Vientos de Salem
Vientos de Salem
Vientos de Salem
Vientos de Salem
Una novela de Las Brujas de East End
Contenido
Créditos
Epígrafe
Érase Una Vez en North Hampton
Salem: Primavera de 1692
Capítulo Uno: Una Guerra Violeta
Capítulo Dos: De Ciruelas y Pasteles
Capítulo Tres: Secretos
Capítulo Cuatro: Floreciendo
Capítulo Cinco: Sr. Brooks y Srta. Beauchamp
Capítulo Seis: La Proposición
North Hampton: El Presente: Víspera de Año Nuevo
Capítulo Siete: Lo Que Traen Los Sueños
Capítulo Ocho: Tiempo de Hermanos
Capítulo Nueve: Los Recién Casados
Capítulo Diez: La Chica Más Importante En Su Vida
Capítulo Once: De Dioses y Hombres
Capítulo Doce: Salón de los Rechazados
Capítulo Trece: Detective Noble
Capítulo Catorce: Caverna en el Bosque
Capítulo Quince: Peleando Fuego Con Fuego
Capítulo Dieciséis: La Familia Perfecta
Capítulo Diecisiete: De la Boca de los Niños
Capítulo Dieciocho: Me Voy, Querido, Me Voy
Salem: Mayo de 1692
Capítulo Diecinueve: Hacedora de Milagros
Capítulo Veinte: Levantando el Techo
Capítulo Veintiuno: ¿Gracias Al Cielo Por las Pequeñas?
Capítulo Veintidós: Cuentos de Brujas
Capítulo Veintitrés: Labios Flojos
Capítulo Veinticuatro: Amor y Matrimonio
Capítulo Veinticinco: Los Inmortales
North Hampton: El Presente: Día de San Valentín
Capítulo Veintiséis: Los Golpes del Martillo
Capítulo Veintisiete: El Árbol Familiar
Capítulo Veintiocho: Diarios de Un Niñero
Capítulo Veintinueve: Mi Novio Ha Vuelto
Capítulo Treinta: El Precio de Admisión
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Capítulo Treinta y Uno: Charla y Tequila
Capítulo Treinta y Dos: Agasaja a la Gente
Capítulo Treinta y Tres: El Precio de Admisión, Parte II
Capítulo Treinta y Cuatro: Un Lugar Al Que Volver
Capítulo Treinta y Cinco: Ponle Un Anillo
Capítulo Treinta y Seis: El Precio de Admisión, Parte III
Capítulo Treinta y Siete: El Monstruo en el Fin del Mundo
Capítulo Treinta y Ocho: Fechas Corredizas
Capítulo Treinta y Nueve: El Hijo del Tramposo
Capítulo Cuarenta: Diosa Madre
Tiempo Embotellado: Salem y North Hampton: Pasado y Presente
Capítulo Cuarenta y Uno: Amigo de la Familia
Capítulo Cuarenta y Dos: Viuda Negra
Capítulo Cuarenta y Tres: Bifurcación en el Camino
Capítulo Cuarenta y Cuatro: Crisol
Capítulo Cuarenta y Cinco: El Hombre de Blanco
Capítulo Cuarenta y Seis: En la Madriguera del Conejo
Capítulo Cuarenta y Siete: Cita Con la Muerte
Capítulo Cuarenta y Ocho: Chicas Alfa
Capítulo Cuarenta y Nueve: Némesis
Capítulo Cincuenta: El Diario de Freya
Capítulo Cincuenta y Uno: En Tierra de Ciegos el Tuerto es Rey
Capítulo Cincuenta y Dos: Búsqueda en Vano
Capítulo Cincuenta y Tres: La Muerte de la Primavera
Capítulo Cincuenta y Cuatro: El Amor de Toda Una Vida
North Hampton: El Presente: Pascua
Capítulo Cincuenta y Cinco: Dejando Atrás
Capítulo Cincuenta y Seis: Una Boda Entre Funerales
Capítulo Cincuenta y Siete: Los Viajes Más Largos Comienzan Con Un
Solo Paso
Capítulo Cincuenta y Ocho: Los Amores de Su Vida
Los Nueve Mundos del Universo Conocido
Los Dioses de Midgard
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Créditos
Título Original: Winds of Salem
Autora: Melissa de la Cruz
Traductor: Alexander Martínez Silva
Editorial: Hyperion
Serie: Las Brujas de East End / La Familia Beauchamp
En la Red: Melissa-delacruz.com / Es.eastend.wikia.com
Otros Libros: Las Brujas de East End #1, El Beso de la Serpiente #2, El Oro del
Rin (Spin-off #1)
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Epígrafe
“Los celos nacen del amor, pero mueren con éste.”
─François de la Rochefoucauld, Maxims
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Érase Una Vez en North Hampton
En una enorme casa colonial en un pequeño pueblo cerca del mar en el extremo
noroeste de Long Island, una bruja de pelos plateados llamada Joanna Beauchamp
vivía con sus dos hijas, Ingrid y Freya. Rubia, inteligente, y de treinta y tantos años,
Ingrid era la bibliotecaria local, mientras que Freya, apenas mayor de edad, era la
salvaje cantinera que servía y preparaba bebidas en el bar North Inn. Las mujeres
vivían vidas tranquilas y solitarias, suprimiendo sus talentos naturales en adhesión
a la Restricción de Poderes Mágicos. La ley fue dictada por el Consejo Blanco
después de que los juicios de brujas en Salem pusieran fin a la práctica de la magia
en mundo medio después de que Freya e Ingrid fueran ahorcadas en 1692.
Al ser inmortales, las chicas volvieron a la vida, marcadas por la experiencia y
desconfiadas del mundo mortal durante siglos hasta el día en que Freya ganó el
corazón del guapo y rico filántropo, Bran Gardiner, cuya familia poseía la
propiedad de Fair Haven en la isla que recibía el nombre familiar. Desprevenida
contra la fuerza de su deseo, Freya celebró su compromiso teniendo un tórrido
idilio con el hermano menor de Bran, Killian, el de la mirada penetrante, ardiente
apariencia y actitud despreocupada.
Siguiendo los pasos de Freya de lanzar la precaución por la ventana, las brujas
pronto desataron sus poderes. Joanna, cuya especialidad era la recuperación y
renovación, trajo a los muertos a la vida. Ingrid, una curandera que podía
adentrarse en las líneas de vida de las personas y ver el futuro, comenzó a distribuir
sus hechizos y talismanes a cualquier cliente con algún problema doméstico, e
incluso le dio a la esposa del alcalde un poderoso nudo de fertilidad. Freya, que se
especializaba en asuntos del corazón, servía embriagadoras pociones y hacía de
cada noche en el North Inn una fiesta salvaje y hedonista. Todo era diversión
inocente e inofensiva, hasta que un día una joven desapareció, varios residentes
comenzaron a sufrir una erupción de enfermedades inexplicables, y una amenaza
oscura fue encontrada creciendo en las aguas del atlántico, envenenando la vida
silvestre. Todo empeoró cuando el alcalde apareció muerto; empezaron los
señalamientos con el dedo, y por un momento pareció que los juicios de brujas de
Salem tenían lugar una vez más.
Pero estas mujeres no eran brujas ordinarias, y Fair Haven tampoco era una
mansión ordinaría. Ingrid descubrió símbolos nórdicos arcaicos en un plano de la
mansión, pero justo cuando estaba a punto de descifrar el código, el documento
desapareció. Freya descubrió que estaba atrapada en un triángulo amoroso
ancestral con Bran y Killian que se remontaba a sus días en Asgard, cuando fue
cortejada por su verdadero amor, Balder, el dios de la alegría, y su hermano, Loki,
el dios de la travesura.
Pronto, Norman Beauchamp, el ex marido de Joanna, estaba de vuelta en la vida de
su familia, y todo el mundo estaba tratando de salvar no sólo su pequeño pueblo,
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sino todos los nueve mundos del universo conocido del Ragnarok, el ocaso de los
dioses.
Porque érase una vez en Asgard, el puente Bofrir conectaba el reino de lo divino
con Midgard, el mundo mortal. Un fatídico día, el puente fue destruido, y los
poderosos dones de los dioses se fueron con él. Se decía que los culpables de este
acto despreciable eran Fryr de los Vanir y su amigo Loki de los Aesir, dos atrevidos
dioses jóvenes cuya broma infantil causó terribles consecuencias. Acusados de
intentar tomar el poder para sí mismos, Loki fue desterrado a las profundidades
congeladas durante cinco mil años, mientras que Fryr, el dios del sol y las cosechas
fue consignado al Limbo por un periodo indefinido de tiempo, ya que su crimen
había sido mayor. Fue su tridente el que había sido usado para enviar el puente al
abismo.
Con el puente destruido, los dioses fueron separados. Los Vanir (o como eran
conocidos hoy en día, la familia Beauchamp, dioses y diosas del hogar y la tierra)
fueron desterrados a Midgard, condenados a vivir sus vidas en mundo medio como
brujas y hechiceros, mientras que los Aesir (los dioses guerreros del cielo y la luz, el
poderoso Odín y su esposa, Frigg) permanecieron en Asgard, pero sus dos hijos
fueron separados durante miles de años. Sus hijos eran Balder y Loki, Branford y
Killian Gardiner. Parecía que Loki había envenenado el Yggdrasil, el Árbol de la
Vida, y desatado el ocaso de los dioses, por lo que Freya lo desterró de su mundo.
Fryr era Freddie Beauchamp, el hijo perdido de Joanna y gemelo de Freya, quien
sin previo aviso apareció una noche ante Freya en el callejón detrás del North Inn
con noticias inquietantes. Había escapado del Limbo y reveló que había sido
inculpado por la destrucción del Bofrir, y que conocía la identidad del verdadero
responsable.
No, no era Loki. No era Bran Gardiner, sino Killian Gardiner, el dios Balder, quien
había sido responsable de su destrucción y el encarcelamiento de Freddie.
Determinada a probar la inocencia de su amante, Freya buscó en el barco de
Killian, el Dragón, siguiendo los deseos de su hermano. Ella no encontró el tridente
desaparecido, pero una noche encontró algo más: la marca del tridente en su
espalda, lo que demostraba que Killian tenía el arma en su posesión.
Mientras tanto, Ingrid se estaba enamorando por primera vez en siglos con
Matthew Noble, un tierno detective de la policía. Pero el romance entre una bruja
virgen y un mortal era complicado, por no mencionar que una banda de
duendecillos perdidos causó más estragos robando tesoros de las grandes casas de
la zona. Ingrid se vio obligada a elegir entre sus lealtades – el mortal que la amaba
o las criaturas mágicas que simplemente necesitaban su ayuda.
Tras regresar del Limbo, Freddie pasó su tiempo jugando videojuegos y
acostándose con cuanta chica golpeara a su puerta hasta que sus atenciones se
centraron en la encantadora Hilly, la diosa Brunilda. Sólo una cosa se interponía en
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su camino: su padre, quien manipuló a Freddie para que firmara un documento
que lo obligó a casarse con su hija Gert en lugar de Hilly.
Joanna tenía sus propios problemas, un viudo encantador y su ex marido
competían por sus atenciones, al mismo tiempo que un espíritu atormentado se
ponía en contacto con ella, para advertirle de un poderoso mal que estaba
empeñado en destruir a los Beauchamp – un mal que había comenzado hace
tiempo en Fairstone en el siglo XVII, con Lion Gardiner, Loki en otra encarnación.
