Lectura #3
Lectura #3
Lectura #3
El término posmodernidad puede ser identificado, como lo hace Habermas, con las
coordenadas de la corriente francesa contemporánea de Bataille a Derrida, pasando por
Foucault, con particular atención al movimiento de la deconstrucción de indudable
actualidad y notoria resonancia en la intelectualidad local. Las oposiciones binarias que
rigen en Occidente -sujeto/objeto, apariencia/realidad, voz/escritura, etc. construyen una
jerarquía de valores nada inocente, que busca garantizar la verdad y sirve para excluir y
devaluar los términos inferiores de la oposición. Metafísica binaria que privilegia la realidad
y no la apariencia, el hablar y no el escribir, la razón y no la naturaleza, al hombre y no a la
mujer. Hace falta una deconstrucción completa de la filosofía moderna y una nueva práctica
filosófica.
La destotalización del mundo moderno exige eliminar la nostalgia del todo y la unidad. Como
características de lo que Foucault ha denominado la episteme posmoderna podrían
mencionarse las siguientes: deconstrucción, descentración, diseminación, discontinuidad,
dispersión. Estos términos expresan el rechazo del cogito que se había convertido en algo
propio y característico de la filosofía occidental, con lo cual surge una “obsesión
epistemológica” por los fragmentos.
La ruptura con la razón totalizadora supone el abandono de los grands récits, es decir, de
las grandes narraciones, del discurso con pretensiones de universalidad y el retorno de las
petites histoires. Tras el fin de los grandes proyectos aparece una diversidad de pequeños
proyectos que alientan modestas pretensiones. Aquí se insiste en el irreductible pluralismo
de los juegos de lenguaje, acentuando el carácter local de todo discurso, y la imposibilidad
de un comienzo absoluto en la historia de la razón. Ya no existe un lenguaje general, sino
multiplicidad de discursos. Y ha perdido credibilidad la idea de un discurso, consenso,
historia o progreso en singular: en su lugar aparece una pluralidad de ámbitos de discurso
y narraciones.
El microrrelato tiene una diferencia de dimensión respecto del metarrelato, pero esta
diferencia es fundamental, ya que sólo pretende dar sentido a una parte delimitada de la
realidad y de la existencia. Cada uno de nosotros tiene diferentes microrrelatos,
probablemente desgajados de metarrelatos, que entre ellos pueden ser contradictorios,
pero el ser humano postmoderno no vive esta contradicción porque él mismo ha deslindado
cada una de esta esfera hasta convertirlas en fragmentos. El hombre postmoderno vive la
vida como un conjunto de fragmentos independientes entre sí,pasando de unas posiciones
a otras sin ningún sentimiento de contradicción interna, puesto éste entiende que no tiene
nada que ver una cosa con otra. Pero esto no quiere decir que los microrrelatos no sean
cambiables sin mayor esfuerzo, ya que los microrrelatos responden al criterio fundamental
de utilidad, esto es, son de tipo pragmáticos.
Ahora bien, si no hay metarrelatos tampoco hay utopías. La única utopía posible –si acaso
pudiera todavía haber una– es la huida del mundo y de la sociedad y por la conformación
del espacio utópico en el seno de la intimidad, con determinados elementos degradados de
las tradiciones orientales, de los los nuevos orientalismos. Es una utopía fragmentada para
un mundo fragmentado, una religión muy propia de la Posmodernidad, sin sacrificios y sin
privaciones.
¿En qué punto nos encontramos ahora? Sin duda en el dominio de la interpretación y la
sobreinterpretación. Las interpretaciones dotan de sentido a los hechos. La interpretación
es una condición necesaria para que podamos conocer la realidad, para que nos podamos
relacionar con ella. La interpretación cuaja en la tradición y es el conocimiento de nuestras
formas de interpretación el objeto de la ciencia central de la Posmodernidad: la
Hermenéutica. La Hermenéutica tiene sus orígenes en los principios del conocimiento
humano, no en vano Aristóteles escribe un tratado sobre la interpretación. Con
Gadamer la Hermenéutica cobra un nuevo giro, ya no pretende aprehender el verdadero y
único sentido del texto, sino manifestar las diversas interpretaciones del texto y las diversas
formas de interpretar. Hemos aludido por primera vez a un elemento fundamental del
pensamiento postmoderno: el texto.
Debemos situar el punto de partida de este paradigma –del asalto a la razón – en la filosofía
de Nietzsche, aunque ubicado poco antes, contemporáneo al Iluminismo, debemos hacer
justicia al Romanticismo,corriente continental que inició la crítica de la Modernidad poniendo
énfasis, ya no en la razón, sino en la intuición, la emoción, la aventura, un retorno a lo
primitivo, el culto al héroe, a la naturaleza y a la vida, y por sobretodas las cosas una vuelta
al panteísmo. Nietzsche se encargará de revitalizar estos motivos casi un siglo más tarde,
imprimiéndole su sello propio, una filosofía cuyos rasgos esenciales han de ser el
individualismo, un relativismo gnoseológico y moral, vitalismo, nihilismo y ateísmo, todo esto
sobre un telón de fondo irracionalista.
Gianni Vattimo tiene razón cuando ve en Nietzsche el origen del postmodernismo, pues él
fue el primero en mostrar el agotamiento del espíritu moderno en el ‘epigonismo’. De
manera más amplia, Nietzsche es quien mejor representa la obsesión filosófica del Ser
perdido, del nihilismo triunfante después de la muerte de Dios.
La posmodernidad puede ser así entendida como una crítica de la razón ilustrada tenida
lugar a manos del cinismo contemporáneo. Baste pensar en Sloterdijk y su Crítica de la
razón cínica, donde se reconoce como uno de los rasgos reveladores de la Posmodernidad
el anhelo por momentos de gran densidad crítica, aquellos en que los principios lógicos se
difuminan, la razón se emancipa y lo apócrifo se hermana con lo oficial, como acontece
según Sloterdijk con el nihilismo desde Nietzsche, y aun desde los griegos de la Escuela
Cínica.
La ruptura con la razón totalizadora aparece, por un lado como abandono de los grandes
relatos –emancipación de la humanidad–, y del fundamentalismo de las legitimaciones
definitivas y como crítica de la “totalizadora” ideología sustitutiva que sería la Teoría de
Sistemas.
Así, con la posmodernidad se dice adiós a la idea de un progreso unilineal, surgiendo una
nueva consideración de la simultaneidad, se hace evidente también la imposibilidad de
sintetizar formas de vida diferentes, correspondientes a diversos patrones de racionalidad.
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La Modernidad confundió la razón, entendida como facultad, con una forma de racionalidad
concreta. Toda la razón había quedado recluida al ámbito de la razón científica natural y
matemática. Ignorado otras formas de racionalidad y de pensamiento,a las que se les
consideraba menores o irracionales, especialmente a la racionalidad propia del
pensamiento estético y literario.