Sintesis Sinodo 4ta Etapa
Sintesis Sinodo 4ta Etapa
Sintesis Sinodo 4ta Etapa
a) Hemos acogido la invitación a reconocer con nueva consciencia la dimensión sinodal de la Iglesia.
Prácticas sinodales están atestiguadas en el Nuevo Testamento y en la Iglesia de los orígenes.
Sucesivamente fueron tomando formas históricas particulares en las diversas Iglesias y
tradiciones cristianas. El Concilio Vaticano II las “actualizó” y el Papa Francisco anima a la Iglesia
a renovarlas aún. En este proceso se sitúa también el Sínodo 2021.-2024. A través de él, al Santo
Pueblo de Dios ha descubierto de un modo sinodal de orar, escuchar y hablar, enraizado en la
Palabra de Dios, entretejido de momentos de encuentro en la alegría y, a veces, también en la
fatiga, conduce a una más profunda convicción de que somos todos hermanos y hermanas en
Cristo. Un fruto inestimable es la acrecentada consciencia de nuestra identidad de Pueblo fiel de
Dios, en cuyo interior cada uno es portador de la dignidad derivada del Bautismo y está llamado
a la corresponsabilidad en la común misión de evangelización.
b) Este proceso ha renovado nuestra experiencia y nuestro deseo de una Iglesia que sea casa y familia
de Dios. Justo a esta experiencia y a este deseo de una Iglesia más cercana a las personas, menos
burocrática, más relacional han sido asociados los términos de “sinodalidad” y “sinodal”,
ofreciéndonos una primera comprensión que necesita encontrar una mejor precisión. Es la Iglesia
que los jóvenes habían declarado que deseaban, ya en el 2918, con ocasión del sínodo que se
dedicó a ellos.
c) El modo mismo en el que la Asamblea se ha desarrollado, a partir de la disposición de las personas,
sentadas en pequeños grupos en mesas redondas en el Aula Pablo VI, comparable a la imagen
bíblica del banquete de bodas (Ap. 19,9) es emblema de una Iglesia sinodal e imagen de la
Eucaristía, fuente y culmen de la sinodalidad, con la Palabra de Dios en el centro. Y en su interior,
culturas, lenguas, ritos, modos de pensar y realidades diversas pueden involucrarse juntas y
fructuosamente en una búsqueda sincera bajo la guía del Espíritu.
d) Con nosotros estaban presentes hermanas y hermanos de pueblos, víctimas de la guerra, del
martirio de la persecución y del hambre. La situación estos pueblos, a los que, con frecuencia, les
ha sido imposible participar en el proceso sinodal, ha entrado en nuestros intercambios y en
nuestra oración, nutriendo el sentido de comunión con ellos y nuestra determinación a ser
constructores de paz.
e) Con frecuencia, la Asamblea ha hablado de esperanza, sanación, reconciliación y la restauración
de la confianza entre los muchos dones que el Espíritu ha derramado sobre la Iglesia en este
proceso sinodal. La apertura a la escucha y al acompañamiento de todos, incluidos aquellos que
han sufrido abusos y heridas en la Iglesia, ha hecho visibles a muchos que por largo tiempo se
han sentido invisibles. Tenemos todavía que recorrer un largo camino hacia la reconciliación y la
justicia, que exige afrontar las condiciones estructurales que han permitido tales abusos y realizar
gestos concretos de penitencia.
f) Sabemos que “sinodalidad” es un término desconocido por muchos miembros del Pueblo de Dios,
y que, en algunos, suscita confusión y preocupaciones. Entre los temores, está el que sea cambiada
la enseñanza de la Iglesia, alejándonos de la fe apostólica de nuestros padres y traicionando las
esperanzas de quienes, todavía hoy, tienen hambre y sed de Dios. Sin embargo, estamos
convencidos de que la sinodalidad es una expresión del dinamismo de la Tradición viva.
g) Sin desestimar el valor la de democracia representativa, el Papa Francisco responde a las
preocupaciones de algunos de que el Sínodo pueda convertirse en un órgano de deliberación a
mayoría, privado de su carácter eclesial y espiritual, poniendo en riesgo la naturaleza jerárquica
de la Iglesia. Algunos temen ser obligados a cambiar; otros temen que no cambiará nada y que
habrá poca valentía para moverse al ritmo de la tradición viva. Algunas perplejidades y
oposiciones esconden también el miedo de perder el poder o los privilegios que de él se derivan.
En todo caso, en todos los contextos culturales, el término “sinodal” y “sinodalidad” indican un
modo de ser Iglesia que articula comunión, misión y participación. Un ejemplo de ello es la
Conferencia eclesial de la Amazonia (CEAMA), fruto del proceso sinodal misionero de esta
región.
h) La sinodalidad puede entenderse como el caminar de los cristianos con Cristo y hacia el Reino,
junto con toda la humanidad; orientada a la misión, la sinodalidad comporta reunirse en asamblea
en los diversos niveles de la vida eclesial, la escucha recíproca, el diálogo, el discernimiento
comunitario, la creación del consenso como expresión del hacerse presente el Cristo vivo en el
Espíritu y el asumir una corresponsabilidad diferenciada.
i) A través de la experiencia y del encuentro, hemos crecido juntos en esta consciencia. En resumen,
desde los primeros días, la Asamblea se ha visto plasmada por dos convicciones: la primera es
que la experiencia que hemos compartido en estos años es auténticamente cristiana y hay que
acogerla en toda su riqueza y profundidad; la segunda es que los términos “sinodal” y
“sinodalidad” requieren una aclaración más precisa de sus niveles de significado en las diferentes
culturas. Ha surgido un acuerdo sustancial sobre el hecho de que, con las necesarias aclaraciones,
la prospectiva sinodal representa el futuro de la Iglesia.
Cuestiones que afrontar
j) Partiendo del trabajo de reflexión ya realizado, se requiere precisar el significado de sinodalidad
en diversos niveles, desde el uso pastoral al teológico y canónico, superando el riesgo de que
suene demasiado vago o genérico, o que aparezca como una moda pasajera. Al mismo tiempo, se
ve necesario aclarar la relación entre sinodalidad y comunión, así como el de sinodalidad y
colegialidad.
k) Ha surgido el deseo de valorar las diferencias prácticas y la comprensión de la sinodalidad entre
las tradiciones del Oriente cristiano y la tradición latina, incluso en el proceso sinodal en curso,
favoreciendo el encuentro entre ellas.
l) En particular, se han hecho manifiestas las muchas expresiones de la vida sinodal en contextos
culturales en los que las personas están habituadas a caminar juntas como comunidad. En esta
línea, se puede afirmar que la práctica sinodal forma parte de la respuesta profética de la Iglesia
al individualismo que se repliega sobre sí mismo, a un populismo que divide y a una globalización
que homogeneiza, eliminando las diferencias. No resuelve estos problemas, pero ofrece un modo
alternativo de ser y de obrar lleno de esperanza, que integra la pluralidad de perspectivas para ser
ulteriormente explorado e iluminado.
Propuestas
a) Como recuerda el Concilio Vaticano II, la Iglesia es “un pueblo reunido en virtud de la unidad del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4). El Padre, con el envío del Hijo y el don del Espíritu
Santo, nos introduce en un dinamismo de comunión y misión que nos hace pasar del “yo” al
“nosotros” y nos pone al servicio del mundo. La sinodalidad traduce en actitudes espirituales y
en procesos eclesiales la dinámica trinitaria con la que Dios sale al encuentro de la humanidad.
Para que esto suceda, es preciso que todos los bautizados se empeñen en ejercitar en reciprocidad
la propia vocación, el propio carisma, el propio ministerio. Solo así podrá la Iglesia hacerse
verdadero “coloquio” interiormente y con el mundo (cfr., Ecclesiam suam 67), caminando codo
a codo con todo ser humano, al estilo de Jesús.
b) Desde los orígenes, el camino sinodal de la Iglesia está orientado hacia el Reino, que tendrá su
pleno cumplimiento, cuando Dios lo sea todo en todos. El testimonio de la fraternidad eclesial y
la dedicación misionera al servicio de los últimos no estarán nunca a la altura del Misterio del que
son, sin embargo, signo e instrumento. La Iglesia no reflexiona sobre su propia naturaleza sinodal
para ponerse ella misma en el centro del anuncio, sino para cumplir lo mejor posible, teniendo en
cuenta su falta constitutiva de plenitud, el servicio a la llegada del Reino.
c) La renovación de la comunidad cristiana es posible solo reconociendo el primado de la gracia. Si
falta la profundidad espiritual, la sinodalidad se convierte en una renovación de fachada. A lo que
estamos llamados, sin embargo, no es solo a traducir en procesos comunitarios una experiencia
espiritual madurada en otra parte, sino a experimentar profundamente cómo las relaciones
fraternas son lugar y forma de un auténtico encuentro con Dios. En este sentido, la perspectiva
sinodal, al tiempo que está en referencia al rico patrimonio espiritual de la Tradición, contribuye
a renovar las formas: una oración abierta a la participación, un discernimiento vivido juntos, una
energía misionera que nace del compartir e ilumina como servicio.
d) La conversación en el Espíritu Santo es un instrumento que, a pesar de sus limitaciones, resulta
fecundo para permitir una escucha auténtica y para discernir lo que el Espíritu dice a las Iglesias.
Su práctica ha producido alegría, estupor y gratitud y ha sido vivida como un camino de
renovación que transforma a los individuos, a los grupos y a la Iglesia. La palabra “conversación”
expresa algo más que un simple diálogo: entrelaza de modo armónico pensamiento y sentimiento
y genera un mundo vital compartido. Por lo que se puede decir que en la conversación está en
juego la conversión. Se trata de un dato antropológico, presente en pueblos y culturas diversas,
aunadas por la práctica de un reunirse solidario para tratar y decidir cuestiones vitales para la
comunidad. La gracia lleva a cumplimiento esta experiencia humana: conversar “en el Espíritu”
significa vivir la experiencia del compartir a la luz de la fe y en la búsqueda del querer de Dios,
en una atmósfera auténticamente evangélica dentro de la cual el Espíritu Santo puede hacer oír su
inconfundible voz.
e) Puesto que la sinodalidad está ordenada a la misión, es necesario que más comunidades cristianas
compartan la fraternidad con hombres y mujeres de otras religiones, de otras convicciones y
culturas, evitando, por una parte, el riesgo de la auto-referencialidad y de la auto-conservación y,
por otra, el de la pérdida de identidad. La lógica del diálogo, del recíproco aprender y de la mutua
comunicación debe caracterizar el anuncio evangélico y el servicio a los pobres, el cuidado de la
Casa común y la investigación teológica, convirtiéndose en el estilo pastoral de la Iglesia.
Cuestiones que afrontar
f) Para realizar una verdadera escucha de la voluntad el Padre, es necesario profundizar, desde el
aspecto teológico, los criterios del discernimiento eclesial, de modo que la referencia a la libertad
y novedad del Espíritu esté oportunamente coordinada con el acontecimiento de Jesucristo,
acaecido “una vez para siempre” (Heb 10,10)
g) Para esto, es fundamental promover visiones antropológicas y espirituales, capaces de integrar y
no yuxtaponer las dimensiones intelectuales y dimensión emotiva de la experiencia de la fe,
superando todo reduccionismo y todo dualismo entre razón y sentimiento.
h) Es importante aclarar en qué modo la conversación en el Espíritu puede integrar las aportaciones
del pensamiento teológico y de las ciencias humanas y sociales, también a la luz de otros modelos
de discernimiento eclesial que se realizan siguiendo el proceso del “ver juzgar y actuar”, o
articulando los momentos de “reconocer, interpretar, escoger”.
i) Hay que desarrollar la aportación que la lectio divina y las diferentes tradiciones espirituales,
antiguas y recientes, pueden ofrecer a la práctica del discernimiento. Es oportuno valorar la
pluralidad de formas y de estilos, de métodos y de criterios que el Espíritu Santo ha sugerido en
el curso de los siglos y que forman parte del patrimonio espiritual de la Iglesia.
Propuestas
a) La iniciación cristiana es el itinerario a través del que el Señor, mediante el ministerio de la Iglesia,
nos introduce en la fe pascual y en la comunión trinitaria y eclesial. Este itinerario tiene una
significativa variedad de formas, según la edad en la que se hace y según los diferentes acentos,
propios de las tradiciones orientales y de la occidental. Sin embargo, en él siempre se entrelazan
la escucha de la Palabra y la conversión de vida, la celebración litúrgica y la incorporación a la
comunidad y a la misión. Justamente por esto, el itinerario catecumenal, con la gradualidad de
sus etapas y de sus pasos, es el paradigma de todo caminar eclesial juntos.
b) La iniciación pone en contacto con una gran variedad de vocaciones y de ministerios eclesiales.