Los duendecillos confesaron robar el tridente y colocarlo en el Dragón para
incriminar al inocente Killian, pero ya era demasiado tarde porque la hermandad
de Hilly, las Valquirias, ya se lo habían llevado para castigarlo. Freya todavía estaba
en estado de shock por su repentina desaparición cuando ella también fue sacada
de North Hampton con un nudo apareciendo alrededor de su garganta, lo que
significaba que la habían llevado al pasado, de vuelta a Salem, y a menos que su
familia pudiera encontrar una forma de rescatarla de su oscuro pasado… Freya
estaba condenada a revivir los juicios de brujas una vez más…
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Las chicas no se detendrán. Balbucean y sacuden sus brazos, o
quedan sordas y mudas. Cuando alguien se acerca, se esconden en las
esquinas o debajo de los muebles. Los médicos, ministros, y hombres
de la Ciudad de Salem han venido, y aconsejado ayunar y orar a la
comunidad. Ayuno y oración.
Pero sus ataques han empeorado aún más. El día de ayer hicieron
ruidos de animales, Abby se arrastró por el suelo como un cerdo,
mientras que Betty hacía como un gato. Siguieron de tal manera que
es imposible para ellas realizar las labores habituales que las
liberaban de las tentaciones de la ociosidad. Por lo general, ellas son
conocidas por ser niñas muy piadosas, dóciles y buenas.
Por último, y por desgracia, Griggs fue llamado, y como el ayuno y
las oraciones habían resultado inútiles, el médico declaró a las niñas
“bajo una mano malvada.” Los aldeanos sólo podían llegar a una
conclusión: las niñas habían sido… embrujadas.
─Freya Beauchamp
Mayo de 1692
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Salem
Primavera de 1692
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Capítulo I
Una Guerra Violeta
Marzo finalizaba en la aldea Salem y las flores de principio de primavera estaban
en pleno florecimiento—los azafranes amarillos, morados, y blancos de la pradera,
los lirios de los valles en los bosques, brillantes racimos de Jacinto de uva y
narcisos del color de los pollitos. Las violetas proliferaban a lo largo de los
estanques y los ríos hasta el puerto de la ciudad, el valle estaba en calma mientras
los cerdos rechonchos se hundían en el lodo de sus corrales y el ganado y las ovejas
pastaban en sus verdes pastos.
Dentro de las pequeñas casas de madera de la aldea, las sirvientas se alistaban en la
oscuridad, levantándose antes de que los gallos cantaran para avivar los carbones
moribundos en las chimeneas con un rápido soplo de los fuelles. Las mujeres se
ponían varias capas de enaguas y camisolas, se ataban los corsés y ponían sus
gorros blancos, mientras los hombres y los niños se ponían y los calzones y las
botas para ponerse a trabajar.
En una vivienda particular, una granja en una propiedad fructífera en las afueras
de la aldea, abarcando parte del Gran Río y el Puente Indio, las criadas hacían todo
lo posible para mantener el temperamento de su amo templad, o al menos evitar
que liberara sus frustraciones con ellas. La granja pertenecía a un tal Sr. Thomas
Putnam, el hermano mayor y líder del clan Putnam, un hombre apuesto pero
austero, con un casi perpetuo aire sombrío en su frente. Thomas era uno de los
hombres más ricos y más influyentes en la aldea Salem, aunque para su
consternación y disgusto, no era el más próspero. Ese título pertenecía a familias
ricas dueñas de tierras, como los Porter y su medio hermano, Joseph Putnam,
quien también tenía las manos metidas en el negocio.
Pero tales taxonomías no se encontraban ni aquí ni allá en este momento. El Sr. y la
Sra. Putnam y sus hijos dormían plácidamente mientras los sirvientes de la casa y
los campesinos iniciaban sus labores diarias. En esa hermosa mañana, dos jóvenes
criadas, Mercy Lewis y Freya Beauchamp, llenaron cestas grandes con ropa sucia y
utensilios de cocina para lavarlos en el río cercano. Mercy, una huérfana de
dieciséis años, había visto como su familia era asesinada por indios al otro lado de
la ciudad dos años antes. Freya, menor por un año, también había terminado como
empleada de servicio después de haber arribado un día a la puerta de la familia,
desfalleciendo en los brazos de Mercy.
Freya sabía su nombre, pero no recordaba su pasado ni a su gente. Tal vez había
sobrevivido a la viruela y había perdido la memoria ante la fiebre. O tal vez, al igual
que Mercy, había visto morir a su familia, y el horror de tal escena le había hecho
olvidar. Cuando Freya se esforzaba por mirar atrás, no veía nada. No sabía de
dónde venía. Ella sabía que el dolor arraigado que sentía en su corazón era la
ausencia de la su familia, y sabía que los extrañaba, pero por mucho que lo
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intentara, no podía recordar a su madre o a su padre, ni siquiera a algún hermano.
Era como si su pasado hubiera sido borrado – removido – perdido, como las hojas
arrancadas por el viento.
Todo lo que Freya sabía era que Mercy había sido su amiga desde el principio, y por
eso estaba agradecida de haber encontrado un lugar en la casa Putnam. Con la
enorme granja y varios niños en ella, la familia había aceptado con placer una
mano extra.
Una vez recogidos los trastes y la ropa, las muchachas salieron de la casa por el
camino de tierra, con las cestas equilibradas en sus caderas. El cabello rojo de
Freya, tan majestuoso como una apuesta de sol, brillaba como un halo en los
primeros rayos de sol. De las dos, ella resultaba la más llamativa, con esos labios
color de rosa y piel cremosa. Tenía una ligereza en su andar y una sonrisa pícara y
seductora. Si bien Mercy era bonita, con ojos azul pálido y frente alta, no era su
mejilla o manos con cicatrices lo que la hacía menos atractiva, sino una opresión
alrededor de su persona que se mostraba en sus labios mordidos y su expresión
cautelosa. La chica mayor metió un mechón de su pelo rubio que se había caído
debajo de su gorra cuando se detuvo junto a un lecho de flores, poniendo su cesta
en el suelo. “Adelante, escoge una,” urgió a Freya mientras se arrodillaba en el
suelo, “escoge una violeta, ¡y tengamos una guerra violeta!”
“No, querida, no debemos quedarnos. ¡La pobre Annie está completamente sola!”
dijo Freya, refiriéndose a la hija mayor de los Putnam. “No podemos dejarla cuidar
a los pequeños mientras la Señora se encuentra en cama.” La señora de la casa a
menudo se encerraba en su habitación para recuperarse de las muchas tragedias de
su vida. Al igual que su marido, Ann Putnam había sido desheredada por su padre
rico, con su esposa y sus hijos tomando el control permanente de su riqueza. Su
fracasada batalla en el tribunal contra ellos la había dejado agotada y amargada.
Fue aún peor cuando sus tres bellas sobrinas murieron de una misteriosa
enfermedad, la una detrás de la otra, y su hermana, la madre de las niñas y su única
amiga cercana, también murió, probablemente por tener el corazón roto. Su
pérdida había dejado a la señora Ann Putnam frágil de cuerpo y espíritu.
Freya le recordó a Mercy que no había tiempo para ociosos pasatiempos como
recoger flores. Todavía había mucho que hacer: barrer y fregar las habitaciones,
revolver la mantequilla, revisar la cerveza, encender la leña y cocinar la cena. “Por
no mencionar que debemos hacer más jabón y esas velas doradas que el reverendo
Parris pidió para su altar. Necesitamos...”
Mercy comenzó a reír y puso un dedo sobre la boca de Freya para callarla, luego la
tiró hacia abajo para que se uniera a ella en la hierba. Estaba cansada de oír hablar
de sus interminables tareas.
Freya también se echó a reír, pero se cubrió la boca con un puño, preocupada
porque alguien pudiera escucharlas. Sus resplandecientes ojos verdes se enfocaron
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en Mercy. “¿Pero que en la tierra verde del Señor es una guerra violeta?” preguntó
mientras colocaba su cesta junto a la de su amiga.
Mercy sonrió. “¡Elige tu violeta, y te lo mostraré, muchacha astuta!”
Freya se sonrojó. Mercy sabía todo sobre Freya y su talento con las hierbas ─era su
secreto bien guardado. Pero entonces, la Señora también se enteró, y no despidió a
Freya por ello. Cuando Freya llegó por primera vez, había oído a la señora Putnam
quejarse de dolores de cabeza, por lo decidió ir al bosque y recolectó menta,
lavanda y romero para hacer un potente menjurje que al instante alivió su
malestar.
La señora estaba agradecida, pero le advirtió a Freya que Thomas no debía saber de
su don. El señor Putnam era un devoto hombre piadoso, y podría confundir el
talento de Freya con la física como la obra del diablo actuando a través de la niña.
No es que eso hubiera impedido que Ann pidiera otra y otra. “Echo de menos a mi
querida hermana difunta y a esos pobres niños muertos,” diría ella. “Muchacha,
¿podrías hacer algo para calmar ese dolor?” Freya siempre obedecía obligada.
Ann también le preguntaba frecuentemente a Freya si podía ver su futuro y el de
Thomas. ¿Si habría más tierras, más dinero?
Freya había oído de Mercy que su amo y su ama habían sido engañados de las
herencias de sus padres. Ann quería saber si algo cambiaría en ese sentido. Freya
trató de complacerla, pero no pudo vislumbrar su futuro, así como tampoco podía
vislumbrar su propio pasado.
Mientras Mercy Observaba, Freya eligió una violeta perfecta con grandes pétalos
púrpuras, arrancándola de la base de su tallo. Mercy hizo lo mismo con sus dedos
cubiertos con cicatrices de fuego.
“Levanta tu violeta y pide un deseo,” ordenó Mercy. “Tal vez deberíamos desear que
otras dos muchachas hagan nuestro trabajo,” dijo con una sonrisa traviesa.
Freya rió mientras ella cerraba los ojos, contemplando un deseo. A ella realmente
no le importaba tener tanto que hacer. Era una locura desear que sus vidas fueran
diferentes. El trabajo era importante para la comunidad y para su hogar. Pero
había algo más. Algo más que sabía que no sería fácil de desear, y tampoco estaba
completamente convencida de desear que fuese removido.
El otro día, Freya había descubierto que podía hacer que los objetos se movieran
sin tocarlos. Había hecho que la mantequilla se batiera sola con tan sólo pensar que
debía hacerlo. Cuando vio que el mango se giraba por su propia cuenta, casi gritó.
Más tarde ese mismo día, sucedió lo mismo con la escoba, que barría la habitación
como si estuviera poseída por un espíritu. Freya intentó detenerlo, pero no pudo
evitar sentirse emocionada por lo que veía.
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¿Qué le estaba pasando? ¿Podría ser que el diablo la había poseído como el
reverendo Parris había advertido desde el púlpito? Ella era una buena chica,
devota, como todas las chicas de la casa Putnam. ¿Por qué de repente ella había
sido investida de tal poder? ¿O don? Ni siquiera estaba segura de querer que se
fuera.
“Tontuela, ¿aún no has pedido tu deseo?” preguntó Mercy, mirando curiosamente a
Freya, que recién había abierto los ojos.
Aún no había hecho ningún deseo, pero ahora lo hacía: deseaba que ella y Mercy
estuvieran así para siempre, siendo las mejores de las amigas, y que nada se
interpusiera nunca entre ellas. “Estoy lista.”
Mercy le ordenó que envolviera el tallo de la violeta, donde se encrespaba bajo los
pétalos como un cuello doblado, entrelazándolo con el de ella, cuya flor se curvaba
de igual manera.
“Ahora tira,” dijo Mercy, “y quien quiera que le quite la parte de arriba de la flor de
la otra, tendrá su deseo.
