Acto Tercero
Acto Tercero
Acto Tercero
Acto tercero
Escena i
[Una plaza pública.]
Benvolio ¡Por favor, buen Mercucio, retirémonos! El día es caluroso, los Capu-
letos andan de un lado para otro, y si nos los encontramos, no escaparemos a
una gresca, que ahora, en estos días de bochorno, hierve la frenética sangre.
Mercucio Tú eres como uno de esos bravos que, cuando traspasan los um-
brales de una taberna, me sacuden su espada sobre la mesa, diciendo:
“¡Quiera Dios que no te necesite!”, y apenas les ha producido operación al
segundo vaso, la esgrimen contra el mozo, cuando realmente no había
necesidad de tal cosa.
Benvolio ¿Soy yo como esos bravos?
Mercucio ¡Anda, anda! Tú eres un Jack32 de un furor tan impetuoso como
el que más en Italia, y tan pronto provocado a cólera como pronto a
encolerizarte por sentirte provocado.
Benvolio ¿Y qué más?
Mercucio Nada; sino que, de haber dos como tú, enseguida nos quedaría-
mos sin ninguno, pues se matarían el uno al otro. ¡Tú! ¡Vaya! ¡Tú bus-
carías contienda con un hombre porque tuviese un pelo más o menos
que tú en la barba! Te pelearías con uno que cascara nueces, por la sola
razón de que tus ojos son color avellana33 . ¿Qué ojos sino los tuyos
verían en eso motivo alguno de contienda? Tan repleta de riñas está
tu cabeza como de sustancia un huevo; y, sin embargo, a fuerza de gol-
pes y porrazos, se te ha quedado tan huera como un huevo duro. Una
vez te batiste con un hombre que tosía en la calle porque despertó a tu
perro, que dormía al sol. ¿No te peleaste con un sastre por llevar su
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William Shakespeare
jubón nuevo antes de Pascua, y con otro porque se ataba sus zapatos
nuevos con cintas viejas? ¡Y aún quieres enseñarme a huir de pendencias!
Benvolio Si fuera yo tan quimerista como tú, cualquiera podría comprar
la propiedad de mi vida simplemente por hora y cuarto.
Mercucio ¡Simplemente por hora y cuarto! ¡Oh simplón!
Benvolio ¡Por mi cabeza, aquí vienen los Capuletos!
Mercucio ¡Por mis talones, que me tienen sin cuidado!
Teobaldo Seguidme de cerca, pues quiero hablar con ellos. ¡Buenas tardes,
señores! ¡Una palabra con uno de vosotros!
Mercucio ¿Y solo una palabra con uno de nosotros? ¡Juntadla con algo,
para que sea una palabra y un golpe!
Teobaldo Bastante dispuesto me hallaréis a ello, señor, si me dais motivo.
Mercucio ¿Y no sabríais tomároslo sin que os lo dieran?
Teobaldo ¡Mercucio, tú estás de concierto con Romeo!...
Mercucio ¡De concierto!... ¡Qué!... ¿Nos has tomado por músicos? Pues si
nos has tomado por músicos, no esperes oír más que disonancias.
¡Aquí está mi arco de violín! ¡Aquí está lo que os hará danzar! ¡Voto
va, de concierto!
Benvolio Estamos hablando en un paraje público de mucha concurrencia.
Busquemos un lugar más retirado y razonemos serenamente sobre vues-
tros agravios, o retirémonos, si no. Aquí todos los ojos nos miran.
Mercucio ¡Para mirar se hicieron los ojos! ¡Que nos miren! ¡Yo no me mo-
veré para dar gusto a nadie!
(Entra Romeo.)
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Romeo y Julieta
Teobaldo ¡Mozuelo, todo eso no excusa las injurias que me has inferido!
¡Conque vuélvete y desenvaina!
Romeo Protesto que nunca te injurié, sino que te aprecio más de lo
que puedas imaginarte, hasta que sepas la causa de mi afecto. Así,
pues, buen Capuleto (cuyo nombre estimo tanto como el mío),
date por satisfecho.