En ellos se expresa el rostro materno de una Iglesia que enseña a sus hijos a caminar caminando
con ellos. Los escucha y, al tiempo que responde a sus dudas y preguntas, se enriquece con la
novedad de la que cada persona es portadora, con su historia, con su lengua, con su cultura. En la
práctica de esta acción pastoral, la comunidad, con frecuencia sin tener plena consciencia de ello,
experimenta la primera forma de sinodalidad.
c) Antes de toda distinción de carismas y ministerios, “todos nosotros hemos sido bautizados
mediante un solo Espíritu, en un solo cuerpo” (1Cor 12,13). Por esto, hay una auténtica igualdad
de dignidad y una común responsabilidad por la misión, en todos los bautizados, según la
vocación de cada uno. Por la unción del Espíritu, que “enseña todo” (1Jn 2,27) todos los creyentes
poseen un instinto respecto a la verdad del Evangelio, llamado sensus fidei. Este instinto consiste
en una cierta connaturalidad con las realidades divinas y en la actitud a acoger intuitivamente lo
que es conforme a la verdad de la fe. Los procesos sinodales valoran este don y permiten verificar
la existencia del consenso de los fieles (consensus fidelium) que constituye un criterio seguro para
determinar si una particular doctrina o praxis pertenece a la fe apostólica.
d) La Confirmación, de alguna manera, hace perenne en la Iglesia la gracia de Pentecostés.
Enriquece a los fieles con la abundancia de los dones del Espíritu Santo y los llama a desarrollar
la propia vocación específica, enraizada en la común dignidad bautismal, al servicio de la misión.
Su importancia debe ser mayormente puesta de manifiesto en relación a la variedad de carismas
y ministerios que diseñan el rostro sinodal de la Iglesia,
e) La celebración de la Eucaristía, sobre todo la dominical, es la primera y fundamental forma que
el Santo Pueblo de Dios tiene para reunirse y encontrarse, donde ésta no es posible, la comunidad,
sin dejar de desearla, se reúne en torno a la celebración de la Palabra. En la Eucaristía celebramos
un misterio de gracia del que no somos los creadores; llamándonos a participar en su Cuerpo y en
Sangre, el Señor nos hace un solo cuerpo entre nosotros y con Él. A partir de la utilización que
hace Pablo de la palabra koinonia (cfr. 1Cor20,16-17), la tradición cristiana ha reservado la
palabra “comunión” para indicar, a un tiempo, la plena participación en la Eucaristía y la
naturaleza de la relación entre los fieles y entre las Iglesias. Al tiempo que se abre a la
contemplación de la vida divina, hasta las insondables profundidades del misterio trinitario, la
expresión “comunión” nos lleva también a la cotidianeidad de nuestras relaciones: en los gestos
más sencillos con los que nos abrimos el uno al otro circula realmente el soplo del Espíritu. Por
eso, la comunión celebrada en la Eucaristía y que de ella se deriva configura y orienta los caminos
de la sinodalidad.
f) Desde la Eucaristía, aprendemos a articular unidad y diversidad: unidad de la Iglesia y
multiplicidad de las comunidades cristianas; unidad del misterio sacramental y variedad de las
tradiciones litúrgicas; unidad de la celebración y diversidad de las vocaciones, de los carismas y
de los ministerios. Nada muestra mejor que la Eucaristía que la armonía creada por el Espíritu no
es uniformidad y que todo don eclesial está destinado a la edificación común.
Cuestiones que afrontar
g) El sacramento del Bautismo no puede ser comprendido de modo aislado, fuera de la lógica de la
iniciación cristiana, ni mucho menos de manera individualista. Es preciso, por tanto, ahondar
ulteriormente en la comprensión de la sinodalidad que puede provenir de una visión más unitaria
de la iniciación cristiana.
h) La maduración del sensus fidei requiere no solo haber recibido el bautismo, sino también
desarrollar la gracia del sacramento en una vida de auténtico discipulado, que habilite a discernir
la acción del Espíritu de lo que es pensamiento dominante, fruto de condicionamientos culturales
o, en cualquier caso, sin coherencia con el Evangelio. Se trata de un tema para profundizar desde
una adecuada reflexión teológica.
i) La reflexión sobre la sinodalidad puede ofrecer aspectos de renovación para la comprensión de la
Confirmación, con la que la gracia del Espíritu articula, en la armonía de Pentecostés, la variedad
de los dones y carismas. A la luz de las diferentes experiencias eclesiales, hay que estudiar el
modo de hacer más fructuosa la preparación y la celebración de este sacramento, de modo que
despierte en todos los fieles la llamada a la edificación de la comunidad, a la misión en el mundo,
y al testimonio de la fe.
j) Desde el perfil teológico-pastoral es importante la investigación sobre el modo en que la lógica
catecumenal puede iluminar otros itinerarios pastorales, como el de la preparación al matrimonio,
o el acompañamiento a elecciones de compromiso profesional y social, o a la misma formación
del ministerio ordenado, en el que toda la comunidad eclesial debe estar involucrada
Propuestas
k) Si la Eucaristía da forma a la sinodalidad, el primer paso que hay que dar es honrar su gracia con
un estilo celebrativo a la altura del don y con auténtica fraternidad. La liturgia celebrada con
autenticidad es la primera y fundamental escuela de discipulado y de fraternidad. Antes de
cualquier iniciativa de formación, debemos dejar formarnos por su potente belleza y por la noble
simplicidad de sus gestos.
l) Un segundo paso se refiere a la exigencia, mayoritariamente señalada, de hacer más accesible a
los fieles el lenguaje litúrgico y más encarnado en las diferentes culturas. Sin poner en cuestión
la continuidad con la tradición y la necesidad de la formación litúrgica, se solicita una reflexión
sobre este tema y dar atribuciones de mayor responsabilidad a las Conferencias Episcopales, en
la línea del motu proprio Magnum principium.
m) Un tercer paso consiste en el empeño pastoral de valorar todas las formas de oración comunitaria,
sin limitarse a la celebración de la Misa. Otras expresiones de la oración litúrgica, como también
las prácticas de la piedad popular, en las que se refleja el genio de las culturas locales, son
elementos de gran importancia para favorecer la implicación de todos los fieles, para introducir
gradualmente en el misterio cristiano y para acercar el encuentro con el Señor a quien tiene menos
familiaridad con la Iglesia. Entre las formas de la piedad popular sobresale la devoción mariana
por su capacidad de sostener y de desnutrir la fe de muchos.
a) A la Iglesia, los pobres le piden amor. Por amor se entiende respeto, acogida y reconocimiento,
sin los cuales, proporcionar comida, dinero o servicios sociales representa una forma de
asistencia, ciertamente importante, pero que no se hace plenamente cargo de la dignidad de la
persona. Respeto y reconocimiento son instrumentos potentes para la activación de las
capacidades personales, de modo que cada uno sea sujeto del propio itinerario de crecimiento y
no objeto de acciones asistenciales de otros.
b) La opción preferencial por los pobres está implícita en la cristología: Jesús, pobre y humilde, hizo
amistad con los pobres, caminó con los pobres, compartió la mesa con los pobres y denunció las
causas de la pobreza. Para la Iglesia, la opción por los pobres y los descartados antes que una
categoría cultural, sociológica, política o filosófica, es una categoría teológica. Para S. Juan Pablo
II, Dios concede a ellos, los primeros, su misericordia. Esa preferencia divina tiene consecuencias
en la vida de todos los cristianos, llamados a tener “los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Fil
2,5).
c) No hay una sola manera de pobreza. Entre los muchos rostros de los pobres, están los de todos
aquellos que no tienen lo necesario para vivir una vida digna. Están además los de los migrantes
y refugiados; los pueblos indígenas, originarios y afrodescendientes, las víctimas de la violencia
y del abuso, en particular mujeres; personas con dependencias; minorías a las que
sistemáticamente se les niega la voz; ancianos abandonados; las víctimas del racismo, de la
explotación y de la trata, en particular de menores; trabajadores explotados, excluidos
económicamente y otros que viven en las periferias. Los más vulnerables entre los vulnerables, a
favor de los cueles es necesaria una constante acción de defensa, son los niños en el seno materno
de sus madres. La Asamblea es consciente del grito de los “nuevos pobres”, producto de las
guerras y del terrorismo que martirizan a muchos países en los diversos continentes, y condena
los sistemas políticos y corruptos que son su causa.
d) Junto a las muchas formas de pobreza material, nuestro mundo conoce también las formas de
pobreza espiritual, entendida como falta del sentido de la vida. Una excesiva preocupación por sí
mismos puede conducir a ver en los otros una amenaza y, así, recluirse en el individualismo.
Como ha sido notado, cuando se juntan las pobrezas materiales y las espirituales, pueden
encontrar las respuestas a sus necesidades la una en la otra. Es este un modo para caminar juntos
que hace concreta la perspectiva de la Iglesia sinodal que nos descubrirá el sentido pleno de la
bienaventuranza evangélica: “dichosos los pobres en el espíritu” (Mt 5,3).
e) Estar al lado de los pobres significa empeñarse con ellos también en el cuidado de la Casa común:
el grito de la tierra y el grito de los pobres son el mismo grito. La falta de reacciones convierte la
crisis ecológica y, en particular, los cambios climáticos en una amenaza para la sobrevivencia de
la humanidad, como lo subraya la exhortación apostólica Laudate Deum del Papa Francisco,
coincidiendo con la apertura de la Asamblea sinodal. Las Iglesias de los países más expuestos a
las consecuencias de los cambios climáticos tienen viva conciencia de la urgencia de un cambio
de ruta y esto representa una aportación al camino de las otras Iglesias del planeta.
f) El compromiso de la Iglesia debe llegar a las causas de la pobreza y de la exclusión. Esto
comprende la acción para tutelar los derechos de los pobres y excluidos, y puede requerir la
denuncia pública de las injusticias, sean perpetradas por individuos, gobiernos, empresas o
estructuras de la sociedad. Es fundamental, por esto, escuchar sus instancias, sus puntos de vista,
para poder prestarles la voz, usando sus palabras.
g) Los cristianos tienen el deber de comprometerse en la participación activa para la construcción
del bien común y en la defensa de la dignidad de la vida, tomando la inspiración de la doctrina
social de la Iglesia y obrando de diversas formas (compromiso en las organizaciones de la
sociedad civil, en los sindicatos, en los movimientos populares, en el asociacionismo de base, en
el campo de la política, etc.). La Iglesia expresa una profunda gratitud por su acción. Las
comunidades apoyen a cuantos actúan en estos campos con auténtico espíritu de caridad y de
servicio. Su acción es parte de la misión de la Iglesia, del anuncio del Evangelio y de la
colaboración a la llegada del Reino de Dios,
h) En los pobres, la comunidad cristiana encuentra el rostro y la carne de Cristo, que, siendo rico, se
hizo pobre. Para enriquecernos a todos con su pobreza” (2Cor 8,9). Está llamada no sólo a hacerse
próxima a ellos, sino a aprender de ellos. Si hacer sínodo significa caminar junto a Aquel que es
el camino, una Iglesia sinodal necesita poner a los pobres en el centro de su propia vida: a través
de sus propios dolores tienen conciencia directa del Cristo sufriente (cfr. Evangelii Gaudium
n.198). La semejanza de su vida con la del Señor, hace a los pobres anunciadores de una salvación
recibida como don y testimonios de la alegría del Evangelio.
Cuestiones que afrontar
i) En algunas partes del mundo, la Iglesia es pobre, con los pobres y por los pobres. Existe el riesgo,
que hay que evitar con mucho cuidado, de considerar a los pobres con los términos de “ellos” y
“nosotros”, como “objetos” de la caridad de la Iglesia. Poner los pobres en centro y aprender de
ellos es algo que la Iglesia debe hacer siempre más.
j) La denuncia profética de las situaciones de injusticia y la acción de presión respecto a quienes
deciden en política, que requiere recurrir a formas de diplomacia, hay que mantenerlas en tensión
dinámica para no perder la lucidez y la fecundidad. En particular, hay que estar atentos para que
el uso de fondos públicos o privados por parte de las estructuras de la Iglesia no condicione la
libertad de hablar en nombre de las exigencias del Evangelio.
k) La acción en los campos de la educación, de la salud y de la asistencia social, sin ninguna
discriminación ni exclusión de nadie, es un signo claro de una Iglesia que promueve la integración
y la participación de los últimos al interior de ella misma y en la sociedad. Las organizaciones
dedicadas a este campo son invitadas a considerarse expresión de la comunidad cristiana y a evitar
un estilo impersonal de vivir la caridad. Se les solicita también que hagan red y se coordinen.
l) La Iglesia debe ser honesta a la hora de examinar cómo respeta las exigencias de justicia respecto
a quienes trabajan en las instituciones que le pertenecen, para dar un testimonio íntegro con su
propia coherencia.
m) En una Iglesia sinodal, el sentido de solidaridad se juega también en el plano del intercambio de
dones y del compartir de recursos entre Iglesias locales de diferentes regiones. Se trata de
relaciones que favorecen la unidad de la Iglesia, creando lazos entre las comunidades cristianas
involucradas. Es preciso centrarse sobre las condiciones que garanticen que los presbíteros que
van a ayudar a las Iglesias pobres en clero no se conviertan sólo en un remedio funcional, sino
que sean un recurso de crecimiento para la Iglesia que los envía y para aquella que los recibe. De
igual modo hay que procurar que las ayudas económicas no degeneren en asistencialismo, sino
que promuevan la auténtica solidaridad evangélica y sean gestionados de manera transparente y
confiable.
