Celso Furtado Desarrollo y Subdesarrollo

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Celso Furtado

DESARROLLO Y
SUBDESARROLLO

EDITORIAL UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRES


DESARROLLO Y
SUBDESARROLLO

CELSO FURTADO

EUDEBA

EDITORIAL UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRES

Segunda edición, agosto de 1965


A LUCIA PIAVE TOSI

En un triángulo rectángulo, el cuadrado de la hipotenusa es


igual a la suma de los cuadrados de los otros dos lados; pero conviene
agregar la pregunta: ¿se trata realmente de un triángulo rectángulo?

Stanley Jevons
INTRODUCCIÓN

Desarrollo y subdesarrollo reúne una serie de estudios realizados durante un periodo de


casi diez años. Su unidad se debe a que, durante todo ese tiempo el trabajo del autor persiguió un
mismo objetivo: encontrar caminos de acceso a la comprensión de los problemas específicos del
subdesarrollo económico.
Cuando, más de diez años atrás, el autor comenzó a interesarse en el subdesarrollo, la
ciencia económica de los Estados Unidos, difícilmente ofrecía punto de partida alguno para
abordar la materia. La teoría de los precios, cuerpo central de la ciencia económica, estructurada
dentro del marco de concepción del equilibrio general, excluye toda actitud mental dirigida a los
problemas de dinámica social. El estudiante se habituaba a traducir en términos de análisis
infinitesimal la relaciones básicas de actividad económica, refugiándose en la atmósfera
ratificada de las altas abstracciones. De allí descendía directamente a la geografía económica y a
la descripción de las instituciones. Toda insistencia en las diferencias estructurales hacía nacer la
sospecha de una asimilación insuficiente del método científico de la economía.
Junto a la teoría de los precios y sus ramificaciones, habría de surgir, como una erupción
volcánica, la compleja construcción keynesiana, cuya larga digestión proseguiría en los medios
académicos. Para los economistas formados en la tradición de la teoría del equilibrio, constituye
una auténtica acrobacia mental recorrer las sendas, colmadas de imprevistos, del pensamiento
keynesiano. Mientras tanto, la herramienta del análisis macroeconómico abría perspectivas
enteramente nuevas y contribuía poderosamente a romper la gruesa capa de preconceptos que se
fue acumulando a la sombra de un rigor metodológico cada vez más esteril. Con todo, la
elegancia del modelo keynesiano ocultaba en sus agregados muchos de los problemas más
sugestivos que comenzaban a ser vislumbrados mediante el enfoque macroeconómico.
La tercera ventana que se abría ante quienes pretendían estudiar y comprender el mundo
de los problemas económicos, era la doctrina marxista. En la medida en que ésta descubría la
urdimbre de irracionalidad subyacente en la realidad social contemporánea e impulsaba la
capacidad creadora del hombre hacía la reconstrucción social, contribuía a aproximar los
economistas a los grandes problemas culturales y humanos de la época. Pero, si bien fomentaba
una actitud crítica —casi siempre positiva en los países sudesarrollados, donde la persistencia de
las instituciones superadas constituye un pasivo de difícil liquidación—, el marxismo dificultaba
el libre desarrollo del trabajo científico en el campo de la economía, ya que sus postulados
filosóficos, aceptados como dogma, revestían al análisis económico de un carácter teleológico.
Como en los países subdesarrollados el trabajo más urgente y socialmente necesario, desde el
punto de vista social, era de naturaleza crítica, el pensamiento marxista resultaba sumamente
eficaz, lo que contribuye a su rápida penetración en las fases donde se acelera el proceso de
transformación social. Pero, al no ofrecer soluciones constructivas, fuera de sus posiciones
dogmáticas, limitaba extremadamente la perspectiva del esfuerzo intelectual creador.
Si pretendiésemos sintetizar la contribución de las tres corrientes antes mencionadas a la
aparición de un comienzo de pensamiento económico autónomo y creador en el mundo
subdesarrollado, diríamos que el marxismo fomento una actitud crítica y de desacuerdo, la
economía clásica sirvió para imponer una disciplina metodológica, sin la cuál se produce la
desviación hacia el dogmatismo, y la eclosión keynesiana favoreció la mejor comprensión del
papel del Estado en el plano económico abriendo nuevas perspectivas al proceso de reforma
social.
La evolución del autor en este terreno se cumplió a través de años de trabajo como
investigador y analista, principalmente en su calidad de economista de la CEPAL. La necesidad
de diagnosticar la problemática de los sistemas económicos nacionales en distintas fases del
subdesarrollo, lo llevó a aproximar el análisis económico del método histórico. El estudio
comparativo de problemas similares en el plano abstracto, con variantes condicionadas por
situaciones históricas diversas y con distintos contextos nacionales, lo fue llevando a adoptar,
gradualmente, un enfoque estructural de los problemas económicos. Se halla convencido de que
el esfuerzo más necesario, en el plano teórico, que debe ser realizado en la etapa actual consiste
en la identificación progresiva de aquello que resulta crítico para cada estructura. Posteriormente,
ese esfuerzo servirá de base para una tipología de las estructuras. Evidentemente, se trata del
punto de vista de un economista de país subdesarrollado. No Excluye la posibilidad de que el
trabajo teórico —que se realiza actualmente en los países desarrollados—; tendiente a la
construcción de modelos cada vez más completos de las estructuras industriales típicas más
avanzadas, dentro del cuadro institucional de la libre empresa, siga prestando su utilidad para
precisar conceptos y relaciones de amplia eficacia explicativa.
El primer capítulo de este libro presenta un esquema de la evolución de las ideas relativas
al desarrollo a partir de los clásicos ingleses. El método adoptado fue el de reconstruir el modelo
adoptado en la teoría económica aceptada. El autor no se ha preocupado por lo que pensaban los
economistas sobre el desenvolvimiento en general. Indagó hasta qué punto sus teorías lograban
“explicar” el proceso de crecimiento. Aquellos economistas que realizaron un trabajo
especialmente crítico, como los de la escuela histórica alemana o los institucionalistas
norteamericanos, fueron excluidos por el simple hecho de que no aportaban a la interpretación
sistemática del proceso de crecimiento. En 1954 apareció una primera versión parcial del
presente capítulo, en portugues y en español.1
El segundo capítulo se refiere al mecanismo del crecimiento y constituye un intento de
identificación de aquellas categorías del análisis económico actual, que poseen alguna validez
universal desde el punto de vista de la explicación del proceso de desarrollo. La primera versión
de este capítulo fue preparada en 1952, y fue el resultado de un intento de sentar las bases de una
técnica de la planificación económica. Fue publicada parcialmente en portugues en 1952; en
traducciones al español en 1953 y al inglés en 1954.2