Mercucio ¡Oh paciente, deshonrosa y vil sumisión! ¡Alla stoccata34 se aca-
ba con eso! (Desenvaina.) ¡Teobaldo, cazarratas! ¿Queréis bailar?
Teobaldo ¿Qué deseas de mí?
Mercucio Buen rey de los gatos, nada, sino una de vuestras nueve vidas,
de la que haré lo que me parezca, y luego, según la manera de condu-
ciros, sacudir de lo lindo las ocho restantes. ¿Queréis sacar vuestra
espada por las orejas y arrancarla de su vaina? ¡Pronto, no sea que an-
tes de sacar la vuestra zumbe la mía en vuestros oídos!
Teobaldo ¡A vuestras órdenes! (Desenvainando.)
Romeo ¡Gentil Mercucio, envaina tu espada!
Mercucio ¡Veamos, señor, vuestro passado! (Riñen.)
Romeo ¡Desenvaina, Benvolio; abatamos sus espadas! ¡Caballeros, por dig-
nidad, impedid tal oprobio! ¡Teobaldo!, ¡Mercucio! ¡El príncipe ha pro-
hibido terminantemente armar pendencia en las calles de Verona! ¡De-
teneos! ¡Teobaldo! ¡Buen Mercucio! (Teobaldo hiere a Mercucio por
debajo del brazo de Romeo y huye con sus acompañantes.)
Mercucio ¡Estoy herido! ¡Mala peste a vuestras familias!... ¡Estoy ya des-
pachado! Y el otro, ¿ha huido sin recibir una puntada?
Benvolio ¡Cómo! ¿Estás herido?
Mercucio Sí, sí; un rasguño, un rasguño... Pero, pardiez, lo bastante. ¿Dónde
está mi paje?... ¡Anda granuja, corre a buscarme un cirujano! (Sale el paje.)
Romeo ¡Valor, hombre! ¡La herida no será de importancia!
Mercucio No; no es tan profunda como un pozo ni tan ancha como un
portal de iglesia; pero basta; ya producirá su efecto... ¡Preguntad ma-
ñana por mí, y me hallaréis todo un hombre estirado! ¡Lo que es para
este mundo, creedlo, estoy ya escabechado! ¡Mala peste a vuestras fa-
milias!... ¡Voto va!... ¡Un perro, un ratón, una rata, un gato, matar así
a un hombre de un arañazo! ¡Un fanfarrón, un pícaro, un canalla, que
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Romeo ¡Este hidalgo, cercano pariente del príncipe, caro amigo, ha recibido su
mortal herida por defenderme! ¡Mi honra está manchada por el ultraje de
Teobaldo! ¡Por Teobaldo, que no hace una hora es mi primo!... ¡Oh, dulce
Julieta!... ¡Tus hechizos me han afeminado, ablandando en mi temple el
acero de valor!
Benvolio ¡Oh Romeo! ¡Romeo!... ¡Ha muerto el bravo Mercucio! ¡Aquel galante
espíritu que tan temprano se burlaba de la tierra, ha ascendido a las nubes!
Romeo ¡Qué día! ¡Su negra fatalidad está suspendida sobre nuevos días!
¡Éste sólo da principio a la desgracia! ¡Otros han de darle fin!
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Escena ii
[Jardín de Capuleto.]
(Entra Julieta.)
35 …la pérdida mía!: esta pérdida es la muerte de Mercucio, que era pariente cercano
del Príncipe.
36 Febo: otro nombre de Apolo, dios griego de la belleza, de la claridad, de las artes
y de la adivinación. El nombre Febo también se emplea para referirse al dios Sol.
37 Faetón: en mitología griega, hijo del Sol que quiso conducir el carro de su padre,
y, por su falta de experiencia, estuvo a un paso de incendiar la Tierra.
