo revolucionario la
huelga general no era simplemente un mito movilizador, o una
meta revolucionaria —proceso revolucionario en sí mismo— de
no importa qué previsibles consecuencias. Por el contrario, la
huelga general era un hecho que tendría que producirse, una
vía que abriría las puertas de la revolución social. Por eso no
era querida en sí misma y por eso no era intrascendente el
resultado; el sindicalismo revolucionario lo que buscaba era el
resultado: el establecimiento de la sociedad igualitaria. Así,
aunque pueda considerarse al sindicalismo revolucionario
como una filosofía de la acción, en el sentido de que la teoría
seguía a la práctica, en vez de precederla y determinarla, no
puede decirse que buscara la acción por la acción, con tal de
modificar la injusticia presente —como Sorel pensaba—, sino
que sólo actuaba en función del fin revolucionario que tenía
trazado, y no le era en absoluto indiferente el resultado. Ya
vimos anteriormente cómo el conjunto de los elementos
ideológicos del sindicalismo y sus tácticas estaban marcados
por esa finalidad revolucionaria y eran considerados en función
de ella, y la huelga general actúa en este sentido como un
elemento más de ese conjunto, quizá el culminante, pero no
por ello más o menos importante que el resto.

En definitiva, la concepción de la huelga general no es, para


el sindicalismo revolucionario, una mera especulación teórica,
sino que es una concepción que surge de la pura práctica
obrera, de la lucha de clases, que enseña cada día al obrero,
con su experiencia, la forma más eficaz de llevar esa lucha.
Pero la huelga general es eso: una forma de lucha, no es la
revolución. La revolución social ha de ser el resultado de la
huelga general; dicho de otro modo, la huelga general ha de
desembocar en la revolución social. No se concibe otro modo
más eficaz para conseguir ese fin. Los fracasos, en este sentido,
no tienen otra consideración que la de huelgas parciales, son
experiencias que contribuyen a preparar mejor la huelga
definitiva.

Pero, la revolución que persigue el sindicalismo


revolucionario es, como ya vimos con anterioridad, una
revolución social de contenido esencialmente económico,
donde lo político aparece como una consecuencia del proceso
revolucionario, pero no como un objetivo primordial. Es decir,
es una revolución de motivaciones apolíticas, con
consecuencias políticas.

El objetivo, pues, de la huelga general es el producir una


revolución social que produzca la expropiación capitalista, la
desaparición de las clases sociales y del asalariado, y el
establecimiento de un sistema económico comunista. Pero ello
trae aparejado obviamente unas consecuencias de tipo
político: la propia destrucción del sistema económico
capitalista lleva consigo la destrucción del conjunto de las
instituciones sociales en las que se basaba; así, la destrucción
del Estado y la instauración de un sistema social libre,
antiautoritario, basado fundamentalmente, tanto en el aspecto
económico como en lo social propiamente dicho, en la
estructura organizativa sindical.

Ello dicho, claro está, de una manera bastante sumaria, dado


que las matizaciones que completarían este panorama
postrevolucionario varían un tanto de una corriente o
tendencia a otra, de las que convergían en el sindicalismo
íevolucionario 169.

En este último sentido, cabría hacer una distinción entre la


huelga general que propugna el sindicalismo revolucionario y la
huelga por motivos parciales, o la política, que por entonces
habían adoptado, con motivaciones estrictamente políticas,
algunas corrientes socialistas europeas. Ello implicaría la
posibilidad de que la clase obrera se hiciese con el poder
político —vía socialista a la revolución— en base a una huelga
general, en vez de destruirlo, como preveía el sindicalismo
revolucionario. No otra era la posición que podía yacer en la
postura de los blanquistas o los allemanistas, o, incluso, los
broussistas, que apoyaban claramente los planteamientos
sindicalistas revolucionarios, defendiendo la idea de la huelga
general. De hecho, la huelga general fue empleada en Bélgica
por el Partido Obrero Belga en más de una ocasión, entre 1887
y 1913, en favor de la concesión del sufragio universal, motivo
claramente político. Pero ésta no era la postura «oficial» del

169 A las múltiples interpretaciones que se solían dar sobre la sociedad


postrevolucionaria, habría que añadir la indiferencia que muchos dirigentes del
sindicalismo revolucionario, más preocupados por la práctica sindical, sentían por las
especulaciones o teorizaciones sobre el futuro. En este sentido es muy revelador el
siguiente párrafo de Griffuelhes:
«Los fines del sindicalismo habrán de realizarse, según unos, en una sociedad sin
autoridad y sin gobierno, y, según otros, en una sociedad gobernada y dirigida, ¿quién
acertará? El asunto no me preocupa, y para contestar a tal pregunta aguardo a estar de
vuelta del viaje que me permita comprobarlo personalmente. Discutir sobre cuál sea el
mejor sistema podrá ser divertido para el que, no tomando parte alguna en la lucha que
sostiene la clase proletaria, juzgue esta lucha desde muy alto o desde muy lejos, sin pararse
a pensar en que, si es fácil la tarea de urdir una teoría, es dificilísima la empresa de llevarla
a la práctica» (V. GRIFFUELHES, «L action syndicatisíe», p. 4; citado en J. PUYOL, op. cit.,
p. 18).
socialismo europeo, quien condenó la táctica de la huelga
general ya en el Congreso de París (1889), evitando que se
adoptase como forma de protesta en la celebración del 1.° de
mayo (vid. nota 155). En el Congreso de Ámsterdam (agosto de
1904), la Internacional socialista vuelve sobre el tema y ratifica
su rechazo de la huelga general como forma de emancipación
obrera, si bien, con una fórmula un tanto ambigua, admite la
posibilidad de que ésta se declarase con objeto de
reivindicaciones más limitadas y mejoras inmediatas 170. No
podía ser otra la posición socialista ante el enorme auge que el
sindicalismo cobraba en Europa. Se trataba de deslindar lo que
de sindicalista puro había en el sindicalismo revolucionario,
perfectamente asimilable por el movimiento socialista
—aunque aún pareciese a algunos demasiado avanzado—, de
lo que constituía su especificidad política, que era tachada
genéricamente de anarquista. Así, no hubo rubor de aceptar la
huelga general, aún con las limitaciones citadas en el texto de
la resolución —concebida por el sindicalismo revolucionario
como uno de los puntos fundamentales de su doctrina, como el
elemento clave para la revolución social—, como un elemento
más de la lucha reivindicativa sin ninguna connotación
revolucionaria, aunque utilizable sólo en último extremo. La

170 La fórmula aprobada fue la presentada por el partido socialdemócrata holandés, que
venía a decir —tras declarar irrealizable la idea de la huelga general como forma de
emancipación del proletariado—, «que, por el contrario, es posible que una huelga que
alcanzara un gran número de oficios, o los más importantes para el funcionamiento de la
vida económica, fuese un medio supremo para efectuar cambios sociales de gran
importancia, o de defenderse contra los atentados reaccionarios sobre los derechos de los
obreros», y advertía a los obreros para que «no se dejen impresionar por la propaganda
para la huelga general, de la que se sirven los anarquistas para apartar a los obreros de la
lucha verdadera e incesante, es decir, de la acción política, sindical y cooperativa» (Citado
en A. DEL ROSAL, «LOS Congresos obreros internacionales del siglo XX», Barcelona,
1975, p. 21).
huelga general había conseguido ya carta de naturaleza dentro
del movimiento obrero.

El sindicalismo revolucionario, como concepción teórica del


movimiento obrero, cubre un largo período de la historia del
sindicalismo francés que finaliza prácticamente con el estallido
de la Primera Guerra Mundial. Durante ese período, el
sindicalismo revolucionario llega a confundirse con el
sindicalismo mismo, con toda la actividad sindical de entonces,
de aquí la amplitud del contenido que hemos tratado de
resumir en unas cuantas características fundamentales
definitorias.

Ello evidentemente es escaso y no prentende apurar al


máximo el estudio de esta corriente ideológica, llena de
tendencias y esencialmente evolutiva, sin embargo, el análisis
realizado sí puede servirnos como esquema, como punto de
referencia al tratar de realizar un estudio más detallado del
movimiento sindicalista español que representa la CNT. Con
ese exclusivo motivo fue realizado, y su posible insuficiencia, o
amplitud, no está sino en función del objetivo específico de
nuestro trabajo.

B) La introducción del sindicalismo revolucionario en España

El fenómeno sindicalista revolucionario no podía pasar


desapercibido en España, zona donde quizá mayor importancia
tuvo de Europa la extensión de las corrientes antipolíticas
desarrolladas en el seno de la Primera Internacional. Tras la
crisis sufrida por este sector del movimiento obrero español a
finales del siglo XIX, ya vimos cómo a principios del presente se
produce un intento de reconstrucción de la vieja Federación
Española, que llega a reunir a unas cuantas sociedades obreras
de resistencia, que, sin embargo, no deja de tener una
existencia bastante efímera, extinguiéndose prácticamente
hacia 1905 171. Podemos considerar que con la desaparición de
la Federación Regional Española de Sociedades de Resistencia
se da por definitivamente cerrado el ciclo de la Primera
Internacional en España, con todo lo que ese período significó
ideológica y orgánicamente para el conjunto del movimiento
obrero organizado de tendencia apolítica. A partir de entonces,
si a ello añadimos el fracaso del individualismo anarquista —al
que también nos hemos referido—, quedaba abonado el
terreno para el desarrollo de la nueva teoría sindicalista
revolucionaria. La clase obrera no sólo se encontraba
desorganizada —excepción hecha de la UGT—, sino que sufría
un gran vacío ideológico, que no había llegado a llenar el
socialismo, que trataba de llenar el radicalismo y en el que
poco influía ya el anarquismo. Fundamentalmente en Cataluña
este vacío era mayor por la extrema debilidad de la UGT en
esta zona y por el poco éxito que el socialismo del PSOE había
llegado a alcanzar.

Sin embargo, el tema de las posibles influencias del


sindicalismo revolucionario francés en la formación del español
ha sido muy debatido. Generalmente, se tiende a dogmatizar
sobre este tema, afirmando tajantemente una u otra postura
en base a argumentaciones históricas o datos incontestables.
Por un lado, se afirma que tal influencia no ha existido, que en

171 X. CUADRAT, op. cit., p. 128, data su autodisolución en junio de 1907.


el movimiento obrero libertario español estaban ya todos los
elementos necesarios para que se produjese la lógica evolución
en ese sentido. Es decir, que el sindicalismo revolucionario
español no es sino el producto de la propia evolución y
desarrollo del movimiento obrero español, sin influencia
alguna externa.

Por otro lado, se suele afirmar que el sindicalismo español es


una consecuencia del desarrollo del sindicalismo revolucionario
francés, en el que se inspira y del que toma sus modos de
acción, y bajo cuya influencia —la Carta de Amiens sería
decisiva— se funda la CNT. Incluso hay quien afirma que el
sindicalismo revolucionario español, desarrollado
autóctonamente, contiene elementos propios del sindicalismo
revolucionario francés172, como si se tratase de dos fenómenos
paralelos curiosamente coincidentes. Pero, aún, otra postura
llega a sostener la influencia inversa, es decir, que fue el
sindicalismo español el que influenció al sindicalismo
revolucionario francés.

En el primer sentido se han manifestado desde historiadores


más o menos apasionados del anarcosindicalismo español
—como C. M. Lorenzo o J. Peirats— hasta estudiosos de corte
académico —como Álvarez Junco— 173. Los argumentos son
múltiples. En esencia, se viene a recalcar la importancia del
movimiento obrero libertario español y a demostrar que en él
se encontraban ya los elementos suficientes como para
desarrollar un movimiento sindicalista de corte moderno,

172 G. BRENAN, «El laberinto español», París, 1962, p. 133.


173 J. ÁLVAREZ JUNCO, op. cit., p. 547.
similar al francés, pero sin copiar nada de él. Así, dice J. Peirats,
«el viejo Anselmo Lorenzo se sonreiría tal vez al ver copiar en
España el prototipo sindicalista de la Carta de Amiens» y
recuerda cómo en la Conferencia Internacional de Londres, de
1871, A. Lorenzo presentó un dictamen sobre organización que
expresaba sustancialmente las formas orgánicas que luego
adoptaría el sindicalismo revolucionario 174. Por otra parte, C.
M. Lorenzo relativiza la trascendencia que en España tuvieron
sucesos tan importantes para el sindicalismo revolucionario
como el Congreso de Amiens (1906) o el Congreso Anarquista
internacional de Ámsterdam (1907), hechos que «sólo
representaron un estímulo moral para los libertarios
españoles» que se encontraban ya en una vía de evolución
hacia metas similares, además de que los sindicalistas
franceses por un lado —dice—, «no enviaron propagandistas
fuera del hexágono francés; por el otro, ningún delegado
español asistió al Congreso de Ámsterdam»175.

Pero, aún superando todas esas argumentaciones, se ha


sostenido también la influencia justamente contraria, es decir,
que fueron los españoles los que influenciaron al movimiento
sindicalista revolucionario francés. Esta posición se basa
generalmente en el testimonio del propio Anselmo Lorenzo,
quien sostuvo en más de una ocasión que en la creación de la
CGT francesa no había faltado la influencia del movimiento
obrero libertario catalán. Así lo hizo, por ejemplo, en «Tierra y
Libertad» (22-VIII-1907, 24-XII-1908) y volvería a hacerlo

174 JOSÉ PEIRATS, «LOS anarquistas en la crisis política española», Buenos Aires, 1964,
p. 13.
175 C. M. LORENZO, «LOS anarquistas españoles y el poder (1868-1969)», París, 1972, p.
28.
posteriormente en el prólogo al libro de José Prat «La
burguesía y el proletariado» (1909). Sostenía Lorenzo que la
llegada de las corrientes sindicalistas a España, y singularmente
a Cataluña, venía «no a darnos una idea nueva, sino a
devolvernos corregida, aumentada y perfectamente
sistematizada la que los anarquistas españoles inspiramos a los
franceses discutiendo desde “Acracia” y “El Productor” con “La
Révolte”» 176.

En un sentido contrario, admitiendo la influencia decisiva del


sindicalismo francés en la formación del movimiento
sindicalista español, se ha manifestado, sobre todo, la
literatura más clásica sobre el movimiento obrero español,
como por ejemplo, Díaz del Moral, quien considera que el
sindicalismo francés se introduce en España a partir de 1907,
impulsado fundamentalmente por las decisiones del Congreso
Anarquista internacional de Ámsterdam, celebrado ese mismo
año177. En este sentido, Solidaridad Obrera habría surgido bajo
la influencia de este «nuevo evangelio», «para defenderlo», y
la Confederación Nacional del Trabajo, continuación orgánica
de SO, seguiría fielmente su línea.

Esta misma posición la he mantenido con anterioridad en

176 Se refiere A. Lorenzo a la polémica que en los años ochenta del siglo pasado
sostuvieron los dos órganos anarquistas españoles con el francés «La Révolte», en la que
los anarquistas españoles aconsejaban entonces a los franceses su ingreso en las
organizaciones obreras: «la conveniencia de dar impulso revolucionario a las sociedades
de resistencia», que entonces se desarrollaron con fuerza (A. LORENZO, prólogo al libro de
J. PRAT, «La burguesía y el proletariado. Apuntes sobre la lucha sindical», Valencia, s.f.
[1909]). .
177 J. DÍAZ DEL MORAL, «Historia de las agitaciones campesinas andaluzas», Madrid,
1973, p. 170 (edición original de 1928).
otro trabajo 178. Sin embargo, a mi modo de ver actual, el
problema de la influencia del sindicalismo revolucionario
francés en la formación del sindicalismo español ha sido
tratado de una manera excesivamente globalizante y ello es lo
que ha llevado a cierto confusionismo y a producir
contradicciones en la apreciación del problema, cuando en
realidad éstas no deberían existir.

Estimo que el problema de las posibles influencias francesas


en la formación del sindicalismo español es algo que no puede
ser observado de una manera global y que exige un mayor
detenimiento y precisión en la delimitación de éstas. Se
pueden distinguir al respecto dos momentos perfectamente
diferenciados: uno, que comprendería el período previo a la
formación de SO, y otro, que comprendería el período
siguiente a la formación de la misma. En el primer momento
—que correspondería en Francia al período ascendente de la
formación del sindicalismo revolucionario 179 — existen los
primeros contactos de anarquistas españoles con los
sindicalistas franceses. El exilio en Francia es una triste
constante en la historia de España, y de él tampoco se libraron
multitud de líderes anarquistas y obreros en el siglo pasado,
sobre todo a raíz del recrudecimiento de la acción individual
que había prendido en los grupos anarquistas de entonces y
que determinó también un recrudecimiento de la represión
que, gracias a la ley antiterrorista de 1896, cayó
indiscriminadamente sobre terroristas, anarquistas y dirigentes

178 ANTONIO BAR, «La Confederación Nacional del Trabajo frente a la II República», en
M. RAMÍREZ (ed.) «Estudios sobre la II República española», Madrid, 1975, p. 219.
179 En 1892 se crea la Federación de Bolsas de Trabajo; en 1895 se crea la CGT; en 1902
se produce la unificación de las dos ramas del sindicalismo en la nueva CGT.
obreros. Gran parte de estos últimos tuvieron que exiliarse en
Francia, donde entraron en contacto con las nuevas corrientes
obreristas que entonces cobraban fuerza en Francia, a raíz del
desencanto producido por la ineficacia del activismo
individualista o el puramente insurgente. El movimiento era
amplio, pero era fundamentalmente un movimiento de base;
se había desatado una verdadera fuerza asociativa entre los
obreros, y los anarquistas no podían permanecer al margen de
todo ello, no podían quedarse enquistados en las posiciones
individualistas o elitistas, a las que habían sido relegados por
sus propios errores estratégicos y por la tendencia natural del
movimiento. Por ello, se estableció la necesidad de ingresar en
las asociaciones obreras180, aunque ello no fuese visto con muy
buenos ojos por la totalidad del anarquismo. Los exiliados
españoles vivieron muy de cerca todo este proceso y no podían
dejar de reconocer en él todas las similitudes que la situación
francesa tenía con la española al respecto. En ambos países, el
triunfo de las concepciones comunistas antiorgánicas del
anarquismo habían contribuido —mucho más en España— a la
desintegración de las FEDERACIONES obreras hijas de la
Primera Internacional, mientras que se había favorecido la
actuación de los grupos aislados y la realización de actos
individuales que, a la larga, no había ocasionado más que la
represión y la dispersión del movimiento obrero, y por esto
precisamente se encontraban ellos en el exilio. Pero, a la
inversa, el anarquismo español nunca fue un anarquismo
excesivamente intelectual o de élite, sino más bien un
anarquismo obrero, militante, lo que hizo que aún dentro de
las concepciones más antiorgánicas del anarco-comunismo no

180 Vid. nota 81.


faltase el necesario contenido obrerista y la conciencia clara
sobre quién era en definitiva la verdadera fuerza
revolucionaria. Ello no podía dejar de ser también una
contribución al proceso que ya se había iniciado en Francia.

Hay pues, en un primer momento, una interrelación entre


anarquistas y militantes obreros españoles con los anarquistas
franceses y con el naciente movimiento sindicalista, relación
que viene favorecida por el exilio español. En esta relación no
ha podido dejar de haber un intercambio de experiencias y una
influencia mutua en lo posible. El desarrollo del sindicalismo
francés era ya un proceso en marcha; los españoles no podían
contribuir al mismo más que aportando la propia experiencia
de los fracasos de los últimos intentos de reconstrucción de las
FEDERACIONES obreras y de los pactos de unión y solidaridad,
y aconsejando a los anarquistas franceses su ingreso en las
renacientes sociedades obreras. En este sentido va
precisamente la referencia de Anselmo Lorenzo a la posible
influencia española en el naciente sindicalismo francés, de la
que hemos hablado antes. No ha podido ser de otro modo,
dado que el contenido ideológico del sindicalismo
revolucionario francés es muy diferente a los planteamientos
ideológicos que los «sindicalistas» españoles tenían entonces,
mucho más cerca del anarquismo, puro y simple, que de las
concepciones apolíticas —entendiendo por ello,
ideológicamente neutras— de los sindicalistas franceses. Como
ejemplo conocido de todo esto —salvando las peculiaridades
personales: no era anarquista entonces, no era militante
obrero, su exilio era voluntario— podría citarse el caso de
Ferrer Guardia. Emigrado a París por razones personales en
1885, entra allí en contacto con los medios anarquistas y
sindicalistas, donde se contagia de las nuevas concepciones. A
su vuelta a España, al igual que lo hicieron otros militantes,
trae las nuevas concepciones y funda incluso el periódico «La
Huelga General»181 con sus propios fondos, cuyo título es ya de
por sí bastante significativo. Sin embargo, ello no quiere decir
que el sindicalismo revolucionario se importase entonces a
España sin más. En primer lugar, las circunstancias no estaban
aquí aún maduras y, en segundo lugar, el propio sindicalismo
francés se encontraba aún en período de formación y no era
una teoría consolidada. Los españoles no tomaron sino ideas
sueltas: la huelga general, la necesidad de la acción obrera o de
masas, etc., que no diferían en mucho de viejas concepciones
que ya se tenían aquí desde la Primera Internacional, pero que,
sin ser expresamente abandonadas, habían quedado un tanto
relegadas. Por ello, estas ideas, más que ser copiadas de los
franceses, lo que hicieron fue resucitar en la conciencia de los
militantes españoles, pero, claro, resucitaron con las viejas
matizaciones y contenidos que ya no tenían para los franceses.
Así, se puede decir que en este primer período existe una
interrelación entre los militantes españoles y los franceses, de
la cual, y dadas las condiciones específicas de nuestro país, se
deriva el resurgir de algunas concepciones que ya existían
dentro del movimiento español, como son la huelga general, la
necesidad de la acción obrera, el societarismo, el apoliticismo,
etc., pero que, por lo mismo, resurgen con los viejos
contenidos, diferentes a los que tenían para los franceses, lo
que hace que, en puridad, no pueda hablarse de un
sindicalismo español aún. Así, la huelga general, en vez de ser
entendida como un arma alternativa a la revolución violenta

181 Barcelona (1901-1903).


contra el poder, no perdió esa connotación, además de no ser
considerada como arma excluyente, sino como una más de las
muchas a emplear para ese fin. Se reconoce la importancia de
la acción obrera y la necesidad de que los obreros formen
sociedades de resistencia, pero se sigue pensando que estas
sociedades deben estar dirigidas por los anarquistas y que su
función no es tanto la defensa y el mejoramiento de la
situación del trabajador, como el preparar y hacer la revolución
por los medios precisos. Se reconoce el apoliticismo, pero es
entendido no sólo como una actitud antiestatal o un
neutralismo ideológico de los sindicatos, sino como una
reafirmación del anarquismo dentro de las sociedades obreras,
en contra de cualquier otra ideología de matiz político; la
Anarquía sigue apareciendo como la meta dorada del
movimiento obrero.

En fin, aún habría que hablar de los contactos habidos entre


los militantes españoles —principalmente catalanes— y los
sindicalistas franceses con motivo de la preparación de la
huelga general a celebrar el 1.° de mayo de 1906, de la que ya
hemos hablado al referirnos al sindicalismo revolucionario
francés. La campaña de preparación de la huelga general,
iniciada con dos años de antelación —fue acordada en el
Congreso de Bourges, en 1904—, contribuyó decisivamente a
la extensión y consolidación del sindicalismo en Francia, pero
también supuso el lanzamiento de la idea sindicalista en
España, entre los militantes obreros, quienes comenzaron a
sentir ya con más ansiedad la necesidad de la creación de una
nueva federación obrera, de acuerdo con los principios y
tácticas del sindicalismo, cuyos efectos positivos se dejaban
sentir claramente en el país vecino. La huelga general del
primero de mayo de 1906 supuso, tanto en Francia como en
España, un fracaso; sin embargo, la campaña de preparación
de la misma produjo sus frutos, tanto en uno como en otro
país, como lo demostraría posteriormente el Congreso de
Amiens, o la constitución de la propia Solidaridad Obrera, en
agosto de 1907 182.

En un segundo momento, que podría adelantarse incluso al


año 1902, tras el fracaso de la huelga general de ese año —en
el que se realiza en Francia la unificación de la CGT—, se
produce la crisis definitiva de los intentos de reorganizar el
movimiento obrero bajo los presupuestos tácticos de la
Primera Internacional, al tiempo que el sindicalismo francés se
va consolidando ideológica y orgánicamente. Esta crisis
produjo un gran vacío orgánico e ideológico en la clase
trabajadora, fundamentalmente en Cataluña, pero también en
la generalidad del país, donde, aparte de la UGT y de las
diversas sociedades de oficio repartidas en varias localidades,
no existía ninguna federación obrera de cierto alcance, capaz
de agrupar a los trabajadores solidaria y establemente. Este
vacío lo intentaba cubrir en Cataluña el lerrouxismo, haciendo
campañas propagandísticas entre los desconcertados medios
obreros, tratando de atraerse sus simpatías mediante una
política obrerista, plena de demagogia, pero que obtuvo sus

182 Sobre la preparación de la huelga general de 1906 en Cataluña, dice M. Sassiri: «los
que la dirigían oslaban en relación con sociedades revolucionarias de Francia, Alemania,
Inglaterra e Italia» («Las huelgas en Barcelona y sus resultados en el año 1906»,
Barcelona, 1907, p. 87). Los contactos con los.sindicalistas franceses continuarían siendo
frecuentes. En 1908, cuando se cambió el Consejo Directivo de SO, «por indicación de
Ferrer fue nombrado para sustituirle [a A. Colomé] Jaime Bisbe, que conocía bien el
francés y podría entenderse directamente con los de la CGT de París y las agrupaciones
revolucionarias de Francia» (C. LEROY, «Los secretos del anarquismo», cit., p. 221).
efectos. En este sentido, hay que destacar la creación de las
Casas del Pueblo que el partido lerrouxista fue creando en
diversas localidades 183 , como remedio de lo que había
conseguido lograr en Francia Pelloutier con las Bolsas de
Trabajo, convirtiendo en verdaderos centros obreros lo que
eran meros organismos de colocación. Ahora bien, a efectos de
la consideración de la trascendencia de la influencia del
sindicalismo revolucionario francés en España, debemos
considerar que este segundo período se inicia con la
constitución de Solidaridad Obrera, que es el primer germen
orgánico del sindicalismo revolucionario en España.

Así, a partir de ese momento, como ya dijimos con


anterioridad, un gran sector de los medios anarquistas
españoles, ante la crisis que se estaba sufriendo, vuelve sus
ojos con mayor atención al movimiento sindicalista francés e
intenta tomar de él los remedios para la crisis. Los más,
ignorando la propia historia, los menos, tratando de enlazar lo
nuevo con los principios básicos de la Internacional, comienzan
a interesarse por el fenómeno francés, y en menor medida por
el italiano, leyendo, traduciendo y escribiendo innumerables
folletos, artículos y hasta libros sobre el sindicalismo
revolucionario. Se produce entonces una verdadera avalancha
de sindicalismo revolucionario, que no puede ser considerada
sino como una abrumadora influencia de la nueva corriente
surgida en Francia sobre el naciente sindicalismo español. Ello,
claro, sin menospreciar en absoluto las peculiaridades propias
que darán al movimiento español unas características y un

183 La primera fue inaugurada en Barcelona en 1906, un año antes de que el PSOE
inaugurara la suya de Madrid.
contenido un tanto diferente del francés, como ya veremos un
poco más adelante. De cualquier modo, a pesar de la avalancha
de escritos sobre la nueva corriente, no puede decirse que ésta
tuviera un éxito inmediato sobre las masas obreras. El
anarquismo había perdido mucho terreno en el campo
societario y el nuevo sindicalismo revolucionario tenía que
demostrar claramente sus diferencias con los viejos métodos y
las ventajas de las nuevas tácticas. SO habría de representar el
banco de pruebas para la nueva teoría, el período intermedio
experimental, transición a la CNT, que supone la verdadera
consolidación orgánica del sindicalismo revolucionario español,
al menos en su primera etapa. Pero, esta invasión de la
doctrina francesa, que se inicia lentamente a partir del fracaso
de 1902, adquiere este carácter masivo fundamentalmente a
partir de la época en que se constituye SO. De esta época datan
precisamente la mayor parte de los folletos traducidos del
francés de los que tenemos noticias. En este sentido, merece
especial mención la contribución de Ferrer, quien, ya
desaparecido su periódico «La Huelga General» (en 1903),
sigue poniendo sus fondos a disposición de la causa del
sindicalismo, y es precisamente en las colecciones editoriales
de La Huelga General y de la Escuela Moderna, donde se editan
la mayor parte de los folletos divulgadores de la nueva
doctrina.

Aparte de los escritos sobre la huelga general, o sobre el


primero de mayo, que comienzan a ser divulgados ya desde
finales de siglo, las obras extranjeras más conocidas lo fueron
en traducciones de Anselmo Lorenzo y de José Prat,
principalmente, quienes se convirtieron, por esta vía, en los
principales divulgadores del nuevo sindicalismo. Entre ellas
destacamos las siguientes: las traducciones de las obras de E.
Pouget, «El Sindicato» (Barcelona, 1904, Biblioteca de «La
Huelga General»), «Las bases del Sindicalismo» (Madrid, 1904,
«Tierra y Libertad») y «La Confederación General del Trabajo de
Francia» (Barcelona s.f. —aprox. 1910—, La Escuela Moderna),
realizadas por A. Lorenzo; así como el folleto de E. Pataud y E.
Pouget «Cómo haremos la revolución» (Barcelona, 1911, La
Escuela Moderna), en el que se describe paso a paso el proceso
de la huelga general revolucionaria que habría de seguirse, y
que adquiriría una gran difusión, traducido también por A.
Lorenzo. En 1915 aparecería en Valencia la obra de C. Malato
«La Gran Huelga. Novela Social», y en 1906 la Escuela Moderna
publicaría, del mismo autor, la traducción de A. Lorenzo de
«Las clases sociales. Estudio sociológico». Por esa misma
época, la Escuela Moderna publicaría también un clásico del
sindicalismo revolucionario, el folleto de G. Yvetot «ABC
Sindicalista» (Barcelona, s.f. —aprox. 1909—). En 1908 aparece
en Valencia «Sindicalismo y Anarquismo», de L. Fabbri184, y en
1909, «El Sindicalismo», de E. Leone, traducidos por J. Prat. En
1909 Soledad Gustavo traduce en Barcelona la obra de Arturo
Labriola «Las diosas de la vida», de quien serían también
conocidos en España sus folletos «El Sindicalismo
Revolucionario» y «Los límites del Sindicalismo Revolucionario»,
este último publicado primero en forma seriada por
«Solidaridad Obrera», en 1910, y en forma de folleto con
posterioridad, traducido por J. Prat. Más tarde serían
introducidas las obras de los destacados sindicalistas franceses

184 De Luigi Fabbri, traduciría J. Prat, en 1918, una de sus obras más conocidas:
«Influencias burguesas sobre el anarquismo» (Barcelona, 1918, Imprenta «Germinal»),
en contra de la violencia anarquista.
V. Griffuelhes, «El Sindicalismo Revolucionario» (La Felguera,
1911, y Valencia, s.f.), y F. Pelloutier, «El Arte y la Rebeldía»
(Barcelona, 1917, «Tierra y Libertad»), también en traducción
de J. Prat, adquiriendo esta última una enorme difusión. En
1910 sería también publicada en España la obra del destacado
sindicalista revolucionario holandés Christian Cornelissen «En
marcha hacia la sociedad nueva» (Barcelona, 1910, Toribio
Taberner).

A estos folletos, traducidos del francés o del italiano


principalmente, cuya difusión enorme cualifica su importancia,
a pesar de su escaso número, habría que añadir los de los
autores españoles divulgando el mismo contenido,
principalmente los de Anselmo Lorenzo y José Prat 185. Otros
anarquistas destacados, como Ricardo Mella, sin manifestarse
expresamente a favor del sindicalismo de una manera total,
apoyan en general la nueva estrategia y defienden en
particular muchos de sus planteamientos186. En lo que respecta
a A. Lorenzo, su papel divulgador del sindicalismo revistió
especial importancia, no sólo por su labor traductora 187 y

185 Ver amplia bibliografía sobre libros y folletos de este período en R. LAMBERET,
«Mouvements ouvriers et socialistes. L´Espagne (1750-1936)», París, 1953. De A.
LORENZO ver amplia bibliografía recopilada por ÁLVAREZ JUNCO en la edición de su libro
«El proletariado militante», Madrid, 1974, pp. 483 y ss.; tuvieron especial difusión «Vía
Libre», Barcelona, 1905, «El obrero moderno», Barcelona, 1909, «Hacia la
emancipación», Mahón, 1914. De J. PRAT se podrían destacar «Necesidad de la
asociación», Barcelona, 1904, «En pro del trabajo», Barcelona, 1906, «La burguesía y el
proletariado. Apuntes sobre la lucha sindical», Valencia, 1909.
186 Ver la recopilación de sus escritos, preparada por J. Prat, en «Ideario», Gijón, 1926, y
en «Ensayos y Conferencias», Gijón, 1934. De «Ideario» existen dos ediciones
posteriores, de 1955 y de 1975, a cargo de la revista «Cénit» y de la CNT, en Francia,
respectivamente.
187 Según Constant Leroy, Anselmo Lorenzo recibía un sueldo mensual de Ferrer
Guardia por traducir libros para las publicaciones de la Escuela Moderna (C. LEROY, «Los
creadora, sino por el prestigio que el viejo internacionalista
tenía entre los medios libertarios y obreros. Sin embargo, como
ya dijimos en alguna ocasión anteriormente, no puede decirse
de Lorenzo que se hubiese «convertido» al sindicalismo de
manera total; él, al igual que la mayoría de los militantes
anarquistas que aceptaron el sindicalismo en España, siguió
siendo por encima de todo un anarquista convencido, y de ello
se derivan las importantes matizaciones que la teoría y la
práctica del sindicalismo revolucionario sufrieron en su
introducción en España, con respecto al sindicalismo francés;
pues conocidos son ya los puntos de fricción más importantes
que entre ambas concepciones existen188, y que el anarquismo
«renovado» trataba de obviar, para adaptar la nueva teoría a
sus viejas concepciones.

La prensa libertaria también tuvo su importante contribución


a la hora de la difusión de la nueva doctrina. Es difícil, sin
embargo, poder hablar de un órgano sindicalista específico. En
realidad, éste no existió hasta la aparición de «Solidaridad
Obrera», el 19 de octubre de 1907, una vez más, gracias a la
ayuda económica de Ferrer Guardia. Pero aún la «Soli» —como
pronto se la conocería— osciló mucho en su posición con
respecto a la nueva teoría. Cabría destacar a «La Voz del
Cantero», de Madrid, que en su corta vida recogió varios
artículos defendiendo el sindicalismo revolucionario (9-XI-1906,
y en varios números de 1907). La expansión de Solidaridad
Obrera trajo aparejada la creación de nuevos órganos
sindicalistas, entre los que se podría citar «El Trabajo», de

secretos del anarquismo», México, 1913, p. 218).


188 Vid. nota 75.
Sabadell, que recoge numerosos artículos sobre el sindicalismo
francés y la campaña por las ocho horas, siendo Pouget uno de
los autores franceses de los que más trabajos se publican.
También gracias a la ayuda económica de Ferrer aparecen
otros periódicos que expanden el sindicalismo, como «El
Obrero Moderno», de Igualada, y «La Voz del Pueblo», de
Tarrasa189.

Por lo demás, se puede decir que la generalidad de la prensa


libertaria se ocupó del tema en más de una ocasión, y pocos
fueron los órganos de la misma que se manifestaron
radicalmente en contra del sindicalismo revolucionario desde
el principio. Como ejemplos de esta última posición podrían
citarse los casos de «El Rebelde», de Barcelona, «Acción
Libertaria», de Vigo, o «Tierra y Libertad». Esta última, sin
embargo, apoyaría decididamente la creación de SO y
defendería en más de una ocasión la nueva concepción,
aunque siempre con muchas matizaciones y constantes
alusiones a la tradición autóctona, y sin dejar de publicar
artículos claramente contrarios al sindicalismo.

Así, en su número del 25 de julio de 1907, p. 1, «Tierra y


Libertad» saludaba la creación de SO y su manifiesto inicial,
diciendo que «desde los mítines y documentos que
precedieron a la huelga general de 1902 en Barcelona, hasta el
reciente Manifiesto de las sociedades barcelonesas (...), nada
habíamos leído que nos causara tan grata impresión como esa

189 Sobre el importante papel financiador que Ferrer desempeñó en favor de la prensa
obrera, así como, en general, de las actividades de SO en sus primeros años, vid., con las
correspondientes reservas, dado que se trata de un libro auto-exculpatorio de un militante
anarquista renegado, C. LEROY, op. cit., p. 217 y ss.
magnífica declaración de solidaridad obrera que proclama los
verdaderos principios salvadores del proletariado». Y más
adelante, en la misma salutación, añadía el editorialista de
«Tierra y Libertad», despejando con ello toda duda con
respecto a la posible influencia francesa en el naciente
sindicalismo español:

«... recomendamos a los obreros barceloneses acudan al


llamamiento a la solidaridad que les dirigen nuestros
compañeros, y a todos los catalanes, lo mismo que a los de
todas las regiones españolas dirigimos la misma excitación,
a fin de lograr una fuerza de pensamiento y de acción
análoga a la que desarrollan nuestros compañeros
transpirenaicos, organizados y fortalecidos en la
Confederación General del Trabajo para luchar contra la
burguesía.»

El propio «El Rebelde» apoyaría efusivamente también, en un


principio, la creación de SO, en sus primeros números (octubre
de 1907), aunque pasara después a polemizar en contra de lo
que consideraba posturas poco revolucionarias de SO190.

C) Contenido del sindicalismo revolucionario español.


Solidaridad Obrera

Pero, ¿cuál era el contenido del sindicalismo español que se

190 «El Rebelde» era el portavoz del grupo anarquista que dirigían Leopoldo Bonafulla y
Teresa Claramunt, opuestos al sindicalismo, para quienes el Sindicato no era sino un
nuevo medio de acción para los anarquistas.
iba formando durante todo este período, que culmina en la
creación de la CNT? Como hemos visto, fuera de cualquier otro
tipo de contacto directo entre los militantes obreros de uno y
otro país, o de cualquier otra vía de influencia posible, nos
hayamos referido a ello o no, la introducción del sindicalismo
revolucionario en España se hace fundamentalmente a través
de las traducciones de las obras de los más destacados
dirigentes sindicalistas franceses y de los comentarios o
ensayos de los más destacados líderes españoles, que, como A.
Lorenzo o José Prat, eran anarquistas. Y aquí surge una de las
fuentes principales de la «peculiaridad» del sindicalismo
español. Estos autores seguían siendo básicamente anarquistas
y para ellos el sindicalismo no representaba sino una nueva
posibilidad de actuación sobre las masas obreras, una nueva
vía para la promoción de la «Idea»; en definitiva, una nueva
forma de actuación para el anarquismo, que seguiría siendo el
contenido ideológico fundamental de toda su teorización. Por
otra parte, esta síntesis del anarquismo y del sindicalismo
revolucionario no era algo que chocase, a pesar de todo,
excesivamente con los planteamientos de estos anarquistas
españoles, dado que, a diferencia de gran parte del
anarquismo europeo, el anarquismo español no era un
anarquismo de élite, sus militantes y dirigentes no provenían
de sectores radicalizados de la pequeña burguesía —como un
Proudhon—, de la gran burguesía —como Bakunin—, o de la
aristocracia —como un Kropotkin—, sino que venían de y
pertenecían a la clase trabajadora, entre la que se encontraban
integrados, en su mayor parte, y en medio de la cual
trabajaban. El anarquismo individualista o sectario nunca contó
con excesivos seguidores en nuestro país. Ello hizo que la
nueva política de masas que el sindicalismo imponía no
supusiese un giro excesivamente, brusco en la estrategia del
anarquismo español, y A. Lorenzo se esforzaba por
demostrarlo, aludiendo constantemente a la continuidad que
había entre el nuevo sindicalismo y los principios de la Primera
Internacional, de la que había sido un destacado defensor. Así,
sin grandes rupturas, el anarquismo español, excepción hecha
de los sectores más recalcitrantes, imbuidos aún de los modos
de acción que el anarco-comunismo kropotkiniano había
impuesto en España en los años ochenta del siglo pasado,
adoptó el sindicalismo revolucionario, pero lo adoptó
adaptándolo a todo el bagaje anarquista que le era propio, de
tal manera que el sindicalismo revolucionario se convirtió en
España por y para la mayoría de los militantes en
anarcosindicalismo. Ello no quiere decir, por supuesto, que no
existiese en España un sindicalismo revolucionario que
consérvase esencialmente el contenido que en Francia se había
dado a esta doctrina; sí existió: SO casi de manera absoluta y la
CNT en gran parte, fundamentalmente en el primer período de
su existencia, respondieron doctrinalmente a los principios
clásicos del sindicalismo revolucionario. Lo que ocurre es que el
sindicalismo revolucionario español fue fiel a uno de los
principios básicos del sindicalismo: ser un modo de acción, una
práctica, y no una mera teoría; por lo que, al contrario de lo
que ocurrió en Francia, es muy difícil encontrar trabajos
teóricos del sindicalismo revolucionario español, y las
manifestaciones teóricas sobre sindicalismo más corrientes son
las elaboradas por los anarquistas, es decir, por los
anarcosindicalistas, son anarcosindicalismo. Las
manifestaciones más claras de sindicalismo revolucionario son
precisamente los documentos de las organizaciones, los
manifiestos y acuerdos tanto de SO como de la CNT. Ellos son
los que demuestran la existencia de un sindicalismo
revolucionario español, y que no todo el sindicalismo español
fue anarquista, fue anarcosindicalismo. A lo largo de la vida de
la CNT tendremos oportunidad de ver cómo se perfila con
mayor claridad la tendencia sindicalista revolucionaria dentro
de la organización, precisamente en los momentos en que la
misma tiende a reforzar su definición anárquica. Mientras que,
en los momentos iniciales del movimiento, cuando el
sindicalismo revolucionario constituía el sustrato mismo de la
organización, era su propia dinámica, por lo que no exigía
mayores definiciones ni precisiones teóricas que no fuesen los
propios acuerdos de la misma, por el contrario, era el
anarquismo, el anarcosindicalismo, el que se esforzaba en
recalcar el contenido anarquista de la nueva teoría y sus
precedentes históricos de raigambre anarquista.

Así, por ejemplo, Anselmo Lorenzo, en su libro «Hacia la


emancipación» 191 defendiendo esta teoría, llega a rechazar, sin
rubor alguno, gran parte de los elementos que constituyen el
presupuesto fundamental de la organización sindicalista. «En el
funcionamiento sindical —dice— no ha de haber delegación, ni
autoridad, ni disciplina; sólo división del trabajo (...).
Penetrémonos bien de esta idea: en ningún caso, ni autoridad
personal, ni mayoría de socios que se imponga a la minoría (...).
Contra un dictamen razonado y evidente no hay decreto ni
votación que valga. La razón y la voluntad han de tener
siempre libre y expedido el paso para lo verdadero, lo bueno y
lo justo en cuanto sea reconocido»; así, rechaza la existencia de
toda reglamentación interna: «Los reglamentos, por defecto o

191 A. LORENZO, «Hacia la emancipación», Mahón, 1914.


por exceso, se hallan en todo momento y en cada caso
concreto fuera de la realidad, y, habiendo de dominar lo
imprevisto, para no caer en la inadaptación de lo previsto, ha
de confiarse al buen sentido, a la buena voluntad y a la
oportunidad urgente, el desenvolvimiento sindical» 192 .
Obviamente, concepciones como ésta están mucho más
cercanas de lo que exige el funcionamiento de un grupo
anarquista que de un sindicato, destinado a agrupar a una gran
cantidad de trabajadores.

Y ello, sin embargo, lo dice A. Lorenzo, quien en el Congreso


de Londres de la Internacional, en 1871, había presentado todo
un proyecto de estructuración federal de las sociedades de
resistencia. Por otra parte, la obsesión por la autonomía de las
organizaciones dentro de la federación, y del individuo dentro
de ellas, es algo que brota constantemente en el momento en
que se trata algo referente a funcionamiento orgánico,
poniendo con ello en peligro —como ocurrió con la FTRE— la
posibilidad de existencia de amplias organizaciones de
solidaridad, mínimamente organizadas, en base a la amplia
federación de sociedades de resistencia, o, más
modernamente, de sindicatos. «Toda sociedad, federación y
confederación, considerando la influencia atávica del individuo
y del medio —decía A. Lorenzo—, ha de tener un primer deber
negativo: no ha de crear un centro autoritario» 193. Al mismo
tiempo, como muestra de modernización y de superación de
las antiguas tácticas de las sociedades de resistencia, rechaza
tajantemente la existencia de las cajas de resistencia —así

192 A. LORENZO, op. cit., pp. 79 y ss.


193 A. LORENZO, «El proletariado emancipador», Barcelona 1911, p. 22.
como de las mutuas y de las cooperativas obreras—, a las que
se acusa de adormecer al proletariado y de mero reformismo.

Concepciones como éstas, expuestas en líneas muy


generales, suponían en el plano orgánico, sino una flagrante
contradicción con lo predicado por el sindicalismo
revolucionario francés, sí, por lo menos, una desviación hacia
concepciones no incluidas en el mismo. Pero, en el plano
ideológico esta desviación hacia el anarquismo se hacía mucho
más evidente. Así, donde el sindicalismo revolucionario,
defiende el apoliticismo y entiende por tal la prohibición de
que los sindicatos participen activamente en la vida política y
adquieran determinada definición ideológica —neutralismo
ideológico—, prescindiendo de que los sindicados puedan
hacerlo, «con tal de que no introduzcan en el Sindicato las
opiniones que profesen en el exterior» —decía la Carta de
Amiens—; el anarcosindicalismo entiende antipoliticismo, es
decir, una posición activa, militante, contra la participación
política, lo cual quiere decir que, más allá del neutralismo
ideológico, el anarcosindicalismo lo que pretende es la
definición anárquica de los sindicatos. Así, donde el
sindicalismo pone como meta de la acción sindical la
emancipación total de los trabajadores, de un modo más o
menos impreciso en cuanto a la definición del sistema social
del futuro, el anarcosindicalismo establece como meta de la
acción sindical la anarquía, o, como se diría más tarde, el
comunismo anárquico, o libertario. La definición ideológica
—política— de los sindicatos viene a romper con uno de los
principios fundamentales del sindicalismo, cuya base no era
otra que la de agrupar a los trabajadores por su pertenencia a
la clase obrera, de la manera más amplia posible, atendiendo a
su condición de explotados y evitando cualquier tipo de
definición ideológica o política que pudiese suponer un
principio de división entre ellos, que rompiese esa amplia
solidaridad en el seno del Sindicato; sin perjuicio de que, fuera
del mismo, se profesase la tendencia política o ideológica que
se estimase más justa.

La definición anárquica de los sindicatos no podía sino


contribuir, a la larga, al predominio de los sectores
anarcosindicalistas dentro de la organización sindical, y a la
exclusión de aquéllos que dentro de los sindicatos tratasen de
impedir esa definición.

Pero, además, la posición antipolítica supone, valga la


contradicción, abocar a la organización sindical a una activa
posición política, aunque sea negativa, que excede con mucho
la intención primigenia del apoliticismo sindical; supone un
posible choque con las posiciones ideológicas de gran parte de
los afiliados al Sindicato y, por tanto, la posibilidad de la
ruptura de esa amplia solidaridad basada únicamente en la
conciencia de clase y de explotación.

Los ejemplos que se podrían citar de la exigencia teórica de la


definición ideológica de los sindicatos en un sentido anarquista
son innumerables; sin embargo, esta definición no se
produciría en el seno del sindicalismo español hasta el
Congreso Nacional de la CNT del año 1919 (antes, en el sector
campesino, lo haría la Federación Nacional de Obreros
Agricultores, que se diluiría en la CNT ese mismo año, en el
citado Congreso); hasta entonces, la palabra anarquía, o
comunismo anárquico, o comunismo libertario, no aparece ni
una sola vez en las resoluciones ni, siquiera, en las discusiones
de las asambleas, tanto de SO como de la CNT. Ello es una
buena prueba de la vigencia de los planteamientos sindicalistas
revolucionarios en que se inspiraron ambas organizaciones en
sus orígenes, por encima de las teorizaciones
anarcosindicalistas que ya desde un principio intentaron
dirigirlas.

Los planteamientos con los que surge SO no van


precisamente mucho más allá de lo que marcaba el
sindicalismo revolucionario, por el contrario, si analizamos las
bases mínimas sobre las que se constituyó, o el primer
manifiesto lanzado «a los trabajadores de Barcelona» 194 en
julio de 1907, SO aparece como una Federación de sociedades
de resistencia bastante moderada, donde apenas se atisban los
principios básicos del sindicalismo revolucionario y, desde
luego, donde el contenido anárquico, «la idealidad anárquica
brilla por su ausencia», como lamentaría años más tarde
Manuel Buenacasa195.

Así, el primer manifiesto de SO, que nos ofrece ya un esbozo


de lo que pretendía aquella organización, recoge muy
someramente algunos de los principios básicos del sindicalismo
revolucionario, quedando muy indefinida la organización en
otra multitud de aspectos.

Partiendo del principio de la lucha de clases —que es «fatal y


necesaria», pero que, «en todo caso no somos nosotros los que

194 «Tierra y Libertad», 25 de julio de 1907, p. 1. Verlo íntegro en apéndice I.


195 M. BUENACASA, op. cit., p. 210.
la hemos causado, sino los que nos niegan el derecho a la
integridad de la vida»—, el manifiesto inicial de SO establece la
necesidad de la unión de la clase trabajadora, de la «asociación
obrera», para poder luchar de una manera eficaz contra el
capital, que está «unido en sus fines esenciales» contra los
intereses de los trabajadores. Por ello, los trabajadores debían
superar la situación de división en «bandos políticos» en la que
se encontraban y luchar unidos, prescindiendo de la cuestión
política o ideológica, por su propio interés, que no era otro que
el de la emancipación de toda la clase trabajadora.

«... observemos que —decía el manifiesto—, mientras


nosotros abandonando la asociación obrera nos dividimos
en bandos políticos disputándonos por la forma en que
hemos de ser gobernados, el capital, unido en sus fines
esenciales, destruye aquellas conquistas que un día
supimos alcanzar.»

Y concluía rechazando toda la política reformista de la


burguesía y sus reformas sociales —«que no se realizan»—,
para poner como único medio de mejoramiento la asociación y
la solidaridad obrera:

«la asociación es el único medio, el más práctico y más


posible de defensa que tenemos los trabajadores, y como
consecuencia, la Solidaridad Obrera debe ser la base de
nuestro mejoramiento económico y social.»

En esta necesidad de unión de todos los trabajadores, SO


incluía no sólo a todos los sectores proletarios, mujeres y niños
también, sino, incluso, a aquellos otros sectores productivos de
nivel superior, como los técnicos y los de «profesiones
intelectuales», a los que consideraba incluidos también en la
cadena de explotación capitalista:

«Tampoco queremos excluir, al contrario, pedimos su


concurso a los obreros llamados de profesiones
intelectuales que, como nosotros, también son explotados
y cohibidos por el capital.»

Ello supone una concepción bastante amplia y moderna de la


trascendencia de la acción obrera, que excluye todo sectarismo
obrerista, y va inmersa en la concepción global de la revolución
social que tenía el sindicalismo revolucionario. El hecho de que
sean las organizaciones sindicales las que asuman el papel
director de la sociedad postrevolucionaria implica la necesidad
absoluta de incardinar en el sindicato a todos aquellos
sectores, técnicos, profesionales, etc., especialmente
capacitados, para que éste pueda desempeñar correctamente
su función reconstructora llegado el momento. Esta
concepción es la que inspiraba fundamentalmente esta
llamada a estos sectores productivos, más que la simple
intención solidaria o reivindicativa, dado que la especial
situación de la que gozan estos sectores en el sistema
capitalista hace que no sea muy fácil conseguir su colaboración
en acciones puramente reivindicativas. De todas formas, es
éste un planteamiento que quizá no se hiciesen
detalladamente en estos momentos del desarrollo del
sindicalismo revolucionario en España los fundadores de SO,
pero es algo que surgirá poco después y es un tema al que se le
dio siempre una gran importancia en el seno de la CNT.
Del principio de la lucha de clases y de la necesidad de la
unión de la clase trabajadora en su lucha contra el capital,
deriva SO la necesidad de que esta unión se establece al
margen de cualquier ideología, que pudiese suponer un
principio de desunión que impidiese la agrupación obrera,
estableciendo claramente no sólo el apoliticismo de la
organización, sino su independencia de todo partido político,
aunque reconociese a los asociados el derecho a la práctica de
sus creencias políticas o filosóficas fuera de la organización
sindical:

«Solidaridad Obrera no seguirá ninguna tendencia


política de partido aunque respetemos la de todos los
asociados.»

Sin embargo, en este primer manifiesto SO ofrece una gran


indeterminación con respecto a las tácticas o medios de lucha a
emplear, que concretaría un poco más posteriormente. Ello ha
de ser atribuido no sólo al peso que los socialistas tenían en
estos momentos iniciales, sino fundamentalmente al deseo
expreso de modificar las antiguas tácticas, que no se veía
equilibrado por la adopción de tácticas y fórmulas de actuación
sindicalistas, las cuales no eran aún demasiado bien conocidas.
De aquí la imprecisión, que se intenta justificar
inmediatamente en base a la autonomía de las sociedades
federadas, cosa que, por otra parte, no excluía en absoluto la
adopción de una estrategia o, incluso, de unas tácticas de lucha
comunes que diferenciarían a la Federación SO de otras
organizaciones sindicales previas o coetáneas y que vendrían
de algún modo a justificar más su creación. Así, decía el
manifiesto:
«Como medio de lucha y de defensa no podemos
precisar los que adoptaremos; éstos los indicarán las
sociedades obreras según las circunstancias. Realizaremos
nuestros actos siempre según la voluntad de la mayoría de
los trabajadores asociados y respetaremos la más posible
autonomía de las sociedades.»

Sin embargo, SO expresaba claramente la doble finalidad que


se atribuía, la cual, aunque un tanto indefinida en su contenido
concreto, reflejaba el claro sentido sindicalista revolucionario
que la inspiraba. Por lo demás, esa indefinición del contenido o
inconcreción en cuanto a la materialización de la
«emancipación económica», supone una manifestación más
del apoliticismo de la organización, que no se adhiere
expresamente a ninguna de las alternativas emancipadoras
existentes, sino que busca simplemente el hecho mismo de la
emancipación económica del trabajador, sin mayores
matizaciones que implicarían ya un contenido político
determinado:

«Como clase obrera sólo podemos tener un fin común: la


defensa de nuestros intereses, y sólo un ideal puede
unirnos, nuestra emancipación económica, que transforme
el régimen capitalista actual, basado en la explotación del
hombre por el hombre, por un régimen social fundado
sobre la base racional del trabajo por la solidaridad
humana.»

En fin, el manifiesto expresaba la voluntad de SO de «asociar


el esfuerzo de las sociedades obreras que hoy viven
raquíticamente» y crear un verdadero centro obrero donde los
trabajadores no sólo pudiesen realizar sus actividades de tipo
sindical profesional, sino también de tipo cultural,
manifestando la vocación educativa del Sindicato, a la que
tanta importancia habían atribuido no sólo los clásicos del
sindicalismo francés, como Pelloutier, sino, sobre todo, la
tradición internacionalista española, que perduraría en la CNT.

Y, finalmente, recordaba, como también se haría clásico en


los escritos del sindicalismo español, el viejo lema de la
Internacional, que recalcaba la independencia de la clase
trabajadora: «la emancipación de los trabajadores ha de ser
obra de los trabajadores mismos»; la cual sólo se puede
conseguir a través de «la asociación y la solidaridad obrera».

Algunas de las inconcreciones de las que adolecía este


manifiesto podían ser debidas no sólo a la búsqueda de un
punto intermedio comúnmente aceptado por las fuerzas que
entonces convergían en la fundación de SO,
fundamentalmente socialistas, anarquistas y sindicalistas, ni
siquiera al no conocimiento profundo de la corriente
sindicalista revolucionaria, en cuyo espíritu parece querer
inspirarse, sino, simplemente, al hecho de que la constitución
de SO implicó lógicamente un proceso de discusión y
conjunción en el que el citado manifiesto de SO ocupa un lugar
inicial, donde los elementos ideológicos de SO pueden
considerarse como prácticamente inexistentes. La organización
aún no había perfilado del todo los elementos ideológicos
propios, independientes de los de las fuerzas que la
constituían, y en los que habría de basar su actuación.

Algo más explícitas sobre cuál era el contenido ideológico y


orgánico que se daba a SO son las Bases acordadas por las
sociedades obreras constituyentes de SO, reunidas la noche del
sábado 3 de agosto de 1907, en la sede de la Asociación de la
Dependencia Mercantil, principal promotora del nuevo
organismo. Estas bases 196 , aparte de una serie de
reivindicaciones con carácter de mejoras inmediatas que
abrían el documento197, venían a detallar y a completar un
poco más el primer manifiesto de SO, ampliando el contenido
de alguno de los puntos a los que ya hemos hecho referencia.

Así, en lo referente a los medios a emplear para la conquista


de sus fines, detallan ahora como esencial la educación de los
trabajadores, y, en todo caso, podría añadirse la agrupación

196 Estas Bases fueron publicadas por «Solidaridad Obrera», núm. 1, 19-octubre- 1907.
Más tarde las publicaría A. Pestaña, en «Solidaridad Obrera», 18 de agosto de 1932, p. 5,
recogiéndolas también en el artículo VI de su serie «Historia de las ideas y de las luchas
sociales en España», publicada en la revista «Orto» de Valencia (núm. 9, noviembre de
1932).
197 «Queremos en el orden inmediato: el mantenimiento de las bases que por efecto de
huelgas o de convenciones recíprocas fueron aceptadas y firmadas por patronos y obreros
de respectivos ramos y que constan en actas confirmadas por las autoridades locales.
El respeto del derecho de asociación en todas sus manifestaciones legales.
El cumplimiento exacto de la Ley de descanso dominical.
La higienización de toda clase de trabajo.
En el orden de nuestro mejoramiento queremos:
La reducción de horas de trabajo en relación de los progresos mecánicos que se realicen.
El aumento de los salarios, proporcional a las necesidades de la vida del obrero moderno.
Vida externa para toda clase de dependientes.
Supresión del trabajo a destajo en todos los oficios.
Trabajo de seis días por semana o pago de los mismos jornales cuando por causas ajenas
del obrero no fueran completos los seis días de labor.
Abolición del albayalde y toda clase de materias tóxicas sustituibles en las industrias.»
(«Solidaridad Obrera», núm. 1, 19 de octubre de 1907, p. 2).
sindical de los mismos, a la que se refieren más adelante. Pero,
este tema, cuya concreción sería decisiva para la definición
ideológica de la organización, continúa siendo excesivamente
vago, y no es posible pensar que aquellos societarios, que
pronto se autodenominarían sindicalistas, creyesen que el
único medio para lograr la emancipación del proletariado fuese
meramente la «instrucción y cultura» del mismo. Quizá la
indeterminación en este campo, que ahora ya no justifican en
base al derecho a la actuación autónoma de las sociedades
federadas, tenga como causa fundamentalmente la intención
de no poner delimitaciones previas que pudiesen frenar el
crecimiento de la recién nacida Federación Local y el acceso a
la misma de nuevas sociedades obreras, tanto de corte más
conservador como de corte más progresista. Decía el
documento:

«Preconizamos, como medios esenciales de nuestro


mejoramiento y de nuestra emancipación, la instrucción y
cultura de los trabajadores, la enseñanza racional y
científica moderna para nuestros hijos, obligatoria, y a la
vez indemnizada, en las familias obreras necesitadas, como
única solución al problema de exclusión del trabajo de la
infancia o menores de edad.»

y más adelante completaba un poco más e insinuaba por


dónde habría de ir también la educación de los trabajadores:

«[Preconizamos] la educación práctica de los


trabajadores en el ejercicio gradualmente extensivo de la
Solidaridad Obrera.»
Se establecen también más detalladamente las líneas
generales que debían inspirar la estructuración orgánica de la
Federación, que proyectaban ya más allá del límite local inicial
del que partían; y la primera novedad que destaca a este
respecto es el establecimiento de la agrupación por ramos de
producción como unidad orgánica base, en vez de las
tradicionales sociedades de oficio, que solían tener, además,
un ámbito territorial muy limitado dentro de la propia ciudad.
De cualquier forma, este punto no pasó, al menos en los
primeros tiempos y hasta bien cuajada la formación de la CNT,
de ser una mera pretensión, dado que a lo largo de la vida de
SO, y aunque empezasen a ser llamadas ya sindicatos, las
sociedades de resistencia seguían organizándose por oficios y
en base a zonas territoriales poco amplias198.

«[Preconizamos] —decía el documento—. La


organización de los trabajadores en ramos de producción,
en agrupaciones locales, en FEDERACIONES nacionales y en
la confederación internacional del trabajo.»

Finalmente, las aspiraciones revolucionarias de la nueva


Federación eran explicitadas en el sentido de conseguir la
emancipación total de los trabajadores:

«Por último, afirmamos y queremos, como fin de


nuestras aspiraciones económicas, la emancipación total de
los trabajadores del sistema capitalista, sustituyéndolo por

198 La existencia de estas sociedades de oficio planteaba el problema de tener que admitir
a más de una del mismo oficio, perteneciente a la misma localidad, problema que siguió
planteándose con muchas sociedades prácticamente hasta 1918, cuando se estructura el
sindicato único. Ver A. PESTAÑA, «Historia de las ideas...», cit., VI.
la organización obrera transformada en Régimen Social del
Trabajo.»

Pero, como se ve, también en este aspecto se había


avanzado bastante en la concreción del fin último de la
Federación. En primer lugar, el aspecto económico aparece
aquí, resaltado como la base fundamental de la lucha por la
emancipación, que, unido a la definición apolítica y a la
independencia de todo partido político que se había
proclamado ya en el anterior manifiesto, implica la exclusión
de la lucha política como base para conseguir esa
emancipación; y es éste un matiz de significación sindicalista
revolucionaria típica. Pero, en segundo lugar, el matiz
sindicalista revolucionario más destacado del que se dota SO
en estas bases, es el indicar que va a ser la «organización
obrera» la que va a sustituir al régimen capitalista, como
estructura social mínima de la sociedad emancipada. Ello es
decisivo en la caracterización sindicalista revolucionaria de SO,
dado que el basar la reestructuración de la sociedad
postrevolucionaria y la organización de la producción y de la
distribución en la propia estructuración orgánica de la clase
obrera, en la organización sindical, es —como ya vimos— una
de las características definitorias más importantes del
sindicalismo revolucionario. Característica ésta que suponía el
punto de roce y discrepancia más criticado por los anarquistas
en el inicio del movimiento sindicalista. El hecho de que este
elemento ideológico esté recogido ya en estas bases mínimas
del inicio de la andadura de SO implica un más amplio
conocimiento de la dogmática sindicalista revolucionaria de lo
que la vaguedad con que están tratados otros principios podía
hacer suponer.
Pero, el contenido sindicalista revolucionario de SO habría
de completarse aún mucho más con la celebración de su
primer Congreso, del 6 al 8 de septiembre de 1908, en el que
pasa a convertirse en Federación Regional. Unos meses antes
del Congreso, en junio de 1908, «Solidaridad Obrera» recogía
en su número 19 una larga nota del secretario general del
Consejo de SO, Jaime Bisbe, en la que éste expresaba la
necesidad de la celebración del citado Congreso, para que se
pudiese completar la labor iniciada de perfeccionamiento de
la nueva organización 199.

Por una parte, destacaba la necesidad de uniformización de


la Federación, formada por sectores de diversas tendencias
—socialistas, anarquistas, sindicalistas y republicanos—, entre
los que difícilmente se podían encontrar más elementos de
convergencia que de discrepancia, si bien era común el deseo
de fortalecer a la clase trabajadora, organizándola y
agrupándola en una amplia Federación de sociedades obreras
que superase la situación de debilidad y disgregación en la
que éstas se encontraban prácticamente desde principios de
siglo.

El problema estaba en que cada uno de estos sectores


abrigaba en principio la voluntad, sí, de fortalecer SO, pero, la
esperanza, también, de atraerla hacia su especial punto de
vista del problema social.

Y en esto radicaba precisamente la fortaleza de los sectores


sindicalistas, que podríamos denominar puros, que,

199 Recogida también por A. PESTAÑA, «Historia de las ideas...», cit. X, «Orto», núm. 12,
febrero de 1933.
preocupados exclusivamente por la creación de una fuerte y
extensa organización sindical, por el robustecimiento de SO,
ocupaban la posición intermedia, hacia la cual tenían
necesariamente que converger los sectores políticos, como
los socialistas o los republicanos radicales, y los antipolíticos,
como los anarquistas, para lograr el equilibrio que evitase el
rompimiento de SO.

Por ello, el resultado de la celebración del primer Congreso


de SO no podía ser otro que el reforzamiento de su definición
sindicalista revolucionaria, a pesar de socialistas y de
anarquistas.

Así, en este sentido, procurando una mayor


homogeneización de SO, llamaba J. Bisbe a la unidad de todas
las fuerzas formantes de la hasta ese momento Federación
Local 200:

«Es preciso, en primer lugar, que nos unamos, y, para


establecer esta unión, es preciso también despojarnos de
todos aquellos exclusivismos y de las ideas cerradas que
hasta hoy nos han dificultado el obtenerla. Debemos ir al
próximo Congreso, antes que todo, con el ánimo dispuesto
a sentar una base de unificación, aunque para ello
tengamos que sacrificar cada uno parte de nuestras
opiniones particulares.»

200 Según Pestaña, SO se convertiría en Federación Provincial a raíz de una asamblea


celebrada en Badalona, el 25 de marzo de 1908, en la que se adhirieron a ésta diversas
sociedades de la provincia. A. PESTAÑA, «Historia de las ideas...», cit., VIII, «Orto»,
núm. 11, enero de 1933.
Pero el reforzamiento de la unidad dentro de SO era
solamente el principio de lo que tenía que ser todo un esfuerzo
para dotar a la Federación de un contenido, del que, como
hemos visto ya, carecía desde un principio.

Contenido, claro está, de tipo ideológico, estratégico y


táctico, que tendría que verse reflejado necesariamente en
toda la estructura de la organización; se trataba de establecer
esa «base» sobre la que pudiese actuar SO, evitando las
indefiniciones y la incertidumbre originaria. Así, decía J. Bisbe:

«Sentado ya un sólido principio de unión, viene la


segunda labor del Congreso: la organización; esto es,
estudiar la forma en que debemos ejercer nuestra unión;
observando las condiciones en que nos hallamos midiendo
las circunstancias que nos rodean, debemos metodizar
nuestra fuerza (...). Sin que esto signifique anular la
autonomía de las entidades ni del individuo, salvándola
siempre en lo posible, debemos trazar necesariamente un
método de organización y de acción que asegure nuestros
éxitos y los haga más eficaces en sus efectos.»

En definitiva, la nota de J. Bisbe recalcaba la necesidad de


que SO se dotase, sino de un aparato teórico ideológico —cosa
que no era en absoluto la preocupación del sindicalismo
revolucionario, aunque de por sí él mismo supusiese ya una
construcción ideológica—, sí de una táctica de lucha, de unos
modos concretos de actuación, en principio dejados a la
iniciativa autónoma de las sociedades federadas, que sirviesen
para, al mismo tiempo que dar mayor eficacia a esa misma
lucha, unificar y cohesionar la actuación de las sociedades
obreras e inspirar y dirigir su lucha en un sentido progresivo,
hacia la emancipación total:

«Conviene también que en el próximo Congreso


dibujemos una táctica para que las mejoras que
conquistemos a la burguesía sean en la forma y en el fondo
realmente positivas, considerando que hoy la mayor parte
de éstas sólo sirven de alivio momentáneamente, cuando
no resulta que, creyendo haber obtenido alguna reforma
favorable, ésta se convierte en sus consecuencias en mayor
perjuicio.»

En este sentido, la definición de las tácticas a adoptar, que


fijaría el Congreso, no debería olvidar cuál es la finalidad última
que la organización sindical tiene atribuida por el sindicalismo
revolucionario. Así, la procura de la emancipación total de la
clase trabajadora, a través de la acción sindical, meta que ya se
había atribuido SO desde un principio, no sólo es el norte al
que ha de tender la actuación de SO, sino que este norte es el
que debe inspirar toda su actuación y condicionar las formas o
modos de llevarla a la práctica. Por ello, piensa Bisbe, que las
mejoras inmediatas a conseguir no deben ser observadas como
el objetivo único, ni siquiera en función de sí mismas, sino
como algo que contribuye a la consecución de este fin último
que es la emancipación total; sólo en función de ese fin, como
pasos hacia adelante, deben ser consideradas. Son siempre
sólo mejoras relativas:

«En este punto es preciso que tengamos elevación de


miras; sin abandonar el principio esencialmente positivista
del societarismo, debemos tener en cuenta que caminamos
hacia un fin, que es el de nuestra emancipación económica
y social. Todo lo que nos acerque a ese fin debemos
únicamente considerarlo como una mejora; a él, pues,
debemos encauzar nuestra acción y nuestro pensamiento.»

Pero, lógicamente, la trascendencia de la meta final


perseguida, sobre todo teniendo en cuenta el especial proceso
a través del cual creía el sindicalismo revolucionario que había
de producirse la emancipación, y el contenido que ésta habría
de tener, exige una preparación y una educación de la
organización y de las masas trabajadoras que va más allá de la
acción reivindicativa, aunque se considere que ésta constituye
también una parte esencial de esa preparación. Ello, sobre
todo, porque se da en el sindicalismo, quizá como una de las
herencias más típicas del anarquismo, una cierta mezcla de
fatalismo y de voluntarismo que, aunque contradictorios,
aparecen constantemente en sus concepciones. Y es
precisamente este fatalismo el que determina, en su
concepción, la posibilidad de que el evento revolucionario
pueda producirse en cualquier momento, por lo que hay que
estar preparados para ello, sin perjuicio de que sea la acción de
los trabajadores la que, se considera, precipite tal evento. En
cualquier caso, la preparación y la educación del proletariado
tiende no solamente a capacitarle para lograr una mayor
eficacia en sus luchas cotidianas sino, fundamentalmente, para
realizar la transformación social que se espera de la revolución.
Y esta concepción parece ya perfectamente asimilada por Bisbe
y está en trance de serlo por la propia SO:

«No nos limitemos ya a una simple acción de defensa ni a


obtener reformas insuficientes en el porvenir, sino que nos
preparemos al asalto definitivo del sistema capitalista,
apoderándonos de los instrumentos de trabajo y de los
medios de producción.

Por eso debemos también, desde la modesta tribuna de


nuestro Congreso y, después, en todas partes, exponer con
claridad y sencillez a la masa trabajadora el significado real
y la verdadera orientación que debe tener el societarismo
obrero (...). Es hora que propugnemos en términos
precisos, por los medios que se crean eficaces, la misión
transformadora del proletariado; tal vez esté más cerca de
lo que a nosotros nos parece el día que, por ignoradas
circunstancias, nos veamos forzados a precipitar la
bancarrota del capitalismo.»

Con la aprobación de esta perspectiva, SO reforzaría y


completaría su definición revolucionaria, dentro del amplio
marco sindicalista —societarista aún, según la terminología de
Bisbe— en el que se encuadró desde un principio.

El temario del orden del día del Congreso de SO 201 recogía,


efectivamente, los puntos esenciales en torno a los cuales
habría de definirse el cariz que habría de tomar la Federación
Regional. Puntos que, de cualquier manera, no por mucho
discutidos iban a suponer acuerdos definitivos dentro del
sindicalismo español naciente; por el contrario, la problemática
amplia y difícil que planteaban hace que vayan a seguir siendo
tema de posteriores Congresos a celebrar por la propia CNT.

201 Publicado por «Solidaridad Obrera», 3 de septiembre de 1908, p. 1.


Ello no es sino un reflejo de la diversidad de las tendencias
convergentes en la formación —aquí como ya había ocurrido
en Francia— de SO, es decir, del sindicalismo revolucionario
organizado; diversidad que hacía difícil la aceptación uniforme,
por todas las sociedades federadas, de todos y cada uno de los
acuerdos adoptados en cada momento. La autonomía de las
sociedades hacía aún más difícil la imposición de estos
acuerdos, y así había que volver constantemente sobre ellos,
no tanto para lograr encontrar la fórmula definitiva, aceptable
por todos, como para convencer —diría yo— en base a la
discusión, elaboración y reelaboración de las soluciones;
aunque ello, desde luego, no se plantease así conscientemente.
Así, volveremos a ver planteados muchos de estos problemas
en el seno de la CNT, incluso en más de una ocasión, sin que
ello significase que no se hubiese llegado ya previamente a
acuerdos definitivos al respecto202.

Entre estos temas destacan:

a) De tipo táctico: «Táctica de lucha que ha de seguirse en


caso de huelga». El «sindicalismo a base múltiple», que
implicaba la cuestión de si los sindicatos podían realizar otras
actividades para el mejoramiento obrero que no fuesen las
puramente reivindicativas. Este tema estaba recogido también
en otros puntos del orden del día, como el 7.°: «La cooperación
(de consumo y producción agrícola, etc.), ¿es el camino más
directo para llegar a la emancipación del obrero?».

202 Así, en 1933, constataría PESTAÑA «cómo temas de los que entonces se pusieron en
discusión son hoy tan de actualidad como sin duda lo fueron en aquel período, del que nos
separan la friolera de veinticuatro años» («Historia de las ideas...», cit., XI, «Orto», núm.
14, abril de 1933).
b) De tipo orgánico: «Conveniencia de practicar unidos el
sindicalismo todos los similares a un ramo de trabajo».
«Suprimir el principio voluntario que informa la línea de
conducta de SO y que sea sustituido por el deber y la
obligación», tema de indudable trascendencia que vendría a
reducir la autonomía de las sociedades como base de
organización, en favor de la disciplina y la coordinación
orgánicas. «Condiciones que deben reunir las Sociedades de
resistencia para poder afiliarse a SO.» «¿Es conveniente que en
una localidad haya más de una Sociedad de resistencia
perteneciente a un mismo oficio?» Elaboración de unos
Estatutos. «¿Es de necesidad la organización de la
Confederación General del Trabajo?», tema que demuestra la
intención que tenía ya SO desde un principio de sobrepasar los
estrechos límites locales para convertirse en una
Confederación nacional, cuando aún se estaba convirtiendo
solamente en una organización de carácter regional. El tema de
la cooperación y el colectivismo vuelve a ser tocado en otro
punto, ya no como un modo de lucha del sindicato, sino desde
un punto de vista general, como un modo de mejoramiento de
la situación del obrero. Hay aún algunos puntos más de menor
importancia.

c) De tipo reivindicativo: El tema de la «solidaridad con las


víctimas de las persecuciones por cuestiones sociales». «Medio
de conseguir la jornada de ocho horas todos los obreros en
general lo más pronto posible.» «¿Es conveniente que rija el
mismo salario mínimo para todos los obreros?»

Es claro que entre estos temas lo que destacaba


fundamentalmente era la preocupación por cubrir ese vacío de
matiz ideológico que implicaba la ausencia de una estrategia y
de unas tácticas perfectamente definidas, así como la ausencia
de una estructuración orgánica y unas normas de
funcionamiento interno adaptadas a esa estrategia de lucha. El
Congreso de SO se planteaba así, formalmente, la problemática
que J. Bisbe había descrito como esencial para la organización
en su nota previa al mismo.

Sin embargo, no todos los temas fueron tratados con igual


detenimiento y ni siquiera hubo expresas definiciones
ideológicas de la organización, como algunos militantes
hubieran querido; pero el tenor de los acuerdos adoptados es
un claro indicador de por dónde caminaba ya la nueva
Federación Regional Solidaridad Obrera 203 . En general, el
Congreso se manifestó bastante moderado, quizá, incluso, más
de lo que los sindicalistas revolucionarios hubieran deseado,
pero, de todas formas, quedó perfectamente clara la línea
apolítica —neutral— de la organización, así como su contenido
revolucionario.

El Congreso se referiría a la línea ideológica de SO de una


manera un tanto indirecta, al establecer, en materia de
propaganda y extensión de la organización, que «los
propagandistas que hablen en nombre de Solidaridad Obrera
deberán colocarse siempre en el terreno de la lucha de clases,

203 Los acuerdos de este Congreso fueron recogidos por diversos periódicos de la época
y por la citada serie de A. PESTAÑA «Historia de las ideas...», cit., XI, XII, XIII, en «Orto»
abril, agosto y septiembre de 1933. Entre ellos: «Solidaridad Obrera» que le dedicó un
número especial, el 18 de septiembre de 1908; «El Poble Catalá» 8, 9 y 10 de septiembre
de 1908; «La Publicidad» 8 de octubre de 1908; «Heraldo de Madrid» 7, 9, 10 de
septiembre de 1908, que contó con un cronista de excepción: Juan José Morato. Los textos
citados son de la amplia reseña de «Solidaridad Obrera» de 18-IX-l 908.
excluyendo toda tendencia política o religiosa y procurando
avivar en el proletariado el espíritu de lucha contra el
capital» 204.

En lo que se refiere a la cuestión de tácticas, la ponencia,


integrada mayoritariamente por destacados socialistas (como
Badía Matamala, Fabra Ribas, o José Comaposada), logró hacer
aprobar un texto en torno a la utilización de la huelga que
recortaba enormemente la autonomía de las sociedades al
respecto, refiriendo a la dirección de la Federación la
declaración de improcedencia o procedencia del movimiento:

«La huelga puede ser considerada en sí misma y con


relación a SO. Por lo que respecta a la huelga en sí, el
Congreso recomienda que antes de declararla, la Sección o
Federación que la declarase tenga en cuenta la situación en
que se encuentra el oficio o industria respectiva, la
repercusión que la huelga pueda tener en las otras ramas
de la producción, el relativo número de asociados, y que se
disponga de algunos medios para sostenerse durante la
primera época de la lucha.

Y con respecto a SO, el Congreso acuerda que, si bien


toda Sección o Federación tendrá en todo caso el apoyo
moral de dicha entidad, cuando se trate de recabar el
material, dicha Sección o Federación debe consultar a SO
sobre la conveniencia o inconveniencia de ir a la huelga.

Si se declara la conveniencia de ir a ella, SO sostendrá

204 El subrayado es mío.


materialmente a los huelguistas dentro de los límites
posibles. Y si se declara la no conveniencia, SO prestará
siempre, cuando menos, el apoyo moral, y hasta abrirá una
suscripción voluntaria para sostenerla materialmente»205.

Obviamente no se establecía un sistema rígido de


autorizaciones para que las sociedades federadas pudiesen
declarar huelgas, sin embargo, el hecho de que la solidaridad
se restringiese a aquellas sociedades que contaban con la
aquiescencia de la Federación para la declaración de la huelga
suponía una grave traba, dado que la debilidad de las
sociedades de resistencia, la mayoría de las cuales no contaban
ni siquiera con adecuadas cajas de resistencia, impedía el que
éstas pudiesen ir a ningún conflicto sin contar con la
Federación. Ello era un intento de darle una mayor coherencia
al conjunto del movimiento, al mismo tiempo que se trataba de
buscar la mayor eficacia del mismo, declarando las huelgas en
el momento oportuno y de manera que la Federación pudiese
hacerse cargo del mismo y pudiese asegurarse su éxito. Sin
embargo, la declaración de la ponencia, aunque fue aprobada
por el Congreso, resultó demasiado moderada para un amplio
sector, fundamentalmente los anarquistas, dado que, fuera del
tema de la declaración de la huelga, nada se decía de cómo
había de llevarse ésta, ni respecto a la actuación general de las
organizaciones sindicales. Así, no contentos con esta fórmula,
los sectores más radicales lograron hacer aprobar por el

205 Los «Estatutos» de SO —artículo 17— exigirían esta «consulta» o comunicación al


Consejo Central de SO solamente en los casos en que se pretendiese declarar una «huelga
general del oficio»; estableciendo, por lo demás, que «Quedarán exentas de pago de las
cuotas las entidades que sostengan una huelga, siempre que lo soliciten y mientras dure la
misma».
Congreso una adición —presentada por Carreras— que
consagraba por primera vez, en el seno del sindicalismo
revolucionario español, la vieja fórmula de la acción directa:

«[El Congreso acuerda]: Aceptar como medio esencial la


acción directa, sin perjuicio de adoptar otra acción cuando
las circunstancias lo determinen.»

Pero, la declaración de la acción directa como modo esencial


de lucha aún no alcanzaba los niveles de modo exclusivo de
lucha que tenía ya para el sindicalismo revolucionario francés y
que tendría para el propio sindicalismo posterior español. Ello,
una vez más, no era sino la muestra de una situación de
transacción en la que los sectores formantes de SO se
encontraban para salvar la unidad del movimiento.

El propio Pestaña, prototipo del último sindicalismo


revolucionario en España, defensor, por tanto, de la acción
directa y estudioso de este período del desarrollo del
sindicalismo, reconocería esta situación: «La intención de los
delegados al Congreso previo que la imposición de una táctica,
el hermetismo en un procedimiento de lucha, conduciría a la
división de los trabajadores, a imposibilitar toda armonía entre
ellos»206. De todas formas, el hecho de que no se excluyese la
adopción de otros modos de actuación, venía a constatar
formalmente una situación de hecho —que perduraría aún en
el período que cubre la CNT—, en la cual las sociedades solían
emplear los medios más eficaces para la consecución de sus
objetivos, prescindiendo, en gran parte de los casos, de si el

206 A. PESTAÑA, «Historia de las ideas...», cit., XVI, «Orto», núm. 20, enero de 1934.
modo de hacerlo se trataba o no de acción directa. Ello, claro,
mucho más en este período de formación, que en el de la CNT.

Los «Estatutos» 207 de la Confederación, elaborados por el


Consejo Central a propuesta del Congreso, serían, sin embargo,
aún más restrictivos para el tema de la acción directa, al mismo
tiempo que más amplios y permisivos para la utilización de
otros modos de lucha; evitando así, los sectores más
moderados, que la fórmula del Congreso pasase de ser algo
más que una declaración y adquiriese formalmente el rango de
principio de actuación. Claro que se podría argüir que los
«Estatutos» tenían precisamente eso, un valor meramente
formal, a efectos de legalización y reconocimiento jurídico de la
Organización, y que por ello no se citaba en ellos algo que
podría ser conflictivo a estos efectos; sin embargo, el texto de
los «Estatutos» no deja de ser significativo, dada la fuerza de la
tendencia moderada manifestada en el Congreso. Así, el
artículo 3.° de los citados «Estatutos» recogía los medios de
actuación de los que se dotaba la Confederación, y, sin variar
mucho con respecto a lo que ya se había establecido en las
Bases iniciales de lo que entonces iba a ser sólo una Federación
Local, volvía a establecer como medios de actuación la
propaganda, la educación, la unión y «los que cada caso
requiera», sin hacer mención expresa ni de la huelga ni, por
supuesto, de la acción directa:

«Artículo 3.°—De los medios a emplear para lograr dicho

207 «Solidaridad Obrera» publicó en octubre de 1908 un Proyecto de Estatutos, que fue
parcialmente modificado con posterioridad y presentado para su legalización en diciembre
de 1908, y finalmente publicado: Confederación Regional de Sociedades de Resistencia
Solidaridad Obrera, «Estatutos», Barcelona, 1909.
objetivo [se refiere al contenido del art. 2.°], son
fundamentales: la propaganda societaria de los principios
económicosociales, la enseñanza científica y racional para
los obreros y sus hijos y la relación y organización de la
clase obrera bajo la base de la mayor autonomía posible.
(...).

Como medios circunstanciales serán adoptados los que


cada caso requiera y siempre por acuerdo tomado por
mayoría de sociedades confederadas.»

Matizando un poco más esta ambigüedad en lo referente a


los medios de lucha, y un tanto en contradicción con lo
moderado del aspecto que esta misma ambigüedad
intencionada daba a la Confederación, el 13 de junio de 1909,
una reunión de delegados de SO celebrada en Barcelona
aprobaría la utilización de la huelga general, como elemento
esencial de la lucha obrera, si bien, una vez más, se precisaba
que ello no excluía la posibilidad de recurrir a otros medios de
lucha. El acuerdo se adoptó por 63 votos a favor y 15 en
contra 208. El Congreso desarrollaría aún un poco más esta
cuestión de los medios de lucha, completando ciertos aspectos
que el citado artículo recogía. Así, en el tema de la propaganda,
estableció que los propagandistas de SO habrían de excluir el
tema político y el religioso en sus oratorias, recalcando con
ello, una vez más, el sentido apolítico e ideológicamente
neutral de la Confederación, como ya vimos.

208 Vid. J. C. ULLMAN, «La Semana Trágica», p. 250, quien estima que esta declaración
tan radical, en comparación con el contenido del Congreso, venía determinada por el
«lock-out» que entonces se estaba produciendo en la industria textil.
Otro de los temas tácticos de gran trascendencia sería el
tema del «sindicalismo a base múltiple». Este tema constituyó
siempre un punto de enorme conflictividad dentro del
sindicalismo y, como vimos con anterioridad, la doctrina
sindicalista tanto francesa como italiana discutieron
largamente sobre ello, sin por esto llegar nunca a un acuerdo
determinado. Generalmente, las tendencias más radicalizadas
del sindicalismo rechazaban violentamente el sindicalismo de
base múltiple, al que consideraban como reformista, dado que
sólo contribuía a mejorar parcialmente la situación del obrero
bajo el capitalismo, distrayéndole de la meta revolucionaria,
que debe ser su único objetivo, y adormeciendo su espíritu
combativo en las conquistas conseguidas. En España la
polémica continuó sin resolver el tema, que, por otra parte,
venía ya de lejos y había sido ampliamente debatido en el seno
de la Sección española de la Internacional, y habría de seguir
siendo discutido con posterioridad, en el seno de la CNT209. El
sindicalismo a base múltiple venía a significar la posibilidad de
que el Sindicato desarrollase no sólo su actividad propia, la
reivindicativa, sino toda aquella serie de actividades que
contribuyeran al mejoramiento de la situación del obrero,
como el establecimiento de seguros o mutuas de socorro, el
establecimiento de cooperativas de consumo o de producción,
el establecimiento de cajas fijas de resistencia, o, incluso, la
posibilidad de actuación política, según cada concepción del
mismo. El sindicalismo a base múltiple significaba, en definitiva
—para gran parte de los sindicalistas revolucionarios—, una
negación flagrante de la acción directa, ya que desviaba la

209 El primer Congreso de la CNT (septiembre de 1911) volvería a discutir extensamente


sobre este tema. Ver más adelante en este trabajo.
lucha social del enfrentamiento directo con la burguesía, de
cuyo enfrentamiento, como único sistema, se esperaba la
emancipación total del trabajador, tras la derrota y
expropiación de la misma.

Pero, el Congreso de SO no llegaría tampoco a ninguna


solución definitiva en torno al tema, y, una vez más, para
obviar algo excesivamente conflictivo entre las diferentes
tendencias de SO, se liquidó el asunto, sin llegar siquiera a una
ambigua fórmula:

«El Congreso, considerando que no dispone de tiempo hábil


para discutir a fondo este tema, recomienda a las sociedades
hagan un estudio especial del mismo y que se le haga figurar en
la orden del día del próximo Congreso.»

En el terreno orgánico hubo, por el contrario, varios acuerdos


de importancia. Uno de los temas más importantes era el de
tratar de lograr una estructuración orgánica acorde con las
nuevas tácticas y con la tendencia que la Organización trataba
de representar. En este sentido, se trataba de dar una mayor
uniformidad a las organizaciones de base, las sociedades de
resistencia, hasta entonces una amalgama de organizaciones
de muy diferente estructura y funcionamiento. Una reforma de
este tipo supondría dar a SO un verdadero carácter de
Federación o Confederación sindical, superando la etapa inicial,
en la que apenas si había adquirido el carácter de agrupación
de sociedades de resistencia coordinadas difícilmente por un
Consejo central. Así, como primera medida, para asegurar la
unidad orgánica mínima, había que empezar por suprimir la
existencia de más de una sociedad de un mismo oficio
perteneciente a una misma localidad, o, incluso, tratar de unir
en lo posible los diferentes oficios que coincidiesen en un
mismo ramo de la producción. Como decía el enunciado de
uno de los puntos del orden del día, había que establecer la
«conveniencia de practicar unidos el sindicalismo todos los
similares a un ramo de trabajo». Pero, esta segunda parte del
tema era aún algo demasiado complicado cuando de lo que se
trataba primeramente era de organizar lo mejor posible los
oficios y estructurarlos en una organización de tipo federal que
funcionase adecuadamente. Así, se estableció la necesidad de
que no existiese más de una sociedad de un mismo oficio por
localidad210.

Otro tema de gran trascendencia para el funcionamiento de


la nueva Confederación regional y para su caracterización era
el tema de la autonomía de las sociedades federadas. Desde el
momento de la constitución de SO hemos visto que la
autonomía concedida a las sociedades federadas había sido,
quizá, uno de los motivos más importantes de la persistencia
de la unión y, por lo tanto, de la conservación de la vida de SO.
Sin embargo, el crecimiento de la misma y el afrontamiento de
nuevas metas, según la moderna teoría sindicalista exigía no
sólo una mejor estructuración de la Federación, sino un
adecuado método de funcionamiento de la misma. En el
momento en que se trataba de establecer nuevas tácticas y
modos de actuación más acordes con los fines que se

210 El artículo 4 de los «Estatutos» establecía que no podrían pertenecer a SO las


sociedades «que se funden existiendo ya sociedad de resistencia constituida del mismo
oficio»; pero, para no crear conflictos con las ya confederadas, establecía también: «no
obstante, se respetarán las existentes aunque sean del mismo arte u oficio creadas en los
radios de los pueblos, hasta que por su completa autonomía y voluntad logren fusionarse
cada cual en las de su oficio respectivo».
perseguían, la autonomía absoluta de que gozaban las
sociedades federadas impedía que estas tácticas pudiesen ser
impuestas a las mismas, con lo que la coordinación y la
coherencia interna de SO se hacía casi imposible. Ello hizo que
esta necesidad fuese planteada al Congreso con toda
contundencia por la Sociedad de Zapateros de Barcelona:
«Suprimir el principio voluntario que informa la línea de
conducta de SO y que sea sustituido por el deber y la
obligación».

Sin embargo, el Congreso llegó en este tema a resoluciones


de lo más ambiguas, que, de cualquier manera, no adquirieron
en absoluto la contundencia restrictiva que el enunciado del
tema podía hacer suponer.

Así, por un lado, como ya hemos visto, al hablar de las


cuestiones tácticas, se restringía la solidaridad material de la
Organización a aquellos casos en que la sociedad afectada
hubiese consultado previamente a la Confederación, y los
Estatutos de SO exigían la previa comunicación al Consejo
Central en caso de pretender declarar una huelga general del
oficio (artículo 17).

Pero, por otro lado, el ya citado artículo 3.° establecía que


uno de los medios a emplear por la Confederación para la
consecución de sus objetivos era:

«la relación y organización de la clase obrera bajo la base


de la mayor autonomía posible.»

Y añadía:
«Entiéndese por autonomía la absoluta libertad para las
sociedades en todos los asuntos relativos al gremio»211.

Ello, aunque no formalmente, en el terreno de la práctica


venía a significar una contradicción, dado que, si por una parte
se reconocía a las sociedades plena autonomía en el marco de
su gremio, para que éstas pudiesen obtener una solidaridad
efectiva de la Confederación se veían obligadas a consultar
previamente a la misma la oportunidad de declarar el conflicto,
con lo cual ésta podía, por la vía de la negación de prestación
de solidaridad material, hacer que sólo se declarasen las
huelgas que ella considerase oportunas. Lo cual supone una
intromisión obvia en la autonomía que expresamente se estaba
declarando en el artículo 3.°. Así, si parecía que la tendencia de
SO iba en el sentido de recortar la autonomía absoluta que las
sociedades tenían en el momento de su constitución, en favor
de una mayor coherencia y uniformidad del movimiento, en el
momento de establecer esa restricción el Congreso tuvo que
llegar a acuerdos de signo diferente, precisamente en favor de
la unidad de las diferentes tendencias de SO, y, quizá, como
compensación que se cobraban los sectores más radicales, a
cambio de lo moderado de los acuerdos que en materia de
tácticas se establecieron.

Aún en el terreno orgánico, el artículo 4.° venía a imponer


una restricción que contradecía lo indicado en el primer
manifiesto de SO, al que nos hemos referido con anterioridad,
al establecer que:

211 Este apartado no constaba en el artículo 3 del Proyecto de Estatutos.


«Pueden pertenecer a esta Confederación todas las
sociedades obreras de ambos sexos legalmente
constituidas, admitiendo de los llamados intelectuales
solamente su cooperación sin intervención ninguna en su
régimen administrativo y directivo»212.

Restricción que, a pesar del carácter esencialmente obrerista


de la organización, no estaba en el sentido de SO, como no lo
estaría después tampoco en el sentido de la CNT, a pesar de
tener ésta un carácter aún más estricto en materia de
afiliación, y que sólo puede interpretarse como una imposición
de los sectores más radicales que contradecía, como digo, el
propio manifiesto inicial de SO.

Finalmente, en el terreno de la transformación orgánica, el


acuerdo de mayor trascendencia fue sin duda la conversión de
SO en Confederación Regional. Ello constituía un paso lógico,
no sólo justificado por el hecho de que poco a poco SO iba
adquiriendo una extensión real, más allá del estrecho marco en
el que nació, sino porque la extensión de SO suponía un
avance, una profundización en el sindicalismo que ella misma
comenzaba a desarrollar, el cual exige, en teoría, para su
propia y perfecta realización, una organización obrera lo más
extensa y completa posible.

212 El subrayado es mío. En el Proyecto de Estatutos no estaba incluida esta restricción a


los «intelectuales», considerándolos, por el contrario, como un obrero más, a estos efectos.
Decía el artículo 4 del Proyecto: «Pueden pertenecer a esta Confederación todas las
sociedades obreras de ambos sexos, legalmente constituidas, entendiéndose por obreras
todas las pertenecientes a cualquier oficio, arte o profesión, incluso las llamadas
intelectuales y todos cuantos en el ejercicio dentro de la sociedad se consideren explotados
o cohibidos por el capital (...).»
Así, ya desde su origen, SO, como se manifestó
expresamente en la Asamblea de Badalona (25-III-1908), tenía
una clara vocación de convertirse en una entidad de orden más
amplio, primero regionalmente y luego nacionalmente213. Por
ello no fue baladí ni casual la presentación entre los puntos del
orden del día del Congreso el tema de la necesidad de «la
organización de la Confederación General del Trabajo», es
decir, de la necesidad de que SO se convirtiese en una entidad
de orden nacional; punto que, para más detalles, proponía ya
la discusión de los medios y forma de su organización, la
orientación que debería de dársele y la elaboración de unos
Estatutos 214 . Ahora bien, esta posibilidad era demasiado
prematura para SO, por lo que el Congreso se limitó a discutir y
aprobar su conversión en entidad regional, dejándose la
posibilidad de convertirse en entidad nacional para el próximo
Congreso, que trataría de celebrarse en 1909. De cualquier

213 En la Asamblea de Badalona, que agrupó a sociedades obreras de toda la provincia de


Barcelona, se trató el tema de la extensión de SO, y, según recogió la reseña del acto, sobre
este tema «expusieron su opinión distintos delegados, tendiendo a dar carácter regional de
momento a la federación de Solidaridad Obrera, modificando si es preciso los Estatutos
para que puedan ingresar en ella todas las sociedades obreras de Cataluña, y más tarde de
España, sobre la mayor autonomía posible», acordándose la celebración de un Congreso,
para discutirlo más ampliamente. (Citado en A. PESTAÑA, «Historia de las ideas...», cit.,
VIII, «Orto », n.° 11, enero-1933).
214 «12.—¿Es de necesidad la organización de la Confederación General del Trabajo?
a) Medios y forma de organización.
b) En casos de constituirse ¿qué orientación debe seguirse dentro de su radio de acción y
propaganda?
c) Discusión de unos Estatutos para su régimen. (Ponentes, FEDERACIoNES Locales
de Tarrasa y Sabadell, y Ramos del Agua y Arte Fabril, de ésta).»
En la salutación de «Tierra y Libertad» (25-VII-1907) a la fundación de SO, ya se intuía la
necesidad y la posibilidad de convertir SO en una entidad nacional.
En contra de esta idea se manifiesta X. Cuadrat (op. cit., p. 240 y ss.), quien estima que la
posibilidad .de convertirse en entidad nacional sólo comenzó a considerarse en 1909.
manera, y desde el punto de vista de la consolidación orgánica
del sindicalismo revolucionario español, la conversión de SO en
entidad regional tuvo una gran trascendencia y supuso el paso
previo, decisivo a la creación de la CNT.

En el terreno reivindicativo, el Congreso trató también temas


que constituían la preocupación genérica del sindicalismo y
que continuarían siéndolo aún en posteriores asambleas y
congresos, como el tema de la jornada máxima de trabajo,
acordándose el realizar una campaña en favor del
establecimiento de la jornada de ocho horas; el tema del
salario mínimo; la regulación del trabajo de las mujeres y niños;
el tema del alza de los alquileres; el importante tema del
auxilio a los presos sociales, acordándose que se hicieran cargo
del mismo la sociedad a la que perteneciesen.

Sin embargo, dadas las previsiones que en algunos círculos


de SO se habían hecho, como queda recogido en el manifiesto
del Secretario de SO previo al Congreso, lo que más sorprende
en el mismo es la ausencia de una discusión de carácter más
profundo sobre la orientación genérica que habría de seguir la
Confederación, los objetivos últimos hacia los que ésta debería
tender, etc. Lo único tratado a este respecto no pasa de ser
unas meras directrices de tipo táctico. La discusión de este
tema no aparecerá sino más tarde, en el seno de la CNT. Quizá
la correlación de fuerzas existente en SO no permitía
realmente ir más allá en la clarificación del contenido
ideológico de la organización. De cualquier manera, a pesar de
la ausencia de esta discusión, sí se puede decir que SO se
enmarca perfectamente ya dentro del marco genérico del
sindicalismo revolucionario.
Su contenido sindicalista apolítico es claro y, aparte de poder
deducirse de todo lo que hasta ahora hemos visto, no faltan
tampoco alusiones expresas a esta conceptuación. En el acto
de clausura del Congreso, Moreno, que actuaba como
presidente de la Mesa, diría claramente:

«El ideal sindicalista es la base de Solidaridad Obrera, y


todos los individuos que han tenido representación en el
congreso han aceptado este principio.»

Y con ello quería significar, más que nada, la unidad obrera


en la lucha sindical, por encima de las diferencias políticas
existentes entre los propios obreros, las cuales deberían
mantenerse al margen del sindicato: «Despojados de
intransigencias hemos laborado —continúa— por una acción
común; pero sin salir cada cual de su esfera para hacer labor
contradictoria». Y ello no era otra cosa que el «criterio
sindicalista» 215.

215 También en el acto de clausura del Congreso, en el que intervendrían, a propuesta de


Herreros, un representante de cada una de las tendencias más importantes representadas
—Rodríguez Romero, por los anarquistas; Fabra, por los socialistas y Anglés, por los
republicanos radicales—, el anarquista J. Rodríguez Romero expresaría claramente el
contenido sindicalista de SO —al mismo tiempo que la inspiración de esta tendencia—:
«La misión del Congreso ha sido económica, inspirada en los actos sindicalistas de los
hermanos que forman la CGT de Francia.» En enero de 1909, el Consejo Directivo de SO
reiteraba en «Solidaridad Obrera» —y era reproducido por «La Internacional»— (5 de
febrero de 1909) que su finalidad era «organizar a la clase trabajadora sobre la base del
más puro sindicalismo: esto es, libre de todo prejuicio político y de toda tendencia de ideas
(...). Que puede cada cual, particularmente, profesar las ideas que más le agraden, pero
ante el enemigo común, ante el burgués, ante el capital, debe pensar únicamente en que es
obrero, y esto es lo que han empezado a practicar socialistas y anarquistas, y bastantes
obreros republicanos, es decir, concentrarse en el terreno de la lucha de clases» (citado en
ULLMAN, op. cit., p. 198). Además, aparte de otras declaraciones más o menos expresas,
el apoliticismo y el neutralismo ideológico de la Confederación quedaban perfectamente
recogidos en sus «Estatutos» —art. 4— al prohibir la pertenencia a SO de toda sociedad
Lo único que podría plantear mayores dudas es la definición
revolucionaria de ese sindicalismo. Sin embargo, además de los
objetivos genéricos que SO se planteaba, tanto en su primer
manifiesto como en las Bases mínimas acordadas por las
fuerzas concurrentes en su formación —a los que ya hemos
hecho referencia—, es decir, «la emancipación económica, que
transforme el régimen capitalista actual», a la que se refería el
primer manifiesto, o «la emancipación total de los trabajadores
del sistema capitalista», a la que se referían las citadas Bases,
el artículo segundo de los Estatutos aprobados por el Congreso
recogía también la emancipación económica y social de los
trabajadores como el objetivo final al que tiende la
Confederación, y, aunque ello venga dicho de una manera un
tanto imprecisa y suavizada, producto, sin duda, del objeto
formal de los Estatutos (la legalización de la organización), no
puede obviar el sentido francamente revolucionario de la
afirmación. SO no perseguía solamente la mejora material de la
situación del obrero en el marco del régimen capitalista, sino
que, fundamentalmente, perseguía la emancipación total del
trabajador, su liberación del sistema capitalista, y así lo
estableció el citado artículo segundo de sus Estatutos:

«El objeto de esta entidad es: procurar el mejoramiento de


todos los trabajadores, favorecer su cultura intelectual, darse
mutuo apoyo para la creación y fomento de sociedades obreras
y educarse en el ejercicio práctico de la Solidaridad para el
mejor fin de su emancipación económica y social» 216.

«que ostente un carácter político o religioso, ni de tendencia determinada que no se avenga


al objeto y fin común por las sociedades confederadas perseguidos».
216 El subrayado es mío.
Como culminación de la penetración del sindicalismo
revolucionario en España, cabe hacer referencia a la
constitución en Barcelona, el 3 de julio de 1909, del primer
Ateneo Sindicalista, de los muchos que llegarían a cubrir
nuestra geografía. Ángel Pestaña lo calificaría como la «primera
entidad cultural de esa clase que se constituía en España»217,
dado que se diferenciaba claramente, por su contenido, de los
anteriores Ateneos y Círculos de Estudios Sociales creados por
los anarquistas. El mero empleo de la terminología sindicalista
que, tras el Congreso regional de SO, sustituye cada vez más a
la hasta entonces utilizada —sindicato, por sociedad de
resistencia; sindicalismo, por societarismo, etc.—, es un buen
índice de esta penetración.

Sin embargo, conviene precisar finalmente, que al hablar de


esta penetración del sindicalismo revolucionario en España, no
se está hablando, obviamente, de la popularización inmediata
de esta concepción en el medio obrero, sino más bien entre los
sectores militantes y activistas, y entre las élites
«intelectuales» de la clase trabajadora, que son los que
durante el período al que nos hemos referido realizan el
enorme esfuerzo de reagrupar y reorganizar a la clase
trabajadora en unas sociedades obreras a las que se les quiere
dotar de un nuevo contenido, ideológico y táctico. Cuando
hablamos del éxito del sindicalismo nos referimos al hecho de
que éste hubiese prendido precisamente en esos medios de la
avanzada obrera, entre los que había predominado siempre,
especialmente en Cataluña, el anarquismo. Al nivel de la masa

217 A. PESTAÑA, «Historia de las ideas...», cit., XVI, «Orto», enero-1934. También en
esto fue decisiva la actuación de los socialistas, esta vez en la persona de Fabra Ribas.
obrera, la concepción sindicalista revolucionaria tardaría aún
mucho tiempo en ser asimilada, y el éxito progresivo del
sindicalismo al que nos referimos se mide a este nivel por la
nueva y progresiva tendencia a asociarse, por el rápido
desarrollo y extensión de SO, que era la única organización
que, como hemos visto, recogía en sus planteamientos y
materializaba en su organización los principios genéricos del
sindicalismo revolucionario. Sin embargo, los sectores
sindicalistas, esa élite ya concienciada e inmersa de lleno en la
nueva ideología sindicalista revolucionaria, realizaban también
un enorme esfuerzo por hacer que esta concepción pasase a
ser algo más que unos principios generales que inspiraban la
actuación de SO y que sólo una minoría conocía, a través de sus
lecturas, sus huidas a Francia o cualquier otra vía; se trataba de
hacer llegar el sindicalismo revolucionario a la propia masa y
tratar de sustraerla, en la medida de lo posible, a la atracción
que sobre ella ejercían los partidos políticos burgueses. El
Ateneo Sindicalista de Barcelona y otra serie de actividades
propagandísticas, al margen de las ya desarrolladas por SO,
respondían a esta intención. José Negre refleja muy bien esta
situación cuando habla del éxito de SO:

«Aquella dinámica actividad obrerista obedecía


solamente a una emoción sentimental, de entusiasmo
colectivo de los obreros, pero sin verdadero contenido
idealista, sin criterio revolucionario, y para que plasmara en
lo posible en un estado consciente y emancipador se fundó
el Ateneo Sindicalista, que actuando al margen de las
Sociedades obreras, pero domiciliado en el local social de
éstas, ofrecería su tribuna a los compañeros propagadores
del sindicalismo revolucionario, en vistas a facilitar la
creación de nutridas minorías de anarquistas sindicalistas
que orientaran conscientemente y revolucionariamente
aquel esplendoroso movimiento»218.

Y esta cita de Negre nos lleva de la mano a uno de los temas


fundamentales del sindicalismo revolucionario español: su
especificidad.

Aunque estamos tratando del período inicial, de formación


del sindicalismo español, que se desarrolla —como hemos
visto—, entre otros motivos importantes, a causa de la
«recepción» del sindicalismo revolucionario francés, se podría
generalizar ya sobre la especificidad y los factores diferenciales
del sindicalismo español con respecto al galo. Sin entrar con
demasiado detalle en el tema de las diferencias existentes
entre uno y otro, tema que, por otra parte constituye una fácil
deducción del contenido de todo este trabajo, se puede
precisar ya que las diferencias existentes, la especificidad del
sindicalismo español, se basan en las diferencias que hay en el
origen y desarrollo de cada uno. En primer lugar, ni las
circunstancias políticas, sociales y económicas de cada país son
las mismas, ni, en segundo lugar, los círculos sociales y políticos
de donde surge el sindicalismo son tampoco los mismos. En
Francia, en el marco de la III República, en su etapa moderada,
tras el fracaso de la Comuna de París, con un desarrollo
industrial ya bastante avanzado, las sociedades obreras
adquieren cada vez mayor importancia, al mismo tiempo que la
ineficacia de los parlamentarios obreros —en algunos casos
ministros—, convence a un amplio sector de la inutilidad de la

218 NEGRE, «Recuerdos...», cit., p. 28. El subrayado es mío.


lucha política, y al mismo tiempo también que el fracaso de la
Comuna cierra la posibilidad de derrocar al sistema capitalista
por la vía del enfrentamiento armado. Se desarrolla así la
concepción sindicalista revolucionaria y la idea de la huelga
general. Pero los protagonistas de este desarrollo son no sólo
sectores procedentes del anarquismo y los propios anarquistas,
sino también amplios sectores del socialismo y del marxismo,
que dejan una indefectible huella en el mismo. Ello, claro está,
aparte del desarrollo puramente práctico que,
independientemente de toda teorización, las sociedades hacen
del mismo, formándolo, en gran parte, en esa misma práctica.

Por el contrario, en España, como ya hemos visto, el


sindicalismo se desarrolla en un marco político de gran
inestabilidad, donde las bombas anarquistas y las
insurrecciones —en gran parte solamente campesinas—
obreras habían demostrado su inutilidad; donde no hay un solo
diputado obrero hasta 1910; en el que la situación económica
es solamente incipiente en su recuperación, tras el fracaso de
1898. Pero, además, los protagonistas del desarrollo del
sindicalismo en España, aparte, una vez más, de las propias
debilitadas sociedades obreras, que lo asumen muy poco a
poco y siempre en el aspecto práctico, más que en el teórico,
son —como ya hemos visto— fundamentalmente anarquistas.
Y no anarquistas que hubiesen prescindido de sus
concepciones políticas para asumir la nueva estrategia
sindicalista, sino que, por el contrario, se trata de anarquistas
que asumen del sindicalismo más que nada su aspecto táctico y
orgánico, tratando de imponer en el resto sus viejas
concepciones anarquistas: donde se decía apoliticismo,
antipoliticismo; donde se decía neutralismo ideológico,
anarquismo; donde se decía masa obrera, individualismo y
minoría concienciada dirigente; etc. Así, además de esto, la
inestabilidad política no había cegado aún la posibilidad
hipotética de la derrota del sistema capitalista en base al
método clásico de la revolución armada219, y el fracaso de los
levantamientos se consideraba más una consecuencia de la
falta de solidaridad o de organización que de lo inadecuado del
método; pero además, faltaba aún a la clase trabajadora la
experiencia política del poder o del parlamento, por lo que
aunque se desconfiaba de la política, lo único hasta el
momento conocido era la política burguesa y no se conocía aún
la posible eficacia de la presencia de representantes directos
de la clase trabajadora en los órganos de poder. No se
renegaba, pues, en términos absolutos, de la participación en
la lucha política, y una buena prueba de ello era, por ejemplo,
el apoyo que recibía el PSOE en zonas como Madrid 220, o el
partido de Lerroux en Barcelona221. Por otra parte, a lo cual nos
hemos referido también al comienzo de este trabajo, el
desarrollo económico e industrial, en concreto, español no
había adquirido aún el nivel de formación de grandes
instalaciones industriales; así, aunque las aglomeraciones
proletarias favorecían ya el desarrollo del asociacionismo
obrero, el hecho de que predominase la pequeña empresa, el
pequeño taller, o la fábrica con un número más o menos
elevado de mano de obra, pero poco cualificada —mujeres,
niños—, etc., hacía que las formas asociativas fuesen aún

219 Ver en este sentido ROMERO MAURA, «La Rosa de Fuego», cit., p. 476.
220 La primera representación política obrera de este siglo la obtuvieron P. Iglesias,
García Ormaechea y Largo Caballero, al ser elegidos concejales en Madrid. En mayo de
1910, P. Iglesias sería elegido diputado por la misma ciudad.
221 Ver ROMERO MAURA, op. cit.
bastante primitivas, tanto en su concepción, como en su
organización y forma de lucha.

En fin, toda esta serie de condiciones hicieron que la


«recepción» del sindicalismo en España operase a dos niveles
diferentes. Por un lado, hay una introducción consciente de la
teoría sindicalista, por los medios que ya hemos visto,
introducción que se ve más o menos favorecida por la
existencia de ciertas coincidencias con la tradición societaria
española. Pero, no se puede decir sin más, por la serie de
condicionantes que acabamos de exponer, que el sindicalismo
español sea una evolución independiente, autóctona, de las
formas de lucha desarrolladas por la Sección española de la
Primera Internacional. Sin embargo, esta introducción se hace
fundamentalmente a través de intérpretes anarquistas y su
extensión —como nos lo demuestra la cita de J. Negre— se
operó generalmente a través de esa misma vía, con los
condicionantes conocidos que ello implicaba. Así, en el plano
teórico se forma en nuestro país todo un conjunto ideológico
que, más que sindicalismo revolucionario propiamente dicho,
es anarcosindicalismo. Ahora bien, en un principio la incidencia
de esta concepción, el anarcosindicalismo, es muy pequeña, y
se suele manifestar confusamente bajo la denominación de
sindicalismo revolucionario. El anarcosindicalismo —con esta
denominación— se irá manifestando de una manera
diferenciada en la medida en que va prendiendo
orgánicamente y cubriendo el vacío ideológico que la definición
sindicalista —más bien indefinición— había producido en SO. El
anarcosindicalismo no se manifestará claramente aún hasta la
constitución de la CNT.
En el otro nivel, en el nivel puramente práctico, asociativo, el
sindicalismo se manifiesta más bien por la vía del rechazo. Se
manifiesta por la necesidad de la reagrupación de la clase
obrera sobre unos planteamientos diferentes a los
desarrollados por los anarquistas y los socialistas. El ejemplo
francés fue determinante, y como allí, convergieron también
aquí sectores socialistas y anarquistas en el desarrollo del
nuevo modelo asociativo. Así, en la práctica, el sindicalismo, el
sindicalismo encarnado en SO, no es tanto la consecuencia de
una discusión teórica, de una elaboración detenidamente
realizada, como la consecuencia del equilibrio entre las fuerzas
convergentes en la constitución de la misma. Es un resultado.
Efectivamente, ese resultado tenía en sí mismo un contenido
ideológico que se podría diferenciar de las concepciones
políticas e ideológicas que, buscando la unidad del
proletariado, lo habían creado. Sin embargo, aquí no ocurrió
como en Francia, no se desarrolló esa «tercera vía» y, aunque
posteriormente sería retomada por algunos militantes
cenetistas, en el aspecto teórico, el sindicalismo revolucionario
español, cedería su recién conquistado terreno en la medida en
que ese equilibrio de fuerzas desaparecía y el
anarcosindicalismo tomaba cuerpo.

Pero todo ello, es un proceso que se produce más tarde, con


la constitución de la CNT y el abandono por los socialistas de
este campo del sindicalismo. Hasta entonces, la concepción
sindicalista triunfante es la desarrollada por SO222.

222 Ello no podia dejar de defraudar a los anarquistas, que lo consideraron como
«desviaciones ideológicas». Así lo haría M. BUENACASA, «Ei movimiento...», cit., p. 210.
3. El socialismo

El desarrollo del movimiento sindicalista español hubiese


sido absolutamente impensable sin la participación decisiva de
ciertos sectores del socialismo —fundamentalmente
catalanes— en su inicio. Sin embargo, la importancia de los
socialistas catalanes en este proceso no viene tanto dada por
su peso numérico 223 como por la calidad de su participación y
la de los elementos que la llevaron a la práctica.

En 1918, Juan José Morato diría en su obra «El Partido


Socialista Obrero», reflejando la trascendencia que había
adquirido el sindicalismo:

«Los anarquistas acogieron bien en España —y en todas


partes— el nuevo método. Fuera de España, Jaurés, por
ejemplo, no lo vio mal, y entre nosotros encontró
partidarios militantes en el partido Socialista. Quejido, uno
de los más ilustres fundadores del Socialismo, declaró no
hace mucho que mayor trascendencia tiene para el
mejoramiento y la emancipación de los obreros la creación
de una Sociedad de resistencia que la entrada de unos
cuantos socialistas en unos cuantos Concejos. Perezagua,
hombre de acción, que movió huelgas y las ganó con sólo
una proporción de un 10 por 100 de asociados con relación

223 La UGT contaba en Cataluña, en junio de 1907, con 9 secciones con 1.096 afiliados,
en Barcelona, y con 2 secciones con 63 afiliados en Tarragona. En septiembre de 1907,
tras la fundación de SO, estas cifras quedan reducidas a 6 secciones con 839 afiliados en
Barcelona, y 1 sección con 15 afiliados en Tarragona. (X. CUADRAT, op. cit., pp. 129 y
202.)
al oficio, también pone sobre las demás esta forma de
acción. Y una legión de jóvenes ilustrados, hasta
universitarios, como el excelente escritor Núñez de Arenas
y el muy estimable J. L. Martínez —y estos nombres son un
ejemplo no más—, ven las cosas del mismo modo»224.

Pero si es cierto que el sindicalismo llegó a calar en ciertos


sectores de la dirección del partido, la verdad es que no fueron
precisamente estos sectores, a los que se refiere Morato, los
que tuvieron el papel más destacado en el desarrollo de la idea
sindicalista en España. Por el contrario, habría que citar
nombres como los de Antonio Badía Matamala, Antonio Fabra
Ribas, José Comaposada, José Floresví, Arturo Gas Belenguer,
Constantino Perlasia y otros muchos que en el marco del
asociacionismo obrero catalán, contribuyeron decisivamente a
crear el núcleo orgánico —Solidaridad Obrera— en base al cual
el sindicalismo revolucionario entraría en la práctica del
movimiento obrero hispano.

Tratando de esquematizar sobre el hecho de la participación


del socialismo español en el desarrollo del sindicalismo
revolucionario en nuestro país, se podría decir que su
participación se efectúa en dos momentos, o de dos modos,
que se diferencian por el tipo de actitud adoptada en cada uno.
En un primer momento, los socialistas catalanes —destacando
sobre manera la persona de Badía Matamala— adoptan una
actitud francamente positiva, de iniciativa, ante el fenómeno
Solidaridad Obrera. La iniciativa de su creación partió

224 J. J. MORATO, «El Partido Socialista Obrero. Génesis. Doctrina. Hombres,


Organización. Desarrollo. Acción. Estado actual», Madrid, 1976, p. 187.
precisamente de este campo225 y las gestiones se realizaron en
los locales de la Dependencia Mercantil, presididas
precisamente por Badía Matamala, que era también presidente
de esta sociedad obrera y miembro de la dirección local del
PSOE 226. En un segundo momento, aparte de aconsejar a las
sociedades obreras bajo su influencia su ingreso en SO, los
socialistas participaron decisivamente en la orientación de la
Confederación, y, al límite de sus fuerzas, cuantitativamente
muy reducidas, equilibraron la balanza de la tendencia
ideológica de SO contrapesando la influencia,
cuantitativamente superior, de los anarquistas sindicalistas, y
de los republicanos radicales, hasta su separación en el
momento en que se funda la CNT.

Prescindiendo un poco de los detalles históricos y de las


cuestiones de hecho, nos importa aquí el considerar un poco
más detenidamente la importancia de la participación
socialista desde el punto de vista de la orientación de SO y su
modelación ideológica.

El fenómeno originario del sindicalismo, como ya dijimos


anteriormente, hay que buscarlo en la decepción que, desde
finales del siglo pasado, se va produciendo en amplios sectores
del movimiento obrero ante el fracaso de la revolución, mejor
dicho, de las vías hasta entonces pensadas como las más
adecuadas para producirla. Por un lado, el desastre de la
Comuna de París había llevado a las fuerzas revolucionarias a la

225 J. NEGRE, op. cit., p. 7. Vid. cita en p. 27.


226 Sobre el PSOE en Cataluña y los detalles de esta participación, ver X. CUADRAT,
«Socialismo y anarquismo en Cataluña», cit., con amplios detalles sobre las gestiones que
llevaron a la fundación de SO.
conclusión de la imposibilidad, en términos generales, de la
derrota del sistema capitalista mediante el enfrentamiento
armado, terreno en el que el poder del Estado se hacía
prácticamente inexpugnable227. Si el enfrentamiento armado
de la masa al poder del Estado se había manifestado
insuficiente, el activismo individualista desarrollado por los
anarquistas no había llevado más que a provocar tremendas
represiones de las que sólo eran víctimas las organizaciones
obreras. Pero, por otro lado, la conquista del poder por la vía
pacífica, por la vía parlamentaria, estaba demostrando también
su insuficiencia, ante lo largo y lento del proceso, además del
consiguiente peligro de amoldamiento al sistema, sin que ello
significase claramente ninguna ventaja para la clase
trabajadora.

Lo que todo esto trajo consigo en amplios núcleos del


movimiento socialista fue, no un abandono de la lucha política
ni de las tácticas parlamentarias, ni, por lo tanto, un descenso
en el nivel de valoración del partido obrero como factor de
poder en esta lucha, sino que lo que esto trajo consigo fue una
nueva revaloración del papel que la lucha económica directa
contra el capital juega en la emancipación del trabajador; una
reconsideración del papel de las sociedades obreras de
resistencia a estos efectos.

Así, ya hemos visto cómo en Francia, lugar donde con mayor


fuerza surgió la concepción sindicalista revolucionaria, el
Partido Obrero Socialista Revolucionario, de Paul Brousse, y el

227 Cfr. F. ENGELS, introducción al libro de K. MARX, «Las luchas de clases en Francia»,
Madrid, 1967. Sólo los sectores blanquistas —dentro del campo socialista- no
abandonaron nunca sus expectativas y tácticas insurreccionalistas.
Partido Obrero Francés, de Jules Guesde, convergen en 1884
en la fundación de la Federación Nacional de Sindicatos. En
España, en proceso similar, aunque bajo condiciones
diferentes, en agosto de 1888, se funda la UGT bajo los
auspicios del PSOE. Pero el problema estaba en que estas
sociedades obreras, fuertemente unidas a las directrices de los
partidos socialistas, eran concebidas como medios de
agrupación obrera cuya función primordial era el
mejoramiento de las condiciones de trabajo, y, en segundo
término, servían como elemento de apoyo de la lucha política
desarrollada por el partido, al mismo tiempo que contribuían a
nutrir sus filas. De este modo, al partido correspondería la
función de luchar en la vía política por la emancipación de los
trabajadores, mientras que a las sociedades obreras, a los
sindicatos, correspondería la lucha por el mejoramiento
material de la situación del trabajador.

Pero esta concepción no podía satisfacer a quienes de lo que


trataban era de que fuesen precisamente las sociedades
obreras las que ocupasen un papel fundamental en la lucha por
la emancipación del obrero, sin excluir la vía política, pero
basándose primordialmente en la lucha directa contra el
capital, agrupando a todos los trabajadores en el terreno de la
lucha de clases, independientemente de sus concepciones
políticas. En este sentido, tanto el partido político obrero como
el sindicato desempeñarían un papel independiente en la lucha
por la emancipación del trabajador, de cuya actuación paralela
se beneficiarían ambos, pero que sería convergente y
coincidente precisamente en la meta, en el objetivo común a
conseguir: la emancipación total de la clase trabajadora.
Así, al mismo tiempo que se desarrollaba la concepción
independiente del sindicato, se desarrollaba también la
concepción de los métodos de lucha adaptados al fin común,
pero también al marco específico en el que se producía la lucha
del sindicato. De esta manera surge la concepción de la huelga
general como arma revolucionaria.

Claro está, al lado de esta perspectiva de ciertos sectores del


socialismo, que completa la acción política con la acción
sindical, como elemento indispensable para la emancipación
total, surge también una tendencia similar, que ya hemos
analizado, procedente del anarquismo, pero que concluye
precisamente en la exclusión total de la acción política y del
elemento básico de lucha en ese campo, el partido obrero,
poniendo, por el contrario, como medio exclusivo de lucha el
sindicato obrero y como campo de acción la lucha económica
contra el capital. .

El desarrollo del sindicalismo, en el que convergen estas dos


concepciones del movimiento obrero, provenientes del
marxismo y del anarquismo, y la extensión de sus
concepciones básicas, como la huelga general, que alcanzarían
su punto culminante en los años diez de este siglo,
fundamentalmente antes de la Primera Guerra Mundial,
hacen que el socialismo oficial tenga que ocuparse del mismo
en más de una ocasión, precisando su postura al respecto. La
gran aceptación que éste iba cobrando dentro del propio
campo socialista lo exigía.

En Francia, la huelga general comenzaba a ser aceptada


como medio para obtener nuevos derechos y con fines
políticos, y el reconocimiento de la independencia de los
sindicatos se impuso como cuestión de hecho228.

En Bélgica, el Partido Obrero belga utilizaba la huelga


general como medio adecuado para la obtención del sufragio
universal. En Italia, socialistas como Leone o Turati aceptaban
claramente la huelga general como vía revolucionaria.

En la propia Alemania, donde la socialdemocracia constituía


un baluarte antisindicalismo revolucionario, algunas de las
concepciones del mismo comenzaban a ser asimiladas por el
ala izquierda de la socialdemocracia 229.

Así, ya el IV Congreso de la Internacional Socialista, reunido


en Londres en 1896, adoptó con respecto al sindicalismo la
siguiente resolución:

«El Congreso opina que las huelgas y los boicots son


medios necesarios para la realización de los objetivos de la
clase obrera, pero no ve la posibilidad en la actualidad de

228 Solamente el Partido Socialista de Francia, de Guesde y Lafargue, se manifestaba


claramente contrario a las técnicas sindicalistas, que tachaban de anarquistas. El Partido
Socialista Francés, de J. Jaurés, admitía la posibilidad de la huelga general como modo
de obtención de reivindicaciones, pero no como medio exclusivo de realizar la
revolución. El Partido Obrero Socialista Revolucionario reconocía que la huelga general
«sin erigirse en único medio revolucionario, constituye un arma de emancipación que
ningún socialista consciente tiene derecho de desconocer o denigrar» (de su propuesta al
Congreso de la Internacional Socialista de Ámsterdam, de 1904, que fue rechazada). Vid.
nota 230.
229 Rosa Luxemburgo establecía el papel clave de la huelga de masas, como elemento
central de la estrategia revolucionaria. Cfr. R. LUXEMBURGO, «Huelga de masas, Partido
y sindicato», Madrid, 1974. Esta obra sería conocida por los socialistas españoles, por
haberla publicado de forma seriada «El Socialista», de diciembre de 1908 a marzo de
1909 («La huelga en masa, el Partido y los sindicatos»).
una huelga general internacional. En cambio lo que sí se
necesita en forma inmediata es la organización sindical de
las masas obreras, puesto que de la extensión de la
organización depende la extensión de las huelgas de
industrias enteras o de países en su totalidad»230.

Esta resolución sería ratificada en el Congreso de París de


septiembre de 1900. Y el Congreso de Ámsterdam, de agosto
de 1904, rechazando la propuesta del Partido Obrero Socialista
Revolucionario, relativamente favorable a la huelga general231,
aprueba la propuesta de los holandeses, que, en último
extremo, reconoce a la huelga general como un medio
defensivo de la clase trabajadora232.

En esta línea de clarificación socialista ante el ascendiente


sindicalismo revolucionario, se convocó el VII Congreso de la
Internacional socialista, en Stuttgart, agosto de 1907, con la
preocupación fundamental de regular la relación existente
entre los partidos socialistas y el movimiento sindical. Este

230 H. LAGARDELLE, «Huelga general y socialismo», Córdoba (Argentina), 1975,- p.


280.
231 La citada propuesta venía a decir en sus últimos párrafos: «Considerando que estos
ejemplos [se refiere a la aceptación de la huelga general en diversos países como medio de
obtención de reivindicaciones y para asegurar la defensa de las libertades públicas] indican
hasta qué punto, en todas las crisis agudas, la conciencia obrera se vuelve —en cierto
modo espontáneamente— hacia la huelga general, a la que alcanza a ver como uno de los
medios más poderosos y más factibles, de todos cuantos están a su alcance. El Partido
Obrero Socialista Revolucionario invita al Congreso Internacional de Ámsterdam a
provocar, en todas las naciones representadas en dicho Congreso, el estudio de la
organización racional y metódica de la huelga general internacional, la cual, sin erigirse en
único medio revolucionario, constituye un arma de emancipación que ningún socialista
consciente tiene derecho de desconocer o denigrar» (en H. LAGARDEI.LE, «Huelga
general...», cit., p. 49).
232 Vid nota 169.
Congreso fue decisivo en este sentido y contribuyó a deshacer
los equívocos que se venían produciendo en estas relaciones,
que trascendían al terreno orgánico. La resolución del
Congreso vino a establecer la equivalente necesariedad de la
lucha política y la económica para la emancipación del
proletariado, por lo tanto, el importante papel que tanto el
partido como los sindicatos tenían que jugar a este respecto.
Pero reconoció también la especificidad de cada campo y el
papel que en cada uno correspondía al partido y al sindicato, si
bien estimó, en definitiva, que existía un dominio común en
esa lucha por la emancipación, por lo que era necesario una
cooperación y la existencia de relaciones estrechas entre
ambos233.

En España, la situación creada fue muy similar a la que se


produjo en Francia, si bien aquí la especificidad consistía en
que el socialismo no se encontraba tan dividido como allí, y en
que la posición del Partido con respecto a los sindicatos y al
sindicalismo correspondía más a la postura adoptada por la
socialdemocracia alemana o por los guesdistas.

233 Decía la resolución: «Para liberar enteramente al proletariado de las trabas de la


servidumbre intelectual, política y económica, la lucha política y la lucha económica son
igualmente necesarias. Si la actividad del Partido Socialista se ejerce, sobre todo, en el
dominio de la lucha política del proletariado, la de los sindicatos se ejerce principalmente
en el dominio de la lucha económica de la clase obrera. El Partido y los sindicatos, por lo
tanto, tienen una tarea igualmente importante en la lucha emancipadora del proletariado.
Cada una de las dos organizaciones tiene su dominio distinto, determinado por su propia
naturaleza y en el cual cada uno debe normar su acción de una manera absolutamente
independiente. Mas existe también un dominio cada vez mayor de la lucha de clases
proletaria, en el cual no se pueden tener buenos resultados más que por el acuerdo y la
cooperación del Partido y de los sindicatos. En consecuencia, la lucha proletaria será
mejor desarrollada y resultará más fructuosa si las relaciones entre los sindicatos y el
Partido son más estrechas, sin comprometer la necesaria unidad del movimiento sindical»
(en A. DEL ROSAL, «Los Congresos Obreros Internacionales en el siglo XX», cit., p. 34).
Así, en primer lugar, la función atribuida a los sindicatos era
puramente reivindicativa, carente de contenido revolucionario
alguno. Este papel correspondía al partido 234. En segundo lugar,
la relación con la organización sindical se concebía en términos
de íntima unión, produciéndose la duplicación de cargos —en
la organización sindical, UGT, y en el partido—, e, incluso, el
hecho de que secciones sindicales fuesen así mismo
organizaciones del partido235. En tercer lugar, existía un claro
rechazo de la acción directa y de los principios básicos que
inspiraban el sindicalismo revolucionario: neutralismo

234 El art. 1.° de los principios generales que inspirarían la UGT, aprobados en su
Congreso fundacional, de agosto de 1888, establecían:
«La Unión General de Trabajadores de España tiene por objeto:
1. Reunir en su seno a las Sociedades, FEDERACIoNES y Uniones de resistencia.
2. Crear nuevas secciones de Oficios y constituirlas en FEDERACIoNES Nacionales.
3. Mejorar las condiciones de trabajo.
4. Mantener estrechas relaciones con las organizaciones obreras de los demás países
que persigan el mismo fin que esta Unión y practicar con ellas, siempre que sea posible, el
principio de solidaridad.»
Mientras que el programa del PSOE, aprobado en su asamblea fundacional, de julio de
1879, establecía como objetivos del mismo:
«Abolición de clases, o sea, emancipación completa de los trabajadores. Transformación
de la propiedad individual en propiedad social o de la sociedad entera. Posesión del Poder
político por la clase trabajadora.» Con lo que se consagraba la preeminencia del Partido
sobre el sindicato. Los subrayados son míos.
235 En la encuesta sometida por el secretariado de la Internacional a sus adherentes, en
junio de 1907, con vistas a disponer de mayores datos para obtener una resolución
adecuada en el tema de las relaciones entre partido y sindicatos, en el Congreso que se iba
a celebrar en Stuttgart, el PSOE respondería reconociendo que el presidente del Comité
Nacional del Partido —Pablo Iglesias— presidía también el CN de la UGT; que existía un
cierto número de sindicatos adheridos, como tales, al Partido —la mayor parte de ellos
formados por obreros del campo—; que los comités del Partido y de los Sindicatos
actuaban frecuentemente de común acuerdo; y que en algunos casos los miembros de la
UGT hacían propaganda del PSOE entre los afiliados a la misma (ver la citada respuesta
del PSOE en A. DEL ROSAL, Id., p. 25).
ideológico, apoliticismo, etc., así como de algunas tácticas por
éste desarrolladas, como la huelga general236.

Sin embargo, ello no impidió que el sindicalismo se abriese


paso entre las filas socialistas, y lo hiciese precisamente allí
donde el socialismo era más débil: en Cataluña. El hecho de
que fuese allí precisamente donde se produce el fenómeno no
puede obedecer, sino a las mismas causas que hicieron que
éste se produjera en los medios anarquistas, a las que hemos
hecho ya mención anteriormente.

Pero, desde el punto de vista socialista, puede considerarse


como causa fundamental de su colaboración al desarrollo de la
idea sindicalista y de la organización sustentadora de la
misma237, precisamente esa debilidad que el socialismo sufría
en Cataluña, tanto en el plano político como en el plano
sindical 238, debilidad que, unida a la que similarmente tenían

236 Sobre los principios que inspiraban, en general, la actuación sindical de los socialistas
españoles, vid.: P. IGLESIAS, «Escritos. I. Reformismo social y lucha de clases y otros
textos», Madrid, 1975, pp. 253-276. Contra la idea de la huelga general escribió Iglesias en
varias ocasiones, y llegó a contestar una encuesta sobre este tema realizada por la revista
sindicalista francesa «Le Mouvement Socialiste», en 1904, cuya contestación sería
publicada posteriormente en «El Socialista», el 16 de enero de 1906; a ella nos referiremos
más adelante. Vid. también: P. IGLESIAS, «Escritos. II. El socialismo en España. Escritos
en la prensa socialista y liberal (1870-1925)», Madrid, 1975, pp. 197-208.
237 No hay por qué pensar que esta colaboración proviniese necesariamente de una
«conciencia sindicalista» de los socialistas catalanes —como tampoco hay por qué
pensarlo de los sectores anarquistas—, sin que ello excluya la existencia de personas
—como Fabra Ribas— o sectores qup sí considerasen al sindicalismo como algo más que
una salida de urgencia.
238 En agosto de 1907, el PSOE contaba en Cataluña con 292 afiliados, de un total
nacional de 5.183 (L´Internationale Ouvriere et Socialiste, «Rapport soumis au Congres
Socialiste International de Stuttgart (18-24 août, 1907) par les organisations socialistes
d´Europe, d Australie et d Amerique sur leur activité pendant les années 1904-1907»,
Bruxelles, 1907). La UGT, en septiembre de 1907, contaba en Cataluña con siete
secciones con 854 afiliados, de un total nacional de 30.066 (citado en X. CUADRAT, op.
los anarquistas por aquella época, determinaba el vacío
orgánico e ideológico de la clase trabajadora en el que el
republicanismo radical tenía un adecuado marco de desarrollo.
No es por ello descaminado pensar que el socialismo catalán
viese precisamente en el cambio de actitud que se estaba
operando en el campo anarquista la oportunidad de realizar
una alianza con este sector, en base a las nuevas directrices y
tendencias que ya triunfaban en Francia, que le permitiese, por
un lado, lograr influir de una vez en el movimiento obrero
catalán, en el que tan poco éxito había tenido hasta el
momento, y, por otro, poder presentar batalla con un
suficiente respaldo obrero al fuerte enemigo político que
entonces representaba el republicanismo radical. Ello
representaba el grave riesgo de hacer el juego a un enemigo
que, a la larga, podía ser mucho más peligroso; pero los
socialistas catalanes contaban a su favor con la necesidad del
cambio de actitud que tenían que adoptar los anarquistas, para
quienes, tras el fracaso de las huelgas de 1901 y 1902, había
quedado cerrada la posibilidad de continuar influyendo
decisivamente en el movimiento obrero catalán sin un cambio
cualitativo de estrategia. Y ese cambio tenía que ir
necesariamente en el sentido que proponía el sindicalismo
francés, que era, a su vez, el único modo a través del cual los
socialistas podrían llegar a influir decisivamente en un terreno
hasta entonces vedado para ellos.

En definitiva, el sindicalismo revolucionario ofrecía a los


socialistas catalanes, en el momento de grave crisis en que se
encontraban, fa posibilidad de enmarcarse dentro de un

cit., pp. 141 y 146).


movimiento sindical de tipo unitario, apolítico, reivindicativo y
moderadamente revolucionario, que les permitiese un mayor
desarrollo y que, a la larga, siempre podía ser modificado en
sus planteamientos.

Además, en principio, la organización que se creaba no tenía


por qué significar una grave oposición a la central socialista ya
existente, la UGT, dado que SO tenía un carácter
fundamentalmente local, en un principio, y regional después, y
sólo tras el éxito que la Confederación tuvo se empezó a
pensar en convertirla en una entidad de carácter nacional. Pero
fue precisamente en este momento cuando las divergencias
entre los socialistas y los anarquistas hicieron entrar en crisis la
unión establecida en un principio.

Pero esta táctica, que favorécía la creación de sindicatos


independientes, apolíticos, y revolucionarios, defensores, por
tanto de la huelga general, aunque se tratase de reducir en
ellos este último matiz, en el sentido de que se seguía
pensando que el papel revolucionario correspondía
fundamentalmente al partido, no podía dejar de entrar en
contradicción con las concepciones de la dirección del partido,
que residía en Madrid, el cual vio su posición en gran parte
ratificada por las resoluciones del Congreso de la Internacional
de Stuttgart.

Sin embargo, y a pesar de las críticas, los socialistas catalanes


continuaron con su actitud inicial, que veían respaldada en
cierto modo por la posición del Partido Socialista francés —de
J. Jaurés—, que en Stuttgart había mantenido una actitud
favorable a la independencia de los sindicatos; y, en 1908,
gracias a la intervención decisiva de Fabra Ribas, se reorganiza
la Federación Catalana del PSOE.

Durante la vida de SO, la intervención de los socialistas en su


orientación es sin duda alguna lo que determina que el
contenido sindicalista de ésta hubiese mantenido toda su
pureza apolítica o independiente, pero también que su
actuación fuese bastante moderada y que su definición
revolucionaria no convirtiese cada conflicto en un intento
revolucionario, como había ocurrido previamente.

Ya en el Congreso regional de SO, la intervención socialista


determinó lo moderado de sus planteamientos en cuanto a
táctica a seguir. La presencia de Fabra Ribas, Matamata,
Comaposada y Floresví en la ponencia aseguró claramente —a
pesar de la presencia también en la misma del anarquista
Tomás Herreros—, esta orientación moderada, que no pudo
evitar, sin embargo, el reconocimiento también de la acción
directa, impuesta por Herreros.

La corta vida de SO no permite observar con todo detalle cuál


fue la verdadera trascendencia de la colaboración del
socialismo en el desarrollo del sindicalismo revolucionario
español, dado que apenas si va más allá de su primer
momento, del nacimiento y orientación inicial de SO. Los
sucesos de julio de 1909 precipitaron el desenlace y el
apartamiento del socialismo catalán de la estrategia hasta
entonces desarrollada.

Sin embargo, la tendencia y el contenido ideológico de SO, ya


analizado, y el giro brusco hacia el anarcosindicalismo que se
produce tras la fundación de la CNT, en un momento en que
los socialistas ya no están presentes en el movimiento
sindicalista, nos permite afirmar el importante papel que éstos
desempeñaron en aquélla.

El fracaso cuantitativo de la reorganización del partido que


llevó a cabo en Cataluña Fabra Ribas; las directrices y las
críticas de la dirección madrileña del partido; la fuerte
tendencia de SO a convertirse en una entidad nacional,
primero, y su conversión, después, en CNT; el establecimiento
de la conjunción republicano-socialista, entre otras, fueron
causas determinantes del apartamiento de los socialistas del
movimiento sindicalista, que, como digo, se inició ya tras los
sucesos de julio de 1909 y las fuertes críticas que se hicieron a
los socialistas por su actitud ante los mismos.

Ya en diciembre de 1910, como culminación de este proceso,


«El Socialista» (9-XII-1910) recogía un acuerdo de la
Agrupación Socialista de Barcelona en el que se venía a decir:

«Los que suscriben proponen que no se reconozca en


España otra Confederación Nacional que la Unión General
de Trabajadores, como Secciones de oficio sólo aquéllas
que pertenezcan a su respectiva Federación y las que
fueran separadas de Solidaridad Obrera por cuestiones de
táctica.

Recomendamos a los afiliados como compromiso de


honor que traten de llevar a sus Sociedades respectivas el
convencimiento de la bondad de la táctica que preconiza
dicha Unión General y la necesidad de ingresar en ella.
La Agrupación Socialista aconseja a sus afiliados que no
acepten cargos en el Consejo de la Confederación
Solidaridad Obrera»239.

Finalmente, la Conferencia socialista de Cataluña, celebrada


poco después, los días 25 y 26 de diciembre de 1910, en
Barcelona, a convocatoria de la propia Agrupación Socialista
barcelonesa, vendría a poner el definitivo punto final a la que
había sido fructífera relación de los socialistas catalanes con el
sindicalismo revolucionario. Así, se aprobó la propuesta de la
Agrupación barcelonesa que significaba la definitiva ruptura
con SO, convertida ya en CNT.

El acuerdo de la Conferencia socialista demuestra claramente


que los socialistas catalanes entendieron el verdadero
significado de la creación de la CNT, que iba mucho más allá
que la mera declarada intención de agrupar a las sociedades
obreras dispersas del resto del país. En el fondo latía toda una
cuestión de tipo táctico e ideológico, bastante difícil de
conciliar con unos presupuestos socialistas ortodoxos. Pero ello
no quiere decir, sin embargo, que la actitud de abandono de
SO, como tal confederación, que no de las sociedades obreras,
fuese de hecho la más acertada, dado que, quizá, la actuación
más decidida dentro del seno de la propia SO y la lucha por los
puestos de dirección en la misma hubiese sido más fructífera
para sus intenciones originarias; si bien hay que reconocer que
su debilidad numérica no contribuía demasiado a ello.

Así, como contestación clara a los acuerdos del Congreso

239 Cit. en X. CUADRAT, op. cit., p. 493.


nacional de SO, que dio vida a la CNT, el acuerdo de la
Conferencia socialista catalana va a insistir en la cuestión
ideológico-táctica, como factor diferencial del socialismo con
los contenidos del mismo tipo de SO, destacando la ventaja de
los primeros sobre los segundos. El problema de tipo orgánico,
la creación de una nueva central sindical, la división del
proletariado que eso podía implicar, quedaba en segundo
plano. Lo importante era la extensión de una concepción del
sindicalismo, mucho más radical, que podía hacer mucha mella
a la moderada UGT.

La batalla se presentaba, por lo tanto, en el terreno de las


tácticas, de la concepción de la acción sindical, y había que
demostrar que las de SO eran peores que las de la UGT. Ello
obligó a los socialistas catalanes a desdecirse con respecto a
sus anteriores posiciones, que les habían llevado a la
colaboración y a la creación de una concepción sindicalista de
carácter apolítico, y a adoptar una posición ortodoxa, en línea
con la posición del partido y de la UGT, claramente opuesta a la
nueva CNT y a lo que ella significaba.

Decía el acuerdo:

«1.°—En las campañas de propaganda que en el campo


sindicalista tendrán que desarrollarse, evítese nombrar
Solidaridad Obrera, combatiendo, empero, su táctica.
2.°—Procurar que los compañeros aptos, expliquen
conferencias dentro de los sindicatos poniendo de
manifiesto la superioridad de nuestra táctica. 3.°—Que
todos los individuos desplieguen gran actividad dentro de
sus respectivas sociedades, aceptando todos los cargos que
se les confieren, y 4.°—Crear en Barcelona un grupo
socialista sindical» 240.

4. El radicalismo

La actitud del republicanismo radical ante el desarrollo


incipiente del sindicalismo en Cataluña no pudo ser más
ambigua. En un principio, desde su llegada a Barcelona,
Alejandro Lerroux, sustituto de Ruiz Zorrilla en la dirección de
los republicanos radicales, se entregó decididamente a ganarse
el apoyo de los amplios sectores obreros catalanes, entonces
dominados fundamentalmente por los anarquistas. El gran
motivo para influir en ese medio se lo dieron los procesos de
1897 contra los detenidos en el castillo de Montjuich, a causa
de la represión que se desató tras el lanzamiento de una
misteriosa bomba en la procesión del Corpus del año anterior.
Este hecho le permitió desencadenar una dura campaña de
prensa en contra de esta represión, que terminó por acarrearle
amplias simpatías en los medios obreros. Desde entonces, la
popularidad de Lerroux se fue extendiendo y logró contar con
el apoyo, incluso, de ciertos sectores del anarquismo, como
Ferrer Guardia, haciendo que alguno de ellos se pasase a sus
filas 241 . En 1901 sería elegido diputado por Barcelona por
primera vez, y aumentaría su respaldo aún en posteriores
elecciones.

240 «La Justicia Social», 31 de diciembre de 1910 (citado en X. CUADRAT, op. cit., p.
504, adonde me remito para más detalles sobre este tema).
241 Sobre las motivaciones que pudieran llevar a algunos anarquistas a pasarse a las filas
del lerrouxismo, ver ULLMAN, op. cit., p. 155.
Como hemos dicho anteriormente, la influencia del
lerrouxismo en las sociedades obreras catalanas llegó a ser
bastante importante, y, como reconoció J. Prat, los obreros
llegaron a constituir dos tercios de su partido242. Esta influencia
no podía dejar de tener un reflejo importante en el momento
del surgimiento del sindicalismo. Cuando se funda SO, Lerroux,
que acababa de perder su escaño en las elecciones de abril de
1907, decide crear una federación obrera, denominada Unión
Obrera Republicana243, que serviría para agrupar a aquellas
sociedades obreras fieles al partido republicano radical 244. Con
ello pensaba, quizá, el líder radical mantener y ampliar su
influencia dentro del sector obrero, de tal manera que no
volviese a reproducirse su fracaso electoral de ese año. Sin
embargo, el experimento sindical del radicalismo no parece
haber tenido demasiado éxito y no volvió a hablarse mucho
más del mismo. Para los obreros catalanes una cosa era votar a
Lerroux y otra afiliarse a una sociedad con una ya declarada
fidelidad política determinada.

De cualquier manera, este hecho puede justificar la aparente


ausencia de los sectores radicales en las gestiones iniciales que
llevaron a la formación de SO, que reunieron a las fuerzas
políticas más importantes presentes en el movimiento obrero
catalán de entonces. Esta actitud de apartamiento del
experimento sindicalista que representaba SO perduraría aún
algún tiempo, en el que no faltaron los ataques a la misma.

242 J. PRAT, «Orientaciones», Barcelona, 1916, p. 11.


243 ROMIÍRO MAURA, «La Rosa...», cit., p. 412.
244 Entre los objetivos de esta Unión.se encontraba en el punto 1.° la «Adhesión al
partido republicano radical» («Tierra y Libertad», 19 de septiembre de 1907; citado por X.
CUADRAT, op. cit., p. 181).
Este recelo venía lógicamente justificado por el creciente
fracaso electoral y por el temor que a los radicales inspiraba la
posibilidad del resurgimiento del apoliticismo entre las masas
obreras catalanas, temor que podía tener una base real en la
vocación apolítica de la naciente Confederación. Claro que el
hecho de que la organización sindical se declarase apolítica no
tenía por qué significar el que sus afiliados no tuviesen
opiniones políticas y no fuesen a votar al partido republicano
radical. Sin embargo, esta posibilidad aterrorizaba a los líderes
radicales.

El cambio de actitud hacia SO debió de iniciarse poco antes


de la celebración de su Congreso, en el que se convierte en
entidad regional, al que asisten delegados de esta tendencia,
como Jaime Anglés, de la Sociedad de Toneleros, Juan Ríus, de
la Unión Metalúrgica, interviniendo el primero en el acto de
clausura del Congreso como tal representante de los
republicanos radicales 245. La participación activa de estos dos
elementos conocidos del republicanismo en el citado Congreso
implicaba un cambio bastante radical de actitud y el abandono
de su intento de crear una federación obrera dependiente del

245 Jaime Anglés Pruñonosa era ya un veterano societario que había participado
activamente en el movimiento obrero y en diferentes iniciativas de unir federativamente a
los trabajadores. Fue varias veces secretario general de la Federación Nacional de
Toneleros, a finales del siglo pasado; en 1899 participa en la creación de una Federación
Local de Barcelona; en 1902 asistiría como delegado al Congreso Internacional de
Cooperativas, celebrado en Manchester en julio, en representación de la Federación
Regional Cooperativista; fue varias veces presidente de la Sociedad de Toneleros de San
Martín, a la que representaría también en el Congreso Nacional de Sociedades Obreras,
celebrado en Madrid en marzo de 1892. En 1903 es elegido Diputado a Cortes por
Barcelona representando a la Unión Republicana; más tarde ingresaría en el partido de
Lerroux, siendo elegido Concejal de Barcelona en las elecciones de mayo de 1909 (E.
NAVARRO, «Historia crítica de los hombres del republicanismo catalán en la última
década (1905-1914)», Barcelona 1915, p. 491).
partido, al menos momentáneamente, bajo la intención de
dominar a SO. Pero la actitud de socialistas y anarquistas en el
seno de SO hicieron prácticamente imposible tal intento, y la
amenaza de Emiliano Iglesias en el sentido de que SO sería
radical o no sería246 se quedó en una mera amenaza.

Así, el intento de hacerse con SO se vería aún más


perjudicado por el conflicto desatado entre la sociedad obrera
Arte de Imprimir y el órgano lerrouxista «El Progreso» —al que
nos hemos referido ya anteriormente—, el cual determinó el
enfrentamiento definitivo entre SO y el partido radical, dada la
enorme campaña que con motivo del mismo desató entonces
(1908 y principios de 1909) SO, tratando de desenmascarar el
pretendido obrerismo de los radicales y declarando el boicot al
citado órgano de prensa.

Pero la culminación de este enfrentamiento, el momento


más decisivo de esta ruptura entre el sindicalismo
revolucionario y el lerrouxismo, lo constituyeron los sucesos de
la Semana Trágica de Barcelona, de julio de 1909, debido a la
actitud de los radicales en los mismos. Y cuando un año
después la CNT es constituida, en un congreso nacional
convocado por SO, el republicano-radicalismo es ya sólo un
mero objeto de duras críticas para los sindicalistas
revolucionarios247.

246 J. NEGRE, «Recuerdos...», cit., p. 11.


247 Octavio Ruiz sostiene que la actitud de los dirigentes radicales durante los sucesos de
la Semana Trágica de Barcelona, manteniéndose al margen de los mismos en el momento
culminante, no significó la retirada del apoyo obrero al Partido Radical, y cita como
ejemplo de ello las elecciones inmediatamente posteriores a los citados sucesos, en las que
los radicales obtienen grandes triunfos —en las municipales de diciembre colocaron
A pesar de ello, y como ya vimos al inicio del capítulo, el
lerrouxismo continuó teniendo un cierto predicamento entre
las masas obreras catalanas, y aún repetirá sus éxitos
electorales en las elecciones de los años siguientes248.

En definitiva, cuando hablamos de la posible influencia del


radicalismo en el surgimiento del movimiento sindicalista
español, lo hacemos desde un punto de vista negativo. El
republicano-radicalismo opera a estos efectos como una fuerza
de rechazo, en un doble sentido: primero, porque su actitud
fue esencialmente negativa ante el fenómeno, y, segundo,
porque cuando fue positiva, su participación en el movimiento
apenas significó un poder condicionante.

Es decir, su actitud fue negativa en un primer momento,


cuando surge SO, al negarse a tener una participación en ella y
creando, en sentido contrario, la Unión Obrera Republicana;
pero también tras la consolidación de la Confederación, al
considerar imposible el hacerse con ella, los radicales la atacan,
criticando sus planteamientos «anarquistas».

Por otra parte, la política desarrollada por los radicales, de


dudoso contenido clasista, ofrecía a su vez una diana
apreciable contra la que dirigían sus ataques los anarquistas

catorce de sus diecisiete candidatos—. Sin embargo, si bien ello es cierto y gran parte de
los obreros siguieron por un tiempo votando al partido de Lerroux, el apartamiento
creciente de las masas obreras del lerrouxismo viene demostrado por el fuerte ascenso que
experimenta la CNT desde su fundación hasta que es suspendida en septiembre de 1911
(vid. O. Ruiz MANJON, «El Partido Republicano Radical. 1908-1936», Madrid, 1976, pp.
76 y ss.).
248 Ese mismo año, 1909, el partido radical obtendría en las elecciones municipales de
Barcelona 52.573 votos (Vid. ROMERO MAURA, «La Rosa...», cit., p. 622).
sindicalistas, sirviendo de ejemplo clásico sobre el que
diferenciarse y destacar lo reprobable de la acción política 249.

En segundo lugar, la actitud seguida durante el período


previo al Congreso de SO y durante el mismo, en el que
participan algunas sociedades con dirigentes radicales, en un
intento de influir en la misma, sino haciendo que ésta se
declarase radical, lo que parecía absolutamente imposible, sí
tratando de evitar en ésta una consolidación de su posición
apolítica, no tuvo demasiado éxito, y no pudo conseguir una
colaboración con los socialistas a estos efectos.

Por el contrario, los socialistas estimaron más oportuno


ceder en algunas cuestiones puramente formales, como
parecían éstas en un principio, a cambio de mantener la unidad
del movimiento y su incardinación en el mismo, para
compensar la presencia anarquista y tratar de que su fuerza
fuese mayor en un futuro y les permitiese actuar más
libremente dentro de SO.

Así, en este sentido, el radicalismo sería una fuerza más


convergente en un momento importante de la definición de
SO, pero que no pasó de eso, convirtiéndose en un contrapeso
más que sólo vino a contribuir, por el equilibrio de fuerzas, a la
definición apolítica, sindicalista, revolucionaria de la
Confederación.

249 El lerrouxismo quedaría ya en los medios obreros sindicalistas como el ejemplo


clásico al que se aludiría para demostrar el «juego sucio» de los políticos, sobre todo, tras
los sucesos de julio de 1909 en Barcelona.
CAPÍTULO II

EL SINDICALISMO REVOLUCIONARIO.
NACIMIENTO DE LA CNT

El largo período de tiempo que va desde el año 1910, en que


se funda la CNT, hasta el año 1931, en el que ésta celebra su
tercer Congreso nacional, ya en plena Segunda República, va a
contemplar un continuo proceso de evolución ideológica de la
Confederación, desde sus planteamientos sindicalistas
revolucionarios iniciales hasta su definición como organización
comunista libertaria, o comunista anárquica.

Este proceso de evolución viene marcado por unos hitos


concretos que reflejan de manera expresa el proceso que se
está produciendo. Estos hitos no son otros que los actos
colectivos de la organización, sus conferencias o Congresos, en
los que la evolución ideológica de la Confederación se refleja,
se materializa en sus acuerdos y resoluciones, que, al mismo
tiempo que sirven de pauta o marco de actuación de la misma,
son el elemento más adecuado para el conocimiento y estudio
de su contenido ideológico, en el más amplio sentido de la
palabra.
En este sentido, los hitos de este período serían
fundamentalmente, además de su Congreso fundacional, su
primer Congreso nacional, de 1911; el segundo Congreso
nacional, de 1919; la Conferencia nacional de 1922 y el tercer
Congreso nacional, de 1931. Sin embargo, no sólo son éstos los
hitos más importantes del proceso de evolución ideológica de
la CNT hasta la llegada de la Segunda República, sino que,
teniendo en cuenta la especificidad orgánica de la
Confederación, caracterizada por su debilidad y la falta de
rigidez formal, hay que considerar necesariamente otra serie
de hitos que, si bien formalmente tendrían un carácter menor,
en comparación con los ya citados, no son en absoluto
cualitativamente inferiores a éstos, y marcan o reflejan
decisivamente el devenir histórico y los cambios del contenido
ideológico de la CNT. Tal sería el caso, por ejemplo, del
Congreso de la Regional catalana de 1918, cuyos acuerdos
orgánicos recogería fielmente en algunos extremos el Congreso
nacional de 1919, o cualquiera de las actuaciones de sus
Plenos, Asambleas y Comités nacionales e, incluso, regionales,
a lo largo de este largo período cargado de hechos históricos
de singular importancia, a los que no fue en absoluto ajena la
Confederación, y que, por lo tanto, en cada caso, reflejarían el
pensar de la misma.

Sin embargo, y sin que ello suponga el que dejemos de


referirnos a estos últimos, referencia que será obligada dada su
íntima conexión con los momentos de definición formal del
contenido ideológico de la organización, en el estudio del
proceso de evolución ideológica de la CNT hasta el período que
cubre la Segunda República, la base fundamental de nuestro
análisis serán precisamente esos momentos clave en que los
cambios en el contenido ideológico o estratégico de la
Confederación adquieren un carácter formal, programático, y
como tal son materializados en los acuerdos de los Congresos.
Es pues a éstos a los que nos referiremos de manera
fundamental.

I. PRIMER INTENTO DE CONSOLIDACIÓN ORGÁNICA E


IDEOLÓGICA. EL CONGRESO FUNDACIONAL DE LA CNT (1910)

1. Cuestiones previas

Cuando en noviembre de 1910, el segundo Congreso de SO


crea la Confederación Nacional del Trabajo, la situación
orgánica de la clase trabajadora había cambiado bastante en
relación con el aspecto que presentaba a principios de siglo.

Como hemos visto anteriormente, aunque ello no estaba,


desde luego, en la intención de todos los sectores presentes en
SO, la vocación de ésta de convertirse en una entidad de índole
nacional estaba ya en su mismo origen. Y ello se manifestó
claramente no sólo en la Asamblea de Badalona, de 25 de
marzo de 1908 —a la que nos hemos referido con
anterioridad—, sino también en el propio Congreso Regional,
de septiembre de 1908, donde uno de los puntos del orden del
día proponía el tema. Pero, además, aunque ello no fuese
manifestado de una manera expresa, esta pretensión de SO de
convertirse en entidad de ámbito nacional no debería de haber
sorprendido a nadie, dado que estaba en su propia lógica
interna: una de las motivaciones fundamentales que movieron
a su constitución fue la existencia de un amplio sector de la
clase obrera, tanto sociedades como individuos, aislados, sin
conexión entre sí, moviéndose de manera aislada e
independiente, alejados de la única central sindical entonces
existente —la UGT—; ello era algo que no se producía
solamente en el ámbito catalán, sino que ocurría igualmente
en el resto del país. Así, aunque los sectores socialistas
presentes en SO rechazasen tajantemente la idea de la
constitución de una nueva central sindical nacional que
pudiese suponer una fuerte competencia a la UGT, esta idea
estaba impresa en la propia dinámica de SO y era algo
difícilmente evitable, dado que —como digo— las condiciones
que justificaron su creación para Cataluña eran exactamente
las mismas que exigirían la creación de una nueva central
sindical para el resto del país y, por tanto, la conversión de SO
en la CNT.

Pero, además, la conversión de SO en una entidad de


carácter nacional no fue algo que ésta se hubiese planteado de
una manera aislada o gratuita, animada únicamente por el
propio desarrollo que había alcanzado en el ámbito de
Cataluña, sino que, en cierta medida, además de lo antedicho,
fue algo exigido por una diversidad de entidades obreras de
toda índole, dispersas a lo ancho de España, algunas de las
cuales ya habían iniciado procesos de confederación entre sí,
las cuales no dudaron en dirigirse a SO en este sentido. Los
obreros de Cataluña tenían ya un cierto prestigio por su
capacidad organizativa, demostrada en anteriores ocasiones
que iban más allá de la historia de la propia SO, y por gozar de
toda una serie de medios de los que se carecía en otras zonas,
para afrontar tales experiencias. Este es un hecho fundamental
que no conviene olvidar al buscar las causas del nacimiento de
la CNT.

1910. II Congreso de Solidaridad Obrera


y constitucional de la CNT

Así pues, como ya vimos en cierto modo anteriormente, el


período en el que se constituye SO y, más tarde, la CNT, va a
contemplar un renacimiento asociativo en el seno de la masa
obrera en todo el país. Los ejemplos que se pueden citar de
ello son múltiples. Nos hemos referido ya a la constitución en
noviembre de 1907 de la Federación Regional Extremeña y al
intento de crear una nueva Solidaridad Obrera de Andalucía,
justo un año más tarde, en noviembre de 1908. Pero, además,
durante este período surgen de nuevo infinidad de
FEDERACIONES Locales en diversas ciudades y pueblos a todo
lo largo y ancho de la Península, entre las que se podrían
destacar por su importancia los casos de La Coruña, Zaragoza,
Gijón y Granada 250 , que habrían de servir de adecuada
plataforma a la extensión de la CNT, en su momento. Este
renacer asociativo, como hemos visto ya también, tuvo
igualmente importancia en el campo de las viejas
FEDERACIONES Nacionales de Oficio, que habían proliferado
bajo la Internacional. Así, no sólo se reagrupan los campesinos,
reconstituyendo las FEDERACIONES comarcales y regionales (la
Federación Nacional de Agricultores se constituiría en 1913),
sino que se reorganizan viejas FEDERACIONES, como la de los
Toneleros, constituida en los años ochenta del siglo anterior y
que gozaba de gran prestigio, y se intenta constituir otras
nuevas, como la de los Vidrieros (que quedaría definitivamente
constituida en 1916), en abril de 1908, o la de los Albañiles, y la
del Arte Fabril y Textil ambas en mayo de 1909.

Muchas de estas organizaciones no tardaron en ponerse en


contacto con SO y tratar de federarse con ella, llegando a
considerar como órgano de prensa y expresión propio al
órgano de SO, «Solidaridad Obrera» 251 . Sin embargo, la
estructura regional de la misma impedía satisfacer las
necesidades federativas de esos amplios sectores dispersos de
la clase trabajadora, a pesar de que era también la tendencia
innata de la propia SO 252. Se imponía pues solventar este

250 M. BUENACASA, «El movimiento obrero español», cit., p. 47.


251 Tal fue el caso de la Federación Regional Extremeña y de la organización campesina
de Valencia (M. BUENACASA, op. cit., p. 47).
252 Un editorial de «La Voz del Pueblo», de Tarrasa, recogido por «Solidaridad
Obrera» de 14 de octubre de 1910, p. 2, expresaba claramente cuál había sido la tendencia
de SO desde un principio: «Solidaridad Obrera surgió entonces, como entidad regional,
con propósito de organizar al proletariado de Cataluña y luego para extenderse a toda
España. Así como en un principio trabajó por el proletariado de esta región, ahora
problema, y la única manera de hacerlo era la celebración de
un Congreso al que asistiesen sociedades obreras de toda
España y en el que se constituyese la ansiada Confederación
Nacional.

Como diría José Negre —secretario de SO— en el propio


Congreso:

«La iniciativa de convertir Solidaridad Obrera en


Confederación española partió, no de esta misma
Confederación, sino de muchas entidades de fuera de
Cataluña, que ávidas de solidarizarse con las Sociedades
que hoy no se hallan dentro de la Unión General de
Trabajadores en cambio ven con simpatía los medios de la
lucha directa» 253.

Ahora bien, si ésta puede ser considerada como una de las


causas fundamentales de la conversión de SO en una entidad
de carácter nacional, obviamente no fue la única, y otra serie
de factores coadyuvaron a tal hecho. Los sucesos de la Semana
Trágica de Barcelona tuvieron también en este sentido una
importancia transcendental.

Sin embargo, la consideración que estos sucesos merecen a

comprendió que para que la obra fuera completa, había de crear toda una organización
nacional, para sentar las bases de una Confederación General del Trabajo, que cobije en su
seno a la mayor parte de los trabajadores de España».
253 Las actas del Congreso nacional de SO, fundador de la CNT, fueron recogidas en
un número especial de «Solidaridad Obrera», núm. 39, de 4 de noviembre de 1910.
Posteriormente serían publicadas por la propia CNT, con una introducción de JOSÉ
PEÍRATS (CNT, «Congreso de constitución de la Confederación Nacional deI Trabajo
—CNT—», Toulouse, 1959). También publicaría una reseña del mismo «Tierra y
Libertad», núm. 35 (época 4.a), 2, noviembre, 1910.
muchos historiadores es variable. Por un lado, se suele
sostener que tales sucesos, lejos de favorecer la constitución
de la CNT, vinieron a retrasar el proceso de constitución de la
misma, que se había iniciado ya con anterioridad a ellos, como
lo demuestra el hecho de que el Congreso nacional de SO, que
estaba convocado para septiembre de 1909, no pudiera
celebrarse entonces debido precisamente a los citados
sucesos254. Por otro lado, en sentido contrario, se sostiene que
los sucesos de la Semana Trágica vinieron a consolidar esa
tendencia a la expansión nacional de SO, al demostrar
claramente que sólo una organización nacional de amplio
contenido solidario sería capaz de sostener movimientos como
el que entonces se produjo en Barcelona 255.

La verdad es que estas dos posiciones no son en el fondo


contradictorias. Es cierto, por una parte, que los sucesos de la
Semana Trágica vinieron a retrasar el proceso de constitución
de la CNT, y no sólo por la imposibilidad material que entonces
se produjo de celebrar el citado Congreso, debido a la
persecución desatada contra SO, sino porque la propia SO salió
muy debilitada de los citados sucesos256 y le costaría bastante

254 En tal sentido se manifiestan, por ejemplo, J. C. ULLMAN, «La Semana Trágica» y
J. PEIRATS, «La CNT en la revolución española», I, París, 1971.
255 En este sentido se manifiestan C. M. LORENZO, «LOS anarquistas españoles y el
poder» y J. MAESTRE ALFONSO, «Hechosy documentos del anarcosindicalismo en
España», por ejemplo. El propio Consejo de SO viene a reconocer esto en un manifiesto
publicado en «Solidaridad Obrera» de 21 de octubre de 1910: «Este Consejo tiene la firme
convicción de ello, seguridad revelada por lo ocurrido después de los sucesos de julio,
sucesos que tuvieron la virtualidad de despertar el espíritu de solidaridad entre
muchísimos obreros antes indiferentes a toda actuación en la lucha social, solidaridad
confirmada por los conflictos sociales ocurridos hace poco y en los que actualmente se
sostienen.»
256 Según J. PRAT («Orientaciones», Barcelona, 1916, p. 7) debido a la represión, el
número de afiliados a SO descendió entonces de 15.000 a 4.418: «Antes de que estallara la
recomponerse. Pero también es cierto, por otra parte, que no
sólo quedaría más clara la necesidad de construir una Central
nacional que enfrentara un amplio entramado solidario de la
clase obrera a eventos de este tipo, sino que a partir de los
sucesos de la Semana Trágica SO inicia un lento proceso de
homogeneización ideológica, producido fundamentalmente
por la retirada de los socialistas de su seno. Estos, opuestos a la
creación de una nueva central sindical nacional que pudiese
representar una rivalidad a la UGT, con su retirada de SO no
sólo facilitaron el camino a los que desde hacía tiempo venían
propiciando la conversión de la misma en una entidad nacional,
sino que, al faltar su contrapeso, decidieron la inclinación de la
balanza ideológica hacia el lado anarquista. De cualquier
manera, esto no quiere decir sin más que SO se convirtiese a
partir de ese momento —el abandono de los socialistas, o la
constitución de la CNT— en una organización anarquista, sino
que quiere decir que, al faltar el contrapeso ideológico que los
socialistas oponían a los anarquistas, se creaban las bases para
el corrimiento ideológico de la Confederación de un
sindicalismo revolucionario de matiz neutro a un sindicalismo
de alto componente anarquista —anarcosindicalismo—; pero
ello no fue cosa que se produjese tampoco de manera
inmediata, y puede decirse que en los primeros años de la CNT
su contenido ideológico era, por lo menos, muy similar al que
sustentaba SO. Pero, son éstos, problemas de tipo ideológico
que trataremos más adelante. Lo cierto es que los sucesos de la
Semana Trágica vinieron, por un lado, a retrasar

revuelta obrera en Cataluña (1909) —dice Prat, quien afirma tomar sus datos de “un
órgano sindicalista asturiano”—, “Solidaridad Obrera” de dicha región, contaba con
15.000 afiliados. Deshecha por el combate y por la represión maurista, se reorganizó poco
después llegando a 4.418 afiliados».
temporalmente la constitución de la CNT, pero, por otro,
vinieron también a hacer que este proceso de constitución
fuese más sólido y decisivo. Primero, porque la necesidad de
una central sindical de ámbito nacional, que agrupase a los
amplios sectores obreros dispersos, se hacía ahora más
evidente. Segundo, porque la ausencia de la participación
activa de los socialistas —excepto la mínima representación
que participa en el Congreso de 1910— favoreció esta
transformación de SO, al no haber ya quien desde dentro de la
misma se opusiese a este proceso, o propusiese su conversión
en una federación regional encuadrada en la UGT, como fue en
algún momento intención de socialistas catalanes como Fabra
Ribas; y, tercero, porque esta misma ausencia de los socialistas
aliviaría un poco la tensión ideológica dentro de la
organización, favoreciendo con ello a los sectores de tendencia
anarquista de la misma257.

Así pues, aunque el Consejo de SO había acordado, en una


sesión celebrada en Barcelona el 13 de junio de 1909, que el
Congreso nacional se celebrase en la misma Barcelona los días

257 Por ello no es exacta la afirmación de ULLMAN en el sentido de que la separación de


los socialistas fuese un factor decisivo para el triunfo del sindicalismo revolucionario
sobre la fuerza obrera catalana, sino que, por el contrario, era precisamente la presencia de
los socialistas en SO lo que aseguraba la orientación sindicalista revolucionaria de ésta. Y
ello como resultado del contrapeso y equilibrio entre sus presupuestos ideológicos y los de
los anarquistas; fue su separación de SO lo que abrió el camino del predominio del
anarcosindicalismo en la organización obrera. Sin embargo, es preciso reconocer que el
contenido sindicalista revolucionario de SO fue mucho más tenue que el que tendría la
propia CNT, cuando ya no figuraban en ella los socialistas. Con posterioridad, este mismo
contenido sería desplazado por el predominio de la corriente anarcosindicalista dentro de
la CNT.
Para analizar con más detalle el papel de los socialistas en todo este proceso, véase X.
CUADRAT, «Socialismo y anarquismo en Cataluña. Los orígenes de la CNT», cit.
24, 25 y 26 de septiembre del mismo año258, éste no pudo
celebrarse debido a los citados sucesos de la Semana Trágica, y
hubo de ser convocado de nuevo un año más tarde, para los
días 30 y 31 de octubre y 1 de noviembre de 1910, pero con la
misma intención de un año antes, si cabe, más arraigada.

El Congreso nacional convocado por SO, que va a dar vida a la


CNT, tiene una importancia transcendental para la evolución
del sindicalismo español. Si en su momento SO vino a significar
la consolidación orgánica de una concepción sindical
«sindicalista revolucionaria», aunque bastante moderada
dentro de los planteamientos de tal concepción, dentro del
ámbito de Cataluña y, en cierto modo, desde un punto de vista
cualitativo, con respecto a toda España, la verdad es que su
limitación a aquel área no venía a suponer ningún conflicto
grave dentro del status del sindicalismo español de la época. Y
ello porque, en primer lugar, como ya vimos en su momento, la
UGT era francamente débil en Cataluña, casi inexistente, por lo
que, aunque fuese contraria a la tendencia que representaba
SO, no podría oponerse a su desarrollo. Y, en segundo lugar,
porque, a pesar de la concepción ideológica que SO asumía,
ésta no era demasiado rígida ni radical y su práctica era
perfectamente aceptable por los sectores más moderados o
políticos, como los socialistas. Al mismo tiempo, dada
precisamente su debilidad en aquella zona y las tendencias que
hasta entonces allí habían triunfado, era perfectamente

258 El acuerdo de que el Congreso fuese nacional se adoptó por 26 votos contra 4 y 2
abstenciones (X. CUADRAT, op. cit., p. 351), lo que da una idea de la correlación de fuerzas
existente. El porcentaje de los contrarios y de los favorables a la constitución de la
confederación nacional es muy similar al que se produciría en el Congreso, sin embargo, el
número de abstenciones fue en aquél menor.
admisible para los socialistas, que inspiraban la corriente
sindical más importante en el resto del país, no sólo la alianza
coyuntural, sino la colaboración estrecha con SO, hasta el
punto de ser parte fundadora de la misma. Ello, por no hablar
ahora de las simpatías que pudiera haber en algunos de los
socialistas catalanes —como había ocurrido con los franceses—
por las ideas o, al menos, ciertas concepciones del sindicalismo
revolucionario, que SO encarnaba. Por otra parte, la
moderación inicial de SO, de la que ellos, los socialistas, eran
importante causa, además de todo lo dicho, hacía pensar a los
dirigentes socialistas en la posibilidad de la conversión de ésta
en una federación regional —catalana— de la UGT, por lo que
no suponía, en definitiva, un grave peligro la potenciación de
SO.

Sin embargo, la constitución de la CNT, como una central


nacional más, con una alternativa sindical propia, diferenciada
de la de la UGT, venía, por una parte, a romper este esquema,
y, por otra, a consolidar en el ámbito nacional de una manera
orgánica el sindicalismo revolucionario, que de otra manera
hubiera quedado delimitado a Cataluña. De aquí la importancia
y trascendencia del Congreso nacional de 1910.

Pero, además, el Congreso fundacional de la CNT no se limitó


a la conversión de SO en una central sindical nacional, sino que,
en la medida en que consolidaba orgánicamente el
sindicalismo revolucionario a nivel nacional, se esforzó por
precisar y delimitar más claramente su contenido, de tal
manera que el paso adelante dado en el plano organizativo
vino aparejado de una mayor clarificación ideológica de la
Confederación, de un tratar de fijar qué era lo que se entendía
con sindicalismo revolucionario y cómo se entendía éste,
cuáles eran sus elementos básicos y constitutivos. En definitiva,
se estableció cuál era el contenido ideológico específico que
inspiraría a la nueva CNT.

2. Los datos del Congreso

A la convocatoria del Congreso realizada por SO se le dio,


como correspondía a la transcendencia nacional que se le
quería dar al mismo, una amplia difusión, y fueron invitadas al
mismo, tanto mediante circular 259, como mediante anuncios en
la prensa confederal260, todas aquellas sociedades obreras de
resistencia del resto del país de las que SO tenía alguna noticia
de su existencia, y aun aquéllas de las que nada se sabía.

Ello demuestra claramente el carácter nacional y


constituyente del Congreso, que pretendía ser algo más que el
mero segundo Congreso de SO —como algunos historiadores
han querido verlo—.

La convocatoria de SO tuvo bastante éxito, y al Congreso


asistieron unos 126 delegados, que representaban a 106

259 Una nota del Consejo de SO, publicada en «Solidaridad Obrera» de 2 de


septiembre de 1910, venía a decir: «Interesamos a cuantas entidades de resistencia al
capital existen en España y no hayan recibido la circular convocatoria del próximo
Congreso, bien por extravío o por haber cambiado de domicilio, lo comuniquen a la mayor
brevedad posible a este Consejo, con objeto de remitírsela inmediatamente.»
260 Dos días antes de la celebración del Congreso, una nota del Consejo de SO se dirigía
«A todas las entidades obreras de resistencia al capital que por olvido o por causas
análogas no se les hayan remitido las circulares para la celebración del Congreso Obrero
Nacional se consideren invitadas al mismo» («Solidaridad Obrera», 28, octubre, 1910).
sociedades de resistencia y 7 FEDERACIONES locales. De estas
entidades, 35 eran fuera de Cataluña261.

Pero, además, otras 43 entidades, que no pudieron asistir


directamente, enviaron su adhesión al Congreso, siendo la
mayoría de ellas también de fuera de Cataluña262.

Se trata, en definitiva, de un verdadero Congreso nacional,


cuyo fin principal no era otro que el de constituir la
Confederación Nacional, o General —como entonces se
decía—, de sociedades obreras de carácter sindicalista
revolucionario. Y en tal sentido fueron numerosos los artículos
y editoriales que se publicaron en «Solidaridad Obrera»
promocionando la idea.

«Sólo un noble fin os debe guiar —diría un artículo de F.


Altimis, dirigido a los congresistas— y éste ha de ser lo que
todos los compañeros ansiamos: la Confederación General del
Trabajo Española»263.

Y, efectivamente, de los catorce temas aceptados para ser

261 Estaban representadas 13 sociedades de Gijón, 5 de Zaragoza, además de su


Federación Local, 4 de la Felguera, y una de La Línea, Sevilla, Cervera, Pinos Puente,
Loja, Bujalance, Salamanca, Alcoy, Málaga, Algeciras, Palma y La Coruña. («Solidaridad
Obrera», 4, noviembre, 1910.) Los datos han sido analizados y elaborados por mí y no
corresponden exactamente a los guarismos ofrecidos por «Solidaridad Obrera», quizá por
error, aunque sí a sus informes generales.
262 Enviaron su adhesión de fuera de Cataluña las siguientes sociedades obreras: 9 de La
Coruña, 5 de Sevilla, 4 de Valencia, 2 de Vigo, Málaga y Alcoy, y una de Algeciras,
Zaragoza, Castro del Río, Gijón, Sueca, Ecija, Murcia, La Felguera, Vitoria, Palma,
Almería y Santiago, mientras que sólo lo hicieron 6 catalanas («Solidaridad Obrera», 4,
noviembre, 1910).
263 «Solidaridad Obrera», 28, octubre, 1910.
objeto de discusión en el Congreso, solamente tres tienen un
contenido específicamente orgánico, mientras que los demás
temas se ocupan de cuestiones tácticas, estratégicas, o
puramente reivindicativas. Sin embargo, estos tres temas: la
conveniencia de la conversión de SO en una Confederación
Nacional, la conveniencia de que los obreros se agrupen por
artes u oficios y la posibilidad de que se creen FEDERACIONES
nacionales de los mismos, y la conveniencia de que los oficios
similares, o «concurrentes a un objetivo común», se unan en
FEDERACIONES, ocupan un papel preponderante —sobre todo
el primero— en el orden de preocupaciones del Congreso y son
el objeto de estudio de la primera ponencia y el primer tema
que se pasaría a discusión.

Así pues, el temario propuesto para ser tratado en el


Congreso, elaborado por el Consejo de SO con anterioridad a
los sucesos de julio de 1909, fue transformado sustancialmente
con posterioridad, no sólo por el propio Consejo, sino por las
mismas sociedades obreras adheridas, las cuales enviaron los
temas que ellas consideraban más urgentes o importantes. El
primer temario 264 , prescindiendo de la cuestión de la
conversión de SO en una entidad de tipo nacional, refleja con
toda claridad el contenido moderado del sindicalismo de SO;
evitaba totalmente el tema de la definición ideológica de la
nueva Confederación y proponía temas de debate que podrían
ser asumidos perfectamente por cualquier sindicato de
orientación reformista. Sin embargo, como ya dijimos
anteriormente, los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona
supusieron un cambio bastante importante en la línea de SO,

264 Fue publicado en «El Obrero Moderno», de Igualada, 3, julio, 1909.


orientada desde entonces por un camino un tanto más radical.
A partir de este momento, el tema de la conversación de SO en
una entidad nacional cobró más fuerza, del mismo modo que
los temas de tipo ideológico, totalmente ausentes en el
temario anterior. La creación de la nueva central sindical
nacional exigía una revisión del contenido ideológico que había
inspirado la actuación de SO, y ello no sólo desde un punto de
vista interno, funcional —nueva organización exige más claro y
mejor definido contenido ideológico, para su mejor
funcionamiento—, sino, fundamentalmente, desde un punto
de vista externo, ya que su extensión al resto del país iba a
plantear la necesidad de definir a la Confederación como una
alternativa sindical diferente a la hasta entonces ofrecida por la
UGT, tanto para justificar su existencia ante ella, como para
atraer a nuevos afiliados. No hay que olvidar que SO se
convertía en entidad nacional en nombre de la unidad de los
trabajadores, por lo que tenía que justificar suficientemente la
razón de su propia existencia como ente nacional, cuando ya
existía otro previamente. Tenía que explicar muy bien el por
qué de que, a pesar de su ya larga existencia, la UGT no
hubiese conseguido la unidad de todos los trabajadores
españoles, y, por lo tanto, cuál era la alternativa que ella
ofrecía para conseguir esa unidad, evitando así el que se le
pudiera aplicar el calificativo, aplicable al caso en la
terminología sindical, de amarilla. Todo ello, en definitiva, hizo
que el tema ideológico apareciese en el temario del Congreso
Nacional en la medida en que cobraba fuerza la necesidad de
que SO se convirtiese en una entidad nacional.

El 2 de septiembre de 1910, «Solidaridad Obrera» publicaba


en lugar preferente un artículo de Jerónimo Farré265 que es
significativo en este sentido. Cuando aún se estaban recibiendo
las propuestas de temas para el orden del día del Congreso,
sostenía Farré, con la disculpa de evitar la dispersión por el
exceso de temas a discutir, que era suficiente con que se
discutiesen los cuatro temas más importantes:

«1. —¿Es de necesidad o de conveniencia para el


sindicalismo que Solidaridad Obrera pase a ser una
Confederación Nacional?

2. —Manera de publicar un diario, órgano de la


Confederación.

3. —¿El sindicalismo ha de ser como medio o como fin a


la emancipación obrera?

4. —¿Qué determinación se debe tomar respecto a la


existente «Unión General de trabajadores»? (...).

Todo lo demás es letra muerta para discutirlo en un Congreso


que ya sus bases descansan sobre cimientos revolucionarios o
sea de lucha directa (...).

Todo eso de casas para obreros, base múltiple,


establecimientos a cuenta de Solidaridad Obrera, la
cooperación, salario mínimo, etc., no vale la pena de pasar el

265 Jerónimo Farré, destacado militante sindicalista de SO y de la CNT, en éstos sus


primeros años, sería expulsado de la misma en febrero de 1917, de manera muy poco
airosa, junto con otros miembros de la Junta del Sindicato Local de Borjas Blancas, del
que era entonces presidente, acusados todos ellos de malversación de fondos, mala
conducta, calumnias, inactividad, etc. («Solidaridad Obrera», 20, febrero, 1917, p. 4).
tiempo discutiéndolo en un Congreso en donde la mayoría de
sus delegados representarán sociedades completamente
opuestas.

Los que estén en todas estas paparruchas que inviten a un


Congreso especial y entonces, sí que será la ocasión de
discutirse» 266.

Así, en números posteriores de «Solidaridad Obrera», poco


antes de la celebración del Congreso, el orden del día que
aparece propuesto difiere sustancialmente del que había sido
propuesto con anterioridad a los sucesos de julio, 1909267. Y el

266 El subrayado es mío. En el original aparecían subrayadas las palabras: casas para
obreros, base múltiple, establecimientos a cuenta de Solidaridad Obrera y salario
mínimo.
267 El orden del día propuesto por las sociedades obreras al Consejo de SO constaba de
quince puntos: l.° El Sindicalismo a base múltiple. 2.° Medio de conseguir la jornada de
ocho horas. Salario mínimo. 3.° ¿Es de necesidad o conveniencia para el sindicalismo que
Solidaridad Obrera pase a ser una Confederación Nacional? 4.° Manera de publicar un
diario sindicalista órgano de la Confederación. 5.° ¿El Sindicalismo ha de ser como medio
o como fin a la emancipación obrera? 6.° ¿La propaganda sindicalista puede dar mayores
resultados que compensen los esfuerzos y energías empleadas? En caso afirmativo, ¿qué
forma y manera se cree más práctica para alcanzar dicho resultado? 7.° La Huelga General
para que surta sus efectos de eficaz defensa del proletariado, ¿puede ser pacífica o ha de
ser esencialmente revolucionaria? En todo caso, ¿en qué forma cree-el Congreso debe
emplearse para su seguro éxito? 8. ° La emancipación de los trabajadores ha de ser obra de
los trabajadores mismos. ¿Cuál es la única y verdadera interpretación que debe darse a esta
frase? 9.° Cuando estando una sociedad federada en lucha, es atropellada por la Policía o
fuerza pública, ¿qué actitud han de adoptar las demás secciones federadas? 10. °
Necesidad de establecerse escuelas dentro de los Sindicatos Obreros. Manera práctica de
llevarlo a efecto. 11.° ¿Una vez organizada la Confederación General del Trabajo, precisa
la constitución de FEDERACIoNES de Oficios y Similares? 12.° Modo de lograr el
abaratamiento de los alquileres y supresión de los odiosos depósitos. 13.° Conveniencia de
que los obreros estén organizados por artes y oficios. Que los oficios similares o
concurrentes a un objetivo común establezcan FEDERACIoNES. 14.° Modo de alcanzar
la asociación de todos los obreros de un mismo oficio y abolir el trabajo a destajo. 15.°
¿Cuál medio se cree más expedito para impedir que trabajen los menores de catorce años
de ambos sexos?» («Solidaridad Obrera», 28, octubre, 1910).
cambio efectuado parece recoger al pie de la letra las
indicaciones hechas por Farré en agosto268. Temas como el de
las casas de obreros, la creación de establecimientos por
cuenta de la Confederación, fueron eliminados del orden del
día y, por el contrario, se incluyeron temas como el que hace
referencia a la definición del sindicalismo, la huelga general, la
autonomía de la clase trabajadora, la solidaridad societaria y la
nueva organización. Permanecieron en cambio temas como el
del sindicalismo a base múltiple, la jornada de ocho horas y el
salario mínimo, a los que se añadieron algunos más de carácter
reivindicativo y propagandístico: creación de escuelas,
abaratamiento de alquileres, trabajo de los menores.

En definitiva, predominaba el criterio radical y se rechazaban


los posibilismos y toda aquella cuestión que no tuviese un claro
contenido de acción directa. Pero, de cualquier forma, aunque
estaba clara la tendencia predominante, la discusión y la
definición de la organización sobre estos temas no podría
realizarse —al menos en los más discutibles— si no era en base
a proponerlos como puntos de discusión. Es así como temas
que eran bastante debatidos en el conjunto de las
concepciones sindicalistas revolucionarias no podían ser
pasados por alto por un Congreso que pretendía ser
definitorio, a pesar de que para muchos ya estaba previamente
decidida la actitud a adoptar ante ellos. De esta manera, los
discutibles temas como el sindicalismo a base múltiple, la
jornada de ocho horas y el salario mínimo, aparecen como los
tres primeros puntos del orden del día.

268 La nota de Jerónimo Farré, publicada en «Solidaridad Obrera» de 2, septiembre, 1910,


llevaba fecha de agosto de 1910.
3. Los acuerdos del Congreso

Para tratar de analizar más eficazmente los principales


acuerdos del Congreso vamos a clasificarlos en tres grupos,
que, aún a riesgo de caer en simplismos esquemáticos, sirven
para distinguir a éstos por su contenido sustancial. Así, los
acuerdos adoptados eran fundamentalmente de contenido
orgánico, de contenido ideológico y de contenido
reivindicativo; precisando, sin embargo, que dentro de los
acuerdos de tipo organizativo hay, por supuesto, un fuerte
contenido ideológico, al mismo tiempo que entre los acuerdos
de tipo ideológico se pueden incluir aquellos temas que son
más bien de tipo meramente táctico o estratégico, y, dentro de
los temas reivindicativos, aquéllos que no lo son de una
manera estricta. Pero esta clasificación puede ayudarnos en
nuestro análisis269.

A) Cuestiones de tipo orgánico.


La creación de la Confederación Nacional

Como ya hemos visto anteriormente, el tema de la


conversión de SO en una entidad de carácter nacional es algo
que estuvo presente en la dinámica de la organización casi
desde su mismo origen, y ya al poco tiempo de haber sido
fundada, en la Asamblea de Badalona (25, marzo, 1908), con

269 Véase nota 4. En todo ello nos basamos y de ahí están tomados los textos del
Congreso que se reproducen a continuación.
anterioridad a su primer Congreso (6-8, septiembre, 1908)
—en el que se convirtió en entidad regional—, se había
acordado «Dar carácter regional de momento a la Federación
de Solidaridad Obrera, modificando si es preciso los Estatutos
para que puedan ingresar en ella todas las Sociedades obreras
de Cataluña y, más tarde, de España, sobre la base de la mayor
autonomía posible»270.

Esta dinámica tendente a su propia conversión en entidad


nacional se derivaba de la mera constatación de que los
elementos objetivos (crecimiento del societarismo, incapacidad
de la UGT de agrupar a todos los sectores obreros de las
diferentes zonas del país, discrepancia con su estrategia
sindical, etc.) que en Cataluña habían llevado a la creación de
SO, eran ya prácticamente los mismos en el resto de España, y,
aunque ello no fuese la consecuencia de un mero
razonamiento lógico, la misma realidad imponía a SO, desde su
misma lógica, esta transformación. Así, a pesar de la oposición
de los sectores socialistas, cuando se convoca el Congreso
nacional de SO, la necesidad de convertir a ésta en una
Confederación nacional aparece como algo ya comúnmente
aceptado.

Ya nos hemos referido a cómo se fue materializando este


proceso, y aún volveremos sobre ello un poco más adelante.
Pero, veamos ahora el acuerdo del Congreso.

El acuerdo adoptado por el Congreso fue elaborado por una


ponencia en la que al lado de personas que ya se habían

270 A. PESTAÑA, «Historia de las ideas...», cit., VIII, «Orto» núm. 11, enero, 1933. El
subrayado es mío.
destacado por su posición a favor de la conversión de SO en
entidad nacional, como Jerónimo Farré —al que nos hemos
referido anteriormente—, figuraban también destacados
opositores a la misma, como los socialistas Juan Durán y
Jacinto Puig271. Quizá debido a esto mismo, a la conservación
de un equilibrio entre las oposiciones encontradas dentro de
SO, el dictamen que dio pie al acuerdo fue de lo más
moderado, tratando de impedir por todos los medios un
posible enfrentamiento con la UGT y de no ocupar su terreno.
Sin embargo, ello de por sí ya implicaba un sobrepasar el límite
hasta el cual los socialistas catalanes habían estado dispuestos
a colaborar y participar en SO, por lo que los socialistas Durán y
Puig no se solidarizaron con el dictamen de la ponencia y
elaboraron un voto particular, que sería finalmente rechazado
por el Congreso. Cabe destacar en este sentido la ausencia en
el Congreso de los que habían sido los impulsores más
destacados de la tendencia socialista dentro de SO (J.
Comaposada, A. Gas Belenguer, Badía Matamala, o Fabra
Ribas, que se hallaba exiliado en Francia)272, los que si no evitar
un proceso contra el que ya habían luchado anteriormente, sí,
quizá, hubiesen modificado algo la forma en que se produjo, de
haber estado presentes en el mismo.

El dictamen de la ponencia venía a establecer:

«Que se constituya una Confederación General del


Trabajo Española, integrándola temporalmente a todas

271 Juan Durán sería elegido años más tarde secretario general de la UGT catalana, en
una asamblea regional de la misma, celebrada en Barcelona el 1 de diciembre de 1918
(«Solidaridad Obrera», 3, diciembre, 1918, p. 1).
272 X. CUADRAT, Op. Cit., p. 470.
aquellas sociedades no adheridas a la UGT, en la condición
de que una vez constituida la CG del Trabajo Española, se
procure llegar a un acuerdo entre las dos FEDERACIONES, a
fin de unir toda la clase obrera en una sola organización.»

Como digo, lo moderado del mismo y la explícita intención de


no afectar a la UGT, con la que se trataría de converger
posteriormente en favor de la unidad de la clase trabajadora,
no impidió que los socialistas viesen que el significado de un
acuerdo de esta clase transcendía con mucho la intención y el
texto de la propia ponencia. El peligro no estaba en la intención
de SO de agrupar a las sociedades obreras no incluidas en la
UGT, sino en el cambio de equilibrio de fuerzas que hasta
entonces se había dado dentro de ella, lo que llevaría
indefectiblemente, no a una colaboración, como se pretendía,
sino a un enfrentamiento directo con la UGT, lo que no era
importante en Cataluña, dado que allí ya era casi inexistente la
UGT, pero sí lo era en el resto de España. Así, Durán y Puig
elaboraron un voto particular que venía a recoger la que era la
opinión de los socialistas catalanes respecto a SO desde hacía
algún tiempo:

«Que la Confederación Regional de Sociedades Obreras


que constituye SO continúe siendo Regional con la
inteligencia de procurar ponerse inmediatamente en
relación con la Unión General de Trabajadores de España
para procurar una Unión entre las demás FEDERACIONES y
con el fin de federar a cuantas no estén actualmente ni en
uno ni en otro organismo.»

El Congreso aprobó el dictamen de la ponencia, rechazando


el voto particular, por 84 votos a favor, 14 en contra y 3
abstenciones.

La discusión del tema, si bien no fue quizá todo lo amplia que


la importancia del mismo exigía, quizá debido a que ya había
un consenso muy amplio en este sentido, ocupó toda la
segunda sesión del Congreso. Los argumentos expresados en la
discusión giraron siempre en torno al tema de la UGT, más que
en torno a planteamientos o exposiciones de tipo ideológico.
Así, teniendo como punto de referencia a la misma, se discutía
fundamentalmente la pertinencia de constituir una
Confederación nacional o de ingresar o adherirse como
federación regional a la UGT, pues estaba claro que SO no
podía seguir aislada. Sin embargo, sí quedaron bastante claras
las diferencias de contenido estratégico y táctico que podían
impedir una hipotética integración en la UGT.

José Negre expresaría que la intención de SO era confederar


a todas aquellas sociedades que «no se hallan dentro de la
Unión General de Trabajadores [y que] en cambio ven con
simpatía los medios de la lucha directa», y que «fundada la
Federación Obrera Española se verá cual de los medios es más
práctico, si el empleado por una u otra Federación»273. Y por si
esta distinción de tipo táctico pudiera crear alguna suspicacia,
se apresuraría a hacer un importante desmentido, que
contribuye a clarificar bastante el contenido de SO:

«Se ha dicho para combatir a esta Federación que está


compuesta sólo y exclusivamente de anarquistas, no siendo

273 El subrayado es mío.


esto cierto, pues en las decisiones de las Sociedades se
observa la más estricta neutralidad, integrándola obreros
de todos los matices.»

Álvarez, de Gijón, insistiría en que «la táctica hasta hoy


empleada por la Unión General de Trabajadores no satisface
las aspiraciones del proletariado consciente». Farré, de Tarrasa,
dirá que «los Sindicatos de Tarrasa son contrarios en todo a la
táctica seguida hasta hoy día por la UGT y por tanto partidarios
de la creación de la Federación Española»274.

En sentido contrario, los argumentos no tocaron este tema


táctico, y por el contrario, se trataba de favorecer la inclusión
de SO en la UGT obviando las diferencias de tipo ideológico que
las separaban. En este sentido, el socialista Jacinto Puig llegó a
decir que «la Unión General de Trabajadores modificaría su
táctica si en ella ingresara la Federación Catalana», Es difícil
pensar hasta qué punto este argumentó podía ser cierto; lo
que desde luego es cierto es que respondía a la manera de
pensar de muchos socialistas catalanes, que, como ya hemos
dicho en su momento, no se mostraban conformes con la
manera de actuar de la UGT y del socialismo oficial. Esta
argumentación era desde luego bastante decisiva, dado que
iba al fondo del problema —la justificación de la separación
entre ambas centrales—, lo cual, como digo, trataban de obviar
en general los que pretendían su unificación. El hecho de

274 El subrayado es mío. Aunque en los debates se habla de diferencias de táctica, está
claro que era algo más que una m?ra cuestión táctica lo que separaba a SO de la UGT. Así,
los delegados se refieren obviamente a una concepción global —ideológica— del
sindicalismo, o, en cualquier caso, a las diferencias estratégicas entre ambas centrales, de
manera principal.
pensar que la entrada de SO en la UGT podía suponer un
cambio en la estrategia y en las tácticas de la misma, y
aconsejar esta entrada, supone una clara expresión de simpatía
por las tácticas de SO y un rechazo de las de UGT.

Pero este argumento, más de una vez expresado con


anterioridad al Congreso, no podía coger desprevenidos a los
sectores anarquistas, que, junto con los sindicalistas
revolucionarios, eran los más acérrimos opositores a la
federación con la UGT. Así, ya antes de entrar en la discusión
del tema, se leyó en el Congreso una carta del anarquista V.
García, en la que, por adelantado, se rebatía el citado
argumento del socialista Puig:

«Cierto que en España hay una organización proletaria,


pero si creyéramos que esa organización respondería a las
circunstancias, si supiéramos que con nuestro aumento
respondería, yo creo que haríamos una mala obra haciendo
otra. Pero es mi opinión que haciendo la Confederación
que este Congreso realizará, es el único medio de llegar a la
unión, porque viendo que la mayoría proletaria que milita
no la sigue, progresará, nos hallaremos en la lucha y nos
daremos el abrazo que sembrará el terror en la burguesía.

Votaría por una sola organización obrera, si esto es


factible, sin detrimento de nadie, pero jamás por ninguna
otra organización.»

En definitiva, haciendo un análisis de las intervenciones en el


Congreso, dos son los elementos que subyacen en toda la
discusión. Por un lado la conquista de la unidad de la clase
obrera, en una única organización que la representase. Por
otro, sólo son métodos adecuados de actuación para la clase
obrera los derivados de la acción directa. Uno y otro elemento
están íntimamente unidos y convergen en la justificación de la
creación de la CNT.

Por un lado, se trataba de conseguir la unificación del


proletariado organizado, para hacer más efectiva la acción de
la clase obrera. Pero, esa unificación y esa eficacia sólo se
pueden conseguir en base a una actuación determinada, en
base al empleo de una estrategia y de unas tácticas adecuadas,
y éstas son las de la acción directa. La UGT —se pensaba— no
había conseguido la unificación del proletariado español,
precisamente por el empleo de una estrategia sindical no
adecuada, de aquí la necesidad de que SO lo intentase, en base
a la acción directa.

Toda esta serie de presupuestos hacían que, a pesar de la


letra del dictamen aprobado, la unificación con la UGT, aún a
partir del establecimiento de una nueva central que unificase a
los dispersos, fuese francamente difícil, por no decir imposible
—como la historia demostraría—, pues, aunque se deseaba la
unidad del proletarido, como base elemental de la que partir,
los argumentos empleados en la discusión —que son mucho
menos profundos e hirientes que los que se venían ya
utilizando en la prensa por diversos militantes— demuestran
que ésta sólo se pensaba en base a la aceptación de una
determinada estrategia y de unas tácticas —que Negre
denomina lucha directa—, que no eran precisamente las que la
UGT solía practicar, por el contrario, las denostaba. Había en el
fondo dos posiciones ideológicas muy diferentes, la del
socialismo oficial y la del sindicalismo revolucionario de SO,
que, en la medida en que este último se iría consolidando y
tendiendo hacia el anarcosindicalismo, la separación sería
mayor y el dictamen de la ponencia que dio vida a la CNT
perdería todo su sentido.

— Organización por Sindicatos y FEDERACIONES de Oficio

Es curioso ver como uno de los acuerdos más elementales del


Congreso —y quizá por eso mismo— ocupa apenas unas líneas
en las actas del mismo, en las que se viene a decir que fueron
aprobados por unanimidad, sin discusión alguna. Digo que es
curioso, porque se trata de acuerdos de enorme importancia
que son aprobados, dando su contenido como algo hecho, y
que, sin embargo, la historia de la organización vendría a
demostrar que ello no era así, y su no correcta asimilación y
puesta en práctica ocasionaría multitud de problemas.

Se trata de los puntos once y trece del orden del día. Por el
primero, se acordó la constitución de FEDERACIONES de Oficio;
y por el segundo, se acordó que el criterio básico de
agrupamiento fuese el oficio o profesión —«arte»— del
obrero, pero añadiendo la posibilidad y conveniencia de que
«los oficios similares o concurrentes a un objetivo común
establezcan FEDERACIONES».

Así, el punto once procedía a confirmar una estructura


organizativa que venía ya de los tiempos de la Internacional y
que se había extinguido casi totalmente a finales del siglo
pasado, debido a las concepciones antiorgánicas del
anarco-comunismo entonces imperante. Las FEDERACIONES de
Oficio, tanto de índole comarcal y regional, como de índole
nacional, agrupaban a los diversos sindicatos —antes
sociedades de resistencia— de un mismo oficio o profesión
dentro de su ámbito correspondiente y actuaban con gran
autonomía. La no existencia de una central nacional desde la
desaparición de la FTRE, no impidió que algunas de estas
FEDERACIONES continuasen existiendo, aunque de manera
muy precaria, y fuesen prácticamente el único vínculo de
solidaridad obrera que transcendía el ámbito local, durante
mucho tiempo. La creación de la CNT, que, por otra parte,
coincide en el tiempo con un renacer de esta forma orgánica,
viene a suponer un reconocimiento y un impulso a las
FEDERACIONES de Oficio, hasta que el Congreso de 1919
decide hacerlas desaparecer, en un empeño por fortalecer la
organización local en base al sindicato único de industria.

Así, en la CNT convergerían importantes FEDERACIONES de


Oficio, tanto colectivamente como a través de la integración de
sus sindicatos asociados, algunas de ellas tan antiguas como la
Federación Nacional de Obreros Toneleros, nacida en los años
ochenta del siglo pasado, y otras más modernas, como la de la
Dependencia Mercantil o la de la Industria Vidriera. Una de las
más importantes fue la Federación Nacional de Agricultores,
que —fundada en 1913— acabaría por integrarse en la CNT en
el Congreso de 1919. Otros muchos oficios e industrias
intentaron por entonces establecer contactos nacionales que,
sin llegar a constituir FEDERACIONES, sí supusieron
importantes vínculos de relación entre los diversos sindicatos,
como los obreros fabriles y textiles, etc.
El otro acuerdo, el referente al punto trece del orden del día
tiene también una importancia grande, y no tanto por la
primera parte del mismo como por la segunda. En su primera
parte, el acuerdo viene a establecer la «conveniencia de que los
obreros estén organizados por artes y oficios». La agrupación
de los obreros por el oficio que desempeñan no supone
novedad alguna, como no sea la denominación de sindicatos,
ahora, a lo que antes se denominaba, con similar contenido,
sociedades de resistencia al capital. Es la forma clásica de
organización que ya recogía SO. La novedad estriba en que por
primera vez se establece la posibilidad de crear una forma más
avanzada de organización, que supone una mayor
profundización en el estudio de las formas productivas
capitalistas. Esta forma no es otra que el sindicato de industria,
es decir, la agrupación en una sola entidad, en un solo
sindicato, de todos los obreros de los diferentes oficios que
pertenecen a un ramo —o industria— común de la producción.
El Congreso no establece claramente la creación del sindicato
de industria, de lo que se llamaría a partir del Congreso de
Sants, de 1918, el Sindicato único de industria, pero sí avanza
ya la posibilidad de que «los oficios similares o concurrentes a
un objetivo común establezcan FEDERACIONES»; lo cual
significa un gran avance en las concepciones organizativas del
sindicalismo revolucionario.

El tema del sindicato de industria no se quedó en una mera


avanzada extemporánea propuesta en el seno del Congreso,
sino que era algo que estaba ya bastante maduro en la
conciencia de muchos sindicalistas, y una buena prueba de ello
es que «Solidaridad Obrera» se ocuparía del mismo en más de
una ocasión. A los pocos días de finalizado el Congreso, por
ejemplo, el órgano sindicalista recogía un suelto titulado
«Nueva Táctica», en el que se venía a decir:

«La experiencia nos está demostrando que únicamente


las fuertes organizaciones, impregnadas de un espíritu de
clase bien definido, son las que en las luchas entre el
capital y el trabajo alcanzan las victorias más señaladas.

Convencidos los obreros de esta verdad, trátase ya de


estudiar el modo de organizar sociedades, no de oficio,
como son las que ahora existen, sino de ramos, con el fin
de reunir más fuerzas para combatir directamente con los
capitalistas.

Y efectivamente, esta es una mejora que debe plantearse


a la mayor brevedad, puesto que hoy las industrias están
tan ligadas unas con otras, que el paro de un oficio hace
que la huelga se extienda a otros que dependen de
aquél»275.

Pero el desarrollo histórico de la organización hizo que estas


concepciones no tuviesen una correcta materialización en la
práctica, y los problemas orgánicos lastraron la vida de la
naciente Confederación que, por lo menos hasta 1919,
momento de gran auge de la misma, giró fundamentalmente
en torno a la mejor estructurada Federación Regional de
Cataluña, la cual, no en balde, era la célula matriz de la
Confederación.

Así, el Congreso nacional de septiembre de 1911, habrá de

275 «Solidaridad Obrera», 16, diciembre, 1910.


volver sobre los mismos problemas de organización, como si no
hubiesen sido debatidos ya previamente. En lo esencial, lo
único que funcionó fueron los sindicatos de oficio y algunas
FEDERACIONES de los mismos, quienes, ante la ausencia de las
CONFEDERACIONES regionales y, en muchos casos, de las
FEDERACIONES locales, que habrían de completar el esquema
orgánico, se afiliaban directamente a la CNT, lo cual, dado su
elevado número hacía casi imposible establecer una correcta
interrelación entre todos ellos, por lo que el Comité Nacional
apenas abarcaba lo que ocurría en Cataluña276.

En la línea de conseguir una más coordinada organización,


otro de los acuerdos que se adoptó fue algo que ya había sido
establecido por el Congreso de SO de 1908 y que venía
recogido en sus Estatutos, como era la imposibilidad de la
existencia de más de una sociedad o sindicato de un mismo
oficio pertenecientes a una misma localidad. Este acuerdo,
aunque aparentemente era algo lógico y muy simple de
cumplir, supuso algún problema dada la existencia en varios
casos de más de una sociedad de un mismo oficio,
pertenecientes a una misma localidad, adheridas a SO, cosa
que, a pesar del citado acuerdo, no se trató de resolver y se
arrastró durante bastante tiempo. El problema planteaba
especial dificultad en Barcelona, debido a lo extenso de la

276 M. BUENACASA, refiriéndose a este período de desorganización, que cerraría la


reestructuración de 1919, diría: «A excepción de la Confederación Catalana, que tiene
constituido su Comité regularmente, las demás regiones no están constituidas como tales.
Se adhieren a la Confederación los sindicatos y sociedades aisladamente, y como el
número de éstos en aquellos años excede de 350, no es posible materialmente que el
organismo nacional de relaciones pueda cumplir a conciencia su cometido. Sólo a fines de
1917 comienza a regularizarse la base orgánica de la Confederación» («El movimiento...»,
cit., p. 53-54).
ciudad que abarcaba en realidad a otras pequeñas poblaciones.
Al reestructurar la Federación local y hacer depender a todas
estas localidades de ella, proliferaron los casos de
duplicidad 277.

— Elaboración de un reglamento de funcionamiento interno

La necesidad de que el correcto funcionamiento de la


Confederación estuviese regulado y establecido de una manera
fija llevó a un delegado a proponer la constitución de una
ponencia que elaborase un Reglamento de la misma. De esta
ponencia formaron parte los militantes más destacados de la
organización: Negre, Bueso, Farré, Plaza y otros, quienes
elaboraron un Proyecto de Reglamento que se presentó a la
discusión en la última ocasión del Congreso. Este Reglamento,
que sería publicado en «Solidaridad Obrera», núm. 40, 11 de
noviembre de 1910, se propuso que pasase a los sindicatos
para que éstos lo discutiesen y elaborasen las enmiendas que
considerasen oportunas, siendo objeto de discusión y
aprobación en el próximo Congreso.

El punto más conflictivo del Proyecto de Reglamento versó


precisamente sobre el criterio de funcionamiento con el cual

277 Como ejemplo de ello se puede citar un suelto de «Solidaridad Obrera» de 16,
diciembre, 1910, en el que se venía a decir: «Cuando todos los trabajadores y todos sus
esfuerzos se dirigen a buscar una fuerte y duradera unión, no faltan obreros como los
picapedreros, que parece que se entretienen en jugar a sociedades. Tres o cuatro entidades
de dicho oficio existen en Barcelona, todas ellas dicen perseguir el mismo fin, sin
embargo, por una de esas cosas incomprensibles, no logran o no tratan de lograr fusionarse
en una sola, para así mejor defender sus derechos.»
deberían funcionar las organizaciones integradas en la CNT. Al
igual que ya lo había hecho SO, en su Congreso de 1908, el
Congreso fundacional de la CNT se pronunció por la más amplia
autonomía de las entidades federadas, recogiendo al pie de la
letra lo establecido por SO en su momento. Así, decía el
artículo 4:

«Los sindicatos adheridos a la Confederación se regirán


con la mayor autonomía posible, entendiéndose por ésta la
absoluta libertad en todos los asuntos relativos al medio.»

Sin embargo, como ya había ocurrido en el Congreso de SO


de 1908, el tema de la autonomía de los sindicatos era el punto
fundamental de todo el esquema organizativo, sobre el que
giraban las diferentes concepciones del sindicalismo. Para los
sectores más cercanos al anarquismo, los anarcosindicalistas, la
autonomía de los sindicatos era algo esencial, algo que estaba
en el origen de la propia unión de las sociedades, algo que esta
unión tenía que potenciar y nunca delimitar o recortar; era la
proyección de la autonomía del individuo dentro del propio
sindicato 278. En este sentido, no sólo se establecía que los
órganos de dirección habían de ser meros órganos de relación
y correspondencia entre todos los federados, sino que, incluso,
existía una cierta animadversación contra todo tipo de

278 «En toda asociación, federación y confederación —diría A. Lorenzo— el individuo


conserva o debe conservar su autonomía, puesto que se asocia para robustecerla; la
sociedad o sindicato se federa y se confedera para fortalecer hasta su máxima potencia la
fuerza de cada individuo, de cada sociedad, de cada federación (...). No ha de haber
disciplina sumisa ni obediencia ciega, y el cumplimiento de los acuerdos adoptados y
aceptados por determinación racional, son actos voluntarios determinados por su
pensamiento suficientemente ilustrado y consciente» (A. LORENZO, «El proletariado
emancipador», Barcelona, 1911, p. 22).
estructuraciones orgánicas que pareciesen un tanto
complicadas, dado que, se pensaba que éstas sólo podían dar
lugar a una proliferación burocrática y, en definitiva, a una
limitación de la autonomía de los sindicatos. Así, en el
momento de la discusión del Reglamento de la CNT, el tema de
la autonomía de los sindicatos hace poner de nuevo en
discusión toda la estructura orgánica que se había dado a la
naciente Confederación, y el punto conflictivo eran las
FEDERACIONES de oficio o de industria.

Para los autonomistas a ultranza, las FEDERACIONES de oficio


vendrían a recortar la autonomía de los sindicatos, y lo mismo
podría decirse de cualquier otro tipo de federación intermedia
existente entre los sindicatos y el organismo central de la
organización; por lo que la nueva central sindical que se creaba
debería ser —en su opinión— una Federación de sindicatos, no
una Confederación de FEDERACIONES de sindicatos. Es decir
debería estar formada en base a una relación directa
establecida entre los sindicatos, células básicas de la
organización, y el organismo central de la Federación, evitando
la existencia de todo organismo federativo intermedio entre
ambos.

Así, J. Farré, que formaba parte de la ponencia redactora del


Reglamento, dijo en la discusión que la nueva Central debería
ser una Federación, «con objeto de evitar la anulación de la
personalidad de los Sindicatos, dándosela sólo a las
FEDERACIONES».

Por el contrario, los sectores sindicalistas que podríamos


denominar puros, los simplemente sindicalistas
revolucionarios, sostenían, en general, la necesidad de una
estructura orgánica sólida y lo más completa posible, por lo
que, al lado del criterio territorial de organización, ponían el
criterio profesional o, incluso, industrial, como dominante. Para
este sector, las FEDERACIONES de oficio —de sindicatos de un
mismo oficio—, o, incluso —como ya vimos que enunciaba el
punto trece del orden del día del Congreso—, de oficios
similares o concurrentes a un objetivo común, deberían tener
un papel decisivo en la organización y ser parte integrante de la
estructura de la misma, dado que, por un lado, permiten
ampliar y llevar la solidaridad obrera, en caso de conflicto, más
allá de la propia localidad, sin necesidad de afectar al conjunto
de la organización, y, por otro, en el segundo caso, permitiría
extender fácilmente el conflicto de un oficio a toda la industria
en la que éste se encuentra incluido. De este modo, la nueva
Central sindical debería ser una Confederación, es decir,
debería reunir no solamente sindicatos, sino también
FEDERACIONES de sindicatos regionales, nacionales, etc.

La ardiente defensa que Lostau 279 hizo de esta última


posición logró que finalmente fuese aceptada por el Congreso,
haciendo que la nueva central se convirtiese en una
Confederación nacional, y no en una Federación, la posterior
evolución de la CNT haría que la organización caminase en

279 Ramón Lostau era el representante, junto con Francisco Ullod, de la Sociedad de
Cerrajeros de Obras de Barcelona y sus Contornos, sociedad que, de hecho, al agrupar no
sólo a los cerrajeros de Barcelona, sino a los de las poblaciones limítrofes, constituía ya
una federación local de oficio, o, mejor dicho, un sindicato único del oficio, lo que
significaba un avance sobre lo que era lo normal entonces: la organización profesional por
barrios (Vid. ADOLFO BUESO, «Cómo fundamos la CNT», Barcelona, 1976, p. 9). Lo
mismo podría decirse de la Federación Local de Obreros Pintores de Barcelona y alguna
otra.
sentido justamente contrario, aunque el término
Confederación permaneciese inalterable en su denominación.

El 13 de enero de 1911, «Solidaridad Obrera» publica un


largo manifiesto del Consejo de lo que entonces se llamaba
Confederación Nacional del Trabajo Solidaridad Obrera, en el
que éste exponía cuál era la estructura orgánica que la
Confederación debería adoptar, de acuerdo con las directrices
del Congreso. El manifiesto entra en detalles sobre la
necesidad de cada escalón orgánico, desde el punto de vista
del funcionamiento, y de la propaganda y extensión de las
ideas de la Confederación, para finalizar diciendo:

«En resumen: todos los Sindicatos obreros deben


federarse en la Federación de su comarca [o localidad]
respectiva.

Las FEDERACIONES comarcales [o locales] integrarán la


Confederación Regional.

Y todas las CONFEDERACIONES Regionales se agruparán


en una extensa y potente organización nacional que
abarque todas las regiones que existan en la nación»280.

Pero, en toda esta estructuración propuesta por el Consejo


de la CNT se echa ya de menos el papel y el lugar que
correspondía a las FEDERACIONES de oficio o de industria, de
las cuales no se ocupa el Consejo de la CNT en su exposición.

No se puede pensar que se tratase de un olvido, ya que la

280 Vid. completo este manifiesto en apéndice documental.


referencia a ellas aparecerá más adelante en el manifiesto281,
sino que, por el contrario, ello es una constatación material del
desinterés o del temor que estas FEDERACIONES provocaban
en ciertos sectores de la Confederación.

Así, se admite su existencia, su contribución a la


estructuración de la solidaridad proletaria, pero no se regula
claramente su papel dentro del entramado orgánico de la
Confederación, lo que supone una clara relegación de las
mismas; relegación que, como ya hemos dicho, se convertirá
en supresión expresa en 1919.

B) Cuestiones de tipo ideológico.


Significado ideológico de la creación de la CNT

Hasta ahora hemos visto y analizado la creación de la CNT


más bien desde el punto de vista orgánico; pero, como ya
dijimos también, este hecho, la creación de la CNT, tiene una
significación más amplia que el mero constituir una nueva
central sindical que agrupase a toda una serie de sociedades de
resistencia dispersas por el conjunto del país y sin apenas

281 El manifiesto se refiere a ellas al decir: «Una vez organizados de esta forma [de la
expresada en el texto], será cosa fácil poder formar un censo de todos los sindicatos
obreros que existen en España, y así mismo llegar al conocimiento de los oficios o
industrias faltos de dicha organización, para emplear los medios necesarios para subsanar
el daño que esto ocasiona a los obreros en general, como así mismo no se encontrará
ninguna dificultad en la forma de organizar las FEDERACIoNES de oficio y de industria
preconizadas por el último Congreso Obrero celebrado en Barcelona» («Solidaridad
Obrera», 13, enero, 1911).
relación alguna entre todas ellas. Y esta significación es,
fundamentalmente, la consolidación orgánica del sindicalismo
revolucionario en España, al mismo tiempo que su extensión.

Al hablar del nacimiento del sindicalismo revolucionario en


Francia ya vimos cómo el proceso de elaboración,
consolidación y extensión de esta concepción social va
íntimamente aparejado al proceso de consolidación orgánica
del mismo. El sindicalismo revolucionario, como sus
sustentadores gustaban de recordar constantemente, no es
una construcción meramente especulativa, sino que surge de la
práctica cotidiana del movimiento obrero, y sus concepciones
se forman y consolidan en la misma medida en que adquieren
una vigencia real, que se materializan.

Del mismo modo, el sindicalismo revolucionario español


hubiese fracasado, hubiese muerto al poco tiempo de nacer, si
hubiese recortado su futuro, su ámbito, al estrecho marco que
abarcaba Solidaridad Obrera. Por ello era necesario ampliar ese
marco, extenderse al resto del país e iniciar así la labor
organizativa y educativa del proletariado, previa y exigida por
la finalidad revolucionaria pretendida.

Así, la necesidad de la creación de la CNT venía exigida, desde


el punto de vista ideológico, por toda una serie de
motivaciones, entre las que podríamos destacar las que siguen:

1. En primer lugar, la necesidad de la existencia de una


organización que fuese el sostén del sindicalismo
revolucionario, organización que fuese al mismo tiempo la
divulgadora del sindicalismo y la orientadora y definidora del
contenido de éste. Si la existencia de diversas entidades
obreras aisladas fuera de Cataluña exigía la ampliación de SO al
ámbito nacional, la propia existencia del sindicalismo
revolucionario y la realización de su contenido ideológico exigía
también la creación de una Confederación nacional.

Así, al lado de la necesidad de agrupar a las sociedades


obreras dispersas, la necesidad de extender el sindicalismo, de
educar a los obreros en los métodos y tácticas del mismo,
aparece como motivo fundamental de la creación de la CNT. La
realización de la idea sindicalista, el triunfo de un movimiento
que exigía una gran amplitud y la respuesta solidaria del mayor
número posible de trabajadores, como muy bien habían
demostrado los sucesos de julio 1909 en Barcelona, no era
pensable sino a partir de una organización de ámbito nacional,
perfectamente estructurada y educada en los métodos y las
tácticas del sindicalismo revolucionario. Eso era precisamente
lo que se trataba de crear, ése era el papel que tendría que
desempeñar la CNT.

Esta idea la expresaba claramente, con anterioridad al


Congreso, el periódico «La Voz del Pueblo», de Tarrasa, en un
editorial que fue reproducido por «Solidaridad Obrera» el 14
de octubre de 1910.

«La misión del Congreso —decía el periódico— ha de ser:


dar conexión a los Sindicatos obreros, unificándolos para
una acción común, contra los detentadores de las riquezas
acumuladas por obra del trabajador; crearlos en las
regiones donde no existan; fomentar la creación de
FEDERACIONES locales, comarcales y regionales con una
orientación revolucionaria, en los hechos y en las ideas,
para asegurar el éxito en las luchas contra el capitalismo y
agruparlas todas en una Confederación nacional integrada
ésta por todas las entidades convencidas de los buenos
resultados de nuestra táctica: la acción directa, la lucha de
clases, sin intervención de árbitros oficiales o extraoficiales,
para que las dos clases en guerra, directamente, arreglen
los asuntos que son de su exclusiva competencia»282.

Pero, además, la Confederación no sólo tendría como meta la


divulgación y la realización del sindicalismo, para lo que habría
de realizar todo tipo de actos propagandísticos, fundación de
escuelas racionalistas, periódicos, folletos, etc. 283, sino que
habría de orientar y definir claramente el contenido de éste,
habría de precisar sus términos y, por lo tanto, definirse en
torno a ellos. Unos días antes del propio Congreso,
«Solidaridad Obrera» publicaba una nota del Consejo de SO en
la que se recordaba esta necesidad de marcar claramente la
orientación de la nueva central sindical. Había que superar las
definiciones que habían caracterizado a SO a lo largo de su
existencia.

«Las circunstancias actuales —decía la nota de SO—


requieren que el próximo Congreso, con conocimiento de

282 El subrayado es mío.


283 El Congreso se ocuparía largamente de estos temas, llegando a aprobar al respecto:
«l.° Que es indispensable la creación de un diario sindicalista órgano de la Confederación;
pero en vista de la situación económica por que atraviesan los Sindicatos obreros, prestar
todo el apoyo posible al periódico que se viene publicando, “Solidaridad Obrera". 2.°
Crear un grupo de jóvenes obreros que se dediquen a la propaganda sindicalista y repartir
con frecuencia hojas encaminadas al mismo objeto. 3.° Dentro de los Comités se
nombrarán Comisiones que se preocupen de la creación de escuelas.»
causa, se ponga a la altura de su misión y marque
concretamente la orientación precisa y necesaria para sacar
todo el provecho posible del resurgimiento del proletariado
español patentizado de modo indudable en nuestros días»284.

El Congreso, efectivamente, realizó un esfuerzo definitorio,


que había faltado en SO, y si bien puede decirse que no hay en
el mismo una declaración expresa de cuál era el contenido
ideológico de la CNT, sí se encuentran en el mismo todos los
elementos que permiten caracterizarla. Así, como veremos, no
sólo se entra en el análisis genérico del sindicalismo, sino que
son tratados temas concretos de tanta importancia en el
mismo como el de la huelga general o el de la independencia
de la clase trabajadora, en su lucha por la emancipación, y
otras cuestiones tácticas más concretas.

2. En segundo lugar, en íntima conexión con la motivación


anterior, la necesidad de la creación de la CNT venía
determinada por la existencia de toda una serie de sociedades
obreras dispersas, a las que había sido incapaz de agrupar la
UGT, por el empleo de una estrategia, de unos medios y de
unas tácticas sindicales consideradas incorrectas, y a las que
había que agrupar bajo el principio de la acción directa, único
considerado válido para la lucha obrera.

Si la primera motivación analizada parte principalmente de


un presupuesto interno, sería la manifestación de la propia
dinámica de SO, que tiende a su expansión como modo de
realización de sus planteamientos sindicalistas, esta segunda

284 «Solidaridad Obrera», 21, octubre, 1910.


motivación partiría de un presupuesto externo, la existencia de
esas sociedades aisladas, debido a lo incorrecto de la estrategia
y de las tácticas de la UGT. Lo que se analiza no es el mero
hecho de la existencia de toda una serie de sociedades de
resistencia no agrupadas en la UGT, sino el por qué de ello. Y
este por qué se encuentra precisamente en la actuación
sindical de la propia UGT. Así, se consideraba necesaria la
existencia de una organización sindical que agrupase a todas
estas sociedades, pero para poder agruparlas se habrían de
emplear unos métodos sindicales que se adecuasen a las
condiciones de la clase trabajadora, y éstos —se pensaba— no
eran otros que los de la acción directa.

En definitiva, se basa la necesidad de la creación de la CNT en


la necesidad de la existencia de una organización sindical que
practique los métodos de la acción directa, cuya ignorancia por
la UGT ha producido esa separación del proletariado.

Este argumento, más que el anterior, es el principalmente


utilizado en el Congreso para justificar la creación de la CNT y,
sobre todo, para justificar su creación ante la ya existente UGT,
cuya misma existencia era la mayor objeción que se le oponía.
Así, ya vimos cómo la totalidad de los argumentos expresados
en el Congreso en favor de la fundación de la nueva central se
basan, más que en la necesidad del desarrollo del sindicalismo
revolucionario y de la propia organización, en la necesidad de
agrupar a las sociedades que permanecían fuera de la UGT,
añadiendo a ello que esto es debido precisamente a las tácticas
que ésta emplea.

«Hay fuera de la Unión General de Trabajadores muchas más


Sociedades de las que integran a dicha Unión», dijo el delegado
de Gijón en el Congreso, y añadió: «la táctica hasta hoy
empleada por la Unión General de Trabajadores no satisface
las aspiraciones del proletariado consciente.»

Se trata, por tanto, de un argumento de respuesta a la UGT,


cuya existencia como central de ámbito estatal suponía ya una
negación de la pretensión de SO de constituirse en central
nacional para conseguir la unidad de los trabajadores. Pero, el
mero hecho de tener que acudir a las diferencias estratégicas
entre ambas centrales, y considerar que las de SO —la acción
directa— eran las más adecuadas a la lucha del proletariado
por su emancipación, como argumento, implicaba
necesariamente la consecuencia de que la nueva central
debería, para conseguir la unidad proletaria y la emancipación
de los trabajadores, no sólo unir a los trabajadores dispersos,
sino también a aquéllos que se encontraban en las filas de la
UGT. Esto era la consecuencia lógica, partiendo de tales
presupuestos; pero, como hemos visto, el acuerdo del
Congreso no iba ni mucho menos por esos derroteros, ni hacía
la más mínima alusión a cuestiones ideológicas ni tácticas,
considerando la creación de la «CGT Española» como un paso
previo necesario en la conquista de la unidad de todos los
trabajadores españoles, que se conseguiría uniendo
posteriormente a las dos centrales. Sin embargo, la posterior
evolución histórica de la CNT confirmaría su lógica interna, que
la moderación inicial hizo que no quedase claramente reflejada
en el acuerdo del Congreso.

Así, a los pocos días de finalizado éste, un editorial de


«Solidaridad Obrera» titulado «Comentando los debates»
insiste en este mismo argumento cayendo en la misma
ambivalencia: por un lado, se persigue la unidad respetando a
la UGT, y, por otro, se sostiene que la UGT ha fracasado en ese
intento porque no representa el sentir y el pensar de los
obreros españoles:

«Alegan los que están en contra de tal acuerdo [la


creación de la CNT], el que existe en España la Unión
General de Trabajadores, razón muy atendible si ésta la
integrasen la mayoría de los organismos obreros de
España, o si su actuación entrañara el sentir, el pensar, de
la mayoría de los obreros españoles; pero
desgraciadamente para la clase obrera, no sucede ni una
cosa ni otra (...).

Si la Unión General de Trabajadores fuera de reciente


creación, pudiéramos creer que estaba en período de
organización y de ahí sus escasas fuerzas; pero no es así, la
Unión existe desde hace años, y a pesar de ello, la Unión no
extiende su radio de acción, o lo extiende tan
paulatinamente que sus beneficios no se dejan sentir en la
clase obrera.

Solidaridad Obrera, Federación Regional, empezó una


acción más activa, más enérgica (...) y ha puesto en práctica
la acción directa, y con ella ha basado los cimientos de su
organización. Entonces, varios organismos obreros de otras
regiones, identificados con esta clase de lucha, pidieron su
ingreso en la federación, cosa que no pudieron lograr por
ser la Federación únicamente regional.
Insistiendo estos organismos en su petición, creimos
solucionarlo haciendo la Confederación Nacional, y así se
acordó en el pasado Congreso, pero haciendo constar que
únicamente integrarían esta Confederación las sociedades
no adheridas a la UGT, pues no creándonos enfrente de
ella, no queríamos dar lugar a restarle fuerzas»285.

Sólo el temor a ser considerada amarilla y a una reacción


violenta de los socialistas en este sentido podía justificar estas
formulaciones externas, que difícilmente podían ocultar unos
planteamientos internos de mayor envergadura, impuestos por
las propias concepciones sindicalistas revolucionarias. De
cualquier manera, y a pesar del suave planteamiento formal de
la cuestión, la constitución de la CNT no fue en absoluto bien
aceptada en los medios socialistas y de la UGT, quienes vieron
en la nueva central a una rival futura, a la que se acusaba de
anarquista, desconociendo totalmente el contenido de los
acuerdos del Congreso, tanto en lo que se refiere a la propia
fundación de la CNT, como en todo lo demás.

«Solidaridad Obrera» de 2 de diciembre de 1910 se hizo eco


de estas críticas, recogiendo incluso un párrafo de «El
Socialista», en el que se venía a decir de la nueva
Confederación lo siguiente:

«Los anarquistas acaban de celebrar en Barcelona un


Congreso, en el cual han acordado dar el quinto o sexto
golpe a la fundación de una Federación Regional amplia.

285 «Solidaridad Obrera», 9, diciembre, 1910.


En esa Federación, a la cual están invitando para que
ingresen en ella a todas las organizaciones de resistencia de
España, habrá tal autonomía y tal amplitud —esto de la
amplitud es muy anarquista— que todas las Sociedades
que a ella pertenezcan van a ser realizadas sus
aspiraciones.

Nada de reglamentos restrictivos; nada de cajas de


resistencia, que cuando haga falta dinero no faltarán
incautos que suelten la mosca.

El programa es tentador, ideal; pero como tal ¡ay!


irrealizable.

Por eso es muy de temer que tal Federación quede en


proyecto y que las Sociedades aludidas no se dejen alucinar
por tan fantásticas promesas.»

Tanto las críticas socialistas, como los argumentos de los


sindicalistas de la Confederación, a lo que se ve, se mantienen
en un tono bastante poco profundo y más voluntarista que
realista, disminuyendo los sindicalistas —quizá, a pesar de
todo, ignorantes del verdadero significado de su actuación— la
transcendencia de la fundación de la CNT, como enemiga de la
UGT, y desconociendo los socialistas el verdadero contenido y
significado de la CNT, empeñados en considerarla una mera
organización anarquista más.

Así pues, a pesar de las críticas socialistas y de la timidez de la


declaración formal del Congreso, la constitución de la CNT
venía a suponer la consolidación orgánica definitiva del
sindicalismo revolucionario en España, cuyo alcance, nacional
ahora, tendrá una importante repercusión en la historia del
movimiento obrero español. Los aspectos ideológicos del
problema pasaron bastante desapercibidos en un principio, en
el sentido de que las críticas se limitaban a resaltar un carácter
anarquista del que carecía —al menos en términos absolutos—
el movimiento, sin alcanzar su verdadero significado; lo que de
haber sido hecho, hubiese significado quizá importantes
transformaciones en nuestro movimiento obrero. Los aspectos
tácticos son los que más destacaron y, a pesar también de las
críticas que recibieron, su éxito relativo frente a las tácticas
mucho más moderadas de la UGT fue lo que determinó, en
definitiva, el enraizamiento y el progreso de la CNT, y, a su vez,
el progreso dentro de ella de la posición más radical en el
sostenimiento de esas tácticas y de su diferenciación con la
UGT, convirtiendo, a la larga, en ciertas las acusaciones que no
lo eran en un principio.

No es el lugar ahora, y es ello de difícil medida, pero se


podría afirmar que, aparte de la fuerte unión e identificación
de la UGT con el Partido Socialista, lo cual era ya de por sí
criticable en la perspectiva sindicalista 286, fue precisamente el
establecimiento de la conjunción republicano-socialista uno de
los motivos principales que contribuyeron al éxito del
sindicalismo revolucionario; en el sentido de que ello fue visto
—incluso dentro de las filas socialistas— como una
colaboración de los socialistas con las fuerzas burguesas, lo

286 Uno de los motivos que más retraían a los sindicalistas revolucionarios de toda posible
unión con la UGT era precisamente, no sólo la identificación de ésta con el PSOE, sino su
confusión orgánica con el mismo, que llegaba al punto de haber sindicatos que se
encontraban afiliados directamente al Partido, como organizaciones del mismo. Véase al
respecto nota 234 del capítulo I.
cual suponía —para los sectores sindicalistas— una
confirmación de las críticas que ellos hacían no sólo a la política
como cosa de burgueses, sino a los socialistas por seguir una
línea política electoralista y de colaboración. Las críticas
sindicalistas, pues, cobraban vigencia al converger los
socialistas y los burgueses republicanos, demostrándose con
ello —según su perspectiva— que los socialistas no sólo se
entregaban a la política, sino que lo hacían en unión de los
burgueses, olvidando los intereses del proletariado.
Prescindiendo de la valoración de tales afirmaciones, no se
puede obviar el efecto que tales críticas debieron de tener en
un proletariado todavía muy poco formado para asimilar
cuestiones políticas de tal envergadura, pero sí accesible a
argumentaciones más simples e inmediatamente demostrables
como eran las que le ofrecían no sólo los sindicalistas
revolucionarios —menos preocupados de este tema y más
preocupados por la cuestión obrera—, sino los anarquistas.

— Definición sindicalista revolucionaria

Uno de los problemas más importantes que afrontó el


Congreso fundacional de la CNT fue el de definir a la
Confederación y su contenido. Este era un problema que se
arrastraba desde la fundación de Solidaridad Obrera, pero que
la nueva perspectiva que se abría a la Confederación exigía
mayores precisiones, primero, para tener lo que podríamos
denominar, un tanto inexactamente, un cuerpo de doctrina
común que facilitase la difusión y la propaganda, y, segundo,
para clarificar la posición de la CNT frente a la otra central ya
existente. El hecho de que SO ocupase ya de facto una posición
predominante, sin apenas rivalidad alguna dentro de su campo
de acción, en Cataluña —aparte de la oposición política de los
radicales—, hizo que se actuase sin indicación metodológica
alguna; indeterminación que venía además asegurada por la
consagración de la absoluta autonomía de las sociedades
adheridas en los propios Estatutos.

El ámbito nacional que ahora pretendía abarcar la CNT iba


necesariamente a ponerla frente a la UGT, aunque ésa no fuese
su pretensión inicial, y a exigirle una concreta exposición de sus
diferencias y ventajas sobre la vieja central socialista, para
conseguir un fin que, en principio, era común: la unidad del
proletariado en su lucha por la emancipación.

Así, el Congreso afrontó este papel tratando de dar un


contenido preciso no sólo a la denominación sindicalismo, sino
también a fórmulas que éste asumía como principios
distintivos, como la frase «la emancipación de los trabajadores
ha de ser obra de los trabajadores mismos», o a tácticas como
la de la huelga general, formas de establecer la solidaridad
entre los trabajadores, etc.

Punto importante de partida era el aclarar la propia visión


sobre el sindicalismo, considerado globalmente. El punto 5.°
del orden del día del Congreso se preguntaba: «¿El sindicalismo
ha de ser como medio o como fin a la emancipación obrera?».
El dictamen de la ponencia nombrada al respecto fue aprobado
por el Congreso, tras largo debate, según dicen las actas del
mismo, pero sin apenas añadir nada sobre el contenido de las
intervenciones, lo cual hubiese sido bastante clarificador sobre
las posiciones de los diferentes sectores de la Confederación.
De cualquier manera, el dictamen aprobado recoge
perfectamente el contenido sindicalista de la Confederación y
su visión sobre el mismo:

«Constituyendo el sindicalismo la asociación de la clase


obrera para contrarrestar la potencia de las diversas clases
poseedoras asociadas, no debe considerársele como una
finalidad social, no debe ser interpretado como un ideal,
sino como un medio de lucha entre los dos antagónicos
intereses de clase, como una fuerza para rechazar de
momento todas aquellas ventajas que permiten a la clase
trabajadora poder intensificar esta lucha dentro del
presente estado de cosas, a fin de conseguir con esta lucha
intensificada la emancipación económica integral de toda
la clase obrera, mediante la expropiación revolucionaria de
la burguesía tan pronto como el Sindicalismo, o sea, la
asociación obrera, se considere bastante fuerte
numéricamente y bastante capacitada intelectualmente
para llevar a efecto la expropiación de aquellas riquezas
sociales que arbitrariamente detente la burguesía y la
consiguiente dirección de la producción» 287.

El dictamen aprobado por el Congreso, como digo, se expresa


en la más pura línea sindicalista revolucionaria, recogiendo
puntualmente todos los elementos que ya hemos visto
incluidos en la Carta de Amiens. Tanto la consideración del
sindicalismo, no como un ideal, sino como un medio de lucha y
su doble función, que en realidad es única por su

287 El subrayado es mío.


transcendencia, reivindicativa y revolucionaria, son
características esenciales del sindicalismo revolucionario.

La consideración del sindicalismo como un medio, de lucha,


contraponiéndolo a un ideal, está dentro de las concepciones
clásicas del sindicalismo, que rechazaban el idealismo
anarquista, no como meta, sino como arma de lucha, poniendo
en primer lugar la práctica, y dejando en un lugar secundario
las cuestiones ideológicas. El realismo sindicalista, que
destacara Hubert Lagardelle288, es algo que se puede observar
en cualquiera de los dirigentes sindicalistas revolucionarios que
trataron de teorizar sobre el mismo.

Para José Negre, por citar precisamente al que sería el primer


secretario de la CNT y el último de SO, el sindicalismo es
fundamentalmente acción, es «El conjunto de la acción social
desarrollada por los sindicatos o sociedades obreras en pro del
mejoramiento de los trabajadores y su emancipación de clase»;
e insiste más adelante: «Para alcanzar este resultado los
trabajadores organizados recurren a la acción, a la práctica, al
método de hacer concretar en hechos los propósitos y
aspiraciones emancipadoras, y esta acción, esta práctica, es la
característica más importante del sindicalismo» 289.

Pero, el sindicalismo es también algo más que eso; pues, si se


puede considerar al mismo como acción sindical, también es
sindicalismo, en definitiva, toda la concepción de la sociedad y
de la lucha social que esta práctica implica, y todo el conjunto

288 Vid. capítulo I, nota 75.


289 JOSÉ NEGRE, «¿Qué es el Sindicalismo?», Barcelona, 1919, p. 6.
de soluciones al problema social que se proponen y que se
derivan de esa misma práctica, de la lucha social. Como el
propio Negre dijo:

«Así, pues, el sindicalismo es una fuerza originada por la


acción de los sindicatos, cradora de ideas; fuerza siempre
en aumento y renovación progresiva, en cuyo seno,
acumulando experiencias y verdades comprobadas, se
originan chispazos de nuevas y audaces concepciones
sociológicas, gestadores de un nuevo concepto de la
propiedad y de los valores sociales, de una nueva
organización del trabajo y de la distribución de los
productos»290.

En este sentido hay que entender, pues, la declaración del


Congreso. El sindicalismo era obviamente una práctica, pero
también era el conjunto de las ideas que se derivaban de esa
misma práctica y que, al mismo tiempo, la inspiraban.

Poco más se puede decir de la asunción clara de la doble


función del sindicalismo, que hace que se pueda calificar, con
toda precisión, de sindicalista revolucionaria la concepción que
la CNT se da del sindicalismo en su Congreso fundacional.

Ahora bien, como hemos visto anteriormente, muchos


pensadores sindicalistas, sobre todo los que provenían del
antiguo societarismo de la Internacional, para reforzar el
carácter revolucionario de la nueva CNT, como lo hicieran con
SO, se esforzaban por demostrar la continuidad que existía

290 Id., p. 10.


entre aquélla y sus concepciones y ésta. Sin embargo, era obvio
que esa continuidad estaba más en el campo ideal que en el de
la realidad, y muchos de los mismos que mantenían esta
continuidad se veían obligados a reconocer también las
sustanciales diferencias existentes, aunque tratasen de limitar
éstas al campo organizativo o táctico.

El mismo Negre, en el folleto al que antes nos hemos


referido, explica el por qué de la existencia del sindicalismo
revolucionario en España, país donde tanto éxito había tenido
la Primera Internacional, de la siguiente manera:

«El societarismo español ha conservado íntegro todo el


revolucionarismo e idealidad radicalmente
transformadora heredada de la gran Asociación
Internacional de los Trabajadores; en este concepto no
tenía nada que aprender del sindicalismo francés; pero, en
cambio, si teórica o doctrinalmente no, en la táctica de la
lucha empleada érale inferior, y al adoptar en boicot, el
label, el sabotaje, etc., que constituían un notable
adelanto en la práctica de la acción directa y
complemento de la huelga de oficio, adoptó igualmente el
nombre genérico del sindicalismo que abarcaba todo ese
conjunto ideológico y táctico, adjetivándolo
«revolucionario» para diferenciarlo de todo otro
movimiento obrero que no tuviera todas las
características del sindicalismo revolucionario» 291.

Anselmo Lorenzo, veterano de la Internacional y anarquista

291 Id., p. 4-5.


convencido, no tuvo grandes reparos en la aceptación del
sindicalismo revolucionario, reconociendo expresamente las
ventajas que éste ofrecía sobre los viejos métodos empleados
por las sociedades de resistencia. Así, aparte de la utilización
de nuevas armas de lucha, como el boicot, el label o el
sabotaje, o del diferente empleo de otras más viejas, como la
huelga general, consideraba que una de las grandes
novedades que suponía un progreso del sindicalismo sobre el
viejo societarismo era el rechazo que éste hacía de las cajas de
resistencia, la negativa de seguir considerando a la resistencia
como «la acción proletaria predominante». La vieja
concepción societaria basaba fundamentalmente la acción
obrera en la resistencia, en la capacidad de la clase obrera de
resistir en su lucha hasta hacer ceder al capitalista, para lo
cual tenía que contar con sus propios medios,
fundamentalmente económicos, materializados en forma de
cajas de resistencia, acción mutual, cooperativas, etc. Por el
contrario, el nuevo sindicalismo basa su efectividad
precisamente en su capacidad combativa, en la eficacia de sus
luchas, que se basa, a su vez, en el empleo de unas tácticas
determinadas, armas de combate destinadas no sólo a hacer
ceder al capitalismo, sino a su propia destrucción. Para
Anselmo Lorenzo, el peligro y lo inadecuado de la táctica de la
resistencia estaba, no sólo en que se empleaba el mismo
elemento de combate que la burguesía: el dinero292, sino en

292 «Tan atávicamente arraigada está la idea del dinero y de la ganancia entre los
trabajadores —decía Lorenzo— (...) que en general no se concibe organización
emancipadora sin la cuota, poniendo el dinero sobre la esencia del derecho, no admitiendo
en ella al trabajador insolvente, y arrojando de ella al que no pueda pagar (...). Sobre la
base de tan grave error, se ha creado un nuevo mito, la Caja de Resistencia, santa
protectora del obrero, reverenciada como proveedora de recursos para luchar y como
garantizados del triunfo, que promete a todo cotizante, en caso de huelga reglamentaria, el
que, a la larga, la resistencia obrera no lograría afectar al
sistema capitalista, que progresaría llegando a la extrema
opresión del proletario 293.

Esta concepción de Anselmo Lorenzo sería fielmente


recogida por un largo manifiesto de la CNT, publicado con
motivo de la celebración del primero de mayo de 1911 294, en
la que ésta venía a exponer, tras una larga introducción, cual
era su concepción del sindicalismo revolucionario,
diferenciándolo del viejo societarismo de resistencia. Dada la
importancia de este manifiesto, que viene a completar la
concepción del sindicalismo que la CNT había adoptado en el
Congreso fundacional, vamos a recoger literalmente el trozo
del largo manifiesto en que se recoge la esencia de esta
concepción:

«El sindicalismo, notadlo bien, compañeros, es una forma


nueva de asociación del proletariado.

Antes, las mismas secciones de la Internacional, eran


sociedades de oficio o de oficios varios como preparación

derecho de subsidio de huelguista. Tras ese mito se ha formado una especie de burguesía
obrera, bajo la cual queda un Quinto Estado, otro Proletariado más ínfimo, más abismado
aún, con el cual, en vez de destruir la escala de la desigualdad, se ha prolongado unos
grados más» (ANSELMO LORENZO, «El proletariado emancipador», cit., p. 6).
293 «No se forjen la ilusión los obreros —decía Lorenzo— de que por el ahorro, la
previsión y el voto pueden hacer frente a la avalancha de miseria que se les aproxima,
impulsada y atraída por la voracidad capitalista» (A. LORENZO, ídem., p. 11). Similares
ataques a las cajas de resistencia y a este tipo de acción sindical expresaría Lorenzo en su
libro «Evolución proletaria», Barcelona, 1914, p. 133 y ss.
294 Aunque el folleto de A. Lorenzo, al que nos hemos referido, es posterior a esta
fecha, decimos que el manifiesto de la CNT recoge la concepción de Lorenzo en el sentido
de que ésta ha sido expresada en multitud de sus obras.
de futuras sociedades, en que la caja de resistencia, la
correspondencia, la administración y la propaganda
imponían una cuota, y en el pago de esa cuota radicaba el
derecho del asociado. La falta de pago se penaba con la
muerte social, es decir, con la exclusión o con la expulsión.
Así lo requería aquella caja de resistencia que era como la
piedra angular del edificio de la emancipación proletaria. Si
en las luchas sociales con el patronato burgués, la huelga se
supeditaba a la cantidad considerada como indispensable y
probable para el triunfo y cada huelguista había de contar
con el subsidio que le aseguraba el pan durante la huelga,
claro es que los no cotizantes, los que no habían
contribuido con sus céntimos de federado no tenían
derecho a subsidio; eran extraños a la organización, a su
obra y a sus luchas; era extranjeros.

La cuota, el subsidio, es decir, el dinero... ¡todavía el


dinero! hacía ilusoria, utópica, imposible la solidaridad. La
asociación así entendida, como la entienden aún ciertas
entidades obreras antiprogresivas estancadas en la idea
primitiva, formaba una especie de burguesía obrera y daba
lugar a la formación de un Quinto Estado, de otro
Proletariado más ínfimo, más abismado aún, prolongando
unos grados más la escala de la desigualdad en vez de
aboliría, y esto, sobre ser una mala interpretación del
pensamiento inicial de nuestra libertad, es una injusticia, es
la reserva de un privilegio que no pueden aceptar los que
se comprometieron a abolidos todos, aún los que pudieran
beneficiarles.

No, el sindicalismo es una institución salvadora en que


cada despojado, cada injuriado, cada víctima de la injusticia
social hallará, no apoyo compasivo sino solidaridad
positiva, verdadero compañerismo, fuerza necesaria para
su satisfacción y justificación; en ella los obreros se unen en
sindicatos por oficios, por agrupaciones similares de
ocupación y hasta los desocupados que por la adopción de
las máquinas y por crisis industriales pueden considerarse,
como se dice vulgarmente, sin oficio ni beneficio. Cotizan
los que pueden, no cotizan los que carecen de céntimos
para saciar su hambre, pero todos asocian su inteligencia
individual y federan su esfuerzo colectivo y pueden formar
esas grandes fuerzas, mezcla de pasividad y de energía, de
resistencia y de empuje, suficientes y necesarias para
imponer la razón y la justicia social prometida por el
progreso»295.

Sin embargo, como puede verse claramente, aunque las


diferencias con el viejo societarismo son relativizadas como
meras cuestiones de tipo táctico, u organizativo, tienen en
realidad una transcendencia mucho mayor; y si a estas
diferencias añadimos, además, las matizaciones de las que ya
hablamos en el apartado dedicado al anarquismo, vemos que
el sindicalismo inicial de la CNT —como anteriormente el de
SO, aunque éste más indefinido— supone una concepción
global bien diferente de la que representaba el societarismo de
resistencia, prácticamente fenecido con el siglo y rematado en

295 Este manifiesto fue publicado por «Solidaridad Obrera», 1 de mayo, 1911, y por
«Tierra y Libertad», 10, mayo, 1911, de donde está tomado. Anselmo Lorenzo
reproduciría partes del mismo en su citado folleto «El proletariado emancipador».
1902296.

También, en torno al dictamen aprobado por el Congreso,


cabría recalcar la importancia teórica que tiene la distinción
implícita en el mismo entre sindicalismo, como «medio de
lucha», y sindicato, como organización. El primero implica una
concepción de la lucha social y una serie de tácticas o formas
de actuación adoptadas a la misma; mientras que el sindicato
es una agrupación, una organización, en la que caben todos los
trabajadores, prescindiendo de todo otro criterio, político,
ideológico, etc., que no sea ése. Esta distinción permite la
consideración del sindicalismo como una ideología más, de las
que pueden estar presentes dentro del sindicato —aunque sea
estimada como la más adecuada— 297, lo cual, como veremos,
facilitará a la larga el ascenso de la corriente anarcosindicalista,
con pleno derecho, dentro de la organización; pero permitía
también dar un carácter unitario al sindicato, abierto a toda la
clase trabajadora, al considerar a éste como algo totalmente
neutro, sin niungún matiz ideológico.

Aunque no hay referencia expresa a la cuestión ideológica en

296 En este sentido, más radical, se manifestaba José Arranz, en un manifiesto dirigido a
los campesinos de la campiña jerezana, para que ingresasen en los sindicatos: «No creáis,
campesinos, que el sindicato o sindicalismo es una copia del viejo vetusto sistema de
sociedades de resistencia, que sólo hacía de los hombres máquinas de cotizar, no; lejos de
esto, el sindicalismo tiende principalmente a levantar el nivel espiritual del proletariado,
capacitándole para la conquista de sus indiscutibles derechos inalienables» («Solidaridad
Obrera», 3, febrero, 1911).
297 «El Sindicato como medio de organización. El Sindicalismo como medio de lucha.
En el Sindicato caben desde las ideas más opuestas hasta aquéllas puramente
transformadoras de la actual sociedad. El Sindicalismo es la forma más adecuada dentro de
las sociedades de resistencia», decía A. MUÑOZATA en un artículo titulado
«Resurgimiento», en «Solidaridad Obrera» núm. 52, 3, febrero, 1911.
la discusión, la independencia de la Confederación en este
sentido viene determinada por el artículo segundo de sus
Estatutos, que establecían claramente que la Confederación
lucharía siempre en el más puro terreno económico,
«despojándose por entero de toda injerencia política o
religiosa».

