Soler, Colette - El Trabajo de La Psicosis

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/ EL TRABAJO DE lA PSICOSIS

F reud, al descifrar a Schreber, reconoció en el d elirio una tenta-


tiva de curación que nosotros confundimos - dice- con la enfer-
medad. De ahí la necesidad de dis ti nguir. en el propio seno de la
psicos is , entre los fenóme nos primarios de la enfermedad y las
elaboraciones que se les añaden. y mediante las c1:-1ales el sujeto
responde a esos fenómenos que padece.
Decir "trabajo de la psicos is·· como se dice "trabajo ele Ja trans-
feren cia" en el caso ele la ne uros is, implica también marcar una dife-
rencia fundamen tal entre neurosis y psicosis. Esta diferencia es la
consecue ncia de otra: entre Ja represión, mecanismo de le nguaje
que Freud reconoció en el fundamento del s íntoma neurótico, y Ja
forclusión, p romovida por Lacan como la causa significante de
la ps icosis. Mienlras que el trab<.'\iO de la transferencia s upone el
vinculo libidinal con un Otro hecho objeto, en el trabajo del deli1io
es el propio sujeto quien toma a s u cargo, solitariamente. no el re-
torno de Jo reprimido sino los "retornos e n lo real" que lo abruman.
Mientras que no hay autoanálisis del neurótico, el delirio sí es una
autoelaboración en la que s e manifiesta con tocia claridad lo que La-
can denomina "eficacia del sujeto". El delirio no es, evidentemente,
su única manifestación: que se hable de prepsicosis antes del de-
sencadenamiento y ele eventuales estabilizaciones después, indica
s uficientemente que la forclusión es susceptible de ser compensada
en s us efectos, con formas que no se reducen exclusivamente a la
elaboración delirante.
El problema para el psicoanalista es saber s i este trabajo de la
psicosis puede inser tarse en el discurso analítico; y. en caso afir-
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111a Uvo, cómo. Indudablemente, es tamos seguros de la pertinencia táfora de suplencia: la metáfora delirante. ¿Qué hace Schreber sino
de nuestras pautas estructu rales concernientes a la psicosis - has- construir una versión de la pareja original. dis tinta de la versión
ta los ps iquia tras es tán empezando a considerarlas- , y sabemos pa~e~na ~ en la que el goce en exceso encuentra un sentido y una
que los psicoanalis tas formados en la enseñanza de La.can no se leg1t1mac1ón en el fantasma de procreación de una humanidad fu-
niegan a afrontar la ps icosis; pero aún se necesita saber mediante tura? ~chre~er inventa y sustenta, por s u sola decis ión, un "orden
qué operación. Para ser más precisos: ¿puede tener el acto analítico del uruverso curativo de los desórdenes del goce cuya experiencia
incidencia causal sobre el autolratamiento de lo real, como la hay é~ P~dece.;_ y. ~o.nde el Nombre-del-Padre forcluido no promueve la
en el trabajo de la transferencia? Y, por lo menos. ¿hay una afini- s1g~ificac10~ fahca, aparece una s ignificación de s uplencia: ser la
dad entre la mira, los efectos de aquél y los propios objetivos del mujer d.e Dios, con la ventaja de que el goce desde ahora consentido
tratamiento analítico? Dicho de otra manera, ¿hay al menos una s~ locahz~ sobre la imagen del cuerpo, y con la diferencia de que la
simpatía entre la ética del bien decir. y la ética del sujeto psicótico? s1gnlficac1ón de castración de goce queda excluida en beneficio de
Primero necesito marcar la frontera entre la enfermedad propia- un g?c~ _de la r:lación con Dios, marchando a la infinitud. Unica
mente dicha y las tenta tivas de solución, entre el psicótico "mártir restncc1on: esa infinitud no es actualizada - no todavía- sino apla-
del inconsciente", como dice La.can. y el psicótico eventualmente zada al infinito.
