Acto Tercero

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Romeo y Julieta

Acto tercero

Escena i
[Una plaza pública.]

(Entran Mercucio, Benvolio, un paje y criados.)

Benvolio ¡Por favor, buen Mercucio, retirémonos! El día es caluroso, los Capu-
letos andan de un lado para otro, y si nos los encontramos, no escaparemos a
una gresca, que ahora, en estos días de bochorno, hierve la frenética sangre.
Mercucio Tú eres como uno de esos bravos que, cuando traspasan los um-
brales de una taberna, me sacuden su espada sobre la mesa, diciendo:
“¡Quiera Dios que no te necesite!”, y apenas les ha producido operación al
segundo vaso, la esgrimen contra el mozo, cuando realmente no había
necesidad de tal cosa.
Benvolio ¿Soy yo como esos bravos?
Mercucio ¡Anda, anda! Tú eres un Jack32 de un furor tan impetuoso como
el que más en Italia, y tan pronto provocado a cólera como pronto a
encolerizarte por sentirte provocado.
Benvolio ¿Y qué más?
Mercucio Nada; sino que, de haber dos como tú, enseguida nos quedaría-
mos sin ninguno, pues se matarían el uno al otro. ¡Tú! ¡Vaya! ¡Tú bus-
carías contienda con un hombre porque tuviese un pelo más o menos
que tú en la barba! Te pelearías con uno que cascara nueces, por la sola
razón de que tus ojos son color avellana33 . ¿Qué ojos sino los tuyos
verían en eso motivo alguno de contienda? Tan repleta de riñas está
tu cabeza como de sustancia un huevo; y, sin embargo, a fuerza de gol-
pes y porrazos, se te ha quedado tan huera como un huevo duro. Una
vez te batiste con un hombre que tosía en la calle porque despertó a tu
perro, que dormía al sol. ¿No te peleaste con un sastre por llevar su

32 Jack: diminutivo de John (Juan), que se aplica a gente inútil y despreciable. De


Jack se califica al bravo y pendenciero.
33 Te pelearías […] nueces, […] color avellana: aquí hay un calembour entre nut (nuez)
y el hazelnut (avellana).

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William Shakespeare

jubón nuevo antes de Pascua, y con otro porque se ataba sus zapatos
nuevos con cintas viejas? ¡Y aún quieres enseñarme a huir de pendencias!
Benvolio Si fuera yo tan quimerista como tú, cualquiera podría comprar
la propiedad de mi vida simplemente por hora y cuarto.
Mercucio ¡Simplemente por hora y cuarto! ¡Oh simplón!
Benvolio ¡Por mi cabeza, aquí vienen los Capuletos!
Mercucio ¡Por mis talones, que me tienen sin cuidado!

(Entran Teobaldo y otros.)

Teobaldo Seguidme de cerca, pues quiero hablar con ellos. ¡Buenas tardes,
señores! ¡Una palabra con uno de vosotros!
Mercucio ¿Y solo una palabra con uno de nosotros? ¡Juntadla con algo,
para que sea una palabra y un golpe!
Teobaldo Bastante dispuesto me hallaréis a ello, señor, si me dais motivo.
Mercucio ¿Y no sabríais tomároslo sin que os lo dieran?
Teobaldo ¡Mercucio, tú estás de concierto con Romeo!...
Mercucio ¡De concierto!... ¡Qué!... ¿Nos has tomado por músicos? Pues si
nos has tomado por músicos, no esperes oír más que disonancias.
¡Aquí está mi arco de violín! ¡Aquí está lo que os hará danzar! ¡Voto
va, de concierto!
Benvolio Estamos hablando en un paraje público de mucha concurrencia.
Busquemos un lugar más retirado y razonemos serenamente sobre vues-
tros agravios, o retirémonos, si no. Aquí todos los ojos nos miran.
Mercucio ¡Para mirar se hicieron los ojos! ¡Que nos miren! ¡Yo no me mo-
veré para dar gusto a nadie!

(Entra Romeo.)

Teobaldo Bien; en paz con vos, señor. ¡Aquí llega mi mozo!


Mercucio ¡Pues que me ahorquen, señor, si lleva vuestra librea! ¡Por mi fe!
Salíos al campo, que él os seguirá; vuestra señoría puede llamarle mozo
en ese sentido.
Teobaldo ¡Romeo, el afecto que te guardo no me sugiere otra expresión
mejor que ésta: eres un villano!
Romeo Teobaldo, las razones que tengo para apreciarte excusan en gran
manera el encono de semejante saludo. ¡No soy un villano! ¡Por tanto,
adiós! ¡Veo que no me conocen!

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Romeo y Julieta

Teobaldo ¡Mozuelo, todo eso no excusa las injurias que me has inferido!
¡Conque vuélvete y desenvaina!
Romeo Protesto que nunca te injurié, sino que te aprecio más de lo
que puedas imaginarte, hasta que sepas la causa de mi afecto. Así,
pues, buen Capuleto (cuyo nombre estimo tanto como el mío),
date por satisfecho.
Mercucio ¡Oh paciente, deshonrosa y vil sumisión! ¡Alla stoccata34 se aca-
ba con eso! (Desenvaina.) ¡Teobaldo, cazarratas! ¿Queréis bailar?
Teobaldo ¿Qué deseas de mí?
Mercucio Buen rey de los gatos, nada, sino una de vuestras nueve vidas,
de la que haré lo que me parezca, y luego, según la manera de condu-
ciros, sacudir de lo lindo las ocho restantes. ¿Queréis sacar vuestra
espada por las orejas y arrancarla de su vaina? ¡Pronto, no sea que an-
tes de sacar la vuestra zumbe la mía en vuestros oídos!
Teobaldo ¡A vuestras órdenes! (Desenvainando.)
Romeo ¡Gentil Mercucio, envaina tu espada!
Mercucio ¡Veamos, señor, vuestro passado! (Riñen.)
Romeo ¡Desenvaina, Benvolio; abatamos sus espadas! ¡Caballeros, por dig-
nidad, impedid tal oprobio! ¡Teobaldo!, ¡Mercucio! ¡El príncipe ha pro-
hibido terminantemente armar pendencia en las calles de Verona! ¡De-
teneos! ¡Teobaldo! ¡Buen Mercucio! (Teobaldo hiere a Mercucio por
debajo del brazo de Romeo y huye con sus acompañantes.)
Mercucio ¡Estoy herido! ¡Mala peste a vuestras familias!... ¡Estoy ya des-
pachado! Y el otro, ¿ha huido sin recibir una puntada?
Benvolio ¡Cómo! ¿Estás herido?
Mercucio Sí, sí; un rasguño, un rasguño... Pero, pardiez, lo bastante. ¿Dónde
está mi paje?... ¡Anda granuja, corre a buscarme un cirujano! (Sale el paje.)
Romeo ¡Valor, hombre! ¡La herida no será de importancia!
Mercucio No; no es tan profunda como un pozo ni tan ancha como un
portal de iglesia; pero basta; ya producirá su efecto... ¡Preguntad ma-
ñana por mí, y me hallaréis todo un hombre estirado! ¡Lo que es para
este mundo, creedlo, estoy ya escabechado! ¡Mala peste a vuestras fa-
milias!... ¡Voto va!... ¡Un perro, un ratón, una rata, un gato, matar así
a un hombre de un arañazo! ¡Un fanfarrón, un pícaro, un canalla, que

34 Alla stocatta: término italiano de la esgrima que significa “a la primera estocada”.


Mercucio cree que Romeo teme la habilidad de Teobaldo.