Esta concepción perdería después todo su sentido originario,


aunque formalmente se mantuviese, cuando se impuso la
definición anárquica de la Confederación.

Otro de los temas que contribuiría a completar la definición


sindicalista de la Confederación fue el incluido en el punto
octavo del orden del día: «La emancipación de los trabajadores
ha de ser obra de los trabajadores mismos. ¿Cuál es la única y
verdadera interpretación que debe darse a esta frase?».

Con respecto a este punto, la ponencia nombrada realizó un


largo dictamen en el que se recogían las posiciones habituales
con respecto a la independencia de la clase trabajadora, que ha
de buscar su emancipación por sí misma, sin ningún tipo de
intermediarios; lo que venía a excluir como válida la
participación política, o, dicho en otras palabras, la elección de
representantes de los obreros que actuasen por ellos298. Pero,
además, venía a excluir también de una manera un tanto vaga

298 Decía el dictamen: «Y es que si como hombres puede haber —y hay— muchos
capaces de sentir como propia la causa de los trabajadores y hacer tanto por la
emancipación de éstos como ellos mismos, como clase no es posible que los no
pertenecientes a la obrera puedan tener interés hondo por la emancipación de los
asalariados. Esto no es todo. Cabe que haya quienes anhelan desaparezca del mundo la
opresión y la miseria. Pero lo que no cabe es que sea verdad que haya quienes intentan
emancipar a los trabajadores presentándose como tutores y procuradores de ellos.»
la participación de los intelectuales en la emancipación obrera,
sin que ello supusiese explícitamente su exclusión del seno de
los sindicatos obreros. Estos, decía el dictamen, «no han de
figurar entre nosotros como nuestros emancipadores ni a ellos
hemos de confiar nuestra emancipación que ha de ser —tiene
que ser— nuestra propia obra» 299.

Sin embargo, tras una complicada discusión, el dictamen de


la ponencia fue rechazado, centrándose la mayoría de las
intervenciones en el tema de los intelectuales, dando un poco
por consabido el resto del contenido del dictamen.

«No puede darse el dictado de obreros —dijo el socialista


Durán, en contra de la ponencia— sólo a los manuales, pues
tanto éstos como los intelectuales son explotados, no debiendo
existir división ni categoría entre asalariado.» Sin embargo,
aunque el dictamen de la ponencia fue rechazado, prevaleció el
criterio de los que preferían mantener a los intelectuales fuera
de los sindicatos obreros, sin que ello significase excluir de
manera absoluta su colaboración 300, aprobándose un texto
mucho más concreto que el de la ponencia que evitaba la

299 «Los obreros intelectuales —decía el dictamen— que a un ideal individual de


encumbramiento sustituyan el de emancipación colectiva pueden naturalmente formar en
las filas de los manuales contribuyendo a la emancipación moral de los trabajadores con su
inteligencia, pero siempre teniendo entendido que pues la emancipación de los
trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos, ellos no han de figurar entre
nosotros como nuestros emancipadores ni a ellos hemos de confiar nuestra emancipación
que ha de ser —tiene que ser— nuestra propia obra.»
300 José Negre mantuvo en la discusión que «puede considerarse obreros a los
intelectuales, pero siempre que vayan al margen de los sindicatos, no estando dentro de los
mismos, pues no siendo iguales los intereses no pueden tampoco ir juntos, sin que esto sea
repudiarlos, pues podemos aprovechar sus dotes intelectuales para sacar lo que para
nosotros puede ser provechoso, pero rechazando siempre su injerencia en nuestros
asuntos.»
alusión a los intelectuales y definía más específicamente qué se
entendía por obreros:

«El Congreso declara que la emancipación de los


trabajadores será obra de los trabajadores mismos. Por
tanto, reconoce que los sindicatos que integran la
Federación Nacional sólo pueden estar constituidos por los
obreros que conquistan su jornal en las empresas o
industrias que explotan la burguesía o el Estado. No
obstante, y como aclaración a lo anterior, debe
considerarse exentos de esta clasificación a aquellos
obreros que por su trabajo pueden perjudicar
directamente a la organización sindical.»

En este último acuerdo se renuncia a la mayor precisión o


explicación del sentido de la frase de la Internacional, que
estaba incluido en el primer dictamen, obviando un poco un
tema de gran transcendencia ideológica, para conseguir una
mayor precisión en un tema mucho más concreto, como era el
determinar quiénes podrían ser miembros de los sindicatos.
Aunque el tema de los intelectuales no se trata de manera
explícita, por el texto y por el contenido de las discusiones,
parece clara la no admisión de éstos en los sindicatos, salvo
que su papel fuese el de asalariado al servicio de la burguesía o
del Estado, siempre y cuando su trabajo no fuese directamente
perjudicial para la organización sindical y, por ende, para la
clase obrera. Con ello parece que se plantea una expresa
exclusión de asalariados como los de las fuerzas armadas o
policiales, o de otros servicios de carácter represivo,
considerados perjudiciales para la acción sindical.
La expulsión de los intelectuales de los sindicatos es algo que
no tiene por qué extrañar, por cuanto, como ya hemos visto,
era algo que se producía también en el seno de SO, estando
expresamente recogido en el artículo 4.° de sus Estatutos301. El
contenido fundamentalmente obrerista de la organización
venía forzado por la clara intención de evitar todo tipo de
dirigismos o «tutorías», como ellos mismo decían, pero no sólo
en el sentido de rechazar la intervención de cualquier élite
política partidista en la dirección de los sindicatos, sino
también en el sentido de evitar el predominio anarquista en la
organización. Es curioso observar al respecto cómo en la
medida en que el contenido anarquista de la CNT aumenta,
esta traba impuesta a los intelectuales desaparece, no sólo
creándose el sindicato de intelectuales; sino admitiendo su
participación en los mismos sindicatos de industria, y ello no
puede ser interpretado solamente como una muestra del
proceso más avanzado de evolución y maduración del
movimiento obrero de carácter sindicalista. Sólo pocos días
antes de la celebración del Congreso, Solidaridad Obrera
recogía un artículo firmado por Pablo Gil, en el que éste venía a
sostener la necesidad de la orientación ideológica anarquista
de los sindicatos y a recalcar no sólo el papel director de los
mismos, que los militantes anarquistas debían desempeñar,
sino el papel educador que los maestros de esa misma
ideología tenían que realizar en los sindicatos.

«Hay en todos los países medianamente progresistas


—decía P. Gil—, organismos obreros; esas instituciones se
desenvuelven según los componentes que las forman; o

301 Vid. nota 211.


más bien dicho: según la orientación ideológica que
informa la mentalidad de las minorías que las manejan: es
la verdad.

Si esta verdad, comprobaba en la práctica diaria se


generalizara, uno de los grupos que componen estas
minorías, se apoderaría de los trabajadores organizados y
podría pesar enormemente en los destinos de los pueblos
contemporáneos, imprimiéndoles orientaciones ideales
que nadie podría contrarrestar eficazmente.

Los más afectos, los más audaces, en fin, los más


capacitados, los que mejor llenen las necesidades de la
lucha para la emancipación de los que nos sentimos
agobiados por la mala organización social en que tenemos
que vivir, ésos triunfarán.

Los anarquistas, a juzgar por las persecuciones de que


son objeto en todas partes, por disentir en absoluto con la
forma social capitalista, por no admitir ninguna forma de
gobierno, porque son, en definitiva, los que más anhelan la
transformación de la sociedad, son los que mejor pueden
orientar estos organismos de combate, porque no tienen
compromisos con nadie que ate su acción.

¿Puede esperarse gran cosa de las otras minorías, como


clericales, republicanos, socialistas y hasta socialistas
sindicalistas, que todos tienen intereses, quienes en
conservar la sociedad actual (clericales y republicanos) y los
otros dos, el de estar dentro de la legalidad por tener muy
en cuenta que trabajaban para formar ciudadanos del
cuarto estado?

No, son los anarquistas los más habilitados para ponerse


al frente de esos núcleos obreros, no para mangonearlos
como hacen los otros; sino para darles el ejemplo de sus
rebeldías, para demostrarles los obstáculos a vencer. Y no
es todo la lucha material, eso es poca cosa: la obra
realmente eficiente, la perdurable, es la educativa, es ahí
adonde deben tender la mayor parte de nuestros
esfuerzos; para eso sirven esos núcleos obreros
principalmente, y es necesario que los maestros sean lo
más desinteresados posible: elevemos moral e
intelectualmente las condiciones del obrero y habremos
realizado una obra grandiosa; lo demás vendrá sin grandes
esfuerzos»302.

Esta concesión de muchos anarquistas chocaba claramente


con la idea que de los sindicatos y del papel de las masas
obreras en los mismos tenían los propios sindicalistas
revolucionarios; idea totalmente antielitista que queda
reflejada precisamente en el acuerdo del Congreso al que nos
referimos.

La cita expuesta he creído importante recogerla, a pesar de


su longitud, porque expresa la concepción clásica de los
anarquistas con respecto a los sindicatos, y porque se trata de
parte de un artículo que se publica precisamente cuando el
Congreso fundacional de la CNT iba a dar vida y contenido a
una nueva Confederación.

302 P. Gil, «Algo sobre tácticas». «Solidaridad Obrera», 28, octubre, 1910. Los
subrayados son del original.
Sin embargo, la respuesta del Congreso, que, por no
considerarlo materia propia de los sindicatos, obvia toda
referencia al problema ideológico —el sindicalismo es práctica,
se pensaba—, trata claramente de impedir que estas
cuestiones interfiriesen la marcha de los sindicatos.

No se trataba de que ninguna minoría dirigiese los sindicatos,


sino que el sindicalismo revolucionario pretendía que fuese
precisamente la masa obrera agrupada en los sindicatos la que
actuase y se dirigiese a sí misma.

Por otra parte, la actividad sindical, a pesar de su ya


experimentada aunque corta vida, no era aún considerada
como la más adecuada para amplios sectores anarquistas, al
menos en la vía en que la llevaba el sindicalismo
revolucionario, entonces imperante en la CNT. Pero su
balbuciente éxito hacía que los anarquistas más conscientes, o
los ya seguidores de la vida sindical —los anarcosindicalistas—,
como el propio Anselmo Lorenzo, ya viejo, no cesasen en sus
llamadas al conjunto de los anarquistas para que ingresasen en
los sindicatos y participasen en la lucha sindical 303 . Y era

303 A Entre las múltiples llamadas de Anselmo Lorenzo a engrosar las filas de los
sindicatos puede citarse como ejemplo la hecha en 1911, tras la reciente creación de la
CNT, en su folleto «Elproletariado emancipador», p. 16: «Anarquista antiguo, como tuve
el honor de declarar ante el teniente Portas en vísperas de mi subida a los calabozos de
Montjuich en 1896; anarquista ya, como manifesté públicamente en 1869 en reuniones
celebradas en Madrid en el antiguo edificio de la Bolsa; anarquista hoy, seguro que con el
criterio puramente anarquista se solucionan racionalmente todos los asuntos sociales y que
el ideal a que aspira la humanidad está en el triunfo de la anarquia; renuncio a hablaros
como anarquista y me dirijo a vosotros sólo como trabajador, como compañero, para
excitaros a ingresar con conocimiento, con voluntad perseverante y con propósito decidido
en el movimiento sindicalista.»
El propio P. Gil, en el artículo antes citado, llamaba a los anarquistas a ingresar en los
sindicatos diciendo: «Reflexionad, camaradas, y veréis que con estar alejados de la
organización no favorecéis a las ideas; al contrario, dejáis el campo libre a los enemigos y
precisamente esto, el ingreso masivo de anarquistas en la
Confederación, que desequilibrase la balanza hacia el lado
anarquista, lo que temían los sindicalistas, no porque
rechazasen su presencia en los sindicatos sin más, sino porque
sus pretensiones de dominio ideológico, ponían en peligro la
independencia de los sindicatos y uno de los principios básicos
que los regía: el neutralismo sindical, la independencia
ideológica 304.

La retirada de los socialistas de la CNT y la no existencia de


otro fuerte contrapeso ideológico, acabaron por anular esta
independencia ideológica, débil por su propia esencia neutral, y
convertir a la Confederación en una entidad anarcosindicalista.
Pero ello no se produciría sino lentamente y se culminaría más
tarde.

Uno de los temas que contribuiría mucho a clarificar el


contenido sindicalista de la CNT hubiera sido el punto primero
del orden del día del Congreso: «El sindicalismo a base
múltiple», tema de enorme importancia y que, en la
terminología de la época, solía ser uno de los elementos

limitáis vuestros medios. Hay que ir a las organizaciones e influir en sus destinos; no
temáis en la absorción de vuestra personalidad anárquica por las mayorías, pues si
realmente la tenéis ella se impondrá lógicamente. Es necesario superarse a sí mismo, y
cuando se es superior, con el espíritu abierto a todas las manifestaciones del pensamiento,
se triunfa en cualquier parte.» («Solidaridad Obrera», 28, octubre, 1910, p. 4.)
304 «Quien se propone cambios políticos debe actuar en el campo de las relaciones
entre individuo e individuo alrededor del estado (...). Para el sindicalismo no existe jira
realidad eficiente fuera del obrero en el seno de la fábrica, al lado de sus compañeros y
frente a la sociedad burguesa toda; es aquél el campo en que el obrero es más necesario y
diferenciado, y es también aquél en que debe afirmarse su espíritu de combatividad y
creación. Lo demás es secundario en el sindicalismo.» (A. DE PIETRI TONELLI, «Por la
defensa del sindicalismo puro», en «Solidaridad Obrera», 18, noviembre, 1910.)
característicos que servían para distinguir entre el sindicalismo
revolucionario y el sindicalismo reformista. El revolucionario
rechazaría la base múltiple, mientras que el reformista la
propiciaría. (Ello, a pesar de que, como ya hemos visto al hablar
del sindicalismo en términos generales, algunos sectores del
sindicalismo revolucionario no rechazaban absolutamente el
sindicalismo a base múltiple). Sin embargo, a pesar de
encontrarse en el orden del día, nada dicen las actas del
Congreso en torno a este tema, y es muy posible que ni
siquiera se hubiese discutido, como ya había ocurrido en el
anterior Congreso de SO (1908), en el que este tema, que se
encontraba también incluido en el orden del día, fue dejado de
lado, con la disculpa de que el Congreso «no dispone de
tiempo hábil para discutir a fondo este tema», recomendando
a las sociedades que hiciesen «un estudio especial del
mismo»305.

El tema del sindicalismo de base múltiple era muy conflictivo,


debido fundamentalmente a dos motivos: primero, a su amplia
aceptación entre las sociedades obreras, y, segundo, debido a
que no estaba muy claro entre los propios sindicalistas el
significado de esta táctica, que unos consideraban claramente
favorecedora para el proletariado y otros adormecedora del
mismo. El desarrollo de actividades tendentes a la mejora de la
situación del obrero o a aumentar su capacidad de resistencia,
sin un contenido claramente reivindicativo o de
enfrentamiento directo con la burguesía, era una práctica muy
extendida entre las sociedades obreras, que venía
determinada, no sólo por la filosofía genérica que inspiraba a

305 Ver anteriormente en este estudio.


las sociedades de resistencia al capital —que basaban la
eficacia de su actuación precisamente en su capacidad de
resistencia en los enfrentamientos contra el capitalismo, por lo
que tenían que dotarse de amplios medios materiales para
poder subsistir—, sino por el aislamiento en el que se
encontraban todas ellas, sin ningún lazo de unión fuerte y
estable entre sí que les asegurase la solidaridad y el respaldo
amplio necesario para sus luchas. Me refiero, claro está, a las
sociedades no afiliadas a la UGT o inspiradas directamente por
los socialistas, para quienes el sindicalismo de base múltiple
constituía ya una parte esencial de sus concepciones
sindicalistas, prescindiendo de toda otra consideración 306.

Ello hizo que esta práctica, muy ampliamente asumida,


hubiese seguido a pesar de la constitución de SO y de la CNT,
posteriormente. Así, el sindicalismo de base múltiple no sólo
continuó siendo una práctica individualizada de muchas
sociedades obreras, sino que era colectivamente apoyado por
muchos sectores307. Como ejemplo claro de ello se puede citar
el Congreso comarcal de Vich, celebrado en diciembre de 1909,
poco después del Congreso de SO, a cuya confederación
pertenecían las sociedades asistentes, y en el que se acordó
—por 15 votos a favor, tres en contra y una abstención—

306 La UGT reconoció y aconsejó expresamente el empleo de la base múltiple en su


Congreso nacional de 11 de mayo de 1.911.
307 Esto no quiere decir, sin embargo, que la base múltiple fuese practicada por todas las
sociedades obreras, ni siquiera con la misma intensidad. Debido a su alto costo, una
cotización alta y habitual no todas las sociedades podían practicarla por igual; la mayoría
de ellas se contentaban con tener una caja de resistencia, sin entrar en otros terrenos, como
las cooperativas, seguros de paro o jubilación, accidentes, etc.
aceptar la base múltiple como medio de actuación 308.

Pero, además, el mayor problema estaba en que la doctrina


sindicalista revolucionaria no era uniforme al respecto. En
España, lógicamente, se había introducido también la polémica
que se sostenía entre los sindicalistas europeos. Así, mientras
que en las posiciones más cercanas al anarquismo, o las más
radicales, la crítica al sindicalismo de base múltiple era muy
fuerte, los sectores más moderados del sindicalismo no
dudaban en admitir éste, si bien recalcando su papel de mera
contribución a la lucha del proletariado y no de táctica decisiva.
A. Lorenzo incluía su crítica al sindicalismo de base múltiple
dentro de su crítica genérica a la vieja táctica de las sociedades
de resistencia, que consideraba desfasadas, y pensaba que se
trataba de un medio reformista.

«Así —decía Lorenzo—, vemos al reformismo, falseando el


concepto racional de la economía, recurrir al ahorro, que
escatima céntimos del mezquino e insuficiente jornal, para el
mutualismo en la enfermedad, o la jubilación en la vejez, o el
crédito en la crisis de trabajo; a la cooperación, para
exceptuarse en parte de la explotación mercantil, para realizar
una ganancia y hasta para obtener recursos que destinar a la
propaganda, y a la misma resistencia, estableciendo la huelga
sobre la cuota destinada al subsidio al huelguista»309.

Sin embargo, esta posición duramente crítica no era


totalmente aceptada entre los sectores más moderados,

308 A. PESTAÑA, «Historia de las ideas...» artículo XIV, en «Orto», núm. 17, octubre,
1933.
309 A. LORENZO, «Elproletariado emancipador», cit., p. 6.
quienes, reconociendo que no representaban una táctica
inmediatamente revolucionaria, admitían el papel debilitador
de las fuerzas del capitalismo que el sindicalismo a base
múltiple podía desempeñar, a pesar de jugar en su propio
terreno, y admitían, además, que éste contribuía al
fortalecimiento material de las sociedades obreras, necesario
no sólo para las luchas intermedias contra el capital, sino
también para la «lucha definitiva».

G. González Nieto firmaba en Solidaridad Obrera, poco antes


de la celebración del Congreso fundacional de la CNT, un
artículo que venía a recoger de manera detallada la concepción
que estos sectores más moderados tenían del sindicalismo de
base múltiple. Decía, entre otras cosas, este artículo:

«No se crea que la base múltiple lleva en sí el secreto de


descapitalizar la sociedad burguesa en beneficio de la
revolución. Nada de esto. Es sencillamente resolver la
manera de adquirir fondos, tener los sindicatos medios
materiales de propagar, de accionar en todos los sentidos,
sostener prensa, publicar folletos, libros; y esto
continuamente, sin interrupción y principalmente
—entiéndase bien— sin tener que recurrir como ahora a
suscripciones míseras y a la exhausta solidaridad en éstos y
otros casos de los sufridos asalariados»310.

Y añadía más adelante, concretando aún más:

310 El subrayado es mío.


«Tampoco se crea que la base múltiple pretende suprimir
de golpe y porrazo a la clase media antes dicha; no, esto
sería cándido.

Pero lo que sí consigue la base múltiple es hacer la guerra


sorda a una buena parte de la clase media, a los
comerciantes particularmente, erigiéndose no en un
comerciante más que va resueltamente a explotar tal o
cual mercancía, tal o cual necesidad; se erige solamente en
intermediaria, sí de sus mutualistas, llenando el objetivo
del comerciante que se enriquece con una ganancia
conocida; pero acumulando no esta ganancia, sino una
mínima ganancia convenida, para dedicarla a los fines a un
principio dichos y de antemano convenidos también (...).

Esto es lo que en la práctica resuelve la base múltiple, y


tanto más cuanto mayor sea el número de los sindicatos
que fomenten un sindicato en este sentido y desarrollen en
él cuantas combinaciones mutualistas puedan, para
obtener el resultado que se pretende primero, mejorar en
otro orden de cosas después»311.

Ante esta situación, no es de extañar que el Congreso no


entrase en el fondo de una cuestión que no estaba aún lo
suficientemente madura para los propios sindicalistas, y que,
como había hecho el Congreso de SO, dejase este tema al
estudio de las propias sociedades y para que se incluyese, en
todo caso, en el orden del día del próximo Congreso Nacional,
cosa esta última que así se hizo.

311 G. GONZÁLEZ NIETO «¿Qué es la base múltiple?», en «Solidaridad Obrera», 7,


octubre, 1910, p. 3.
El Congreso trató aún con cierto detalle el tema de la
solidaridad entre las sociedades federadas a la nueva
Confederación, aprobándose un largo dictamen en el que,
después de condenar abiertamente la utilización de las fuerzas
armadas en los conflictos obreros, venía a establecer que:

«La Federación, ante el atropello cometido con alguna


sociedad en lucha, debe abandonar la actitud casi
tradicional en las sociedades obreras, de pasividad y de
lamentos estériles para las víctimas, trocándola por una
acción decidida cuya especificación de detalles y potencia
de desarrollo lo determinarán inflexiblemente las
circunstancias que concurran en los acontecimientos.»

Acuerdo que viene a suponer una confirmación del cambio


que se estaba operando en la manera de entender la lucha
sindical por las fuerzas obreras, más interesadas ahora en la
realización de conflictos amplios, generalizados mediante
fuertes vínculos de solidaridad entre las sociedades obreras, y
de corta duración, que en la realización de conflictos
individualizados, donde el factor más importante era el factor
resistencia, por lo que, o se eternizaban, o solían terminar
violentamente, sin que soliesen afectar más que a la sociedad
interesada.

Aparte de las cuestiones de tácticas concretas a emplear, que


veremos en otro apartado, estos fueron los temas más
importantes de los tratados que venían a definir el contenido
sindicalista de la CNT.

Gran parte de estos acuerdos quedarían después reflejados


de manera formal en el Reglamento de la Confederación, que
elaboró una ponencia del Congreso y que fue modificado y
enmendado por las sociedades, regulando provisionalmente la
vida de la CNT hasta su aprobación definitiva, que debería
producirse en el primer Congreso nacional de la CNT312. Estos
Estatutos, o Reglamento, fueron publicados por Solidaridad
Obrera, núm. 40, de 11 de noviembre de 1910, y serían los que
regulasen la vida de la CNT, prácticamente sin ninguna
alteración, hasta los años treinta, salvando la parte orgánica,
sustancialmente modificada a raíz del Congreso nacional de
1919, y algunas matizaciones tácticas 313.

La caracterización sindicalista revolucionaria de la


Confederación viene explicitada en el artículo primero, en el
que se establecían los propósitos de la CNT, siendo estos
Estatutos mucho más explícitos al respecto que lo que lo
habían sido los de SO:

«1. °: Trabajar por desarrollar entre los trabajadores el


espíritu de asociación, haciéndoles comprender que sólo por
estos medios podrán elevar su condición moral y material en la
sociedad presente y preparar el camino para su completa
emancipación en la futura, merced a la conquista de los medios

312 Nota del Consejo de la CNT, en «Solidaridad Obrera», 18, noviembre, 1910.
313 Aunque no hemos podido localizar el citado número de «Solidaridad Obrera», para el
análisis de los Estatutos de la CNT nos hemos basado en los que serían presentados para su
aprobación en el Gobierno Civil de Valencia, el 15 de mayo de 1920, y en el de Barcelona,
el 3 de enero de 1923. El Congreso de 1919 introduciría en la parte orgánica de los mismos
sustanciales modificaciones, pero no alteraría su parte dogmática, que quedaría igual. Los
comentarios de Anselmo Lorenzo a los mismos, en 1911, confirman nuestro aserto (A.
LORENZO, «El proletariado emancipador», cit., p. 20; vid. también: G. ESGLEAS,
«Sindicalismo. Orientación doctrinal y táctica de los Sindicatos Obreros y de la CNT»,
Barcelona, 1935, p. 32; «Revista de Trabajo», núm. 3940, 1972, p. 456-458).
de producción y de consumo, detentados indebidamente por la
burguesía.

2.°: Practicar la solidaridad entre las colectividades


federadas, siempre que sea necesario, bien por causa de
huelgas o bien por los atropellos de los capitalistas o de los
servidores del Estado.»

Con ello quedaba formalmente establecida la doble


funcionalidad de los sindicatos, armas de defensa y
mejoramiemo, primero, y de ataque y transformación,
después, típica de la concepción sindicalista revolucionaria;
poniendo, además, en un primer plano la solidaridad proletaria
como elemento básicq de actuación.

Pero esta conceptuación sería aún completada por el artículo


segundo, que sí supone un enorme paso dado sobre los
contenidos sindicalistas revolucionarios que formalmente
había asumido SO en sus Estatutos, y aún materialmente en la
práctica. El artículo segundo establecía claramente el campo de
actuación de la nueva Confederación, —el «terreno
económico»—, y el método genérico de actuación, —la «acción
directa»—, deslindando todo ello de todo otro tipo de
elementos ideológicos o políticos, rechazados por ajenos.
Estableciendo, por tanto, el apoliticismo de la Confederación
en el más puro sentido de la palabra, y en el sentido concebido
originariamente por el sindicalismo revolucionario. Decía el
articulo 2:

«Para la consecución de estos propósitos, la


Confederación y las secciones que la integran lucharán
siempre en el más puro terreno económico, o sea, en el de
la acción directa, despojándose por entero de toda
injerencia política o religiosa.»

Sin embargo, conviene destacar aquí que, al contrario de lo


establecido en los viejos Estatutos de SO, y a pesar de lo que
algunos sectores habían pretendido en las discusiones del
Congreso, no hay una expresa exclusión de los intelectuales del
marco de los sindicatos, aunque tampoco hay una explicita
referencia positiva a ellos, siguiéndose, por tanto, la línea que
había marcado el acuerdo del Congreso y que, a la larga,
permitió el acceso de los mismos al seno de la CNT.

El artículo cuarto completaría este conjunto definitorio del


contenido de la Confederación al referirse al principio básico
del funcionamiento de los sindicatos en el marco confederal, y
a los medios a emplear por éstos en su actuación:

«Los sindicatos adheridos a la Confederación —decía—


se regirán con la mayor autonomía posible, entendiéndose
por ésta la absoluta libertad en todos los asuntos relativos
al gremio.

Como medios circunstanciales serán adoptados los que


cada caso requiera y siempre por acuerdo tomado por
mayoría de sindicatos confederados.»

Al contrario de lo que ocurría con los elementos anteriores,


este artículo es una reproducción literal de los últimos párrafos
del artículo tercero de los Estatutos de SO. En lo que se refiere
a la autonomía de las sociedades federadas, el artículo
consagra la tendencia más clásica del societarismo hispano,
tendencia que rechazaba las concepciones orgánicas más
ortodoxas del sindicalismo revolucionario, tendentes a limitar
un tanto la excesiva autonomía de las sociedades en beneficio
de una mayor coordinación en la actuación de las mismas. Esta
tendencia quedó manifestada en el Congreso en boca de
aquéllos que defendían el establecimiento de un sistema de
organización más perfeccionado, en el que el factor o elemento
orgánico más importante fuese, no la sociedad o sindicato, sino
la federación, que agrupase y coordinase la actuación del
mayor número posible de ellos. En este sentido iba la
discusión, a la que ya nos hemos referido, que se planteó en la
séptima sesión del Congreso entre los que defendían que la
nueva Confederación fuese una Federación de sociedades de
resistencia y los que preferían una Confederación de
FEDERACIONES. El acuerdo del Congreso siguió una vía que
puede ser considerada intermedia, en el sentido de que
consagró la denominación de Confederación, entendiendo con
ello que ésta se basada en la agrupación de sindicatos, pero
unidos éstos, a su vez, en el marco de FEDERACIONES
Regionales, Comarcales y Locales; pero relativizando la
importancia de las FEDERACIONES de oficio, como base de la
estructuración orgánica, que era lo que en el fondo querían
destacar los que defendían la denominación de Confederación
para la nueva entidad. Quedaba, pues, asegurada la autonomía
y la personalidad de los sindicatos, como habían pretendido el
tarrasense Farré y el gijonés Álvarez —miembros de la
ponencia elaboradora del Reglamento— en las discusiones del
Congreso.

En cuanto a los medios a emplear, nada dicen los Estatutos


de manera concreta, limitándose a referirnos a lo que cada
caso requiera o lo que los sindicatos decidan. Sin embargo,
aunque ello es una repetición de lo que había establecido SO,
el marco de actuación de los sindicatos no es en la CNT tan
libre como lo era en SO, en lo que se refiere a la elección de
medios circunstanciales de actuación, y ello debido a que si en
los Estatutos de SO no había más referencia a este problema
que el del citado artículo tercero (cuarto de la CNT), en los
Estatutos de la CNT había, además del artículo cuarto, un
artículo segundo que marcaba claramente los límites de
actuación de los sindicatos, teniéndose que limitar éstos a los
marcos que ofrecía la acción directa.

Así, los medios que los sindicatos podrían emplear en sus


luchas, lo mismo que la Confederación considerada como un
todo, podrían ser los que ellos eligiesen, pero siempre que
estuviesen en los límites establecidos por la acción directa, es
decir, la huelga, el boicot, el sabotaje, el label, y todo aquello
que no supusiese la intervención de intermediarios en la
solución de los conflictos con el capital. A estos medios de
actuación, o armas de lucha de los sindicatos, nos referiremos
más detenidamente un poco, más adelante.

Para finalizar este apartado dedicado a la conceptuación


sindicalista revolucionaria que la CNT hace de sí misma en su
Congreso fundacional vamos a referirnos someramente a un
tema del que ya nos ocupamos con mayor extensión en otro
lugar: el tema de la influencia francesa en la formación de la
CNT.

Adolfo Bueso, joven militante entonces, hermano del


destacado dirigente de SO José Bueso, y que sería también, a
su vez, posteriormente, un destacado militante de la CNT, dirá
en sus memorias con respecto a este perídodo:

«Los obreros de Cataluña que emprendieron la tarea de


fundar un organismo obrero de carácter nacional, si no
enfrente, al menos al margen de la ya existente Unión
General de Trabajadores, parece evidente que estaban
muy influidos por la organización obrera francesa, es decir,
por la Confederación General del Trabajo. Muchos de los
iniciadores de la idea habían estado en el vecino país, y
otros leían con avidez cuanta literatura obrerista pasaba la
frontera»314.

Uno de los temas que llama ya la atención en el Congreso y,


en general, en todo lo que se refiere a la creación de la nueva
central sindical nacional es el empleo, refiriéndose a ella, de la
denominación CGT, al igual que la central francesa. Esta es la
denominación que aparece en el dictamen de la ponencia,
aprobado por el Congreso, que da vida a la CNT; aunque hasta
que la denominación Confederación Nacional del Trabajo se
oficialice y se haga definitiva en el Congreso nacional de 1911,
se utilizarán con cierta frecuencia otro tipo de denominaciones,
como Confederación Nacional del Trabajo Solidadaridad
Obrera, utilizado en el manifiesto de 13 de enero de 1911. Por
ello, aunque indicativo, no es éste un elemento de suficiente
peso como para establecer a partir de él la influencia francesa
en la CNT315.

314 A. BUESO, «Recuerdos de un cenetista», Barcelona, 1976, p. 53.


315 Adolfo Bueso atribuye el cambio de la denominación Confederación General del
Trabajo española, que aparecía en el dictamen aprobado por el Congreso, por el de
Pero, aparte de esta cuestión puramente nominal, el tema de
la relación entre el sindicalismo francés y el sindicalismo
español es algo que aparece con cierta frecuencia reflejado en
la propia Solidaridad Obrera, demostrando claramente el peso
y la gran influencia que el sindicalismo francés ejercía sobre el
sindicalismo español.

No vamos a entrar ahora en una teorización amplia sobre


este tema, que como digo, ya nos ha ocupado extensamente
en otra parte de este trabajo, pero sí vamos a citar dos o tres
ejemplos gráficos de esta influencia que se producen
precisamente en los momentos en que la nueva central sindical
sindicalista revolucionaria nace a la vida.

Ello no quiere decir que no existan otras muchas


manifestaciones que se podrían citar, aparte del propio
contenido teórico de la CNT de estos momentos iniciales, sino
que los casos a los que nos referimos son manifestaciones
claras de la actitud receptiva, principio de la influencia, que
existía entre los sindicalistas españoles con respecto al
fenómeno francés. Se trata de expresos reconocimientos de
esta influencia.

No tengo noticia exacta de que ello se hubiese producido, sin


embargo, con anterioridad al Congreso fundacional de la CNT,

Confederación Nacional del Trabajo, a una extralimitación del Comité de la misma. Sin
embargo, hay que decir que la primera denominación adoptada por el Congreso es más
bien indicativa, no definitiva, y que a lo largo del mismo se utilizan diversos términos,
Federación, Confederación, General, Nacional, etc., para referirse a ella. En la última
sesión, por citar un ejemplo concreto, aparece la denominación Confederación Nacional
del Trabajo, refiriéndose a la nueva central sindical, en el texto de un acuerdo condenando
las medidas represivas del Gobierno argentino («Al quedar constituida Solidaridad Obrera
en Confederación Nacional del Trabajo, acuerda manifestar que...»).
existió una propuesta concreta para que se invitase
formalmente a la CGT a asistir al citado Congreso. El
proponente, el anarcosindicalista V. García, residente en
Burdeos, razonaba su propuesta diciendo:

«Él [el delegado francés] podría servir para evitar mil


errores que podrían cometerse y que se cometerían, sin
duda, pues sería locura que pretendiéramos creer que del
primer Congreso nacional saldrá una organización perfecta.

Aunque la Confederación francesa tiene mucho que


subsanar, nos podríamos dar por muy satisfechos si
pudiéramos llegar a una organización de solidez como ella
y a crear una minoría obrera inteligente como la que ella
cuenta»316.

Aparte de este caso concreto, son numerosos en la prensa


sindicalista revolucionaria española, principalmente en
Solidaridad Obrera, los artículos, notas, informes, referencias,
etc., que demuestran hasta qué punto estaba atento el
naciente sindicalismo español al fenómeno francés, al que se
presentaba como guía y ejemplo a imitar. Solidaridad Obrera
publicaba sólo unos días antes del Congreso fundador de la
CNT una amplia reseña del XVII Congreso nacional de la CGT
francesa, que iba encabezada por unas líneas del corresponsal,
el cual decía dirigirse a los lectores del periódico:

«... a fin de que tomen buena nota de los progresos que


el sindicalismo revolucionario está haciendo en esta nación

316 «Solidaridad Obrera», 30, septiembre, 1910.


[Francia], y vean cuán necesario es que todos aportemos
nuestro mayor esfuerzo posible, para que el sindicalismo
español, siguiendo el ejemplo que acaban de darnos los
obreros franceses, tome nuevos rumbos, basados, por
supuesto, en la nueva concepción del sindicalismo
revolucionario» 317.

Y la verdad es que, como nos diría unos años más tarde el


que fue primer secretario general de la CNT, el sindicalismo
español tomaría, efectivamente, buena nota de gran parte de
las concepciones del sindicalismo revolucionario francés, sobre
todo en lo que se refiere a las cuestiones tácticas 318 ;
concepciones que, aunque luego irían adquiriendo fuertes
connotaciones propias en la medida en que el componente
ideológico cambiaba de matiz, adquiriendo un sentido
anarquista en un principio, momento al que nos estamos
refiriendo, se encontraban aún en un estado bastante «puro»,
como hemos visto.

En definitiva, como diría otro artículo de Solidaridad Obrera:


«No podía pasar desapercibido el movimiento sindical francés,
donde la acción directa es la única que puede solucionar todo
roce que se entable hasta en completa anulación con el

317 «Solidaridad Obrera», 21, octubre, 1910.


318 José Negre, en su folleto «¿Qué es el sindicalismo?», explica cómo el societarismo
español se inspiraría en el sindicalismo francés, al punto de cambiar su denominación,
dado que «si teórica o doctrinalmente no, en la táctica de lucha érale inferior» —dice—,
tomando del mismo «el boicot, el label, el sabotaje, etc., que constituían un notable
adelanto en la práctica de la acción directa y complemento de la huelga de oficio» (op. cit.,
p. 4-5).
capital» 319.

— La cuestión táctica

Ya hemos visto anteriormente, al tratar de los problemas


ideológicos de la CNT, cómo el factor determinante de su
propia existencia es la cuestión de la estrategia y de las tácticas
sindicales. En sus propias palabras, son las cuestiones tácticas
las que determinan la influencia francesa y la evolución
consiguiente del viejo societarismo español, y son las
cuestiones tácticas las que les diferenciaban de la UGT y
provocaron la creación de la CNT. El sindicalismo
revolucionario era, en su concepción, fundamentalmente
acción, por lo que los problemas de tipo ideológico, salvo la
definición neutral en este campo a la que siempre se aludía,
apenas aparecen dentro de sus escritos y trabajos. Solamente
el sector anarcosindicalista, mucho más preocupado por la
cuestión ideológica, dada su adscripción concreta a un campo
determinado de la ideología socialista, el anarquismo, tiende a
dar constantemente una visión ideologizada e ideologizante del
problema sindical, incidiendo con preferencia en este aspecto.

Sin embargo, el predominio de la concepción que


denominaríamos «sindicalista pura», o simplemente
sindicalista revolucionaria, en los medios de SO en el momento
de la fundación de la CNT, hace que el tema táctico aparezca
como la cuestión fundamental, que justifica la creación de la

319 «Solidaridad Obrera», 3, febrero, 1911.


CNT, y a la que se dedica la mayor atención. Sin embargo, es
claro que lo que ellos parecen delimitar a un simple problema
de táctica, o de tácticas, es, en realidad, un problema de
transcendencia mucho mayor, que encierra toda la concepción
ideológica diferenciada del sindicalismo revolucionaria.

En cualquier caso, aceptando su profesada intención de no


hacer resaltar la cuestión ideológica, entrando así en debates
de este tipo, que eran perjudiciales para la unidad de la clase
trabajadora, lo que sí está claro que se esconde dentro de la
«cuestión táctica» es toda una estrategia de lucha sindical,
perfectamente diferenciada de la empleada por las
organizaciones por ellos denominadas reformistas, o que
practicaban un sindicalismo reformista. Y esto hay que tenerlo
muy en cuenta a la hora de analizar la actuación sindicalista
revolucionaria de la CNT y sus directrices tácticas.

La «acción directa», cuyo contenido y significado genérico


para el sindicalismo revolucionario hemos analizado
anteriormente, aparece como el principio inspirador de toda la
actuación de la CNT, y, por tanto, de sus directrices tácticas y
estratégicas.

Ahora bien, la acción directa, aunque tiene un contenido


eminentemente táctico, en el sentido de que es el elemento
básico de la praxis sindicalista, tiene también unas
connotaciones claramente ideológicas que cualifican al
sindicalismo revolucionario, constituyendo una parte
fundamental de su entramado ideológico. Así, la acción directa,
concepción derivada de la lucha de clases y del papel
independiente que debe jugar la clase obrera en esa lucha, está
latente dentro de muchos de los acuerdos de mayor contenido
ideológico del Congreso.

Sin embargo, no es éste un terreno en el que se profundizara


demasiado, a pesar de la voluntad que existía de definir y dotar
del máximo contenido sindicalista revolucionario posible a la
nueva Confederación; y, así, ya vimos cómo todos los acuerdos
del Congreso tendentes a rellenar ese vacío fundamental que
había existido en SO se quedan en niveles poco profundos, y
dénotan una gran despreocupación por la necesidad de una
fundamentación ideológica. Cosa que, por lo demás, ya hemos
visto también que es bastante consustancial al sindicalismo
revolucionario. De esta manera, elementos clave en la
formación del contenido ideológico de la CNT son expuestos o
definidos sin aludir para nada a las bases sustentadoras de los
mismos, sin que aparezca la más mínima alusión a la acción
directa.

Así, el tema del desarrollo de la fase de la Internacional: «La


emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los
trabajadores mismos», que daba pie a la teoría general del
sindicalismo revolucionario para desarrollar su concepción de
la independencia de la clase trabajadora y del contenido
eminentemente económico de esta lucha —lo que implicaba la
negación de todo tipo de representación o de intermediario
que la suplante—, la discusión y el acuerdo del Congreso lo
delimitaron a una cuestión mucho más simple y concreta
—aunque no por ello desviada del tema—, como era la de la
posibilidad de la participación de los intelectuales y de otros
grupos sociales no estrictamente proletarios, aunque sí
asalariados, en los sindicatos. La alusión a la acción directa y a
la independencia de la clase trabajadora hubiera solventado el
problema —dentro del esquema de sus propias
concepciones— sin necesidad de acudir al detalle. Pero, como
elemento propio también del sindicalismo revolucionario, lo
concreto, lo práctico, se impuso a lo genérico, a lo teórico. Por
ello, el dictamen que había elaborado la ponencia sobre este
tema y que lo trataba de una manera mucho más sustancial,
fue rechazado, obviando algunos elementos del análisis que
profundizaban más en la concepción de la independencia de la
clase trabajadora, la acción directa, y que, aunque no
expresamente, venían a concluir en una condena de la acción
política 320 . Quizá era aún demasiado pronto para que el
sindicalismo de la CNT adquiriese formulaciones contundentes
en este terreno, lo que no impedía que algunos sectores de la
misma lo hicieran, como lo demuestra la salutación que el
Ateneo Sindicalista de Barcelona envió al Congreso321.

Lo dicho con respecto a este punto fundamental del orden


del día puede decirse con respecto a los otros puntos que
rozaban el tema ideológico, como aquél en el que la nueva CNT

320 «Que los hombres de la Internacional tuvieron razón al advertir a los trabajadores que
su emancipación había de ser su propia obra —decía un párrafo del dictamen rechazado—
lo demuestra el hecho de que a pesar de la divulgación de ese axioma y de lo conocido que
es en el mundo entero, aún hay millares y millares de trabajadores que confían en su
emancipación mediante la labor de otros hombres, trabajadores o no, empleando medios
indirectos en vez del directo explícitamente indicado en la frase que sirve de
encabezamiento a este esbozo.»
321 El círculo vicioso de sometimiento a la burguesía «no lo romperemos dejándonos
llevar de la mano por la retórica política que quisiera encarrilar el movimiento obrero por
las sendas del viejo legalismo o de otro nuevo con el que sancionaríamos nosotros mismos
futuras esclavitudes (...). No lo romperemos si no nos hacemos el firme propósito de
emanciparnos nosotros mismos y únicamente con nuestros propios medios, del
capitalismo que nos estruja y del Estado que por mil medios facilita esta explotación»,
decía un párrafo significativo de la citada salutación.
define su concepción del sindicalismo, o en el que se establece
la necesidad de la solidaridad activa entre las sociedades
cuando alguna de ellas sufra un «atropello». Este último tema,
sin embargo, dio pie para que la ponencia desarrollara
interesantemente su concepción de la interrelación existente
entre el poder político y las fuerzas sociales dominantes,
análisis que hubiese tenido una significación mayor si hubiese
ido unido a un tema de mayor trascendencia, y que hubiese
completado perfectamente el tema de la independencia de la
clase trabajadora, en el supuesto de que el dictamen de la
ponencia sobre el citado tema hubiese sido aprobado. Sin
embargo, aunque el propio Congreso fue consciente de la
importancia del mismo, acordando su publicación, quedó
aislado, y las conclusiones del mismo no alcanzaron la
importancia del análisis realizado.

El mismo tema de la creación de la nueva Confederación,


que, como vimos, exigía un análisis de tipo ideológico más
profundo, se limitó a la cuestión táctica, y en este único sentido
sí se citó expresamente a la acción directa; y aun ello no se hizo
en el acuerdo del Congreso, que quedó referido únicamente a
una cuestión mucho más superficial, como era la mera
existencia de toda una serie de sociedades obreras dispersas
por no estar afiliadas a la UGT, sino que quedó solamente
reflejado en la discusión realizada en torno al tema. Así, pues,
la acción directa tenía para la CNT un contenido esencialmente
práctico, era su principio básico de actuación, y así lo
recogieron sus Estatutos, en el artículo segundo ya citado.

Pero, ¿cuáles eran las formas o modos de actuación


concretos a través de los cuales habría de manifestarse la
acción directa? La verdad es que bien poco va a decir el
Congreso fundacional de la CNT a este respecto.

Los Estatutos de la CNT, en su artículo cuarto, establecieron,


recogiendo al pie de la letra un párrafo del artículo tercero de
los que habían sido los Estatutos de SO, que «como medios
circunstanciales serán adoptados los que cada caso requiera y
siempre por acuerdo tomado por la mayoría»; lo que no es sino
una manifestación clara de la indeterminación del Congreso al
respecto.

Sin embargo, los medios de lucha característicos del


sindicalismo revolucionario sí van a estar presentes en el
Congreso. Ya, por de pronto, queda claro en la discusión que
son precisamente estos medios tácticos, la acción directa, lo
que diferencia en la práctica a la CNT de la UGT, y lo que hacía
que existiese toda una serie de sociedades dispersas, que no se
habían unido a la UGT por este motivo. Pero, además, de una
manera más concreta, el Congreso va a decir cuáles eran esos
medios al establecer la necesidad de abolir el trabajo a destajo
(punto 14 del orden del día):

«Para abolir el trabajo a destajo se emplearán todos los


medios que aconseja la acción directa para salir airosos de
nuestros propósitos, como son: boicotaje, el sabotaje, etc.,
etc., en las materias necesarias a la casa donde se entable
la lucha.»

También al establecer el «modo de lograr el abaratamiento


de los alquileres y supresión de los odiosos depósitos» (punto
12 del orden del día):
«El Congreso declara la urgente necesidad de aplicar la
acción directa obrera contra esta fuerza económica
burguesa, exteriorizándola en forma de boicot contra los
propietarios que se nieguen a suprimir el depósito en sus
contratos de arrendamiento (...) sin perjuicio de que en
caso extremo y como supremo recurso negarse
sistemáticamente toda la clase obrera organizada al pago
de los susodichos alquileres, mediante la huelga general de
inquilinos.»

Al establecer la obligación que tendría la Confederación de


acudir solidariamente en auxilio de las sociedades que
sufriesen los atropellos del capital o de la autoridad (tema 9 del
orden del día), se referirá el dictamen de la ponencia aprobado
por el Congreso a una serie de posibles modos de actuación:

«Contra el atropello cometido contra una sociedad


federada en lucha podría esta ponencia recomendar
muchas y excelentes armas, como, por ejemplo, acudir
ante el pueblo con el mitin, hojas, carteles y números
extraordinarios de nuestro órgano en la prensa, emprender
el boicotaje, el sabotaje (que tanto preocupa hoy en día), la
huelga del oficio afectado por el atropello y la huelga
general revolucionaria.»

Al establecer los posibles modos de favorecer el desarrollo


del asociacionismo entre los obreros agrícolas, se acuerda,
entre otras cosas, declarar el «boicot contra todos aquellos
patronos que tengan jornaleros no asociados».

En fin, sin que sea ésta una relación exhaustiva de todas las
operaciones en las que el Congreso se refiere a las armas
específicas a emplear en la lucha sindical, como aplicación de la
acción directa, en ella se encuentran aludidas todas las que
entonces se encontraban en uso y que eran las comúnmente
propiciadas por el sindicalismo revolucionario.

Sin entrar ahora en la explicitación del contenido de cada una


de estas armas —al cual ya nos hemos referido cuando
hablamos en términos generales del sindicalismo
revolucionario—, ni en la visión que de cada una de ellas tenía
la Confederación —dado que no se refiere para nada el
Congreso a ellas de una manera específica—, sí pueden
enumerarse éstas: boicot, sabotaje y huelga, a las que se
puede añadir la campaña publicitaria o de todo tipo de
acciones, tendente a promocionar o apoyar cualquier postura
de la Confederación.

En este sentido, es de destacar la ausencia de toda referencia


al label, arma que, aunque poco utilizada generalmente en las
luchas sindicalistas, tenía ya una acreditada vigencia en los
medios obreros europeos y americanos en el momento en que
la CNT nace, dado que venía a suponer algo así como la otra
cara de la moneda que representaba el boicot.

Sin embargo, aunque el Congreso se ocupó de todas estas


armas de una manera tangencial, refiriéndolas a acuerdos
concretos y no tratándolas de manera específica, no puede
interpretarse ello como un olvido o una desidia, dado que,
como vimos, existía una clara voluntad de adecuar los modos
de actuación de la Confederación a la pauta genérica fijada por
la acción directa; sino que, más bien, la causa de ello estaba en
la intención de no regular de manera excesivamente detallada
la actuación de los sindicatos, para no recortar su autonomía.

Pero, además, se consideraba que la realidad era lo


suficientemente variada y cambiante como para que fuese
inútil todo tipo de regulación previa sobre el tipo de armas a
utilizar en cada caso, dado que el cambio de situación podía
hacer cambiar también el tipo de armas a emplear, sin que por
ello se dejase de emplear la acción directa.

El mismo texto de la ponencia aprobada sobre el punto


noveno del orden del día, después de referirse a los posibles
medios a emplear en la lucha sindical, establece la inutilidad de
recomendar alguno de ellos a casos concretos:

«Todo esto podríamos recomendar, pero a la vez


juzgamos que los organismos obreros no deben incurrir en
el error de los legisladores, que confeccionan leyes y más
leyes para quedar luego incumplidas, porque al chocar con
la realidad de la vida no responden en nada a las
necesidades, a las palpitaciones imperiosas de la misma.»

Y es precisamente en este sentido en el que debe entenderse


la amplitud o indeterminación del artículo cuarto del
Reglamento de la Confederación, que refiere los medios a
emplear a los que «cada caso requiera y siempre por acuerdo
tomado por mayoría».

Los medios a emplear habían de constituir acción directa; y


en la práctica de entonces se consideraban como adecuados
los citados: huelga, boicot, sabotaje; pero no se acudía siquiera
a su enumeración dado que la realidad podía ir exigiendo o
suministrando otros nuevos, sin que por ello se alterase la
pauta genérica de actuación: la acción directa.

Especial mención merece, sin embargo, el acuerdo recaído en


torno a la utilización del arma específica para la realización de
la revolución: la huelga general (tema 7 del orden del día).

Tal y como estaba planteado el enunciado del tema de la


huelga general322, demuestra que no sólo existía la necesidad
de especificar el contenido de ésta como el arma
revolucionaria de la Confederación, sino que había que
clarificar el sentido mismo de la huelga general.

Así, el dictamen elaborado por la ponencia, que fue


unánimemente aprobado, se ve obligado a establecer esa
distinción. Primero, qué se entiende por huelga general, y,
segundo, cuál es el contenido de la huelga general
revolucionaria 323. Contestando al primer aspecto, se entiende
que «la huelga general ha de ser esencialmente
revolucionaria». En este sentido, el acuerdo de la CNT se
manifiesta en la línea del más puro y primigenio de los
sindicalismos revolucionarios, que no admite la posibilidad de
otra huelga general que no sea la revolucionaria; es decir, la
importancia y la transcendencia de un movimiento de este tipo
exige el que éste no se declare por motivos de pequeña índole,
sino que su finalidad revolucionaria exige un contenido
revolucionario desde el principio.

322 «La huelga general, para que surta sus efectos de eficaz defensa del proletariado,
¿puede ser pacífica o ha de ser esencialmente revolucionaria? En todo caso, ¿en qué forma
cree el Congreso debe emplearse para su seguro efecto?»
323 Vid. el dictamen aprobado en apéndice documental.
«Una huelga general —decía un párrafo del dictamen—
no debe declararse para alcanzar un poco más de jornal o
una disminución en la jornada, sino para lograr una
transformación total en el modo de producir y distribuir los
productos.»

La huelga general, según esta concepción, no era pensable de


otro modo que no fuese en función de la revolución. No se
admitíá la posibilidad de una movilización general por una
mejora concreta en sí misma. El esfuerzo que un movimiento
de este tipo implicaba —se pensaba— no podía desperdiciarse
en meras conquistas parciales, y había de ser revolucionario o
no ser.

La distinción que establece el acuerdo del Congreso se hace


entre huelga general pacífica y huelga general revolucionaria,
sin embargo, el contenido en que se basa la distinción no se
refiere tanto al componente violento de una u otra, como a su
transcendencia transformadora.

La huelga general pacífica, es decir, la no revolucionaria, es


imposible, dado que —decía el dictamen—:

«al cruzarse de brazos en un momento dado los


trabajadores, trae como consecuencia un trastorno tan
grande dentro de la marcha de la actual sociedad de
explotados y explotadores, que imprescindiblemente habrá
de causar una explosión, un choque, entre las fuerzas
antagónicas que hoy luchamos por la vida.»

Por ello, las fuerzas proletarias envueltas en un movimiento


de este tipo, para tener posibilidades de triunfar habrían de
adoptar una actitud positiva, revolucionaria, que fuese más allá
de la mera resistencia, con lo que la huelga dejaría ya de ser
«pacífica» para convertirse en revolucionaria. Pero, además,
las nuevas concepciones del sindicalismo revolucionario
rechazaban la actuación proletaria en base a la resistencia y
hacían recaer su eficacia en la rapidez e intensidad de la acción,
por lo que, dada la poca capacidad de resistencia del obrero
—debido a estas nuevas concepciones orgánicas, que
rechazaban las cajas de resistencia y otras seguridades—, como
decía el dictamen, «la huelga general pacífica es imposible que
pueda ser duradera» y, en caso de producirse ésta, terminaría
viéndose abocada a la solución revolucionaria, al tener los
obreros que dotarse de elementos para subsistir, teniendo que
arrancárselos a la burguesía324. La huelga general, pues, habría
de ser siempre revolucionaria o no ser.

Otro de los puntos importantes del dictamen referente a la


huelga general es el referente a cuál habría de ser el ámbito de
la misma. Tal y como está redactado, el dictamen parece
concebir sólo la huelga de ámbito territorial, excluyendo la de
carácter profesional. Es decir, al hablar de huelga general, el

324 «La huelga general pacífica —decía el dictamen— es imposible que pueda ser
duradera. Figuraos lo que sucedería en un hogar proletario cuando a los pocos días, quizá
al día siguiente del paro, si se acabaran las escasas provisiones de boca con que se contara;
lanzaríase aquel trabajador a buscarlas fuera de casa, se uniría con otros que estuvieran en
el mismo caso, y como no habiendo producido estos días y holgando también los
expendedores de los mercados, no habría dónde adquirirlas legalmente (en caso favorable
de disponer de fondos para ello), tendría que dirigirse a esos grandes sitios de acaparación,
a esos grandes almacenes abarrotados de género, que a veces se pudre, mientras muchos
desheredados caen desfallecidos por la abstinencia. Mas como esos almacenes son de
propiedad privada, la fuerza pública viene obligada, dentro del actual estado de cosas, a
defenderlos, y de ahí resultaría uno de los muchos choques que una huelga general trae
consigo.»
dictamen parece entender por tal un conflicto amplio que
abarque a todos los oficios de una zona lo más extensa posible,
más que la paralización total de un oficio en un determinado
ámbito territorial. La huelga general propiamente dicha, pues,
no puede ser una huelga general de oficio, aunque sea
nacional. Prevalecen en el concepto huelga general los criterios
de totalidad y territorialidad: ha de ser de todos los oficios —o,
al menos, de los más decisivos, que acabarían acarreando la
paralización de los demás—, y con la mayor extensión
territorial posible. Para que la huelga general fuese realmente
tal y tuviese la eficacia deseada, este ámbito territorial habría
de ser la totalidad del territorio nacional, o, incluso, ello sería lo
ideal, el de todas las naciones.

«La experiencia nos ha enseñado —decía una parte del


dictamen— que la huelga general en una sola localidad, si bien
no nos causa grandes perjuicios porque demostramos nuestro
espíritu de lucha y nuestros deseos de emancipación (...); en
cambio, hemos de confesar que, localizada la huelga general en
un punto y estando el resto de los obreros de la nación en
pasividad completa, las fuerzas públicas, al servicio de la
burguesía, se congregan en aquel lugar, siendo fácil
relativamente a los gobiernos sofocar la rebelión.»

Sin embargo, no puede por ello decirse que la CNT rechazase


de plano la celebración de huelgas generales de un oficio
determinado; por el contrario, en el dictamen de la ponencia
sobre el tema noveno del orden del día, aprobado por el
Congreso, al que nos hemos referido anteriormente, se habla
claramente de la posibilidad de la huelga de oficio, sin ponerle
ningún tipo de límite territorial; y en el tema 12 habla de una
huelga general de inquilinos. Lo que la CNT parece querer
hacer, pues, es limitar, por una parte, terminológicamente, la
aplicación del término huelga general a su estricto significado
revolucionario, unido a los principios de totalidad y máxima
extensión territorial; y, por otra parte, en la práctica, limitar la
utilización de este arma para fines no revolucionarios, o con
amplitud y extensión restringidas325.

La propia estructura orgánica de la CNT favorece el empleo y


puesta en práctica de una táctica de este tipo, dado que los
sucesivos escalones orgánicos en los que se van federando los
diferentes organismos, hasta llegar al vértice de la pirámide
que forma el conjunto, tienen una base territorial. Es decir, al
nivel local se unen todos los sindicatos de oficio, al nivel
regional se unen todas las FEDERACIONES locales y comarcales,
y al nivel nacional se unen todas las CONFEDERACIONES
regionales. Con ello se podía asegurar mejor la asunción por
todos los sindicatos de un ámbito territorial determinado de un

325 Sin embargo, la propia CNT participaría activamente, recién fundada, en la huelga
general que se declaró en la ciudad de Sabadell, a raíz de un conflicto que estalló poco
antes de la iniciación del Congreso y que duraría varias semanas. Ya en la séptima sesión
del Congreso el delegado Salvador Marcet propuso que se declarase la huelga general
revolucionaria «para lograr la solución del actual conflicto en pro de los obreros». El
Congreso, más coherente con sus propias resoluciones, no acordó la huelga general
revolucionaria, pero sí aprobó la siguiente propuesta: «Proponemos al Congreso acuerde
como medida de solidaridad a los huelguistas sabadellenses que todos los delegados
presentes lleven al ánimo de sus respectivas entidades el deber ineludible que tienen de
cumplir los acuerdos de las asambleas de delegados de Solidaridad Obrera de Barcelona,
de auxiliar materialmente a los huelguistas. Que si el próximo viernes no se ha
solucionado la huelga, cumplan los huelguistas el acuerdo de abandonar en masa la
población de Sabadell. Y que si con motivo de este último acuerdo las fuerzas burguesas
atropellasen a estos compañeros, el Comité de la Confederación de Barcelona dé
cumplimiento al acuerdo tomado en la sesión de anoche y que se refiere a este caso
concreto.» (Se refiere al acuerdo sobre la solidaridad entre las entidades federadas, del que
se habla en la pág. 189 y siguientes de este trabajo.)
conflicto; y, así una huelga general sería fácilmente extendible
y asumible en el ámbito territorial que se pretendiese.

La existencia de las FEDERACIONES nacionales de oficio, que


fueron aprobadas por el Congreso, podía también favorecer el
desarrollo de conflictos extensos territorialmente, pero que
sólo afectasen al oficio en cuestión. Esta estructura orgánica
estaba fundamentalmente pensada para eso. Sin embargo,
aparte de otras muchas cuestiones, que analizaremos en otro
lugar, la concepción de la huelga general de la que se dotó la
Confederación, de base esencialmente territorial, más que
profesional, convirtió a las FEDERACIONES de oficio en inútiles
para este fin, siendo éste un argumento más de los que se
emplearon en contra de su existencia. Así, salvo unas cuantas,
éstas languidecieron hasta que el Congreso nacional de 1919
decidió suprimirlas.

El criterio territorial se impuso. La unidad básica de


solidaridad era la Federación Local, en la que se reunían todos
los sindicatos de los diferentes oficios, y en caso de conflicto en
un oficio determinado, éste habría de afectar antes a los demás
oficios de la misma localidad que a los otros sindicatos del
mismo oficio de otras localidades; y así sucesivamente a los
subsiguientes escalones orgánicos.

En definitiva, como dijo el dictamen:

«Para que la huelga sea general en la verdadera


aceptación de la palabra, quizá en la única aceptación:
cuando dejen de producir al unísono todos los asalariados
de un mismo país; aunque esto no sea óbice para que,
cuando los trabajadores estemos bien compenetrados, la
huelga general universal, que será el día que empiece a
brillar la luz de la justicia» 326.

Establecida la necesidad de que la huelga general sea


revolucionaria, y concretado lo que se entendía por ella, el
dictamen aprobado por el Congreso entra en el estudio de cuál
habría de ser el contenido de la misma, de cuáles habrían de
ser sus requisitos esenciales.

Un aspecto muy importante de la concepción de la huelga


general de la que se dota la CNT es el tema de la motivación de
la misma. Como ya vimos, el dictamen establecía que la huelga
general «no debe declararse para alcanzar un poco más de
jornal o una disminución en la jornada, sino para lograr una
transformación total en el modo de producir y distribuir los
productos».

Ahora bien, aquí habría que establecer una serie de


puntualizaciones que el dictamen del Congreso no hace. El
Congreso parte de la consideración de la huelga general como
un fenómeno aislado, y, como tal, dice que no puede
declararse por motivos no revolucionarios. Sin embargo, ya
hemos visto como en la concepción genérica del sindicalismo
revolucionario la huelga general no es algo que se declare sin
más en un momento determinado, sino que es más bien la
consecuencia de la proyección o extensión de un conflicto, o de
una serie de conflictos parciales, al ámbito nacional o
internacional, abarcando a los sectores económicos más

326 El subrayado es mío.


importantes de ese ámbito territorial.

La huelga general, diría Víctor Griffuelhes, «como acto final,


implica un sentido muy desarrollado de la lucha y una práctica
superior de la acción. Corresponde a una etapa de la evolución
marcada y precipitada por conmociones, las que (...) serán
huelgas generales corporativas [o regionales] que la
prepararán y precederán» 327.

Pero, aunque ello no fuera así, aunque el dictamen del


Congreso se refiriera a la huelga general en conjunto, como un
proceso, en el dictamen se confunden, se mezclan dos tipos de
motivaciones diferentes: las que corresponderían al inicio del
proceso y las que corresponderían al momento culminante del
mismo. El inicio del proceso, según la concepción sindicalista
genérica —expuesta en las palabras de Griffuelhes citadas—,
corresponde a la declaración de una serie de conflictos
parciales en los que las motivaciones desencadenantes son
necesariamente reivindicaciones de todo tipo, principalmente
referentes a la mejora del salario o a la reducción de la jornada.
La culminación del proceso lo constituye la huelga general,
momento en el que convergen los conflictos parciales de todo
tipo, cuya finalidad es la revolución. Son, pues, motivaciones
diferentes para momentos diferentes, y, en pura teoría
sindicalista, no pueden minusvalorarse unas motivaciones con
respecto a las otras, puesto que se trata de dos importantes
elementos de un mismo proceso.

327 Víctor Griffuelhes, en la contestación a la encuesta sobre la huelga general


realizada por la revista francesa «Le Mouvement Socialiste», en 1904. (En HUBERT
LAGARDELLE, «Huelga general y socialismo», p. 53.)
Aun dentro de la pura teoría sindicalista, podía pensarse en
la convocatoria de una huelga general de intencionalidad
revolucionaria, como un acto organizado y preparado para ser
declarado en un momento concreto.

Sin embargo, aun en este supuesto, la motivación pública


desencadenante del conflicto, para que sea eficaz y tenga una
mayor repercusión, ha de ser una mejora de carácter
inmediato, aunque en realidad ello no sea más que una
disculpa para el desencadenamiento de una acción de mayor
alcance. Un buen ejemplo de ello lo fue la huelga general
convocada por la CGT francesa para el primero de mayo de
1906, a la que nos hemos referido con anterioridad, cuya
motivación inmediata fue la reivindicación de las ocho horas de
jornada máxima, pero de la cual se esperaba la posibilidad de
que se convirtiese en una huelga general revolucionaria. Por
ello, en este sentido también, existía la posibilidad de acudir a
la huelga general con una motivación no revolucionaria, al
menos de manera inmediata.

Precisamente una de las características y ventajas de la


huelga general como instrumento revolucionario, frente a
otras viejas tácticas, como la insurrección armada, era —en
opinión de los sindicalistas— que la huelga general tenía un
origen legal, se iniciaba en la legalidad, como el ejercicio de un
derecho reconocido por las leyes, lo que permitía su
organización y preparación, y, aún antes, la educación y
adiestramiento de los elementos encargados de llevarla a la
práctica: los sindicatos, los cuales también tienen una vida legal
y permitida 328 . Esto precisamente haría que la motivación
revolucionaria de una huelga general tuviera que aparecer más
o menos disimulada tras una reivindicación de otro tipo.

A lo que parece referirse, más bien, el texto del acuerdo es a


la exclusión de la posibilidad de que se declarasen conflictos
generalizados, huelgas generales, por motivos no
inmediatamente revolucionarios. Entendiendo por generales
los que abarquen todo el país, dado que los otros serían
parciales, aunque fuesen generales en una localidad o región, o
en un oficio o industria determinada. Y ello porque, siguiendo
el sentido del texto, una huelga general de estas
características, aunque no tuviese esa motivación
revolucionaria inmediata se vería abocada necesariamente, por
la fuerza de los hechos, a la violencia y a la revolución, sin
haberla querido y, por ello, con pocas posibilidades de vencer.

Esto nos lleva a establecer dos últimas puntualizaciones


sobre la conceptuación cenetista de la huelga general.

La primera, sin que entremos en detalle sobre ella, es la


equiparación que realiza el acuerdo del Congreso entre
violencia y huelga general revolucionaria, hasta tal punto que,
como vimos, distingue entre huelga general pacífica —la que
sería por motivaciones no revolucionarias— y huelga general
revolucionaria. La violencia parece como una connotación

328 «La huelga general —diría Lorenzo— tiene la ventaja de ser la práctica de un
derecho; comienza en la legalidad. La ilegalidad suele provenir de la provocación
burguesa y de la intervención autoritaria y sobre todo por el empleo de la fuerza pública;
pero esta fuerza, que tiene los puntos flacos que han señalado los antimilitaristas, resulta
insuficiente ante la extensión de la huelga general» (A. LORENZO, «Hacia la
emancipación», cit., p. 150).
necesaria del proceso revolucionario desencadenado por la
huelga general revolucionaria. Ello supone una diferenciación
con la concepción sindicalista general sobre la huelga general
revolucionaria, la cual, como vimos en su momento, si no
oculta la posibilidad de que el proceso revolucionario
desencadenado por la huelga general lleve aparejados ciertos
niveles de violencia, establece que ésta no es algo necesario a
ese proceso, y ello sería una de las ventajas que distinguiría a
los métodos revolucionarios del sindicalismo revolucionario.
Esta diferenciación entre el sindicalismo de la CNT y la
concepción genérica del mismo, permite afirmar que en el
fondo no se hallaba aún demasiado lejos el sindicalismo
español de las viejas concepciones violentas que habían
inspirado sus actuaciones en tiempos pasados.

La segunda es que esta prohibición expresa de que la huelga


general se declarase por motivaciones no revolucionarias
supone una clara voluntad de diferenciar su concepción de la
huelga general de la que tenían los sectores socialistas, que
habían empezado a asimilar ciertas concepciones del
sindicalismo revolucionario, adaptándolas a su concepción
general de la lucha social. Así, para la CNT, la huelga general
había de ser siempre revolucionaria, mientras que para los
socialistas, que en un principio habían rechazado
absolutamente la utilización de tal arma329, su utilización —una
vez que fue admitida— habría de ser solamente con motivos
no revolucionarios, dado que la revolución, la emancipación,

329 En el Congreso Internacional de París de 1889.


habría de venir solamente por la vía política 330.

En España, la posibilidad de la declaración de la huelga


general, aun por reivindicaciones materiales o morales, había
sido acogida en el medio socialista con enormes reticencias. El
propio Pablo Iglesias, después de condenar en términos duros
la huelga general por motivos revolucionarios, reconocería la
posibilidad de declararla con fines no revolucionarios, aunque
ello no le pareciese demasiado oportuno:

«No creo —decía— que pueda negarse por principio la


utilidad eventual de la huelga general de todos los sectores
trabajadores en un lugar dado, o en una región, o en toda
una nación, tendiente a obtener un mejoramiento
económico, político o moral para la clase obrera. Pero
dados los peligros que implica tal empresa, sobre todo en
caso de un conflicto nacional o hasta regional, los
trabajadores no deben recurrir a una huelga de este
tipo» 331.

Pero el mero hecho de esta posibilidad, de la utilización de la


huelga general por los sectores socialistas con un sentido
completamente diferente al que le otorgaba el sindicalismo
revolucionario, obligaba a la CNT a precisar los términos en que
ella entendía esta táctica. En definitiva, la concepción de la

330 Acuerdo adoptado en el Congreso Internacional de Ámsterdam de agosto de 1904.


Vid. nota 169 del capítulo I.
331 PABLO IGLESIAS, contestación a la encuesta de la revista francesa «Le Mouvement
Socialiste», sobre la huelga general (1904). En H. LAGARDELLE, «Huelga general y
socialismo», cit., p. 235. Esta contestación de Iglesias a la citada encuesta, celebrada entre
los más destacados líderes obreros europeos, sería posteriormente publicada en «El
Socialista», 16, enero, 1908.
huelga general de la que se dotaba la CNT parece bastante
voluntarista, a tenor del texto aprobado, haciendo pensar en
que la declaración de la huelga general revolucionaria es algo
que se tiene que declarar exprofeso con esa motivación y en el
momento que se considere oportuno. Sin embargo, el propio
texto establece una excepción a lo que podríamos llamar la
regla de la huelga general revolucionaria voluntariamente
declarada, y ésta es cuando la huelga general viene forzada,
como una respuesta a la actitud abusiva de la burguesía o de la
autoridad. Decía el dictamen:

«Pueden darse, y se dan, casos en que la burguesía o los


gobiernos, por su conducta egoísta, obliguen al obrero a
declarar una huelga general en una localidad o en una
región, y creemos, para estos casos, que el Comité local
será el encargado de resolverlo, y estudiar si debe
extenderse a la nación.»

También constituía un caso necesario de declaración de


huelga general revolucionaria, prescindiendo de la voluntad de
la Confederación, el hecho de que el país se viese envuelto en
conflictos guerreros, que necesariamente afectarían al
proletariado. Ello no es sino una manifestación del fuerte
espíritu antimilitarista que inspiraba al sindicalismo
revolucionario, y una justificación histórica de los sucesos de
1909 en Barcelona, estableciendo la necesidad de estar
preparados para nuevos fenómenos de tal tipo, ante los que la
CNT habría de contestar con la huelga general:

«Únicamente, en un caso concreto, y como conclusión,


debe el Congreso acordar ir a la huelga general: en caso de
aventuras guerreras, pues en ellas el proletariado
únicamente pierde sangre y no gana nada.»

Finalmente, además de la motivación revolucionaria inicial, la


huelga general, en la concepción de la CNT aprobada por el
Congreso fundacional, exigía dos requisitos:

«En primer lugar, para que la huelga general pudiera


realizarse tendría que existir una amplia y fuerte
organización sindical que abarcase el ámbito de todo el
Estado, hueco que había existido hasta ese momento y que
la CNT venía a cubrir. Para que la huelga general pueda
realizarse, decía el dictamen, «es preciso una fuerte
conexión entre todos los obreros, no de una región, sino de
las distintas regiones que integran la nación española».

Y, en segundo lugar, se requeriría, además de la organización


sindical amplia; una preparación y educación del proletariado,
para que éste pudiera asumir las tareas que la revolución social
subsiguiente a la huelga general revolucionaria iba a poner en
sus manos:

«Creemos, pues, —decía el acuerdo del Congreso— que


la huelga general, para su completo éxito, debe llevarse a la
práctica cuando los obreros federados en la Confederación
Nacional estén capacitados para llevar a feliz término la
renovación de las malas condiciones en que hoy se
trabaja.»
C) Cuestiones de tipo reivindicativo

A pesar de que el Congreso fundacional de la CNT asumía


como tareas principales la de crear la nueva Confederación
Nacional y la de dotarla de un contenido teórico-táctico y de
una organización adecuada a los fines que se perseguían, este
trabajo fundamental no pudo desplazar del todo el tratamiento
de otros problemas de índole más coyuntural, pero que, dentro
de las propias concepciones sindicalistas, ocupaban un papel
importantísimo, como eran las cuestiones reivindicativas y de
mejoras inmediatas. No en balde la conquista de estas mejoras
suponía una de las finalidades esenciales del sindicalismo
revolucionario.

Por otra parte, la visión o el tratamiento que la nueva


Confederación iba a dar a estos temas implicaba ya de por sí
una opción de tipo ideológico que muy bien hubiera permitido
incluir su análisis dentro del apartado dedicado a estudiar las
formulaciones de tipo teórico y táctico; sin embargo, aunque
contribuyen a dar una visión o definición global de la
Confederación, su contenido básicamente accidental —aunque
muchos de estos problemas los vamos a ver tratados de nuevo
en posteriores asambleas— hace que deban ser tratados
aparte. Además, lo que de tipo ideológico o táctico más
importante se encontraba en ellos ya ha sido de algún modo
extractado y nos hemos referido a ello anteriormente.

Cinco fueron los temas de este carácter, de los que se ocupó


el Congreso: la abolición del trabajo a destajo, los alquileres
abusivos, la jornada de ocho horas, el salario mínimo y el
trabajo de la mujer.
El tema del trabajo a destajo era algo que ocupaba gran
parte de la preocupación del sindicalismo revolucionario, dado
que se pensaba que, además de la sobreexplotación del obrero
que suponía, contribuía, en su concepción, al aumento del paro
obrero. Claramente opuesto al mismo, el Congreso aprobó un
dictamen condenatorio en el que, por otra parte, se hacía
referencia a los medios tácticos propios de la Confederación:

«Para abolir el trabajo a destajo se emplearán todos los


medios que aconseja la acción directa para salir airosos de
nuestros propósitos, como sonr boicotaje, el sabotaje, etc.,
en las materias necesarias a la casa donde se entable la
lucha.»

Por otra parte, el tema del trabajo a destajo era en aquellos


momentos de una candente actualidad, dado que
paralelamente al Congreso se estaba realizando en Sabadell
una huelga general, que duraría varias semanas, cuyo origen
estaba precisamente en la negativa de los trabajadores de una
empresa a trabajar según este sistema. Lo cual hizo, por otra
parte, que no se dudase en recomendar la utilización de todos
los medios que la acción directa «aconseja» en la lucha contra
el mismo.

El tema de los alquileres de las viviendas de los obreros tenía


mucha importancia para el movimiento sindical de la época,
dado el enorme contingente inmigratorio que entonces se
producía en los núcleos industriales. Los enormes abusos
cometidos contra las masas de desheredados que llegaban a
las ciudades hicieron que este tema hubiese sido objeto de
especial dedicación desde los tiempos de SO. Esta ya se había
ocupado del mismo en su Congreso regional, de 1908, en el
que se había acordado la constitución de sociedades de
inquilinos para, la lucha y defensa contra estos abusos332.

El Congreso fundacional de la CNT vuelve a ocuparse del


mismo tema, y esta vez en términos mucho más duros aún.
Decía el acuerdo del Congreso, entre otras cosas:

«Considerando que el privilegio de la propiedad privada


se basa en la fuerza; considerando que la fuerza económica
de la burguesía sólo puede ser vencida por un hecho
revolucionario de la clase obrera organizada; el Congreso
declara la urgente necesidad de aplicar la acción directa
obrera contra esta fuerza económica burguesa,
exteriorizándola en forma de boicot contra los propietarios
que se nieguen a suprimir el depósito en sus contratos de
arrendamiento; y a este efecto el Congreso preconiza una
activa campaña en los periódicos sindicalistas, a fin de
interesar al gran público en esta cuestión y crear una
corriente de opinión vigorosa para que obligue a los
propietarios a la rebaja de alquileres, sin perjuicio de que
en caso extremo y como supremo recurso negarse
sistemáticamente toda la clase obrera organizada al pago
de los susodichos alquileres, mediante la huelga general de

332 El precio de los alquileres oscilaba mucho, dependiendo de las zonas de España y,
aún, de las diversas zonas dentro de las ciudades. A modo indicativo se pueden citar los
precios de Madrid, que sirven de media de referencia. En 1910, en la capital de España
había 44.511 alquileres de hasta 15 pesetas por mes, pudiendo ser estos precios mucho
más elevados en zonas más céntricas. (Ayuntamiento de Madrid, «Estadística de los
alquileres de 1910», Madrid, 1910. Citado en J. TUSELL, «Sociología electoral de
Madrid», Madrid, 1969, p. 19.) Según Marvaud, el gasto en materia de vivienda suponía
en 1908 el 12 por 100 del gasto total en su subsistencia que tenía que realizar un obrero de
Madrid. (A. MARVAUD, «La cuestión social en España», cit. p. 157.)
inquilinos.»

Uno de los temas más importantes de carácter reivindicativo


tratado por el Congreso fue la reivindicación de la jornada
máxima de ocho horas. Este tema fue estudiado
conjuntamente con el del salario mínimo por una misma
ponencia y en un mismo dictamen que fue unánimemente
aprobado por el Congreso.

La reivindicación de la jornada máxima de ocho horas


constituía una de las reivindicaciones fundamentales del
movimiento obrero de la época, reivindicación que tenía sus
orígenes en los años finales del siglo pasado y que está
íntimamente unida a la celebración del primero de mayo.

El movimiento obrero español, como ya vimos, participó en


el movimiento en pro de las ocho horas prácticamente desde
sus orígenes, y la celebración del primero de mayo se vino
intentando desde entonces con diverso éxito en nuestro país.
Ya hablamos del importante papel que en la difusión del
sindicalismo, tanto en Francia como en España, tuvo la
campaña por las ocho horas.

Sin embargo, el tratamiento que el Congreso habría de dar a


este tema habría de ser un tanto diferente, no habría de
recalcar tanto el aspecto reivindicativo del tema como el
aspecto concienciador de la clase obrera al respecto. La
jornada de ocho horas, en su concepción, tenía como efecto no
sólo la mejora en la condición de trabajo del obrero,
proporcionándole mayor tiempo para el descanso, sino que, sin
necesidad de reducir los jornales, permitiría el empleo de
mayor número de trabajadores, llegándose a un mejor reparto
del trabajo.

Así, lo que el Congreso pretendía con su acuerdo, no era


tanto lanzarse a una campaña contra la burguesía para que
ésta reconociese esta reivindicación, como hacer una campaña
para concienciar a los propios trabajadores de las ventajas que
ofrecía tal reducción de la jornada.

Ya en la salutación enviada por el Ateneo Sindicalista de


Barcelona al Congreso, leída en la segunda sesión del mismo,
se decía que el desarrollo del movimiento sindicalista contaba
con dos graves obstáculos: le enemiga burguesa y la
indiferencia de la masa obrera:

«Luchamos con la enemiga solapada o declarada de


todas las clases burguesas interesadas en que el obrero no
se emancipe de la esclavitud del salario, y luchamos con la
indiferencia de una gran masa obrera y resignada y pasiva
que muchas veces se trueca en enemiga en los conflictos
que surgen entre el Trabajo y el Capital» 333.

Y era precisamente contra esta indiferencia contra la que


había que luchar antes de lanzarse a campañas de otro tipo.

El Congreso comprendió que en la etapa en que se


encontraban del desarrollo del movimiento sindicalista, el
inicio de su extensión, tanto en Cataluña como —ahora— fuera
de ella, todavía no era el momento de lanzarse a actividades de
agitación y de conquista de mejoras de la transcendencia

333 El subrayado es mío.


social, como la que tenía entonces la reivindicación de las ocho
horas. Una conquista de este tipo sólo se podría lograr a partir
de una sólida y extensa organización sindical; además de que el
tipo de lucha a emplear para ello habría de adaptarse a las muy
diferentes condiciones de trabajo de los diferentes sectores de
la producción en las diferentes zonas del país. Así, decía parte
del dictamen aprobado:

«Los diferentes caracteres, las distintas costumbres de


los pueblos, hacen que los obreros trabajen y luchen de
distintos modos y en diferentes condiciones. Esta ponencia
cree, pues, que el medio más factible para conseguir la
jornada de ocho horas es procurar emprender una activa y
enérgica campaña en favor de dicha jornada hasta llevar al
convencimiento del obrero sus beneficios»334.

Pero además, lógicamente, dentro de la concepción


sindicalista revolucionaria, una conquista de este tipo no sólo
suponía una obvia mejora en la condición del trabajo del
obrero, sino que venía a significar un importante paso adelante
en la lucha por la emancipación total de la clase trabajadora,
que ponía al obrero en condición de acceder a nuevas y más
importantes mejoras.

334 No le falta razón al dictamen cuando se refiere a la variedad de modos y


condiciones de trabajo. La jornada de trabajo era muy variable, siendo poquísimos los
obreros afortunados que en 1910 trabajaban 8 horas; la media era de unas 10 horas de
jornada, siendo aún superior —dependiendo de la estación del año— en los trabajos
agrícolas. Según Marvaud, la jornada media oscilaba entre 10 y 11 horas en Barcelona,
entre 9 y 10 en las minas de Vizcaya, entre 10 y 11 en Madrid y entre 11 y 11 y media en
Asturias. (A. M ARVAUD , op. cit., pp. 133-161.) Además, los obreros que tenían una
jornada más reducida, al igual que los que trabajaban a destajo, solían ampliar
voluntariamente su jornada de trabajo para elevar un poco la cuantía de su reducido
sueldo.
Ahora bien, para que ello fuera así, para que esto pudiera
realizarse, recalcaba el dictamen la necesidad del
fortalecimiento de la organización sindical:

«Recomendar a todos los sindicatos obreros que en


cuantos actos celebren aboguen para llevar al
convencimiento de los explotados la conveniencia de la
jornada de ocho horas, por considerar que la rebaja ha de
ser el principio de nuestra emancipación.

Una vez que el obrero se crea capacitado en las


diferentes regiones para imponer tal forma, decretar, por
medio de la Confederación, la conquista de las ocho horas,
a la cual han de contribuir todos los obreros.»

El tema del salario mínimo fue tratado conjuntamente, en la


misma ponencia y en el mismo dictamen, con el de la jornada
de ocho horas. Este tema tenía sin embargo, para los
sindicalistas españoles, una importancia mucho más limitada.

Las cuestiones monetarias, aunque se tratase del salario de


los obreros, recibían por parte de los más destacados
militantes un trato bastante despectivo y, generalmente, era
mayor la preocupación por otro tipo de mejoras, aún de
carácter material, o moral.

Recordemos la frase de Anselmo Lorenzo al referirse a las


cajas de resistencia y criticando al reformismo:

«querer la abolición del salario y procurar con empeño


insistente y preferente la mejora del jornal es convertir a los
jornaleros en estacionarios y enemigos de su supresión» 335.

Esta filosofía se encontraba en cierto modo incluida en las


concepciones generales del sindicalismo revolucionario, para el
que su finalidad revolucionaria inspiraba y condicionaba toda
su actitud reivindicativa y la persecución de la mejora de la
condición del obrero. Como decía el italiano Arturo Labriola
—por citar a uno de los sindicalistas más alejados del
anarquismo— «lo esencial para el movimiento obrero es
preparar el nuevo camino, la nueva constitución social» 336.

Sin embargo, el sindicalismo español exageró un poco esta


connotación relativizante de la mejora material, pero ello no
sólo era debido a una mera interpretación un tanto
«espiritualizante» del sindicalismo, sino también a la
consideración de que la subida de los salarios no suponía
ninguna mejora real, ya que iría inmediatamente seguida de
una subida de los precios. Esta consideración fue la que inspiró
la concepción cenetista del tema del salario mínimo. Y así lo
expresó concretamente el dictamen de la ponencia aprobado
por el Congreso:

«Respecto al jornal mínimo, esta ponencia entiende que


no debe el Congreso tomar acuerdo sobre el particular,
pues la máquina social tiene un engranaje tan complejo
que nada resolvería el aumento de salario, pues resultaría

335 A. LORENZO, «Elproletariado emancipador», cit., p. 21.


336 ARTURO LABRIOLA, «LOS límites del Sindicalismo Revolucionario», folleto
publicado por «Solidaridad Obrera» en septiembre de 1910.
que como cada día aumenta el precio de los productos, el
jornal mínimo aquí acordado resultaría incapaz de cubrir
nuestras necesidades al poco tiempo.

Además, cree esta ponencia que logrando la reducción de


jornada, lo que implicaría el aumento de brazos, es el
mejor medio para que los obreros por sí mismos, no
trabajen a menos precio que el necesario para su
bienestar.»

Sin embargo, el análisis de la CNT, no del todo exacto, hay


que entenderlo en su contexto. No se puede olvidar que el
abanico de salarios era por entonces muy reducido, de tal
manera que lo que se podría considerar el salario mínimo era
el salario más comúnmente cobrado por la clase trabajadora,
por lo que una fijación del mismo, por lo tanto, una fijación a
un nivel más justo, supondría una elevación global de la masa
salarial muy considerable, que tendría una repercusión obvia
en el nivel de los precios, mucho más inmediata y evidente que
si el abanico de salarios fuese mucho más amplio y el número
de obreros que cobrasen el mínimo fuese más reducido, de tal
manera que la fijación y subida del salario mínimo quedase
compensada dentro del amplio abanico de conjunto de
salarios 337.

337 El promedio de salario por hora en 1914, en los núcleos más importantes, era (en pesetas):
De cualquier manera, esta actitud con respecto al problema
de los salarios, fijación de un mínimo, equiparación de salarios,
etc., la vamos a ver reflejada en posteriores acuerdos de la
Confederación, lo que confirma la idea anteriormente
expuesta.

Finalmente, el acuerdo de carácter reivindicativo que destaca


por su interés es el referente al trabajo de la mujer.

Este tema, que no estaba explícitamente recogido en el


orden del día del Congreso, fue introducido en la sexta sesión
del mismo y vendría a establecer una serie de principios que
suponen un claro progreso en el tratamiento de este tema y
una novedad en cuanto a su afrontamiento en términos tan
específicos por la clase trabajadora de nuestro país. Por su
interés, lo recojo íntegramente:
«La ponencia entiende que dada la constitución física de
la mujer, este Congreso debe considerar como inhumano el
trabajo que ésta efectúa, ya sea en la carga y descarga y en
otros trabajos cuyo esfuerzo es superior a su constitución.

Nosotros consideramos que lo que ha de constituir


precisamente la redención moral de la mujer —hoy
supeditada a la tutela del marido— es el trabajo que ha de
elevar su condición de mujer al nivel del hombre, único
modo de afirmar su independencia.

Además, hemos de considerar que la disminución de


horas de trabajo de muchos de nosotros la debemos
indirectamente al penoso trabajo de las mujeres en las
fábricas; mientras tanto que muchos de nosotros
permitimos que nuestras compañeras se levanten de la
cama antes de las cinco de la mañana y nosotros
permanezcamos descansando.

Y cuando la mujer acaba de derramar su sangre por


espacio de doce horas, para mantener los vicios de un
explotador, llega a su casa y en lugar de un descanso se
encuentra con un nuevo burgués —compañero— que con
la mayor tranquilidad espera que haga los quehaceres
domésticos.

Por consiguiente, como conclusiones, la ponencia expone


al Congreso:

1. — Abolición de todo trabajo que sea superior a sus


fuerzas físicas.
2. — Entendiendo que para lograr su independencia la
mujer necesita del trabajo y por consiguiente éste es
penoso y mal retribuido. Proponemos:

1. ° Que el salario responda a su trabajo con idéntica


proporción que al hombre.

2. ° Que sea deber de las entidades que integran la CN del


T Española, se comprometan a hacer una activa campaña
para asociar a las mujeres y para disminuir las horas de
labor.

3. ° Esta ponencia determina que no debe permitirse bajo


ningún concepto que trabaje un mes antes de su parto y
hasta un mes después de haber dado a luz»338.

La profundidad con que está tratado este tema, en


comparación con el del salario mínimo, por ejemplo, viene a
demostrar la afirmación que hacíamos anteriormente con
respecto a la diferente valoración que hacía la CNT de las
mejoras a conseguir de manera inmediata por el proletariado,
dando una preeminencia a las que tenían un contenido moral
sobre las que suponían una mera mejora económica. De este

338 Las mujeres ganaban prácticamente la mitad que un obrero cualificado, siendo su
jornada de trabajo mayor, en la mayoría de los casos, a la de los hombres. Aparte de lo ya
reflejado en el cuadro anterior (nota 88), según Morato —como constatación de ello—, en
1909, en el valle de Langreo, un picador (pagado a destajo) cobraba 5 pesetas, mientras
que un minero (desmonte, transporte, etc.) cobraba de 3,50 a 4 y una mujer de 1,50 a 1,75;
y cuando las mujeres encargadas de lavar el mineral prolongaban su jornada hasta bien
entrada la noche, apenas cobraban media jornada de más. (.T. J. MORATO, «La vida obrera
en Asturias», en «Heraldo de Madrid», 22, junio, 1909.) Según Marvaud, en Barcelona,
mientras la jornada era de 10 a 11 horas de trabajo, había empresas en que las mujeres
trabajaban hasta 14 y 15 horas diarias, o más. (A. MARVAUD, op., cit., p. 133; también
FERNANDA ROMEU, «Las clases trabajadoras en España», Madrid, 1970, p. 57.)
modo, veremos cómo la protección del trabajo de la mujer y de
los menores, la lucha contra el trabajo a destajo, la rebaja de la
jornada de trabajo, la sindicación y el reconocimiento de los
sindicatos, la protección de los presos sociales, la vivienda del
trabajador, las escuelas racionalistas, y un largo etcétera de
temas de este tipo ocuparán un lugar importante en la lucha
sindical y en los acuerdos de la Confederación, más que el
dedicado a los temas de tipo económico-salarial. Sin que ello
quiera decir, desde luego, que este tema no fuera objeto de
preocupación también por parte de la Confederación.

4. Conclusión: El sindicalismo revolucionario de la primera


CNT

Expuestos de una manera esquemática los principales


acuerdos del Congreso fundacional de la CNT, que dotaron a la
misma de un contenido orgánico ideológico, teórico y práctico,
quizá convenga hacer una recapitulación sobre la significación
sindicalista revolucionaria de estos acuerdos, siguiendo el
esquema de análisis del sindicalismo que nos hemos trazado en
un principio. Ello nos permitirá concluir hasta qué punto la
nueva Confederación se constituye como una organización
sindicalista revolucionaria y de qué modo recoge los principios
genéricos de esta concepción.

— Concepción clasista de la sociedad y lucha de clases como


base de la acción sindical

La concepción de la sociedad como dividida en clases y la


lucha entre éstas como motor del cambio social, es algo que
está plenamente inmerso y asumido por las concepciones
sindicalistas de las que se dota la Confederación en su
Congreso fundacional. Es precisamente este marco el que da
sentido y en el que se encuadra la acción y la lucha sindical. La
separación entre las dos clases principales y su diferenciación
en torno al papel que cada una de ellas ocupa en la producción
se ve claramente reflejada en las concepciones de la CNT. Ya en
la salutación enviada por el Ateneo Sindicalista de Barcelona al
Congreso fundacional de la CNT se establecía esa
diferenciación y el motivo fundamental de ella, así como la
lucha consiguiente, marco de actuación del sindicato, en una
sola frase:

«Luchamos —decía— con la enemiga solapada o


declarada de todas las clases burguesas interesadas en que
el obrero no se emancipe de la esclavitud de salario.»

Pero es en la ponencia definitoria de la concepción cenetista


del sindicalismo en donde están recogidos de una manera más
gráfica estos elementos. Esta definía al sindicalismo como «la
asociación de la clase obrera para contrarrestar la potencia de
las diversas clases poseedoras asociadas», como «un medio de
lucha entre los dos antagónicos intereses de clase», y basaba la
«emancipación económica integral» de la clase obrera en la
«expropiación revolucionaria de la burguesía».

De esta manera, la CNT recogía expresamente una


concepción que el sindicalismo revolucionario debía
fundamentalmente al marxismo y la ponía en la base misma de
su andamiaje ideológico. Esto suponía un rompimiento con
viejas concepciones, propias del anarquismo, según las cuales,
aún aceptando la división clasista de la sociedad, no veían el
papel fundamental que jugaba la lucha de clases en la
evolución social y en la emancipación total, relativizándola o
confundiendo a los sujetos de la misma339.

Así, mientras que para algunos sectores la lucha de clases se


difumina en la medida en que el proceso económico avanza,
haciéndose más y más complicado con ello también el
entramado social, para la CNT este proceso no hace sino
clarificar esta lucha de clases, produciendo una escisión cada
vez más grande entre los poseedores de los medios de
producción y los trabajadores, sector este último que se ve
cada vez más ampliado. En este sentido, el manifiesto de la
CNT de 1 de mayo de 1911, venía a decir en uno de sus
párrafos:

«Hoy, arrollada la pequeña industria por el capitalismo y


la mecánica, al patrón, al maestro inteligente ha sucedido
la compañía industrial, y en su representación el gerente, el
ingeniero director y el capataz; al taller, la fábrica; al
artesano, el bracero, de modo que la producción gira entre
dos polos que pueden llamarse la plutocracia y el

339 En 1909 escribía Ricardo Mella; «No se puede sostener con razón en nuestros días
que la contienda social se encierre en los términos de lucha de clases (...). A la hora
presente hay más socialistas y anarquistas en la clase media modesta que en las filas del
proletariado. Los obreros, en general, permanecen inconscientes de sus derechos,
dormidos para las aspiraciones emancipadoras (...). En el terreno de los intereses, las líneas
fronterizas se borran cada vez más (...). Por eso nosotros los anarquistas podemos y
debemos decir: «la revolución que nosotros preconizamos va más allá del interés de tal o
cual clase; quiere llegar a la liberación completa e integral de la humanidad, de todas las
esclavitudes políticas, económicas y morales». (Artículo «La lucha de clases», en
«Tribuna Libre», Gijón, 8, mayo, 1909; en RICARDO MELLA, «Ideario», Toulouse, 1975,
pp. 194-196.)
peonaje»340.

En definitiva, como diría el manifiesto de la CNT de 13 de


enero de 1911, «el problema social no es más que un problema
de intereses, entre una clase que nada produce y todo lo
acapara y otra que lo produce todo y nada posee» 341.

De esta concepción de la lucha de clases deriva el


sindicalismo revolucionario toda una serie de consecuencias
que, de alguna manera, aparecen también recogidas en las
formulaciones del Congreso.

— La independencia de la clase trabajadora

En la medida en que la clase trabajadora se encuentra


enfrentada con la burguesía en el proceso social, ha de actuar y
actúa de manera independiente en la defensa de sus intereses,
sin interrelación, concomitancias, o influencia alguna de la
burguesía que pueda desviarla de sus propios fines o intereses,
que no son otros que los de su propia emancipación y, con ella,
la del conjunto de la sociedad.

La frase de la Internacional, tantas veces repetida por el


sindicalismo revolucionario: «la emancipación de los
trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos»,
recoge esta idea y sirve, a su vez, de base para otras muchas
concepciones que completan el conjunto ideológico del
sindicalismo.

340 Manifiesto «A todos los obreros», publicado en «Solidaridad Obrera», 1, mayo,


1911 y en «Tierra y Libertad», 10, mayo, 1911.
341 «Solidaridad Obrera», núm. 49, 13, enero, 1911.
Como ya vimos, esta misma frase dio pie a una ponencia
específica del Congreso, en la que lo que se trataba de ver era
cómo entendía la CNT semejante sentencia. El dictamen
elaborado por la ponencia sostenía esta independencia,
basándola fundamentalmente en la contradicción de intereses
existente entre la clase trabajadora y la capitalista:

«Desde luego, se echa de ver que nadie puede tener


interés en la emancipación de los trabajadores fuera de
estos mismos, por cuanto que esa emancipación es de
carácter económico y conseguida la cual caen forzosa e
inevitablemente todos los privilegios, todas las ventajas de
que en el actual régimen social disfrutan cuantos no son
obreros.»

Sin embargo, la específica alusión que en la ponencia se hacía


a los intelectuales, a los que no se les consideraba
estrictamente parte de la clase obrera, determinó su rechazo.
La ponencia, en esa contradicción de intereses, consideraba a
los obreros manuales como los auténticos representantes de la
clase trabajadora 342 . Los intelectuales serían «obreros
intelectuales», y, como tales, podrían «formar en las filas de los
manuales» siempre y cuando supeditasen sus intereses
personales o de clase a los de la «emancipación colectiva»,
pero, de cualquier manera, nunca podrían aparecer como los
emancipadores de la clase trabajadora ni actuar como tales,
dado que ello sería obra exclusiva de esta misma.

342 «Sólo los obreros manuales —decía— son los verdaderos interesados en la
abolición de todos los privilegios, de toda explotación y de toda forma de opresión.»
El acuerdo del Congreso 343 , mucho más conciso que la
ponencia, por una parte, resultó más amplio en su concepción
que la misma, pero, por otra, resultó más restrictivo. Resultó
más amplio en el sentido de que no limitaba el sujeto activo de
la lucha de clases, por parte de la clase obrera, a los
trabajadores manuales, sino que consideraba parte de la
misma, y, por tanto, podían formar parte de los sindicatos «los
obreros que conquistan su jornal en las empresas o industrias
que explotan la burguesía o el Estado», excluyendo a aquéllos
que por su trabajo se enfrentasen o perjudicasen directamente
a los mismos. Pero, resultó más restrictivo en el sentido de que
no incluyó a los intelectuales, en tanto en cuanto éstos no
estuviesen asalariados al servicio de la burguesía o del Estado,
con lo que se estaba excluyendo la colaboración —que admitía
la ponencia— de los profesionales independientes, sector
tradicionalmente muy allegado a los intereses de la clase
trabajadora.

En definitiva, según la concepción cenetista expresada en el


Congreso fundacional, son trabajadores, constituyen la clase
obrera, «los trabajadores que conquistan su jornal en las
empresas o industrias que explotan la burguesía o el Estado»,
con la excepción de «aquellos obreros que por su trabajo
pueden perjudicar directamente a la organización sindical», y
es, por lo tanto, a ellos exclusivamente a quienes corresponde
realizar su emancipación.

Como dijimos anteriormente, de esta concepción, de la


independencia de la clase trabajadora, se derivan también una

343 Verlo en página 183.


serie de consecuencias de tipo ideológico que va a asumir
también la CNT, y que exponemos a continuación.

— La lucha social se realiza en el terreno económico

Los Estatutos de la CNT establecieron claramente que «la


Confederación y las secciones que la integran lucharán siempre
en el más puro terreno económico».

La delimitación de la lucha social al terreno puramente


económico es una consecuencia lógica de las concepciones
anteriormente expuestas. Si la explotación capitalista es una
explotación de contenido específicamente económico, de la
cual se derivan la otra serie de opresiones que sufre la clase
trabajadora, es lógico que ésta presente su lucha en ese mismo
terreno para conseguir su emancipación, dado que de su
victoria en el terreno económico depende también la supresión
de toda otra opresión.

La emancipación, decía la ponencia sobre el tema de la


independencia de la clase trabajadora, «es de carácter
económico y conseguida la cual caen forzosa e inevitablemente
todos los privilegios».

La concepción del terreno económico como campo específico


de la lucha social es excluyente, de tal manera que se considera
que la clase trabajadora no debe salirse de ese campo. Esto
implica una negación de la actividad política, cqmo un campo
inútil para la clase trabajadora en su lucha por lal
emancipación, entendiendo por política la lucha por el
gobierno.

La negación de la actividad política, si bien no de una manera


realmente clara y explícita, se encuentra en diversas ocasiones
y en diversos textos de la nueva Confederación en su primera
época. Ya los Estatutos de la misma hablan de que ésta actuará
en el terreno económico, «despojándose por entero de toda
injerencia política»; sin embargo, esta referencia a la política,
en este caso concreto, significa más bien independencia
ideológica que negación de la participación en el juego del
poder político.

En la ponencia sobre cómo entendía la Confederación el


sindicalismo, se estableció claramente que, aparte de
conseguir todas aquellas «ventajas que permitan a la clase
trabajadora poder intensificar esta lucha dentro del presente
estado de cosas», la lucha de éste estaba encaminada
fundamentalmente a conseguir la «emancipación económica
integral de toda la clase obrera» y ello no se conseguiría sino
«mediante la expropiación revolucionaria de la burguesía».

Ahora bien, aunque se considere que la lucha ha de realizarse


en el terreno económico, ello no excluye la lucha también
contra los aparatos de dominio de la burguesía, el Estado y sus
órganos; sin embargo, no se encuentran en los acuerdos del
Congreso fundacional de la CNT directrices en este sentido.
Existen, como veremos más adelante también, ataques a la
acción política, más o menos expresos, como campo de lucha
inútil para la clase trabajadora; ataques a la acción política
como participación, como lucha en y por el poder político; pero
no se dice nada con respecto a la lucha contra el poder político,
a la lucha contra el Estado. Parece como si, dentro de la lógica
sindicalista, se considerase suficiente la lucha económica
contra la burguesía, su expropiación revolucionaria, tras la cual,
al carecer ésta de su sostén económico, se derrumbarían todos
sus aparatos de dominio y opresión.

A este respecto, sin embargo, queda explícito en el Congreso


que el Estado y los aparatos represivos del mismo no son sino
elementos que utiliza la burguesía, a cuyo servicio están, para
perpetuar su dominio. La larga ponencia dedicada al tema de la
solidaridad confederal, aprobada por aclamación por el
Congreso, se refirió detalladamente a este tema. Partiendo del
axioma de que los dogmas fundamentales de la sociedad
burguesa son:

«La “Propiedad”, origen fecundo de la prosperidad de


unos pocos y de la miseria y la muerte de millones de
humanos, y la “Autoridad”, elemento poderoso esencial
para perpetuar tan cruel situación» 344.

Desarrolla su concepción demostrando cómo la denominada


«fuerza pública» no es tal, dado que no está al servicio de todo
el pueblo, sino que es la «protectora de los intereses y
principios de la burguesía en contra de los del proletariado».
Por ello, dice, «es falsamente aplicada la frase fuerza pública y
que todos los cuerpos armados oficiales deben incluirse en la
denominación de fuerza armada burguesa». Constatando este
hecho, de que todo el poder del Estado está al servicio de la
burguesía:

344 El subrayado es mío.


«Los gobiernos liberales practican su pregonada
neutralidad —decía— poniendo todo el apoyo de sus
hombres armados al servicio de la parte más fuerte de los
combatientes sociales, la burguesía».

La ponencia establecía la necesidad de que la Confederación


se enfrentase claramente contra los ataques de la «autoridad»
y respondiese a los mismos:

«En el futuro, los gobernantes que atropellen por medio


de su fuerza armada a alguna de las hermanas federadas,
se encontrarán, no con las lágrimas, sino con la actuación
resuelta de esta Federación»345.

Este es, pues, el análisis más explícito que realiza la naciente


Confederación del fenómeno del Estado y del papel que frente
a él habría de jugar, que, como queda expuesto, se limita más
bien a una actitud defensiva, mientras que se recalca el papel
fundamental de la lucha en el campo económico.

— El sindicato como medio específico de lucha

Si el campo de actuación de la clase trabajadora en el que


debe desarrollar la lucha por su emancipación es el campo
económico, el medio más adecuado para actuar en ese campo
es precisamente el sindicato.

345 Este acuerdo se vio reflejado en el apartado 2.° del artículo l.° de los Estatutos, que
establecía como fin de la Confederación: «Practicar la solidaridad entre las colectividades
federales, siempre que sea necesario, bien por causa de huelgas o bien por los atropellos de
los capitalistas o de los servidores del Estado».
El sindicato —decía la ponencia que definía el sindicalismo—
es un «medio de lucha entre los dos antagónicos intereses de
clase»; es el arma específica que tiene la clase trabajadora,
como tal clase, para poder luchar contra su explotación y por
su emancipación. El manifiesto de la CNT, de 1 de mayo de
1911, al que ya nos hemos referido anteriormente, lo definía
como una «forma nueva de asociación del Proletariado», y
concretaba diciendo que «agrupa a los productores que
cuentan con el jornal y a los que de él están privados, que
extiende su solidaridad a los cotizantes y a los imposibilitados
de cotizar, a los que funcionan y a los que, como residuos
sociales sin valor, son despojados del derecho a la vida y
arrojados a la miseria negra y a la muerte».

Si en la concepción genérica del sindicalismo revolucionario


el sindicato aparece como el arma específica de toda la clase
trabajadora en su lucha contra la burguesía y el capital —lo que
si bien no excluye de manera absoluta la utilización de otros
medios, sí viene a resaltar su inutilidad para el fin de la
emancipación total— en la concepción de la CNT, expresada
tras su Congreso fundacional, más que recalcar su
especificidad, en el sentido de considerarlo más útil a la lucha
por la emancipación que otros medios, como los partidos, etc.,
se recalca su especificidad en el sentido de su contenido
eminentemente clasista.

Es el arma de los trabajadores, de la clase obrera. Y, así, el


contenido que la CNT da al sindicato es eminentemente abierto
a toda la clase obrera, ni siquiera la cuota sindical puede servir
de medio de discriminación entre los trabajadores; todos
pueden —y deben— pertenecer al mismo, aunque no puedan
pagar, ya que su función trasciende a la mera lucha
reivindicativa.

Hasta tal punto consideraba necesaria la CNT la afiliación de


todo el proletariado a los sindicatos, que el Congreso aprobó
una resolución por la que establecía:

«Que cada Sindicato imponga en su reglamento un


artículo por el que se obligue a todo asociado a sindicar a
su familia en la Sociedad del oficio que le corresponda, en
la Varia o en la más afín, y, además, todo obrero venga
obligado a hacer propaganda activa en favor de la
asociación de los trabajadores.»

En cuanto a la función encomendada al sindicato, el acuerdo


del Congreso fue muy explícito, y recogió al pie de la letra las
concepciones del sindicalismo revolucionario al respecto:

«... recabar de momento todas aquellas ventajas que


permitan a la clase trabajadora poder intensificar esta
lucha dentro del presente estado de cosas, a fin de
conseguir con esta lucha intensificada la emancipación
económica integral de toda la clase obrera, mediante la
expropiación revolucionaria de la burguesía tan pronto
como el Sindicalismo, o sea la asociación obrera, se
considere bastante fuerte numéricamente y bastante
capacitada intelectualmente para llevar a efecto la
expropiación de aquellas riquezas sociales que
arbitrariamente detente la burguesía y la consiguiente
dirección de la producción.»

Quedaba, pues, recogida la doble finalidad atribuida al


sindicato, reivindicativa y revolucionaria —emancipadora—,
que caracterizaba al sindicalismo revolucionario. Pero aún
dentro de la función revolucionaria, distingue el acuerdo del
Congreso, como hacía la doctrina sindicalista, lo que es la
preparación de la emancipación, de lo que es el hecho
revolucionario y sus consecuencias. Así la preparación de la
emancipación, la preparación de la revolución, que constituye
ya en sí parte del hecho revolucionario es algo que, como se
deduce del dictamen, se inicia en el presente estado de cosas,
y es parte importantísima de todo el proceso revolucionario. La
preparación de la revolución implica la preparación de la
organización sindical para tal evento, por ello, como dice el
dictamen, ésta no sólo debe preocuparse de crecer y
extenderse numéricamente, sino de capacitarse
intelectualmente, de educar a los trabajadores, para poder
llevar a la práctica la revolución —la expropiación de la
burguesía— y organizar la sociedad resultante de la misma.

La importancia de esta fase previa, de la preparación de los


trabajadores y de la organización sindical, para la revolución,
que queda destacada en el acuerdo del Congreso fundacional
de la CNT, es algo que tenderá a relativizarse, con
posterioridad, dando un mayor papel al impulso individual y al
espontaneísmo de la masa, tanto en el aspecto revolucionario
—destructor del actual sistema— como en el aspecto creador
de la nueva sociedad. Estos nuevos elementos, que no estaban
en la concepción inicial, sindicalista revolucionaria, de la CNT,
se impondrán en la medida en que los sectores anarquistas de
la Confederación adquieren su predominio.

Por el contrario, la concepción sindicalista que la CNT asume


inicialmente, recalca el papel fundamental del sindicato, tanto
en la organización y preparación de la clase obrera para la
revolución, como en la organización de la nueva sociedad tras
la revolución 346.

— Independencia ideológica y orgánica del sindicato

Para que el sindicato pudiese ser realmente el representante


de toda la clase trabajadora tenía que agrupar a ésta bajo el
único criterio común a todos los trabajadores, que, por otra
parte, era lo que distinguía a la propia clase: el de su
explotación económica. Ningún otro elemento de tipo
ideológico, político o religioso podía ser criterio válido de
agrupación de los trabajadores, ya que ello supondría
introducir entre ellos factores de división; solamente el mero
hecho de la explotación económica y la lucha por su
emancipación es lo único que les es común y lo único en lo que
se podría basar su unificación orgánica en contra del capital.
Por ello mismo, había que luchar por evitar que se introdujesen
en los sindicatos elementos de tipo ideológico que pudiesen
suponer el peligro de su disgregación.

Como vimos anteriormente, los Estatutos de la CNT fueron

346 Estos principios quedaron reflejados en el párrafo 1.° del artículo 1.° de los Estatutos
de la CNT, que establecía: «Con el título de Confederación Nacional del Trabajo se
constituye en España una organización que se propone lo siguiente: 1.° Trabajar por
desarrollar entre los trabajadores el espíritu de asociación, haciéndoles comprender que
sólo por estos medios podrán elevar su condición moral y material en la sociedad presente
y preparar el camino para su completa emancipación en la futura, merced a la conquista de
los medios de producción y de consumo, detentados indebidamente por la burguesía».
taxativos al respecto, estableciendo en su artículo segundo que
la actuación de la Confederación se haría «despojándose por
entero de toda injerencia política o religiosa».

Sin embargo, no entró en detalle el Congreso sobre este


tema, ni sobre el que sería su deducción lógica: la
independencia ideológica y orgánica de la Confederación de
toda otra organización o grupo. A pesar de todo, este principio
puede considerarse con toda certeza inmerso en las
concepciones de la CNT, dado que es parte de su propio origen.
Como ya hemos dicho anteriormente, una de las trabas
fundamentales que oponían los sindicalistas a la UGT era
precisamente su dependencia ideológica y orgánica del Partido
Socialista, de aquí que se plantearan la necesidad —entre otros
motivos— de crear una central independiente, capaz de
aglutinar a todos los trabajadores, cosa que la central socialista
no había podido lograr debido a esta dependencia y a lo que,
ellos consideraban, errores de táctica 347.

De cualquier manera, esta independencia ideológica del


sindicato no impedía el que se admitiese en su seno a todos los
trabajadores, prescindiendo de la creencia ideológica que éstos
pudieran profesar. Ello era lógico si lo que se pretendía era
precisamente unir a toda la clasea obrera. Así no vemos en los
acuerdos del Congreso, ni en los Estatutos de la CNT ningún
tipo de imposición a los futuros afiliados a la Confederación en
este sentido.

Solamente está establecido como principio de actuación de

347 Ver todo lo ya dicho sobre la creación de la CNT en los apartados correspondientes
de este capitulo.
la Confederación la acción directa, y el terreno económico
como campo de desarrollo de la misma. Esta es, pues, la única
imposición que la Confederación hace a sus miembros, lo que
no excluía que fuera de ella y no como afiliados o
representantes de la misma actuasen de otra manera. Cabe
señalar en este sentido, por el interés que para nuestro
posterior análisis ello tiene, que no aparece en ningún lugar la
más mínima referencia al tema anarquía, ni como meta, ni
como base de actuación, ni como principios, etc.

Ni en el Congreso, a lo largo de sus discusiones, ni en sus


acuerdos, o en los posteriores manifiestos de la Confederación
hay la más mínima alusión al tema anárquico, que pudiera
hacer pensar en un predominio de esta corriente política o, al
menos, de su imposición en la nueva Confederación.

Esta aparece como un organismo totalmente neutral, si es


que por esto puede entenderse la práctica exclusiva del
sindicalismo revolucionario; apolítico, en el sentido de que no
participa en el juego político o proceso de gobierno de la
sociedad, pero político en el sentido de que se propone
sustituir al sistema actual de gobierno social por otro sistema
diferente, basado en la propia organización sindical.

— Autonomismo

Uno de los principios básicos que establece la Confederación


es el de la autonomía, a todos los niveles de su organización. El
artículo cuarto de sus Estatutos lo establecía claramente: «Los
Sindicatos adheridos a la Confederación se regirán con la
mayor autonomía posible, entendiéndose por ésta la absoluta
libertad en todos los asuntos relativos al gremio».

Esta concepción amplísima de la autonomía orgánica no es


sino un reflejo del contenido antiautoritario de la organización,
que es a su vez manifestación clara del componente anarquista
de la misma, como lo sería su actitud hacia la política y el
Estado.

Es éste uno de los elementos que precisamente ya en este


momento marca la especificidad del sindicalismo
revolucionario español con respecto al francés, mucho más
preocupado por la cuestión orgánica y la consolidación de
amplias estructuras federativas, como las FEDERACIONES
nacionales, etc., frente a las que siempre existió en la CNT un
serio recelo y oposición, en nombre precisamente de la
autonomía de los organismos de base.

— La acción directa

El principio de la acción directa es, como ningún otro, un


elemento clave de la concepción sindicalista revolucionaria, y
el mismo inspira la existencia de otros muchos elementos de
esta concepción.

Derivado de la concepción independiente de la clase


trabajadora en la lucha social, el principio de la acción directa
inspira toda su actuación. Es el argumento básico para la
negación de la actividad política, en cuanto que ésta supone la
utilización de representantes intermediarios, pero es,
fundamentalmente, el principio que determina los medios.de
lucha a emplear por la Confederación.

La acción directa ocupó un papel básico en la creación de la


CNT, ya que fue uno de los argumentos que sirvieron para
rechazar toda posible integración en la UGT, y, a lo largo del
Congreso, aparece citada en varias ocasiones como inspiradora
de diversos acuerdos.

Los Estatutos de la Confederación la establecen como


principio básico de su actuación en el artículo segundo: «... la
Confederación y las secciones que la integran lucharán siempre
en el más puro terreno económico, o sea en el de la acción
directa». Esta equiparación que se establece entre terreno
económico y acción directa indica hasta qué punto estos dos
elementos, derivados del papel independiente que juega la
clase trabajadora en la lucha de clases, se encuentran unidos v
asumidos en la concepción sindicalista de la CNT.

Ambos elementos, por vías diferentes, llevan a la negación de


la actividad política por la Confederación. La necesidad de
luchar en el terreno económico, el de la explotación, porque la
actividad política excede este campo y distrae la atención del
mismo; y la acción directa, porque la política supone la
inclusión de un intermediario en la lucha de clases entre el
proletariado y la burguesía, ya sea el Estado y sus aparatos, o
los propios representantes de la clase obrera. Esta, en su
concepción, había de actuar como un todo, encuadrada en su
medio específico de lucha, el sindicato.
La acción directa, como vimos, es también la que determina
las armas a emplear en cada caso en esa lucha de la clase
trabajadora contra el capital, y que, según se deduce del
Congreso, son preferentemente la huelga, el boicot y el
sabotaje. Armas que suponían la novedad del sindicalismo
frente a las viejas tácticas del societarismo.

— La huelga general como arma revolucionaria

También, como ratificación de su concepción sindicalista


revolucionaria, la nueva Confederación adopta la huelga
general como arma que habría de llevar a la revolución social, a
la «expropiación revolucionaria de la burguesía». A ella dedica
el Congreso un acuerdo específico, y si bien con algunas
diferencias —como ya vimos— con las corrientes ya en boga
dentro del sindicalismo revolucionario francés del momento, la
resolución aprobada por el Congreso puede considerarse
dentro de la más pura línea sindicalista revolucionaria.

No vamos a volver ahora sobre este tema, dado que de él nos


hemos ocupado ya con cierto detenimiento.

— Criterio orgánico: profesionalismo relativo

Otro de los elementos que contribuyen a perfilar el


contenido sindicalista revolucionario de la nueva CNT es el de
su estructuración orgánica.

El criterio orgánico adoptado por la Confederación es lo que


podríamos denominar profesionalismo relativo; es decir, la
organización por oficios o profesiones sólo hasta determinado
nivel, el local; siendo a partir de ese nivel cuando se convierte
la CNT en una confederación de entidades territoriales:
FEDERACIONES locales y regionales. Ello quedó así
perfectamente fijado en sus Estatutos y determinó su propia
denominación. Recordemos al respecto la polémica que se
había producido en el Congreso sobre si la nueva central
sindical que se estaba creando habría de ser una federación de
sindicatos o una confederación, siendo aprobada finalmente
esta última denominación, con su correspondiente contenido
orgánico.

El Congreso, como vimos también, reconoció igualmente la


existencia de las FEDERACIONES nacionales de oficio,
aceptándolas como una de las formas orgánicas de la
Confederación; sin embargo, éstas quedaron como un poco
descolocadas dentro de la estructura orgánica confederal, sin
tener una correcta y bien determinada incardinación dentro de
esa estructura, lo que —a pesar de que ésa no fuera la
intención, posiblemente, de los sindicalistas que creaban la
CNT, como lo demuestra el hecho de que el Congreso de 1911
volviera a ocuparse de ellas— presumía el destino que éstas
iban a correr con el paso del tiempo. Ya en las directrices
orgánicas elaboradas por el Consejo de la CNT y publicadas en
«Solidaridad Obrera» de 13 de enero de 1911, se habla de ellas
como de pasada, sin explicitar cuál era su incardinación en el
entramado federativo de la organización (véase apéndice II).
En el informe que el Comité Federal presentó al Congreso
nacional de 1911, éste explica las motivaciones fundamentales
que les llevaron a potenciar la organización federativa de base
territorial y a emitir las directrices contenidas en la circular
citada de 13 de enero. Pensaba el Comité Federal que una de
las causas que había determinado la desaparición de anteriores
organizaciones obreras había sido precisamente su
constitución, «la constitución de FEDERACIONES obreras a
simple base de sindicatos»; es decir, la formación de
FEDERACIONES obreras a base de la agrupación de sindicatos
de todos los puntos del país, individualmente, y sólo en muy
pocos casos agrupados a su vez en FEDERACIONES de menor
índole (cuales eran las FEDERACIONES nacionales de oficio). Así
pensaba el Comité, cuando el consejo u organismo central de
esas FEDERACIONES decaía, o era objeto de persecución y
disolución, toda la federación se desmoronaba y los sindicatos
miembros se dispersaban, y quedaban sin ninguna relación
entre ellos.

Se trataba, pues, de evitar este peligro y crear una


organización sólida que se basase fundamentalmente en la
agrupación escalonada de los sindicatos obreros en los
respectivos niveles territoriales, localmente, comarcalmente,
regionalmente y, por último, nacionalmente. Así, decía el
Comité nacional de la CNT:

«Para evitar una nueva repetición de estos sucesos, no


encontramos cosa que mayor convicción nos
proporcionara, que la constitución de la Confederación
Nacional a base de FEDERACIONES comarcales, regionales,
de industria y de oficio, las cuales integrarán la
Confederación Nacional, para recabar la seguridad de que
robustecida la personalidad de cada región, en el caso,
aunque muy lastimoso, bastante probable, de fracasar por
unas u otras causas el Consejo central del organismo
nacional no implicara, como hasta aquí, el derrumbamiento
total de dicho organismo y la desaparición por cierto
número de años de la organización nacional del
proletariado, pues éste quedaría siempre en pie cobijado
en sus respectivas organizaciones regionales»348.

Así pues, el criterio orgánico de la CNT daba preeminencia a


la organización local —territorial— sobre la profesional; a la
solidaridad local de todos los sindicatos, frente a la solidaridad
nacional de los miembros de una misma profesión. Sin
embargo, no será sino en el Congreso de 1911 cuando es
aprobada definitivamente la estructuración de la CNT a base de
FEDERACIONES locales y comarcales de sindicatos y
CONFEDERACIONES regionales.

Este criterio orgánico de la Confederación difería bastante


del criterio orgánico del sindicalismo revolucionario dominante
en Francia, donde los dos elementos, geográfico y profesional,
se encontraban perfectamente coordinados, sin que uno
supeditase al otro. La solidaridad local venía asegurada por la
existencia de las Bolsas de Trabajo, que agrupaban localmente
a todos los trabajadores de una localidad, mientras que la
federación nacional de oficio o de industria aseguraba la
solidaridad nacional de los miembros de una misma profesión
o industria. Así, la CGT se basaba en esta doble estructuración:

348 «Solidaridad Obrera», núm. 84. 15, septiembre, 1911.


por un lado federaba a las diferentes Bolsas de Trabajo y por el
otro a las FEDERACIONES de sindicatos de oficio o industria 349.

El traslado a España de esta estructuración orgánica no podía


ser exacto, dado que la estructuración francesa respondía a un
origen muy determinado, la fusión de dos corrientes del
sindicalismo diferentes, que potenciaban esas dos formas
orgánicas diferentes que convergen en la CGT. En España, en la
CNT no convergen corrientes sindicales perfectamente
organizadas, sino meras tendencias y organismos de muy
diverso contenido, que se estructuran en base a una
organización, que comenzó teniendo un carácter meramente
local —Solidaridad Obrera—, y que se fue ampliando en dos
etapas, primero al nivel regional y luego al nivel nacional. Ello
determinó decisivamente la estructuración orgánica de la
nueva Confederación; pero, por si ello no fuera suficiente, en la
perpetuación y consolidación de esta estructura de carácter
federativo de base territorial intervino también decisivamente
la tradición histórica y la influencia de las concepciones
orgánicas del movimiento obrero de ascendencia libertaria. Así,
mientras la UGT se estructuró poco a poco en base a
FEDERACIONES nacionales de sindicatos de un mismo oficio o
industria, la otra gran corriente del movimiento obrero
organizado español lo hizo preferentemente en base a la

349 Pelloutier describió perfectamente cuál habría de ser la estructuración orgánica del
sindicalismo revolucionario francés: «En la base el Sindicato, de donde parte y debe partir
toda decisión; después, de un lado, la Unión de los Sindicatos del mismo oficio, o de
oficios similares, federándose las diversas Uniones formadas así en un Consejo
corporativo. Por otra parte, los Sindicatos de todas las profesiones, agrupadas localmente
en las Bolsas de Trabajo, y el conjunto de esas Bolsas, de esas Uniones de Sindicatos,
constituirán la Federación de las Bolsas de Trabajo; en la cima, en fin, la Unión del
Consejo Corporativo y el Comité Federal de las Bolsas, es decir, la Confederación.»
(Citado por A. SOUCHY, en «Solidaridad Obrera», 22, diciembre, 1935, P. 8.)
federación de entidades locales, ya FEDERACIONES, ya
simplemente sociedades. Esta estructuración de carácter local
venía a ser un reflejo de las concepciones orgánicas del
anarquismo, que daba una gran importancia a la entidad local,
la federación local, en la que convergían los diferentes grupos
de la localidad, concepción que impusieron en el movimiento
obrero que inspiraban. Pero estas concepciones anarquistas no
correspondían tanto a la constatación de la realidad de una
lucha social, determinada por el enfrentamiento de dos clases
contrapuestas, y a las necesidades orgánicas que ella imponía a
la clase trabajadora, como a la intención de organizar a la clase
obrera de acuerdo con las pautas orgánicas que ellos creían
que deberían regir la sociedad anárquica del futuro. Así, la
federación local de sindicatos vendría a responder a la unidad
básica de la organización anárquica de la sociedad: la comuna
local, y el resto de los escalones orgánicos de la central sindical
vendría a responder a cada uno de los escalones federativos de
la estructuración social a la anarquía.

Así pues, frente a lo que se consideraba centralismo


atosigante de la UGT, la nueva CNT se estructuraba en base al
más amplio federalismo; amplitud que venía asegurada por el
principio de la autonomía de las entidades federadas, al que ya
nos hemos referido anteriormente. Pero, aunque el Congreso
estableció también las FEDERACIONES nacionales de oficio,
este federalismo de la CNT federaba exclusivamente entidades
territoriales: FEDERACIONES locales y regionales de sindicatos
diversos.

Es, pues, la cuestión orgánica uno de los elementos


importantes que, ya desde un principio, diferencian al
sindicalismo revolucionario español del francés, que le
inspiraba. Sin embargo, aunque la concepción orgánica que se
impuso en la CNT ponía en entredicho algunos de los principios
básicos que ésta asumía, como el de la lucha de clases —y la
estructuración orgánica eminentemente profesional e
industrial que ésta exige—, sobre todo en el sentido estricto en
que se entendía tal principio, esta posible contradicción no
quedó en absoluto de manifiesto para los sindicalistas que
organizaban la CNT, sino que, por el contrario, pensaban que
era sindicalismo puro lo que hacían, y eso era precisamente lo
que querían hacer350.

Por otra parte, en los inicios de la Confederación, la cuestión


orgánica quedó un tanto desbordada por la propia realidad que
imponía formas no estatuidas. Así, por un lado, el incipiente
desarrollo confederal hizo que las FEDERACIONES locales de
sindicatos y las regionales no estuviesen perfectamente
constituidas hasta mucho más tarde, con lo que las sociedades
de resistencia y los nuevos sindicatos de los diversos puntos del
país se veían obligados a afiliarse directamente al organismo
central nacional, en vez de hacerlo al de su respectiva localidad
o región; y, por otro, aunque muy escasas y con una
organización muy precaria, las FEDERACIONES nacionales de
oficio siguieron existiendo paralelamente al organismo
confederal, sin que su integración fuese perfecta.

350 El término «sindicalismo» era generalmente utilizado para referirse a la actividad de


las sociedades obreras —Sindicatos—, ya desde los tiempos de Solidaridad Obrera. El
propio órgano de la Confederación, «Solidaridad Obrera», se subtitulaba «Periódico
Sindicalista». Si algún adjetivo se añadía a este término, era el de «revolucionario»,
ningún otro.
De este modo, si éste era uno de los puntos importantes de
divergencia entre el sindicalismo revolucionario español y el
francés, ésta no llegó a ser totalmente evidente a los ojos del
primero. Cuando llegó a serlo, eran ya otras las tendencias que
predominaban en los medios cenetistas.

En definitiva, podemos concluir que la Confederación


Nacional del Trabajo nace con todos los elementos precisos
para configurar un conjunto de concepciones, bajo cuya
inspiración regir su actuación, que no puede ser calificado de
otra manera que sindicalismo revolucionario. El propósito de
los organizadores del Congreso fue, pues, conseguido en
niveles suficientes. Se creó una nueva central sindical que
agrupase a todas las organizaciones sindicales dispersas y que
practicasen la acción directa, y se la dotó de un contenido
mínimo, orgánico e ideológico —el mismo sindicalismo
revolucionario, como ya vimos, constituye una ideología, uno
de cuyos componentes es precisamente su neutralismo
político—, en base al cual poder actuar. La estructura orgánica
básica era el sindicato de oficio y el contenido ideológico el
sindicalismo revolucionario.
II. LA CONSOLIDACIÓN DE LA CNT: EL CONGRESO NACIONAL
DE 1911

1. La CNT desde su fundación hasta el Congreso Nacional de


1911

El Congreso Nacional de octubre-noviembre de 1910,


convocado por SO, en el que se decide la constitución de la
CNT, va a dar un gran impulso al movimiento asociativo de los
trabajadores, al mismo tiempo que sirve para dar una mayor
consistencia orgánica e ideológica al movimiento sindicalista
revolucionario.

Es bastante difícil precisar con toda exactitud el reflejo


cuantitativo en el seno de la CNT de esta perceptible vuelta de
los trabajadores a los sindicatos —que se nota en todo el país,
también en el seno de la UGT—, tras el largo período de
alejamiento que siguió a la represión ocasionada por los
sucesos de la Semana Trágica de Barcelona.

El militante sindicalista José Prat cifraba en unos 15.000 los


afiliados a SO poco antes de que estallaran los sucesos de julio
de 1909, número que se vería enormemente reducido tras la
desorganización y la represión que siguieron a los mismos.
Estima el mismo autor que cuando SO inicia su reconstrucción
sus afiliados no pasaban de 4.418 351. Sin embargo, si bien la
primera cifra parece bastante adaptada a la realidad y coincide
con las versiones dadas por otros autores, como José Negre
—que ya hemos citado en anterior ocasión— que estimaban
los afiliados a SO entre quince y veinte mil afiliados en su
momento culminante352, la segunda cifra nos parece un tanto
exagerada por lo reducida. De cualquier manera, porque sí es
cierto que cuando se funda la CNT el número de afiliados a SO
era aún muy bajo, se encontraba ya en franco ascenso. Aunque
el Congreso fundacional no dice nada al respecto, más allá del
número de sociedades adheridas o representadas en el mismo,
—106 sociedades y 7 FEDERACIONES locales 353— parece que el
número de afiliados que entonces integran la nueva central
sindical es de unos 11.000354.

Ahora bien, todas estas cifras son bastante poco fiables, y no


porque estén intencionalmente deformadas con fines
propagandísticos —favorables o contrarios—, sino porque la

351 J. PRAT, «Orientaciones, cit., p. 7.


352 J. NEGRE («Recuerdos de un viejo militante», cit., p. 12) dice que SO «a lo sumo
reunía una masa de 15 a 20.000 federados y un semanario de unos 3.000 ejemplares como
todo tiraje». M. BUENACASA («La CNT, los Treinta y la FAI», Barcelona, 1933, p. 8), por
el contrario, quizá queriendo resaltar con ello el espectacular éxito de la CNT, atribuye a
SO, en 1909, 10.000 afiliados, frente a los 450.000 que tendría la CNT veinte años más
tarde.
353 «Solidaridad Obrera», 4, noviembre, 1910.
354 VICENTE BARRIO, «Le Mouvement Ouvrier en Espagne», en «Septiéme Raport
International sur le Mouvement Syndical, 1909», Berlín, 1911. El informe está fechado en
diciembre de 1910, y en él se atribuye a la CNT 166 sindicatos federados, distribuidos
regionalmente de la siguiente forma: Cataluña 97; Andalucía 20; Asturias 17; Galicia 12;
Levante 8; Aragón 6; Castilla 3; Baleares 2; País Vasco 1. (Citado en X. CUADRAT, op.
cit., p. 498). V. GARCÍA, en diciembre de 1910, atribuía a la CNT el mismo número de
entidades federadas («Sobre la Unión General», en «Solidaridad Obrera», 23, diciembre,
1910, p. 2).
propia situación de casi absoluta desorganización en que se
encontraba la Confederación en aquellos momentos, a pesar
de los enormes esfuerzos que se hacían para superarla, hacía
casi imposible realizar un cálculo certero de sus efectivos. Este
cálculo era ya muy difícil de realizar para muchas de las propias
sociedades o sindicatos adheridos a la Confederación, dado lo
tremendamente elástico de la militancia en la mayoría de ellos,
sujeta a muy diversos avatares —paro, etc.—; cuanto más para
la Confederación, que estaba sujeta a los informes que le
hicieran las entidades adheridas.

De cualquier manera, esta oscuridad de datos cuantitativos


era esporádicamente rota por los informes que los
corresponsales del órgano de la Confederación, «Solidaridad
Obrera», enviaban de vez en cuando sobre la situación en sus
respectivas zonas, sobre todo con motivo de conflictos.

Así, por ejemplo, «Solidaridad Obrera» de 2 de diciembre de


1910, nos informa detalladamente de la situación de la CNT en
Huelva 355 , pero datos tan claros como éstos no fueron
excesivamente corrientes.VPor otra parte, datos como éstos,
que atribuyen a Huelva solamente unos 4.903 afiliados en
diciembre de 1910, nos hacen pensar en lo dudoso de las cifras
manejadas, dado que no es posible que —si esta cifra, como la
que citamos anteriormente, que atribuía a la CNT unos 11.000
afiliados en diciembre de 1910, fuesen ciertas— Huelva
supusiese por sí sola casi la mitad de toda la Confederación.

355 Según «Solidaridad Obrera» (2, diciembre, 1910), la CNT contaba en Huelva con un
total de 4.903 afiliados, distribuidos localmente de la siguiente manera: Huelva capital,
3.792; Silos de Calañas, 519; Calañas, 381; Sotiel Coronada, 114; El Cerro, 97.
A pesar de todo, el crecimiento de la CNT desde su fundación
hasta su primer Congreso Nacional fue algo ostensible. Ya en
agosto de 1911, Morato atribuía a la CNT un total de 23.758
afiliados, encuadrados en 123 entidades adheridas a la
Confederación356.

Y el mismo día en que se inaugura el Congreso Nacional,


«Solidaridad Obrera» publica una lista detallada de las
sociedades adheridas a la CNT, con el número de afiliados a
cada una de ellas, lo que da un total de 139 entidades
adheridas, con 25.915 afiliados 357.

A ellos habría que añadir otros 3.400 afiliados a 16 entidades


«pertenecientes a la Confederación Nacional del Trabajo, que
han quedado desorganizadas con motivo de las últimas huelgas
y que actualmente se hallan en reorganización» —según decía
«Solidaridad Obrera»—.

Todo lo cual daría un total de 155 entidades adheridas con


unos 29.315 afiliados.

356 J. J. MORATO, en la sección «El Mundo Obrero» del «Heraldo de Madrid», 13,
agosto, 1911. Distribuidas por regiones, en orden descendiente, pertenecían: a Cataluña 78
entidades con 13.913 afiliados; a Andalucía 19 entidades con 5.718 afiliados; a Levante 5
entidades con 1.022 afiliados; a Asturias 8 entidades con 1.015 afiliados; a Castilla la
Vieja 3 entidades con 910 afiliados; a Aragón 6 entidades con 625 afiliados; a Galicia 3
entidades con 455 afiliados; y a Baleares 1 sociedad con 100 afiliados. Total: 123
entidades con 23.758 afiliados.
357 «Solidaridad Obrera», 8, septiembre, 1911, p. 1. Sin duda por error de suma, el
periódico da un total de 26.585 afiliados, lo que no corresponde a la suma de ls cantidades
dadas por cada entidad. El informe del Consejo federal de la CNT leído en el Congreso
daba un total de 140 sindicatos, con un total de 26.571 afiliados, adheridos a la CNT; de
ellos, 78 sindicatos y 11.889 afiliados pertenecían a la región catalana («Solidaridad
Obrera», 15, septiembre, 1911; «El Poble Catalá», 9, septiembre, 1911).
Desglosando las cifras ofrecidas por el órgano de la
Confederación y colocándolas por orden decreciente, la
distribución regional quedaría así:

Región Entidades Afiliados


Cataluña ....................... 78 11.875
Andalucía ..................... 29 6.764
Aragón ........................... 8 2.161
Asturias ....................... 10 1.415
Levante........................... 6 1.105
Baleares ......................... 1 920
Galicia ............................ 4 555
Castilla ........................... 3 910
País Vasco ...................... 2 210

Cataluña seguía siendo, por tanto, el núcleo más numeroso


de la organización, pero seguido muy de cerca por Andalucía,
que experimenta un gran ascenso.

Dentro de la región catalana, Barcelona y sus alrededores


suponían el 61,29 por 100 de la organización; sólo en esta
ciudad había 40 sindicatos adheridos, con 7.279 afiliados.

Si comparamos estas cifras con las ofrecidas por Morato un


mes antes, vemos que se ha experimentado un notable
ascenso en la afiliación, en términos generales.
Sin embargo, Cataluña experimenta un pequeño descenso,
cuyo montante coincide prácticamente con el número de
afiliados a las sociedades que —según «Solidaridad Obrera»—
habían quedado desorganizadas con motivo de las últimas
huelgas habidas358.

Es de destacar la presencia en el seno de la CNT, por primera


vez, de dos entidades pertenecientes a la zona industrial del
País Vasco —la sociedad de oficios varios «La Fraternal» de
Bilbao y el «Ateneo Obreo Sindicalista» de Baracaldo—, zona
que, con la castellana, siempre supuso un medio de difícil
expansión para la CNT, como seguiremos viendo en más de una
ocasión.

La tónica general era, pues, el crecimiento y desarrollo de la


organización confederal.

Pero esta ola expansionista de la afiliación obrera a los


sindicatos va a beneficiar también a la UGT, que, tras haber
perdido cerca de tres mil afiliados entre marzo de 1909 y junio
de 1910, inicia a partir de entonces un progresivo ascenso que
la coloca, en marzo de 1911, en 77.749 afiliados, para pasar a
128.914 en septiembre de 1912, y 147.729 en enero de
1913359.

El ascenso en la afiliación sindical y, paralelamente, en la


actividad sindical tiene un inmediato reflejo en los índices
huelguísticos. Según el Instituto de Reformas Sociales, el
número de huelgas de las que éste tuvo conocimiento sufre un

358 «Solidaridad Obrera», 8, septiembre, 1911.


359 «Anuario Estadístico de España, año XVII, 1930», Madrid, 1932, p. 524.
descenso en 1909, para iniciar un nuevo ascenso en 1910 —de
147 se pasa a 246—, que continúa en 1911 —311 huelgas—,
para volver a reducirse un poco en 1912 —279 huelgas—. Pero
lo que es más significativo a estos efectos, del resurgir de la
organización sindical, es el comprobar la motivación.que se
esconde detrás de la declaración de cada una de estas huelgas.
Así, vemos que el apartado dedicado por el Instituto de
Reformas Sociales a huelgas por motivos de asociación,
personal y solidaridad, es decir, las que se declaraban para
exigir el reconocimiento de la personalidad del sindicato o
asociación obrera, readmisión de despedidos y otras
cuestiones por solidaridad, que son las motivaciones que por
su propia índole exigen como ninguna otra una organización
sindical que las sustente, es el que recoge el mayor índice de
huelgas en los años 1909 y 1910, años en que se inicia la
reconstrucción sindical, y es en 1911 mínimamente inferior al
índice de huelgas por motivos de salario —motivo que ocupa el
primer lugar en ese año—. Así, hay 26 en 1909 y 81 en 1911,
descendiendo este índice a 56 en 1912.360

Todo lo cual demuestra claramente, no sólo el aumento


cuantitativo de las organizaciones sindicales —que afecta tanto
a la CNT como a la UGT—, durante este período 1909-1912,
sino también el aumento de la actividad sindical misma, como
manifestación de la vitalidad de las organizaciones, que, a
pesar de todo, en el caso de la CNT, era aún muy reducida.

El primer Consejo directivo de la CNT, nombrado tras su


constitución, fue elegido en una reunión de juntas y delegados

360 «Anuario Estadístico de España», cit., p. 553.


de la organización, celebrada en Barcelona el 19 de noviembre
de 1910. A ella asistieron, según «Solidaridad Obrera», 37
delegados de otras tantas entidades, quienes trataron,
además, el problema de la huelga que se estaba celebrando
entonces en Sabadell.

En esta importante reunión fue elegido secretario general


José Negre, quien se convertía así en el primer secretario
general de la CNT. Sin embargo, no era ésta la denominación
corriente de la Confederación, que se seguirá denominando
aún por un tiempo —como ya dijimos anteriormente—
Solidaridad Obrera. Así, los demás cargos elegidos para el
Consejo Directivo de la Confederación Nacional SO fueron:
secretario segundo, T. Herrer 361 ; secretario tercero, M.
Permanyer; tesorero, P. Ferrer; contador, J. Martí; encargado
de la confección del periódico «Solidaridad Obrera», J. Bueso;
administrador del periódico, R. Avila; vocales: J. Vives, E.
Corominas, M. Vidal, J. Solá, J. Esteve, J. Roca, J. Fernández y F.
Ullod.

El primer Consejo directivo de la CNT representa, pues, una


clara continuidad con respecto a SO. Continuidad que se
manifiesta no sólo en las personas, sino también, como
veremos más adelante, en la propia línea de la organización, si
bien, en este último caso, con una clara acentuación de los
matices revolucionarios de la misma.

361 Timoteo Herrer había sido ya vocal del Comité de SO. No está muy claro si este era un
pseudónimo utilizado por Tomás Herreros o si se trata efectivamente de dos personas
distintas, dado que se da la coincidencia de que cuando aparece uno de los nombres en las
formaciones de los Comités, etc., no aparece el otro, mientras que Herreros fue un hombre
de militancia muy activa y se mantuvo siempre en primera línea.
La figura de José Negre, sindicalista revolucionario neto 362,
venía ocupando ya la secretaría general de SO desde hacía
unos meses, cargo en el que vino a sustituir a otro sindicalista
bastante moderado como era José Román 363 , quien, sin
embargo, ocupaba el cargo de secretario cuando se produjeron
los sucesos de julio de 1909 en Barcelona, lo que le ocasionó su
detención y destierro. Los últimos nombramientos para cargos
directivos que hace SO antes del Congreso que daría vida a la
CNT, en septiembre de 1910, confirman a Negre como
secretario de la misma364, cargo desde el que desarrollaría la
importante labor que culmina con la creación de la CNT.

Otros miembros del nuevo Consejo habían formado parte


también del Consejo de SO en diferentes ocasiones, como
Herrer, Vives y Martí. Pero, una de las figuras más destacadas
del nuevo Consejo directivo, que se había destacado por su
militancia en el seno de SO, es sin duda Joaquín Bueso, que es
nombrado director de «Solidaridad Obrera», cargo de enorme
importancia dentro de la Confederación365. Joaquín Bueso,

362 Véase su folleto «¿Qué es el Sindicalismo?», Barcelona, 1919. Véase también nota
107 del capítulo III de este trabajo.
363 Del mismo diría Negre, cuando fue nombrado: «Al constituirse el Comité federal de
SO se tomó el acuerdo de no nombrar para ocupar la secretaría a ningún compañero
anarquista ni socialista, para evitar que pudieran surgir recelos y equívocos de ninguna
clase entre los componentes de las Sociedades federadas, y a tal efecto fue nombrado
secretario general el compañero Román, presidente de la Sociedad de impresores»
(«Recuerdos efe...», cit., p. 9).
364 «Solidaridad obrera», 2, septiembre y 14, octubre, 1910.
365 «Solidaridad Obrera» pasó de editar unos 4.500 ejemplares entonces, a 7.000 en
septiembre de 1911, según el informe del Comité Federal de la CNT presentado al
Congreso («Solidaridad Obrera», 15, septiembre, 1911). En 1908, el órgano de la
Confederación tenía una tirada de unos 3.000 ejemplares (J. NEGRE, «Recuerdos...», cit.,
p. 12).
que había sido durante todo este tiempo uno de los más
importantes adalides del sindicalismo revolucionario, terminó
evolucionando hacia el marxismo, llegando a ingresar en el
PSOE en octubre de 1911 366, momento en que abandona la
dirección de «Solidaridad Obrera».

La continuidad ideológica, en lo que al nombramiento de


cargos se refiere, estaba, pues, asegurada. La línea sindicalista
revolucionaria seguía siendo la que dominaba en la
Confederación. Destaca en este sentido la ausencia entre los
nombrados de declarados anarquistas y de declarados
socialistas. La figura de Negre sería, quizá, la que se pudiera
considerar más cercana al anarquismo, sin embargo, su
trayectoria demuestra su estricta militancia sindicalista.

De cualquier manera, puede afirmarse también que, aún


dentro de esta línea sindicalista revolucionaria, la ausencia de
socialistas en el Consejo de la CNT, da a éste un contenido
mucho más radical, que se manifestaría, no sólo en la
consolidación de la CNT, como central sindicalista
revolucionaria frente a la socialista UGT, sino en la labor
desarrollada para precisar aún más los perfiles sindicalistas
revolucionarios de la misma, que desembocaría en la
convocatoria del primer Congreso nacional, de 1911.

Y estas dos fueron precisamente las metas hacia las que


dirigieron su actividad los miembros del nuevo Consejo
Directivo de la CNT.

366 X. CUADRAT, op. cit., p. 498.


Así, desde su creación en el Congreso Nacional de 1910,
convocado por SO, todo el esfuerzo de la nueva
Confederación se concentra en su organización y
estructuración, de acuerdo con las pautas marcadas por el
citado Congreso. El objeto de mayor atención continuó siendo
Cataluña, que reunía la mayor parte de la organización
confederal; sin embargo, no podía dejar de notarse que la
nueva Confederación era una organización nacional, por lo
que el Consejo de la CNT no delimitó exclusivamente su
actuación a Cataluña, realizando un gran esfuerzo por agrupar
y organizar a las sociedades que habían enviado su adhesión a
la CNT, del resto del país, así como para extender sus
relaciones al resto de las sociedades obreras dispersas.

Una manifestación clara de este esfuerzo organizativo lo


constituye la circular-manifiesto que el Consejo de la CNT
envía a las entidades federadas y publica ya en enero de 1911
en «Solidaridad Obrera» 367—a la que nos hemos referido ya
anteriormente—, en la que se ofrecen las líneas generales a
las que ha de responder la organización de la CNT. El
Congreso constitutivo de la misma ya vimos que, a pesar de
todo, fue bastante parco en esta materia, lo que obligaba al
Consejo confederal, no sólo a la realización práctica de unas
directrices orgánicas, sino a la precisión y aún elaboración de
las mismas, lo que obviamente excedía de sus funciones.

Era necesaria, pues, la celebración de un nuevo Congreso


nacional que perfeccionara y fijara precisamente la
constitución orgánica de la CNT.

367 Solidaridad Obrera», 13, enero, 1911, pp. 1 y 2.


Pero no era éste, por supuesto, el único tema que ocupaba
las preocupaciones de la naciente Confederación; ya vimos
también como, aunque el Congreso de 1910 realizó un gran
esfuerzo en este aspecto, gran parte de los temas de índole
ideológica y estratégica que hubieran tenido que ser
abordados, no lo fueron o lo fueron insuficientemente,
quedando bastantes lagunas e imprecisiones al respecto. El
crecimiento que experimentaba la organización exigía una
mayor perfilación del contenido ideológico de la misma. Pero,
es que, además, estaba pendiente aún el tema de la
unificación con la UGT 368, por lo que la exigencia de una más
clara definición ideológica de la Confederación, como
alternativa a la central socialista, en el caso de que no se
realizase esta unificación, era algo ineludible. Había, por lo
tanto, que realizar una importante labor en este terreno,
completando la delincación ideológica de la nueva
Confederación iniciada ya en el Congreso fundacional de
1910. Y esto sólo lo podía realizar un nuevo Congreso
Nacional.

La celebración de un nuevo Congreso Nacional implicaba,


por tanto, el volver sobre muchos de los aspectos que habían
sido tratados ya en el Congreso fundacional de la CNT, pero
ello no era sino una exigencia de la propia realidad, del
desenvolvimiento de la Confederación. Como diría Anselmo
Lorenzo, en su salutación enviada al Congreso:

368 Recordemos que el acuerdo fundacional de la CNT tenía —al menos


formalmente— un sentido eventual y condicionado, creándose la nueva Confederación
«... en la condición de que una vez constituida la CG del Trabajo Española, se procure
llegar a un acuerdo entre las dos FEDERACIoNES, a fin de unir toda la clase obrera en
una sola organización».
«Vuestra reunión, más que el cumplimiento de un
acuerdo y de una prescripción reglamentaria, representa
el momento destinado a tomar una determinación
reflexiva antes de seguir obrando, por no decir rodando,
inconscientemente por el despeñadero de los
acontecimientos»369.

El Congreso Nacional de 1911 no es, pues, en este sentido,


más que una continuación del de 1910, al que completa.

Hasta tal punto existe una unidad, una continuidad, entre


ambos Congresos que durante algún tiempo existió una cierta
confusión entre los historiadores, que no distinguían uno del
otro, confundiendo lo tratado en los mismos. Así, durante
bastante tiempo ha venido atribuyéndose la creación de la
CNT al Congreso de 1911370. A ello contribuyó decisivamente
la penosa escasez de medios con que contaron los primaros
historiadores del movimiento obrero español, así como la
difícil localización de las fuentes directas de información371,

369 «Solidaridad Obrera», 15, septiembre, 1911.


370 La obra de M. BUENACASA, «El movimiento obrero español, 1886-1926», indujo
a error a gran parte de los historiadores que se basaron en ella, al atribuir la fundación de
la CNT al Congreso de 1911 —al que describe como si se tratase del de 1910—, del que,
contradictoriamente, viene a decir, por otra parte: «la asamblea de Barcelona fue, más
que un Congreso, un simple cambio de impresiones entre los delegados de las diferentes
comarcas españolas» (p. 50).
371 «Solidaridad Obrera» se ocupó del Congreso en sus números 83 y 84, de 8 y 15
de septiembre respectivamente, de 1911. Este último recoge con todo detalle el
contenido de los debates. Sin embargo, BUENACASA daba por perdidas las actas del
mismo: «... aquellos dictámenes —dijo—, sobre no haber sido publicados a causa de la
suspensión de los órganos federativos horas después del Congreso, debieron
extraviarse» (op. cit., p. 50). Los periódicos de la ciudad condal, «El Diluvio», del 9
(ediciones de mañana y tarde) y 11 de septiembre de 1911, y, sobre todo, «El Poble
Catalá», de 9, 10 y 11 de septiembre de 1911, publicaron también muy amplias reseñas
del mismo. Recientemente, la «Revista de Trabajo», núm. 47, de 1974, pp. 421-474,
además de la ya citada coincidencia de ambos Congresos en
muchos de sus aspectos372.

2. Los datos del Congreso

El Primer Congreso Nacional de la CNT se celebró en


Barcelona, en el Palacio de Bellas Artes, los días 8, 9 y 10 de
septiembre de 1911. A él asistieron 117 delegados, que
representaban a 78 sindicatos (aún denominados sociedades
obreras, en la mayoría de los casos) y seis FEDERACIONES
locales (Zaragoza, Igualada, Villafranca del Panadés, Badalona,
Tarrasa y La Coruña). De ellos, el núcleo regional más
numeroso era, lógicamente, el catalán, a cuya región
pertenecían 96 de los delegados (69 de ellos de Barcelona
ciudad), que representaban a 59 sociedades y 4
FEDERACIONES locales (38 de ellas en Barcelona). Le seguían
en importancia la región andaluza, con siete entidades
representadas por otros tantos delegados; la región levantina,
con otras siete sociedades y siete delegados; Aragón, con tres
delegados, que representaban a la Federación Local de
Zaragoza y a otra entidad; Galicia, con dos delegaciones que
representaban a la Federación Local de La Coruña y a otro
sindicato; El País Vasco, cuyos dos únicos sindicatos presentes
están representados por dos destacados militantes catalanes:

reproduce las actas recogidas en los citados números de «Solidaridad Obrera». En todo
ello basaremos el análisis del Congreso de 1911.
372 Ambos Congresos se celebraron en el mismo local —el Palacio de Bellas Artes
de Barcelona—, con apenas un año de diferencia entre ellos, y en ambos la primera
sesión estuvo presidida por José Negre, secretario general del Consejo de SO, en la
primera ocasión, y del Comité Federal de la CNT, en la segunda.
Tomás Herreros y José Negre —quien ostentaría también la
representación de los Centros Obreros de Vigo y Puerto
Real—; y Palma, que envía un delegado en representación del
Centro de Albañiles de esa ciudad.

Sin embargo, es de destacar que la representación


observada en el Congreso no está, ni mucho menos, a la
altura de la militancia —cuantitativa— que por aquel
entonces poseía ya la CNT, organización que se encontraba en
pleno ascenso.

De las 139 entidades que pertenecían a la Confederación


solamente están representadas 84 entidades (78 sindicatos y
seis FEDERACIONES locales). De la propia Cataluña, el núcleo
más numeroso, sólo están representados 59 sindicatos (38 de
Barcelona), de los 78 (40 de Barcelona) que por entonces
tenía en sus filas la CNT en aquella región; pero lo mismo
podría decirse más o menos de las otras zonas representadas
en el Congreso, cuya participación en el mismo fue mínima
con respecto a las fuerzas que ya poseían en ese momento.

Sólo la debilidad orgánica —que el Congreso trataría


precisamente de superar— de la creciente Confederación y la
escasez de medios de las entidades adheridas pueden explicar
este hecho.

Entre los delegados presentes en el Congreso cabría


destacar la presencia e intervención decisiva en el mismo de
José Negre —secretario general de la CNT—, que por
entonces aparece como el alma de la Confederación, pero
también la del anarcosindicalista Tomás Herreros, la del
sindicalista Jaime Bisbe, que había sido el segundo secretario
general que tuvo Solidaridad Obrera, y la de Salvador Seguí,
cuyo papel sería, a partir de entonces, cada vez más
importante en el seno de la Confederación.

3. Los acuerdos del Congreso

El amplio temario del orden del día a tratar por el Congreso


fue elaborado, como era la costumbre, en base a las
propuestas de las sociedades adheridas a la Confederación,
además de las que incluiría el Comité Federal. «Solidaridad
Obrera» publicó el conjunto de los temas propuestos, de los
que el Congreso se encargaría de reelaborar y estudiar los
que se estimaron oportunos373.

No todos los temas a tratar tenían igual importancia o


contenido. El Congreso, aunque estudió temas que
supusieron un paso más en la perfilación ideológica de la
Confederación e importantes aportaciones en el campo
estratégico, se orientó desde el principio como un Congreso
de contenido esencialmente organizativo. Lo que se pretendía
con el mismo era consolidar la Confederación dotándola de
una estructura orgánica más perfecta, estructura que
asegurase su pervivencia y evitase que la nueva CNT corriese
la misma suerte que anteriores experiencias federativas de la
clase obrera.

373 «Solidaridad Obrera», 8, septiembre, 1911, recogió el amplio temario, de 19


puntos.
La necesidad de la organización y federación de la clase
obrera, agrupada en sindicatos, aparece como una verdadera
obsesión a lo largo de todo el Congreso; sin embargo, los
dirigentes de la Confederación eran también conscientes de
que de nada serviría una fuerte organización si ésta no iba
acompañada de un correcto planteamiento estratégico y de la
utilización de unas adecuadas —siempre desde su punto de
vista— tácticas o medios de lucha.

Esta doble necesidad, que supondrá las dos coordenadas en


torno a las cuales girará el grueso de las discusiones del
Congreso y de sus acuerdos, fue ya claramente expuesta por
el entonces denominado Comité Federal de la CNT en el
saludo dirigido por éste a todos los delegados al Congreso, el
mismo día de su inauguración, que sería publicado en
«Solidaridad Obrera»:

«Los obreros debemos darnos por avisados y


prepararnos para impedir los atropellos inauditos que la
burguesía de todos los países maquina contra el
proletariado (...). Los medios que creemos más prácticos
para evitar los peligros que se avecinan son la
organización del proletariado del campo, el de las minas,
el de los transportes marítimos y terrestres, el de la
industria fabril, el de las grandes industrias, etc., la
constitución de las FEDERACIONES nacionales de industria
y de oficio, de comarca y de región, para integrar todas
ellas una Confederación Nacional, que nos facilite medios
de defensa contra la burguesía, descocada y cínica, que
hoy priva, y, la provocación grande por parte de ella, la
conflagración obrera en toda la nación por parte del
proletariado y haciendo uso en nuestras luchas, en justa
defensa contra los bestiales atropellos de nuestros
explotadores, de cuantas armas nos ofrece el sindicalismo
revolucionario boicot y “a mala paga peor labor”, a “poco
interés del patrón para el obrero, menos de éste para los
intereses del patrón”»374.

A esta doble necesidad, y como proyección de ella, añadía


el Comité Federal la necesidad de la publicación de un
«periódico sindicalista» diario, que fuese el portavoz nacional
de la nueva Confederación.

En definitiva, la cuestión orgánica, dentro de la cual habría


que añadir, además, el tema pendiente de la posible
unificación con la UGT, ocupa la parte primordial del
Congreso, siguiéndole los temas de tipo estratégico o táctico
y los habituales temas de tipo reivindicativo.

Como ya hicimos con el anterior Congreso, de 1910, vamos


a estructurar el estudio de los acuerdos del Congreso de 1911
en base a esta triple perspectiva.

Por un lado, estudiaremos, en primer lugar, los acuerdos


que tienen un contenido esencialmente organizativo; en
segundo lugar, los acuerdos de mayor evidencia ideológica, es
decir, los de tipo estratégico y táctico; y, en tercer lugar, los
de contenido reivindicativo.

374 «Solidaridad Obrera», 8, septiembre, 1911. Los subrayados son míos, excepto la
palabra boicot, subrayada en el original.
A) Cuestiones de tipo orgánico — Estructuración orgánica de
la CNT

El problema de dar a la Confederación una estructura


orgánica sólida fue desde el primer momento de su
designación el que ocupó gran parte de la preocupación del
Comité Federal de la CNT. Y así, su primera manifestación
pública fue precisamente la publicación y envío a las
entidades que habían asistido al anterior Congreso, de 1910,
de una circular en la que se trazaban las líneas fundamentales
a las que, creía el Comité, debería responder la estructuración
orgánica de la Confederación (véase apéndice II).

En esa circular, a la que ya nos hemos referido


anteriormente, en más de una ocasión, se establecía una
estructura federal, de base territorial, en la que el primer
escalón lo constituiría el sindicato obrero de oficio, el
segundo lo constituiría la agrupación de todos los sindicatos
de una localidad o comarca en una Federación Local o
Comarcal, el tercero lo constituiría la agrupación de las
FEDERACIONES locales o comarcales en la Confederación
Regional y el último escalón lo constituiría la agrupación de
todas las FEDERACIONES regionales del país en la
Confederación Nacional, o CNT.

Dicho en palabras de la propia circular:

«En resumen: Todos los Sindicatos obreros deben


federarse en la Federación de su comarca respectiva.
Las FEDERACIONES comarcales integrarán la
Confederación Regional.

Y todas las CONFEDERACIONES Regionales se agruparán


en una extensa y potente organización nacional que
abarque todas las regiones que existan en la nación»127.

Esta estructuración propuesta por el Comité fue justificada


por el mismo, en su informe al Congreso, en base a su solidez,
dado que, debido a su escalonamiento y a la existencia de
Comités que dirigían y coordinaban el trabajo en cada uno de
los diferentes niveles, la desaparición o caída de uno de ellos
no hacía que toda la estructura se desmoronase, como había
ocurrido hasta entonces en anteriores experiencias
asociativas.

«Preocupados vivamente porque el recién acordado


organismo nacional obrero fuese obra duradera, firme y
eficaz en la defensa del proletariado militante y un medio
seguro para que todos los explotados encontraran segura
garantía de su emancipación económica —decía el Comité
Federal en su informe—, tuvimos que fijarnos en las
causas que determinaron la desaparición de anteriores
organizaciones obreras que con idéntica finalidad e
idéntica táctica habían existido y entre ellas, y una de las
más importantes, la encontramos en la constitución de
FEDERACIONES obreras a simple base de sindicatos, los
que una vez el Consejo central de las mismas no tenía la
actividad e iniciativa necesaria que la asociación requería,
decaía ésta y la disgregación de los sindicatos que la
componían no se hacía esperar, como tampoco la
desaparición del organismo obrero nacional de que se
trataba; otras veces, y no pocas, dicho doloroso resultado
era debido a persecuciones o encarcelamiento de los
individuos que integraban el Consejo central de los
organismos en cuestión»375.

Pero esta estructuración de base territorial no se


consideraba en absoluto contrapuesta a una paralela
federación de base profesional, como la que constituían las
viejas FEDERACIONES nacionales de oficio. Por el contrario,
pensaba el Comité que ambas se complementaban, por lo que
las FEDERACIONES de oficio o de industria tendrían que seguir
existiendo; pues, además de que constituían una de las
formas más clásicas de agrupación solidaria de las
asociaciones obreras, habían sido preconizadas por el anterior
Congreso de 1910 y, sobre todo, constituían una base
organizativa mínima, imprescindible en aquellos momentos,
que permitía llegar a la confederación a las zonas más
remotas del país y mantener organizadas y federadas a
aquellas sociedades o sindicatos adheridos a la misma que
quedaban aislados y no podían unirse a otros de similar
ideología para formar una federación local o comarcal,
escalón básico de la estructura organizativa confederal.

Es quizá debido a esto por lo que el Comité no se refirió con


excesivo detenimiento a ellas. Las FEDERACIONES de oficio no
sólo eran algo necesario, sino cotidiano en aquellos
momentos; además, como digo, ya habían sido aprobadas en
el Congreso de 1910. Por lo que en lo que había que volcarse

375 «Solidaridad Obrera», 15, septiembre, 1911.


en aquel momento era en la constitución de las
organizaciones básicas territoriales, que era de lo que, fuera
de Cataluña, se carecía y obligaba a los sindicatos de las
diferentes localidades a afiliarse directamente al organismo
central —siempre que no existiera la correspondiente
federación nacional de oficio o industria correspondiente—.

Así, la organización de las FEDERACIONES locales,


comarcales y regionales aparecía como lo fundamental.

«Una vez organizados de esta forma —decía el


Comité—, será cosa fácil poder formar un Censo de todos
los sindicatos obreros que existen en España, y así mismo
llegar al conocimiento de los oficios o industrias faltos de
dicha organización para emplear los medios necesarios
para subsanar el daño que esto ocasiona a los obreros en
general, como asimismo no se encontrará ninguna
dificultad en la forma de organizar las FEDERACIONES de
oficio y de industria preconizadas en el último Congreso
Obrero celebrado en Barcelona.»

Sin embargo, la resolución definitiva al respecto sólo la


podría adoptar un Congreso nacional, no sólo debido a la
envergadura de la misma, sino, sobre todo, al papel de mero
organismo de administración y relación que los «Estatutos»
de la Confederación atribuían al Comité Federal376, aunque la
labor real de éste excediera con mucho esa delimitación.

376 Artículo séptimo de los mismos.


Es así como este tema de la estructuración confederal a
base de FEDERACIONES locales y regionales aparece como el
número uno entre los puntos a tratar por el Congreso.

El texto literal del citado punto decía: «¿Debe constituirse la


Confederación Nacional del Trabajo a base de FEDERACIONES
locales y regionales?». La ponencia que estudió el tema
incluía en su seno a un miembro del Comité federal —Miguel
Permanyer—, lo que aseguraba, por si no existiese ya
suficiente convicción al respecto entre los medidS
confederales, la aceptación de las directrices orgánicas dadas
con anterioridad por el Comité. Y, efectivamente, la Ponencia
hizo suyas esas directrices, añadiendo una serie de
razonamientos que poco se atenían a lo sustancial del
problema tratado.

Después de una introducción en la que se habla del instinto


de sociabilidad del género humano, se concluía:

«Teniendo en cuenta esta axiomática afirmación, esta


ponencia entiende que la federación local, así como la
regional, son los medios más eficaces para aunar los
esfuerzos de la clase trabajadora.»

Más interés merece el razonamiento que justifica la


necesidad de la existencia de la federación local, que supone,
como ya vimos en el anterior capítulo, al hablar de los acuerdos
orgánicos del Congreso de 1910, una traslación a la acción
sindical, al sistema orgánico en el que ha de basarse ésta, de
los principios y valoraciones que sustentarían la organización
social del futuro, tras la revolución social. Ello supone un
importante reflejo de la ideología anarquista en el sindicalismo
revolucionario de la CNT. Así, se establece la necesidad de la
federación local en base a valoraciones que justificaban —en la
ideología anarquista— la necesidad de la comuna local, como
base de la sociedad ácrata377.

«... como quiera que los pueblos deben ser los que
conozcan en toda su integridad sus necesidades y las
condiciones de tiempo y lugar —decía la ponencia—, lo
lógico, lo humano, es la formación de la federación local,
que traería como consecuencia la unidad de la clase
trabajadora de la localidad y por ende la unidad de
pensamientos, así como la de procedimientos, y, por
tanto, el engendro del espíritu de solidaridad, que ha de
ser lo que necesariamente producirá la fuerza del
proletariado.»

Similar importancia le daba el texto de la ponencia a la


constitución de las CONFEDERACIONES regionales:

«Pero si esto es cierto, hemos de convenir en que la


localidad por sí, si en efecto es una fuerza, aquélla sería
inconmensurable con la formación de una federación
regional, que sería el átomo y la célula del cuerpo fuerte:
la Confederación Nacional.»

También insistía la ponencia en la necesidad de la


constitución de las FEDERACIONES de oficio —quizá más aún

377 Véanse págs. 227-228 de este trabajo. La Federación Local sería así una especie
de germen de la comuna obrera, de la agrupación libre de productores libres, que
proponía Bakunin para la sociedad postrevolucionaria.
de lo que lo había hecho el propio Comité—, lo que
supondría, con la aprobación de la ponencia, una nueva
ratificación oficial del órgano máximo de la Confederación
—el Congreso—, de tal estructura orgánica, que sería tan
debatida en el futuro:

«Asimismo, también creemos que es una necesidad,


que también daría poderosos resultados, que al mismo
tiempo se formen FEDERACIONES nacionales de oficio
que integren la Confederación Nacional.»

En definitiva, concluía la ponencia:

«Por estas razones es por lo que la ponencia que suscribe


cree de imprescindible necesidad la formación de
FEDERACIONES locales, regionales y nacionales de oficio.»

En las actas del Congreso recogidas por «Solidaridad


Obrera» 378 apenas se dice nada de la discusión habida en
torno al dictamen de la ponencia, salvo que dio lugar a
algunas aclaraciones por parte del miembro de la misma
Fernando Vela y a las intervenciones de Lostau y del
secretario general José Negre, tras lo cual fue aprobado por
unanimidad. Sin embargo, la reseña bastante amplia y
detallada que de las sesiones del Congreso fue dando el diario
barcelonista «El Poblé Calalú», habla de que el dictamen de la
ponencia fue bastante debatido, fundamentalmente a raíz de
las explicaciones pedidas por «el delegat deis fundidors en
ferro» 379, hasta el punto de que otro delegado —Avila—

378 «Solidaridad Obrera», 15, septiembre, 1911.


379 Al Congreso asistían dos delegados de esa entidad barcelonesa: Juan Buxade y
«presenta una proposició que ve a dir en altra forma lo mateix
que la ponencia»380. Sin embargo, sin que podamos conocer
el contenido de las discusiones ni los puntos de la ponencia
que eran debatidos, a los que no se refiere tampoco la reseña
de «El Poble Catalá», el dictamen de la ponencia fue
finalmente aprobado por unanimidad, según dice
«Solidaridad Obrera».

En este punto, pues, el Congreso de 1911 viene a ratificar el


acuerdo del de 1910, en cuanto a la aprobación de las
FEDERACIONES nacionales de oficio se refiere, y a completar
el mismo, por cuanto el acuerdo sobre la constitución de las
FEDERACIONES locales y regionales supone la conclusión —en
el aspecto formal, al menos; en el real el proceso duraría aún
mucho tiempo— del proceso de estructuración orgánica de la
Confederación.

Por supuesto, la primera federación regional que quedó


bien estructurada fue la catalana, que partía ya de la base
orgánica bastante perfeccionada que había heredado de
Solidaridad Obrera. Sin embargo, la pronta suspensión de la
CNT, tras la huelga general de septiembre de 1911,
interrumpió este proceso en el mismo momento de su inicio.

— Creación de un diario nacional, órgano de la Confederación

El tema de la creación de un periódico diario que fuese el

Jaime Coll; pero el periódico no dice de cuál de ellos fue la intervención.


380 «El Poble Catalá», 9, septiembre, 1911, p. 2.
órgano de la CNT ya había sido tratado en el Congreso
fundacional de la misma, en 1910, acordándose entonces la
imposibilidad material de afrontar tal tarea en el momento
inicial en que se encontraba la Confederación. Desde
entonces, la tarea de portavoz de la Confederación la vino
desempeñando «Solidaridad Obrera», que era el órgano de la
Confederación regional catalana, al cual se acordó prestar
todo el apoyo posible de la CNT.

Sin embargo, el ámbito propiamente regional de ésta, que,


además, era meramente semanal, y el propio desarrollo que
había adquirido ya la Confederación exigía la creación de un
órgano nacional, diario, que fuese el portavoz propio de la
CNT.

La necesidad del mismo había sido expresada en términos


bastante claros por el Comité de la CNT en su saludo a los
Congresistas, publicado en «Solidaridad Obrera» el día de la
inauguración del Congreso. Decía el Comité:

«Para facilitar y hacer posible esta labor [se refiere a la


constitución de la CNT y a la lucha contra la burguesía] es
imprescindible la publicación de un periódico sindicalista
diario» 381.

El tema, que ocupaba el número dos de los del orden del


día del Congreso, fue estudiado detenidamente por la
ponencia correspondiente que, tras establecer la necesidad
obvia de un periódico diario, órgano de la Confederación, veía
también la imposibilidad de la existencia de éste ante la

381 «Solidaridad Obrera», 8, septiembre, 1911. El subrayado es mío.


escasez de medios materiales:

«Pero si es imprescindible la creación del órgano diario,


esta ponencia, a pesar de todos sus esfuerzos, no ha
encontrado, como eran sus deseos, medios eficaces que
en un plazo relativamente corto pudieran asegurar la vida
del periódico.»

A pesar de lo cual, la propia ponencia enumeraba una serie


de medidas encaminadas a asegurar la creación del mismo en
un futuro no muy lejano. Entre estas medidas se encontraba
el aumento de un céntimo en la cuota federal, la apertura de
una suscripción y la creación de comisiones regionales
encargadas de recaudar fondos para el periódico.

Sin embargo, la ponencia levantó una gran polémica, dado


que un gran sector del Congreso —entre el que se encontraba
parte del Comité, encabezado por José Negre— la
consideraba excesivamente pesimista.

La necesidad de contar con un órgano diario de la


Confederación era comúnmente aceptada, la diferencia
estribaba en cómo convertir lo que era una necesidad en una
realidad. El grueso de la discusión lo constituyó, pues, la
búsqueda de la forma más adecuada para recaudar los fondos
necesarios para poner el periódico en circulación. De aquí que
lo que podía haber sido un problema de índole táctico o
propagandístico, se convirtió en una cuestión puramente
económica, y, por lo tanto, orgánica.

Al final de la discusión se aprobó una propuesta de Salvador


Seguí, a la que se había hecho una pequeña modificación
introducida por el miembro de la primera ponencia
rechazada, Fernando Vela, por la que se acordaba la
recaudación de una cuota extraordinaria mensual de 10 ctms.
por federado, durante seis meses, y emitir una serie de 9.000
acciones de peseta, de adquisición voluntaria, como modo
más adecuado de reunir los fondos necesarios para el
periódico 382.

De cualquier manera, el problema del periódico no se


resolvería, y la CNT no sólo no tendría un diario propio hasta
que el 14 de noviembre de 1932 aparece, en plena Segunda
República, «CNT», sino que contaría con enormes dificultades
en más de una ocasión para poder seguir editando el órgano
de la Regional catalana «Solidaridad Obrera», que seguiría
actuando como su portavoz.

La aprobación de este dictamen hizo rechazar la propuesta


del Sindicato de Oficios Varios de Bilbao, incluida en el punto
16 del orden del día, por la que se pedía el establecimiento en
aquella región norteña de una publicación periódica que se
encargase de propagar entre el proletariado vasco los
principios del sindicalismo revolucionario, dado que se
consideró que sería suficiente con la creación del diario
nacional cuando éste saliese a la calle 383. Quizá con ello
perdía la CNT una importante oportunidad de expansión en
una zona donde nuncá la conseguiría ya.

382 La propuesta inicial de Seguí era que fueran 3.000 acciones, pero se aceptó la
enmienda de F. Vela, en el sentido de que fuesen 9.000. Vela dijo que se calculaba que el
diario costaría unas 7.000 pesetas mensuales. («El Poble Catalá», 9, septiembre, 1911.)
383 «Solidaridad Obrera», 15, septiembre, 1911.
— Sindicación de la mujer

El tema del trabajo de la mujer y, consiguientemente, de su


sindicación ocupó siempre un lugar importante dentro de la
acción sindical del sindicalismo revolucionario.

Ya vimos como el Congreso fundacional de la CNT se ocupó


extensamente del tema del trabajo de la mujer, mediante un
importante acuerdo en el que no sólo no se consideraba a
ésta desde un punto de vista paternalista o conmiserativo,
como ser débil sometido a condiciones de trabajo
infrahumanas para superar las deficiencias económicas del
marido, sino que se le consideraba como a un ser humano
oprimido que tenía que luchar por su emancipación, la cual
sólo la podría conseguir a través del trabajo y de su
independencia.

«Nosotros consideramos —había dicho el Congreso de


1910— que lo que ha de constituir precisamente la redención
moral de la mujer, hoy supeditada a la tutela del marido, es el
trabajo que ha de elevar su condición de mujer a nivel del
hombre, único modo de afirmar su independencia» 384.

Pero el problema del trabajo de la mujer llevaba al


problema de su encuadramiento sindical, dado que era
impensable su emancipación, como la del hombre en general,

384 Ver lo dicho sobre este tema anteriormente en este trabajo.


fuera de la acción sindical. Así, el problema de la sindicación
de la mujer enlazaba con la necesidad de que ésta, la mujer
trabajadora, contase con el arma adecuada para su
emancipación: el sindicato. Pero, además, el problema de la
sindicación de la mujer se enlazaba también con la necesidad
de robustecer a la propia organización sindical, es decir, con la
necesidad de que los sindicatos contasen con el mayor
número de afiliados posible para que pudiesen ser más
eficaces.

El Congreso de 1910 adoptó dos acuerdos, en diferentes


momentos de sus sesiones, que parecen responder a la doble
perspectiva del problema. Por un lado, en la cuarta sesión, se
adoptó un acuerdo, que afectaba a la mujer del trabajador
afiliado a la CNT, que parece entender el problema de la
sindicación de la mujer desde la segunda perspectiva
expuesta. Este acuerdo venía a establecer que cada sindicato
impusiese la obligación de que todo afiliado sindicase a su
familia en la sección del oficio que le correspondiese. Pero,
por otro lado, en la sexta sesión, el dictamen específico
referente a la mujer, parece entender el problema de su
sindicación desde el punto exclusivo de la defensa de sus
intereses, así, establecía como obligación de todas las
entidades pertenecientes a la CNT el realizar una activa
campaña en pro de la asociación de las mismas a los
sindicatos y en pro de la disminución de sus horas de trabajo.

En definitiva, el problema consistía en que, a pesar de las


durísimas condiciones en que las mujeres desarrollaban su
trabajo385, el índice de afiliación de las mismas a los sindicatos
era bajísimo. Era, pues, necesaria su sindicación. Pero, aún
reconocida esta necesidad, se planteaba el problema de si
éstas habían de afiliarse a sindicatos específicos de la mujer o
a los normales.

Ante esta problemática, el acuerdo adoptado por el


Congreso supone un rebaje de los planteamientos con
respecto al Congreso de 1910. Sin embargo, quizá podría
calificarse su actitud de más realista, en el sentido de que el
acuerdo adoptado no sobrepasaba en absoluto las
posibilidades de actuación de la CNT con respecto a este
problema, en aquellos momentos. El Congreso se manifiesta
consciente de la problemática de este tema y estima que lo
primero que hay que realizar es una labor de concienciación
amplia entre la mujer, favoreciendo su organización, pero sin
predeterminar cómo habría de ser ésta, ni forzando su
inmediata sindicación.

Así, a pesar de las intervenciones a favor de que la mujer


contase con sus organizaciones sindicales específicas 386 y de
otras intervenciones en diferentes sentidos387, finalmente fue
aprobado el texto de la ponenda, que venía a decir:

«Entendiendo esta ponencia que tan explotados somos

385 Ya nos hemos referido detenidamente a ello. Vid. nota 89 de este capítulo.
386 En este sentido se manifestó la Sociedad de Pintores «La Nueva Semilla» de
Barcelona, por boca de su delegado Antonio Salud. De esta sociedad era también
delegado al Congreso Salvador Seguí.
387 Algunos delegados se opusieron a la sindicación de la mujer, dado que la
consideraban «perjudicial en la acción societaria por su timidez» («El Diluvio», 9,
septiembre, 1911).
los hombres como las mujeres, pues no se le oculta que la
mujer, la doblemente esclava, a la que tenemos el
ineludible deber de educar hoy, para que ella, asimismo,
pueda, educando también, formar los cerebros de los
hombres del futuro, de los encargados de la conquista de
la sociedad futura, siendo una realidad lo precedente, no
puede por menos que entender que es imprescindible
que la mujer se organice, pero teniendo en cuenta que no
debemos centralizar los procedimientos, creemos lógico
que esta labor debe dejarse encomendaba a aquellos
compañeros que formen el grupo excursionista de
propaganda»388.

— Sindicación de los inválidos

Es este un tema que tiene singular importancia, más que


por la repercusión que el mismo fuera a tener en la estructura
orgánica de la CNT —a pesar de que su tratamiento tuvo sólo
una perspectiva orgánica—, por su significación, ya que da
una idea muy clara de la concepción que tenía la
Confederación de la acción sindical.

De cualquier manera, el tratamiento de este problema


suponía una novedad, como expresaría la propia ponencia en
su dictamen sobre el mismo:

388 El subrayado es mío. «El Diluvio» (9, septiembre, 1911, p. 26), dice que el
dictamen de la ponencia fue aprobado con la adición de la recomendación de que todo
federado asociase a su mujer, para que pudiese intervenir en las luchas sociales.
«Esta ponencia se encuentra con un caso dificilísimo
para dar opinión concreta y bien definida, porque el
punto que se le ha sometido, a su juicio es, creemos,
completamente nuevo en la vida sindical de España y
delicado por lo que pueda afectar a susceptibilidades
inherentes a la sentimentalidad humana.»

Sin embargo, el tema fue resuelto de una manera bastante


airosa y su aprobación por el Congreso no revistió problema
alguno.

La ponencia partía de la distinción entre el inválido parcial,


es decir, el que no está absolutamente incapacitado para el
desarrollo de una actividad laboral, y el inválido total, que no
puede desempeñar ningún tipo de oficio. Con respecto al
primero, la ponencia no lo consideraba inválido, sino que
estimaba que, en tanto que podía realizar un trabajo, era un
trabajador más y, como tal, debería estar afiliado
normalmente al sindicato de su oficio. Decía la ponencia:
«porque dichos inválidos son enteramente, absolutamente
trabajadores con iguales derechos y con idénticos deberes
dentro y fuera de las organizaciones sindicales».

El problema surgía, pues, en la consideración sindical que


habrían de tener los inválidos totales, en la medida en que no
realizaban ninguna actividad laboral. Una concepción muy
estricta del sindicato, como órgano específico de lucha de la
clase trabajadora, excluiría a éstos de su afiliación sindical. Sin
embargo, la concepción sindicalista de la CNT, el sindicalismo
revolucionario, ya hemos visto que no sólo concebía al
sindicato como un arma de lucha contra la burguesía, sino
como un proyecto social, dentro del cual tenían que
encontrarse incluidos todos los sectores sociales que sufrían
la explotación burguesa, y, en este sentido, los inválidos eran
quienes más rudamente habían sentido en su propio cuerpo
esta explotación.

Pero, además, la misma consideración del sindicato como


arma de lucha y la exclusión del denominado sindicalismo de
base múltiple, es decir, la exclusión de la asunción por el
sindicato de todo tipo de actividades que no significasen la
acción directa contra la burguesía, como serían las actividades
mutualistas o cooperativas, implicaba la no existencia de
seguros o prestaciones económicas a las cuales acogerse
dentro del sindicato 389, por lo que lo único que quedaba a los
inválidos era asociarle entre sí para luchar juntos por su
propia subsistencia.

Así, no se planteó —como había ocurrido en el caso de la


mujer— si el inválido debía permanecer o estar encuadrado
en el sindicato correspondiente al oficio en el que sufrió su
lesión o no. La no existencia de prestaciones por parte del
sindicato y la necesidad de luchar por satisfacer sus propias
necesidades vitales le obligaban a asociarse
independientemente. Además, no se planteó la duda a este
respecto, porque el problema de la sindicación de los
inválidos venía propuesto al Congreso precisamente por una
sociedad de tipo específico: la Sociedad de Inválidos de
Barcelona.

389 Véanse los acuerdos del Congreso con respecto al sindicalismo a base múltiple, en
pág. 257 de este trabajo.
Dada por supuesta la sindicación específica de los inválidos
totales, lo que se planteaba era cuáles habrían de ser los
derechos y deberes de éstos dentro de la CNT. El problema
quedaba, pues, delimitado a una cuestión puramente
orgánica, y en tal sentido resolvería la ponencia:

«... si por inválidos hemos de entender a los hombres


privados de trabajar y que, por tanto (...), se ven
impelidos, por la necesidad imperiosa e ineludible de
vivir, a pedir limosna al público o socorro a las
autoridades, en este caso creemos que su condición no
les permite estar en la Confederación con los mismos
deberes que los demás, aunque sí con los mismos
derechos a que, por el principio de solidaridad que
defendemos los confederados, tienen aquéllos dignísimo
derecho (...).

La Confederación apoyará siempre a los inválidos para


que sean respetados los derechos indiscutibles a que
tienen derecho, si no como a trabajadores explotados por
el burgués, como a desheredados atropellados por la
autoridad»390.

Quedando aprobadas finalmente las conclusiones de la


ponencia:

«1.—Las asociaciones de inválidos privados de trabajar


tendrán los mismos derechos, pero no los mismos

390 El subrayado es mío.


deberes que las demás entidades federadas391.

2.—La táctica que debe seguir el sindicalismo con


respecto a dichas entidades es la de apoyo moral y
material en cualquier atropello de que sean objeto.»

— Educación racionalista

Otro de los temas que destaca por sus implicaciones


ideológicas pero que, sin embargo, recibió un tratamiento
fundamentalmente orgánico fue el de la educación
racionalista.

Como decía el propio enunciado del tema, el problema no


estaba en la consideración de la necesidad de la educación
racional, dada por supuesta, sino en la búsqueda de los
medios adecuados para poder implantarla:

«Considerando que la educación racional es el factor


principal de la evolución del proletariado, ¿cuál será el
medio más práctico para su implantación?»

En principio, la ponencia designada al efecto emitió un


dictamen en el que, reconocida la necesidad de la misma
—«la enseñanza racionalista satisface una de las necesidades
del sindicalismo, generalmente reconocida»—, se reducía la

391 Según «El Poble Catalá» (11, septiembre, 1911, p. 2) y «El Diluvio» (9,
septiembre, 1911, p. 27), la ponencia fue aprobada con una enmienda propuesta por
Fernández, referida a los derechos, que venía a decir: «El representante de la Sociedad
de Inválidos se abstendrá de votar en caso de tratarse de declaración de huelgas».
solución de su implantación a la propaganda en favor de la
misma y a la fijación de una cuota voluntaria establecida por
cada sindicato «a medida de sus fuerzas».

Sin embargo, iniciada la discusión, Miguel Negre,


representante de la Sociedad de Lampareros, Latoneros y
Hojalateros de Barcelona —que había propuesto el tema—
presentó en nombre de la citada sociedad un dictamen
particular que, por profundizar un poco más en el tratamiento
del tema, merece especial atención.

El dictamen particular recoge muy precisamente la


concepción sindicalista revolucionaria de la educación
racional y de su importante papel formador del proletariado,
formación sin la cual sería imposible pensar en la posibilidad
de la revolución. Sin embargo, el rechazo de la educación
burguesa, religiosa y moralizante en los valores burgueses, no
les lleva, a pesar de la asunción del principio de la lucha de
clases, a la promoción de una educación o cultura proletaria.
Por el contrario, el sindicalismo revolucionario asume
plenamente el racionalismo anarquista y la creencia en una
racionalidad objetiva, por encima de los planteamientos y
condicionamientos subjetivos, de clase. Y como heredero en
esto —y en otras muchas cosas— del mismo, sostiene la
posibilidad de una educación no sólo racionalista, sino
racional, de acuerdo con la esencia natural de la persona
humana y por encima de los actuales condicionamientos de
clase. Lo cual no implicaba el que, además, cuando el
sindicalismo revolucionario hablaba de educación y
preparación del proletariado no se refiriese también a la
educación y preparación para la revolución social, lo que
significa el enfrentamiento directo con la burguesía y un
componente específicamente clasista en esta educación 392.

Sin embargo, no es este último aspecto en el que parece


querer incidir la propuesta de los Lampareros barceloneses,
sino más bien en la necesidad de una educación racional sin
más, en términos generales, lo que sería suficiente para abrir
los ojos del proletariado y ayudarle a salir de la situación de
explotación económica en la que se encuentra, sobre todo si
ella es impartida ya desde la infancia a los hijos de los
trabajadores.

Así, decía el dictamen particular:

«Es un hecho innegable que la educación primaria que


recibe el niño es la que le predispone para su actuación en
el porvenir.

La ciencia nos enseña que el ser humano sufre las


consecuencias de los prejuicios adquiridos durante siglos
y siglos de fanatismo y barbarie, sostenidos y propagados
por una educación ilógica e inmoral que inculca en el
cerebro del niño el odio al extranjero, ensalzando y
glorificando a los grandes asesinos de la humanidad y
castrándoles la inteligencia ante el voto que les impone de
fe ciega ante los errores religiosos.

Consecuencia de este sistema educativo divorciado por


completo del principio filosófico del presente siglo, que
execra al hombre que atenta contra el hombre y pone de

392 Véase lo ya dicho sobre este tema en pág. 71 de este trabajo.


manifiesto la falsedad e inmoralidad de las religiones, nos
encontramos los obreros con que gran número de
compañeros nuestros guiados por los prejuicios de una
falsa educación inconscientemente son la causa de que el
movimiento obrero sufra continuas interrupciones en su
marcha emancipadora, constituyendo al mismo tiempo
esa falange de sayones que voluntariamente se prestan a
ser verdugos de sus hemanos.

La educación racionalista, reflejo de las enseñanzas


filosóficas y científicas es reconocida como principal
factor para la regeneración de la humanidad y es por esto
que la Sociedad de Lampareros, Latoneros y Hojalateros
propone a este Congreso...»

La educación racional, por tanto, a la luz del dictamen


aprobado por el Congreso, supone para la CNT no tanto la
preparación y educación amplia del proletariado para la
realización de la revolución —en el sentido en que la entendía
la teoría sindicalista revolucionaria francesa—, cuanto una
tarea profunda, más a largo plazo, de regeneración y
transformación de la mentalidad del proletariado,
acostumbrado a la explotación, a partir de la educación de sus
propios hijos de acuerdo con la estricta razón.

Ello, históricamente, no supuso en absoluto el que la


Confederación no se hubiese preocupado por lo que sería la
formación de sus militantes adultos, tarea que, de hecho,
asumió y puso en práctica 393 , sino que en la tarea

393 Vid.: PERE SOLA, «Las escuelas racionalistas en Cataluña», Barcelona, 1977; A.
y F. L. CARDONA, «La utopía perdida. Trayectoria de la pedagogía libertaria en
reeducadora del proletariado la escuela racionalista ocupaba
un primer plano en el orden de prioridades. La figura y el
ejemplo de Ferrer estaban aún muy cercanos y condicionaban
—y seguirían condicionando— toda la perspectiva de la CNT
sobre este problema.

Finalmente, el dictamen particular de los Lampareros de


Barcelona, que añadía una propuesta sobre cómo poder crear
las escuelas racionalistas, atribuyendo tal función a la
Confederación394, fue aprobado por el Congreso395.

— Otros temas de índole orgánica

El Congreso trató también otros temas de índole orgánica


de importancia menor a los ya citados, tales como la
asistencia a los detenidos por cuestiones sociales, los gastos
del Congreso y el tema de quiénes podrían en el futuro asistir
a los Congresos de la CNT. Sin embargo, a pesar de su poco
remarcable significación ideológica, estos acuerdos

Españar», Barcelona, 1977; CLARA E. LIDA, «Educación anarquista en la España del


ochocientos», en «Revista de Occidente», 97 (1971), pp. 33-47. El dictamen de la
ponencia sobre este tema y la resolución aprobada sobre el mismo en el Congreso de
1910, tendía precisamente más a la formación integral del trabajador, incluida la
técnico-profesional, para hacer a los trabajadores más «aptos para conquistar
dignamente en la actual sociedad el salario preciso a satisfacer sus más perentorias
necesidades». («Solidaridad Obrera», 4, noviembre, 1910.)
394 El Congreso de 1910 consideraba que la función de crear escuelas para la formación
de los trabajadores correspondía a los propios sindicatos.
395 Según «Solidaridad Obrera» (15, septiembre, 1911), fueron aprobados tanto la
ponencia como la propuesta de los Lampareros; sin embargo, según «El Poble Catalá
(11, septiembre, 1911), fue aprobada nada más la propuesta de los Lampareros, lo que
parece más cercano a la realidad, dado el contenido diverso de ambas soluciones.
supusieron una contribución más al perfeccionamiento de la
estructura y funcionamiento orgánico de la Confederación.

El tema de la asistencia a los detenidos por cuestiones


sociales quedó limitado a una cuestión puramente
económica: qué cuota habría de fijarse para que de ésta se
extrajera una parte para tal fin, no entrándose en ningún
momento en la discusión de la posibilidad de crear un
organismo específico dedicado a la asistencia a los detenidos.

El acuerdo del Congreso decía:

«Es de perfecta lógica que los compañeros que caen


presos por la propaganda en representación de esta
Confederación, sean por ello debidamente atendidos;
mas teniendo en cuenta que hay otros temas para la
realización de los cuales también han de arbitrarse
recursos, proponemos que en lo sucesivo sea de cinco
céntimos la cuota que cada federado pague a la
Confederación, destinándose la quinta parte (con arreglo
a los deseos del ponente) a la formación de un fondo
especial para los presos por cuestiones sociales;
quedando el resto para las diferentes necesidades de la
Confederación, entendiendo que una de estas
necesidades ha de atender con preferencia a los
compañeros que, ostentando la representación de la
Confederación, se ven privados personalmente de su
libertad.»

Así, el acuerdo del Congreso, que ratifica lo expresado en la


ponencia, supone, por un lado, un aumento de la cuota que
hasta ese momento se venía pagando a la Confederación 396,
pero, por otro, introduce una modificación en el tratamiento
de la atención a los presos y detenidos sociales que
perduraría: se atribuye su atención a la Confederación y no a
su respectivo Sindicato, como venía ocurriendo hasta
entonces.

Otro de los temas planteados fue el de los gastos que


ocasionaban los Congresos. La ponencia encargada de
dictaminar sobre este tema acordó, con un texto un tanto
confuso, que los gastos de los Congresos fuesen abonados, a
prorrateo, por todos los afiliados, y que los gastos de
delegación fuesen abonados por cada entidad, excepto en
aquellas localidades carentes de medios, con cuyos gastos de
delegación correría también toda la Confederación 397. Según
las actas del Congreso publicadas por «Solidaridad
Obrera» 398, este fue el acuerdo adoptado por el Congreso; sin
embargo, según las reseñas publicadas tanto por «El Diluvio»
como por «El Poble Catalá», el dictamen de la ponencia fue
rechazado y aprobada una enmienda de José Negre que, sin
alterar lo dictaminado sobre el pago de los gastos generales
de los Congresos —que correrían a cargo de toda la

396 La cuota confederal, establecida poco después del Congreso de 1910, venía a ser
de3 ctms. por federado y mes, para las entidades de la región catalana, y de 1 ctm. para
las de fuera de Cataluña (Circular «A las entidades obreras», en «Solidaridad Oorera»,
13, enero, 1911). Según «El Poble Catalá» (10, septiembre, 1911), esta última era de 2
ctms.
397 Decía el dictamen: «Esta ponencia entiende que, para que puedan asistir a los
Congresos delegados de todas las localidades en que haya sociedades federadas, los gastos
de los mismos deben ser pagados a prorrateo entre todos los federados. Al objeto de que
esto sea hacedero, entendemos que este acuerdo debe aplicarse a aquellas localidades que
por sus condiciones económicas no pueden hacerlo de otro modo.»
398 «Solidaridad Obrera», 15, septiembre, 1911.
Confederación—, establecía que todo lo referente al envío y
gastos de los delegados debería dejarse al criterio de las
FEDERACIONES locales y regionales399.

Este tema, en principio bastante intranscendente, tenía


singular importancia para la Confederación, dada, por un
lado, la pobreza de medios con que contaban la mayoría de
las organizaciones pertenecientes a la misma de fuera de
Cataluña, y, por otro, la necesidad de atraer a la
Confederación el mayor número posible de organizaciones
precisamente de fuera de esta región, para lo cual no se
escatimaba esfuerzo alguno. Y una buena prueba de ello,
también en el campo económico, lo constituía el hecho de
que las organizaciones de fuera de Cataluña tuviesen que
abonar una cuota inferior a la que abonaban los afiliados
catalanes400.

Al mismo tiempo que se buscaba la ampliación de la


Confederación, dando grandes facilidades a las entidades
obreras de fuera y dentro de Cataluña para su adhesión a la
misma, se caminaba también, como ya hemos visto, hacia una
consolidación orgánica de la misma. Así, dentro de este marco
de la consolidación orgánica hay que encuadrar el acuerdo
recaído sobre el tema de si se debería admitir o no la
presencia de sociedades no federadas en los Congresos de la
Confederación.

399 «El Diluvio», 9, septiembre, 1911, edición de la tarde: «El Poble Catalá», 10,
septiembre, 1911.
400 Vid. nota 149. La superioridad de la cuota para las organizaciones catalanas se
justificaba en la necesidad de mantener el órgano confederal «Solidaridad Obrera», que
era, en realidad, el órgano de la Regional catalana.
Hasta este momento había sido más o menos habitual la
presencia de sociedades obreras no confederadas en las
reuniones y Congresos, tanto de Solidaridad Obrera como de
la CNT. Así ocurrió, por ejemplo, en el Congreso regional de
SO, de 1908, y en el fundacional de la CNT, de 1910. Ello
contribuye precisamente a hacer más confuso aún el análisis
de estas organizaciones y la delimitación exacta de su
expansión. Pero, esta confusión que puede afectar ahora a los
historiadores era algo que afectaba también a la propia
Confederación y que había que contribuir a aclarar para
conseguir esa deseada consolidación orgánica. Sin embargo,
el factor propaganda y la necesaria expansión de la
organización impedía también el romper tajantemente con la
vieja práctica, típica de un tiempo en que las sociedades
obreras se encontraban aisladas y luchaban por su propia
cuenta, en la mayoría de los casos.

Así, el Congreso aceptó el dictamen de la ponencia


elaborada sobre este tema, en el que se venía a reconocer la
posibilidad de la asistencia a los Congresos de la
Confederación de todas las sociedades obreras que lo
deseasen, permitiéndoles incluso la posibilidad de participar
en las discusiones, pero restringiendo el derecho de voto
exclusivamente a las sociedades adheridas a la CNT401.

Finalmente, también sobre este tema de los Congresos, se

401 Decía el dictamen: «La ponencia dictaminadora entiende que debiendo la


Confederación Nacional del Trabajo dar a sus deliberaciones toda la publicidad posible
y escuchar las diferentes orientaciones del proletariado español, debe permitir la
asistencia a sus Congresos a todas las Sociedades de resistencia al capital, facultándoles
a tomar parte en las discusiones, no obstante, no reconociendo a dichas entidades el
derecho a votar.»
aprobó el dictamen de la ponencia sobre el punto octavo del
orden del día, por el que se acordó la convocatoria de un
Congreso nacional cada dos años, sin perjuicio de que pudiese
ser convocado un Congreso nacional extraordinario siempre
que las circunstancias lo exigiesen402. En la última sesión del
Congreso se acordaría además que el próximo Congreso
nacional se celebrase en Zaragoza (por 40 votos, contra 24
que obtuvo Valencia, que fue la siguiente ciudad en votos
obtenidos).

También se acordó, en la última sesión del Congreso, que el


Comité Federal pasase a residir en Zaragoza (por 30 votos,
contra 27 que obtuvo Barcelona, que fue la siguiente ciudad
en votos obtenidos). Sin embargo, ni éste, ni el anterior, como
muchos otros acuerdos del Congreso, pudieron ser cumplidos
debido a la suspensión de la CNT que fue decretada poco
después de la clausura del Congreso, y de la que no saldría
hasta el año 1913.

B) Cuestiones de tipo ideológico

Bajo este epígrafe, al igual que ya hicimos en el Congreso de


1910, encuadramos todas aquellas cuestiones tratadas en el
Congreso que tienen una mayor evidencia ideológica, es
decir, todos aquellos acuerdos que, aún sin constituir de por
sí definiciones expresas de determinado contenido

402 «Solidaridad Obrera» no hace referencia alguna a este acuerdo, que aparece
recogido, sin embargo, en las reseñas de «El Diluvio», 9, septiembre y de «El Poble
Catalá», 10, septiembre, 1911.
ideológico, son, en cambio, manifestaciones claras del
componente ideológico del que se dotaba la CNT, el cual es
nuestro objeto fundamental de estudio.

Claro es, que en este marco se podrían encuadrar muchos


más temas, por no decir todos, en la medida en que todos los
acuerdos del Congreso son necesariamente una
manifestación de la perspectiva ideológica de la
confederación. Sin embargo, por un lado, este contenido
ideológico no es igual de evidente o, por lo menos, de
trascendente, en todos los acuerdos, y, por otro, aún dentro
del amplio campo que constituye el sindicalismo
revolucionario, dentro del cual ya vimos que se encuadraba la
CNT, ésta no ocupaba en sus inicios un lugar definido y se
encontraba en plena evolución y formación ideológica, por lo
que algunos de los acuerdos que se van a adoptar en el
Congreso constituyen intentos de precisar esa perspectiva
ideológica de la Confederación, colocándola en un lugar
preciso y definido de ese amplio marco. Son precisamente
estos últimos acuerdos los que permiten ser considerados
independientemente como cuestiones de tipo ideológico,
dentro de la sistemática analítica que nos hemos trazado del
Congreso. Y, como veremos, estos acuerdos, más que ser
definiciones de contenido ideológico expreso, son más bien
decisiones sobre la posición estratégica o sobre la táctica a
seguir por la Confederación, en un momento en que ésta se
encontraba en los inicios de su expansión y aún no se había
estabilizado su proceso de formación ideológica.

Así, en este apartado cabría destacar por su importancia


temas como el de la posición de la CNT ante el sindicalismo de
base múltiple, ante un posible movimiento revolucionario,
ante la unificación con la UGT y otros que analizaremos a
continuación.

— Propaganda

El tema de la extensión de la CNT, objetivo fundamental de


la misma en este período, traía consigo el problema de la
búsqueda de los medios más adecuados para conseguirla, y
éstos, a los ojos de la Confederación, no eran otros que la
propaganda y la difusión del sindicalismo revolucionario entre
las masas trabajadoras.

La necesidad de la propaganda, de la actividad divulgadora


del sindicalismo, hasta tal punto era considerada importante
por la Confederación, que una de las justificaciones básicas a
las que el Comité Federal va a aludir para fundamentar las
directrices orgánicas emanadas por el mismo para la
Confederación, en enero de 1911, va a ser precisamente la
propaganda, y no otro criterio de tipo orgánico o funcional:

«Teniendo en cuenta —decía el Comité de la CNT— que


las organizaciones obreras tienden a particularizar la
propaganda social que ejecutan, mejor dicho: que la
propaganda que los sindicatos llevan a cabo es por y para
el gremio a que pertenezca la Sociedad actuante, y que si
esta actuación es necesaria y conveniente, no ha de serlo
a costa de la propaganda en general, la que no va dirigida
a gremio alguno en particular, sino a los obreros todos de
la localidad o comarca, es por lo que creemos de gran
necesidad que las entidades obreras formen
FEDERACIONES locales o comarcales»403.

Y, por si ello fuera poco, en similar sentido vuelve a


manifestarse el Comité Federal en su saludo al Congreso,
publicado en «Solidaridad Obrera» el mismo día de su
inauguración, cuando, después de hablar de lo necesario que
era para el proletariado su organización en una
Confederación perfectamente estructurada, viene a decir que
«para facilitar y hacer posible esta labor es imprescindible la
publicación de un periódico sindicalista diario» 404.

La propaganda era pues el único medio con el que, se


pensaba, se podía contar para asegurar el crecimiento y
extensión de la Confederación, dentro y fuera del marco en el
que ésta había nacido. Pero quedaba el problema clave de
cómo habría de hacerse ésta. Y éste es el tema que va a
plantear el punto tercero del orden del día del Congreso405,
sin embargo, dentro de este mismo tema de la propaganda se
podrían incluir otros de los temas tratados por el Congreso y
que en el fondo vienen a incidir en el mismo problema de
cómo llevar a la práctica la propaganda sindicalista, de cómo
conseguir la extensión de la Confederación; tal sería el caso,
por ejemplo, de la necesidad de crear un periódico diario,
órgano de la Confederación, o de la necesidad de la creación
de escuelas racionalistas —a cuyos temas ya nos hemos
referido anteriormente—.

403 Circular «A las entidades obreras», en «Solidaridad Obrera», 13, enero, 1911.
404 «Solidaridad Obrera»y 8, septiembre, 1911.
405 «¿Es de absoluta necesidad la realización de excursiones de propaganda intensiva
y extensiva por todas las regiones de España? En caso afirmativo, ¿cómo se ha de
realizar?» («Solidaridad Obrera», 8, septiembre, 1911.)
El dictamen de la ponencia recogía la opinión del Comité
Federal y, sin entrar en mayores detalles, establecía la obvia
necesidad de la labor propagandística, a realizar —como
proponía el enunciado del tema— mediante excursiones de
grupos de propagandistas por todo el país:

«La ponencia cree que es de suma necesidad la


realización inmediata de dichas excursiones.» reduciendo
el resto del tratamiento del tema a una cuestión
puramente organizativa 406.

El dictamen sería aprobado por el Congreso, aunque no sin


una previa discusión, acalorada en algún momento407, en la
que destacaría la intervención de José Negre. Negre recalcaría
la importancia, no tanto de lo extensivo de la propaganda,
como de lo intensivo de la misma, tratando de evitar
—decía— que el efecto beneficioso de un mitin se pierda sin
más al cabo de un tiempo. En este sentido, diría
expresamente Negre, «hemos de seguir la táctica seguida por
la Confederación General del Trabajo francesa»,
aprovechando su experiencia en este tema.

La huelga general que seguiría a la celebración del Congreso


y la suspensión de la CNT, impediría la puesta en práctica de
este acuerdo y frenaría el proceso de expansión de la misma.

406 Decía el dictamen: «La ponencia cree que es de suma necesidad la realización
inmediata de dichas excursiones, y para conseguirlo propone al Congreso que las
entidades federadas de cada localidad se hagan cargo de la organización de los actos de
propaganda y atiendan a los gastos de los compañeros que formen el grupo de
excursionistas hasta su llegada a la población innmediata, en la que se harán cargo de los
mismos los sindicatos de la nueva población.»
407 «El Diluvio», 9, septiembre, 1911, p. 25.
Sin embargo, cabría destacar aquí que el medio de expansión
elegido, los grupos de propagandistas, responde a las viejas
tácticas ya empleadas en el siglo pasado por los anarquistas,
los denominados «apóstoles de la Idea», que, infatigables,
recorrían los campos del sur de España con un libro, un
folleto, o un periódico anarquista como todo equipaje,
difundiendo sus ideas y organizando a los campesinos en
sociedades de resistencia.

Por otra parte, el acuerdo del Congreso y el tema en sí


suponen una repetición de viejos acuerdos, adoptados ya,
como ocurría en el caso de las escuelas racionalistas, en el
Congreso de 1910, aunque con alguna ligera modificación.
Así, tanto el dictamen de la ponencia como el acuerdo
adoptado, que es en este caso el mismo, son más
incompletos que el dictamen y el acuerdo adoptado sobre
este tema en el Congreso de 1910, que hacía referencia no
sólo a las expediciones de propagandistas, sino también a la
publicación de hojas y folletos de contenido sindicalista 408.

— El sindicalismo a base múltiple

El tema del Sindicalismo a base múltiple es quizá uno de los


de mayor importancia teórica de los aportados a la discusión
del Congreso. Este tema tenía una gran trascendencia dentro

408 El acuerdo adoptado por el Congreso de 1910 sobre este tema, que era más
simple que el dictamen que había elaborado la ponencia correspondiente, aprobó «crear
grupos de jóvenes obreros que se dediquen a la propaganda sindicalista y a repartir con
frecuencia hojas encaminadas al mismo objeto».
de las concepciones sindicalistas revolucionarias, como ya
vimos en su momento409, y como tal había sido introducido ya
en la discusión del Congreso de Solidaridad Obrera, de
1908 410 , e incluso en el orden del día del Congreso
fundacional de la CNT, de 1910, aunque las actas del mismo
indican que no llegó a ser discutido entonces.

La importancia teórica del mismo es fundamental, dado que


va a permitir una más exacta calificación del sindicalismo
revolucionario de la CNT, en la medida en que la postura que
se adopte en torno a este tema permitirá completar la
perspectiva cenetista de puntos esenciales de la doctrina
sindicalista revolucionaria como la acción directa, y, en
definitiva, toda la acción sindical.

La posición del sindicalismo revolucionario español ante el


problema del sindicalismo a base múltiple demuestra
claramente el proceso de radicalización y reafirmación que va
experimentando el mismo, desde sus momentos iniciales, con
la formación de Solidaridad Obrera, hasta el Congreso de
1911. SO, en su Congreso de 1908, no llegó a adoptar una
resolución clara en torno a este problema, dado que la muy
diversa tendencia de las corrientes presentes en la misma
hubiera impedido una manifestación tajante en uno u otro
sentido.

Sin embargo, el que toda la organización no fuese capaz de


haber adoptado una resolución en torno a este problema no

409 Vid. págs. 69, 80, 186 y ss. de este trabajo.


410 Vid. pág. 126 de este trabajo.
impidió el que, poco después de la celebración del citado
Congreso, la Federación Comarcal de Vich se manifestase
claramente favorable al mismo411. Lo que, ambos hechos,
venía a demostrar lo moderado de la posición inicial del
sindicalismo revolucionario.

La CNT heredó de SO la indefinición sobre este tema y, así,


el Congreso fundacional de la Confederación intentó una vez
más la adopción de un acuerdo definitivo sobre el mismo.
Acuerdo que no llegaría a producirse, dado que el tema fue, a
pesar de su importancia, obviado por el Congreso y relegada
su discusión a otro momento. Y es así como llega al Congreso
de 1911 que lo incluye en el punto noveno del orden del día.

Por otra parte, el hecho de que la UGT se hubiese


manifestado favorable al sindicalismo a base múltiple un poco
antes, en su Congreso nacional de mayo de 1911412, venía a
condicionar necesariamente la adopción de una resolución en
torno a este debatido problema por el Congreso de la CNT. Y
la condicionaba en un doble sentido: por una parte, hacía
inaplazable una decisión definitiva sobre el mismo, y, por
otra, forzaba una resolución contraria a la base múltiple, en la
medida en que la CNT tenía que diferenciar claramente su
alternativa sindicalista revolucionaria frente a lo que
consideraba sindicalismo reformista de la UGT.

El debate sobre este tema, como correspondía a su

411 Congreso Comarcal de Vich, de 26 y 27 de diciembre de 1908 (A. PESTAÑA,


«Historia de las ideas...», cit., XIV, «Orto», núm. 17, octubre, 1933).
412 X Congreso Nacional de la UGT, Madrid, 17 al 21 de mayo de 1911. (Vid. AMARO
DEL ROSAL, «Historia de la UGT de España. 1901-1939», p. 76.)
trascendencia, fue de los más acalorados e intensos del
Congreso, tomando parte en el mismo las figuras más
destacadas de la Confederación.

El dictamen de la ponencia designada al efecto —de la que


formaba parte, entre otros, el que había sido secretario
general de SO Jaime Bisbe—, se manifestó tajantemente
contrario a la base múltiple, a la que consideraba una utopía,
no tanto en el sentido propio de la palabra, es decir, como
algo irrealizable, como en el sentido de que su realización no
contribuiría a la emancipación del proletariado, cosa
solamente alcanzable a través de la lucha directa contra la
burguesía:

«Esta ponencia, con absoluta unanimidad, conceptúa


que esta forma de organización obrera es una verdadera,
una evidentísima utopía. Organizarse los trabajadores
para la lucha económica, para la lucha política, para el
cooperativismo, para el apoyo en enfermedades, para el
auxilio en persecuciones, para proporcionarnos un jornal
cuando seamos viejos, es, sencillamente, no organizamos
para nada. Es una labor tan extensa como se quiera, pero
muy poco intensa.

Los males mil que nos ocasiona la Sociedad burguesa,


no abriguemos la quimera de curárnoslos con el recurso
que ella misma nos proporciona en cantidad
insignificante: el dinero. Utopía, mil veces utopía. No nos
curaremos de los males de esta Sociedad con los recursos
que ella nos dé, sino con otros infinitamente más
intensos, más positivos, porque residen en nuestras
propias entrañas de hombres; a la Sociedad burguesa, en
fin, no la venceremos a puñados de dinero, sino a golpes
de energía. Sobre estas bases indestructibles y
fecundísimas, porque nos da la muestra nuestra eterna
madre la naturaleza, hemos de fundamentar el
sindicalismo. No hay otro camino.

Esta ponencia, pues, no cree recomendable el


sindicalismo a base múltiple, y así lo expone al Congreso.»

El argumento central de la crítica a la base múltiple era


exactamente el mismo que emplearía Anselmo Lorenzo en su
folleto «El Proletariado emancipador» y en otros trabajos, al
que ya nos hemos referido anteriormente. Es decir, el dinero,
la previsión, son elementos clave del sistema capitalista,
burgués, y no pueden servir nunca a la emancipación del
trabajador, ocasionando, por el contrario, su adormecimiento
y la pérdida de sus ansias revolucionarias. Así, advertía
Lorenzo grave y tajantemente a los trabajadores que: «no se
forjen la ilusión de que por el ahorro, la previsión y el voto
pueden hacer frente a la avalancha de miseria que se les
aproxima, impulsada y atraída por la voracidad capitalista» 413.

Además, por si no fueran suficientes sus advertencias


teóricas, Anselmo Lorenzo se dirigió por carta al propio
Congreso, recordando a los congresistas los principios básicos
sobre los que se había asentado la nueva Confederación
—que habían sido recogidos por el manifiesto de la CNT de
mayo de 1911 414— en la cuestión económica y recalcando la

413 A. LORENZO, op. cit., p. 11.


414 «Solidaridad Obrera», 1, mayo, 1911; «Tierra y Libertad», 10, mayo, 1911.
importancia fundamental de otros valores de tipo espiritual
en la acción sindical:

«Es ya de toda evidencia —decía Lorenzo— que el


sindicalismo no logra sus fines por la cuota en metálico,
aunque la utilice para la vida ordinaria, sino por la cuota en
especie, formada por el pensamiento, por la voluntad, por
la energía, por la esperanza, cuota que han de pagar con su
asistencia, su acción y su responsabilidad todos los
trabajadores para alcanzar los bienes individuales y
colectivos correspondientes al hombre y a la humanidad,
es decir, para realizar la emancipación.»

Pero, como digo, la respuesta del Congreso al dictamen de


la ponencia no fue en absoluto unánime y suscitó varias
discrepancias, destacando entre ellas la postura del
sindicalista Ramón Lostau, que ya había tenido una actuación
destacada en el Congreso de 1910, quien propuso un texto
alternativo a la ponencia, en el que se venía a dejar al criterio
de los sindicatos la adopción o no, y en qué medida, de la
base múltiple 415.

Realmente, la base múltiple, o lo que por tal se entendía,


podía esconder una multitud de actividades, con algunas de
las cuales difícilmente podía estar en contradicción la CNT. Tal
sería, por ejemplo, el allegar fondos para la asistencia a los
presos y detenidos sociales, actividad que, como ya hemos

415 «La adopción en todo o en parte de este sistema —decía la propuesta de Lostau—
debe dejarse al criterio de los Sindicatos y organismos locales, según su modo de ser y
situación particular, considerando muy aventurado y contraproducente querer medir a
lodos por el mismo rasero.»
visto, no sólo admitía, sino que promocionaba y seguiría
promocionando la Confederación. De aquí que, como diría
Lostau, habría que distinguir la adopción en todo o en parte
de este sistema.

Sin embargo, cuando se criticaba el sindicalismo a base


múltiple se pensaba más bien en una de las vertientes que el
mismo podía adoptar, es decir, se criticaba
fundamentalmente la actividad cooperativa, a la que se
consideraba un germen de capitalismo 416, e, incluso, a las
cajas de resistencia y a la actividad mutual. Estas dos últimas
actividades eran criticadas fundamentalmente porque se
consideraba que rebajaban las ansias revolucionarias del
proletariado y porque servían de discriminación entre el
mismo, al establecer una cuota que no todos los obreros
podían pagar y sin cuyo abono no tendrían derecho a los
beneficios correspondientes417.

Y es precisamente en este aspecto del sindicalismo de base


múltiple en el que parece estar pensando la ponencia cuando
realiza su condena del mismo y el Congreso, cuando, después

416 En este sentido se leyó en el Congreso una curiosa y significativa nota del
Sindicato de Fideeros de Barcelona: «La Sociedad de Obreros Fideeros de Barcelona,
protesta del Sindicalismo a base múltiple, por ser una de las Sociedades que han sido
perjudicadas por esta táctica. Hace unos diez años cue esta Sociedad tuvo una
considerable cantidad en caja, con lo cual implantó una fábrica cooperativa de
producción. ¿Sabéis que resultado económico nos produjo dicho establecimiento? Pues
crear un burgués más y de los más déspotas en la actualidad. Esto es todo cuanto puede
esperarse del Sindicalismo a base múltiple.»
417 En este sentido se había manifestado el propio Comité Federal en el manifiesto de
la Confederación del 1.° de mayo de 1911. Verlo en pág. 180 y siguientes de este trabajo.
Las cajas de resistencia eran consideradas como residuos del viejo societarismo.
de dura discusión, aprueba el dictamen de la ponencia 418. Y ello
dado que, aunque se condenaban las cajas de resistencia, la
CNT seguiría asistiendo a sus presos y crearía, más adelante, un
órgano específico y estable para atender a los mismos, con su
correspondiente fondo monetario; de la misma manera que se
recolectaría dinero en cada caso de huelga, para ayudar a los
huelguistas. Es decir, la caja de resistencia no existiría como un
fondo estable, al cual habría que cotizar, sin embargo, las
funciones que ésta desarrollaba sí que se ponían en práctica
siempre que ello era necesario, pero sólo en base a las
aportaciones voluntarias que en ese momento se hiciesen.

Pero, incluso la actividad cooperativa, a pesar de ser la más


directamente criticada, no fue del todo extraña a la acción
sindical de muchos de los sindicatos adheridos a la
Confederación, siendo defendida y expresamente promovida
por algunos sectores de la misma, si bien hay que reconocer
que ello no suponía la tónica general de la CNT.

Así, pues, la condena del sindicalismo revolucionario


realizada por el Congreso, más que una prohibición expresa
del mismo supone una clarificación teórica de la organización
sobre sus propias concepciones. Supone un resolver de cara a
los sindicatos adheridos a la Confederación un viejo problema
que no había sido resuelto hasta entonces, a pesar de haber
sido extensamente debatido y de la importancia teórica que
se le daba. Como había dicho José Negre en los debates:

«El tema puesto a discusión es uno de los más

418 El dictamen de la ponencia obtuvo 72 votos, la propuesta de Lostau 4 votos, y hubo


una abstención.
importantes, puesto que se trata de la táctica a seguir por
el proletariado para que éste pueda llegar a la conquista
de su emancipación.»

Por eso el acuerdo del Congreso es más una recomendación


que una prohibición. El acuerdo del Congreso finalizaba
diciendo que «no cree recomendable el sindicalismo a base
múltiple». Con lo que quedaba a salvo la autonomía de los
sindicatos adheridos, si bien quedaba claro también cuál era
la posición oficial de la CNT; cuál su posición sindicalista
revolucionaria con respecto a tan debatido tema, el cual, en
definitiva, se consideró contrario a la acción directa.

El acuerdo adoptado por el Congreso en torno al


sindicalismo a base múltiple supone, pues, una de las
manifestaciones más claras, en el plano teórico, del proceso
de radicalización que estaba experimentando la
Confederación desde el momento de su nacimiento.
Radicalización teórica que viene a significar en la práctica el
rechazo de todo tipo de actuación sindical que no signifique la
lucha directa contra la burguesía; el rechazo de toda
posibilidad de mejoramiento de la situación del obrero que
no sea la consecuencia de una conquista o una concesión
arrancada a la burguesía directamente. Todo lo demás
supondría, según esta concepción, un intento de evitar la
lucha de clases, el enfrentamiento directo con el burgués,
único medio de conseguir la emancipación del proletariado, y,
por lo tanto, contribuiría a perpetuar su opresión,
adormeciendo y abotargando sus ímpetus revolucionarios.

Como diría en los debates del Congreso un delegado, él


había ido allí a defender «la alta finalidad de esta entidad,
que es la acción directa, y por tanto, ir en contra de toda clase
de adormiderismo».

— Contratación colectiva

Otro de los temas importantes que influyen en la


concepción de la acción sindical de la CNT es el tema de la
contratación colectiva.

El tema había sido propuesto por el sindicato del Arte de


Imprimir de Barcelona y supone un indicio de modernidad y
de una concepción de la acción sindical que supera
ampliamente las viejas concepciones meramente resistentes.
La contratación colectiva supone dar al sindicato un
protagonismo activo en la relación entre el trabajador y el
empresario desde el mismo momento en que se inicia la
propia relación de trabajo. Implica, por lo tanto, una
ampliación de la acción sindical más allá de la mera defensa
del trabajador en el momento del conflicto con la burguesía,
lo que significa que el sindicato asume la representación del
trabajador durante todo el tiempo que dura la explotación
capitalista.

La contratación colectiva viene, en definitiva, a dar al


sindicato la oportunidad de materializar la pretensión teórica
del sindicalismo revolucionario de que éste sea el único y
verdadero representante de la clase trabajadora, dado que
aglutina a los trabajadores como tales y actúa en defensa de
los mismos durante todo el proceso de la explotación
económica.

Sin embargo, el tema de la contratación colectiva no había


aparecido anteriormente en las resoluciones colectivas del
sindicalismo revolucionario español, siendo el Congreso de la
CNT de 1911 el primero que adopta una resolución sobre el
mismo. Resolución que, a pesar de todo, es más bien tímida y
no profundiza en absoluto en la significación teórica de la
contratación colectiva, ni en las posibilidades de actuación
sindical que ésta ofrecía.

El planteamiento del tema por el Arte de Imprimir de


Barcelona no fue del todo afortunado en su formulación, e
hizo que la resolución del Congreso se limitase a responder
meramente a los términos de la pregunta realizada, que, en
principio, tenía solamente una significación orgánica:

«El contrato de trabajo colectivo entre entidades de


patronos y obreros —decía la formulación del Arte de
Imprimir— ¿puede ser un medio para la total organización
del proletariado?»

Así planteado el tema, lo único que parece estar detrás de


la pregunta es la búsqueda de los medios más adecuados para
conseguir la «organización del proletariado», es decir, su
afiliación a los sindicatos, dentro de cuyos medios la
promoción de la contratación colectiva podía suponer un
importante impulso a la misma.

La resolución de la ponencia, que fue aprobada por el


Congreso sin prácticamente discusión alguna, supuso, por lo
tanto, una respuesta exacta a esta pregunta, sin que se
profundizase más en el tema. Así, el Congreso estimó que no,
que la contratación colectiva no era un medio adecuado para
conseguir la afiliación a los sindicatos, sin que ello supusiese
el que la contratación colectiva fuese a significar un elemento
de distorsión en la actividad sindical:

«... la ponencia rechaza que el contrato de trabajo


colectivo entre entidades de patronos y obreros no es un
medio para la organización y simplemente no perjudicará
siempre que se establezca a base del mutuo
reconocimiento de ambas entidades»419.

La aceptación más resuelta de la contratación colectiva por


parte de la CNT, aparte de que, a pesar de lo concluido por el
Congreso, hubiese supuesto un gran impulso a la entrada de
los obreros en los sindicatos, hubiese supuesto también una
gran potenciación de los mismos, de la misma manera que
racionalizaría su actividad, evitando toda una serie de
conflictos que se plantearían necesariamente a posteriori.

Pero, de cualquier manera, la pronta suspensión que sufriría


la Confederación, poco después del Congreso, impidió que la
práctica sindical normal demostrase a la CNT la utilidad o
inutilidad de ésta, como de otras de las resoluciones

419 Lo defectuoso de la redacción de la resolución puede inducir a la confusión, sin


embargo, un análisis detenido de la misma, así como de la discusión en el Congreso,
confirma que lo resuelto es el rechazo de la contratación colectiva como medio de
conseguir la afiliación de los trabajadores a los sindicatos, y la aceptación de la misma
como una forma más de la acción sindical, aunque esto último en términos muy tímidos.
Vid. «El Poblé Catald», 11, septiembre, 1911, p. 2.
adoptadas en el mismo.

— Sobre la domiciliación de los sindicatos en locales de


entidades políticas

El tema de la domiciliación de los sindicatos obreros no


tendría mayor significación si no fuera porque dio lugar a un
debate sobre la actividad política y sobre la actitud de la
Confederación ante la misma, que supone la primera
declaración formal y expresa de antipoliticismo por parte de
la CNT.

Hasta ese momento, las declaraciones antipoliticistas de la


CNT no habían sido en absoluto frecuentes, por el contrario,
fuera de las personales declaraciones de sus dirigentes, o de
los folletos o artículos de prensa de alguno de ellos, no había
hecho nunca la Confederación declaraciones expresas en
contra de la actividad política. Todas las declaraciones formales
hasta entonces realizadas no pasaban nunca de un mero
resaltar la actividad sindical, la actividad económica, como la
única capaz de conseguir la verdadera emancipación del
proletariado; lo cual no implicaba necesariamente una condena
de la actividad política, que podría, en todo caso, colaborar a la
emancipación proletaria, aunque ésta hubiera de realizarse
necesariamente a través de la actividad sindical revolucionaria.
Ello no quiere decir, sin embargo, que no existiera en la
Confederación una clara conciencia antipolítica, al menos en
amplios sectores de la misma, anarquistas y sindicalistas
fundamentalmente. Pero, el hecho de que ello no se
manifestase formalmente, implicaba una mayor elasticidad
hacia este tema que hubiera sido imposible de otro modo. La
base confederal seguía siendo bastante indiferente ante la
cuestión política, como problema, y aunque se participase poco
en la actividad de los partidos políticos, la participación en las
elecciones y otros procesos políticos era bastante alta, como ya
vimos en el primer capítulo. Por ello, declaraciones
antipolíticas demasiado rotundas hubieran perjudicado el
crecimiento de la CNT.

Sin embargo, la situación interna de la CNT en 1911 había


cambiado bastante con respecto a 1910. Se encontraba en
plena expansión y fortalecimiento interno. Al mismo tiempo, el
abandono de los sectores socialistas que aún permanecían en
ella en el Congreso de 1910 y la enemiga declarada de los
radicales, aliviaron sus tensiones internas y produjeron un
cierre de filas que contribuyó a la consolidación de su
contenido sindicalista revolucionario, en una línea más radical
que la esbozada en un principio. Y una buena prueba de ello
son precisamente gran parte de los acuerdos adoptados por el
Congreso de 1911, como el ya visto sobre el sindicalismo de
base múltiple, el presente, aconsejando la separación de los
sindicatos de los locales de las entidades políticas, o el
referente a la unificación con la UGT, que analizaremos más
adelante.

El tema de la domiciliación de las sociedades obreras en


locales de entidades políticas, aunque su estudio fue propuesto
por la sociedad de pintores «La Lucha» de Alicante, tenía una
viva actualidad en Cataluña, y muy en concreto en Barcelona,
donde algunas sociedades obreras tenían su sede en locales de
diferentes partidos políticos, sobre todo en las casas del pueblo
que había creado el Partido Radical. Así, el acuerdo del
Congreso hay que ponerlo especialmente en relación con el
enfrentamiento que oponía a la CNT y al Partido Radical, como
un intento definitivo de ésta de apartar a las masas obreras de
la influencia del lerrouxismo.

El dictamen de la ponencia, aprobado por el Congreso con un


solo voto en contra420, supone, pues, una clara condena de la
actividad política y un pretender mantener a los sindicatos
apartados de toda posible influencia política:

«Considerando la política como un factor perjudicial a la


emancipación proletaria, entiende la comisión
dictaminadora referente al tema 15, que en el caso de
encontrarse en un mismo local un sindicato obrero y una
entidad política; procure el primero separarse de dicha
entidad pues en esa forma evitaría el contagio que en tal
caso es inevitable»421.

420 «El Poble Catalá», 11, septiembre, 1911. El voto en contra, aunque no se explícita a
quién perteneció, es muy posible que fuese emitido por el delegado de Ecija José Caldero,
quien, con el barcelonés Gimeno, se opuso a la adopción del dictamen, entendiendo que la
CNT debería adoptar un «amplio criterio», sobre este tema.
421 Formaba parte de la ponencia, sin embargo, el que había sido secretario general de
SO, Jaime Bisbe, entre otros.
Criterio en el que vienen a coincidir la mayoría de las
intervenciones que se produjeron en el debate. Así, el
delegado de la Federación Local de Zaragoza, Ángel Lacort,
llegó a sostener que:

«los trabajadores, para luchar rápidamente por su


emancipación, han de desechar toda injerencia política, por
resultar altamente perjudicial.»

Y en términos similarmente duros se manifestó también el


delegado de los pintores de Valencia, Fernando Vela, quien dijo
que «los políticos, llamándose defensores del obrero, engañan
constantemente a éstos».

Sin embargo, a pesar del obvio contenido del dictamen y de


algunas de las intervenciones en la discusión del mismo, no
puede decirse que haya en ninguno de ellos algo que pueda
exceder a lo que el propio sindicalismo revolucionario
abarcaba. Es decir, las declaraciones antipolíticas de la CNT en
estos momentos no implican, sin más, una declaración expresa
de anarquismo, concepción ideológica que implicaría ya de por
sí una definición política, lo que estaría en contradicción con la
concepción sindicalista revolucionaria pura que la CNT
mantiene en estos momentos. El acuerdo del Congreso
considera a la política —la lucha por el poder— como algo
perjudicial para la emancipación y trata de que los sindicatos
no se contagien de ninguna ideología política. Pero ello no
implica, a senso contrario, una definición o profesión de fe
anarquista. Por el contrario, siguen en pie los principios del
neutralismo sindical que fueron formulados en el Congreso de
1910 y que venían heredados de Solidaridad Obrera. Así, quizá
forzando mucho su interpretación —ya que conocemos las
motivaciones de tal acuerdo—, podría llegar a decirse —lo que
es muy poco probable que estuviese en la mente de la mayoría
de los delegados al Congreso— que lo dicho para las entidades
políticas era también aplicable a las organizaciones
anarquistas, en la medida en que éstas suponían también una
opción política concreta, aunque ésta fuese la propia
destrucción del Estado.

La definición anarquista de la CNT no se adoptará sino unos


años más tarde, cuando en el Congreso nacional de 1919 se
decide que el objetivo final de la misma es el comunismo
libertario.

— Actitud a tomar ante un movimiento revolucionario


político

La posición revolucionaria de la CNT partía de sus


presupuestos ideológicos y orgánicos internos, y basaba su
realización, la realización de la revolución, en el desarrollo
práctico de sus concepciones. Ya vimos como el Congreso de
1910 aprueba un largo dictamen sobre la huelga general, en el
que ésta aparece como el arma revolucionaria por excelencia
de la Confederación, cuya realización —que llevaría a la
revolución social— dependería, en último caso, de que la
propia Confederación estuviese capacitada para llevarla a la
práctica.

«La huelga general —decía aquel dictamen—, para su


completo éxito, debe llevarse a la práctica cuando los obreros
federados en la Confederación nacional estén capacitados para
llevar a feliz término la renovación de las malas condiciones en
que hoy se trabaja»422.

Pero, obviamente, este planteamiento pecaba un tanto de


voluntarista. La CNT no se encontraba sola en el medio social
en el que se movía, y difícilmente —sobre todo partiendo de la
situación incipiente en la que se encontraba— la revolución
podría ser una consecuencia exclusiva de su nivel de desarrollo
y preparación. Había necesariamente que tener en cuenta toda
una serie de factores externos a la misma.

Así, el planteamiento de este tema por el Congreso supone


una mayor dosis de objetivismo en el tratamiento de la
cuestión revolucionaria por parte de la CNT; aunque el acuerdo
recaído sobre el mismo no suponga en absoluto una alteración
de los presupuestos revolucionarios de la CNT formulados en el
Congreso de 1910.

Por otra parte, el planteamiento de este tema no era gratuito


ni meramente teórico, sino que venía condicionado por la
situación política que en aquel momento estaba viviendo el
país. Las fuertes huelgas que venían estallando en las ciudades
más importantes desde el inicio mismo del año (Madrid,
Bilbao, Sevilla, Málaga, Zaragoza, etc.), por una parte, y la
buena marcha de la conjunción republicano-socialista, que ya
había llevado a Pablo Iglesias al Parlamento en las elecciones
de 1910, podían hacer pensar en la posibilidad de un
movimiento antimonárquico, desarrollado por la propia
conjunción, a pesar de la política de concesiones y de equilibrio

422 Vid. lo dicho sobre este tema anteriormente en este trabajo.


que estaba intentando llevar a la práctica el gobierno
Canalejas.

A los ojos de la CNT, siempre atenta a toda posibilidad


revolucionaria, no podía esconderse esta situación que, por
muy remotas que fuesen las condiciones necesarias para que
se desarrollase un proceso político revolucionario, podía crear
fácilmente su ilusión, dado que era la primera vez que las
fuerzas progresistas adquirían, gracias a la conjunción
republicano-socialista, una relevancia política tan importante
desde las frustradas intentonas republicanas del siglo pasado.
Ello a pesar de toda la crítica que tal conjunción merecía a la
propia CNT, por cuanto tenía de alianza entre dos clases
contrapuestas y, por tanto, de traición al proletariado, desde
su punto de vista.

Pero, esta precisión, en cuanto a las motivaciones más


inmediatas que justificaban la inclusión de este tema en el
orden del día del Congreso, cobra aún mayor certeza por el
hecho de que fuese precisamente una entidad bilbaína —el
Sindicato de Oficios Varios «La Fraternal» de Bilbao— la que
propusiese su discusión, dado que era precisamente aquella
zona una de las que mayor grado de conflictividad estaba
sufriendo, al mismo tiempo que era también una zona de claro
predominio político y sindical socialista. Por lo que era desde
allí, más que desde ningún otro sitio, desde donde podía intuir
la Confederación la posibilidad de un movimiento político
revolucionario.

En cualquier caso, el acuerdo del Congreso, que ratificó sin


discusión alguna lo dictaminado por la ponencia respectiva,
supone una clara muestra de la conciencia sindicalista de la
Confederación y de la valoración de las libertades públicas que
ésta hacía, por encima de cualquier crítica que pudiera merecer
la institución estatal, fuese cual fuese su contenido.

Así, el acuerdo del Congreso puede ser dividido en dos


partes, que se refieren a momentos diferentes. En primer
lugar, la CNT hace una valoración y defensa de los «derechos
cívicos modernos»; lo que supone una apreciación del valor de
la libertad, aún en una sociedad burguesa, donde ésta se limita
al campo político, que está muy lejos de la habitual crítica
anarquista del Estado, indiscriminando su posible diferente
contenido. Esto es algo necesariamente remarcable ya que
distingue claramente el contenido sindicalista de la CNT de
estos momentos, del que va a adquirir más adelante.

Decía el dictamen:

«Siendo la Confederación General del Trabajo un


organismo para cuya vida y desenvolvimiento precisa de la
libertad y de los derechos cívicos modernos conquistados
en un período previo por nuestros antepasados, abriendo
camino a la evolución humana cuya obra venimos a
continuar, defendemos las libertades y derechos adquiridos
que nos sean convenientes, siempre que estuviesen en
peligro de destrucción.»

En segundo lugar, el acuerdo del Congreso se refiere a la


actitud de la CNT ante un proceso revolucionario en curso, que
intentase transformar la normalidad democrática. En este
sentido, la CNT se pronuncia por un ir más allá de las meras
transformaciones políticas, y tratar de conseguir que las
libertades y derechos políticos se complementen con las
transformaciones económicas que acaben con la explotación:

«Pero ante una revolución política que sólo tuviese por


objeto un simple cambio de forma del actual Estado
capitalista, que dejaría en pie las mismas causas de
explotación y de servitud económica, no nos prestaremos a
engaño, aleccionados por la experiencia, manteniéndonos
únicamente en la expectativa y en previsión de aprovechar
toda oportunidad para encauzar la revolución en un
sentido económico, cumpliendo el esencial objetivo de
nuestra razón de ser.»

Así pues, la CNT no prometía con este acuerdo ayuda alguna


a cualquier movimiento revolucionario que, partiendo de la
situación de libertad, más o menos amplia, de la que se gozaba,
intentase un «simple cambio de forma en el actual Estado
capitalista»; es decir, traducido a las alternativas del momento,
prometía su abstención ante cualquier intentona republicana
de la conjunción republicano-socialista. Si bien permanecería a
la expectativa, buscando la oportunidad de dirigir el
movimiento hacia conquistas de tipo social y económico.

Pero si, teniendo en cuenta lo débil de la organización


confederal en estos momentos, esta última pretensión parece
que excede un tanto sus posibilidades de actuación, lo más
significativo del acuerdo no es precisamente esta última parte
del mismo, que, en cualquier caso, viene a confirmar la
coherencia interna del contenido ideológico de la
Confederación, sino precisamente su primera parte.
Así, si la segunda parte del acuerdo viene a ser una
conclusión lógica de los presupuestos ideológicos básicos de la
Confederación, la primera parte supone una importante
aportación del Congreso a la visión de la CNT de la sociedad en
la que desarrolla su actividad sindical. Visión que supone una
valoración política importante en la medida en que profundiza
en el contenido político del Estado, apreciando el contenido
democrático de éste —en el momento en que se produce el
análisis—, y considerándolo como una conquista de la clase
obrera. Esta matización completa la visión bastante simple y
esquemática que del fenómeno del Estado venía realizando el
anarquismo y de la que era heredero el sindicalismo
revolucionario, en términos generales. Hasta entonces, el
sindicalismo revolucionario no había distinguido el diferente
contenido de libertad que se podía encontrar en los diferentes
tipos de Estado y su crítica al mismo —como ya vimos en su
momento— se encontraba inmersa en la crítica al sistema de
explotación económica capitalista, del que, se consideraba, era
un producto. En este sentido, todo Estado era malo en la
medida en que era un elemento más de la explotación
burguesa.

Pero la concepción cenetista encerrada en el acuerdo del


Congreso supone un avance en el análisis sindicalista de la
realidad prerrevolucionaria en la que se desenvuelve la
actividad sindical, al mismo tiempo que es más coherente con
la concepción sindicalista de la función del sindicato
precisamente en ese momento anterior a la revolución. El
sindicato tendría —según esta concepción 423— la función de

423 Vid. todo lo dicho sobre este tema anteriormente en este trabajo.
luchar por toda aquella serie de mejoras que contribuyesen a
mejorar la situación de la clase trabajadora, pero no sólo
económicamente, sino también pqlítica y socialmente, es decir,
ampliando el marco de libertad en la que ésta se mueve,
facilitando de esta manera su actuación y preparándola para la
revolución. Y ello no sería posible, primero, si el Estado no
permitiese la actividad organizada de la clase trabajadora, y,
segundo, si el Estado no fuese capaz de asimilar y establecer
formalmente las parcelas de libertad arrancadas en su lucha
por la acción de los trabajadores. La conciencia clara de ello
sería lo único que permitiría seguir luchando en esta línea, y
evitar la concepción maniquea del todo o nada, de efectos
desastrosos.

La posición de la CNT en estos momentos parece estar, pues,


dentro de la línea más puramente sindicalista revolucionaria,
alejada aún de ciertas concepciones revolucionaristas que,
como veremos, la dominarían más tarde.

— La huelga general

El tema de la huelga general, que enlaza también con las


perspectivas revolucionarias que inspiraron la adopción del
anterior acuerdo saltó, sin embargo, al Congreso de una
manera un tanto indirecta, dado que no estaba previsto en el
orden del día del mismo.

En realidad tampoco fue la huelga general objeto, siquiera,


de un acuerdo extraordinario del Congreso. El tema surgió en
la última sesión del Congreso, cuando se estaban tratando las
últimas proposiciones presentadas por los delegados y que no
se encontraban incluidas en el orden del día. Unos delegados
presentaron una proposición por la que se acordaba un
movimiento generalizado en España contra la guerra de
Marruecos, para el que se pedía, además, el apoyo de los
obreros de otros países, y cuando iban a leer su propuesta al
Congreso, los policías que actuaban como delegados
gubernativos en la sala impidieron la lectura de la misma bajo
la amenaza de suspender las sesiones. Ante esta actitud de los
delegados gubernativos, la Mesa del Congreso, queriendo
significar con ello cuál era la actitud de la CNT ante la guerra de
Marruecos, decidió leer al Congreso el acuerdo recaído en el
Congreso de 1910 sobre el tema de la huelga general
revolucionaria, cuyos últimos párrafos venían a decir —tras
haber establecido previamente que la huelga general sólo
debería llevarse a la práctica cuando la Confederación se
encontrase preparada para ello— lo siguiente:

«... únicamente en un caso concreto, y como conclusión,


debe el Congreso acordar ir a la huelga general: en caso de
aventuras guerreras, pues en ellas el proletariado
únicamente pierde sangre y no gana nada»424.

De esta manera, el tema de la huelga general volvía a un

424 A este incidente apenas se refiere «Solidaridad Obrera» (15, septiembre, 1911) en su
reseña del Congreso, limitándose a decir que: «varios delegados presentan una
proposición para que la Asamblea acuerde qué medidas deben tomarse para defender al
proletariado contra las consecuencias de una guerra», tras lo cual, Seguí, que actuaba a la
sazón como secretario de la Mesa del Congreso, dio lectura al citado acuerdo de 1910.
Similar parquedad hay en otros medios de información. «El Poble Catalá» (11,
septiembre, 1911, p. 2), es el que trae la referencia más amplia de lo ocurrido, y en él se
basa lo expuesto.
primer plano dentro de los medios de lucha de la CNT,
ratificándose consensualmente —dado que no llegó a
realizarse votación alguna sobre este tema, dadas las
circunstancias especiales como se presentó— la concepción
que de la misma se había adoptado en el Congreso de 1910. Es
decir, la huelga general es un arma específicamente
revolucionaria y debe evitarse su utilización para fines que no
sean la propia revolución, y ello siempre y cuando la CNT se
encuentre preparada para llevarla a la práctica; excepto en los
casos en que la «conducta egoísta» de la burguesía o del
Gobierno obligue a declararla y en el caso de «aventuras
guerreras», al que nos acabamos de referir 425.

— Sobre la unificación con la UGT

El tema de la unificación con la UGT era otro de los grandes


temas pendientes que la CNT tenía que resolver. Si gran parte
de los demás temas pendientes —ya analizados— habían
dejado a la CNT incompleta en aspectos más o menos
importantes de su contenido teórico, el tema de la unificación
con la UGT dejaba en suspenso la razón misma de su
existencia, dado el carácter un tanto eventual —al menos
formalmente— con que el Congreso de 1910 le había dado
vida.

Quedaba, pues, por cumplir el mandato del Congreso de


1910, que exigía que, una vez constituida la CNT, «se procure

425 Sobre la concepción cenetista de la huelga general, véase todo lo dicho anteriormente
en este trabajo.
llegar a un acuerdo entre las dos FEDERACIONES, a fin de unir
toda la clase obrera en una sola organización» 426.

Sin embargo, si ya vimos que la declaración del Congreso de


1910 era más formal que real, dado que lo que se estaba
haciendo conscientemente era en realidad crear una nueva
central sindical con un contenido totalmente diferente al que
ostentaba la UGT y con la pretensión precisa de hacer triunfar
esa alternativa diferenciada sobre la que representaba la
central socialista, el mero hecho de que este tema de la
unificación con la UGT no estuviese incluido previamente en el
orden del día del Congreso de 1911 es altamente significativo y
ratifica aquella apreciación.

Así, el tema de la unificación con la UGT surgió en la última


sesión del Congreso, una vez que se había acabado de discutir
todo el orden del día y cuando se entraba en el debate de las
distintas propuestas hechas por los delegados, y fue a
propuesta de los delegados Jaime Bisbe y Salvador Seguí 427.

La propuesta de ambos destacados militantes sindicalistas se


cuestionaba, en primer lugar, la necesidad de la fusión de las
dos centrales, y, en segundo lugar, añadía unas «bases de
inteligencia» en torno a las cuales estimaban que debería
realizarse la citada fusión, cuyas bases habían sido elaboradas
por el propio Bisbe.

426 Véase sobre este acuerdo todo lo dicho en la primera parte de este capítulo.
427 Jaime Bisbe, que había sido secretario general de SO en 1908, representaba en el
Congreso a la Federación Local de Igualada, y Salvador Seguí, que había participado
también en la creación de SO, representando a la Sociedad de Pintores de Barcelona «La
Nueva Semilla», ostentaba en el Congreso la misma representación.
La pregunta que se hacía la propuesta de unificación de Bisbe
y Seguí —que, por otra parte, expresa claramente la posición
moderada que estos dos sindicalistas representaban dentro de
la CNT— venía a relativizar la diferenciación existente entre la
UGT y la CNT, limitada a cuestiones de pura táctica, y hacía, por
el contrario, hincapié en los principios que las unían y en la
necesidad de conseguir la unidad de la clase obrera, cosa que,
al fin y al cabo, era una de las metas primordiales del
sindicalismo revolucionario:

«¿Es necesario unir o fusionar a las dos entidades obreras


nacionales denominadas Confederación Nacional del
Trabajo (Solidaridad Obrera) y la Unión General de
Trabajadores, distanciadas por simple cuestión de táctica
cediendo al interés común de sus principios de resistencia
al capital y emancipación económica de los trabajadores?

¿Es, además, conveniente dicha fusión para unificar el


esfuerzo de la propaganda societaria, hacer más extensa la
organización obrera y más poderosa la acción proletaria en
España?

En este sentido, ¿qué bases de unión propone el


presente Congreso para llegar a la realización de estos
fines?»

La misma propuesta añadía a continuación —como digo—


unas posibles «bases de inteligencia para la fusión», elaboradas
por Bisbe, y que venían a contestar a la última pregunta del
enunciado, las cuales se sometían también a la consideración
del Congreso.
Estas bases mínimas tocaban precisamente los puntos
considerados conflictivos y que, de alguna manera, eran la
causa de la separación entre las dos centrales. Hacían
referencia al carácter sindicalista que habría de tener la nueva
central, a la cuestión táctica, a la cuestión orgánica u
organizativa y al proceso a seguir para esa fusión:

«Bases de inteligencia para la fusión de la Unión General de


Trabajadores y la Confederación Nacional del Trabajo:

1. —Se fusionarán las dos entidades nacionales con carácter


puro y simplemente sindicalista.

2. —Las cuestiones de táctica se determinarán hecha la


fusión, por un referéndum que se someterá a todas las
sociedades integrantes por medio de un cuestionario al que
éstas marcarán su criterio.

3. —La base de la organización será federativa y autónoma


para las sociedades y las FEDERACIONES locales, comarcales y
regionales. Solamente para los fines de la administración
confederal, organización, propaganda y cultura las sociedades
confederadas de la nación contraerán el deber de contribuir
moral y materialmente. En los demás casos, como el
sostenimiento de huelgas parciales, presos, etc., las sociedades
y FEDERACIONES contribuirán libremente por su espontánea
solidaridad. Sin embargo, las sociedades y FEDERACIONES que
quisieran establecer pactos entre sí, en otro sentido, quedan
libres de hacerlo.

4. —Inspirándose en las anteriores se redactará un proyecto


de base de administración y régimen confederal por una
comisión mixta de tres individuos por cada una de las dos
entidades nacionales, presidido por un delegado de la
Confederación General del Trabajo de Francia.

Dichas bases serán sometidas a la aprobación directa de las


sociedades que componen las dos entidades nacionales,
quedando, en caso de aprobación, definitivamente constituida
la Confederación de Trabajadores de España.»

La propuesta, que no fue aprobada por el Congreso, es, sin


embargo, significativa en la medida en que, como dijimos
anteriormente, recoge perfectamente la concepción sindical de
lo que podríamos denominar sector moderado del sindicalismo
revolucionario, que fue predominante en el período que cubrió
Solidaridad Obrera y los inicios de la CNT, pero que empezaba a
encontrarse ya en minoría en el Congreso de 1911, como muy
bien lo demuestra la tónica general de los acuerdos adoptados
por el mismo y que ya hemos analizado.

Sindicalismo puro, neutral a rajatabla, sin ningún tipo de


condicionante ideológico externo y la más amplia autonomía
de las sociedades o sindicatos confederados, eran cuestiones
difícilmente aceptables por la UGT y que, en realidad, excedían
del marco puramente táctico para entrar dentro de lo que era
toda una concepción de la acción sindical y, en definitiva, una
concepción ideológica.

La UGT, claramente socialista y unida al partido de su misma


ideología, ofrecía difícilmente puntos de contacto con la CNT,
como no fuera la común pretensión de representar a la clase
trabajadora, en defensa de cuyos intereses ambas decían
actuar. Pero, además, quedaba la cuestión estrictamente
táctica, que, inteligentemente, el proponente deja su discusión
para después de la fusión; cuestión en la que ambas
organizaciones divergían claramente y que, entre otras cosas,
había sido precisamente la justificación primordial de la
creación de la CNT en su momento.

Así, no sólo era difícil que la UGT pudiese aceptar esta


propuesta, imponiéndole de entrada una concepción sindical
que estaba en sus antípodas, sino que resultó imposible que el
propio Congreso de la CNT aceptase tal propuesta, que ponía
en duda la razón misma de su existencia.

Efectivamente, el proceso que estaba siguiendo la CNT era el


de su consolidación, no sólo orgánica, sino ideológica y la
cuestión de la unidad con la UGT, cuando se estaba en un
proceso de crecimiento, había que plantearla en otros
términos, no en los de renuncia a algo que se iniciaba con
éxito.

El delegado Rafael Avila, que representaba al Arte de


Imprimir de Barcelona 428, propuso entonces al Congreso —y a
los propios proponentes del tema, aceptándolo éstos, según la
reseña de «Solidaridad Obrera»— que el proceso de
unificación se realizase «cuando la CNT tenga tantos federados
como la UGT», lo que fue aprobado por unanimidad.

Esta resolución del Congreso, al mismo tiempo que suponía


un evitar el afrontar el tema aplazándolo, implicaba también,

428 Rafael Avila era, además, administrador del órgano confederal «Solidaridad
Obrera».
hasta cierto punto, una solución más coherente con los propios
planteamientos de la Confederación —aunque no con el
acuerdo formal del último Congreso, de 1910— pues sólo en la
medida en que se demostrase que la CNT crecía y se
consolidaba, es decir, ocupaba plenamente un lugar del
espectro sindical que se consideraba virgen y abandonado por
la UGT, se podría demostrar también que la misma había
estado justificada y no había sido una maniobra inconsciente
de división de la clase obrera, ni un acto de «amarillismo»
sindical. Un renunciar a la consolidación de la Confederación
cuando ésta se encontraba aún en pleno crecimiento, sin haber
demostrado lo necesario de su existencia, hubiera sido, pues,
totalmente contradictorio con el acto de su creación solamente
un año antes; una negación del mismo, que hubiera puesto en
evidencia todo lo realizado hasta el momento y dado la razón a
los que entonces se habían opuesto a tal creación, entre ellos
la propia UGT.