Las chicas tiraron de los tallos de sus violetas entrelazadas, moviendo las flores de
un lado para el otro, resultando en la flor de Freya saliendo volando.
Mercy levantó su victoriosa violeta con su mano cicatrizada. “¡Tengo mi deseó!”
gritó.
Freya se alegró por su amiga, pero se sintió melancólica también. “Vamos, tenemos
que irnos.”
Mercy rodó hacia su lado, mirando fijamente a Freya, mientras presionaba su
violeta en el escote de su corpiño. “Muy bien. Pero antes tengo que contarte un
secreto.”
“¡Un secreto!” dijo Freya. “Me encantan los secretos.”
Mercy sonrió. “Hay un joven nuevo en la ciudad. Lo vi entrenar con la milicia en el
campo por Ingersoll’s Inn el jueves.”
Freya aleteó sus pálidas pestañas rojas mientras miraba a su amiga. ¿Y?
“Un joven hermoso de pelo oscuro y ojos verdes,” añadió Mercy. “¡No puedo
esperar a que lo veas! Por lo que sé, ya le han prometido a otra doncella, pero debes
ver lo guapo que es.”
Freya se entusiasmó con la descripción. “¿Crees que visitará a los Putnam?”
preguntó.
“Tal vez, pero es muy probable que lo veamos en la iglesia.”
Con esa agradable idea, ambas se levantaron y siguieron el camino hacia el río.”
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Más tarde ese día, después de la cena y de las oraciones, después de que el pan para
la mañana hubiera sido preparado y puesto en la puerta del horno junto a la
chimenea durante el resto de la noche, y los niños se encontraban dormidos, las
chicas bajaron sus camas de cuerdas en el pasillo, ya que su trabajo ese día
finalmente había acabado. Las camas colgaban a un metro de distancia. Ellas
sacudieron sus mantas y se tendieron en la luz parpadeante del fuego.
Mercy extendió su mano y Freya entrelazó sus dedos con los de su amiga. Debían
saber mejor. ¿Y si el amo se despertaba y las veía tomarse de la mano? Él no
aprobaría tal demostración de afecto. Podría interpretarlo mal. A pesar de eso,
entrelazaron sus dedos de la misma forma que había entrelazado sus violetas más
temprano, hasta que el sueño las agarró, y sus manos se derrumbaron.
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Capítulo II
De Ciruelas y Pasteles
A primera hora de la mañana siguiente, Thomas Putnam llevó a las chicas a la
casa de reuniones en la ciudad de Salem, recorriendo un buen camino a través de
las colinas, ríos, ensenadas y terrenos rocosos. Los procesos judiciales que
involucraban a los aldeanos todavía tenían que llevarse a cabo en la ciudad de
Salem, ya que la aldea aún no era del todo independiente, para su constante
molestia.
Freya y Mercy habían sido convocadas a testificar en un caso por el pleito de dos
mujeres. Todo el asunto había sido la comidilla de la aldea durante todo un año.
Las chicas estarían proporcionando pruebas contra la Señora Brown, la acusada,
que vivía cerca de la granja Putnam. Mercy había sido empleada de la Señora
Brown algún tiempo atrás, mientras que Freya iba a menudo a la casa de Brown
para comprar o intercambiar productos horneados para la casa de los Putnam.
Había sido Mercy quien le había ofrecido sus servicios al señor Putnam, ya que
asumió que él estaba cansado de las molestas discusiones entre las mujeres y
estaba ansioso de ponerle fin a todo el asunto. Él se había ocupado de que Mercy y
Freya fueran llamadas como deponentes. Mercy estaba encantada; la muy listilla
sabía que el viaje iba a significar algo de tiempo libre del trabajo y la oportunidad
de visitar la ciudad, la cual Freya aún no había tenido ocasión de ver. Freya se
sintió un poco culpable por las maquinaciones de Mercy, aunque sabía que la chica
tenía buenas intenciones.
Estaban sentadas mansamente junto a su amo en la parte superior del carruaje
mientras este se tambaleaba por el camino empedrado. Thomas era alto, bien
parecido, y ancho de hombros, con una imponente y retumbante voz. Él regía la
aldea de Salem igual que como gobernaba su hogar, pero no le gustaba ir a la
Ciudad de Salem debido a que se encontraba fuera de su jurisdicción. Las nuevas
familias que tenían tierras por el puerto se hacían cada vez más prósperas que los
agricultores más antiguos como él, y también habían estado abandonando las viejas
costumbres puritanas, lo cual él desaprobaba de manera vehemente. La sola idea
de la Ciudad de Salem lo llenaba de amargura. Fue allí donde su padre había vivido
con su segunda esposa, Mary Veren, la rica viuda de un capitán de barco, se había
casado con ella cuando el cadáver de su propia madre apenas se había enfriado.
Mary pronto dio a luz a su repugnante medio hermano, Joseph, quien
eventualmente heredó demasiado de la propiedad que era legítimamente de
Thomas.
Él se consolaba con la idea de que al menos había logrado la designación del
reverendo. El Sr. Samuel Parris finalmente había sido ordenado, lo que significaba
que la aldea por fin podría tener su propia iglesia con un ministro que pudiera dar
la comunión y predicar a los miembros pactados en lugar de sólo a una
congregación. Con su propia iglesia en el centro de reuniones, los aldeanos ya no
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tenían que viajar dos veces a la semana—una buena caminata de tres horas—a la
ciudad portuaria a rezar, ya que faltar a la iglesia era un delito punible.
Thomas condujo en silencio, con una expresión adusta en su rostro, las chicas a su
lado, con sus gorras y blusas recién lavadas y fregadas en el río y secadas al sol para
que lucieran más brillantes. Ellas no se atrevieron a pronunciar una palabra a
menos que el sr Putnam se dirigiera a ellas. El viento soplaba, y el sol alumbraba
gentilmente contra las mejillas de las chicas a medida que las ruedas giraban y
chirriaban sobre las piedras en el camino. Cruzaron sobre el río por un puente
chirriante, los tablones gimieron contra las ruedas, indicando que habían llegado a
su destino.
El centro de reuniones estaba lleno de demandantes y demandados, aunque había
muchos que vinieron solo por entretenimiento, apretados en las bancas y galerías,
o de pie en la parte posterior. Un año atrás, la señora Diffidence Brown le había
comprado diez libras de ciruelas a Faith Perkins. La señora Brown preparó pasteles
con las ciruelas y los vendió en el mercado. A la semana siguiente, la señora Brown
dijo que sus clientes regresaron a su puesto para quejarse de que los pasteles que
compraron habían sido incomibles, que sabían "tan pútridos como un pescado
podrido." Brown alegó que todos los clientes que compraron sus tartas ahora
pedían un reembolso, el cual ella dio con prontitud. Las presuntas ciruelas dañadas
habían causado a la señora Brown "tremendo dolor y perdida financiera".
Cuando la señora Brown se quejó con la señora Perkins respecto al asunto, Perkins
se negó a hacer restitución de tales rumores. "Te di las más gordas, jugosas, y
dulces. No hay nada malo con mis ciruelas, y como todo el mundo en la aldea de
Salem sabe, usted es una bruja mentirosa, señora Brown." Ella no se creía ni un
poco la historia de la señora Brown. Lo más probable era que la señora Brown se
encontrara en una situación difícil y solo estuviera tratando de hacer unos peniques
extras. No sería de extrañar viniendo de ella. Después de su fútil conversación, una
riña se produjo, con rasguños y tirones de pelo.
La señora Perkins luego afirmó que cuando la señora Brown se alejó del umbral de
su casa, comenzó a “murmurar e insultar de forma inapropiada," y la señora
Perkins llegó a escuchar a la señora Brown decir claramente: "¡te echaré algo,
puerca gorda!" La señora Perkins afirmó que la señora Brown la había maldecido, y
que era una cualquiera y una bruja. Casi inmediatamente después, el bebé de la
señora Perkins se enfermó de gravedad al poco tiempo de dejar la enfermería, por
poco perdió a su bebé. Después, uno de sus cerdos "fue víctima de extraños
ataques, saltaba arriba y abajo, y golpeaba su cabeza contra la valla, después
apareció ciego y sordo", y murió de "una forma extraña e inusual." Esta primavera,
los árboles en su huerto de ciruelas no habían florecido, y ella temía no tener
ciruelas para cosechar.
El magistrado, un comerciante de especias cuyos suspiros en voz alta dejaban más
que claro que tenía mejores cosas que hacer, carraspeó y calmó tanto a la
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demandante como a la demandada, que habían comenzado a discutir de nuevo.
"¡Orden en la sala! Señoras, me están provocando un dolor de cabeza." La gente en
el centro de reuniones murmuró. "¡Orden!", volvió a llamar, y luego pidió al
alguacil que llamara al primer declarante: Mercy Lewis.
El magistrado miró a Mercy y con voz aburrida preguntó "¿Qué dice la deponente?"
"No sé lo que me ha dicho, señor magistrado, ¿hay alguna pregunta?", preguntó
Mercy, causando la risa de las personas en la galería. Mercy miró a Freya, quien a
su vez le sonrió alentadoramente.
"Bien," dijo el comerciante de especias, mostrando su diente de oro. "¿Acaso la
deponente ha presenciado a la acusada, la señora Brown, hacer algo inusual?
¿Maleficium? ¿Alguna vez le hizo algún daño a usted mientras trabajó para ella?
¿Es ella una mujer mañosa?" El frunció el ceño de una manera que parecía como si
estuviera tratando de no reírse. Entonces su rostro se puso solemne, y miró
inquisitivamente a Mercy.
"¿Maleficium?" Preguntó ella.
"¡Palabra latina para travesura, maldad, brujería!"
"La señora Brown… ella posee una fuerza inusual," dijo Mercy. "Ella puede cargar
muchos sacos de harina a la vez."
La gente en la corte comenzó a reír una vez más.
El magistrado burló, '"¿Algo más?"
"El otro día, con la otra sirvienta del hogar Putnam, —donde ahora trabajo—Freya,
visitamos a la señora Brown, y ella nos mintió. Ella trató de engañarnos cuando
negociamos por harina, añadió piedras para aumentar su peso. Lo hizo, ella puede
llegar a ser muy codiciosa. Fui testigo de esto muchas veces cuando trabajé para
ella".
"¡Siguiente testigo!" gritó el magistrado, interrumpiendo a Mercy mientras miraba
abajo entre sus papeles.
Mercy fue llevada lejos. Freya pasó al estrado. A diferencia de Mercy, Freya no
quería hacer ninguna acusación. Ya había muchas relaciones maliciosas en la aldea,
por así decirlo, y ella no quería meterse en ningún problema o causar malos tratos
entre ella y los vecinos. Sí, ella opinaba que la señora Brown estaba mintiendo
sobre las ciruelas. Pero Freya sabía con certeza que la señora Brown no era ninguna
bruja, esa era una muy grave y peligrosa acusación—la pena sería la soga. Si alguien
aquí era una bruja, esa era la propia Freya, y tal pensamiento hizo que sus mejillas
ardieran al momento de hacer el juramento, recordando lo que había pasado antes
con la mantequera y la escoba.
“¿Qué ofrece esta deponente como prueba?” preguntó el magistrado.
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Freya se encogió de hombros, sus mejillas, ahora con un tinte similar al de los rizos
rojos que caían de debajo de su gorra. El sol brillaba a través de las ventanas y
Freya comenzó a sentirse sobrecalentada. La sala de reuniones estaba repleta, y se
había vuelto sofocante y maloliente. Sentía como si no pudiera respirar.