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se batía por las reglas de la aritmética! ¿Por qué diablos os interpusis-


teis entre nosotros? ¡Me hirió por debajo de vuestro brazo!
Romeo ¡Lo hice con la mejor intención!
Mercucio ¡Benvolio, ayúdame a entrar en alguna casa, o desfalleceré!...
¡Mala peste a vuestras familias!... ¡Han hecho de mí carne de gusanos!
¡Ya la cogí! ¡Buena!... ¡Vuestras familias!...

(Salen Mercucio y Benvolio.)

Romeo ¡Este hidalgo, cercano pariente del príncipe, caro amigo, ha recibido su
mortal herida por defenderme! ¡Mi honra está manchada por el ultraje de
Teobaldo! ¡Por Teobaldo, que no hace una hora es mi primo!... ¡Oh, dulce
Julieta!... ¡Tus hechizos me han afeminado, ablandando en mi temple el
acero de valor!

(Vuelve a entrar Benvolio.)

Benvolio ¡Oh Romeo! ¡Romeo!... ¡Ha muerto el bravo Mercucio! ¡Aquel galante
espíritu que tan temprano se burlaba de la tierra, ha ascendido a las nubes!
Romeo ¡Qué día! ¡Su negra fatalidad está suspendida sobre nuevos días!
¡Éste sólo da principio a la desgracia! ¡Otros han de darle fin!

(Vuelve a entrar Teobaldo.)

Benvolio ¡Aquí está otra vez el furioso Teobaldo!


Romeo ¡Vivo y triunfante! ¡Y Mercucio muerto! ¡Váyase al cielo mi clemente
blandura, y sírvame ahora de auxilio la furia de los ojos ardientes! ¡Teo-
baldo, te devuelvo el villano que antes me dirigiste! El alma de Mercucio
se cierne muy próxima sobre nuestras cabezas, esperando que la tuya vaya
a hacerle compañía. Forzoso es que tú o yo, o los dos, nos juntemos a él.
Teobaldo ¡Tú, mozalbete estúpido, que aquí le acompañabas, irás con él!
Romeo ¡Esto lo decidirá! (Riñen. Teobaldo cae muerto.)
Benvolio ¡Romeo, vete, huye! Los ciudadanos se dirigen aquí y Teobaldo
está muerto. ¡Sal de tu estupor! ¡El príncipe te condenará a muerte si
te prenden! ¡Huye, vete de aquí! ¡Vamos!
Romeo ¡Oh! ¡Soy juguete del destino!
Benvolio ¿Qué haces ahí parado? (Sale Romeo.)

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(Entran ciudadanos, etc.)

Ciudadano 1˚ ¿Por dónde ha huido el matador de Mercucio? Teobaldo, ese


asesino, ¿por dónde escapó?
Benvolio ¡Ved dónde yace ese Teobaldo!
Ciudadano 1˚ ¡Ea, señor, seguidme! ¡En nombre del príncipe os mando
que obedezcáis!

(Entra el Príncipe, con su acompañamiento; Montesco, Capuleto, sus


esposas y otros.)

Príncipe ¿Dónde están los viles iniciadores de este lance?


Benvolio ¡Oh, noble príncipe! Yo puedo daros cuenta de todo el desastro-
so curso de esta reyerta falta. Ahí yace, muerto por el joven Romeo, el
que mató a tu pariente el bravo Mercucio.
Lady Capuleto ¡Teobaldo, mi sobrino! ¡Oh, el hijo de mi hermano! ¡Oh,
príncipe! ¡Sobrino mío, esposo! ¡Oh, se ha vertido la sangre de mi que-
rido pariente! ¡Príncipe, pues eres justo, por nuestra sangre derráme-
se sangre de Montesco! ¡Oh, sobrino, sobrino!
Príncipe Benvolio, ¿quién promovió esta sangrienta refriega?
Benvolio El que yace aquí muerto, Teobaldo, a quien dio muerte la mano
de Romeo. Con la debida cortesía le suplicó Romeo que reparase en lo
fútil que era la contienda, exponiéndole, a la vez, vuestro alto enojo.
Todo lo cual, dicho con acento afable, serena mirada y humilde acti-
tud, no fue parte a mitigar la cólera irritada de Teobaldo; sino que,
sordo este a la paz, arremete con penetrante acero al pecho de Mercu-
cio, quien, todo enfurecido, opone punta contra punta mortal y con
marcial desdén aparte de su pecho con una mano la fría muerte en
tanto que con la otra se la devuelve a Teobaldo que la repele con des-
treza. “¡Conteneos, amigos; amigos, separaos!” Y más ligero que su
lengua, su ágil brazo rinde al suelo sus puntas fatales, y entre los dos
se interpone. Por debajo de su brazo, Teobaldo asesta una traidora es-
tocada, que hurta la vida del intrépido Mercucio, y entonces Teobaldo
huye; pero enseguida torna hacia Romeo, quien empezaba tan sólo a
acariciar sentimientos de venganza; y a ella se arrojan, semejantes al
relámpago; pues antes que yo tuviera tiempo para desenvainar y des-
partirlos, sucumbía el animoso Teobaldo; y al caer, Romeo volvió las
espaldas y emprendió la fuga. Esta es la verdad, o muera Benvolio.

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William Shakespeare

Lady Capuleto ¡Es pariente de Montesco! ¡El cariño le ha inducido a


mentir! ¡No dice verdad! ¡Una veintena de ellos han peleado en esta
negra refriega, y todos veinte no han conseguido quitar sino una
vida!... ¡Demando justicia, que tú, príncipe, debes otorgarme! ¡Ro-
meo mató a Teobaldo! ¡Romeo no debe vivir!
Príncipe Romeo lo mató; pero él mató a Mercucio. ¿Quién ha de pagar
ahora el precio de su estimada sangre?
Montesco No será Romeo, príncipe, que era amigo de Mercucio. Su deli-
to no ha hecho sino anticiparse a lo que la ley debía poner fin.
Príncipe Pues por esa ofensa inmediatamente le desterramos de aquí. ¡El
proceso que siguen vuestros odios me interesa también a mí! ¡Mi san-
gre está corriendo a causa de vuestras feroces contiendas! Pero ¡os
impondré un castigo tan fuerte, que todos os arrepentiréis de la pér-
dida mía!35 Seré sordo a ruegos y disculpas; ni lágrimas ni quejas serán
bastantes para reparar tales abusos; de modo que no las pongáis en
práctica. ¡Salga de aquí Romeo a toda prisa, pues, de lo contrario,
cuando se lo encuentre, ésa será su última hora! ¡Llevaos de aquí ese
cuerpo, y respetad nuestra voluntad! ¡La clemencia asesinaría si per-
donase a los que matan! (Salen.)