1 Ver A Economia Brasileira, Rio, 1954, Cap. VI, y El Trimestre Económico, julio-septiembre 1954.
2 Ver Revista Brasileira de Economia, septiembre 1952; El Trimestre económico, enero-marzo 1953:
International Economic Papers N° 4, 1954.
El capítulo tercero es un ensayo de integración del análisis económico con el método
histórico, en un intento de explicar los orígenes de la economía industrial, base de la moderna
cultura occidental. La primera versión de ese ensayo fue publicada en portugues, en 1955, y
traducida al español en 1956.3
El capítulo cuarto inicia una discusión en torno del problema específico del
subdesarrollo, discusión que se extiende a los dos capítulos siguientes. Junto con el capítulo
quinto, el cuarto constituye una monografía presentada por el autor en 1958, como tesis del
concurso para la cátedra de Economía Política de la Facultad de Derecho de la Universidad del
Brasil.
El capítulo sexto fue escrito en 1960, y constituye un ensayo de aplicación de las ideas
formuladas en los capítulos anteriores a la interpretación del desarrollo brasileño durante las tres
últimas décadas.
Desarrollo y subdesarrollo se dirige a una cantidad creciente de personas, particularmente
de la nueva generación, que se preocupan por los problemas del subdesarrollo. El autor está
convencido de que resulta cada vez más urgente realizar un esfuerzo de crítica y de nueva
formulación del pensamiento económico, tendiente a un conocimiento más eficaz de los
problemas de subdesarrollo. Con el objeto de contribuir a que se realice dicho esfuerzo, pública
estos ensayos —simples exploraciones en tierras casi vírgenes— que podrán tener la virtud de
sugerir algunos puntos de partida para una discusión preparatoria de esa tarea constructiva.

