2122 Sinodo 02 Preparacion

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Diócesis de Jaén

Curso Pastoral 2021-2022


Fase Diocesana del Sínodo 2023
Segundo encuentro sinodal
LOS SUEÑOS
SE CONSTRUYEN JUNTOS
Noviembre de 2021
Guion para la preparación personal

La sinodalidad es un camino con dos direcciones: la dirección de ida es la escucha;


la de vuelta, el hablar. Para hacer camino juntos, necesitamos oír al otro, compren-
der sus razones, sentir sus emociones, empatizar con lo que lo emociona. Pero ne-
cesitamos también comunicar a los demás lo nuestro. En las reuniones de discusión
hacemos las dos cosas: escuchar y hablar. Prepárate personalmente para hablar, no
llegues al encuentro sin haber hecho tu propia reflexión personal. Lee el texto que
te ofrecemos, hazlo tuyo y piensa (¡e incluso escribe!) lo que te sugieran las cuestio-
nes que te proponemos, para que puedas ofrecer a quienes te escuchen luego un
discurso coherente. No vayas al encuentro sin haber leído y meditado, porque si lo
haces, correrás el riesgo de hablar de lo primero que se te ocurra y privarás a tus
hermanos de la profundidad que cabe en ti.

Para prepararnos al segundo encuentro sinodal nos tenemos que leer


el primer y segundo epígrafes del “Documento preparatorio” (núme-
ros 1 al 15). Te transcribimos aquí el texto en cuestión, añadiendo el
cuestionario que después usaremos en el diálogo en grupos pequeños.
Pero si quieres tener el documento entero, te lo puedes descargar de
la página diocesana del Sínodo, desde este enlace.

1
Por una Iglesia sinodal:
comunión, participación y misión
1. La Iglesia de Dios es convocada en Sínodo. El camino, cuyo título es «Por una
Iglesia sinodal: comunión, participación y misión», se iniciará solemnemente el 9-10
de octubre del 2021 en Roma y el 17 de octubre siguiente en cada Iglesia particular.
Una etapa fundamental será la celebración de la XVI Asamblea General Ordinaria
del Sínodo de los Obispos, en el mes de octubre del 20231, a la cual seguirá la fase
de actuación, que implicará nuevamente a las Iglesias particulares (cf. EC, art. 19-
21).
Con esta convocatoria, el Papa Francisco invita a toda la Iglesia a interrogarse sobre
un tema decisivo para su vida y su misión: «Precisamente el camino de la sinodali-
dad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio». Este itinerario,
que se sitúa en la línea del «aggiornamento» de la Iglesia propuesto por el Concilio
Vaticano II, es un don y una tarea: caminando juntos, y juntos reflexionando sobre
el camino recorrido, la Iglesia podrá aprender, a partir de lo que irá experimen-
tando, cuáles son los procesos que pueden ayudarla a vivir la comunión, a realizar
la participación y a abrirse a la misión. Nuestro “caminar juntos”, en efecto, es lo que
mejor realiza y manifiesta la naturaleza de la Iglesia como Pueblo de Dios peregrino
y misionero.

2. Una pregunta fundamental nos impulsa y nos guía: ¿cómo se realiza hoy, a diver-
sos niveles (desde el local al universal) ese “caminar juntos” que permite a la Iglesia
anunciar el Evangelio, de acuerdo a la misión que le fue confiada; y qué pasos el
Espíritu nos invita a dar para crecer como Iglesia sinodal?
Enfrentar juntos esta cuestión exige disponerse a la escucha del Espíritu Santo, que,
como el viento, «sopla donde quiere: oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni
a dónde va» (Jn 3,8), permaneciendo abiertos a las sorpresas que ciertamente pre-
parará para nosotros a lo largo del camino. De este modo, se pone en acción un
dinamismo que permite comenzar a recoger algunos frutos de una conversión si-
nodal, que madurarán progresivamente.
Se trata de objetivos de gran relevancia para la calidad de vida eclesial y para el
desarrollo de la misión evangelizadora, en la cual todos participamos en virtud del
Bautismo y de la Confirmación. Indicamos aquí los principales, que manifiestan la
sinodalidad como forma, como estilo y como estructura de la Iglesia:
• hacer memoria sobre cómo el Espíritu ha guiado el camino de la Iglesia en la
historia y nos llama hoy a ser juntos testigos del amor de Dios;
• vivir un proceso eclesial participado e inclusivo, que ofrezca a cada uno –en
particular a cuantos por diversas razones se encuentran en situaciones mar-
ginales– la oportunidad de expresarse y de ser escuchados para contribuir
en la construcción del Pueblo de Dios;

