2122 Sinodo 02 Preparacion
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Por una Iglesia sinodal:
comunión, participación y misión
1. La Iglesia de Dios es convocada en Sínodo. El camino, cuyo título es «Por una
Iglesia sinodal: comunión, participación y misión», se iniciará solemnemente el 9-10
de octubre del 2021 en Roma y el 17 de octubre siguiente en cada Iglesia particular.
Una etapa fundamental será la celebración de la XVI Asamblea General Ordinaria
del Sínodo de los Obispos, en el mes de octubre del 20231, a la cual seguirá la fase
de actuación, que implicará nuevamente a las Iglesias particulares (cf. EC, art. 19-
21).
Con esta convocatoria, el Papa Francisco invita a toda la Iglesia a interrogarse sobre
un tema decisivo para su vida y su misión: «Precisamente el camino de la sinodali-
dad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio». Este itinerario,
que se sitúa en la línea del «aggiornamento» de la Iglesia propuesto por el Concilio
Vaticano II, es un don y una tarea: caminando juntos, y juntos reflexionando sobre
el camino recorrido, la Iglesia podrá aprender, a partir de lo que irá experimen-
tando, cuáles son los procesos que pueden ayudarla a vivir la comunión, a realizar
la participación y a abrirse a la misión. Nuestro “caminar juntos”, en efecto, es lo que
mejor realiza y manifiesta la naturaleza de la Iglesia como Pueblo de Dios peregrino
y misionero.
2. Una pregunta fundamental nos impulsa y nos guía: ¿cómo se realiza hoy, a diver-
sos niveles (desde el local al universal) ese “caminar juntos” que permite a la Iglesia
anunciar el Evangelio, de acuerdo a la misión que le fue confiada; y qué pasos el
Espíritu nos invita a dar para crecer como Iglesia sinodal?
Enfrentar juntos esta cuestión exige disponerse a la escucha del Espíritu Santo, que,
como el viento, «sopla donde quiere: oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni
a dónde va» (Jn 3,8), permaneciendo abiertos a las sorpresas que ciertamente pre-
parará para nosotros a lo largo del camino. De este modo, se pone en acción un
dinamismo que permite comenzar a recoger algunos frutos de una conversión si-
nodal, que madurarán progresivamente.
Se trata de objetivos de gran relevancia para la calidad de vida eclesial y para el
desarrollo de la misión evangelizadora, en la cual todos participamos en virtud del
Bautismo y de la Confirmación. Indicamos aquí los principales, que manifiestan la
sinodalidad como forma, como estilo y como estructura de la Iglesia:
• hacer memoria sobre cómo el Espíritu ha guiado el camino de la Iglesia en la
historia y nos llama hoy a ser juntos testigos del amor de Dios;
• vivir un proceso eclesial participado e inclusivo, que ofrezca a cada uno –en
particular a cuantos por diversas razones se encuentran en situaciones mar-
ginales– la oportunidad de expresarse y de ser escuchados para contribuir
en la construcción del Pueblo de Dios;
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• reconocer y apreciar la riqueza y la variedad de los dones y de los carismas
que el Espíritu distribuye libremente, para el bien de la comunidad y en favor
de toda la familia humana;
• experimentar modos participados de ejercitar la responsabilidad en el anun-
cio del Evangelio y en el compromiso por construir un mundo más hermoso
y más habitable;
• examinar cómo se viven en la Iglesia la responsabilidad y el poder, y las es-
tructuras con las que se gestionan, haciendo emerger y tratando de convertir
los prejuicios y las prácticas desordenadas que no están radicadas en el Evan-
gelio;
• sostener la comunidad cristiana como sujeto creíble y socio fiable en caminos
de diálogo social, sanación, reconciliación, inclusión y participación, recons-
trucción de la democracia, promoción de la fraternidad y de la amistad social;
• regenerar las relaciones entre los miembros de las comunidades cristianas,
así como también entre las comunidades y los otros grupos sociales, por
ejemplo, comunidades de creyentes de otras confesiones y religiones, orga-
nizaciones de la sociedad civil, movimientos populares, etc.;
• favorecer la valoración y la apropiación de los frutos de las recientes expe-
riencias sinodales a nivel universal, regional, nacional y local.
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algunos elementos del escenario global más estrechamente vinculados con el tema
del Sínodo, pero el cuadro deberá enriquecerse y completarse a nivel local.