“¿Algo que pudiera indicar que la señora Brown ha estado empleando brujería? ¿La
ha visto alguna vez contactando con el diablo, tal vez?” preguntó el magistrado.
“No he visto tal cosa,” dijo ella.
Thomas bajó la cabeza en la primera fila, sintiéndose avergonzado por sus
sirvientas. Por haberlas traído aquí a hacer perder el tiempo de todos. Claramente
sus chicas no fueron de mucha ayuda para agilizar este caso.
El magistrado, un hombre pragmático y de mente progresista, no estaba del todo
desentendido de los procedimientos y obtenía cierto placer en desmentir las
imaginaciones fantasmagóricas de los campesinos. “Me gustaría llamar a mi propio
testigo,” declaró cuando Freya fue acompañada a su asiento. “El Sr. Nathaniel
Brooks, por favor, levántese y de un paso adelante.”
Una bulla se generó en la sala de reuniones cuando un joven alto se aproximó.
Caminó con facilidad y confianza hacia el frente, con un sombrero en la mano,
parándose de manera relajada y sin engaño ante el magistrado. Su cabello de ébano
caía justo por encima de sus hombros, y sus ojos color esmeralda captaban la luz.
“Por favor, dígale a la corte donde vive,” dijo el comerciante de especias.
“Actualmente, vivo en la aldea de Salem con mi tío, un hombre viudo, que necesita
una mano en su granja,” dijo el joven. “No he estado en la aldea en mucho tiempo.”
Él sonrió, tomándose su tiempo, mirando alrededor de la sala de reuniones. Por un
instante, el joven captó los ojos de Freya. Ella sintió una sacudida al mirarle. Pero
con la misma rapidez, el muchacho miró al magistrado.
“Ahora, Sr. Brooks, ¿dónde estuvo usted en la tarde del miércoles 26 de junio de
1691? ¿Lo recuerda?”
“Pues, sí, sí lo recuerdo. Estaba en el mercado, comprando un pastel de ciruela.”
Los espectadores jadearon colectivamente.
“Me gusta mucho la tarta de ciruela y quería una para cenar,” continuó el joven.
La gente del recinto se rió.
“¿Y el testigo ve a la dama a quien le compró el pastel de ciruelas en la sala de
reuniones? ¿Está ella presente?
“Lo está,” dijo el joven. Él señaló a la señora Brown. “Ahí está ella. Fue su pastel de
ciruelas el que compré.”
19
Los espectadores se inclinaron hacia delante, susurrando, esperando ansiosamente
lo que podría venir a continuación. El magistrado esperó, disfrutando del suspenso
creado. Finalmente habló. “¿Y usted, Sr. Brooks, comió dicho pastel de ciruelas?”
“Sí,” dijo el joven con una sonrisa. “Sí, señor, comí esa tarta en el postre esa misma
noche.”
Los espectadores se inclinaron hacia delante.
“¿Y cómo describiría este pastel de ciruela, Nathaniel Brooks?”
Nathaniel miró a la gente en los bancos y galería, tomándose su tiempo. Su mirada
se encontró con la de Freya y sus ojos se conectaron de nuevo. Él sonrió. Ella sonrió
y sus mejillas se sonrojaron.
El magistrado se aclaró la garganta. “¿Nathaniel Brooks? ¿Podría contestar la
pregunta cuidadosamente? ¿Cómo encontró este paste de ciruela?”
Sosteniendo la mirada de Freya, como si la pregunta estuviera dirigida a ella, el Sr.
Brooks respondió, “¡Bastante sublime, señor Magistrado! De hecho, la señora
Brown mencionó que los pasteles estaban hechos con las mejores ciruelas de la
aldea de Salem.”
De nuevo se oyó un fuerte jadeo colectivo, y después todos comenzaron a charlar.
“¡Orden!” llamó el magistrado. La habitación quedó en silencio.
La señora Faith Perkins sonreía, sintiéndose un poco reivindicada. La señora
Brown era, de hecho, una mentirosa, pero tal vez eso no la convertía en una bruja.
Después de todo, ella misma había exagerado un poco sobre su bebé y el cerdo.
El magistrado emitió su veredicto, castigando a ambas mujeres. Los únicos
crímenes aquí, resumidos, eran la falta de vecindad, la codicia y el desperdicio de
su tiempo. El caso fue anulado, y el magistrado parecía haber tenido suficiente por
el resto del día. Se había levantado la sesión.
Mientras Freya seguía a la multitud afuera hacia el aire fresco y salobre del puerto,
su corazón palpitaba fuertemente en su pecho a medida que recordaba al joven
Brooks, quien había hecho audazmente contacto visual con ella. Había sido
impactada instantáneamente, como si cada sentido de su cuerpo se activara ante su
mirada. Ella vio al Sr. Putnam en el carruaje, hablando con el Sr. Brooks y otro
joven. Algo destelló en su memoria y por un momento vio al Sr. Brooks con su
brillante camisa de lino, abierta en el cuello, revelando una piel bronceada ─y sus
manos estaban envueltas alrededor de su cintura, tirando de ella, acercándola a él
─de repente la imagen se desvaneció.
“¡Ahí estás!” dijo Mercy.
“Sí,” dijo Freya, un tanto aturdida.
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Se pararon a la sombra de un edificio. Mercy siguió la mirada de Freya en dirección
a Thomas y los dos jóvenes al otro lado.
“¡Mi Dios!” ¡Ahí está!” dijo Mercy.
“¿Quién?” preguntó Freya.
“Mi bello muchacho. Del que te hablé. El de cabello oscuro y ojos verdes.”
Freya miró a su amiga en un pánico. “¿El testigo?” preguntó. “¿Nathaniel Brooks?”
Mercy se echó a reír. “No, no, el otro, su amigo. James Brewster. ¿No es
encantador?”
Freya sonrió, aliviada.
James Brewster levantó la mirada, le llamó la atención y le guiñó un ojo.
¡Qué desfachatez!
Incluso desde la distancia, Freya podía ver que James Brewster tenía ojos verdes,
pero un verde amarillento, como el de un gato inquisitivo. El Cabello de James
también era oscuro, como lo había descrito Mercy, pero era un marrón arenoso con
destellos claros, mientras que el de Nathaniel era tan negro como el plumaje de un
cuervo.
“¿Viste eso?” preguntó Freya.
“¿Ver qué?”
“Nada.” Freya sacudió su cabeza, suprimiendo una sonrisa. La vida en este lugar se
había vuelto mucho más interesante ahora que habían vislumbrado a estos dos
muchachos.
Mercy le ofreció a Freya su brazo. “¿Vamos?”
Freya asintió y las dos chicas cruzaron la calle.
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Capítulo III
Secretos
No desesperen, mis hermanos y hermanas, porque también hay verdaderos
santos en esta iglesia,” proclamó el reverendo Parris desde su púlpito, asintiendo
sutilmente a Thomas Putnam. Era día del sermón, un jueves al mediodía, y el
reverendo estaba dando uno de sus sermones interminables, implacables y
castigadores. Los salmos ya habían sido cantados de manera monótona y arrítmica,
los feligreses hacían eco al diácono, rezando las oraciones. Ahora Parris hablaba
sobre el diablo tratando de infiltrarse en la iglesia y cómo uno tenía que alinearse
con Dios Todopoderoso. Parris siempre encontraba razones para castigar a sus
feligreses. “La iglesia consiste en lo bueno y lo malo, como un jardín que crece
tanto hierbas como flores.”
El largo cabello oscuro de Parris se balanceaba alrededor de sus hombros cuando se
quejaba del demonio. Tenía grandes ojos marrones almendrados y una larga y
delgada nariz aquilina. Un hombre guapo cuya amargura le hacía parecer feo, ya
que estaba lleno de envidia, especialmente hacia aquellos comerciantes que habían
tenido éxito en los negocios, donde él mismo había fracasado en Barbados antes de
venir a Nueva Inglaterra. Thomas Putnam había encontrado un aliado en el
reverendo; ambos abrigaban una intensa aversión por los habitantes de la ciudad
de Salem. Las palabras de Parris llegaron a un punto de quiebre cuando su hombre
de diezmo anduvo de un lado a otro por los pasillos con un palo en la mano,
empujando a aquellos que se acurrucaban o usaban la punta de las plumas para
hacerle cosquillas a las mujeres bajo la barbilla.
“Aquí hay hombres buenos que encontrar, sí señor─” una vez más miró a Thomas,
al capitán Walcott, y luego al señor Ingersoll, quien dirigía la posada, todos
sentados en la primera fila─ “los mejores; y aquí también se encuentran hombres
malos, sí señor, los peores.” Al decir esto, miró hacia el techo, sin señalar a ningún
culpable en particular, sabiendo que ellos sabrían muy bien quiénes eran.
Freya y Mercy estaban de pie en una de las galerías a lo largo de la pared, con los
niños Putnam alineados junto a ellas, Anne Junior de primera, y luego el reto,
desde el más grande hasta el más pequeño. Ann se acercó subrepticiamente a la
mano de Freya, y ésta la apretó con fuerza para tranquilizar a la niña.
Nathaniel Brooks y su amigo James Brewster se encontraban al otro lado en la
galería opuesta, con sus sombreros en las manos y las cabezas inclinadas, al igual
que Freya. De vez en cuando, Freya levantaba los ojos y se encontraba con los de
Nate. ¿De verdad la estaba mirando? Ella sintió como Mercy la codeaba para
hacerle saber que sí. El cuerpo de Freya empezaba a hormiguear. Los flecos negros
de Nate cayeron sobre su ojo izquierdo. Él era encantadoramente guapo. Cuando
Thomas había llevado a los cuatro jóvenes de regreso a la aldea después de haber
estado el día de la corte en la ciudad de Salem, Nate había ayudado a Freya a salir
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de la parte trasera del carruaje, extendiendo la mano de manera caballerosa. Su
agarre era firme, fuerte y suave. Una oleada de energía pasó entre ellos cuando sus
manos y ojos se encontraron. Freya se emocionó ante el recuerdo mientras miraba
al reverendo, con una sonrisa juguetona asomándose entre sus labios.
Freya notó que el buen reverendo predicaba contra codicia cuando había sido ayer
que ella y Mercy le habían traído las velas de oro que había pedido para su altar.
Ella miró a Nate, quien puso los ojos en blanco. ¿Acaso estaba teniendo
pensamientos similares? Miró a Parris con temor de que pudieran ser atrapados
haciendo tales reacciones silenciosas. Confiada en que el reverendo no se había
percatado de sus miradas, volvió a mirar los bancos de los muchachos. Esta vez, no
era Nate quien la estaba mirando, sino James.
Más tarde ese día, Freya se puso una capa, deslizó la capucha por encima de su
cabeza, agarró su cesta, y vagó hacia el bosque. Una vez a la semana, los sirvientes
de la casa Putnam tenían permitida una hora de oración solitaria. Ella caminó entre
los pinos, robles y hayas por un sendero, arrodillándose para arrancar una hierba o
una flor de vez en cuando. Pocos se atrevían a aventurarse tan lejos, sabiendo que
los asentamientos nativos se encontraban cerca, y el secuestro de los aldeanos no
era algo inusual. Freya no temía a los indígenas, por muy violentas que fueran las
historias que había oído. Algunos los llamaban salvajes, paganos o demonios. Pero
también había escuchado que sus blancos cautivos a menudo se negaban a volver a
sus viejas vidas después de haber sido rescatados. Preferían la cultura nativa de
todas las cosas ─ la libertad de todas las reglas y códigos que debían seguir en la
sociedad puritana. Freya tenía la sensación de que también le gustaría esa libertad.
