Artículo 15. Autorregulación en Niños de Preescolar
Artículo 15. Autorregulación en Niños de Preescolar
Artículo 15. Autorregulación en Niños de Preescolar
La autorregulación es la habilidad del niño para controlar su comportamiento, significa poder aplazar
lo que se quiere hacer por lo que toca hacer. Implica autorreflexión, dominio de sentimientos, deseos
e impulsos y la habilidad de responder de manera flexible y consciente, identificando y reflexionando
acerca de la emoción antes de que esta se desorganice, se vuelva intensa o desbordante (pataleta,
berrinche, arrebato emocional). Evoluciona con el tiempo, e involucra aspectos del desarrollo social,
emocional y cognitivo. Igualmente, es considerada como la integración exitosa de la emoción (lo que
siente) y la percepción (lo que sabe o puede hacer) que da como resultado un comportamiento
apropiado.
La autorregulación incluye la habilidad de enfocarse y de controlar los impulsos, mientras más pronto
los niños puedan autorregularse, más éxito académico y social tendrán en el colegio, ya que estarán
en capacidad de pensar por sí mismos y satisfacer las expectativas de los demás. Los niños que no
lo logran, por lo general tienen más dificultad en adaptarse a los contextos nuevos.
Desarrollar este proceso de autorregulación le permitirá a los niños identificar, etiquetar y reflexionar
acerca de sus sentimientos desde el mismo momento en que comienzan a surgir, utilizando la
memoria de situaciones pasadas similares, imaginando las posibles consecuencias de acciones
alternativas y reflexionando acerca de los estados afectivos y del número de planes posibles, para
luego ejecutarlos de forma efectiva. Es importante tener en cuenta que dicha autorregulación está
determinada por los siguientes aspectos madurativos:
Los bebés hasta los seis meses de edad, dependen completamente del adulto para manejar su
estrés, ellos no tienen la habilidad para autorregularse; es por esto, que los padres necesitan
responder rápidamente a las señales de llanto, irritación, etc., de forma consistente y amorosa, para
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así satisfacer sus necesidades de alimento, sueño, consuelo e
interacción; lo cual les permitirá pasar de un estado de sufrimiento a
otro más confortable, sin padecimiento. Una vez que este diálogo
afectivo ha quedado bien establecido, los bebés que vivencian una
situación casi libre de sufrimiento comienzan a participar en las
interacciones reguladoras y desarrollan ciertas capacidades
autocontroladas. Durante el primer año, los bebés aprenden “lo que
se siente satisfacer sus necesidades”, y gradualmente aprenden a
crear ese sentimiento conocido como “auto calmarse” con menos
ayuda del adulto. A través del proceso de maduración, el niño
aprende formas para calmarse por sí solo cuando está molesto.
Según investigaciones recientes, los niños que crecen en ambientes de estrés crónico, con
problemas de apego y en ausencia de diálogos verbales recíprocos con sus padres, desarrollan
respuestas excesivamente reactivas, se vuelven hipervigilantes de las indicaciones del entorno,
particularmente de lo no verbal (movimientos del cuerpo, gesticulaciones, tono de voz) e
hipersensibles a la ansiedad e impulsividad; lo cual no les permite darse cuenta de su intensa
excitación emocional.
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capacidad de autorreflexión y de reconocimiento de los afectos, y esto a su vez, interferir con su
capacidad de respuesta ante sus propios hijos.
Para que los niños desarrollen la capacidad de autorregulación, no solo requieren de la regulación
emocional que les aseguran los padres o cuidadores, sino de la disciplina, que les ofrece
expectativas e instrucciones claras, precisas y consecuentes; lo cual ayuda a diferenciar lo que está
bien de lo que está mal y el saber “qué esperar”, sintiéndose seguros en la construcción de una
estructura interna que se identifica con lo paterno. La disciplina no es castigo; por ello, se debe tener
en cuenta que las demandas excesivas que dejan en el niño una sensación de abandono, confusión
o desesperanza por no satisfacer a los padres, lo privan de la motivación emocional de aprender de
los errores.
