Morales Ascencio Heli - Sujeto Y Estructura
Morales Ascencio Heli - Sujeto Y Estructura
Morales Ascencio Heli - Sujeto Y Estructura
Morales
Sujeto y Estructura
Lacan, psicoanálisis y modernidad
Intertextan:
Ginnette Barrantes
Rafael Pérez
Karen Poe
L i Ñoc&t
a maree
£j LL'Lc~ o í Jx U . N ec/¿
Universidad de Guadalajara
Dr. Jorge Enrique Segura Ortega
Rector del Centro Universitario de Ciencias de la Salud
Diseño y Edición:
Héctor Esqueda
Claudia Fuentes
Marcela Martinelli
Susana Emilia Martínez
Agradecimientos:
A Ménica, María, Carlos,
Toño, Sandra y Erna.
D R C H ell Morales
Registro en Trámite
hemat^laneta ipc org
hesquedafñ,data.net.mx
Impreso en México
"Puedo vivir sin creer en Dios,
sin alguien superior
que me sugiera cosas
desde un televisor.
Puedo vivir sin fachas, sin skins,
sin toda aquella gente
que afila ya b s dientes ante
el porvenir.
Pero no puedovivirsin memoria"
Víctor Manuel
Introducción
1
Este libro, como tantos otros, nace de un sueño. En un cuarto
iluminado por una luz opaca, se podían distinguir sobre una
mesa de madera, tres tomos acerca del sujeto en Lacan,
varios caracoles, y una luna roja recostada sobre dos nubes
negras. Los caracoles son el laberinto erótico del mar, su cueva
rosa con olor a profundidad; las nubes son las emisarias de
la lluvia, del agua buena o la tempestad y la luna, el imán de
las olas en la oscuridad.
De ese sueño quedan los libros, siendo éste el segundo
volumen. Los caracoles se volvieron enigma y las nubes con
su luna, tatuaje.
Como en los sueños, el tiempo no es cronológico, ni
obedece al recorrido formal de las manecillas del reloj, sino a
la temperatura variable del deseo. Por ello, este segundo tomo
del tríptico, no fue escrito después del primero. Los capítulos
iniciales de aquel volumen llamado Sujeto del inconsciente,
se escribieron después que los últimos del dos y los primeros
del tomo tres.
Los sueños, sabemos, son una realización figurativa del
deseo; una película filmada de noche donde la historia y el
héroe disfrutan la cadencia de un guión infantil. En general
son del género surrealista con fotografía suigeneris, pero lo
interesante es que son un atentado al día. Los sueños realizan
simbólicamente al deseo, es decir, le dan tiempo; pero no
tranquilizan con su escenografía nocturna, al contrario,
inquietan; son un pasillo que viene del pasado instalado en
un presente, pero que desembocan en una ventana que da a
un futuro que ya llegó. Sí, al futuro del deseo.
Los sueños son una invitación, con carácter de urgente, al
atrevimiento; un flash incandescente al confort; una cabalgata
de percusiones que convocan las del corazón.
La aventura humana se gesta, muchas veces, en ese
resquicio entre el sueño vivido y lo vivido del sueño en la
realidad de los ojos abiertos; entre la luminosidad del sueño
que nos visitó y lo visitado por su empujón. Y si uno sigue
soñando es porque lo interpretado no acaba de aclararlo y lo
realizado, no es ni de la intensidad ni de la dulce magnitud de
lo aparecido en el tiempo y la escena onírica. Este texto surge
en ese resquicio y de ese desquicio.
2
Sujeto y estructura son los dos temas de éste libro. A
diferencia del anterior, donde el modo de construirlo fue
siguiendo un orden cronológico en la elaboración inicial de la
noción de sujeto en Lacan, este no puede armarse así, ya
que esa relación atraviesa transversalmente sus elaboraciones.
El problema del sujeto es fundamental para el psicoanálisis, y
es Lacan quien lo aborda de una manera sistemática, radical
e inédita. Por ello la intensión de escribir tres volúmenes sobre
el mismo.
Su propuesta de un sujeto diferente al construido por la
teoría clásica de la representación y fundado en otra legalidad
de aquel de la conciencia, abarca casi toda su obra; pero
comienza por relacionar al sujeto, que él llamo del inconsciente,
con las partituras, los movimientos y las operaciones del
lenguaje. En su problematización de los senderos y los
espacios del lenguaje comparte posiciones con otros
pensadores del siglo XX; con ellos participa en una de las
aventuras epistemológicas más interesantes de los últimos
años. Junto a la lingüística, la semiología y la arqueología de
los textos, el psicoanálisis hace trinchera común contra las
corrientes de pensamiento que proponían un sujeto del
conocimiento, una psicología de la personalidad, una literatura
académica, un humanismo filosófico, una fenomenología de
la historia y una reducción del mundo y sus signos, a lo visible.
Más tarde, a mediados de los cincuenta, el significante
toma un lugar predominante en esta elaboración, cobra
autonomía respecto del significado, se relaciona a partir de
leyes que le son propias y constituye el aspecto material de la
estructura. De esta época surge la definición lacaniana tanto
del sujeto como del significante: este es lo que representa a
un sujeto para otro significante. El sujeto aparece como efecto
de la operatividad del lenguaje y el significante como el átomo
constitutivo de los movimientos del mismo. El problema de la
estructura es fundamental en este tiempo de pasión por lo
simbólico.
Pero ni el lenguaje agota el problema de la estructura, ni
sólo el orden simbólico interviene en la concepción del sujeto.
Lo real también tiene su lugar. Si la modernidad se levanta,
primero en una pasión por la historia y la filosofía emanada
de las aguas hegelianas, y después en el andar crítico por
los caminos del lenguaje; las fronteras se rompen cuando lo
real aparece como registro en el horizonte epistemológico, y
el acto analítico.
Muchos de los temas que habían sido escudriñados por
Lacan con el lente pulido del lenguaje y labrados en la tierra
fecunda de la palabra, son reexaminados cuando lo real exige
su legalidad y su existencia. Este es el caso de la psicosis,
donde la forclusión señala un más allá de lo simbólico; de la
ética, con su horizonte estrellado por el ciclón del deseo, y de
la lógica del fantasma, la cual no puede ser escrita sin
referencia al goce y sus enredos.
La introducción del objeto a como ligado al registro del
real, ya en los años sesenta, abre nuevas puertas y señala
nuevos senderos. La estructura no podrá referirse solamente
a la cinética significante y el lugar de un objeto causa del
deseo, precipita otro modo de plantearse la armazón del
discurso, las funciones del sujeto al interior del mismo y, por
ende, la configuración de los lazos sociales.
La clínica no puede estar ausente en este recorrido, porque
el psicoanálisis es justamente eso, una clínica, sea de las
neurosis y las psicosis o de los textos y los silencios. Lo radical
del pensamiento de Lacan, es que abre nuevos horizontes,
no sólo en el campo epistemológico, sino, principalmente, en
el espacio clínico. Así, la topología es llamada a mostrar sus
bendiciones y la estructura se escribe en procesos que tienen
nombre, apellido e historia singular. Es evidente, el amor y la
transferencia jugarán su papel dentro de estas páginas.
De esta selva de letras y apuestas está hecho este libro.
3
Como todo libro, Sujeto y Estructura está configurado en
capítulos, que tienen su historia propia y su ritmo particular.
En un libro se escuchan diferentes músicas, por lo tanto,
diferentes tiempos; los cuales se establecieron en varios
lugares. La vinculación de momentos y espacios hacen a la
estructura textual. Algunos párrafos de los aquí reunidos se
escribieron en Acapulco, otros en Puerto Vallarta; otros más
en Xalapa, Cuernavaca, Oaxaca, o el Distrito Federal, y la
mayoría, en el insomnio que llega en cualquier momento y
lugar; se trata de un texto itinerante. Algunos huelen a mar,
otros a barrio y asfalto. Pero todos a letra gustosa. Hay,
además, dos capítulos que permaneciendo muy dentro vienen
de fuera. Todo libro hace referencia a otro libro, como todo
texto se vincula con otras escrituras. No hay posibilidad de
escapara la intertextualidad. Por ello, es importante hacerla
en acto; acto textual y de bienvenida. Este libro hospeda tres
escritos firmados por otras historias: Ginnette Barrantes y
Karen Poe hacen una lectura rigurosa y jugosa de la obra de
Barthes; Rafael Pérez lee los libros de Althusser y discute
sus consecuencias. Por su participación. Gracias.
Como las introducciones, ésta se escribió cuando la noche
de las sílabas avanza y las palabras quieren llegar más allá
de la intimidad de quien las escribió. Que caminen pues, y
que suene la música.
1. Los Orígenes
Túnez, 1967. Afuera cae la noche y huele a desierto. Adentro
crece la expectativa y se siente el silencio. Ante un auditorio
lleno de miradas ansiosas, Michel Foucault sube al estrado
acompañado por un hombre que le dobla la edad, acomoda
el micrófono y presenta el tema de la conferencia con las
siguientes palabras: “Toda reflexión filosófica es hoy en día
un diálogo con Hegel, y hacer la historia de la filosofía de Hegel
es practicar la filosofía moderna; nadie más indicado en esta
dimensión, que Jean Hyppolite a quien dejo con ustedes”. El
hombre se acomoda el micrófono a su altura y mirando a
quien lo acaba de presentar dice: “Se han debido equivocar
al invitarme, porque la filosofía moderna está ahí.”1
Esta no será la última vez que Foucault hable de Hyppolite,
en la lectura de su lección inaugural en el College de France,
dirá: “Nosotros percibíamos no sólo la voz de un profesor;
nosotros escuchábamos alguna cosa de la voz de Hegel y
quizás, más allá, la voz de la misma filosofía.”2
Detengámonos en estas palabras que dicen tanto: la
reflexión filosófica era Hegel, la posibilidad de realizar la
historia de la filosofía pasaba por él y, lo más picante viniendo
de un pensador tan agudo, es que era la voz de la misma
filosofía. Sí, precisamente, pero en un momento determinado
de la historia.
' El pensamiento francés de los años de la posguerra está
marcado por la filosofía de Hegel. La dialéctica extiende sus
alas y bajo su _manto_se_cob¡janJasjde^s y los derroteros
filosóficos. Pero no sólo la dialéctica, también el lugar del
lenguaje, la espesura de la locura y la presencia fecunda de
la muerte enía historia transitan de los textos a las aulas, en
un tiempo doñne ja guerra ha dejado sus marcas y sus
derrumbes... Además, no sólo la filosofía ha sido seducida;
asimismo, las letras y sus construcciones los conceptos y su
epistemología, el deseo y sus grafos. Tan es así que alguien
como Maurice Merleau-Ponty escribió, en 1946: “Hegel se
encuentra en el origen de todo lo que se ha hecho en filosofía
de importancia desde hace un siglo.”3
Ubicarlo en este lugar privilegiado no es anecdótico, es
histórico, ya que el filósofo alemán se convirtió en la plataforma
de las corrientes de pensamiento más importantes de la
segunda mitad del siglo XX, principalmente en territorio
francés. El existencialismo de Sartre, la fenomenología de
Merleau-Ponty, el marxismo de Kojéve, la teología negra de
Bataille, la filosofía del lenguaje de Hyppolite y el psicoanálisis
de Lacan llevan claramente en su esplendor, el calor y el rigor
conceptual del pensamiento de Hegel.
2. El Alzamiento
Pero ser origen genealógico, también implica ser el punto
de partida para la rebelión; la historia es implacable. Negar
el origen es el primer paso de las revoluciones y, en este caso,
la revolución se dio en el campo del pensamiento. Si Hegel
después de la guerra fue plataforma y origen, en los años
sesenta se convierte en el rey a derrocar. Quienes surgieron
de sus aguas se rebelan produciendo un intento de subversión.
Sartre escribe en 1960 su famosa Crítica de la razón
dialéctica', Lacan coloca el deseo en un lugar, pero abre la
metralla intentando subvertir el sujeto; y Foucault, que había
ubicado la voz de Hyppolite como la voz de Hegel y de la
filosofía misma, sentencia en la misma conferencia donde
señaló lo anterior, que “Toda nuestra época, sea mediante
Marx o Nietzsche, intenta escapar de Hegel.”4
Dos pensadores encabezan, quizá sin saberlo, la artillería
de la rebelión y la_crítica .contra JHegel; nos referimos a
Heidegger y a Claude Lévi-Strauss. El primero, más discreto
pero no menos riguroso, abandona los caminos señalados
por Hegel para remontarse al pensamiento griego intentando
gestar una crítica a la filosofía metafísica. E] segundo, más
explícito, propondrá otro modo de mirar el mundo y la lógica
de sus relaciones. El punto de Arquímedes de esta posición
será la estructura.
De la influencia de este último, surgirá un movimiento que
se distanciará de Hegel para plantear el problema de la
historia y su relación con las estructuras desde otra
perspectiva: se trata del estructuralismp. Si la estructura es el
pu'nto~nodal, comencemos precisamente formulando la
pregunta, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de
estructura?
3. Las Construcciones
Para contestar esta interrogante, podemos comenzar por
lo más simple: visualizar su campo, palpar su superficie. Al
observar los objetos, las cosas y los cuerpos que nos
acompañan en la vida cotidiana, la mirada percibe pero no
descifra. Un edificio luce impetuoso, miles de personas
trabajan en su interior; dejan su sudor, su silencio y sus
historias. Nadie les pregunta porqué su vida es presa de la
rutina laboral; han perdido el aroma singular de la poesía. Un
edificio, muchos cuerpos y la poesía como ausencia, todas
estas dimensiones partjci,pan de un esgueleto: la estructura.
Las construcciones argu i tectónicas se levantan sobre
armazones de concretó y fierro; el ajerpo humano tiene al
sistema óseo como estructura que lo arma y lo sostiene; la
poesía se despierta en cada verso sobre los gobelinos
entretejidos con los hilos del lenguaje. Sea invisible,
impalpable o inconsciente, la estructura está ahí sosteniendo
y~enre «ando ios cuerpos del mundo.
Sin embargo, la fenomenología de la mirada no alcanza
para pensar el campo de la estructura, por lo que es necesario
ir a la historia del concepto.
Estructura deriva de la palabra latina structura, que a su
vez proviene del verbo latino struere que significa construir.
Su primer uso fue en el campo de la arquitectura y, según la
edición de 1771 del Dictionaire de Trévoux, la estructura
designa la forma en que un edificio es construido.5En los siglos
XVII y XVIII, el término se extendió a los seres vivos: el cuerpo
era concebido por Fontanelle como una construcción. Lo
mismo sucedió en el campo del lenguaje, en donde Vaugelas
es el precursor. A partir de estos campos, e l término estructura
implica gue las partesdeunsistema se.jrelaciQnan de manera
mterdependiente. En las ciencias sociales, es hasta el siglo
XIX con Spenoer, Morgan y Marx quela_estructura toroa.cuerpo.
El término estructura está ausente en Hegel y pocas veces
aparece en la obra de Marx (sólo en_§l prefacio de la Crítica
deja e_conowÍ3 política de 1858 y en el primer tomo de El
Capital).
Es por ello que a los precursores del uso de la estructura
en las ciencias sociales se les debe buscar en el campo de
la lingüística y no en el de la sociología o la economía. El
prii ñero que le dio relevancia a este término esFerdinflndMe
Saüssure, pero quienes lo llevaron al campodel pensamiento
que podríamos llamar estructuralisL, son los fundaaores de la
escuela de Praga: Troub r^koy y Jakobson
En el campo de la antropología es Lévi-Strauss quien
destaca el concepto oe 'ajsstoj.qtura Es él quien, retomando
las ideas de Saussure y de los teóricos de la escuela de Praga,
pcoponejjja estructurajigada aljenguaje.y de naturaleza
inconsciente A partir de ese momento surge, a principios del
siglo veinte, un movimiento que ha sido llamado estructural ismo.
4. El Lenguaje Canta
El estructuralismo es una interrogante radical frente al
lenguaje y sus lógicas, es un método que cuestiona las
relaciones y además es un movimiento crítico. Este
movimiento aparece como un cuestionamiento al humanismo
y a la concepción del sujeto clásico, así como una nueva
posición frente a la academia y a las ciencias sociales. Surge
en tierras francesas y replantea todo aquello que en la historia
de occidente fue reprimido u olvidado. No es por azar que las
dos disciplinas que lo comandan sean el psicoanálisis y la
etnología, saberes que se ocupan de lo reprimido, lo
insensato, lo inaccesible y lo contracultural.
Más que una moda, el estructuralismo es un movimiento
que permitió señalar a diferentes autores que compartían una
pasión donde el lenguaje se convierte en puerta y puente, en
pico y pala de la crítica a la metafísica occidental. Ahora bien,
el estructuralismo como movimiento epistemológico no duró
mucho ni mantuvo contentos a aquellos que se querían ubicar
dentro de él. Muchos se deslindaron, otros se callaron y
algunos incluso rechazaron ese apelativo.
Sea como fuere, algunos pensadores de este siglo
comparten el hecho de cuestionar el mundo a partir de
repensar la función y la espesura del lenguaje; de hacer de él
un puente combativo del pensamiento de la noche. El lenguaje
aparece como tierra a surcar, cielo a rebanar o hierro a forjar.
El lenguaje se convierte en la punta de lanza de la critica pero
también en el objeto de la r.ritira misma El lenguaje es llevado
a mostrar los resplandores de su brillo y su límite en el litoral
mismo de sus entrañas humeantes, para ahí ser deconstruido,
desarmado, desgarrado o cuestionado.
Abrir las entrañas de la química del lenguaje, desgranarlo
con las manos sucias, rasgar sus vestiduras académicas hasta
hacerlo chillar, obligarlo a hablar del silencio de la locura, la
prisión o la muerte y, en fin, imponerle la necesidad de
confesar su materialidad en el campo de lo social... todo esto
intentaron aquellos a quienes podemos señalar como los
pensadores que se sirvieron del problema de la estructura
para cuestionar y analizar de otra manera la vida y la muerte.
Entre ellos destacan Michel Foucault, Louis Althusser, Jacques
Lacan y Roland Barthes.
5. Un Final Infeliz
Algo llamativo en la historia de estos pensadores es su
trágico final.
Roland Barthes es atropellado al salir de una reunión con
Mitterrand y muere, a partir de una lesión que no parecía grave,
el 26 de mayo de 1980.
El 16 de noviembre del mismo año, Louis Althusser asesina
a su esposa y es confinado al silencio legal y al hospital
psiquiátrico.
El chamán de la palabra, el bufón genial, el psicoanalista
del nombre propio, Jacques Lacan muere casi afásico y bajo
un nombre falso, el 9 de septiembre de 1981.
Foucault tampoco se salvaría de un extraño final: atacado
por el SIDA, muere el 25 de junio de 1984 mientras escribía
la historia de la sexualidad.
No hay presagio ni brujería fenomenológica, estos
pensadores compartieron una pasión por el lenguaje y por el
inconsciente, y esto genera consecuencias. Abrir las llagas
de la ciencia, tironear a los guardianes de la conciencia, gritar
a cielo abierto las miserias de una cierta academia de
diccionario y atravesar los pantanos de la niebla muda del
lenguaje, no puede llevarse a cabo sin desmesura. Los
pensadores aquí mencionados no sólo escribieron una crítica,
también establecieron una brillante relación entre la ética y la
estética. Ahí, frente a los límites y los laberintos de las
estructuras, Althusser, Barthes y sobre todo Lacan y Foucault,
crean una ética que incluye el exceso, la muerte y la pasión.
Pasión por la vida, pero también por los textos y los silencios;
por los saberes y sus preguntas, por la ciencia y la
epistemología.
Notas:
1 Eribon, Didier, Michel Foucault (1926-1984), ed. Flammarion, París,
1989, p.8.
2 Foucault, Michel, Lordre du discours, ed. Gallimard, París, 1971, p.74.
3 Merleau-Ponty, Maurice, Sens et non-sens, ed. Nagel, París, 1948,
citado por Descombes en su libro: Lo mismo y lo otro, ed. Cátedra,
Madrid, 1979.
4 Foucault, Michel, op.cit., p.78.
5 Algunos de los datos han sido tomados del libro de Francois Dosse,
Histoire du Structuralisme, T. I, ed. La découverte, París, 1991.
Foucault con Lacan. Dos Discursos
sobre el Sujeto
1. Introducción
El año de 1966 marca con letras negras la publicación de los
Escritos de Lacan. Meses antes, Las palabras y las cosas,
de Foucault hacen retumbarlos suelos epistemológicos, ya que
no sólo llevaban las marcas de la historia de la locura
occidental, sino que resaltaban las Mitológicas audacias de
un antropólogo calculador como Lévi-Strauss. Althusser
lanzaba su consigna en forma de libro: Leer el capital,
mientras los pluralismos filosóficos llevaban a otra Lógica del
sentido emanada de la mano de Deleuze. Fue una época
colmada de ensayos, discusiones, debates, silencios sobre
los Tiempos modernos que Sartre quería publicar.
Una época se inscribe en estos textos y, con ellos, una
generación que buscaba marcar la modernidad con sus trazos
textuales y no textuales. Se trataba de un tiempo más parecido
a un futuro anterior, porque en los ojos de los entonces jóvenes
pensadores, pesaba la interpretación de los viejos autores.
Kant, Marx, Hegel, Freud, Spinoza, Nietzsche y Saussure son
tomados como fuentes de nuevos discursos.
La Francia intelectual hervía: los historiadores gritaban
frases categóricas a otros intelectuales que contestaban con
fórmulas y retórica laberíntica.
Ahí, en la hiancja.de la lingüística y la antropología, en la
herida entre la fenomenología, y el estructuralismo. Lacan
propone a partir del discucso_del psicoanálisis, una subversión
del sujeto, asi como una nueva instancia de la letra.
En las mismas heridas, Foucault escribe la Historia de la
locura, a partir de una Arqueología del saber que abre
diferentes caminos en esta época tan llena de pasiones.
Pero, ¿qué es lo que tienen en común Foucault y Lacan? A
pesar de que comparten años históricos, ¿cuál sería su
relación? Es más, ¿acaso existe alguna relación epistemológica
entre el filósofo de la ironía y el psicoanalista del seminario
ruidoso?
Para contestar estas preguntas, partiremos de rastrear
primero en las declaraciones de Foucault algunas pistas al
respecto. Cabe aclarar que tomar ciertas entrevistas o
declaraciones del filósofo fuera de sus textos publicados,
implica tomar estas textual idades también como documentos. Las
palabras de Foucault, sean escritas en sus libros o enunciadas
en sus numerosas entrevistas, son material de archivo para
la epistemología; se trata de testimonios estratégicos.
Hagamos una breve arqueología de sus declaraciones
respecto de Lacan.
En 1952, Foucault le aconseja a Jean Claude Passeron
que tomase como tema de tesis, la idea s lo especular
surgida de las concepciones de_Lacan.1
En una entrevista publicada el 22 de julio de 1961, en el
periódico Le monde, Foucault refiriéndose a quienes lo habían
influido en su escritura de la Historia de la locura, nombra a
Lacan y lo sitúa como el fundador de una segunda “y
prestigiosa” existencia del psicoanálisis.
Pero es hasta 1966, cuando el filósofo se refiere a Lacan
en términos más epistemológicos. En mayo de ese año, en
la Quinzaine littéraire, comenta: “Nosotros habíamos vivido a
la generación de Sartre como una generación ciertamente
combativa y generosa, que tenía la. pasión de la vida, de la
política, de la existencia. Pero nosotros, nosotros hemos
descubierto otra cosa, otra pasión: <a pasión del concepto y
de eso que yo llamaría el sistema (...). El punto de ruptura se
sitúa.el díg gue Lévi-Strauss. para las sociedades, y Lacan
para el inconsciente, han mostrado gue el ‘sentido’ no era
probablemente sino una especie de efecto de superficje, un
espejismo, y que aqueljo que nos atravesaba profundamente,
aquello que estaba antes que nosotros, aquello que nos
sostenía en el tiempo y el espacio, era el sistema.* Y más
adelante, en la misma entrevista, asegura la posición de Lacan
respecto de las ciencias: "... los descubrimientos de Lévi-
Strauss, de Lacan, de Deumézil, pertenecen a aquello que
se ha convenido en llamar las ciencias humanas, pero lo que
es más característico, es que estas investigaciones no sólo
borran la imagen tradicional que nos hemos forjado del
hombre, sino que ellas tienden a hacer inútil, en la investigación
y en el pensamiento, la idea misma del hombre.”2
Hasta aquí se podría señalar, críticamente, que todas estas
declaraciones son anteriores a los acontecimientos de 1968,
y que corresponden al periodo en el que Foucault estaba muy
cerca del llamado movimiento estructuralista. Sin embargo,
la relación (epistémica) entre el psicoanalista y el filósofo, no
se detiene en esos años, ni en ese movimiento. Así, en una
entrevista publicada en Japón, Foucault dice en 1978:"... de
hecho son Bataille, Blanchot, Klosowski, quienes, hacia los
años cincuenta, fueron los primeros en hacernos salir de la
fascinación hegeliana en la que estábamos encerrados.
Segundo, ellos fueron los primeros en hacer aparecer el
problema del sujeto como el problema fundamental para la
filosofía y para el pensamiento moderno. Lacan ha marcado
cómo Sartre jamás admitió el inconsciente en el sentido
freudiano. La idea del sujeto no es la forma original y
fundamental; el sujeto se forma a partir de un cierto número
de procesos, que no son del orden de la subjetividad, sino de
un orden muy difícil de nombrar y hacer aparecer... El sujeto
tiene una génesis, no es originario. Ahora esto, ¿quién lo había
dicho? Freud sin duda, pero fue necesario que Lacan lo
hiciera aparecer claramente.”3Comienza a vislumbrarse lo vivo
del asunto en esta relación.
Pero 1978 no fue la última declaración al respecto; a la
muerte de Lacan, Foucault dirá en Corriere della Sera: “Si
me remonto a los años cincuenta, a la época donde el
estudiante que yo era leía los primeros textos de Lévi-Strauss
y Lacan... descubríamos que la filosofía y las ciencias sociales
viven sobre una concepción muy tradicional del sujeto
humano...”4, y lo reafirma en una entrevista privada con Eribon:
“A partir del sujeto pensado en términos fenomenológicos,
pero también en términos tradicionales cartesianos, el
inconsciente no podía existir... Algo pasaba en el sujeto, a
través del sujeto... y eso permitió a Lacan replantear la
cuestión del sujeta Encontramos aquí un grave error en la historia
déí estructuralismo: no es una filosofía objetivista Se trata de
decirlo: no se podía más utilizar la vieja teoría del sujeto.
Interrogación del sujeto, movimiento de retracción en relación
con el sujeto.”5
Queda definida la cuestión: si bien Foucault retoma a Lacan
en sus concepciones sobre lo especular, y señala su
importancia para pensar los sistemas y su lugar dentro de
una crítica a las tradicionales ciencias humanas, po_ne el
acento en la crítica de Lacan a cierta concepción del sujeto.
Este es el punto central de la relación entre Lacan y Foucault:
no~se trata de un vaivén de influencias, sino de una
convergencia en un espacio fundamental: la cuestión del
sujeto Tanto el filósofo como el psicoanalista coinciden en
una crítica radical al sujeto pensado como centro del
conocimiento y rey de la voluntad.
3. El Problema de la Relación
Una vez justificado el problema del sujeto, se tendría que
pasar al campo propio de la confrontación en relación con
Lacan, ya que de eso se trata el presente capítulo.
Un primer error en el que se puede caer, es el de creer que
sólo porque los dos pensadores se abocan al tema del sujeto,
su confrontación está asegurada. Ese error es aquí ahorcado
partiendo de los siguientes aspectos:
En primer lugar, más que una coincidencia sobre el tema
analizado, se trata de una misma posición-frente a la
problemática del sujeto y el saber; una idéntica critica frente
aja concepción del suieto como centro y propietario del saber.
El otro aspecto es de carácter más epistemológico y para
sostenerlo es necesario ir a Las palabras y las cosas.
El orden clásico, donde la representación y el discurso
sobre lo infinito mantenían la configuración de ese suelo
epistemológico, se va a romper cuando esta representación
deje de ser el nudo del análisis, y cuando el ser del lenguaje
aparezca fuera de su cuadrilátero.
Entonces, interpretar y formalizar aparecen como las dos
puntas del corte de la configuración del pensamiento que pasa
del clásico al moderno.
Ahora bien, la configuración de la modernidad, según
pouc^iilt, se abre sobre una doble vía. Una gue interroga las
relaciones entre la lógica y la ontologia y que, armada con los
instrumentos u ¡ la formalización. busca la resignificación del
problema de la mathests, y la otra vía donde la problematización
gira en torno déla relación entre.la significación y el tiempo
cuya arma es la interpretación. La modernidad epistemológica
se prefigurajiobre la lucha, la negociación, y el amor entre
estas dos vías.
En esa red epistemológica emergen los discursos de
Lacan y de Foucault. Pero surgen, a pesar del mismo suelo
epistémico, tomando caminos divergentes. Lacan apuesta por
una mathesis no suturante. Foucault se arriesga en una
genealogía critica d e ja modernidad. Si bien es cierto que
Lacan toma la vía de la formalización, lo hace para exiliar la
sutura logicizante y para escribir, como no se había hecho,
una lógica del sujeto del inconsciente, donde esa escritura
muestra la hiancia misma, en tanto que función estructural y
hace abrir a la lógica las venas por donde se vacía, en tanto
que imposible, la formalización.
Foucault, por su parte, hace una historia política del sujeto
y una historia del sujeto político rebasando la trinchera
hermenéutica, haciendo gritar a la filosofía que, o ella es crítica
y política, o no es.
Es en el mismo suelo epistemológico donde se muestran
las diferencias entre Lacan y Foucault. Esjo es a partir de las
diferencias es que se pueden relacionar históricamente estos
dos discursos y es por eso que pueden compartir una
épistémé.
La relación existe porque comparten el mismo suelo
epistémico y la misma posición crítica; pero tanto sus campos
como sus efectos son diferentes. Lacan escribe la lógica del
sujeto del inconsciente y la hace funcionar en un dispositivo
analítico-discursivo. Foucault escribe la historia política del
sujeto haciendo del campo de los discursos una relación de
guerra, no con base en aparatos significantes, sino sobre
juegos estratégicos.
Ahora bien, estos campos diferentes tienen zonas de
intersección y exclusión, no sólo lógicas sino históricas y esto
no se puede negar, ni desde la bandera de ia hipercrítica
nihilista, ni desde el falso purismo de algunos confesores
lacanianos.
Primer tiempo:
Foucault y Lacan
Este momento implicaría una misma red epistémica
basada principalmente en una crítica al humanismo y a sus
formas de.saber, sost jnidas sobre un saber cerrado sobre sí
rniísmp y dependiente de un sujeto que es su centro y
organizador.
Es también una posición ambigua respecto del estructuralismo,
frente al cual dos pensadores mantienen una distancia
marcada por la desconfianza, pero también por la seducción
y fascinación que los provoca a la producción.
Este prim er tiempo se despliega de 1960 a 1968
anudándose fundamentalmente alrededor de 1966. Foucault
con Las palabras y las cosas enuncia la muerte de la forma-
hombre, haciendo del vacío del asesino de Dios un nuevo
espacio "en el cual al fin es posible pensar de nuevo.”9
Lo impensado, referido a una nueva lectura del cogito
cartesiano, la ruptura de la representación, la analítica de la
finitud y la problemática del tiempo y la repetición hacen al
psicoanálisis, a la etnología y a la arqueología fundarse sobre
una crítica al conocimiento, a partir de un saber del
inconsciente. Esto es lo que sostiene Foucault en Las palabras
y las cosas, donde dice: "Era necesario que el psicoanálisis
y la etnología sean ciencias del inconsciente, no porque ellas
reatrapen_en el hombre esp q u t está por debajo de su
conciencia, sino porque ellas se dirigen hacia eso que, fuera
d_e]_hpjrib[e, permite que se sepa con un saber positivo eso oue
se* da“o ■se escapa
■ ■—■ • de—— su conciencia."10
Foucault es el primero en colocarse, en esa época, como
un epistemólogo del inconsciente en relación con el lenguaje.
Así, en una entrevista dice: “He intentado desprender un
dominio autónomo que sería el inconsciente de la ciencia, el
inconsciente del saber que tendría sus propias reglas, como
el inconsciente del individuo tiene también sus reglas y
determinaciones.”11Esta es una declaración de marzo de
1968.
Por su lado, Lacan publicaba sus Escritos en 1966 y dictaba
su seminario -quizá el más epistemológico- sobre el objeto
del psicoanálisis, donde por el trabajo que él realizaba sobre
"Las Meninas"de Velázquez, no sólo hace leer a sus alumnos
el texto de Las palabras y las cosas, sino que invita a Foucault,
quien asiste en silencio a dos seminarios. El cruzamiento de
las miradas se hizo en acto.
La “y" entre Lacan y Foucault implica intersección, no
equivalencia o igualdad. En la teoría de conjuntos, esto
precipita a una zona en que se entrecruzan y a otra en que no.
Sólo a partir del hecho estructural de la diferencia, dos
conjuntos se pueden relacionar en una intersección. A eso
apuntamos aquí.
Segundo tiempo:
Lacan, Foucault. Dos discursos sobre el sujeto.
Tiempo de cambio, tiempo de transición, caracterizado por
una disyunción lógica.
En lógica, hay dos formas de la disyunción: una fuerte que
implica que uno de los términos relacionados sea expulsado,
y otra débil que designa una disyunción que permite una
pérdida y una presencia. En este tiempo se aborda este
segundo modo de operación.
Se trata, en este caso, de la relación de Lacan y Foucault
con respecto a la función del sujeto y el saber al interior del
discurso.
Para analizarlo, tomaremos dos textos de Foucault: ¿Qué
es un autor? y La arqueología del saber.
Foucault pronuncia, en 1969, frente a la Sociedad Francesa
de Filosofía, una célebre conferencia que intituló ¿Qué es un
autor? Allí ya no se trata de la muerte del hombre lo que le
provoca pasión, ni siquiera la muerte del autor a la cual
también se sometía; lo que acentúa es, sobre todo, la función
del vacío que esas muertes dejan: “lo esencial no es constatar
una vez más su desaparición (del autor) hay que resaltar como
lugar vacío los emplazamientos donde se ejerce su función.’’12
El lugar central de la función es aquí evidente, y así lo
muestra Foucault, que irritado contesta a Goldman, en el
momento del debate: “la muerte del hombre es un tema que
permite poner al día el saber... nos damos cuenta que esta
afirmación reenvía al análisis de un funcionamiento.”13
Foucault en esta conferencia pregunta: “¿No es igualmente
a partir de análisis de este tipo, que se podrían reexaminar
los privilegios del sujeto?” Y él mismo responde fuerte: “En
resumen, se trata de sacarle al sujeto (o a su suj "tuto) su
p^pel de fundamento originario y de analizarlo como una
función variable y compjeja del discurso.”14
El sujeto es derrocado de su trono, como rey del
conocimiento, siendo lanzado a un exilio donde encuentra su
función.
i: primero, de una destitución
del sujeto como centro: yseai ). dd señalamiento de su función
en tanto que vacío en el discurso.
Pasemos ahora al texto de La arqueología del saber, el
cual estaba en prensa en el momento que esta conferencia
tenía lugar. Ahí, Foucault afina su posición frente al tema del
sujeto y el saber: “La arqueología encuentra el punto de
equilibrio de su análisis en el saber, es decir en el campo
donde el sujeto está necesariamente situado y sin embargo
sin poder figurar jamás como titular.”15
Es el mismo Foucault quien encuentra la articulación entre
la arqueología del saber y el psicoanálisis: “las descripciones
arqueológicas, en sus desarrollos y en los campos que ellas
transitan, se articulan a otras disciplinas: intentando definirse
fuera de toda referencia a una subjetividad psicológica o
constituyente, las diferentes posiciones del sujeto que pueden
ir -jijearlos enunciados, la arqueología atraviesa una cuestión
que actualmente establece el psicoanálisis."18
Asi sobre la vertiente de la critica al sujeto y a su función en
el interior de las prácticas discursivas, se solidifican las
exposiciones de Foucault en 1969.
El tema lacaniano de la función del sujeto como vacío, la
crítica y la subversión de un sujeto absoluto, así como la
relación del sujeto con el discurso son bien conocidos.
Es entonces que bajo laJógica del significante, elsujeto es
conceptualizado desde 1961 como lojepreseníado por un
signifLcanie para otro significante; es decir, exterior a la
cadena, fuera de todo centro v siendo el efecto de un corte
En uno de sus textos centrales llamado Subversión del
sujeto y dialéctica del deseo, Lacan escribe: "el sujeto no ge
constituye sino sustrayéndose, aLcompletar (la cadena
significante) para a la vez deber contarse y no ser sino función
de falta,"17He ahí una subversión de la teoría del sujeto como
sueño de ser el centro de la síntesis.
El seminario del año 1968-1969, llamado de un Otro al
otro, Lacan lo dedicó a la relación del sujeto con el objeto a
como función de plus de goce. A partir de una lectura de El
Capital de Marx, encuentra en la plusvalía y su modo de
producción, un camino fecundo para su teoría del goce.
Lacan abandona su pasión por la palabra para colocar al
discurso como único sostén. Es en esta relación entre el
discurso, la función de objeto a y el sujeto, que expone su
trayecto lógico al final del año 1968.
En relación con el discurso dice: l a esencia de la teoría
psicoanalítica es un discurso sin palabra”. En relación con el
discurso psicoanalítico y con el goce: “Lo que es nuevo es
que exista un discurso que articule el renunciamiento (al goce)
y que haga aparecer -allí está la esencia del discurso
psicoanalítico- eso que yo llamaría la función del plus de goce”.
Y resume diciendo: “El discurso conserva los medios de gozar
en la medida que incluye al sujeto.”18 Ahora el sujeto no es
■sólo elisión significante en su función de falta que se cuenta,
sino que ocupa una función en relación con el discurso por el
goce que lo marca.
Aquí se abren dos objeciones a este trabajo. La primera:
¿Cómo se puede hacer un análisis de las discontinuidades
arquitectónicas e históricas de la confrontación de dos
proyectos, si sólo uno -el de Foucault- ha sido hasta este
momento presentado en sus tiempos lógicos?
El rumor del sujeto subvertido prolifera desde hace tiempo:
¿puede ser que la teoría del sujeto de Lacan haya sido
siempre la misma?
La respuesta no se hace esperar: la teorización del sujeto
del inconsciente tiene, en la obra de Lacan, su temporalidad
lógica.
También aquí encontramos tres tiempos:
Primer tiempo: El sujeto del inconsciente es diferente del
yo, teorización que comienza en 1953 con Función y campo
de la palabra y el lenguaje, en la forma más cercana a la
palabra y que termina con Subversión del sujeto, que implica
una topología y una teoría del significante, que a su vez permite
el pasaje a otro tiempo.
Segundo tiempo: El álgebra del sujeto. Comienzo
propiamente lógico con la definición enunciada en 1961,
donde el significante representa al sujeto para otro
significante. Hay otra topología y otra escritura del sujeto del
inconsciente.
Tercer tiempo: Lógica del sujeto. Aquí se escribe ya una
lógica propiamente dicha del sujeto y ésta se hace en relación
con el discurso psicoanalítico.
Es importante aclarar que no existe una correspondencia
entre los tres tiempos de la teoría del sujeto en Foucault y los
que acabamos de enunciar respecto de Lacan.
Cada tiempo responde a un movimiento propio de cada
construcción teórica y sólo otra dimensión exterior a cada uno
de ellos puede permitirnos su confrontación. Es decir, los tres
tiempos de la confrontación son una dimensión diferente a
los tres tiempos, tanto lacanianos como foucaultianos. Como
los campos y los efectos son diferentes, esto no podría ser
de otra manera. La lógica temporal que se establece aquí, es
un dispositivo teórico exterior a su movimiento interno.
Es en esta diferencia que se intenta confrontarlos. Lo que
se pretende criticar aquí es el campo de la analogía y subrayar
el de la diferencia.
La.segunda objeción que mencionamos es más radical y
corresponde al momento de separación: de disyunción.
Si bien hasta aquí se ha demostrado que hay una misma
posición crítica frente a un sujeto centro, y una dirección común
a pensarlo en su función de vacío en el discurso, es
precisamente en la manera de concebir los discursos donde
se plantea una disyunción insalvable entre las posturas de
Foucault, filósofo arqueóloqo. v de Lacan. psicoanalista.
Si para Lacan, ehdi_scucso.jB5.un aparatq significante que
hace lazo social, para Foucault se trata de un dispositivo que
tiene sus modos de existencia en la historia. Cuando para
Lacan allí se articula una lógica del sujeto en un funcionamiento
del lado de la mathesis, para Foucault se trata de un análisis
histórico, del discurso. Para el filó sofcLel discurso es un
dispositivo; para el analista, una estructura.
* Desde estas diferencias radicales se configura el tercer
tiempo de la confrontación.
Es a partir de estas diferentes concepciones de los
discursos, como Lacan y Foucault responden a la problemática
de la fynci0D-.deI sujeto.en.el campo discursivo
La_respuesta de Lacan es la escritura de los cuatro
discursos.
La respuesta de Foucault será Vigilar y Castigar.
Tercer tiempo:
Lacan o Foucault (1970-1973-1975)
El pasaje al tercer tiempo implica la separación y la
posibilidad de poner en relación las dos obras por su
disyunción.
Mientras que Foucault enuncia una historia política del
sujeto, Lacan escribe la lógica del sujeto en el discurso.
Aquí la “o" disyuntiva se hace fuerte o excluyente, y la
posibilidad de relación pasa sólo por la no relación.
Foucault comienza a trabajar el tiempo que llamamos el
sujeto y lo político, alrededor de tres temas principales (que
aunque enunciados en 1973 son pilares de este su segundo
tiempo):
-El problema de la verdad en la historia y su relación con
las prácticas sociales.
-El problema del discurso y el poder. Aquí el discurso no
aparece como un montaje gramatical sino como “un conjunto
regular de hechos estratégicos a otro nivel.’ 19
-El problema específico del sujeto. Esto lo trabaja en sus
conferencias brasileñas, donde dice: “El tercer tema de
investigación y que definirá, por su encuentro con los otros
dos, el punto de convergencia en el que me sitúo, se
constituirá en una reelaboración de la teoría del sujeto,
nosotros vamos a dirigirnos en la dirección de esta crítica
radical del sujeto humano tal como él se presenta en la
historia.”20
Se trata, pues, para Foucault de una historia política del
sujeto con base en una relación entre el poder, la historia y la
verdad
Lacan, por su parte, trabaja una escritura de cuatro
discursos donde existe una estructura con cuatro lugares que,
en tanto funciones, son: el agente, el otro, la verdad y la
producción; y donde la rotación dará la característica
específica a cada uno de los cuatro discursos de la tipojogía
lacañíana que soñTdiscurso del amo, discurso de la histér a,
aiscurso de la universidad y discurso del analista.
~C uatro discursos radicales fundados en y por una relación
con lo imposible y lo real.
Cuatro discursos que se basan en la hiancia que cada uno
implica.
"Cuatro discursos con cuatro elementos rotativos: significante
amo, saber, sujeto y objeto causa del deseo.
Todo esjoimplica una escritura que intenta trazar la a pertura
déla lógica, presentándose como una logic-a del corte, de la
hiancia. Así lo dice Lacan en 1969: 'Se trata de articular una
lógica que, a pesar de su débil apariencia, es de todas
maneras lo suficientemente fuerte para soportar lo que es el
signo de esa fuerza lógica, es decir la incompletud."21
.. Por lo tanto se trata en Lacan de una lógica del sujeto del
inconsciente, con base en una relación entre el saber, el goce
y lo imposible; imbricados con la verdad y su producción.
La confrontación entre la posición de Foucault y de Lacan,
nos ha llevado hasta el campo de la verdad.
Aquí sólo se acotarán algunas cuestiones de la propuesta
del psicoanalista en el campo epistémico, ya que de eso nos
ocuparemos en la tercera parte de este libro. Una de las
aperturas inéditas del psicoanálisis es la problematización
de la relación entre saber y verdad. Mientras que la ciencia
intenta dar estatuto de verdad al saber, en.yn£ pasión poNa
formalización: el. psicoanálisis, con la demostración,del
inconsciente, evidencia que entre saber y verdad hay un
agujero insalvable. Para el psicoanálisis, la verdad está en el
campo de lojmposible, pero no por ello es improducible.
La ciencia confunde saber y verdad usando fórmulas, vía
la lógica, para neutcalizaLlaJtiiaocia, la fisura que hay entre
ellos.
La religión concibe la verdad como ya establecida, desde
siempre, por un ser supremo. Por lo tanto no busca saber
sino que se eleven oraciones.
La magia considera que lo efectivo es lo verdadero. De
ahí que hoy la tecnología se crea la magia de la imagen.
La imposibilidad de juntar saber y verdad, sea por rezos,
fórmulas, tecnología o cualquier imaginario moderno, es lo
que_el psicoanálisis señala.
El discurso del psicoanálisis se constituye aceptando lo
imposible de su hacer, efectuando del agujero entre saber y
verdad la causa de su deseo.
Por ahora dejaremos aquí lo que respecta a la problemática
de los discursos; primero habrá que recorrer los senderos de
la estructuración del lenguajeyel campo de las representaciones,
para poder visualizar la configuración discursiva.
Notas:
1 Quinzaine Littéraire, mai, 1966, p. 28.
2 Idem
3 Eribon, Didier, Michel Foucault etses contemporains, ed. Flamarion,
París, 1995, p. 325.
4 Corriere della Sera, Italy, 1978.
5 Eribon, op. cit., p. 262.
6 Deleuze, Gilíes, Foucault, ed. Gallimard, París, 1988, p. 69.
7 Foucault, Michel, Dos ensayos sobre el sujeto y el poder (1982). ed.
UAM, México, p. 12.
6 Nouvelles Litteraires, juin, París, 1984.
9 Foucault Michel, Las palabras y las cosas, Edit, Siglo XXI, México,
1982, p. 340.
’3 Idem.
14 Idem.
15Foucault Michel, La arqueología del saber, ed. Siglo XXI, México, 1988,
p.311.
18Foucault Michel, op. cit. p.348.
17 Lacan Jacques, Escritos 2, "Subversión del sujeto y dialéctica del
deseo”, ed. Siglo XXI, México, 1991, p. 786.
18 Lacan Jacques, op. cit., p. 21.
19Foucault Michel, La verdad y las fórmasjurídicas, ed. Gedisa, Madrid,
1987, p. 15.
20 Idem.
21 Lacan Jacques, Radiofonía y televisión, ed. Anagrama, Buenos Aires,
1988, p.69.
El Hombre y el Sujeto
Notas:
1 Foucault, Michel, Las palabras y las cosas, ed. Siglo XXI, México,
1982, p.120.
2 Ibid, p. 206.
3Ibid, p. 235.
4Ibid, p. 206.
6Ibid, p. 351.
6Ibid, p. 352.
7Ibid, p. 305.
8 Ibid. p. 317.
9Ibid. p. 354
10Idem.
11 Ibid, p.315.
Descartes y Lacan. Del Sujeto de la Certeza
al de la Estructura
"El psicoanálisis deberla ser la ciencia del lenguaje habitado
por el sujeto. En la perspectiva freudiana, el hombre, es el sujeto
tomado y torturado por el lenguaje."
Jacques Lacan.
1. Introducción Textual
Foucault quiere subvertir la filosofía introduciendo un nuevo
sujeto: el sujeto del Deseo, laLey y la Muerte. Sujeto surgidQ
en el siglo XX que derrocaría al de Descartes del XVII.
Foucault encuentra. erifísl£.sujelo, §y punto de apoyo para
las nuevas ciencias humanas.
Lacan toma otro camino. Si bien es cierto que el sujeto
que muestra Foucault es un sujeto dependiente de la ley e,
incluso, se le podría llamar del inconsciente, la posición del
psicoanalista, en el campo epistemológico, es muy otra.
Lacan no se rebela contra Descartes, al contrario, señala
epistemológicamente en la obra del filósofo francés un punto
de viraje fundamental para el nacimiento del psicoanálisis y
para el establecimiento del sujeto del inconsciente. A lo largo
de su obra hará múltiples referencias a Descartes. Aquí sólo
tomaremos aquellas que fungen como iniciode la problematización
del sujeto.
Para ello tendremos que ir a los escritos de Lacan.
La primera reflexión importante que hiciera al respecto,
aparece en su texto de 1945, titulado “Acerca de la causalidad
psíquica”. Allí, las concepciones del filósofo acerca de la
certeza y la verdad son tomadas como plataforma para
cuestionar los planteamientos de Henri Ey respecto de la
locura. La crítica: a la psiquiatría organicista; el campo: la
alucinación y el delirio; el filósofo aliado: Descartes. En ese
artículo, Lacan propone algo asombroso: un retorno a
Descartes. Sabemos la importancia que para él tuvo aquel
otro llamado de retomo a Freud; consigna de guerra, bandera
de legitimación. El llamado a Descartes no es sin consecuencias:
lo acompañará como interlocutor a lo largo de muchos años.