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ritos amorosos les basta a los amantes la luz de sus propios atractivos. Y
como el amor es ciego, aviénese mejor con la noche. ¡Ven, noche compla-
ciente, plácida matrona, toda enlutada, y enséñame a perder un ganancial
partido, jugado entre dos limpias virginidades! Reboza con tu manto de
tinieblas la indómita sangre que arde en mis mejillas, hasta que el tímido
amor, ya más osado, estime como pura ofrenda el verdadero afecto. ¡Ven,
noche! ¡Ven, Romeo! ¡Ven tú, día en la noche, pues sobre las alas de la no-
che parecerás más blanco que la nieve recién posada sobre un cuervo!…
¡Ven, noche gentil!... ¡Ven, amorosa noche morena!… ¡Dame mi Romeo!...
Y cuando expire, cógelo y divídelo en pequeñas estrellitas. ¡Y hará él tan
bella la cara de los cielos, que el mundo entero se prendará de la noche y
dejará de dar culto al sol deslumbrador!... ¡Oh! Una mansión de amor
tengo comprada; pero aún está sin poseer, y, aunque vendida, todavía no
ha sido gozada. Tan tedioso es este día como la noche víspera de una fies-
ta para el impaciente niño que tiene vestidos nuevos y no los puede estre-
nar. ¡Oh, aquí llega mi nodriza, que me trae nuevas! ¡Toda lengua que
pronuncie tan solo el nombre de Romeo habla con elocuencia celestial!
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Escena iii
[Celda de Fray Lorenzo.]
Fray Lorenzo Romeo, ven acá; ven acá, hombre pavoroso. La desgracia se
ha enamorado de tus prendas y te hallas desposado con la desdicha.
Romeo ¿Qué noticias hay, padre? ¿Qué ha resuelto el príncipe? ¿Qué nuevo
dolor, todavía desconocido, anhela conocerme?
Fray Lorenzo ¡Bastante familiarizado está mi querido hijo con tan hosca
compañía! ¡Te traigo noticias del fallo del príncipe!
Romeo ¿Qué menos puede ser que sentencia de muerte?
Fray Lorenzo De su boca salió un fallo más benigno; no la muerte del
cuerpo, sino su destierro.
Romeo ¡Ah! ¡Destierro! ¡Ten compasión! ¡Di que me ha condenado a muer-
te, porque, en realidad, el destierro es más aterrador, mucho más, que
la muerte! ¡No digas “destierro”!
Fray Lorenzo Estás desterrado de Verona. Ten paciencia, que el mundo
es vasto y espacioso.
Romeo ¡Fuera de los muros de Verona no existe mundo, sino purgatorio;
tormentos y el infierno mismo! ¡Estar desterrado de aquí es estar des-
terrado del mundo, y el destino del mundo es la muerte! ¡Luego el des-
tierro es la muerte bajo un falso nombre! Llamando “destierro” a la
muerte, cortas mi cuello con un hacha de oro, y sonríes al dar el golpe
que me asesina.
Fray Lorenzo ¡Oh, pecado mortal! ¡Oh, negra ingratitud! Según nuestras
leyes, deberías morir; pero el bondadoso príncipe, interesándose por
ti y torciendo la ley, cambia en destierro esa negra palabra “muerte”, y
tú no agradeces el inmenso favor.
Romeo ¡Es suplicio y no favor! El cielo está aquí, donde vive Julieta; y todo
gato, perro y ratoncillo, cualquier cosa, por indigna que sea, vive aquí
en el cielo y puede contemplarla; ¡pero Romeo, no! ¡Más felices que
Romeo, más honrosa situación, mayor cortesanía, alcanzan las mos-
cas, que viven en la podredumbre! ¡Ellas pueden posarse en el blanco
prodigio de la mano de mi amada Julieta y robar la dicha inmortal de
sus labios, constantemente ruborosos por el puro y virginal pudor,
como si tuvieran por pecado sus recíprocos besos! ¡Pero Romeo no
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Romeo y Julieta
puede llegar a tanto! ¡Está proscrito! Las moscas pueden hacerlo; pero
a él se le prohíbe, ¡porque ellas son libres, mas yo desterrado!... ¿Y aún
dices que el destierro no es la muerte? ¿No tenías un activo veneno, un
agudo cuchillo, un medio rápido de muerte, cualquiera que fuese, sino
matarme con “desterrado”? ¡Desterrado!... ¡Oh, monje! ¡Esa palabra la
profieren los condenados en el infierno, acompañándola con alaridos!