Escena ii
[Jardín de Capuleto.]

(Entra Julieta.)

Julieta ¡Galopad aprisa, corceles de flamígeros pies, hacia la morada de


Febo36! ¡Un auriga semejante a Featón37 os fustigaría, lanzándoos al oca-
so y al punto traería la tenebrosa noche!... ¡Extiende tu velo tupido, noche
protectora del amor!... ¡Apáguense los ojos que curiosean errantes, vuele
Romeo a mis brazos, inadvertido y sin que se le vea!... Para celebrar sus

35 …la pérdida mía!: esta pérdida es la muerte de Mercucio, que era pariente cercano
del Príncipe.
36 Febo: otro nombre de Apolo, dios griego de la belleza, de la claridad, de las artes
y de la adivinación. El nombre Febo también se emplea para referirse al dios Sol.
37 Faetón: en mitología griega, hijo del Sol que quiso conducir el carro de su padre,
y, por su falta de experiencia, estuvo a un paso de incendiar la Tierra.

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ritos amorosos les basta a los amantes la luz de sus propios atractivos. Y
como el amor es ciego, aviénese mejor con la noche. ¡Ven, noche compla-
ciente, plácida matrona, toda enlutada, y enséñame a perder un ganancial
partido, jugado entre dos limpias virginidades! Reboza con tu manto de
tinieblas la indómita sangre que arde en mis mejillas, hasta que el tímido
amor, ya más osado, estime como pura ofrenda el verdadero afecto. ¡Ven,
noche! ¡Ven, Romeo! ¡Ven tú, día en la noche, pues sobre las alas de la no-
che parecerás más blanco que la nieve recién posada sobre un cuervo!…
¡Ven, noche gentil!... ¡Ven, amorosa noche morena!… ¡Dame mi Romeo!...
Y cuando expire, cógelo y divídelo en pequeñas estrellitas. ¡Y hará él tan
bella la cara de los cielos, que el mundo entero se prendará de la noche y
dejará de dar culto al sol deslumbrador!... ¡Oh! Una mansión de amor
tengo comprada; pero aún está sin poseer, y, aunque vendida, todavía no
ha sido gozada. Tan tedioso es este día como la noche víspera de una fies-
ta para el impaciente niño que tiene vestidos nuevos y no los puede estre-
nar. ¡Oh, aquí llega mi nodriza, que me trae nuevas! ¡Toda lengua que
pronuncie tan solo el nombre de Romeo habla con elocuencia celestial!

(Entra la Nodriza con unas cuerdas.)


Hola, nodriza, ¿Qué noticias hay? ¿Qué traes ahí? ¿Son las cuerdas que
te mandó Romeo buscaras?
Nodriza ¡Sí, sí, las cuerdas! (Tirándolas al suelo.)
Julieta ¡Ay de mí! ¿Qué pasa? ¿Por qué te retuerces las manos?
Nodriza ¡Oh, qué aciago día! ¡Ha muerto, ha muerto, ha muerto! ¡Esta-
mos perdidas, señora! ¡Estamos perdidas! ¡Ay, qué día! ¡No existe, lo
han matado, está muerto!
Julieta ¿Tan crueles pueden ser los cielos?
Nodriza Romeo, sí; pero los cielos, no. ¡Oh, Romeo, Romeo! ¿Quién lo hu-
biera imaginado nunca? ¡Romeo!
Julieta ¿Qué demonios eres tú, que de tal modo me atormentas? ¡Tortu-
ra igual solo debiera expresarse con rugidos de espantoso infierno!
¿Se ha dado muerte Romeo? Di sencillamente sí, y esta sola sílaba sí
tendrá más veneno que el ojo del mortífero basilisco. Yo no soy yo,
si existe tal sí, o si están cerrados los ojos que te hacen contestar sí.
¡Si es muerto, di sí, y si no, no; esos breves sonidos determinen mi
dicha o mi dolor!
Nodriza ¡He visto la herida! ¡La he visto con mis propios ojos!... ¡Dios nos
libre! ¡Aquí, en su pecho varonil! ¡Un lastimoso cadáver, un lastimoso

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William Shakespeare

cadáver cubierto de sangre, pálido, pálido como la ceniza! ¡Todo él en-


sangrentado, todo él cubierto de coágulos! ¡Me desmayé al verlo!
Julieta ¡Oh! ¡Destrózate, corazón mío! ¡Pobre destrozado, destrózate de
una vez! ¡A la prisión, ojos! ¡Nunca penséis en la libertad! ¡Mísera tie-
rra, torna a la tierra! ¡Párese todo movimiento, y a ti y a Romeo os
oprima con su pesada carga un mismo ataúd!
Nodriza ¡Oh! ¡Teobaldo!... ¡Teobaldo!... ¡El mejor amigo que yo tenía! ¡Oh,
galante Teobaldo! ¡Leal caballero! ¡Que viva yo para verlo muerto!
Julieta ¿Qué tempestad es esa, que sopla con tan contrarias direcciones?
¿Romeo ha sido asesinado y Teobaldo muerto? ¿Mi amado primo y mi
esposo aún más amado? ¡Entonces, trompeta pavorosa, anuncia con
tu sonido a Juicio final! Pues ¿quién podrá vivir sin estos dos?
Nodriza ¡Teobaldo ha muerto, y Romeo está desterrado! ¡Romeo, que le
dio muerte, está desterrado!
Julieta ¡Oh Dios!... ¿La mano de Romeo vertió la sangre de Teobaldo?
Nodriza ¡Así, así es! ¡Ay, qué día! ¡Así es!...
Julieta ¡Oh, corazón de serpiente, oculto bajo un semblante de flores!
¿Habitó jamás un dragón tan seductora caverna? ¡Hermoso tirano!
¡Demonio angelical! ¡Cuervo con plumas de paloma! ¡Cordero con
entrañas de lobo! ¡Horrible sustancia de la más celestial apariencia!
¡Exactamente opuesto a lo que exactamente semejas, santo maldito,
honorable malhechor! ¡Oh, Naturaleza! ¿Qué criatura tenía reservada
para el infierno, cuando alojaste el alma de un demonio en el paraíso
mortal de su cuerpo tan agraciado? ¿Qué libro, con tal primor encua-
dernado, contuvo nunca tan vil materia? ¡Oh! ¡Que se albergue la fal-
sía en palacio tan suntuoso!
Nodriza ¡No hay firmeza, no hay fe, no hay honradez en los hombres! ¡Todos
son perjuros, todos falsos, todos inicuos, todos hipócritas! ¡Ay! ¿Dónde
está mi escudero? Dadme un poco de aqua vitae. Estos disgustos, dolores
y pesares me harán envejecer. ¡Caiga la vergüenza sobre Romeo!
Julieta ¡La lengua se te llague por semejante deseo! ¡Romeo no ha nacido
para la vergüenza! ¡Sobre su frente, la vergüenza se avergonzaría de
posarse! ¡Porque es un trono donde el honor puede ser coronado rey,
único de toda la Tierra!... ¡Oh, qué cruel he sido en reprocharle!
Nodriza ¿Y defendéis al que mató a vuestro primo?
Julieta ¿Y he de hablar mal de quien es mi esposo? ¡Ay, pobre señor mío!
¿Qué lengua ensalzará tu nombre, cuando yo, tres horas ha tu espo-
sa, lo he injuriado? Pero, infame, ¿por qué diste muerte a mi primo?