Pero lo curioso es que cuatro años después, Lacan parece
contradecirse al realizar una extraña declaración en su texto:
“El estadio del espejo como formador de la función del yo”.
ErTil primer párrafo, al momento de nombrar la función que la
experiencia analítica muestra con relación al yo, dice
textualmente: "Experiencia de la que hay que decir que nos
opone a toda filosofía derivada directamente del cogito "'
¿Cómo puede hacer un llamado de retorno a Descartes y
sólo algunos años después, señalar lo anterior? La respuesta
aparece cuando se afila la mirada y se aprecia cómo la crítica
no es al cogito, sino a la filosofía que emanada de allí, pretende
enarbolar al yo como centro de la razón y el entendimiento, es
decir, colocarlo en el lugar del sujeto clásico. En esos
momentos, Lacan está elaborando una crítica a todo
pensamiento que ubique al yo como centro. El estadio del
espejo trata de mostrar cómo el yo se constituye a partir del
otro, cómo se fundamenta en el desconocimiento de su origen:
creyéndose el dueño del mundo por su unidad, desconoce
que surge de la falta y la otredad.
Hasta aquí las referencias de Lacan a Descartes giraban
en tomo de un intento de cogito del imaginario, pero en los
siguientes 20 años, su referencia será directamente al
problema del sujeto.
Eq_19£4, en su seminario llamado Los cuatro conceptos
fundamentales qei psicoanálisis, vincula la vía cartesiana con
la freudiana: el sujeto de la Juda es tam bién el del
inconsciente. En Posición del inconsciente de 1966, Lacan
ubica directamente al sujeto cartesiano como el presupuesto
del psicoanálisis. En el escrito que cierra su libro, “Ciencia y
verdad", propone al suieto de la ciencia como aquel que nos
atañe tanto en lo epistemológico como en lo clínico.
¿Cuáles serán los motivos para estos planteamientos?
¿En qué se basa Lacan para proponer al sujeto cartesiano
como presupuesto del inconsciente? ¿Qué tendrá que ver la
ciencia y la posición de Descartes con el psicoanálisis y sus
planteamientos epistemológicos? Este capítulo se abocará
a intentar explorar estas preguntas.
2. La División
La primera dimensión que aparece cuando se revisa la
propuesta cartesiana, es la del surgimiento de la división del
sujeto en el acto mismo de su enunciado. Descartes comienza
su segunda Meditación: Sobre la naturaleza del alma humana
y del hecho de qué es más cognoscible que el cuerpo, con
la argumentación acerca de la existencia. Si no puedo saber
con certeza qué es lo que es el mundo, el hecho de que yo no
sepa, me remite a que existo en tanto ejerzo un pensamiento,
pues yo soy quien piensa que no puede conocer. Si dudo es
que pienso, si pienso es que existo. Si puedo persuadirme
de que dudo, es porque pienso; por lo tanto, "se ha de concluir
que siempre que diga 'Yo soy, yo existo' o lo concibo en mi
mente, necesariamente ha de ser verdad.”2 Si “pienso luego
existo”, quien diga esta verdad, lo hará de modo tal que
aparecerá dividido entre su pensar y su existir. Si pienso y
por lo tanto existo, es porque pienso que existo: iuego
entonces, yo pienso qu§ yo existo: dos dimensiones, un solo
sujeto dividido.
Se puede argumentar que a pesar de que aparezca una
división, es el yo quien ejerce esas dos funciones; incluso que
es él quien ejerce su pensar. Sin querer introducirse aquí al
vasto espectro de teorías que las reflexiones sobre las
Meditaciones han desarrollado a lo largo de la historia,
podemos puntuar algunas cosas. En el latín, en la construcción
gramatical de la primera persona del singular, se puede obviar
el uso del pronombre cuando se emite la frase; a pesar de
esto, Descartes usa un desdoblamiento enunciativo: en lugar
de decir cogito dice, Ego cogito. El uso del Ego es el que ha
acentuado la filosofía racionalista, en tanto un yo que piensa;
pero, ¿no será que este uso gramatical implica precisamente
una división, un desdoblamiento en el acto mismo del
enunciado? Si no ¿para qué escribir yo y después pienso?
La frase antes citada en español, reza así en el texto original
en latín: “denique flatuendum fíthoc pronunciatum, Ego sum,
ego existo, quoties a me profertur, vel mente concipitur,
neoeffanoeffe verum,'8 Este desdoblamiento atañe no sólo a
ser y al existente, sino también al sujeto de la enunciación:
división entre el yo que enuncia y al acto reflexivo que lo
constituye. Quizá es lo que el filósofo dice cuando escribe:
“¿Qué es lo que puede separarme de mi pensamiento? ¿Qué es
lo que puede separarme de mí mismo? Tan manifiesto es que
yo soy el que dudo, que no se me ocurre nada para explicarlo
más claramente.”4 Sin comentarios.
Un punto más. Aquí aparece la primera inferencia de
Descartes, es decir: pensando es que deduzco que existo.
La deducción como acto de pensamiento es la vía, del
conocimiento. No se trata de un acto de percepción, ya que
los sentidos engañan. De allí que la evidencia de la existencia
sea un acto del pensamiento, de la deducción, y surja de ahí
la famosa frase de “pienso, luego, por lo tanto, existo’’. Sin
embargo, si se revisa la edición original, la frase incluye un
detalle que se puede señalar; dice: “ Egoj&gito, ergosum
sive existo". El detalle es que no aparece el yo después del
ergo, textualmente dice: "Yo pienso luego soy y existo", el yo
parece enunciando la declaración, pero lo que resulta no es
un yo que recibe el enunciado, sino un acto que constata la
existencia. La división no sólo se da entre el dudar y el ser, no
sólo entre el yo que enuncia y el enunciado: Yo/ pienso sino
entre el primer tiempo del enunciado donde el yo asevera y
aquel tiempo donde resulta un lugar existencia!, calificado e
inferido no por el yo -ese enuncia-, sino por el pensamiento y
la duda.
3. La Duda
Si bien es cierto que se puede inferir un desdoblamiento
que remitiría a un sujeto dividido más que a un yo perceptivo
o reflexivo, los argumentos no son lo suficientemente
contundentes como para relacionar las propuestas de
Descartes con las del psicoanálisis. Será necesario confrontar
lo expuesto en las meditaciones cartesianas con lo expresado
por Freud.
En su seminario del 29 de enero de 1964,(Lacap hace
una referencia muy importante acerca de la relación entre
Freud y Descartes: encuentra que el término usado en La
interpretación de los sueños, cuando se refiere a la
transmisión que se hace de los sueños, no es el de “verdad"
sino el de certeza. Gewissheit, lo que le permite inferir que
nos encontramos en un cruce de caminos con las meditaciones
cartesianas. El punto: la certeza y la duda: el actor: el sujeto
de la certeza: el campo: el texto de los sueños.
Tanto Freud como Descartes apoyan, en la duda, la certeza
de la existencia de un sujeto. Mientras en las reflexiones
filosóficas se diría: "pienso luego existo”, desde el psicoanálisis:
"Soy pensado luego soy”. ¿Pensado? Sí, por el inconsciente.
“Dudo luego existo” diría Descartes; “Allí donde dudo, el
inconsciente existe”, plantearía Freud. El sujetg aparece
cuando se asoma la duda, ya que por ésta se llega a la certeza,
en Descartes de l a que se es, en Freud de que algo hace ser.
Es porque existe ia duda que Freud vislumbra su certeza, ¿su
certeza de qué?: de la aparición del inconsciente.
En el libro La interpretación de los sueños existe un
apartado en el'capítuloVIl, llamado, precisamente: “El olvido
de los sueños”. Entre las críticas que el psicoanálisis recibiera
de sus detractores con relación a la interpretación de los
procesos oníricos aparece aquella que cuestiona la fidelidad
de la narración. ¿Quién podría decir que lo que el soñante
cuenta fue lo que realmente soñó? No sólo eso, sino que
muchas veces el recuerdo del sueño aparece fragmentado o
envuelto en neblina y lluvia persistente. Además, la mayoría
de las veces, el recuerdo del sueño parece mostrar lo menos
importante o lo aparentemente poco significativo. Pero,
precisamente, allí donde se podría pensar que falla la
evidencia de lo que el sueño implica, aparece con mayor
claridad. Si bien es cierto que la interpretación se basa hasta
en los detalles más pequeños, el que el detalle sea un olvido
no menoscaba la validez del sueño, la legitima. Que la
redacción del sueño sea otra que la que supuestamente
apareció en la noche, no la anula, la significa. Que sólo se
recuerde un jirón del sueño no lo anula, lo señala. Precisamente
Freud va a encontrar en el olvido una punta fundamental para
interpretación: allí don _e aparezca un olvido, se debe buscar
runa resistencia, es decir, una aparición dal inconsciente. El
olvido es la señal de que algo del inconsciente aparece y, por
lo tanto, la censura debe intervenir intentando arrancar al texto
del sueño sus párrafos significativos. Es en la dimensión
nebulosa del sueño donde el inconsciente insiste. El olvido
puede presentarse bajo la máscara de la duda. Cuando en la
narrativa de un sueño, el sujeto no recuerda una palabra o un
fragmento, o no sabe bien si lo que está diciendo es lo que
sucedió, o la palabra recordada es la “originar; ahí justamente
debe tratarse la redacción como una certeza y debe
escucharse allí la certeza de que el inconsciente suena.
Escribe Freud: ”... en el análisis de un sueño exijo que se
abandone toda la escala de apreciaciones de la certidumbre,
y a la más leve posibilidad de que algo haya ocurrido en el
sueño de tal o cual suerte la trato como certeza plena."5
Evidente: la duda es la certeza.
Tomemos un ejemplo a la letra. Cuenta Freud que una
paciente narra un sueño donde se incluye una referencia a su
libro sobre el chiste: "Menciona algo acerca de una canal,
quizá otro libro en que aparece el canal... ella no sabe.”8
Invitada por Freud, ella no logra asociar nada hasta el día
siguiente, donde cuenta que quizá algo pueda decir respecto
a la palabra "canal”. La duda sobre esa palabra es lo que a
Freud le da la pista de la interpretación de ese sueño porque,
el que dudará de sí la palabra era "canal”, le daba la certeza
de que esa era la palabra, no tanto original del sueño, sino la
clave de la resistencia y, por lo tanto, la certeza que esa palabra
dudosa era certera en tanto retoño del inconsciente. De este
modo es evidente que allí donde en el relato del sueño aparea
una duda respecto de lo ocurrido en el mismo, el inconsciente
mostrará al sujeto el camino de su deseo. Entre lo producido
en la noche, cuando el yo se va a dormir consigo mismo, y lo
que se relata cuando el sol se hace astro luminoso, vaga el
sujeto amarrado al deseo.
4. Dimensiones Epistemológicas
Quizá la dimensión más importante que Lacan retome de
Descartes es aquélla referida al campo epistemológico.
Mientras Foucault quiere subvertir el sujeto cartesiano, Lacan
lo toma como punto de apoyo.
Sólo dos ejemplos. Cuando en 1966, edita sus textos, para
cada sección elegida, redacta ciertas introducciones. Una de
las más importantes atañe al problema del sujeto. Se trata
“Del sujeto por fin cuestionado”; ahí declara que el psicoanálisis
tiene a la ciencia como origen, aunque no tome la vía de ésta.
Es decir, el psicoanálisis nació de la ciencia pero no renuncia
a su especificidad por entrar en su campo. El punto quizá que
más llame la atención es el del sujeto. Porque el psicoanálisis
nace de la ciencia y hospeda a su sujeto, ya que ésta lo excluye.
EJ sujeto de la ciencia es el sujeto de la certeza pero éste, a
pesar de lo sorpresivo, está expulsado dsl campo déla ciencia.
Lacan dirá en 1970 que la ciencia es la ideología de la
fo clusjáridej sujeto. Lo que se intentará brevemente, en este
apartado, es dar cuenta de por qué el psicoanálisis está al
principio de la ciencia, por qué surge de ella y cuál será la
especificidad del sujeto del inconsciente.
La ciencia moderna emerge de una revolución realizada
en los siglos XVI y XVII. Según Alexandre Koyré,7 tres
elementos serían visibles de la transformacióFque se realizó.
Primero, el cambio de actitud de una posición pasiva receptiva
del hombre medioeval a una activa del moderno; segunda
una dimensión de especificidad teórica, no tanto construcción
de un nuevo método, como de una nueva concepción del
mundo y el universo, y tercero, ligado a esto último, un nuevo
lenguaje que permite pensar de otro modo las formulaciones
conceptuales.
Pero estas particularidades del cambio que se realiza en
el siglo XVI, se enlazan a dos sucesos fundamentales que
caracterizan el nacimiento de la ciencia: uno, la “destrucción’’
del cosmos, a saber, el modo de plantearlo y pensarlo; y dos,
la geometrización del espacio, es decir, el modo de preguntar
pasa, en la era de la ciencia moderna, por la dimensión
matemática. Galileo y Descartes son los artífices de este
cambio.
Recuérdese lo que Foucault plantea en relación con este
momento: hasta el siglo XVI, el lenguaje comentaba el mundo;
a partir de ese siglo, el siglo del nacimiento de la ciencia, el
lenguaje analiza. La naturaleza es un texto pero ya no se lee
como espejo del mundo, sino como laberinto cifrado y escrito
en lenguaje matemático.
Galileo así nos lo hará saber en su famosa II sagiatore,
Ópera VI: «Para mí, a decir verdad, la filosofía está escrita en
este grandísimo libro, que está perpetuamente abierto delante
de nuestros ojos; pero como él está escrito en caracteres
diferentes de aquellos de nuestro alfabeto, no puede ser leído
por todo el mundo. Está escrito este libro en lengua
matemática; los caracteres de este libro no son otros que
triángulos, cuadrados, círculos, esferas, conos y otras figuras
geométricas.”8
Pero ¿qué implica leer el mundo en caracteres matemáticos?
Fundamentalmente que ya no se trata de comentar el texto
sagrado sino de inferir relaciones. Antes se buscaba leer el
mundo respetando el designio divino, ahora, el análisis es
entre los signos y discerniendo sus relaciones.
Para visualizarlo podemos recurrirá la historia de la ciencia.
En esta historia, han existido tres etapas o modos que remiten
a tres maneras de plantearse el problema del movimiento.
Estas etapas serían: la aristotélica, la del ímpetus y la que da
pie a la física moderna con base en las matemáticas.
En la física aristotélica, el cosmos funcionaba como un todo
ordenado y el universo respondía al orden divino; todo
movimiento representaba un desorden y un atentado a la
armonía cósmica. En la concepción física del llamado
ímpetus, elaborado por los nominalistas franceses del siglo
XIV, el movimiento implicaba un cambio que se debía a una
fuerza impulsora; el ímpetus aparecía como la causa del
movimiento inmanente al cuerpo que vencía la resistencia del
medio.
Por último tenemos la física matemática que emerge del
pensamiento de Galileo y Descartes. Aquí el movimiento se
concibe como un vínculo entre relaciones de fuerza. La
diferencia es fundamental: ni orden burlado ni fuerza
inmanente; el movimiento se piensa como un campo complejo
de relaciones. Por ejemplo, la primera ley de la inercia reza
así: “un cuerpo abandonado a sí mismo persiste eternamente
en estado de reposo o movimiento”; esto implica que el
cuerpo se mueve en relación con una velocidad y una
distancia, pero al mismo tiempo, en tanto todo cuerpo está
en un universo donde existe un movimiento uniforme, el
movimiento de ese cuerpo no podrá pensarse sino vinculando
estas dos relaciones: de su propio movimiento, con el del
mundo.
Después de este recorrido por los orígenes de la ciencia,
debemos volver al espacio del psicoanálisis y señalar dónde
estaría su relación con el nacimiento de ella. Precisamente, en
que se constituye a partir de relaciones complejas. El
psicoanálisis se funda en la posibilidad de pensar al
inconsciente como un sistema de relaciones, y no como una
caja oscura de secretos. Tanto Freud como Lacan lo
concebirán así; el primero desde una perspectiva que no atañe
a la formalización sino a la demostración en prosa y, el
segundo, mucho más del lado de las escrituras matemáticas.
Freud en 1912, escribe un texto titulado: “Notas para el
concepto de inconsciente en psicoanálisis”9.Texto originalmente
escrito en inglés, resulta uno de los más transparentes, ya
que en él, el autor se empeña en ser lo más claro posible
respecto de lo que significa el concepto de inconsciente para
el psicoanálisis y sólo para él. Freud intenta una demostración
y para ello visualiza la concepción del inconsciente desde tres
perspectivas, que implicarían tres definiciones.
La primera definición se refiere a la dimensión descriptiva.
En la vida psíquica, hay representaciones que son perceptibles a
la conciencia y otras que no. Existe la posibilidad de que una
representación pueda estar ausente en un momento dado, y
volver sin cambios en otro. Esta representación que vuelve,
estaba, en el momento de su ausencia, en estado de latencia.
Así, en el psiquism o puede haber representaciones
conscientes, surgidas de una percepción, y otras latentes que
vienen de la memoria.
Pero esta dimensión descriptiva no alcanza. Freud propone
extender la definición del inconsciente, sustentada esta vez
en un proceso y no sólo en un estado. Tomando el ejemplo de
la hipnosis, describe cómo alguien recibe la orden, en estado
hipnótico, de abrir la puerta. Una vez despierta, y pasado el
tiempo estipulado por el hipnotizador, la persona, sin saber
por qué, abre la puerta; es decir, cumple la orden. La orden
de abrir la puerta se mantuvo durante un tiempo en estado
latente, pero lo curioso es que nunca llega a la conciencia. La
persona realiza la orden, pero nunca la recuerda; existen
representaciones que, sin ser conscientes, se muestran
eficaces. Lo llamativo es que esta representación, además
de ser eficaz, no puede ser llamada a la conciencia. Y no
puede ser consciente, porque algo se lo impide, ese algo es
la censura. Existe un proceso donde, sin importarla intensidad
de la representación, ésta permanece inconsciente. Aquí ya
no se trata de una dimensión meramente descriptiva, pues
se lleva a cabo la intervención de un mecanismo, la defensa,
que señala una geografía ficticia del aparato psíquico: existen
representaciones que, debido al proceso de defensa, no
acceden a la conciencia permaneciendo inconscientes. De
lo descriptivo pasamos a lo dinámico, que desemboca en lo
tópico.
Pero Freud no encuentra todavía en la dimensión dinámica
el verdadero sentido de la palabra inconsciente en psicoanálisis.
Para lograrlo, recurrirá a los sueños, que tanto hemos
comentado. ¡Y cómo no!, si son la vía regia del inconsciente.
El sueño se divide en contenido latente y manifiesto. El
contenido manifiesto aparece como el texto donde la ideas
diurnas conectadas a un deseo inconsciente, muestra una
deformación figurada del contenido latente. Las ¡deas diurnas
se vinculan con un deseo inconsciente (desplazamiento), pero
como éste no puede acceder, conecta esta fuerza a aquellas
ideas (condensación) y avanza pero transformado, disfrazado
(censura). De este modo, el contenido manifiesto es el
resultado de la deformación del latente. Aquí está el meollo
del asunto; el inconsciente aparece como el conjunto de leyes
que rigen la transformación de las representaciones latentes
que buscan emergerá la conciencia. Dice Freud: ”...se nos
ofrece la posibilidad de averiguar algo que ni la especulación
ni ninguna otra fuente del conocimiento empírico nos hubiera
permitido adivinar; esto es, que las leyes de la actividad
anímica inconsciente se diferencian en alto grado de aquellas
que rigen la actividad anímica consciente"; y continúa, para
declarar categórico: "Al sistema que se nos muestra
caracterizado por el hecho de ser inconscientes todos y cada
uno de los procesos que lo constituyen, lo designamos con el
nombre de inconsciente."10
Así aparece, de manera diáfana, lo que es el inconsciente,
una nueva legalidad donde los procesos están sometidos a
leyes diferenciales de aquellas que designan a los procesos
conscientes. No se trata de nada oculto, se trata de un sistema
relaciona! articulado por leyes específicas. Mientras en las
dos primeras definiciones, la llamada descriptiva y aquella
nominada dinámica, la palabra inconsciente fungía como
calificativo, en la definición concluyente no se trata del atributo
de tal o cual representación, sino del sistema donde se
relacionan bajo otra legalidad. En resumen: el inconsciente
es un sistema de leyes y relaciones.
Notas:
1 Lacan, Jacques, ‘El estadio del espejo como formadorde la función
del yo” (1949) en Escritos I, ed. Siglo XXI, México, 1994, p. 84.
2 Descartes, René, Meditaciones metafísicas, ed. Aguilar, Buenos Aires,
1967, p. 54.
3 Descartes, René, Meditaciones de PRIMA PHILOSOPHIA IN QUA
DEI EXISTENTITIA EN ANIMAE INMORTALITAS DEMOSTRATOR,
París, 1642.
4 Descartes, René, op. cit., p.58.
5 Freud, Sigmund, La interpretación de los sueños (1900), ed. Amorrortu,
T. V, Buenos Aires, 1986, p. 511.
6 Ibid, p. 512
7 Koyré, Alexandre, Estudios de la historia del pensamiento cientffíco,
ed. Siglo XXI, México, 1987.
8 Galileo, Galilei, citado por Alexandre Koyré. Algunos de estos puntos
los he trabajado en el libro: Sujeto del Inconsciente, cap. XIX, ediciones
de la UNAM, 1993.
9 Algunos de estos puntos los he trabajado en el libro: Sujeto del
Inconsciente, cap. XIX, ediciones de la UNAM, 1993.
10 Freud, Sigmund, "Observaciones sobre el concepto de inconsciente
en psicoanálisis* en O. C., T. II, ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1988, p.
563.
11 Lacan , Jacques, 'Seminario sobre la carta robada”, en Escrítos I,
ed. Siglo XXI, México, 1994, p. 39.
12 Ibid, p. 42.
13 Retomo aquí, como referencia, el texto de Lacan citado con
anterioridad, pero en eí apartado llamado: ‘ Paréntesis de paréntesis”,
así como el artículo de Jorge Jinkis titulado ‘ El inconsciente freudiano”,
que apareció en la revista Conjetural, núm. 6.
Estructura, Significante Y Sujeto
1. Introducción Histórica
La problemática de la estructura recorre las orillas de un
tiempo epistemológico. Decir tiempo epistemológico no es
situar fronteras en años precisos; es vislumbrar posiciones
textuales frente al saber. Posiciones implica lugares desde
donde se enuncia y se practica. Sólo desde ese marco podría
arriesgarse una fotografía de un movimiento que atravesó los
textos y los debates de los años cincuenta y sesenta,
fundamentalmente en Francia. Me refiero a lo que fue llamado
estructuralismo. Mucha tinta ha corrido sobre el estructuralismo
y muchos corrieron, ya sea para cobijarse bajo su protección
o para alejarse desconfiados por una posible confusión.
Algunos escribieron textos que fueron ubicados, por otros,
dentro del estructuralismo. Los autores de dichos textos lo
negaron, se callaron, lo olvidaron o se retractaron.
El estructuralismo fue un mito y un movimiento.
Mito en tanto nominación que intentó agrupar bajo una sola
bandera a diferentes autores. Ante la crisis del existenciali smo, la
prensa y algunos editores e intelectuales quisieron oponerle
algo llamaoo estructuralismo. No es inútil recordar aquí que
mito no implica algo peyorativo ni ilusorio, sino una cierta
legalidad £■ estructurhusmo como iniio. alimentado por la
prensa francesa, representó un modo de crítica al humanismo
y a la concepción fenomenológica del sujeto.
En tanto movimiento, convocó a diferentes pensadoras en
torno de la problemática del lenauaie v la estructura; d§l
lenguaje como estructura. Éstos aparecen como vientos de
un solo ciclón. Si se busca un cierto laberinto teórico, la
lingüística aparece como el hilo conductor, en el camino que
lleva a este multicéfalo minotauro.
Ahora bien, lo que en este texto nos interesa es la obra de
Lacan; no todos los trabajos acerca de la estructura. Sin
embargo, valdría la pena hacer algunas consideraciones
respecto de la relación inicial de Lacan con la problemática
estructuralista. La primera no se deja esperar: es evidente
que Lacan hace un uso fecundo del campo de la estructura.
La segunda es que eso no lo convierte en “estructuralista".
La relación de Lacan con el llamado estructuralismo tiene
su historia y, aunque sea de manera esquemática, vale la pena
señalarla aquí. Esta historia se podría puntuar en cuatro
momentos.
En un primer momento, antes del advenimiento de la
enunciación del inconsciente ligado^Menguaje, la estructura
está lejos de interesar a Lacan: éste corría apasionado de
las paranoicas a los espejos, siendo su horizonte el mundo
imaginario y la psicología concreta.
Un segundo momento donde las concepciones sobre el
lenguaje y la estructura implican un suelo fértil y una catapulta
conceptual para sus elaboraciones psicoanalíticas que
giraban alrededor del significa? 'e, ejsujeto y el inconsciente.
Hay un tercer momento que podría llamarse: tiempo de la
hamaca o del vaivén. Aquí, Lacan señala sus fronteras... pero
no claramente. Aunque no concebía su pensamiento dentro
del adjetivo “estructuralista” , reconoce la seriedad e incluso
la deuda con pensadores que aparecen como los fundadores
de este movimiento, en especial, Lévi-Strauss y Román
Jakobson. A mediados de los sesenta, reconoce la seriedad
del trabajo estructuralista, pero se ubica más en la seriedad
que en el adjetivo' problematizar el lenguaje y sus límites remite
a lo primero, la moda y el mito de una corriente teórica, a lo
segundo.
El cuarto momento de relación con el estructuralismo
llevaría la marca de la separación. Esto es impreciso.
Separación implicaría unión. Valdría más decir demarcación.
En los últimos años de su seminario, el perfil del estructuralismo se
hace irreconocible en el rostro deí pensamiento lacaniano. El
lenguaje se resquebraja bajo el peso el agujero, la estructura
se refiere al real y los nudos no permiten reconocer una
escritura de origen significante.
Una vez puntuada esta historia, se necesita bajar las cartas.
El trabajo que aquí se presenta intenta recorrer problemáticas
relacionadas con el tiempo más fecundo del uso que Lacan
hiciera de la estructura y el lenguaje (segundo momento de
nuestra puntuación). Para ello se tomará una lupa conceptual,
clínica y epistémica para mirar el lugar del sujeto y su relación
con el significante.
2. Introducción Textual
Problematizar la operación significante implica hacer lo
propio con la del sujeto. En efecto, la definición del movimiento
significante conllévala de la posición del sujeto. Esto sería,
de manera sintética, lo que fundamenta el pensamiento de
Lacan a finales de los años cincuenta y principios de los
sesenta. Construir una “teoría psicoanalíticadel significante”,
así como una subversión del sujeto clásico, es lo que hace
galopar el decir y el escribir de nuestro autor.
De lo anterior, tenemos constancia en la organización de
sus Escritos que, aun cuando incluyen trabajos desde 1934 a
1966, el artículo que hace las veces de apertura, es aquél
relacionado con los temas aludidos: nos referimos al
Seminario de la carta robada.
Mucho se ha escrito con respecto a este artículo, tanto de
“lacanianos" como de “no lacanianos”. No por azar, el primer
texto sistemático de la introducción de Lacan en América
Latina versa, fundamentalmente, sobre ese escrito’ atiborrado
de referencias literarias, matemáticas y filosóficas. Tampoco
es casual que un filósofo como Jacques Derrida le dedique
uno de sus intrincados actos de deconstrucción2.
Ese escrito de Lacan que quiere ser una transcripción
resignificada de un seminario, lleva en sus entrañas
complejidades y laberintos. Aquj, como eje de trabajo, se
abordará la determinación del sujeto oor el movimiento del
significante.
Esta determinación significante estaría relacionada con tres
puntos prjocipajes: el automatismo de repetición leído como
insistencia simbólica; la tentativa de demostración formaFSe
que dicha insistencia simbólica no es otra cosa que la cadena
simbólica; y gue en relación con dicha cadena se debe pensar
la posición del suieto como en un luoar ex-céntrico a eíla.
Muerte, significante y sujeto serían los elementos de tan
imbricada lógica.
El intento de articulación de esta problemática es una
puntualización que, incluyendo al texto de Instancia de la letra
en el inconsciente o la razón desde Freud. así como el
Seminano de L'identifícaíion (1960-1961) permita una cierta
lectura de la relación entre el sujeto del inconsciente y el
significante.
3. Comunicación y lenguaje
Si el texto de "Función y campo de la palabra y el lenguaje"
en psicoanálisis presenta al sujeto como referido a la palabra,
los de la Carta robada y la Instancia de la letra lo haran.
fundamentalmente, en relación con el significante. Ahora bien,
los tres textos implican al lenguaje como campo: "e_s toda la
estructura del_lenguaje lo que la experiencia psicoanalítica
descubre en el inconsciente."3
Pero fragmentar el lenguaje con elementos operatorios
precipita cauces que es necesario remontar. Uno de los
primeros efectos de esta puesta en escena del significante
es la relativización del proceso de la comunicación. Lacan lo
toma como hilván y aquí se intentará seguirlo en la textura de
su bordado.
Para ello será la narración extraordinaria de Edgar Alian
Roe, The poulain letter, traducida por Baudelaire como La
lettre voiée, y al español, por Cortázar, como La carta robada.
la que servirá como tapiz al trgbajo de análisis. Tpp.iz, por el
entretejido de líneas: análisis, por el desciframiento que
demanda Metáfora lo primero. Dosición frente al téXto. To
segundo.
La primera referencia que hace Lacan del texto de Alian
Poe, delinea un drama, un comentario, dos diálogos y dos
escenas. De las escenas nos ocuparemos después. En
relación con el drama y el comentario, el primero aparece
como la dimensión silenciosa que el segundo quiere hacer
evidente. Sin la narración, no habría posibilidad de
materializare! drama como tal: éste seria movimiento mudo,
silencio sin texto. Sí, desde ya, el perfil del inconsciente
aoarece aquí retratado, ¿acaso el sueño y la situación analítica
no se constituyen en la textualidad de dramas relatados que,
de otro modo, no serían sino silencio; incluso, que no serían?4
Ahora bien, a diferencia del dispositivo analítico, la
narración en el cuento inglés podría dividirse en dos diálogos:
el primero cuando el narrador (amigo de Dupin) excorie la
escena donde el policía les cuenta la trama de la carta que ha
sido robada; el segundo diálogo se configura cuando, qujen
narra la historia, detalla las peripecias y lasjrguciasque Oupin
debió efectuar pgra apoderarse de la carta peligrosa, al
tiempo que deiaba otra misiva.
En relación con el primer diálogo, Lacan muestra dos
dimensiones fundamentales con respecto al mensaje y su lugar
en el cajjipo del lenguaje.
Mientras que la teoría de la comunicación promueve la
consistencia del mensaje como dotado de un sentido que
sería recibido o no por alguien que lo entendería; el
psicoanálisis revela que. debido a Ja poi.significación
significante, dicho mensaje no sólo no está dotado de sentido
sino que se fundamenta en una refracción del mismo y, porjo
tanto, en un malentendido inherente a esta refracción. Este
malentendido se evidencia en ese primer diálogo, donde el
inspector intenta introducir la problemática del robo de la
famosa carta.
Veamos la escena:
Un policía intenta transmitir lo que piensa a un viejo jobo
que Juega a detective; un jugador a detective escucha lo que
el avispado defensor de la legalidad no quiere decir aunque
lo dice.
«... la cosa es que el asunto es demasiado simple dice el
inspector, y no dudo que podamos arreglárnoslas muy bien
nosotros mismos; pero he pensado que a Dupin le agradará
oír los detalles de esto, porque es sumamente extraño”.
Sencillo y extraño dijo Dupin.
Pues sí; y, no obstante esta expresión no es exacta, es lo
uno o lo otro, si le parece a usted mejor. El hecho es que nos
hemos visto allá muy embarazados por este asunto, pues,
por más simple que sea, nos tiene absolutamente descontentos.
Quizás la simplicidad misma es la que os induce a error
dijo mi amigo.
¡Qué insensatez está usted diciendo! respondió el prefecto
riendo de buena gana.
Quizás el misterio sea un poco demasiado claro dijoJDupin.
¡Oh Dios misericordioso! ¿Quién oyó jamás semejante
idea?
Un poco demasiado evidente.
¡Ja, ja, ja! ¡Oh, oh! exclamó nuestro huésped quien parecía
divertirse mucho. ¡Ah, Dupin!, me hará usted morir de risa”5.
La evidencia se hace texto: en ese “diálogo", los sentidos
rebotan desconcertados y Dupin se burla seriamente del Jefe
de Policía propiciando el malentendido.
La segunda cosa que Lacan intenta demostrar, en relación
con_este prírñeTdtSlbgo. es nñmo la función del narrador y del
lenguaie son la misma retransmitir el mensaje. Lo específicamente
humano del campo de la comunicación es que la significación
no se da entre las cosas y Ijs palabras, sino entre los
elementos lenguaieros de la significación. Un oiscurso.no es
de un objeto, a n al discurso no se habla de un objeto, sino de
un mensaje situado en el campo mismo del lenguaje. En el
discurso se habla de otros discursos; un mensaje se relaciona
siempre con otros mensajes. Todo mensaje tiene como origen
la retransmisión de otro mensaje.6: “El hecho de que el
mensaje sea retransmitido así, nos asegura de algo que no
es absolutamente obvio: a saber, que pertenece indudablemente
a la dimensión del lenguaje.”7
Sólo los humanos hablan a partir de esto, es decir que
discurren sobre discursos, o lo que es lo mismo, retransmiten.
Decir “sólo los humanos” permite acentuar la diferencia que,
en el campo de la comunicación, se establece, por ejemplo,
con las abejas.
Esta problemática es trabajada por el lingüista Emile
Benveniste, en su artículo Communication anímale et
language numaine, donde estudia una danza de abejas.8
La situación es la siguiente:
a) Una abeja descubre un botín.
b) Regresa y, con una danza constituida por dos movimientos,
transmite la posición exacta del manjar de miel.
c) Una vez terminada la danza, las otras abejas salen
velozmente de la colmena y, asombrosamente, llegan sin
titubeos al lugar encontrado por la primera.
Ante esto, desde la teoría de la comunicación, se podría
argumentar que existiendo emisión de la primera abeja,
formulación de un signo mensaje, danza propiciatoria y
recepción efectiva de dicho mensaje por un otro abejas
receptores, la dimensión del perfil humano está asegurada.
Benveniste argumenta otra cosa, apoyado en los siguientes
puntos:
Primero. No hay uso de la voz, lo que hace necesaria la
mirada y, por ende, la luz. Esto implicaría o que la dimensión
del lenguaje sólo se da de día o que las abejas tendrían que
aliarse a las luciérnagas para poder cenar. Este argumento,
si bien es ilustrativo, no es contundente.
Segundo. Lo fundamental es que en esta danza de las
abejas, no existe capacidad de respuesta. Ninguna abeja, ni
siquiera por educación, le devuelve un mensaje, del tipo de:
enterado, gracias, o ¿podrías hacerlo más despacio? Lo que
se demuestra ahí es la inexistencia de diálogo. Si no hay
respuesta, no hay diálogo. Aquí se encontraría una de las
diferencias fundamentales del movimiento de abejas con el
lenguaje: para que exista diálogo es necesario un intercambio
de respuestas, y para que haya respuestas, es necesario que
un mensaje se conteste con otro mensaje, y esto es lo que no
pueden hacer las abejas.
Tercero. Otro punto fundamental que se desprende del
anterior es Que, a diferencia del lenguaje, en las abejas no
hay posibilidad de retransmisión del mensaje recibido. No
sólo no se puede responder, sino que tampoco se puede
retransmitir. Sólo quien vio transmite; ninguna que no vio lo
transmitido puede retransmitirlo.
Lo anterior podría resumirse en la siguiente frase de
Benveniste: “La abeja no construye un mensaje a partir de
otro mensaje.’ ®La imposibilidad de retransmisión constituye
la diferencia fundamental entre la "comunicación" entre las
abejas y el lenguaje humano: las abejasni pueden hablar, ni/
pueden mentir; es decir, no pueden traicionar. Sí, sólo los
humanos traicionan.
Al evidenciar la inclusión de estas dimensiones en el
diálogo retransmitido por el narrador y al retomar el texto de
Benveniste, Lacan intenta demostrar cómo el lenguaje esjjólo
susceptible de una transmisión simbólica y cómo una
"comunicación”, por ejemplo la de .las abejas, muestra
fundamentalmente una dimensión imaginaria”.
4. Dimensiones de la Verdad
En relación con el segundo diálogo, el narrador cambia de
oficio al variar.de posición: se_deja el terreno de la exactitud
informativa y pasa al registro de la verdad propia de una cierta
dimensión simbólica.
Lo que hace el narrador en el primer diálogo es relatar
retransmitiendo la forma como se desarrolló una conversación
acontecida. En este segundo donde intervienen él y Dupin,
éste le muestra cómo se hizo de la carta, y al hacerlo, pone
sobre la mesa la problemática de la verdad.
El registro de la verdad aparece desde diferentes ángulos.
El primero se referiría a la búsqueda de algo; a la forma de
cómo “encontrar” la verdad. Es decir, Dupin busca una carta
sabiendo que quien la esconde participa de las cualidades
del poeta, el matemático y el político. Estas mismas cualidades
que le han servido para inducir al “error” a la policía, son las
que interesan, no en tanto cualidades, sino modalidades de
relacionarse con la verdad.
Esta forma de vincularse con la verdad,im p lica en la
deducción -tan ingle_sa- que realiza nuestro héroe, la dimensión
de la verdad en el engaño. Esta verdad en el engaño está
articulada a esa forma de identificación no con el pensamiento del
otn sino con la manera de enaa ~ar al otroíl_a identificación"
es, fundamentalmente, al modo de engañar.
El ejemplo que retoma Lacan de Freud es el encuentro de
dos judíos: “¿por qué me mientes -se oye exclamar-, sí, por
qué me mientes diciéndome que vas a Cracovia para que yo
crea que vas a Lemberg, cuando en realidad es a Cracovia
donde vas?”10
Desglosemos:
Tenemos al sujeto A que va algún lugar y al sujeto B que no
quiere ser engañado. Si A quisiera engañar a B diciendo la
verdad (voy a Cracovia), lo engañaría si el otro pensara:
“seguramente va a Lemberg”. Ahora bien, si B desea no ser
engañado, necesita identificarse con la forma de engañar de
A para no caer en la trampa; así, pensaría: "si A dice que va a
Cracovia es para hacerme creer que va a Lemberg, pero
pensando como él, me doy cuenta que a donde realmente va
es a Cracovia.”
Es evidente que la verdad “voy a Cracovia” está en el
engaño “voy a Cracovia” . Es innegable que la verdad está
en el lenguaje.
Otra dimensión de la verdad que Lacan nos deja entrever,
se relaciona con una aseveración que podría enunciarse de
este modo: la verdad.se presenta como ficción. Una manera
de problematizar esta línea es la vía heideggeriana; aquí se
tomará otra que, aunque vinculada con la antes citada,
presenta mayores ventajas para la exposición; nos referimos
a la vía freudiana.
Esta vía podemos construirla situando el momento histórico
del pasaje de la teoría del trauma a la del fantasma, es decir,
al nacimiento mismo del psicoanálisis.
Freud, hasta 1897. creyó que la narración de la agresión
sexual que originó un trauma psíquico y, por ende, la neurosis,
describía algo que ocurrió en la realidad. Imbuido en su teoría
de la seducción, creía que lo verdadero estaba en el suceso,
es decir, que dicha agresión había existido. Lo que hace al
nacimiento del psicoanálisis, es que Freud se dio cuenta que,
en efecto, el suceso traumático era verdadero, pero que/io
había existido en “la realidad como tal*, sino en la realidad
que él llamó psíquica. Es decir, se percató que la verdad no
estaba en el suceso como tal, sino en lo narrado. La verdad
como ficción se presentaba en el decir de la histérica. no_en
lo “vivido realmente". A partir de ahí nace no sólo el
psicoanálisis, sino la evidencia de que es el deseo el qqe
hace decir y, que en ese decirse articula el deseo y la verdad
dgLsujetp.
La tercera dimensión de la verdad es la que recibirá aquí
mayor atención. No sólo porque incluye las otras dos
dimensiones, sino porque permite articular la problemática
de la carta robada con el significante. Esta dimensión es la
que se vincula al lugar.
Lo que se transparenta en el texto de Poe y Lacan lo hace
“visible” es que, como la carta, la verdad no está oculta. No
se trata de buscar la verdad escondida en algún lugar oscuro.
La verdad no está escondida. La_gue está escondida, y más
que escondida, perdida, es la posibilidad de la policía de
encontrarla.
La estupidez de la policía, que la lleva a plantearse una
política de avestruz, consiste en no ver la verdad. En no
concebir que la carta no está escondida, sino allí, a la vista.
Del mismo modo que en la historia judía y en la narración
de la histérica, en la pesquisa de la carta, la verdad no tiene
que buscarse sino donde está, es decir, ahí. Pero, ¿qué
significa ese ahí, si la policía buscó, como dice Lacan, por
todas partes? El que la policía, con los métodos más
modernos, no la haya encontrado “en ningún sitio”, ¿implica
que la carta no se hallaba en ese cuarto? No, la carta buscada
estaba allí.
Estaba o no estaba... is thatthe question? Sí y no, ya que
no sólo es si estaba o no, sino dónde estaba.
Los problemas anteriores llevan a p re g u n ta rs e p o rja
relación de la carta con el lugar; de la verdad del lugar de la
carta. Para eso, la relación de la carta robada con el
significante no se hace esperar. Lacan es claro: “Es evidente
que la carta en efecto tiene con el lugar relaciones para las
cuales ninguna palabra francesa tiene todo e1alcance del
calificativo inglés Odd Bizarre, por la que Baudelaire la
traduce regularmente, es sólo aproximada. Digamos que esas
relaciones son singulares, pues son las mismas que con el
ju gar mantiene el significante."11
Lo hasta aquí expuesto se ha trabajado mucho, pero quizá
tomar la vertiente de la relación del significante con el lugar,
permita esbozar lo que una teoría posterior del mismo podría
implicar, en relación con una formulación sobre el espacio
del significante y el sujeto; es decir, una topología.
Avanzar en este camino, nos llevará a poder formular
algunos resultados inéditos que el trabajo de Lacan produce
en relación con el sujeto y con el inconsciente.
5. La Estructura I
Una precisión. Sj se acepta que el inconsciente, como la
carta, implica una nueva formulación del -topos-, ¿qué relación
existe entre el inconsciente y la carta? Una primera
aproximación se efectúa por la vía de la homofonía: lettre, en
francés, se usa tanto para carta como para letra. Así que el
uso que sé le da en el texto a la lettre, permite referirse a la
carta como a la letra. En español esto no es posible, ya que
carta y letra.no son homónimas. A partir de aquí se utilizará la
palabra francesa lettre cuando sea necesario. Léase, en este
uso del francés, una necesidad textual y no un adorno.
Ahora bien, reducir la relación de la carta a la letra por su
pura homofonía no hace justicia a lo explicitado por Lacan.
La letra es, no sólo la unidad del abecedario, sino
fundamentalmente :"... el soporte material que el discurso
concreto toma del lenguaje.”12 Es decir que la letra es la
materialización del significante, en tanto que implicado en el
discurso. Pero no nada más. La letra es 'eso' que vincula al
significante y al inconsciente con el lugar: “...lo que llamamos
letra, a saber, la estructura esencialmente localizada del
significante.”13
Es notorio, que el uso de lettre no fue azaroso; cuando
Lacan usa estas elasticidades del lenguaje, lo hace bajo el
yugo conceptual.
Una vez esbozada “esta aclaración” se intentará tomar al
pie de la letra lo desarrollado por Lacan. De la última definición
de la letra, lo que surge como interrogante es la palabra
estructura. A la problematización que en esta época hacía
Lacan de la estructura, es hacia donde se pondrá la proa
textual.
Hay una forma de designar a la estructura: es aquello que
está articulado. Demasiada abstracción, concretemos: lo
articulado es exactamente la definición del lenguaje; por lo
tanto se podría decir, para empezar, que la estructura es
lenguaje, porgue es una articulación.
Para que exista articulación, es decir estructura, se
necesitan elementos que se articulen. Estos elementos
necesitan relacionarse para articularse; así, la estructura es
una relación de elementos articulables. Lo importante de esto
es que la relación es lo que constituye la estructura; pero ésta
es la oue soporta las relaciones de elementos. Es dqcir. la
estructura está constituida por elementos en relación: pero
esa relación da cuenta, a su vez, de la relación de la formación
y el movimiento de los mismos. Se trata, entonces, de una
pura combinatoria.
A partir de esto, podríamos decir que si el lenguaje es la
estructura por excelencia, los elementos que constituyen una
estructura tendrán que ser referidos al mismo.
Una primera aproximación.
Estructura: combinatoria de elementos del lenguaje.
Ahora bien, ¿cuál es la característica de dichos elementos?,
¿se trata de reproducciones de las cosas sólo que en otro
orden?, ¿se trata de sustancias, de formas, de contenidos,
de apariencias ideáticas?
No, ninguna de las definiciones recién esbozadas pueden
dar cuenta de dichos elementos. Estos elementos son
unidades jjnqüísticas constituidas del mismo orden que el
lenguaje, es decir, son unidades de relación.
Ferdinand de Saussure, a principios de siglo, fue el primero
no sólo en definir al lenguaje como un sistema, sino en romper
la ilusión de que los elementos del lenguaje eran una simqje
representación de la cosa.
A partir de allí, podríamos definir la estructura como lo hace
un filósofo francés: “se trata de una combinatoria de elementos
formales oue no tienen ellos mismos ni forma Qj significación,
ni realidad empírica, ni inteligibilidad detrás de la apariencia.'’14
Esta definición es bastante exacta, pues permite plantear,
en una misma lógica, las diferencias entre Saussure y Lacan.
Es conocido el uso que Lacan hace del signo saussuriano.
Allí donde el lingüigta ve un siono cerrado. Lacan lo abre en el
mismo movimiento donde coloca al significante como
determinando al significado. En este movimiento, la posición
de los términos se invierte y ejjigriíficante se coloca sobre el
significado separado por la barra.
Se sustituye el signo de Saussure: por el algoritmo
lacaniano_S
s
Este cambio produce un inédito, hace depender al sentido
no de la relación diferencial de signos, sino de la relación de
un significante con otro significante.
Lo aquí expuesto, precipita que el significante cobre
supremacía y gue sea concebido como de un orden diverso
del significado, que pasará a ser efecto de la relación entre
significantes. La barra entre ellos será barrera que resiste a
la sign ificación, y hace enigma a su vinculación. La
significación se relativiza y, en todo caso, sería un resultado
de la relación articulada en una estructura significante: “...la
estructura del significante es, como se dice coméntemente
del lenguaje que sea articulado.”15
6. La Posición y el Espacio
La articulación de los elementos significantes implica que
éstos no tengan un sentido preconcebido, ni intrínseco, ni
asignado a priori. Entonces, ¿cómo se produce el sentido?
El sentido sólo puede producirse a partir de la posición de
los significantes. El significante se significa por su posición,16
por su lugar dentro de una cadena.
No se trata de un lugar en el sentido de lugar en la
"realidad". Tampoco del lugar como geogrgfíg imaginaria. §e
trata de lugares en un espado que podremos llamar estructural
otopológico.-
Siguiendo al filósofo antes citado, se podría decir que lo
que es estructural es al espacio.
Este espacio, es un espacio de relaciones, en sí, es un
espacio vacío, pero configurado por relaciones de vecindad;
es un orden de relaciones de vecindad. La estructura como
espacio es un espacio relacional puro.
Por lo tanto, el sentido se produce por una posición. El
sentido resulta siempre de una combinación de elementos,
de^ significantes, que en sí mismos no significan nada. El
sentido es siempre resultado; es un efecto de posición.
El sentido no existe sino como sinsentido y éste sólo se
produce de acuerdo con un tiempo donde el significante,
anticipándose, recibe su significación en el corte de la cadena
que lo articula.
Lacan lo enunciaría así: “ej_sianifi cante por su naturaleza
anticipa siempre *>l sgptirin riesoleoando en cierto modo ante
él mismo su dimensión. Como se ve en el nivel de la frase
cuando se la interrumpe antes del término significativo Yo
nunca... Aunque tal vez... No por eso tiene menos sentido..."17
Algo se hace notar: sí, el sentido existe porja posición de
los significantes; pgta que se produzca, se necesita no sólo
la dimensión del espacio sino también la del tiempo. Un
tiempo que llamaremos “tiempo significante". Un significante
en sí no significa nada, su significación se da en relación de
lugar con otro significante, pero se podría preguntar: ¿cuándo
una frase se constituye como significativa, ya que si un
significante remite a otro, éste a su vez a otro, y así ad
infmitum?