C.F.

Recife, febrero de 1961.

3 Ver Econômica Brasileira, enero-marzo 1955, y El Trimestre Económico, abril-junio 1956.


PRIMERA PARTE

DESARROLLO
CAPÍTULO 1

LA TEORÍA DEL DESARROLLO EN LA CIENCIA ECONÓMICA

INTRODUCCIÓN

La teoría del desarrollo económico trata de explicar, en una perspectiva macroeconómica,


las causas y el mecanismo de aumentos persistentes de la productividad del factor trabajo, y sus
repercusiones en la organización de la producción y en la forma en que se distribuye y utiliza el
producto social. Esa tarea explicativa se proyecta en dos planos. El primero —en el que
predominan las formulaciones abstractas— comprende el análisis del mecanismo, propiamente
dicho, del proceso de crecimiento, lo que exige la construcción de modelos o esquemas
simplificados de los sistemas económicos existentes, basados en relaciones estables entre
variables de posible representación numérica y consideradas de sobresaliente importancia. El
segundo —que es el plano histórico— incluye un estudio crítico, confrontando con una realidad
determinada, de las categorías básicas definidas por el análisis abstracto. No basta construir un
modelo abstracto y elaborar la explicación de su funcionamiento. Resulta de igual importancia
verificar la eficacia explicativa de este modelo frente a una realidad histórica. Solamente esa
verificación podrá indicar las limitaciones que se producen en el nivel de abstracción en que fue
elaborado el modelo y sugerir las modificaciones que deben ser introducidas para darle validez
desde el punto de vista de determinada realidad.
Las relaciones estables (de tipo funcional o causal-genético) con que trabaja el
economista no se derivan directamente de la observación del mundo real, sino de esquemas más
o menos simplificados de esa realidad. Por lo tanto, el problema metodológico que se presenta al
economista es el de definir el nivel de generalidad —o de concreción— en el que resulta válida
una relación de valor explicativo, cualquiera que sea. En otras palabras: hasta qué punto es
posible eliminar, de determinado modelo abstracto, las suposiciones simplificadoras que resultan
incompatibles con la realidad histórica en estudio sin que ello signifique anular su eficacia
explicativa. Este problema metodológico tiene particular importancia en el terreno de la teoría
del desarrollo, por dos razones principales. La primera es que, en este caso, no es posible
eliminar el factor tiempo o ignorar la irreversibilidad de los procesos económicos históricos. Eso
dificulta toda generalización basada en observaciones realizadas en determinado momento. La
segunda, es que tampoco pueden pasarse por alto las diferencias de estructura entre las
economías de distinto grado de desarrollo. Como las relaciones mencionadas presuponen cierta
estabilidad estructural, el problema que se nos presenta es doble: primero, saber hasta qué punto
es posible generalizar, para otras estructuras, las observaciones efectuadas respecto de una de
ellas; segundo, definir relaciones que sean suficientemente generales como para tener validez en
el curso de determinadas modificaciones estructurales. ¿Qué validez explicativa podrán tener las
observaciones realizadas respecto de un modelo suficientemente general como para cumplir
todos esos requisitos? El rigor del análisis económico consiste, precisamente, en definir los
límites de esa validez. El esfuerzo en el sentido de alcanzar más altos niveles de abstracción debe
ser acompañado por otro cuyo objeto sea definir, en función de las realidades históricas, los
límites de validez de las relaciones deducidas. El doble carácter de la ciencia económica
—abstracto e histórico— se hace así evidente, con toda plenitud, en la teoría del desarrollo
económico.
El hecho de que la economía haya parecido, hasta nuestros días, una ciencia puramente
abstracta se debe a que, a partir de Ricardo, su objetivo se ha limitado, prácticamente, al estudio
de la repartición del producto social. Cuando se encara el proceso económico desde el punto de
vista de la distribución del flujo de la renta social, pronto se identifican algunas categorías que,
por su generalidad, permiten el análisis en un elevado nivel de abstracción. Esa generalidad
alienta al analista a revestir de validez universal las teorías que formula, aunque la base de sus
observaciones resulte sumamente limitada. Veamos un ejemplo: la teoría ricardiana de la renta de
la tierra. La escasez relativa y la diversidad de tipos de tierra arable son observaciones que, si
bien fueron realizadas en un condado de Inglaterra, tienen toda la apariencia de una vigencia
universal. Al hacer derivar de estos factores el fenómeno de la renta, Ricardo podía esperar que
su teoría tuviese un carácter de universalidad. Sin embargo, ni la escasez relativa de la tierra
puede ser universalizada o considerada en términos absolutos, ni pueden pasarse por alto, en
cualquier estudio del producto social, las formas de organizar la producción.
El economista que observa los procesos económicos, no con una perspectiva
exclusivamente distributiva sino, principalmente, como un sistema de producción, deberá
necesariamente descender al plano histórico, lo que lo obligará a ser más prudente en sus
generalizaciones. El mismo Ricardo puede servirnos de ejemplo. Es sabido que dicho economista
no se interesaba por los problemas ligados a la producción, considerándolos explícitamente fuera
del campo de la economía. A pesar de todo, en la tercera edición de sus Principles, incluyó un
capítulo dedicado al estudio de las repercusiones que tuvo la introducción de las máquinas en la
organización de la producción. Afirma allí, con la gran oportunidad, que las generalizaciones
efectuadas sobre la base de la experiencia inglesa no se aplican a muchos países (que hoy
llamaríamos subdesarrollados), cuya disponibilidad relativa de factores difiere de la que
caracteriza a Gran Bretaña.1 Así el problema de la naturaleza abstracta o histórica del método
con que trabajaba el economista, no es independiente de los problemas que lo preocupan. El
desarrollo económico constituye un fenómeno de evidente dimensión histórica. Toda economía
en evolución debe enfrentar una serie de problemas que le son específicos, aunque muchos de
ellos resulten comunes a otras economías contemporáneas. El conjunto de los recursos naturales,