Propuestas
n) La doctrina social de la Iglesia es un recurso muy poco conocido, sobre el cual hay que volver a
investir. Que las Iglesias locales se comprometan no sólo a hacer más conocidos sus contenidos,
sino a favorecer su apropiación a través de prácticas que los hagan activos e inspiradores.
o) Que la experiencia del encuentro, del compartir la vida y el servicio a los pobres y a los
marginados se convierta en parte integrante de todos los recorridos formativos de todas las
comunidades cristianas: se trata de una exigencia de la fe, no de algo opcional. Esto vale de
manera especial para los candidatos al ministerio ordenado y a la vida consagrada.
p) En el campo del re-pensamiento del ministerio diaconal, promuévase una orientación más
decisiva al servicio de los pobres.
q) Que se integren de manera más explícita y atenta en la enseñanza, en la liturgia y en las prácticas
de la Iglesia los fundamentos bíblicos y teológicos de una ecología integral.
g) Es preciso cultivar la sensibilidad frente a la riqueza de la variedad de las expresiones del ser
Iglesia. Esto requiere buscar un equilibrio dinámico entre la dimensión de la Iglesia en su conjunto
y su radicación local, entre el respeto del vínculo de la unidad de la Iglesia y el riesgo de
homogeneización que ahoga la variedad. Los significados y las prioridades varían entre contextos
diferentes, y esto requiere identificar y promover formas de descentralización e instancias
intermedias.
h) También la Iglesia está golpeada por la polarización y por la desconfianza en ámbitos cruciales,
como la vida litúrgica y la reflexión moral, social y teológica. Debemos reconocer las causas a
través del diálogo y emprender procesos valientes de revitalización de la comunión y de
reconciliación para superarlas.
i) En nuestras Iglesias locales, a veces, experimentamos tensiones entre modalidades diversas de
entender la evangelización, que se focalizan sobre el testimonio de vida, el compromiso por la
promoción humana, el diálogo entre fe y culturas y sobre el anuncio explícito del Evangelio.
Igualmente emerge una tensión entre el anuncio explícito de Jesús y la valoración de las
características de cada cultura, buscándole los trazos evangélicos (semina Verbi) que ya contiene.
j) Entre las cuestiones a profundizar, se ha indicado la posible confusión entre el mensaje del
Evangelio y la cultura del evangelizador.
k) La extensión de los conflictos, con el comercio y el uso de armas cada vez más potentes, abre la
cuestión, propuesta en diversos grupos, de una más cuidada reflexión y formación en la gestión
de conflictos de manera no violenta. Se trata de una aportación cualificada que los cristianos
pueden ofrecer al mundo de hoy, también en diálogo y colaboración con otras religiones.
Propuestas
l) Es necesaria una renovada atención a la cuestión de los lenguajes que utilizamos para hablar a las
mentes y corazones de las personas en una gran diversidad de contextos, para hacerlo de un modo
que resulte accesible y bello.
m) En vistas a la experimentación de formas de descentramiento, es necesario definir un cuadro de
referencia compartido para su gestión y evaluación, identificando todos los actores implicados y
sus relativos roles. Por exigencia de coherencia, los procesos de discernimiento en materia de
descentramiento deben hacerse en estilo sinodal, que prevea la implicación y aportación de todos
los actores implicados en los diversos niveles.
n) Son necesarios nuevos paradigmas para el compromiso pastoral con las poblaciones indígenas,
en la línea de un camino conjunto y no de una acción realizada a ellos y para ellos. Su participación
en los procesos de decisión a todos los niveles puede contribuir a una Iglesia más vibrante y
misionera.
o) De los trabajos de la Asamblea, emerge la exigencia de un mejor conocimiento de las enseñanzas
del Vaticano II, del magisterio postconciliar y de la doctrina social de la Iglesia. Necesitamos
conocer mejor nuestras diversas tradiciones para ser claramente una Iglesia de Iglesias en
comunión, eficaz en el servicio y en el diálogo.
p) En un mundo en el que aumenta el número de migrantes y refugiados, al tiempo que se reduce la
posibilidad de acogerlos, y en el que el extranjero es visto con una creciente sospecha, es oportuno
que la Iglesia se empeñe con decisión en la educación a la cultura del diálogo y del encuentro,
combatiendo el racismo y la xenofobia, en particular en los programas de formación pastoral. Es
igualmente necesario comprometerse en programas de integración de migrantes.
q) Recomendamos un renovado empeño en el diálogo y discernimiento en materia de justicia racial.
Es preciso identificar los sistemas que crean y mantienen a la injusticia racial al interior de la
Iglesia y combatirlos. Hay que dar vida a los procesos de sanación y reconciliación para erradicar
el pecado de racismo y hacerlo con la ayuda de aquellos que sufren sus consecuencias.
6. Tradiciones de las Iglesias orientales y de la Iglesia latina
Convergencias
a) Entre las Iglesias orientales, aquellas que están en plena comunión con el sucesor de Pedro
gozan de una peculiaridad litúrgica, teológica, eclesiológica y canónica, que enriquece
grandemente a la Iglesia entera. En particular, su experiencia de unidad en la diversidad puede
ofrecer una aportación a la comprensión y a la práctica de la sinodalidad.
b) En el curso de la historia, el nivel de autonomía garantizado a estas Iglesias, ha pasado por
fases diferentes y ha registrado también comportamientos considerados, hoy, superados, como
la latinización. En los últimos decenios, el camino de reconocimiento de la especificidad,
distinción y autonomía de tales Iglesias ha tenido un notable desarrollo.
c) La consistente migración de fieles del Oriente católico a territorios de mayoría latina conlleva
cuestiones pastorales importantes. Si el actual flujo continúa o, incluso, crece, podría haber
más miembros de las Iglesias orientales católicas en la diáspora que en los territorios
canónicos. Por diversos motivos, la constitución de jerarquías orientales en los países de
inmigración no es suficiente para resolver el problema, se necesita que las Iglesias locales de
rito latino, en nombre de la sinodalidad, ayuden a los fieles orientales migrantes a perseverar
en su identidad y a cultivar su patrimonio específico, sin someterlos a procesos de asimilación.
Cuestiones que afrontar
d) Hay que estudiar la aportación que la experiencia de las Iglesias orientales católicas puede
ofrecer a la comprensión y a la práctica de la sinodalidad.
e) Persisten dificultades a propósito de la aprobación de parte del Papa a los obispos elegidos
por parte de las Iglesias sui iuris para sus territorios y del nombramiento papal de los Obispos
fuera del territorio canónico. También la propuesta de extender la jurisdicción de los Patriarcas
fuera del territorio patriarcal es objeto de discernimiento en el diálogo con la Santa Sede.
f) En las regiones donde viven fieles de Iglesias católicas diversas, se necesita encontrar
modalidades que hagan visible y experimentable una efectiva unidad en la diversidad.
g) Es preciso reflexionar sobre la aportación que las Iglesias orientales católicas pueden dar al
camino hacia la unidad de todos los cristianos y la función que pueden desarrollar en el diálogo
interreligioso e intercultural.
Propuestas
a) Esta sesión de la Asamblea sinodal se abrió bajo la señal del ecumenismo. La vigilia de la
plegaria “Together” contó con la presencia, en torno al Papa, de otros numerosos jefes y
representantes de diversas Comuniones cristianas: un signo claro y creíble de la voluntad de
caminar juntos en el espíritu de la unidad y de la fe y del intercambio de dones. Este
acontecimiento, altamente significativo, nos ha permisito también reconocer que nos
encontramos en un kairos ecuménico y de reafirmar que lo que nos une es más grande que lo
que nos divide. De hecho, tenemos en común “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo,
un Dios único y Padre de todos, que está sobre todos, entre todos y en todos” (Ef. 4,5.6).
b) Precisamente el bautismo, que es el principio de la sinodalidad, constituye también el
fundamento del ecumenismo. A través de él, todos los cristianos participan del sensus fidei y
por ello han de ser escuchados con atención, independientemente de su tradición, como ha
hecho la Asamblea sinodal en el período de discernimiento. No puede haber sinodalidad sin
la dimensión ecuménica.
c) El ecumenismo es, ante todo, una cuestión de renovación espiritual y exige también procesos
de arrepentimiento y de sanación de la memoria. En la Asamblea han resonado testimonios
iluminadores de cristianos de diversas tradiciones eclesiales que comparten la amistad, la
oración y, sobre todo, el compromiso en el servicio a los pobres. La dedicación a los últimos
cimienta los lazos y ayuda a concentrarse sobre lo que ya une a todos los creyentes en Cristo.
Es importante por ello que el ecumenismo se desarrolle ante todo en la vida cotidiana. En el
diálogo teológico e institucional prosigue la paciente tesitura de la comprensión recíproca en
un clima de creciente confianza y apertura.
d) En no pocas regiones del mundo, existe, sobre todo, el ecumenismo de la sangre: cristianos
de confesiones diversas que, juntos, dan la vida por la fe en Jesucristo. El testimonio de su
martirio es más elocuente que cualquier palabra: la unidad llega de la cruz del Señor.
e) La colaboración entre todos los cristianos constituye también un elemento fundamental para
afrontar los desafíos pastorales de nuestro tiempo: en las sociedades secularizadas, permite
dar más fuerza a la voz del Evangelio, en contextos de pobreza hace unir las fuerzas para el
servicio de la justicia, de la paz y de la dignidad de los últimos. Siempre y en todo lugar es un
recurso fundamental para sanar la cultura del odio, de la división y de la guerra que contrapone
a grupos, pueblos y naciones.
f) Los matrimonios entre cristianos que pertenecen a diferentes comunidades eclesiales
(matrimonios mixtos) constituyen realidades en las que puede madurar la sabiduría de la
comunicación y se puede evangelizar mutuamente.
Cuestiones que afrontar
g) Nuestra Asamblea ha podido percibir la diversidad entre las confesiones cristianas en el modo
de comprender la configuración sinodal de la Iglesia. En las Iglesias Ortodoxas, la sinodalidad
se entiende en sentido estricto como expresión del ejercicio colegial de la autoridad propia de
los obispos (el Santo Sínodo). En sentido lato, se refiere a la participación activa de todos los
fieles en la misión de la Iglesia; no han faltado referencias a las prácticas en uso en otras
comunidades eclesiales, que han enriquecido nuestro debate. Todo esto necesita de ulteriores
profundizaciones.
h) Otro tema que profundizar se refiere al nexo entre sinodalidad y primado en los diferentes
niveles (local, regional, universal), en su recíproca interdependencia. El tema requiere una
relectura compartida de la historia para superar lugares comunes y prejuicios. Los diálogos
ecuménicos en curso han permitido comprender mejor, a la luz de las prácticas del primer
milenio, que sinodalidad y primado son realidades correlativas, complementarias e
inseparables. La aclaración de este punto delicado se refleja sobre el modo de entender el
ministerio petrino al servicio de la unidad, según todo lo deseado por San Juan Pablo II en la
Encíclica Ut unum sint.
i) Hay que examinar, además, bajo el aspecto teológico, canónico y pastoral la cuestión de la
hospitalidad eucarística (communicatio in sacris) a la luz del nexo entre comunión
sacramental y eclesial. Este tema se advierte particularmente en las parejas interconfesionales.
Esto nos lleva también a una reflexión más amplia sobre los matrimonios mixtos.
j) Se ha solicitado también una reflexión sobre el fenómeno de las comunidades “no
denominacionales” o de los movimientos de “despertar” de inspiración cristiana, a los que se
adhieren en gran número también fieles de origen católico.
Propuestas
k) En el 2025 será el aniversario del Concilio de Nicea (325) en el que se elaboró el símbolo de
la fe que une a todos los cristianos. Una conmemoración común de este acontecimiento nos
ayudará también a comprender mejor cómo en el pasado las cuestiones controvertidas fueron
discutidas y resueltas, juntos, en Concilio
l) En el mismo 2025, providencialmente, la fecha de la solemnidad de la Pascua coincidirá en
todas las denominaciones cristianas. La Asamblea ha expresado el vivo deseo de llegar a
encontrar una fecha en común para la fiesta de Pascua, para poder celebrar en el mismo día la
resurrección del Señor, nuestra vida y nuestra salvación
m) Se desea también continuar involucrando a los cristianos de otras confesiones en los procesos
sinodales católicos, en todos sus niveles, e invitar un mayor número de delegados hermanos
a la próxima Asamblea del 2024.
n) Por algunos se ha hecho también la propuesta de convocar un Sínodo ecuménico sobre la
misión común en el mundo contemporáneo.
o) Se relanza la propuesta de copilar un martirologio ecuménico
PARTE II
TODOS DISCÍPULOS,
TODOS MISIONEROS
8. La Iglesia es misión
Convergencias
a) Mejor que decir que la Iglesia tiene una misión, afirmamos que la Iglesia es misión. “Como el
Padre me ha enviado, así también os envío yo” (Jn 20,21): La Iglesia recibe de Cristo, el Enviado
del Padre, la propia misión. Sostenida y guiada por el Espíritu Santo, ella anuncia y da testimonio
del Evangelio a cuantos no lo conocen o no lo acogen, con la opción preferencial por los pobres,
enraizada en la misión de Jesús. De este modo, contribuye a la llegada del Reino de Dios, del que
“constituye el germen e inicio”) cfr. LG 5).
b) Los sacramentos de la iniciación cristiana confieren a todos los discípulos de Jesús la
responsabilidad de la misión de la Iglesia. Laicos y laicas, consagradas y consagrados y ministros
ordenaros tienen igual dignidad. Han recibido carismas y vocaciones diversas y ejercen roles y
funciones diferentes, todos llamados y nutridos por el Espíritu Santo para formar un solo cuerpo
de Cristo. Todos discípulos, todos misioneros, en la vitalidad fraterna de las comunidades locales
que experimentan la dulce y confortante alegría de evangelizar. El ejercicio de la
corresponsabilidad es esencial para la sinodalidad y es necesario a todos los niveles de la Iglesia.