Cabría añadir aquí que, como ya había ocurrido en 1910, la


fuerte unión existente entre la UGT y el PSOE, pero, sobre
todo, el apoyo expreso de ésta a la conjunción
republicano-socialista, en general y en cada uno de los
procesos electorales que entonces se realizaban, lo que
contradecía la concepción sindicalista de la CNT, suponía una
grave traba, un serio handicap, que tenía que pesar
necesariamente en la mente de muchos de los congresistas en
el momento de tratar el tema de la unificación 429.

429 Sobre la actitud de la UGT ante la conjunción republicano-socialista y la crítica que


esta actitud mereció, véase X. CUADRAT, op. cit., p. 434 y ss.
Por otra parte, y además de lo ya dicho, dada la diferente
fuerza representada por la UGT (unos 78.000 afiliados) y la CNT
(alrededor de los 30.000 afiliados) entonces, y que el origen del
problema estaba en la propia CNT, la UGT no podría aceptar
unas condiciones de unificación cuando lo lógico para ella era
que los que se habían constituido aparte ingresaran en su seno
para conseguir esa deseada unidad de la clase trabajadora, por
ser ella el organismo más antiguo y el que más efectivos
representaba430.

De esta manera quedaba cerrado el tratamiento, por primera


vez desde su fundación, del tema de la unificación con la UGT,
a cuyo fin había sido condicionada —al menos formalmente—
la propia creación de la CNT en el Congreso de 1910.

De nuevo volvería a ser tratado este tema con posterioridad;


sin embargo, la solución adoptada entonces sería justamente la
contraria. Así, en el Congreso nacional de 1919, se aprobaría
una resolución por la que, dado que la CNT representaba
entonces un número de afiliados tres veces mayor al de la UGT,
se concedía un plazo de tres meses a los afiliados a la misma
para ingresar en la CNT, tras el cual serían declarados amarillos
los que no lo hiciesen431.

C) Cuestiones de tipo reivindicativo

430 Véase, en este sentido, J. AISA y V. M. ARBELOA, «Historia de la Unión General de


Trabajadores», Madrid, 1975, p. 60.
431 El término amarillos sería después cambiado, a propuesta de Pestaña, por las palabras
al margen. (CNT, «Memoria del Congreso celebrado en el Teatro de la Comedia de
Madrid, los días 10 al 18 de diciembre de 1919», Barcelona, 1932, p. 167.)
Como en el Congreso de 1910, el primer Congreso normal de
la CNT dedicó también un espacio a los temas de contenido
más estrictamente reivindicativo, o, dicho de otra manera, que
hacían referencia de manera específica a las condiciones de
trabajo y su mejoramiento.

Estos temas, que fueron estudiados todos y dictaminados por


la misma ponencia, venían a ser también básicamente los
mismos que habían sido debatidos ya en el Congreso de 1910.
Así, la nivelación de jornales, el salario mínimo, la jornada
máxima, el trabajo a destajo y el contrato de trabajo colectivo.
De ellos solamente representan una novedad la nivelación de
jornales y el contrato de trabajo colectivo —del que, por su
especial significación, nos hemos ocupado ya anteriormente—;
los demás habían sido ya estudiados en el Congreso de 1910, si
bien el tratamiento que de los mismos va a hacer el Congreso
de 1911 diferirá un tanto en algunos aspectos.

Al igual que entonces, estos temas exigieron mínimo debate


y fueron aprobados los dictámenes correspondientes de la
ponencia sin problema alguno.

Por ello, podría decirse, como dijimos entonces —y más


adelante volveremos aún sobre este tema—, que pesaba en la
Confederación un enorme residuo espiritualista, proviniente
del anarquismo, que tendía a minusvalorar las reivindicaciones
de tipo material frente a otro tipo de temas. Había una cierta
obsesión por evitar caer en un sindicalismo meramente
corporativo o reivindicativo, lo que, al menos teóricamente,
llevaba a dar un tratamiento secundario a estos temas frente a
otros temas que, aunque de importancia menor o no
cuantificable —cual sería el caso de la sindicación de los
inválidos—, recibieron mayor atención por el Congreso. Y, por
supuesto, la importancia recibida por este tipo de cuestiones
era aún menor —a pesar de ser teóricamente una de las
funciones fundamentales del sindicalismo en la etapa anterior
a la revolución— si se la compara con la cuestión
revolucionaria, «alta finalidad» de la Confederación.

Este «espiritualismo» quedó perfectamente recogido en la


salutación que Anselmo Lorenzo enviaría al Congreso, cuando
éste advertía a los congresistas de las características especiales
de la CNT:

«La organización de la que formáis parte —dijo


Lorenzo— no es un conjunto de egoístas que se propongan
mejoras en el jornal y en el trabajo como único fin a cambio
de una cuota mínima, ni de mutualistas que funden el
derecho sobre la base del pago de la cuota mensual y
nieguen su solidaridad a todo trabajador que no la compre
a ese precio.»

El tema de la nivelación de jornales había sido incluido —con


el número 17— en el orden del día del Congreso a propuesta
del sindicato de oficios varios de Bilbao «La Fraternal» 432, y
suponía en realidad una conquista, una meta, que excedía el
marco en el cual se pretendía realizar. Por supuesto, una
equiparación de los salarios a todos los niveles es una
conquista que sólo en un sistema socialista o comunista se
podría realizar, en la medida en que se convirtiese en realidad

432 «¿El sindicalismo revolucionario sería conveniente que emprendiera una lucha por la
nivelación de los jornales?» («Solidaridad Obrera», 8, septiembre, 1911.)
la máxima «de cada uno según su capacidad y a cada uno
según sus necesidades». Pero, aún el tipo de nivelación salarial
a la que parece referirse el tema de la propuesta —la
equiparación entre las diferentes escalas de la clasificación
laboral: aprendiz, peón, oficial, etc.— supone una
transformación en el sistema productivo que hacía impensable
tal equiparación en aquellos momentos, y, aún, en general,
dentro de un sistema estrictamente capitalista.

La ponencia que estudió el tema, y el Congreso que ratificó


su dictamen, así lo entendieron e hicieron derivar la cuestión
hacia otro problema que planteaba a la CNT mayores
dificultades. Así, en vez de referirse a la nivelación o
equiparación de salarios, la ponencia hizo incapié en la
necesaria unidad que debía existir entre todos los trabajadores,
rompiendo las diferenciaciones que existían dentro de la
Confederación entre los diferentes grados de la escala
profesional. Es decir, con lo que la CNT trataba de acabar era
con la existencia de sindicatos separados de peones y de
oficiales de un mismo oficio, dado que lo que se pretendía era
no sólo unir a todos los obreros de un mismo oficio
—cualquiera que fuera su nivel profesional— en un solo
sindicato, sino, incluso, unir a todos los oficios de una misma
industria o rama de la producción en un solo sindicato, como se
haría definitivamente en el Congreso de 1919.

Así, efectivamente, la CNT no sólo contaba con una excesiva


dispersión de los obreros de las diferentes ramas de la
producción en múltiples sindicatos de los diferentes oficios,
sino que, en muchos casos, éstos se encontraban divididos a su
vez en sindicatos de peones o aprendices y sindicatos de
oficiales del mismo oficio. Tal era el caso, por ejemplo, de los
Albañiles de Barcelona, que se encontraban divididos en el
Sindicato de Peones Albañiles y en el Sindicato de Albañiles.

De esta manera, la ponencia resolvió el problema


recomendando la unificación de los obreros sindicados antes
de lanzarse a una lucha por la unificación de los salarios, cosa,
por lo demás, considerada justa:

«La ponencia (...) cree de pura necesidad la nivelación de


los jornales en general, salvo que es necesario que antes se
unifiquen los obreros sindicados y que propaguen la
necesidad de hacer una organización fuerte y sólida por
medio de las corrientes sindicalistas y cuando tengan las
fuerzas necesarias se puede poner en práctica la
unificación de los jornales, puesto que todos los
trabajadores tenemos las mismas necesidades.»

El tema del salario mínimo —número 19 del orden del día—


que había sido propuesto por los Oficiales y Aprendices
Fideeros de Barcelona juntamente con el de la jornada
máxima433, recibió un tratamiento muy similar, por no decir el
mismo, al que había recibido en el Congreso de 1910. El tema
no se trató en profundidad y la ponencia entendió que de este
problema podía decirse más o menos lo mismo que ya había
dicho sobre el tema de la nivelación de jornales. Así,
consideraba que más importante que la fijación de un salario
mínimo era el conseguir la unificación de todos los
trabajadores. Por lo demás, el dictamen aprobado era bastante

433 «¿Sería necesario establecer un salario mínimo y una jornada máxima para el
proletariado en general?» («Solidaridad Obrera» 8, septiembre, 1911.)
confuso:

«La ponencia declara que sobre la estabilidad [debe querer


decir: el establecimiento] de un salario mínimo, han creído
debían contestar en la misma forma que lo hizo al dictaminar el
primer tema de este grupo [se refiere a la nivelación de
jornales], y entiende de una necesidad que al igual que la
nivelación de los salarios de trabajo, por conseguir que todos
los obreros unifiquen la jornada máxima, puesto que persiguen
el mismo fin que la citada nivelación de salarios.»

Pero, además de confuso, el dictamen de la ponencia no


contestaba al otro tema incluido en el enunciado del punto 19,
el de la jornada máxima; o, al menos, no contestaba
satisfactoriamente, a pesar de haber sido aprobado por el
Congreso. Ello hizo que en la última sesión de debates el
delegado José Durán, del Sindicato de Géneros de Punto de
Barcelona, presentase una nueva proposición sobre el tema de
la jornada máxima, en la que se explicitaba la necesidad de que
la Confederación se uniese a la lucha generál que se producía,
no sólo en España, sino en todo el mundo, por el
establecimiento de la jornada máxima de ocho horas.

El tema había sido tratado también de manera más detallada


en el anterior Congreso de 1910, y no había razón alguna para
que se rebajasen los planteamientos de la CNT ante un
problema de tan honda significación para el proletariado. Por
ello el Congreso decidió aceptar la propuesta de Durán, que,
como el acuerdo adoptado en 1910, no venía a proponer
acciones concretas para exigir la imposición de las ocho horas,
sino más bien una campaña de difusión del tema entre los
trabajadores, para concienciarles de la importancia de tal
reivindicación, en la que tantas esperanzas revolucionarias
había depositado el sindicalismo revolucionario europeo.

Así, no sólo se proponía la realización de esta campaña en


España, sino que se proponía unirla a la lucha que por este
tema se realizaba en Europa. Decía la propuesta:

«1.—Que teniendo en cuenta la aspiración del proletariado


internacional de obtener la jornada de ocho horas, la
Confederación haga suya esta aspiración prácticamente,
nombrando una comisión en cada localidad y en cada región
que propaguen continuamente la necesidad de esta mejora.

2. —Estas comisiones se pondrán de acuerdo con las


FEDERACIONES extranjeras para que nombren idénticas
comisiones para que en un tiempo determinado miren si es
posible la realización de este movimiento».

Sin embargo, la aceptación de esta propuesta acarreó


bastante discusión y no sólo por cuestión de forma, o de
organización —se dudaba quién tendría que ser la que
organizase el movimiento, si la Confederación o las
Regionales—, sino por cuestión de fondo, dado que algunos
delegados dudaban de la utilidad de la lucha por la jornada de
ocho horas, estimando que sería más importante otro tipo de
reivindicación, como la lucha por la elevación de los jornales434.
Lo cual, en definitiva, venía a dar la razón de la propuesta de

434 En este sentido se manifestó, por ejemplo, el delegado de los Albañiles de Palma,
quien dijo que «es más conveniente elevar los jornales que la disminución de la jornada de
trabajo».
Durán y al acuerdo de 1910, que, más que lanzarse a la
proposición de acciones concretas de lucha, establecían la
necesidad de realizar previamente una amplia campaña entre
la clase trabajadora para concienciarla de la importancia y
necesidad de esta reivindicación, dado que, a pesar de las
duras jornadas de trabajo que cumplían la mayoría de los
trabajadores, no existía una conciencia generalizada de esta
necesidad. Por el contrario, se solía pensar que una reducción
de la jornada traería aparejada una reducción de los salarios,
ya de por sí muy exiguos, por lo que parecía mucho más seguro
luchar por la elevación de los mismos que por la reducción de
las horas de trabajo, en base a las cuales se cobraba.

Finalmente, la propuesta de Durán fue aprobada por mayoría


de votos, con lo que se repetía básicamente lo acordado en
1910, que no comprometía a la Confederación a ninguna
acción concreta.

El tema del trabajo a destajo también vino a significar una


repetición de lo acordado en 1910, sin que el Congreso de 1911
aportase ninguna novedad al tratamiento de este problema. La
propia reseña de «Solidaridad Obrera» no hace referencia
alguna a la existencia de discusión sobre este tema,
limitándose a transcribir el acuerdo del Congreso al respecto:

«La ponencia encuentra que el trabajo a destajo es


perjudicial para el obrero en todos los conceptos.

En tal sentido esta ponencia cree de imprescindible


necesidad que todos los obreros sindicados
pertenecientes a la Confederación entablen una continua
y constante propaganda en sus sindicatos, hasta conseguir
la total abolición del mismo, empleando para ello cuantos
medios nos facilite la convicción, el sindicalismo
moderno.»

Por lo demás, dada la identidad del tratamiento y la


identidad de la problemática que lo exigía, es aplicable aquí
todo lo ya dicho sobre este tema al hablar del Congreso de
1910.

4. Elementos ideológicos del sindicalismo revolucionario en el


Congreso Nacional de 1911

Si el Congreso de 1910 es el que dio vida a la Confederación,


dotándola de un contenido ideológico sindicalista
revolucionario mínimo y de una estructura orgánica básica, el
Congreso de 1911 es el que va a consolidar definitivamente su
existencia, al completar aquella labor. Así, en este sentido,
como ya dijimos anteriormente, el Congreso de 1911 es una
proyección, una continuación y, en algunos casos, una
repetición del de 1910. Sin embargo, el hecho de que el
Congreso de 1911 sea una especie de continuación del de 1910
no le resta un ápice de su importancia, y ello por dos motivos
fundamentales.

En primer lugar, el Congreso de 1911, como digo, confirma y


consolida la existencia de la CNT, cuya posibilidad era, desde la
perspectiva de 1910, bastante dudosa. Y ello lo hace
constatando el proceso de crecimiento que experimentaba la
Confederación, lo que venía a justificar su propia existencia y lo
acertado de la decisión de crearla adoptada en 1910. Pero lo
hace, sobre todo, rechazando el proceso de unificación con la
UGT, lo que venía a solventar la extraña situación de
eventualidad formal que se le había dado a su creación,
contradictoria con la verdadera intención, demostrada por los
hechos, de consolidar una central sindicalista revolucionaria,
alternativa sindical de la socialista UGT, que existía en los
medios confederales de Solidaridad Obrera.

Este hecho supone la consolidación orgánica definitiva de


una de las dos alternativas sindicales en que va a quedar
dividido el proletariado español hasta la guerra civil. Hasta ese
momento, como ya vimos anteriormente, aunque de una
manera muy rápida y superficial, tras la escisión de la sección
española de la Primera Internacional, el conjunto del
proletariado que siguió en un principio a las corrientes
bakuninistas pasó por muy diversos avatares, sin que lograra
nunca consolidar una estructura orgánica estable. Por el
contrario, los que siguieron a la Sección Madrileña, aunque
menos numerosos en un principio, lograron ir creando toda
una estructura organizativa estable, que determinó la creación
del Partido Socialista, primero, y de la UGT, después, siguiendo
un proceso de crecimiento lento pero progresivo. La creación
de la CNT, heredera en cierto modo de aquella corriente
libertaria, supone, por tanto, y bajo concepciones muy diversas
en muchos aspectos a las de entonces, la primera
consolidación orgánica perdurable de esta corriente del
proletariado, cuya vida alcanza a nuestros días.

En segundo lugar, el Congreso de 1911 no se limita a una


mera ratificación de la existencia de la CNT, ni a repetir, sin
más, los acuerdos de 1910, sino que, por un lado,
perfeccionará la estructuración orgánica de la misma,
adoptando toda una serie de acuerdos en esta materia, a los
que ya nos hemos referido, y que vienen a completar lo
establecido entonces. Por otro lado, el Congreso de 1911
continuó la labor de dotación de contenido ideológico de la
Confederación, introduciendo nuevos elementos y
completando aspectos de lo que ya se había establecido en
1910.

Pero, además, el Congreso de 1911 es importante debido a


que es el último Congreso en que, desde los tiempos de
Solidaridad Obrera, la línea que denominaríamos sindicalista
revolucionaria pura logra imponer sus concepciones, por
encima de las otras corrientes presentes en la Confederación.

En este último sentido, es importante el análisis del


Congreso, no ya de sus acuerdos en concreto, sino también de
su contenido en conjunto, debates, etc. Así, en este apartado
del análisis del Congreso no sólo se analizará el elemento
sindicalista revolucionario presente en cada uno de los
acuerdos, por lo demás ya analizados, sino también la
presencia del mismo en otras partes o momentos del
Congreso.

A) En una primera perspectiva general del Congreso llama la


atención, como en el de 1910, el empleo exclusivo de una
terminología sindicalista y, más que esto, el empleo de una
referencia exclusiva y constante al sindicalismo revolucionario,
como objetivo y como contenido de todos los debates y
acuerdos del Congreso, sin que aparezca —o, al menos, no
queda reflejada en las reseñas del Congreso utilizadas para
este trabajo— la más mínima referencia a cualquier otro
conjunto ideológico, ni como objetivo ni como contenido de los
mismos.

Ya desde el principio, la CNT aparece definida —en el informe


del Comité Federal al Congreso— como un «organismo obrero,
netamente sindicalista revolucionario». Pero, a lo lárgo de los
debates y acuerdos del Congreso veremos, además, cómo esta
definición de la Confederación que hacía el Comité al principio
de las sesiones no era una mera fórmula o signo carente de
contenido, sino que el contenido sindicalista se manifestará
constantemente en los mismos.

En primer lugar, destaca el contenido clasista que se atribuye


la Confederación. Ya nos hemos referido más extensamente a
este tema al hablar del Congreso de 1910, no insistiremos por
ello de nuevo en su significación general. Sin embargo, son de
destacar las constantes referencias que a esta concepción de la
dinámica social —la lucha de clases— surgen a lo largo del
Congreso, bien como elemento explícito, bien como contenido
latente dentro de las discusiones o acuerdos.

Así, la idea central que mueve todo el Congreso es la


necesidad de la organización del proletariado en su lucha
contra la burguesía. El proletariado debía de salir de su estado
de abulia, organizarse, acudir a los sindicatos y aprestarse a la
lucha por la defensa de sus intereses.

«Los obreros —decía el Comité Federal en su salutación a


los Congresistas— debemos darnos por avisados y
prepararnos para impedir los atropellos inauditos que la
burguesía de todos los países maquina contra todo el
proletariado» 435.

A este fin de organizar a la clase obrera servía precisamente


el Congreso confederal. Por ello, como diría Tomás Herreros en
la primera sesión del mismo, a ella exclusivamente iba dirigido:

«El Congreso —diría— es puramente Obrero, sin


inmiscuirse para nada en éste ningún elemento político o
burgués, de los cuales se han de separar los obreros.»

Con ello introducía, además, Herreros la connotación


antipolítica, de la que nos ocuparemos más adelante.

Pero, por si pudiera haber algún error de tipo ácrata que


desviase la lucha de clases hacia elementos marginales de la
misma (la lucha contra el Estado o las instituciones, en vez de
la lucha económica, directa, contra la burguesía), el sindicalista
Joaquín Bueso, entonces encarcelado, se dirigió por carta al
Congreso, recordándole dónde estaba el verdadero enemigo
—la burguesía— y cómo había que combatirle:

«¿Debéis, pues, rebelaros contra las leyes? —decía—


(...) sería empeorar vuestra situación. Las leyes son las
ramas del árbol burgués. Si a un árbol le cortáis las
ramas, deja un año de dar sombra, pero sus brazos
crecen luego con más vigor. Rebelaros contra las leyes y
nada conseguiréis, pues las leyes más vigorosas, que en
este caso serían rigurosas, vendrían a castrar vuestra

435 «Solidaridad Obrera», 8, septiembre, 1911.


rebeldía. La rebelión ha de existir, sí; pero contra los
burgueses, contra los capitalistas, que son los que
escriben las leyes.»

Pero, esta concepción de la lucha de clases iba, además,


acompañada de una clara conciencia de progreso y, al mismo
tiempo, de un cierto fatalismo, que hacía que inevitablemente
correspondiera al proletariado el papel de continuar el proceso
evolutivo de la humanidad, llevándola hacia las cotas más
elevadas del perfeccionamiento social. La burguesía había
cumplido ya su papel, había tenido ya su momento histórico,
pero no había culminado la obra de liberación humana que
hubiera tenido que realizar, quedándose en el estadio que
satisfacía exclusivamente sus intereses. Era, pues, al
proletariado a quien incumbía fatalmente cumplir esa labor
liberadora de la humanidad, desbancando a la burguesía.

«Cumplida la misión histórica —decía una


circular-manifiesto dirigida por el Comité Federal “A las
entidades obreras” 436, que fue incluida en el informe que el
mismo dirigiría más tarde al Congreso— que en el curso de
la evolución humana tenía asignada, la burguesía ha
llegado a los límites de su ocaso; y su extinción es
necesaria, porque en el concierto de los valores sociales es
un factor negativo.

El proletariado se prepara, concretando y afirmando su


personalidad, para cumplir con la alta misión que los
tiempos modernos le imponen, y, aunque muy

436 «Solidaridad Obrera», 13, enero, 1911.


trabajosamente, por los obstáculos que le opone la
burguesía, se adapta los conocimientos necesarios para la
gran obra, y como genuino representante del progreso
implantará las soluciones que la ciencia social aconseja
para exaltar la personalidad humana al summun de la
perfección concebida.»

Ello era —en su concepción— así, casi como una deducción


matemática. Pero, el único problema que se oponía a ello, a
que el proletariado pudiese cumplir su función liberadora de la
humanidad, era, más que la propia fuerza de la burguesía, la
ignorancia y la inconsciencia en la que se hallaba sumido el
proletariado a causa de su explotación.

«El que una gran multitud del proletariado no se


convenza de ello —decía el mismo manifiesto—, no implica
que haya error, y sus amargos escepticismos son debidos a
su deficiente concepción, influenciada por el atavismo de
las ignorancias pasadas que reviven en ellos.»

De aquí la enorme importancia de esa labor concienciadora y


organizadora del proletariado que el sindicalismo tenía que
realizar, mostrándole sus derechos y la fuerza que podía
adquirir mediante su unión. Labor que tenían que realizar los
obreros ya concienciados, las «minorías conscientes». Ahora
bien, estas minorías conscientes no son, para el sindicalismo
—como ya vimos en su momento—, el pequeño grupo de
activistas dedicados exclusivamente a la creación de
situaciones revolucionarias, sino precisamente esa capa del
proletariado que, convencida de su situación de explotación,
ingresa en los sindicatos, desde donde realizan esa labor de
movilización de las amplias masas trabajadoras que
permanecen bajo la explotación económica y la opresión social
sin unidad ni conciencia alguna. La unión y la coordinación del
proletariado sería, pues, lo único capaz de demostrar que la
burguesía no tiene la fuerza que aparenta y lanzar al mismo a
la lucha por su desposesión.

«Si tal equívoco todavía persiste y la burguesía saca todo el


provecho posible del mismo, es debido a que los ya
convencidos no han contado su número para tener claro
concepto de su potencia e importancia, muy suficiente para
impedir que la burguesía obstaculice sus titánicos esfuerzos
para eliminar con los resplandores de la verdad liberadora los
cerebros de los obreros que no han oído la voz de la buena
nueva. El día que las minorías conscientes y afines en
procedimientos de lucha unan sus esfuerzos en una labor
común, con actuación simultánea, planteando y desarrollando
los conflictos de la lucha social en el más puro terreno
económico (...), aquel día se demostrará que existe ya una
importantísima minoría proletaria consciente a la que presta
fácilmente su fuerza el resto del proletariado» 437.

En definitiva, a esta labor de concienciación y organización


del proletariado venía a servir la creación de la CNT, agrupando
a esas minorías conscientes y afines en procedimientos de lucha
que eran los sindicalistas revolucionarios y las masas obreras
concienciadas por ellos 438.

437 «Solidaridad Obrera», 13, enero, 1911.


438 Dentro de este contexto de educación y concienciación del proletariado se encuentran
precisamente acuerdos como el recaído sobre la creación de escuelas racionalistas.
Ahora bien, cuando el Comité Federal se refiere a minorías
afines en procedimientos de lucha está, por una parte,
explicándonos el proceso de cómo ellos entendían que habría
de producirse la unificación de toda la clase trabajadora, pero,
por otra parte, y por lo mismo, está también justificando la
creación y existencia de la CNT, frente a la otra central sindical
ya existente con anterioridad a su fundación: la UGT.

Así, según su concepción, habría que conseguir primero la


unidad de todas aquellas fuerzas sindicales afines y que se
encontraban dispersas y no unidas a la UGT, por discrepar de
su concepción sindical.

Una vez conseguido esto, se pasaría a tratar de conseguir la


unidad de toda la clase trabajadora española, en base a la
unificación de las dos centrales sindicales. Lo decía muy claro el
acuerdo del Congreso de 1910:

«Que se constituya una Confederación General del


Trabajo Española, integrándola temporalmente todas
aquellas sociedades no adheridas a la UGTen la condición
de que una vez constituida la CG del Trabajo Española, se
procure llegar a un acuerdo entre las dos FEDERACIONES, a
fin de unir toda la clase obrera en una sola
organización» 439.

Y ésta fue precisamente la razón que llevó al Congreso a


rechazar en aquel momento la unificación con la UGT, a pesar
de que la unidad de la clase trabajadora fuese una meta casi

439 «Solidaridad Obrera», 4, noviembre, 1910. El subrayado es mío.


obsesiva. El proceso de unificación de los afines no se había
culminado aún, y, no sólo quedaban aún muchos obreros
dispersos en todo el país, sino que la Confederación, a pesar de
su reducido tamaño, se encontraba en pleno proceso de
crecimiento y expansión. Realizar la unidad con la UGT en
aquel momento hubiera significado —en su concepción—
interrumpir el proceso de unificación de la clase trabajadora,
dado que la CNT no contaba aún con fuerza suficiente como
para, una vez unida con la UGT, cambiar la concepción
sindicalista de ésta para atraer a los trabajadores dispersos por
no estar de acuerdo con la misma y conseguir así esa ansiada
unidad total. De aquí, además de todo lo dicho en su
momento, el contenido del acuerdo al respecto: que se haga la
unidad cuando la CNT tenga tantos federados como la UGT.

Pero, efectivamente, la conquista de la unidad de la clase


trabajadora, vendría a significar ya, en cierto modo, un triunfo
de las concepciones sindicalistas revolucionarias, dado que, se
estimaba, sólo bajo sus planteamientos —que excluían la
introducción de todo tipo de elementos políticos o ideológicos
que pudieran producir la división en el proletariado 440—, se
podría conseguir ésta. Pero, además, una vez conseguida la
unificación, el sindicalismo revolucionario seguiría luchando
por imponerse, porque sólo sus concepciones eran las
verdaderamente revolucionarias y las capaces de llevar a la
clase trabajadora a su liberación.

La propia propuesta de unificación con la UGT, planteada por

440 Recordemos que, según el propio manifiesto del Comité Federal de la CNT citado, el
proletariado sólo se uniría el día que se unieran las minorías conscientes, «planteando y
desarrollando los conflictos de la lucha social en el más puro terreno económico».
Seguí y Bisbe al Congreso, nos lo viene a demostrar al
establecer unas «bases de inteligencia» para conseguir la
unificación en las que se establecen los mínimos de
transigencia con la UGT, que suponen ya un conjunto de
principios claramente sindicalistas revolucionarios: el carácter
«puro y simplemente sindicalista» de la entidad resultante de
la unificación, el carácter federativo y autónomo de su
organización 441. Aunque se estableciese que la táctica a seguir
sería establecida democráticamente por votación entre todas
las entidades adheridas. (De aquí también la importancia que el
Congreso dio a la necesidad de tener tantos afiliados como la
UGT, por lo menos, para iniciar el proceso unificador.)

B) Como hemos dicho ya en anterior ocasión, tanto el


elemento apolítico como el antipolítico del sindicalismo
revolucionario se encuentran también presentes en el
Congreso. Ambos elementos, el neutralismo político e
ideológico del sindicalismo y el rechazo de la actividad política,
se encuentran claramente contenidos en las palabras del
anarcosindicalista Tomás Herreros, cuando advierte, en la
primera sesión, que el Congreso de la CNT es «puramente
Obrero», excluyendo la participación de cualquier «elemento
político o burgués», a las que nos hemos referido
anteriormente; similares a las que pronunciaría en la sesión de
clausura, al criticar duramente «los medios rastreros que los
políticos han puesto en práctica para desvirtuar la propaganda
del sindicalismo moderno», y que no son sino un ejemplo de
otras muchas intervenciones de diversos delegados.

441 También se podría citar el detalle —más anecdótico— de que se estableciera que la
comisión mixta paritaria que se habría de constituir para culminar el proceso unificador,
estuviese presidida por un delegado de la CGT francesa.
Pero, el apoliticismo sindical es algo que está íntimamente
unido a su antipoliticismo, y si bien puede dar la impresión de
que en estas intervenciones se recarga el acento en este último
aspecto (no se puede olvidar, de cualquier manera, la
tendencia anarquista de Herreros), sin que ello deje de ser
realmente así, es muy difícil separar ambos aspectos, derivados
del principio máximo que inspira todo el sindicalismo
revolucionario; la acción directa. Así, cuando el Congreso
acuerda, al tratar el punto 15 del orden del día, aconsejar a los
sindicatos obreros que no se domicilien en los locales de las
entidades políticas, lo hace «Considerando la política como un
factor perjudicial a la emancipación proletaria» y para «evitar
el contagio que en tal caso sería inevitable». Lo cual implica no
sólo una condena de la actividad política —participación en el
proceso del poder político—, sino también un tratar de evitar
que las ideologías políticas pudiesen entrar en los sindicatos,
creando con ello la división entre los afiliados. Por ello, como
ya dijimos al hablar de este acuerdo concreto 442, el evitar la
influencia de las ideologías políticas en el sindicato no
significaba excluir su presencia —el obrero podía profesar las
ideas políticas que quisiese— en el mismo, sino el evitar que el
sindicato adquiriese, como tal, una definición política o
ideológica concreta —que no fuese, por supuesto, el propio
sindicalismo revolucionario—. Y, en este sentido, tan
reprobable parecía entonces que esta definición política del
sindicato fuese anarquista como republicano-radical; aunque,
desde luego, las coincidencias con el antipoliticismo anarquista
hacían a esta doctrina mucho más cercana al sindicalismo que
lo que pudiera estar cualquier otra ideología política.

442 Vid.anteriormente en este trabajo..


Por lo demás, no se encuentran en los acuerdos del Congreso
ni en los documentos cenetistas de la época muchas más
alusiones concretas a este problema.

C) Esta actitud antipolítica es la que haría que la CNT se


declarase ajena, a pesar de su revolucionarismo, a cualquier
movimiento revolucionario político, especificando que por tal
entendía aquél que «sólo tuviese por objeto un simple cambio
deforma en el actual Estado capitalista», al estudiar el tema 18
del orden del día del Congreso. Con ello, la CNT no sólo excluía
su apoyo a los movimientos políticos en situación de
normalidad, sino que negaba éste también en el caso
hipotético de un proceso revolucionario que no persiguiese
fines similares a los pretendidos por el sindicalismo
revolucionario.

Sin embargo, el acuerdo de la CNT, cuya adopción se


justificaría más en razón de anteriores desgraciadas
experiencias («aleccionados por la experiencia», decían), que
en una coherencia teórica con sus planteamientos antipolíticos,
no desdice su definición revolucionaria, por una parte, ni
impedía, por otra, el que ésta no renunciase —como ya
vimos— a la lucha por los «derechos cívicos modernos» y a su
defensa dentro de la sociedad burguesa. Así, aunque la CNT no
se prestase a apoyar movimientos revolucionarios «políticos»
no renunciaba por ello a sus propios planteamientos
revolucionarios, realizados bajo su propia concepción, o a
aprovechar la oportunidad que cualquier movimiento
revolucionario político ofreciese para «encauzar la revolución
en un sentido económico»; es decir, «cumpliendo el esencial
objeto de nuestra razón de ser».
Pero, además como el citado acuerdo del Congreso
demuestra, la CNT no renunciaba tampoco a las «libertades y
derechos adquiridos», que ofreciesen un marco suficiente de
actuación, ni, por lo tanto, a la lucha por su defensa o
consecución. Lo cual venía a dejar, en cierto modo, la puerta
abierta a la posible colaboración con los sectores políticos
progresistas cuando se tratase precisamente de la defensa de
los derechos cívicos. Sin embargo, y aunque históricamente
sucedería efectivamente así —por ejemplo, en 1917, o durante
la dictadura de Primo de Rivera—, la segunda parte del
acuerdo del Congreso —la que niega la participación en
procesos revolucionarios políticos— sería la que más
vivamente quedase fijada en la memoria cenetista, hasta el
punto en que —por seguir con el mismo ejemplo— la actitud
de colaboración con los políticos revolucionarios bajo la
Dictadura desataría enormes críticas a los dirigentes cenetistas
de entonces, a pesar de que en esa actitud solamente se
encontraba la intención de recuperar los «derechos cívicos
modernos» a los que se refería la primera parte del acuerdo de
1911.

D) Uno de los acuerdos que permiten calificar de más radical


el contenido sindicalista revolucionario de la CNT de 1911, que
el sustentado por SO o por la propia CNT en un principio, es
precisamente el rechazo del sindicalismo a base múltiple. Sobre
el sindicalismo a base múltiple hemos hablado ya en diversas
ocasiones y también cuando hemos analizado los acuerdos del
Congreso de 1910, no vamos por ello a entrar de nuevo en su
estudio detallado. Sin embargo, sí cabe recalcar la significación
que la adopción del acuerdo de rechazar tal modo de acción
sindical tiene dentro del conjunto de la concepción sindicalista
revolucionaria cenetista.

La posición del sindicalismo revolucionario ante el problema


que planteaba el sindicalismo a base múltiple ya vimos que no
era uniforme y que existía más de un sector que no rechazaba
en absoluto esta práctica sindical que, si bien no suponía un
ataque directo a la burguesía y al capital, sí traía aparejado un
cierto fortalecimiento de las entidades obreras, al dotarlas de
mayores medios para la resistencia y ayuda a sus afiliados 443.
Sin embargo, para otros muchos sectores, el sindicalismo a
base múltiple era precisamente uno de los elementos de la
acción sindical que servía para distinguir al sindicalismo
reformista del sindicalismo revolucionario, en la medida que el
sindicalismo a base múltiple no implicaba una acción sindical
basada exclusivamente en la acción directa.

José Negre, en este sentido, distinguía entre las dos formas


de sindicalismo basándose en la actuación de los sindicatos:

«Si los Sindicatos de que se trata están inspirados por un


criterio reformista —decía—, el conjunto de su actuación
se llamará Sindicalismo reformista; si por el contrario,
dichos Sindicatos sustentan el criterio de la lucha de clases
y de acción directa, su actuación social se denominará
Sindicalismo revolucionario» 444.

Y no hace falta siquiera que Negre nos diga lo que él entendía

443 Vid. en este sentido G. GONZÁLEZ NIETO, «¿Qué es la base múltiple?», en


«Solidaridad Obrera», 7, octubre, 1910.
444 J. NEGRE, «¿Qué es el Sindicalismo?», cit., p. 9.
por criterio reformista 445, para que quede claro que en su
concepción, como en la del amplio sector sindicalista
revolucionario al que nos referimos, el sindicalismo
revolucionario es aquél que se basa exclusivamente en la
acción directa, y que, por lo tanto, excluye todo tipo de
actuación que no pretenda la mejora de la situación del obrero
en base al enfrentamiento directo con la burguesía. Es decir,
según esta concepción, el sindicalismo revolucionario no
admite la atenuación de la explotación capitalista, sino
mediante la conquista de mejoras arrancadas directamente a la
burguesía. Por lo que el sindicalismo a base múltiple, que basa
—en la medida en que él lo pueda alcanzar— la mejora de la
situación del obrero —además de la lucha contra la
burguesía— en su esfuerzo económico, solidaridad y ayuda
mutua, sería una transgresión de la acción directa.

Pero, fuera cual fuese el criterio que el sindicalismo de base


múltiple mereciese al sindicalismo revolucionario de la CNT, lo
cierto es que el acuerdo del Congreso desaconsejándolo viene
a alinear a la CNT dentro de los sectores más radicales del
sindicalismo, en la medida en que se asumía el principio de la
acción directa de una manera estricta y excluyente.

Sin embargo, aunque evidentemente el acuerdo adoptado


implique un criterio sindicalista más estricto y radical, la verdad
es también que el acuerdo no se estableció de una manera

445 Reformismo era sinónimo —entre otras cosas— de medios indirectos de lucha. La
salutación del Comité Federal a los Congresistas contenía precisamente una crítica del
reformismo como algo que ya no servía a las necesidades del proletariado, y lo
consideraba sinónimo de medios indirectos, acción política, etc. Así, el Comité Federal
condenaba «los medios indirectos: reformismo, parlamentarismo, cooperativismo, etc.»
(«Solidaridad Obrera», 8, septiembre, 1911, p. 1).
vinculante para las organizaciones de la Confederación, sino
que se estableció más bien a modo de recomendación, aunque
explicando la opinión que el mismo merecía a la CNT. «Esta
ponencia, pues, no cree recomendable el sindicalismo a base
múltiple», había dicho el dictamen de la ponencia respectiva
que fue aprobado por el Congreso.

Así, pues, aunque el acuerdo con respecto al tema del


sindicalismo a base múltiple supone un evidente paso adelante
en la radicalizaron sindicalista de la CNT, con respecto a la
anterior definición que había existido sobre este tema, viene,
sin embargo a reconocer también la libertad de hecho de las
organizaciones confederadas en este campo, quedando éstas
libres de adoptar tal forma de acción sindical o no. De esta
manera, el sindicalismo a base múltiple permanecería vigente
dentro de la Confederación y la polémica sobre el mismo no se
acabaría con el acuerdo del Congreso de 1911, permaneciendo
viva durante prácticamente toda la existencia de la CNT446.

E) En lo que a la cuestión táctica se refiere, el Congreso de


1911 sería aún menos explícito que lo que lo fuera el de 1910.
Sin embargo, como ya vimos al hablar de aquel Congreso la
cuestión táctica aparece como uno de los elementos
fundamentales para la CNT; es precisamente lo que, según ella,
le diferencia de la UGT y viene, en definitiva, a justificar su
existencia. Y así lo reconocía el propio Comité Federal de la
CNT cuando en el manifiesto de enero de 1911 —al que ya nos
hemos referido447— venía a decir que la CNT había nacido

446 Sobre la pervivencia del sindicalismo de base múltiple, sobre todo, las experiencias
cooperativas, véase la amplia bibliografía ya existente al respecto.
447 «Solidaridad Obrera», 13, enero, 1911..
precisamente para unir a todos los proletarios «conscientesy
afines en procedimientos de lucha». Pero el problema estaba
precisamente en definir cuáles eran esos procedimientos de
lucha.

En principio, y de manera general, parece que queda claro


que el gran elemento diferenciador de la CNT y marco en el
que se incluían y del que debían derivar todas sus actuaciones
y, por tanto, su táctica genérica, era la acción directa. Este
principio, elevado a la categoría de dogma, era, pues, la base y
la inspiración de la actuación sindical cenetista.

Así, ya en su salutación a los congresistas de 1911, publicada


en «Solidaridad Obrera» el mismo día de la inauguración del
Congreso, el Comité Federal de la CNT, ensalzando la acción
directa, se refería a la periclitación de los medios indirectos de
lucha, insuficientes para satisfacer las necesidades
revolucionarias del proletariado, y al auge que experimentaba
la acción directa, la «lucha directa y revolucionaria», hasta el
punto —decía— de haberse impuesto entre «proletarios tan
refractarios a ella como el inglés y el alemán»; y añadía: «el
reformismo ha fracasado por completo»448.

Sin embargo, la acción directa, por ser un mero principio de


actuación era excesivamente amplia y podía incluir toda una
serie de formas de actuación o armas de lucha que quizá
convenía delimitar y precisar más. Así, el propio Comité
Federal, tratando de concretar un poco las armas específicas a
emplear, dentro del marco de la acción directa, proponía más

448 «Solidaridad Obrera», 8, septiembre, 1911.


adelante, en la misma salutación, la «organización del
proletariado», a cuyo fin se había creado la CNT, y «cuantas
armas nos ofrece el sindicalismo revolucionario».

Esta referencia genérica a las armas que ofrece el


sindicalismo revolucionario, a la que añadía, además, una
referencia concreta al boicot y al sabotaje, suponía, sin
embargo, una primera concreción en este tema. Pero, además,
esta referencia no era sino un avance de la fórmula que el
propio Comité Federal emplearía al referirse a la cuestión
táctica en el informe presentado por el mismo al Congreso en
su primera sesión. En este informe el Comité de la CNT haría
una referencia más extensa y explícita a los medios de lucha a
emplear por la Confederación, sin que ello supusiese, si
embargo, un estudio detallado de los mismos:

«Es preciso —decía el Comité Federal— encontrar los


medios precisos para contrarrestar la descarada táctica
burguesa, que a nuestro parecer estriba en extender los
conflictos obreros dándoles la extensión posible; deben
rehuirse los conflictos locales, para hacerles nacionales, y
emplearse en ellos los medios del boicot y “a mala paga
mala labor, a poca consideración del burgués hacia los
obreros, menos consideración de éstos a los intereses del
burgués” y cuantos otros medios recomiende el
sindicalismo revolucionario y la experiencia aconseje»449.

Este párrafo del informe del Comité venía a recoger, pues, los
medios que hasta entonces venían siendo las armas habituales

449 «Solidaridad Obrera», 15, septiembre, 1911. El subrayado es mío.


de lucha de la CNT, y que no eran otros que los que la doctrina
sindicalista revolucionaria propiciaba. Solamente faltaba entre
ellos el label, arma que, aunque no era desconocida por los
sindicalistas españoles, ocupaba un lugar muy secundario
dentro de su concepción sindical.

Así, la huelga, la huelga general, el boicot y el sabotaje son


los medios de lucha previstos por la Confederación, son los
elementos clásicos de la estrategia cenetista.

Cabe añadir a este respecto que llama la atención la


concepción que el Comité Federal parece tener de la huelga;
concepción que parece contradecir lo establecido por el
Congreso de 1910 sobre este tema. El Congreso de 1910 había
establecido que la huelga general no debía declararse por
motivos puramente reivindicativos y, en cualquier caso, la
huelga general sólo podría declararse cuando la Confederación
se hallase capacitada para ello; sin embargo, el Comité de la
CNT propone claramente como medio eficaz la lucha, la
extensión de los conflictos obreros al máximo posible, es decir,
la conversión de los conflictos parciales en conflictos generales.

No hay ninguna razón aparente que permita justificar la


alteración de un acuerdo que venía a formalizar una
concepción clave del sindicalismo revolucionario; o, por lo
menos, si ello se hacía conscientemente, es muy extraño que
ello no se hiciese también por la vía formal, es decir, por la
aprobación del Congreso. En cualquier caso, lo que es verdad
es que lo expresado por el Comité Federal en su informe se
acercaba mucho más a la realidad de la práctica cenetista que
lo que formalmente había establecido el acuerdo de 1910,
dado que la pretensión de convertir los conflictos parciales o
locales en conflictos generales fue una tendencia constante de
la Confederación, a partir mismo del Congreso de 1910, que lo
que trataba era precisamente de evitar esta práctica en pos de
una mayor eficacia y consolidación de la CNT. Así, en el propio
Congreso de 1910, poco después de haberse aprobado el
acuerdo citado sobre la huelga general, un delegado pidió la
declaración de la huelga general en toda España para lograr la
solución del conflicto que entonces mantenían los trabajadores
de Sabadell, mientras que otro delegado hizo similar petición
en solidaridad con los obreros zaragozanos.

En este sentido cabría recordar el aumento de la


conflictividad social experimentado en el país en estos años y al
que nos hemos referido anteriormente. Así, según el Institudo
de Reformas Sociales, el número de huelgas de las que éste
tuvo conocimiento experimentó un considerable aumento
desde 1909 a 1911: éstas eran 147 en 1909, 246 en 1910 y 311
en 1911 450.

Pero, a pesar de todo, como ya había ocurrido en el Congreso


de 1910 —salvo el caso concreto de la huelga general, al que
nos hemos referido—, la cuestión táctica, los medios de lucha
concretos a emplear, no fueron incluidos en el orden del día ni
fueron discutidos por el Congreso de 1911. Las indicaciones del
Comité Federal en su informe fueron lo máximo que mereció el
tratamiento de este tema451.

450 «Anuario Estadístico de España», cit., p. 553.


451 El tema de la huelga general surgió también en el Congreso de 1911, pero no como un
acuerdo de tipo general previsto en el orden del día, sino a raíz de una protesta presentada
A mi modo de ver, dos son las razones que debieron inducir
en 1911, como en 1910, o, aún antes, en 1908, a no tratar de
modo específico la cuestión de las tácticas y medios a emplear.
En primer lugar, que se consideraba mucho más importante la
fijación de unos principios generales de actuación, que eran los
que diferenciaban a la Confederación, mucho más que los
medios concretos de lucha. Y, en segundo lugar, la autonomía
de las organizaciones confederadas, principio que se tenía muy
en cuenta a la hora de fijar normas de actuación.

La fijación de principios generales de actuación se


consideraba mucho más importante porque ello era lo que
diferenciaba a la CNT y se mantenía en un nivel muy superior
—ideológico— a la práctica cotidiana. Así, cuando la CNT habla
de la cuestión táctica, entiende por ello algo más que medidas
concretas de actuación ante situaciones concretas y se
remonta más bien a principios de tipo ideológico. Así ocurre
con la acción directa, a la que la CNT se refiere constantemente
como una táctica, cuando en realidad es mucho más que eso y
constituye uno de los elementos consustanciales del
sindicalismo revolucionario, del cual se derivan las diferentes
tácticas de actuación o medios concretos de lucha, adaptables
a las situaciones concretas. La táctica consistiría en la forma de
utilización de esos medios.

Como diría el entonces secretario general de la CNT José


Negre, distinguiendo perfectamente entre principio básico,
táctica y medios concretos:

contra la guerra de Marruecos, lo que dio lugar a que se leyera el acuerdo que se había
adoptado en 1910 sobre la huelga general, al final del cual había un párrafo que amenazaba
con su declaración «en caso de aventuras guerreras por parte deI Gobierno».
«De todos los medios que el sindicalismo, basado en la
acción directa, ofrece, la huelga es el más conocido, y casi
diríamos el único usado»;

Otros medios serían:

«El “boicot”, el “label”, el “sabotaje” y la solidaridad


nacional e internacional de todos los explotados».

Y añadía:

«La buena táctica aconseja, no el empleo sistemático de


los medios de defensa y ataque que se posean, sino el que,
según las circunstancias, que no siempre son las mismas, y
las condiciones del enemigo, pues no todos son iguales ni
oponen idéntica resistencia, sea más apropiado y reúna
más condiciones para alcanzar los fines perseguidos»452.

Así, pues, si la concepción sindical y, aún, la táctica, eran los


elementos que diferenciaban a la Confederación, más que los
medios concretos de lucha, susceptibles de ser utilizados
también por otra central sindical, y, en definitiva, era esa
concepción diferente la que había exigido su propia creación,
era lógico que la Confederación se preocupase de delimitar
claramente el contenido de esta concepción y su versión de la
misma, mucho más que de establecer unas formas concretas
de lucha que, por lo demás, ya estaban en el seno del
movimiento obrero y eran de todos más o menos conocidas.

Por otra parte, la autonomía de las organizaciones

452 J. NEGRE, «¿Qué es el sindicalismo?», cit., p. 22-23. El subrayado es mio.


confederadas imponía a la propia Confederación, como una
concepción de sí misma, unas serias limitaciones a la hora de
fijar los modos de actuación concretos o de establecer
cualquier tipo de norma o acuerdo confederal. Ello ya lo vimos
concretamente al hablar del sindicalismo a base múltiple, cuya
condena del mismo no pudo pasar de una mera
recomendación a las organizaciones confederadas de que no
empleasen tal tipo de acción sindical. Por esto mismo, no se
podía ir mucho más allá —aunque el Congreso no hiciera ni
eso— de recomendar, aparte de tener presente siempre el
principio de la acción directa, consustancial al sindicalismo
revolucionario, la utilización de los medios ya conocidos
(huelga, boicot, label, sabotaje) y «cuantos otros medios
recomiende el sindicalismo revolucionario y la experiencia
aconseje», como el Comité Federal de la CNT había dicho en su
informe al Congreso.

Así pues, la cuestión táctica y los medios de lucha concretos a


emplear eran una puerta abierta a la práctica y la experiencia
diaria del movimiento obrero, cuya única limitación era la
propia concepción de la acción sindical que tenía el
sindicalismo revolucionario, dominada por el principio de la
acción directa.

F) Finalmente, como un complemento de la concepción


sindicalista de la CNT, cabría destacar el poco lugar dedicado al
tema de las reivindicaciones concretas del proletariado
cenetista en aquellos momentos y el tipo de soluciones
adoptadas para tales cuestiones. Ya nos hemos ocupado de
este tema al hablar del Congreso de 1910, pero cabe añadir
aquí que, además de las razones expuestas entonces, vuelve a
recalcar el Congreso de 1911 la necesidad de una sólida
organización y preparación de la Confederación antes de
asumir la lucha por estas mejoras, entre las que destacaba la
jornada de ocho horas y el salario mínimo.

Esta solución venía, por una parte, a demostrar el grado de


conciencia que la CNT demostraba tener de su propia fuerza.
Esta se encontraba aún en un período de crecimiento y de
expansión por todo el país, pero distaba mucho de tener la
fuerza suficiente como para lanzarse, por sí sola, a campañas
de tipo nacional por el establecimiento de estas mejoras
materiales. Por ello, era bastante coherente su postura de
relegar las acciones concretas en pos de estas reivindicaciones
al fortalecimiento orgánico de sí misma, o de limitarlas, en
todo caso, a la correspondiente campaña previa de
propaganda y divulgación del problema. (Cosa que, por otra
parte, entraba en contradicción con las pretensiones tácticas
del Comité Federal de generalizar en la medida de lo posible
todos los conflictos, a lo que nos hemos referido
anteriormente.)

Pero, por otra parte, y, sobre todo, poniéndola en relación


con la solución adoptada en 1910 para estos problemas
—especialmente el tema del salario mínimo y, aún, el de la
jornada de ocho horas—, la solución dada en el Congreso de
1911 demuestra también que la CNT no tenía un criterio muy
definido sobre la significación de estas reivindicaciones, dado
que en ningún caso las soluciones dadas adquieren el carácter
y la fuerza de las adoptadas en torno a otros temas.

Así, mientras en el tema de la jornada de ocho horas se limita


a una campaña propagandística en su favor, lo cual, por otra
parte, como digo, era coherente no sólo con la fuerza que la
CNT tenía en aquellos momentos, sino con el alto grado de
desconcienciación en torno a este problema, el tema del
salario mínimo queda totalmente desdibujado ante el
inoportuno tema de la nivelación de salarios, sin que se llegue
siquiera a la solución dada al mismo por el Congreso de 1910.

Así, pues, aunque el tema de las reivindicaciones o mejoras


inmediatas del proletariado ocupaba un lugar importantísimo
dentro del sindicalismo revolucionario —sobre todo temas
como el de la jornada de ocho horas, salario mínimo, trabajo a
destajo, etc. — su tratamiento por el Congreso mereció una
atención muy inferior a la recibida por otras cuestiones y, en
algunos casos —como en el tema del salario mínimo—, una
solución indecisa, inferior a la adoptada en 1910. Aunque ello
habría que encuadrarlo, primero, dentro del marco de la
motivación fundamental que exigía el Congreso —el
perfeccionamiento orgánico e ideológico de la CNT—, y,
segundo, derivado de esta preeminencia de lo ideológico en la
Confederación, estos temas habría que colocarlos en un nivel
similar al que ocuparían los medios de lucha a emplear —a lo
que nos hemos referido anteriormente—: algo puramente
coyuntural cuya importancia dependía de las circunstancias. A
pesar de lo cual éstos habían merecido aún un poco más de
atención que aquéllos.
LAS TENDENCIAS INTERNAS DURANTE ESTE PERÍODO

Hemos visto hasta ahora que la nueva central sindical nacida


en el Congreso nacional convocado por Solidaridad Obrera a
finales de octubre de 1910, la CNT, se crea para unir a todas
aquellas entidades obreras que no estaban adheridas a la UGT
y que, o bien se hallaban dispersas, o bien, en el caso de las
catalanas, se encontraban encuadradas en el seno de SO. Pero,
además, esta reunificación de entidades obreras al margen de
la UGT se hacía porque todas ellas estaban de acuerdo con una
concepción de la acción sindical que difería sustancialmente de
la que constituía la practicada por la UGT.

Esta concepción de la acción sindical, con cierta imprecisión,


fue descrita en el propio Congreso fundacional de 1910 como
una táctica, o fue asimilada con unos medios concretos de
lucha, la lucha directa; en definitiva, lo que estaba latiendo
detrás de todo ello era elprincipio de la acción directa,
elemento fundamental de la concepción sindicalista
revolucionaria. Así, la nueva central se definiría, como ya
vimos, como sindicalista revolucionaria y adquiriría muy pronto
los caracteres esenciales de tal concepción, tanto en su aspecto
orgánico, como en el ideológico.

Sin embargo, el contenido esencial sindicalista revolucionario


de la CNT en ésta su primera etapa de vida no excluía la
presencia dentro de la organización no sólo de obreros de
diferentes ideologías políticas, sino con diferente concepción
del sindicalismo.

Cuando analizamos SO, cuya concepción sindical recogía ya


gran parte de los elementos básicos del sindicalismo
revolucionario, vimos que precisamente ello era debido a la
contrapesada presencia de diversas corrientes políticas, que
obligaba a mantener la neutralidad de la organización, así
como su elasticidad y estructuración autonomista. Estas
corrientes habían sido los anarquistas, los socialistas y los
sindicalistas sin otra adscripción. El nacimiento de la CNT trajo
consigo el abandono de los socialistas, disconformes con la
creación de una nueva central nacional que pudiera oponerse a
la UGT, con lo que la nueva central quedaba libre de una de las
fuerzas importantes del equilibrio que había existido en SO;
importancia que, como también vimos en su momento, era
más cualitativa que cuantitativa.

Así, cuando la CNT nace, el suave contenido sindicalista


revolucionario que había tenido SO se va haciendo cada vez
más intenso, hasta adquirir la totalidad de las características
propias y diferenciales del mismo, adquiriendo, además, un
carácter excluyente que distaba mucho de haber sido el del
sindicalismo de SO. De esta manera, concepciones como la
acción directa adquieren un carácter de dogma, al mismo
tiempo que se acentúan otros contenidos que, si bien se puede
considerar que estaban inmersos en la propia concepción, no
se habían manifestado de manera tan beligerante; tal es el
caso del antipoliticismo.

De cualquier manera, como digo, la definición sindicalista


revolucionaria de la CNT no significa que, salvo en el caso de la
ausencia de los socialistas, se hubiese alterado mucho el
componente de las fuerzas presentes en la misma. Anarquistas
y sindicalistas seguían presentes. Y cuando digo anarquistas me
refiero, claro está, a los anarcosindicalistas, que no a los
anarquistas puros, ajenos, salvo contadas excepciones, a la
militancia sindical; de la misma manera que cuando me refiero
a los sindicalistas quiero decir con ello sindicalistas
revolucionarios, sin que esto signifique la ausencia de la gran
masa de los trabajadores afiliados a los sindicatos cenetistas,
sin más.

Pero, reconocida la presencia de estas corrientes ideológicas


en el seno de la CNT, resulta bastante difícil precisar con
exactitud sus límites tanto cuantitativos como cualitativos. Es
decir, dada la ausencia de organizaciones específicas que
agruparan a las correspondientes tendencias, al menos con
carácter público, es muy difícil sopesar su peso cuantitativo, si
bien es lógico pensar que la gran mayoría de los afiliados a los
sindicatos de la CNT respondería a una adscripción puramente
sindicalista, y sólo en muy pequeña medida habría sindicalistas
revolucionarios o anarcosindicalistas convencidos. Además,
dado el especial tipo de actividad que desarrolla un sindicato,
es bastante difícil también analizar en la actuación de la CNT o
en sus manifestaciones públicas el peso específico o el poder
condicionante de cada una de estas fuerzas.

El elemento más claro de análisis sería en este sentido el


elemento personal, el análisis de los cuadros dirigentes de la
Confederación. Pero aún ello no es demasiado seguro, en la
medida en que, además de la parquedad de los datos
existentes, se opera en gran parte de ellos oscilaciones que
hacen difícil su localización ideológica.

El sector anarquista o anarcosindicalista es, desde luego, el


que permite un más fácil análisis, en la medida en que contaba
con prensa propia 453. Pero no se trata tanto de hacer un
estudio individualizado de las fuerzas presentes, como valorar
precisamente su presencia en la CNT, su influencia o poder
condicionante, dado que es la Confederación el objeto de
nuestro estudio y es desde esta perspectiva desde donde nos
interesa su análisis.

Así, son precisamente los Congresos de la Confederación los


que permiten un análisis de las fuerzas presentes en la misma y
una valoración más exacta de su influencia dentro de ella.
Primero, porque queda expresa en sus intervenciones la
posición de cada una de estas tendencias en torno a cada uno
de los problemas fundamentales de la Confederación
planteados, y, segundo, porque se demuestra el apoyo que
cada una de estas posiciones obtiene y, con ello, su peso
específico dentro de la CNT.

De cualquier manera, y a pesar de lo antedicho, las


posiciones expresadas en los Congresos hasta ahora analizados
se manifiestan más bien en términos de moderados-radicales,
más que en el de anarcosindicalistas-sindicalistas
revolucionarios. Y ello porque hay como una común
coincidencia en la defensa exclusiva de los valores y conceptos
del sindicalismo revolucionario, que no permite establecer una
muy clara distinción entre las dos diferentes posturas con
respecto a la orientación de la CNT. Esto se debe a que los que

453 «Tierra y Libertad» es sin duda el órgano más representativo de la tendencia


anarcosindicalista, aunque en sus páginas tenía cabida todo tipo de anarquismo. Por lo
demás, la lista de órganos de prensa anarquista que pudieran de alguna manera reflejar esta
tendencia se haría interminable si tuviéramos que aludir a todos ellos.
denominamos anarcosindicalistas se manifiestan en este
momento, no tanto como una corriente del anarquismo que
pretende una orientación anárquica del movimiento sindical,
cuanto como una parte del mismo que cambia su orientación
táctica, decidiéndose por actuar sindicalmente, sin más.

Así, no se encuentra en estos momentos una verdadera lucha


interna en favor o en contra de la definición anárquica de la
Confederación, sino que lo único que se puede observar es un
enfrentamiento entre las posiciones que pretendían una mayor
radicalización en la posición sindicalista revolucionaria de la
CNT y las que se conformaban con un sindicalismo más
moderado, más elástico y menos dogmático. Esto es
fundamentalmente lo que se puede observar a través de las
discusiones de los Congresos. La lucha de mayor contenido
ideológico entre el anarquismo y el sindicalismo será posterior
y no tendrá eco alguno en estos momentos. Ahora bien,
lógicamente, detrás de las posturas más radicales, que
defendían el carácter estricto y excluyente de algunos de los
principios básicos del sindicalismo revolucionario —la acción
directa, el antipoliticismo, etc.— se encuentra la corriente
anarcosindicalista, en la medida en que gran parte de esos
principios los tomaba el sindicalismo revolucionario
precisamente del anarquismo, como ya vimos en su momento.

Así, pues, la corriente moderada se manifiesta


fundamentalmente en torno a temas como la necesidad de un
acercamiento a la UGT, para conseguir la unidad de la clase
trabajadora; si bien parece clara la necesidad de la existencia
de la CNT, hasta que ese momento de la unificación se pueda
conseguir. En este sentido se manifestaron dirigentes como
Jaime Bisbe, que había sido secretario general de SO, y
Salvador Seguí, quien también había contribuido a la creación
de aquella Confederación regional, en el Congreso de 1911.
Pero, en el Congreso de 1910, había habido, incluso, sectores
opuestos a la creación de la CNT, como Tomás Salas, o Cabaña,
que no eran socialistas —como Juan Durán y Jacinto Puig, que
presentaron la moción contraria a la creación de la CNT—,
dado que estimaban, no sólo que la creación de la CNT ponía
en peligro la unidad del proletariado, sino que la entrada de los
sindicalistas revolucionarios en la UGT contribuiría a cambiar la
táctica de ésta, con la que no se estaba de acuerdo454.

También se manifiesta esta tendencia en favor de un criterio


sindicalista más amplio y no excluyente. Así, por ejemplo, se
sostenía que la acción directa, que debía inspirar la lucha
sindical, no excluía necesariamente otro tipo de actuación que
no supusiese necesariamente un enfrentamiento directo con la
burguesía, siempre y cuando no se emplease precisamente en
esos enfrentamientos con la burguesía. Ello quería decir que,
aunque se rechazaban los mecanismos conciliatorios o la
acción política, no se excluía la base múltiple, o la acción
mutual, cajas de resistencia, etc. Así se manifestaron en 1911
Ricart y Ramón Lostau. Pero, aún en relación con la política,
hubo delegados que se manifestaron en contra de la
separación radical de los sindicatos de los partidos políticos,
por entender que había que seguir en esto un criterio más
amplio y no excluir la eventual colaboración de ambas fuerzas;

454 Vid. lo dicho sobre este tema al hablar del Congreso de 1910.
tal fue el caso del catalán Gimeno y del ecijano José Caldero455.

Pero, en ninguno de estos casos anteriores, el criterio


«moderado» triunfó, siendo adoptadas las opiniones de los
sectores «radicales». Sin embargo, el criterio «moderado» sí se
impondría en otros temas.

Así, el criterio orgánico seguido por la Confederación, a pesar


del establecimiento de la más amplia autonomía entre las
entidades federadas, se adaptó bastante a las concepciones de
los sectores que buscaban el mayor perfeccionamiento
orgánico y la mayor conjunción y coordinación entre todos los
organismos de la CNT. Frente a quien negaba incluso la
existencia de un reglamento interno y de toda disciplina
orgánica, la CNT se estructuró a base de Sindicatos,
FEDERACIONES Locales o Comarcales de sindicatos,
CONFEDERACIONES Regionales de FEDERACIONES locales y
FEDERACIONES Nacionales de Oficio o industria, sometidas
todas ellas a la coordinación suprema de un Comité Federal
(Nacional, se llamaría más tarde) y a las directrices del
Congreso Nacional de sindicatos. Así, en el Congreso de 1910,
se siguió el criterio de Ramón Lostau que proponía que la CNT
fuese una Confederación —según el esquema citado—, y no
una mera Federación de sindicatos de todo el país, adheridos
directamente a ella; de la misma manera que en el Congreso
de 1911 se aprueba y ratifica esta estructuración, que incluía a
las FEDERACIONES nacionales de oficio o industria, que serían
posteriormente duramente criticadas por los sectores más
radicales, acusadas de marxistas, etc. La ponencia que

455 «El Poble Catalá», 11, septiembre, 1911.


entonces redactó el Reglamento interno de la CNT —en el
Congreso de 1910— reunía a las cabezas más visibles del
sindicalismo revolucionario, tanto catalán —Negre, Bueso y
Farré—, como de otras zonas del país: Plaza, de Vigo; Álvarez,
de Gijón; Mora, de Zaragoza y Gil, de Andalucía.

También se impuso la concepción moderada, en el Congreso


de 1910, en temas como la lucha por la jornada de ocho horas
y el salario mínimo, cuyos criterios serían un tanto modificados
—como ya vimos— en el Congreso de 1911. Así, los
dictámenes correspondientes, que habían sido realizados por la
misma ponencia —J. Bueso, D. Serra, J. Jaumar, J. Benet, R.
Cantó y R. Costa—, fueron aprobados por el Congreso, al igual
que su dictamen sobre la huelga general, que sería
fundamental en este tema. En él, quizá por influencia de Bueso
—quien terminaría ingresando en el PSOE—, el análisis
realizado se aleja profundamente de todo matiz anarquista,
realizando una crítica de las instituciones de gobierno social, no
en sí mismas, sino como elementos al servicio del dominio de
la burguesía.

Por su parte, la tendencia «radical», que se encontraba a la


cabeza de la Confederación en la persona de su secretario
general, José Negre, sindicalista revolucionario convencido, se
manifestó ya desde un principio decididamente a favor de la
creación de una nueva central sindical —la CNT— que aplicase
un sindicalismo basado en la acción directa, frente a la
«reformista» UGT. Así se manifestó

Negre en el Congreso de 1910, apoyado por varios delegados


—Álvarez, Farré, Sierra Álvarez—, añadiendo, sin embargo, y
contestando a posibles críticas, que la nueva Confederación no
estaba formada sola y exclusivamente por anarquistas y que en
ella «se observa la más estricta neutralidad, integrándola
obreros de todos los matices».

Así, el principio de la acción directa, de una manera


excluyente y absoluta sería impuesto por esta tendencia a la
CNT, rechazándose —en el Congreso de 1911— la base
múltiple, aprobándose una ponencia en cuya redapeién había
participado, sin embargo, Jaime Bisbe, y en cuyo apoyo
intervinieron decisivamente en los debates Negre, J. Vela, J.
Ferrer y otros. La misma ponencia haría aprobar su dictamen
condenatorio de la política, como un «factor perjudicial a la
emancipación del proletariado» 456 . Similares términos
antipolíticos inspiraron también el acuerdo de no colaborar en
movimientos políticos revolucionarios, mientras no
pretendiesen un cambio radical del sistema social; acuerdo que
había sido formulado por una ponencia de la que formaban
parte R. Avila, C. Botella, A. Capdevilla, J. Feu y P. Mayol. De
ellos, Avila, se manifestaría después radicalmente opuesto a la
unificación con la UGT.

El criterio sindicalista estricto de esta tendencia también se


había impuesto ya en el Congreso de 1910, al tratar el tema de
la posible entrada de los intelectuales en los sindicatos.
Entonces, tratando de evitar esta «intromisión» de los
intelectuales, se aprobó una propuesta de P. Sierra Álvarez, J.
Navarro, E. Corominas y R. Ciuró, en términos aún más
estrictos que la ponencia rechazada, por la que no sólo se

456 Estaba formada por R. Costa, M. Vilanova, J. M.a Tost, J. Bisbe y N. Guallarte.
consideraba que solamente eran obreros —y, por lo tanto,
admisibles en los sindicatos— «los que conquistan su jornal en
las empresas o industrias que explotan la burguesía o el
Estado», sino que se excluía, aún de éstos, a los que «por su
trabajo pueden perjudicar directamente a la organización
sindical». La ponencia rechazada había sido elaborada por T.
Herreros, J. Gil, F. Ferroni, M. Vilanova, A. Martín, J. Plaza y M.
Marcet; y en la discusión se manifestarían también a favor de
esta separación entre los intelectuales y los sindicatos —lo que
era tanto como el tratar de evitar el peligro de la intromisión
de la política en los mismos a través de esta vía— José Negre y
J. Ferrer. A favor de los intelectuales se habían manifestado
tanto el socialista J. Durán como los sindicalistas Cantó, de
Alcoy y Lladó, de Sabadell.

También se manifestó esta tendencia en el tratamiento


secundario que recibieron los temas que representaban
mejoras materiales, o la actitud adoptada ante el contrato de
trabajo colectivo —del cual se dijo que «simplemente no
perjudicará siempre que se establezca a base del mutuo
reconocimiento de ambas entidades»— en el Congreso de
1911. Tratamiento que, como vimos, fue inferior al que habían
recibido en 1910. La ponencia que se ocupó de estos temas en
1911 estaba formada por P. Mayol, J. Feu, A. Capdevilla, C.
Botella y R. Avila; la misma que había rechazado el acuerdo con
los «políticos» en caso de un movimiento revolucionario de
este cariz.

Por último, el predominio de esta tendencia quedó


claramente confirmado al aprobar el Congreso de 1911 la
propuesta de R. Avila con respecto a la posible unificación con
la UGT, en la que se establecía —en contra de lo propuesto por
Seguí y Bisbe— que sólo se iniciase el proceso de unificación
cuando la CNT contase, por lo menos, con tantos afiliados
como la UGT, rechazando la propuesta más moderada de Seguí
y Bisbe que establecía unos puntos básicos de acercamiento, a
partir ya de aquel momento.

Sin embargo, a pesar de su aparente predominio, el criterio


«radical» no siempre se impuso, ni con toda contundencia,
triunfando en muchos casos —como hemos visto— el criterio
«moderado». Tal sería el caso de las cuestiones orgánicas,
tanto en 1910, como en 1911, rechazándose las propuestas de
Farré y de Álvarez, en el sentido de que la nueva central fuese
una Federación de sindicatos y no una Confederación de
FEDERACIONES —en 1910—, y confirmando esta
estructuración en 1911; o en el caso de las mejoras materiales
—en 1911— cuando, a pesar de lo acordado por la ponencia
respectiva, en la última sesión se aprueba una propuesta de J.
Durán, que completaba el tratamiento dado por la ponencia al
tema de las ocho horas de jornada457.

En definitiva, se puede concluir que hay una evidente


tendencia hacia la radicalización a partir de 1910, que se
manifiesta más claramente en 1911, lo que equivale a decir
que existe un creciente predominio de la tendencia «radical»,
detrás de la cual se escondía, en la mayoría de los casos, que
no en todos, la concepción anarcosindicalista de la acción

457 A ello se había opuesto el mallorquín Ordinas, estimando, como ya vimos, que era
más conveniente elevar los jornales que reducir la jomada de trabajo. El mismo Ordinas se
había manifestado en 1910 a favor de emplear los medios más enérgicos en las
reivindicaciones obreras, «pues no se puede vencer de otra manera».
sindical. Sin embargo, este anarcosindicalismo no se
manifestaba expresamente entre los militantes de la
Confederación —en el sentido de pretender llevar a la misma
hacia una definición anárquica o comunista libertaria—,
quienes se limitan a una mera militancia sindicalista, lo que
hace que, en definitiva y a pesar de toda tendencia interna, la
CNT se manifieste durante todo este período como una central
exclusivamente sindicalista revolucionaria.

Y ello no sólo se manifiesta —como hemos visto— en un


cierto equilibrio entre las dos tendencias remarcables —a
pesar del creciente predominio de la «radical»—, que hace que
tanto las concepciones de la una como de la otra se impusiesen
en la Confederación, dependiendo del tema tratado; sino que
se manifiesta más claramente por la expresa manifestación de
fe sindicalista revolucionaria que tanto una como otra hacen
continuamente. Así, a lo largo de este período y en los
Congresos de la Confederación, vemos declararse sindicalista
revolucionario tanto a Tomás Herreros —el más claro
anarcosindicalista de los dirigentes de la CNT del momento,
miembro del consejo de redacción del periódico anarquista
«Tierra y Libertad»—, como a Jaime Bisbe o a José Negre
—sindicalistas revolucionarios, de los que se podrían
denominar «puros»—, e, incluso a Joaquín Bueso —uno de los
dirigentes más politizados, de formación marxista y que
terminaría ingresando en el PSOE—. Este equilibrio se
manifestaba también en la propia dirección de la CNT, en cuyo
Comité Federal, elegido en noviembre de 1910 458 ,

458 «Solidaridad Obrera», 16, diciembre, 1910. El Comité Federal quedó compuesto,
en una reunión de Juntas y delegados celebrada en Barcelona el 19 de noviembre de 1910,
como sigue: secretario general, José Negre; secretario 2.°, T. Herrer; secretario 3.°, M.
encontramos miembros de ambas tendencias. Así, José Negre,
a quien hemos descrito como un sindicalista puro, aunque del
ala radical, desempeñaba la labor de secretario general,
mientras que el secretario segundo era Timoteo Herrer
(¿Tomás Herreros?) anarcosindicalista, y el secretario tercero
era M. Permanyer. El tesorero, Ferrer, lo vemos manifestarse,
tanto en 1910, como en 1911, en un sentido también bastante
radical. En fin, similar distribución podría hallarse entre los
diferentes vocales del Comité. El otro cargo importante de la
Confederación —la dirección de «Solidaridad Obrera»—, lo
ocupaba, en cambio, Joaquín Bueso, quien permaneció en el
mismo desde noviembre de 1910 hasta octubre de 1911,
cuando ingresaría en el PSOE459.

Así, en el acto de clausura del Congreso de 1911, por hablar


precisamente del período en que la tendencia radical ejercía un
más claro predominio, vemos cómo todos los intervinientes, de
una y otra tendencia, se manifiestan en este sentido: Vela, de
Valencia, habla de «la voz de la verdad sintetizada en el
sindicalismo revolucionario bajo el método de la acción
directa» (Vela se había destacado en la condena del
sindicalismo a base múltiple y de la actividad política, a pesar
de que intervino también en las cuestiones orgánicas en un
sentido moderado). Colominas, de Andalucía, habla de que la
CNT debe hacer propaganda de sus concepciones, que son las

Permanyer; tesorero, P. Ferrer; contador, J. Martí; encargado de la confección del


periódico, Joaquín Bueso; administrador del periódico, Rafael Avila; vocales: J. Vives, E.
Corominas, M. Vidal, J. Solá, J. Esteve, J. Roca, J. Fernández y F. Ullod.
459 «Solidaridad Obrera», 16, diciembre, 1910. Véase también X. CUADRAT, op. cit., p.
498, quien cita «La Justicia Social», 11, noviembre, 1911 y «El Socialista», 15,
diciembre, 1911. ADOLFO BUESO, «Recuerdos de un cenetista», I, Barcelona, 1976, p. 57
(el autor es hermano de Joaquín Bueso).
del «Sindicalismo moderno». Pedor Mayol, de Tarrasa, habla de
la «grandeza del sindicalismo revolucionario» (participó en la
redacción de la ponencia que rechazó la colaboración
revolucionaria con los «políticos» y en la que trató el tema de
las reivindicaciones materiales). Tomás Herreros, que actuaba
en el Congreso como representante de la Sociedad de Oficios
Varios de Bilbao, condena los «medios rastreros» de los
políticos y defiende el «sindicalismo moderno» de la CNT.
Crespo, de Cullera, entiende que la táctica seguida por la CNT
«es el medio para que todos los trabajadores puedan llegar a la
conquista de su emancipación». Joaquín Feu, de Ayamonte,
dice estar de acuerdo con lo expresado por Herreros (participó
también en la ponencia que rechazó la colaboración con los
políticos). Lacort, de Zaragoza, considera acertados los
acuerdos del Congreso y manifiesta que sólo adoptando una
táctica «puramente revolucionaria» se pueden lograr las
conquistas necesarias para el proletariado (se había
manifestado en los debates en contra de la política y había
participado en la ponencia sobre cuestiones orgánicas). Y, en
fin, el propio secretario José Negre se manifestaría en términos
similares, al igual que otras intervenciones a las que no nos
hemos referido y que, en cierto modo, repiten lo que ya se
había dicho también en 1910.

La CNT es, pues, sindicalista revolucionaria, y como tal se


define y la definen sus más destacados dirigentes —por encima
de sus propias tendencias sindicales o políticas—. Sólo más
tarde, después de tres años largos de suspensión —decretada
el mismo mes de septiembre de 1911—, y de un enorme
crecimiento posterior, que daría entrada en la misma a nuevas
generaciones de militantes, y de la imposición de la tendencia
anarcosindicalista, ahora como tal, se cambiaría la definición
de la Confederación por la de «comunista libertaria», lo que
equivalía a decir anárquica.
CAPÍTULO III

EL ANARCOSINDICALISMO I: EL PROCESO DE CAMBIO.


LA CNT DE 1911 A 1919

Hemos tratado de analizar en los anteriores capítulos el


proceso de formación y desarrollo del sindicalismo
revolucionario en España, estudiando, primero, las corrientes
ideológicas y políticas que convergieron en el mismo o
coadyuvaron de alguna manera a su surgimiento, así como
describiendo, en ambos casos de una manera bastante somera,
el aparato conceptual esencial de esta concepción de la lucha
social; y, relatando, en segundo lugar, con más detalle ya, la
consolidación del mismo, tanto orgánica como ideológica, a
través de la constitución de Solidaridad Obrera y su
continuadora la Confederación Nacional del Trabajo.

Dijimos entonces que el desarrollo del movimiento


sindicalista revolucionario era precisamente el resultado
—entre otras cosas— de aquella convergencia ideológica, pero
que, al mismo tiempo, el sindicalismo revolucionario, había
llegado a formar todo un conjunto conceptual que hacía que
pudiese ser considerado como un cuerpo ideológico con
entidad suficiente como para ser totalmente independiente de
las demás corrientes que en él influían y de las que, en cierto
modo, tomaba gran parte de sus concepciones, así como para
constituir una alternativa ideológica a todas ellas.

Pero en este conjunto ideológico que constituye el


sindicalismo revolucionario, cuya consistencia se fue
produciendo en la medida en que la adquirían también las
organizaciones obreras en las que se sustentaba,
—perfeccionándose, delimitando y completando sus
concepciones en la medida en que la experiencia de la lucha
obrera lo exigía y, al mismo tiempo, en que producía el
perfeccionamiento de las propias organizaciones sindicales—,
no consiguió, por la propia concepción de sí mismo, subsumir a
las otras corrientes ideológicas que en el mismo convergían y
que, como tales, estaban presentes también en las
organizaciones sindicales. Así, a pesar de que el sindicalismo
revolucionario se consolidara como un conjunto ideológico
independiente —«el sindicalismo se basta a sí mismo», se decía
entonces, tratando de resaltar esta independencia y de impedir
el predominio de ninguna otra corriente ideológica dentro de
los sindicatos—, el mero hecho de que rechazase la concepción
ideal de sí mismo, considerándose más bien como una mera
práctica y evitando el ser definido como una ideología más, en
competencia con las otras460, no hacía sino dejar el campo
abierto a las demás concepciones ideológicas de la lucha social,
facilitando la posibilidad del predominio de cualquiera de ellas
dentro de la organización sindical en cuanto se lo propusiera.

460 En anteriores capítulos vimos cómo la mayor parte de los autores sindicalistas
revolucionarios definían al sindicalismo, en términos muy generales, como una táctica;
destacando con ello su contenido vivo, en plena formación y evolución, lo que
contraponían a ideología, como algo dogmático, cerrado y estático.
De hecho, hemos visto también cómo la corriente
predominante de las que convergen en el sindicalismo
revolucionario español era precisamente el anarquismo, cuyo
predominio, en la práctica, sólo venía siendo limitado, aparte
de por la presencia de una importante —más cualitativa que
cuantitativa— fracción socialista, en los primeros momentos,
por el propio cambio de actitud derivado de la crisis sufrida por
el anarquismo desde finales de siglo, que le había llevado a
abandonar las viejas tácticas y a adoptar la estrategia
sindicalista, de una manera consciente y convencida de las
ventajas y de lo adecuado del sindicalismo revolucionario para
los fines de la revolución social, en algunos casos, y con la
intención de hacer de los sindicatos un campo de acción y de
cultivo de la ideología anarquista, en otros.

Sin embargo, el proceso histórico determinaría que ese


predominio del anarquismo le llevase de ser una mera
corriente ideológica —la más importante— de las presentes en
los sindicatos, a ser la hegemónica, a ejercer un predominio
efectivo en los mismos, imponiendo sus propias concepciones
por encima de la genérica concepción sindicalista
revolucionaria, a cuya formación y consolidación había
contribuido en un principio. Pero, como ya lo hicimos también
en su momento, tenemos que volver a hacer aquí la precisión
de que es, no el anarquismo en general, ni siquiera aquél que
decidió emplear a los sindicatos como un mero campo para su
propio desarrollo, sino aquella facción del anarquismo que ve
en el sindicalismo y en los sindicatos el medio más apropiado
para realizar la revolución social la que se va a imponer. Es
decir, es el denominado anarcosindicalismo el que terminará
por desplazar al sindicalismo revolucionario como inspirador
ideológico de la acción sindicalista, dando a los sindicatos un
contenido diferente, cargado de una concepción política
concreta: el anarquismo, que, aunque supusiera precisamente
la negación de la actividad política de gobierno —en lo que no
contradecía a uno de los elementos básicos de la concepción
sindicalista revolucionaria—, suponía una opción política e
ideológica concreta, que trascendía la acción sindical y qué, por
lo tanto, vulneraba el fundamento esencial del sindicalismo
revolucionario: el neutralismo político e ideológico de los
sindicatos, creando con ello un principio de división entre los
obreros que impediría, una vez más, la unión total de la clase
trabajadora en el seno del sindicato, que el sindicalismo
revolucionario pretendía conseguir.

Así, el anarcosindicalismo suponía una nueva tendencia del


anarquismo que, aunque hundía sus raíces en la facción
bakuninista de la Primera Internacional, había abandonado
muchas de las viejas concepciones del anarquismo obrerista de
entonces y aceptaba gran parte de los planteamientos nuevos
que preconizaba el sindicalismo revolucionario, pero
condicionando el conjunto de la acción sindical a un fin
revolucionario concreto: la realización de la Anarquía; cuyos
principios no sólo eran considerados como una meta a la que
debería dirigirse la acción sindical, sino que deberían inspirar y
regir el conjunto de la organización y de la actuación de los
sindicatos obreros.

Los capítulos siguientes se ocuparán precisamente de reflejar


este proceso de ascensión del anarcosindicalismo dentro de la
organización sindical, que llevará a la definición de la CNT como
una organización comunista libertaria, acordada en el Congreso
Nacional de 1919. Pero, también tratarán de reflejar el enorme
confusionismo que decisiones como ésta y otras
contradictorias llevaron al seno de la Confederación, en la que,
junto al predominante anarcosindicalismo, el sindicalismo
revolucionario —que empezará a ser denominado, con
frecuencia con un tono despectivo, «sindicalismo puro»—, con
un cuerpo de doctrina ya muy elaborado por la larga
experiencia, mantendrá contra todo ataque, desde posiciones
francamente débiles en la mayoría de los casos, sus
concepciones. Al mismo tiempo, fenómenos como el de la
revolución bolchevique de 1917 harán despuntar nuevas
tendencias en el seno de la Confederación que contribuirán a
hacer el panorama aún más confuso. Así frente a las tendencias
clásicas, sindicalista revolucionaria y anarcosindicalista,
cobrarán fuerza durante el período que va desde la vuelta a la
legalidad de la CNT en 1915, hasta la proclamación de la
Segunda República, por un lado, los sectores pro-bolcheyiques,
partidarios del acercamiento a la Tercera Internacional y su
rama sindical, la Internacional Roja, tendencia que cristalizaría
en los Comités Sindicalistas Revolucionarios, en 1922; y, por
otro, la tendencia anarquista preocupada por mantener la
pureza anárquica de los sindicatos, que terminará por fundar,
en 1927, la Federación Anarquista Ibérica, asegurando una
coordinación nacional del conjunto de los grupos anarquistas
qué, en su gran parte, venían actuando ya en el seno de los
sindicatos desde hacía mucho tiempo.

El amplio espacio que cubre el período que ahora vamos a


estudiar —de 1911 a 1919—, y, como dijimos en anteriores
ocasiones, el objeto mismo de nuestro trabajo, impiden
realizar una descripción detallada de toda la serie de
acontecimientos históricos de enorme trascendencia que en el
mismo se van a producir. Sin embargo, ello no impedirá que en
más de una Ocasión estos hechos se vean mínimamente
descritos, en la medida en que su descripción se haga
imprescindible para la comprensión de las inflexiones o tomas
de posición ideológicas de la CNT, cuyo análisis es el objeto
central de nuestro estudio.

I. LA CNT DE 1911 AL CONGRESO NACIONAL DE 1919.

1. — 1911-1915: Volver a empezar.

Poco después de la clausura del Congreso Nacional de 1911,


la CNT sería puesta en la ilegalidad, cuando comenzaba su
andadura como una central sindical de ámbito nacional ya
perfectamente, al menos en el plano formal, estructurada. Su
suspensión legal fue una consecuencia de los sucesos que se
produjeron en diferentes puntos del país, con motivo del
desencadenamiento de la huelga general que estallaría a los
pocos días de la clausura del Congreso461, y de la cual fue
acusada como principal instigadora.

461 J. DÍAZ DEL MORAL («Historia de las agitaciones campesinas andaluzas», p. 171)
dice que la suspensión de la CNT fue ordenada por el Juzgado de la Barceloneta, quien
«ordenó el cierre de todas las sociedades adheridas a ella». J. PEIRATS («Los anarquistas
en la crisis política española», p. 14) dice también, que «En octubre de 1911 un juez de
Barcelona declaró ilegal la existencia de la CNT y asimismo su funcionamiento ».
Es muy difícil precisar con entera certeza, no ya la
participación obvia de la CNT en la citada huelga, sino su papel
instigador o director de la misma. De entrada, cabría decir que
el reducido tamaño de la organización cenetista en aquellos
momentos462, a pesar de su ya indicado proceso ascendente,
debería hacer muy difícil este papel, aunque tal se pretendiera.
Tampoco es el objeto de este trabajo el entrar en precisiones
fácticas de este tipo; sin embargo, sí se pueden dar algunos
datos al respecto. Parece ser que finalizado el Congreso, los
delegados se reunieron de manera secreta, en los mismos
locales donde éste se había celebrado, presididos por José
Negre y con asistencia, además, de «otros anarquistas y
socialistas significados»463. Allí acordaron, tras informar Negre
que se contaba para ello con un previo acuerdo con los
socialistas y con los radicales, desencadenar una huelga
general de cariz revolucionario aprovechando los diferentes
conflictos que se estaban produciendo, especialmente en las
cuencas mineras de Asturias y Vizcaya 464, y se nombró un
comité de huelga. Todo ello según Constant Leroy (Miguel
Villalobos Moreno)465.

462 Hay que recordar que la CNT contaba entonces con unos 25.915 afiliados en toda
España (Solidaridad Obrera, 8-septiembre-1911), mientras que la UGT contaba con
77.749.
463 C. LEROY «LOS secretos del anarquismo», p. 30. De la celebración de esta reunión
también informa M. BUENACASA «El movimiento obrero español (1886-1926)», p. 51.
464 La huelga general estallaría, tanto en las cuencas mineras asturiana como vizcaína,
el mismo día 11, lo que hace muy difícil que la decisión del inicio de las mismas, como
parte del conflicto general, partiese de la citada reunión, dado que el Congreso de la CNT
finalizó el día 10. C. LEROY dice que, según el acuerdo de la citada reunión, la huelga
debería ser general, en todo el país, el día 17 de septiembre (op. cit., p. 34). En realidad,
debería decir 18, dado que el 17 era domingo.
465 C. LEROY, op. cit., p. 31 y ss.
Sin embargo, los socialistas desmintieron este complot
revolucionario, a pesar de que la UGT declaró entonces la
huelga general. Así, Juan José Morato relata cómo la huelga se
declaró a pesar de la resuelta oposición de dirigentes como
Perezagua, y considera que las organizaciones obreras no
hicieron sino caer en una provocación gubernamental al
declarar la huelga general, lo que fue aprovechado por el
Gobierno de Canalejas para suspender las garantías
constitucionales y reprimir duramente a las sociedades
obreras, que se encontraban en un período ascendente y de
gran movilidad reivindicativa 466.

El cualquier caso, la huelga general, que tuvo un relativo


éxito en el Norte, Cataluña y Levante, trajo consigo la
suspensión de la CNT y el cierre total de sus instalaciones, así
como la persecución de sus más destacados dirigentes 467. La
mayoría de éstos, incluido el propio secretario general de la
CNT, José Negre, fueron detenidos la víspera misma del día
pensado para la generalización del conflicto, lo que contribuyó
a limitar el alcance de éste468.

466 J. J. MORATO «El Partido Socialista Obrero», cit., p. 194. Decía Morato:
«Entonces creíamos y ahora creemos que la Unión General cayó candorosamente en un
lazo (...). Todo aquello no fue sino un ardid del Gobierno, que necesitaba un estado
excepcional, y lo creó, utilizando recursos nada nobles».
467 De esta represión tampoco escapó la UGT, contra la que se abrieron varios procesos
y en cuya disolución llegó también a pensarse en medios gubernamentales. M. NÚÑEZ DE
ARENAS y M. TUÑÓN DE LARA «Historia del Movimiento Obrero Español», Barcelona
1970, p. 175.
468 La policía estaba al tanto de la actuación de los medios confederales a través de las
confidencias de Miguel Sánchez González y de su hermano José («Constant Leroy» y
«Miguel Villalobos Moreno»), así, la noche del 16 de septiembre pudo detener a más de
quinientos militantes de la CNT, desbarajustando sus posibilidades de actuación. Vid. al
respecto: C. LEROY, op. cit., p. 34; M. BUENACASA, op. cit., p. 51-52; X. CUADRAT
Desde entonces, la CNT vivió en la más completa
clandestinidad, y mejor sería decir no vivió, dado que la
represión a la que fue sometida anuló por completo su
existencia. La incipiente organización sindical no estaba aún
preparada para una actuación en la clandestinidad, en base a
los nuevos presupuestos del sindicalismo, por lo que los restos
de actividad quedaron limitados a los reducidos grupos
anarquistas, que continuaron actuando y mantuvieron el
enlace mínimo que permitiría el lento proceso de
reconstrucción iniciado en los años 1913-1914 469.

La vuelta de la organización cenetista a la actividad


comenzaría a producirse en el año 1913. El indulto general
concedido por el Gobierno Romanones, el 23 de enero de 1913
dirigido especialmente a los detenidos por delitos de tipo
político y social, abrió las puertas de las cárceles a la mayoría
de los detenidos por los sucesos de septiembre de 1911, y con
ellos saldrían a la calle las figuras más destacadas de la
Confederación. Ello sería lo que facilitaría el reinicio de la
actividad orgánica de la CNT.

El primer organismo confederal que logró su reorganización


fue el Comité Local de Barcelona, quien, asumiendo el

«Socialismo y...», cit., p. 568-570. Este último incluye además una relación cronológica de
los sucesos de la huelga general de septiembre. E. COMIN COLOMER «Historia del
anarquismo español», Madrid 1950, copia prácticamente al pie de la letra los informes de
LEROY, añadiendo otros de carácter policial, y no duda en atribuir el origen de todo lo
ocurrido a la masonería internacional (p. 157).
469 Según DÍAZ DEL MORAL, «El naciente sindicalismo se hundió; su prensa
desapareció por completo. La anarquista, que continuaba, aunque con desmayo, su
habitual labor de propaganda, acogía en sus columnas los trabajos sindicalistas» (op. cit.,
p. 171).
protagonismo de la dirección de la reconstrucción de la
Confederación, logró reunir en Barcelona la primera Asamblea
Regional de sindicatos, desde la práctica desaparición de la CNT
en septiembre de 1911.

La Asamblea regional catalana, que se reunió en los locales


del Centro Obrero de la ciudad condal los días 23, 24 y 25 de
marzo de 1913, fue realmente el primer acto colectivo de la
organización cenetista en la segunda etapa de su vida. Reunió a
cerca de 50 entidades de Barcelona y de su comarca,
principalmente. Su tema fundamental fue, desde luego, la
«Necesidad de constituir la Confederación Regional» —como
rezaba el punto uno del temario—, pero también abordó la
Asamblea otros temas de singular importancia 470.

La necesidad y el acuerdo de constituir la Confederación


Regional fue apreciada y adoptado por absoluta unanimidad de
los asistentes a la Asamblea, quienes acordaron, además, la
redacción de unos nuevos Estatutos de la misma 471 . La
discusión del proyecto de nuevos Estatutos dio lugar a un
debate en el que volvieron a aflorar viejas concepciones, tanto
en el aspecto orgánico como ideológico, que habían quedado
ya desestimadas en los Congresos de 1910 y de 1911; lo que da
una idea bastante clara de cómo el renacer de la
Confederación se realizaba en 1913, partiendo prácticamente

470 La reseña de las sesiones de esta importante Asamblea serían publicadas por los
números 1 y 2 de Solidaridad Obrera, en ésta su tercera etapa de vida, de 1 y 17 de mayo
de 1913, respectivamente.
471 La comisión redactora de los mismos estaría formada por Puig, de Vilasar de Dalt;
Ferroni, de Tarrasa; y Ullod, de los cerrajeros, Piñón, de los lampareros y Sierra, de los
cilindradores, de Barcelona (Solidaridad Obrera, l-V-1913, p. 2).
de cero y reelaborando sobre cuestiones que ya habían sido
resueltas anteriormente.

Así, volvió a salir el tema de si la Confederación debería estar


formada a base de sindicatos o de FEDERACIONES de
sindicatos, la cuestión de las cotizaciones, de la representación,
de la filiación, etc., pero, también, la cuestión de la orientación
y de los principios que debería seguir la organización.

En el primer aspecto, en el aspecto orgánico, la Asamblea


acordaría, y así quedaría establecido en los nuevos Estatutos,
que la nueva Confederación Regional estaría formada por la
confederación de FEDERACIONES —locales o comarcales— de
sindicatos, como ya había sido anteriormente. Ello sin perjuicio
de que los Congresos estuvieran formados por delegados
directos de cada uno de los sindicatos. Las FEDERACIONES
cotizarían 2 ctms. por federado al Comité Regional, y fijarían a
sus afiliados la cotización que estimasen oportuna. El Comité
Regional, que residiría en Barcelona, se encargaría, además de
las labores propias de la organización, de la ayuda y asistencia
a los detenidos y a sus familiares.

Por otra parte, en cuanto a la afiliación, sólo podrían


pertenecer a la Confederación entidades de resistencia,
negándose expresamente la posibilidad de pertenecer a la
misma a los Ateneos Sindicalistas, por no ser ésta la finalidad
explícita de los mismos; aunque no se rechazase en absoluto la
colaboración de los mismos con la Confederación.

También en el campo de la afiliación, se vuelve a insistir en la


necesidad de la asociación de la mujer en los sindicatos
obreros, sobre todo en el ramo fabril y textil, donde abundaba
su presencia en las fábricas472.

En el terreno de los principios, enlazando con el tema de la


afiliación, la Asamblea estudiaría la propuesta de que no podría
pertenecer a la Confederación ninguna entidad «cuya táctica y
finatidad no sean puramente sindicalistas, sin que esto impida
que los individuos que la compongan ostenten particularmente
la creencia u opinión que mejor les parezca». Pero, aún más,
por si esta cláusula, exigiendo una finalidad puramente
sindicalista a cualquier entidad que quisiese pertenecer a la
Confederación, no fuese suficiente, se propondría también a la
Asamblea concretar más la definición sindicalista del nuevo
organismo, afirmando la acción directa como la «táctica a
seguir», y un neutralismo ideológico, en principio, que dejaba,
en todo caso, la adopción de una resolución más específica en
este terreno para un Congreso posterior. Se dijo entonces:

«La táctica a seguir de la Confederación deberá ser la


acción directa, dejando el deslinde de campos en lo que a
la ruta idealista se refiere, al arbitrio de un Congreso que
oportunamente se celebrará»473.

Y cuando se trató el tema de la propaganda y extensión de la


organización, se estableció el acuerdo de publicar «un
periódico semanal que sea el órgano de la Confederación
Regional». Salvador Seguí insistiría en que ello serviría para
divulgar en todas partes «la buena nueva de las doctrinas del

472 «Solidaridad Obrera», 17-mayo-1913, p. 3. En adelante, este periódico aparecerá


citado como «Soli».
473 «Soli», l-mayo-1913, p. 2.
Sindicalismo moderno»474. El sindicalismo revolucionario, con
sus connotaciones esenciales de apoliticismo o neutralismo
ideológico y la acción directa como denominador común de su
actuación, era, pues, la orientación bajo la cual la CNT renacía,
con la reorganización de su Confederación Regional más
importante, en base a la cual realizaría su relanzamiento.

El otro acuerdo importante de la Asamblea regional catalana


de marzo de 1913 fue precisamente el de reeditar «Solidaridad
Obrera», como órgano de prensa de la Confederación Regional
del Trabajo de Cataluña. Desaparecida en septiembre de 1911,
con la CNT, la ausencia total de fondos hizo bastante difícil su
puesta en circulación de nuevo; sin embargo, ello se logró
finalmente, debido al esfuerzo económico de los sindicatos, y
el número primero de ésta su tercera etapa y séptimo año de
vida apareció el día 1 de mayo de 1913. Dificultades con la
empresa impresora hicieron que el segundo número se
retrasara hasta el 17 del mismo mes; pero, a partir de este
momento, con gran continuidad, «Solidaridad Obrera»
aparecerá semanalmente, hasta que en marzo de 1916 se
convierta en diario.

Al igual que la Confederación, y como su portavoz,


«Solidaridad Obrera» renace con el mismo espíritu que ésta y
con la intención de continuar el camino en la línea que habían
sido bruscamente cortados en 1911. Así es como lo expresaba
el editorial del número uno, titulado «Resurgimiento»:

«Estamos, pues, en el mismo sitio en donde nos hallábamos

474 Idem.
cuando la última suspensión de SOLIDARIDAD OBRERA.
Nuestras posiciones son las mismas, nuestro programa no ha
variado un ápice. Vamos a la propagación del sindicalismo sin
traba alguna sin sofisma de ninguna especie.»

Y en similar sentido se expresaban el resto de los articulistas


que cubrían el número inicial, entre los que podríamos
destacar a Anselmo Lorenzo —«Vuelta a empezar»—, Tomás
Herreros —«Decíamos ayer...»—, V. García —«En la brecha»—,
José Chueca —«Hombres e ideales»—, etc.

La Asamblea de Barcelona, a propuesta del Ateneo


Sindicalista de Barcelona, estudió también la posibilidad de
enviar un delegado al Congreso Internacional Sindicalista de
Londres, que se celebraría en aquella ciudad a finales del mes
de septiembre del mismo año 475 . El Ateneo Sindicalista
presentaba, incluso, a la Asamblea un texto o ponencia que el
que fuera nombrado delegado por la misma, presentaría al
citado Congreso. Sin embargo, la discusión de este tema trajo
como resultado el acuerdo de que la Confederación, en primer
lugar, no tenía dinero suficiente como para enviar un delegado
a Londres476, y en segundo lugar, que no representaba sino a

475 La citada Conferencia (27 de septiembre a 2 de octubre de 1913) trataba de crear


una nueva Internacional que reuniese a las organizaciones obreras de carácter sindicalista
revolucionario o de matiz libertario, que no se hallaban incluidas en la Internacional
Socialista. El estallido de la guerra europea frustraría su constitución. (A. Rosmer, «Le
congrés de Londres», en La Vie Ouvriére, 20-octubre-1913; A. LEHNING, «Del
sindicalismo revolucionario...», cit., p. 56-57; D. ABAD DE SANTILLÁN «Contribución
a...», II, p. 116; AMARO DEL ROSAL «LOS Congresos obreros del siglo XX», p. 403). El
Congreso Internacional de El Ferrol (29 de abril de 1915) volvería a intentar, más tarde, la
formación de esta nueva Internacional. Fracasado este nuevo intento, el Congreso
Nacional de la CNT, de 1919, volvería a lanzar esta idea.
476 Se acordó que las 600 ptas. que se estimaba costaría la delegación era mejor
emplearlas en propaganda para el desarrollo de la CRT («Soli», 17-mayo-1913, p. 3).
una parte mínima —y en reorganización— del país, por lo que
no tenía legitimidad suficiente como para representar a toda la
CNT; por ello se resolvió que la representación confederal en el
citado Congreso fuese indirecta, la nombrase el Comité y que
este mismo fuese el que diese las indicaciones pertinentes al
que resultase delegado, rechazándose el texto presentado por
el Ateneo Sindicalista.

Sin embargo, los acuerdos de la Asamblea sobre esta


cuestión no fueron respetados, dado que, a la hora de la
verdad, fue José Negre quien viajó a Londres, representando a
la CNT en el Congreso Internacional; y allí tendría oportunidad
de coincidir con Kropotkin y otras destacadas figuras del
anarquismo y del sindicalismo europeo477.

Pocos datos hay, en realidad, de la actividad de la CRT


catalana en estas fechas. La CNT, como tal, no existía, ni
existiría hasta el año 1915. La vida confederal se limitaba a la
actividad de la Regional catalana, como en las épocas iniciales
de Solidaridad Obrera. Legalizada la CRT de Cataluña en abril
de 1913, a resultas de los acuerdos de la Asamblea de marzo, la
Federación Local de Barcelona reuniría a sus sindicatos en
asamblea, el 3 de mayo, para nombrar al Comité Regional; sin
embargo, no hay datos precisos para asegurar quién sería
nombrado secretario general, ni se refiere «Solidaridad
Obrera» a ello 478.

De cualquier manera, la actividad sindical de la

477 «Soli», 20-septiembre-1913; D. ABAD DE SANTILLÁN «Contribución a...», II, p.


116; A. ROSMER, «Le Congrés...», cit.
478 «Soli», l-mayo-1913 y siguientes.
Confederación, a pesar de su situación orgánica, fue bastante
viva e, incluso no dejó de notarse en el período previo a su
legalización. Y como buena prueba de ello podría citarse la
importante huelga ferroviaria que tuvo lugar el año anterior y
que finalizaría mediante el empleo de la militarización del
servicio, decretada por Canalejas —imitando lo que en octubre
de 1910 había realizado en Francia el Gobierno Briand (antiguo
defensor de la huelga general)—, en la que, a pesar de que el
protagonismo dirigente correspondía principalmente a los
elementos de la UGT, mayoritarios en el sector, los elementos
cenetistas no dejaron de tener un importante papel.

Pero, precisamente a resultas de su actividad sindical, recién


iniciada en la legalidad, la Confederación va a sufrir una nueva
suspensión a los pocos meses de haber iniciado la
normalización de su existencia. La huelga general del ramo
fabril y textil, acordada en una asamblea celebrada el 27 de
julio de 1913479 determinaría una nueva suspensión de la CRT,
que se produciría en los primeros días de agosto de ese mismo
año 480 . Sin embargo, la nueva suspensión no tendría la
contundencia que tuvo la decretada en 1911, y, aunque sólo
sería levantada a principios de marzo de 1914, a finales de
1913, la CRT contaba ya con una cierta permisividad que no le
impedía realizar gran parte de su actividad sindical a plena luz.
De hecho, su órgano, «Solidaridad Obrera», no sería
suspendido y continuaría publicándose con normalidad, dando
noticia de las actividades de la Confederación.

479 «Soli», 31-julio-1913.


480 «Soli», 7-agosto-1913.
La huelga del ramo fabril y textil supuso para la CRT catalana
la apertura de un expediente judicial que amenazaba con su
completa disolución, y, desde luego, la persecución de sus
Comités Regional y Local de Barcelona. Estos hubieron de ser
sustituidos por una Comisión clandestina, que se encargaría de
dirigir las actividades confederales durante todo el período que
duró la suspensión legal. La Comisión estaba formada por José
Climent, José Negre, Saturnino Meca, Antonio Loredo, José
Godayol y Francisco Miranda 481.

A finales de año, el 16 de noviembre —y ello es una buena


prueba de la cierta permisividad con la que contaba la
Confederación durante su suspensión legal—, se celebró una
nueva Asamblea regional en Barcelona, que reuniría a unas
cuarenta entidades obreras, y cuyo objetivo fundamental era el
estudiar la situación por la que se pasaba y el tratar de hallar
un remedio a la misma482. La nueva suspensión de la CRT y la
amenaza de disolución que pendía sobre ella hacían pensar
claramente en una decidida intención de las autoridades de
deshacerse definitivamente de la Confederación, por lo que
ésta debía tomar también una resolución adecuada a la
gravedad del problema. Así, no es de extrañar que en la
Asamblea se escucharan propuestas tan contundentes como la
del delegado Gil, quien, ante la amenaza de disolución que
recaía sobre la CRT catalana, proponía que fuesen los propios
obreros los que disolviesen la Confederación y creasen en su
sustitución un nuevo organismo, que estuviese libre de las
amenazas judiciales y del viejo odio de las autoridades. Sin

481 «Soli», 6-agosto-1914.


482 «Soli», 20-septiembre-1913, p. 1.
embargo, la propuesta fue rechazada y se acordó seguir
adelante con la CRT y esperar la resolución del proceso483.

En esta misma Asamblea, José Negre informaría de su gestión


como delegado de la Confederación en el Congreso
Internacional de Londres.

El proceso contra la CRT de Cataluña se resolvería a principios


de marzo de 1914 con el sobreseimiento de la causa, lo que
permitió a ésta volver a la normalidad y convocar
inmediatamente una nueva Asamblea para elegir a los nuevos
Comités, que tendrían que sustituir a la ya citada Comisión
clandestina que había dirigido a la CRT durante este período de
ilegalidad 484. La Asamblea, prevista en principio para el día 14,
se celebraría en realidad el 21 de marzo de 1914.

La Asamblea del 21 de marzo es una buena manifestación de


cómo se encontraba orgánicamente la Confederación en
aquellos momentos. Después de un año de haber vuelto a la
luz, gran parte del cual se lo pasó en una semiclandestinidad,
ésta no había conseguido en absoluto consolidar su
estructuración orgánica, y la mayoría de los acuerdos de la
Asamblea regional de marzo de 1913 se hallaban incumplidos.
Ni siquiera había aún una idea clara de cuáles eran las
entidades efectivamente pertenecientes a la misma. Así,
cuando se pasó a la elección de los nuevos Comités, los
delegados propuestos para la secretaría general —Loredo,
Miranda, Climent, Negre, Ullod—, rechazaban su designación

483 Idem.
484 «Soli», 5-marzo-1914.
afirmando que no tenían aún la seguridad de que las entidades
que representaban quisieran seguir perteneciendo a la
Confederación. Finalmente, se eligió a una serie de sindicatos,
para que fueran ellos los que eligiesen de su seno a quienes
habrían de formar el Comité 485.

Pero, a pesar de ello, la elección de los Comités no se realizó,


y la Comisión que había sido nombrada en agosto de 1913
siguió dirigiendo a la CRT unos meses más, hasta que en agosto
de 1914, esta Comisión volvería a convocar a una nueva
reunión, para el 8 de agosto, en la que se habrían de elegir
definitivamente los nuevos Comités regional y local de
Barcelona486.

Sin embargo, como ya hemos dicho, la irregularidad orgánica


no implicaba necesariamente la falta de actividad sindical que,
en todo caso, era llevada adelante por los propios sindicatos de
manera autónoma. Así, ese mismo verano de 1914, dos
importantes ramos celebrarían sus respectivas conferencias
nacionales —los Obreros Metalúrgicos, en Alicante, el 28 y 29
de junio487, y los Albañiles y Peones, en Villanueva y Geltrú, en
las mismas fechas488.

En definitiva, aunque la primera vuelta a la legalidad de la

485 Estos fueron: Lampareros, Nueva de Barberos Peluqueros, Federación Local de


Albañiles, Dependientes de Escritorio, Sombrereros, Encuadernadores, Barnizadores de
Pianos, Panaderos «Hacia el Porvenir», Cocheros «La Fraternal», Tejedores Mecánicos de
Camas, Fundidores en Bronce, Ebanistas, Botones de Nácar, Peones de Albañil y
Carpinteros («Soli», 26-marzo-1914, p. 3).
486 «Soli», 6-agosto-1914.
487 «Soli», 9-julio-1914, pp. 1 y 2.
488 «Soli», 9-julio-1914, pp. 2 y 3.
Confederación se produciría en marzo de 1913, es realmente
en marzo de 1914, con el sobreseimiento del proceso de
disolución seguido contra la misma, cuando ésta reinicia de
una manera, más o menos estable y más o menos continuada,
su actividad sindical y orgánica. De cualquier forma, cabe
recalcar que no es la CNT, como un todo, la que comienza a
actuar de nuevo, sino sólo la CRT de Cataluña, y para eso, con
grandes dificultades de reorganización. Sin que ello signifique
tampoco que muchas de las entidades que ya habían
pertenecido o que en futuro pertenecerían a la CNT no
tuviesen también ya una actividad reconocida en el resto del
país. La reconstitución efectiva de la CNT se produciría más
tarde, en 1915, dirigida por la CRT catalana. Hasta entonces, el
resto de las organizaciones cenetistas del país que continuaban
existiendo mantendrían unos mínimos o inexistentes lazos de
conexión y coordinación entre sí 489.

Es, pues, en 1915, cuando la CNT, como tal, va a volver a la


existencia. La decisión de su nueva constitución, que era un
deseo que se venía manifestando no sólo en el seno de la
organización catalana, sino entre las demás organizaciones
del país que ya habían pertenecido a la misma, se adoptaría
definitivamente durante la celebración del Congreso
Internacional de El Ferrol, de abril de 1915. Pero, al mismo

489 Manuel Buenacasa, que llegó a Barcelona por aquellas fechas, diría, refiriéndose
a esta época: «los respectivos Comités Nacionales que se sucedieron hasta los primeros
meses de 1918, no llegan casi nunca, por causa de las continuas persecuciones del Poder
público, a poder restablecer la relación constante y necesaria con las organizaciones
adheridas. Por otra parte, esto se hacía muy difícil por la constitución arbitraria de los
organismos secundarios de relaciones. A excepción hecha de la Confederación catalana,
que tiene constituido su Comité regularmente, las demás regiones no están constituidas
como tales» (op. cit., p. 53).
acuerdo llegarían también, por aquellas fechas, en el tercer
Congreso nacional de la Federación Nacional de Obreros
Agricultores, que tendría lugar en Úbeda490.

El Congreso Internacional de la Paz de El Ferrol, que había


sido convocado a iniciativa del Ateneo Sindicalista de El
Ferrol 491, con la intención de encontrar una posición común
de todos los obreros de Europa en contra de la guerra
europea, que había estallado ese mismo verano, logró reunir
en la ciudad gallega, el 29 de abril de 1915, a delegados, no
sólo de diferentes países, sino de diferentes partes de España,
los cuales, a pesar de los impedimentos y de la prohibición
impuesta por el Gobierno Dato, lograron celebrar las
correspondientes sesiones de debate492. En lo que a la CNT se
refiere, el acuerdo más importante del mismo fue el ya citado

490 El 15 de agosto de 1915 decía «La Voz del Campesino», órgano de la FNOA, en su
editorial «Por la Confederación Nacional del Trabajo»: «En nuestro último Congreso,
celebrado en Úbeda, se tomó el acuerdo de hacer los trabajos indispensables, la
consiguiente propaganda, para constituir el tan necesario organismo. Coincidiendo con
nosotros, en el Congreso Internacional celebrado en El Ferrol se tomó el mismo acuerdo.
Esta paridad de criterios en distintas localidades y en diferentes Congresos demuestra que
el proletariado español está de acuerdo y siente idénticas necesidades» (cit. en X.
CUADRAT, op. cit., p. 588).
491 «Soli» 18-marzo-1915, p. 1, se hacía eco de la convocatoria del mismo en un
artículo de M. Andreu.
492 Del Congreso Internacional de El Ferrol se ocupó ampliamente la prensa obrera
de la época, siendo publicadas extensas reseñas en «Solidaridad Obrera» (13-mayo-
1915), «Acción Libertaria»(14-mayo-1915) y «Tierra y Libertad» (15-mayo-1915). El
Congreso, que se inauguró el día 29 de abril de 1915, solamente celebró dos sesiones. En
él se trató principalmente de la creación de una nueva Internacional obrera de carácter
sindicalista, a la cual no podrían pertenecer aquéllos que ostentasen cargos de
representación política, y cuyos Estatutos serían publicados por «La Voz del Cantero»
(3-julio-1915). Pero, esta Internacional seguiría la misma suerte que la intentada en el
Congreso de Londres, de 1913 (vid. nota 16): se quedó en un mero intento. (A. PESTAÑA
«Lo que aprendí en la vida», I, p. 49; J. DÍAZ DEL MORAL, op. cit., p. 171; D. ABAD DE
SANTILLÁN, op. cit., II, p. 120 y ss.).
de reconstruir la Confederación Nacional, lo cual se decidió a
propuesta de Ángel Pestaña, y como una manera de dar «más
fuerza a la Internacional Obrera», cuya constitución se había
acordado también en la primera sesión del Congreso493. Así
mismo, se acordó publicar diariamente el órgano de la CRT
«Solidaridad Obrera», lo cual era una vieja aspiración ya
desde la vuelta a la legalidad de la CRT, en 1913494.

A partir de ese momento, la CRT catalana encabezaría un


enorme esfuerzo en favor de la efectiva reconstrucción de la
CNT; sobre todo a través de campañas de propaganda en su
órgano «Solidaridad Obrera».

«La reorganización de este organismo se impone —diría un


editorial de “Solidaridad Obrera”495— no por prurito de unos
cuantos, sino para dar cumplimiento al acuerdo tomado por
unanimidad en el Congreso Internacional de El Ferrol, a fin de
vigorizar la Internacional Obrera y el pacto federal con los
compañeros portugueses. Coincidiendo con este acuerdo, el
Tercer Congreso Nacional de Agricultores, reunido en Úbeda,
acordó pedir el funcionamiento inmediato de la Confederación
Nacional del Trabajo.»

Y en similar sentido se manifestarían editoriales sucesivos,


como «Confederación Nacional del Trabajo» («Solidaridad

493 «Soli», 13-mayo-1915, p. 2.


494 «Soli», (18-diciembre-1913) anunciaría su aparición como diario a partir del 1 de
enero de 1914. El 5 de marzo de 1914, volvería a hacer el mismo anuncio, para el 1 de
mayo de 1914. Pero, en realidad, la falta de fondos impediría la realización de esta
empresa hasta marzo de 1916.
495 «Confederación Nacional del Trabajo», en «Soli», 3-junio-1915.
Obrera», 17-junio-1915); «Por la Confederación Nacional del
Trabajo ¡Adelante en toda la línea!» (id. 8-julio-1915); «Hacia la
constitución de la Confederación Nacional del Trabajo» (id.
22-julio-1915); «Necesidad de la Confederación Nacional del
Trabajo» (id. 12-agosto-1915); etc., hasta que la CNT quedó
definitivamente constituida a finales del verano de 1915496.

Pero, antes de seguir adelante con el proceso de


reconstrucción de la CNT, merece un especial análisis una
entidad que surge precisamente en el año 1913, cuando la CNT
aún no existía y la CRT de Cataluña intentaba poner en pie
poco a poco los restos de la Confederación, deshecha en 1911.
Se trata de la Federación Nacional de Obreros Agricultores,
importante federación de organizaciones campesinas, cuyo
carácter y similitud con la CNT, en la cual terminaría por
converger en 1919, hace que su análisis complete la
perspectiva general del anarcosindicalismo en España, y, por
otra parte, la trascendencia del mismo en un sector tan
especialmente depauperado como lo era en aquellos años el
sector agrario.

2. — La Federación Nacional de Obreros Agricultores: el


precedente anarcosindicalista.

Aparte de las sociedades obreras que permanecieron en la

496 En un artículo publicado en «La Justicia Social» (23-octubre-1915), Joaquín Bueso,


antiguo destacado militante de la Confederación, al que nos hemos referido en anteriores
ocasiones, daba ya por constituida recientemente a la CNT y se lamentaba del carácter
anarquista con el que ésta parecía resurgir. Según Bueso, el Comité Nacional quedó
entonces constituido por Manuel Andreu, secretario general; José Triado y Francisco
Miranda, secretarios ayudantes; Manuel Solanas, tesorero; un contador —que deberían
elegirlo los albañiles—; y los vocales, que serían dos por sociedad. (Citado en X.
CUADRAT, op. cit., p. 589.)
actividad desde la prohibición de la CNT en 1911, el
sindicalismo revolucionario, si no en toda su pureza, sí en gran
parte de sus matices, tuvo un adecuado sostén en la ya citada
Federación Nacional de Obreros Agricultores de España. Esta
federación agrícola nació a iniciativa fundamentalmente de los
campesinos catalanes, gran parte de los cuales, a través de las
sociedades de oficios varios de los pueblos en las que se
encontraban afiliados, pertenecían a la CNT, con lo que no es
de extrañar el corte sindicalista por el que se moldeó esta
Federación, tan cercana a los planteamientos de la CNT497. Su
fundación tuvo lugar en un Congreso nacional que se celebró
en Córdoba, del 17 al 20 de abril de 1913, al que asistieron
también representaciones de Portugal; con posterioridad
celebraría un Congreso anual, en los años 1914 (Valencia),
1915(Úbeda), 1916 (Villanueva y Geltrú), 1917 (Zaragoza) y
1918 (Valencia), acordándose en este último el ingreso de la
Federación en la CNT, hecho que se consumará en el Congreso
confederal de 1919498. La Federación Nacional de Agricultores
publicó el mismo año de 1913 su órgano en la prensa, titulado
«La Voz del Campesino», cuyo primer número salió a la luz el

497 De hecho, aunque la integración total se produciría en 1919, el Congreso de la


Federación de 1916 había admitido ya el ingreso de las sociedades miembros que así lo
quisiesen en la CNT. Muchos de los que luego serían importantes dirigentes de la CNT y
algunos que ya lo eran en este momento, tenían papeles destacados en la FNOA, como
Sebastián Oliva, Eusebio C. Carbó, José Queralt, Santiago Roca, Rafael Peña, Mauro
Bajatierra (quien era secretario de la Federación de Obreros Peones y Braceros en General,
que en 1917 se uniría con la FNOA), etc. Al Congreso de 1917 asistirían, representando a
la CNT, M. Buenacasa y Emilio Mira.
498 Para el conocimiento del contenido ideológico de la FNOA nos basamos en las
actas de los congresos citados. Estas serían publicadas por DÍAZ DEL MORAL en su citada
«Historia de las agitaciones campesinas andaluzas», reproduciéndolas de la prensa obrera
de la época, fundamentalmente del órgano de la FNOA «La Voz del Campesino».
15 de noviembre 499 , y que se extinguiría también con la
Federación500.

Como digo, el contenido ideológico de la FNOA fue bastante


similar al de la CNT, salvando la especificidad del medio al que
se dirigía y la creciente orientación ácrata seguida, y puede
servir, por ello, como un elemento que nos muestre
claramente el proceso de evolución que debería estar
produciéndose en la Confederación en aquellas fechas, en las
que ésta realizaría escasas manifestaciones públicas del mismo
que permitan su conocimiento detallado, y que, de hecho, se
materializarían tras el Congreso nacional de 1919.

El lema clave que inspiraba la actuación de la FNOA era el


que aparecía como subtítulo de su órgano quincenal La Voz del
Campesino: «La tierra para los que la trabajan».

Esta máxima la vemos aparecer constantemente repetida en


sus Congresos y constituía para ellos algo más que un mero
principio filosófico de difícil alcance; constituía un verdadero
programa de realización inmediata.

499 «La Voz del Campesino» sería publicado primero en Barcelona, pasando en julio de
1914 a Valls (Tarragona). En noviembre de 1916 aparecería en Jerez, extinguiéndose en
1919 con la propia Federación.
500 Ya antes, en 1916, y como una prueba obvia de la íntima relación entre la FNOA y
la CNT, el Congreso de Villanueva y Geltrú, de la primera, había acordado la supresión de
su propio órgano, «La Voz del Campesino», «a fin de dar más fuerza y vida al diario
Solidaridad Obrera, mientras salga diario, y que éste dedique dos veces a la semana una
página a la labor agrícola». Posteriormente, se cambiaría esta exigencia por una vez a la
semana, dedicándole en este caso la mitad del periódico. Aunque este acuerdo no se
consumaría, dado que el nuevo Consejo Federal, establecido en Jerez a finales de ese año,
acordaría de nuevo su publicación en esa ciudad.
Pero, además, este principio, aunque pudiera suponer una
transgresión de los principios comunistas, que inspiraban las
corrientes libertarias desde que fue abandonado el
colectivismo bakuninista de los inicios del anarquismo en el
siglo pasado —por lo que supone de apropiación por él o los
que la trabajen de un bien que pertenece a la humanidad—,
constituía un programa coherente con el momento y la forma
de explotación que se vivía, a cargo del propietario individual.
Era una respuesta adecuada: contra la apropiación individual,
la apropiación colectiva.

Expresado en sus propias palabras, la tierra, en principio, y


por la propia lógica natural, pertenecía a todos los hombres:

«Si esta frágil corteza terrestre (comparada con el


diámetro de nuestro Globo) es la base, el elemento
imprescindible para la vida de la especie humana, así como
para todas las especies, dicho se está, sin necesidad de
recurrir a ningún supremo esfuerzo de imaginación, sin que
haya que sentar plaza de consumados dialécticos, que lo
que a todos los hombres por igual les es necesario, a todos
por igual debe pertenecer»501.

Así, aunque la apropiación de la tierra se realizase por los que


la trabajan y esto supusiese una contradicción con lo
anteriormente establecido, ello era algo que venía
determinado por la propia situación actual de la propiedad de
la tierra:

501 De la Memoria del Consejo Federal al V Congreso nacional de la FNOA, de mayo de


1917, en Zaragoza.
«Aunque este lema [la tierra para los que la trabajan]
pueda parecer algo egoísta, por el momento es la
respuesta más adecuada y lógica que podemos dar a los
acaparadores»502.

De cualquier manera, el concepto de qué es lo que se


entendía por los que la trabajan estaba bastante indefinido, y
no quedó nunca muy claro si por tal se entendía a los grupos
de trabajadores que trabajasen cada terreno, sin más, o si por
tal se entendía a los sindicatos o sociedades obreras. Sin
embargo, esta indefinición era bastante lógica dado que,
aunque en la mente de muchos de los militantes, los más
preparados, estuviese la idea de entregar la tierra a las
sociedades obreras, el problema estaba precisamente en la
inexistencia de éstas en la mayor parte de las zonas y en la
debilidad de las existentes. Como decía el propio Consejo
Federal en 1914:

«Nuestras Sociedades son rarísimas en comparación con


las que debieran existir, y estas pocas que funcionan son de
reciente creación»503.

A pesar de todo ello, esta indefinición era bastante grave,


sobre todo si se tiene en cuenta que, como ya hemos dicho,
este principio constituía un verdadero programa de actuación
inmediata, cuando la coyuntura revolucionaria lo permitiera. El
ejemplo de la revolución bolchevique vino a plantear la
exigencia de resolver esta cuestión con visos de urgencia, dado

502 De un informe del Consejo Federal al II Congreso nacional de la FNOA, de mayo


de 1914, en Valencia.
503 Idem.
que la realización de la revolución en la Rusia zarista hacía más
cercana y factible la posibilidad de la revolución en España,
según su propia perspectiva. Así, el VI Congreso de la
Federación, celebrado en Valencia en diciembre de 1918, se
planteaba de nuevo este tema bajo el epígrafe número cinco
del orden del día; acordándose al respecto la creación de
comisiones en el seno de las sociedades campesinas, para que
estudiasen detenidamente todos los problemas relacionados
con la apropiación de la tierra:

«Viendo que los camaradas rusos, según la Prensa,


cuando se presentó el momento de la transformación
social estaban desorientados y no creían en la repartición
de las tierras, por no comprender el valor positivo de este
sistema, la ponencia cree que, para no encontrarse
desprovistos de iniciativa y táctica, las Sociedades deben
nombrar, cada una de su seno, una Comisión para que
estudie estas cuestiones, a fin de cerciorarnos bien de lo
que hemos de hacer cuando llegue el momento de poner
en práctica nuestros fines»504.

Pero, en definitiva, el problema de la socialización de la tierra


constituía para FNOA, más que una cuestión de orden moral,
una cuestión de orden material. Más que exigida por la propia
justicia, la apropiación colectiva de la tierra venía exigida por
las propias necesidades materiales del desarrollo económico;

504 El enunciado del tema 5o decía: «En vista de los movimientos que operan en toda
Europa, y con la experiencia y el empleo [debe querer decir ejemplo] de los campesinos
rusos ¿qué táctica hemos de adoptar los campesinos españoles para resolver los problemas
que a la agricultura, y en particular a la propiedad territorial afectan, una vez llegado el
momento?».
era una cuestión funcional. La propiedad privada de la tierra
había demostrado su insuficiencia para el adecuado
aprovechamiento de la misma.

«Si la agricultura es la base de la riqueza de los pueblos, el


problema social por excelencia, de esto se sigue que los
pueblos que la abandonan, que no cuidan su desarrollo en
razón directa con sus necesidades, se precipitan
irremisiblemente hacia su ruina económica y moral, cual ocurre
en España, (...) el territorio español está en manos de un corto
número de potentados, la mitad o más del suelo laborable
permanece inculto, y lo que se cultiva, mal cultivado; las
condiciones favorables para una abundante producción,
abandonadas, y lo que se produce, sujeto a las conveniencias
de poseedores y acaparadores; el pueblo productor
hambriento y buscando en la emigración el remedio (bien
equivocado por cierto) a tanta calamidad»505.

Por ello, estimaba finalmente la FNOA:

«El actual problema social no tiene más solución que la


socialización de la tierra y de toda la riqueza»506.

Pero, quizá lo más importante a destacar es el concepto


sindicalista del que se dota la FNOA. La FNOA es una
organización claramente anarcosindicalista, y su contenido
ideológico reúne los elementos básicos de esta concepción. A
lo largo de las resoluciones de sus Congresos se pueden
observar constantes alusiones a lo que denominan el

505 De la Memoria del Consejo Federal al V Congreso, citada.


506 Idem.
sindicalismo moderno, o el sindicalismo revolucionario, sin
embargo, ello no quiere decir que el conjunto ideológico que
inspira a la FNOA sea el sindicalismo revolucionario, en el
sentido estricto, entendiendo por tal la ideología específica
cuyos elementos constitutivos hemos descrito en anteriores
capítulos. Por el contrario, el concepto que la FNOA demuestra
tener del sindicalismo responde claramente a la concepción
anarcosindicalista, como vamos a ver seguidamente.

Para la FNOA, el sindicalismo es una mera táctica —«táctica


emancipadora del proletariado»507—, pero no en el sentido
que muchos sindicalistas revolucionarios ciaban en este caso a
la palabra táctica, significando con ello que el sindicalismo era
algo vivo, que surgía de la realidad, de la experiencia de la
lucha obrera, y que por lo tanto era algo abierto y evolutivo, no
un dogma cerrado, pero que, de cualquier manera, encerraba
en sí mismo un proyecto revolucionario de nueva sociedad. No,
para la FNOA, y aquí está precisamente una de las cuestiones
que diferencian de manera radical al sindicalismo
revolucionario del anarcosindicalismo, el sindicalismo —como
práctica— y el sindicato —como institución— no eran más que
un puro medio, un mecanismo determinado para conseguir un
fin concreto que nada tiene que ver necesariamente con el
mismo. Es en este sentido como entiende la FNOA la palabra
táctica, cuando con ella quiere definir al sindicalismo que ella
practica.

El informe del Consejo Federal al Congreso nacional de

507 Como lo definiría Antonio Pérez Rosa, destacado dirigente andaluz, en el Congreso
de la FNOA de Valencia (1914).
Valencia, en 1914, expresaba ya, de una manera aún no muy
explícita, esta subsidiariedad del sindicalismo, considerándolo
como un medio para conseguir la emancipación, en términos
generales:

«Como la vieja Internacional —decía—, afirmamos que la


emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los
trabajadores mismos, y para armonizar la teoría con la
práctica, aceptamos el sindicalismo moderno, que
preconiza la acción directa como acción sublime y
redentora.»

Pero, en el Congreso de Zaragoza, de 1917, esta


subsidiariedad del sindicalismo queda ya referida a una
finalidad concreta, a una forma específica de entender la
emancipación, que no es otra que el establecimiento de la
anarquía. Con lo cual, quedaba bien explícito que el
sindicalismo de la FNOA era un sindicalismo anarquista, cuya
finalidad era la realización de la anarquía; era, pues,
anarcosindicalismo.

Lo que supone romper con el principio apolítico o


neutralismo ideológico del sindicalismo revolucionario y con la
idea de que el sindicato constituye la estructura básica de la
nueva sociedad postrevolucionaria, que defendía también el
sindicalismo revolucionario.

El acuerdo del Congreso de Zaragoza recayó sobre el punto


décimo del orden del día, cuyo enunciado venía a decir:

«Dado el desconocimiento que desde el punto de vista


ideológico padece el campesinado, ¿qué medios ha de
emplear para conquistar lo antes posible su emancipación
integral?

¿Ha de hacerlo orientado en el sindicalismo


revolucionario, o luchando directamente por la anarquía?».

En su contestación, la ponencia aprobada por el Congreso


daba ya por hecho el que la finalidad perseguida era la
anarquía, y equiparaba anarquía y emancipación integral («sólo
con el definitivo triunfo de la anarquía será posible la
emancipación integral de la clase obrera»), estableciendo en su
párrafo clave:

«La ponencia entiende que, como todos los principios


filosóficos, todo progreso en el orden de las ideas ha de
subordinarse a un proceso que lleva en sí y le es
consustancial en el orden de los hechos, que tiende a dar
forma tangiblé, a realizar las nuevas concepciones; he aquí
que reconocemos el sindicalismo revolucionario como el
principal factor de transformación social, como el medio
para realizar las concepciones anarquistas.»

Como consecuencia lógica de ello, de la necesidad de


conseguir la realización de la anarquía y de la necesidad de
adoptar el medio más adecuado para la consecución de ese fin,
concluía la ponencia recomendando el ingreso de los
anarquistas en los sindicatos:

«De esto se sigue, que el puesto de todos lo hombres


amantes de la anarquía está en los sindicatos obreros, para
orientarlos, y entendemos —decía, completando y
recalcando la idea principal— que los campesinos deben
luchar por mejorar su condición en el presente, basados en
los métodos del sindicalismo revolucionario, sin perder de
vista la aspiración a su emancipación integral, o sea el
conseguir el triunfo de la anarquía.»

Así, con la aprobación de este texto, el anarcosindicalismo


—sin recibir aún esta denominación de una manera clara—
adquiría por primera vez un carácter formal, programático, con
reflejo en los textos del movimiento obrero español de este
siglo.

Pero, por lo demás, la concepción sindicalista de la FNOA,


aún en los elementos básicos que tomaba del sindicalismo
revolucionario, y que por lo tanto son comunes a éste y al
anarcosindicalismo, adquiría toda una serie de matizaciones,
que no vienen a suponer sino una reafirmación del carácter
anarquista de la misma.

Una de las concepciones sindicalistas que reflejaría con


mayor contundencia esta mediatización anarquista sería el
denominado apoliticismo sindical. Ya vimos en su momento
que la palabra apoliticismo no era en absoluto unívoca y que
por ella solían entenderse, fundamentalmente, tres
significados diferentes. En primer lugar, desde un punto de
vista estrictamente ideológico, apoliticismo venía a significar la
no existencia de ninguna ideología concreta dentro del
sindicato —como no fuera la propia idea sindicalista
revolucionaria, cuyo contenido implicaba precisamente esta
concepción—; es decir, significaba un verdadero neutralismo
ideológico, como también se le denominó, que, si bien admitía
que los afiliados pudiesen practicar cualquier creencia política,
no admitía que ésta se intentase imponer al sindicato, ni que el
sindicato defendiese alguna de ellas en concreto. En segundo
lugar, apoliticismo significaba también la no intervención del
sindicato en la actividad política, en ninguna de sus
manifestaciones, elecciones, gobierno, etc. Y, en tercer lugar,
llevando la segunda acepción a su última consecuencia,
apoliticismo significó también antipoliticismo, es decir, la
realización de una actividad antipolítica, o, dicho de otro modo,
el desarrollo de una lucha en contra de todo aquello que
signifique actividad política —de gobierno— y las instituciones
en las que ésta se basa.

El sindicalismo revolucionario había dado a la palabra


apoliticismo fundamentalmente los dos primeros significados;
mientras que el anarcosindicalismo vino a recalcadlos dos
últimos, produciendo una metamorfosis en el primero, al hacer
que la ausencia ideológica en el sindicato se interpretase como
la ausencia de ideología política —de gobierno— y, por lo
tanto, como la presencia del anarquismo, en tanto en cuanto
que ideología antipolítica por excelencia. Se rechazaba, por
tanto, el neutralismo ideológico y se hacía equivaler
apoliticismo a anarquismo.

La FNOA refleja claramente este cambio sustancial con


respecto a la concepción sindicalista que había mantenido la
CNT antes de su suspensión y, por supuesto, aún
anteriormente, SO.

El apoliticismo, en el primer sentido que hemos visto que


podía tener la palabra, se ve recogido apenas en el primer
Congreso, fundador de la FNOA, de 1913. Este tema era aún
bastante debatido en los medios sindicales y ello justificaba el
que la naciente Federación se preguntase sobre el mismo
(«¿Debe de admitirse la propaganda política en el seno de las
Sociedades Obreras?»), acordando el Congreso rechazar
cualquier tipo de influencia política en los sindicatos:

«Comprendiendo que la política es un apoyo para la


burguesía y perjuicio para los desheredados encuentra [el
Congreso] que dentro del seno de dichas Sociedades sólo
se puede hacer labor social o sindicalista.»

Pero, esta resolución, aunque deja ya entrever un claro matiz


antipolítico, no puede decirse sin más que lo sea claramente,
dado que queda muy bien explicitado que la función del
sindicato ha de ser sólo el desarrollo de una labor «social o
sindicalista», lo que implicaba de hecho el reconocimiento del
neutralismo sindical.

Sin embargo, ello fue muy pronto transformado en el sentido


que ya anunciábamos antes. Así, en el Congreso de 1916, la
prohibición de hacer política dentro del sindicato se convierte
en una recomendación expresa de hacer propaganda
antipolítica en el seno del mismo, transgrediendo por tanto la
anterior norma, que prohibía hacer aquello que no fuese labor
social o sindicalista.

«Puede y debe hacerse propaganda antipolítica encaminada


únicamente a hacer prevalecer el sindicalismo
508
revolucionario ; y si los obreros sindicados deseasen hacer

508 Entendido aquí en un sentido lato; no en el sentido estricto, que designa a una
concepción sindicalista concreta.
propaganda política, deberán fundar o ingresar en una entidad
de carácter político disgregada en absoluto del Sindicato» 509.

Y el Congreso de 1918 explicitaba que:

«Para hacer labor antipolítica entre los obreros


organizados es necesario poner en evidencia, por medio de
grandes carteles en los Centros Obreros, la ruindad de la
política, de los hombres que de ella viven y de los que
votan»510.

Pero por si la propaganda antipolítica no fuera suficiente, se


añadió claramente la defensa de la ideología anarquista, no
sólo como expresión del antipoliticismo, sino como conjunto
ideológico concreto que debía inspirar la actuación de los
sindicatos y orientarlos hacia una finalidad concreta: la
consecución de la anarquía.

Con lo que se consumaba la definición anarquista de la


FNOA.

Así, el Congreso nacional de 1917 fue muy explícito al


respecto, declarando sin ambages que la aspiración de los

509 IV Congreso nacional, de 1916, en Villanueva y Geltrú.


510 VI Congreso nacional, de 1918, en Valencia. Otro acuerdo de este mismo Congreso se
mostraba aún mucho más contundente contra aquéllos que pretendiesen adherir a los
trabajadores a sus respectivas posiciones políticas: «Cansados ya de presenciar y sufrir
tanta comedia como se lleva a cabo —decía—, a costa siempre del pueblo productor,
representando cada uno de estos tipos el papel de fantoches ante los problemas sociales, la
ponencia entiende que cuando uno de estos tipos tenga el cinismo de presentarse a los
trabajadores prometiéndoles su reivindicación, deben saber contestarle dándole su
merecido y despedirlo, diciéndoles vayan a confundirse con la pudredumbre en que se
revuelven los asquerosos cerdos».
sindicatos y del sindicalismo debía ser «el conseguir el triunfo
de la anarquía» 511.

El sindicato, el sindicalismo, se convertía así en un medio,


cuyo fin era la consecución de la anarquía. Pero ¿cuál era el
contenido de ese medio, para la FNOA?

El contenido del sindicalismo anarquista, como ya dijimos


anteriormente, mantiene, en líneas generales, el grueso de los
modos y métodos de actuación del sindicalismo revolucionario,
si bien imprimiendo a los mismos, no sólo las modificaciones
derivadas de la ideología que se quería imponer en el medio
sindical y de la finalidad concreta perseguida, sino las derivadas
de la propia manera de entender el anarquismo y la acción
obrera. Y en este último sentido —nos estamos refiriendo,
claro está, al caso español— la tradición obrera anarquista
sería decisiva. Así, veremos resurgir, en medio de las nuevas
formas y métodos sindicalistas, elementos que fueron propios
de la concepción obrerista libertaria que se impuso en la época
de la Primera Internacional en España.

Todos estos elementos y estas variaciones que se producen


sobre el sindicalismo revolucionario inicial tienen su expresión
en las formulaciones de la FNOA, que estamos analizando, y
vendrán a constituir también parte importante del nuevo

511 Vid. el acuerdo del citado Congreso de 1917, celebrado en Zaragoza, en las páginas
320-321 de este trabajo; el cual respondía también a, además de a las preguntas allí
formuladas, a los temas 4o y 5o del orden del día, que reflejaban en sus cuestiones la
problemática que esta definición anarquista de los sindicatos planteaba: «Tema 4o.— El
Sindicalismo revolucionario ¿tiene que ser anarquista y viceversa?»; «Tema 5o.—
¿Pueden los anarquistas dirigir los Sindicatos sin menoscabo de su dignidad ideal?».
Cuestiones que, por otra parte, y como bien se ve, serían más propias de una conferencia
anarquista que de una organización sindical.
sindicalismo que —oficialmente— mantendrá la CNT a partir
de 1919. Pero, precisamente el hecho de que se trate de
variaciones, en unos casos más importantes y sustanciales que
en otros, sobre un conjunto de concepciones y formas de
actuación que ya nos son conocidos y a los que nos hemos
referido detenidamente en el primer capítulo de este trabajo,
hace que no nos refiramos tan detenidamente a ellas,
limitándonos a recalcar los aspectos que suponen variación. Y
ello, aún, en la medida en que supone un precedente de lo
que, veremos, se producirá en la CNT, o un indicativo del
proceso que de hecho se estaba produciendo ya en la misma,
pero del que no quedará una verdadera constatación formal,
sino en la culminación del mismo, en el Congreso Nacional de
1919.

La concepción anarcosindicalista de la FNOA parte, pues,


también de conceptos básicos del sindicalismo revolucionario,
como son la acción directa, la necesaria unidad de la clase
trabajadora, la función educativa, reivindicativa y
revolucionaria del sindicato, etc., además de las que ya hemos
tratado anteriormente.

El principio de la acción directa aparece en la FNOA con un


contenido ampliamente antipolítico, siendo el elemento básico
del rechazo de todo dirigismo externo a la clase obrera y a los
sindicatos.

«La acción directa es una de las armas que debemos


esgrimir con más firmeza, puesto que ella ha sido y será
siempre la salvaguardia de los que quieren triunfar en las
luchas sociales. La acción directa es la confianza que debe
inspirar a todo el explotado que anhela mejorar su precaria
existencia; nadie mejor que los mismos explotados pueden
conocer sus miserias y saber hasta dónde pueden llegar en
las peticiones dirigidas a los explotadores que les oprimen.

Porque fiar a otros nuestra emancipación es exponernos


a no conseguirla nunca; por esto pretendemos conquistarla
nosotros mismos»512.

El tenor de esta declaración del Consejo Federal de la FNOA


podría hacer pensar en un criterio amplio de la acción directa,
que excluiría a todo tipo de intromisión política en los
sindicatos, más allá del estricto contenido económico de éstos;
sin embargo, conocido el pensamiento de la FNOA en torno al
problema político, queda muy claro que la exclusión se dirige
muy específicamente a los sectores ideológicos o políticos de
gobierno, y no a los anarquistas.

Así, aunque esta declaración —como otras de la CNT que


analizamos en anteriores capítulos—, puede considerarse una
derivación de la máxima de la Internacional «La emancipación
de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores
mismos», el contexto en que se produce determina el que
tenga, por una parte, el carácter radical clásico, que excluye la
dirección política de las masas obreras sindicadas, aun por
elementos políticos obreros, pero, por otra, un carácter menos
estricto que anteriores formulaciones similares, al admitir la
dirección política anarquista.

De cualquier forma, el principio de la acción directa va a

512 Del informe del Consejo Federal al II Congreso de la FNOA, Valencia, 1914.
inspirar también otras concepciones y actitudes de la FNOA.
Así, rechazará, coherentemente, los Tribunales de Arbitraje513,
las cooperativas 514 , los socorros mutuos 515 ; pero, por el
contrario, no rechazará las cajas de resistencia, que habían sido
uno de los principales objetos de crítica para
anarcosindicalistas tan destacados como Anselmo Lorenzo, a

513 «Habiendo hecho un detenido examen de lo que dan de sí dichos organismos, rechaza
[el Congreso] toda intervención en cuantos conflictos se desarrollen entre el capital y el
trabajo, por considerarlos perjudiciales, más bien dicho, un absurdo para los organismos
obreros», decía el acuerdo del II Congreso nacional de la FNOA, Valencia, 1914.
514 El IV Congreso de la FNOA, de Villanueva y Geltrú, de 1916, las rechazaría en los
siguientes términos: «Entendemos que las cooperativas contribuyen a desarrollar el
egoísmo y la ambición de los obreros que las fundan; por lo tanto, teniendo en cuenta que
la misión de los obreros es abolir cuanto tienda a dar arraigo a aquellos dos males, creemos
que el funcionamiento de las cooperativas en el seno de los sindicatos obreros es
pernicioso para nuestros propios intereses».
515 El mismo Congreso de Villanueva y Geltrú, de 1916, recibiría una propuesta en contra
de los socorros mutuos que, aunque no pudo llegar a ser votada, por haber sido presentada
fuera de tiempo, «fue acogida con sumo agrado por el resto de los delegados». Esta venía a
decir: «Teniendo en cuenta que en la provincia de Barcelona abundan las sociedades de
Socorros Mutuos, es innegable que la mutualidad, dentro del Sindicato obrero, es un factor
innecesario que en vez de fortalecer el Sindicato lo debilita por muchas causas,
convirtiendo a los obreros asociados en egoístas y avaros de los fondos sociales, porque
creen que a dichos fondos sólo ellos tienen opción el día que están enfermos, y de esta
manera se apartan a pasos agigantados de los fines que persigue el sindicalismo moderno,
pues los fondos sociales son para la propaganda societaria, para periódicos obreros,
folletos instructivos, libros sociológicos y para sufragar los gastos que haya dentro del
Sindicato, pero nunca para mutualidad. Para ese fin ya existen las sociedades de Socorros
Mutuos». Por otra parte, uno de los grandes motivos de lucha de la FNOA fue la inclusión
de los campesinos en los beneficios de la Ley de Accidentes de Trabajo, que regía ya para
la industria. De ello se ocuparon los sucesivos congresos de la Federación. Sin embargo,
su último Congreso, el de Valencia, de 1918, aprobó una resolución en la que,
demostrando lo infructuoso de esta lucha, se establecía que era «inútily hasta
contraproducente, para nuestro carácter revolucionario, el solicitar leyes que
consideramos siempre nocivas ¡y de una institución como el Estado! que tratamos de
derribar, que nos favorezcan no más aparentemente». Si bien no se renunciaba a la
misma, tanto para conseguir esa inclusión, como para establecer una ley de retiros
agrícola, «llegando en el momento, en caso de negativa [del Gobierno], hasta donde sea
preciso y consecuente con nuestro criterio para conseguirlo».
pesar de demostrar que conocían de sobra cuáles eran las
características de las mismas que provocaban tales críticas 516.

Por otra parte, como es natural, la acción directa era también


el principio inspirador de las armas de las que se valía el
sindicalismo de la FNOA, y a ellas se refirieron en numerosas
ocasiones los Congresos de la misma.

Así, aparte de las armas o medios estrictamente


revolucionarios, el anarcosindicalismo de la FNOA promovía la
utilización de las armas clásicas del sindicalismo, como son la
huelga, el boicot y el sabotaje. No vamos a referirnos a ellas
dado que no establece la FNOA especial modificación en la
manera de entenderlas y llevarlas a la práctica. Sin embargo,
especial mención merece el tratamiento de la huelga general.

La concepción de la Federación distingue entre la huelga


revolucionaria, cuyo fin es la revolución social, y la huelga
general por motivos reivindicativos o de otro tipo. Pero, en
cualquier caso, destaca el tono moderado del tratamiento de
este tema, que limita la utilización de la huelga general a
cuestiones de oportunidad y siempre como última instancia o
recurso. Y ello porque ve aún en la huelga general
reivindicativa, la posibilidad de su inmediata transformación en
revolucionaria, para lo que habría que estar muy preparados.

516 Ya el Congreso fundacional de la FNOA —Córdoba, 1913— consideró que era


necesario que las sociedades obreras se dotasen de cajas de resistencia, por entender que la
mejor manera de combatir al capitalismo era hacerlo con el capital: «Entendiendo que es la
palanca que en la sociedad actual mueve al mundo, entendemos que la mejor manera de
combatir al capital de combate con el capital mismo, unido con la solidaridad nos será más
fácil el triunfo» (sic.). Si bien, siguiendo el viejo criterio de Anselmo Lorenzo, el mismo
Congreso admitió la posibilidad de socorrer a cualquier obrero necesitado de solidaridad,
aunque no fuese miembro de la sociedad en cuestión.
Con respecto a la huelga general por motivos reivindicativos
diría el Congreso de 1916:

«La ponencia no niega la eficacia de la huelga general,


pero entiende que para realizar ésta, se necesita tener
muchas probabilidades de éxito. Entre tanto, cree
pertinente practicar aquellos medios que, sin abandonar el
trabajo, hagan menguar el beneficio del explotador»517.

En similares términos se manifestaría el Congreso de 1918,


recalcando el aspecto revolucionario de la huelga general:

«...sólo él ejercicio de la huelga general, cuya arma


poderosa hay que respetar para esgrimirla en
circunstancias favorables y decisivas podrá concluir de una
vez con tales atropellos [de la burguesía] promoviendo la
revolución social»518.

Y el tema de los medios de lucha del sindicato nos lleva a la


concepción anarcosindicalista de la FNOA de las funciones del
mismo, ya que en muchos aspectos existe una difícil
diferenciación entre la función y el medio empleado para
realizarla.

Así ocurre, por ejemplo, con la educación y preparación del


proletariado, concebida a la vez como un arma de lucha y como
una de las funciones esenciales del sindicato. Así, el Congreso
de 1914 la consideraría como un medio esencial para acabar

517 IV Congreso nacional de Villanueva y Geltrú, noviembre de 1916.


518 VI Congreso nacional de Valencia, diciembre de 1918.
con el burgués 519, mientras que el tono general del resto de los
Congresos era el considerarla como una de las funciones a
cumplir para mejorar la situación del obrero, al mismo tiempo
que se le preparaba para la realización de la revolución social.

La educación pasa, pues, a ocupar un espacio fundamental


dentro de la preocupación anarcosindicalista, y como una de
las funciones esenciales a desarrollar por el sindicato. Hasta tal
punto el problema de la educación de las masas campesinas
parecía importante a la FNOA, que el Congreso de Zaragoza, de
1917, echaba la culpa del escaso éxito de la Federación a la
nula formación del campesinado y al no haber sabido la FNOA
cubrir adecuadamente esta deficiencia, como la segunda causa
del mismo en importancia, siendo la primera la crisis producida
por la guerra europea. Así, decía textualmente el informe del
Consejo Federal, aludiendo a las causas del poco éxito de la
FNOA:

«En segundo lugar, la falta de instrucción y educación


social en el campesino, por razón de su vida, en gran parte
alejada de todo contacto con las demás clases; falta de
instrucción, que fatalmente conduce a su inconsistencia en
la lucha social; porque debido a esto, su rebeldía es más
bien instintiva que producto de la reflexión. He aquí el por
qué esta Federación de Agricultores, que debiera ser la
primera fuerza obrera de España, después de su pequeño
apogeo en el primer período de su organización se ha

519 El II Congreso nacional de Valencia, de mayo de 1914, respondía así a la pregunta


del punto 24 del temario —«¿Qué medios emplearemos para acabar con el burgués y que
todo sea de todos?»—: «Por medio de la instrucción racional a la juventud y la huelga
revolucionaria».
quedado reducida a una insignificante fuerza, si se compara
con el enorme número de campesinos en un país
eminentemente agrícola como éste»520.

Por ello, ni uno solo de los seis Congresos celebrados por la


FNOA en sus seis años de vida dejó de ocuparse de este
problema, bien recalcando la necesidad de la creación de
escuelas racionalistas y tratando de encontrar los medios
adecuados para su establecimiento; bien recordando la
necesidad de la enseñanza racional, sin más, como uno de los
elementos imprescindibles para la liberación del género
humano521.

En definitiva, como se dijo en el Congreso de Valencia de


1914:

«Instrucción y unión es lo que necesitamos, porque sólo


unidos e instruidos tendremos la fuerza y sabremos
emplearla cuando las circunstancias lo permitan»522.

Pero, por supuesto, al lado de la función educadora y


preparadora de los trabajadores para el desencadenamiento y
desarrollo de la revolución social, que cobra un destacadísimo
papel en la concepción sindicalista de la FNOA, el sindicato

520 Memoria del Consejo Federal presentada al V Congreso nacional de la FNOA de


Zaragoza, mayo de 19Í7.
521 «Entendiendo que la educación racional es el medio más eficaz para disipar errores
—decía la ponencia sobre el punto 29 del temario del Congreso de Valencia, de 1914—,
cree que es de suma utilidad establecer bibliotecas y escuelas racionalistas para el mejor
desarrollo de los cerebros humanos, a fin de que desaparezcan los lamentables perjuicios
que pesan sobre la Humanidad.»
522 Del informe del Consejo Federal al II Congreso de la FNOA, Valencia 1914.
debía desempeñar también las funciones clásicas,
reivindicativas y de defensa de los trabajadores.

En el primer sentido se manifestó taxativamente el Congreso


de Villanueva y Geltrú, de 1916, al establecer que, de manera
principal, la Federación debía «encauzar la labor de
propaganda societaria con el sentido de poder lograr un
aumento en el salario y rebaja de horas de jornada». Pero,
lógicamente, fueron también otros muchos los temas de esta
índole que ocuparon a la FNOA durante sus seis años de vida,
de los que no nos vamos a ocupar detenidamente, aunque sí
conviene citarlos, como indicación de las preocupaciones de la
misma y de la dirección en la que enfocaba su actividad
reivindicativa.

Como primera y principal reivindicación, motivo último de la


Federación, cabría citar la exigencia de la entrega de la tierra a
los campesinos. Sin embargo no es ésta una de las típicas
mejoras inmediatas, de las que suelen ocupar la actividad
reivindicativa de un sindicato, teniendo un fuerte carácter
revolucionario, por lo que, aunque esta exigencia tuviese ese
carácter de inmediatez en la conciencia de los militantes de la
FNOA, hemos preferido tratarla en otro lugar, como una de sus
principales motivaciones ideológicas.

Entre los demás problemas que fueron objeto de la actividad


reivindicativa de la FNOA destacan los siguientes:

—La supresión del trabajo de la mujer en el campo, así como


el del niño menor de 14 años. Esta reivindicación, que se
mantuvo en términos absolutos en los primeros Congresos de
la FNOA, fue flexibilizada en el último, de 1918, siguiendo el
criterio del destacado militante de la misma Sebastián Oliva 523.

—La disminución del coste de las subsistencias, que en el


primer Congreso de la FNOA llegó a concretarse
cuantitativamente en un 25 por 100 en los artículos de primera
necesidad y en un 50 por 100 en el precio de las viviendas para
los obreros.

—El establecimiento de un jornal mínimo, que en 1913 se


pretendió que fuera de 2,50 ptas. por día; mientras que en
1918 ya no se exigió un jornal mínimo —la propuesta había
sido de 4 ptas.—, sino que se dejaba en libertad a las
sociedades obreras para exigir el que les pareciera más
oportuno en cada zona, así como se rechazó la idea de la
igualación de salarios, que tanto había preocupado a la CNT en
sus primeros años524.

—La inclusión del campesinado en los beneficios de la Ley de


Accidentes de Trabajo, que iba dirigida especialmente a la
actividad industrial.

523 Sebastián Oliva dijo al respecto que «tan perjudicial es para la mujer el trabajo de la
recolección de aceitunas, como los demás; pero dado que en la presente organización
burguesa, el prohibir el trabajo en la faenas agrícolas a cierto número de mujeres sería
tanto como condenarlas a muerte, puesto que ninguna de las que tienen que dedicarse a
esos trabajos lo hacen por gusto, él entiende que debe evitarse el que la mujer trabaje en las
duras faenas del campo en todas en general; pero ateniéndose a lo expuesto, cree que esto
debe quedar al criterio de los sindicatos que lo llevarán a la práctica, allí donde sea posible,
en la medida y forma que las circunstancias aconsejen». (VI Congreso, Valencia 1918).
524 La propuesta rechazada sobre el tema de la igualación de salarios pretendía «que los
sueldos de los trabajadores tengan, con arreglo a la profesión, el mismo tipo en todas las
poblaciones».
—La abolición del trabajo a destajo525.

—La reducción de la jornada laboral. Este punto sufrió ciertas


oscilaciones y no fue la misma la solución propuesta por los
diferentes Congresos de la FNOA.

El de 1913 propuso la reducción de la jornada laboral del


campesino a las ocho horas diarias; el de 1914 se limitó a
proponer una intensa campaña en favor de la reducción de la
jornada, para ponerse de acuerdo con posterioridad sobre el
número de horas, si bien se estimaba que éstas no deberían
pasar de ocho. El de 1916 propuso las ocho horas. Y el de 1917,
como el de 1918, estimaron, finalmente que ello era una cosa
que había que dejar al criterio de las organizaciones
campesinas, teniendo en cuenta sus circunstancias526.

—La disminución del precio del arrendamiento anual de las

525 A este respecto dijo el Congreso de Valencia, de 1918: «Problema es éste debatido
hasta el cansancio en nuestros Congresos, y combatido más teórica que prácticamente
hasta la fecha, a pesar de estar en el ánimo y la conciencia de todos los perniciosos efectos
del trabajo a destajo, tanto para nuestfa vida económica, como física y moral, dado que
este método de trabajo trae como consecuencia el aumentar el número de obreros en paro
forzoso, la ponencia entiende, pues, que el trabajo a destajo debe abolirse y para ello las
Sociedades obreras deben hacer cuanto esté a su alcance en este sentido».
526 Decía el dictamen del Congreso de 1917 al respecto: «Reconociendo que la
reducción de horas de trabajo es uno de los factores más importantes para mejorar nuestras
condiciones sociales y para la salud física y moral del organismo humano, reconocido por
la ciencia, al mismo tiempo que proporciona ocupación a mayor número de obreros. La
ponencia entiende que los Sindicatos han de luchar cuanto puedan por reducir la jornada
de labor». La propuesta presentada al Congreso de 1918 pretendía la reducción de la
jornada agrícola a 8 horas de abril a septiembre y a 6 el resto del año, pero fue rechazada
por estimarse que tal sistema terminaría perjudicando a los propios campesinos. Según
dicen las actas del Congreso, «Juan Jorquet y Alejandro Ruiz hacen observaciones,
exponiendo la inconveniencia que traería para los trabajos agrícolas, por su organización
especial, ese sistema de jornada, que en muchas partes perjudicaría a los propios obreros,
que más bien que otra cosa vendría a prolongar la jornada».
tierras; que en el Congreso de 1916 se propuso que se hiciese
en un 40 por 100, aunque al final se aprobaría el que se tratase
de rebajar los arriendos teniendo en cuenta las fuerzas de la
organización en cada zona, sin fijar cantidades, haciéndose «los
esfuerzos necesarios para pagar según conveniencias, aun en
contra de leyes y justicias burguesas».

—La lucha contra el paro agrícola. En este sentido, no había


ideas muy claras de cómo dirigir la lucha contra la
desocupación frente al patronato. El Congreso de 1918 aprobó
dos resoluciones que, aunque aparentemente contradictorias,
vienen a ser, en realidad, complementarias. Una de ellas venía
a establecer —como ya lo había hecho la CNT antes— que este
problema sólo se resolvería a través del fortalecimiento de la
organización campesina y de su imposición a la clase
capitalista 527 ; mientras que la otra venía a establecer
que.coadyuvaría a solucionar este problema la rebaja de la
jornada a ocho horas y el que los Municipios proporcionasen
trabajo528.

La otra gran función a desarrollar por el sindicato era la


función revolucionaria. La preparación y la realización de la

527 «La ponencia entiende —decía este acuerdo— que sólo activando la propaganda
sindicalista por todo el mundo y consolidando la organización obrera, es como podemos
evitar los malos efectos de la crisis de trabajo, imponiéndonos al egoísmo capitalista, para
que éste —el trabajo— se reparta equitativamente entre todos, en tanto llega la hora de la
liquidación total.»
528 El acuerdo citado venía a decir: «La ponencia entiende que no hay más solución,
para evitar este mal por el momento que rebajar las horas de jornada hasta que trabajen
todos los desocupados, y tender al mismo tiempo a imponernos para que sean cultivadas
las tierras que por el organismo o capricho de sus dueños permanecen incultas. (...)
conviene imponerse a los Municipios para que proporcionen trabajo y que paguen los
sueldos establecidos».
revolución social es una de las funciones esenciales que, tanto
para el sindicalismo revolucionario como para el
anarcosindicalismo, tiene encomendada el sindicato. Los
demás grupos sociales —sobre todo en la concepción
anarcosindicalista— pueden tener un papel importante,
decisivo, en el desencadenamiento y desarrollo del proceso
revolucionario; pero el papel fundamental, la fuerza
realizadora de la misma han de serlo los sindicatos. Y ello
porque el sindicato es la única agrupación social capaz de
asociar a todos los trabajadores en base precisamente a su
condición de tales, sin interferencias ni influencias extrañas a la
clase obrera que puedan limitar o desviar la lucha de clases.

Bien es verdad que en esta concepción, que en toda su


pureza mantiene —como ya vimos en su momento— el
sindicalismo revolucionario, el anarcosindicalismo introduce el
factor ideológico del anarquismo, añadiéndole al sindicato, al
sindicalismo, un contenido ideológico concreto —el
anarquismo— que podría distorsionar la base de la misma —la
unidad de la clase trabajadora, en base a su situación
económica de explotación, y por encima de toda su
ideología—. Sin embargo, como ya hemos dicho también en
anterior ocasión, el anarquismo que se introduce en los
sindicatos lo hace, al menos en estos primeros momentos,
desde una perspectiva absolutamente obrerista, captando gran
parte de las concepciones que el sindicalismo había impuesto y
que son elementos esenciales de su concepción —como la
lucha de clases, el papel emancipador de la clase trabajadora,
etc.—, elementos que entran en clara contradicción con otras
concepciones o versiones del anarquismo. Por ello, los
anarcosindicalistas no podían pensar que la introducción del
anarquismo en los sindicatos —de su anarquismo— pudiera
romper esa unidad de la clase trabajadora, la cual ellos mismos
pretendían; por el contrario, pensaban que el anarquismo
venía a suponer la conformación ideológica de toda una serie
de presupuestos que el sindicalismo revolucionario sostenía de
una manera un tanto incompleta, sin sustentación ideal o
filosófica. Por otra parte, el anarquismo, según su propia
interpretación, como una concepción ideal, «filosófica»,
necesitaba de su concreción en la realidad, de su
materialización, y para ello no tenía más remedio que
someterse a unos instrumentos, los más adecuados para
realizarla. Pero esto implicaba, a su vez, una necesaria
adaptación a esos instrumentos —los sindicatos— y al medio
—la lucha de clases—, aunque en realidad esta adaptación
fuese recíproca, dado el fin concreto que se imponía a los
sindicatos: la realización práctica del anarquismo, la
consecución de la anarquía529.

Así pues, sin romper en lo sustancial todas sus concepciones,


el anarquismo le añadía al sindicalismo el por qué y el para qué
de las mismas530. Una simple deducción lógica, basada en un

529 Ello quedó perfectamente expresado en el Congreso de Zaragoza, de mayo de 1917,


en el acuerdo recaído sobre el punto 10° del temario, al que ya nos hemos referido. Decía
el acuerdo en uno de sus párrafos: «La ponencia entiende que, como todos los principios
filosóficos, todo progreso en el orden de las ideas ha de subordinarse a un proceso que
lleva en sí y le es consubstancial en el orden de los hechos, que tiende a dar forma tangible,
a realizar las nuevas concepciones; he aquí que reconocemos el sindicalismo
revolucionario como el principal factor de transformación social, como el medio para
realizar las concepciones anarquistas».
530 En este sentido diría, en 1916, José Prat: «En una palabra: es preciso saber para qué
nos asociamos, saber lo que tenemos que combatir, saber lo que debemos suprimir, saber
lo que debemos crear en el puesto de lo que suprimiremos, saber cuáles medios son más
adecuados y cuáles los más lentos y los más rápidos, saber lo que puede aprovecharse de
esta sociedad burguesa y que sea susceptible de reforma, saber, en suma, saberlo todo, a
axioma, bastaba para justificar la dirección anarquista de los
sindicatos: si la emancipación total de la clase obrera
solamente se puede conseguir en la anarquía, y el sindicalismo
busca la emancipación total de la clase obrera, el sindicalismo
ha de ser anarquista531.

Por lo tanto, la unidad de la clase trabajadora aparece


también como un punto de partida esencial para el
anarcosindicalismo y, por ello, para la FNOA. Es en base a ella,
y sólo en base a ella, como se podrá realizar la revolución social
y la emancipación total.

fin de no dar eternamente vueliás dentro de un círculo vicioso». Y añadía: «De ahí la
urgente necesidad de que los obreros asociados no limiten su acción sindical a la simple
resistencia contra la avaricia patronal. Esta avaricia es una consecuencia del capitalismo y
de la propiedad privada; pero no es la causa de la explotación y servidumbre obrera. De ahí
la urgente necesidad de que los obreros estudien sociología y economía, para que puedan
crear una organización propia que sea más sólida e inteligente que la organización
burguesa. De ahí que los obreros, en lugar de rehuir los idealismos de aquellos camaradas
que les propagan, tengan necesidad de estudiarlos y conocerlos para saber con mayor
certidumbre qué mejores medios son conducentes a anular más rápidamente a la
explotación patronal y la tiranía política». («Orientaciones», Barcelona 1916, p. 6.)
531 El mismo acuerdo al que nos referimos en la nota 70 desarrollaba este silogismo. Por
su interés lo recojo entero: «Comprendiendo que sólo con el definitivo triunfo de la
anarquía será posible la emancipación integral de la clase obrera, y que, para que este
triunfo pueda ser un hecho es forzosamente necesario que desaparezcan todos los absurdos
principios económicos, jurídicos, políticos, morales y religiosos que le sirven de base al
presente régimen social, cuyos resultados inmediatos son: la miseria, la esclavitud
económica de los pueblos, consecuencias del antisocial derecho de apropiación individual
de la riqueza común que divide a los hombres en explotadores y explotados. [Sigue el
párrafo citado en nota 70]. De esto sigue, que el puesto de todos los hombres amantes de la
anarquía está en los sindicatos obreros, para orientarlos, y entendemos que los campesinos
deben luchar por mejorar su condición en el presente, basado en los métodos del
sindicalismo revolucionario, sin perder de vista la aspiración a su emancipación integral, o
sea, el conseguir el triunfo de la anarquía».
A principios del mismo año de 1917, Francisco Jordán, entonces secretario general de la
CNT, sostendría la misma idea, en base al mismo razonamiento: «Y como la
emancipación de la clase trabajadora consiste en la anarquía, el sindicalismo de propósito
emancipador ha de ser anarquista», («Solidaridad Obrera», 9-enero-1917, p. 2).
El ya citado informe del Consejo Federal de la FNOA a su
segundo Congreso nacional (Valencia, 1914) recoge
perfectamente esta idea, al mismo tiempo que expresa cuál es
la doble función principal que debe realizar el sindicato: la
mejora de la condición del obrero en la situación presente
mediante la actividad reivindicativa y de defensa de sus
derechos, y su preparación y educación, primero; y la
realización de la revolución social, después.

«Mientras no adquiramos la sufuciente fuerza para vencerá


nuestros enemigos —decía el informe en uno de sus párrafos—
lucharemos por mejorar nuestra situación, fiando el triunfo a
nuestra propia fuerza y a la solidaridad de nuestros hermanos
de salario, con los que queremos vivir solidarizándonos como
miembros de una sola familia y bien unida (...).

Es esta unidad, esta solidaridad es la que nos hará fuertes y


nos permitirá conquistar mejoras en el presente y la total
emancipación en el porvenir.

Porque no solamente aspiramos a conquistar más libertad,


comodidades, higiene, garantía de vida, sino la completa dicha
y libertad para todos; caminamos hacia una sociedad de
productores libres, sin explotadores ni tiranos.»

La revolución social a realizar por el sindicato habría de


culminar en la total emancipación, en una sociedad «sin
explotadores ni tiranos», y ello, como ya hemos visto, no era
otra cosa —para la FNOA— que la anarquía.

No hay, por tanto, en los textos de la FNOA ninguna


referencia a cuál habría de ser el papel de los sindicatos en la
sociedad postrevolucionaria ni a cuál habría de ser, en
definitiva, la estructuración de la nueva sociedad, quedando
ello encubierto en la amplia idea de la realización de la
anarquía y, por tanto, sometido a las concepciones anarquistas
de tal evento. Todo ello al contrario de la concepción
sindicalista revolucionaria, que daba al sindicato un importante
papel en la estructuración de la nueva sociedad.

Pero quizá la idea que más llama la atención de las


mantenidas por la FNOA es la que atribuye al campesinado un
papel especial en el proceso revolucionario, como verdadero
motor e impulsor de la revolución social. Dijo el Consejo
Federal en el Congreso de Zaragoza532:

«Tengamos entendido que los campesinos, ésos en quienes


todos los grandes pensadores han fijado su atención, fueron
siempre el brazo ejecutor de todas las transformaciones
políticas, obteniendo como premio el quedar siempre
encadenados, como Tántalo, a la roca de la propiedad privada
de la tierra, y éstos tienen que marchar a la vanguardia, ser los
heraldos de la revolución social, pues mientras que el
campesino, principio motor de la sociedad, por ser el que con
su trabajo abastece de materia prima a todas las industrias;
mientras que el campesino no tome posesión de la tierra,
mientras permanezca encadenado al actual propietario, la
emancipación humana será un mito, y todos los esfuerzos de
los demás oficios por conseguirla se perderán en el vacío.».

Esta idea supone el trasladar el papel que corresponde al

532 Memoria del Consejo Federal al V Congreso de la FNOA, Zaragoza, 1917.


proletariado con respecto al conjunto de la clase trabajadora
en el esquema de la lucha de clases y la revolución social
utilizado por el sindicalismo revolucionario —que lo toma del
marxismo—, al campesinado. El campesino asalariado sería así
una fracción de la clase obrera, cuya situación de explotación y
su número, así como el papel que ocupa en la producción, le
convierten en la avanzada de la revolución. Sería, por tanto, la
vanguardia del proletariado y el motor de la revolución
social533.

Aunque hay que recordar que estamos analizando el


pensamiento de una organización campesina, lo que vendría a
justificar la magnificación de la tarea revolucionaria del
campesinado por la propia FNOA, no podemos olvidar tampoco
la perspectiva desde la cual realizamos este análisis —la
evolución del contenido ideológico de la CNT—, ni el por qué
del mismo —contribuir al conocimiento del proceso
ascendente del anarcosindicalismo en la CNT, analizando su
más cercano precedente—. Por ello, es importante destacar
esta tendencia agrarista del anarcosindicalismo, que —como
digo—, aunque pudiera en un principio justificarse en base al
medio en el que actúa, la verdad es que más adelante la
veremos aparecer también en la CNT, a pesar de ser ésta
fundamentalmente una organización industrial y proletaria,
cuyo punto débil fue siempre el sector campesino. Esto
supondría la grave contradicción de utilizar un medio y una

533 En la misma Memoria, anteriormente citada, sostendría también el Consejo Federal


que «el campesino [es], por su parte, esta fracción del proletariado en quien todos los
grandes pensadores han fijado su atención, considerándole como el nervio principal de la
producción, el principio motriz de la sociedad y el que en peores condiciones sociales se
encuentra».
ideología de origen y carácter específicamente industrial —el
sindicalismo— a un sistema de relaciones de producción —el
agrario—, que, al menos en la España de entonces, tenía un
marcado carácter feudal.

Por otra parte, la concepción revolucionaria de la FNOA


estuvo dotada de un cierto milenarismo u optimismo
revolucionario, que le hacía pensar en la caída necesaria e
inmediata del sistema capitalista, para lo cual había que estar
preparado. Este optimismo se acrecentó en cuanto se tuvieron
las primeras noticias de la revolución bolchevique, a la cual, por
otra parte, se adhirió prontamente la FNOA534.

Los Congresos de la FNOA dan numerosísimas muestras de


esta idea. El ya varias veces citado informe del Consejo Federal
al Congreso de Zaragoza, de 1917, advertía claramente a los
afiliados a la Federación de la inminencia del evento
revolucionario y de la necesidad de que éste encontrase a la
misma preparada para solventar los problemas del momento.
Decía:

«Fijémonos en que el actual régimen burgués se


bambolea, el capitalismo y el Estado político se precipitan
hacia su ruina; la guerra actual, provocando movimientos
revolucionarios como el de Rusia y otros que
indefectiblemente han de sucederle, aceleran su caída.
Preparémonos, pues, a formar parte de la gran

534 El Congreso nacional de diciembre de 1918 acordó dirigir a los campesinos rusos el
siguiente telegrama de felicitación: «Reunido el VI Congreso Nacional de Obreros
Campesinos de España en la ciudad de Valencia, el 25 de diciembre de 1918, se acuerda,
por unanimidad, felicitar a los campesinos rusos, por haber llevado a la práctica nuestro
lema la Tierra para los que la trabajan».
Confederación Universal de los trabajadores, que habrá de
constituirse a la terminación de este crimen, universal
también.»

Por otra parte, al éxito de la revolución rusa se añadía


también, para acrecentar este optimismo revolucionario, el
éxito obtenido por la alianza entre la CNT y la UGT, que había
ocasionado la huelga general del 18 de diciembre de 1916, y
que prometía aún mayores triunfos si esta alianza se robustecía
y lograba arrastrar detrás de sí a la totalidad de la clase
trabajadora española. De hecho, aunque el movimiento de
1916 en sí fue un éxito, las mejoras pedidas no fueron en
absoluto concedidas y el alza del coste de las subsistencias fue
constante. Ello determinó el que esta alianza entre la CNT y la
UGT permaneciese y mantuviese la amenaza, en 1917, de una
nueva huelga general, que sería ahora indefinida, si no se ponía
una eficaz solución al problema de la carestía. Esta coyuntura
no podía dejar de poner tintes de optimismo revolucionario en
los acuerdos de la FNOA.

Así, el Congreso de Zaragoza, de mayo de 1917, advertido del


movimiento huelguístico y de la posibilidad de que todo ello
desembocase en un movimiento revolucionario, acordó que la
FNOA estuviese preparada y a punto para poder participar en
el mismo535.

535 El tema 11 del orden del día del Congreso se planteaba precisamente: «Frente a las
actuales circunstancias, ¿qué actitud debemos adoptar los campesinos?». A lo que
respondió la ponencia, cuyo dictamen sería aprobado por el Congreso: «La ponencia
entiende que debemos arreciar en nuestra propaganda con toda la actividad posible, a fin
de preparar a los obreros campesinos para hacer frente a los acontecimientos que puedan
derivarse de las actuales circunstancias y estar preparados para apoyar cualquier
movimiento iniciado por las clases productoras».
Pero, aún después de la frustración de la coyuntura
revolucionaria de 1917, y a pesar de la ruptura de la alianza
entre la CNT y la UGT y de los enfrentamientos entre estas dos
centrales, a causa de la lucha por la amnistía y la campaña
electoral de 1918, aún después, quizá muy influenciada ya por
el vertiginoso ascenso de la CNT, la FNOA mantenía su
optimismo revolucionario y se manifestaba atenta a cualquier
intento que pudiera producirse.

El VI Congreso de la misma, celebrado en Valencia, en


diciembre de 1918, aprobaría dos resoluciones, más o menos
coincidentes, que hacen referencia a la actitud que debería
adoptar la FNOA ante un proceso revolucionario. La diferencia
está ahora en que la FNOA no parece ver ya la posibilidad de
que el origen del evento revolucionario se encuentre en los
propios trabajadores organizados —la ruptura de la alianza
CNT-UGT impedía pensar en ello—, aunque sí su desarrollo;
por ello su actitud de expectativa es menos impetuosa de lo
que lo había sido en años anteriores, y se manifiesta más fría y
analítica y, sobre todo, más anarquista, en el sentido de
rechazar cualquier movimiento revolucionario de tipo político,
o de tratar de aprovechar cualquier oportunidad para dirigir
ese movimiento en un sentido social, más profundo.

Una de estas resoluciones, la recaída sobré el punto 57 del


orden del día del Congreso536 venía a establecer:

«Entendemos que hay que estudiar el carácter de la


revolución, y si ésta es política, para sustituir unos tiranos

536 Decía éste: «Dado el caso que en España se promueva la revolución, ¿qué actitud
hemos de adoptar los campesinos españoles?».
por otros, debemos abstenernos de tomar parte en ella; en
cambio, si la revolución es para reivindicar nuestros
derechos de clase, debemos tomar parte activa en ella, no
cediendo los campesinos, si es posible, nuestro puesto de
vanguardia.»

A ella, además, se le añadió, por intervención del delegado


de la CNT en el Congreso —Emilio Mira—, un párrafo que decía
que: «en todo momento debemos marchar de acuerdo con la
Confederación Nacional»; lo que viene a demostrar que la
FNOA se hallaba ya plenamente bajo la influencia de la
ascendente CNT.

La otra resolución, de similares términos, precisaba aún más


cuál habría de ser esa hipotética intervención de la FNOA en un
proceso revolucionario, auque éste tuviese en un principio un
motivo exclusivamente político 537:

«La ponencia entiende [que] (...), una vez lanzados los


pueblos a la revolución, los obreros sindicalistas y
anarquistas, como conocedores de los medios de que
dispone la reacción, se deben sumar a las filas
revolucionarias para saldar la cuenta pendiente,
principalmente empezando por abolir la propiedad privada,
utilizando los comprobantes que acreditan su legitimidad, y
declarando la riqueza social patrimonio universal.»

Por otra parte, el funcionamiento interno de la FNOA, basado

537 Decía el enunciado del tema 67: «¿Qué debemos hacer los obreros caso de que el
capitalismo trate de engañarnos nuevamente estableciendo un régimen republicano?».
en la máxima autonomía y antiautoritarismo 538, así como otros
elementos de menor importancia podrían servir para
completar lo que sería un retrato, más o menos perfecto, de lo
que constituyó el contenido sindicalista de la FNOA. Sin
embargo, no se trataba tanto de describir detenidamente el
contenido ideológico de la misma, como de ver el inicio del
proceso de consolidación del anarcosindicalismo —que luego
veremos manifestarse con toda su fuerza en la CNT—, en un
momento en que la Confederación era prácticamente
inexistente; primero, por la obligada clandestinidad y, luego,
por la penosa reconstrucción de todo el entramado orgánico. Y,
por otra parte, se trataba también de ver cuáles eran, en
grandes rasgos, las características esenciales del
anarcosindicalismo en este momento de su evolución.

Así pues, la FNOA constituye el primer organismo obrero de


carácter nacional declaradamente anarcosindicalista, y su
importancia reside precisamente, no tanto en su trascendencia
como organización obrera en aquellos momentos, dado que, a
pesar de todo, la FNOA tuvo una extensión muy reducida539,

538 Preocupada la Federación por las cuestiones de funcionamiento interno, la


disciplina, los malos usos, el autoritarismo, etc.; acordó en el Congreso de Zaragoza, de
1917, sobre este tema la lacónica frase: «La autoridad entre los obreros se evita no
obedeciendo».
539 La extensión de la FNOA no fue, excesivamente amplia, ni geográfica ni
cuantitativamente. Geográficamente, nunca tuvo miembros más allá de los campos de
Barcelona, Tarragona, Valencia, Córdoba, Cádiz, Jaén y Sevilla; si bien hay que reconocer
que su presencia en estas zonas fue relativamente intensa. Al Congreso fundacional
(Córdoba, 1913) asistieron representantes de unos 9.302 campesinos españoles (también
asistiría una delegación de la Federación agrícola portuguesa, que contaba entonces con
unos 35.000 afiliados). Mientras que en el de Zaragoza, de 1917, la cifra se elevaba
solamente a 80 secciones, con unos 13.882 afiliados; y en el último que celebró, en
Valencia, en 1918, ésta era de 100 secciones, con unos 25.092 afiliados. Sin embargo, no
todos los asistentes o representados en los citados Congresos eran afiliados a la FNOA,
como en su trascendencia como indicativo de un proceso que
se estaba produciendo dentro del movimiento sindicalista, y
que apenas sería perceptible hasta 1918 ó 1919 si nos
fijásemos exclusivamente en la historia de la CNT.

Ello es obvio, pues hasta 1918, y a pesar de las movilizaciones


de 1916 y de 1917, la existencia de la CNT es más bien precaria,
aunque acentuadamente ascendente, y no celebra ningún tipo
de reunión —conferencia o congreso— de cierta importancia
que permita detectar con profundidad los cambios que en el
terreno ideológico se habían producido desde el último
Congreso nacional, de 1911. Así, el análisis de la FNOA,
organización íntimamente unida a la CNT, al punto de fundirse
con ella, cuya trayectoria discurre precisamente a lo largo de
un período en el que son pocos los datos que en el terreno
ideológico tenemos sobre la CNT, nos permite hacer una
aproximación al proceso evolutivo de esta última,
descubriendo el fenómeno del progresivo encumbramiento del
anarcosindicalismo, que en la CNT no se materializará
definitivamente hasta el Congreso de 1919, cuando la
Confederación decide adoptar como finalidad propia el
comunismo libertario. Ello, claro está, salvando la especificidad

sino que asistían a los mismos bastantes entidades no federadas. Así, en el Congreso de
1917, el Consejo Federal informaría que la FNOA contaba entonces con 47 secciones
federadas, con un total de 8.399 afiliados; y de los asistentes al Congreso de 1918
solamente eran miembros efectivos de la FNOA 58 secciones, con unos 14.783 afiliados.
De las zonas citadas, la más numerosa era la valenciana, que en el Congreso de 1917
representó a unos 10.000 afiliados, la mitad de los cuales, aproximadamente, eran
federados a la FNOA. Le seguía en importancia el conjunto de las cuatro provincias
andaluzas citadas; entre ellas, Cádiz era la que más afiliados reunía (1.694 en 1917, y
1.057 en 1918), seguida de Córdoba (290 en 1917, y 3.290 en 1918). Sevilla y Jaén no
pasaban de los 100 afiliados. Por lo que se refiere a Cataluña, Tarragona llegó a reunir 15
secciones con 1.745 afiliados en Í918, mientras que Barcelona no pasaría de los 700.
de la FNOA, organización exclusivamente agraria, dirigida a
intervenir en un sector productivo no muy adaptado a la
estrategia y a la organización sindicalista, pensada más bien
para el sector industrial —y una buena prueba de ello es el
escaso éxito que la FNOA tuvo—, y que quizá por ello mismo,
fue aquella versión del sindicalismo menos adaptada a los
moldes industrialistas —el anarcosindicalismo— la que triunfó
en ella y lo hizo bastante tiempo antes de lograrlo en la CNT,
organización de carácter fundamentalmente proletario, o
industrial.

3. — 1915-1919: La reconstrucción.

Como vimos anteriormente, el año 1915 marca el inicio real


de la nueva etapa de la Confederación. Es a partir de entonces
cuando se inicia seriamente el proceso de reconstrucción de la
misma; proceso que será bastante lento y que tendrá su
culminación en los Congresos regional catalán de 1918 y
nacional de 1919.

Esta nueva etapa va a ver uno de los momentos culminantes


en la historia de la CNT. Su expansión por toda la geografía
española y el aumento de sus militantes será constante
durante todo este período; pero sufrirá aún una inflexión
ascendente más pronunciada hacia los años 1918-1919,
justamente al final de la guerra europea, y cuando la CNT
celebra el más importante, quizá, de sus Congresos.

Durante este período, la CNT experimentará un importante


cambio, no sólo en sus estructuras, sino en sus cuadros
dirigentes. Así, aunque en los primeros momentos todavía
circulan nombres como los de José Negre, Francisco Jordán,
Francisco Miranda, Manuel Andreu, etc., por citar solamente a
quienes fueron entonces secretarios generales de la
Confederación, pronto empezarán a sonar los nombres de
Salvador Seguí, Ángel Pestaña, Manuel Buenacasa, José Viadiu,
etc. Los viejos dirigentes, que ya habían tenido destacados
papeles en la organización y funcionamiento de Solidaridad
Obrera, comenzaban a ser desbancados por las nuevas
generaciones de militantes, que aumentaron
considerablemente a raíz de las inmigraciones que recibe
Barcelona como consecuencia de la guerra europea.

De esta manera, salvo hombres como Seguí, que ya había


tenido un importante papel en la época de SO, la mayor parte
de los dirigentes de la CNT que ahora comienzan a destacar
ingresan en la Confederación durante este período, que es
entonces cuando se trasladan a Barcelona540.

De los 26.571 afiliados con los que la CNT decía contar en


setiembre de 1911, poco antes de su puesta fuera de la
legalidad541, pasa a contar en los momentos iniciales de su
reconstrucción, en 1915, con unos 30.000 542 , que se

540 Manuel Buenacasa llegaría a Barcelona en el año 1914 (op. cit., p. 212). Ángel
Pestaña lo haría también en agosto de ese año. Este último demuestra la situación de plena
desorganización y descontrol en que se encontraba la CNT, cuando dice, hablando del
importante papel que pronto pudo jugar dentro de la organización: «Desplegaba esta
actividad y hablaba solicitado por los Sindicatos, sin pertenecer a ninguno de ellos, ni a la
organización siquiera» («Lo que aprendí...», cit., p. 48).
541 Del informe del Comité Federal al Congreso Nal. de 1911. «Solidaridad Obrera»,
15-septiembre-1911.
542 A. Pestaña «La crisis sindicalista en España», en «Leviatán», n° 1, mayo-1934, p. 62.
convierten pronto, en mayo de 1916, cuando la CNT celebra su
Conferencia nacional de Valencia, en unos 50.000 543.

Durante este período se van constituyendo también las


CONFEDERACIONES Regionales, cuya formación había sido
determinada por el Congreso de 1911, pero que los sucesos
subsiguientes impidieron que tal acuerdo pudiese realizarse,
excepción hecha de la Regional Catalana. Así, en 1918 nacería
la segunda Confederación Regional en importancia, después de
la Catalana, perteneciente a la CNT: la Confederación Regional
de Andalucía, constituida en un Congreso regional, celebrado
en la ciudad de Sevilla el 1 de mayo de 1918, «a instancias y
por estímulo de las organizaciones andaluzas»544.

El resto de las CONFEDERACIONES regionales se iría


constituyendo a impulso de los importantes acuerdos en los
Congresos de 1918 y 1919.

Así, poco después del Congreso Regional catalán de 1918, se


constituiría la Regional de Levante, que pronto disputaría su
segundo puesto a la Regional andaluza545. Por estas mismas
fechas lo sería también, en fin, la Regional del Norte, que
cubría las provincias vascas y las del norte de Castilla; regional
ésta que, al contrario que las anteriormente citadas, supuso
siempre, junto con la misma Castilla —Regional del Centro—,

543 Intervención de Eusebio Carbó en el Congreso Nacional de 1919. (CNT «Memoria


del Congreso... de 1919», p. 136.)
544 Las actas de dicho Congreso aparecieron en «La Voz del Cantero» números de
agosto de 1918. J. DIAZ DEL MORAL, op. cit., p. 173. M. BUENACASA: op. cit., p. 127.
545 Sería constituida en Valencia, en un Congreso celebrado del 1 al 13 de diciembre de
1918.
uno de los puntos más débiles de la CNT. En 1921 se
constituiría en Vigo la Regional gallega546.

Haciendo un balance de su propio crecimiento, poco después


de la celebración del Congreso regional de Sants, de 1918, diría
el Comité Nacional de la CNT, recientemente elegido:

«Contamos con la Confederación Regional de Cataluña, la


más numerosa de España; con la Confederación Andaluza,
importantísima por su fuerza y radio de acción; con la
inmensa mayoría de la organización gallega, que
consideramos ya adherida, al igual que una gran parte del
proletariado industrial de Asturias, de Aragón y de
Valencia, y con un sinnúmero de sindicatos de las demás
provincias españolas»547.

Sin embargo, lo vertiginoso del proceso de crecimiento de la


organización lo convertía en increíble, no sólo para los medios
no confedérales548, sino para los propios órganos dirigentes de
la Confederación549; sobre todo si se tiene en cuenta que hasta

546 «La Tierra», 30-abril-1932, p. 3.


547 Manifiesto del recientemente elegido Comité Nacional de la CNT «A toda la
organización obrera de España y a todos los militantes. Nuestro saludo», en «Soli» 20-
agosto-1918, p.l.
548 «Solidaridad Obrera» se hace cargo en diversas ocasiones durante este período de
las acusaciones dirigidas a la CNT en los medios socialistas de que su desarrollo no era
más que una ilusoria jactancia. Isidoro Acevedo por ejemplo, quien había sido uno de los
proponentes del acuerdo con la CNT en J 916, diría en el XIII Congreso de la UGT —30
de septiembre a 10 de octubre de 1918—, refiriéndose a la CNT: «Tenemos que ver si esa
entidad representa, en efecto, una fuerza obrera, o si, como he oído decir en Barcelona, es
un fantasma» («Soli», 9-octubre-1918, p. 1).
549 Una nota de «Soli» 30-septiembre-1918, p. 1, diría refiriéndose al Com. Nal. de la
CNT: «La Confederación ha hecho tales progresos que ni ellos mismos se explican esto
que consideran un fenómeno».
entonces la labor orgánica de la Confederación se habia
dirigido casi exclusivamente a Cataluña, quedando el resto de
las zonas del país totalmente desatendidas del gran centro
confederal, por lo que gran parte de su aumento de afiliación
tenía que provenir necesariamente de aquella zona.

Tras el enorme esfuerzo orgánico que supuso la celebración


del Congreso regional catalán, celebrado en la barcelonesa
barriada de Sants, del 28 de junio al 1 de julio de 1918, la CNT
trató de lograr una mayor racionalización de toda su
organización, no sólo tratando de llevar la nueva
estructuración orgánica a todas las organizaciones del resto de
España, sino, a la inversa, tratando de realizar un inventario
serio de los efectivos de la CNT en todo el país, clarificando la
vinculación de todas las entidades con la misma y obteniendo
de ellas el máximo de información con respecto a su número
de afiliados, actividad, etc. Los primeros resultados de esta
actividad los publicaría «Solidaridad Obrera» a finales de
setiembre de 1918, en base a datos suministrados por el propio
Comité Nacional de la CNT.

Con ello se pretendía también salir al paso de quienes


consideraban falso el auge confederal.

Según los informes del CN, la CNT contaba entonces con


80.607 federados, cuya distribución regional era la siguiente550:

550 «Soli», 30-septiembre-1918, p. 1. La suma de los datos ofrecidos por el periódico es


de 80.541, lo que no se corresponde con los 80.607 citados. La UGT, en su XIII Congreso
nacional, que inauguraría el mismo 30 de septiembre en Madrid, declaraba representar en
el mismo a 85.000 cotizantes (A. DEL ROSAL «Historia de la UGT de España.
1901-1939», Barcelona 1977, p. 174).
Este esfuerzo clarificador de los efectivos confederales se
continuaría aún durante algún tiempo. Así, se anunció la
publicación de un Boletín de la Confederación, que habría de
salir el 3 de noviembre de 1918, en el que se incluirían todos
los datos posibles referentes a la misma551. De esta manera,
sólo dos meses después de la anterior información, la CNT

551 Este Boletín sería publicado como un número extraordinario de la edición


dominical de «Soli» de 3-noviembre-1918, pero no he podido llegar a consultarlo.
podía declarar que sus efectivos ascendían ya a la cifra de
114.000 federados552.

Ahora bien, el proceso de reconstrucción de la CNT, que se


encuentra prácticamente culminado en el año 1918, con la
celebración del Congreso de Sants, al menos en lo que a la
parte formal se refiere, contó desde su inicio, en el año de
1915, cuando la CNT comienza a actuar públicamente, con un
sinnúmero de dificultades, entre las que no eran las menores
los conflictos internos.

El problema fundamental, en los momentos iniciales de la


reconstrucción cenetista era precisamente el de formar los
cuadros y comités que pudieran difigir y poner en pie los
sindicatos, labor en la que se hará patente la lucha de las
diferentes tendencias y, aún, las diferentes rivalidades
personales que proliferarían con excesiva frecuencia en la
CNT553. Es muy difícil conocer con exactitud el origen de estos
conflictos y la índole de los mismos, dada la escasez de datos al
respecto, aunque no cabe duda de la importante trascendencia
del problema ideológico en ellos. De esto nos ocuparemos más
adelante.

552 «Soli» 25-noviembre-1918, p. 1, publica un artículo firmado por Antonio Muñoz


García —militante granadino—, que debería conocer los datos cuantitativos de la
Confederación, supuestamente publicados sólo unos días antes, en el que éste atribuye a la
CNT los citados 114.000 afiliados.
553 El editorial de «Soli» 23-agosto-1916 «Preparemos la potencia obrera» se hace
eco de todo ello: «las disposiciones especiales creadas por los últimos conflictos entre el
capital y el trabajo, en cuanto a la reorganización del organismo nacional, nos obligan a
poner toda la atención posible en el funcionamiento de los comités, reintegrando los
elementos de que carecen y haciendo que cumplan debidamente, esforzándose si es
preciso, en todas aquellas iniciativas hoy paralizadas por causas de todos conocidas».
Lo que sí es fácilmente comprobable es la importancia de
estos conflictos, que produjeron durante todo el período que
culmina en el Congreso Nacional de 1919, una enorme
movilidad en los cargos de dirección de la Confederación, tanto
en el nivel regional catalán —que comprendía entonces el
grueso de la organización—, como en el nivel nacional e,
incluso, en la redacción y administración del órgano cenetista
«Solidaridad Obrera»554.

Lo difícil de la situación social y política en medio de la cual la


CNT tiene que realizar su labor reorganizadora —la guerra
europea y sus consecuencias de crisis económica, etc.— vino a
añadir aún mayor confusión y dificultad a la misma.

Así, en estos momentos se entrelazan multitud de problemas


y de actitudes que son difícilmente encuadrables dentro de un
esquema simplista de tendencias, similar al que pudimos hacer
en períodos anteriores. Sobre todo si ello tenemos que hacerlo
—como sería lógico— en base a los motivos de enfrentamiento
dentro de la organización, siendo variables las posturas
dependiendo del tipo de problema que se afrontaba.

Uno de los motivos de mayores enfrentamientos durante

554 «Soli» 25-octubre-1916, p. 1, publicaba una nota de la redacción y administración


de la misma, en la que éstas presentaban su dimisión, aparte de por causa del crónico
problema económico, decía, «para acabar de una vez con las insidias y vergonzosas
insinuaciones de que somos víctimas por parte de ciertos núcleos obreros», pues, «lo que
no podemos ni queremos consentir es la especie de campaña insidiosa y calumniosa que
contra nosotros algunos elementos hacen, insinuando que nuestros actos obedecen a
móviles de interés individual y a rencores y odios personales que más bien cuadran a los
que de ello nos acusan más en secreto que en público». La redacción de «Soli» estaba
entonces formada por José Borobio, Manuel Andreu, José Negre, Gonzalví y Agustín
Castellá; y de la administración formaban parte: Francisco Puerto, José Godayol y R.
Villaseca.
este período fue precisamente el órgano confederal
«Solidaridad Obrera» contra cuya redacción y administración
cayeron acusaciones de muy diverso tipo.

La redacción y administración de «Solidaridad Obrera»y que


venía siendo ostentada más o menos por las mismas personas
desde finales de 1915, estaba formada, desde mediados de
1916, por las siguientes personas: la redacción, por José
Borobio, Manuel Andreu, José Negre, Gonzalví, Agustín
Castellá, y la administración por Francisco Puerto, José Godayol
y R. Villaseca. Este equipo director de la «Soli»555 podría muy
bien reflejar lo que sería el espectro político de la CNT en
aquellos momentos. Formado más bien por personas
pertenecientes a la anterior etapa, incluía a destacados
sindicalistas revolucionarios, como Negre, al lado de
destacados anarquistas sindicalistas, como Andreu, además de
otras personas no cualificadas por su especial significación
política o sindical. Sin embargo, se puede decir que de todas
esas tendencias vendría a recibir ataques.

Por un lado, uno de los más hirientes ataques que este


equipo sufrió, fue el de ser acusado de recibir dinero de la
embajada alemana a cambio de realizar algún tipo de
propaganda antialiada, primero, y pacifista después, cuando ya
las cosas no marchaban muy bien para los alemanes. Ángel
Pestaña se referiría con posterioridad a estas acusaciones, que,
sin embargo, nunca quedaron del todo probadas556, y siempre

555 Como era conocido en los medios confederales el portavoz de la CNT.


556 A. PESTAÑA «LO que aprendí...» cit., p. 67-68, dice al respecto: «Cuando los
individuos que desempeñaban los cargos de administrador y director vieron que la
organización abandonaba sus deberes y peligraba el diario por falta de medios
fueron ardorosamente rechazadas por el citado equipo del
periódico 557.

Pero el conflicto más duro que tuvo que sufrir la «Soli»


durante este período fue el planteado por la sociedad obrera
Arte de Imprimir. El conflicto comenzó ya en el año 1916,
cuando «Soli» se convirtió en diario 558. Entonces, el Arte de
Imprimir planteó al órgano confederal una reclamación salarial,
exigiendo que se pagase a los operarios que hacían el mismo
«a tarifa» (es decir, según los mínimos fijados por el propio
Sindicato), lo cual no pudo hacer «Soli», por lo que después de
algunas tensiones, el Arte de Imprimir terminó por retirar a sus
afiliados de la elaboración del periódico. La dirección del
mismo, que entonces la llevaba José Negre, se vio obligada a
contratar nuevo personal, lo que le acarreó las
correspondientes acusaciones de amarillismo y la declaración
pública de boicot por parte del Arte de Imprimir, que llenó
Barcelona con carteles en este sentido559.

Pero, este conflicto, de líneas bastante simples, a pesar de su


gravedad, incluía dentro de sí ciertos elementos que lo hacen
de interpretación más compleja. En primer lugar, por la

económicos, en vez de confesarlo dignamente y llegar a la suspensión del diario si era


preciso, optaron por el camino tortuoso de aceptar dinero del servicio de espionaje alemán.
Pero hay que hacer la justicia. No todos los redactores y el personal de administración
sabían el origen del dinero para sostener la publicación. Lo ignoraban por completo. Era
cosa llevada sigilosamente por dos o tres individuos nada más». (La edición original es de
1934.)
557 Vid. nota 95.
558 Marzo de 1916.
559 Noviembre de 1916. Esta contratación de nuevo personal había sido, sin embargo,
autorizada por una asamblea de la Confederación y por el propio Comité Confederal.
(«Soli» 22-noviembre-1916, p. 2.)
sociedad que lo plantea, el Arte de Imprimir, dirigida entonces
por un conocido lerrouxista —Pijoán—; en segundo lugar,
porque al lado de las reivindicaciones puramente profesionales
se unían otras acusaciones de matiz más serio, tanto en lo
personal —empleo indebido de fondos—, como en lo
ideológico —falta de contenido social en la línea editorial—; y,
en tercer lugar, porque en aquel entonces —noviembre de
1916— la CNT y la UGT se encontraban en íntima relación,
coordinando su campaña de protesta en contra de la carestía,
que desembocaría en la huelga general del 18 de diciembre de
1916.

En el primer sentido, el Arte de Imprimir era una vieja


sociedad de resistencia, íntimamente unida a los orígenes en
España del sindicalismo revolucionario, fundadora de
Solidaridad Obrera, y suministradora de destacados militantes
a la causa sindicalista, como el propio Negre, Permanyer, Avila,
Herreros, Bueso, etc., que ya habían destacado en aquel
entonces. Sin embargo, en estos momentos de confusión
orgánica a los que nos estamos refiriendo, parece que su
acercamiento al Partido Radical era bastante grande560. Ello
podría hacer pensar fácilmente en una actuación
especialmente promocionada en los medios lerrouxistas,
destinada a desacreditar y producir confusión en la ya
poderosa máquina sindicalista. Sin embargo, las
reivindicaciones del Arte de Imprimir iban también envueltas

560 Una nota de «Soli» 16-febrero-1917, p. 2, acusa al Arte de Imprimir de no pertenecer


a la CNT. Por otra parte, el A. de I. dirigía todos sus ataques a la «Soli» desde el órgano
lerrouxista «El Progreso». Sin embargo, de esta entidad saldrían en el futuro nuevos
destacados dirigentes cenetistas, como Salvador Quemades, Evelio Boal, Rafael Vidiella,
Adolfo Bueso, etc.
en acusaciones de matiz ideológico que, en puridad, poco
tendrían que ver con la política seguida entonces por los
radicales. Así, en una nota publicada en «Solidaridad Obrera»,
en octubre de 1916, en los comienzos del conflicto, por los
propios empleados que hacían el periódico y que habían dado
origen al mismo, éstos prometían hacerse cargo de la «Soli»,
siempre que contasen con el apoyo de los sindicatos,
«creyendo de una necesidad absoluta que el vacío social que
llena el diario no vuelva a aparecer ante nuestra vista» 561.

Por otra parte, a estas acusaciones se añadía otra de


malversación de fondos, que estaba también unida al origen de
la publicación de «Solidaridad Obrera» como diario. Entonces,
ante la escasez de fondos para realizar tal empeño y la
necesidad de mantener al proletario catalán informado
adecuadamente del transcurso de las importantes huelgas
generales del ramo que mantenían los metalúrgicos y los
albañiles, una asamblea de la organización, celebrada el 12 de
febrero de 1916, autorizó a la administración de «Soli» a
emplear en la elaboración del suplemento diario del periódico
fondos destinados en un principio a la ayuda a los presos,
acordándose también que los sindicatos fuesen abonando las
cantidades suficientes como para enjugar el déficit producido
por la edición diaria y poder devolver aquellos fondos a su
destino originario. Sin embargo, por no haberse recibido
debidamente los pagos de los sindicatos, parece que el dinero
de los presos no fue devuelto en su totalidad, lo que dio origen
a la acusación contra la administración y redacción de la «Soli»

561 «Soli» 27-octubre-1916, p. 2. La nota, que recibía la aprobación de la Junta del A. de


I., iba firmada por Salvador Quemades, Manuel Segura, Francisco Melero, Ramón Félez,
José González, Jaime Bruey, Juan Foz, Antonio Surville, Jaime Romero y Juan Acarreta.
de malversación. La acusación fue hecha por Salvador
Quemades, desde las páginas de «El Progreso», y fue
debidamente contestada tanto por el administrador del
periódico, José Godayol, como por su director, José Negre.

Una asamblea regional de delegados, celebrada el 26 de


enero de 1917, intervendría en este asunto y acordaría, a
petición del administrador del periódico, recordar a los
sindicatos la obligación de cumplir su compromiso, para que el
dinero de los presos pudiera ser devuelto562.

Sin embargo, este asunto trascendería mucho más y daría


lugar a un enfrentamiento personal entre dos de las más
destacadas figuras del sindicalismo español. Enfrentamiento
que en estos momentos supone un verdadero símbolo del
proceso de recambio de las viejas figuras dirigentes que se
estaba produciendo. Por un lado José Negre, y por otra
Manuel Buenacasa. Uno, Negre, mayor ya, antiguo secretario
general de Solidaridad Obrera y de la CNT, defendía ahora su
integridad desde el puesto de director de «Soli». El otro,
Buenacasa, llegado a Barcelona en el año 1914, despuntaba ya
en los medios sindicales, en los que llegaría —en 1918— al
cargo de secretario general de la CNT.

Buenacasa sostendría contra el equipo de «Solidaridad


Obrera» las mismas acusaciones que Salvador Quemades, al
punto de provocar un careo público con Negre, que éste
aceptó y llegó a celebrarse en los locales del Centro Obrero de

562 Se acordó también que fuese devuelto el dinero de los presos que aún obrase en
manos de la administración de «Soli», y que era en aquel momento 770,05 ptas. («Soli»
30-enero-1917, p. 1).
la calle Mercaders, de Barcelona, los días 27 y 28 de enero de
1917. Según las reseñas del órgano confederal, todas las
acusaciones quedaron ampliamente rebatidas por Negre y se
demostró la falsedad de la acusación de malversación563, al
igual que ya había quedado hecho en la pasada asamblea del
26 de enero564.

La pena es que el enfrentamiento entre estas dos grandes


figuras, bajo el cual debía latir, sin duda alguna, la diferente
concepción de la acción sindical, como los hechos
demostrarían con posterioridad, se manifestase sólo en
términos tan prosaicos y no dejase traslucir las diferentes
posiciones ideológicas, clarificando las tensiones del momento.

A pesar de las consiguientes aclaraciones, el conflicto de


«Solidaridad Obrera» duraría aún varios meses, y una asamblea
regional, celebrada en mayo de 1917, se vería obligada a volver
sobre el mismo, condenando ya en términos bastante claros la
actitud del Arte de Imprimir con respecto al portavoz de la
Confederación.

Este equipo de «Solidaridad Obrera», tan discutido, sería


definitivamente sustituido, en noviembre de 1917, por uno
nuevo, del que entraría a formar parte Ángel Pestaña —otro
elemento destacado de la nueva generación de sindicalistas—
como director565.

563 «Soli» l-febrero-1917, p. 2.


564 «Soli» 28-enero-1917, p. 2.
565 La redacción de «Soli» quedó entonces formada, no sin ciertas dificultades, a las que
se refiere ampliamente A. Pestaña en su autobiografía —«Lo que aprendí en la vida»,
cit.—, por el propio Pestaña como director, Antonio García Birlán («Dionysios») y
Ya antes, a mediados de 1917, Negre había dejado su puesto
de director de «Soli» a José Borobio 566.

Por otra parte, los Comités confederales sufrieron también


las consecuencias de lo confuso de la situación y ello quedó
reflejado en la gran movilidad que se experimenta en los
mismos. Si bien es cierto que una de las características
orgánicas de las que va a gozar la CNT es precisamente la gran
movilidad de los cargos de dirección, —cuya renovación se
haría generalmente por períodos anuales, para evitar el
burocratismo—, durante este período de reconstrucción de la
organización, complicado por la coyuntura política y
económica, crítica y revolucionaria a la vez, el relevo en los
mismos va a ser mucho más frecuente. A esta continua
sucesión en los cargos hay que añadir, además, la situación de

González. Mientras que la administración se encargó a Pomés y a Martínez. Este nuevo


equipo se haría cargo del periódico el 11 de noviembre de 1917, y a partir de entonces
serían muy frecuentes las colaboraciones de destacados anarcosindicalistas, tanto viejos,
como José Prat, como de la nueva generación, como Buenacasa, quien se destacaría por su
efusivo apoyo a la revolución rusa y a la causa de los bolcheviques, o «maximalistas»,
como entonces se solía decir.
566 José Negre abandonaría poco después la militancia activa, escribiendo algunos
trabajos, como «¿Qué es el Sindicalismo?» publicado en 1919, y sus memorias:
«Recuerdos de un viejo militante», cuya edición, aunque no lleva fecha, debió producirse
también por aquellos años. De él diría su antiguo adversario Buenacasa, olvidando, quizá,
parte de los motivos que debieron llevarle a su absentismo: «Militó sin descanso en las
filas obreras hasta agosto de 1917, en que, por discrepancias de apreciación al declararse el
famoso movimiento de dicho año, se separó de nosotros convirtiéndose —puede decirse—
en un adversario. No ha querido saber nada más de nuestro movimiento y ha procurado
alejarse de todas nuestras relaciones» (M. BUENACASA, op. cit., p. 50). [Ello es falso, dado
que, aunque no como director, Negre siguió colaborando en la redacción del órgano
confederal, siendo numerosos sus artículos en el mismo hasta noviembre de 1917,
generalmente de tipo teórico, defendiendo la posición sindicalista revolucionaria; en
diciembre de 1918 toma aún parte activa en la campaña de propaganda y extensión de la
CNT, por lo que es detenido junto con otros destacados cenetistas.] Los trabajos citados de
Negre, de fechas posteriores a 1919, contradicen lo tajante de estas afirmaciones.
semiclandestinidad en que los Comités venían actuando,
debido a la acción represiva del Gobierno y a la febril actividad
revolucionaria a la que estaban entregados, lo que hace
tremendamente difícil el conocer con exactitud quiénes eran
los miembros de los citados comités en cada momento. Al
mismo tiempo, alguno de los miembros de los mismos pasaban
del Comité Nacional al Regional, y viceversa, con cada una de
las modificaciones de la composición de los mismos. De
cualquier manera, casi sin temor a error, y a pesar de la escasez
de datos exactos, puede afirmarse que entre el año 1915, en
que la CNT comienza tímidamente su actividad, después de su
suspensión en setiembre de 1911, y el año 1918, en que se
celebra el Congreso regional de Sants, en el que se dota a la
organización de una estructura nueva, se suceden en el cargo
de secretario general de la CNT los siguientes militantes:
Manuel Andreu, Francisco Jordán, Francisco Miranda y Manuel
Buenacasa567. Con respecto al Comité regional catalán —de la
única organización regional que funcionó con una mínima
estabilidad y regularidad orgánica durante este período—, es
aún más difícil el precisar con exactitud los nombres de quienes
ostentaron en cada momento el cargo de secretario general del
mismo. Sin embargo, ¡sí se pueden citar los nombres de los que

567 José Negre, nombrado en noviembre de 1910 («Soli» 16-diciembre-1910, p. 3)


permanecería en el cargo hasta la suspensión de la CNT, en septiembre de 1911, siendo
sustituido por Manuel Andreu, en noviembre de 1915 (vid. nota 37). Francisco Jordán
sería nombrado en agosto de 1916 («Soli» 26-agosto-1916) y permanecería en el cargo
hasta su dimisión, estando detenido, en febrero de 1917 («Soli» 5-febrero-1917). Entonces
se haría cargo del Com. Nal. Francisco Miranda, quien, a su vez, sería sustituido en agosto
de 1918, tras la celebración del Congreso regional de Sants, por Manuel Buenacasa
(«Soli» 20-agosto-1918). Sin embargo, durante la detención de Miranda —de agosto a
noviembre de 1917—, con motivo de la huelga general de aquel año, parece ser que actuó
un Comité clandestino del que sería secretario el propio Buenacasa («Soli»
ll-noviembre-1917; M. BUENACASA, op. cit., p. 251-253).
tuvieron una actuación más prolongada y destacada: Francisco
Miranda, Ángel Pestaña, y Salvador Seguí 568.

Al igual que había ocurrido en el caso de «Solidaridad


Obrera», los Comités de la CNT, tanto los nacionales, como los
regionales de Cataluña, son un reflejo de la confusa situación
ideológica por la que atravesaba la Confederación en estos
momentos de su reconstrucción. Puede decirse claramente
que el viejo purismo sindicalista revolucionario había dejado
paso a un anarcosindicalismo incipiente que, sin embargo, no
había producido aún un desplazamiento total de las
concepciones y los modos sindicalistas revolucionarios. Así,
aunque la última figura del pasado sindicalismo que ocupará
cargos destacados será Negre, y solamente al principio, siendo
todos los demás miembros de los Comités destacados
anarcosindicalistas, veremos, dentro de la confusa situación, a
Comités siendo atacados desde posiciones anarquistas y
manteniendo posiciones más típicas del sindicalismo
revolucionario que de un sindicalismo anarquista en sentido
estricto. Al mismo tiempo que «Solidaridad Obrera», como
reflejo de ello, mantendrá posiciones de dudosa pureza
anarcosindicalista. Pero del problema ideológico nos
ocuparemos más adelante; baste ahora señalar el aspecto
personal y orgánico del problema.

568 F. Miranda vino ostentando este cargo desde mediados de 1916, hasta marzo de 1917,
en que pasó al Com. Nal., siendo sustituido por Ángel Pestaña. Este estaría en el Com.
Reg. hasta que pasó a la dirección de la «Soli», en noviembre de 1917. Entonces se hizo
cargo del Comité regional el equipo que convocaría el Congreso regional de Sants,
formado por Salvador Seguí, Enrique Rueda, Camilo Piñón, Salvador Quemades y Juan
Pey. En el citado Congreso regional sería nombrado secretario Seguí. («Soli» 22-enero,
5-marzo, 14-marzo, 25-marzo de 1917, p. 1; CRT de Cataluña «Memoria del Congreso
Regional celebrado en Barcelona los días 28, 29 y 30 de junio y 1º de julio del año 1918»,
Barcelona 1918, p. XXVII; M. BUENACASA, op. cit., p. 216.)
Así pues, aparte de la confusa figura de Salvador Seguí, el
resto de los nombres citados, con diversos grados de
intensidad dentro de su filiación anarquista, son ejemplos
destacados del anarcosindicalismo español.

Tanto Francisco Miranda, antiguo colaborador íntimo de


Ferrer y su Escuela Moderna569, como Francisco Jordán570 o
Manuel Andreu, viejos militantes de la época de SO, como
Manuel Buenacasa, que representaría en este caso a la nueva
generación de dirigentes cenetistas, fueron militantes obreros
de indudable y profunda filiación anarquista, perfectamente
encuadrables en la concepción sindicalista del anarquismo. Y
similar cosa podría decirse de Ángel Pestaña, en esta su
primera época de militante sindical, caracterizada por un gran
radicalismo, que le llevó a enfrentarse pronto con posiciones
más moderadas, como las mantenidas por Seguí 571.

En definitiva, aparte de los conflictos internos que


dificultaban su reconstrucción, debajo de los cuales se
escondían diferentes concepciones de la lucha social y
problemas de tipo ideológico, de los que hablaremos más
adelante, acrecentados, quizá, por la difícil coyuntura política y

569 Según C. LEROY, Francisco Miranda era hijo de la compañera del patriarca del
anarcosindicalismo español Anselmo Lorenzo (op. cit., p. 221). De él diría Negre, en
términos laudatorios: «...ese buen revolucionario, ese militante de los de ayer, es Francisco
Miranda» («Memorias...», cit., p. 40).
570 F. Jordán, en «Soli» 9-enero-1917, p. 2, se declararía expresamente «anarquista
sindicalista».
571 Aunque él, en sus memorias, dijese con respecto a su filiación anarquista y a su
colaboración inicial con el grupo editor de «Tierra y Libertad»: «El formar parte de este
grupo facilitó mi relación con otros anarquistas y con los medios sindicales. Confieso que
desde el primer momento me atrajeron más estos medios que no aquéllos» (A. PESTAÑA
«LO que aprendí...» cit., II, p. 57).
económica, se encontraban también problemas de estricto
contenido orgánico.

Así, independientemente de que en la segunda parte de este


trabajo nos ocupemos más detenidamente de los problemas
orgánicos de la CNT, de su estructura y funcionamiento
conviene que citemos ahora, aunque sea un tanto
superficialmente, cuáles eran los problemas que durante este
período se le presentaban a la Confederación en este terreno, y
que justificaron como ningún otro la necesidad de la
celebración de un Congreso que aclarase definitivamente la
situación. No en balde, como ya dijimos, estos problemas, las
diferentes concepciones de la organización confederal, fueron
también parte importante de la inestabilidad de los Comités y
del conjunto confederal.

En concreto, el defectuoso funcionamiento sindical de los


organismos adheridos a la Confederación Regional y su
persistencia en el mismo, sin aceptar las directrices del Comité
es lo que determinaría la dimisión del Comité Regional de
Cataluña, que dirigía Francisco Miranda, en marzo de 1917. Y si
cito este caso concreto es porque su dimisión puso al
descubierto el conjunto de los defectos orgánicos que
afectaban a la organización más que ningún otro. Defectos que,
por otra parte, y a pesar del perfeccionamiento orgánico
posterior de la Confederación, continuarían estando presentes
en la misma, aunque con diferente intensidad a lo largo de su
historia.

El 5 de marzo de 1917 «Solidaridad Obrera» publicaba en su


primera página una nota del Comité Regional catalán en la que
éste presentaba su dimisión irrevocable, debido a la falta de
adhesión y de responsabilidad orgánica de los sindicatos y
FEDERACIONES de la CRT, que le habían elegido:

«Estamos aquí sin fuerza de organización para


desenvolvernos y sirviendo tan sólo como cabezas de turco
para que todo el mundo se crea con derecho a discutirnos y
a insultarnos, y esto, no debemos ni queremos consentirlo
más.»

En ésta su primera nota presentando la dimisión, el Comité


Regional expresaba cuáles habían sido, según su criterio, los
defectos principales que habían impedido el correcto
funcionamiento de la Confederación: egoísmo profesional,
desidia orgánica, espontaneísmo y exacerbado autonomismo:

«Está tan arraigado el principio económico en nuestra


organización —decía el Comité— y es tanta la desidia y lo
mucho que se confía en el azar, que difícilmente los
órganos federativos pueden contar con aquellos medios y
elementos de juicio indispensables para que su actuación
surta los efectos que necesariamente debe producir.

Mientras se tenga el equivocado concepto de que en esta


pugna constante contra los poderes del capitalismo, cada
población, cada sindicato, o simplemente cada individuo se
basta por sí, estaremos incapacitados para toda acción
emancipadora y mal podremos defendernos de la fuerza
avasallante de la burguesía.»

Pero, por si fuera poco esta explicación incluida en su


manifiesto de dimisión, una vez dimitido, los miembros de este
Comité publicaron de nuevo en «Solidaridad Obrera» una
segunda nota en la que venían a expresar cuál había sido su
intención o programa cuando se hicieron cargo del mismo.

Y es muy interesante y significativa esta nota, dado que,


como ya quedó dicho anteriormente, refleja actitudes
organicistas poco típicas de la corriente anarcosindicalista,
bastante dada a la simplificación orgánica y al autonomismo,
más que al perfeccionamiento orgánico y a la disciplina
sindical. Sin embargo, la fuerte personalidad del anarquista
Miranda debió verse bastante atenuada, en este sentido, por la
no más débil formación y experiencia sindicalista del resto de
los miembros del citado Comité, entre los que se encuentran
destacados luchadores obreros como Salvador Seguí, Martín
Barrera, José Climent y Enrique Rueda.

Decían los ex-miembros del Comité en su segunda nota,


entre otras cosas:

«Así mismo hemos hecho cuantos esfuerzos nos han sido


posibles, para encauzar el sistema federativo y
confederativo por nuevos derroteros marcados en esa
evolución lógica del sindicalismo moderno, al que hay que
acoplar todos los sindicatos. (...)

Así mismo, hubiéramos deseado dar a toda la


organización de sindicatos ese concepto de
responsabilidad, método de disciplina autoritaria, y la
característica rebeldía de las organizaciones obreras de
Cataluña, con el sano propósito de cumplir la misión de
unión, fuerza, organización inteligente, compenetrada ésta
de su misión a cumplir en la liberación del régimen
capitalista» 572.

Estas notas del Comité dimisionario no podían caer en balde


en la organización, por el contrario, su efecto y repercusión fue
inmediata. Pocos días después de la primera, «Solidaridad
Obrera» publicaría una serie de dos artículos con el título: «Hay
que ser implacables. Actuación que se impone», en los que en
términos mucho más duros y con mayor detalle se volvía a
incidir en los defectos de la organización cenetista, exigiendo
una actuación dura contra todos aquéllos que persistiesen en
su actitud, sin tratar de evitar los citados defectos. En
definitiva, para la Redacción de «Soli»573, los defectos de los
que adolecía la Confederación eran los siguientes:

a) inestabilidad orgánica. «Inconstancia en la organización»,


diría el periódico, determinada a su vez por toda una serie de
defectos de funcionamiento: «propaganda viciosa de la
revolución por la revolución», «confiar excesivamente en los
arrestos personales», exagerado espíritu de autonomía y de
libertad «llevada a la exageración del fraccionamiento, a la
desintegración suicida: cada célula que quiere vivir su vida
propia en detrimento del núcleo orgánico, por eso, lo que es
factor de vida se convierte por tal prurito, en factor de
debilidad, de descomposición, de inutilidad».

b) falta de continuidad en la lucha; espontaneísmo. «Los


gestos de la Cataluña obrera y revolucionaria son espontáneos,

572 «Soli» 15-marzo-1917, p. 2. El subrayado es mío.


573 «Soli» 8 y 9-marzo-1917, p. 1.
no el resultado de la perseverancia, de la voluntad, por eso casi
siempre espaciados».

c) falta de una adecuada racionalización de la actividad


sindical. «Si se quiere organización sólida y fuerte, ésta ha de
ser a base racional, ha de predominar el cerebro, el juicio, la
reflexión. La combatividad es un gran elemento para acometer,
pero nulo, para asegurar lo conquistado».

d) y otros, en fin, a los que ya había hecho referencia de


alguna manera el Comité Regional dimitido: «El corporativismo
de los Sindicatos; el egoísmo profesional; la falta de cohesión
con los organismos federativos; el declarar huelgas sin
consultar ni poner siquiera en conocimiento del Comité de lo
que se propone tal oficio; no pagar las cuotas federativas;
engañar a los Comités sobre el número de adherentes por
ahorrarse unos céntimos, etc.»

Sin embargo, la crítica de «Solidaridad Obrera» no se dirigía


de una manera generalizada a la organización cenetista,
defendiendo al Comité dimisionario, sino que personalizaba
mucho más y se dirigía concretamente contra los propios
Comités de la Confederación, a los que acusaba de haber sido
excesivamente condescendientes y permisivos con los citados
defectos, hasta llegar al extremo en que ese momento se
encontraba la organización:

«Todo esto y algo más es consecuencia inevitable del


procedimiento de tolerancia, de sentimentalismo excesivo,
de sensiblería de los Comités federativos actuantes.»

Y con ello se refería «Solidaridad Obrera» (muy posiblemente


por la pluma de su entonces director José Negre), además de a
los ya citados defectos genéricos del funcionamiento
confederal, a la situación confusa de la propia organización,
que a dos años casi de su legalización, aún no había conseguido
la regularización total de la vinculación de los diferentes
sindicatos y FEDERACIONES al organismo confederal,
manteniéndose toda una serie de ambiguas situaciones en las
que era difícil saber de hecho si una entidad se encontraba
formalmente adherida a la Confederación o no. Recordemos,
por ejemplo, el ya citado caso del Arte de Imprimir. Y ello era
bastante grave, no sólo por la cuestión económica de la
cotización, sino porque, sin estar sometidos a ningún tipo de
control ni, por lo tanto, de coordinación con la Confederación,
a la hora de plantear conflictos, los sindicatos arrastraban a
ésta a los mismos, obligándola a una acción solidaria que podía
resultar inoportuna.

«Ha bastado aquí —decía la «Soli»— que un oficio se


lanzara a la lucha y viendo su causa perdida, pidiera
solidaridad moral, la huelga general de todos los oficios, se
comprometiera la organización toda para sacar las castañas
del fuego, sin que ni siquiera se le pidiera si estaba
federado o si se federaría después.»

Como es de suponer, este editorial de «Solidaridad Obrera»,


acarrearía durísimas críticas a la redacción del periódico de la
Confederación, sobre todo por parte de los sectores
anarquistas y más extremos del anarcosindicalismo. Para estos
sectores, el editorial de la «Soli» venia a suponer un buen
elemento de crítica contra el sindicalismo revolucionario. Los
defectos allí expuestos venían a ser la prueba más palpable de
la crisis en la que habría entrado éste. «Tierra y Libertad»
publicaría varios artículos en tono crítico, entre ellos uno
firmado por Fabio del Pino, que citamos especialmente debido
a la polémica que levantaría con los sectores sindicalistas. Las
posiciones anarquistas, en las que, como digo, venían a
coincidir los sectores más extremos del anarcosindicalismo,
hacían gala del más arcaico voluntarismo y antiorganicismo
anarquista, volviendo a concepciones del siglo pasado, que
podían considerarse ya sobrepasadas por la experiencia de
Solidaridad Obrera y de la propia CNT, en sus primeros años de
vida. Como ejemplo de esta posición, Fabio del Pino, que decía
hablar desde un punto de vista más sindicalista que anarquista,
utilizaba en su argumentación citas de Lorenzo, Mella y Fabbri,
y venía a concluir, en contra de lo expuesto por «Solidaridad
Obrera» en favor de una organización amplia y bien
organizada:

«La historia del proletariado español, niega


rotundamente estas afirmaciones, y demuestra, por el
contrario, que las asociaciones poderosas en número, que
los sindicatos mejor organizados son los que menos acuden
con la solidaridad. (...) Toda huelga que se anuncia, toda
revolución que depende de un organismo, fracasa. Toda
solidaridad que ha de prestar un sindicato, después de
discutida y legalizada, es una limosna. (...) El obrero
español, esté o no asociado, cuando llegan los momentos
difíciles, cuando llega la hora del peligro, está en su puesto,
responde, se decide. Y antes y mejor, cuando lo hace por
voluntad propia, que cuando es acordado por la
colectividad, porque sabe que la opinión de la colectividad
obedece siempre a sugestiones, a causas ajenas, y sabe
también que lo que se hace empujado por fuerzas
interiores, no extrañas, conduce siempre al triunfo»574.

Por lo demás, el artículo de F. del Pino repetía las ya


conocidas críticas en contra de la existencia de
reglamentaciones internas en los sindicatos, en contra de la
obligatoriedad de la cuota, etc., que ya nos son conocidas y
que hemos visto anteriormente en Anselmo Lorenzo, al que
como digo, cita profusamente.

José Negre, quien es muy posible que fuese el autor del


citado editorial de «Solidaridad Obrera», dado que era
entonces el director del portavoz confederal, contestaría a
estas críticas de los sectores anarquistas en dos artículos
publicados también en el periódico cenetista, el 31 de marzo y
el 3 de abril de 1917.

El interés de estos artículos es grande, dado que venían a


expresar la posición sindicalista revolucionaria en estos
momentos, y la crítica que la actitud de los anarquistas le
merecía.

En sus artículos, Negre rechazaba el que el sindicalismo


revolucionario se encontrara en crisis, y distinguía claramente
entre la idea sindicalista, la finalidad pretendida los métodos o
tácticas para acceder a ella. Los primeros no varían —decía—,
pero sí los segundos, que han de adaptarse a las circunstancias
concretas.

574 FABIO DEL PINO «Desviaciones funestas», «Tierra y Libertad» 21-marzo-1917, p. 1 y


2. El subrayado es mío.
«Sus procedimientos, sus tácticas, sus luchas, no pueden
ni deben juzgarse según un método inflexible y rígido,
señalado de antemano.

Estos varían según las circunstancias, los temperamentos


y las características de cada caso, determinados por los
factores que toman parte en el litigio, sin que ello implique
claudicación alguna del sindicalismo revolucionario, en la
orientación, ni en la finalidad del mismo; y sólo se explica
que se pueda decir lo contrario confundiendo las luchas
sindicalistas con el sindicalismo todo.»

Y, más adelante, precisaba Negre cuáles eran para él los


contenidos de la línea sindicalista, lo que permanece
inamovible, y cuáles los de la acción sindicalista, mutable y
relativa, aunque ni siquiera las presentes circunstancias
hubiesen determinado su cambio:

«Las bases fundamentales del sindicalismo


revolucionario, como son la emancipación del proletariado,
el derrocamiento del capitalismo, sus privilegios y
monopolios, la abolición del régimen estatal autoritario, de
la propiedad privada, el establecimiento del comunismo,
en el consumo y la producción, la organización del trabajo
por los mismos productores y la distribución de los
productos por los consumidores y la revolución social por
medio de huelga general como medio para llevar a cabo la
transformación social, etc., todo esto que constituye la
esencia doctrinal del sindicalismo revolucionario resta
incólume.
Los métodos de lucha preconizados por el sindicalismo
revolucionario para luchar contra la burguesía y educar
prácticamente al proletariado para vencer a su enemigo y
adquirir criterio y temperamento revolucionarios, como
son la huelga general, la acción directa, el boicot, el
sabotaje, el label, la solidaridad y mutua ayuda, etc.,
continúan firmes sin que sean negados»575.

Además, Negre no se limitaba en sus artículos a clarificar y


sentar cuál era la posición y contenido del sindicalismo
revolucionario en aquel momento, desmintiendo su crisis, sino
que, pasando al ataque, realizaba una dura crítica de las
posiciones de los anarquistas específicos y de los
anarcosindicalistas que pretendían imponer
desconsideradamente su ideología anarquista en el medio
sindical. Para ello emplea Negre el ejemplo de la Federación
Obrera Regional Argentina (FORA) —organización sindicalista
argentina en la que se había impuesto la ideología anarquista,
al punto de convertirla en una organización puramente
anarquista576, y que pasaba en aquellos años por un período

575 «Soli» 31-marzo-1917, p. 2: «La pretendida crisis y fracaso del sindicalismo»,


576 La FORA se pronunció formalmente por el anarquismo en su V Congreso, celebrado
en 1905, aprobando la siguiente resolución: «El Vo Congreso de la FORA, consecuente
con los principios filosóficos que han dado razón de ser a las organizaciones de las
FEDERACIoNES obreras, declara: Que aprueba y recomienda a todos sus adherentes la
propaganda e ilustración más amplia en el sentido de inculcar a los obre ros los principios
económicos y filosóficos del comunismo anárquico». De ella dirían LÓPEZ ARANAGO Y
ABAD DE SANTILLÁN, quienes fueron destacados militantes de aquella organización: «no
es un partido anarquista ni una organización sindicalista: es, más que nada, la concreción
de nuestras ideas [anarquistas] y nuestras aspiraciones llevadas al movimiento obrero y
puestas al servicio de la emancipación integral del proletariado —sin que esto equivalga a
sostener un punto de vista estrechamente clasista, pues por su esencia misma, un
movimiento de los oprimidos y de los explotados que rechaza la opresión y la explotación
del hombre por el hombre, es la más amplia concepción humana que puede existir» («El
crítico—, como una llamada de atención sobre lo que no
debería producirse en la CNT.

«Mientras aquella Federación, célebre en los anales del


proletariado internacional, conservó en su seno al
proletariado argentino, tuvo a raya a la burguesía, aún más,
conservando en toda su integridad el caudal de principios
del sindicalismo revolucionario, radicalmente
emancipadores, y la pureza de los métodos y tácticas
preconizados por éste, se impuso al mismo Estado y se hizo
respetar por éste como no ha hecho el proletariado en
parte alguna.

Sólo cuando la impaciencia de cierto número de


compañeros anarquistas quiso, con lamentable
imprudencia, imponer a aquel organismo sindical
conclusiones exclusivamente anarquistas, vino la
decadencia, la división, la confusión y las luchas intestinas
que, destruyendo la unidad, base de la fortaleza
sindicalista, sumió a aquel proletariado en la impotencia y
en la desmoralización en que hoy se encuentra.»

Y añadía, refiriéndose ya concretamente al caso español:

«Algo parecido, como si dijéramos una especie de


remedio [sic], ocurre aquí en Barcelona.

Anarquistas que públicamente se confiesan

anarquismo en el movimiento obrero», Barcelona 1925, p. 7 y 19). Sobre la FORA ver


también: D. ABAD DE SANTILLÁN «La FORA. Ideología y trayectoria», Buenos Aires
1971.
antisindicalistas, que en Asambleas sindicales se niegan a
aceptar cargos en los Comités por el hecho de ser
anarquistas, quieren sin embargo, ser los árbitros del
sindicalismo, marcarle pautas, orientaciones, criterios y
tácticas de lucha, y si no se les atiende quitan y dan
patentes de sindicalista, de revolucionario, de anarquista,
etc.; sabotean la organización, las publicaciones
sindicalistas, denigran a los militantes, y cuando no, para
acabar antes, declaran de una plumada el fracaso del
sindicalismo» 577.

En realidad, el problema orgánico provenía de la conjunción


de dos factores, lo cual exigía una adecuada solución que
difícilmente se podía dar a partir de la estructuración orgánica
de la Confederación en aquellos momentos. Por un lado, el
estallido de la guerra mundial, que coincide con los inicios de la
actividad cenetista tras el largo período de su primera
suspensión legal, trajo consigo para España, gracias a su
neutralidad, un florecimiento de la actividad económica que
fue especialmente manifiesto en el sector industrial. El año
1915 supuso un verdadero lanzamiento para los sectores textil,
metalúrgico, naviero y del curtido; alcanzándose en 1916 la
cota máxima de las exportaciones y «el punto más elevado de
toda la coyuntura económica española» 578. Pero, este auge del
sector secundario estuvo acompañado de un período crítico del
sector agrícola, que comenzaba ya a ser crónico, el cual
aumentó la corriente migratoria y, debido entre otras cosas a

577 «Soli» 3-abril-l917, p. 2: «La pretendida crisis y fracaso del sindicalismo», II.
578 J. VICENS VIVES «Historia social y económica de España y América», V, p. 33.
Véase, especialmente, S. ROLDAN Y J. L. GARCÍA DELGADO «La formación de la
Sociedad Capitalista en España, 1914-1920» Madrid, 1973.
la inseguridad de la navegación atlántica, hizo que ésta se
dirigiese ahora preferentemente hacia las zonas más
desarrolladas del interior del país 579. Estas vieron durante este
período cómo su población experimentó un aumento
considerable, con respecto al período anterior de la guerra580.

Pero, por otro lado, las estructuras orgánicas de la CNT,


basadas fundamentalmente en el sindicato de oficio, de ámbito
territorial muy reducido —el barrio—, fueron totalmente
insuficientes para absorber adecuadamente a la enorme masa
de afiliados que entonces ingresaban en la Confederación,

579 La emigración a América se vio prácticamente frenada. La emigración exterior se


dirigió preferentemente a Europa, siendo Francia el mayor foco de atracción, debido a las
necesidades de mano de obra que la guerra propiciaba. La colonia española allí llegó a
alcanzar la cifra del cuarto de millón (VICENS VIVES, op. cit., p. 36). Durante esta época,
«Soli» realizó una fuerte campaña en contra de la emigración, denunciando el ínfimo trato
que nuestros emigrantes recibían en Francia y los abusos por parte de las autoridades
españolas (Pestaña acusaría a esta campaña de estar pagada por el espionaje alemán —«Lo
que aprendí...», I, p. 68—). A tal punto era importante ia emigración a Francia para ciertos
sectores laborales, sobre todo en la zona levantina, que el VII Congreso de la Unión
Agrícola Obrera de Valencia —celebrado del 5 al 7 de enero de 1917— se ocuparía
especialmente de este tema, pero no ya para tratar de evitarla, sino para hacer que ésta se
produjera en las mejores condiciones para los campesinos que se veían obligados a
realizarla. El punto 4o de su temario decía: «¿Qué medios emplearemos para que el
Gobierno deje paso franco para poder emigrar a Francia?» («Soli» 4 de enero de 1917;
cerca de un 20 por 100 de la emigración a Francia de este período provenía precisamente
de la zona levantina).
580 Los focos principales de atracción son Madrid y Barcelona, y en segundo lugar
Vizcaya. En el Censo de 1920 el índice de personas nacidas fuera de la provincia era en
Madrid del 39,9 por 100; en Barcelona del 29,3 por 100, y en Vizcaya del 26,1 por 100.
(J. NADAL «La población española», p. 199). En concreto, para Cataluña, se calcula la
cifra de inmigrados de 1911 a 1920 en 124.194 (J. IGLESIAS «El movimiento demográfico
en Cataluña durante los últimos cien años», en «Memorias de la Real Academia de
Ciencias y Artes de Barcelona» vol. XXXIII, n° 16, Barcelona 1961, p. 345; citado en Id.).
Mientras que VICENS VIVES considera estas cifras aún más elevadas: en el período
1910-1923, Madrid aumentaría en 170.000 habitantes, y Barcelona en 180.000 («Historia
económica de España», Barcelona 1969, p. 725).
provenientes en gran parte de esta ola migratoria. Estos dos
factores, unidos precisamente a la desarticulación que de esas
estructuras mínimas había producido la represión y la
clandestinidad, son los elementos que dificultaban el proceso
de reconstrucción orgánica de la CNT.

Para superar esta crisis, surgen entonces dos tipos de


soluciones: una de ellas, aceptando la estructuración clásica de
la CNT, pretendía un fortalecimiento del sistema federativo,
extendiendo éste a todos los sectores; la otra dándose cuenta
de la insuficiencia de ello, proponía la adopción de una
estructuración más moderna, basada en el sindicato único
local, de oficio o de industria.

La primera solución pretendía que todos los sindicatos del


mismo oficio que existían en las barriadas de la ciudad (a pesar
de los acuerdos de anteriores Congresos prohibiendo la
existencia de más de un sindicato del mismo oficio afiliado a la
Confederación de una misma localidad), constituyesen una
federación local del oficio —lo cual ya era corriente en varios
oficios, por ser la estructuración más antigua—, pero que ésta
se uniese, a su vez, a las FEDERACIONES del mismo oficio de
otras localidades para formar la federación regional, y así
sucesivamente hasta llegar a la Federación Nacional, el
conjunto de las cuales formaría la CNT (estructura ésta muy
similar a la que entonces tenía la UGT). Esta estructuración
supondría una potenciación de la solidaridad de oficio, un
profesionalismo, por encima de la unión local, interprofesional,
que suponían las FEDERACIONES locales de todos los sindicatos
de los diferentes oficios, organización base de la estructura
federativa de la CNT.
La segunda supondría aligerar la estructura orgánica,
suprimiendo entes federativos intermedios y potenciando una
unidad más amplia en la base; en definitiva, el sindicato único.
Este uniría a todos los trabajadores de un mismo oficio o
industria da una localidad, y se uniría a los demás sindicatos de
los otros oficios en la Federación local de sindicatos. De esta
manera se creaba un sistema que permitía a los órganos de
dirección estar más cerca del conjunto, de los afiliados.

En realidad, esta segunda solución era, en puridad, la que ya


se había adoptado en el Congreso de 1911, si bien allí se
mantenían en pie las FEDERACIONES nacionales de oficio, que,
de hecho, siguieron existiendo y fue lo que produjo que
muchas de las entidades adheridas a las mismas prestaran más
atención a éstas que a la estructura básica de la Confederación,
su columna vertebral, que eran las FEDERACIONES locales y las
Regionales, convirtiendo a ésta en inoperante o dificultando su
actuación.

El mismo editorial de «Solidaridad Obrera» al que nos


estamos refiriendo trataba también este problema:

«Hay de esos refractarios a la organización local y


regional que justifican su obstinación; alegan que cotizan
en varias FEDERACIONES y el tipo reducido de las cuotas no
les permite federarse a los citados organismos.

Conocemos los motivos de esta impotencia de acudir a


todas partes; pero digamos de paso que ellos tienen la
culpa, sosteniendo FEDERACIONES locales de oficio (!),
regionales y nacionales de oficio, cuya existencia da la
pauta de la mentalidad y desorientación de los individuos
que los propagan»581.

El Congreso regional de Sants, de 1918, vendría a adoptar la


segunda solución, más adaptada a las resoluciones del
Congreso de 1911, pero mucho más perfeccionada, al
establecer los sindicatos únicos de industria, que no de oficio, y
suprimir las FEDERACIONES de oficio. Solución que sería
extendida al conjunto de la organización confederal por el
Congreso nacional de 1919.

En definitiva, a su vuelta a la legalidad, la CNT, desde el punto


de vista interno, tiene que afrontar una doble problemática
que se ve acrecentada por toda una serie de factores, tanto
internos como externos a la misma. Esta doble problemática no
es otra que la de poner de nuevo en pie la organización,
prácticamente deshecha tras los años de ilegalidad, y adoptar
la orientación ideológica que se consideraba más adaptada al
nuevo momento que se vivía. Pero, esta doble problemática se
veía, a su vez, incrementada por la existencia de toda una serie
de problemas, más o menos interrelacionados entre sí, que
erah tanto de índole interna como externa. Entre ellos, estaba
la necesaria transformación de las viejas estructuras orgánicas
sindicales, lo que dificultaría el proceso de reconstrucción;
pues ya no sólo se trataba de reconstruir sobre la vieja
estructuración, sino de hacerlo adoptando el sistema orgánico

581 «Soli» 9-marzo-1917, p. 1: «Hay que ser implacables. Actuación que se impone», II.
«Soli» 23-noviembre-1917, p. 1 —ahora dirigida por Pestaña— volvería sobre este tema,
diciendo que «la existencia de muchos organismos federativos, aparte de lo perjudiciales
que económicamente resultan para los sindicatos, entorpecen la relación entre los mismos
[limitan su autonomía], y lo que es peor-, tienden a fomentar el corporativismo, que tan
perjudicial resulta a la emancipación de los trabajadores».
más adecuado al momento que se vivía, y éste venía
cualificado por una situación económica crítica, con un mayor
desarrollo industrial que diez años antes; con una mayor
población laboral, producto de ese desarrollo y de la
inmigración; con una mayor actividad reivindicativa y exigencia
de reformas, producto de la crisis y del enorme encarecimiento
del coste de la vida; con un proceso de unificación de las
entidades patronales, para defenderse de esa actividad
reivindicativa; y por una situación política prerrevolucionaria,
debida a la incapacidad del sistema político para superar la
situación, adoptando las medidas políticas y económicas
adecuadas para la resolución de los graves problemas
existentes.

La otra problemática, la planteada por la necesidad de darle


a la organización una nueva orientación, vino también
dificultada por la existencia consabida de las diferentes
concepciones del sindicalismo, presentes en la Confederación.

Sin embargo, esta problemática quedó bastante atenuada,


en cuanto a su manifestación externa se refiere, debido a que
lo grave de la coyuntura política exigió de la Confederación una
actitud muy radical ante la misma, actitud en la que venían a
coincidir los diferentes sectores, sin que apenas quedase
espacio libre para el debate ideológico. Este se manifestó en
cuanto pudo, pero dentro de unos límites muy estrechos y en
un campo muy personalizado, que apenas permite distinguir
dónde acaba la discrepancia ideológica o de orientación, para
comenzar la rencilla o enfrentamiento personal. Pero, además,
la cuestión orgánica obsorbió durante este período gran parte
de la discusión, siendo también una de las causas de que el
debate ideológico apenas encontrase resquicios por donde
manifestarse claramente.

De cualquier manera, la contundencia de la problemática no


permitía la adopción de soluciones parciales, ni la misma
regulación del funcionamiento interno confederal permitía a
los comités la adopción de medidas de la índole suficiente
como para resolver esos problemas.

Se necesitaba, pues, un acto colectivo de la organización para


adoptar las soluciones definitivas que fueran pertinentes; se
necesitaba la celebración de un Congreso.

Pero, por una parte, la agudeza del problema orgánico se


vivía con mayor intensidad en Cataluña, donde se encontraba
el grueso de la organización, y, por otra, el resto de las regiones
se encontraban aún en un estado muy atrasado de
organización, que hacía que la mayor parte de ellas no
hubiesen siquiera formado las CONFEDERACIONES Regionales
correspondientes.

Por ello, una vez más, Cataluña llevaba la iniciativa y sería ella
la que convocase, la primera, un Congreso regional que
afrontase los problemas pendientes582.

El Congreso regional catalán se celebraría en la barriada


barcelonesa de Sants, del 28 de junio al 1 de julio de 1918.

582 Un mes antes del Congreso regional catalán se celebró uno en Sevilla —el 10 de
mayo—, en el que quedaría constituida la CRT de Andalucía. Pero es el de Cataluña el
primero en afrontar las reformas a las que nos referimos.
4. — El Congreso regional catalán de Sants, 1918.

A) Cuestiones previas.

La celebración de un Congreso regional para solventar los


problemas de la organización catalana fue una de las primeras
tareas que se fijó el nuevo Comité Regional, elegido en la
Asamblea del 11 de marzo de 1917, del cual era Secretario
general Ángel Pestaña.

Al hacerse cargo del Comité, los nuevos miembros del mismo


se dieron cuenta de que la problemática de la Confederación
no era resoluble con meras medidas de carácter organizativo,
sino que se necesitaba una labor más profunda, cuya
realización excedía de la competencia del propio Comité
Regional. Así, al poco tiempo de tomar posesión de sus cargos,
el Comité Regional publicó un manifiesto en el que se
establecía la necesidad del Congreso Regional y se convocaba
éste583.

«Si bien en un principio creimos oportuno no precipitar la


fecha de la celebración de un Congreso —decía el
Comité—, procurando hacer obra de exclusiva
organización, los hechos nos han obligado a abandonar
nuestro primer pensamiento y considerar que sólo un
CONGRESO REGIONAL puede establecer normas, rectificar

583 «Soli» 19-mayo-1917, p. 1.


errores, crear nuevas bases, para que la vitalidad de que la
organización está necesitada de los frutos que en realidad
se pueden esperar.»

Entonces, dos eran los problemas que parecían ocupar la


preocupación esencial del Comité: «la existencia de dos o más
Sindicatos de un mismo oficio, en una misma población y la
existencia de SOLIDARIDAD OBRERA»; problemas éstos de
exclusiva índole orgánica. Sin embargo, ya entonces, no
ocultaba el Comité la existencia de otra serie de problemas,
entre los que se encontrarían, obviamente, los de índole
ideológica, pero éstos quedaban reducidos en su importancia
ante las cuestiones orgánicas ya citadas, las cuales —como
decía el Comité— «predominando por sobre los otros, los
eclipsan».

El Congreso Regional fue entonces convocado para los días


29 de junio al 1 de julio de 1917; sin embargo, la suspensión de
las garantías constitucionales, decretada por el Gobierno sólo
unos días antes del inicio 584, impidió su celebración. Esta se
realizaría justamente un año después, del 28 de junio al 1 de
julio de 1918, y ya sería otro el Comité Regional que se encargó
de organizado585.

En realidad, como ya hemos visto anteriormente, la


necesidad de un Congreso regional que solventase toda la serie
de problemas que se le planteaban a la organización cenetista
era algo sentido con anterioridad incluso a 1917. La lucha

584 El 27 de junio de 1917.


585 Formado por Juan Pey, Salvador Seguí, Enrique Rueda, Camilo Piñón y Salvador
Quemades.
contra la carestía y la campaña desarrollada entonces por la
CNT conjuntamente con la UGT, había demostrado a la primera
sus enormes insuficiencias orgánicas, que restaron mucho su
capacidad de movilización, al mismo tiempo que había puesto
de plena actualidad un tema que la CNT arrastraría durante
toda su existencia, desde el mismo momento de su nacimiento,
y que había sido relegado a un segundo plano en el Congreso
Nacional de 1911: el tema de la unificación del proletariado
español; el tema de la unificación con la UGT.

La campaña contra la carestía, a pesar del éxito del


movimiento del año 1916, había revelado a la CNT la dificultad
de coordinar a todo el movimiento sindical que estaba detrás
de sí, pero cuya ilación orgánica era tremendamente
defectuosa, al mismo tiempo que le había mostrado la
necesidad de incardinar en la lucha y encuadrar
adecuadamente a todas aquellas masas de inmigrantes que
entonces afluían a Cataluña, en busca de un trabajo que
difícilmente encontraban en sus zonas de origen, y que eran
precisamente uno de los sectores que más sufrían los efectos
de esta carestía.

Por otra parte, la colaboración con la UGT en la campaña, el


entendimiento entre ambas centrales y el pacto de unidad de
acción, habían creado en la Confederación, pero también en
amplios sectores de la propia UGT, una esperanza no
demasiado vana de conseguir la unificación definitiva de ambas
fuerzas, lo que supondría un paso decisivo en el camino de la
emancipación de las clases trabajadoras de España. Y esta
esperanza, unida a ese deseo de unificación, serían aún
mayores a lo largo de 1917, sobre todo en la medida en que la
coyuntura política de ese año, tremendamente confusa y de
difícil resolución para el régimen monárquico, convertía a la
situación —a los ojos de la CNT— en un momento claramente
prerrevolucionario 586.

Y ello lo había visto con nitidez la redacción de «Solidaridad


Obrera», que ya en enero de 1917 hablaba expresamente de la
necesidad de la celebración de un Congreso Regional que
abordase estas importantes cuestiones.

«El problema de la organización se agudiza —decía la


«Soli»—, en primer lugar porque a la crisis del hambre
están incapacitados tanto el Gobierno como la burguesía,
para ponerle un término. La prolongación de la guerra
tiende a agravar cada día esta situación y el día que ella
termine, la emigración puede revestir proporciones
desmesuradas, efectos terribles contra el proletariado.

El problema es complejo y arduo y no lo es menos el de la


unificación del proletariado, que tanto preocupa
justamente a los trabajadores de todo el país.»

Ambos problemas, así como dar una efectiva vigencia a las


normas federales, asegurando un correcto funcionamiento de
la Confederación, cosa de la que se estaba lejos en aquellos
momentos, eran cosas que sólo podría abordar un Congreso
Regional:

586 Las noticias de la revolución rusa, conocidas desde su inicio —en contra de lo que
algunos historiadores han sostenido—, hicieron que la coyuntura política española tuviese
para la CNT aún mayores visos de revolucionaria, al ver en el caso ruso un ejemplo
expresivo de la posibilidad de derrocar al régimen monárquico mediante la actuación
conjunta de las fuerzas revolucionarias.
«...un Congreso Regional que, al mismo tiempo que sirva
para estudiar esos problemas, sea de resultados provechosos
para alcanzar una mayor cohesión de nuestro movimiento,
haciendo efectivas las normas sindicales de organización, con
lo que se adherirían a la Confederación Regional la totalidad de
los sindicatos de la región»587.

Así, a todo lo largo de 1917 se sucedieron los artículos,


editoriales y notas sobre la celebración del Congreso Regional,
en la prensa confederal y en la anarquista, tratando de diversos
problemas que, según las diferentes perspectivas, habrían de
ser objeto de especial tratamiento por el mismo. Estos
artículos se continuarían después, en 1918, cuando el Congreso
hubo de ser convocado de nuevo, tras su suspensión en 1917.
Pero, gran parte de la temática que entonces se discutía,
principalmente las cuestiones orgánicas, el tema del sindicato
único, etc., venían ya siendo objeto de discusiones en la prensa
sindicalista desde el efectivo comienzo de las actividades de la
Confederación, a finales de 1915. Entonces, al salir a la luz de
nuevo e iniciarse la reconstrucción de los órganos
confederales, muchas entidades adheridas iniciaron la
discusión de la conveniencia de la adopción del sindicato único
y de utilizar esta estructuración ya en la nueva etapa. Se
trataba en este momento, fundamentalmente, de adoptar el
sindicato único de oficio, uniendo en uno solo a los diferentes
sindicatos de un mismo oficio que seguían existiendo en
algunas poblaciones, a pesar de los ya viejos acuerdos del
Congreso de 1911. Ahora, las nuevas necesidades exigían
soluciones aún más avanzadas, y aunque aquélla era una labor

587 «¿Hace falta un Congreso de la C. R.?» «Soli» 30-enero-1917, p. 1.


todavía no finalizada, de lo que se trataba ya era de construir el
sindicato único de industria, que reuniría, no sólo a todas las
entidades de un mismo oficio de una localidad, sino también a
todas aquéllas que, aun siendo de diferentes oficios,
pertenecían a un mismo ramo o sector de la producción
industrial.

En definitiva, los problemas orgánicos, la reestructuración de


la Confederación a base del sindicato único de industria, la
mayor simplificación de la estructura federal, suprimiendo los
organismos intermedios o innecesarios —entiéndase las
FEDERACIONES de oficio— y algún otro, eran los temas que,
según la opinión generalizada, debería abordar el Congreso
Regional de manera principal. No nos entretendremos más en
ello ahora, porque la cuestión orgánica ha de ser el objeto
específico de este trabajo en su segunda parte.

Pero, además de las cuestiones orgánicas, en sentido


estricto, había también toda otra serie de problemas que el
Congreso Regional debería abordar, y que, aunque
coyunturalmente ocupaban, o, al menos, parecían ocupar, un
papel muy secundario, no tenían, por su propia entidad, ese
carácter en absoluto. Y estos problemas no eran otros que los
que se derivaban de la cuestión ideológica.