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• reconocer y apreciar la riqueza y la variedad de los dones y de los carismas
que el Espíritu distribuye libremente, para el bien de la comunidad y en favor
de toda la familia humana;
• experimentar modos participados de ejercitar la responsabilidad en el anun-
cio del Evangelio y en el compromiso por construir un mundo más hermoso
y más habitable;
• examinar cómo se viven en la Iglesia la responsabilidad y el poder, y las es-
tructuras con las que se gestionan, haciendo emerger y tratando de convertir
los prejuicios y las prácticas desordenadas que no están radicadas en el Evan-
gelio;
• sostener la comunidad cristiana como sujeto creíble y socio fiable en caminos
de diálogo social, sanación, reconciliación, inclusión y participación, recons-
trucción de la democracia, promoción de la fraternidad y de la amistad social;
• regenerar las relaciones entre los miembros de las comunidades cristianas,
así como también entre las comunidades y los otros grupos sociales, por
ejemplo, comunidades de creyentes de otras confesiones y religiones, orga-
nizaciones de la sociedad civil, movimientos populares, etc.;
• favorecer la valoración y la apropiación de los frutos de las recientes expe-
riencias sinodales a nivel universal, regional, nacional y local.

3. El presente Documento Preparatorio se ofrece como servicio al camino sinodal,


en particular como instrumento para favorecer la primera fase de escucha y consul-
tación de Pueblo de Dios en las Iglesias particulares (octubre de 2021 – abril de
2022), con la esperanza de contribuir a poner en movimiento las ideas, las energías
y la creatividad de todos aquellos que participarán en el itinerario, y facilitar la co-
participación de los frutos de sus compromisos. Con este objetivo: 1) comienza tra-
zando algunas características sobresalientes del contexto contemporáneo; 2) ilustra
sintéticamente las referencias teológicas fundamentales para una correcta com-
prensión y actuación de la sinodalidad; 3) ofrece algunas indicaciones bíblicas que
podrán alimentar la meditación y la reflexión orante a lo largo del camino; 4) ilustra
algunas perspectivas a partir de las cuales releer las experiencias de sinodalidad
vividas; 5) expone algunas pistas para articular este trabajo de relectura en la ora-
ción y en la coparticipación.

1) La llamada a caminar juntos


4. El camino sinodal se desarrolla dentro de un contexto histórico caracterizado por
cambios “epocales” de la sociedad y por una etapa crucial de la vida de la Iglesia,
que no es posible ignorar: es en los pliegues de este contexto complejo, en sus
tensiones y contradicciones, donde estamos llamados a «escrutar a fondo los signos
de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio» (GS, n. 4). Se señalan aquí

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algunos elementos del escenario global más estrechamente vinculados con el tema
del Sínodo, pero el cuadro deberá enriquecerse y completarse a nivel local.

5. Una tragedia global como la pandemia del COVID-19 «despertó durante un


tiempo la consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma
barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva solo,
que únicamente es posible salvarse juntos» (FT, n. 32). Al mismo tiempo la pande-
mia ha hecho detonar las desigualdades y las injusticias ya existentes: la humanidad
aparece cada vez más sacudida por procesos de masificación y de fragmentación;
la trágica condición que viven los migrantes en todas las regiones del mundo ates-
tiguan cuán altas y fuertes son aún las barreras que dividen la única familia humana.
Las Encíclicas Laudato si’ y Fratelli Tutti explicitan la profundidad de las fracturas que
marcan los caminos de la humanidad, y a esos análisis podemos hacer referencia
para disponernos a la escucha del clamor de los pobres y del clamor la tierra y re-
conocer las semillas de esperanza y de futuro que el Espíritu continúa a hacer ger-
minar también en nuestro tiempo: «El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha
atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad
aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común» (LS, n. 13).