Cada cristiano es una misión en este mundo.
c) La familia es columna maestra de toda comunidad cristiana. Los padres, los abuelos y todos los
que conviven y comparten su fe en familia son los primeros misioneros. La familia, en cuanto
comunidad de vida y de amor, es un lugar privilegiado de educación en la fe y en la práctica
cristiana, y necesita un especial acompañamiento al interior de la comunidad. El apoyo es
necesario, sobre todo, para los padres que deben conciliar el trabajo, también al interno de la
comunidad eclesial y en el servicio de la misión, con las exigencias de la vida familiar.
d) La misión es gracia que compromete a toda la Iglesia. Los fieles laicos contribuyen de manera
vital a realizarla en todos los ambientes y en las situaciones más ordinarias de cada día. Ellos son,
sobre todo, los que hacen presente a la Iglesia y anuncian el Evangelio en las culturas del ambiente
digital, que tiene un impacto tan fuerte en el mundo, en las culturas juveniles, en el mundo del
trabajo, de la economía, de la política, de las artes y de la cultura, en la investigación científica,
en la educación y en la formación, en el cuidado de la Casa común y, de modo particular, en la
participación en la vida pública. Ahí deben estar presentes, porque están llamados a dar testimonio
de Cristo en la vida de cada día y a compartir explícitamente la fe con los otros. En particular los
jóvenes, con sus dones y sus fragilidades, al tiempo que crecen en la amistad con Jesús, se hacen
apóstoles del Evangelio entre sus coetáneos.
e) Los fieles laicos están siempre muy presentes y activos en el servicio al interior de las
comunidades cristianas. Muchos de ellos componen y animan comunidades pastorales, sirven
como educadores en la fe, teólogos y formadores, animadores espirituales y catequistas y
participan en diferentes organismos parroquiales y diocesanos. En muchas regiones, la vida de las
comunidades cristianas y la misión de la Iglesia recaen sobre la figura de los catequistas. Además,
los laicos prestan el servicio del safeguarding y de la administración. Su aportación es
indispensable para la misión de la Iglesia; hay que cuidar, por tanto, que adquieran las
competencias necesarias.
f) Los variados carismas de los laicos son dones del Espíritu Santo a la Iglesia que deben
promoverse, reconocerse y valorarse totalmente. En algunas situaciones puede suceder que laicos
sean llamados a suplir la falta de sacerdotes, con el riesgo de que el carácter propiamente laical
de su apostolado disminuya. En otros contextos, puede suceder que sean los presbíteros los que
lo hagan todo y los carismas y ministerios de los laicos sean ignorados o infrautilizados. Está
también el peligro, expresado por muchos en la Asamblea, de “clericalizar” a los laicos, creando
una especie de élite que perpetúa las desigualdades y las divisiones en el Pueblo de Dios.
g) La práctica de la misión ad gentes supone un enriquecimiento recíproco de Iglesias, porque no
abarca sólo a los misioneros, sino a la entera comunidad, que se ve estimulada a la oración, al
compartir los bienes y al testimonio. También las Iglesias pobres de clero no deben renunciar a
este compromiso, al tiempo que aquellas en las que florecen las vocaciones al ministerio ordenado
pueden abrirse a la cooperación pastoral, desde una lógica genuinamente evangélica. Todos los
misioneros - laicos, laicas, consagradas y consagrados, diáconos, presbíteros, en particular los
miembros de institutos misioneros y los misioneros fidei donum, por la vocación que les es propia,
son un recurso importante para crear lazos de conocimiento e intercambio de dones –
h) La misión de la Iglesia continuamente se renueva y se alimenta en la celebración de la Eucaristía,
en particular cuando se pone en primer plano su carácter comunitario y misionero.
Cuestiones que afrontar
a) Hemos sido creados hombre y mujer, a imagen y semejanza de Dios. Desde el principio, la
creación articula unidad y diferencia, dando al hombre y a la mujer una naturaleza, una vocación
y un destino compartidos y dos experiencias distintas de lo humano. La Sagrada Escritura da
testimonio de la complementariedad y reciprocidad de mujeres y hombres. En las múltiples
formas en que se realiza, la alianza entre el hombre y la mujer es el corazón del proyecto de Dios
para la creación. Jesús consideraba a las mujeres como interlocutoras suyas: hablaba con ellas del
Reino de Dios y las acogía entre los discípulos, como, por ejemplo, María de Betania. Estas
mujeres experimentaron su poder de sanación, de liberación y de reconocimiento y caminaron
con él en el camino de Galilea a Jerusalén (cfr. Lc 8,1.3). Confió a una mujer, María Magdalena,
la tarea de anunciar la resurrección en la mañana de Pascua.
b) En Cristo, mujeres y hombres están revestidos de la misma dignidad bautismal y reciben en igual
medida la variedad de dones del Espíritu Santo (cfr. Gal 3,28). Hombres y mujeres están llamados
a una comunión caracterizada por una corresponsabilidad no competitiva, para encarnarla en todo
nivel de la vida de la Iglesia. Como nos ha dicho el Papa Francisco: juntos, somos “Pueblo
convocado y llamado con la fuerza de las Bienaventuranzas”,
c) Durante la Asamblea, hemos experimentado la belleza de la reciprocidad entre mujeres y
hombres. Juntos, lanzamos la llamada de las precedentes fases del proceso sinodal, y pedimos a
la Iglesia el crecimiento de su empeño en comprender y acompañar a las mujeres, desde el punto
de vista pastoral y sacramental. Las mujeres desean compartir la experiencia espiritual de caminar
hacia la santidad en las diferentes fases de la vida: de jóvenes, como madres, en las relaciones de
amistad, en la vida familiar en todas las edades, en el mundo del trabajo y en la vida consagrada.
Reclaman justicia en una sociedad aún profundamente signada por la violencia sexual y las
desigualdades económicas, y por la tendencia a tratarlas como objetos. Llevan las cicatrices de la
trata de seres humanos, de las migraciones forzadas y de las guerras. Acompañamiento y decidida
promoción de las mujeres caminan al mismo paso.
d) Las mujeres constituyen la mayoría de quienes frecuentan la iglesia y, con frecuencia, son las
primeras misioneras de la familia. Las consagradas, en la vida contemplativa y en la vida activa,
son un don, un signo y un testimonio de fundamental importancia entre nosotros. La larga historia
de mujeres misioneras, santas, teólogas y místicas es una potente fuente de inspiración y alimento
para las mujeres y los hombres de nuestro tiempo.
e) María de Nazareth, mujer de fe y madre de Dios, es para toda una extraordinaria fuente de
significado desde el punto de vista teológico, eclesial y espiritual. María nos recuerda la llamada
universal a escuchar con atención a Dios y a permanecer abiertos al Espíritu Santo. Tuvo la alegría
de dar a luz y de hacer crecer y soportó el dolor y el sufrimiento. Dio a luz en condiciones de
precariedad, tuvo la experiencia de ser una refugiada y vivió la crueldad de la brutal muerte de su
Hijo. Pero vivió también el esplendor de la resurrección y la gloria de Pentecostés.
f) Muchas mujeres han expresado su profundo agradecimiento por el trabajo de sacerdotes y de
obispos, pero han hablado también de una Iglesia que hiere. El clericalismo y el machismo son
un uso inadecuado de la autoridad que continúan ensuciando el rostro de la Iglesia y dañando la
comunión. Es necesaria una profunda conversión espiritual como base cualquier cambio
estructural. Abusos sexuales, de poder y económicos continúan pidiendo justicia, sanación y
reconciliación. Preguntémonos cómo la Iglesia pueda convertirse en un espacio capaz de proteger
a todos.
g) Cuando en la Iglesia se dañan la dignidad y la justicia en las relaciones entre hombres y mujeres,
resulta debilitada la credibilidad del anuncio que dirigimos al mundo. El proceso sinodal muestra
que hay necesidad de renovación de las relaciones y de cambios estructurales. De este modo
estaremos en situación de acoger mejor la participación y la aportación de todos los laicos y laicas,
consagradas y consagrados, diáconos, sacerdotes y obispos – como discípulos corresponsables de
la misión.
h) La Asamblea pide evitar la repetición del error de hablar de las mujeres como de una cuestión o
un problema. Deseamos, en cambio, promover una Iglesia en la que hombres y mujeres dialoguen,
a fin de comprender mejor la profundidad del designio de Dios, en que aparecen juntos como
protagonistas, sin subordinación, exclusión ni competencia.
Cuestiones que afrontar
i) Las Iglesias de todo el mundo han formulado claramente la petición de un mayor reconocimiento
y valoración a la aportación de las mujeres y de un aumento de las responsabilidades pastorales
que se les confían en todas las áreas de la vida y de la misión de la Iglesia. Para dar una mejor
expresión a los carismas de todos y responder mejor a las necesidades pastorales, ¿cómo puede la
Iglesia poner a más mujeres en los roles y en los ministerios existentes? Se necesitan nuevos
ministerios, ¿a quién corresponde el discernimiento? ¿a qué nivel y con qué modalidades?
j) Han sido diversas las posturas con relación al acceso de las mujeres al ministerio diaconal.
Algunos consideran que este paso sería inaceptable, porque está en discontinuidad con la
Tradición. Otros, sin embargo, consideran que conceder el diaconado a las mujeres retomaría una
práctica de la Iglesia de los orígenes. Otros ven en este paso una propuesta necesaria y apropiada
a los signos de los tiempos, fiel a la Tradición y capaz de encontrar eco en el corazón de muchos
que buscan una renovada vitalidad y energía en la Iglesia. Otros expresan su temor de que esta
petición sería expresión de una peligrosa confusión antropológica, acogiendo la cual, la Iglesia se
alinearía con el espíritu del tiempo.
k) El debate al respecto está en conexión con la más amplia reflexión sobre la teología del diaconado
(cfr. Infra cap. 11, h-i)
Propuestas
a) En el curso de los siglos, la Iglesia siempre ha experimentado el don de los carismas, gracias a
ellos que el Espíritu Santo la hace rejuvenecer y la renueva, desde los más extraordinarios a los
más sencillos y ampliamente difundidos. Con alegría y gratitud, el Santo Pueblo de Dios reconoce
en ellos la ayuda providencial con la que Dios mismo lo sostiene, orienta e ilumina su misión.
b) La dimensión carismática de la Iglesia tiene una manifestación particular en la vida consagrada,
con la riqueza y variedad de sus formas. Su testimonio ha contribuido en todo tiempo a renovar
la vida de la comunidad eclesial, revelándose como un antídoto respecto a la frecuente tentación
de la mundanidad. Las diferentes familias religiosas muestran la belleza del seguimiento del Señor
sobre el monte de la oración y sobre los caminos del mundo, en las formas de vida comunitaria,
en la soledad del desierto y en la frontera de los desafíos culturales. La vida consagrada, más de
una vez, ha sido la primera en intuir los cambios de la historia y de acoger las llamadas del
Espíritu: también hoy la Iglesia necesita su profecía. La comunidad cristiana mira también con
atención y gratitud las experimentadas prácticas de vida sinodal y de discernimiento en común
que las comunidades de vida consagrada han madurado durante siglos. También de ellas podemos
aprender la sabiduría de caminar juntos. Muchas Congregaciones e Institutos practican también
la conversación en el Espíritu o formas análogas de discernimiento en el desarrollo de los
Capítulos provinciales y generales, para renovar estructuras, repensar los estilos de vida, poner
en marcha formas nuevas de servicio y de cercanía a los pobres. En otros casos, se encuentra, sin
embargo, la perduración de un estilo autoritario, que no deja espacio al diálogo fraterno.
c) Con la misma gratitud, el pueblo de Dios reconoce los fermentos de renovación presentes en
comunidades que tienen una larga historia y en el florecimiento de nuevas experiencias de
movimientos eclesiales. Asociaciones laicales, movimientos eclesiales y nuevas comunidades son
un signo precioso de la maduración de la corresponsabilidad de todos los bautizados. Su valor
consiste en la promoción de la comunión entre las diferentes vocaciones, en el impulso con el que
anuncian el Evangelio, en la proximidad a quienes viven una marginalidad económica o social, y
en el compromiso por la promoción del bien común. Son con frecuencia modelos de comunión
sinodal y de participación en vistas a la misión.
d) Los casos de abuso de distinto género que dañan a las personas consagradas y a los miembros de
las asociaciones laicales, apunta a un problema en el ejercicio de la autoridad y requiere
intervenciones decididas y apropiadas.
