16 - Doctrina Fundamental, La Resurreccion
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Fundamentos de la Fe Cristiana, Tomo II, Parte IV-16
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Esto es semejante a lo que Pablo hace en los versículos iniciales de Romanos. Dice que como Jesús
fue levantado de entre los muertos, entonces Jesús es Dios. Pero si tuviera que seguir todos los
pasos lógicos, su argumento sería como sigue.
(1) Jesús dijo ser el Hijo de Dios en un sentido especial. Dijo que Dios era su Padre (Jn. 5:18).
Dijo que había venido a este mundo del Padre y que cuando dejara este mundo volvería al
Padre (Jn. 16:28). Dijo que quien lo ,había visto a él había visto al Padre (Jn. 14:9). Todas
estas afirmaciones son pretensiones de divinidad, y por esto fue que los líderes religiosos
lo mataron.
(2) Estas afirmaciones pueden ser ciertas o falsas. Jesús no puede ser parcialmente Dios y
parcialmente no serlo. O bien es quien dijo ser, o es un mentiroso.
(3) Si estas afirmaciones son falsas, son engañosas y son una blasfemia.
(4) Si son blasfemias, no es posible concebir que Dios honre a quien las dijo.
(5) Pero Dios honró a Jesús cuando lo levantó de entre los muertos. Dios reivindicó sus
pretensiones.
(6) Por lo tanto, Jesús es el único Hijo de Dios.
Este análisis no es meramente una lectura de Romanos 1:4 para encontrar allí lo que queremos
encontrar. La Biblia utiliza esta prueba en otros lugares, y Pablo simplemente está haciendo eco de
esta enseñanza. Jesús utilizó esta prueba cuando apeló a la "señal del profeta Jonás". Había
demostrado una autoridad singular en sus enseñanzas y milagros, pero muchos que le habían
escuchado no creían. Los gobernantes pidieron una señal. Jesús les respondió que la única señal
dada sería la del profeta Jonás, porque "como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres
noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches" (Mt. 12:40).
Después de esto habría una resurrección, y la autoridad única de Cristo sería reivindicada. De manera
similar, en Pentecostés y en otros sermones registrados en el libro de los Hechos, los discípulos
usaron la resurrección como prueba de la divinidad de Cristo.
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ha sido aceptada. Ya no queda ningún pecado en mí, no importa cuántos ni qué grandes hayan sido
mis pecados hasta ahora.3
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Un filósofo ha llamado la doctrina de la inmortalidad "una vela prendida al final de un túnel oscuro".
Otro la ha llamado "una estrella brillando en la noche más oscura". En esto consiste la esperanza
filosófica de la inmortalidad pero no brinda ninguna confianza. Se trata sólo de una probabilidad, no
de una certeza. La única prueba de nuestra resurrección es la resurrección de Jesús mismo, quien
dijo: "Porque yo vivo, vosotros también viviréis" (Jn. 14:19). Su resurrección hace toda la diferencia.
En el año 1899 dos hombres famosos murieron en los Estados Unidos. Uno de ellos no era creyente y
había hecho una carrera criticando la Biblia y argumentando en contra de todas las doctrinas
cristianas. El otro era un cristiano. El Coronel Robert G. Ingersoll, que dio su nombre a los famosos
discursos Ingersoll sobre la inmortalidad en la Universidad de Harvard, era el no creyente. Murió
repentinamente, y su muerte fue un duro golpe para toda su familia. Su cuerpo estuvo en su casa por
varios días, porque la mujer de Ingersoll no soportaba la idea de alejarse de él; finalmente, el
cadáver fue retirado porque se estaba pudriendo y así lo requería la salud de la familia. Los restos
fueron cremados, y la escena de la cremación fue tan dramática que fue recogida por algunos
periódicos y transmitida a toda la nación. Ingersoll había utilizado su intelecto para negar la
resurrección, pero cuando sobrevino la muerte no tenía ninguna esperanza. Su partida fue recibida
por sus familiares y amigos como una tragedia.
En ese mismo año falleció el gran evangelista Dwight L. Moody, pero su muerte fue triunfal tanto
para él como para su familia. La salud de Moody había estado declinando, y su familia se había
turnado para permanecer a su lado. En la mañana de su muerte, su hijo, que estaba parado junto a
su lecho, le oyó decir: "La tierra se aleja; el cielo se está abriendo; Dios me está llamando".
"Sueñas, Padre", le dijo el hijo.
Moody le respondió: "No, Guillermo, esto no es un sueño. He llegado hasta las puertas. He visto las
caras de los niños". Por un tiempo pareció como que Moody revivía, pero luego comenzó a deslizarse
nuevamente. Dijo: "¿Esto es la muerte? No está mal; no hay ningún valle. Esto es una maravilla. Esto
es glorioso". Su hija ahora también estaba presente, y comenzó a orar para que se recuperara. Él
dijo: "No, no, Emma, no pidas eso. Dios me está llamando. Hoy es el día de mi coronación. Hace
tiempo que espero este día". Poco rato después Moody fue recibido en los cielos. En su funeral, la
familia y sus amistades se unieron en un culto alegre. Hablaron. Cantaron himnos. Escucharon las
palabras: "¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de
la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la
victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo" (1 Co. 15:55-57).4 La muerte de Moody fue parte de
esa victoria.
No digo que esto implique que la muerte de todo cristiano es igualmente gloriosa. No todos sienten la
fuerza de esta doctrina en los momentos de partir al hogar celestial. Pero muchos sí. La muerte
puede ser una victoria para el cristiano. No hay otra esperanza aparte de la resurrección de nuestro
Señor.
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Lo mismo sucedió con Cristo. Jesús vino al mundo haciendo el bien y la gente no podía soportar su
santidad. La resentía tanto que trataron de encontrar algo de qué acusarlo. Él decía ser el Hijo de
Dios; dijeron que esto era una blasfemia. El les habló de sus pecados y de un día venidero en que
juzgaría a toda la humanidad; por eso le odiaban. Finalmente, le mataron. Podemos imaginarnos el
júbilo que había en Jerusalén el día de la fiesta después de la crucifixión. Quienes se habían deshecho
de Cristo se congratulaban. Por fin se habían librado de él. Estaban seguros; nunca más tendrían que
soportar su arrogancia. Entonces ocurrió la resurrección, y por ese hecho Dios estaba declarando que
la muerte no era el final para Cristo. Nunca podría ser el final para él, porque él mismo es la vida. La
maldad está en el mundo, pero nada que se oponga a Dios podrá finalmente prevalecer. El pecado
triunfó en la cruz, pero Dios triunfó en la resurrección. Cristo "se presentó una vez para siempre por
el sacrificio de sí mismo... y después de esto el juicio" (He. 9:26-27).
Notas
1. Ver C. H. Dodd, The Apostolic Preaching and Its Developments (New York: Harper & Bros., n. d.).
2. R. A. Torrey, The Uplifted Christ (Grand Rapids, Mich.: Zondervan, 1965), pp. 70-71.
3. R. A. Torrey, The Bible and Its Christ (Old Tappan, N. J.: Fleming H. Revell, n. d.) pp. 107-8.
4. He narrado la historia sobre la muerte de Ingersoll y Moody en Phillippians: An Expositional Commentary (Grand Rapids,
Mich.: Zondervan, 1971), pp. 256-57.
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