trabajador. Llam arlo "mártir del inconsciente" es otra manera de En muchos casos funciona la misma solución cons is tente en ta-
designar el retorno en lo real de lo que fue forcluido de lo simbólico par la cosa n_iediante una ficción colgada de un s ignificante ideal,
y que se impone al sujeto, para su tormento y perplejidad, en fenó- pero no requiere por fuerza la inventiva delirante .del s ujeto. Creo
menos que los psiquiatras clásicos ya solían reconocer aunque sin que, por ejemplo. esta solución brinda la clave de muchas sedacio-
comprender s u estructura. nes o de muchas fases "libres" de la melancolia. Casi siempre se las
Aprehendemos la lógica de es te retorno en lo real si advertimos presenta co~1?. enigmáticas, debido a s u carác ter s úbito y también
que h ay una solidaridad entre la eficacia del Nombre-del-Padre, la a su ~evers1b1hdad; pero, en la mayoría de los casos , un enfoque
conslitución de lo s imbólico, en el sentido de la cadena significante, met~d1co revela que estos virajes inesperados son efectos de la re-
y una limitación de goce que Freud percibió con las nociones de ob- gencia restaur~da de una s ignificación Ideal, s ignificación que vuel-
jeto perdido y. sobre todo, de castración. Asimismo. la forclusión es ve a dar al Sujeto la pos ibilidad de desliza rse bajo el s ignificante
solidaria del s ignificante en lo real - lo que no quiere decir ú nica- que da ba s ostén a s u mundo. Salvo que entonces. en general no es
mente el significante en lo percibido alucinatorio. sino de modo más resultad_o de un trabaj~ del ~ujeto - h ace ya tiempo que los ps iquia-
amplio el s ignificante surgiendo solo, fuera de la cadena del senti- t~~s reg1.straro~ la res1s tenc1a del s ujeto melan cólico a la elabora-
do- y de emergencias correlativas de goce. En este sentido. el hecho c1on- , smo, ~as frecuentemente, el efecto de una tyché, de un en-
de que Lacan planteara, con la noción de forclusión, la causalidad cuentro que vien: a corregir el de la pérdida desencadenante. En
significante de la ps icosis - que además implica de por s í una res- estos_~os .el SUJeto no inventa s ino que toma prestado del Otro
ponsabilidad del sujeto- no impide que la psicosis siga s iendo para - cas i s1: mpre materno- un significante que le permite, al menos
nosotros lo que era ya para Freud: u na enfermedad de la libido. por un tiempo, tapar, mediante un ser de pura conformidad el ser
Desde ese momento. el trabaj o de la psicosis será siempre para Inmundo que él tiene la certeza de ser. '
el sujeto una manera de tratar los retornos en lo real, de operar Ci_viliz~r a la cosa por lo simbólico es también la senda de ciertas
conversiones; manera que civilíza al goce haciéndolo soportable. Así subhmac10nes creacionistas. La promoción del pa dre es una de
como podemos realizar la clínica diferencial de los retornos en lo ellas, Y Lacan lo decía en su Seminario La ética. Se comprende en-
real según que se trate de paranoia , esquizofrenia o manía, pode- tonces que estas sublimaciones se vean particularmente solicitadas
mos diferenciar también las mencionadas soluciones. en la P~icosis. como lo prueban tantos nombres conocidos: Joyce,
HOl~erlm, Nerval. Rousseau, Van Gogh, etcétera. No todas las subli-
Las mejor observables son las que echan mano a un simbólico de mac1~?es son del mismo tipo, pero las que proceden por la cons-
s uplencia consis tente en construir una ficción, distinta de la ficción trucc1on de un nuevo simbólico cumplen una función homogénea a
c.:dipica. y en conducirla has ta un punto de estabilización; obtenido lo que es el deli.rio para Schreber. Cons ideremos a Jean-Jacques
(·s tc mediante lo que Lacan consideró en una época como una me- Rousseau, por ejemplo, quien va fo1jando sus ficciones sucesivas.
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Pensador político, primero -desde el primer Discurso hasta El con- plencia, el efecto capital de lo simbólico, esto es, su efecto de nega-
trato social-, después novelista del amor con La nueva Eloísa. luego tivización del ser viviente. Del daño causado en acto al cuerpo pro-
educador con el Emilio y finalmente Pygmalión de sí mismo con sus pio o también a la imagen del semejante, de la agresión muliladora
Confesiones. En todos los casos, a la vez crítico e innovador, Rous- hasta el suicidio o el asesinato, la mulilación real emerge en pro-
seau rectifica los ideales y los renueva, trata el desorden del mundo porción a la falta de eficacia de la castración. y ello hasta el punto
-de la sociedad, las costumbres, el individuo-, se encarga de la de adquirir a veces un alcance diagnóstico.