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Este infame primo seguramente hubiera matado a mi esposo. ¡Atrás


lágrimas necias! ¡Tornad a vuestra fuente primitiva! Esas perlas, tri-
buto que pertenece al dolor, vosotras las consagráis equivocadamen-
te al regocijo. Mi esposo vive, contra cuya vida quiso atentar Teobal-
do, que pretendía dar muerte a mi esposo. Todo esto es consuelo.
¿Por qué llorar entonces? Cierta palabra oí, peor que la muerte de
Teobaldo, que me asesinó. Con gusto quisiera olvidarla; pero ¡ay, ella
oprime mi memoria como los horrendos crímenes la conciencia de
los delincuentes! “Teobaldo ha muerto, y Romeo está... desterrado.”
Este “desterrado”, esta sola palabra “desterrado”, ha matado diez mil
Teobaldos. La muerte de Teobaldo era suficiente desgracia, de ha-
berse detenido aquí; o si la despiadada desventura goza en ir acom-
pañada, y le es forzoso unirse a otros infortunios, ¿por qué no dijo
“Teobaldo ha muerto”, o “tu padre”, o “tu madre”, o hasta “los dos”,
lo cual me hubiera causado una angustia ordinaria? Pero anunciar,
tras la muerte de Teobaldo, “¡Romeo está desterrado!”, decirme esa
palabra, es lo mismo que decir: “¡Mi padre, mi madre, Teobaldo, Ro-
meo, Julieta, todos asesinados, todos muertos!...”. “¡Romeo está... des-
terrado!”. ¡No hay fin, no hay límite, medida ni término en la muer-
te que llevan en sí estas palabras! ¡No hay acentos que expresan la
intensidad de este dolor!...
¿Dónde están mi padre y mi madre, nodriza?
Nodriza Llorando y gimiendo junto al cadáver de Teobaldo. ¿Queréis ir
con ellos? Os acompañaré hasta allí.
Julieta Laven uno y otro con lágrimas las heridas de él; que, cuando se
hallen secas, el destierro de Romeo hará verter las mías... ¡Recoge
esas cuerdas!... ¡Pobre escala! Tú y yo hemos sido burladas, pues
Romeo está desterrado. Él te fabricó para que sirvieras de camino
a mi lecho; más yo, virgen, muero en viudez virginal. Venid, cuer-
das; ven, nodriza; iré a mi tálamo nupcial, y que la muerte, y no
Romeo, desflore mi doncellez.
Nodriza Corred a vuestra estancia. Yo buscaré a Romeo para que os con-
suele. ¡Bien sé dónde está! ¡Escuchad! ¡Romeo vendrá aquí esta noche!
¡Voy a verlo! Se halla oculto en la celda de Fray Lorenzo.
Julieta ¡Oh, encuéntralo! Entrega esta sortija a mi fiel caballero, y ruéga-
le que venga a darme su último adiós. (Salen.)

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William Shakespeare

Escena iii
[Celda de Fray Lorenzo.]

(Entra Fray Lorenzo)

Fray Lorenzo Romeo, ven acá; ven acá, hombre pavoroso. La desgracia se
ha enamorado de tus prendas y te hallas desposado con la desdicha.
Romeo ¿Qué noticias hay, padre? ¿Qué ha resuelto el príncipe? ¿Qué nuevo
dolor, todavía desconocido, anhela conocerme?
Fray Lorenzo ¡Bastante familiarizado está mi querido hijo con tan hosca
compañía! ¡Te traigo noticias del fallo del príncipe!
Romeo ¿Qué menos puede ser que sentencia de muerte?
Fray Lorenzo De su boca salió un fallo más benigno; no la muerte del
cuerpo, sino su destierro.
Romeo ¡Ah! ¡Destierro! ¡Ten compasión! ¡Di que me ha condenado a muer-
te, porque, en realidad, el destierro es más aterrador, mucho más, que
la muerte! ¡No digas “destierro”!
Fray Lorenzo Estás desterrado de Verona. Ten paciencia, que el mundo
es vasto y espacioso.
Romeo ¡Fuera de los muros de Verona no existe mundo, sino purgatorio;
tormentos y el infierno mismo! ¡Estar desterrado de aquí es estar des-
terrado del mundo, y el destino del mundo es la muerte! ¡Luego el des-
tierro es la muerte bajo un falso nombre! Llamando “destierro” a la
muerte, cortas mi cuello con un hacha de oro, y sonríes al dar el golpe
que me asesina.
Fray Lorenzo ¡Oh, pecado mortal! ¡Oh, negra ingratitud! Según nuestras
leyes, deberías morir; pero el bondadoso príncipe, interesándose por
ti y torciendo la ley, cambia en destierro esa negra palabra “muerte”, y
tú no agradeces el inmenso favor.
Romeo ¡Es suplicio y no favor! El cielo está aquí, donde vive Julieta; y todo
gato, perro y ratoncillo, cualquier cosa, por indigna que sea, vive aquí
en el cielo y puede contemplarla; ¡pero Romeo, no! ¡Más felices que
Romeo, más honrosa situación, mayor cortesanía, alcanzan las mos-
cas, que viven en la podredumbre! ¡Ellas pueden posarse en el blanco
prodigio de la mano de mi amada Julieta y robar la dicha inmortal de
sus labios, constantemente ruborosos por el puro y virginal pudor,
como si tuvieran por pecado sus recíprocos besos! ¡Pero Romeo no