Con anterioridad al movimiento de 1917, la problemática que


pretendía abordar el Congreso Regional, en su primera
convocatoria, venía marcada por el sello orgánico, con
exclusividad. La cuestión ideológica no estaba planteada como
problema relevante a tratar por el mismo; sin que ello
suponga, como ya hemos visto, que no fuese objeto de
discusión entonces, o que no se encontrase incluida de alguna
manera en el debate orgánico. O, incluso, que la necesidad de
su tratamiento no se hubiese expresado en más de una
ocasión, sobre todo teniendo en cuenta los momentos
importantes, de índole revolucionaria —en la propia
perspectiva de la CNT—, por los que se pasaba, que exigían una
definición clara de las posturas de las fuerzas intervinientes.

De hecho, y como claro ejemplo de esto último, «Solidaridad


Obrera» ya había llamado, en enero de 1917, tras el éxito
obtenido en la huelga general de diciembre de 1916, a la
fijación nítida y precisa de cuáles eran los objetivos de la
Confederación en aquel instante. Pero no para fijar unos
objetivos concretos de carácter coyuntural, que, por lo demás,
eran bien conocidos en aquel momento —la lucha por el
abaratamiento de las subsistencias, etc.—, sino para fijar los
fines últimos de la Confederación 588. Es decir, se exigía ya
entonces, cuando la CNT llevaba un año de vida actuando
legalmente como tal organización, que se fijase cuál era la
finalidad de la misma, hacia lo que ésta tendía; cuál era, en
definitiva, su definición ideológica. Y ello porque, desde el
momento de su puesta en la ilegalidad, se habían producido
toda una serie de cambios en el espectro del sindicalismo, que
exigían que la CNT se definiese de nuevo, ya fuese ratificando
su posición anterior, tal y como había quedado marcada en los
Congresos de 1910 y 1911, ya fuese adoptando una nueva, que
muy bien pudiera ser la que ya había ocupado anteriormente.
Pero, en cualquier caso, parecía a «Solidaridad Obrera» que

588 Distinguía, en este sentido, «Soli» las mejoras coyunturales y los motivos
permanentes de lucha: «Las mejoras a conquistar son transitorias; en cambio los motivos
de lucha serán permanentes mientras se conserve la forma capitalista de producción».
esta definición tenía que producirse, porque de ella dependía
la propia estabilidad de la organización y la superación del
confusionismo existente al respecto.

Pensaba «Solidaridad Obrera» que esta falta de fijación de


los fines de la CNT, de su orientación ideológica, era en gran
parte la causante de la situación orgánica en la que ésta se
encontraba, caracterizada —como ya hemos visto— por la
disgregación y la falta de coordinación interna 589.

«Por eso, las aspiraciones que nos mueven —había dicho


«Solidaridad Obrera»— deben de ser clara y
concretamente especificadas, para que nadie pueda aducir
que los conflictos actuales carecen de objetivo humano y
razonable. De este modo la opinión pública no podrá ser
engañada, ni la orientación de los trabajadores torcerse o
anularse.

Esta es la base para la estabilidad de la organización


sindical, que todos debemos meditar concienzudamente si
no queremos encontrarnos en medio de ruinas y de un
estado de mayor desorganización obrera, después de estos
hechos»590.

Sin embargo, a pesar de alusiones al tema como ésta, la

589 Diría el órgano confederal: «Si la crisis económica no nos hubiera sorprendido en el
estado de disgregación hace ya muchos meses, lo que hemos esperado del Gobierno lo
hubiéramos conseguido nosotros mismos, actuando sobre el patrono directamente. Nos
toca un poco de esa tremenda responsabilidad que echamos sobre el régimen, porque no
supimos crear las aptitudes necesarias, ni los medios tampoco, que impidieran esta
situación de hambre y de vergüenza».
590 «La estabilidad de la organización sindical.» «Soli» 26-enero-1917, p. 1.
verdad es, como hemos dicho, que el grueso de la
preocupación no iba en aquellos momentos por esa línea, sino
que se orientaba más bien hacia solucionas de tipo organicista,
bien tratando de hacer cumplir adecuadamente las normas
orgánicas confederales a toda la organización obrera, bien
buscando una nueva estructuración más perfecta que
solucionase la problemática interna existente.

Es después de los sucesos de agosto de 1917, y, sobre todo,


después del proceso electoral de febrero de 1918, cuando la
CNT reinicia una mayor preocupación por las cuestiones
ideológicas, hasta el punto de considerarse este tema como
uno de los más importantes a tratar por el Congreso Regional.

El motivo de este giro, independientemente de la objetiva


necesidad de que la Confederación se definiese en este campo,
ante las oscilaciones producidas en los últimos años, es sin
duda alguna, la enorme frustración que se sintió en la CNT ante
la actitud de los socialistas de presentarse a las citadas
elecciones, a pesar de encontrarse los detenidos por los
sucesos de 1916 y de 1917 aún en la cárcel; lo cual fue
considerado como un abandono de la posición revolucionaria
de éstos y una traición de la UGT, al apoyarles, al pacto firmado
con la CNT. Para la CNT, se trataba de una traición más de los
«políticos», que lo único que venía a demostrar era la vieja
conocida necesidad de mantenerse apartada de éstos y de sus
acciones revolucionarias, que no sirven a los intereses del
proletariado 591.

591 El primer manifiesto del nuevo Com. Nal., elegido tras el Congreso regional de
Sants —del cual era secretario general M. Buenacasa—, venía a expresar este sentimiento
Esta situación vino a implicar un enorme reforzamiento de la
posición de los anarquistas dentro de la Confederación, al
tener éstos un claro motivo para sus planteamientos. Pero, en
cualquier caso, los hechos citados, como digo, vinieron a traer
de nuevo a un primer plano el debate ideológico y a plantear la
necesidad de que la Confederación adoptase acuerdos
definitivos en este campo.

Esta necesidad es manifiesta en la prensa confederal, en la


que, a lo largo de 1918, y con anterioridad al Congreso
Regional, comienzan a abundar los artículos insistiendo en la
necesidad de que el Congreso Regional abordase este tipo de
problemas y proponiendo ya, en algunos casos, cuál habría de
ser el enfoque que debería adoptar la Confederación a partir
de ese momento.

En la polémica sobre este tema, previa al Congreso, el


conjunto de las intervenciones parecen coincidir sobre dos
aspectos concretos: por una parte, la necesidad de la fijación
de una orientación ideológica, y, por otra, la relativización de la
importancia del sindicalismo, considerándolo como una mera
táctica.

En el primer aspecto, la mayoría de los artículos aparecidos

de frustración y de traición que sentía la CNT en estos momentos, con respecto a la actitud
de la UGT y de los socialistas; decía en uno de sus párrafos: «Después de la huelga de
agosto y la consiguiente elevación a las esferas legislativas de los individuos del Comité
de huelga de Madrid, ha habido una inmensa mayoría del proletariado revolucionario que,
directa o indirectamente, se ha dirigido a nosotros reclamando ante el contubernio de las
izquierdas políticas del país una independencia absoluta para las organizaciones obreras;
independencia que, ahora más que nunca —después de la traición manifiesta de los
sedicentes revolucionarios— reconocemos imprescindible» («Soli» 20 de agosto de 1918,
p. 1).
en «Solidaridad Obrera» sobre este tema coinciden en la
necesidad de fijar lo que ellos llaman «principios», «criterio»,
«orientación», etc. «En su dinamismo orgánico carece hoy el
sindicalismo de un criterio bien definido, y nada mejor que un
Congreso para realizarlo», decía un editorial de «Soli» en mayo
de 1918 592 . Pero, ¿cómo, o cuáles habrían de ser estos
principios o este criterio? En principio, la mayoría de los
artículos parecen preferir no comprometerse demasiado y
dejar que fuese el Congreso el que se definiese al respecto. Sin
embargo, la propia «Solidaridad Obrera» no eludió en más de
una ocasión la responsabilidad de enunciar cuáles habrían de
ser, a su juicio, estos debatidos principios.

En un editorial publicado el 21 de mayo de 1918, en el que se


hacía, además, un balance histórico de lo sucedido desde que
se había hecho la anterior convocatoria del Congreso, en 1917,
«Soli» aludía al carácter apolítico de éstos, destacando su
contenido puramente económico:

«En estos momentos en que todos los valores están en


quiebra, y que frente a las democracias quebrantadas en sus
cimientos por la guerra, sólo los principios de la organización
en el orden económico emergen seguros de la obra que han de
realizar, se hace sumamente necesario que los sindicatos
marquen en sus Congresos las pautas, las orientaciones a
seguir»593.

Pero, aún dentro de este marco de lo puramente económico,

592 «Todos al Congreso.» «Soli» 31-mayo-1918, p. 1.


593 «Después de un año.» «Soli» 21-mayo-1918, p. 1.
como la misma «Soli» reconocía, caben varias orientaciones a
seguir, una de las cuales bien pudiera ser la sindicalista
revolucionaria, por lo que era necesario, dentro del mismo,
marcar unas pautas u orientaciones más concretas. Y la misma
«Soli» lo haría en un número posterior, sólo pocos días
después, dándole a estas pautas u orientaciones un contenido
claramente anárquico.

«Los problemas históricos que, como más arriba decimos, se


plantearán después de la guerra, es la organización obrera en
su aspecto económico con el comunismo o el colectivismo y el
anarquismo en su aspecto filosófico, quien ha de resolverlos. Y
como esto es innegable, como la bancarrota del régimen la
están proclamando a gritos sus mismos actos, es de suma
necesidad que nos preparemos a acoger a la humanidad en
nuestros brazos»594.

En el segundo aspecto, el sindicalismo es relativizado en su


importancia, considerándole como una mera táctica, como una
práctica que no llega a los niveles de teoría.

Visto desde este punto de vista, lógico es pensar que esa


mera práctica necesitaría una teoría, una ideología orientadora
y conformadora, para no convertirse en un mero
corporativismo.

«El sindicalismo es acción —diría José Prat—; pero para


que sea acción enérgica es necesario determinarla con una
intensificación de la propaganda. Una propaganda de ideas,

594 «Soli» 31-mayo-1918, p. 1.


de razones, de hechos, de motivos, que hagan luz en los
dormidos cerebros»595.

Pero, aún en términos más precisos se manifestaría a este


respecto un artículo publicado en «Tierra y Libertad»
solamente unos días antes de la iniciación del Congreso
regional, titulado «En vísperas de un Congreso». En él se recoge
perfectamente cuál era el pensar del sector anarquista con
respecto a la orientación de la CNT, y a la valoración del
sindicalismo. El sindicalismo sería, en su concepción, una mera
táctica, un medio, encaminado a la realización de una teoría
determinada, a la consecución de un fin, el cual no era otro que
el anarquismo.

«...hay que hacer una distinción entre tácticas y teorías


—decía el citado artículo—, que a menudo se confunden
ambos aspectos con perjuicio de unas y de otras. La teoría
es una finalidad posterior; la táctica es el medio más
apropiado que se suele usar para impulsar las teorías. (...)
El sindicalismo es una táctica encaminada a luchar para
resolver el problema, síntesis de problemas (...). Si analizan
[los delegados] desde este terreno las cuestiones que
discutan, el resultado del Congreso puede ser grande.
Sobre todo si no se pierde de vista la finalidad grandiosa
hacia la que se encamina la humanidad, que es la Anarquía.
Aquí la diferencia antes señalada: como táctica el
Sindicalismo; como teoría para lo futuro el Anarquismo»596.

595 JOSÉ PRAT «Sobre un Congreso», en «Soli» 26-junio-1918, p.l.


596 Recogido en «Soli» 27-junio-1918.
Lo más significativo de todo ello es precisamente el hecho de
que «Solidaridad Obrera» hubiese recogido el citado artículo,
haciendo suya la citada perspectiva; lo que viene a demostrar
la ya clara asunción de la posición anarcosindicalista en ciertos
medios oficiales de la CNT, aun antes de la celebración de los
Congresos de 1918 y de 1919.

Esta concepción, por lo tanto, implicaba, por una parte, un


desplazamiento de la concepción del sindicalismo
revolucionario como teoría, en el sentido en que ellos
utilizaban este término. Es decir, el sindicalismo revolucionario
no podía ser ya una concepción ideológica que inspirara y
dirigiera la acción sindicalista hacia la emancipación de la clase
trabajadora, hacia un modelo concreto de sociedad
emancipada, inspirada en el modelo sindical. Ese papel lo
ocuparía ahora el anarquismo. El sindicalismo no podría ser, en
este sentido, un medio y un fin en sí mismo. Se convertía ahora
simplemente en un medio para conseguir otro fin, que era la
anarquía.

Pero, por otra parte, esta concepción, al relativizar la


importancia del sindicalismo, traía consigo también una
minusvaloración de la acción sindical en tanto que acción
reivindicativa; considerando a ésta como un aspecto
secundario frente a los altos fines morales que el sindicalismo
había de pretender. Ello quedó muy bien reflejado también en
el ya citado artículo de José Prat, cuando critica duramente la
actitud de los dirigentes sindicalistas que habían dirigido la
actuación de la Confederación en estos últimos años, antes del
Congreso regional, llevándola por el camino casi exclusivo de la
lucha por la mejora material inmediata de la situación de la
clase trabajadora —campaña contra la carestía, etc.—. Decía
Prat:

«Tampoco se han dado cuenta aún [estos militantes] de


que esta necesidad de defender el salario de la rapacidad
patronal, por imprescindible que sea esa defensa, no
soluciona el problema de la miseria, porque no basta
obtener un mayor bienestar transitorio y fugaz, sino que
hay que obtener todo el bienestar para todos y esto no es
posible sin abatir el régimen capitalista del trabajo. Como
decía Marx, hay que defender el salario, pero con la vista
fija en esa finalidad de emancipación del trabajo, es decir,
la abolición del salario» 597.

En definitiva, en esta nueva etapa, tras los sucesos de agosto


de 1917, se nota un claro resurgir del debate ideológico, muy
superior al que hasta entonces se había realizado, cuando la
CNT se encontraba de lleno ocupada en su reconstrucción
orgánica y en la campaña de lucha contra la carestía, en la que
no faltaban tampoco las perspectivas revolucionarias.

Y ello se habría de notar en la segunda convocatoria del


Congreso Regional, en la que el tema ideológico, la orientación
a seguir, aparece ahora con tanta importancia como las
cuestiones orgánicas, que habían sido el motivo principal de la
celebración del mismo.

El nuevo equilibrio de ambas problemáticas —orgánica e


ideológica— quedaba reflejado en uno de los últimos

597 J. PRAT «Sobre un Congreso», cit.


manifiestos del Comité Regional catalán convocando el
Congreso, en junio de 1918:

«Camaradas:

Convencidos de la necesidad existente de relacionarnos,


para así fundir en uno los esfuerzos de todos, o de
reunirnos para declarar públicamente a lo que aspiramos,
cuáles son nuestros principios y cuáles los medios de lucha
que debemos emplear en la batalla entablada entre el
parasitismo, representado por el capital, y el factor trabajo,
nos proponemos al convocar el Congreso, al propio tiempo
que labrar para el presente, no olvidar el futuro; ir
acumulando fuerza e inteligencia para derrocar la presente
organización social» 598.

B) Los datos del Congreso.

El Congreso se inició el día 28 de junio de 1918, a las diez y


media de la mañana, en los locales del Ateneo Racionalista,
situado en la calle Vallespir, del barrio barcelonés de Sants599. A
la convocatoria del Comité Regional acudieron 153 entidades,
representadas por 152 delegados, que reunían a un total de

598 En «Soli» 3-junio-1918, p. 1. El largo temario del Congreso —52 temas— apareció
recogido en «Soli» 26-junio-1918, p. 2.
599 Las actas de este Congreso regional fueron editadas por la propia CRT de Cataluña
—«Memoria del Congreso celebrado en Barcelona los días 28, 29 y 30 de junio y 1º de
julio del año 1918», Barcelona 1918— roco después de finalizado éste. En esta edición
nos hemos basado para realizar el estudio de los acuerdos del mismo.
75.150 afiliados 600 , de ellos, lógicamente, la myor parte
pertenecían a Barcelona (54.572 afiliados) 601, siendo las otras
localidades más numerosas: Mataró (5.100), Sabadell (2.795),
Badalona (2.455), Igualada (1.607), Tamisa (1.424) y Tarragona
(1.110).

La diferencia existente entre estas cifras y las dadas por la


CNT en setiembre de 1918602, obedece, sin duda alguna, a la
asistencia al Congreso de más de una entidad que no se
encontraba formalmente adherida a la Confederación, o que,
por lo menos, no tenía su situación dentro de la misma,
debidamente regulada; lo cual, como ya vimos, era bastante
frecuente en aquel momento y, quizá, determinó que el
Comité Nacional no las tuviera en cuenta al iniciar su inventario
en el mes de setiembre. La situación de muchas de estas
entidades se iría regulando con posterioridad y, precisamente,
debido a los acuerdos del Congreso regional.

Los acuerdos del Congreso, a pesar de que, como acabamos


de ver, se estaba produciendo un renacer del debate
ideológico y se habían creado ciertas expectativas de que éste
abordase tal tema, e, incluso, de que lo hiciese definiendo a la
Confederación como una organización sindical de finalidad
anarquista, apenas se refirieron a la cuestión ideológica,
recayendo el grueso de los acuerdos, por el contrario, sobre la
cuestión orgánica.

600 La «Memoria», quizá por error en la suma de los datos allí expuestos, da un total de
73.860 afiliados (Id. p. XXXV).
601 Id. pp. XXIX-XXXV.
602 La CRT catalana aparece ahora con 4.791 federados más que con los que contaría en
septiembre.
En realidad, fue esto bastante sorprendente, dado que no
sólo no se abordó este tema de manera expresa, sino que en
aquellos aspectos en que la cuestión ideológica era más
evidente, los acuerdos adoptados tuvieron un carácter más
bien moderado, dentro de una línea sindicalista revolucionaria
bastante elástica —así, por ejemplo, en lo referente a la acción
directa—, y apenas se puede hallar algún acuerdo o matiz que
permita el calificar a la Confederación de anarcosindicalista a
resultas de los acuerdos formales de este Congreso.

Y digo que resulta bastante sorprendente debido a que tanto


en el plano orgánico, en los órganos de dirección, como en el
plano teórico, artículos, discusiones, etc., se estaba
produciendo un evidente deslizamiento hacia posiciones
sindicalistas menos neutralistas y más ideologizadas en el
sentido anarquista. Deslizamiento que era evidente, en el
primer sentido, en la llegada a los comités de dirección de la
CNT de personas que, no sólo poseían ideología anarquista —lo
cual pudiera ser intrascendente a los efectos de la organización
obrera—, sino que defendían la finalidad y la definición
anarquista de los sindicatos, como Jordán, Miranda,
Buenacasa, etc. Y que era evidente también, en el segundo
sentido, en la línea editorial que iba adoptando el portavoz
confederal «Solidaridad Obrera» y en el conjunto de las
colaboraciones que éste publicaba. A todo ello, en fin, nos
hemos referido ya.

Lo que en realidad ocurrió es que, no ya la especial


estructura orgánica de la CNT, que permitía una tan amplia
autonomía de las organizaciones adheridas a la misma que
apenas era notable la influencia de los cargos de dirección en la
base, sino la misma situación de desorganización en que la
Confederación se desenvolvía en aquellos momentos, no
permitió un conocimiento exacto de cuál era el espectro
ideológico de esa base, obviamente poco influenciada aún por
la nueva tendencia que se estaba extendiendo entre los medios
militantes.

Y ello, entre otras cosas, porque esa cabeza dirigente de la


Confederación apenas había podido hacer durante estos
últimos años otra cosa que luchar por la reorganización y por la
mejora material de la situación de la clase trabajadora.

Y esta falta de incidencia ideológica en la base de la


organización, que permaneció en la línea neutral y
reivindicativa más propia del sindicalismo revolucionario, fue
manifiesta en el Congreso; pero no ya solamente en el tenor de
los acuerdos adoptados en el mismo, sino en la misma
presentación de los temas a tratar —que realizaban las
organizaciones adheridas, además del Comité Regional—, en
los cuales se nota una falta total de preocupación por la
cuestión ideológica, o de principios, como se solía decir, frente
al enorme montante de los temas de índole orgánica, o
reivindicativos603.

Los acuerdos del Congreso pueden ser clasificados por su


contenido en tres apartados diferentes: de tipo orgánico,
reivindicativo, o ideológico.

603 Ello se verá con más detalle a continuación.


C) Acuerdos de tipo orgánico.

Estos acuerdos, que, como digo, ocuparon el grueso de los


del Congreso, no vamos a analizarlos ahora con detalle dado
que lo serán en la segunda parte de este trabajo, destinada a
analizar el aspecto orgánico de la CNT. Nos limitaremos a
enunciarlos simplemente, a pesar de la importancia y
trascendencia que tuvieron en la conformación orgánica de la
Confederación.

El acuerdo más trascendental adoptado en este terreno fue


sin duda el de estructurar a la CRT a base de sindicatos únicos
de ramo o industria y de FEDERACIONES locales o comarcales
de sindicatos únicos.

El acuerdo de adoptar los sindicatos únicos se concluyó


después de dos largas sesiones de discusión, en las que se
sucedieron las propuestas y contrapropuestas, en las que, al
final, lo que se discutía no era tanto la bondad o no del nuevo
sistema, sino el grado de elasticidad que habría de concederse
para que las respectivas secciones se fuesen agrupando en los
sindicatos únicos respectivos, habida cuenta su estado de
organizáción en aquellos momentos. Fue, entonces, en la
séptima sesión, cuando se aprobó el sindicato único,
acordándose:

«Primero. Que el Congreso acepta que la organización


obrera no llegará a alcanzar su máximo de potencia
positiva si no dirige todos sus esfuerzos a la creación de los
sindicatos únicos de ramos o industrias.
Segundo. Los sindicatos ya constituidos en principio a
base de ramos e industrias, deberán continuar extendiendo
su organización a todas las secciones que aún permanezcan
aisladas de su respectivo seno.

Tercero. Que aquellos sindicatos a base de ramos e


industrias ya constituidos y que tengan alguna sección
aislada, deben pasar a fusionarse al Sindicato del ramo
respectivo si no quieren quedar aislados de los
trabajadores organizados.»

Pero, completando este acuerdo, y para potenciar la


actuación de las FEDERACIONES Locales y Comarcales,
adoptadas como estructura básica de la CNT, con las
Regionales, en el Congreso de 1911, que habían estado un
tanto abandonadas por los sindicatos, en favor de las
FEDERACIONES de oficio, el Congreso aprobó también la
obligatoriedad de que todos los sindicatos ingresasen en las
respectivas FEDERACIONES locales o comarcales:

«El Congreso declara que todos los sindicatos deben


ingresar en las FEDERACIONES locales, y los que así no lo
hagan, la Federación Local se desentenderá de todo lo que
a estos sindicatos afecte moral y materialmente.»

Recordando además, el acuerdo de 1911, al volver a


establecer que las FEDERACIONES locales y comarcales son la
estructura básica de la CRT, como las propias Regionales lo son
de la CNT:

«Entendiendo que todos los sindicatos vienen obligados a


pertenecer a las FEDERACIONES Locales respectivas,
creemos que la Confederación Regional del Trabajo debe
ser constituida a base de FEDERACIONES Locales o
Comarcales, única manera de dejar impuesta la solidaridad
que entre los sindicatos debe existir (...). Entendemos
también que en las Asambleas o Congresos que la
Confederación Regional convoque, sólo deben tener
personalidad los sindicatos que formen parte y estén
adheridos a la Regional y a las FEDERACIONES Locales.»

Finalmente, para consolidar la nueva estructuración y


superar las viejas fórmulas federativas, así como evitar los
defectos de funcionamiento que en los últimos años se habían
producido por las múltiples interferencias de la pluralidad de
organismos federativos existentes, el Congreso acordó también
la supresión de las viejas FEDERACIONES de oficio. Pero, dado
que ello era tema de competencia de un Congreso nacional,
por exceder el marco regional, se acordó que fuese el Congreso
nacional quien adoptase definitivamente ese acuerdo:

«...entendemos que debido a la evolución que los


trabajadores vienen efectuando, y ateniéndonos a las
enseñanzas que de las luchas se desprenden, consideramos
que todas las FEDERACIONES de oficios determinados,
tanto regional como nacional, no tienen necesidad alguna
de subsistir, ya que no son un aliciente al desenvolvimiento
obrero, si los sindicatos adheridos a la misma quieren
cumplir con los deberes que estas FEDERACIONES
imponen. No obstante, como sea que entendemos que las
tareas de este Congreso no pueden traspasar de la región
de Cataluña y el asunto a resolver traspasa de la región,
entendemos que compete resolver el mismo al primer
Congreso que la Confederación Nacional del Trabajo
celebre.»

En este sentido, se acordó también la elaboración de unos


nuevos Estatutos de la Confederación Regional, para lo que se
nombró una ponencia redactora de los mismos 604. Estos serían
publicados, acompañando a la Memoria del Congreso, poco
después 605 , recogiendo lo sustancial de los acuerdos del
Congreso606.

Además, se llegó también a una larga lista de acuerdos de


esta índole, entre los que podemos citar:

604 Formaban parte de la citada ponencia J. Rovira (Cilindradores de Barcelona), J. Peiró


(Vidrieros de Badalona), F. Vallés (Lampareros de Barcelona), R. Comas (Federación
Local de Sabadell) y M. Buenacasa (Madera de Barcelona).
605 Vid. pág. XV a XX de la citada «Memoria». Acompañaban, además, a ésta un
proyecto de Reglamento de sindicato único, así como unas indicaciones del Comité
regional sobre el mismo y una lista de oficios agrupados por industrias, para orientar a los
trabajadores en la constitución de los citados sindicatos únicos. Vid. los «Estatutos»
íntegros en apéndice documental.
606 El artículo segundo de los Estatutos de la CRT catalana, elaborados en el seno del
Congreso, establecía esta estructuración a base de FEDERACIoNES locales y comarcales
—las que estarían formadas, a su vez, por sindicatos únicos de industria—, al decir que
éstas «serán los únicos organismos que integrarán la Confederación Regional del Trabajo
de Cataluña, salvo aquellos casos especiales que aconsejen admitir en su seno a los
Sindicatos». Es interesante destacar que en la propuesta de nuevos Estatutos se acordó
dotar al Comité Regional de amplias facultades ejecutivas —«investido de todas sus
facultades ejecutivas»—, en contra de la concepción clásica —que concebía a los Comités
como meros organismos de relación y correspondencia—, añadiendo, además, un
miembro de la ponencia que ello se entendía «en el sentido de que no hay necesidad a su
vez de convocar a asambleas regionales para llevar a la práctica las iniciativas del Comité,
bastando solamente mandar circulares a las FEDERACIoNES para ponerse de acuerdo».
Y así fue recogido expresamente en el artículo 8o de los citados Estatutos: «El Comité de
la Confederación, estará investido de amplias facultades ejecutivas y tendrá a su cargo
llevar a la práctica, total o parcialmente, los programas trazados en los Congresos de la
Confederación, lo cual hará bajo su exclusiva responsabilidad».
‒ Que, en cuanto a la representación de las organizaciones
obreras, ésta no cayese nunca en «políticos profesionales»;
que los miembros de los comités y FEDERACIONES locales
fuesen siempre del oficio o de la localidad y que los delegados
a los Congresos fuesen, en todo caso, sindicados.

— Que las entidades obreras no puedan domiciliarse en


ningún Centro político.

— La necesidad de sindicar a las mujeres trabajadoras, así


como asegurar que las juntas del sindicato tuviesen también
una participación femenina, «a fin de que la mujer se interese
por sus luchas y defienda directamente su emancipación
económica».

— Poner en circulación el carnet confederal, y fijar la cuota de


diez céntimos mensuales (2 para la Federación local, 2 para la
Regional, 2 para la Nacional, 2 para «Solidaridad Obrera» y 2
para la ayuda a los presos sociales)607.

— Suprimir el comité pro presos existente dentro de cada


sindicato y crear uno de carácter regional, con subcomités en
cada localidad.

— Que «Solidaridad Obrera» siga saliendo con 4 páginas y a


cinco céntimos, y que el personal de Redacción y
Administración cobre 6 pesetas por día. Es nombrado entonces
Ángel Pestaña director del diario.

607 Se acordó también que los aprendices pagasen la mitad de la cuota.


— Se acuerda nombrar un secretario retribuido de la CRT,
nombrándose a F. Ullod para este puesto.

— Se acuerda una cuota voluntaria de cinco céntimos por


federado para crear cinco escuelas racionalistas de carácter
único, y una con diferentes niveles de enseñanza en Barcelona.

— Se acuerda permitir la intervención de la Federación local


en los sindicatos cuando éstos lo soliciten, o cuando su mal
funcionamiento diera lugar a ello.

— Actuar cerca de las organizaciones de inválidos,


apoyándolas materialmente.

— Crear un sindicato de peones de profesión indeterminada.

— Que el Comité Regional resida en Barcelona.

— Que los Comités presenten una memoria de su actuación a


cada Congreso.

— Que el próximo Congreso regional se celebre dentro de un


año.

D) Acuerdos de tipo reivindicativo.

Los acuerdos de este tipo recayeron sobre una serie de


temas que venían siendo ya habituales en los Congresos de la
Confederación, por lo que no entraremos tampoco muy de
lleno en su análisis, limitándonos más bien a su mera
enumeración:

— Potenciar el trabajo «a tarifa», es decir, según las tarifas


mínimas de salario fijadas por los sindicatos del ramo
respectivo; de tal manera que no se realizase ningún tipo de
trabajo para patronos que no pagasen según tal tarifa. Pero se
creó aquí la excepción cuando el «patrono» que pagase fuese
la.propia Confederación:

«Puede trabajarse a más baja tarifa, según interesen las


necesidades de la organización y previa consulta y
conformidad de los interesados y el sindicato al que
pertenezcan.»

Ello fue debido a que estaba todavía en las mentes el


reciente caso del enfrentamiento entre el Arte de Imprimir y
«Solidaridad Obrera», al que nos hemos referido
anteriormente, y que había surgido precisamente al retirar el
Arte de Imprimir a sus asociados de la elaboración del
periódico confederal debido a que se les pagaba menos que lo
establecido en la tarifa del sindicato, dado que la «Soli» no
podía permitirse sueldos más altos.

Con ello se evitaba este problema en el futuro.

— Conceder preferencia a la abolición del trabajo a destajo


con respecto a cualquier otra reivindicación.

— Impedir la «explotación de los menores de edad».

— Negarse a trabajar horas extraordinarias, cuando se sea lo


suficientemente fuerte para exigir tal cosa, o, en cualquier
caso, cuando haya parados del mismo oficio.

— Implantar la jornada de ocho horas en aquellos oficios que


aún no la habían conseguido, así como ver la posibilidad de ir a
la implantación del jornal único «a medida que las
circunstancias lo permitan».

— Realizar una intensa campaña de agitación «hasta


conseguir la liberación de los presos por cuestiones sociales y la
readmisión de los ferroviarios» despedidos, con motivo de los
últimos movimientos de 1916 y 1917.

«Entendemos —decía el acuerdo— que es ésta una


cuestión de honor para el proletariado y que en ningún
concepto puede desertar de esta cruzada, si no quiere dar
la sensación de cobardía, de sensibilidad moral que atiende
sólo a sus particulares conveniencias, pero que no se
inspira y falta en los elevados dictados de la justicia y el
espontáneo espíritu de solidaridad»608.

— Facultar al Comité Regional y Local de Barcelona para


«adoptar y poner en práctica las resoluciones que se crean más
eficaces para obtener el sobreseimiento del proceso de la
organización y la libertad de sus presos». Todo ello también
con motivo de los últimos movimientos.

— Realizar también una amplia campaña contra las

608 Las amnistías decretadas por el Gobierno Romanones, el 23 de diciembre de 1916, y


por el Gobierno Maura, el 8 de mayo de 1918, no habían satisfecho en absoluto a la CNT,
que contaba, aún después de ellas, con numerosos detenidos en las cárceles. Lo que
determinó el que ésta continuase su campaña en favor de la liberación de los mismos.
militarizaciones como sistema de resolver los conflictos
sociales:

«Ante la militarización obrera, cree la ponencia que


deberá realizarse en todas las ocasiones y con carácter
preferente, una intensa campaña contra este sistema de la
coalición capitalista-gubernamental, llegando, cuando las
circunstancias lo exijan y cuando se plantee un movimiento
de carácter general, a imponer al Gobierno una
rectificación en su conducta de parcialidad hacia los trusts
capitalistas.»

E) Acuerdos de tipo ideológico.

Prescindiendo de las evidentes implicaciones ideológicas que


existen en gran parte de los acuerdos que hemos clasificado
como de tipo orgánico y de tipo reivindicativo, implicaciones
que, sobre todo en los de tipo reivindicativo, hemos analizado
ya en gran medida cuando se plantearon estos temas en los
anteriores Congresos de la Confederación, y que aún hemos de
volver sobre ellas cuando analicemos los demás Congresos
Nacionales que ésta celebrará, se adoptaron en el Congreso
regional de Sants una serie de acuerdos que destacan sobre los
demás por su contenido ideológico. Acuerdos éstos, que,
precisamente por ello, nos permiten analizar, hasta cierto
punto, cuál era efectivamente la orientación que entonces
estaba siguiendo y pretendía darse la Confederación.

La verdad es que, como hemos dicho al principio, no fue muy


pródigo el Congreso de Sants en acuerdos de este tipo; bien al
contrario, sólo se roza el tema de los principios en los acuerdos
a los que a continuación nos referiremos. Constituye, sin
embargo, una clara excepción el tema de la acción directa, que
supone ya de por sí una cuestión de principios, la fijación de
una orientación o principio de actuación. Ello implicaba dar en
parte una solución, una respuesta, a las necesidades de fijar
una orientación definida a la CNT —a la CRT catalana, en este
caso, pero a la CNT por extensión— que habían sido puestas de
manifiesto en los debates en la prensa cenetista previos al
Congreso. También en este sentido suponen una excepción
remarcable a la tónica general de obviar la cuestión de tipo
ideológico los acuerdos recaídos sobre el problema de la
relación con los sectores «políticos».

Pero, el mismo hecho de que la cuestión ideológica ocupase


tan poco espacio específico en los debates y acuerdos del
Congreso tiene de por sí significación altamente indicativa de la
orientación sindicalista de la CNT en aquellos momentos. Ya
hemos hablado, tanto al referirnos de una manera descriptiva
al conjunto de la concepción sindicalista revolucionaria como a
su manifestación dentro del aparato conceptual de la CNT,
sobre todo al estudiar los acuerdos de los Congresos nacionales
de 1910 y de 1911, de cómo el sindicalismo revolucionario, al
considerarse a sí mismo como una práctica, como una acción,
dejaba constantemente de lado las cuestiones de tipo
ideológico o incluso, meramente teóricas, sometiéndose a sí
mismo a un relativismo teórico referido exclusivamente a las
circunstancias de explotación en las que se encontraba la clase
trabajadora. Así, aunque considerado conjuntamente hayamos
definido al sindicalismo revolucionario como una ideología, por
cuanto unía a esa mera práctica todo un aparato conceptual,
referente no sólo a la realidad sobre la que actuaba —a pesar
de su relativismo en este sentido—, sino también a la solución
que proponía como recambio a esa misma realidad, además de
todo un conjunto de valoraciones, que inspiraban y dirigían
toda su actuación, el hecho es que el sindicalismo
revolucionario —para gran parte de sus defensores— no se
consideraba a sí mismo como tal y que, por el contrario,
rechazaba la cuestión ideológica por considerarla atentatoria
contra la necesaria unidad de la clase trabajadora.

Por el contrario, es con la introducción del anarquismo en la


práctica sindicalista, con la formación del anarcosindicalismo,
cuando se inicia un fuerte debate ideológico en los medios
sindicalistas. Es por ello, pues, muy significativa la ausencia de
un temario amplio en este sentido, en primer lugar, y de un
debate o la conclusión de acuerdos en el Congreso, en segundo
lugar; excepción hecha de los ya referidos. Y ello a pesar de la
discusión habida en este terreno previamente y de las
exigencias de una orientación o definición de la Confederación
manifestadas principalmente por los sectores anarquistas
sindicalistas. Y es significativa, porque vendría a manifestar que
no es todavía en el Congreso de Sants cuando la CNT va a
cambiar formalmente su orientación, sino que se manifiesta en
éste, aún, como la organización sindicalista revolucionaria
creada y definida por los Congresos nacionales de 1910 y de
1911.

— La acción directa.

El tema de la acción directa venía planteado al Congreso por


el punto séptimo de los del orden del día, que se preguntaba
por la ya vieja cuestión de cuál era el modo de acción más
oportuno para la clase trabajadora, si la acción directa o la
acción múltiple: «¿Debe ser la organización a base de acción
directa, múltiple o mixta?».

El tema de la acción directa había sido ya estudiado, como


vimos oportunamente, por los Congresos anteriores de la
Confederación, y había aparecido allí también como una de las
cuestiones fundamentales a la hora de definir el contenido
sindicalista de la misma. Tanto en el Congreso de 1910 como
en el de 1911, se había definido a la acción directa como el
principio fundamental que inspiraría el conjunto de la
actuación confederal. El Congreso de 1910 se referiría a ella de
una manera más o menos implícita a lo largo de diversos
acuerdos; pero, sobre todo, se refirió a ella de manera explícita
al incluirla en los Estatutos de la Confederación, en su artículo
segundo, como principio director de la actuación de la misma,
contraponiéndola a los factores políticos y religiosos 609. Por
otra parte, el Congreso de 1911, precisaría aún más al
diferenciar claramente la acción directa de la acción múltiple, y
al rechazar o, mejor dicho, no recomendar la utilización de este
último modo de actuación.

Pero, quizá el confusionismo reinante, quizá la necesidad o


pretensión de fijar este principio de una manera más rígida y
excluyeme que lo que lo había hecho el Congreso de 1911,
hicieron que este tema volviera a ser planteado en el Congreso
de Sants, y que, incluso, volviera a ser planteado en términos

609 «Para la consecución de estos propósitos —decía el artículo 2— la Confederación y


las secciones que la integran lucharán siempre en el más puro terreno económico, o sea en
el de la acción directa, despojándose por entero de toda injerencia política o religiosa.»
muy similares a los de entonces, como contraposición al
sindicalismo de base múltiple.

Sin embargo, a pesar de las pretensiones de mayor


intransigencia en la fijación de este principio, que quedaron
manifiestas en el dictamen de la propia ponencia encargada de
estudiar este tema610, el resultado del mismo vino a ser muy
similar, una vez más, al de 1911.

Efectivamente, en el debate del dictamen de la ponencia


quedó claramente de manifiesto la existencia, de manera
global, de dos posiciones al respecto: la de los que pretendían
que este principio se fijase de manera excluyente, en el sentido
de que no pudiese pertenecer a la Confederación quien no
inspirase su actuación en este principio, y la de los que
rechazaban el dogmatismo que suponía el fijar este principio
de manera absoluta y excluyente, aunque no rechazasen su
utilidad.

Es curioso observar, —y ello no es sino una ratificación de lo


que dijimos anteriormente con respecto a las diferencias
existentes entre la orientación más radical e ideologizada de
los órganos dirigentes de la Confederación y la base de la
misma, constituida por las entidades federadas611—, cómo la

610 Decía el dictamen de la ponencia: «Ya que, aun cuando los principios que informan a
la Confederación Regional se basan en las doctrinas y en las tácticas del sindicalismo
revolucionario, existen en su seno sindicatos que no entablan sus luchas con el capital en
este sentido, y aunque se rigen por la base múltiple, entendemos que el Congreso debe
acordar que no pueden pertenecer a la Confederación las entidades que no acepten en toda
su extensión la acción directa» (CRT de Cataluña «Memoria... de 1918», p. 9-10).
611 La diferencia existente entre los órganos de dirección de la CNT y la orientación de
la base en este período tiene fácil explicación en la manera de elegirse éstos. La costumbre
determinaba que para elegir un Comité —nacional o regional— se designase una localidad
posición dogmática, en defensa del dictamen de la ponencia, es
mantenida principalmente por los delegados de la Federación
Local de Sabadell y de Barcelona, miembros, claro está, de sus
respectivos Comités, mientras que la defensa de la posición

de residencia del mismo, y luego eran los sindicatos de esa localidad quienes elegían a los
miembros del Comité en cuestión. Habitualmente, y por cuestión de infraestructura
orgánica, era siempre residencia del mismo —tanto del regional catalán, como del
nacional —Barcelona, con lo que se producía una doble distorsión en la representatividad
del mismo: por una parte, las localidades del-resto de la región o país no elegían
directamente a los miembros de la dirección, quedándose sin representación directa en la
misma, y, por otra, la práctica de las asambleas regionales para discutir cuestiones
importantes, tanto de índole regional como nacional, determinaba la adopción de acuerdos
que no tenían por qué representar estrictamente la opinión de todos los afiliados; primero,
porque Cataluña, no era todo el territorio nacional, y, segundo, porque, aun dentro de
Cataluña era la organización de Barcelona la que, en definitiva resolvía, pues esas
Asambleas solían dificultar la presencia de organizaciones del resto de la región en las
mismas —con frecuencia se convocaban en días laborables, etc.—, y, por otra parte,
existía también una gran indiferencia por las cuestiones orgánicas en la generalidad de las
entidades federativas. Con lo cual, en definitiva, eran siempre las organizaciones de
Barcelona las que decidían, y dentro de ellas, los núcleos más militantes, que eran los que
destacaban. «Soli» (27-junio-1918) publicaría un artículo —tomado de «El Vidrio»—,
firmado por J. Fuentes, en el que éste venía a realizar una acertada crítica de este sistema
de funcionamiento: «Hablando en términos más claros —decía— diremos que las
asambleas de delegados de los organismos confederados no llevan finalidad práctica
alguna, y, en cambio, son la más rotunda negativa de los principios federalistas y la base de
la actual desorganización. No es de sentido común, ni siquiera democrático, que se
celebren esas asambleas, a las cuales no pueden asistir las representaciones de las
localidades de la provincia distantes de Barcelona, y mucho menos las de las demás
provincias de Cataluña, en cuyas asambleas se adoptan acuerdos y resoluciones,
trascendentales las unas y de suma gravedad las otras, que muchas veces no son sino obra
de un contado número de delegados de la localidad, pero cuyos acuerdos tienen el carácter
de aplicación a toda la organización de Cataluña en general, aun aquéllos que sólo pueden
tener su origen en la falta de reflexión y en una absoluta omisión de la responsabilidad que
trae consigo todo hombre representativo de valores tan positivos como son los de la
Organización».
En el Congreso de Sants volverían a hacerse estas críticas, y así, por ejemplo, el
delegado de la Federación local de Barcelona, al hablar de las representaciones en la
Confederación, dijo que «el delegar en compañeros de Barcelona a veces entraña
perjuicios que redundan en desprestigio de la organización, pues aquí se toman acuerdos
muy radicales que luego no tienen eficacia en las localidades lejanas, en nombre de cuyas
organizaciones se han tomado». («Memoria», p. 15).
más elástica corresponde a los delegados de varios sindicatos.
En este sentido, cabe destacar la intervención en favor de la
posición más elástica del entonces delegado de los vidrieros de
Badalona —Juan Peiró—, que luego sería un destacado
militante de la Confederación, tras el ingreso de su entidad en
la misma, producido en el mismo Congreso612.

La posición radical se mantenía desde el punto de vista de la


necesidad de la fijación de unos principios inamovibles que
delimitaran ideológicamente a la Confederación, evitando
mucho del confusionismo interno hasta entonces existente.
Así, por ejemplo, el delegado de la Federación Local de
Barcelona diría al respecto613:

«La Confederación, desde el momento que acepta en


todos sus extremos la acción directa, no puede admitir en
su seno a sindicatos que no se rijan por tal sistema; esta
declaración de principios es necesaria a la Confederación,
porque éste es el espíritu que la informa. Nosotros no
podemos aceptar las tácticas circunstanciales de la Unión
General de Trabajadores. Debemos hacer la declaración de
principios y así no nos engañaremos y sabremos con las
fuerzas que contamos.»

Sin embargo, no fue ésta la posición mantenida por la


mayoría de las delegaciones asistentes al Congreso. Por el
contrario, la posición de estas últimas era, de hecho, más
moderada y elástica al respecto. Su idea podría quedar

612 JOAN PEIRÓ, «Escrits. 1917-1939», Barcelona 1975, p. 11.


613 La Federación local de Barcelona estaba representada en el Congreso por Ricardo
Fornells y Emilio Mira, pero la «Memoria» no especifica de quién fue la intervención.
reflejada en la intervención de Juan Peiró, que fue uno de los
delegados que con más acierto luchó, aun estando de acuerdo
con él, contra la imposición del principio de la acción directa
como una condición ineludible para poder pertenecer a la CNT.
Dijo Peiró:

«Debe hacerse una declaración de principios, pero no tan


radical como la que encierra el dictamen, porque la acción
directa, aunque la aceptan todos, no ha encarnado aún
sino en pequeñas minorías. (...) el aceptar el dictamen
significaría excluir de la Confederación a muchas fuerzas
que ya aceptan en principio la acción directa, aunque no en
este sentido dogmático.»

Así pues, el Congreso, rechazando el dictamen de la


ponencia, impuso un criterio mucho más moderado,
aprobando un texto diferente, propuesto por los
encuadernadores de Barcelona, en el que si bien se establecía
la acción directa como un principio de acción preferente, no se
excluían otros modos de acción, aunque bajo la fórmula de su
necesaria justificación por fuerza mayor.

Decía el texto aprobado:

«En las luchas entre el capital y el trabajo, los Sindicatos


adheridos a la Confederación, vienen obligados a ejercer de
un modo preferente el sistema de acción directa, mientras
circunstancias de verdadera fuerza mayor, debidamente
justificadas, no exijan el empleo de otras fórmulas
distintas.»

Con ello, en definitiva, se trataba de excluir uno de los


mayores peligros que podría ocasionar a la Confederación la
imposición de manera absoluta del principio de la acción
directa, que era —como dijo Peiró— el cerrar el paso a la
Confederación a muchas entidades obreras de principios más
amplios y elásticos614. No hay que olvidar que, como ya dijimos
en anteriores ocasiones, el principio de la acción directa no
sólo se refería a los enfrentamientos entre el capital y el
trabajo, como dice el texto aprobado por el Congreso, sino que
tenía una proyección mucho más amplia, y abarcaba en
realidad a toda la concepción social y política del sindicalismo
revolucionario. Así, por ejemplo, la acción directa no sólo
implicaba la exclusión de la acción y de todos los mecanismos
de representación política, sino que implicaba también la
exclusión de todos los mecanismos de tipo conciliatorio o
intermedios para resolver los conflictos con el capital. Pero,
además, la acción directa implicaba también el abocar
directamente a la clase trabajadora a la lucha contra el capital y
el Estado para la conquista de sus mejoras, de tal manera que
se excluía la utilización de cualquier otro medio —cual serían
las cajas de resistencias, los socorros mutuos, la actividad
cooperativa, etc.— para la conquista de estas mejoras, dado
que ello, pensaban, podía conducir a un conformismo o
amoldamiento de los trabajadores.

Así, aunque parecía haber un evidente común acuerdo con


respecto al primer aspecto —político— de la acción directa,
éste ya no existía por igual con respecto a los otros dos;
existiendo, de hecho, como ya dijimos al hablar del Congreso

614 Sobre el citado acuerdo diría quejoso, en este sentido, M. Buenacasa: «Tan
contradictoria resolución fue adoptada, más que por otra cosa, por conciliar el espíritu
unificador demostrado por los pocos socialistas del Congreso (op. cit., p. 215).
de 1911, un gran número de entidades que de alguna manera
practicaban un sindicalismo de base múltiple, es decir, no de
acción directa exclusiva, y que, sin embargo, permanecían en el
seno de la Confederación. Un acuerdo del tipo que pretendía el
dictamen inicial de la ponencia supondría su exclusión de la
CNT.

En definitiva, el acuerdo del Congreso viene a demostrar que,


a pesar de todo, el papel y la influencia de los sectores más
radicales o ideologizados —en el sentido anarquista— no era
aún lo suficientemente fuerte como para lograr imponer su
criterio exclusivo dentro de la Confederación, o, al menos, no
todos coincidían en la conveniencia de imponerlo,
manteniéndose de hecho una concepción de la acción directa
aún bastante elástica y similar a la que se había adoptado en el
Congreso nacional de 1911.

Los Estatutos de la Confederación Regional de Cataluña


elaborados por una ponencia nombrada en el seno del
Congreso, recogerían esta concepción de la acción directa
adoptada en el mismo, que quedaría reflejada en el artículo
segundo de los mismos. En realidad, este artículo no viene a
ser sino una repetición del mismo artículo segundo de los
Estatutos de la CNT aprobados tras el Congreso fundacional de
la misma, de 1910, al que se añadió la fórmula que admitía el
incumplimiento de la acción directa en casos excepcionales, lo
que, en aquel momento, con un criterio más estricto de la
misma, no se había previsto por la Confederación
—seguramente que para diferenciarse perfectamente de la
UGT y distinguir la propia táctica de la de ésta, justificando de
esta manera la propia existencia de la CNT—.
Así, decía el texto de este artículo segundo:

«Para la consecución de estos propósitos [se refiere a los


enunciados en el artículo primero], las FEDERACIONES
locales y comarcales (...) lucharán siempre en el más puro
terreno económico, o sea en la acción directa —en este
caso, por lo que respecta a las cuestiones de táctica o
procedimiento, se estimará como una cosa circunstancial,
aunque la indicada acción será el método de lucha
preferente—, despojándose por entero de toda ingerencia
política o religiosa.»

— Las relaciones con los medios políticos.

Otro de los temas de evidente contenido ideológico


abordado por el Congreso de Sants fue el de las relaciones de
la Confederación con los medios políticos e ideológicos. El
tema no venía planteado de manera individual, como el de la
acción directa, sino que venía disperso en tres puntos del
temario del Congreso: el 19, el 22 y el 47.

Aunque los tres puntos se refieren a la problemática común


que planteaba a la Confederación sus relaciones con las por
ella denominadas entidades ideológicas, es, en realidad, el
punto 47 el que aborda directamente este problema,
preguntándose cómo habrían de ser éstas. Los otros dos
puntos, el 19 y el 22, tocan problemas secundarios, derivados
propiamente de la regulación de las relaciones con los sectores
políticos que la CNT adoptara.
El enunciado del punto 47, propuesto por los Cilindradores y
Aprestadores de Barcelona, venía a decir:

«¿Las entidades puramente ideológicas tienen derecho a


intervenir de un modo directo en asuntos escuetos y
exclusivamente obreros? Caso de que la contestación fuese
afirmativa ¿debe considerarse que dichas entidades
pueden y deben trabajar al margen de las entidades
proletarias?»615.

La Memoria del Congreso regional no da apenas información


sobre los debates, tanto de este punto, como de los otros dos,
lo cual nos priva de conocer con cierto detalle las posibles
opiniones diferenciadas al respecto. En el primer caso, se limita
a decir que el dictamen de la ponencia fue aprobado con una
adición, a la que nos referiremos seguidamente. En el segundo
caso, dice que el dictamen de la ponencia fue aprobado
«después de una laboriosa discusión», pero no hace referencia
alguna a la misma, a pesar del enorme interés que ésta podía
tener. Pero, además, la mayor complicación que este tema
plantea es el conocer de una manera exacta el origen o
motivación del mismo.

Parece claro que tanto el punto 19 («¿Pueden los políticos


profesionales ostentar la representación de un Sindicato?»),
como el 22 («¿Pueden estar los Sindicatos domiciliados en
Centros políticos?») hacen referencia expresa a un sector
«político» muy concreto: «política profesional». Es decir, se
refieren a los sectores políticos que realizan una actividad

615 «Soli» 26-junio-1918, p. 2.


política de representación o de gobierno, en cualquiera de los
niveles en que ésta se puede producir, dado que sólo son
políticos profesionales, a su entender, y aun en el lenguaje
común, las personas que se dedican a tal tipo de actividad. No
lo serían, por tanto, los anarquistas, dado que su actividad,
aunque de hecho es política, se dirige más bien en un sentido
contrario, negando el gobierno, el Estado, y todas las
instituciones que forman parte de éste. Por lo demás, son
constantes las alusiones a los partidos políticos y a sus
miembros como políticos profesionales, en los textos
sindicalistas.

Cabe aquí la duda de si esta negativa se extiende solamente a


los «políticos profesionales», en el sentido estricto de la
palabra, o si, por el contrario, se refiere también a los meros
militantes de los partidos políticos. A lo largo de la historia de
la CNT nos encontraremos con este problema en más de una
ocasión, dado que esta duda existía en la propia organización, y
esta traba se extendería o no a los meros militantes de los
partidos políticos, dependiendo de la organización concreta a
la que se refiriera —sindicato, federación, etc.— y del
momento político de la Confederación. Por lo demás, en este
momento, dada la inexistencia de un partido obrero fuerte en
Cataluña, el problema sería muy limitado y se referiría más
bien a determinados militantes, más o menos destacados, de
los partidos Radical, Socialista, o, incluso federalistas y
republicanos; pero nunca su militancia en la CNT pudo
considerarse masiva en estos momentos, entre otras cosas,
porque eran partidos de bases muy reducidas y porque seguían
una política muy diferente a la seguida por la CNT. El problema
sería mayor posteriormente, con la formación de los diversos
grupos comunistas, cuya militancia sindical se realizó
principalmente —en Cataluña y menos en otras zonas— en el
seno de la CNT.

Así pues, los temas 19 y 22, tendrían más bien un doble


significado: por una parte, tienen el valor de una posición
ideológica concreta que la CNT quería fijar en aquel momento,
cual era el rechazo de la actividad política, en general, y de los
políticos, en particular, sobre todo por el resentimiento que les
había producido la actitud de los socialistas tras los sucesos de
1917, abandonando la unidad de acción de carácter
revolucionario con la CNT, al cual ya nos hemos referido
anteriormente. Por otra parte, en concreto el punto 19,
vendría a evitar, no sólo lo que sería el que elementos políticos
ostentasen cargos representativos dentro de la Confederación,
sino más bien el que organizaciones confederales pudiesen
emplear los servicios de algún dirigente político, como
representante o mediador de las mismas en cualquier
oportunidad. De hecho, esto último es lo que extrañamente se
produciría, mientras que a lo largo de la historia de la CNT
veremos en más de una ocasión a militantes de partidos
políticos marxistas —sobre todo en el período que cubre la
Segunda República— ocupar cargos en los comités cenetistas.

Por lo demás, el punto 22 no era nada nuevo, puesto que ya


vimos que había sido objeto de estudio en el Congreso nacional
de 1911, y se podría decir aquí prácticamente lo mismo que
dijimos entonces.

Así pues, el Congreso aprobó finalmente el dictamen de la


ponencia sobre estos dos puntos del temario, sin que la
Memoria del mismo nos dé indicación alguna sobre las
discusiones habidas. El acuerdo establecía que:

«Los políticos profesionales no pueden representar


nunca a las organizaciones obreras y éstas deben procurar
no domiciliarse en ningún Centro político.»

El acuerdo, en fin, si sorprende por algo, es precisamente por


su parquedad y por el hecho de que no hubiese servido, como
ocurrió en 1911, para hacer una expresa declaración de fe
antipolítica. Lo que nos hace volver a remarcar la ausencia en
el Congreso de Sants de manifestaciones expresas —en los
acuerdos del mismo— de antipoliticismo o de anarquismo;
ausencia que nos indica la vía sindicalista neutralista por la que,
al menos formalmente, en estos momentos caminaba aún la
CNT.

Pero ello es aún más significativo si enlazamos el acuerdo


recaído en los puntos 19 y 22 del temario con el recaído en el
ya citado punto 47, dado que éste viene a realizar una expresa
condena de la intervención de las «entidades puramente
ideológicas» en la actividad de los sindicatos, lo cual puede
entenderse perfectamente que incluía a los grupos
anarquistas.

Así, el Congreso aprobó también el dictamen de la ponencia


sobre el punto 47, que establecía lo siguiente:

«Las entidades que no sean una agrupación de profesión


u oficio para la resistencia al capital, no deben intervenir
directamente en los asuntos que afecten directamente a
los sindicatos; pero el Congreso ve con simpatía que,
aquéllas que sustentan un ideal social en consonancia con
los intereses del proletariado, trabajen al margen de los
sindicatos en pro de la emancipación de la clase
productora.»

El citado acuerdo venía pues a asentar la máxima sindicalista


de la independencia y neutralidad ideológica de los sindicatos,
prohibiendo la intervención directa de las «entidades
puramente ideológicas», cuales serían los partidos políticos o
los grupos anarquistas específicos, en los mismos. Y ello es
claro que incluía también a estos últimos. La CNT trataba de
evitar con ello, no sólo la imposición de determinada ideología
política en la organización sindical, sino lo que sería una
confusión orgánica entre la propia estructura sindical y la
posible existencia de grupos organizados en el seno de la
misma. Así, sin impedir su afiliación a la CNT, los sindicados en
la misma sólo podrían actuar en ella, en tanto que tales, y no
como miembros de otra serie de grupos, ni tratando de
imponer su ideología a la misma.

Esto quedó más explícito aún, cuando el delegado de los


Pintores de Barcelona616 pretendió y consiguió que se añadiera
al dictamen de la ponencia aprobado por el Congreso una
adición por la que se regulaba la presencia de los maestros
racionalistas en el seno de la Confederación, según la cual,
éstos sólo podrían estar en el seno de la misma siempre que se
organizasen corporativamente, es decir, formando el
correspondiente sindicato 617. Y esto es importante, porque era

616 La representación de los Pintores de Barcelona la ostentaban Salvador Seguí y un tal


Elias, pero la «Memoria» no precisa de cuál de ellos fue la intervención.
617 Decía esta adición: «Habiendo los maestros racionalistas prestado muchos servicios a
precisamente este medio, el de los maestros racionalistas, uno
de los medios clásicos de formación de grupos anarquistas
específicos y de introducción de la ideología anarquista en los
sindicatos. De esta manera, la vinculación a la CNT vendría
dada exclusivamente por la pertenencia a un sindicato
federado en la misma, y no por la pertenencia a ningún grupo
anarquista, o a cualquier otra agrupación.

Por otra parte, es también remarcable el tono solidario con el


que el dictamen se refiere a este tipo de organizaciones que
luchan por la emancipación del proletariado en otras vías que
no son las estrictamente económicas —las únicamente
consideradas válidas por el sindicalismo para la auténtica
emancipación de los trabajadores—, sin emplear el tono crítico
y condenatorio habitualmente empleado para referirse a las
agrupaciones políticas. Claro que podría decirse que el
dictamen se refiere exclusivamente a los grupos anarquistas,
únicos a los que se solía reconocer que «sustentan un ideal en
consonancia con los intereses del proletariado»; sin embargo,
un análisis sistemático de los acuerdos a los que nos estamos
refiriendo no permite hacer precisiones de este tipo, mientras
que, por el contrario, lo que el acuerdo quiere diferenciar
claramente, evitando su confusión, es a los sindicatos obreros,
que luchan por la emancipación de la clase trabajadora «en el
más puro terreno económico, o sea en la acción directa», de las
otras entidades políticas o ideológicas en general, aunque éstas

la clase proletaria y siendo un elemento necesario para la lucha por la emancipación,


podrán intervenir directamente en las cuestiones de los sindicatos, siempre que se
organicen corporativamente». Los maestros racionalistas y otros sectores profesionales
pasarían a formar el Sindicato denominado, primero, de Profesiones Liberales, y luego, de
Obreros Intelectuales y Profesiones Liberales; el cual tendría un papel destacado en la
orientación anarquista de la CNT.
trabajen —y así deben hacerlo, según el acuerdo del
Congreso— «al margen de los sindicatos en pro de la
emancipación de la clase productora», dado que emplean otras
vías que no son aquélla. Y, en fin, como decía el ya citado
artículo segundo de los Estatutos de la CRT, elaborados en el
seno del Congreso, la acción económica de los sindicatos
debería realizarse «despojándose por entero de toda injerencia
política o religiosa». Por ello, pues, debe entenderse que la
referencia a estas otras entidades es genérica y se refiere tanto
a los grupos anarquistas como a los partidos políticos que
luchen por la emancipación de los trabajadores (cosa que en
aquel entonces sólo podría referirse a los socialistas, y ello, a
pesar de la difícil situación por la que pasaban las relaciones
entre ambos, después de los sucesos de 1917 y las elecciones
de 1918).

Quedaba así corroborada la posición sindicalista


revolucionaria de la CRT, posición que tenía incluso ciertos
tintes moderados con respecto a la misma adoptada, por
ejemplo, en el anterior Congreso nacional, de 1911.
Compárense si no, los acuerdos sobre la acción directa o sobre
la cuestión política, adoptados en uno y en otro Congreso, por
referirnos sólo a los dos temas más destacados en este terreno
ya citados.

Por otra parte, ej tema de la relación de la Confederación con


las agrupaciones de tipo ideológico no era en absoluto gratuito
o debido a una mera especulación teórica del Congreso. Por el
contrario, era éste un problema que, aunque ya había ocupado
antes a la CNT —el tema de la domiciliación de los sindicatos
en los Centros políticos, por citar un acuerdo formal, ya vimos
que había sido estudiado en el Congreso de 1911—, tenía
ahora una candente vigencia por el inicio de la tensión
ideológica que comenzaba a producirse en los medios
confederales, a pesar de que ésta no tuviese un reñejo más
extenso en el Congreso. De hecho, en el invierno del mismo
1918, se celebraría en Barcelona una Conferencia Anarquista,
gue reuniría a lo más destacado del anarquismo militante
español, además de un representante oficial de la CNT618.

La Conferencia Anarquista de Barcelona, entre otros, llegaría


al importante acuerdo de recomendar a todos los anarquistas
españoles su ingreso y participación activa en los sindicatos
obreros. Y este acuerdo es de importancia trascendental, dado
que —como dijo Manuel Buenacasa— «hasta entonces habían
sido muchos los anarquistas que se hallaban al margen de las
organizaciones obreras, y muchos también los que, a pesar de
pertenecer a ellas, estaban ausentes de las juntas y cargos de
responsabilidad»619.

Efectivamente, como hemos visto con anterioridad 620, existía


un amplio sector del anarquismo todavía muy reacio al
sindicalismo, al que consideraban que rebajaba y deterioraba

618 Existen muy pocos datos de esta Conferencia, que tuvo singular trascendencia en la
evolución posterior de la CNT. Los datos que siguen están tomados de M. BUENACASA
«El movimiento...» cit., p. 65-66, que fue testigo de excepción de la misma. Entre los
militantes destacados asistentes a la misma, BUENACASA cita a Eusebio Carbó, por la
región levantina; Eleuterio Quintanilla, por Asturias; Tomás Herreros, por Cataluña;
Vallina o Sánchez Rosa, por Andalucía; Galo Diez, por el Norte; José Suárez, por Galicia
(Id. p. 65).
619 Id., p. 66.
620 Vid. la crítica de Negre a los sectores anarquistas «puristas», a la que aludimos
anteriormente en este trabajo.
los principios del anarquismo621; por eso lo miraban con gran
recelo, negándose a entrar en los sindicatos —pensando que el
grupo específico era el medio adecuado de lucha—, o, cuando
entraban en ellos, actuaban de tal manera que el sindicato se
convertía en un mero campo de acción y de cultivo para las
ideas anarquistas, negándose, en casos extremos, a ocupar
cargos de responsabilidad en ellos, por temor a ponerse en
contradicción con el puritanismo de sus principios; sin que ello
significase, por el contrario, el que su labor en el seno de los
mismos careciese de un enorme poder condicionante.

El acuerdo de la Conferencia Anarquista de Barcelona supuso


un importante impulso a que estos sectores «puristas»
abandonasen su actitud, siguiendo el ejemplo de los
anarquistas sindicalistas, y a que, no sólo ingresasen en los
sindicatos, sino que también ocupasen los cargos de
responsabilidad para los que fuesen elegidos.

Así pues, por una parte, el citado acuerdo del Congreso


regional de Sants, no podía ser menos que una previsión

621 «Tierra y Libertad», 7-marzo-1917, p. 2, recogía un artículo de PEDRO JUL, titulado


«Anarquía y Sindicalismo» y en el que se venía a decir: «El Sindicalismo, dejando de lado
el sindicalismo patronal, hablando solamente de ese otro sindicalismo que con tanta
frecuencia se le confunde con el anarquismo, tengo que empezar confesando sinceramente
que no sé.si denominarlo idea, tendencia, o qué nombre darle; pero lo que afirmo es que
puede llegar a ser una retrogradación del ideal anarquista, porque en caso de que fuera,
lo que pretenden muchos de sus propagadores, una aspiración ideológica que tuviera por
base la emancipación humana, caería en una ridicula contradicción al codificarse y
legislarse a sí mismos los individuos que lo integran, poniendo así, un obstáculo al libre
desarrollo del cerebro humano. A mi entender no es, ni más ni menos que una variación
del socialismo político, es decir, una desviación pretendida del indesvirtuable ideal
anarquista. (...). Y finalizaré con estas dos interrogaciones: ¿Es sincera la actuación de los
que diciéndose tener un concepto claro del ideal anarquista, hacen labor absolutamente
sindicalista?... ¿Puede un anarquista ser sindicalista?» (El subrayado es mío).
—además de lo ya dicho— de que la entrada masiva de los
anarquistas específicos en los sindicatos no supusiese un
dirigismo externo de los mismos por parte de los grupos
anarquistas. Pero, por otra parte, el ingreso de los anarquistas
en la CNT, aunque no existiese ese dirigismo venido desde
fuera de los sindicatos por parte de los grupos anarquistas, no
pudo menos que suponer un paso decisivo que inclinaría la
balanza del equilibrio ideológico —neutralismo— del
sindicalismo revolucionario de la CNT hacia el lado de la
ideología anarquista. Inclinación que tendría su culminación en
la adopción formal de la orientación comunista libertaria por la
CNT en su Congreso nacional de 1919 622.

Otro tema de destacada relevancia en el aspecto ideológico,


de los tratados en el Congreso regional de Sants, fue el tema de
la unión con la UGT. Este tema, que era objeto de
preocupación de la CNT desde el mismo momento de su
constitución, había sido ya tratado en el Congreso nacional de

622 El mismo BUENACASA haría este balance de la Conferencia anarquista de


Barcelona, de 1918: «Los resultados de la Conferencia de Barcelona no pudieron ser más
halagadores. Meses más tarde todas las entidades de la CNT se encontraban perfectamente
compenetradas del espíritu y la idea anarquistas. Con este espíritu y esta idea, aceptadas
voluntariamente por cientos de miles de trabajadores, los sindicatos obreros lucharon con
dignidad y entereza no igualada hasta entonces, ni superada más tarde» (op. cit., p. 66). La
Conferencia Anarquista de Barcelona venía a ser una repetición de la Conferencia
Anarquista celebrada en París, el 16 y 17 de agosto de 1913, en la que, además de fundarse
la Federación Comunista Revolucionaria Anarquista de Francia, se acordó también el
recomendar a todos los anarquistas su ingreso en los sindicatos, en la CGT, tomando parte
activa en la misma, dado que «si es verdad que la doctrina sindical -se diría- no basta para
conseguir todas las reivindicaciones proletarias, lo es, así mismo que, hoy por hoy,
constituye el medio más poderoso de emancipación que posee la clase obrera», (S.
FAURE «Manifesté du Congrés de la Fédération Communiste Revolutionaire Anarchiste,
tenu á París les 16 et 17 de août 1913», París 1913; citado en J. PUYOL y ALONSO
«Proceso del Sindicalismo Revolucionario», Madrid 1919, p. 47).
1911 623, el cual llegó a una conclusión un tanto evasiva sobre
el mismo, y volvía ahora a ocupar un plano destacado dentro
de la problemática de la Confederación. Pero ahora, el tema de
la unidad con la UGT tenía una especial vigencia y venía
determinado por la fuerza de unos hechos recientes, y no por
un mero compromiso, más formal que real, aceptado
anteriormente, como ocurrió entonces.

La unidad con la UGT venía determinada por la campaña


contra la carestía de las subsistencias que ambas centrales
—CNT y UGT— habían iniciado ya poco después del comienzo
de la guerra mundial.

Entonces había quedado demostrado que cualquier tipo de


acción planteada aisladamente por cualquiera de las dos,
conduciría irremisiblemente al fracaso. Por el contrario, las
posibilidades de éxito de una unión circunstancial de ambas
centrales era bastante grande, y, por lo demás, sus posiciones
ante el problema de la carestía eran bastante similares y nada
había que impidiese una colaboración en este campo.

Así, ante las posiciones similares mantenidas por ambas


centrales frente al problema de la carestía, posiciones
claramente manifestadas por la CNT ya desde septiembre cié
1914 624 y por la UGT desde similar época, fue germinando en
ambas centrales la idea de la colaboración en lo que era una

623 Vid. Anteriormente en este trabajo.


624 El 17 de septiembre de 1914, «Soli» publicaría un manifiesto de la CNT en el que ésta
exponía la necesidad de adoptar toda una serie de medidas en previsión de las desastrosas
consecuencias económicas que la guerra traería para la clase trabajadora y para el país en
general.
lucha común en defensa de los intereses deteriorados de las
clases trabajadoras.

Ya en abril de 1916, después de un 1915 pleno de conflictos y


sin que el Gobierno adoptase medidas tendentes a la evitación
del alza progresiva de los precios625, el Congreso local de Gijón
adoptaría, a propuesta de Eleuterio Quintanilla, el acuerdo de
dirigirse a la CNT y a la UGT «invitándoles a que unifiquen
todas las fuerzas que representan a fin de obligar al gobierno a
cortar las demasías de los acaparadores, causa del grave
malestar que crea entre los obreros españoles el
encarecimiento de las subsistencias»626.

La llamada de los cenetistas asturianos no cayó en el vacío, y


apenas un mes después, el 4 de mayo, la CNT celebraba en
Valencia una Asamblea Nacional, convocada por la propia
organización catalana. A esta Asamblea asistirían unos 70
delegados, que representaban a 600 entidades obreras, uno de
los cuales, el delegado aragonés Ángel Lacort, vino a proponer
también una alianza con la UGT para luchar en contra de la
carestía y del empeoramiento de la situación de la clase
trabajadora. La propuesta suscitó el apoyo inmediato de
numerosos delegados, entre los que destacaba la figura de
Salvador Seguí, por lo que fue aprobada por la Asamblea.
Además, se acordó también el nombramiento de un Comité

625 Sobre un índice 100 para el período abril 1909-marzo 1914, el índice de los precios
había pasado de un 106,9 en septiembre de 1914, a un 117,6 en marzo de 1916 (I. R. S.
«Encarecimiento de la vida durante la guerra: precios de las subsistencias en España y en
el extranjero. 1913-1918» Madrid 1918).
626 Citado en RAMÓN ÁLVAREZ «Eleuterio Quintanilla (Vida y obra del maestro)»,
México 1973, p. 188. El Congreso gijonés se celebraría el 2 de abril de 1916.
que se encargaría de organizar y llevar a cabo todas gestiones y
acciones precisas, y en el momento que estimase oportuno,
para la buena marcha y éxito de la citada campaña de protesta.
Como secretario de este Comité, que pasaría pronto a ser
conocido como Comité Nacional de la Asamblea de Valencia,
fue elegido el propio Seguí 627.

Pocos días después, la UGT inauguraría su XII Congreso


Nacional en Madrid (del 18 al 24 de mayo de 1916), por lo cual
la Asamblea de Valencia, concluido el acuerdo de llegar a una
alianza con la UGT, decidió enviar al Congreso de la misma a
Eusebio Carbó, para que leyera allí los acuerdos de unión
adoptados en Valencia y tantease la posibilidad de que ésta se
llevase a cabo628.

El XII Congreso de la UGT, por su parte, estudió el tema de la


unión con la CNT, llegándose a un criterio coincidente con la
misma en la necesidad de lograr la unión de todos los
trabajadores españoles. Al mismo tiempo, el Congreso de la
UGT acordaba también el lanzamiento de una campaña de
protesta contra la carestía y nombraba un Comité para
gestionar la realización de la misma629. Nada se oponía ya,

627 «Tierra y Libertad» 17-mayo-1914, p. 2. «Soli» 25 de octubre de 1914, p. 1. G. H.


MEAKER «La izquierda revolucionaria en España, 1914-1923», Barcelona 1978, p. 65. Es
curioso ver cómo el órgano anarquista «Tierra y Libertad» (vid. número citado) apoya en
estos momentos la unidad de acción del proletariado y, por lo tanto, la colaboración de la
UGT.
628 CNT «Memoria... de 1919», p. 136.
629 Este Comité interregional estaba formado por Pedro Cabo y Serafín Uriz, por el País
Vasco; José Gómez Osorio y Manuel Suárez, por Galicia; Antonio García Quejido, por
Extremadura; Florentino García, por Andalucía; Vicente Sánchez y Juan Barceló, por
Levante; Luis Estrada, por Cataluña; Isidoro Acevedo y Manuel Llaneza, por Asturias; y
Luis Lavín y Remigio Cabello, por Castilla la Vieja. (A. DEL ROSAL «Historia de la
pues, a la realización del pacto de unidad entre ambas
centrales.

No vamos a entrar aquí sobre cuáles podían haber sido las


causas —aparte, claro está, de las ya aludidas— que llevaron a
la UGT a cerrar una alianza con la CNT y a elaborar un plan de
acción en el que se encontraba la declaración de una huelga
general, cosas tan denostadas ambas por los socialistas hacía
sólo muy poco tiempo630. Pero lo cierto es que la UGT no se
encontraba en aquel momento en uña situación ascendente,
más bien al contrario, según sus propios datos, había perdido
en los últimos meses más de cuarenta y cinco mil afiliados,
pasando de los 121.553 que poseía en febrero de 1915, a
76.304, que eran los que poseía en febrero de 1916 631. Se
encontraba, por tanto, ante la necesidad de un cambio de
actuación que supusiese un freno a la pérdida de afiliados y un
relanzamiento de la organización. La campaña por el
abaratamiento de las subsistencias y la alianza con la CNT,
organización en franco ascenso, podían servir de adecuadas
plataformas para el relanzamiento de la Unión, aparte, como
digo, de la justeza del movimiento que se emprendía.

Las gestiones entre ambas centrales culminaron en una


reunión celebrada en Zaragoza, en el Centro Obrero de dicha
ciudad, el 8 de julio de 1916, entre los representantes de la

UGT», cit., p. 130).


630 Al rechazo socialista de la huelga como táctica del proletariado ya nos hemos referido
anteriormente; sin embargo, el Congreso ugetista acogió bien la propuesta de Acevedo y
Llaneza en este sentido. Por otra parte, el propio Acevedo no veía con muy buenos ojos a
la CNT, de la que desconfiaba (vid. nota 89; A. SABORIT «Julián Besteiro», México 1961;
«Asturias y sus hombres», Toulouse 1964; «La huelga de agosto de 1917», México 1967).
631 «Anuario estadístico de España», año XVI, 1930, cit., p. 524.
UGT, Largo Caballero, Julián Besteiro y Vicente Barrio, y el
delegado de la CNT, Salvador Seguí, que representaba a ésta y
al ya citado Comité de Valencia632.

No vamos a entrar a analizar con detalle ahora los hechos


que siguieron a este primer pacto histórico entre las dos
centrales. De ello nos ocuparemos más adelante. Lo que nos
interesa ahora es el conocer el proceso de esta alianza desde el
punto de vista de la unificación CNT-UGT en una sola central.

A pesar de que el Gobierno hizo todo lo posible por evitar,,


no ya el éxito de esta campaña de protesta, sino su misma
realización (comenzando por la propia detención de los
firmantes del pacto y declarando el estado de guerra en todo el
país, tomando como disculpa el conflicto ferroviario que se
desató poco después633), la campaña fue un éxito, y cuando se
levantó la suspensión de las garantías constitucionales los actos
políticos se multiplicaron, realizándose numerosos mítines
conjuntos de las dos centrales. Todo ello produjo un estado de
ánimo entre la clase trabajadora española rápidamente
favorable a consolidar aquella unión, que entonces tenía un
carácter puramente circunstancial.

Ya a principios de noviembre de 1916 —la campaña se había


relanzado el 15 de octubre— «Solidaridad Obrera» reflejaba en
un editorial este sentimiento, lo que era no sólo su deseo, sino

632 Los historiadores suelen hablar también de la presencia en este acto de Ángel Pestaña
y Ángel Lacort. Sin embargo, a tenor de la información de «Soli» y del acuerdo firmado
entonces, no consta tal presencia en el citado acto («Soli», 11 de julio de 1916, p. 1).
633 «Soli», 26-julio-1916. Seguí sería puesto en libertad el 11 de agosto («Soli», 12-
agosto-1916, p. 1).
un sentir que se iba extendiendo entre todos los trabajadores:
la formación de una central unida de todos los trabajadores
españoles:

«Los militantes sindicalistas encuentran en el campo


obrero un estado de espíritu favorable a la organización. Y
este hecho indiscutible debe servir para que con
inteligencia y actividad se saque todo el partido posible en
favor de la campaña que se sostiene, primero, y después,
por sus resultados ulteriores, para crear y mantener
permanentemente una poderosa confederación nacional,
objetivo que no debiéramos olvidar un solo instante»634.

Y ello era tanto más factible a los ojos de la Confederación,


cuanto que veía en la actitud de la UGT un cambio radical en su
línea de actuación, abandonando su vieja confianza en la labor
legislativa y de gobierno, para pasar a la acción directa de las
masas trabajadoras organizadas; cambio de actitud que creía
ver también en el propio Partido Socialista.

Y así lo expresaba también «Solidaridad Obrera», una vez


realizada ya la huelga, en un editorial titulado «El Sindicalismo
triunfante», en el que manifestaba su euforia por el éxito de la
misma.

«Si desviados durante mucho tiempo —decía la «Soli»—


los trabajadores de España, creyeron que desde el
Parlamento, desde el poder se podrían obtener por
reformas paulatinas, remedios a los males que ocasiona la

634 «El resurgimiento del proletariado.» «Soli», 4-noviembre-1916, p. 1.


defectuosa organización de la sociedad, y consecuentes
con el mismo error, se dedicaron a recoger votos para las
candidaturas que constituían una esperanza de
mejoramiento en virtud de la mesiánica legislación social,
hoy pueden convencerse de que su fuerza, obrando
directamente de abajo a arriba, como dice con mucha
razón Morato, es muy superior a la del voto y a las
promesas de los programas que se exponen a la hora de las
elecciones»635.

La actitud de la CNT favorable a la unificación crecería, pues,


tras la realización de la huelga general del 18 de diciembre de
1916, y se mantendría a lo largo de 1917, mientras se
mantuvieron los contactos estrechos con la UGT. Y ello a pesar
de ciertas tiranteces surgidas a lo largo de este tiempo, como
fue el incidente surgido en mayo de 1917, con motivo de haber
enviado la CNT un delegado a Madrid, a cerciorarse de la
actitud antibelicista de la UGT, debido a los rumores que
entonces corrieron entre los medios cenetistas, en el sentido
de que la UGT defendía ahora el intervencionismo a favor de
los aliados 636.

635 «Soli», 22-diciembre-1916, p. 1.


636 El asunto se planteó en una Asamblea confederal, celebrada en Barcelona, el 10 de
mayo de 1917, con el motivo explícito de adoptar una posición clara frente al conflicto
bélico europeo. A esta Asamblea, por lo demás, había acudido una representación de las
Juventudes Socialistas de Barcelona. Allí, ante las acusaciones lanzadas contra la UGT por
más de un delegado de los presentes, en el sentido de que ésta estaba enviando circulares a
sus secciones preguntándoles cuál seHa su actitud ante una posible intervención de España
en la guerra, se acordó nombrar a José Borobio —entonces director de «Solidaridad
Obrera»— para que fuese a Madrid, como delegado de la CNT, a conocer de la propia
dirección de la UGT cuál era la realidad de todo esto, pidiendo, además, a la Unión que no
se pronunciase sobre tal tema, para evitar el perjudicar el pacto que entonces mantenían
ambas centrales. La actitud de la CNT no fue bien entendida, y, además de parecer una
Ello no fue muy bien aceptado por la UGT, y este problema,
junto con otros que entonces tenía planteados la
Confederación —a ella se le acusaba, a su vez, de actuar a favor
de los alemanes en el conflicto bélico—, provocó la necesidad
de que se clarificase la postura de la CNT, cosa que ésta hizo
mediante la publicación de un largo manifiesto, titulado
«Nuestro pensamiento» y que vio la luz en «Solidaridad
Obrera» de 25 de mayo de ese mismo año637.

En este manifiesto, la CNT, además de desmentir toda


posible implicación con el espionaje alemán y de incidir sobre
la campaña contra la carestía, insistía de nuevo sobre la
necesidad de la unificación del proletariado español en un solo
organismo nacional.

«La unificación de las fuerzas obreras en España era


antes una necesidad impuesta por la lógica; hoy es una
necesidad comprobada por los hechos por ser
imprescindible para resolver los hondos problemas
originados por la guerra y los que serán una consecuencia
de la misma, tan graves unos como otros.»

Pero, además, la CNT expresaba en este manifiesto que esta


unión no era meramente gratuita, no ya por la finalidad a
conseguir, importante de por sí, sino por el precio que ella

intromisión en los asuntos internos de la UGT, levantó más sospechas en el sentido de que
tanto la CNT, como más en concreto, su delegado Borobio, actuaban como agentes de los
alemanes.
637 El citado manifiesto desmentiría todo esto contundentemente y explicaría la actitud
de la CNT. El manifiesto iba firmado por Francisco Miranda (secretario del Com. Nal. de
la CNT), Ángel Pestaña (secretario del Com. Reg. de la CRT catalana) y Salvador Seguí
(secretario del Com. Nal. de la Asamblea de Valencia).
misma pagaba, no sólo por la posible unificación de ambas
centrales, sino ya, de hecho, por la unidad de acción
conseguida. Si bien, consideraba que la renuncia a alguno de
sus planteamientos dogmáticos no implicaba una renuncia
global a su planteamiento revolucionario, sino que, por el
contrario, la renuncia a parte de éstos, traería consigo, como
efecto, uno de los elementos imprescindibles base de todo el
proceso revolucionario: la unidad de la clase trabajadora.

«Nuestra conducta la hemos ajustado a la voluntad del


proletariado —decía el manifiesto cenetista—; ella nos dijo
que el acuerdo con los trabajadores de todas las tendencias
debía ser respetado y conservado, como único medio de
oponer una fuerza sólida a la burguesía coaligada. Esto lo
hemos hecho aun sacrificando muchos de nuestros puntos
de vista y hasta de nuestros sentimientos, esperando así
que no se viera en nosotros ni dogmatismos ni
intransigencias contraproducentes. Pero esta
condescendencia no nos ha llevado a la inconsecuencia,
puesto que de lo que se trataba con esa unión es algo
fundamental del mismo movimiento revolucionario.»

La posición cenetista era entonces, pues, bastante elástica,


nada dogmática, como no fuera en su voluntad claramente
revolucionaria, y favorable a una unificación total del
proletariado español, prescindiendo de las diferencias
ideológicas que entonces le separaban.

Por aquellas mismas fechas —del 22 al 24 de mayo de


1917— se celebraba en Zaragoza el V Congreso nacional de la
FNOA —a la que nos hemos referido anteriormente—, en el
cual se acordó también propiciar la unión de todo el
proletariado español, mediante la unificación de las dos
centrales sindicales más importantes. En tal sentido, el citado
Congreso de los campesinos españoles acordó dirigirse a la CNT
y a la UGT, proponiéndoles la celebración de una Asamblea
Nacional de unificación, que se celebraría en Valencia, el 29 de
junio de ese mismo año, a la cual asistiría la propia FNOA, e
invitándoles a hacer propaganda para favorecer tal proceso de
unión638.

La manera en que se realizó la huelga general de agosto de


1917 y sus resultados no apagaron el ánimo unitario de la CNT.
Por el contrario, ya en su reaparición, el 25 de octubre, tras la
suspensión legal que se le había aplicado entonces,
«Solidaridad Obrera» recogía en sus páginas un telegrama de
apoyo a la UGT, así como un suelto en el que se llamaba a
mantener la unidad de las dos centrales, para conseguir ahora
la liberación de todos los detenidos y la vuelta a España de los
exiliados. Pero, además, dando pruebas evidentes de su
voluntad unitaria y de su posición elástica y antidogmática,
para favorecer la unificación de las dos centrales sindicales
nacionales, la. CNT publicaría en noviembre de 1917 un nuevo
manifiesto sobre este tema.

En este nuevo manifiesto, publicado en «Solidaridad Obrera»


del 11 de noviembre 639, la Confederación no sólo ya no hablaba
de las renuncias que tal unificación suponía en sus
planteamientos ideológicos, sino que, por el contrario, se

638 «La Voz del Campesino», 10-junio-1917.


639 «Soli», ll-noviembre-1917, p. 1: «Por la unión de los trabajadores. Nuestra opinión».
Verlo íntegro en apéndice documental.
dedicaba a relativizar las diferencias existentes tanto en el
aspecto ideológico como en el táctico entre ambas centrales,
minimizando su importancia y considerando que no eran
trabas suficientes como para impedir la citada unificación 640.

Consideraba el aspecto táctico y el orgánico como algo


perfectamente mutable y relativo a las circunstancias, por lo
que no era imposible la síntesis de las diferencias existentes en
este terreno entre ambas centrales.

«Como quiera que la Confederación General del Trabajo


sus procedimientos son la Acción Directa, como la Unión
General de Trabajadores, que defiende la Base Múltiple, no
la practican sus adherentes en términos generales y
circunstanciales o de conveniencia, la práctica de esas
teorías en uno y otro organismo, comprendemos que esto
no es obstáculo para hacer la fusión. (...)

Todas las colectividades políticas y sociales tienen sus


derechas e izquierdas. ¿Qué de particular tiene pues, que
nuestra izquierda (Confederación Nacional del Trabajo) se
fusione con la derecha (Unión General de Trabajadores), no
para absorbernos mutuamente; al contrario, para que por
la persuasión y bondad de procedimientos, hacer que
prevalezca aquella táctica que dé mejores y mayores
resultados beneficiosos a la clase trabajadora en general?»

640 Ya en enero, «Soli» (28-enero-1917) había recogido un artículo editorial, titulado


«Unión, unión, que la unión hace la fuerza», en el que se venía a sostener que la UGT no
dependía del PSOE —acusación que era una de las recriminaciones habituales en la CNT
contra los ugetistas— y que el sindicalismo no perseguía la realización de la anarquía,
como algunos sectores pretendían. Por ello, no había trabas insalvables, en este aspecto,
para la unión entre ambas centrales, se concluía.
Pero, además, tampoco el aspecto ideológico consideraba la
CNT que era un obstáculo insalvable, a pesar de que aquí las
diferencias parecían mayores:

«La diferencia está en que en la nuestra, es norma


característica un más amplio concepto de autonomía y en
lo ideal y espiritual, varía en que ellos querrían orientarlo y
encauzar como fuerza constructiva hacia un socialismo
colectivista y nosotros al socialismo comunista.»

Y no era un obstáculo insalvable dado que la misma


concepción sindicalista revolucionaria que inspiraba a la CNT
no impedía la presencia en los sindicatos de concepciones
filosóficas, ideológicas o políticas diferentes; por lo que si ello
era así antes, nada impedía a la CNT aceptar a las concepciones
socialistas dentro de los sindicatos y hacer que siguiese siendo
así después de la unificación.

«El Comité opina, pues, que si llega a realizarse la fusión


de los dos factores que representan la fuerza proletaria
nacional organizada, no habrá absorción; como no la hay
actualmente en el sindicato, conviviendo en él obreros de
distintas opiniones y cada uno de por sí procurará propagar
y hacer que triunfen sus ideales y métodos de lucha.»

Por lo demás, consideraba el Comité Nacional de la CNT que


esta fusión debería realizarse mediante la celebración de un
Congreso nacional, al que asistiesen todos los sindicatos del
país, y que fuesen ellos los que decidiesen, en definitiva, lo que
habría que hacer y cuál sería la orientación y contenido del
nuevo hipotético organismo nacional de los trabajadores.
Pero esta perspectiva de la Confederación se fue poco a poco
tornando.

Por un lado, la fue enfriando la misma postura tibia de la UGT


al respecto y la actitud del sector socialista en general con
posterioridad a la huelga general de agosto de 1917; pero, por
otro, también se produjeron en la Confederación importantes
cambios que determinaron una nueva perspectiva del
problema de la unidad.

Efectivamente, aunque las conversaciones unitarias se


prolongarían hasta más allá de 1918, y la UGT nunca se
manifestó claramente en contra de tal fusión durante este
período, la verdad es que tampoco puso ni con mucho el
empeño unitario que manifestaba la CNT.

Por otra parte, las expectativas revolucionarias que la CNT


veía en la huelga general de agosto y en la coyuntura política
creada, basadas fundamentalmente en lo que creyó también
actitud revolucionaria de la UGT, se vieron frustradas no sólo
por el resultado de la huelga general, sino por la actitud de los
socialistas y de la UGT, tras el fracaso de la misma.

El PSOE no había cambiado su estrategia parlamentaria y la


UGT no estaba dispuesta a ir mucho más allá en su actitud de
protesta —sobre todo teniendo a sus más destacados líderes
encarcelados—, cuando ni siquiera su actitud previa a la huelga
había sido revolucionaria, al menos en el sentido que lo
entendía la CNT, no viendo en aquel movimiento más que una
protesta radical contra la situación social y política y, por
supuesto, económica, que vivía el país, cuya salida, en el mejor
de los casos, sería el nombramiento de un gobierno provisional
y la elección de unas nuevas Cortes constituyentes641.

De hecho, los socialistas se presentaron a las elecciones


municipales que se celebraron el 11 de noviembre de ese
mismo año, presentando como candidatos destacados en
Madrid a cuatro de los miembros del Comité de huelga que se
encontraban detenidos en Cartagena, saliendo éstos
elegidos642. Y volvieron a hacerlo en las elecciones legislativas
del 24 de febrero de 1918, con similar éxito, obteniendo su
acta de diputados, Besteiro, por Madrid; Largo Caballero, por
Barcelona; Anguiano, por Valencia; y Saborit por Oviedo.
Además del propio Pablo Iglesias, que lo sería también por
Madrid, y de Indalecio Prieto, que lo sería por Bilbao.

Desde su perspectiva revolucionaria, la CNT, sintió esto como


una traición; sentimiento éste que se vio exacerbado por la
falta de apoyo que los socialistas y la UGT prestaron a la serie
de movimientos de protesta y huelgas que la CNT siguió
promoviendo contra la carestía, en enero de 1918643, pero,
además, por el cambio que se iba produciendo en los cuadros
dirigentes de la CNT. La redacción de «Solidaridad Obrera»
había cambiado en noviembre de 1917, pasando a director de
la misma Ángel Pestaña, que entonces respondía a una línea

641 Véanse si no, y compárense los manifiestos y programas de ambas organizaciones


ante la huelga general.
642 Julián Besteiro, Daniel Anguiano, Largo Caballero y Andrés Saborit.
643 Entonces se desató un fuerte movimiento huelguístico, realizado fundamentalmente
por mujeres, que tuvo una gran trascendencia, sobre todo entre la opinión pública, debido a
los tintes trágicos y desgarradores del mismo. Algunas tiendas de comestibles fueron
asaltadas en búsqueda de alimentos, y el problema sería resuelto con una nueva suspensión
de las garantías constitucionales.
más radical que la anterior redacción. Por otra parte, mientras
el secretario general de la CNT Francisco Miranda estuvo
detenido, funcionó un Comité nacional clandestino, algunos de
cuyos miembros permanecerían en el mismo hasta que fueron
confirmados en el cargo tras el Congreso regional de Sants.
Entre éstos destacaba la figura de Manuel Buenacasa, cuyas
posiciones anarquistas eran bien conocidas.

Así, poco antes de la celebración del Congreso regional,


«Solidaridad Obrera» manifestaba en un editorial titulado
«Contra el Sindicalismo», su sentimiento de frustración,
recriminando a los socialistas y a la UGT, en términos muy
duros, su actitud para con la CNT, que consideraba traidora:

«El Partido Socialista escarneció los sucesos de agosto,


haciendo una plataforma electoral de la cuestión de la
amnistía. El Partido Socialista no quería la amnistía antes
de las elecciones, porque ello hubiera significado su
derrota en las urnas644 (...).

Los socialistas, en aquella ocasión, nos demostraron que


no les importaba un comino la amnistía, ni las
subsistencias, ni el hambre del pueblo. Lo que les
importaba eran las elecciones. Y como a causa del acuerdo
de Barcelona se apuntaba la posibilidad de que éstas no se
celebrasen, los militantes socialistas de aquí no tuvieron
inconveniente alguno en escarnecer el movimiento de

644 Se refiere a que la CNT se había dirigido a la UGT en demanda de la realización de un


fuerte movimiento en la calle, para exigir la amnistía de los detenidos en agosto, pero ésta
no respondió al citado llamamiento. La amnistía sería finalmente concedida el 8 de mayo
de 1918.
protesta producido por el hambre 645 , tachándole de
germanófilo (...).

Nosotros teníamos suspendida esta hoja de combate,


clausurados los centros646. La injusticia que se cometía era
enorme, brutal. «El Socialista» se publicaba diariamente en
Madrid. ¿Protestó de estos hechos? ¿Inició una campaña
en favor de los contramaestres encarcelados, de las
mujeres atropelladas? No. Difamó el movimiento de las
mujeres y calló ante la persecución de que eran objeto los
contramaestres. Obraron de la misma manera que obraría
quien quisiera la anulación de los sindicatos de Cataluña.
Obraron como verdaderos enemigos del proletariado»647.

Sin embargo, aunque este sentimiento pudiese manifestarse


en algunos sectores de la Confederación, sobre todo de la
dirección de la misma, hay que reconocer que no era en todos,
y, además, los ataques no iban dirigidos tanto contra la UGT
como contra el PSOE, al que consideraban culpable de las
desviaciones reformistas de la primera.

En este último sentido es de resaltar el hecho de la


proliferación de nuevo de artículos en «Solidaridad Obrera» en
contra de la política y de los partidos, especialmente el PSOE,
como son los de José Prat, cuya pluma hacía ya mucho tiempo

645 Se refiere al citado movimiento de mujeres, de enero de 1918, que tuvo especial
repercusión en Barcelona, Málaga y otros puntos del país.
646 Con motivo de los citados movimientos los locales cenetistas fueron clausurados y
«Soli» suspendida (25-enero-1918), reapareciendo dos meses después, el 14 de abril de
1918.
647 «Soli», 8-mayo-1918, p. 2: «Contra el sindicalismo. La acción brutal y la acción
hipócrita».
que no se veía reflejada en las páginas del órgano cenetista648.
Lo cual venía a significar un nuevo giro hacia las viejas
posiciones férreamente antipoliticas que habían quedado un
tanto olvidadas durante la pasada coyuntura revolucionaria
1916-1917.

Así pues, en esta situación se llega a la celebración del


Congreso regional.

El tema de la unificación con la UGT venía planteado por el


punto 15 del temario, que se refería a la unión de los
trabajadores españoles, en general («¿Qué medios pueden
emplearse para conseguir la unificación del proletariado
español?»), propuesto por la Federación Local de Badalona, y
por el punto 38, que se refería de manera más específica a la
unión de las dos centrales sindicales («Necesidad de fusionar
los dos organismos nacionales: la Confederación Nacional del
Trabajo y la Unión General de Trabajadores»), propuesto por el
Arte Fabril y Géneros de Punto de Mataró y Caldereros en
Cobre de Barcelona.

La ponencia nombrada por el Congreso para estudiar este


tema concluyó la necesidad que existía de fusionar ambas
centrales, y, un tanto ajena a la nueva situación que se iba
creando en los medios dirigentes de la Confederación, se
manifestó partidaria de ésta, empleando en su justificación
argumentos muy similares a los que había empleado ya el
Comité nacional en su manifiesto del 11 de noviembre de 1917
—al que nos hemos referido anteriormente—. Es decir, la

648 Vid., por ejemplo, «Soli» 16-noviembre-1917 y ss., p. 1.


complementariedad de ambas, la no existencia de trabas
insalvables de tipo ideológico o táctico:

«Considerando esta ponencia que la Unión General de


Trabajadores adolece de defectos no tan solamente en lo
que se refiere a su ideología, sino también a la práctica en
lo que se relaciona con las luchas que inevitablemente
tenemos que entablar los trabajadores contra la clase
capitalista; y considerando a la vez que la Confederación
Nacional del Trabajo, en las prácticas de la lucha, los
principios que la informan reflejan a veces una falta de
sentido práctico, creemos de necesidad que el Congreso
acuerde ver con simpatía la fusión antedicha»649.

Proponía además la ponencia la formación de una comisión


de sindicatos no afiliados a ninguna de las dos centrales, que,
en unión con la Federación Obrera de Zaragoza —que ya había
intervenido activamente en la gestión del pacto de unión entre
ambas centrales para los movimientos de 1916 y de 1917—, se
encargase de convocar un congreso nacional de todos los
organismos sindicales españoles, del cual saliese la nueva
central única de toda la clase trabajadora del país. Añadía
también la ponencia unas líneas sobre cuál habría de ser la
orientación de esta nueva central unitaria:

«...que de esta asamblea [nacional] salga definitivamente


el organismo que sintetice todas las aspiraciones del
proletariado español, a base de que todos los sindicatos
sean autónomos para obrar en las luchas que sostengan

649 El subrayado es mío.


con la burguesía, y empleando en dichas luchas la táctica
que crean más conveniente para obtener el triunfo»650.

Pero el Congreso rechazó este dictamen, aunque en realidad,


y sin que quede ello demasiado claro en la Memoria del
Congreso, parece que no fue tanto por la idea misma de la
unificación, ni siquiera por los argumentos dados para ella, sino
más bien por el procedimiento a seguir para conseguirla. Así,
finalmente, fue aprobada una proposición presentada por la
Sociedad de Inválidos «La Oportuna» —cuyos delegados en el
Congreso eran Ángel Pestaña y Juan Peanca—, la cual,
insistiendo en la necesidad de la fusión de los trabajadores
españoles, eliminaba la alusión expresada a la UGT, así como al
tema ideológico o táctico, y cambiaba el procedimiento a
seguir para la convocatoria de la conferencia de unificación:

«El Congreso debe ver con simpatía cuantos trabajos se


realicen para la unificación del proletariado español en un
solo organismo. Y que de un modo oficioso, la Sección
Norte de Ferroviarios de Barcelona se dirija a la Federación
Local de Zaragoza o de otra región, si ella se ve
imposibilitada de hacerlo, para convocar a todas las
entidades de España a una asamblea, a fin de llegar a la
unificación del proletariado español.»

El proceso seguido desde entonces en el camino de la


unificación fue bastante desigual, aunque estuvo marcado ya

650 El subrayado es mío. La ponencia estaba formada por los siguientes sindicatos: Punto
de Mátaró (A. Arnó y J. Comas), Fabril de Sabadell (Juan Liado), Carreteros de Barcelona
(Enrique Farrés), Reus (A. Palleja y M. Mestres), Madera de Barcelona (M. Buenacasa;
Salvador Escofet y España); sin que concretice la «Memoria», en los casos en que había
más de un delegado, cuál de ellos era el que formaba parte realmente de la ponencia.
por un cierto distanciamiento de la CNT, que contrastó
precisamente con un renacer de las ansias unitarias de la UGT.

Así, poco después de finalizado el Congreso regional de la


Confederación catalana, un manifiesto de la UGT dirigido a los
sindicatos cenetistas y no federados, instándoles a su ingreso
en la UGT, provocó una respuesta airada del Comité regional
catalán, rompiendo en aquel momento las relaciones de la CRT
de Cataluña con la UGT.

«Este proceder antisocial y disolvente no nos extraña. Ya


sospechábamos nosotros que se opondrían grandes
dificultades a nuestra aspiración de unificar las fuerzas del
proletariado español. No son los sindicatos que forman la
Unión General de Trabajadores los que se opondrán, no.
Conocemos muy bien al enemigo: el partido socialista, he
ahí el enemigo.

Teme que triunfemos. Teme que nuestro lógico criterio


gane la conciencia de todos, y que en España lleguemos a
constituir una Confederación Nacional que por sí sola
imponga a los poderes constituidos sus aspiraciones y sus
necesidades de momento. En una palabra: teme que
expulsemos de los sindicatos la política» 651.

De hecho, el acuerdo del Congreso regional recientemente

651 «Para el Comité de la UGT. A todos los productores de Cataluña y de España»


(«Soli», 26-junio-1918, p. 1). «Y hoy —decía el manifiesto—, apoyados en nuestras
convicciones y seguros de que ciertos elementos serían un lastre pesado que habríamos de
arrastrar en nuestra marcha, rompemos todas las relaciones que pudieran unirnos con la
Unión General de Trabajadores, y declinamos la responsabilidad que ello pueda originar,
en la conducta desatentada observada por la representación nacional de dicha Unión.»
concluido se convirtió inmediatamente en papel mojado, y la
CRT, que tenía preparada una nueva campaña de protesta
contra la carestía y por una ampliación de la amnistía
concedida por el Gobierno Maura, el 8 de mayo pasado, así
como por la readmisión de los ferroviarios despedidos con
motivo del conflicto de agosto de 1917, en colaboración con la
UGT, abandonó momentáneamente el proyecto, prometiendo
su pronta reanudación, «si bien contando sólo con elementos
afines a nuestra organización, prescindiendo en absoluto de los
elementos socialistas para realizarla» 652.

Pero no sólo esto, sino que, además, la Confederación tenía


en preparación una campaña de propaganda para promover la
nueva forma orgánica aprobada en el Congreso regional de
Sants, motivo que la CRT prometió aprovechar —en su
manifiesto— para atacar duramente a la UGT y aconsejar a
todos los trabajadores su ingreso en la CNT: «poniendo de
manifiesto los defectos capitales de que adolece la Unión
General de Trabajadores, el engaño de que son víctimas las
clases proletarias, y la necesidad de unirnos todos para
defender los intereses que nos son comunes. Y no dudamos
que lograremos nuestros propósitos».

Poco después, en agosto de 1918, el nuevo Comité Nacional,


recientemente elegido, cuyo secretario general era Manuel
Buenacasa, publicaría su primer manifiesto, en el que se venía
a sostener una postura que no se diferenciaba demasiado de la
que había adoptado el Comité regional catalán al respecto. En

652 Nota del Comité Regional «Aplazamiento de una campaña», en «Soli» 26-
julio-1918, p. 1.
este manifiesto, la CNT, por boca de su nuevo Comité, se
seguía manifestando efusivamente defensora de la unidad del
proletariado; sin embargo, su perspectiva del proceso que
habría de llevar a esta unificación había cambiado. Ahora, la
unidad de los trabajadores españoles no se buscaba en función
de la unificación entre la CNT y la UGT, sino que se había
prescindido de esta última, y la CNT se dirigía directamente a
cada uno de los trabajadores del país. Pero, además, la
unificación ya no se pretendía desde un punto de vista
estrictamente sindicalista revolucionario, es decir,
prescindiendo de la cuestión ideológica, por encima de ella,
con la única meta de conseguir esa misma unidad, base de
cualquier intento de transformación de la realidad y del
sistema presente. Ahora, la CNT ponía ya trabas de tipo
ideológico, y se consideraba absolutamente incompatible con
los elementos partidarios de la acción política, a los cuales
excluía de cualquier intento unificador ya de antemano.

«Nuestro deseo —decía el manifiesto653— es llegar en el


plazo más breve posible a la unificación tan deseada por
todos; pero es fuerza condicionar esta unificación. Estamos
dispuestos, para llegar a ello, a tratar con todos aquéllos
que del trabajo vivan, sean cuales sean sus ideales, pero de
ningún modo trataremos de la unificación con aquellos
elementos que colaboran representativamente a la obra
del Estado, y menos aún con aquellos otros que en nombre
del socialismo se aliaron a las fuerzas de la burguesía
republicana.»

653 «La Confederación Nacional del Trabajo a toda la organización obrera de España y a
todos los militantes. Nuestro saludo», en «Soli» 20-agosto-1918, p. 1.
La alusión al Partido Socialista, aunque sin nombrarlo, y a su
alianza electoral con los sectores republicanos en la
denominada conjunción republicano-socialista, que había
llevado a seis miembros destacados del partido al Parlamento
en las últimas elecciones de febrero, no podía ser más directa.

Por otra parte, la CNT no se limitaba a condenar a los


sectores partidarios de la acción política, excluyéndolos de su
intento unificados sino que, segura de sí misma, se reafirmaba
en sus planteamientos antipolíticos como norte esencial de su
actuar; planteamientos que, como vimos anteriormente,
habían quedado un tanto, si no abandonados, sí relegados a un
segundo plano, para evitar el enfrentamiento ideológico que
podía haber dificultado el pacto de unión con la UGT. Se volvía
a un purismo radical, cuyo origen habría que buscarlo más en la
seguridad que daba a la Confederación su expansión numérica,
que en los motivos que la propia UGT o los socialistas pudieran
darle. En el fondo, si no su actitud, por lo menos los
planteamientos de estos últimos apenas habían cambiado en
los últimos años, y la conjunción republicano-socialista venía ya
desde el año 1909.

En fin, decía el citado manifiesto de la CNT:

«A los trabajadores, pues, dirigimos este llamamiento.


No es preciso que señalemos una vez más las
claudicaciones y traiciones de los que abrogan la
representación proletaria. Por encima de todas estas
cuestiones está el interés de la clase obrera, que hoy, con
más razón que nunca, debe aprestarse a exigir el
correspondiente puesto en el banquete antipolítico y
antiestatal, nos disponemos una vez más a poner en juego
todos nuestros entusiasmos y nuestra inteligencia al
servicio de la clase a que pertenecemos»654.

La actitud cenetista había, pues, cambiado totalmente; la


UGT había dejado de ser el objetivo de la unificación para
convertirse de nuevo, como ya lo había sido antaño, en el
objetivo de las críticas y en el factor diferenciador, para
ensalzar las propias concepciones de la CNT. Y si en un primer
momento podía pensarse que la actitud reticente ante la Unión
provenía únicamente de ciertos sectores militantes más
radicalizados y más «puristas», la oposición a la misma era algo
que iba creciendo y extendiéndose a los demás sectores
confederales. Al mismo tiempo, la dificultad para la unión ya
no sólo se veía en la cuestión ideológica, en los socialistas, sino
que ésta se extendía también a lo que antes se había
considerado como puramente circunstancial, a la cuestión
táctica, a los procedimientos.

Como ejemplo de ello se puede citar una carta abierta


dirigida por el Sindicato único de Artes Gráficas de Barcelona al
director de «El Obrero», semanario de tendencia socialista, en

654 Un nuevo manifiesto del Com. Nal. de la CNT, en octubre de 1918, acentuaría aún
más esta perspectiva antipolítica. Decía: «Haremos lo posible porque el proletariado
español unifique su acción y sus fuerzas en un solo organismo nacional, independiente y al
margen de toda política, que, por liberal que se apellide, resulta siempre perjudicial para
los intereses de la clase obrera. Entendemos que el proletariado debe luchar contra el
Estado y no colaborar con él, y que la organización obrera debe luchar contra el
capitalismo directamente y sin intermediarios, ya que está plenamente demostrado que las
prácticas de la acción directa han dado resultados excelentes y superiores a las tácticas
acomodaticias o intervencionistas» («Soli» 9 de octubre de 1918, p. 1: «La Confederación
Nacional del Trabajo de España a las organizaciones obreras y grupos sindicalistas. A los
militantes»).
la que, contestando a ciertas afirmaciones de este órgano,
contenidas en su número del 15 de setiembre de 1918, se
venía a decir: «combatimos a la Unión General de Trabajadores
por el encantamiento en que convergen todos sus
componentes y por la multiplicidad de preceptos que la rigen
—retardatarios todos a la emancipación proletaria—»655.

Sin embargo, la actitud de la UGT con respecto a la CNT era


muy otra, e incluso podría decirse que sus ansias de
unificación, antes bastante limitadas y muy referidas
especialmente a la mera unidad de acción, habían cambiado,
transformándose en verdaderos deseos de unificación con la
CNT, con vistas a la unión total de todos los trabajadores
españoles.

En el mes de octubre de 1918, la UGT celebraría su XIII


Congreso nacional (del 30 de setiembre al 10 de octubre), uno
de cuyos temas más importantes a tratar era precisamente el
de sus relaciones con la CNT y su posible unificación con la
misma. A lo largo de las sesiones del mismo, se manifestaron
diversas opiniones en torno a este tema que, en lo sustancial,
venían a coincidir en la necesidad de realizar la unión de las dos
centrales si bien existían ciertas discrepancias en el proceso a
seguir para conseguir la misma. Finalmente, en la octava
sesión, el Congreso llegó a un acuerdo, aprobando con ciertas
modificaciones el dictamen que la ponencia había elaborado
sobre este tema. El acuerdo del Congreso ugetista constaba de
tres puntos, en los que, en primer lugar, se expresaba el deseo
de la Unión de reanudar la actuación conjunta con la CNT en la

655 «Soli», 29-septiembre-1918, p. 1.


lucha en contra de la carestía y de la crisis de trabajo, y por la
amnistía; en segundo lugar, se facultaba al Comité Nacional de
la Unión para que iniciase las gestiones correspondientes cerca
de la CNT, a fin de conseguir la unificación de ambas centrales;
y, en tercer lugar, en tanto ello se producía, se recomendaba a
las organizaciones de la Unión que evitasen todo tipo de roces
con las de la CNT, a fin de no perjudicar este proceso de
unificación 656.

Así pues, la voluntad de la UGT se manifestaba ahora


francamente unitaria, cuando ya la de la CNT había modificado
sus planteamientos, al menos en lo que a la UGT se refería.

Efectivamente, poco después de la clausura del Congreso de


la UGT, comenzó un intercambio de cartas y mensajes entre la
UGT y la CNT, destinado a conseguir esa difícil unificación entre
las dos centrales sindicales. Fue la primera una carta de la UGT
a la CNT, de fecha 26 de octubre de 1918, firmada por el
secretario general de la Unión, Francisco Largo Caballero, en la

656 Decía el acuerdo de la UGT: «Reunidos los compañeros de la ponencia de


propaganda, fusión o unificación de organizaciones y asuntos varios (...), acuerdan lo
siguiente:
Primero.— La Unión General de Trabajadores desea que las relaciones amistosas
establecidas entre este organismo y la Confederación Nacional del Trabajo, para afrontar
juntos y unidos los problemas de trabajo, subsistencia y amnistía, se reanuden
inmediatamente si es que han sido rotas por algún acuerdo.
Segundo.— Facultar al Comité Nacional de la Unión General de Trabajadores para que
realice todos los trabajos y gestiones que estime necesarios para preparar el camino de una
inteligencia sincera, a fin de llegar cuanto antes a la fusión de todas las fuerzas obreras de
España en un solo organismo nacional.
Tercero.— En tanto se hacen las gestiones para alcanzar la fusión deseada, el Congreso
recomienda a todas las colectividades obreras adheridas, eviten toda clase de rozamientos
para que dichas gestiones puedan desenvolverse en un ambiente de fraternidad» («Soli»,
9-octubre-1918, p. 1).
que éste venía a comunicar oficialmente a la CNT el acuerdo de
su XIII Congreso, al que nos acabamos de referir657.

En contestación a la misma, la CNT se dirigió a la UGT con


fecha de 4 de noviembre, en carta firmada por el entonces
secretario general de la Confederación, Manuel Buenacasa. En
su misiva, la CNT, aceptando la propuesta de continuar unidas
la lucha en contra de la carestía y de la crisis de trabajo y por la
amnistía, afirmaba que no consideraba rotas sus relaciones con
la UGT y que sólo era la CRT catalana la que había roto con la
Unión 658; pero, en cambio, respondía que no podía llegar a
ningún acuerdo con la UGT referente a su posible unificación
mientras el Congreso Nacional de la Confederación no lo
acordase.

Ni la posterior correspondencia de la UGT, ni el cambio del


Comité Nacional de la CNT, realizado en enero de 1919
—siendo elegido entonces secretario general de la misma
Evelio Boal 659 —, lograron cambiar la actitud de la
Confederación, que se negó incluso a celebrar una reunión de
delegados de ambas centrales, puramente de consulta,

657 La correspondencia cruzada entre la UGT y la CNT, entre octubre de 1918 y octubre
de 1919, tendente a conseguir la unión de ambas centrales, es recogida en: F. LARGO
CABALLERO «Presente y futuro de la UGT», Madrid 1925, y en el libro de AMARO DEL
ROSAL «Historia de la UGT», cit., p. 186-193. De aquí la tomo.
658 Aunque ello era más bien un eufemismo —dado el peso específico de la Regional
catalana en el conjunto de la organización, sobre todo en aquellos momentos—, que
permitía a la CNT manejarse con una posibilidad de negociación siempre abierta, era
estrictamente cierto. Al manifiesto de la CRT catalana, de 26 de julio de 1918, rompiendo
con la UGT, nos hemos referido en pág. 397 y ss. de este trabajo (vid. nota 194).
659 Manuel Buenacasa había sido detenido en diciembre de 1918, cuando se encontraba
en plena campaña de propaganda y extensión de la CNT.
propuesta por la UGT en setiembre de 1919660, hasta que el
Congreso Nacional de la CNT acordase lo que fuera pertinente.

Finalmente, el Congreso Nacional de la CNT, celebrado en


Madrid, en diciembre de 1919, acordaría que la unión se haría
no ya por la fusión de ambas centrales, ni siquiera por la
convocatoria de una Conferencia nacional a la que asistieran
todas las organizaciones sindicales del país, sino, pura y
simplemente, mediante la absorción por la CNT de las
organizaciones pertenecientes a la UGT y de las
independientes, declarando amarillas a las que no ingresasen
en la misma en el plazo de tres meses. Pero de ello nos
ocuparemos más detenidamente al hablar del citado Congreso.

— Propaganda y extensión.

El congreso regional de Sants acordó también la realización


de «excursiones de propaganda y organización en todas las
poblaciones y puntos más necesitados para la organización de
la clase trabajadora».

El tema de la campaña de extensión de la organización había


sido planteado en el punto 30 del orden del día, que tenía en
un principio una motivación más concreta: el desarrollo de la
organización cenetista en el agro. («¿Cuáles son los medios
más eficaces y rápidos de hacer llegar los principios
sindicalistas sustentados por la Confederación Regional del

660 Carta de 19-IX-1919, firmada por Largo Caballero (LARGO CABALLERO, op. cit.; A.
DEL ROSAL, op. cit., p. 189).
Trabajo a conocimiento de los campesinos, para desarrollar y
orientar su organización, base esencial de todo movimiento
emancipador, en aquellas comarcas cuya desorganización es
completa?»)

La significación de este acuerdo presenta una doble


vertiente. Por una parte, el significado del propio
planteamiento del tema, que viene a demostrar dos
importantes características del movimiento sindical que
entonces contenía la CNT: una de ellas era su debilidad
orgánica en el campo, y la otra era, contradictoriamente, un
cierto ruralismo que hacía ver en el campesinado el motor
esencial de la revolución. La debilidad de la CNT en la zona
agrícola, sobre todo en Cataluña, es algo que ésta arrastrará
durante toda su existencia y que constituirá una de sus
mayores preocupaciones orgánicas. El carácter esencialmente
disperso de ese medio, la escasa preparación del campesinado
y lo coyuntural de sus movimientos, en las zonas donde
abundaban los braceros, o el sentimiento individualista y el
deseo de acceder a la propiedad privada de la tierra, en las
zonas donde existían otros regímenes de explotación, como los
arrendamientos, los foros, los «rabassaires», etc., hacían del
agro un medio especialmente difícil para el desarrollo de unas
formas orgánicas y de unas concepciones sindicales nacidas en
la ciudad, en medio del proletariado industrial y con un
contenido clasista esencialmente industrialista. Pero esta
realidad, que nunca excluyó la existencia de ciertas explosiones
de protesta en el agro, atribuidas a la CNT, pero que más bien
deberían ser atribuidas al anarquismo, o a un milenarismo
esporádico, que a la Confederación como tal organización
sindical —ya hablaremos más adelante y con más detalle de
todo esto—, iba unida, en ciertos sectores de la CNT, a un
ruralismo que veía en el campesinado «la base esencial de todo
movimiento emancipador». Esta concepción no era, al menos
en estos momentos la más extendida en la Confederación,
cuyo contenido industrialista seguía siendo predominante;
pero sí era la que predominaba en los reducidísimos medios
campesinos de la CNT. Ya nos hemos referido a esto al hablar
de la FNOA. Más adelante, sobre todo durante la Segunda
República, veremos cómo el ruralismo experimentará un
sorprendente progreso dentro de la CNT.

Por otra parte, la significación de este acuerdo viene


determinada por la trascendencia del mismo. En primer lugar,
es claro que el contenido del acuerdo tiene un significado
mucho más amplio y general que el que quería atribuirle el
enunciado del punto 30. Pero aun este significado, que tendría
una lógica justificación en la necesidad de la extensión de la
Confederación y, sobre todo, en la necesidad de propagar las
nuevas formas orgánicas que adoptaría el Congreso, adquiriría
una nueva dimensión tras la ruptura de las relaciones entre la
CRT catalana y la UGT.

Efectivamente, hasta entonces, —desde el año 1916— la


preocupación de la Confederación, aparte de lo que sería su
proceso normal de expansión, estaba centrada, más que en el
desarrollo propio, en la consecución de la unidad de todos los
trabajadores españoles, mediante su unión con la UGT. Sin
embargo, a partir del rompimiento del pacto con esta central,
en julio de 1918, poco después de la clausura del Congreso
Regional, la Confederación centró todos estos esfuerzos
unitarios en su propio desarrollo y expansión. Es así, como se
puso entonces todo el esfuerzo y el impulso confederal en la
realización de una amplia campaña de propaganda que se
encargaría, no tanto de la divulgación de los citados acuerdos
del Congreso, como de llevar la CNT a cualquier punto donde
ésta no existiese, así como fortalecer su constitución orgánica
allí donde ésta fuese más débil. Por ello, a pesar de provenir la
idea de un Congreso regional, la campaña se extendió a todo el
país, y quizá con más intensidad que en la propia Cataluña.

La campaña es lanzada por un manifiesto del Comité


Regional, publicado en «Solidaridad Obrera» el 23 de octubre
de 1918. En este manifiesto, la CRT expresaba claramente el
objetivo final de la campaña («llegar cuanto antes a la
constitución definitiva de un inmenso bloque de fuerzas que
sea garantía y esperanza para la marcha ascensional del
proletariado español»), el cual reflejaba ya la voluntad
expansionista de la Confederación, por encima de la voluntad
unitaria que la había inspirado anteriormente661.

661 Según el manifiesto, los objetivos de la campaña diferían, según fuese ésta regional o
nacional: «Objeto de la campaña regional:
1ºDivulgación de los acuerdos adoptados en el último Congreso regional.
2º Campaña de organización y de orientación de los trabajadores.
3ºExponer las posibles repercusiones económicas que tendrá la guerra para los
trabajadores de Cataluña.
4º Comenzar la campaña que en pro de los ferroviarios despedidos y de la ampliación de la
amnistía se acordó emprender en el último Congreso Regional. Objeto de la campaña
nacional:
1º Reorganización de las fuerzas de la Confederación Nacional.
2º Propagar y orientar a todos los trabajadores al efecto de que se sumen a las fuerzas
organizadas.
3º Exponer a las organizaciones obreras de toda España la conveniencia de que estén
preparadas para el posible llamamiento que la Internacional de los Trabajadores hará a
La campaña nacional, prevista en principio para noviembre,
comenzaría en realidad en diciembre de ese mismo año, y
ocuparía a los más destacados dirigentes de la
Confederación662. La campaña regional comenzaría un poco
antes y sería llevada a cabo también por destacadas figuras
confederales, siendo remarcable en este sentido la inclusión en
cada uno de los grupos propagandísticos de una mujer, para
promocionar el ingreso de las mujeres en los sindicatos y su
integración en la lucha obrera663.

Sin embargo, las medidas represivas adoptadas por el


Gobierno Romanones, quizá atemorizado por el amplio eco
que esta campaña propagandística de la CNT estaba
adquiriendo, determinaron la detención de la mayoría de los
propagadores de las ideas y de la organización confederal, e
impidieron el que esta campaña pudiera culminarse como la
CNT hubiese deseado. Manuel Buenacasa, secretario general
de la CNT entonces, junto con otros destacados militantes de la

todos los productores del mundo.»


662 Según el citado manifiesto de la CRT, en la campaña nacional de propaganda
deberían tomar parte: Eleuterio Quintanilla, Pedro Sierra, Juan de No, Antonio Martínez,
Ángel Pestaña y Salvador Seguí. M. Buenacasa, entonces secretario de la CNT, diría al
respecto: «Las comisiones salidas de Barcelona fueron integradas por Antonio Martínez,
Félix Monteagudo, Francisco Miranda, Andrés Miguel, Manuel Buenacasa y Emilio Mira;
los cuatro primeros dirigiéronse a Aragón, Centro, Norte, Galicia, Noroeste, regiones
donde serían secundados por Zenón Canudo; Mauro Baja- tierra, Galo Diez, Eleuterio
Quintanilla y el profesor Constancio Romeo; los dos últimos delegados del Comité
Nacional antes nombrados se dirigieron a Valencia, en donde se les uniría Carbó,
recorriendo las regiones de Levante y Andalucía, acompañados por José Ruiz, Pablo
Mairal, Juan Almela, Roque García y José Sánchez Rosa. Al llegar a Sevilla, Salvador
Seguí reforzaría la comisión, que había de recorrer el Este de la región y Sebastián Oliva y
Gallego Crespo se unirían a la comisión del Oeste andaluz» (op. cit., p. 66).
663 «Para la excursión de Cataluña están nombrados los compañeros siguientes: Ángel
Palleja, Camilo Piñón, José Viadiu, Félix Monteagudo, Ricardo Fomells, Juan Peyró, Lola
Ferrer, Rosario Dolcet y Libertad Rodenas» («Soli» 23-octubre-1918).
misma, como José Negre, Salvador Seguí, Tomás Herreros,
Rueda, Castellá y otros664 serían detenidos cuando ya habían
recorrido varios pueblos y ciudades de fuera de Cataluña.

A pesar de todo ello, el proceso expansionista de la CNT


estaba ya en plena ebullición y seguiría aún durante todo el
año 1919, hasta constituir, uno de los momentos más
destacados de la vida de la Confederación.

— Enseñanza racionalista.

El Congreso de Sants se ocupó también, como en ocasiones


anteriores, del problema de la enseñanza racionalista, siendo
aprobado un dictamen de la ponencia designada al efecto, en
el que ésta se ocupaba de los puntos más importantes que
implicaba esta cuestión. Así, la ponencia recogía en el dictamen
aprobado las ideas clásicas del sindicalismo revolucionario
sobre la importancia de la educación en el proceso de
concienciación y de emancipación del proletariado, así como la
imposibilidad de que ésta pudiese adquirirse mediante los
medios empleados habitualmente por el Estado.

«Resolver cuestión de tanta trascendencia, como es la de la


enseñanza, es en extremo difícil y a la vez urgente el hacerlo
por basarse toda la labor sindicalista encaminada a la
emancipación económica y social en la conciencia de los
individuos, en la convicción despertada por la divulgación
científica y de las cuestiones sociales. (...)

664 M. BUENACASA, op. cit., p. 67.


Considerando que el individuo no sólo tiene el deber sino el
derecho de adquirir cultura, entendemos que la creación de
escuelas ha de ser a base de gratuitas. Lo entendemos así,
además, por interés a nuestra obra, porque así tendríamos un
medio de evitar, o por lo menos contrarrestar la influencia
perniciosa de las escuelas del Estado y escuelas católicas.» La
solución estaba, una vez más, como en anteriores ocasiones,
en la creación por parte de los sindicatos de escuelas
racionalistas, en las que realizar esa necesaria educación del
proletariado, desde su infancia, que le permitiese, a la vez que
adquirir conocimientos de todo tipo, precisos para su
existencia, adquirir conciencia clara de su situación, base
necesaria para poder realizar su emancipación del capital.

Lo que distingue el acuerdo de Sants de anteriores acuerdos


de la CNT sobre este tema, es el realizar una mayor precisión
sobre la necesidad de que la escuela racionalista funcionase a
varios niveles, de tal manera que su proceso educativo fuese
más completo. Sin embargo, la ponencia era muy consciente
de la dificultad económica que esto representaba, así como la
inexperiencia de ello, por lo que, finalmente, se acordó la
creación de cinco escuelas racionalistas de nivel único, en
Barcelona, así como la creación de una de varios niveles, con
un «Ateneo de cultura», a título experimental, que funcionaría
también en Barcelona.

Para realizar este plan, el Congreso aceptó la proposición de


la ponencia de establecer una cuota adicional mensual para
atender a este fin, fijándola en 5 céntimos por federado, en vez
de los 20 céntimos que proponía aquélla en su dictamen.
F) Estatutos de la CRT.

El proyecto de Estatutos de la CRT recogería, en fin, los


elementos ideológicos más importantes sustentados por la
Confederación en estos instantes: lucha por la emancipación
proletaria, acción directa o económica, y autonomía orgánica.

La lucha por la emancipación de la clase trabajadora quedó


reflejada como la función primordial de la Confederación
regional en el artículo primero de los Estatutos:

«Con la denominación de Confederación Regional del


Trabajo de Cataluña, se constituye un organismo cuyo
objeto es: practicar la solidaridad entre las colectividades
confederadas, dirigida a la emancipación integral de los
trabajadores del monopolio propietario capitalista y de
todos los que se opongan al libre desarrollo de las clases
productoras...»

En este sentido, cabe destacar el olvido de la alusión


específica a la función reivindicativa del sindicato, es decir, a la
lucha por la mejora de la situación de la clase trabajadora en la
sociedad capitalista, función que cronológicamente ocupa un
lugar previo a la lucha por la propia emancipación, si bien
implica ya en sí esa misma lucha emancipadora en su momento
inicial. No creo que se pueda decir que la ausencia de esta
alusión —que sin embargo sí existía en los Estatutos de la CNT,
en su artículo primero 665— signifique un cambio radical en la

665 «Con el título de Confederación Nacional del Trabajo se constituye en España una
concepción sindicalista de la CRT. Aún no. Más bien se trata de
un olvido o de una defectuosa redacción del citado artículo; y
ello por dos motivos: primero, los citados Estatutos de la CNT,
vigentes hasta su modificación en los años treinta,
mantendrían la alusión expresa a la función reivindicativa,
siendo así que es precisamente en 1919 cuando se va a
cambiar más radicalmente la perspectiva sindicalista de la
Confederación; segundo, el propio contexto ideológico en el
que se incluyen los acuerdos de tal tipo adoptados por el
Congreso Regional de Sants no permiten pensar en un cambio
tan radical de actitud, que menospreciase tal función al punto
de no citarla en los propios Estatutos.

Sin embargo, tampoco se puede dejar de citar un proceso


tendente a menospreciar las mejoras de tipo material y la
propia cuestión reivindicativa dentro de la actividad sindical
cenetista. Ya hemos hecho alusión a esto en anterior ocasión;
pero ahora, este proceso no sóloise ve reflejado en los
acuerdos de un Congreso, sino que se teoriza sobre ello.
«Debemos tener más inquietudes espirituales —decía un
editorial de «Solidaridad Obrera»—, moralizar algo nuestra
actuación, mirar al futuro, si no más, por lo menos tanto como
al presente»666.

«Aquella trayectoria puramente materialista que

organización que se propone lo siguiente: 1º Trabajar por desarrollar entre los trabajadores
el espíritu de asociación, haciéndoles comprender que sólo por esos medios podrán elevar
su condición moral y material en la sociedad presente y preparar el camino para su
completa emancipación en el futuro, merced a la conquista de los medios de producción y
de consumo, detentados indebidamente por la burguesía.»
666 «Soli» 31-mayo-1918, p. 1.
caracterizaba todas nuestras luchas ha sido sustituida por
principios de idealidad y por cuestiones morales —decía
José Viadiu, en 1918— que patentizan los deseos que hay
formados de transformar cuanto se había hecho, entrando
de lleno a principios altamente saludables y humanos»667.

Como ejemplo de esta actitud moralista de los sindicatos se


podrían citar casos muy conocidos y comentados entonces,
como el del Sindicato de Albañiles de Barcelona, que se negó a
participar en la construcción de la nueva cárcel de mujeres de
Barcelona, o el del sindicato de panaderos «La Espiga», de
Barcelona también, denunciando públicamente a los
empresarios que empleaban material deficiente o engañaban
en el peso de las piezas de pan, etc.

Del tema de la acción directa o económica, como único


procedimiento de acción de las organizaciones sindicales
cenetistas, recogido en el artículo segundo de los Estatutos de
la CRT, ya nos hemos ocupado anteriormente. Sólo se debería
recalcar aquí, por su especial significación, el hecho de que,
aunque con ciertos límites, el citado procedimiento o principio
de actuación no tenga un carácter exclusivo, sino simplemente
«preferente». (La acción directa, decía el artículo segundo, «se
estimará como una cosa circunstancial, aunque la indicada
acción será el método de lucha preferente»), al contrario de lo
que se había establecido en los Estatutos de la CNT, en los que
—también en su artículo segundo— ésta se establece de
manera exclusiva (los sindicatos que integran la CNT, decía,

667 J. VIADIU «La organización obrera y su evolución actual», en «Soli» 28-junio- 1918,
p. 1.
«lucharán siempre en el más puro terreno económico, o sea,
en el de la acción directa»). Lo cual, como dijo más tarde
Buenacasa 668 , no era sino una concesión a las muchas
entidades federadas contrarias aún a una táctica sindicalista
dogmática, pero también era el resultado de la imposición por
éstas —mayoritarias entonces— de su criterio a las entidades
más radicalizadas. Por lo demás, los Estatutos de la CRT, como
los de la CNT, excluirían las «ingerencias» de tipo político o
religioso dentro de la Confederación, también en el citado
artículo segundo.

Finalmente, el principio orgánico básico de la CNT, que ya lo


había sido de Solidaridad Obrera, la autonomía de las
organizaciones federadas, es recogido en el artículo tercero de
los Estatutos de la CRT, el cual establecía que:

«Las FEDERACIONES adheridas a la Confederación se


regirán con la mayor autonomía posible, entendiéndose
por esto la absoluta libertad en todos los asuntos
profesionales relativos a los gremios que las integran.»

Sin embargo, se estableció aquí una novedad significativa con


respecto a las anteriores regulaciones de los Comités
Confederales, —restringidos anteriormente, por la propia
autonomía de las organizaciones, a un papel de mera
coordinación y correspondencia—, y es el hecho de que les
atribuyesen «amplias facultades ejecutivas», lo que venía a
limitar de hecho esa amplia autonomía de las organizaciones
federadas.

668 Ver nota 156 de este trabajo.


Así se estableció por la ponencia que acordó la redacción de
los nuevos Estatutos, y así fue recogido por el artículo octavo
de los mismos:

«El Comité de la Confederación estará investido de


amplias facultades ejecutivas y tendrá a su cargo llevar a la
práctica, total o parcialmente, los programas trazados en
los Congresos de la Confederación, lo cual hará bajo su
exclusiva responsabilidad.»

Sin embargo, a la hora de la verdad, esto uo fue nunca


debidamente cumplido, y las facultades de los comités
aparecieron siempre muy debilitadas ante la autonomía de los
sindicatos. Así, a las pocas semanas de finalizado el Congreso
regional, el secretario confederal se quejaba en la Asamblea
Regional, celebrada el 6 de octubre de 1918 en Barcelona, de
las enormes dificultades con que se encontraba para hacer
cumplir los acuerdos del Congreso, debido a que éste no le
había dado —decía— suficientes «facultades ejecutivas ni
menos impositivas».

En definitiva, como dijimos al principio de este apartado, el


Congreso de Sants no fue muy pródigo en el tratamiento de
temas ideológicos, frustrando con ello ciertas expectativas que
se habían creado en este sentido. Por el contrario, la cuestión
ideológica aparece apenas tratada, y se limita a la fijación de
unos principios básicos —y para eso, con cierta elasticidad— ya
existentes en el seno de la organización.

Sin embargo, este hecho tiene de por sí una alta significación


ideológica, dado que viene a demostrar la permanencia en la
CRT de Cataluña, y, por tanto, en más del cincuenta por ciento
de la Confederación, de las concepciones sindicalistas
revolucionarias bajo las que nació en 1910. Sobre todo si
tenemos en cuenta que la introducción del debate ideológico
venía propiciada fundamentalmente por los sectores
anarcosindicalistas, deseosos de que la Confederación
adoptase formalmente una orientación anarquista.

En el congreso regional de Sants ello no se consiguió. Se haría


más tarde, en el Nacional de 1919. Por ello, el balance del
Congreso en este terreno produjo una inevitable sensación de
frustración en estos sectores, que sólo vendría compensada
por la trascendencia de sus acuerdos en el orden orgánico y
por el éxito y el crecimiento de la Confederación en los meses
siguientes al mismo.

Ello queda muy bien reflejado en lo que escribiría después el


que entonces fue secretario confederal, Manuel Buenacasa:

«En él se habló poco de ideas, pero como éstas se


propagaron luego sin descanso, los organismos obreros con
marcada tendencia libertaria multiplican sus efectivos. A
fines de 1918, la organización catalana cuenta con 345.000
afiliados»669.

669 M. BUENACASA, op. cit., p. 215. A pesar de que la CRT catalana contaría en
diciembre de 1919 con 426.844 afiliados —según datos de la «Memoria» del Congreso
nacional de ese año—, la cifra dada por Buenacasa para finales de 1918 parece un poco
exagerada. En octubre de 1918, la CNT poseía 81.000 afiliados, según el Com. Nal.
(«Soli» 9-octubre-1918, p. 1). En noviembre de ese año, poseería 114.000 («Soli» 25 de
noviembre de 1918, p. 1). Es por tanto imposible que solamente la Regional catalana
reuniese esa cantidad a fines de 1918.
5. — La lucha contra la carestía. Perspectiva revolucionaria
de la CNT.

Uno de los problemas que ocupó más intensamente la


actividad de la CNT en el período que sigue a su vuelta a la
legalidad, y hasta 1919, fue el problema de la carestía de las
subsistencias, que vino acompañado y complicado aún por una
creciente crisis de trabajo.

El problema de la crisis económica que experimenta España


en los años de la guerra europea, de 1914 a 1918, y los
inmediatamente siguientes han sido suficientemente
estudiados por diversos historiadores, por lo que no es preciso
que entremos aquí en un análisis exhaustivo de la situación
económica y social española de ese período. Por el contrario,
nos remitimos a todos los trabajos ya realizados y sólo nos
referiremos a aspectos concretos de esta coyuntura, en la
medida en que el análisis de las posiciones de la CNT ante la
misma lo exijan.

La actitud protestataria de la CNT comenzó ya a los pocos


días de haber estallado la guerra europea, cuando aún no se
encontraba del todo reconstruida ni había regularizado su
funcionamiento interno. Entonces, previendo los efectos
desastrosos que la guerra europea podía acarrear a las clases
desposeídas, la Confederación se dirigió a las autoridades,
publicando un manifiesto en el portavoz confederal
«Solidaridad Obrera» 670, en el que ésta exponía la necesidad de

670 «Soli» 17-septiembre-1914. Referencias al mismo aparecen también en «Soli»


«romper viejos moldes y emprender una nueva ruta
politicoeconómica para hacer frente a las contingencias que
pudieran derivarse de la guerra europea», recién comenzada.
Este manifiesto incluía un plan de medidas que, en su criterio,
contribuirían a renovar la economía y a proveer soluciones
para evitar la crisis, y finalizaba con una clara advertencia en
caso de que sus indicaciones no fuesen atendidas:

«Si nuestras indicaciones corteses son desoídas y se


continúa como hasta la fecha, sin hallar medios, nosotros
nos lavamos las manos y declinamos toda responsabilidad,
pudiendo decir con altivez que hemos cumplido con
nuestro deber de hombres ante el peligro eminente del
hambre que, a no tardar, aparecerá con sus terribles
consecuencias, y de las cuales no queremos ser
responsables.»

A la CNT le asustaba fundamentalmente la ola emigratoria a


las grandes ciudades y la carencia de alimentos producida por
el acaparamiento y la exportación masiva de los mismos a los
países en conflicto. En este sentido, es curioso que la
contestación del Gobernador de Barcelona a esta llamada
cenetista consistiese en el ofrecimiento de establecer cocinas
económicas; ello ocasionó la correspondiente contestación de
la CNT, rechazando el ofrecimiento y afirmando que lo que se
pedía era trabajo y no limosna671.

25-octubre-1917, p. 1.
671 «Soli» 25-octubre-1917, p. 1: «La génesis de la última Huelga General». Las causas
fundamentales de la crisis, en la perspectiva de la CNT, serían enumeradas por Seguí en un
artículo recogido en lugar destacado por «Soli» 17-febrero-1917 —«La tragedia que
pasa»—: falta de material móvil para transporte, falta de combustible para la industria,
Los problemas económicos evidentemente no fueron
resueltos y el alza de los precios de las subsistencias fue
imparable. Sobre un índice 100 para 1913, éste era de 106,9 en
septiembre de 1914, cuando la CNT elabora su citado
manifiesto, para pasar a ser de 117,6 en marzo de 1916. Por el
contrario, el alza de los salarios no acompañó en absoluto a
esta espiral inflacionista. El promedio de jornal diario de un
hombre en 1914 era de 2,76 pesetas (el de una mujer 1,23),
siendo en 1916 de 3,03 (1,38 para la mujer)672.

Los índices de conflictividad social subieron y aumentó el


número total de huelguistas 673 . Ante esta situación
insostenible, la CNT convocó una Asamblea nacional de la
Confederación, que se celebraría en Valencia, el 4 de mayo de
1916, a la que asistieron 70 delegados de entidades federadas
y no federadas en la misma, hasta completar un total de 600
entidades representadas674. La CNT contaba entonces con unos
50.000 afiliados 675.

En la asamblea de Valencia, ante la pasividad del Gobierno


para adoptar medidas adecuadas que contuviesen el alza del
coste de la vida, se acordó la celebración de una campaña de
protesta, que comprendería todo el país y a la cual se
adherirían las entidades asistentes a la misma. Para coordinar

escasez de materias primas, egoísmo y falta de previsión de la burguesía, etc.


672 I. R. S. «Movimiento de precios al por menor en España durante la guerra y la
postguerra», Madrid 1923.
673 El I. R. S. informa haber tenido conocimiento de 212 huelgas, con 48.287 huelguistas,
en 1914, para pasar estas cifras a 237 huelgas con 96.882 huelguistas, en 1916.
(«Estadística de Huelgas. Memoria de 1921»).
674 «Tierra y Libertad» 17-mayo-1916, p. 2. «Soli» 25 de octubre de 1917, p. 1.
675 CNT «Memoria... de 1919», p. 136.
todo el movimiento, se nombró un Comité nacional de la
Asamblea, secretario del cual fue designado Salvador Seguí.

Pocos días después, el 18 de mayo, la UGT inauguraría su XII


Congreso nacional, con una actitud de protesta ante la carestía
similar a la que entonces venía adoptando la CNT. Por ello, la
Asamblea de Valencia designó a Eusebio Carbó para que
representase a la CNT en este Congreso y expusiese en el
mismo los acuerdos adoptados en Valencia. El Congreso
ugetista, conocida la posición de la Asamblea de Valencia,
acordó también realizar una campaña de protesta que
desembocaría en una huelga general de 24 horas, cuya fecha
se fijaría oportunamente, en caso de que el Gobierno no
adoptase una actitud más decidida en contra de la carestía.

La similitud de las posiciones adoptadas por las dos centrales


favoreció el acercamiento entre ambas, que culminaría en una
reunión que se celebraría en Zaragoza, a instancias del Centro
Obrero de aquella localidad —cuyo secretario general era
Ángel Lacort—, el 8 de julio de 1916. A esta trascendental
reunión asistirían los delegados de la UGT, Largo Caballero,
Julián Besteiro y Vicente Barrio, y el delegado de la Asamblea
de Valencia y de la CNT, Salvador Seguí 676. En la citada reunión

676 Como ya dijimos en la nota 175, a pesar de lo sostenido por la generalidad de los
historiadores, quizá confundiendo las gestiones CNT-UGT de 1916 con las de 1917, no
hay datos que permitan afirmar la presencia en esta reunión de Ángel Pestaña, ni del
propio Ángel Lacort —cuya entidad no pertenecía aún a la CNT— como representantes de
la CNT. Por el contrario, las informaciones de entonces sólo hablan de la presencia de
Seguí, que, por otra parte, es el único, con los tres representantes ugetistas, que firma el
acuerdo que en aquella reunión se elaboró. Ángel Pestaña, asistente, en cambio, a las
reuniones que la CNT mantendría con la UGT un año después, en marzo de 1917 y
siguientes, diría de estas últimas reuniones: «Por primera vez entré en contacto con los
elementos de la UGT» («Lo que aprendí...» cit., I, p. 58).
se acordó la actuación conjunta de ambas centrales en la
protesta contra la carestía y la crisis de trabajo, añadiendo,
además, como motivo de la protesta, la reclamación de una
amplia amnistía que comprendiese a los delitos políticos y
sociales. Para comenzar la misma y movilizar a las masas
trabajadoras, se acordó realizar una serie de actos públicos en
toda España el domingo siguiente, 16 de julio, acordándose
también que esta campaña culminase en la realización de una
huelga general nacional de 24 horas, en una fecha a fijar, la
cual no podría ser más tarde de tres meses a partir de la
realización del pacto 677.

A partir de entonces, la actividad de la CNT y del comité


coordinador de la Asamblea de Valencia, que presidía Seguí,
fue incesante. El día 13 de julio, la CNT celebraría un Pleno en

677 El acuerdo firmado entonces venía a decir: «En Zaragoza, a 8 de julio de 1916:
Reunidos en el Centro Obrero de la calle de San Juan, número 8, los representantes de la
Unión General de Trabajadores, camaradas Francisco Largo Caballero, Julián Besteiro y
Vicente Barrio y el de la Confederación Nacional del Trabajo y Comité Asamblea
Nacional Valencia, camarada Salvador Seguí, con el fin de poner de acuerdo a los dos
organismos nacionales para que de conjunto realicen una intensa campaña en todo el país,
reclamando al gobierno resuelva la crisis de trabajo, la carestía de las subsistencias y una
amplia amnistía por delitos político-sociales, que alcance a los encarcelados por los
sucesos de Cullera y Cenicero, y que esta unificación de las fuerzas obreras organizadas de
España, para estos casos concretos, sea también el punto de partida para conseguir el fin
que nos proponemos, acordamos, al efecto:
Primero.— Celebrar actos públicos en toda España el DOMINGO, 16 DEL CORRIENTE
y en los cuales será de conveniencia tomen parte representantes de ambos organismos.
Segundo.— Practicar el acuerdo tomado en el último Congreso de la Unión General de
Trabajadores, declarando de común acuerdo la huelga general de un día como acto de
protesta, cuya fecha no podrá exceder de los tres meses consignados en dicho acuerdo.
Tercero.— Proseguir la acción en los términos que impongan las circunstancias si el
acuerdo anterior no hubiera surtido sus efectos.
Y para que conste, lo firmamos en Zaragoza a 8 de julio de 1916.— Salvador Seguí.—
Vicente Barrio.— Francisco L. Caballero.— Julián Besteiro.» («Soli» 11-julio-1916, p. 1).
Barcelona, convocado por el Comité de la Asamblea de
Valencia, para tratar cuestiones referentes a la campaña. Pero
cuando todo estaba preparado estalló el conflicto ferroviario
—el 12 de julio—, que enfrentó al recientemente constituido
Sindicato Ferroviario del Norte con la Compañía, por motivos
laborales. El conflicto ferroviario, que arrastró detrás de sí la
solidaridad de los mineros asturianos, determinó al Gobierno a
adoptar especiales medidas represivas, para impedir que todo
ello, unido a la campaña contra la carestía lanzada
unitariamente por la UGT y la CNT, pudiese desembocar en una
situación extremadamente difícil. Así, ordenó la detención de
los firmantes del pacto de Zaragoza, los cuales sólo serían
liberados a mediados de agosto678.

La detención de los firmantes del pacto de Zaragoza y el


cierre de los locales sindicales no fueron las medidas más
adecuadas para impedir el progresivo ascenso del coste de la
vida, por lo que cuando las medidas excepcionales fueron
levantadas, a principios de octubre de 1916, la CNT volvió a
dirigirse públicamente al Gobierno Romanones exigiendo de
nuevo medidas eficaces contra el encarecimiento y la

678 «Soli» 12-agosto-1916, p. 1; M. TUÑÓN DE LARA «El movimiento obrero en la


historia de España», p. 580. La huelga sería finalmente ganada por los ferroviarios.
Producto de la misma, el Gobierno se vería, además, obligado a reconocer la personalidad
jurídica de los sindicatos. Un suelto de «Soli» (26 de julio de 1916, p. 2: «Por el derecho a
la vida»), diría entonces: «Con las medidas de excepción aplicadas, lo único que se ha
hecho es postergar la solución de un problema que se debe resolver fatalmente, y que tanto
se ha ido aplazando su solución que dentro de poco tiempo será la fuerza la llamada a
intervenir, violenta, avasalladora, brotando desde las entrañas mismas de las multitudes».
La CNT condenaría posteriormente la actitud de los ferroviarios, que habían puesto en
peligro el movimiento general (Manifiesto «A todas las Secciones Ferroviarias de
España», en «Soli» 10-enero-1917, p. 1).
concesión de una amplia amnistía679. El lema era entonces:
«Pan, trabajo y amnistía», Pero la respuesta del Gobierno
continuó siendo la inactividad. Los contactos entre la UGT y la
CNT se reanudaron. A principios de noviembre, la CNT celebra
una nueva Asamblea en Barcelona en la que se acuerda
relanzar la campaña, que en realidad ya se había reiniciado el
15 de octubre, y proseguir los contactos con la UGT.

Las notas y artículos sobre este tema son entonces


numerosísimos en la prensa obrera. Los actos públicos
proliferan. El domingo 12 de noviembre se celebran en
Barcelona y localidades del entorno mítines simultáneos en los
que participan destacadas figuras de la Confederación y de la
UGT, como Francisco Jordán, Salvador Seguí, Francisco
Miranda, Tomás Herreros, J. Gallart, Manuel Buenacasa, José
Roca, José Comaposada, etc.

Por fin, el 19 de noviembre volverían a reunirse en Madrid


los delegados de la CNT, del Comité de la Asamblea de
Valencia, de la Federación de Sociedades Obreras de Zaragoza,
de la Federación Nacional del Arte Textil y Fabril, del Comité
Nacional de la UGT y los delegados regionales de esta última680.

679 El 15 de octubre de 1916.


680 «Soli» 21-noviembre- y 9-diciembre-1916, p. 1. Posiblemente los representantes de la
CNT fueran Francisco Jordán —entonces su secretario general— y Salvador Seguí, por el
Comité de la Asamblea de Valencia. Ángel Lacort representaría a la Federación Obrera de
Zaragoza, de la que era secretario general. Por la UGT asistía su Comité nacional, del que
era secretario Largo Caballero, y sus representantes regionales, nombrados en el XII
Congreso de la UGT: Pedro Cabo y Serafín Uriz por Vascongadas y Navarra; José Gómez
Osorio y Manuel Suárez, por Galicia; Antonio García Quejido, por Extremadura;
Florentino García por Andalucía; Vicente Sánchez y Juan Barceló por Levante; Luis
Estrada por Cataluña; Isidoro Acevedo y Manuel Llaneza por Asturias; y Luis Lavín y
Remigio Cabello por Castilla (A. DEL ROSAL «Historia de la UGT», cit., p. 130).
En esta reunión se acordó de manera definitiva la celebración
de la huelga general de 24 horas para el día 18 de diciembre de
1916.

Sin embargo, el acuerdo no se haría público inmediatamente,


aunque «Solidaridad Obrera» se refiriera al mismo al reseñar la
citada reunión681. Al día siguiente mismo de esta reunión, los
delegados ugetistas visitaban al presidente del Gobierno
Romanones, advirtiéndole que las organizaciones obreras
declararían la huelga general a menos que el Gobierno
adoptase las medidas oportunas682.

En vista de que la respuesta del Gobierno fue insatisfactoria


—los proyectos de amnistía y las medidas económicas
presentadas por éste a las Cortes no fueron del agrado de la
CNT ni de los socialistas 683—, el anuncio de la huelga general
para el 18 de diciembre se hizo público mediante un manifiesto
firmado el 6 de diciembre por Daniel Anguiano y Francisco
Largo Caballero, que «Solidaridad Obrera» publicaría el 9 del
mismo mes en su primera página.

La CNT cedía así el protagonismo formal y externo de la


huelga a la UGT y aceptaba plenamente el planteamiento
puramente reivindicativo que ésta había dado a la misma. En
aquel momento, las exigencias eran sólo de mejoras que
afectaban a la condición del obrero y su libertad —el
abaratamiento de las subsistencias y la amnistía por los

681 «Soli» 21-noviembre-1916, p. 1.


682 A. SABORIT «Julián Besteiro», p. 123.
683 Cfr. «Soli» 11-noviembre-1916, p. 1: «Nuestra fuerza».
sucesos de índole social o politica ocurridos hasta entonces—,
pero que no cuestionaban, al menos de manera directa, el
régimen político 684 . Sin embargo, el mismo hecho de la
declaración de la huelga pretendía ser una advertencia en este
sentido, de tal manera que si ni aún así se solventaba el
problema, las organizaciones obreras irían a la toma del poder
político. La CNT no se había pronunciado claramente en este
sentido —ello estaba muy lejos de sus planteamientos—, sin
embargo, suscribía el movimiento y aceptaba el manifiesto,
declarándolo y publicándolo en la primera página de su
portavoz oficial.

Así decía el manifiesto en uno de sus párrafos:

«La huelga general del día 18, ya muy próximo, es una


última advertencia a los hombres que dirigen los destinos
del país y tienen la responsabilidad de la dirección. Si
después de esta actitud serena y reflexiva de los
trabajadores se continúa desde el Poder público sin
solución para poner freno a las codiciosas exigencias de los
menos, con daño de un relativo bienestar y un mayor
progreso y acercamiento de la riqueza, desde arriba, y una
vez más, se pondrá al descubierto que el mal que nuestro
país sufre sólo tiene remedio apoderándose del Poder para
llevarlo a otras manos menos sujetas por las conveniencias
privadas.

684 El mismo Com. Nal. de la CNT lo reconocería poco después, al hacer balance de la
huelga, en su manifiesto del 24 de diciembre de 1916: «Ciertamente que no ha dado por
resultado algo sumamente grandioso, traducido en una sacudida social, ni tal cosa se
perseguía en las actuales circunstancias» («Soli» 24-diciembre-1916, p. 1).
Si después del paro de veinticuatro horas nada se hace, el
proletariado continuará cumpliendo su deber en la nación
donde vive y de que forma parte.»

La huelga estallaría el día fijado y su éxito puede considerarse


bastante amplio.

La CNT valoró muy positivamente la experiencia y, sobre


todo, la consideró como una ratificación de lo adecuado de las
tácticas que venía defendiendo desde su origen. La acción
directa, la necesidad de la unión de todo el proletariado y la
eficacia de la acción del mismo cuando se unen estos dos
elementos, sin intromisiones de tipo político, eran las
enseñanzas básicas para la CNT del movimiento de diciembre
de 1916.

Para la CNT, el movimiento había sido esencialmente un


movimiento de clase, apolítico;

«El movimiento de opinión creado por la agitación del


proletariado —agitación que no terminó con la huelga del 18
de diciembre— reúne todas las características de un
movimiento esencialmente de clase, sin concomitancia alguna
de los partidos políticos de la burguesía»685.

Movimiento de clase que había demostrado, además, la


fuerza de la clase trabajadora cuando opera unida y, basándose
en el principio de la acción directa, lo hace directamente contra
el capital o el Estado, sin utilizar mecanismo intermedio alguno
o la mediatización política:

685 «El sindicalismo triunfante», «Soli» 22-diciembre-1916, p. 1.


«Ha sido un movimento de protesta y de rebeldía harto
significativo de lo que puede y de lo que vale la unificación
de las fuerzas obreras cuando se dirigen directamente
contra el latrocinio y la tiranía, y de lo mucho que los
trabajadores podemos hacer en pro de nuestra liberación
sin ayuda de quienes sin ser trabajadores pretenden
erigirse en pastores de la clase obrera el día que ésta se
decida a terminar de una vez con el capitalismo y la
autoridad»686.

La misma huelga, a pesar de que no tenía un motivo


revolucionario, y como tal había sido aceptada por la CNT,
había venido a demostrar también —a los ojos de la CNT— que
la revolución era algo posible, partiendo de aquella misma
situación, en cuanto así se lo propusiesen las propias
organizaciones obreras, actuando de manera similar:

«Ciertamente que no ha dado por resultado algo


sumamente grandioso, traducido en una sacudida social ni
tal cosa se perseguía en las actuales circunstancias; pero
esto que hubiera podido surgir al azar, inesperadamente,
en el curso de las 24 horas de huelga, una vez conocida
nuestra fuerza y determinada perfectamente nuestra
actividad, puede ser una realidad en cuanto nos lo
propongamos todos cumpliendo el deber de nuestro
compromiso, como en esta ocasión lo hemos cumplido» 687.

En definitiva, la huelga general de 1916, venía a ratificar la

686 Manifiesto de la CNT «El Comité Nacional de la Confederación a todas sus


Secciones», «Soli» 24-diciembre-1916, p. 1.
687 Idem.
vigencia y el valor de las tácticas del sindicalismo
revolucionario —según la propia apreciación de la CNT—,
tácticas que, por otra parte, durante tanto tiempo había venido
denostando la, hasta ahora su aliada y cumplidora de las
mismas, UGT.

«Por eso, porque verdaderamente la huelga del 18 fue


uno de los más grandes triunfos de la clase obrera, ha
repercutido en los espíritus empujándolos hacia una nueva
modalidad de las luchas contra el capitalismo. Esa nueva
modalidad está toda entera en la tendencia unificadora
que se va imponiendo hasta en aquellos medios más
reacios.

El sindicalismo revolucionario, pues, que es un modo de


acción y una interpretación del hecho económico, gana
vertiginosamente todo el campo obrero organizado, se
afirma en la conciencia de los militantes y señala para el día
de la fusión su primer gran triunfo»688.

En 1917, la situación tanto económica como política, lejos de


experimentar una mejoría con respecto al año anterior, sufrió
un notable agravamiento.

La espiral de los precios continuaba. Del índice 117,6 de


marzo de 1916 se pasó al 123,0 del mismo mes de 1917,
quesería un 136,1 en septiembre de 1917, un 145,4 en marzo
de 1918, un 167,7 en marzo de 1919, para llegar a su cota más
alta en septiembre de 1920, con un índice de 202,6. Por el

688 «Soli» 22-diciembre-1916, p. 1.


contrario, el alza de los salarios seguía una progresión muy
inferior a la de los precios. Del promedio de jornal diario de
3,03 pesetas para el varón (1,38 para la mujer) en 1916, se
pasaría a 3,11 en 1917, 3,53 en 1918, 4,13 en 1919 y 5,04 en
1920, siendo los promedios para la mujer de 1,42; 1,77; 1,77 y
2,20 respectivamente689.

Pero a lo atosigante de la situación económica para la clase


trabajadora, se unió una coyuntura política especialmente
difícil para la monarquía, caracterizada por el movimiento de
las Juntas Militares de Defensa y las Asambleas de
parlamentarios, en el interior, y el movimiento revolucionario
ruso en el exterior. Problemas todos ellos que tendrían una
influencia decisiva en el devenir de la protesta obrera, que se
había iniciado en 1916.

La CNT y la UGT mantenían aún en vigor su pacto de unidad


de acción que había sido firmado en Zaragoza, en julio de 1916.

689 Datos del I. R. S., cit. La difícil situación material de la clase obrera exasperaba
mucho más a los dirigentes cenetistas, ante la convicción de que ello era producto
exclusivo del exagerado egoísmo de la burguesía y del mal gobierno del país. En una carta
«Al pueblo español», justificando la huelga general de agosto de 1917, Francisco Miranda
—secretario general de la CNT—, entonces detenido con motivo de tales sucesos, decía al
respecto: «Observad y juzgad, con juicio sereno, si no era de suma necesidad esa
demostración de energía y resurgimiento de un pueblo al que no careciendo de vitalidad,
matan y que quiere vivir; de un pueblo que carece de vías de comunicación, de material
ferroviario, de flota mercante, de protección a la agricultura y que casi carece de industria
nacional, pues la poca que en España existe, se debe a los capitales extranjeros; que carece
de escuelas y buenos métodos pedagógicos y le sobran tabernas, casas de prostitución,
iglesias y conventos, un pueblo que por su situación geográfica, no carece de caudalosos
ríos y no tiene ninguna vía fluvial, le faltan canales y pantanos para regar, hacer fértil y
productiva la tierra, aumentando el patrimonio agrícola; uno de los principales factores de
la riqueza nacional, la Agricultura. Un pueblo que teniendo agua en abundancia no puede
lavarse; que poseyendo tierras vírgenes por roturar ha de emigrar a otros países, por falta
de trabajo; un pueblo que pudiendo ser rico, yace en la más cruel miseria, sin hogar ni el
dinero indispensable para el sustento de su familia» («Soli» 26 de octubre de 1917, p. 2).
Pero ya la perspectiva del movimiento iba siendo distinta para
la CNT. Esta estaba cada vez más convencida, no sólo de la
necesidad, sino de la posibilidad de un movimiento
revolucionario realizado a partir de la unión de las dos
centrales sindicales. En este sentido, la CNT no se conformaba
ya con una mera protesta similar a la del año 1916, sino que
exigía un movimiento de características mucho más radicales,
que crease la posibilidad de realizar la ansiada revolución.

El 24 de marzo, sólo unos días antes de que se celebrase en


Madrid una nueva reunión decisiva de delegados de la CNT y
de la UGT, publicaba «Solidaridad Obrera» un editorial en el
que, a modo de advertencia a la UGT, se decía que la huelga
general que entonces se acordase «tendrá que ser por tiempo
indefinido, puesto que con avisos repetidos saldría siempre con
la suya el Gobierno y perdiendo el pueblo»690.

Efectivamente, el 25 de marzo de 1917, se reunirían en


Madrid, convocados por la UGT, los delegados de la CNT, Ángel
Pestaña —secretario entonces del Comité Regional catalán,
nombrado ese mismo mes—, Salvador Seguí —secretario del
Comité de la Asamblea de Valencia— y Ángel Lacort
—secretario de la Federación Obrera de Zaragoza—, y los
delegados de la UGT, que eran los miembros de su Comité
Nacional y los delegados regionales de la misma691. En esta
reunión se acordó la celebración de una huelga general
indefinida —la CNT impondría su criterio en este sentido—,
que se convocaría cuando se considerase oportuno, así como la

690 «La huelga general», «Soli» 24-marzo-1917, p. 1.


691 «Soli» 3 y 22-marzo-1917, p. 1; Id. 25-octubre-1917, p. 1. A. PESTAÑA «LO que
aprendí...» cit., I, p. 57 y ss. Ver también nota 223.
realización de una campaña preparatoria de la misma,
conducente a asegurar su éxito. Los acuerdos de la reunión
serían unidos a un manifiesto, que redactaría Julián Besteiro, y
que firmarían todos los asistentes a la misma. El manifiesto
citado lleva fecha de 27 de marzo, aunque la reunión se
hubiese celebrado el domingo 25. Quizá ello pueda ser debido
a que cuando ésta se celebraba, los asistentes a la misma
fueron detenidos por la Policía, siendo puestos en libertad a los
pocos días, debido a la protesta que tal hecho originó 692.

No conforme con ello, el Gobierno Romanones suspendió las


garantías constitucionales y declaró el cierre de los locales
sindicales, realizándose numerosas detenciones, el 30 de
marzo. Pero, por otra parte, la situación política seguía
empeorando. El 19 de abril el Gobierno Romanones era
sustituido por el Gobierno García Prieto. Este dimitiría en junio,
condiqionado por el problema planteado por las Juntas de
Defensa, siendo sustituido por el conservador Dato, quien se
encontraría, a su vez, con el problema regional catalán y la
Asamblea de parlamentarios.

La situación política, en fin, se hacía muy complicada, y ello


determinó que a la hora de la verdad —como sostiene
Lacomba en su detenido estudio de este período 693 — se
estuviesen tramando tres tipos de revoluciones: la
«mesocrática», sostenidas por las Juntas de Defensa; la
«burguesa», cuya cabeza sería la Asamblea de parlamentarios y
tras la cual estaría una amplia alianza de republicanos de

692 A. PESTAÑA «LO que aprendí...» cit., I, p. 58.


693 J. A. LACOMBA «La crisis española de 1917», Madrid 1970.
diverso cuño con los socialistas, que serían el eje de la misma; y
la «proletaria», sostenida por la CNT y la UGT, y en la cual
estarían también implicados los socialistas.

¿Cuál era entonces el papel de la CNT en medio de esta


situación? El 25 de mayo, la CNT publicaba en «Solidaridad
Obrera» un largo manifiesto en el que expresaba su
pensamiento en el momento difícil en que se vivía. La
Confederación recalcaba su posición neutral e internacionalista
ante el conflicto europeo e insistía en su posición protestataria
contra la crisis económica que sufría el proletariado. Ahora más
que nunca, tras el éxito del movimiento del pasado diciembre,
la CNT manifestaba la necesariedad de la unidad de la clase
trabajadora para conseguir el triunfo. Pero este triunfo, ante el
agravamiento de la situación, y el empeoramiento que la CNT
esperaba que se produjese aún después de finalizada la guerra,
cuando se acabasen los pingües beneficios que ésta producía a
la clase burguesa, no podía consistir ya sólo en el
abaratamiento de las subsistencias, o en el aumento de
jornales o disminución de las horas de trabajo. El problema que
se avecinaba, según la CNT, era grave e iba a ser mucho más
difícil aún conseguir de la burguesía lo que no se había
conseguido ya, en estos primeros años de la guerra, cuando sus
beneficios iban aumentando; por el contrario, la burguesía
pretendería hacer pagar a los trabajadores la merma inevitable
de sus ingresos una vez finalizada la guerra.

«Para evitarlo —decía el manifiesto cenetista— y obligar


al capitalismo a soportar parte de las consecuencias del
desastre económico que se avecina, sólo hay un medio: la
fuerza proletaria, y con ella la acción revolucionaria.»
La revolución aparecía ahora como el verdadero motivo
último de la lucha contra la carestía, la única solución al
problema económico de la clase trabajadora.

A principios de julio, los socialistas llegarían a un pacto con


los republicanos, tras una efectiva mediación de Melquíades
Álvarez, por el que se acordaría la formación de un Gobierno
provisional y la convocatoria de Cortes constituyentes. El
pacto, firmado el 5 de julio, pretendería conseguir el
establecimiento de una república burguesa y preveía, incluso,
la realización de una huelga general en caso de que los
militares se opusieran al proyecto y tratasen de imponer su
dictadura 694.

La CNT que no participaba de estas alianzas —su vieja fe


antipolítica y la presencia de enemigos jurados de la misma,
como Lerroux, en ellas se lo impedía—, no era del todo
ignorante de las mismas, y, por otra parte, sin participar en los
pactos, tampoco quería permanecer del todo ajena a la
trascendencia que de ellos podía derivarse. Consciente de la
situación, los ímpetus revolucionarios de la CNT, su convicción
de lo necesario e inevitable de la revolución, no le impedían
comprender los límites sociales que el movimiento
revolucionario que se tramaba entre los políticos tenía. Pero lo
más importante era el salir de aquella situación y, en todo
caso, la CNT no prejuzgaba! cuál habría de ser el resultado del
movimiento revolucionario en ciernes; aunque ello no
implicase una renuncia de sus planteamientos sociales.

694 J. J. MORATO «Pablo Iglesias Posse. Educador de muchedumbres», Barcelona 1968,


p. 159 y ss.
«Solidaridad Obrera» de 11 de junio de 1917 publicaría un
editorial, titulado «Nosotros, la Revolución y España», que es
harto significativo en este sentido. El editorial, por lo demás,
estaba claramente dirigido a los firmantes del pacto del 5 de
julio:

«Quisiéramos que aquéllos a quienes van dirigidas estas


palabras nos comprendieran exactamente. No tenemos el
menor ánimo de herir susceptibilidades, tanto más cuanto
que por encima de las diferencias doctrinarias y de partido,
tendremos que empuñar las armas defendiendo la misma
barricada, combatiendo al mismo enemigo, confundiendo
nuestra sangre en el mismo sacrificio.

(...)

¿La República? ¿Por la República luchamos? El pueblo lo


dirá; nosotros no hacemos ni haremos otra cosa que ir con
el pueblo hasta donde quiera y pueda ir. Pero entendemos
que sin concertar previos acuerdos, sin pactos ni
inteligencias previas, podemos todos sumarnos en una
acción colectiva en la calle, al aire libre allí donde las
duplicidades y engaños no caben porque hablan los
hechos, porque se responde con la acción de la sinceridad y
propio valer.

Republicanos y socialistas, anarquistas y sindicalistas,


hombres de corazón y voluntad, todos tendrán un puesto
en la inmensa lucha si no olvidan sus aspiraciones ni las
traicionan, si no abandonan al pueblo en el momento
supremo.
En esto está la salvación de España, su regeneración y
despertar ansiado.»

La urgencia del momento no le permitía a la CNT realizar


muchas distinciones de tipo purista ni elegir a sus aliados con
precisión, de acuerdo con sus ideas. La tensión era fuerte y la
eficacia vendría determinada por la mayor simplificación de los
planteamientos y el rechazo de los dogmatismos. Ya vimos lo
que ocurría con respecto a la unidad de todo el proletariado al
hablar de la unión entre la CNT y la UGT. Poco menos que lo
mismo, aunque con las diferencias lógicas, tenía que ocurrir
con los otros sectores que en aquel momento adoptaban una
posición revolucionaria. Así, esta simplificación obligaba a
distinguir claramente entre quiénes eran la representación en
aquel momento de las fuerzas progresistas y quiénes eran las
fuerzas de la reacción.

«Sólo hay dos partidos —decía un lema revolucionario


publicado en «Solidaridad Obrera»695—: el de la libertad y
el de la reacción. Si estás por la libertad, compañero, eres
hermano de todos los que empuñen las armas por
conquistarla.»

Ahora bien, el hecho de que la CNT aceptase ir a la revolución


con los «elementos políticos» no significaba el que ésta

695 «Soli» 12-junio-1917, p. 1. En esta actitud de la CNT, más abierta a los sectores
progresistas burgueses y al propio PSOE, no es desdeñable el impacto producido por el
derrocamiento de la autocracia zarista, por la colaboración de las fuerzas progresistas
rusas de diferente contenido social, el 27 de febrero de 1917. De hecho, la misma CNT
mantuvo en Cataluña contactos directos con los republicanos de Marcelino Domingo y
con los catalanistas de Macía y Juliá, actuando de enlace Ángel Pestaña (A. PESTAÑA «LO
que aprendí...», cit., I, p. 64).
renunciase, ni al papel de motor o sujeto principal de la misma,
que le correspondía —en su concepción— al proletariado y a
ella como representante genuina del mismo, ni a la conquista
de su programa social, es decir, a la emancipación total del
proletariado.

El hecho era que —como ya dijimtos anteriormente— la


realización de la huelga general, tanto más cuanto que estaba
prevista para tiempo indefinido, suponía la realización de una
de las armas básicas de la concepción sindicalista
revolucionaria de la revolución. Y la huelga general sólo podían
llevarla a cabo los propios trabajadores. El protagonismo
proletario y cenetista estaba por tanto asegurado.

Las otras fuerzas sociales, los partidos republicano y


socialista, se convertían, en este sentido, en meros
colaboradores de esta obra revolucionaria que tenía que
realizar la clase trabajadora. No se rechazaba su intervención,
como posiciones más «puristas» hubieran sostenido en otro
momento, pero su concepción clasista de la revolución —en la
que se mezclaban de manera poco coherente elementos
políticos y sociales— hacía que el papel de estas fuerzas, no
estrictamente trabajadoras (incluido el partido socialista, por
cuanto que político), pasase a ser el de meras aliadas.

«Solidaridad Obrera» publicaría el 25 de junio de 1917 un


editorial, titulado «La revolución sindicalista», en el que viene a
expresar con toda fidelidad esta concepción cenetista de la
revolución, en aquellos momentos:

«Los trabajadores de España despertamos ahora,


entramos a cumplir aquello que hace mucho tiempo nos
propusimos y que no es un secreto para nadie: la huelga
general por tiempo indefinido. Y la huelga general es la
revolución sindicalista, hecha por las organizaciones
obreras, de clase. (...).

El movimiento sindical contará, creemos, con la


colaboración de todos aquéllos que aun no siendo obreros
puedan anhelar un cambio a la desdichada suerte del
pueblo. Pero entiéndase, serán colaboradores, más o
menos precisos, de más o menos importancia, pero la
médula y el nervio de la revolución es el proletariado.»

Si ella se reclama como protagonista de la revolución —en


unión, por supuesto, con la UGT y las demás fuerzas
proletarias—, sin perjuicio de la colaboración de los políticos
progresistas, es lógico que no renunciase a las conquistas
sociales que exigía su propia concepción ideológica:

«La revolución tiene que ser obra de los trabajadores y


así felizmente lo comprendemos todos como
comprendemos que debe ser ante todo en beneficio de los
trabajadores.»

Sin embargo, la CNT era consciente también de los posibles


límites que el resultado de esta revolución podía tener en este
campo. La situación política de aquel momento, las
características de los aliados, tanto de clase —la UGT—, como
los «políticos», y otra serie de factores condicionantes no
permanecían ocultos a su apreciación. Ello a pesar de su
irrenunciable intención de llegar hasta el final en este proceso
revolucionario. Esto lo sabía la CNT y no lo ocultaba; sin
embargo, tenía que unirse al movimiento —fiel al principio,
fijado ya en el Congreso de 1911, de luchar por aumentar y
conservar las mayores parcelas de libertad para la clase
trabajadora696—, y tratar de conseguir en el mismo lo máximo
posible. Así lo expresaba también el citado editorial:

«No nos preocupa saber si el sindicalismo conseguirá la


totalidad de su objetivo; nos es suficiente por de pronto la
seguridad de que una parte de él será realizado.
Procuraremos que ella sea en la mayor extensión posible,
acercándola a una socialización de la riqueza, de los medios
de producción y del suelo. Nuestra emancipación ha de ser
el motivo constante de nuestra lucha. Destruir el régimen
capitalista será el fin de todos nuestros esfuerzos por muy
república que sea la república que pueda triunfar.»

Ello servía también, al mismo tiempo, como advertencia a las


demás fuerzas que participaban en el intento de acabar con el
sistema caduco de la Restauración.

«No importa —finalizaba el editorial de «Solidaridad


Obrera»—. Sea el obstáculo inmediato el que nos una. Ya
veremos después para los sucesivos, cómo nos las
arreglaremos, ya que sabemos cómo nos las
arreglaremos.»

696 «Siendo la Confederación General del Trabajo un organismo para cuya vida y
desenvolvimiento precisa de la libertad y de los derechos cívicos modernos conquistados
en un período previo por nuestros antepasados, abriendo camino a la evolución humana
cuya obra venimos a continuar, defenderemos las libertades y derechos adquiridos que nos
sean convenientes, siempre que estuviesen en peligro de destrucción». Se había dicho
entonces («Soli» 15-septiembre-1911; vid. cap. II).
Efectivamente, la CNT realizó toda una labor de preparación
revolucionaria coherente con su planteamiento de ir a todo lo
posible. Y como de cuestión de fuerza se trataba («La injusticia
sólo se mantiene por la violencia. Aprendamos a destruir la
violencia empleando la fuerza y la justicia habrá triunfado»,
decía uno de los múltiples lemas y consignas que por entonces
publicaba a modo de sueltos «Solidaridad Obrera» 697), una de
las preparaciones que entonces se hicieron fue la de armarse lo
máximo posible («Procúrate un arma, compañero. Debemos
estar siempre en condiciones de defendernos» 698 ). Ángel
Pestaña lo dice claramente: «Se volcaron las cajas de los
fondos de los Sindicatos, entregando hasta el último céntimo
para comprar pistolas y fabricar bombas. Una fiebre de
actividad invadió nuestros medios confederales»699.

En julio de 1917, la CNT haría público de manera expresa cuál


era su programa político y social ante el movimiento que se
avecinaba. Su contenido, de difícil aceptación por los otros
elementos revolucionarios, no era sino un reflejo programático
de las ideas que unas semanas antes había manifestado el
citado editorial de «Solidaridad Obrera». La CNT aceptaba un
sistema republicano, pero pretendía que éste fuera lo más
avanzado posible, para lo cual imponía sus condiciones 700.

697 «Soli» 20-junio-1917, p. 2.


698 Idem.
699 «Lo que aprendí...», I, p. 59.
700 Este programa fue reproducido por MAURO BAJATIERRA «Desde las barricadas. Una
semana de revolución en España. Las jornadas de Madrid en agosto de 1917. Diario de
quienes fueron más que testigos», Tortosa, 1918, pp. 14-19, y por M. BURGOS Y MAZO
«Vida política española. Páginas históricas de 1917». Madrid 1918, pp. 78-83, quien dice
tomarlo de «Solidaridad Obrera», 17 de julio de 1917. Pero este número de la «Soli» no
El programa de la Confederación constaba de tres apartados,
el primero de los cuales, de carácter general, se refería al
proceso revolucionario en sí, mientras que los otros dos se
referían a las mejoras sociales y políticas concretas que la
nueva situación debería asegurar —«En el orden económico» y
«En los órdenes político, social, jurídico y administrativo»—.

En el orden general, la CNT venía a proponer, en primer


lugar, la constitución de un Comité de representantes de los
sindicatos obreros, que funcionaría al lado del Comité
revolucionario, para que «fiscalicen y controlen las órdenes de
los Comités político-burgueses, particularmente cuando se
refieran a intereses de las clases obreras». En segundo lugar,
se proponía el «Reconocimiento de los Sindicatos obreros
como organismos aptos y con personalidad suficiente para
aceptar o desechar las leyes que promulgue el Parlamento
Constituyente». Proponía, además, una política de neutralidad
estricta, ante el conflicto europeo, el cierre de las fronteras a la
exportación de los productos alimenticios, así como la
confiscación de las riquezas de los acaparadores y de los bienes
del patrimonio Real y de la Iglesia. En el orden económico, las
exigencias de la CNT venían a ser el conjunto de medidas que
ya constituían parte de su programa reivindicativo habitual, y
que ya vimos contenidas en los acuerdos de los últimos
Congresos de la misma, que denominamos de carácter
reivindicativo:

recoge tal programa, ni tampoco los demás de esas fechas. Sin embargo, ese número fue
censurado, por lo que es muy posible que este programa fuese retirado por la censura
previa y llegase a conocimiento de estos autores a través de otras vías. J. A. LACOMBA (op.
cit., p. 472-475) reproduce también este programa, tomándolo de Burgos y Mazo y dando
por buena su cita. Verlo íntegro en apéndice documental.
«1o Reconocimiento legal de la jornada de siete horas en
todas las artes e industrias.

2o Concesión de un jornal mínimo de cuatro pesetas a


todos los obreros de ambos sexos mayores de dieciséis
años de edad.

3o Supresión absoluta del trabajo nocturno.

4o Disolución de las colonias industriales y prohibición de


pagar los jornales con “tickets”.

5o Supresión del trabajo a destajo.

6o Los Municipios, Diputaciones y el Estado contratarán


sus trabajos directamente con los mismos obreros,
dirigiéndose a los sindicatos para suprimir el intermediario.

7o Los obreros inutilizados para el trabajo continuarán


percibiendo el mismo jornal, pagado por el municipio y los
patronos. En los inutilizados están comprendidos los que
hayan sufrido un accidente que les imposibilite, los que
hayan padecido enfermedad con el mismo resultado y los
que sean mayores de cincuenta años.

8o Prohibición del trabajo a los menores de catorce años


de edad.

9o Establecimiento de la “semana inglesa”; esto es, el


sábado el trabajo cesará a medio día.
10° Aplicación del impuesto progresivo sobre la renta, a
beneficios obtenidos con propósito del lucro» 701.

Las mejoras materiales, que afectaban a la condición de los


trabajadores, exigidas por la CNT tenían pues un matiz
claramente progresista y resultaban incluso más avanzadas —y
no por ello utópicas— que las que ella misma había mantenido
hasta entonces. El propio Congreso regional de Sants,
celebrado un año después, rebajaría bastante el nivel de estas
exigencias.

Por lo demás, el resto de las medidas de carácter jurídico


político, consistían en la disolución del Ejército y su sustitución
por milicias populares, limitar el poder ejecutivo, suprimir el
Senado, separación entre la Iglesia y Estado, divorcio,
autonomía municipal y regional, nacionalización de la tierra y
de los servicios públicos más importantes, supresión de la pena
de muerte, libertad de prensa, derecho libre de asociación y
reunión, y toda una serie de medidas de diversa índole, que
harían muy larga esta enumeración aquí, y que iban desde el
establecimiento de la enseñanza racionalista, obligatoria y
gratuita, a la supresión de los toros, o «fiesta nacional» 702.

La CNT, en fin, como ya había dicho el editorial de la «Soli»


de 25 de junio, reconocía que el carácter e intensidad de las

701 El subrayado es mío.


702 Para la CNT, en definitiva, habría que realizar toda una serie de transformaciones
profundas, rayanas en el orden moral, que reformasen, más allá de lo material, el conjunto
de los valores existentes. Más de un año después, seguiría diciendo el órgano confederal:
«En España faltan: escuelas, canales, árboles, caminos, fábricas, y hombres; sobran:
conventos, ex-ministros, generales, señoritos, cofrades y burgueses» («Soli»
6-diciembre-1918, p. 1).
conquistas dependería totalmente de la fuerza de los
trabajadores, y que, en todo caso ella lucharía en el sentido y
por las mejoras que se citaban en el manifiesto,
independientemente de lo que se fuera a conseguir en la
realidad:

«No es esto ni un programa mínimo ni tampoco máximo.


Entendemos que toda la clase obrera revolucionaria nos
acompañará con su fuerza, y que esa fuerza es quien
indicará en qué extensión realizaremos nuestras
aspiraciones, limitándolas o haciéndolas más amplias. Pero
dentro de eso cabe indicar una dirección, y tal ha sido
nuestro propósito al trazar este programa.»

En realidad, este relativismo que la CNT añadía a su posición


revolucionaria, venía determinado bastante, no tanto por la
participación de los por ella denominados, con aire despectivo,
«elementos políticos», sino por la desconfianza que, a pesar de
su voluntad unitaria, mantenía en la UGT. Dados sus
planteamientos y dado el resultado de la huelga del 18 de
diciembre de 1916, el optimismo revolucionario de la CNT sería
mayor de no ver en la UGT una postura ambivalente, que venía
determinada por su pacto con la CNT —de amplias exigencias
revolucionarias—, y por su unión al partido socialista y a los
grupos republicanos, a la vez.

«Y porque en la Unión General de Trabajadores hay


parlamentarios que la dirigen —decía un editorial de
«Solidaridad Obrera», poco antes de que la huelga general
comenzase— no puede sumarse a una obra revolucionaria
como la que persigue el proletariado» 703 . De hecho, los
planteamientos de la UGT, como los del partido socialista o los
de los republicanos que apoyaban el movimiento, estaban muy
distantes de los de la Confederación, no sólo en la forma, sino
en el fondo.

En el mismo manifiesto final, declarando la huelga general


para el 13 de agosto, redactado por Besteiro y firmado por
Largo Caballero, Daniel Anguiano, Andrés Saborit y el propio
Besteiro, se expresaba el contenido mucho más moderado de
los planteamientos socialistas ante la huelga general, limitados,
en todo caso y en principio, a un marco puramente político. La
constitución de un Gobierno provisional y la convocatoria de
elecciones a Cortes Constituyentes, aparecían como las únicas
metas de la huelga general; ningún otro era el contenido social
de la huelga, según el manifiesto convocándola:

«Pedimos la constitución de un Gobierno provisional


—decía— que asuma los poderes ejecutivo y moderador y
prepare, previas las modificaciones imprescindibles en una
legislación viciada, la celebración de elecciones sinceras de
unas Cortes Constituyentes que aborden, en plena libertad,
los problemas fundamentales de la constitución política del
país. Mientras no se haya conseguido este objeto, la
organización obrera española se halla absolutamente
decidida a mantenerse en su actitud de huelga»704.

Además, los socialistas no estaban dispuestos a llevar el

703 «Parlamentarismo, no; revolución, sí», «Soli» 3 de agosto de 1917, p. 1.


704 Citado en J. MARTÍN «Huelga general de 1917», Madrid 1966, p. 34.
movimiento a los extremos del enfrentamiento armado,
terreno en el que, en realidad, habría muy poco que hacer. En
su perspectiva, la huelga había de ser pacífica 705. En este
sentido, acompañando al manifiesto citado fueron publicadas
también unas «Instrucciones para la huelga», en las que se
recalcaba el carácter pacífico que ésta habría de tener,
tratando de evitar que los trabajadores realizasen actos de
violencia, aunque mediase provocación 706.

La huelga, en fin, después de algunas tensiones entre las


fuerzas protagonistas, dirigida en Madrid por un Comité de
huelga, formado por los socialistas Besteiro, Largo Caballero,
Nuñez Tomás, Torralva Beci, Virginia González, Daniel Anguiano
y Andrés Saborit 707, y en Barcelona por los cenetistas Seguí,

705 Pablo Iglesias, entonces gravemente enfermo, había llegado a decir que la huelga
fuese meramente de apoyo al movimiento ferroviario, que había estallado el 10 de agosto,
y que no tuviese carácter político revolucionario. Sin embargo, no fue ése el criterio
seguido por los Comités del PSOE y de la UGT, que acordaron su declaración, «cargando
así con la responsabilidad de un movimiento que ninguno queríamos —diría Largo
Caballero—, por no dejar abandonados a los trabajadores en momentos tan difíciles y
críticos, y, además, para orientarla e imprimirla un carácter político social» (LARGO
CABALLERO «Correspondencia secreta», p. 75; M. CORDERO «LOS socialistas y la
revolución», p. 31; citado en J. A. LACOMBA, op. cit., p. 249. J. J. MORATO «Pablo
Iglesias», cit., p. 163).
706 «Si el Gobierno tratase de ejercer coacciones contra los obreros, empleando para ello
la fuerza pública y aun la fuerza del Ejército, los trabajadores no iniciarán actos de
hostilidad, tratando de dar la sensación a la fuerza armada de que también está integrada
por elementos trabajadores que sufren las consecuencias de la desastrosa conducta del
régimen imperante. Al efecto, las masas harán1 oír los gritos de ¡Vivan los soldados!
¡Viva el pueblo! Sólo en el caso de que la actitud de la fuerza armada fuese
manifiestamente hostil al pueblo, deberán adoptarse las medidas de legítima defensa que
aconsejen las circunstancias. Teniendo en cuenta que deben evitarse actos inútiles de
violencia, que no encajan en los propósitos ni se armonizan con la elevación ideal de las
masas proletarias» (Citado en J. MARTÍN, op. cit., p. 35-36).
707 Largo Caballero y Anguiano representaban a la UGT y Besteiro y Saborit al PSOE,
los demás actuaban en su calidad de vocales o suplentes. (J. J. MORATO, op. cit., p. 163; M.
TUÑÓN DE LARA, op. cit., p. 585).
Pestaña, Miranda, Viadiu, Herreros, Martín Barrera, Vidiella,
Aragó, Minguet 708 , además de toda una serie de comités
mixtos de la CNT y la UGT repartidos por la diferentes zonas del
país, comenzó.el previsto día 13 de agosto, siendo su resultado
bastante negativo en general.

No vamos a entrar en el análisis detallado de los hechos,


como tampoco procedimos a su descripción, sino en aquellos
aspectos más detacados que nos permitieran conocer con más
detalle la perspectiva cenetista de la coyuntura revolucionaria
que entonces se planteó.

Los historiadores de este período han analizado


detenidamente los sucesos que entonces se produjeron, así
como las causas del fracaso de la huelga. En resumen,
coincidieron en ella toda una serie de factores, que se pueden
reducir, siguiendo la apreciación de Juan Antonio Lacomba 709, a
los siguientes:

— Falta de preparación de la misma. Prevista en un principio


para finales de año, hubo de adelantarse debido a la huelga
ferroviaria y a las presiones impulsivas de la CNT. La
coordinación entre la CNT y la UGT en el momento de su
realización fue prácticamente inexistente.

— El Ejército se enfrentó a la misma. Cuando el movimiento


de las Juntas de Defensa parecía demostrar que la Monarquía
no contaba ya con el amplio apoyo de todos los militares y se

708 R. VIDIELLA «La lluita de classes i la repressió a Barcelona, de 1917 a 1923»; cit. en
LACOMBA, op. cit., p. 257. G. H. MEAKER, op. cit., 123.
709 Op. cit., p. 281.
esperaba de éstos, cuanto menos, una actitud neutral ante el
movimiento, su postura coincidió con la del régimen y su
defensa.

— La actitud de abandono de la burguesía y de los partidos


republicanos, que, a la hora de la verdad, dejaron solos a los
sectores obreros, encabezados por las dos grandes centrales
sindicales y el Partido Socialista.

— La no participación del campesinado, que permaneció por


completo ajeno al movimiento, a pesar de suponer aún el más
alto porcentaje de la población activa del país (más del sesenta
por cien).

Sin embargo, el fracaso de la huelga general de agosto de


1917, no arredró en absoluto a la Confederación, que en su
vuelta a la actividad pública —en octubre reaparecería su
órgano «Solidaridad Obrera», suspendido, como la CNT, en
agosto—, reaparecía manteniendo unos planteamientos muy
similares a los expresados con anterioridad a la misma.

«Los últimos acontecimientos —decía el editorial de


«Solidaridad Obrera» del 25 de octubre— deben
enorgullecemos y deben servir de acicate a todos los obreros,
para perseverar en nuestra actitud, para aunar voluntades y
esfuerzos, para dar la batalla definitiva. El 13 de agosto nos
vencieron; pero no nos derrotaron, porque no se derrota la
Razón y la Justicia. Sólo puede ocurrir como sucedió, que se
venza circunstancialmente. (...)

Nuestras demandas están en pie desde agosto de 1914 y


téngase presente, o se nos atiende o se hunde todo. Basta ya
de gestos platónicos, de ruegos y peticiones humildes; ha
llegado el momento de imponernos.»

Por otra parte, junto a la voluntad de seguir luchando —a las


motivaciones de agosto se añadían ahora las mismas, si cabe,
más aumentadas por la necesidad creciente, la amnistía, el
coste de la vida, etc.—, los sucesos de agosto habían
aumentado el optimismo revolucionario de la Confederación.
El haber visto al sistema en verdadero peligro, la crisis que se
seguía sufriendo, venía a demostrar su debilidad, lo que en la
visión de la CNT hacía más posible e inevitable su derrota, su
caída.

«Es evidente que la situación actual es gravísima; que el


descontento, la indisciplina y las protestas van en aumento.
Todo el andamiaje político-burgués-gubernamental vacila y
amenaza derrumbarse estrepitosamente. La inquietud entre
las clases elevadas de la sociedad es sintomática. Se cree, y con
razón, que esto se va... Que el cataclismo es inminente. La
desidia fue enorme; los abusos intolerables; las represiones
inhumanas; la explotación en todos los órdenes infame. No hay
remedio. No puede haberlo. No hay solución. La gangrena
invade la zona peligrosa y el desenlace está previsto, es
inevitable»710.

La lucha, pues, para la CNT seguía, y ahora, quizá, con


mayores perspectivas de victoria. Las noticias del triunfo de la
revolución bolchevique en Rusia aumentarían aún este
optimismo revolucionario cenetista. Los objetivos inmediatos

710 «Reanudando», en «Soli» 25-octubre-1917, p. 1.


seguían siendo, entonces, la unidad de toda la clase
trabajadora española, la lucha por la amnistía y contra la
carestía de las subsistencias, que no había cesado, y la
preparación del salto revolucionario definitivo.

6. — La CNT ante la guerra europea.

Otro de los temas que ocupó largamente el pensamiento


cenetista del período que estamos estudiando fue, sin duda
alguna, la guerra europea. El mismo hecho de la reconstrucción
de la CNT en; ésta su segunda etapa, ya vimos que fue el
resultado de un acuerdo adoptado con motivo de la
celebración del Congreso de la Paz de El Ferrol, reunión
convocada para tratar precisamente de la posición de las
organizaciones obreras ante el conflicto europeo.

Fue precisamente esta asamblea la que permitió a la


organización obrera sindicalista pronunciarse por primera vez,
de manera colectiva, sobre el conflicto que había estallado casi
un año antes. Con anterioridad, la guerra europea había
despertado la lógica inquietud en los medios confederales,
pero la situación de desorganización en la que la CNT se
encontraba, tras su suspensión en septiembre de 1911, no
había permitido la adopción de una resolución colectiva con
visos de oficialidad.

La tradicional postura antiguerrera de los medios sindicalistas


revolucionarios, había quedado ya, de manera general,
marcada por la actitud de éstos ante conflictos como el de
Marruecos. La protesta contra la guerra de Marruecos, que
desembocó en los sucesos sangrientos de 1909, fue uno de los
hechos determinantes que provocarían la conversión de la
organización catalana Solidaridad Obrera en una entidad de
orden nacional, en 1910, es decir, su conversión en la
Confederación Nacional del Trabajo.

Así pues, la historia de la CNT viene marcada desde un


principio por un sentido fuertemente antibelicista. Pero,
además, la Confederación va a heredar también el
internacionalismo proletario, del que estaban impregnadas las
concepciones anarquistas del siglo XIX y el propio marxismo,
según el cual el proletariado no tenía otra patria que su propia
clase y el nacionalismo no era más que la tapadera que
pretendía encubrir la defensa de los intereses minoritarios de
las clases dominantes de cada Estado. Las guerras entre
Estados no servían, pues, más que a los intereses de las clases
dominantes, y, en cambio, se valían de las clases trabajadoras
para defender los mismos.

El propio Congreso fundacional de la CNT, de 1910, fue


explícito sobre ello. En su largo dictamen sobre el tema de la
huelga general, preveía como único caso en que estaba
justificada su declaración, sin más, sin atender a ningún otro
tipo de requisito, el caso de declaración de guerra. Y aunque
aquel acuerdo estaba muy determinado por la guerra de
Marruecos, dada su formulación y las ideas inmersas en el
mismo, se puede considerar su validez como general. No en
balde recaía sobre una cuestión táctica, de carácter general,
también. Había dicho el Congreso en aquella ocasión:
«Únicamente, en un caso concreto, y como conclusión,
debe el Congreso acordar ir a la huelga general: en caso de
aventuras guerreras, pues en ellas el proletariado
únicamente pierde sangre y no gana nada».

Sin embargo, cuando se declaró la guerra europea, a pesar


de las campañas previas a la misma en su contra,
desencadenadas por los sectores socialistas y sindicalistas
europeos, ésta arrastró detrás de sí a los sectores obreros de
los respectivos países, y, dadas ciertas implicaciones existentes
en la misma —la lucha entre el sistema militarista, casi feudal,
de los imperios centro europeos, y el sistema demoliberal de
las democracias de la Europa occidental—, las divisiones que
entonces se produjeron en los medios obreros europeos, entre
los aliadófilos y los neutralistas o pacifistas, se trasladaron a
España.

No vamos a entrar con detalle en el análisis de las diferentes


posturas, por cuanto ello excede con mucho el ámbito propio
de la Confederación y, por tanto, el ámbito de este trabajo. Sin
embargo, sí se puede recordar que entre los sectores
anarquistas se creó entonces una fuerte tensión entre quienes
permanecían fieles a la vieja línea internacionalista,
antibelicista, que en el siglo pasado habían marcado Marx y
Bakunin, y los que entonces optaron por la defensa de las
democracias occidentales, por cuanto entendían que la derrota
de los imperios centro europeos suponía un paso adelante en
la defensa de la libertad. La posición aliadófila fue defendida
por anarquistas de tan grande prestigio como Ricardo Mella,
Eleuterio Quintanilla o Federico Urales, quienes venían a seguir
los pasos marcados por los más destacados teóricos del
anarquismo y del sindicalismo europeo de entonces: P.
Kropotkin, Charles Malato, Jean Grave, Christian Cornelissen,
Paul Reclus, etc., que en febrero de 1916 firmaron un famoso
manifiesto, conocido como el Manifiesto de los dieciséis, que
publicaría el periódico anarquista de J. Grave «Les Temps
Nouveaux». En él se manifestaban duramente en contra de la
posición que Alemania representaba en la guerra, a la que
consideraban «una amenaza —realizada— no sólo contra
nuestras esperanzas de emancipación, sino contra la evolución
de la humanidad» 711 . Sus posiciones fueron mantenidas
fundamentalmente desde periódicos como «Cultura y Acción»
de Zaragoza, «El Porvenir del Obrero» de Mahón, «Acción
Libertaria» de Gijón712.

Por el contrario, las posiciones pacifistas tuvieron su eco en


el sector mayoritario de los medios anarquistas y sindicalistas,
y se manifestaron principalmente a través de las páginas de
«Tierra y Libertad» y de la propia «Solidaridad Obrera». Esta
última publicaría, el 1 de abril de 1915, p. 1, un manifiesto en
contra de la guerra, bajo el título de «Manifiesto
Internacional», sin firma alguna y sin hacer la más mínima
referencia a la procedencia del mismo, en el que se recogían
las ideas fundamentales del antibelicismo.

Cuando la guerra se extendía por el Continente, surge entre


los militantes sindicalistas de El Ferrol la idea de convocar un

711 Los firmantes (que eran quince, en realidad) fueron: Christian Cornelissen, Henri
Fuss, Jean Grave, Jacques Guerin, Pierre Kropotkin, A. Laisant, F. Le Leve, Charles
Malato, Jules Moineau, A. Orfíla, M. Pierrot, Paul Reclus, Richard, Ichikawa y W.
Tcherkesoff. (Vid. R. ÁLVAREZ, op. cit., p. 166-167).
712 M. BUENACASA, op. cit., p. 54-55; J. DÍAZ DEL MORAL, op. cit., p. 172.
Congreso internacional que coordinase los esfuerzos de todos
los sectores opuestos a la misma. La convocatoria del
Congreso, realizada por el Ateneo Sindicalista de El Ferrol,
aparecería en la prensa obrera a principios de marzo de 1915, y
suscitaría la inmediata adhesión de numerosas organizaciones.
El 29 de abril, los 36 delegados, que representaban a
numerosas entidades obreras de España, Portugal y Brasil, y
recibían las adhesiones de organismos de Francia, Gran
Bretaña e Italia, lograron reunirse en El Ferrol, a pesar de las
trabas impuestas por el Gobierno Dato, que, al final de la
primera sesión del Congreso, determinaron la detención y
expulsión de España de los delegados extranjeros. Con
respecto a la guerra europea, el Congreso, que se ocuparía
también de otros temas —la creación de una Internacional
obrera, la reconstrucción de la CNT, etc. (véase nota 33 de este
capítulo)— decidió crear un Comité que se encargaría de
coordinar internacionalmente la acción antibelicista, y que
lanzaría «cada quince días una alocución revolucionaria,
redactada en los idiomas que se hablan en las naciones
beligerantes», haciéndola llegar «por todos los medios a las
trincheras y a los campos de batalla» 713.

A pesar de que las intenciones del Congreso de El Ferrol


quedaron en buena parte frustradas, éste supuso una evidente
movilización de las organizaciones obreras españolas de
carácter sindicalista, lo que, no sólo permitió poner las bases
de la reconstrucción de la CNT, que se realizaría poco después,
sino que sirvió para reavivar la actitud antibelicista de las

713 Cfr.: «Solidaridad Obrera» 18-marzo y 13-mayo-1915; «Tierra y Libertad» 3-marzo


y 15-mayo-1915; «Acción Libertaria» 14-mayo-1915; «La Voz del Cantero»
3-junio-1915.
mismas. De hecho, en los meses siguientes serían numerosos
los manifiestos y comunicaciones de las más diversas entidades
obreras que aparecerían en periódicos como «Tierra y
Libertad» en contra de la guerra.

Sin embargo, a pesar de la presencia de los más destacados


militantes de la Confederación en el Congreso de El Ferrol, no
sería sino a partir de 1916 cuando la CNT va a consolidar su
posición ante el conflicto europeo, como tal organización. Es a
partir de entonces cuando, tras la publicación del Manifiesto de
los dieciséis, la polémica se recrudece en España y proliferan
los artículos sobre este tema en el portavoz confederal.

La posición de la CNT será entonces claramente contraria al


intervencionismo en favor de los aliados. Ya a principios de
año, «Solidaridad Obrera» había publicado en forma periódica
un trabajo de Francis Delaisi, titulado «La guerra que viene»,
escrito en 1911 y que había aparecido en la revista francesa
«La Guerre Sociale»714 en el que se viene a desmitificar la
apariencia patriótica o liberadora de la guerra, poniendo al
descubiero su verdadero contenido económico e imperialista.

En este mismo sentido, «Solidaridad Obrera» publicaría el 5


de agosto de 1916, un articulo editorial manteniendo las
mismas tesis que el autor citado y criticando la postura de los
que defendían el intervencionismo en contra de las potencias
centro europeas, en nombre de la libertad o de la democracia.

«La guerra actual —decía la «Soli»— no se diferencia de

714 Sería publicado con posterioridad en forma de folleto de 47 páginas.


las otras guerras que han ensangrentado el mundo; sus
causas y su finalidad son idénticas a las guerras anteriores.
El predominio industrial y comercial es lo que se ventila
(...).

Lo lamentable, es que engañados por las campañas


tendenciosas de la prensa beligerante, una pléyade de
militantes sinceros, en vez de preparar la huelga general
revolucionaria, cargaron con la mochila, creyendo en
realidad que iban a las trincheras a defender la Libertad y la
Justica...»

Hasta tal punto fue radical la posición pacifista de la CNT, que


es en estos momentos cuando se va a producir la ruptura de las
relaciones entre la CNT y la CGT francesa, la anteriormente
admirada e imitada central sindicalista, debido a la posición
ambigua de ésta ante el problema de la guerra. Ello a pesar de
la actitud claramente contraria al conflicto que habían
manifestado importantes dirigentes de la misma, como
Merrheim, Pericat o Bourderon, los cuales se oponían a la
política seguida por su secretario general Jouhaux, llegando a
asistir a la famosa Conferencia pacifista internacional de
Zimmerwald, y a firmar —Merrheim y Bourderon— el
manifiesto antibélico que ésta elaboró 715.

715 A. BARJONET «La CGT. Un análisis crítico del sindicalismo francés», Barcelona
1971, p. 29. La posición de Merrheim y Bourderon contraria a la guerra («esta guerra no es
nuestra guerra») sería ampliamente divulgada en los medios confederales. «Soli»
2-agosto-1916: «Contra la guerra», se hece eco de ella. Por otra parte, los acuerdos de la
Conferencia internacional contra la guerra de Zimmerwald (septiembre de 1915) serían
con frecuencia recordados en la prensa confederal y su influencia es visible en los
manifiestos cenetistas sobre el tema de la guerra. «Soli» 19-noviembre- 1918, días después
de finalizado el conflicto bélico, publicaba un extracto del manifiesto redactado en aquella
Así, en el Congreso nacional de la FNOA, celebrado en
Valencia en diciembre de 1918, Buenacasa se referiría a esta
ruptura de las relaciones con la CGT, al igual que Emilio Mira,
quien diría que ello era debido a la «orientación torcida
adoptada por la Confederación del Trabajo de Francia, que no
ha respondido a los principios internacionalistas» 716.

El 10 de mayo de 1917, la CNT celebraría una Asamblea


extraordinaria en contra de la guerra. A esta Asamblea
asistirían, convocados por la CRT catalana, los organismos de la
CNT, así como los Ateneos Sindicalistas y la Federación Local de
Grupos Anarquistas, asistiendo también una delegación de las
Juventudes Socialistas de Barcelona. La Asamblea que se
celebró en el Centro Obrero de la calle Mercaders de
Barcelona, acordaría recrudecer la campaña
antiintervencionista y relizar numerosos actos públicos en este
sentido. Pero, además, como se informase por algunos
delegados que la UGT estaba enviando circulares a sus
secciones preguntándoles si eran partidarias de la intervención
en la guerra, se acordó el nombrar a un delegado para que
fuese a Madrid a cerciorarse de la certeza o no de estas
informaciones cerca de los órganos de dirección de la UGT,
instándoles, además, a que, si ello fuera así, desistieran de su
actitud o, en caso contrario, la organización cenetista catalana
rompería el pacto de unidad de acción que entonces unía a las
dos centrales717.

El designado para realizar tal misión fue el entonces director

Conferencia.
716 Vid. las actas del mismo en DÍAZ DEL MORAL, op. cit., p. 432-458.
717 «Soli» 21-mayo-191T, p. 1.
de «Solidaridad Obrera» José Borobio. Su gestión en Madrid no
fue muy bien comprendida por los socialistas que le recibieron
—Besteiro, Largo Caballero y Vicente Barrio— a quienes
Borobio comunicó el acuerdo de Barcelona y exhortó a que
realizasen campaña anti-intervencionista.

La incomprensión y sospecha de los líderes socialistas ante la


gestión de Borobio no era del todo injustificada, dado que por
entonces se venían extendiendo ciertos rumores en el sentido
de que la pasión pacifista de la CNT venía determinada por el
dinero que los agentes alemanes estarían entregando a la
Confederación y a su órgano «Solidaridad Obrera», para evitar
la entrada de España en la guerra, tras la declaración del
bloqueo submarino alemán de los puertos españoles —lo que
venía a reducir de manera muy importante las posibilidades
exportadoras de España a los países beligerantes—. El propio
Ángel Pestaña se referiría con posterioridad, en su
autobiografía, a la existencia real de una subvención alemana
al periódico confederal para que hiciese campaña
anti-intervencionista y anti-aliada718.

La actitud de los socialistas y la extensión del citado rumor,


provocarían la publicación por la CNT de un largo e importante
manifiesto en «Solidaridad Obrera», en el que ésta no sólo
venía a desmentir categóricamente su relación con el espionaje
alemán, sino que venía a reafirmar su fe pacifista e

718 A. PESTAÑA «Lo que aprendí...», p. 66 y ss. Según Pestaña, una de las
manifestaciones de ello serían una serie de artículos en contra de la emigración a Francia,
denunciando el mal trato que recibían los emigrantes españoles en este país, que entonces
publicaría «Solidaridad Obrera», los cuales estarían escritos en la propia Embajada
alemana (Id. p. 68). Véase, por ejemplo, «Soli» 28-febrero-1916.
internacionalista, por encima de toda sospecha. Decía el
manifiesto:

«Las coincidencias que puede haber con las campañas de


los guerreristas neutralistas de ocasión son sólo aparentes,
porque en el fondo y en todos sus aspectos nuestra prédica
antiguerrera es dirigida contra todas las formas del
militarismo y del patriotismo, contra el espíritu gregario y
de subordinación»719.

Pero, quizá, lo más destacado del mismo esté precisamente


en la afirmación tajante de internacionalismo proletario que
hace la Confederación, cuyo origen basa la CNT en las teorías
de Marx y Bakunin:

«¿Cuál es el nervio del internacionalismo? En toda su


robustez nos lo presentaron Carlos Marx y Miguel Bakunin.
Nosotros lo defendemos sin importarnos las
consecuencias, y entendemos que después de la guerra los
principios del internacionalismo volverán a ser el acicate de
la Revolución Social.»

Además, el manifiesto cenetista, no se conformaba con una


afirmación internacionalista meramente formal, sino que daba
una idea clara de la concepción que del internacionalismo tenía
la Confederación, expresando cuál era a su entender el
contenido del mismo.

«Nosotros, los obreros españoles —decía el manifiesto—,

719 «Nuestro pensamiento. Manifiesto al pueblo español», «Soli» 25-mayo-1917, P- 1 V


2.
tenemos más afinidad con los obreros de Francia,
Alemania, Rusia, etc., que con la burguesía compatriota.
Esta es nuestra enemiga, para quien no tenemos cuartel, y
el proletariado de los otros países, para defender idénticos
intereses y aspiraciones, es nuestro aliado, nuestro
compatriota en la Internacional que persigue la
desaparición del régimen capitalista.

El único extranjero que merece llamarse enemigo


nuestro, es el capitalista, aunque haya nacido aquí mismo,
porque es quien nos esclaviza y obliga por un salario
irrisorio a que le produzcamos y levantemos riquezas de las
que no habremos de disfrutar.»

Bajo esta concepción del internacionalismo, no cabía para la


CNT la idea de patria, nación, ni siquiera lo que sería la defensa
de la integridad de su territorio, dado que, en definitiva,
cualquier conflicto en este terreno se referiría siempre a
intereses de tipo capitalista, que exceden el ámbito de los del
proletariado. Así, seguía diciendo el importante manifiesto de
la Confederación:

«En esta situación no podemos tener ninguna solidaridad


con el Estado, que es el poder esgrimido por los
capitalistas.

No podemos tener ninguna solidaridad con el Estado, ni


siquiera para defender la integridad nacional. No nos
importa esa integridad; no aceptamos el concepto vulgar
del patriotismo, que es su prolongación.»

El manifiesto, en fin, que estaba firmado por Salvador Seguí,


en nombre del Comité de la Asamblea de Valencia, Francisco
Miranda, en nombre del Comité Nacional de la CNT y Ángel
Pestaña, en nombre del Comité de la CRT de Cataluña,
exculpaba al director de «Solidaridad Obrera», José Borobio, de
toda sospecha de implicación con el espionaje alemán, y
afirmaba que, además del pacifismo del internacionalismo
proletario que inspiraba a la Confederación, ésta se sentiría, en
todo caso, mucho más cercana de la causa de los aliados 720,
que de la de los alemanes, que representaban a «los intereses
de la plutocracia teutona, las despreciables ambiciones de
conquista y dominio económico de los mercados del mundo
sentidos por aquel desenfrenado capitalismo, alucinado por el
poderío militar prusiano», cuya destrucción «no nos entristece,
por el contrario nos satisface, como el de todos los demás
imperialismos, los de ahora y los que surjan».

Ese mismo mes de mayo, la CNT había iniciado ya la campaña


antibelicista acordada en la Asamblea del 10, apareciendo en
«Solidaridad Obrera» una sección fija, titulada «Campaña
antiguerrerista», en la que se denunciaban todos los intentos
políticos de los partidos sospechosos de probelicismo;
campaña que ocuparía un lugar destacado hasta que fue
relegada a un segundo lugar por los preparativos de la huelga
general de agosto. Ello no impediría que, pasados los sucesos

720 «Si por nuestras lógicas inclinaciones sentimentales —diría el manifiesto citado—,
los países aliados atraen nuestras simpatías; si por los procedimientos empleados por el
Estado inglés en el régimen ciudadano de su población; si la Francia, por su gloriosa
tradición revolucionaria, más que por la manera de respetar las libertades públicas del
Estado francés no son tan extraños ni estamos tan alejados espiritualmente como de los
imperios del centro de Europa, hemos de decir igualmente que no por ello podemos ser
intervencionistas, porque la intervención implica la defensa del capitalismo inglés,
francés, etc.»
de agosto, los artículos antibelicistas volvieran a proliferar en el
portavoz confederal. El viejo anarcosindicalista José Prat, cuyas
colaboraciones en «Solidaridad Obrera» se harían muy
frecuentes tras el cambio de redacción efectuado en
noviembre de 1917, vendría a sostener la tesis ya tradicional
del internacionalismo, ahora mucho más radical, si cabe,
negando incluso toda posible preferencia o cercanía de los
valores defendidos por la Confederación a los valores
hipotéticamente sustentados por los beligerantes.

«Ni filias, ni fobias —diría en uno de sus artículos—. Ni


con unos ni con otros. Nosotros, con nosotros y para
nosotros proletarios. El mundo burgués que ha desoído
constantemente nuestras protestas y nuestras peticiones,
bien podría prescindir ahora de nosotros. ¿O es que
solamente con sus dolores debemos ser solidarios?
Demasiado que lo somos a la fuerza. Siquiera no lo seamos
voluntariamente»721.

Otra de las plumas confederales cuyos artículos se verían


profusamente publicados sobre este tema en el portavoz
confederal, sería la de Manuel Buenacasa, quien durante todo
este tiempo, finales de 1917 y a lo largo de 1918, alternaría sus
artículos antibelicistas con otros defendiendo
apasionadamente la revolución bolchevique y a sus más
destacados personajes, como Lenin, Trotsky, etc.

Unos meses antes de que finalizase la guerra, la Federación


Local de Barcelona publicaría un manifiesto importante, en el
que, además de analizar de nuevo el conflicto y expresar cuál

721 J. PRAT «Ni filias ni fobias», en «Soli» 23-noviembre-1917, p. 1.


era el contenido económico que se escondía realmente detrás
de ella («todas las guerras son inherentes al régimen capitalista
y provocadas por las competencias económicas o rivalidades
políticas», se decía), se venía a decir cuáles eran, a su juicio, las
condiciones básicas para su finalización y para asegurar
después una paz verdadera. En primer lugar, la Confederación
creía que la paz no podría conseguirse sino mediante una
intervención «directa» e «intensa» del pueblo en el conflicto,
lejos de todo abstencionismo, pero, «no como beligerante en
pro de unos ni de otros, sino contra todos los gobiernos,
autores unos y cómplices otros, para exigirles la terminación de
esta guerra, de este crimen de lesa humanidad». Y, en segundo
lugar para que esta paz fuese segura y no diese lugar a nuevos
conflictos, pensaba la CNT que habría de ser el propio pueblo el
que la estableciese, «imponiendo una paz sin indemnizaciones
ni anexiones, y dejando en libertad a los pueblos para que
éstos puedan concertar su forma de existir en lo político,
económico y religioso, sin trabas por parte de ningún
Estado»722.

El citado manifiesto se hacía eco, además, de otro, publicado


por los trabajadores franceses por aquellas fechas, en el que
éstos imponían también toda una serie de condiciones que
consideraban indispensables para que la paz que se
consiguiese fuese efectiva. La CNT hacía suyas estas
condiciones, destacándose, desde el punto de vista sindical de
la Confederación, las de tipo social, entre las que se incluía el
establecimiento de las 8 horas de jornada, la semana inglesa, la
instrucción obligatoria y gratuita hasta los 16 años, extensión

722 «Abajo la guerra. Al Gobierno. Al pueblo trabajador», «Soli» 17-abril-1918,


de la ley de accidentes de trabajo a las enfermedades
profesionales, y la extensión y mejora de los retiros obreros.

Finalmente, la terminación de la guerra, el 11 de noviembre


de 1918, fue recibida por la CNT sin gran alegría ni aspaviento,
considerando que, lejos de finalizar la lucha, era en aquellos
momentos cuando comenzaba el gran esfuerzo del
proletariado por liberarse de la opresión económica de la que
era objeto. Según el manifiesto confederal, emitido con este
motivo, la desmovilización arrojaría a los combatientes de
nuevo a su puesto de trabajo y esto les convencería de la
inutilidad de su lucha, del horror que el capitalismo había
provocado en todo el continente, y adquirirían la conciencia
revolucionaria suficiente como para echar abajo el sistema
burgués. El ejemplo de la revolución rusa era lo
suficientemente convincente como para que cundiera en toda
Europa y, especialmente, en España, donde el problema de la
crisis económica y política se venía arrastrando desde hacía ya
tiempo.

«...llegará la reflexión —decía el manifiesto— y los espíritus,


una vez hecha la desmovilización, se horrorizarán de su obra
nefasta y exigirán responsabilidades a los criminales causantes
de la gran tragedia mundial (...), las huestes oprimidas
reanudarán su marcha victoriosa irrumpiendo gloriosamente,
barriendo los obstáculos tradicionales y no deteniéndose en su
carrera hasta conseguir lo que ha sido el anhelo de los
hambrientos de libertad y de justicia durante siglos y siglos»723.

723 «La paz y la revolución», «Soli» 12-noviembre-1918, p. 1.


En definitiva, la posición antibelicista e internacionalista de la
CNT no sufriría mutación alguna a lo largo de toda la guerra,
siendo fiel a los principios pacifistas y del internacionalismo
proletario, que el sindicalismo revolucionario había tomado
tanto de Marx como de Bakunin, y que, en cierto modo, venían
a ser una de las causas de su propio surgimiento.

7. — La CNT ante la revolución bolchevique.

En contra de lo que se ha dicho en más de una ocasión, el


proceso revolucionario ruso fue conocido por los medios
confederales desde su mismo inicio, de la misma manera que
venían siendo conocidos los movimientos pacifistas que los
revolucionarios rusos realizaron desde el inicio del conflicto
europeo. La Conferencia internacional de Zimmerwald, en
contra de la guerra, a la que nos hemos referido
anteriormente, y otros actos de este tipo tuvieron un oportuno
eco en la Confederación. De la misma manera, se siguieron con
toda intensidad las primeras noticias que llegaban de la lejana
Rusia sobre el derrocamiento del Zar y todos los sucesos
posteriores, que desembocarían en la realización de la
revolución socialista de octubre.

Ya en enero de 1917, quizá por una defectuosa información,


«Solidaridad Obrera» se adelantaba a los sucesos, anunciando
la caída del Zar en Rusia724. Sin embargo, las primeras noticias

724 «En Rusia ha caído un liberticida», «Soli» 5-enero-1917, p. 1.


reales del inició del proceso revolucionario no serán publicadas
sino en marzo. «Solidaridad Obrera» se haría eco del mismo en
su número del 20 de marzo. El 22, con muchos más datos que
en las primeras informaciones, en su editorial «Los
revolucionarios reaccionarios» el portavoz confederal
informaba de la toma del poder por el Gobierno provisional, y
se quejaba del carácter reaccionario y burgués de éste, el cual,
según sus informaciones, había comenzado a fusilar a los
elementos más avanzados, para evitar ir mucho más allá en el
proceso revolucionario («ni quieren pasar de una democracia
constitucional», decía el editorial).

De este hecho, el periódico confederal sacaba las primeras


consecuencias: esto es, decía, «una prueba más de que con la
burguesía, es decir, con sus elementos, no se puede ir a
ninguna otra parte, pues el pueblo, los obreros, los desvalidos,
siempre serán engañados y saldrán perjudicados. La tiranía, la
arbitrariedad y el abuso no desaparecerán por más
revoluciones que se hagan, si la autoridad no sale de una de
ellas tan aplastada como el Poder que se quería derrumbar».
Sin embargo, este razonamiento, que si bien puede
considerarse perfectamente coherente con los planteamientos
políticos clásicos de la Confederación, no era en absoluto
coherente con la actitud que la propia CNT adoptaría con
respecto a los sectores republicanos un poco más tarde
—influida, quizá, por el éxito del proceso revolucionario
ruso—, cuando llegó a una inteligencia con ellos para la
declaración de la huelga general de agosto.

Sin embargo, a pesar de estas primeras noticias, tomadas


generalmente de la prensa extranjera —aliada—, y que tenían
un cierto tinte confuso, poco a poco se fueron conociendo más
detalles del proceso revolucionario y de sus primeras
conquistas, aún bajo el Gobierno provisional. Así, el proceso
revolucionario ruso iría aumentando el optimismo
revolucionario cenetista y su fe, casi ciega, en la indefectible
caída del sistema capitalista. El V Congreso de la FNOA, que se
celebraría en Zaragoza, del 22 al 24 de mayo de 1917, reflejaría
claramente este estado de opinión de los medios sindicalistas,
cuando el Consejo federal, en la Memoria que presentaría al
mismo, llamaba a la unidad de todos los campesinos y a formar
una gran «Confederación Universal de los trabajadores», dado
que, según su criterio, el momento revolucionario se acercaba,
y la revolución rusa no era sino el anuncio de la caída del
sistema capitalista: «el actual régimen burgués se bambolea
—decía— el capitalismo y el Estado político se precipitan hacia
su ruina; la guerra actual, provocando movimientos
revolucionarios como el de Rusia y otros que,
indefectiblemente han de sucederle, aceleran su caída»725.

La revolución rusa venía, pues a tener una doble vertiente en


la perspectiva revolucionaria cenetista. Por una parte, venía a
suponer un ejemplo claro de la posibilidad de derrocamiento
de los sistemas autocráticos y de la debilidad del propio
sistema burgués democrático, cuando el proletariado actuaba
unido. Por otra parte, el éxito revolucionario ruso le daba una
nueva perspectiva a la guerra europea y a su final, al ser el
pueblo ruso el que ejercía el poder en aquella nación.
«Después de la revolución rusa —diría José Negre— la guerra
fatalmente ha de tener consecuencias radicales y

725 Ver las actas del citado Congreso en DÍAZ DEL MORAL, op. cit., p. 418 y ss.
trascendentalísimas en la finalidad de la misma y en el régimen
interior de las naciones, tanto en el aspecto político como en el
económico» 726.

Así, en el primer sentido, relataba Negre cómo los


revolucionarios rusos «no han abandonado los intereses del
proletariado que representaban en manos de los capitalistas,
como hicieron los socialistas y sindicalistas de los países
aliados», y, por el contrario, constituyeron el «Soviet, es decir,
el Consejo de obreros y soldados», para oponer su poder al
poder de la burguesía, representada en el Gobierno
provisional, de tal manera que ésta «ha tenido que claudicar,
reconocerle personalidad propia, aceptar su participación
directa y efectiva» al pueblo. Quedaba así claro que «la
verdadera fuerza radica[ba] en el proletariado» 727.

En el segundo sentido, al ser el propio pueblo ruso el que


tenía el poder efectivo, se hacía más posible no sólo el que
fuese el pueblo el que pusiese punto final a la guerra, por
encima de la voluntad de los Gobiernos —deseo éste múltiples
veces manifestado por la Confederación 728—, sino que también
el final de la misma no respondiese ya a los intereses exclusivos
que la habían ocasionado. Como diría también Negre en el
citado artículo: «La guerra, pues, ya no la dirije la burguesía, ya
no obedece su continuación a satisfacer los intereses de ésta,

726 J. NEGRE «La guerra y sus consecuencias político económico sociales», II, «Soli»
13-junio-1917, p. 1.
727 Idem.
728 El propio Buenacasa se había manifestado con frecuencia en este sentido, con
anterioridad. Vid., por ejemplo, «La gran verdad. La Conferencia de Estocolmo», en
«Soli» ll-junio-1917, p. 1.
como tampoco su terminación será dictada por lo que
convenga a los egoísmos de la casta plutocrática; ahora, en la
guerra se debate una cuestión de principios, de libertad y de
progreso para los pueblos, no sólo para los pueblos
vencedores, sino para todos los pueblos, tanto para los
derrotados como para los victoriosos».

Sin embargo, va a ser con la toma del Poder por los


bolcheviques, formal y realmente, cuando se va a producir la
verdadera euforia revolucionaria en los medios sindicalistas. La
revolución de febrero no había logrado ocultar, a pesar de
todo, su carácter «burgués» a los cenetistas españoles; aspecto
que éstos nunca dejaron de criticarle. Es el paso de la
revolución democrática a la revolución socialista lo que va a
provocar verdaderamente sus simpatías.

Efectivamente, la revolución socialista de octubre suscitó


desde las primeras noticias que de ella se tuvieron, una
enorme muestra de simpatía y adhesión en los medios
confederales; muestras de simpatía que fueron aún más
apasionadas en los propios medios anarquistas, que vieron en
ella una verdadera realización de los «principios de la justicia y
de la equidad del comunismo anarquista»729.

El mismo día que se celebraban las elecciones municipales,


—primeras tras la huelga general de agosto de 1917—, el 11 de
noviembre, «Solidaridad Obrera» daba la noticia de la

729 «Tierra y Libertad» 21-noviembre-1917. Sobre las reacciones de los sectores


anarquistas ante la revolución bolchevique, vid. G. H. MEAKER, op. cit., p. 145 y ss.
Buenacasa llegaría a decir de aquella época: «Para muchos de nosotros —para la
mayoría—, el bolchevique ruso era un semidiós, portador de la libertad y de la felicidad
comunes» («El movimiento...», cit., p. 64).
revolución bolchevique. Bajo un titular a toda plana en el que
se decía «Nuestra candidatura: libertad inmediata de todos los
presos por cuestiones políticosociales y sobreseimiento de las
causas instruidas.— Justicia, trabajo, respeto. Reconocimiento
de la personalidad obrera», y al lado de un artículo editorial
titulado «Las elecciones son una porquería», (y en el que se
venían a decir cosas como: «la lucha electoral es lo más
asqueroso, lo más repugnante, lo más indigno, lo más canalla
que hemos visto»), se refería el órgano confederal al hecho
revolucionario ruso en otro pequeño artículo editorial titulado
«La revolución rusa en marcha».

En este editorial, el portavoz confederal venía a encontrar la


justificación del golpe bolchevique —de los «maximalistas»,
como se solía decir entonces— en la exasperación producida
por la intención del Gobierno provisional de prolongar la
guerra, cumpliendo con los compromisos internacionales
contraídos por el Gobierno zarista.

Sin embargo, lo más destacable de la reseña de «Solidaridad


Obrera» es el hecho de que el órgano confederal justifique su
propia simpatía hacia la revolución, clarificando así la visión
que de la misma tenía la CNT. Y esta justificación la encuentra
precisamente en uno de los aspectos económicos de la misma:
el reparto de tierras a los campesinos, «poniendo en práctica la
fórmula bien conocida: “la tierra para los que la trabajan”». Así,
decía la «Soli»:

«Esta sola decisión, en todo un poema de libertad, es la


aurora de la emancipación económica, por la cual, los
campesinos rusos tanto suspiraban cuando trabajaban para los
grandes duques, y es una decisión que, por sí sola, hace
simpática a la grandiosa revolución rusa»730.

En este sentido se manifestaría también Manuel Buenacasa


en un artículo titulado «¡¡Rusia!!», en el que venía a comentar
las conquistas sociales conseguidas en la ciudad de Cronstand
—cuyo papel en la revolución de octubre fue decisivo—, las
cuales —decía Buenacasa— el Gobierno bolchevique extendía
a todo el pueblo ruso. Así, sin llegar a decir, como habían
hecho otros, que en Rusia se había implantado el anarquismo,
alababa las conquistas económicas de la revolución y el
carácter liberador de la misma:

«Incapaces de afirmar que el Anarquismo se implante en


Rusia como consecuencia de la revolución, podemos no
obstante señalar el caso de Crostand 731 , y la misma
revolución realizada con carácter libertador verdadero»732.

En la perspectiva sindicalista de la CNT, para la cual el


aspecto económico de la revolución no sólo era uno más, sino
el más importante, sin el cual no podía una revolución ser
considerada como tal, es lógico que este aspecto fuese de por
sí algo que inspirara su adhesión incondicional, sin apenas
preocuparse de los otros aspectos de la misma. Así, el caso
ruso era un proceso revolucionario iniciado, que «durará varios
años, hasta que el pueblo haya conseguido el máximo de

730 «Soli» ll-noviembre-1917, p. 1: «La revolución rusa en marcha».


731 Sic. En otro párrafo decía: «desde mayo del presente año, después de la revolución
que hiciera rodar el trono de los zares, se vive en Crostand en plena libertad económica y
política».
732 En «Soli» 12-noviembre-1917, p. 1.
libertad o la libertad absoluta», pero era ya un ejemplo a imitar
por los revolucionarios españoles:

«Los rusos nos indican el camino a seguir. El pueblo ruso


triunfa: aprendamos de su actuación para triunfar a
nuestra vez, arrancando a la fuerza lo que se nos niega y lo
que se nos detenta»733.

Sin embargo, no puede decirse que la adhesión de los


cenetistas a la causa bolchevique fuese tan ciega e
incondicional como lo fue la inspirada en los medios
anarquistas en estos primeros momentos. Por el contrario, la
adhesión al proceso revolucionario ruso en los medios de la
Confederación se hizo no sin ciertos resquemores, que, de
cualquier manera, no llegaban a apagar el optimismo
revolucionario que inspiraba.

En primer lugar, y ya en estos primeros momentos, a pesar


de la conocida intención pacifista de los maximalistas rusos, la
revolución de octubre inspiraba a la CNT un cierto temor de
que fuese a ocasionar una prolongación del conflicto bélico
europeo, lo que era algo que el pacifismo cenetista repudiaba a
todas luces. Y así, sin explicar mucho la causa de esta sospecha,
la CNT entendía que «el triunfo de la revolución rusa implica de
momento, que la paz se retarde, que la ansiada paz no llegue
todavía, que la guerra continúe, que la matanza europea, tan
bárbara, tan sangrienta, tan horrible y tan monstruosa no
tenga aún final, que no cese ese horrendo espectáculo que
tanto se extiende y que amenaza cada día extenderse más».

733 «Soli» ll-noviembre-1917, p. 1.


Por ello, el aplauso cenetista a la revolución rusa venía ya en
principio un tanto apagado:

«A pesar de todo, aplaudamos la revolución rusa,


lamentando que pueda originar momentáneamente el
retraso de la deseada paz»734.

Pero, además, cuando ya las noticias eran más completas,


laCNT seguiría manteniendo cierto distanciamiento de los
planteamientos revolucionarios de los bolcheviques, a pesar de
su apoyo global al proceso revolucionario que éstos estaban
realizando. En noviembre de 1918, conmemorando el primer
aniversario de la toma del poder por los bolcheviques,
«Solidaridad Obrera» publicaría en su primera página un
extenso artículo del periodista francés Henriette Roland Holst,
en el que se daba una extensa información sobre las primeras
realizaciones de los revolucionarios rusos en el campo
económico y social, así como en el político; y publicaría,
además, un extracto del trabajo de Lenin «Nuestra Prensa»,
publicado inicialmente en «Pravda», el 20 de octubre de 1918.
Al final del artículo citado se venía a hacer el siguiente
comentario: «Tal es, en este orden de cosas, la organización
económica, fundada e improvisada por el Gobierno
bolchevista. Esta organización es discutible, pero debemos
aceptar y reconocer que es seria y es lógica; y esto no es poco
en estos tiempos de incongruencias, repetidas por todos los
estados capitalistas que en el mundo han sido»735.

734 «Soli» 12-noviembre-1917, p. 1: «Notas a la revolución rusa».


735 «Un año de dictadura proletaria. Noviembre de 1917-18», en «Soli» 24-
noviembre-1918, p. 1 y 2. El subrayado es mío.
El primero de diciembre de ese mismo año, el órgano
confederal publicaría la segunda parte de este trabajo,
ocupando también toda su primera plana, y destacando el
título del mismo: «Un año de dictadura proletaria: 1917-18. La
obra social y económica de los Soviets rusos». Al citado artículo
acompañaba una nota de la redacción de «Solidaridad Obrera»
en la que ésta resaltaba la importancia de la labor
transformadora «que en todos los órdenes de la vida han
realizado los trabajadores rusos, en un año tan sólo que ellos
son los dueños del poder»736.

«Idealistas sinceros, pero hombres prácticos y realistas a


la vez —añadía «Soli»—, lo menos que podemos desear es
que en España se produzca una transformación tan
profunda por lo menos como en Rusia, y para ello es
necesario que los trabajadores españoles, manuales e
intelectuales, sigan el ejemplo de aquellos héroes
bolchevistas.»

Artículos como éstos, publicados en la primera página del


órgano confederal, donde se informaba detalladamente de la
nueva estructuración del poder en la Rusia soviética con títulos
como el indicado, y en donde abundaban palabras como
dictadura del proletariado, toma del poder, gobierno del
pueblo, etc., no permiten alegar ignorancia de lo que
realmente estaba ocurriendo allí, en cuanto a la nueva
organización de la sociedad salida de la revolución.

Estos planteamientos bolcheviques y sus realizaciones


tendrían necesariamente que entrar en choque con el

736 El subrayado es mio.


contenido anarquista implícito en el sindicalismo
revolucionario y en el anarcosindicalismo en expansión dentro
de la CNT. Sin embargo, lo avanzado de las conquistas sociales
que entonces se producían en Rusia era lo suficientemente
grande y deslumbrante como para impedirles ver la otra
realidad —que ellos siempre habían negado— en base a la cual
se habían podido conseguir todas esas conquistas: la existencia
de un poder organizado, de un gobierno, que no por estar en
manos de los trabajadores dejaba de tener las características
típicas de todo mecanismo de gobierno. Lo curioso es que ni
siquiera esto era absolutamente desconocido para ellos, y los
propios anarquistas comenzaron entonces a tratar de conciliar,
ante la eficacia del poder soviético, sus propias convicciones
anárquicas con los planteamientos que inspiraban y se
realizaban en la revolución rusa.

Así, palabras como las anteriormente citadas, o ideas en ellas


implícitas, como gobierno, autoridad, coacción, violencia, etc.,
tenían que ser necesariamente asimiladas y conciliadas con
ideas que eran absolutamente su contradicción. En «Tierra y
Libertad», por ejemplo, se llegó a escribir que la instauración
del anarquismo requeriría también un «período revolucionario
de muchos años», en el cual los revolucionarios anarquistas
ejercerían el poder, para asegurar el triunfo de la revolución. Y
ello era así porque la revolución equivalía a guerra, violencia, y
la guerra exigía la presencia de «dirigentes y autoridad», por lo
tanto no tendría nada de extraño el que los militantes
anarquistas tuvieran que ejercer el poder, la autoridad, aun de
forma dictatorial, para conseguir la instauración de la
anarquía737. ¿En qué consistía entonces la diferencia entre la
realización del comunismo marxista y la del comunismo
anarquista? De cualquier manera, estos planteamientos no
tienen por qué resultar del todo extraños ni ser producto,
como digo, de una total desinformación, dado que en
circunstancias bastante diferentes y sin estar en proceso la
realización de una verdadera revolución social, los anarquistas
españoles llegarían a soluciones similares en un momento muy
posterior, aceptando la entrada en el Gobierno de la República
durante la guerra civil española.

Sin embargo, como digo, la reacción de los sindicalistas de la


CNT —tanto los revolucionarios o «puros», como los
anarquistas— no pecó nunca de tan apasionada, y no dejó de
ver las posibles contradicciones que entre esta realización del
socialismo y sus propias convicciones sindicalistas existían.

En este sentido, cuando el dirigente socialista Andrés Saborit,


en una conferencia pronunciada en el teatro Goya de
Barcelona, en diciembre de 1918, resaltó la aparente
contradicción que existía en la conducta de la CNT, al «hacer el
panegírico de la revolución rusa y sus resultados, que son
eminentemente políticos, y luego combatir la actuación
política», la Confederación le respondió airada, en un editorial
publicado en «Solidaridad Obrera»738, diciendo que «algo más

737 «Tierra y Libertad», 26-diciembre-1917. En similar sentido se manifestarían también


otros números del citado órgano anarquista ese mismo mes (véase: 5, 12 y 19 diciembre
1917). También el órgano de la anarcosindicalista FNOA «La Voz del Campesino» (el
30-diciembre-1917, el 15-enero-1918, el 30-marzo-1918, el 30-abril-1918, etc.) y otros
periódicos anarquistas a lo largo y ancho del país.
738 «Ligeros comentarios al mitin de las izquierdas», «Soli» 10-diciembre-1918, p. 1.
Sobre la actitud del socialismo español ante la revolución bolchevique véase C.
paradójico resulta que los teorizantes de las doctrinas
marxistas se opongan a que la aplicación de esas doctrinas sea
una realidad» —refiriéndose con ello a las reticencias del
socialismo oficial español ante el fenómeno de la revolución
rusa— «pues, al fin y al cabo, la revolución rusa no otra cosa
hasta hoy representa que el marxismo aplicado en su forma
más radical». Pero, entrando más de lleno en la conceptuación
que la revolución rusa le merecía, añadía el editorial del
portavoz confederal:

«Creemos haber dicho bastantes veces que la revolución


rusa, hasta su estado actual, no llena totalmente nuestras
aspiraciones, pues la consideramos fundamentalmente
incompleta.»

Sin embargo, reiteraba, una vez más, y a pesar de todo, su


adhesión a la misma:

«Pero esta laguna que hallamos al examinarla en su


conjunto no nos obliga a combatirla.

Admiramos y propagamos la revolución rusa por dos


cuestiones diferentes. Como movimiento revolucionario
que tiende a demostrar al pueblo de lo que es capaz
cuando se lo propone, una, y como principio de
cooperación social la otra. En estos dos aspectos se nos
hace simpática la revolución rusa.»

Así, entrando aún más en el terreno de las ideas, la CNT trató


de diferenciarse perfectamente de las que correspondían a los

FORCADELL «Parlamentarismo y bolchevización», Barcelona 1978, p. 241 y ss.


dirigentes bolcheviques, evitando la confusión con las mismas,
y haciendo que su adhesión fuese más a su obra que a las ideas
que representaban.

«Sin compartir en absoluto las ideas de Lenin y de


Trotsky, —decía «Solidaridad Obrera» conmemorando el
primer aniversario de la revolución bolchevique—,
queremos como trabajadores y revolucionarios rendir
tributo de admiración a la audacia y a la inteligencia de
aquellos hombres, que sin estar en absoluto identificados
con nuestras ideas, han sabido dar para el pueblo
productor, realizando la revolución más trascendental que
vieran los siglos, garantías seguras para un porvenir
mejor.»

Y, por si cupiera alguna duda sobre las diferencias existentes


entre las concepciones de ambos —revolucionarios rusos y
CNT—, añadía: «Si viviéramos en Rusia, combatiríamos tal vez
el Gobierno allí constituido; pero vivimos en España, y como
enemigos del régimen capitalista y del Estado, nos place
sobremanera en estos momentos en que parece que incluso el
socialismo se pone de parte de las formas burguesas de
gobierno, señalar la santa intransigencia de los socialistas
rusos, tomando como punto de partida la obra eminentemente
proletaria realizada por ellos»739.

El propio Manuel Buenacasa, de reconocida filiación

739
«Soli» 24-noviembre-1918, p. 1: «Primer aniversario de la República de los Soviets».
Unos meses antes, el 5 de septiembre de 1918, «Soli» había publicado extractos del trabajo
de Lenin «El socialismo y la guerra».
anarcosindicalista, secretario general de la CNT entonces740,
llevado más por su concepción de dirigente sindical, más
realista, que por un anarquismo apasionado e idealista, se
referiría también a las diferencias ideológicas existentes con los
dirigentes de la revolución rusa.

En un artículo, titulado «Las ideas de Lenine» publicado en


«Solidaridad Obrera», el 13 de septiembre de 1918, Buenacasa
trataba de clarificar el confusionismo reinante entre los medios
anarquistas y establecer con precisión las diferencias entre el
«maximalismo» de los bolcheviques y el anarquismo.

Después de dar algunas de las características del


«maximalismo» o bolchevismo, y recoger algunas notas
históricas de Lenin sobre el nacimiento del mismo y su
diferencia con el «menchevismo», recalcando el importante
papel que el Estado jugaba en esta concepción, decía
Buenacasa:

«El maximalismo, socialismo de Estado, es menos que el


sindicalismo, que atribuye a las organizaciones obreras las
funciones administrativas, lo que parece más lógico.

Del anarquismo está aún más lejos; esto no es óbice para


que los anarquistas hayan apoyado con todas sus fuerzas el
movimiento revolucionario de Rusia.»

El mismo Buenacasa se encargaría de divulgar bastantes de

740 De agosto a diciembre de 1918.


los aspectos ideológicos de la revolución rusa, haciendo
frecuentes reseñas sobre la misma y sus personajes más
destacados, en el periódico confederal741.

Pasando de nuevo del terreno de las ideas al más concreto


de las conquistas sociales y políticas de los rusos, una de las
reformas que llamaba la atención de los sindicalistas españoles
era la supresión de la propiedad privada y el establecimiento
de la igualdad más absoluta entre todos los ciudadanos.
Buenacasa reconocía como el mayor mérito de la revolución
rusa el haber conseguido «plena libertad económica y política»
y el establecimiento del «Municipio comunista» 742 . C.
Desmoulins relataba cómo la aristocracia y la alta burguesía,
«disputadora de injustos privilegios, usurpadora, opresora y
tiránica» en el pasado, se encontraban ahora sometidas a las
leyes igualitarias del comunismo, «a una nueva ley equitativa, a
una ley humana que reparte fortuna e impone a todos el
mismo esfuerzo y el mismo deber»743.

El propio Comité Nacional de la CNT se pronunciaría en este


sentido, en su manifiesto «La paz y la revolución», publicado
con motivo del fin de la guerra mundial y que llevaba como
subtítulo la frase de Lenin: «Solamente el proletariado debe ser
el dueño del Poder» 744. Reconocía la Confederación que la
revolución rusa había abolido la «explotación del hombre por

741 También lo haría sobre los revolucionarios alemanes. Véase, por ejemplo, sobre
Trotsky, el 30-mayo-1918, p. 1; sobre Liebknecht, el 12-noviembre-1917. p. 1, etc.; todos
ellos sumamente laudatorios.
742 «¡¡Rusia!!», «Soli», 12-noviembre-1917, p. 1.
743 «Rusia», «Soli», 23-septiembre-1918, p. 1.
744 «Soli», 12-noviembre-1918, p. 1.
el hombre», la propiedad privada y había establecido las leyes
del comunismo, la libertad y la justicia.

«Aquellas ideas consideradas abstractas son hoy


realidades prácticas y positivas. Sin necesidad de que exista
la propiedad privada y el capitalismo, la humanidad puede
vivir mejor y desarrollarse en condiciones más ventajosas,
ya que la propiedad privada es el germen de toda
desigualdad entre los hombres.»

Y era precisamente esta supresión de la actividad privada, del


capitalismo y, por lo tanto, de las clases sociales, lo que
permitía la existencia de la libertad, que, de otro modo, era
una pura entelequia. Porque, concluía el Comité Nacional de la
CNT: «No puede haber libertad habiendo clases. Podrá constar
en los libros de la ley esta hermosa palabra, pero quedará
reducida al capricho del legislador el día que el trabajador,
escarnecido o hambriento, pretenda reclamar lo que es suyo,
lo que con su esfuerzo mental o corporal haya creado».

La FNOA, influenciada también por la experiencia


socializadora rusa, y en su afán por convertir en realidad su
lema «la tierra para los que la trabajan», consideraba en su VI y
último Congreso nacional (Valencia, 25 al 27 de diciembre de
1918) que los campesinos españoles debían estar preparados
para evitar los múltiples problemas que en Rusia surgieron en
el momento de la «repartición de las tierras»745.

Por otra parte, desde el punto de vista estrictamente político,

745 Véanse las actas del mismo en J. DÍAZ DEL MORAL, op. cit., p. 432-458.
las ideas de la Confederación sobre la estructuración política de
la nueva sociedad no eran demasiado claras, porque, en
realidad, la propia situación política rusa era un tanto confusa
en los primeros momentos de la revolución. Se hablaba de la
«toma del poder» por el proletariado, y ello se aceptaba sin
ningún tono crítico que pudiese hacer recordar el contenido
anarquista de la Confederación, de la misma manera que se
aceptaban —como ya vimos— expresiones como «dictadura
del proletariado», etc.

En noviembre de 1917, Buenacasa establecía un parangón


entre los soviets rusos y las FEDERACIONES locales obreras:
«Los Soviets representan hoy en Rusia, lo que en España las
FEDERACIONES obreras, aunque su composición es más
heterogénea que éstas, puesto que no son organismos de clase
aunque la mayoría de sus componentes sean obreros y en los
que tienen una influencia preponderante los llamados
maximalistas, anarquistas, pacifistas que siguen a Lenine y a
Máximo Gorki» 746. En este mismo artículo, Buenacasa dudaba
de conceptuar al órgano rector de la política rusa como
gobierno, y, así, ponía un signo de interrogación detrás de esta
palabra, cuando relataba que «el Soviet se ha hecho cargo del
poder nombrando a Lenine presidente del gobierno (?)».

Esta confusión quedó también manifiesta cuando


«Solidaridad Obrera», en su editorial «Supresión plausible» 747,
consideraba como una de las más avanzadas reformas políticas
de los bolcheviques la supresión de los tribunales de justicia

746 «¡¡Rusia!!», «Soli» 12-noviembre-1917, p. 1.


747 «Soli» 10-diciembre-1917, p. 1.
(«A los delincuentes no se les juzgará según el código, sino
según la conciencia» decía). La influencia anarquista impedía
en muchos casos —como éste— la plena y correcta
comprensión de las transformaciones que en Rusia se
realizaban, y con frecuencia se tendía a malinterpretar las
informaciones que se recibían, adaptándolas a lo que era más
un deseo cenetista, con evidentes tintes anárquicos, que una
realidad748. Así, el antinormativismo, el antiinstitucionalismo
clásico anarquista sería en este caso el causante de esta
defectuosa interpretación de la noticia de la sustitución por los
revolucionarios bolcheviques de la —dicho en términos
generales— legalidad burguesa por la legalidad revolucionaria.
Decía, en este sentido, el editorial:

«Ya no es una utopía juzgar según la propia conciencia.


Ya no es un sueño suprimir los códigos penales, esa
amalgama de disposiciones que imposibilitan al ser
humano desarrollarse según sus propias inclinaciones.

Un pueblo que dispone la supresión de esos hombres


llamados a administrar la justicia, que considera como un
sacrilegio el que un hombre se juzgue con derecho a juzgar
a otro hombre, está muy por encima de la mentalidad que
le atribuyen los plumistas burgueses que dogmatizantes del
principio estatal, juzgan locura todo cuanto esté
encaminado a suprimir las prerrogativas del Estado.»

748 Lo parco y aislado de las noticias que de Rusia se recibían era también causa
fundamental de estas defectuosas informaciones. En este mismo editorial, «Soli» se
disculpaba por no informar más frecuentemente sobre los sucesos rusos: «eran muy
incoherentes todas las noticias que de allí recibíamos, y por esta razón creíamos necesario
ser parcos con todo lo que de allí se recibiera».
Más adelante, una información más correcta y completa de
los acontecimientos rusos permitiría a la CNT adquirir una idea
más adecuada de lo que allí sucedía. Los artículos citados de H.
R. Holst sobre las conquistas soviéticas publicados en
«Solidaridad Obrera» en noviembre de 1918 son una buena
muestra de ello. Ya vimos también cómo los análisis
ideológicos que a partir de entonces se realizaron sobre la
revolución soviética y sus más destacados líderes, implicaban
un mayor conocimiento de la situación.

En fin, aún en ese período, cuando ya se llevaba más de un


año de revolución, había quien se quejaba de la poca
información que se daba al pueblo sobre la revolución rusa,
sobre todo teniendo en cuenta el efecto revulsivo que ésta
podía tener sobre la conciencia de la clase trabajadora
española749. Incluso, José Viadiu había propuesto que el tema
de la revolución rusa y sus enseñanzas fuese uno de los temas
específicos a tratar por el Congreso Regional de Sants750.

Otra de las manifestaciones claras de adhesión cenetista a la


causa de la revolución soviética fue su actitud en torno al tema
de la creación de una nueva Internacional.

La idea no era nueva y ya nos hemos referido a la


participación de la CNT en algunos de los intentos realizados
con anterioridad a la guerra europea751. Pero ahora el intento

749 «Las reformas vigentes en Rusia, expuestas con serenidad, son capaces de convencer
a cualquier pueblo y de estimularlo a que las desee implantar» (M. GIRBAU «Descuido
lamentable», en «Soli» 25-noviembre-1918, p. 1).
750 J. VIADIU «En vísperas del Congreso», en «Soli» 17-junio-1918, p. 1.
751 La Conferencia internacional de Londres, de septiembre de 1913. Congreso de la paz,
de El Ferrol, en abril de 1915.
tenía otro significado muy distinto y eran muy otros los
organizadores de la misma.

Con el estallido de la guerra europea y la actitud de la II


Internacional ante el conflicto, ya durante ésta había surgido
en el ala izquierda de la socialdemocracia europea la idea de
formar una nueva Internacional que representase realmente
los intereses del proletariado europeo y recogiese el espíritu
internacionalista que había estado presente en la Primera y
que la Segunda Internacional había abandonado. Las
conferencias de Zimmerwald y de Kienthal, durante el
conflicto, constituyeron una buena muestra de este deseo. Los
revolucionarios rusos, principales animadores de aquellas
reuniones, lanzaron de nuevo la idea a mediados de 1918, en
cuanto el proceso revolucionario ruso hubo llegado a un
mínimo de consolidación interior, y en enero de 1919 el órgano
soviético «Pravda» lanzaba oficialmente la convocatoria del
que habría de ser el Congreso fundacional de la nueva
Internacional. Previsto, en principio, para mediados de febrero,
se inauguraría el 2 de marzo de 1919, con la asistencia de 52
delegados que representaban a 35 partidos y organizaciones
obreras de 30 países. Cuando se clausuró el Congreso, el 5 de
marzo, quedaba fundada la III Internacional 752.

Los intentos de los bolcheviques de formar la nueva


internacional fueron bien conocidos en España por la CNT, que
apoyaba las ideas expresadas por los socialistas revolucionarios
europeos, manifestadas en las ya citadas conferencias
internacionales de Zimmerwald y de Kienthal. El 19 de

752 H. SAÑA «La Internacional Comunista. 1919-1945», Madrid 1972, I, p. 12.


noviembre de 1918, «Solidaridad Obrera» publicaba un artículo
de Manuel Buenacasa, secretario general de la CNT, en el que
éste consideraba «con suficiente autoridad moral sobre el
proletariado a los delegados de Zimmerwald, y aun de Kienthal,
para poder convocar la reunión plena de la Internacional»; y
para que no cupiera ninguna duda sobre el carácter
revolucionario e internacionalista de los inspiradores de la
misma, añadía Buenacasa un largo extracto del manifiesto
aprobado en la Conferencia de Zimmerwald, y concluía:

«Nos parece que los que tuvieron el valor, en plena


fiebre imperialista, de reunirse contra la voluntad de los
Estados capitalistas —sufriendo la burla y la chacota de los
connacionales chauvinistas— y de lanzar el manifiesto cuyo
extracto publicamos, tienen la autoridad más que
suficiente, cualquiera de ellos, o las organizaciones por
ellos representadas, para convocar la conferencia
internacional» 753.

Pero ya antes, la CNT se había ocupado de este tema. Así,


«Solidaridad Obrera» se había referido con frecuencia a la
necesidad de la creación de una nueva Internacional, al tratar
de los procesos revolucionarios iniciados en Europa como
consecuencia de la guerra, dentro de los múltiples artículos
que dedicaba por estas fechas a este tema.

«Fracasada por la traición de una gran parte de sus


representantes más significados la primera y la segunda
Internacional —decía «Soli» el 23 de octubre de 1918—, debe

753 «La reunión de la Internacional», «Soli» 19-noviembre-1918, p. 1.


formarse la tercera, a base de potentes organizaciones
exclusivamente de clase, para dar fin, por la revolución, al
sistema capitalista y su fiel sostenedor el Estado.»

El manifiesto de la CNT, publicado con motivo del final de las


hostilidades, se refería a la aún no nacida Internacional, no ya
como un órgano de solidaridad proletaria supranacional, sino
como un verdadero organismo revolucionario,
internacionalista, cuya función primordial debería consistir en
la prolongación y extensión del proceso revolucionario ruso al
resto de los países europeos dominados por el capitalismo:

«La Internacional obrera —decía el manifiesto


confederal—, y nadie más, ha de ser la que diga la última
palabra y la que dará orden y fijará fecha para continuar en
todo el frente y contra el capitalismo universal la guerra
social, triunfante ya en Rusia y extendida a los imperios
centrales. También a España le tocará el turno. Fatalmente
para el capitalismo.»

Y terminaba el manifiesto con la frase de Lenin con que lo


había iniciado: «Solamente el proletariado debe ser el dueño
del poder» 754.

El acuerdo definitivo —aunque adoptado con carácter


provisional— de adhesión a la III Internacional, una vez creada
ésta, se adoptaría en el Congreso Nacional de la CNT, de
diciembre de 1919. Pero de ello nos ocuparemos más adelante.