6. Esta situación, que, no obstante las grandes diferencias, une a la entera familia
humana, pone a prueba la capacidad de la Iglesia para acompañar a las personas y
a las comunidades para que puedan releer experiencias de luto y de sufrimiento,
que han encubierto muchas falsas seguridades, y para cultivar la esperanza y la fe
en la bondad del Creador y de su creación. Sin embargo, no podemos esconder-
nos: la misma Iglesia debe afrontar la falta de fe y la corrupción también dentro de
ella. En particular, no podemos olvidar el sufrimiento vivido por personas menores
y adultos vulnerables «a causa de abusos sexuales, de poder y de consciencia co-
metidos por un notable número de clérigos y personas consagradas». Continua-
mente somos interpelados «como Pueblo de Dios a asumir el dolor de nuestros
hermanos vulnerados en su carne y en su espíritu»: por mucho tiempo el de las víc-
timas ha sido un clamor que la Iglesia no ha sabido escuchar suficientemente. Se
trata de heridas profundas, que difícilmente se cicatrizan, por las cuales no se pedirá
nunca suficiente perdón y que constituyen obstáculos, a veces imponentes, para
proceder en la dirección del “caminar juntos”. La Iglesia entera está llamada a con-
frontarse con el peso de una cultura impregnada de clericalismo, heredada de su
historia, y de formas de ejercicio de la autoridad en las que se insertan los diversos
tipos de abuso (de poder, económicos, de conciencia, sexuales). Es impensable
«una conversión del accionar eclesial sin la participación activa de todos los inte-
grantes del Pueblo de Dios»: pidamos juntos al Señor «la gracia de la conversión y
la unción para poder expresar, ante estos crímenes de abuso, nuestra compunción
y nuestra decisión de luchar con valentía».

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7. No obstante nuestras infidelidades, el Espíritu continúa actuando en la historia y
mostrando su potencia vivificante. Precisamente en los surcos excavados por los
sufrimientos de todo tipo padecidos por la familia humana y por el Pueblo de Dios
están floreciendo nuevos lenguajes de fe y nuevos caminos capaces, no sólo de
interpretar los eventos desde un punto de vista teologal, sino también de encontrar
en medio de las pruebas las razones para refundar el camino de la vida cristiana y
eclesial. Es un motivo de gran esperanza que no pocas Iglesias hayan ya comenzado
a organizar encuentros y procesos de consulta al Pueblo de Dios, más o menos es-
tructurados. Allí donde tales procesos han sido organizados según un estilo sinodal,
el sentido de Iglesia ha florecido y la participación de todos ha dado un nuevo im-
pulso a la vida eclesial. Se confirman igualmente el deseo de protagonismo dentro
de la Iglesia por parte de los jóvenes, y la solicitud de una mayor valoración de las
mujeres y de espacios de participación en la misión de la Iglesia, ya señalados por
las Asambleas sinodales de 2018 y de 2019. En esta misma línea se ha de considerar
la reciente institución del ministerio laical de catequista y la apertura a las mujeres
del acceso a los ministerios del lectorado y del acolitado.

8. No podemos ignorar la variedad de condiciones en las que viven las comunida-


des cristianas en las diversas regiones del mundo. Junto a países en los cuales la
Iglesia reúne la mayoría de la población y representa una referencia cultural para
toda la sociedad, existen otros países en los cuales los católicos son una minoría; en
algunos de estos países, los católicos, junto con los otros cristianos, experimentan
formas de persecución, incluso muy violentas, y a menudo el martirio. Si, por una
parte, predomina una mentalidad secularizada que tiende a expulsar la religión del
espacio público, por otra parte, existe un integrismo religioso, que no respeta la
libertad de los otros, alimenta formas de intolerancia y de violencia, que se reflejan
también en la comunidad cristiana y en sus relaciones con la sociedad. No es infre-
cuente que los cristianos asuman estas mismas actitudes, fomentando también las
divisiones y las contraposiciones también en la Iglesia. Igualmente, es necesario te-
ner presente el modo en que repercuten, dentro de la comunidad cristiana y en sus
relaciones con la sociedad, las fracturas que caracterizan a esta última, por razones
étnicas, raciales, de casta o por otras formas de estratificación social o de violencia
cultural y estructural. Estas situaciones tienen un profundo impacto en el significado
de la expresión “caminar juntos” y en las posibilidades concretas de ponerlas en
acto.
9. En este contexto, la sinodalidad representa el camino principal para la Iglesia,
llamada a renovarse bajo la acción del Espíritu y gracias a la escucha de la Palabra.
La capacidad de imaginar un futuro diverso para la Iglesia y para las instituciones a
la altura de la misión recibida depende en gran parte de la decisión de comenzar a
poner en práctica procesos de escucha, de diálogo y de discernimiento comunita-
rio, en los que todos y cada uno puedan participar y contribuir. Al mismo tiempo, la
opción de “caminar juntos” es un signo profético para una familia humana que tiene

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necesidad de un proyecto compartido, capaz de conseguir el bien de todos. Una
Iglesia capaz de comunión y de fraternidad, de participación y de subsidiariedad,
en la fidelidad a lo que anuncia, podrá situarse al lado de los pobres y de los últimos
y prestarles la propia voz. Para “caminar juntos” es necesario que nos dejemos edu-
car por el Espíritu en una mentalidad verdaderamente sinodal, entrando con auda-
cia y libertad de corazón en un proceso de conversión sin el cual no será posible la
«perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y te-
rrena, tiene siempre necesidad» (UR, n. 6; cf. EG, n. 26).