¿Cómo tienes corazón, siendo un sacerdote, un santo confesor, reves-
tido del don de perdonar los pecados, y mi amigo íntimo, para anona-
darme con esa palabra; “desterrado”?
Fray Lorenzo ¡Eres un loco! Oye siquiera una palabra.
Romeo ¡Oh! Vas a hablarme otra vez del destierro...
Fray Lorenzo Voy a darte el antídoto de esa palabra: la filosofía, dulce bál-
samo de la adversidad. Ella te consolará, aunque te halles proscrito.
Romeo ¿Todavía “proscrito”? ¡Mal haya tu filosofía! A no ser que la filoso-
fía sea capaz de crear una Julieta, transportar de sitio una ciudad o
revocar la sentencia de un príncipe, para nada sirve, nada vale. ¡No me
hables más de eso!
Fray Lorenzo ¡Oh! ¡Ya veo que los locos no tienen oídos!
Romeo ¿Cómo han de tenerlos, cuando los cuerdos carecen de ojos?
Fray Lorenzo Déjame aconsejarte sobre tu estado.
Romeo ¡Tú no puedes hablar de lo que no sientes! Si fueras joven, como yo, y
el objeto de tu amor Julieta; si desde hace una hora estuvieses casado y
hubieras dado muerte a Teobaldo; si, como yo, amaras con delirio, y si,
como yo, te vieras extrañado, ¡entonces podrías hablar, entonces podrías
mesarte los cabellos, y entonces arrojarte al suelo, como hago yo ahora,
tomando por anticipado la medida de mi tumba! (Llaman dentro.)
Fray Lorenzo ¡Levántate! ¡Llaman! ¡Escóndete, buen Romeo!
Romeo ¡No, a no ser que el aliento de mis dolorosos suspiros me envuelva
a modo de niebla, sustrayéndome a escrutadoras miradas! (Llaman.)
Fray Lorenzo ¿No oyes cómo están llamando? ¿Quién es? ¡Levántate, Ro-
meo, que van a prenderte!... ¡Esperad un momento!... ¡Alza del suelo!...
(Llaman.) ¡Corre a mi estudio!... ¡Enseguida!... ¡Poder de Dios! ¡Qué
locura es ésta!... ¡Voy, voy!... (Llaman.) ¿Quién llama tan fuerte? ¿De
dónde venís? ¿Qué deseáis?
Nodriza (Dentro.) Permitidme que pase y sabréis mi recado. Vengo de
parte de la señora Julieta.
Fray Lorenzo ¡Bienvenida, pues!
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(Entra la Nodriza.)
Nodriza ¡Oh, santo fraile! Decidme, santo fraile: ¿dónde está el esposo de
mi señora? ¿Dónde está Romeo?
Fray Lorenzo Allí, en el suelo, embriagado con sus mismas lágrimas.
Nodriza ¡Oh! ¡Igual que mi señorita, exactamente en igual caso que ella!
Fray Lorenzo ¡Oh! ¡Dolorosa semejanza! ¡Lastimosa conformidad de
situación!
Nodriza Así yace ella: llorando y gimiendo, gimiendo y llorando. (A Ro-
meo.) ¡Levantaos, levantaos; alzad, si sois hombre! ¡Por amor de Julie-
ta, por su amor, levantaos y poneos en pie! ¿Por qué caer en un ¡oh! tan
profundo?
Romeo ¡Nodriza!...
Nodriza ¡Ah, señor! ¡Ah, señor! ¿Qué hemos de hacerle? La muerte es el
fin de todo.