rectitud del orden social, de la pareja sexual y del individuo, para Lo ilustraré con un caso ejemplar en el que llegué a conocer. an-
conjurar el goce nocivo y pervertido del hombre civilizado. Esta em- tes de que apareciesen de manera evidente para todos, los signos
presa culmina en el Emilio, que lo convierte casi en padre del hom- patognomónicos de su psicosis. Se trata de una mujer. Durante
bre nuevo y que por este hecho, sin duda, lo precipita en el delirio cerca de diez años había estado en manos de médicos a causa de
efectivo. una grave enfermedad llamada saturnismo, que le hizo rozar la
muerte en repelidas ocasiones y le dejó secuelas importantes. Inte-
EX!sten otros tipos de soluciones que no recurren a lo simbólico rrogada durante años, jamás soltó una palabra sobre la causa, cau-
sino que proceden a una operación real sobre lo real del goce no sa que reveló un día - para su propia sorpresa- en una nueva con-
apresado en las redes del lenguaje. Así sucede con la obra - pictóri- sulla : ingería plomo, obtenido por raspado de alambres eléctricos.
ca, por ejemplo- que no se sirve del verbo sino que da a luz, ex De sus auto-atentados sólo puede decir una cosa, repetida como
nihilo, un objeto nuevo, sin precedentes - por eso la obra está siem- un leitmotiv: "quelia morir". ¿Desde cuándo? Desde que tenia diez
pre fechada- , en el que se deposita un goce que de este modo se ~u1os, o sea desde la muerte de su madre, enferma de cáncer hacia
transforma has ta volverse "estético", como se dice, mientras que el ya cinco. Antes de los cinco años - dice-, era el paraíso; y de él le
objeto producido se impone como real. queda un único recuerdo en el que se ve enroscada en el regazo de
Aquí es donde nos topamos con la paradoja Joyce, quien lleva a su madre. Podría hablarse aquí de reacción melancólica si no fuera
cabo esta operación con la literatura misma. Siendo el arte que más que en el discurso de esta persona falta radicalmente cualquier ma-
incluido está en el registro de lo simbólico, Joyce logra hacerlo pa- tiz de tristeza, cualquier sentimiento de pérdida y más aún de cul-
sar a lo real, o sea al "fuera del sentido". Una proeza, sin duda. La pabilidad, en provecho de la afirmación, repcUda sin el menor afec-
diferencia con toda la demás literatura es perceptible. Joyce no rec- to aparente, de una pura voluntad de muerte. Se d escubre Juego,
tifica al Otro del sentido como Rousseau: lo asesina. En este aspec- más allá de los atentados contra su vida, reales pero fracasados, un
to sus Epifanías son paradigmáticas. Esas breves frases sacadas impulso al asesinato que fue, en definitiva, más eficaz.
del contexto que podría darles significación, esos fragmentos de dis- A los ocho años se le ocurrió la idea de suministrar a su madre
cursos en los que el sinsentido reluce, dan fe de una operación que enferma algún medicamento definilivo. Casada muchos años des-
no carece de afinidad con la de Wolfson. Se opera con el lenguaje de pués, vierte somníferos, subrepticiamente, en el café de su marido.
tal modo que el Otro queda evacuado, y se procede a una verdadera Enfermera de profesión, interviene en la muerte de un anciano en-
forclusión del sentido, forclusión que es al mismo tiempo una letri- fermo al que administra -a sabiendas- una dosis excesiva. En el
ficación del significante mediante la cual éste se transforma en áto- momento de la entrevista sabe que su hijo está amenazado; un día
mo de goce... real. mató con veneno al gato que esle hijo adoraba. Aclara que fue un
En la misma línea de tratamiento de lo real por lo real, tenemos impulso súbito e ine.'Xplicable, pues dice: ·yo quería a ese gato". En-
los pasajes al acto auto - y hétero- mutiladores. Son totalmente tonces, ¿por qué? Sólo puede responder: "lo vi". Luego: "era o él o
antinómicos a la sublimación creacionista, pero sin embargo no la yo". Más tarde agregará: "él o mi hijo". Vemos intervenir en acto
excluyen. Consideremos a Van Gogh, quien, a punto de alumbrar una suerte de forl-da de la vida y la muerte del sujeto y de sus obje-
una de esas obras maestras que nos maravillan. corta en carne viva tos. Lo que aquí importa no es tanto el carácter irreprimible del ac-
su cuerpo y su Imagen, que él disimetriza para convertirse en el to, que también aparecería en ciertos pasajes al acto de la neurosis,
hombre de Ja oreja cortada. Esta oreja menos, como en muchos sobre todo la obsesiva, sino el hecho de que el sujeto no sólo no
otros atentados de la psicosis -véase especialmente el Niño del Lo- puede dar cuenta de él. sino que ni siquiera se considera responsa-
bo de Rosine y Robert Lefort- realiza en acto, a título casi de su- ble. Como indiferente a su gravedad, sólo puede enumerarlos, sin
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problematizarlos nunca y teniéndolos por ajenos a ella misma. Esta RECTIFICAR AL OTRO
persona se encuentra habitada por una necesidad casi presubjetiva
de negativlzar el ser-ahí. y más precisamente de perder un objeto
que está como en exceso. Pues cuando el objeto no es llamado a
complementar la falta fálica, cuando es únicamente el doble espe-
cular del s ujeto, funciona en exclusión y deviene para él sinónimo
de muerte. Se entiende que un objeto así, un objeto que, lejos de
fundar un lazo social. lo ataca, deja poco espacio para el psicoana-
lista.