El corte en la cadena significante es aquel que, desde el
sinsentido, produce una manifestación de sentido. Es un
tiempo en donde el final re-significa el principio. No se trata
de una dimensión de tiempo lineal sino retrospectiva. Así,
podríamos decir que toda producción de sentido es una
rssignificgción.
A este tiempo del significante, Lacan lo denominó aprés-
coup. Pero no sólo él dio cuenta de esta extraña dimensión
temporal, Freud mismo lo llamó nachtráalich. El nachtráglich
freudiano es una evidencia clínica, cuando se piensa en el
tiempo del trauma. Freud descubrió que.el trauma corresponde.
no tanto al momento del suceso infantil, sino a un segundo
momento, cuando el primer suceso cobra significagón para
e|sujeto. Sólo cuando se re-significa esto, lo experimentado,
adviene traumático.
De lo anterior se desprende que, si bien existe un lugar
significante ligado a la posición, el sentido no sólo se
constituyen partir de la posición de los significantes, sino
también a partir de un tiempo nacido de un corte. Cronos y
Topos son aquí resignificados en el campo significante
7. La Diferencia y lo Singular
El significante, dijimos, se significa en una relación de
posición con respecto a una cadena significante. Ahora bien,
los significantes de la cadena se determinan recíprocamente,
ya que es la relación entre ellos la que produce el sentido.
Pero para que esto suceda es necesario que sean diferentes
unos de otro, porque a partir de esa diferencia, de un
significante con respecto a otro, es que pueden relacionarse.
Esta diferencia es posible a partir de la singularidad de
cada significante. Es la relación de una singularidad con otra
singularidad, en un sistema diferencial, lo que permite pensar
la producción de sentido. Lacan dice en su escrito sobre la
carta robada: “si hemos insistido primero en la materialidad
del significante, esta materialidad es singular-más adelante
vuelve sobre el tema es que el significante es unidad por ser
único-.”18
El significante es único por ser diferente a otro significante
que, por dicha diferencia muestra, a su vez, su singularidad.
Instante diferencial del lenguaje
Así se podría enunciar una primera definición “temporal”
del significante: un significante es lo que no es otro significante.
Es pura diferencia. Un significante es lo que está en el lugar
que podría ocupar cualquier otro significante; es el instante
diferencial del lenguaje.
Lacan, en el texto de la Instancia de la letra, al enunciar la
estructura del significante articulado como el lenguaje, define:
“Esto quiere decir que sus unidades, se parta de donde se
parta para dibujar sus imbricaciones recíprocas, están
sometidas a la doble condición de reducirse a elementos
diferenciales últimos y de componerlos según las leyes de un
orden cerrado."19
El párrafo anterior concretiza lo hasta aquí expuesto y
precipita otra línea ya puntuada: si bien es cierto que se trata
de unidades implicadas en una relación diferencial, estas
relaciones están sometidas a lo que Lacan llama aquí “leyes
de un orden cerrado”. Esto vuelve a interpolar la problemática
8. Estructura II
Una consecuencia que se desprende de lo hasta aquí
expuesto es que el sentido es un efecto de relaciones
significantes, el sentido es producido; aparece como
consecuencia de articulaciones diferenciales.
Ahora bien, si el sentido es un efecto de articulaciones
significantes, estas articulaciones (que como se señaló, hacen
la estructura) son inconscientes. Es decir, si el efecto es
aprehensible, el cómo se estructura es inconsciente.
En el punto cinco de este texto, se planteó que la estructura
por excelencia es el lenguaje; ahora se plantea que la
estructura es inconsciente. Casi cae por su propio peso la
definición de Lacan: el inconsciente está estructurado como
un lenguaje.
Los significantes aparecen como singularidades diferenciales
que constituyen la estructura y la estructura se presenta como
las operaciones relaciónales de dichas unidades diferenciales.
La estructura es operación, es función de relación, es
ejecución de un orden de posiciones. El significante es la
unidad diferenciada con que opera la estructura. Decir que el
inconsciente está estructurado como un lenguaje es
presentificar lo aquí mostrado: “El inconsciente no es lo
primordial, ni lo instintual, y lo único elemental que conoce
son los elementos del significante.”20
Ahora bien, si la estructura es un orden de operación y los
significantes sus elementos, ¿cuáles son las operaciones de
la estructura? Lacan desarrolla ampliamente esta dimensión
en su texto de La instancia de la letra.
A partir de los mecanismos que Freud expuso como los
propios del sueño y de toda formación del inconsciente,
Lacan enuncia dichas operaciones como leyes estructurales.
Freud usando un lenguaje importado de la física, llama a
lasdoslúncicnesdel inconsciente: condensación y desplazamiento.
Lacan, desde una terminología proveniente de la retórica,
les llama metáfora y metonimia, respectivamente.
La metonimia, que equivaldría al “ Verschiebung o
desplazamiento” aparece como la relación de conexión de
un significante con otro significante.
La metáfora que refiere a la verdichtung o condensación
en la teorización de Freud, es la estructura por la cual se
sobreimponen los significantes en el momento de sustitución
del significante. Lacan indica “que es en la sustitución del
significante por otro significante donde se produce un efecto
de significación que es de poesía o de creación, dicho de
otra manera, de advenimiento de la significación en
cuestión.”21
Para Lacan la metáfora y la metonimia son las operaciones
de la estructura.
Se dijo: la estructura posibilita la ordenación de los
significantes; ahora se agregaría: la metáfora y la metonimia,
en tanto órdenes relaciónales, organizan su dinámica.
La diacronía y la sincronía toman de allí su lógica.
El “conjunto” de elementos significables, diferenciales y
sustituibles de articulación, en un tiempo de simultaneidad
operante, pero diferencial, toma su dinámica en el campo de
la sincronía. Este movimiento se organiza en relación con la
metáfora. Tiempo de sustituibilidad. Un significante es lo que
no es otro significante y su vértigo es que es siempre sustituible
por otro significante.
Por otro lado, sería mejor decir, en otro vector, los
significantes para hacer discurso se organizan según una
concatenación de los mismos. Este ordenamiento en cadena
responde a un tiempo eslabonante que tomaría el nombre de
diacronía. Este es el modo temporal de la organización del
discurso; es la ordenación “histórica” de los elementos
significantes. Ordenamiento encadenado, relación de
vecindad; la metonimia es aquí la dimensión articulatoria.
Singularidades, diferenciación, relaciones y tiempo. La
estructura es precisamente esto.
Intentando resumir lo tratado en este punto, se citará a
Oeleuze: “Toda estructura presenta dos aspectos: un sistema
de relaciones diferenciales, a partir de las cuales los
elementos simbólicos se determinan recíprocamente, y un
sistema de singularidades correspondientes a estas
relaciones que trazan el espacio de la estructura.”22Quizá
habría que agregar: en relación con un tiempo estructural,
organizado a partir de la sustituibilidad y la concatenación.
Tiempo y espacio: dos dimensiones de la estructura.
Problematizar el tiempo y el espacio de la estructura merece
e implica un riesgo laberíntico.
Aquí exclusivamente se tomará y, a manera de ejemplo, lo
planteado por Lacan en su texto del Seminario de La carta
robada, porque creemos que allí hay una demostración
concreta de lo aquí dibujado en relación con el espacio
estructural.
Una de las sorpresas que ejerce el texto de Alian Poe es la
posibilidad, por parte de la policía, de encontrar la carta. Una
carta que no está pero está. El problema del dónde es lo que
atañe a este espacio de relaciones.
Si un significante se significa en relación con otro
significante en una cadena, es porque las relaciones
estructurales así lo determinan. Ahora bien, si el espacio como
se dijo es relaciona!, no hay visibilidad de dichas relaciones;
es decir, un espacio relacional es un espacio de circuitos, de
movimientos; ¿dónde buscar las relaciones?, ¿dónde
encontrar el movimiento?, la significación debida a la
diferencia ¿es encontrable?
El astuto policía escarbó hasta en el último rincón, esculcó
todos los muebles, “buscó por todas partes” y no la encontró
en "ningún sitio” . Sin embargo, allí estaba; quizás la
concepción que tiene el policía no es la misma que la del poeta
y el matemático. No es lo mismo el empirismo "realista” propio
de una cierta posición policiaca, a la visión de quien piensa
el espacio como relacional y diferencial.
Ante la problemática de la carta robada, Lacan hace de la
“carta” un elemento que permite la relación con el significante,
y opina al respecto:"... no puede decirse de la carta robada
que, a semejanza de los otros objetos, esté o no esté en algún
sitio, sino más bien que a diferencia de ellos, estará y no
estará allí donde está, vaya a donde vaya.”23
Que algo esté y no esté implica una presencia de una
ausencia; dicho de manera más precisa, implica la presentificación
de una ausencia. Es exactamente esta propiedad la que
Lacan encuentra en el significante:“... el significante es (unidad
por ser único), no siendo por naturaleza sino símbolo de una
ausencia.”24
El significante "simboliza” una ausencia, es decir, que su
presencia implica dos dimensiones de la falta:
-En tanto el significante se significa por su relación con
otros significantes, lo que falta es otro (todos y cualquier otro)
significante. Es decir, que la presencia de un significante
implica la ausencia de cualquier otro que hubiera podido
ocupar ese lugar; el lugar del significante es el de la presencia
de la diferencia y la singularidad. Lugar de puro cambio, de
pura sustitución. Lacan dice jugando con la carta: “es que sólo
puede decirse a la letra que falta en lugar de algo que puede
cambiar de lugar, es decir, de lo simbólico.”25
-La otra dimensión apunta a la falta, como falta de la cosa.
Lacan, desde Hegel, enuncia una relación fúnebre entre la
palabra y la cosa: la primera implica la muerte de la otra. En
el campo de la significación, la cosa no tiene lugar sino de
ausencia.
En el campo del lenguaje, como se dijo con anterioridad,
un significante remite a otro significante, no a una cosa. En el
momento en que hablo, hablo en relación con otras palabras
y las cosas no están sino como canto fúnebre. La palabra no
existe en relación con la cosa sino con su canto; con su oración
de sepelio. Con su falta.
Debido a esta doble dimensión de la falta es que la cadena
significante se articula. En el origen (segunda dimensión) y
en la actualización misma del significante (primera dimensión), la
falta es causa del movimiento. Es porque en el origen de la
significación hay una pérdida, que arranca el deslizamiento
de significante en significante y es porque un significante
sustituye a otro, debido a la función de lugar como falta, que
puede metaforizarse como significante.
Ahora bien, en el cuento de Poe, a partir de la lectura de
Lacan, la carta {la lettre) evidencia estas dimensiones. La
carta no está sino en un incesante deslizamiento provocando
con esto las estrategias intersubjetivas. De la reina al ministro,
del ministro a Poe, de Poe al policía, del policía a la reina, de
la reina a...
Su posibilidad de sustitución no sólo es evidente sino
necesaria. El ministro sustituye la carta de un hombre a una
mujer por el semblante de una carta con letra femenina, Dupin
sustituye la carta comprometedora por una saldacuentas, el
policía sustituye la carta de las manos de Dupin por un papel
no menos valioso llamado dinero, el policía a su vez sustituye
el valioso documento político amoroso por unos cuantos
billetes y por un lugar no menos negociable en lo político, etc.
Lo que es evidente, tanto en el desplazamiento como en la
sustitución de la lettre, es que ésta determina las posiciones
de los diferentes personajes de la trama. Aquí se encuentra
lo que para Lacan constituye el motivo de tan elaborado texto:
la evidencia de que: “es el orden simbólico el que es, para el
sujeto constituyente, demostrándoles en una historia la
determinación principal que el sujeto recibe del recorrido de
un significante”26.
Es hora de problematizar la relación significante-sujeto.
9. El Significante y ei Sujeto
Como se señaló al comienzo de este punto, la intención es
demostrar la relación que existe entre la función del significante
y el sujeto.
La lectura que Lacan hace del texto del escritor inglés, le
permite desarrollar su posición al respecto.
En el punto anterior se demostró cómo la lettre funcionaba
como significante. Funciona como tal, por todo lo expuesto
en los puntos anteriores, pero fundamentalmente porque el
sujeto es efecto de tod o e s te m ovim iento significante.
Es el significante el que detemnina_aLsujeto y no al contrario,
como pudiera pensarse en medio de una embriaguez
filosófica ligada a la autoconciencia.
La carta robada es un extraordinario ejemplo de ello.
La primera evidencia de que la determinación de los
personajes viene del recorrido de la carta, se especifica en
relación con la pertenencia de la carta: ¿es que el ministro
tiene realmente la carta? No, es la carta quien lo tiene, pues
la efectividad de la misma depende de su no uso, ya que una
vez utilizada, el poder de chantaje sobre la reina desaparecería, y
tal parece que el ministro no se inclina sólo hacia el lugar del
canalla, sino fundamentalmente del astuto. ¿Acaso Dupin tiene
la carta? Tampoco, pues el que esté suspendida a la espera
de un cheque, la hace no pertenecerle sino como salvoconducto
de la recompensa económica, es decir, como puro valor de
cambio.
Es evidente que el inspector tampoco la posee, pues él es
quien más presionado está por entregarla a su destinataria
oficial; el paso de la lettre por las manos del policía será tan
corta como grande su ambición.
No son ni quien la escribió ni quien fuera su destinataria
aquellos que poseen la carta, es claro en la trama, que el
mensaje del primero no sólo no aparece, sino que sus
renglones fueron manoseados poco cortésmente por más de
dos. Respecto de a quién iba dirigida la carta, es transparente
que la lettre no pertenecía a la reina como tal, pues en tanto
dama real, su vida privada no sólo estorba sino que no existe.
Del rey, ni hablar.
No sólo la tenencia queda cuestionada, sino la misma
pertenencia: ¿pertenece a la reina por ser la burlada? ¿Acaso
al ministro que recibió por su conducto la venganza de un no
menos astuto inglés? ¿Pertenecerá acaso a alguien cuyo
apego a la realeza inglesa se paga con unas cuantas libras
esterlinas y un premio rencoroso de consolación? ¿Un policía
asustado y rencoroso será el orgulloso poseedor de tan
sublime objeto de amor? No, pues eso sí sería un horror. ¿El
rey tendría el derecho de poseer a la carta, debido a su rango?
Como es evidente, nadie tiene la carta ni tampoco la posee,
sin embargo, cada uno de ellos depende de ella; de sus
movimientos.
La reina, más bien la cabeza de la reina pende de esa
carta.
El poder del ministro, y por lo tanto su vida entera, se teje
en este juego de estrategias políticas.
El inspector apuesta no sólo su aumento de peso, sino de
rango en la resolución y ejecución exitosa del enigma del robo.
Dupin, tan astuto él, necesita de la carta para desquitarse
y quitarle a la reina la posibilidad de pensar tranquila en
problemas de casas encantadas. Y así, las dependencias se
encadenan hasta el mismo Poe, Lacan y cualquier lector
anónimo del cuento inglés.
Lacan indica, por esta vía, que lo fundamental del texto de
la carta robada, no era ni la inteligencia de Dupin, ni la ceguera
del policía, ni la psicología del ministro. El verdadero tema
del cuento es la carta, su trayecto y la determinación que
precipita de los papeles jugados por los diferentes actores
de la trama.
Citar aquí un largo pasaje de Lacan implica la inconsistencia
de parafrasearlo, cuando su claridad es incandescente: “lo
que Freud nos enseña en el texto que comentamos, es que el
sujeto sigue el desfiladero de lo simbólico, pero lo que
encuentran ustedes ilustrado aquí es todavía más impresionante:
no es sólo el sujeto sino los sujetos, tomados en su
intersubjetividad, los que toman filas (...) y que más dóciles
que borregos, modelan su ser mismo sobre el momento que
los recorre en la cadena significante.
Si lo que Freud descubrió y redescubre de manera cada
vez más abierta tiene un sentido, es que el desplazamiento
del significante determina a los sujetos en sus actos, en su
destino, en sus rechazos, en sus cegueras, en sus éxitos.”27
Notas:
1 Nos referimos al conocido texto de Oscar Massota, Introducción a la
lectura de Jacques Lacan, ed. Corregidor.
2Derrida Jacques, El concepto de verdad en Lacan, ed. Homo Sapiens,
Buenos Aires, 1975.
3 Lacan Jacques, La instancia de la letra en el inconsciente o la razón
<hoo
desde Freud, en Escritos, ed. Siglo XXI, México, 1990, p. 475.
4Es evidente que algunas analogías sirven sólo de ejemplo.
5Alian Poe Edgar, La carta robada, en Narraciones extraodinarias, Ed.
Porrúa, México, 1992, p. 26.
6 Para profundizar este punto, referirse al texto de Massota, arriba
señalado.
7Lacan Jacques, Seminario de La carta robada, op. cit., p. 13.
• Benveniste Emile, Comunicación animal y lenguaje humano, en
Problemas de lingüistica general, ed. Siglo XXI, México, 1971, pp. 56-
62.
9Benveniste Emile, op. cit., p. 60.
10Freud Sigmund, El chiste y su relación con el inconsciente (1905), ed.
Biblioteca Nueva, 1.1,
11Lacan Jacques, op. cit., p. 17.
12 Lacan Jacques, op. cit., p. 475.
13ibid., p. 481.
14Deleuze G, A quoireconnait-on le structuralismo?, en Laphilosophie
auXXsiécle. Seguiremos de cerca a este autor en los planteamientos
siguientes.
15 Lacan Jacques, op. cit., p. 481.
16 Introducir aquí la problemática de la topología es sólo un primer
acercamiento a un campo que merece un trabajo especial. Aquí
exclusivamente se anotarán algunas ideas fundamentales en relación
con el espacio significante.
’7 Ibid., p. 482.
18Lacan Jacques, op. cit., p. 18.
19 Lacan Jacques, op. cit., p. 481.
20 Ibid., p. 502.
21 Ibid., p. 496.
“ Deleuze G, op. cit., p. 50.
23 Lacan Jacques, op. cit., p. 99.
24 Ibid., p. 18.
25 Ibid., p. 19.
26Ibld., p. 6.
27 Ibid., p. 24.
28Saussure Ferdinand de, Curso de lingüistica general (1916), ed. Planeta-
Agostin, España, 1993.
29 Lacan Jacques, op. cit., p. 484.
30Ibid., p. 496.
31 Lacan Jacques, De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible
de la psicosis, op. cit., p. 539.
32 Algunas de las ideas de este apartado y del siguiente surgen de las
propuestas que Guy Le Gaufey hace en su libro: L,incompletud du
symbolique, E.P.E.L., París, 1991.
33Lacan Jacques, L,identification, Seminario inédito de 1961-1962.
34 Frevier James, Historie de l.ecriture (1959), ed. Payot, París, 1984.
35Idem.
“ Le Gaufey Guy, op. cit., p.165.
37 Lacan Jacques, op. cit.. Clase del 20-12-1961
Puntuaciones Epistemológicas del Pensamiento
Estructural de Lacan
1. Introducción
Hasta aquí se han trabajado los diferentes cam inos
conceptuales que Lacan recorriera en su posición frente a la
estructura. La lógica del significante y la posición de un sujeto
efecto del mismo surgen como punta de lanza de una nueva
posición dentro del psicoanálisis. Pero quizá valdría la pena
hacer algunas observaciones de orden epistemológico para
señalar los territorios por donde Lacan transitó para retomar
y transliterar algunos de los conceptos que son fundamentales
en su obra.
En el capítulo anterior se mostró la concepción del
significante y el sujeto destacando sus relaciones y diferencias
con las propuestas de Saussure. De la dislocación del signo,
pagando por una primacía del significante y el borramiento
de la vinculación con el significado, hasta llegar al lugar dg)
suieto como lazo entre significantes, las diferencias con el
autor del Curso de Lingüística General se hicieron patentes.
Una pregunta se dibuja en este momento: si Saussure
representa el pilar del pensamiento de las estructuras del
lenguaje, ¿cómo puede generarse una diferencia tan radical?
La respuesta apunta a señalar que si bien Saussure es
fundamento del pensamiento sobre el lenguaje, él casi no
nombra la palabra estructura en su Curso; más bien pondera
el análisis del sistema. Son, como ya se señaló, Román
Jakobson y Claude Lévi-Strauss quienes sientan las bases
del análisis estructural. Es tiempo pues de afinar la lupa y
remitimos a las influencias y diferencias de estos autores con
respecto a la concepción del Lacan de los años cincuenta y
sesenta.
2. Contextos Históricos
Como ya se señaló, Hegej^representó el pilar de la
producción de muchas ideas importantes y muchos textos
históricos en los años cuarenta y cincuenta. El existencialismo
y la visión fenomenológica de la historia y del yo, surgen de
las concepciones del filósofo alemán. Tres son los puntos que
constituyen su fuerza y su capacidaddejofluencia^el problema
de la otredad, la_negativjdgd y el Jugar que asignaba a lo
absoluto y aljsujeto.
La filosofía ha insistido en formular las leyes de la razón.
Kant aparece como un pensador fundamental en este intento
filosófico. Sus críticas a la razón práctica y a la razón pura
establecen las posibilidades de un sistema donde las leyes
de la razón encuentran un punto culminante.
Hegel va a plantear las cosas desde otro lugar, su sistema
no puede, desde la dialéctica, concebir la razón sin un
movimiento hacia un territorio aparentemente desconocido
para ella: la otredad. La otredad cuando se relaciona
dialécticamente con la razón produce otro panorama. Muchos
pensadores franceses se ven inmersos en la aventura de
mostrar la otredad y sus implicaciones. Demos dos ejemplos
representativos: Foucault, para pensar la razón, recurre a la
historia de su noche, a_sah.er. la locura: sólo desde la locura
se podrá visualizar el espacio de la razón y sus violencias;
Lacan construye su estadio del espejo señalando, e r *íl campo
de lo imagina io. la forma en queel yo se constituye a partir
del otro y sus especularidades.
Ahora, el punto espinoso reside en la posición que se tome
frente a la otredad: se puede reducir lo otro a lo racional, se
puede incluir la dimensión de lo otro para hacer más
comprensible la razón y/o se puede vincular dialécticamente
la otredad en un movimiento que desemboque en una
sabiduría del espíritu. Hegel señaló estos caminos.
Ligado directamente al tema de la otredad aparece uno
de los conceptos fundamentales del pensamiento hegeliano:
la negatividad. Para que se pueda adquirir una conciencia
de sí, es necesaria la impugnación de lo otro; para que la
historia pueda realizarse, la negación de lo dado es
fundamental. La naturaleza es lo dado, lo que está y sólo la
negación de esa dimensión por el acto humano realiza el
devenir de la historia y la posibilidad humana de una
conciencia de sí. La acción aparece como el modo de
transformar lo dado en historia; la acción impugna lo dado
para humanizar el mundo. La negatividad como acción es el
fundamento de la historia y la conciencia en Hegel. Del
pensamiento de lo negativo surgen propuestas fundamentales
como la de Kojéve, que plantea que sin revolución sangrienta
no hay cambio y la de Sartre donde la Nada es fundamento
para pensar al Ser.
La propuesta de Hegel avanza a partir de la historia donde
la negación como acción llevaría a la realización de un sujeto
que devendría lo absoluto. La conciencia absoluta o espíritu
se convierte en sabiduría cuando en el devenir de la historia,
al fin, el autor del discurso puede descubrir que el Otro al que
llamaba Dios es él mismo en tanto productor de la historia. El
sujeto se convierte en el verdadero Dios cuando implementa
el saber absoluto donde se realiza la identidad del sujeto con
el objeto y del pensamiento con lo que llamamos ser.
La problemática del sujeto como Absoluto hace resaltar
una dimensión fundamental en el pensamiento hegeliano: la
relación entre la identidad y la diferencia. La dialéctica
introduce, en la definición misma de identidad, la diferencia.
La naturaleza aparece como lo idéntico a sí misma; la historia
sería quien introduciría la diferencia. El ser-en-sí se presenta
como lo idéntico, como lo dado, como lo natural, mientras
que por medio de la acción de la negación se introduce un
ser-para-sí que produce la diferencia con lo dado y, por ende,
la historia.
Ahora, el problema aparece en que la diferencia surge de
la identidad, es decir, la diferencia aparece como subsumida
a la identidad ya que parte de ella. La identidad aparece en
el origen de la acción, de la diferencia y ésta, al final, sucumbe
ante su integración en la identidad, cuando el sujeto se
presenta como un sujeto de un saber absoluto, es decir,
sabiendo su propia identidad. El en-sí de lo dado es
transformado por el para-sí de la diferencia, para en un tercer
momento, en una síntesis, incluirse dialécticamente en el sujeto
absoluto. La fenomenología del espíritu sostendría precisamente
el proceso histórico por el cual el hombre se transforma en
sujeto en tanto absoluto. Su método se convierte en la vía a
transitar. La fenomenología se basa en la descripción de la
existencia humana en tanto proceso histórico. La descripción
privilegia el “percibo” como fundamento del “pienso”. Pero el
fenómeno no es la cosa que se percibe, el fenómeno es un
proceso que transcurre en un tiempo con sus características
específicas. Dar cuenta del fenómeno en tanto proceso a partir
de la percepción es el método que realiza la fenomenología.
Es por ello que se hace necesario un sujeto que sea afectado
por la experiencia y sea capaz de dar cuenta de la misma, a
través del lenguaje. El sujeto de la fenomenología emergido
de las aguas hegelianas es aquel que adquiere conciencia
de su saber y su ser a partir de la percepción de los procesos
y el lugar que ocupa en esos procesos y, por los cuales, puede
percibirse a sí mismo. La obra de Merleau- Ponty se enriquece
de estas posiciones.
En contraposición a estas posiciones surgidas de las
lecturas de Hegel e influidas notablemente por la enseñanza
de Kojéve, surge en los años sesenta una revuelta epistemológica.
Ante una lógica que pondera una filosofía de la identidad,
se presenta un planteamiento que privilegia la diferencia. Se
trata de señalar que en un pensamiento que tome a la otredad
como reducida a una de las dimensiones de la mismidad, es
decir, donde lo otro se reduzca a fin de cuentas a lo mismo,
se subordina la diferencia a la identidad. Se trataría de forjar
un pensamiento de la diferencia no contradictorio, y por lo
tanto no dialéctico, donde la diferencia se relacione con la
diferencia. Ante la lógica de la identidad, un pensamiento de
la diferencia. Deleuze y Derrida tomarán un lugar protagónico
en el mismo.
Como señalamos, uno de los iniciadores de este pensamiento
de la diferencia es Heidegger. El texto fundamental para esta
revuelta es precisamente IdentitSt und Differenz, donde se
'as- H ece'. e' asu^o de' censa»- es el oensam'ento en
tanto concepto absoluto. Para nosotros, el asunto del pensar
es, la diferencia en tanto que diferencia.”1 La frase se convierte
en fusil epistémico.
A partir de un pensamiento de la diferencia ya no se trata
de describir sino de “deconstruir” ; de desmembrar las
relaciones y el lugar de las diferencias. Ya no es el fenómeno
como proceso el que aparece como lo que puede ser
descrito, sino el análisis de las construcciones que constituyen
al mundo o, dicho desde otro lugar, las estructuras. La
estructura como espacio de las relaciones de las diferencias
permite pensar desde otra posición a la historia, al lenguaje y
al saber; sobre este territorio florecerán los análisis de
Foucault, Barthes y Althusser.
El sujeto, si no trata de describir el modo como adquiere
una mayor conciencia de sí a partir de la descripción de los
fenómenos, tendrá que ser pensado totalmente diferente. Ya
no se tratará de un sujeto de la conciencia construido a partir
de la percepción, sino de otro efecto de las relaciones
diferenciales del lenguaje, las cuales son inconscientes. Lacan
se encargará del asunto.
Si Heidegger apunta sus armas hacia el campo de la
diferencia, Lévi-Strauss avanza por el sendero de otra
concepción del mundo a partir de las relaciones estructurales
e inconscientes.
Notas:
1Heiddeger, Martín, “Identitát und Differend", citado porVicent Descombes
, Lo mismo y lo otro, ed. Cátedra, Madrid, 1979,p.107.
2Algunos de estos temas han sido tratados en Sujeto del inconsciente.
sobre todo en la primera y segunda parte.
3 Lévi-Strauss" Introduction a l'ouvre de Marcel Mauss en Marcel Mauss,
Sociologie et antropologie, ed. PUF, París, 1989.
4 Ibid, p. XXXIII.
5Ibid, p. XXXII.
6Ibid, p. XLIX.
7 Lacan, Jacques, Les psychoses, ed. Seuil, París, 1981, p. 208.
8Ibid, p. 210.
9 Ibid, p. 223.
10Existe un autor inglés que aporta interesantes observaciones sobre el
tema, me refiero a:John Forester, El lenguaje y los orígenes del
psicoanálisis, ed. FCE, México, 1994.
11Broca Paul, citado por Forester.
12 Freud, Sigmund, Las afasias (1891), ed. Nva. Visión, Bs. As., 1989,
p.145.
13 Ibid, p. 144.
14 Ibid, p. 146.
15Idem.
16 Freud, Sigmund, " Lo inconsciente" (1915) en O.C., T. XIV, ed.
Amorrortu, Bs. As., 1976, p. 173.
17 Jakobson, Román, Fundamentos del lenguaje, ed. Pluma y Ayuso,
Madrid, 1980, p. 133.
18 Ibid, p. 141.
19Lacan, Jacques, op. cit., p. 251.
20 Ibid, p. 259.
21 Lacan, Jacques, "La instancia de la letra en el inconsciente o la razón
desde Freud" (1957), en Escritos 1, ed. S-XXI, México, 1990, p. 491.
22 Freud, Sigmund, La interpretación de los sueños (1900) en O.C. T. IV,
p.285.
23lbid, p. 313.
24Ibid, p.346.
25Ibid, p. 325.
26 Freud, Sigmund, "Sobre el sueño" (1901) op. cit. p.643.
27Freud, op. cit. p. 358.
28 Ibid, p. 359.
29 Ibid, p. 565.
30 Lacan, Jacques, op. cit. , p. 496.
31 Para trabajar esta dimensión puntual de la metáfora en Lacan,
remitimos al texto de Guy Le Gaufey, L'Eviction de ¡'origine, ed. EPEL,
París, 1994.
Voces Desde el Lenguaje: Barthes
El Texto Enamorado
El placer del texto es un texto enamorado de su propia
disolución, es el despliegue de un campo de ambigüedad.
Es un texto que no se deja resumir, pues parece que los
conceptos nunca alcanzan estabilidad, las frases oscilan entre
la apertura y el cierre, la escritura circula en fragmentos que
no siguen un orden lógico y su lugar en el espacio textual se
presenta como aleatorio.
Barthes ha introducido en el texto el principio de
incertidumbre, le ha asestado un golpe mortal a la solidificación
del sentido, pero lo más notable es que no se trata de una
postura ideológica sino de una práctica textual.
¿Será acaso lo imposible de esta escritura que se borra
(¿barra?) a sí misma en cada giro lo que inquieta a algunos
de sus lectores?
El Domador de Palabras
«Escribo porque no quiero las palabras que encuentro».
El monstruo, la fiera, la Medusa es la Doxa. la opinión
común, el estereotipo. En la jaula del lenguaje -que es también
un escenario- Barthes lucha incansablemente contra el
desgaste de las palabras y la consistencia de las ideas. Su
látigo es el desplazamiento infinito, la frescura de las palabras,
la sensualidad del lenguaje. Al igual que el domador de leones,
sabe que lo que está en juego es la defensa de un territorio.
El Texto Imposible
A partir de la oposición placeL-goce, Barthes hace estallar
el sistema lógico del discurso desde este sistema mismo.
Ambos términos se alternan infinitamente sin pretender nunca
una síntesis pacificadora:
«(Placer/goce: en realidad, tropiezo, me confundo:
terminológicamente esto vacila todavía. De todas maneras
habrá siempre un margen de indecisión, la distinción no podrá
ser fuente de seguras clasificaciones, ej. paradigma se
deslizará, el sentido será precario, revocable, reversible, ej
discurso será incomn:eto.)»4
No hay una relación de jerarquía entre estos dos conceptos.
En términos derridianos. el aoce-placer introduce la lógica
del suplemento (no del complemento) para poner el texto en
falta. No hay texto plerjo pues el placer-goce, en tanto
suplemento no puede complejarlo. No se trata de cambiar la
sustancia plena por el suplemento, sino de mantenerse en un
estado de «ni lo uno ni lo otro», es decir, en la aporía (cabe
recordar que aporía además de significar imposibilidad quiere
decir duda, fajta, carencia).
Barthes dice:
«(...) El «placer» es aquí (y sin poder prevenir) extensivo al
goce tanto como le es opuesto».5
La paradoja se ha hecho presente para fugarse de la
dialéctica.
Barthes conoce la distinción lacaniana entre placer y goce
pero no logra acomodarse en ella. La utiliza, la desplaza, la
critica, la afirma. El placer en Barthes conserva la marca de
Brecht.
El placer-goce, en tanto táctica de diseminación, hace
de El placer del texto un texto imposible, atópico, amante de
su diferencia.
Recuerdos Circulares
En El placer del texto no hay citas textuales en el sentido
filológico del término; más bien se trata de convocatorias, de
la producción de un espacio de intimidad entre dos textos
que se rechazan, se acompañan, se distancian, se desean.
Lacita en Barthes tiene un carácter amoroso.
i n s aujoras rnnvocados no son una «autoridad» sino en
palabras de Barthes un recuerdo circular.
Jacques Derrida, el gran ausente de El placer del texto en
tantcTalusión directa, impregna con su aroma el espacio
textual, como un perfume que se prueba hasta que la química
de nuestro cuerpo lo absorbe, lo transmuta, lo violenta. De
Lacan; un cierto sabor y el saber, el saber que no se sabe del
psicoanálisis. De Kristeva «la extranjera» una cierta precisión
musical del concepto, el carnaval de la teoría, siempre
poniendo patas arriba las verdades recientes. S jd e y Proyst
se disputan el placer de Barthes lector, pero no por las mismas
razones, como él mismo afirma. Nietzsche, la agonía de la
verdad, el entusiasmo del fragmento, el frío de la clarividencia.
Sollers, Sarduy: el más allá (¿del placer?), el silencio. De
Efrecht: el placer, a secas.
Un Sujeto Incierto
| El suieto de El placer del texto es un desafío a las leyes de
la lógica 3e~construcción de los discursos. Sima y cima,
abismo y cumbre del espacio textual, el lector deriva su placer
de esta condición insostenible. Capaz de d isfru ta r
simultáneamente de su estabilidad y de su pérdida, el sujeto
de El placer del texto es una paradoja^
«( ) es una contradicción viviente: un sujeto dividido que
goza simultáneamente a través del texto de la consistencia
de su yo y de su caída».18
Barthes propone considerar al sujeto del placer textual
como una ficción. Esta ficción se opone a la ilusión de la
unidad individual que sostiene todo imaginario.
«Se traldríé de inventar una de las más raras y últimas
ficciones: lo ficticio de la identidad».17
Plantear que el sujeto es una ficción (por cuanto afirma y
niega en un mismo movimiento su verdad) es mantenerse en
el campo de la paradoja. Esta es una de las propuestas que
abre El placer del texto. Me voy a permitir citar extensamente.
«Ficción de un individuo (...) que aboliría en si mismo las
barreras, las clases, las exclusiones no por sincretismo sino
porsimple desembarazo de ese viejo espectro a contradicción
lógica\ que mezclaría todos los lenguajes aunque fuesen
considerados incompatibles; gue soportaría mudo todas las
acusaciones de ilogicismo, de infidelidad: que permanecería
impasible delante de la ironía socrática (oj¿ligar al otro al
supremo oprobio: contradecirse) ( ) ¿quién sería capaz de
soportar la contradicción sin vergugnza? Sin embargo este
contra-héroe existe: es el lector del texto en el momento en
que tomasu placer». (Subrayados en el original).
El Miedo
«La única pasión de mi vida ha sido el miedo» es el
epígrafe de Hobbes que abre El placer del te x to i Por qué
Barthes inaugura un texto sobre el placer con una reflexión
sobre el miedo? ¿Será posible que el placer dé miedo?
El actor principal de El placer del texto es, en cierta forma,
el lector. El placer de la lectura es transgresory no está exento
de peligros. Barthes afirma que el placer del texto es atópico,
no es ubicable.
¿Acaso esta característica del placer vuelve atópico
también al sujeto? El lector, además de ser una «contradicción
viviente» no sabrá definir su lugar en las redes del texto. Entre
el abismo del goce y la ubicuidad del placer, el lector lucha en
las arenas movedizas del texto, trata de encontrar un lugar
para su cuerpo y un nombre que aplaque la angustia de no
saber quién es. Según Barthes el miedo escinde al sujeto
pero lo deja intacto.
Jorge Luis Borges en su texto La duración del infierno se
acerca a esta situación límite, en la cual el sujeto que tiene
miedo se sostiene en las facultades de su razón:
«Pensé con miedo ¿dónde estoy? y comprendí que no lo
sabía. Pensé ¿quién soy? y no me pude reconocer. El miedo
creció en mí. Pensé: esta vigilia desconsolada ya es el Infierno,
esta vigilia sin destino será mi eternidad. Entonces desperté
de veras: temblando».8(Negrillas son nuestras)
1. Principios
Barthes es un escritor lleno de libertad. Sus textos se pasean
por el mundo recogiendo sus frutos y sus insignias. Todos los
temas pueden ser su tema, porque su tierra es el lenguaje.
Es quizá, por lo mismo, el más estructuralista. Desde la moda
y sus desfiles, hasta la estética aromática de la comida
japonesa, Barthes lee el mundo y lo recibe en el espacio de
su escritura. Su maravilla consiste en encontrar maravillas en
cada cosa que existe y, si lo ve de ese modo, es porque es un
cazador apasionado de los signos y sus rotaciones. Para él,
todo puede ser significativo si se lee desde la perspectiva de
la construcción de lo humano. Su ojo se enlaza con su oído y
su olfato juega de flecha en los mensajes enviados a la mano
que, ya en el acto íntimo de la escritura, transmite lo que los
sentidos capturaron. Su tema es el mundo porque su mundo
es el lenguaje.
El libro que quizá mejor demuestre lo aquí señalado, es
Mitologías. Allí, recoge textos escritos entre 1954 y 1957,
donde se retrata con toda su fuerza, la agudeza de su mirada.
Son textos que versan sobre la vida cotidiana y sus diferentes
ventanas. Lo que busca no es hacer crítica erudita sino
desmenuzar el campo de significantes con lo que implican en
su materialidad y su sentido, la astrología, la cocina
ornamental, los objetos de plástico, los marcianos, en fin, la
danza de eventos mundanos. Barthes encuentra las
significaciones de las cosas, dice él, sus significaciones. Sus
ensayos son un modo de apostar, de incluirse en el magnum
de los textos y en la escritura de la vida; sus libros son su
vida.
El capítulo que sigue quiere impregnarse de ese aroma.
Lo escribiré en primera persona, de puño y letra y sin
sustraerme en el enunciado, porque me implica y me
determina, como los otros capítulos, pero de manera diferente.
No habrá un desarrollo orgánico sino una oleada de textos y
escrituras que muestren, sin explicar, mucho de lo tratado
conceptualmente en los capítulos anteriores. Se trata de un
texto donde las palabras tomarán su lugar en esta cascada
que el lenguaje nos da para bañarnos. Los temas serán
variados como diversos son los colores. Además, está
construido como un álbum de estampas textuales; de
fotografías de sílabas y vocablos; son fototextos.
2. La Risa y lo Cómico
Diversos autores a lo largo de la historia se han ocupado
de la risa. Existen por ejemplo, en lengua alemana, dos
filósofos que han tratado el tema con toda la seriedad que
requiere, a saber, Shopenhauer y Nietzsche.
Arthur Schopenhauer le dedica un apartado en su famoso
libro: El mundo como voluntad y representación. En su
primera parte, avanza lo que él llama una psicología de la
risa. Afirma que las operaciones humanas sólo se realizan
con ayuda de la razón, pero la risa se efectúa a espaldas de
ella. Según él, el efecto de lo cómico surge de la incongruencia
entre un concepto y su objeto, apareciendo la risa como la
manifestación humana ante la inesperada incongruencia.
Para Federich Nietszche, la carcajada viene a retumbar
en medio de la seriedad del mundo. Para el autor del
Nacimiento de la tragedia, la vida se sostiene sobre dos
dimensiones fundamentales, la vía trágica y la cómica. La
existencia no es solamente sufrimiento y dolor, también es
juego y creación gozosa.
Pero no sólo los filósofos han tocado el tema. Hay tres
autores que destacan por su agudeza, ellos son Baudelaire,
Freud y Octavio Paz. Es curioso que dos poetas coincidan
con un psicoanalista en el tema, pero lo más llamativo es que
coinciden en lo esencial: la risa es un modo subversivo del
actuar humano.
El 8 de julio de 1855, Charles Baudelaire publica un texto
titulado: De la esencia de la risa y en general de lo cómico
en las artes plásticas. Esta publicación formaba parte de un
ambicioso proyecto acariciado por el poeta desde 1852, la
construcción de una Estética de lo cómico, que incluiría una
“Filosofía de la risa”. Para Baudelaire, la risa tiene que ver
con lo diabólico, con la introducción de un cierto caos en el
espacio de la sabiduría y la religión. La risa puede inquietar a
los ángeles porque es profundamente humana. Su naturaleza
humana la llena con los signos de lo contradictorio. La risa
implica superioridad ante un objeto denigrado, pero también
inferioridad ante el creador de los mortales: es orgullo y
humillación. Orgullo ante la evidencia de que, él que ríe, no es
como del que se ríe; humillación porque Dios es el creador,
incluso de lo cómico. Baudelaire lo dice así: "La risa es
satánica, luego es profundamente humana...es esencialmente
contradictoria, a la vez es signo de grandeza infinita y de una
miseria infinita, miseria infinita respecto del Ser absoluto del
que posee la concepción, grandeza absoluta respecto a los
animales. La risa resulta del choque perpetuo de esos dos
infinitos.’ 1
Freud escribe en 1905 un texto sobre el chiste. En ese
libro, no sólo da carta de ciudadanía psíquica a un elemento
de la vida cotidiana que había pasado totalmente inadvertido,
sino que también da una explicación psicoanalítica del proceso
placentero que implica la producción de un chiste: la fuente
del placer emerge del ahorro de energía. Pero no será su
último escrito acerca del tema. En 1927, redacta para el 10o
Congreso Internacional de Psicoanálisis, un ensayo sobre el
humor. Aquí, a diferencia de su libro sobre el chiste, la
explicación no es de orden económico, es decir, fundamentado
en la energía, sino que introduce el problema de la relación
del yo con la realidad. Específicamente, comenta que en lo
cómico, el yo se rebela contra la realidad. El humor aparece
como un medio para negarse al sometimiento doloroso de la
vida y para que el yo se afirme ante los traumas del mundo
exterior. No sólo el mundo exterior es cuestionado con el
humor, sino que el yo intenta demostrar, a partir de él, que lo
doloroso incluso puede proporcionarle placer. Freud escribe:
“El humor no es resignado, sino rebelde; no sólo significa el
triunfo del yo, sino también del principio del placer, que en el
humor logra triunfar sobre la adversidad de las circunstancias
reales.”2
Octavio Paz, el poeta y ensayista, retomará a Baudelaire y
a Freud, para enunciar con todas sus letras la función de la
risa como rebelión. En 1969, inspirado por la lectura que
hiciera de la Nueva Picardía Mexicana, escribe cuatro textos
sobre el humor: La metáfora, Conjugaciones, Eva y
Prajñaparamita y El orden y el accidente. Ahí resume lo
fundamental de su pensamiento sobre el tema, pone el acento
en la función del humor como modo contestatario y rebelde.
Paz afirma: “La crítica social asume con frecuencia la forma
de la burla contra la pedantería de los cultos...El principio del
placer es subversivo.”3
Para constatar lo aquí referido, se puede pensar el lugar
que juega la risa dentro de un espacio tan sagrado como la
escuela.
En 1995, me invitaron a participar en un proyecto muy
especial: la configuración del Programa Nacional de
Educación Preescolar. Por sorpresivo que parezca, en México
el programa nacional para los niños que comienzan su
educación formal, se fundamenta, conceptualmente, en
Piaget, Freud y Lacan. Evidentemente, su elaboración no fue
sin desvelos y su aplicación sin dificultades. Las reflexiones
que su puesta en marcha provocó, son la fuente de lo siguiente.
a) Tiempo y movimiento
La dimensión del tiempo siempre ha obsesionado al ser.
Ver las estrellas fue, no sólo un acto romántico en los albores
de la humanidad sino, también, un gesto desesperado. El
cielo, su día y su noche fueron el primer enigma luminoso del
tiempo. Mirar fue el primer paso epistémico en el proceso de
conocer; medir fue el segundo. Medir: relacionar fenómenos
jugando a predecirlos.
Observar el cielo y sus cambios lo hace cualquier animal;
medir, calcular y jugar con los movimientos y las repeticiones
de las luces sólo lo pueden hacer los humanos. Jugar a
calcular el tiempo es una pasión humana.
Toda civilización ha querido decir sobre el tiempo. Cada
una ha tenido su concepción y con ella una concepción del
universo. Hay posiciones sagradas, circulares, matemáticas
y poéticas en relación con el tiempo. La modernidad también
tiene su concepción. La modernidad es una crítica al pasado
y una apuesta al futuro; el presente es transitorio. El presente
en la modernidad está hipotecado: no se entiende sin el
pasado, no se concibe sin el futuro. La posición moderna es
devenir.
En su discurso de recepción al Premio Nobel, Octavio Paz
dijo algo muy interesante: “En la infancia sólo hay presente.
Ni pasado ni futuro, sólo inmediatez tangible”, pero después
agregó algo así como: “Uno deja de ser niño cuando es
desterrado del presente”. Dos cosas pueden inferirse de
estas frases: 1) que los niños no son modernos y 2) que la
infancia termina cuando el sujeto se precipita a los dolores
del tiempo. Esto nos lleva a mirar desde otro lugar la infancia,
ya que uno podría preguntarse: ¿acaso el niño sólo vive en un
presente sin pasado?, ¿qué precipita a los infantes al vértigo
de los tiempos?, ¿qué es una historia infantil?, ¿acaso la
infancia no debe pensarse en términos de desarrollo biológico,
sino también en aquéllos del devenir del ser?
Problematizar sobre estas líneas es el ánimo de este
trabajo. Comencemos.
Si bien es cierto que el niño vive un presente continuo, éste
no es sin historia. El niño se experimenta en un proceso
inmediato, pero eso no lo exime de la historia. Su historia,
por corta que parezca, tiene mucho tiempo en proceso de
escribirse, ya que comienza mucho antes de que nazca, es
una precipitación de historias anteriores. Así, su presente es
su pasado. Pero no sólo eso, sino que cada día representa
un enfrentamiento con lo nuevo. Descubrir es la pasión de la
infancia y esto la precipita a “lo que vendrá”. Así, los niños
están sujetos al futuro por venir. A esto habría que sumarle lo
que sucede, de otro modo, con el “pasado infantil", respecto
de su futuro. Los padres, actores históricos del nacimiento
de un niño, le tienen también un futuro propuesto. De la cuna
al jardín de niños y de la primaria a la universidad, al
matrimonio y al sueño del consumo. Así, podríamos decir que
un niño vive un presente inmediato, pero que esta experiencia
desconoce su implicación con un pasado que lo precede y
un futuro que lo predice.
Un niño es un nudo complejo de historias desconocidas,
pero palpitantes. Ante tal situación es necesario repensar el
problema del inicio de la educación escolar y sus propuestas
de formación. Desde hace algún tiempo he venido pensando
una nueva posición frente a la infancia y su relación con la
escuela. Una propuesta centrada en el niño como sujeto
principal de la historia ha sido la fuente de un programa y una
práctica nueva en lo que se llama educación preescolar. A
partir de la complejidad de lo que es un niño quisiera señalar
algunos obstáculos que pueden presentarse frente a la
relación entre un niño como personaje fundamental del
proceso de conocimiento y una escuela que también tiene su
historia.
b) La disciplina de la repetición.
Un niño, una niña es un nudo complejo de historias. Pero,
¿qué es una historia?, ¿es el recuento de fechas y datos
biográficos de un sujeto? No nada más. Fundamentalmente,
una historia es el caleidoscopio de los colores del deseo. La
historia, mi historia, no es lo que me ha pasado o lo que he
vivido, sino también lo que no me ha sucedido y lo que aún no
ha muerto. Una historia es, más que nada, el espacio donde
mi deseo ha buscado no morir o hacerse reconocer.