Romeo ¿Hablas de Julieta? ¿Cómo está? ¿No cree que soy un consumado
asesino, que acaba de manchar con sangre de su familia la infancia de
nuestra ventura? ¿Dónde está? ¿Cómo se halla? ¿Y qué dice mi trun-
cada esposa de nuestro truncado amor?
Nodriza ¡Oh! Nada dice, señor, sino llorar y más llorar. Y ahora se arroja
en su lecho, luego se levanta sobresaltada y nombra a Teobaldo, y des-
pués llama a Romeo, y al fin vuelve a caer.
Romeo ¡Dijérase que ese nombre, disparado por arma mortal, la ha mata-
do, como la mano maldita que lleva tal nombre mató a su primo! ¡Oh!
¡Dime, monje, dime! ¿En qué vil parte de esta anatomía se encuentra
mi nombre? ¡Dímelo, que devaste la odiosa mansión! (Desenvainando
la espada.)
Fray Lorenzo ¡Detén tu airada mano! ¿Eres hombre? Tu figura pregona que
lo eres, pero tus lágrimas son de mujer y tus actos frenéticos denotan la
furia irreflexiva de una fiera. Deformada mujer en forma de hombre o
mal formada fiera en forma de hombre y de mujer. ¡Pasmado me dejas!
Por mi santa Orden, te creí en disposición más templada. Después de
matar a Teobaldo, ¿quieres ahora matarte a ti mismo y juntamente a tu
esposa, que vive en ti, creándote a ti propio un odio execrable? ¿Por qué
ultrajas tu nacimiento, el cielo y la tierra, toda vez que nacimiento, cielo
y tierra en ti se aúnan, y los quieres perder a la vez? ¡Cuidado, cuidado!
Estás envileciendo tu figura, tu amor y tu razón, y, semejante al usurero,
en todo abundas, menos en utilizar en recto uso lo que verdaderamente
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Escena iv
[Una sala en casa de Capuleto.]
Capuleto Han ocurrido cosas tan lamentables, señor, que no hemos tenido
tiempo de convencer a nuestra hija. Considerad que profesaba gran afec-
to a su primo Teobaldo, y yo lo mismo. Bien; todos hemos nacido para
morir. Es muy tarde. Ella no bajará esta noche. Os aseguro que, a no ser
por vuestra compañía, hace una hora que estaría yo en la cama.
Paris Estos instantes de dolor no dan lugar a galanteos. Buenas noches,
señora. Encomendadme a vuestra hija.
Lady Capuleto Lo haré, y mañana temprano sabré su modo de pensar.
Esta noche está aprisionada a su pesadumbre.
Capuleto Conde de Paris, me atrevo a responderos del amor de mi hija.
Creo que en todo se dejará gobernar por mí. Más diré: no lo dudo. Es-
posa, id a verla antes de recogeros. Dadle cuenta del amor de mi hijo
Paris, y hacedle saber, notadlo bien que el próximo miércoles... Pero
¡calla! ¿Qué día es hoy?
Paris Lunes, señor.
Capuleto ¡Lunes! ¡Ya, ya! Bien. El miércoles es demasiado pronto; sea el
jueves. Decidle que el jueves se desposará con este noble conde. ¿Esta-
réis vos dispuesto? ¿Os agrada esta premura? No habrá gran pompa.
Un amigo o dos; pues, comprendedlo, estando tan reciente la muerte
de Teobaldo, pudieran pensar que le honrábamos poco, siendo nuestro
pariente, si nos regocijábamos mucho. De modo que invitaremos a
media docena de amigos, y asunto terminado. Ahora, ¿qué decís vos
al jueves?
Paris ¡Señor, que quisiera que fuera jueves mañana!
Capuleto Bien, podéis retiraros. Sea entonces el jueves. Id a ver a Julie-
ta antes de acostaros, esposa, y preparadla para el día del casamien-
to. ¡Adiós, señor! ¡Luces a mi cuarto, eh! Por vida mía, es ya tan tar-
de, tan tarde, que muy pronto podremos decir que es temprano.
¡Buenas noches! (Salen.)
