3 El Amor Al Padre Como Síntoma - Soria, N.
3 El Amor Al Padre Como Síntoma - Soria, N.
3 El Amor Al Padre Como Síntoma - Soria, N.
gunta qué está haciendo contesta: salvando vidas”. L. dice que siempre
quiso estudiar medicina porque lo veía tan fascinado al padre con su
carrera, pero que ahora tiene dudas.
Busca tests vocacionales por internet, habla con familiares y amigos
para que le sugieran alguna carrera y me pide un test de orientación vo-
cacional. Me abstengo y señalo su posición de demanda hacia los otros.
Dice: “Nunca quiero elegir nada por si acaso. Quiero estar segura de lo
que elijo, tener garantías, tener certezas del futuro. Me gusta tener todo
bajo control”. Señalo la coincidencia en el tiempo entre su decisión de
dejar medicina y la decisión del padre de separarse.
A la sesión siguiente se muestra angustiada por su noviazgo con Her-
nán y se pregunta cómo sería estar con otra persona. Tiene dudas, sueños
en los que su novio está con otra mujer. De él dice: “Siempre depende de
otros que le digan qué hacer. Yo lo ayudé a buscar trabajo, a rendir las
materias. Yo le cambié la vida. No estoy enamorada de Hernán pero él
me da seguridad. Es como tener el cariño asegurado”.
Comienza a estudiar psicología, ya que dice que ella suele escuchar
los problemas de los demás. Al poco tiempo deja porque no le va bien y
decide dedicarse al canto y al baile. Con respecto a esto, dice que encon-
tró su vocación, que cuando canta se olvida del mundo. Recuerda que
comenzó a cantar junto al padre mientras él tocaba la guitarra. Le pre-
ocupa lo económico, el futuro. Cree que su padre, aunque no se lo diga,
no está de acuerdo con su elección, ya que siempre le sugiere hacer una
carrera universitaria y seguir cantando como un hobby. L. dice que su
ideal es su profesora de canto, que es psicóloga (ejerce como tal) y canta.
Dice: “Ella hace todo y disfruta de todo”.
III. En el análisis.
el cual ella estaba sostenida. Esta caída del padre ideal va a tener efec-
tos tanto en el campo del amor como en el campo del estudio, de la
profesión, del trabajo. Ella dice que cayó su modelo de familia, que
su padre estaba muy idealizado hasta que se mandó esa flor de cagada,
etc. Es en ese punto que quedó atrapada en el sufrimiento materno,
no puede ver a la madre tan sola y tan sufrida, quedó atrapada.
En la vertiente de la crisis por vocación –que es el primer tema
que introduce Alejandra en su relato clínico– queda ubicada la po-
sición del padre ideal –este padre ginecólogo y obstetra– en una po-
sición en donde podemos claramente ubicar un goce con la muerte
en el campo sexual. Efectivamente, se trata de alguien que se dedica
a abordar el cuerpo femenino como médico, que está salvando vidas.
El salva a las mujeres de la muerte, no les hace el amor, de modo
que el goce con el cuerpo femenino en este hombre está puesto del
lado de la muerte. Ahí es donde se cristaliza la posición del padre
ideal. Hay una relación muy estrecha –que Lacan va a desplegar
en varias oportunidades– entre el padre ideal y el padre muerto. El
padre ideal es un padre muerto, es un padre que está muerto en su
deseo como hombre. Es una versión de un padre que en verdad no
desea como un hombre, y que en este caso se evidencia cuando se le
pregunta que está haciendo y él contesta que está salvando vidas.
Por otro lado para él la profesión era todo, no había un lugar ahí
para una mujer que no fuera una paciente a la que había que salvarle
la vida. Esta versión del padre ideal cae con la decisión del padre
de separarse. Parece que su vida no terminaba en la profesión, hay
otras cosas que lo llevan a separarse, y ahí es donde L., que estaba
identificada con el padre en ese punto, y que estaba estudiando para
ser médica como el padre, entra en la crisis de vocación.
que su primera vez fue a los veinticinco años con este padre, que fue
su único hombre, que ella no sabe cómo desenvolverse en el amor y
que tampoco lo quiere saber, ya que es probable que se quede para
siempre sola con sus hijos.
Se trata de un temor al sexo, de un temor a la feminidad, y el
consecuente refugio en la maternidad: se va a quedar sola con los
hijos, lo cual implica que los hijos también se tienen que quedar
solos con ella, para acompañarla; y ahí está el punto del miedo en
su ligazón con una angustia sexual. Podemos decir que finalmente
el miedo es un miedo a la madre, un miedo a la madre y al descuido
materno, porque lo que va a surgir, cuando se queda a dormir Emi-
lia en la casa –que es una amiga de la madre, porque la madre se fue
de viaje– es que L. no tiene miedo, y ahí lo que surge es un contraste
entre Emilia, que es una mujer independiente, que se diferencia
de la madre que es insegura, que es débil y que la descuida. Ahí se
ubica ese punto paradojal del estrago materno, donde la sobrepro-
tección va de la mano del descuido; Siempre sentí de ella como una
sobreprotección rara, como un doble mensaje. Me siento descuidada
por mi mamá. Finalmente, el miedo de L. es un miedo a la madre, a
ese descuido materno, a esa imposibilidad de la madre de hacer de
Otro, y a esa victimización de la madre.