1 D. Ricardo: On the Principles of Political Economy and Taxation, cap XXXI (incluido en Works).
las corrientes migratorias, el orden institucional o el grado relativo de evolución de las
economías contemporáneas singularizan cada fenómeno histórico de desarrollo. Tomemos un
ejemplo al respecto: Cuba. Pocas economías se han desarrollado con mayor rapidez que la de ese
país, gracias a una creciente integración en el comercio internacional. Pero también pocas
economías encuentran hoy, como esa, mayores dificultades para salir del estancamiento debido a
la índole de sus relaciones de intercambio exterior. Así el comercio exterior aparece, en este
caso, como un factor que al mismo tiempo estimula y traba el desarrollo.2
A pesar de todo, no resultaría menos anticientífica la posición del economista que se
limitase a una simple descripción de los casos históricos de desarrollo. Jamás lograría
comprender, por ejemplo, el papel que desempeñan las fluctuaciones en la exportación del azúcar
en relación al proceso de formación del capital en la economía cubana, a menos que contase con
el adecuado instrumental analitico, el cuál no existiria si la ciencia económica no hubiese
alcanzado cierto grado de universalidad en la definición de una serie de conceptos básicos, cuya
validez explicativa, aunque limitada, tiene innegable importancia práctica. Y cuando olvidamos
los límites de esa validez al abordar los problemas inherentes a las situaciones históricas,
pasamos subrepticiamente del campo de la especulación científica al de la dogmática. Por
ejemplo, entre las llamadas “grandes leyes” de la economía clásica se encontraban la de la “libre
competencia” y la del “libre cambio”. En última instancia, ambas constituían construcciones
lógicas basadas en observaciones fragmentarias, en una psicología humana simplificada, en
determinada estructura social y en las relaciones existentes entre economías en expansión y
economías relativamente paralizadas. Y a fuerza de ser repetidas acabaron por convertirse en
dogmas. Por ese motivo, y durante mucho tiempo, la economía perdíó el carácter de ciencia
objetiva, para transformarse en un conjunto de preceptos.3
De este modo, la crítica permanente del pensamiento económico, por parte de los propios
economistas, constituye un requisito para el adelanto de esta ciencia.