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puede llegar a tanto! ¡Está proscrito! Las moscas pueden hacerlo; pero
a él se le prohíbe, ¡porque ellas son libres, mas yo desterrado!... ¿Y aún
dices que el destierro no es la muerte? ¿No tenías un activo veneno, un
agudo cuchillo, un medio rápido de muerte, cualquiera que fuese, sino
matarme con “desterrado”? ¡Desterrado!... ¡Oh, monje! ¡Esa palabra la
profieren los condenados en el infierno, acompañándola con alaridos!
¿Cómo tienes corazón, siendo un sacerdote, un santo confesor, reves-
tido del don de perdonar los pecados, y mi amigo íntimo, para anona-
darme con esa palabra; “desterrado”?
Fray Lorenzo ¡Eres un loco! Oye siquiera una palabra.
Romeo ¡Oh! Vas a hablarme otra vez del destierro...
Fray Lorenzo Voy a darte el antídoto de esa palabra: la filosofía, dulce bál-
samo de la adversidad. Ella te consolará, aunque te halles proscrito.
Romeo ¿Todavía “proscrito”? ¡Mal haya tu filosofía! A no ser que la filoso-
fía sea capaz de crear una Julieta, transportar de sitio una ciudad o
revocar la sentencia de un príncipe, para nada sirve, nada vale. ¡No me
hables más de eso!
Fray Lorenzo ¡Oh! ¡Ya veo que los locos no tienen oídos!
Romeo ¿Cómo han de tenerlos, cuando los cuerdos carecen de ojos?
Fray Lorenzo Déjame aconsejarte sobre tu estado.
Romeo ¡Tú no puedes hablar de lo que no sientes! Si fueras joven, como yo, y
el objeto de tu amor Julieta; si desde hace una hora estuvieses casado y
hubieras dado muerte a Teobaldo; si, como yo, amaras con delirio, y si,
como yo, te vieras extrañado, ¡entonces podrías hablar, entonces podrías
mesarte los cabellos, y entonces arrojarte al suelo, como hago yo ahora,
tomando por anticipado la medida de mi tumba! (Llaman dentro.)
Fray Lorenzo ¡Levántate! ¡Llaman! ¡Escóndete, buen Romeo!
Romeo ¡No, a no ser que el aliento de mis dolorosos suspiros me envuelva
a modo de niebla, sustrayéndome a escrutadoras miradas! (Llaman.)
Fray Lorenzo ¿No oyes cómo están llamando? ¿Quién es? ¡Levántate, Ro-
meo, que van a prenderte!... ¡Esperad un momento!... ¡Alza del suelo!...
(Llaman.) ¡Corre a mi estudio!... ¡Enseguida!... ¡Poder de Dios! ¡Qué
locura es ésta!... ¡Voy, voy!... (Llaman.) ¿Quién llama tan fuerte? ¿De
dónde venís? ¿Qué deseáis?
Nodriza (Dentro.) Permitidme que pase y sabréis mi recado. Vengo de
parte de la señora Julieta.
Fray Lorenzo ¡Bienvenida, pues!

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William Shakespeare

(Entra la Nodriza.)

Nodriza ¡Oh, santo fraile! Decidme, santo fraile: ¿dónde está el esposo de
mi señora? ¿Dónde está Romeo?
Fray Lorenzo Allí, en el suelo, embriagado con sus mismas lágrimas.
Nodriza ¡Oh! ¡Igual que mi señorita, exactamente en igual caso que ella!
Fray Lorenzo ¡Oh! ¡Dolorosa semejanza! ¡Lastimosa conformidad de
situación!
Nodriza Así yace ella: llorando y gimiendo, gimiendo y llorando. (A Ro-
meo.) ¡Levantaos, levantaos; alzad, si sois hombre! ¡Por amor de Julie-
ta, por su amor, levantaos y poneos en pie! ¿Por qué caer en un ¡oh! tan
profundo?
Romeo ¡Nodriza!...
Nodriza ¡Ah, señor! ¡Ah, señor! ¿Qué hemos de hacerle? La muerte es el
fin de todo.
Romeo ¿Hablas de Julieta? ¿Cómo está? ¿No cree que soy un consumado
asesino, que acaba de manchar con sangre de su familia la infancia de
nuestra ventura? ¿Dónde está? ¿Cómo se halla? ¿Y qué dice mi trun-
cada esposa de nuestro truncado amor?
Nodriza ¡Oh! Nada dice, señor, sino llorar y más llorar. Y ahora se arroja
en su lecho, luego se levanta sobresaltada y nombra a Teobaldo, y des-
pués llama a Romeo, y al fin vuelve a caer.
Romeo ¡Dijérase que ese nombre, disparado por arma mortal, la ha mata-
do, como la mano maldita que lleva tal nombre mató a su primo! ¡Oh!
¡Dime, monje, dime! ¿En qué vil parte de esta anatomía se encuentra
mi nombre? ¡Dímelo, que devaste la odiosa mansión! (Desenvainando
la espada.)
Fray Lorenzo ¡Detén tu airada mano! ¿Eres hombre? Tu figura pregona que
lo eres, pero tus lágrimas son de mujer y tus actos frenéticos denotan la
furia irreflexiva de una fiera. Deformada mujer en forma de hombre o
mal formada fiera en forma de hombre y de mujer. ¡Pasmado me dejas!
Por mi santa Orden, te creí en disposición más templada. Después de
matar a Teobaldo, ¿quieres ahora matarte a ti mismo y juntamente a tu
esposa, que vive en ti, creándote a ti propio un odio execrable? ¿Por qué
ultrajas tu nacimiento, el cielo y la tierra, toda vez que nacimiento, cielo
y tierra en ti se aúnan, y los quieres perder a la vez? ¡Cuidado, cuidado!
Estás envileciendo tu figura, tu amor y tu razón, y, semejante al usurero,
en todo abundas, menos en utilizar en recto uso lo que verdaderamente