2) Una Iglesia constitutivamente sinodal


10. «Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la pala-
bra “Sínodo”», que «es una palabra antigua muy venerada por la Tradición de la
Iglesia, cuyo significado se asocia con los contenidos más profundos de la Revela-
ción». Es el «Señor Jesús que se presenta a sí mismo como “el camino, la verdad y
la vida” (Jn 14,6)», y «los cristianos, sus seguidores, en su origen fueron llamados
“los discípulos del camino” (cf. Hch 9,2; 19,9.23; 22,4; 24,14.22)». La sinodalidad,
en esta perspectiva, es mucho más que la celebración de encuentros eclesiales y
asambleas de obispos, o una cuestión de simple administración interna en la Iglesia;
la sinodalidad «indica la específica forma de vivir y obrar (modus vivendi et ope-
randi) de la Iglesia Pueblo de Dios que manifiesta y realiza en concreto su ser comu-
nión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente
de todos sus miembros en su misión evangelizadora». Se entrelazan así aquellos
elementos que el título del Sínodo propone como ejes principales de una Iglesia
sinodal: comunión, participación y misión. Ilustramos en este capítulo de manera
sintética algunas referencias teológicas esenciales sobre las cuales se fundamenta
esta perspectiva.

11. En el primer milenio “caminar juntos”, es decir, practicar la sinodalidad, fue el


modo de proceder habitual de la Iglesia entendida como “un pueblo reunido en
virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
A quienes dividían el cuerpo eclesial, los Padres de la Iglesia opusieron la comunión
de las Iglesias extendidas por todo el mundo, que San Agustín describía como «con-
cordissima fidei conspiratio», es decir, como el acuerdo en la fe de todos los Bauti-
zados. Aquí echa sus raíces el amplio desarrollo de una praxis sinodal a todos los
niveles de la vida de la Iglesia –local, provincial, universal–, que ha encontrado en el
Concilio ecuménico su manifestación más alta. Es en este horizonte eclesial, inspi-
rado en el principio de la participación de todos en la vida eclesial, donde San Juan
Crisóstomo podrá decir: «Iglesia y Sínodo son sinónimos». También en el segundo
milenio, cuando la Iglesia ha subrayado más la función jerárquica, no disminuyó este
modo de proceder: si en el medievo y en época moderna la celebración de sínodos

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diocesanos y provinciales está bien documentada junto a la de los concilios ecumé-
nicos, cuando se ha tratado de definir verdades dogmáticas, los papas han querido
consultar a los obispos para conocer la fe de toda la Iglesia, recurriendo a la autori-
dad del sensus fidei de todo el Pueblo de Dios, que es «infalible “in credendo”» (EG,
n. 119).

12. A este dinamismo de la Tradición se ha anclado el Concilio Vaticano II. Esto de-
muestra que «fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aislada-
mente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que
le confesara en verdad y le sirviera santamente» (LG, n. 9). Los miembros del Pueblo
de Dios están unidos por el Bautismo y «aun cuando algunos, por voluntad de
Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores
para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad
y a la acción común a todos los Fieles en orden a la edificación del Cuerpo de
Cristo» (LG, n. 32). Por lo tanto, todos los Bautizados, al participar de la función sa-
cerdotal, profética y real de Cristo, «en el ejercicio de la multiforme y ordenada ri-
queza de sus carismas, de su vocación, de sus ministerios», son sujetos activos de
evangelización, tanto singularmente como formando parte integral del Pueblo de
Dios.

13. El Concilio ha subrayado como, en virtud de la unción del Espíritu Santo recibida
en el Bautismo, la totalidad de los Fieles «no puede equivocarse cuando cree, y esta
prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de
todo el pueblo cuando “desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos” presta su
consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres» (LG, n. 12). Es el Espíritu
que guía a los creyentes «hasta la verdad plena» (Jn 16,13). A través de su obra «la
Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia» porque todo el Pue-
blo santo de Dios crece en la comprensión y en la experiencia «de las cosas y de las
palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las
meditan en su corazón (cf. Lc 2,19.51), ya por la percepción íntima que experimen-
tan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del
episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad» (DV, n. 8).
En efecto, ese Pueblo, reunido por sus Pastores, se adhiere al sacro depósito de la
Palabra de Dios confiado a la Iglesia, persevera constantemente en la enseñanza de
los Apóstoles, en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en la oración, «y así
se realiza una maravillosa concordia de Pastores y Fieles en conservar, practicar y
profesar la fe recibida» (DV, n. 10)