2 Escrito en 1954.
3 “Nos damos perfecta cuenta de que, durante el siglo pasado, los economistas, al hablar en nombre de su
ciencia, estaban ventilando puntos de vista respecto de lo que consideraban socialmente imperativo. Basándose en
sus descubrimientos científicos, trataban de determinar el sentido de aquello que resulta económicamente «deseable»
o «justo», del mismo modo que se oponen a ciertas políticas con el argumento de que su realización disminuye el
«bienestar» general o implicaría «descuidar» (o hasta «infringir») las leyes económicas. Aun cuando no sea
expresado en forma explícita, las conclusiones implican indudablemente la idea de que el análisis económico puede
proporcionar leyes en el sentido de normas, y no simplemente leyes en el sentido de repeticiones comprobables y de
regularidad en hechos reales y posibles” Gunnar Myrdal, The Political Element in the Development of Economic
Theory, Londres, 1953, pág. 4.
EL PUNTO DE VISTA DE LA ECONOMÍA CLÁSICA

Decíamos antes que el aumento de la productividad del trabajo y sus repercusiones en la


distribución y utilización del producto social constituyen el problema central de la teoría del
desarrollo. Sin embargo, en este caso, lo que interesa no es el aumento de productividad en esta o
aquella empresa, per se. Si bien es cierto que, de manera general, no se puede aumentar la
productividad del conjunto sino a través de mejoras en la productividad de las empresas
individuales, resultaría erróneo pretender deducir del estudio específico de dichas empresas, o
del mecanismo de mercados aislados, una teoría del desarrollo.4
El aumento de productividad económica en el plano de la empresa sólo significa, algunas
veces, el aumento de ganancias para el empresario, sin repercusión alguna sobre la renta global.
Por consiguiente, no se debe confundir el aumento de productividad —en el plano
microeconómico— con el desarrollo, el cuál difícilmente podría concebirse sin un aumento de la
renta real per cápita. Sin embargo, el aumento de productividad física en el plano de la empresa,
es un fenómeno de gran importancia para el mecanismo del desarrollo por el hecho de que,
muchas veces, es un factor la mano de obra.
Definiendo la productividad social como el producto total por unidad de tiempo de
ocupación de la fuerza de trabajo de una colectividad, se deduce que la teoría del desarrollo
constituye, principalmente, una teoría macroeconómica de la producción. Es por esta vía que
puede encuadrarse la teoría del desarrollo dentro de la teoría económica general. Por
consiguiente, al formular la teoría de la variantes de producción a largo plazo, los economistas
estarían suministrándonos las bases para una teoría del desarrollo económico.
Veamos hasta qué punto llegó a ser efectivamente formulada dicha teoría. ¿Qué cabe
esperar de una teoría de la producción? Que nos describa de qué manera se va transformando,
históricamente, el proceso de la producción; que nos indique las causas de las modificaciones en
sus niveles; que nos exponga el mecanismo del proceso de producción y las relaciones
funcionales y de casualidad entre las variables correspondientes; que nos indique las relaciones
entre la estructura del aparato productivo y la forma de distribución de la renta, y entre las
modificaciones de esta última y el ritmo de acumulación; finalmente, que nos diga cuál es la tasa
máxima virtual de acumulación y en qué condiciones puede ser lograda, ya sea en las economías
de libre empresa como aquellas que cuentan con un control central sobre la utilización de los
factores de producción.
Ahora bien, en líneas generales, los economistas no solo no se preocupan,
sistemáticamente, por los problemas relacionados con el proceso productivo, sino que algunas
veces llegan a declarar, explícitamente, que los mismos escapan a los objetivos de la ciencia
económica.5 En la obra de Adam Smith, el estudio de la producción, aunque tratado en forma de-