• 80 •
Romeo y Julieta

daría realce a tu figura, a tu amor y a tu razón. Tu noble figura no es sino


una imagen de cera desprovista de pujanza varonil. Tus votos de tierno
amor, solo falsas palabras que matan aquel amor que juraste guardar en
tu pecho. Tu razón, esa gala de tu figura y de tu amor, desviada del go-
bierno de una y otro, como la pólvora en el frasco del inexperto soldado,
se inflama por tu misma ignorancia y te mutila con tu propio medio de
defensa. ¡Vaya, anímate, hombre! Tu Julieta, por cuyo ardiente amor
morías hace poco, vive; en esto eres afortunado. Teobaldo quería ma-
tarte, pero tú lo mataste; en esto eres también afortunado. La ley, que
amenazaba muerte, se hace amiga tuya, conmutando la pena en destie-
rro; en esto eres igualmente afortunado. Sobre tus hombros pesa suave-
mente una carga de bendiciones. La Fortuna te corteja, luciendo sus
mejores atavíos. Y tú, sin embargo, como muchacha arisca y desenvuel-
ta, regañas con tu fortuna y con tu amor. ¡Cuidado, cuidado! ¡El suicidio
es una muerte miserable!... Anda, ve a casa de tu amada, según estaba
convenido; sube a su aposento y consuélala. Pero mira no detenerte has-
ta estar montada la guardia, pues de lo contrario no podrías trasladarte
a Mantua, donde permanecerás hasta que hallemos ocasión favorable
de hacer público vuestro matrimonio, reconciliar a vuestras familias,
obtener el perdón del príncipe y llamarte para que te restituyas aquí, con
mil y mil veces más alborozo que gemidos exhalas a tu partida. Adelán-
tate, nodriza; ofrece mis respetos a tu señora y dile que dé prisa a toda
la casa para que se retiren al lecho, a lo que se mostrarán propicios a
causa de su intenso dolor. Romeo irá inmediatamente.
Nodriza ¡Oh, señor! De buena gana me hubiera pasado aquí toda la noche
oyendo tan buenos consejos. ¡Oh! ¡Lo que es el saber! Señor, diré a mi
señora que vendréis.
Romeo Sí, y no te olvides de decirle que se prepare a reñirme.
Nodriza He aquí, señor, una sortija que me entregó para vos, señor. No
perdáis tiempo, daos prisa, que es tarde. (Sale.)
Romeo ¡Cómo conforta esto mi espíritu!
Fray Lorenzo ¡Márchate ya, y buenas noches! De esto depende toda tu vida:
o te pones en camino antes que se monte la guardia, o sales disfrazado
al despuntar el día. Reside en Mantua. Yo sabré hallar a tu criado, y él
te llevará con frecuencia noticias de todo lo que aquí suceda y te intere-
se. Dame tu mano; se hace tarde. ¡Adiós! ¡Buenas noches!
Romeo ¡Si una dicha superior a toda dicha no me llamara a otro sitio, sería
un gran dolor separarme tan pronto de tu lado! ¡Adiós! (Salen.)

• 81 •
William Shakespeare

Escena iv
[Una sala en casa de Capuleto.]

(Entran Capuleto, Lady Capuleto y Paris.)

Capuleto Han ocurrido cosas tan lamentables, señor, que no hemos tenido
tiempo de convencer a nuestra hija. Considerad que profesaba gran afec-
to a su primo Teobaldo, y yo lo mismo. Bien; todos hemos nacido para
morir. Es muy tarde. Ella no bajará esta noche. Os aseguro que, a no ser
por vuestra compañía, hace una hora que estaría yo en la cama.
Paris Estos instantes de dolor no dan lugar a galanteos. Buenas noches,
señora. Encomendadme a vuestra hija.
Lady Capuleto Lo haré, y mañana temprano sabré su modo de pensar.
Esta noche está aprisionada a su pesadumbre.
Capuleto Conde de Paris, me atrevo a responderos del amor de mi hija.
Creo que en todo se dejará gobernar por mí. Más diré: no lo dudo. Es-
posa, id a verla antes de recogeros. Dadle cuenta del amor de mi hijo
Paris, y hacedle saber, notadlo bien que el próximo miércoles... Pero
¡calla! ¿Qué día es hoy?
Paris Lunes, señor.
Capuleto ¡Lunes! ¡Ya, ya! Bien. El miércoles es demasiado pronto; sea el
jueves. Decidle que el jueves se desposará con este noble conde. ¿Esta-
réis vos dispuesto? ¿Os agrada esta premura? No habrá gran pompa.
Un amigo o dos; pues, comprendedlo, estando tan reciente la muerte
de Teobaldo, pudieran pensar que le honrábamos poco, siendo nuestro
pariente, si nos regocijábamos mucho. De modo que invitaremos a
media docena de amigos, y asunto terminado. Ahora, ¿qué decís vos
al jueves?
Paris ¡Señor, que quisiera que fuera jueves mañana!
Capuleto Bien, podéis retiraros. Sea entonces el jueves. Id a ver a Julie-
ta antes de acostaros, esposa, y preparadla para el día del casamien-
to. ¡Adiós, señor! ¡Luces a mi cuarto, eh! Por vida mía, es ya tan tar-
de, tan tarde, que muy pronto podremos decir que es temprano.
¡Buenas noches! (Salen.)

• 82 •
Romeo y Julieta

Escena v
[Jardín de Capuleto.]

(Entra Romeo, y Julieta arriba, en la ventana.)

Julieta ¿Quieres marcharte ya?... Aún no ha despuntado el día... Era el rui-


señor, y no la alondra, lo que hirió el fondo temeroso de tu oído... Todas
las noches trina en aquel granero. ¡Créeme, amor mío, era el ruiseñor!
Romeo ¡Era la alondra mensajera de la mañana, no el ruiseñor!... Mira...
amor mío, qué envidiosas franjas de luz ribetean las rasgadas nubes
allá en el Oriente... Las candelas de la noche se han extinguido ya, y
el día bullicioso asoma de puntillas en la brumosa cima de las mon-
tañas... ¡Es preciso que parta y viva, o que me quede y muera!
Julieta Aquella claridad lejana no es la luz del día, lo sé, lo sé yo... Es algún
meteoro que exhala el sol para que te sirva de portaantorcha y te alum-
bre esta noche en tu camino a Mantua... ¡Quédate, por tanto aún!... No
tienes necesidad de marcharte.
Romeo ¡Que me prendan!... ¡Que me hagan morir!... ¡Si tú lo quieres,
estoy decidido! Diré que aquel resplandor grisáceo no es el semblan-
te de la aurora, sino el pálido reflejo del rostro de Cintia38 , y que no
son tampoco de la alondra esas notas vibrantes que rasgan la bóve-
da celeste tan alto por encima de nuestras cabezas. ¡Mi deseo de
quedarme vence a mi voluntad de partir!... ¡Ven, muerte, y sé bien-
venida! Julieta lo quiere. Pero ¿qué te pasa, alma mía? ¡Charlemos;
aún no es de día!
Julieta ¡Sí es, sí es; huye de aquí, vete, márchate! ¡Es la alondra, que canta
de un modo desentonado, lanzando ásperas disonancias y desagrada-
bles chirridos! ¡Y dicen que la alondra produce al cantar una dulce
armonía! ¡Cómo, si ella nos separa! ¡Y dicen que la alondra y el sapo
inmundo cambian los ojos!... ¡Ay! ¡Ojalá hubieran ellos trocado ahora
también la voz! ¡Porque esa voz nos llena de temor y te arranca de mis
brazos, ahuyentándote de aquí con su canto de alborada! ¡Oh, parte
ahora mismo! ¡Cada vez clarea más!

38 Cintia: luna.

• 83 •
William Shakespeare

Romeo ¡Cada vez clarea más! ¡Cada vez se ennegrecen más nuestros
infortunios!

(Entra la Nodriza al aposento.)