Lo que uno cuenta cuando narra su historia, no son los datos
ciudadanos sino los modos como se ha transitado por el
laberinto del deseo. Ahora bien, mi deseo como mi historia
aparece siempre en un mundo, y decir mundo, es nombrar
los otros, lo social. Por lo tanto, si toda historia es social, la
historia de cada niño incluye la relación de su deseo con los
otros. Precisamente eso es lo que constituye su historia: su
vinculación con el deseo de los otros. Pero, ¿cómo hace
historia una niña si su tiempo está enclavado en un presente
inmediato?, ¿cómo hace un niño para decir una historia que
anuda otras historias si (aún) no puede decirla? La dice
jugando.
Jugar es intentar poner de un modo visible la complejidad
de la historia. Cuando el niño juega, pone en acto la historia,
en tanto presente, vinculada; entremezclada con las historias
familiares que la preceden y también determinan. Jugar es
intentar decir qué es la historia de un niño mientras la está
construyendo. Jugar es anudar lúdicamente el pasado y el
futuro en el presente como acto.
Pero, ¿qué se juega en un juego? En el juego se juegan
las danzas del deseo, o dicho de otra manera, los modos
subjetivos como un niño vive su deseo en relación con otros.
Ante tan compleja y maravillosa actividad, la escuela
tradicional ha respondido con desconfianza al juego y con
disciplina ante las historias particulares. El gran obstáculo para
una nueva forma de plantearse el lugar del niño en la escuela,
es el predominio de la disciplina frente a las actividades
lúdicas. Ante la creatividad del juego se responde con la espina
de la repetición; ante la singularidad del deseo se contesta
con consignas disciplinarias que uniforman y silencian.
Para poder escuchar el juego del niño se necesita proponer
un poco de silencio a la disciplina. Para que el deseo y la
singularidad del deseo del niño florezca en el intento de
redactar su historia en el texto del juego, se requiere aceptar
las diferencias de los procesos y sus singularidades, sin
intentar reducirlos a una disciplinada, callada y silenciada
repetición de lo viejo y lo codificado. Suena fácil ¿no?
6. Escalera al Cielo
El mismo día del calendario, pero seis años después,
tendría lugar, en lo formal, la secesión del poder presidencial.
Tras los homenajes correspondientes, Carlos Salinas de
Gortari haría entrega de la banda, al presidente electo, por
supuesto, antiguo miembro de su gabinete y de su partido, el
doctor Ernesto Zedillo. Se encontraban en el podium superior,
el Presidente saliente y el de la Cámara de diputados y, en
inferior, los secretarios encargados de dar fe escrita de lo
que acontecía en ese recinto gubernamental. A las dos de la
tarde, hizo su entrada el doctor Zedillo en medio del aplauso
de diputados, invitados especiales y miembros de los poderes
públicos. Todos los mexicanos que no fuimos invitados a la
ceremonia, y seguíamos por televisión tan importante suceso,
vimos al doctor Zedillo acercarse al lugar donde se realizaría
el cambio de poderes; pero en un momento, se vio llegar al
estrado superior sólo a los miembros de su escolta. Luego
de que en México, ese año, acontecieron diversos sucesos
violentos, por un momento el teleauditorio contuvo la respiración,
inmediatamente, las cámaras mostraron la imagen del
Presidente electo que había subido al podium, sí, pero se
había equivocado de piso, metiéndose al espacio de los
secretarios,. Rectificado el piso y el paso, llegó sonriente al
lugar que la Constitución le demandaba. Los actos no es que
digan más que las palabras, lo dicen de otro modo, a veces,
como en este caso, más ilustrativo.
7. Lingüística Priísta
No cabe duda que los tiempos cambian. Quien primero
fue Dios y recibía todos los halagos posibles cuando estaba
en el poder, ahora, cuando ya lo perdió, no sólo es indeseable,
sino que se le intenta expulsar de donde vino. El partido en el
poder tiene una moral de hierro: al que no le sirve le pasan
cuchillo, con tal de salvar los curules y el control del país. En
medio de la crisis económica, política y social, el PRI se debatía
entre expulsar a un ex-presidente que se les había convertido
en un problema o dejarlo dentro del partido pero fuera del
país. En este contexto, de nuevo la materialidad del significante
nos ayuda a mirar el con-texto. Presento, sin más comentario,
una caricatura que se publicó el 19 de septiembre de 1996
en el periódico La Jornada.
LINGÜISTICA PRIISTA ■ El Fisgón
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8. Recopilación Vagabunda
Si se hiciese una encuesta literaria, donde la pregunta
fuese: ¿Cuál cree usted que sea el libro más editado y, por
ende, más leído, escrito en lengua castellana después del
Quijote de Cervantes?, muchos responderían que Cien años
de soledad de García Márquez o quizá que El laberinto de la
Soledad de Octavio Paz; tal vez, si se pensase más en la
poesía, se propondría el Aleph de Borges o Azul de Rubén
Dario. Algunos otros, más de la onda, responderían que De
perfil de José Agustín, o La región más transparente. Pero
no, el libro más leído, escrito en lengua castellana después
del Quijote, es nada menos que Picardía Mexicana de
Armando Jiménez.7
Este texto que, junto con su segundo volumen incluso ha
generado un extenso trabajo de un premio Nobel como lo es
Octavio Paz, se construye como una recopilación de frases
populares, y no tan populares, que se emiten y se ejercen en
los lugares donde la vida cotidiana tiene sus placeres. Sea
en el retrete de un restaurante elegante o chafa, en la cantina
de un barrio lastimado por la economía o en los pasillos de
los salones legislativos, el lenguaje siempre encuentra la forma
de hacerse oír. El espacio del pensamiento o la reflexión no
es la excepción.
Uno de los grandes placeres, además de la escucha clínica,
que proporciona el hecho de ser psicoanalista, es la
posibilidad de viajar para compartir las preguntas y los
enigmas que la praxis y el saber psicoanalítico nos procura.
El espacio de la transmisión siempre ha sido complicado pero
hermoso y me ha permitido visitar diferentes estados de la
República Mexicana como son: Puebla, Oaxaca, Veracruz,
Jalisco, Tabasco. Ahí he compartido lo que este saber nos
depara. Lo curioso es que cuando llega al momento de pensar
el significante y sus movimientos, han surgido ejemplos
emanados de estas diferentes regiones.
Quisiera compartir aquí algunos de ellos.
Una vez, luego de trabajar las Nuevas conferencias de
introducción al psicoanálisis que publicara Freud, precisamente
aquélla donde surge la famosa frase: “El que comienza
cediendo en las palabras, termina cediendo en los hechos”,
alguien pasa un papelito donde se lee: “Sí, Freud tiene razón,
el que comienza cediendo en la palabra, termina cediendo
en el lecho.”
Otra situación que se repite es aquélla de ejemplificar la
manera como el significante no está adherido a un significado,
a partir de jugar con las palabras en el famoso “no es lo
mismo...” Presento aquí algunos de ellos.
No es lo mismo:
“No dés flores a las señoritas que, no desflores a las
señoritas.”
“Córrele pava que te lanzan que, córrele que te la zampaba"
“Un gato montes que, te montés un gato”
En un pueblo de la huasteca, existe un dicho muy conocido:
“San Cayetano era santo
comía como vestía
dormía sobre una vieja estera,
la vida del santo”
pero todo el mundo lo dice así:
“San Cayeta no era santo
comía como bestia
dormía sobre una vieja, esfera
la vida del santo"
En los ejemplos anteriores se ve muy claro cómo la
significancia se produce a partir del lugar que ocupe el
significante dentro de la cadena, es también evidente cómo
el significante por sí mismo no significa nada, y cómo el
sentido se produce a partir de su ubicación.
Pero quisiera referir aquí, un chiste que me contara un
paciente en medio de una sesión muy luminosa. En él se verá
como un significante no es otro significante y cómo no necesita
haber alteración fonética, ortográfica o sintáctica, para que
un significante , por el simple hecho de estar en otro lugar,
produzca significancia en el acto de la pura diferencia. El chiste
le fue contado a mi paciente por una colega andaluza. La
española pregunta a un grupo de amigos que estaban
trabajando... saben ustedes ¿cuánto dura un polvo?, ante la
sorpresa y el silencio de los escuchas ella misma respondió:
" lo que dura dura”. Antes de comentar respecto de este cuento,
quizá valga la pena aclarar que “polvo” es la palabra, dulce y
juguetona, que utilizan los españoles y, por su puesto, las
españolas también, para referirse al acto sexual. Como se
hace evidente la significancia del chiste consiste en los
múltiples sentidos que se engendran por la respuesta, pero
los múltiples sentidos se producen porque el significante
“dura”, que aparece en tres lugares diferentes, siendo
exactamente la misma palabra, produce sentido según en el
lugar que se encuentre.
a) Tapices de piel
Toda sociedad tiene sus leyes y, por lo tanto, sus
instituciones. Las sociedades tienen sus espacios permitidos,
sus lugares tolerados y sus territorios prohibidos. Tienen
también su cultura como máquina de producir signos y sus
rupturas cuando estos signos se vuelven contra ellas o se
enloquecen en las diferencias inclasificables; tienen sus picos
encumbrados y sus puntos de fuga.
Pero asimismo, todas las culturas tienen sus concepciones
del cuerpo. Según sea esta arquitectura del cuerpo, será su
modo de representarse. La cultura hace del cuerpo el espejo
de su representación: sus imágenes en la moda, sus adornos
brillantes frente a la opacidad de la piel y sus exigencias
estéticas en las ceremonias obligatorias, revelan los modos
como se concibe una sociedad.
De estas ideas y concepciones sobre del cuerpo, surgirá
la significancia y la representación del tatuaje.
El tatuaje ha sido una práctica que atraviesa los tiempos y
sus diferentes producciones . Desde los chinos con sus
legados en la piel y los faraones egipcios y sus insignias de
linaje, hasta los rockeros y sus dibujos satánicos o psicodélicos,
el tatuaje ha marcado la piel de los humanos. El tatuaje hace
de la piel, el papel de una declaración y esta, ya que marca
cortando, se convierte en un acto de desafío al tiempo. Hay
amores que exigen una promesa escrita con sangre, hay
promesas que no deben borrarse en ningún viaje y existen
viajes que no pueden no dejar huella de amor. Los marinos
son expertos en el tema; ante la inmensidad del mar y la
negrura de la noche tropical, escribirme tu nombre color de
luna me embriaga de tu sal con olor a ausencia. Pero no sólo
de amor se escribe, el odio también tiene su lugar en las
declaraciones: el puñal tatuado que aún no encuentra su funda,
la venganza escrita en forma de calaca en el brazo ejecutor,
la galería grabada con navaja de nombres de los hombres
que estuvieron y ya se fueron. El tatuaje es la escritura de las
pasiones cuando se convierten en apuesta frente al devenir.
Tatuaje: iconografía imborrable de las pasiones; pacto tejido
con los hilos del amor y la muerte.
A lo largo de la historia, el tatuaje ha sido un espacio donde
se escriben las prácticas sociales. En la antigüedad, la
relación erótica de los mortales con los dioses exigía la marca
de un consentimiento o una insolencia, y su trazo debía
ejercerse en la piel. Las pruebas iniciáticas en muchas
latitudes también necesitaron su constancia corporal. Cuando
la valentía, el heroísmo o el arrojo de un guerrero sobrepasaba
los límites cotidianos de una tribu, los tatuajes venían a ser el
acta del valor. Del mismo modo, en otros prados calurosos,
servían a los guerreros como simulacro ideográfico que les
permitían adquirir la fisonomía de un animal o un espíritu,
produciendo, para la guerra o la fiesta, un aspecto terrible o
divino. La escritura en la piel también fue usada como signo
de hechicería y sabiduría en Oriente, donde los hechiceros,
portaban en sus cuerpos dibujos mágicos y enigmáticos como
demostración de sus poderes e insignias de sus embrujos y
pactos malignos. La sabiduría no se ha salvado de ser trazada
en los cuerpos encorbados de sus pilares humanos.
En la actualidad, el cuerpo que había sido reprimido y
velado por las religiones judeocristianas, vuelve a portar los
trazos en la carne. Los tatuajes se han convertido en un modo
de ejercer simulacros no místicos y de producir una estética
en movimiento. Con ello, el cuerpo se puede convertir en tapiz,
en espacio doloroso de moda, en museo ambulante, en graffiti
epidérmico o en práctica de fierros pintores que convierten a
cualquier ciudadano en un hombre ilustrado.
De este modo, a lo largo de la historia, el tatuaje ha
cumplido o realizado diferentes funciones: mágica, al propiciar
protección y servir de amuleto u oración encarnada; mística
en tanto comunicación y correo de sangre con los dioses;
identificatoria como símbolo de iniciación o pertenencia y
estética propiciando que el cuerpo se convierta en la
superficie del adorno y la audacia semiótica.
Entre todas estas funciones, hay quizá dos que históricamente
son significativas. El tatuaje funge como evidencia de
humanidad al encamar el origen de la actividad artística. La
escritura en las cavernas, las inscripciones en las tumbas son
las marcas de la humanización pero el caminar del arte
comienza en la escultura del propio cuerpo. El cuerpo apareció
como un objeto sagrado y por lo tanto como la primera
escultura a producir. En el origen del arte está la producción
escultural del cuerpo; más claro, el cuerpo fue el primer objeto
a decorar y por lo tanto el primer acto artístico viviente. Cuerpo:
escultura mágica marcada con tinta de sangre y carbón.
Siguiendo en esta ruta, el tatuaje, en tanto acto estético
escultural, permitió en los orígenes dar el paso del destino
puramente biológico al pacto social. Los adorno y los
decorados en la cara representan el paso de la superficie
carnal al rostro como texto de la dignidad social, la ferocidad
guerrera o estratificación mística. El tatuaje representó la
primera escultura humana al inventar una máscara sobre el
rostro.
b) Geografías marcadas.
Para el psicoanálisis, el tatuaje cumple diversas funciones.
Ante el cuerpo vivido en la fragmentación, éste puede fungir
como el trazo que unifique en lo imaginario lo que se rompe
en lo real. En este mismo registro del imaginario. El trazo que
marca el cuerpo con un graffiti particular, empuja a la
singularidad en medio del mar de cuerpos anónimos;
cualquier brazo, tan parecido a todos lo brazos, deja de serlo
y se convierte en el mío, al reconocer el sello de una historia
hecha carne. Tatuaje: trazo de la diferencia. El espacio del
cuerpo se vuelve, entonces, el mapa de las rutas singulares y
diferenciales por las que un sujeto particular ha transitado en
el laberinto de los amores y los odios.
En otro registro, el tatuaje permite cifrar el cuerpo como un
modo de dar aposento a lo que le da significación. Por medio
de él, el cuerpo se convierte en el espacio de la instancia de
la letra; se transforma en la instancia hecha letra. El cuerpo
es tatuado, es marcado por las agujas pero también por el
amor perdido, la palabra nunca dicha que hace hueco, el golpe
de la traición inesperada o el adiós que hizo brotar la libertad;
el cuerpo es el espacio donde la historia escribe sus trazos:
es el campo de las cicatrices del tiempo.
Hay algo importante, el tatuaje no sólo implica a aquel que
se rayó la piel. Tatuarse es un modo erótico de trazar en la
geografía del mundo, una marca de existencia. Se trata de la
escritura como modo de localización del sujeto en el campo
del Otro. Pero no de cualquier escritura, es aquella que
singularizando el cuerpo legitima un modo especifico de
representarse, además, y por lo mismo, el cuerpo adquiere
el estatuto de canto visible, de voz de sangre; de apuesta,
desesperada o no, de gestar una vía de la belleza que se
encarne en una declaración de existencia; es un modo de
gritar en medio del silencio y de producir un trazo en el campo
del Otro, en el de su ley.
c) Código de barras
Existe una clara relación entre la ley y el cuerpo; ésta quiere
someterle. El derecho y sus caminos siempre desembocan
en los cuerpos. Desde su origen el derecho se escribe en los
cuerpos; todas las actas se levantan sobre él. Sea por la vía
de la justicia penal o la civil, los cuerpos son castigados u
obligados; puede ser la silla eléctrica, la cárcel o la obediencia
en la fidelidad conyugal. La ley escribe su texto en la superficie
corporal.
Esta ley puede ser punitiva o no; la moda, por ejemplo, es
un modo de ejercicio de lo legal que no tiene el rostro de la
policía. Su fuerza se realiza a partir del déficit. La moda
funciona sacando elementos que no se usan o sirven (grasa,
pelo, arrugas, etc.) o agregando ( pintar uñas, sembrando
pelo, abultando senos, etc.), es decir, corrige. La moda
interviene corrigiendo con relación a un código; obliga a los
cuerpos a alinearse en una norma, ella los normatiza; los viste
con los trapos de la exigido.
Pero la ley también tiene su rostro feroz: castiga a aquel
que no la cumple. Pero ¿dónde se ejerce ? Sobre los cuerpos.
El cuerpo es el espacio de realización de lo legal. El ejercicio
de la ley tiene en el cuerpo su territorio privilegiado porque es
su país de existencia; es su piel. En el cuerpo no sólo se ejerce
el castigo sino, como en el ejemplo de la moda, se escribe su
texto. Además, es donde se usan sus instrumentos sean
letales, estéticos o correctivos; donde funcionan los bisturíes
quirúrgicos, el potro, la cruz, el tegretol, el apando o las
golpizas de la policía de todas las ciudades, los padres rígidos,
los maridos machistas o los maestros retrógradas. El cuerpo
es donde la máquina de escribir de la ley traza el código con
sus herramientas filosas.
Aquí es donde el tatuaje, específicamente tras las rejas,
cobra su fuerza y su belleza. Ante el código de barra, la flor, la
calaca, la riña o el puñal. Los autores que estudian el poder lo
han señalado ejerciéndose de arriba para abajo; Foucault y
el estudio de las prácticas disciplinarias, Althusser y la
denuncia de los aparatos ideológicos del estado. Pero no
hay ejercicio del poder estatal, fam iliar, policíaco o
pedagógico que no se encuentre con la resistencia. No hay
sometimiento sin guerra, ni imposición sin protesta: no hay
ley ejercida que no se enfrente a su contestación y ,a veces, a
su anulación. También existe el poder de la rebeldía y la
contestación. El tatuaje es un ejercicio del poder rebelde frente
al del código punitivo.
La ley castiga encerrando, poniendo tras las rejas;
embotellando. Se castiga la libertad aprisionando el cuerpo.
Pero con el tatuaje se ejerce un acto de libertad. Encerrado el
cuerpo es lo único que nos pertenece; allí se escribe la ley
pero también el poema; el cuerpo se transforma de espacio
de castigo y encierro en archivo de vida y libertad. El
embotellado llena de licor rojo la amargura dé la sombra; se
emborracha de agujas.
En la escritura, la hoja en blanco circunscribe el limite de!
trazo, en la cárcel, la hoja en blanco dónde escribirse es el
cuerpo. Rayándose se transforma el cuerpo propio en el
propio cuerpo. Rayarse es una práctica de la recuperación
del cuerpo, de liberarlo. Allí se escribe algo surgido de la
propia historia que nadie puede borrar. La piel se transforma
en el pergamino que lleva a la isla del tesoro, y. ¿en qué
consiste ese tesoro? En las leyendas de la vida. Esas
leyendas se escriben en las hojas de piel viva. El tatuaje
convierte al cuerpo encerrado en isla reconocible; en territorio
propio dónde intentar escribir una novela; la propia, la única,
la que no se puede arrebatar. Los tatuajes convierten las
cárceles en bibliotecas radicales.
Frente a la fealdad de la ley, los tatuajes inventan una belleza
clandestina: frente a lo gris de los muros el color de la virgen,
los brillos de la muerte; el rojo de la sangre. Las rayas
transfiguran los barrotes. La belleza puede ser pensada como
la táctica realizada del equilibrio, pero también como el invento
humano por transformar la verdad de lo horrible en canto
escuchable; la belleza es transgresión, no de la regla sino de
la realidad. En su origen el horizonte de lo bello consistió en
transfigurar el impacto intestinal del cuerpo y la pesadilla de
lo existente en trazo exuberante que libere y texto con vuelo
que transporte. El tatuaje en las sombras es un modo de revivir
una y otra vez el origen del arte: libertad y transgresión ante lo
existente.
Presos, todos estamos, ¿de qué?... de nuestro cuerpo y
del lenguaje. Desde el psicoanálisis reconocemos que el Otro,
ley y mandato, no está sólo en el código de los congresos, en
el padre totémico o en la constitución de los países, sino que
es nuestro cuerpo; el Otro se encama en el cuerpo. Por eso
tatuarlo, rayarlo, hacerlo libro visible, constituye, hace trazo
en ese espacio del Otro. El tatuaje quiere liberar el cuerpo en
cautiverio por la biología y la ley. No lo logra del todo (¿qué lo
lograría?) pero permite el intento de marcarlo con trazos
singulares; permite subrayar en ese campo la particularidad
de una historia. Posibilita escribir, quizá, el nombre propio en
el espacio del Otro. Se trata pues de una práctica de la firma;
tatuarse es firmar de recibido pero exigiendo la cláusula que
ese cuerpo puede usarse como libro de la historia. Tatuaje:
firma indeleble en el silencio del Otro.
d) Colofón
Este texto lo escribí con la mano izquierda, por posición,
fractura y decisión, pero también porque en ese brazo tengo
mi tatuaje. Lo realicé en calidad de escriba. Lo que aquí se
plasmó tiene estatuto de acta construida en combinación con
ecos de otros y asentada y aceptada por mi tinta y sello. Es
un caleidoscopio de voces bibliográficas: Foucault, De
Certeau, Lacan, Freud, Bataille, Guzmán, pero fundamentalmente
de voces vivas y exigentes, las de todos los habitantes de las
cárceles que dejan sus trazos en los cuerpos, las paredes o
el murmullo del lenguaje. Estos actores de la creación nacida
en la sombra de la celda, todos los hombres y las mujeres
que nos enseñan sus pinturas, sus poemas y sus tatuajes, no
sólo nos enseñan eso; ustedes saben a que me refiero. Sus
escrituras son un archivo de los modos como la vida se ejerce
a través de los barrotes de la muerte.
Notas:
1Baudelaire, Charles, Lo cómico y la caricatura, ed. Visor, Madrid, 1988,
p.28.
2 Freud, Sigmund, El humor (1927) en Obras Completas, t. III, ed.
Biblioteca Nueva, Madrid, 1973, p. 2998.
3 Paz, Octavio, “Conjugaciones" en Obras Completas, t. X, Ideas y
costumbres, ed. FCE, 1996, p. 121.
4 Monsiváis, Carlos, “Ahí está el detalle. El cine y el habla popular”,
aparecido en La Jornada del 17 de abril de 1997.
5 Idem.
6 Agradezco a Alejandra Martinelli la investigación que realizó en la
Hemeroteca de la UNAM.
7En el libro de Armando Jiménez, Nueva Picardía Mexicana de ed. Diana,
se lee en la página 297: ‘ Esta misma editorial publica, también de A.
Jiménez Picardía Mexicana, el libro más leído en la historia de la literatura
en idioma español. (Solamente después del Quijote de la mancha."
Segunda Parte
1
Una vez problematizado el espacio del lenguaje y sus
caminos, se necesita avanzar y señalar un más allá del
lenguaje. Este más allá atañe a lo real. Para abordar este
otro registro, nada mejor que problematizar el campo de la
psicosis, porque como se verá, es desde este espacio que
se cuestiona la hegemonía del simbólico y resalta de manera
evidente la necesidad de incluir el registro del real, en la
concepción de la estructura y en la reflexión acerca de la
clínica.
Erasmo planteaba que no se puede hablar de la locura
fuera del espacio que ella engendra. Quien habla de la locura,
habla desde ella. Freud no sigue necesariamente esta
máxima romántica y se enfrenta a la locura de un modo más
respetuoso: le pregunta. Preguntarle a la locura implica
enfrentarla, no responderla. En múltiples ocasiones exteriorizó
sus dudas sobre la viabilidad del psicoanálisis de los
psicóticos. El psicótico, llegó a pensar, puede ser inanalizable.
Freud no respondió a todas las preguntas que la psicosis
planteaba al psicoanálisis, sin embargo, no dejó de
problematizar este campo difícil y de analizar teóricamente
las psicosis. La locura siempre lo interpeló. Casi toda su obra
está atravesada por preguntas, silencios y suspiros
provocados por ella. Sin embargo, nunca explícito una teoría
general de las psicosis, tal como lo hizo con las neurosis en
1917.1 Pero la inexistencia de una teoría general de las
psicosis, enunciada sistemáticamente por Freud, no impide
que el creador del psicoanálisis haya formulado ideas
fundamentales al respecto.
Así, valdría la pena rastrear en los textos freudianos las
puntuaciones sobre las psicosis.
Para ello es necesario relacionar la problematización de
la psicosis con la arquitectura misma de su obra.
Desde esta perspectiva, se podrían señalar cuatro tiempos.
El primero puede llamarse “El tiempo del trauma”, y va de
1882 hasta 1897. En este tiempo, el trauma aparecía como
el origen de la histeria, la obsesión y la paranoia.
El fundamento teórico se apoya en una posición energética
y la cura se fundamenta en la desaparición del síntoma, a
través de la abreacción y la rememoración, vía la hipnosis.
En este primer tiempo, Freud escribe dos textos donde incluye
reflexiones sobre la paranoia: Las neuropsicosis de defensa,
de 1884, y Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis
de defensa, de 1896. Anterior a estos escritos, existen
referencias a la paranoia en los manuscritos H y K de su
correspondencia con Fliess. En 1884, Freud plantea que el
yo se defiende contra una representación intolerable;
específicamente en el caso de la paranoia, la defensa es la
más exitosa, pues el yo “desestima” (vewerfen) la representación,
el afecto y la realidad a ella enlazada. En las nuevas
observaciones, sólo dos años después, Freud afirma lo
mismo, pero el mecanismo ya no es el rechazo sino la
represión. El nudo central de este periodo relaciona al yo con
la defensa, y a la representación, con la pérdida de la realidad;
mecanismo: la represión; agente: el yo; resultado: una defensa
exitosa a costa de la realidad.
El segundo tiempo que iría de 1897 a 1914, podría titularse:
“Sexualidad, lenguaje y clínica". En este periodo, Freud escribe
nada menos que: La interpretación de los sueños, El chiste
y su relación con el inconsciente y La psicopatologia de la
vida cotidiana. La sexualidad se hace merecedora de un
escrito teórico en: Tres ensayos para una teoría sexual, y de
varias propuestas clínicas en cuatro de los famosos casos
clínicos: “ El caso Dora” , de 1905; “Juanito” , de 1909;
“Schreber”, de 1910, y “El hombre de las ratas”, de 1911.
La histeria, la fobia y la obsesión reciben tratamiento de
paradigmas clínicos. Pero también las psicosis. Mejor dicho,
Schreber y sus memorias, son analizadas en 1910. En su
escrito dedicado a ese caso, Freud desarrolla por primera
vez, de manera sistemática, sus ideas acerca de la paranoia.
Una tesis sorprendente aparece en la tercera parte de su
escrito: en lugar de una realización homosexual del deseo,
puede existir un delirio paranoico. Más preciso: el delirio
paranoico es una defensa contra una “tendencia" homosexual
del deseo. En 1910, Freud postula que el mecanismo psicótico
se constituye en tres movimientos: la fijación, la regresión y la
represión. A partir de ellos, señala similitudes y diferencias
con la neurosis. Una de las diferencias fundamentales se
centra alrededor de la proyección y la peculiaridad del "retorno
de lo reprimido”. Freud dice que en la psicosis, lo sofocado
adentro retorna desde afuera. Pero, ¿cuál sería la diferencia
con 'a neurosis, si también en ella hay retorno? La diferencia
aparece en el desdoblamiento de los registros. En la neurosis,
lo reprimido y lo que retorna están en el mismo registro, en el
mismo campo. Freud diría interno, Lacan diría simbólico. En
la psicosis no sucede lo mismo: lo sofocado adentro retorna
desde afuera. Lacan diría lo que no fue simbolizado retorna
desde lo real. Freud desarrolla puntos clave además de los
citados: el lugar del perseguidor ligado al padre, las
formaciones gramaticales origen de los síntomas paranoicos,
así como la imbrincación entre el narcisismo y la homosexualidad.
El tercer tiempo de la puntuación en la arquitectura de su
obra va de 1914 a 1919 y se enlaza al anterior a través de un
escrito fundamental que funge como bisagra: a saber,
Introducción del narcisismo de 1914.
La Introducción del narcisismo pone en tensión las ideas
anteriores de Freud e inaugura la vía para las propuestas
metapsicológicas. Este tiempo ha sido denominado “primera
tópica”, ya que se sostiene sobre el tríptico textual de Pulsiones
y destinos de pulsiones, La represión y Lo inconsciente de
1915. Tanto Introducción al narcisismo como los escritos
metapsicológicos son fundamentales en la teorización de la
psicosis. En el texto acerca del narcisismo, aparece la idea
fundamental de una libido narcisista diferente de una libido
objetal; y el capítulo VII de “Lo inconsciente” presenta
reflexiones esenciales sobre el lenguaje en la psicosis y la
lógica que sostiene y relaciona a la representación cosa con
la representación palabra.
El cuarto tiempo, que puede llamarse “de la segunda
tópica” , se inicia en 1919. Esta época que no es de
decadencia, sino de esplendor, se inaugura de manera
sombría con un texto luminoso: Más allá del principio del
placer.
La pulsión de muerte hace su aparición y las consecuencias
no se dejan esperar. Algunos años después, Freud escribirá:
El yo y el ello, Inhibición, síntoma y angustia, Lo ominoso y
El problema económico del narcisismo. En este cuarto
tiempo se aborda la psicosis a partir de la tridimensionalidad
conceptual del aparato psíquico. Dos artículos brillan por su
sencillez aparente y su profundidad evidente: Psicosis y
neurosis y La pérdida de realidad en neurosis y psicosis, de
1925. De nuevo, en estos dos textos, lo central de la reflexión
en torno de la psicosis, es la realidad. Sin embargo, algo nuevo
aparece: Freud habla de que uno de los mecanismos
fundamentales de la psicosis es la desmentida. Además,
señala que para explicar la psicosis se deberá dilucidar el
mecanismo específico de la misma ya que, si bien se parece
a la represión, ésta no es el mecanismo preciso. Lo aquí
señalado llama la atención, porque evidencia una tensión que
no deja de atravesar todo el recorrido freudiano por el campo
de las psicosis. Dicho claramente: Freud no alcanza a definir,
de manera precisa, el mecanismo constitutivo de las psicosis.
La dificultad para resolver lo constitutivo de la psicosis va
aparejada a una pregunta que hacía límite y crisis a las
propuestasfreudianas: ¿es posible el tratamiento psicoanalítico
de las psicosis?
Ante esta pregunta, muchos se sienten convocados. Entre
ellos, Jacques Lacan; él escucha la pregunta y quiere
resolverla. No es que la pregunta de Freud lo hubiese llevado
al tratamiento de las psicosis, ya que él era psiquiatra; a lo
que lo convoca Freud es a la vía analítica de un posible
tratamiento. La práctica psiquiátrica de Lacan lo lleva a un
impasse y allí, quizá allí, escucha las propuestas del
psicoanálisis y decide tomar ese camino contestando a la
pregunta de Freud. Así, en 1957, escribe un texto que titula:
De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la
psicosis. Título extenso, pero revelador. Se trata de una
cuestión preliminar, pero señala que el tratamiento de las
psicosis puede ser posible. El texto de 1957 concentra, como
el de Freud de 1910, sus ideas sobre las psicosis; pero no
se detiene ahí, ni tampoco comenzó allí. También, en Lacan
se pueden plantear diferentes tiempos en relación con la
psicosis.
El primer tiempo abarca de 1930 a los albores de la
segunda guerra mundial. En ese entonces, Lacan propondrá
el origen de la psicosis ligado a lo social y a la relación
imaginaria con el otro, como nudo de la paranoia. Su tesis de
doctorado de 1932 lo atestigua, y sus escritos de Minotaure
lo testifican.
Después de la segunda guerra mundial, Lacan vuelve a
hablar de la psicosis en un texto llamado: “Acerca de la
causalidad psíquica”; allí, critica las suposiciones órganodinamistas
de la psicosis, propone la dialéctica del ser como constitutiva
de la psicosis y del ser en general. La dialéctica, el lenguaje y
la verdad aparecían como los parajes donde buscar la
causalidad de la psicosis.
En 1955-1956, Lacan pronuncia su seminario sobre las
psicosis que materializa un año después en el escrito antes
mencionado; éste, que sería el tercer tiempo, se distinguirá
por ser donde se construye la noción de forclusión del Nombre-
del-Padre y la problemática de lo real vinculado con lo
simbólico y lo imaginario en relación con la paranoia y el delirio.
El cuarto tiempo es un tiempo de silencio. Durante algunos
años, Lacan no elabora explícitamente ningún texto sobre ella.
Es hasta finales de los años setenta que una mujer lo vuelve
a convocar al campo de las psicosis. Marguerite Duras
escribe El arrebato de Lol V. Stein, este texto impresiona
hondamente a Lacan. El ensueño de LolV Stein despertó a
Lacan.2
Después, en los años setenta, vendrá el seminario de Los
nombres del padre y el del Síntoma, donde Lacan pensará
la psicosis, desde la propuesta borromeica de los nudos.
Como se puede constatar en este recorrido, ni Freud ni
Lacan dejaron nunca de pensar y reflexionar acerca de la
psicosis. Los dos psicoanalistas aceptaron escuchar las
voces poliformes de la locura confrontándolas y confrontándose
con sus teorías y sus prácticas. La historia de la locura no
puede, entonces, no dimensionar lo dicho por el psicoanálisis.
Las preguntas generadas por las psicosis son muchas y
muy problemáticas. El trabajo que aquí se intenta desarrollar,
versa sobre uno de los laberintos que el psicoanálisis quiere
explotar, a saber, el cuerpo. Las dificultades no se hacen
esperar. La primera pregunta sería: ¿qué es el cuerpo para el
psicoanálisis? Y más concretamente: ¿cómo pensar en el
cuerpo del psicótico?
Intentar acotar esbozos de respuestas será el reto de esta
exposición. Para ello, se requiere situar primero el lugar que
ocupa el psicoanálisis dentro de la historia de la locura.
2
La locura no siempre ha sido tratada en hospitales ni ha
tenido necesariamente el mismo rostro. En el siglo XV, el
rostro de la locura exaltaba la imaginación de Occidente.3 La
locura se presentaba ligada a los viajes absolutos y a la muerte
ironizada. En el siglo XV, los locos navegaban; no habitaban
la tierra sino el mar. En la Edad Media existió una famosa
embarcación: La nave de los locos. A los locos se los metía
en una embarcación y se los obligaba a navegar. El loco en
este siglo era un peregrino, un buscador de aguas, un
explorador de milagros. Los locos viajaban por el mar
convirtiéndose en viajeros de lo absoluto. Cada viaje, como
señala Foucault, podía ser eterno: no se sabía el tiempo del
regreso. El loco convertido en marinero se transformaba en
prisionero de su propio viaje. Cada viaje, pudiendo ser eterno,
era un viaje absoluto. Es por ello que el mar, desde hace
mucho tiempo, es un escenario privilegiado para la locura. El
mar es un espejo de historias de locos. El espacio del mar
llama a la locura como las sirenas a los marineros. ¿Acaso
Colón no fue un loco que se hizo a la mar? ¿Acaso las sirenas
no son las musas de la locura?
La Edad Media, sin embargo, no sólo hacía navegar la
locura, también la vivió en carne propia. En esta época, la
locura se relaciona con la muerte. La locura, por curioso que
parezca, exorcizaba a la muerte. En aquellos siglos, tan llenos
de leyendas y de monstruos religiosos, el Apocalipsis aparecía
a los ojos de los mortales como inminente. La peste azotaba
a Europa y los guerreros santos que partían a las cruzadas no
podían recuperar los lugares sagrados. La gran muerte, la
muerte de todos los hombres, era anunciada por los
portavoces de la religión. Ante esa muerte apocalíptica, la
locura representaba una mueca burlona. Al terror frente al
exterminio absoluto, la locura representaba una ironía: estar
loco es adelantar la muerte; es hacerla cotidiana. Así, la locura
se vuelve una forma de conjurar a la gran muerte. Estando
loco se burla a la muerte, pues, cuando ésta llegue, ya nada
será. La locura representaba una forma de interiorizar la
muerte para desarmarla.
La fascinación por la locura no se establece para siempre.
El advenimiento de nuevos tiempos la despoja de su traje
hechicero. La atracción por la locura termina cuando la
humanidad sale de la oscuridad luminosa de los siglos
medievales. Este nuevo tiempo ha sido llamado Renacimiento,
con una metáfora grata a los historiadores: sólo se renace de
la muerte.
El Renacimiento, según Foucault, marca una división que
coloca a la humanidad ante dos posiciones con respecto a la
locura.
Por un lado, existe una dimensión trágica de la locura,
donde la fascinación emanaba de la máscara, de la propuesta
de desorden y furor que ella implicaba. La locura imantaba
porque incluía un saber del y sobre el mal: el loco era un
iluminado maldito. Pero el mal, con su atracción envolvente,
se experimenta en el campo de lo trágico. Los poetas y los
pintores malditos son los portavoces privilegiados de esta
dimensión.
Por otro lado, la locura es concebida como una dimensión
crítica de lo humano. La locura aparece bajo esta luz como
una verdad del hombre. El hombre puede ser loco, Dios no.
La sinrazón se relaciona con lo humano, porque está exiliada
del campo de lo divino. Además, al ser una dimensión propia
del hombre, señala una curiosa relación con la razón: la locura
es la máscara de la razón, arranca los disfraces de la razón y
la muestra en estrecha relación con ella: hay una razón en la
locura y una locura en la razón. Los filósofos, en el
Renacimiento, pudieron pensarla como una verdad reveladora
de la razón.
La división acontecida en el Renacimiento, es decir
alrededor del siglo XVI, va a ser desmantelada ante la
imposición de una de las facetas de la locura sobre la otra.
En los siglos XVII y XVIII, siglos del Renacimiento de la
ciencia, la dimensión crítica de la locura se impone sobre la
trágica. Y más radicalmente, la razón se impone sobre la locura
obligándola al exilio. Ahora, la razón se convierte en su
enemiga y le exige a la ciencia sus títulos de nobleza. La razón
exige que el pensamiento no tenga ninguna relación con la
locura. Descartes, al introducirá un sujeto del pensamiento,
provoca la expulsión de la locura del campo de la razón. El
sujeto puede dudar, pero no puede desvariar ni delirar. Si hay
hombres locos, el pensamiento no puede estar loco, ni ser
insensato.
La imposición de la época de la razón, también es la época
de la ética de la era industrial, es decir, la ética del trabajo.
El siglo XVII coincide la Revolución Industrial con la
científica, y para ninguna de ellas, el loco era bienvenido. Para
la lógica de este siglo, el loco era peligroso: el loco como
todo aquel que no trabaje. Todo aquello que no cumpla con la
nueva legalidad burguesa del trabajo, hay que exiliarlo. El loco
no trabajaba, había que aislarlo. Para garantizar ese encierro,
la sociedad crea hospitales psiquiátricos. Con ello, la
sociedad mata dos males con una sola institución: aislando
al loco se protege de su mal ejemplo.
De este modo, se ve cómo la edad clásica, edad de la
ciencia y la industria encierra, aísla y violenta a la locura.
Pasaron muchos años para que la crisis de la razón estalle
y para que aquello que estuvo callado retorne al campo del
saber y la vida cotidiana.
Este retorno que provocará la crisis de la razón tendrá lugar
hasta el siglo XIX. En este siglo se abren las pandoras y los
saberes toman otras posiciones. Tres nombres, con tres
obras, ensombrecen el reinado de la moral, el trabajo y la
razón. Ellos son: Nietzsche, Marx y Freud.
N ietzsche critica sin piedad la moral occidental,
descubriendo su rostro terrorífico.
Marx rompe la ilusión de la historia y ubica la materialidad
de ésta, en un espacio diferente que el de las ideas y los
conceptos.
Freud subvierte el campo de la razón y sus legitimaciones.
La subversión freudiana consistió fundamentalmente en
demostrar que la verdad del sujeto estaba en lo oscuro, en lo
sucio, en lo roto. El psicoanálisis es un discurso que surge a
finales del siglo XIX y se consolida en el XX, y demuestra que
es en esa dimensión trágica e insoportable del sujeto donde
la verdad muestra su rostro.
El psicoanálisis da otra dimensión a aquello que no se
quería oír: a la sexualidad y la muerte. Sexualidad y muerte
que, a partir de entonces, no serán conceptos metafísicos,
sino enigmas localizados. Localizados en un cuerpo, un
cuerpo que habla, que goza, que sueña, que explota; que
enloquece.
Hablemos del cuerpo, cuerpo redefinido por el psicoanálisis.
3
Discurrir por el cuerpo no es lo mismo que hacerlo sobre
el mismo. Hablar del cuerpo siempre es más gris que tocarlo.
Lo que no exime que haya un goce de la palabra sobre el
cuerpo, es decir, que hablar del cuerpo también tiene sus
recompensas. Recompensas en el campo de la palabra, pero
al fin y al cabo recompensas. Mientras en disciplinas como la
danza, el cuerpo se expande; en el psicoanálisis, el cuerpo
se escucha.
El cuerpo habla y escucha ese decir es la primera función
del analista. El cuerpo habla con signos, los cuales no son
siempre comprensibles; más bien, son casi siempre opacos.
El cuerpo habla con signos insensatos. Pero no sólo habla
con signos, también con silencios. Sí, el silencio tiene que ver
con el signo, es su revés. Más aún: el silencio es la negatividad
temporal del signo; es su suspensión en el espacio del posible
advenimiento de la significación. El silencio significa y es tan
difícil como deconstruir la significación de su decir. Así, el
cuerpo casi siempre se presenta como enigma. Lo enigmático no
implica lo inabordable. Se puede hablar de un enigma; peor,
sólo los enigmas nos hacen hablar. El psicoanálisis, aun
reconociendo al cuerpo como un laberinto enigmático, tiene
cosas que decir; tiene cosas que escuchar.
El primer psicoanalista que habló sobre lo que decía el
cuerpo fue Freud. No sólo porque fue el primer psicoanalista,
sino porque el psicoanálisis nace de esa escucha. Freud
fundamentalmente, escuchó el cuerpo, sí, el cuerpo de la mujer.
Lo que oyó no fue sólo la palabra de esa mujer a quienes los
otros tachaban de mentirosa; escuchó también su cuerpo, es
decir, lo que era silencio en la palabra. Freud hospedó el
enigma de un cuerpo que hablaba. Además, descubrió que
hablaba precisamente de aquello que los otros no querían
escuchar: de la sexualidad; de la sexualidad femenina.
Escuchando el cuerpo de la mujer, pudo escuchar el cuerpo
sexual. No sólo el cuerpo de la mujer hablaba de su sexualidad.
El del niño también. Lo subversivo del descubrimiento
freudiano no consistió solamente en decir que el cuerpo
hablaba, sino que en ese decir se encontraba la verdad que
constituía al sujeto. Verdad silenciada, pero no por ello menos
existente. Verdad cifrada en un cuerpo que gritaba en el
silencio ruidoso de la sexualidad.
Si eso ya era bastante horrible para la ciencia y la cultura
de la época, los nuevos senderos freudianos serían aún más
escabrosos. Las vías de la sexualidad llevaron a Freud a un
encuentro con la muerte. La muerte, no como final de la vida,
sino como una instancia que insiste en el cuerpo del sujeto,
en la vida del sujeto. Así, el cuerpo se hallaba anudado por la
sexualidad y la muerte. Este cuerpo sexual izado y ocupado
por la muerte fue lo que Freud se atrevió a escuchar.
4
Para pensar el cuerpo, en psicoanálisis, es necesario
recurrir a tres registros: el imaginario, el simbólico y lo real.
El registro imaginario ha sido fundamentalmente referido
al dispositivo especular; la imagen del cuerpo en el espejo
muestra, como ninguna otra, la dimensión del mismo. En lo
imaginario, el cuerpo se presenta como espejo de las
pasiones, como imán erótico.
La dimensión simbólica propondrá al cuerpo como un
libro. Un libro en su materialidad más inminente, es decir, como
texto. El cuerpo es el lugar donde se escribe nuestra historia;
es el libro de nuestra historia; allí están las marcas de las
cartas del amor, de las batallas del odio, del silencio del
abandono. Allí están las cicatrices de la infancia, los rastros
de los años viejos, los surcos de los golpes fríos, las
borracheras sin terminar.
Lo real del cuerpo es lo más difícil de expresar porque tiene
que ver, fundamentalmente, con el grito y con el silencio. Un
silencio radical, es decir, un grito sin llamada. Lo real del
cuerpo es aquello que se resiste al signo y repele la
significación. La dimensión de lo real atañe al horror.
La dimensión imaginaria será el telón de fondo de esta
exposición. Lo simbólico y lo real serán los actores principales.
La razón de dicha coreografía obedece a una estrategia para
abordar la temática que aquí se desarrollará.
5
El libro que inaugura con mayor fuerza la posición
psicoanalítica sobre la sexualidad es Tres ensayos para una
teoría sexual. Este texto escrito en 1905, marca el manifiesto
freudiano de aquella época; es fundamental, no sólo por el
momento en que fue escrito, sino porque representa una
concepción inédita de la sexualidad humana. El cuerpo
aparece allí no como un montón de pelos, visceras y venas,
sino como un espacio sexual. Freud, allí, plantea las famosas
zonas erógenas. Dicha elaboración implicaba que la
sexualidad no sólo era infantil, sino que se extendía a todo el
cuerpo. Con esto se libera al cuerpo de una sexualidad
apresada en lo puramente genital. Además, permite ubicar el
placer sexual anterior a la edad adulta. Cuerpos sexuados,
niños vivientes.
Algunos lectores de Freud han postulado sus teorías
sexuales como un desarrollo biológico de la sexualidad. Las
zonas erógenas aparecen bajo esta óptica, como determinadas
por un desarrollo ya implícito en el organismo; primero, la etapa
oral con su zona: la boca, después el ano ubicado como
erógeno en la etapa anal y así hasta llegar a la genitalidad y,
por ende, a la culminación del "desarrollo psicosexual". Estas
posturas desembocan en una moral sexual genital.
Otra vía de leer lo propuesto por Freud, es pensar las
llamadas zonas erógenas no como puntos biológicos, sino
zonas relaciónales. Esto implica pensar al cuerpo, no como
nudo biológico sino como espacio relacional. Las diferentes
zonas del cuerpo no son pura carne, sino pura relación de la
carne con las paradojas de las pulsiones. Las diferentes zonas:
boca, ano, pene, vagina no son zonas erógenas determinadas
biológicamente, son puentes relaciónales. A través de ellas
se constituyen modalidades de relación con el otro, con los
otros; con los fragmentos del Otro. En lugar de zona erógena,
podríamos llamarle espacio de modalidad pulsional: cada
zona es un espacio relacional con el Otro. Hay modalidades
pulsionales localizadas en la boca, pero como relación
pulsional con el Otro. La boca come, vomita, insulta, expulsa,
injuria, devora, invoca, contrata, ama. La boca es un espacio
de relación, no una cavidad inventada para los dentistas.
Decir modalidad pulsional implica no circunscribir las zonas
corporales a lo erógeno, a Eros, implica extender las
modalidades de relación corporal a las pulsiones. Las
pulsiones en Freud aparecen bajo una doble modalidad: la
de la vida o Eros y la de la muerte o Tanatos. En las
modalidades pulsionales que tienen como base al cuerpo,
funcionan ambas dimensiones pulsionales. Por el cuerpo se
relaciona la vida y la muerte.
Esto es fundamental. Lo que Freud pone en evidencia es
que no hay sexualidad sino en relación con la muerte. Dicho
de otro modo, la sexualidad implica la vida y la muerte.
Una concepción así planteada lleva a una erótica, no a una
nueva sexología. La concepción freudiana de la sexualidad
no es un nuevo saber sobre el placer como estimulación
muscular; es una posición frente a la vida y la muerte como
materializadas en las relaciones del cuerpo. La sexualidad
humana no es enclave biológico, sino relación fantasmática.
No se trata de una teoría del desarrollo: cuerpo-órgano (así
sea órgano sexual). Se trata de una posición respecto de la
erótica humana, es decir, de una relación del cuerpo con el
deseo y el goce, una relación con el fantasma. Lo que Freud
descubrió no fue sólo que el cuerpo del niño hablaba;
descubrió que hablaba del deseo atrapado. Freud evidenció
no sólo que el cuerpo de la mujer decía la verdad, sino que
ella gozaba, aunque no supiera decir su goce.
La erótica freudiana se opone a una posición genitalista
de la sexualidad. Por posición genitalista entendemos aquella
que cree que la sexualidad alcanza su cúspide en la
genitalidad. Cualquier discurso que sostenga esta posición,
sea “psicoanalítico” o no, implica un retorno a la moral genital.