754 Manifiesto del C. N. de la CNT «La paz y la revolución», en «Soli» 12-


noviembre-1918, p. 1.
Dentro de su preocupación por los movimientos
revolucionarios europeos, atenta a cualquier intento que
pudiera suponer una chispa extendible a España, o un ejemplo
digno de imitar y con fuerza suficiente como para ser
propuesto a las masas trabajadoras españolas, la CNT siguió
también muy de cerca los intentos revolucionarios que se
produjeron en la Alemania de la postguerra. «Solidaridad
Obrera» publicaría numerosísimos artículos en los que los
revolucionarios alemanes eran el objeto de la información. Ya
en el año 1917, Buenacasa se había referido de manera
laudatoria a la figura de Karl Liebknecht, como destacado
elemento pacifista. Con el final de la guerra, estos artículos
aparecerían con mayor frecuencia, en la medida en que los
sucesos alemanes se agravaban. El tono general de los artículos
implicaba duras críticas a la socialdemocracia alemana, a cuyos
dirigentes se tachaba de «oportunistas, centristas y socialistas
nacionalistas» 755 , cuando los epítetos no eran mucho más
duros. Por el contrario, los calificativos eran mucho más
favorables cuando se referían al ala izquierda de la
socialdemocracia, al grupo Spartakus que dirigían Karl
Liebknecht y Rosa Luxemburg, cuya ideología «maximalista» se
consideraba como una proyección de la que triunfaba en Rusia,
y cuyo ejemplo, como el de Rusia, era algo que había que
imitar en España.

«Miremos a Rusia, miremos a Alemania. Imitemos a aquellos


campeones de la Revolución Proletaria», diría el ya citado
manifiesto de la CNT, publicado con motivo del final de la
guerra.

755 «Hacia la paz», «Soli» 23-octubre-1918, p. 1.


En fin, el tema de las revoluciones rusa y alemana, sobre
todo la primera, constituyó un motivo importantísimo que
contribuyó a la radicalización de la postura revolucionaria de la
CNT durante estos años. La unión de todo el proletariado en un
movimiento revolucionario, el derrocamiento del sistema
capitalista por la vía violenta, la supresión de la legalidad
burguesa y su sustitución por una nueva de carácter popular, la
supresión de la Iglesia y sus bienes, etc., eran conquistas y
métodos que constituían el objeto de su predicación desde el
momento mismo de su fundación.

Su realización en Rusia implicaba, para la CNT, la posibilidad


de su realización en España, que quedaba ahora colocada en
«el último escalón de la iniquidad y de la esclavitud»756. Las
ideas que ella defendía ya no podrían ser tachadas de utopía,
sino que eran «realidades prácticas y positivas»757. Y ello tenía
necesariamente que impulsar a la CNT a realizar el mismo
intento revolucionario en nuestro país.

Los movimientos campesinos que se producirían en


Andalucía entre 1918 y 1920, período conocido como el
«trienio bolchevista», que fueron estudiados con detalle por
Juan Díaz del Moral 758 , o los movimientos huelguísticos
industriales, entre los que destaca la famosa huelga de «la
Canadiense», en Barcelona, que ocuparía varios meses de
1919, son un buen ejemplo del auge del movimiento sindical

756 Ídem.
757 «Soli» 12-noviembre-1918.
758 En su magnífica «Historia de las agitaciones campesinas andaluzas», que finalizaría
en 1923, aunque no sería publicada hasta 1928. Existen ediciones modernas de la misma,
de 1967 y de 1973, en la última de las cuales nos hemos basado.
español con posterioridad a la revolución rusa y de su
radicalización.

A lo largo de 1919, esta admiración por la revolución rusa se


convertía en solidaridad activa, al oponerse la CNT
tajantemente a cualquier intento del Gobierno español de
seguir las consignas de las potencias europeas de declarar el
boicot a la Unión Soviética, actitud en la que coincidirían los
socialistas y la UGT.

1919. Huelga de la Canadiense.


Consecución de la jornada de 8 horas en España

En definitiva, para la CNT, el bolchevismo, el maximalismo, la


revolución rusa, eran algo más que un simple hecho
revolucionario, en el que podría haber algunos elementos con
los que se discrepaba. El bolchevismo y su revolución venían a
suponer la apertura de una puerta cerrada desde siglos atrás a
la evolución de la humanidad. Eran el último escalón al que se
acababa de subir la humanidad en su ascenso hacia la plena
emancipación. Y, al mismo tiempo que eran una realidad social
y política, tenían mucho de ideal ético que habría que asumir.

Así, diría José Viadiu:

«Bolchevismo es el nombre, pero la idea es de todas las


revoluciones, la libertad económica. (...) Bolchevismo,
representa el fin de la superstición, del dogma, del
esclavaje, de la tiranía, del crimen, (...). Bolchevismo, es la
nueva vida que anhelamos, es paz, armonía, justicia,
equidad, es la vida que deseamos y que impondremos en el
mundo»759.

8. — La CNT ante el regionalismo autonomista.

La actitud internacionalista de la CNT, a la que nos hemos


referido necesariamente al analizar su posición ante la guerra
europea de 1914-1918 y la revolución rusa, cuyos orígenes
habíamos señalado en las influencias marxista y bakuninista de
su componente ideológico, viene a ser, a su vez, una parte
determinante importante de la posición de la CNT ante el

759 J. Viadiu «¡Bolcheviki! ¡Bolcheviki!», en «Soli» 16-diciembre-1918, p.1.


problema regionalista, que sufre una especial intensificación
durante este período. Pero, obviamente, no era el único
elemento.

Dentro del contenido ideológico de la CNT, el federalismo y la


autonomía de las entidades formantes del conjunto —dicho en
términos generales—, constituía uno de los principios básicos
de toda su concepción, ya de tipo político-social, ya de tipo
orgánico-sindical. Es decir, la estructuración federal, la unión
escalonada de entidades unidas voluntariamente entre sí,
conservando plena autonomía, formando un conjunto
orgánico, era un esquema básico que la CNT aplicaba tanto a su
estructuración interna, como a la organización que, según su
idea, debería adoptar la sociedad tras la destrucción del
sistema burgués-capitalista.

El federalismo le llegaba a la CNT de muy lejos. Su influencia


venía del enorme ascendiente que entre los medios obreros
del siglo pasado tuvieron las ideas de Pi i Margall, quien, a su
vez, basaba fundamentalmente sus concepciones en las teorías
de Proudhon, uno de los más importantes inspiradores del
anarquismo moderno. Las obras de estos autores, «El principio
federativo», del segundo, y «Las nacionalidades» del primero,
tuvieron una enorme difusión entonces.

Sin embargo, la concepción federalista de la CNT respondería


a un contenido bien distinto del que tenía el regionalismo
federalista español, proveniente también del siglo pasado. De
aquí que, a pesar de responder, en principio, a un esquema
—el federal— que sería común, y de tener comunes
inspiradores —las teorías de Pi i Margall están también en la
base de todo el regionalismo autonomista español—, la CNT se
enfrentaría desde el principio a las posiciones nacionalistas y
regionalistas, que tachó siempre de burguesas.

El federalismo cenetista tenía un contenido claramente


revolucionario y no respondía a la mera intención de
transformar la estructura jurídico-política del Estado, sino que
implicaba una transformación total de la estructura de la
sociedad, comprendiendo también, claro está, al Estado, que
dejaría de existir necesariamente en este nuevo esquema
social.

Pero, además, bajo esta concepción formal de la estructura


política de la sociedad se encontraba también un contenido
clasista que era bien diferente al del regionalismo entonces
imperante. El federalismo cenetista era claramente obrerista,
proletario, y su consecución se basaba necesariamente en la
destrucción del sistema burgués-capitalista imperante, el cual
no tendría razón de ser bajo aquél. Por ello, era un federalismo
internacionalista, que se basaba en la solidaridad internacional
de los pueblos, que se federarían libremente, por encima de las
actuales fronteras nacionales, en un sistema federativo que
cubriría todo el orbe. Claro está, este esquema no podría
realizarse nunca bajo el sistema capitalista, cuya búsqueda del
beneficio, no sólo implicaba la separación clasista de la
sociedad, sino la separación del género humano en naciones y
el constante enfrentamiento entre éstas. Por ello, en fin, la
coincidencia de estos dos elementos —federalismo e
internacionalismo—, junto con el contenido clasista y
revolucionario que los impregnaba, hacía de la concepción
cenetista del autonomismo regional algo absolutamente
irreconciliable con el regionalismo catalán, gallego o vasco de
entonces.

Sin embargo, como ya hemos dicho, doctrinariamente la CNT


no era enemiga de la autonomía. Como diría Ángel Pestaña en
1919:

«Nosotros no somos enemigos de la autonomía; nosotros


lo que negábamos entonces, como lo que negamos hoy, lo
que combatíamos en Cataluña en aquel momento, como lo
que seguimos combatiendo ahora, es el movimiento ficticio
que algunos señores cultivaban muy esmeradamente
porque así convenía a sus intereses. ¿Cómo podremos ser
nosotros enemigos de la autonomía cuando nuestra
organización vive a base de ella, cuando nuestros
Sindicatos son autónomos en su funcionamiento, cuando
nuestras FEDERACIONES locales son autónomas con
relación a la Confederación Regional?»760.

La especial coyuntura política y económica que vivió España


durante la guerra mundial de 1914 a 1918 y el reverdecer del
problema regional, sobre todo en Cataluña, dieron
oportunidad a la CNT de pronunciarse en más de una ocasión
sobre este tema, de manera específica. En sus manifestaciones,
además de recoger concepciones de carácter general como las
ya referidas, la CNT entraría también en la crítica de aspectos
más concretos del problema, que contribuirían aún más a

760 Conferencia pronunciada en Madrid, en un mitin celebrado en el Teatro de la


Comedia, el 3 de octubre de 1919. Recogida en «España Nueva» (4-octubre-1919), sería
reproducida después en E. G. SOLANO «El Sindicalismo. En la teoría y en la práctica»,
Madrid 1919, p. 166 y ss.; también en A. PESTAÑA «Trayectoria sindicalista», Madrid
1974, p. 376 y ss. Se refiere Pestaña específicamente a los regionalistas catalanes.
mantenerla, no sólo alejada, sino francamente enfrentada con
las corrientes regionalistas y nacionalistas de entonces.

En principio, y de manera global, la CNT rechazaba la


cuestión autonomista como un problema de carácter burgués,
que no afectaba o, mejor dicho, que no interesaba a los
trabajadores, ni, por tanto, a ella misma. Se mantenía alejada
cuanto podía de este problema, ajena a las tensiones
existentes entre el poder central del Estado y el autonomismo
periférico. Diría: «Como el pleito de la autonomía es un pleito
burgués, no estamos con el Gobierno de Madrid ni con el
Fomento del Trabajo Nacional»; «si el centralismo español es
una tiranía, el autonomismo catalán es otra tiranía igual»761.

De esta manera, el problema autonomista se simplificaba al


máximo, reduciéndolo a un enfrentamiento entre los sectores
burgueses regionalistas y el poder central del Estado. Algo que
estaba por encima de los intereses populares y que respondía
solamente al interés de las clases dominantes dentro de cada
región. Ello lo veía muy claro la CNT en el caso catalán, caso al
que se refirió de una manera prácticamente exclusiva, dado
que era el que más de cerca vivía la dirección y el que afectaba
al núcleo más importante de la organización. Allí, para la CNT,
era el Fomento del Trabajo Nacional —organización
empresarial catalana— quien movía los hilos del regionalismo,
utilizando a la Lliga Regionalista y a los otros grupos
nacionalistas para la consecución de sus propios intereses. Así,
para los cenetistas, la concesión de la autonomía no vendría

761 Declaración de la CRT de Cataluña «Como el pleito de la autonomía es un pleito


burgués, no estamos con el Gobierno de Madrid ni con el Fomento del Trabajo Nacional»,
en «Soli» 15-diciembre-1918, p. 1.
más que a conceder «nuevas sinecuras para satisfacer las
ambiciones de cuantos desean comer del momio de los tesoros
públicos» 762.

Para la CNT, pues, la cuestión autonómica tenía un contenido


básicamente económico; su pretensión respondía
exclusivamente a los intereses económicos de las respectivas
burguesías regionales. Es más, hasta tal punto se tenía la
convicción de que la reivindicación autonomista no ocultaba
más que el deseo de conseguir determinadas concesiones y
privilegios económicos del Estado, que se consideraba que las
proclamas nacionalistas e, incluso, independentistas de los
grupos regionalistas no eran más que bravatas demagógicas,
dado que, en el fondo, una independencia total del Estado, que
les privase de esas ventajas económicas sería inmediatamente
rechazada por los citados grupos.

En este último sentido se manifestaría Salvador Seguí, quien


en una conferencia pronunciada en la Casa del Pueblo de
Madrid, el 4 de octubre de 1919, diría:

«En Cataluña no existe otro problema que el que existe


en todos los pueblos libres del mundo, en toda Europa; un
problema de descentralización administrativa que todos los
hombres liberales del mundo aceptamos; pero un
problema de independencia nacional, un problema de
autonomía que esté lindante con la independencia, ése no
existe en Cataluña, porque los trabajadores de allí no
queremos, no sentimos ese problema, no solucionamos ese

762 Editorial «Independencia y autonomía, en «Soli», 19-noviembre-1918, p. 1 (verlo en


apéndice documental).
problema bajo esas condiciones. Que se dé, no ya la
autonomía, que ésta después de todo es aceptable; que se
dé incluso la independencia a Cataluña, y ¿sabéis quiénes
serían los primeros en no aceptar la independencia de
Cataluña? (...) Los mercaderes de la Liga regionalista; la
misma burguesía catalana, que está dentro de la Liga
regionalista, sería la que no aceptaría de ninguna manera la
independencia de Cataluña»763.

Así pues, los grupos regionalistas, autonomistas, o


nacionalistas independentistas —entre los cuales no establecía
la CNT diferencias al respecto—, no podían ser considerados
como verdaderos representantes de la población de las
comunidades regionales oprimidas por el centralismo estatal,
sino que eran, a su vez, meros opresores del pueblo, de los
trabajadores de sus respectivas regiones. «Faltáis
descaradamente a la verdad cuando os llamáis representantes
de un pueblo —decía un editorial de «Solidaridad Obrera»
dedicado a la visita de un grupo de regionalistas gallegos a
Barcelona, en diciembre de 1917—. Sólo representáis aquí a la
oligarquía, a la explotación, al caciquismo que en las provincias
gallegas ejercéis, como aquí en Cataluña lo representa la Lliga,
esta amalgama de ricachos que sin ideas, sin pensamientos

763 S. SEGUÍ «El sindicalismo en Cataluña», conferencia pronunciada en la Casa del


Pueblo de Madrid, el 4 de octubre de 1919. Recogida en «España Nueva»
(5-octubre-1919), sería publicada posteriormente en un folleto: A. PESTAÑA y S. SEGUÍ
«El Sindicalismo libertario en Cataluña. Principios, medios y fines del sindicalismo
libertario comunista», Buenos Aires 1921, reeditado modernamente: A. PESTAÑA y S.
SEGUÍ «El terrorismo en Barcelona. Seguido de Principios, medios y fines del
Sindicalismo comunista. El sindicalismo en Cataluña», Barcelona 1978, p. 63 y ss.
También en S. SEGUÍ «Artículos madrileños de Salvador Seguí», Madrid 1976, p. 47 y ss.
Sobre este tema véase también X. CUADRAT «Salvador Seguí. Anarquisme i catalanisme»,
en «Serra d´Or», Barcelona, octubre 1975.
elevados y altruistas, sólo persiguen enriquecerse comerciando
y explotando al pueblo catalán»764.

Por ello, consideraba la CNT, el proletariado, los trabajadores


no podían estar con los autonomistas, pero tampoco, desde
luego, con la causa del Estado, del centralismo. «Ni con unos ni
con otros», dirían. «Unir nuestro voto en favor de cualquiera
de los beligerantes, sería tanto como encadenarnos
voluntariamente al carro de nuestra tiranía» 765.

Era precisamente la condición de trabajadores, de


explotados, la que impedía a éstos la opción por una causa que
excedía de sus intereses y que estaba, en su opinión, por
encima y en contra de ellos. «No somos ni republicanos ni
monárquicos; pero tampoco somos catalanistas. Somos
productores. Y productores de los más explotados del mundo.
Hemos adquirido conciencia de nuestro estado y sabemos cuál
es nuestro derecho y qué medios hemos de emplear para que
sea reconocido por todos»766.

Por otra parte, la CNT rechazaba decididamente todos los


elementos que se solían emplear como justificación de la
exigencia de autonomía; aparte de los de orden estrictamente
económico, que, por ser los más evidentes, le parecían los más
burdos y reprochables767. Un editorial de «Solidaridad Obrera»,

764 «La Semana Gallega», «Soli» 7-diciembre-1917, p. 1. «Idealidad, autonomía,


libertad, progreso, —añadía «Soli»—, todo en vuestras bocas es escarnio, insulto. Vuestra
idealidad está en el estómago y vuestro pensamiento en el tanto por ciento que a vuestros
vellones de oro podáis sacar.»
765 Editorial «Ni con unos ni con otros», «Soli» 16 de diciembre de 1918, p. 1.
766 «Soli» 15-diciembre-1918, cit.
767 La autonomía «tiene un marcadísimo sabor comercial y mercantil; es cuestión de
de 19 de noviembre de 1918, titulado «Independencia y
autonomía», se refería con detalle a estas cuestiones, a las que
consideraba sobrepasadas y retardatarias del proceso
evolutivo de la humanidad: «Los tópicos que se lanzan para
hacer creer en la realidad del nacionalismo, para inducir al
pueblo a que se interese por estos problemas, no son ya, a las
alturas que nos encontramos, suficiente acicate para que el
pueblo se lance a la lucha». Y añadía cuáles eran estos tópicos
que criticaba: «Las cuestiones de lenguas, sentimientos
maternales o de terruño, religiones o costumbres, que
ocupaban el primer plano en las libertades políticas de los
pueblos (...), han pasado hoy a segundo lugar, no interesan ya a
nadie más que a aquellos retardatarios (...) que se alejan de las
corrientes de progreso».

Entrando más en detalle aún, el editorial de «Soli» justificaba


el por qué estos tópicos eran ya cuestiones sobrepasadas y
retardatarias:

«Las lenguas se van difundiendo paulatinamente, hasta


que lleguen a formar un idioma único, sin que nos
ocupemos de los idiomas auxiliares como el Esperanto y
otros que son los mejores y más activos colaboradores de
esta obra.

Los sentimientos maternales creemos que pueden


expresarse con igual fuerza o con igual ternura en todos los

números y de prendas; queda reducida a una fórmula matemática» («Soli» 19-


noviembre-1918, p. 1). «Es el materialismo histórico aplicado a una forma especial de
gobierno regional, que trasladaría el mal que reside en el centro a las periferias, dándole
otro nombre; pero nada más. Puro materialismo, sin matices idealísticos que lo
engrandezcan» («Soli» 16-diciembre-1918, p. 1). .
idiomas o dialectos; y en cuanto a las religiones y
costumbres, las primeras desaparecen y las segundas se
transforman, sin contar con que el individuo es un ser
adaptable, tiene un organismo tan flexible, que se aclimata
y se acostumbra a todo.»

En definitiva, la CNT rechazaba la cuestión autonomista por


anacrónica. Estas ideas, decía el citado editorial, «nos parecen
concepciones que no están a la altura de los momentos que
vivimos y que se desprenden de las realidades objetivas que
hoy determinan las características de los pueblos». Para la CNT,
eran otros los problemas que se planteaban en aquellos
momentos; eran otras las cuestiones angustiosas que
reclamaban la atención, no sólo de los trabajadores, sino del
conjunto de la sociedad. La problemática nacionalista o
regionalista y todos los intereses que se pretendían con ella, no
respondía a la verdadera problemática social. «Los problemas
que se ventilan en el mundo son de una índole superior y están
informados por un espíritu de justicia de que carecen esos
sofismas burgueses que pretenden distraer al pueblo de su
objetivo y desviarle de su camino»768.

Dicho en otras palabras: «Los problemas que se ventilan en el


mundo son de lucha de clases. Esas son las cuestiones que
nosotros planteamos aquí, y que procuraremos resolver en la
medida de nuestras fuerzas».

Así, por el contrario, frente a estas valoraciones e intereses


que vendrían a justificar la exigencia de la autonomía regional,

768 Declaración del Comité de la CRT de Cataluña, en «Soli» 15-diciembre-1918, p. 1.


la CNT oponía las suyas propias, que exigían un planteamiento
más amplio del tema. Frente al autonomismo, o al
independentismo, la CNT oponía su internacionalismo, «el
principio de que los hombres no han de reconocer fronteras,
que los límites que se han de oponer al desenvolvimiento de su
personalidad, no pueden ser los límites convencionales que las
minorías constituidas en mandatarias quieran marcar, sino que
han de ser los que la humanidad entera fije, y ésta fijará como
límite el mundo, por no serle posible al hombre, al habitante
de este planeta, ir más allá». Frente a las trabas de tipo
idiomático, cultural, etc., oponía la tendencia a la
uniformización, que acercase a todos los hombres, en vez de
separarlos y enfrentarlos: «Sabe también el pueblo que si no
procura crear un medio único que lo ponga en relación con
todos los demás habitantes del planeta Tierra; si no trabaja por
formar un idioma que sirva para todos, se hallará siempre
frente a dificultades que podrán ocasionarle conflictos que le
lleven a luchar contra sus hermanos»; «mientras exista un
palmo de tierra en la que el individuo que la habite considere a
los de más allá como extranjeros, no habrá paz sobre la tierra y
la guerra será el continuo y perpetuo estado de los pueblos»769.

Efectivamente, para la CNT, el contenido de la libertad, de la


autonomía, que podía exigir el pueblo, era muy otro que el que
estaba en cuestión: «El pueblo quiere libertad, quiere
autonomía, quiere independencia; pero seguramente que no
quiere una libertad escrita en los códigos, ni quiere una
autonomía que sólo permita desenvolver libremente al
comercio y a la industria, ni una independencia que separe a

769 «Independencia y autonomía», «Soli» 19-noviembre-1918, p. 1.


una región de otras para que constituya un Gobierno y un
Estado aparte. Una libertad así, una autonomía de esta clase,
una independencia análoga no pueden interesarle, porque
aunque lleguen a ser una realidad, el individuo siempre será
esclavo, tendrá que obedecer a alguien, habrá cambiado de
tiranos; pero no de tiranía»770.

Por lo tanto, por lo primero que habría que luchar era por la
libertad, autonomía e independencia del individuo, sin la cual
era inconcebible otro tipo de autonomía o libertad. Pero, por
otra parte, la libertad e independencia del individuo traerían de
por sí la libertad de la comunidad: «Autonomía, sí;
independencia, también; pero la del individuo primero, que
como consecuencia de ello y automáticamente se producirá
todo lo demás»771. Porque, efectivamente, según el concepto
de la CNT, «Los principios de la autonomía política para las
regiones no implican en modo alguno la independencia y la
autonomía del individuo dentro de la región que ha obtenido
esta misma autonomía. Más bien puede suceder todo lo
contrario. Puede una región obtener su autonomía política, y
los indígenas de aquella región ser más esclavos que lo eran
antes de haberla obtenido»772. Y ello iba en contra de toda su
concepción global de la emancipación humana, la cual estaba
concebida más en función de la liberación del individuo, que
del grupo social o clase al que éste pertenece. Esta tensión
individuo—grupo social estuvo siempre presente dentro del
conjunto ideológico de la CNT, donde se trataban de conciliar

770 Id.
771 Id.
772 «Ni con unos ni con otros», «Soli» 16-diciembre-1918, p. 1.
los elementos comunistas o socialistas, inspirados
fundamentalmente en el marxismo y en el anarco-comunismo,
o en el anarco-colectivismo —receptor de los cuales era el
sindicalismo revolucionario—, y los elementos individualistas
provenientes del más puro y clásico anarquismo individualista,
los cuales, estos últimos, constituirían el factor condicionante
del conjunto y determinante de su exacerbado concepto del
federalismo, de la autonomía y de la libertad.

Pero, obviamente, la CNT no era individualista en términos


absolutos, y su comunismo le indicaba que la liberación del
individuo no se puede conseguir separadamente, sino
mediante la lucha colectiva de los que pretenden conseguir su
emancipación. En ello se diferenciaba precisamente el
sindicalismo del anarquismo individualista que le había
precedido. Así, estimaba la CNT que la liberación del individuo,
la liberación y autonomía del pueblo, sólo se conseguiría
cuando éste «se lo gane, cuando él mismo se lo conquiste,
cuando educándose y aprendiendo a distinguir el equívoco que
vuestras palabras encierran —decía refiriéndose a los
regionalistas o nacionalistas—, se emancipe de vuestra tutela y
lo eche a rodar todo», cuando, en fin, «sepa que la esclavitud
de unos es la esclavitud de todos»773.

Aunque, en definitiva, la libertad sería siempre un fenómeno


de referencia individual, cuya conquista partiría siempre,

773 «La Semana Gallega», «Soli» 7-diciembre-1917, p. 1. «Y como la tendencia general


y predominante en el pueblo se inclina a que el hombre sea libre dentro de la colectividad
en que vive, a que la libertad sea una cosa interna que irradie del interior al exterior, de
aquí que no le interesen estas convulsiones que agitan a los partidos políticos» («Soli»
19-diciembre-1918).
inicialmente, del sentimiento, del impulso individual. En este
sentido, diría en otra ocasión la Confederación: «Y como la
tendencia general y predominante en el pueblo se inclina a que
el hombre sea libre dentro de la colectividad en que vive, a que
la libertad sea una cosa interna que irradie del interior al
exterior, de aquí que no le interesen estas convulsiones que
agitan a los partidos políticos [regionalistas]»774.

Pero, como la emancipación total, la liberación de los


pueblos, sólo se podría conseguir mediante la supresión de la
propiedad privada de la tierra y de los medios de producción,
principio del que —en su concepción— provenía toda la
división de la sociedad en clases y la opresión de una sobre las
otras; principio, por tanto, del que surgía la injusticia de la
organización social y política presente, entendía la CNT que no
era posible hablar de autonomía o de libertad mientras la
propiedad privada no fuese suprimida de la tierra. Nuestra
opresión, nuestra condición de asalariados, decía la CNT, «no
llegaremos a suprimirla hasta que no nos decidamos a arrancar
de raíz de manos de la burguesía la propiedad privada. Pues
mientras ésta exista, ni con autonomía ni sin autonomía nos
veremos libres»775.

En definitiva, la concepción cenetista de la autonomía del


federalismo y de todo lo que supondría una forma
descentralizada de la estructura política de la sociedad era muy
diferente del autonomismo regionalista que ella calificaba de
burgués. Más bien, desde su punto de vista, se encontraría en

774 «Soli» 19-diciembre-1918.


775 «Ni con unos ni con otros», «Soli» 16-diciembre-1918, p. 1.
las antípodas del mismo. Por eso, y por el posible eco que
pudiera tener entre los trabajadores —que en aquella época no
era, en realidad, mucho; lo sería mayor más tarde, con la
aparición de partidos obreros marxistas que asumirían también
la reivindicación autonómica como propia—, la CNT realizó una
dura lucha contra todo tipo de nacionalismo o de regionalismo,
tratando de mantener a los trabajadores apartados de estas
ideas, que, como vimos, consideraba retardatarias,
reaccionarias, burguesas y, por tanto, ajenas a sus intereses,
oponiéndoles con firmeza sus propias concepciones. «Por eso,
en este momento, nosotros somos internacionalistas frente a
la patriotería, sindicalistas en relación a los problemas
económicos y anarquistas en los problemas morales»776.

Sin embargo, en un solo aspecto manifestaba la CNT cierto


interés por el problema autonómico que entonces estaba
planteado en España. Y era éste las posibilidades
revolucionarias que pudieran derivarse de una mayor
radicalización del conflicto autonomista. Desinteresada
totalmente de este problema, llevado por vías políticas o
pacíficas, pensaba la Confederación, sobre todo teniendo en
cuenta la coyuntura política en la que España se encontraba en
aquel período, que éste podría tener derivaciones interesantes
siempre y cuando su radicalización supusiese un
enfrentamiento violento entre los regionalistas y el Poder
central, de tal manera que éstos tuvieran que acudir
necesariamente al apoyo del pueblo, manifestado de forma
contundente en la calle.

776 Id.
Ello podría permitir a la CNT hacerse con la situación, al
manejarse en un medio que constituiría su especialidad y tratar
de llevar la reivindicación autonómica por el camino y con el
contenido revolucionario que ya hemos indicado. Decía
«Solidaridad Obrera» en diciembre de 1918:

«Convencidos de ello afirmamos, repetimos, que no nos


interesa el pleito de la autonomía, exceptuando la protesta
del pueblo en la calle. Esa protesta, que puede traducirse
en motín, que puede llegar a ser revolución libertadora, sí,
porque ella refleja el malestar del pueblo y las ansias que
siente de salir de este estado anatómico, de este
aniquilamiento moral que esteriliza toda labor.»

Y concluía diciendo, de una manera específica:

«Cuanto signifique revuelta, cristalización y hechos


revolucionarios lo aceptamos. Cuanto represente
autonomía administrativa y política nos es indiferente,
pues son normas de principios burgueses, encaminadas a
mantenernos por más tiempo en la esclavitud
económica» 777.

Esta perspectiva cenetista fue lo que justificó, más que nada,


su posición frente a las Asambleas de parlamentarios del 5 y
del 19 de julio de 1917, —a pesar de que se encontraba por
entonces en relación con los grupos republicano y socialista,
cara a la huelga general de agosto de ese año—, dado el
destacado papel jugado por la Lliga en su convocatoria. «Esta

777 Id.
no es nuestra revolución», o «parlamentarismo no, revolución
sí», serían entonces las frases más repetidas por la
Confederación778. La CNT podría llegar a una inteligencia con
socialistas, con republicanos y con reformistas, pero nunca lo
haría con los que consideraba sus explotadores más directos:
los regionalistas de la Lliga. Ello venía a determinar que la
burguesía progresista regionalista se encontrase en aquellos
momentos ante un doble frente, por un lado, frente al Estado,
dominado por la oligarquía agrícola, de carácter aristocrático y
feudal, y, por otro, frente al proletariado, que la consideraba su
opresora. Excesivamente progresista para el poder central, era
reaccionaria y explotadora para la CNT, en su ámbito regional;
contradicción ésta que se acentuaba en el caso catalán, donde
el papel de la burguesía regionalista era más destacado.

En fin, finalmente, cabe decir que, a pesar de su radical


oposición desde el punto de vista teórico y práctico a la
reivindicación autonomista, en el caso catalán, y, sin duda, por
la presencia en los órganos de dirección de la misma de
destacados militantes catalanes, la CNT reconocía una cierta
inclinación sentimental hacia la causa catalanista; inclinación
que, en períodos posteriores, la llevaría a un giro tan radical en
su perspectiva, que preferiría entonces la relación e
inteligencia con los sectores republicanos catalanistas
—Esquerra Republicana—, que con los partidos, obreros
nacionales —PSOE, o PCE—. En 1918 diría el Comité Regional
de Cataluña —del que era secretario general entonces Salvador
Seguí—:

778 Contra las asambleas de parlamentarios ver, por ejemplo, «Parlamentarismo, no;
revolución sí» en «Soti» 3-agosto-1917, p. 1.
«Después de lo dicho hemos de hacer una aclaración. El
pleito de Cataluña, como cuestión sentimental, merece
nuestras simpatías; pero por encima de todo está la justicia
de nuestra causa, que es de un sentimentalismo mayor y
que resuelve problemas que de la otra forma quedan
pendientes»779.

9. — La cuestión ideológica.

En los anteriores apartados hemos tratado de ver cuál fue la


respuesta de la CNT ante los problemas concretos más
importantes que se le plantearon durante este período. La
postura adoptada por la Confederación ante cada uno de ellos
tenía un evidente contenido ideológico, y por eso mereció un
estudio específico, que permitiese resaltar los elementos y
matices de esta índole contenidos en la perspectiva cenetista
de cada caso.

También, antes de analizar el contenido del Congreso


regional catalán de Sants, de 1918, vimos algunos de los
problemas de tipo ideológico que tenía planteados la CNT, y
que se referían principalmente a la necesidad de delimitar con
nitidez los perfiles ideológicos de la misma y su orientación.
Problemas éstos en los que el citado Congreso regional no
quiso entrar, a pesar de las presiones que se habían realizado
en este sentido.

Todo ello, en fin, podría quedar incluido perfectamente

779 Declaración del Comité de la CRT de Cataluña, en «Soli» 15-diciembre-1918, p. 1.


dentro de la denominada cuestión ideológica. Sin embargo,
vistos ya de alguna manera esos problemas, de lo que se trata
aquí es de ver el contenido ideológico global de la CNT, y su
orientación, prescindiendo ya de su posición ante los
problemas concretos citados. Se trata, en definitiva, de ver
cómo estaba la polémica sobre la orientación que debería
seguir la CNT, en el período previo al Congreso Nacional de
1919 780.

Así pues, cuando hablamos del Congreso regional de Sants,


nos referimos a parte de esta polémica, viendojcómo, con la
cercanía del Congreso, los sectores anarcosindicalistas la
relanzaron, si no planteando directamente el tema de la
necesidad de que la CNT se dotase claramente de una
orientación anarquista, lo cual se hizo en varios casos, sí de una
manera indirecta, recalcando la necesidad de que la
Confederación adoptase una orientación ideal, fijase una serie
de principios de carácter superior, que le diesen a la misma una
cierta solidez y coherencia interna, para evitar, no ya la caída
de los sindicatos en manos de otros sectores ideológicos o
políticos, debido a la poca resistencia que el neutralismo
sindical podía ofrecer, sino el que estos mismos actuasen de
manera desconcertada o discontinua, por falta precisamente
de esa orientación ideológica adecuada. Pero, el contenido de
la polémica ideológica durante este período fue realmente más
extenso y, aunque el punto de referencia más común fuese
éste, de la misma se puede derivar un conocimiento bastante
exacto de cuál era el camino que estaba siguiendo la
Confederación en estos instantes.

780 Vid. A. BAR «Syndicalism and Revolution in Spain», New York 1981.
La polémica a la que nos referimos merece una pequeña
aclaración, que precise el contenido de los términos a emplear,
si no con valor general, sí, por lo menos, con respecto a este
trabajo, para tratar de evitar el enorme confusionismo
existente —incluso en los propios medios cenetistas— en torno
a palabras como sindicalismo, anarcosindicalismo, anarquismo,
sindicalismo revolucionario, etc. En primer lugar, la polémica en
cuestión no presupone juicio alguno sobre las creencias
personales íntimas de los participantes en la misma. Es decir,
se les calificará por sus concepciones externas, manifestadas,
en torno al problema, y no por lo que podría ser el conjunto de
sus valoraciones personales internas, o su visión global del
mundo, etc. Por ejemplo, cuando se habla de sindicalistas
revolucionarios, no se presupone nada sobre la creencia íntima
de los militantes de esta tendencia, por lo que muy bien
pudiera tratarse de personas con una concepción anarquista de
las cosas, pero que su posición en la cuestión sindical es la de la
defensa del neutralismo político o ideológico de las
organizaciones sindicales, para evitar la división de la clase
trabajadora en torno a la cuestión ideológica. Pero también
pudiera tratarse de sindicalistas revolucionarios totales, puros,
es decir, que creen además, en el sindicalismo revolucionario
como un conjunto ideológico exclusivo, cuyos principios se
realizarán totalmente en la sociedad libre, postrevolucionaria.

Al mismo tiempo, cuando se habla de anarquistas,


prescindiendo ya de los grupos minoritarios, individualistas o
de cualquier otro tipo, que no participan en la lucha social
mediante su incidencia directa en las masas trabajadoras,
habría que distinguir claramente entre los anarcosindicalistas y
los que podríamos llamar anarquistas puros. Los primeros, los
anarcosindicalistas, o anarquistas sindicalistas, se caracterizan
por defender la acción sindical, bajo los presupuestos
generales del sindicalismo revolucionario, pero introduciendo
en los sindicatos una orientación anarquista; es decir,
portiendo como meta de la acción sindical la realización del
ideal anarquista, aunque, como digo, respetando en esencia la
función, organización, estructuras tácticas, etc., del
sindicalismo primigenio. Esta es, sin duda alguna, la concepción
anarquista predominante en España en el período que
estudiamos. Los segundos, los anarquistas puros, o
«específicos», que participaban en el movimiento obrero,
pretendían no ya una orientación anarquista de los sindicatos,
sino la conversión de los mismos en lo que se podría
denominar con un contrasentido, partido anarquista. Esta
última posición, que en España sería minoritaria durante este
período, tendría bastante fuerza en otros lugares, como la
Argentina, donde llegaría a dominar la organización obrera
sindicalista de aquel país, la Federación Obrera Regional
Argentina (FORA).

A) La perspectiva anarcosindicalista.

Hecha la anterior precisión, podemos referirnos ya a cómo


los sectores anarcosindicalistas trataron, desde los comienzos
de esta segunda etapa de la CNT, de introducir el ideal
anarquista en los sindicatos, como foco orientador de la
actividad de los mismos y, en definitiva, de toda la
Confederación.
Siguiendo acuerdos que se habían adoptado ya en la
Conferencia anarquista celebrada en Francia, en agosto de
1913, y que adoptaría también más tarde la Conferencia
anarquista que se celebraría en Barcelona en 1918 —a las
cuales nos hemos referido ya—, los anarquistas sindicalistas
españoles consideraron que era absolutamente imprescindible
la unión de los anarquistas al movimiento obrero sindicalista.

Dado que, se consideraba, por una parte, que si bien el


sindicalismo presentaba muchas insuficiencias, sobre todo
desde el punto de vista de la emancipación total del individuo,
por su insistencia primordial en el aspecto económico de la
liberación, se reconocía también que el sindicalismo constituía
ya una fuerza imprescindible para cualquier intento
emancipador de la humanidad; y, por otra parte, a la inversa,
se consideraba que aunque el anarquismo era el ideal
emancipador más completo, necesitaba de un medio de acción
eficaz y potente que fuese capaz de poner en práctica sus
propias concepciones.

Este medio no podía ser otro que el sindicalismo y sus


organizaciones 781.

Así, ya en 1916, «Solidaridad Obrera» recogería con


frecuencia colaboraciones, como las firmadas por Liberto
Germinal, en las que se venía a sostener esta concepción y a

781 Diría la Conferencia anarquista de Paris (16-17 de agosto de 1913): «Si es verdad que
la doctrina sindical no basta para conseguir todas las reivindicaciones proletarias, lo es,
asimismo, que, hoy por hoy, constituye el medio más poderoso de emancipación que posee
la clase obrera» (S. FAURE, «Manifesté du Congrés de... 1913», cit.; J. PUYOL Y ALONSO,
«Proceso del Sindicalismo Revolucionario», cit., p. 47). Sobre la posición
anarcosindicalista, vid. A. BAR «Syndicalism...», cit., p. 221 y ss.
recomendar apasionadamente el ingreso de los anarquistas en
las organizaciones sindicales, para orientarlas y dirigirlas.

Las tesis de Liberto Germinal responderían exactamente al


criterio que seguían los anarquistas franceses y que no era sino
el criterio que habian mantenido ya anteriormente destacados
anarquistas españoles como Anselmo Lorenzo, Efectivamente,
para estos militantes anarquistas, el sindicalismo constituía un
medio imprescindible para la transformación de la realidad
social, sin el cual era impensable cualquier tipo de revolución o
intento emancipador. El movimiento obrero, como ya había
visto Bakunin en tiempos de la I Internacional, resultaba ser el
medio más adecuado para la realización de los ideales
anarquistas. Y ello era así, porque reunía las características y
perseguía lo fines más adecuados a la emancipación humana.

«Sin el instrumento —diría Germinal—, el sindicalismo


revolucionario, con su contenido de reivindicaciones
económicas y la expropiación, la devolución de la propiedad
privada al común, o sea el comunismo, [la realización de los
ideales anarquistas, la emancipación] sería una utopía por
mucho tiempo, mucho más difícil su gestación»782.

Por lo tanto, los anarquistas deberían ingresar en los


sindicatos, para tratar de dirigirlos, orientarlos, pero, sobre
todo educarlos y adaptarlos a la consecución de esos ideales
irrenunciables:

«Los anarquistas convencidos, que aman su ideal

782 LIBERTO GERMINAL «Tema inagotable», «Soli» 13 de julio de 1916, p. 4.


equilibradamente (...) se deben al sindicalismo, y deben,
muy singularmente, contribuir a la mayor eficacia de su
actuación, interviniendo, ecuánimemente, para encauzar
en todo momento los flujos y reflujos de la lucha»783.

Pero, esta entronización del anarquismo en el medio sindical


no habría de ser forzada ni repentina, como algunos sectores
parecían propiciar por su precipitación, sino que ésta era una
labor que deberían realizar los anarquistas «sin precipitaciones,
sin impaciencias que pudieran ser funestas; con un tacto
inteligente, sereno, de hombres que saben adonde van, deben
influir para conducir las energías, primero, para contener
posibles retrocesos después, y siempre para saturar con
optimismos, con elevación de miras a las masas amorfas»784.

Obviamente, la introducción de la ideología anarquista en el


medio sindical debería realizarse con cierta delicadeza y tacto.
No puede olvidarse que uno de los elementos básicos del
sindicalismo revolucionario era precisamente el
mantenimiento del neutralismo ideológico sindical, para
asegurar su independencia de cualquier minoría ideológica y
evitar la ya habitual división de la clase trabajadora por
cuestiones ideológicas que, en el fondo, eran intrascendentes
para su liberación.

Habría de hacerse, por tanto, tratando de no romper esa


unidad que propiciaba el sindicalismo. Y la mejor manera de
hacerlo no era otra que la educación, que la concienciación de

783 Id.
784 Id.
las masas sindicales, fortaleciendo los sindicatos,
extendiéndolos y dirigiendo su actuación, pero sin olvidar cuál
era su función primordial en la sociedad presente. «Vean, pues
—decía Germinal en uno de sus artículos—, los que sienten
impaciencias libertarias que la cuestión previa es la de ganar
conciencias (...). No olvidemos que nuestra lucha económica de
hoy, es el preludio de la definitiva, de la batalla al régimen de
opresión, al régimen capitalista y autoritario» 785.

Pero, si el sindicalismo «necesitaba» del ideal anarquista, el


anarquismo necesitaba a su vez del sindicalismo. Por ello no
podía admitirse el argumento de que la acción sindicalista era
perjudicial para las ideas libertarias, para excusar la acción de
los anarquistas en el medio sindical. Pues, efectivamente,
aunque el nivel de concienciación ideológica en los sindicatos
era muy bajo —aun en la idea anarquista—, había de tener en
cuenta que esta concienciación se forjaría con la lucha y la
actividad sindical y que aquí residía precisamente la función
principal de los anarquistas, tratando de dirigir y orientar esa
acción, de tal manera que los sindicatos se fuesen
concienciando y descubriendo las bondades del ideal
emancipador anarquista.

«A los que en un inmotivado pesimismo, aseguran que el


Sindicalismo es nocivo para la lucha definitiva del ideal
libertario —decía L. Germinal—, podemos exponerles a
cada momento la progresión de la mentalidad proletaria
que, por medio del ejercicio de sus derechos, conquistados
a fuerza de luchar, va consolidándose y formando la

785 LIBERTO GERMINAL «Lecciones», en «Soli» 13 de diciembre de 1916, p. 2.


avalancha que traerá inevitablemente, el derrumbe de esta
sociedad hecha de iniquidades, sustentada por la mentira
ambiente de criminales apetitos de oro y poder»786.

En definitiva, la presencia de los anarquistas en los sindicatos


constituía una verdadera obligación, que éstos no podían eludir
sin poner en verdadero riesgo la pervivencia del propio
anarquismo. Empleando un bucólico símil, el anarquismo era la
semilla y el sindicalismo era la tierra en la que la primera debía
germinar, para no secarse: «las ideas necesitan como las
plantas, un ambiente adecuado para su germinación y
desarrollo. (...) ¿No es entre el obrero que las ideas de
redención podrán germinar con plena facundia y es que el
obrero es el que sufre con toda intensidad (...) todas las
monstruosidades del régimen capitalista?» 787. Diría Germinal:

«Sí, sostenemos que en los Sindicatos donde existe la


natural levadura del rebelde, del explotado que sufre
penosa y forzadamente la esclavitud del salario, es donde
más se impone la propaganda libertaria. Y he aquí la
conveniencia, de la sinceridad imperativa, de bajar (...) a las
tierras bajas del «societarismo», estómago ayer, hoy ya,
por virtud de infusión de la «sangre anarquista»,
Sindicalismo revolucionario, con mentalidad y orientación
que se va perfilando vigorosamente y que en un futuro será
(...) la base del comunismo anarquista»788.

786 Id.
787 LIBERTO GERMINAL «Acción intervenciosa», en «Soli» 26-agosto-1916, p. 2.
788 LIBERTO GERMINAL «El camino es éste», en «Soli» 20-octubre-1916, p. 2.
Pero, si en un principio la propaganda anarquista estaba
dirigida a propiciar el ingreso de los militantes anarquistas en
los sindicatos, en el sentido que hemos expuesto, empleando
como ejemplo una serie de artículos de Liberto Germinal
publicados por «Solidaridad Obrera» a lo largo de 1916, pronto
la actividad de éstos dentro de los mismos tendió claramente a
conseguir su dirección y orientación quizá sin la «ecuanimidad»
y cautela de la que hablaba el citado Germinal.

El anarquismo constituía una finalidad, la finalidad


incontestada que habría de perseguir el sindicalismo, por lo
que no había que delimitar o condicionar su imposición en el
medio sindical. Era precisamente el contenido anarquista del
sindicalismo revolucionario lo que le diferenciaba del resto de
los sindicalismos reformistas, que derivaban hacia el
parlamentarismo o hacia el corporativismo cooperativista,
mutualista, etc. Por ello, como decía Modesto, «es necesario
que nadie se asuste porque se hable de anarquía; o de la labor
anárquica, (...) es útil que se divulgue el ideal
comunista-anárquico, por ser éste la finalidad del Sindicalismo
moderno»789. Esto lo había dicho también en su momento el
propio Anselmo Lorenzo, cuando, estableciendo las diferencias
existentes entre el socialismo y el sindicalismo, consideraba
que lo que diferenciaba a este último era el empleo de la
acción directa, y la lucha por la implantación del comunismo
«en una vía libertaria» 790.

789 MODESTO «Sindicalismo moderno», en «Soli» 3-noviembre-1916, p. 2. Y añadía:


«Ideal excelso ¡oh juventudes! el sublime y épico poema de los poemas, elevados ideales:
Anarquía».
790 A. LORENZO «El sindicalismo salvador», extracto de una vieja conferencia,
Así, cuando surge el tema de la necesidad de buscar una
orientación para la CNT, ante la convocatoria de un próximo
Congreso regional, surge inmediatamente también la respuesta
anarquista, que, en cierto modo, iba implícita ya en el
planteamiento de la cuestión. El propio secretario general de la
CNT entonces —Francisco Jordán— en polémica mantenida en
las páginas de «Solidaridad Obrera» y de «Tierra y Libertad», se
encargaría de dejar bien claro cuál era el real sentido de la
cuestión de la orientación de la CNT y la idea de los anarquistas
al respecto:

«Precisa un adjetivo que indique el fin perseguido por


toda asociación, es decir, por todo sindicato —diría en
«Solidaridad Obrera»—. Y como la emancipación de la
clase obrera consiste en la anarquía, el sindicalismo de
propósito emancipador ha de ser anarquista»791.

En definitiva, para los anarquistas sindicalistas —como ya


vimos en su momento—, el sindicalismo revolucionario no
podía ocupar el lugar de un ideal, no constituía una ideología,
ni apenas una teoría, era una mera práctica, era acción; como
se solía decir, era una táctica. Y como tal, no sólo no podía
oponerse al conjunto ideológico que formaba el anarquismo,
con su concepción de la revolución social y su ideal
emancipador, sino que necesitaba dotarse conscientemente de
él, para tener una orientación definida, una meta clara a
conseguir, evitando toda posible oscilación o riesgo de
desviación, debido a su mínimo armazón ideológico. Además,

publicado en «Soli» 30-noviembre-1916, con motivo del aniversario de su fallecimiento.


791 F. JORDÁN «Acabáramos...», en «Soli» 9-enero-1917, p. 2. En este mismo artículo el
secretario confederal de la CNT se declaraba a sí mismo anarquista sindicalista.
esta asunción consciente del anarquismo como guía ideológica
de la acción sindical, pensaban, no podía suponer ninguna
violentación de las concepciones sindicalistas, dado que, en el
fondo, éstas se basaban y estaban inspiradas en el propio
anarquismo. Así, constantemente, cuando historiaban el
movimiento cenetista se esforzaban por encontrar su origen en
el movimiento societario del siglo pasado, en la Primera
Internacional, recalcando el contenido anarquista que la misma
tuvo en España, olvidando totalmente la inflexión producida en
la trayectoria del movimiento a raíz del surgimiento del
sindicalismo revolucionario, y pasando por alto las diferentes
características existentes en el movimiento obrero de ambos
períodos.

B) La perspectiva sindicalista revolucionaria.

Por el contrario, la tesis de los sindicalistas revolucionarios


insistía en conservar la personalidad propia del sindicalismo,
considerando que los ideales y los principios básicos a seguir,
en definitiva, la orientación de la CNT, se encontraban en el
mismo sindicalismo, sin tener necesidad de acudir afuera para
«orientarse». Por ello, era la misma práctica de la acción
sindical, según los medios y formas del sindicalismo
revolucionario, lo que iría educando y concienciando a los
trabajadores en los ideales emancipadores que el propio
sindicalismo revolucionario representaba.

Así, para los sindicalistas revolucionarios, la acción


reivindicativa, tan menospreciada por los anarquistas en
comparación con las «otras» finalidades de orden superior,
adquiría una significación de singular importancia, en absoluto
inferior con respecto al fin último, revolucionario del
sindicalismo. Para ellos, una cosa no se podía separar de la
otra, y de la adecuada labor sindical reivindicativa y de lucha,
dependía precisamente la concienciación y preparación de los
trabajadores y la posibilidad de la realización del hecho
revolucionario: «Intereses y sentimientos hemos de saber
dirigirlos, primero; después, ya se transformarán en cosas más
elevadas»792.

Un editorial de «Solidaridad Obrera», entonces dirigida por


José Negre, sindicalista reconocido, titulado «Generalidades
sobre la organización sindicalista» y que lleva claramente la
impronta del citado dirigente sindical, vendría a sostener con
detalle la idea que acabamos de expresar, diferenciando la
doble finalidad esencial del sindicalismo y destacando la
importancia del papel a jugar por ambas, sin que se pueda
hablar en tono diferente de ellas, reivindicando al mismo
tiempo el papel de la lucha por las mejoras inmediatas de la
situación del obrero.

«La organización sindicalista —decía el editorial— une y


asocia a los trabajadores tal cual son, y los modifica después
por el resultado de la lucha contra el capitalismo. La conciencia
de ciase, las aptitudes para esgrimir la huelga, la solidaridad, el
boicot, etc., se van adquiriendo al compás de una capacidad
revolucionaria que despierta oscuramente hasta hacerse el

792 «Soli» 15-enero-1917, p. 1. Sobre la posición de los sindicalistas revolucionarios, vid.


A. BAR «Syndicalism...», cit., p. 231 y ss.
objetivo último o ideal del movimiento obrero, que por eso
reviste los dos aspectos: el reformista y el revolucionario.

La disminución de la jornada, el aumento de salario, etc., no


es otra cosa que reformismo; la emancipación del proletariado
por la abolición del capital y el asalariado es revolucionarismo.
Todo movimiento sindicalista, puramente de clase, reviste
estos dos aspectos».

Así pues, el ideal del sindicalismo revolucionario residía en sí


mismo, en su voluntad emancipadora y revolucionaria, y en las
soluciones comunistas y sindicalistas que proponía para la
sociedad libre futura. Pero este ideal, el conjunto de
valoraciones que incluía, se iba forjando también en la propia
lucha, en la propia práctica sindicalista. Como diría el propio
José Negre:

«El sindicalismo (...) es una acción, una fuerza en


continuo contacto con la realidad, una lucha constante
contra el capitalismo y las fuerzas del Estado, forjando su
pensamiento y su idea, su táctica y finalidad emancipadora,
con el choque que le oponen las fuerzas enemigas»793.

Para Negre, en aquel momento, el conjunto ideal del


sindicalismo, las bases o elementos fundamentales del mismo,
no eran otros que «la emancipación del proletariado, el
derrocamiento del capitalismo, sus privilegios y monopolios, la
abolición del régimen estatal y autoritario, de la propiedad
privada, el establecimiento del comunismo, en el consumo y la

793 J. NEGRE «La pretendida crisis y fracaso del sindicalismo», I, en «Soli» 31-
marzo-1917, p. 2.
producción, la organización del trabajo por los mismos
productores y la distribución de los productos por los
consumidores y la revolución social por medio de la huelga
general como medio para llevar a cabo la transformación
social». Todo ello, que, según él, constituía la «esencia
doctrinal del sindicalismo» 794 , era la parte inmutable del
conjunto ideológico sindicalista, el foco orientador.

Pero, si ello permanecía incólume, a pesar de los ataques que


recibía, y de las críticas de ciertos sectores anarquistas, en el
sentido de que se encontraba en crisis 795, para Negre seguían
teniendo vigencia también, incluso, las tácticas y métodos de
lucha del sindicalismo revolucionario, los cuales, por estar en
íntima relación con la realidad variable, a la que se tenían que
adaptar para ser eficaces, entraban necesariamente dentro de
lo mutable. Es decir, «la huelga general, la acción directa, el
boicot, el sabotaje, el label, la solidaridad y la mutua ayuda»,
no habían perdido aún su vigor y respondían perfectamente a
las exigencias que aquel momento de la evolución del
capitalismo demandaba796.

Así pues, el sindicalismo no sólo no se encontraba en crisis,


sino que lo único que lo podía hacer tambalear —en su
opinión— era precisamente la «impaciencia de cierto número
de compañeros anarquistas», que aquí, como ya había ocurrido
en la Argentina con la FORA, querían imponer a la

794 Id.
795 Este artículo de Negre respondía a otro publicado en «Tierra y Libertad» 21-
marzo-1917, p. 1 y 2, bajo el título «Desviaciones funestas», por un tal «Fabio del Pino»,
en el que se sostenía tal tesis.
796 J. NEGRE «La pretendida...», I, cit.
Confederación «conclusiones exclusivamente anarquistas»797.
Para Negre, en definitiva, el anarquismo solamente podría ser
introducido en el movimiento sindicalista, en todo caso —al
igual que en aquel momento ocurría con el propio sindicalismo
revolucionario—, cuando «la clase obrera sindicada, debido a
las enseñanzas de la misma lucha» lo aceptara798.

Esta misma concepción, en términos bastante más


exagerados, defendiendo la independencia del sindicalismo,
llevaría a Manuel Andreu —que formaba parte de la redacción
de «Soli», de la que ya había sido director en 1915— a exigir de
manera airada la no intromisión de los anarquistas, al menos
no como tales, en los asuntos sindicales: «queremos que se
acabe la ingerencia de elementos perturbadores dentro de los
organismos obreros (...) queremos no ser feudatarios de nadie
por mucho que berreen vivas a la anarquía (...) queremos la
solidaridad de los buenos y darla a los buenos, no a los malos, a
los perversos y a los canallas, por mucho que repitan que son
anarquistas»799.

En definitiva, las bases esenciales de la concepción


independentista del sindicalismo las expresaría el mismo Negre

797 J. NEGRE «La pretendida crisis y fracaso del Sindicalismo» II, en «Soli» 3-abril-1917,
p. 2.
798 Id.
799 M. ANDREU «Contra las babosas del sindicalismo. Hay que ser implacables», en
«Soli» 22-marzo-1917, p. 1. Andreu, sin embargo, era de reconocida militancia anarquista,
desde antiguo, pero su actitud personalista le había acarreado bastantes problemas en los
medios militantes, al punto de haber sido desplazado de la dirección de «Solidaridad
Obrera», que había ocupado en 1915. El duro artículo de Andreu mereció una
contestación no menos dura de Montegualdo en «Tierra y Libertad» 28- marzo-1917, p. 1
y 2, en un artículo titulado «Razones y palos. Un parásito de la Soli».
en «Solidaridad Obrera», en su serie de artículos «¿Por qué
somos sindicalistas?».

Partiendo de la concepción clasista de la sociedad y del


interés común de todos los trabajadores en su emancipación
del dominio capitalista, establecía Negre —siguiendo la más
ortodoxa doctrina sindicalista revolucionaria— la necesidad de
la unidad de todos los trabajadores en su enfrentamiento
contra el capital, único medio que les permitiría adquirir la
suficiente fuerza como para salir de ese enfrentamiento con
posibilidades de éxito. Y esta unidad sólo se podía conseguir en
el seno del Sindicato, entidad capaz de reunir a la totalidad de
la clase obrera, por encima de toda disputa de tipo ideológico.

«Para ser libres y merecer serlo —decía—, es preciso no


dejar de ser fuertes; para librarse del yugo capitalista,
económico y político, es condición indispensable hacerse
más fuerte que los contrarios y para ello es necesaria la
unión que es la que hace la fuerza.

La fuerza mayor de los obreros, radica en el


sindicalismo» 800.

Esta unidad por encima de toda cuestión ideológica se


basaba precisamente en lo que determina la existencia de las
clases sociales: el dominio privado de los medios de producción
y la explotación económica de los desposeídos. Así, si era la
explotación económica el elemento fundamental de la
discriminación y el origen de toda la opresión, es lógico que la

800 J. NEGRE «¿Por qué somos sindicalistas?» I, en «Soli» 15-mayo-1917, p. 1.


emancipación del individuo se realizase primordialmente en
base a la eliminación de esta explotación, origen de las demás
opresiones y discriminaciones que sufre la clase obrera. Por
ello, la introducción de toda otra serie de elementos
ideológicos dentro de la lucha de clases no era sino un
elemento de distorsión y la posible causa de la desunión de
todos los trabajadores.

Los trabajadores solamente tenían que atender a su


liberación económica, que de ella derivaría la emancipación
total.

«El problema social —decía Negre— es una cuestión de


índole económica estando subordinadas a ella todas las demás
cuestiones de aspecto moral, espiritual, político, etc.»

Por ello, sólo se resolverá este problema «transformando el


sistema económico por el cual se rige la presente sociedad
burguesa», a través de la abolición de la propiedad privada,
origen de todo el desajuste social, y del sistema político que
tiende a perpetuarla 801.

Y derivado de los conceptos de clase, unidad de clase,


emancipación económica y rechazo de la cuestión política e
ideológica, obtenía Negre el concepto de autosuficiencia del
Sindicato, o la capacidad de éste para realizar por sí solo la
emancipación de la clase trabajadora, en base a todo lo
expuesto, sin necesidad de intromisión de ningún tipo, ajena a
las condiciones que determinaban su propia existencia. «El

801 J. NEGRE, Id. II, en «Soli» 26-mayo-1917, p. 2.


sindicalismo debe esforzarse por bastarse a sí mismo», decía, y
añadía:

«De conformidad con este criterio, el Sindicalismo


revolucionario ha adoptado la lucha de clases para abolir
todas las castas sociales creadas por la burguesía, la lucha
económica para combatir y abolir los monopolios
económicos de la clase explotadora y como consecuencia
obligada los privilegios políticos que ésta disfruta».

La concepción sindicalista revolucionaria de Negre


respondería a lo que sería un sindicalismo revolucionario no
demasiado intransigente; ortodoxo, sí, según la concepción
clásica, primigenia, a la que nos referimos en el primer
capítulo, pero no intransigente y perfectamente comprensible
para con las posiciones anarquistas, a los cuales nunca negó su
participación en la actividad sindical, ni siquiera su pretensión
de imponer su ideología al medio sindical, pero siempre que
ello fuese una consecuencia de un largo proceso de
concienciación de las masas sindicales, adquirida en la lucha y
no producto de los manejos y de la imposición precipitada,
desde los puestos predominantes de los Comités, como ya
hemos dicho.

Similar postura a la de Negre, quizá la más corriente entre los


sindicalistas revolucionarios, que no podían olvidar del todo su
inicial formación anarquista, que, al menos en términos muy
generales, habían recibido la mayoría de ellos, fue la adoptada
por otros destacados militantes, como Salvador Seguí, por
ejemplo.
El 5 de enero de 1917, «Solidaridad Obrera» recogía un
artículo titulado «Por qué estoy en el Sindicato», firmado por el
pseudónimo «Alma Roja» y que muy posiblemente
correspondiese a la pluma de Seguí 802, en el que se venía a
responder a una serie de artículos publicados en «Tierra y
Libertad», en los que se establecía la necesidad de que la CNT
fuese una organización netamente anarquista. En el mismo se
establecía una radical diferenciación —ya clásica— entre lo que
es la acción económica liberadora y los demás aspectos de la
liberación humana. El sindicalismo, el sindicato, centraba su
acción en el primer aspecto, la lucha contra el capital, para
eliminar el motivo fundamental de la explotación y opresión
humanas, derivado del cual surgían —como ya había dicho
Negre— el resto de las opresiones que el individuo sufría. «La
palabra sindicalismo —llegaba a decir el autor—, no es más
que la generalización de ciertos procedimientos y recursos que
la acción sindical en su lucha constante contra el capitalismo,
se ha visto obligada a adoptar», y su función esencial es la de
«transmutar los valores económicos de la sociedad burguesa».

Así pues, la lucha económica era la única que correspondía al


contenido específicamente clasista que tenía el sindicato, y por
ello debían de rechazarse todos aquellos aspectos que
trascendían de este límite, que, por lo demás y al incidir en la

802 Este artículo fue reproducido, con diferente título —«Por qué soy sindicalista»—
modificado bastante su redacción original, por José Viadiu, en su folleto «Salvador Seguí
(Noi del Sucre). El hombre yjsus ideas», Valencia 1930, atribuyéndolo a Seguí. Con
posterioridad, sería reproducido por el libro colectivo «Elmovimiento libertario español»,
París 1974, p. 285, con redacción también diferente, en algunos párrafos, a la original,
siendo dado como bueno por los demás historiadores que se referirían al mismo en
adelante; véase, por ejemplo, A. ELORZA «Artículos madrileños de Salvador Seguí»,
Madrid 1976, p. 18.
causa fundamental de la opresión, comprendía ya de por sí a
todos ellos. «El camarada Jordán —decía «Alma Roja»,
contestando al autor de los citados artículos de «Tierra y
Libertad», y que era entonces el secretario general de la
CNT803—, no ve la posibilidad de lo que afirmamos sin que la
organización sea netamente anarquista, no se quiere
comprender que la acción obrera no es filosófica ni integral,
sino puramente de clase». Pero, además, por si ello no fuera
suficiente, «Alma Roja» aludía a cuestiones de oportunidad,
para rechazar el planteamiento del tema ideológico en el
medio sindical: «es más fácil al esclavo del salario darse cuenta
de su situación angustiosa y del proceder de la burguesía, que
no de la tiranía política y de la farsa religiosa, ya que aquélla es
la que siente con más intensidad dado que su salario es
insuficiente para cubrir las más apremiantes necesidades de la
vida». Y citaba en su apoyo un significativo párrafo de Bakunin,
que venía a confirmar sus tesis desde un punto de vista
anarquista:

«Pensamos que los fundadores de la Asociación


Internacional procedieron con gran prudencia al eliminar
de su programa las cuestiones políticas y religiosas. No es
que carecieran de opiniones políticas y antirreligiosas
concretas, pero se abstuvieron de introducirlas en el
programa porque su finalidad principal era, ante todo, unir
a las masas obreras del mundo civilizado en una acción
común.»

803 A la polémica entre «Alma Roja» y Francisco Jordán nos hemos referido ya
anteriormente. Jordán contestaría a «Alma Roja», a su vez, en «Soli» 9-enero-1917, p. 2:
«Acabáramos...», recalcando la finalidad anarquista del sindicalismo (vid. pág. 466 de este
trabajo).
La cita de Bakunin, aunque «Alma Roja» no lo dice, procede
del primer artículo de la serie de cuatro que M. Bakunin
publicaría, bajo el título «La política de la Internacional», en el
periódico de lengua francesa «L Egalité» en agosto de 1869, y
cuyo desconocimiento por los anarquistas intransigentes era
obvio. (Si bien, hay que reconocer que la obra de Bakunin
nunca tuvo para los anarquistas el valor dogmático que la de
Marx llegó a adquirir entre los marxistas.) Y añadía Bakunin:
«La inclusión del programa político o antirreligioso de cualquier
grupo o partido en el programa de la Internacional, lejos de
unir a los trabajadores europeos, los habría dividido incluso
más de lo que están en el presente»804.

Y finalizaba su artículo «Alma Roja» diciendo:

«Lo esencial es que todos los trabajadores se unan para


el fin de su liberación económica, después, ya dentro de la
lucha y del Sindicato fácilmente comprenderán que la
religión y el Estado son tan enemigos de ellos como la
misma burguesía.»

La posición de Salvador Seguí coincidiría sustancialmente con


lo recientemente expuesto, y llegaría en sus trabajos, no sólo a
recomendar la presencia de los anarquistas en los Sindicatos,
«para velar por la vida de éstos y orientarlos», sino a
considerar al sindicalismo como «la base, la orientación
económica del Anarquismo»805.

804 M. BAKUNIN «Bakunin on Anarchy. Selected Works by the Activist Founder of World
Anarchism», London 1971, p. 162-1963.
805 S. SEGUÍ «Anarquismo y sindicalismo», conferencia escrita en el castillo de la Mola,
Con ello recalcaba el carácter puramente instrumental del
sindicalismo, que quedaría reducido a un elemento eficaz para
la «preparación profesional para que en el momento dado de
la posibilidad de una transformación social», ésta pueda
realizarse de manera adecuada, y asuma en ella las funciones
de producción y distribución, que nunca podrían asumir ni los
«partidos socialistas», ni los «grupos anarquistas»806.

En realidad, la posición de Seguí, ni claramente anarquista, ni


claramente sindicalista revolucionaria, venía a demostrar que
éste no había alcanzado a entender el carácter que el
sindicalismo revolucionario atribuía a la lucha económica de los
explotados.

Que no se limitaba a ser una mera acción puramente


materialista, necesitada de un complemento ideológico que
bien pudiera ser el anarquismo —eso ya lo decían los
anarquistas—.

Esta ambigüedad le acarrearía muy serias críticas, ya en vida


y después de su asesinato, siendo acusado de posibilista y de
realizar una labor perturbadora en el medio sindical 807.

Una línea sindicalista revolucionaria mucho más ortodoxa y

de Mahón, el 31 de diciembre de 1920, recogida en el libro homenaje «Salvador Seguí: su


vida, su obra», París 1960, p. 80.
806 S. SEGUÍ «El sindicalismo en Cataluña», cit. (ver nota 307). La primera edición de
esta conferencia en folleto se hizo en 1921, junto con otra de Pestaña, dada en la misma
oportunidad: A. PESTAÑA y S. SEGUÍ «El sindicalismo libertario en Cataluña. Principios,
medios y fines del sindicalismo libertario comunista», Buenos Aires 1921.
807 Las más duras críticas las recibiría precisamente de los sectores anarquistas más
intransigentes. Véase el prólogo de I. MOLAS al libro: SALVADOR SEGUÍ «Escrits»,
Barcelona 1975.
coherente fue la mantenida por el militante asturiano Eleuterio
Quintanilla, que no ha sido demasiado bien estudiado por los
historiadores del sindicalismo español808.

En una polémica mantenida por éste con Luis Araquistain,


desde las páginas de la revista gijonesa «Renovación» el
primero, y desde la revista «España», de la que era director, el
segundo, Eleuterio Quintanilla fijaría claramente cuál era el
verdadero contenido del sindicalismo revolucionario, según lo
entendía la doctrina más ortodoxa.

Para Quintanilla, y como tuvimos oportunidad de ver en el


primer capítulo, el sindicalismo revolucionario constituía una
verdadera teoría social diferente e independiente de las hasta
ese momento existentes, constituía una especie de tercera vía
que, aunque contase con numerosísimas influencias del
socialismo anarquista y del socialismo marxista, era
absolutamente independiente de éstos y contaba con unas
características y especificidad propias que la diferenciaban, al
punto de constituir una verdadera alternativa.

«Hoy —diría Quintanilla— existe el sindicalismo como una


filosofía social con personalidad propia.

Presenta, frente a las teorías de transformación social del


socialismo democrático y del socialismo anarquista, un plan
constructivo que tiene por base sus instituciones específicas:
los sindicatos, ahora forjadores de la capacidad rectora,

808 Existe un trabajo monográfico sobre este autor, realizado por RAMÓN ÁLVAREZ,
«Eleuterio Quintanilla: Vida y obra del maestro», ya citado, en el que se recogen
numerosos artículos e intervenciones del biografiado.
administrativa y técnica de las clases laboriosas, y mañana
organizadores de la producción, del cambio y del consumo»809.

Según la concepción de Quintanilla, el sindicalismo era una


concepción más perfecta y omnicomprensiva que las otras dos,
que se basaban en perspectivas y soluciones parciales del
problema social, sin alcanzar a solucionar de manera adecuada
el problema básico de la emancipación económica. Decía: «Sin
duda, es indiscutible la superioridad de la fórmula
revolucionaria del sindicalismo sobre las soluciones libertarias
o las de la democracia socialista», y añadía: en el sindicalismo
revolucionario «hay fórmula, hay construcción mental, hay
teoría, hay concepto doctrinal. Hay, pues, algo más, mucho
más que un espíritu violento de protesta, que un puro instinto
revolucionario».

Así, rechazando los ataques concretos de Luis Araquistain,


pero también, de manera general, los de los que reducían al
sindicalismo a un puro medio, a una función meramente
instrumental y, por ello, lo consideraban como un recipiente
necesitado de ser llenado ideológicamente, decía Quintanilla:
«Contra la visión simplista de Luis Araquistain, nosotros
afirmamos la tesis del sindicalismo. Mal que le pese, esta teoría
ha nacido del desarrollo normal de un movimiento biológico
que, sin dejar de ser una fuerza viva se elevó a las cumbres del
pensamiento emancipador por obra de sus hombres»810.

809 «Renovación» n° 2, junio de 1916. La intervención de Quintanilla en esta polémica


sería posteriormente recogida en un folleto: E. QUINTANILLA «La tesis sindicalista»,
Madrid 1931.
810 Id. Sin embargo, entre los mismos que consideraban al sindicalismo como un cuerpo
doctrinal suficientemente formado e independiente no se dejaba de destacar el carácter
En fin, como ideal revolucionario y un fin en sí mismo, o
como un simple medio revolucionario para la consecución del
anarquismo, el sindicalismo encerraba toda una serie de
elementos que eran comúnmente aceptados por ambas
tendencias, la sindicalista revolucionaria y la anarcosindicalista.
Y entre éstos destacaba la concepción del sindicalismo como
teoría y el sindicato como organización, para organizar y
regular la vida social en la transición de la sociedad clasista a la
sociedad emancipada de después de la revolución. El
sindicalismo era así una especie de puente entre ambos
momentos y cumpliría un papel similar al que representaba la
dictadura del proletariado en la doctrina marxista, aunque con
un contenido diferente. Esto había sido establecido ya por el
propio Malatesta, quien considerando el derrumbe total de la
sociedad que se produciría por el hecho revolucionario, había
estimado que al menos las más importantes funciones, la
producción y la distribución de los productos entre la población
deberían ser asumidos por los sindicatos «ya organizados y
prontos a continuar en beneficio de toda la población el
trabajo que ellos ejecutaban por cuenta de los capitalistas» 811.

Pero, el propio carácter abierto y en constante formación


que los sindicalistas —revolucionarios y anárquicos—

abierto, en constante formación, del mismo. En 1919 diría E. G. SOLANO: «El sindicalismo
no es sólo una doctrina, es una organización viviente con resabios de socialismo comunista
y hasta de anarquismo. Nació sin programa, o, por mejor decir, su programa no existe,
pues que, en la actualidad, los mismos hombres que dirigen el movimiento sindicalista,
lejos de ajustarse a una tesis formulada a priori, obran, y les sirve de tesis, a posteriori, el
propio hecho realizado; de modo que el acto precede, casi siempre, a la idea.» (Op. cit., p.
11).
811 Sobre Malatesta, véase: E. MALATESTA «Pensamiento y acción revolucionarios»,
Buenos Aires 1974 (pp. 165-190); también: E. MALATESTA «Socialismo y Anarquía»,
Madrid 1975.
atribuían al sindicalismo impedía a éstos precisar con toda
claridad la forma en la que el sindicalismo organizaría la
sociedad libre postrevolucionaria. Aunque, teniendo en
cuenta no sólo la actual estructura sindical, sino los ideales
genéricos que inspiraban el sindicalismo revolucionario
(libertad, comunismo, autonomía, etc.), no resultaba
demasiado difícil hacer ciertas previsiones. Diría «Neno
Vasco»:

«Imposible es, pues, prever exactamente el medio de


agrupación en la sociedad libre. Probablemente será
múltiple: el grupo profesional para la producción esencial
(...); el grupo de afinidades para satisfacción de las
necesidades intelectuales, estéticas y morales; la libre
comuna, para los intereses locales. Y las múltiples
FEDERACIONES libres, locales, regionales, mundiales, de
sindicatos y agrupaciones»812.

C) La posición «oficial» de la CNT.

Pero ¿cuál era la posición oficial de la CNT en medio de todo


este conflictivo desajuste ideológico? La posición de la CNT,
como ya hemos visto en cierto modo, respondía
perfectamente a la confusión que existía entre sus propios

812 Posiblemente Galo Diez, destacado militante anarcosindicalista vasco. («Los


anarquistas en el movimiento obrero. Anarquismo y sindicalismo», en «Soli» 27-abril-
1917, p. 2.)
militantes destacados. Si bien, producto de las tensiones
internas, a la hora de manifestarse lo hacía de una manera
ecléctica, colocándose en el medio de los dos polos
contrapuestos de la tensión ideológica, los sindicalistas
revolucionarios y los anarcosindicalistas, a pesar de que
fueran unos u otros los que dominaran en el respectivo
Comité. Pero, también, lógicamente, sus posiciones variaban
en razón de los hechos en los que se veía comprometida813.

Así, a lo largo de 1916, su posición parece responder más


bien a la línea sindicalista revolucionaria, aunque no de modo
total. Un editorial de «Solidaridad Obrera» de 27 de
diciembre, titulado «El Sindicalismo nervio de la revolución»,
defendía los valores propios del sindicalismo, su función
reivindicativa y preparadora del proletariado, así como su
papel revolucionario (se acababa de producir con éxito la
huelga general del día 18, contra la carestía de las
subsistencias). Y añadía, además, una crítica del anarquismo y
del socialismo, por ser incompletos y no llegar al fondo
económico del problema social:

«La crítica de esas escuelas sociales —decía— no sale del


campo teórico; el sindicalismo es la acción de crítica, no
sale del terreno de los hechos y de la realidad económica
que transforma. Por eso en el seno del sindicato caben los
trabajadores de las más distintas ideas políticas y sociales,
siempre que se atengan a esa condición de los hechos.

Descubierto el mecanismo de la explotación,

813 Sobre la posición «oficial» de la CNT, vid. A. BAR «Syndicalism...», cit., p. 241 y ss.
descubrimiento hecho por los mismos trabajadores en el
curso de la lucha por el mejoramiento, se forma
ineludiblemente una mentalidad revolucionaria.»

Después del fracaso de la huelga general de agosto de 1917,


e influida por el desencadenamiento de la revolución rusa, la
posición cenetista se radicalizó y se ideologizó bastante en un
sentido anarquista.

En un manifiesto dirigido «A las organizaciones obreras y


grupos sindicalistas, A los militantes», en octubre de 1918, la
CNT recordaba a sus militantes cuál era la finalidad de la
Confederación, recalcando el aspecto antipolítico de la misma:

«Entendemos que el proletario debe luchar contra el


Estado y no colaborar con él, y que la organización obrera
debe luchar contra el capitalismo directamente y sin
intermediarios, ya que está plenamente demostrado que
las prácticas de la acción directa han dado resultados
excelentes y superiores a las tácticas acomodaticias o
intervencionistas»814.

(Apenas hacía unos meses que sus antiguos aliados


revolucionarios de 1916 y 1917 habían vuelto a las prácticas
legalistas de antaño, participando en las elecciones
parlamentarias de febrero.)

Y añadía el citado manifiesto: «la Confederación Nacional del


Trabajo de España es una consecuencia de las nuevas
corrientes que en América y en Europa ha implantado el

814 «Soli» 9-octubre-1918, p. 1.


sindicalismo, en contraposición con la vieja escuela societaria y
legalista».

Un editorial de «Solidaridad Obrera», de 19 de noviembre de


1918, titulado «Independenciay autonomía», insistiría aún más
en el aspecto antipolítico de la Confederación, al mismo
tiempo que se hablaba también claramente del contenido
anárquico de la misma:

«Los pueblos —decía— y sobre todo las clases


trabajadoras, orientadas ya por los principios sindicalistas
para lograr su emancipación económica y por los
anarquistas para la emancipación total, se separan de estas
normas políticas para conseguir su objetivo.»

En similar sentido, y aún de manera más clara, volvería a


manifestarse «Solidaridad Obrera» el 16 de diciembre de 1918,
al decir en su editorial «Ni con unos ni con otros»:

«Somos internacionalistas frente a la patriotería,


sindicalistas en relación a los problemas económicos y
anarquistas en los problemas morales.»

Sin embargo, el Congreso de Sants, convocado en medio de


una gran tensión ideológica y con la decidida intención de
muchos sectores de que afrontase el tema de la orientación
ideológica de la CNT, como ya vimos, ni siquiera se refirió al
tema, tratando apenas la cuestión de la acción directa y la de la
relación de la Confederación con las entidades políticas e
ideológicas.

En resumen, simplificando un poco, se puede decir que en


este período nos encontramos con una CNT moderadamente
sindicalista revolucionaria, desde su vuelta a la legalidad hasta
finales de 1917, a pesar de contar en la cúpula de su estructura
con dirigentes, en la mayoría de los casos, de clara adscripción
anarcosindicalista (Francisco Jordán, Francisco Miranda,...). La
dirección de «Solidaridad Obrera» contó en cambio,
preferentemente con redacciones de carácter sindicalista (José
Borobio, Manuel Andreu, José Negre, Ángel Pestaña). A partir
de 1918, y a pesar de que el Congreso regional de Sants no
estableciese nada al respecto, se va produciendo una mayor
uniformización entre el conjunto de la organización y sus
cuadros directivos, en el sentido de que la concepción
anarcosindicalista de éstos va siendo asumida por la
Confederación. Sin embargo, la adopción definitiva de la
orientación anarcosindicalista por la CNT no se realizará sino en
diciembre de 1919, en el segundo Congreso Nacional de la
organización.
CAPÍTULO IV

EL ANARCOSINDICALISMO II. LA DEFINICION ANARQUISTA


DE LA CNT.
EL CONGRESO NACIONAL DE 1919

I.— CUESTIONES PREVIAS

Desde el final del Congreso regional de Sants hasta la


celebración del Congreso nacional de 1919, se van a producir
toda una serie de factores, algunos de los cuales habían tenido
ya su incidencia en el período previo, que van a influir
decisivamente en la nueva orientación que adoptaría la CNT en
el mismo. Estos factores, que están íntimamente relacionados
entre sí, pueden ser clasificados en tres tipos diferentes: de
tipo económico, de tipo político o ideológico y de tipo
orgánico.

En primer lugar, la situación económica de España al finalizar


la guerra europea entró en un período crítico, caracterizado
por la incertidumbre ante la posibilidad de un decaimiento de
la actividad económica, derivada precisamente de la
desaparición de la demanda de los países beligerantes. La
enorme corriente de divisas que durante el conflicto bélico
afluyó a nuestro país, había contribuido a enriquecer las arcas
de los sectores industriales, y hasta el sector agrícola se vio
favorecido por la exportación. La crisis de crecimiento que
entonces se sufrió, a pesar del proceso inflacionista y de otros
desajustes que determinaron la conflictividad social del
período de guerra, significó para España el período más alto de
toda su actividad económica, aumentando considerablemente,
de manera global, la riqueza del país815. Sin embargo, como
dijo Vicens Vives: «finalizada la contienda, restablecida poco a
poco la normalidad económica, se vio claro que el auge había
sido en parte ficticio, ya que no había sido aprovechado ni para
remozar la industria ni encauzar satisfactoriamente el
problema agrario. En una palabra, los beneficios de guerra
encumbraron unas cuantas fortunas sin provocar el bienestar
público que era dable esperar del esfuerzo realizado en aquel
período por la nación» 816.

Así, la paulatina recesión económica va a coger a la mayoría


de los sectores económicos sin la preparación suficiente como
para reorientar o reciclar su actividad, lo que se va a intentar
solventar con una mayor dureza en las relaciones sociales
llevando a los límites máximos la intransigencia patronal, para
evitar toda posible pérdida de beneficio.

815 La expansión económica de entonces y el aumento de la capacidad financiera


trajeron consigo la creación de Bancos tan importantes coiyo el Central y el Urquijo,
constituidos durante este período. Vid. R. TAMAMES «Estructura económica de España»,
Madrid 1971, p. 649; J. VICENS VIVES «Historia económica de España», Barcelona 1969,
p. 725; J. A. LACOMBA «Introducción a la historia económica de la España
contemporánea», Madrid 1972, p. 423 y ss; M. TUÑÓN DE LARA «La españa del siglo
XX», Barcelona 1974,1, p. 83 y ss; y, especialmente: S. ROLDÁN y J. L. GARCÍA DELGADO
«La formación de la sociedad capitalista en España. 1914-1920», Madrid 1973.
816 Op. cit., p. 725.
Por otra parte, la crisis del sector agrícola continuó enviando
a las ya superpobladas zonas industriales del país masas de
emigrantes, que aumentaron, por un lado, la posibilidad de la
contratación de mano de obra barata y, por tanto, la
posibilidad también de la reducción de los salarios, y, por otro
lado, el contingente de desempleados y de masas obreras,
arrojadas a la desesperación y a la radicalización en sus
actitudes sindicales y políticas. Los campos, ante la caída de la
demanda, dejaron de cultivarse, con el consiguiente aumento
del desempleo, e, incluso, hubo que acudir a la importación de
trigo 817. Ello contribuyó también a una enorme radicalización
del problema social en el campo, que vio, entre los años
1918-1921, uno de los períodos más violentos, siendo
denominado como el «trienio bolchevique».

La espiral de los precios siguió su proyección ascendente,


alcanzando el índice de los precios de productos alimenticios
su tope máximo en el semestre octubre 1920-marzo 1921, con
un índice 202,6 (siendo 100 al comienzo de la guerra) 818. Por el
contrario, y a pesar del proceso inflacionista, lo que, con la
depreciación de la moneda, disminuía aún más su poder
adquisitivo, los salarios sufrieron aumentos muy reducidos: de
un promedio de jornal diario de 2,76 ptas., para los hombres, y
1,23 para las mujeres, en 1914, se pasa a 5,04 y 2,20 ptas.,
respectivamente, en 1920 819.

Esta situación colocaba a la cuestión social en España en un

817 En 1923 sería preciso importar 24 millones de quintales de trigo. J. A. LACOMBA,


op. cit., p. 444.
818 Instituto de Reformas Sociales, op. cit.
819 Id.
punto ya de por sí bastante peligroso, sin necesidad de que
interviniesen factores externos. Sin embargo, estos factores
existieron y operaron como detonante sobre un caldo de
cultivo bien preparado.

Efectivamente, la revolución rusa significó una tremenda


llamarada cuyo reflejo fue perfectamente divisado por las
depauperadas clases trabajadoras españolas, que ya desde el
inicio de la guerra venían desarrollando una dura campaña de
protesta contra la situación a la que se veían sometidas. La idea
de la revolución social volvió a cundir con fuerza entre los
trabajadores españoles, que la asumieron ahora como un
proyecto perfectamente realizable y a plazo muy inmediato.
Sobre todo, en los medios cenetistas, atentos a la mínima
oportunidad de convertir el descontento en acción
revolucionaria.

Nunca se recalcará lo suficiente la importancia de este factor


de tipo ideológico, o, más aún, de tipo psicológico, sobre la
conciencia de los trabajadores españoles. En un momento
dado, todo lo que hasta ese instante parecían doctrinas más o
menos admirables, pero sin constatación práctica, se
convirtieron en una realidad tangible, en algo que no era un
mero sueño. Y el espíritu revolucionario, que, aparte de
esporádicas manifestaciones aisladas y sin continuidad —1902,
1909—, se encontraba dormido desde los movimientos del
siglo pasado, vuelve a renacer y ahora con visos de realidad, de
proyecto realizado, cuyo ámbito había que extender hasta
nosotros.

Pero si el fenómeno de la revolución rusa tuvo una


importancia decisiva dentro de la evolución del movimiento
obrero español, en general, para la CNT esta importancia sería
aún mayor y terminaría derivando por dos caminos
contrapuestos.

En primer lugar, la revolución rusa tuvo una influencia


decisiva dentro de los sectores anarquistas, que creyeron ver
en ella la realización práctica de su ideario. Ya entonces, a
partir del año 1917, la expansión del movimiento sindical
cenetista, debido a la coyuntura económico-política del país y a
las campañas de protesta realizadas conjuntamente con la
UGT, que supusieron un adecuado motivo propagandístico,
movió a muchos anarquistas, de los denominados
«específicos», a experimentar un mayor acercamiento al
movimieto obrero sindical. Pero, el hecho de la revolución rusa
y el entusiasmo despertado entonces, contribuyeron a acelerar
e intensificar este proceso, que se culminará con la Conferencia
Anarquista que se celebraría en Barcelona, en el invierno de
1918, en la que se acordó el ingreso masivo de los grupos
anarquistas en las organizaciones sindicales. Este hecho tendría
una importancia decisiva en la evolución de la Confederación,
dado que, debido al especial fanatismo de la mayoría de los
militantes anarquistas y su ímpetu activista, y a la difícil
situación económica y política por la que se atravesaba, que
provocaba una necesaria radicalización en el movimiento
obrero, no les fue difícil imponer sus propios planteamientos y,
en definitiva, hacerse con la dirección de la Confederación. Las
consecuencias de ello en la orientación sindicalista de la CNT
las veremos enseguida.

Pero, en segundo lugar, la adhesión incondicional a la


revolución bolchevique se tornó pronto en dura crítica, en
cuanto se fueron teniendo las primeras noticias e informes
realizados por los delegados enviados al efecto, sobre la
verdadera orientación política del movimiento y sus
realizaciones en este campo. Sin embargo, en la medida en que
los más radicales y fieles admiradores de ayer, los anarquistas,
se apartaban de la causa rusa, un numeroso grupo de jóvenes
militantes cenetistas afianzó su adhesión a la causa
bolchevique, al punto de ocasionar la escisión del organismo
confederal, como ocurriría en otros sectores del movimiento
obrero español, al rechazar la Confederación la adhesión a la III
Internacional, realizada de manera provisional en el Congreso
que vamos a estudiar seguidamente. A partir de entonces, la
CNT se convertiría en uno de los más intransigentes focos del
anticomunijno en nuestro país.

Pero, sin duda también, aunque no en tan grande medida


como algunos historiadores han sostenido, tuvo una destacada
importancia en el encumbramiento de los sectores anarquistas
y radicales en el seno de la CNT, la llegada masiva de
trabajadores inmigrantes, provenientes de las zonas agrícolas
del país, que tuvieron una adecuada acogida en el seno de los
sindicatos cenetistas, los cuales eran presa fácil de las actitudes
más radicales e inconscientes. La situación psicológica del
proletariado español, especialmente el cenetista, y la
existencia de un cuerpo doctrinal fácilmente adaptable a los
mínimos esquemas ideológicos de la Confederación, parte de
los cuales tenían ese mismo origen, fueron elementos
suficientes para justificar el preponderante papel de los
anarquistas especificos dentro de la CNT y la imposición del
anarquismo como orientación doctrinal de ésta.
Adolfo Bueso, que sería un destacado militante del ala
sindicalista de la CNT, nos habla del ingreso en la
Confederación en estos momentos de elementos
«aventureros» que «jugando la carta de la demagogia»
lograron hacerse con el dominio de la CNT, con un tácito
consentimiento del resto de los sectores («Los obreros se
ganaban la vida y dejaban hacer»)820. El propio Buenacasa,
destacada figura del anarcosindicalismo, se refería al ingreso
en la CNT, en estos momentos de auge sindical, de numerosos
«ambiciosos», «cabezas calientes» y «granujas» 821 , que
terminaron llevando a la Confederación a una vorágine
revolucionaria, más allá de la acción colectiva de las
organizaciones sindicales, al callejón sin salida del terrorismo
individualista. Efectivamente, en el año 1919 se iniciaría un
trágico período terrorista, plagado de atentados a obreros y
patronos, que sólo finalizaría definitivamente con la llegada de
la dictadura primorriverista.

Ángel Pestaña, que desde abril de 1918 ocuparía el cargo de


director de «Solidaridad Obrera», conociendo, por lo tanto,
muy bien los entresijos de la organización confederal, se refería
detenidamente a este período de terror y auge confederal en
sus memorias personales822.

820 A. BUESO «Cómo fundamos la CNT», cit., p. 97.


821 M. BUENACASA, op. cit., p. 68.
822 A. PESTAÑA «Lo que aprendí en la vida», primera edición: Madrid 1934. Existe una
edición más moderna, en dos volúmenes: Madrid 1971. Seria nombrado para el cargo de
director de «Soli» en una Asamblea regional celebrada a finales de abril de 1918 («Soli»
28-abril-1918, p. 2). Vid. también, del mismo autor: «El terrorismo en Barcelona...» cit. y
su conferencia «La huelga de la Canadiense y el Sindicalismo», pronunciada en Madrid el
3 de octubre de 1919, en A. PESTAÑA «Trayectoria sindicalista», cit., p. 376.
«Entre la avalancha de trabajadores de buena voluntad
que acudían a los Sindicatos —diría Pestaña—, venía
también esa clase especial de individuos que viven en el
lindero incierto que hay entre el trabajo y la delincuencia
común. Individuos que un día trabajan, y al día siguiente, si
la ocasión se les presenta, roban o matan, que para ellos, al
fin y al cabo, todo es igual»823.

Pero, el hecho grave estaba, no en que entre la avalancha de


nuevos afiliados a la Confederación se introdujesen en la
misma toda una serie de elementos indeseables, sino en que
en ella encontrasen el ambiente propicio a tal tipo de
actuaciones. La radicalización del medio confederal, la
intransigencia patronal, la influencia de la revolución rusa, el
renacer del anarquismo militante, etc., eran elementos que,
como ya indicamos, todos ellos amalgamados, hacían de la CNT
un caldo de cultivo adecuado para el terrorismo.

«Interviene, en primer lugar —decía Pestaña—, (...) en el


desarrollo de la morbosidad terrorista, el idealismo. Ese
idealismo místico apocalíptico con que en España se ha
interpretado el anarquismo (...), fuertemente influenciado
por la escuela individualista del siglo XIX, que ha tendido a
destacar la individualidad por encima de todo,
considerando que por el sacrificio del individuo puede,
incluso, llegarse a la emancipación humana»824.

823 Id., II, p. 63.


824 Id., II, p. 76-77. «No puede negarse —decía Pestaña— que los promotores del
terrorismo obedecieron, al iniciarlo, a un criterio doctrinal. Falso en su base, sin duda; pero
iluminado en su pensamiento por los destellos de una idea, de un sentimiento de justicia,
de convencimiento de sacrificio (...). Pero con el crecimiento vino su desnaturalización. A
Y añadía:

«Además, se creó el mito de la revolución. Había que


prepararse para la revolución, y prepararse para la
revolución era gastar en comprar pistolas todos los fondos
de los Sindicatos, el importe total de los ingresos por
cotizaciones. Cierto es que planeábamos obras de cultura,
que se llegó a estudiar la necesidad de fundar una Escuela
Normal para la formación de maestros racionalistas; pero
no pasó de entretenimiento. Para cultura no había pesetas,
pero las había para comprar pistolas»825.

La CNT no podía, por tanto, aludir un desconocimiento


absoluto de lo que entonces ocurría, al ser el terrorismo
individualista, realizado por grupos de acción anarquistas, un
subproducto de la situación por la que la misma atravesaba.
Surgía y se preparaba en el seno de la propia Confederación,
aunque ésta pretendiese ignorarlo y no lo dominase del
todo 826.

los primeros elementos que lo practicaron en nombre del ideal se unieron otra serie de
elementos turbios» (Id., II, p. 73-74).
825 Id., II, p. 81-82.
826 A. Pestaña sostuvo que aunque los autores e inductores de los atentados vivían en el
seno confederal, «el grueso de la organización, hasta las mismas juntas en la mayoría de
los casos, lo ignoraban, pues quedaba reducido a un número mínimo los que intervenían»
(Id., II, p. 72). Muy al contrario, J. García Oliver mantiene, en tonos muy duros, la
participación consciente de la Confederación en la organización y realización de los
atentados individuales, que, considera, se realizaron «en defensa de la clase obrera y en su
propia defensa»: «Cuando aficionados a la historia —dice— escriben que la CNT nunca
tuvo participación oficial en las luchas violentas de aquellos tiempos, escriben sobre lo que
ignoran. Militantes que en su tiempo tuvieron renombre también hablaron así, dando a
entender que la acción sindicalista fue obra de compañeros irresponsables que se movían
al margen o por encima de los Comités de la Organización. Nada menos cierto. Lo cierto
es que lo decían porque ya eran traidores o porque en ellos se estaba incubando la traición.
En marzo de 1923, poco después de la muerte de Salvador
Seguí, asesinado el día 10 de ese mes junto con otro dirigente
sindical, Comas, la organización cenetista celebraría una
reunión de militantes en algún lugar de la «riera» del Besós, de
manera clandestina, en la que se debatiría la mejor manera de
asegurar la defensa de la Confederación y de sus militantes,
que sufrían en aquel momento con especial dureza los
embates del denominado terrorismo blanco. Dos fueron las
soluciones a las que se llegó entonces: o la CNT hacía la
revolución, para lo cual se decía que habría que contar con el
apoyo de republicanos y radicales —Marcelino Domingo y
Lerroux—, o había que pasar al contraataque, empleando
también el atentado individual como método de defensa. La no
colaboración de Domingo y de Lerroux determinó el empleo de
la segunda solución. Precisamente de las gestiones que
entonces realizó el Comité de acción elegido en aquella
reunión, según García Oliver, nació el grupo de acción «Los
Solidarios», que sería uno de los encargados de llevar a la
práctica los acuerdos que se adoptasen en este terreno827. Los
atentados contra el ex Gobernador de Bilbao, González
Regueral, en León, y contra el Cardenal Soldevilla, en Zaragoza,
serían una buena manifestación de esta actuación.

Pero, si esto es lo que estaba ocurriendo en la clandestinidad,

Aquella acción de la CNT no tuvo las características de la espontaneidad. Las veces que
acudió a esa práctica —tantas como se hizo necesario—, lo hizo en defensa de la vida de
sus militantes y de la existencia de sus Sindicatos» (J. GARCÍA OLIVER «El eco de los
pasos», Barcelona 1978, p. 626).
827 De este Comité de acción formarían parte Juan Peiró, Camilo Piñón, Narciso Marcó
y el propio Ángel Pestaña, quien no podía, por lo tanto, aludir la ignorancia y la inocencia
de la Confederación en estos asuntos (J. GARCÍA OLIVER, op. cit., p. 628 y ss.). Del grupo
«Los Solidarios» nos volveremos a ocupar en el capítulo siguiente.
a la luz del día la CNT no podía menos que tratar por todos los
medios legales de impedir que continuase una situación de
violencia, en la que sólo podía perder. El 29 de marzo de 1923,
«Solidaridad Obrera» publicaba una nota en la que se hacía
una llamada a la conciencia ciudadana para que contribuyese a
acabar con la espiral de la violencia terrorista, llevada a cabo
por los grupos de acción anarquistas y por los pistoleros
pagados por la patronal. Pero, sin embargo, quizá como
proyección de los acuerdos de la citada reunión del Besos, la
nota del órgano confederal llamaba al mismo tiempo a los
trabajadores a realizar su autodefensa, «por los mismos
medios que se emplean contra nosotros y contra quien sea»828.

Esta nota de «Solidaridad Obrera» venía a ser una más de las


manifestaciones de la campaña pública que, efectivamente,
desencadenó la CNT entonces en contra de los atentados, y
que había iniciado con un manifiesto dirigido a la opinión
pública y al propio Gobierno, publicado en el órgano
confederal el 18 de ese mes de marzo. La campaña pública de
la Confederación en contra de la violencia terrorista tuvo un
relativo éxito, logrando la movilización ciudadana pretendida
(«Solidaridad Obrera» publicaría, el 18 de junio de 1923, un
manifiesto del denominado Comité de Actuación Civil, que
llevaba por título «Campaña contra el terrorismo. Al pueblo de

828 Decía la nota de «Soli» en uno de sus párrafos: «Hay que reaccionar contra ese
fatalismo y esa conformidad que va haciendo presa de nosotros. ¿Cómo? ¿por qué medios?
Por los mismos que se emplean contra nosotros y contra quien sea. Habremos de pensar
que todos son enemigos nuestros y que por consiguiente nos defendemos de esos
enemigos. ¿Existe aún otro procedimiento? Existe, sí: el que la ciudad en masa enjuicie
esos crímenes repugnantes. El que la ciudad en masa proclame el ejercicio de los derechos
ciudadanos. (...) En tanto Barcelona recobra el imperio de su soberanía, compañeros y
amigos, defendámonos» («Soli» 29-marzo-1923, p. 1).
Barcelona», en el que las entidades firmantes —políticas,
culturales, sindicales, ciudadanas, etc.— se unían a la protesta
cenetista y exigían el fin del terror). Sin embargo, los
atentados, como los atracos que entonces también
proliferaron —para mantener a los grupos de acción—, no
desaparecerían, o, por lo menos, no se atenuarían en gran
medida sino con la llegada de la dictadura de Primo de Rivera,
la cual —como reconocería Ángel Pestaña más tarde—
contribuyeron decisivamente a traer829.

1920. De izda. a dcha. y de pie: Molins, Endériz, Samblancat, Mogrovejo,


Bajatierra, Bel, Aguilar, Arín y España.
Sentados: Pestaña, Piera, Seguí, Margarita Gironella y no identificada

Sin embargo, si el terrorismo supuso el extremo, de por sí


poco significativo de las tendencias existentes en la
Confederación, la verdad es que la radicalización de la actitud
confederal era un hecho fácilmente comprobable por el índice

829 A. PESTAÑA, op. cit., II, p. 84. Del problema del terrorismo volveremos a ocupamos
en el Capítulo V.
de conflictividad que se produce durante este período que
sigue a la guerra europea. El Instituto de Reformas Sociales
informa haber tenido conocimiento de la realización de 463
huelgas en toda España, en el año 1918. Este número se
aumentaría a casi el doble —895— en 1919; pero sería aún
superior en el año 1920, alcanzando la cifra de 1.060 huelgas,
índice más alto de todo el período comprendido entre 1905 y
1929. De estas huelgas, el porcentaje más alto corresponde al
sector agrícola —188, en 1919 y 194, en 1920— que, como ya
hemos dicho, experimentó fuertes convulsiones y un renacer
del activismo anarquista, sobre todo en Andalucía y Levante830.
Pero no le fueron a la zaga los otros sectores productivos. Así,
el período fue también muy conflictivo en las zonas mineras e
industriales del Norte y en Cataluña, donde, en febrero de
1919, se inicia una de las huelgas más importantes ligadas a la
historia de la CNT: la huelga de «la Canadiense»831.

Finalmente, un factor de índole interna tendría también una


contribución decisiva a la expansión cenetista: el
establecimiento del sindicato único. El establecimiento de esta
nueva forma orgánica contribuiría a dar una mayor fuerza y
cohesión a la organización, al reunir en una única entidad a las
diferentes sociedades de oficios que actuaban

830 «Anuario Estadístico de España», año XVI, p. 553.


831 Para el conocimiento más preciso de los movimientos reivindicativos de este período
en las diferentes zonas del país, véanse: D. Ruiz «El movimiento obrero en Asturias. De la
industrialización a la II República», Oviedo 1968; J. P. Fusi «Política obrera en el País
Vasco, 1880-1923», Madrid 1975; E. LASA «Apuntes para el estudio de las luchas sociales
en Vizcaya durante los años 1917-1920», en M. TUÑÓN DE LARA (et al.) «Movimiento
obrero, política y literatura en la España contemporánea», Madrid 1974; A. BALCELLS
«El sindicalismo en Barcelona (1916-1926)», Barcelona 1965; J. DÍAZ DEL MORAL
«Historíenle las agitaciones campesinas andaluzas», cit.; A. M. CALERO «Historia del
movimiento obrero en Granada», Madrid 1973.
independientemente a pesar de pertenecer a un mismo ramo
de la producción o industria, cuando no existían dos sociedades
de un mismo oficio en la misma localidad —caso bastante
frecuente, a pesar de los acuerdos del Congreso de 1911—. Así,
el sindicato único de industria, que establecía la existencia de
un solo sindicato de cada rama de la actividad industrial por
cada localidad, creado el Congreso regional de Sants, de 1918,
venía a reforzar el entramado orgánico de la Confederación,
hasta entonces excesivamente disperso y de muy difícil control.
Los diferentes oficios se convertían en secciones del sindicato
único de su industria correspondiente, y su actividad quedaba
ahora coordinada y mucho más controlada que antes por la
Junta común del Sindicato. Pero, si por un lado el resultado de
la creación del sindicato único de industria podría ser el mayor
control y coordinación de la actividad sindical de los diferentes
oficios, en el sentido de reducir el número de huelgas aisladas
o poco convenientes para el conjunto del sector, por otro, esta
misma coordinación venía a reforzar la contundencia de la
actividad sindical, al unir a los diferentes oficios en un lazo
solidario mucho más íntimo y amplio. En definitiva, la
organización ganaba en eficacia y coherencia, al constituir un
entramado orgánico mucho más sólido, que aseguraba una
unión y comunicación más consistente y fluida entre los
órganos directivos y los militantes de la misma.

Pero, además, el establecimiento del sindicato único dio


lugar a una revitalización de la actividad confederal, en la
medida en que la Confederación se entregó, tras el Congreso
de Sants, a una febril actividad orgánica y propagandística,
reorganizando los sindicatos y creándolos donde no existían.
De la campaña propagandística realizada tras el Congreso
regional catalán de 1918, a la que ya nos hemos referido
anteriormente, surgieron numerosas organizaciones cenetistas
en pueblos y ciudades adonde la Confederación llegaba por
primera vez; pero, sobre todo, se logró consolidar la
vinculación orgánica de numerosos organismos afiliados a la
CNT que se encontraban aislados, constituyéndose numerosas
FEDERACIONES. De esta época irán surgiendo paulatinamente
las principales CONFEDERACIONES regionales de la CNT. Un
poco antes del Congreso de Sants, el 1 de mayo de 1918, el
Congreso regional de Sevilla creaba la CRT de Andalucía832.
Poco después del citado Congreso catalán, se creaba, el mismo
año, la CRT de Levante833. En 1919 cobraría vida la CRT del
Norte834. En 1920, con 18.000 afiliados sería creada la CRT de
Asturias835. Y, en 1921, sería creada en Congreso celebrado en
Vigo, la CRT de Galicia 836. La confederación aragonesa, otra de
las más potentes de la CNT, comenzaría a dar señales de vida,
como tal Confederación regional, también hacia el año 1920.

En septiembre de 1920, Seguí diría en el periódico madrileño


«El Sol» que la CNT contaba ya con 180.000 afiliados en
Levante, 160.000 en Andalucía, 60.000 en Aragón y 50.000 en
Galicia 837.

832 J. DÍAZ DEL MORAL, op. cit., p. 173, que se remite a los números de agosto de 1918
de «La Voz del Cantero».
833 Del 1 al 13 de diciembre celebraría su primer Congreso regional. M. BUENACASA,
op. cit., p. 161.
834 Id., p. 138.
835 CNT «Memoria... de 1919», cit,, p. 36.
836 Crónica de José Villaverde, en «La Tierra» 30 de mayo de 1932, p. 3. Según M.
BUENACASA (op. cit., p. 191) su fundación tuvo lugar en agosto de 1923.
837 «El Sol» 4-septiembre-1920.
En definitiva, cuando se convoca el Congreso Nacional de
diciembre de 1919, la CNT se encontraba en la cresta de su
desarrollo histórico, en el punto culminante de su crecimiento
cuantitativo, que apenas podrá igualar en los primeros meses
de la Segunda República. Pero, al mismo tiempo, el Congreso
de 1919 va a suponer también la culminación de una etapa, el
fin de una orientación que se había iniciado antes de la propia
fundación de la CNT, con la creación de su predecesora
Solidaridad Obrera. A partir de entonces, el apoliticismo de la
Confederación, su neutralismo ideológico, la creencia, sin más,
en un sindicalismo revolucionario, se transforma en una
politización anarquista, en una ideologización anarquista, en
una orientación anarquista de su actividad sindical, en
definitiva, en anarcosindicalismo.

Como ya indicamos anteriormente, el proceso hacia la


consolidación de la orientación anarquista de los sindicatos
comenzó realmente poco después de la suspensión legal de la
Confederación, en septiembre de 1911. Ya antes, incluso
durante la existencia de la propia Solidaridad Obrera, se
percibió una tensión constante tendente a conseguir esa
orientación, como algo necesario a la propia existencia de los
sindicatos. Los más destacados propagadores iniciales del
sindicalismo en España, Anselmo Lorenzo y José Prat, se
manifestaron en su momento a favor de una orientación
ideológica de los sindicatos, que evitase el que éstos se
bandeasen de un lado a otro o fuesen presa de los políticos, y
esta orientación no podía ser otra que el «socialismo
anarquista» de las viejas sociedades obreras de resistencia.

«...a la acción sindical le falta contenido ideológico —diría


José Prat en 1916—, en otros términos, forjarse un ideal que la
complete. Sin acción no hay teoría eficaz, sin teoría la acción
será deficiente»838.

Esta teoría que inspirase la acción de los sindicatos no podría


ser el propio sindicalismo revolucionario, dado que, como ya
vimos en más de una ocasión, éste no alcanzaba para la
mayoría de los sindicalistas españoles el carácter de teoría. Era
una mera táctica, un medio. Este carácter instrumental que se
daba a algo que podía alcanzar perfectamente el nivel
ideológico, constituir un fin en sí mismo, dada la elaboración
que del mismo se había hecho ya en la doctrina —sobre todo la
francesa—, provenía fundamentalmente del hecho de que sus
más destacados introductores en España fuesen precisamente
de ideología anarquista, y, con esta concepción, dejaban
incólume su propia ideología, encontrándole un nuevo camino
de realización. Por otra parte, al ser considerado como una
mera táctica adaptable a las circunstancias, el sindicalismo
carecía de la rigidez que impidiese su adaptación a la ideología
anarquista, salvándose las posibles contradicciones existentes
entre ambos.

Así pues, la orientación ideológica que deberían tener los


sindicatos no era otra cosa que el anarquismo. Pero aún aquí,
la misma elasticidad que se predicaba del medio, se predicaba
también del fin orientador. De tal manera que el anarquismo
no se impusiese de forma obligada, sino como el resultado de
la educación y la experiencia de la lucha sindical. El propio Prat,
cuando hablaba de introducir el ideal anarquista en el medio

838 J. PRAT «Orientaciones», cit., p. 48.


sindical, añadía inmediatamente: «Pero a condición de no caer
en dogmatismo. La verdad se forma gradualmente; no surge
toda de una pieza en un momento dado y en un dado
cerebro»839.

Y efectivamente, a los dos años de suspendida la CNT, la


Federación Nacional de Obreros Agricultores, fundada en
Córdoba en marzo de 1913, adoptaría la orientación
anarquista, como elemento definitorio de su programa
ideológico. Ello lo haría en su quinto Congreso, celebrado en
Zaragoza del 22 al 24 de mayo de 1917840. Era un precedente
serio que no tardaría en seguir la Confederación.

Pero antes de que el Congreso Nacional de 1919 adoptase el


comunismo anárquico como orientación de la CNT, la polémica
surgida en los medios confederales entre los defensores del
neutralismo ideológico de la Confederación —los sindicalistas
revolucionarios— y los defensores de dar al sindicalismo una
orientación anarquista —los anarcosindicalistas—, que llena la
prensa confederal, sobre todo en los años 1916 a 1919, dejaba
entrever ya la dirección hacia la que se dirigía la Confederación.
A esta polémica nos hemos referido ya en el capítulo anterior y
por eso no vamos a volver sobre ella. Sin embargo conviene
tenerla muy en cuenta para comprender mejor el contexto en
el que el acuerdo del Congreso Nacional de 1919 se va a
producir.

839 Id.
840 Véase lo ya dicho sobre esta organización en el capítulo III.
II.— LOS DATOS DEL CONGRESO

El Congreso Nacional de 1919, al igual que había ocurrido con


el de 1910, y para constatar con ello la voluntad unitaria que
dominaba a la Confederación en aquellos momentos, fue
convocado de una manera muy amplia y general, invitándose a
asistir al mismo a todas las entidades obreras del país.

«Como prueba de nuestro buen deseo de unir en un solo


organismo nacional a todos los trabajadores de España —decía
la convocatoria oficial del Comité de la CNT—, el Comité que
suscribe ha decidido convocar indistintamente, sean o no
federadas, a todas las entidades obreras de resistencia al
capital constituidas en la nación y sus colonias»841.

Pero, además, apoyando esta convocatoria, la CNT venía


realizando ya con anterioridad una gran campaña
propagandística que, a raíz de la famosa huelga de «la
Canadiense» y de los sucesos posteriores, el «lock-out»
patronal, etc., había llevado a los más destacados líderes
confederales a los puntos más importantes del país para
explicar allí la postura de la Confederación ante tales hechos y
recabar la solidaridad de los demás trabajadores con la misma.
Esta actividad es lo que llevaría a Salvador Seguí y a Ángel
Pestaña a Madrid, donde, a principios de octubre de ese año,

841 «Acción Social Obrera», de San Feliú de Guixols, 24 de octubre de 1919. «Revista
de Trabajo» n° 49-50, 1975, p. 217-219.
realizarían varias conferencias y mítines, en el Círculo Federal,
en el Teatro de la Comedia e, incluso, en la Casa del Pueblo de
la capital 842.

Esta actividad, pues, no podía dejar de tener un alto valor


propagandístico, con miras al Congreso nacional que se estaba
preparando, y al que se pretendía que asistiese el mayor
número de entidades obreras posible. Esta pretensión no
estaba tampoco exenta de significación, y superaba con mucho
la mera intención de incrementar el número de afiliados a la
Confederación. Estaba, por el contrario, íntimamente
relacionada con la nueva orientación que la CNT había dado a
su política unitaria en el último año, a la cual nos hemos
referido anteriormente. Fracasados los intentos de unificación
con la UGT, pretendidos ya desde 1916, pero, sobre todo, a
partir del éxito de la huelga de diciembre de ese año, y
acuciados aún más con motivo de las primeras noticias de la
revolución rusa y los preparativos de la huelga general de
agosto de 1917, la CNT cambió totalmente su estrategia
unitaria, dirigiéndola ahora no a la UGT, sino al conjunto de los
trabajadores del país, y no en pos de una central unitaria
nueva, sino en favor del ingreso masivo de los mismos en la
propia CNT. Este cambio de actitud de la Confederación, como
ya vimos, venía determinado fundamentalmente por dos
motivos, cuyo peso específico es bien difícil de comparar: la
actitud de la propia UGT, volviendo a los caminos de la
legalidad y apoyando la política parlamentarista del PSOE,
dando su respaldo electoralmente a las candidaturas de la

842 De estas conferencias, que serían reproducidas por «España Nueva» 4 y


5-octubre-1919, se publicaría con posterioridad un folleto (Vid. notas 307 y 353 del
capítulo III).
conjunción republicano-socialista, cuando en un momento se
había confiado en su espíritu revolucionario; y el propio
crecimiento de la CNT, que le daba una mayor seguridad en sí
misma, así como su radicalización, producida a impulsos de la
revolución rusa y del ingreso en sus filas de nuevos cuadros
anarquistas, hasta entonces un tanto apartados de las
actividades sindicales. Y se produjo precisamente de manera
paralela al propio cambio de actitud de la UGT con respecto a
la unidad, que había sido en un principio muy débil, para ser
decididamente favorable a la misma a partir de su XIII
Congreso, celebrado en septiembre de 1918. Así, coherente
con esta intención, que, si no oficialmente, sí había quedado
claramente manifestada en los artículos y editoriales del
portavoz confederal, e, incluso, en los propios manifiestos de la
Confederación, la CNT dirigía ahora toda su actividad a
conseguir la presencia en el Congreso del mayor número de
entidades obreras posible, lo que vendría a suponer, de
conseguirlo, un espaldarazo a su nueva.política unitaria, basada
en la propia expansión.

La convocatoria confederal tuvo un indudable éxito. Al


Congreso Nacional, que se inauguraría el 10 de diciembre de
1919 en el Teatro de la Comedia de Madrid, asistirían cerca de
450 delegados que representaban a entidades obreras
federadas y no federadas a la CNT, las cuales contaban, las
federadas, con un total de 790.948 afiliados, y las no
federadas, con un total de 54.857 afiliados843, lo que hace un
total de 845.805 obreros representados en el Congreso.

843 Las cifras son de elaboración propia, basándome en los datos que da la propia
«Memoria» del Congreso, que suele tener errores en las operaciones de suma. Véase el
cuadro general de afiliados a la Confederación, en capítulo VI.
Pero, el éxito es aún mayor si se estima en términos
comparativos, dado que la otra central sindical nacional, la
UGT, contaba en aquellos momentos con una cantidad de
afiliados claramente inferior a los de la CNT. En septiembre de
1918, cuando celebró su Congreso Nacional, la UGT contaba
con 457 secciones con un total de 89.601 afiliados, cifra que
suponía, incluso, un descenso con respecto a los que poseía en
marzo de 1917 —464 secciones y 99.520 afiliados—. (Este
descenso en su afiliación no es del todo ajeno al cambio de
actitud de la UGT con respecto a la CNT, operado en 1918,
buscando claramente su unificación con la misma). En mayo de
1920, cuando la UGT reiniciaba su ascenso, esta cifra llegaría a
los 211.342 afiliados, y no llegaría nunca a superar los
trescientos mil afiliados hasta después de diciembre de 1930
(cuando contaba con 287.333) 844.

Como se deduce fácilmente de las cifras ofrecidas por la


Memoria del Congreso845, el número de afiliados a la CNT había
aumentado considerablemente desde su anterior Congreso de
1911. Pero este crecimiento, que era progresivo desde los años
1916 y 1917, sufrió un repentino y espectacular aumento en
los años 1918 y 1919. Las causas de ello las hemos analizado
con anterioridad, por lo que no vamos a volver sobre las
mismas, sin embargo sí es importante constatar
numéricamente cómo se produjo este aumento.

844 Datos de la propia UGT, publicados en el «.Anuario Estadístico de España», año


XVI, Madrid 1932, p. 524.
845 Confederación Nacional del Trabajo «Memoria del Congreso celebrado en el Teatro
de la Comedia de Madrid, los días 10 al 18 de diciembre de 1919», Barcelona 1932. La
«Memoria» debido a la represión y la clandestinidad, no pudo ser editada hasta entonces.
Antes, en abril de 1931, «Soli» comenzaría a publicarla de manera senada.
Los últimos datos cuantitativos ofrecidos por la CNT sobre el
número de afiliados con los que contaba, son de septiembre de
1918, cuando la Confederación publica unos datos por
provincias, que dice no ser del todo completos, en «Solidaridad
Obrera» de 30 de septiembre 846 . El número de afiliados
declarados entonces es de 80.541847. Con posterioridad, un
manifiesto del Comité Nacional de la Confederación declaraba
poseer, en octubre, 81.000 federados848. De estas cifras se
pasaría, quince meses después a la ya citada de 790.948, que
son los afiliados representados en el Congreso de la Comedia,
lo que supone un aumento de más del novecientos por cien de
los afiliados durante ese período.

Distribuidos por regiones los datos aportados, la región más


numerosa es, desde luego, Cataluña, a la que corresponden
426.844 afiliados849, representados en el Congreso; además de
6.350 representados no afiliados a la Confederación. En el
Congreso regional de Sants, de junio de 1918, estaban
representados 75.150 obreros, sin que se especificase
entonces cuáles de ellos estaban o no federados; pero los
datos ofrecidos en «Solidaridad Obrera» el 30 de septiembre,

846 Véase cuadro general en capítulo VI. Con posterioridad, la CNT anunciaría la
publicación de un número extraordinario de «Soli», con el «Boletín y estadística de las
fuerzas adheridas a la Confederación Nacional», que debería aparecer el domingo
3-noviembre-1918, pero no hemos podido consultarlo, ni tenemos noticias de su
publicación.
847 «Soli» 30-septiembre-1918, p. 1. Por error de suma, dice: 80.607 federados.
848 «Soli» 9-octubre-1918, p. 1. Un artículo de Antonio Muñoz García, destacado
militante sindicalista granadino, secretario del ramo de la Construcción de aquella
localidad, declaraba en «Soli» 25-noviembre-1918, que la CNT poseía entonces 114.000
afiliados.
849 De ellos, más de la mitad —246.478— pertenecían a Barcelona.
que da 70.359 afiliados para Cataluña, demuestran que
—aparte de los posibles errores típicos de un período de
organización— el número de no federados presentes en aquel
Congreso regional era también de una cifra que rondaba los
cinco mil obreros. Así pues, entre septiembre de 1918 y
diciembre de 1919, la Confederación había aumentado en
Cataluña trescientos cincuenta y seis mil cuatrocientos ochenta
y cinco afiliados; lo que suponía tener, solamente en esta
región, nueve veces más afiliados que la UGT en todo el país,
por las mismas fechas.

La segunda región por su volumen de afiliados era Levante,


incluída Murcia y Albacete, que contaba con 117.993
federados representados en el Congreso, y con 5.031 no
federados. Esta región contaba en 1918 con 3.090 afiliados,
con lo que supone, además, la región con un mayor porcentaje
de crecimiento —exceptuando las zonas donde anteriormente
no había ningún afiliado o una cantidad insignificante—, cuyos
efectivos se multiplicaron casi por cuarenta.

La tercera región, en este orden cuantitativo, era Andalucía,


que aparece representada con 116.249 federados y 7.644 que
no lo eran. Lo que, comparando con los 3.623 afiliados con los
que contaba en 1918, supone el haber multiplicado por treinta
y dos el número de sus afiliados, ocupando por ello un segundo
lugar en el índice de incremento de sus afiliados.
El resto de las regiones, aunque con un índice similar de
crecimiento, por su número de afiliados siguen ya a gran
distancia a las tres zonas ya citadas, que ocuparían ya siempre,
a partir de entonces, la primacía en la CNT.

Del conjunto de los obreros representados en el Congreso,


unos seiscientos mil lo estaban directamente, por sus propios
delegados elegidos, el resto lo estaba a través de otros
delegados u organizaciones 850.

Precisamente, hablando de los delegados, es de remarcar la


presencia en el Congreso de 1919 de prácticamente todos los
líderes confederales que, a partir de entonces, se destacarían
de sobre manera en la actividad de la CNT. El cambio
generacional, iniciado en los años 1915 y 1916, al que hicimos
referencia anteriormente, aparece ya totalmente culminado en
el Congreso de Madrid. Además de la figura de Seguí, que ya
venía teniendo un papel destacado a causa de su actividad

850 CNT «Memoria», cit., p. 54.


como secretario del Comité Nacional de la Asamblea de
Valencia, primero, dirigiendo la campaña cenetista en contra
de la carestía, y como secretario de la CRT de Cataluña,
después, dirigiendo a la Regional catalana en el período
1918-1919, uno de los más difíciles de su historia, se destaca
ahora de una manera especial la figura de Ángel Pestaña, que
venía siendo director de «Solidaridad Obrera» desde
noviembre de 1917, puesto para el que fue designado después
de haber realizado una importante labor reorganizadora en la
secretaría del Comité Regional catalán, de marzo a noviembre
de ese mismo año. Desde el puesto de director del órgano
confederal, Pestaña pudo realizar una labor que excedía con
mucho las competencias de su cargo, entrando de lleno en los
entresijos de la Confederación, debido a que su puesto era de
los pocos —ni siquiera los comités— que implicaban una
dedicación exclusiva al cargo, convirtiéndose por ello en una
especie de punto de referencia común para toda la
organización.

Otra de las figuras que adquiere un papel relevante durante


este período es la de Manuel Buenacasa, que llegaría a ser
nombrado secretario general de la CNT en agosto de 1918,
sustituyendo en ese puesto al viejo militante Francisco
Miranda, que había dirigido la Confederación durante el difícil
período 1917-1918. Buenacasa, anarcosindicalista convencido,
cuando llegó al puesto de secretario confederal, no dudó, junto
con sus compañeros en el mismo, en convertir al Comité
Nacional de la CNT en un grupo anarquista 851. Fue uno de los

851 Los otros miembros del Com. Nal. —y del grupo anarquista— fueron Evelio Boal,
Vicente Gil, José Ripoll y Andrés Miguel (M. BUENACASA, op. cit., p. 64).
más destacados responsables del giro que entonces inició la
Confederación, de manera acelerada, hacia las posiciones
anarcosindicalistas, de las que ya no se apartaría. En enero de
1919 le sustituiría Evelio Boal, hombre de vida un tanto
bohemia, que, sin embargo, pronto destacaría por su actividad
organizadora. Boal era también un destacado militante
anarquista y contribuyó decisivamente a la orientación de la
CNT en esta vía. Dirigiría a la Confederación durante todo el
período terrible de la vorágine terrorista, y él mismo sería una
de las víctimas más destacadas del mismo, siendo asesinado en
abril de 1921; antes, su detención, en marzo del mismo año, le
había apartado de su cargo en la Confederación. Fue, también
Boal, el principal organizador del Congreso Nacional de 1919, al
que dedicó una importante labor, trasladándose incluso a
Madrid, donde residió un tiempo, que empleó no sólo en este
trabajo, sino en desarrollar la CNT en aquella ciudad, que venía
siendo hasta entonces un centro exclusivo de los socialistas. En
los medios policiales, sin embargo, Evelio Boal era considerado
como una mera marioneta de los sectores anarquistas más
intransigentes852.

Los ya citados destacados dirigentes confederales podrían


responder, aunque de una manera un tanto esquemática no
exenta de error, a las dos principales corrientes que se
enfrentaban entonces en la CNT; pero que, a pesar de todo, no
tenían sus posiciones tan perfectamente delimitadas como más
de un historiador ha pretendido hacer ver, y en sus actitudes y
manifestaciones se pueden observar claras incoherencias u

852 M. DE BURGOS Y MAZO «El verano de 1919 en Gobernación», Madrid 1921, p.


357.
oscilaciones. Por un lado, la línea sindicalista vendría
representada aquí por Seguí y Pestaña; sin embargo, ya hemos
visto como la figura de Seguí y sus posiciones pecaban un tanto
de ambivalentes, y junto a su moderación en la acción, que
podía hacer pensar a muchos en su fe sindicalista
revolucionaria, unía una visión del sindicalismo que no se
diferenciaba demasiado de la que podían tener los
anarcosindicalistas. Pestaña, por su parte, que luego se
orientaría hacia un sindicalismo revolucionario más moderado,
iniciaba sus primeros pasos en esta orientación, alejándose de
la intransigencia anarquista que le había caracterizado durante
sus primeros años de militancia, y adoptando una posición que,
si bien puede caracterizarse de radical, estaba mucho más
cercana a las posiciones del sindicalismo revolucionario
consciente que la del propio Seguí, con el que, por otra parte, y
debido al juego de la tensión dialéctica
moderación-radicalismo, mantenía un cierto enfrentamiento y
rivalidad.

Por otro lado, las posiciones anarcosindicalistas, mucho más


coherentes consigo mismas, estarían perfectamente
representadas en las personas de Buenacasa y Boal. Y su
máxima contradicción estaría en la fe ciega y en el apoyo sin
límites que prestaban a la revolución bolchevique, en la que
veían la máxima realización de sus ideales anarquistas.

Por lo demás, la difícil colocación en esquemas ideológicos


rígidos de las diferentes tendencias presentes en la CNT de
entonces, producto de una coyuntura especialmente
conflictiva, que llevaba a los protagonistas a contradicciones en
su actuación, hacía el panorama cenetista bastante nebuloso
para los propios coetáneos. Un informe policial, enviado al
Ministerio de Gobernación por aquellas fechas, dividía a la CNT
en tres sectores diferenciados:

«Se dibujan tres partidos dentro del sindicalismo —decía


el informe—. El más contemporizador sigue a Seguí; el más
peligroso a Ángel Pestaña y el más irreductiblemente
fanático a David Rey. Seguí ha perdido mucho prestigio (...)
es buen orador y, sobre todo, muy astuto, teniendo en el
ramo de la construcción fanáticos incondicionales.

Ángel Pestaña es llamado en la intimidad, por muchos


sindicalistas «el jesuíta rojo». Es mucho más convencido de
sus ideas que Seguí y partidario decidido de preparar con
toda calma y bien, la batalla definitiva, no aceptándola
cuando la presenten los enemigos o sea patronos y
autoridades, sino cuando se haya extendido, fuera de
Cataluña y Valencia, la organización sindicalista en el resto
de España y su fuerza sea invencible o poco menos.
Mientras tanto, paciencia y mala intención y continuar la
organización, manteniendo por huelgas parciales, etc., la
agitación que él llama «gimnasia revolucionaria». Es a mi
juicio el de más cuidado de los caudillos sindicalistas (...).

La fracción más fanática del anarquismo es la que está al


lado de David Rey, aspirante a caudillo, y cuenta con mucha
masa fanática que juzga excesivamente contemporizadores
y políticos a Pestaña y a Seguí, más a este último»853.

853 Id. p. 592. David Rey, pseudónimo de Daniel Rebull, se pasaría más tarde al
comunismo, militando en las filas de los Comités Sindicalistas Revolucionarios,
El informe policial no está exento de inexactitudes y de un
gran desconocimiento de las reales corrientes ideológicas
internas de la CNT, sin embargo, se aproxima bastante a la
realidad, y es por ello significativo, en lo que a la actuación de
los líderes sindicales se refiere. Y, sobre todo, es de destacar el
informe sobre Pestaña, convertido eQ el «más peligroso» de
los dirigentes de la Confederación, a pesar de que su influencia
interna no era ni con mucho la más decisiva en aquel
momento. Y ello era así porque su actitud era sin duda la más
coherente y convencida dentro del sector sindicalista
revolucionario, lo que le hacía ser de los más peligrosos para
los medios oficiales del Estado. Lo que no parecía ocurrir con
los anarquistas puros, a pesar de ser sus actitudes, de manera
inmediata, mucho más radicales que las de los sindicalistas.

El resto de los delegados al Congreso incluía también a otros


destacados militantes y dirigentes de la CNT de las diferentes
partes del país, entre ellos destacarían los asturianos Eleuterio
Quintanilla y José María Martínez, que eran unos de los más
importantes representantes de la línea sindicalista
revolucionaria de la CNT; pero también otros muchos, a los que
sería muy largo nombrar individualmente y a los que nos
referiremos con motivo de sus intervenciones a lo largo de las
sesiones del Congreso.

En su convocatoria del Congreso, el Comité Nacional


introducía ya una lista de 15 puntos en los que se incluían los
temas más importantes que el mismo tendría que abordar: la
reforma orgánica de la CNT, la cuestión de la orientación

organizados por Joaquín Maurín.


ideológica, el tema de la unión del proletariado español y la
cuestión de la adhesión a la Tercera Internacional. A estos 15
temas, que proponía el Comité, se unirían con posterioridad
toda una serie de puntos, hasta completar una larga lista de 83,
que agrupados por temas similares serían abordados por el
Congreso a lo largo de sus sesiones.

Sin embargo, de la larga serie de puntos a tratar solamente


los cuatro temas ya enunciados tenían una verdadera entidad,
como para merecer la pena de un Congreso Nacional; el resto
se refería a cuestiones de menor orden, muchas de las cuales
volverían a ser una repetición de lo tratado en anteriores
ocasiones.

III.— LOS ACUERDOS DEL CONGRESO

El Congreso Nacional de 1919, también denominado


habitualmente Congreso de la Comedia entre los medios
cenetistas, por haberse celebrado en el Teatro de la Comedia
de Madrid, tuvo para la CNT un carácter verdaderamente
trascendental, dadas las transformaciones por el mismo
operadas en el seno de la Confederación.

El propio delegado de la Federación Local de Gijón diría en


una de sus intervenciones en el Congreso que éste tenía un
verdadero «carácter constituyente», lo cual es en realidad, una
apreciación nada descaminada, pues las reformas operadas por
el mismo, tanto en el aspecto orgánico como en el ideológico,
suponían una transformación sustancial con respecto a la
propia constitución de la CNT adoptada en sus dos primeros
Congresos, el fundacional, de 1910, y el primero ordinario, de
1911.

Como en anteriores capítulos, y para seguir una misma


sistemática que facilite el estudio de los acuerdos del Congreso
y su estimación comparativa con respecto a los acuerdos
adoptados en anteriores ocasiones, dividiremos los acuerdos
por el contenido de los mismos en tres grandes grupos: los de
tipo ideológico, donde se incluyen las cuestiones tácticas; los
de tipo orgánico; los de tipo reivindicativo, o «mejoramiento
inmediato», como los clasifica la propia Memoria del Congreso;
y aún se podría establecer un cuarto apartado, en el que se
incluirían los acuerdos de menor trascendencia y que son de
difícil adscripción.

A) Acuerdos de tipo ideológico:

1.— La definición comunista anárquica de la CNT

La cuestión de la nueva orientación de la Confederación ya


vimos que era uno de los temas fundamentales que tendría
que abordar el Congreso confederal, para adaptar los
contenidos ideológicos de la misma a la nueva orientación que
de hecho ya se estaba imponiendo entre los medios militantes.
La propia Memoria del Congreso es una buena manifestación
de que en realidad habían cambiado mucho las cosas en este
terreno, desde el último Congreso confederal de 1911. El
anarquismo aparece ahora como un foco predominante que
ilumina el conjunto de la marcha de la Confederación y que
muy pocos se atreven a contradecir.

Ya en la salutación dirigida al Congreso en su sesión inaugural


por el secretario general de la CNT, Evelio Boal aún antes de
que, por lo tanto, la Confederación se hubiese pronunciado de
manera colectiva sobre ello, éste reconocía que «los principios
que hemos sostenido orgullosamente y todo lo dignamente
que hemos podido y sabido, han sido los del comunismo
anárquico; deseando nosotros que los compañeros que nos
sucedan prosigan por este camino»854. Con lo que se venía a
constatar el hecho de que la CNT había sido dirigida, al menos
desde que los miembros de este Comité Nacional ocupaban sus
puestos 855 , con una orientación claramente anarquista, sin
haber esperado a que la Confederación hubiese resuelto, como
tal, sobre tan debatido tema.

Pero, aún más, cuando el Congreso discutió el tema de la


unificación del proletariado español, y llegó al acuerdo al que
nos referiremos más adelante, ante la mínima duda que
pudiera caber de que el proceso unificador entre la CNT y la
UGT supusiese la más mínima dejación de los principios, por
ellos considerados esenciales, de la Confederación, es decir, los

854 CNT «Memoria», cit., p. 55.


855 Los miembros de este Comité Nacional, elegido en agosto de 1918, fueron
prácticamente los mismos desde su nombramiento. En enero de 1919 Boal sustituiría a
Buenacasa en la secretaría general, pero no se alteraría prácticamente su composición.
Cuando se inaugura el Congreso de la Comedia, eran: Evelio Boal, Vicente Gil, Manuel
Buenacasa, Francisco Botella, José Casas, Andrés Miguel, Domingo Martínez, José
Vernet y Francisco Puig (Id., p. 18, 53, 168).
principios anarquistas, los miembros del Comité Nacional
saliente elaboraron una nota en la que amenazaban con
realizar una labor obstruccionista de tal proceso unificador, en
el supuesto de que se produjese en tales términos:

«Los nueve miembros del Comité Ejecutivo Nacional (...)


No sólo como representantes directos de los nueve
grandes sindicatos de Barcelona, sino como simples
individuos sindicados, advierten al Congreso, sin que ello
sea ni suponga coacción de ninguna clase, que si el nuevo
Comité que nos sustituya no sigue las prácticas de acción
libertaria y antipolítica por nosotros sustentadas, hasta el
día de hoy, lucharemos en el seno de nuestros propios
sindicatos por imposibilitar toda unión o fusión que no se
asiente sobre las bases y prácticas antedichas»856.

Obviamente, a pesar de lo dicho en la nota, se trataba de una


verdadera coacción, no tanto al Congreso, que ya había
resuelto sobre el tema de unificación en ese momento, como al
Comité Nacional que hubiera de sustituirles, dado que,
efectivamente, se trataba de militantes de alto poder
condicionante y llevaban detrás de sí a los más importantes
—cuantitativamente hablando— sindicatos de la CNT. Pero la
amenaza era tanto más grave cuanto que venía indirectamente
a incidir sobre un tema tan trascendental como era el de la
orientación ideológica de la CNT, del cual aún no se había
ocupado el Congreso y tendría que hacerlo en sesiones
posteriores.

856 Firmaban: Evelio Boal (Artes Gráficas), Vicente Gil (Fabril y Textil), D. Martínez
(Alimentación), M. Buenacasa (Madera), A. Miguel (Transportes), F. Botella
(Metalurgia), F. Puig (Piel); (Id., p. 168).
Sin embargo, la actitud del Comité Nacional saliente no
puede decirse que sorprendiera o desentonara demasiado en
el ambiente general que existía en el Congreso. Efectivamente,
a lo largo de las sesiones del mismo y en las intervenciones de
la gran mayoría de los delegados puede decirse que subyace un
denominador común: el anarquismo.

El tema anárquico, al contrario de lo que había ocurrido en


anteriores congresos confederales, aparecerá constantemente,
bien como un principio remoto, inspirador de conductas y
actitudes, bien como ideología política inmediata, como
programa social, que debería —y que, de hecho, para muchos
ya lo estaba haciendo— dirigir la actuación de la CNT.

«...los principios, las ideas que informan a la organización


(...) —diría el delegado de la Construcción de Málaga— no
son otros que los que informan el anarquismo. El principio
básico de la organización, es puramente anarquista; no
debemos recatarnos de decir que el individuo aspira a un
ambiente netamente anarquista, y las minorías conscientes
que arrastran forzosamente a la masa por sus convicciones
y por sus decisiones, se muestran partidarias de ello» 857.

El problema estaría entonces en delimitar perfectamente qué


es lo que se entendía por anarquismo, no ya como una
cuestión moral o principio ético, sino como una ideología
política que se quería imponer en la organización sindical para
dirigirla y orientarla hacia su finalidad.

857 Id., p. 104.


Para muchos, el anarquismo de la CNT se resumía en el
principio básico de la acción directa, que implicaba de por sí
una negación de la actividad política, pero también, por
extensión, una negación del poder político dentro de la
comunidad y de todos los elementos que de él se derivan.
«Nosotros entendemos —diría el representante del Ramo de la
Alimentación de Valencia— que la acción directa es la más
lógica para todos los trabajadores; nosotros entendemos que
no podemos llevar representantes nuestros ni a los municipios
ni al Parlamento; nosotros entendemos que no debemos ir a
Comisiones Mixtas donde actúen políticos de cualquier clase
que sean; nosotros entendemos que debemos legislar para
nosotros y no de acuerdo con el Poder constituido que tiene
que estarlo contra nosotros»858.

Para otros, el anarquismo era para la CNT el ideal


emancipador al que ésta debía tender. Mucho más que eso.
Era, en realidad, el único verdaderamente emancipador.
«¿Quién habla de manumitir el trabajo —se preguntaba el
destacado militante Eusebio C. Carbó—, quién habla de
liberaciones morales, económicas, o políticas, quién habla
contra los crímenes del Estado, de todos los Estados?»; y se
respondía a sí mismo: «Quien habla de libertad, quien habla de
derechos, quien habla de justicia, habla de anarquía, ya que sin
anarquía, la liberación, la igualdad, la justicia y el derecho son
puras utopías, son principios que jamás podrán realizarse, y a
eso vamos nosotros»859.

858 Id., p. 94.


859 Id., p. 367.
En fin, en las intervenciones de gran parte de los delegados,
términos como emancipación, socialismo, anarquismo,
comunismo, aparecían indisolublemente unidos, hasta el punto
de constituir diferentes denominaciones de una misma cosa; o,
mejor dicho, eran una sola cosa que únicamente podía
encontrarse dentro de una sola denominación que las
englobaba: anarquismo. Por ello, si el anarquismo era el único
ideal emancipador total de la humanidad, era el único capaz de
instaurar verdaderamente el comunismo, la socialización de
todos los bienes, los que de verdad querían todo eso
solamente podían ser anarquistas. Y, a la inversa, los que no
eran anarquistas no querían realmente lo que se implicaba en
aquellas palabras. «El socialismo (...) —diría también Carbó—
no tiene, no debe tener más representantes auténticos y
genuinos que nosotros, los anarquistas. Socialismo significa, ha
de significar necesariamente, puesto que de no ser así no
significaría nada, socialización de la propiedad y de los
instrumentos de producción y de cambio; y el socialismo (...) es
una concepción netamente económica, y esta concepción
económica no puede realizarse en toda su plenitud, si no se
corona con un pensamiento político enunciado por Pi i Margall,
que está encerrado en esta afirmación: «El hombre es
ingobernable», no puede tener efectividad real en la vida de
los pueblos. ¿Qué socialismo, qué escuela socialista trata de
realizar, como nosotros, esos principios fundamentales del
socialismo? No hay ninguno»860.

Sin embargo, no fue esta la concepción, aunque mayoritaria,


única que se pudo escuchar en la sala de sesiones del

860 Id., p. 365.


Congreso; pudiéndose manifestar aunque con dificultades en
más de una ocasión, opiniones contrarias a lo que era ya la
corriente hegemónica dentro de la Confederación.

Las principales voces discrepantes contra lo que era la


imposición de la ideología anarquista en el movimiento
sindicalista provenían, lógicamente, de los más destacados
representantes de la corriente sindicalista revolucionaria, que
tuvieron así la oportunidad de dejar bastante claro cuál era el
espíritu y la idea que había inspirado originariamente a la CNT
y que ahora, olvidando aquella motivación inicial, se vulneraba
en favor de una definición anárquica. Aunque, en realidad, de
poco sirvió su clarificación, que quedó en el aire como una
posición más, casi tan ajena y rechazable como pudiera serlo
cualquier otra desviación.

Según los sindicalistas revolucionarios, la CNT no debería


tener ninguna ideología política concreta, ni siquiera el
anarquismo. Debería ser simplemente sindicalista
revolucionaria, como venía siéndolo, al menos formalmente,
hasta ese momento. Y ello en base a los ya conocidos
argumentos de la unidad e independencia del proletariado, etc.
«Ayer decía aquí un compañero —diría el delegado de la
Construcción de Barcelona, Simón Piera 861— que el Congreso
que está celebrando actualmente la Confederación Nacional
del Trabajo debe hacer de una manera clara y concreta
declaración de principios anarquistas. Yo digo compañeros, que
esto sería hacer lo propio que han hecho los compañeros de la

861 Sobre Simón Piera vid.: S. PIERA «Records i expériences d un dirigent de la CNT»;
J. FERRER «Simón Piera y la CNT», Barcelona 1975.
Unión General de Trabajadores [con respecto al socialismo
marxista]. Yo creo que en el futuro organismo nacional no debe
estar representada ninguna tendencia política, por radical que
sea. El sindicalismo, la organización obrera, sólo tiene una
misión, y esa misión es la solución del problema económico, y
por tratarse de la solución del problema económico, queremos
tratar solamente con trabajadores»862.

Pero la visión sindicalista revolucionaria no excluía, como ya


dijimos anteriormente en más de una ocasión, una concepción
personal anarquista, ni implicaba la negación de que, en todo
caso, el anarquismo operase como una orientación general, de
tipo moral; pero nunca como una ideología política.
Simplemente se refería al sindicato y aceptaba como única
concepción de la acción sindical válida la del sindicalismo
revolucionario.

Así, el también delegado de la Construcción, de Mieres, Jesús


Ibañez, que luego se convertiría en un destacado dirigente del
Partido Comunista de España, como otros muchos militantes
cenetistas, diría en el transcurso de la tercera sesión: «Yo no
soy anarquista, porque he abandonado la lucha política por
creerla innecesaria, no pretendo, sin embargo, que los demás
piensen en anarquismo como yo para defender los intereses
económicos de las clases trabajadoras. No es necesario que
todos piensen en anarquista o en socialista; lo que es necesario
es que todos sientan la necesidad de defender los sagrados
intereses proletarios por medio de un solo organismo, ya que

862 CNT «Memoria», cit., p. 132-133. Sin embargo, el propio Piera se encontraría
después entre los firmantes de la resolución que declaraba que la finalidad de la CNT era el
comunismo libertario.
ha de ser él el que ha de alcanzar a dar satisfacción a las
reivindicaciones de las clases explotadas»863.

Otras destacadas intervenciones se producirían más o menos


en el mismo sentido, sobre todo en boca de militantes como
Eleuterio Quintanilla o José María Martínez, ambos asturianos,
quienes a raíz de sus importantes intervenciones en el
Congreso, sobre todo el primero, comenzarían a ser
reconocidos como cabezas de la tendencia sindicalista, que
muchos ya comenzaban a llamar moderada e, incluso,
reformista.

La mayoría de las intervenciones que tocaron la cuestión


ideológica en el Congreso, se producirían en el seno de los
debates en torno a los temas más transcendentales que éste
abordaría en este campo: el tema de la unificación del
proletariado y el que trataba del apoyo a prestar a la
revolución rusa. A ambos debates pertenecen las
intervenciones que hemos citado. Pero sería en el seno del
debate de este último tema en el que se producirían las
intervenciones más remarcables dentro de la cuestión
ideológica, al menos en lo que a la definición anarquista se
refiere, dado que muchas de estas intervenciones forzarían al
máximo la interpretación de la ideología anarquista, a fuer de
ser fieles al hecho revolucionario ruso, llegando al punto de
ponerla en clara contradicción consigo misma.

Así, efectivamente, serían los que se manifestaban más fieles


seguidores del anarquismo, los que también empeñarían su

863 Id., p. 106.


ideología en defensa de la revolución rusa, más allá de la
simple solidaridad, hasta el punto de ver en ella la plena
realización de sus presupuestos ideológicos, la plena
realización de sus aspiraciones. Pero no se trataba ya de mera
ingorancia de lo que en la Rusia soviética estaba pasando en
realidad, sino que se trataba de una verdadera adhesión a los
mismos principios que ésta estaba poniendo en práctica.

El ejemplo más llamativo de ello puede ser el debate que


surgió en torno a la dictadura del proletariado, que era, sin
duda, uno de los motivos que podían hacer cuestionar la
adhesión confederal a la causa bolchevique.

En contra de todo lo que se pudiera pensar, fueron


precisamente los sectores anarquistas los que, defendiendo la
revolución rusa, defendieron también arduamente, no sólo la
concepción, sino la realización de la dictadura del proletariado,
como uno de los elementos imprescindibles del proceso
revolucionario.

«Muchos compañeros se oponen al criterio de que los


antiautoritarios —yo soy uno de ellos, pues siempre he sido
anarquista [diría Hilario Arlandis, quien luego se haría
comunista]— no aceptan la dictadura del proletariado, como
no aceptan ninguna dictadura. En principio, el ideal de libertad
es incompatible con todo lo que signifique coacción, con todo
lo que signifique tiranía. Naturalmente, en principio, no
debemos aceptar ninguna violencia, porque toda violencia es
dictadura; pero como nosotros no somos solamente idealistas,
sino que cimentamos nuestras doctrinas en la parte científica
con el determinismo biológico, y en la parte social con el
deterninismo social, somos también realistas (...). Así es que
nosotros, siendo pacifistas, abstractamente hablando, somos
también libertarios y por tanto, contrarios a toda dictadura;
pero, concretamente hablando, tenemos que aceptar, porque
es una necesidad misma de la sociedad y de las condiciones en
que vivimos, la violencia; siendo pacifistas tenemos que
aceptar la dictadura de clase aún siendo libertarios»864.

La dictadura del proletariado, conocida su existencia y su


práctica, con toda su contundencia, en la Rusia revolucionaria,
se aceptaba como una «medida inevitable, necesaria, fatal, una
medida contradictoria para derrocar de una vez y por completo
los poderes de los privilegiados»865. Esta medida, como decía el
propio Arlandis, leyendo al Congreso, y haciendo suyo uno de
los principios y conclusiones del primer Congreso de la III
Internacional, será eventual: «A medida que sea vencida la
resistencia de la burguesía, ésta será expropiada y se
transformará en una masa trabajadora; la dictadura del
proletariado desaparecerá, el Estado morirá y las clases
sociales desaparecerán con él»866.

Pero, por si dada la orientación que Hilario Arlandis seguiría


posteriormente, pudiera resultar poco significativa su
contradictoria concepción anárquica de la revolución, conviene
citar una similar intervención del poco sospechoso de
influencias marxistas Eusebio C. Carbó, reputado militante

864 Id., p. 347-348.


865 Id., p. 348.
866 Los acuerdos del Primer Congreso de la Internacional Comunista los conocían a
través de un folleto editado en Suiza por las Juventudes Socialistas Romandas: «3me.
Internationale. Ses principes. Son premier Congrés».
anarcosindicalista, que, como la gran mayoría de sus
compañeros, sufría también la inevitable influencia del
impresionante fenómeno de la revolución bolchevique.
«Somos anarquistas —diría Carbó—; negamos la razón del
Estado, como la razón del capitalismo. Todos los poderes de
coacción niegan el principio de la libertad, y no lo diríamos
nunca bastante. (...) ¿Quiere esto decir que somos enemigos
de la dictadura? Desde el punto de vista de los principios, sí;
desde el punto de vista de la realidad apremiante, inaplazable,
no. (...) Nosotros justificamos la dictadura, nosotros admiramos
la dictadura, nosotros ansiamos que llegue la dictadura, y la
ansiamos, la admiramos, la justificamos y la queremos porque
esos mismos que aquí la combaten [se refiere a la burguesía] la
justifican cuando ella tiende a mantener entronizadas la
infamia y la iniquidad. Nosotros, recíprocamente, la cantamos,
la queremos, si ella ha de servir para establecer en el mundo,
de un modo definitivo, el imperio de la justicia; por eso,
nosotros admiramos y queremos la dictadura del
proletariado» 867.

Las citas realmente no necesitan comentario alguno y son de


por sí altamente significativas. El anarquismo era negado en su
misma esencia por el propio anarquismo. ¿Cuál era entonces la
diferencia del anarquismo con las tantas veces denostadas
teorías marxistas, las cuales, por otra parte, se sabía eran las
que los revolucionarios rusos trataban de poner en práctica? La
solución se trataba de encontrar, ante la clara conciencia
interna de grave contradicción, en una subjetiva deformación
de la teoría marxista, por la cual se atribuía a los marxistas

867 CNT «Memoria», cit., p. 365-366.


defensores de la dictadura del proletariado una pretensión de
perpetuar ese sistema dictatorial más allá del proceso de
transformaciones revolucionarias necesarias; es decir, como si
se buscase la dictadura en sí misma. Mientras que los
anarquistas verían en este «mal necesario» un período o
medida eventual: «Entre nosotros —diría el mismo Carbó—,
que aceptamos la dictadura del proletariado como un
accidente indefectible de la lucha, contra la que sería inútil que
nos revolviéramos y aquellos organismos cuyo objetivo en sus
luchas es conseguir esta dictadura, hay una diferencia
fundamental, y hay que dejarla perfectamente establecida»868.

Claro está, también en este tema los sindicalistas, más


moderados, supondrían una excepción, y su simpatía por la
revolución bolchevique no les llevó a tal extremo de
contradicción con sus propias convicciones. La intervención de
Eleuterio Quintanilla sobre el tema de la revolución rusa, que
fue una de las más largas y, sin duda, una de las más
interesantes e inteligentes, se refería también al tema de la
dictadura del proletariado instaurada por los bolcheviques.

Quintanilla, con un concepto más claro del significado de la


dictadura del proletariado y siguiendo el criterio sindicalista
revolucionario de la revolución, criterio esencialmente
organicista —contrario al espontaneísmo anarquista—, que
basaba la realización del hecho revolucionario y del proceso de
transformación social y reorganización de la sociedad libre en
los propios sindicatos —lo cual venía a ser una forma de
dictadura del proletariado organizada en base a, y regida por,

868 Id., p. 365.


los sindicatos, (aunque nunca hubiera recibido esta
denominación), de procedencia puramente marxista—, no
podía dejar de ver las diferencias existentes entre esta
concepción sindicalista y lo que ocurriría en Rusia. Por ello, no
aceptaba la dictadura del proletariado; esa dictadura del
proletariado, tal y como allí se estaba produciendo, ni mucho
menos la concepción bajo la cual se realizaba.

«Pero —se preguntaba— ¿la dictadura del proletariado


rusa responde a nuestro concepto libertario, a nuestro
concepto federalista bakuniniano, internacionalista, de lo
que debe ser la dictadura? No; la dictadura rusa, tal y como
se ha ejercido, constituye para nosotros un serio peligro,
que si no está a nuestro alcance combatir, sí lo está, y debe
estarlo, no aplaudir. La dictadura, puesta en manos de un
gobierno, por revolucionario que éste sea, siempre es un
peligro para los propios revolucionarios, es siempre un
peligro para la propia revolución. (...)

Así, los sindicalistas debemos concebir la dictadura, (...) a


base de la intervención de los sindicatos en la revolución
(...). Los propios sindicados armados deben constituir la
guardia de la revolución.»

Y añadía, más adelante, reafirmando su crítica: «Como la


revolución rusa no ofrece al mundo ese ejemplo saludable, de
verdadera dictadura popular, sino que ofrece al mundo un
ejemplo de dictadura gubernamental, un ejemplo de dictadura
estatal, nosotros tenemos que decir que esta dictadura es
contraria a la nuestra, que esta dictadura no representa
nuestro ideal y que no podemos compartirla, porque ella
ofrece para nosotros peligros grandes, cuyo alcance no
podemos prever desde aquí, pero de cuya seguridad podemos
previamente afirmar»869.

El éxito y la eficacia de la revolución rusa en el derrocamiento


del sistema capitalista, aún más, de la autocracia feudal zarista,
había puesto en crisis, había conmocionado el hasta ahora
sólido edificio teórico del anarquismo. El ímpetu
revolucionariode los anarquistas hizo que su administración
por las conquistas conseguidas, en un deseo de trasladar
inmediatamente lo que allí ocurría a nuestro país, se
convirtiese en una aceptación de las formas y procedimientos
de aquella revolución, sin cuestionarse las enormes diferencias
teóricas que existían entre el anarquismo hasta entonces
sustentado y las ideas que en Rusia se desarrollaban. Al
contrario, lejos de ver la contradicción se trató de adaptar la
ideología propia a los procedimientos soviéticos, viendo en
ellos la verdadera «encarnación» de los ideales cenetistas,
como diría el dictamen de la ponencia elaborada sobre la
cuestión rusa.

La contradicción era menor en lo que al sindicalismo


revolucionario se refiere, dado que éste implicaba ya de por sí
una forma revolucionaria de sociedad cuya estructuración, por
basarse esencialmente en el propio sindicato, arma específica
de la clase obrera, venía a ser ya una forma de dominio de
clase, una especie de dictadura del proletariado, pero
dictadura al fin y al cabo, hasta conseguir la total igualación de
la sociedad. Esto era comúnmente aceptado, e, incluso,

869 Id., p. 359-360.


algunos anarquistas sindicalistas veían en el sindicalismo su
dictadura del proletariado, su período revolucionario
intermedio hasta llegar a la fase superior de la revolución: la
instauración de la Anarquía, o sociedad totalmente libre. La
asunción del poder político por el proletariado, aún organizado
sindicalmente, no era por tanto algo que supusiese una
contradicción con la doctrina sindicalista revolucionaria; el
matiz estaba, como decía Quintanilla, en que el poder lo
ejerciesen los sindicatos, los trabajadores organizados, no los
partidos políticos, no la vieja maquinaria estatal.

Así pues, la discusión del tema ideológico, no sólo en cuanto


a la finalidad concreta que debería seguir la CNT, sino, de
manera general, en lo que se refiere a la concepción libertaria
que los propios delegados mantenían, se produjo
fundamentalmente en torno a los temas de la unificación del
proletariado y de la revolución rusa. En estas cuestiones, los
delegados intervinientes en la discusión tuvieron oportunidad
de dejar reflejada su concepción anárquica, de expresar cuáles
eran para ellos los principios fundamentales libertarios que la
CNT debería mantener intangibles, y cómo se conciliaban éstos
con las nuevas concepciones revolucionarias que entonces se
imponían por su eficacia y sus resultados en el terreno de la
materialización de las ideas comunistas. Pero, también la
postura sindicalista podría manifestarse con toda contundencia
a lo largo de estas discusiones. Por ello, en fin, no nos
extenderemos más en su análisis ahora, dado que tendremos
que volver a referirnos de nuevo a muchos de estos aspectos
ideológicos, al ocuparnos específicamente del análisis de los
acuerdos recaídos sobre los ya citados temas de la unificación
del proletariado y de la revolución rusa. Baste ahora referirnos
al acuerdo definitivo recaído sobre la tan debatida cuestión de
cuál era la orientación ideológica que se debería imprimir a la
Confederación.

El tema de la orientación de la CNT se encontraba incluido en


la ponencia dedicada al conjunto de temas que se referían a la
reforma de la estructura orgánica confederal; venía planteado
por el punto 3o del temario, que se preguntaba: «¿qué
orientación sería la más conveniente para llegar cuanto antes a
la abolición del salario y a la implantación del Comunismo?».

Con este plantear conjuntamente la cuestión orgánica con la


cuestión ideológica se quería, sin duda alguna, reforzar el
carácter «constituyente» que se le venía atribuyendo al
Congreso. Sin embargo, en el momento de la discusión, el tema
de la orientación a seguir por la CNT no fue tratado entre las
cuestiones orgánicas, ni siquiera independientemente, sino
que surgió, al debatirse el tema de la revolución rusa y de la
posible adhesión a la III Internacional. No era, sin embargo, del
todo casual que, no habiendo sido tratado en su momento, el
tema de la orientación ideológica de la CNT se tratase en
medio de la cuestión de la adhesión a la III Internacional, dado
que las intervenciones habidas en el debate y las propias
exigencias que la Internacional fijaba, ponían de manifiesto una
vez más la necesidad de que la CNT se definiese de una manera
clara en el terreno ideológico. Lo contrario, ante el empuje de
la influencia del hecho revolucionario soviético, podría suponer
un gran confusionismo y el riesgo de una desviación con
respecto a los principios orignarios de la CNT.

Así pues, la resolución sobre la orientación ideológica de la


CNT, a pesar de su importancia, no fue adoptada en el
momento ni de la forma prevista en el temario del Congreso,
respondiendo al citado punto tercero del mismo, sino que lo
sería cuando se discutía el tema de la adhesión a la III
Internacional, de una manera accidental. Entonces, la larga
discusión había hecho evidente, no sólo las diferentes visiones
del hecho revolucionario ruso, sino la debilidad de los
planteamientos ideológicos de gran parte de los delegados y la
falta de comprensión de los principios básicos que habían
inspirado a la Confederación en el momento de su nacimiento.
Se hacía obvia la necesidad de definirse; y para los
anarcosindicalistas definirse no era ratificar el neutralismo
sindical, sino, por el contrario, reafirmar el anarquismo en los
sindicatos. En estas circunstancias, un grupo de delegados,
entre los que se encontraban los miembros del Comité
Nacional de la CNT, presentó al Congreso la propuesta de
resolución sobre la orientación ideológica de la CNT, y lo hizo
precisamente como una adición complementaria al acuerdo de
adhesión provisional a la III Internacional, que presentaba el
propio Comité Nacional. Lo importante, lo trascendental para
la Confederación, surgía así como algo accesorio a lo que era
meramente coyuntural y externo a la misma.

Es así como en la octava sesión del Congreso sería aprobada


la citada resolución que iba a cambiar de manera formal la
definición ideológica de la CNT, que se convertía ahora en una
organización anarcosindicalista. Decía ésta:

«Al Congreso:

Los delegados que suscriben, teniendo en cuenta que la


tendencia que se manifiesta con más fuerza en el seno de
las organizaciones obreras de todos los países es la que
camina a la completa, total, absoluta liberación de la
humanidad en el orden moral, económico y político, y
considerando que ese objetivo no podrá ser alcanzado
mientras no sea socializada la tierra y los instrumentos de
producción y de cambio, y no desaparezca el poder
absorbente del Estado, proponen al Congreso que, de
acuerdo con la esencia de los postulados de la
Internacional de los trabajadores, declare que la finalidad
que persigue la Confederación Nacional del Trabajo en
España es el Comunismo libertario.

Eusebio C. Carbó, Saturnino Meca, Paulino Diez, Antonio


Jurado, Enrique Sarrelly, Simón Piera, Mateo Mariné,
Enrique Aparicio, Diego Larrosa, Vicente Barco, E. Molina,
Emilio Chivinello, Juan José Carrión, Manuel Liza, Francisco
Botella, Ángel Pestaña, Román Cortés, Mauro Bajatierra,
Evelio Boal (Artes Gráficas), Domingo Martínez (Ramo del
Vidrio), Francisco [¿Juan?] Puig (Ramo de la Piel), José
Vernet (Alimentación), Vicente Gil (delegado de la
Nacional, por los Tintoreros) y M. Buenacasa (Ramo de la
Madera)»870.

El acuerdo del Congreso no se limitaba, pues, a fijar la


finalidad de la CNT, el comunismo libertario, sino que, lo que es
más importante, fijaba, aunque de una manera muy general,
cuáles eran las características esenciales a las que ese sistema
debería responder: «socialización de la tierra y los

870 Id., p. 373.


instrumentos de producción y de cambio», así como la
desaparición del «poder absorbente del Estado». Pero no
entraba la Confederación en mayores detalles.

Sin embargo, según informes policiales, circuló entre los


delegados, distribuido por el Comité Nacional de la CNT, un
largo documento en el que se venía precisamente a detallar lo
que sería, en la hipotética concepción cenetista, la organización
del sistema social denominado comunismo libertario.

Este documento, que constaba de 48 puntos, partía de la


supresión total de la propiedad privada, del dinero, de la
legislación vigente en el viejo sistema social, y establecía un
sistema orgánico social a base de la libre federación de
comunas y de la confederación de FEDERACIONES de comunas,
en las que, a su vez, se integraría el individuo, con «una
libertad absoluta en todo lo que le concierne de modo
exclusivo»871.

El documento en sí no ofrece ninguna novedad especial,


aparte de la omisión más absoluta del papel que
correspondería a los sindicatos según la clásica concepción del
sindicalismo revolucionario. Por el contrario, supone una
repetición de las ya viejas concepciones comunalistas del
anarquismo y de toda una serie de principios que, por no ir
más lejos, el propio Malatesta resumiría en su «Programa
Anarchico», presentado unos meses más tarde, en julio de

871 El documento fue remitido por un agente a la central de la policía francesa,


encontrándose guardado en los Archives Nationales de París. Fue reproducido en la
«Revista de Trabajo» n° 49-50, 1974, p. 499 y ss., de donde lo tomo. Verlo en apéndice
documental.
1920, al Congreso de la Unione Anarchica Italiana, celebrado
en Bolonia872. Sin embargo, supuesta su certeza, no deja de ser
significativo e interesante, por tratarse de una de las primeras
aproximaciones de la CNT al desentrañamiento de lo que en
principio era una mera fórmula —el comunismo libertario—,
que de por sí no diferenciaba demasiado la alternativa
revolucionaria cenetista de la ofrecida por los sectores
marxistas, en cuyo programa se encontraba también el
establecimiento del comunismo y la supresión del Estado en la
sociedad emancipada. El programa preparado en 1917, ante la
huelga general de aquel año, sería en realidad la primera
ocasión en la que la CNT hiciera una relación programática de
las conquistas revolucionarias básicas a conseguir. Pero este
otro supondría un verdadero paso adelante en la clarificación
del momento postrevolucionario. Por otra parte, no hay
referencias muy explícitas a la existencia de este nuevo
programa revolucionario en los medios cenetistas; la única
posible referencia al mismo la encontramos en la última sesión
del Congreso, cuando un delegado se dirige a la Mesa del
Congreso para pedir que se haga alguna manifestación con
respecto a un tema que no se nombra, pero que se presume
que ya es conocido, a lo que M. Buenacasa respondería: «El
tema que plantea el compañero al Congreso le invitamos a
tratarlo secretamente. Aquí no estamos para tratar las
cuestiones en el terreno que el compañero las plantea. Vale
más tratarlas aparte»873.

872 Este programa sería poco después publicado en España, en forma de folleto, traducido
por José Prat: E. MALATESTA «Nuestro Programa», Barcelona (aproximadamente 1921).
873 CNT «Memoria», cit., p. 385.
En cualquier caso, según los mismos informes policiales, el
Congreso no discutiría este tema y se sometería el mismo al
estudio de los Sindicatos, para que luego éstos transmitiesen
su opinión al Comité Nacional.

El contenido real de lo que la Confederación entendía por


comunismo libertario quedaría desde entonces a la discusión
abierta de todos los militantes, y la propia CNT no llegaría a
adoptar una posición definitiva en torno a este tema sino en el
Congreso Nacional celebrado en Zaragoza, del 1 al 10 de mayo
de 1936.

2. — La cuestión táctica

Además de la cuestión tan debatida de la orientación


confederal, el Congreso de la Comedia abordó también las
cuestiones tácticas o de procedimiento de actuación, que
venían planteadas en diversos puntos dispersos del temario. La
respuesta del Congreso fue unánime y el dictamen que
presentó la ponencia designada al efecto fue aprobado sin
discusión por parte de los congresistas.

Así, contestando al punto 19, que se refería al tema de la


acción directa, la ponencia propuso y el Congeso aprobó que:

«La unión del proletariado organizado tiene que hacerse


a base de acción directa revolucionaria, desechando los
sistemas arcaicos que se han empleado anteriormente»874.

El citado acuerdo destaca sobremanera la nueva actitud más

874 Id., p. 173.


radical que la Confederación adoptaba ahora oficialmente,
estableciendo un criterio rígido sobre un tema que siempre se
había considerado básico, pero sobre el que en realidad
siempre se había operado con gran elasticidad, y no ya sólo en
la práctica, sino también de manera regular o normativa.
Recuérdense si no, los acuerdos de los Congresos de Sants, de
1918, o del Nacional de 1911, en los que, reconociendo la
acción directa como el criterio primordial a seguir, no se dudó
en admitir la posibilidad de otros procedimientos cuando ello
fuese preciso875.

De hecho, aún en este período de actitudes muy


radicalizadas con respecto al problema social, y aprovechando
el amplio margen que el último Congreso regional catalán
había ofrecido en materia de procedimientos de actuación, la
CNT no había dudado en participar en la Comisión Mixta, de
obreros, patronos y autoridades, que el Gobierno Sánchez-Toca
había creado en octubre de ese año, para tratar de resolver la
situación creada por los graves conflictos sociales, huelgas y
«lock-outs», que venía sufriendo Cataluña desde comienzos de
1919. A pesar de que la Comisión Mixta no tuvo gran éxito, y
de la oposición de un sector confederal876, los contactos con las
autoridades para solucionar el conflicto continuaron, y en ellos
participaron frecuentemente Salvador Seguí, por la CRT
catalana, José Molins, por la Federación Local de Barcelona, y
Valero, por el Comité Nacional, además de otros dirigentes877.

875 Vid. pág. 375 y ss., y 257 y ss., de este trabajo.


876 Vid. M. BUENACASA, op. cit., p. 71-74.
877 Vid. DE BURGOS Y MAZO, op. cit., p. 471 y ss.
Y así, el propio Congreso se vio en la obligación de entrar
también sobre esta cuestión, criticando y condenando la
actuación de los citados militantes, al mismo tiempo que
reafirmaba la obligatoriedad del cumplimiento del principio de
la acción directa. Diría el acuerdo del Congreso, contestando al
punto 20 del temario:

«Ha habido desliz, efectivamente, en formar parte de la


Comisión mixta, pero habiéndolo comprendido así la
organización obrera catalana, ha vuelto con íntima y gran
satisfacción a los cauces normales; es decir, ha continuado
a base de acción directa, entendiendo esta ponencia que
todos los conflictos suscitados entre el capital y el trabajo
se han de resolver mediante la acción directa y emplear
ésta, no solamente cuando haya demandas a resolver, sino
que ésta ha de ser de presión, de resistencia y de ataque,
sin que por ningún concepto se abandone esta táctica» 878.

Así, con este criterio estricto y con la clara especificación de


que este procedimiento de acción habría de emplearse como
«presión», «resistencia» y «ataque», se eliminaba sin mayor
detenimiento el tema anteriormente tan debatido del
«sindicalismo a base múltiple», o el empleo de toda otra serie
de medios que contribuyesen a mejorar la situación del obrero,
que no fuesen el enfrentamiento directo con el capital.

El propio Ángel Pestaña destacaría en una de sus


conferencias pronunciadas en Madrid, en octubre de 1919,
cómo la clase obrera catalana era capaz de sostener la dura

878 CNT. «Memoria», cit., p. 173.


lucha que entonces se mantenía contra la patronal, y resistir en
la misma sin contar con la ayuda de las viejas cajas de
resistencia, tan denostadas ahora en la CNT y que eran uno de
los medios clásicos empleados en sus luchas por el sindicalismo
a base múltiple. Así, tras explicar que este procedimiento de
acción —el empleo de cajas de resistencia, en este caso, pero
también cualquier otro similar, como el cooperativismo, el
mutualismo, etc.— «adormecía las ansias de lucha» y que por
ello era rechazado por los trabajadores cenetistas, decía que, a
pesar de ello, «hemos sostenido huelgas que han oscilado
entre veinte y veinticinco semanas, sin que los huelguistas
hayan ido a su casa jamás sin 20, o 25 pesetas de subsidio»,
gracias a la solidaridad de sus compañeros que permanecían en
el trabajo 879. En lo que se refiere a qué medios concretos de
lucha eran los adecuados según el principio de la acción
directa, la misma ponencia que estudió este tema
recomendaba el empleo del sabotaje, como «arma de combate
contra el capital», pero también reconocía la peligrosidad del
mismo y establecía la «necesidad de que éste sea ejercido
inteligentemente y cuando sea preciso y oportuno»880. Más
adelante, en la quinta sesión del Congreso, se aprobaría una
resolución que, reconociendo la validez de la acción directa, en
su cumplimiento, y sin hacer referencia a ningún medio
específico de lucha, establecía que:

879 A. PESTAÑA «Principios, medios y fines del Sindicalismo comunista», en A.


PESTAÑA y S. SEGUÍ «El terrorismo en...» cit., p. 48. Efectivamente, los informes
policiales relataban cómo el procedimiento más común era el de declarar huelgas
parciales, «puesto que al declarar la huelga general de un ramo o varios ramos se
encontrarían que no podrían recaudar lo suficiente para socorrer a los presos que tienen y a
los huelguistas» (M. DE BURGOS Y MAZO, op. cit., p. 405).
880 CNT «Memoria», cit., p. 173.
«...considerando que nuestros propósitos van
encaminados a dar al traste con el actual estado de cosas y
llegar rápidamente al comunismo, la fuerza de la
organiaación y las circunstancias nos aconsejarán cómo
hemos de conducirnos en cuantas luchas hayamos de
entablar»881.

Pero, precisando un poco más, el criterio humanista que


inspiraba a la Confederación impedía el que esta generalización
de los procedimientos de lucha pudiera afectar a campos en los
que la cesación del trabajo pudiese producir daños irreparables
de especial trascendencia, como por ejemplo los servicios
sanitarios o médicos. Así, sobre el tema de medios de lucha a
emplear se aprobó también una resolución por la que se
limitaba la huelga en este terreno:

«Si la fuerza de la organización es suficiente para


paralizar en absoluto el trabajo de una localidad, un
sentimiento humano nos aconseja, no tan sólo poner a
disposición de la ciencia médica los carruajes, sino facilitar
cuantos medios sean necesarios al mejor cumplimiento de
su labor humanitaria. Si en algún caso a la organización le
conviniera no dar estas facilidades, entendemos que,
pulsada la gravedad del caso, se procederá como más
convenga, admitiendo como necesario paralizar en
absoluto todos los servicios sanitarios.»

Pero por si ello no fuera suficiente, completando más este


último caso, a propuesta del delegado del Arte del Hierro de

881 Id., p. 193.


Eibar, Galo Diez, el Congreso aprobó la recomendación de que
si en una localidad los médicos necesitasen hacer
reclamaciones profesionales, éstos continuasen en su trabajo,
para no afectar a los enfermos, «siendo nosotros, por ejemplo,
los compañeros del Ramo de la Higiene y la Limpieza, los que
vayamos a la huelga»882.

3. — El debate sobre la unificación de todo el proletariado.

El tema de la unificación de todo el proletariado español era


uno de los cuatro temas fundamentales que el Congreso tenía
que abordar y que justificaban su celebración. Venía planteado
por los puntos

17 («¿Es conveniente la unión de todo el proletariado


español en un solo organismo nacional? En caso afirmativo,
¿sobre qué bases se ha de constituir éste?», propuesto por
el comité Nacional de la CNT) y

18 («... ¿será conveniente declarar al margen del


organismo nacional del verdadero proletariado —se refiere
a la CNT— a las organizaciones obreras que no integren
aquél...?», propuesto por Artes Gráficas de Valencia) del
temario, y su discusión —la más larga— ocupó tres
sesiones seguidas del Congreso.

En realidad, ei mismo planteamiento de las cuestiones ya


encerraba en sí las dos posibles soluciones que entonces

882 Id., p. 195 y 198.


flotaban en el aire en torno al problema de la unificación. La
primera no presuponía nada de por sí, aunque la intención del
Comité Nacional de la CNT al respecto ya hemos visto que no
era muy favorable a la unión con la UGT. Pero, la segunda daba
ya por supuesto el fortalecimiento de la CNT y se preguntaba
qué se habría de hacer con ls organizaciones obreras que
obstruyesen la deseada unificación de todo el proletariado, no
integrándose en la CNT, Sin embargo, el tema no suscitó en
absoluto la unanimidad del Congreso y resultó tremendamente
debatido, dando lugar además, como ya anunciamos
anteriormente, a que el debate tuviese un alto contenido
ideológico, que lo hace valioso para un conocimiento más
detallado del diferente contenido de las diversas concepciones
sindicalistas que entonces estaban presentes en la
Confederación. El dictamen de la ponencia nombrada al efecto,
muy escueto, venía a apoyar la unificación, sin nombrar
explícitamente a la UGT, siempre que ello no representase un
peligro para los principios cenetistas:

«La ponencia declara que cree de pura necesidad la


unificación de todo el proletariado y no tiene
inconveniente en que se llegue a la fusión con todos los
organismos obreros existentes en España siempre que el
organismo nacional no haga dejación de sus principios de
acción directa, que son los que lo informan.— Ricardo
Cotelo, Rafael Vidiella, Antonio Jurado, José Ma Martínez,
D. Pascual, Francisco Copaño, Juan Costa, Antonio Gómez y
Miguel Guerrero»883.

883 Id., p. 82.


Sin embargo, el criterio de la ponencia no fue unánime y tres
de sus miembros elaborarían un voto particular, en el que,
reconocida también la necesidad de lograr la unión de todos
los trabajadores, se venía a decir:

«Entendiendo que para la pronta realización de ello, este


Congreso debe declararlo así, correspondiendo a la
invitación que para este objeto hizo el Comité de la Unión
General al Comité de la Confederación, ya que éste dejó la
contestación definitiva al criterio y acuerdo de su Congreso.

Por todo lo expuesto proponemos:

Que se pongan en comunicación los dos organismos


citados, y a la mayor brevedad nos den, ambos de acuerdo,
un medio para llegar prontamente a la unificación
completa en un organismo nacional de todo el proletariado
español, por ser aspiración unánimemente sentida y
deseada por todos los trabajadores»884.

Pero ni uno ni otro, ni el dictamen de la ponencia, ni el voto


particular, fueron aceptados por el Congreso, que inició una
larga discusión, que solamente finalizaría al cabo de tres
sesiones. En realidad, la discusión, como no podía ser menos y
a pesar de las intenciones más o menos solapadas de algún
sector, giró fundamentalmente alrededor de la oportunidad o
inoportunidad de la unificación con la UGT, dado que la gran
mayoría de los delegados convinieron en la necesidad de
conseguir la unidad de todos los trabajadores españoles.

884 Firmaban: Vidal Espinosa, José Durán y Lázaro Solana (Id., p. 82).
Las posturas de los delegados podrían resumirse en tres
grupos principales, existiendcwluego algunas matizaciones de
orden muy secundario entre algunas de las intervenciones
correspondientes a cada grupo en que las clasificamos. En
primer lugar, aquéllos que se oponían a la unificación con la
UGT; en segundo lugar, los que aceptaban la unificación con la
UGT, pero que creían que ésta debería realizarse en base a
unas condiciones previas, que no eran otras que la aceptación
por la UGT y la entidad resultante de la fusión de los principios
que inspiraban y dirigían la actuación sindical de la CNT; y, en
tercer lugar, estaban los que apoyaban la unificación con la
UGT sin poner ningún tipo de condición previa.

Entre los que se oponían a la unificación con la UGT, destaca


la intervención de la delegación de la Metalurgia de Barcelona,
la cual no se oponía a la realización de la unión de todos los
trabajadores, sino que se oponía a la unificación con la UGT,
por entender que las tácticas y los principios de ambas
centrales eran obsolutamente contrapuestos, y no se podría
realizar esa fusión sin grave peligro de dejación de los
principios cenetistas: «Los Sindicatos que integramos la CNT no
podemos hacer dejación de nuestros principios antipolíticos,
dejación que forzosamente tendríamos que hacer al unirnos
con organizaciones eminentemente políticas» 885. La cuestión
ideológica cobraba así un destacado lugar en el impedimento
para la fusión. Se temía más la posible influencia política en el
medio confederal —política no anarquista, claro está— que
cualquier otra cuestión de tipo táctico, aunque tampoco se
restase importancia a estas últimas. Nuestro sindicato

885 Id., p. 130.


—decían— «lo que no quiere es que dentro de esta unión (...)
se introduzcan algunos elementos que voy a conceder que
obran de buena fe, pero que, prácticamente, nos hacen perder
el tiempo»; refiriéndose con ello a los líderes ugetistas, que lo
eran también del PSOE 886. «Con muchas tendencias que están
desarrollándose en la UGT es innegable que podremos
transigir, pero de ninguna manera con lo que a la acción
política se refiere»887.

En similar sentido se manifestaría la delegación de


Alimentación de Valencia, quien recalcaría al respecto la
necesidad de que la CNT fijase antes cuáles eran sus propios
principios —cosa que aún no se había hecho en aquel
momento del Congreso—, para poder, en base a ellos, realizar
la unificación proletaria, uniendo a «todos aquellos elementos
que con esa táctica estén conformes para llegar a la existencia
de un solo organismo que se llamará Confederación o Unión, o
como se quiera llamar»888.

Pero, en términos más radicales aún se manifestaría la


delegación de Beniaján, cuyo criterio, aunque parecía un tanto
aislado en el seno de la discusión, sería curiosamente el que se
impondría al final de la misma, aunque en base a la propuesta
de otros delegados. Para esta delegación la unificación habría
de hacerse prescindiendo de la UGT como tal organización y
llamando a todos los trabajadores que estuviesen de acuerdo
con los principios cenetistas:

886 Id., p. 86.


887 Id., p. 130.
888 Id., p. 95.
«...si los directores de la UGT son políticos —decía esta
delegación—, no debemos pactar con ellos.»

Pero, no sólo se oponía al trato oficial con los órganos


dirigentes de la Unión, cosa Que harían también otras
delegaciones prounitarias, sino que se oponía incluso a la
negociación con los órganos de la base. La unificación habría de
venir pura y simplemente por el ingreso en la Confederación de
todos aquellos trabajadores que estuviesen en contra de las
tácticas politicistas.

Así, añadía:

«Además, si estos individuos son políticos, también lo son


los que siguen, puesto que son los que les han llevado al
Congreso, y, por lo tanto, ni aun con ellos debemos tener la
menor relación. No por esto dejamos de reconocer la
necesidad imperiosa de la unión de todo el proletariado, y
cuando la masa que sigue a esos individuas políticos, los
abandone, cuando desprecien la acción política, entonces
los esperaremos con los brazos abiertos, para que luchen a
nuestro lado»889.

En segundo lugar, se encontraba el numeroso grupo —la


mayoría— de los que apoyaban la unificación, incluso
tratándola directamente con la UGT y sus órganos de dirección,
pero que creían que esta unificación debería realizarse en base
a la aceptación previa de los principios cenetistas.

«La unificación del proletariado español no puede

889 Id., p. 109-110.


conseguirse en España íntegramente, ni ahora ni nunca, si no
hay fusión de los dos organismos CNT y UGT», diría el asturiano
José Ma Martínez, oponiéndose a los que pretendían la
absorción pura y simple de la base ugetista por la CNT. Pero,
aceptada la necesidad de que la unión se realizase de esta
manera, ella habría de hacerse, para unos, mediante
negociaciones entre los comités de ambas centrales que
terminasen en la convocatoria de un Congreso común de
unificación —como proponía el mismo Martínez y, en general,
toda la delegación asturiana—; mientras que otros proponían
que ello se hiciera prescindiendo del propio Comité nacional de
la UGT, el cual, consideraban, no representaba
verdaderamente a la base de su organización —Mauro
Bajatierra, Construcción de Málaga, Metalurgia Valladolid,
etc.—.

Pero, como digo, el denominador común de esta posición era


la exigencia de una previa aceptación de los principios que
inspiraban a la CNT para poder realizar la unificación. Un
miembro del Comité Nacional lo había advertido al Congreso:
«Si realizamos la unificación del proletariado español sin antes
fijar las bases, relegaríamos nuestros principios a un lugar
secundario» 890 . Y añadiría en términos más contundentes
Eusebio C. Carbó: «La unificación de las fuerzas obreras, sí; sin
determinadas condiciones, no, de ninguna manera. Si esta
unificación ha de implicar necesariamente el que hagamos
dejación de los principios fundamentales de nuestras
organizaciones, de la esencia misma, del credo que inspira las
organizaciones revolucionarias, decimos que no podemos

890 Id., p. 93.


admitirla. Es más: si un Congreso de los dos organismos
nacionales sentara los principios de esta fusión, y ellos
estuvieran en pugna con nuestras tácticas y métodos, nosotros
(tenemos que decirlo honradamente) nos negaríamos a
unificarnos» 891.

La CNT, ahora que había cobrado fuerza, ahora que era


incluso más potente que la UGT, reafirmaba su propia
personalidad frente a la sindical socialista, de la misma manera
que lo había hecho en el mismo momento de su nacimiento,
cuando débil, surgía de las cenizas de Solidaridad Obrera. Por
ello, ahora que su potencia justificaba lo acertado de sus
principios, no podía, no quería, volver sobre sus propios pasos,
negando la misma causa de su nacimiento: la creación de una
central sindical nacional que lograse la unión y la emancipación
del proletariado español en base a unos principios y unas
tácticas bien diferentes a los de la UGT, que había fracasado en
ese propósito.

Pero, ¿cuáles eran esos principios a cuya aceptación por la


UGT se sometía la consecución de la unidad de los trabajadores
españoles? Fundamentalmente eran la acción directa y el
antipoliticismo.

«Nosotros opinamos que para llegar a la unificación hay que


poner como condición precisa que ello sea a base de la acción
directa, sin que en las organizaciones intervengan elementos
políticos», diría la delegación de la Metalurgia de Valladolid. «El
nuevo organismo nacional, si éste llegara a constituirse, debe

891 Id., p. 135.


desligarse por completo de la acción política, porque la
considero —y supongo que el Congreso la considerará
también— perniciosa para los intereses del proletariado»,
precisaría aún más José Ma Martínez. En fin, resumiría
Construcción de Málaga: «El principio básico de la
organización, es puramente anarquista»892.

En tercer lugar, se encontraban los que proponían la


unificación con la UGT, mediante el proceso correspondiente,
pero sin imponer esas condiciones previas de aceptación de los
principios cenetistas.

Así, para Jesús Ibáñez, delegado de la Construcción de


Mieres, el hecho de que la CNT fuese en aquel momento la
organización más fuerte, o el hecho de que los cenetistas
estuviesen convencidos de que «nuestros principios y tácticas
son los que más rápidamente han de conducir a la liberación de
los oprimidos», no era motivo suficiente como para que ésta
impusiese sus concepciones, sin más, a todos los obreros de
país. La elección de los métodos y los principios habría de ser
obra de todos los trabajadores.

Pero, además, la organización ni siquiera tenía por qué poner


trabas previas o negar el acceso a la misma de los políticos,
como proponían muchos delegados. Estos deberían estar
también en la propia organización sindical, dado que su
objetivo era también la liberación humana.

«Por lo tanto, la organización sindical debería admitir

892 Id., p. 111, 92 y 104, respectivamente.


también en su seno a aquellos otros «elementos que creen
pertinente emplear otros procedimientos que, aunque por
medio de rodeos, conducen a la liberación de las clases
trabajadoras y permiten llevar a cabo la obra de
transformación social que nos hemos impuesto»893.

«La unión del proletariado —decía— sólo es posible a


base de respeto y tolerancia para todas las ideas. Sólo así
puede constituirse un organismo que agrupe
fraternalmente a todos los trabajadores»894.

En fin, proponía Ibáñez la celebración de un Congreso


extraordinario de unificación en el que estarían representadas
las dos centrales sindicales. En similar sentido se manifestó
también Eleuterio Quintanilla, que representaba a
Alimentación de Gijón, el cual rechazaba la idea de una
absorción de la UGT, que, a la larga, podría resultar más
peligrosa, llevando en sí misma el germen de su propia
disolución, y proponía la celebración de un Congreso
unificador, sin condiciones previas: «debe irse —decía— al
intento de fusión sin condiciones, declarando noblemente (...)
que estamos dispuestos a someter ese pleito a una tercera
persona, y esa tercera persona será la representación colectiva
de todo el proletariado español organizado, que (...) sabrá
encontrar la expresión orgánica y definitiva que conviene a la
estructura, a la significación, a la característica y al espíritu del
proletariado de nuestro país»895.

893 Id., p. 105.


894 Id., p. 106.
895 Id., p. 129.
Sin embargo, la posición de Quintanilla no era tan abierta
como la de Ibáñez, en el sentido de que, a pesar de que no
admitía condiciones previas, se comprometía a defender
ardorosamente los principios cenetistas en el hipotético
Congreso unificador: «Declaramos solemnemente —diría—
que la delegación asturiana, repito, no retrocederá ni un
milímetro en la posición doctrinal netamente sindicalista y
revolucionaria en que siempre ha estado (...), la delegación de
Asturias se compromete a asistir a aquel Congreso de fusión y
sostener la integridad de sus principios».

Y, para mayor detalle, especificaba cuáles eran en su criterio


estos principios sindicalistas irrenunciables: «Aquél que se
relaciona con la declaración de que será incompatible el
ejercicio de los cargos de funcionarios sindicales con el
ejercicio de los cargos públicos.

Este es el principio condicional y la garantía primera de que


las teorías de sindicación pura y simple, el principio de que el
sindicalismo se basta a sí mismo en el sentido de la actuación
económica y de que no admite ingerencias extrañas ni políticas
que vengan a mistificar su personalidad y tácticas, serán
afirmadas y desarrolladas cada día más en el seno de la futura
organización confederal. Esto como primera garantía; y como
segunda, la que es su consecuencia indeclinable: que los
métodos de lucha y organización que la CNT se ha dado y los
que pudieran salir del Congreso que estamos celebrando, es
compromiso de honor para la delegación asturiana
mantenerlos»896.

896 Id., p. 160.


El conjunto de la discusión, rechazado el dictamen de la
ponencia y el voto particular, se centró entonces en dos
propuestas de resolución, presentadas por Ángel Pestaña y el
propio Eleuterio Quintanilla en la tercera sesión.

La propuesta de Pestaña venía a recoger el sentir de las


intervenciones que hemos encuadrado en el segundo grupo, es
decir, los que pretendían una unión con la UGT, pero
condicionada a la previa aceptación de los principios
fundamentales cenetistas, que Pestaña los resumía en la
aceptación de una estructuración orgánica similar a la de la
CNT (sindicatos únicos de industria, FEDERACIONES locales,
regionales y la nacional o general, todos ellos unidos por un
lazo que concediese la máxima autonomía a cada uno de los
escalones) y en la incompatibilidad entre los cargos sindicales y
los cargos políticos; dando, además, un plazo de setenta y dos
horas a la UGT para aceptar este plan, a partir de su
comunicación 897.

897 Decía la proposición de Pestaña: «Considerando necesaria la unión del proletariado


español en un solo organismo nacional, propongo se constituya uno con el título de
Confederación General de Trabajadores.
Este organismo debe regir a base de Sindicatos de Ramo o de Industrias en las grandes
poblaciones y de Sindicatos de Trabajadores en las pequeñas.
Estos Sindicatos gozarán de plena autonomía en las FEDERACIoNES locales, éstas en las
regionales y las regionales en la Confederación General de Trabajadores.
El Congreso reconoce que no teniendo este organismo carácter político ni religioso, existe
la incompatibilidad más absoluta entre los cargos de Juntas, Comités o Delegaciones, y
cualquiera representación política, Instituto de Reformas Sociales, etc., etc.
Considera, por lo tanto, que cualquier individuo que forme parte de una Junta, o Comité o
Delegación, en cuanto acepte su presentación para concejal, diputado, etc., se considerará
dimisionario automáticamente.
Que este acuerdo se comunique a las entidades que forman parte de la Unión General de
Trabajadores y a su Comité para su aceptación, reclamando, a ser posible, de las entidades
La propuesta de Quintanilla, por el contrario, venía a recoger
el sentir de los que rechazaban cualquier tipo de condición
previa al pacto de unificación, considerando que la CNT «nada
tiene que temer de la fusión o unificación de los dos
organismos obreros de España, pues la mayoría aplastante de
los efectivos confederales (...) aseguran el triunfo de nuestros
principios y garantiza el predominio de la táctica y la acción
netamente sindicalistas en el futuro organismo unificado». Al
mismo tiempo, proponía la celebración de un Congreso
unificador, cuyas resoluciones tendrían carácter vinculante
para los dos organismos; Congreso que habrían de convocar los
dos Comités Nacionales respectivos898.

de Madrid y del Comité, contestación en el plazo de setenta y dos horas, para que el
Congreso sepa a qué atenerse y para poder llegar en plazo rápido a la unión del
proletariado en un solo organismo» (Id., p. 116).
898 La proposición de Quintanilla decía: «Considerando que la unión del proletariado
español en un solo organismo nacional es de necesidad imperiosa para la más rápida
consecución de sus reivindicaciones económicas y sociales, y que este organismo debe ser
completamente independiente y autónomo de toda la comunidad política;
Considerando que muchos trabajadores federados en la Unión General, y numerosos
sindicatos obreros locales que no pertenecen a ninguno de los dos organismos nacionales,
anhelan vehementemente estrechar los lazos de solidaridad y compañerismo con todos los
proletarios que luchan sin tregua por abolir el régimen de explotación y privilegio
capitalista;
Considerando que este ideal redentor no se realizará mientras la clase obrera esté dividida
y no luche al unísono contra las fuerzas de dominación burguesa y autoritaria;
Considerando que la burguesía, para organizarse y combatir agresiva y solapadamente a
los trabajadores, no distingue de colores políticos, dándonos ello un ejemplo edificante;
Considerando, en fin, que la CN del T nada tiene que temer de la fusión o unificación de
los dos organismos obreros de España, pues la mayoría aplastante de los efectivos
confederales —demostrada espléndidamente con el imponente comicio que se está
celebrando— asegura el triunfo de nuestros principios y garantiza el predominio de la
táctica y la acción netamente sindicalista en el futuro organismo unificado; y que, además,
no implica humillación alguna para la CN del T un intento definitivo y supremo de
aproximación que nos lleve al terreno de inteligencia susceptible de traducir en
consoladora realidad lo que hoy es solamente noble esperanza;
Por todos estos motivos y otros que no exponemos en honor a la brevedad, los
Sin embargo, cuando se discutía la conveniencia de cada una
y ya Pestaña había retirado la suya en favor de la de
Quintanilla, se presentó al Congreso una tercera proposición
que nada tenía que ver con el sentido de las discusiones en
aquel momento, y que vendría a responder al criterio
expresado por las intervenciones que hemos reunido en el
primer grupo, es decir, las que rechazaban la unión con la UGT
y que, en todo caso, proponían la absorción de sus militantes
por la CNT. La propuesta, presentada por Enrique Valero,
delegado del Ramo de la Construcción de Barcelona, y firmada
por varios sindicatos, causó cierta sorpresa («La lectura de la
(...) proposición, escuchada con gran recogimiento causó
sensación enorme» —diría Buenacasa, testigo de excepción del
Congreso899—), y fue tomada como la cuerda salvadora por los
sectores más radicales, que no parecían estar muy de acuerdo
con el cariz de la discusión entre dos propuestas —las de
Pestaña y Quintanilla— que, quizá, resultaban demasiado
moderadas para el ánimo que se tenía con respecto a la UGT

representantes de la organización sindicalista asturiana estiman que el Congreso debe


declarar:
1.º Que ve con simpatía los propósitos de unificación de las fuerzas obreras españolas y
anhela verlos pronto cristalizados en realidades tangibles.
2.º Que vería con satisfacción se celebrase un Congreso nacional extraordinario de las
organizaciones adheridas a la UG de T y a la CN del T convocado por los Comités de
ambos organismos nacionales, al objeto de proponer, discutir y aprobar las condiciones de
unificación. (...)
5.° Que Ínterin esto no se efectúa, la CN del T debe continuar su obra de organización y
propaganda de la emancipación integral del proletariado.
La delegación asturiana entiende que <Je esta suerte demostrará el Congreso que no es
vano verbalismo su declarado anhelo de unificación y colocará a los elementos dirigentes
de la UG de T en la disyuntiva de recoger el voto expresivo de los congresistas o probar, si
se muestran indiferentes, que no quieren la fusión de la clase obrera y son, por ello,
enemigos encubiertos de la liberación proletaria y de la transformación socialista y
revolucionaria de la vieja sociedad burguesa.» (Id., p. 117-118.)
899 M. BUENACASA, op. cit., p. 84.
en esos sectores. Así, Buenacasa, que se encontraba en aquel
momento en la Mesa del Congreso, hizo inmediatamente suya
—del Comité Nacional— la citada propuesta, lo que fue
considerado, y por ello protestado por más de un delegado,
como una intromisión del Comité Nacional en la discusión, que
podría condicionar la voluntad de los congresistas 900. Pero,
además, por si ello no fuera suficiente, el Comité Nacional leyó
entonces lina nota firmada por sus miembros —a la que nos
hemos referido anteriormente— en la que se amenazaba con
realizar labor obstruccionista en el supuesto de que el nuevo
Comité Nacional que les sustituyese no continuase «las
prácticas de acción libertaria y antipolítica por nosotros
sustentadas», en la cuestión de la unificación.

La propuesta de Valero venía a establecer:

«Considerando que las tácticas y el contenido ideológico


de la CNT y de la UGT son diametralmente opuestos y están
completamente definidos y, por lo tanto, no ignorados por
nadie, entienden los Sindicatos que suscriben que no debe
irse a la fusión de los dos organismos, sino a la absorción
de los elementos que integran la UGT.

1o Porque la Confederación representa un número de


adheridos tres veces mayor; y 2o, porque siendo, como
anteriormente se ha dicho, conocida de todos la táctica
seguida por la Confederación, y habiendo sido invitados a
este Congreso los elementos de la Unión General, al no
asistir a él han demostrado no estar conformes con dicha

900 Idem.
táctica, y sería inútil la celebración de otro Congreso, ya
que ellos no habrían de convencernos para adoptar sus
métodos de lucha.

Además, los que proponen recaban del Congreso se


redacte un manifiesto dirigido a todos los trabajadores de
España, concediéndoles un plazo de tres meses para su
ingreso en la Confederación Nacional, declarando amarillos
a los que no lo hagan»901.

Obvio es decir que la actuación del Comité Nacional, y de


Buenacasa en particular, resultó efectiva y, puestas a votación
las proposiciones de Valero y de Quintanilla, resultó aprobada
por el Congreso la propuesta del primero, obteniendo 323.955
votos, contra 169.125 la de Quintanilla, registrándose 10.192
abstenciones902.

Sin embargo, en la última sesión del Congreso, debido a una


intervención de Pestaña, el término amarillos, demasiado
insultante, se cambió por las palabras «al margen»,
queriéndose significar con ello que no se tendría ninguna
relación con los que entonces no ingresasen en la CNT903.

Aunque el acuerdo del Congreso Nacional de la CNT de 1919

901 Firmaban la propuesta: Construcción de Barcelona, Transportes y Federación local de


Málaga, Oficios Varios de Algeciras, Fed. local de Sta. Cruz de Tenerife, Hierro de
Valladolid, Artes Gráficas de Barcelona, Construcción de Vizcaya y Mineros de Bilbao y
Zaramillo, Construcción de Málaga, Fed. local de Badalona, Transporte de Barcelona,
Higiene y Aseo de Barcelona, Tintoreros de Manresa, Vestir y Vidrio de Barcelona, y
Suria, Cardona, S. Vicente de Castellet y Sampedor. (CNT «Memoria», cit., p. 117-118.)
902 Id., p. 172. El acuerdo fue acogido con vivas a la anarquía (M. BUENACASA, op. cit.,
p. 86).
903 Id., p. 380 y ss.
pudiese hacer pensar en un rompimiento total de las
relaciones entre la CNT y la UGT ello no fue así, y con
posterioridad al mismo, las dos centrales volverían a estar en
íntima relación, llegando a concluir un nuevo pacto entre
ambas.

El nuevo pacto con la UGT, a diferencia de los anteriores, de


1916 y 1917, no venía determinado por una voluntad unitaria
consciente, sino qué más bien era producto de una necesidad
imperiosa: la autodefensa. El grave impasse al que había
llegado el conflicto social en Cataluña, iniciado en 1919 y
agravado en 1920 aún más con la eclosión terrorista, el
«lock-out» de la patronal, la represión oficial, etc., llevaron al
Comité Nacional de la CNT, a pesar de los acuerdos del último
Congreso Nacional, a la conveniencia de realizar un nuevo
pacto de colaboración con la UGT, pensando que la acción
coordinada de ambas centrales y la sensación de que todo el
proletariado español actuaba de nuevo unido, podría llevar al
Gobierno y a las organizaciones patronales a un cambio de
actitud y, en definitiva, a una suavización de las relaciones
sociales que facilitase la solución de los conflictos pendientes.

La situación no dejaba de ser un poco chocante, dados los


recientes acuerdos del Congreso de la Comedia, y ello lo
destacaría años más tarde el propio Manuel Buenacasa: «El
mismo organismo a quien la Confederación Nacional declaraba
amarillo y traidor ocho meses antes, es ahora requerido por
ésta para que le ayude en su humana tarea de combatir el
crimen» 904 . Sin embargo, el cambio de actitud, siquiera

904 Op. cit., p. 96.


circunstancial, hacia la UGT no encontró en ésta reparo alguno,
dado que seguía manteniendo su actitud unitaria, manifestada
en 1918.

Así, el XIV Congreso nacional de la UGT, celebrado a finales


de junio de 1920, había reafirmado la voluntad de la Unión de
conseguir la unificación de las dos centrales sindicales, para
superar la tradicional división del proletariado español en
aquellos difíciles momentos de su historia. La UGT proponía la
creación de un organismo único de todos los trabajadores
españoles, que uniera a éstos por encima de todas las
«divergencias en lo que al contenido ideológico de la
organización obrera se refiere», y con un criterio táctico
elástico y no dogmático, empleando «cuantos procedimientos
aconsejen las circunstancias para la más fácil y pronta
consecución de sus aspiraciones» 905 . Para ello, proponía
también la creación de una comisión mixta CNT-UGT que
estudiase las bases de una inteligencia entre arribas centrales y
preparase la celebración del Congreso común de unificación.

El acuerdo sería comunicado a la CNT, que retrasaría su


respuesta definitiva al mismo hasta finales de agosto, cuando
su Comité Nacional se dirigiría al de la UGT, condicionando su
aceptación a la propuesta ugetista. La carta de la CNT a la UGT,
de fecha 26 de agosto de 1920, por una parte, criticaba y
acusaba de mal intencionadas las propuestas ugetistas («en
todo ello pretendemos ver una maniobra que salve el
compromiso de aparecer ante la clase trabajadora como los

905 F. LARGO CABALLERO «Presente y futuro de la UGT», Madrid, 1925. A. DEL


ROSAL «Historia de la UGT», cit., p. 211.
únicos que defendéis y proponéis la fusión, y, si ésta no llegase
a hacerse, que pueda acusársenos a nosotros como los
causantes de ello»), y, por otra, aceptaban la formación de una
comisión mixta, con la condición de que los delegados de la
UGT no fuesen representantes políticos 906.

Por su parte, la UGT, contestando al comunicado de la CNT,


en carta de 3 de septiembre del mismo año, rechazaría las
acusaciones de mala intención de sus gestiones unitarias y, por
el contrario, mientras éstas se celebraban, ofrecía ya la
formación de un «Comité de acción», formado por nueve
representantes de la CNT, la UGT y el PSOE (tres de cada
grupo), para luchar contra la escalada de la represión
gubernamental, y la intransigencia y el terrorismo patronal 907.

Entre tanto, la CNT, a pesar de sus ataques a la UGT y de la


desconfianza manifestada en las gestiones unitarias del Comité
de la misma, acuciada por la situación en Cataluña, decidió
enviar a Madrid, a parlamentar con la central socialista, a tres
delegados de excepción: Evelio Boal, secretario general de la
CNT, y Salvador Seguí y Salvador Quemades, miembros del
Comité regional catalán 908 . La llegada a Madrid de los
delegados cenetistas, el 2 de septiembre, autorizados por los
Comités respectivos —Nacional y Regional de Cataluña— para
realizar un pacto de solidaridad entre ambas centrales,
facilitaría mucho las cosas y, ese mismo día, reunidos en la
Casa del Pueblo de Madrid, la CNT y la UGT realizarían «un

906 Id., p. 213.


907 Id., p. 215.
908 M. BUENACASA, op. cit., p. 95. D. ABAD DE SANTILLÁN, op. cit., II, p. 273.
pacto circunstancial de todas las fuerzas que integran ambos
organismos obreros para hacer frente a la actuación
reaccionaria y represiva que en España vienen realizando los
elementos políticos y patronales», como rezaba la nota
publicada entonces por ambas centrales909.

Al día siguiente, 3 de septiembre, la UGT y la CNT publicarían


un manifiesto conjunto, en el que se expresaba cuál era el
contenido del pacto y cuál era la intención del mismo. El
manifiesto, después de referirse a la política represiva del
Gobierno y a la actitud intransigente del capital, condicionando
la vida política del país, venía a decir en unos de sus párrafos:

«Hemos de cesar, pues, en nuestras discusiones y en


nuestras luchas. Desde ahora deben cesar en toda España
las querellas entre trabajadores organizados, para
preocuparse únicamente de consolidar la fuerza del
proletariado y hacer frente a la batalla con que nos reta
nuestro enemigo común: el capitalismo y sus servidores.

Lo primordial hoy —nuestra desunión ha permitido que a


eso se reduzca nuestra actuación actual— es para nosotros,
aunque parezca paradójico, conseguir el retorno a la
legalidad constitucional. ¡Nosotros, enemigos declarados
de la sociedad burguesa, nos constituiremos en defensores
de sus leyes!

Para llegar a tal fin, los Comités de la Unión General de


Trabajadores y de la Confederación Nacional del Trabajo

909 A. DEL ROSAL, op. cit., p. 216.


han creído de urgente necesidad —mientras se discute el
problema de la fusión, cuya complejidad nos obliga a
prestarle una minuciosa atención, porque queremos, como
es costumbre en nosotros, que venga sancionada por todos
nuestros sindicatos y se realice por aquellos
procedimientos democráticos que nosotros practicamos—
firmar un pacto para oponerse a los avances de la reacción
capitalista y declarar que ninguna lucha será eficaz en este
sentido si los esfuerzos de ambos organismos no obedecen
a un mismo plan y se encauzan en un mismo sentido»910.

El manifiesto iba firmado por Largo Caballero, Núñez Tomás,


Manuel Cordero, Luis Fernández, Juan de los Toyos y Lucio
Martínez, por la UGT, y por Evelio Boal, Salvador Quemades y
Salvador Seguí, por la CNT.

La reunión de Madrid iría seguida de otra, celebrada en


Barcelona, y a la que asistirían Largo Caballero, Besteiro y
Saborit, por parte de la UGT, en la que se acordaría el realizar
una campaña de mítines conjuntos en varias ciudades.

La CNT volvía, una vez más, acuciada por las graves


circunstancias, a poner en grave peligro su integridad
ideológica, su anarquismo, tan recientemente asumido. Y ello
no por su nueva alianza con la UGT, sino por algunos términos
de la misma, entre los que se encontraba la lucha por la
legalidad, que el mismo manifiesto califica de burguesa. Ya
vimos que el Congreso de 1911 había aprobado una resolución
en la que se hablaba también de la lucha por los «derechos

910 Id., p. 219.


cívicos modernos», pero, ¿se corresponderían éstos con la
deteriorada legalidad de la, a punto de periclitar,
Restauración?, y, sobre todo, ¿se correspondía esta lucha por
la legalidad burguesa con la nueva definición anárquica de la
CNT?

Esta duda le entró a los propios militantes cenetistas dado


que el nuevo acuerdo entre la UGT y la CNT suscitó una gran
oposición en diversos sectores, hasta tal punto que, según nos
cuenta Buenacasa, el Comité Nacional tuvo que valerse de una
estratagema para lograr acallar la protesta de las diferentes
Regionales, que no vivían como Cataluña la angustia de la
situación. Y esta consistió en enviar un delegado a cada zona
protestataria, para convencerles de que eran los únicos
disconformes, por lo que no deberían hacer pública su protesta
y romper así la apariencia de unanimidad existente en la
Confederación911.

Con la intención de ampliar los términos del pacto, la CNT


convocó entonces un Pleno Nacional, que se celebraría a
finales de octubre de 1920912. En él, las diferentes delegaciones
tuvieron oportunidad de expresar su protesta contra el pacto
con la UGT —especialmente la delegación asturiana, que,
habiendo defendido la unión con la UGT en el Congreso de
1919, al ser rechazada ésta, exigía ahora una mayor coherencia
con los acuerdos de aquel Congreso—. Pero, en vez de ser
rechazado éste, se acordó poner a prueba la buena intención

911 M. BUENACASA, op. cit., p. 96.


912 Según una nota del Com. Nal. de la CNT, éste se celebraría en Tarragona, hacia el 29
de octubre (verla en A. DEL ROSAL, op. cit., p. 224). Según Buenacasa, éste se celebró en
Barcelona (op. cit., p. 96).
unitaria de los ugetistas. El conflicto que entonces mantenían
los mineros de Riotinto serviría de banco de pruebas. Para ello,
se acordó la realización de una huelga gradual, que iría
ocupando primero a todos los mineros, luego a los ferroviarios,
etc., hasta convertirse en huelga nacional, de tal manera que
se accediese a las peticiones de los mineros y de los demás
sectores en conflicto 913.

Así, se envió a una delegación a Madrid —formada por Seguí,


Agapito González y Albert— para que se pusiesen de acuerdo
con la UGT a los efectos citados. Los sectores mineros y el
ferrocarril eran tradicionales feudos de los socialistas, y de su
actitud dependería la valoración de las intenciones de la UGT y
el éxito de la estrategia cenetista. Pero la UGT se opuso a este
plan.

Entre tanto, la CNT sería puesta —el 23 de noviembre—


fuera de la ley en Cataluña. Ya antes, el 20, 64 dirigentes
cenetistas serían detenidos y 30 de ellos serían deportados a
Mahón, entre los que se encontraban Salvador Seguí y otros
destacados cuadros de la CNT.

Ante esta nueva escalada represiva, la CNT, sin sus cuadros


más moderados y prestigiosos, decidió llevar adelante su plan
de huelgas gradual, y en tal sentido se dirigió a la UGT por
carta, el 24 de noviembre comunicándoselo. Al día siguiente,
cambiando su plan, comunica que la huelga general consistirá
en una reducción del 50 por 100 en la productividad diaria de
todos los trabajadores, lo que inicia ya en Cataluña 914 . A

913 M. BUENACASA, op. cit., p. 99.


914 A. DEL ROSAL, op. cit., p. 229. F. LARGO CABALLERO, op. cit.
principios de diciembre, la CNT declara por fin la huelga
general, comunicándoselo a la UGT al mismo tiempo.

De esta manera, precipitados los sucesos, la realización de la


huelga general no pareció a la UGT demasiado oportuna, y, al
mismo tiempo que deploraba no haber sido consultada con la
debida antelación por la CNT, ésta comunicó a la CNT —el 9 de
diciembre— su decisión de no seguir la orden de huelga:
«sentimos mucho no poder ofreceros extender el paro que
habéis iniciado y que creemos deberíais suspender para evitar
que, por consecuencia del mismo, cometan las autoridades
nuevos brutales atropellos» 915. Las elecciones generales del 19
de diciembre de 1920 estaban demasiado cercanas.

La actitud de la UGT no podía menos que llevar a la CNT a la


ruptura del pacto. La huelga general había sido un fracaso y la
CNT se encontraba de nuevo sola, ante sí misma, y desposeída
de sus más destacados y experimentados militantes, detenidos
o perseguidos.

La ruptura definitiva del pacto, la haría pública la CNT el


mismo día 19 de diciembre, día en que se celebraban las
elecciones a Cortes, convocadas por el Gobierno Dato;
aprovechando tal oportunidad para reafirmar sus principios
antipolíticos y anarquistas. La lucha por la legalidad volvía a ser
inmediatamente cambiada por la lucha contra la legalidad y el
propio sistema. Apenas habían transcurrido cuatro meses
desde el manifiesto conjunto con la UGT, del 3 de septiembre.

915 Id., p. 231.


Ahora decía la CNT:

«A todos los trabajadores españoles:

La situación en la que nos encontramos nos obliga a


poner de relieve ante toda la clase obrera de España la
traición manifiesta que la UGT ha cometido en momentos
en que una actitud decidida y enérgica podía haber dado al
traste con la represión gubernamental que hace años
estamos sufriendo los que militamos en las vanguardias del
obrerismo revolucionario. El Partido Socialista, cuya
influencia en la citada Unión es bien manifiesta, ha
preferido anteponer los intereses políticos de partido a una
actuación de conjunto que respondiera al momento. La
protesta no ha alcanzado toda su intensidad porque los
directores del organismo reformista, ante las promesas del
gobierno datista, ha preferido colaborar con el régimen
burgués y oponerse a nuestra acción.

Ante tales hechos, nosotros, con la aquiescencia de los


Comités regionales que hasta ahora han llegado a nuestro
poder, damos por deshecho un pacto, que de mantenerlo
un día más sería una deshonra, un borrón en nuestra
inmaculada historia societaria. (...) la Unión, al aceptar el
pacto, lo hizo atenta solamente a la idea de envolvernos en
las perniciosas redes de la política.

(...) reafirmamos nuestro credo antiparlamentario y


pedimos a todos los obreros que no voten, que no ayuden
a elaborar la cadena que apretará nuestras gargantas,
aunque ésta sea dorada, como la que nos presentan
republicanos, radicales y socialistas»916.

4. — Debate sobre la revolución rusa: la adhesión a la III


Internacional

El tema de la revolución rusa venía planteado al Congreso a


través de los puntos 48 y 51 del temario, que se preguntaban,
respectivamente, por los medios que serían los más adecuados
para «prestar apoyo a la revolución rusa y evitar el bloqueo de
que se hace víctima a los trabajadores rusos por parte de los
Estados capitalistas», y por la oportunidad del ingreso de la
CNT en la «Tercera Internacional Sindicalista». El primero de
los temas había sido propuesto por varios sindicatos, mientras
que el segundo lo proponía el Comité Nacional de la CNT, el
cual, como se deduce del enunciado, parecía no tener
demasiado conocimiento del contenido de la III Internacional,
que no era una Internacional sindicalista, sino una
Internacional de organismos políticos. La Internacional Sindical
Roja sería fundada más tarde y, aunque a ella también enviaría
la CNT su adhesión, el objeto de estudio del Congreso fue
realmente la III Internacional, la comunista, que había sido
fundada en Moscú en marzo de 1919.

El tema ruso, que, dada la aparente unanimidad de criterio


que existía con respecto a su valoración, parecía que iba a
limitarse a las dos cuestiones citadas, ocasionó sin embargo un

Id., p. 237.
interesante debate en el que los congresistas manifestarían su
visión de la revolución bolchevique.

El tema de la revolución rusa venía también unido en su


tratamiento a los puntos 50, 52 y 53 del temario, que
planteaban de manera general la necesidad de la existencia de
un organismo internacional de los trabajadores que viniese a
llenar el gran vacío que había dejado la Primera Internacional y
que no había logrado completar la Segunda, orientada pronto
hacia ei reformismo. De aquí que la ponencia encargada de
dictaminar sobre la cuestión rusa lo hiciese también sobre este
tema, apareciendo unidos a lo largo de la discusión.

Ateniéndose al planteamiento de los temas, se elaborarían


dos dictámenes separados, uno que hacía referencia al apoyo
necesario a la revolución rusa, y otro que se referiría a los
organismos internacionales y a la creación de un Comité de
Relaciones Internacionales en el seno del Comité Nacional de la
CNT.

El primer dictamen, comenzaba con una declaración expresa


de la identidad entre los ideales encarnados por la revolución
rusa y los ideales cenetistas:

«Que encarnando la Revolución rusa, en principio, el


ideal del sindicalismo revolucionario.

Que abolió los privilegios de clase y casta dando el poder


al proletariado, a fin de que por sí mismo procurase la
felicidad y bienestar a que tiene indiscutible derecho,
implantando la dictadura proletaria transitoria a fin de
asegurar la conquista de la revolución; (...).»
Por ello, consideraba que el Congreso debería declarar a la
CNT «incondicionalmente» unida a la revolución rusa,
«apoyándola por cuantos medios morales y materiales estén a
su alcance» 917. Aunque consideraba también que la CNT nada
podía hacer por impedir el boicot de las potencias europeas a
la Rusia soviética.

Sin embargo, el segundo dictamen, contradictoriamente,


rechazaba una posible adhesión a la Tercera Internacional y
proponía, por el contrario, la celebración en España de un
Congreso internacional que estudiase la posibilidad de crear
ese organismo internacional obrero. Pero, lo más remarcable
es que ello se hacía así en base a las diferencias ideológicas
existentes entre la Internacional y la CNT:

«Considerando, por último, que la Tercera Internacional,


aun adoptando los métodos de lucha revolucionarios, los
fines que persigue son fundamentalmente opuestos al
ideal antiautoritario y descentralizador en la vida de los
pueblos que proclama la Confederación Nacional del
Trabajo en España, estima que debe procederse a la
convocación del Congreso Internacional propuesto en el
tema 53 en España, y en él acordar, después de examinar
detenidamente la situación del proletariado mundial, la
constitución de una Internacional Sindicalista, puramente
revolucionaria, cuyo fin sea la implantación del comunismo
libertario» 918.

917 CNT «Memoria», cit., p. 341.


918 Id., p. 342.
Los dictámenes no fueron aprobados, por lo que el Congreso
inició el debate. Anteriormente nos ocupamos de uno de los
temas más debatidos én torno a la cuestión rusa, como era el
de la dictadura del proletariado, al que hacía referencia en
tonos laudatorios el primer dictamen de la ponencia, por ello
nos referimos ahora solamente a aquellos aspectos o análisis
de la revolución rusa realizados por los congresistas, bien de
manera global, bien de manera parcial, de los que no nos
hayamos ocupado ya.

El conjunto de las intervenciones, divididas, en principio,


entre los que apoyaban el ingreso de la CNT en la Internacional
comunista y los que se oponían a ello, incidían generalmente
en dos aspectos: las diferencias o similitudes ideológicas entre
la CNT y el proceso revolucionario soviético, y la ayuda que la
CNT podía prestar al mismo, entre cuyos medios se encontraba
el citado de la adhesión a la III Internacional.

En contra de la revolución rusa no hubo ni una sola


manifestación; absolutamente todas las intervenciones se
manifestaron en tonos admirativos y laudatorios para con el
hecho revolucionario ruso. Sin embargo, las discrepancias
surgirían en el momento de considerar el aspecto ideológico
del mismo y, consecuentemente, la actitud a adoptar por la
CNT ante él.

En este sentido, la gran mayoría de las intervenciones se


manifestaron claramente favorables a la revolución rusa,
resaltando la identidad existente entre los principios y los
ideales cenetistas y los encarnados por aquella revolución; la
propia ponencia se había manifestado así.
Buenacasa diría que «no se puede aceptar, desde ningún
punto de vista, que hay hombres que, llamándose socialistas,
pongan aún en entredicho las virtudes o, por mejor decir, la
efectividad del hecho revolucionario mismo»919. Y con ello,
Buenacasa nos descubre precisamente la justificación más
profunda de la admiración por el hecho revolucionario
soviético, que llegaría al punto de afectar a las mismas
convicciones ideológicas de los más convencidos anarquistas:
la eficacia de la revolución rusa. No había habido hasta
entonces ninguna materialización, demostración efectiva de la
validez y lo hacedero del conjunto de las concepciones
socialistas que se habían ido extendiendo entre las masas
obreras de Europa desde el siglo pasado. La revolución rusa lo
estaba consiguiendo. Era la primera materialización de esos
ideales de socialización, en los cuales la clase obrera había
puesto todas las esperanzas de su emancipación. Ello,
naturalmente, tenía que ser un foco de admiración y ejemplo,
pero también algo delicado y frágil que había que cuidar,
porque de su éxito dependía precisamente la credibilidad de
esos ideales socialistas, que hasta ese momento eran
solamente eso: ideales.

El mismo Buenacasa lo explicaba, sin dejarse cegar


totalmente por los procedimientos utilizados por los
bolcheviques: «Nosotros, que somos enemigos del Estado
como lo hemos demostrado en algunas de las mociones
aprobadas por el Congreso, entendemos que la Revolución
rusa, por el hecho de ser una revolución que ha trastornado
todos los valores económicos, o, mejor dicho, por el hecho de

919 Id., p. 343.


ser una revolución que ha dado al Proletariado el Poder, los
instrumentos de producción y la tierra, nos debe interesar
siquiera sea en este aspecto»920. Pero sería más explícito aún
uno de los miembros de la ponencia, al explicar el dictamen:
«La revolución rusa encarna el ideal del sindicalismo
revolucionario —recalcaría— que es dar el Poder, todos los
elementos de la producción y la socialización de la riqueza al
proletariado»; y por eso, añadiría, «estoy de acuerdo en
absoluto con el hecho revolucionario ruso; los hechos tienen
más importancia que las palabras. Una vez que el proletario se
haga dueño del Poder, se realizará cuanto él acuerde en sus
diferentes sindicatos y asambleas»921.

Pero una de las defensas más apasionadas de la revolución


rusa la haría sin duda alguna Hilario Arlandis, quien años más
tarde asistiría como delegado de la CNT al tercer Congreso de
la Internacional, celebrado en Moscú en junio de 1921.
Arlandis, que comenzó su intervención declarando
expresamente: «Me propongo demostrar que la revolución
rusa, adoptando desde el momento que se hizo la segunda
revolución de octubre una reforma completa de su programa
socialista, está de acuerdo con el ideal que encarna la CNT
española»922, basaría fundamentalmente su intervención en un
folleto publicado en Suiza por las Juventudes Socialistas
Romandas, en el que se recogían los acuerdos del primer
Congreso de la Internacional —«3me Internationale. Ses
principes. Son prémier Congrés»—, y del que llegaría a leer

920 Id., p. 343.


921 ld.,p. 345.
922 Id.,p. 347 y ss.
varios párrafos para sustentar sus tesis y demostrar las
bondades de la experiencia soviética.

Para Arlandis también, la importancia de la revolución rusa


estaba más en su significado que en el propio contenido de la
misma. «Si la revolución rusa es vencida —diría—, se puede
decir que el proletariado del mundo será vencido quizá durante
un siglo». Sin embargo, no por ello dejaría de entrar en su
análisis, destacando la defensa que hizo de la dictadura del
proletariado, como «medida inevitable, necesaria, fatal» —a lo
que nos hemos referido ya anteriormente—, y del concepto
centralizado, ordenado y disciplinado de la revolución que los
bolcheviques habían llevado a cabo: «Yo digo que es
absolutamente necesario —diría—, que no puede obrarse de
otra manera». Por ello apoyaba también el ingreso de la CNT
en la III Internacional, cuyos posibles defectos creía que
estaban más en la dificultad de hallar una «fórmula concreta
para unir todo el proletariado y dar satisfacción, en sus
menores detalles, a todas las tendencias», que en una
orientación inadecuada. Así finalizaba diciendo: «Mi opinión es
que de este Congreso debe salir no solamente el acuerdo
unánime, la afirmación de que estamos enteramente con la
revolución rusa, como se dice en el dictamen, sino que debe
salir también la adhesión a la Tercera Internacional porque ella
concreta todas nuestras aspiraciones»923.

En similar sentido se manifestaría la delegación de la


Metalurgia de Valencia, quien estimaba que la mayor
importancia de la revolución rusa venía dada, no por su

923 Id., p. 352.


contenido, sino por el hecho de tratarse de una revolución. «Si
nosotros somos por excelencia revolucionarios ¿cómo no
prestar auxilio a unos compañeros que dan al traste con la
burguesía?», dirían. Y así, esta delegación recalcaría también la
contradicción existente entre los dos dictámenes propuestos,
afirmando que la Internacional promovida por los bolcheviques
no era sino una proyección de las ideas que encarnaba la
revolución rusa, por lo que no podía sostenerse el que la CNT
apoyase a ésta y se negase a adherirse a aquélla. «Si esto es así
—volvería a preguntarse la delegación valenciana—, si existe
afinidad clara y concreta de la Tercera Internacional con la
revolución rusa [y apoyando la CNT a ésta] ¿cómo nosotros
podemos estar separados de esta Tercera Internacional?» 924.

También Eusebio Carbó insistiría más que nada en la


trascendencia del hecho revolucionario ruso, al que
consideraría «la más grandiosa tentativa de liberación que han
realizado los hombres». «El hecho ruso, decididamente —diría,
recalcando el contenido económico socializador de la
revolución—, deja muy atrás los acontecimientos históricos
que le precedieron puesto que no habían conseguido más que
finalidades meramente políticas, y éste entra de lleno en el
dominio de la sociedad, tratando de socavar sus cimientos y
derrocar lo que constituye su base más positiva y sólida». Por
lo demás, el conjunto de la intervención de Carbó se refirió
principalmente al debatido tema de la dictadura del
proletariado, a la que consideraba como el método más eficaz
para derrocar a la dictadura de la burguesía.

924 Id., p. 354.


Pero, para Carbó, una de las enseñanzas más trascendentales
de la revolución rusa estaba precisamente en demostrar la
eficacia de la vía revolucionaria frente a la reformista, en la
superación de las concepciones de la socialdemocracia
europea. Así, prescindiendo ya de la posible afinidad de los
ideales bolcheviques con los ideales cenetistas, decía Carbó:
«...la nota mássimpática del movimiento ruso ha sido la
negación rotunda de las prácticas socialistas durante el último
siglo, ha sido la afirmación categórica de que para triunfar en
sus empresas, aun las más atrevidas, los trabajadores deben
contar con su único personal esfuerzo, y pueden prescindir en
absoluto de estos centuriones del ejército temible que quiere
derrocar lo existente con la papeleta electoral, y ésta es una
enseñanza que debemos aprovechar, esto es decir, de una
manera expresa, demostrada por la vitalidad de hechos que
asombran al mundo, que sobre la acción revolucionaria del
proletariado no puede colocarse ninguna fuerza»925. Y añadiría
en tono irónico, o —son sus propias palabras— «a guisa de
gesto despreciativo»: «Una de las cosas que más claramente
me han dicho a mí que el movimiento ruso valía mucho, aún
sin tener documentos donde apreciarlo exactamente, ha sido
la circunstancia de haber visto a los socialistas españoles
cubrirlo, por espacio de tres años, de ignominia, de vergüenza
y de descrédito».

Finalmente, como intervención claramente favorable a la


revolución rusa y al ingreso de la CNT en la III Internacional,
podría destacarse la intervención de Salvador Seguí. Seguí no
quiso entrar en profundidades teóricas, y, resaltando también

925 Id., p. 363-367.


la admiración que inspiraba el hecho ruso, se limitó a decir, sin
embargo, en este terreno, que la revolución rusa «no es la
realización de nuestros métodos, de nuestras prácticas, de
nuestras doctrinas sindicalistas; no lo es, y ahí, realmente, está
la necesidad de discutir entre nosotros, fuera de este Congreso,
más bien que dentro de él, todo lo que al hecho ruso se
refiere».

Pero Seguí basó su análisis de la revolución bolchevique en


las enseñanzas que de ella se podían derivar para el caso
español. Y uno de los temas que tenía verdaderamente
obsesionado a este dirigente sindical era precisamente la falta
de preparación del proletariado para asumir y dirigir un
proceso revolucionario. En sus conferencias en Madrid, en
octubre de 1919, insistiría especialmente en este tema, en la
necesidad de capacitación que tenían las clases trabajadoras
para afrontar el proceso de transformación de la sociedad; y no
ya de una preparación de tipo orgánico, sino de tipo moral e
intelectual. En sus intervenciones en el Congreso volvería a
insistir en ello, y sin criticar duramente, pero tampoco
defender a la dictadura del proletariado, veía en ella
precisamente la consecuencia de una falta de capacitación del
pueblo ruso para asumir las transformaciones revolucionarias
y, sobre todo, las que se referían al terreno económico, que era
sin duda el más importante. «Ha habido en Rusia —diría
Seguí— algo que nosotros mismos no querríamos que se
produjese en España ni en ningún otro pueblo, y es una
manifiesta incapacidad, una falta de preparación para la
práctica del hecho o de la verificación del sentido socialista en
la producción. Esto es lo que ha hecho que, aparentemente, se
entronizara una tiranía en Rusia». Y de ello derivaba la
necesidad de que el proletariado español se encontrase
preparado, «la necesidad de hacer todo lo posible, por medio
de la voluntad y de la inteligencia, para superarnos a nosotros
mismos, para prever, para tener, más bien, resueltas todas
aquellas cosas que, en momentos determinados, pudieran ser
la garantía del traspaso del poder del capitalismo al
proletariado» 926.

Seguí, quizá sin darse cuenta, estaba atisbando una de las


causas fundamentales de las derivaciones autoritarias del
proceso revolucionario bolchevique. El por qué el concepto
formal de dictadura del proletariado adquiriría todas unas
características de contundencia, de violencia, más allá de lo en
principio exigido por el proceso transformador en sí, que no
estaban teóricamente previstas. Pero Seguí no fue mucho más
allá del enunciado, limitándose a derivar la consecuente
enseñanza de la necesidad de preparación.

Por lo demás, Seguí apoyaría el ingreso de la CNT en la


Internacional comunista, porque «no podemos (...) estar
alejados de los compañeros, de los trabajadores del resto del
mundo. Este abstencionismo traería consecuencias que tal vez
nosotros no podamos prever, pero que serían muy dolorosas».
Pero este ingreso en la Internacional serviría también, en su
concepción, para avalar el internacionalismo de la CNT y su
intento de constituir una Internacional exclusivamente
sindicalista: «somos partidarios de entrar en la Tercera
Internacional porque esto va a avalar nuestra conducta en el
llamamiento que la CNT de España va a hacer a las

926 Id., p. 368-369.


organizaciones sindicales del mundo para constituir la
verdadera, la única, la genuina Internacional de los
trabajadores»927.

Pero, también hubo en el Congreso voces discrepantes. No,


como digo, con respecto a la simpatía que inspiraba el hecho
revolucionario ruso, la cual era general, sino en lo que se
refiere a la adhesión de la Confederación a la III Internacional.

Ya a poco de comenzar la discusión, la lectura de los


dictámenes citados suscitó la protesta de la delegación del
sindicato de Carrocerías de Barcelona, la cual, ante la
afirmación de que la revolución rusa encarnaba el ideal del
sindicalismo revolucionario, quiso «hacer constar, de una
manera terminante, que la revolución rusa está basada en el
principio marxista, y entiendo yo —diría el delegado— que el
principio sindicalista es el bakuninista» 928.

En similar sentido se manifestaría la delegación del ramo de


Juguetería de Madrid, siendo su intervención protestada e
interrumpida por los demás congresistas: «La revolución rusa;
hoy por hoy, tiene muchos defectos; encarna más que nada, el
principio marxista y nosotros, los sindicalistas revolucionarios,
tenemos como base los principios bakuninistas. La revolución
rusa, hasta ahora, no ha conseguido implantar más que una
especie de comunismo, una especie de socialismo que mata las
energías individuales...» Cuando pudo continuar su
intervención, manifestaría que el problema de la adhesión de

927 Id., p. 370-371.


928 Id., p. 345.
la CNT a la III Internacional no estaría, sin embargo, tanto en la
ideología de la Internacional o en la voluntad de la CNT, como
en la voluntad de la Internacional comunista, o en la ideología
de la Confederación: «Nosotros estamos conformes en
adherirnos a la Tercera Internacional —diría—; pero ¿es que
los rusos nos podrán admitir?»929.

Sin embargo, la intervención más profunda y coherente de


las habidas en contra de la asimilación con el proceso
revolucionario ruso y de la adhesión a la III Internacional, que
sería también la más larga, fue, una vez más, la de Eleuterio
Quintanilla, quien se descubriría en el Congreso de la Comedia
como uno de los militantes de mayor preparación teórica y de
más exacta visión de la realidad de los que entonces tenía la
CNT.

Para Quintanilla, la revolución rusa no encarnaba en absoluto


los ideales revolucionarios de la CNT. Significaba, eso sí, como
para la totalidad de los militantes cenetistas, «una aurora
luminosa que ofrendar a la humanidad futura: el principio
provisional de su futura redención». Pero ello no implicaba,
decía, el que «nuestros principios, lo que son las condiciones y
caracteres básicos de nuestra acción, estén implantados total,
ni parcialmente siquiera, en el gran Imperio de los Zares» 930.
Diría Quintanilla: «La revolución rusa (...) no es, no representa,
no encarna el principio, la idealidad del sindicalismo
revolucionario. La revolución rusa es, si queréis, una revolución
de carácter social, una revolución de carácter socialista que

929 Id., p. 346.


930 Id., p. 355.
coincide con la espiritualidad del movimiento socialista
internacional en todos sus matices, en aquel principio que es
denominador común del socialismo: la socialización de la
riqueza, la socialización de los medios de trabajo, de
producción y de cambio. Pero este principio, camaradas
delegados, repito que es, no propio de la revolución rusa, no
propio del sindicalismo, sino denominador común de todas las
tendencias socialistas, revolucionarias o no, que se han
significado en Europa desde los tiempos primitivos de la
Internacional. En esto tenemos que estar de acuerdo, y
solamente por eso la revolución rusa debe sernos simpática y
merecer nuestra adhesión y nuestro aliento incondicionales;
pero nosotros no podemos ver en la revolución rusa (...) la
concreción práctica de nuestras aspiraciones ideológicas»931.

Pero, ¿cuáles eran los inconvenientes, los elementos que


Quintanilla veía en la revolución rusa que impedían esa
adhesión incondicional de la CNT a la misma, como pedían la
mayoría de los militantes?

En primer lugar, consideraba Quintanilla, la revolución rusa


era obra de políticos. Su dirección no fue llevada a cabo por las
masas sindicadas, por los sindicatos, sino por los políticos, por
el partido bolchevique. «Tenemos que reconocer —diría— que
no ha correspondido en el hecho revolucionario ruso la
intervención decisiva de la influencia revolucionaria a la
organización sindicalista de aquel país (...). Ha correspondido,
por el contrario, a elementos de dirección política, de
significación política, todo lo revolucionario que queráis».

931 Id., p. 356.


En segundo lugar decía, «Hase constituido un Gobierno de
fuerza con arreglo al concepto clásico de la revolución (...) es el
concepto de la revolución marxista (...) que consideramos
centralista, que consideramos castrador; este concepto que
consideramos desviador de la verdadera dirección de la
verdadera significación revolucionaria»932.

Por el contrario, Quintanilla creía que la revolución debería


romper los márgenes y el control estrecho de la dirección de
un partido, aunque fuese revolucionario y muy avanzado. La
revolución debería implicar la «intervención definitiva y
eficiente del pueblo, de la representación popular en los
movimientos revolucionarios», y, añadía, «en este sentido, la
intervención popular de la masa en el movimiento
revolucionario no puede caracterizarse sino por el órgano de
expresión que la civilización actual burguesa y capitalista ha
creado, y este medio de expresión y de actuación,
representativo del interés de la masa y de la actuación de la
masa, de la intervención del pueblo en los asuntos que a ella
conciernen, es el sindicato, es el sindicalismo». La revolución
no podía ser otra cosa, pues, que la revolución sindicalista.

Y en este sentido dirigió precisamente su crítica Quintanilla a


la dictadura del proletariado. Su crítica, como ya vimos, no iba
tanto dirigida en el sentido del dominio o poder de clase que
implicaba, como en el sentido de quién detentaba o ejercitaba
ese poder dentro de la clase. Así, defendía el concepto de
dictadura del proletariado, pero pensaba que ésta debería
ejercerse por el control de los sindicatos. «Los propios

932 Id., p. 357.


sindicados —diría—, es decir, el propio pueblo armado, debe
ser el ejército rojo que conserve las conquistas revolucionarias
y esté dispuesto a disputárselas a todas las conspiraciones
internas y externas»933.

Con respecto a la adhesión a la III Internacional, las


argumentaciones de Quintanilla serían muy similares. Su
oposición a la misma se basaba en el hecho de que esta
organización no era «una organización específicamente
sindical», siendo, por el contrario, «una organización
específicamente política, profundamente política,
esencialmente política; (...) compuesta de fracciones de los
partidos socialistas de Europa». Por ello, la CNT, que era una
organización puramente sindical no podría, no debería,
pertenecer a tal organismo. E, incluso, añadiría, dejando bien
clara cuál era su perspectiva ideológica y su concepción
apolítica de la CNT: «Yo, como anarquista, en los grupos de
nuestra parcialidad, allí donde podemos actuar sin ostentar la
representación colectiva de la clase obrera organizada, no
tendría inconveniente en sostener el principio de adhesión a la
Tercera Internacional; pero en cuanto a obrero sindicado, en
cuanto a miembro de la gran falange de la Confederación, yo
tengo que pronunciarme aquí por la integridad de nuestra
personalidad y por la inconfusibilidad de nuestros principios.
No podemos, no debemos estar en la Tercera Internacional» 934.

Sin embargo, al final de la discusión, los buenos argumentos


de Quintanilla no sirvieron de mucho y se impuso el criterio

933 Id., p. 360.


934 Id., p. 362.
mayoritario: la adhesión a la III Internacional. Pero, la discusión
de alto contenido ideológico a que dio lugar este tema, serviría
para algo, dejaría su pequeño fruto.

Así, la moción aprobada definitivamente por el Congreso,


presentada por el Comité Nacional, evitaría toda alusión a las
similitudes pretendidamente existentes entre la revolución
rusa y la CNT, a las que se había referido el dictamen rechazado
de la ponencia y en las que habían insistido tanto gran parte de
los delegados intervinientes en el debate.

La intervención prácticamente aislada de Quintanilla, e,


incluso, la protestada de algún que otro delegado, tuvieron,
quizá, el efecto de sembrar un mínimo de duda entre los
congresistas, y por ello debió considerarse preferible no aludir
a tal tema.

Pero, no sólo eso, sino que la moción presentada por el


Comité Nacional reafirmaría el contenido anarquista de la CNT,
y pretendía solamente una adhesión provisional a la III
Internacional, a la espera de poder organizar un Congreso
internacional que, como había dicho y propuesto Salvador
Seguí en medio del debate, crease la verdadera Internacional
de organizaciones sindicales, la Sindicalista, que constituían
uno de los más sentidos deseos de los sindicalistas europeos y,
desde luego, de la CNT, quien trataba de ser su organizadora.

La moción aprobada por el Congreso diría lo siguiente:

«Al Congreso:

El Comité Nacional, como resumen de las ideas expuestas


por los diferentes compañeros que han hecho uso de la
palabra en la sesión del día 17 con referencia al tema de la
Revolución rusa, propone lo siguiente:

Primero. Que la Confederación Nacional del Trabajo se


declare firme defensora de los principios que informan a la
Primera Internacional, sostenidos por Bakunin.

Segundo. Declara que se adhiere, y provisionalmente, a la


Tercera Internacional, por el carácter revolucionario que la
preside, mientras se organiza y celebra el Congreso
Internacional en España, que ha de sentar las bases porque
ha de regirse la verdadera Internacional de los
trabajadores.—

El Comité Confederal.

Madrid, 17 diciembre 1919»935.

Pero, por si la declaración hecha en el punto primero no


fuera suficiente, y en cumplimiento de la petición que se hacía
en el mismo, se presentó al mismo tiempo al Congreso otra
mocióir, firmada por los miembros del Comité Nacional y otros
congresistas, entre los que se encontraban varios que se
habían destacado por su defensa de la revolución rusa, y de la
similitud de ideas existentes entre ésta y la CNT, como Eusebio
C. Carbó, o Manuel Buenacasa, en la que se venía a pedir al
Congreso que declarase que «la finalidad que persigue la

935 Id., p. 373.


Confederación Nacional del Trabajo de España es el
Comunismo libertario». Lo cual hizo el Congreso, aprobando la
propia moción —a la que ya nos hemos referido en el apartado
1 de esta sección—.

Con lo cual, el Congreso rechazaba la contradicción existente


en los dictámenes presentados en un principio, que proponían
el apoyo a la revolución rusa, rechazando el ingreso en la
Internacional, pero caía en la contradicción de signo contrario,
afirmando la personalidad anarquista de la CNT y adhiriéndola,
siquiera sea provisionalmente, a un organismo político
«autoritario».

Poco después de la finalización del Congreso de 1919, el


Comité nacional de la CNT inició las gestiones para la
designación de la delegación que habría de ir a Rusia a llevar la
adhesión de la Confederación a la Internacional y a recibir
información de primera mano sobre el proceso revolucionario
que estaba en curso en aquel país. En las notas introductorias a
su informe sobre las gestiones en la Unión Soviética 936, Ángel
Pestaña, que sería el único delegado de la CNT que finalmente
haría el viaje, nos da una detallada información sobre el
proceso que seguiría la elección de la representación cenetista.

Según relata Pestaña, el CN pensó en principio en designar a


dos militantes de reconocido prestigio en los medios
confederales, y a tal punto, se designó al médico sevillano
Pedro Vallina y al destacado dirigente asturiano Eleuterio

936 «Memoria que al Comité de la Confederación Nacional del Trabajo presenta de su


gestión en el II Congreso de la Tercera Internacional el delegado Ángel Pestaña»,
Biblioteca Nueva Senda, Madrid 1921.
Quintanilla. Pero la declinación de éstos a aceptar la
designación, obligó a cambiar los planes, eligiéndose entonces
a Eusebio Carbó, de Valencia, y a Salvador Quemades, de
Barcelona.

La fuerte represión ejercida contra la CNT y la suspensión de


la misma ordenada por el recientemente elegido Gobernador
de Barcelona, Maestre Laborde, Conde de Salvatierra, en enero
de 1920, vino a complicar las cosas, ya suficientemente
agravadas para la Confederación por el persistente «lock-out»
patronal. Ante la ofensiva gubernamental y patronal, que
iniciaría uno de los períodos represivos más negros por los que
habría de pasar la CNT —1920-1922—, y ante la práctica
imposibilidad de dar una adecuada respuesta a la misma desde
el interior, el CN de la CNT ideó la posibilidad de conseguir la
solidaridad de los trabajadores europeos, declarando un boicot
a los productos españoles en los puertos de los respectivos
países, principalmente en Portugal, Francia e Italia; países que,
además de ser los más cercanos, contaban con organizaciones
sindicales con las que la CNT mantenía cordiales relaciones.

De esta manera, se pensó en coordinar los dos problemas,


haciendo que los delegados que fuesen a Rusia se encargasen
también de recabar la solidaridad de los trabajadores europeos
con la CNT, dándole preferencia a esta segunda misión. A tal
efecto, se designó a Carbó para que fuera a Italia, donde se le
uniría más tarde Quemades, para seguir luego a Rusia. El otro
delegado iría a Portugal, y Pestaña sería designado para ir a
Francia. Pero, cuando Pestaña se disponía a realizar su viaje,
con el fin exclusivo de recabar la solidaridad de los
trabajadores franceses, se tuvo noticias desde Francia de la
posibilidad de organizar desde allí con ciertas facilidades el
proyectado viaje a Rusia. Ante estas noticias, el CN encargó a
Pestaña que, si realmente esas facilidades existían,
emprendiese también él el viaje a Rusia, una vez que hubiese
realizado su misión en Francia, dado que «preferible era llevar
a Moscú tres delegados en vez de dos, que no que no llegara
ninguno».

Así, finalmente, fracasados los intentos de Carbó y de


Quemades, Pestaña, sin haber sido el delegado inicialmente
designado, se convirtió en el único delegado cenetista que
acudiría a Rusia. El viaje debió iniciarlo hacia los primeros días
de abril y, después de muchos avatares, lograría llegar a
Moscú, cerca de tres meses más tarde, el 28 de junio de 1920.
En Moscú, Pestaña, como miembro del Comité de la Tercera
Internacional —una vez que hubo entregado la adhesión de la
CNT a la misma—, asistió a las reuniones del mismo y al
segundo Congreso de la Tercera Internacional, que se
celebraría del 23 de julio al 7 de agosto. Pero, además, Pestaña
participaría también en las reuniones organizadoras de la que
habría de ser la Internacional Sindical Roja. Tras todas sus
gestiones en Rusia, iniciaría su regreso a España el 6 de
septiembre, siendo entonces detenido.

Al citado Congreso de la Internacional asistirían también


otros delegados españoles, como Daniel Anguiano y Fernando
de los Ríos, enviados por el PSOE, y Ramón Merino Gracia, que
asistiría en representación del recientemente constituido
Partido Comynista Español.

A su regreso a España, durante su larga detención, Ángel


Pestaña escribiría su detallada Memoria, en la que informaría
de todos los incidentes de su gestión en Moscú. Esta Memoria,
que iba fechada en la Cárcel Modelo de Barcelona, en
noviembre de 1921, sería poco después publicada en la
colección editorial del semanario madrileño «Nueva Senda».
Posteriormente, y como complemento al anterior informe,
Pestaña escribiría sus impresiones personales sobre su estancia
en Rusia y sobre todo el proceso revolucionario ruso, al que
criticaría en gran parte de sus aspectos.

Este segundo trabajo, que fecharía también en la cárcel de


Barcelona, en marzo de 1922, vería la luz, sin embargo unos
años más tarde937.

Así pues, el informe de Pestaña sobre la Internacional


Comunista, el proceso revolucionario soviético y la proyectada
Internacional Sindical Roja, no pudo ser conocido
inmediatamente después de su regreso a España por la CNT,
sino que pasaría prácticamente un año hasta que ésta pudo
tener una información detallada sobre estas cuestiones. Por
ello, la actitud cenetista hacia la revolución soviética no
cambiaría sustancialmente hasta la primera mitad de 1921,
cuando se comenzaron a tener otra serie de informes sobre el
proceso ruso. Formalmente, el giro definitivo se produciría en
la Conferencia nacional de Zaragoza, de junio de 1922. Pero de
ello nos ocuparemos con detalle más adelante.

937 A pesar de las fechas dadas, Pestaña diría en el texto de su segundo trabajo haber
escrito ambos en junio de 1921. Estos trabajos serían publicados en Barcelona, en 1924 y
1925, con los títulos: «Setenta días en Rusia. Lo que yo vi.», el primero, y «Setenta días en
Rusia. Lo que yo pienso.», el segundo. Modernamente serían publicados con los títulos:
«Informe de mi estancia en la URSS», el primero, y «Consideraciones y juicios acerca de
la Tercera Internacional», el segundo, Madrid 1968.
5. — El problema campesino. La socialización de la tierra

El problema campesino constituía una de las grandes


preocupaciones de la CNT, pues consideraba, y así se
manifestaría en el Congreso, que no era posible la
emancipación total del proletariado mientras un sector
importantísimo de la clase trabajadora permaneciese en
situación de explotación. Por ello, el movimiento de corte
industrial, que representaba fundamentalmente la CNT,
necesitaba complementarse con una acción decidida en el
sector agrario.

La Federación Nacional de Obreros Agricultores (FNOA),


creada en 1913, y que ingresaría en la CNT precisamente en el
Congreso de la Comedia, trataría de cubrir este vacío.

Sin embargo, esta organización, a la que ya nos hemos


referido anteriormente, como vimos entonces, no era en
absoluto una organización lo suficientemente extensa como
para cubrir completamente ese enorme vacío que tenía la CNT.

La FNOA apenas cubría el área andaluza y levantina, donde,


desde luego, era mayoritaria, pero quedaban extensas zonas
del país donde era imperceptible su presencia. Su ingreso,
pues, en la CNT, en 1919, vino a aumentar la presencia
cenetista en el sector agrícola en zonas como la levantina, la
andaluza, y, mínimamente, en Aragón, Extremadura y
Cataluña; en el resto del país, la amplia zona central y el norte,
la presencia cenetista en este sector se dejó notar por su
ausencia.

En diciembre de 1918, cuando la FNOA celebra su último


Congreso nacional, en el que decidiría definitivamente su
ingreso en la CNT, estarían presentes en el mismo 57
delegados, que representaban a 100 entidades obreras, con un
total de 25.092 afiliados. Pero ni siquiera todos ellos estaban
afiliados o federados en la FNOA, asistiendo al Congreso varias
entidades no federadas.

Así, distribuidos provincialmente los totales, estaban


representados en el Congreso:

Lo cual, sin que se pueda precisar que ése era exactamente el


número de afiliados a la FNOA, sí nos puede, por lo menos, dar
una idea muy aproximada del ámbito de esta organización y de
lo que supuso para la CNT el ingreso en ella de la misma938.

La Confederación era pues, muy consciente de su debilidad

938 Vid. las actas de este Congreso en DÍAZ DEL MORAL, op. cit., p. 432 y ss. Sobre el
problema campesino, vid. A. BAR, «Syndicalism...», cit., p. 177 y ss.
en este terreno y haría enormes esfuerzos para propiciar su
desarrollo en el mismo. Sin embargo, su política no sería muy
acertada, y ello haría que este problema, la debilidad cenetista
en el sector agrícola, fuese algo que arrastraría hasta los años
treinta, en los que se volvería a hacer un nuevo esfuerzo
organizado para dar una más extensa y sólida implantación a la
CNT en el sector agrícola. Y uno de sus grandes errores
consistió precisamente en la disolución, una vez ingresada, de
la FNOA, bajo el criterio, entonces imperante, de disolver todas
las FEDERACIONES Nacionales de oficio.

La CNT aplicó entonces su concepción industrialista a un


sector que poco tenía que ver con la industria —nada más
lejano de la industrialización que el campo español hasta los
años treinta, en que se intenta la reforma agraria, y ni aún en
aquel momento—, pensando que la Federación de Campesinos
era una federación de oficio, y, por tanto, disolviéndola según
el criterio general aplicado a éstas. Pero, en todo caso, la
Federación de Campesinos no era una federación de oficio
—en el campo pueden desarrollarse varios oficios diferentes—,
sino una organización que agrupaba a trabajadores de un ramo
concreto de la producción y que, por tanto, trataba de
adaptarse lo máximo posible a la específica estructura de ese
ramo. Su supresión, aplicándole el criterio general aplicado a
los sectores de la producción industrial no podía ser menos que
inadecuado.

Ello contribuiría, pues, a mantener, a pesar de todos los


esfuerzos, la debilidad cenetista en este sector. Sobre todo si
tenemos en cuenta que la supresión de la FNOA se va a
producir precisamente en un momento de gran movilidad en el
sector agrario, en el que las organizaciones campesinas, como
las industriales, tendían a su crecimiento y expansión. El
someter a las organizaciones campesinas a la estructura de los
sindicatos únicos, pensados esencialmente desde una
perspectiva ciudadana, de proletariado urbano, supondría
separarlas, romper el lazo de unión común que las mantenía en
relación, en base a su específica problemática. La supresión de
la FNOA, supuso también la desaparición de su periódico «La
Voz del Campesino», que había llegado a adquirir una
importante difusión, no tanto por el número de ejemplares
editados939, como por el eco que tenía entre los agricultores;
suponiendo ello una traba más, inconsciente, a la expansión en
ese sector.

De cualquier manera, y a pesar de los acuerdos del Congreso


de la Comedia, las organizaciones campesinas trataron de no
perder totalmente todo contacto entre sí, y se celebrarían, con
posterioridad al mismo, numerosas reuniones, asambleas y
congresos del sector, generalmente de ámbito comarcal y
regional.

Pero, otro de los posibles errores cometidos por la CNT con


respecto a su política agrícola fue el criterio seguido con
respecto a la propiedad de la tierra.

El Congreso Nacional de 1919 abordaría el problema de la


tierra, que venía planteado en los puntos 46 y 76 del temario,
en su octava sesión. El punto 46 se preguntaba: «¿Qué medios
hemos de emplear para la más pronta abolición de la

939 En 1919, «La Voz del Campesino» tiraba unos 4.000 ejemplares («Soli»
3-octubre-1930, p. 2).
propiedad privada de las tierras, haciendo que éstas pasen a
manos de los que las trabajan?»; mientras que contestando al
76, el Sindicato de Profesiones Liberales de Barcelona
presentaba un informe de tipo técnico sobre la socialización de
la tierra.

El dictamen elaborado por la ponencia sobre este tema, que


sería aprobado por el Congreso, recoge en esencia el
pensamiento cenetista acerca del problema campesino. En
primer lugar, recogía el dictamen la importancia de este sector,
desde el punto de vista de la emancipación total del
proletariado, especificando que no era pensable la
emancipación del uno sin la del otro; por ello, la CNT —decía el
dictamen de la ponencia— debería «atender preferentenlente
al movimiento emancipador de los campesinos, educándoles
socialmente y perfeccionando su organización sindical y
constituirla en forma que la técnica de dicho trabajo sea un
hecho, para así poder preparar a la clase obrera campesina a
que ella se haga cargo de la producción.»

Pero, para ello, para que la CNT lograra su plena introducción


en ese sector, para poder contribuir a su organización, primero,
y a su emancipación, después, decía el dictamen que la CNT no
debería dejar «pasar por alto el más insignificante movimiento
que la clase campesina efectúe, encaminado a mejorar su
situación económica y social».

La desocupación temporal y la emigración a los núcleos


urbanos eran unos de los problemas de mayor importancia del
sector, en la perspectiva cenetista. Pero, este problema era
tanto mayor —y he aquí una manifestación clarísima de la
perspectiva urbana, industrialista, de la CNT—, cuanto que
afectaba también al proletariado industrial; pues, la emigración
a la ciudad no contribuía sino a aumentar la oferta de mano de
obra y, por tanto, a reducir el niyel de los salarios. La situación
se veía aún más angustiosa, teniendo en cuenta la situación
especial, altamente conflictiva, por la que se estaba pasando
entonces, tanto en el campo, como en las zonas industriales,
especialmente Cataluña.