Cuestiones que afrontar
e) El magisterio de la Iglesia ha desarrollado una amplia enseñanza sobre la importancia de los dones
jerárquicos y de los dones carismáticos en la vida y en la misión de la Iglesia, que requiere una
mejor comprensión en la conciencia eclesial y en la misma reflexión teológica. Es necesario, por
tanto, preguntarse por el significado eclesiológico y por las concretas implicaciones pastorales de
este logro.
f) La variedad de expresiones carismáticas al interior de la Iglesia subraya el empeño del Pueblo fiel
de Dios en vivir la profecía de la cercanía a los últimos y de iluminar la cultura con una más
profunda experiencia de las realidades espirituales. Se necesita profundizar en qué modo la vida
consagrada, las asociaciones laicales, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades
puedan poner sus carismas al servicio de la comunión y de la misión en las Iglesias locales,
contribuyendo a hacer progresar hacia la santidad, gracias a una presencia que es profética.
Propuestas
g) Nos parece que el tiempo está maduro para una revisión de los “criterios sobre las relaciones entre
los Obispos y los Religiosos en la Iglesia”, propuestas en el documento Mutuae Relationes del
1978. Proponemos que tal revisión se haga con estilo sinodal, incluyendo a todos los que están
implicados.
h) Con la misma finalidad, las Conferencias Episcopales y las Conferencias de las Superioras y de
los Superiores Mayores de los Institutos de Vida Consagrada y de las Sociedades de Vida
Apostólica pongan en marcha lugares e instrumentos adecuados para promover encuentros y
formas de colaboración con espíritu sinodal.
i) A nivel de las Iglesias locales o de sus reagrupaciones, la promoción de la sinodalidad misionera
exige la institución de una configuración más precisa de las Consultas y de los Consejos en los
que convergen los representantes de Asociaciones laicales, Movimientos eclesiales y nuevas
Comunidades, para promover relaciones orgánicas entre estas realidades y la vida de las Iglesias
locales.
j) En los itinerarios de formación teológica en todos los niveles, sobre todo en la formación de los
ministros ordenados, verifíquese la atención prestada a la dimensión carismática de la Iglesia y,
donde sea necesario, refuércese.
a) Los presbíteros son los principales cooperadores del Obispo y hacen con él un único presbiterio
(cfr. Lumen Gentium 28); los diáconos ordenados para el ministerio, sirven al Pueblo de Dios en
la diaconía de la Palabra, en la liturgia, pero, sobre todo, en la caridad (cfr. LG 29). A ellos, la
Asamblea General, les expresa, ante todo, un profundo agradecimiento. Consciente de que pueden
experimentar soledad y aislamiento, recomienda a las comunidades cristianas que los apoyen con
la oración, la amistad, la colaboración.
b) Los diáconos y los presbíteros están comprometidos en las formas más diversas del ministerio
pastoral: el servicio a las parroquias, la evangelización, la cercanía a los pobres y emigrados, el
compromiso en el mundo de la cultura y de la educación, la misión ad gentes, la investigación
teológica, la animación de centros de espiritualidad y otros muchos. En una Iglesia sinodal, los
ministros ordenados están llamados a vivir su servicio al Pueblo de Dios con actitudes de cercanía
a las personas, de acogida y de escucha a todos y a cultivar una profunda espiritualidad personal
y una vida de oración. Sobre todo, están llamados a repensar el ejercicio de la autoridad desde el
modelo de Jesús que, “a pesar de su condición divina (...) se rebajó a sí mismo, tomando la
condición de esclavo” (Fil 2, 6-7). La Asamblea reconoce que muchos presbíteros y diáconos,
con su entrega, hacen visible el rostro de Cristo, Buen Pastor y Siervo,
c) Un obstáculo al ministerio y a la misión proviene del clericalismo. Éste nace de una mala
comprensión de la llamada divina, que lleva a concebirla más como un privilegio que como un
servicio, y se manifiesta en un estilo de poder mundano que rehúsa dar razones. Esta deformación
del sacerdocio debe ser combatida desde las primeras fases de la formación, gracias a un contacto
vivo con día a día del Pueblo de Dios y una experiencia concreta de servicio a los más necesitados.
No se puede imaginar, hoy, el ministerio del presbítero si no es en relación con el Obispo, en el
Presbiterio, en profunda comunión con los otros ministerios y carismas. Desafortunadamente, el
clericalismo es una actitud que puede manifestarse no sólo en los presbíteros, sino también en los
laicos.
d) La consciencia de las propias capacidades y de los propios límites es un requisito para
comprometerse en el ministerio ordenado con un estilo de corresponsabilidad. Por lo que la
formación humana debe garantizar un recorrido de conocimiento realista de sí mismo, que se
integre con un crecimiento cultural, espiritual y apostólico. En tal recorrido, no hay que
minusvalorar la aportación de la familia de origen y la de la comunidad cristiana en la que el joven
ha madurado la vocación, y de otras familias que acompañan su crecimiento.
Cuestiones que afrontar
e) En la perspectiva de la formación de todos los bautizados para una Iglesia sinodal, la de los
diáconos y sacerdotes requiere una especial atención. Se ha expresado con mucha frecuencia la
petición de que los seminarios u otros recorridos de formación de los candidatos al ministerio
estén muy ligados a la vida cotidiana de la comunidad. Es preciso evitar los riesgos de formalismo
y de ideología que conducen a actitudes autoritarias e impiden un verdadero crecimiento
vocacional. Repensar los estilos y recorridos formativos requiere una gran tarea de revisión y de
diálogo.
f) Se han expresado valoraciones diversas sobre el celibato de los presbíteros. Todos aprecian su
valor, cargado de profecía, y el testimonio de conformación con Cristo; algunos se preguntan si
su conveniencia teológica con el ministerio presbiteral se deba traducir en la Iglesia latina en una
obligación disciplinar, sobre todo, donde los contextos eclesiales y culturales lo hacen más difícil.
Se trata de un tema que no es nuevo y que requiere ser retomado ulteriormente.
Propuestas
g) En las Iglesias latinas, el diaconado permanente se ha introducido de manera diversa según los
distintos contextos eclesiales. De hecho, algunas Iglesias locales no lo han introducido; en otra,
se teme que los diáconos sean percibidos como una especie de remedio a la escasez de sacerdotes.
A veces, su ministerialidad se expresa en la liturgia más bien que en el servicio a los pobres de la
comunidad. Se recomienda, por tanto, evaluar la experiencia del ministerio diaconal después del
Vaticano II.
h) Desde el aspecto teológico, surge la exigencia de comprender el diaconado, ante todo, en sí
mismo, y no sólo como una etapa de acceso al presbiterado. El mismo uso lingüístico de llamar
“permanente” a la forma primaria del diaconado, para distinguirla de la “transitoria” es la luz
indicadora de un cambio de perspectiva que no se ha realizado aún de manera adecuada.
i) Las incertidumbres que rodean a la teología del ministerio diaconal son debidas también al hecho
de que, en la Iglesia latina, se retomó como grado propio y permanente de la jerarquía sólo a partir
del Concilio Vaticano II. Una reflexión más profunda a este respecto, permitirá también iluminar
la cuestión del acceso de las mujeres al diaconado.
j) Se requiere una profunda revisión de la formación al ministerio ordenado a la luz de la perspectiva
de la Iglesia sinodal misionera. Esto implica la revisión de la Ratio fundamentalis en la que está
determinado su perfil. Así también, recomendamos cuidar la formación permanente de los
presbíteros y diáconos en sentido sinodal.
k) La dimensión de la transparencia y la cultura de rendir cuentas representan un elemento de crucial
importancia en la construcción de una Iglesia sinodal. Pedimos a las Iglesias locales que
establezcan procesos y estructuras que permitan una regular verificación de las modalidades del
ejercicio del ministerio de sacerdotes y diáconos que tienen roles de responsabilidad. Instituciones
ya existentes, como los organismos de participación o las visitas pastorales, pueden constituir el
punto de partida para este trabajo, cuidando la implicación de la comunidad. En todo caso, tales
formas deberán ser adaptadas a los contextos locales y a las diferentes culturas, para que no se
conviertan en un obstáculo o en una carga burocrática. Por esto, el ámbito regional o continental
podría ser el más oportuno para su discernimiento.
l) Considérese, evaluando caso por caso y teniendo en cuenta los contextos, la oportunidad de
incorporar a un servicio pastoral que dé valor a su formación y a su experiencia, a presbíteros que
dejaron el ministerio.
a) En la perspectiva del Concilio Vaticano II, los Obispos, como sucesores de los Apóstoles, están al servicio
de la comunión que se realiza en la Iglesia local, entre las Iglesias, y con toda la Iglesia. Se puede
comprender adecuadamente la figura del Obispo en el tejido de las relaciones con la porción del pueblo de
Dios a él confiada, con el presbiterio y los diáconos, con las personas consagradas, con los otros Obispos
y con el obispo de Roma, en una perspectiva orientada siempre a la misión.
b) En su Iglesia, el Obispo es el primer responsable del anuncio del Evangelio y de la liturgia. Guía a la
comunidad cristiana y promueve el cuidado de los pobres. Como principio visible de unidad, tiene
particularmente la tarea de coordinar los diversos carismas y ministerios suscitados por el Espíritu para el
anuncio del Evangelio y el bien común de la comunidad. Este ministerio es realizado en manera sinodal,
cuando el gobierno se ejercita desde la corresponsabilidad; la predicación, desde la escucha del Pueblo fiel
de Dios; la santificación y la celebración litúrgica, desde la humildad y desde la conversión.
c) El Obispo tiene un papel insustituible en el poner marcha y animar el proceso sinodal en la Iglesia local,
promoviendo la circularidad entra “todos, algunos y uno”. El ministerio episcopal (el “uno”) valora la
participación de “todos” los fieles, gracias a la aportación de “algunos” más directamente involucrados en
procesos de discernimiento y de decisión (organismos de participación y de gobierno). La convicción con
la que el Obispo asuma la perspectiva sinodal y el estilo con el que ejercite la autoridad influyen de manera
determinante en la participación de sacerdotes y diáconos, de laicos y laicas, consagradas y consagrados.
El Obispo está llamado a ser, para todos, un ejemplo de sinodalidad.
d) En los contextos en los que se percibe a la Iglesia como familia de Dios, el Obispo es considerado como
el padre de todos. Pero, en las sociedades secularizadas, se experimenta una crisis de su autoridad. Es
importante no perder la referencia a la naturaleza sacramental del episcopado, para no asimilar la figura
del Obispo a una autoridad civil.
e) Las esperanzas respecto al Obispo, con frecuencia, son muy altas, y muchos Obispos se lamentan de una
sobrecarga de compromisos administrativos y jurídicos que les hacen difícil realizar plenamente su misión.
También el Obispo debe contar con su propia fragilidad y con sus limitaciones y no siempre encuentra
apoyo humano o espiritual. No es rara la experiencia de una cierta soledad. Por esto, es importante, por un
lado, volver a poner en el centro de atención los aspectos esenciales de la misión del Obispo y, por otro,
cultivar una auténtica fraternidad entre el Obispo y su presbiterio.
Cuestiones que afrontar
f) Desde el plano teológico, hay que profundizar más sobre el significado del lazo de reciprocidad entre el
Obispo y la Iglesia local. Él está llamado a guiarla y, al mismo tiempo, a reconocer y custodiar la riqueza
de su historia, de su tradición y de los carismas que en ella están presentes.
g) Hay que profundizar en la relación entre sacramento del Orden y jurisdicción, a la luz del magisterio
conciliar de Lumen Gentium y de las enseñanzas más recientes, como la Constitución apostólica
Praedicate Evangelium, para precisar los criterios teológicos y canónicos que están en la base del principio
de compartir las responsabilidades del Obispo y determinados ámbitos, formas e implicaciones de la
corresponsabilidad.
h) Algunos Obispos sienten disgusto cuando se les pide intervenir sobre cuestiones de fe y de moral sobra las
que en el episcopado no hay pleno acuerdo. Es necesario reflexionar más sobre la relación entre
colegialidad episcopal y diversidad de visiones teológicas y pastorales.
i) Una cultura de la transparencia y el respeto a los procedimientos previstos para la tutela de los menores y
de las personas vulnerables son parte integrante de una Iglesia sinodal. Es necesario, además, desarrollar
estructuras dedicadas a la prevención de los abusos. La cuestión delicada de la gestión de los abusos sitúa
a muchos Obispos en la dificultad de conciliar el papel de padre con el de juez. Se pide evaluar la
oportunidad de confiar la tarea judicial a otra instancia, que habría que precisar canónicamente.