Es importante entender que los padres e hijos que interactúan con una mezcla de comportamientos
contradictorios que van de lo hostil a lo cariñoso, llevan a que esta actitud impredecible cause
confusión y desorganización en la mente del niño. La reacción ante los esfuerzos de independencia
y control de impulsos de los hijos, reflejan el éxito o fracaso de los padres a la hora de resolver
conflictos, si no están claros los límites, las consecuencias de los actos y el manejo de la autoridad o
poder, resulta fácil que las reacciones emocionales (enfado, agresión, mal humor, etc.) se
manifiesten sin autocontrol, provocando el enfado de los padres, de manera reiterativa. Por esta
razón, se debe ofrecer la seguridad propia de un “ambiente sostenedor”, donde los padres se
conviertan en una fuente de amor, bienestar y dialogo afectivo reciproco, que les permita crear en su
interior un proceso de autocorrección y autorregulación, que los lleve a hacerse responsables de sus
actos, sin temor o ansiedad.
Diferenciar entre las emociones de los padres y las del niño, para poder reflexionar acerca de
sus sentimientos, manteniéndose al mismo tiempo firmes y consecuentes con las demandas y
expectativas.
Establecer límites claros y brindar explicaciones simples.
Decir lo que es posible en lugar de lo que no es.
Nombrar las emociones, usando palabras como: feliz, triste, avergonzado, orgulloso, etc. para
describir cómo se siente. Ser sinceros con los propios sentimientos y las necesidades.
Anticipar los cambios en las rutinas cotidianas normales.
Ofrecer oportunidades para la creatividad y el juego simbólico, ya que esto le permite al niño
repetir y dominar sus experiencias, expresando sus sentimientos y pensamientos.
Ayudar a manejar la frustración, enfrentándola cuando ésta se presenta. Se debe permitir su
expresión y reflexión de una manera adecuada, donde no se lastime así mismo o al otro “sin
negar el sentimiento”. Progresivamente es necesario proporcionar estrategias como: tiempo
fuera, tomar agua, hacer ejercicios de relajación, etc.
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Brindar oportunidades para elegir y decidir por sí solo, dejando experimentar las consecuencias
de las elecciones. En éste sentido, hay que tener en cuenta que no todo es negociable y no en
todo se puede elegir.
Manejar la anticipación (Ej. En cinco minutos vamos a apagar la T.V.)
Proporcionar una variedad de experiencias que impliquen disciplina y actividades con mayor
tiempo para juegos físicos, que ayuden a liberar la energía y el estrés.
Reconocer y saber enfrentar el propio enojo en momentos difíciles. Recordar que los adultos
son modelos de imitación de los niños.
Desarrollar el ser empáticos y el aprender a escuchar a los demás.
Dar responsabilidades y obligaciones en casa. (Ej. alimentar la mascota, ayudar a colocar o
recoger la mesa, etc.)
Enseñar a esperar turnos: en filas, durante una conversación, al jugar, etc.
Mostrar cómo dar prioridad a algunas tareas y/o actividades, sobre otras y cumplirlas. (Ej.
primero hacer la tarea, leer y después jugar).
Dar pautas de inicio y fin (Ej. primero terminar el juego y recoger, después sacar el siguiente).
Aprender a escuchar a los niños, motivando la ampliación de la información con el manejo de
preguntas como: ¿qué pasó?, ¿cómo te sentiste? ¿por qué?, ¿qué hiciste? ¿para qué?, ¿qué
más se puede hacer?, etc.
Promover la toma de decisiones, autonomía e iniciativa, dando información que sirva y guie la
búsqueda de soluciones, de manera positiva e independiente.
Desarrollar la autoestima y la seguridad, a través de la exploración y descubrimiento de las
propias habilidades, emociones, sentimientos y necesidades.
Promover la reflexión y el diálogo afectivo entre padres e hijos.
Proporcionar un ambiente seguro y estructurado. Recordar que la estructura se interioriza, se
debe empezar desde afuera, manteniendo rutinas, horarios, una casa organizada, con reglas,
límites y consecuencias claras y consistentes.
Generar espacios de familia con juegos de reglas, que se aprendan, se negocien y se respeten.