Es una nueva moral porque plantea un nuevo ideal. Antes, el
ideal era la pureza, ahora la genitalidad. Hay morales que
plantean a la sexualidad como la vía a la procreación. La
religión judeocristíana así lo cree. Al circunscribir la sexualidad
a la procreación se exilia el deseo del cuerpo. Se le exilia
prohibiéndosele. Pero exilio no implica desaparición de las
fuerzas, sino otra arquitectura de la pasión. La moral se implanta
proponiendo legislar la sexualidad para la procreación; el deseo
se presenta como rostro irónico frente a esa ley. La erótica
freudiana implica la transgresión a esa ley. Como diría Bataille,
la sexualidad humana es la transgresión constante del fin de
la procreación. Peor aún, aquello que especifica a la
sexualidad como humana, es la transgresión de la ley de la
procreación. El arte de la erótica es la posibilidad de encontrar
el goce fuera de la procreación y más allá de la pura
genitalidad.
La erótica, así, tiene que ver fundamentalmente con la
transgresión. El deseo se afirma ante la transgresión. Esta
es el espacio del deseo, por lo tanto, la erótica tiene que ver
con el deseo.
El deseo humano no es la búsqueda de una satisfacción
fisiológica, es la marea que precipita a la transgresión. El
deseo busca traspasar las fronteras de lo prohibido. Peor: el
deseo sólo se inflama ante lo prohibido, es carencia de
realización; y quien exige la no realización es la ley. Pero al
exigir la ley, esa continencia inmediatamente lo precipita a
buscar su culminación. La ley sanciona y provoca al deseo.
Para sancionarlo, lo provoca.
Pero no sólo el deseo tiene que ver con la transgresión: el
goce también. El goce no es el deseo. El deseo es carencia;
el goce, exceso. Se desea lo que no se tiene, se goza lo que
se toma.
El goce también se relaciona con la ley. Sin ley no hay
transgresión y, sin transgresión, no hay goce. Por ello, el goce
se relaciona con la ley; la necesita para mancillarla, para
burlarla.
El deseo y el goce no se relacionan con la ley de la misma
manera. El primero se queda más acá de ella; segundo,
siempre más allá. El goce se afirma como transgresión en
acto, el deseo sólo la fantasea. El deseo sueña con la
transgresión; no es su acto, sino su posible realización, lo que
lo provoca.
Las llamadas estructuras clínicas también pueden ser
pensadas desde la luz de la transgresión.
El neurótico teme a la transgresión, pero la necesita para
soñar que puede llegar a ella. El goce es la utopía del neurótico.
El perverso es un apasionado de la transgresión. Sade
sonríe complacido ante la ley, pues la requiere para gozar.
El psicótico está más allá de la transgresión. Ese más allá
no es el de la ley, sino el de la transgresión misma. El psicótico
tiene una relación singular frente a la ley: no la reconoce
Pensar la transgresión y la psicosis permite acercarse a
los litorales de lo real del cuerpo. Una pregunta que aún se
hace el psicoanálisis, podría formularse simplemente así:
¿qué es el cuerpo del psicótico?
6
Intentando acotar esta pregunta, es necesario plantear algo
que puede parecer sorprendente: el cuerpo del sujeto existe
antes de nacer. Existe como entidad fantasmática en la historia
de los padres.
El sujeto, antes de nacer es precedido poruña estructura
simbólica que fungirá como espacio simbólico de existencia.
El sujeto se insertará en una legalidad que le precede. El
nombre que se le asigna, le designa. La historia del sujeto
comienza mucho antes de su nacimiento.
Esta estructura que le precede incluye dimensiones
simbólicas ^como la del nombre), pero también imaginarias.
En un texto clásico para el psicoanálisis que se titula
Observaciones sobre la estructura psicótica * se plantea
cómo el cuerpo del niño es imaginarizado antes de nacer. El
cuerpo imaginarizado viene a ocupar un lugar dentro de la
fantasmática de la madre. Una mujer embarazada puede
llamarle a lo que tiene en el vientre: mi hijo, o crudamente:
feto.
La mujer que le llama “hijo" erotiza a un cuerpo como a un
ser; al hacerlo, imaginariza no un montón de órganos, sino a
un cuerpo creado en la erotización materna de ese ser. La
madre, al imaginarizar al hijo como ser, lo convoca al mundo
del ser.
La mujer que vive “eso” como a un feto que crece, lo concibe
no como a un cuerpo que porta a un ser, sino como a un
pedazo de carne que se desarrolla dentro de ella. Ese nudo
de músculos es un órgano, un pedazo más de su cuerpo. Ese
cuerpo que crece es una prolongación del cuerpo de la madre
y no un nuevo ser que viene. Por lo cual, ella legislará sobre él
como lo hace con sus brazos o con sus piernas. Ese niño
será un pedazo de carne legislado por la madre. Será una
prolongación del cuerpo de la madre; por lo tanto, no será.
Donde no hay un cuerpo que soporte a un sujeto como
separado de un Otro que es la ley, no puede existir intercambio
simbólico con otros; con otros sujetos con otros cuerpos.
Para que el sujeto exista, debe haber una separación del
cuerpo-muralla del Otro. El sujeto nace de una separación.
De una separación del deseo de la madre. Esta separación
se puede dar por una doble prohibición: a la madre “no
reintegrarás a tu producto" y al hijo, “no cohabitarás con tu
madre". Esta ley irrumpe en la ley de la madre; posibilita la
expulsión del niño al mundo del intercambio. Asi, por medio
de la ley, aparece el sujeto como deseante y el objeto de deseo
como prohibido. Esta ley ubica al objeto del deseo como
prohibido. De allí que el deseo se constituya siempre como
carencia, pero también como buscando transgredir, ya que el
objeto deseado es siempre el prohibido.
El psicótico (teóricamente) no ha sufrido la acción de la ley
que separa. Para él no hay tal ley, no existe, nunca ha existido.
Si el psicótico no sufre esa separación del goce y del cuerpo
del Otro, no puede transgredirla. En la psicosis, el sujeto queda
más acá y más allá de una ley que nunca existió. Ese más
acá y más allá, lo ubica frente al abismo. Ante la ausencia de
la ley de separación del Otro, el sujeto queda preso del vértigo
del precipicio. El psicótico queda abismado en el goce del
Otro.
El cuerpo del psicótico, al abismarse en el cuerpo del Otro
como pedazo colgante, no puede armarse como unidad
imaginaria. El cuerpo entonces se "experimenta" como
fragmentado, como roto, ya que nunca fue vivido como
separado del Otro y, por lo tanto, como unidad en ser. El
cuerpo del psicótico es puro real.
Cuando ese cuerpo se mira al espejo, no ve un nuevo
cuerpo, mira en su lugar, el loco objeto del goce del Otro. En
lugar de encontrar un cuerpo, encuentra el desgarrado
proyecto de un goce ajeno que lo rompe: ve el horror.
Cuando alguien mirándose al espejo no reconoce el rostro
que lo mira, el horror aparece como la máscara del
desconocimiento. Cuando alguien ve el rostro de la muerte
en el espejo, la sombra del horror se hace reconocer.
Todo esto obliga a reconocer que el cuerpo del psicótico,
que el cuerpo de la loca se acercan o se abisman en el horror.
Abismarse en el horror de un cuerpo desfondado puede ser
la imagen del estallamiento de la psicosis.
7
Si el erotismo se define como aquello que tiene que ver
con las relaciones de los cuerpos, el erotismo debe integrar
la herida sangrante del erotismo psicótico.
El "erotismo” del psicótico se relaciona con el horror, con
el abismo oscuro, con un viaje por un agujero radical. La
erótica psicótica circunscribe al cuerpo psicótico como
succionado por un agujero que sería lo más parecido a lo
infinito, a lo inconmensurable; a una totalidad sin límites.
La erótica desde Freud tiene que ver con los agujeros, con
los bordes. A pesar de todo, los viajes por la piel o por la
fantasmática sensual del otro desembocan, tarde o temprano,
en algún agujero. El erotismo precipita a los agujeros. Pero
en la psicosis ese agujero no es un espacio de relación, es
un laberinto sin fondo. Así, una erótica radical debe incluir esa
dimensión del agujero como laberinto horroroso.
Una erótica amoral debe contemplar la estética cálida de
los amantes perdidos en la saliva y en los juegos de los
territorios deseantes. Una erótica extensiva debe incluir la risa
estruendosa, llena de morbo de los seguidores de Sade. Una
erótica radical debe aceptar, junto a las dos líneas anteriores,
la desgarradora dimensión de la psicosis; el abismante vértigo
del agujero negro de lo ilimitado.
Los poetas han sabido de estas dimensiones, las han
escrito y las han vivido. Como muestra de ello, una cita de
Baudelaire:
“Tengo miedo del sueño como se teme a un gran agujero
Todo lleno de vago horror, llevando no se sabe dónde,
Yo no veo que infinito por todas las ventanas,
Y mi espíritu siempre presuroso del vértigo
celoso de nada la insensibilidad..."
8
Freud intentó, desde finales del siglo XIX hasta mediados
del siglo XX, construir un nuevo saber. Saber que es una praxis.
Freud no quiso hacer una filosofía del psicoanálisis, ni una
filosofía psicoanalítica; intentó siempre una praxis del
inconsciente. Por ello trabajó, fundamentalmente, en el campo
de las neurosis. El psicoanálisis nace en las tierras de las
neurosis, porque allí encuentra la fertilidad de su hacer clínico.
Freud pudo enunciar una teoría general de las neurosis, porque
se producía a partir de la posibilidad clínica de su tratamiento.
La pregunta no se hace esperar: ¿por qué Freud no
escribió una teoría general de la psicosis, si no dejó de
pensarla? Simple, porque en la práctica clínica, la psicosis
cuestionaba la viabilidad del psicoanálisis. Se trata de un
gesto ético; si el psicoanálisis no puede plantear una práctica
clínica de la psicosis, el psicoanálisis no puede pronunciarse
en el plano conceptual.
Ahora, si bien es cierto que Freud no enunció una teoría
general de la psicosis, sí señaló, en cambio, trazos
fundamentales para pensar la psicosis desde el psicoanálisis.
Lo que señaló fueron puntuaciones y flechas teóricas que
llevarían, en un futuro, a un tratamiento posible de las psicosis.
Freud, frente a la psicosis, no guardó silencio: propuso un
advenir clínico.
Lacan se dijo, se siente convocado. No sólo él sucumbió
al encanto de las sirenas freudianas; otros analistas también
lo hicieron; quizá él destaque, porque no dejó de plantearse,
a lo largo de todo su recorrido, la viabilidad del tratamiento
analítico de la psicosis. Lacan planteó una praxis analítica en
este campo.
Plantear al psicoanálisis como praxis implica vislumbrarlo
como una práctica radical de un saber con consecuencias.
Pero, ¿en qué se sostiene la praxis analítica?
Lo que se quiere avanzar aquí, es que el psicoanálisis se
sostiene en una erótica, una poética y una ética.
Si se anuncia que este tríptico sostiene a la praxis analítica,
valdría la pena confrontarlo brevemente con aquello que la
psicosis precipita. Vayan aquí algunas ideas inconclusas que
sirvan más, como una manera de abordar las preguntas, que
de emitir respuestas.
Comencemos por la ética. El psicoanálisis nace como una
escucha del dolor histórico e histérico de un cuerpo
silenciado. El psicoanalista escucha para intervenir, escuchar
es ya intervenir. Freud fue convocado por un dolor que gritaba
en la oscuridad marginal de los hospitales. Hoy en día, de
maneras muy diversas, la locura, la psicosis grita y exige ser
escuchada. Los locos han sufrido por parte de la cultura
occidental, el destino del desterrado, del exiliado. Primero se
les manda al mar. Después se les expulsa del campo y los
privilegios de la razón. La era industrial los destierra de la
ciudadanía y los recluye en el hospital. Hospital: nave inmóvil
que aleja y encierra entre muros y olvidos. La época moderna,
con su ciencia, ha terminado de exiliarlo. La medicina lo ha
desterrado de su propio cuerpo: el medicamento anula al ser
para conservar su cuerpo. Antes estas dimensiones, ¿el
psicoanálisis también exiliará a la psicosis? ¿Acaso el
psicoanálisis hará oídos sordos a la llamada que, por todos
lados, hace acto de presencia? En las cárceles, los hospitales,
las escuelas, los consultorios, la locura se presentifica como
acto y decir. ¿No es un problema ético? Desentenderse del
llamado abismado del psicótico, ¿no es una posición
insostenible desde la ética del psicoanálisis?
Pero, ¿acaso es posible un tratamiento analítico de las
psicosis, cuando desde Freud se plantea la imposibilidad de
la transferencia en la psicosis?
El tema de la transferencia nos lleva directamente al de la
erótica analítica.
Aquí se expuso la erótica en relación con el cuerpo del
psicótico, pero es innegable que el telón de fondo de toda
erótica es el amor: Eros: amor; amor: transferencia. El primer
problema que se enuncia, en un sentido general, podría
plantearse desde una posición fenomenológica. ¿acaso el
loco puede amar cuando, según Freud, la libido objetal, fuente
del amor, aparece en un laberinto que lleva al narcisismo? Si
no hay establecimiento de la libido objetal, ¿cómo puede
entonces haber transferencia y, por ende, tratamiento analítico?
Sin embargo, en el campo de lo visible cotidiano, ¿acaso no
es evidente el amor del loco?, ¿los grandes temas
cinematográficos no muestran que el amor enloquecido es la
fuente de la pasión erótica? Sí, esta dim ensión
fenomenológica existe, pero es insuficiente. Quizá lo que
habría que preguntarse es: ¿qué ama el loco? Y allí se
vislumbra, desde Freud, una respuesta. Freud dice a Fliess:
el psicótico ama su delirio como a sí mismo. El psicótico es
un amante de su delirio; es un amante apasionado del texto
que produce; es un textófilo. Las personas, en la trama
amorosa psicótica, son personajes de un texto. Se podría
decir que el psicótico es un novelista erótico. Pero se trata de
una novela que convoca al acto. ¿Qué implica aquí esta
dimensión? Que en la psicosis, el texto es un acto o se
escenifica en el escenario del pasaje al acto. Ante todo esto,
la pregunta surge: ¿cómo se incluye la práctica analítica?
Desde Lacan, la respuesta es sorprendente: la transferencia
en la psicosis está fundamentalmente del lado del analista.5
El analista despliega una transferencia hacia sí mismo objeto
de amor del psicótico, es decir, hacia el texto delirante.
Transferencia en las dos vertientes, la freudiana y la
lacaniana. El analista ubica, en el delirio, un supuesto saber;
este es el saber del psicótico. El delirio es el saber
presentificado en acto amoroso. Sólo aquel que tenga
transferencia con la psicosis podrá escucharla. Escuchar a la
psicosis no es fascinarse con sus matices, sino apostar por
la emergencia fértil de un saber hecho delirio.
El amor, se sabe desde los griegos, encuentra su expresión
más impactante en la poesía. En la poesía, el amor se dice;
el amor es el lenguaje de la historia. En la poesía, el amor se
presenta en acto. Por eso existe una poética analítica; porque
el amor en análisis se presentifica, no sólo como palabra,
sino también como suspiro, grito o silencio. En la locura se
produce una poética radical. Una poesía que se realiza bajo
la ausencia aparente de un llamado. Pero, ¿acaso el psicótico
no hace una llamada desesperada, bajo la figura de un pasaje
al acto? ¿Acaso no los más bellos asesinatos han sido
inspirados por amor y realizados por locura? ¿El delirio no
es el llamado del loco? Llamado que se presenta como
impenetrable, pero llamado al fin. El llamado, en la psicosis,
tiene también una estructura poética. El sueño, decía Freud,
tiene una estructura poética; el delirio, también. Poesía
desesperada, pero poesía. El loco comparte la pasión del
poeta maldito: mira al frente del abismo, y como él, lo dice a
su modo. Lo dice en un acto donde hay un decir sin palabras;
lo dice en un texto desbordante al que sobran las palabras.
No todo loco es poeta, no todo poeta es loco, pero comparten
la locura y la poesía, esa pasión irrefrenable por los abismos
y sus fronteras.
Formulemos, para terminar, algunas líneas, algunos inicios
de respuestas.
Tomar como puente de cuestionamiento a las psicosis,
atañe no sólo a la clínica de la psicosis, sino a la clínica en
general.
Lo que la psicosis muestra, de manera evidente, es que lo
real no puede exiliarse de la clínica analítica.
La ética no puede no apuntar a lo real.
La transferencia en la psicosis evidencia el peso de lo real.
La poética en la psicosis anuda la palabra fragmentada al
horror de lo indecible.
Para finalizar, la cita de un escritor: “ Por la boca del poeta
habla la otra voz. Es la voz del poeta trágico, y la del bufón, la
de la risotada y el suspiro, la de la solitaria melancolía y la de
la fiesta, es la voz del silencio y el tumulto, loca sabiduría y
cuerda locura. Oír esa voz es oír al tiempo mismo, el tiempo
que pasa y que, no obstante, regresa vuelto unas cuantas
sílabas cristalinas”.6
Quizás, ante la locura, el analista tenga que arriesgarse a
escuchar esa otra voz.
Notas:
1Freud, Sigmund, Conferencias de introducción del psicoanálisis, 1917,
ed. Amorrortu, tomo XVI, Buenos Aires.
2 Phillipe Jullien ha avanzado en el intento de puntuación de la
problematización de la psicosis en la obra de Lacan
3 Foucault, Michel, La historia de la locura en la época clásica, ed. FCE,
México, 1982.
4 Castoriades -Aulager, P., Observaciones sobre la estructura psicótica,
en Carpeta de psicoanálisis, Buenos Aires, 1980.
5 Paz, Octavio, La otra voz, ed. Seix Barral, México, 1990.
6Esta hipótesis la ha propuesto, principalmente, Jean Allouch.
El Psicoanálisis y los Tiempos Modernos
1. Introducción
Transitar por los laberintos de la psicosis nos llevo a
vislumbrar los pilares de la práctica analítica en general. La
ética, la erótica y la poética son el tríptico que la sostienen.
Pero estos pilares no se levantan en medio de cualquier mar;
las tormentas de los tiempos tienen su especificidad. El
psicoánalisis es un saber que surge en un momento
determinado. El tiempo que nos envuelve con sus velos, sus
caricias y sus violencias esta lleno de nubes negras y soles
luminosos; siglo XX ha sido su hogar y su barranco. La historia
exige posiciones frente al mundo que se construye y destruye,
por ello el psicoanálsis no puede quedar al margen del viento
de su época. Lo que aquí se intentará desarrollar es una
propuesta que incluya en un sólo campo lo que hemos
nombrado el tríptico analítico. Despleguemos pues las velas.
Conforme pasa el tiempo, se acerca más el final del
milenio. En pocos años este siglo encontrará su muerte. Nos
ha tocado vivir en medio de un remolino de signos de muerte
y estallidos de creación. En esta centuria, la ciencia y la
tecnología han ocupado un lugar fundamental. El siglo XX
también podría llamarse el Siglo de la Ciencia. Estamos
entonces en la era científica o, lo que parece lo mismo, en la
era del uso de la energía. La ciencia ha descubierto al mundo
como un estanque utilizable de energía. Hoy en día, la ciencia
es, ante todo, tecnología aplicada a la utilización de la energía.
La ciencia se presenta como amante de la tecnología. Hoy la
ciencia es tecnología y la tecnología es la embajadora eficaz
de la ciencia.
Es imposible negar los beneficios que la ciencia y la
tecnología han brindado al mundo. Pero también es
impostergable señalar los maleficios que ellas han traído a la
Tierra. La destrucción ecológica es una de las imágenes más
dolorosas de ese maleficio.
Pero la ciencia y la tecnología no sólo han tenido una
injerencia lastimosa en el espacio ecológico. También el
espacio relacional de los hombres y las mujeres ha sufrido
mutaciones.
Comencemos señalando algunos de los lados oscuros de
la ciencia, en donde el de la cotidianidad quizá es el más
inmediato.
Es evidente que la ciencia ha ocupado un lugar estelar en
la vida diaria de los sujetos. El modo como se presenta la
ciencia es la eficiencia tecnológica. La licuadora, la plancha,
el televisor, los teléfonos inalámbricos, etc., son las maravillas
tecnológicas que nos hacen más fáciles los días y las noches.
El teléfono, el fax, el automóvil, los aviones y la televisión
son los estandartes por excelencia de la era tecno.
Ahora bien, ¿qué es lo que permite la ciencia con esta vía
tecnológica? Acercar las cosas, acortar el tiempo. La
tecnología ha transmutado el ser del tiempo.
La tecnología ha acortado las grandes distancias; sin
embargo, también ha alejado lo más cercano. La tecnología
acercando las cosas, las ha alejado.1
¿Cómo ha alejado la tecnociencia a las cosas si están
aparentemente tan cerca? Las ha alejado porque ha
transformado el modo de relación de las cosas con los sujetos.
Las cosas son, hoy en día, instrumentos desechables. Lo que
ha producido la tecnociencia es la abolición del tiempo del
placer en la relación con las cosas. Como ejemplo viviente
está la llamada generación McDonald’s.
Lo que ha fracturado la tecnociencia es el romance con las
cosas. Lo que ha propiciado es el rompimiento de la intimidad
dulce. Hace no mucho tiempo todavía se podía encontrar una
intimidad entre la cosa y los hombres: había romance. Ahora,
la eficacia-perfomance y la desechabilidad han hecho, de su
presencia, hegemonía: de la pluma del abuelo al bolígrafo Bic.
Lo que ha desterrado la era moderna es la intimidad: la ha
dejado sin tierra.
Pero, ¿qué es la intimidad? Es el espacio donde dos seres
se relacionan sin romper, sin disolver, su diferencia. Sólo quien
puede relacionarse con otro sin destruir sus diferencias puede
entablar intimidad. Lo contrario, ahí donde se disuelven las
diferencias, es la fusión, y ésa no crea intimidad sino
intimidación.
La tecnociencia y el uso acelerado del tiempo han
desterrado la intimidad entre los humanos y las cosas, pero
también entre los hombres; entre los hombres y las mujeres.
El tiempo es la tierra de la intimidad y hoy parece exiliado.
Los sujetos han devenido cosas tecnificadas, es decir,
desechables; sujetos incapaces de intimidad. El ideal tecno
es que el sujeto devenga m áquina-perfomance. Las
relaciones se vuelven de uso y de desuso. La intimidad, es
decir, el espacio de intercambio de las diferencias y las
deferencias, está desapareciendo. Mientras mayor sea la
integración a la era tecno de la eficiencia y la seriación, habrá
menos intimidad.
Al expulsar a los hombres de la posibilidad de intimar los
han convertido en desterrados; desterrados del recogimiento
dulce de la intimidad2 y, quizá dentro de poco tiempo,
desterrados de este planeta. ¿Cómo crear si no hay tierra
donde intimar? ¿Cómo hacer bailes y palabras si no hay
campo donde hacer florecer los pasos y los poemas?
Hemos llegado a un momento histórico en el cual es
imposible no preguntarse qué es lo que busca ese extraño
conglomerado llamado humanidad.
Ante esa situación se abren preguntas tales como: ¿qué
busca “el hombre”? ¿Cuáles son los fines declarados de las
naciones-imperios? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué determina
la forma de actuar de los sujetos?
Estas preguntas tan actuales son precisamente el
fundamento de la ética.
La historia del pensamiento ético es el intento por
responder a estas cuestiones.
Dentro de esta historia podrían puntualizarse cuatro
grandes propuestas éticas:
1) La ética nicomaquea, fundada por Aristóteles;
2) la ética kantiana, enunciada por Kant;
3) la ética libertina, descrita por Sade, y
4) la ética del psicoanálisis construida por Freud y Lacan,
pero donde es imposible no incluir la presencia precursora
de Spinoza y Nietzsche.
La ética que aquí nos interesa es aquella surgida de las
aguas del psicoanálisis. Sus redes representan un tejido
complejo; por ello, sólo se tomarán tres temas para intentar
anudarlos en un gobelino tangible. Estos temas son: la ética,
el mal y la creación. Y curiosamente comenzaremos por una
breve historia del placer, de los discursos acerca del placer.
Notas:
1Véase M. Heidegger, “La Cosa", en Espacios, núm. 13, Puebla, 1991.
2 Véase M. Heidegger, “El habla", en De camino al habla, ed. Odós,
Madrid, 1987.
3 Es evidente que aquí se intenta hacer una arqueología del placer bastante
compacta. Muchos autores y obras merecerían su lugar. Sin embargo,
en este breve recorrido sólo se señalarán aquellos que intervengan
decididamente en el problema del placer y su relación con la ética y el
caos creativo.
4J. Lacan, Livre VII, L'étique de la psychanalyse, ed. Seuil, París, 1986.
5Idem, 4 de mayo de 1960, p. 251.
8 Philippe Lacoue-Labarthe, “De l’éthique: á propos d'Antigone", en Lacan
avecles philosophes, ed. Albin Michel, París, 1991, p. 31.
7 Lo que se intenta es abrir una dimensión inédita de pensar el campo de
lo bello. Muchas palabras van a transformar sus implicaciones
conceptuales al ser tensadas por el psicoanálisis. Piénsese en la
resignificación que produce Lacan en términos como verdad, saber, sujeto,
etc.
•Rainer María Rilke, Las elegías de Duino, ed. Lumen, Madrid,1986.
t ldem, prólogo.
El Sujeto del Fantasma
1. Historias
Hasta aquí se ha recorrido un largo camino. En la primera
parte se problematizó el campo del lenguaje, se tensó la
relación entre las propuestas de Lacan y aquellas de
Descartes, Lévi-Strauss, Foucault, Barthes y Jakobson. Se
señalaron también los puntos fundamentales de la propuesta
lacaniana del significante y el sujeto, se desglozaron las leyes
que constituyen la estructura y, en fin, se desplegaron las
coordenadas del orden simbólico.
En esta segunda parte lo real toma su lugar, la locura, la
ética y la historia reciben otro trato. El psicoanálisis adopta
un lugar en el mundo; sus voces y sus silencios pasan a formar
parte de las prácticas discursivas más importantes del siglo
XX. Freud es su fundador y Lacan su vanguardia. Pero las
diferencias ligadas directamente al tiempo que les toco vivir,
no se afianzan en la cronología sino en la epistemología.
En el capítulo III, se señalaron los diferentes momentos que,
desde una arqueología del saber, pueden puntuarse en este
magnum de la historia del pensamiento.
Los siglos XV y XVI, se visten con los ropajes de la pasión
por la semejanza, las palabras repiten el mundo creado por
Dios. En el siglo XVII, la llegada de la ciencia y su
herramientas, tanto técnicas como conceptuales, permite
cambiar el modo de leer el Universo; antes se comentaba,
ahora se analiza. La era moderna, la era de la ciencia, se
fundamenta en un nuevo orden de los signos. Dos vías
aparecen ante este acto ordenador: la matemática y la
semiológica. La primera busca ordenar por medio de la
formalización, la segunda, a través de las leyes de los signos
y los inventarios de los nombres.
La modernidad, dijimos, se levanta sobre estas dos
columnas. Desde ahí, es que puede plantearse el lugar y las
diferencias entre Freud y Lacan.
Respecto del inventor del psicoanálisis, mucho se ha
escrito y discutido sobre su origen epistemológico. Pero hoy
algo es evidente: si bien es cierto que viene de una afiliación
fisicalista, la puesta en escena del inédito freudiano es la
demostración del inconsciente en el campo del lenguaje.
Ahora, como ha sido expuesto, lenguaje implica tanto
significancia como formalización. Si Freud da la palbra al
inconsciente y lo presentifica como estructurado como un
lenguaje, este lenguaje no está vinculado a lo matemático. En
cambio el intento de Lacan, pasa por una escritura que busca
los aromas de la formalización. Lacan aborda lo matemático
desde la lógica y la topología, no desde lo numérico. Las
matemáticas no son la pasión por el número, sino por las
relaciones complejas. Lacan toma la vía de lo matemático
para escribirsus andares en la transmisión y, sus desesperaciones
epistemológicas. Esto no implica, como torpemente se ha
dicho, la negación de la historia; se trata de otra manera de
problematizarel tiempo.
Enunciar que Lacan apuesta por la vía matemática no
implica suprimir todo lo que su pensamiento le debe a la
lingüística. Más bien acentúa que, si la dimesión lingüística
arroja luz sobre el campo freudiano, la lógica debe también
ser considerada en su peso conceptual y clínico.
Lo que aquí se quiere demostrar, es que incluso la teoría
del sujeto, que es subvertida a partir del significante, debe
también ser visualizada en relación a una lógica del mismo.
Una forma dp delinear la lógica dsl sujete es confrontar lo
evidente con lo invisible. El sujeto, ese del que tanto se ha
hablado, no tiene, como puede creerse en una primera
aproximación, existencia por el simple acto de hablar. Hay
paraLacan, una división de hecho entre el sujeto hablante y
su existencia lógica. No basta con la confirmación fenomenológica
del sujeto parlanchín, la relación de él con el lenguaje no se
sustenta en su inmediatez tácita. Es necesario su visualización
riprflrn Hai aspad o del lenguaje, pero en tanto existencia
lógica.
Esto no es evidente, sobre todo cuando se da por sabido
que el sujeto en tanto tal. es hablante. La definición lacaniana
de. sujeto del inconsciente es harto conocida: es lo que es
representado por un significante para otro significante.
Señalar una lógica del mismo no niega esta concepcfón,
simplemente intenta señalar sus límites conceptuales, ^[sujeto
habla, sí, pero es necesario demostrar su consistencia y su
existencia Jóoica en relación con el fantasma. Aquí se ve
claramente la diferencia epistémica entre Freud y Lacan;
mteníras q u e ^ i primero hace una prosa i al fantasma el
segundo escribe su lógica. Para mostrar esta diferencia,
atravezaremos las concepciones enraizadas en el orden
simbólico y sus significantes.
2350
el significante está en el campo del Otro, ya que es desde
este lugardeexterioridad del lenguaje, gue le regresa al sujeto.
El retomo de su propio mensaje en formajnvertjda, dira'Lacañ
de una manera divertida, implica que aquello que dice el sujeto
le es devuelto, no como lo que quiso decir, sino como jeroglifico
parido po£Su boca pero desconocido a su oído cerrado. Así
aparece cómo es el campc ael Otro, ehuqai je 1tesoro del
significante; lugar de donde toma sus elementos significativos
el discurso del sujeta Esto es lo que Lacan demuestra en el
primer grafo del deseo, donde se da cuenta de este hecho
lingüístico.
2470
lo simbólico. Anterioridad relativizada pues sólo es
evidenciable a partir de lo simbólico. Es decir, lo real sólo
puede aparecer como anterior si hay un significante que le
dé ese lugar a partir de una posterioridad en el tiempo. Así se
podría decir que es el significante el que da su estatuto de
existencia reconocible a lo real. Existencia reconocible es otra
forma de decir simbolizable. Así, es el significante el que
permite la simbolización (aun si es fallida) de eso real.
Simbolización que quiere decir operatividad.
Se dijo que el objeto a era una falta en lo real que ubicaba
al sujeto como constituido por un agujero. Sí; el sujeto está en
relación con el agujero, con una falta real; mas esta falta real
sólo se posibilita como operante en el momento en que es
reconocida como falta y eso sólo puede ser efecto del
significante. Lo mismo que lo real sólo es reconocible como
tal por el significante, la falta en lo real sólo es operable como
carencia a partir de la instauración de una operación simbólica
que le dé su estatuto de falta operante.
El momento lógico donde la falta es posibilitada como
operante es el de la instauración de la metáfora paterna, es
decir, cuando la falta se constituye como sustitución
significante.
En este momento del significante fálico, al ser instalado, al
funcionar como significante y como función de falta,
presentifica en lo simbólico la posibilidad operatoria del
funcionamiento estructurante de la falta.
Así, es evidente la necesidad de que el significante
funcione comofaltante, como metaforizable, para que desde
ahí produzca efectos. Más preciso aún, es indispensable que
la falta en lo real sea operable a través de la estructuración
significante para que exista el sujeto del inconsciente.
Es así como la primera falta en lo real sólo podrá ser
estructurante y estructurada a partir de la existencia de la
posibilidad simbólica que la operativice como falta causante
del deseo.
La metáfora paterna, en tanto instauración lógica de la falta
por la metaforización del significante, produce en su acción
la tachadura del sujeto pero también la del Otro. El objeto a
se ubicaría como el residuo que el doble corte produce. Dicho
residuo es el resultado de dos carencias. El objeto a es la
presentificación de aquello que falta tanto al sujeto como al
Otro. En el seminario La lógica del fantasma, Lacan propone
que la verdadera alienación tanto del Otro como del sujeto
tiene que ver con este objeto a, ya que es él quien, en la
materialidad de loque se pierde, enajena el deseo de ambos.
Así el objeto a exiliaría toda referencia a cualquier sueño
intersubjetivo al mostrar que la relación del sujeto con el Otro
está alienada en una pérdida que escapa a ambos.
Todo este recorrido muestra cómo, para poder dar cuenta
del sujeto del inconsciente, es necesario relacionar los
registros de lo real y lo simbólico en la presentificación
operante de las faltas ubicadas en dichos registros.
La única escritura que relaciona estas dos faltas, la
simbólica como tachando al sujeto y la real como agujereándolo,
no es otra que la del materna del fantasma. La escritura del
fantasma ($0a) implica la relación de los efectos del corte
significante, así como la causalidad del objeto a en el campo
del deseo. Además el rombo o “losange” pone en relación
ambas dimensiones operantes.
Este trayecto no es otra cosa que la deconstrucción de la
formulación teórica de un álgebra del sujeto. Este álgebra
exigía la introducción de los efectos de lo real en la teoría del
sujeto. De no ser así, la dimensión puramente significante
obnubilaría la dimensión del registro de lo real que, como se
ha mostrado, es constituyente del sujeto.
Hasta hace tiempo se concebía al sujeto del inconsciente
como efecto exclusivo del significante. Esta construcción
implicó para Lacan una catapulta teórica y epistémica
fundamental para su obra. Sin embargo, una vez terminada
su enseñanza, hoy en día es imposible referir únicamente a
la dimensión simbólica la teoría del sujeto. Es necesario que
los tres registros se anuden en las teorizaciones del sujeto.
El sujeto del inconsciente como efecto del significante,
como dialectizado en el deseo del Otro, corresponde a un
tiempo teórico de Lacan donde lo simbólico aparecía como
dominante epistémico.
Señalar las dimensiones de lo real en la teoría del sujeto
no implica desechar las vertientes simbólicas, más bien al
contrario, ya que es relacionando la estructuración significante
con la introducción del objeto a como podrá abordarse con
toda rigurosidad la proposición teórica y clínica del sujeto del
inconsciente.
Así, Lacan rebasa sus propios orígenes al construir un
álgebra del sujeto, donde se efectúa un descentramiento de
todo suspiro hegeliano -incluso de aquel del aburrimiento
antihegeliano-. Esto acontece cuando se puede concebir al
sujeto como estructurado en relación con el significante y con
el objeto.
Lo que hasta aquí ha intentado ser una demostración de la
causalidad del sujeto, se apoya en una aseveración extraña
de Lacan. En 1966, en una reunión de estudiantes de filosofía,
e interrogado por ellos, Lacan afirma: “No hay sujeto del deseo,
hay sujeto del fantasma, es decir, una división del sujeto
causada por un objeto (...) objeto que en la categoría de la
causa ocupa un lugar en el sujeto”.7
Esto resumiría el planteamiento de este trabajo, ya que
decir que no hay sujeto del deseo sino sujeto del fantasma,
implica que éste es efecto de una pérdida en lo real que se
significa como falta causante desde lo simbólico. El sujeto
del fantasma implica también que el objeto causa del deseo
se ubica en relación con el sujeto a través de la relación lógica
donde lo imposible es posibilitado como operable por un
rombo que hace factible dicha relación.
0250
efecto del significante, pero también relacionado con el objeto
que lo agujerea.
Relacionar al sujeto con el significante y con el objeto a
permite señalar también la relación entre lo simbólico y lo real.
Sin embargo, señalarlo no demuestra cómo se efectúa dicha
relación.
¿Acaso se trata de una simple doble causalidad?
¿Quizá se presenta otro baile dialéctico con nuevos
invitados pero con las mismas costumbres aristocráticas de
lás viejas posiciones epistemológicas?
El intento de posibilitar medio-respuestas es el espíritu que
anima este apartado.
Descartes en sus formulaciones lógicas comienza y puntúa
la relación del pensar con el ser y, así, inaugura la nueva era
de la ciencia. Es en la apuesta temeraria de colocar la duda
como imperativo categórico, como comienza su obra. Sin
embargo, la duda, esa sistematización de la incertidumbre
de todo saber anterior, incluso en su radicalidad más
meditada, se sustenta en un primer trazo de certeza.
Para que la duda metódica existiera como tal, fue necesaria
la presencia de un trazo de garantía. Para Descartes este
trazo de garantía fue Dios como Uno-primero: línea de certeza
y comienzo.
El desafío al Dios tramposo, burlador de los hombres a
través de ellos mismos, se apoya en hacer de Un-Otro-Dios,
la base primera de su pensamiento. Ese fue el garante ante
el vacío de la supuesta tumba de Dios.
De este modo, así como el sujeto cartesiano toma su
garante de un trazo, el sujeto del inconsciente se constituye
también como vinculado a un primer trazo; como sostenido
por éste.
Es este trazo una unicidad, al cual el sujeto se vincula en
tanto que se identifica con él.
Hay entonces, para el sujeto del psicoanálisis, una primera
marca lógica que funge como trazo único constituyendo el
garante de todo significante, en tanto todo significante está
en última instancia constituido como trazo y que la identificación
del sujeto no existe sino en relación con el significante.*
A diferencia de lo que se podría pensar en una posición
simbolista, este trazo único, esta identificación al trazo, si algo
implica es la instauración de la diferencia.
El significante, en su radicalidad más clara, no es otra cosa
que la puesta en escena de la diferencia, ya que cada
significante no es sino lo que los otros no son.
*No nos adentraremos en el complejo tema de la
identificación. Sólo se abordará lo relacionado con el trazo
unario como escritura.
El significante, rigurosamente, no implica otra cosa que
una función de corte en tanto es él el que introduce la
discontinuidad, no sólo en el discurso sino en lo real mismo.
Esta introducción se fundamenta en un primer trazo, en una
primera inscripción, a la que se referirán todos los significantes y
que toma el nombre de rasgo unario.
Así, el rasgo unario es el soporte por excelencia de la
diferencia, es la primera escritura a partir de la cual todo
significante podrá singularizarse como diferencia.
El rasgo unario es el primer Uno que introduce la diferencia
en tanto corte en lo real.
Ahora bien, lo que aparece como fundamental es que este
rasgo consiste en un corte materializado por la escritura.
La escritura es la acción de corte más radical; es en ella
donde se materializan las marcas, no sólo en relación con el
lenguaje, sino con el tiempo mismo.
De la puesta en escena de la función de la escritura, Lacan,
en su seminario sobre La identificación, relaciona al rasgo
unario con el nombre propio, usa a la letra como el soporte
material del significante.
Frente a un Russell audaz y riguroso que busca, en su
formalización, la reducción matemática del nombre propio a
un simple nominativo, Lacan descentra toda posibilidad de
particularidad, para colocar la singularidad no sólo como
fundamento para el acto del cómputo sino para el de la
existencia del sujeto en relación con el significante.
También al lingüista Gardiner lo invita a pasar al salón de
los confrontados, y allí, le cuestiona su posición, que aunque
basada en el significante, caía en la zona seca de la
psicologización del sujeto. Ni la reducción del nombre propio
a un nominativo, ni sus implicaciones psicológicas sirven a
Lacan.
La posición lacaniana está, por el contrario, fundamentada
en la relación del significante con la escritura.
Lacan introduce la función de la letra en el inconsciente y
afirma, relacionándola con el rasgo unario, que “no puede
haber definición del nombre propio sino en la medida en que
percibimos la relación de la emisión nominante con algo que
en su naturaleza radical es del orden de la letra.”8
El nombre propio es la escritura del sujeto sostenida en la
letra que lo singulariza y en el significante que lo nombra.
Pero no confundamos, el nombre propio no es el sujeto, es
su escritura. El significante no se relaciona con la persona
sino con la escritura que lo marca como sujeto. Tampoco se
trata de que el significante sea el sujeto; él se despliega en la
relación del significante con un trazo, con una escritura.
Lo que evidencia el nombre propio es que el trazo por sí
solo no basta para constituir un sujeto, lo mismo que un
significante tampoco, en su singularidad, basta para
producirlo. Es necesaria esta relación entre un fonema
significante y la letra, y entre una inscripción y un significante
que la repita, para producir la dimensión del sujeto.
Entramos así en la evidencia de la repetición como
fundamental.
Entre el trazo y el significante que lo repite, está el sujeto.
Así aparece como constituyente esta relación entre el rasgo,
la escritura y la repetición significante, pues sólo porque se
ha instalado un trazo, el significante se repite en correspondencia
con esa primera inscripción. La repetición sólo se puede
instaurar sobre una marca que trace un inicio.
El primer modelo de repetición que Lacan utilizó en “La
carta robada” estaba basado fundamentalmente en un circuito
significante cerrado. Es sólo a partir de la introducción de la
causa que en el seminario XI relaciona la repetición con lo
2530
real, siendo el automatón la puesta en escena del automatismo
simbólico y la tuché este encuentro siempre fallido en relación
con lo real.9
Es con respecto a la escritura que ambas dimensiones
encuentran su fundamento, a saber, que la relación entre lo
simbólico y lo real se estructura a partir de la función de la
escritura.
El tiempo, la marca de la pérdida y la repetición son el
campo propio de la estructura.
Toda marca tiene por “esencia” ser el trazo, la inscripción
de una ausencia. Lo mismo en la escritura que en las pisadas,
la marca es una huella que presentifica, que materializa una
ausencia.
Así, el rasgo unario, ese Uno primero es, en tanto marca,
la escritura que borra el objeto. Uno inicial, primera marca
contable, el rasgo unario es la inscripción primera que marca
como huella la pérdida del objeto.
El rasgo unario no es sino la huella de la pérdida del objeto.
Freud mostró que el funcionamiento del inconsciente se
basa en una búsqueda de identidad entre la huella de aquella
única-vez y la realidad perceptiva exterior, donde toda
"reaparición”, en tanto significante, no puede mostrar sino su
diferencia con aquella, pues ninguna “nueva percepción”
satisfará esa buscada identidad.
La diferencia es pues el fundamento de la repetición, ya
que si algo se repite es la diferencia, el fracaso de toda
identidad.
Pero se pecaría de ilusión si se concibiera a la repetición
simplemente como diferencias que se reiteran. Es necesario,
para salir de ese peligro, el señalamiento de una doble función
de la escritura. La primera, donde el rasgo unario es la
escritura inicial, soporte de toda repetición y la segunda,
donde toda repetición como diferencia existe porque puede
ser escrita. Así lo diría Lacan:"... la función del rasgo unario
en tanto hace aparecer la génesis de la diferencia en una
operación que se sitúa en la línea de una simplificación
siempre creciente, que concluye en la línea de palotes, es
decir que es la repetición de lo aparentemente idéntico que
se crea, se desprende, lo que denominamos no el símbolo
sino la entrada en lo real como significante inscrito por la
escritura.”10
Recapitulando se podría decir que al instaurarse ese Uno,
ese rasgo que marca lo real, este Uno viene a colocarse como
huella en el lugar del objeto en tanto perdido. Es porque existe
ese Uno que el significante repite, porque allí encuentra su
soporte, en ese Uno que recubre con su escritura al agujero.
Pero la causa de la repetición, ese volver a repetir la
diferencia, se debe a que en lo real hay un agujero. Con el
agujero en lo real, el significante se relaciona con Un-a
inscripción fundante.
Es la introdución del objeto causa del deseo, con todas
sus implicaciones, lo que precipita esta doble vuelta teórica
que hace Lacan.
El objeto a, en tanto objeto causa del deseo, es eso que
promueve la repetición, siendo ésta siempre fallida, pues su
estatuto se anuda al de la pérdida, al del no reencuentro.
La repetición, en este sentido, es un intento siempre fallido
de encontrar a un (a)lgo que no está; en la repetición de la
demanda al Otro se encuentra un hueco. Buscando reencontrar
lo perdido se halla el hueco que presentifica la pérdida.
La relación demanda-deseo es la puesta en escena de la
dialéctica insomne de la imposibilidad del apresamiento del
objeto que satisfaga el deseo en la demanda, que satisfaga
la demanda colmando al deseo.
La introducción del objeto a es también la de una lógica
que se sustenta en la dimensión de lo imposible.
Lo imposible en la teoría psicoanalítica está referido a la
sexualidad y a su anticentro el goce. El problema lógico que
se presenta tanto en lo clínico como en lo teórico, es la
inclusión del cálculo de lo imposible, allí donde el cálculo
encuentra sus límites, precisamente en ese goce, en ese real.
Trabajar la lógica de lo imposible lleva a Lacan a introducir
las preguntas por lo inconmensurable. El seminario que
sostiene esta problematización se titula, no por azar, La lógica
del fantasma.
Es en la problemática de las dos faltas lógicas, la situada
en lo real y la simbólica, donde se podría ubicar el cálculo
lógico de lo inconmensurable.
Este cálculo permitirá relacionar el Uno con el objeto a,
que no es otra cosa que la articulación de lo simbólico y lo
real.
Hay una falta en lo real, un hueco estructurante. Pero este
hueco, esta falta que constituye a la estructura, no se impone
como operante sino a partir de su estructuración en el orden
significante. Así la falta simbólica hace posible al agujero
como accionando en relación con el deseo y con el goce. El
significante falo ejecuta la función de falta simbólica
permitiendo presentificar el objeto del deseo como ausencia
operante.
El falo tiene una función significante accionando en el
registro de lo simbólico y no en el real como el objeto. El falo
es el significante cuya función es presentificar la ausencia del
objeto en tanto él mismo es una falta. El falo no hace
significante al objeto. El objeto es de otro registro. El falo
permite la operación del objeto anundando lo simbólico y lo
real, sin por ello desaparecer el peso de este último. Se trata
de una relación entre registros, no de una superposición. Se
trata de la relación lógica entre dos faltas ubicadas en
diferentes registros. Lacan expone esta diferencia entre el
falo y el objeto, en el seminario de La identificación'. "La fundón
del significante excluye que el objeto devenga reconcocible
de una demanda latente que toma valor de un deseo que es
de otro registro. El falo en su función radical es sólo
significante."11
Enunciar la diferencia entre registros, no aclara su realción.
Como tampoco se aclara la relación entre el orden simbólico
y el goce. Para ello es obligado recurrir a la relación entre el
Uno como pura re fe re ncia m atem ática fre n te a la
inconmensurabilidad del goce referido al objeto. Ante la
insaciabilidad del goce es necesaria la entrada del Uno que
marque un límite a la repetición que, de lo contrario, llevaría a
la muerte, precio de todo goce total.
El Uno de la medida es también la marca de la ausencia
de (a), que asegura con su escritura que falta (a). Esta
escritura que encarna la ausencia de (a) como medida de lo
inconmensurable y que lo hace calculable, es el rasgo unario:
“Para confrontar el (a) con la unidad, lo que es solamente
instituir la función de medida, pues bien, esta unidad, hay que
comenzar por escribirla. Esta es la función que después de
largo tiempo he introducido bajo el término de rasgo unario.”12
Ahora bien, la escritura que Lacan utiliza en el seminario
de La lógica del fantasma para problematizar la relación entre
el Uno y el (a) entraña, en su oscuridad, lo más luminoso de
su lógica.
Refiriendo lo inconmensurable al número de oro y a sus
malabares matemáticos, Lacan resume su recorrido lógico
con la siguiente escritura:
1 +a = 1
a
¡Que no se alarmen los matemáticos al descubrir extrañas
audacias en este embrollo! Es el uso de la letra como sostén
de su lógica lo que interesa a la teoría lacaniana y no una
fidelidad a otros modelos de lógica, por muy exigentes que
éstos sean.
Lo que evidencia Lacan en esta escritura es que su sistema
lógico necesita de dos faltas estructurantes en relación con lo
simbólico y con lo real, pero donde ambos son calculables (a
medias) a partir de la escritura significante de las relaciones
entre los "unos” y el (a). Estos dos “unos", escritos en diferentes
lugares, implican diferentes tiempos lógicos.
El primer uno (1 +a) es esta función de Uno en tanto primera
escritura que señala la existencia de un Uno como escritura
de la falta de objeto, aunque, en realidad, es marca de la
ausencia de (a); esto es, que este Uno siempre lleva a (a)
como ausencia, no pudiendo ser otra su real/idad que:
1=1+a
Este Uno marca la falta de (a), la caída de (a) en tanto
producto perdido, siempre en relación con un hueco: “En el
origen de rasgo unario está esto: un agujero... este 1 lo que
designa es siempre al objeto como falta.”13
Sin embargo, este Uno no se establece sino en un segundo
momento lógico de repetición original que lo inscribe a partir
de que se introduce un segundo significante en la repetición:
“la repetición original (aparece) como aquello que hace que
el Uno primero, ese Uno, ese 1 no surja, en cierta forma, sino
como retroactivo a partir del momento en que se introduce,
como significante, una repetición.”14
Esto es, la inscripción del Uno-primero no funciona como
tal sino en un segundo momento, donde se establece como
escritura, pero este segundo momento no existirá sino por
ese primer tiempo lógico.