El miedo de los aldeanos le había concedido privacidad y Freya dejó que su mente
vagara como quisiera. En estos bosques ella era libre. Ella podía respirar.
Escuchó el sonido del quiebre de unas ramas y giró rápidamente para mirar
alrededor. Le sonrió a la cierva y siguió por el sendero moteado hasta llegar a un
claro. En la frontera de la pradera, encontró un enorme afloramiento de piedra,
donde se sentó por un momento. Ella notó un arbusto de rosales silvestres. Se
levantó y caminó hacia él. Las rosas todavía eran pequeños capullos. Florecerían en
junio, delicados pétalos del más pálido rosado, como las mejillas de una doncella.
Una vez que los pétalos cayeran se convertirían en escaramujos más tarde en el
verano─ que servirían para hacer una buena mermelada y un potente jarabe para la
tos. Freya extendió la mano, susurró una palabra que no entendía muy bien, y el
pequeño capullo salió de su tallo como si fuera abierto por una mano invisible,
cayendo en su mano extendida. Se sintió emocionada, y luego sorprendida. Había
alguien detrás de ella. Se quedó inmóvil. ¿La habría visto alguien hacer lo que
acababa de hacer? ¿La habrían descubierto?
“Rosa canina,” dijo una voz suave y baja. “Es así como se llaman.”
Ella se volvió, pinchándose un dedo con una espina y dejando caer la pequeña flor.
James Brewster estaba de pie en el claro, con una sonrisa en su rostro.
23
“¡Te has pinchado!” dijo él, y tomó su mano para limpiar la sangre que goteaba por
su muñeca.
“¡Oh!” dijo ella, alejando su mano de su agarre y mordiendo el pinchazo,
extrayendo una última gota de sangre de su dedo. “¿Qué hace aquí?” preguntó ella,
mirándole a la cara.
James habló apresuradamente. “Lo siento, señorita Beauchamp, no quería
sobresaltarla. Perdóneme, es que la vi vagar por el bosque mientras Brooks y yo
ayudábamos al Sr. Putnam con el nuevo granero. Yo tenía que ir al río a recoger
piedras. Cuando llegué allí, vi a la señorita Lewis con la hija mayor de Putnam. La
pequeña había caído en el río y se ha lastimado. La ha llamado exclusivamente a
usted. “Sólo Freya puede arreglarlo,” fue lo que dijo. Así que corrí como loco hasta
encontrarla. Temen meterse en problemas con el Sr. Putnam porque se supone que
la niña debería estar en casa, atendiendo a los niños.”
“¡Mi Dios!” dijo Freya. Recogió su cesto y rápidamente se movieron a través del
claro.
Mientras caminaban juntos, James le preguntó acerca de su persona y Freya le
contó cómo había aparecido un día en la puerta de los Putnam.
“¿No tiene usted familia?” preguntó él.
“No que yo recuerde. La señora Putnam piensa que debo haber sufrido de viruela y
por eso perdí la memoria.
“Es un asunto penoso. Perder nuestra memoria es perder nuestra identidad.”
“Soy una chica afortunada,” dijo Freya. Lo decía tantas veces que casi lo creía. “Los
Putnam me acogieron y ahora tengo un hogar aquí. ¿Qué tal le ha parecido Salem,
Sr. Brewster?”
“Por favor, llámeme James.”
“James,” dijo Freya con una sonrisa.
“Es… interesante,” dijo él. “Antes de llegar a Salem, Brooks y yo vivíamos en
Europa. Somos naturalistas y estamos a menudo en el bosque, donde estudiamos la
flora y la fauna, los aspectos multifacéticos de la naturaleza. En una palabra:
ciencia.”
“Oh, vaya,” dijo Freya, con los ojos brillantes. “No creo que al reverendo le haga
gracia oír eso.”
“Lo sé. ¿Podrías guardar nuestro secreto?” Sonrió James.
“Por supuesto.” Freya asintió. Que él le haya revelado algo tan peligroso a ella le
trajo una enorme sensación de alivio. A pesar de tener a Mercy, ella se dio cuenta
de lo muy sola que había estado hasta ese momento. Sin importar lo cercanas que
24
eran, ella no pensaba que Mercy pudiera comprender la verdadera naturaleza de
sus dones.
James le sonrió y ella le devolvió la sonrisa, pensando que él era muy guapo, y tal
vez si lo hubiera visto primero en la sala de reuniones en lugar de a Nate, sus
afecciones habrían sido con él ─ pero las cosas eran diferentes, en su corazón
estaba ocupado por cierto Sr. Brooks. Pero estaba agradecida por su bondad y sus
sabias palabras que daban a entender un mundo más allá de Salem.
“¡Ahí está!” dijo él.
Annie estaba sentada en la hierba junto al río, con la espalda apoyada contra una
roca. Mercy estaba agachada en sus talones, sosteniendo el tobillo de la muchacha,
cuyo pie estaba levantado sobre su muslo. Annie no llevaba nada más que su
camisón y faldas. Su ondulado cabello castaño caía húmedo y suelto sobre su
pecho, aferrándose al camisón. Mercy había lavado el barro del corpiño de lana y la
gorra de lino de la muchacha, y luego los había colocado en un arbusto al sor para
secarlos. Había puesto las botas de la joven en un árbol, y ahora goteaban y se
mecían con la brisa.
“¡Freya, mi Freya!” gritó Annie mientras ella y James venían corriendo.
James le dio la espalda a la niña para no avergonzarla.
“No te preocupes, James,” dijo Mercy. “Annie es una niña pequeña.” Mercy quería
ser capaz de mirar el objeto de su afecto y a su espalda, por muy atractiva que ésta
fuera.
“¿Estás segura?” preguntó él.
“¡Date la vuelta!” le ordenó, de modo que el muchacho no tuvo otra opción.
Freya se había arrodillado junto a Mercy y Annie. “¡Pareces un espanto!” le dijo a la
niña.
Annie empezó a gemir. “Lo siento mucho, Freya. Prometo no volver a caerme. ¡Lo
prometo!”
“Siempre te estás cayendo, ¿no es verdad? Tendríamos que darte un bastón,”
reprendió Mercy.
“¡No!” gritó Annie.
Freya analizó a la niña. Anne era una pequeña complicada. A menudo se encogía de
hombros a la hora de hacer sus deberes, que incluían cuidar a su madre y
hermanos, para pasar el tiempo con las sirvientas. Tal vez estaba resentida de ser la
mayor y cargar con las responsabilidades─ pero así eran las cosas, y Annie debía
saber que ese era su deber, pensó Freya. Nadie estaba exactamente feliz con su
suerte, pero todos hacían lo mejor que podían con ella.
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Annie se estaba constantemente hiriéndose a sí misma o metiéndose en problemas
con su padre, y entonces ellas se veían obligadas a defenderla, a veces incluso
teniendo que decir una que otra mentirilla pecaminosa para hacerlo. Annie se los
agradecía, diciéndoles lo mucho que temía, pero amaba y veneraba a su padre. A
Freya le agradaba ella, pero también la compadecía. Había momentos en los que
sorprendía a Annie mirándola de una manera tan extraña que la ponía nerviosa.
Pero tal vez Annie era sólo joven, y su vida no era fácil con una madre que siempre
estaba enferma y que tenía un hombre tan austero como su padre. Ellos tenían
mucho, todo lo que necesitaban, pero de alguna forma nunca parecía suficiente. No
había calidez en esa casa.
“Veamos que tenemos aquí.” Freya levantó la falda de Annie y observó su tobillo
rojo e hinchado. “¡Ah, no es nada!” dijo. Ella había dado a James la cesta en la
había recogido las hierbas durante su paseo, y le pidió que cogiera algunas orejas
de liebre que crecían a lo largo del río. Cuando él regresó ella frotó las hojas que le
había entregado con algo de árnica, luego sostuvo los pedazos arrugados alrededor
del tobillo de Annie, susurrando un breve encantamiento.
Annie suspiró aliviada. “Tus manos son tan aliviadoras.”
James y Mercy observaron, y cuando Freya removió las manos, la hinchazón había
bajado y Annie podía caminar de nuevo.
“¡Una muchacha astuta!” dijo James, admirando a Freya.
Mercy le puso un dedo en la boca y luego le advirtió. “¡Ni una sola palabra de esto!”
Él prometió no decir nada, luego juntó sus piedras y regresó al granero, dejando a
las jóvenes que hacían todo lo posible para hacer que Annie se viera presentable en
su ropa húmeda.
26
Capítulo IV
Floreciendo
Es todo tan celestial!” Exclamó Mercy mientras caminaba a través del establo,
levantando sus faldas para luego llenar el abrevadero del caballo con agua de una
cubeta. Extrañamente, la doncella había estado realizando sus labores matutinas
con una sonrisa en el rostro.
Freya se echó a reír ante tal comentario, considerando que se encontraban
rodeadas de estiércol de caballo. Con una mueca sonriente, preguntó, “¡Celestial!
¿Cómo es posible?”
Ellas estaban dentro de las caballerizas Putnam, cuidando el muy preciado
Purasangre de Thomas. El amo quería montar el animal más tarde ese día. Un
muchacho del establo y unos cuantos campesinos se encargaban de limpiar los
cobertizos, remover el barro y las piedras de los cascos de los caballos, zapatear,
lavar, alimentar y montar los caballos, pero Thomas quería asegurarse de que su
semental estuviera especialmente bien arreglado ─ que el cuero de su montura y
brida brillara tanto como su abrigo ─ y había asignado a sus sirvientas dicha tarea.
Freya cepilló el copete del Purasangre, palmeando el tibio músculo de su cuello y
mirando con curiosidad a Mercy. Pasó su otra mano por la marca de diamante
blanco a lo largo de su nariz y dejó que sus labios aterciopelados mordisquearan su
palma. Los caballos se movían en sus cobertizos, ondeando sus colas, golpeando
sus pezuñas, exhalando ruidosamente.
Mercy colocó dos manos contra su corazón, suspirando audiblemente. “¡Estoy
locamente enamorada, Freya!”
Ella sospechaba que Mercy iba a decir eso. “¿James?” preguntó.
“¡Sí, James, James, James!” Mercy giró alrededor con el cubo de agua en sus
manos, dejando que el nombre sonara.
Freya estaba realmente feliz por su amiga, porque sabía lo que era tener esos
sentimientos, cómo uno quería expresarlos así, gritarlos a los cuatro vientos. “¡Eso
es maravilloso!”
“Sé que es una locura de mi parte pensarlo ─ porque soy de baja categoría ─pero
creo que él también me ama,” continuó Freya. “Ya sabes… la forma en que me mira.
¿Has notado la forma en que me mira, Freya?”
Freya no lo había hecho. Sin embargo, se había dado cuenta de las veces que James
le había sonreído y del brillo provocador en sus ojos. Esto era desconcertante en lo
que se refiere a Mercy. Parecería que James era un coqueto sin vergüenza. Freya no
estaba dispuesta a hacerle daño a su amiga diciéndole esto. Ella no era buena
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diciendo mentiras, ni debía pecar tan improvisadamente. “¡Tendré que prestar más
atención de ahora en adelante!” le prometió, sin saber que más decir.
Teniendo cuidado de no ensuciar los talones de sus faldas, las criadas cerraron la
puerta del cobertizo del Purasangre y fueron a tratar las tachuelas de Thomas con
trapos empapados en aceite de visón. Mercy se hizo cargo de la silla de montar
equilibrada en una viga, mientras que Freya cogió la brida de Thomas de una
clavija de madera, y luego la llevó a un fardo de heno donde tomó asiento.