Los diversos tratamientos de lo real que acabo de distinguir -por
lo simbólico, por lo real de la obra o del acto- no son equivalentes,
desde luego. a los ojos del psicoanalista: el último casi lo excluye y
el segundo lo vuelve s uperfluo.
En efecto, el acto negatMzador se estrella a la vez con los limites
de la legalidad , como tratamiento que al Otro social le es imposible
soportar, y con sus límites propios. a l no tener otro futuro que s u
repetición. En cuanto a las producciones del arte que alcanzan un
bien -inventar, ellas no contradicen el imperativo de elaboración del
E1 libro de Rosine y Robert Lefort, Las estructuras de lapstcosts,1
yuxtapone al relato de una cura minuciosamente anotada un traba-
análisis pero, contrariamente al bien decir, que se despliega en el jo de matematización de dicha cura, trabajo que es posterior y que
entre-dos decir del analizante y del intérprete y como producto del en cierto modo recubre y fractu ra un tanto su marcha. En un pri-
lazo analillco, estas obras se realizan en soledad y vuelven super- mer momento, leyéndolo de un tirón y sin detenerme en las peque-
fluo al analista. Queda aún el bien-pensar de las elaboraciones sim- ñas etapas de la teorización. pude advertir que se trataba de una
bólicas que logran compensar la carencia de la significación fálica, gran marcha. Sabemos en qué culmina: culmina cuando el pequeño
y a su respecto habrá que plantearse qué papel causal puede cum- Roberto adquiere figura humana. Al fmal. está humanizado. Puede
plir en ellas el anallsta. Insertarse más o menos en un lazo social. P~ro. ¿de dónde partió?
En todos los casos hay una cosa segura: si el analista acoge la Todo empieza en el Lazareto. El término posee siniestras resonan-
singularidad del sujeto psicótico -como de cualquier otro sujeto- , cias de exclusión, de segregación, de reparto de esos seres que son
no lo hace como agente del orden, y la sugestión no es su instru- los desechos del discurso. Aquí no estamos en el limbo, y este Laza-
mento. Sin embargo. si está preparado para escuchar y soportar a reto, al llegar Roberto, pasa a ser incluso un Infierno. Es un sitio
aquel que no es esclavo de la ley fálica, aún tendrá que medir los lm~resionante, un mundo de miedos, gritos, mocos, pipí y caca, un
riesgos que asume en cada caso, para sí mismo y para algunos umverso de golpes y trasudor. Imagínenlo ilustrado por Jéróme
otros. Bosch, más bien que meditado por Dante: podria ser grandioso.
Cuánto admiro a la que avanza por este lugar provista de su solo
deseo de analizar: Rosine Lefort. Avanza. por lo demás, y le rindo
homenaje, sin esa onza de obscenidad que estos sitios podrian con-
vocar. ¿No se advierte acaso cuán desesperada habña parecido su
empresa? En cualquier caso. de ninguna forma razonable, si llama-
mos razonable a aquello que responde a las empresas del sentido
común. Esta empresa resu lta por ello más tilanesca aún. Es verdad
q~e al leer este libro de un tirón, se percibe que el universo de
rmasmas en que vive el pequeño Roberto es atravesado, gracias a la
llegada de esta analista, por un intenso soplo. Más precisamente,

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