EL MOLINO. Milba
EL MOLINO. Milba
EL MOLINO. Milba
Allá por los inicios del siglo XX el Sr. León Yude hace construir en el
pueblito de Fray Marcos, muy cerca de la estación ferroviaria, un molino
harinero. Una enorme construcción de ladrillo. La principal de tres pisos de
altura, varias reparticiones de dos: una la que da al frente de la vía; la otra
parte cruzando la calle (hoy Lavalleja).
Esa calle tenía una conexión porque por debajo había un túnel por el que
pasaba una correa que se utilizaba para el funcionamiento de la otra parte (la
que todavía hoy se conserva en pie).
Casi toda la comunidad de Fray Marcos trabajó en él, eran más de 4oo
empleados en sus primeros comienzos entre hombres y mujeres ya que era
mixto. Para esos humildes pobladores era una bendición tener trabajo y cada
uno se identificaba con él.
Los de las zonas vecinas, la gente de campo, plantaban maíz, trigo y todo
lo que fuera necesario para poder canjearlos o para vender sus cosechas. Casi
siempre optaban por canjear, por el trueque, y se veían llegar con sus carretas
tiradas por bueyes o caballos llenas de trigo que intercambiaban por harina.
El cambio era así: 120 Kgs de trigo por 70 Kgs de harina.
Cuando entraban o salían los turnos se tocaba la bocina, “el pito del
molino”, como solían llamarle. Su sonido era hermoso y ya se había hecho
tradición en el pueblito.
El primero de enero, lo hacían sonar de siete a doce veces para darle la
bienvenida al nuevo año, a esos nuevos sueños y esperanzas de toda la
población.
Cuando en el año 1930 llegó la luz eléctrica, hubo más adelantos, ya que
se formó una ejemplar panadería que se encargaba de vender galletas, pan,
biscochos. Incluso se hizo muy popular por su trabajo y presentación.
Cuando llegó el año 1970, año que castigó al pueblo con un tornado, fue la
última vez que se escuchó sonar su bocina. El viento dañó parte de él y nadie
más pudo poner sus manos en aquel lugar. Él también hizo silencio por aquel
dolor.
Luego funcionó dos o tres años más hasta que cerró sus puertas
definitivamente, trasladando a los empleados que quedaban al molino de
Santa Rosa.
Para Fray Marcos fue y será siempre un patrimonio que no debe perderse
jamás. Por eso él tiene estas palabras para decirnos que aunque no se
escuchen están allí, y son: “¡No me dejen caer!”.
A veces tenemos que buscarlo en nuestra imaginación, jugar con él, pero
no debemos perderlo. Tiene que estar en nuestra villa de pie, sentirse orgulloso
de su gente que lo protege.
¡Qué emoción sentí al mirarlo! Porque siempre será “el molino de nuestro
pueblo”.