Mientras Freya corría el paño a lo largo de las riendas de cuero, susurró, “También
tengo algo que confesar.” Su felicidad la había hecho sonrojar, viéndose aún más
bonita bajo los rayos de sol que se habían asomado a través de las puertas abiertas,
iluminando su delantal, su falda malva y enagua blanca que se mostraba por
encima de sus botas de cuero.
“¿Una confesión?” dijo Mercy. “Eso suena serio.”
Freya sonrió, mordiéndose el labio. “¡Yo también estoy enamorada!” dijo ella.
Mercy corrió y se sentó agachada junto a su amiga, recogiendo sus faldas y
tomando las manos de Freya. “¡Tienes que contarme todo! ¿Quién es este
muchacho afortunado? ¡No tenía ni idea!” El amor le había dado un brillo especial
a los grandes ojos azules de Mercy, había suavizado su boca y enrojecido sus
mejillas. Se veía casi hermosa.
“¡Pues, el Sr. Brooks, por supuesto! Lo sabías, ¿verdad?” preguntó Freya con un
tono escéptico.
Mercy se echó a reír como si aquello fuera lo más gracioso y agradable que jamás
hubiera oído. “No, no lo sabía. ¡Lo juro! Lo escondiste muy viendo, debo admitir.”
Ella metió un rizo en la gorra de Freya y pasó una mano por la mejilla de su amiga,
pero Freya bajó la cabeza, de repente distraída. “¿Qué ocurre?” preguntó Mercy.
“Es eso que dijiste antes…” Freya trató de encontrar las palabras. “Yo, al igual que
tú, estoy enamorada de alguien muy superior a mi estatus. Él viene de una familia
rica e incluso ha viajado de ida y vuelta a Europa.”
Mercy le dio un golpecito en la rodilla a su amiga. “¡Oh, no digas eso, muchacha!
¡Eres considerada la criada más bella en todo Salem! Muchos hablan de tu belleza.
¡No quiero volver a escucharte decir eso! Además, hoy en día eso no es tan
importante. Los hombres de alto rango se casan con muchachas pobres como
nosotras en el Nuevo Mundo. No arruines esto para las dos. ¡Estoy muy feliz de que
ambas estemos enamoradas! ¡Cuéntame! ¡Cuéntamelo todo!”
Freya quería contárselo todo a su amiga ─quien era más bien una hermana para
ella ─ y sentía una gran ola de afecto por Mercy en aquel momento, pero prefirió
reprimirse, destrozando los sentimientos crecientes dentro de ella. No era
precaución o desconfianza, pero algo le susurraba que mantuviera sus verdaderos
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sentimientos en secreto, y se sentía culpable por ello, pero a pesar de eso, le hizo
caso a esa voz. Así que le dijo a Mercy casi todo: acerca de cada pequeña mirada
que ella y Nate intercambiaron en la iglesia. Mercy escuchó vorazmente, asintiendo
con la cabeza a todos los detalles. Pero hubo una cosa que Freya le había ocultado a
su amiga. Que esa misma mañana, cuando despertó de su cama de cuerdas, había
encontrado una pequeña tarjeta de grano grueso entre la manta y su pecho, con las
letras curvadas NB, y un 8 de lado debajo de ellas. No había ninguna nota en la
tarjeta, pero el sello de decía a Freya todo lo que necesitaba saber.
¡NB de Nathaniel Brooks! ¡Él había estado dentro de la casa Putnam! Tal vez él
había estado allí hasta altas horas de la noche para hacer negocios con Thomas, en
el estudio de paterfamilias mientras todos dormían. ¡Él había estado a su lado
mientras ella dormía! ¿Habría corrido sus dedos a lo largo de su frente? La sola
idea la hacía temblar de emoción.
Él había querido que ella supiera que él había estado allí, y que estaba pensando en
ella. Freya tembló de la emoción, pero al mismo tiempo, no estaba dispuesta a
compartir nada de esto con su querida Mercy.
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Capítulo V
Sr. Brooks y Srta. Beauchamp
Después de la comida de la tarde, Freya terminó sus labores y ayudó a Annie con
los pequeños, leyéndoles la Biblia antes de que fueran a la cama. Ella le dijo a
Mercy que llevaría la colada al río sola. Su amiga necesitaba darle reposo a sus
dedos cicatrizados e irritados. Con su cesto de ropa, ollas y sartenes, tomó un atajo,
avanzando con peso hacia el río. Cuando llegó allí, se puso a trabajar de inmediato,
limpiando y fregando, luego regresó con la rotonda por la pradera, donde James la
había pillado desprevenida aquel día. A medida que caminaba se perdía en el
esplendor de su entorno: el viento crujiendo entre los árboles, el césped verdoso
agitándose bajo sus botas, y la fragancia de las rosas salvajes.
James había mencionado que él y Nate venían a menudo a estos bosques, y a pesar
de que lo había estado deseando, no esperaba realmente ver a su amor, así que
cuando vio a Nathaniel Brooks apareciendo en medio del camino, la sorprendió.
Él era digno de admirar, un espectáculo a la vista: elegante, alto, delgado, y seguro
de sí mismo con cada paso que daba en dirección a ella, con una sonrisa placentera
curvándose en sus labios. Llevaba una camisa de lino azul, abierta en el cuello,
pantalones negros metidos en sus pesadas botas, y su sombrero se encontraba
inclinado sobre un ojo. Su rostro estaba afeitado y los oscuros mechones de su
cabello brillaban en la luz del sol a medida que él se quitaba el sobrero para
saludarla.
“¡Señora Beauchamp!” la llamó mientras se acercaban. “¡Qué casualidad verla por
aquí! ¡Es un gusto!”
“¡Señora!” repitió ella entre risas. “Señorita es más propicio, todavía no soy una
señora. O simplemente Freya, si lo prefiere.” Sus palabras parecieron salir con
bastante facilidad, pero su corazón parecía estar en su garganta. Lo más probable,
pensó ella, fuese que él solo notara la prominente coloración de sus mejillas.
Nate se detuvo a unos pocos metros de distancias. Ambos se congelaron. Su boca se
abrió como si para hablar, pero se abstuvo de hacerlo. Los dos se rieron de su
torpeza, y Freya se relajó un poco, dejando caer los hombros. Ella estudió sus labios
carnosos, el verde rico y profundo de sus ojos.
“Recibí su tarjeta,” dijo ella.
“¿Qué tarjeta?” preguntó él, con un brillo travieso en los ojos.
“¿Cómo sabía que podía leer?” Ella no estaba siendo tímida, realmente quería
saber. Tal vez podría decirle algo acerca de sí misma. Tal vez él la había conocido en
la vida que había olvidado.
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Él frunció los labios y sonrió. “Yo no tenía conocimiento de su alfabetización, pero
si lo hiciera, diría que ha sido por su comportamiento altivo y refinado que se la he
dado.”
“¡De verdad!” Ella dejó salir una carcajada. “¿Altiva? ¿Refinada?”
“Sí, como una dama, una mujer de alto rango, una princesa o una reina.” Sonrió.
“Vaya, muchas gracias, señor Brooks.”
Él dio otro paso adelante. “¡No es nada! ¡Y deberías llamarme Nate!”
“¿Es eso lo único que quiere decirme? ¿Qué mi comportamiento es altivo? ¿Qué me
comporté como si estuviera por encima de mi puesto? Una simple sirvienta como
yo…” Bajó los ojos. Sabía que debía comportarse con más humildad, pero al mismo
tiempo creía que su palpable atracción le permitía cierta latitud. Aunque se
arriesgaba por ser impudente.
“No,” dijo él. “No, en absoluto.” Se acercó más para que quedaran a unas pulgadas
de distancia. “Pero me alegro de que estés aquí. Desde que nos conocimos, he
tenido un profundo deseo de estar contigo, de conocerte… no quise decir…” Se
había avergonzado a sí mismo, supo Freya, porque “conocer” a una mujer era
conocerla íntimamente.
Ella lo miró a los ojos. “¿Qué es eso que no quiso decir?” Ella intentó no reírse. Era
divertido hacerle retorcerse un poco.
Él respiró hondo y bajó la cabeza. “No me refería a ninguna impropiedad para con
su persona.”
A ella le gustaría pensar que el interés de Nate por ella era más que el sentimiento
licencioso de un joven privilegiado por una muchacha muy servicial. “Eres
perdonado, Nate.” Ella, sonrió, balanceándose mientras estrechaba su mano.
“Debería irme, ya que debo volver pronto a la granja o alguien podría venir a
buscarme.”
“¿Puedo caminar contigo?”
Ella asintió. “Déjame y busco mi canasta.”
Él se precipitó hacia ella. “¡Permíteme!”
Freya y Nate caminaron silenciosamente en tándem, cruzando el prado. Entraron
en el sendero en el bosque. Él sostuvo una zarza para ella y ella se agachó. Se
habían vuelto tímidos una vez más, como no hubiera nada más que decir o no
pudieran pensar en nada. Ninguno pudo encontrar las palabras correctas. Fue
entonces que la imagen de Nate llevando una cesta de mujer hizo reír a Freya.
Él se detuvo en el camino, volviéndose hacia ella con una mirada herida. “¿Por qué
te ríes?”
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Ella se rió aún más. No podía detenerse, su pecho temblaba por encima de su
corpiño. “Es divertido,” dijo ella, “un chico guapo y alto como tú llevando la canasta
de una criada.”
Él le lanzó una mirada severa entrecerrando los ojos, luego, en un arrebato, dejó
caer la cesta a sus pies, produciendo un ruido terrible con las ollas y los sartenes.
“¡El cesto!” dijo ella, mirando hacia abajo. ¿Qué le pasaba? Estuvo a punto de
arrodillarse para recogerla, pero él la alcanzó y la sujetó por la cintura con sus dos
manos fuertes, sosteniéndola fija en su lugar, tal como había previsto cuando lo vio
por primera vez.
Se miraron el uno al otro. El corazón de Freya rebotó dentro de su pecho. Se
preguntó si había cometido un terrible error al dejar que este joven la acompañara
sola a través del bosque.
Pero entonces, sus hombros comenzaron a temblar y él empezó a reírse. Ella se dio
cuenta de que había sido una broma, una jugarreta, una travesura, y entonces se
rió, también, increíblemente aliviada. Él la soltó. Se sonrieron el uno al otro
nuevamente y ella se apartó, él hizo lo contrario y se acercó más, luego agarró el
gorro de la doncella y lo sostuvo en alto con una sonrisa traviesa. Cuando ella dio
un salto para agarrarlo, él se alejó, burlándose de ella con el gorro en su mano,
agitándolo en el aire.
“¡Detente!” dijo ella, pero él solo se rió.
Hizo otro intento por atraparlo, pero él le cogió el hombro con su mano libre y le
pasó la mano con la gorra alrededor de la cintura. Se quedaron quietos. Ella lo
inhaló. Él olía a trabajo, a barro y bosque. Se sentía tan firme como los pinos que
los rodeaban. Nate susurró a prisa en su oído las palabras, “Que hermosa te ves con
tu cabello rojo a lo largo de tú mejilla,” dijo empujando un rizo de su rostro, viendo
como el sol lo iluminaba, luego volvió a colocar el gorro sobre su cabeza. “Señorita
Beauchamp, me temo que tengo…”
“Freya, mi nombre es Freya.”
“Freya entonces,” dijo suavemente.
Freya quería que él la sostuviera un poco más y escuchar lo que tenía que decir,
pero independientemente de su aversión hacia Salem, ella todavía tenía que vivir
dentro de sus reglas y rompió el abrazo con pesar antes de que él pudiera terminar
lo que iba a decir.