Este Uno de la fórmula:
1
a
6. Con-secuencias
Plantear al sujeto del inconsciente como sujeto del fantasma
implica, en su elaboración, diferentes consecuencias.
a) Aceptar que el sujeto del psicoanálisis no se reduce a
una articulación significante precipita abandonar algo que se
había convertido en una descripción casi lingüística. No se
trata de dejar los efectos del lenguaje, sino de radicalizarlos
anudándolos a los otros registros. No se trata de rechazar
aquello que la problematización lingüística da al psicoanálisis;
sino de que, a partir de su relación, se evidencien también
las diferencias y, por lo tanto, las producciones inéditas.
b) Incluir las dimensiones del objeto a en la formulación del
sujeto implica la introducción de la problemática misma de la
sexualidad. Un sujeto efecto puro del significante no demuestra
el campo de la sexualidad. Es así que es necesario que en la
escritura misma de su estructura aparezca eso que hace
inédita a la concepción psicoanalítica del sujeto, a saber, la
sexualidad. El objeto a evidencia esta dimensión, no como
fenomenología fisiológica, sino como función lógica de lo
erótico.
c) En el campo de la teoría, la introducción de un sujeto del
fantasma con las implicaciones expresadas en los dos puntos
anteriores, permitirá a Lacan producir una lógica del sujeto
escrita a manera de matriz simbólica en lo que se ha llamado
los cuatro discursos. La escritura de los cuatro discursos es
imposible de pensar sin la puesta en relación del orden
simbólico con el real, es decir, de la dimensión del significante
y la del objeto a.
El álgebra del sujeto aquí esbozada, incluyendo la lógica
de la sexualidad, precipitará a Lacan escribir las fórmulas de
la sexuación. Las fórmulas de la sexuación de 1973 son el
momento lógico más acabado de lo aquí inaugurado.
También en relación con la escritura de los nudos, la
introducción a la articulación entre lo simbólico y lo real
posibilitará el vértigo del anudamiento.
d) Pero las consecuencias no se agotan en lo teórico. El
sujeto del fantasma interpela a toda clínica que se funde
exclusivamente en el campo significante. Una clínica que se
mantenga en la pura cadena significante, no sólo es una clínica
fenomenológica sino que se pierde en la continuidad infinita
de la cadena significante. Si un significante remite a otro
significante y la intervención analítica no apunta sino a la
apertura simbólica, la clínica así practicada se perderá en las
líneas sin fin de las significaciones infinitas.
Hablar del sujeto del fantasma implica una posición ante la
clínica que incluye tanto lo simbólico como lo imaginario y lo
real. Esta clínica no sólo se anuda de manera diferente, sino
que apunta a una práctica del acto analítico. Un acto que debe
dimensionar la fiereza del goce, la locura del sujeto, el enigma
del deseo.
No se trata, como se pensó en algún lugar, de una clínica
de lo real. Ello implicaría de nuevo un exilio de registros
incongruentes con la posición de Lacan y, más que nada, con
la verdad que la praxis analítica arroja. No se trata de colocar
a lo real como un nuevo centro sólo porque “el último Lacan”
lo privilegia en el campo de la enseñanza. Se trata de
dimensionar lo real de la clínica. Precisando, no se trata de
una clínica de lo real sino de asumir lo real de la clínica, lo real
en la clínica. Pero dimensionar lo real en la clínica no implica
excluir a los otros dos registros. La praxis del psicoanálisis
exige una clínica donde se conciban como actuantes, a lo
simbólico, a lo imaginario y a lo real. La clínica del
psicoanálisis es borromeica.
e) Un nuevo fantasma recorre los campos psicoanalíticos.
La praxis analítica no puede quedar al margen de lo producido
por Lacan y el sujeto del fantasma es una forma de mostrar
esta producción. Una nueva clínica podría llamársele. Pero lo
nuevo no es lo importante sino sus efectos. No de lo nuevo
sino de lo clínico. Por ejemplo, ante una clínica que incluya los
tres registros, nuevas formas de pensar la praxis se configuran
en el horizonte. La nueva trova freudiana o Pink Freud forman
parte de la ironía de una nueva época analítica.
Algo a resaltar. Si bien se intentó dar cuenta de la
construcción de una escritura lógica del sujeto, ésta no queda
intacta en su planteamiento. En este último apartado se ha
escrito varias veces la necesidad de una praxis que incluya
los tres registros. Sin embargo, en el planteamiento del sujeto
del fantasma, lo imaginario apenas aparece. Su aparición
incluso se vislumbra como forzando aquello que constituye la
lógica del sujeto. Sí; el registro de lo imaginario no queda
claramente dilucidado en esta construcción lógica. Incluso se
podría plantear que es lo que hace obstáculo, en tanto que
enigma, a la pureza de una proposición lógica del sujeto. Esto,
si bien obstaculiza el planteamiento, lo hace sin embargo más
riguroso; por lo que precipita de cuestionamiento.
El que lo imaginario no se incluya en una lógica del sujeto,
permite pensar al menos dos cosas; o que lo imaginario tiene
un lugar especial y no elucidado en la configuración de una
teoría del sujeto; o que una lógica del sujeto no basta para
dar cuenta del mismo. Se podría argumentar, a manera de
respuesta, que lo imaginario está referido más a una teoría
del yo que a una del sujeto. Esto ayuda pero no resuelve, pues
se podría exigir entonces una precisión sobre la teoría del yo
en Lacan. ¿Cuál es la posición de Lacan en relación con el
yo en los años llamados lógicos? ¿No se esbozan en 1966 y
1967, en el seminario de La lógica del fantasma, ¡deas que
permitirían reconsiderar al yo fuera del laberinto amargo y
jubiloso de los espejos? ¿Es el yo aquello que da cuenta
exclusiva de lo imaginario en Lacan?
También se podría argumentar que Lacan tiene tiempos
teóricos y que en ese momento lo imaginario no le atañía.
Enunciado importante para la teoría epistémica de Lacan,
pero mirada corta para posiciones más claras sobre la praxis.
En todo caso, la dimensión de lo imaginario se presenta aquí
como pregunta y como elemento que demuestra que una
completud ideal en el campo teórico es una utopía científica.
Pero el registro de lo imaginario no sólo cuestiona la pureza
del planteamiento, también permite introducir una pregunta
frente a los tiempos teóricos de Lacan: ¿no será la dificultad
de escribir el registro de lo imaginario en la lógica del sujeto,
lo que incita a Lacan a buscar en los nudos la posibilidad de
la escritura de lo imaginario anudado borromeicamente a lo
simbólico y lo real? Quede pues lo imaginario como enigma
descompletador de una lógica del sujeto y como cuestionador
histórico del pasaje teórico de Lacan de la lógica a lo nudos.
f) Un homenaje a Freud no es un acto adulatorio. Es más
que nada mostrar los efectos que su obra ha producido. Un
discurso se evidencia por sus efectos. Es como el beso, si
éste no provoca la erección... de una relación o la humedad...
del sentir, se trata de un beso frívolo como el que sirve de
convención actual para el saludo de cualquier día.
Freud produce efectos, incluyendo que quien lo problematice
se diferencie de sus anhelos. La obra de Freud, para el
campo psicoanalítico es origen, es rasgo unario. Lacan no
repite lo mismo que Freud, escribe su diferencia. Pero esta
diferencia lo coloca como posibilitador de evidencia de los
efectos de verdad que la obra del fundador puede provocar.
Lacan intenta escribir matemáticamente lo que Freud
descubrió e inventó laboriosamente. El campo los reúne, sus
épocas los separan, sus diferencias los relacionan.
Decir que Lacan escribe matemáticamente, no implica que
haga mathesis. Tampoco lo excluye dogmáticamente. Referir
la problemática de la mathesis, es más que nada, ubicar el
lugar de lo matemático en el hacer de Lacan.
Lo matemático no se acaba en la formulación de la
mathesis, ni en la dimensión de lo numérico. Lo matemático
en Lacan remite principalmente al materna. El materna es,
como el cálculo matemático, escritura. Pero a diferencia de
la vertiente del número, es haz de relaciones, no exactitud de
mediciones. El materna es escritura relacional; es relación
estructural hecha escritura.
La estructura en psicoanálisis se origina en un agujero y
se operativiza en un corte, por lo tanto, el materna es escritura
de una falta; es cálculo de la circunscripción de la hiancia.
Cálculo imposible, pero por ello necesario. La escritura
matemática en Lacan implica la materialidad de una lógica
de la hiancia.
Hablar de materna conlleva la pregunta por la transmisión
y la formalización en psicoanálisis. La transmisión por el
materna, dice Lacan en 1973, aspiraría a que no hubiese
pérdida. En el mismo año coloca a la formalización como meta
(¿epistémica?) del psicoanálisis. Que el materna pueda
sostener una transmisión sin pérdida está por demostrarse.
Pero la formalización en el campo del psicoanálisis no puede
sino fundarse, en su acto mismo, en una hiancia. La
formalización lógica lacaniana, es la de una lógica de la falta;
la de una formalización rota, es decir, no suturante.
Solamente a partir de una lógica fundada en una hiancia
podría construirse un álgebra del sujeto del inconsciente. La
lógica que escribe Lacan produce un inédito: el materna. Pero
se produce desde un inédito: el freudiano. Lacan intenta
escribir la lógica de lo que Freud dijo en prosa. Escritura que
provoca una diferencia.
Ahora bien, la prosa freudiana no es antítesis ni de rigor, ni
de poética, es la escritura del despliegue de los efectos que
2650
la puesta en acto del inconsciente provoca en el cuerpo, en la
historia, en el saber; en la escritura del cuerpo, en la historia
del saber.
El campo es el mismo; la red epistémica no, la ética sí.
El psicoanálisis es una práctica que produce efectos no
sólo en los saberes sino en los cuerpos; dar cuenta de esos
efectos es nuestra ética como analistas. Por ello, para
terminar, se podría citar una frase de René Chair, que hablando
de los poetas nos podría permitir pensaren relación con Freud:
Un poéte doit laisser des traces de son passage
pas de preuves
seules les traces font réves18
Notas:
1 Lacan, Jacques, “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo*, en
Escritos 2, ed. Siglo XXI, p. 781.
2Los tiempos del Edipo que propusiera Lacan y la metáfora paterna no
sólo han hecho correr mucha tinta entre los lacanianos, sino que pueden
hoy tener diferentes lecturas según el tiempo de la enseñanza de Lacan.
Aquí tomaremos la vía clásica apelando fundamentalmente a lo
desarrollado en los seminarios del 15 y 29 de enero y 5 de febrero de
1958, pertenecientes al seminario de “Las formaciones del inconsciente".
También se hará referencia a las fórmulas que Lacan presentara en el
escrito “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las
psicosis", en Escritos 2, ed. Siglo XXI.
3 Lacan, Jacques, op. cit., p. 777.
4 Lacan, Jacques, “Posición del inconsciente", op. cit., p. 816.
5 Lacan, Jacques, Le séminaire. Livre XI. Les Quatre Concepts
Fondamentaux de La Psychanalyse, ed. Seuil, París, 1976, p. 186.
6Lacan, Jacques, “Posición del inconsciente", op. cit., p. 809.
7 Lacan, Jacques, “L’objet de la Psychanalyse*, En Cahiers Pour
L'anaiyse, núm. 3, París, 1964.
8Lacan, Jacques. L’identification, 20.12.81.
9 Lacan, Jacques. Séminaire XI, op. cit. Véase: “L'inconscient et la
Répetition”.
10Lacan, Jacques, L’identification, 28.02.1962.
11Lacan, Jacques. op. cit. 30.05.1962.
12Lacan, Jacques, La logique du Fantasme, 26.04.1967.
13Lacan, Jacques, L’objet de la Psychanalyse, 8.12.1965.
14Lacan, Jacques, La logique du Fantasme.
15Idem.
16Lacan, Jacques, L’objet de la Psychanalyse, 11.1965.
17 Lacan, Jacques, La logique du Fantasme.
" Este fragmento del poema de Chair me fue señalado por D. Koren
Tercera Parte
Lo Social en Lacan
XII
Prolegómenos
2710
ganó un lugar en la historia de la radio. Sin embargo, dicho
lugar no se debe a su excepcional voz, sino a que esa primera
temporada narrada no tuvo lugar en el estadio sino en la
cabina misma: Mago, debido a que inventó todos los partidos
y las pelotas bajas y los bateadores en turno; Septién porque
así se llamaba. La ficción de la radio hizo la verdad de esa
temporada.
De estos dos relatos se tomarán dos palabras para
articularlas a lo que aquí se intenta desarrollar lo extraterrestre
y la ficción.
Lo que se quiere traer aquí es la noticia de una hija bastarda
de Lacan. Bastarda porque nunca fue reconocida por él y no
lo fue porque nunca la nombró.
Esta hija bastarda es la sociologería.
La sociologería es el espacio donde se escribe el problema
de lo social en Lacan y es el tema de estos capítulos.
Hay dos antecesoras de esta construcción: la topologería
y la lingüistería. En ambos casos, para conformarlas, Lacan
hubo de recurrir a dos campos: el de la topología y el de la
lingüística. Los viajes de Lacan por estos territorios del saber
fueron frecuentes y explícitos.
En el caso de la sociologería no fue así. La recurrencia de
Lacan a la sociología no sólo fue escuálida sino tempranamente
abandonada. Dos veces lo hizo de manera abundante: en el
escrito de La Familia en 1938 y en el de Introducción teórica
a las funciones del psicoanálisis en criminología en 1950.
Ahora bien, la sociologería tiene que ver con lo social y no
con la sociología.
Si la sociología no fue llamada muchas veces por Lacan,
lo social, en cambio, fue nombrado en diferentes momentos
de su enseñanza.
Si en el caso de Orson Wells se trataba de extraterrestres,
en el caso de la sociologería se trata de una extraterritorialidad.
Extraterritorialidad tanto al psicoanálisis como a la
sociología; sobre todo a la sociología. En relación con el
psicoanálisis se trataría del campo de la extensión en el
sentido lógico.
La sociologería no es sólo una extraterritorialidad, es
también una ficción. Quizá por eso valga la pena pensarla.
Pero no se puede circunscribir algo sólo por la vía de la
negativa (“esto no es.. y es por eso que se hace necesario
preguntar por aquello con lo que estaría vinculada esta
proposición.
Aunque parezca asombroso, la sociologería tendría que
ver con la ética y, por lo tanto, con la epistemología. Esto
significa con la discursividad, entre otras cosas.
Antes de inclinar la luz sobre la discursividad, valdría la pena
cuestionar semánticamente la palabra aquí presentada.
Dividámosla a la manera clásica. Rompamos con el
clasicismo, comencemos por atrás, por la logería de lo social.
Logería implica, no una teoría sino una deconstrucción.
Logería es un forzaje lingüístico, por eso quizá pueda pensarse
desde el psicoanálisis Logería huele mal, como toda parte
de atrás. No suena a sistema, por eso es ficción.
Lo social de la sociologería crea más problemas. ¿Lo
social en psicoanálisis? La sospecha se hace desconfianza
y ciertos intentos militantes aparecen como fantasmas de esta
palabra. Sin embargo, abandona la ópera cuando se da
cuenta que no es ópera adonae llegaron y que ahí, los
fantasmas se hacen de escritura y tiempo.
Se hace necesario mirar más allá de las fracciones y
confrontar esta palabra de lo social en la obra de Lacan.
Lacan aborda lo social de distintas maneras y desde
diferentes posiciones. Pero hay una que llama la atención por
su claridad. En 1970, para definir la estructura discursiva
recurre a lo social ya que afirma que el discurso es aquello
que hace lazo social. Es por ello que en la tipología de los
discursos se podría enunciar como tal a la sociologería; esto
se puede ubicar a finales de los sesenta y principios de los
setenta. Sin embargo, se comenzará por una esquelética
arqueología de lo pensado por Lacan en relación con lo social,
lo cual permite dar cuenta de su recorrido teórico.
2. El Recorrido
La historia comienza con su tesis. Tesis clínica; Aimée es
su caso, por no decir su amad?. Con ella, más bien con su
discurso, a partir de su decir, propone una nueva nosografía
psiquiátrica: paranoia de autopunición. Tesis clínica, pero
también doctrinal. Se propone no sólo una nueva nosografía,
sino una nueva ciencia, la de la personalidad. Como psiquiatra,
hace tesis más allá de la psiquiatría, trayendo desde una
exterioridad las bases epistémicas para cuestionarla.
Esta exterioridad se llama psicología concreta. Psicología
que contaba con su teórico: Georges Politzer, el pelirrojo de
la universidad obrera, un teórico que militaba. Con Politzer
no se sabe si sabía para militar o si militaba para saber, pero
éste no es nuestro asunto.
Lo importante es que es él quien posibilita a Lacan una
relación con el psicoanálisis: desde ahí, el delirio era el relato
y el relato lo concreto del sentido.
Lacan encuentra con Politzer, desde Freud, que el delirio,
así como el sueño, tiene sentido. Un sentido que tiene que
ver con la vida del sujeto que se cuenta en ese delirio. El delirio
dice al sujeto.
A partir de ese punto se intenta comprender la totalidad
del sujeto y hacerla comprensible. A esta “totalidad
comprensible” la llama personalidad.
La personalidad y más precisamente los fenómenos de
ésta, son los pilares de donde parte Lacan. Estos fenómenos
se agrupan en tres polos para hacerla comprensible.
Los tres polos son: el individual, e' estructural y el social. Ni
el polo individual (que Lacan encontraba impregnado de
subjetivismo) ni el polo estructural (que estaba relacionado
con una posición excesivamente gnoseológica) le servían para
fundar su ciencia.
Es el polo social el que le ofrecía, según él, la posibilidad
de cientificidad a sus planteamientos. Y para fundamentar
dicha cientificidad recurre a la psicogénesis. A partir de ahí,
enunciando la ciencia de la personalidad como “...la parte
propiamente humana de la psicología”, establece como objeto
de ésta “el estudio genético de las funciones intencionales
donde se integran las relaciones humanas del orden social.’’1
Politzer no habla de lo social sino de lo económico, que no
es lo mismo, y en 1929 dice: "La psicología enteramente cabal
sólo es posible engastada en la economía.”
El Politzer retomado por Lacan es el de la Crítica a los
fundamentos de la psicología y el psicoanálisis (1927), y no
el de ¿Adónde va la psicología concreta?
Pero retomar no implica transcribir. Por lo que, si bien hay
muchas líneas de influencia, también las hay de diferencia. El
lugar del yo en la teoría politzeriana no es el mismo que en la
lacaniana.
Lacan, sin ignorar el yo, no lo coloca como centro. La
instancia que más le interesa en todo caso, no es el yo sino el
superyo; y es en ese sentido que introduce su contepción de
lo social, tomada de su lectura personal de Freud.
Dicho concretamente: para Lacan, el superyo era la
instancia que interioriza lo social. Así nos lo hace saber en su
tesis: “Freud concibe el superyo como la reincorporación al
yo de una parte del mundo exterior. Esta reincorporación
refiere a objetos cuyo valor personal, desde el punto de vista
genético social en que nosotros mismos estamos definiendo
este término, es el mayor de todos. Se refiere, en efecto, a
esos objetos que resumen en sí todas las constricciones que
la sociedad ejerce sobre el sujeto, o sea, los padres y sus
sustitutos.”2
Retomando a Freud, plantea la identificación como el
mecanismo fundamental de la génesis del superyo, y por ende
de lo social en el sujeto. Y para explicar la noción de psicosis
paranoica de autopunición, explica al autocastigo como el
mecanismo donde la introyección de lo social, a través del
superyo, hace cumplir un mandato social: el castigo.
Esta hipótesis del castigo como ligado a lo social, es
extendida de la tesis a sus opiniones públicas: el mecanismo
de autocastigo de las hermanas Papin tiene el mismo origen:
“La pulsión agresiva que se resuelve en el asesinato aparece
(...) como la afección que sirve de base a la psicosis (...) Esta
pulsión está teñida de relatividad social: tiene siempre la
intencionalidad de un crimen, casi constantemente la de una
venganza, a menudo el sentido de un castigo, es decir de una
sanción emanada de los ideales sociales; y a veces,
finalmente, tiene el alcance de una expiación (autocastigo).”3
Si nos detenemos tanto en este momento de la producción
de Lacan, no se debe sólo a la fascinación que producen los
comienzos, ni a la pasión morbosa que encierra el crimen
con olor a mujer; es sobre todo debido a que los elementos
teóricos que sostienen la conceptualización de lo social en el
Lacan de aquellos años, se extienden a otros textos muy
importantes al respecto. El pilar teórico de lo social en Lacan
es la identificación. Así, en 1936 y en 1938, dos escritos
continúan la problemática de lo social. Uno, dedicado a un
más allá del principio de realidad, y otro extenso y difícil que
se intitula La Familia.
En 1936 se hace patente la presencia de un nuevo
elemento que cambiará, radicalizando, las posiciones de
Lacan: la imagen. La imagen es una función central porque
es a partir de ella que los hombres pueden relacionarse como
tales. Pero esta función tiene operatividad porque se relaciona
con el mecanismo que Freud pusiera en escena y Lacan en
movimiento. Dicho mecanismo permite la transmisión de lo
social; nos referimos a la identificación.
Lacan intentaba construir una teoría psicológica que
esclareciera los fenómenos psíquicos a partir de las funciones
sociales; para ello, la identificación es el mecanismo
fundamental: "Lo que se transmite por esta vía psíquica son
esos rasgos que dan en el individuo la forma particular de
sus relaciones humanas, esto es, su personalidad.”4
A partir de la imagen como concepto fundamental, y la
identificación como proceso princeps, Lacan construye una
noción que le permite elaborar su proyecto de psicología; esta
noción es la del complejo.
El complejo permite la relación entre lo individual y lo social,
dando fundamento a una realidad psíquica estructurada en
estrecho vínculo con las relaciones sociales.
En el texto de Más allá del principio de realidad, Lacan
dice al respecto: “El comportamiento individual del hombre
lleva la impronta de un cierto número de relaciones típicas en
las que se expresa una determinada estructura social; cuando
menos, la constelación que dentro de esta estructura domina
de modo más especial los primeros años de la infancia.”5
Para Lacan, el término complejo es “el concepto más
concreto y fecundo que se haya aportado en el estudio del
comportamiento humano", y es por ello que le dedica un largo
estudio llamado La Familia.
La familia, pensada como estructura social, a través del
complejo, gobierna los prooesos fundamentales del “desarrollo"
psíquico. Así, ésta es pensada como “lo que transmite
estructuras de conducta y representación.”6
La identificación como proceso, la imagen como el
elemento fundamental del complejo, el complejo como la
constelación que organiza lo psíquico desde lo social, y la
familia como la estructura de transmisión, constituían el
aparato teórico de Lacan antes de la guerra. Como es visible,
la problematización de lo social estaba en el origen de las
teorizaciones lacanianas.
Viene la guerra y con ella el silencio. Después la liberación
y los besos a los americanos que entraban a París, no sólo
con tanques de guerra, sino con teorías como tanques.
Mientras en los Estados Unidos se propaga un culto
psicoanalítico al yo, en la Francia recién liberada, Lacan se
dedica a mostrar los espejismos de ese yo.
Lacan se sorprende al ver lo que Wallon hace con los
espejos y los niños, pero lo mira desde otros ojos después
de la guerra. Hegel le hace mirar el proceso como dialéctica
del ser y Freud le permite pensarlo como originado en el
narcisismo.
El yo, que hacía escuela en Norteamérica, es puesto en
tela de juicio. Se muestra que lo que otros creían síntesis y
unidad, estaba en su origen dividido y roto. Yo es otro. La
otredad desde la dialéctica propiciaba pensar al yo como
alienado en el otro. Lo imaginario se hace registro y el espejo
2770
dispositivo.
El yo es, desde ahí, efecto de la otredad
No hay más dicotomía entre el ser y lo social, a partir del
cogito ae lo imaginario, el yo es otro; es dialéctica de falta de
ser que hace ser. El yo desconoce que es por otro. Dialéctica
y falta. El estadio del espejo es su texto.
Anudado a este remolino teórico, Lacan no sólo construye
una teoría sobre la causalidad psíquica anudada a la dialéctica
de lo imaginario; sino que hace un uso inédito de su pluma y
construye apologías matemáticas.
Lo sorprendente es que no sólo lo hace por diversión, sino
que, usando juegos lógicos, intenta demostrarlo que él llama
"la lógica colectiva", y más radicalmente, "las formas lógicas
en 'as cuales se deben definir las relaciones del individuo con
la colección”, que a decir de Lacan mostraban una “lógica del
sujeto.”7
Los artículos a los que nos referimos son los de “El tiempo
lógico y el aserto de certeza anticipada” y “El número trece y
la forma lógica de la sospecha”; ambos publicados en
Cuadernos de Arte entre 1945 y 1946.
Trabajando un apólogo sobre unos presos y su posibilidad
para salir de la cárcel, Lacan construye lo que llama “La verdad
del sofisma como referencia temporalizada de sí al otro el
aserto subjetivo anticipante como forma fundamental de una
lógica colectiva”.
En el texto del tiempo lógico, Lacan afirma: “Si bien en
esta carrera tras la verdad no se está sino solo, si bien no se
es todos cuando se toca lo verdadero, ninguno sin embargo
lo toca si no es por los otros”. Un solo comentario: ésta es la
demostración lógica de lo que Freud plantea en Psicología
de las masas y análisis del yo: "en la vida anímica individual
aparece integrado siempre, efectivamente, 'el otro', como
modelo, objeto, auxiliar o adversario". Lo colectivo no es nada
sino el sujeto de lo individual.
En el artículo del número trece, Lacan trabaja un juego
aritmético: hay doce monedas aparentemente iguales, hay
una diferente, imperceptible a la vista, es necesario saber
cuál es la diferente intentando sólo tres pesadas en una
báscula sin patrón de peso.
Diferencia, juego, lógica que Lacan resuelve con una
fórmula de "por-tres-y-uno“. No se desarrollará aquí el juego,
se citará solamente lo que Lacan escribe al final del artículo:
“Dedicamos este apólogo a aquellos para quienes la síntesis
de lo particular y lo universal tiene un sentido político concreto.
Y que los demás prueben aplicara la historia de nuestra época
las formas que hemos demostrado aquí."®
Pero no es sólo en relación con el arte del cálculo y con los
tiempos lógicos que lo social hace acto de presencia.
Existe un artículo algo olvidado donde Lacan expone lo que
será el pasaje al campo de lo simbólico. Este artículo se llama
"Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en
criminología", escrito en 1950.
De nuevo, el superyo, la familia como grupo social, el
Edipo, la identificación, pero ahora relacionados con lo
simbólico y, por lo tanto, con la estructura.
Lacan dice: "Las estructuras de la sociedad son simbólicas';
esto le permite expresar su posición eh forma de enunciado
"Del crimen que expresa el simbolismo del superyo como
instancia psicopatológica, si el psicoanálisis irrealiza el
crimen, no deshumaniza al criminal.*8
Dejaremos este recorrido en 1953, pues es a partir de esa
fecha que Lacan abandona las referencias sistemáticas a lo
social. El siguiente paso fundamental relativo a la problemática
de lo social tendrá que esperar algunos años; más precisamente,
hasta finales de los años sesenta, momento de la construcción
de lo aue Lacan llamó los cuatro discursos radicales. Ahí, en
la definición y explicitación de los discursos, es donde tomará
cuerpo la sociologería.
Notas:
1 Lacan, J., De la psicosis paranoica y su relación con la personalidad
(1932), ed. S. XXI, México, 1982.
2 Idem.
3 Lacan, J., ‘Motivos del crimen paranoico: las hermanas Papin', en op.
cit.
4 Lacan, J., ‘ Más allá del principio de realidad' (1936), en Escritos 1, ed.
S. XXI, México, 1984.
5 Lacan, J., op. cit.
6Lacan, J., La familia (1938), ed. Argonauta, Buenos Aires, 1982.
7Lacan, J., “El número trece y la forma lógica de la sospecha" (1946), en
Intervenciones y textos 2, ed. Manantial, Buenos Aires, 1984.
8 Lacan, J., op. cit., p. 25.
9 Lacan, J., ‘Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en
criminología" (1950), en Escritos 1, ed. S. XXI, México, 1984.
X III
Estructura Rota
1. Discurso y estructura
Haber recorrido lo hasta aquí expuesto no tiene carácter de
paseo histórico, sino de construcción de tiempo lógico.
La sociologería, en los textos anteriores, sólo está
insinuada y, si se le evoca, sólo podría ser de manera marginal.
Marginal no es exacto, más bien sería nonata.
Decir “sociologería” implica algo no dicho por Lacan, por
ello hay que demostrar su existencia.
Decirla no es demostrarla y por ello se hace necesario un
doble recorrido epistémico y lógico. Epistémico por la
construcción conceptual que implica, lógico debido a que sólo
sostenida ahí mostrará sus límites.
Si bien hay elementos para “hablar” de la sociologería en
los textos anteriormente citados, la hipótesis que anida este
trabajo, es que ella sólo es posible de enunciar como tal hasta
finales de los años sesenta. Y esto no sólo por motivos
históricos, sino porque era necesaria la puesta en relación
de la verdad, el saber y el goce. Puesta en escena que
implicará una relación estructural para construir una estructura
relacional. Esto nos remite directamente a la teoría de los
discursos radicales.
Saber, verdad y goce se relacionan estructuralmente, es
decir, lógica y topológicamente. Aquí nos abocaremos sólo
al campo de la lógica. Lógica que no implica un trinomio
cuadrado perfecto. Más bien lo contrario: lo cuadrado es io
que estalla, lo perfecto es lo subvertido y no se trata de trinomio
sino en todo caso de 'cuadrinomio'.
Saber, verdad y goce para hacer estructura se articulan en
el orden de la misma: lo real. Esta estructura se hace discurso
y el discurso se hace estructura.
En un afán por lo evidente se podría evocar al discurso
como lo que se habla, es decir, como un juego de enunciaciones
Se podría pensar, en una mueca más universitaria, al
discurso como una relación entre una forma gramatical y un
contenido diacrónico.
El discurso, visto desde el psicoanálisis, se retira de
ambas posiciones. Afirmar que se retira es inexacto; habría
que decir no entra en esa partida, o dicho de otro modo, no
juega a ese juego.
Sin embargo, comparte la parte del juego en su dimensión
más radical: se ordena en reglas. Todo discurso está
reglamentado. La regla es fundamental para el discurso.
También para las relaciones extemporáneas.
Juego y reglas existen por y en el lenguaje. Esa es su
materialidad. La teoría del juego y Wittgenstein hacen de ello
evidencias fecundas. La teoría del juego muestra la articulación
significante de las relaciones del lenguaje. El trabajo de
Wittgenstein afirma demostrando que los lazos sociales son
juegos de lenguaje; es decir, órdenes reglamentados.
Se podría inferir por lo anteriormente dicho, que bastaría
conjuntar la teoría de juegos y la de Wittgenstein para tener la
semblanza del discurso desde Lacan. Pero no es la semblanza
lo que se obtendría, ni la posición de Lacan frente al discurso.
El discurso es articulación significante y juego del lenguaje,
pero no todo. Ahí, en este no todo, está la diferencia
fundamental.
Decir no todo es plantear que algo hace límite o que algo
falta... que no es lo mismo, pero es casi igual.
A diferencia de los planteamientos anteriores, el discurso
desde el psicoanálisis no sólo implica un “no todo”, y por lo
tanto una falta, sino que esa incompletud y esa carencia son
la causa del discurso.
La diferencia es radical: articulación significante cuya causa
es algo que, haciendo límite, produce desde la falta. La regla
articula al discurso, pero la falta hace a la articulación de la
regla.
Es la falla como causa lo que hace al discurso y lo que lo
hace estructura.
El discurso a partir de la evidencia en acto de la
imposibilidad no sólo de su completud sino de la negación
de su causa, permite enunciar la relación de la estructura con
lo real. Lacan dice al respecto: “Cuando se trata de la
estructura debe ser tomada en lo que es lo más real, lo real
mismo. La estructura es, entonces, real. Eso se determina
por convergencia hacia una imposibilidad en general.”1
Esto significa que el discurso se construye a partir de su
relación con lo real y, por lo tanto, desde su imposibilidad.
Pero, ¿cómo puede construirse un discurso relacionado
con lo real? ¿Cómo podría afirmarse como orden de palabra,
como aparato gramatical?
Exactamente ahí está la clave. El discurso no es sólo
aparato gramatical, sino sobre todo aparato lógico. El discurso
desde el psicoanálisis no es una ordenación de palabras, sino
un discurso sin palabra.
¿Cómo podría pensarse un discurso sin palabra? ¿Eso
implicaría un discurso mudo e incluso vacío?
Discurso vacío, pero no de producción, sino de contenidos.
En todo caso, donde lo vacío es la condición del contenido.
Discurso mudo sí, pero que no implica que no se diga.
Mudo, pero no de articulación sino de significado. Discurso
que es escritura, por lo tanto, materialidad más allá del sentido.
El discurso, desde el psicoanálisis, carece de palabras
porque más allá de ellas están las funciones. Discurso sin
palabras pero con funciones. Son las funciones lógicas las
que hacen al discurso y no las expresiones ni sus colores.
Concebir de esta forma al discurso lleva directamente a la
problemática de la lógica. Asegurar que el discurso tiene que
ver con funciones y no con palabras, produce un olor a lo
matemático que cubre casi completamente el de las fórmulas
lingüísticas.
Al respecto pueden hacerse dos cuestionamientos. El
primero se refiere a que, plantear un discurso en relación con
la lógica y con el lenguaje como estructura, no produce (casi)
ninguna diferencia con los planteamientos de Wittgenstein en
sus Investigaciones filosófícas.
El segundo se refiere al uso de la lógica como planteamiento
2830
epistémico: ¿no era la lógica uno de los discursos que
provocaban una sutura? ¿Cómo proponer una estructura del
discurso cuya causa sea una falta, si se hace desde un
planteamiento lógico?
Intentando acotar esbozos de respuestas y no resoluciones
agotadoras, se podría decir, respecto del segundo
cuestionamiento, que es precisamente ahí donde ser perfila
el inédito lacaniano. Inédito que no implica descubrimiento
sino diferencia con historia.
Cuando Lacan escribió sus cuatro discursos radicales,
propone y produce una lógica donde la sutura no sólo no tiene
un lugar, sino que dicha lógica se constituye a partir de una
hiancia. Podríamos llamarla lógica sin sutura o lógica de la
hiancia. Pero, ¿esto es lógica?
No se discutirá aquí si es lógica in strictus sensu, pero se
acotará que si bien Lacan toma esta vía, no es él quien la
inaugura. Ya Góedel había mostrado lógicamente el problema
de la inconsistencia como estructura de la aritmética. Mostrar
la incompletud de un sistema lógico desde la lógica es el
camino tomado por Lacan.
Mostrar la incompletud de un sistema lógico, pero desde
una lógica de la incompletud; he ahí la estructura de los
discursos.
2. Lógica e incompletud
Lógica de la hiancia, lógica de la incompletud, lógica que
para sostenerse como tal recurre a una paradoja: se trata de
una formalización que cuestiona la formalización. Una vía para
pensar esta paradoja podría plantearse señalando que la
formalización, si bien es un aparato simbólico, no puede,
como tal, producirse sin falta, sin límite. Ese límite es lo real,
los discursos son una estructura agujereada porque se topan
con su imposible: demostrar lo real. Lo real no es demostrable
por lo simbólico. Ésa es su maldición pero también el sostén
de la estructura. La imposibilidad de demostrar lo real por lo
simbólico es lo que constituye la estructura de los discursos.
Lacan, hablando de la matriz lógica de los discursos y
refiriéndose a su estructura, dice: “poner de cierta manera la
formalización del discurso y al interior de esta formalización
acordarle al mismo algunas reglas destinadas a esta
formalización, implica poner en evidencia el elemento de
imposibilidad; he ahí lo que está propiamente a la base, en la
raíz de eso que es hecho de estructura y en la estructura lo
que nos interesa a nivel de la experiencia analítica."2
Plantear la estructura del discurso en relación con una
reglamentación lenguajera, no implica ina simple transferencia (en
todos los sentidos) de lo trabajado por Wittgenstein. Sin
embargo, tomar esta vía permitirá aclarar, problematizando,
la estructura del discurso desde el psicoanálisis. No se trata
aquí de hacer una confrontación epistémica entre lo planteado
por W ittgenstein y lo elaborado por Lacan. Se trata
fundamentalmente de tomar la punta del discurso para hacer
resaltar algunos puntos problemáticos.
Sí, el discurso es un juego del lenguaje. Sí, el lenguaje hace
lazo social. Pero no sólo eso. El discurso está reglamentado;
he ahí te dimensión propia del lenguaje. Pero en el caso del
discurso desde el psicoanálisis no se busca sólo su
reglamentación sino su causa. No se busca sólo la regla sino
qué lo estructura. Y para el psicoanálisis, lo que estructura al
discurso es una falla, una falta; un agujero.
El discurso, así planteado, no se estructura a sí mismo
como cerrado, ni lo hace exclusivamente en el orden
simbólico. El discurso es estructura por su relación con lo real
y con una causa perdida, lo que el psicoanálisis hace evidente
es que en la base de toda reglamentación, en la base de toda
estructura significante, hay una causa que está perdida.
Además, es precisamente porque está perdida que hace
estructura. La introducción de la causa y la pérdida obliga al
acercamiento hacia la dimensión del “objeto a". El objeto a
en Lacan es la escritura del objeto que, en tanto faltante,
funciona como causa.
Para mostrar el discurso como causado por una pérdida,
Lacan recurre a la llamada “apuesta de Pascal’ . Apuesta que
permite demostrar que en el origen de toda reglamentación
de juego hay una causa perdida.
Antes de trabajar la apuesta de Pascal, quizá valga la pena,
a manera de evidencia fenomenológica de la apuesta como
causada en una pérdida, dar un ejemplo más mundano.
Tómese, por citar alguno, el juego de las cartas practicado
en el mercado de las pulgas en París. Las reglas son las
siguientes: hay un joven que tiene tres barajas, una de las
cuales tiene el lugar de ganadora ya que es diferente de las
otras dos. El joven, en general de origen árabe tapa y destapa
las cartas al mismo tiempo que las cambia de lugar. Este
movimiento se detiene en un instante (llamémosle escanción).
La mirada se pasea retadora entre el público que observa su
habilidosa maniobra. Después de unos segundos especialmente
tensos, un rubio anónimo dice "here"\ el manipulador de cartas
le p'de al osado adivinador que sostenga su palabra con un
billete de 100 francos. El valiente anglosajón los pone seguro
de su victoria. Su victoria consiste en no perder. Uno apuesta
a no perder, y no a ganar. La apuesta tiene sentido porque el
rubio, a pesar de su origen, sabe que el juego tiene reglas no
explicitadas, que el joven de las cartas tiene salidas
"engañosas”. El rubio sabe que de entrada la tiene perdida y
debido a que esta regla es casi explícita, su pasión se inflama.
La apuesta tiene sentido "porque de entrada está perdida'.
El apostador sólo se apasiona frente a estas apuestas. Si
éste supiera que de antemano está ganada no habría apuesta.
En el caso que nos ocupa, el joven que maneja las barajas no
apuesta, él sabe que va a ganar; el que apuesta es aquel que
de entrada sabe que su apuesta está perdida.
En la apuesta de Pascal sucede lo mismo, sólo que
articulado no desde la fenomenología, sino desde la lógica.
La apuesta de Pascal versa sobre la existencia de Dios.
No sobre lo que es o lo que no es, sino sobre su existencia.
La apuesta es: ¿Dios existe o no? Ante tal pregunta hay dos
posibilidades- puedo apostar a que Dios existe o puedo
apostar a que no. Si apuesto a que existe, pierdo lo que su no
existencia implica para el disfrute en esta Tierra. Si apuesto
a que no existe, arriesgo que su existencia implica perder la
vida eterna.
El riesgo es la primera condición implicada en la apuesta.
Riesgo ligado a una renuncia. En el caso de la vida cristiana,
o se renuncia a los placeres del pecado o se renuncia a la
vida con Dios. En el caso de la vida atea, o se renuncia a los
placeres mundanos o a la vida en el más allá. Dicho de otro
modo, o se renuncia a la vida terrestre del placer o se renuncia
a la vida eterna. De todos modos hay una renuncia.
En el caso de la apuesta de Pascal, estas dos dimensiones
están presentes, sólo que la jugada es más radical, ya que
tiene que ver con el infinito. Infinito ligado a la existencia de
Dios.
La apuesta se formularía así: si Dios existe, gano una
infinidad de vidas; si no existe, pierdo una infinidad de vida.
Es decir, si Dios existe, pierdo el goce de esta vida; pero si
no existe, pierdo el goce de la otra vida. En ambos casos
pierdo algo. Existen dos posiciones más: o bien “yo ya lo he
perdido todo (por ejemplo la fe) y apuesto por apostar” o “yo
no apuesto en lo absoluto”. Aquí también, como en los dos
casos anteriores, la causa de la apuesta es que ya está
perdida.
Lacan enunciaría así: “Todo esto reposa sobre esta simple
distinción: para resolver eso de lo que se trata, esto es, la
esencia del juego en lo que implica de logificable, porque él
está reglamentado, tiende a que, lo que allí está apostado
está perdido desde el inicio.... si es una actividad cuyo inicio
está fundado en la asunción de una pérdida, es precisamente
por que eso de lo que se trata en el inicio de toda
concatenación significante es un efecto de pérdida.”3
Es en el origen del discurso fundado en una pérdida, donde
podría residir la diferencia fundamental entre los planteamientos
del Wittgenstein de Las investigaciones filosóficas y el Lacan
de la lógica del inconsciente.
3. Goce
El recorrido aquí presentado no tenía como fin principal
mostrar las diferencias entre el filósofo anglo-vienés y el
psicoanalista francés; lo fundamental era señalar a la pérdida
como origen de la organización significante. La pérdida como
origen es una puerta privilegiada para introducirse a las
problemáticas del goce.
Retomando lo referido a la apuesta de Pascal, se puede
plantear que si bien la apuesta implica el riesgo de una
pérdida, lo que se pierde es el goce, ya sea el goce de una
infinidad de vidas o el goce de los placeres mundanos. Una
pregunta surge en este punto, entonces, ¿para qué apostar
si algo está perdido o, peor aún, si todo está perdido?. La
respuesta no se hace esperar: es precisamente por eso, se
apuesta porque ya todo está perdido. Pero, ¿a qué se
apuesta? Se apuesta a recuperar, a reencontrar lo perdido.
Para recuperar lo perdido es que se apuesta una y otra vez.
La apuesta apunta a reencontrar un goce perdido y ello es el
motor de un sinnúmero de intenciones por lograrlo.
Ahora bien, es necesario que exista una huella, una marca
de eso que se perdió, un mapa del tesoro, la leyenda de la
mujer, el relato de El Dorado, el garfio con cicatriz de una
mano ausente. Un trazo, entonces, que marque la certeza de
que algo se perdió.
De aquí se desprende la lógica del objeto a y su relación
con el goce.
Para dar cuenta de dicha relación es menester abandonar
los planos fenomenológicos y pasar a la escritura analítica.
Para desarrollarla se hace necesario colocar en el origen un
mito: el del goce total. Mito freudiano, condición lógica del
psicoanálisis. Digámoslo con cautela: en el origen mítico fue
el goce. Eso no es perceptible sino por una deducción lógica:
existe el trazo de una falta. La marca de la pérdida del goce
puede ser llamada rasgo unario. La escritura del rasgo unario
puede proponerse como uno. Uno que marca que algo se
perdió. Escribámoslo así:
1 trazo de la pérdida
a escritura lógica de la pérdida
1 = trazo de la pérdida
a = signo escrito de la pérdida.
1_=1
a
2890
es un apasionado del goce. Bebiendo busca saciarse;
bebiendo encuentra que no es posible. La paradoja del
alcohólico es que mientras más bebe, más sed tiene. Lo que
encuentra no es la paz de la sed saciada, sino más sed.
Esta narración demuestra en prosa, lo que la escritura
matemática encarna en relaciones lógicas. La escritura aquí
presentada muestra que al reencontrar el goce se encuentra
su pérdida. Precisando: intentar taponar la falta, engendra la
falta misma. Situación que lleva a la evidencia de que no hay
goce sino en relación con la pérdida del goce.
Lacan menciona: “el sujeto hace la estructura del goce, pero
hasta nueva orden, todo lo que puede expresarse de ello, son
prácticas de recuperación. Eso quiere decir que lo que él
recupera no tiene nada que ver con el goce sino con su
pérdida.’’5
He aquí lo maldito de los efectos del discurso analítico: no
hay goce sino ligado a la imposibilidad del goce total.
Sólo hay goce en relación con la pérdida. La pérdida tiene
que ver con el objeto a. Es debido a la pérdida del goce que
se produce un 1 que marca esa pérdida:
1
a
EM es marca
a
de la pérdida de 1 y ese intento de recuperación lleva a un
plus de la pérdida, es decir, un plus de gozar 1 = 1 + a*
a
El 1/a tiene consecuencias fundamentales, ya que confirma
lógicamente la apuesta de Pascal, a saber, que en el origen
de toda concatenación significante hay una falta.
El 1 (trazo) es condición primera del sistema simbólico, ya
que es porque hay 1 que todo significante se afirma como
diferente a ese primer trazo. Si el significante es pura
diferencia, lo es porque hay un 1 radical del que se diferencia.
Digámoslo con cautela: en el origen del sistema simbólico
está la repetición; repetición fundada en el trazo unario.
No basta con señalar que en el origen del sistema
de lo demostrado por la apuesta de Pascal, señalar que la
causa de la concatenación es una falta. Ese 1 escribe la falta,
la falta de objeto. Así, la escritura
1=1 + a
a
1= 1 +a
a
Notas:
1Lacan, J., Seminario "L'enversde la Psychanalyse* (1969-1970), clase
del 20/XI/69.
2 Lacan, J., op. cit., clase del 20/XI/69.
3Lacan, J. “D'un Autre á l'autre (1968-1969). Clase del 22/I/69.
4 Lacan, J., op. cit.
5 Lacan, J., op. cit. Clase 15/1/69.
6 Idem.
* En el capítulo XI. "El sujeto del fantasma", se escribió la fórmula:
1+a = 1/a. Como se puede ver, en este capítulo la escritura es otra:
1/a = 1+a. Es Lacan quién propone ambas posibilidades. La primera
data del seminario de La lógica del fantasma del año 1967, la segunda
corresponde al De un Otro al otro del 69. Pero no sólo se trata de los
años, la posibilidad de "invertir" la fórmula, podría deberse a:
a) Hay múltiples posibilidades de lectura.
b) En La lógica del fantasma lo problematizado es la relación entre el
significante y el objeto a, mientras que en De un Otro al otro, el tema era
el goce.
c) Las fórmulas abordan el mismo problema, a saber, la relación entre lo
simbólico y lo real, pero lo hacen de diferente modo.
XIV
Del Saber al Poder
1. Saber
Un hecho histórico sucedió a principios de este siglo: nació
el psicoanálisis. El psicoanálisis comienza por el acto de
nacer. Dicho acto precipita una nueva posición frente al saber
y, más que nada, un nuevo giro en la incidencia del saber en
la historia. Que el psicoanálisis comience por un acto no es
cualquier cosa; eso hace trazo. Lo que este acto pone en la
escena de la historia es una nueva problemática del saber. El
psicoanálisis, desde sus orígenes, está ligado al acto y al
saber, incluso, al acto de saber.
Sin embargo, para nacer, el psicoanálisis necesitaba
producir una verdad. Verdad que aparece como condición
de cualquier acto. La verdad en suspenso que el psicoanálisis
pone en evidencia, apunta a la relación del neurótico con el
saber. Esta verdad señala que: el neurótico busca saber, pero
ese saber lo mortifica. Ante ese llamado del neurótico a saber,
el psicoanálisis permite poner en acto a ese saber. Poner en
acto al saber implica aquí, precipitar una aventura por aquello
que mortifica. De allí que Lacan diga: “el acto analítico se
presenta como una incitación a saber."1 Esta incitación a saber
comienza con una insensatez, con una invitación al sujeto a
decir todo lo que se le ocurra. Insensatez que lleva a las
fronteras de lo amoroso: diga todo lo que se le ocurra...
siempre será maravilloso.
La frase “diga todo lo que se le ocurra”, implica que en
algún lugar se sabe. ¿Qué se sabe? ¿Quién lo sabe? Lo
primero que se puede decir es que el sujeto que habla no
sabe lo que dice, lo cual no exenta la existencia de un saber.