4 Véase, más adelante, pág. 68, la crítica keynesiana sobre el enfoque neoclásico a este respecto
5 Edwin Canaan: Historia de la Teorías de la Producción. Fondo de Cultura Económica. México, 1942.
sigual, ocupa un espacio considerable. Se aplicó a un problema que luego desaparecería,
prácticamente, del pensamiento de los clásicos ingleses: ¿Por qué aumenta el producto social?
Atribuyó la causa de este fenómeno a la división del trabajo, a la cuál adjudica tres virtudes:
aumento de habilidad en el trabajo, economía de tiempo y posibilidad de usar las máquinas.
Después de una salida tan feliz, el análisis de Smith desciende bruscamente de nivel: afirma que
la división del trabajo es el resultado de la “tendencia a comerciar” que tiene el hombre, y que el
volumen del mercado limita la división del trabajo. Caemos así en un círculo vicioso, ya que el
volumen del mercado depende del nivel de la productividad y este último de la división del
trabajo, a la que, a su vez, depende del volumen del mercado.6
Siguiendo a J. B. Say, los clásicos de la primera mitad del siglo XIX clasificaban los
“elementos de producción” en tres grupos: tierra, capital y trabajo. Eso no obstante, atribuían al
trabajo el origen de todo “valor”, resultando el producto social de la cantidad de trabajo
realizado, directa e indirectamente. Con todo, la cantidad de trabajo que podía ser empleado se
hallaba determinada por la suma del capital acumulado. Esa teoría establecía, implícitamente,
que el nivel de los salarios reales no era arbitrario y que por consiguiente, no podía ser
modificado por la acción de los sindicatos o del gobierno, sino que dependía de la oferta de
trabajo y de la capacidad de empleo de la economía. Ahora bien, la capacidad de empleo era una
función de la acumulación del capital.7 No obstante su objetivo limitado, resulta evidente el
alcance que podría tener esa teoría como explicación del proceso histórico del aumento de la
producción.
Sin embargo, los economistas de la primera mitad del siglo XIX —por lo menos en
Inglaterra— no veían en el proceso de la acumulación del capital la clave de una teoría del
desarrollo progresivo, sino una prueba de que la evolución que entonces se observaba constituía
un fenómeno fugaz. Su razonamiento se encontraba preso en las tenazas del “principio de la
población”, formulada por Malthus, y de la “ley de los rendimientos decrecientes”, que se
suponía prevalecía en la agricultura. Estas dos tenazas poseían un claro fundamento ideológico,
orientándose la primera hacia la teoría de los salarios y la segunda a la renta de la tierra. Ricardo,
gran ideólogo de la clase industrial inglesa, aducía que la renta de la tierra tendía a crecer a
medida que se utilizaban tierras de inferior calidad. Por otra parte, siguiendo el “principio de
Malthus”, afirmaba que la población tendía a crecer siempre que el salario obrero iba más allá
del nivel de la simple subsistencia. Cuando la relación tierras-población era favorable, como
sucedía en los países de colonización reciente, los salarios eran altos y los lucros elevados. El
ritmo de acumulación tenía que ser grande y baja la renta del suelo. Pero los salarios elevados
significaban un crecimiento rápido de la población y la utilización de tierras de calidad inferior.
Aumentando el precio de los alimentos, aumentaba también el costo de la mano de obra, al mis-

6 Adam Smith: In Enquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations. Ed. de Edwin Cannan. Ver
capítulos I, II y III.
7 En estricta verdad, era función del “fondo de salarios”, que venía a ser el capital circulante disponible .

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