Así, el problema campesino no era tanto considerado en sí


mismo, como en íntima relación e interdependencia con el
problema del proletariado industrial. De esta manera, para
evitar el proceso migratorio hacia los núcleos industriales,
consideraba la CNT que los campesinos deberían recibir una
compensación durante los períodos estacionales sin trabajo:

«Toda vez que los campesinos, por la índole del trabajo


que realizan, no tienen ocupación sino en las épocas de
recolección y siembra, estando en huelga forzosa durante
cinco o seis meses, en casi su totalidad, y al objeto de evitar
que, faltos de ocupación, invadan la ciudad, originando
como consecuencia un excedente de brazos, y dar margen
a la competencia del precio del salario, es de urgente
necesidad que se consiga la compensación en el salario, o
una participación en los beneficios, o bien obligar a que se
les dé ocupación en el trabajo todo el año.»

Ello, en fin, debería constituir uno de los principales motivos


reivindicativos de las organizaciones obreras cenetistas. Pero,
obviamente, el programa social cenetista en el sector agrícola
era más avanzado, como su misma definición comunista
libertaria indicaba. El problema estaría, pues, en determinar
cómo se haría ese paso al régimen comunista; cómo se podría
ya en este sistema, o en su transición, materializar el lema que
había hecho suyo la FNOA: «La tierra para los que la trabajan».

Ya vimos en su momento —véase capítulo III— que la FNOA


no se había decidido muy claramente por ningún sistema
específico de apropiación de la tierra, ni por la parcelación o
entrega al campesino individual, ni por la entrega a los
sindicatos campesinos, o la formación de comunas agrícolas,
etc. Aunque, desde luego, parece muy claro que la intención no
era la de convertir a los campesinos en nuevos pequeños
propietarios. Pero, entonces, la inexistencia de organizaciones
campesinas sólidas y estables había hecho impensable una
reclamación inmediata de la tierra para éstas. El lema «la tierra
para los que la trabajan» había quedado como tal, pero vacío
de contenido, falto de concreción en lo inmediato. La CNT fue
un poco más allá, y se manifestó claramente en contra de la
parcelación de la tierra, en contra de la creación de nuevos
propietarios o de cualquier otro sistema que crease algún
nuevo tipo de interés individual sobre un bien que tenía una
esencia natural colectiva.

Así, el acuerdo del Congreso sobre este téma se ocuparía


específicamente de ello, y no admitiría otro tipo de parcelación
o entrega de tierras que no tuviera como destinatario a los
sindicatos agrícolas, y que, en todo caso fueran éstos los que
regulasen la forma de trabajar la tierra en cuestión.

«Se ha observado —diría el dictamen aprobado por el


Congreso— que durante el movimiento hecho por los
campesinos de diferentes regiones, y en particular por los
de Andalucía, en demanda de mejoras de índole económica
y moral, la burguesía terrateniente y el Estado han tratado
de sofocar el movimiento de rebelión haciendo concesión
de parcelas a los trabajadores campesinos, para así
dividirlos.

La ponencia no cree de gran eficacia que el individuo


acepte el trabajar la tierra por el sistema parcelario, por
considerar que despierta en el individuo un instinto
profundamente egoísta, matando sus rebeldías y
destruyendo la solidaridad y buen acuerdo que debe existir
entre los explotados para combatir el régimen capitalista.

Acepta esta ponencia, sólo a título de transacción, que en


vez de ser el individuo quien se comprometa a hacer
aparcelamientos de la tierra, sea el Sindicato de
Agricultores quien de ello se encargue.

Bien entendido que en este sistema de trabajo ha de


procurarse que estén retribuidos los que trabajen de esta
forma con arreglo a las exigencias de la vida en su máxima
amplitud, y si quedare un margen de beneficios, sean éstos
invertidos en fines sociales y de acuerdo con la ideología
moderna.»

Esta oposición decidida a la parcelación de la tierra,


negándose, además el acceso a la propiedad de la misma de
manera individual, condenó al fracaso a la política agraria de la
CNT en las zonas norte y centro de España, donde abundaba el
pequeño propietario, y otros sistemas de explotación —los
foros, la rabassa, los arrendamientos, etc.— cuyos titulares
únicamente ansiaban liberarse de esos contratos y pasar a la
propiedad de la tierra que trabajaban. En cambio, encontró un
mayor eco en zonas donde lo que abundaba era el bracero
desposeído, o formas.de explotación especialmente onerosas o
abusivas —como los yunteros de Extremadura—; esto es, en el
sur y levante, donde el latifundio y la huerta requería un gran
número de brazos a sueldo para trabajar la tierra.
Efectivamente, hasta los años treinta, la España meridional
distribuiría su población agrícola entre un 65,6 por 100 de
braceros, un 12,8 de arrendatarios y un 21,6 de propietarios;
mientras que, para el resto del país, estas cifras eran de un
33,2 por 100 de braceros, 14,4 de arrendatarios y 52,4 de
propietarios 940.

El mismo contenido del acuerdo del Congreso hace una clara


referencia solamente a ese sector del campesinado, olvidando
totalmente a los otros, cuyo nivel de vida en poco mejoraba al
de los braceros en gran parte de los casos. Una política más
flexible, menos maximalista, en este terreno hubiera
encontrado un eco mayor en otras partes del país, y, desde
luego, una respuesta mucho más uniforme que los meros
movimientos tan radicales como esporádicos, que se
produjeron en las ya citadas zonas sureña y levantina.

En los años treinta este problema se intentaría solventar


precisamente en esta línea, evitando fórmulas rígidas de
entrada y tratando de ganarse a los diferentes sectores del

940 Instituto de Reforma Agraria. Cit. en E. MALEFAKIS «Reforma agraria y revolución


campesina en la España del siglo XX», Barcelona 1971, p. 141. Vid. también J. L. GARCÍA
DELGADO (ed.) y otros «La cuestión agraria en la España contemporánea», Madrid 1976.
agro, atendiendo a sus problemas específicos, en vez de
considerarlos a todos como jornaleros.

«Lo que importa en el campo —diría Pedro Segarra, “Anteo”,


en 1932—, más que la rigidez de los principios de lucha, es el
encauzamiento en organismos francamente de clase, como
nuestra CNT, de todas las actividades campesinas, para ir
paulatinamente formando los cuadros de militantes
capacitados en la finalidad de nuestro organismo, para ir
resueltamente a la posesión de las tierras por los sindicatos y
las cooperativas agrícolas» 941.

Sin embargo, como vemos, no fue ésta la política seguida por


la CNT en estos momentos. Por el contrario, al error de
suprimir la FNOA, añadió un maximalismo, que le llevaría a
considerar perjudiciales para el sector agrícola formas de
agrupación social y de explotación, que ya había rechazado
para el sector industrial, pero que hubiesen encontrado en el
sector agrícola el campo más adecuado para su desarrollo. Así,
por ejemplo, las cooperativas, las cuales —la cita precedente lo
demuestra— serían consideradas beneficiosas, como un inicio,
una escuela, para el régimen de explotación comunista, en los
años treinta, al menos en un amplio sector de la CNT, pero
serían consideradas ahora como perjudiciales para el
campesinado.

Un Congreso regional de campesinos de Cataluña, celebrado


en abril de 1923, diría respecto de las cooperativas:

941 «Soli» 24-junio-1932, p. 6.


«Dado que la organización obrera persigue el
derrocamiento del régimen capitalista con todos sus
derivados y no significando las cooperativas más que un
conformismo dentro del régimen, proponemos que, aparte
de que cada trabajador ajuste su conducta según su
entender, la organización obrera, en su actuación y en su
desarrollo, se mantenga en absoluto al margen de la
cooperativa» 942.

Por lo demás, adecuadamente o no, la CNT demostró


siempre un enorme interés por el sector, y la supresión de la
FNOA y de su órgano, «La Voz del Campesino», trató de ser
compensada por otras vías, como la ya citada de reuniones
campesinas de ámbitos reducidos —comarcalmente,
regionalmente—, siendo varias las reuniones de este tipo que
se celebrarían desde entonces. Pero también, en el aspecto
propagandístico, la ausencia del portavoz campesino intentó
ser compensada con la dedicación de unas páginas
monográficas en «Solidaridad Obrera», dedicadas a los
problemas del campo.

Esto último fue acordado en un Pleno Regional celebrado en


Lérida, en julio de 1923, por la CRT de Cataluña, publicándose
una página enteramente dedicada al campo todos los sábados.
El primer número en aparecer con ella fue «Solidaridad
Obrera» de 4 de agosto de 1923, pero pronto el experimento
resultó un fracaso y dejó de publicarse. La Dictadura se
encargaría después de que no volviese a intentarse.

942 Congreso Regional Campesino de Cataluña, del 20 al 23 de abril de 1923 («Soli»


24-abril-1923).
Sin embargo, las reuniones no dejarían de celebrarse, y uno
de los últimos actos públicos masivos organizados por la CNT
en este sector, antes de ser suspendida por la Dictadura, fue el
mitin celebrado en la Plaza de Toros de Zaragoza, a finales de
agosto de 1923, que logró reunir a unos seis mil campesinos
aragoneses943.

B) Acuerdos de tipo orgánico:

1.— La nueva estructura orgánica de la CNT

La cuestión orgánica era uno de los grandes problemas que el


Congreso de la Comedia tenía que resolver; sin embargo, su
labor en este terreno venía enormemente facilitada por el
hecho de que, en lo esencial, las líneas a las que esta nueva
estructuración debería responder estaban ya trazadas por los
acuerdos del Congreso regional catalán de Sants, de 1918, al
respecto. Su labor pues, no fue más que una traslación al nivel
nacional de lo que algo más de un año antes se había hecho en
Cataluña.

Como ya dijimos entonces, no nos vamos a ocupar


detenidamente aquí de estos problemas, dado que a la
cuestión orgánica está especialmente dedicada la segunda
parte de este trabajo. Sin embargo, sí conviene que, por lo
menos, dejemos enunciado lo fundamental de la reforma
efectuada y de los problemas que entonces se produjeron.

943 «Soli» 1-septiembre-1923, p. 4.


El problema orgánico, tal y como el temario lo planteaba al
Congreso, tenía fundamentalmente una doble cuestión a
resolver: por una parte, el establecimiento del sindicato único
de industria, como forma básica de organización, y, por otra, la
supresión de las viejas FEDERACIONES nacionales de oficio.

El dictamen de la ponencia nombrada al efecto, que sería


aprobado por el Congreso, suprimiría las FEDERACIONES
nacionales de oficio, por no responder su estructuración a las
nuevas formas de organización de la producción, y, por lo tanto
«carecer de fuerza para imponerse a la organización
capitalista», así como por no ser el oficio el nivel adecuado ya,
ante el desarrollo industrial, como para ser la base organizativa
de los trabajadores.

En cambio, establecía el sindicato único de industria o ramo


de la producción, dado que:

«la burguesía, organizada en Sindicatos únicos de Ramos


e Industrias, y a veces de toda la producción, no puede ser
combatida sino por los mismos medios.»

Pero además, el sindicato único de industria, se pensaba, era


la estructura más adecuada para cumplir la segunda función, la
revolucionaria y reconstructora de la nueva sociedad, que el
sindicalismo atribuía al sindicato: «esta forma de organización
—añadía el dictamen— es futurista, puesto que su
simplificación nos permitirá organizar la producción y el
consumo».

Así pues, el sindicato único de ramo o industria reuniría


dentro de sí a todos los trabajadores de los diferentes oficios
que convergen en un ramo concreto de la producción; no
pudiendo haber en cada localidad más que un solo sindicato de
cada industria o ramo afiliado a la CNT. De aquí precisamente
su denominación de único. En las poblaciones muy pequeñas,
donde el número limitado de oficios o de industrias no
justificase la creación de más de un sindicato, todos los oficios
existentes en la localidad formarían un solo sindicato local, el
sindicato único del pueblo, que cumpliría, con respecto a cada
uno de los oficios, el mismo papel que la federación local de
sindicatos en las poblaciones mayores.

El conjunto de la estructuración confederal quedaba


completada por las FEDERACIONES locales, que reunían a todos
los sindicatos únicos de una localidad; las FEDERACIONES
comarcales, que reunirían a las diferentes poblaciones
pequeñas constituidas en sindicatos únicos; las
CONFEDERACIONES regionales, que serían la reunión de las
diferentes FEDERACIONES locales y comarcales de una región
determinada, que no coincidía necesariamente con la región
natural —excepto en los casos de Galicia y Canarias
posteriormente, las demás Regionales excedían el marco de la
región natural bajo cuya denominación solían ser conocidas—;
y, finalmente, la Confederación Nacional, que era la reunión de
las diferentes CONFEDERACIONES regionales.

«Las FEDERACIONES locales —diría el acuerdo del


Congreso— son el nervio de la organización obrera,
debiendo, por tanto, todos los Sindicatos formar la
Federación local en aquellas grandes poblaciones
industriales que no lo esté; en el mismo caso consideramos
los Sindicatos únicos de todos los trabajadores de las
pequeñas poblaciones, por lo que procede la fundación de,
en vez de FEDERACIONES locales, las FEDERACIONES
comarcales, esto es, del Sindicato a la Federación, de ésta a
la Confederación Regional y de ésta a la Nacional, para
formar así la gran Internacional de los trabajadores.»

Pero, a esta nueva estructuración, uno de los miembros de la


ponencia, Eleuterio Quintanilla, propuso que se añadiera, para
completarla, la creación de las FEDERACIONES nacionales de
industria. Desaparecidas las FEDERACIONES nacionales de
oficio, establecida la organización en base a los sindicatos
únicos de industria, proponía Quintanilla el establecimiento de
unas FEDERACIONES nacionales que unieran específicamente a
todos los sindicatos de una determinada industria o ramo de la
producción, completando así la coordinación local entre los
sindicatos de las diferentes industrias con la coordinación
nacional entre todos los sindicatos de una misma industria. La
federación nacional de industria estaría, a su vez, integrada
también en la Confederación nacional.

Quintanilla lo explicaba así: «Así como el sindicato de


industria es la expresión moderna de la máxima potencialidad
defensiva y ofensiva de la organización obrera en cada
localidad y para cada industria o ramo, la Federación de esta
clase de Sindicatos (FEDERACIONES nacionales de industria)
constituye su complemento natural en cada nación para el
ramo o industria respectivos. Para los problemas locales del
ramo hay el instrumento del Sindicato de industria; para los
problemas nacionales del mismo ramo ha de existir su
correspondiente instrumento: éste no puede ser otro que la
Federación nacional de los sindicatos de la misma industria.»
Sin embargo, el Congreso no aceptó las argumentaciones de
Quintanilla y rechazó su voto particular, aprobando el
dictamen de la ponencia. Para el Congreso, las FEDERACIONES
nacionales de industria se parecían demasiado a las
FEDERACIONES nacionales de oficio que se acababan de
disolver, dado que se las consideraba como una traba, un
estorbo en la nueva estructuración de corte territorial,
escalonada, que se trataba de establecer.

En el fondo, la estructuración orgánica cenetista se establecía


tanto en función de las necesidades de la lucha industrial,
como de las previsiones revolucionarias de la sociedad futura.
Y, en este sentido, la idea anarquista pesaba mucho. Así, la
federación local de sindicatos habría de ser la estructura
económica básica que se adaptase a la comuna, o municipio
comunista, que sería la estructura social o política, base del
conjunto de la sociedad anárquica. Y, realmente, en esta
estructuración, pensada con los moldes más clásicos y
primarios del anarquismo, la federación nacional de sindicatos
de industria no tenía nada que hacer. Como ejemplo claro de
ello puede verse el ya citado «programa comunista», que
circuló entre los delegados del Congreso, y que, según parece,
fue obra del Comité Nacional de la CNT (verlo en apéndice
documental).

Precisamente con miras a esta finalidad revolucionaria, el


dictamen de la ponencia acordado por el Congreso, proponía
también:

«Primero. Procurar la sindicación total de los obreros,


esto es, organizar rápidamente los Sindicatos de
distribución y los de profesiones técnicas y no manuales, lo
cual consideramos sumamente fácil, estando organizados
los obreros productores. Segundo. Implantación inmediata
de las secciones de estadística.»

El contenido de estos acuerdos hay que entenderlo y


encuadrarlo precisamente en el momento histórico que vivía la
CNT caracterizado, por un lado, por una enorme expansión,
tanto en crecimiento cuantitativo, como en extensión a zonas
en las que antes no contaba con presencia, acompañada de
una enorme euforia revolucionaria, acrecentada e impulsada
por el ejemplo de la revolución soviética; y, por otro lado, por
una situación de una enorme tirantez y radicalización en las
relaciones sociales, debida a la intransigencia patronal, que no
hacía sino inclinar la orientación de la CNT hacia soluciones de
tipo revolucionario a plazo inmediato.

Así pues, la CNT cuando está estableciendo su nueva


estructuración orgánica, o cuando habla de la creación de
nuevos organismos, como las secciones de estadística o los
sindicatos de técnicos, no lo hace ya pensando tanto en la
lucha reivindicativa, como en la preparación para afrontar el
hecho revolucionario, que necesariamente tenía que llegar,
tanto en su realización en sí, como en la reorganización social
que habrían de realizar los trabajadores con posterioridad al
mismo. Recordemos, si no, las constantes llamadas de Salvador
Seguí a la preparación y capacitación de los trabajadores. Pero,
es que el mismo dictamen de la ponencia lo decía; el tránsito al
comunismo sería tanto más pacífico cuanto más perfecta y
preparada se encontrase la organización obrera para realizarlo
y dirigirlo:
«El instrumento más eficaz para la implantación del
comunismo, es la organización (por medio de las
estadísticas de producción, distribución y consumo) del
tránsito menos violento de esta sociedad a la futura.»

Para lo cual se proponía la creación de las citadas entidades


de estadística, que se encargasen de estudiar todo el proceso
económico, y la creación de sindicatos de distribución y de
técnicos, para que se pudiese regular de una manera más
perfecta el funcionamiento de la sociedad libre.

Estos comités de estadística serían creados por el propio


Congreso, creándose uno Nacional y uno por cada Regional, los
cuales se encargarían de recoger el mayor número de datos
posibles sobre la producción, distribución y consumo de cada
zona, a fin de hacer los estudios y los preparativos
correspondientes.

Con respecto a los sindicatos de distribución, el Congreso


ordenó también la organización de los denominados obreros
mercantiles, es decir, los empleados en el comercio, en
sindicatos de distribución, divididos, a su vez, en tantas
secciones como ramos de la producción existiesen en cada
localidad, de tal manera que pudiesen de esta forma estudiar
mejor la distribución y el consumo de los productos de cada
sector industrial.

También estudiaría el Congreso detenidamente el problema


de la sindicación de los técnicos. Hasta este momento, los
denominados «obreros intelectuales», al menos desde un
punto de vista estrictamente formal, no gozaban de una buena
consideración en los medios sindicalistas de la CNT, recuérdese
si no, el acuerdo adoptado por el Congreso de 1910 al
respecto. La concepción extremadamente obrerista de la CNT,
tratando de diferenciarse al máximo posible de la clase
burguesa, su enemiga objetiva, le hacía ver con un gran recelo
a aquellos sectores de la población no estrictamente
capitalistas, pero tampoco estrictamente proletarios, aunque
en su gran mayoría vivieran de un sueldo o de su propio
trabajo independiente; es decir, los técnicos, profesionales,
intelectuales, etc. Para la CNT, este sector intermedio podía ser
un aliado, pero podía ser también un instrumento más de los
utilizados por la burguesía capitalista para realizar su
explotación. En este sentido, mejor era mantenerlos alejados
de los sindicatos que provocar una peligrosa confusión en el
seno de ellos, dándoles acceso a los mismos.

Así lo había decidido el dictamen de la ponencia elaborado


sobre este tema en aquel Congreso:

«No es posible olvidar que los obreros llamados


intelectuales —decía— sufren en su mayoría penurias
parecidas a las de los manuales, pero como entre ellos se
reclutan los políticos, los vividores de toda especie,
escalando no pocos los puestos de privilegio, en general no
tienden a la destrucción del régimen y antes bien lo
consolidan y aun procuran servirse de los manuales para
esos encumbramientos que les hacen placentera y grata la
vida»944.

944 CNT «Congreso de constitución de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT)»,


p. 25.
Y el acuerdo definitivo del Congreso, aunque no hacía esta
referencia explícita a los «obreros intelectuales», en aplicación
estricta de la máxima la emancipación de los trabajadores ha
de ser obra de los trabajadores mismos, estableció que
solamente podrían pertenecer a la CNT aquéllos (que viviesen
de su jornal, obtenido en las empresas o industrias que
explotan la burguesía o el Estado. Y por si pudiera caber alguna
duda en ello, se añadía que de entre éstos, quedaban también
excluidos de la CNT aquellos obreros que por su trabajo puedan
perjudicar directamente a la organización sindical 945.

Pero, la perspectiva cenetista fue paulatinamente


experimentando un cambio, y primero serían admitidos en los
sindicatos los «obreros intelectuales» strictu sensu. Así, vimos
cómo se potenciaría la formación del Sindicato de Obreros
Intelectuales y de Profesiones Liberales y cómo se aseguraría la
vinculación de los maestros racionalistas a la organización
sindical a través de sindicatos de este tipo 946 . Y cuando
llegamos a 1919, ante la euforia revolucionaria y la expansión
sindicalista, la CNT no duda ya en admitir también a aquéllos
que desempeñan cargos importantes de responsabilidad en la
producción, es decir, a los sectores técnicos —peritos,
ingenieros, economistas, etc.—.

El papel de éstos en los sindicatos se»consideraba de todo


punto imprescindible, si no desde el punto de vista de la lucha
reivindicativa, donde se podía llegar al caso de que sus
intereses fueran encontrados, sí desde el punto de vista

945 Vid. lo dicho sobre este tema al hablar del Congreso de 1910, en capítulo II.
946 Vid. lo dicho al hablar del Congreso regional catalán de Sants, en capítulo III. (CRT
de Cataluña, «Memoria del... 1918», cit., p. 14.)
revolucionario. ¿Cómo se podría reorganizar la sociedad
postrevolucionaria, con el difícil mecanismo de la producción,
etc., por muchos esfuerzos capacitatorios que el proletariado
realizase, sin contar con la colaboración y asistencia
imprescindible de estos sectores?

Así, la CNT consideraba ahora que no sólo necesitaba de los


intelectuales que contribuyeran a la orientación ideológica del
movimiento obrero, excesivamente inmerso en la lucha
material —ésta sería una de las vías clásicas de penetración del
anarquismo en el movimientos sindical—, sino que necesitaba
también la colaboración de los elementos técnicos de la
producción para llegar a un completo dominio de ésta.

«Se sabe que es valiosa la labor de un hombre intelectual


—diría un artículo publicado en «Solidaridad Obrera» por
entonces—. Tenemos necesidad de los intelectuales, los
queremos y tienen que venir con nosotros, o nosotros
iremos por ellos. Es preciso que haya un ejército de
intelectuales que comenten y justifiquen los actos de
justicia que individual o colectivamente viene llevando a
cabo la clase obrera. Esto es una necesidad de rigor.»

Y añadía, con respecto a los técnicos:

«El movimiento obrero es el brazo ejecutor que hace ya


algún tiempo está levantado y predispuesto a obrar.
Solamente le falta el concurso de los hombres-cerebro, que
autoricen, con su capacidad indiscutible, el paso que debe
darse y que indiquen los caminos a seguir, a fin de que el
éxito pueda coronar la empresa.
Lo demás se nos dará por añadidura»947.

El Congreso nacional de 1919 abordaría, pues, también este


tema, y vendría a recoger el nuevo estado de opinión que se
había creado en torno al mismo. Así, se aprobaría el dictamen
de la ponencia nombrada al efecto, que venía a decir:

«Considerando que sólo por medio de la organización de


resistencia hemos de conseguir nuestra liberación moral y
económica, tenemos el deber ineludible de procurar la
sindicación de todos los explotados.

Los obreros, en los momentos actuales, no podemos, en


modo alguno, colaborar con individuos que, alejados de
nuestras organizaciones sindicales, presten una ayuda
eficaz a la burguesía y que retardan en cierto modo el
advenimiento de un nuevo estado de cosas consecuente
con nuestras necesidades y nuestra ideología» 948.

El texto del presente dictamen, en un principio no parece


diferenciarse demasiado del adoptado en el Congreso de 1910.
Sin embargo existen notables diferencias con respecto a aquél.
La diferencia fundamental está precisamente en el contenido
que se encierra detrás de las palabras todos los explotados, ¿se
incluía en esta expresión también a los técnicos y a los
intelectuales? El contenido de la discusión así parece
demostrarlo, dado que ante la intervención de Galo Diez,
delegado del Sindicato del Hierro de Eibar, en el sentido de

947 M TRUJILLO «Orientaciones para el movimiento Obrero en la actualidad» en «Soli»


5-enero-1919, p. 1.
948 CNT «Memoria», cit., p. 200.
hacer más precisiones con respecto a los técnicos, uno de los
miembros de la ponencia le respondió:

«Nosotros lo hemos advertido y advertimos al Congreso


que esta cuestión la tenemos ya resuelta.

La organización de Cataluña admite ya en el Sindicato de


las Profesiones Liberales a los arquitectos, a los ingenieros
y hasta a los directores de fábricas y talleres que no tienen
participación directa en el negocio de la empresa. Los
encargados y capataces, desde luego, están dentro del
sindicato.»

Quedaba, pues, bien claro que la palabra «explotados» tenía


ahora, por las necesidades de la revolución, un contenido
mucho más amplio del que había recibido en 1910. Lo cual no
impediría el que se pudiese actuar contra cualquiera de estos
individuos —como contra cualquier otro sindicado—, en el
supuesto de que observase «una conducta contraria a nuestros
intereses»949.

2.— Otros acuerdos de tipo orgánico

El Congreso de la Comedia no se limitaría a esbozar las líneas


generales de la nueva estructuración orgánica de la CNT, sino
que entraría a regular de manera específica el funcionamiento
de los diferentes órganos confederales. Así, a resultas de los
acuerdos del Congreso se elaborarían unos nuevos Estatutos,

949 Id., p. 211.


que, con ligerísimas modificaciones posteriores, serían los que
conservaría ya la CNT de manera definitiva. (Ver apéndice
documental.)

En su parte dogmática, estos nuevos Estatutos en nada se


diferenciarían de los anteriores, y recogerían los principios ya
clásicos de la acción diretta, lucha exclusiva en el terreno
económico, y rechazo de toda influencia de tipo político o
religioso (entendiéndose aquí por política no el aspecto
ideológico de la palabra, sino la acción de gobierno y todo lo
que a ella se refiere), así como la máxima autonomía en el
funcionamiento interno. En lo que se refiere a la regulación
concreta del funcionamiento de cada uno de los órganos
confederales, nos referiremos a ella en la segunda parte de
este trabajo.

Pero también estableció el Congreso otra serie de acuerdos


de tipo orgánico, que pasamos a citar sucintamente:

— Creó un Comité Pro-Presos de carácter nacional, que


funcionaría anexo al Comité Nacional de la Confederación. De
él dependerían otros en los diferentes niveles, regional, local y
comarcal; suprimiendo, por tanto, los que venían funcionando
en cada sindicato. Cada sindicado abonaría 5 ctms. mensuales
para el mismo.

— Se acordó la emisión de un carnet confederal nacional,


sustituyendo al que hasta entonces venían emitiendo por su
cuenta algunos sindicatos o Regionales —como la catalana—.

— Se acuerda la creación de un Comité Nacional de


Estadística, y de comisiones técnicas en las localidades, para
realizar estudios sobre la producción, etc., a los cuales ya nos
hemos referido.

— Se acuerda fomentar la sindicación de la mujer y que


actúe en los sindicatos con los mismos derechos que los
hombres.

— Se acuerda que todo confederado pueda participar en


«todas las reuniones de las sociedades confederadas, para
tratar asuntos de orden general, no de orden profesional».

— Se suprimen las cuotas de ingreso que se venía exigiendo


en algunos sindicatos.

— Se acuerda realizar una campaña de propaganda para


favorecer el crecimiento y organización de la CNT en zonas
como Andalucía y otras, en las que ésta se encontraba bastante
desorganizada.

— Se acuerda fomentar y organizar los sindicatos de


distribución.

— Se rechaza la creación de un Sindicato Nacional del


Transporte.

— Se acuerda la creación de Escuelas racionalistas y de


escuelas para adultos, a cargo de las FEDERACIONES Locales, y
la creación de una Escuela Normal Nacional, para la formación
de maestros racionalistas, así como la creación de un Comité
Nacional Pro-Enseñanza, agregado al Comité Nacional de la
CNT, para regular todos estos asuntos.
— Se acuerda ampliar el Comité Nacional de la CNT,
quedando éste formado, en vez de por los delegados que elijan
los sindicatos designados para ello, en la localidad donde éste
deba residir, como hasta la fecha, por un delegado por cada
Regional existente hasta ese momento y por un delegado por
cada sindicato de la localidad de su residencia. Teniendo que
reunirse en pleno, por lo menos, cada dos o tres meses, para
discutir los asuntos más importantes.

— Se acuerda que el nuevo Comité Nacional resida, una vez


más, en Barcelona. Entonces sería nuevamente elegido
secretario general Evelio Boal.

C) Acuerdos de tipo reivindicativo:

Tampoco vamos a extendernos demasiado en este apartado,


dado que muchos de los temas reivindicativos vienen siendo
una constante en los comicios cenetistas, y por ello han sido
objeto de estudio ya en anteriores ocasiones. Nos referiremos
a ellos, pues, de una manera sucinta.

— El tema de las ocho horas de jornada no quedó


definitivamente archivado con su concesión, el primero de
octubre de 1919. Por el contrario, la CNT desató una campaña,
desde el mismo día de su concesión para imponer un efectivo
cumplimiento del Real Decreto concediendo tal jornada
laboral.

La CNT confiaba mucho en las ventajas del establecimiento


de esta jornada, y por ello no podía permitir que su
cumplimiento se eludiese mediante el establecimiento de
horas extra u otro sistema.

«Nosotros tenemos la firme convicción —decía un


manifiesto de la CNT, publicado el 1 de octubre de 1919—
de que con el establecimiento de la jornada de ocho horas
se conseguirá hacer desaparecer, en parte, el numeroso
ejército de los «sin trabajo», sin que ello deba ocasionar un
aumento en el precio de los productos, y sí únicamente una
merma en los dividendos que lindamente se reparten
trimestral o semestralmente muchos accionistas, a quienes
no impondríamos nosotros una jornada diaria superior a
ocho horas»950.

Así, el Congreso acordaría que todos los sindicatos hicieran lo


posible para exigir el cumplimiento del Real Decreto
estableciendo las ocho horas, así como su extensión a sectores
no beneficiados por el mismo, como el mar. También se acordó
que el futuro decreto estableciendo las siete horas para los
mineros del carbón se extendiese a todos los trabajos
subterráneos sin excepción.

Pero esta exigencia a la burguesía tenía también la lógica


contrapartida por parte de los trabajadores. Así se acordaría
también que los obreros no realizasen «más de un jornal en un
solo día», para evitar así que se echasen a perder los efectos
beneficiosos de la jornada de ocho horas sobre el empleo.

— Se acordó exigir la supresión del trabajo nocturno, y una

950 En G. SOLANO, op. cit., p. 35-37.


compensación horaria, en aquellos casos en que no fuese
posible suprimirlo.

— Sobre el salario mínimo, se estimó, en esta ocasión, que,


dadas las diferentes características y condiciones de los
trabajos y de las zonas donde se desarrollaban, lo mejor era
que éste se estableciese por regiones e, incluso, por
localidades, a juicio de los respectivos sindicatos.

— Se acordó también el suprimir la propina, por «atentatoria


a la dignidad proletaria».

— Con respecto al paro forzoso, lo mismo que con la


invalidez, se les consideró como una «consecuencia fatal» del
régimen capitalista, por lo que no se les podría suprimir sino
con la propia supresión del sistema burgués. Pero se pensaba
que la atenuación de estos problemas podía venir por la
reducción de la jornada de trabajo, y por la asistencia del
Estado, lo cual había que exigir.

— Se acuerda exigir la abolición del trabajo a destajo o «a la


parte».

— Se acordó también controlar la calidad y la honestidad en


la venta de productos alimenticios, para lo que se aconsejaba
establecer laboratorios de análisis en las barriadas y los
pueblos.

— Se acordó la creación de unas comisiones especiales,


compuestas de técnicos y obreros manuales, para que
estudiasen detenidamente las condiciones de la producción y
viesen las maneras más adecuadas de conseguir el
abaratamiento de las subsistencias. Y decía, además, el
acuerdo del Congreso:

«el problema de las subsistencias es esencialmente un


problema de producción; pero que mientras éste no se
solucione, puede adoptarse por la organización obrera
medidas inmediatas, como, por ejemplo, la de negarse a
transportar artículos destinados a la exportación cuando la
escasez de los mismos determine el alza de los precios»951.

— Sobre el problema de la vivienda, el viejo problema de la


carestía de las viviendas, se acordó —«teniendo en cuenta que
el problema de la vivienda no podrá ser radicalmente
solucionado en tanto no se proceda a la socialización de los
inmuebles»— declarar una huelga general de inquilinos a partir
del 1 de enero de 1920, negándose a pagar los alquileres hasta
que el precio de éstos fuese reducido al que tenían en 1914.

Pero, además, para evitar la carestía de la vivienda, se acordó


el que los sindicatos se encargasen, en colaboración con los
sindicatos de técnicos —he aquí la importancia de los técnicos
en la organización sindical, una vez más—, de la construcción
de edificios para los trabajadores, evitando así la
comercialización de un bien necesario. Lo cual, en realidad, no
era una medida muy ortodoxa ni coherente con la
interpretación estricta del principio de la acción directa que se

951 CNT «Memoria», cit., p. 230. El Congreso aprobó, además, un trabajo elaborado por
el Sindicato de Profesiones Liberales en el que se estudiaban las causas del encarecimiento
de los productos y se encontraban éstas en el acaparamiento, la exportación fraudulenta y
en el afán desmedido de lucro. Se pensaba que los aumentos salariales no contribuían sino
al aumento de los precios, y como remedio a la carestía se aconsejaba, en cambio, el
establecimiento de un salario mínimo, de jornada máxima, del «label» sindical y un
control efectivo sobre la adulteración y acaparamiento de productos (Id., p. 253).
venía haciendo. La construcción de viviendas por los sindicatos
no tenía nada de enfrentamiento directo con el burgués, y, por
el contrario, como las cooperativas u otros medios rechazados
por la CNT, tenía más de sindicalismo a base múltiple que de
sindicalismo de acción directa.

El conjunto de las medidas o reivindicaciones adoptadas


viene a demostrar, prescindiendo de su adecuación u
oportunidad, el contenido ampliamente social de la acción
reivindicativa de la CNT, que, superando los estrechos límites
del sindicalismo puramente profesional o reivindicativo,
introducía en la acción sindical toda una serie de
preocupaciones y de temas que hasta ese momento no habían
sido objeto de la misma. La CNT, quizá con un significado más
limitado debido a sus condicionamientos ideológicos y
políticos, introducía así en la historia del sindicalismo español
lo que actualmente se denomina como sindicalismo
sociopolítico. Es decir, aquél que tiende a la mejora integral de
la situación del obrero, en todos los campos en los que éste
desarrolla su vida. Sin embargo, su proyección en el terreno
político, precisamente por su componente anarquista, se vería
limitado a la negación y al abstencionismo, más allá del
puramente electoral, por lo que vería así sus posibilidades de
actuación muy reducidas. Pero, ello no puede ser menos que
remarcable.

D) Otros acuerdos:

El Congreso de la Comedia emitiría también toda una serie de


acuerdos de muy diverso tipo, entre los que podríamos
destacar los siguientes:

— Se acordó exigir la separación de la Marina mercante de la


Marina de guerra («toda la legislación actual sobre este caso
coloca al personal de la Marina mercante en situación tan
onerosa, que resulta humillante»), «Entendemos —decía el
acuerdo— que ha llegado el momento de poner fin a la
intervención de las autoridades militares en todo cuanto se
refiere a las condiciones de trabajo que tiene el personal de la
Marina mercante.»

— Se acordó la promoción y la creación de sindicatos de


servicios públicos como una de las maneras más adecuadas de
controlar la acción del Estado con respecto a los trabajadores y
de «asegurarnos el respeto y disfrute de cuantas mejoras
arranquemos al Estado y a la clase patronal».

— Se acordó —viejo tema— promocionar la enseñanza del


Esperanto, como «idioma internacional en nuestras relaciones
y en los Congresos internacionales».

— Se acordó lanzar una campaña de acción a favor de la


readmisión de los obreros ferroviarios despedidos por sus
luchas, desde la huelga ferroviaria de 1912. La CNT pensaba
que una acción de este tipo podría contribuir a su
asentamiento en este sector, que constituía uno de sus puntos
débiles, dado que apenas si tenía representación en el mismo,

— Lo mismo se hizo con respecto a los carteros.

— Se estableció la obligatoriedad de la solidaridad entre las


entidades federadas: «Siendo un principio sindical la práctica
de la solidaridad, cree la ponencia que, en caso de que la
entidad afectada no pueda subvenir a sus necesidades,
incumbe a los demás Sindicatos locales, comarcales,
regionales, y, en último término, nacionales, el prestarle el
apoyo conveniente.»

IV.— CONCLUSIÓN

En definitiva, tras el Congreso nacional de 1919, la CNT se


convierte propiamente en una organización anarcosindicalista,
en la que el sindicalismo revolucionario, como tal ideología, ha
sido sustituido por el anarquismo como norte orientador, y
queda reducido a un conjunto de principios de actuación
sindical, dirigidos y orientados por el anarquismo. El
apoliticismo sindicalista, el neutralismo ideológico sindical, se
convierte en un «politicismo anarquista». Dicho en ptros
términos, la indefinición ideológica —o la definición sindicalista
revolucionaria— de los sindicatos, se convierte en una
definición anárquica —«comunista libertaria»—.

El sindicalismo, como ya hemos visto anteriormente, se


convierte ahora en un puro medio, cuyo fin es, a la larga, la
realización de la anarquía. En esencia, las prácticas
sindicalistas, sus modos y métodos de acción, apenas sufrirán
alguna modificación, como no sea en base a la mayor o menor
radicalización de los dirigentes confederales del momento, o a
su mayor o menor fidelidad a los citados principios. Pero,
sustancialménte algo había cambiado y, cada vez más —la II
República será el momento culminante—, la CNT se iba
convirtiendo en una organización anarquista, en la que la
acción sindicalista irá adquiriendo un plano inferior con
respecto a la función revolucionaria del sindicato. Esta
aparecerá como predominante y toda la actuación de los
sindicatos estará condicionada por la misma.

Hasta tal punto se convertirá en extrema la obsesión


revolucionaria, prescindiendo de la acción consciente sindical,
que propagaba Pestaña, o de la preparación y capacitación
necesarias, que exigía Seguí como cosa previa, que se
terminará por concebir la acción sindical, en sus modos más
extremos, como una gimnasia revolucionaria. Las mejoras
materiales, la acción reivindicativa, serán menospreciadas ante
los altos valores morales de la revolución.

Por otra parte, como el sindicalismo revolucionario muy bien


había previsto, la introducción de la cuestión ideológica dentro
del sindicato, la introducción del anarquismo como principio
rector, no tardará en producir la polémica ideológica dentro de
la organización, con la consiguiente radicalización de las
posturas, enfrentando a sectores que, en principio, no
mantenían posiciones tan radicalmente opuestas, y,
consiguientemente, produciendo más divisiones dentro del
proletariado, cuya evitación era uno de los motivos esenciales
del surgimiento de la idea sindicalista.
CAPÍTULO V

EL ANARCOSINDICALISMO III: LA DESARTICULACIÓN

I. LA CNT DE 1919 A LA DICTADURA.

LA CONFERENCIA DE ZARAGOZA DE 1922

1. Los datos

El período que sigue a la adopción formal por la CNT de la


orientación comunista libertaria es un período bastante
confuso, en el que la Confederación va a sufrir no solamente
una dura represión gubernamental, continuación de la que ya
se había iniciado en 1919, sino el comienzo de las escisiones,
producto de las fuertes tensiones internas ocasionadas por la
introducción de la cuestión ideológica en el seno de los
sindicatos.

1919 constituyó, sin duda alguna, un momento culminante


en la vida de la CNT. Su proceso ascendente, iniciado con ritmo
acelerado en los años 1916 y 1917, ve entonces su coronación
con la celebración del trascendental Congreso Nacional de
diciembre. La organización crece y se extiende fuera del marco
catalán con fuerza, y la cifra de afiliados declarada entonces
ronda los 800.000 (véase cuadro de afiliados en capítulo VI).
Pero el desarrollo cuantitativo se intenta completar entonces
también con un desarrollo cualitativo; de aquí la reforma
orgánica adoptada por el Congreso y el intento de
homogeneización ideológica que supone la adopción de la
definición comunista libertaria de la CNT.

Sin embargo, ese conjunto orgánico que compone la CNT,


que aparecía entonces como una potente fuerza sindical,
hegemónica en el ámbito obrero catalán y con verdadera
vocación de serlo en el resto del país, no era en absoluto un
todo compacto, y los intentos homogenizadores, mediante la
imposición de una orientación común de carácter anarquista,
no contribuyeron sino a aumentar una tensión interna —que
nunca había dejado de existir— y a crear un potente foco de
ruptura en el poco cohesionado conjunto confederal.

Así, la CNT, que llega en 1919 a uno de los puntos más altos
de su devenir histórico, comienza a partir de ese mismo
momento un suave descenso, que la dictadura de Primo de
Rivera, mediante su suspensión, se encargará de acelerar al
máximo, llevándola a su práctica desaparición, una vez más,
como tal organización.

La represión gubernamental tuvo, pues, un papel


predominante en este descenso, lento pero progresivo, de la
CNT.

La caída del Gobierno Sánchez Toca, cuyo ministro de


Gobernación, Burgos Mazo, había iniciado una corta etapa de
tipo conciliador —fruto de la cual habían sido los intentos de la
Comisión Mixta, y gracias a cuya etapa la CNT pudo celebrar su
Congreso Nacional—, a finales de 1919, determinó la elección
de un nuevo Gobierno de corte conservador, presidido por
Allende Salazar, el cual, presionado por los empresarios
catalanes, reinició la política represiva que habían desarrollado
gobiernos anteriores. Así, en enero de 1920, los locales
cenetistas fueron cerrados de nuevo, con la consiguiente
secuela de detenciones.

La llegada al Gobierno de Dato, en mayo de ese mismo año,


trajo consigo un pequeño respiro para la organización
confederal, ya que inicialmente desarrolló una política de
cierto contenido social —en este momento se crea el
Ministerio de Trabajo— y, además, liberó a muchos de los
detenidos cenetistas, aflojando considerablemente la presión
represiva que se ejercía sobre la CNT. Sin embargo, esta actitud
inicial del conservador Dato cambió pronto de sentido y, ante
la considerable potencia que el sindicalismo libertario
demostraba aún tener, así como su persistencia en la
orientación revolucionaria, acuciado de nuevo por las
presiones de los sectores capitalistas, en septiembre, Dato
destituiría a su ministro de Gobernación, Bergamín. El
Gobernador de Barcelona, Carlos Bas, que no se había
distinguido por su especial dureza represiva, caería también,
siendo sustituido por el general Martínez Anido, que venía
siendo hasta entonces gobernador militar de la ciudad. Así
desde la llegada al Gobierno Civil de Martínez Anido, en
noviembre de 1920, se inicia una de las etapas más negras que
la CNT habría de sufrir. A la represión legal, en sentido estricto,
dirigida con especial intensidad por el también general Arlegui,
jefe superior de la Policía barcelonesa, se añadió la represión
extralegal, con la aplicación frecueirte de la denominada «ley
de fugas» y la proliferación de los asesinatos de los líderes del
movimiento obrero.

Esta vorágine —iniciada en 1919 y que apenas se culminaría


con la propia desaparición de la CNT, tras la dictadura de Primo
de Rivera, salvo contados espacios intermedios de represión
atenuada, como el período 1922-1923—, iría, como no era
menos de esperar, debilitando poco a poco a la CNT, justo en el
momento en el que ésta se encontraba en el punto culminante
de su desarrollo.

Ni la respuesta pacífica —el pacto de 1920 con la UGT—, ni la


respuesta violenta de la Confederación lograrían evitar la
actitud represiva gubernamental ni la consiguiente
debilitación, producida tanto por el descabezamiento de la CNT
—detención o asesinato de los más destacados líderes952—
como por el desánimo causado en la base confederal.

Cuando el Gobierno Sánchez Guerra restablece las garantías


constitucionales, en abril de 1922, y destituye poco después a
los generales Martínez Anido y Arlegui —el 24 de octubre—, la
CNT podría comenzar un nuevo relanzamiento; pero la

952 Entre los que pierden la vida asesinados en plena calle, destacan los nombres de los
secretarios generales de la CNT Evelio Boal y Francisco Jordán, y los miembros de los
diferentes Comités, nacional, regional catalán, o local de Barcelona, Salvador Seguí, Juan
Pey, Ramón Archs, José Molins, y un largo etc., demasiado extenso para detallar aquí (vid.
M. BUENACASA, «El movimiento...», cit., p. 103). En el otro lado, el asesinato de Dato, el 8
de marzo de 1921, sería uno de los más sonados logros del terrorismo cenetista, el cual
—según García Oliver— fue ordenado por el propio C. R. de Cataluña, del que era
secretario general entonces Ramón Archs (J. GARCÍA OLIVER «El eco de los pasos»,
Barcelona, 1978, p. 625-626).
situación no era ya la misma que la de 1919, y la CNT había sido
gravemente dañada. Además, la vuelta a la legalidad no supuso
un final de las actividades terroristas, tanto propias como
ajenas, con lo que la Confederación tendría que seguir
soportando aún este mal que afectaba seriamente a la
actividad sindical.

Por parte propia —y sin que esto quiera significar que la CNT
tomaba parte en ello como tal organización—, las actividades
terroristas de los medios cercanos a la CNT cambiaron un tanto
su orientación, dirigiéndose ahora más bien al atraco, como
medio más eficaz de recaudar fondos, cuyo destino debería ser
el fortalecimiento de la organización confederal y la asistencia
a los numerosos detenidos de la Confederación y sus familias.
Actividad ésta que no dejó de recibir condenas de los propios
órganos superiores de la CNT, dado que, más allá de los frutos
económicos que podía rendir a la organización, no dejaba de
ser una distorsión en la actividad confederal que sólo podía
aumentar la represión sobre la misma y crear la desconfianza
en las masas obreras, a las que había que tratar de atraer953.

Pero quizá más grave aún era el daño infligido a la CNT por el
terrorismo ajeno, que habría de segar la vida de uno de sus
más destacados dirigentes de toda su historia, Salvador Seguí,

953 Según GARCÍA OLIVER (op. cit., p. 633), la Confederación no fue nunca ajena a la
organización y preparación de los actos terroristas. En este sentido, se puede destacar,
entre otros, el acuerdo del Pleno Nacional de Valencia, de julio de 1923, de acudir al asalto
de bancos para abastecer las arcas de la organización. Sin embargo, un manifiesto del C. R.
Catalán desmentiría categóricamente poco después la participación de la CNT en tales
actos, advirtiendo que «La organización obrera no tiene nada que ver con los atracos, que
los repudia como contrarios a su ideario, y que está dispuesta a echar de su seno a todo
afiliado que se demuestre y pruebe tenga participación directa o complicidad manifiesta en
esos repugnantes actos» (en «Soli», 18-ditiembre-1923, p. 1).
quien caería asesinado el 10 de marzo de 1923, junto con
Francisco Comas, otro cenetista que le acompañaba en ese
momento. El propio Pestaña sería gravemente herido en otro
atentado, que tuvo lugar en Manresa, el 25 de agosto de 1922.
En fin, la lista de atentados sería excesivamente larga de
detallar y excede la intención de este trabajo. Valga
simplemente el apuntar estos.hechos como elemento
determinante de la trayectoria cenetista en estos momentos.

El otro elemento determinante del declive confederal fue el


agravamiento y la extensión de las tensiones internas de la
Confederación. A la dialéctica clásica anarquistas-sindicalistas
se unía ahora un nuevo elemento de tensión, que pronto fue
denominado como el sector «pro-bolchevique»; es decir, aquel
sector de la CNT que se manifestó partidario de la permanencia
de ésta en el seno de la III Internacional y de su adhesión a la
Internacional Sindical Roja, que los bolcheviques organizaban
en Moscú, como apéndice sindical de la primera.

La CNT no sería, por tanto, ajena a las tensiones que, con


motivo del proceso de afianzamiento de la revolución rusa y
del lanzamiento de la III Internacional, experimentarían la
práctica totalidad de las organizaciones obreras europeas. Los
problemas no se hicieron esperar. Tras el acuerdo del Congreso
nacional de diciembre de 1919, y en la medida en que se iban
teniendo más amplias noticias del proceso revolucionario ruso,
al mismo tiempo que se iba ampliando el número de los que
pretendían rectificar el acuerdo de adhesión a la Internacional
comunista adoptado entonces, se iba consolidando también un
amplio sector, no sólo partidario de la permanencia de la CNT
en la citada Internacional, sino partidario, incluso, de las
concepciones que ésta promovía. Así, si en un principio los
probolcheviques se movían sólo más por solidaridad con el
pueblo ruso y por un rechazo contra la actitud de la
social-democracia, que por convicción ideológica, pronto su
actitud revistió este último carácter; pasando, de este modo, la
tendencia comunista marxista a ser una más de las tendencias
ideológicas en la CNT. Su poder e influencia, aparte de los casos
de escisión, fue indudablemente menor que la de las
tendencias clásicas —el anarquismo y el sindicalismo
revolucionario—, pero su presencia en el seno de la CNT
persistiría, con mayor o menor trascendencia, durante el
período que nos ocupa y durante el que cubre la Segunda
República.

Así, la CNT, poco después de la celebración de su Congreso


de diciembre de 1919, aparecerá dividida en tres tendencias
principales: los sindicalistas revolucionarios, los
anarcosindicalistas y los probolcheviques.

La tendencia sindicalista revolucionaria, con las


connotaciones específicas a las qué nos hemos referido en
anteriores capítulos, cada vez más inclinada a posiciones más
moderadas, cuya intención no era otra que la de conseguir un
real fortalecimiento orgánico y extensión de la CNT antes de
lanzarse a la acción revolucionaria, estaba encabezada por
figuras que gozaban de una gran aureola, tanto dentro como
fuera de la Confederación: Salvador Seguí y Ángel Pestaña.

Pero a estos nombres podrían añadirse muchos más, tanto


de los que ya habían ocupado importantes cargos
anteriormente, como José Viadiu, como de los que
comenzarían a destacar a partir de este momento, entre los
que cabe citar a Juan Peiró, quien sería elegido secretario
general de la CNT, por primera vez, a finales de febrero de
1922, volviendo a ocupar este cargo en más de una ocasión con
posterioridad 954. Es la tendencia que empezará a ser motejada
de «reformista», por su actitud menos exaltada y más
organicista; moderada, en definitiva.

La tendencia anarcosindicalista era la otra tendencia clásica


de la CNT, y la que, como ya vimos, había logrado imponer sus
concepciones en el Congreso nacional de 1919. En ella se
podría incluir a los diferentes sectores anarquistas militantes
en la CNT, con más o menos convicción sindicalista. Aunque
habían logrado imponer sus concepciones al conjunto de la
Confederación, en la práctica, un amplio sector de los que
estarían adscritos a esta corriente ideológica, formarían, por su
actitud más moderada, en el grupo de los que seguían la
tendencia sindicalista. Por esto, es muy difícil trazar una línea
divisoria fija entre una y otra tendencia, incluso cuando se
habla de casos concretos. De cualquier manera, pueden citarse
como elementos destacados de esta tendencia, a parte de los
ya viejos militantes citados en anteriores ocasiones y que
apenas figurarán a partir de este momento, los nombres de
Manuel Buenacasa y Evelio Boal, ambos secretarios generales
de la CNT en una ocasión; «David Rey» —pseudónimo de
Daniel Rebull—, destacado activista anarquista que terminaría
pasándose al sector «probolchevique»; Galo Diez, dirigente de
la Regional del Norte, que sería uno de los adalides de la

954 JUAN PEIRÓ, «Pensamiento de Juan Peiró», México, 1959, p. 191; Id. «Escrits.
1917-1939», Barcelona, 1975, p. 13.
ofensiva contra los sectores probolcheviques y por la retirada
de la CNT de la Tercera Internacional. Pero, además, a estos
nombres más o menos conocidos pueden añadirse los de otros
militantes que adquirirían un gran renombre durante la
Segunda República y cuya actuación se inicia en estos
momentos, como Buenaventura Durruti, Torres Escartín, los
hermanos Francisco y Domingo Ascaso, Juan García Oliver,
Gregorio Jover, etc.; los cuales serían conocidos más por su
militancia anarquista y su participación en diversos grupos
específicos y de acción, que por su militancia sindical. Esta
tendencia sería, pues, la más radicalizada, con una verdadera
obsesión por la acción, prescindiendo totalmente de la
preocupación organicista que caracterizaba a los más
moderados y a los sindicalistas.

Finalmente, la tendencia «probolchevique», bastante


reducida cuantitativamente, fue importante cualitativamente,
dado que ocupó la cúpula de la CNT durante un año y logró,
durante este período de dura represión en que gran parte de
los dirigentes confederales conocidos y experimentados
desaparecen por presidio o asesinato, no sólo mantener viva la
Confederación, sino mantener sus relaciones exteriores. Así,
los probolcheviques mantuvieron la adhesión a la Internacional
comunista y enviaron delegados al III Congreso de la misma y al
constitutivo de la Internacional Sindical Roja, que se celebró al
mismo tiempo y cuyas bases iniciales habían sido firmadas por
Pestaña, en nombre de la CNT, un año antes, cuando actuaba
como delegado de la misma, enviado en cumplimiento de los
acuerdos del Congreso nacional de 1919. Las figuras más
destacadas de esta tendencia —que luego lo serían también
del comunismo rnarxista nacional— fueron sin duda alguna
Andrés Nin y Joaquín Maurín, quienes ocuparían la secretaría
general de la CNT en una ocasión. También destacarían Hilario
Arlandis, Jesús Ibáñez y otros. Como dijimos inicialmente, el
«probolchevismo» surge paralelamente a la reacción
antibolchevique, de raíz esencialmente anarquista, en el seno
de la CNT; por ello tuvo que luchar constantemente en contra
de la actitud de este sector, que no cesó en sus críticas y en su
labor obstruccionista, acusando a los probolcheviques de
oportunismo y de haberse hecho con la dirección de la CNT de
una manera irregular y de dirigirla en contra de sus
reglamentos y de sus principios, aprobados en el Congreso de
1919.

Así, la presencia de estas tres corrientes principales en la


CNT, que, si hubieran actuado con fuerza centrípeta, hubieran
podido dar como resultado una orientación de la CNT muy
similar a la que en su día había tenido Solidaridad Obrera, dado
que la correlación de fuerzas existente entre las mismas era
bastante similar a la que entonces había existido entre las
fuerzas que se unieron para la formación de la citada central
—socialistas, radicales, anarquistas y sindicalistas—, actuó, por
el contrario, con fuerza centrífuga, llegando a determinar la
escisión de gran parte de los que militaban en la tendencia
probolchevique. De cualquier manera, hay que reconocer que
las circunstancias no eran tampoco las mismas y nada favorecía
la unidad. Una cierta presunción de los sectores más radicales,
basada en la fuerza que había logrado en 1919, les hacía
menospreciar un tanto la cantidad en favor de la calidad; es
decir, la reciente definición anárquica de la CNT, adoptada en
1919, y la pureza en la aplicación de los principios que se
derivaban de la misma, se consideraban por encima de la
unidad y de una mayor extensión confederal. He aquí cómo la
introducción de la cuestión ideológica en el medio sindical
cenetista venía a poner en crisis la unidad confederal. Claro
que, es muy posible que similar problema se hubiese producido
también —aunque con signo contrario— si la CNT hubiese
permanecido en el seno de la Tercera Internacional y hubiese
aceptado sus famosas 21 condiciones.

El resultado de uno y otro fenómeno —la feroz represión


gubernamental y las disputas internas, centradas ahora,
fundamentalmente, en el tema de la adhesión a la
Internacional comunista—, acompañados de otros problemas
paralelos o derivados de los mismos —el terrorismo, la pérdida
de la ilusión revolucionaria que había despertado la revolución
rusa, etc.—, no podía ser otro que el debilitamiento y el
descenso de la CNT. Descenso que si cuantitativamente es muy
difícil de estimar, dada la ausencia real de datos exactos sobre
el número de afiliados a la Confederación en el período que va
del año 1919 a los años treinta, sí puede apreciarse claramente
en la disminución de la actividad sindical.

En agosto de 1923, poco antes del pronunciamiento de Primo


de Rivera, Joaquín Maurín atribuía a la CNT unos 250.000
afiliados, lo que supone un enorme descenso con respecto al
número de afiliados que decían estar representados en el
Congreso de 1919 955. La cifra dada por Maurín, a pesar de que
pudiera ser considerada como exagerada, dado que se

955 JOAQUÍN MAURÍN, «La España actual. La CNT y la descomposición del


Sindicalismo anarquista», artículo publicado en «Correspondance International» de
Berlín y reproducido en «Soli», 26-agosto-1923, p. 2. Según Maurín, la «Soli»tendría
entonces una tirada de unos 30.000 ejemplares.
enmarca en un artículo de crítica a la mala gestión de los
dirigentes confederales cenetistas que había llevado a la
Confederación a tan bajo nivel, no es del todo inexacta y
coincide sustancialmente con los informes de tipo oficial sobre
la CNT que se tendrían al finalizar el período primorriverista.
Así, el general Berenguer, que sustituiría a Primo de Rivera,
dice que la CNT contaría a finales de 1929 con: «la casi
totalidad del obrerismo catalán, unos 200.000 adeptos; en
Vizcaya, unos 45.000 [?]; en Valencia, la casi totalidad de la
masa obrera; en Zaragoza en la misma proporción que en
Valencia; y en Asturias, en proporción menor a los comunistas
y casi igual que los socialistas» 956.

En el verano de 1922, la CRT de Aragón celebraría una


Conferencia Regional en la que decían estar representados
unos 32.000 afiliados. Poco después, en diciembre del mismo
año, la CRT de Levante celebraría su segundo Congreso
Regional, al que asistirían 70 delegados, en representación de
unos 42.517 obreros; lo que supone una enorme disminución
del número de representados con respecto a su primer
Congreso Regional, celebrado en diciembre de 1919, en el que
estarían representados unos 142.943 obreros957.

En definitiva, a pesar de la parcialidad de los datos y de la


poca fiabilidad de los mismos, cabe pensar que la CNT contaría,
al instaurarse la dictadura de Primo de Rivera, con un número
de afiliados que estaría entre los trescientos y los cuatrocientos
mil, pero que, desde luego, no sobrepasaría esta última cifra.

956 D. BERENGUER, «De la Dictadura a la República», Madrid, 1975, p. 137.


957 M. BUENACASA, op. cit., p. 155, 162 y 175.
Así, aunque se puede decir también que la CNT iniciaba en el
año 1922 un pequeño ascenso, tras el bache represivo de los
años 1920 y 1921, y que duraría hasta septiembre de 1923,
globalmente, el descenso experimentado en su número de
afiliados con respecto a 1919 era enorme. (La UGT contaba, en
diciembre de 1923, con 210.617 afiliados.)

El descenso en el número de afiliados, y como consecuencia


también de la feroz represión, puede apreciarse claramente en
el descenso de la actividad sindical que se experimenta a partir
del año 1920.

Valiéndonos, una vez más, de las estadísticas del Instituto de


Reformas Sociales, por emplear una fuente uniforme, se puede
comprobar un enorme descenso en el número de huelgas en
los años 1921, 1922 y 1923, con respecto a los años 1919 y
1920. Así, de las 895 huelgas de las que informa el IRS en 1919,
y de las 1.060 de 1920, se pasa a 373 huelgas en 1921; a 488 en
1922, cuando la CNT recobra la legalidad; y a 458 en 1923, año
en que se pronuncia Primo de Rivera958.

Pero esta decadencia de la actividad reivindicativa se


experimentó también en otros sectores, como el campesino.
De la euforia revolucionaria del trienio que siguió a la
revolución rusa, los años 1918, 1919 y 1920, se pasó a un largo
período de tranquilidad, que sólo volverá a romperse en los
años treinta. Las expectativas revolucionarias que se habían
creado durante el denominado «trienio bolchevista» se
quedaron solamente en eso, y, aparte de otras circunstancias

958 «Número de huelgas de que han tenido conocimiento el Instituto de Reformas


Sociales...», en «Anuario Estadístico de España», cit., p. 553.
de transcendencia obvia, en lo que a la CNT se refiere, tuvo una
singular importancia la supresión de la FNOA —a la que nos
hemos referido en el capítulo III—, que supuso la ruptura de la
coordinación orgánica mínima que esta entidad implicaba para
el movimiento campesino, de por sí bastante inconexo, sobre
todo en aquellas zonas donde era mayor el número de
braceros —Andalucía, Extremadura, Aragón, Levante—, y que
eran precisamente las zonas en las que la FNOA tenía el
máximo de afiliados.

La falta de una organización campesina específica, tras la


disolución de la FNOA en el seno de la CNT, acordada en el
Congreso cenetista de 1919, será uno de los problemas que
arrastrará la Confederación y que sólo volverá a intentar
resolverse, mediante la creación de una nueva federación
nacional de campesinos, durante la Segunda República.

De cualquier mánera, la represión anticenetista no operó con


igual intensidad en todas las regiones y la actividad de los
sindicatos, más o menos consentida, continuó en muchas de
ellas su marcha renqueante. Por ejemplo, en Galicia, en 1921,
va a tener lugar la constitución definitiva de la Confederación
Regional gallega de la CNT, en un acto de los sindicatos
cenetistas gallegos celebrado en Vigo959. Y lo mismo podría
decirse de otras zonas del país, donde, aunque con una notable
disminución, la actividad sindical no desapareció.

Sin embargo, como ya hemos dicho, la represión sí fue


suficientemente contundente en Cataluña, centro neurálgico

959 «La Tierra», 30-abril-1932, p. 3.


de la CNT, como para afectar profundamente a todo su
funcionamiento.

La clausura de los sindicatos cenetistas y la disolución de la


CRT catalana ordenada por el Gobernador de Barcelona
Maestre Laborde, Conde de Salvatierra, en enero de 1920,
inició la decapitación de la CNT, mediante la detención masiva
de sus más destacados dirigentes. La designación del Gobierno
Dato y la sustitución del conde de

Salvatierra por Carlos Bas en el gobierno civil de Barcelona,


en mayo de 1920, supuso un pequeño paréntesis de relativa
paz, en el que la represión experimentaría una evidente
atenuación. Pero, a su vez, la sustitución de Carlos Bas por el
general Martínez Anido, en noviembre, significaría, no sólo la
continuación, sino un incremento del descabezamiento
confederal iniciado a primeros de año. La represión de Anido
introdujo fórmulas más eficaces que la detención gubernativa,
que se aplicaba por largos períodos de tiempo, sin
procesamiento alguno; así, la «Ley de fugas» —poner en
libertad a un detenido y dispararle luego, como si se tratase de
una fuga— y el empleo de los pistoleros de los Sindicatos Libres
venían a completar la actividad represiva contra la CNT, en un
intento, casi desesperado, de hacerla desaparecer de los
medios obreros catalanes.

En este medio, sin la presencia de sus más destacados y


experimentados dirigentes, la CNT tuvo que continuar su
actividad, en plena clandestinidad. Su secretario general, Evelio
Boal, que había sido detenido ya en enero de 1920, aunque
pudo ser liberado poco después960, logró evitar su detención
hasta marzo de 1921, en que cayó en manos de la Policía,
siendo asesinado unas semanas después por el sistema de la
ley de fugas. Similar suerte correría el secretario del C. R.
catalán Ramón Archs. En esta situación, la CNT se vio obligada
a acudir a sus más jóvenes dirigentes.

Es así como Andrés Nin y Joaquín Maurín, que serían las más
destacadas figuras del sector probolchevique de la CNT, llegan
a ocupar los puestos más destacados de la Confederación. A
poco de la detención de Boal, el Comité Nacional de la CNT
eligió, en marzo de 1921, a Nin como su secretario general;
puesto que ocuparía hasta su viaje a Rusia, como delegado de
la CNT al congreso constitutivo de la ISR, en mayo de ese
mismo año.

En similares circunstancias y por las mismas fechas, Joaquín


Maurín accedería al Comité de la Regional catalana,
representando a Lérida, junto con Joaquín Ferrer, por
Barcelona; Francisco Isgleas, por Gerona; Felipe Alaiz, por
Tarragona y Ramón Archs, que actuaría como enlace con el
Comité Nacional 961.

La labor de los Comités cenetistas más importantes fue


bastante difícil, pues a la represión y la clandestinidad se unió
la oposición cerrada de los sectores anarcosindicalistas y de los
grupos anarquistas, que no perdonaban la actitud favorable a

960 M. BUENACASA, op. cit., p. 253-256, relata detalladamente las incidencias de esta
detención.
961 VÍCTOR ALBA, «El marxisme a Catalunya. 1919-1939», vol. I: «Historia del
BOC», Barcelona, 1974, p. 19-21. Ramón Archs sería asesinado por entonces.
la permanencia de la CNT en la III Internacional del Comité
Nacional, los unos, y que persistían en la actitud terrorista,
parte de los otros.

Sobre el tema de la adhesión a la Internacional comunista y a


la ISR hablaremos con detalle más adelante; baste ahora citar
este problema como uno de los principales motivos de
oposición de los sectores anarcosindicalistas e, incluso, de gran
parte de los sindicalistas más moderados, al clandestino
Comité Nacional de la CNT. Estos últimos, en realidad, al
contrario que los anarcosindicalistas, que con la misma
intensidad que ahora pretendían la separación de la
Internacional comunista, habían antes defendido la adhesión a
la misma, —como ya hemos visto en los dos capítulos
anteriores—, habían manifestado siempre una cierta reserva y
prevención frente al fenómeno ruso; recuérdense, sino, las
intervenciones de un Quintanilla, o de un Seguí, en el Congreso
de 1919.

De cualquier manera, en contra de lo que historiadores


apasionados de la CNT, como Manuel Buenacasa o José
Peirats 962 puedan hacer pensar, la actuación de los

962 M. BUENACASA, op. cit., J. PEIRATS, «La CNT en la Revolución española», o «Los
anarquistas en la crisis política española», citados. En similar sentido se manifiesta JUAN
GÓMEZ CASAS, «Historia del anarcosindicalismo español», Madrid, 1968, quien llega a
hablar de «infiltración comunista» (p. 138), cuando, en realidad, no puede hablarse aún de
una verdadera conciencia comunista (marxista-leninista) en estos sectores. Ella llegaría,
para la mayoría de ellos, más tarde, tras su visita a Rusia. Por otra parte, no se trataba de
«infiltrados», sino de militantes que, aunque de corta antigüedad, ya venían
desempeñando cargos importantes en sus respectivos sindicatos. Vid.: V. ALBA, «El
Marxisme a Catalunya», cit.; PELAI PAGES, «Andreu Nin: su evolución política
(1911-1937)», Madrid, 1975; FRANCESC BONAMUSA, «Andreu Nin y el movimiento
comunista en España (1930-1937)», Barcelona, 1977.
«probolcheviques» fue de lo más regular, y, en realidad, se
limitaron a cumplir con los acuerdos de un Congreso de la
Confederación, que meras asambleas clandestinas, basadas en
informes no oficiales —el delegado de la CNT a Rusia, enviado
tras el Congreso de 1919, Ángel Pestaña, al ser detenido a su
regreso a España, no pudo dar a la publicidad su informe hasta
noviembre de 1921—, o de la prensa burguesa, atemorizada
por el proceso revolucionario de aquel país, no podían
modificar. Así, tanto su elección para los cargos que ocupaban,
como la labor desarrollada en el sentido de formalizar la
adhesión a la IC y a la ISR, no eran sino consecuencia y
cumplimiento de acuerdos de la Confederación. Lo cual no
impide reconocer el importante papel que las circunstancias
especiales, de clandestinidad, etc., por las que se pasaba,
podían tener y de hecho tenían, en todo ello.

A su regreso de la Unión Soviética, en agosto de 1921,


Joaquín Maurín sustituye en el Comité Nacional a Nin, que se
había quedado en Moscú, ante el temor de ser detenido a su
regreso a España, dado que era el secretario general de la CNT
en el momento del asesinato de Dato963. Maurín se encontrará
con los mismos.problemas que Nin, si cabe, agrandados, dado
que la oposición a la IC iba creciendo.

A la cabeza de la oposición al CN figuraba la Regional del


Norte, encabezada por Galo Diez, a quien secundaban la
organización de Madrid y los aragoneses. La pretensión de

963 V. ALBA, op. cit., I, p. 25. Sobre la muerte de Dato y la participación de la CNT en
la misma, ver: A. BUESO, «Recuerdos de un cenetista», I, cit., p. 140 y ss.; GARCÍA
OLIVER, op. cit., p. 625-626. Según este último autor, el secretario del CR catalán entonces
era Ramón Archs.
estos sectores era que el CN saliese de Barcelona, pudiendo así
—dada la especial forma de elección del mismo— cambiar su
composición y la tendencia de los que lo dirigían. Pero sus
intentos resultaron fallidos, al acordar el Pleno Nacional,
celebrado en Barcelona el 15 y 16 de octubre de 1921, que el
CN debía permanecer en aquella ciudad, dado que, a pesar de
la represión y la clandestinidad, era allí donde se encontraba el
grueso de los efectivos confedérales964.

A los ataques, tanto de los sectores anarcosindicalistas, ahora


acérrimos enemigos de la IC, como de los sectores sindicalistas
más moderados, en el sentido de que el CN había abandonado
los principios confederales, el CN respondía desde una
perspectiva sindicalista revolucionaria, que en nada hacía
pensar en una pretensión de ideologizar a la CNT en un sentido
marxista-leninista, como se pudiera pretender.

En un manifiesto publicado en «Lucha Social», de Lérida, el


19 de noviembre de 1921, el CN de la CNT fijaba claramente su
posición, en contra de los ataques provenientes de los que
consideraba «moderados» o «reformistas»,

«Hablan ellos de abandonar el sistema de violencia, de que


no puede consentirse que al día siguiente de la Revolución la
clase proletaria subyugue duramente a la burguesía, de que
hay que abandonar la lucha de clases para entregarse
exclusivamente a una labor de difusión doctrinal... (...) Por obra
de ellos la CNT ha entrado por veredas que la han llevado a las
actuales situaciones que aún pretenden complicar con

964 «Lucha Social», 19-noviembre-1922, p. 3.


manifestaciones de moderación y de reformismo y con la
crítica de actuaciones, cuando lo único criticable son sus
errores de ayer y su proceder presente.»

y en contra de los anarquistas: «Se intenta hacer que la


Confederación sea una agrupación de secta; se quiere que
únicamente sean los anarquistas los que tengan cabida dentro
de ella». Así, decía el manifiesto del CN:

«Pero la CNT no vacilará un momento. Sus principios, su


norma, su historia, su táctica no serán abandonados jamás.
Lucha de clases implacable o idealización de la doctrina de
la violencia colectiva: he ahí el camino que ha seguido y el
que no dejará aún cuando la represión burguesa arreciara
más y a pesar de los intentos de los que bajo una palabrería
huera ocultan los deseos de mitigar la dureza de la lucha.

(...)

La CNT no puede ser un agolpamiento político sea cual


fuere la escuela. Ha de ser sí el gran bloque de toda la clase
obrera revolucionaria. Las diferentes matizaciones
ideológicas son interpretaciones sobre los problemas
post-revolucionarios y no pueden ser jamás motivos para la
exclusión. Por encima de todas esas diferenciaciones
doctrinales está el supremo interés de la clase. Y la
convivencia de anarquistas, sindicalistas revolucionarios y
comunistas es posible dentro de la Confederación.

(...)

Ponemos en guardia a todos los trabajadores contra la


tendencia reformista que va marcándose y contra el
espíritu sectario de los que pretenden “deslindar campos”,
esto es, apartar a la Confederación de las masas obreras
que no posean una determinada concepción política o
filosófica.»

En el citado manifiesto, con muchas reminiscencias


sorelianas («idealización de la violencia colectiva»), se ve
claramente la mano de Joaquín Maurín, que ocupaba entonces
el cargo de secretario del CN, el cual era un admirador de Sorel,
a quien había leído con detalle y cuya obra «Reflexiones sobre
la violencia» había dejado especial huella en él965.

Pero la actitud del CN y de su secretario Maurín, no pudo


evitar la extensión de la polémica sobre la IC, ni, por lo tanto,
las críticas a su gestión. Críticas que aumentaban en la medida
en que se tenían más noticias del proceso revolucionario
ruso966. En abril —del 9 al 13— de 1921, el PSOE celebraría su
Congreso, en el que Daniel Anguiano y Fernando de los Ríos
informarían de su misión acerca del segundo Congreso de la IC;
y por esas mismas fechas, de los Ríos publicaría su visión de la

965 Sobre este tema vid. G. H. MEAKER, op. cit., p. 502 y ss.
966 Gran parte de los artículos críticos que los anarquistas europeos —E. Malatesta,
Emma Goldman, Alexander Berkman, J. Grave, Rudolf Rocker, etc.— comenzaron a
publicar en sus respectivas revistas, en cuanto se tuvieron más detalladas noticias del
proceso revolucionario ruso, de la represión del movimiento anarquista en aquel país, etc.,
fueron inmediatamente traducidos y publicados por los periódicos y revistas españoles,
como «Nueva Senda», de Madrid, «Tierra y Libertad», de Barcelona, «El Productor», de
Sevilla, «Redención», de Alcoy, etc. El «Almanaque de Tierra y Libertad», para 1921,
recogería varios artículos contrarios a los bolcheviques, de Grave, Prat, García Birlán y
otros. Por otra parte, comenzarían también a aparecer diversos folletos y libros sobre el
tema.
revolución rusa en su libro «Mi viaje a la Rusia Sovietista» 967,
en el que el catedrático de Derecho Político de la Universidad
granadina no ahorraba críticas a la misma. Informes de este
tipo, cuando aún no se conocían los del enviado de la CNT al
mismo Congreso de la Internacional, Ángel Pestaña, no podían
dejar de tener un eco cada vez mayor en unas mentes ya
predispuestas por los informes de la prensa burguesa y de
otros anarquistas europeos.

El periódico madrileño «Nueva Senda» recogería en sus


páginas gran parte de la opinión cenetista opuesta a la IC y a la
gestión del CN de la CNT, polemizando con el órgano leridano
«Lucha Social», que actuaba entonces como portavoz oficioso
del CN, dado que «Solidaridad Obrera» se encontraba
suspendida. Y sería el mismo periódico madrileño el que por
fin, a finales de año, publicaría el informe de Ángel Pestaña,
que éste escribiría en la cárcel, a su regreso de Rusia y que
fecharía en noviembre de 1921968.

La crítica del proceso revolucionario ruso de Pestaña, dado el


prestigio del autor, seria decisiva y causaría un gran impacto en
los medios confederales aún no decididos en uno u otro
sentido. Aunque de manera oficial el citado informe no sería
conocido hasta la celebración de la Conferencia nacional de
Zaragoza, en junio de 1922, la publicación del mismo
erosionaría decisivamente el prestigio del CN y de personas
como Maurín, que, precisamente debido a su firme actitud y al

6 Madrid, 1921.
968 ÁNGEL PESTAÑA, «Memoria que al Comité de la Confederación Nacional del Trabajo
presenta de su gestión en el II Congreso de la Tercera Internacional el delegado Ángel
Pestaña», Madrid, 1921, Biblioteca «Nueva Senda», 87 pp.
mantenimiento de la organización en las difíciles circunstancias
de la clandestinidad, comenzaba a tener una cierta influencia
en la Confederación.

El 22 de febrero de 1922, Maurín sería detenido, y su


ausencia sería decisiva en el cambio de orientación. Días
después la organización eligiría un nuevo CN, en el que se
encargaría de la secretaría general Juan Peiró. En marzo, la
prensa confederal publicaba el primer manifiesto del nuevo
CN, en el que el cambio de orientación experimentado se hace
evidente; la CNT reafirma ahora sus principios «esencialmente
anarquistas» y asume la fraseología del anarcosindicalismo
más intransigente. Decía el manifiesto en su parte final:

«Reafirmación de principios

Nosotros, esencialmente anarquistas, no admitimos otras


orientaciones e ingerencias en nuestra misión que aquéllas
que vengan de los mismos anarquistas.

Nosotros rechazamos toda modalidad de lucha que no


sea la de acción directa y que no persiga como fin la
implantación del comunismo libertario.

Nosotros somos y seremos siempre enemigos


irreconciliables de todas las dictaduras sea cual fuere la
etiqueta que se las ponga.

Nosotros hacemos profesión de federalismo,


reconocemos la libertad que va del indiviuo a la
colectividad y de ahí nuestro propósito de difundir e
inculcar los principios federalistas específicamente
libertarios por profundas desviaciones mucho tiempo ha
ausentes de las organizaciones sindicalistas revolucionarias.

Nosotros en fin somos y seremos siempre enemigos del


Estado y de sus instituciones.

Y nuestros principios son los de la CN del T»969.

La gestión del nuevo CN, encabezado por Peiró, se dirigió


fundamentalmente a la normalización de la CNT, es decir, a
poner las cosas como habían quedado en 1920, poco antes de
la suspensión y desarticulación de la Confederación. El
restablecimiento de las garantías constitucionales, decretado
por el Gobierno Sánchez Guerra en abril de 1922, si no supuso
la inmediata legalización de la CNT, sí supuso la apertura de un
nuevo período en el que la Confederación contaría con
mayores facilidades para su reconstrucción. El general
Martínez Anido no sería destituido hasta octubre de 1922, por
lo que no habrían de faltarle aún los problemas a la CNT
durante ese año.

Por de pronto, el portavoz confederal, «Solidaridad Obrera»,


ante la imposibilidad de continuar publicándolo en Barcelona,
hubo de ser trasladado a Valencia, donde reaparecería, en
mayo de 1922; trasladándose allí todo el equipo catalán que lo
realizaba: los redactores Felipe Alaiz —director—, José Viadiu,
Ángel Abella, Quilez; los tipógrafos Adolfo Bueso, Santiago
Fernández, etc.970.

969 En «Acción Social Obrera», l-marzo-1922; «Lucha Social», 18-marzo-1922, p. 4.


970 A. BUESO «Recuerdos de un cenetista», I, p. 162 y ss. Entrevista con el autor
Pero, por otra parte, los principales líderes cenetistas que
habían salido con vida del período terrible de los años
1920-1921, iban saliendo de las cárceles y reincorporándose a
la actividad sindical, lo que contribuyó decisivamente también
a la dinamización de la CNT y la vuelta a la orientación de los
años previos.

En este ambiente de reconstrucción, el CN lanza la idea de


celebrar un nuevo Congreso nacional, lo que pone en
movimiento a todas las organizaciones regionales. Sin
embargo, la situación legal de la CNT en aquel momento
impidió el que éste se realizase, quedándose en una
Conferencia nacional, que, convocada legalmente como una
mera «reunión de obreros», sin hacer referencia alguna a la
Confederación, reunió en Zaragoza —el 11 de junio de 1922—
a representantes de unas treinta y ocho organizaciones, la
mayoría de ellas organismos colectivos, es decir,
FEDERACIONES locales, comarcales, etc.971.

Los objetivos que la Conferencia nacional de Zaragoza


pretendía abordar eran fundamentalmente cuatro:

1. ° La reorganización de las fuerzas confederales.

2. ° La retirada de la adhesión de la CNT a la IC y a la ISR.

3. ° El ingreso de la CNT en la nueva Internacional sindicalista


que se iba a crear en Berlín.

(19-junio-1975).
971 «Vida Nueva», 12-junio-1922; «Lucha Social», 24-junio-1922.
4. ° Respuesta de la CNT ante la situación política y
económica que se vivía.

No vamos a ocuparnos ahora con detalle de cada uno de


estos objetivos, lo que haremos más adelante; baste reflejar el
hecho de la celebración de la Conferencia, como dato
significativo del proceso de recuperación que iniciaba la CNT
después del duro período de represión que siguió a su
Congreso nacional de 1919.

Como ya vimos anteriormente, este proceso ascendente,


este corto renacer de la actividad sindical tendrá un inmediato
reflejo en el número de huelgas convocadas, el cual
experimenta un crecimiento evidente con respecto al año
anterior. De 373 huelgas en 1921, se pasa a 488 en 1922 972.
Pero, como dijimos antes también, el crecimiento de nuevo de
la actividad sindical no va a ser experimentado por un igual con
respecto a todos los sectores. Así, se nota un evidente
descenso de la conflictividad en el sector agrícola, con respecto
a años anteriores y, desde luego, en proporción a la
conflictividad del sector industrial. Mientras que en este último
el índice experimenta un crecimiento en los años 1922 y 1923,
con respecto a 1921, en el sector agrícola, el índice de
conflictividad experimentará un descenso progresivo, a partir
del año 1921. De 194 huelgas computadas por el IRS, en 1920,
se pasará a 55 en 1921, 32 en 1922, 21 en 1923, 11 en 1924,
etc.973.

972 «Anuario Estadístico de España», cit., p. 553.


973 Id.
De cualquier manera, la CNT no dejó de hacer un importante
esfuerzo, sobre todo en el marco regional, para poner de
nuevo en pie la organización campesina de las diferentes zonas
del país. En la propia Conferencia de Zaragoza, para facilitar el
crecimiento y extensión de las organizaciones campesinas
cenetistas, se llegó al acuerdo de admitir en la CNT a «aquellos
trabajadores, que principalmente en el campo, trabajaban por
cuenta propia, en fincas suyas o arrendadas, sin tener a sus
órdenes a ningún explotado» 974. En Cataluña, por acuerdo del
Pleno Regional del 31 de diciembre de 1922, se celebraría en
Barcelona, del 20 al 23 de abril de 1923 un Congreso Regional
Campesino, que, aunque sus resultados no fueron todo lo
eficaces que se pretendía, dado que, entre otras cosas, se
acordó no constituirse en «una organización homogénea
dentro de la CNT», sus acuerdos manifestarían claramente cuál
era la política que, en el fondo, la CNT continuaba
manteniendo con respecto al campo: además de afirmar que
su finalidad era el comunismo libertario, las organizaciones
campesinas cenetistas catalanas decidieron rechazar el
establecimiento de cooperativas, dado que éstas —para ellos—
no significaban más que «un conformismo dentro del régimen»,
al cual se pensaba destruir975. En un nuevo intento de atraerse
a los campesinos, el Pleno Regional de Lérida, de 29 de julio de
1923, acordaría el que «Solidaridad Obrera» publicase
semanalmente una página dedicada al tema campesino976; lo
cual comenzó a hacerse a partir del número del 4 de agosto,
pero pronto resultaría un fracaso ydejaría de publicarse. Por

974 «Lucha Social», 24-junió-1922-, p. 1.


975 «Soli», 22-abril-1923, p. 2.
976 «Soli», 24-agosto-1923, p. 4.
esas mismas fechas, sin embargo, la Regional aragonesa
lograría reunir, en la plaza de toros de Zaragoza, a cerca de seis
mil campesinos de la región, en un mitin sobre el agro.

Pero, si significativo fue el hecho de la celebración de la


Conferencia nacional de Zaragoza mucho más significativos aún
fueron los acuerdos adoptados en la misma. Así, la Conferencia
de Zaragoza viene a mostrar que, a pesar de que la intención
era el retomar a la CNT tal y como había quedado en diciembre
de 1919, tras su Congreso nacional, en realidad ello no fue así,
dado que algo había cambiado ya, y no era simplemente el que
el número de afiliados se hubiese reducido. Por una parte, los
sectores sindicalistas y anarcosindicalistas coincidieron en el
acuerdo de rectificar lo que fue considerado como un error del
Congreso de 1919, es decir, la adhesión a la IC. Pero, por otra,
la dudosa posición sindicalista de los más destacados líderes de
esta tendencia —Seguí, Pestaña, Viadiu, etc.— había madurado
mucho en las largas horas de reflexión en la cárcel y se había
reafirmado, acentuándose su postura constructiva y su
moderación. Al mismo tiempo, no habían perdido ni un ápice
—quizá al contrario— de su prestigio entre las masas
confederales. Salvando las distancias, Seguí y Pestaña seguían
siendo considerados como el Lenin y el Trotsky españoles por
gran parte de los afiliados confederales 977 . Ello hizo que

977 Un delegado de Reus en una intervención en el Congreso Nacional de la CNT, de


junio de 1931, dijo al respecto, refiréndose a esta época: «Todas las organizaciones del
mundo tienen dos formas: una representa la cabeza y la otra el brazo. En la Confederación
teníamos dos hombres que creíamos que podían ser eso. España creía que tenía un Lenin y
creía también que tenía un Trotsky. Creíamos que Seguí era el hombre de las magníficas
teorías y el compañero Pestaña creíamos que simbolizaba la acción revolucionaria» (CNT,
«Memoria del Congreso Extraordinario celebrado en Madrid los días 11 al 16 de junio de
1931», Barcelona, 1932, p. 148).
pudiesen imponer, sin apenas réplica, su criterio en contra del
férreo apoliticismo —mejor sería decir antipoliticismo, es decir,
contra toda actividad política— impuesto tradicionalmente a la
CNT, haciendo aprobar a la Conferencia su famosa «resolución
política», a la que nos referiremos más adelante.

Todo ello venía, una vez más, a sumir a la Confederación en


un enorme confusionismo ideológico, quizá mayor que el
resultante de los contradictorios acuerdos del Congreso de
1919. En aquella ocasión se afirmaba la finalidad comunista
libertaria de la CNT, y si al mismo tiempo se adhería a la misma
a una Internacional de marcado contenido político, es porque
se pensaba, con grave error, que el contenido
político-ideológico de la misma y su finalidad no eran muy
diferentes de los poseídos por la CNT. Pero ahora,
manteniendo aquella finalidad anárquicq y retirando, en
consecuencia, la adhesión a la IC, se proclamaba, al mismo
tiempo, que la CNT era «integral y absolutamente política». Lo
cual, a pesar del expreso rechazo del parlamentarismo, es
difícilmente compaginable con la ideología anarquista, al
menos entendida ésta «strictu sensu», tal y como los más
puristas decían entenderla.

Pero, en cualquier caso, el acuerdo adoptado no viene sino a


demostrar un nuevo equilibrio de fuerzas, más igualado, entre
los sectores anarcosindicalistas más radicales y los sectores
sindicalistas más moderados, cada vez más inclinados a
posiciones lejanas del anarquismo.

Por otra parte, los sectores que apoyaban la permanencia de


la CNT en la IC y la adhesión a la ISR, que quedaron en franca
minoría en la Conferencia de Zaragoza, reunidos en Bilbao, el
24 de diciembre de 1922, en una Conferencia que reunió a
representantes obreros de varias partes del país,
principalmente del Norte, Cataluña y Levante, decidieron
constituir los Comités Sindicalistas Revolucionarios. O, por
mejor decir, decidieron federar a los grupos sindicalistas
revolucionarios, que ya venían actuando en varios sindicatos
de la CNT978.

En la Conferencia de Bilbao, los «probolcheviques», entre los


que se encontraban los cenetistas más destacados de esta
tendencia —Joaquín Maurín, Hilario Arlandis, Jesús Ibáñez,
Pedro Bonet, Víctor Colomer, etc.—, además de estructurar
orgánicamente su tendencia, en los CSR, fijaron su programa y
cuáles eran los principios que movían su actuación con
respecto a la CNT.

En principio, los CSR no nacían para escindir a la CNT y crear


una nueva central sindical; por el contrario, su intención era
fundamentalmente unitaria y antisectaria. Se constituían como
una tendencia organizada dentro de la Confederación, con la
intención de orientarla en un sentido estrictamente
revolucionario, pero apartándola del sectarismo al que le
conducían —en su opinión— los sectores más intransigentes
del anarcosindicalismo. Los CSR, decía la reseña del acto
fundacional de los mismos, que publicaba su órgano «La
Batalla», serán «el agrupamiento, dentro de la CNT, de todos
aquéllos que luchen por la acción revolucionaria, ahuyentando
toda influencia reformista y toda desviación de la lucha de

978 «La Batalla», núm. 2, 30-diciembre-1922.


clases. No compartirá ningún espíritu sectario que pueda
perjudicar el aunamiento proletario. Integrado por anarquistas,
comunistas y sindicalistas, reprochará toda matización
partidista» 979.

Según Víctor Alba980, los CSR estaban inspirados en los grupos


revolucionarios sindicalistas que en Francia habían organizado
los sindicalistas que se movían detrás de «La Vie Ouvriére», de
Pierre Monatte. La verdad es que esta inspiración estaba
reconocida por los propios organizadores de los CSR, cuando la
reseña citada de «La Batalla» hacía ver que una «organización
idéntica salvó, en Francia, el proletariado de las influencias
reformistas de la camarilla de Jouhaux»981.

En realidad, los presupuestos en torno a los cuales se


constituían los CSR estaban ya de alguna manera esbozados en
aquel manifiesto que el CN de la CNT publicara, en noviembre
de 1921, siendo secretario general de la misma Joaquín
Maurín, y al que hemos hecho referencia anteriormente.

979 Id. «La Batalla» fue el órgano oficial de los CSR. Su publicación se acordó en la
citada Conferencia de Bilbao, nombrándose director de la misma a Joaquín Maurín.
980 «El Marxisme...», I, cit., p. 26. En igual sentido F. BONAMUSA, «El Bloc Obrer i
Camperol. Els primers anys (1930-1932)», Barcelona, 1974.
981 En realidad, el origen de los CSR, tanto en Francia como en España —aunque en la
primera tuvieran un contenido un tanto diferente, por figurar en los mismos sectores
anarcosindicalistas opuestos a las directrices que Jouhaux imprimía a la CGT, junto con
los probolcheviques—, se debe propiamente a las directrices marcadas por la Tercera
Internacional, una de cuyas famosas 21 condiciones —la 9— imponía la creación en los
Sindicatos de «núcleos comunistas cuyo trabajo pertinaz y constante conquistará a los
sindicatos para el comunismo». El documento fundacional de la ISR, que firmaría Pestaña
en Moscú, en junio de 1920, establecía también la creación de un «núcleo comunista» en el
seno de las organizaciones sindicales, «cuyo esfuerzo incesante acabará por imponer
nuestro punto de vista».
Se trataba, en primer lugar, de hacer de la CNT una
organización más abierta, no sectaria, receptiva de todas las
tendencias ideológicas existentes en el movimiento obrero.
Convertirla, por lo tanto, en un verdadero organismo de masas,
capaz de conseguir la unión de toda la clase trabajadora
española. En este sentido, la consigna del «frente único
proletario» constituía un primer paso importante en ese
camino, al conseguir, en principio, una unidad de acción de
todos los trabajadores en pos de unas conquistas de tipo
político o social que supusieran una mejora en la situación de
toda la clase trabajadora, así como una eficaz defensa de sus
derechos.

En segundo lugar, el abandono del sectarismo, por la


izquierda, debería venir acompañado también del abandono,
por la derecha, de las posturas posibilistas o reformistas, en las
que se consideraba que estaban cayendo los más destacados
líderes de la tendencia sindicalista. En concreto, se criticaba
duramente las «fórmulas culturales», la verdadera obsesión
por la edúcación y la preparación intelectual del proletariado,
antes de lanzarse a ningún tipo de acción, que tenían dirigentes
como Salvador Seguí. Sobre todo porque veían en ello un
relajamiento de la lucha de clases, que es el motor de la
revolución social. Su espíritu era puramente revolucionario, y la
preparación o educación del proletariado debía estar orientada
—en su concepción— hacia la mayor eficacia de la acción con
ese fin. Es decir, había de ser una educación revolucionaria: «La
labor de los CSR —decía también la ya citada reseña de “La
Batalla”— se consagrará a una educación revolucionaria de las
multitudes obreras, avivando en ellas el espíritu de la acción
directa de las masas, y de la imposición de la violencia
colectiva. Sólo en la Revolución social está la salvación: he ahí
la consigna en torno de la cual girará toda la obra de los
Comités Sindicalistas Revolucionarios.»

En tercer lugar, la revolución rusa era para ellos el foco


revolucionario mundial, de cuya luz dependía la posibilidad del
éxito de los procesos revolucionarios en los demás países de
Europa. Su espíritu puramente revolucionario hacía
precisamente que la adhesión a la IC y a la ISR fuese para ellos,
más que una adhesión a una concepción ideológica concreta
—la cual, la gran mayoría de ellos, apenas llegaban a
conocer—, una importante contribución al sostenimiento de
ese foco revolucionario, en peligro de extinguirse por el
bloqueo del capitalismo mundial. Y, por otra parte, esta
adhesión supondría también, a la inversa, un respaldo y una
orientación revolucionaria sólida por parte de quienes ya
habían logrado la realización del socialismo, o estaban en
trances serios de hacerlo, a otros movimientos obreros que,
como el español, se encontraban aún en una fase muy atrasada
del proceso de emancipación.

Poco después de la Conferencia de Zaragoza, de la CNT, y el


mismo día en que publicaba una reseña de la misma, «Lucha
Social» publicaba también un artículo de Hilario Arlandis,
titulado «La Conferencia de Zaragoza», en el que ya entonces
éste venía a sostener estos principios citados. Decía al final de
su artículo:

«Nuestra posición, pues, es clara y diáfana. Queremos


que la CNT sea la gran organización del proletariado
español donde puedan convivir todas las tendencias
sociales. Por la emulación de esas diversas corrientes la
organización estará en condiciones de cristalizar su acción
por los amplios cauces que reclaman las modernas luchas
sociales.

En el terreno nacional estamos a donde estábamos:

Por la unificación del proletariado español en un solo


organismo sindical.

Por la acción de masas en los movimientos cohesionados


y disciplinados donde el espíritu federalista y autónomo de
ciertos organismos no pueda hacer abortar los grandes
movimientos de conjunto.

En el terreno internacional continuaremos laborando


para que el proletariado español marche al unísono del
proletariado revolucionario de todos los países en el seno
de la Internacional Sindical Roja, sola organización
internacional que sea verdadera revolucionaria» 982.

Cuando los CSR se fundaron, en diciembre de 1922, su


declaración de principios venía a recoger en cinco puntos
esquemáticos las ideas ya expresadas:

«1.° La CNT no debe ser una agrupación sectaria, como se


pretende, sino un fuerte organismo de clase del que
puedan pasar a formar parte todos los trabajadores de
espíritu revolucionario, sea cual fuese su matiz ideológico.

982 «Lucha Social», 24-junio-1922, p. 1.


2.° La CNT debe huir de verbalismos evolucionistas y
entrar de nuevo en una seria actuación revolucionaria
dentro de la lucha de clases, oponiendo la doctrina de la
violencia colectiva a todos los «posibilismos» y «fórmulas
culturales».

3.° Frente a la concentración capitalista que hace


esfuerzos enormes para arrebatar la jornada de ocho horas
y disminuir el salario, formación de un frente único
proletario.

4.° Tender a la fusión de toda la clase obrera española en


un solo organismo revolucionario.

5.° Adhesión de la Internacional Sindical Roja y defensa


de la Revolución rusa amenazada por la coalición del
capitalismo internacional» 983.

983 «La Batalla», 30-diciembre-1922. Esta declaración de principios no era sino una
repetición, un tanto suavizada, de la que en julio habían hecho pública los sindicatos de
Lérida, que venía a decir:
«1.° La CNT no debe ser un partido anarquista como se intenta, sino un organismo de clase
del que puedan pasar a formar parte todos los trabajadores de espíritu revolucionario sea
cual fuere su matiz político.
° La CNT debe huir de «posibilismos libertarios» para entrar nuevamente por el camino
2.
de una seria actuación revolucionaria dentro de la lucha de clases, que no debe ser
abandonada por ningún posibilismo.
3.° Frente a la concentración capitalista que hace esfuerzos enormes para arrebatar la
jornada de ocho horas y disminuir el salario, formación de un bloque único proletario.
4. ° Tender a la fusión de todo el proletariado español en un solo organismo revolucionario.
5.° Adhesión a la Internacional Sindical Roja como acaban de hacer los sindicalistas
franceses.
° Defensa de la Revolución rusa atacada por la coalición del capitalismo internacional»
6.
(«Lucha Social», 22-julio-1922).
De esta manera, los CSR se acogían también a la consigna del
frente único proletario, que por aquel entonces promovía el
joven Partido Comunista de España, tratando de unir a todo el
proletariado español, polarizado en torno a las dos centrales
sindicales más fuertes del país, la CNT y la UGT. De hecho, ese
mismo verano de 1922, el PCE se dirigiría a la CNT y a la
Federación de Grupos de Anarquistas, así como a la UGT y al
PSOE, proponiéndoles la formación del citado frente único, a lo
que la CNT ni siquiera se prestó a contestar 984. El acuerdo de la
Conferencia de Bilbao, siguiendo, pues, esta consigna, decidió
«invitar a la Confederación Nacional del Trabajo, Unión General
de Trabajadores, grupos anarquistas, Partido Socialista, Partido
Comunista y organismos autónomos de lucha de clases, para
que se constituya inmediatamente el frente único proletario».
Y la finalidad concreta, la motivación inmediata de la creación
de este frente único era, en ese momento, para los CSR, la
oposición de la clase trabajadora a «la bacanal de Marruecos,
a los desmanes del Gobierno, a la baja de salarios y aumento
de jornada, y a la incipiente organización del fascismo
asesino»985.

Pero, a pesar de que su presencia en la base confederal fue


considerable y permanente, siendo Lérida y el Norte los

984 L. COMÍN Coi.OMER, «Historia del Partido Comunista de España», Madrid,


1965, I, p. 128. Si bien ello fue así globalmente, como tal Confederación nacional, no lo
fue particularmente; así, la CRT levantina acordaría realizar un esfuerzo erveste sentido,
de conseguir una «acción mancomunada con todos los obreros en todos los hechos
sociales y está dispuesta a inteligenciarse con los mismos». Acuerdo éste que sería
calificado de «Curioso» y que «evidencia cierta falta de convicciones», por M.
BUENACASA (op. cit., p. 175).
985 «La Batalla», núm. 2, 30-diciembre-1922.
núcleos fundamentales de implantación 986, la influencia de los
CSR en los órganos de dirección de la CNT fue prácticamente
nula; y a partir de la Conferencia de Zaragoza su
desplazamiento de la cúpula confederal fue cada vez mayor.
Cuando se celebra el pleno regional de Granollers, de 30 de
diciembre de 1923, su presencia en el mismo y su oposición a
la definición anárquica de la CNT, es considerada por Manuel
Buenacasa como la de unos meros «alborotadores», o
«alguncfs infelices, enemigos del anarquismo»; y, añade el
mismo autor, que cuando se celebró el Pleno de Sabadell, el 4
de mayo de 1924, «al único delegado entre 237 (...) conocido
como bolchevique se le negó el uso de la palabra»987.

Por su parte, la CNT continuaba con su labor reorganizadora,


a pesar de los múltiples obstáculos y problemas que le
aquejaban: los atentados sociales, la consabida persecución
oficial, la labor proselitista de los «probolcheviques», y, cómo

986 A la Conferencia fundacional de los CSR asistirían las siguientes entidades: Sindicato
Metalúrgico de Bilbao, S. de la Construcción de Vizcaya, S. Minero de Vizcaya, S. de la
Construcción de Muebles de Vizcaya, Sección Metalúrgica de Ortuella y Gedio, Grupos
Sindicales de Bilbao de Obreros Municipales, de Hojalateros, de Peones, de Dependientes
de Comercio, de Piedra y Mármol, de Toneleros Mecánicos, Federación de los Grupos
Sindicales de Erandio, Portugalete y Bilbao, Grupo Sindical de Baracaldo, Sociedad de
Barberos-Peluqueros de Bilbao, Grupo Sindical de Sestao, Federación Provincial del
Trabajo de Lérida, Grupos Sindicalistas de Valencia del Sindicato de la Madera, de la
Metalurgia, del Arte Textil, del Transporte, de la Alimentación; Grupos de Castellón, de
Crevillente, de Alcoy, de Elche, de Novelda, de Elda; Grupo Sindicalista Revolucionario
de Artes Gráficas de Alicante, Id. de Valí de Uxó, Sindicato único de Benifayó, de Buñol,
S. Mercantil, Sociedad de Albañiles, de Metalúrgicos, de Carpinteros, Sociedad de
Trabajadores del Campo de Castilla, S. único de Falset, S. único de Burgos, Grupo
Sindical de Eibar, S. de Carruajes de Oviedo, S. único Minero de Asturias, S. Metalúrgico
de Oviedo, Grupos Sindicales de Asturias. Se adhirieron el Grupo Sindical de la Sociedad
de Albañiles de Madrid y los Grupos Sindicales de las Baleares («La Batalla», núm. 3,
6-enero-1923).
987 Op. cit., p. 218, 219.
no, las habituales tensiones entre los dos sectores tradicionales
en los que se dividía la Confederación —los sindicalistas
revolucionarios y los anarcosindicalistas—, que ahora, anulado
en cierto modo el problema de los «bolchevizantes», que
durante un tiempo les había unido, volvían a enfrentarse entre
sí por el dominio y la oriención exclusiva de la CNT.

Pero la CNT no podía pasar sin más por alto la constitución de


los CSR. Así, en febrero de 1923, se reunía en Barcelona un
pleno nacional uno de cuyos asuntos a tratar era precisamente:
«¿Cuál debe ser la actitud de la CNT ante la creación de los
llamados Comités Sindicalistas revolucionarios?». La actitud de
la mayoría de las representaciones regionales coincidiría en la
condena de los mismos y en el desenmascaramiento de lo que
concebían como una falsa maniobra de los probolcheviques,
que se autodenominaban sindicalistas revolucionarios para
conseguir el respaldo confederal y volver a acceder a los
órganos de dirección de la CNT. «Los llamados sindicalistas
revolucionarios —diría la delegación asturiana— son los
comunistas simpatizantes de Moscú y que se han dado este
nombre para introducirse dentro de la CNT, abrogándose
algunas veces la representación de organismos que
únicamente existen en su imaginación.» Finalmente, el Pleno
acordaría:

«1. ° Que no debe reconocerse ninguna agrupación que


intente constituirse en el seno de la organización que no
acepte implícitamente los principios de la CNT; y

2.° Que se haga una intensa labor en el triple aspecto


económico, revolucionario e ideológico para evitar que los
comunistas, bajo el disfraz de sindicalistas, continúen su
labor de proselitismo»988.

La labor reorganizadora, de la que la Conferencia de Zaragoza


constituía un momento importante, continuaría después a
buen ritmo, intentando adaptar la estructuración adoptada en
los Congresos de 1918 y 1919, y nunca del todo bien aplicada
en la práctica, a las nuevas condiciones de lucha y desarrollo.
En el mismo verano de 1922, se reuniría en Blanes un Pleno
regional de Cataluña, cuya intención fundamental era la de
modificar la estructuración regional de la CNT, introduciendo
las FEDERACIONES provinciales, que hasta ese momento no
habían existido —sólo existían las FEDERACIONES locales y las
comarcales—. El acuerdo, que se adoptó en base a una
ponencia presentada por Isgleas, y que, gracias a la creación de
los Comités provinciales, hubiera impulsado —según se
estimaba— más fácilmente la creación de organizaciones en
aquellos pueblos en los que éstas no existían y que hubiese
descargado de tareas al Comité Regional, no fue llevado a la
práctica hasta el período republicano 989. En el mismo Pleno,
consecuentemente con el anterior acuerdo, se presentó y
aprobó también una ponencia, redactada por Juan Peiró en
colaboración con los delegados de Lérida y Valls, por la cual se
modificaba la estructura del Comité Regional, adaptándola a la
nueva estructuración provincial. Según esta última, el nuevo CR
estaría formado por dos delegados por provincia, más otros
dos elegidos por la ciudad de Barcelona, que desempeñarían el

988 De un artículo de Magriñá, en «Acción Social Obrera», 21-marzo-1925.


989 «Soli», 16-abril-1932; informe del Comité Regional al Pleno de Sabadell.
cargo de secretario general y de tesorero990. Sin embargo,
como el anterior, este acuerdo no tendría una verdadera
vigencia hasta más tarde, tras la Asamblea regional de Lérida,
de 29 de julio de 1923, en la que sería ratificada esta
modificación; esta vez a propuesta del Sindicato de la
Metalurgia 991.

En realidad, en el fondo de muchas de estas


transformaciones orgánicas se encontraba, aparte de una
necesidad más o menos sentida de adaptar la organización
confederal a una nueva situación, el conflicto interno entre los
sectores anarcosindicalistas más extremistas y los sectores más
moderados de la CNT.

Así, esta nueva estructúración del Comité Regional no estaba


destinada sino a limitar la influencia de la organización
barcelonesa, la más problemática y conflictiva, en el resto de la
organización regional, dando una mayor representatividad al
resto de la región en la dirección de la CRT. Pero, el alto nivel

990 «Soli», 10-marzo-1931, p. 2 y 16-abril-1932. Hasta este momento, el Comité


Regional, como el Nacional, lo elegían los sindicatos de la ciudad designada como
residencia del mismo y luego los delegados elegidos por los sindicatos elegían de entre
ellos a los cargos: secretario general, tesorero, etc.
991 «Soli», 3-agosto-1923, p. 4 y 24-agosto-1923, p. 4. La propuesta de la Metalurgia
exigía, además, que los cargos de secretario y tesorero fuesen nombrados en Congreso
—regional el Regional y nacional el Nacional—. La Asamblea de Lérida, por su
importancia y por el número de delegados asistentes, sería considerada generalmente
como un Congreso Regional, y como tal se la citaría con frecuencia posteriormente. En
ella se acordaría, además, potenciar la creación de los Comités de Relaciones industriales,
especie de sucedáneos de las FEDERACIoNES nacionales o regionales de industria,
rechazadas en el Congreso de 1919. Pero, en realidad, este acuerdo no sería aplicado
inmediatamente, al menos en términos generales, dado que aún en marzo de 1924 una
circular del CR de la CRT de Cataluña llamaba a la creación de los mismos (verla en
«Soli», 29-marzo-1924, p. 1).
de conflictividad y de enfrentamientos internos que en la
organización barcelonesa, núcleo esencial de la CNT,
continuarían produciéndose, terminaría por aconsejar a la
organización, no sólo la transformación ya indicada, sino el
traslado del Comité Regional de Barcelona a Manresa,
primero 992, y a Mataró después993, habiendo pasado un corto
período intermedio de nuevo por Barcelona 994.

Pero estas medidas no sólo afectarían al CR de Cataluña, sino


al propio Comité Nacional de la CNT, el cual, por acuerdo de un
Pleno Nacional celebrado en Valencia, en julio de 1923, sería
trasladado a Sevilla, donde empezaría a funcionar en agosto
del mismo año 995 , y donde permanecería hasta que la
dictadura primorriverista decidió la detención de sus
componentes, en diciembre de 1923.

De este modo, los Comités cenetistas más importantes, —el


nacional y el regional catalán— goznes de toda la organización,
sufrieron en este período una gran inestabilidad, fruto de las
tensiones internas, y que haría que experimentasen frecuentes
modificaciones en su composición. En lo que al CN se refiere,
Juan Peiró, que había sido designado para el cargo de
secretario general en febrero de 1922996, cargo desde el que

992 Pleno regional catalán de Lérida, de 29 de julio de 1923 («Soli», 3 y 24-agosto-


1923, p. 4).
993 Pleno regional catalán de Mataró, de 8 de diciembre de 1923 («Soli», 12-
diciembre-1923; «Acción Social Obrera», 15-diciembre-1923).
994 Pleno regional catalán de Manresa, de 5 de septiembre de 1923 («Soli», 12-
septiembre-1923, p. 2).
995 «Soli», 29-agosto-1923, p. 2.
996 «Acción Social Obrera» (1-marzo-1922) y «Lucha Social» (18-marzo-1922)
publicarían el primer manifiesto de este nuevo Comité Nacional.
organizaría la Conferencia de Zaragoza, permanecería en el
mismo posiblemente hasta julio de 1923, en que el CN pasaría
a Sevilla. En Sevilla, el nuevo CN quedaría constituido en agosto
de 1923, y formarían parte del mismo Paulino Diez (secretario
general), Pedro Vallina y Manuel Pérez, entre las figuras más
destacadas997. La llegada de la dictadura de Primo de Rivera y
la puesta en la ilegalidad de la CNT, con la detención del CN de
Sevilla, hace que los Comités pasen a la más completa
clandestinidad, siendo muy difícil conocer exactamente, no
sólo su composición, sino la formación de los mismos.

El Comité de la CRT catalana, que en 1923 tenía como


secretario general a Roigé, presenta su dimisión, ante las duras
críticas de los sectores más intransigentes, que le acusaban de
«vulneración de los principios de la Confederación», en el
Pleno Regional de Lérida, de 29 de julio de 1923; siendo
entonces designada Manresa como sede del mismo, y Espinalt
su secretario general998. Pero, el Pleno Regional de Manresa,
de 5 de septiembre de 1923, conseguiría que el CR pasase de
nuevo a Barcelona, donde pasó por un período de enorme
confusión en el que no logró estar nunca adecuadamente
constituido, hasta que un nuevo Pleno Regional, celebrado en
Mataró, el 8 de diciembre de 1923, acordó de nuevo que el CR
saliese de Barcelona, nombrando como nueva sede Mataró y
eligiéndose como nuevo secretario general a Germinal Esgleas
y como tesorero a Adrián Arnó999.

997 «Soli», 28-agosto-1923, p. 2. Según GARCÍA OLÍ VER, el secretario del CN elegido
entonces fue Manuel Adame (op. cit., p. 633).
998 «Soli», 3 y 24-agosto-1923, p. 4.
999 «Soli», 12-septiembre-1923; Id. 12-diciembre-1923; «Acción Social Obrera»,
Así, todas estas modificaciones no eran sino la manifestación
externa de la continua lucha y enfrentamiento entre los dos
sectores más importantes en que se dividía la Confederación,
tensiones que se fueron acentuando en el año 1923 y que con
la dictadura primorriverista experimentarían aún mayor
enconamiento, ante la diferente posición adoptada por los
mismos frente a ésta. Pero, además, durante los primeros
meses de la dictadura, la lucha interna de la CNT se hizo aún
más patente, dado que la dificultad que tenía la prensa obrera
para ocuparse de los problemas reales del mundo obrero y de
la situación política del país, debido a la censura previa, hizo
que ésta dedicase una mayor atención a los debates teóricos.
Así, mientras la legislación, cada vez más dura y exigente, iba
poniendo fuera de la legalidad, o dificultando la acción de
partidos y sindicatos, los dirigentes de las tendencias
enfrentadas daban rienda suelta a sus especulaciones de tipo
teórico y discutían sobre la visión teórica del momento político
de cada uno de ellos.

Por lo demás, el terrorismo y la persecución policial seguirían


acompañando la trayectoria confederal hasta el mismo
momento de la instauración de la dictadura. El levantamiento
de la suspensión de las garantías constitucionales decretado en
abril de 1922 por el Gobierno Sánchez Guerra, aunque permitió
una mayor libertad de actuación a la CNT, no supuso un gran
cambio en este aspecto.

El 25 de agosto, Ángel Pestaña caía abatido a tiros en


Manresa. Pero, lo más grave de su atentado, del que logró salir

15-diciembre-1923.
con vida, fue que a la puerta del hospital hacían guardia
permanente un grupo de pistoleros, deseosos de rematar la
acción. Ello fue una de las múltiples gotas que colmaron el vaso
de la paciencia pública ante la actuación desaforada del
general Martínez Anido, quien, a pesar del apoyo que recibía
de la burguesía catalana, el 24 de octubre de ese mismo año,
tras un fantasmal atentado contra su vida, organizado por él
mismo 1000 , fue destituido de su cargo de gobernador de
Barcelona, junto con el jefe superior de policía, el también
general Arlegui.

Pero la destitución del introductor de la «Ley de fugas» no


supuso un inmediato final de los atentados terroristas. Así, el
10 de marzo de 1923, el otro gran líder de la CNT, Salvador
Seguí, caía acribillado a balazos junto con Francisco Comas,
perdiendo con él la tendencia sindicalista a uno de sus más
destacados líderes.

Sobre la muerte de Seguí se especuló bastante en su


momento, tratando de averiguar, no sólo quiénes habían sido
los autores materiales de la misma, sino a quiénes interesaba
realmente su desaparición. El historiador claramente
reaccionario, Comín Colomer, no dejó de achacar la muerte de
Seguí a los propios cenetistas, hablando incluso de un grupo
—«tribunal especial»— creado en el Sindicato de la Metalurgia
por elementos anarquistas extremistas, dirigidos por Estanislao
Maqueda, quienes querían poner fin a la influencia moderada o
desviacionista del líder sindicalista —que habría recibido

1000 Sobre las implicaciones policiales en el atentado contra Martínez Anido, vid. A.
BUESO, «Recuerdos de un cenetista», I, p. 172 y ss. Sobre el terrorismo en este período
vid. J. M. FARRE MOREGO, op. cit.; CNT «Páginas de sangre», Barcelona, 1921.
incluso una invitación para visitar la URSS— en la CNT1001. En
realidad, los hechos no se esclarecieron nunca del todo y la
versión oficial cenetista echó toda la responsabilidad a los
pistoleros del «Libre»; y si la versión de Comín Colomer puede
resultar un poco exagerada, no se puede, por el contrario,
ocultar la posición cada vez más moderada de Seguí, quien no
ocultaba sus contactos con los políticos 1002, ni su oposición
radical al extremismo anarquista1003. El hecho fundamental fue
que la muerte de Seguí, pocos meses antes de la instauración
del régimen primorriverista, tuvo un papel decisivo en el
encumbramiento de los elementos más radicales en el seno de
la CNT.

Ese mismo mes de marzo, del 18 al 20, se celebraría en


Madrid un Congreso nacional anarquista, a iniciativa del grupo
«Vía Libre» de Zaragoza, con el que se trataría de reforzar el
papel de los grupos anarquistas y su influencia en la CNT. Tras
el mismo, el Comité de Relaciones Anarquistas de Cataluña y
de España publicaría un manifiesto en el que dejaría bien
patente cuál era la posición revolucionaria de los grupos
anarquistas del momento, su fatalismo revolucionario. Ante la
crisis total del sistema capitalista —«Todo, todo está en franca
bancarrota, en franca impotencia, en completa
desmoralización»—, sólo cabía la imposición del ideal

1001 E. COMÍN COLOMER, «Historia del Anarquismo español», p. 33 y ss.


1002 Véase al respecto G. H. MEAKER, op. cit., p. 564 y ss.; I. MOLAS, prólogo a
SALVADOR SEGUÍ, «Escrits», cit.
1003 Sobre las diferentes versiones de la muerte de Seguí, vid. J. M. HUERTAS
CLAVERÍA, «Salvador Seguí “ElNoi del Sucre”. Materiales para una biografía»,
Barcelona, 1976. GARCÍA OLIVER atribuye el asesinato de Seguí a Andreu Homs, antiguo
abogado de los cenetistas y confidente policial (op. cit., p. 610).
anarquista, el cual sólo se podría imponer a través de la
revolución, a través de la destrucción total de lo que el
presente sistema representa —«Atacarlo todo, atreverse con
todo, demoler y renovar: he aquí el principio del fin» 1004.

La ofensiva anarquista en la CNT no se hizo esperar. Así, en el


Pleno Regional de Lérida, de 29 de julio de 1923, se lanzó un
ataque frontal contra los sectores más moderados, que
entonces ocupaban el Comité Regional, acusándoles de haber
«vulnerado los principios básicos de la Confederación», citando
como ejemplo de ello «una visita a un ministro y otra a un
gobernador» por parte de los miembros del Comité. Roigé,
Massoni, Solé, Botella y Pestaña darían cumplida información y
explicaciones sobre todo ello, pero eso no impediría su
destitución.

En realidad el CR tenía ya presentada su dimisión con


anterioridad, dado que, como entonces dijo Roigé, que era su
secretario general, éste «se halla desmembrado, por haber
retirado los Sindicatos sus respectivas delegaciones. Ante la
animosidad de unos y la poca perseverancia de otros, el Comité
se ve incapacitado para llevar a cabo la labor que se le tiene

1004 El citado manifiesto fue publicado en «El Libertario», de Buenos Aires, 31-
julio-1923 (reproducido íntegramente en «Revista de Trabajo», 44-45, 1974, p. 497500).
«A la reacción burguesa responde la rebelión proletaria —decía el citado manifiesto—
precursora de la revolución; a los despotismos de arriba la heroicidad de abajo; a la tiranía
del Estado y el imperio de la impotente democracia, último refugio del poder
gubernamental, opónese la aspiración libertaria, que es la expresión y garantía de la
soberanía del individuo. A la propiedad privada, la expropiación y la comunidad de bienes
naturales; al régimen del salario, la cooperación general y voluntaria para la producción y
el consumo; al dogmatismo religioso, la libertad del pensamiento; al amor patrio, el amor
de la Humanidad; a la ciencia oficial, la ciencia positiva; al malestar de unos, el bienestar
común y la felicidad plena para todos.»
encomendada», al mismo tiempo que consideraba a los
ataques que se les hacían como «puramente personales»1005.

Pero si bien la caída del CR suponía ya un triunfo de los


sectores más extremistas, encabezados en aquel momento por
el Comité de la Federación Local de Barcelona, el traslado del
CR fuera de Barcelona, acordado por la organización, evitaba
aún el dominio completo de la Regional por éstos. Al mismo
tiempo, la modificación de la estructura del CR, acordada en el
mismo Pleno, trataría de evitar el predominio de la
organización barcelonesa, al establecer, no sólo los delegados
provinciales —como ya vimos—, sino la elección del secretario
y del tesorero directamente por el Congreso regional, y no por
los sindicatos de la ciudad de residencia del mismo, como hasta
ese momento venía ocurriendo 1006.

Similar lucha de tendencias, como ya dijimos también, llevó


al Pleno Nacional de Valencia, celebrado en julio de 1923, a
trasladar al CN de Barcelona a Sevilla, tratando de evitar con
ello que las tensiones internas, muy enconadas en la regional
catalana, y sobre todo en Barcelona, llegasen a transmitirse o a
incidir en la marcha del organismo nacional.

Sin embargo, la fuerza de los sectores extremistas era


creciente y en absoluto su derrota en el Pleno de Lérida vino a
suponer una pérdida total de sus posiciones. Por el contrario, a
los pocos meses, en el Pleno Regional de Manresa, de 5 de

1005 «Soli», 24-agosto-1923, p. 4.


1006 «Soli», 3-agosto-1923, p. 4, recoge la propuesta del nuevo sistema de elección del
CR y del CN presentada por el Sindicato de la Metalurgia de Barcelona y aprobada por el
Pleno.
septiembre de 1923, consiguen, no sólo el acuerdo de que el
CR volviese a Barcelona, sino la propuesta de que el CN,
entonces en Sevilla, fuese también trasladado de nuevo a la
ciudad condal. Para ello, claro, había que conseguir el
consentimiento de las demás Regionales, dado que la catalana
no podía acordar eso por sí sola; por lo que se acordó el envío
de unos delegados a Sevilla para que recobrasen para
Barcelona el CN, y, de camino, fuesen obteniendo el
consentimiento de las demás regionales para ello. Pero, este
último acuerdo no llegaría a realizarse, dado que los tres
delegados enviados a tal misión serían detenidos al llegar a
Madrid —el 19 de septiembre—, y el CN permanecería en
Sevilla hasta la llegada de Primo de Rivera al poder1007. Lo que
sí consiguieron fue el traslado del CR a Barcelona. Pero,
tampoco aquí su éxito fue grande, dado que las tensiones
existentes en esta ciudad, como más tarde se informaría en el
Pleno Regional de Mataró, en diciembre, impidieron que se
constituyese un CR regularmente, y sólo ocuparían éste «unos
individuos que se arrogaban su representación» 1008 . Este
último Pleno citado, celebrado el 8 de diciembre, trasladaría de
nuevo el CR de Barcelona, llevándolo esta vez a Mataró,
aunque el secretario general elegido sería Germinal Esgleas,
quien, en realidad, venía a representar a los sectores
anarcosindicalistas más puristas de la Confederación.

La conflictiva situación exigía la convocatoria de un Congreso

1007 Entre los tres delegados debían estar Calomarde y Antonio Amador, que serían
detenidos por la Policía en Madrid, el 19 de septiembre de 1923. Sin embargo, Antonio
Amador desmentiría posteriormente, en carta enviada a la «Soli», su participación en esta
misión («Soli», 21 y 23-septiembre-1923, p. 1).
1008 «Acción Social Obrera», 15-diciembre-1923.
nacional que redujese la problemática y la lucha de tendencias
a sus justos términos, así como que afrontase el espinoso y
nunca del todo resuelto tema de la definición u orientación
ideológica de la CNT, que ahora de nuevo volvía a estar en
cuestión. En este sentido había comenzado a trabajar el CN que
encabezaba Juan Peiró. Sin embargo, el Pleno Nacional de
Valencia, que sustituyó al anterior CN, acordando su traslado a
Sevilla, acordó también suspender indefinidamente la
convocatoria de un nuevo Congreso nacional, estimando
precipitada la que había realizado o preparaba el CN
saliente1009. Pero, si las circunstancias eran lo suficientemente
agobiantes como para impedir que el Congreso se preparara
con la debida tranquilidad y profundidad en el tratamiento de
los temas, también era verdad que los mismos problemas a
resolver no permitían grandes dilaciones en su abordamiento.
Así lo entendió, por ejemplo, la CRT del Norte, que los días 11 y
12 de agosto de 1923 celebró en Vitoria un Pleno regional, en
el que, aparte de otras cuestiones de índole interno, se acordó
criticar duramente el traslado del CN a Sevilla, por estimar
«irregular» la adopción de esta resolución, y se consideró
«inaplazable que la CNT convoque un Congreso Nacional» 1010.

En realidad, el Congreso nacional no llegaría a celebrarse —el


próximo Congreso que celebraría la CNT sería ya el de 1931—,
y la única reunión nacional de importancia que celebraría la
CNT durante este período sería la ya citada Conferencia de
Zaragoza, de junio de 1922. Por ello, los problemas internos de

1009 «Soli», 29-agosto-1923, p. 2.


1010 «Soli», 15-agosto-1923, p. 1. Era entonces secretario de la CRT del Norte Zaborain.
Entre otras cosas, se acordaría en este Pleno el traslado de la sede de la CRT de Vizcaya a
Santander.
la CNT, la lucha de tendencias, la lucha por el predominio y la
orientación de la Confederación, quedarían sin resolver, y la
fisura que entonces comenzaba a abrirse, la dictadura de Primo
de Rivera impidió que pudiera cerrarse y, por el contrario, con
la clandestinidad, contribuyó al reforzamiento de los sectores
extremistas y posibilitó la actuación de los grupos anarquistas
en el seno confederal. De esta manera, con la llegada de la II
República, la fisura que se abría en los meses previos a la
dictadura, se convertiría en la definitiva escisión de los sectores
sindicalistas de la CNT.

Por lo demás, la conflictividad interna no impidió el que la


CNT desarrollase una activa labor sindical, elevando —como ya
vimos— el índice huelguístico en los años 1922 y 1923, con
respecto a 1921 (vid. página 571); e, incluso, una labor política,
que, independientemente de los contactos existentes entre los
sectores moderados y los políticos1011, la llevó a promover una
actitud abstencionista en las elecciones legislativas de abril de
1923, con un relativo éxito1012.

1011 Fueron conocidos entonces ciertos contactos de Seguí con elementos republicanos
—Lerroux— y liberales, tendentes a la formación de un Gobierno que respetase las
libertades y permitiese un mejor desenvolvimiento de la actividad sindical. («El Sol»,
25-abril-l922; G. H. MEAKER, op. cit., p. 564).
1012 En las elecciones del 19 de noviembre de 1923 el abstencionismo en Barcelona
superó la cuota del 50 por 100. Aunque ello, de por sí, no es excesivamente significativo
del éxito de la campaña cenetista, dado que similares cotas de abstención se alcanzaron en
otras zonas donde la CNT tenía una presencia muy reducida, como Asturias, o el propio
Madrid (vid. M. CUADRADO, «Elecciones y partidos políticos en España (1868-1931)», II,
p. 840).
2. La cuestión ideológica

Como hemos dicho ya anteriormente, la cuestión ideológica


en la CNT durante el período que sigue al Congreso de la
Comedia, de 1919, y llega hasta la dictadura de Primo de
Rivera, en septiembre de 1923, encierra una triple
problemática. Por un lado, en un primer momento, ocupa un
lugar destacado, preeminente, en el debate la cuestión de la
adhesión a la Tercera Internacional y todo lo que de este
debate se deriva; es decir, el problema de la revolución rusa, la
revisión del concepto de dictadura del proletariado y de las
posibles semejanzas entre los planteamientos ideológicos
confederales y los de la citada revolución, etc. Por otro lado, y
casi al mismo tiempo que se producía la polémica sobre la
Tercera Internacional, se vuelve a plantear el tema de la
definición ideológica de la CNT. Y, en tercer lugar, íntimamente
relacionado con el segundo problema, renace la polémica entre
los sindicalistas, más o menos «puros», y los
anarcosindicalistas, con un predominio más o menos grande
del anarquismo en su componente ideológico. Polémica que
recaerá, no sólo sobre el tema de la definición ideológica de la
CNT, sino, de nuevo, sobre el propio concepto del sindicalismo,
su función, y la del anarquismo en el movimiento obrero.

Sobre el tema de la Tercera Internacional, dada la


trascendencia que en su momento tuvo y lo específico del
tema, dedicaremos un apartado más adelante, por lo que en
éste nos ocuparemos solamente de la problemática ideológica
general que predomina en este período, prescindiendo del
mismo.
Como ya dijimos anteriormente también, aparte del
problema de la revolución rusa y de la adhesión de la CNT a la
Internacional Comunista y a la Internacional Sindical Roja, que
unió a los sindicalistas, en su mayor número, y a los
anarcosindicalistas, en una causa común por la separación de la
CNT de las mismas, el período que estamos estudiando vio un
constante enfrentamiento, que se fue haciendo más intenso en
los meses que precedieron a la dictadura, entre los sectores
sindicalistas, más moderados, y los sectores anarquistas y
anarcosindicalistas de la CNT, que optaron por una vía más
intransigente y extremista en muchos casos.

Si hubiera que hacer una descripción un tanto simplista del


juego de fuerzas que la tensión entre ambos sectores de la
Confederación representaba, se podría decir que hasta la
Conferencia de Zaragoza, de junio de 1922, ambos sectores se
encontraban en posiciones muy equilibradas entre sí; y ello
porque si en general existía la apariencia de un predominio de
la concepción anarcosindicalista, que había triunfado en el
Congreso de 1919, algunos de los que entonces no se habían
manifestado claramente en contra de esta concepción,
comenzaban a hacerlo ahora como si partiesen de ella misma,
aunque llegasen a conclusiones claramente contrapuestas, y
ello les permitía actuar en base a su apariencia de «fieles» a los
principios anarcosindicalistas fijados en 1919. Así, por ejemplo,
vemos oscilar hacia un sindicalismo revolucionario más purista,
en el sentido de Solidaridad Obrera, o de los primeros
momentos de la CNT, a elementos que habían sido más
cercanos al anarcosindicalismo que al sindicalismo puro y
simple, como Salvador Seguí, Ángel Pestaña, Salvador
Quemades, José Viadiu y otros muchos. Este equilibrio se
manifestará no sólo en la ocupación de cargos responsables en
la organización, sino en el contenido de las resoluciones de la
misma. Un buen ejemplo de ello puede ser la propia
Conferencia de Zaragoza, donde al lado del acuerdo de
separación de la Internacional Comunista, por disparidad
ideológica con la misma, se aprueba también la «resolución
política», de la que nos ocuparemos más adelante.

Este equilibrio entre la corriente que tiende hacia un


sindicalismo de corte neutral y más organicista, y la corriente
partidaria de la definición anárquica de la CNT y de una actitud
revolucionaria más activista, se va rompiendo, poco a poco, en
favor de esta última, inmediatamente después de la citada
Conferencia de Zaragoza. Y la ruptura entre ambas tendencias
se va haciendo mayor en la medida en que la polémica las
empuja hacia un mayor purismo en sus respectivas
convicciones, al punto de hacerlas irreconciliables. Cuando
llega la dictadura de Primo de Rivera, la CNT se encontraba ya
prácticamente, en sus órganos superiores, en manos de los
sectores más radicales.

Pero, esta ruptura entre uno y otro sector se haría mayor en


la medida en que interviene un tercer factor de singular
importancia, con un protagonismo cada vez más intenso, que
contribuye a agrandar la división de la organización, en base a
las diferentes respuestas que provocaba en los dos sectores
clásicos —anarcosindicalistas y sindicalistas—, ya de por sí
suficientemente enfrentados. Me estoy refiriendo al
protagonismo de los grupos anarquistas específicos, que
experimentarían un notable crecimiento en los años de
clandestinidad por los que hubo de pasar la CNT.
Efectivamente, al comienzo de los años veinte, los grupos
anarquistas experimentaron un notable auge, pero también, lo
que es más importante, una gran radicalización. Todo ello fue
debido, sin duda alguna, a la represión gubernamental ejercida
sobre los sindicatos cenetistas, que, al impedir su normal
actuación, al someterlos a la clandestinidad, contribuyó, por un
lado, a desviar la actividad de los afiliados más inquietos hacia
otros tipos de militancia o modos de actuación más
contundentes, ingresando gran parte de ellos en los grupos
anarquistas, que les permitían mantenerse en contacto y
continuar de alguna manera una actividad sindical que no
podían realizar los clausurados sindicatos. Pero, por otro lado,
al mismo tiempo que engrosaban sus filas, los grupos
anarquistas experimentaron una gran radicalización, en la
medida en que la propia represión provocaba respuestas
radicales.

Así, del mero grupo de afinidad, de la mera actividad de tipo


intelectual, de la discusión teórica o de las actividades
naturistas, los grupos anarquistas, al mismo tiempo que se
desarrollaban, comenzaron a orientar su activismo en el
sentido militante radical e individualista que ya había
predominado en los medios anarquistas europeos a finales del
siglo pasado.

No es de extrañar, pues, que la represión policial, ejercida en


aquellos momentos por vías nada ortodoxas, provocase, al
mismo tiempo que una recesión en la actividad de los
sindicatos, la creación de un marco adecuado para la actividad
casi exclusiva de los grupos perfectamente adaptados a la
actuación clandestina, que comenzarían a proliferar en tales
circunstancias. El círculo vicioso e interminable de atentados
personales que se produciría durante aquellos años no sería
más que un síntoma de aquella situación.

Así, cuando la CNT vuelve a la actividad legal, una vez


restablecidas las garantías constitucionales, y comienza a
actuar con mayores o menores cotas de permisibilidad, estos
grupos anarquistas constituían ya una fuerza que, si no muy
numerosa cuantitativamente —a pesar de su notable
incremento—, sí era lo suficientemente influyente y lo
suficientemente condicionante como para determinar la
trayectoria confederal, dada, por un lado, la ya aludida
debilidad de la organización sindical, y, por el contrario, la
solidez y la capacidad, así como los indeterminados resortes de
actuación de los grupos anarquistas.

Por otra parte, el desarrollo de los grupos anarquistas no fue


meramente esporádico, sino que tendió a su consolidación.
Cuando las circunstancias excepcionales de clandestinidad
sindical desaparecieron, continuaron su actividad,
coordinándose en el ámbito nacional y regional. El 18 de marzo
de 1923 se reuniría en Madrid un Congreso anarquista
nacional, en el que, entre otras cosas, se acordaría la creación
de una Federación Nacional de Grupos Anarquistas de España y
se declararía la total independencia del anarquismo, del
sindicalismo 1013, con lo que se abría totalmente el marco de

1013 «La Protesta», Buenos Aires, 22-marzo-1923 (cit. en A. ELORZA, «El


anarcosindicalismo español bajo la dictadura (1923-1930)», en «Revista de Trabajo»,
núm. 3940, 1972, p. 162). José Villaverde sostiene, ert cambio, que en este Congreso
anarquista, que atribuye al año 1922, no llegó a crearse ninguna Federación anarquista,
sino que sólo se creó un Comité de Relaciones, «por responder ello al espíritu federalista y
libertario» (J. VILLAVERDE, «Consideraciones sobre la vida pasada y futura de la CNT»,
actuación anarquista, dejando de considerar a la actividad en el
medio sindical, al anarcosindicalismo, como la derivación
lógica, natural en las condiciones presentes, del anarquismo. El
citado Congreso, que se celebraría a iniciativa del grupo
anarquista zaragozano «Vía Libre», aprobaría también un
manifiesto, en términos radicalmente revolucionarios, en el
que la revolución aparecía como la única salida, inevitable, de
la situación presente «en franca bancarrota»: «Hagamos la
revolución —decía— que ruge impetuosa en las entrañas del
pueblo. Ella es el porvenir y a él hay que ir de una manera
decidida, para así acabar de una vez con el presente»1014.

Pero el poder e influencia, o la trascendencia de la


intervención de los grupos anarquistas en la CNT no sólo se
manifestaría en el terreno de los hechos, condicionando su
actuación, sino también en el terreno puramente teórico. Es
decir, contribuyeron a una radicalización de la bipolarización
entre las concepciones clásicas de la CNT —sindicalismo y
anarcosindicalismo— y sus diferentes estrategias; de tal modo
que, mientras que, por un lado, la corriente más moderada se
decantaba por un sindicalismo revolucionario, libre de
influencias externas, partidario de la organización y de la
acción de masas, por otro, la corriente anarcosindicalista se
dejaba un tanto subsumir por el activismo de los grupos
anarquistas y por su orientación estratégica, basada
fundamentalmente en la acción revolucionaria de élite e,
incluso, en la acción individual.

en «Sindicalismo», 25-abril-1934, p. 2).


1014 M. BUENACASA, op. cit., pp. 113, 154; «El libertario», Buenos Aires, 31-juIio-
1923. Véase entero en «Revista de Trabajo», núm. 44-45, 1973-1974, p. 497-500.
De este modo, el poder de los grupos anarquistas específicos
contribuyó a la radicalización de los sectores anarquistas
sindicalistas, al predominio de éstos en la CNT y a la
consiguiente consolidación de la orientación anarquista de la
misma.

El ejemplo más claro de todo lo dicho, lo constituye el grupo


anarquista «Los Solidarios», del que formarían parte la élite del
anarquismo activista y los personajes de mayor renombre,
quizá, de la historia del anarquismo español. Este grupo
comienza a actuar precisamente en el año 1922, y a los pocos
meses de su fundación gran parte de sus miembros se
convertían en las personas más perseguidas por la Policía en
aquella época; pero, además, aunque no llegasen a
ocuparcargos de importancia en la CNT en aquellos momentos,
el peso de su influencia se dejaría sentir ya, y sería cada vez
mayor. Fundado en octubre en 1922, por un grupo de
anarquistas que provenían en aquel momento de Zaragoza, el
grupo «Los Solidarios», se constituye en Barcelona, y reúne en
su seno a nombres tan destacados en la historia del
anarquismo español y de la CNT, como: Francisco Ascaso,
Buenaventura Durruti, Manuel Torres Escartín, Juan García
Oliver, Aurelio Fernández, Ricardo Sanz, Alfonso Miguel,
Gregorio Súberviela, Eusebio Brau, Marcelino del Campo,
Miguel García Vivancos, Gregorio Martínez 1015.

1015 A ellos se unirían en 1926 Gregorio Jover y Antonio Ortiz (C. M. LORENZO, «Los
anarquistas españoles y el poder —1868-1969—», París, 1972, p. 46; ABEL PAZ,
«Durruti. El proletariado en armas», Barcelona, 1978, p. 41). GARCÍA OLIVER, que añade
los nombres de Alejandro Ascaso (sic), Antonio «El Toto», Manuel Campos «Torinto» y
el del vasco Bargutia, sostiene que el grupo lo creó él hacia marzo de 1923, a solicitud del
Comité de acción de la CNT (creado por aquellas mismas fechas también y del que serían
La actividad de «Los Solidarios» no sólo se dirigiría al
atentado individual o el atraco, como forma de acción
revolucionaria 1016 , sino que desarrollarían una activa labor
orgánica en el campo de los grupos anarquistas, contribuyendo
a su federación y coordinación. Así, poco tiempo después de su
fundación, a principios de 1923, convocaron en Barcelona una
Conferencia regional anarquista, de la que saldría un Comité
regional de relaciones anarquistas —del que formarían parte
Francisco Ascaso, Durruti y Aurelio Fernández, entre
otros 1017—, y, en marzo de 1923, participaron en Madrid en la
Conferencia nacional anarquista, en la que se trató de la
coordinación en el ámbito nacional de los citados grupos.
Actividades federativas todas ellas, que vendrían a constituir
un germen de lo que años más tarde sería la FAI.

Así, el florecer de los grupos anarquistas, y del anarquismo


en general, haría crecer también los debates y los
enfrentamientos entre este anarquismo, cada vez más
inclinado a la acción específica que a la acción sindical, y los
sectores claramente definidos por la acción sindical. Se
imponía la concepción de una organización obrera
específicamente anarquista. Incluso antiguos militantes
anarcosindicalistas, como José Prat, parecían unir sus voces a
las de los anarquistas recalcitrantes, como Federico Urales,

miembros: A. Pestaña, J. Peiró, Camilo Piñón y Narciso Marcó), con el fin de defender a
los militantes de la misma mediante el empleo del atentado individual (op. cit., pp.
628-630).
1016 Sobre las actividades de «Los Solidarios», véanse, especialmente, las obras de
GARCÍA OLIVER y ABEL PAZ ya citadas, en las que nos hemos basado y a las que nos
remitimos.
1017 J. GARCÍA OLIVER, op. cit., p. 634-635. A. PAZ, op. cit., p. 42, sostiene que tal
Conferencia se celebró a finales de 1922.
Teresa Claramunt, en España, o Abad de Santillán, López
Arango, desde la Argentina, etc., en su crítica a la CNT, su
organización, su estrategia, su ideología, etc. No sólo se
criticaba a los que habían sido sus más destacados líderes
—Pestaña, Seguí—, por no haber sabido llevar a cabo el
proyecto revolucionario confederal cuando la CNT se
encontraba en el momento culminante de su desarrollo, sino
que se criticaba al propio sindicalismo, al que se recriminaba su
apoliticismo, su pretendido neutralismo ideológico, en vez de
declararse anarquista, e incluso su organización, proponiendo
una vuelta a las viejas sociedades de oficio —más susceptibles
de intervención por parte de los anarquistas—, etc.

La desaparición de la prensa sindicalista, con la clausura de


los sindicatos —«Solidaridad Obrera» sería suspendida
entonces—, abrió el campo a la prensa de contenido
netamente anarquista, que recogería en sus páginas la mayor
parte de la opinión anarquista y el conjunto de las críticas a la
actuación de la CNT durante este período y en los años
anteriores. Y en esta labor no sólo colaborarían periódicos
nacionales, como «La Anarquía», «Espartaco», «El Productor»,
«Redención», «Tierra Libre» y la propia «Tierra y Libertad»,
antes de ser ella misma suspendida, por citar a los más
conocidos, sino también los argentinos —de Buenos Aires—
«La Protesta» o «El Libertario», portavoces de la línea
netamente anarquista que entonces seguía la FORA.
— El problema de la finalidad y de la orientación ideológica
de la CNT

Durante los años de clandestinidad, o semiclandestinidad,


que siguieron a la celebración del Congreso nacional de 1919,
la CNT no fue muy pródiga en resoluciones de tipo ideológico
—prescindiendo ahora, claro está, de la problemática
planteada por la cuestión de la adhesión a la Internacional de
Moscú—. En principio, y a pesar del pretendido dominio
ejercido por el sector probolchevique sobre los órganos de
dirección de la CNT, ésta mantiene un cierto equilibrio entre la
definición anárquica adquirida en el Congreso de la Comedia y
el neutralismo sindicalista revolucionario que los
probolcheviques querían imponer.

Así, en el Pleno Nacional celebrado en Madrid, el 14 y el 15


de agosto de 1921, promovido en principio por la CRT del
Norte, con la intención de criticar duramente la actuación del
CN de la CNT en la cuestión de la Internacional y en el terreno
de los principios ideológicos, se llegaría a una posición
intermedia, que no supuso en absoluto una condena para el CN
o una derrota de sus posiciones, como la generalidad de los
historiadores de la CNT equivocadamente suelen sostener,
quizá basándose en el apasionado pero erróneo relato de
Manuel Buenacasa1018.

1018 Buenacasa sostuvo, además, que el Pleno se había realizado en Logroño —lo que
sería también repetido por varios historiadores—, cuando, en realidad se celebró en
Madrid. Diría sobre el mismo: «El Pleno de Logroño (agosto), organizado a instancias de
la comarca guipuzcoana y al que asistió la representación auténtica —en el anterior era
amañada— de toda la organización española, desautorizó por unanimidad la reunión de
Lérida, sus acuerdos y a la delegación que sin mandato de nadie acudió a Rusia» (M.
BUENACASA, op. cit., p. 105).
En realidad, el Pleno rechazó la condena propuesta por la
delegación norteña, cuyo portavoz era Galo Diez, remitiendo la
cuestión de la Internacional Sindical Roja a un Pleno posterior,
cuando ya hubiesen vuelto los delegados enviados a Moscú en
abril, y éstos pudiesen informar detenidamente sobre la
misma. Incluso, se acordó dar libertad de acción al CN, en la
lucha que estaba sosteniendo contra la represión por el
mantenimiento de la CNT, si bien con la precisión de que su
actuación no supusiese una violación de los principios
confederales y de los procedimientos empleados hasta la
fecha. Y en este sentido, el Pleno acordó también ratificar, una
vez más, los acuerdos del Congreso nacional de 1919,
recordando que la finalidad de la CNT era el «comunismo
libertario»:

«La Confederación Española —decía la resolución—


afirma una vez más su carácter de independencia y
autonomía absolutas frente a todos los partidos, incluso los
llamados comunistas. Rechaza todo pacto o alianza con los
partidos por considerar que la Confederación se basta a sí
misma para preparar, dirigir y llevar a cabo la revolución
social en el orden nacional e internacional. Afirma, que la
finalidad perseguida es el comunismo anárquico»1019.

Se recalcaba, pues, la finalidad anárquica de la


Confederación; pero se recalcaba también la independencia y
la autosuficiencia de la misma, lo que venía a constituir
también una prevención contra el intervencionismo de los
grupos anarquistas, lo que no podía dejar de satisfacer a las

1019 «Lucha Social», 27-agosto-1921, p. 2.


directrices del CN de entonces, obsesionado por la
independencia de la CNT y su neutralismo ideológico, y a quien
no podían afectar en absoluto las referencias explícitas al
Partido Comunista, al cual no pertenecía ninguno de los
miembros del CN y con el cual no existía más coincidencia en
aquellos momentos que el apoyo a la Tercera Internacional.

Por lo demás, el antibolchevismo que comenzaba a


desarrollarse en los medios anarquistas no era aún una idea
generalizada en absoluto, y todavía podían verse en los medios
confederales apoyos explícitos, ya no al movimiento
revolucionario ruso en general, o a la Tercera Internacional,
como manifestación de éste, sino a parte de sus concepciones
teóricas, como era, por ejemplo, el debatido tema de la
dictadura del proletariado, al que, como vimos en el anterior
capítulo, los propios anarquistas habían ensalzado y aceptado
como propio. Un suplemento de «Solidaridad Obrera»,
publicado el jueves 29 de junio de 1921, recogía un artículo en
sus páginas, titulado «Los Comunistas rusos»y en el que se
venía a aceptar la dictadura proletaria como forma de
respuesta contra la «irracional» dictadura burguesa:

«La dictadura como tutora que emancipe a todos los


humanos de la explotación y de la injusticia, puede
aceptarse.

La dictadura ejercida contra la razón y el derecho,


contribuyendo a afirmar las llagas de la sociedad
económica actual, debe ser aniquilada.»

Pero, la nueva orientación sindicalista revolucionaria,


independiente de toda hegemonía anarquista, que los sectores
que entonces dominaban la cúpula confederal querían
imponer, y que posteriormente quedaría materializada en el
programa y la declaración de principios de los Comités
Sindicalistas Revolucionarios (véase lo dicho en el apartado 1
de este capítulo sobre todo ello), fue súbitamente
abandonada, en el mismo momento en que los sectores
internacionalistas fueron desplazados del CN de la CNT; a lo
que contribuyó, sin duda alguna, la detención policial de
Joaquín Maurín, entonces secretario general, el 22 de febrero
de 1922, y la vuelta a la actuación pública de los más
destacados líderes confederales, recién salidos de la prisión.
Pocos días después, sería elegido el nuevo CN, del que sería
nombrado secretario general Juan Peiró —quien poco más
tarde vendría a convertirse en una de las figuras más
destacadas del sector sindicalista de la CNT—, y el mismo 1.°
de marzo publicaría su primer manifiesto confederal, en el que
se ve claramente el giro radical que se daba a la orientación
confederal, con respecto a lo pretendido por el anterior CN 1020.

El manifiesto del nuevo CN, al que también nos hemos


referido anteriormente, no se limitaba a señalar que la
finalidad, más o menos remota, de la CNT era la realización del
comunismo libertario, lo cual, dicho sin más, no tenía por qué
suponer una expresa declaración de anarquismo —aunque de
hecho lo fuera—, y que, como resultado del acuerdo de un
Congreso confederal que era, venía siendo comúnmente
aceptado, al menos formalmente, por la generalidad de los

1020 «La CNT a la opinión pública», recogido en «Acción Social Obrera», 1-marzo-
1922 y en «Lucha Social», 18-marzo-1922.
sectores de la CNT, aunque estuvieran en contra de ello; sino
que hacía una expresa declaración de fe anarquista, que
superaba los límites de esa declaración formal del Congreso de
1919, Admitiendo, por lo demás, no sólo el predominio de la
idea anarquista dentro de la Confederación, sino la
intervención exclusiva de los anarquistas en la organización
confederal: «Nosotros esencialmente anarquistas no
admitimos otras orientaciones e ingerencias en nuestra misión
que aquéllas que vengan de los mismos anarquistas», venía a
decir el citado manifiesto; y añadía, además, cuáles eran para
ellos los elementos esenciales de esta concepción anarquista
que se quería imponer a la CNT:

«Nosotros rechazamos toda modalidad de lucha que no


sea la de acción directa y que no persiga como fin la
implantación del comunismo libertario.

(...)

Nosotros hacemos profesión de federalismo,


reconocemos la libertad que va del individuo a la
colectividad y de ahí nuestro propósito de difundir e
inculcar los principios federalistas específicamente
libertarios, por profundas desviaciones mucho tiempo ha
ausentes de las organizaciones sindicalistas
revolucionarias.»

Y rectificando el grave error doctrinal cometido bajo la


formidable impresión que en los últimos años de la década de
los diez les había producido la revolución rusa, el manifiesto
hacía también una expresa condena de la dictadura del
proletariado, ya como forma de Estado, ya como cualquier otra
forma de dominio de clase; con lo que volvían a recalcar
también los principios clásicos del antiestatismo anarquista:

«Nosotros somos y seremos enemigos irreconciliables de


todas las dictaduras sea cual fuere la etiqueta que se las
ponga.

(...)

Nosotros en fin somos y seremos siempre enemigos del


Estado, de todas las formas de estado y de sus
instituciones.»

Sin embargo, a pesar de lo tajante del contenido del


manifiesto confederal citado, el problema de la definición
anarquista de la CNT no era en absoluto algo concluido, sobre
lo que ya no cupiese ninguna discrepancia ni posibilidad alguna
de modificación o diversa interpretación. El comunismo
libertario tardaría aún bastantes años en ser definido
oficialmente por la CNT. Solamente en 1936, en el Congreso
confederal de mayo, celebrado en Zaragoza, la CNT resolvería
definitivamente sobre este tema, concretando qué era lo que
se entendía realmente por esta fórmula. Pero ello no quiere
decir, a senso contrario, que los sectores anarquistas y
anarcosindicalistas no tuvieran ya una idea muy clara de lo que
entendían por comunismo libertario, cuando lo imponían como
finalidad de la CNT en su Congreso nacional de 1919. La
finalidad comunista libertaria impuesta a la CNT entonces,
venía a significar para ellos la aceptación por la CNT del
conjunto de la ideología anarquista; comunismo libertario
equivalía a Anarquía. Así lo expresaría por aquellos años
Manuel Buenacasa, destacada figura del anarcosindicalismo de
entonces, que establece tal equivalencia:

«El adjetivo libertario —diría— pondera y califica al


substantivo “comunismo” graduándolo, elevándolo a la
Anarquía, esto es, la negación de toda autoridad, del
principio autoritario mismo» 1021.

Pero, de hecho, la definición anarquista de la CNT, ni siquiera


el comunismo libertario en su sola concepción como una
finalidad remota de la Confederación, había sido muy bien
acogida por los sectores sindicalistas, que defendían un mayor
neutralismo ideológico para la CNT; incluso por aquéllos que
admitían y estaban de acuerdo con la presencia activa y la
orientación de los anarquistas en los sindicatos. Tal sería el
caso, por ejemplo, de Salvador Seguí, o de Simón Piera,
quienes ya se habían manifestado en contra de la definición
anarquista de la CNT en el Congreso de 1919. Para estos
sectores, como vimos entonces, el imponer una ideología
concreta a la CNT, que no fuese la propia concepción general
del sindicalismo revolucionario o que alterase sus principios,
suponía un atentado contra la unidad de la clase trabajadora,
que la propia CNT debía perseguir. El anarquismo debería
operar, pues, en todo caso, como una orientación moral, pero
no como una ideología política.

«Ayer decía aquí un compañero —dijo Piera en el Congreso


de 1919— que el Congreso que está celebrando actualmente la

1021 M. BUENACASA, op. cit., p. 176.


Confederación Nacional del Trabajo debe hacer de una manera
clara y concreta declaración de principios anarquistas. Yo digo,
compañeros, que esto sería hacer lo propio que han hecho los
compañeros de la Unión General de Trabajadores. Yo creo que
en el futuro organismo nacional no debe estar representada
ninguna tendencia política, por radical que sea. El sindicalismo,
la organización obrera, sólo tiene una misión, y esa misión es la
solución del problema económico, y por tratarse de la solución
del problema económico, queremos tratar solamente con
trabajadores»1022.

Efectivamente, estos sectores, que en lo que al


desplazamiento de los probolcheviques del CN se refiere,
habían colaborado con anarquistas y anarcosindicalistas, no
dejarían de defender su propia posición frente a éstos; aunque,
si bien no atacando directamente al concepto de comunismo
libertario como finalidad de la CNT, sí atacando a gran parte de
las concepciones anarquistas que, de hecho, en base a esta
finalidad más o menos remota, se imponían a la Confederación.
Así ocurriría en la Conferencia nacional celebrada en Zaragoza,
del 11 al 14 de junio de 1922, en la que frente a un
indiscriminado antipoliticismo, hicieron aprobar la que
resultaría famosa y debatida declaración política de la CNT.
Pero, el respeto del comunismo libertario como finalidad
remota de la CNT, precisamente, y sus viejas posiciones
doctrinales, les permitieron hacer esta ruptura con el
anarquismo como ideología propia de la CNT, desde una
posición formalmente anarcosindicalista; lo que, a pesar de la
propuesta, no implicó inmediatamente una ruptura del bloque

1022 CNT, «Memoria del Congreso... de 1919», cit., p. 132.


que entonces dominaba a la CNT. Ruptura que se iría
produciendo poco a poco, en la medida en que el
desplazamiento de los probolcheviques y las circunstancias
externas en las que se movía la CNT, exigieron una mayor
clarificación de las diferentes posiciones y tendencias
existentes en la Confederación.

— La declaración política de la CNT

La Conferencia de Zaragoza, que había sido convocada en


principio como una reunión preparatoria de un Congreso
nacional que habría de abordar la problemática que entonces
tenía pendiente la CNT, se convirtió, sin embargo, en un
verdadero Congreso, en la medida en que fue la reunión
colectiva de toda la CNT más importante que se convocaría
durante este período. No cabe duda, además, que fueron
precisamente las cuestiones de tipo ideológico las que habrían
de ocupar un lugar predominante y casi exclusivo en esta
Conferencia; tales serían, por ejemplo, la cuestión de la
adhesión a la Internacional Sindical Roja y la ya citada
declaración política, de la que nos ocuparemos especialmente
en este apartado.

Efectivamente, existían una serie de temas que la CNT


debería abordar en un Congreso nacional, en cuanto pudiese
normalizar su situación legal. Por una parte, estaba la cuestión
de la adhesión a la Tercera Internacional, acordada de manera
provisional en el Congreso nacional de 1919, y que, por lo
tanto, solamente otro Congreso confederal podría volver con
entera autoridad sobre ella. Cuestión ésta que venía
complicada por la adhesión enviada a la Internacional Sindical
Roja, en abril de 1921, cuya acta fundacional había firmado
Pestaña en Moscú, en julio de 1920. Por otra parte, volvía una
vez más la cuestión de la orientación y de los principios de la
CNT al primer plano de la actualidad. El mismo tema de la
adhesión a la Tercera Internacional obligaba a un
replanteamiento o a una mayor precisión en la interpretación
de los acuerdos del Congreso de 1919, que habían permitido el
que la CNT se encontrase prendida en lo que ya era apreciado
como un grave error o una contradicción. Pero, también, la
orientación acentuadamente sindicalista —más moderada,
organicista y neutralista— que estaban siguiendo algunos
sectores, ponía en cuestión la orientación exclusivamente
anarquista de la CNT, exigiendo una redefinición de los
principios y la inspiración de ésta; tema éste que también sólo
podía ser abordado por un Congreso nacional. La Conferencia
de Zaragoza, ante la imposibilidad legal y orgánica de celebrar
un Congreso Confederal, serviría, en principio, para llegar a una
primera aproximación, o, al menos, a una clarificación en el
planteamiento de estos problemas citados y de otros de índole
menor. Pero, la imposibilidad absoluta de celebrar el
proyectado Congreso, sólo conocida más adelante, y esta vez
por razones exclusivamente orgánicas, convirtió a los acuerdos
de la Conferencia de Zaragoza en definitivos. De aquí, entre
otras cosas, su especial importancia.

Sin embargo, la especial situación de ilegalidad por la que


atravesaba la CNT en Cataluña, a pesar del restablecimiento de
las garantías constitucionales, decretado en abril de 1922 por
el Gobierno Sánchez Guerra, impidió el que ésta diese una gran
publicidad al contenido de los debates de la Conferencia de
Zaragoza, y que, por lo tanto, los informes sobre los mismos
fuesen abundantes. El periódico de Madrid «Vida Nueva»
publicaría, paralelamente a la celebración de las sesiones, las
reseñas quizá más extensas sobre la misma. Por su parte,
«Lucha Social», de Lérida, que venía a ser el protavoz del sector
probolchevique, derrotado definitivamente en Zaragoza, le
dedicaría una resumida información en su número 114, de 24
de junio. Otros periódicos, incluso no específicamente obreros,
como «El Sol», de Madrid, se referirían escuetamente a alguno
de sus acuerdos, como la resolución política, que sería la más
difundida. En ellos basamos principalmente nuestro estudio.

Así pues, el acuerdo de mayor trascendencia ideológica de la


Conferencia de Zaragoza, junto con la resolución sobre la
Internacional, fue el recaído en torno al tema «nuestra posición
ante la política nacional», que ocupaba el punto 6.° del temario
de la Conferencia. Sin embargo, no parece, a tenor de las
reseñas, que el citado tema despertase un excesivo interés en
los delegados, que, sin apenas debate alguno, se limitaron a
aprobar por unanimidad el texto que presentó una ponencia
formada por Juan Peiró, Ángel Pestaña, Salvador Seguí y José
Viadiu.

El texto aprobado por la Conferencia, de contenido algo


confuso, que por su interés reproduzco entero, venía a decir:

«La Ponencia encargada de dictaminar sobre nuestra


posición ante la política nacional declara que:

Considerando que, a deducir por la Historia, los partidos


políticos sin excepción no suponen valor moral alguno en
ninguno de los órdenes de sus actuaciones;

Considerando que en la pasada represión, como en todas


las represiones, los partidos políticos han sido responsables
directos, ya sea por acción, ya sea por omisión, la Ponencia
expone su pensamiento de que entre unos y otros partidos
políticos no pueden ni deben establecerse distingos de
ninguna clase y que la conducta de la CNT debe ajustarse a
la de los partidos políticos;

Por otra parte, la Ponencia declara que:

Considerando que, por la razón misma de llamarnos


apolíticos, la CNT no puede inhibirse de ninguno de los
problemas que con la vida nacional se plantean;

Considerando que la interpretación dada a la palabra


«política» es arbitraria, ya que ella no puede ni debe
interpretarse en el solo sentido de «arte de gobernar a los
pueblos», sino que su acepción universal quiere expresar y
expresa la denominación común de las actuaciones de todo
orden en absoluto de los individuos y de todas las
colectividades;

Considerando que, para ser lógicos con nosotros mismos,


estamos obligados a aportar soluciones y a ser valores
determinantes a todos y en todos los problemas morales,
culturales, económicos, políticos y sociales, la Ponencia
propone:

Que la Confederación Nacional del Trabajo declare que,


siendo un organismo netamente revolucionario que
rechaza franca y expresamente la acción parlamentaria y
de colaboración con los partidos políticos, es a la vez
integral y absolutamente político, puesto que su misión es
la de conquistar sus derechos de revisión y fiscalización de
todos los valores de evolución de la vida nacional, y a tal
fin, su deber es el de ejercer la acción determinante por
medio de la coacción derivada de las manifestaciones de
fuerza y de los dispositivos de la Confederación Nacional
del Trabajo. —J. Peiró, Ángel Pestaña, Salvador Seguí y José
Viadiu» 1023.

El citado acuerdo tuvo un eco enorme en la prensa del


momento, que creyó vér en el mismo un cambio radical de
actitud de la CNT, en el sentido de constituir un abandono del
viejo y férreo antipoliticismo, para orientarse hacia la
participación política 1024 . E, incluso, esa misma orientación
creyó ver alguna prensa anarquista, que no ahorró críticas al
acuerdo1025. Sin embargo, la resolución de la Conferencia no
iba realmente en esa dirección, y se orientaba, más bien, a una
más correcta interpretación del clásico apoliticismo, o
economicismo, sindicalista, que veía en la acción económica el
único campo de actuación de los sindicatos (véase el capítulo
I), rechazando cualquier otro tipo de actuación que superase

1023 «Vida Nueva», 15-junio-1922, p. 4; «El Sol», 16-junio-1922, p. 3; «Lucha Social»,


24-junio-1922, p. 1 recoge solamente la parte final de la resolución. También la recoge
entera M. BUENACASA en su obra «Elmovimiento...», cit., pp. 108-109. El texto de la
ponencia había sido redactado por Peiró, aunque por aquel entonces fue Seguí el que
polarizó todas las críticas que despertó tal «desviación de los principios» (J. PEIRÓ,
«Aclaraciones. Hay que fijar una posición», en «Soli», 25-mayo-1924, p. 4).
1024 «El Sol», 14-junio-1922.
1025 M. BUENACASA, op. cit., p. 109.
este límite, que era, por otra parte, el verdadero marco de la
lucha de clases.

A los pocos días de la clausura de la Conferencia,


contestando a las falsas interpretaciones que 1 prensa estaba
haciendo del citado acuerdo, «Solidaridad Obrera» de 21 de
junio de 1922 publicaría un editorial con el título de «No hay
tales carneros», en el que se venía a reconducir la resolución
de Zaragoza al verdadero sentido que, según parece, sus
autores habían querido imprimirle. El artículo de «Solidaridad
Obrera» negaba tajantemente que la resolución de Zaragoza
viniese a significar que la CNT se orientaría, a partir de ese
momento, hacia la lucha política, entendiendo por tal la lucha
electoral o la participación en las instituciones de gobierno en
sus diferentes niveles:

«No. Nosotros —decía el editorial— no iremos al


Municipio, a la Diputación, al Parlamento. La
Confederación, ya lo dijimos antes de ahora, es incapaz de
esta apostasia infamante, de esta claudicación afrentosa. El
juego de la política al uso, es lo abyecto, lo estéril, lo
podrido. Las pestilencias de esa charca no llegarán a
nosotros. Ni nosotros nos acercaremos a ellas»1026.

Por el contrario, afirmaba el editorial que la CNT, como había


dicho ef acuerdo de Zaragoza, tenía una vocación y una función
política que cumplir, pero que ésta no era la política de
gobierno ni la electoral: «Pero —decía— ¿acaso no hay más
política que ésta?

1026 Verlo entero en M. BUENACASA, op. cit., p. 109-111.


¿Acaso para tomar parte en la acción política hay que tener
por la fuerza diputados o concejales o ministros?» La CNT
consideraba que tenía una función política que cumplir, y que
ésta no era otra que la realización de toda aquella serie de
actividades que, paralelas a la lucha estrictamente económica,
contribuían también a la mejora de la situación del obrero y, a
la larga, a su propia emancipación.

Estas actividades tendrían, para la CNT, un contenido


esencialmente ético, por lo que excederían de una
conceptuación meramente económica; tendrían una
trascendencia mayor, de tipo político, dado que afectarían a las
relaciones de los individuos dentro de la comunidad. Por eso la
CNT se consideraba política, porque también se preocupaba de
la realización de esa serie de conquistas, que consideraba de
tipo ético o político —sin establecer en ello matización
alguna—. Así lo expresaba claramente el editorial de la «Soli»
citado:

«¿Ignoran los intérpretes ingenuos o mal intencionados


de los acuerdos de Zaragoza que existen en la Historia
—con enorme poder determinante de las acciones
humanas— multitud de hechos de carácter ético que no
pueden ser reducidos al común denominador económico?

Elevar a planos superiores el nivel de la conciencia


colectiva; educar a los individuos en el conocimiento de sus
derechos; luchar contra el Poder público; reclamar que sea
reparada una injusticia, velar porque se guarde respeto a
las libertades conquistadas y pedir una amnistía es de
carácter político. Eminentemente político.»
Pero, si efectivamente han de reconocerse esas actividades
como de tipo político, el problefna estaba en el cómo se
habrían de realizar éstas. Pues, era también evidente que
actividades o fines similares desarrollaban o perseguían
también los denostados partidos políticos. Para la CNT, la
diferencia estaba precisamente en los medios y en las formas
de actuación, que no habrían de ser los clásicos de la
democracia representativa, ni tampoco, desde luego, los de la
dictadura política, dado que en el fondo continuaba latiendo el
espíritu antiestatista y anti-autoritario.

«Sí —diría el editorial de «Solidaridad Obrera»—, queremos


intervenir. Intervenimos. Pero desde nuestros medios. Desde
nuestro campo. Desde nuestra prensa. Sin intermediarios. Sin
delegados. Sin representantes.

De ninguna manera tomando parte en las elecciones.»

En realidad, aunque el editorial de «Solidaridad Obrera»,


viene a recalcar el sentido de la declaración de la Conferencia
de Zaragoza, éste estaba de hecho bastante claro en la propia
declaración, que si bien resultaba un tanto confusa en el
momento de expresar qué actividades entendía la CNT como
políticas, y que, por lo tanto, estaba dispuesta a realizar dentro
de su concepto de la política, no lo era en absoluto en el
momento de expresar cuáles eran las actividades consideradas
políticas que estaba dispuesta a no realizar. La resolución
rechazaba «franca y expresamente la acción parlamentaria y
de colaboración con los partidos políticos». Por ello, las
interpretaciones de la generalidad de la prensa —no cenetista
o anarquista—, en el sentido de que por esta declaración la
CNT se iba a entregar a la actividad electoral o parlamentaria,
siquiera fuera indirectamente, se basaban más bien en un
deseo de que así fuese, que en el propio texto de la declaración
cenetista.

De cualquier manera, las especulaciones de la prensa1027 no


eran del todo gratuitas, dado que, como ya hemos dicho, por
aquel entonces no habían sido infrecuentes los contactos entre
dirigentes políticos y algunos líderes de la Confederación,
recién salidos de las cárceles, tendentes a asegurar una
situación política que permitiese el libre desarrollo de la
actividad sindical y el ejercicio de los demás derechos y
libertades.

Así, se habló entonces de la posibilidad de que la CNT, si no


prestase su apoyo directo, sí por lo menos no opusiese graves
problemas a la actuación de un Gobierno de corte liberal o
progresista, en el que estaría incluido Alejandro Lerroux, y que
trataría de formarse tras el restablecimiento de las garantías
constitucionales.

En estas gestiones estaría implicado Salvador Seguí, que era


precisamente uno de los ponentes de la declaración política de
la Conferencia de Zaragoza1028.

1027 El propio editorial de «Soli» citado se hacía eco de frases aparecidas en otros
periódicos en las que se hacía referencia a una próxima participación de la CNT en el
juego electoral. «La Libertad» había dicho: «Con viva satisfacción hemos de recoger los
acuerdos adoptados por la Asamblea de Zaragoza, que reintegran a las masas obreras en la
actuación de la política nacional»; y «La Voz» había añadido: «Ya estamos viendo
diputados a Pestaña y a Seguí» («Soli», 21-junio-1922; M. BUENACASA, op. cit., p. 110).
1028 «El Sol», 25-mayo-1922; G. H. MEAKER, op. cit., p. 564.
Sin embargo, sin negar en términos absolutos cualquier
posible intención secundaria en la citada declaración cenetista,
pero sin afirmar tampoco lo contrario, cabe decir que la
significación del acuerdo es mucho mayor en el campo del
debate interno confederal, que en el campo de las relaciones
externas de la CNT; dado que, en cualquier caso, la citada
declaración no produjo efecto alguno en este último terreno
que tuviese la más mínima trascendencia.

Efectivamente, la resolución política de la Conferencia de


Zaragoza es muy importante en el campo teórico, o de los
planteamientos ideológicos de la CNT, dado que viene a revisar
uno de los conceptos fundamentales del sindicalismo
revolucionario, y precisamente por parte de las personas que
encabezaban el sector que se consideraba más cercano a los
planteamientos puristas del sindicalismo revolucionario.

Sin volver de nuevo sobre los conceptos elementales del


sindicalismo revolucionario, que, de una manera bastante
resumida y abstracta, tratamos de recoger en el capítulo I de
este trabajo, se puede recordar que uno de los elementos
teóricos de su concepción era precisamente el economicismo.
Es decir, que si la opresión del trabajador se produce
precisamente por el papel de productor que éste ocupa en el
proceso productivo, y que si éste es un proceso puramente
económico, solamente en este terreno, en el terreno
económico o de la producción, es donde debe realizar su lucha
—la lucha de clases— para conseguir su emancipación. Llevarla
a otro terreno sería desviarla del objetivo fundamental, dado
que el resto de las cargas y limitaciones, opresión, en definitiva,
que el trabajador sufre no son sino una mera consecuencia del
hecho fundamental: la explotación económica. El
economicismo, el considerar la lucha sindical como una lucha
esencialmente económica, que atacaba directamente al origen
de la división clasista de la sociedad, a la explotación
económica de los desposeídos, de la que se derivaba la
opresión política, etc., era, pues, un elemento esencial de la
concepción sindicalista revolucionaria. Sin embargo, ello no
implicaba, de hecho, el que la acción sindical no se dirigiese
también contra las formas opresivas que se derivasen o
tratasen de perpetuar esa explotación económica. Y, en este
sentido, el sindicalismo revolucionario, que por ser
economicista, era esencialmente apolítico —no participaba en
el juego político de gobierno—, era también político, dado que
luchaba por transformaciones progresistas —políticas— de la
sociedad, y, en definitiva, por su transformación total. Aunque
lo hiciese siempre —por lo menos teóricamente— a través de
la acción directa y desde el terreno económico, en el que se
movía esencialmente.

El sindicalismo revolucionario era, pues, político, no sólo en


sus efectos, sino también en muchas de sus actuaciones,
aunque no fuese éste un término excesivamente empleado
para adjetivar su actuación.

La CNT, como organización sindicalista revolucionaria


originariamente, y aún con el elevado ingrediente anarquista
que se le fue añadiendo —formalmente desde el Congreso de
1919—, participaba plenamente de esta concepción
sindicalista. Sin embargo, el adjetivo de apolítica que se
atribuía tenía un contenido un tanto difuso, que convenía
aclarar en base a la doctrina esencial del sindicalismo. Y ello,
precisamente, porque, debido un tanto a las propias
circunstancias políticas en las que se había vivido, y debido
también a la mayor influencia de los anarquistas en los medios
confederales, el apoliticismo se había llevado a los extremos
máximos del antipoliticismo, de tal manera que la acción
confederal se estaba llevando por unos derroteros
absolutamente destructivistas, más cercanos del viejo
anarquismo individualista, que de la acción revolucionaria,
constructiva, de masas, propia del sindicalismo.

Así, el recalcar el sentido y el papel político de la CNT —como


hizo la Conferencia de Zaragoza— venía, además de resaltar la
importancia de este tipo de actividades un tanto difusas que la
resolución entendía como políticas, a encerrar el contenido del
apoliticismo cenetista dentro de los estrictos límites de la
negación del juego político, excluyendo, por tanto, del mismo
toda la labor constructiva o reformista que, sin alterar el
principio de la acción directa, la CNT podía y debía realizar en
los otros campos de la vida social.

Es este, pues, el verdadero sentido de la declaración de


politicismo de Zaragoza. La victoria de las concepciones
constructivistas frente al revolucionarismo exacerbado del
todo o nada, que había llevado el apoliticismo doctrinal de la
CNT al más rígido antipoliticismo individualista y sectario. Pero
ello se estaba haciendo aún desde unos planteamientos
formales que no suponían ruptura alguna del
anarcosindicalismo oficial que inspiraba a la Confederación. Y
una buena prueba de ello es que uno de los firmantes de la
declaración de Zaragoza era Juan Peiró, secretario general de la
CNT, a cuya pluma se debía seguramente el manifiesto del CN
de marzo de 1922, al que nos hemos referido anteriormente, y
en el que se afirmaba que la CNT era anarquista y que no
admitía otras orientaciones que no fueran las que vinieran de
los propios anarquistas. Así pues, no puede considerarse a la
declaración política de Zaragoza como una victoria del sector
sindicalista sobre el anarcosindicalista, sino, más bien, una
victoria de la visión más constructivista de la CNT, de la que
participaban los sindicalistas y una buena parte de los
anarcosindicalistas, sobre los elementos más extremistas del
anarcosindicalismo, que no dudaban en apoyarse en el
terrorismo individualista para los fines de la revolución. Una
vez más, el respaldo unánime que tuvo en la Conferencia la
citada declaración podría confirmar esta tesis.

Ello no quiere decir, sin embargo, que la declaración de


Zaragoza no hubiese obtenido una gran contestación en el
sector anarcosindicalista, sobre todo con posterioridad a la
Conferencia. Pero ello se fue produciendo en la medida en que
la lucha por el predominio en la orientación de la CNT
enfrentaba a los sectores sindicalistas y anarcosindicalistas,
produciendo una mayor radicalización en el sostenimiento de
las respectivas tesis, así como una profundización en el
contenido de las propias concepciones. Dicho en términos muy
simples, el enfrentamiento que se produciría entre sindicalistas
y anarcosindicalistas, poco después de la Conferencia de
Zaragoza, vendría a acercar a los primeros a posiciones más
moderadas y a un sindicalismo más purista, al mismo tiempo
que acercaba a los anarcosindicalistas a posiciones más
extremistas, rayanas con el anarquismo individualista.

Así, terminaría por producirse la curiosa contradicción de que


los más férreos detractores de la declaración política de la
Conferencia de Zaragoza iban a ser los que ya de por sí
mantenían una posición y una ideología política, es decir, los
anarquistas, mientras que sus defensores iban a ser los que
ideológicamente se decantaban por un sindicalismo
revolucionario purista, cuya nota esencial era su
economicismo.

Una buena prueba de que un amplio sector del


anarcosindicalismo estaba también a favor de una línea más
constructiva y menos «revolucionarista», lo constituye el
acuerdo de contenido político-ideológico aprobado en la
Conferencia regional de la CRT de Aragón, que se celebraría
también en el verano de 1922.

El citado acuerdo, de carácter claramente anarquista («las


ideas anarquistas (...) —decía— son la razón de ser de las
organizaciones integrantes de la CNT»), como era la tendencia
de la mayoría de los cuadros que entonces dirigían aquella
Regional —Manuel Buenacasa era su secretario general por
aquellas fechas—, venía a achacar gran parte de los males por
los que estaba pasando la CNT en aquellos momentos a la
ausencia de la ideología anarquista dentro de la organización,
y, como consecuencia, concluía la necesidad de «que se
propague abiertamente y sin eufemismos, en la organización
obrera y por doquier, el ideal anarquista. Y que esta
propaganda de ideas tenga preferencia sobre los mismos temas
de organización y tácticas» 1029.

1029 Vid. entero este acuerdo en M. BUENACASA, op. cit., pp. 155 y ss. El subrayado es
mío. G. H. MEAKER (op. cit., pp. 570 y ss.) sostiene erróneamente que este dictamen se
Pero, en el aspecto que ahora nos ocupa, el citado acuerdo
venía a hacer una dura crítica al revolucionarismo que había
inspirado a la CNT en los últimos años y que la había llevado al
calamitoso estado en el que se encontraba.

«Se gastó el tópico revolucionario —decía— por la


propaganda de todos los odios más o menos concentrados;
hemos presentado a la revolución vestida de andrajos,
hecha una furia y cargada de todos los atributos de la
destrucción sistemática; por eso ha llegado un instante en
que ha repugnado al pueblo (...).»

Y se pronunciaba por una vía más constructiva que, desde su


perspectiva claramente anarcosindicalista 1030, solamente veía
su realización mediante la propagación del anarquismo en el
medio sindical;

«Opinamos que a la revolución debe pintársela en su


justo colorido, material y espiritual; (...) el brazo que se
arma en el odio de la inconsciencia, formada al calor de
propagandas violentas y sistemáticas, no será nunca ni
podrá ser el brazo de la justicia.

En una palabra, un Ejército, por más proletario que sea,

presentó en la Conferencia Nacional de Zaragoza, como resolución contraria a la


declaración política que sería aprobada, cuando, en realidad, se trata de un acuerdo
adoptado en la Conferencia Regional de la CRT de Aragón, celebrada también ese mismo
verano.
1030 En uno de sus párrafos, el citado acuerdo recogía la significativa frase: «El
sindicalismo es un cuerpo del cual la anarquía debe ser el alma».
educado en otros principios y otras ideas que no sean la
expresión de la filosofía anarquista, no podrá hacer más
que obra de destrucción.»

Por lo demás, la Conferencia de la CRT de Aragón, ejemplo


típico de Regional dominada por el más puro y neto
anarcosindicalismo, aprobaría también una resolución en
contra de los partidos políticos, con los que no habría que
tener ninguna clase de relaciones, y a favor del ingreso de la
CNT en la nueva Internacional sindicalista que se iba a crear en
Berlín 1031 ; ambas resoluciones similares a las que serían
adoptadas en la Conferencia nacional de la CNT.

Así pues, al contrario de lo que ocurría en la Regional


aragonesa, en la Conferencia de Zaragoza, de la Confederación
Nacional, si bien no se produjo en absoluto una ruptura o un
volverse atrás de los planteamientos ideológicos aprobados en
el Congreso de 1919, de carácter anarcosindicalista, sí se nota
de hecho una inclinación del equilibrio confederal hacia el lado
de los que ahora se pronunciaban como sindicalistas y que ya
habían dirigido a la CNT, aunque con planteamientos un tanto
diferentes, más radicales, en el período previo al Congreso
nacional de 1919.

Efectivamente, los líderes ya clásicos de la CNT, los Seguí, los


Pestaña, etc., salían en este momento de las cárceles, donde
habían permanecido gran parte del tiempo que había durado el
período represivo de los años 1920 y 1921, y salían rodeados
de un cierto halo mítico, que les venía dado por haber sido

1031 M. BUENACASA, op. cit., p. 157.


precisamente los más destacados dirigentes confederales del
período culminante de la Confederación. Este halo les hacía
poco menos que imprescindibles para la CNT y suscitaba entre
las masas confederales un acatamiento del que no gozaban
otros sectores. Ello hizo que su encumbramiento en la
Conferencia de Zaragoza fuese de nuevo inmediato, y sus
posiciones, aunque no en toda su amplitud, resultasen
triunfantes. Sin embargo, como digo, a pesar de esta
inclinación, el equilibrio no se rompería por este lado, dado
que el sector de influencia anarquista no estaba en absoluto
derrotado, y sí sólo y momentáneamente desplazado por el
enorme impulso que traían consigo en su vuelta a la actuación
los ya citados líderes del anterior período, ahora más inclinados
a la moderación. Por el contrario, como ya hemos dicho
también, durante el período de clandestinidad se había
producido un enorme incremento de la actividad de los grupos
anarquistas, cuya influencia no podía dejar de hacerse sentir en
los medios confederales, y poco después de la Conferencia de
Zaragoza, su lucha contra los sectores sindicalistas y
moderados de la CNT terminaría por volver a inclinar el fiel de
la balanza confederal del lado radical.

— Otros acuerdos de la Conferencia de Zaragoza

El resto de los acuerdos de la Conferencia nacional de


Zaragoza vienen a demostrar, en cierto modo, el momentáneo
triunfo de los sectores moderados, que se inclinaban en aquel
momento por una etapa de reconstrucción y por un largo
período de preparación y educación del proletariado, antes de
lanzarse a cualquier acción de tipo revolucionario. Como diría
Seguí, en un artículo publicado en «Vida Nueva», de Madrid,
precisamente en el número en el que se publicaba la primera
reseña de la Conferencia nacional, «el pueblo no está en
condiciones de realizar la revolución. No porque el régimen
presente sea el más a propósito para el desarrollo de la vida,
sino porque el pueblo no sabe aún como sustituirle ni tiene un
concepto exacto de lo que significa la libertad» 1032.

Además del tema de la Internacional, donde fue decisiva la


intervención de Pestaña, y de la resolución política, de la que
ya hemos hablado, los moderados se apuntaron también el
triunfo en temas como el que ocupaba el punto tercero («¿Qué
actitud deben adoptar los Sindicatos adheridos a la CNT frente
a la ofensiva de la clase patronal, y que empieza a manifestarse
tratando esta última de aumentar la jornada de trabajo y
rebajar los salarios?»). En este punto, los sectores moderados
lograron apaciguar un tanto los ánimos exaltados de muchos
delegados —de La Coruña, de Levante, Buenacasa, etc.—, que,
inconscientes de la difícil situación en la que se encontraba la
CNT en aquellos instantes, pretendían de nuevo el empleo de
medios radicales en contra de la patronal. Unos pretendían la
huelga general, otros el sabotaje («a mala paga, mal trabajo»,
se decía), etc. En fin, tras intervenciones más moderadas, como
la del delegado de Reus, o la del propio Seguí, quien insistiría
en la necesidad de la preparación y de la extensión de la
organización, como único medio de evitar los males
económicos propios del régimen capitalista 1033 , se acordó

1032 «Vida Nueva», 12-junio-1922, p. 3.


1033 Diría Seguí: «Así como Napoleón decía que para ganar batallas necesitaba dinero,
dinero y dinero, nosotros necesitamos propaganda, propaganda y propaganda» («Vida
finalmente el nombramiento de una ponencia para que
estudiase el tema y dejar autonomía a las organizaciones para
que afrontasen el problema1034.

En el tema de la reorganización confederal, se acuerda una


vez más, que lo más adecuado para conseguirla y extender el
ámbito de la CNT, es el realizar una extensa campaña de
propaganda por toda España. Pero resulta interesante destacar
en este punto el acuerdo de abrir las puertas de la
Confederación a «aquellos trabajadores que, principalmente en
el campo, trabajan por cuenta propia, en fincas suyas o
arrendadas, sin tener a sus órdenes a ningún explotado». Ello
suponía, fundamentalmente, el aplicar un criterio mucho más
amplio en cuanto a las exigencias para pertenecer a la CNT,
para tratar de introducir a la Confederación en un medio en el
que le resultaba bastante difícil, como era el campo, sobre
todo en zonas donde lo más común no era precisamente el
bracero, sino el pequeño propietario o el arrendatario. Pero
implicaba también un notable esfuerzo por acercarse a la
problemática muy específica de este sector del campesinado,
al que en un principio se había menospreciado, aplicando los
criterios rígidos de organización y táctica que se aplicaban en el
sector industrial. Pero, aunque esa fuera la dirección principal
del acuerdo, no cabe duda que su aplicación afectaba también
a este último sector, con lo que, en definitiva, se puede

Nueva», 14-junio-1922, p. 3).


1034 «Vida Nueva», 14-junio-1922, p. 3. Según «Lucha Social» (24-junio-1922, p. 1) se
acordó que «todas las organizaciones deben tener la autonomía necesaria para desarrollar
la contraofensiva según sean los medios de lucha de que disponemos, sin apartarse de las
tácticas de la CNT, y a la vez extender una intensa campaña de agitación para poner en
condiciones de resistencia a la organización».
concluir que la CNT manifestaba con este acuerdo una mayor
ductilidad en sus planteamientos obreristas por el lado de la
propiedad de los medios de producción, como anteriormente
lo había manifestado ya por el lado de los «obreros
intelectuales»1035.

En lo que se refiere al enjuiciamiento de la actuación de los


Comités nacionales anteriores y, en general, de la actuación de
la CNT en los últimos hechos históricos, los líderes moderados,
en particular Salvador Seguí y Ángel Pestaña, que fueron los
más directamente atacados por los radicales, obtuvieron un
notable triunfo, al verse su actuación aprobada por la
Conferencia y su posición moral plenamente rehabilitada. Las
acusaciones recaían fundamentalmente sobre la actuación de
los encartados en asuntos como la constitución de la Comisión
Mixta de Barcelona, en diciembre de 1919, el pacto con la UGT
y el conflicto minero de Riotinto, de 1920, en todos los cuales
se había querido ver una dejación de los principios
confederales y una violación de los acuerdos del Congreso de
19191036.

También puede considerarse un triunfo del sector moderado


sindicalista el haberse rechazado el traslado del CN de
Barcelona a Zaragoza, ciudad donde era claro el predominio
anarcosindicalista; permaneciendo, por el contrario en
Barcelona, donde pasarían a formar parte del mismo, aparte de
Juan Peiró, que ya venía actuando como secretario general,
Salvador Seguí y Ángel Pestaña, además de José María

1035 «Lucha Social», 24-junio-1922, p. 1.


1036 «Vida Nueva», 15-junió-1922, p. 4; «Lucha Social», 24-junio-1922, p. 1.
Martínez (Asturias), Eusebio Carbó (Levante) y Galo Diez
(Norte), entre otros, en representación de sus respectivas
Regionales1037.

La Conferencia de Zaragoza aprobaría también otros


acuerdos, como el de realizar una gran campaña de agitación
en favor de la liberación de todos los presos políticos y sociales,
así como de la declaración de una amnistía para este tipo de
delitos. Por otra parte, se acordó también establecer una
pequeña subvención para los presos y procesados, así como
para los familiares de los obreros asesinados, y la publicación
de un libro en el que se detallase la relación de crímenes
cometidos en los últimos tres años de represión 1038 .
Igualmente, dentro de este tema, la Conferencia acordó
constituir un Comité Nacional Pro Presos, en el seno del CN de
la CNT, para lo cual se ampliaría el número de miembros del
mismo; lo cual era un acuerdo que se había adoptado ya en el
Congreso de 1919, pero que no había sido adecuadamente
cumplido 1039.

En el tema de las relaciones internacionales, además de la


retirada de la Internacional de Moscú y de la adhesión a la
nueva AIT que se iba a crear en Berlín, de lo que nos
ocuparemos más adelante, la Conferencia acordó también

1037 «Vida Nueva». 15-junio-1922, p. 4; M. BUENACASA, op. cit., p. 143. Este último
autor afirma que entbnces se fijó a los miembros del CN un «elevado sueldo», por lo que,
entre otras cosas,s Galo Diez rechazó tal nombramiento.
1038 Resultado de este acuerdo es muy posible que fuese el folleto de 80 páginas
publicado por el Comité Pro Presos de la CNT, en Manresa, en el año 1923: «Ideasy
tragedia».
1039 «Lucha Social», 24-junió-1922, p. 1; «Vida Nueva», 15-junio-1922, p. 4; CNT
«Memoria del Congreso... de 1919», p. 192.
adherirse a «un organismo internacional que esté identificado
con los principios y tácticas de la CNT» y establecer estrechas
relaciones con la CGTU (Confederación General del Trabajo
Unitaria) de Francia 1040, y la CGT de Portugal.

1922. Asistentes al Congreso de Constitución de la AIT en Berlín.


De izda. a dcha. y de arriba abajo: Ritter, Schuster, Borghi, Lindstan, ?,
Dissel, Orlando, Souchy, Shapiro, Rocker, Giovanetti, Lansink, Severin, D´Andrea
y Abad de Santillán. La delegación española formada por A. González Mallada y
Galo Díez solo consiguió llegar a Berlín una vez acabadas las sesiones.

Este acuerdo, que se adoptaría con el voto en contra de las


delegaciones de Lérida y Gijón, había sido impugnado
vivamente por Hilario Arlandis, quien, además de ambiguo,
veía en él el peligro de que la CNT quedase aislada de las
demás organizaciones revolucionarias del proletariado, al

1040 La CGTU francesa se constituyó en junio de 1922, en el Congreso de Saint-


Etienne, formada por un grupo de anarcosindicalistas y de sindicalistas probolcheviques,
disidentes de la CGT. De carácter más radical y revolucionario que esta última, los
miembros de la CGTU acordarían su ingreso en la ISR de Moscú en el Congreso de
Bourges, de noviembre de 1923. La facción anarcosindicalista iría poco después
abandonando la CGTU, y, en noviembre de 1926, fundaría una nueva CGT —la tercera—,
que se adheriría a la AIT de Berlín.
colaborar solamente con aquéllas con las que existía una
afinidad ideológica (cosa que, por lo demás, no ocurría
plenamente con la CGTU francesa)1041.

— Radicalización e intransigencia

Así pues, tras la Conferencia de Zaragoza, la CNT quedaba


como una organización de carácter anarcosindicalista, dado
que no se había abandonado la finalidad que a la misma había
impuesto el Congreso de 1919: el comunismo libertario. Pero
con un anarcosindicalismo en el que la dosis de anarquismo,
dicho sea en términos muy simples, venían reducidas o
mediatizadas por el carácter moderado de la corriente que en
aquellos momentos ocupaba la cúpula confederal, que, sin
declararse abiertamente contraria a la presencia del
anarquismo en el medio sindical, logró delimitar su influencia
teórica mediante la aprobación de la declaración política, que
orientaba a la CNT hacia una postura más constructiva dentro
de la lucha social.

Pero, el papel preponderante jugado por los moderados y


sindicalistas en los primeros meses de la vuelta a la legalidad
sería poco a poco contrarrestado por los sectores
anarcosindicalistas más radicales, que, con el apoyo de los
grupos anarquistas específicos —que celebrarían una
Conferencia regional en Barcelona, en diciembre de 1922, y
una nacional en Madrid, en marzo de 1923, en las que se

1041 «Lucha Social», 24-junio-1922, p. 1.


federarían regional y nacionalmente—, desatarían una ofensiva
en toda regla contra los considerados moderados o
«reformistas». Ofensiva que tendría especiales efectos en la
Regional catalana y, especialmente, en la federación local de
Barcelona, donde los enfrentamientos entre las diferentes
tendencias serían especialmente duros; al punto de que la
organización nacional decidiría, en el Pleno nacional celebrado
en Valencia, en julio de 1923, el traslado del CN de la CNT a
Sevilla, donde, por otra parte, era tendencia prácticamente
única la anarcosindicalista. En la propia Regional catalana, la
oposición de algunos sindicatos y los enfrentamientos entre la
federación local de Barcelona y el CR, al que se acusaba de
vulnerar los principios básicos de la Confederación, terminaría
por ocasionar la dimisión de éste, cuyo secretario general,
Roigé, denunciaría, en el Pleno regional de Lérida, de 29 de
julio de 1923, que éste «se hallaba desmembrado, por haber
retirado los Sindicatos sus respectivas delegaciones» y que no
podía actuar debido a la «animosidad de unos y a la poca
perseverancia de otros»1042. En este mismo Pleno regional, los
más destacados líderes sindicalistas —Roigé, Massoni, Solé,
Botella, Pestaña— tendrían que afrontar duras críticas de los
grupos anarquistas, cuyo portavoz oficial sería en aquella
ocasión Peña. Y como había ocurrido con el CN, el CR de
Cataluña fue también trasladado de Barcelona, en este caso a
Manresa. La propia muerte de Salvador Seguí, figura de primer
orden entre los sindicalistas, asesinado el 10 de marzo de 1923,
tendría un papel importante en la vuelta al predominio de los
sectores anarcosindicalistas más extremistas.

1042 «Soli», 24-agosto-1923, p. 4.


Con la llegada de la dictadura de Primo de Rivera, el
problema se complicaría, dada la diferente respuesta que este
fenómeno político ocasionaría entre los dos sectores. Pero, al
pasar a la clandestinidad la organización y ser de nuevo
excepcionales las circunstancias de desenvolvimiento de la
misma, es muy difícil seguir con claridad el papel que ambas
tendencias desempeñarían desde el punto de vista interno de
la Confederación.

«Solidaridad Obrera», de la que seguiría siendo director


Ángel Pestaña, prácticamente hasta que el Pleno regional del
30 de diciembre de 1923, celebrado en Granollers, en el que se
elegiría como nuevo director a Hermoso Plaja1043, no dejaría de
tomar parte en la contienda interna, denunciando la actitud de
los grupos anarquistas, por su intromisión en la actividad
sindical, actitud que era considerada como autoritaria y
antianarquista:

«Podrá decirse lo que se quiera —decía un editorial de la


«Soli»—, disfrazarlo con el nombre que parezca más sonoro,
más bello y hasta más atrayente; esto no importa y no tiene
eficacia, aunque no sea un factor despreciable; pero lo cierto,
lo innegable es que una ola de autoritarismo, pero de
autoritarismo que no tiene ni siquiera la disculpa de una
“dictadura inteligente”, ha invadido nuestros medios haciendo
casi imposible toda discusión y todo razonamiento.

No sabemos si achacarlo a la famosa “dictadura del


proletariado”, que tanto se ha combatido, pero que

1043 «Soli», 19-febrero-1933, p. 6.


paladinamente se practica, o al desquicie de valores morales
que han producido, de manera general, la guerra y la represión
en un radio más limitado; pero lo cierto es que el autoritarismo
reina como soberano y señor, impidiendo se manifieste el
menor destello de tolerancia» 1044. Insistiendo en este mismo
sentido, otro editorial, de 5 de septiembre, consideraba que el
exceso de autonomía y las actitudes tajantes o poco permisivas
de algunos cargos confederales venían a ser causa importante
del estado de disgregación interna por el que atravesaba la
CNT, poco antes de la dictadura de Primo de Rivera:

«Al margen, o paralelo a estas cuestiones de práctica y


táctica sindical, hay cuestiones de procedimiento que casi
nunca se tienen en cuenta. Se confunde la autonomía que goza
cada organización de por sí con el derecho a obrar según los
intereses y las conveniencias de cada uno, sin tener en cuenta
los intereses y las conveniencias de la colectividad, unidas por
una trabazón que liga casi siempre la suerte de un sindicato a
la suerte de todos.

Y aún hay —¡cómo no!— otras cuestiones que no son de


principios ni nada tienen que ver con las ideas. Y, sin embargo,
son el secreto de muchos fracasos y causa inicial de perder
lastimosamente el tiempo. Son cuestiones que pueden ser
catalogadas en un orden de respeto, de afecto y de
consideración, que no se adquiere con un cargo confederal ni
con nada»1045.

1044 «Influencias autoritarias», «Soli», 19-agosto-1923, p. 1.


1045 «Actividad sindical», «Soli», 5-septiembre-1923, p. 1.
— El «frente único»

Otros temas de menor trascendencia interna, aunque de


cierta relevancia desde el punto de vista de la ideología o de la
estrategia cenetista, ocuparon también un lugar importante en
los debates internos de la CNT durante este período. Uno de
ellos fue el tema del frente único proletario.

La idea del frente único, aunque no con esta denominación


exacta, fue lanzada en el tercer Congreso de la Internacional
Comunista, celebrado en Moscú, entre el 22 de junio y el 12 de
julio de 1921. Este Congreso, al que asistiría una nutrida
representación española —del PCE, del PCOE y de la CNT—
entre la que se encontraba la discutida delegación de la CNT,
formada por Andrés Nin, Joaquín Maurín, Jesús Ibáñez, Hilario
Arlandis y Gastón Leval, operando un cambio bastante radical
en la estrategia un tanto sectaria que hasta entonces había
seguido la Internacional, trató de acercar a los partidos
comunistas de una manera más eficaz a las masas proletarias, y
para ello lanzó la consigna «¡A las masas!». La reunión en la
Ejecutiva de la Internacional Comunista, reunida en diciembre
de ese mismo año, concretaría aún más esta consigna desde un
punto de vista teórico y emplearía ya la expresión frente único.
La estrategia del frente único se basaba en la constatación de
que los partidos socialistas europeos, a pesar de su actitud
durante la guerra europea, y su giro hacia la moderación
experimentado con posterioridad a la misma, seguían
contando con un considerable respaldo popular, que una
actitud sectaria y excesivamente radicalizada de los jóvenes
partidos comunistas no podía sino aumentar. Así pues, la
conquista de las masas, elemento indispensable para la victoria
revolucionaria 1046, pasaba necesariamente por una coalición
con los socialdemócratas en la lucha contra el capitalismo.

La consigna fue rápidamente traída a España por los


delegados asistentes al Congreso de la Internacional, que no
tardaron en lanzarla a las organizaciones obreras del país. Pero
la respuesta fue desigual. El PCE, que lograría su unificación en
noviembre de 1921, aceptó la nueva estrategia y puso la
consigna del frente único, en su primer Congreso, de marzo de
1922, como una de las metas más importantes e inmediatas a
conseguir1047. Por el contrario, en la CNT, la consigna vino muy
perjudicada por la nueva actitud de la Confederación hacia
Moscú y todas las directrices que pudieran venir de la
Internacional, a partir del momento del desplazamiento de los
probolcheviques del CN. Sin embargo, de manera general, la
CNT no llegaría a pronunciarse formalmente, sobre este tema;
me refiero, claro está, en Pleno o Conferencia1048.

1046 En su discurso del 1 de julio ante los delegados de la Internacional había dicho
Lenin: «En ningún país lograréis la victoria sin una preparación a fondo. Es suficiente un
partido pequeño para conducir a las masas. En determinados momentos no hay necesidad
de grandes organizadores. Mas, para la victoria es preciso contar con las simpatías de las
masas (...); para la victoria, para mantener el poder, es necesaria no sóloJa mayoría de la
clase obrera (...) sino también la mayoría de la población rural explotada y trabajadora»
(V. I. LENIN, «Obras escogidas», II, Moscú, 1960, p. 652).
1047 DOLORES IBARRURI y otros, «Historia del Partido Comunista de España»,
Varsovia, 1960, p. 34.
1048 Tras el desplazamiento de los probolcheviques del CN, el nuevo se pronunciaría
en más de una ocasión en contra del frente único; la primera vez ya a los pocos días de su
designación, en un manifiesto en el que se atacaba también a la ISR (vid. «Acción Social
Obrera», 18-marzo-1922).
La Conferencia de Zaragoza no llegó a estudiar el tema de
manera específica, sin embargo, la alusión al mismo aparecía
en más de una ocasión. El propio Seguí, en su intervención
acerca del tema de la Internacional Comunista, establecería un
criterio flexible acerca del mismo:

«El frente único puede aceptarse en las zonas o regiones


que necesiten de ello; nuestras ideas, francamente
federalistas, no pueden obligar lo que las organizaciones
pueden adoptar en determinados momentos»1049.

Y cuando se trató el tema de cuál habría de ser la respuesta


de la CNT a la ofensiva patronal, más de un delegado
propondría el frente único, lo que fue rechazado.

Por su parte, los sectores probolcheviques, organizados en


los ComitéS Sindicalistas Revolucionarios, aceptarían
prontamente la idea del frente único, que venía a coincidir
plenamente con la idea sindicalista revolucionaria, que ellos
defendían, de la unidad de toda la clase trabajadora en la lucha
contra el capital. En la declaración de principios aprobada en su
Conferencia fundacional, de 24 de diciembre de 1922, la
conquista del «frente único proletario» aparecía en el punto
tercero (véase apartado 1 de este capítulo).

Pero volviendo a la CNT, aunque entre los medios superiores


de la Confederación parece que el criterio que se impone es el
del rechazo del frente único, en el nivel regional, por el
contrario, parece que se siguió la política de flexibilidad que

1049 «Vida Nueva», 14-junio-1922, p. 3.


había propuesto Seguí en la Conferencia de Zaragoza, en junio
de 1922. Así, en el segundo Congreso de la CRT de Levante,
celebrado en Castellón el 7 de diciembre de 1922, si no la
constitución del frente único tal y como ellos parecían
entenderlo —la unificación de la clase trabajadora—, esta
Regional sí se declaró a favor de «una acción mancomunada
con todos los organismos obreros en todas las luchas sociales y
está dispuesta a inteligenciarse con los mismos» 1050 . Sin
embargo, a nivel central, como ya dijimos anteriormente, las
propuestas de frente único hechas por el joven PCE en el
verano de 1922, en torno a un programa concreto, en el que se
incluía la lucha contra el aumento de la jornada y la rebaja de
los salarios, la amnistía de los presos políticos y sociales, la
destitución de los gobernadores de Barcelona —Martínez
Anido— y de Bilbao —González Regueral—, la supresión de la
pena de muerte y el fin de la guerra de Marruecos, ni siquiera
fueron contestadas.

Pero, la estrategia del frente único, pensada en principio en


términos de ofensiva, vendría a recibir su mayor justificación
en el ascenso del fascismo, que, más allá que cualquier política

1050 Decía el acuerdo sobre este tema: «Considerando que para llegar a él [frente único]
son indispensables determinadas condiciones ambientales que hoy no existen.
Considerando además que esas condiciones no podrán ser creadas mientras no
desaparezca el encono con que luchan entre sí las fracciones que han de integrarlo, estima
que no puede hacer otra cosa que señalar al Congreso la conveniencia de realizar esfuerzos
tendientes a este fin, porque sería de resultados fecundos para la preparación
revolucionaria de las multitudes una inteligencia de todas las fracciones de izquierda que
aceptan sin reservas la lucha de clases, siempre y cuando se profesen todos los respetos
personales y colectivos, conservando, empero, cada una de ellas sus posiciones
ideológicas. Consecuentes con este criterio, la ponencia considera [y el Congreso aprueba]
indispensable para dar fe de su buen propósito, llegar a una acción mancomunada con
todos los organismos obreros en todas las luchas sociales y está dispuesta a inteligenciarse
con los mismos» (cit. en M. RÚEN ACAS A, op. cit., p. 175).
autoritaria, venía a destruir las bases mismas de la democracia
y, por tanto, las mínimas libertades necesarias para la
actuación de los organismos de la clase trabajadora. Así, a la
política de acercamiento a las masas, el fascismo iba a añadir al
frente único la connotación defensiva, de la libertad y de la
democracia, necesarias a la clase trabajadora, con la que
terminaría triunfando en los años treinta. Sin embargo, ni aun
esta connotación defensiva, ni aun el peligro fascista supondría
para la CNT suficiente motivación para un acercamiento a los
comunistas, que, a partir de la Conferencia de Zaragoza, de
junio de 1922, se convertirían para ella en una especie de bicha
de la que sólo se podía huir y a la que sólo se podía condenar
con todas las armas posibles.

Solamente cinco meses antes de la instauración de la


dictadura de Primo de Rivera, «Solidaridad Obrera» publicaría
un editorial con el significativo título «No hay que alarmarse.
En torno al fantasma», en el que se venía a relativizar la
importancia del fenómeno fascista y a menospreciar el peligro
de su instauración en nuestro país, ridiculizando a cuantos
«interesados» —los comunistas— agitaban tal «fantasma»:

«El fascismo —decía el editorial— ha podido ser, y lo ha


sido, un hecho en Italia, porque las derivaciones de la
guerra, el lastre que sobre ese país descargó la pugna
europea, facilitaron el paso a esa caricatura de dictadura
monárquica implantada por el mussolinismo, pero nada
más. El fascismo no puede ser transplantado a ningún otro
país, porque alejado de su ambiente natural languidecería
hasta desaparecer.
Ello no quiere decir que en otros países, España uno de
ellos, no se intente una imitación por grosera que sea (...).

Pero también nos parece que si la opinión reacciona, si se


enfrenta con ese fantasma que tanto agitan unos cuantos
interesados y las fuerzas reaccionarias que sienten
hundírsele el terreno que pisan y para sostenerse de pie
recurren a todo, incluso el crimen, no sucederá nada, nada,
absolutamente nada, y los iniciadores de esa caricatura del
fascismo, propio para andar por casa y en pantuflas,
correrán un ridículo espantoso perseguidos por las
cuchufletas y la mofa de las gentes que tengan un poco de
sentido común y conciencia de lo serio que es todo cuanto
afecte a los intereses generales de una nación.

No negamos, entiéndase bien, que se intente en España


un golpe de Estado para entronizar el fascismo; lo que
decimos es que no debe concedérsele, a cuanto con el
fascismo en España tenga relación, más que una limitada
beligerancia, y la condenación más absoluta de cuanto se
haga para implantarlo» 1051.

Así pues, prescindiendo de esporádicas colaboraciones con


otros grupos ideológicos de la clase trabajadora,
fundamentalmente en sectores donde la CNT era de carácter
minoritario, la tesis del frente único no halló en la
Confederación, como tampoco la hallaría en la UGT ni en el
PSOE, la respuesta que los comunistas podían esperar.
Solamente los Comités Sindicalistas Revolucionarios, cuyos

1051 «Soli», 27-marzo-1923, p. 2.


dirigentes no tardarían en converger en el PCE, asumieron la
consigna y fueron sus más fieles defensores dentro de la CNT.

3. El problema de la adhesión a la Internacional

Como vimos en el anterior capítulo, las circunstancias


especiales de represión y clandestinidad por las que pasaba la
CNT en el año 1920, determinaron que, a pesar de que ello no
estaba previsto así en un principio, fuese Ángel Pestaña quien
llevase la representación de la CNT ante la Tercera
Internacional.

La misión de Pestaña, a resultas de los acuerdos del Congreso


nacional de 1919, como él mismo nos dice en la Memoria de su
gestión 1052 , consistía fundamentalmente en entregar la
adhesión de la CNT a la Internacional Comunista y en «estudiar
la organización política, social y económica que en aquel país
ha establecido el Gobierno de los soviets».

Pero cuando se encontraba ya en camino, se tuvo noticias de


la convocatoria del Segundo Congreso de la IC, que se
celebraría en Moscú del 23 de julio al 7 de agosto, con lo que el
mandato de Pestaña se extendió a la representación de la CNT
en este Congreso, sin fijarle patrón alguno de actuación.

1052 «Memoria que al Comité de la Confederación Nacional del Trabajo presenta de su


gestión en el II Congreso de la Tercera Internacional el delegado Ángel Pestaña», Madrid,
1921.
La actividad de Pestaña en Rusia, en el largo período que
permaneció allí —del 26 de junio al 6 de septiembre de 1920—
fue muy amplia. Como representante de la CNT, participó en
las tareas del Comité de la IC y en el segundo Congreso de la
misma, donde se le incluyó en la comisión que estudiaría el
papel de los sindicatos y su relación con la Internacional y los
partidos comunistas. Pero, como miembro del Comité de la IC,
participó también en las tareas preparatorias y organizadoras
de lo que habría de ser la Internacional Sindical Roja, que se
llevarían a cabo paralelamente a la celebración del Congreso de
la IC.

De los detalles de su actuación en cada una de estas


actividades de Pestaña informaría con precisión en su
Memoria, por lo que no vamos a entrar aquí en el relato de las
mismas, y simplemente nos referiremos a ellas en la medida en
que sea estrictamente necesario para nuestro análisis.

A su regreso de Rusia, Pestaña sería inmediatamente


detenido, lo que impediría que informase al CN de la CNT de su
gestión ante la IC. Por otra parte, la represión anticenetista que
se había iniciado en enero de 1920, se incrementaría aún más
hacia finales de año, con la designación —el 8 de noviembre—
de Martínez Anido como gobernador civil de Barcelona. Y ello,
con la clandestinidad que tal situación exigía a la CNT y el
encarcelamiento de los líderes más famosos, que determinó
que el CN pasase a manos de cuadros nuevos, menos
conocidos en los medios confederales, contribuiría también a
impedir el que el nuevo CN estableciese cualquier tipo de
contacto «oficial» con Pestaña a su regreso de Moscú, en
septiembre de 1920. De cualquier manera, parece, sin
embargo, que en un primer momento la información que
Pestaña traía de Rusia no era del todo negativa, como luego
resultaría, quizá producto de los hechos que luego allí se
produjeron y del juego de las tensiones dentro de la
Confederación. Salvador Seguí, que debió tener algún tipo de
contacto con Pestaña en el momento de su regreso, diría en
una entrevista concedida por entonces al periódico «Nuevo
Heraldo», que éste «le había hablado en la confianza de la
amistad y que le había confesado que venía entusiasmado del
Congreso de la Internacional Sindical Roja [sic] a que había
asistido en nombre de la CNT»1053.

En su larga estancia en la cárcel de Barcelona, Pestaña


escribiría su citada «Memoria», que fecharía en noviembre de
1921, a la que añadiría más tarde un análisis personal, con
juicios de tipo teórico, sobre lo que en su estancia en Rusia
había podido conocer del proceso revolucionario bolchevique,
y que fecharía también en la cárcel de Barcelona, en marzo de
1922 (aunque, según él mismo relata en el texto de este último
trabajo, escribió ambos en junio de 1921).

Mientras Pestaña permanecía en prisión, fuera, la detención


y asesinato, mediante la aplicación de la «ley de fugas», del
entonces secretario general de la CNT, Evelio Boal, y de otros
destacados dirigentes había determinado el que el CN pasase a
manos de las nuevas generaciones sindicalistas revolucionarias
de la Confederación, nombrándose secretario general a Andrés
Nin, quien desde 1919 pertenecía al Sindicato de Profesiones

1053 Vid. J. ARQUER, «Salvador Seguí (Noi del Sucre) 1887-1923. Treinta y seis años de
una vida», Barcelona, s.f. (aprox. 1932), p. 23-24.
Liberales de la CNT, el cual había colaborado a crear.

La tendencia que Nin representaba en aquellos momentos,


recién abandonada su militancia en el PSOE, era puramente
revolucionaria y sindicalista 1054, y como tal, su posición y la de
los que entonces dirigirían a la CNT era claramente favorable a
la adhesión de la central a la IC, que ya se había acordado
eventualmente en el Congreso de 1919. Sin embargo, a lo largo
de los años que seguirían al citado Congreso, las informaciones
que se tendrían del proceso revolucionario ruso se irían
ampliando notablemente y, claro está, con ellas llegarían las
críticas al mismo. Aparte de las consabidas críticas de la prensa
burguesa, llegarían a los medios confederales también las
primeras informaciones que destacadas plumas del
anarquismo continental y americano irían escribiendo en la
prensa anarquista sobre el fenómeno ruso. Las críticas de
Malatesta, Emma Goldman, Alexander Berkaman, J. Grave,
Rudolf Rocker, etc., serían inmediatamente traducidas y
publicadas en revistas y periódicos obreros españoles, como
«La Revista Blanca», «Nueva Senda», «Tierra y Libertad», «El
Productor», «Redención», etc., críticas a las que se añadirían las
de viejos militantes españoles como Prat, Urales, Claramunt y
otros, haciéndose eco de las primeras. Todas estas
informaciones no podían menos que ir produciendo un cierto
estado de opinión contrario a la IC y a la permanencia de la
CNT en la misma; opinión que se hacía más decidida en este
sentido entre los medios más cercanos al anarquismo, quienes,

1054 Según sus propias declaraciones, Nin dejaría el PSOE en 1919, para pasar a militar
activamente en la CNT, por su carácter revolucionario y para poder luchar «en el puro
terreno de la lucha de clases» (De una intervención de Nin en el Congreso de la CNT de
1919; CNT «Memoria del Congreso... de 1919», cit., p. 373).
contradictoriamente, habían sido en un principio los más
fogosos defensores de la revolución rusa.

Pero, por si las informaciones provenientes de la prensa


burguesa y anarquista no fuesen suficientes como para crear
un malestar en la Confederación con respecto a la IC, la
actuación del delegado de ésta en España vendría a complicar
más la situación. Borodín, enviado por Moscú a España en
1920, se trajo consigo los esquemas clásicos provenientes del
análisis de la situación sociopolítica de los países desarrollados
de Europa, donde la oposición más numerosa, de carácter
revolucionario, a los partidos socialdemócratas clásicos se
encontraba precisamente en la más o menos numerosa ala
izquierda de los mismos. Siguiendo este esquema, Borodín se
dirigió a Madrid, donde se puso en contacto con el grupo que
dirigían García Cortés, Merino Gracia y otros jóvenes
socialistas, del cual saldría, en abril de 1920, el primer Partido
Comunista Español. Pero, como diría años más tarde Joaquín
Maurín 1055 , la actuación del delegado de la Internacional
supuso un grave error, dado que en España la gran oposición a
las tácticas reformistas del partido socialista no se encontraba
en su ala izquierda, muy reducida, sino precisamente en la CNT,
que recogía en su seno al sector más revolucionario del
proletariado español; la cual, además, acababa de adherirse,
por decisión ampliamente mayoritaria, a la IC, en su Congreso
de diciembre de 1919. El haber ignorado a la CNT en este
decisivo momento del surgimiento del comunismo en España
sería un grave error de inevitables consecuencias para el

1055 J. MAURÍN, «El Bloque Obrero y Campesino. Origen. Actividad. Perspectivas»,


Barcelona, 1932.
desarrollo de éste. Pero, si grave fue este inicio, más grave fue
aún la política sectaria que seguiría el neófito PCE, el cual
desde su órgano «El Comunista» no repararía en ataques
contra los sindicalistas cenetistas. Ello no podía menos que
afectar también a los sectores cenetistas, sensibilizados ya
contra la revolución rusa y la IC, por las informaciones que
recibían en la prensa anarquista.

En medio de esta situación altamente problemática


—persecución, clandestinidad, críticas a su actuación y
tendencia— el CN de la CNT convocó el Pleno Nacional de
Barcelona —más conocido por el «Pleno de Lérida», dado que
se había convocado en principio en esta ciudad, para despistar
a la policía 1056, que se celebraría el 28 de abril de 1921.
Entonces, aún no se tenía noticia alguna de las gestiones de
Ángel Pestaña en Rusia, ni de su informe sobre las mismas. Al
Pleno, que se celebraría en la casa de un militante del barrio de
Pueblo Seco, asistirían: Nin, por el CN; Jesús Ibáñez, por
Asturias; Hilario Arlandis, por Levante; Jesús Arenas, por
Galicia; Joaquín Maurín, por Cataluña y Arturo Parera, por
Aragón; faltando los delegados de las Regionales del Centro,
Norte y Andalucía. En este Pleno, que, además, abordaría el
estudio de la situación por la que se atravesaba, rechazándose
la utilización del terrorismo para salir de la misma, como
proponía el delegado aragonés, se decidió el nombramiento de
la delegación cenetista que habría de asistir en Rusia al tercer
Congreso de la IC y al primero de la Internacional Sindical Roja,
que habrían de iniciarse en Moscú, respectivamente los días 22

1056 J. MAURÍN, «La CNT y la III Internacional», en «España Libre», Toulouse,


6-noviembre-1960; D. ABAD DE SANTILLÁN, op. cit., II, p. 291; V. ALBA, «El
marxisme...», I, p. 21.
de junio y 3 de julio de 1921. La delegación cenetista, elegida
bajo el criterio de la necesidad de que los delegados hablasen
al menos una lengua extranjera —el francés era el más
conocido—, quedó formada por Nin, Maurín, Ibáñez y Arlandis,
a quienes se añadió, a propuesta de este último, un
representante de los grupos anarquistas, que resultó ser el
francés Gastón Leval (pseudónimo de Pierre R. Piller)1057.

Una vez en Rusia, la actuación más destacada la tendrían los


delegados cenetistas y en el Congreso de ISR, en donde
participaron activamente en las comisiones y en las discusiones
del mismo. Sin embargo, en el Congreso de la IC sólo
participarían como meros asistentes1058.

Los delegados de la CNT, como ya había ocurrido con Pestaña


el año anterior, no dejaron de manifestar, en el Congreso de la
ISR, su oposición a la concepción de la misma que los

1057 Id.; J. MAURÍN, «El Bloque...», cit., p. 7. A. BUESO sostiene, no sólo que el Pleno se
celebró en Lérida, lugar donde los partidarios de la IC eran mayoría, sino que la delegación
nombrada estaba formada por: Nin, Maurín, Arlandis, Ibáñez, Víctor Colomer, Desiderio
Trillas y José Jover, a quienes se uniría, sin ser nombrado, Grau Jassans («Recuerdos...»,
cit., p. 158). Sobre la discutida legalidad de la designación de esta delegación cenetista,
diría años más tarde Andrés Nin: «Dicha delegación (...) fue objeto después del Congreso
[de la ISR] de una violenta campaña por parte de los elementos sectarios de la CNT, que la
acusaban de haber sido nombrada ilegalmente y de haber violado su mandato. Aclaremos,
ante todo, lo de la ilegitimidad del nombramiento. La delegación fue nombrada
unánimemente por el Pleno de representantes de todas las regiones, que se celebró en abril
de 1921. La legitimidad de esa designación es irreprochable» (A. NIN, «Las
organizaciones obreras internacionales», Madrid, 1933, p. 79).
1058 La presencia de los delegados de los dos partidos comunistas españoles —el PCE y
el PCO— redujo el protagonismo de la delegación cenetista, con respecto al que había
tenido la del año anterior, que la ostentaba Pestaña. Como diría más tarde Maurín: «Los
delegados de la CNT, al llegar a Moscú tuvimos que constatar que la CNT había pasado a
ser un invitado de segunda fila. La primera plaza la ocupaba un hipotético Partido
Comunista Español cuyo líder máximo era Merino Gracia (...). Partido Comunista
Español, más conocido en Moscú que en España» (op. cit., p. 7-8).
comunistas rusos querían imponer, protestando contra la
pretensión de convertir a la ISR en un mero apéndice sindical
de la IC —que era de contenido eminentemente político—, a la
cual quedaría sometida. La independencia y la autonomía de
los sindicatos, concepciones sindicalistas que los delegados
cenetistas tenían bien asumidas, chocaban rotundamente con
la visión del papel de los sindicatos, sometidos a las directrices
del partido comunista, que en Moscú se trataba de imponer.
Ellos mismos habían mantenido y mantendrían una lucha
similar, en contra del predominio anarquista, en el seno de la
CNT en España. Sin embargo, como también había ocurrjdo con
Pestaña anteriormente, a pesar de sus reservas con respecto a
muchos de los planteamientos que allí se consagrarían,
mantuvieron la vinculación de la CNT a los citados organismos
internacionales 1059, e, incluso, Andrés Nin, que no volvería
inmediatamente a España por temor a ser detenido por la
policía, que le buscaba intensamente como posible implicado
—como secretario de la CNT que era— en el asesinato de Dato,
después de un intento frustrado de regreso, siendo detenido
en Alemania, terminaría volviendo a Rusia, donde pasaría a
formar parte del secretariado de la ISR1060.

1059 Como diría más tarde Nin: «En el Congreso, la delegación votó y defendió la
resolución en que se establecía la necesidad de un estrecho contacto con la IC. No podía
obrar de otro modo, pues estaba ligada por el acuerdo de adhesión a la III Internacional
adoptado por el II Congreso de la CNT celebrado en Madrid, en 1919» («Las
Organizaciones Obreras Internacionales», Madrid, 1933, p. 79). Por otra parte, aunque
Pestaña hubiera sostenido no haber firmado la declaración inicial y la convocatoria de la
ISR, según el delegado francés Rosmer, esto no es cierto, y la convocatoria inicial de la
ISR aparecía firmada por Pestaña, junto con Lozovsky, D Arragona, N. Chablin, Rosmer,
Milkich y Mikatze (Id., p. 74; COMÍN COLOMER, op. cit., I, p. 111).
1060 Sobre Andrés Nin, vid.: A. NIN, «Els moviments d emancipació nacional. L aspecte
teóric i la solució práctica de la qüestió»(con una introducción biográfica de WILEBALDO
Los sectores más contrarios a la permanencia de la CNT en el
seno de la IC, descontentos con el envío de la citada
delegación, en cuya elección no habían participado las
representaciones de las Regionales del Norte, Centro y
Andalucía —que eran las Regionales donde eran mayoritarios
los contrarios a la Internacional—, mientras ésta permanecía
aún en Rusia, lograron que se reuniera un nuevo Pleno
nacional con el fin fundamental de analizar la oportunidad y la
regularidad de la decisión del Pleno nacional anterior de enviar
la citada representación a Rusia. Este Pleno, que se celebraría
en Madrid1061, los días 14 y 15 de agosto de 1921, sería más
numeroso que el anterior, reuniendo a 34 delegados de la
totalidad de las Regionales de la CNT, excepto Levante; siendo
las delegaciones más numerosas precisamente las que a priori
acudían con una actitud contraria a la seguida por el CN1062. Sin
embargo, el Pleno, que más que un auténtico Pleno era una
pequeña conferencia, o Pleno ampliado, por el número de
delegados asistentes, al contrario de lo que cabía esperar, no
resolvió en el sentido en que los contrarios a la IC deseaban, si
bien se preocupó por recordar la finalidad comunista libertaria
de la CNT, acordada en el Congreso de 19191063.

SOLANO: «Andreu Nin. Assaig biografíe», pp. 23-65), París, 1970; A. NIN,
«LOSproblemas de la revolución española»(introducción de J. ANDRADE), París, 1971; V.
ALBA, op. cit., III: «Andreu Nin»; PELAI PAGES, «Andreu Nin:SU evolución política
(1911-1937)», Madrid, 1975; F. BONAMUSA, «Andreu Nin y el movimiento comunista en
España (1930-1937)», Barcelona, 1977.
1061 Algunos historiadores, basándose en nuevos informes erróneos de Buenacasa,
sostienen que tuvo lugar en Logroño. Véase nota 67.
1062 Aragón acudía con 6 delegados; la Regional del Norte con 7; Castilla con 5;
Andalucía con 4; mientras que Cataluña acudía con 5; Baleares 2; y Africa, Galicia y
Asturias uno cada una; aparte, asistía el CN («Lucha Social», 27-agosto-1921, p. 2).
1063 «Lucha Social», de Lérida, del 27-agosto-1921, p. 2, publicaría una reseña del
En primer lugar, en términos generales, el Pleno acordó dar
libertad de acción al CN en la lucha que sostenía en contra de
la represión, pero fijando el principio de que su actuación no
debía suponer una rectificación, sino una ratificación de los
procedimientos empleados hasta el momento por la CNT.

En segundo lugar, sobre el tema de la IC y de la adhesión de


la CNT a la ISR, se decidió no llegar a ningún acuerdo definitivo
hasta que regresase la delegación enviada a Rusia y ésta
informase debidamente de sus gestiones en Moscú, reuniendo
para ello un nuevo Pleno nacional, en cuanto ésta regresase.
Pero, además, en torno a este tema, el Pleno ratificaría la
finalidad comunista libertaria de la CNT, adoptada en el
Congreso de 1919, a modo de advertencia o recordatorio para
quienes podían poner en contradicción a la CNT con sus
propios principios, sin que éstos hubiesen sido previamente
modificados en Congreso, recalcando la independencia de la
misma respecto de cualquier partido político, y su
autosuficiencia para «preparar, dirigir y llevar a cabo la
revolución social»1064.

Así, el Pleno de Madrid, venía a establecer un paréntesis en


la condena de la actuación del CN, a la espera de los informes
de Rusia. Pero, por otro lado, recalcaba la finalidad anárquica
de la Confederación y su total independencia de los partidos
políticos, lo que suponía una ratificación, en lo ideológico, de
las tesis de los anarcosindicalistas. Si bien, si se prescindiera del
contexto y de quienes forzaban tal tipo de declaraciones, la

Pleno, en la cual basamos esencialmente nuestra información.


1064 Véase parte de este acuerdo anteriormente en este trabajo.
declarada autosuficiencia de la Confederación y su
independencia ideológica podría ser perfectamente aplicable
también a los propios anarquistas, como ya dijimos
anteriormente.

Por otra parte, aunque la CNT no tenía aún los informes


oficiales de su delegación ante la Internacional, por aquel
entonces ya podía tener una idea bastante aproximada de la
significación y contenido de los Congresos de la IC y de la ISR,
que se clausurarían apenas unos días antes de la celebración
del Pleno Nacional a que nos referimos. Así, aunque ni siquiera
se conociera tampoco el informe de Ángel Pestaña, que había
viajado a Rusia el año anterior, la prensa se hacía eco con
frecuencia del fenómeno ruso. Pero, además, del 9 al 13 de
abril, el PSOE había celebrado su Congreso extraordinario, en el
que Fernando de los Ríos y Daniel Anguiano informarían
oficialmente de sus gestiones ante el segundo Congreso de la
IC, al que habían asistido, al igual que Pestaña, el año anterior.
La discusión interna ea el Partido Socialista, de cuyo resultado
apretado saldría una nueva escisión que daría lugar al segundo
partido comunista español, suministraría suficientes datos, que
aparecerían en la prensa obrera, como para que la CNT se
fuese haciendo con esa idea aproximada de lo que en Rusia
sucedía y del significado de los Congresos internacionales
citados.

Por ello no es de extrañar la especial insistencia que el Pleno


Nacional de agosto pondría, en su resolución, en el tema de la
independencia y autosuficiencia de la CNT, como si ya se
tuviese un conocimiento exacto del papel dependiente de la
dirección del partido que los comunistas rusos atribuían a los
sindicatos, en los Congresos de la IC y de la ISR; cosa que la CNT
no podría admitir, y menos de un partido político de línea
—ahora se sabía con precisión— tan opuesta a la propia, que,
por lo demás —y como ya hemos dicho—, no se recataba
tampoco en criticar la estrategia sindicalista.

Cuando la delegación cenetista hubo regresado a España1065,


el CN, como había sido acordado en el Pleno anterior, convocó
un nuevo Pleno Nacional para recibir los informes de la misma.
El Pleno Nacional se celebraría en Barcelona, los días 15 y 16 de
octubre de 1921, y a él asistirían delegados de las Regionales
de Cataluña, Levante, Castilla, Andalucía, Norte, Asturias y
Aragón. En realidad, de la delegación enviada a Rusia sólo pudo
informar Joaquín Maurín, que fue el único delegado que logró
evitar la detención a su regreso a España.

Sobre este Pleno, como sobre el que nos referimos


anteriormente, se han dado toda una serie de informaciones
que no corresponden exactamente a la realidad y que
contribuyen a dar una visión deformada de los hechos. En
primer lugar, este Pleno, según informes del CN1066, se realizó
en Barcelona, que era la sede del CN, y no en Lérida, como
algunos historiadores han sostenido, y a él asistieron delegados

1065 Acabado el Congreso de la ISR, Joaquín Maurín y Jesús Ibáñez iniciaron el regreso
a España, a finales de agosto de 1921. Ya en España, Ibáñez sería detenido por la policía,
pero no así Maurín, que viajaba con nombre falso. Arlandis y Leval que regresarían con
Nin un poco más tarde, después de haber sido retenidos en Alemania —como Maurín e
Ibáñez, antes—, serían también detenidos al llegar a España. Por su parte, Nin, cuando fue
liberado en Alemania, regresaría a Rusia, donde permanecería hasta septiembre de 1930,
en que volvería a España («Lucha Social», 26-noviembre- 1921 y 18-marzo-1922; V.
ALBA, op. cit., I, p. 24; PELAI PAGES, op. cit., p. 93; F. BONAMUSA, op. cit., p. 25).
1066 «Lucha Social»y 19-noviembre-1921, p. 3.
de todas las Regionales, excepto de Galicia, y no solamente una
representación amañada por los probolcheviques, como
también se ha sostenido1067.

En este Pleno, se discutió vivamente sobre el tema del envío


de la delegación cenetista a los Congresos de la IC y de la ISR,
acordándose, en primer lugar, que el nombramiento de la
misma, acordado en el Pleno Nacional de abril, era
perfectamente regular; pero, además, no sin gran debate se
acordaría también, una vez oído el informe de Maurín, que,
antes de tomar una decisión firme con respecto a la adhesión a
la ISR, procedía que los sindicatos se informasen bien de las
decisiones adoptadas en el Congreso de la ISR y del alcance de
las mismas para la CNT. Ello se acordaría por doce votos contra
seis. El acuerdo no está carente de lógica, dado que las
condiciones de clandestinidad en las que se vivía impedían el
que los acuerdos de Moscú pudiesen ser comunicados a la base
confederal con la suficiente rapidez como para que ésta
hubiese podido pronunciarse ya definitivamente en el citado
Pleno sobre ellos. Por otra parte, al ser Maurín el único
informante, la información era necesariamente incompleta, al
menos desde el punto de vista de la lucha de tendencias, por lo

1067 Esta visión, muy comente en la historiografía anarquista, ha sido sostenida incluso
por estudios de gran objetividad científica, como el de G. H. MEAKER, «La izquierda
revolucionaria en España (1914-1923)», cit., quien en la pág. 542 (421 de la edición
americana) llega a referirse al citado Pleno en los siguientes términos: «En octubre, aún
cuando la mayoría de los delegados no habían vuelto a España, los
sindicalistas-comunistas tomaron el desquite celebrando un pleno “nacional” por su
cuenta con objeto de examinar la conducta de los delegados en Moscú. Celebrada en el
más cordial ambiente de Lérida, el 15 y 16 de octubre, la reunión demostró una disposición
favorable hacia la Profintern. Acordó que la elección de la delegación había sido
“correcta” y que no se podía enjuiciar su conducta en Moscú hasta que los miembros de la
CNT tuvieran la ocasión de familiarizarse con las resoluciones de la Profintern.»
que era mejor esperar a conocer la versión de algún otro
delegado, que, como Gastón Leval, pudiese dar una versión
desde un punto de vista diferente al de Maurín.

La discusión habida y los resultados de la votación realizada


sobre este tema, desmienten claramente la existencia de
amagamiento o unanimidad artificialmente buscada, como se
ha pretendido por algunos historiadores; sobre todo, si se
considera este Pleno en relación con los resultados de los dos
anteriores.

Por otra parte, el Pleno rechazaría la pretensión de los


sectores más contrarios a la gestión del CN, de trasladar la
residencia del mismo fuera de Barcelona, lo que equivaldría a
ponerlo en manos de un sector ideológico diferente a la línea
sindicalista que entonces se seguía y que era la que
predominaba en la organización catalana 1068.

Pero los sectores anarcosindicalistas, contrarios al ingreso de


la CNT en la ISR y a su permanencia en la IC, no cesaron en su
lucha por cambiar la línea que el CN —cuyo secretario general,
a su vuelta de Rusia, era Maurín— imprimía a la Confederación,
desatando una fuerte campaña en contra del mismo y de la
Internacional, a la cabeza de la cual se encontraba la Regional
del Norte —cuyo secretario general era entonces Galo Diez—,
que reclamaba para sí, a pesar del acuerdo del Pleno nacional
de octubre, la detentación del CN.

Pero, la balanza se inclinaría pronto en contra de quienes

1068 «Lucha Social», 19-noviembre-1921, p. 3.


apoyaban a la Internacional. A finales de año, el informe crítico
de Pestaña vería la luz, publicado por «Nueva Senda», de
Madrid (véase nota 101), y su influencia sería decisiva, pues al
prestigio del autor se unía el hallar ya un campo preparado. Por
otra parte, el propio Maurín sería detenido en febrero de 1922,
después de haber logrado evitar su detención durante varios
meses, desde su regreso a España desde Rusia, y su detención
daría lugar a un cambio de formación en el CN, cuya secretaría
pasaría a ocupar a partir de entonces Juan Peiró.

El 26 de marzo, en un Pleno regional de la CRT de Cataluña,


Peiró anunciaría ya que se estaba preparando una reunión de
carácter nacional en la que se abordaría de manera definitiva el
tema de la Internacional 1069. Pero el sentido en el que el tema
sería abordado venía también anunciado por los primeros
manifiestos del nuevo CN, en uno de los cuales se declaraba a
la CNT como una organización de carácter anarquista, enemiga
del Estado y de cualquier tipo de dictadura (véase lo dicho en el
apartado 1 de este capítulo) y en otro se atacaba directamente
a la ISR y a la consigna del frente único, adoptada por la IC y la
ISR a consecuencia de los acuerdos del tercer Congreso de la
primera1070.

Efectivamente, unos meses después, el 11 de junio de 1922,


se inaugurarían las sesiones de la Conferencia nacional de la
CNT en Zaragoza, la cual pretendía ser como un primer acto
preparatorio del Congreso nacional que la CNT debería celebrar
en su nueva vuelta a la legalidad. En la Conferencia de Zaragoza

1069 «Acción Social Obrera», 8-abril-1922.


1070 «Acción Social Obrera», 18-marzo-1922.
el tema de la adhesión a la IC y a la ISR parecía precisamente
como uno de los temas principales.

El tratamiento del tema se abriría precisamente con la


intervención de Pestaña, que expondría en la primera sesión
un resumen de lo que era su informe sobre su actuación como
delegado cenetista cerca de la IC en junio-septiembre de 1920.
En realidad su informe, escrito durante su estancia en la cárcel
y dividido en dos partes, fechadas en noviembre de 1921 y
marzo de 1922 respectivamente, al menos en su parte primera,
ya era bien conocido por la mayoría de los delegados, por
haber sido publicado a finales de 1921.

Sin embargo, la segunda parte del mismo, en la que Pestaña


hacía una serie de juicios personales en base a los datos que
había ofrecido en la primera no era aún conocida, dado que no
sería publicada hasta más tarde.

Pero la intervención de Pestaña, quizá condicionada por el


momento, tuvo, si no un contenido, sí unas conclusiones un
tanto diferentes a las que él mismo había llegado en la segunda
parte de su informe. En su intervención en la Conferencia de
Zaragoza, Pestaña concluiría la necesidad de apartarse de la ISR
a la que consideraría como «la Internacional económica de la
Internacional Comunista», es decir, como un apéndice sindical
de la Internacional política, que era la IC1071.

Sin embargo, en la segunda parte de su informe, que sería


publicado posteriormente 1072 , Pestaña no concluiría

1071 «Vida Nueva», 12-junio-1922, p. 3.


1072 A. PESTAÑA, «Setenta días en Rusia. Lo que yo pienso», Barcelona, 1925. Existe
automáticamente la necesidad de la separación de la IC y de la
ISR; por el contrario, diría, textualmente:

«Después de lo escrito por mí en las páginas que


anteceden, parecerá debo aconsejar nuestra retirada; pues
bien, no; según mi criterio debemos continuar adheridos a
la Tercera Internacional» 1073.

Pero ello lo sujetaba Pestaña a una serie de consideraciones


o «contingencias», como él decía, que eran las siguientes:

En primer lugar, la permanencia de la CNT en la IC debería


estar sujeta a una revisión del concepto de comunismo que los
soviéticos querían imponer a la misma; pero, al mismo tiempo,
consideraba que la permanencia de la CNT en la IC era la mejor
garantía para evitar que ese concepto de comunismo (que
denomina «de cuartel») se impusiese, y triunfase, por el
contrario, el concepto libertario del mismo:

«No queremos, pues, que en tanto que comunistas se


nos confunda con los comunistas de última hora. Por eso
nuestros principios comunistas libertarios deben entrar con
nosotros en la Tercera Internacional y nada hemos de
rectificar al acuerdo del Congreso del Teatro de la Comedia
de Madrid» (se refiere al Congreso de 1919)1074.

En segundo lugar, la CNT debería de conservar su autonomía

una edición moderna, con el título: «Consideraciones y juicios acerca de la Tercera


Internacional», Madrid, 1968.
1073 Id., p. 40.
1074 Id., p. 41.
y tratar de imponer sus concepciones federalistas y
autonomistas, y antiburocráticas, a la Internacional.

En tercer lugar, la revolución rusa constituía un foco


revolucionario mundial, por lo que había que estar cerca de
ella, colaborando con ella, y el único medio existente para
hacerlo era la Tercera Internacional. Por eso también había que
permanecer en ella, pero «tal cual somos —decía— y debemos
ser admitidos a esta condición» 1075. Y llegaba a añadir:

«Entre la revolución rusa y el proletariado de todos los


países se interpone el Partido Comunista, y nosotros por
ahora no tenemos otro medio de llegar al pueblo
revolucionario que marchando de acuerdo con ese mismo
Partido.»

Y completaba:

«Conocidos que nos son sus defectos, sus opiniones y los


fines que persigue, nos hallamos en condiciones ventajosas
para luchar contra él, y cada concesión que le arranquemos
será un estorbo más suprimido en el camino que la
revolución ha de recorrer. Claro que si se encuentra otro
medio de ponerse en contacto con el pueblo revolucionario
prescindiendo de la Tercera Internacional, entonces mis
razonamientos han perdido una gran parte de su eficacia y
se hallan sujetos a revisión, pudiéndose optar por el otro
medio que las circunstancias nos han puesto delante»1076.

1075 Id., p. 47.


1076 Id., p. 48-49.
No están nada claras las circunstancias que podían haber
hecho a Pestaña cambiar su criterio, con respecto a lo que
había escrito poco antes de la Conferencia y que publicaría más
tarde sin modificar una coma. Claro que se podría decir que
Pestaña se refiere en su escrito solamente a la IC y no habla de
la ISR; sin embargo, cabe decir a este respecto, que, tal y como
estaban planteadas las cosas, en la Conferencia de Zaragoza se
trató el problema de la adhesión a la IC y a la ISR como si se
tratase de la misma cosa, sin establecer grandes distingos, y
cuando se hablaba de la retirada de la Internacional se referían
indiscriminadamente a ambas internacionales. En este sentido,
pues, la actitud de Pestaña no deja de ser contradictoria.

Tras la intervención de Pestaña, primer delegado a Rusia en


1920, se pasó a discutir el informe de la segunda delegación, la
de 1921. De los delegados que entonces habían viajado a Rusia,
sólo estuvo presente en la Conferencia Hilario Arlandis, dado
que de Gastón Leval se leyó sú informe, que había enviado
escrito; Nin se hallaba en Moscú, en donde permanecería hasta
1930; Maurín no pudo asistir debido a las heridas ocasionadas
en un atentado que había sufrido hacía poco tiempo; y Jesús
Ibáñez no debió ser invitado.

En su informe, Arlandis se manifestó claramente favorable a


la Internacional, concluyendo la necesidad de la permanencia
en la misma, aún a costa de aceptar la dictadura del
proletariado, establecida en los programas de la IC y de la ISR;
alegando, por otra parte, que ambas internacionales eran
diferentes y que la pertenencia a la ISR no comprometía la
independencia y autonomía de la CNT, pues ambas
internacionales podían actuar con plena independencia1077.

Por su parte, el informe leído de Gastón Leval se manifestaba


claramente contrario a la IC y a sus principios, que consideraba
contradictorios con los de la CNT1078.

En la discusión habida, la mayoría de las intervenciones se


manifestaron claramente contrarias a la Internacional
moscovita e insistirían, en el aspecto teórico, en la crítica de
concepciones como la de la dictadura del proletariado, a la que
no admitían ya ni como un hecho eventual derivado del propio
proceso revolucionario. Pero no todas las intervenciones
contrarias a la Internacional y al envío de la segunda
delegación cenetista fueron igual de duras. Así, mientras
algunos delegados, como Manuel Buenacasa, que
representaba en esta ocasión a la CRT de Aragón, de la que era
secretario general, exigieron «la separación absoluta,
inmediata y radical de Moscú y el ingreso en principio en la AIT,
con sede en Berlín» 1079 , otras delegaciones, en tono más

1077 «Vida Nueva», 12-junio-1922, p. 3; «LuchaSocial», 24-junio-1922, p. 1. El extenso


informe de Hilario Arlandis, que no leyó completamente en la Conferencia, sería
publicado seriadamente por «Lucha Social» en los meses del verano de 1922.
1078 «Vida Nueva», 12-junió-1922, p. 3. El informe de Leval a la Conferencia debió ser
publicado entonces en algún periódico cenetista (quizá «Solidaridad Obrera» de
Valencia), pero no hemos podido llegar a consultarlo. Con posterioridad, como Pestaña,
escribiría una especie de memoria autobiográfica en la que relataba todas las incidencias
de su visita a la Rusia soviética y expresaba los juicios que el proceso revolucionario ruso
le merecía. Esta memoria, titulada «Circuit dans un destín», permanece aún inédita, pero
se pueden encontrar importantes trozos de la misma reproducidos en: DANIEL GUERIN,
«Ni Dieu, ni maitre (Antologie historique du mouvement anarchiste)», Lausanne, 1969
(existe versión castellana: «Ni Dios ni amo (Antología del anarquismo)», Madrid, 1977, II,
p. 212-221), y en XAVIER PANIAGUA, «La visió de Gastón Leval de la Rússia soviética el
1921», «Recerques», núm. 3, Barcelona, 1974, pp. 211-224.
1079 M. BUENACASA, op. cit., p. 111.
moderado, pedían también la separación de la IC y de la ISR,
aunque reconocían, en general, lo regular de la actuación del
CN que había enviado la segunda delegación a Rusia. Así, por
ejemplo, Salvador Seguí diría:

«Creo que fue un error la violenta campaña contra la


delegación española en Rusia.

Nuestra adhesión a la Internacional Comunista era


accidental, condicionada, limitada, no definitiva; esto
mismo debía imponer un límite de intervención en los que
criticaban. La adhesión a Rusia representaba un alto
espíritu de solidaridad proletaria, ya que entonces Rusia
era víctima de una ofensiva mundial» 1080.

Pero añadiría que también había sido un error el enviar esta


delegación a Rusia «cuando estábamos en plena represión, sin
normalidad».

Concluyendo también la necesidad de separarse de Moscú


(«Nos separa de Rusia un abismo —diría—, lo mismo en
ideología que en las tácticas»).

Finalmente, en la tercera sesión, Pestaña presentaría un


proyecto de resolución que había sido elaborado por una
ponencia formada por el propio Pestaña, Seguí y un miembro
de cada una de las delegaciones presentes en la Conferencia,
en la que, reconociendo que la Conferencia de Zaragoza, que
propiamente era un Pleno nacional ampliado, no tenía
capacidad para revocar los acuerdos de un Congreso, como era

1080 «Vida Nueva», 14-junio-1922, p. 3.


el de 1919, se proponía el separarse de la IC y de la ISR en
principio y dejar, ante la imposibilidad de convocar un
Congreso inmediatamente, que fuesen los sindicatos los que se
pronunciasen de manera definitiva sobre el tema mediante una
votación efectuada entre ellos:

«El Pleno de la CNT, reunido en Zaragoza el 11 de junio


de 1922, en el que se hallan representados numerosos
militantes y las organizaciones siguientes [sigue la
enumeración de ellas], acepta en principio la separación de
la Confederación de la ISR; pero considerando que las
facultades de un Pleno no llegan a poder revocar un
acuerdo de un Congreso, somete a la consideración de
todos los Sindicatos la separación definitiva de la CNT de la
ISR y de la Tercera Internacional y la adhesión de la CNT a
cuantos intentos se hagan para la organización de una
Internacional Sindical Revolucionaria, autónoma de todo
partido político, sea del matiz que sea»1081.

Por lo demás, el «referéndum» debería celebrarse en el plazo


máximo de un mes, resolviendo el Comité nacional de acuerdo
con los resultados del mismo, a los que se daría suficiente
publicidad 1082.

El resto de la resolución, en los considerandos previos, venía


a justificar lo que era ya mayoritariamente considerado como
error del Congreso de 1919, explicando que si la CNT se había
adherido a la IC entonces, era más por la «simpatía que entre

1081 Id. Véase la resolución entera en apéndice documental.


1082 De la efectiva celebración de este referéndum y de los resultados del mismo no he
podido obtener información alguna, siendo muy posible que no llegase a celebrarse.
el proletariado de España y del mundo reflejaba el gesto
revolucionario ruso», que por una «coincidencia de principios».
(Lo cual, si repasamos lo que en aquel Congreso y con
anterioridad al mismo se dijo sobre este tema, vemos que no
es del todo cierto.) Y en este sentido, se recalcaba que «el
carácter marcadamente político y partidista que se da a la
Tercera Internacional y a la ISR discrepa fundamentalmente de
los principios que sustenta la CNT».

Pero esta resolución, que sería aprobada por la totalidad de


los delegados, con excepción de las delegaciones de Lérida,
Regional asturiana y Federación Local de Gijón y de La
Felguera1083, sin esperar al resultado de la votación entre los
sindicatos, y aceptando la propuesta de algunos delegados,
determinaba también que la CNT asistiera al Congreso
fundacional de la nueva Internacional sindicalista que se iba a
celebrar en Berlín, del 25 de diciembre de 1922 al 2 de enero
de 1923. Dado que, según decía la resolución, «nuestra
participación en dicha Conferencia no vulnera los principios de
la Confederación ni los acuerdos tomados en el Congreso de
diciembre de 1919 en el Teatro de la Comedia de Madrid, ya
que éstos se encaminaron a que la Confederación se adhiriera
a una organización sindical internacional independiente de
todo partido político».

La citada Internacional, que, para identificarse con los


principios que ya había defendido la Primera, adoptaría
también la denominación de AIT (Asociación Internacional de
Trabajadores), celebraría las reuniones preparatorias, previas a

1083 «Lucha Social», 24-junio-1922, p. 1.


su definitiva fundación, precisamente el mismo mes de junio,
del 16 al 18, en Berlín. Sus principales inspiradores eran los
sindicalistas alemanes Rudolf Rocker y Agustín Souchy, quienes
estaban en contacto con la CNT, ya desde 1920, con este
proyecto in mente1084.

La Conferencia de Zaragoza nombró a dos delegados para


que representasen a la CNT en el primer Congreso que la AIT
iba a celebrar en Berlín, en diciembre. Los delegados elegidos
fueron Avelino González-Mallada y Galo Diez. Pero, estos
delegados no salieron inmediatamente para Berlín —como se
ha solido sostener por la historiografía cenetista—, ni
asistieron, por tanto, a las reuniones previas que la AIT

1084 Los precedentes remotos de la nueva AIT pueden encontrarse en las reuniones de
Londres, de septiembre de 1913 y de El Ferrol, de abril de 1915, en las que se había
intentado ya crear una internacional de carácter sindicalista. Los precedentes más
inmediatos se encuentran en las reuniones que en Moscú celebrarían, en 1920,
paralelamente a las sesiones del Segundo Congreso de la Internacional Comunista,
Pestaña (de la CNT), Borghi (de la Unione Sindícale Italiana, escindida de la CGLI), Le
Petit y Bergeant (de la CGTU, escindida de la CGT francesa) y Souchy (de la FAUD
alemana), quienes acordarían celebrar una nueva reunión en Berlín, en diciembre de 1920,
con la asistencia de delegaciones de otros países (asistirían los anteriormente citados
—excepto la CNT y la USI, debido a la represión en sus países— y delegados de la NSV
de Holanda, de la SAC de Suecia, de la IWW de USA, de la FORA de Argentina, y de
Noruega, Inglaterra, Checoslovaquia, Dinamarca y Brasil). En esta reunión se acordaría
presentar unas bases mínimas para su aceptación en el Congreso constitutivo de la ISR en
Moscú, en 1921. Pero, ante el cariz político y el contenido de las resoluciones de éste, se
acordó celebrar una nueva reunión en Berlín, en junio de 1922, a la que asistiría también el
delegado de la Internacional Sindical Roja Andreiev (la CNT no asistiría; se acababa de
celebrar la Conferencia de Zaragoza), a quien los sindicalistas libertarios expondrían las
líneas sindicalistas a las que se quería que respondiese la ISR, así como la exigencia de que
fuesen puestos en libertad los anarquistas detenidos en Rusia, cosas que el delegado
soviético se negó a aceptar. Por ello, los demás delegados presentes acordaron
definitivamente crear una nueva Internacional de inspiración comunista libertaria, la AIT,
cuya constitución tendría lugar en el Congreso que se celebraría, con asistencia de la CNT
española, en Berlín, el 25 de diciembre de 1922 (A. PESTAÑA, «Memoria...», cit.; A.
SOUCHY, en «Soli», 23-diciembre-1931, p. 8).
celebraría en el mismo mes de junio, a los dos días de haberse
clausurado la Conferencia de Zaragoza; sino que, como
relataría posteriormente el propio González-Mallada, iniciaron
su viaje en octubre de 1922, y, después de diversas vicisitudes,
propias de lo clandestino de su periplo, a través de varias
fronteras, asistirían en Berlín al Primer Congreso de la AIT, que
se iniciaría el 25 de diciembre de 19221085.

Por lo demás, la resolución de la Conferencia de Zaragoza


también analizaría en uno de sus considerandos la actuación
del anterior CN y su responsabilidad en el envío de la segunda
delegación cenetista a Rusia, estimando que, —sin aludir para
nada a pretendidos «manejos» o defectuoso procedimiento en
la actitud del mismo—, el error estaba en que la delegación se
hubiese enviado en aquellas circunstancias de ilegalidad y
clandestinidad, que impidieron el que la organización pudiese
reunirse en su totalidad para pronunciarse sobre las
«orientaciones o líneas de conducta» que esta delegación
hubiera de haber seguido ante la ISR, razones por las que la
CNT no podía ahora «suscribir ni aceptar los acuerdos que
dicha delegación tomara»1086.

Por otra parte, también en este terreno de las relaciones


internacionales, además del acuerdo de separarse de la Tercera

1085 Avelino González-Mallada, en «CNT», 5-enero-1933, p. 3. Arthur Lehning


sostiene, sin embargo, que al Congreso preparatorio de junio (16 al 18) de 1922 asistió una
delegación española, que llegaría el último día de las reuniones. En este Congreso de
nombró un grupo organizador del Congreso que se celebraría en diciembre y que fundaría
definitivamente la AIT. Este grupo estaría formado por Rudolf Rocker, Armando Borghi,
Ángel Pestaña, Albert Jensen y Aleksander Shapiro. (A. LEHNING, «Del sindicalismo
revolucionario...», cit., p. 67-69).
1086 «Lucha Social», 24-junió-1922, p. 1; «Vida Nueva», 14-junio-1922, p. 3.
Internacional, y de ingresar, en principio, en la nueva AIT de
Berlín, la Conferencia de Zaragoza aprobaría una resolución
propuesta por los mismos autores de la resolución política
—Seguí, Pestaña, Peiró y Viadiu—, por la cual la CNT decidía
salir de la especie de aislamiento internacional en el que se
encontraba —según su apreciación— y unirse más
estrechamente con las organizaciones obreras de otros países
afines con sus propias concepciones ideológicas,
especialmente, con la Confederación General del Trabajo
Unitaria de Francia y con la Confederación General del Trabajo
de Portugal, «llegando, si es factible, a un pacto federativo
entre los tres organismos mencionados».

Pero también esta alianza estrecha se pretendía con las


organizaciones obreras afines de los países de habla castellana,
«facilitando la mutua relación y convivencia de dichos
organismos hasta llegar, en lo posible, a la creación de un
Comité de relaciones hispano-americano del proletariado».