Lo que el sujeto no sabe es que sabe. He aquí la base de lo
que el psicoanálisis precipita en la historia: hay un saber que
no se sabe. No es que el psicoanalista fuera el primero en
constatar la existencia de un saber que no se sabe; Sócrates,
el filósofo, también lo sabía. Si bien el psicoanalista no fue el
primero en señalar la existencia de dicho saber, sí fue el
primero en hacerlo acto.
Decir “diga lo que se le ocurra” es suponer que algo sabe.
Este “algo” donde se sabe, es el Otro. Dicho de otra manera:
el saber está en el campo del Otro, en el campo del lenguaje,
en la articulación significante.
En 1968, Lacan enuncia: “ ...de cualquier modo que
soportemos la función de saber, no podemos soportarla más
que por articularla a un significante.”2 ¡Ah!, pero este seminario
es del 68 y además se puede objetar, es un seminario no
establecido. Bien, citemos entonces el seminario llamado
Encoré (Aún) de 1973, en donde Lacan pregunta: “¿Qué es
el saber?” y se contesta sí mismo: “ El análisis vino a
anunciarnos que hay saber que no se sabe, un saber que tiene
su soporte en el significante como tal (...). Es necesario todo
este rodeo para hacer la pregunta del saber bajo la forma no
quién sabe, sino ¿qué sabe? ¿No se dan cuenta que es el
Otro?3
Pero, ¿cómo pensar el saber en relación con la articulación
significante? Habría que partir de la propuesta de Lacan
donde se define a un sujeto como lo que es representado por
un significante para otro significante y donde, en la escritura
lacaniana, el saber se anota como el S2. Su escritura articulada
sería:
y s 2
X
De un Otro al otro
de Uno al Otro
de 1 al Otro
de 1 a 1
3010
maneras: es la pasión filosófica de la autoconsciencia, la
S elbstbew usteiir, es la a sp ira ción p sico ló g ica del
autoconocimiento; es la propuesta social de la individualidad
autónoma, del estado absoluto.
Que el 1 no sea igual a sí mismo no sólo cuestiona los
campos mencionados sino todo el espacio del Otro. Si el Otro
en tanto función no puede ejercer el saber de saber (ya que
ignora qué sabe; ya que 1 depende del Otro 1), el campo del
saber absoluto es invitado a pasar a la sala de las utopías y
de los imposibles. El Otro no puede saber que sabe, el Otro
está agujereado: el Otro no puede sostener ni un saber
absoluto ni una completud.
Lacan expondría, en 1968: “Que el gran Otro, como tal,
tenga esta falla —que no pueda saber lo que él contiene si no
es su propio significante— he ahí la cuestión decisiva donde
se puntualiza lo que se refiere a la falla del saber. En la medida
en que es en el lugar del Otro donde se suspende la
posibilidad del sujeto en tanto que él se formula, es muy
importante saber que eso que lo garantizaba, a saber, el lugar
de la verdad, es él mismo un lugar agujereado.”6
Algo muy importante se hace visible: al interior mismo del
recorrido de Lacan existe una resignificación teórica que
precipita una nueva forma de plantear el problema del saber
y la verdad cuando se incluye el registro de lo real.
Lo cuestionado aquí es la relación de la verdad y el saber
vinculados al Gran Otro, a (A), a lo simbólico (el inconsciente
es el discurso del Otro, el Otro es el lugar de la verdad). Lo
planteado aquí es la evidencia del Otro como agujereado y la
necesidad teórica de formular el problema de saber y la
verdad vinculados al objeto a y al goce. Por lo tanto, se hace
necesario problematizar la relación de la verdad con aquello
que precipita la inclusión del objeto a.
2. Verdad
Lacan dice que Freud hace hablara la verdad: “Yo la verdad
hablo", es decir, “yo la verdad puedo mentir, puedo engañar”.
La afirmación “yo hablo" implica que debe pensarse a la
verdad en relación con el lenguaje. "Yo la verdad -Lacan dice
por boca de Freud- soy una gran tramposa, la gran embustera”.
“Aparezco en los supuestos errores, en lo encubierto”. Se
podría afirmar que la verdad dice “Yo hablo por enigmas” y
los enigmas están dentro del campo del lenguaje.
Lacan señala: “Yo la verdad hablo, yo. La verdad habla yo
pero a la inversa no es verdad: todo lo que habla yo no es
verdad.”7 El que habla yo no habla la verdad sino que es
hablado por ella: ésa es su verdad. Verdad que implica que
el yo no sabe que ignora que su verdad no está en el yo sino
en otro lado. Este otro lado es la otra escena freudiana; es el
lenguaje en Lacan.
Rigurosamente, se dirá que la verdad está suspendida
entre dos registros: el del sujeto y el del Otro, siendo el Otro el
espacio donde tomará consistencia el discurso del sujeto.
Cuando Lacan piensa a la verdad como estructurada en lo
simbólico, la piensa de ese modo. Escribámoslo así: A (1) =
campo del lenguaje.
Ahora bien, lo que se está intentando demostrar en este
trabajo es que en “el campo del Otro no hay posibilidad de
entera consistencia del discurso.”8 Lo cual nos lleva a plantear
que en lo simbólico hay una falta, hay una imposibilidad de
decir toda la verdad. La traducción sería: “Yo la verdad hablo
pero no para decir la verdad”.
Al hablar, falta decir algo para decir la verdad: ésa es la
verdad. Eso que falta al discurso para decir la verdad, es la
verdad en sí. Dicho de otro modo: eso que falta al decir para
decirlo todo, es la verdad. De ahí que la verdad no pueda
decirse completamente.
El objeto a es aquello que falta a la verdad en tanto que
falta de decir. Aquello que demuestra que el Otro como lugar
de verdad no puede tener consistencia es precisamente el
objeto a. El objeto a es lo que le falta al Otro para decir la
verdad. Este enunciado se puede escribir algebraicamente
de la siguiente manera: 1-a. Lacan lo dice claramente: “Si en
ninguna parte del Otro se puede asegurar la consistencia de
lo que se llama verdad, ¿dónde pues está ella sino en lo que
de ella responde esta función de a?”9
La función de la verdad, entonces, ya no está sustentada
en el Otro, sino en su falta, y esta falta es el objeto a.
Propongo escribirlo así:
a
1-a
en donde la función de a es mostrar la inconsistencia de A
(del Otro), de 1.
Lo que se está _tcataodQ.de probar es el paso fundamental
de ío simbólico como re La.cjQnaoo_con_eLlgnguaje hacia
aquello que implica lo re jl ligado al objeto a.
Más precisamente, aqueMo que se_esláJratando de
demostrar es no sólo Iajuptura_situada„en_eI campo de lo
simcolico, smo fundamentalmente la perforación en el gran
Otro. Agujerear al Otro, mostrar al Otro como agujereado será
fundamental para la sociologería y para la estructura anajitica.
Siguiendo este cuestionamiento dél gran Otro y tomando
la línea de las problemáticas de la verdad, se hace menester
introducirse a los laberintos del saber y a su relación con la
verdad.
a= saber y 1 = verdad
a _ J.
1-a a
equivaldría
saber _ verdad
verdad-saber saber
Dicha escritura implica que en relación con el inconsciente
hay un saber cuya acción demuestra la existencia de una
verdad que se ignora. Ésta es la verdad del saber.
Pongámoslo más tangible: cuando uno quiere decir algo
dice otra cosa; esa falla en el decir es la verdad de su saber,
es decir, que ignora sobre su verdad. No solamente no sabe
lo que dice, ni siquiera quién o qué lo dice, sino que ignora la
verdad de lo que no sabe.
Dicho de otro modo: es el saber como falla (ignorar la
verdad) lo que hace que la verdad no sea sino falla (no puede
ser dicha toda). Si no se puede saber la verdad es porque la
verdad falla. Escribir: Saber sobre verdad menos saber
significa que el saber, que la función de saber, está siempre
sostenida por la imposibilidad de saber la verdad (verdad
menos saber) pero también implica que la verdad no puede
ser dicha toda por que el saber (que no puede saber la verdad)
siempre aparece como aquello que muestra a la verdad como
incompleta, como fallida. Esta es otra forma de leer: verdad/
saber El saber muestra, en tanto falla en decir la verdad, que
la verdad no puede ser sabida, es decir, que la verdad es
fallida.
En el párrafo anterior (fotografía forzada y sin maquillaje
de la estructura del saber y la verdad) se hacen evidentes el
tiempo de la repetición, el espacio de la diferencia, y la relación
entre la verdad, el saber y el goce.
Lacan dice en 1969: "Sabemos que en alguna parte —en
esa parte que llamamos inconsciente— una verdad se enuncia
y tiene esta propiedad: que de ella no podemos saber nada.
Esto es ahí donde se constituye un saber."10
Mucha lógica, mucha matemática pero algo aparece como
olvidado: la sexualidad, y en psicoanálisis la sexualidad es
fundamental.
Si algo original ha aportado el psicoanálisis al campo del
saber, es que desde su inicio está relacionado con la
sexualidad. Pero la relación del saber con la sexualidad no
es fácil; siempre causa problemas, y por ello es censurada.
Si hay una interdicción del saber (llámesele censura) es porque
eso que está prohibido saber, es un saber sexual. La censura
se establece para producir un “yo no sé” porque en su origen
hay un saber prohibido.
Pero ¿por qué el saber aparece tan peligroso si hay mucha
riqueza en él? El problema es que el saber está relacionado
con el goce; no está relacionado con lo que da paz sino cor
lo que tensa y hace explosión.
Lo que no se puede aceptar es que, sobre el goce, nade
se puede saber. El goce en tanto perdido es ese imposible
de saber y, de nuevo, buscando saberlo, no sabemos mas
que ignorarlo, perderlo. El goce está más allá del saber ye
que está ausente, ya que es pura pérdida. El goce es ese
imposible de saber. Esto es lo que descaradamente significa
objeto a. “Es en el enunciado del inconsciente, si lleva la mareé
de a, al nivel donde falta el saber, es en la medida en que no
sabe nada de este absoluto (goce).”11
Allí donde habría 1 (Uno de la completud, de la concordancia
entre saber y verdad, de la concordancia entre saber y goce)
hay 1 - a. Este imposible de saber es lo real.
Despleguemos lo relacionado con lo real:
La verdad es imposible de saber.
El goce es imposible de encontrar y de saber.
El goce y la verdad, en tanto ubicados en el campo del
imposible, están relacionados con lo real.
De allí que lo real sea lo imposible, como es imposible
saber la verdad y reencontrar el goce.
4. Saber y Poder
El recorrido ha sido largo y sinuoso, pero era necesario
para poder estructurar lo referido a la sociologería.
Sociologería que, colocándose en el campo de la extensión
del psicoanálisis, viene de su intención. A diferencia de la
“topologería” donde la topología es la que produce efectos en
la intención del psicoanálisis, la sociologería sólo podrá
cobrar sentido si precipita sus efectos al exterior del
psicoanálisis.
La sociologería tiene sentido cuando permite inaugurar
nuevas formas de reflexión y cuando plantea preguntas más
allá de la intensión del psicoanálisis. No se vea una
sociologización del psicoanálisis donde se plantea otra cosa.
La sociologería no da respuestas sociológicas a la teoría ni a
la clínica psicoanalíticas, más bien intenta plantear preguntas
y precipitar cuestionamientos más allá de las fronteras del
dispositivo analítico.
Así, a partir de lo expuesto en relación a la intensión del
psicoanálisis, se abordarán algunas extraterritorialidades.
El fundamento de la sociologería es que lo absoluto está
rajado, agujereado. La vía que se tomó fue la de problematizar
la relación de la verdad con el saber. El saber, contrariamente
a algunas hipótesis, es lo que descompleta a la verdad. El
saber, en tanto saber ignorado, y en tanto impotente para
saber la verdad, muestra que no puede haber un sistema que
se sostenga a sí mismo como legitimado en una verdad
absoluta y sin falta.
Lo hasta aquí planteado apunta a demostrar que el Uno
platónico, el Uno de la completud, el Uno de Dios, el Uno
metafísico, el Uno absoluto es insostenible como idéntico a sí
mismo.
Señalar la imposibilidad de una identidad del Uno consigo
mismo equivale a cuestionar de base el sustento que le daría
existencia. Si Uno no es Uno, es decir, idéntico a sí mismo,
Uno no es.
Demostrar que el Uno no es idéntico a sí mismo plantea un
cuestionamiento radical a la función del amo, a la consistencia
de los sistemas cerrados sobre sí mismos y al poder en sí.
Los efectos de este cuestionamiento abarcan diferentes
espacios.
Comencemos por el que se refiere a la estructura misma
del discurso. A partir de lo que hemos planteado aquí, queda
excluida la posibilidad de que el discurso pueda estructurarse
como un sistema cerrado. Si la causa de la estructura y la
concatenación discursiva es una falta, un agujero, ninguna
forma discursiva podrá vanagloriarse de una completud
simbólica. Esto llevaría a Lacan a señalar la inexistencia de
un universo cerrado del discurso.
Sigamos con el cuestionamiento, esta vez referido a la
consistencia del Otro como 1, como siendo idéntico a sí
mismo. Lo que se intenta demostrar aquí es la imposibilidad
del Otro para constituirse como Uno de la completud. El Otro
para consistir tiene necesidad de la otredad. Para que haya
Uno se necesita un dos. La gran ilusión que se rompe es la
que sostiene a todos los pequeños y grandes amos. La gran
ilusión de los amos es poder ser Uno solo, es decir, contarse
uno mismo como dos: ser amo de sí mismo, ser amo de sí
mismo implica el sueño de contarse como dos, creerse la
Unidad y lo Otro, estar completo. Ser amo de sí mismo es
contarse por dos mirando sólo a Uno.
He aquí uno de los orígenes de la apuesta de Pascal
cuando la juegan los amos: “quita o dobla”: perder es perderlo
todo, ganar es doblarse, ser dos, estar totalmente completo.
Esta apuesta es el enjambre del amo y el esclavo. El amo
para ser ese Uno completo que incluya al dos, necesita al
esclavo. El esclavo es lo que aporta aquello que completa al
amo. El esclavo es aquel que representa lo que le falta al amo,
ese uno en más. El resultado es sorprendente: si el esclavo
es quien aporta lo que le falta al amo para ser dos (es decir
Uno completo) el esclavo es el Ideal del amo.
La pasión histórica del amo concuerda con la aspiración
especular del yo: encontrar la Unidad. El yo como mito del
Ideal es creerse idéntico a sí mismo. El yo como Ideal es
creerse único e indivisible; es creerse amo de sí mismo. A
partir de lo demostrado aquí, descanse en paz en el panteón
de los extraviados esta gran ilusión. Lo que los pequeños
amos adoran es la yocracia. La yocracia es el origen poco
decoroso del egocentrismo, la pedantería y el machismo. Lo
que los grandes amos veneran es esta yocracia convertida
en aparato de estado. Los grandes amos sueñan con una
yocracia elevada al estatuto de estado absoluto.
El psicoanálisis muestra que el yo está agujereado, que
su función es desconocer que en su origen hay una falta. Lo
que el análisis demuestra es que es imposible ser idéntico a
sí mismo; que ningún absolutismo es posible, ni el del yo ni el
del estado totalitario. Todo intento de sistema absoluto, por
bien planeado que esté, por muy inteligente que sea su
justificación legal, es insostenible desde el momento en que
la ley misma, la estructura misma del orden de la ley, es decir,
el sistema simbólico, está agujereado. Decir que no hay
universo cerrado de discurso es decir también que ninguna
ley, ninguna estructuración simbólica es sostenible como
sistema cerrado. Dicho de otro modo, ningún sistema
simbólico es un todo completo, ningún sistema es infalible.
El yo se cree Uno, se cree unidad. Eso lo salva y le permite
erguirse frente al abismo. Lo salva pero también lo engaña;
lo ciega. El yo se cree Uno, imagen total. Lacan puso en tela
de juicio el espejismo del yo. Desde 1936 señaló el juego de
los espejos en el que se encuentra atrapado el yo. El yo, señaló
Lacan, tiene la fundón del desconocimiento. El yo desconoce
que la totalidad imaginaria que lo "unifica” tiene como origen
una falta. En aquella época, sostuvo que se trataba de una
falta biológica (la “prematuración" del infans). Más tarde
revocaría el origen biológico de la falta, pero sostendría su
función como estructurante. En los años treinta, los espejos
brillaban en la superficie de la concepción teórica de Lacan
pero ello no evitó que señalara lo fundamental: el yo se
constituye por una falta obnubilada, y el yo no puede ser sino
en relación con el otro.
Con la década de los cincuenta vino la Introducción del Otro;
el lugar de lo simbólico; el espacio de la consistencia del
discurso. Otro que desde 1953 aparece bajo un relieve
fundamental: Otro sí, pero fallido. El Otro para Lacan es un
Otro tachado: S (A).
Las disimetrías se hicieron letras por los años sesenta, y
es cuando aparece la definición de sujeto. Sujeto es aquello
que es representado por un significante para otro significante.
No sólo el Otro estaba tachado; el sujeto es, desde su origen
lógico, un sujeto tachado.
La definición del sujeto llevó a Lacan a preguntarse por el
objeto en el psicoanálisis, por el objeto y su función en la
constitución del sujeto deseante. El objeto es lo que falta; lo
que le hace falta al sujeto. El objeto a es, desde su origen,
función de falta. Es lo que le hace falta al sujeto pero también
al Otro: es lo que le falta a ambos.
El objeto a, tal como aquí se ha articulado, no sólo agujerea
lo simbólico, sino que también agujerea lo imaginario. La
imagen de a, que no es la imagen del objeto (a) sino de su
ausencia, se presenta como presencia de la ausencia de a.
De la presencia de la ausencia del objeto a presentificada
por la imagen de a, el Otro quiere tomar consistencia. El Otro
se quiere sostener en el imaginario como unidad, es decir,
como imagen completa. Una escritura posible de tal embrollo
sería: A = ¡(a)
a
Lo anterior puede leerse: A (el Otro) intenta presentarse como
totalidad imaginaria A=i (a). Sin embargo, lo que constituye
la verdad del Otro es que esa imagen que intenta sostener,
está agujereada por a, está sostenida por la falta del objeto.
La verdad del Otro es que está agujereado por a tanto en lo
imaginario como en lo simbólico.
Que el Otro esté agujereado por el objeto a implica lo
siguiente:
___ saber____
verdad-saber
5. Aperturas
La presentación de la sociologería queda aquí incompleta.
La sociologería es más que nada una propuesta y, como tal,
exige la continuidad de su problematización. La sociologería
implica una de las dimensiones de la extensión del
psicoanálisis. Así, sus posibilidades se sostendrán en las
aperturas que se generen. Aperturas que atañen a la
“construcción” de espacios al interior del psicoanálisis, así
como a las posibles relaciones del psicoanálisis con otros
espacios de saber. Aberturas que deben fungir como
interpelaciones a otros saberes y a otras prácticas discursivas
o no.
Sólo como imagen conceptual de aquello que podría
pensarse a partir de la sociologería se delinearán aquí algunos
horizontes a trabajar.
a) El problema de la historia y una epistemología radical.
Al inicio de este trabajo se dijo que la sociologería, como tal,
sólo podría arm arse (a p o s te rio ri) a p a rtir de las
conceptualizaciones de Lacan de los años sesenta. Ello
responde a que es necesaria la introducción de la relación
entre el saber y el goce vinculada al objeto a. La introducción
de esta relación señala un horizonte pero no agota la fuente
de su surgimiento. Se podría plantear, a manera de hipótesis,
que dicho plano conceptual estaba ligado históricamente al
tiempo epistémico, y político, del espacio donde Lacan
elaboró su pensamiento. La sociologería puede reconstruirse
a partir de las elaboraciones de los años sesenta y setenta,
debido a que esas dos décadas son fundamentales,
históricamente hablando, para la construcción (desde
diferentes campos) de una posición frente al problema de lo
social, incluyendo al psicoanálisis.
La elaboración de Lacan nunca estuvo desvinculada de su
tiempo. El mismo dispositivo del seminario permitía que la
dimensión del acontecimiento tuviera efectos inmediatos en
el decir de Lacan. La guerra del 39 lo silencia; la revuelta
teórica del estructuralismo lo interpela; los acontecimientos
del 68 lo convocan, lo incluyen.
No se trata de volver a las cansadas apologías del 68 en
Francia. Se trata de pensar hasta dónde lo expuesto por
Lacan en aquellos años, no fue la escritura de un síntoma en
el campo del saber, que genera fuego en los teóricos y
practicantes de la época. Después del 68, Foucault da su tan
conocido giro. Hasta 1972 saldrá el “Antiedipo” de Guatari y
Deleuze. En 1970, Lacan, expulsado de los recintos
universitarios de la Escuela Normal Superior, propone la
escritura de los cuatro discursos radicales.
Entre 1967 y 1968, Lacan exponía la relación entre el saber
y la verdad, y entre el saber y el poder. El mayo francés lo
sorprendió en medio del seminario sobre el acto psicoanalítico.
¿Hasta dónde Lacan, incluido en una crisis histórica del saber
y sus instituciones oficiales, hace una lectura del síntoma?
Una de las dimensiones de la tensión del 68 apela a una crisis
de los productores del saber. Más allá del romanticismo y más
acá del pragmatismo, en los años sesenta, las nuevas formas
del saber se sublevaban frente a la imposición del poder como
verdad. Además de otros determinantes históricos, uno, nada
desdeñable, es la crítica desde el saber hacia las formas en
que el poder se afirmaba en verdad apoyándose, precisamente,
en el saber. Algunos que tenían la posibilidad de acceder al
espacio del saber hicieron valer su función de poner en
cuestión al poder. Que detrás de esta puesta en cuestión
estuviera implicado el sudor surgido del deseo de poder, es
otra cosa.
La ubicación de Lacan y de su discurso en un espacio
histórico marcado por su época, implica la necesidad de
incluir esa historia “exterior" en el “interior” de la propia historia.
Así, la epistemología tendría que incluir no sólo la estructuración de
la lógica interna de la configuración de los saberes sino
también, de manera innegable, a las relaciones de esas
configuraciones con las redes históricas sobre las cuales se
sostienen, se enredan y se construyen. De este modo, tiempo
epistémico y tiempo político e histórico, quedan vinculados
de tal modo que se relativiza su separación. Más claramente,
el tiempo epistémico incluye, topológicamente, el tiempo
histórico.
b) Otro punto esencial que aquí se dibuja, es, otra vez, la
relación entre Foucault y Lacan. Es evidente que el
dogmatismo no es la vía de su problematización. Tampoco el
entusiasmo analógico permite desentrañar tan complicada
confrontación. Sin embargo, después de este recorrido hay
líneas que quizá permitan pensar, desde otro lugar, las
conjunciones y disyunciones que unen y separar a estos
pensadores franceses. Al menos tres quedan evidenciadas:
la relación entre saber y poder; entre el poder y la verdad; y
entre el discurso, el poder y la verdad. Analizar los puntos de
anudamiento y los puntos de desencuentro sería la tarea a
realizar.
c) Otra apertura posible por la vía de la sociologería es la
vinculación entre el arte y el poder. Esta relación sería
equivalente a aquella entre el saber y el poder: se trata de
una disimetría radical. El arte está en disyunción con el poder,
es lo que lo “descompleta”. Ninguna creación artística puede
subordinarse al poder sin perder por ello su especificidad. El
arte que quiere volverse súbdito del poder se destruye y se
transforma, disolviéndose, en propaganda. Esto no anula el
erotismo que existe entre el arte y la política, pero cuando se
somete al poder cuestiona su legitimidad y su existencia.
d) La relación arte-poder lleva a otro sendero fundamental:
el de la otredad, el de la poesía. El psicoanálisis no fue el
primero en demostrar a la otredad como descompletando al
sistema y a la supuesta unidad. Los poetas lo hicieron desde
hace mucho tiempo. Para muestra basta un botón. En palabras
de Antonio Machado: "...lo otro no existe: tal es la fe racional,
la incurable creencia de la razón humana. Identidad=realidad,
como si, a fin de cuentas, todo hubiera de ser, absoluta y
necesariamente, uno y lo mismo. Pero lo otro no se deja
eliminar; subsiste, persiste; es el hueso duro de roer en que
la razón se deja los dientes. Abel Martin, con fe poética que
no es menos humana que la fe racional, creía en lo otro, en
‘La esencial Heterogeneidad del ser’, como si dijéramos en
la incurable otredad que padece lo uno".
e) Ahora bien, cabria aclarar algo: en psicoanálisis, la
otredad es esencial no sólo como espacio conceptual sino
como fundamento de su existencia. El Otro, lo otro, lo
inconsciente, la muerte, la locura y todo aquello que aparece
como "del otro lado de la frontera'1 y que cuestiona la
conciencia, la vida y el poder en sí mismos son sus zonas
privilegiadas. Sin embargo, la otredad, en el campo analítico,
no genera una dialéctica hegeliana. La otredad, en el
psicoanálisis, aparece agujereada. No sólo se trata de
demostrar lo Otro, sino que él está tan roto como lo Mismo. Si
hay dialéctica en psicoanálisis, ésta no termina ni en síntesis
ni en completud; se trata de una dialéctica estrellada. Lacan
va a recurrir a la dialéctica de muchas maneras y en muchos
momentos. Pero nunca como dialéctica sintética. Frente a la
dialéctica valdría la pena realizar una arqueología de sus
pasiones en la obra de Lacan, ya que el recurso a la dialéctica
va a ser sustituido en los años sesenta por algo que podría
llamarse “multiplicidad estructural” (de la dialéctica del deseo
a los cuatro discursos, del dos al cuatro; de la otredad al
cuaternario) y luego, en los setenta, será abandonada la
posición estructural para accionar el camino de los nudos.
Este recorrido es sinuoso y complicado, aquí sólo se señala
lo que no merma su importancia.
f) Para terminar, citaremos dos frases del 68. Una es
clásica y apareció en los muros de la Sorbona, la otra es
menos clásica y surgió del seminario de Lacan. En aquellos
muros se leía: “sean realistas pidan lo imposible”. Lacan decía
en aquel mismo año: “el saber, siempre que se presenta, lo
hace como un rayo”. Quizá se trate de incluir el peso de lo
real en el campo del saber para cuestionar, con rayos, los
muros del poder.
Notas:
'Jacques, Lacan, De un Otro al otro (1968-1969), clase del4/VI/69.
2op. cit., clase del 27/XI/68.
3Jacques, Lacan, Ancore, Livre X X (1972-1973), ed. Seuil, París, p. 116,
clase del 27/111/1973.
4Jacques, Lacan, De un Otro al otro, op. cit.
5 op. cit., clase del 11/VI/69.
6 op. cit., clase del 27/XI/68.
7 op. cit., clase del 14/XII/68.
Bop. cit., clase del 13/XI/68.
‘ Idem.
10 op. cit., clase 5/111/1969.
11Idem.
12 op. cit., clase del 4/VI/69.
13 Jacques, Lacan, L'envers de la psychanalyse (El reverso del
psicoanálisis), 1969-1970, clase del3/VI/70.
XV
Crimen sin Castigo
Siete Crisantemos para Louis Althusser
Rafael Pérez
Notas:
1A continuación se abreviará el nombre de LouisAlthusser sustituyéndolo
por sus iniciales L. A.
2Althusser, L., Ideología y Aparatos Ideológicos de Estado, Posiciones,
ed. Grijalbo, México, 1977. Se abreviará Aparatos Ideológicos de Estado
por las siglas A. I. E.
3Althusser, L., El porvenir es largo, ed. Destino, Barcelona, 1992, p. 25.
4Ibid, título del libro.
5 Roudinesco, E., Lacan, ed. Fondo de Cultura Económica, Argentina,
1994, p. 434.
6 Serrat, J., “Lucía”. Frase de dicha canción.
7Abraham T. Revista Cultural, articulo sobra L. A., Uruguay, 1886, p. 14.
'Allouch, J. En estos tiempos, ed. Pslcoanalltlca de la Letra, A. C.,
México, 1983.
'Althusser, L., El porvenir es largo, p. 348.
10Ibld, p. 344.
11Ibld, p. 343.
12Ibld, p. 353.
'3lbld, p. 354.
14Sabina, J. Parafraseando dos versos de la canción 'Siete crisantemos'.
"Ibld., p. 36.
Cuarta Parte
Nudos Clínicos
XVI
El Diván y la Lira
3. Sombras de Obras
Quizá algo nos permita acercarnos a esta problemática: el
silencio. De él se ha dicho mucho y aquí no se podrían agotar
todas sus implicaciones pero bien podríamos tomarlo como
campo de comparación. Existen muchos tipos de silencios:
el del infinito de los astros que tanto estremeció al filósofo, el
de la protesta de un pueblo cuando el terror se administra
desde el estado, el del dolor por una ausencia que quema en
lo más hondo de la estirpe. En todos estos casos, el silencio
es umbral. Anterior a la palabra o posterior al llanto, pero de
algún modo hielo frágil: espera que antecede o precede a su
disolución. Es tiempo en suspenso: o imán de la palabra o su
vómito; o antesala del decir o su vaciamiento. Es el portero
del edificio de las sílabas: tiene sus llaves, recibe su
correspondencia, guarda sus secretos íntimos; le procura
ciertos servicios clandestinos. El silencio aparece como la
negatividad de la palabra; su contrario. Pero esto no es así.
El silencio no es negatividad de la palabra, es su negativo, sí,
pero en el sentido fotográfico. La palabra no es lo contrario
del silencio, sino otro tiempo del mismo ritmo. El silencio y la
palabra aparecen como los dos pares de una dialéctica, la
del discurso. El silencio es unidad y función del lenguaje;
pertenece a su legalidad. Del mismo modo, en un poema que
en una canción, el silencio es parte integrante de su escritura
y su naturaleza. Es fundamento tanto del verso cortés como
del bolero; es pilar de su música.
Pero en psicoanálisis se puede reconocer otro silencio que
no es del campo del lenguaje: el de la muerte. Freud dice que
la muerte trabaja en silencio. Lacan reconoce, en la insistencia
del significante, la materialidad del lenguaje y su relación con
el automatismo de repetición, pero ahí hay un silencio que no
pertenece a esa cadena. Es un silencio mudo, sin signos, es
aquél de las sombras. Es el silencio de la putrefacción de la
carne. Frente a él, los pueblos inventaron los rituales de la
muerte. Todas las culturas han construido un modo de
despedir el cuerpo de sus muertos. Algunos intentan conservar
su alma o su presencia, pero siempre sin cuerpo; más
precisamente, el cuerpo sin carne muerta. Los funerales, sean
por incineración, sepultura o sumergidos en el mar, son los
modos en que los humanos ponemos palabras, cantos, rezos,
juegos, es decir, retoños de lenguaje, para velar el trabajo de
la muerte sobre la carne.
México es quizá un ejemplo paradigmático ante la muerte;
ironía o juego, pero al fin y al cabo discurso. Algunos se sienten
orgullosos de que ante el dolor vuelto llanto de los europeos o
la solemnidad de oriente, los mexicanos hacemos calaveritas
de dulce y de poema. Pero, ¿no será que la calavera es
precisamente un velo para olvidar la carne que se pudrió?
¿No será un modo, eso si muy agudo, de velar no a la muerte
sino a su terrible silencio?
Para caminar por el sendero de un silencio que no es del
lenguaje, hemos de recurrir a la clínica. Pero antes, una
aclaración. Muchos psicoanalistas evitan hablar de su clínica,
más aún escribir de ella; es un modo de mantenerse intactos
y de cerrar su práctica a cualquier crítica o comentario que
altere su confort, su estatus y su santidad. Existen otros que,
por el contrario, no hacen otra cosa que poner el acento en la
clínica y en sus casos, con el fin de vanagloriarse de su
actuación e intentar demostrar la teoría con sus reflexiones y
su destreza con sus intervenciones. Ni lo uno, ni lo otro.
Reflexionar sobre la clínica no es un ejercicio práctico, es un
acto analítico. En psicoanálisis no hay teoría y práctica; se
trata de una praxis donde tal separación althuseriana no tiene
lugar. No hay clínicos o teóricos, hay o no psicoanalista. Lacan
no hizo otra cosa en sus seminarios. O, ¿habría que hablar
de seminarios clínicos o teóricos? Pero fundamentalmente,
no hizo otra cosa en su trayectoria más que fundar las bases
de un psicoanálisis crítico y radical. ¿Acaso hay otro? No,
contestaría Freud. Por todo ello me atrevo a pensar aquí con
casos clínicos; a partir de lo "clínico*. Primero porque al
escribirlo se vuelve una ficción, una construcción, un acto
ligado a la fabricación y no a la demostración y, segundo,
porque es un modo de declarar lo que aquí se expone.
Presentaré dos procesos clínicos que hospedan un espacio
para reflexionar sobre el silencio y la palabra, sobre la función
del lenguaje y el tiempo de la muerte callada.
Primer relato o "No dijo nada de ello”.
Una tarde llega, después de un acuerdo telefónico, a la
hora exacta de su cita. Se presenta por su nombre, por su
profesión y por su declaración sexual: trabaja con gobelinos y
se dice homosexual. El problema trampolín para ir al análisis:
los celos y la inseguridad frente ai amor. Una gran amiga le
recomendó que viniera conmigo; él confía en ella, y en mi
aspecto. Las sesiones transcurren con narraciones alrededor
de su relación actual que parece estar a punto de terminar. El
dolor de la separación y un ansia de libertad llenan su tiempo
de suspiros y sus ojos de lágrimas. Un día, sin más, se
presenta a sesión acompañado por su gran perro pastor
alemán. Les indico que entren y ambos se sientan; uno en un
sillón, el otro a sus pies. La inesperada visita me sorprende,
no tanto porque lleve a su perro, sino porque no había dicho,
hasta ese momento, nada de él.
Dos sucesos más para señalar. Después de algunas
semanas de análisis, mientras transcurre su sesión, llega un
amigo suyo al consultorio, pregunta por él y solicita hablarle.
Lo curioso no es tanto la situación como su repetición: sus
amigos van a buscarlo a su hora de sesión. El segundo evento
es mucho más delicado. Mientras reparaba un valioso
gobelino en un segundo piso, cae al vacío en un acto
incomprensible pero certero. Un yeso cubre su tórax justo
hasta antes de los genitales, queda imposibilitado para
trabajar, pero también para realizar más de una actividad. Lo
significativo, además del golpe que se propició, es que en el
momento de caer al vacío pensó en su análisis.
Recibida la carta dolorosa, se abren los archivos para que
el analista se pregunte no sólo qué quiso decir este acting a
través del dolor y de la fractura, sino además qué se está
gestando sin registro aparente. Algo comienza lacerantemente a
vislumbrarse: la palabra está lastimada, no encuentra cauce
ni materialidad, en su lugar aparecen acciones que dicen sin
hablar y actos que lastiman sin resignificar. A partir del
accidente acontecen sesiones muy intensas que versan sobre
su dolor de existir y sobre sus ganas de vivir ante los
empujones de la muerte. Después de una propuesta de
interrupción del lado del analizante y de la negativa e
interpretación del lado del analista, él deja de asistir. Yo no
sabía que a la cita que no asistía era a la del análisis. No
había pasado mucho tiempo desde la interrupción cuando la
amiga que le había recomendado mi diván me comenta la
noticia de su muerte. Había muerto de SIDA hacía apenas
unos días. No sólo el dolor me golpeó, también la sorpresa.
Nada se había dicho en sesión sobre el mal que lo estaba
matando, nada dijo sobre el SIDA y su violencia. Ahí me di
cuenta que él no sólo estaba “enfermo" del mal del siglo, sino
también de silencio. Del paso de la muerte sobre su cuerpo
nada pudo decir. ¿Por qué carajos no dijo nada? ¿Por qué
ese silencio fue más fuerte que su análisis? ¿Se trató de un
suicidio silencioso?
Aquí no sólo es cuestión de ausencia de palabra fue algo
más, algo que avanzaba en silencio como avanzan las
sombras. En este caso, el lenguaje no tenía recursos para
convocar a ese aullido sin palabras, no en este sujeto. No hay
lugar para el silencio poético ni el discurso puede llamar a la
razón cuando el cuerpo se rompe en medio del mutismo de la
carne. Porque no se trata sólo de lo que él no quiso decir,
sinofundamentalmente de lo que no pudo. No es un problema
del lenguaje, ni psicológico ni lingüístico, es algo que atañe al
ser, a los límites y a los barrancos donde la luz de la palabra
no puede calentar el frío de la muerte. No es que si lo hubiera
hablado otro gallo cantaría, sino que existió algo más
poderoso que el lenguaje y su silencio; algo que no sólo no se
pudo tratar, sino ni siquiera hablar. A pesar de que el poeta y
el analista se enfrenten a los límites del lenguaje, aquí el
silencio no tiene ni el mismo peso ni pertenece al mismo
registro.
Segundo relato o Viaje sin placer.
Ricardo Ruso llegó a su primera sesión contando lo
siguiente: “La verdad que yo a usted no lo conozco, su nombre
y su teléfono me los dio una persona que no recuerdo quién
fue. En mi ciudad si uno quiere un analista va para ‘villa Freud’
y a la casa que toque seguro encuentra uno.” Rió y continuó:
“No sabía si venir. No sabía si ir donde un psicoanalista o
entrar a yoga. Me acaban de dar mi resultado: soy seropositivo y
no quiero deprimirme porque eso precipitaría el fin.” Así
comenzó este proceso.
Oficio: profesor de turismo de escuelas técnicas.
Tiempo libre: lo utiliza en atravesar la ciudad para dar una
“horita” de clases en Tacubaya y otra en Azcapotzalco.
Pasión: además de los hombres jóvenes, se dedica a
atesorarfolletos de lugares lejanos y maravillosos. Tiene una
gran cantidad de cajas donde guarda, en orden alfabético,
las propagandas que obtiene en las agencias de viajes. En
las cajas tiene sus folletos y en la piel sus sueños. Construye
deliciosas aventuras que acontecen en aquellos lejanos
lugares; su imaginación pinta colores vivos, a partir de esos
coloridos papeles muertos.
Al comienzo, el análisis trataba de un solo tema: los sentires
frente a la muerte de sus amigos y la forma en que acontecían
o se tramitaban. Desde aquel que murió solo en un cuarto de
la Del Valle, hasta la historia de un amigo que le pidió que
esparciera sus cenizas en el parque de Río de Janeiro y las
consecuencias que esto tuvo cuando los padres vinieron
desde Uruguay a preguntar por el cuerpo de su hijo.
Las sesiones se iban llenando del aroma de la muerte,
mechadas con frases y anécdotas donde se demostraba por
qué “la vida no vale nada”.
Un día llegó especialmente triste. “Esto sí ya no lo puedo
soportar. Fíjese usted que frente a mi ventana acaban de
levantar una barda que me impide ver los amaneceres. Fui a
protestar con la dueña del edificio y alzando los hombros me
respondió con un idiota: ¿qué quiere que yo haga? Ahora sí
me acaban de quitar mi único placer.”
A los seis meses :
No tengo nada de qué hablar. No me ha pasado nada.
-¿ N o tie n e pasado?
- Lo que no tengo es futuro
- ¿Ah, no?
- Bueno, no sé, mi pasado son sólo muertes, comenzando
por la de mi padre cuando yo era adolescente. Creo que es
mejor que me vaya.
- ¿Desde cuándo se está yendo?
- Uhh, contando mis intentos de suicidio, y todo lo que me
ha pasado, si tuviera que contarle desde cuando me estoy
yendo, tendría que empezar desde los tres años
- Muy bien comenzamos el lunes.
Antes de salir, en el importantísimo espacio entre el diván
y la puerta, le dije: Ricardo, no se raje.
Se hace necesario puntualizar algunas cosas. Como en
todo análisis, aquí hubo que plantearse una dirección de la
cura, partiendo de lo señalado por Lacan en el texto que
comienza, precisamente, con ese enunciado. En este escrito
de 1956 se señalan tres dimensiones en el proceso analítico.
Dimensiones que, impregnadas de un color bélico, orientan
el quehacer clínico. Se trata de la táctica, de la estrategia y
de la política. En lugar de repetir lo que dice Lacan en este
escrito de "La dirección de la cura y el principio.de su poder”,
valdría más recurrir a un poeta uruguayo que también habla
de la táctica y la estrategia. Mario Benedetti escribe en su
libro llamado Poemas de otros:
Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos
mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible
mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos
mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos
mi estrategia es
en cambio
más profunda y más simple
mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites
4. Mal de Amores
En este capítulo hemos trabajado la relación que el poeta
y el psicoanalista tienen con el lenguaje. También, señalamos
algunas diferencias y se problematizó el lugar del silencio;
finalmente, se tomaron dos relatos clínicos para señalar los
senderos divergentes que pueden tomar la praxis de la poesía
y del psicoanálisis. Pero ahora valdría la pena abordar, como
se hace con un barco, un campo que también vincula al
psicoanálisis con la poesía: el amor. Para ello se convocará,
una vez más, a Paz y a Lacan tomándolos como interlocutores,
no entre ellos sino en relación con el campo amoroso.
Hablar del amor en la obra de Paz es recorrer todos los
vericuetos de su escritura. Su poesía se nutre con el licor del
amor para embriagar al lenguaje, y hacerlo cantar y danzar
justo cuando calla la luna. Como poeta y ensayista, el horizonte
de su deletreo toma como horizonte y territorio al amor. Su
poesía habla desde el amor, su pensamiento trata del amor.
Se tomará el campo del ensayo fundamentalmente porque,
no hace mucho tiempo, el poeta mexicano escribió al menos
dos textos que versan específicamente sobre el campo
amoroso. Uno que lo toca para excitarlo, nos referimos a Más
allá erótico: Sade y otro para humedecerlo: La llama doble.
El texto sobre Sade comienza confrontado la diferencia
entre el sexo y el erotismo: mientras el primero viene de lo
biológico y se revuelve con lo animal, el segundo viene de lo
animal para rebasarlo en el baile de lo social y sus metáforas.
El sexo es tierra y, el erotismo, vuelo. De algún modo Paz
sigue el camino que Bataille inaugura en su texto de Las
lagrimas de Eros.6 El modo para pensar lo erótico es
vincularlo con la sexualidad, en Bataille la diferencia se funda
en que el erotismo es humano porque incluye lo diabólico y la
conciencia de la muerte; y en Paz se vincula directamente
con los juegos, los ritos y los diques sociales. En ambos casos,
para pensar el acto de la humedad del beso erótico hay que
conjugarlo y diferenciarlo de la cópula del órgano y sus
secreciones.
Lo que comienza como introducción en “Sade” se vuelve
abundancia en la Llama doble. Ahí se m ultiplican las
referencias. Para poder pensar el amor, hay que invitar al baile
a diferentes parejas. Cada una de ellas tiene su modo de
amarse, odiarse y estimularse, pero todas están llenas de
aromas deliciosos. En el carnaval del amor, Paz hace desfilar
a la poesía de la mano del erotismo, al erotismo besándose
con la sexualidad, a ésta discutiendo con el amor y al amor
cachondeando con el erotismo.
En cada relación, como suele suceder, el partener se
comporta de diferente manera y además, gracias a las
relaciones, se distinguen las singularidades. Tomemos un solo
ejemplo de los que aparecen hermosamente desarrollados
en el texto.
“...el erotismo no es mera sexualidad animal: es ceremonia,
representación. El erotismo es sexualidad transfigurada:
metáfora. (...) El erotismo es invención, variación incesante;
el sexo es siempre el mismo.”7
En Octavio Paz, ya sea que se trate del amor, de la poesía
o del erotismo, su modo de mirarlos surge del agua de la
dialéctica. Para pensar un campo, se hace necesaria la
confrontación con una figura en el espejo: conjunción y
disyunción son las formas de abordar los temas. En Paz, hay
una pasión erótica por la otredad, por hacerla hablar, cantar,
gemir. De ahí la fecundidad de su pensamiento, lo sorprendente
de sus reflexiones. Incluir la otredad es atisbar el fuego de lo
invisible.
Pero la dialéctica se construye en la dimensión de la pareja,
del doble disjunto, de la oposición, de la negación, de la
otredad. Aquí quizá reside la diferencia esencial con el
psicoanálisis. En Lacan, si bien la dialéctica juega una función
determinante en el campo del deseo, no agota el espacio del
sujeto. El goce, el significante, la pulsión y muchas
dimensiones más no pasan por la reja dialéctica, pero hay
que ir más allá. La diferencia fundamental es que mientras el
poeta trabaja en el campo del lenguaje, se ubica, florece y
desmembra sólo en ese campo, es decir, en el espacio de lo
simbólico; el psicoanalista se plantea tres registros. El poeta
tratará al amor, a la poesía y al erotismo desde las
dimensiones fundamentales de la metáfora, la significación,
la confrontación dialéctica y las implicaciones en los sentidos
de lo social; mientras que el psicoanalista pensará desde el
registro de lo simbólico, pero también de lo imaginario y de
lo real. Aquí se podrá decir, que el poeta también piensa en lo
imaginario y desde él. Aceptémoslo, el peligro es que lo vuelva
a pensar dialécticamente en relación con lo simbólico. Lo
fundamental que se quiere señalar aquí es que en el campo
analítico se concibe desde tres aspectos, y no desde dos. En
psicoanálisis hay tres registros que se anudan indisolublemente.
No sólo el hecho de concebir el espacio del sujeto en una
tridim ensionalidad marca la diferencia con los otros
practicantes del lenguaje, como el caso de Paz, sino también
la introducción del registro de lo real. Todos los puntos de la
confrontación con Paz han girado precisamente en señalar
cómo desde Lacan existe otro registro que es el real y que va
más allá del lenguaje, de lo simbólico, de la imagen y de las
dimensiones de la especularidad.
Para seguir en este camino valdría la pena pensar desde
los tres registros el tema que aquí nos convoca: el amor.
Tanto Lacan como Freud son radicales, para ellos el
análisis es una práctica del amor. Se podría decir, desde
Freud, que la fuente del análisis son los dolores y los colores
del amor. Se podría señalar, junto con Lacan, que los que se
arriesgan a esta extrañísima experiencia lo hacen para
transitar las cicatrices, los moretones, las preguntas que el
amor y sus infinitos marcan en el cuerpo y en la mirada.
Amor a la compañera, al ausente, a la patria, a la
terquedad, al padre, etc.; pero amor al fin y al cabo. Más
específico: quien solicita un análisis no lo hace sólo porque
se está muriendo, sino también por problemas de amor... que
es lo mismo aunque no sea igual. El análisis surge del mal de
amores. Amor como entrada al laberinto; como espacio de
luz pero también de oscuridad; de aiegría y de congoja; de
risa dulce pero también de llanto y susurro; de presencia
amada y de ausencia lastimosa, en fin, de afirmación de la
vida pero no sin la presencia de la muerte.
Adentrémonos al laberinto del amor amarrados de los tres
registros como hilos de la trenza de Ariadna.
Comencemos por el amor en el campo de lo imaginario. A
la dimensión amorosa que se vislumbra desde este registro
se le ha llamado erotismo (tanto en la literatura como en el
cine). El erotismo se regocija mojándose en las costas de lo
imaginario porque su pasión comienza con la imagen y sus
poderes. El amor, si centellea en la fascinación de la imagen,
se torna del color del erotismo. Desde una primera mirada se
podría pensar que hay erotismo sin amor pero que el amor no
puede vivir sin luminosidad erótica. Pero ese amor arrebatador y
frenético que surge del encuentro de dos miradas, que sigue
con la caricia de varias manos y se llena de quejidos dulces
de dos siluetas es amor, sólo que nada en las aguas de lo
imaginario; en los reflejos de lo erótico.
El amor, en este registro, se acurruca fundamentalmente
en el movimiento de los cuerpos. La imagen convoca a los
cuerpos a que dejen sus ataduras biológicas y se entreguen
al abismo del encuentro humano. Quién no recuerda esa
imagen del Último tango en París, donde Marión Brando
abraza a la Schnaidery, sin que mediase ninguna palabra en
su encuentro, los cuerpos y sus rincones se esconden de la
cámara pero no de los placeres. Quién no ha quedado
fascinado ante la gracia de una mano que dibuja promesas o
de unos ojos que cantan poesía. Quién no ha perdido la
tranquilidad frente a un movimiento que parece sinfonía de
labios y cabalgata de quejidos.
Cuando las pasiones de la imagen sacuden algo más que
la mirada, surge el amor en el campo de lo imaginario. Se
trata del cautiverio apasionado por la belleza que provoca la
selva del otro. Pero no se trata de la belleza en tanto
cumplimiento de insignias sociales; más bien es ese extraño
hechizo que provoca el otro, cuando me refleja una punta de
mi propio enigma. En el registro que se señala, la imagen
remite al reflejo y a lo especular. El amor, en el imaginario, se
nutre de los poderes del espejo y de sus coloridos caminos
eróticos. Sí, aquí el amor tiene que ver con la propia imagen y
con el narcisismo, no se trata de nada inocente; en este
registro, el amor es tan verdadero como en los otros. Este
amor es desquiciante porque el poder de la imagen es
arrebatador y sus consecuencias se dimensionan de acuerdo
al grado de extravío de la cotiadianeidad ante el impacto del
otro.