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Escena v
[Jardín de Capuleto.]
38 Cintia: luna.
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Romeo ¡Cada vez clarea más! ¡Cada vez se ennegrecen más nuestros
infortunios!
Nodriza ¡Señora!
Julieta ¡Nodriza!
Nodriza Vuestra señora madre se dirige a vuestro aposento. Ha despuntado
el día. ¡Cuidado y alerta! (Sale.)
Julieta Entonces, balcón, ¡haz entrar la luz del día y deja salir mi vida!
Romeo ¡Adiós!... ¡Adiós! Un beso, y voy a descender... (Desciende.)
Julieta ¿Y me dejas así, mi dueño, mi amor, mi amigo? ¡Necesito saber
de ti cada día y cada hora!... ¡Porque en un minuto hay muchos días!
¡Oh! ¡Según esta cuenta, habré yo envejecido antes que vuelva a ver
a mi Romeo!
Romeo ¡Adiós!... ¡No perderé ocasión alguna para enviarte mis recuerdos,
amor mío!
Julieta ¡Oh! ¿Piensas que nos volveremos a ver algún día?
Romeo ¡Sin duda! Y todos estos dolores serán tema de dulces pláticas en
días futuros.
Julieta ¡Oh Dios! ¡Qué negros presentimientos abriga mi alma!... ¡Se me
figura verte ahora, que estás abajo, semejante a un cadáver en el fondo
de una tumba! ¡O mi vista me engaña, o tú estás muy pálido!
Romeo Pues, créeme amor mío: a mis ojos también tú lo estás. ¡Sufrimientos
horribles beben nuestra sangre!... ¡Adiós! ¡Adiós!... (Sale.)
Julieta ¡Ay!... ¡Fortuna! ¡Fortuna! todos te llaman veleidosa. Si lo eres,
¿qué tienes que ver con quien goza de renombre por su fidelidad? ¡Sé
tornadiza, Fortuna, porque entonces, según espero, no lo retendrás,
largo tiempo, sino que lo restituirás pronto a mis brazos!
Lady Capuleto (Dentro.) ¡Hola, hija mía! ¿Estás ya levantada?
Julieta ¿Quién me llama? ¡Es mi señora madre! ¡Está de vela tan tarde, o
es que madruga tan temprano! ¿Qué inusitada causa la trae aquí?
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Lady Capuleto Pues a fe, hija mía, que el próximo jueves, de madrugada,
el galante joven y noble caballero el conde de Paris tendrá la ventura
de hacer de ti una feliz esposa en la iglesia de san Pedro.
Julieta ¡Pues por la iglesia de san Pedro, y aun por san Pedro mismo, él
no hará de mí una feliz esposa! Me extraña su prisa y que me haya de
casar con quien ni siquiera me ha hecho la corte. Señora, os suplico
digáis a mi padre y señor que no quiero desposarme todavía, y que, de
hacerlo, os juro que será con Romeo, a quien supondrás que odio, an-
tes que con Paris... ¡Y eran esas las noticias!...
Lady Capuleto ¡Aquí está vuestro padre! ¡Decídselo vos misma, y veréis
ahora cómo va a tomarlo!
Capuleto Cuando se pone el sol, el aire destella rocío; pero por el ocaso
del hijo de mi hermano llueve a mares. ¿Qué es eso? ¿Un desagüe,
muchacha? Qué, ¿siempre lágrimas y llorando a torrentes? En tu
cuerpo diminuto semejas una barca, el océano y el huracán; porque
tus ojos, que bien puedo denominar océano, a todas horas tienen
flujo y reflujo de lágrimas. La barca es tu cuerpo que navega en ese
salado piélago; los vientos, tus suspiros, que en lucha furiosa con tu
llanto, y éste con ellos, de no sobrevenir una repentina calma, harán
zozobrar tu cuerpo, combatido por la tempestad. Qué, esposa ¿le ha-
béis comunicado nuestra determinación?
Lady Capuleto Sí, señor; pero no quiere; os da las gracias. ¡Ojalá se des-
posara con la tumba esa necia!