Propuestas
j) Que se activen, en formas que jurídicamente hay que definir, estructuras y procesos de verificación regular
de la tarea del Obispo, con referencia al estilo de su autoridad, a la administración de los bienes de la
diócesis, al funcionamiento de los organismos de participación y a la tutela respecto a todo tipo de abuso.
La cultura del rendir cuentas es parte integrante de una Iglesia sinodal que promueve la corresponsabilidad,
además de un posible baluarte contra los abusos.
k) Se pide hacer obligatorio el Consejo episcopal (can, 473 $ 4) y el Consejo pastoral diocesano eparquial
(CIC can, 511, CCEU, can, 272) y hacer más operativos, también a nivel de derecho, los organismos
diocesanos de corresponsabilidad.
l) La Asamblea pide poner en marcha una revisión de los criterios de selección de los candidatos al
episcopado, equilibrando la autoridad del Nuncio apostólico con la participación de la Conferencia
Episcopal. Se pide también la ampliación de la consulta al Pueblo de Dios, escuchando a un mayor número
de laicos y laicas, consagradas y consagrados, teniendo cuidado en evitar presiones inoportunas.
m) Muchos Obispos manifiestan la exigencia de repensar el funcionamiento y reforzar la estructura de las
Metrópolis (provincias eclesiásticas) y de las Regiones, para que sean expresión concreta de la colegialidad
en un territorio, y ámbitos en los que los Obispos puedan experimentar la fraternidad, el apoyo mutuo, la
transparencia y una más amplia consulta.
a) La dinámica sinodal proyecta también nueva luz sobre el ministerio del Obispo de Roma. La
sinodalidad, de hecho, articula de modo sinfónico las dimensiones comunitarias (“todos”),
colegial (“algunos”) y personal (“uno”), de la Iglesia a nivel local, regional y universal. En tal
visión, el ministerio petrino del Obispo de Roma es intrínseco a la dinámica sinodal, como lo son
también el aspecto comunitario que incluye a todo el Pueblo de Dios y las dimensiones colegiales
del ministerio episcopal. Por esto, sinodalidad, colegialidad y primado se reclaman mutuamente:
el primado presupone el ejercicio de la sinodalidad y de la colegialidad, así como ambas implican
el ejercicio del primado.
b) La promoción de la unidad de todos los cristianos es un aspecto esencial del ministerio del Obispo
de Roma. El camino ecuménico ha permitido profundizar la comprensión del ministerio del
Sucesor de Pedro y debe continuar haciéndolo también en el futuro. Las respuestas a la invitación
hecha por S. Juan Pablo II en la encíclica Ut unum sint, así como las conclusiones de los diálogos
ecuménicos, pueden ayudar a la comprensión católica del primado, de la colegialidad, de la
sinodalidad y de sus mutuas relaciones.
c) La reforma de la Curia Romana es un aspecto importante del recorrido sinodal de la Iglesia
católica. La constitución apostólica Praedicate Evangelium insiste en el hecho de que “la Curia
Romana no está entre el Papa y los Obispos, más bien está al servicio de ambos, según las
modalidades propias de cada uno” (PE I.8), Promueve una reforma basada sobre la “vida de
comunión” (PE I.4) y sobre una saludable “descentralización” (EG 16m cit, en PE II.2). El hecho
de que muchos miembros de los Dicasterios sean Obispos diocesanos expresa la catolicidad de la
Iglesia y debería favorecer la relación entre la Curia y las Iglesias locales. La efectiva puesta en
práctica de la Praedicate Evangelium podrá favorecer una mayor sinodalidad en el seno de la
Curia, tanto entre los Dicasterios como en cada uno de ellos.
Cuestiones que afrontar
d) Se pide profundizar sobre el modo en que una renovada comprensión del episcopado al interno
de la Iglesia sinodal incida sobre el ministerio del Obispo de Roma y sobre el papel de la Curia
Romana. Esta cuestión tiene significativas expresiones sobre el modo de vivir la
corresponsabilidad en el gobierno de la Iglesia. A nivel universal, el Código de Derecho Canónico
y el Código de los Cánones de las Iglesias Orientales ofrecen disposiciones para un ejercicio más
colegial del ministerio papal. Estas podrán ser posteriormente desarrolladas en la práctica y
reforzadas en una futura actualización de ambos textos.
e) La sinodalidad puede dar luz a las modalidades de colaboración del colegio de Cardenales con el
ministerio petrino y sobre las formas a través de las que promover su discernimiento colegial en
Consistorios ordinarios y extraordinarios.
f) Para el bien de la Iglesia, es importante estudiar los modos más oportunos que favorezcan el
conocimiento y los lazos de comunión entre los miembros del Colegio de Cardenales, atendiendo
también a su diversidad de proveniencia y de cultura.
Propuestas
g) Las Visitas ad limina Apostolorum son el momento más importante de las relaciones de los
Pastores de las Iglesias locales con el Obispo de Roma y con sus más estrechos colaboradores en
la Curia Romana. Revísese la forma en que se realizan, de modo que se den siempre más ocasiones
para un intercambio abierto y recíproco que favorezca la comunión y un verdadero ejercicio de
colegialidad y sinodalidad.
h) A la luz de la configuración sinodal de la Iglesia, es necesario que los Dicasterios de la Curia
Romana valoren las consultas de los Obispos, para una mayor atención a la diversidad de
situaciones y una escucha más atenta de la voz de las Iglesias locales.
i) Parece oportuno prever formas de evaluación de la tarea de los Representantes Pontificios por
parte de las Iglesias locales de los países donde desarrollan su misión, con el fin de facilitar y
perfeccionar su servicio.
j) Se propone valorar y reforzar el Consejo de Cardenales (C-9) como consejo sinodal al servicio
del ministerio petrino.
k) A la luz de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, hay que examinar atentamente si es oportuno
ordenar Obispos a los prelados de la Curia Romana.
PARTE III
TEJER LAZOS,
CONSTRUIR COMUNIDAD
14. Un acercamiento sinodal a la formación
Convergencias
a) Preocuparse de la propia formación es la respuesta que todo bautizado está llamado a dar a los
dones del Señor, para hacer fructificar los talentos recibidos y ponerlos al servicio de todos. El
tiempo que el Señor dedicó a la formación de los discípulos revela la importancia de esta acción
eclesial, con frecuencia poco aparente, pero decisiva para la misión. Queremos expresar una
palabra de agradecimiento y de ánimo a todos aquellos que están comprometidos en este ámbito
e invitarlos a acoger los elementos de novedad que surgen del camino sinodal de la Iglesia.
b) El modo en que Jesús formó a los discípulos se convierte en el modelo de referencia. Jesús no se
limitó a compartir algunas enseñanzas, sino que compartió con ellos la vida. Con su oración
suscitó la súplica: “enséñanos a orar”; quitando el hambre a la multitud les enseñó a no despedir
a los necesitados; caminando hacia Jerusalén, les enseñó el camino de la Cruz. Desde el Evangelio
aprendemos que la formación no es sólo ni ante todo potenciar las propias capacidades: es
conversión a la lógica del Reino que puede hacer fecundas también las derrotas y los fallos.
c) El Santo Pueblo de Dios no es sólo objeto, sino que, ante todo, es sujeto corresponsable de la
profundización de la formación. La primera formación, de hecho, se da en la familia. Es ahí donde
solemos recibir el primer anuncio de la fe, en la lengua - más bien, en el dialecto – de nuestros
padres y abuelos. La aportación de quienes cumplen un ministerio en la Iglesia se debe, pues,
conjuntar con la sabiduría de los sencillos en una alianza educativa que es indispensable para la
comunidad. Este es el primer signo de una formación entendida en sentido sinodal.
d) En la iniciación cristiana encontramos las grandes líneas directrices para los itinerarios
formativos. En el centro de la formación está la profundización del kerygma, es decir, del
encuentro con Jesucristo que nos ofrece el don de una nueva vida. La lógica catecumenal nos
recuerda que todos somos pecadores, llamados a la santidad. Por esto nos comprometemos en
caminos de conversión, que el sacramento de la Reconciliación lleva a su cumplimiento, y
alimentamos el deseo de santidad, sostenidos por un gran número de testimonios.
e) Los ámbitos en los que se declina la formación del Pueblo de Dios son muchos. Además de la
formación teológica, está la relativa a una serie de tareas específicas: ejercicio de la
corresponsabilidad, escucha, discernimiento, diálogo ecuménico e interreligioso, servicio a los
pobres y cuidado de la Casa común, empeño como “misioneros digitales”, facilitación de los
procesos de discernimiento y conversación en el Espíritu, construcción del consenso y resolución
de conflictos. Una especial atención hay que dar a la formación catequética de niños y jóvenes,
que debería suponer la participación activa de la comunidad.
f) La formación para una Iglesia sinodal requiere ser emprendida en modo sinodal: todo el pueblo
de Dios se forma junto al tiempo que camina junto. Necesitamos superar la mentalidad de delegar
que encontramos en tantos ámbitos de la pastoral. Una formación en clave sinodal tiene la
finalidad de permitir al Pueblo de Dios vivir plenamente la propia vocación bautismal, en familia,
en los lugares de trabajo, en el ámbito eclesial, social e intelectual, y de hacer a cada uno capaz
de participar activamente en la misión de la Iglesia según los propios carismas y a propia
vocación.
Cuestiones que afrontar
a) La experiencia de la conversación en el Espíritu ha sido enriquecedora para to los que han tomado
parte en ella. En particular, se ha valorado el estilo de comunicación que privilegia la libertad de
expresión de los propios puntos de vista y la escucha recíproca. Esto evita pasar rápidamente a un
debate basado en la reiteración de los propios argumentos, sin dejar el espacio y el tiempo para
darse uno cuenta de las razones del otro.
b) Esta actitud de fondo crea un contexto favorable para profundizar cuestiones que son
controvertidas también al interior de la Iglesia, como los efectos antropológicos de las tecnologías
y de la inteligencia artificial, la no violencia y la legítima defensa, las problemáticas relativas al
ministerio, los temas relacionados con la corporeidad y la sexualidad, y otros muchos.
c) Para desarrollar un auténtico discernimiento eclesial en estos y en otros ámbitos, es necesario
integrar, a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio, una base informativa más amplia y un
componente reflexivo más articulado. Para evitar refugiarse en la comodidad de fórmulas
convencionales, hay que realizar una confrontación con el punto de vista de las ciencias humanas
y sociales, de la reflexión filosófica y de la elaboración teológica. Información más amplia y un
componente reflexivo más articulado.
d) Entre las cuestiones sobre las que es importante continuar reflexionando, está la de la relación
entre amor y verdad y las repercusiones que tiene en otras muchas cuestiones controvertidas. Esta
relación, antes de ser un desafío, en realidad es una gracia contenida en la revelación cristológica.
De hecho, Jesús llevó a cumplimiento la promesa que se lee en los salmos: “Amor y verdad se
encuentran, justicia y paz se besan. La verdad germina de la tierra y la justicia se asoma desde el
cielo” (Sal 85, 1112).
e) Las páginas del Evangelio muestran a Jesús encontrando a las personas en lo concreto de su
historia y sus situaciones. Él no parte de prejuicios ni etiquetas, sino de una auténtica relación en
la que se implica por entero, exponiéndose, incluso, a la incomprensión y al rechazo. Jesús
escucha siempre el grito de auxilio de quien tiene necesidad, incluso aunque no lo exprese; hace
gestos que transmiten amor y generan confianza; hace posible con su presencia una nueva vida;
quien lo encuentra sale transformado. Esto sucede, porque la verdad de la que Jesús es portador
no es una idea, sino la misma presencia de Dios en medio de nosotros; y el amor con el que obra
no es sólo un sentimiento, sino la justicia del Reino que cambia la historia,
f) Las dificultades que encontramos para traducir esta límpida visión evangélica en opciones
pastorales es signo de nuestra incapacidad de vivir a la altura del Evangelio y nos recuerda que
no podemos sostener a quien tiene necesidad de ayuda, si no es a través de nuestra conversión
personal y comunitaria. Si utilizamos la doctrina con dureza y con actitud judicial, traicionamos
el Evangelio; si practicamos una misericordia “barata”, no transmitimos el amor de Dios. La
unidad de verdad y amor implica hacerse cargo de las dificultades del otro hasta hacerlas propias,
como sucede entre verdaderos hermanos y hermanas. Por esto, esta unidad, puede realizarse
solamente siguiendo con paciencia el camino del acompañamiento.
g) Algunas cuestiones, como las referidas a la identidad de género y a la orientación sexual, al poner
fin a la vida, a las situaciones matrimoniales difíciles, a los problemas éticos conectados a la
inteligencia artificial, resultan controvertidas no sólo en la sociedad, sino también en la Iglesia,
porque suscitan preguntan nuevas. A veces, las categorías antropológicas que hemos elaborado
no son suficientes para acoger la complejidad de los elementos que emergen de la experiencia y
del saber de las ciencias y requieren maduración y un estudio ulterior. Es importante tomar el
tiempo necesario para esta reflexión y emplear las mejores energías, sin ceder a juicios simplistas
que hieren a las personas y al cuerpo de la Iglesia. Muchas indicaciones que ya ha ofrecido el
Magisterio esperan ser traducidas en apropiadas iniciativas pastorales. Incluso donde sean
necesarias ulteriores aclaraciones, el comportamiento de Jesús, asimilado en la oración y en la
conversión del corazón, nos indica el camino a seguir.