Estas relaciones se concebían en términos de colaboración


mucho más estrechos y de manera independiente de las que
pudieran establecerse a resultas de la adhesión de la CNT a
otros organismos obreros internacionales, como pudiera ser la
propia AIT, a la que ahora se adhería. Ello por la situación
geográfica o por la cercanía linguístico-cultural. Pero, por lo
demás, la resolución propuesta y aprobada por la Conferencia
—en la octava sesión—, con el voto en contra de las
delegaciones de Lérida y Gijón, por estimar que —diría Hilario
Arlandis— era muy ambigua y reducía «las relaciones
internacionales de la CNT a los organismos de afinidad
ideológica y táctica, estando aislados de las demás
organizaciones revolucionarias del proletariado», terminaría
estableciendo lo siguiente:

«Que nuestro organismo confederal establezca y cultive


las relaciones con todos los organismos sindicales
revolucionarios del mundo que persiguen los mismos fines
tácticos e ideológicos que la Confederación Nacional del
Trabajo persigue»1087.

En definitiva, pues, también en el tema de las relaciones con


la Tercera Internacional, y en el de las relaciones
internacionales en general, la Conferencia de Zaragoza vino a
reafirmar la finalidad comunista libertaria de la CNT, adoptada

1087 El texto completo de la resolución en el tema de relaciones internacionales, o


«política internacional», propuesta por Seguí, Pestaña, Peiró y Viadíu, venía a decir:
«Entiende esta ponencia que no puede ni debe continuar la abstención y el aislamiento que
hasta ahora hemos mantenido en la vida internacional del proletariado. La complejidad de
los problemas económico-sociales; la ofensiva cada vez más intensa y organizada de la
burguesía; la misma conveniencia de hermanar los esfuerzos y conocer el espíritu de los
trabajadores de todos los países, nos obligan a entrar en un plano de actuaciones más
complejas y responsables, al efecto de estrechar los lazos de relación para responder
debidamente a esas realidades. Considerando, pues, que debemos completar nuestra
posición, con el fin de ampliar nuestra esfera de acción en la actuación de nuestros
organismos, tan inexcusable como necesario, proponemos: Que aparte de nuestra adhesión
a un organismo internacional, se procure por todos los medios compatibles con los fines
que persigue-la Confederación Nacional del Trabajo, estrechar las relaciones sindicales de
nuestra Confederación con la Confederación General del Trabajo Unitaria de Francia y
con la Confederación General del Trabajo de Portugal, llegando, si es factible a un pacto
federativo entre los tres organismos mencionados. Que la Confederación Nacional del
Trabajo de España trate de establecer las bases de una inteligencia para una acción
ofensiva y defensiva con los organismos obreros de las Repúblicas Americanas de habla
castellana, facilitando la mutua relación y convivencia de dichos organismos hasta llegar,
en lo posible, a la creación de un Comité de Relaciones hispano-americano del
proletariado. Que nuestro organismo confederal establezca y cultive las relaciones con
todos los organismos sindicales revolucionarios del mundo que persiguen los mismos
fines tácticos e ideológicos que la Confederación Nacional del Trabajo persigue» («Lucha
Social», 24-junio-1922, p. 1; «Vida Nueva», 15-junio-1922, p. 4; el texto de la resolución
en «La Protesta», 26- julio-1922, «Revista de Trabajo», núm. 39-40, 1972, p. 341-342).
en el Congreso Nacional de 1919, reduciendo el marco de sus
relaciones a los estrechos límites que esta finalidad fijaba. Si
bien su actitud era ahora más coherente, dado que se estimaba
que esta finalidad era absolutamente contradictoria con la
adhesión a la Internacional Comunista y a la ISR, inspiradas
—según estimaban— en una concepción autoritaria del
comunismo.

II. LA CNT BAJO LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA

1. De la autoclausura a la suspensión legal

Cuando el 13 de septiembre de 1923 el general Primo de


Rivera lleva a cabo el golpe de Estado que establecería en
España un directorio militar, la CNT se encontraba en un
momento difícil, pleno de tensiones internas y de
desorientación orgánica.

El Comité Nacional de la CNT se encontraba entonces en


Sevilla, a donde había sido destinado por un Pleno Nacional
celebrado en Valencia en el mes de julio, con la intención de
apartar al organismo superior de la Confederación de los
conñictos internos que se estaban produciendo con especial
contundencia en la Regional catalana. Sin embargo, la
dificultad que representaba la ficción de apartar al CN de la
zona conflictiva, precisamente allí donde era más necesaria su
presencia, y donde se encontraba el grueso de la CNT, había
llevado a la CRT de Cataluña, en su Pleno Regional celebrado en
Manresa apenas unos días antes del golpe de Estado, el 5 de
septiembre, a reclamar de nuevo para Barcelona la residencia
del citado CN, para lo que se llegó a nombrar unos enviados
que, camino de Sevilla, trataría de convencer a las demás
Regionales de la conveniencia de este nuevo traslado1088. Sin
embargo, la gestión no llegó a completarse, dado que el golpe
de Estado y la detención de los tres delegados cuando se
encontraban en Madrid 1089, impidieron su realización.

Por otra parte, el Comité Regional catalán se encontraba


también en una situación difícil, dado que el ya citado Pleno
Regional de Manresa había acordado también su vuelta a
Barcelona —se encontraba entonces en Manresa, donde
ejercía el cargo de secretario general Espinalt—, pero no había
logrado constituirse debidamente aún, cuando el golpe de
Estado se produjo.

Así, el principal núcleo confederal, único que podría haber


intentado una mínima respuesta frente al golpe militar, la
Regional catalana, se vio sorprendido por el mismo en un
momento de gran desconcierto orgánico, que venía agravado,
además, por las tensiones internas, que, por otra parte, eran la
verdadera causa de tal desconcierto.

Sin embargo, a pesar de esta especie de descabezamiento


que aquejaba a la Confederación, ésta no renunció al intento

1088 «Soli», l2-septiembre-1923, p. 2.


1089 «Soli», 21-septiembre-1923, p. 1.
de ofrecer una adecuada respuesta al golpe de los militares. Al
día siguiente mismo del golpe, Manuel Buenacasa viajaría a
Madrid, donde se entrevistaría con el líder socialista Pablo
Iglesias, para proponerle la realización conjunta —CNT-UGT—
de una huelga general, a fin de impedir que Primo de Rivera,
sublevado el día anterior, pudiese hacerse cargo efectivo del
Poder. La citada huelga —según el propio Buenacasa1090—,
vendría acompañada de una gran manifestación que se
celebraría en Madrid y con la que se encontraría el Rey a su
vuelta de San Sebastián, donde se encontraba veraneando.
Habría que demostrar al monarca que las principales fuerzas
obreras del país —el PSOE, la UGT y la CNT— no estaban
dispuestas a permitir el establecimiento en España de una
dictadura que se antojaba semejante a la instalada no hacía
muchos meses en Italia por Mussolini. Pero la intentona
fracasó; los socialistas rechazaron la propuesta en base a su
precipitación. Por otra parte, no dejaba de ser sorprendente
—a pesar de lo aparentemente grave de las circunstancias—
que uno de los más acérrimos críticos de la central socialista, el
que no había perdonado a Seguí y a Boal el haber acudido a la
solidaridad de la UGT en 1920, fuese ahora precisamente el
encargado de conseguir la colaboración de los socialistas en
contra del dictador.

Pero, pasados los primeros momentos de tensión, en los que,


ante la imposibilidad de organizar una respuesta contundente,
los militantes habían tomado sus precauciones, limitando la
actividad confederal prácticamente a la edición de «Solidaridad
Obrera», y viendo que la Dictadura no llevaba a cabo

1090 Op. cit., p. 300-301.


inmediatamente la acción represiva que se temía, la CNT
reinició su actividad normal.

El 18 de septiembre, «Solidaridad Obrera» publicaría una


nota en la que de una manera un tanto velada se venía a
ofrecer una actitud pacífica en el supuesto de que los nuevos
gobernantes no atacasen a los derechos y conquistas de la
clase obrera. No hay que olvidar que la clase patronal venía
exigiendo, desde hacía ya bastante tiempo la derogación del
establecimiento de las ocho horas de jornada máxima
—decretado en octubre de 1919— y la posibilidad de la
reducción de los salarios. La dictadura del general Primo de
Rivera ofrecía ahora el peligro de que esta amenaza —contra la
que la CNT se había pronunciado ya en la Conferencia de
Zaragoza, de junio de 1922— se convirtiese en hecho. Por lo
que el ofrecimiento cenetista no estaba exento de advertencia,
al mismo tiempo.

«Si el golpe de Estado —decía la «Soli»— no tiene por


misión ir contra los trabajadores, contra las libertades que
éstos tienen, contra las mejoras alcanzadas y contra las
reivindicaciones económicas y morales que paulatinamente
se han obtenido, nuestra actitud será muy otra que si todo
esto, que es el producto de muchos años de lucha, se veja,
no se respeta o se ataca. En este caso no podemos
situarnos en el mismo plano que nos situaríamos en el
precedente»1091.

1091 Cit. en A. ELORZA, «El anarcosindicalismo español bajo la Dictadura (19231930)»,


en «Revista de Trabajo», núm. 39-40, 1972, p. 124. Sobre la trayectoria de la CNT en el
período de 1923-1930, A. Elorza realizó un magnífico trabajo de recolección de
documentos, fundamentalmente periodísticos, que publicó en los números 39 a 46 de la
Poco después, como si de una respuesta se tratara, el
Directorio publicaría su llamamiento «A los obreros españoles»,
que la propia «Solidaridad Obrera» recogería en su primera
página, en el que, después de llamar a éstos al trabajo y a la
paz social, «excitándoles a desligarse de lazos y organizaciones
que aparentando proporcionarles bienes, en definitiva van
llevándoles al camino de la ruina», establecía que
«Asociaciones obreras, sí, para fines de cultura, de protección y
de mutualismo y aún de sana política, pero no de resistencia y
pugna con la producción» 1092; con lo que la sentencia sobre la
CNT quedaba ya dictada.

Sin embargo, la Dictadura, que elevaría al cargo de


subsecretario de Gobernación a Martínez Anido y al de director
general de Orden Público al general Arlegui, los viejos
enemigos encarnizados de la CNT, a la que habían perseguido
con saña en los años 1920-1922, cuando eran gobernador civil
y jefe superior de Policía de Barcelona, respectivamente, no
vendría a declarar directamente la suspensión legal de la
Confederación, de una manera general, sino que actuaría en
este terreno con mucha más delicadeza. Quizá ello se debiese,
como dirá Adolfo Bueso, a «la manía de Primo de Rivera de
aparecer ante el mundo como un hombre liberal» 1093. Dando
por descontado que, en todo caso, ello no era más que una
mera —y dudosa— apariencia, la verdad es que el arma que
Primo de Rivera emplearía para deshacerse de los sindicatos

«Revista de Trabajo». Algunos de los documentos aquí citados han sido tomados de esta
recopilación de materiales de imprescindible estudio allí reunidos.
1092 «Soli», 29-septiembre-1923, p. 1.
1093 «Recuerdos de un cenetista», I, cit., p. 203.
cenetistas, que, desde luego, tenían muy poco de entidades
culturales, mutuales o de «sana política», fue precisamente la
aplicación estricta del Decreto de 10 de marzo de 1923, que
regulaba el derecho de asociación, y en el que se venían a
establecer toda una serie de requisitos de difícil cumplimiento
por parte de las entidades obreras, como el libro de registro de
socios, la contabilidad, etc., que supondría una completa
delación al organismo gubernativo de la actividad y los afiliados
de cada sindicato.

Ante esta exigencia, la Federación Local de Barcelona, que la


falta de un Comité Regional regularmente constituido
convertía en el principal organismo de la Regional, y, por
extensión, de la propia CNT, decidiría hacer pasar a la
clandestinidad a la organización confederal, cerrando por su
propia cuenta los locales de los sindicatos y suspendiendo la
publicación del órgano confederal «Solidaridad

Obrera», cuya redacción se oponía a tal cierre. Así, en tal


sentido se dirigiría a los medios confederales el 4 de octubre:

«Ante los innumerables atropellos de que son objeto


todos los militantes, lo que hace imposible su desarrollo
normal, la organización obrera de Barcelona, reunida al
efecto, ha acordado cerrar, a partir de esta fecha, los
locales en que están domiciliados los sindicatos. La
Federación Local de Barcelona insta encarecidamente a
todos los trabajadores para que no pierdan el contacto y la
cohesión habidos hasta ahora entre ellos, advirtiéndoles
que no deben atender ni tener en cuenta más indicaciones
que las que emanen de esta federación Local, evitando así
hacer el juego a la burguesía y a todos los enemigos del
proletariado» 1094.

Pero la decisión de la Federación Local de Barcelona, en


manos entonces de los sectores radicales de la Confederación,
inspirada sin duda en la necesidad de proteger en la
clandestinidad a los cuadros militantes más destacados, que se
encontraban entonces al frente de los sindicatos, no podía ser
fácilmente aceptada por quienes, conocidas las anteriores
experiencias, sabían que la clandestinidad suponía la
desarticulación y a la larga la desaparición de la propia
Confederación, convertida en reducidos grupos de militantes,
más políticos que sindicales1095. Es así como se inicia un nuevo
enfrentamiento entre los sectores radicales de la CNT y los
sectores más moderados, los sindicalistas, que, en realidad, no
suponía más que añadir un motivo nuevo en la disputa interna
que se venía arrastrando desde años atrás. Además de la
oposición de la redacción de la «Soli», cuyo director seguía
siendo Pestaña, desde su reaparición en Barcelona, en 1922, la

1094 «La Voz» (Madrid), 5-octubre-1923; cit. en A. ELORZA, op. cit., p. 127.
1095 Volviendo sobre la autoclausura de la Confederación, decretada por la Federación
Local de Barcelona, diría Pestaña en 1924: «La multitud no es tan simplista como se la
suponen muchos. No entenderá gran cosa de filosofías ni de principios; pero tiene una
intuición que la hace en ocasiones superior a los conceptos doctrinarios. Quiere ver
siempre una estrecha relación entre lo que se dice y lo que se hace. No entiende de argucias
ni de explicaciones más o menos aceptables (…). Y si ve que con demasiada frecuencia,
quienes le hablan de resistir a todas las presiones y arbitrariedades, a las que vengan del
poder como a las que vengan de la burguesía, obran en sentido contrario, y cuando estas
presiones y arbitrariedades se producen se hurtan a ellas, sin que su conducta se ajuste a un
nuevo procedimiento que no implique el abandono de lo que se defendía, perderá la
confianza en ellas, y por mucho que se les predique después y se la llame, no volverá.
Cuando entrega su confianza la entrega toda, sin reservas; pero cuando la retira, también la
retira toda, no lo hace a medias» (A. PESTAÑA, «Consideraciones sobre lo pasado», «Soli»,
25-abril-1924, p. 4).
decisión de la Federación Local de Barcelona suscitó la
oposición de varios sindicatos locales, entre ellos el numeroso
de la Metalurgia, que encabezaría el movimiento de oposición
a la Federación Local. A mediados del mes de octubre
sindicatos tan importantes como la Metalurgia, Fabril y Textil,
Transportes y Servicios Públicos se manifestaban claramente a
favor de la reapertura.

La situación de división creada, que adquiría connotaciones


especialmente graves al encarnar las diferentes posiciones de
manera orgánica en organismos confederales enfrentados
entre sí, se alargaría aún en los meses siguientes. Los acuerdos
del Pleno Nacional que debió celebrarse en noviembre, según
los cuales los sindicatos debían permanecer abiertos, a pesar
del cambio de régimen, no supusieron ningún cambio radical
en la situación de Cataluña1096. En el resto de España, Con las
dificultades propias de la nueva situación, y llegando, en
algunos casos, a cambiar la propia denominación, apareciendo
como sociedades obreras independientes, los sindicatos
cenetistas permanecieron en la legalidad; y hubo Regionales,
como la de Galicia, que permanecieron activas y legales
durante todo el período de la Dictadura.

El Pleno Regional catalán, celebrado en Mataró el 8 de


diciembre de 1923, vendría a suponer el primer intento de
resolver la grave situación de disgregación por la que
atravesaba la CRT de Cataluña. Convocado por iniciativa de
diversas Comarcales y con asistencia del CN de la CNT,

1096 «Acción Social Obrera», 15-diciembre-1923. El CN informaría de la celebración


de este Pleno en las sesiones del Pleno Regional de Mataró (8 de diciembre de 1923).
residente entonces en Sevilla, el Pleno de Mataró decidió
comenzar la resolución del problema empezando por la
regularización de la propia Regional, es decir, nombrando un
Comité Regional, que no existía desde que el anterior
secretario general de la CRT —que había sido nombrado en el
Pleno Regional de Lérida, de julio de 1923—, Espinalt, había
sido detenido. Así, el Pleno, aún a conciencia de que el
nombramiento de un nuevo secretario general era
competencia exclusiva de un Congreso regional, ante las
circunstancias especiales por las que se atravesaba, nombró a
Germinal Esgleas, como nuevo secretario general de la CRT y a
Adrián Arnó, como tesorero1097.

Prescindiendo un poco del problema concreto que


últimamente enfrentaba a los sindicatos de la Regional
catalana, y especialmente a los de Barcelona, cuyo problema
decidió el Pleno no abordar a fondo, a la espera de que una
nueva Asamblea Regional de sindicatos entrase de lleno en él,
el nuevo CR venía a representar un cierto equilibrio entre la
tendencia anarcosindicalista, representada en la persona de
Germinal Esgleas, y los sindicalistas, representados en la
persona de Adrián Arnó.

Y este equilibrio, al menos formal, quedaría manifestado en


el primer manifiesto del CR, en el que éste quería aparecer
como un poder moderador, con la intención de resolver los
problemas pendientes y de lograr la vieja «unidad moral» de la
que había gozado la Confederación en anteriores etapas. Pero,
eso sí, ello se trataría de conseguir con una actividad enérgica,

1097 «Acción Social Obrera», 15-diciembre-1923; «Soli», 27-enero-1924.


que no dejase lugar a peligrosas condescendencias: «Nuestro
más vehemente deseo es mantener por encima de los
sectarismos, de las bajas pasiones y de los odios personales, la
unión sacrosanta de las falanges proletarias; pero si algún
compañero se obstinase en malograr nuestros esfuerzos,
responderíamos enérgicamente a su actitud opuesta a los
intereses generales de la clase trabajadora y contraria a los
ideales que nos son comunes»1098.

Pero, en el aspecto ideológico, es clara la imposición de los


postulados anarcosindicalistas, con el comunismo libertario
como meta y recalcando el ámbito puramente económico de la
lucha de la Confederación, evitando las peligrosas y
ambivalentes referencias a la trascendencia política de la
actuación de la CNT, al estilo de la hecha aprobar por los
sindicalistas en la Conferencia de Zaragoza, en junio de 1922:

«No abdicamos de nuestros fines —diría el nuevo CR en


su manifiesto—, ni renegamos de nuestros postulados.
Lucharemos siempre en el más puro terreno económico,
iremos directos al comunismo libertario, esto es, hacia una
sociedad de productores que asegurase a todos el pan y la
libertad, preparándonos y capacitando a los obreros para
tal fin, haciendo al mismo tiempo obra productiva y
revolucionaria» 1099.

Por lo demás, el Pleno Regional de Mataró acordaría el


mantener a los sindicatos abiertos, y en tal sentido se

1098 «En nuestro puesto. Confederación Regional del Trabajo de Cataluña», en «Soli»,
12-diciembre-1923, p. 1.
1099 Id.
manifestaría también el nuevo CR: «Nuestra labor,
respondiendo al pensar de la mayoría de los sindicatos y al
criterio sustentado por la Confederación Nacional del Trabajo,
se desarrollará, mientras se nos permita, dentro de la
legalidad. Actuaremos a la luz pública, en contacto directo con
las masas obreras, de acuerdo con nuestros representados y
con miras al interés general».

Poco antes, el propio órgano confederal había vuelto a la luz,


con la misma redacción —que presentaría su dimisión al Pleno
de Mataró—, y en su editorial del día 2 de diciembre se
manifestaba claramente el espíritu sindicalista de quienes eran
entonces sus miembros, que difícilmente se podía compaginar
con la ideología imperante. Un análisis de la evolución de la
humanidad en base a la lucha de clases, una visión del
sindicato como arma de lucha y de transformación
revolucionaria...; «Soli» era aún, por muy poco tiempo, el
último reducto de los sindicalistas, encabezados por
Pestaña1100.

1100 Diría el editorial en algunos de sus párrafos:


«Como miembros de la sociedad humana, tendemos a un fin determinado por nuestra
concepción de la vida. Es cuestión vital la evolución progresiva de la humani dad. El
régimen capitalista no pudo satisfacer las necesidades de unos pueblos que salían del
dominio del feudalismo y era para ellos señal de libertad. La burguesía no ha sabido
utilizar, para la liberación humana, la herencia que recibió y que empleó en clase [sic]. Ha
fracasado. Nosotros pretendemos recoger ahora esta herencia. No para nuestra clase,
excluida, sino para todos, para la humanidad. Somos libres, en el sentido de que tenemos
derecho a la vida; pero sabemos que hemos de conquistar ese derecho. A ello vamos.
Nuestro instrumento para conseguirlo, es el sindicato. Nuestro sindicato es la organización
y la cooperación práctica e ideal de todos los que sufrimos. No dudamos. Sabemos que es
el único procedimiento la cooperación de todos. Podemos decir muy alto que no queremos
el sindicato como finalidad absoluta, sino como medio de transformación y como garantía
del nuevo régimen económico. Si trabajamos por él, es por esa garantía. La producción es
la base de la vida y ésta el primer derecho. Con este derecho inalienable, los derechos de la
Pero, claro está, al lado de editoriales como éste, y como
reflejo explícito de la situación, el mismo número de «Soli»
traía artículos de claro matiz, no ya anarcosindicalista, sino
antisindicalista, como el titulado «¿Se basta a sí solo el
anarquismo?», en el que, después de negar que el sindicalismo
fuese el elemento más adecuado, para la realización del
anarquismo —tesis básica del anarcosindicalismo—, venía a
decir cosas como:

«Tiene el sindicalismo más inconvenientes que ventajas


para tomarlo como expresión “sine qua non” de
propaganda anarquista. Inconvenientes porque, siendo el
hombre social de hoy, en general, fácilmente adaptable a la
media, el ambiente sindicalista absorbe con demasiada
frecuencia el elemento anarquista, hasta el extremo de
borrar en él todos los caracteres anárquicos que pudiera
haber tenido. Y no queremos decir con esto que el
anarquista tenga que huir del medio sindicalista; no.
Queremos significar que al medio sindical hay que mirarlo
con la misma prevención con que miramos a todo medio
de corrupción» 1101.

Tras la celebración del Pleno de Mataró con el cambio de


dirección, la ofensiva anarquista en «Solidaridad Obrera» sería
aún mayor, pasando del mero artículo de fondo al propio
editorial del diario. El día 14 de diciembre, el editorial titulado
«Ante todo las ideas», venía a recalcar la importancia del papel
de los anarquistas en la Confederación, rechazando

inteligencia son soberanos» («Lo que somos», editorial de «Soli», 2-diciembre-1923, p. 1).
1101 «Soli», 2-diciembre-1923, p. 1.
airadamente las acusaciones que atribuían precisamente a su
actuación en los sindicatos confederales los males que en
aquellos momentos arrastraba la CNT. «Repásese —decía—
toda la labor realizada por la organización obrera y se verá que
fue más eficaz y beneficiosa en cuanto estuvieron al frente de
ella los anarquistas que cuando estuvieron ausentes.» Y, por si
no fuera suficientemente claro su planteamiento ideológico
con respecto a la Confederación, el editorial terminaba
diciendo:

«Si la organización debe tener ideas —y esto es deseo de


todos—, ellas deben ser anarquistas.»

El propio secretario general de la CRT catalana, Germinal


Esgleas, explicaría la crisis de la CNT en función de la crisis del
sindicalismo, al que consideraba demasiado materialista, y
basaba su éxito en los años 1916-1919 precisamente en su
eficacia exclusiva para la conquista de mejoras materiales
inmediatas, pero nada más. El sindicalismo —según su
concepción— necesitaba algo más, una orientación de orden
superior que lo elevase de ese materialismo al que estaba
abocado. El sindicalismo —decía— «tuvo su pujanza máxima
cuando se pedía, bajo el aguijón de la necesidad, mejoras de
orden material inmediato, tales como el aumento de salario y
la reducción de la jornada de trabajo. Pero al equilibrarse la
situación económica de los obreros en algo con relación al
coste de la vida, y al darse el grito de alarma para romper el
círculo vicioso de huelgas y conflictos por pequeñas ventajas,
sobrevino la crisis. La determinó también la represión y otras
causas complejas; mas la causa eficiente de esa crisis, una vez
obtenidas las mejoras en las que el proletariado había cifrado
sus esperanzas, fue la falta de motivos de organización, el
choque rudo que se produjo al dar un alto para crear métodos
nuevos y seguir una senda nueva hacia los horizontes lejanos».

Del análisis de Esgleas, prescindiendo de la valoración de su


exactitud, sobre todo en lo que se refiere a la mejora de la
situación material del obrero español en el período previo a la
Dictadura, se deriva una conclusión evidente, que, por lo
demás, no era sino el abc del anarcosindicalismo: el
sindicalismo necesita de una orientación ideológica, es un
recipiente sin contenido, un ejército sin guía; y esa orientación
ideológica, esa guía, esas ideas que completaran su vacío no
podían ser otras que las del anarquismo:

«La crisis actual del sindicalismo sólo la pueden vencer las


ideas. La parte más selecta, más activa y audaz de la
Confederación, su minoría más numerosa, ha sido
amamantada en las ubres ubérrimas del anarquismo. Y la
Confederación vive por esa sabia. Las masas participan de
ella, fáltales sólo educarse en el pleno ejercicio de las
prácticas libertarias, que muchas veces emplean
instintivamente. Falta impregnar en ellas este espíritu
vivificante de ansia de redención integral. (...)

Tanto como las necesidades económicas, una finalidad


ideal debe ser el móvil de la unión proletaria. Porque el
estímulo de una idea es necesario para vencer en las
graneles luchas»1102.

1102 GERMINAL ESGLEAS, «La crisis del sindicalismo», en «Soli», 22-diciembre- 1923,
p. 1.
Ante esta ofensiva, de la que se podrían citar otros
numerosos ejemplos, Juan Peiró, antiguo secretario general de
la CNT, que comenzaba a ocupar, junto a Pestaña, el lugar que
había dejado libre la desaparición de Seguí en la cabeza de los
moderados, contestaría desde «Solidaridad Obrera», aún desde
una posición —al menos formalmente— anarcosindicalista, con
un artículo titulado «La danza de los principios», en el que,
aceptando la finalidad comunista libertaria de la CNT, adoptada
por el Congreso de 1919 («nadie ha pretendido hurtar al
sindicalismo la finalidad que le diera el Congreso de 1919»,
diría), venía a rechazar tajantemente el uso monopolístico que
los sectores anarquistas más radicales hacían del concepto de
comunismo libertario, excomulgando como profanadores del
mismo y, por lo tanto, de la finalidad de la CNT, a todos
aquéllos que no se manifestaban conformes con sus directrices
o que se permitían criticar su actuación, constantemente
escuchada tras la declaración del Congreso de 1919.

Peiró denunciaría los principales defectos que afectaban a la


CNT en aquellos momentos: la actuación de Juntas y Comités
«sin consultar a la organización»; el terrorismo y los atracos
(los «nefastos procedimientos de expropiación y el imperio de
la Star como argumento de captación y como medio de
lucha»); la «sistemática actuación clandestina de los
sindicatos»; «el ya duradero truco óptimo de la revolución»,
etc. Pero, su conclusión, consciente de la correlación de fuerzas
que se imponía, no sería precisamente presentar la batalla en
toda regla al sector extremista de la CNT, sino, por el contrario,
prefirió ceder el terreno y preservar la unidad de la
Confederación, hasta que se demostrase lo inadecuado de la
estrategia extremista: «La unidad colectiva debe conservarse a
todo trance —diría—. Pero como ese forcejeo entre los
sistemáticos extremistas y nosotros ha de acabar de alguna
manera, lo mejor será dejarles el paso libre a los primeros,
pero con todas las responsabilidades». Por otra parte, ello les
permitiría a los moderados permanecer al margen del fracaso y
poder reemprender más tarde la reconstrucción confederal
«con una base más seria, más moral y más prometedora; sin el
estigma de un revolucionarismo de opereta, o de
epilépticos» 1103.

Y en similar sentido se manifestaría el propio Ángel Pestaña,


el mismo día del inicio del que habría de ser decisivo Pleno
Regional de Granollers. Para Pestaña no es ya que cupiera una
diversa interpretación de los principios confederales, sino que,
en realidad, nada tenían que ver los principios de la CNT con la
actuación que se imponía a ésta; y, por otra parte, reconducir
la discusión a este terreno ideológico o sostener la falta de este
contenido en el sindicalismo, no era sino un intento de desviar
la crítica confederal de las actuaciones extremistas: «Nos
parece que con esos escarceos de principios, con las
disquisiciones ideológicas, lo que se busca es desviar la
discusión, llevarla a un terreno en el que todo examen de lo
pasado se hace difícil cuando no imposible»1104.

Así, en medio de este ambiente de tensión, según lo


acordado en el Pleno anterior, se celebraría la Asamblea
regional de Granollers, en la que habría de abordarse
definitivamente el problema que había planteado a la Regional

1103 «Soli», 20-diciembre-1923, p. 4.


1104 A. PESTAÑA, «NO son los principios», en «Soli», 30-diciembre-1923.
la decisión de la Local de Barcelona de declarar el cierre de los
propios sindicatos. La Asamblea, prevista en principio para el
día 16 y aplazada por el propio CN 1105, que era quien la
convocaba, se celebró el 30 de diciembre de 1923, y tenía
como objetivo primordial, pues, el regularizar la situación de
Barcelona, pero también el ratificar los acuerdos del Pleno
regional anterior, celebrado en Mataró 1106.

La Asamblea de Granollers, que ratificaría el nombramiento


del CR elegido en el Pleno regional anterior, adoptaría, en
torno al conflicto de Barcelona, una solución de tipo
salomónico, haciendo dimitir a todas las Juntas de los
sindicatos de la ciudad condal, para que se celebrasen
asambleas en los mismos, se eligiesen nuevas Juntas y una
nueva Federación Local 1107. El acuerdo supuso, en realidad, una
victoria para los sectores anarquistas, que verían de esta
manera fortalecer sus posiciones en el seno de los respectivos
sindicatos y en la propia Federación Local.

1105 «Soli», 15-diciembre-1923, p. 1.


1106 El orden del día de la Asamblea era el siguiente:
«l. ° Dar cuenta del nombramiento del Comité Regional.
2. ° Tratar de la orientación y situación del periódico, órgano de la Confederación
Regional, «Solidaridad Obrera».
3. ° Dada la situación anormal por que atraviesa la organización de Barcelona, por
discrepancias surgidas en el seno de la misma, ¿qué se cree necesario hacer para que
dichas discrepancias terminen?
4. ° Dada la situación especial por la que atraviesan los compañeros presos, ¿qué se
cree conveniente hacer en su favor?
5. ° Ruegos y preguntas» («Soli», 12 y 29-diciembre-1923, p. 1).
1107 Las actas de esta Asamblea serían publicadas por «Solidaridad Obrera», de 1 de
enero de 1924 y por «Lucha Obrera» de la misma fecha.
A resultas de estas asambleas, el 27 de enero se celebraría
una reunión de las nuevas Juntas de los sindicatos de
Barcelona, en la que se eligiría el nuevo Comité de la
Federación Local, del cual sería nombrado secretario general
Cálomarde1108.

Por otra parte, el grueso de la Asamblea se dedicaría a


discutir otros problemas, como el de la situación del órgano
confederal «Solidaridad Obrera». En este sentido, se levantaría
una interesante polémica al tratar de cuál habría de ser la
orientación que debería tener el citado periódico. Por un lado,
Madera —Manuel Buenacasa— se manifestaría claramente a
favor de la línea mantenida por el periódico últimamente, pero,
por otro, Fabril y Textil haría suyo un informe que presentaba
Ángel Pestaña, antiguo director del órgano confederal, hasta su
suspensión por la Federación Local de Barcelona, en el que en
términos muy duros venía a atacar la línea de éste en las
últimas semanas, diciendo que se había convertido en un
verdadero periódico anarquista. Sin embargo, de la discusión,
en la que Buenacasa insistirá en la necesidad de que el
periódico sostuviese una orientación comunista libertaria,
acorde con la declaración del Congreso de 1919, no se llegó a
ninguna conclusión específica, si bien la nueva orientación
anárquica quedaría reafirmada con la elección posterior de
Hermoso Plaja como director del mismo1109, mientras que Félix

1108 El Comité quedaría formado por: secretario general, Calomarde (Artes Gráficas);
cajero, Marco (Transportes); secretario de actas, Piedra (Metalurgia); contador, Picos
(Piel); vocales: Riera (Madera), Flores (Vestir), Serrahima (Servicios Públicos), Moré
(Alimentación), Guasque (Vidrio), Vilajuana (Fabril y Textil), Ferrán (Distribución),
Lecha (P. Químicos), Gallart (Carrocerías), Castillo (Barberos) («Soli», 29- enero-1924, p.
4).
1109 «Soli», 19-febrero-1933, p. 6.
Monteagudo se ocuparía de la administración, cargo que había
desempeñado en los últimos años Martín Barrera.

La Asamblea de Granollers vino, pues, a suponer una gran


victoria para los defensores de la línea dura anarquista dentro
de la CNT. Victoria que vino, en cierto modo, facilitada por la
actitud adoptada por los sectores más moderados de dejar que
fueran aquéllos los que se hiciesen responsables de la marcha
de la CNT de manera exclusiva, como había manifestado Peiró
con el artículo a que hicimos referencia anteriormente. Si bien
cabe decir que, dada la correlación de fuerzas en la Regional
catalana, dominada de hecho por la organización de Barcelona,
poco más podrían hacer éstos. Ello quedaría gráficamente
reflejado en la reseña de la Asamblea publicada por «Lucha
Obrera» cuando relata lo ocurrido poco antes de finalizar la
Asamblea:

«Manuel Buenacasa, alzando su voz, dice


solemnemente que el Congreso de la Comedia de Madrid
acordó que la finalidad de la Confederación Nacional del
Trabajo era el comunismo libertario y que todavía no se
había demostrado en ninguna Asamblea nadie en contra.
Un compañero de los que escuchaban dijo en voz alta:
“¡Porque no se puede!”»1110.

Ahora bien, si la orientación impuesta en la Asamblea de

1110 «Lucha Obrera», 1-enero-1924. Manuel Buenacasa se referiría a este incidente


diciendo: «En la Asamblea de Granollers, perturbada un instante por algunos infelices,
enemigos del anarquismo, hube de tomar la palabra por mandato de mi organización y
declarar en nombre de ella que los sindicatos de Cataluña venían obligados en momento
tan solemne a ratificar los acuerdos del Congreso Nacional de Madrid, esto es: “la
Confederación camina hacia la anarquía”», (op. cit., p. 218).
Granollers refuerza las posiciones de lo que se podría
denominar una línea anarcosindicalista dura, también es
verdad que en principio esa línea quería evitar un excesivo
sectarismo, que podía haber sido su mayor defecto anterior,
tratando de racionalizar un poco más su actuación. Así, si por
un lado se reafirmaba la orientación anárquica de la CNT, en
contra de la cual, se decía, no cabía intromisión ideológica
alguna:

«En nombre de nuestras ideas libertarias pueden haberse


cometido los mayores desafueros, pero en contra de esas
ideas, no será fácil, y menos en nuestra región, que nadie
pueda abrirse camino por los parajes frondosos de la
organización obrera.

(...)

A base de esas ideas nuestras, el proletariado catalán ha


formado una organización que fue más potente y
respetada cuanto mayor era el contenido ideal que se le
infiltraba») 1111

Por otro lado, se trataba de preservar al máximo la


autonomía de las organizaciones y de los individuos dentro de
ellas, evitando todo sectarismo contra las posiciones
discrepantes manifestadas o realizadas fuera de la
organización, aplicando con ello un concepto más purista de la
autonomía individual:

1111 «Por el buen camino. Después del Pleno Regional», editorial de «Soli»,
2-enero-1924, p. 1.
«En algunas proposiciones —decía un editorial de la
«Soli»—, brotadas aquí y allá en determinados proyectos
surgidos de la mente de algunos afiliados a la organización,
nótase una supervivencia de ese espíritu sectario o
intolerante de importación ajena, exótico a la moral
racionalista de que está impresa la psicología colectiva de
nuestros organismos.

(...)

Hay que ahogar este sectarismo que, de arraigar,


ahogaría nuestra actuación y nos llevaría a las peores
calamidades»1112.

Por otra parte, los sectores terceristas de la CNT, que se


habían agrupado en torno a los Comités Sindicalistas
Revolucionarios, no podían dejar de terciar en la marcha
interna de la misma, sobre todo en el momento de crisis y de
acentuación de los conflictos internos que se produciría con la
llegada de Primo de Rivera al poder. La situación crítica ofrecía
inmejorables oportunidades de lograr un mayor acercamiento
a los sectores sindicalistas, que ahora se veían desplazados por
los anarcosindicalistas intransigentes. Y estas oportunidades no
fueron en absoluto desaprovechadas. Así surgió el periódico
«Lucha Obrera», creado por Maurín y Arlandis, los cuales
ofrecieron colaboración en el mismo a la redacción de la «Soli»
que había sido desplazada por la Federación Local de
Barcelona, con motivo del conflicto derivado del cierre de los
sindicatos decretado por esta última en octubre. José Viadiu,

1112 «Unos síntomas lamentables», en «Soli», 22-enero-1924, p. 1.


Felipe Alaiz y Antonio Amador, aceptaron participar en el
ensayo y colaboraron en el nuevo órgano, que aparecería el 4
de diciembre de 1923. Pero la corta vida del periódico, que
desaparecería con el número 25, de 1 de enero de 1924,
impidió que los proyectos de Maurín, que creía ver un giro
radical en la orientación de muchos líderes sindicalistas,
favorable a sus posiciones1113, se realizaran. Y su actitud, al
desaparecer, tras la celebración de los Plenos de Mataró y de
Granollers, tenía mucho de la sensación de impotencia que por
las mismas fechas manifestaban los sindicalistas y moderados
de la CNT que no se habían unido al mismo, ante el predominio
de la intransigencia anarcosindicalista. De cualquier manera, el
periódico serviría para dejar oír una voz más en contra del
predominio anarquista en la CNT, y no desde un medio
absolutamente ajeno a la misma, sino desde un sector interno
y con plumas que habían desempeñado y aún desempeñarían
destacados papeles en la historia confederal1114.

Por otra parte, la actuación de los comunistas en la CNT,

1113 «A mediados de 1923 —diría Maurín—, empezó a notarse una variación muy
importante en algunos sindicatos de Barcelona en sentido favorable a las tesis defendidas
por nosotros. Las directivas del sindicato de la Metalurgia, el Transporte y Textil, se
acercaban a nosotros. Eran los tres sindicatos más importantes de la CNT. El edificio
anarco-sindicalista se cuarteaba. La experiencia demostraba que las masas obreras no eran
anarcosindicalistas. Habían aceptado la dirección anarquista porque nadie había hecho
nada para que fuera de otro modo» (J. MAURÍN, «El Bloque...», cit., p. 10). De hecho, el
periódico estaba financiado por el sindicato de la Metalurgia (A. EI.ORZA, «El
anarcosindicalismo...», cit., p. 134).
1114 Felipe Aláiz sería director de «Solidaridad Obrera» durante la Segunda República, si
bien entonces estaría del lado del sector radical, al que en este momento criticaba. «Lucha
Obrera», no aparecería en sustitución de la «suspendida» «Solidaridad Obrera», como ha
mantenido algún historiador, dado que su aparición coincidiría en el tiempo prácticamente
con la reaparición del órgano confederal, que había sido suspendido por la Federación
Local de Barcelona en octubre de 1923.
aunque su importancia y transcendencia no fuese tan grande
como el volumen de la denuncia pudiera hacer pensar, no dejó
de producir un gran malestar entre los anarcosindicalistas, que
no ahorrarían epítetos y acusaciones contra los mismos, a los
que se presentaba poco menos que como los causantes
principales de los males de la CNT. «Muchos organismos de la
Confederación Regional —diría un editorial de «Solidaridad
Obrera»—, sobre todo algunos de Barcelona, antes los más
poderosos, se hallan en un estado de crítica descomposición.
¿Causas? Muchas y muy diversas, pero la principal ha sido la
intromisión en los sindicatos de ciertos sujetos revolucionarios
de nuevo cuño. Estos elementos actúan desde tiempo ha en el
seno de nuestras organizaciones con el solo fin —ellos dirán lo
que quieran— de combatir el anarquismo y a sus hombres»1115.
Y sería aún más concreto otro editorial publicado con
anterioridad: «Ahora mismo la CNT atraviesa una grave crisis
en algunas regiones. Esta crisis está provocada por el morbo
político que se ha introducido en nuestros medios. Se pretende
que la Confederación sea un organismo adherido al Partido
Comunista. Si esa pretensión tomase arraigo, la CNT perdería
gran parte de la fuerza con la que aún cuenta. Muchos
trabajadores celosos de su independencia nos
1116
abandonarían» .

Sin embargo, la verdad es que, en Cataluña, aparte de su


mínima presencia en diversos sindicatos de Barcelona, el único
sitio donde los Comités Sindicalistas Revolucionarios contaban
con verdadera fuerza era Lérida y su provincia. El comunismo,

1115 «Soli», 2-enero-1924, p. 1.


1116 «Soli», 21-diciembre-1923, p. 1.
pues, no era el verdadero enemigo de la CNT a corto plazo. La
línea oficial del PCE estaba más preocupada de hacer mella en
las filas del socialismo y de la UGT, y solamente el grupo de
Maurín y los que se movían detrás de su órgano «La Batalla»,
que había aparecido a finales de 1922, continuaban su labor
dentro de la CNT, pero con la limitada audiencia a la que ya nos
hemos referido. Diferente hubiera sido, quizá, si la orientación
del PCE hubiese sido otra y si la Dictadura no hubiese impedido
el normal desarrollo de las entidades obreras.

En el resto de las Regionales de la CNT la vida sindical


continuaba, con los condicionamientos propios de la nueva
situación política.

En Galicia, la Confederación Regional, que se había fundado


hacía muy poco tiempo en un Congreso regional celebrado en
Vigo 1117, continuaría su actividad con mínimos inconvenientes
legales. Su primer secretario general, José Suárez Duque, que
fallecería poco antes del golpe de Estado, sería sustituido el
mismo mes de septiembre por Ricardo García, quien se
ocuparía también de los dos cargos, de secretario del CR y de
director de «Solidaridad Obrera» —órgano de la Regional—, los
cuales se encontraban domiciliados en La Coruña, y en los que
sería confirmado por el Pleno regional celebrado en La Coruña

1117 Según Buenacasa, la fundación de la CRT de Galicia, de la CNT, tuvo lugar en un


Congreso celebrado en Vigo, el 21 de agosto de 1923 (M. BUENACASA, op. cit., p. 191);
mientras que para José Villaverde, uno de los principales impulsores de la citada Regional,
su fundación tendría lugar también en Vigo, pero en 1921 f«La Tierra», 30- abril-1932, p.
3). En realidad, la primera Confederación Regional gallega de carácter sindicalista
revolucionario se fundaría —con la denominación también de Solidaridad Obrera— en un
Congreso celebrado en Vigo, en marzo de 1911 («Soli», 14-abril-1911, p. 1. Véase
apéndice documental).
el 27 de enero de 1924. Solamente el asesinato del presidente
de la Patronal ferrolana, por el que se procesaría a Ricardo
García, determinaría una acentuación de la represión sobre la
Regional, que decidió el traslado de su sede a Santiago, en un
Pleno regional celebrado en La Coruña, el 18 de mayo de 1925;
nombrándose entonces secretario general de la misma a
Manuel Fandiño y director del órgano regional a Ezequiel Rey.
Ese mismo mes de mayo, con motivo de la fiesta del trabajo,
del día 1.°, la CRT había podido dar un gran mitin, en el Centro
Obrero de la calle de la Conga, de Santiago, en el que se
destacaría la intervención del propio director de la «Soli»
gallega, y con motivo del cual habían parado totalmente los
gremios de los albañiles, pintores, canteros, carpinteros y sólo
parcialmente los tipógrafos, lo que permitió que la prensa
pudiera dar puntual noticia del mismo.

Por lo demás, si bien en ciudades cómo Vigo, Tuy, Santiago,


La Coruña y El Ferrol, centros clásicos de la actuación cenetista
en esta Regional, gran parte de las entidades obreras pudieron
seguir desarrollando su labor, aunque con muchas limitaciones,
en El Ferrol, tras el asesinato del presidente de la Patronal, la
actividad sindical se vio muy disminuida, y apenas el Sindicato
de Camareros y Cocineros pudo continuar su labor durante
todo el período dictatorial, pudiéndose reorganizar la CNT én
base al mismo, en aquella localidad, en 1930. En Vigo, la
Federación Local adoptaría la denominación de Agrupación de
Sociedades y Sindicatos Obreros de Vigo y sus Contornos, con
la que llegaría hasta 1930. Así, los tres sectores principales de
la producción en Galicia tendrían una representación en la CNT
durante todo el período: el sector agrícola vendría
representado por el importante núcleo cenetista de Tuy, donde
destacarían nombres como los de Francisco Novás, G.
Rodríguez, Rafael Rodal, Eladio Llanes, José Barreiro, Telmo
Méndez, S. Jaso, R. Alonso, Moisés Enríquez y Avelino
González. El sector pesquero vendría representado por Vigo y
su ría, ramo donde era mayoritaria la CNT —el resto de los
sectores era en Vigo un verdadero feudo socialista—; ciudad
donde destacarían militantes como José Villaverde, alma de la
CRT de Galicia, Dalmacio Bragado, José Fernández, Taboada y
otros. En el sector industrial, el fuerte de la CNT serían La
Coruña y El Ferrol. En la primera, destacaba el gremio de las
tabaqueras, pero también otros, con las figuras de José Suárez
—que sería elegido secretario general en 1930—, Couceiro,
Montes, Iglesias, Songueira, Souto, etc. En El Ferrol destacarían
Mario Rico y Leal, que fue el secretario del Sindicato de
Camareros y Cocineros. Y, en Santiago, ciudad artesanal y
cabeza de comarca agrícola, donde residiría durante bastante
tiempo el CR, destacarían las figuras ya citadas de Ezequiel Rey,
Manuel Fandiño, y otros como Jesús Villaverde, Porto, Villamar,
etc.1118.

La solidez de la Regional gallega, una de las menos afectadas


por la represión, y el hecho de que continuase editando su
órgano «Solidaridad Obrera», de Santiago, hizo que en ella se
basase precisamente uno de los intentos de reconstrucción de
la CNT, que tendría lugar en octubre-noviembre de 1924, tras
la definitiva suspensión gubernamental del núcleo confederal
catalán, a finales de ese mismo año.

1118 M. BUENACASA, op. cit., p. 191 y ss.; «La Voz de Galicia», 2-mayo-1925; «Soli»
(Santiago), 13-junio-1925; «Soli» (Barcelona), 20-diciembre-1923, 11 y 27-
septiembre-1930, 2-octubre-1930, 2-noviembre-1930, y 14-junio-1932; «La Tierra»,
30-junio-1932.
La Regional asturiana tampoco sufriría con excesiva dureza
los embates de la represión en los primeros meses de la
Dictadura. En principio, la CNT pudo haberse visto beneficiada
en esta zona de claro predominio socialista, por la actitud
adoptada por la UGT con respecto a la Dictadura, actitud
contemporizadora que sería seguida por su principal fuerza en
aquella región, el Sindicato Minero Asturiano1119. Sin embargo,
ello no fue así, y la actitud crítica con respecto a la Dictadura y
a la UGT favorecería más a los comunistas que a la propia CNT,
que conservaría su habitual presencia, cuyo núcleo principal
era Gijón, además de Mieres, La Felguera y Sama de Langreo.

La presencia de destacados militantes de enorme prestigio


en la CNT en esta región, como Eleuterio Quintanilla, José M.
Martínez, Avelino González-Mallada y otros, hizo que se
pensara en el traslado del CN clandestino de la CNT a la misma,
para desde allí dirigir el esfuerzo reorganizativo, que se lanzaba
también desde la CRT gallega. Desde entonces, hasta finales de
1926, el CN tendría como secretario general a Avelino
González, primero, y a Segundo Blanco, después. Solamente a
finales de 1925, serían suspendidos los sindicatos de la
Construcción de Oviedo y Gijón, por conservar la denominación
de únicos, que les delataba como cenetistas1120.

Poco más podría decirse de la Regional Norte, que cubría las

1119 Sobre la actitud del movimiento obrero asturiano, fundamentalmente de los


socialistas, durante la dictadura de Primo de Rivera, vid.: DAVID RUIZ, «El movimiento
obrero en Asturias: De la industrialización a la Segunda República», Oviedo, 1968, pp.
187 y ss.
1120 R. ÁLVAREZ, «Eleuterio Quintanilla...», cit., p. 285 y ss.; D. ABAD DE SANTILLÁN
op. cit., II, p. 331; A. ELORZA, «El anarcosindicalismo...», cit., p. 165.
provincias del país vasco, además de Santander y Logroño. En
agosto de 1923, pocas semanas antes del golpe de Estado —el
11 y el 12— esta Regional celebraría un Pleno regional en el
que se acordaría trasladar el CR de Vizcaya a Santander, lo que
supondría un acierto, que liberaría al mismo, no sólo de la
represión que la huelga minera de Vizcaya de aquel mes
desencadenó —lo cual era la mayor justificación de tal
traslado—, sino de la que se produciría después con la
Dictadura. En la primera semana de noviembre de 1923, la
Regional, que continuaba también su actividad bajo la desigual
tolerancia de la Dictadura, celebraría un nuevo Pleno regional,
en el que se eligiría como secretario general a Ángel Uturbe.
Por lo demás, en esta región, donde habían fracasado todos los
intentos de frente único propuestos por los Comités
Sindicalistas Revolucionarios, que hubieran terminado por
potenciar a la CNT —aunque no con la tendencia que desearía
el sector anarcosindicalista—, y donde existía, por el contrario,
un enorme fraccionamiento del movimiento obrero, entre
socialistas, comunistas y cenetistas, la CNT iba perdiendo poco
a poco las reducidas fuerzas que había logrado juntar con
anterioridad a 1922, convirtiéndose —en el País Vasco— en
una fuerza «más ficticia que real»1121, ante la intransigencia
purista de los sectores anarcosindicalistas encabezados por
Galo Díaz.

La Regional andaluza, una de las más potentes


numéricamente de la CNT, arrastraría durante la Dictadura la
gran decaída de la actividad sindical, sobre todo en lo que al

1121 «La Lucha de Clases», 12-agosto-1922; cit. en J. P. Fusi, «Política obrera en el País
Vasco», cit., p. 472; «Soli», 15-agosto y 14-diciembre-1923; A. ELORZA, «El
anarcosindicalismo...», cit., p. 217.
sector agrícola se refiere, que se produciría tras el auge de los
años 1917-1920, y sufriría también los embates de la polémica
sindicalistas-anarcosindicalistas, que se agravaría en los años
treinta con el relevante papel que los comunistas adquirirían
en núcleos como el de Sevilla. Pero entonces, gran parte de los
que luego constituirían uno de los focos decisivos del PCE,
permanecían aún en la CNT, y la tendencia mayoritaria era la
anarcosindicalista. Ello fue, sin duda, lo que haría que el Pleno
Nacional de Valencia, de julio de 1923, trasladase el CN de la
conflictiva Barcelona a la más tranquila Sevilla, donde se harían
cargo del mismo las figuras más destacadas de la CNT en la
región: Paulino Diez, que sería el secretario general, Manuel
Pérez, que sería el contador y Pedro Vallina, que era uno de los
teóricos anarquistas con que contaba la región en aquellos
momentos. Pero, a finales de 1923, la acentuación progresiva
de la presión de la Dictadura sobre las fuerzas sindicales
determinó la detención de este CN, con lo que el eje principal
de la CNT volvería a pasar a la mitad norte de la península1122.

La CRT de Aragón, otro de los feudos de la corriente


anarcosindicalista más purista, sufriría más que otras zonas la
presión gubernativa, con el cierre de sindicatos y detención de
militantes correspondiente. La actuación radical de algunos
sectores de esta Regional en el período previo a la Dictadura
—asalto al Cuartel del Carmen, en enero de 1920; asesinato del
cardenal Soldevilla, en junio de 1923; serían los hechos más
famosos— determinó que esta represión fuese allí
especialmente dura. A pesar de ello, la detención del CN de
Sevilla y la fidelidad anarcosindicalista de los militantes

1122 «Soli», 28 y 29-agosto-1923, y 23 y 29-marzo-1924.


aragoneses hizo que el siguiente CN se constituyese en
Zaragoza, donde éste se encontraba cuando, poco después de
su constitución, serían detenidos sus miembros. Era entonces
secretario general del mismo José Gracia Galán. Poco después,
el 17 de junio de 1924, eran cerrados la mayoría de los
sindicatos de Zaragoza, por incumplimiento de lo establecido
en el Decreto del 10 de marzo de 1923, en materia de
asociaciones 1123.

Por lo demás, pocos son los datos que poseemos de lo


ocurrido con exactitud en las demás Regionales de la CNT,
aunque puede afirmarse que la tónica seguida sería más o
menos la misma. Es decir, no hubo cierre global o suspensión
generalizada de la CNT, sino que la actuación legal en contra de
la misma se dirigiría específicamente en contra de cada uno de
los sindicatos o entidades obreras que pertenecían a la misma,
haciéndoles cumplir, primero, el ya citado Real Decreto de 10
de marzo de 1923, que regulaba el derecho de asociación, y
después, otro tipo de disposiciones —como la prohibición de
realizar o cobrar cotizaciones—, que venían a coartar
totalmente la actuación de las entidades obreras y que
terminarían, dependiendo mucho del celo del respectivo
gobernador, por suprimir a gran parte de los sindicatos
confederales.

Pero, en realidad, el conjunto de la Confederación seguía


actuando en función de lo que ocurría en el núcleo confederal

1123 Este CN debió constituirse en abril de 1924, dado que en marzo «Soli» (29-
marzo-1924) se quejaba de la situación física en la que se encontraban los miembros del
CN, detenidos en Sevilla. La detención del CN de Zaragoza se produciría el 2 de junio de
1924 (A. ELORZA «El anarcosindicalismo...», cit., p. 129-130).
de Cataluña, y más específicamente en la Roma cenetista, que
era Barcelona.

Como ya hemos dicho, el último CN legal que tendría la CNT


sería el que residía en Sevilla desde agosto de 1923, cuyo
secretario general era Paulino Diez 1124. Pero, desde aquella
lejana localidad, mal podía el CN intervenir decisivamente en
los conflictos internos que aquejaban a la CNT en Cataluña1125;
y esta dificultad se vería aún acrecentada cuando el CN fue
detenido, el 25 de diciembre, acusado de estar en relación con
una conspiración comunista1126. Sin embargo, ello no impidió
que, tras los acuerdos del Pleno ampliado o Asamblea de
Granollers, de 30 de diciembre de 1923, la CRT de Cataluña
reiniciase una etapa de reconstrucción, dirigida por el sector
anarcosindicalista predominante, aunque llena de buena
intención y dispuesta a subsanar lo que ya era comúnmente
aceptado como un error del pasado, es decir, el haber
autodeclarado el cierre de los sindicatos en octubre de 1923.

Y una buena prueba de esta intención reconstructiva sobre


bases nuevas nos la ofrece el propio Manuel Buenacasa,
entonces redactor de «Solidaridad Obrera», quien en
enero-febrero de 1924 publicaría una serie de artículos en los
que se ocuparía especialmente del tema organizativo, tratando
de divulgar las normas básicas de la organización y del

1124 «Soli», 28-agosto-1923, p. 2; o Manuel Adame, según GARCÍA OLIVER, op. cit., p.
633.
1125 En una nota publicada en «Soli», 25-agosto-1923, p. 2, el CR de Cataluña se
quejaba de que su correspondencia con el CN era interceptada, lo que dificultaba el
entendimiento entre ambos.
1126 Vid. A. ELORZA, op. cit., p. 129.
funcionamiento sindical, quizá un tanto olvidados, en aquella
etapa de reconstrucción.

Así se pueden citar artículos como «Las Secciones y los


individuos», en el que manifiesta un criterio abierto de la
organización en la base, proponiendo la admisión en los
Comités de Fábrica a individuos independientes, que no se
hallasen afiliados al Sindicato 1127.

Y en similar línea se manifestaría en «El individuo en el


Sindicato», insistiendo en este caso en ía necesidad de dotar de
un contenido moral e ideológico a la actividad sindical, a la cual
consideraba excesivamente materialistizada en los últimos
años.

«En las épocas pasadas —decía— conquistamos la


adhesión de las multitudes por el ofrecimiento de mejoras
materiales y por el halago hacia “la fuerza ingente” de
aquéllas.»

Y ello era, según Buenacasa, el gran defecto que, más que


ningún otro, había llevado a la CNT a la situación de
desmembración y desorganización en la que se encontraba.

«Es más que seguro que si hubiésemos propagado al


igual que las conveniencias económicas las conveniencias
espirituales, nunca la clase obrera se hubiera considerado
llamada a engaño.»

Porque, terminaba su razonamiento, «Si yo voy al Sindicato

1127 «Soli», 30-enero-1924.


para exigir más jornal —y así hemos propagado muchas
veces—, ¿para qué continuar en él cuando no puede exigir esa
mejora?»1128.

Por otra parte, la constante presión represiva sobre los


sindicatos determinaría a la Confederación a lanzar formas
orgánicas que pudiesen ofrecer una mayor seguridad para la
actividad sindical semiclandestina como la que tenía que
realizarse ya en aquellos momentos. Había que asegurar una
mejor coordinación y relación entre los organismos
confederales y la base, y entre los órganos de ésta entre sí. Es
así como el CR decidió relanzar la idea de la creación de los
Comités de Relaciones de industria, aunque la intención
manifestada no fuese desde luego ésa.

Los Comités de Relaciones venían a ser, en realidad, una


especie de sucedáneo de las FEDERACIONES de industria,
rechazadas en el Congreso de 1919. Su función primordial era
la de mantener en relación a todos los sindicatos de una
determinada rama industrial de todas las localidades de un
ámbito territorial determinado, en este caso Cataluña.

Era obvio que si su utilidad era grande en tiempos de


normalidad, ampliando el marco de la solidaridad, dentro de
un ramo de la producción, más allá de los límites locales,
también lo era en los tiempos difíciles por los que atravesaba la
CNT en aquellos momentos; dado que implicaban la creación
de una nueva red de relaciones entre los sindicatos, que les
permitiría permanecer en relación entre sí en caso de caída de

1128 «Soli», 8-febrero-1924.


los Comités superiores de la Confederación, extendiendo esta
relación fuera de la propia localidad.

Los Comités de Relaciones habían sido ya lanzados por la


Asamblea Regional de Lérida, de 29 de julio de 1923, sin
embargo, no debieron ponerse en funcionamiento de una
manera generalizada —aunque existiesen de manera aislada
en algunos sectores, como en el Vidrio—, y una buena prueba
de ello lo sería la circular del CR, de 28 de marzo de 1924,
llamando de nuevo a su constitución 1129. En este sentido, no
dejaba de ser paradójico que estas formas orgánicas de tipo
industrialista tuviesen que ser promocionadas en las
circunstancias difíciles por las que se pasaba, por quienes
precisamente se habían opuesto a ellas anteriormente, como
elementos peligrosos para la pureza orgánica confederal,
inspirada por un fuerte antiburocratismo y autonomismo.
Existía la creencia de que organismos como éstos sólo
contribuían a la proliferación orgánica y, por lo tanto, eran un
peligro de burocratismo y de obstrucción del funcionamiento
interno de la organización confederal.

Pero, toda la actividad reorganizadora del nuevo CR no


serviría de mucho. Los problemas internos, a los que se
añadían la persecución policial, las detenciones, la censura del
órgano confederal, etc., obstruirían completamente esta labor.

El 4 de abril de 1924 se reuniría en Sabadell un nuevo Pleno


regional, en el que el CR presentaría la dimisión y sería elegido
uno nuevo, cuyo secretario general pasaría a ser Adrián Amó,

1129 Véase la circular del CR de Cataluña «La crisis de trabajo y los Comités de
Relaciones», de 28 de marzo de 1924, en «Soli», 29-marzo-1924, p. 1.
designándose de nuevo a Matar ó como lugar de residencia del
mismo. Este Pleno, que lograría reunir a 237 delegados,
vendría a ser el último que realizase la CRT catalana antes de la
definitiva suspensión de sus actividades legales, por orden
gubernativa. Si bien el nombramiento de Adrián Amó como
secretario general, hombre más cercano a las posiciones de
Pestaña que a las de los anarcosindicalistas intransigentes,
pudiera hacer pensar en una reorientación de la línea que
estaba siguiendo la Confederación, la verdad es que esto no
pudo llegar a manifestarse claramente. Por el contrario, el
Pleno dio muestras de gran radicalismo, sobre todo en su
actitud con respecto a la representación de tendencia
comunista, a la que se le negaría el derecho al uso de la
palabra, representación que correspondía a Lérida y que
encabezaba el propio Joaquín Maurín. Buenacasa, con su
característico apasionamiento, un tanto deformante de los
hechos, describiría el Pleno diciendo: «La Asamblea de Sabadell
fue aún más enérgica. Al único delegado entre los 237 —que
luego resultó que no representaba a nadie— conocido como
bolchevique se le negó el uso de la palabra por acuerdo
unánime de todos los representantes de la región»1130.

Por entonces, el interés de gran parte de los militantes


comenzaba a dirigirse ya más a las actividades conspirativas
que a las puramente sindicales. Los grupos anarquistas se
reorganizaban tanto en el interior como en el exilio y se notaba
un claro bullir de la actividad anarquista, pero ahora muy
superior al que se había producido en el anterior período de

1130 M. BUENACASA, op. cit., p. 219; «Acción Social Obrera», 10-abril-1924; A.


ELORZA, «Elanarcosindicalismo...»y cit., p. 143, 152. El Pleno elegiría también, como
tesorero, a Molas.
clandestinidad —1920-1922—, dado que la simiente ya estaba
echada desde entonces y la infraestructura orgánica no había
hecho sino crecer desde entonces. Así, «Solidaridad Obrera» de
8 de febrero de 1924 recogería una nota en la que se venía a
dar noticia de la formación en Francia, tras una reunión que
había tenido lugar en Lyon, de un Comité de Relaciones
anarquistas, cuya finalidad no era otra que la creación de una
Federación de Grupos Anarquistas de lengua española en aquel
país, y que vendría a unirse a similar Federación creada ya en
España, tras el Congreso Anarquista de Madrid, de marzo de
1923, al que nos hemos referido anteriormente.

Es en esta situación cuando el 28 de mayo de 1924 es


asesinado el verdugo de la Audiencia Territorial de Barcelona,
hecho que las autoridades emplearán como disculpa para
deshacerse definitivamente de la CNT, siendo suspendida la
publicación de «Solidaridad Obrera» y cerrados los locales de
los sindicatos de aquella ciudad, asestando así un durísimo
golpe a la Confederación, justo en la cabeza de toda la
organización, del que sólo comenzará a recuperarse ésta en
1930.

La desintegración confederal, tras la suspensión de la


organización catalana, el 29 de mayo de 1924, sería
prácticamente inmediata y vendría, en gran medida facilitada
por los sectores partidarios de la clandestinidad y de la acción
conspirativa, que veían ahora cómo la suspensión legal venía a
ratificar la actitud adoptada por ellos mismos en octubre de
1923, cuando habían decidido pasar a la clandestinidad por su
propia cuenta. Pocos días después, el 2 de junio de 1924, sería
detenido en Zaragoza el CN de la CNT, cuyo secretario general
era José Gracia Galán y que había sido constituido, ya con
carácter clandestino —tras la detención del anterior en
Sevilla—, muy poco tiempo antes1131.

De cualquier manera, los sectores sindicalistas


comprenderían inmediatamente el difícil destino que esperaba
a la organización sindical en la clandestinidad; la organización
sindical no era un grupo político que pudiera fácilmente
pervivir en reducidas agrupaciones de militantes, y, por el
contrario, necesitaba de la legalidad y de la afluencia de
grandes masas de trabajadores para poder cumplir su misión.
Por ello no tardarían en producirse los intentos
reorganizadores que tratasen de evitar los desastrosos
resultados que las anteriores experiencias de ilegalidad habían
ocasionado a la Confederación. Pero cualquier tipo de
reorganización tendría que pasar necesariamente por la
legalización de los sindicatos, y ésta sería la mayor e insalvable
dificultad a superar, al menos en base a los presupuestos
ideológicos clásicos de la CNT.

La existencia de un CR no demasiado lejano de las posiciones


sindicalistas, cuyo secretario era Adrián Arnó, nombrado más a
resultas del creciente desinterés de los anarquistas por la
actividad estrictamente sindical —más preocupados ya por la
actividad política y conspirativa en contra de la Dictadura—,
que por un cambio en la correlación de fuerzas, facilitaría el
primer intento reorganizador, cuya muestra más visible sería el
lanzamiento de un nuevo órgano confederal, «Solidaridad
Proletaria», que vería la luz el 18 de octubre de 1924. El intento

1131 A. ELORZA, op. cit., p. 129.


reorganizador y la línea del periódico respondería ya a una
concepción de carácter sindicalista, bien diferente de la que
solamente unos meses antes había seguido la Confederación.

«Es hora ya de que establezcamos una separación entre el


pasado y el presente de la CN del T —decía elmanifiesto del
CR, recogido en el número uno del periódico—, y que
digamos francamente que, si ésta ha de ser netamente
anarquista, como se ha pretendido en estos últimos tiempos,
lo mejor será renunciar a la captación de masas y destruir los
Sindicatos y organizamos en grupos de afinidad. Más si la CN
del T ha de ser lo que por sus estatutos y por los imperativos
de la lógica debe ser, es necesariamente preciso, por el
respeto que las mismas ideas anarquistas merecen y haciendo
honor a los más rudimentarios principios de libertad, que
dejemos de pretender y proclamar que ella es neta y
francamente anarquista. Es un organismo de lucha económica
de clase, en que no se impone la aceptación de idearios
determinados, en que se respetan todas las ideas, en que
todas las ideas pueden ser defendidas, honradamente,
noblemente»1132.

Pero este primer intento reorganizador resultaría


totalmente fallir do. Por una parte, la falta de respuesta de los
organismos sindicales y, por otra, la propia detención de los
más destacados líderes que impulsaban esta vuelta a la
legalidad —Pestaña, Peiró, Arnó, Espinalt, Abella, etc.—
impidieron totalmente su realización 1133 . Y el propio

1132 «Solidaridad Proletaria», núm. 1, 18-octubre-1924.


1133 Estos mismos dirigentes se lamentarían, en carta dirigida al periódico desde la
cárcel, del poco eco que había despertado en los medios sindicales barceloneses este
periódico, «Solidaridad Proletaria», dejaría de existir con su
número 30, de 9 de mayo de 1925.

Pero, los sectores sindicalistas no cesarían todavía en su


empeño de reconstrucción de la CNT, aún a sabiendas de que
la mayor dificultad radicaría precisamente en lo que tendría
que ser la base para cualquier reconstrucción o
reorganización: la legalización de los sindicatos. Así,
coincidiendo casi con la desaparición de «Solidaridad
Proletaria», ante la difícil situación de Cataluña, el esfuerzo
reorganizador se dirigía ahora a las Regionales gallega y
asturiana, que gozaban aún de una cierta permisibilidad, y
cuyos respectivos órganos regionales, «Solidaridad Obrera»
de Santiago y de Gijón, continuaban publicándose. Resultado
de estas gestiones fue el traslado del CN de la CNT a Gijón, del
cual sería nombrado secretario general Avelino
González-Mallada primero1134, y Segundo Blanco, después1135.

En Barcelona, en enero de 1926, un nuevo órgano


sindicálista, «Vida Sindical», vería la luz con la intención de
potenciar la reorganización y apoyar los trabajos que se
intentaban desde las Regionales gallega y asturiana. El editorial
del número primero, del 15 de enero, lo decía claramente: «El
primer punto de la actuación que hoy comenzamos es éste:
una campaña de normalización de la vida sindical de Barcelona.
Nos adherimos, por lo tanto, a las iniciativas de las Regionales
galaica y asturiana de legalizar el funcionamiento de la

intento reorganizador («Solidaridad Proletaria», 24-enero-1925).


1134 Según carta del citado a Abad de Santillán (17-IX-1925); cit. en A. ELORZA, op.
cit., p. 165.
1135 R. ÁLVAREZ, op. cit., p. 286.
Confederación Nacional del Trabajo» 1136 . Por lo demás, el
carácter netamente sindicalista del nuevo órgano, no sólo se
podía deducir claramente del contenido del editorial del
mismo, sino del manifiesto que acompañaba también a su
número uno, y que firmaban sus impulsores —Pestaña, Peiró,
Arnó, Abella, Piñón, etc.—, en el que se exigía que la nueva
CNT reorganizada se basase, además del respeto a los acuerdos
de los anteriores Congresos y Conferencias —el de 1919, sobre
todo—, en el respeto al carácter de organismos económicos y
de clase de los sindicatos, y, por lo tanto, a su neutralidad. Por
otra parte, « Vida Sindical» tenía mucho de respuesta al órgano
anarquista que el grupo que encabezaba Manuel Buenacasa
acababa de editar en Blanes, el 7 de noviembre de 1925, «El
Productor».

«El Productor», como diría después Buenacasa, se crearía con


la expresa intención de combatir la tendencia sindicalista,
neutralista, que entonces encabezaba los esfuerzos
reorganizadores de la CNT, en base a la legalización de los
sindicatos 1137. La tendencia del periódico, que reuniría en torno
a sí a figuras como el propio Buenacasa, José Alberola, Ramón
Suñé, Jaime Rosquillas, Miguel Chueca, etc., y que contaría con
colaboraciones de Malatesta, Abad de Santillán, etc.1138, se
encuadraría en la línea que defendía un «movimiento obrero
netamente anarquista», como expresaría en su número
primero, muy similar a la tendencia que, desde Buenos Aires,

1136 «Al comenzar nuestra tarea. Orientaciones y rectificaciones», en «Vida Sindical»,


núm. 1, 15-enero-1926. .
1137 M. BUENACASA, «La CNT, los "Treinta" y la FAI», Barcelona, 1933, p. 36.
1138 M. BUENACASA, «El movimiento...», cit., p. 32.
impulsaban desde hacía ya unos años la FORA y su órgano «La
Protesta».

Pero, la prosecución de la política restrictiva de la actividad


sindical de la Dictadura y, por otra parte, el establecimiento de
la legislación corporativa de Aunós, los Comités Paritarios, que
obligaban al sometimiento a su jurisdicción de todos los
conflictos laborales, en noviembre de 1926, terminó por acabar
con estos intentos reorganizadores. Ahora estaba claro que
difícilmente podía volver la CNT a la legalidad, como no fuera
aceptando la nueva regulación laboral y, por tanto, negando su
máxima de actuación: la acción directa. Y este problema
vendría a romper la propia unidad del sector sindicalista,
contribuyendo aún más a la desintegración confederal y a
imposibilitar todo intento reorganizador. Pestaña intentaría
aún una legalización, obsesionado por la idea de mantener un
mínimo de organización y de actividad sindical, en base a la
cual se pudiese reconstruir más tarde la CNT, aunque costase
una violación coyuntural de los principios clásicos de actuación
cenetista; y así se manifestaría, primero, en sus artículos en
«Acción Social Obrera», de San Feliú de Guixols, en 1927 y
1928, y, más tarde, en el periódico vigués «¡Despertad!», en
19291139. Pero, el otro gran líder de la tendencia sindicalista

1139 La actitud de Pestaña pasaría de recomendar la legalización, haciendo las mínimas


concesiones posibles, a proponer el desarrollo de una actividad sindical paralela que
permitiese la existencia de unos núcleos cenetistas organizados, que no tuviesen que pasar
por las prescripciones legales de la Dictadura. Así, en «Acción Social Obrera»,
21-mayo-1927 diría: «La conclusión es, pues, terminante. Para reorganizar los Sindicatos
hemos de hacer las concesiones que las circunstancias nos imponen. Que variarán a
medida de la intensidad, desarrollo y matices que las autoridades den a su tolerancia para
con el Sindicato en cada localidad. Lo innegable es que han de hacerse». Y en
«¡Despertad!», 23-noviembre-1929, diría: «Descontado, empero, que la Confederación
no debe aceptar la legalidad imperante por las razones que todos conocemos, puede
reorganizativa, Peiró, se opondría tajantemente a tal tipo de
legalización, a costa de los principios confederales,
contestando a Pestaña con sus artículos, que serían publicados
por los mismos años, principalmente también en «Acción Social
Obrera». Ni que decir tiene que tales intentos recibirían las
más acerbas críticas de la prensa anarquista. Así, la CNT no
lograría iniciar su verdadera reorganización, sino a partir de
1930. Hasta entonces, como diría el propio Ángel Pestaña con
posterioridad: «la organización quedó, en realidad, reducida a
pequeños núcleos que no podían comunicarse entre sí (...) no
podíamos trabajar apenas»1140.

En los años siguientes al fracaso de los primeros intentos


reorganizadores, de 1925 y 1926, adquirirían un notable
interés las actividades conspirativas y revolucionarias en contra
de la Dictadura, dirigidas fundamentalmente por los grupos
anarquistas, pero con la colaboración, en gran medida, de los
propios Comités clandestinos de la CNT, y en estrecho contacto
con los partidos y los grupos nacionalistas y republicanos.
Como diría Juan Peiró en su informe al Congreso Nacional de
1931: «desde el año 1923 ni un solo Comité Nacional, ni un
solo Comité Regional ha dejado de estar en contacto con
elementos políticos, no para implantar la República, sino para
acabar con el régimen de ignominia que nos ahogaba a
todos»1141.

actuarse siguiendo una línea paralela y en concordancia con el temperamento personal. En


primer lugar, tenemos los Cuadros Sindicales. Bien orientados, bien comprendida su
misión, ellos pueden ser el núcleo básico de la reorganización total y efectiva».
1140 De una entrevista en «Soli», 2-junio-1931.
1141 CNT, «Memoria del Congreso... de 1931», p. 66.
Pero el estudio de todo ello es algo que excede ya de la
intención de este trabajo.

2. La cuestión ideológica

En realidad, la polémica ideológica que se produce en el seno


confederal durante el período de la dictadura de Primo de
Rivera no es sino una continuación de la ya tradicional lucha
entre las dos concepciones fundamentales de la actividad
sindical que se daban en la CNT: la concepción sindicalista
revolucionaria y la concepción anarcosindicalista. La diferencia
estaba ahora en que la llegada de la Dictadura había ofrecido
las circunstancias adecuadas para que esa polémica llegase a su
eclosión. El período de clandestinidad de los años 1920-1922 y
la progresiva decadencia del movimiento cenetista, que
comenzaría en realidad en el mismo momento en que éste
llegó a su culmen, en 1919, había logrado acentuar las
tensiones entre estos dos sectores tradicionales, al mismo
tiempo que se produciría un aumento del protagonismo del
anarquismo específico en la vida confederal. Cuando llega la
Dictadura y se reproducen las circunstancias de represión y de
clandestinidad que habían dado origen a la acentuación de las
tensiones internas, éstas no harían sino aumentar hasta
estallar en una práctica ruptura que sólo la misma
clandestinidad y la lucha contra el régimen dictatorial pudieron
ocultar o distraer un tanto. Por otra parte, la desaparición de la
actividad sindical, como actividad legalmente reconocida, y el
hecho de que la prensa obrera tuviese muy limitadas por la
censura oficial las posibilidades de referirse a noticias de
actualidad, hicieron que el tema teórico, la discusión
ideológica, llenase casi totalmente las páginas de los
periódicos, con lo cual se le daba a este tipo de problemática
una enorme divulgación, que no tenía en tiempos de
normalidad. Pero, los elementos esenciales de la polémica ya
estaban dados y en más de una ocasión nos hemos referido a
ellos. Lo que pasa es que la acentuación de las posiciones, lo
radical de los planteamientos y, en definitiva, la diferencia de
las circunstancias de tiempo y modo en que la polémica se
produciría, introducirán en los argumentos, y aún en las
posiciones, toda una serie de matices nuevos que pueden
llegar a dar la impresión de que el contenido de la discusión es
nuevo, cuando en realidad, sustancialmente, dista muy poco
de la problemática planteada en los orígenes mismos del
sindicalismo revolucionario.

Por un lado estaban los sindicalistas revolucionarios, más o


menos puros, quienes defendían la existencia de una
organización sindical de tipo apolítico, sin imposiciones de tipo
ideológico de ninguna corriente política dentro de la misma;
independiente; basada en la acción directa; pero con un
contenido revolucionario evidentemente político, en el sentido
de que la no intervención directa en el juego político no
impediría la realización de actividades de carácter —en
definitiva— político, que tendiesen a la transformación
revolucionaria de la sociedad o a la mejora de la situación del
obrero. Su postura se basaba tanto en las decisiones de los
primeros Congresos de la CNT como en la resolución política
aprobada en la Conferencia de Zaragoza, en 1922.
Por otro lado, estaban los anarcosindicalistas, con mayores o
menores dosis de «pureza», es decir, con mayores o menores
dosis de anarquismo o de sindicalismo en su concepción.
Defendían la existencia de una organización sindical, cuyos
principios tácticos respondían más o menos a las mismas
pautas del sindicalismo revolucionario, pero consideraban a
éste como un mero instrumento material que había que dotar
de un contenido ideológico concreto, que no era otro que el
propio anarquismo. Los matices a distinguir entre las
concepciones anarcosindicalistas serían tantos casi como
militantes, pero, esencialmente, las posiciones variaban desde
los que pretendían imponer simplemente esa orientación o esa
finalidad ideológica anarquista a los sindicatos —y que, por lo
tanto, eran los sectores más cercanos a los sindicalistas
revolucionarios «puros»—, hasta los que consideraban que no
era suficiente esa orientación o finalidad, sino que los
anarquistas deberían también imponer exclusivamente su
dirección exclusiva a las organizaciones sindicales. El
anarcosindicalismo basaba su posición en los acuerdos del
Congreso Nacional de 1919, en el que se había declarado que
la finalidad de la CNT era el comunismo libertario, acuerdo al
que acudían sin cesar para justificar todas sus afirmaciones.

Finalmente, en los últimos años, había cobrado fuerza una


tercera posición, derivada del anarquismo específico, que, más
allá de los planteamientos sindicalistas del anarcosindicalismo,
pretendía convertir a los sindicatos en organizaciones
puramente anarquistas; es decir, empleando un símil que ellos
rechazarían siempre, pero que se acerca bastante a la realidad,
pretendían convertir a las organizaciones sindicales en un gran
partido anarquista. Defendían la idea de un movimiento obrero
anarquista. Con lo cual se llegaría al máximo en la
desnaturalización de los principios originarios de la CNT. Por
otra parte, por supuesto, estaba el anarquismo específico, de
carácter individualista, con menor incidencia en el mundo
obrero.

En realidad, de casi todas estas posiciones o perspectivas


ideológicas del movimiento obrero nos hemos ocupado ya de
alguna manera en más de una ocasión y hemos citado
ejemplos de ellas, por lo que no se trata aquí de hacer de
nuevo una descripción general de cada una, sino, más bien, de
ver cómo quedaron planteadas estas posiciones y cómo se
manifestaron ante la especial coyuntura que la dictadura de
Primo de Rivera determinó para la CNT; sobre todo, hasta el
momento de la desintegración orgánica de esta última.

Como hemos dicho anteriormente, tras la suspensión legal


del núcleo barcelonés de la CNT, cabeza de la organización, y,
por extensión, de la propia Confederación, en mayo de 1924,
los intentos de reorganización de la CNT, en base a la
legalización de los sindicatos, serían dirigidos especialmente
por los sectores sindicalistas de la Confederación; dado que los
sectores de influencia anarquista preferían la acción
clandestina, en la que se conservaban mejor los cuadros y los
principios confederales.

Poco después de la celebración del Pleno Regional de


Sabadell, y con motivo del mismo, en el que se trató de
clarificar un poco más la posición ideológica de la
Confederación ante la dictadura, surgiría de nuevo una idea
que ya venía flotando en el ambiente desde hacía algún
tiempo: la necesidad de la celebración de un nuevo Congreso
Nacional de la CNT que clarificase la situación, tanto en el
aspecto orgánico, como en el ideológico, como en el de la pura
estrategia política a seguir en la coyuntura dictatorial. Peiró
sería uno de los que abordarían pl tema, en un artículo
publicado en «Solidaridad Obrera» de 5 de abril de 1924. Para
Peiró, el Congreso nacional habría de hacer una especie de
borrón y cuenta nueva con la Confederación, dado que, en su
concepción, eran muchos los aspectos de la CNT que habían
quedado desfasados o superados por la realidad:

«El “todo” de la CN del T ha de sufrir una profunda


transformación, de la que sólo queden en pie la
sustancialidad de los principios y procedimientos del
sindicalismo revolucionario. Las enseñanzas han sido harto
elocuentes. Los tiempos han cambiado y hemos de
conformarnos con ellos.»

A su entender, el Congreso de la renovación confederal


habría de abordar una serie de aspectos, de entre los que se
podrían destacar los tres primeros de los que él cita:

«a) Alcance objetivo de la declaración de principios del


Congreso del Teatro de la Comedia e importancia de las
relaciones entre las organizaciones sindicales y los grupos
anarquistas.

b) Definición disquisitiva del grado de identidad entre el


sindicalismo y el anarquismo.

c) Concepto y alcance de la acción sindical en los


aspectos siguientes:
1. ° En la parte profesional: mejoras económicas y
morales (comprendidas en las últimas la evolución
ascendente de la personalidad colectiva y jurídica del
proletariado en el mundo de la producción).

2. ° En la parte política, o general revolucionaria: vida de


relación y de solidaridad, intervención de los problemas
permanentes y accidentales de la vida pública y ciudadana,
en sus aspectos local, nacional e internacional; y

3. ° Definición genérica de la acción directa, en cuanto a


las relaciones con el patronato, con el Poder público y con
las colectividades ciudadanas»1142.

El artículo de Peiró tuvo la virtualidad de esquematizar


brevemente cuáles eran precisamente los puntos más
importantes que ocupaban el debate teórico dentro de la
Confederación, no sólo en aquellos momentos y a partir de
aquel instante, sino también en los últimos años.
Efectivamente, cuestiones como la verdadera significación de
la finalidad comunista anárquica, adoptada en el Congreso de
1919, las relaciones entre los grupos anarquistas y los
sindicatos —el problema de la trabazón—, la trascendencia
política y moral de la acción sindical, y, en definitiva, la exacta
delimitación de los perfiles del sindicalismo cenetista y su
contenido, eran problemas que estaban en el centro mismo de
toda discusión y de las divergencias dentro de la CNT. El mismo
artículo citado de Peiró, que tendría una segunda parte en
«Solidaridad Obrera» del día siguiente, desencadenaría un vivo

1142 J. PEIRÓ, «Pareceres. Por lo que debe ser la CNT», «Soli», 5-abril-1924.
debate, reflejado en otra serie de artículos en los que se
vendría a incidir de manera diversa en cada una de las
cuestiones por él planteadas, dependiendo de la perspectiva
del polemizante.

— La función política de la CNT

Uno de los temas que mayor polémica levantaría en aquellos


momentos, y que, en realidad se convertiría, ya desde el
mismo momento en que se planteó, en uno de los temas clave
del debate interno, fue el de la trascendencia o alcance político
de la actuación de la CNT. El problema, como digo, venía ya de
la misma Conferencia de Zaragoza, de junio de 1922, en la que
se había declarado que la CNT era un organismo «integral y
absolutamente político». A partir de entonces se iniciaría una
verdadera batalla dialéctica, por una parte, por definir
claramente el alcance de aquella declaración, y, por otra,
simplemente por su anulación, por ser contraria a los principios
confederales. En muchos aspectos, la polémica no dejaría de
tener un contenido puramente semántico, pero, en definitiva,
vendría a ser uno más de los objetos de división que servirían
para identificar y diferenciar a los sectores anarquistas de los
sindicalistas en la CNT. Por un lado, los sindicalistas se
esforzarían en recalcar el contenido político de la acción
sindical, y, al mismo tiempo pretenderían que la CNT reforzara
su actuación en este aspecto, que consideraban abandonado.
Por otro lado, los sectores de influencia anarquista preferían
no hablar de finalidad política alguna, como no fuera
expresamente el anarquismo, y consideraban que detrás de
ese deseo de que la CNT tuviese una actuación de tipo político
se escondía en realidad un deseo de participar en el juego
político electoral y parlamentario, que, sin embargo, la
declaración de Zaragoza excluía expresamente.

El mismo Peiró, en su artículo ya citado se pronunciaría por


un mayor protagonismo de la CNT en la vida civil y política, más
allá de los temas exclusivamente profesionales, en línea con la
declaración de Zaragoza, de la que, por otra parte, él mismo
había sido su redactor:

«Hay que pensar —diría— que, por grado o fuerza,


pertenecemos a una sociedad y que en ella, en el orden de
la vida ciudadana, generalmente comprendida, existen
problemas permanentes cuya atención supone salir del
exclusivismo de clase, resultando de ello una acción
defensiva contra los males que en su entraña trae el
sistema social presente y, por consiguiente, un medio de
conocer de cerca esos problemas que afectan a la sociedad.
En los órdenes político, religioso, económico, jurídico y
civil, en sus múltiples aspectos, tenemos intereses que no
debemos desatender, y, al defenderlos y mejorarlos,
nuestra acción, en cuyo caso, es acción útil a la colectividad
ciudadana; y cuanto mayor sea el acierto que presida
nuestras actuaciones, tanto mayor será, también, el valor
de captación del sindicalismo.»

En realidad, la tesis de Peiró era que no se podía encerrar a la


CNT, bajo un pretendido antipoliticismo en un círculo vicioso
de acción exclusivamente profesional, ante el temor de caer en
cualquier tipo de colaboración política ton los «nefastos»
partidos políticos, que, a la larga sólo contribuiría a la
perpetuación de éstos y, por ende, del sistema autoritario.
Todo su esfuerzo se basaba en demostrar que la acción
sindicalista revolucionaria había de tener necesariamente esa
trascendencia política, que, por otra parte, no suponía
negación alguna del principio o máxima de actuación
sindicalista que era la acción directa.

Así, a sensu contrario, diría: «Lo que hay que demostrar es


que la acción directa (...) no tiene una trascendencia política,
que suplanta la acción política de los partidos de las
democracias burguesas y socialista, que destruye las esencias
del parlamentarismo como necesario instrumento de evolución
de los pueblos. Lo que hay que demostrar, además, es que el
sindicalismo revolucionario ha advenido únicamente para esos
menesteres en que ha sido utilizado hasta ahora, en las luchas
económicas contra la burguesía, que no son luchas a fondo
contra el capitalismo, y en débiles oposiciones teóricas contra
el Estado»1143.

Y añadiría en otra ocasión: «La acción directa, utilizada sólo


para resolver los litigios entre el capital y el trabajo de tú a tú
patronos y obreros; la acción directa, utilizada sólo para esto y
para disputarles a los gobernantes alguna presa, es una pobre
acción directa, es la expresión de un mínimum de acción
directa»; pero, «esta acción, practicada sistemáticamente en la
fiscalización, crítica y oposición de y a las funciones de todas las
instituciones públicas, desde el Estado al Municipio, y, en lo
privado, desde la alta Banca a los gremios industriales,

1143 J. PEIRÓ, «Aclaraciones. Hay que fijar una posición», «Soli», 25-mayo-1924, p. 4.
denunciando en éstas y oponiéndonos a los negocios
inmorales, los fraudes y adulteraciones nocivas a la salud del
pueblo, es también acción directa»1144.

Las tesis de Peiró, que en 1922 fueran las de la CNT, tras la


aprobación de la declaración política de la Conferencia de
Zaragoza, volverían a serlo en cierto modo en 1925, cuando el
CN, residente entonces en Barcelona, se expresaría en un
sentido claramente político, manifestándose dispuesto a poner
en práctica esa acción política a la que se había renunciado
anteriormente y a luchar en un terreno que no fuese el
estrictamente económico. Así, en un manifiesto recogido en
«Solidaridad Proletaria», de 2 de mayo de 1925, venía a decir
el CN en.unos de sus párrafos:

«La Confederación Nacional del Trabajo hasta la fecha ha


actuado al margen del Estado y de los partidos políticos y
continuará actuando. No quiere saber nada de
parlamentarismos y de elecciones, de comisiones oficiales y de
intervenciones legislativas, Pero en el terreno que le es propio,
el de clase, con los métodos característicos, la acción directa,
se erguirá contra un acuerdo del Parlamento (si lo hubiera) que
perjudicara a la clase obrera, contra el Estado, si éste ataca,
contra los caciques, si éstos engañan al pueblo, contra el
legislador si éste hace leyes leoninas.

Pero concretamente, no doctrinalmente (...); no con críticas


filosóficas, ni con invocaciones, sino con la lucha práctica.
¿Tiene nada de extraño que después del período teórico

1144 J. PEIRÓ, «Afirmaciones. Nuestra acción política es la acción directa», «Soli»,


14-mayo-1923.
quieran experimentarse prácticamente el valor de las teorías?
Es muy natural que en su marcha ascendente el proletariado
amplíe sus posiciones, extienda su acción, haga el ejercicio de
sus métodos de lucha en el conjunto de los fenómenos
sociales. No hay cambio, infracción ni desviación; a lo sumo,
dentro de la trayectoria tradicional, ampliación.»

Pero, en realidad, no le quedaría mucho tiempo a este CN


para poner en práctica, como prometía, las nuevas
concepciones, —que no eran ya tan nuevas—, dado que en
septiembre el CN había sido trasladado ya, y residiría entonces
en Gijón, como ya hemos visto anteriormente. Pero, también
allí, en la Regional asturiana, la concepción política de la CNT
encontraría firmes defensores, y, entre ellos, a una de las
figuras más destacadas del sindicalismo, Eleuterio Quintanilla,
de quien, el 15 de enero de 1926, el núm. 64 de «La Revista
Blanca», uno de los órganos más caracterizados del
anarquismo español, recogía un artículo con el significativo
título «La política social de la CNT». En su artículo, el
sindicalista asturiano venía a hacer una coherente
demostración de cómo la actividad sindical de la CNT quedaría
necesariamente incompleta si no se acompañaba por una
actividad política —que él adjetiva social—. «En consecuencia
—decía—, la CNT a la vez que hace del sindicato el órgano
esencial de la lucha de clases, y de la huelga el arma ofensiva y
defensiva al servicio de los intereses económicos y morales del
proletariado, debe tender a formar en sus adherentes el
sentido de los intereses generales, sociales y humanos, de
modo que nunca aparezcan éstos en pugna o en conflicto con
aquéllos.» Y añadía más adelante: «En torno a los Sindicatos y
FEDERACIONES, en su seno mismo y apoyada en su fuerza y
prestigio, debería elaborar la conciencia político-social de los
militantes y miembros pasivos un plan meditado de reformas y
conquistas graduales de significación y orientación
revolucionarias, bien arrancadas al poder público en virtud de
la presión de las masas organizadas, ya establecidas por la
iniciativa creadora de los diversos órganos confederales». Pero,
para ser más explícito, ponía una serie de ejemplos de cuáles
deberían de ser los objetivos típicos de la acción política de la
CNT: «los puntos de vista del Gobierno y de los partidos
políticos sobre los problemas nacionales e internacionales; la
denuncia severa de las maniobras financieras y plutocráticas;
(...) la fiscalización de la política económica de los gobernantes
(...); la hostilidad a los manejos colonistas (...), la defensa de las
libertades adquiridas, la consolidación de lo conquistado en el
dominio de la conciencia, el respeto a los derechos individuales
y a los fueros y franquicias locales y regionales», etc. «Y todo
ello —decía— sin aparato legislativo, ni ataduras
parlamentarias, ni intervención en Asambleas deliberantes y
representativas de ningún género, sino en la calle, entre la
población, en contacto directo con el país y utilizando los
medios y resortes propios para mover la opinión pública.»

En fin, por esas mismas fechas aparecería el primer número


del órgano sindicalista « Vida Sindical», el cual, en su editorial
de presentación, venía también a recoger la necesidad de la
ampliación del marco de actuación de la CNT, para darle a ésta
un carácter propiamente revolucionario. «Somos partidarios
—decía el editorial— desde hace tiempo, de una ampliación
del radio de lucha de la Confederación Nacional del Trabajo, si
ésta no quiere perder su carácter revolucionario, ya en baja por
el excesivo predominio de la abstracción en la fijación de sus
finalidades, sin coherencia ni concierto» 1145. Y esta ampliación
del marco de actividad de la CNT se refería obviamente al
plano político, en línea con lo establecido por la Conferencia de
Zaragoza, de junio de 1922. «Nos referimos —precisaría más
adelante el editorial— a la lucha contra el Estado,
concretamente, no diciendo únicamente que somos enemigos
del Estado, y que, por consecuencia, nada de lo que éste haga
nos interesa.»

En definitiva, se buscaba que la CNT tuviese una proyección


política, positiva, que traspasase el marco estrecho de la lucha
sindical y de la mera denuncia de la situación política, en el que
hasta entonces se había movido. Se trataba de que la CNT
adoptase una actitud participativa —lo que muchos tachaban
de colaboracionismo— en los problemas de todo orden que
afectaban a la vida nacional, tratando de condicionar su
resolución en un sentido favorable a la clase trabajadora y, en
consecuencia, al conjunto del pueblo.

Esta actitud, a pesar de la oposición que despertaría en un


amplio sector de la CNT, no dejaría de tener un apoyo entre un
buen número de militantes. Incluso después del desastre de la
Guerra Civil de 1936-1939 y de la participación de la CNT en los
Gobiernos de la zona republicana, en ciertos sectores
cenetistas se fue mucho más allá de lo que los planteamientos
politicistas, expresados en la Conferencia de Zaragoza y en el
debate habido en el período que nos ocupa, parecían
pretender, llegando a recriminar el que la CNT no hubiese
participado directamente en el juego electoral, en vez de

1145 «Vida Sindical», núm. 1, 15-enero-1926, p, 1.


quedarse en ese habitual papel de poder condicionante, pero
nunca decisorio 1146.

— Alcance de la definición comunista libertaria

Pero, si importante fue en la polémica habida durante este


período el tema de la trascendencia política de la actuación de
la CNT, que provenía de la declaración política de la
Conferencia de Zaragoza, de 1922, no menos importante o
trascendente fue el tema de la definición ideológica de la
Confederación; tema que provenía aún de un momento más
lejano, de cuando el Congreso de 1919, acordó que la finalidad
de la CNT era el comunismo libertario.

Como ya dijimos anteriormente en alguna ocasión, la crítica


sindicalista a la definición anárquica de la CNT, en este período,
no se basó tanto en una crítica abierta a la declaración del
Congreso de 1919, como a la interpretación que los sectores
anarquistas hacían de tal declaración. Y una de las posturas
más significativas en este aspecto sería también la de Juan
Peiró, quien ocuparía, durante este período, un poco el papel
de ideólogo o vanguardia teórica del sector moderado de la

1146 En su folleto «La Confederación Nacional del Trabajo de España y la política»,


JOAQUÍN CORTÉS diría: «¿Se ha preguntado alguien seriamente sobre lo que habría
sucedido si en vez de mandar la Confederación cuatro ministros al Gobierno de coalición,
ya en plena guerra, hubiésemos votado por nuestros hombres y no por los republicanos
como lo hicimos, el 16 de febrero? Este acto habría implicado que junto con los socialistas
y otros grupos políticos nacionales habríamos convertido el Gobierno de la República en
Comité de la Revolución social democrática, ahorrando a España el horrendo baño de
sangre y la historia habría cambiado de rumbo. Lo que hicimos sin provecho unos meses
más tarde, era imperativo hacerlo a tiempo y con plan general» (México, 1956, p. 16).
CNT, mientras que el otro gran líder sindicalista, Ángel Pestaña,
se ocuparía con preferencia de los temas orgánicos. Peiró
evolucionaría bastante en su posición con respecto a la CNT,
desde el momento en que se hizo cargo, por primera vez, de la
Secretaría General de la misma —en febrero de 1922— hasta
el período que ahora nos ocupa. En aquel entonces el primer
manifiesto del CN, obra muy probablemente de Peiró, no sólo
declaraba a la CNT anarquista, sino que manifestaba que ésta
no admitiría en su seno otras directrices y orientaciones que no
fueran las de los propios anarquistas. Obviamente, la posición
mantenida por Peiró, tras su salida del CN y durante la
Dictadura, sería justamente la contraria, y se caracterizaría
precisamente por su oposición al dirigismo anarquista en el
seno de la CNT. Pero, como ya dijimos al hablar de la
Conferencia de Zaragoza, en la cual Peiró, sólo unos meses
después de su elección como secretario general de la CNT, ya
aparece manteniendo posiciones cercanas a las defendidas por
los líderes sindicalistas de aquel momento —Seguí, Pestaña,
Viadiu—, la crítica sindicalista se realizaría desde posiciones
que, al menos formalmente, en nada contradecían a lo que
sería un anarcosindicalismo moderado. Es decir, partían en sus
críticas del respeto y la defensa del acuerdo del Congreso de
1919, que declaraba que la finalidad de la CNT era el
comunismo libertario. Aceptaban, por tanto, la finalidad
anárquica de la misma. Con posterioridad, manteniéndose este
planteamiento inicial, pues, lo que se criticaba era la
interpretación monolitista que los anarquistas harían de tal
finalidad, llegando a sostener que ésta, de por sí, no implicaba
en absoluto el que la CNT fuera una organización anarquista.
Una cosa sería la finalidad remota, y otra el contenido real y
efectivo de la organización.
En esta línea, pues, se manifestaría Peiró, cuando admitía la
finalidad comunista libertaria de la CNT, pero añadía, a renglón
seguido, que esta finalidad no era en absoluto inmutable, ni
implicaba el que la CNT se considerase una organización
anarquista:

«Yo no concibo el sindicalismo revolucionario —diría—


sin una finalidad ideológica, por lo mismo que es
revolucionario, por cuyo motivo digo a los anarquistas que
debemos defender el comunismo libertario como finalidad
ideológica de la CNT. Pero también digo a los otros que los
anarquistas no negamos la posible mutabilidad de la
finalidad ideológica de la CNT»1147.

Y añadía, en otra ocasión:

«¿Quiere ello decir que nosotros formamos coro con los que
propugnan por los Sindicatos anarquistas? No, ni eso, que es
una aberración monstruosa, ni (...) la supeditación absoluta de
la acción sindical a los preceptos doctrinarios.

En cambio, sí aspiramos a que los sindicatos estén influidos


por los anarquistas, a que el sindicalismo tenga una finalidad
determinada, conformada a la concepción económica de los
anarquistas comunistas; pero todo ello sin que los anarquistas
actúen en los sindicatos como mandatarios directos de
colectividades ajenas a los mismos, ni con imposiciones, sino
sin otro objeto que el de aportar al sindicalismo el valor
accesorio, la concreción y eficiencia revolucionaria, pues que si

1147 J. PEIRÓ, «Amables aclaraciones para el compañero Magriñá», «Acción Social


Obrera», 11 -abril-1925.
alguna vez las tuvo el sindicalismo debido ha sido a los
anarquistas»1148.

La posición de Peiró, que, como se puede observar, no era,


pues, muy lejana de un anarcosindicalismo moderado, al que
introducía, por otra parte, muchas matizaciones que
difícilmente podrían ser aceptadas por quienes defendían la
hegemonía absoluta del anarquismo en la Confederación,
quedaría mucho más elaborada y completada en su obra
«Trayectoria de la Confederación Nacional del Trabajo», que
publicaría en Mataró, aproximadamente en agosto de 19251149.
En esta obra, Peiró definiría a la CNT como «un organismo
puramente económico de lucha de clases con una táctica de
combate que le da su razón de ser: la acción directa»1150; pero
también como una organizaciónsíndicalista revolucionaria,
cuyo sindicalismo y cuyo revolucionarismo venían
determinados en el artículo primero de sus propios
Estatutos 1151. En éste sentido, la CNT no podría ser nunca una

1148 J. PEIRÓ, «Afirmaciones. Sentido de independencia», «Acción Social Obrera»,


10-octubre-1925.
1149 J. PEIRÓ, «Trayectoria de la Confederación Nacional del Trabajo», Mataró, 1925.
Sería editada entonces por el Grupo Pro Cultura del Sindicato del Arte Fabril de Mataró.
Más recientemente la editaría la CNT, junto con una colección de artículos suyos,
publicados en «¡Despertad!» de Vigo, con el título de «Pensamiento de Juan Peiró»,
México, 1959.
1150 Id., p. 25.
1151 Id., p. 28. El apartado primero del artículo l.° de los Estatutos de la CNT —que
serían presentados a la aprobación del Gobierno Civil de Valencia en mayo de 1920, y a la
del de Barcelona en enero de 1923— establecía como primer propósito de la
Confederación: «Trabajar por desarrollar entre los trabajadores el espíritu de asociación,
haciéndoles comprender que sólo por estos medios podrán elevar su condición moral y
material en la sociedad presente y preparar el camino para su completa emancipación en la
futura, merced a la conquista de los medios de producción y de consumo, detentados
indebidamente por la burguesía». (Estos Estatutos fueron reproducidos modernamente por
la «Revista de Trabajo», núm. 39-40, 1972, p. 456-459.) Verlos en apéndice documental.
organización anarquista. No era un organismo político, sino un
organismo de toda la clase obrera. La finalidad comunista
libertaria que le había atribuido el Congreso de 1919, no era
sino el producto de la necesidad de, —ante la coyuntura
revolucionaria que se vivía en aquellos años—, completar el
contenido sindicalista revolucionario de la CNT con una
alternativa económica concreta, para la sociedad
postrevolucionaria que habría de organizarse. Es decir, había
urgente necesidad de concretar en aquellos momentos cuál era
el régimen económico que pensaba establecer el sindicalismo
tras su victoria revolucionaria; y entonces se eligió el
comunismo libertario 1152 . Pero, aun elegida esta finalidad
económica para el programa cenetista, esto no quiere decir en
absoluto que la CNT sea una organización anarquista, dado
que, en todo caso, el comunismo libertario sólo es la parte
económica del anarquismo, y éste no se puede reducir
solamente a este aspecto. Dicho con sus propias palabras: «Al
analizar el contenido de la “declaración de principios,, del año
1919, nos hallamos con que el comunismo libertario no es más
que el aspecto económico del anarquismo (tampoco éste, sin
negarse a sí mismo, puede ni debe encerrarse en el marco de
una organización económica); de lo que forzosamente ha de
inferirse que en la tan sobada “declaración de principios no
hay, ni de mucho, razones suficientes como para pretender que
la CNT es anarquista. Es revolucionaria, y (...) al vincular el
comunismo libertario a la CNT, se dio solución de continuidad
al pensamiento revolucionario de la misma. Y nada más»1153.

1152 Id., p. 29.


1153 Id.; p. 30.
Consecuentemente con esta posición, Peiró admitía la
presencia en la CNT de otras ideologías, e, incluso, la
posibilidad del cambio de la finalidad cenetista, como resultado
del cambio de la correlación de fuerzas en el seno de la
Confederación, o como resultado del cambio de las
circunstancias. «Los Sindicatos —diría—, y en su consecuencia
la CNT, son organismos económicos, de lucha de clases, que
agrupan en su seno a los trabajadores todos sin distinción de
ideologías políticas y sociales, y, por tanto, si los de un sector
ideológico tienen derecho a exponer y defender su credo, no
hay nada que en justicia se pueda oponer a que los otros
sectores ejerzan el mismo derecho, a menos que se establezca
un principio de desigualdad»1154. Si bien, ello no tenía por qué
significar la admisión o la presencia de tendencias o grupos
organizados en el seno de los sindicatos, ni que aquéllos
pudieran intervenir en éstos como tales, lo cual era
tajantemente rechazado por Peiró: «Si yo preconizo ese
respeto a las ideas de todos es precisamente con el fin de
evitar que los bolchevizantes formen “organismos suyos
exclusivos dentro de nuestros organismos” [se refiere a los
Comités Sindicalistas Revolucionarios] (...); pero me opongo,
además, a que ese derecho, que yo niego a los CSR lo
dententen los grupos anarquistas, confundiéndose con la
organización hasta el punto que uno no sepa qué es la
organización y qué los GA»1155. Y concluía: «siendo la CNT, por
su carácter de organismo económico de clase, un compuesto
heterogéneo, en ella no puede ni debe haber una finalidad

1154 J. PEIRÓ, «Amables aclaraciones para el compañero Magriñá», «Acción Social


Obrera», 11 -abril-1925.
1155 Id.
ideológica permanente ni un hermetismo en el orden de las
ideas. (...) si aquí se conviniera en que la finalidad ideológica de
la CNT es un valor permanente, inmutable, equivaldría a
proclamar que las minorías han de estar sojuzgadas, sin la
esperanza de que un nuevo Congreso pueda alterar el
contenido ideológico de la Confederación»1156.

En este sentido se manifestaría también el CR de la CRT de


Cataluña, entonces encabezado por Adrián Arnó, y que por
aquel entonces —octubre de 1924— realizaba un intento de
reorganización confederal, impulsado por los sindicalistas, en
un manifiesto del 14 de octubre de 1924. El CR expresaría ya
entonces gran parte de los argumentos que luego vendría a
sistematizar Peiró en su obra ya citada, «Trayectoria de la
Confederación Nacional del Trabajo». Así en un apartado de
este manifiesto, que se publicaría precisamente en el primer
número de «Solidaridad Proletaria», el CR insistiría en el
carácter coyuntural de la adopción de la finalidad comunista
libertaria por parte de la CNT, y, sobre todo, en el carácter
puramente económico de esta finalidad, que no afectaba
ideológicamente al contenido sustancial sindicalista de la CNT,
con el que quiso ser confundida con posterioridad: «En el
momento de culminante grandeza numérica de la CNT —decía
el manifiesto citado—, ésta celebró su memorable Congreso
del Teatro de la Comedia. Se respiraba en aquellas fechas un
ambiente que parecía presagiar inminentes acontecimientos
en los destinós de la cosa pública española, en los cuales, de
haberse producido en la forma y extensión esperadas, la
decisiva intervención de la CN del T hubiese sido un hecho fatal

1156 J. PEIRÓ, «Trayectoria...», cit., p. 30-31.


de enorme y trascendental responsabilidad. Y fue ante la
inminencia de estos acontecimientos cuando se reparó en que
la finalidad del sindicalismo (...) la total desaparición del actual
sistema económico-jurídico-social y, por tanto, el deber de
pensar en el sistema sustituto. De aquí surgió la necesidad de
complementar la finalidad económica de la CN del T con una
finalidad ideológica, esto es, económico-social; y el Congreso se
pronunció con entusiasmo por el comunismo libertario». Y
añadiría el manifiesto: «Ahora bien; desde aquella famosa e
histórica declaración de principios, como solución de
continuidad a la finalidad económica de la CN del T, la
incomprensión, la confusión, el absurdo más descabellado, se
han erigido en reguladores de toda clase de actuaciones
sindicales»1157.

Esta concepción puramente económica de la finalidad


comunista libertaria de la CNT, la coyunturalidad de su
adopción y el reconocimiento de la distancia que había aún
entre su adopción y la adopción de la ideología anarquista,
como contenido ideológico de la CNT, implicaba una doble
consecuencia: por un lado, la posibilidad de un cambio en el
contenido ideológico y la finalidad cenetista, es decir, la
posibilidad de un revisionismo; y, por otro lado, el
establecimiento de una clara diferenciación entre el
anarquismo y el sindicalismo, conceptos que tendían a
confundirse bajo el predominio de la corriente
anarcosindicalista.

La posibilidad de un revisionismo teórico de las concepciones

1157 «Solidaridad Proletaria», núm. 1, 18-octubre-1924.


y de los mismos métodos de lucha empleados por la CNT hasta
entonces, se vería muy pronto materializada, cuando los
propios líderes sindicalistas comienzan a elaborar sobre ello.
Peiró lo haría fundamentalmente en el aspecto táctico,
hablando de la necesidad de revisar las tácticas de lucha de la
Confederación, que «son las mismas de hace sesenta años»
—diría 1158—, mientras que Pestaña se referiría más bien al
aspecto orgánico.

En el primer aspecto, Peiró realizaría un estudio de los


métodos de lucha de la CNT, a los que consideraba un tanto
anticuados y necesitados de adaptarse a las nuevas
circunstancias del desarrollo económico. Pero, su crítica no iría
tanto a los medios de lucha en sí mismos, como a la utilización
que de los mismos se hacía. Así, criticaría la utilización casi
exclusiva de la huelga como arma de lucha de los sindicatos,
abandonando prácticamente la utilización de otras armas
modernas que eran una aportación fundamental del
sindicalismo revolucionario, como el boicot, el label o el
sabotaje. Daría indicaciones sobre cómo hacer más eficaz la
huelga, recomendando huir de la huelga larga, de resistencia,
rechazando el empleo de la huelga general por motivos
exclusivamente económicos, etc. Pero, fundamentalmente, se
preocuparía por darle un contenido moral a la lucha, más allá
de la pura reivindicación de tipo económico, proponiendo que
las huelgas se declarasen, no por reducidos motivos de mejora
económica, sino por motivaciones de carácter global, de mayor
trascendencia social, que, al mismo tiempo que pudieran tener
un mayor carácter revolucionario, supusieran, sobre todo, una

1158 J. PEIRÓ, «Trayectoria...», cit., p. 38.


mayor dignificación del trabajo. «Nosotros entendemos
—diría— que esa acción de dignificación profesional y de
responsabilidad obrera, debe practicarse en todo momento,
incesantemente, inflexiblemente, rodeándola de la máxima
publicidad; y si ella fuera causa de locauts o de incidentes que
hagan inevitables las huelgas, por lo menos estarían
informadas de miras elevadas, se daría sensación de que con
ellas, además del interés de clase, se perseguía el bien general
y público, y, por lo mismo, tendrían el apoyo que siempre
presta la simpatía de la opinión»1159.

Pero, si la revisión de Peiró apenas se refería a aspectos de


tipo táctico y orgánico 1160, y no sobrepasaba prácticamente la
ortodoxia anarcosindicalista, mucho más allá iría Ángel
Pestaña. Casi como fundamentando lo que sería su posición
con posterioridad, en enero-febrero de 1925, Pestaña escribiría
en «Solidaridad Proletaria» una serie de dos artículos, con el
título genérico de «¿Revisionismo?», en los que, refiriéndose al
anarquismo, venía a establecer una diferenciación tajante
entre lo que son los principios generales o fundamentales,
consustanciales con la teoría o doctrina anarquista, y lo que es
su realización, o los medios empleados para ello. Los primeros,
la «supresión del Estado, del derecho de propiedad privada de
la tierra y de las riquezas producidas y organización libre y
federativa del hombre y de las colectividades para todos los

1159 Id., p. 43-44.


1160 Durante estos años no se ocuparía mucho de los temas orgánicos, aunque no
faltaron sus aportaciones al tema. Sin embargo, la cuestión orgánica sería prácticamente su
tema predilecto en los años posteriores y durante la Segunda República, cuando
promocionaría la organización de tipo industrialista, a base de sindicatos y
FEDERACIoNES nacionales de industria.
fines de la vida humana, son irrevisables; todos ellos
caracterizan el anarquismo, le distinguen de todos los partidos,
líneas o tendencias conocidos hasta hoy»1161. Sin embargo, ello
no ocurría así con las formas y medios de realizar estos
principios, dado que la realidad cambia y exige también una
transformación constante de los métodos empleados para
intentar su transformación. Pero, Pestaña aún iba más allá, y
pensaba que esta revisión podía afectar a los propios
postulados teóricos, dependiendo también de las
transformaciones de la realidad a la que se trataban de aplicar:
«No hay equívoco posible —diría—. Al organizarse un partido,
crearse una escuela o fundar una secta, las ideas
fundamentales que las caracterizan, las que enuncian sus
postulados, y sus dogmas, son irrevisables desde el punto de
vista teórico». Pero, añadía, «la práctica, sí, las revisa. Hace
más: las desecha cuando las necesidades humanas las han
superado. Las formas muertas, y en eso se convierten los
dogmas y postulados superados por la realidad, no concuerdan
con el dinamismo de la práctica» 1162 . Ésta concepción de
Pestaña, que en cierto modo anunciaba su trayectoria
posterior, le permitiría relativizar al máximo la importancia
dogmática de todo lo referente a las cuestiones de forma y
métodos de actuación, con tal de que tendiesen a una más
eficaz realización de los principios fundamentales. Y, así, poco
tiempo después, bajo las duras críticas del propio Peiró
—mucho más apegado a la ortodoxia anarcosindicalista, a
pesar de decantarse por una línea mucho más moderada que la
que imperaba en esa corriente— y de los sectores

1161 «Solidaridad Proletaria», 7-febrero-1925.


1162 «Solidaridad Proletaria», 31 -enero-1925.
anarcosindicalistas y anarquistas, en general, Pestaña llegaría a
defender la existencia de organismos sindicales que pudiesen
actuar bajo la legislación corporativa de la Dictadura, aún a
costa de no poder aplicar en toda su extensión los principios
generales de la CNT —la acción directa, en este caso—, antes
de permitir que ésta se desintegrase y desapareciese
totalmente, al tener que permanecer en la clandestinidad más
absoluta, por no querer aceptar una legislación contraria a sus
principios. En este sentido se manifestaría en gran parte de sus
artículos publicados a partir de 1927, principalmente en
«Acción Social Obrera», de San Feliú de Guixols, y en
«¡Despertad!», de Vigo1163.

— Sindicalismo y anarquismo

En otra línea, la concepción de la finalidad comunista


libertaria, adoptada en el Congreso de 1919 como un
complemento puramente económico de la idea sindicalista que
inspiraba y regía a la CNT, permitió a los sindicalistas establecer
una diferenciación clara entre lo que era el sindicalismo y lo
que era el anarquismo y, en consecuencia, establecer también
cuáles eran las funciones que deberían desempeñar cada uno
de ellos y cuáles deberían de ser las relaciones entre ambos.

Este tema adquiría especial trascendencia en los momentos


que estudiamos, dada la fuerza que los grupos anarquistas
habían adquirido dentro de la CNT, importancia que

1163 Sobre Pestaña, véase la importante recolección de sus escritos, realizada por Antonio
Elorza, en: A. PESTAÑA, «Trayectoria sindicalista», Madrid, 1974.
aumentaría aún con la creación de la FAI, que tendría lugar en
julio de 1927. El esfuerzo de los sectores sindicalistas se
dirigiría precisamente a mantener la deseada independencia
orgánica e ideológica de la Confederación, tratando de evitar la
progresiva influencia y dominio de los grupos anarquistas en el
seno de la misma. Para ello tenían que realizar un enorme
esfuerzo teórico, que les permitiese afrontar dialécticamente lo
que ya no podían evitar en el terreno de los hechos. Se trató así
de desmontar los argumentos de los anarquistas, volviendo un
poco a los inicios, a la fundamentación teórica y dogmática de
la CNT. Por ello, se reinicia una discusión sobre el sindicalismo y
el anarquismo, sus diferencias y relaciones, etc., que trata de
recuperar el contenido sindicalista inicial de la Confederación,
asegurando su independencia de cualquier entidad ideológica
externa, y cuyos términos recuerdan mucho los debates
sostenidos en períodos anteriores.

El manifiesto del CR de la CRT de Cataluña, del 14 de octubre


de 1924, que pretendía iniciar una etapa de reconstrucción
confederal, en base a la legalización de los sindicatos, puestos
fuera de la ley en mayo, tomaba como punto de partida
precisamente para la reorganización una clarificación orgánica,
que delimitase perfectamente los sindicatos de los grupos
anarquistas. Así, partiendo de la cierta semejanza existente en
el orden moral y entre la finalidad remota de los sindicatos y la
de los grupos anarquistas, recalcaba las diferencias existentes
entre ambos, fundamentalmente en lo que a su función se
refiere: «A un lado la CNT, con sus masas heterogéneas y con
sus actuaciones de lucha económica de clase, sujetas siempre a
la pureza de la acción directa, recta y ampliamente entendida;
al otro, las agrupaciones de afinidad ideológica, estudiando los
problemas que interesen a aquélla —a la CN del T— y
concertándose sus componentes para plantear y defender sus
concepciones y puntos de vista en el seno de la organización
obrera. Esto es lícito y es una actuación que pueden y deben
ejercer todos los individuos que acepten la lucha de clases. Lo
que no es lícito, ni es tolerable, lo que no puede ni debe
prosperar, defendiendo la existencia de la organización, es la
intrusión e imposición de agrupaciones de afinidad,
irresponsables ante los Sindicatos y la opinión»1164.

En este mismo sentido, Peiró manifestaría claramente que la


raíz de la crisis de la CNT se encontraba precisamente en el
«exceso de confusión al interpretar las funciones objetivas de
la CNT y las relaciones entre el anarquismo y el sindicalismo», y
en la «falta de valor y de claridad para atajar esa
confusión»1165. A su modo de ver, este confusionismo, que
desnaturalizaba al anarquismo y al sindicalismo, perjudicaba
por igual a ambos, pero, sobre todo, al propio anarquismo,
cuya finalidad y contenido eran más amplios que los del
sindicalismo: «El anarquismo es una cosa y otra el sindicalismo
(...). El primero puede y debe ser complemento del segundo;
pero es de interés, tanto para uno como para el otro, evitar
que lo que ha de ser simple complemento se trueque en
confusión. La confusión será siempre un perjuicio para la CNT y
una desventaja para el anarquismo.» Pero, lo más grave para él
estaba no ya tanto en esa rechazable confusión, sino en que el
anarquismo que se había impuesto en la CNT no era

1164 «Solidaridad Proletaria», 18-octubre-1924.


1165 J. PEIRÓ, «Aportaciones. El problema previo», «Solidaridad Proletaria», 21-
febrero-1925.
precisamente la concepción ideal que hubiera sido deseable,
sino que bajo esa etiqueta se encerraba más bien un mero
revolucionarismo, un extremismo que poco o nada tenía que
ver —en su opinión— con el contenido ideal del anarquismo.
«Y si mala y desechable es siempre la imposición de las ideas
—diría—, mucho peor ha de ser su resultado cuando los
actores de la imposición desconocen las ideas mismas, pues
que lo impuesto no ha sido el pretendido contenido moral ni el
valor de las ideas, sino un sentido de insurgencia y de
subversión inconscientes»1166.

En definitiva, para Peiró, sindicato y grupo anarquista eran


cosas completamente diferentes. El sindicato es un órgano de
clase, esencialmente económico, que agrupa a los trabajadores
en tanto que tales, mientras que el grupo anarquista, como
cualquier partido político, agrupa a los trabajadores, o a
cualquier otro tipo de personas, en torno a una ideología
política determinada. Por ello, deben permanecer separados y
ser independientes. «Más claro —diría—: Los GA (...) deben ser
el plano en el que converjan los individuos de los diferentes
Sindicatos para orientarse y concretarse con respecto a las
directivas tácticas e ideológicas que se estime necesario dar a
la organización, directivas que en ningún caso deben ser
propagadas, y mucho menos impuestas, en nombre de los GA,
sino individualmente, ejerciendo un derecho que a todos,
anarquistas o no, está reconocido, o debe estar reconocido,
sobre todo, (...) por los anarquistas»1167. En su concepción,
pues, la pretensión de influenciar ideológicamente a los

1166 Id.
1167 J. PEIRÓ, «Amables aclaraciones para el compañero Magriñá», «Acción Social
Obrera», 11 -abril-1925.
sindicatos era una pretensión justa, admisible, pero ello
debería hacerse no desde la imposición del grupo o partido
político, que violase la independencia del sindicato, sino a
título individual, sin olvidar la función específica del
sindicalismo. El valor de la posición de Peiró está precisamente
en que se mantiene desde el anarquismo, que él defiende,
pero cuya aceptación por los sindicatos, por la CNT, le gustaría
que fuese consensual, no el resultado de una imposición, y que
en ningún caso se tratase de una aceptación excluyente, que
impidiese la presencia de otras ideologías minoritarias en la
Confederación, con las mismas oportunidades que el propio
anarquismo. «Yo —diría— me opongo a que los Sindicatos
tengan en su fachada una muestra como las tiendas que diga:
“Sindicato Anarquista”. No, el continente [el sindicato] debe
estar libre de esas muestras y de colectivas injerencias de
elementos extraños a los Sindicatos. Entiéndase bien: un grupo
anarquista —u otra agrupación cualquiera—, colectivamente
considerado, es extraño a los intereses de la organización, y no
importa que los componentes de éstas integren aquél. A un
lado los grupos y al otro los sindicatos. Pero si yo aspiro a un
sindicalismo de un continente tal, en cambio me interesa que
su contenido, que su espiritualidad, que sus directrices tácticas
e ideológicas estén de acuerdo con los principios básicos del
sindicalismo revolucionario y con mis ideas libertarias; y ese
interés mío pienso que sólo debo defenderlo con la
superioridad de mis ideas, con el desinterés personal, con
inteligencia y con moralidad ejemplar»1168.

Ángel Pestaña completaría aún más esta visión, tratando el

1168 Id.
tema de manera específica en un artículo titulado «Límites
inconfundibles. Los Grupos Anarquistas y los Sindicatos» 1169.
Para Pestaña, la diferencia entre el grupo anarquista y el
sindicato era radical, y se basaba tanto en su contenido como
en su función, aunque su finalidad remota pudiera ser la
misma. En cuanto al contenido, como ya hemos dicho en más
de una ocasión, para él también, el sindicato era
específicamente un arma de clase, era el órgano de todos los
trabajadores, al que se pertenece en tanto que tales; mientras
que el grupo —como el partido político— reúne a todos los
hombres que se identifican con una ideología concreta y su
agrupación se realiza en tanto que personas coincidentes
precisamente con esa ideología. Dicho en sus propias palabras:
«En el grupo anarquista caben todos los hombres que piensen,
que sientan y obren en anarquista; todos los seres que
rechacen la injusticia y las desigualdades e iniquidades
humanas, sea cualquiera su posición económica en la sociedad.
Y si bien es verdad que la mayoría de los anarquistas son
proletarios, débese sólo a que siendo ellos quienes sufren más
directamente la injusticia, sienten también una mayor
necesidad de rebelarse (...). En cambio, en el Sindicato, en la
organización profesional o industrial, no caben más que los
trabajadores, los asalariados, los que sufren la explotación del
hombre por el hombre y quieren unirse para evitarla (...). A los
componentes de un Sindicato únelos un interés material de
clase, exclusivamente de clase, aunque la finalidad perseguida
por la organización sea la señalada más arriba [el comunismo
libertario], mientras que a los componentes de un grupo los
une un interés de orden superior, de ética y moral superiores;

1169 «Solidaridad Proletaria», 21-marzo-1925.


los une un interés humano»1170. En cuanto a la finalidad, ni
siquiera una coincidencia en ésta, que habría de ser puramente
circunstancial, por principio —aunque pudiese resultar
perenne—, podría llevar a la confusión entre estos dos tipos de
organizaciones sustancialmente diferentes.

La finalidad impresa en el contenido ideológico es para el


grupo o el partido algo consustancial, mientras que para el
sindicato es puramente mutable («El Sindicato puede, aun
abandonando la declaración de principios referida, cumplir una
misión, llenar un vacío, no así el grupo. Si abandona su
declaración de principios, sobra; no tiene razón de existir; su
inutilidad es manifiesta»), y esta concepción tiene una
importancia trascendental en la valoración de la declaración de
finalidad comunista libertaria hecha por la CNT en 1919. Para
Pestaña, en ningún caso ello significaba que la CNT fuese una
organización anarquista, ni que a los sindicatos pudiera
confundírseles con los grupos anarquistas: «No importa
—diría— que una organización sindical, la CNT, por ejemplo,
haya declarado en uno de sus congresos que va hacia el
comunismo libertario, que ésta es su aspiración suprema, la
misma de los grupos anarquistas. Siendo otro su radio de
acción, otro su ambiente y otras sus condiciones de existencia,
ha de producirse diferentemente también»1171.

En consecuencia, pues, las relaciones entre los sindicatos y


los grupos ideológicos —los grupos anarquistas o los partidos
políticos— habrían de ser de completa independencia y

1170 Id.
1171 Id.
separación; y la influencia ideológica en los sindicatos habría de
ser consecuencia de la labor propagandística y no de la
imposición o de la confusión orgánica de o con entidades
extrañas al sindicato. Y, en cualquier caso, la adopción de una
finalidad ideológica por parte de la organización sindical,
resultado de esa influencia, habría de ser siempre mutable y
nunca excluyente de las ideologías presentes en la misma, que
en ese momento se encontrasen en minoría.

Y, aún así, la adopción de esa finalidad nunca cualificaría


—por ello mismo— a la organización sindical como una
organización de esa ideología concreta. Dicho en otras palabras
y referido concretamente a la CNT, ni para Peiró, ni para
Pestaña, aunque con argumentaciones matizadamente
diferentes, el hecho de que la CNT hubiese declarado que su
finalidad era el comunismo libertario, implicaba
necesariamente el que la CNT fuese una organización
anarquista.

«Los Sindicatos —diría Pestaña— no pueden intitularse con


rótulo determinado cuando pretenden agrupar a todos los
trabajadores de una industria o de un oficio. Pero pueden, y
esto ha sido siempre, acercarse hasta hacer suya, como
aspiración lejana y mediata, la ética de una escuela o partido, si
la mayoría de militantes de aquella organización pertenecen a
un partido o escuela.

Pero obrar, producirse, actuar y desarrollarse idénticamente


a las normas y métodos del partido o escuela a que
pertenezcan la mayoría de sus militantes, no puede hacerse,
pues las violencias morales a que habrían de someterse los
obreros que no piensen como la mayoría de sus militantes será
perjudicial a la obra que el Sindicato haya de realizar» 1172.

El pretender convertir a la CNT en una organización


anarquista, basándose precisamente en la declaración del
Congreso de 1919, era el gran error en que, a juicio del sector
sindicalista y moderado de la CNT, habían caído los anarquistas
y los anarcosindicalistas radicales. Error que llegaría al máximo
de su desviación en aquellos sectores que preferían la
clandestinidad o incluso la disolución de la CNT, para que
fuesen los grupos anarquistas quienes dirigiesen de manera
exclusiva los sindicatos, «proposición —diría Pestaña— varias
veces hecha en estos últimos tiempos»1173.

— Necesidad de la ideología

Hemos hablado del tema de la presencia de las ideologías


políticas en el medio sindical y aún de la posibilidad de la
adopción por los sindicatos del todo o alguna parte de ellas
como su propia orientación. Pero, aún a este respecto, se
planteaba la cuestión de si la CNT podía efectivamente adoptar
el todo o parte de algún conjunto ideológico concreto, o si, por
el contrario, debería mantenerse absolutamente neutral
—apolítica— en este terreno.

1172 Id.
1173 Id.
En realidad, las soluciones aportadas en torno a este tema
estaban en íntima relación con la concepción que se tenía del
sindicalismo, y en torno a ello se dividían los propios sectores
sindicalistas y moderados. Para quienes el sindicalismo era un
mero medio de lucha, un arma para la emancipación de los
trabajadores, la presencia de una ideología orientadora que
llenase ese continente vacío que era el sindicalismo, se
convertía en una exigencia de primera necesidad. Por el
contrario, para quienes el sindicalismo era algo más que un
medio, era una concepción de la lucha social con sus propias
soluciones y su alternativa para la sociedad postrevolucionaria,
la presencia de una ideología concreta, externa, como
determinante de la actuación de los sindicatos no podía ser
sino un factor de distorsión. En este sentido, el sindicalismo
venía a operar como una ideología en sí mismo.

Referido el problema concretamente a la CNT, en el


momento objeto de nuestro análisis, la concepción del
sindicalismo como un medio venía a ser el justificante de la
necesidad de la presencia del anarquismo como ideología
orientadora de la Confederación. Mientras que la concepción
del sindicalismo como un fin en sí mismo implicaba
necesariamente el rechazo del anarquismo y de cualquier otra
ideología política, no en sí mismas, sino como condicionantes
de la acción sindical.

Si bien la segunda posición sería la propia del sindicalismo


revolucionario puro, entre los sectores sindicalistas y
moderados, que se alinearían juntos en contra del extremismo
anarquista en el seno de la CNT, se pueden encontrar ambas
posiciones. Peiró podría ser citado como ejemplo de la primera
posición, mientras que en el otro extremo estaría Eleuterio
Quintanilla.

Sin embargo, la propia posición de Peiró a este respecto no


estaba del todo exenta de cierta ambivalencia. Ello era
producto de la tensión dialéctica que se producía en su
persona entre su conciencia anarquista y su militancia y su
alineamiento sindical al lado de los moderados y de los
simplemente sindicalistas. Así, en sus artículos, veremos como
en más de una ocasión defenderá el carácter puramente
económico, neutral, de la Confederación; recalcando el papel
de aglutinadora de toda la clase trabajadora que ésta debía
desempeñar, prescindiendo de las cuestiones ideológicas, que
dividen a los trabajadores. «Los determinismos económicos
—diría—, creando a los individuos necesidades ineludibles,
hacen del Sindicato una consecuencia natural, y al Sindicato
acuden los trabajadores sin otro título que el de tales, porque
en ello existe una coincidencia común. Pero cuando, además
de los problemas económicos, se trata de las cuestiones que
afectan a la conciencia o el mundo de las ideas, entonces ya no
hay coincidencia y, por tanto, tampoco hay organización
posible [de toda la clase]»; y así, concluía: «La CNT y los
sindicatos deben ser organismos económicos de lucha de clase,
que dejan a su margen toda expresión colectiva de orden
político y religioso, para adoptar la acción directa como medio
de combate contra el capitalismo y el Estado» 1174 . Pero,
también, en otras ocasiones, recalcando precisamente el papel
de medio del sindicalismo, Peiró Sostendrá —como ya hemos

1174 J. PEIRÓ, «Aportaciones. El problema previo», «Solidaridad Proletaria», 21-


febrero-1925.
visto anteriormente— la necesidad de la presencia de una
ideología anarquista, como finalidad y como orientación de la
actividad sindicalista. Sus dos artículos publicados en «Acción
Social Obrera» bajo el título de «Afirmaciones. Nuestro
Sindicalismo» son una verdadera afirmación del carácter
meramente instrumental que Peiró atribuía al sindicalismo.
Escritos precisamente como contestación a otro, publicado en
el mismo periódico por M. Sáinz, en el que se venía a defender
una concepción ideológica del sindicalismo, como dogma, en
ellos Peiró rechaza este carácter y afirma que el sindicalismo es
simplemente un medio, un instrumento de la lucha de clases, y
como tal, necesita del complemento de una ideología
orientadora, que evite que caiga en un mero corporativismo
materialista. «El sindicalismo —diría—, que ni es una doctrina
ni es siquiera el esbozo de un sistema, no pasa de ser un medio
de lucha, y por ser medio, precisamente por ser el medio para
la lucha de clases, él es adoptado por las distintas escuelas
socialistas como necesario instrumento de fuerza organizada
para destruir el capitalismo como sistema y a su mandatario el
Estado; de donde prácticamente se concluye una ley de
reciprocidad: el sindicalismo aporta el medio de realización, la
fuerza organizada, a los sistemas, a las plasmaciones
económico-sociales de cada una de las distintas escuelas
socialistas, y el resultado es éste: el medio y los fines se
complementan recíprocamente»1175. La consecuencia de ello
no puede ser otra, pues, que la necesidad de una ideología,
que inspire y dirija a ese medio: «Insistimos, sí, en que si el
sindicalismo ha de cumplir su misión transformadora de la
sociedad, le es necesariamente precisa la recepción de reflejos

1175 «Acción Social Obrera», 19-septiembre-1925. El subrayado es del autor.


espirituales que proyecten una trayectoria ideológica que sea
dinamismo y a la vez plasmación o corolario de aquella
misión»1176. Y esa ideología, para él, como ya vimos, no podía
ser otra que el anarquismo: «Yo no concibo —diría— el
sindicalismo revolucionario sin una finalidad ideológica, por lo
mismo que es revolucionario, por cuyo motivo digo a los
anarquistas que debemos defender el comunismo libertario
como finalidad ideológica de la CNT» 1177 . Así pues, en la
concepción anarcosindicalista moderada de Peiró, la CNT no
sólo podía, sino que debía tener una ideología política
concreta, y ésta no era otra que la del anarquismo. Sin
embargo, como hemos visto también, para él esto no
significaba necesariamente el que la CNT se convirtiera en una
organización anarquista, ni que tuviese que estar sometida a
las directrices de los grupos del mismo signo.

En el extremo opuesto, el destacado sindicalista asturiano


Eleuterio Quintanilla sostendría que el sindicalismo era algo
más que un mero medio, que un arma material a emplear por
una ideología externa para cumplir su finalidad. Para él, el
sindicalismo era algo más. Era una idea. Si para Peiró y para los
que como él pensaban que el sindicalismo era simplemente
una acción, la acción de las organizaciones obreras, de los
sindicatos: la acción sindical; para Quintanilla, como para los
teóricos clásicos del sindicalismo revolucionario, el sindicalismo
no sólo era la acción sindical, sino la teoría de esa acción.
Constituía ya en sí mismo un conjunto ideológico que cubría no

1176 J. PEIRÓ, «Afirmaciones. Sentido de independencia», «Acción Sindical Obrera»,


10-octubre-1925.
1177 J. PEIRÓ, «Amables aclaraciones para el compañero Magriñá», «Acción Social
Obrera», 11 -abril-1925.
sólo el conjunto de la acción sindical, sino el sistema
socioeconómico alternativo al sistema social actual. Así, diría
Quintanilla: «Se ha creído ver en él [sindicalismo]
exclusivamente una fuerza y no una idea; un medio y no una
necesidad; un complemento y no todo un sistema completo de
lucha y renovación, capaz de sustituir ventajosamente, en un
momento dado, al sistema económico burgués. De ahí el error
de algunos al negarle eficacia y valor» 1178.

En este sentido, para él, el sindicalismo y el anarquismo eran


cosas completamente diferentes, en lo que coincidía con los
demás sindicalistas y moderados de la CNT. Pero, esta
diferenciación no implicaba, a su entender, el que el
anarquismo viniese a suponer en esta relación la ideología
política y el sindicalismo el medio más adecuado para
realizarla; sino que el sindicalismo vendría a ser un medio y al
mismo tiempo una teoría socio-económica que ese medio
debería realizar, mientras que el anarquismo ¿parecería en
esta relación como un ideal remoto, como una aspiración de
tipo filosófico con la cual el sindicalismo revolucionario podía
ser coincidente, pero nunca sería la ideología política que este
último tuviera que realizar. El sindicalismo revolucionario sí
podía implicar la realización de muchos de los ideales que
contenía la filosofía anarquista, de amplia comprensión; pero el
anarquismo no era para el mismo su programa ideológico, sino
que el sindicalismo llevaba ya consigo mismo su propio
programa —el sindicalismo revolucionario—. Diría Quintanilla:
«Lo repito: diferentes anarquismo y sindicalismo,

1178 E. QUINTANILLA, «Sindicalismo no es anarquismo», «El Noroeste», 9-enero- 1926;


en «Revista de Trabajo», núm. 39-40, 1972, p. 384.
doctrinalmente, sus objetivos son, sin embargo, concordantes
en la aspiración igualitaria que implica la abolición de las clases
sociales.» Y añadiría: «El sindicalismo presenta todo un plan de
lucha, todo un sistema de construcción, todo un cuerpo de
ordenación económica con espíritu socialista y que no es
precisamente el socialismo estatal, al cual se opone en sus
procedimientos y en sus fines gubernamentales. El anarquismo
constituye el diseño ideal futurista que se vislumbra como una
realidad prometedora; el sindicalismo viene con fuerzas
propias a dar firme base económica a lo que flota en el
ambiente como un efluvio del espíritu romántico y
creador» 1179.

En definitiva, la consecuencia de ello no podía ser otra que la


opuesta a la sustentada, por ejemplo, por Peiró. La CNT no
necesitaba de ninguna ideología; sin que ello supusiese la
exclusión de la presencia de ellas en su propio seno.

La única ideología que necesitaba la CNT era la que se


derivaba de su propia naturaleza y se encontraba en sí misma:
el sindicalismo revolucionario, con todo el contenido propio de
esta concepción social (que hemos descrito resumidamente en
el primer capítulo). Dicho en palabras del propio Quintanilla:

«En una palabra, si la CNT es un organismo sindical de


concentración y de acción proletarias, su ideología no debe
ni puede ser otra que la que determinan al unísono su
propia naturaleza y su significación: una ideología
sindicalista de íntegra transformación social. Pretender

1179 Id.
otra cosa equivale a perder lastimosamente el tiempo en
líricos bizantinismos»1180.

La posición de Ángel Pestaña, a este respecto, evolucionaría


bastante. En el período que estudiamos su posición era muy
similar a la de Peiró y, como ya vimos, admitía también la
necesidad de la presencia de una ideología orientadora en los
sindicatos; si bien, ya entonces, su nivel de concienciación
anarquista no era tan elevado como el de Peiró y ello le
permitió un análisis de este tema desde un punto de vista un
tanto neutral —sindicalista—, tratando en pie de igualdad al
anarquismo y a las otras ideologías, a la hora de admitir la
posibilidad de su influencia en los sindicatos 1181 . Pero
posteriormente, su posición sindicalista le acercaría mucho
más a la postura de Quintanilla, llegando a sobrepasar con
mucho las consecuencias que el sindicalista asturiano hubiera
derivado de sus propias concepciones. Así, considerando al
sindicalismo como una ideología completa e independiente,
Pestaña llegaría a fundar —en 1934— un partido político, el
Partido Sindicalista, que, completando la acción de los
sindicatos, luchará en el campo político por la realización de su
ideología, el sindicalismo1182.

1180 Id.
1181 Véase, por ejemplo, su artículo «Límites inconfundibles. Los grupos anarquistas y
los Sindicatos», en «Solidaridad Proletaria», 21-marzo-1925, al que nos hemos referido
ya.
1182 Hablando sobre las diferentes interpretaciones del sindicalismo, diría Pestaña en
1934: «Y hay, por último, la tercera interpretación, que separa la función del Sindicato,
instrumento de acción de los trabajadores, del Sindicalismo, interpretación teórica y
doctrinal de la acción sindical de las clases productoras. Esta última interpretación,
recientemente manifestada, acepta, incluso, la lucha política del sindicalismo, mediante un
organismo propio y definido, para lo cual acaba de constituir el Partido Sindicalista» (A.
— La visión radical

En el extremo opuesto de las posiciones moderadas, que


hemos analizado hasta aquí en sus ejemplos más significativos,
y que comprenderían fundamentalmente al sector sindicalista
revolucionario y a los anarcosindicalistas más moderados, se
encontraban, durante este período, el sector más duro del
anarcosindicalismo y el propio anarquismo.

Los argumentos de los sectores radicales de la CNT recaerían,


pues, con signo contrario, prácticamente sobre los mismos
temas que eran objeto de la preocupación de los sectores
moderados, de los que nos acabamos de ocupar; es decir, la
función política de la CNT, el alcance de la declaración del
comunismo libertario como finalidad de la misma, el problema
de las relaciones entre el anarquismo y el sindicalismo —sus
similitudes y diferencias— y, como consecuencia, el problema
de las relaciones entre los grupos anarquistas y los sindicatos,
el tema del contenido ideológico de la Confederación, etc.

Ni que decir tiene que uno de los temas que suscitaría mayor
oposición en los sectores radicales de la CNT sería la
declaración política de la Conferencia de Zaragoza, sobre todo,
en tanto en cuanto creían ver en ella una soterrada intención
de conducir a la CNT al juego político, electoral y
parlamentario. Ya hemos hablado de esto cuando el tema se
planteó en el período inmediatamente anterior al que ahora

PESTAÑA, «La crisis sindicalista en España», en «Leviatán», núm. 1, mayo-1934, p. 65).


nos ocupa. Pero si entonces la crítica se vio atenuada por la
cercanía de la propia Conferencia y por la misma correlación de
fuerzas existentes en aquellos momentos, ello no impidió el
que ésta perdurase, y éste fuese uno de los temas que iría
adquiriendo mayor importancia en el debate al pasar el tiempo
y cambiar las circunstancias en que tal declaración política se
produjo.

El tema de discusión, saber si en realidad la CNT era —o


debía ser— o no una organización de carácter político, tenía un
alto contenido semántico, y convertía a muchos de los
argumentos en discusión en aparentes juegos de palabras.
«Cuando combatimos a la política y a los políticos —diría un
editorial de «Solidaridad Obrera»—, nos suelen contestar éstos
que también nosotros lo somos; y en efecto, nosotros, los
anarquistas, también somos políticos; pero, permítasenos que
digamos una gran verdad, aunque la hayamos de expresar con
un juego de palabras: nosotros, los anarquistas, somos los
políticos más enemigos de los políticos (...). El ideal político de
los anarquistas es la antítesis del ideal político que sostienen
los demás hombres de ideas (...). Los políticos anarquistas
aspiramos a que nadie gobierne a nadie»1183. Efectivamente,
gran parte del problema estaba en qué era lo que se entendía
por política, o qué era lo que cada sector pensaba que se
encerraba detrás de ese término cuando se aplicaba a la CNT.
Así, gran parte de la oposición que la definición de la CNT como
organización política suscitó entre los sectores anarquistas
respondía más a una suspicacia o a un reflejo de contradicción
hacia los sectores sindicalistas y moderados, principales

1183«La CNT y las ideas políticas», «Soli», 30-diciembre-1923, p. 1.


sostenedores de tal definición, que a una verdadera convicción
de que lo que se escondía detrás de la misma era algo
realmente negativo. Y ello es así porque, en realidad, la
posición de los anarquistas y la de los anarcosindicalistas era ya
per se una posición política —como muy bien reconocía el
editorial de la «Soli» citado—, con un contenido político
ideológico concreto, que excedía del puro marco sindical, y
que, de hecho coincidía, al menos en gran parte, con lo que los
sindicalistas —per se apolíticos— incluían en su concepción y
definición política de la CNT. Y así Se verá que en las
contestaciones que la definición política de la CNT provocará
en los medios anarquistas y anarcosindicalistas, el rechazo se
quedará más bien en un campo semántico, sin querer entrar en
el contenido sustancial del problema, o bien se aceptará la
acepción política de la CNT en un sentido excesivamente
restringido, negativo, puramente anarquista, negando todo
tipo de acción que lindase los límites de lo que pudiera ser
considerado como una colaboración en el sistema social
presente, contribuyendo a su perfeccionamiento y, por lo
tanto, a su perpetuación. En este sentido se pueden encuadrar
manifestaciones como las del ya citado editorial de
«Solidaridad Obrera», o las de Manuel Buenacasa, cuando
decía: «A nuestro juicio no debe hablarse de política en
nuestros medios como no sea para combatirla
sistemáticamente; el mejor medio de defender la política de la
Confederación —que no debe tampoco llamarse política para
no escamar a los obreros— consiste en combatir todas las
concepciones políticas, sin distinción, que tiendan a perpetuar
el Estado»1184.

1184 M. BUENACASA, «Cambiando de disco», «Soli», 17-mayo-1924, p. 1.


Por lo demás, la suspicacia de los medios anarcosindicalistas
hacia el tema de la definición política de la CNT era mayor en
estos momentos en la medida en que esta cuestión había
vuelto a surgir con fuerza en medio de una campaña en la que,
tras el Pleno Regional de Sabadell, de 4 de abril de 1924, los
moderados se esforzaban por orientar a la Confederación por
unos derroteros nuevos, y entre los temas en los que se debía
basar esta reorientación se encontraba la adopción de una
nueva posición ante los problemas sociales y políticos de índole
general que afectaban a todo el país, muy en línea con el
tantas veces citado acuerdo de la Conferencia de Zaragoza. En
este sentido se manifestarían Ángel Pestaña y Juan Peiró en
varios artículos —a los que nos hemos referido ya
anteriormente—, en los cuales la necesidad de fijar una nueva
orientación para la CNT —«hay que fijar una posición», se
decía— aparecía como un común denominador. Ello, a los ojos
de los sectores radicales, podía implicar la pretensión de, ante
las nuevas circunstancias políticas, llevar a la CNT al camino de
la actividad como un partido más, para que con su
participación en el juego político, y dada su fuerza social,
pudiese evitar la repetición de fenómenos como el de la
Dictadura. De aquí la insistencia de estos sectores en recalcar
el sentido anarquista de la calificación política de la CNT,
restringiendo el contenido evidentemente más amplio que
bajo tal calificativo se quería incluir cuando en la Conferencia
de Zaragoza se dijo que la CNT era «integral y absolutamente
política», y cuando los sindicalistas y moderados hablaban de
una «posición» u orientación para la CNT. Así se manifestaría,
por ejemplo «Demetrio», cuando decía:

«Así tenemos, pues, que en este aspecto político, cuya


definición etimológica quiere decir: “forma de regirse los
pueblos”, Bakunine y cuantos como él piensan, son, somos
anarquistas, somos también políticos, pero partidarios de
un sistema político sin gobierno ni autoridad. En suma: que
el pueblo se gobierne a sí mismo por medio del libre
acuerdo entre los hombres. Esta y no otra es la acepción
que en orden a las ideas hemos aceptado siempre»1185.

Pero, si ésta era la visión que los sectores anarcosindicalistas


parecían tener de la declaración política de la Conferencia de
Zaragoza y de la nueva orientación que, en base a la misma, los
sectores sindicalistas y moderados querían que se imprimiese a
la CNT, mucho más dura y tajante fue la reacción que ya en
1922, cuando la declaración política se produjo, tuvieron los
anarquistas. Así, el órgano de los anarquistas argentinos, «La
Protesta», publicaría entonces varios artículos editoriales en
los que se criticaba duramente los acuerdos de la citada
Conferencia de Zaragoza. El periódico argentino era portavoz
entonces de la línea anarquista que defendía la existencia de
un movimiento obrero específicamente anarquista, por lo que
se encontraba en frente, no sólo de los sindicalistas, sino
también de los mismos anarcosindicalistas y de quienes
pretendían mantener una dualidad entre el sindicalismo, como

1185 «Apostillas. Hay que fijar una posición», «Soli», 18-mayo-1924. «Demetrio», que
decía ser miembro de la redacción de la «Soli» en aquellos momentos, partía del
presupuesto de que las posiciones de Peiró y Pestaña no significaban la pretensión de que
la CNT participase en el juego político: «todos sabemos —decía— que no son las
definiciones burguesas de la palabra “política” las que convergen hacia los puntos de vista
que Peiró, Pestaña y otros invocan cuando dicen que “hay que fijar una posición”». Pero,
por si acaso, consideraba oportuno hacer sus precisiones sobre el significado que la
palabra política habría de tener para los cenetistas. El artículo de «Demetrio» sería
contestado por Peiró, en «Soli», 25-mayo-1924, con otro artículo —«Aclaraciones. Hay
que fijar una posición»—, al que ya hemos hecho referencia.
movimiento económico en el que debían intervenir los grupos
anarquistas, y el anarquismo, como movimiento político
sustentado por los grupos anarquistas. Ello hacía, por tanto,
que su posición crítica y de desconfianza hacia el sindicalismo,
en el que veía excesivas connotaciones marxistas, fuese total.
Diría entonces «La Protesta»: «El sindicalismo español, de
ajustarse a los derroteros marcados por los jefes que primaron
en el reciente Congreso de Zaragoza, se empeñará en lo
sucesivo en buscar la fórmula solucionadora de los problemas
nacionales. Quiere decir, pues, que los sindicalistas
“reconstructores” están empeñados en aprender el “arte de
gobernar a los pueblos”, porque no quiere otra cosa decir esa
preocupación por los problemas del orden nacional que salen
de la órbita de la lucha contra el capitalismo o de la resistencia
al Estado, únicas preocupaciones, hasta ahora, de los
verdaderos revolucionarios, más interesados en elevar el nivel
intelectual y moral del proletariado y en despertar sus ocultas
rebeldías, que en buscar soluciones a hechos derivados de la
organización capitalista». Y añadía: «Por mucho que se
empeñen en disfrazar sus intenciones, los sindicalistas
“reconstructores” no podrán hacer ver lo que en realidad no
existe. Su política, si bien no tiene las mismas manifestaciones
del politiquerismo gubernamental y parlamentario, entraña el
mismo hecho histórico: es la aceptación de la realidad social, la
práctica del reformismo que, no por manifestarse en forma
revolucionaria, deja de cumplir su misión como elemento de
equilibrio político y económico»1186. Pero, no sólo de mero
reformismo social acusaba «La Protesta» a los sectores

1186 «La política del Sindicalismo», «La Protesta», 27-julio-1922; «Revista de Trabajo»,
núm. 39-40, 1972, p. 343.
sindicalistas, sino que llegaría a ver en la CNT, tras el acuerdo
de la Conferencia de Zaragoza, una verdadera intención de
pasarse al campo político, convirtiéndose en un partido político
más: «La Confederación Nacional del Trabajo de España, de
acuerdo con su política nacional, aspira a ser una especie de
partido obrero colocado en la oposición y aspirante al
Gobierno. Y esta tendencia estatalista, disfrazada con una
declaración ambigua, es la que primó en el reciente Congreso
de Zaragoza»1187.

Pero, pasando de este aspecto de la problemática ideológica


de la CNT a la consideración global de la misma, es obvio que
tanto para anarquistas como para anarcosindicalistas la
adopción por el Congreso de 1919 de la finalidad comunista
libertaria implicaba una definición anárquica de la CNT. «El
sindicalismo revolucionario está informado de un espíritu
francamente libertario, pese a sus detractores y a sus
pseudo-modernos definidores, que contrasta con todos los
demás sindicalismos», diría un editorial de «Solidaridad
Obrera» 1188. Pero si ello entraba un poco en el terreno de lo
obvio, lo importante era precisamente expresar el alcance de
esta definición anárquica y su operatividad.

En general, la concepción anarcosindicalista partía de un


concepto del sindicalismo como un mero medio, como un
instrumento para la emancipación de la clase trabajadora. De
ello ya hablamos un tanto cuando nos referimos a la visión de
Juan Peiró. En este sentido, se reconocía al sindicalismo —al

1187 Id., «La Protesta», 25-julio-1922; Id., p. 340.


1188 «Orientaciones. Matices del Sindicalismo», «Soli», 20-enero-1924, p. 1.
igual que los sindicalistas— como un arma necesaria, propia y
específica de la clase trabajadora, cuyo origen está en el mismo
hecho de la explotación económica, y sin cuya utilización, como
elemento aglutinante de toda la clase, es imposible pensar en
la emancipación de los trabajadores, y por ende, de toda la
humanidad, al suprimir la explotación del hombre por el
hombre. Así pues, básicamente, las concepciones sindicalistas
del anarcosindicalismo venían a coincidir con las sustentadas
por los sindicalistas revolucionarios. El mismo hecho del
reconocimiento del sindicalismo —en el sentido de acción
sindical, no de la ideologización de esa acción— implicaba el
reconocimiento de concepciones básicas, subyacentes en el
mismo, como la lucha de clases, cuyo origen nada tenía de
anarquista y cuya teorización pertenecía más bien al acervo
teórico del marxismo. Si bien, el concepto de lucha de clases
que parece manifestarse tiene un contenido muy amplio y
parece enfrentar a la humanidad exclusivamente en dos
bandos: el de los explotados y el de los explotadores y los que
están con ellos. En este sentido se manifestaría precisamente
un editorial de «Solidaridad Obrera», entonces dirigida por
Hermoso Plaja: «Nadie —diría—, absolutamente nadie, puede
hoy en día, en buena lógica, vivir al margen de la cuestión
social, sin que en un momento determinado, abierta y
forzosamente, tenga que obrar a favor de unos y en contra de
otros, y de una manera subrepticia e insensible obrar en favor
de unos y en contra de los otros siempre, todos los días (...).
Hay que definirse y saber tomar posición antes de que el oleaje
orille al neutral, hacia un campo o hacia otro» 1189.

1189 «Nuestras concepciones. El problema económico social es un problema humano»,


«Soli», 8-febrero-Í924, p. 1.
Pero, la gran diferencia estaba precisamente en esa
consideración del sindicalismo como un mero medio. El
sindicalismo es para el anarcosindicalismo, fundamentalmente,
la acción sindical y el conjunto de métodos y formas de
actuación propias de ella. Y de esta concepción nace
precisamente la necesidad de la presencia del anarquismo
como ideología orientadora de esta acción, para llevarla a su
verdadero fin, la emancipación integral del hombre. De una
manera muy gráfica lo describiría un editorial del órgano
cenetista: «La organización obrera es la máquina moral del
ferrocarril que los pueblos productores necesitan para
encaminarse hacia la sociedad perfecta que permita establecer
los lazos de relación necesarios a la armonía colectiva». Y
añadía: «El combustible de esta máquina, el principio que da
movimiento a ese anhelo, es el ideal anarquista; un ideal
humano que no repele a nadie mientras sea capaz de
asimilarse su tendencia bienhechora» 1190 . Y en similares
términos volvería a manifestarse, justo al día siguiente, el
órgano confederal, cuando decía que sin esas ideas —de
libertad e independencia— propias del anarquismo, la CNT
«sería un cuerpo sin alma. Una caja vacía»1191.

Pero, en la concepción anarcosindicalista, el sindicalismo no


era simplemente un medio al que en un momento
determinado el anarquismo había decidido acudir, para mejor
realizar su función, sino que el sindicalismo era una verdadera
creación del anarquismo. Así, se aludía constantemente a la
continuidad existente entre las organizaciones sindicales del

1190 «Las ideas de la organización», «Soli», 22-mayo-1924, p. 1.


1191 «Insistiendo. En la organización debe haber ideas», «Soli», 23-mayo-1924, 1.
momento y su precedente, la Primera Internacional, en cuyo
desarrollo en España tan destacado papel habían desarrollado
los anarquistas. El sindicalismo vendría a ser, pues, el sustrato
económico del anarquismo, el complemento adecuado a sus
concepciones ideales y el elemento necesario para su
realización. Ello quedaría muy bien expresado en una carta
colectiva que un grupo de militantes cenetistas dirigiría al
periódico que pretendió ser el órgano de la CRT de Cataluña,
ante la suspensión de la «Soli», «Solidaridad Proletaria»,
oponiéndose a la línea sindicalista que se quería imponer a la
Confederación, en el intento reorganizador que entonces se
realizaba. «El anarquismo —dirían estos militantes—
forzosamente ha de trabajar por y para crearse una base
económica en que apoyarse, cimentando su acción
transformadora para alcanzar esas líneas fundamentales que
han de servir de sustentáculo a todo el esquema que
personifique su veracidad.» Y, en consecuencia, añadirían: «El
sindicalismo revolucionario no es sino el instrumento que el
anarquismo viose en la ineludible necesidad de forjar a fin y
efecto de salir de las regiones del pensamiento y entrar de
lleno en las fases de su experimentación objetiva y
material» 1192.

De esta concepción, lejos de la permisividad que proponía un


Peiró, por ejemplo, los Actores radicales derivaban un férreo
exclusivismo anarquista, pretendiendo el establecimiento del
predominio absoluto de la ideología anarquista en el medio
sindical. La misma carta ya aludida lo expresaba claramente:

1192 Reproducida por «La Protesta», 29-marzo-1925; «Revista de Trabajo», cit., p. 321.
Entre los firmantes de la carta se encontraban militantes destacados como Miguel Chueca,
J. Rosquillas, José Alberola y Ramón Magre.
«Nuestra labor inmediata es la de combatir resueltamente en
el seno de las organizaciones obreras toda influencia
neutralista, dualista y reformista estatal que cada vez más van
ganando terreno, aprovechándose de las circunstancias que
están de su parte». Y en el mismo sentido se manifestaría J.
Rosquillas, que ya había aparecido como uno de los firmantes
de la citada carta, en «Acción Social Obrera». Para Rosquillas,
actitudes como la de Peiró suponían «el non plus ultra de la
tolerancia y la democracia sindicalista». Para él, la finalidad
anárquica que se había fijado la CNT debía imponerse por
encima de todo; para admitir otras tendencias, como las de
tipo político, ya estaba otra central, como la UGT. La CNT
debía, pues, mantener el exclusivismo anarquista, al igual que
los otros mantenían el exclusivismo politicista («Luego
nosotros, al estar contra y enfrente de las otras tendencias
obreras, cuando menos será porque queremos el privilegio y la
supremacía de la nuestra. ¿No es eso?»). Así, concluía: «Si
nuestro organismo nacional en sus finalidades tiende al
comunismo libertario, son éstos los principios que han de
servirle de brújula en todos los momentos y en ninguno han de
ser escondidos o escamoteados». Y, añadía finalmente, casi en
tono irónico: «No obstante pueden respetarse todas las ideas,
pero a condición de que todos los adherentes de la CNT con
antelación contraigan el compromiso de respetar y no sabotear
las que son su móvil de desenvolvimiento y existencia»1193.

Así pues, para el anarcosindicalismo, anarquismo y


sindicalismo eran —como para los sindicalistas— cosas bien
diferentes. El sindicalismo era la parte material, el medio, el

1193 J. ROSQUILLAS, «Incoherencias», «Acción Social Obrera», 21-marzo-1925.


continente, mientras que el anarquismo era la parte espiritual,
la ideología conspiradora, el contenido; y en esto estaba la gran
diferencia con el sindicalismo revolucionario. En este sentido,
dado el nivel de complementariedad que veían entre uno y
otro, pensando, incluso, que el sindicalismo era una creación
exclusiva del anarquismo, parece lógico que los
anarcosindicalistas quisiesen mantener la supremacía de su
concepción en el medio sindical, bajo el grave peligro de que,
de no hacerlo así, se desnaturalizase y perdiese razón de existir
su propia concepción. Lo que no parece ya tan lógico es pensar
que esta concepción era perfectamente coherente con los
planteamientos iniciales de la CNT, a los que nos hemos
referido en anteriores capítulos. Claro que, en aquel entonces,
los que defendían la concepción anarcosindicalista solían
referirse con harta frecuencia a los orígenes del movimiento
sindicalista, que veían en la Primera Internacional y su facción
bakuninista, mientras que en estos momentos, olvidados los
inicios de la CNT —es curioso observar la prácticamente nula
referencia a los dos Congresos iniciales de la CNT, e, incluso, al
Regional de Sants, por parte de ninguna de las dos principales
tendencias enfrentadas—, los anarcosindicalistas se referían,
como punto básico, sostén de sus argumentos, al acuerdo del
Congreso nacional de 1919, que establecía el comunismo
libertario como finalidad de la CNT, sin ir mucho más allá, salvo
para referirse también a la Primera Internacional, saltándose
totalmente el momento de la creación de la CNT y su
significado. Hasta tal punto era grande la ignorancia en los
medios cenetistas de los momentos iniciales de la CNT
—cuando aún no se había llegado a los veinte años de su
fundación—, que el propio Manuel Buenacasa, destacado
militante, secretario general de la CNT en una ocasión y una de
las cabezas del sector anarcosindicalista, en su historia del
movimiento obrero libertario, llega a confundir los dos
Congresos iniciales, atribuyendo a septiembre de 1910 la
celebración del Congreso que se celebró, en realidad, en
septiembre de 1911, y atribuyendo a este Congreso la
fundación de la CNT, cuando ésta fue constituida, en realidad,
en el Congreso celebrado en octubre-noviembre de 1910 1194.
Error éste que llegaría a confundir a historiadores posteriores.

Pero, el problema de las relaciones entre el anarquismo y el


sin dicalismo, dando ya por sentada la necesidad de la
presencia del primero en el segundo, era una de las cuestiones
que dividiría también a los propios anarcosindicalistas, entre
los más moderados, que, como Peiró, defendían una
independencia orgánica entre los grupos anarquistas y las
organizaciones sindicales, y los que pretendían una unión
orgánica, una intervención directa de éstos en los sindicatos,
como tales grupos. Es lo que más tarde se llamaría «trabazón»,
y que se potenciaría al máximo con la creación de la FAI, que
daría una mayor coordinación y, por lo tanto, eficacia a estos
grupos. La «trabazón», es decir, la representación orgánica de
los grupos anarquistas en los órganos confederales, o en
órganos conjuntos, comenzaría a producirse a partir de 1926, y
su extensión vendría condicionada por la propia situación de
desintegración en que se encontraba la CNT a partir de este
período —al que ya no alcanza, por eso mismo, este estudio—,
y por la tensión conspirativa y revolucionaria que se viviría
emcontra de la Dictadura. Es así como la «trabazón»
comenzará por producirse en los comités de defensa

1194 Cfr. M. BUENACASA, «El movimiento obrero español (1886-1926)», cit., p. 50.
confederal, en los comités revolucionarios y en los comités
pro-presos. Es decir, en los organismos que organizaban las
actividades revolucionarias y en el organismo que atendía a las
consecuencias de las mismas1195.

— La CNT como un movimiento anarquista

Pero, quizá lo más significativo o más digno de ser resaltado


dentro del sector radical de la CNT, durante esfe período, sea
precisamente la aparición con mucha fuerza, de la corriente
anarquista que pretendía la creación de un movimiento obrero
específicamente anarquista. La importancia de esta corriente
en estos momentos y posteriormente sería tal, que Peiró vería
en su aparición en los medios confederales la causa principal
de la escisión que terminaría por producirse durante la
Segunda República entre los sectores extremistas, inspirados
en ella, y los moderados, influidos por el sindicalismo1196.

De esta corriente, que llegaría prácticamente a subsumir al


anarcosindicalismo —al que, por otra parte, no ahorraba

1195 A nivel regional catalán, la «trabazón», es decir, la presencia de los grupos


anarquistas en los Comités de Defensa Confederal y Pro Presos, se acordaría en el Pleno
Regional de Badalona, de noviembre de 1926. Mientras que a nivel nacional, tras la
creación de la FAI, tal colaboración se acordaría en el Pleno Nacional de 1928. Y de aquí
nacería precisamente el enorme protagonismo de la FAI en la CNT, dado que esta
«trabazón» se extendería más allá de los límites temporales de la Dictadura, en cuya
coyuntura fue establecida («Soli», 29-enero-1933, p. 1; M. RIVAS, en «El Combate
Sindicalista», 13-mayo-1933, p. 2; J. PEIRÓ, intervención en el Congreso de 1931, CNT,
«Memoria del Congreso... de 1931», cit., p. 68).
1196 J. PEIRÓ, «La CNT y los grupos anarquistas», «Cultura Libertaria», 21-
octubre-1932.
críticas— ya nos hemos ocupado, al citar sus críticas a los
acuerdos de la Conferencia de Zaragoza de la CNT, de junio de
1922. Pero, dado el auge que, como digo, tuvo en estos
momentos, al punto de que gran parte del sector
anarcosindicalista parece coincidir con ella en sus
planteamientos, y a pesar de que procedía de un medio
extranjero, merece la pena el que nos refiramos a ella, al
menos de una manera somera, para completar el panorama de
la polémica ideológica en el período que va de la instauración
de la Dictadura a la práctica desintegración de la CNT, en el año
1926.

La concepción anarquista a la que nos referimos, que


triunfaría en el seno de la Federación Obrera Regional
Argentina ya en su quinto Congreso, en 19051197, tendría en
Diego Abad de Santillán, junto con Emilio López Arango
—ambos españoles emigrados entonces en "la Argentina—, a
uno de sus más destacados teóricos y expositores, y en «La
Protesta», de Buenos Aires, a su órgano oficial de propagación.

En esencia, la teoría del movimiento obrero anarquista parte


de un rechazo total de las concepciones marxistas y su
obsesión principal consiste en la eliminación de cualquier
atisbo de marxismo que pudiera infiltrarse dentro del
movimiento obrero. Uno de los primeros conceptos que niega,
y de esta negación se deriva prácticamente toda su

1197 E. LÓPEZ ARANGO y D. ABAD DE SANTILLÁN, «El anarquismo en el movimiento


obrero», Barcelona, 1925, p. 7-9. Sobre la FORA véase también: D. ABAD DE SANTILLÁN,
«La FORA. Ideología y trayectoria», Buenos Aires, 1971. En este Congreso se
recomendaba expresamente «inculcar a los obreros los principios económicos y
filosóficos del comunismo anárquico».
concepción, es la lucha de clases. Ello no es nuevo en el
anarquismo, y, por el contrario, es parte de una ortodoxia
purista anarquista que el sindicalismo revolucionario y el
propio anarcosindicalismo se encargaron de transgredir, con la
intención de lograr un movimiento obrero unitario fuerte y
extenso. Pero ya nos hemos referido anteriormente a las
críticas que la aceptación de tal concepción en el medio
libertario había merecido a algunas figuras del anarquismo,
como, por ejemplo, Ricardo Mella 1198. Para Santillán, la idea de
la lucha de clases constituía una verdadera distorsión que no
hacía sino desvirtuar y desnaturalizar al anarquismo: «La idea
marxista de clase es para el anarquismo una fuente de
continuas desviaciones e inseguridades; dejándose guiar por
ella se corre el peligro de negar los propios fundamentos
morales y sociales de nuestras ideas»1199. Para Santillán, como
para la escuela anarquista que representaba, la lucha social no
se presentaba en términos de lucha de clases, ni siquiera en
ese concepto amplio de clase en que algunos pensadores
pre-marxistas o coetáneos concebían a las clases sociales, bajo
criterios simplistas de riqueza y pobreza, etc.; para él la lucha
social se establecía en términos no materialistas, no
económicos, y englobaba, desde un punto de vista teleológico,
por un lado, a los que buscaban la liberación del hombre, y, por
otro, a los que deseaban la perpetuación del sistema presente:
«la batalla entre las fuerzas del porvenir y las defensoras del
presente —diría— no está precisamente entre ricos y pobres,

1198 Cfr. R. MELLA, «Ideario», Toulouse, 1975, p. 194. Véase también capítulo I de este
trabajo.
1199 D. ABAD DE SANTILLÁN, «Intereses de clase o intereses humanos», en el suplemento
semanal de «La Protesta», 12-noviembre-1922, p. 15; «Revista de Trabajo», cit., p. 344.
entre amos y esclavos, entre poseedores y desposeídos, sino
entre los que conciben y desean un futuro equitativo y los que
se benefician del régimen presente y aspiran a su
perpetuación»1200. Y el mismo criterio que le llevaba a negar la
lucha de clases era el que le llevaba a negar la existencia de
unos intereses concretos y definidos, propios y comunes a toda
la clase trabajadora, bajo la concepción de que la existencia de
esos intereses y la lucha por la defensa y reconocimiento de los
mismos no equivalía a la liberación global del hombre, sino a la
imposición de una clase sobre otra y a la instauración de un
nuevo, aunque diferente, dominio de clase1201.

En realidad, en el fondo de este razonamiento no se escondía


sino un enorme desconocimiento de los mecanismos
económicos del desarrollo social, que se basaba, más que en
una ignorancia inconsciente, en un desprecio total por los
análisis de tipo económico, bajo la creencia de que ello sólo era
propio del inaceptable materialismo marxista. En 1926, llegaría
a afirmar que «los manuales de economía le servían
únicamente para luchar contra el insomnio y que nada había
más opuesto al estilo libertario que los programas
económicos» 1202.

1200 Id. En su libro «El anarquismo en el movimiento obrero», López Arango y Abad de
Santillán sostendrían al respecto: «Lejos de constatar una frontera divisoria entre
asalariados y capitalistas, no constatamos en todo el movimiento obrero moderno más que
una línea divisoria entre los partidarios y los enemigos de la revolución; es decir: de una
parte, una minoría obrera consciente que lucha por la abolición de la explotación y de la
dominación, y, por otra, una mayoría compuesta de obreros y burgueses que se resisten a
dejar modificar las instituciones actuales» (p. 93).
1201 Id.
1202 Citado en A. ELORZA, «Diego Abad de Santillán: anarquismo y utopía», estudio
preliminar a la recopilación de textos del citado autor: D. ABAD DE SANTILLÁN, El
Efectivamente, Santillán se manifestaría como un férreo
opositor a todo análisis que implicase un mínimo de
determinismo económico en la explicación de los fenómenos
sociales, desarrollando un voluntarismo más propio de la
filosofía utópica del siglo XIX que de las concepciones
libertarias que ya proliferaban por entonces. La voluntad, los
valores morales y espirituales, más que las condiciones
económicas y materiales, y con exclusión total de éstas, eran
los factores determinantes de la revolución, los que hacían, y
harían en el futuro, moverse al hombre por su propia
liberación. «No desconocemos en absoluto —diría Santillán—
el tactor económico marxista en el desenvolvimiento de las
revoluciones, pero no dependemos de él ni ciframos todas
nuestras posibilidades de acción en el mayor o menor influjo
de ese factor; en todas las condiciones económicas, exista o no
gran industria, agricultura industrializada o primitiva, nosotros
somos revolucionarios y confiamos en la revolución, porque,
según nuestra opinión, el gran problema social no se reduce a
lavuestión económica, sino que ante todo es un problema de
libertad y de justicia. Es decir, sin desconocer los estimulantes
que una revolución pueda recibir de las circunstancias,
tenemos la convicción de que sin nuestra voluntad, de que sin
nosotros, el curso de la revolución no podría ser determinado.»
Y, de una manera más concreta, precisaba los contornos de su
voluntarismo con una crítica del materialismo histórico, que no
traspasaba los límites del típico lugar común al respecto: «En
líneas generales —decía—, los anarquistas oponen al
materialismo histórico como factor revolucionario la voluntad
humana; el primero niega al hombre o lo reduce a límites casi

anarquismo y la revolución en España. Escritos 1930-38», Madrid, 1976, p. 28.


insignificantes; el segundo hace la operación inversa, concede
al hombre la misión capital en una transformación de la
estructura social y reduce las condiciones económicas externas
a términos más modestos»1203.

En fin, de la negación de la existencia de clases («La idea de


clase no existe como resultado de determinadas condiciones
económicas, es una abstracción sin fundamentos»)1204, de la
negación de la existencia de unos intereses específicos de clase
y de la propia lucha de clases, no podía derivarse lógicamente
otra consecuencia que la negación de la necesidad de un
órgano específico de lucha para la clase trabajadora, es decir,
el siñdicato, al menos tal y como éste venía concebido por el
sindicalismo revolucionario y el anarcosindicalismo. Frente al
sindicato, frente al sindicalismo —como acción de los
sindicatos—, que se basan en la idea de clase y en la defensa
de los intereses de la clase trabajadora, en base a la unión de
ésta en un organismo de lucha propio, específico, esta teoría
proponía la existencia de un movimiento obrero amplio, de
carácter anarquista, en el que los anarquistas vendrían a
desempeñar el papel de inspiradores y orientadores, tanto
teóricos como prácticos, del mismo.

Pero, si de su concepción de la lucha social se deriva una


crítica del sindicalismo, concebido como acción sindical, mucho
mayor será la crítica que reciba la pretensión de ideologización

1203 D. ABAD DE SANTILLÁN, «LOS cauces de la revolución», «La Protesta»,


9-julio-1923.
1204 D. ABAD DE SANTILLÁN, «Un problema capital del anarquismo: el movimiento
obrero», en suplemento semanal de «La Protesta», 6-julio-1925, p. 2, en «Revista de
Trabajo», cit., 369.
de esa acción, es decir, el sindicalismo como teoría o ideología:
el sindicalismo revolucionario. En el año 1925, Emilio López
Arango y Diego Abad de Santillán publicarían un libro, titulado
«El anarquismo en el movimiento obrero» 1205 , en el que
vendrían a recoger el grueso de sus concepciones, y en el que
la crítica del sindicalismo revolucionario ocupa precisamente
una de las partes más importantes, tratándolo como uno de los
causantes de los males que sufría la clase trabajadora en
aquellos momentos. Al contrario que los anarcosindicalistas,
los autores se esforzaban por distinguir movimiento obrero de
sindicalismo, viendo en este último algo más que la mera
acción de los sindicatos o asociaciones obreras en la defensa de
sus intereses: «Nosotros —dirían— no confundimos
caprichosamente movimiento obrero con sindicalismo;
sindicalismo, para nosotros, es una teoría revolucionaria, de las
tantas que surgen en la vía de la revolución para escamotear
sus fines o cortar las alas al idealismo combatiente de las
masas». Y añadían: «Y claro está, frente a esa teoría y al
anarquismo no podemos dudar un solo instante en la elección,
porque sostenemos que a la libertad sólo se va con la libertad y
que la revolución será anárquica, es decir, libertaria, o no
será» 1206 . Estos anarquistas reprochaban al sindicalismo
revolucionario el haber logrado, bajo sus concepciones
apolíticas, o neutralistas en el campo ideológico, expulsar la
ideología anarquista del seno de los sindicatos obreros, acción
en la que consideraban que había tenido una colaboración
especial el anarcosindicalismo, en la medida en que había

1205 E. LÓPEZ ARANGO y D. ABAD DE SANTILLÁN, «El anarquismo en el movimiento


obrero», Barcelona, 1925, 201 pp.
1206 Id., p. 37-38.
aceptado las concepciones básicas del primero. Y, así, dirían de
la carta básica del sindicalismo revolucionario, a la que ya nos
hemos referido en el capítulo primero: «si la declaración de
Amiens tuvo algún efecto, fue únicamente la expulsión de la
influencia anarquista del seno del movimiento obrero
organizado, y esta expulsión fue aprobada por los anarquistas
mismos» 1207 . Efectivamente, era el apoliticismo, la
desideologización del movimiento sindical, en busca de una
mayor unión de toda la clase trabajadora, uno de los mayores
perjuicios que, consideraban, el sindicalismo había producido a
las organizaciones sindicales. Sobre todo, teniendo en cuenta
que, en su apreciación, y a pesar de su pretensión, el
sindicalismo no había logrado llenar con su propia ideología el
vacío ideológico que se había producido en el seno de los
sindicatos, lo cual abrió de par en par las puertas de los mismos
a otras ideologías de corte radicalmente diferente al
anarquismo —el comunismo y el reformismo— y que serían las
que estarían produciendo los estragos que en aquellos
momentos sufría la clase trabajadora, con muy poca capacidad
de respuesta por parte de sus anteriores organizadores, los
anarquistas. Dicho en sus propias palabras: «La degeneración
del movimiento obrero revolucionario (...) la derivación
reformista de una tendencia que parecía ser el resultado de
nuestra propaganda y la sólida obra realizada por los
anarquistas en medio siglo de agitaciones subversivas y de
luchas heroicas, debemos buscarla en la vaguedad doctrinaria
de los sindicalistas puros. El sindicalismo no llegó a ser una
doctrina, pese al esfuerzo de algunos teorizantes colocados en
la guardarraya que separa al marxismo del anarquismo. Por eso

1207 Id., p. 40.


estuvo y está expuesto a todas las incursiones de los fracasados
de la política y de todos los aspirantes a una jefatura en los
sindicatos obreros»1208. En fin, para ellos, el apoliticismo era «la
negación de toda fe en el porvenir de la humanidad, que sólo
podrá redimirse por las ideas, pues las ideas concretan
aspiraciones y suprimir las ideas (...) equivaldría a pretender
extirpar de nuestro corazón aspiraciones y anhelos de justicia,
de libertad y de bienestar»1209. Y una vez más, por tanto, se
consideraba que el apoliticismo sindicalista no era sino un
producto de la influencia del materialismo marxista, y de
acuerdo con tal concepción operaba: «Los sindicalistas neutros
—concluían—, al rechazar sistemáticamente todo compromiso
con lo que ellos llaman “dogmas”, dejan sentado el concepto
fatalista del marxismo; confían al desarrollo industrial de las
naciones y a la prevalencia cada vez más absorbente del
capitalismo la tarea de crear en los pueblos y en los individuos
las aptitudes necesarias para preparar y realizar la
revolución» 1210.

Pero, si esto era la crítica de la ideología sindicalista, desde


otro punto de vista, Arango y Santillán tenían también una
crítica para el propio medio en que se basaba tal ideología, el
sindicato, al que no consideraban de por sí absolutamente
válido para cumplir las finalidades revolucionarias pretendidas
por el anarquismo. El sindicato estaba necesariamente limitado
por su propia función originaria —la lucha por la defensa y
mejora de la situación de la clase obrera—, sobre la que

1208 Id., p. 48.


1209 Id., p. 49.
1210 Id., p. 49.
pesaba un fuerte determinismo económico y que, por lo demás
no podía recoger, por ese mismo determinismo y por su
contenido exclusivamente clasista, el conjunto de los valores
humanos que, a su juicio, deberían impulsar la revolución. «Los
problemas capitales de la revolución —decían— no se debaten
en el seno de los Sindicatos por el hecho de que sus
componentes pertenezcan a tal o cual oficio o profesión. El
gremio puede unir, a lo sumo, a los trabajadores para un fin
inmediato: la lucha contra el burgués que los explota. Y ahí
comienza y termina la solidaridad de clase... Son los
trabajadores, como hombres de pensamiento, por sus ideas y
por su espíritu, los que plantean el verdadero problema
revolucionario y convierten el campo sindical en terreno
propicio para toda clase de ensayos políticos y
económicos» 1211. Por otra parte, el sindicato era un producto
de las condiciones de desarrollo económico a las que había
llegado la burguesía. Era la consecuencia del desarrollo
industrial, que había obligado a los obreros a dar una respuesta
adaptada a las condiciones de explotación en las que se
encontraban. Era, por lo tanto, no solamente un arma de
defensa de clase, exclusivamente, sino un arma puramente
coyuntural, que correspondía a un momento determinado del
proceso de evolución económica. Ello le invalidaba como arma
exclusiva para el proceso revolucionario y, además, como
elemento imprescindible para la reconstrucción de la sociedad
futura, como pensaban los sindicalistas. Era algo que los
anarquistas debían tener necesariamente en cuenta. «Los
anarquistas, si quieren ser consecuentes con sus ideas y
mantenerse irreductibles frente a las desviaciones que alejan el

1211 Id., p. 52.


movimiento obrero de sus fuentes de inspiración libertaria, no
deben olvidar que las organizaciones económicas del
proletariado tienen carácter transitorio y responden pura y
exclusivamente a necesidades creadas por el desarrollo
capitalista e impuestas por las condiciones precarias en que
vive la clase trabajadora» 1212 . La adaptación de las
organizaciones de resistencia obrera al momento de desarrollo
capitalista, para ellos, no dejaba de ser también una
manifestación clara del materialismo marxista, la cual había
que evitar, en pos de un sistema organizativo más adecuado a
la finalidad anarquista, que deberían asumir los obreros como
personas humanas. «No aceptamos —dirían— el exclusivismo
materialista, ni creemos que los organismos obreros deban
seguir el proceso de desarrollo industrial copiando las formas
exteriores del capitalismo y buscando en la estructura
económica de la sociedad contemporánea los elementos
constructivos de la futura organización de los pueblos» 1213. En
este sentido, rechazando los grandes sindicatos, capaces de
agrupar a grandes cantidades de obreros de una misma
industria, como proponían los sindicalistas y los propios
anarcosindicalistas, consideraban como formas organizativas
mucho más adaptadas a la finalidad anarquista que propiciaba
su concepción las antiguas sociedades de resistencia, o los
sindicatos de oficio. Estos eran —según pensaban— más dados
a desarrollar entre sus miembros valores como la solidaridad,
el espíritu de lucha, etc., que consideraban esenciales para la
revolución; pero también, aunque eso ya no lo dijeran ellos,
eran esas organizaciones de tamaño pequeño precisamente las

1212 Id., p. 65-66.


1213 Id., p. 64.
más susceptibles de determinar ideológicamente bajo unos
planteamientos radicales y, por lo tanto de ser sometidas al
dominio e influencia anarquista, mucho más que las grandes
agrupaciones organizadas por industria. «Debemos reaccionar
—decían— contra el ilusionismo de la fuerza bruta, que
también tiene su contenido en las organizaciones sindicales
hechas a base de imposiciones económicas. La organización
natural de los trabajadores está en las formas clásicas del
sindicato de oficio, de taller, de fábrica, y su punto de relación
en las FEDERACIONES locales, entrelazadas a través de los
pueblos y de las provincias en un organismo regional de
relaciones»1214. Y, en consecuencia, como corolario de esta
concepción, añadían: «Los anarquistas ciframos en la
solidaridad la realización de todo propósito revolucionario, ya
se inspire en necesidades del momento o responda a una
aspiración de futuro. La cuestión, pues, no está en poner a los
trabajadores en situación de competir, en cuanto a la táctica de
sus organizaciones, con la organización capitalista, sino
principalmente en desarrollar en ellos el espíritu de lucha, la
comprensión de los fines solidarios de su movimiento y la
conciencia de su capacidad productiva y de sus aptitudes para
regir sus propios destinos»1215.

En definitiva, los anarquistas podían llegar a aceptar los


sindicatos como algo que ya está ahí, como una cuestión de
hecho, pero debían saber adaptarlos a sus presupuestos
ideológicos y a la finalidad anárquicá, sin dejarse absorber por
el materialismo, el economicismo, que los inspiraba y que eran

1214 Id., p. 71.


1215 Id., p. 72.
su causa fundamental. «Los anarquistas —decían— aceptamos
los Sindicatos como medio de lucha y procuramos que se
acerquen en lo posible a nuestras concepciones
revolucionarias. Pero de ahí a subordinar nuestras ideas a ese
móvil económico, media un enorme trecho, un abismo
profundo que no debemos intentar salvar so pena de que nos
neguemos como hombres de ideales superiores y de miras que
no se limitan a contemplar el doloroso panorama que nos
ofrece la “lucha de clases”. Es decir: nosotros no queremos ser
dominados mentalmente por el Sindicato; queremos dominar
el Sindicato. Con otras palabras: hacer servir el Sindicato a la
propaganda, la defensa y la afirmación de nuestras ideas en el
seno del proletariado» 1216. Los sindicatos habrían de ser, pues
un mero campo de acción y de propaganda para las ideas
anarquistas y para quienes las defendían.

Las concepciones expuestas llevan a los defensores del


movimiento obrero anarquista a enfrentarse, no sólo con el
sindicalismo revolucionario, como teoría social, sino con el
propio anarcosindicalismo, a quien consideran un «producto
híbrido de este período confuso», mezcla de las teorías
anarquistas y sindicalistas. «El anarcosindicalismo —dirían—
pretende ser una teoría revolucionaria situada entre el
reformismo sindical y el anarquismo doctrinarista. Toma del
primero los medios de acción, directos o indirectos, según los
casos, se apropia de sus prácticas corporativistas, de sus
fórmulas económicas, conformándose con adornarse con las
palabras del segundo, tanto más sugestivas cuanto más
empíricas sean. Y el “compuesto” resulta una verdadera

1216 Id., p. 57.


ensalada rusa: algo que tiene apariencia apetitosa, pero que a
la postre resulta difícil de digerir»1217.

En realidad, la crítica contra el anarcosindicalismo la dirigían


estos anarquistas desde dos puntos de vista diferentes, en
atención precisamente a su contenido «híbrido», como
anarquista y como sindicalista. Empezando por este último
contenido, se criticarían al anarcosindicalismo todas las
características que, como movimiento sindicalista, se criticaban
al propio sindicalismo, a las cuales ya nos hemos referido. En
este sentido, se consideraba al anarcosindicalismo también
como una concepción plagada de elementos marxistas y, por lo
tanto, apegada a los criterios materialistas y autoritarios del
mismo. Como corriente revolucionaria, se consideraba al
anarcosindicalismo como la negación de los valores
espontaneístas, creativos y libertarios propios del anarquismo,
dado que su opción revolucionaria se basaba en el desarrollo
del sindicalismo, en un programa previo, que no hacía, sino,
limitar la iniciativa creadora en la sociedad postrevolucionaria e
imponer un entramado institucional socioeconómico —basado
en los sindicatos— que venía a significar la implantación de un
régimen autoritario, «llámese “dictadura del proletariado”,
“dictadura de los sindicatos” o “reglamentación económica y
social”» 1218 . «El concepto de la revolución del
anarcosindicalismo —decían— es puramente político, es decir,
no concede a los pueblos más que el papel de instrumentos
subordinados a minorías organizadas en comités o en

1217 Id., p. 186, 188.


1218 D. ABAD DE SANTILLÁN, «Problemas de hoy y de mañana», en suplemento semanal
de «La Protesta», 16-julio-1923, p. 7; «Revista de Trabajo», cit., p. 353.
sindicatos; desconfía profundamente de la acción espontánea
de las masas (...). El anarcosindicalismo teme a la libertad de
los pueblos y procura instalar vallas lo suficientemente fuertes
como para canalizar al día siguiente de la revolución las fuerzas
desencadenadas de la destrucción, o para despertarlas o
manejarlas en un sentido predeterminado»1219.

El espontaneísmo creativo de las masas era uno de los


valores revolucionarios esenciales defendidos por esta
concepción nueva del anarquismo, que, en realidad, se hallaba
dentro de la más pura y vieja ortodoxia anarquista. Ningún
programa previo, por revolucionario y avanzado que éste
fuera, podía delimitar previamente la libre iniciativa de las
masas ni encorsetar su espíritu creativo. «Bakunin —diría Abad
de Santillán— ha hecho resaltar siempre la misión provocadora
de los antiautoritarios en una revolución; no deben imponer a
las masas el socialismo ni ningún valor de los que se consideran
un bien, sino provocarlo, hacer que se llegue a las mismas
conclusiones naturalmente, por un proceso activo de la mente
colectiva. Es ésta la razón por la que rechazamos los programas
constructivos que se empeñan en andamiar muchos
distinguidos camaradas, es por esto que no queremos el
sindicalismo, es por esto por lo que no queremos tampoco el
comunismo anárquico cuando se interpreta como la libertad de
experimentación de otros modos de organización posibles y se
pretende propagarlo como un sistema acabado. No queremos
encadenar el futuro a sistemas cuya eficacia desconocemos, no
queremos privar a las fuerzas desencadenadas por la

1219 Id. -
revolución de su desenvolvimiento completo y libre» 1220. Y en
similar sentido se manifestaría un editorial de «Solidaridad
Obrera», recogiendo las concepciones que se imponían en la
Argentina: «Se nos tilda de utópicos y de soñadores porque no
podemos presentar a la clase obrera un programa definido (...).
Verdaderamente no tenemos un programa hecho, fijo,
marcado, para el mañana luminoso. Y no lo tenemos porque
consideramos una equivocación, una verdadera utopía, que se
puedan fijar programas exactos para encauzar la sociedad del
porvenir (...). No tenemos programas, pero sí una concepción
más o menos general de todo el problema postrevolucionario.
Que los pueblos se organicen consultando sus necesidades, sus
inclinaciones, su medio, en grupos libremente federados entre
sí y obrando en un sentido de equidad, de armonía y de
libertad. ¿Quiérese más bello programa, si a esta realidad se
puede llamar programa?»1221.

En definitiva, era, una vez más, el marxismo el culpable de


tales desviaciones anarcosindicalistas: «El error principal
estriba, según nuestra opinión, en la dependencia de la
ideología del anarcosindicalismo de las mistificaciones
pseudorrevolucionarias del marxismo»1222.

Pero, desde un punto de vista teórico, quizá sean más


interesantes las críticas que se harían al anarcosindicalismo
desde la perspectiva de su contenido anarquista. En este
sentido, la corriente que encabezaban López Arango y Abad de

1220 D. ABAD DE SANTILLÁN, «LOS cauces de la revolución», en suplemento semanal de


«La Protesta», 9-julio-1923; «Revista de Trabajo», cit., p. 350.
1221 «Ni utopías ni programas», «Soli», 23-diciembre-1923, p. 1.
1222 D. ABAD DE SANTILLÁN, «Problemas de hoy y de mañana», cit.
Santillán se venía a enfrentar a la corriente anarquista que era
entonces mayoritaria en el movimiento anarquista
internacional; corriente que tenía a su más destacada figura en
el ya anciano Malatesta, a la crítica de cuyas teorías dedicarían
los autores citados un espacio importante en su libro «El
anarquismo en el movimiento obrero», ya citado.

En esencia, la teoría de Errico Malatesta se basaba en un


reconocimiento de los sindicatos como arma de lucha
específica de la clase trabajadora, de carácter puramente
económico y unitario; por ello, desde un punto de vista
revolucionario, la acción de los sindicatos debería venir
completada ideológicamente por la presencia del anarquismo,
que, organizado en agrupaciones específicas, tenía como
misión influir en la organización sindical y dirigirla hacia una
finalidad comunista libertaria. Los anarquistas organizados en
grupos específicos, operarían así como un verdadero partido
político anarquista, tratando de dirigir a los sindicatos, de aquí
que esta tendencia fuese conocida entonces como
«anarquismo político» 1223 . El anarcosindicalismo español,
básicamente, respondía a esta concepción, si bien la creación y
proliferación de grupos era algo que venía desde el año 1920,
con la clandestinidad, y su coordinación nacional del Congreso
anarquista del 18 de marzo de 1923. Aunque, en la época que
nos ocupa, como ya hemos dicho en alguna ocasión, el
anarcosindicalismo sufría duramente el embate de las
concepciones anarquistas que venían desde la Argentina, y un
considerable sector del mismo, entre el que se encontraban

1223 Sobre Malatesta, vid.: E. MALATESTA, «Socialismo y anarquía», Madrid, 1975, E.


MALATESTA, «Pensamiento y acción revolucionarios» (selección de Vernon Richards),
Buenos Aires, 1974.
figuras tan destacadas como Buenacasa, se pasaban de lleno a
la nueva teoría.

Frente a esta concepción, Arango y Santillán criticaban al


anarcosindicalismo el dualismo que su acción implicaba,
desglosando, por un lado, la acción política, desarrollada en el
grupo específico, y, por otro, la acción económica, desarrollada
en el sindicato. «De esa contradicción entre la teoría
anarquista y la práctica del sindicalismo sobreviene un
paulatino debilitamiento de la energía y la acción
revolucionarias de los militantes del anarquismo. En realidad,
malogran sus esfuerzos en ese perenne antagonismo
mantenido por su doble personalidad y terminan por adaptarse
al medio a fuerza de hacer concesiones a las tendencias
reformistas que van, a la sordina, tomando la iniciativa de la
orientación del movimiento obrero»1224.

A la crítica del desglose de la actividad política y la actividad


económica, que consideraban injustificado, se añadía la
consiguiente crítica de las organizaciones específicas
anarquistas, que, en su concepción, no tendrían razón alguna
de ser si el anarquismo fuese un movimiento integrado con el
movimiento obrero. «Consideramos —dirían— que no hay una
división real entre problemas económicos y sociales, políticos,
culturales, etc., y, por consiguiente, no hacemos del Sindicato
un órgano puramente “económico”, con lo cual advertimos
hasta un cierto punto la superfluidad de los grupos de
afinidad» 1225 . Y añadían, con más contundencia: «En las

1224 E. LÓPEZ ARANGO y D. ABAD DE SANTILLÁN, op. cit., p. 97.


1225 Id., p. 174.
agrupaciones de afinidad —que la mayoría de las veces llevan
en sí el germen de la descomposición y de la impotencia— se
difunde un peligroso particularismo anarquista que puede
poner en quiebra lo que significa el anarquismo como
movimiento social revolucionario, lo que no sucede en el
movimiento obrero libertariamente inspirado»1226.

Pero aún sería más dura su crítica para quienes desde el


anarcosindicalismo, escudados bajo el «disfraz del
anarquismo», se prestaban a la defensa del sindicalismo
revolucionario, pretendiendo que la CNT asumiera sus
postuladas neutralistas apolíticos. «La Protesta» se dirigiría a
ellos llamándoles camaleones: «Son los ex anarquistas que no
tienen la valentía de confesar su divorciamiento con las ideas,
los teorizantes del sindicalismo neutro, los jefes
acostumbrados a hacer de la Confederación un instrumento de
sus veleidades subversivas y de sus ocultos manejos políticos».

Y en esta corriente «camaleónica» incluía, obviamente, a los


dirigentes moderados más destacados, que, tras «Solidaridad
Proletaria»t impulsaban uno de los intentos de reconstrucción
confederal, en base a la legalización de las organizaciones
obreras, que en aquellas fechas tuvieron lugar.

Así, consideraba a Pestaña, a Peiró, a Carbó, «anarquistas


que olvidaron las más elementales reglas del anarquismo», y

1226 Id., p. 98. En otra ocasión, diría Santillán: «Nosotros no podemos reconocer un
anarquismo político, organizado sobre las bases de un partido, es decir, escindido del
movimiento obrero; considerados que se forma en esos organismos el espíritu de secta y la
mentalidad de dirección» (D. ABAD DE SANTILLÁN, «Un problema capital del anarquismo:
el movimiento obrero», en suplemento semanal de «La Protesta», 6-julio-1925, p. 2-3,
«Revista de Trabajo», cit., p. 368).
quienes «se esfuerzan en presentar, en sus frecuentes
cambiantes, las excelencias del camaleonismo»1227.

En definitiva, frente al sindicalismo revolucionario y frente al


anarcosindicalismo, esta corriente pretendía la existencia de un
movimiento obrero anarquista. No un sindicalismo
condicionado o dirigido desde fuera por el anarquismo, sino un
movimiento anarquista integrado en el movimiento obrero. La
defensa de esta concepción se basaba precisamente en la idea
que esta corriente anarquista tenía de la clase obrera y de la
lucha social. «El proletariado —decía— si bien puede ser
considerado como uña clase económicamente bien
determinada, aparece en el escenario social como un conjunto
heterogéno de individualidades y de grupos pensantes, con
ideas y aspiraciones divergentes»1228. Esta diversidad existente
entre la clase trabajadora, que afectaba tanto al plano
ideológico como al plano de los intereses, impedía pensar en la
consecución de su unidad y, por lo tanto, en la existencia de un
órgano común de agrupamieníb en base a unos intereses
objetivos comunes, que para ellos eran inexistentes. No era,
pues, posible pensar en la existencia de una organización
sindical única, para toda la clase trabajadora. Tampoco era
posible pensar en que la organización de los trabajadores se
hiciese sobre una base apolítica, tratando de respetar las
diferentes opciones existentes en el seno de la clase. Ello
constituiría un falseamiento, al mismo tiempo que supondría
imposibilitar o eliminar las posibilidades de revolución, al

1227 «La camaleonización del sindicalismo español», «La Protesta», 5-abril-1925;


«Revista de Trabajo», cit., p. 359.
1228 E. LÓPEZ ARANGO y D. ABAD DE SANTILLÁN, op. cit., p. 169.
eliminar el aspecto ideológico, verdadero motor de la acción
humana. «En todas nuestras luchas —dirían— y en todas
nuestras aspiraciones no obramos como componentes de una
clase económicamente inferior, sino como defensores de una
idea de justicia y de libertad sociales que quisiéramos ver
realizada» 1229. La organización obrera tendría que realizarse,
pues, fundamentalmente, en base a las ideas.

Claro está, aunque se criticase la organización sindical, sobre


todo, la de tipo industrialista, en base a unas pretensiones
ideales, ello no impedía el que existiese un reconocimiento de
lo que era una realidad: la existencia de unas necesidades
materiales y de unos intereses comunes, determinados por la
explotación económica, en base a las cuales se establecían los
sindicatos. Por ello, los anarquistas, lo que tenían que hacer era
lograr crear una organización obrera de carácter anarquista, y
luchar en este terreno por atraer al grueso de la población a
sus propias ideas. Pues, aunque las organizaciones sindicales,
de por sí, fuesen suficientes para conseguir una mejora
material, no lo eran para la conquista de la emancipación. Para
ello, se necesitaba una orientación y una inspiración ideológica,
que, en este caso tendría que venir dada por el anarífliismo.
«Para nosotros, la organización del proletariado es una
necesidad resultante de sus condiciones económicas. Pero ese
imperativo no interpreta todo el problema social ni puede
tampoco solucionarlo radical y racionalmente. De ahí la
necesidad de no eludir las orientaciones ideológicas de los
Sindicatos obreros, para que representen de hecho funciones

1229 Id., p. -93.


emancipadoras»1230. O dicho de otro modo: «Los anarquistas
debemos crear un instrumento de acción que nos permita ser
una fuerza actuante y beligerante en las luchas por la conquista
del futuro. El movimiento sindical puede llenar esa alta misión
histórica, pero a condición de que se inspire en las ideas
anarquistas»1231. Pero, como ya vimos también en la crítica que
se hacía al anarcosindicalismo, esa inspiración ideológica del
movimiento obrero no podía realizarse desde fuera, desde la
existencia de unas organizaciones anarquistas separadas del
movimiento obrero, dado que ello supondría un dirigismo
intolerable y, en el fondo, actuar como los demás partidos
políticos. Había que crear un movimiento anarquista integrado,
desde el seno mismo de las organizaciones obreras. Por otra
parte, el no hacerlo así, el fiar la acción revolucionaria a
organizaciones pretendidamente apolíticas, no supondría sino
dejar el campo abierto a la influencia de otras ideologías. «Las
organizaciones obreras —dirían— no pueden eludir la
influencia de las diversas teorías sociales que tienen su campo
de acción en la masa explotada (...). El temor a llevar el
anarquismo a los gremios obreros fue siempre la causa de
nuestra impotencia como minoría revolucionaria. Mientras los
anarquistas renunciaban a la propaganda doctrinaria en los
Sindicatos y deponían su intransigencia en holocausto a una
ficticia unión de clase, los políticos marxistas se infiltraban en
las organizaciones proletarias y modelaban según su ideología
autoritaria la mentalidad del proletariado (...). Llegamos, por
lógica consecuencia, a esta conclusión: los anarquistas no
pueden sustraerse a la lucha contra el capitalismo ni deben ser

1230 Id., p. 169.


1231 Id., p. 166.
en los Sindicatos elementos pasivos que siguen a remolque de
los acontecimientos. Necesitan crearse, en el movimiento
obrero, su esfera de influencia para que los Sindicatos —al
menos aquella parte del proletariado que acepta nuestros
principios libertarios y está en oposición a los partidos
políticos— sea un movimiento revolucionario definidamente
anarquista»1232. En definitiva, consideraban que la existencia
de un movimiento obrero anarquista, si bien contribuía a
consolidar las diferencias ideológicas existentes en el seno de
la clase trabajadora, y, por lo tanto, a su división, por otra
parte, consideraban también que ello contribuía a una mayor
clarificación del panorama ideológico, evitaba falseamientos
unitaristas sobre una unidad inexistente, y daría, finalmente,
una mayor movilidad en este terreno, que sólo podría
contribuir al acrecentamiento de las inquietudes y al
acercamiento al proceso revolucionario. «En esa división está
la vitalidad del movimiento revolucionario, que no puede ser
un movimiento de fuerzas disciplinadas, de ejércitos sometidos
a la voz de mando (...). Los anarquistas no queremos evitar ese
choque de opiniones; queremos, sí, crear un medio propio de
influencia en el movimiento obrero, una tendencia sindical que
sea la viva representación de nuestras ideas y el arma de lucha
para combatir, no sólo al capitalismo y al Estado
contemporáneos, sino también a los capitalismos y Estados en
embrión: la teoría marxista y sus diversas manifestaciones
autoritarias, tanto en el terreno de la política electoral como en
el campo sindical» 1233.

1232 Id., p. 170-171.


1233 Id., p. 168.
En fin, al final de su libro, Arango y Santillán expresarían
resumidamente cuáles eran los puntos fundamentales de su
doctrina, a algunos de los cuales nos hemos referido con cierto
detalle:

«Una organización obrera anarquista (...).

La anarquía, como inspiradora y organizadora de la


minoría revolucionaria del proletariado. (...).

La abolición de todos los dogmas económicos que


significan una especie de legislación previa del porvenir.

La concepción de la anarquía como una doctrina de


origen proletario y no como descubrimiento de laboratorio
y monopolio de filósofos»1234.

La tendencia anarquista descrita tendría en España un eco


relativamente importante, al punto de que, como ya hemos
dicho, prácticamente ocupó el papel exclusivo de respuesta a la
tendencia moderada de la CNT, dejando totalmente oscurecido
al sector anarcosindicalista de la misma, que, en sus núcleos
más destacados —ya nos hemos referido al caso de Manuel
Buenacasa—, pareció pasarse con armas y bagajes a la nueva
concepción, que, en realidad, era el más puro y clásico
anarquismo redivivo.

De hecho, el 7 de noviembre de 1925, se editaba en Blanes


(Gerona) «El Productor», periódico que habría de recoger
fielmente las concepciones ya descritas. En su número primero,

1234 Id., p. 199-200.


el periódico —entre cuyos redactores destacarían los nombres
de Buenacasa y Magriñá— venía a expresar claramente cuál
era la finalidad perseguida:

«Nuestro periódico viene a la vida y lo repetimos:

1. ° Para propagar el ideal anarquista.

2. ° Para revisar la actuación de los ácratas españoles en el


sindicalismo en los últimos años.

3. ° Para propulsar un movimiento obrero netamente


anarquista, y

4. ° Para defender a todos los oprimidos de la tierra, y


principalmente a los que se hallan encarcelados o
perseguidos»1235.

El primer y tercer punto eran suficientemente reveladores


del carácter del periódico y de su pretensión de seguir la línea
que desde Buenos Aires marcaba «La Protesta». «El
Productor», que tendría su respuesta sindicalista en « Vida
Sindical», con quien polemizaría ardorosamente, como el
órgano sindicalista opositor, tendría una corta vida, y
desaparecería en abril de 1926.

En este resumen de lo que fue el debate ideológico, en sus


temas fundamentales —hemos obviado temas de menor nivel
dogmático, como el de la legalización de los sindicatos, o a los

1235 «ElProductor», núm. 1, 7-noviembre-1925; cit. en A. ELORZA, «El


anarcosindicalismo...», cit., p. 184.
que ya nos habíamos referido en anteriores ocasiones y que no
suscitaron argumentos nuevos, o bien ocuparon un espacio
mucho menor en la polémica, como el tema del frente único,
etc.—, durante el período que va de la autoclausura a la
suspensión legal de la Confederación bajo la dictadura de
Primo de Rivera, se podría tratar aún de alguna otra corriente
de índole menor en el seno de la CNT, como fue la que se dio
en llamar anarco-bolchevique, y que correspondía a aquellos
sectores militantes que practicaban un anarquismo activista,
de carácter extremista, que, en realidad, rozaba la propia
negación del anarquismo en algunos aspectos.

En esta tendencia formaría el grupo «Los Solidarios», en el


que estaban incluidas destacadas figuras que, si no lo eran aún
en aquel tiempo, se harían famosas en la historia del
anarquismo español, como Durruti, Ascaso, Torres Escartín,
García Oliver, Ricardo Sánz, Aurelio Fernández, García
Vivancos, etc... Su posición sería más conocida por su actividad
que por sus escritos o por su participación pública en la
polémica teórica. Parece que su posición revolucionaria pasaba
por dos puntos: creación de un ejército revolucionario, capaz
de conseguir y mantener la victoria revolucionaria —muy en la
línea, y quizá por influencia del ejército rojo de Trotsky— y
establecimiento de un poder revolucionario, basado
fundamentalmente en los sindicatos, lo que venía a admitir en
alguna forma la idea de una dictadura revolucionaria de la
clase trabajadora, que, si en un momento fue aceptada en los
medios anarquistas, en este momento era objeto de las más
duras críticas1236. De cualquier manera, no poseemos datos

1236 C. M. LORENZO, «LOS anarquistas españoles y el poder», cit., p. 47 y ss. Cfr. J.


GARCÍA OLIVER, «El eco de los pasos», cit.; ABEL PAZ, «Durruti», cit.
suficientes como para hacer un análisis profundo de sus
posiciones teóricas, ni tampoco éstas tuvieron la más mínima
trascendencia dentro del debate ideológico que entonces se
produjo en los medios cenetistas.

1924. Los sucesos de Vera de Bidasoa según un dibujo de Gignoux


SEGUNDA PARTE

LA ORGANIZACIÓN
CAPÍTULO VI

LA ESTRUCTURA ORGANICA DE LA CNT

I. EVOLUCIÓN ORGÁNICA

1. La estructura primitiva (1910-1918)

La estructura orgánica con la que la CNT comienza a dar sus


primeros pasos, tras su fundación en el Congreso de
octubre-noviembre de 1910, no supone apenas novedad
alguna con respecto al contenido orgánico que ya había tenido
Solidaridad Obrera, desde su primer Congreso, de septiembre
de 1908.

Entonces, SO había intentado, al mismo tiempo que se


convertía en una entidad de ámbito regional —catalán—,
poner un poco de racionalidad en su sistema orgánico,
adaptando su estructura de una manera más adecuada a los
principios y a la finalidad que el sindicalismo revolucionario
fijaba. Además, la extensión de la organización obrera a todo el
ámbito regional venía a exigir ya por sí misma este
perfeccionamiento organizativo.
Hasta entonces SO gozaba de una estructura orgánica
mínima, que no pasaba del agrupamiento de las sociedades de
resistencia pertenecientes a la Federación bajo un Consejo
Directivo, que realizaba las funciones de relación y
coordinación, pero que apenas tenía un poder efectivo sobre
las sociedades miembros. A partir del Congreso de 1908, pues,
esta estructura orgánica se hace más compleja, creándose un
Comité Central 1237 que sería el órgano regional superior, y un
Comité de Relación en cada localidad donde existiesen
sociedades federadas. El Comité Central era el órgano más
complejo y numeroso, formado por 15 individuos, se dividía en
tres Comisiones: Administrativa, del Periódico, y de
Propaganda y Cultura. Era, como digo, el órgano superior de la
Confederación, y debía ser elegido cada año por las sociedades
de la localidad designada como lugar de residencia del mismo
por el Congreso confederal, que debería, a su vez, celebrarse
anualmente. Y, a pesar de la amplia autonomía que los
Estatutos de SO atribuían a las sociedades miembros1238, el
Consejo o Comité Directivo aparece como un órgano dotado de
gran poder ejecutivo, al que se le dedica el mayor espacio en la
relación de los citados Estatutos.

En el ámbito local, en vez de lo que luego serían las


FEDERACIONES locales, se crea, con menor rango, un Comité

1237 Con esta denominación aparece en la reseña del Congreso —que es, por otra parte,
confusa a este respecto—, pero en los Estatutos se le denominará Consejo Central y
Consejo Directivo («Soli», 18-septiembre-1908, p. 2; Confederación Regional de
Sociedades de Resistencia Solidaridad Obrera, «Estatutos», Barcelona, 1909, p. 7).
1238 Los Estatutos establecían como uno de los principios de la Confederación la
«organización de la clase obrera bajo la base de la mayor autonomía posible», añadiendo a
continuación: «entendiéndose por autonomía la absoluta libertad para las sociedades en
todos los asuntos relativos al gremio» («Estatutos», cit. art. 3, p. 6).
de Relación, que estaría formado por tres miembros y cuya
función sería «transmitir y procurar que se cumplan los
acuerdos del Consejo Directivo central», en su ámbito local
respectivo1239. Y en la base de toda esta nueva estructura
orgánica se encontraban las propias sociedades de resistencia,
aún denominadas así en gran parte de los casos, que
agrupaban a los obreros por oficios en un barrio o localidad.

Durante la vida de SO, el papel orgánico predominante


correspondió de hecho, respondiendo a la prelación
establecida en los Estatutos, al Consejo Directivo y a las propias
sociedades federadas; dentro de un esquema piramidal en el
que no existió de manera efectiva un verdadero organismo
intermedio entre el uno y las otras.

Cuando se funda la CNT, su Congreso fundacional, siguiendo


en este proceso de perfeccionamiento orgánico, no sólo ha de
abordar el problema de la extensión de la organización a todo
el ámbito nacional, sino que ha de tratar de solucionar los
múltiples problemas que la experiencia de SO había ido
descubriendo y no había podido resolver completamente. Tal
serían, por ejemplo, la existencia de más de una sociedad o
sindicato del mismo oficio en una misma localidad, las
relaciones de la Confederación con las FEDERACIONES
Nacionales de oficio existentes y las relaciones de las
sociedades pertenecientes a ellas con éstas y con la otra, la
excesiva disgregación existentes entre los diferentes oficios y,
aún, entre los oficiales y los peones de un mismo oficio, etc.

1239 «Estatutos», cit., art. 6, p. 8.


Las actas del Congreso fundacional de la CNT no son, sin
embargo, demasiado explícitas en torno a este importante
tema de la estructuración orgánica de la Confederación,
quedando apenas reflejados los acuerdos, sin entrar en más
detalles sobre los mismos. Los puntos 11 y 13 del temario
planteaban el tema básico del sistema orgánico a seguir,
preguntándose por la conveniencia de asociar a los
trabajadores por oficios, de reunir a los sindicatos de un mismo
oficio en FEDERACIONES de oficio, y, aún, de reunir a los
sindicatos de diferentes oficios, pero que fuesen similares o
«concurrentes a un objetivo común», es decir —aunque asi no
se expresaba—, miembros de una misma rama de la industria,
en una misma federación1240. Como digo, la reseña de las
sesiones del Congreso publicada por «Solidaridad Obrera» no
fue muy explícita, y apenas se nos dice que, en la tercera sesión
del mismo, se aprobaron por unanimidad los dictámenes
presentados por la ponencia respectiva sobre estos puntos del
orden del día, es decir, «que una vez organizada la
Confederación es de suma necesidad la constitución de
FEDERACIONES de oficio y similares»1241.

Pero, más adelante, en la séptima sesión, cuando se discutía


el tema de la redacción de un Reglamento o Estatutos para la
nueva CNT, se volvió a plantear el tema federativo. Se discutió

1240 Decían los citados puntos del temario:


«11.—Una vez organizada la Confederación General del Trabajo, ¿precisa la constitución
de FEDERACIoNES de Oficios y similares?»
«13.—Conveniencia de que los obreros estén organizados por artes y oficios. Que los
oficios similares o concurrentes a un objetivo común establezcan FEDERACIoNES»
(«Soli», 4-noviembre-1910; también: «Congreso de constitución...», p. 6).
1241 Id.,p. 21.
entonces si la nueva organización que se creaba debería ser
una Federación o una Confederación, es decir, si debería estar
formada por la asociación directa de los sindicatos o
sociedades obreras, o si debería estar formada por la
asociación de las FEDERACIONES de sindicatos, ya fuesen éstas
de oficio o de carácter local. En favor de la primera solución se
alegaba el mayor respeto a la autonomía y a la «personalidad»
de los sindicatos miefhbros; y en favor de la segunda, sin negar
esta autonomía, se aludía a la mayor eficacia de este sistema
federativo más complejo. Finalmente, el Congreso adoptó la
segunda solución, acordándose el que la nueva organización
fuese una Confederación, es decir, que estuviese formada por
la asociación de FEDERACIONES de sindicatos y no por la
asociación directa de éstos al organismo superior nacional1242.

En realidad, este acuerdo era el más acorde con el anterior,


adoptado en la sesión tercera del Congreso, que procuraba el
agrupamiento de los obreros, no sólo en sindicatos de oficio,
como venía siendo lo habitual en el movimiento obrero, sino
en FEDERACIONES amplias de trabajadores de un mismo oficio
y, aún, de oficios similares o concurrentes, lo que era ya de por
sí un precedente orgánico de lo que sería posteriormente el
sindicato de industria.

En sí, pues, los acuerdos del Congreso fundacional de la CNT


no fueron suficientemente explícitos ni clarificadores de su
estructura orgánica. Pero, eso sí, se dejaba entrever ya un
perfeccionamiento y una mayor complejidad orgánica que la
que había tenido SO. La estructura federativa, necesariamente

1242 Id., p. 41.


más compleja, por el mayor ámbito territorial que ahora iba a
cubrir la CNT, abría la posibilidad de la creación de las
FEDERACIONES locales y regionales, que constituirían el
esqueleto básico de la CNT. Sobre todo las primeras, las
FEDERACIONES locales, constituían un notable avance en la
línea de acercamiento a la materialización de los presupuestos
ideológicos del sindicalismo revolucionario; y también un
avance sobre el papel que ocupaban en SO, en la que venían
representadas solamente por el ya citado Comité de Relación,
sin otro papel que el de mero enlace o transmisor de
directrices entre el Consejo Directivo y los sindicatos.

Pero, la labor que no había hecho el Congreso, la haría poco


después el primer Consejo de la CNT, que encabezada José
Negre, con su manifiesto «A las entidades obreras», de enero
de 1911, en el que se venían a establecer las directrices
orgánicas que completarían y materializarían los acuerdos del
Congreso fundacional 1243. Según estas directrices, los sindicatos
obreros afiliados a la Confederación deberían formar, en
primer lugar, las FEDERACIONES Locales o Comarcales —las
Locales en los pueblos o ciudades grandes y las Comarcales en
las zonas rurales o de pueblos muy pequeños—, y éstas, en
segundo lugar, deberían federarse entre sí para formar la
Confederación Regional —que, en principio, debería abarcar
una región natural, aunque en la práctica, el desarrollo desigual
de la CNT determinó que fuera de los casos de Galicia y
Canarias, más tarde, las demás CONFEDERACIONES regionales
que se constituyeron abarcaran zonas pertenecientes a
diferentes regiones naturales—. Por último, la unión de todas

1243 «Soli», 13-enero-1911, p. 1 y 2. Verlo en apéndice documental.


las CONFEDERACIONES regionales debería ser la base sobre la
que se constituyese la Confederación Nacional del Trabajo
Solidaridad Obrera, que, como había determinado su Congreso
fundacional, se extendía a la totalidad del país. Aún más, la
Confederación Nacional debería buscar la forma, «cuando sea
posible y oportuno», de unirse con los demás organismos
obreros nacionales del mundo, para formar la «Asociación
mundial que permita internacionalizar la propaganda
liberadora y sea posible, unidos los esfuerzos de todos los
luchadores, precipitar la emancipación total de todos los
explotados en general».

«En resumen —decía el manifiesto—: Todos los Sindicatos


obreros deben federarse en la Federación de su comarca
respectiva.

Las FEDERACIONES comarcales, integrarán la Confederación


Regional.

Y todas las CONFEDERACIONES Regionales se agruparán en


una extensa y potente organización nacional que abarque
todas las regiones que existan en la nación.»

Este era, pues, el andamiaje básico con el que la CNT


pretendía iniciar su andadura. Pero, a la hora de la verdad,
pasarían aún bastantes años hasta que esta estructura mínima
estuviese completada, como tuvimos ocasión de ver ya en los
anteriores capítulos. Por lo demás, las directrices del Consejo
confederal dejaban un tanto en un segundo plano a otra de las
estructuras organizativas de gran predicamento entre el
movimiento obrero de la época, como eran las FEDERACIONES
de oficio —ya regionales, ya nacionales—, que habían sido
preconizadas por el Congreso fundacional de la CNT. El Consejo
de la CNT sometía su constitución u organización generalizada
al éxito de la consolidación de la estructura básica ya descrita y
a la realización de un adecuado inventario de las fuerzas con
las que se contaba.

En el informe que el Comité Federal presentaría de su gestión


al Congreso nacional de 1911, éste vendría a justificar la
adopción de esta estructura orgánica, considerándola como la
más adecuada para evitar las causas que habían determinado
el fracaso de anteriores experiencias federativas de la clase
trabajadora. Para el Comité de la CNT, una de las causas de los
anteriores fracasos era precisamente la «constitución de
FEDERACIONES obreras a simple base de sindicatos», es decir,
la asociación directa de los sindicatos al consejo directivo
general, sin constituir FEDERACIONES intermedias, lo que
determinaba que la caída de éste arrastraba detrás de sí al
conjunto de la organización. De lo que se trataba, pues, como
se había determinado en el Congreso fundacional de la CNT,
era de constituir una deración de FEDERACIONES, y no una
federación de sindicatos. En fin, el Comité Federal de la CNT,
venía a redondear y completar los argumentos que en favor de
la confederación ya se habían dado entonces. Diría:

«Para evitar una nueva repetición de estos sucesos, no


encontramos cosa que mayor convicción nos
proporcionara, que la constitución de la Confederación
Nacional a base de FEDERACIONES comarcales, regionales,
de industria y de oficio, las cuales integrarán la
Confederación Nacional, para recabar la seguridad de que
robustecida la personalidad de cada región, en el caso,
aunque muy lastimoso, bastante probable, de fracasar por
unas u otras causas el Consejo central del organismo
nacional no implicará, como hasta aquí, el derrumbamiento
total de dicho organismo y la desaparición por cierto
número de años de la organización nacional del
proletariado, pues éste quedaría siempre en pie cobijado
en sus respectivas organizaciones regionales»1244.

Por lo demás, el detalle del funcionamiento de los órganos


administrativos de la Confederación —Comités, Juntas, etc.—
sería descrito por los Estatutos, o Reglamento confederal, cuyo
proyecto había sido elaborado en el seno del Congreso
fundacional y cuya aprobación definitiva quedaba pendiente de
los sindicatos y del siguiente Congreso confederal1245.

Efectivamente, el Congreso Nacional de septiembre de 1911


volverla a abordar los problemas orgánicos, con la intención de
darle una consolidación definitiva al proceso de estructuración
iniciado un año antes. En aquel entonces, tras un año de vida,
la CNT decía contar con 140 sindicatos y 26.571 federados,
según el informe del Comité Federal presentado al Congreso.
Aunque la cifra no era ciertamente muy elevada (la UGT
contaba entonces con 328 secciones y 77.749 afiliados),
denotaba un evidente progreso, y este proceso ascendente
exigía una sólida estructuración orgánica que lo consolidase y
aumentase. (Vid. cuadro en páginas siguientes.)

1244 «Soli», 15-septiembre-1911.


1245 Serían publicados entonces por «Soli», ll-noviembre-1910.
Así, el punto primero del temario del Congreso se
preguntaba ya por la necesidad de que la CNT se constituyese a
base de FEDERACIONES locales y regionales. Y el Congreso
aprobaría por unanimidad la ponencia presentada sobre este
tema, en la que se reconocía que tanto la federación local
como la regional eran «los medios más eficaces para aunar los
esfuerzos de la clase trabajadora» 1246 . Pero, además, la
ponencia aprobada por el Congreso, establecía también la
necesidad de constituir FEDERACIONES nacionales de oficio,
arma que daría —decían— «poderosos resultados».

De esta manera, el Congreso de 1911 consolidaba una


estructuración, al menos en el plano formal —dado que ya
hemos dicho que este entramado orgánico no se completaría
sino años más tarde: hay CONFEDERACIONES regionales que
sólo se formarían en los años veinte—, que hemos
denominado ya como profesionalismo relativo, en la medida
que pretende conjugar el criterio profesional de agrupación
—el oficio—, con el criterio territorial; uniendo a los diferentes
oficios en el ámbito local y regional, en las FEDERACIONES
locales y regionales, y a todos los sindicatos de un mismo oficio
del país en las FEDERACIONES nacionales de oficio.

Ya hemos dicho en anterior ocasión que este criterio


orgánico adoptado por la CNT en ésta su primera etapa de vida
no es del todo gratuito, ni responde de manera exclusiva a un
principio funcional, sino que, en el fondo, existe un fuerte
condicionante ideológico que lo determina. El Sindicalismo

1246 Las actas del Congreso de 1911 serían recogidas por «Soli», 15-septiembre- 1911.
Modernamente fueron reproducidos por la «Revista de Trabajo», núm. 47, 1974, pp.
421-474, y por X. Cuadrat, op. cit., p. 621-670.
revolucionario de esta primera CNT trata de conseguir una
síntesis entre los dos criterios clásicos de agrupamiento del
movimiento obrero, el que daba primacía a la solidaridad
profesional, es decir, entre los obreros de un mismo oficio, y el
que daba primacía a la solidaridad local, es decir, entre los
obreros de una localidad o de un ámbito territorial
determinado. El primer principio tuvo un mayor éxito entre las
organizaciones de ascendencia marxista, que tendieron
siempre a la constitución de grandes FEDERACIONES de tipo
profesional, ya de oficio, ya industriales. Pero no sólo las
organizaciones de ideología o influencia marxista, sino que en
la historia del movimiento obrero, en general, este tipo de
organización tuvo un mayor éxito en los países más
desarrollados, y como ejemplo de ello se podrían citar las
«trade unions» británicas, o las FEDERACIONES obreras
norteamericanas. Por el contrario, la solidaridad de tipo local,
por encima o independientemente de la cualificación
profesional, fue más típica de las organizaciones obreras de
influencia anarquista y, también, de países con un nivel
bastante bajo de industrialización. El sindicalismo
revolucionario francés ya había intentado una primera síntesis
de estos dos principios, en la medida en que él mismo trataba
de ser una síntesis superadora de las dos corrientes
predominantes del movimiento obrero de la época: el
marxismo y el anarquismo. En este sentido, la unificación de la
CGT en 1902, que reunió bajo un mismo organismo a la vieja
CGT, formada por FEDERACIONES de oficio, y a la Federación
de Bolsas de Trabajo, que era en realidad una confederación de
FEDERACIONES locales de sindicatos, de pesada influencia
anarquista, vino a suponer la expresión orgánica de esta
síntesis. Efectivamente, tras esta unificación, el criterio
profesional de agrupamiento, representado por la vieja CGT, se
unía y se sintetizaba en un solo organismo federativo con el
criterio territorial, representado por las Bolsas de Trabajo, que,
como digo, eran el equivalente de una federación local de
sociedades obreras de diferentes oficios 1247.

En España, la CNT, no sólo trasladó a nuestro país esta


síntesis orgánica realizada por el sindicalismo revolucionario,
sino que la completó de acuerdo con la especificidad propia.
Por un lado, un menor nivel de industrialización, caracterizado
por la no proliferación de los grandes complejos industriales,
ni, por tanto, por la concentración suficientemente elevada de
un número de obreros del mismo oficio —por lo menos en
Cataluña, donde se inicia la experiencia de la CNT—, sino, por
el contrario, por la presencia en mayor número de empresas de
tamaño mediano y con diferente especialización y bajo nivel de
tecnificación, lo que hacía innumerable la proliferación de
oficios; y, por otro —consecuente o paralelamente—, una
mayor y más extensa presencia del anarquismo en el
movimiento obrero, con la consiguiente impronta del mismo,
vinieron a determinar el criterio orgánico de la CNT y a
justificar la adopción, no sólo de los sindicatos y de las
FEDERACIONES de oficio, sino también de las FEDERACIONES
locales de sindicatos y, sobre todo, de las FEDERACIONES
regionales, que llegarían a adquirir aquí un papel que no
tuvieron en Francia.

Por otra parte, como ya vimostambién en la primera parte de


este trabajo, y no vamos a repetir aquí, la estructuración básica

1247 Cfr. P. Monatte, «Discurso al Congreso anarquista de Ámsterdam», en «Cuadernos


de Ruedo Ibérico», n. 0 58-60, julio-diciembre 1977, p. 87.
de carácter territorial que la CNT adoptaba no sólo respondía a
esos condicionantes materiales y a una determinada visión de
la solidaridad obrera, sino que respondía también a una
concepción revolucionaria de la sociedad e implicaba ya un
proyecto de estructuración de la sociedad futura, utilizado
ahora con fines reivindicativos y revolucionarios, de clara
raigambre anarquista.

No olvidemos que para el sindicalismo revolucionario,


asumiendo la herencia federalista del anarquismo, el sindicato
y la estructura orgánica federativa que en base al mismo se
establecía, venía a ser el elemento básico sobre el que se
reconstruiría la sociedad postrevolucionaria. Y, en este sentido,
las unidades locales —las FEDERACIONES locales de
sindicatos—, núcleo futuro de la vida ciudadana en régimen
comunista, adquirían una importancia mayor que las unidades
profesionales de ámbito nacional1248.

La extrema importancia de la federación local dentro de la


estructuración orgánica cenetista la destacaría la propia
ponencia aprobada por el Congreso de 1911, cuando decía:

«Como quiera que los pueblos deben ser los que


conozcan en toda su integridad sus necesidades y las
condiciones de tiempo y lugar, lo lógico, lo humano es la
formación de la federación local, que traería como
consecuencia la unidad de la clase.trabajadora de la

1248 Al respecto diría Pouget: «la Bolsa de Trabajo [la Federación local], es, en embrión,
el organismo que en una sociedad transformada, en la que no haya posibilidad de
explotación humana, ha de reemplazar al municipio» (E. POUGET, «La Confederación
General del Trabajo de Francia», cit., p. 21).
localidad y por ende la unidad de pensamientos, así como
la de procedimientos, y, por tanto, el engendro del espíritu
de solidaridad, que ha de ser lo que necesariamente
producirá la fuerza del proletariado.»

Y, en consecuencia, similar importancia tendría el escalón


siguiente en la estructura federativa, que era la federación
—confederación, propiamente— regional:

«Pero si esto es cierto —añadía la ponencia—, hemos de


convenir en que la localidad por sí, si en efecto es una
fuerza, aquélla sería inconmensurable con la formación de
una federación regional, que serían el átomo y la célula del
cuerpo fuerte: la Confederación Nacional.»

Por una parte, la existencia de las FEDERACIONES de oficio en


el seno de la CNT, como ya vimos también en anteriores
capítulos, creaba un difícil problema de acoplamiento orgánico
de éstas con la estructura federativa básica, de carácter
territorial. Este problema, que en Francia se había presentado
en el momento de la unificación de 1902, pero quizá con mayor
gravedad, debido a las especiales características de las Bolsas
de Trabajo —cuyo contenido y, actividad eran en realidad más
amplios que los de una federación local, tal y como éstas se
entendieron en España—, se solucionó entonces con la división
de la CGT en dos secciones confederales, la de las Bolsas de
Trabajo y la de las FEDERACIONES corporativas, que
funcionarían con cierta autonomía. En España, la CNT no llegó,
en realidad, a resolver este problema nunca, y las
FEDERACIONES de oficio terminarían por ser abandonadas
antes de que su funcionamiento se normalizase en todo el
ámbito profesional de la Confederación. Pero, además, cabe
añadir que el abandono definitivo de las FEDERACIONES
nacionales de oficio, único vínculo de solidaridad
exclusivamente profesional, de ámbito nacional, que mantenía
la CNT, coincide en el tiempo con el ascenso de las tendencias
anarquistas en el seno confederal, y ello no puede considerarse
como una pura y simple casualidad, ni como una consecuencia
de la adopción de formas más modernas de estructuración
orgánica —el sindicato único de industria—, dado que su
supresión no fue seguida de lo que sería la consiguiente
modernización también en este terreno, es decir, la creación
de las FEDERACIONES nacionales de industria, también
rechazadas.

Por el contrario, como ya vimos, el anarquismo era más


partidario de la organización de tipo territorial, y veía en las
grandes FEDERACIONES de tipo profesional, ya fuesen de oficio
o de industria, no sólo un peligro de burocratismo y de
corporativismo, sino un elemento típicamente marxista, que
debería ser ajeno a la marcha de la CNT.

En definitiva, cuando la CNT es suspendida legalmente, poco


después de la clausura de su Congreso nacional de 1911, su
estructuración orgánica a base de FEDERACIONES locales o
comarcales, y CONFEDERACIONES regionales, era más que
nada un proyecto que existía sobre el papel y que apenas tenía
realización práctica en Cataluña. Las Regionales no existían, ni
siquiera las Locales, en la mayoría de los lugares, y los pocos
sindicatos y organizaciones obreras afiliadas a la CNT de fuera
de Cataluña, lo hacían directamente, sin pasar por los
inexistentes escalones federativos previos.
Según datos del Comité Federal, al cerrar esta primera etapa
de su vida, la CNT estaba formada por las siguientes
entidades1249:

1249 «Soli», 8-septiembre-1911, p. 1. La distribución regional es de elaboración propia.


A estas cifras habría que añadir las siguientes, pertenecientes
a entidades que, según el Comité Federal, «han quedado
desorganizadas con motivo de las últimas huelgas y que
actualmente se hallan en reorganización», y que tenían
últimamente los siguientes afiliados:
Así pues, la suma total de estas cifras daría un total global de
afiliados a la CNT, poco antes de su suspensión, de 29.3151250.

La CNT, como tal organización, de ámbito nacional, no


volvería a reanudar su existencia orgánica hasta finales de
1915.

Sin embargo, dos años antes, en marzo de 1913, el núcleo


fundamental de la Confederación, la organización barcelonesa,
vuelve con enorme dificultades a la luz pública e inicia el
penoso proceso de reconstrucción de la organización
confederal, partiendo prácticamente de la situación inicial. La
primera labor consiste precisamente en reconstruir la

1250 En la elaboración del cuadro hemos omitido en el apartado general las entidades que
aparecían repetidas en la sección de «desorganizados». Ello, y posibles errores de suma en
el periódico hace que nuestras cifras totales sean ligeramente diferentes a las dadas por
«Soli». Como dijimos en páginas anteriores, el Comité Federal diría en su informe al
Congreso que la CNT contaba entonces con 140 sindicatos y 26.571 afiliados, en cuya
cifra no debía incluir las entidades en vías de reorganización.
Confederación Regional de Cataluña, en base a la cual se
trataría de reconstruir posteriormente a la CNT.

Así, la Asamblea Regional celebrada en Barcelona, los días 23,


24 y 25 de marzo de 1913, aborda el tema de la reconstrucción
y vuelve a incidir sobre los mismos temas que ya habían sido
estudiados en los Congresos nacionales de 1910 y de 1911. Se
decide constituir la Confederación Regional y elaborar los
Estatutos por los que ésta habría de regirse. Pero, entrando en
el tema que ahora nos ocupa, en la Asamblea volvería a
discutirse sobre el tema de la estructuración federal de la
Confederación, estableciéndose de nuevo un prolongado
debate en torno a si ésta debería formarse a base de
FEDERACIONES —locales o comarcales— de sindicatos, o si
debería estar formada por la asociación directa de los
sindicatos miembros. Finalmente, se impondría el criterio del
Comité, que no era otro que el que se había impuesto en los
anteriores Congresos de la CNT, por el cual la Confederación
pasaría a estar formada por la confederación de
FEDERACIONES de sindicatos. Sin embargo, este tema, sobre el
que se había llegado al citado acuerdo en la primera sesión de
la Asamblea, volvería a saltar de nuevo a la discusión cuando se
puso a debate el proyecto de Estatutos elaborado por la
correspondiente ponencia. El artículo 13 de los mismos
regulaba la representación de los sindicatos afiliados en el
Congreso de la Confederación. Para un amplio sector,
coherentemente con lo establecido en torno a la estructura
orgánica de la Confederación, en los Congresos de la misma los
sindicatos sólo tendrían una representación indirecta, o de
segundo grado; estarían representados a través de su
federación respectiva. Es decir, si la CRT iba a estar formada
por las FEDERACIONES de sindicatos, era a éstas a quien les
correspondía la representación directa en los Congresos: los
sindicatos pertenecientes a cada Federación elegirían a los
miembros de la delegación de ésta en cada Congreso, y sería
ella la que discutiese y votase en los mismos. Por el contrario,
otro sector, realzando el papel y la autonomía de la que
deberían gozar los sindicatos, sostuvo, sin negar la estructura
federal de la que se había dotado la Confederación, que éstos
tenían derecho a una representación directa en los Congresos
de la misma, dado que, en esencia, eran ellos quienes
constituían verdaderamente la Confederación y no era lógico
que sus opiniones y su voluntad viniese condicionada o
delimitada por filtros catalizadores intermedios. A la hora de
expresar la voluntad de la Confederación, todos los organismos
que formaban parte de la misma tenían derecho a expresar su
opinión y a participar directamente en las discusiones. Y,
efectivamente, este último sería el criterio que se impondría en
la Asamblea. De este modo, al lado de un sistema orgánico
federal más complejo y funcional, la Confederación procuraba
acercarse lo máximo posible, en el aspecto decisorio, al sistema
de democracia directa.

De nuevo, pues, como si se partiese de la situación previa a


la fundación de la CNT, la Confederación, ahora en el ámbito
regional exclusivamente, volvía a adoptar la estructura
confederal, reconociendo no sólo una amplia autonomía a los
sindicatos federados, sino también dándoles un papel
representativo sobre el que no se habían hecho demasiadas
concreciones en los anterios Congresos de la CNT.

Desde marzo de 1913, en que comienza su actuación legal la


Confederación Regional del Trabajo de Cataluña, hasta junio
de 1918, en que celebra su primer Congreso regional, en el
que se va a modificar sustancialmente su estructura orgánica,
la CRT catalana, y a partir de finales de 1915 la propia CNT,
van a pasar por diferentes avatares e innumerables
dificultades, tanto de tipo externo como de tipo interno —de
las que nos hemos ocupado en los anteriores capítulos—, que
no sólo iban a impedir la adecuada realización del proyecto
orgánico confederal, sino que iban a demostrar ya, sin habetlo
realizado plenamente, sus insuficiencias.

Cuando la Regional catalana era la única organizada; cuando


apenas se habían organizado las FEDERACIONES locales
—pieza clave de la organización— en la mayoría de los lugares
donde la CNT contaba con sindicatos afiliados; cuando era
mínimo el número de FEDERACIONES nacionales de oficio
organizadas, y de las existentes pocas se habían integrado en
la Confederación; cuando ni siquiera estaba clara la
pertenencia efectiva a la Confederación de muchos sindicatos,
que dividían o alternaban su pertenencia a la CNT con su
pertenencia a FEDERACIONES de oficio ajenas a la misma, era
el propio sindicato de oficio, la célula básica del organismo
confederal, el que se manifestaba insuficiente para sátisfacer
las necesidades orgánicas de la CNT, en el nuevo momento
histórico que se vivía.

Así, todo a lo largo de 1916 y de 1917, y poco antes del


Congreso regional catalán de 1918, serán innumerables los
artículos aparecidos en la prensa cenetista sobre el tema del
sindicato único de industria, organismo que se proponía como
el más adecuado para sustituir al viejo sindicato de oficio, al
que se consideraba como sobrepasado por los nuevos niveles
de desarrollo económico en los que se desenvolvía la
actividad.

Por otra parte, cuando lo que se pretendía era un


fortalecimiento de los diferentes escalones de ámbito
territorial de la estructura federativa de la Confederación, es
decir, las FEDERACIONES locales y regionales, las
FEDERACIONES de oficio, que, como digo, aún no habían sido
adecuadamente potenciadas e integradas en esa estructura
orgánica, aparecían ya, para muchos, como un engorroso
obstáculo que sólo contribuía precisamente a retardar la
consolidación del esquema orgánico básico de la CNT, en la
medida en que, al no estar adecuadamente integradas en la
Confederación, creaban en los sindicatos un problema de doble
federación. Efectivamente, como ya hemos dicho y vimos en
anteriores capítulos, la pertenencia a una determinada
federación de oficio hacía que los sindicatos se desentendiesen
de los problemas de la federación local de sindicatos,
negándole su colaboración y limitándose a su actividad gremial,
lo que dificultaba enormemente el desarrollo cenetista.

En definitiva, pues, esta primera etapa de la vida orgánica de


la CNT se caracterizaría por ser un momento de formación, en
el que, en los primeros años —1910, 1911, 1913—, se definen
formalmente las líneas maestras a las que debería responder la
estructuración confederal de la CNT. Se mezclan entonces dos
criterios, el profesionalista y el territorial, y se adoptan el
sindicato y las FEDERACIONES de oficio, por un lado, y las
FEDERACIONES locales y regionales, por otro, como elementos
de esa estructura. Sin embargo, cuando llega el año 1918, en el
que se va a modificar esta estructuración —en el año 1919
estas reformas se extenderían a toda la CNT; en 1918 sólo
afectarían a la Regional catalana—, casi nada de ella se había
materializado plenamente en la práctica, y lo poco que de ella
se había realizado, lo había hecho principalmente en el ámbito
regional de Cataluña. Del resto de las regiones, pocas noticias
tenemos de este período, y parece que, como veremos más
adelante, las CONFEDERACIONES regionales de la CNT,
exceptuando el citado caso de la catalana, comenzarán a
constituirse a partir de 1918. Con anterioridad, se produjeron
algunos aislados intentos de poner en pie CONFEDERACIONES
regionales, a imitación e impulso de la Regional catalana, pero
su vida fue tan exigua que no merece mayor atención.

Como ejemplo de esto último se podría citar el caso de la


organización regional gallega, que bajo la denominación de
Solidaridad Obrera de Galicia se constituyó en Vigo, en un
Congreso regional que se celebró en marzo de 1911. Temprana
organización, que contaba entre sus organizadores con los
nombres de Bernardo Hernández, Luis Plaza, Manuel Regueira,
Juan Dopico, Juan No, Evaristo Morán y otros, que veremos
aparecer de nuevo, años más tarde, ál constituirse
definitivamente la CRT de Galicia. Por lo demás, los principios y
la organización a los que respondía la Solidaridad Obrera de
Galicia no diferían prácticamente en nada de los que en su
momento había tenido la Solidaridad Obrera catalana y la
propia CNT en su primer año de existencia1251.

Pero no sólo no se logró constituir las CONFEDERACIONES

1251 «Soli», 14-abril-1911, p. 1. Ver sus Estatutos en apéndice documental.


regionales, sino que ni siquiera las FEDERACIONES locales
fueron constituidas en la mayoría de los lugares donde existían
sindicatos afiliados a la Confederación; y cuando eran
constituidas no tenían la estabilidad orgánica debida: los
sindicatos de la localidad se reunían entre sí con mínima
frecuencia y no llegaban a nombrar un Comité local estable1252.
Además, el problema de la existencia de más de una entidad de
un determinado oficio, en una misma localidad, que
pertenecían o pretendían pertenecer a la Confederación, a
pesar de los acuerdos de los Congresos anteriores —incluido el
de SO, de 1908—, continuaría existiendo hasta 1918. Por otra
parte, estos desajustes orgánicos determinaron que la vida
confederal fuese regida, no ya por la organización catalana,
sino por la organización de Barcelona, cogollo de la
organización confederal, donde residía el Comité Nacional y
donde se celebraban las Asambleas, que se llenaban casi
exclusivamente con delegados de la localidad 1253 y que
decidían la marcha de la CNT. Además, según la regulación
interna cenetista, el Comité Nacional era elegido por los
sindicatos de la ciudad designada como lugar de residencia del
mismo, y a pesar de que el Congreso de 1911 había acordado
el traslado del mismo a Zaragoza, precisamente para evitar el
monopolio ejercido por la organización barcelonesa, los
sucesos de septiembre de 1911 impedirían este traslado, y el
CN permanecería siempre en Barcelona, hasta que un Pleno

1252 «La Revista Blanca», 7-diciembre-1933, p. 63.


1253 J. FUENTES se quejaba en un artículo publicado en «El Vidrio», que reproduciría
«Soli», del monopolio que la organización de Barcelona ejercía sobre las Asambleas
confederales, al existir una multitud de problemas que impedían la presencia de delegados
de fuera de la localidad (J. FUENTES, «La organización de Cataluña sin cerebro. Necesidad
de renovar los sistemas», «Soli», 27-junio-1918).
Nacional celebrado en Valencia, en julio de 1923, acordó su
traslado a Sevilla, siendo ésta la primera ocasión en que salía
de la ciudad condal1254.

Én fin, el esquema orgánico de la CNT en estos momentos


era bien sencillo. En la base estaba el SINDICATO DE OFICIO,
que reunía a los obreros de un determinado oficio de una
localidad. Con frecuencia, como vimos, sobre todo en ciudades
grandes, como era el caso de Barcelona, solía existir más de un
sindicato del mismo oficio que pertenecía o pretendían
pertenecer a la Confederación. Ello era debido, en muchos
casos, a que frecuentemente estos sindicatos limitaban su
radio de acción a un barrio determinado de la ciudad, lo que no
obstaculizaba, en principio, la presencia de otro sindicato del
mismo oficio y de similar tendencia, que tuviese como radio de
acción otra zona. En los tiempos de SO y en momentos
precedentes estos sindicatos se reunían, a veces, en
FEDERACIONES locales del oficio llegando a existir más de una
federación de oficio local, que reunía a los diferentes sindicatos
del mismo oficio y de similar tendencia sindical de la
localidad 1255 ; pero, cuando se constituyó SO se trató de
suprimir esta pluralidad de sindicatos de un mismo oficio en
una misma localidad, que sólo podía contribuir a la división y a
las tensiones internas. Entonces, en el Congreso de 1908, SO
prohibió la duplicidad de sindicatos de un mismo oficio, y
acordó dar preferencia, en el caso de que ésta existiese, a la
sociedad o sindicato que «mejor cumpla con sus deberes

1254 «Soli», 29-agosto-1923 y 4-noviembre-1910.


1255 Tal era el caso, por ejemplo, de la Federación Local de Pintores, la Federación
Local de Albañiles, de Barcelona, etc.
societarios» 1256. El Congreso fundacional de la CNT volvería
sobre el mismo tema y ratificaría el acuerdo de SO,
prohibiendo también la existencia de más de un sindicato del
mismo oficio, de una misma localidad, afiliado a la
Confederación 1257 . Pero, ello no se logró inmediatamente;
además, los oficios solían dividirse y agrupar separadamente a
los obreros en sindicatos de oficiales y en sindicatos de peones,
con lo que la atomización sindical era enorme.

El Sindicato tenía una Junta o Comité, elegida por la


Asamblea del mismo, la cual enviaba una representación para
formar el Comité de la FEDERACIÓN LOCAL —o COMARCAL, en
su caso—. Efectivamente, en las zonas agrícolas o poco
pobladas, los pueblos solían contar con un único sindicato que
reunía a los obreros de los diferentes oficios del pueblo, el
SINDICATO VARIO o de OFICIOS VARIOS; el conjunto de los
diferentes sindicatos varios de una comarca determinada,
federados entre sí, formaban la FEDERACIÓN COMARCAL, que
era el equivalente de la Federación Local en las zonas
populosas.

El conjunto de las FEDERACIONES locales o comarcales,


federadas entre sí, formaba la CONFEDERACIÓN REGIONAL.
Esta contaba con un Comité Regional, que era formado y
elegido por los sindicatos designados para ello —por la
Asamblea local— de la localidad designada, a su vez, como
residencia del mismo por el Congreso o Asamblea regional.

1256 «Soli», 18-septiembre-1908.


1257 «Soli», 4-noviembre-1910.
El conjunto de las Regionales —inexistentes entonces—
formaría la CONFEDERACIÓN NACIONAL DEL TRABAJO, que en
la práctica se encontraba formada, aparte de la Regional
catalana, por la adhesión directa de los sindicatos o de las
escasas FEDERACIONES locales existentes en el resto del país.
La CNT Contaba, a su vez, con un Comité Nacional —o Federal,
como se le denominaba con frecuencia—, el cual era elegido
de la misma manera que el Comité Regional, salvo que la
designación de la localidad lugar de residencia del mismo la
tenía que hacer el Congreso Nacional. Hasta el año 1923, éste
residiría siempre en Barcelona.

Finalmente, estaban las FEDERACIONES DE OFICIO, con sus


Comités de Relaciones respectivos, que reunían, en el ámbito
regional o nacional, según su extensión, a los sindicatos de un
determinado oficio 1258. Su incardinación dentro de la estructura
orgánica de la CNT, como ya hemos dicho, nunca quedó
demasiada clara.

1258 Como ya dijimos, en los casos de ciudades donde existían muchos sindicatos de un
mismo oficio, distribuidos por barrios, tal era el caso de Barcelona, éstos solían unirse en
FEDERACIoNES locales de oficio, que venían a ser un remedo del sindicato único de
oficio que se pretendía conseguir ya desde los tiempos de SO.
2. La estructura moderna. El sindicato único de industria

La idea de la conversión de los viejos sindicatos de oficio, que


estaban más cercanos de las viejas sociedades de resistencia al
capital, que de las nuevas organizaciones obreras que exigía el
desarrollo industrial, en sindicatos de industria, estuvo ya
presente en los momentos iniciales de la CNT. Como vimos, ya
en el temario del Congreso de 1910, el punto 13 se preguntaba
por la conveniencia, no sólo de que los obreros se agrupasen
por oficios, sino de que «los oficios similares o concurrentes a
un objetivo común establezcan FEDERACIONES». Es decir,
desde un primer momento, la ampliación de SO y su
conversión en un organismo de ámbito nacional, llevaba
aparejada la idea y la voluntad de una modernización y
adaptación de las estructuras orgánicas de la federación obrera
a las nuevas circunstancias del desarrollo industrial, y del
sistema económico en general, cada vez más complejo. Los
oficios, en la medida en que se iba produciendo el desarrollo
económico, iban perdiendo su autonomía y se iban
incardinando en el proceso productivo, haciéndose
interdependientes, al mismo tiempo que muchos de ellos, por
mor del mismo proceso, desaparecían y otros iban naciendo.
Esa interdependencia hacía impensable el mantener por
mucho tiempo más radicalmente separados en sindicatos
diferentes a oficios que participaban conjuntamente en los
diferentes ramos de la producción. Como diría Pestaña años
más tarde: «todos los obreros a quienes paga un mismo
patrono, han de pertenecer a un mismo Sindicato» 1259 . El
Congreso de 1910 no estudiaría, sin embargo, este tema,
limitándose a recomendar la organización por oficios; pero ya
poco después de la clausura del mismo, la propia «Solidaridad
Obrera», publicaría artículos sueltos en los que se hablaba de la
necesidad de reunir en organizaciones fuertes y extensas a
todos los trabajadores que trabajaban en cada ramo industrial.
Un buen ejemplo de ello lo tenemos en el artículo «La nueva
táctica», publicado en diciembre de 1910, en el que se venía a
decir:

«La experiencia nos está demostrando que únicamente


las fuertes organizaciones, impregnadas de un espíritu de
clase bién definido, son las que en las luchas entre el
capital y el trabajo alcanzan las victorias más señaladas.

Convencidos los obreros de esta verdad, trátase ya de


estudiar el modo de organizar sociedades, no de oficios;

1259 A. PESTAÑA, «Principios, medios y fines del sindicalismo comunista», cit., p. 47.
como son las ahora existentes, sino de ramos, con el fin de
reunir más fuerzas para combatir directamente con los
capitalistas» 1260.

Pero, antes de lograr la unificación por ramos o industrias, la


Confederación tenía que realizar un enorme esfuerzo por
conseguir la unificación sindical de los propios oficios, que,
como hemos dicho anteriormente, se encontraban sometidos a
una enorme disgregación. Así, el proceso de reconstitución de
la CNT, como tal organización de ámbito nacional, iniciado a
finales de 1915, determina una intensificación del esfuerzo
organizativo que se venía desarrollando ya, de manera aislada,
en las diferentes partes del país, pero, sobre todo, en la
Regional catalana, desde su vuelta a la legalidad en 1913, A lo
largo de 1916 se desarrollaría en la prensa cenetista una gran
campaña para conseguir la unificación de los oficios en lo que
se 11ama ya sindicato único. Esta campaña se haría aún más
fuerte a partir del mes de julio, tras el inicio de la unidad de
acción acordada entre la CNT y la UGT entonces, en su lucha
contra la carestía. Esta unidad de acción hacía ahora considerar
más posible la unificación de ambas centrales, y, con ella, la de
todo el proletariado español; por lo que la CNT tenía que hacer
un esfuerzo para clarificar su situación orgánica, no sólo para
conseguir el mayor éxito de esa campaña, sino para hacer
efectiva esa unificación del proletariado español, encuadrando
debidamente a todos los obreros que entonces acudiesen a la
organización confederal. Pero, el sindicato único del que se
empieza a hablar entonces no es aún el sindicato único de
industria, que se constituiría unos años más tarde, sino que se

1260 «La nueva táctica», «Soli», 16-diciembre-1910,.p. 3.


trata del sindicato único de oficio, elemento básico de la
estructura confederal en estos momentos.

Ya vimos cómo tanto en el Congreso de SO, de 1908, como


en el fundacional de la CNT, de 1910, se había tratado de
conseguir la unificación de las diferentes sociedades de oficio
de una localidad en una sola, que sería la que estaría afiliada a
la CNT. Pero ello, que era una medida de carácter interno, no
sólo no consiguió totalmente esa unificación por oficios entre
las sociedades pertenecientes a la Confederación, sino que no
logró atraer a ese proceso unificador a las otras sociedades que
aún no pertenecían a la CNT. Y al hablar de este problema nos
referimos principalmente al caso catalán y más concretamente
a Barcelona, donde, en 1916, la atomización sindical era
enorme. Así, cuando se relanza la campaña unificadora por
oficios, en 1916, muchos importantes oficios se encontraban
aún organizados en sindicatos de barriada, con una vida
absolutamente independiente unos de otros, y que sólo en
algunos casos se relacionaban entre sí mediante la constitución
de una federación local del oficio —aparte de su pertenencia,
cuando era así, a la Federación Local de la CRT—. Ejemplos
claros de ello eran los Albañiles, que contaban con siete
sindicatos de barrio, además de otros siete sindicatos de
Peones de albañil, solamente en Barcelona. También los
Pintores, que contaban con tres; y los Carpinteros, que
contaban con cinco. Estos últimos lograrían precisamente su
unificación en agosto de 1916, constituyendo el Sindicato único
de Carpinteros, Ebanistas y Similares de Barcelona y su radio.
Pero, también había algunos importantes y numerosos oficios
que tenían ya lograda su unificación, y que, por lo tanto
constituían un sindicato único de oficio ya entonces, cornos los
Cilindradores, los Lampareros, los Mecánicos, o el Arte Fabril,
que contaba con cerca de 20.000 afiliados 1261.