“Yo siento lo mismo… sin embargo…” Sacudió la cabeza y miró alrededor del
bosque vacío.
Él asintió, liberándola de su abrazo. Él entendía las reglas tan bien como ella.
32
Capítulo VI
La Proposición
Freya subió los escalones de madera chirriante que llevaban hasta el estudio,
sosteniendo el candelero en alto para encontrar su camino. Putnam quería que ella
lo encontrara allí una vez que hubiese terminado su trabajo. Por mucho que Mercy
le dijo que no se preocupara, Freya se angustió. Ella nunca había sido llamada a su
estudio antes. Seguramente, debió haber hecho algo mal.
Aunque ahora que lo pensaba, ella había cometido una multitud de indiscreciones.
Tal vez alguien la había visto a ella y a Nate juntos en el bosque la otra semana y se
lo informó a su amo. Seguramente sería cogida a latigazos─ y eso, si el señor
Putnam quería hacerse cargo él mismo de sus malas acciones. ¿Y si sospechaba que
ella hacía brujería? ¿Habría la dueña de la casa mencionado sus eficaces dones? ¿Y
qué acontecería de haber sido así?
Ella se paró en la puerta, espiando con la luz parpadeante de la vela por una grieta
de la madera. Thomas estaba allí, esperándola. Con una mano temblorosa, tiró de
su falda, enderezó su gorra, luego levantó la cabeza y golpeó la puerta con suavidad
para no despertar a los durmientes en la casa.
Ella le escuchó toser. “¡Adelante!”
“Señor Putnam,” dijo tras haber cerrado la puerta. Hizo una reverencia, a pesar de
que él no estaba dirigiéndole la mirada.
Thomas estaba sentado en su escritorio, escribiendo en un libro de contabilidad,
mirando brevemente hacia arriba cuando sumergía su pluma en el tintero, y luego
continuaba escribiendo. “Freya,” dijo él. “Dame un momento.” Le dio un soplo a la
tinta. Su rostro era inexpresivo, no decía nada.
Freya mantuvo un brazo colgando a su lado mientras sostenía el candelabro en el
otro. Él levantó los ojos y le dirigió la mirada. “Puedes bajar el candelabro.”
Ella se dirigió a una mesita para colocarlo allí y regresó a su lugar en el centro de la
habitación, juntando ambas manos en su delantal.
“Puedes mirarme a los ojos,” dijo él.
Ella levantó la barbilla, pero no demasiado orgullosa como para provocar un
castigo más severo. Sus ojos se encontraron con los penetrantes de Thomas. Eran
de un tono azul gélido.
Él junto sus manos, provocando un pequeño aplauso. “¡Tengo buenas noticias!”
exclamó.
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“¿Buenas?” repitió, sorprendida. No esperaba esto. Ella había estado esperando su
condena. Y tampoco había estado anticipando el estado de ánimo aparentemente
favorable del hombre, ni estaba al tanto de cualquier noticia, sean buenas o no.
Thomas se encogió de hombros. “¡Yo también estaba sorprendido!” Sus ojos
recorrieron su cuerpo, observándola de arriba abajo. Se sintió como si fuera
ganado. Él sonrió, lo cual fue algo nuevo. “Muy bien, para ir directo al grano, por
así decirlo─ aquí sonrió una vez más ─Nathaniel Brooks ha pedido tu mano en
matrimonio.”
Freya se sobresaltó. Ella se quedó boquiabierta por un tiempo, pero trató de ocultar
todas las emociones que se agitaban dentro de ella. Quería correr por las escaleras y
despertar a Mercy para decirle la tremenda noticia de inmediato. Intentó reprimir
una sonrisa, y su boca se curvo en un ceño fruncido. “Pero… pero…” fue todo lo que
pudo decir mientras Thomas la analizaba. “No sé qué…”
“No tienes que decir nada,” interrumpió. “Esto es excelente y providencial tanto
para ti como para mí. Aunque pueda parecer desagradable para ti en este
momento─ eres una niña y una muy joven ─ esto significa que pronto serás una
esposa rica. ¡Me alegro por ti!”
Evidentemente, había ocultado bien sus sentimientos. Esta noticia era de todo
menos desagradable. Ella no podía dejar de pensar en Nate desde que lo vio por
primera vez, y se había aferrado al recuerdo de sus brazos alrededor de su cintura.
¡Que alivio saber que no habría más motivo para ocultar sus afectos ahora que
había pedido su mano!
“Tienes suerte. Son una familia prospera,” continuó Thomas. “Poseen tierras, poder
sobre marineros, agricultores y comerciantes. Por mucho que me moleste lo
segundo, no puedo negar que son influyentes en el puerto. Esta sería una alianza
útil, una que podría darme más influencia en la ciudad de Salem. Y también, por
supuesto, sería un tremendo progreso para ti.” Él sacudió la cabeza, riendo para sus
adentros. “Y pesar que hace poco no eras más que una huérfana en nuestra puerta!”
Freya estaba aturdida, no sabía qué más decir. Thomas había sumergido su pluma
en el tintero una vez más. Ella hizo una reverencia, para despedirse, y fue a coger el
candelabro.
“No he terminado,” dijo él.
“¡Oh!” Se volvió.
“Ni una palabra de esto a nadie. Sabes muy bien cómo hablan los aldeanos, pero
quiero que conozcas al Sr. Brooks, por supuesto. Sin embargo, no dejes que sepa
que te he informado de sus intenciones. Simplemente le he dicho que considerare
la oferta y la dote,” dijo retorciéndose en su asiento. “La máxima discreción debe
ser aplicada, Freya. El Sr. Brooks te ha visto en la sala de reuniones y está bastante
encantado. Tu eres piadosa y casta, y confió en que continúes así. Ni una sola
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palabra a Mercy tampoco. Sé que ustedes dos son muy íntimas, pero ella es
propensa a soltar la lengua. Por ahora, esto queda entre tú y yo hasta que se diga lo
contrario. ¿De acuerdo?”
Freya asintió. “¡Sí, señor!” dijo ella sin aliento, luego salió de la habitación.
A la mañana siguiente, Freya despertó con su corazón tamborileando en su pecho.
Mercy roncaba suavemente, su cabello rubio caía sobre su rostro, su mano
cicatrizada colgaba de su cama de cuerdas. Había sólo un leve atisbo de luz más allá
de las pequeñas ventanas oscuras.
Freya se levantó, encendió una vela, se vistió, recogió el pan del horno y dobló su
cama. Ella tomó un momento junto al hogar y dijo sus oraciones. Oró para que la
casa Putnam se mantuviera a salvo y continuara prosperando. Luego pidió poder
ver a Nate con la mayor rapidez, ese mismo día si era posible. Tras terminar sus
ruegos, culminó la oración con un “Amen.”
Afuera en la húmeda oscuridad, sus sentidos fueron asaltados por el olor de las
glicinas florecientes. Las enredaderas con sus flores moradas se retorcían a lo largo
del toldo de la casa de madera en la cual se hacía camino en la oscuridad.
Desde su descubrimiento en el cobertizo cuando batió la mantequilla con solo
pensarlo, ella había comenzado a levantarse más temprano antes que cualquier
otra persona en la granja. Necesitaba estar sola cada día para seguir practicando
sus habilidades. Hoy quería comenzar aún más temprano para eventualmente
poder escabullirse en el bosque y quizás tropezarse con Nate una vez más. Ella creía
que él aceptaría sus talentos. Él era amable y sabio; él no renegaría de ella por ser
lo que era. Su amigo James no la había juzgado cuando su toque había curado el
tobillo de Annie junto al río. Además, cuando ella practicaba sus habilidades, se
sentía casi mareada con una intensa alegría por el poder de su talento. Tal vez lo
que estaba haciendo era brujería, ocultismo, magia, todo aquello considerado
odioso, malvado, abominable, el diseño insidioso del diablo. Eso era lo que todo el
mundo creía. ¿Pero eso hacía que fuera cierto? Freya no lo creía así. Se sentía bien,
puro y placentero. Lo que ella estaba haciendo la calificaría de bruja haría que la
colgaran, pero eso estaba fuera de su control. Su don llegó naturalmente, y no pudo
resistirlo. Necesitaba hacerlo cada vez más.
Se movió con prisa hacia al establo. Apenas podía ver el camino en la hierba. En el
interior, se movió rápidamente porque había aprendido a sentir su camino a estas
alturas. Se movió a través de los grandes cuerpos bovinos que se desplazaban de un
lado al otro. Sin que ella tuviera que usar sus manos, las vacas comenzaron a
salpicar chorros de leche dentro de los cubos que había colocado debajo de sus
pezones.
Los huevos se levantaron del heno dentro del gallinero, volando hacia su cesta
mientras las gallinas cloqueaban sorprendidas. Después, caminó por el granero
hasta el cobertizo donde verificó los lúpulos fermentados, embotelló la cerveza para
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el almuerzo y la cena, luego revolvió la mantequilla, utilizando brujería para hacer
todo de manera más rápida. Estaba llena de energía, sus encantamientos saltaban
de sus labios en susurros sinuosos. Ella no tenía ni idea de dónde provenían las
palabras, sólo que las conocía. La hacían sentirse aturdida. Tal vez el amor
reforzaba su magia.
En su camino al granero, ella oyó su nombre en un susurro audible.
“¡Freya!”
¡Era Nate! ¡Él estaba aquí!
Ella se volvió y corrió hacia la voz. Provenía de un bosquecillo de frondosos árboles.
Escuchó el crujir de una rama bajo los pies, y James Brewster salió de entre las
sombras, con la ropa arrugada.
“¡Oh, James!” Al instante, se sintió avergonzada por la decepción en su tono. Ella
estaba, por supuesto, encantada de ver a James.
“¡Freya!” dijo James otra vez.
Ella recordó su acuerdo con Putnam para ejercer la máxima discreción con
respecto a ella y Nate. Ella no iba a traicionar a su benefactor. El Señor Putnam fue
muy amables, y debía permanecer leal y no decir una sola palabra sobre su
compromiso.
“¿Qué hacer aquí?” preguntó ella.
“Estaba de servicio nocturno en la casa de vigilancia, así que voy de regreso a la
granja de los Brook para dormir un poco.” Bostezó, cubriéndose la boca y estirando
los brazos. Su camisa de algodón se levantó su poco, revelando una franja de piel.
Freya se sonrojó. Él sonrió, con los ojos resplandeciendo. Era tan guapo como
Nate, claramente.
“¡Ya veo! Tú fuiste quien nos mantuvo a salvo en nuestras camas.”
“Efectivamente,” dijo él. “¡A salvo de los salvajes!” añadió, abriendo grande los
ojos. “Sin embargo, yo no los veo de esa manera. De hecho, me gustan esos
salvajes.” Llevó un dedo índice a sus labios, emitió un sonido silenciador y le guiñó
un ojo.
Freya hizo una mueca. “¡James, si la gente te escucha, podrían acusarte de idolatría
o incluso de adorar al diablo!” bromeó. Ella sabía de lo que hablaba. Si sólo la gente
hubiera visto lo que acababa de hacer.
“¡Qué inteligente eres!” dijo él. “¡Muy moderna!”
“¿Moderna?” La palabra le era familiar, pero no podía recordar lo que significaba.
Ella sabía que la había oído hace mucho tiempo, en algún lugar de su pasado
neblinoso.
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“Adelantada a los tiempos,” explicó James.
“Como tú,” dijo ella, agudamente.
“Tal vez,” admitió él con una pequeña sonrisa.