Ahora bien, si el amor sólo se quedase en los reflejos de lo
imaginario se agotaría en la lógica de los espejos. Se necesita
otro registro: el simbólico. La imagen del otro puede ser
fascinante, pero el amor exige más. Lo que exige el amor es
que se construyan puentes con palabras para poder tocar al
otro en sus fibras más íntimas. El amor arroja a los amantes a
decirse quiénes son y de dónde vienen, no importa que no lo
logren. La exigencia humana no se conforma con las siluetas
y los reflejos, quiere tocar al otro en todas las partituras de su
música. En el amor no sólo se ama a la imagen, también se
busca la historia; el cuerpo fascina pero la historia enamora.
Y la historia está hecha de palabras, de signos, de silencios,
de recuerdos; de secretos. Amar no es sólo acariciar tu
sinuosa cadera, es también amar con la lengua las cicatrices
de tus abandonos. El enamorado mientras más se hunde en
el laberinto de la historia de su amada, más quiere perderse
ahí, no importa que pase el tiempo y se les muevan las
imágenes; no importa que a él se le caiga el cabello y ella se
llene de canas.
Cuando la fuerza de lo simbólico aparece en el amor,
trastoca las historias que comienzan a llenarse no sólo de
besos sino también de palabras. El amor arroja a los amantes
a decir, a hablarse, a decirse. Es por ello que es la fuente de
la poesía. El amor vuelve poetas a los amantes; los impele a
las veredas de la palabra para intentar contarse lo mucho que
quema la ausencia, lo mortífero de la distancia y el vértigo
que provocan los besos en la madrugada. Desde “puedo
escribir los versos más tristes esta noche ”hasta“si tú no
vuelves se secarán todos los mares”, la palabra es el cartero
poético del amor.
Pero hay más. Es en el registro de lo simbólico donde la
libertad hace vínculo erótico con el amor y el deseo. El amor
pide que se realicen pactos. Los pactos son la posibilidad
que tenemos lo humanos para hacer que la historia no sea
sólo repetición y conservadurismo. En el pacto, los amantes
se enlazan inventando sus tiempos, sus límites, sus
desmesuras. El sujeto lo es del lenguaje, el cual nos precede
y nos ubica en lugares predeterminados en la red del deseo.
Pero el lenguaje es también, a través del pacto, lo que nos
permite inventar el texto de nuestros amores. No podemos
escapar del lenguaje ni de sus determinaciones, tampoco
podríamos plantearnos la libertad como un absoluto de la
voluntad, pero la posibilidad humana que tenemos de pactar
nos permite el acto libertario de escribir nuestras historias
amorosas. Quizá no somos libres de elegir el país donde
nacimos, pero sí lo somos para pactar frente al mundo el
territorio donde nos reconocemos como ciudadanos. Tal vez
no somos libres en el extraño acto de la elección del objeto
amoroso pero en la historia del amor somos libres de volver
a pactar y de declarar hasta dónde y cómo nos gusta el
empujón amoroso. La libertad no nos permite llegar a un
acuerdo, pero nos posibilita tensarlo.
El amor en el registro simbólico nos faculta para volver a
pactar y, a través del pacto, ejercer la estrecha libertad que
nos da la vida. El pacto en el amor también es fundamental
en el encontronazo erótico con el otro. El erotismo humano es
juego y fiesta, festival y carnaval. El juego, la fiesta y el carnaval
son los modos humanos de alborotar a partir de las leyes y
las reglas del deseo humano.
Lo erótico se funda en la ley y en la regla, ya que se trata
de un acto enclavado en lo social y no en lo animal, pero su
esencia es ir más allá de los límites que se le quieren imponer.
Lo erótico y su materia que es el deseo, sólo se inflaman ante
la posibilidad de la transgresión y la desmesura. El deseo no
es querer ni anhelar, es buscar transgredir. Sólo lo prohibido
engendra deseo, lo permitido, en todo caso, genera fuerza
de voluntad. La fuerza del deseo surge de la tentación ante lo
prohibido. Por lo tanto, la regla, fundamento social del juego
amoroso, funge como horizonte del límite pero también como
imán erótico.
El erotismo es juego de manos, pero fundamentalmente
es el empujón que nos hace villanos. El acto erótico no es
animal porque tiene reglas inventadas por los amantes. Los
animales tienen variaciones en sus acciones sexuales según
la especie, pero siempre se realizan de forma similar; los
humanos inventamos los modos más inverosímiles de
sacarnos jugo. El erotismo amoroso es invento y texto; invento
sorprendente, texto a transgredir. Pero no sólo eso.
Si bien es cierto que los amantes se abrazan en medio de
un montón de palabras amorosas y susurros queditos, si
también es cierto que el erotismo en tanto juego es regla y
transgresión y por lo tanto pasión legislada, existe una
dimensión de lo erótico donde no hay palabras sino jadeos y
no existen reglas sino rasguños. Un registro del amor, donde
no hay palabras que vinculen, ni poesía que maree. Hay un
momento donde lo erótico implica la abolición del lenguaje,
allí se entra al terreno del terror y la bestialidad. Es cuando
vislumbramos el amor en el registro de lo real.
Si en lo imaginario hay una dimensión de lo animal, ya que
también en éste la sexualidad se hecha a andar por la succión
de la imagen, el erotismo que toca con lo real no tiene que ver
con lo animal sino con lo bestial.
Una vez que la fascinación imaginaria atrapa las miradas
y que la práctica amorosa de la palabra enuncia las reglas y
los pactos de los juegos, hay un desfiladero donde las reglas
se anulan, los pactos explotan y se disuelve toda historia. Es
el momento del grito y el aullido; el momento donde lo único
que se escucha es un llanto seco. Existe un espacio donde
estalla el referente simbólico y los cuerpos son arrojados a la
insondable experiencia de la disolución del ser. No todos los
amantes llegan hasta ese punto, no toda entrega erótica
desemboca en los umbrales de lo bestial pero, tal como el
goce es el horizonte prohibido y anhelado del deseo, lo bestial
es el horizonte de lo erótico. El amor y el abrazo erótico, en el
registro de lo real, son el espacio del goce. Amar hasta estallar
de goce es disolver en un beso de fuego la historia y los
referentes, es tocar la muerte mientras ésta te acaricia. El
erotismo no es animal porque es metáfora, dice Octavio Paz,
pero existe una dimensión de él donde no lo es; donde no hay
lenguaje.
Si una parte del erotismo tiene que ver con lo simbólico es
porque hace metáfora de lo animal, por ejemplo, cuando
pensamos que “ella gimió como perra cuando vino la cúspide
de su entrega erótica”; la palabra “como" muestra la metáfora
y la figuración humana que no es animal porque es
representación. Pero existe un momento, un registro donde
lo erótico está en lo real, ahí no hay metáfora; no funciona un
“como” sino un “además”. El erotismo y el amor en el registro
de lo real permiten visualizar ese momento donde el sujeto
deja de serlo para convertirse en bestia. Ahí, en ese tiempo,
no es que el enamorado bufe como toro sino que es un
humano transmutado en toro; un minotauro. La bestia tiene la
fuerza del animal pero su morfología se mezcla con lo humano.
El amor en lo real tiene que ver con ello.
Sólo como ejemplo se tomará la película que Coppola
realizara en los años noventa: la historia de Drácula. En el
filme se nos presenta no como un cuento de vampiros sino
como una historia de amor. El conde Drácula se vuelve
demonio por amor, por no aceptar los designios que las leyes
de la naturaleza y de Dios imponen a los hombres enamorados: la
mortalidad. Traicionado por los hombres y por Dios, él decide
atravesar las mares de la tierra, las leyes de los hombres y
las tinieblas de la muerte para seguir el aroma de su amada.
Nada más erótico que el momento en que ella, presa de un
amor irracional (¿habrá otro?) le ofrece su cuerpo para que,
enterrando sus colmillos, él beba el líquido que hierve en sus
venas y así poder pertenecerle por los siglos de los siglos.
Nadie más enamorado que esa bestia que, ante el ardoroso
ofrecimiento, no rechaza el cuello de su amada, sino
someterla a él y a los infortunios que im plica vagar
eternamente por la niebla del terror.
Al incluir la dimensión de lo real, el amor no abandona al
erotismo: se incrusta en él. Porque el amor y el erotismo no
tienen una relación dialéctica sino topológica; forman una
banda de moebius. De todos modos valdría la pena señalar
algunas líneas de su relación. El amor en lo imaginario llena
la imagen de erotismo, cuando ésta se asoma al goce de los
cuerpos; en lo simbólico juega al goce con el erotismo; y en el
registro de lo real, el erotismo erotiza al goce para pintarlo de
amor.
5. Decires Clínicos
Tal como se ha visto, el amor y el erotismo no pueden
reducirse a un registro. Ni la imagen, ni la palabra, ni la
bestialidad hacen por sí solos a la experiencia amorosa. Sin
embargo, su anudamiento sí.
De este modo, si el psicoanálisis es una práctica que se
fundamenta en los avatares del amor, no puede no dimensionar
estos tres registros como anudados topológicamente. Los
tres registros están vinculados de tal manera que no pueden
existir sino trenzados indisolublemente y el pensamiento que
permite vislumbrar ese modo de vinculación es, precisamente, la
topología y, más específicamente, la referida al nudo borromeo.
Esa es la propuesta radical de Lacan: solamente se puede
pensar el amor y la praxis analítica, a partir de los tres registros.
Hay prácticas clínicas que se basan en una elegía de lo
imaginario. Se trata de las famosas prácticas del "yo estoy
bien, tú estas bien". Son clínicas que orientan toda su
estrategia terapéutica a un reforzamiento del yo. Existen
también aquellas que, incluso dentro del lacanismo, forjaron
un imperialismo de lo simbólico. Sus intervenciones se basan
exclusivamente en el campo de la representación o del
significante y sus redes.
Pero ninguna práctica analítica puede ser radical si no
incluye a lo real anudado a los otros dos registros. ¿Qué
implica esto? Implica que el análisis es una praxis que debe
incluir no sólo los reflejos y los decires sino también los
silencios de la sombra y la muerte.
Analizarse es arriesgarse a un viaje.8¿Adonde? A los
infiernos de cada uno. No hay otros. Viajar al infierno que nos
habita y que habitamos implica tocar las puertas de lo siniestro
y lo sinuoso. Este viaje empuja a transitar por los umbrales
del propio terror, las costas de la bestialidad, las danzas de
la locura; es decir, los avatares de lo real.
Más precisamente, analizarse es incluirse en los vientos
del amor cuando la tormenta toca el ardor.9 Por eso no es
fácil la experiencia del análisis: no se trata de conocerse a sí
mismo, ni de incluirse en el stablishment; más bien, implica
apostar por una revolución subjetiva.
Aquí aparece la novedad radical de la propuesta de Lacan:
lo real debe incluirse, junto con los otros registros, en la cura
analítica. Esto conlleva a adentrarse por los caminos de la
psicosis, de las angustias arcaicas, de los filos de la locura
femenina; por los estallidos oscuros de lo indecible. Para ello,
muchas veces no basta con la intervención sobre el texto
simbólico. Muchas prácticas clínicas llamadas freudianas y/o
lacanianas, reducen el análisis a la interpretación. La
complejidad del sujeto exige incluir ese registro pero también
el real y el simbólico.
¿Pero cómo? Lacan propone, precisamente, la ejecución
de lo que llamó el acto analítico, el cual incluye las
puntuaciones en el pentagrama de lo simbólico; también, los
cortes en la cadena significante. Sin embargo, no se queda
ahí, ya que éste araña lo duro de lo real, lo incluye en lo
analítico. Analizarse no consiste solamente en sacudirse con
las interpretaciones simbólicas, sino en el acto que nos lleva
a la mutación del lugar del sujeto.
Para terminar este capítulo, citaremos a Lacan:
“Henos aquí pues al pie del muro del lenguaje. Estamos allí
donde nos corresponde, es decir, del mismo lado que el
paciente, y es por encima de ese muro, que es el mismo para
él y para nosotros, como vamos a intentar responder al eco
de su palabra.”10
En este sentido, analizarse es arriesgarse a volar por
encima de los muros que nos acorralan, aunque esto nos arroje
a las costas del ardor.
Notas:
1Paz, Octavio. El arco y la lira, ed. FCE, México, 1980.
2Paz, Octavio. El más allá erótico: Sade (1995), en OC. lomo, ed. FCE,
México, 1996, p. 51.
3Lacan, Jacques. "Kant con Sade" (1960), en Escritos 2, ed. Siglo XXI,
México, 1989, p. 765.
4 Paz, Octavio. Libertad bajo palabra, ed. FCE, México, 19 , p. 31.
5 Ibid, p. 59.
6 Bataille en su último libro: Leslanves d'Eros (1969) trabaja la dimensión
erótica, ligada a la historia de la cultura.
7 Paz, Octavio. La llama doble (1995), en O.C. tomo X, ed. FCE, México,
1996, p. 213.
8 Este punto del análisis como viaje a los infiernos ha sido trabajado en
el primertomo. Sujeto del inconsciente, 1993.
9 Véase capítulo XVIII de este libro.
Lacan. Jacques. "Función y campo de la palabra y el lenguaje en
ds rcs-á'is's’ !*?=:-V e - f s r i t s 1. e i S XX>. Véxco. 1rSS~
La Bruja Clínica
(gramática, lógica y topología)
1
A Lacan se le ha tachado de hiperteórico, obtuso y
sofisticado. Sus formulaciones y escritos han sido tildados
de abstracciones. Pero tales críticas no pueden ver lo
fundamental del trabajo de Lacan. No hay definición que él
enunciara, como las relativas al inconsciente, que no fuera
una enunciación de su praxis analítica.
Tres de sus declaraciones nos sirven aquí de ejemplo:
1) El inconsciente es la historia censurada del sujeto
(1953).
2) El inconsciente está estructurado como un lenguaje
(1954).
3) El inconsciente no es que el sujeto piense, es que el
sujeto goza (1973).
Estas tres definiciones dan cuenta de los diferentes modos
en que Lacan encaró la praxis.
Alrededor de los años cincuenta, Lacan hacía de la clínica
analítica una puesta en palabra de la historia del sujeto; y
también demostraba que ninguna intervención analítica, si
quería ser digna de llevar ese nombre, podía olvidar las
dimensiones del lenguaje y su operatividad significante. En
la década de los setenta, con la problematización apasionada
del goce en la clínica, Lacan mostraba cómo lo real debía ser
incluido en todo proceso psicoanalítico, en toda dirección de
cura.
Así, toda definición del inconsciente era una definición de
la clínica.
Sin embargo, en 1970, proporciona una formulación del
inconsciente que parece escapar a la transparencia de las
definiciones anteriores. En Radiofonía, dice:
“Leamos el cogito al traducirlo según la fórmula que Lacan
da del mensaje en el inconsciente: es entonces 'o tú no eres,
o tú no piensas’, dirigido al saber.”'
Ante tan violenta aseveración no queda sino ir despacio, y
una manera de hacerlo es deconstruir dicha definición en su
arquitectura gramatical.
“...o tú no eres o tú no piensas.”
Aquí encontramos:
1) dos disyunciones (o... o...),
2) dos negaciones (no... no...)y,
3) dos verbos (eres. . piensas).
Algo queda claro con esta deconstrucción: a pesar del
análisis gramatical, nada queda claro.
Ante esta dificultad, Lacan nos da una pista en el texto antes
citado:
"La lógica matemática nos devuelve a la estructura del
saber.”2
Valdría la pena leer la definición de Lacan desde la lógica
matemática.
Tendríamos entonces:
Ser = A
Pensar = B
AuB
A intersección B
AnB
A n B = intersección/ A ^ B = unión
Pero ¿qué implica todo esto? Implica que aquello que une
y relaciona es la doble negación. Más claro, la propuesta de
Lacan es que la única posibilidad de relacionar al ser y al
pensarse da mediante una doble negación: es la negación lo
que relaciona al ser y al pensar.
2
Algo es evidente. Donde Freud produce una nramática,
Lacan escribe una lógica. Una lógica pero del fantasma, es
decir, aquella que incluye no sólo la dimensión del deseo que
aparece en la primera y en la tercera escena, sino también la
del goce.
En el segundo tiempo aparece algo fundamental para la
clínica: el goce. La dimensión del goce aparece como silencio.
Del goce el sujeto no puede hablar, está vaciado del ser y del
pensar. Este vaciamiento señala no la exclusión de la relación
entre lenguaje y goce, sino el límite del lenguaje. El silencio
del sujeto alrededor de la segunda escena señala la existencia
de una dimensión donde el significante no alcanza para dar
la existencia, no alcanza más que para circunscribir el espacio
del goce. El lenguaje es la frontera que señala el espacio del
goce: es su luz fallida.
El análisis gramatical es fundamental. Evidencia las
explosiones subjetivas que dislocan el orden del lenguaje. Lo
gramatical, tanto en su orden como en su desorden, señala
las fronteras de su acción. Ahí es donde lo gramatical trastabilla
3610
o donde surge un agujero para su competencia, aparece algo
del orden de la verdad subjetiva. La gramática es la tierra
fecunda del significante, pues ahí despliega su poder. Sin
embargo, la pura dimensión significante no alcanza pues, tal
como se vio, el goce es silencioso; el goce se presenta en
los impases del significante. El significante señala el territorio
del goce cuando éste toca lo real, pero no puede significarlo.
El goce referido a lo real no se presenta en el significante
sino en su vacío.
Ante ese vacío, ¿se trata de poner significantes? Ante la
insistencia del goce, ¿cómo intervenir?, ¿con una construcción que
ponga la palabra del analista ahí donde no existe la del sujeto?,
¿con un discurso que haga al goce aprehensible? (“Sí, ya lo
sé, pero aún así lo sigo haciendo”), ¿con una revelación de
una verdad oculta que el analizante quiere olvidar y el analista
debe revelar? (“Pero... por qué volvió a repetir aquello con su
tío... ¿no será que algo no le era del todo desagradable”?)
¿Se deberá, en fin, intervenir con una reactivación de la
cadena por la producción de un nuevo significante que la
reacomode?
Lacan, en el seminario L'acte psychanalytique, dice que
hay tres niveles de mathesis, es decir, de la aprehensión sabia:
“La primera corresponde a la Teoría de la reminiscencia. Yo
la centraría sobre ‘yo leo en relación con una prueba
reveladora’. La segunda, que se presenta en el tono del
progreso de nuestra ciencia, es un 'Yo escribo’ que remitiría
a la dimensión de la ‘incidencia significante’. La tercera de
las modalidades de la aprehensión sabía que es aquella del
análisis ‘comienza en yo pierdo’.”4
Así, ante el silencio del goce, ni revelación ni reacomodo
significante, sino evidencia del orden de la pérdida.
El orden de la pérdida en psicoanálisis remite al objeto a,
y es precisamente por ahí por donde puede resignificarse lo
aquí planteado.
Pero antes, una pregunta se perfila en el horizonte de esta
problematización: ¿el goce sólo tiene que ver con el silencio?
¿Acaso Lacan no relacionó el goce con el significante-Falo?
¿Acaso no hay una dimensión del goce que atañe al
significante y a lo simbólico?
Sí. Hay una dimensión del goce que tiene que ver con el
significante y lo simbólico. El goce, movilizado en este registro
y operativizado por el significante, es aquel que Lacan
denominó goce fálico.
Pero lo novedoso del pensamiento lacaniano fue el
planteamiento de la existencia de un más allá del goce fálico.
Hay algo que se sustrae a la legalidad del significante en
relación con el goce. Un algo que se sustrae a lo simbólico
porque está en otro registro. Un algo que se pierde y se ubica
en un campo “más allá” del significante. Esa dimensión del
goce refractaria pero relacionable con el significante, es lo
que atañe al registro de lo real. El goce, ubicado en lo real,
escapa al significante, al significante fálico. Esta dimensión
real del goce no atañe al significante sino al objeto... al objeto
a. El objeto moviliza la falta como pérdida.
Ahora, esta dimensión de la falta como pérdida hace
estructura.
Cuando se trabajó la definición del inconsciente de 1970,
se propuso la escritura lógica: o yo no soy o yo pienso.
Además, se ubicó la dimensión del goce en esa segunda
escena del trío temporal del fantasma de Pegan a un niño. A
partir de la ley de Morgan se llegó a relacionar dos
proposiciones desde dos negaciones. La negación, la doble
negación vinculaba las proposiciones del ser y del pensar.
Ahí, en el espacio de la doble negación que vincula, hay que
ubicar lo que falta, hay que ubicar lo perdido: es por la falta,
por lo perdido, que existe la posibilidad de relación no
"fusionante”.
Escribámoslo lógicamente:
4
La propuesta de la bruja clínica ha tomado todo el tiempo
de esta exposición y se ha dejado relegada la segunda
palabra de este coloquio. Por eso aquí surgiría la pregunta:
¿qué sucede con el amor?, ¿qué sucede con la transferencia
en el campo clínico?
Precisamente aquí emerge la segunda propuesta. Si bien
es cierto que la clínica implica un anudamiento en la gramática,
la lógica y la topología, ¿cuál será la existencia distintitiva que
diferenciará la praxis analítica de cualquier otra praxis?
Lo que diferencia al psicoanálisis de otras prácticas es la
transferencia. Para que los campos clínicos puedan enlazarse
es necesario que algo los anude y esa es, precisamente, la
función de la transferencia. La transferencia es, en la clínica,
el cuarto lazo que anudaría la bruja clínica.
gram ática
lógica topología
Notas:
1Jacques,Lacan, Radiofónica y televisión, ed. Anagrama, Barcelona,
1980, p. 63.
2 Jacques, Lacan, op. cit., p. 63.
3Jacques, Lacan, Seminario La lógica del fantasma, clase del 11/01767.
4Jacques, Lacan, Seminario El acto analítico, clase del 6/11/67.
5 Jacques, Lacan, op. cit., clase del 6/11/67.
6Jacques, Lacan, Seminario El deseo y su interpetación, clase del 8/11/
58.
7 Jacques, Lacan, ‘Subversión del sujeto y dialéctica del deseo’ , en
Escritos 2, ed. S. XXI, México, p. 363.
8Jacques, Lacan, El acto analítico, op. cit.
9 Jacques, Lacan, op. cit.
10Jacques, Lacan, op. cit, clase del 7/11/68.
11 Italo, Calvino, Seis propuestas para el próximo milenio, ed. Siruela,
Barcelona, 1989, p. 46.
XVIII
De Firmas y Garabatos: El Síntoma Como
Escritura
“ Las cosas andarían mejor si Marx hubiera leído a Hólderlin”
Thomas Mann
1
Una vez inmersos en el camino de los tres registros, se hace
necesario ¡r directamente a los seminarios que dictara Lacan,
ya en la década de los setenta, con el fin de problematizar
algunas cuestiones fundamentales para la clínica psicoanalítica: la
dimensión del síntoma y los caminos de la escritura.
Se intentará tensar algunas cuerdas y puntualizar ciertas
dificultades que aparecen en dos de sus últimos seminarios:
RSI y LE SINTHOME.'
2
En 1953, Lacan introduce |os tres registros, los cuales van
atravesar toda su obra y su pensamiento. Alguna vez, dijo “mis
tres no son los de Freud”. Eso fue enunciado hacia el final de
su enseñanza pero, durante muchos años, intentó vincular, por
decirlo suavemente, su ternario con los que Freud había
producido. Por lo tanto, propongo una breve arqueología de
este intento de Lacan.
Se podrían señalar al menos tres temarios:
El primero, que puede denominarse “Freud-Lacan”, se
construye de la siguiente manera:
Yo - Imaginario
Superyo -Simbólico
Ello - Real
El segundo temario, al cual denominaremos “Lacan-Freud”,
es:
Imaginario - inhibición
Simbólico - síntoma
3810
Real - angustia
Y, por último, un ternario que corresponde al abandono del
referente freudiano y que implica la aportación más clara de
Lacan vinculada a la topología de los nudos y las cadenas
borromeicas:
Real - ex-istencia
Simbólico - agujero
Imaginario - consistencia
Agrupar de esta manera los ternarios de la relación Freud-
Lacan no evita las complicaciones, más bien las convoca.
Lacan labra el primer ternario en los años cincuenta y
sesenta. Sin embargo, su precisión no es del todo confiable.
Si bien es cierto que el registro de lo imaginario es trabajado
en aquellos años como el espacio de la constitución del yo y
de la configuración de lo especular, lo imaginario no se reduce
a la formación del yo. Tampoco el registro de lo simbólico
ciñe por completo la función del superyó, ya que aunque
funciona del lado del lenguaje y de la ley, existe en dicha
instancia toda una dimensión del goce que no escapaba al
Lacan del seminario de la Ética.
Los otros dos ternarios también conllevan ciertas
dificultades. Quizá la más notoria consista en que son
propuestos casi simultáneamente. Ambos son enunciados por
Lacan en su seminario de 1974-1975 denominado: Lereél,
le slmbolique e l'imaginaire (RSI).
La vinculación entre imaginario/inhibición, simbólico/
síntoma y real/angustia fue propuesta el 10 de diciembre de
1974. La relación entre real/ex-istencia, simbólico/agujero e
imaginario/consistencia se desarrolla a lo largo de todo el
seminario de RSI, es decir, en el mismo curso donde fue
enunciada la vinculación anterior.
Pero las dificultades no residen en la calendarización del
enunciado de los ternarios. Los problemas aparecen ligados
a la naturaleza del síntoma y a la especificación del registro
de lo simbólico.
Al menos podemos señalar tres problemas.
Primer problema. En el segundo ternario, Lacan coloca al
síntoma como la vía de lo simbólico. El síntoma señala aquello
que no funciona en lo real. Marx es el primero en plantear la
naturaleza del síntoma, al mostrarlo como un signo de que
algo no funciona. En esta dimensión, el síntoma en tanto
“equivalente" de lo simbólico, permite una estrecha relación
con lo real: es por la vía del síntoma que se opera en lo real.
Dicho de otra forma, el síntoma es lo que produce efectos en
lo real, y es la evidencia de que algo no “funciona”.
Ahora bien, ésta es la primera aproximación que hace
Lacan en RSI respecto de la equiparación síntoma/simbólico.
Sin embargo, a lo largo de todo ese seminario y en el
siguiente, trabaja el registro de lo simbólico como el agujero.
Analicemos esta vía. Freud inventa el psicoanálisis. Inventarlo
implica mostrar que, en tanto existe el inconsciente, hay una
falta en el campo de lo humano. Pero también es señalar que
el universo está agujereado. Plantear al universo como
agujereado no es sólo cuestionar la idea del centro sino, más
radical aún, sacudir la concepción de causa, ya que ese
universo se organiza, precisamente, alrededor de ese agujero.
Pero también el sujeto existe precisamente por ese agujero.
Éste es la evidencia del sujeto del inconsciente, porque
muestra que está sujetado a un saber que no sabe. De este
modo, en el campo del saber, el agujero es la falta de un saber.
Pero ¿qué es lo que busca saber el sujeto y no puede? Su
muerte. El agujero, en tanto saber de la muerte, es
incognocible e indecible. Así, el sujeto se constituye sobre
una imposibilidad de saber; he aquí la definición del
inconsciente: un saber que no se sabe. Pero en todo esto
¿donde quedaría la especificidad de lo simbólico? En que, a
decir de Lacan, lo simbólico es lo que agujera lo real y, al
hacerlo, produce un saber que no se sabe. De lo real nada se
podría saber, si el significante no lo agujerara. De aquí surge,
en 1975, una de las definiciones más radicales de Lacan: el
inconsciente es lo real; lo real en tanto que agujereado.
Después de este recorrido, los problemas siguen sin
resolverse, ya que, ¿el síntoma es lo simbólico? ¿Qué relación
existe entre el síntoma como lo simbólico y la función de lo
simbólico como agujereando lo real? ¿Es que acaso la función
del síntoma es agujerear lo real? ¿Qué implicaría esto para la
clínica? Dejemos por el momento estas preguntas y sigamos
con otros temas.
Segundo problema. El 14 de enero de 1975, en el mismo
seminario de RSI, Lacan introduce el cuarto lazo. El cuarto
lazo del nudo borromeo le sirve, en un primer momento, para
intentar mostrar una diferencia importante con Freud. Según
Lacan, Freud no tenía el RS, sólo lo sospechaba. Freud tenía
el imaginario, el simbólico y el real, uno sobre otro; por lo tanto,
para anudarlos, tuvo que agregar un cuarto lazo. Este cuarto
lazo que los anudaba es, en la concepción freudiana
interpretada por Lacan, la realidad psíquica. Pero ¿qué es la
realidad psíquica en Freud? Lacan responde: el complejo de
Edipo. Lacan pensaba, en aquellos primeros días de enero,
que había encontrado la posibilidad de vincular los tres
registros a través del llamado nudo borromeo. Pero conforme
pasaban las sesiones de seminario, se comenzaba a dar
cuenta que él no podía prescindir de este cuarto lazo. ¿Por
qué? Porque si en Freud dicha función la ocupaba el complejo
de Edipo y Lacan había construido durante muchos años la
noción fundamental de Nombre-del-Padre para dar cuenta del
mismo, no podía prescindir del Nombre-del-Padre para
pensar el corpus del psicoanálisis y la constitución del sujeto
del inconsciente. Así, el 13 de junio de 1975, apenas cinco
meses después, introduce el cuarto lazo precisamente como
el Nombre-del-Padre: padre nombrante: padre que nomina
Los problemas que van a surgir son de vital importancia.
Si el Nombre-del-Padre es aquello que anuda al RSI, ¿cuál
es la naturaleza de esta función? ¿Acaso el Nombre-del-Padre
no cumplía la función simbólica por excelencia? Si es así ¿no
habría una primacía de lo simbólico, ya que éste anudaría a
los tres registros y por lo tanto se negaría in situ la dimensión
borromeica? Aún más. ¿Cómo es que el Nombre-del-Padre
cumple la función de lo simbólico y anuda al mismo tiempo
un registro llamado simbólico? ¿Acaso habría dos simbólicos?
¿Esto no lleva en sí el fantasma teológico de un Otro del Otro?
Tercer problema. Lacan pensaba titular el seminario RSI
como 1,2,3 y al siguiente, que correspondería a 1975-1976,
como 1,2,3,4. Sin embargo, después de lo sucedido con
relación al cuarto lazo, prefirió llamarlo Le sinthome. En la
primera clase del seminario, la correspondiente al 18 de
noviembre de 1975, Lacan señala la diferencia entre el modo
común de llamar al síntoma (symptome) y la manera como él
lo había llamado. Lo interesante es que ligado a la explicación
de la diferencia, aparece lo que marcará el hilo conductor de
todo el seminario, es decir, el comentario sobre Joyce. Es
precisamente Joyce, su obra, la que lo empuja a cambiar el
nombre de su seminario.
El 16 de Junio de 1975, en el marco del 5o Simposium
Internacional James Joyce, Lacan dicta una conferencia
intitulada: Joyce, le symptome. Dicha conferencia, pronunciada
entre el seminario de RSI y el de Sinthome, va a marcar no
sólo el cambio del nombre ya antes referido, sino la posición
misma de Lacan frente al síntoma. A partir de esa conferencia,
el cuarto lazo se convertiría en el síntoma. El problema salta a
la vista, ¿acaso el cuarto lazo no era el Nombre-del-Padre?
3
Hasta aquí se podría formular la siguiente pregunta: ¿qué
tienen que ver todos estos problemas de la enseñanza de
Lacan con el otro punto que se señaló al principio como
fundamental para pensar los caminos de su último periodo, a
saber, la escritura? Precisamente, creo que Lacan va a intentar
resolver estos impasses a través de la función de la escritura.
La escritura es litoral: recorre las playas de lo simbólico
pero se moja en las olas de lo real. La escritura siendo
lenguaje, implica también un exterior al lenguaje. Es el campo
trazable de lo simbólico, pero también su disolución; es su
sangre. La escritura soporta lo real con relación a lo simbólico.
Quizá por eso, Lacan toma la escritura como flecha del
síntoma, porque no es exclusivamente simbólica. La escritura
ex-iste a lo simbólico. La escritura en este sentido es
traumática: rasga la intimidad del cuerpo, lo irrita de enigmas
y lo marca con sangre morada. Por todo ello, la escritura es
un camino para pensar la naturaleza del síntoma.
Ahora bien, esto nos aproxima a una respuesta frente al
síntoma, pero la dificultad continúa para pensar el cuarto lazo
como el síntoma y el Nombre-del-Padre. Lacan resuelve la
dificultad formulando que el padre es un síntoma. Quizá valdría
la pena ser más claros. El cuarto lazo es aquello que anuda lo
real, lo simbólico y lo imaginario. La función de anudamiento
es sostenida por el Nombre-del Padre, el padre nombrante.
Pero ¿qué sucede cuando no existe o no funciona? Entonces
viene el síntoma a ocupar ese lugar de falla, carencia o
ausencia. Es decir, que el síntoma viene allí, a la función de
cuarto lazo cuando falla la función del Nombre-del-Padre. Pero
la violencia viene al constatar que el padre siempre falla, es
decir, que el padre es un síntoma. La fuente del surgimiento
del síntoma es el padre porque siempre falla, sucumbe o se
desmorona. Dicho de otro modo: no hay padre que no falle.
4
En el seminario sobre el síntoma, Lacan va a formular una
pregunta fundamental: ¿qué sucede en el caso de la psicosis?
Allí no es que el padre falle, sino que está ausente su función.
Para dar cuenta de una cuestión tan fundamental, Lacan
recurre precisamente al “caso Joyce” que le permite pensar
el lugar del síntoma como escritura y su relación con la
psicosis.
Así, en el seminario del 10 de febrero de 1976, se pregunta;
“¿a partir de cuándo se es un loco? (...) ¿Joyce estaba loco?”
Y después de diferentes ideas, dice: “¿Acaso no podríamos
concebir el caso Joyce, como sigue, a saber, que su deseo
de ser artista (...) es exactamente compensatorio del hecho
que su padre no halla sido jamás para él un padre (...)? ¿Acaso
no hay algo como una compensación de esta dimensión
paterna, de esta Verwerfung (...)?”2
Para poder anudar la relación entre la escritura y el síntoma,
tal como se ha venido dibujando, es necesario puntuar algunas
líneas de lo que Lacan trabaja con relación a Joyce.3
Como ya se dijo, Lacan pronuncia una conferencia
intitulada Joyce, el síntoma. Lo llamativo es que desde el
nombre mismo, algo se transparenta: el síntoma es
precisamente Joyce, pero más que nada, aquí comienza la
propuesta de este capítulo: el síntoma es su nombre propio.
Que el síntoma sea su nombre propio va a indicar algo nodal:
Joyce se identifica a su síntoma. La identificación a su nombre
como síntoma denota precisamente que Joyce se necesita
crear un nombre allí donde la carencia paterna dejo el vacío
de la disfunción. Pero el modo que “usa” Joyce para
identificarse a su síntoma, es precisamente crear un nombre
a través de su arte. Su arte le permite compensar lo que su
padre no le dio. Lo curioso es que haciéndose de un nombre
a través de su trabajo artístico, provoca una doble relación
con el padre; por un lado, lo sostiene allí donde falló y, por otro
lado, produce una diferencia radical respecto de él. El síntoma
viene a suplir la carencia de un padre nombrante: es James
Joyce byself quien se da su propio nombre. Más claro: Joyce,
al escribir sus libros, termina escribiendo su nombre propio
como invención: él se dio su propio nombre. Joyce, el artista,
se ubica así como el creador de sus obras, pero también de
él mismo. Joyce se elevó por su obra a la estatura de un dios
estético y nombrante. Quizá del dios más sorprendente: aquel
que inventa su propio nombre; su nombre propio.
5
Para seguir problematizando la relación del síntoma y la
escritura, quisiera continuar con el caso de otro escritor,
donde lo singular, es que, a pesar de haber escrito obras muy
importantes, sucumbió a la violencia de la locura; a la violencia
quizá más dolorosa: a la locura del silencio. Me refiero a
Friedrich Hólderlin.
¿Quién es Hólderlin? Posiblemente el más grande poeta
de lengua alemana junto con Goethe. Hólderlin es el lado
oscuro de la poesía alemana, Goethe su lado luminoso. Goethe
es la luz y el esplendor; Hólderlin el grito y el estruendo.
Nietzsche lo adoró, tanto que quizá la fuerza de su ejemplo
3870
lo llevó al límite mismo de la locura y el mutismo.
Heidegger lo elige para hacer la demostración filosófica
del lenguaje como morada de la poesía y coloca la tierra
surcada por él como el país donde florece la esencia de la
poesía. El filósofo dice del poeta: “Hólderlin no se ha escogido
porque su obra, como una entre otras, realice la esencia
general de la poesía, sino únicamente porque está cargada
con la determinación poética de poetizar la propia esencia
de la poesía. Hólderlin es para nosotros en sentido
extraordinario el poeta del poeta."4
Luis Cernuda, el gran poeta español, escribió: “Hólderlin,
con fidelidad admirable, no fue sino aquello a que su destino
lo llamaba: un poeta. Pero ahí nadie le ha superado en su
país, ni en otro país cualquiera.”5
Johan Christian Friedrich Hólderlin nace el 20 de marzo
de 1770 en Lauffen am Neckar, en el seno de una familia
común y muere, habitado por la locura, 73 años después
(1843) en una torre donde había permanecido sus últimos 36
años.
La vida y los avatares de Hólderlin serían muy difíciles de
seguir aquí y merecen un trabajo especial, sin embargo, se
podrían señalar algunos puntos dentro de la línea que se ha
venido trabajando.
Hólderlin escribió grandes obras, entre las que destacan
Hyperíón o el ermita en Grecia (Hyperion oder Eremit in
Griechenland) y La muerte de Empédocles.6
Acerca de Hyperión se ha escrito mucho, tanto Nietzsche
como Hermán Hess han reconocido su influencia. De esta
obra, Octavio Paz dice: “El tema de Hyperión es doble: el
amor por Diótima y la fundación de una comunidad de hombres
libres. El punto de unión entre el amor a Diótima y el amor a la
libertad es la poesía. Poesía e historia, lenguaje y sociedad,
la poesía como el punto de intersección entre el poder divino
y la libertad humana, el poeta como guardián de la palabra
que nos preserva del caos original: todas estas oposiciones
anticipan los temas centrales de la poesía moderna.”7
El texto de Empédocles es un ejercicio cautivante de la
escritura de una tragedia llevada a los márgenes mismos de
las deidades humanizadas. Hólderlin escribe el dolor luminoso
encarnado en un hombre, de aquello que sería la pasión del
hijo de Dios.
Precisamente, en ambas obras, existe una dimensión
fundamental: la tragedia.
El héroe de Hólderlin es aquel que conoce su destino y
aun bajo la certeza que va a sucumbir a él, decide hacerlo
poesía: hace de su tragedia un canto poético.
El héroe de Hólderlin es un héroe abandonado por los
dioses, es un héroe solitario. Lo trágico no aparece por el
designio inquebrantable del oráculo, sino por la certeza del
abandono de los dioses. El héroe es aquel que hace de su
último acto la declaración de su soledad frente al mundo y
frente a Dios. La soledad de este héroe es el manantial de su
pasión.
La tragedia escrita por Hólderlin, aunque inspirada en los
clásicos griegos, no era la de Sófocles. Su héroe tampoco.
Edipo sabía su final, su destino había sido pronunciado por el
oráculo. Empédocles también tuvo un destino trágico, pero
su tragedia fue no poder recurrir sino a su abandono.
Ahora, más allá de las diferencias en cuanto a la dimensión
trágica, entre Edipo y Empédocles hay una diferencia
fundamental. Edipo reniega de haber nacido: “Oh creedme,
mejor hubiera sido no haber nacido"; Empédocles reniega
de algo quizá más radical: “ ¡Ojalá no hubiera tenido nunca
que pronunciar mi nombre!”. Lo que le es insoportable no es
haber nacido, sino que repudia la existencia misma de su
nombre.
6
He aquí la gran diferencia entre Joyce y Hólderlin.
Joyce se identifica a su nombre propio, ése es su síntoma:
la escritura de su nombre y su identificación a esa pasión.
Hólderlin no puede. Su locura, su encierro en la torre lo
llevan a inventarse otros nombres, entre los más usados esta
el de Scardanelli. Cuando algún visitante acudía a aquella
singular torre a conocer al poeta que devenía célebre, él se
dirigía al visitante tratándole de altísima y firmaba con ese
extraño nombre: extraño porque no era de nadie conocido;
extraño a su nombre propio.8
Joyce se hizo su propio Dios; fue el artesano de su
nombramiento.
Hólderlin sucumbió ante la selva de la muerte; allí no hubo
posibilidad de salvación. ¿Salvación de que? De su nombre
propio.
7
Una de las dimensiones que permite a Joyce identificarse
con su nombre es la publicación. Lacan lo recuerda en su
conferencia del 16 de junio y la historia lo subraya, al saberse
que Joyce tardó más de 15 años en escribir su Finnegans
Weke y que quedó ciego poco después de su publicación.
Publicar es hacer que el nombre propio, al ser nombrado
por otro, sea reconocido. Reconocimiento aquí no implica sólo
prestigio o aceptación sino, fundamentalmente, el acto por el
cual alguien es constatado como creador de un nombre, es
decir, como agente de nominación. ¿Acaso no es la función
del padre nombrante?
Publicar es hacer valer la inscripción que el padre no pudo
heredar en el campo del Otro. La escritura por sí misma no
basta, debe marcar; debe hacer marca del nombre del sujeto
en el campo del Otro. Ahora bien, publicar no es solamente
editar un texto o un escrito, es necesario que el sujeto
reconozca allí la implicación de su marca. La publicación,
como la escritura en sí misma, no basta para sostener a un
sujeto dentro del mundo del intercambio, es necesario que la
publicación ocupe la función de acto de inscripción.
Para dar cuenta de la escritura como inscripción se puede
recurrir a una analogía. Una de las formas que a lo largo de la
historia da cuenta de la escritura como trazo marcador, es el
tatuaje. Esta práctica de inscripción ha devenido, en los
últimos años, una moda y una forma de adorno ligado al rock
y sus imágenes. Pero como práctica, lleva ya muchos años y
se encuentra en diferentes civilizaciones. Los egipcios lo
usaban como adorno de la realeza y como forma de
pertenencia a las dinastías de los faraones. En la antigua china
servía para distinguir a los sacerdotes y a los señores que
hubieran realizado hazañas reconocidas. En algunas tribus
se tatuaba a los guerreros o se usaban tapices en la piel para
dar cuenta de ciertas posiciones sociales o acuerdos rituales.9
Con los viajes esa práctica se extendió y el tatuaje pasó a
formar parte de las promesas de amor que los marineros se
grababan en la piel: para algunos amores no bastan las
palabras para cantar su pasión, se hace necesario grabarlo
en la piel, en la piel del corazón. Tatuaje: cicatriz iconográfica
del amor. Con los años, parece que sólo se tatúan aquellos
que merodean los muelles o las cárceles, pero aun allí o quizá
sobre todo allí, el tatuaje aparece como una inscripción de
pertenencia a un clan, a una tribu, a una banda, a un movimiento.
Pero fundamentalmente, el tatuaje funge como marca de un
pacto: ante los besos separados por las rejas, pacto de honor
ante el amigo que todavía se queda en la sombra, jeroglífico
íntimo,10pacto de alegría ante la promesa de la libertad; pacto
imborrable.
Precisamente el tatuaje tiene la función de marcar, de hacer
trazo, de inscribir y, en el caso que nos ocupa, la escritura del
nombre propio tendría precisamente esa categoría: hacer una
inscripción allí donde hay silencio; una inscripción que no se
borra con el viento del tiempo ni con el cochambre de la vida
cotidiana.
En el campo del sujeto, la escritura en tanto síntoma que
hace al sujeto fünge como tatuaje. Dicho más psicoanal ¡ticamente,
la escritura opera como trazo unario, es decir, como marca
de inicio; como inscripción en el campo del lenguaje11. Si el
tatuaje es una inscripción que hace marca, litoral entre la piel,
la sangre y la historia, así la escritura puede permitir esa
inscripción del nombre propio. A veces la escritura es el
tatuaje con que se marca, como se escribe el nombre propio
en el pergamino del Otro.
Después de este largo recorrido por los senderos del
síntoma y la escritura, muchas preguntas quedan abiertas;
para otras sólo se vislumbra el comienzo de una respuesta
que promete menos que lo que enseña. Pero algo fundamental
surge de todo esto. A partir de la naturaleza que Lacan le da
al síntoma, la concepción de la clínica no puede quedar intacta.
Si la escritura como síntoma permite al sujeto mantener su
mundo lleno de versos de amor, novelas de terror y cartas de
arrepentimiento, la clínica ¿apuntaría a desaparecer el
síntoma? Si en muchos casos el síntoma es aquello que
sostiene al sujeto para que éste no caiga en el abismo del
goce del Otro ¿habrá que “curarlo” de su síntoma?
Algo que queda claro con la propuesta de Lacan es que
en psicoanálisis no se puede pensar al síntoma como
estandarte de una enfermedad; se trata de despsiquiatrizar
al síntoma, es decir, de no tomarlo como el mal a curar.
Pero en este punto surge la pregunta: ¿cuál es la posición
del psicoanálisis en relación al síntoma? Sin poder
generalizar, de lo que se trataría no es tanto de apostar por su
desaparición sino que el sujeto sepa qué hacer con él; que
convierta al síntoma en un saber-hacer. En el seminario Le
Sintome, en la clase del 16 de marzo de 1976, Lacan dice
que lo real es el fuego, el fuego pero no como llama, ése es
sólo una mascara de lo real, el fuego pero el fuego frío, “lo
real hay que buscarlo del otro lado, del lado del cero absoluto.”
Quizás la clínica implica hacer del ardeurde lo real, un art-
dire del sujeto. Se trata mucho más de saber hacer con el
síntoma una cascada del arder del real, que de apagar toda
manifestación de un síntoma que amarra lo que puede
sucumbir.
Analizarse es arriesgarse a saber hacer otra cosa con su
síntoma que no sea sentirse enfermo, torpe, inhibido o
cobarde. Es arriesgarse a llevar al síntoma al campo del ardor,
y sí, eso no es sin consecuencias. Se trataría de llevar el
síntoma al campo de la creación, aunque esto aparezca como
horizonte. Analizarse es llevar al síntoma a un saber hacer
con él, como la araña hace de su propia baba un tejido
maravilloso que le sirve no sólo para habitar sino también para
luchar. Quizás analizarse sea hacer de la propia saliva, que a
veces escurre, una lluvia de letras que abra surco en el duro,
y a veces seco, campo del Otro.
Notas:
1Las versiones utilizadas aquí, son, para RSI, aquélla aparecida en los
números 2,3,4 y 5 de Omicar?, publicadas en 1975; las que corresponden
al seminario Le Sinthome, también aparecieron en Omicar?, pero los
números 6,7,8,9,10 y 11 en 1976.
2 J. Lacan, Le Sinthome, op. cit. Clase del 10/ II / 76.
3Algunas de las reflexiones que aquí aparecen, tienen su origen en el
seminario que dictara Erik Porge en Córdoba, Argentina, en el año de
1987.
4 Heidegger M., HOlderlin y la esencia de la poesía, ed. Antropos, Madrid,
1984.
5 Muchas de las referencias aquí vertidas se deben a la edición del Hyperíón
que realizara Jesús Munárriz, en libros Hyperíón, Madrid, 1990.
6 Hyperíón o el ermita en Grecia fue publicado en dos partes. La primera
aparece en 1797 y la segunda en 1799, ambas publicadas por el editor
Cotta.
7 Paz, O. Los hijos del limo, ed. Seix Barral, Madrid, 1987.
8 Sobre la vida de F. HOlderlin, hay al menos dos libros importantes. El
de PeterHártling de editorial Montesinos de Barcelona editado en 1986
y el de Wilhelm Waiblin, intitulado: Vida, poesía y locura de Fríederich
HOldelin en ediciones Hyperíón, de Madrid.
9 Véase Mauss M., Introducción a la etnografía, ed. Istmo, Madrid, 1971.
10 Véase Lombardo C., L' Anthropologie criminelle, ed. Alean, París,
1890.
11Para relacionar al tatuaje con el rasgo unario, se puede ver el artículo
de Luis Guzmán intitulado: “Configuración del tatuaje" en Conjetural, núm.
26 ed. Sitio, Bs.As., Nov. 1992.
3930
Indice
In t r o d u c c ió n ..................................................................11
Primera Parte
Los Caminos del Lenguaje
I. La Noche..........................................................17
1. Los Orígenes.................................................................... 17
2. El Alzamiento................................................................... 18
3. Las Construcciones..........................................................19
4. El Lenguaje Canta............................................................20
5. Un Final Infeliz.................................................................. 21
Notas:................................................................................... 22
Segunda Parte
Más Allá de la Modernidad
Tercera Parte
Lo Social en Lacan