El gremio de los albañiles de Barcelona era precisamente el


ejemplo más llamativo de esta disgregación, al punto que en
base a su caso se desató la importante polémica que, sobre la
conveniencia de la creación de los sindicatos únicos de oficio,
recogería «Solidaridad Obrera», entonces en sus páginas. Los
argumentos que entonces se dieron en contra del sindicato
único de oficio —es decir, a favor de los sindicatos de
barriada—, serían muy similares a los que posteriormente se
darían en contra del sindicato único de industria: que iban en
contra del principio federativo y creaban un peligro de
autoritarismo1262; que suponían una centralización contraria a
la autonomía 1263 ; que era suficiente con la existencia de
FEDERACIONES locales de oficio 1264 ; que la centralización
administrativa contribuía al absentismo de la base y, en
definitiva, las transformaciones orgánicas no contribuían de
por sí a la liberación del hombre1265; etc. Por el contrario, a
favor del sindicato único se dieron los argumentos clásicos, de
conseguir una mayor fuerza con una mayor unión 1266, pero
también se aludió a la insuficiencia de las FEDERACIONES

1261 «Soli», 14-agosto-1916, p. 2, y otros números de estas fechas.


1262 «Consideraciones sobre el Sindicato único de Albañiles y Peones», firmado por
Varios Albañiles («Soli», 8-agosto-1916).
1263 Artículo de «La Cuña»y firmado por Joan Xich, citado en «Soli»y 12 de agosto de
1916.
1264 «El Sindicato Unico», firmado por F. J. («Soli», 29-agosto-1916).
1265 «Soli», 8-agosto-1916, cit.
1266 Suelto de «Soli», 5-agosto-1916.
locales de oficio 1267 ; a la simplificación orgánica que éste
suponía y, por tanto, la reducción de gastos 1268; a la mayor
compenetración, a la unidad de acción, de ideas, de criterio 1269;
y, en definitiva, se venía a decir que el sindicato único
constituía el primer paso hacia la unificación total de la clase
trabajadora en el camino de su emancipación 1270. Pero ya
entonces comenzaron también a oírse voces que no sólo se
conformaban con la unificación de todos los trabajadores de un
oficio en un solo sindicato, sino que pretendían también la
unión de todos los oficios de un ramo determinado bajo un
único sindicato de industria. La propia redacción del portavoz
confederal lo diría en un artículo suelto, interviniendo en la
polémica sobre el sindicato único de oficio:

1267 «Soli», 29-agosto-1916.


1268 En el caso de los albañiles, decía un artículo de «Soli» (17-agosto-1916):
«Actualmente funcionan siete juntas, compuestas por 15 individuos cada una, arrojan un
total de 85; el accidente de trabajo, dos enfermeros por Sociedad son 14; Federación de
Albañiles, un delegado cada una, son siete; Federación del ramo de la Construcción, un
delegado cada una son siete. Total, asciende a la bonita suma.de 113 individuos que
desempeñan cargos, eso sin contar la Federación Local de Sociedades de Resistencia,
Confederación Regional de Cataluña y Confederación Nacional del Trabajo de España.
Ahora bien: si existiera el Sindicato único sobraría la Federación de Albañiles, no habría
necesidad de ella; sobraría para administración y dirección del mencionado Sindicato con
una junta de 20 compañeros, ¿no sería bien nutrida, no habría los suficientes? Un delegado
en el ramo de la Construcción, y si se quiere dos individuos auxiliares por cada barriada,
para hacer la recaudación, que serían 12; y seis enfermeros por el accidente de trabajo
serían un total de 39 individuos, teniendo en cuenta que estos datos son máximos, y que
podrían reducirse; de manera que el actual funcionamiento ocupa a 113 individuos, y con
el Sindicato único se ocuparían 39. Diferencia: 74» (hay evidentes errores de suma).
1269 MODESTO, «Hacia el Sindicato Unico», «Soli», 10-agosto-1916, p. 3.
1270 «El Sindicato único por oficios es el primer paso hacia el Sindicato único de los
explotados todos. El primer paso conducente a la nivelación máxima de jornal, horario y
condiciones, que deben regir a los trabajadores en su marcha incansable hacia la
derogación del capital y consecuentemente del salario; hacia la destrucción de la
propiedad privada o individual, objetivo en las luchas entre el capital y el trabajo» (N.
BARRABES, «Sobre el Sindicato Unico. Mi eco», «Soli», 6-septiembre-1916, p. 2).
«El Sindicato único no es el máximo de lo que puede
hacerse, es el mínimo de la organización racional. El
Sindicato único podría llegar a serlo de la Construcción, de
la Metalurgia, del Transporte, etc., etc.; en una misma
localidad. ¿Qué menos puede pedirse que los oficios se
organicen en un solo organismo?»1271.

A lo largo de 1917, los artículos a favor del sindicato único de


industria, que no sobre el de oficio, serían ya más frecuentes.
Para los días 29 y 30 de junio de ese año estaba convocado el
primer Congreso regional de la CRT catalana, que debería
abordar, como uno de los problemas de mayor urgencia, la
ordenación y la clarificación de la organización confederal de la
región. La cercanía del Congreso y los f graves defectos
orgánicos que entonces padecía la Confederación pu sieron de
nuevo la discusión sobre este tema en un primer plano d
actualidad; y entre las cuestiones que entonces se debatían se
en contraba lógicamente el sindicato único, célula básica de
todo el es quema orgánico confederal. Pero, aún entonces,
para algunos militantes destacados, la unificación de los
diferentes oficios no pasaba tanto por la unificación de los
mismos en sindicatos de ramo o industria, como por una
ampliación de los sindicatos a los oficios similares, tratando de
reducir de esta manera el número de sindicatos existente. La
unión de los sindicatos de oficio de un mismo ramo de la
producción se conseguiría mediante la creación de
FEDERACIONES locales del ramo. Es decir, no había que reunir
a los albañiles, carpinteros, etc., en un sindicato de la

1271 «Consideraciones sobre el Sindicato único de Albañiles y Peones. Replicando»,


«Soli», 21-agosto-1916, p. 1.
construcción, sino que lo que había que hacer era unir a los
albañiles, a los peones y otros oficios similares, en un solo
sindicato, y, por otra parte, a los carpinteros y similares, etc., y,
finalmente, para los asuntos que les fueran comunes, estos
sindicatos podrían reunirse en lo que sería una federación local
de la Construcción, o de cualquier otro ramo. Esta era la
concepción que, por ejemplo, defendería Manuel Andreu en
una serie de artículos sobre la organización confederal que, con
vistas a la celebración del Congreso regional, publicaría en
«Solidaridad Obrera» 1272. Para Andreu, tres eran los puntos
fundamentales a los que debería responder la base orgánica de
la Confederación:

«1.° Para cada oficio y en cada localidad sólo debe


reconocerse un Sindicato.

2. ° Procurar que los Sindicatos similares se fusionen en


uno solo, dividido en secciones.

3. ° Constitución de FEDERACIONES locales de oficios


similares, de los Sindicatos únicos seccionados»1273.

Así, aunque para Andreu el sindicato único debería seguir


siendo de oficio —aunque más ampliado por la absorción de
los similares—, en realidad la necesidad de la constitución de
FEDERACIONES locales de ramo, que propone —como ya se
había hecho en el Congreso de 1910—, supone un claro atisbo
de la necesidad de la creación de los sindicatos únicos, no de

1272 MANUEL ANDREU, «Sobre el Congreso de la Confederación Regional. Algunas


consideraciones», «Soli», 13, 16, 19 y 20 de junio de 1917.
1273 Id., «Soli», 13-junio-1917, p. 1.
oficio, sino de ramo o industria, como terminaría por concluirse
en el Congreso regional, que, tras haber sido prohibido
—debido a la suspensión de garantías constitucionales
decretada el 27 de junio—, no se celebraría en 1917, sino un
año después, del 28 de junio al 1 de julio de 1918. Para
entonces, la necesidad del sindicato único de industria, la
superación de la excesiva fragmentación en sindicatos de
oficio, era algo ya de común aceptación.

El mismo año de 1917 vería la constitución de los primeros


sindicatos únicos de industria, siendo el primero el de Gas,
Agua y Electricidad de Barcelona, que ya se denominaba
sindicato único en enero de ese año1274. Con posterioridad a la
huelga general de agosto, cuando la CNT reinicia su actividad,
en octubre, se aprovecha la oportunidad que presenta la
desorganización sindical existente para tratar de lograr la
reconstrucción en base precisamente a la constitución de
sindicatos únicos de industria.

Pero, aún en este momento previo al Congreso regional


catalán de 1918, habría que hablar del declive experimentado
por las FEDERACIONES de oficio. Las FEDERACIONES nacionales
de oficio, cuya constitución había sido acordada en los
primeros Congresos de la CNT, nunca tuvieron un tratamiento
adecuado dentro de la CNT y su constitución y gestión se dejó a
la libre iniciativa de los sindicatos, que las constituyeron o
continuaron con la experiencia de las ya entonces existentes,
cuando no permanecieron totalmente al margen de las
mismas.

1274 «Soli», 3-enero-1917.


Pero, la verdad es que, como hemos dicho anteriormente, su
incardinación dentro de la estructura orgánica de la CNT nunca
estuvo totalmente clara, y ello habría de ser uno de los motivos
fundamentales de su relegación; dado que las interferencias
entre estos organismos, de carácter profesional, y los de
carácter territorial o geográfico, como las FEDERACIONES
locales y las regionales, serían constantes y dificultarían el
proceso organizativo de la Confederación.

Las FEDERACIONES nacionales de oficio existentes entonces,


con una vida más o menos activa, eran las siguientes:

—La Federación Nacional de Albañiles y Peones, cuyos


primeros pasos habían tenido lugar ya en 1909, cuando se
convocó un Congreso nacional para su constitución, en
Valencia, en mayo de ese año.

Con posterioridad, celebraría otro Congreso nacional en


Villanueva y Geltrú, en junio de 1914 1275.

—La Federación Nacional de Curtidores, que en agosto de


1918 celebraría un Congreso en Barcelona1276.

—La Federación Nacional del Arte Fabril, intentada ya en


1909, y que tendría una vida bastante activa en los años 1916 a
1918, celebrando en mayo de este último año uno de sus
Congresos nacionales1277.

1275 A. PESTAÑA, «Historia de las ideas...», cit., XVI, en «Orto», núm. 20, enero- 1934;
«Soli», 9-julio-1914, p. 2 y 3.
1276 «Soli», 21 y 23-agosto-1918.
1277 «Soli», 30-mayo-1918.
— La Federación Nacional de la Industria Ferroviaria (FNIF),
intentada en 1916, pero que sólo conseguiría consolidarse en
19311278.

— La Federación Nacional de Fideeros, que en diciembre de


1916 rechazaría altivamente una propuesta de fusión realizada
por la F. N. de Panaderos1279.

— La Federación Nacional de la Madera, que publicaba un


órgano oficial, titulado «La Cuña»1280.

— La Confederación Nacional Metalúrgica, constituida a raíz


de los acuerdos del Congreso confederal de 1911, a iniciativa
de los Lampistas de Barcelona. En junio de 1914 celebraría un
importante Congreso nacional en Alicante 1281.

— La Federación Nacional de Panaderos.

— La Federación Nacional Marítima, que en mayo de 1917


celebra en Barcelona un Congreso Nacional, acordándose que
el nuevo Comité federal pasase a residir en La Coruña1282.

— La Federación Nacional de Toneleros, una de las más


antiguas, cuya existencia data del siglo pasado; a la que nos
hemos referido ya en anteriores capítulos.

1278 «Soli», 8-diciembre-1916.


1279 «Soli», 6-diciembre-1916.
1280 «Soli», 12-agosto-1916.
1281 «Soli», 9-julio-1914, p. 1 y 2.
1282 «Soli», 31-mayo y 2-junio-1917.
— La Federación Nacional del Vidrio, constituida en 1916, y
cuya existencia perduraría, a pesar de los acuerdos del
Congreso confederal de 19191283.

A ellas habría que añadir la Federación Nacional de Obreros


Agricultores, organización también muy vinculada a la CNT, en
cuyo seno acabaría por disolverse, y a la que nos hemos
referido también con amplitud en anteriores capítulos.
Precisamente con esta última, la F. N. del Vidrio sería también
una de las FEDERACIONES de oficio —más propiamente, ya, de
industria— que más alto grado de organización y
funcionamiento alcanzaría durante este período.

Las FEDERACIONES nacionales de oficio reunían, en los casos


de mayor perfección orgánica, a FEDERACIONES regionales y
locales de sindicatos de determinado oficio. Pero lo más común
era que se limitasen a la asociación de sindicatos de oficio de
diversas partes del país, directamente, y que contasen apenas
con un Comité de Relación, o Comité Federal, que era elegido
por los sindicatos de la localidad designada como lugar de
residencia del mismo.

Claro está, las FEDERACIONES Nacionales de oficio a las que


nos referimos eran, en principio, organizaciones
independientes, cuya vinculación a la CNT se daba más en el
plano ideológico o táctico, que en el puramente orgánico. La
vinculación orgánica con la Confederación se producía
precisamente a través de los sindicatos que eran miembros de
ésta y de aquéllas al mismo tiempo; y con frecuencia tenían

1283 «Soli», 8-diciembre-1916.


representación en la Federación Local de sindicatos —sobre
todo cuando tenían una sección federativa de oficio en ese
nivel, es decir, cuando existía una federación de oficio local,
vinculada a la Local de sindicatos (cual era el caso, por ejemplo,
de los Albañiles de Barcelona)—. Pero no existía otro tipo de
vinculación orgánica específicamente regulada entre ambas, a
pesar de los acuerdos de los Congresos de 1910 y de 1911, y
menos en el nivel nacional.

Dicho esto, el proceso de reconstrucción de la CNT —o, casi


diría, de constitución, dado que hasta septiembre de 1911
poco había podido hacerse en este sentido—, que se inicia ya
con la vuelta a la legalidad de la Regional catalana en marzo de
1913, y que pretende basarse en la consolidación de las
FEDERACIONES locales de sindicatos y en las
CONFEDERACIONES regionales, es decir, en la organización de
base territorial, es lógico que tuviera que hacerse a costa y en
contradicción —a pesar de toda pretensión teórica o formal—
con las FEDERACIONES de oficio, organizadas en base al criterio
profesional.

En un primer momento, como ya hemos visto, ambos


criterios pretenden compaginarse, y de hecho formalmente así
se hace. Pero, en la práctica, el criterio profesionalista de las
FEDERACIONES de oficio chocaba con el criterio universalista
de las FEDERACIONES locales, en las que predominaba un
sentido político e ideológico del que carecían las primeras. Las
FEDERACIONES de oficio, en tanto en cuanto sobrepasaban el
ámbito local —en el que venían a representar un papel similar
al que luego representaría el sindicato único de industria—,
constituían, pues, una especie de estorbo que interfería el
funcionamiento orgánico de la CNT, creando una duplicidad
federativa que nunca llegó a solventarse, sino con la supresión
de las mismas. En marzo de 1917, «Solidaridad Obrera»
dedicaría dos importantes editoriales al defectuoso
funcionamiento orgánico de la CNT, entre cuyos defectos
destacaba el editorialista la no consolidación de las
FEDERACIONES local y regional de sindicatos, debido a que los
sindicatos no se vinculaban o no colaboraban con éstas
poniendo como excusa su pertenencia a las FEDERACIONES de
oficio 1284. La existencia de las FEDERACIONES de oficio se
presentaba así como uno de los principales obstáculos a la
consolidación de la CNT.

«Las organizaciones nacionales de oficio o de industria,


son perfectamente inútiles —diría Manuel Andreu—. Su
existencia, más que una necesidad, obedece a la imitación
del sistema centralista francés»1285.

Así, consideraban los sectores críticos de las FEDERACIONES

1284 «Hay que ser implacables. Actuación que se impone», «Soli», 8 y 9-marzo- 1917.
Decía el editorial del día 9: «Hay de esos refractarios a la organización local y regional que
justifican su obstinación, alegan que cotizan en varias FEDERACIoNES y el tipo reducido
de las cuotas no les permite federarse a los citados organismos. Conocemos los motivos de
esta impotencia de acudir a todas partes; pero digamos de paso que ellos tienen la culpa,
sosteniendo FEDERACIoNES locales de oficio (!) regionales y nacionales de oficio, cuya
existencia da la pauta de la mentalidad y desorientación de los individuos que las
propagan». Por lo demás, como defectos del funcionamiento interno confederal, el
editorial del día 8 destacaba los siguientes: «El corporativismo de los sindicatos; el
egoísmo profesional; la falta de cohesión con los organismos federativos; el declarar
huelgas sin consultar ni poner siquiera en conocimiento del Comité de lo que se propone
tal oficio; no pagar las cuotas federativas; engañar a los Comités sobre el número de
adherentes, por ahorrarse unos céntimos, etc. Todo esto y algo más es consecuencia
inevitable del procedimiento de tolerancia, de sentimentalismo excesivo, de sensiblería de
los Comités federativos actuantes».
1285 M. ANDREU, «Sobre el Congreso...», cit., IV, «Soli», 20-junio-1917, p. 2.
nacionales de oficio, que las funciones de solidaridad que éstas
podían cumplir, podían ser desarrolladas de manera similar, o
mejor, por la propia CNT1286, por lo que su existencia suponía
una duplicidad que sólo era permisible en los casos de oficios
que, por su ámbito, excedían del marco puramente local, como
los transportistas, ferroviarios, marinos, etc. De lo que se
trataba era, pues, de simplificar al máximo la estructura
federativa de la CNT. Como diría un editorial de «Solidaridad
Obrera», a finales de 1917:

«La existencia de muchos organismos federativos, aparte


de lo perjudiciales que económicamente resultan para los
Sindicatos, entorpecen la relación entre los mismos, y lo
que es peor, tienden a fomentar el corporativismo, que tan
perjudicial resulta a la emancipación de los
trabajadores»1287.

Pero, la crítica a las FEDERACIONES nacionales de oficio o


industria no era en absoluto unánime, como la misma
existencia de los problemas internos que planteaban a la CNT y
su no solución inmediata parece demostrar.

1286 Diría Andreu en el mismo artículo, preguntándose por las posibles ventajas de las
FEDERACIoNES de oficio: «Huelgas nacionales de oficio o de industria no son factibles,
puesto que, cuando convienen al Norte, en él Sur se atraviesa una honda crisis. Si de
fomentar la solidaridad material se trata, al sostener una huelga un oficio de determinada
localidad, tampoco precisan las FEDERACIoNES nacionales de oficio o industria, ya que,
la Confederación Nacional del Trabajo, es a ella a quien corresponde esa labor,
participando a los organismos en general que uno de sus adherentes necesita ayuda. Si se
quiere alegar que organizado un oficio racionalmente, en caso de huelga es más fácil
evitadla recluta de esquiroles, le negaremos tal virtud. La Confederación Nacional, es su
deber, comunicar a todos sus adherentes, que en tal pueblo ha estallado una huelga,
dándoles la voz de alarma, para que vigilen que no salgan esquiroles y para que aporten sus
recursos para el sostenimiento de la misma» (Id.).
1287 «Sobre el mismo tema», «Soli», 28-noviembre-1917, p. 1.
Pocos días antes del Congreso regional de la CRT catalana,
«Solidaridad Obrera» publicaba un suelto dedicado al Congreso
regional de la sociedad de Lampareros, Latoneros y
Hojalateros, que se celebraría por esas fechas en Barcelona, en
el que se venía a defender a las FEDERACIONES de oficio o
industria, como un elemento esencial de la actividad sindical:

«Las FEDERACIONES de Ramo son para nosotros el eje de


los movimientos de conjunto, cuyos Comités, por su
afinidad profesional, son los que pueden estar mejor
orientados de las condiciones de lugar, forma y condiciones
de trabajo, horario y salario, detalles precisos que deben
conocer los que están al frente de los movimientos. Sabido
es que en nuestras luchas no basta tan sólo tener la razón
de parte, sino que es preciso e indispensable demostrar
tenerla ante la opinión y frente a los amaños de la clase
capitalista» 1288.

En esencia, los defensores de las FEDERACIONES nacionales


de oficio o de industria venían a sostener la existencia de unos
intereses específicos, corporativos, propios de cada sector u
oficio, cuya defensa requería la existencia de organismos
específicos, pero no sólo al nivel local, sino también al nacional
y al regional. Lo cual no contradecía la existencia también de
intereses comunes con los demás trabajadores, propios de la
clase obrera, cuya defensa se podía ejercer mejor a través de
organizaciones comunes a todos los oficios, como eran las
FEDERACIONES locales de sindicatos.

1288 «Soli», 26-junio-1918, p. 2.


Ello lo expresaría muy gráficamente Sebastián Oliva,
dirigente campesino de Jerez, poco después del Congreso
regional catalán de 1918:

«No niego —y el pretenderlo sería un absurdo—, que los


campesinos andaluces, por ejemplo, tienen intereses
comunes a los zapateros, carpinteros, albañiles, etc., de
Andalucía, y que deben estar federados con éstos a la
Regional, para defenderlos; pero tampoco negaráseme que
los campesinos andaluces tienen intereses comunes a los
campesinos valencianos, catalanes, etc., y que para
defenderlos deben estar federados a su Federación
Nacional de oficio»1289.

En definitiva, para los defensores de las FEDERACIONES de


oficio o de industria, éstas, como los sindicatos
correspondientes, responderían —como tantas veces hemos
repetido— a un criterio profesional, corporativo, y su función
sería, en esa línea, más bien de tipo reivindicativo, corporativo;
mientras que los organismos de índole territorial, como las
FEDERACIONES locales de sindicatos de todo tipo,
responderían más bien a un criterio de tipo político, es decir,
revolucionario. No sólo eran las organizaciones encargadas de
dirigir y encauzar la actividad sindicalista revolucionaria de la
CNT, sino que constituían el esqueleto de la organización
federativa de la sociedad futura.

Pero, indudablemente, no sería éste el criterio que triunfaría


y finalmente las FEDERACIONES de oficio serían abandonadas,

1289 S. OLIVA, «Problemas sindicales», «Soli», 28-noviembre-1918.


al igual que sería rechazado todo tipo de organización nacional
de índole profesional o corporativo, como ocurriría con las
FEDERACIONES nacionales de industria, propuestas en el
Congreso cenetista de 1919 en sustitución de las de oficio.

Sin entrar en más detalles en cuanto al funcionamiento


concreto de toda esta estructura orgánica y los avatares que lo
determinaron, a los cuales nos hemos referido ampliamente en
la primera parte de este trabajo, ésta era la situación orgánica
cuando se inaugura el importante Congreso regional de la CRT
catalana de 1918, más conocido como el Congreso de Sants,
por haberse celebrado en esta barriada barcelonesa.

La importancia del Congreso de Sants, que era solamente un


Congreso regional —aunque de la Regional más numerosa de
la CNT—, viene dada no sólo por haber abordado de forma
trascendental el problema de la reestructuración orgánica de la
Confederación, sino porque esta transformación fue el primer
paso, el ensayo a nivel regional, de la reforma orgánica que un
año más tarde adoptaría la CNT de manera general en el
Congreso nacional de diciembre. Efectivamente, el Congreso
confederal, celebrado del 10 al 18 de diciembre de 1919 en el
Teatro de la Comedia de Madrid, y por ello conocido como el
Congreso de la Comedia, se limitaría prácticamente a extender
al ámbito nacional las reformas que la CRT catalana había
adoptado en 1918.

Así pues, tanto el Congreso de Sants, como el de la Comedia


se ocuparían con especial detenimiento del problema orgánico
confederal, y sus resoluciones sobre este tema vinieron a
suponer un importante giro en la trayectoria de la CNT,
dotándola de un aparato orgánico, que, si bien no empezó a
funcionar en toda su extensión inmediatamente, sí supuso a la
larga un elemento eficaz no sólo para la acción sindical, sino
para la propia pervivencia de la CNT. De hecho, la nueva
estructuración orgánica se vino a adoptar en el momento en
que la CNT se encontraba en el punto culminante de su
desarrollo en este período, lo que, en el declive que le seguiría,
vino a suponer un importante freno a la desintegración
orgánica que, como ya había ocurrido en 1911, se hubiera
producido necesariamente, debido a las especiales
circunstancias de represión y clandestinidad que la CNT sufriría
precisamente a partir de ese momento, entre los años 1920 y
1922. Y ello es así porque, a pesar de que en Cataluña la fuerte
represión se iniciaría ya en enero de 1920, las modificaciones
orgánicas, la adopción del sindicato único de ramo, habían
comenzado a realizarse allí —núcleo básico de la CNT— incluso
con anterioridad al Congreso de Sants, recibiendo un
importante impulso con la celebración de éste; de tal manera
que lo sustancial de la nueva estructura orgánica de la
Confederación se encontraba ya en pleno rodaje a finales de
1919.

La reestructuración orgánica que tanto el Congreso de Sants


como el de la Comedia abordaron, incidía sobre tres aspectos
fundamentales de la organización: por una parte, en la base, la
transformación de los viejos sindicatos de oficio, o
profesionales, en sindicatos únicos de ramo o industria; en
segundo lugar, la supresión de las FEDERACIONES nacionales
de oficio, especie de organismo intermedio cuya incorrecta
incardinación en la estructura orgánica confederal y cuyo peor
funcionamiento en la mayoría de los casos habían convertido
en una superflua y obstructiva reiteración federativa; y, en
tercer lugar, la potenciación de las FEDERACIONES locales de
sindicatos y de las regionales, como escalones fundamentales y
exclusivos —con las comarcales— de la estructura federativa
de la CNT, a las cuales deberían pertenecer todos los sindicatos
que pretendiesen su afiliación a la misma. La diferencia entre
ambos Congresos estuvo, en este sentido, en que mientras que
en el de 1918 la discusión se centraría especialmente en el
tema del sindicato único, en el de 1919, dando ya por discutido
este tema, se ocuparía gran parte del debate en el tema de las
FEDERACIONES nacionales de industria, que, como proyección
del sindicato único de ramo, había propuesto el asturiano
Eleuterio Quintanilla al Congreso, en sustitución de las
fenecidas FEDERACIONES de oficio, abandonadas ya en 1918.

El Congreso de Sants se ocuparía, pues, con especial detalle


del problema del sindicato único, siendo muy amplia la
discusión sobre este tema, que llegaría a ocupar más de tres
sesiones, al final de las cuales se impuso el criterio de los
defensores del mismo. Pero, la ponencia aprobada por el
Congreso por unanimidad, tras algunas modificaciones en la
propuesta inicial, no sólo versaría sobre este tema, sino que se
ocuparía de los otros dos ya citados: las FEDERACIONES de
oficio y las FEDERACIONES locales y regionales.

Así, en primer lugar, el Congreso regional de Sants


establecería:

«1.° Que el Congreso acepta que la organización obrera no


llegará a alcanzar su máximo de potencialidad si no se
constituye a base de sindicatos de ramos o industrias.
2. ° Los sindicatos ya constituidos en principio a base de
ramos o industrias deberán continuar extendiendo su
organización a todas las secciones que aún permanezcan
aisladas de su respectivo seno.

3. ° Que en aquellos sindicatos a base de ramos e industrias


ya constituidos deben ingresar las secciones que aún no lo
hayan hecho, si no quieren quedar aisladas de los trabajadores
organizados»1290.

Del texto del acuerdo del Congreso se deduce claramente


que la agrupación básica que se establece no es el sindicato
único de oficio, que algunos sectores proponían con
anterioridad, como un gran avance en la unificación y
simplificación orgánica de la clase trabajadora; sino que el
Congreso fue mucho más allá, subsumiendo a los propios
oficios —convertidos ahora en secciones— dentro del sindicato
único de ramo o industria correspondiente. Pero, el Congreso
emplea los términos ramo o industria de manera indistinta o
como sinónimos; de donde se deduciría que sindicato de ramo
o de industria vendrían a ser la misma cosa. Sin embargo,
cabria precisar que, aunque desde un punto de vista semántico
pudieran llegar a ser considerados como una misma cosa,
desde un punto de vista estrictamente orgánico, el sindicato de
industria es algo bien diferente del sindicato de ramo. Este
último sería el que se adoptaría en este momento de la
evolución orgánica de la CNT, mientras que el sindicato único
de industria sería el que se adoptaría a partir del Congreso

1290 Todos los textos del Congreso reproducidos están tomados de la «Memoria» del
mismo ya citada.
nacional de 1931 y, sobre todo, del de 1936. Sin que ello quiera
decir que no se fuesen creando ya durante este período
sindicatos de industria, en el sentido que luego se entendería
por tales.

Dicho en palabras de Germinal Esgleas, «El sindicato de ramo


representa una integración de especialidades afines. Agrupa a
los trabajadores de un mismo ramo y a sus anexos»1291. Es
decir, el sindicato de ramo venía a ser un paso más avanzado
que el sindicato único de oficio, y reuniría en un solo sindicato
a los oficios similares o que participaban en un mismo proceso
productivo. Mientras que el sindicato de industria venía a tener
un contenido más extenso que el de ramo, abarcando a todos
los oficios y procesos que participan en la elaboración y
transformación de un producto, desde la obtención de la
materia prima, hasta su distribución comercial. Como diría el
Congreso regional catalán de febrero-marzo de 1937: «Los
Sindicatos de Industria comienzan en el cultivo o extracción del
producto natural o materia prima, y terminan en la distribución
de sus productos», comprendiendo, incluso, a todas las
industrias «auxiliares que le sean propias; es decir: talleres de
reparación de sus elementos de trabajo; medios de transporte
y en general los trabajadores de otras industrias o ramos
empleados de manera permanente en la industria
afectada»1292.

Evidentemente, el sindicato de ramo o industria en el que se

1291 G. ESGLEAS, «Sindicalismo. Organización y funcionamiento de los Sindicatos y


FEDERACIoNES obreras. Consideraciones sobre problemas fundamentales», Barcelona,
s.f., p. 11.
1292 CNT-AIT, «Estructuración de los Sindicatos de Industria», Barcelona, 1937, p. 9.
pensaba en estos momentos no tenía en absoluto el contenido
tan amplio, y extenso como el que se le atribuiría
posteriormente al sindicato de industria, como una concepción
más avanzada y completa de la organización obrera, cuyo
complemento lógico era la federación nacional de industria.
Así, en estos momentos la referencia al nuevo sindicato único
que se creaba se hacía empleando indistintamente ambas
denominaciones, de ramo o de industria, pero por ello se
entendía el contenido más restringido del primero.

En segundo lugar, el Congreso de Sants establecería también


la supresión de las FEDERACIONES profesionales, o de oficio:

«4.° (...), entendemos que debido a la evolución que los


trabajadores vienen efectuando, y ateniéndonos a las
enseñanzas que de las luchas se desprenden, consideramos
que todas las FEDERACIONES de oficio determinados, tanto
regionales como nacionales, no tienen necesidad alguna de
subsistir. No obstante, como sea que entendemos que las
tareas de este Congreso no pueden traspasar los límites de la
región y esta cuestión los traspasa, creemos debe dejarse su
resolución para el primer Congreso de la Confederación
Nacional del Trabajo.»

Y efectivamente, como hemos dicho anteriormente, el tema


de las FEDERACIONES nacionales sería uno de los objetos de
detenida discusión del Congreso de 1919. Por otra parte, y
prescindiendo de los argumentos que en uno u otro sentido
pudieran darse, a favor o en contra de las FEDERACIONES
nacionales, que serían prácticamente los mismos en 1918 que
en 1919, salvando la distancia de que en este último caso se
referían a FEDERACIONES de industria, que no de oficio, se
puede decir que la supresión de las mismas fue un acto
perfectamente lógico y coherente con el establecimiento de los
sindicatos de ramo o industria. La supresión de los sindicatos
de oficio tenía que traer forzosamente aparejada la supresión
de las FEDERACIONES, tanto regionales como nacionales, que
se creaban en base a los mismos.

En tercer lugar, el Congreso de Sants acordó también que la


CRT catalana se constituyese a base de FEDERACIONES locales
y comarcales:

«5.° Entendiendo que todos los sindicalistas tienen la


obligación de pertenecer a las FEDERACIONES locales
respectivas, creemos que la Confederación Regional del
Trabajo debe ser constituida a base de FEDERACIONES locales o
comarcales, única manera de dejar impuesta la solidaridad que
entre los sindicatos debe existir (...). Entendemos también que
en las asambleas o congresos que la Confederación Regional
convoque sólo deben tener personalidad y estar representados
los sindicatos que forman parte de la Regional.»

Con ello quedaba perfectamente definida y cerrada la


estructura básica de la Confederación, cuya novedad más
importante era la constitución de los sindicatos de ramo o
industria, que venía a sustituir a los de oficio, que, a su vez, se
convertían en meras secciones de los primeros.

De cualquier manera, los acuerdos del Congreso de Sants no


tenían la rigidez que una transformación de este tipo pudiera
hacer pensar. Por el contrario, en el mismo Congreso se
aprobaría una «aclaración» presentada por los delegados de
Tarrasa, en la que se venía a decir:

«El Congreso acepta el espíritu de los temas 41 y 42,


procurando que en la población que, por su condición, sea
realizable la constitución del Sindicato único de
trabajadores, se haga, sin que ello implique, en ningún
sentido una imposición.»

Y posteriormente, tras el Congreso, cuando comenzaron a


surgir los primeros problemas en torno a la aplicación práctica
de los acuerdos del mismo, una Asamblea regional hubo de
reunirse, acordándose en ella lo siguiente:

«Que deben constituirse los sindicatos únicos de ramos o


industrias; pero que si alguna de las secciones que están
incluidas en los ramos o industrias que formen sindicato no
ingresa en él, éste no podrá admitir en su seno a individuos
de la sección afectada si ésta pertenece a la Federación
Local. Si no perteneciere el Sindicato queda en libertad de
fundar la sección, que será la única representación de
aquel oficio que se reconocerá. No podrán tomarse
resoluciones en otro sentido, dejándose este problema
para el próximo Congreso.»

Por lo demás, el propio Comité Regional, en una labor


clarificadora y para colaborar a la constitución de los nuevos
sindicatos únicos de ramo o industria, con las actas del
Congreso, publicaría unas indicaciones sobre la forma de
constituirlos, su funcionamiento y sus órganos componentes,
así como un proyecto de Reglamento por el cual podrían
regirse1293. Sin embargo, en lo inmediato, la constitución de los
sindicatos de ramo o industria, que, en algunos casos había
comenzado ya con anterioridad al Congreso de Sants, se vio
dificultada por los conflictos sociales en los que la CNT se vio
envuelta con posterioridad, algunos de tanta repercusión como
la huelga de «la Canadiense» (febrero-marzo de 1919), y por la
propia suspensión de garantías constitucionales decretada ya
en enero de 1919.

Pero, a pesar de todo, son numerosas durante este tiempo


las noticias que van apareciendo en el portavoz confederal
«Solidaridad Obrera» de la constitución de los diversos
sindicatos de ramo, sobre todo, de Barcelona. Y las mismas
noticias se van teniendo, consiguientemente, del
fortalecimiento y de la creciente importancia de las
FEDERACIONES locales1294. El Congreso Nacional de la CNT, de
1919, abordaría de nuevo el problema, con la intención de
extender a la totalidad de la CNT la estructura adoptada ya por
la Regional catalana. La ponencia encargada de elaborar un
dictamen sobre este tema llegaría, pues, exactamente a las
mismas conclusiones que las acordadas por la CRT de Cataluña
un año antes, insistiendo, quizá con mayor intensidad, en la
necesidad de suprimir las FEDERACIONES de oficio, y, además,
en la necesidad de extender la sindicación a los sectores
técnicos y profesionales, tradicionalmente separados de los
sindicatos.

1293 Véanse el Reglamento citado y la agrupación de oficios que deberían formar cada
sindicato de ramo, en apéndice documental.
1294 Una nota de la CRT de Cataluña, publicada en «Soli», 25-noviembre-1918, p. 1,
amenazaba con que no entregaría los carnets de la Confederación a aquellos sindicatos que
no se vinculasen totalmente a las mismas.
Por otra parte, ante la coyuntura revolucionaria en la que
creía encontrarse la CNT, y dado el papel a jugar por los
sindicatos dentro del proceso de transformación social
revolucionario, instaba también el dictamen de la ponencia a la
inmediata constitución de las Comisiones de Estadística,
organismos que habrían de operar como bancos de datos y
oficinas de estudio, en base a las cuales se podría dirigir todo el
proceso económico en la sociedad postrevolucionaria.

Decía el dictamen de la ponencia:

«Los estudios que sobre la práctica realizamos


diariamente nos obligan a rectificar en un todo las
modalidades de organización que hasta hoy teníamos como
buenas.

Las FEDERACIONES de oficio carecen de fuerza para


imponerse a la organización capitalista, que por su
conservación propia, se solidariza para resistir los embates
que el proletariado tendrá que dirigir contra el régimen
burgués; además, los progresos de la mecánica borran los
oficios, por lo que vemos que un buen operario que antaño
necesitaba años y años para serlo, hoy, con reducido
tiempo, cumple su cometido; además, creemos que la
burguesía, organizada en Sindicatos únicos de Ramos e
Industrias, y a veces de toda la producción, no puede ser
combatida sino por los mismos medios; por otra parte, esta
forma de organización es futurista, puesto que su
simplificación nos permitirá organizar la producción y el
consumo.
Entendemos, pues, que la organización debe, por
excelencia, estar constituida a base de Sindicatos únicos de
Ramo e Industria, ya que es la que nos permite luchar con
ventaja contra el enemigo.

En las poblaciones menos importantes deben los


trabajadores agruparse en un solo Sindicato.

Las FEDERACIONES locales son el nervio de la


organización obrera, debiendo, por tanto, todos los
Sindicatos formar la Federación local en aquellas grandes
poblaciones industriales que no lo esté; en el mismo caso
consideramos los Sindicatos únicos de todos los
trabajadores de las pequeñas poblaciones, por lo que
procede la fundación de, en vez de FEDERACIONES locales,
las FEDERACIONES comarcales, esto es, del Sindicato a la
Federación, de ésta a la Confederación Regional y de ésta a
la Nacional, para formar así la gran Internacional de los
trabajadores.

Así entendemos debe estar constituida la organización


obrera.

El instrumento más eficaz para la implantación del


comunismo es la organización (por medio de las estadísticas
de producción, distribución y consumo) del tránsito menos
violento de esta sociedad a la futura, para lo cual
proponemos:

Primero.—Procurar la sindicación total de los obreros,


esto es, organizar rápidamente los Sindicatos de distribución
y los de profesiones técnicas y no manuales, lo cual
consideramos sumamente fácil, estando organizados los
obreros productores.

Segundo.—Implantación inmediata de las Secciones de


Estadística» 1295.

Este dictamen, que sería el finalmente aprobado por el


Congreso, trazaba, una vez más, con toda claridad, las líneas
maestras a las que debería responder la nueva estructura
orgánica de la CNT. Sin embargo, para aquéllos que buscaban
una mayor perfección en la nueva organización confederal, la
nueva estructuración, que consagraba el criterio orgánico
territorial sobre el profesional, o industrial —en este caso—,
quedaría incompleta si no se acompañaba también de la
constitución de las FEDERACIONES nacionales de ramo o
industria. Es decir, de la misma manera que en el sistema
antiguo —y según los acuerdos de los Congresos de 1910 y de
1911— las FEDERACIONES de oficio venían a ser el
complemento profesionalista a la estructuración federativa
básica, de carácter territorial, es decir, a base de
FEDERACIONES locales de sindicatos de oficio y de
CONFEDERACIONES regionales, las FEDERACIONES nacionales
de industria vendrían ahora a completar esa misma estructura
federativa central, en cuya base se encontraría el sindicato de
ramo o industria.

El principal defensor de esta concepción en el Congreso de


1919 sería el asturiano Eleuterio Quintanilla, quien presentaría
un voto particular al dictamen de la ponencia citado, por el que

1295 CNT, «Memoria del Congreso... de 1919», cit., p. 261.


se pretendía incluir en la estructura orgánica confederal a las
FEDERACIONES nacionales de industria. Para Quintanilla, que
haciendo un análisis de la evolución histórica de los modos de
producción («El movimiento obrero —decía— sigue como la
sombra al cuerpo, a través de la historia, estos cambios de los
modos de producción. El medio económico aparece así
determinando inflexiblemente las características de la
organización proletaria» 1296 , demostraba cómo el sindicato
único de industria era la forma de organización obrera que
correspondía al momento de desarrollo económico en el que
entonces se encontraban («La era del “trust” de los “cartels”
de producción, de las empresas gigantescas, en todos los
órdenes de los negocios»), las FEDERACIONES nacionales de
industria eran el complemento lógico, la continuación de ese
esquema organizativo que se basaba en el sindicato de
industria. ¿Cómo combatir, sino, a esas grandes empresas, que
trascienden el estrecho marco local que abarcan los sindicatos
de industria? Decía Quintanilla:

«... así como el Sindicato de industria es la expresión


moderna de la máxima potencialidad defensiva y ofensiva
de la organización obrera en cada localidad y para cada
industria o ramo, la Federación de esta clase de Sindicatos
(FEDERACIONES nacionales de industria) constituye su
complemento natural en cada nación para el ramo o
industria respectivos. Para los problemas locales del ramo
hay el instrumento del Sindicato de industria; para los
problemas nacionales del mismo ramo ha de existir su
correspondiente instrumento: éste no puede ser otro que

1296 Id., p. 262.


la Federación nacional de los Sindicatos de la misma
industria»1297.

Ello, sin embargo, no quería decir que el esquema básico


federativo, formado por las FEDERACIONES locales y
regionales, dejase de existir, sino que ambos sistemas
federativos, el territorial y el industrial, serían compatibles y
complementarios. Y las FEDERACIONES nacionales de industria
quedarían incardinadas en la organización confederal a través
de su representación en el Comité Nacional de la CNT, junto a
las CONFEDERACIONES Regionales. «Es preciso, en mi concepto
—decía Quintanilla—, que la red de la Confederación Nacional
del Trabajo esté articulada de modo que enlace todas las
secciones (Sindicatos de industria) de cada línea
(FEDERACIONES de industria) entre sí y con su cabeza de línea
correspondiente, y todas las líneas enlazadas a su vez a una
central común (Comité confederal)» 1298.

De esta manera, pues, en la concepción de Quintanilla, la


CNT retomaba el equilibrio que anteriormente, con la
estructura primigenia, había existido entre los criterios
orgánicos profesionalista y geográfico, y que en su momento
denominamos «profesionalismo relativo», el cual, trasladado a
este momento, tras la implantación del sindicato de ramo o
industria, se convertiría en un industrialismo relativo, al
compaginar la organización de base industrial con la de base
geográfica.

1297 Id., p. 263.


1298 Id., p. 264.
«De esta suerte —diría, finalmente, Quintanilla—, la
unilateralidad que se observa en el plan de la ponencia
desaparece; la Confederación Nacional del Trabajo
dispondrá de dos músculos poderosos al servicio de una
sola voluntad y su estructura bilateral responderá
cumplidamente a los principios armónicos de autonomía y
federación, que constituyen un federalismo económico,
piedra angular de la doctrina sindicalista y garantía única
de la libertad individual y de la soberanía popular»1299.

Pero los argumentos de Quintanilla y del reducido sector que


le prestó su apoyo no fueron atendidos por el Congreso, que
rechazó su voto particular, aprobando el dictamen de la
ponencia por gran mayoría (651.473 votos contra 14.008). Los
argumentos empleados contra las FEDERACIONES de industria
no tuvieron gran consistencia teórica —inutilidad, peligro para
la autonomía de los sindicatos, debilitamiento de la
organización local, etc.—, pero contaron con el apoyo de la
experiencia y ello tuvo un peso decisivo.

Así, aunque no era del todo válido comparar unas con otras,
el fracaso de las FEDERACIONES de oficio condicionó
decisivamente el rechazo de las FEDERACIONES nacionales de
industria. Lo máximo que los partidarios de las mismas, o, por
lo menos, de mantener algún tipo de relación entre los
sindicatos de un mismo ramo o industria de todo el país,
consiguieron obtener fue la pervivencia o la creación de
Comités de Relaciones de industria, organismos que, sin existir
un entramado federativo, se encargarían de mantener en

1299 Id.
relación entre sí a los sindicatos de un determinado ramo de
todo el país, para la coordinación de su actuación sindical y la
mutua defensa de sus intereses específicos.

Los Comités de Relaciones de Industria llegarían a ser


sentidos como una verdadera necesidad, ante la ausencia de
las FEDERACIONES de Industria. Así, el Pleno Regional catalán
de 29 de julio de 1923, celebrado en Lérida, acordaría ir a la
constitución de los mismos.

Pero aún, la inercia y la situación política que poco después


se viviría, impidieron su inmediata y generalizada constitución;
lo que obligaría al CR, un año después, a hacer un nuevo
llamamiento en favor de la constitución de los mismos:

«Ellos podrán informar del estado general de las


industrias, así como de su estado particular, relacionarán a
unos obreros con otros, harán más estrechos sus lazos de
solidaridad y, puestos al corriente del estado de su
respectiva industria, con datos fidedignos, los obreros
podrán atender mejor su defensa, puesto que estarán
prevenidos contra las posibles maquinaciones burguesas y
podrán evitar así que se les arrebaten las mejoras
conseguidas y procurar por su restablecimiento allí donde
se hubiesen quebrantado»1300.

Pero, como digo, la Dictadura, entre otros factores, impediría


su constitución generalizada.

Posteriormente, Ángel Pestaña se referiría al «error»

1300 «Soli», 29-marzo-1924, p. l.


cometido por el Congreso al meter en el mismo cajón de sastre
a las FEDERACIONES de oficio, que se pretendía abolir, y a las
FEDERACIONES de industria, cuya creación había propuesto
Quintanilla, las cuales fueron rechazadas como si se tratase de
una misma cosa.

«Teníamos razón —diría Pestaña— cuando abogamos


por la supresión de las FEDERACIONES Nacionales
Profesionales. No cuando abogamos por la supresión de las
FEDERACIONES, ya que hoy hemos de reconocer, al menos
por mi parte, que las FEDERACIONES Nacionales son
necesarias, que desempeñan un papel importantísimo en la
coordinación de las actividades orgánicas. Pero no las
FEDERACIONES Nacionales Profesionales, sino las
FEDERACIONES Nacionales de Industria. Esto es lo que
escapó a nuestra visión en aquel momento»1301.

Efectivamente, en el año 1931, en el Congreso nacional de


junio, la CNT adoptaría la estructura de base industrialista, de
la cual eran pilar fundamental las FEDERACIONES nacionales de
industria, que contarían entre sus principales valedores con las
figuras más destacadas del sector sindicalista de la CNT, el
propio Pestaña, Peiró, etc., rectificando así lo acordado en
1919.

Aunque la verdad es que, aún entonces, el acuerdo de 1931


no pasaría de ser un mero acuerdo, que sólo en muy pocos
casos tuvo una realización práctica.

1301 A. PESTAÑA, «Normas orgánicas», Barcelona, 1930, p. 9.


Así pues, tras los Congresos confederales de 1918 y de 1919
la estructura orgánica de la CNT se simplifica y se hace —como
diría Quintanilla— unilateral; es decir, su estructura federativa
es de base exclusivamente territorial o geográfica, dado que las
FEDERACIONES de oficio fueron suprimidas y las de industria
fueron rechazadas.

La importante novedad introducida fue la creación del


sindicato único de ramo o industria y el fortalecimiento del
papel de las FEDERACIONES locales y regionales. (Véase el
organigrama confederal en la página siguiente).

En la base se encontraban los SINDICATOS ÚNICOS de ramo o


de industria, que estaban formados, a su vez, por la agrupación
de las correspondientes SECCIONES DE OFICIO pertenecientes
a ese ramo o industria.

El ámbito del sindicato único era la localidad; pero, en los


pueblos pequeños, de menor población y, por lo tanto, con una
menor diversidad de oficios o industrias, éstos se reunían en un
único sindicato, denominado comúnmente de OFICIOS VARIOS.

Así, en cada localidad debería haber un único sindicato por


cada ramo o industria, formado por las correspondientes
secciones de oficio, y en los pueblos pequeños un único
sindicato para la totalidad de los oficios o industrias allí
existentes, que perteneciese a la CNT.
CNT = Confederación Nacional del Trabajo
CRT = Confederación Regional del Trabajo
FL = Federación Local FC = Federación Comarcal
SUI = Sindicato único de Industria
SUOV = Sindicato único de Oficios Varios
SO = Sección de Oficio SR = Sección de Ramo

El escalón siguiente lo formaban las FEDERACIONES LOCALES,


que se constituían con la agrupación o federación de todos los
sindicatos únicos existentes en cada localidad. En las zonas
menos pobladas, en vez de las FEDERACIONES locales se
creaban las FEDERACIONES COMARCALES, formadas por la
agrupación de los sindicatos únicos de trabajadores, o de
oficios varios, de los pueblos de la comarca.

El conjunto de las FEDERACIONES locales y comarcales de


una región formaba la CONFEDERACIÓN REGIONAL
correspondiente, y la unión de éstas constituía la CNT.
Esta sería la estructuración con la que la CNT caminaría a lo
largo de todo el período que va de 1919 a la Segunda
República. En el verano de 1922, la CRT de Cataluña celebró en
Blanes un Pleno Regional en el que se propuso la creación de
FEDERACIONES Provinciales, intermedias entre las Locales y la
Regional. Ello se proponía como modo de potenciar desde la
cabecera de cada provincia la extensión de la organización,
sobre todo en aquellas provincias donde ésta era más débil,
dado que la estructuración descrita mantenía a las
FEDERACIONES locales aisladas entre sí, únicamente vinculadas
a través del Comité Regional. Sin embargo, la propuesta,
realizada por Isgleas, no sería llevada a la práctica1302.

El proceso de estructuración de la CNT según este esquema,


es decir, el proceso de constitución de los sindicatos únicos y
de las correspondientes Regionales fue bastante lento y vino
especialmente dificultado por la fuerte represión y por la
clandestinidad a las que quedaría sometida la CNT poco
después de la clausura del Congreso de 1919. Las
CONFEDERACIONES Regionales se irían formando a partir de
entonces. Aparte de las Regionales de Cataluña, Andalucía y
Levante, constituidas con anterioridad 1 Congreso de 1919
—Andalucía en mayo de 1918 y Levante poco después,
celebrando su primer Congreso en diciembre de 1919, antes
del nacional—, las demás Regionales seguirían un proceso de
formación del que no existen demasiadas noticias en algunos
casos, sobre todo, en lo que se refiere a fechas exactas. De
cualquier manera, puede precisarse que a mediados de 1920, a
pesar de la represión, se encontraban ya en avanzado proceso

1302 «Soli», 16-abril-1932.


de constitución las Regionales de Asturias, Norte y Aragón. La
Regional gallega se fundaría en 1921, mientras que la que se
denominaría Regional Centro no quedaría definitivamente
formada sino en noviembre de 1931. También en el período
republicano se constituiría la Regional canaria —en agosto de
1932—1303.

El ámbito territorial que comprenderían estas Regionales


excedía generalmente de los límites de las regiones naturales
que les prestaban su denominación. Solamente, desde el
primer momento, la Regional gallega comprendió
exclusivamente las cuatro provincias de aquella región. La
Regional asturiana comprendía además la provincia de León. La
Regional del Norte comprendía las provincias vascongadas y
Santander. La Regional aragonesa comprendía las tres
provincias aragonesas y, además, Logroño y Navarra; de aquí
su denominación de Regional de Aragón, Rioja y Navarra. La
Regional catalana comprendía, además de las cuatro provincias
catalanas, a las Baleares, que se integraron en esta Regional en
la Asamblea Regional de mayo de 1913. La Regional Centro era
la más extensa, pero también la más débil, y durante este
período ni siquiera contaba con afiliados en la totalidad de las
provincias que comprendía; éstas eran: Zamora, Salamanca,
Cáceres, Palencia, Valladolid, Avila, Burgos, Segovia, Madrid,
Toledo, Soria, Guadalajara, Cuenca y Ciudad Real. Le seguía en
extensión la Regional de Andalucía y Extremadura, que
comprendía las provincias de Badajoz, Huelva, Córdoba, Sevilla,

1303 M. BUENACASA, op. cit.; D. ABAD DE SANTILLÁN, op. cit., II; CNT, «Memoria... de
1919», cit.; DÍAZ DEL MORAL, op. cit.; «Soli» y «CNT», varios números; «Boletín de la
Confederación Nacional del Trabajo», núm. 12, 13, 14, nov., dic., 1932, enero 1933; «La
Tierra», 30-abril-1932.
Cádiz, Jaén, Málaga, Granada y Almería. Las plazas africanas,
con una mínima representación solían ser también incluidas en
esta Regional. Las Canarias no contarían con una Regional,
como ya dijimos, hasta agosto de 1932. Y, finalmente, la
denominada Regional levantina comprendía las provincias de
Castellón, Valencia, Alicante, Murcia y Albacete.

Pero, si lento y complicado sería el proceso de constitución


de las Regionales, no lo sería menos el de constitución de los
sindicatos únicos; proceso este último que aún no quedaría
definitivamente completado en el período de los años treinta,
dado que, aunque existiese voluntad de unificación por parte
de los oficios, para formar los sindicatos de industria o de
ramo, en muchos casos esta unificación no se hacía de manera
adecuada y siempre quedaba el caso dudoso del oficio
fácilmente encuadrable en más de un sindicato. Con la
adopción de la estructura industrialista, tras el Congreso
Nacional de 1931, los sindicatos sufrieron un nuevo reajuste
consiguiéndose un mejor acoplamiento de los oficios, aunque
ello ocasionaría un sin fin de problemas y no pocas rivalidades
entre los propios sindicatos.

Las FEDERACIONES nacionales, tras los acuerdos del


Congreso de 1919, se fueron disolviendo en su práctica
totalidad. En la mayoría de los casos eran ya organismos que
llevaban una vida bastante precaria, por lo que el acuerdo del
Congreso no causó demasiado perjuicio. Solamente en el
sector agrícola puede decirse que la supresión de la Federación
Nacional de Obreros Agricultores tuvo una especial
repercusión, pudiendo ser considerada como una de las causas
de la debilidad orgánica de la CNT en este sector, como ya
hemos visto en capítulos anteriores. Por lo demás, en algunos
casos, tal sería lo que pasó con el ramo del vidrio, se
conservaron o se crearon Comités de Relaciones, que con más
precariedad que eficacia trataron de mantener un vínculo
nacional o regional entre los sindicatos de un mismo oficio. En
otros casos, como ocurriría en el propio sector agrícola, no
faltaron las asambleas o congresos, ya de índole regional, ya de
índole nacional, que de manera esporádica sirvieron para
coordinar los movimientos reivindicad vos de los respectivos
sectores. Tal sería el caso, por citar un ejemplo, del importante
Congreso regional campesino de Cataluña, celebrado en abril
de 1923.

3. Los órganos de la CNT

A) La Sección de Oficio

Como hemos visto anteriormente, en la base de la


nueva-estructuración orgánica de la CNT se encontraba el
sindicato único de ramo o industria, que agrupaba en su seno a
los diferentes oficios pertenecientes a un mismo ramo o
industria, que con anterioridad se encontraban formando
sociedades o sindicatos separados. Al unirse en el sindicato
único, cada uno de estos oficios pasó a formar una sección
dentro de su sindicato respectivo. La Sección de oficio
constituía un organismo autónomo dentro del Sindicato, y, por
lo tanto, gozaba de una gran independencia en la gestión de
sus propios problemas. Su estructuración era muy variable y
dependía del Sindicato y aún del oficio de que se tratase.
Normalmente contaba con una JUNTA o COMISIÓN, de
composición variable —en algunos casos se decía que cuantos
más miembros mejor—, que se repartía los cargos
correspondientes, la cual era la que dirigía y llevaba a cabo la
actividad sindical y negociadora de la Sección. Hacia arriba, la
Comisión de la Sección estaba representada en la Junta del
Sindicato por uno o más de sus miembros; y hacia abajo, la
Sección contaba con un delegado de fábrica o taller, que era el
representante de la misma en cada centro de trabajo. El
DELEGADO de FÁBRICA o TALLER tenía un importante papel en
la relación entre los afiliados y el Sindicato, y no sólo se
encargaba de la cotización y otras actividades de tipo
administrativo, sino que operaba como un verdadero
representante de los trabajadores ante el Sindicato, y de éste
ante aquéllos. Por ello se le llegó a denominar «representante
político» en más de una ocasión.

Cuando la estructura sindical se fue perfeccionando y


extendiendo, en algunos ramos se crearon también COMITÉS
de FÁBRICA, que venían a ejercer, dentro de los talleres o
fábricas de mayor tamaño, un papel similar al de la Junta o
Comisión de la Sección con respecto a todo el oficio. En
algunos casos se llegó a propiciar la pertenencia a los mismos
de obreros no afiliados a la CNT, como manera de atraerlos al
activismo sindicalista. Cuando éstos existían, solían tener
también representación en la Junta o Comisión de Sección.

También fue frecuente la creación, al lado de la Junta o


Comisión de Sección, de carácter administrativo, de una Junta
o Comisión de carácter técnico o estadístico, que se encargaba
de realizar estudios sobre la producción y las condiciones de
trabajo, ya con fines reivindicativos, ya con la finalidad de
completar los estudios de tipo económico que el Congreso de
1919 había recomendado realizar, con vistas a la preparación
del proceso revolucionario transformador del régimen social
presente, cuya realización, se pensaba, no estaba demasiado
lejana.

Todos los cargos de la Sección eran elegidos en la ASAMBLEA


de la misma y solían ser renovados cada seis meses. Los
delegados y los Comités de fábrica o taller eran elegidos por los
obreros del centro respectivo 1304.

B) El Sindicato Unico

El Sindicato único era la pieza clave del entramado


confederal. De ámbito local, reunía, como ya hemos dicho a los
diferentes oficios de un determinado ramo o industria de una

1304 Todos los datos referentes a la organización cenetista, mientras no se indique lo


contrario, están tomados de las Memorias de los Congresos de 1918 y de 1919; de los
Estatutos de la CRT catalana, aprobados en 1918, y de la CNT, elaborados según los
acuerdos del Congreso de 1919; del «Proyecto de Reglamento de Sindicato Unico» y de
las orientaciones orgánicas del CR catalán publicados con la Memoria del Congreso de
1918; de diversos artículos sobre cuestiones orgánicas publicados por «Soli» en estos
años, algunos de ellos de plumas tan conocidas como las de Pestaña, Peiró, Buenacasa,
etc.; y de los siguientes folletos: A. PESTAÑA, «Normas orgánicas», cit.; G. ESGLEAS,
«Sindicalismo...», cit.; CNT-AIT, «Estructuración de los Sindicatos de Industria», cit.;
CNT-FAI, «Manual del militante», Barcelona, 1938; CNT-AIT, «Estructura orgánica.
1918, 1936-39», ciclostilado; y de los demás modelos de estatutos y reglamentos para
sindicatos que con alguna frecuencia aparecieron en la prensa cenetista y afín, como en
«Acción», 15-marzo-1930, o en «Soli», 11-noviembre-1931.
localidad. Su denominación de único venía de una doble
motivación: del hecho de que sólo pudiese existir un solo
sindicato de cada ramo, por localidad, afiliado a la CNT, y de la
pretensión teórica de ésta de conseguir la unidad de todos los
trabajadores mediante la afiliación de éstos a un único
sindicato obrero, por industria y por localidad. De hecho, en la
región catalana esta pretensión se convirtió prácticamente en
una realidad, al convertirse la CNT en una organización
absolutamente hegemónica. Por otra parte, acuerdos como el
del Congreso de 1919, creando un tumo de parados en los
Sindicatos y obligando a los patronos a que hiciesen la
contratación de personal a través del mismo, no eran sino
elementos que contribuían decisivamente a consolidar esa
hegemonía. En cuanto a su denominación de ramo o industria,
ya hemos dicho anteriormente que la organización
industrialista propiamente dicha se inicia tras el Congreso de
1931; en estos momentos la unificación de los oficios tendía a
hacerse más bien por similitud, por ramo, que por industria
propiamente dicha; lo cual no quiere decir, sin embargo, que
en este momento se formasen ya algunos sindicatos de
contenido propiamente industrial, sobre todo, en la Regional
catalana (véanse en apéndice documental las directrices dadas
para la agrupación de oficios que debería formar cada
sindicato).

El Sindicato único de ramo o industria se convertía en


SINDICATO ÚNICO DE TRABAJADORES, o de OFICIOS VARIOS,
en las localidades poco populosas, donde abarcaba a todas las
actividades que se realizasen en esa localidad.

Cada Sindicato contaba con una JUNTA ADMINISTRATIVA,


que estaba formada por uno o más representantes de cada
Sección, a partes iguales. Estos, generalmente, eran elegidos
en el seno de la Asamblea de cada Sección, y luego se
distribuían entre ellos los cargos correspondientes. En algunos
casos, y este es el procedimiento que se generalizaría durante
la República, las Asambleas de Sección elegían a sus
representantes —VOCALES— en la Junta del Sindicato, en
número de uno o dos por sección (generalmente entre quienes
eran ya miembros.de la Comisión de la Sección respectiva, para
facilitar así el que la Junta del Sindicato tuviese el mayor
conocimiento posible de los asuntos de cada Sección), pero los
cargos importantes de la misma —presidente o secretario,
tesorero, contador— eran elegidos por la Asamblea del
Sindicato.

Hacia abajo, el Sindicato se relacionaba, pues, con sus


Secciones a través de los vocales de cada Sección existentes en
su Junta. Y hacia arriba, el Sindicato se relacionaba con la
Federación Local a través de los delegados o representantes
que elegía para la misma, en el seno de la Asamblea de
Sindicato, en número de uno o dos. Estos delegados o vocales
de cada Sindicato ante la Federación Local solían ser, a su vez,
miembros de las Juntas de los mismos, por las mismas razones
que los de las juntas de los sindicatos lo eran de las comisiones
de sección. La Asamblea del Sindicato era también la encargada
de designar a los delegados del mismo a los Congresos
regionales o nacionales.

Si autónomas eran las Secciones dentro del Sindicato, mayor


era aún la autonomía que se predicaba dedos Sindicatos con
respecto a las FEDERACIONES locales 1305 . El sindicato
representaba la unidad básica de la Confederación; en base a él
se establecía todo el funcionamiento de la organización y en
base a él se establecía todo el proyecto revolucionario de la
CNT. Más que un organismo reivindicativo, era la célula
revolucionaria por excelencia del entramado confederal Dirigía
la lucha por la emancipación en la sociedad presente y
organizaría la producción y la distribución en la sociedad
futura. Como diría Buenacasa: «es el punto de convergencia de
todos los trabajadores ansiosos de manumitirse y emanciparse
de todas las esclavitudes»1306.

El Sindicato era el que decidía o no su pertenencia a la


Federación Local y, por tanto, a la CNT. Esta sólo podía admitir
a sindicatos y éstos eran los únicos que podían formar la
voluntad confederal, a través de las Asambleas y Congresos.

C) La Federación Local

Estaba constituida por la federación de todos los sindicatos


únicos de una localidad. Desde el punto de vista de la acción
sindical, el poder de las FEDERACIONES locales se encontraba
muy reducido por la autonomía de los sindicatos. Era apenas

1305 Como decía el art. 4 de los Estatutos de la CNT, similar al 3.° de los de la CRT de
Cataluña: «Los sindicatos adheridos a la Confederación se regirán con la mayor autonomía
posible, entendiéndose por ésta la absoluta libertad en todos los asuntos relativos al
gremio».
1306 M. BUENACASA, «El individuo y el Sindicato», «Soli», 8-febrero-1924.
considerada como un organismo de relaciones. Sin embargo,
en contra de lo formalmente establecido, con frecuencia la
Federación Local adquiría un protagonismo en la dirección de
la acción confederal, que sobrepasaba con mucho los estrechos
límites de sus competencias. Su papel fue adquiriendo mayor
importancia precisamente a partir de los acuerdos del
Congreso de 1919. Ya poco después del Congreso regional
catalán de 1918, ante la descarga que algunos sindicatos
hacían en la Federación Local de funciones que sólo a ellos
competían, un editorial de «Solidaridad Obrera» se veía
obligado a recordar las funciones de relación y organización
que competían a ésta exclusivamente:

«Según nuestro criterio, su misión se limita a organizar


los oficios o ramos que carezcan de organización y a
mantener una constante relación entre los sindicatos ya
constituidos» 1307.

Desde el punto de vista revolucionario, el papel de las


FEDERACIONES locales era fundamental, no sólo en la
organización del proceso revolucionario, sino, sobre todo, en el
momento de la organización de la sociedad postrevolucionaria.
La Federación Local, como ya vimos en su momento, venía a
ser el núcleo en torno al cual se constituiría la comunidad libre
del futuro.

La Federación Local contaba con un comité LOCAL que estaba


compuesto por los vocales, representantes o delegados de los
sindicatos de la localidad, en número de uno o dos, y por un

1307 «Equivocaciones lamentables», «Soli», 13-septiembre-1918.


secretario general, un tesorero y un contador. Los vocales de
cada Sindicato en el Comité de la Federación Local, que
generalmente fueron uno por sindicato, eran elegidos en las
Asambleas de cada Sindicato. La elección del secretario, del
tesorero y del contador no siguió una norma fija, y con
frecuencia se les eligió en Asambleas locales, pero también
mediante votación entre los sindicatos, a propuesta de alguno
de ellos.

En las zonas poco pobladas, el papel de la Federación Local lo


cumplía la FEDERACIÓN COMARCAL, que unía a los sindicatos
de trabajadores, o de oficios varios, de la comarca
determinada. Posteriormente, se constituyeron FEDERACIONES
Comarcales en zonas industriales que abarcaban a más de un
municipio, con la intención de mantener unidos a los sindicatos
de la zona o comarca. En este caso, la Federación Comarcal
llegaba a incluir también FEDERACIONES locales; pero ello sólo
llegó a producirse durante la Segunda República.

D) La Confederación Regional del Trabajo

La Confederación Regional estaba formada por la unión de


las FEDERACIONES Locales y Comarcales de una determinada
región, que, como ya hemos visto, solía exceder de los límites
geográficos de la región natural que les daba su nombre.

Las CONFEDERACIONES Regionales eran ya verdaderas


centrales sindicales, pero con un ámbito territorial más
reducido que la Nacional. Gozaban de plena autonomía, y, con
frecuencia, incluso, predominaban en ellas tendencias y
seguían estrategias diferentes a las marcadas por la Nacional.
Ejemplos muy claros de ello los hemos visto a lo largo de los
anteriores capítulos. La primera en formarse fue la catalana, en
base a la cual se constituyó el conjunto de la CNT.

Del papel importante de las Regionales nos da idea la


redacción de sus Estatutos, y como ejemplo de ellos, los de la
CRT de Cataluña, que establecían como objetivos y funciones
de ésta los mismos que se atribuían a la CNT, pero con un
ámbito territorial diferente (véanse los primeros artículos de
ambos Estatutos en apéndice documental).

La CRT contaba con un comité REGIONAL, cuya constitución y


forma de elección varió en diferentes momentos. En principio,
el CR estaba formado —en la Regional Catalana— por trece
miembros, que eran designados por los sindicatos de la ciudad
elegida como lugar de residencia del mismo por el Congreso
Regional. Así se estableció en el Congreso de Sants, de 1918,
recogiendo lo que era ya una tradición en el medio obrero
catalán. Por otra parte, los trece miembros correspondían a
uno por cada uno de los trece sindicatos únicos tipo, que el CR
aconsejaba crear. Los delegados al CR elegidos por cada
sindicato, se repartían luego entre sí los diferentes cargos,
siendo los más importantes los de secretario general, tesorero
y contador, así como la Comisión Pro-Presos, compuesta de
cinco individuos, que se constituía en el seno del mismo. Pero
esta forma de designación fue muy contestada en muchos
sectores, que veían cómo el importante cargo de secretario
general de la CRT se escapaba al control del conjunto de la
Regional, y sólo respondía ante el reducido grupo de delegados
que le habían elegido.

En el Pleno Regional de Blanes (verano de 1922), se propuso


una modificación de esta estructuración, tendente, no sólo a
hacer responsable al secretario general ante toda la
organización regional, sino a aumentar la presencia del resto
de la región en el CR. Así, se propuso que el CR estuviese
compuesto por dos delegados por cada provincia, más otros
dos por Barcelona capital, que serían los que desempeñarían
los cargos de secretario y tesorero. Estos dos últimos serían
elegidos en un Pleno de Juntas de Sindicatos de la localidad 1308.

Pero, esta estructuración no resultaría aún del todo


satisfactoria, por lo que en el Pleno Regional catalán de Lérida,
de 29 de julio de 1923, que para algunos tuvo categoría de
verdadero Congreso, se volvería de nuevo sobre el tema,
aprobándose una proposición del Sindicato de la Metalurgia,
en la que se proponía que el secretario general y el tesorero
fueran elegidos por el Congreso Regional, única forma de que
fueran responsables ante toda la organización regional. Por
otra parte, el Sindicato de la Metalurgia de Barcelona proponía
también que se suprimiese la cláusula que prohibía la
reelección de estos cargos, para dar una mayor continuidad y
eficacia a su gestión.

También, al ser estos dos cargos elegidos por el Congreso y


los demás por los sindicatos de la ciudad lugar de residencia del
CR, para evitar la doble representación de los sindicatos a los

1308 «Soli», 10-marzo-1931 y 16-abril-1932.


cuales pertenecieran el secretario y el tesorero, se proponía
que éstos tuvieran voz, pero no voto en las reuniones del
Comité 1309.

En realidad, de uno y otro acuerdo poco caso se hizo, y se


continuó empleando el sistema clásico con una novedad,
tomada de la propuesta del Sindicato de la Metalurgia de
Barcelona. Es decjr, el CR se formaría con los delegados
elegidos por los sindicatos de la localidad de residencia del
mismo, excepto el Secretario que debía ser elegido por el
Congreso. En la práctica, al no celebrarse ningún Congreso
regional más, durante este período, después del de Sants, el
secretario era elegido por los Plenos Regionales, o, incluso,
según el sistema clásico, por las organizaciones de la localidad
lugar de residencia del CR.

En el año 1930, el sistema volvería a ser modificado,


adoptándose un sistema parecido al que había sido aprobado
en el Pleno de Blanes, de 1922, en cuya elaboración habían
tenido papel importante J. Peiró y Pedro Segarra («Anteo»).
Según este sistema, el CR quedaba formado por dos delegados
por provincia, más otros dos por Barcelona capital, más cinco
delegados «suplentes» elegidos por la organización de la
localidad residencia del mismo (aumentados a ocho
posteriormente).

Así, en la práctica, al ser Barcelona el lugar habitual de


residencia del mismo, éste estaba formado por diez delegados
de Barcelona, entre los que se encontraba el secretario y el

1309 «Soli», 3-agosto-1923, p. 4.


tesorero, y ocho de las provincias —dos de ellos también en
Barcelona—1310.

De cualquier manera, la verdad es que, por causa de la


represión y la clandestinidad, o por los conflictos internos, el
CR, como ocurriría también con el CN, aunque quizá en menor
medida, nunca logró funcionar, durante el período que
estudiamos, de una manera enteramente regular y de acuerdo
con las resoluciones de la organización.

Así pues, así como en los anteriores escalones del entramado


federativo confederal existía una cierta continuidad y relación
directa entre los órganos superiores y los inferiores, al existir
delegados directos de unos en otros, esta continuidad y esta
representación directa se rompía precisamente en el CR,
formado exclusivamente, con ligeras variantes ya citadas, por
la organización de la localidad lugar de residencia del mismo.
Claro que, dentro de la lógica orgánica cenetista se solía aludir
a que éste era un mero organismo de relación y
correspondencia y que, por lo tanto, su función no exigía esa
representación directa, bastaba con que fuesen nombrados
quienes pudiesen realizar y mantener esa relación y esa
correspondencia entre las FEDERACIONES locales y comarcales,
órganos federativos inmediatamente inferiores. Pero a la hora
de la verdad, es bien cierto que, como no era menos de
esperar, la actividad del CR, fue siempre mucho más allá de
esta exigua función que formalmente le venía atribuida.

En fin, el CR debería ser renovado cada año por el Congreso

1310 «Soli», 10-marzo y 27-septiembre-1931, Id. 16-abril-1932.


Regional correspondiente, pero la no celebración de este
último hacía que el mantenimiento de los CR estuviese en
función de la lucha interna de tendencias y de las
circunstancias ajenas a la Confederación.

E) La Confederación Nacional del Trabajo

Estaba formada por la confederación de las diferentes


Regionales de todo el país.

Orgánicamente, contaba con el COMITÉ NACIONAL, cuya


formación siguió unos derroteros bastante similares a los de los
Comités Regionales.

En un principio, el CN estaba formado, dentro de la localidad


que había sido designada por el Congreso Nacional para su
residencia, por los delegados de cinco sindicatos, que eran
designados por la Asamblea Local de Juntas de sindicatos para
formarlo. Estos, una vez elegidos, designaban entre sí los
cargos correspondientes. Es decir, primero, el Congreso
Nacional designaba la localidad lugar de residencia del mismo;
en segundo lugar, la Asamblea Local de la ciudad designada
elegía a los cinco sindicatos que habrían de formarlo; en tercer
lugar, cada uno de esos cinco sindicatos elegía a su delegado; y,
en cuarto lugar, los elegidos se repartían entre sí las diferentes
responsabilidades.

Con posterioridad, ya en 1919, el número de sindicatos


designados se aumentó a nueve; y, tras el Congreso Nacional
de 1919, se acordó, debido al trabajo que el CN acumulaba,
que lo formasen la totalidad de los sindicatos de la localidad
lugar de residencia del mismo —habitualmente Barcelona—,
con lo que se evitaba el paso previo de designar a los sindicatos
que debían formarlo. Además, el Congreso de 1919 estableció
que estuviesen representadas en el mismo las diferentes
Regionales, con un delegado por Regional.

Así, el CN podía funcionar de manera normal, cuando se


reunían sólo los delegados de la localidad residencia dél
mismo, o en pleno, cuando además asistían los delegados de
las Regionales. Decía el artículo 7.° de los Estatutos de la CNT:

«Esta Confederación tendrá un Comité federal de


administración y de relación que será formado por un
delegado de cada Sindicato que exista en el punto donde
tenga su residencia dicho Comité, salvo que en la población
donde éste sea haya pocos Sindicatos, en cuyo caso podrá
ser más elevado el número de aquéllos y el Pleno lo
completará con un delegado de cada Confederación
Regional, el cual se reunirá siempre que el Comité lo estime
necesario y en ningún caso menos de una vez cada tres
meses.»

De este modo, el CN, al contrario de lo que ocurría con el CR,


se encontraba directamente relacionado con el escalón
federativo inmediato inferior, a través de los delegados de las
Regionales.

Sin embargo, su forma de elección no dejó de contar con la


crítica de diversos sectores, quienes recriminaban la falta de
intervención del conjunto de la organización en la elección del
mismo. Así, la propuesta de modificación del sistema de
elección del CR, presentada por el Sindicato de la Metalurgia
de Barcelona al Pleno Regional catalán de julio de 1923, se
refería también al CN, y proponía para éste, como para el
anterior, que el secretario general fuese elegido en el seno del
Congreso Nacional. Sin embargo, este sistema nunca llegaría a
ponerse en práctica durante el período que nos ocupa, y, así,
en 1930, Ángel Pestaña insistiría en esta propuesta de nuevo:
«Es al Congreso en pleno, donde todas las organizaciones que
forman parte de la Confederación están representadas, a quien
incumbe designar el individuo para ese cargo»1311.

Los cargos principales en el seno del CN eran los de


secretario general, tesorero y contador, y los Estatutos
preveían, además, la existencia de otros dos secretarios
ayudantes. Los demás miembros, aparte de los delegados
regionales, hasta completar un número igual al de sindicatos
existentes en la localidad residencia del CN, ocupaban el cargo
de vocales y desempeñaban diverso tipo de funciones, entre
las que se destacaba la formación del Comité Pro-Presos
nacional, que se constituía en el seno del CN.

El CN debía renovarse cada año, después de la celebración


del Congreso Nacional, que era quien debía fijar la ciudad lugar
de residencia del mismo. Pero, como ya hemos visto, su
nombramiento estuvo siempre condicionado a diversas causas,
tanto de tipo interno, como de tipo externo, que determinaron

1311 A. PESTAÑA, «Normas orgánicas», cit., p. 25.


su frecuente renovación, a pesar de celebrarse solamente tres
Congresos nacionales —contando también el fundacional— y
una Conferencia, durante este período. Y residió siempre en
Barcelona, exceptuando su traslado a Sevilla, en agosto de
1923, y el período dictatorial siguiente, en el que la
clandestinidad y la represión determinaron su frecuente
cambio de residencia, pasando por Zaragoza, Gijón, Mataró, la
propia Barcelona y, quizá, algún otro lugar que no hemos
podido precisar por falta de datos.

Hablar del papel e importancia del CN, sería de alguna


manera volver a repetir todo lo dicho en los capítulos
anteriores, por lo que consideramos suficientes las indicaciones
hechas, dado que de lo que se trata aquí, principalmente, es de
hacer una descripción del entramado orgánico confederal que
sirvió de sostén al conjunto ideológico que hemos descrito en
la primera parte de este trabajo. Pero, haciendo una
recapitulación sobre lo dicho entonces, podemos, finalmente,
enumerar a quienes fueron durante este período los
secretarios generales de la CNT. Ello, claro está, salvando algún
posible error u omisión, debido a las enormes dificultades que
tal enumeración presenta, por la escasez de datos determinada
por las circunstancias de clandestinidad o semiclandestinidad
en las que tuvo que actuar la CNT durante la mayor parte de
este tiempo. Estos fueron:

— José Negre: quien venía siendo ya secretario general de


Solidaridad Obrera —desde septiembre de 1910—, cuando se
fundó la CNT. Ocuparía el secretariado de la CNT desde su
fundación, en noviembre de 1910, hasta su práctica
desaparición en el período de clandestinidad 1911-1913.
— Manuel Andreu: que ocupó este cargo desde la
reconstitución de la CNT, en noviembre de 1915, hasta,
aproximadamente, agosto de 1916.

— Francisco Jordán: que sería nombrado tras el Pleno


Nacional de 24 de agosto de 1916, y permanecería en el cargo
hasta febrero de 1917, en que, tras su detención, presentaría
su dimisión desde la cárcel.

— Francisco Miranda: que sustituiría a Jordán, en marzo de


1917, tras la celebración de la Asamblea Regional de 11 de
marzo. Antes venía siendo —desde 1916— secretario del CR de
la CRT catalana. Permanecería en el secretariado de la CNT
hasta mediados de 1918.

— Manuel Buenacasa: sería nombrado secretario de la CNT


en agosto de 1918, tras la celebración del Congreso regional
catalán de Sants. Es muy posible que, de manera interina y
clandestina, Buenacasa encabezase ya un CN entre agosto y
noviembre de 1917, período en el que estuvo detenido
Miranda, tras la huelga general de ese año y la represión
subsiguiente. Permanecería en el cargo hasta su detención, en
diciembre de 1918.

— Evelio Boal: sería nombrado, para sustituir al detenido


Buenacasa, en enero de 1919, y tras la celebración del
Congreso nacional de diciembre de ese año, sería ratificado en
el cargo, en el que permanecería hasta su detención, en marzo
de 1921; siendo asesinado poco después por el sistema de la
«ley de fugas».

— Andrés Nin: sería nombrado en sustitución de Boal, en


marzo de 1921, y permanecería en el cargo hasta su viaje a
Rusia, en mayo de ese año, como delegado de la CNT al
Congreso de la ISR.

— Joaquín Maurín: sería nombrado a su regreso de Rusia, en


agosto de 1921, y ejercería este cargo hasta su detención, el 22
de febrero de 1922.

— Juan Peiró: sería nombrado secretario de la CNT a finales


de febrero de 1922, tras la detención de Maurín, siendo
ratificado en su cargo tras la Conferencia nacional de Zaragoza,
de junio de ese mismo año. Permanecería en este cargo hasta
mediados de 1923, cuando el Pleno Nacional de Valencia
—julio de 1923— decide el traslado del CN a Sevilla.

— Paulino Diez: tras el traslado del CN a Sevilla, siendo ésta la


primera vez que salía de Barcelona, Diez es nombrado
secretario de la CNT, en aquella capital, en agosto de 1923, y
ejercería este cargo hasta la detención del CN, en marzo de
1924.

— José García Galán: poco más tarde de la detención del CN


de Sevilla, éste fue trasladado a Zaragoza, donde se constituiría
a mediados de 1924, siendo nombrado su secretario García
Galán, quien sería detenido poco después, el 2 de junio, con el
resto del Comité.

Desde entonces, el CN, que se movía ya en plena


clandestinidad fue renovado y trasladado de lugar con
frecuencia, siendo muy difícil saber con exactitud, no ya quién
ejercía el cargo de secretario, sino incluso el lugar o lugares
donde residió éste. De todas maneras, parece que tras la
detención del CN de Zaragoza, éste fue trasladado de nuevo a
Barcelona, en septiembre de 1924. Pero, un año después, en
septiembre de 1925, aparece en Gijón, siendo su secretario
Avelino González Mallada. En 1926, residiendo en esa misma
localidad, parece que ejerce el cargo de secretario Segundo
Blanco. Y en 1927, residiendo en Mataró, vuelve a ser
secretario general Juan Peiró.

F) Asambleas, Plenos, Conferencias y Congresos —


La Asamblea

La Asamblea es la forma colectiva de decisión empleada con


más frecuencia en la etapa primitiva de la CNT, es decir, entre
1910 y 1918. Nos referimos, claro está, a las Asambleas
Regionales y Nacionales, que venían a ser un precedente de lo
que luego serían, a partir de la reforma 1918-1919, los Plenos
Regionales y Nacionales.

Su formación se realizaba con una gran elasticidad y se


convocaban con gran frecuencia para adoptar todo tipo de
decisiones de cierta importancia. Lo reducido de la
organización durante ese período permitía esta frecuente
utilización de este medio.

A ellas solían asistir representantes elegidos por las


diferentes organizaciones de la Regional, además de su Comité,
en el caso de ser regional, y el CN y representantes de las
organizaciones de todo el país, en el caso de ser nacional.
Obviamente, la celebración de Asambleas nacionales fue
mucho menos frecuente que la de Asambleas regionales.

Las Asambleas regionales se convertían en Cataluña, única


Regional constituida entonces, más bien en asambleas locales
de Barcelona, lugar donde se realizaban con asiduidad, dado
que, además de ser la organización de Barcelona la más
numerosa, la debilidad del resto de la organización regional
impedía su participación activa en las mismas.

Por lo demás, la utilización de la Asamblea era el medio más


adecuado para la toma de acuerdos en las organizaciones de
base. La Sección de Oficio y el Sindicato la utilizaban para la
designación de sus cargos y para la adopción de medidas
importantes. También la Federación Local la utilizó en más de
una ocasión, a lo largo de todo el período que estudiamos. En
este ummo caso, a ella asistían delegados de los sindicatos.

— Plenos

Los Plenos comenzaron a ser utilizados y a llevar esta


denominación con posterioridad a la reforma de 1918-1919.

Aparte de los Plenos de los organismos de base, que serían


una especie de Asambleas restringidas (Pleno de Sindicato:
reunión de delegados de las Secciones del mismo; Pleno de la
Federación Local: reunión de delegados de los Sindicatos de la
localidad, con los comités respectivos), los Plenos importantes
de la organización eran los Regionales y los Nacionales.
El Pleno Regional, o Pleno de FEDERACIONES Locales y
Comarcales, era una reunión del CR con los representantes
directos de las F. Locales y Comarcales. En el período que nos
ocupa, solían celebrarse con una frecuencia mensual. En el
Pleno Regional de 9 de julio de 1923, dado el coste de los
mismos, no solamente económico, se solicitó por varios
delegados que su frecuencia fuese bimensual1312. El Congreso
de 1931 estableció que se celebrasen cada tres meses.

Los Plenos Regionales eran la principal forma de adoptar


decisiones en el ámbito regional —aparte del Congreso— y en
ellos apoyaba su gestión el CR.

El Pleno Nacional, era en realidad la reunión plenaria del CN,


es decir, la reunión de lo que era la permanente del CN (los
delegados de los sindicatos de la ciudad lugar de residencia del
mismo), con los delegados de las diferentes Regionales de la
CNT ante el mismo, que solían ser uno o dos por Regional..

El Pleno Nacional era el organismo típico de decisión de la


CNT y de él era de quien partían las decisiones más
importantes y la línea que debería llevar a cabo la permanente
del CN y, por lo tanto, la CNT. Su importancia, como la del
Pleno Regional, viene potenciada por el hecho de que los
Congresos, tanto nacional como regional, pudieron convocarse
con muy poca frecuencia, por lo que el organismo decisor
supremo eran los Plenos.

En algunos casos, los Plenos admitían algún otro tipo de

1312 «Soli», 24-agosto-1923, p. 4.


representación que la habitualmente establecida —Plenos
ampliados— y ello se hacía así cuando la decisión a adoptar era
de especial trascendencia.

Ellos eran, en fin, ante la ausencia de Congresos, quienes


nombraban y destituían a los Comités nacional y regionales (de
acuerdo con los procedimientos ya descritos).

— Conferencias

La Conferencia fue un sistema poco utilizada. Lia en realidad


un sucedáneo del Congreso, una especie de intermedio entre
el Pleno y el Congreso.

Se constituía a base de la representación lo más amplia


posible de todos los organismos de la Confederación, en el
ámbito regional la Regional, y en el ámbito nacional la
Nacional. No llegaba a ser un Congreso, porque éste exigía la
representación directa de todos los sindicatos de la
organización, pero era más que un Pleno, dado que su
representación era mucho más amplia.

Como ejemplos claros de ellas podemos citar a la que se


celebró en Zaragoza, del 11 al 14 de junio de 1922, o la que se
celebró en Valencia, el 4 de mayo de 1916, que reunió, incluso,
a representantes de organizaciones no pertenecientes a la CNT.
— Congresos

Eran el órgano supremo del entramado confederal. Eran el


órgano deliberante y decisorio que debía resolver sobre los
asuntos de mayor trascendencia para la vida de la
Confederación.

El Congreso se formaba con la representación directa de


todos y cada uno de los sindicatos pertenecientes a la
Confederación, y a él asistían también los diferentes Comités
de la misma, quienes no tenían voto, pero sí voz.

El Congreso se podía celebrar en el nivel regional y en el nivel


nacional.

En el período que estudiamos, y dado el proceso de


expansión en que se encontraba la CNT, se permitió la
asistencia a los mismos a organizaciones que no se
encontraban afiliadas a la Confederación.

Según el Congreso de 1911, éstos deberían celebrarse cada


dos años, mientras que el de 1919 estableció una periodicidad
anual, al igual que el de 1918.

Por otra parte, el sistema de votación varió también de


Congreso a Congreso, siendo proporcional al número de
adherentes el sistema de votación en el de 1919, y por
delegación en todos los demás. Dado que era el órgano
máximo de expresión de la voluntad de los sindicatos, las
delegaciones de los mismos solían llevar mandato imperativo,
por lo que tenían que votar lo que hubiera decidido el sindicato
respectivo anteriormente. Para ello, el temario de los
Congresos era conocido previamente por los sindicatos,
quienes podían, a su vez, proponer nuevos temas de estudio,
junto a los que normalmente proponía primero el Comité
—nacional o regional, según fuera el Congreso—. Según los
Estatutos, tanto de la CRT catalana, como de la CNT, a estos
efectos la convocatoria de los Congresos debería hacerse con
una antelación mínima de tres meses, y hasta un mes antes,
deberían ser admitidos los temas presentados por los
sindicatos (arts. 13 y 12 respectivamente).

De todo el entramado orgánico federativo de la CNT,


caracterizado por el reconocimiento de la máxima autonomía a
cada uno de sus componentes, el Congreso era el único órgano
cuyos acuerdos tenían un poder verdaderamente vinculante
para el conjunto de la organización. «Los Sindicatos —decía el
artículo 13 de los Estatutos de CNT— vendrán obligados a
aceptar los acuerdos tomados en estos Congresos.» Sin
embargo, hay que decir que, ya no sólo las circunstancias
históricas en las que se desenvolvió la existencia de la CNT,
sobre todo en el período que estudiamos, sino la propia
idiosincrasia de la organización cenetista, impidió que gran
parte de los acuerdos de los mismos se llegasen a realizar
plenamente, quedándose en muchos casos en buenas
intenciones.
4. Otros órganos confederales

A) El Comité Pro-Presos

La asistencia tanto a los detenidos por su actividad sindical


como a sus familiares constituyó siempre uño de los motivos
de importante preocupación de la CNT, al punto que,
rechazando siempre radicalmente, según las directrices de los
primeros teóricos del sindicalismo revolucionario español, las
cajas de resistencia, éste era prácticamente el único motivo
que justificaba para la CNT la formación de un fondo de ayuda
que subviniese a todas las eventualidades que en este terreno
se pudiesen producir. Y la verdad es que la historia de la CNT
dio más que motivos para la existencia de este fondo.

En realidad, el origen más o menos remoto de los comités


propresos se encuentra en la propia Solidaridad Obrera, que
tras los sucesos de julio de 1909 se vio obligada a la creación de
una comisión clandestina para recaudar fondos para asistir a
los perseguidos por los citados sucesos.

De esta comisión, que funcionaba con cierta independencia


del conjunto de la organización, formaron parte, sin embargo,
los militantes más destacados de la misma, en representación
de sus respectivos sindicatos. Así, J. Gilabert, F. Tintoré, R.
Avila, F. Sabater, A. Cuevas, A. Salud, R. Arch, J. Javierre,
además de J. Miret, por los socialistas, y Segarra, por los
radicales; a los que se añadirían más farde otros nombres
destacados, como J. Bueso, Comaposada Gardo, Viñas, Anglés,
V. Sala, Ripoll y J. Fernández, que entrarían a sustituir a algunos
de los anteriormente citados1313.

Tras la normalización de la situación, con la fundación de la


CNT, en 1910, la labor de asistencia a los detenidos por
cuestiones sociales pasó a ser función de los propios sindicatos,
quienes debían ocuparse de sus propios presos; al mismo
tiempo, las FEDERACIONES locales y las de oficio creaban
también fondos y comisiones para esta función.

Sin embargo, la enorme actividad social desarrollada y el alto


número de detenidos —pensemos por ejemplo en los
movimientos de 1911, de 1916, o de 1917— hizo que esta
actividad, que incluía no sólo la prestación de ayudas
económicas a las familias, sino la asistencia procesal, con la
contratación de abogados, etc., excediese con mucho las
posibilidades de los sindicatos, por lo que se hizo necesaria la
centralización de los comités de ayuda a los presos sociales de
la organización.

Así, el Congreso de Sants, de la Regional catalana, fue el


primero en centralizar esta función, acordando la supresión de
los Comités pro-presos de los sindicatos y la creación de un
Comité Pro-Presos Regional, el cual podría, en todo caso,
contar con la ayuda de subcomités de ámbito local en aquellas
localidades donde hubiese suficiente número de sindicatos
federados.

Para ello, además, se destinaría una cantidad fija de la cuota

1313 J. NEGRE, «Recuerdos...», cit., p. 51-52.


federal que debía pagar cada afiliado y se ponían en práctica
otros sistemas para recaudar fondos para el citado Comité 1314.

Según los Estatutos de la Regional catalana, el CPP pasaba a


ser una parte del CR, y quedaba integrado por cinco vocales del
mismo1315.

Similar labor centralizadora se realizaría en la Regional


levantina, que en su Congreso de diciembre de 1919 estableció
que cada Federación Comarcal debería contar con un CPP, al
que cada federado contribuiría con un céntimo de su cuota
federal1316.

En algunas otras localidades, donde el movimiento obrero


tenía ya una tradición orgánica, como era, por ejemplo, la
región asturiana, los comités pro-presos estaban ya
centralizados con carácter local. Así, el de la Felguera, o el de
Gijón, que había sido creado en 1913.

Pero la centralización definitiva, a nivel nacional, la realizaría


el Congreso nacional de 1919. En él se estableció:

«... necesario que se vaya rápidamente a la formación de


un Comité Nacional pro presos. Dicho Comité viene
obligado a encargarse de todos los asuntos relacionados
con la cuestión de los presos, como propaganda, gastos de
abogados, etc., etc. Para facilitar el trabajo de este Comité
Nacional, en todas las FEDERACIONES locales y comarcales

1314 CRT de Cataluña «Memoria... de 1918», cit., p. 23.


1315 Art. 6. CRT de Cataluña «Memoria», cit., p. XVII.
1316 CNT, «Memoria... de 1919», cit., p. 180-187.
debe nombrarse un subcomité que se encargará de
informar al Comité del número de presos que haya en cada
localidad. Pueden estos subcomités abonar ellos mismos el
subsidio a los presos locales»1317.

Y para abastecer de fondos a este Comité, se acordó que


cada afiliado abonase una cuota mensual de cinco céntimos. El
CPP, que formaría parte del CN, administraría estos fondos y
abonaría una pensión de sesenta pesetas semanales a todos
los presos sociales.

Sin embargo, los sucesos que siguieron al Congreso Nacional


de 1919 impidieron que este proyecto se llegase a realizar
plenamente, y la Conferencia de Zaragoza, tres años más tarde,
tendría que volver a tratar del tema, acordándose de nuevo la
creación de un CPP en el seno del CN, aumentando el número
de miembros con que habitualmente contaba éste a tal fin1318.
El Pleno Regional catalán de 5 de septiembre de 1923, ante la
presencia del CN en Sevilla, acordaría la formación de un CPP
nacional, para descargar al regional catalán y hacer que éste
pudiese encargarse exclusivamente de estos asuntos en
aquella región1319. En fin, ello demuestra la inestabilidad que
rigió la vida de este organismo hasta este momento.

Pero, la llegada de la dictadura primorriverista supuso un


relanzamiento de este organismo, que iba a sentirse necesario
como en ningún otro momento. Así, el Pleno Regional catalán

1317 Id., p. 175.


1318 «Vida Nueva», 15-junio-1922, p. 4.
1319 «Soli», 12-septiembre-1923, p. 2.
de Granollers, de diciembre de 1923, acordaría ratificar los
acuerdos de la Conferencia de Zaragoza al respecto,
estableciéndose la entrega a los CPP del 25 por 100 de la
recaudación que realizasen los sindicatos. Al mismo tiempo, se
estructuraba el CPP regional de una manera un tanto diferente
a como había venido funcionando hasta ese momento,
quedando éste formado por cuatro miembros de la
organización barcelonesa y un delegado del CR, y
manteniéndose la estructura de los demás Comités
comarcales 1320.

De esta manera, el CPP comenzaba a adquirir una cierta


independencia, de nuevo, del conjunto orgánico de la
Confederación. Esta independencia, junto con el volumen de
fondos manejados, cuyo empleo se escapa de esta manera al
control directo de la organización, si bien no en este momento,
terminaría por ocasionar numerosos problemas internos
dentro de la CNT.

Estos problemas, nacidos de las suspicacias existentes en


torno al empleo de los fondos, se acrecentarían a partir del
establecimiento de la llamada «trabazón»; es decir, de la
participación directa de los anarquistas en los órganos
confederales, como tales anarquistas, representando a los
grupos específicos. Uno de los primeros órganos que
experimentaría la «trabazón» sería precisamente el CPP, que,
como el Comité de Defensa Confederal, quedaría formado, a
partir del Pleno Regional catalán de noviembre de 1926, por
una representación de la CNT y otra de los grupos anarquistas.

1320 «Soli», 2-enero-1924, p. 1.


Tras la fundación de la FAI, en julio de 1927, la «trabazón» se
potenció a todos los niveles, y en el Pleno Nacional de enero de
1928, se modificó la estructura del CPP nacional, separándolo
del CN de la CNT, y acordándose que quedase constituido, a
partes iguales, por miembros de la CNT y miembros de la FAI.

Con la llegada de la Segunda República, y la acentuación de


las tensiones entre los anarquistas y los sindicalistas, la
«trabazón» y el CPP fueron precisamente uno de los resortes
principales del estallido de la escisión.

En concreto, el conflicto que mantuvo enfrentada a la


Regional levantina con el CN, y a ella misma dividida entre sí,
durante el período republicano, vino precisamente de la
pretensión de los sectores faístas de mantener en vigencia la
«trabazón» y de extenderla incluso a los CPP regionales en los
que aún no se había establecido; cuando la Regional levantina
sostenía que la «trabazón» se había establecido sólo para el
período excepcional de la Dictadura, y, en cualquier caso, para
el CPP nacional, o los regionales que quisieran establecerla 1321.

En fin, la importancia del CPP sería notablemente mayor en


el período republicano; pero, la trascendencia de este
organismo, dado que era en realidad la única caja de
resistencia que manejaba la CNT, comenzó a sentirse ya en el
período que estudiamos.

1321 «Soli», 29-enero-1933, p. 1.


B) La prensa cenetista. «Solidaridad Obrera»

La CNT fue una organización especialmente prolífica en la


creación de órganos de prensa. Raro era el Sindicato u
organización que no contaba o había contado en algún
momento con una publicación periódica; aunque la mayoría de
las veces éstas tenían una vida bastante efímera. Sin embargo,
si las organizaciones de la CNT contaron con numerosa prensa,
a la que se podía añadir la de los sectores anarquistas afines,
también muy dados a la publicación de periódicos y revistas,
fue precisamente el organismo central de la CNT el que careció
de un órgano propio de prensa, con el que no contaría hasta la
aparición de «CNT», el 14 de noviembre de 1932. Hasta
entonces, la CNT hubo de utilizar como portavoz propio el que
era, en realidad, el órgano de la CRT de Cataluña, «Solidaridad
Obrera».

«Solidaridad Obrera» fue, pues, durante una larga etapa de


su existencia, además del órgano de la CRT de Cataluña, el
portavoz de la CNT. La «Soli», como se le conocíajentre los
medios confederales, fue, en primer lugar, el órgano de prensa
de la Confederación Solidar idad Obrera, y como tal salió a la
calle por primera vez el 19 de ocubre de 1907, cubriendo una
primera etapa de su vida que finalizaría en junio de 1909. En su
segunda época, iniciada el 12 de febrero de 1910, la «Soli»
pasaría a convertirse, tras su fundación, en el portavoz de la
CNT.
Así el Congreso fundacional de la CNT establecería que, ante
la imposibilidad económica de crear un diario nacional propio,
lo mejor era prestar todo el apoyo de la nueva organización al
órgano de los sindicatos catalanes. De esta manera, la
expansión cenetista se vio también reflejada en la expansión
del periódico, que de los 3.000 a 4.000 ejemplares que llegó a
tirar con anterioridad a la fundación de la CNT, pasaría a tirar
7.000 en 19111322.

Este éxito fue quizá el que hizo que el Congreso de 1911


volviese a estudiar la necesidad de crear un diario de la
organización, para lo que se decidió recaudar los
correspondientes fondos. Pero ello no fue posible. La
suspensión de la CNT poco después de la clausura del Congreso
impidió la realización del proyecto.

La CRT de Cataluña volvería a la legalidad en marzo de 1913,


y poco después, el 1.° de mayo de ese mismo año, la «Soli»
reaparecería en su tercera época. Es entonces, durante este
período, y, sobre todo, tras la reconstitución de la CNT, a
finales de 1915, cuando «Soli» intenta la experiencia de
convertirse en diario, dado que hasta entonces había venido
saliendo como semanario. Así, ya el 18 de diciembre de 1913,
«Soli» anunciaba su aparición como diario a partir del 1.° de
enero de 1914; pero la escasez de medios económicos
impediría la realización de este anuncio. El 5 de marzo de 1914
vuelve a hacer el mismo anuncio, para el 1.° de mayo, pero,
una vez más el proyecto se hace imposible. El Congreso de la

1322 J. NEGRE, «Recuerdos..,», cit., p. 12. Informe del Consejo federal al Congreso de
1911, en «Soli», 15-septiembre-1911.
Paz de El Ferrol, de 1915, volvería a tratar este tema, pero el
portavoz confederal no aparecería como diario,
definitivamente, hasta mediados de 1916.

Desde entonces, «Soli» seguiría una vida llena de altibajos,


siendo frecuentemente víctima de las tensiones internas y
sufriendo constantes acusaciones de desviaciones, por un lado
y por otro, dependiendo de la perspectiva de cada sector;
hasta el punto que, en pleno período de expansión cenetista,
estuvo varias veces al borde del cierre, llegando su tirada a las
cotas más bajas, similares a las de la época de Solidaridad
Obrera. Así, en noviembre de 1917, «Soli» realizaba una tirada
de unos 3.500 ejemplares1323, y desde el 29 de mayo de 1918
aparece con una sola hoja (dos páginas), como en los primeros
tiempos.

Tras el Congreso de Sants, «Soli» experimenta una


potenciación, iniciándose toda una serie de reformas en el
periódico, tendentes a su modernización y a su agilización,
volviendo a aparecer con dos hojas (4 páginas) desde el 18 de
noviembre de 1918. En el Congreso nacional de 1919, al
contrario de lo que se venía estimando en anteriores
Congresos, se estima inoportuna la creación de un diario
confederal, creyéndose más conveniente la edición de órganos
regionales, declarando, en este caso, portavoz de la CNT al
órgano de la Regional en donde residiese el CN de la CNT.

La potenciación de los órganos regionales supuso una


contribución más a la proliferación de la prensa cenetista, y así,

1323 A. PESTAÑA, «Lo que aprendí...», cit., p. 73.


en los años veinte, con el mismo título de «Solidaridad
Obrera», se editaban órganos cenetistas, diariamente en
Valencia y Barcelona, semanalmente en Bilbao, Gijón, Madrid y
Vigo, y quincenalmente en Sevilla. Pero, por el contrario, la
situación represiva que se vivió en Cataluña en los años
1919-1922, determinó la suspensión del portavoz de la CNT,
que a mediados de 1922 traslada a todo su equipo a Valencia,
donde se editaría la «Soli» durante unos meses, hasta que en
agosto de ese mismo año reaparece en Barcelona, dirigida por
Ángel Pestaña.

Entonces, el portavoz confederal pasaría por uno de sus


períodos más florecientes, llegando a tirar unos 30.000
ejemplares1324. Pero, una vez más, un nuevo período represivo,
esta vez la dictadura de Primo de Rivera, acabaría con su
expansión y con su misma edición. Así, aunque tras la
instauración del directorio militar «Soli» seguiría publicándose
por algún tiempo (salvo el corto período intermedio —del 5 de
octubre al 2 de diciembre de 1923— en que estuvo suspendida
su publicación por orden de la propia Federación local
barcelonesa), su suspensión definitiva se produciría en mayo
de 1924, apareciendo su último número el día 28. Desde
entonces, no volvería a reaparecer hasta el 31 de agosto de
1930.

Así pues, aunque «Solidaridad Obrera» era el portavoz


confederal, como tal órgano de prensa dependía de la CRT de
Cataluña, que era quien elegía y designaba a los miembros de

1324 J. MAURÍN, «La CNT y la descomposición del sindicalismo anarquista», en «Soli»,


26-agosto-1923, p. 2.
su redacción y al director del mismo. Y, más específicamente,
estos cargos estaban sometidos muy directamente a la
influencia y a las decisiones de la organización de Barcelona. De
esta manera, no fue extraño el que el portavoz confederal
mantuviese una línea un tanto divergente a la mantenida por la
dirección de la CNT. Sin embargo, en la medida en que la
organización catalana era el verdadero cogollo de toda la
Confederación Nacional, la «Soli» era el único órgano cenetista
en el que se podía pulsar, a lo largo de todo el período que
estudiamos, la trayectoria que, con mínimas divergencias en
algunos casos, seguía la CNT en cada momento.

C) Otros

Dentro de los organismos que desarrolló la organización


cenetista cabría, en fin, hacer referencia a las Comisiones de
Estadística, potenciadas por el Congreso de 1919, a las Escuelas
racionalistas, o, incluso, a las actividades cooperativas que
algunos sindicatos realizaron, aún en contra de lo que era el
criterio general de la organización.

Sin embargo, estos organismos no formaban parte de la


estructura orgánico-federativa de la CNT propiamente dicha.
Eran organismos subsidiarios y desarrollaban actividades
complementarias de la actividad sindical principal; en este
sentido, estaban al margen de la estructura federativa
vertebral de la organización, que es lo que hasta ahora hemos
descrito.
De ellos, quizá cabría destacar, por su interés y
trascendencia, a las escuelas racionalistas, enmarcadas dentro
de la preocupación constante que la CNT tenía por el
mejoramiento del nivel cultural de la clase trabajadora.
Preocupación que no tenía un mero carácter filantrópico, sino
que se incardinaba dentro de su estrategia general hacia la
revolución. Solamente mediante una preparación general de la
clase trabajadora podría la CNT asumir el papel revolucionario
que le correspondía y realizar las transformaciones y la
reconstrucción que ello llevaba implícito. Así lo había dicho
muchas veces Salvador Seguí, quien demostró a lo largo de su
actividad sindicalista una especial preocupación por el tema de
la preparación y educación de la clase trabajadora,
imprescindible para la realización de la revolución:

«Si pensamos un poco detenidamente en lo que debe ser


nuestra revolución, veremos que no puede seguir otro
camino, porque no queremos que el pueblo realice un
esfuerzo para cambiar de tutela, sino para sustraerse a la
influencia de todas ellas. Por eso, pretendemos fortalecer
al individuo educándole (...).

No sabemos el tiempo que podrá tardar en educarse al


pueblo. Para nosotros eso depende de la voluntad que
pongamos en ello; pero sí afirmamos que mientras no se
eduque no se podrá hablar de verdadera emancipación, y
que sostener lo contrario es engañarse o engañar a los
demás»1325.

1325 S. SEGUÍ, «La Conferencia sindicalista de Zaragoza», «Vida Nueva», 12-junio-


1922.
En la primera parte de este trabajo ya vimos cómo,
efectivamente, en cada uno de los Congresos celebrados por la
Confederación el tema de la educación, el tema de las escuelas
racionalistas, etc., siempre estaba presente, de una manera u
otra. No vamos, por lo tanto, a insistir en ello ahora. Pero sí
interesa dejar señalada, desde el punto de vista orgánico, la
efectiva constitución de escuelas y el desarrollo de todo tipo de
actividades de orden cultural que los sindicatos cenetistas
llevaron a cabo, sobre todo en la zona catalana, donde la
organización era precisamente más potente. En algunos casos,
el desarrollo de estas actividades de tipo cultural y formativo
llegó a tener carácter estatutario; y así, en el proyecto tipo de
Estatutos o Reglamento de Sindicato único que el CR de la CRT
catalana proponía a los sindicatos, en el artículo 25 se
establecía taxativamente: «Este Sindicato celebrará todos los
sábados por la noche y domingos por la tarde, conferencias de
carácter instructivo»1326.

Por lo demás, sobre este tema, que excede un tanto el objeto


de este trabajo, ya existen diversos estudios, que dan detallada
cuenta de las actividades de la CNT (véase la bibliografía al
respecto).

1326 CRT de Cataluña «Memoria... de 1918», p. XXVI.


II. FUNCIONAMIENTO. DEMOCRACIA INTERNA

El funcionamiento de la estructura organizativa de la CNT


vino caracterizado precisamente, durante este periodo, por la
situación de excepcionalidad en el que se movió
constantemente. Si se suman los períodos de tiempo en que la
CNT sufrió la suspensión y la clandestinidad, entre 1910 y 1926,
esta suma sería aproximadamente el 40 por 100 del total. Pero,
además, al 60 por 100 restante habría que restarle el tiempo
empleado en la reconstrucción, que seguía inmediatamente a
su vuelta a la luz pública en cada una de las ocasiones de
suspensión. Con lo cual, se puede concluir, si añadimos
también los períodos de laxitud reglamentaria determinados
por los conflictos internos existentes, que a lo largo del período
histórico que estudiamos, la estructura organizativa de la CNT,
al menos tal y como resultaba de los acuerdos de los Congresos
de la misma, apenas si se puso en pleno funcionamiento.

Ello impide hacer un análisis preciso de la puesta en práctica


de la misma, en la medida en que su característica principal fue
precisamente el inexacto cumplimiento de las normas
orgánicas. De cualquier manera, se pueden resaltar las
características generales que, a pesar de todo, inspiraron ese
funcionamiento interno.

En primer lugar, el funcionamiento de la estructura


federativa de la CNT, venía caracterizado por el reconocimiento
de la máxima autonomía a cada uno de los escalones que
formaban parte de la misma. Como decía el artículo 4.° de los
«Estatutos» de la CNT:

«Los Sindicatos adheridos a la Confederación se regirán


con la mayor autonomía posible, entendiéndose por ésta la
absoluta libertad en todos los asuntos relativos al gremio.»

Pero esta autonomía de los Sindicatos, a la que se refieren


los Estatutos, era también predicable de las Secciones dentro
de los Sindicatos, por abajo, y de las Regionales con respecto a
la CNT, por arriba. Pero, aún más, esta autonomía orgánica no
era sino una manifestación de la autonomía que se reconocía al
individuo dentro del conjunto de la organización. Como había
dicho Anselmo Lorenzo en su momento: «se ha de tener en
cuenta que en toda asociación, federación y confederación el
individuo conserva o debe conservar su autonomía, puesto que
se asocia para robustecerla; la sociedad o sindicato se federa
yse confedera para fortalecer hasta su máxima potencia la
fuerza de cada individuo, de cada sociedad, de cada
federación» 1327 . De esta manera, la autonomía orgánica,
siguiendo la interpretación de Lorenzo, era una proyección de
la libertad del individuo, para proteger y potenciar la cual éste
se asociaba. No podía, pues, el organismo creado para
conseguir la libertad atentar contra ella misma.

Pero, esta autonomía se vería con frecuencia conculcada,


tanto por exceso como por defecto, precisamente como
consecuencia de la casi permanente situación de anormalidad
en la que se tuvo que mover la CNT durante este período. Por
exceso, era relativamente frecuente la actitud independentista,

1327 A. LORENZO, «El proletariado emancipador», cit., p. 22.


no sólo de los sindicatos con respecto a las FEDERACIONES
locales, sino de las propias secciones con respecto al sindicato.
Ello se manifestaba en la declaración de conflictos sin consultar
ni casi comunicar las decisiones adoptadas al organismo
inmediato superior correspondiente. Pero, por defecto,
también fue frecuente la actitud de algunos sindicatos o
secciones sometiendo toda su iniciativa o toda su gestión a la
intervención constante del órgano superior correspondiente.

Por lo demás, los órganos que gozaban de la máxima


autonomía eran las CONFEDERACIONES Regionales, que
constituían verdaderas CONFEDERACIONES nacionales en
pequeño, en la medida en que trazaban su propia línea y
llevaban a cabo sus actuaciones con absoluta independencia de
las demás Regionales y con apenas el conocimiento del CN, que
no solía hacer otra cosa que darse por enterado. Una
manifestación clara de esta actuación autónoma lo constituye
precisamente la existencia, al mismo tiempo, de líneas de
actuación e, incluso de pensamiento, totalmente diferentes de
una Regional a otra, y de alguna de éstas con respecto a la CNT,
como hemos visto en anteriores capítulos. De cualquier forma,
lógicamente, se trataba de uniformizar la actitud confederal
con respecto, al menos, a los problemas más importantes, y,
sobre todo, en lo que hacía referencia a las relaciones
exteriores de la Confederación. Pero, aún en esto, casos como
las relaciones con la UGT, el frente único, etc., dieron bastantes
ejemplos de la actitud diferente de las Regionales.

En segundo lugar, la democracia interna trataba de


mantenerse a rajatabla, no sólo en la cuestión electiva, sino en
la adopción de decisiones. En la cuestión electiva, se trataba de
que los cargos fuesen renovados con frecuencia, en la mayoría
de los casos cada seis meses, o cada año, y en la elección se
trataba de conseguir la vía directa al máximo posible. Es decir,
que fuesen los interesados en su totalidad 196 que eligiesen a
sus delegados o representantes en los respectivos comités. Sin
embargo, esta pretensión tenía una quiebra fundamental
precisamente en la elección de los comités más importantes,
como eran los Regionales y el Nacional, que, como ya hemos
visto anteriormente, eran elegidos, no por la totalidad de la
organización correspondiente, sino por los sindicatos de la
localidad designada para su residencia. Ello venía, lógicamente
a restringir las posibilidades de elección, al reducirse el marco a
una sola localidad, y, por otra parte, también reducía el control
del conjunto de la organización, que era suplantada por la
organización de la localidad correspondiente. Esto no hacía
sino redundar en contra de la calidad de los cuadros de
dirección de la CNT. Como diría en 1930 Ángel Pestaña, quizá
exagerando un poco la nota negativa, para forzar la reforma
del sistema de elección del CN:

«...en nuestros medios, por lo que a la elección del


Comité confederal se refiere, de cada diez veces, ocho, la
selección se ha hecho al revés. Han sido delegados para tal
función individuos que desconocían los elementos más
rudimentarios de organización. Hemos llegado a tener, en
período normal, no en períodos de ésos que todo lo
justifican, un secretario que apenas sabía escribir una carta.
Con esto está dicho todo»90.

Por otra parte, la constante modificación de los comités y de


las juntas estaba determinada por un antiburocratismo
exacerbado, que era el mismo que, por ejemplo impidió
durante mucho tiempo el que los cargos de la Confederación
fuesen retribuidos. El antiburocratismo era precisamente una
de las consecuencias de la concepción democrática de la CNT,
que tenía mucho del individualismo clásico anarquista, para el
cual el mismo funcionamiento a base de representantes
suponía un peligro para el individuo. Por ello, el sistema de
representación era admitido como el menos malo de los
sistemas de funcionamiento orgánico, pero poniéndole los
suficientes correctores como para que cualquier sindicado
pudiese pasar fácilmente por cualquiera de los cargos de
dirección, y como para que nadie se estabilizase en ellos. Así
pues, a la constante modificación de los Comités, que con
frecuencia no llegaban siquiera a los seis meses o al año de su
período de mandato, se unía la no remuneración de los cargos.
Ahora bien, si ésta era la tónica general, a la hora de la verdad,
la organización cenetista pagó sueldos con frecuencia. Pero, en
primer lugar, se trataba de que ello no fuese una práctica
habitual; en segundo lugar, ello dependía de cada Sindicato; en
tercer lugar, se trataba de abonar meramente las funciones
mecánicas, de oficina, pero no las de dirección; en cuarto lugar,
la organización pagaba siempre las horas de jornal perdidas,
cuando se empleaban al servicio de la misma. Por ello, en
definitiva, se trataba de que los cargos de la Confederación
continuasen desarrollando su trabajo normal, en la medida de
lo posible, y no hubiese una burocracia profesional.

En este terreno también de la representación confederal,


cualquier afiliado podía de hecho acceder a cualquiera de los
cargos de la CNT. Sin embargo, la especial preocupación
existente por evitar cualquier tipo de influencia política
externa, hacía que existiese un cierto recelo contra los sectores
más politizados, o militantes de algún partido político. De
cualquier manera, durante el período que estudiamos, no se
acordó ninguna medida en contra de los militantes de partidos
políticos, salvo la prohibición, establecida en el Congreso de
Sants, de que, de manera general, «los políticos profesionales
no pueden representar nunca a las organizaciones obreras». Y
esta prohibición se refería propiamente, no al mero militante,
sino a los dirigentes y representantes políticos de partidos que
en aquellos años se disputaban el respaldo de los sindicatos
cenetistas, como los republicanos radicales, etc. El problema
mayor surgiría a partir del año 1921, con la introducción del
comunismo en el medio obrero español. Pero, aún entonces,
aparte de su desplazamiento de los cargos de dirección de la
CNT, no adoptaría ésta ninguna medida especial de tipo
orgánico en contra de sus afiliados comunistas. Fue más tarde,
tras el Congreso de 1931, cuando, debido a la importante
intervención de los comunistas en los sindicatos de la CNT,
sobre todo en la zona andaluza, se llegó a prohibir qué los
«políticos» ostentasen cargos representativos en la
organización, aunque fuesen designados por sus propios
sindicatos 1328.

En cuanto al mecanismo de toma de decisiones, el principio


de la autonomía regía con toda su contundencia, en lo que se
refiere a las relaciones entre los diferentes órganos. Y, en lo
que se refiere a cada órgano en sí mismo, regía el principio de
la consulta a la base. Los afiliados eran el poder decisor

1328 CRT DE CATALUÑA, «Memorias de los Comicios de la Regional catalana


celebrados los dias 31 de mayo y 1 de junio y 2, 3 y 4 de agosto de 1931», Barcelona, 1931,
p. 58.
supremo. De aquí el uso constante de la Asamblea en los
órganos de la base, la Sección y el Sindicato. Incluso, en este
sentido, se consideraba que cualquier afiliado tenía derecho a
opinar en cualquier cuestión que afectase a la Confederación,
aunque se estuviese debatiendo en un organismo al que él no
perteneciese. Así, el Congreso nacional de 1919 estableció
expresamente que cualquier afiliado podía participar «en todas
las reuniones de las sociedades federadas, para tratar asuntos
de orden general, no de orden profesional»; y ésta fue una
práctica muy extendida, que, de hecho contribuía a condicionar
la toma de decisiones por parte de los sindicatos de manera
independiente, y, por lo tanto, restringir la tan ensalzada
autonomía.

En lo que se refiere a los órganos superiores, los Comités no


solían adoptar decisiones importantes sin reunirse
previamente en Pleno, de tal manera que la permanente del
Comité debía actuar como un mero órgano de gestión o de
ejecución. Pero, además, en las cuestiones de especial
trascendencia, eran frecuentes las consultas directas a la base,
bien a través de los delegados regionales —en el CN—, o de los
locales —en el CR—, o bien a través de lo que en el lenguaje de
la CNT se conocía como «referéndum», es decir, una votación
entre los sindicatos. Como ejemplo llamativo de este tipo de
consulta puede citarse la resolución sobre la Tercera
Internacional, acordada en la Conferencia de Zaragoza, que, a
falta de un Congreso nacional, sometió a la votación de los
sindicatos la revocación de la adhesión a la misma, acordada en
1919. Pero, de su efectiva realización carecemos por completo
de noticias.
En fin, el funcionamiento confederal, aún suponiendo un
considerable avance con respecto a las viejas concepciones
anti-organicistas que habían hecho mella en el movimiento
obrero de carácter libertario del siglo pasado —el
«organicismo», como contraposición al antiorganicismo, era
precisamente una de las características propias del
sindicalismo revolucionario; recordemos al respecto las
constantes llamadas a la organización que con enorme
frecuencia se hacía en los medios confederales—, se
caracterizó también por un cierto antirreglamentarismo. No
sólo en el sentido del incumplimiento de las normas
confederales, que venía condicionado en gran parte por
factores externos, sino más bien en el sentido de menospreciar
la necesidad misma de la norma reglamentaria. Son múltiples
los ejemplos que se podrían citar de ello, y a los mismos nos
hemos referido en más de una ocasión en capítulos anteriores.
De lo que se trataba era de que estuviese regulado el mínimo
posible, de tal manera que la norma no coaccionase la libertad
del individuo. Y así vemos como, de hecho, tanto los Estatutos
de la CNT, como los de la CRT catalana, como aun los
Reglamentos de los propios sindicatos, no sobrepasan la
veintena de artículos, en los que, más que regular un
funcionamiento, se describía la constitución de los órganos
correspondientes.

Y lo mismo ocurría con la regulación de la toma de


decisiones. No había una norma fija. Ya hemos visto cómo en
algunos Congresos la votación fue por delegaciones y en otros
casos se hacía en proporción al número de obreros
representados. En la base, la anomía era similar. Se trataba de
huir de la votación, para huir de la imposición de las mayorías
sobre las minorías, y se buscaba el acuerdo. Claro está, ello era
más que nada una pretensión formal, dado que en la medida
en que el órgano era mayor, más difícil era la adopción de
resoluciones por esa vía. Se consideraba que el obrero,
obrando en libertad y con plena conciencia, no necesitaba de la
imposición, y que, al final, siempre era la razón la que se
imponía.

Como diría años más tarde Germinal Esgleas:

«No debe haber más disciplina qué aquélla que emane


del concepto del deber que se crea a sí mismo cada
conciencia individual y la acepta voluntariamente. Quien no
tiene fe en esa conciencia individual y la deposita en los
reglamentos, en las sanciones, en las órdenes de mando,
en las disposiciones desde arriba, poco favor puede hacer a
la causa de la emancipación de los trabajadores. Se trata de
romper todas las cadenas, no de forjar cadenas nuevas,
aunque sea en nombre de la libertad, de la revolución, del
supremo interés de la humanidad»1329.

Los escasos datos existentes sobre el carácter de la filiación


cenetista y otra serie de elementos que contribuyan a conocer
ésta de una manera detallada, sobre todo durante el período
que nos ocupa, impiden la realización de un análisis de cierta
profundidad. Por ello, hemos optado en esta parte del trabajo
por limitarnos al conocimiento puramente cuantitativo de la
organización, basándonos para ello en los datos suministrados
por los Congresos de 1910, 1911, 1918 y 1919, únicos que se
celebran durante este período.

1329 G. Esgleas, «Sindicalismo ... », cit., p. 40.


Pero, estos datos no tienen igual valor. Los del Congreso de
1910 sólo se refieren al número de sociedades representadas
en el mismo. Lo que no quiere decir que éstas decidiesen en su
totalidad pertenecer a la CNT con posterioridad al Congreso. Al
ofrecer estas cifras, se trata más bien de mostrar la extensión
de la respuesta que el llamado de SO obtuvo y la proporción de
la misma. Las cifras del Congreso de 1911, no se refieren, por el
contrario, a sociedades o sindicatos representados en el
Congreso, sino que se refieren propiamente al número de
afiliados a la CNT existentes a la hora de reunir el Congreso. Los
datos de 1918 corresponden, la primera columna, a los
ofrecidos por el Congreso regional catalán de Sants. Se trata de
los obreros representados en el mismo, sin que se especificase
entonces cuáles eran las sociedades federadas y las que no. La
segunda corresponde a los afiliados a la CNT en septiembre de
ese año, según datos del propio CN de la misma. Y, finalmente,
los datos de 1919 corresponden enteramente al Congreso de
diciembre de ese año. Se trata del número de obreros
representados en el mismo, siendo la primera columna de
obreros afiliados a la CNT y la segunda de obreros no federados
aún en la misma.

La discontinuidad existente en los datos suministrados sobre


la afiliación, en lo que se refiere a la perspectiva profesional,
nos ha convencido de que, para que pudiese existir una cierta
uniformidad, lo mejor era el reducirlos todos al criterio
territorial. Por ello los datos suministrados han sido
reelaborados en su gran mayoría, adaptándolos a este criterio.
Ello ocasiona que haya diferencias en las sumas totales en más
de una ocasión, con respecto a las realizadas por la CNT. Aparte
de los posibles errores cometidos por el autor en la realización
de las operaciones, las diferencias se basan también en
constatados errores en las sumas dadas por la CNT de sus
datos cuantitativos y en la diferente adscripción regional de
algunas de las localidades, así como la difícil localización de
alguno de los pueblos citados. De cualquier manera, las
variaciones en las cifras totales no alteran sustancialmente el
significado de las mismas.

La distribución se ha hecho, pues, por regiones, poniendo en


el encabezamiento los totales de cada región y a continuación
los de cada provincia, seguidos de la cifra correspondiente a
cada localidad.

La indicación otros pueblos corresponde a una serie de


pueblos que no han podido ser localizados provincialmente,
aunque los datos de la Confederación los atribuyen a esa
región. Su no localización puede venir determinada por haber
éstos cambiado de nombre o por haberse dado una
denominación defectuosa.

En definitiva, las fuentes de este trabajo son:

(1) Número de entidades representadas en el Congreso de


1910.

(2) Número de afiliados representados en el Congreso


Nacional de 1911.

(3) Número de obreros representados en el Congreso


regional catalán de Sants.

(4) Número de afiliados a la CNT en septiembre de 1918.


(5) Número de obreros afiliados a la CNT representados en el
Congreso de 1919.

(6) Número de obreros representados en el Congreso de


1919, de entidades no federadas en la CNT.

(Respectivamente: «Soli», 4-noviembre-1910, y CNT


«Memoria... de 1910», cit.; «Soli», 8-septiembre-1911; CRT de
Cataluña «Memoria... de 1918», cit.; «Soli»,
30-septiembre-1918; y CNT «Memoria... de 1919», cit.)

Puede que la denominación de algunos pueblos no se ajuste


enteramente a la propia, pero se ha tratado de recoger la
denominación con la que aparecían en los textos, salvo en
casos de yerro obvio, en nombres muy conocidos.
CONCLUSIONES

Al inicio del libro, en su introducción, hacía una serie de


indicaciones mínimas de tipo metodológico, para llegar a una
mejor inteligencia del mismo. Y con ellas acompañaba ya una
primera justificación del trabajo realizado. Me refería entonces
a la transcendencia que el movimiento objeto de estudio había
tenido en la historia general del movimiento obrero español e,
incluso, internacional, y de ello deducía la importancia de su
análisis. Pero, constatada ésta, me refería a —y con ello
constataba también— la escasez de trabajos que intentasen un
análisis en profundidad del citado movimiento, limitándose la
mayoría de los estudios realizados hasta el momento a un
mero relato de hechos o situaciones, o a dar simples
descripciones que no aciertan, no ya a dar una explicación
válida, sino los datos fundamentales para la interpretación de
esos hechos.

Este libro ha pretendido ser, por tanto, una contribución a


rellenar ese vacío, analizando el contenido de la CNT en sus
partes más importantes: su ideología y su organización. He
tratado, pues, de no limitarme a acumular datos y
descripciones, sino, fundamentalmente, de analizar esos
aspectos de la central sindical, para facilitar un mejor
conocimiento de la misma y, sobre todo, de su significado en la
historia de España del primer cuarto de este siglo. Y,
precisamente, aunque el tracto histórico de la CNT no se limita
a ese momento —esta organización continúa existiendo hoy en
día—, para llegar a un mejor entendimiento de su contenido
ideológico, he concentrado mi análisis en los primeros años de
vida de la misma, en los cuales se forjan los elementos
sustanciales de este contenido ideológico y de la estructura
orgánica que le da soporte.

Es difícil para el autor juzgar hasta qué punto el intento ha


sido logrado; pero, de cualquier manera, sería ya altamente
satisfactorio el haber podido crear una base mínima de
aproximación al conocimiento profundo del objeto analizado.

En definitiva, la amplitud de los datos suministrados y


analizados, el tracto un tanto largo del período en el que se
concentra el estudio, y la propia evolución oscilante de la CNT,
exigen necesariamente unas conclusiones que, a modo de
resumen, concreten y sinteticen lo expuesto a lo largo del libro,
sin pretender ser por ello un conjunto final de verdades
incontrovertibles. Y esto es lo que trato de hacer en este último
apartado de mi investigación.

Así pues, a mi entender, y más bien a modo de resumen, del


estudio realizado se pueden obtener esquemáticamente las
conclusiones siguientes:

En primer lugar, estableciendo un criterio cronológico


mínimo y remontándonos al período previo a 1910, fecha de
fundación de la CNT, objeto propio de este análisis, se puede
decir que con anterioridad a la prirhera década de este siglo no
existe en España —excepción hecha del intento que ya
entonces suponía la UGT— un movimiento sindical
propiamente dicho. Los movimientos asociativos de la clase
trabajadora española anteriores a esas fechas respondían a
moldes primitivos y su estrategia, sujeta a todo tipo de
convulsiones esporádicas, respondía a una orientación de tipo
milenarista, que ni aún los programas ni las mejores
intenciones de algunos de sus dirigentes, conseguían ocultar.
Las sociedades de resistencia al capital —como entonces se
denominaban— eran el último reducto de una clase obrera
exasperada, que veía en ellas, no sólo un mecanismo de
defensa, sino fundamentalmente un mecanismo de asistencia,
a través de sus «cajas de resistencia», cooperativas, etc. La
inexistencia de una mínima seguridad social hacía que el
obrero se tuviese que buscar por sí solo las mínimas garantías
de pervivencía. En este sentido, las sociedades que no se
hundían en un revolucionarismo exacerbado, que acababa
pronto con su propia existencia, tendían a hacerse corporativas
y asistenciales; de tal manera que no podía pertenecer a ellas
ni beneficiarse de sus servicios quien no pagase debidamente
la cuota. Al mismo tiempo, estamentaban a la clase
trabajadora, estableciendo diferencias radicales, no sólo entre
los diversos oficios, sino entre peones y oficiales de un mismo
oficio, creando sociedades diferentes para cada uno de ellos.
Por otra parte, la propia estructura económica del país y el
nivel de desarrollo y concentración industrial alcanzado hasta
entonces, no permitía la existencia de otro tipo de sociedades
obreras. Estamos ante lo que ha de llamarse, más
propiamente, societarismo.
Es en los primeros años de este siglo cuando comienzan a
producirse las condiciones mínimas de desarrollo y
concentración industrial que permiten el surgimiento de otro
tipo de sociedades obreras, bajo una estructura y unas
concepciones diferentes. Pero, al mismo tiempo que se
produce esa modificación de la infraestructura económica,
comienza a producirse en España la influencia de las
concepciones orgánicas y estratégicas que en aquel momento
están cobrando auge en el movimiento obrero de Europa y, en
especial, de Francia —país con varios años de ventaja sobre
España, en materia de desarrollo económico—. Estas
influencias se reciben y se aceptan con gran interés y se van
poniendo en práctica, aún con el importante condicionante de
la propia estructura económica y el peso de la inercia en las
formas organizativas de la clase obrera nacional. Es así como se
introduce y, por otra parte, se va formando el sindicalismo
revolucionario en España.

Pero, ¿qué es el sindicalismo revolucionario? En primer lugar,


cabe precisar que por sindicalismo, en sentido estricto, vamos
a entender la forma de acción de unas sociedades obreras que
se distinguen —aunque no mucho en un principio— de las
sociedades obreras de resistencia en su estructura y en sus
armas de lucha, o, por lo menso, en la forma de empleo de
éstas. Son los sindicatos, como comenzarán a ser denominados
a finales de la primera década de este siglo. Pero, el
sindicalismo, más que una mera acción, comienza entonces a
ser considerado como una verdadera concepción ideológica
que pretende una transformación revolucionaria de la sociedad
presente, y en tal sentido dirige toda su estrategia. Por eso, se
autodenomina revolucionario, en contraposición con un
sindicalismo reformista, que sólo pretendería la mejora de la
situación de la clase trabajadora en la sociedad presente, o, en
todo caso, su reforma gradual. Así pues, en segundo lugar, el
sindicalismo revolucionario se presenta como una ideología
proletaria, independiente —aún partiendo de ellas— de las dos
corrientes ideológicas más importantes presentes en el
movimiento obrero hasta entonces: el socialismo marxista y el
anarquismo bakuninista.

Bajo la influencia de esta nueva concepción, aún con todos


los condicionantes propios, de índole orgánica, ideológica y
económica, pero también política, surge en Barcelona, en
1907, Solidaridad Obrera (SO), primero como una federación
local de sociedades de resistencia, y más tarde, en 1908, como
una federación regional, de ámbito catalán. Esta federación
recoge ya una gran parte de los principios propios del
sindicalismo revolucionario.

Los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona sorprenden a


SO en plena expansión, y no vienen sino a demostrar la
necesidad de la creación de una entidad de ámbito nacional
que pusiese en práctica en la totalidad del país los principios de
la doctrina sindicalista revolucionaria. Se consideraba entonces
que la UGT no era sino una central reformista, dominada por
los dictados políticos del Partido Socialista.

Por otra parte, el mismo año de la formación de SO se reunía


en Amiens (Francia) el congreso de la central sindicalista de los
trabajadores franceses, la CGT, que habría de de elaborar la
que sería la carta fundamental del sindicalismo revolucionario,
en la que se recogen de manera esquemática los elementos
esenciales de esa doctrina, los cuales hemos tratado de
resumir en el capítulo primero. La misma SO, poniendo en
práctica desde el inicio uno de esos principios fundamentales
del sindicalismo revolucionario, el neutralismo político, se
constituyó en aquellas fechas con la participación activa de
socialistas, anarquistas y republicanos radicales.

Finalmente, a finales de 1910, con la colaboración de otras


entidades del resto del país, SO celebra un congreso nacional
en el que se decide la constitución de la Confederación
Nacional del Trabajo (CNT).

La CNT se funda entonces con una cierta inclinación más


radical que la que había tenido SO. Los socialistas catalanes se
apartan entonces de ella, por entender que la CNT iba a
suponer una constante rivalidad contra la UGT —lo que era
imposible que ocurriese en Cataluña, dado que si la UGT tenía
presencia en la totalidad del país, era allí prácticamente
inexistente, de aquí, por otra parte, la colaboración de los
socialistas catalanes en SO—, y esto trajo consigo un mayor
peso de los sectores más radicales, de influencia anarquista.
De cualquier manera, del congreso de 1910 nace la CNT con
toda una serie de características que, lejos de desdecir,
reafirman el contenido sindicalista revolucionario mínimo que
ya había poseído SO, y aún lo completan con dictámenes
importantes como los recaídos sobre el tema de la huelga
general, la definición del sindicalismo —«medio de lucha» se
decía entonces, recalcando su papel de arma
revolucionaria—, y otros, que hemos analizado en su
momento.
Y en similar sentido se manifestaría el I Congreso de la CNT,
celebrado un año después, en septiembre de 1911. La CNT
completaría entonces su contenido y definición sindicalista
revolucionaria (la CNT es —se dijo entonces— un «organismo
obrero, netamente sindicalista revolucionario»), elaborando
dictámenes sobre la cuestión táctica {«hemos de seguir la
táctica de la CGT francesa», llegaría a decir su secretario
general, José Negre, en el Congreso), la actitud revolucionaria,
el sindicalismo a base múltiple, etc.

La CNT cubría así la etapa de formación orgánica con un


contenido y una definición claramente sindicalistas, donde
toda manifestación de anarquismo en ese contenido no es
sino parte del contenido libertario del propio sindicalismo
revolucionario, que contaba, al mismo tiempo, con elementos
de evidente significación marxista. No es, pues, anarquista la
CNT en su origen; y si esto pudiera decirse de ella, podría
también decirse que era marxista, sin gran temor a forzar el
procentaje de elementos que, de una u otra concepción,
existía en la misma a través del sindicalismo revolucionario.
Ello, claro está, desde un punto de vista formal y a partir de
las resoluciones de sus congresos y de otras manifestaciones
de tipo ideológico hechas a través de su prensa, etc.,
debidamente analizadas en los primeros capítulos de este
trabajo. Y sin que quiera ello significar la no presencia de
elementos libertarios entre sus militantes y dirigentes.

En segundo lugar, y desde el punto de vista del anarquismo,


el desarrollo del sindicalismo y el fracaso de las viejas tácticas
planteó al movimiento anarquista la necesidad de intervenir y
de adaptarse a la nueva línea de acción que se imponía en el
movimiento obrero. En Francia, donde el anarquismo había
desarrollado mucho la acción

específica, de grupos, la adaptación a la acción sindicalista y


la consiguiente aceptación del sindicalismo revolucionario,
supuso una ruptura bastante grande con las viejas
concepciones, y en términos generales puede decirse que los
anarquistas que ingresaron en los sindicatos —que lo hicieron
en gran proporción—, sobre todo tras el Congreso anarquista
internacional de Ámsterdam, de 1907 —algunos ya lo habían
hecho mucho tiempo antes y se encontraban entre los
fundadores del sindicalismo revolucionario—, lo hicieron en
base a una renuncia a sus antiguos planteamientos. En España,
donde el movimiento anarquista tenía, por el contrario, una
cierta raigambre en el movimiento obrero, en medio del cual,
de una manera u otra se había movido siempre, la acción
obrerista apenas costó esfuerzo alguno a los anarquistas y, por
el contrario, destacados líderes del movimiento anarquista,
como Lorenzo, Prat, etc., se convirtieron precisamente en los
grandes introductores del sindicalismo revolucionario. En
realidad, es en estos teóricos donde empieza a producirse
precisamente la síntesis entre el anarquismo obrerista, que
venían practicando ya desde el siglo pasado, y la —para ellos—
«nueva táctica» sindicalista. Ellos nunca dejaron de ser
anarquistas, pero vieron en el sindicalismo una estupenda
plataforma para la realización de su propio ideal. El
sindicalismo empezaba así a ser considerado como el medio, el
medio de lucha para la realización del fin, que no era otro que
el ideal anarquista. Se creaban así las bases de la doctrina
anarcosindicalista.
Pero, las circunstancias objetivas de nuestro país, y el
desarrollo del movimiento obrero en los años de introducción
del sindicalismo revolucionario, a los que nos hemos referido
en los primeros capítulos, determinaron que el
anarcosindicalismo no pudiera imponerse desde el primer
momento. Antes tenía que ponerse en rodaje la doctrina
sindicalista, para poder imponerle luego la finalidad anarquista.
La clase obrera española, y la catalana en particular, estaban
aún en aquellos años primeros del siglo un tanto
escarmentadas de las experiencias societarias anarquistas, que,
desde el siglo pasado, por unas causas o por otras, habían
terminado en rotundos fracasos. La huelga general de 1902
había sido el último experimento de unas formas orgánicas y
de lucha que estaban periclitadas. La nueva experiencia
sindicalista se quería sin ideología, ni implicaciones extrañas a
los propios sindicatos.

Así, aunque los anarquistas estuvieron presentes en la CNT


desde el primer momento, como lo habían estado
anteriormente en SO, no impusieron en la primera etapa de la
formación de ésta su propia concepción. Hay que esperar a la
vuelta a la legalidad de la CNT, tras su suspensión de
septiembre de 1911, para que comience verdaderamente la
lucha entre los dos principales sectores —sindicalistas y
anarcosindicalistas— por el predominio dentro de la CNT.

Efectivamente, en la nueva etapa que se inicia en marzo de


1913, con la vuelta a la legalidad de la CRT catalana, los
conflictos por lograr la hegemonía dentro de la CNT y, por
tanto, conseguir su orientación, se suceden. De cualquier
manera, en el período 19131918 se manifiesta un cierto
equilibrio entre las dos posiciones fundamentales. La CNT se ve
enfrentada ante graves problemas. La reconstrucción, primero,
y la lucha contra la carestía —que llegó a adquirir tintes
revolucionarios—, después, entre otros, mantuvieron una
necesaria unidad entre las dos concepciones que se
enfrentarían abiertamente más tarde. Por otra parte, hay que
reconocer también que el sindicalismo revolucionario de la CNT
de entonces ya no era el mismo exactamente que el que había
cultivado SO en un principio. Se encontraba en un proceso de
desarrollo mucho más avanzado y se habían acentuado en él
las connotaciones libertarias.

El congreso regional catalán, de 1918, se manifestará aún,


por última vez, simplemente sindicalista, en un ambiente cada
vez más inclinado a la definición anarcosindicalista de la CNT;
es decir, a favor de que ésta declarase como propia la finalidad
anarquista. Ese mismo año de 1918 se celebrará una
conferencia anarquista nacional, entre cuyos resultados está el
acuerdo de propiciar el ingreso masivo de los anarquistas que
aún no lo habían hecho en los sindicatos. La coyuntura era, a
los ojos tanto de anarquistas como de la CNT, claramente
revolucionaria. Lo venía siendo ya desde finales de 1917. Había,
pues, que prepararse.

El congreso nacional de 1919, en un ambiente mucho más


radicalizado aún que el de 1918, da por fin el paso decisivo, y
declara ya que la finalidad de la CNT es el comunismo
libertario. Los anarcosindicalistas se habían impuesto. La
situación había contribuido decisivamente a ello. Los
sindicalistas, con una actitud más moderada, gradualistas,
partidarios de una larga preparación antes de decidirse al paso
revolucionario, habían quedado desbordados. La adhesión a la
Tercera Internacional se hace desde presupuestos puramente
revolucionarios, más que ideológicos, aunque para muchos
existiese una identidad entre los ideales de la revolución rusa y
los de la CNT, que acababa de declararse de finalidad
anarquista.

Pero, la situación represiva por la que habría de pasar la CNT


inmediatamente después de la clausura del congreso, impidió
temporalmente el que los anarquistas radicales se hiciesen con
el dominio material de la CNT. La detención de las figuras más
destacadas de uno y otro sector de la CNT dejó a ésta en
manos de los cuadros jóvenes que, en aquel momento
defendían un sindicalismo revolucionario puro, más en línea
con los contenidos primitivos, despojado completamente de
todos los matices libertarios que ya entonces tenía en gran
medida, al ser la mayoría de sus sostenedores de ideología o de
influencia anarquista. Ello les costó la inmediata enemistad de
los anarcosindicalistas más intransigentes, que no cesaron, en
los años de clandestinidad, de oponerse radicalmente a las
directrices del CN. La cuestión de la adhesión a la Internacional
fue en realidad magnificada, para oponerse a quienes
defendían a ultranza una «peligrosa» vuelta a un sindicalismo
revolucionario puramente neutral, que, en aquel entonces, no
tenía aún nada de comunista1330, como más tarde se hizo
pensar.

El fracaso revolucionario de la CNT en la coyuntura de los


años 1917-1919, fue tanto mayor cuanto enormes eran las

1330 En el sentido marxista-leninista.


expectativas que se habían forjado en las mentes de los
militantes. Ni Seguí era Lenin, ni Pestaña era Trotsky —como
algunos habían pensado, y entonces se decía—, ni la situación
española era realmente idéntica a la rusa. Los sectores más
moderados de la confederación se dieron cuenta
inmediatamente de ello y, tras el período de clandestinidad
1920-1922, acometieron el ensayo de llevar a la CNT por una
vía no meramente negativa, sino participad va, aunque sin
salirse de sus presupuestos generales apolíticos y
revolucionarios. Es así como surge la declaración política de la
conferencia de Zaragoza, de junio de 1922, por la que la CNT,
aun sin participar en los procesos electorales y de gobierno,
decide no excluirse, como hasta el momento, del proceso
político en general, y anuncia su voluntad de participación en el
mismo. La resolución de la conferencia de Zaragoza venía a ser
como la deducción lógica de la reciente experiencia de lucha. Si
la CNT no lograba echar abajo al sistema desde afuera, por qué
no intentar al menos minarlo desde dentro; y, mientras tanto,
poder continuar la preparación indispensable para poder
sustituirlo.

Pero, en realidad, los sectores moderados, que volvían con


fuerza entonces, desde los presidios en los que habían estado
recluidos desde 1920, no eran ya en 1922 la fuerza
predominante en la CNT. La conferencia de Zaragoza supone
en este sentido un paréntesis, en el cual, por otra parte, hay
aún una mayor clarificación en el contenido anarquista de la
CNT: se reafirma la finalidad comunista libertaria de la misma,
y, en consecuencia, se retira la adhesión a la Tercera
Internacional, para darla a otra internacional de «ideales
afines».
Las luchas entre moderados y radicales, detrás de cuyas
posturas se encuentran, aunque no en términos absolutos, el
sindicalismo y el anarcosindicalismo, respectivamente, se
hacen ahora más fuertes, y la dictadura de Primo de Rivera no
supondrá sino un motivo más de discrepancia entre ambos
sectores.

Cuando la CNT pasa a la clandestinidad, los sindicalistas


realizarán un último esfuerzo para hacerse con la dirección de
la misma, intentando su reconstrucción y legalización; pero la
propia dictadura y la desidia de los sectores anarcosindicalistas,
que sólo piensan ya en la salida revolucionaria, en la
conspiración antidictatorial y antimonárquica, impedirán el
éxito de todo intento en este sentido.

La CNT se desarticula entonces totalmente. Los sindicalistas


quedan reducidos a la impotencia, o aislados en sectores
regionales que no logran constituir CNT. Por otra parte los
anarcosindicalistas, en el colmo de su inclinación anárquica,
abrazan, si no en mayoría, sí en sectores muy cualificados, la
nueva tendencia anarquista cuyo foco principal se encuentra
en la Argentina, y que supone la negación absoluta dél
sindicalismo, y, por tanto, del propio anarcosindicalismo, al que
rechaza como un extraño híbrido. La negación afectaba a la
propia substancia de la CNT, a la que se trataba de convertir
pura y simplemente en un movimiento anarquista exclusivo,
con lo que ésta dejaría de ser una central sindical —aun de
contenido anarcosindicalista, como lo venía siendo desde
1919—, para convertirse en una gran federación anarquista.
Sólo la propia inexistencia efectiva de la CNT entonces,
reducida a pequeños grupos clandestinos con poca hilación
entre sí, en la mayor parte del país, evitó la realización de tal
proyecto.

Por otra parte, los sectores que podían intentarlo, como


hemos dicho, se encontraban en este momento más
preocupados por la acción conspirativa y revolucionaria. Y, al
mismo tiempo, los que no llegaban tan allá en su inclinación
ideológica, se preparaban orgánicamente para conservar y
acrecentar, si cabe, su predominio en la confederación. En el
verano de 1927 se crearía con este fin la Federación Anarquista
Ibérica (FAI). La presencia del comunismo en el movimiento
obrero español, aunque muy reducida todavía, y el ejemplo de
la trayectoria que había ido siguiendo la CGT francesa en los
últimos años, cada vez más influenciada por el marxismo,
inspiraba verdadero terror a los anarcosindicalistas y
anarquistas de la CNT. La FAI podía ser el mecanismo adecuado
para impedir la desviación ideológica de la CNT.

En fin, sólo en 1930 logrará la CNT salir de este marasmo y


comenzar una nueva etapa de reconstrucción. De alguna
manera se volvería a producir entonces el mismo proceso que
ya había tenido lugar en 1913 y en 1922. Pero ello ya escapa
del marco temporal de este trabajo.

Así pues, a lo largo de todo este período de tiempo, y desde


el punto de vista ideológico, la CNT pasa por dos momentos
bien diferenciados: un primer período, que va desde su
fundación hasta 1919, en el que aparece formalmente definida
como una organización de carácter y contenido ideológico
sindicalista revolucionario; y un segundo período, que va desde
1919 a su desarticulación bajo la dictadura de Primo de Rivera,
en el que aparece definida como una organización sindical de
finalidad comunista libertaria, es decir, de carácter
anarcosindicalista. Estos períodos no coiciden plenamente con
lo que sería su periodización desde un punto de vista orgánico,
dado que en este sentido, el cambio de estructura orgánica
comienza a producirse en 1918. Pero, desde luego, tampoco
hay una hilación entre la ideología sindicalista revolucionaria
que inspira la primera etapa y las formas orgánicas existentes
entonces, dado que dentro de las concepciones sindicalistas
revolucionarias existían ya proyectos orgánicos más avanzados,
y ha de considerarse el mantenimiento de esa estructuración
como una inercia del pasado en un momento constitutivo. Sin
embargo, sí existe una mayor hilación entre el predominio
anarcosindicalista y la estructuración que se adopta a partir del
período 1918-1919. El rechazo de la organización industrialista
que, sólo parcialmente, había propuesto Quintanilla en el
Congreso de 1919, tenía mucho de protección de una
estructuración federativa, de carácter geográfico o territorial,
que la CNT establecía entonces, y que respondía a la idea
clásica existente en los medios anarquistas, de la organización
de la sociedad emancipada.

En el primer período, el contenido sindicalista revolucionario


vendría marcado, desde el punto de vista de los Congresos, por
su concepción del sindicalismo, por su posición ante la huelga
general, o por su interpretación de la máxima «la
emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los
trabajadores mismos», expresadas en el Congreso de 1910. O
por su rechazo de los medios indirectos, en favor de la acción
directa; por su posición táctica; por su rechazo del sindicalismo
de base múltiple; o por su posición revolucionaria, expresadas
en el congreso de 1911. También por su reafirmación en la
asamblea regional de marzo de 1913. Y, desde luego, por el
rechazo del intervencionismo político o ideológico en los
sindicatos, expresado en el congreso de 1918. Ello, por
supuesto, además de los otros elementos que ya hemos
analizado, junto con éstos, en anteriores capítulos.

Mientras que el contenido anarcosindicalista de la segunda


etapa vendría marcado fundamentalmente por la declaración
del congreso de 1919, de que la finalidad de la CNT era el
comunismo libertario, que inspiraría toda una serie de
declaraciones y actuaciones que sería reiterativo repetir aquí.

Pero, en conjunto, la CNT podría ser definida, a lo largo del


período que estudiamos, por lo menos, como un verdadero
movimiento de contenido sociopolítico. En esencia, era una
central sindical; sin embargo, a lo largo de su actuación, su
actividad no se quedó ni mucho menos en los estrechos límites
de la actividad reivindicativa, transcendiendo con mucho a
ésta. No se pueden olvidar las constantes alusiones que se
hacían a la necesidad de «desmaterializar» la actividad de la
organización, de espiritualizarla. Lo que, dicho en otros
términos, venía a equivaler a la necesidad de que la actividad
de los sindicatos se dirigiese a otro tipo de actividades que no
fuesen la mera exigencia de un céntimo más o una hora
menos. Y en la práctica, ese tipo de actividades no fue escaso
en absoluto. Desde las asociaciones de inquilinos, hasta las
escuelas racionalistas, la CNT realizó toda una serie de
actividades que permiten caracterizarla como un movimiento
de amplio contenido social, que excedía con mucho la mera
acción sindical.
Por otra parte, aunque su actitud fue siempre antipolítica, en
el sentido de negarse radicalmente a participar en el proceso
político de una manera activa, positiva, de hecho, y aún con
anterioridad a la declaración de la conferencia de Zaragoza, de
1922, la CNT siempre fue una organización profundamente
política, y en el doble sentido de la palabra. En primer lugar,
porque, tanto como sindicalista revolucionaria, como por
anarcosindicalista, el contenido de sus ideas era de una
significación política innegable; pero, además, en segundo
lugar, aunque su actitud fuese de abstención, de no
participación, de carácter negativo, ¿es que se puede negar la
significación y las consecuencias políticas de una actitud de
este tipo? Por mucho que los anarcosindicalistas se empeñasen
en negarlo, como la conferencia de Zaragoza reconocería, la
CNT era una organización claramente política. Por otra parte, a
lo largo de su historia, y aún en el corto período de tiempo que
este trabajo analiza, la CNT dio también bastantes ejemplos de
participación en el proceso político, y de condicionar muy
activa y positivamente el transcurso de éste. ¿Qué fue, si no, su
participación con la UGT, y aun con los partidos políticos
republicanos, en los movimientos de 1916-1917?

En definitiva, se puede concluir que la CNT fue durante esta


etapa de su vida un movimiento sindical de amplio contenido
social y político, precedente en este aspecto de otras
concepciones sindicales de nuestro tiempo, que llegó en su
momento más alto a ser claramente hegemónica dentro del
movimiento obrero español, pero que su radicalización política
estuvo siempre en función directa de su incapacidad para
resolver o satisfacer las expectativas creadas. Y ello no sólo por
la inoportunidad de la creación de estas expectativas, o por los
factores externos adversos, sino por toda una serie de
condicionantes, entre los que no fueron poco importantes su
funcionamiento interno y, por supuesto, la constante lucha
interna entre las tendencias presentes en la misma, siempre al
borde de la escisión.
APÉNDICE DOCUMENTAL
«MANIFIESTO DE SOLIDARIDAD OBRERA

A LOS TRABAJADORES DE BARCELONA

Vuestros compañeros de trabajo, delegados de las


sociedades abajo indicadas, os dirigen un llamamiento general,
creyendo llegado el día que los obreros reaccionemos en
nuestras luchas homicidas dentro de este torrente de pasiones
políticas. Tengamos un momento de reflexión, démonos
cuenta de nuestro verdadero estado y observemos que,
mientras nosotros abandonando la asociación obrera nos
dividimos en bandos políticos disputándonos por la forma que
hemos de ser gobernados, el capital, unido en sus fines
esenciales, destruye todas aquellas conquistas que un día
supimos alcanzar la clase obrera de Barcelona.

En todos los oficios se observa la misma decadencia general;


la clase patronal aumenta cada día más sus exigencias, comete
más abusos personales, de nuestras condiciones de trabajo
acostumbradas no se respeta ninguna; en cada fábrica, en cada
taller o en cada casa, el patrón nos impone el reglamento que
le da la gana; sabe que estamos aislados y aprovecha esta
causa, además, para hacernos entrar en rivalidades dentro del
trabajo, de lo que resulta el mayor perjuicio nuestro, porque
damos un exceso de producción, forzando nuestro organismo,
mientras un gran número de nuestros compañeros están
parados y acosados por la miseria, no les queda otro recurso
para vivir que darse a la competencia contra nosotros mismos,
rebajando sus salarios o aceptando más bajas condiciones. Y
dentro de ese estado de nada sirven nuestras quejas
individuales; peor que el látigo de la esclavitud pasada, hoy el
patrón tiene la pluma a la oreja dispuesta a reemplazarnos de
un rasgo por otro más sufrido y lanzarnos al circo de los sin
trabajo a los que osamos protestar.

Así, compañeros, por poco que profundicemos nuestra


situación general, debemos convencernos de la necesidad
urgente de volver a nuestro camino; no lo dudéis, la asociación
es el único medio, el más práctico y más posible de defensa
que tenemos los trabajadores, y como consecuencia, la
Solidaridad Obrera debe ser la base de nuestro mejoramiento
económico y social.

Todo lo que nos apartemos de este sentido, es un desvío que


la burguesía aprovecha siempre para inducirnos a ese laberinto
de la política reformista, que ha venido a reemplazar las
promesas celestiales de otro tiempo, mientras tanto se
perpetúa nuestro estado de ignorancia y de explotación. Leyes
de trabajo (que no se cumplen), reformas sociales (que no se
realizan), sociedades protectoras, benéficas, de enseñanza,
patronatos y otras mil formas con que las clases privilegiadas
quieren proteger al obrero, no son más que vallas encubiertas
para impedir nuestra marcha directa por el camino de nuestra
emancipación social. Es tiempo que esto sepamos y en un
sentido digno de los proletarios barceloneses volvamos al seno
de las asociaciones obreras, reorganicemos nuestra fuerza y
frente a las arrogancias del capital levantemos la Solidaridad
Obrera.
La lucha entre el capital y el trabajo es humanamente
sensible, pero es falta y necesario; en todo caso no somos
nosotros los que la hemos causado, sino los que nos niegan el
derecho a la integridad de la vida. Digan lo que quieran los
filósofos y sociólogos de la otra noche, los bueyes mansos de la
burguesía y unos cuantos inconscientes, nuestra armonía con
el capital es una quimera, un imposible. Por razones de
historia, de naturaleza y por deducciones científicas, es una
verdad absoluta que los desheredados, los oprimidos, los
explotados no podemos tener una causa común con los que
todo lo poseen, todo lo mandan y son nuestros explotadores,
sino que por clara razón debemos agruparnos en defensa
propia hasta llegar a la posesión de la fuerza que destruye las
injusticias sociales que sufrimos.

Pues Solidaridad Obrera tiene por objeto convencer a todos


los trabajadores de estas verdades y de la necesidad que
tienen de asociarse en todos sus ramos de producción. En esta
labor hemos de poner grande empeño a que la mujer y el niño,
que, sucumbiendo a las necesidades del hogar, tienen que dar
sus carnes a la máquina reemplazando al hombre y que son
objeto de una incalificable explotación, se agrupen también, se
asocien y se organicen con nosotros para defenderlos de su
condición indigna de una sociedad civilizada.

Tampoco queremos excluir, al contrario, pedimos su


concurso a los obreros llamados de profesiones intelectuales,
que, como nosotros, también son explotados y cohibidos por el
capital. A esos compañeros que, por la subsistencia diaria,
tienen que prostituir la pluma, el lápiz, la nota, en fin, su
inteligencia y sus estudios para el recreo y la servitud de una
clase dominante de parásitos de la sociedad, también les
esperamos en la Solidaridad Obrera si sienten realmente un
ideal de amor y de justicia social.

Otro objeto nuestro también esencial es procurarnos la


cultura y la instrucción entre los trabajadores mismos, en un
sentido puramente racional y a nuestro modo de ser, así para
adquirir conocimientos útiles a la vida que no hemos podido
aprender en la escuela por falta de tiempo y sobra de rezos,
como también para adquirir conciencia de nuestro valor social
como hombres y como productores. Esta misma instrucción
queremos darla con especial cuidado a nuestros hijos, y a cuyo
objeto propondremos la fusión de todas las escuelas que hoy
sostienen las sociedades obreras de la localidad para que
pueda hacerse de todas una verdadera universidad obrera.

Y por fin, no menos conveniente es lo que se propone


alcanzar nuestra solidaridad: queremos asociar el esfuerzo de
las sociedades obreras que hoy viven raquíticamente en
muchos locales, y llegar a obtener un edificio común con
departamentos especiales para todos los oficios y profesiones,
pero con grandes salas de reuniones, espectáculos,
conferencias y escuelas para los obreros, donde con gran
economía de las sociedades y menos esfuerzos de las juntas,
poseeríamos un verdadero centro de expansión, de relación,
de enseñanza y de cultura como requiere tenerlo la
importancia de la clase obrera de Barcelona.

Como medio de lucha y de defensa no podemos precisar los


que adoptaremos; éstos los indicarán las sociedades obreras
según las circunstancias. Realizaremos nuestros actos, siempre
según la voluntad de la mayoría de los trabajadores asociados y
respetaremos la más posible autonomía de las sociedades;
pero como base fundamental, Solidaridad Obrera no seguirá
ninguna tendencia política de partido, aunque respetemos la
de todos los asociados. Como clase obera sólo podemos tener
un fin común: la defensa de nuestros intereses, y sólo un ideal
puede unirnos, nuestra emancipación económica, que
transforma el régimen capitalista actual, basado en la
explotación del hombre por el hombre, por un régimen social
fundado sobre la base racional del trabajo por la solidaridad
humana.

Os hemos dicho nuestros propósitos y nuestras ideas; en


vuestro interés está como en el nuestro el realizarlos.
Recordemos que la emancipación de los trabajadores ha de ser
obra de los trabajadores mismos; nosotros os enseñamos el
camino, que es la asociación y la solidaridad obrera. Si
logramos ser comprendidos y secundados por vuestro ánimo
decidido, demostraremos que la clase obrera de Barcelona,
siguiendo las aspiraciones del proletariado universal, quiere
también redimirse, si no, los obreros conscientes
consideraremos haber cumplido nuestra misión y os
abandonaremos a vuestro destino, o sea a la ley natural, que
nos enseña que cuando una especie o una clase oprimida no
sabe asociarse y defenderse, se degenera y se destruye a sí
misma o bien se debilita y decae en su resignación a todas las
tiranías.

La Dependencia Mercantil.—Panaderos «La Espiga».— Dependientes


subasta de pescado.— Peluqueros «El Progreso».— Unión P. de
Curtidores.—Unión del Ramo del Agua.— Confiteros y Pasteleros.—
Unión Metalúrgica.— Canteros y Adoquineros R. C.— Unión del Ramo
de Ebanistería.— Pintores «La Nueva Semilla».— Guarnicioneros y
Guamecedores de Carruajes.— Basteros y Constructores de
correas.—Sociedad de Carreteros.— Cerrajeros de Obras.— Paragüeros
y bastoneros.— Albañiles de Barcelona.— Auxiliares de Farmacia.—
Nueva Sociedad de Peluqueros.— Artística Culinaria.— Aserradores
mecánicos.—Constructores de Carruajes.— Herradores.— Arte de
Imprimir.— Cocheros «La Fraternal».— Cerrajeros mecánicos.—
Impresores litógrafos.— Constructores de Pianos.— Encuadernadores y
Rayadores.— Arte Fabril.—Dependientes de Carbonería.— Asociación
Tranviaria.— Unión de Matarifes.— Dependientes de Ultramarinos.—
Estampación Tipográfica.— Carpinteros de Barcelona».

(«Tierra y Libertad», núm. 30, 25-julio-l907, p. 1).


«SOLIDARIDAD OBRERA. CONFEDERACIÓN NACIONAL DEI. TRABAJO. A
LAS ENTIDADES OBRERAS.

Compañeros: ¡Salud!

La burguesía, heredera de los privilegios de casta que en los


bochornosos tiempos pasados han existido, impone por la
fuerza el régimen brutal de la explotación del hombre por el
hombre, sin que valgan razones, porJógicas que éstas sean,
para hacerla desistir del absurdo e irracional sistema
económico que actualmente transtorna y divide a los humanos
seres en dos fases irreductibles de explotados y explotadores.

Un inconcebible egoísmo, ha cegado todo destello de


raciocinio en su obtuso cerebro, irritado por las sacudidas
dolorosas del continuo temor de perder el inicuo privilegio que,
contra toda razón, le permite apoderarse del fruto que una
legión de hambrientos obreros crea diariamente.

Falta la clase dominante de razones lógicas y convincentes en


que apoyar sus pretendidos derechos, inventó sofismas e
ingeniosos razonamientos con los que logró dar un barniz de
equidad y de derecho a su nefanda expoliación. Para hacer
perdurar el crimen de esa humanidad cometido, embruteció a
los proletarios en tal forma, que éstos descendieron a un grado
moral inferior al del bruto.

El progreso, en su lenta, pero segura marcha en pos de la


perfección de las especies, ha disipado las negruras en que
permanecieron sumidos nuestros inconscientes antepasados, y
seres superiores en altruismo y espíritu de abnegación, han
rescatado a los eternos expoliados de la esclavitud intelectual
en que yacían, al ignorar los derechos inherentes a su
personalidad humana, y capacitados hoy, no pasarán muchos
lustros sin que rescaten de la clase acaparadora la posesión de
todo lo necesario para la vida, y que el esfuerzo y el genio de
los trabajadores crea y produce para que el ser humano
cumpla su única y sublime finalidad, que no es ni puede ser
otra, pese a los agoreros sofistas de todos los tiempos, que la
de vivir la vida y embellecerla con todo el poder de su fecundo
esfuerzo.

La burguesía, percatada de este estado de conciencia que


anima a sus explotados, dándose cuenta de la gravedad que
ello encierra para sus privilegios de casta, no se resigna a
perderlos y se prepara a la defensa de los mismos, apoyándose
en la única razón que en los tiempos actuales posee: la
suprema razón de la fuerza.

Mientras que la verdad no ilumine totalmente el cerebro de


muchos obreros, todavía en el período de iniciación de las
grandes transformaciones, el recurso de la fuerza permitirá a la
clase explotadora tener apariencias de estabilidad; pero esto
no tendrá mucha duración; la burguesía está perdida: su
desaparición como clase está decretada por la ley del progreso.

Cumplida la misión histórica que en el curso de la evolución


humana tenía asignada, la burguesía ha llegado a los límites de
su ocaso; y su extinción es necesaria, porque en el concierto de
los valores sociales es un factor negativo.
El proletariado se prepara, concretando y afirmando su
personalidad, para cumplir con la alta misión que los tiempos
modernos le imponen, y aunque muy trabajosamente, por los
obstáculos que le opone la burguesía, se adapta los
conocimientos necesarios para la gran obra, y como genuino
representante del congreso implantará las soluciones que la
ciencia sociológica aconseja para exaltar la personalidad
humana al summum de la perfección concebida.

No hay que dudar de la exactitud de lo que decimos, pues es


fiel reflejo de la observación y estudio de los hechos que la
experiencia de los sucesos pasados nos enseña y las leyes
naturales comprueban.

El que una gran multitud del proletariado no se convenza


todavía de ello, no implica que haya error, y sus amargos
escepticismos son debidos a su deficiente concepción,
influenciada por el atavismo de las ignorancias pasadas que
reviven en ellos.

La clase burguesa no domina ni ha dominado nunca por la


fuerza propia poseída; y el poderío de ésta ha sido y es
inferiorísima a la que posee y siempre ha poseído el
proletariado.

La apariencia de posesión de una fuerza mayor, solamente


radica en la ignorancia de la superioridad que, en tal concepto,
siempre ha tenido el proletariado contra la clase enemiga, y en
el desconocimiento de sus derechos, no concedidos hasta las
épocas presentes.

Si tal equívoco persiste y la burguesía saca todo el provecho


posible del mismo, es debido a que los ya convencidos no han
contado su número para tener claro concepto de su potencia e
importancia, muy suficiente para impedir que la burguesía
obstaculice sus titánicos esfuerzos para iluminar con los
resplandores de la verdad liberadora los cerebros de los
obreros que no han oído la voz de la buena nueva. El día que
las minorías conscientes y afines en procedimientos de lucha,
unan sus esfuerzos en una labor común, con actuación
simultánea, planteando y desarrollando los conflictos de la
lucha social en el más puro terreno económico (pues,
malogradas las negaciones de los filósofos a la violeta, sin más
campo de experimentación que su gabinete particular, el
problema social no es más que un problema de intereses, entre
una clase que nada produce y todo lo acapara y otra que lo
produce todo y nada posee) aquel día se demostrará que existe
ya una importantísima minoría proletaria consciente, a la que
presta fácilmente su fuerza el resto del proletariado, capaz de
demostrar que la burguesía sólo vive y se sostiene del reflejo
de su poderío pasado, quedando, por lo tanto, imposibilitada
de cometer las tropelías y abusos que ahora comete
impunemente.

Esta actuación combinada no podrá nunca tener efecto sin


una unión e inteligencia de los elementos afines en táctica y
orientación, hoy dispersos.

La constitución de la acordada Confederación Nacional del


Trabajo Solidaridad Obrera, puede hacer posible esta necesaria
labor, finalidad y esperanza que animaba a los representantes
del proletariado congregados en el Palacio de Bellas Artes, al
emitir su voto favorable a la creación del nuevo organismo.
Para que dicha Confederación Nacional responda a los fines
para que fue creada, este Consejo, después de detenido
estudio, ha acordado poner a la consideración y aprobación de
todas las entidades lo siguiente:

Teniendo en cuenta que las entidades obreras tienden a


particularizar la propaganda social que ejecutan, mejor dicho:
que la propaganda que los sindicatos llevan a cabo es por y
para el gremio a que pertenezca la sociedad actuante, y que si
esta actuación es necesaria y conveniente, no ha de serlo a
costa de la propaganda en general, la que no va dirigida a
gremió alguno en particular, sino a los obreros todos de la
localidad o comarca, es por lo que creemos de gran necesidad
que las entidades obreras formen FEDERACIONES locales o
comarcales.

Los Consejos de estos organismos, como compuestos por


elementos de todos los gremios, al igual que las Asambleas de
estas FEDERACIONES hacen una labor que interesa a toda la
clase obrera de la comarca sin distinción de oficio, y que
hermanar los intereses proletarios acostumbrando a éstos a la
idea de que la emancipación no ha de ser obra de un sindicato
ni de otro, sino de todos a la vez, impidiéndose, de este modo
que las entidades obreras caigan en el perjudicial
corporativismo, antisolidario y egoísta que haría
completamente negativa la labor emancipadora del
proletariado militante.

Por las mismas razones expuestas en favor de la conveniencia


de que los diversos sindicatos de una localidad o comarca se
agrupen en una federación local o comarcal, creemos de suma
necesidad de que estas FEDERACIONES pasen a formar parte
de una Confederación Regional, la cual dará unidad a la
propaganda social de toda la región, impidiendo que las
comarcas y localidades queden aisladas entre sí, faltas de esa
unión espiritual y de solidaridad que lleva al ánimo de los
explotados la convicción de que la causa de uno es la de todos
y que para vencer a la burguesía es condición indispensable
que toda la clase proletaria se presente unida y compacta ante
sus enemigos y explotadores.

Y por último, que todas las CONFEDERACIONES regionales


formen un organismo nacional, que logre los mismos efectos
respecto a las organizaciones regionales, que éstas con
respecto a las comarcales; es decir, que unifique los esfuerzos
de todas las regiones, dando carácter general a la actuación
social regional, y la Confederación Nacional del Trabajo
Solidaridad Obrera, nacida de la unión de todas las regiones,
cuando sea posible y oportuno, busque el modo de unirse con
los demás organismos obreros nacionales de todos los países,
entrando a formar parte de una asociación mundial que
permita internacionalizar la propaganda liberadora y sea
posible, unidos los esfuerzos de todos los luchadores,
precipitar la emancipación total de todos los explotados en
general.

En resumen: Todos los Sindicatos obreros deben federarse en


la federación de su comarca respectiva.

Las FEDERACIONES comarcales, integrarán la Confederación


Regional.
Y todas las CONFEDERACIONES regionales se agruparán en
una extensa y potente organización nacional que abarque
todas las regiones que existan en la nación.

Para que esta organización sea de un resultado positivo y


eficaz para los efectos perseguidos, es necesario que todos los
sindicatos, las FEDERACIONES comarcales, regionales y la
confederación nacional, inauguren una serie activa y sostenida
de excursiones de propaganda, para que los obreros ingresen
en su sindicato respectivo, y los ingresos de los organismos
gremiales sean mayores y sea posible atender a los gastos que
importe la creación de los organismos obreros de que
hablamos.

Una vez organizados de esta forma, será cosa fácil poder


formar un censo de todos los sindicatos obreros que existen en
España, y asimismo llegar al conocimiento de los oficios o
industrias faltos de dicha organización para emplear los medios
necesarios para subsanar el daño que esto ocasiona a los
obreros en general como asimismo no se encontrará ninguna
dificultad en la forma de organizar las FEDERACIONES de oficio
y de industria preconizadas por el último congreso obrero
celebrado en Barcelona.

Para favorecer en lo posible la creación de los organismos


que este consejo expone a la consideración de todos los
compañeros hemos tomado el acuerdo de que las entidades
adheridas contribuyan a los gastos de la Confederación
Nacional del Trabajo, Solidaridad Obrera, con un céntimo por
federado.
Las entidades de la región catalana abonarán tres céntimos
por federado, que serán repartidos en la siguiente forma: un
céntimo para el periódico, otro para gastos de secretaría de la
Confederación Regional y otro para la Confederación Nacional.

Recordemos a todas las entidades y a todos los compañeros


partidarios de la orientación y medios de lucha preconizados
por el Congreso Obrero antes mencionado se tomen con
interés lo que a su consideración exponemos y que activen en
todo lo posible los trabajos que tiendan a este fin.

Esperando que así lo haréis y que no se harán esperar las


adhesiones de todas las entidades partidarias de la táctica
directa y la lucha netamente económica, somos vuestros y de
la causa obrera.

EL CONSEJO»

(«Solidaridad Obrera», núm. 49, 13-enero-1911, p. 1 y 2.)


«RESOLUCIÓN SOBRE LA HUELGA GENERAL DEL CONGRESO NACIONAL DE
1910

Tema 7.°) La huelga general, para que surta sus efectos de


eficaz defensa del proletariado, ¿puede ser pacífica o ha de ser
esencialmente revolucionaria? En todo caso, ¿en qué forma
cree el Congreso debe emplearse para su seguro efecto?

DICTAMEN: Es éste un problema arduo, pavoroso y de


actualidad. La ponencia que suscribe, al hacer de él un estudio
lo más concienzudo posible, dentro del lapso de tiempo
relativamente corto de que dispone, ha de declarar
francamente, brutalmente, aunque la frase sea dura, que la
huelga general ha de ser esencialmente revolucionaria. ¿Por
qué? Por las siguientes razones:

La huelga general, al cruzarse de brazos en un momento


dado los trabajadores, trae como consecuencia un transtorno
tan grande dentro de la marcha de la actual sociedad de
explotados y explotadores, que imprescindiblemente habrá de
causar una explosión, un choque, entre las fuerzas antagónicas
que hoy luchamos por la vida; pues, así como la tierra, si dejase
de girar sobre su eje chocaría con cualquier otro astro;
nosotros, al dejar de laborar, chocaríamos con todos aquéllos
que no quieren que salgamos del círculo de hierro en que
estamos metidos.
La huelga general pacífica es imposible que pueda ser
duradera. Figuraos lo que sucedería en un hogar proletario
cuando a los pocos días, quizá al día siguiente del paro, si se
acabaran las escasas provisiones de boca con que se contara;
lanzaríase aquel trabajador a buscarlas fuera de casa, se uniría
con otros que estuvieran en el mismo caso, y como no
habiendo producido estos días y holgando también los
expendedores de los mercados, no habría donde adquirirlas
legalmente (en caso favorable de disponer de fondos para
ello), tendrían que dirigirse a esos grandes sitios de
acaparación, a esos grandes almacenes abarrotados de género,
que a veces se pudre, mientras muchos desheredados caen
desfallecidos por la abstinencia. Mas como esos almacenes son
de propiedad privada, la fuerza pública viene obligada, dentro
del actual estado de cosas, a defenderlos, y de ahí resultaría
uno de los muchos choques que una huelga general trae
consigo.

La huelga general ha de ser revolucionaria, porque los


guardadores del orden, para guardarlo, no conocen o no ponen
en práctica otros medios que los de perseguir y encarcelar a los
más activos, a los que llevan desde un principio la dirección de
la lucha, y el resto de los obreros ha de protestar de la práctica
de estos medios, y esta protesta debe ser violenta, pues de lo
contrario, en lugar de vencer a los tiranos inmolarían nuevas
víctimas.

Otros mil argumentos podríamos aducir en favor del carácter


revolucionario de una huelga general, pero creyendo que
durante la discusión del presente dictamen se expondrán a la
consideración del Congreso, a él dejamos su exposición.
Teniendo que ser revolucionaria la huelga general, ¿cuándo
ha de ser llevada a la práctica para su completo éxito? He aquí
el problema. Hasta ahora se ha hecho uso varias veces de dicho
arma; pero declaramos que es un arma tan grande, de
resultados tan contradictorios, si no se emplea con
conocimiento de causa, que podría ser, quizá, causa de nuestro
rebajamiento moral. Y para que esto no suceda, la ponencia
dictaminadora cree:

Que una huelga general no debe declararse para alcanzar un


poco más de jornal o una disminución en la jornada, sino para
lograr una transformación total en el modo de producir y
distribuir los productos. Para esto es preciso una fuerte
conexión entre todos los obreros, no de una región sino de las
distintas regiones que integran la nación española; para que la
huelga sea general en la verdadera aceptación [sic] de la
palabra, quizá en la única aceptación: cuando dejen de
producir al unísono todos los asalariados de un mismo país;
aunque esto no sea óbice para que, cuando los trabajadores
estemos bien compenetrados, la huelga general universal, que
será el día que empiece a brillar la luz de la justicia.

Espero esto no suceda, concretándonos a España, la


experiencia nos ha enseñado que la huelga general en una sola
localidad, si bien no nos causa grandes perjuicios porque
demostramos nuestro espíritu de lucha y nuestros deseos de
emancipación, lo cual ya es, como dijo un burgués, «un
aldabonazo que damos a las puertas burguesas»; en cambio,
hemos de confesar que, localizada la huelga general en un
punto y estando el resto de los obreros de la nación en
pasividad completa, las fuerzas públicas, al servicio de la
burguesía, se congregan en aquel lugar, siendo fácil,
relativamente, a los gobiernos sofocar la rebelión.

Creemos, pues, que la huelga general, para su completo


éxito, debe llevarse a la práctica cuando los obreros federados
en la Confederación Nacional estén capacitados para llevar a
feliz término la renovación de las malas condiciones en que hoy
se trabaja. No obstante, pueden darse, y se dan, casos en que
la burguesía o los gobiernos, por su conducta egoísta, obliguen
al obrero a declarar una huelga general en una localidad o en
una región, y creemos, para estos casos, que el comité local sea
el encargado de resolverlo, y estudiar si debe extenderse a la
nación, y únicamente, en un caso concreto, y como conclusión,
debe el Congreso acordar ir a la huelga general: en caso de
aventuras guerreras, pues en ellas el proletariado únicamente
pierde sangre y no gana nada.

J. Bueso, D. Serra, J. Jaumar, J. Benet, M. Mañé, R. Cantó, R.


Costa.»

(«Solidaridad Obrera», núm. 39, 4-noviembre-1910;


«Congreso de constitución de la Confederación Nacional del
Trabajo (CNT)», Toulouse, 1959, p. 30-31.)
«POR LA UNION DE LOS TRABAJADORES. LA CONFEDERACIÓN NACIONAL
DEL TRABAJO A LOS SINDICATOS DE ESPAÑA. NUESTRA OPINIÓN

Sería muy poco airoso nuestro papel de representantes de


las entidades adheridas a la Confederación Nacional del
Trabajo, si los compañeros que constituimos el Comité
Confederal no expusiéramos nuestra opinión que es hoy la que
muchos sindicatos pertenecientes o no, a uno de los dos
organismos confederales existentes en España, tienen.

La finalidad del Sindicato obrero de resistencia al capital, no


es hoy ni el comunismo ni el colectivismo, sino que ésta se
reduce a múltiples aspectos de la huelga económica y sus
aspiraciones, y reivindicar mejoras como clase explotada.

Las modalidades de procedimientos en las luchas, huelgas,


son éstas circunstanciales y oportunistas, variando el método
puesto en práctica, según las necesidades inmediatas de
mejoras, sectores a quienes haya de presentar batalla, fuerza
con que éstos cuentan, resistencia según sea ésta con actividad
y energía, pasividad y duración, y medios revolucionarios con
que pueden contar los patronos o los huelguistas, el apoyo que
tengan en la opinión pública, la influencia que presten las
autoridades a uno de los dos factores y el ambiente local,
regional o nacional existente, sea más o menos reaccionario,
factores que innegablemente pueden influir en el éxito o
fracaso del sindicato en huelga, y por cuales razones con esos
elementos de juicio, determinan la adopción del procedimiento
que más encaje al éxito de su litigio.
Así que puede emplear cualquier sindicato obrero o
agrupación de sindicatos y hasta la generalidad de éstos, varios
de los procedimientos que están en las teorías del Sindicalismo
a Base Múltiple y en otros los de Acción Directa. O bien puede
darse el caso general de coincidir y emplear unos y otros la
acción revolucionaria: bien sea ésta para adquirir mejoras
económicas o para sacudir su malestar general.

Como quiera que la Confederación General del Trabajo sus


procedimientos son la Acción Directa, como la Unión General
de los Trabajadores, que defiende la Base Múltiple no la
practican sus adherentes en términos generales y
circunstanciales o de conveniencia, la práctica de esas teorías
en uno y otro organismo, comprendemos que esto no es
obstáculo para hacer la fusión, máxime si hemos de tener en
cuenta que los asociados en los Sindicatos Obreros profesan
ideales políticos y filosóficos distintos, y a pesar de ello, una
afinidad económica los une en el Sindicato, aceptando dentro
de él, el método que la mayoría acuerde practicar cuando
entabla lucha contra la burguesía.

Todas las colectividades políticas y sociales tienen sus


derechas e izquierdas. ¿Qué de particular tiene pues que
nuestra izquierda (Confederación Nacional del Trabajo) se
fusione con la derecha (Unión General de Trabajadores), no
para absorvernos mutuamente; al contrario, para que por la
persuasión y bondad de procedimientos, hacer que prevalezca
aquella táctica que de mejores y mayores resultados
beneficiosos a la clase trabajadora en general?
Los estatutos de la Confederación Nacional del Trabajo
excluyen toda acción política en las luchas que se entablan
entre el capital y el trabajo. Son netamente societarios. Los
estatutos de la Unión General de Trabajadores si bien en ellos
hay alguna laguna, tienen una finalidad esencial y es su base la
disciplina y el método. Su fundamento es societario.

La diferencia está, en que la nuestra, es norma característica


un más amplio concepto de autonomía y en lo ideal y
espiritual, varía en que ellos querrían orientarlo y encauzarlo
como fuerza constructiva hacia un socialismo colectivista y
nosotros al socialismo comunista.

El comité opina, pues, que si llega a realizarse la fusión de los


dos factores que representan la fuerza proletaria nacional
organizada, no habrá absorción, como no la hay actualmente
en el sindicato, conviviendo en él obreros de distintas
opiniones y cada uno de por sí procurará propagar y hacer que
triunfen sus ideales y métodos de lucha.

Además, esta unión la debe discutir y aprobar un Congreso


extraordinario, convocado al efecto y para dicho objeto, y en él
se invitará a todos los sindicatos de España. Sus delegados
discutirán, aprobando o desaprobando, si ha de ser un solo
organismo confederal español o hemos de continuar como
estamos constituidos actualmente.

Conste, pues, que la opinión sincera y honrada del comité de


la Confederación Nacional del Trabajo es la expuesta. Que
debemos convocar un congreso extraordinario para hacer la
poderosa unión de un solo organismo confederal español y así
adquirirá el trabajador una fuerza haciendo más factible el
triunfo de la libertad y nuestra emancipación.

El comité de la Confederación Nacional del Trabajo


Barcelona, 8-noviembre-1917.»

(«Solidaridad Obrera», ll-noviembre-1917, p. 1.)


PROGRAMA REVOLUCIONARIO DE LA CNT, DE JULIO DE 1917.

«Nuestro programa

1. ° A la par que funcione un comité revolucionario integrado


por los elementos políticos de las distintas clases sociales,
proponemos la constitución de un Comité de representantes
de sindicatos obreros que fiscalicen y controlen las órdenes de
los comités político-burgueses, particularmente cuando se
refieran a intereses de las clases obreras.

2. ° Reconocimiento de los sindicatos obreros como


organismos aptos y con personalidad suficiente para aceptar o
desechar las leyes que promulgue el Parlamento
Constituyente.

3. ° Declaración inmediata de que no se intervendrá en la


guerra europea por ningún concepto, y también que se
facilitará por todos los medios la revolución en todos los países
beligerantes, para que se libren de las oligarquías pretorianas y
financieras, causantes de la guerra.

4. ° Cierre inmediato de las fronteras y puertos para la


exportación de productos alimenticios.

5.° Incautación de las subsistencias almacenadas.


6. ° Confiscación de las riquezas de los acaparadores y de
todos los hombres de la Monarquía que, abusando del poder,
han centuplicado sus fortunas.

7. ° Confiscación del Patrimonio Real, de los bienes directos e


indirectos del clero y órdenes religiosas.

8 ° Reconocimiento legal de la jornada de siete horas en


todas las artes e industrias.

9 ° Concesión del jornal mínimo de cuatro pesetas a todos los


obreros de ambos sexos mayores de dieciséis años de
edad.

10 ° Supresión absoluta del trabajo nocturno.

11 ° Disolución de las colonias industriales y prohibición de


pagar los jornales con tickets.

12 ° Supresión del trabajo a destajo.

13 ° Los Municipios, Diputaciones y el Estado contratarán sus


trabajos directamente con los mismos obreros,
dirigiéndose a los sindicatos para suprimir el intermediario.

14 ° Los obreros inutilizados para el trabajo continuarán


percibiendo el mismo jornal, pagado por el Municipio y los
patronos. En los inutilizados están comprendidos los que
hayan sufrido un accidente que les imposibilite, los que
hayan padecido enfermedad con el mismo resultado y los
que sean mayores de cincuenta años.
15 ° Prohibición del trabajo a los menores de catorce años de
edad.

16 ° Establecimiento de la «semana inglesa»; esto es, el


sábado el trabajo cesará a medio día.

17 ° Aplicación del impuesto progresivo sobre la renta, a


beneficios obtenidos con propósito de lucro.

En los órdenes político, social, jurídico y administrativo

1. ° Disolución del Ejército permanente estableciendo


milicias nacionales.

2. ° Abolición de la diplomacia, particularmente la diplomacia


secreta.

3. ° Abolición de los embajadores, porque son un


anacronismo en este siglo de vías férreas, telegráficas y
telefónicas. No son necesarios, son costosos y constituyen en
las grandes naciones un peligro permanente, porque se
ejercitan en forjar intrigas y buscar complicaciones para
después manejarlas a su gusto. Se trata de poner la paz en
peligro para aparentar después que se esfuerzan en salvarla, y
de esta manera formarse una de perfecta habilidad. En los
pequeños países, los embajadores no sirven más que para
ornamentos de cenas y bailes.

(...).

4. ° Conceder a los extranjeros iguales derechos que a los


nacionales, a fin de que el hombre halle en todas partes una
patria, y también para que un lógico sentimiento de
fraternidad cosmopolítica, reemplace poco a poco al de la
nacionalidad exclusiva.

5. ° Apoyar resueltamente toda iniciativa para la federación


de los diversos países de Europa.

6. ° Quitar al poder ejecutivo el derecho de declarar la guerra


y la paz, haciéndolo pasar al poder representativo. El pueblo
entero debe decidir de su propia suerte. La cuestión de guerra
o de paz debe ser motivo de una llamada al pueblo, y de tal
manera que los que voten la guerra deberán ir a ella.

7. ° Abolición de las aduanas y, si no es posible, disminución


de los derechos de importación; abolición de los tratados de
comercio y reciprocidad con que el capitalismo sostiene la
guerra económica, no menos funesta que la de las armas.

8.° Abolición del Senado.

9.° Separación de la Iglesia y del Estado.

10. ° Divorcio absoluto por voluntad de una de las partes.

11. ° Abolición de los Consejos de Estado.

12. ° Abolición de todos los cuerpos de la nobleza.

13. ° Supremacía del poder civil.

14. ° Autonomía municipal y regional.

15. ° Apartar en absoluto de los conflictos entre el capital y el


trabajo a cualquier clase de fuerza armada.

16. ° Municipalización de los servicios públicos urbanos:


tranvías, alumbrado, agua, higiene, etc.

17. ° Nacionalización de todo el tráfico, marítimo y terrestre.

18. ° Nacionalización de toda suerte de compañías de seguros.

19. ° Nacionalización del suelo y el subsuelo (minas) y


anulación de todos los contratos enajenando la propiedad
pública. La tierra es propiedad de la Nación, y es un crimen el
derecho de propiedad privada que se reconoce todavía.

20. ° Prohibición de la fiesta nacional y de todo espectáculo


que pueda brutalizar al pueblo.

21. ° Enseñanza racionalista, gratuita y obligatoria.

22. ° Disolución de las órdenes religiosas y clausura de las


iglesias por un tiempo indefinido.

23. ° Supresión de la pena capital.

24. ° Reconocimiento de la inviolabilidad de los comités de


huelga.

25. ° Modificación del régimen carcelario, suprimiendo el


sistema celular.

26. ° Reforma inmediata del Código Penal, aboliendo, entre


otros casos, la prisión preventiva para los delitos políticos
sociales.
27. ° El Código de Justicia Militar será sólo aplicable a los que
dependen de su jurisdición.

28. ° Sujeción al Código Civil de todas las personas que


delincan en la vida civil, aunque fueren militares.

29. ° Reconocer a todo delincuente el derecho de revisión en


el proceso por el cual sufriera condena, tanto si depende del
Código Militar como del Civil.

30. ° Disolución de las brigadas especiales de Policía,


encargadas de perseguir a los hombres por sustentar tales o
cuales principios políticos, sociales o religiosos.

31. ° Jurado para toda clase de delitos.

32. ° Derechos de reunión, asociación y coalición. Los


ciudadanos, para reunirse, no deben solicitar ninguna clase de
permiso ni dar comunicación alguna a las autoridades, quienes
no podrán intervenir para fiscalizar los fines de la asociación.
En el local donde se celebren las juntas generales, sea de
sindicatos obreros o no, al representante de la autoridad no se
le permitirá la entrada.

33. ° Libertad absoluta para la prensa.

34. ° Ningún poder podrá suspender las garantías


constitucionales por causas únicamente interiores.

No es esto ni un programa mínimo ni tampoco máximo.


Entendemos que toda la clase obrera revolucionaria nos
acompañará con su fuerza, y que esa fuerza es quien indicará
en que extensión realizaremos nuestras aspiraciones,
limitándolas o haciéndolas más amplias. Pero dentro de eso
cabe indicar una dirección, y tal ha sido nuestro propósito al
trazar este programa.

El Comité Obrero Barcelona, 16 de julio de 1917.»

(Cit. en M. DE BURGOS Y MAZO: «Vida política española. Páginas


históricas de 1917», Madrid, 1918, pp. 78-83.)
INDEPENDENCIA Y AUTONOMÍA

Nuevamente se agita en Cataluña el fantasma de la


independencia y de la autonomía de la región.

Es éste un pleito viejo que estaba adormecido por muchas y


diferentes causas y que despierta hoy con una virulencia y
agresividad comparable a la que tuvo en los tiempos de su
esplendor, y cuando su apogeo y su pujanza eran
incontestables.

La autonomía administrativa que solicitan, por boca de


Cambó y de sus secuaces, secundados por los elementos
republicanos, que ven en la concesión de esa medida nuevas
sinecuras para satisfacer las ambiciones de cuantos desean
comer del momio de los tesoros públicos, y la independencia
que para las cuatro provincias catalanas reclaman los
elementos que de los principios nacionalistas han hecho un
credo que los libra del sacrificio de las ideas, nos parecen
concepciones que no están a la altura de los momentos que
vivimos y que se desprenden de las realidades objetivas que
hoy determinan las características de los pueblos.

Bien es verdad que de la guerra, actualmente terminada,


surgen nacionalidades, se crean Estados, se alzan fronteras que
la bota militarista, el imperio brutal de la fuerza, había
suprimido en apariencia, puesto que idealmente existían, pero
ello no viene a sentar el principio de la necesidad de una lucha,
de una guerra civil, de la efusión de sangre entre los habitantes
de países que pueden considerarse y son hermanos, para
conseguir la independencia, para llegar a sesangre entre los
habitantes de pr nacionalidad.

Los tópicos que se lanzan para hacer creer en la realidad del


nacionalismo, para inducir al pueblo a que se interese por estos
problemas, no son ya, a las alturas que nos encontramos,
suficiente acicate para que el pueblo se lance a la lucha.

Las cuestiones de lenguas, sentimientos maternales o de


terruño, religiones o costumbres, que ocupaban el primer
plano en las libertades políticas de los pueblos, y que por llegar
a la realización de los principios de libertad se han derramado
ríos de sangre, han pasado hoy a segundo lugar, no
interesando ya a nadie más que a aquellos retardatarios que se
engolfan en el estudio de un punto determinado de los
múltiples aspectos de la vida y que se alejan de las corrientes
del progreso, sin darse cuenta de que todo evoluciona,
permaneciendo aferrados a ideas que van quedando relegadas
a segundo o tercer lugar.

Las lenguas se van fundiendo paulatinamente, hasta que


lleguen a formar un idioma único, sin que nos ocupemos de los
idiomas auxiliares como el Esperanto u otros que son los
mejores y más activos colaboradores de esta obra.

Los sentimientos maternales creemos que pueden


expresarse con igual ternura en todos los idiomas o dialectos; y
en cuanto a las religiones y costumbres, las primeras
desaparecen y las segundas se transforman, sin contar con que
el individuo es un ser adaptable, tiene un organismo tan
flexible, que se aclimata y se acostumbra a todo.

De la autonomía no hablaremos, pu&s tiene un marcadísimo


sabor comercial y mercantil; es cuestión de números y de
prebendas; queda reducida a una fórmula matemática.

Por eso, el pueblo, que tiene ya otras cualidades, que puede


oponer a estos viejos principios concepciones nuevas y formas
que están más en armonía con el progreso de las clases
populares y con la satisfacción de aquellas necesidades más
perentorias, y que a pesar de su prosaísmo nos vemos
obligados a aceptar y a recoger, no presta a las
manifestaciones que en Barcelona se realizan en pro de la
autonomía y de la independencia de Cataluña, el calor de su
entusiasmo y la fuerza de sus convicciones.

Y es el pueblo, convencido ya por nuestras propagandas, por


el apostolado a que consagramos lo poco que valemos, mira
más allá, busca más lejos y en campo más ancho los ideales a
que ha de llegar su existencia.

Es que el pueblo sabe ya, aunque bastante indeterminado,


pero no por ello menos cierto, que frente al problema de las
nacionalidades que le cantan los poetas de sentimientos ya casi
muertos, se alza el problema internacional, el principio de que
los hombres no han de reconocer fronteras, que los límites que
se han de oponer al desenvolvimiento de su personalidad, no
pueden ser los límites convencionales que las minorías
constituidas en mandatarias quieran marcar, sino que han de
ser los que la humanidad entera fije, y éste fijará como límite el
mundo, por no serle posible al hombre, al habitante de este
planeta, ir más allá. Sabe también el pueblo que si no procura
crear un medio único que lo ponga en relación con todos los
demás habitantes del planeta Tierra; si no trabaja por formar
un idioma que sirva para todos, se hallará siempre frente a
dificultades que podrán ocasionarle conflictos que le lleven a
luchar contra sus hermanos.

Saber, poi último, el pueblo, que mientras exista un palmo de


tierra en la que el individuo que la habite considere a los de
más allá como extranjeros, no habrá paz sobre la tierra y la
guerra será el continuo y perpetuo estado de los pueblos. Estas
realidades que el pueblo conoce son las que pone enfrente de
las que quieren hacerle defender los que hoy se agitan en
torno a la independencia y a la autonomía.

Se vive hoy de realidades prácticas y no de subjetividades; se


piensa en lo inmediato para resolverlo, rápidamente, con miras
a lo futuro. Y a estas realidades que palpitan con intensidad
marcada hay que buscarles solución.

El pueblo quiere libertad, quiere autonomía, quiere


independencia; pero seguramente que no quiere una libertad
escrita en los códigos, ni quiere una autonomía que sólo
permita desenvolver libremente al comercio y a la industria, ni
una independencia que separe a una región de otras para que
constituya un Gobierno y un Estado aparte. Una libertad así,
una autonomía de esta clase, una independencia análoga no
puede interesarle, porque aunque lleguen a ser una realidad, el
individuo siempre será esclavo, tendrá que obedecer a alguien,
habrá cambiado de tiranos; pero no de tiranía. Y como la
tendencia general y predominante en el pueblo se inclina a que
el hombre sea libre dentro de la colectividad en que vive, a que
la libertad sea una cosa interna que irradie del interior al
exterior, de aquí que no le interesen estas convulsiones que
agitan a los partidos políticos que, antes que perecer se
agarran a cuantas probabilidades tengan que les permitan
prolongar su existencia.

La realidad, no obstante, es muy otra.

Los pueblos y, sobre todo, las clases trabajadoras orientadas


ya por los principios sindicalistas para lograr su emancipación
económica y por los anarquistas para la emancipación total, se
separan de estas normas políticas para conseguir su objetivo.

Así pues, todos cuantos de buena fe se interesen y quieran


prestar su concurso a la obra de manumisión que es necesario
realizar, vengan a nosotros, que en nuestras filas caben todos
los soñadores, todos los entusiastas de lo que de más bello y
más noble existe: trabajar por la liberación total de la
humanidad.

Todo lo que no sea obrar así lo reputamos esterilizar


esfuerzos y energías.

Autonomía, sí; independencia, también; pero la del individuo


primero, que como consecuencia de ello y automáticamente se
producirá todo lo demás.»

(Editorial de «Solidaridad Obrera», 19-noviembre-1918, p. 1.)


PROGRAMA PARA LA SOCIEDAD COMUNISTA LIBERTARIA,

ATRIBUIDO AL COMITÉ NACIONAL DE LA CNT

«El comité director de la CONFEDERACIÓN ESPAÑOLA,


DECLARA:

1. ° La abolición de la propiedad privada.

2.° La abolición de la circulación de toda clase de moneda.

3.° La abolición de todas las leyes que han regido hasta ahora.

4.° Toda clase de riqueza pertenece a la comunidad española.

5. ° Todos los tratados diplomáticos serán sometidos a una


revisión pública en España.

6. ° Los extranjeros que tienen propiedades en España se


verán sometidos a las condiciones siguientes:

a) Deberán hacerse naturalizar españoles; a este efecto,


bastará con una declaración de fidelidad al régimen de la
comunidad española autorizada por el cónsul respectivo.

b) Emigrar de España en el máximo tiempo de un mes, a partir


de esta fecha; en este caso, la CONFEDERACIÓN ESPAÑOLA les
garantizará los créditos debidamente justificados por la nación
o por los particulares, una vez que se vuelva a la normalidad.
c) Una vez que esté asegurado el régimen comunista a
implantar, se procederá a la justa tasación de las propiedades
que hubieran sido dejadas en España y al pago de estas
propiedades.

d) El pago se hará mediante toda clase de créditos contra el


Estado respectivo, o particulares solventes de este país, en
valores cotizados, en moneda de la nacionalidad del acreedor
y, en último término, en moneda española.

e) Los pagos podrán efectuarse también en productos


españoles, antes o después de establecerse la normalidad
según el acuerdo precedente especial entre los acreedores y el
comité confederal español.

f) Los representantes diplomáticos acreditados en España


podrán ejercer su misión; pero permanecerán sometidos a las
normas que conciernen a la propiedad, con excepción de la
moneda de su país que les será cambiada por dinero español,
que sólo estos representantes podrán utilizar para sus
necesidades y que no les será admitida sino después de su
indentificación personal.

Organización social

7. ° Las bases de la organización social serán:

a) El individuo, que tendrá una libertad absoluta en todo lo


que le concierne de modo exclusivo.

b) El grupo, con plena libertad, en todas sus atribuciones.


c) La comuna o reunión de grupos en una localidad.

d) La confederación, grupo de FEDERACIONES, comunas,


grupos e individuos de toda la nación.

8. ° Para la denominación de las comunas y de las


FEDERACIONES, se mantiene provisionalmente la división
actual de provincias y municipios.

9. ° Los lugares que deseen constituirse en comuna se


pondrán de acuerdo con la comuna en que se hallen inscritos,
notificándoselo a la FEDERACIÓN y a la CONFEDERACIÓN.

10. ° Los grupos productores en cada rama de trabajo útil, se


designarán un CONSEJO DE OBREROS y estos Consejos
designarán en la Comuna un CONSEJO ADMINISTRATIVO y un
TRIBUNAL REVOLUCIONARIO que, sin prejuzgar sus iniciativas,
aceptará las indicaciones del comité CONFEDERAL.

11. ° La COMUNA, por medio de los CONSEJOS DE OBREROS,


nombrará una comisión DE ASISTENCIA PUBLICA para tomar en
consideración las necesidades de los obreros incapaces de
trabajar.

12. ° Las COMUNAS que, por causa de su población, estén


divididas en distritos, podrán nombrar por cada uno de estos
distritos una SUBCOMISION que tomará parte en la COMISION.

13. ° Cada grupo productor procederá inmediatamente a


apropiarse y a inventariar todos los productos de la rama a que
pertenecen, incluyéndoles en la estadística que será realizada,
a disposición del CONSEJO ADMINISTRATIVO COMUNAL.
14. ° Asimismo, los grupos de productores harán una
estadística parcial de las necesidades de cada uno de sus
individuos, que entregarán al CONSEJO ADMINISTRATIVO.

15. ° El CONSEJO ADMINISTRATIVO formará la estadística


general de la comisión de producción y del consumo, y
deducirá de la misma los productos que le sobren y los que le
falten, poniendo los primeros a disposición de la FEDERACIÓN y
reclamando los segundos, de antemano y por anualidades.

16. ° Los CONSEJOS DE OBREROS de las agrupaciones


respectivas presentarán al Consejo Administrativo las
peticiones de los obreros referidas a ésta o a aquella
producción, así como el expéso que pudiera haber, con el fin
de que el CONSEJO preste atención a las necesidades de la
producción.

17. ° Las AGRUPACIONES OBRERAS nombrarán delegados en


todos los lugares de producción y de adquisición de los
productos y obrarán de modo que estos lugares estén lo más
cerca posible para la mayor comodidad y para la utilización de
todas las energías.

18. ° Cada GRUPO entregará a sus miembros un carnet de


producción y de consumo que contendrá una lista de los
miembros de la familia del titular, sean o no sus parientes, de
más de dieciocho años y de menos de cincuenta y cinco. Estos
no podrán figurar en dos carnets. La compañera del titular
comparte con éste los derechos del carnet como si fueran una
sola persona. El carnet de producción y de consumo contará
con 370 páginas, de las que las cinco primeras se reservarán
para las observaciones, si ha lugar, y las 365 restantes para
anotar el consumo y adherir los sellos del trabajo del delegado
respectivo. Estos sellos se tomarán de otro carnet, que ha de
tener 365, fácilmente desplegables. Este carnet estará a
nombre del titular y en poder del delegado.

19. ° Este carnet será indispensable para el consumo en la


COMUNA y válido en no importa qué otra Comuna de la
CONFEDERACIÓN, por ocho días a partir de la fecha de salida
del lugar de origen..

20. ° A propuesta de los CONSEJOS DE OBREROS, la Comuna


expedirá carnets especiales para el interior, a las personas
incapaces de todo trabajo y a aquéllas que realicen un trabajo
especial. Estos carnets no serán sometidos a la adhesión de
sellos, pero sí a las demás condiciones, e igualmente serán
válidos por ocho días en las Comunas que no forman [sic] parte
de la Confederación.

21. ° Cuando un individuo de la COMUNA desee salir de la


CONFEDERACIÓN para asuntos de su propia iniciativa, deberá
proporcionar por anticipado un «plus» de producción
equivalente al tiempo que desea gastar para sus proyectos y la
COMUNA dará cuenta al comité CONFEDERAL que se encargará
de abonar los gastos que dicho individuo realice fuera de la
COMUNIDAD ESPAÑOLA.

22. ° Si el citado deseo fuese de orden afectivo, la COMUNA


pagará los gastos del individuo según los estime, pero sin
impedir la realización de sus deseos.

23. ° Cuando la misión de los individuos fuera de la


CONFEDERACIÓN tenga por causa el bien de la COMUNIDAD, el
comité CONFEDERAL pagará todos sus gastos.

24. ° La COMUNA pondrá a disposición de la FEDERACIÓN


aquellos productos que tengan en exceso; los mismos serán
conservados en depósito por la propia COMUNA hasta que
reciba el pedido.

25. ° Las estadísticas de producción, de consumo, de déficit y


de superávit se harán por triplicado; un ejemplar permanecerá
en la COMUNA y los otros dos serán enviados, uno a la
FEDERACIÓN y otro a la CONFEDERACIÓN.

26. ° Independientemente de estos deberes, las COMUNAS


pueden establecer todo tipo de intercambios recíprocos, a
condición de que la exactitud de las estadísticas no se resienta
de ello.

27. ° Las COMUNAS de cada FEDERACIÓN se reunirán por


medio de delegados nombrados al efecto, y elegirán un
CONSEJO ADMINISTRATIVO FEDERAL y un Delegado que, como
representante de la FEDERACIÓN, podrá formar parte del
CONSEJO ADMINISTRATIVO CONFEDERAL.

28. ° Las FEDERACIONES publicarán periódicamente un Boletín


estadistico de su capacidad de producción y de consumo con
las ofertas y las demandas que han de servir para cubrir las
necesidades de las Comunas.

29. ° La CONFEDERACIÓN, utilizando los datos de las


FEDERACIONES, publicará un Boletín diario para todas las
COMUNAS y FEDERACIONES, con los resultados parciales y
totales del intercambio interior y exterior de la
CONFEDERACIÓN.

30. ° La COMUNA, de acuerdo con la estadística de sus


viviendas, y teniendo en cuenta que, en estado normal, cada
persona necesita 24 metros cúbicos de aire, procederá a la
distribución equitativa de los alojamientos excedentes, a su
acondicionamiento y a la demolición de las viviendas
antihigiénicas, construirá viviendas en las mejores condiciones
de comodidad, de salubridad y de estética que le sea posible.
Asimismo, procederá a la distribución de los muebles y otros
enseres que posea en exceso para satisfacer a aquéllos que los
necesitan.

31. ° Por pertenecer a la COMUNA y considerando que el


potencial productivo de los diferentes tipos de terrenos no es
el mismo, ni en proporción igual al esfuerzo realizado para su
cultivo, si el esfuerzo de los individuos es el mismo, los obreros
agrícolas harán bien en no proceder al reparto de las tierras de
la COMUNA, efectuando en cambio el reparto entre ellos del
trabajo necesario para cultivarlas.

32. ° En todos los trabajos indispensables para la vida, se


establece la jornada de seis horas como máximo, para todos
los individuos aptos de la COMUNA, de dieciocho años a
cincuenta y cinco años.

33. ° Los CONSEJOS DE OBREROS determinarán los trabajos


indispensables para la vida y decidirán si conviene aumentar el
trabajo durante veinticuatro horas. A este fin, cada individuo
elegirá las horas que mejor le convengan.
34. ° La ineptitud de un individuo para los trabajos
indispensables será declarada en el CONSEJO ADMINISTRATIVO
por el CONSEJO DE OBREROS, o por aquél con el asentimiento
de éstos, sin lo cual no será reconocido.

35. ° Una vez cumplido el deber del trabajo comunal


indispensable, los individuos, los grupos y demás colectividades
se pondrán de acuerdo, si lo desean, para satisfacer las
necesidades no indispensables entre las de la CONFEDERACIÓN
o ajenas a ésta

36. ° Todas las bebidas y preparados alcohólicos se


considerarán como productos farmacéuticos para cuyo
consumo será indispensable una receta.

37. ° De todos los productos que abundan, el individuo podrá


usar cuanto la prudencia le aconseje; en cuanto a los productos
que faltan, las COMUNAS, la FEDERACIÓN y la
CONFEDERACIÓN los racionarán, según los casos, después de
entregar a los médicos las cantidades que señalen.

38. ° En lo que concierne a las necesidades de exportación y


de importanción deducidas del superávit o del déficit total de
la CONFEDERACIÓN, corresponderá decidir al CONSEJO
ADMINISTRATIVO CONFEDERAL.

39. ° Las Comisiones de investigación o trabajo útil,


reconocidas o formadas a instancias del CONSEJO
CONFEDERAL, del FEDERAL o del COMUNAL, serán reconocidas
en todas las COMUNAS de la CONFEDERACIÓN, por medio de
un carnet especial para el exterior donde constará el tiempo
que pueda durar la misión a cumplir, el cual será entregado por
el organismo comunal correspondiente.

40. ° Las agrupaciones COMUNALES, FEDERALES O


CONFEDERALES de obreros que deseañ entregarse a cualquier
tipo de manifestación, reconocida útil, pondrán en
conocimiento de los CONSEJOS ADMINISTRATIVOS
correspondientes los individuos que consideran más aptos para
la dirección de los servicios respectivos.

41. ° Los TRIBUNALES REVOLUCIONARIOS velarán por el


cumplimiento de las disposiciones anteriores, empleando
todos los medios que los CONSEJOS DE OBREROS pongan a
disposición y juzgarán de acuerdo con los mismos a los
individuos que las infrinjan.

42. ° A medida que se establezca la normalidad administrativa


en las COMUNAS y las FEDERACIONES, éstas lo comunicarán al
comité CONFEDERAL por medio de un documento avalado por
los CONSEJOS DE OBREROS, el CONSEJO ADMINISTRATIVO y el
TRIBUNAL REVOLUCIONARIO.

43. ° Un año después de que la normalidad total haya sido


declarada por el comité CONFEDERAL, éste consultará a las
Comunas sobre la utilidad o inutilidad de mantener esta
organización, siguiéndose la opinión del 99 por 100 de las
comunas consultadas.

44. ° En caso de mantenimiento del comité CONFEDERAL,


podrán ser ratificados en su mandato los nombres de los
individuos que lo componen, o bien serán sustituidos por
aquéllos que resulten elegidos por unanimidad por las
FEDERACIONES una vez que éstas hubieran consultado a las
COMUNAS.

45. ° En lo que concierne al mantenimiento o a la disolución


de los TRIBUNALES REVOLUCIONARIOS, las COMUNAS
respectivas decidirán a través de los CONSEJOS DE OBREROS.

46. ° En caso de mantenimiento del comité CONFEDERAL, sus


miembros no podrán ejercer más de un año sin la confirmación
expresa y el consentimiento de las COMUNAS.

47. ° La declaración de la normalidad en una COMUNA será


acompañada por toda la cantidad de dinero que la misma haya
requisado, a menos que no haya hecho entrega de ello con
anterioridad.

48. ° Todo el dinero metálico que reciba el comité


CONFEDERAL será inmediatamente fundido y el metal
resultante será tasado por el comité ADMINISTRATIVO
CONFEDERAL que ha de conservarlo en depósito para
intercambiarlo contra productos útiles en los países que lo
admitan.

(«Revista de Trabajo», núm. 49-50, 1975, pp. 389-393.)


PROPOSICIÓN DE PESTAÑA Y DE SEGUÍ SOBRE LA RETIRADA
DE LA CNT DE LA TERCERA INTERNACIONAL, APROBADA POR
LA CONFEDERACIÓN DE ZARAGOZA (JUNIO 1922)

«Al Pleno:

Considerando que el hecho de haber adherido la CNT a la


Tercera Internacional, organizada y constituida por los
elementos dirigentes de la revolución rusa, más que a una
coincidencia de principios, obedeció a la simpatía que entre el
proletariado de España y del mundo reflejaba el gesto
revolucionario ruso, y no que la actuación futura de la CNT
quedase hipotecada por dicha adhesión;

Considerando que las circunstancias anormales en que el


proletariado español se desenvolvía al nombrarse la
Delegación al Congreso constitutivo de la ISR impidió que la
clase trabajadora española o sus representantes autorizados
pudieren determinar orientaciones o líneas de conducta a
seguir, razones por las que no pueden las organizaciones
españolas suscribir ni aceptar los acuerdos que dicha
Delegación tomara;

Considerando además que el carácter marcadamente político


y partidista que se da a la Tercera Internacional y a la ISR
discrepan fundamentalmente de los principios que sustenta la
CNT;

Considerando que adoptar resoluciones definitivas en lo


concerniente a si la CNT debe o no continuar adherida a la ISR
no compete a las facultades de un Pleno.

Considerando que los acuerdos de un Congreso sólo por otro


Congreso pueden ser revocados, sin que ello, empero impida
pueda en principio un Pleno de la CNT tomar acuerdos sobre
acuerdos de Congresos anteriores, aceptando, en cambio, las
resoluciones del Pleno sin darlas carácter definitivo, pero sí de
orientación y de consejo;

Considerando que la cuestión de permanecer o de retirarse


de la ISR apasiona intensamente a la clase trabajadora
española, y que si no se tomara una resolución cualquiera
pudiera producir hondas perturbaciones ese estado de
violencia moral en que hasta ahora nos hemos desenvuelto;

Considerando que para el buen funcionamiento orgánico de


la CNT, y que nuestra participación en dicha conferencia, no
vulnera los principios de la Confederación ni los acuerdos
tomados en el Congreso de diciembre de 1919 en el Teatro de
la Comedia de Madrid, ya que éstos se encaminaron a que la
Confederación se adhiriera a una organización sindical
internacional independiente de todo partido político;

Considerando que problema tan transcendental requiere el


beneplácito y el acuerdo en firme de la mayoría de los
Sindicatos de la CNT;
Considerando que para que este acuerdo de separarnos de la
Tercera Internacional y de la ISR revista la máxima autoridad de
que resoluciones de tanta transcendencia deben estar
revestidas ante el proletariado nacional e internacional, cree el
Pleno necesario someter a la deliberación de los Sindicatos la
resolución definitiva, ya que la reunión de un Congreso no
puede hacerse con la premura que las circunstancias exigen, se
propone:

Primero: Que el Pleno de la CNT, reunido en Zaragoza el 11


de junio de 1922, en el que se hallan representados numerosos
militantes y las organizaciones siguientes: (...)!, acepta en
principio la separación de la Confederación de la ISR;

Pero considerando que las facultades de un Pleno no llegan a


poder revocar un acuerdo de un Congreso, somete a la
consideración de todos los Sindicatos la separación definitiva
de la CNT de la ISR y de la Tercera Internacional y la adhesión
de la CNT a cuantos intentos se hagan para la organización de
una Internacional Sindical Revolucionaria, autónoma de todo
partido político, sea del matiz que sea.

Segundo: Que para realizar el «referéndum» se conceda un


plazo máximo de un mes; terminado éste, queda facultado el
Comité ejecutivo de la CNT para tomar una resolución
definitiva con arreglo al criterio sustentado por la mayoría de
los Sindicatos que contesten al «referéndum» y que integren la
CNT.

Tercero: Terminado el «referéndum», el Comité procurará


hacerlo público a la mayor brevedad, para conocimiento de
todos los Sindicatos.»

(«Vida Nueva», 14-junio-1922, p. 3.)

Sigue la lista de todas las organizaciones asistentes. La


ponencia redactora estaba integrada por un delegado por
regional, además de A. Pestaña y de S. Seguí.
SOLIDARIDAD OBRERA DE GALICIA. REGLAMENTO

TÍTULO I

Objeto de la federación

Artículo 1. °—Con el título de Solidaridad Obrera de Galicia,


se constituye en la región una Organización Obrera que se
propone lo siguiente:

1° Desarrollar entre los trabajadores el espíritu de asociación,


haciéndoles comprender que por este medio podrán elevar su
condición moral y material en la sociedad presente,
preparando por todos los medios el camino de su
emancipación.

Las sociedades sindicadas están en el deber y en la obligación


de contribuir, en caso de huelga de una sociedad federada, con
los medios de que disponga, procurando que mientras una
sociedad esté en huelga no lo haga ninguna otra, a no ser que
un caso de dignidad las impele a la lucha.

2. ° Practicar la solidaridad debida entre las sociedades


federadas en todos aquellos casos que se relacionan con la
causa que defiende la Federación.
3. ° Sostener estrecha relación con todas las FEDERACIONES
regionales y nacionales de todos los países, con objeto de
establecer la fraternidad mundial.

Art. 2. °—Para la consecución de estos propósitos, la


Federación luchará siempre en el más puro terreno económico,
o sea en el de la acción directa, despojándose de toda
ingerencia política o religiosa.

TÍTULO II
De las secciones

Art. 3. ° —Podrán formar parte de esta Federación todas las


sociedades de resistencia al capital constituidas en la región
galaica que estén conformes con los principios expresados en
el título l, sin tener en cuenta la diferencia de sexo.

Art. 4. °—Los sindicatos adheridos disfrutarán de la más


amplia autonomía, entendiéndose por ésta la absoluta libertad
en los asuntos relativos al gremio.

Art. 5.°—Para el ingreso en la Federación será lo suficiente


remita al Comité Central copia del acta en la que conste el
acuerdo de adhesión, número de socios que la integra,
domicilio social y un reglamento por el cual se rige.

Art. 6. °—Cada sección satisfará la cuota de dos céntimos


mensuales por asociado para el sostenimiento de la
Federación, que tendrá la obligación de dar cuenta trimestral
de gastos e ingresos en un boletín administrativo que se
publicará al efecto, dispensando de esta cuota a las secciones
que estén en huelga.

TÍTULO III
Del comité central

Art. 7. °—Esta Federación tendrá un Comité Central de


administración y de relación, el cual lo compondrán un
delegado de cada sección, que exista en el punto donde tenga
la residencia dicho Comité, aumentando el número de
delegados si en la población en donde aquél estuviese
funcionando el número de sociedades adheridas fuese escaso.

Art. 8. °—Los cargos del Comité serán distribuidos en la


forma siguiente: secretario general, dos secretarios ayudantes,
un tesorero, un contador, y los demás delegados serán vocales,
que se distribuirán entre sí los diversos trabajos de la
Federación. Los cargos del Comité no serán retribuidos.

Art. 9. °—Este Comité se renovará cada año, después de


celebrarse el Congreso de la Federación y haber acordado éste
la residencia futura del nuevo Comité.

De los congresos

Art. 10. °—Esta Federación celebrará un Congreso anual


reglamentario y los extraordinarios que sean precisos, a juicio
del Comité Central o a petición de la mayoría de las secciones y
en distintas localidades.
Art. 11. ° —Para los Congresos ordinarios, el Comité estará
obligado a notificar a las secciones con dos meses de
anticipación la fecha de su celebración, a fin de que las mismas
manden los temas que deseen poner a discusión.

Art. 12. °—Las secciones vendrán obligadas a aceptar los


acuerdos tomados en estos Congresos, cuyas votaciones se
harán concediéndose a cada Sociedad un solo voto.

Vigo, 10 de marzo de 1911.—La ponencia: Juan Dopico,


Manuel Regueira, Juan Nó.»

(«Solidaridad Obrera», 14-abril-1911, p. 1.)


CONFEDERACIÓN REGIONAL DEL TRABAJO DE CATALUÑA.
ESTATUTOS

Objeto

Artículo 1. °—Con la denominación de Confederación


Regional del Trabajo de Cataluña, se constituye un organismo
cuyo objeto es: Practicar la solidaridad entre las colectividades
confederadas, dirigida a la emancipación integral de los
trabajadores del monopolio propietario capitalista y de todos
los que se opongan al libre desarrollo de las clases productoras,
y dispuesto a extender su acción mediante pactos federales
con las CONFEDERACIONES análogas que se creen o ya existan
en España, en Europa y en todo el mundo.

Art. 2. °—Para la consecución de estos propósitos, las


FEDERACIONES locales y comarcales (que serán los únicos
organismos que integrarán la Confederación Regional del
Trabajo de Cataluña, salvo aquellos casos especiales que
aconsejen admitir en su seno a los Sindicatos), lucharán
siempre en el más puro terreno económico, o sea en la acción
directa —en este caso, por lo que respecta a las cuestiones de
táctica o procedimiento, se estimará como una cosa
circunstancial, aunque la indicada acción será el método de
lucha preferente—, despojándose por entero de toda
injerencia política o religiosa.
Art. 3. °—Las FEDERACIONES adheridas a la Confederación se
regirán con la mayor autonomía posible, entendiéndose por
esto la absoluta libertad en todos los asuntos profesionales
relativos a los gremios que las integran.

Art. 4. °—Para ingresar en la Confederación bastará que las


FEDERACIONES locales o comarcales envíen al Comité
confederal copia del acta en la que consta el acuerdo de
adhesión, sindicatos y número de socios que las componen,
domicilio social, un reglamento de las mismas y cuantos
detalles considere precisos el Comité para organizar su sección
de estadística.

Art. 5. °—Cada Sindicato satisfará la cuota mensual de diez


céntimos para el sostenimiento de la Confederación, viniendo
ésta obligada a dar cuenta de ingresos y gastos en el periódico
órgano de la misma, dispensándose del pago a los Sindicatos
que sostengan huelgas generales, lo que comunicarán al
Comité regional, incluso el número de huelguistas, para saber a
qué atenerse. La distribución de esta cuota, se hará en la forma
siguiente: dos céntimos para el organismo local, dos para la
Confederación nacional, dos para nuestro diario «Solidaridad
Obrera» y dos para un fondo especial de presos que estén
condenados ya a sentencia firme por hechos acaecidos en la
región catalana.

Art. 6. ° —Esta Confederación tendrá un Comité para la


administración y relación compuesto de trece individuos, que
desempeñarán los siguientes cargos: Un secretario general, dos
secretarios ayudantes, tesorero, contador y ocho vocales,
cuyos vocales se dividirán en dos comisiones, a saber: la
primera, que se compondrá de tres individuos y se denominará
comisión de relaciones exteriores y tendrá por misión procurar
estar en relación directa con los organismos federales y
confederales de España y del extranjero, para tener
conocimiento exacto, o el más aproximado, del progreso
económico, social y moral de los trabajadores de todos los
países del mundo. La segunda, se denominará comisión
pro-presos y de estadística, que se comprondrá de los cinco
vocales restantes, los cuales tendrán encomendada la misión
de confeccionar un estudio de los compañeros presos que
existan, los motivos de su proceso, años de condena y situación
personal en que se encuentran. A la vez cuidará esta comisión
de hacer estudios estadísticos de la producción, consumo,
huelgas, invalidación para el trabajo y todo lo que tenga
relación con el mundo del trabajo.

Art. 7. °—Este Comité se renovará cada dos años después de


celebrarse el Congreso de la Confederación, en el que se
acordará la población residencia del nuevo Comité.

Régimen del Comité

Art. 8. °—El Comité de la Confederación estará investido de


amplias facultades ejecutivas y tendrá a su cargo llevar a la
práctica, total o parcialmente, los programas trazados en los
congresos de la Confederación, lo cual hará bajo su exclusiva
responsabilidad.

Art. 9. °—Lo dispuesto en el artículo anterior, se entenderá


en el sentido de que sólo el Comité asumirá la parte directiva
de los movimientos generales en que directamente la
Confederación tome parte, ya sea por razón de plantear la
práctica de algún acuerdo, o algunos acuerdos adoptados en
los Congresos ordinarios o extraordinarios que se hubiesen
celebrado, ya sea por cumplimentar alguna iniciativa o
proposición presentada por algún organismo confederado.

Art. 1O. °—En todos los casos en que el Comité decida llevar
a la práctica acuerdos de los Congresos, antes, para las
cuestiones de tiempo y lugar, deberá oír la opinión de las
secciones en los casos en que estime oportuno ejecutar las
iniciativas o proposiciones que las secciones representan.

Art. 11. °—Sólo en los casos de urgencia, debidamente


justificados, podrá el Comité confederal convocar asambleas
regionales, las cuales se celebrarán en días hábiles y serán
anunciadas con tres días de anticipación. En los demás casos,
las relaciones entre la Confederación y las secciones
confederadas serán por medio de circulares, las cuales, tanto
en el caso del referéndum como en el de la consulta, serán
contestadas, asimismo, por escrito.

De los Congresos

Art. 12. ° —Esta Confederación celebrará un Congreso anual


reglamentario y los extraordinarios que sean precisos a juicio
del Comité confederal de relación o a petición del mayor
número de FEDERACIONES confederadas.

Art. 13. ° —Este Comité estará obligado a notificar a las


secciones, con tres meses de anticipación, la fecha de la
celebración de los Congresos ordinarios, a fin de que manden
los temas a discutir, cuyo plazo de admisión terminará un mes
antes de la fecha fijada por la celebración del Congreso al
objeto de que se publique el orden del día en el periódico
órgano de la Confederación.

Art. 14. ° —La delegación a los Congresos se nombrará en


asamblea general de las FEDERACIONES locales o comarcales,
en las cuales todo sindicato, como federado, es elector y
elegible.

Art. 15. ° —Las votaciones, tanto en los congresos como en


las asambleas regionales, se harán por el número de
representandos por cada delegado.

Art. 16. ° —Esta Confederación no podrá disolverse mientras


tres FEDERACIONES quieran continuarla.

Art. 18. °—En caso de disolución, los fondos que hubieren se


repartirán entre los presos por cuestiones sociales, y los
enseres entre las escuelas racionalistas sostenidas por
federados.

La comisión nombrada en el congreso.»

(CRT de Cataluña: «Memoria del Congreso celebrado en


Barcelona los días 28, 29, 30 de junio y 1.° de julio del año
1918», Barcelona, 1918, pp. XV-XX.)
PROYECTO DE REGLAMENTO DE SINDICATO ÚNICO QUE
SOMETEMOS A LA CONSIDERACIÓN DE LA ORGANIZACIÓN
OBRERA, PARA LO QUE LE PUEDA SERVIR

Artículo 1. ° —Queda constituido este Sindicato para agrupar


en su seno a todos los obreros de la manipulación de la piel y
sus anexos, a base de secciones.

Art. 2. ° —Será fírme propósito de este Sindicato el conseguir


la unidad de salario y de jornada para todos sus adherentes.

Art. 3. ° —Será cuestión primordial de este Sindicato,


establecer escuelas racionalistas para la más rápida
emancipación integral del proletariado.

Art. 4. ° —Esta entidad mantendrá estrechas relaciones con


todos los trabajadores del mundo y estará adherida a los
organismos federativos que persigan los mismos fines que esta
organización sostiene.

Art. 5. ° —Este Sindicato sostendrá cuantas mejoras crea


pertinentes, al efecto de contrabalancear los determinismos
económicos que el mundo capitalista nos impone, pero cuidará
esencialmente de capacitar y preparar a sus componentes para
conseguir la abolición del salario, base del desorden y de la
injusticia que la sociedad burguesa con su falsa concepción
económica sostiene.

Derechos reconocidos a las Secciones

Art. 6. ° —Este Sindicato estará compuesto por tantas


secciones como características profesionales el ramo de la Piel
y sus similares mantenga.

Art. 7. ° —Las condiciones de trabajo de que disfruten las


secciones, adquiridas en la lucha incesante contra la burguesía,
serán de tal manera respetadas y mantenidas, que a la menor
infracción de ellas por parte de la burguesía, la sección debe
contar con el apoyo moral y material de todos los
componentes del Sindicato para la vigencia y práctica de
aquéllas.

Art. 8. ° —El Sindicato no sostendrá ninguna organización


mutualista; no obstante, las secciones son libres, si por acuerdo
de sus componentes quieren crearlas, teniendo en cuenta que
aquéllas deben crearse al margen del sindicato y en ningún
caso como imposición a los individuos.

Art. 9. ° —Se reconoce a las secciones el derecho de tratar y


resolver cuestiones que, sin ser de importancia extrema, no
comprometan los intereses generales del Sindicato; en este
caso, la declaración parcial o general de huelga, no podrá
hacerse sin conocimiento general de las demás secciones que
integran el Sindicato.
Art. 10. ° —Las secciones podrán nombrar de su seno a una
comisión permanente de siete compañeros, renovables por
mitad cada año, los que cuidarán de estudiar las condiciones de
trabajo de su sección, solventar las incidencias que puedan
surgir en la misma, hacer trabajos de organización y
propaganda y proporcionar cuantos datos pida la junta del
Sindicato, para que ésta pueda obrar siempre con
conocimiento y de acuerdo con los intereses generales del
mismo.

Art. 11. ° —Todas las secciones estarán en la misma


proporción representadas en la junta del Sindicato, y sólo en
los casos de delegaciones federativas y del compañero que
ostentará el cargo de presidente del sindicato, se hará el
nombramiento en asamblea general de todas las secciones.

Art. 12. ° —El Sindicato se reunirá trimestralmente en el


primer domingo del mes que le corresponda, por la mañana;
no obstante, las secciones podrán solicitar cuantas reuniones
crean necesarias.

Art. 13. ° —Las secciones, en sus demandas, podrán contar


con el apoyo moral y material de todas las secciones del
Sindicato, después que éste haya tomado acuerdo firme en
asamblea general sobre el particular.

De la administración del Sindicato

Art. 14. ° —La cuota individual será de veinte céntimos


semanales, y las extraordinarias que se acuerden en asamblea
a tal efecto convocada. .
Art. 15. ° —La cotización se realizará por secciones y a cargo
de la Comisión de sección.

Art. 16. ° —Los recaudadores de sección le harán entrega de


la cotización al tesorero del Sindicato, reducidos los gastos que
la sección haya verificado; de dichos gastos quedan excluidos
los del local, propaganda, donativos y todos cuantos tengan de
carácter general.

Art. 17. ° —Trimestralmente se hará público el estado de


cuentas en la reunión general del Sindicato.

De la Junta y sus atribuciones

Art. 18. ° —La Junta estará compuesta de diez y nueve


individuos, procurando que todas las secciones estén
igualmente representadas; sólo el presidente será nombrado
en asamblea general; los demás cargos serán nombrados por
las comisiones de sección.

Art. 19. °— La Junta se compondrá de presidente,


vicepresidente 1.°, vicepresidente 2.°, secretario, vicesecretario
1.°, vicesecretario 2.°, contador de semanas, contador de
meses, contador trimestral, tesorero-archivero, bibliotecario y
ocho vocales.

Art. 20. ° —Será incumbencia de la Junta el hacer todo


cuanto beneficie al Sindicato, corriendo de su cuenta y
responsabilidad la administración general del mismo.
Art. 21. ° —Cada demanda de sección o general del Sindicato,
la Junta deberá someterla a la resolución de una asamblea
general de todas las secciones.

Art. 22. ° —La Junta podrá, de acuerdo con las comisiones de


sección, adquirir cuantos locales de barriada precisen, para
facilitar y desarrollar la organización del sindicato.

Art. 23. ° —La Junta facilitará todos los trabajos de las


comisiones de sección, siempre que ello no signifique un
movimiento general de la misma.

Disposiciones generales

Art. 24. ° —Las secciones tienen el derecho de reunión en


todo momento.

Art. 25. ° —Este Sindicato celebrará todos los sábados por la


noche y domingo por la tarde, conferencias de carácter
instructivo.

Art. 26. ° —Lo no previsto en este estatuto podrá acordarse


en asamblea general convocada al efecto.

Art. 27. ° —Caso de disolverse esta entidad los fondos


pasarán por mitad a publicaciones obreras y presos por
cuestiones sociales; los enseres se confiarán a entidades afines.
Art. 28. °— Este Sindicato tiene su domicilio social en la calle
de Mercaders, 25»

(CRT de Cataluña: «Memoria del Congreso celebrado en


Barcelona los días 28, 29, 30 de junio y 1.° de julio del año
1918», Barcelona, 1918, pp. XXI-XXVI.)
AGRUPAMIENTO DE INDUSTRIAS Y SIMILARES PARA LA
CONSTITUCIÓN DE SINDICATOS ÚNICOS, QUE SOMETEMOS A
LA CONSIDERACIÓN DE TODOS, COMO BASE DE ESTUDIO Y
ORIENTACIÓN

PRIMER AGRUPAMIENTO
Ramo de Alimentación

Avicultores, Ramo del Azúcar y de la Harina, Vaqueros,


Matarifes, Tocineros, Pescadores, Cocineros, Conserveros e
industrias todas de la elaboración alimenticia.

SEGUNDO AGRUPAMIENTO

Ramo de Transportes Marítimos y Terrestres

Ferroviarios, Marineros, Cargadores y Descargadores,


Carreteros, Cocheros, Tranviarios, Chóferes, Mozos de carga y
descarga de almacenes, Mozos de cuerda y toda clase de
actividad de tracción y transporte.

TERCER AGRUPAMIENTO
Ramo de la Madera y del Mueble

Taladores de bosques y Escogedores de maderas,


Aserradores, Carpinteros, Toneleros, Calafates, Torneros,
Aplicaciones mecánicas de la madera, Ebanistas y sus anexos,
Embaladores, Mueblistas de junco y de madera. Cesteros,
Constructores de pianos, Constructores de carros y toda clase
de vehículos de madera y todas las aplicaciones generales de la
misma.

CUARTO AGRUPAMIENTO
Ramo de la Metalurgia

Siderúrgicos, Fundidores en hierro y en bronce, Mecánicos,


Lampareros, Hojalateros, Armeros, Cerrajeros, Caldereros en
cobre y en hierro, Torneros, Fumistas, Pulidores, Herradores,
Utensilios domésticos, Soplistas, Aplicaciones eléctricas y todos
los derivados de la metalurgia.

QUINTO AGRUPAMIENTO
Ramo de Construcción

Cocedores de cal y yeso, Cementeros, Ladrilleros, Canteros,


Mosaístas, Empedradores, Picapedreros, Albañiles y Peones,
Marmolistas, Escultores en piedra y mármol, Yeseros
revocadores y adornistas, Piedra artificial, Estucadores,
Pintores, Empapeladores, y todo lo que concierne a la
construcción.

SEXTO AGRUPAMIENTO
Ramo Fabril y Textil

Hiladores, Tejedores, Géneros de punto, Cilindradores,


Tintoreros, Contramaestres y todo lo que se refiere a la
industria del tejido y sus acabados en piezas.
SÉPTIMO AGRUPAMIENTO
Ramo del Vestido

Camiseras, Confeccionadoras de ropa blanca, Bordadoras,


Modistería, Sastrería, Gorristería, Sombrerería, Corbatería,
Pasamanería y cuantos trabajan en las industrias del vestir y de
la aguja.

OCTAVO AGRUPAMIENTO
Ramo de la Piel

Curtidores, Guarnicioneros, Zapateros y anexos, Guanteros,


Peleteros, Correajes, Maleteros y todos los derivados de la piel.

NOVENO AGRUPAMIENTO
Ramo del Papel y de la Imprenta

Elaboradores del papel y del cartón, Tipógrafos, Litógrafos,


Maquinistas, Fabricación de tintas, Encuadernadores,
Fotograbadores, Cajas de cartón, Cromistas, Fotógrafos,
Estereotipadores y todo lo concerniente al ramo del papel y de
la imprenta.

DÉCIMO AGRUPAMIENTO
Ramo de Utilidades caseras

Plumeristas, Alfarería, Espartería, Alfombrería, Escoberos,


Colchoneros, Porcelaneros, Vidrieros, Cristaleros y cuantas
ramificaciones este ramo tenga.

DECIMOPRIMER AGRUPAMIENTO
Ramo de Artículos de Lujo, de Aseo Personal e Higiene
Joyeros y Plateros, Relojeros, Perfumistas, Barberos,
Peluqueros, Masajistas, Bañeros, Pedicuristas, Limpiabotas,
Limpieza particular y doméstica, Limpieza de fachadas y
establecimientos, Constructores de juguetes mecánicos, de
cartón, madera y celuloide, Gomas y amiantos, Betunistas,
Peinadoras, Planchadoras, Lavanderas y Jabonistas.

DECIMOSEGUNDO AGRUPAMIENTO
Ramo de Distribución

Tenedores de libros y ayudantes, Dependientes de comercio


y de industria, Dependientes de ultramarinos, Vendedores de
al por mayor y detalle de toda clase de comestibles y de
artículos manufacturados, Camareros, Carboneros y toda
dependencia que tenga relación con la expendición o
distribución de productos ya elaborados, ya naturales.

DECIMOTERCER AGRUPAMIENTO
Ramo de Servicios Humanos, Educativos y Artísticos

Farmacéuticos, Enfermeros, Comadronas, Practicantes,


Personal de clínicas, Maestras de todas graduaciones,
Profesores de lenguas, Mercantiles y artísticos, Periodistas,
Músicos, Artistas de representaciones públicas, Taquilleros y
Tramoyistas.»
CRT DE CATALUÑA: «MEMORIA DEL CONGRESO DEL AÑO
1918»

TÍTULO I

Objeto de la Confederación

Artículo 1. ° —Con el título de Confederación Nacional del


Trabajo se costituye en España una organización que se
propone lo siguiente:

1. ° Trabajar por desarrollar entre los trabajadores el espíritu


de asociación, haciéndoles comprender que sólo por estos
medios podrán elevar su condición moral y material en la
sociedad presente y preparar el camino para su completa
emancipación en la futura, merced a la conquista de los medios
de producción y consumo, detentados indebidamente por la
burguesía.

2. ° Practicar la solidaridad entre las colectividades


federadas, siempre que sea necesario, bien por causa de
huelgas o bien por los atropellos de los capitalistas o de los
servidores del Estado.

3. ° Mantener estrechas relaciones con las FEDERACIONES de


los demás países para la ayuda mutua, en casos de necesidad y
para la común inteligenciación que conduzca a la emancipación
total de los trabajadores de todo el universo.

Art. 2. °—Para la consecución de estos propósitos, la


Confederación y las secciones que la integran lucharán siempre
en el más puro terreno económico, o sea en el de la acción
directa, despojándose por entero de toda injerencia política o
religiosa.

TÍTULO II
De los Sindicatos

Art. 3. °— Constituirán esta Confederación los Sindicatos


Unicos de Ramo e Industria en poblaciones populosas y los
Sindicatos Unicos de Trabajadores en los pueblos de menos
importancia, los cuales formarán FEDERACIONES locales,
comarcales o regionales, sin que se tenga en cuenta para nada
las diferencias de sexo o de raza.

Art. 4. °— Los sindicatos adheridos a la Confederación se


regirán con la mayor autonomía posible, entendiéndose por
ésta la absoluta libertad en todos los asuntos relativos al
gremio.

Como medios circunstanciales serán adoptados los que cada


caso requiera y siempre por acuerdo tomado por mayoría de
sindicatos confederados.

Art. 5. °—Para ingresar en la Confederación bastará con que


el Sindicato solicitante envíe al Comité confederal de relación
copia exacta del acta en que conste el acuerdo de adhesión,
número de socios que lo compongan, domicilio social, un
reglamento del mismo y cuantos detalles considere precisos el
comité para organizar su sección de estadística.

Art. 6. °— Cada sección adquirirá mensualmente para sus


asociados el sello confederal nacional, que valdrá 15 céntimos,
que tienen la siguiente distribución:

Dos para el Comité Nacional; dos para el Regional; dos para


la Federación local; dos para compañeros perseguidos, que
deben obrar en poder de los Comités regionales; dos para el
periódico, órgano de la organización regional, y cinco que se
destinan al sostenimiento de las familias de los compañeros
que sufran condena por delitos sociales.

La Confederación viene obligada a publicar trimestralmente


en el periódico «Solidaridad Obrera» una estadística de gastos
e ingresos y altas y bajas habidas en su seno.

Cuando varios pueblos constituyan la Federación comarcal, la


cotización correspondiente a la local debe pasar a la primera.

TÍTULO III
Del Comité confederal

Art. 7. °— Esta Confederación tendrá un Comité federal de


administración y de relación que será formado por un delegado
de cada Sindicato que exista en el punto donde tenga su
residencia dicho Comité, salvo que en la población de donde
éste sea haya pocos Sindicatos, en cuyo caso podrá ser más
elevado el número de aquéllos y el pleno lo completará con un
delegado de cada Confederación regional, el cual se reunirá
siempre que el Comité lo estime necesario y en ningún caso
menos de una vez cada tres meses.

Art. 8. °—Los cargos del Comité serán distribuidos en la


siguiente forma: secretario general, dos secretarios ayudantes,
un tesorero, un contador, y los demás delegados serán vocales,
que se distribuirán entre sí las diversas atribuciones de
propaganda, de cultura, presos, estadística, etc.

Art. 9. °— El Comité residirá en Barcelona y la Confederación


tendrá su domicilio en la calle Mercaders, número 25, 1.°.

Art. 10. °— Este Comité se renovará cada año después de


celebrarse el Congreso de la Confederación, después de
acordar éste la población de residencia futura del nuevo
Comité.

TÍTULO IV
De los Congresos

Art. 11. °— Esta Confederación celebrará un Congreso anual


reglamentario y los extraordinarios que sean precisos, a juicio
del Comité confederal de relación o a petición de la mayoría de
los sindicatos y en distintas localidades.

Art. 12. °— Para los Congresos ordinarios, el Comité estará


obligado a notificar a los Sindicatos, con tres meses de
anticipación, la fecha de su celebración, a fin de que los
mismos manden los temas a discusión, cuyo plazo de admisión
terminará un mes antes de dar comienzo el Congreso, con
objeto de que se publique orden del día en el periódico órgano
de la Confederación.

Art. 13. °— Los Sindicatos vendrán obligados a aceptar los


acuerdos tomados en estos congresos.

Art. 14. °— Esta Confederación no podrá disolverse mientras


siete entidades quieran continuarla.

Art. 15. °— En caso de disolución, los fondos que hubiere se


repartirán entre los presos por delitos sociales, y los enseres
entre las escuelas racionalistas que sostengan las entidades
obreras de resistencia al capital.

Artículo adicional.— Es absolutamente necesaria la


presentación de los documentos sindicales para recibir el
apoyo de los Sindicatos.

Presentado en duplicado ejemplar a los efectos del artículo


4.° de la Ley de Asociaciones de 30 de junio de 1887. Valencia,
15 de mayo de 1920.»

(«Revista de Trabajo», núm. 39-40, 1972, pp. 456-458.)


FUENTES

El presente trabajo ha sido realizado fundamentalmente a


base de la consulta directa de materiales de primera mano, es
decir, las reseñas de los congresos y reuniones de la
organización, la prensa y publicaciones de la misma; pero,
también, la prensa de la época en general, así como libros y
folletos sobre el tema, de la época. Ello ha obligado a acudir a
diversos centros de documentación, cuyos fondos no eran aún
de fácil acceso en el momento de iniciar esta investigación. Por
otra parte, debido a la dispersión del material consultado,
algunos de los documentos estudiados han tenido que serlo en
centros existentes en el extranjero.

Fueron estos centros: la Biblioteca Arús, la Biblioteca


Figueras, la Biblioteca General de Cataluña y el Archivo
Histórico de la Ciudad, de Barcelona. En este último se
encuentra el grueso de la prensa consultada. La Hemeroteca
Municipal y la Biblioteca Nacional de Madrid. También he
tenido acceso a parte de los fondos existentes en el antiguo
Ministerio de Información y Turismo, de Madrid. La Fundación
Penzol de Vigo. Y el International Instituut voor Sociale
Geschiedenis (Instituto Internacional de Historia Social) de
Ámsterdam, donde se encuentra un amplísimo fondo
hemerográfico español, así como documentación dertodo tipo
sobre la historia del movimiento obrero de nuestro país.

Pero, también ha sido empleada para este trabajo la


bibliografía más reciente, tanto la específica, sobre el tema,
como la de tipo general, sobre la historia moderna de España.
Para ello he podido contar, principalmente, con los fondos de
la Biblioteca general de las Universidades de Santiago y de
Zaragoza, así como con las importantes colecciones de libros
sobre la historia socio-política de España, que el profesor
Ramírez Jiménez logró reunir en los Departamentos de
Derecho Político de la Facultad de Derecho de ambas
Universidades.

Completaron esta investigación los inestimables testimonios


personales de destacados militantes confederales, que
tuvieron la amabilidad de atenderme en diversas entrevistas,
efectuadas en su mayoría a lo largo del año 1975. Quiero
agradecer especialmente la atención de Adolfo Bueso, Camilo
Piñón, Sebastián Clara, José Robusté, y de otros militantes,
como Eduardo Pons, Fidel Miró, Zafón, que también
contribuyeron con sus comentarios.

He dividido y separado las fuentes hemerográficas de las


bibliográficas. Entre las primeras, he distinguido, a su vez, entre
los periódicos y las revistas, entendiendo por estas últimas
aquellas publicaciones periódicas más dadas al trabajo y al
comentario de tipo teórico que a la información pura y simple;
aunque he de reconocer que milchas veces, sobre todo, en
publicaciones de la época, esta distinción es harto difícil, tanto
por su contenido como por su periodicidad. Los periódicos son
todos de la época, aunque haya alguno que aún subsiste. Las
revistas están divididas entre las de la época y las actuales.

En la bibliografía están separados los trabajos de la época de


los actuales. Entre los primeros he distinguido entre los
documentos, memorias de Congresos, resoluciones y
documentos de la organización obrera, aunque hayan sido
reeditados o publicados modernamente; las obras de tipo
teórico, sobre sindicalismo y anarquismo en su gran mayoría,
aunque algunas hayan sido objeto de edición actual; y las obras
de tipo histórico, entre las que incluyo algunas que, aunque
escritas en la época, han sido objeto también de edición en
nuestros días. La bibliografía actual contiene, por el contrario,
numerosas memorias de militantes de la época, recientemente
escritas y publicadas, así como otro tipo de trabajos, sin
distinción.

Por prensa y bibliografía de la época entiendo aquélla escrita


y publicada con anterioridad a 1939.
PRENSA CONSULTADA O CITADA EN EL TEXTO

I. PERIÓDICOS

«Acción Libertaria», Madrid.


«Acción Social Obrera», San Feliú de Guixols.
«La Batalla», Barcelona.
«Boletín de la CNT», Barcelona.
«CNT», Madrid.
«El Combate Sindicalista», Valencia.
«Correspondance International», Berlín.
«Cultura Libertaria», Barcelona.
«La Cuña», Barcelona.
«¡Despertad!», Vigo.
«El Diluvio», Barcelona.
«España Nueva», Madrid.
«Heraldo de Madrid», Madrid.
«La Justicia Social», Reus.
«La Libertad», Madrid.
«El Libertario», Buenos Aires.
«Lucha de Clases», Bilbao.
«Lucha Obrera», Barcelona.
«Lucha Social», Lérida.
«El Noroeste», Gijón.
«Nueva Senda», Madrid.
«El Obrero Moderno», Igualada.
«El Poble Catalá», Barcelona.
«El Progreso», Barcelona.
«El Productor», Sevilla.
«El Productor», Blanes-Barcelona.
«La Protesta», Buenos Aires.
«La Publicitat», Barcelona.
«Redención», Alcoy.
«El Socialista», Madrid.
«El Sol», Madrid.
«Solidaridad Obrera», Barcelona.
«Solidaridad Obrera», Coruña-Santiago.
«Solidaridad Obrera», Valencia.
«Solidaridad Proletaria», Barcelona.
«La Tierra», Madrid.
«Tierra y Libertad», Madrid-Barcelona.
«Tribuna Libre», Gijón.
«Vida Nueva», Madrid.
«Vida Sindical», Barcelona.
«El Vidrio», Barcelona.
«La Voz», Madrid.
«La Voz del Campesino», Barcelona, Valls, Jerez.
«La Voz del Cantero», Madrid.
«La Voz de Galicia», La Coruña.
«La Voz del Pueblo», Tarrasa.

II. REVISTAS

A) De la época:

«Almanaque de “Tierra y Libertad” para 1921», Barcelona.


«Boletín de la Confederación Nacional del Trabajo»,
Barcelona. «Leviatán», Madrid.
«Orto», Valencia.
«Renovación», Gijón.
«Revista Blanca», Madrid, Barcelona.

B) Actuales:

«Historia 16», Madrid.


«Perspectiva Social», Barcelona. «Recerques», Barcelona.
«Revista de Trabajo», Madrid.
«Serra d´Or», Barcelona.
«Saitabi», Valencia.
«Sistema», Madrid.
«Tiempo de Historia», Madrid.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA Y/O CITADA EN EL TEXTO

I. BIBLIOGRAFÍA Y TEXTOS DE LA EPOCA

A) Documentos:

«Anarcosindicalismo. Antecedentes. Declaración de principios.


Finalidades y tácticas. Acuerdos de Congresos.» Supplement
n.° 597 L´Espoir.
ARBELOA, V. M.: «I Congreso Obrero español. Barcelona, 1870»,
Madrid, 1972.
COMITÉ PRO-PRESOS DE LA CNT: «Ideas y tragedia», Manresa, 1923.
CNT: «Congreso de constitución de la Confederación Nacional del
Trabajo (CNT)», Toulouse, 1959 (presentación de J. Peirats).
CNT: «Memoria del Congreso celebrado en el Teatro de la Comedia de
Madrid los días 10 al 19 de diciembre de 1919», Barcelona,
1932.
CNT: «Memoria del Congreso Extraordinario celebrado en Madrid los
días 11 al 16 de Junio de 1931», Barcelona, 1932.
CNT: «Páginas de sangre», Barcelona, 1921.
CNT-AIT: «Estructura orgánica. 1918, 1936-39», s.l., s.f. (original
mecanografiado).
CNT-AIT: «Estructuración de los Sindicatos de Industria», Barcelona,
1937.
CNT-FAI: «Manual del Militante», Barcelona, 1938. CONFEDERACIÓN
REGIONAL DE SOCIEDADES DE RESISTENCIA SOLIDARIDAD OBRERA:
«Estatutos», Barcelona, 1909.
CRT DE CATALUÑA: «Memoria del Congreso Regional celebrado en
Barcelona los días 28, 29, 30 de junio y 1. 0 de julio del año
1918», Barcelona, 1918.
PESTAÑA, A.: «Memoria que al Comité de la Confederación Nacional del
Trabajo presenta de su gestión en el II Congreso de la Tercera
Internacional el delegado Ángel Pestaña», Madrid, 1921. —
«Informe de mi estancia en la URSS», Madrid, 1968.
«Plan de Reorganización de la CNT de España presentado al Congreso
Extraordinario de Madrid los días 10, 11, 12, 13 y 14 de junio
de 1931» (en «Revista de Trabajo», núm. 32, 1970, pp.
239319).

B) Obras de tipo teórico:


ABAD DE SANTILLÁN, D.: «El anarquismo y la revolución en España.
Escritos 1930-38», Madrid, 1976.
BAKUNIN, M.: «Dios y el Estado», Madrid, 1975.
— «La libertad» (selección de F! Muñoz), Buenos Aires, 1975.
— «Bakunin on Anarchy» (ed. by Sam Dolgoff), London, 1973.
BAKUNINE, KROPOTKINE, MALATESTA, GUERIN, ENGELS: «O Estado, a
democracia burguesa, a práctica revolucionária e o
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