6. Esta situación, que, no obstante las grandes diferencias, une a la entera familia
humana, pone a prueba la capacidad de la Iglesia para acompañar a las personas y
a las comunidades para que puedan releer experiencias de luto y de sufrimiento,
que han encubierto muchas falsas seguridades, y para cultivar la esperanza y la fe
en la bondad del Creador y de su creación. Sin embargo, no podemos esconder-
nos: la misma Iglesia debe afrontar la falta de fe y la corrupción también dentro de
ella. En particular, no podemos olvidar el sufrimiento vivido por personas menores
y adultos vulnerables «a causa de abusos sexuales, de poder y de consciencia co-
metidos por un notable número de clérigos y personas consagradas». Continua-
mente somos interpelados «como Pueblo de Dios a asumir el dolor de nuestros
hermanos vulnerados en su carne y en su espíritu»: por mucho tiempo el de las víc-
timas ha sido un clamor que la Iglesia no ha sabido escuchar suficientemente. Se
trata de heridas profundas, que difícilmente se cicatrizan, por las cuales no se pedirá
nunca suficiente perdón y que constituyen obstáculos, a veces imponentes, para
proceder en la dirección del “caminar juntos”. La Iglesia entera está llamada a con-
frontarse con el peso de una cultura impregnada de clericalismo, heredada de su
historia, y de formas de ejercicio de la autoridad en las que se insertan los diversos
tipos de abuso (de poder, económicos, de conciencia, sexuales). Es impensable
«una conversión del accionar eclesial sin la participación activa de todos los inte-
grantes del Pueblo de Dios»: pidamos juntos al Señor «la gracia de la conversión y
la unción para poder expresar, ante estos crímenes de abuso, nuestra compunción
y nuestra decisión de luchar con valentía».
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7. No obstante nuestras infidelidades, el Espíritu continúa actuando en la historia y
mostrando su potencia vivificante. Precisamente en los surcos excavados por los
sufrimientos de todo tipo padecidos por la familia humana y por el Pueblo de Dios
están floreciendo nuevos lenguajes de fe y nuevos caminos capaces, no sólo de
interpretar los eventos desde un punto de vista teologal, sino también de encontrar
en medio de las pruebas las razones para refundar el camino de la vida cristiana y
eclesial. Es un motivo de gran esperanza que no pocas Iglesias hayan ya comenzado
a organizar encuentros y procesos de consulta al Pueblo de Dios, más o menos es-
tructurados. Allí donde tales procesos han sido organizados según un estilo sinodal,
el sentido de Iglesia ha florecido y la participación de todos ha dado un nuevo im-
pulso a la vida eclesial. Se confirman igualmente el deseo de protagonismo dentro
de la Iglesia por parte de los jóvenes, y la solicitud de una mayor valoración de las
mujeres y de espacios de participación en la misión de la Iglesia, ya señalados por
las Asambleas sinodales de 2018 y de 2019. En esta misma línea se ha de considerar
la reciente institución del ministerio laical de catequista y la apertura a las mujeres
del acceso a los ministerios del lectorado y del acolitado.
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necesidad de un proyecto compartido, capaz de conseguir el bien de todos. Una
Iglesia capaz de comunión y de fraternidad, de participación y de subsidiariedad,
en la fidelidad a lo que anuncia, podrá situarse al lado de los pobres y de los últimos
y prestarles la propia voz. Para “caminar juntos” es necesario que nos dejemos edu-
car por el Espíritu en una mentalidad verdaderamente sinodal, entrando con auda-
cia y libertad de corazón en un proceso de conversión sin el cual no será posible la
«perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y te-
rrena, tiene siempre necesidad» (UR, n. 6; cf. EG, n. 26).
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diocesanos y provinciales está bien documentada junto a la de los concilios ecumé-
nicos, cuando se ha tratado de definir verdades dogmáticas, los papas han querido
consultar a los obispos para conocer la fe de toda la Iglesia, recurriendo a la autori-
dad del sensus fidei de todo el Pueblo de Dios, que es «infalible “in credendo”» (EG,
n. 119).
12. A este dinamismo de la Tradición se ha anclado el Concilio Vaticano II. Esto de-
muestra que «fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aislada-
mente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que
le confesara en verdad y le sirviera santamente» (LG, n. 9). Los miembros del Pueblo
de Dios están unidos por el Bautismo y «aun cuando algunos, por voluntad de
Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores
para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad
y a la acción común a todos los Fieles en orden a la edificación del Cuerpo de
Cristo» (LG, n. 32). Por lo tanto, todos los Bautizados, al participar de la función sa-
cerdotal, profética y real de Cristo, «en el ejercicio de la multiforme y ordenada ri-
queza de sus carismas, de su vocación, de sus ministerios», son sujetos activos de
evangelización, tanto singularmente como formando parte integral del Pueblo de
Dios.