14. Los Pastores, como «auténticos custodios, intérpretes y testimonios de la fe de


toda la Iglesia», no teman, por lo tanto, disponerse a la escucha de la grey a ellos
confiada: la consulta al Pueblo de Dios no implica que se asuman dentro de la Igle-
sia los dinamismos de la democracia radicados en el principio de la mayoría, porque

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en la base de la participación en cada proceso sinodal está la pasión compartida
por la común misión de evangelización y no la representación de intereses en con-
flicto. En otras palabras, se trata de un proceso eclesial que no puede realizase si no
«en el seno de una comunidad jerárquicamente estructurada». Es en el vínculo pro-
fundo entre el sensus fidei del Pueblo de Dios y la función del magisterio de los
pastores donde se realiza el consenso unánime de toda la Iglesia en la misma fe.
Cada proceso sinodal, en el que los obispos son llamados a discernir lo que el Es-
píritu dice a la Iglesia no solos, sino escuchando al Pueblo de Dios, que «participa
también de la función profética de Cristo» (LG, n. 12), es una forma evidente de ese
«caminar juntos» que hace crecer a la Iglesia. San Benito subraya como «muchas
veces el Señor revela al más joven lo que es mejor», es decir, a quien no ocupa
posiciones de relieve en la comunidad; así, los obispos tengan la preocupación de
alcanzar a todos, para que en el desarrollo ordenado del camino sinodal se realice
lo que el apóstol Pablo recomienda a la comunidad: «No extingan la acción del Es-
píritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno» (1Ts
5,19-21).

15. El sentido del camino al cual todos estamos llamados consiste, principalmente,
en descubrir el rostro y la forma de una Iglesia sinodal, en la que «cada uno tiene
algo que aprender. Pueblo fiel, Colegio episcopal, Obispo de Roma: uno en escu-
cha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo, el “Espíritu de verdad” (Jn
14,17), para conocer lo que Él “dice a las Iglesias” (Ap 2,7)»19. El Obispo de Roma,
en cuanto principio y fundamento de la unidad de la Iglesia, pide a todos los Obis-
pos y a todas las Iglesias particulares, en las cuales y a partir de las cuales existe la
Iglesia católica, una y única (cf. LG, n. 23), que entren con confianza y audacia en el
camino de la sinodalidad. En este “caminar juntos”, pedimos al Espíritu que nos
ayude a descubrir cómo la comunión, que compone en la unidad la variedad de los
dones, de los carismas y de los ministerios, es para la misión: una Iglesia sinodal es
una Iglesia “en salida”, una Iglesia misionera, «con las puertas abiertas» (EG, n. 46).
Esto incluye la llamada a profundizar las relaciones con las otras Iglesias y comuni-
dades cristianas, con las que estamos unidos por el único Bautismo. La perspectiva
del “caminar juntos”, además, es todavía más amplia, y abraza a toda la humanidad,
con que compartimos «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias» (GS,
n. 1). Una Iglesia sinodal es un signo profético sobre todo para una comunidad de
las naciones incapaz de proponer un proyecto compartido, a través del cual conse-
guir el bien de todos: practicar la sinodalidad es hoy para la Iglesia el modo más
evidente de ser «sacramento universal de salvación» (LG, n. 48), «signo e instru-
mento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG,
n. 1).

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1 La pregunta fundamental que guía esta consulta al Pueblo de
Dios, es la siguiente: En una Iglesia sinodal, que anuncia el
Evangelio, todos “caminan juntos”. ¿Cómo se realiza hoy este
“caminar juntos” en nuestras parroquia o diócesis? ¿Qué pasos
nos invita a dar el Espíritu para crecer en nuestro “caminar
juntos”? Desglosamos esta pregunta en tres, que presentamos a
continuación, y que nos pueden ayudar a ser más concretos.

2 ¿Qué experiencias de “caminar juntos” hemos tenido estos últi-


mos años en nuestra diócesis de Jaén? ¿Y en nuestra parroquia
o grupo? ¿Qué experiencias estamos haciendo ahora?

3 ¿Qué alegrías han provocado nosotros estas experiencias? ¿Qué


dificultades y obstáculos hemos encontrado al hacerlas? ¿Qué
heridas nos han provocado? ¿Qué intuiciones nos han susci-
tado?

4 Recojamos, finalmente, los frutos que vale la pena compartir:


¿Dónde resuena la voz del Espíritu en estas experiencias? ¿Qué
nos está pidiendo esa voz? ¿Cuáles son los puntos que hemos
de confirmar, las perspectivas de cambio y los pasos que tene-
mos que cumplir? ¿Qué caminos se abren desde estas experien-
cias para nuestra parroquia y para nuestra diócesis?

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