Cuestiones que afrontar
a) “Escucha” es la palabra que mejor expresa la experiencia más intensa que ha caracterizado los
primeros dos años del itinerario sinodal y también los trabajos de la Asamblea. En el doble sentido
de escucha dada y recibida, de ponerse a la escucha y de ser escuchados. La escucha es un valor
profundamente humano, un dinamismo de reciprocidad en el que se ofrece una aportación al
camino del otro y se recibe otra para el propio camino.
b) Ser invitados a tomar la palabra y a ser escuchados en la Iglesia y por la Iglesia ha sido una
experiencia intensa e inesperada por parte de muchos que han participado en el proceso sinodal a
nivel laical, especialmente entre los que padecen formas de marginación en la sociedad y también
en la comunidad cristiana. Ser escuchado es una experiencia de afirmación y de reconocimiento
de la propia dignidad: es un instrumento potente para activar los recursos de la persona y de la
comunidad,
c) Poner a Jesús en el centro de nuestra vida requiere una cierta abnegación. En esta perspectiva,
prestar escucha requiere la disponibilidad de descentrarse para dejar espacio al otro. Lo hemos
experimentado en la dinámica de la conversación en el Espíritu. Se trata de un ejercicio ascético,
exigente, que obliga a cada uno a reconocer las propias imitaciones y la parcialidad del propio
punto de vista. Por eso, abre una posibilidad de escucha de la voz del Espíritu de Dios que habla
también más allá de los confines de la pertenencia eclesial y puede poner en marcha un camino
de cambio y de conversión.
d) Ponerse a la escucha tiene un valor cristológico: significa asumir la actitud de Jesús respecto a las
personas que encontraba (cfr. Fil 2, 6.11); tiene también un valor eclesial, puesto que la Iglesia se
pone a la escucha a través de algunos bautizados que actúan no en nombre propio, sino de la
comunidad,
e) A lo largo del proceso sinodal, la Iglesia ha encontrado a muchas personas y grupos que quieren
ser escuchados y acompañados. Mencionamos en primer lugar a los jóvenes, cuya demanda de
escucha y acompañamiento resonó con fuerza en el Sínodo que se dedicó a ellos (2018) y en esta
Asamblea, que confirma la necesidad de una opción preferencial por los jóvenes.
f) La Iglesia debe escuchar con particular atención y sensibilidad la voz de las víctimas y de los
sobrevivientes de los abusos sexuales, espirituales, institucionales, de poder o de conciencia de
parte de miembros del clero o de personas con cargos eclesiales. La auténtica escucha es un
elemento fundamental en el camino hacia la sanación, el arrepentimiento, la justicia y la
reconciliación.
g) La Asamblea expresa su propia cercanía y apoyo a todos aquellos que viven una condición de
soledad como elección de fidelidad a la tradición y al magisterio de la Iglesia en materia
matrimonial y de ética sexual, en la que reconocen una fuente de vida. Invitamos a las
comunidades cristianas a que les estén especialmente cercanas, escuchándolas y acompañándolas
en su compromiso.
h) En modos diversos, también las personas que se sienten marginadas o excluidas de la Iglesia por
su situación matrimonial, identidad y sexualidad, piden ser escuchadas y acompañadas y que su
dignidad sea defendida. En la Asamblea se ha percibido un profundo sentido de amor,
misericordia y compasión por las personas que son o se sienten heridas u olvidadas por la Iglesia,
que desean un lugar en el que volver “a casa” y sentirse al seguro, ser escuchadas y respetadas,
sin miedo a ser juzgadas. La escucha es un prerrequisito para caminar juntos en la búsqueda de la
voluntad de Dios. La Asamblea reafirma que los cristianos no pueden no tener respeto por la
dignidad de persona alguna.
i) Se dirigen a la Iglesia buscando escucha y acompañamiento también personas que padecen
diversas formas de pobreza, exclusión y marginación al interior de la sociedad en la que la
desigualdad crece inexorablemente. Escucharlas le permite a la Iglesia caer en la cuenta de su
punto de vista y, en concreto, de ponerse a su lado, pero, sobre todo, de dejarse evangelizar por
ellas. Agradecemos y animamos a quienes están comprometidos en el servicio de la escucha y del
acompañamiento de cuantos se encuentran en la cárcel y tienen una especial necesidad de
experimentar el amor misericordioso del Señor y de no sentirse aislados de la comunidad, En
nombre de la Iglesia, ponen en práctica las palabras del Señor: “estaba en la cárcel y vinisteis a
verme” (Mt 25,36).
j) Muchas personas viven una condición de soledad que, con frecuencia, está al borde del abandono.
Ancianos y personas enfermas son muchas veces invisibles en la sociedad. Animamos a las
parroquias y a las comunidades cristianas a hacerse próximas a ellas y escucharlas. Las obras de
misericordia, inspiradas en las palabras evangélicas; “estaba enfermo y me visitasteis” (Mt 25,39)
tienen un especial significado para las personas comprometidas y también para fomentar lazos
comunitarios.
k) La Iglesia quiere escuchar a todos, no sólo a aquellos que saben hacer sentir la propia voz por su
facilidad de palabra. En algunas regiones, por motivos culturales y sociales, los miembros de
algunos grupos, como los jóvenes, las mujeres y las minorías pueden tener la dificultad de poder
expresarse con libertad. También la experiencia de vivir en regímenes opresores y dictatoriales
corroe la confianza necesaria para hablar libremente. Lo mismo puede suceder cuando el ejercicio
de la autoridad al interior de la comunidad cristiana se hace opresor en vez de liberador.
Cuestiones que afrontar
n) ¿Qué deberíamos cambiar para que aquellos que se sienten excluidos puedan experimentar una
Iglesia más acogedora? La escucha y la acogida no son sólo iniciativas individuales, sino una
forma eclesial de hacer. Por esto, deben encontrar lugar al interior de la programación pastoral
ordinaria y de la estructuración operativa de las comunidades cristianas en sus diversos niveles,
valorando también el acompañamiento espiritual. Una Iglesia sinodal no puede renunciar a ser
una Iglesia que escucha, y este compromiso debe traducirse en acciones concretas.
o) La Iglesia no parte de cero, dispone ya de numerosas instituciones y estructuras que desarrollan
este valioso trabajo. Pensemos, por ejemplo, en el trabajo capilar de escucha y acompañamiento
de los pobres, marginados y refugiados que realiza Cáritas, y otras muchas realidades ligadas a la
vida consagrada o a asociaciones laicales. Tenemos que trabajar para potenciar sus lazos de unión
con la vida de las comunidades, evitando que puedan considerarse como actividades delegadas a
algunos.
p) Las personas que desarrollan el servicio de escucha y acompañamiento, en sus diversas formas,
necesitan una formación adecuada, en base también al tipo de personas con las que contactan, y
necesitan también sentirse apoyadas por la comunidad. Por su parte, las comunidades necesitan
hacerse conscientes del valor de un servicio ejercido en su nombre y de poder recibir el fruto de
esta escucha. Con el fin de dar mayor evidencia a este servicio, se propone instituir un ministerio
de escucha y acompañamiento, fundado en el Bautismo, y adaptado a los diferentes contextos.
Las modalidades de conferirlo promoverán un mayor compromiso de la comunidad.
q) Se anima al SECAM (Simposio de las Conferencias Episcopales de África y de Madagascar) a
que promueva un discernimiento teológico y pastoral sobre el tema de la poligamia sobre el
acompañamiento de las personas en unión poligámica que se acercan a la fe.
a) La cultura digital representa un cambio fundamental en el modo con que concebimos la realidad
y nos relacionamos con nosotros mismos, entre nosotros, con el ambiente que nos rodea e, incluso,
con Dios. El ambiente digital modifica nuestros procesos de aprendizaje, la percepción del
tiempo, del espacio, del cuerpo, de las relaciones interpersonales y nuestro entero modo de pensar.
El dualismo entre real y virtual no describe adecuadamente la realidad y la experiencia de todos
nosotros, sobre todo de los más jóvenes, los así llamados “nativos digitales”
b) La cultura digital, por tanto, no es tanto un área distinta de la misión, cuanto una dimensión crucial
del testimonio de la Iglesia en la cultura contemporánea. Por esto, tiene un significado especial
en una Iglesia sinodal.
c) Los misioneros han partido siempre con Cristo hacia nuevas fronteras, precedidos y empujados
por la acción del Espíritu. Hoy, nos toca acercarnos a la cultura actual en todos los espacios en los
que las personas buscan sentido y amor, incluyendo los teléfonos celulares y las tablets.
d) No podemos evangelizar la cultura digital sin haberla comprendido antes. Los jóvenes, entre ellos
los seminaristas, los sacerdotes jóvenes y los jóvenes consagrados y consagradas, que con
frecuencia tienen de ella una experiencia profunda, son los más adecuados para llevar adelante la
misión de la Iglesia en el ambiente digital, además de acompañar al resto de la comunidad,
comprendidos los pastores, a tener una mayor familiaridad con sus dinámicas.
e) Al interno del proceso sinodal, las iniciativas del Sínodo digital (Proyecto: “la Iglesia te escucha”)
muestran la potencialidad del ambiente digital en clave misionera, la creatividad y generosidad
de quienes se comprometen en ello y la importancia de ofrecerles formación, acompañamiento,
posibilidades de confrontar entre iguales y la colaboración.
Cuestiones que afrontar
f) Internet está cada vez más presente en la vida de los muchachos y de las familias. Si es verdad
que tiene un gran potencial para mejorar nuestra vida, puede también causar daños y heridas, por
ejemplo, a través del bullying, la desinformación, la explotación sexual y la dependencia. Es
urgente reflexionar sobre cómo la comunidad cristiana pueda apoyar a las familias para garantizar
que el espacio online sea no sólo seguro, sino también espiritualmente vivificante.
g) Hay muchas iniciativas online ligadas a la Iglesia que son de gran valor y utilidad y que ofrecen
una excelente catequesis y formación en la fe. Desafortunadamente, las hay también que en las
temáticas ligadas a la fe son superficiales, polarizadas y hasta cargadas de odio. Como Iglesia y
como misioneros digitales tenemos el deber de preguntarnos cómo garantizar que nuestra
presencia online constituya una experiencia de crecimiento para aquellos con quienes nos
comunicamos.
h) Las iniciativas apostólicas online tienen un alcance y un radio de acción que se extiende más allá
de los tradicionales confines territoriales. Esto conlleva importantes cuestiones sobre la manera
en que pueden ser reguladas y a qué autoridad eclesiástica competa la vigilancia.
i) Debemos también considerar las implicaciones de la nueva frontera misionera digital para la
renovación de las estructuras parroquiales y diocesanas existentes. En un mundo cada vez más
digital, ¿cómo evitar el permanecer prisioneros de la lógica de la conservación y, al contrario,
liberar energías para nuevas formas del ejercicio de la misión?
j) La pandemia del CIOVID-19 estimuló la creatividad pastoral online, contribuyendo a reducir los
efectos de la experiencia de aislamiento y soledad, vivida particularmente por ancianos y
miembros vulnerables de las comunidades. También las instituciones educativas católicas
utilizaron eficazmente las plataformas online para continuar ofreciendo formación y catequesis
durante el periodo de encerramiento. Es bueno que evaluemos qué nos ha enseñado esta
experiencia y cuáles pueden ser los beneficios permanentes para la misión de la Iglesia en
ambiente digital.
k) Muchos jóvenes, que aún buscan la belleza, han abandonado los espacios físicos de la Iglesia a
los que intentamos invitarlos, y se han quedado en los espacios online. Esto implica buscar nuevos
modos para comprometerlos y ofrecerles formación y catequesis. Se trata de un tema sobre el que
hay que reflexionar pastoralmente.