13. El Concilio ha subrayado como, en virtud de la unción del Espíritu Santo recibida
en el Bautismo, la totalidad de los Fieles «no puede equivocarse cuando cree, y esta
prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de
todo el pueblo cuando “desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos” presta su
consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres» (LG, n. 12). Es el Espíritu
que guía a los creyentes «hasta la verdad plena» (Jn 16,13). A través de su obra «la
Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia» porque todo el Pue-
blo santo de Dios crece en la comprensión y en la experiencia «de las cosas y de las
palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las
meditan en su corazón (cf. Lc 2,19.51), ya por la percepción íntima que experimen-
tan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del
episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad» (DV, n. 8).
En efecto, ese Pueblo, reunido por sus Pastores, se adhiere al sacro depósito de la
Palabra de Dios confiado a la Iglesia, persevera constantemente en la enseñanza de
los Apóstoles, en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en la oración, «y así
se realiza una maravillosa concordia de Pastores y Fieles en conservar, practicar y
profesar la fe recibida» (DV, n. 10)
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en la base de la participación en cada proceso sinodal está la pasión compartida
por la común misión de evangelización y no la representación de intereses en con-
flicto. En otras palabras, se trata de un proceso eclesial que no puede realizase si no
«en el seno de una comunidad jerárquicamente estructurada». Es en el vínculo pro-
fundo entre el sensus fidei del Pueblo de Dios y la función del magisterio de los
pastores donde se realiza el consenso unánime de toda la Iglesia en la misma fe.
Cada proceso sinodal, en el que los obispos son llamados a discernir lo que el Es-
píritu dice a la Iglesia no solos, sino escuchando al Pueblo de Dios, que «participa
también de la función profética de Cristo» (LG, n. 12), es una forma evidente de ese
«caminar juntos» que hace crecer a la Iglesia. San Benito subraya como «muchas
veces el Señor revela al más joven lo que es mejor», es decir, a quien no ocupa
posiciones de relieve en la comunidad; así, los obispos tengan la preocupación de
alcanzar a todos, para que en el desarrollo ordenado del camino sinodal se realice
lo que el apóstol Pablo recomienda a la comunidad: «No extingan la acción del Es-
píritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno» (1Ts
5,19-21).
15. El sentido del camino al cual todos estamos llamados consiste, principalmente,
en descubrir el rostro y la forma de una Iglesia sinodal, en la que «cada uno tiene
algo que aprender. Pueblo fiel, Colegio episcopal, Obispo de Roma: uno en escu-
cha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo, el “Espíritu de verdad” (Jn
14,17), para conocer lo que Él “dice a las Iglesias” (Ap 2,7)»19. El Obispo de Roma,
en cuanto principio y fundamento de la unidad de la Iglesia, pide a todos los Obis-
pos y a todas las Iglesias particulares, en las cuales y a partir de las cuales existe la
Iglesia católica, una y única (cf. LG, n. 23), que entren con confianza y audacia en el
camino de la sinodalidad. En este “caminar juntos”, pedimos al Espíritu que nos
ayude a descubrir cómo la comunión, que compone en la unidad la variedad de los
dones, de los carismas y de los ministerios, es para la misión: una Iglesia sinodal es
una Iglesia “en salida”, una Iglesia misionera, «con las puertas abiertas» (EG, n. 46).
Esto incluye la llamada a profundizar las relaciones con las otras Iglesias y comuni-
dades cristianas, con las que estamos unidos por el único Bautismo. La perspectiva
del “caminar juntos”, además, es todavía más amplia, y abraza a toda la humanidad,
con que compartimos «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias» (GS,
n. 1). Una Iglesia sinodal es un signo profético sobre todo para una comunidad de
las naciones incapaz de proponer un proyecto compartido, a través del cual conse-
guir el bien de todos: practicar la sinodalidad es hoy para la Iglesia el modo más
evidente de ser «sacramento universal de salvación» (LG, n. 48), «signo e instru-
mento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG,
n. 1).
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1 La pregunta fundamental que guía esta consulta al Pueblo de
Dios, es la siguiente: En una Iglesia sinodal, que anuncia el
Evangelio, todos “caminan juntos”. ¿Cómo se realiza hoy este
“caminar juntos” en nuestras parroquia o diócesis? ¿Qué pasos
nos invita a dar el Espíritu para crecer en nuestro “caminar
juntos”? Desglosamos esta pregunta en tres, que presentamos a
continuación, y que nos pueden ayudar a ser más concretos.