Nodriza ¡Señora!
Julieta ¡Nodriza!
Nodriza Vuestra señora madre se dirige a vuestro aposento. Ha despuntado
el día. ¡Cuidado y alerta! (Sale.)
Julieta Entonces, balcón, ¡haz entrar la luz del día y deja salir mi vida!
Romeo ¡Adiós!... ¡Adiós! Un beso, y voy a descender... (Desciende.)
Julieta ¿Y me dejas así, mi dueño, mi amor, mi amigo? ¡Necesito saber
de ti cada día y cada hora!... ¡Porque en un minuto hay muchos días!
¡Oh! ¡Según esta cuenta, habré yo envejecido antes que vuelva a ver
a mi Romeo!
Romeo ¡Adiós!... ¡No perderé ocasión alguna para enviarte mis recuerdos,
amor mío!
Julieta ¡Oh! ¿Piensas que nos volveremos a ver algún día?
Romeo ¡Sin duda! Y todos estos dolores serán tema de dulces pláticas en
días futuros.
Julieta ¡Oh Dios! ¡Qué negros presentimientos abriga mi alma!... ¡Se me
figura verte ahora, que estás abajo, semejante a un cadáver en el fondo
de una tumba! ¡O mi vista me engaña, o tú estás muy pálido!
Romeo Pues, créeme amor mío: a mis ojos también tú lo estás. ¡Sufrimientos
horribles beben nuestra sangre!... ¡Adiós! ¡Adiós!... (Sale.)
Julieta ¡Ay!... ¡Fortuna! ¡Fortuna! todos te llaman veleidosa. Si lo eres,
¿qué tienes que ver con quien goza de renombre por su fidelidad? ¡Sé
tornadiza, Fortuna, porque entonces, según espero, no lo retendrás,
largo tiempo, sino que lo restituirás pronto a mis brazos!
Lady Capuleto (Dentro.) ¡Hola, hija mía! ¿Estás ya levantada?
Julieta ¿Quién me llama? ¡Es mi señora madre! ¡Está de vela tan tarde, o
es que madruga tan temprano! ¿Qué inusitada causa la trae aquí?

(Entra Lady Capuleto.)

Lady Capuleto ¡Cómo! ¿Qué es eso, Julieta?


Julieta No me hallo bien, señora.

• 84 •
Romeo y Julieta

Lady Capuleto ¿Siempre llorando por la muerte de tu primo? Qué, ¿pretendes


quizá sacarlo de la tumba por medio de lágrimas? Aunque lo consiguieras,
no podrías darle vida. Por tanto, cesa de llorar. Un sentimiento moderado
revela amor profundo, en tanto que si es excesivo indica falta de sensatez.
Julieta No obstante, permitidme que llore tan sensible pérdida.
Lady Capuleto De ese modo sentirás la pérdida, pero no al amigo por
quien lloras.
Julieta Sintiendo así su pérdida, no puedo menos de llorar siempre al amigo.
Lady Capuleto Ya comprendo, hija mía; lloras no solo por su muerte, sino
porque vive todavía el infame que lo asesinó.
Julieta ¿Qué infame, señora?
Lady Capuleto Ese infame de Romeo.
Julieta ¡Entre un infame y él hay muchas millas de distancia!... ¡Dios le
perdone, como yo le perdono de todo corazón! ¡Y eso que ningún
hombre me aflige tanto como él!
Lady Capuleto Eso es porque vive el traidor asesino.
Julieta Sí, señora. ¡Porque vive lejos del alcance de estas manos! ¡Quisiera
que no vengara nadie sino yo la muerte de mi primo!
Lady Capuleto ¡Tomaremos venganza de ella! ¡No temas! ¡Acaben tus
lloros, por tanto! Voy a enviar a una persona a Mantua, donde vive ese
desterrado vagabundo, a quien dará tan extraña bebida, que pronto
hará compañía a Teobaldo, y entonces juzgo que quedarás contenta.
Julieta Verdaderamente, nunca quedaré satisfecha de Romeo hasta que no
le vea... ¡Muerto! Está mi pobre corazón tan torturado por el fallecimien-
to de un pariente... Señora, si vos no halláis un hombre para llevar el ve-
neno, yo mismo lo prepararé; de manera que, no bien lo haya tomado,
duerma en paz Romeo. ¡Oh, cuánto sufre mi corazón al oírlo nombrar y
no poder dirigirme a donde está, para hacer sentir el amor que profesaba
a Teobaldo en el cuerpo de aquél que le arrebató la vida!
Lady Capuleto
Busca los medios, y yo buscaré a semejante hombre. Pero ahora vengo
a comunicarte noticias alegres, muchacha.
Julieta ¡Y que viene bien la alegría en ocasión que tan necesitada está de
ella! ¿Qué es ello? Decidlo, os lo ruego.
Lady Capuleto Vaya, vaya, tienes un padre que se interesa mucho por ti,
muchacha, y que por sacarte de tu desolación ha ideado un imprevis-
to día de felicidad que ni tú aguardabas ni yo me prometía.
Julieta Señora, me alegro mucho. ¿De qué se trata?

• 85 •
William Shakespeare

Lady Capuleto Pues a fe, hija mía, que el próximo jueves, de madrugada,
el galante joven y noble caballero el conde de Paris tendrá la ventura
de hacer de ti una feliz esposa en la iglesia de san Pedro.
Julieta ¡Pues por la iglesia de san Pedro, y aun por san Pedro mismo, él
no hará de mí una feliz esposa! Me extraña su prisa y que me haya de
casar con quien ni siquiera me ha hecho la corte. Señora, os suplico
digáis a mi padre y señor que no quiero desposarme todavía, y que, de
hacerlo, os juro que será con Romeo, a quien supondrás que odio, an-
tes que con Paris... ¡Y eran esas las noticias!...
Lady Capuleto ¡Aquí está vuestro padre! ¡Decídselo vos misma, y veréis
ahora cómo va a tomarlo!

(Entran Capuleto y la Nodriza.)