Capuleto ¿Cómo? A ver, a ver, esposa. ¡Qué! ¿No quiere? ¿No nos lo agradece?
¿No se siente orgullosa? ¿No tiene a dicha, por muy indigna que sea de ello,
el que le hayamos proporcionado para novio un caballero tan notable?
Julieta Orgullosa, no; al contrario, estoy muy agradecida. Nunca puedo
estar orgullosa de lo que aborrezco; pero sí agradecida, hasta por lo
que odio, cuando se lleva a cabo con amorosa intención.
Capuleto ¡Cómo, cómo! ¡Cómo, cómo! ¡Hilvanadora de retóricas! ¿Qué
significa eso de “estoy orgullosa y os lo agradezco”, y “no os lo agra-
dezco”, y, sin embargo, “no estoy orgullosa”? Lo que vais a hacer, se-
ñorita deslenguada, es dejaros de ese galimatías de agradecimientos
y orgullos y preparar vuestras finas piernas para el próximo jueves, a
fin de acompañar a Paris a la iglesia de San Pedro, o, de lo contrario,
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William Shakespeare
Julieta ¿No hay clemencia en los cielos que llegue hasta el fondo de mi
dolor?... ¡Oh, dulce madre mía! ¡No me rechacéis! Suspended esta boda
un mes, una semana; o si no, preparad mi lecho de bodas en la tumba
sombría donde yace Teobaldo.
Lady Capuleto Nada me digas, pues no hablaré una palabra. Obra como
quieras, porque todo ha terminado entre las dos. (Sale.)
Julieta ¡Oh, Dios! ¡Oh, nodriza! ¿Cómo se remediaría esto? Mi esposo está
en la tierra; en el cielo, mi fe. ¿Cómo tornará otra vez esta fe a la tierra,
a no ser que mi esposo, dejando este mundo, me la envíe desde el cielo?
Consuélame, aconséjame. ¡Ay! ¡Ay! ¡Que haya de emplear el cielo astu-
cias contra una criatura tan débil como yo! ¿Qué dices tú? ¿No tienes ni
una palabra de alegría? ¡Dame algún consuelo, nodriza!
Nodriza ¡Helo aquí a fe mía! Romeo está desterrado, y apostaría el mundo
entero contra nada a que no se atreve a volver aquí para reclamaros, y
de venir, será a escondidas. Estando, pues, las cosas como están, creo
que lo más conveniente es que os caséis con el conde. ¡Oh! ¡Es un arro-
gante caballero! ¡Romeo, para él es una insignificancia! ¡El águila, se-
ñorita, no tiene unos ojos tan verdes, tan vivos, tan bellos como los de
Paris! Padezca mi propio corazón, si no sois feliz con este segundo
matrimonio, puesto que aventaja al primero; y aunque no lo fuera, de
todos modos, vuestro primer marido ha muerto, o tanto da si lo tenéis
vivo aquí y no podéis serviros de él.
julieta ¿Y eso lo dices de corazón?
Nodriza ¡Y con toda mi alma! ¡Malditos, si no, el uno y la otra!
Julieta ¡Amén!
Nodriza ¿Qué?
Julieta Nada, que me has consolado admirablemente. Ve y dile a mi ma-
dre que, afligida por haber contrariado a mi padre, voy a ir a la celda
de Fray Lorenzo a confesarme y recibir su absolución.
Nodriza ¡A fe que eso es ponerse en razón! (Sale.)
Julieta ¡Vieja condenada! ¡Oh, aborrecido demonio! ¿Es mayor pecado inci-
tarme así al perjurio, o vituperar a mi señor con esa misma lengua que
tantos millares de veces le ha ensalzado sobre toda alabanza? ¡Márchate,
consejera! ¡Tú y mi corazón estaréis desde hoy divididos!... Iré a ver al
monje, a saber qué remedio me da. ¡Si todos fracasaran, yo misma tengo
arrestos para morir! (Sale.)
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