Propuestas
l) Proponemos que las Iglesias ofrezcan reconocimiento, formación y acompañamiento a los que ya
actúan como misioneros digitales, facilitando el encuentro entre ellos.
m) Es importante crear redes colaborativas de influencers que incluyan a personas de otras religiones
o que no profesen fe alguna, pero que colaboran en causas comunes por la promoción de la
dignidad de la persona humana, de la justicia y del cuidado de la Casa común.
a) En cuanto miembros del Pueblo fiel de Dios, todos los bautizados son responsables de la misión,
cada uno según su vocación, con su experiencia y competencia. Por tanto, todos contribuyen a
imaginar y decidir pasos de reforma de las comunidades cristianas y de la Iglesia toda, de manera
que viva “la dulce y confortadora alegría de evangelizar”. La sinodalidad, en la composición y en
el funcionamiento de los organismos en las que toma forma, tiene como finalidad la misión. La
corresponsabilidad es para la misión: esto significa que sí se está de verdad reunidos en el nombre
de Jesús. Esto arranca a los organismos de participación de involuciones burocráticas y de lógicas
mundanas de poder, esto hace fructuoso el reunirse.
b) A la luz del magisterio reciente (en particular, Lumen Gentium y Evangelii Gaudium) esta
responsabilidad de todos en la misión debe ser el criterio base de la estructuración de las
comunidades cristianas y de la entera Iglesia local con todos sus servicios, en todas sus
instituciones, en cada organismo de comunión (cfr. 1Cor, 12, 4.31). El justo reconocimiento de la
responsabilidad de los laicos en la misión en el mundo no puede convertirse en pretexto para
atribuir sólo a los Obispos y a los sacerdotes el cuidado de la comunidad cristiana.
c) La autoridad suprema es la de la Palabra de Dios, que debe inspirar todo encuentro de los
organismos de participación, toda consulta y todo proceso de decisiones. Para que esto suceda, es
necesario que, en todo nivel, el reunirse tome sentido y fuerza desde la Eucaristía y se desarrolle
a la luz de la Palabra de Dios, escuchada y compartida en la oración.
d) La composición de los diferentes Consejos para el discernimiento y la decisión de una comunidad
misionera sinodal debe prever la presencia de hombres y mujeres que tengan un perfil apostólico;
que se distingan, ente todo, no por una asistencia asidua a los espacios eclesiales, sino por un
genuino testimonio evangélico en las realidades más ordinarias de la vida. El Pueblo de Dios es
tanto más misionero cuanto más capaz es de hacer resonar en él, también en los organismos de
participación, las voces de cuantos ya viven la misión en el mundo y en sus periferias,
Cuestiones que afrontar
e) A la luz de cuanto hemos compartido, creemos importante reflexionar sobre cómo promover la
participación en los diferentes Consejos, sobre todo, cuando los participantes afirman no estar a
la altura de la tarea. La sinodalidad acrece la intervención de cada miembro en los procesos de
discernimiento y decisión en favor de la misión de la Iglesia: en este sentido nos edifican y nos
animan muchas pequeñas comunidades cristianas en las Iglesias emergentes, que viven un
cotidiano “cuerpo a cuerpo” fraterno en torno a la Palabra y a la Eucaristía.
f) En la composición de los organismos de participación no podemos, además, dejar de lado la tarea
confiada por el Papa en Amoris Laetitia. La participación de hombres y mujeres que viven
experiencias afectivas y conyugales complejas “puede expresarse en diferentes servicios
eclesiales: es preciso, por tanto, discernir cuales de las diversas formas de exclusión actualmente
practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional que puedan ser superadas”
(n. 299). El discernimiento en cuestión se refiere también a la exclusión de organismos de
participación de la comunidad parroquial o diocesana, practicada en no pocas Iglesias locales.
g) En la perspectiva de la originalidad evangélica de la comunión eclesial: ¿cómo podemos
entrelazar el aspecto consultivo y deliberativo de la sinodalidad? Sobre la base de la configuración
carismática y ministerial del Pueblo de Dios: ¿cómo integramos en los diferentes organismos de
participación en las tareas de aconsejar, discernir, decidir?
Propuestas
h) Sobre la base de la comprensión del Pueblo de Dios como sujeto activo de la misión
evangelizadora, codifíquese la obligatoriedad de los Consejos de Pastoral en la comunidad
cristiana y en la Iglesia local. Al mismo tiempo, poténciense los organismos de participación, con
una adecuada presencia de laicos y laicas, con atribuciones de funciones de discernimiento en
vista de decisiones realmente apostólicas.
i) Los organismos de participación representan el primer ámbito en el que vivir la dinámica del
informe de quien ejerce tareas de responsabilidad. Al tiempo que los animamos en su tarea, los
animamos a practicar la cultura del informe respecto a la comunidad de la que son expresión.
a) Estamos persuadidos de que toda Iglesia, al interno de la comunión de las Iglesias, tiene mucho que ofrecer,
porque el Espíritu Santo distribuye con abundancia sus dones para utilidad común. Si miramos a la Iglesia
como Cuerpo de Cristo, comprendemos más fácilmente que los diferentes miembros son interdependientes
y comparten la misma vida; “si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; y si un miembro es
honrado, todos los miembros se alegran con él” (1Cor 12, 26). Queremos, por tanto, desarrollar las
actitudes espirituales que nacen de esta mirada; la humildad y la generosidad, el respeto y el compartir.
Importantes son también la disponibilidad a crecer en el conocimiento recíproco y a establecer las
estructuras necesarias para que el intercambio de riquezas espirituales, de discípulos misioneros y de
bienes materiales pueda convertirse en una realidad concreta.
b) El tema de la reagrupación de Iglesias locales se ha revelado fundamental para un pleno ejercicio de la
sinodalidad en la Iglesia. A la hora de responder a la pregunta sobre cómo configurar las instancias de
sinodalidad y colegialidad que llevan consigo reagrupamientos de Iglesias locales, la Asamblea subraya la
importancia del discernimiento eclesial realizado por las Conferencias Episcopales y por las Asambleas
continentales para el correcto desarrollo de la primera fase del proceso sinodal.
c) El proceso sinodal ha mostrado cómo los organismos previstos por el Código de Derecho Canónico y por
el Código de los Cánones para las Iglesias Orientales despliegan con mayor eficacia su función cuando
son comprendidos a partir de las Iglesias locales. El hecho de que la Iglesia (Ecclesia tota) sea una
comunión de Iglesias requiere que cada Obispo perciba y viva la solicitud por todas las Iglesias (sollicitudo
omnium Ecclesiarum) como aspecto constitutivo de su ministerio de pastor de una Iglesia.
d) La primera fase del proceso sinodal puso en evidencia el papel determinante de las Conferencias
Episcopales e hizo que emergiera la necesidad de una instancia de sinodalidad y colegialidad a nivel
continental. Los organismos que trabajan a este nivel concurren al ejercicio de la sinodalidad en el respeto
de las realidades locales y de los procesos de inculturación. La Asamblea ha expresado su confianza en la
posibilidad de evitar de este modo el riesgo de uniformidad y de centralismo en el gobierno de la Iglesia
Cuestiones que afrontar
e) Antes de crear nuevas estructuras, advirtamos la exigencia de reforzar y revitalizar las ya existentes. Es
preciso estudiar, desde el plano eclesiológico y canónico, las implicaciones de una reforma de las
estructuras referidas al reagrupamiento de Iglesias para que asuman un carácter más plenamente sinodal.
f) Mirando a las prácticas sinodales de la Iglesia del primer milenio, se propone estudiar cómo se pueda
recuperar en el ordenamiento canónico actual las instituciones antiguas, armonizándolas con las de nueva
creación, como son las Conferencias Episcopales.
g) Consideramos necesaria una profundización de la naturaleza doctrinal y jurídica de las Conferencias
Episcopales, reconociendo la posibilidad de una acción colegial, también respecto a las cuestiones de
doctrina que surgen en ámbito local, reabriendo así las reflexiones sobre el motu proprio Apostolos suos.
h) Que se revisen los cánones que se refieren a los concilios particulares (plenarios o provinciales) para
realizar a través de ellos una mayor participación del Pueblo de Dios, desde el ejemplo de la dispensa
obtenida en el caso del reciente concilio plenario de Australia.
Propuestas
i) Entre las estructuras ya previstas por el Código, proponemos reforzar la provincia eclesiástica o
metropolitana, como lugar de comunión de las Iglesias locales de un territorio.
j) Sobre la base de las profundizaciones requeridas sobre el reagrupamiento de Iglesias, se dé actuación al
ejercicio de la sinodalidad a nivel regional, nacional y continental.
k) Donde sea necesario, sugerimos la creación de provincias eclesiásticas internacionales, en beneficio de los
Obispos que no pertenecen a ninguna Conferencia Episcopal y para promover la comunión entre las
Iglesias más allá de los confines nacionales.
l) En los países de rito latino en los que también hay una jerarquía de las Iglesias orientales, inclúyanse los
Obispos orientales en las Conferencias Episcopales nacionales, permaneciendo íntegra su autonomía
gubernativa establecida por su propio Código.
m) Elabórese una configuración canónica de las Asambleas continentales que, en el respeto de la peculiaridad
de cada continente, tenga en cuenta la participación de las Conferencias Episcopales y la de las Iglesias,
con delegados propios que hagan presente la variedad del Pueblo fiel de Dios.
d) Ha sido apreciada la presencia de otros miembros, además de los Obispos, en calidad de testigos
del camino sinodal. Permanece, sin embargo, abierta la pregunta sobre la incidencia de su
presencia, como miembros de pleno derecho, sobre el carácter episcopal de la Asamblea. Algunos
ven el riesgo de que no se comprenda adecuadamente la tarea específica de los Obispos. Serán
también aclarados en base a qué criterios los miembros no Obispos pueden ser llamados a formar
parte de la Asamblea.
e) Se ha hecho referencia también a experiencias como la de la Primera Asamblea Eclesial de
América Latina y el Caribe, los Organismos del Pueblo de Dios en Brasil, El Concilio plenario
australiano. Queda por definir y profundizar cómo articular en el futuro sinodalidad y
colegialidad, distinguiendo (sin indebidas separaciones) la aportación de todos los miembros del
Pueblo de Dios a la elaboración de las decisiones y la tarea específica ce los Obispos. La
articulación de sinodalidad, colegialidad, primado no hay que interpretarla de forma estática o
lineal, sino desde una circularidad dinámica, en una corresponsabilidad diferenciada.
f) Si a nivel regional es posible pensar en pasos sucesivos (una asamblea eclesial seguida de una
asamblea episcopal), se cree oportuno aclarar cómo esto pueda ser propuesto en referencia a la
Iglesia católica en su conjunto. Algunos sostienen que la fórmula adoptada en esta Asamblea
responde a esta exigencia; otros proponen de hacer seguir a una asamblea eclesial una asamblea
episcopal para concluir el discernimiento; y todavía otros prefieren reservar a los obispos el papel
de miembros de la asamblea sinodal.
g) Se profundizará y aclarará también el modo en que expertos en diferentes disciplinas, en particular
teólogos y canonistas, pueden dar su aportación a los trabajos de la asamblea sinodal y a los
procesos de una Iglesia sinodal.
h) Habrá que reflexionar también sobre el modo en que Internet y la comunicación mediática operan
sobre los procesos sinodales.
Propuestas
i) Asegúrese una evaluación de los procesos sinodales a todos los niveles de la Iglesia
j) Evalúense los frutos de la Primera Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de
los Obispos.
PARA PROSEGUIR EL CAMINO
La Palabra del Señor es anterior a toda palabra de la Iglesia. Las palabras de los discípulos, incluso los
de un sínodo, son solo un eco de lo que Él mismo dice.
Para anunciar el Reino, Jesús eligió hablar en parábolas. Encontró en las experiencias fundamentales
de la vida del hombre – en los signos de la naturaleza, en los gestos del trabajo, en los hechos cotidianos –
las imágenes para revelar el misterio de Dios. Así nos ha dicho que el reino nos trasciende, pero que no nos
es extraño. O lo vemos en las cosas del mundo o no lo veremos jamás.
En una semilla que cae en la tierra, Jesús vio representado su destino. Aparentemente una nada
destinada a marchitarse, y sin embargo habitada por un dinamismo de vida imparable, imprevisible, pascual.
Un dinamismo destinado a dar vida, a convertirse en pan para muchos. Destinado a convertirse en Eucaristía.
Hoy, en una cultura de la lucha por la supremacía y de la obsesión por la visibilidad, la Iglesia está
llamada a repetir las palabras de Jesús, y hacerlas revivir en toda su fuerza.
“¿Con qué podemos comparar el reino de Dios, o con qué parábola podemos describirlo?”. Esta
pregunta del Señor ilumina el trabajo que ahora nos espera. No se trata de dispersarse sobre muchos frentes,
siguiendo una lógica eficientista y procesual. Se trata más bien de tomar, entre las muchas palabras y
propuestas de esta Relación, aquello que se presenta como una pequeña semilla, cargada, sin embargo, de
futuro, e imaginar cómo echarlo a la tierra que lo hará madurar para la vida de muchos.
“¿Cómo sucederá esto?”, se preguntó María de Nazaret (Lc 1,34) después de haber escuchado la
Palabra. La respuesta es una sola: quedarse a la sombra del Espíritu y dejarse envolver por su potencia.
Al volver la mirada al tiempo que nos separa de la Segunda Sesión agradecemos al Señor por el
camino recorrido hasta ahora y por las gracias con las que lo ha bendecido. Confiamos la fase sucesiva a la
intercesión de la Beata Virgen María, signo de segura esperanza y de consuelo en el camino del Pueblo fiel
de Dios, y de los Santos Apóstoles Simón y Judas, de los cuales hoy celebramos su fiesta.
INTRODUCCIÓN