Capuleto Cuando se pone el sol, el aire destella rocío; pero por el ocaso
del hijo de mi hermano llueve a mares. ¿Qué es eso? ¿Un desagüe,
muchacha? Qué, ¿siempre lágrimas y llorando a torrentes? En tu
cuerpo diminuto semejas una barca, el océano y el huracán; porque
tus ojos, que bien puedo denominar océano, a todas horas tienen
flujo y reflujo de lágrimas. La barca es tu cuerpo que navega en ese
salado piélago; los vientos, tus suspiros, que en lucha furiosa con tu
llanto, y éste con ellos, de no sobrevenir una repentina calma, harán
zozobrar tu cuerpo, combatido por la tempestad. Qué, esposa ¿le ha-
béis comunicado nuestra determinación?
Lady Capuleto Sí, señor; pero no quiere; os da las gracias. ¡Ojalá se des-
posara con la tumba esa necia!
Capuleto ¿Cómo? A ver, a ver, esposa. ¡Qué! ¿No quiere? ¿No nos lo agradece?
¿No se siente orgullosa? ¿No tiene a dicha, por muy indigna que sea de ello,
el que le hayamos proporcionado para novio un caballero tan notable?
Julieta Orgullosa, no; al contrario, estoy muy agradecida. Nunca puedo
estar orgullosa de lo que aborrezco; pero sí agradecida, hasta por lo
que odio, cuando se lleva a cabo con amorosa intención.
Capuleto ¡Cómo, cómo! ¡Cómo, cómo! ¡Hilvanadora de retóricas! ¿Qué
significa eso de “estoy orgullosa y os lo agradezco”, y “no os lo agra-
dezco”, y, sin embargo, “no estoy orgullosa”? Lo que vais a hacer, se-
ñorita deslenguada, es dejaros de ese galimatías de agradecimientos
y orgullos y preparar vuestras finas piernas para el próximo jueves, a
fin de acompañar a Paris a la iglesia de San Pedro, o, de lo contrario,

• 86 •
Romeo y Julieta

te llevaré hasta allí a la rastra en un zarzo. ¡Fuera de mi presencia, en-


carroñada clorótica! ¡Fuera, libertina! ¡Cara de sebo!
Lady Capuleto ¡Callad, callad! Qué, ¿os habéis vuelto loco?
Julieta ¡Buen padre, os lo pido de rodillas! Escuchadme con paciencia una
palabra nada más.
Capuleto ¡Ahórcate, joven libertina, criatura desobediente! Oye lo que te
digo: ¡o vas a la iglesia el jueves, o jamás me mires a la cara! ¡No hables!
¡No repliques!... ¡No me contestes!... ¡Que tiembla mi mano! ¡Esposa!...
Apenas nos creímos felices por no habernos Dios concedido más que
esta hija; pero ahora veo que con esta hija única hay de sobra, y que con
ella nos ha caído una maldición. ¡Apártate de mi vista, mujerzuela!
Nodriza ¡Dios la bendiga en el cielo! La reñís demasiado severamente,
señor.
Capuleto ¿Y por qué, señora entremetida? ¡Silencio, consejera oficiosa!
¡A cotorrear con vuestras comadres, andando!
Nodriza No decía nada malo.
Capuleto ¡Oh, buenas tardes os dé Dios!
Nodriza ¡No puede una ni hablar!
Capuleto ¡Silencio, estúpida gruñona! ¡Esa elocuencia la gastáis con vues-
tras iguales, que aquí no hace falta!
Lady Capuleto ¡Os acaloráis demasiado!
Capuleto ¡Por la Hostia sagrada! ¡Si es para volverse loco! De día, de no-
che, a todas horas, en cualquier ocasión, a cada momento, trabajando,
en diversión, solo, en compañía, fue siempre mi sueño verla desposada,
y ahora que le habíamos conseguido un caballero de familia de prín-
cipes, lleno de riquezas, joven, educado con el mayor esmero, henchi-
do, como dicen, de bellas cualidades; un hombre, en fin, como pudie-
ra uno desearlo, venirnos esta miserable y estúpida llorona, esta mu-
ñeca quejicosa, que, al sonreírle la fortuna, exclame por toda respues-
ta: “No quiero casarme, no puedo amar, soy muy joven; os ruego que
me perdonéis”. ¿Sí? ¡Pues no os caséis! ¡Bueno será mi perdón! ¡Idos a
vivir donde os plazca, que en mi casa no pondréis más los pies! ¡Mi-
radlo bien, pensadlo bien; yo no acostumbro chancearme! El jueves se
acerca: poned la mano en vuestro corazón y reflexionad. Si queréis ser
mi hija obediente, os daré a mi amigo; si no lo queréis ser, ahorcaos,
mendigad, consumíos de hambre y miseria, morid en medio de la ca-
lle. Pues, por mi alma, que nunca os reconoceré. ¡Tenedlo por seguro!
¡Meditadlo bien! ¡Yo no quebrantaré mi palabra! (Sale.)

• 87 •
William Shakespeare

Julieta ¿No hay clemencia en los cielos que llegue hasta el fondo de mi
dolor?... ¡Oh, dulce madre mía! ¡No me rechacéis! Suspended esta boda
un mes, una semana; o si no, preparad mi lecho de bodas en la tumba
sombría donde yace Teobaldo.
Lady Capuleto Nada me digas, pues no hablaré una palabra. Obra como
quieras, porque todo ha terminado entre las dos. (Sale.)
Julieta ¡Oh, Dios! ¡Oh, nodriza! ¿Cómo se remediaría esto? Mi esposo está
en la tierra; en el cielo, mi fe. ¿Cómo tornará otra vez esta fe a la tierra,
a no ser que mi esposo, dejando este mundo, me la envíe desde el cielo?
Consuélame, aconséjame. ¡Ay! ¡Ay! ¡Que haya de emplear el cielo astu-
cias contra una criatura tan débil como yo! ¿Qué dices tú? ¿No tienes ni
una palabra de alegría? ¡Dame algún consuelo, nodriza!
Nodriza ¡Helo aquí a fe mía! Romeo está desterrado, y apostaría el mundo
entero contra nada a que no se atreve a volver aquí para reclamaros, y
de venir, será a escondidas. Estando, pues, las cosas como están, creo
que lo más conveniente es que os caséis con el conde. ¡Oh! ¡Es un arro-
gante caballero! ¡Romeo, para él es una insignificancia! ¡El águila, se-
ñorita, no tiene unos ojos tan verdes, tan vivos, tan bellos como los de
Paris! Padezca mi propio corazón, si no sois feliz con este segundo
matrimonio, puesto que aventaja al primero; y aunque no lo fuera, de
todos modos, vuestro primer marido ha muerto, o tanto da si lo tenéis
vivo aquí y no podéis serviros de él.
julieta ¿Y eso lo dices de corazón?
Nodriza ¡Y con toda mi alma! ¡Malditos, si no, el uno y la otra!
Julieta ¡Amén!
Nodriza ¿Qué?
Julieta Nada, que me has consolado admirablemente. Ve y dile a mi ma-
dre que, afligida por haber contrariado a mi padre, voy a ir a la celda
de Fray Lorenzo a confesarme y recibir su absolución.
Nodriza ¡A fe que eso es ponerse en razón! (Sale.)
Julieta ¡Vieja condenada! ¡Oh, aborrecido demonio! ¿Es mayor pecado inci-
tarme así al perjurio, o vituperar a mi señor con esa misma lengua que
tantos millares de veces le ha ensalzado sobre toda alabanza? ¡Márchate,
consejera! ¡Tú y mi corazón estaréis desde hoy divididos!... Iré a ver al
monje, a saber qué remedio me da. ¡Si todos fracasaran, yo misma tengo
arrestos para morir! (Sale.)

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