Frente a la caída del padre ideal surge un punto de identificación
con la madre, entonces ella está temerosa como la madre, está en un
estado de alerta, esperando lo peor, esperando la catástrofe –como
la madre en la escena del tren. Y es interesante cómo en el decir de
L. surge un contrapunto ahí entre esa identificación con la madre
–ese estado de alerta, de espera– en el momento mismo del canto,
cuando justamente habíamos ubicado el canto como el encuentro
con el padre en otro registro. Justamente, lo que dice L. es que la
profesora de canto le dice que no cierra los ojos al cantar, es decir
que no se entrega a ese goce, que está alerta, como esperando algo.
Y ahí se ubica ese miedo a que entre alguien, es como estar siempre
a la espera de que entre alguien. Podemos poner en relación ese
miedo con un miedo sexual materno a ser penetrada.
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Ahí surge ese sueño de angustia en el que ella está con su her-
manito menor: Yo lo agarraba, él se me iba, nos pisa un camión, me
desperté cuando vi cómo se nos venía la rueda encima. Me sentí cul-
pable. El hermano encarna algo que se le sale del control –porque
ella lo agarra y él se le escapa–, encarna esa pérdida de control, que
es lo que define la desestabilización de su estructura, el desencade-
namiento de su neurosis, que la lleva a la consulta. Esa pérdida de
control que ella vive como ser pisada por un camión, ser aplastada
–podríamos decir así– por la angustia materna, ya que el camión, el
tren, están ahí. Se trata de ser arrasada por el Otro, lo que además
queda en relación con la muerte del abuelo, que supongo debe ser
el abuelo materno, ¿no?
Alejandra: Sí.
XI. El nudo de L.
Ahora vamos a ubicar los tres tiempos que distinguí recién para
ustedes.
El primer tiempo, que es el tiempo del arreglo neurótico pre-
vio al desencadenamiento de la neurosis. Ese tiempo en el cual L.
estaba sostenida en el padre ideal, en el padre muerto, cuando ella
estudiaba medicina como el padre, donde se jugaba una identifica-
ción con el padre en esta vía, y donde había una ajenidad absoluta
respecto de lo femenino, que estaba en un estado de mortificación.
En este primer tiempo lo que yo ubicaría es un síntoma, entre sim-
bólico e imaginario.
Nieves: Sí, éste más bien parece ser un momento de cierto impasse
en el despliegue de esa pregunta por lo femenino, hay que ver qué
nuevas vías toma esa pregunta. Esa repetición fue una primera vía de
interrogación de lo femenino. Yo creo que esta escritura va más allá
del síntoma de ser la amante de un hombre infiel, porque es la escri-
tura de la interrogación de lo femenino en tanto tal, del despliegue
de la pregunta histérica, que no es lo mismo que la pregunta histérica
Inhibición, síntoma y angustia / 229
Nieves: Claro. Pero es difícil que una mujer se pregunte por lo fe-
menino cuando no le está pasando algo con un hombre, por eso digo
que éste debe ser un momento de impasse, necesario quizás, para poder
pasar a otra manera, o a otro orden del despliegue de esta pregunta.
1 Lacan, J. El Seminario. Libro III. Las psicosis. Ed. Paidós. Barcelona, 1985.
Pág. 254.
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están vaciados de goce. Pero lo que queda especialmente por fuera del
abordaje médico es el goce sexual, es lo que impacta en la profesión
del padre y en la respuesta de que está salvando vidas. El canto, por
el contrario, es un goce del cuerpo viviente, el goce con la voz, es el
cuerpo que respira, y además, lo interesante también es que es un goce
del cuerpo que no va por el lado de la enfermedad, no es el cuerpo fe-
menino enfermo que va al ginecólogo, sino que es otra dimensión, es
la dimensión de un goce que se articula con un deseo, y donde lo que
circula por el cuerpo en el canto es un deseo que no tiene nada que ver
con las vías anatómicas, con las vías que mortifican el cuerpo.
Y en ese sentido es interesante la referencia a su profesora de can-
to, que queda ubicada como alguien que la guía en el deseo, queda
en la misma vía que la analista diciéndole que no se entrega al goce
del canto, que no cierra los ojos, que está alerta ahí a ver qué pasa,
como la madre. Y también esta cuestión de que es psicóloga, también
podría ser una analista, hay algo de la transferencia ahí que es intere-
sante, y que toca una versión de lo femenino que no es la materna,
ya que se trata de alguien que le dice: ¡No tengas miedo!, Cerrá los ojos,
que no te va a pasar nada, entregate a ese goce, al goce del deseo... Se trata
de un reverso del ¡Cuidate! materno. Y Luz ubica ahí el disfrute en
relación a esta profesora de canto, que disfruta.
Nieves: Por eso digo que es interesante ese punto, porque ella ahí
realmente elige la vocación, si bien no sé si uno elige la vocación o
la vocación lo elige a uno, porque la vocación es un llamado, es una
voz. Digamos que L. se encuentra con esa vocación, y ahí es inte-
resante como, por más que ella supone que el padre esperaría otra
cosa, de modo que está la versión del padre ideal, ella igual quiere
dedicarse profesionalmente al canto, no se engancha con esto de
tomarlo como hobbie.
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Nieves: Pero siempre el deseo tiene que ver con el deseo del Otro,
antes se enfatizaba su deseo respecto de lo que el padre quisiera para
ella –que no es el deseo del padre, sino el padre ideal–, que quisiera
que ella estudiara algo que le asegurara el futuro económico y que
tuviera el canto como hobbie. El canto está en relación, no con el
padre ideal, sino con el deseo del padre, porque surge en relación
con el gusto del padre por tocar la guitarra. Por eso ubicamos el
canto como un síntoma que anuda simbólico y real y no simbólico
e imaginario.
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