Ella iba a preguntarle más, pero escuchó ruidos provenir de la casa. La familia se
despertaría pronto y Mercy estaría aquí también. Ella sintió un fuerte afecto
repentino por James. El querido amigo de Nate y el amor de Mercy. Tal vez algún
día los cuatro serían íntimos amigos como ella y Mercy. A Freya le gustaría eso.
Sin pensarlo, ella lo acercó y lo besó en la mejilla.
“¡Vaya!” dijo él, sorprendido.
Riendo, Freya se giró y regresó corriendo a la granja.
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North Hampton
El Presente
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Capítulo VII
Lo Que Traen Los Sueños
Hola, ¿pasa algo?” habló una voz al otro lado de la línea.
El repentino sonido de la voz de Matthew Noble hacía que el pulso de Ingrid
Beauchamp se acelerara, incluso después de todo este tiempo. “Hola, Matt,” dijo
ella. “Pasan muchas cosas.” Al fondo pudo escuchar los sonidos del Departamento
de Policía de North Hampton: papeles siendo apilados, teléfonos timbrando, el tipo
de risas que acompañaban las bromas del trabajo, el chisporroteo estático de los
transmisores y un muchacho lloriqueando por su coche robado. El detective Noble
todavía estaba en el recinto, e Ingrid, al igual que él, no había dejado su lugar de
trabajo tampoco. Después de que todos los bibliotecarios se hubieran ido a casa─
incluyendo a Hudson Rafferty, el pasante más viejo del mundo, su amiga más
querida, la notoriamente embarazada Tabitha Robinson, y unos cuantos empleados
nuevos ─ Ingrid cerró las puertas, apagó las luces, y se retiró a su oficina en la parte
de atrás.
“No has contestado a ninguna de mis llamadas. He estado intentando contactarte
por horas,” dijo él.
“Lo siento mucho.” Ella miró su teléfono celular y vio que él había intentado
llamarla antes y también había dejado un texto. Debió haber olvidado activar el
timbre de su teléfono de nuevo después de cerrar las puertas.
“Um,” dijo Matt, “¿por qué siempre escucho eso últimamente, Ingrid?”
Por lo general, ellos se reunían tan pronto como las horas de la biblioteca
terminaban, algunas veces antes, pero desde diciembre, cuando Freya fue enviada a
Salem a través de los pasajes del tiempo, su relación había sido puesta en espera
permanente. Ni siquiera había tenido la oportunidad de empezar. Ya estaban en
enero, unos pocos días después de la víspera de Año Nuevo, la cual había sido una
celebración sombría en el mejor de los casos, e Ingrid no podía permitirse ninguna
distracción. Había demasiado en juego; ¿quién sabe lo que puede estar pasándole a
Freya? Ingrid estaba saturada con libros sobre la política de la aldea de Salem en el
siglo XVII, antes, durante y después del fervor de la cacería de brujas. No había
tiempo para devolver llamadas o mensajes, y mucho menos para estar en una
relación.
Ingrid no podía evitar volver a revivir los últimos momentos de Freya antes de que
se la llevaran aquella horrible noche en la casa de su madre. Su hermana se había
quedado junto a la chimenea, todavía incrédula de que su amado Killian había sido
arrancado de su lado tras haberlo encontrado después de siglos separados. Freddie,
su hermano, le había asegurado a su gemela que harían todo lo posible para
encontrar a Killian y traerlo de vuelta. Pero Freya no respondió; en cambio, se
enmudeció y sus ojos se engrandaron con sorpresa. Parecía estar mirando algo que
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la aterrorizaba. Sus brillantes ojos verdes se habían nublado, volviéndose insulsos,
mientras que su rostro palideció. Ella jadeaba y se asfixiaba. Todo sucedió en
cuestión de segundos. Ingrid se había puesto en pie y se acercó para ayudarla, pero
no había nada que pudiera hacer. Cuando Freya llevó sus manos al cuello, Ingrid
vio la cuerda invisible que le cortaba la garganta, apretándola y dejando una marca
roja. Luego de eso, se fue. Su hermana se había ido.
Ingrid supo lo que había ocurrido desde el momento en que vio como la soga ardía
en el cuello de su hermana. Gallows Hill, 1692. Cuando las dos habían sido
colgadas por brujería. Estaba sucediendo todo otra vez. De alguna forma, alguien
quería a Freya de vuelta en ese lugar. De vuelta a Salem y todos sus horrores.
Ingrid sacó la banda elástica de su cabello para disminuir la pulsación en las sienes,
y se rascó ansiosamente el cuero cabelludo. “Matt, sigo diciendo lo siento porque en
serio lo siento. Sabes que me gustaría poder pasar mi tiempo contigo, pero no
puedo, no hasta que la encontremos. Pero no te preocupes, creo que me estoy
acercando.”
“¿Los sueños?”
“Sí, he tenido otro,” dijo ella, estremeciéndose al instante.
“¿Ingrid? ¿Estás bien?” preguntó Matt.
No, no lo estaba. Su mente se alejó una vez más mientras hablaba con él. “Sabes, no
creo que sea justo para ti que estés conmigo cuanto estoy tan distraída.”
Matt dejó escapar un suspiro. Ingrid deseó poder sentir el calor de su aliento contra
su rostro y cuello. Ella sintió como casi cedía y le pedía que la recogiera para que
pudieran pasar la noche juntos. En cambio, un silencio colgó entre ellos, lleno de
tensión.
Su amor por Matt no había disminuido. En todo caso, ella lo amaba más que nunca,
por su paciencia y estar siempre allí cuando necesitaba un hombro sobre el que
apoyarse, sólido como un pilar. Él la animó cuando había perdido la esperanza de
encontrar a Freya, y fue tan útil como un mortal podría serlo en esta situación. Él
no entendía todo acerca de su pasado o de su familia, pero la había aceptado por lo
que era. Una bruja.
“¿Por qué no me llamas cuando acabes en la biblioteca?” preguntó Matt. Te
recogeré y te llevaré a casa.”
Ella miró los libros apilados sobre su escritorio, de diferentes tamaños, apilados en
varias torres, y luego el que estaba abierto bajo el círculo de luz emitido por la
lámpara del escritorio. “No lo sé… No estoy segura de que cuándo terminaré. No
querría incomodarte o despertarte en caso de que te hayas acostado.”
Él rió. “Venga, sólo quiero verte. De todos modos, todavía estoy en el recinto
haciendo papeleo. Acabamos de cerrar un caso.”
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“Y yo ni siquiera te pregunté cómo estás o qué estás haciendo… Lo siento mucho.”
“Hay vas otra vez. Estoy bien.”
“En serio te extraño,” dijo ella, pero incluso mientras lo hacía, se había distraído
con la pila de libros delante de ella.
Matt estaba en silencio. “Hablemos más tarde,” dijo él.
“Prometo que esto mejorará y que podremos pasar más tiempo juntos.”
“Seguro.” Él se quedó en la línea, pero sin decir nada.”
Ella esperó un poco más, pero eso fue todo, así que se despidió y ambos colgaron
sin decir su habitual “te amo.” Ingrid se sentía vacía y horrible por la forma en que
había terminado la conversación. Su relación estaba constantemente estancada por
algún motivo u otro. Bajó la cabeza y comenzó a leer, luego se dio cuenta de que
había leído una página entera y no había retenido una palabra. Porque ¿qué pasaría
si Matt se acostumbraba a su ausencia y dejara de extrañarla por completo? El
pobre tipo no podía esperar para siempre, ¿verdad? Él no podía esperar para
siempre que ella… bueno, se acostara con él, para empezar. Ellos no eran
adolescentes. Ella lo deseaba tanto como él la deseaba a ella. Lo deseaba más que
nada. Él era el único para ella. Excepto, que había sólo un problema.
Él era mortal.
Sólo acabaría lastimado, o ella lo haría, no había manera de evitarlo. Ella sólo
fingiría envejecer, pero él moriría, dejándola sola para siempre. Mientras que Matt
parecía aceptar sus diferencias fácilmente, fue una revelación para Ingrid descubrir
que era ella la que tenía dudas, tal vez porque sabía exactamente lo que su relación
significaría para ella al final. Así que lo había alejado, usando la desaparición de
Freya como una excusa.
Pensó en los sueños. En el primero, Freya estaba sola en un campo de trigo. Vio la
ciudad a lo lejos y la reconoció. Salem, con sus oscuras casas cuadradas, bajo nubes
gigantescas que se movían rápidamente a través de un cegador cielo azul. Las
mangas de la blusa de azafrán de su hermana debajo de su oscuro corpiño malva
arrugado por el viento. Su gorra se agitaba contra sus mejillas besadas por el sol y
el viejo, mientras la sostenía en su lugar, presionándola con su mano contra la
cabeza. Su hermana parecía muy joven, no podía tener más de dieciséis años.
Había pánico en sus ojos. Aquel sueño terminó allí.
En el segundo, Freya estaba nuevamente de pie en el campo. Susurraba algo. Algo
que Ingrid no pudo escuchar.
En el tercer sueño, Freya gritaba mientras el campo de trigo se consumía por
grandes llamaradas naranjas y humo negro lamía el azul del enorme cielo. El fuego
devoraba el campo, moviéndose rápidamente detrás de su hermana. Freya se
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acercaba, corría cada vez más y más cerca, hasta que sobrepasó a Ingrid, sin tocarse
entre sí.
Al despertar, Ingrid estaba empapada en un sudor frío.
Ese había sido el último sueño.
Freya estaba atrapada en Salem. Estaba en peligro y no había nada que Ingrid
pudiera hacer al respecto.
Le dolían los ojos, así que los cerró con fuerza. En Salem, las brujas habían sido
colgadas, nunca quemadas. De hecho, ninguna bruja había sido quemada nunca en
las Américas. Sin embargo, las llamas significaban algo. El fuego expresaba
urgencia. El tiempo se estaba acabando, y poco progreso había sido logrado.
La magia de las Beauchamp se había debilidad, Ingrid eso lo sabía; era una vela con
su mecha a punto de extinguir. Su madre, Joanna, no pudo reunir la fuerza para
reabrir los pasajes del tiempo por mucho que lo intentara. Freya estaba atrapada en
el Salem del siglo XVII, mientras que Ingrid y su familia estaban atrapados aquí,
incapaces de regresar al pasado y rescatarla.
Ingrid comenzó a leer su libro de nuevo. La caza de brujas de Salem en 1692 había
sido una anomalía en su intensidad, concentración, escala y número de muertos.
Duró un año y terminó casi tan abruptamente como empezó. Diecinueve habían
sido ahorcados. Un hombre fue presionado por piedras hasta morir. Cuatro
perecieron en la cárcel a la espera de un juicio. Más de un centenar de personas en
Salem y sus comunidades vecinas (en su mayoría mujeres, pero también hombres y
niños) habían sido acusados y forzados a languidecer durante meses en prisión bajo
condiciones horribles en celdas oscuras, húmedas, apestosas, e infestadas de ratas.
Estaban hambrientos, sedientos, sucios, rapados, esposados a las paredes y
pinchados para encontrar “marcas de brujas” ─pezones o marcas de nacimiento o
lunares donde su familiar supuestamente se amamantaba, eran pruebas de que uno
era de hecho una bruja.
¿Cómo podía ayudar a su hermana? ¿Había alguna manera de evitar que la crisis se
propagara como reguero de pólvora e impedir que volviera a suceder? ¿Qué lo
había causado? ¿Cuál fue la chispa? Todo había comenzado en la casa del
reverendo Samuel Parris, cuando su hija Betty y la joven enfermera, su sobrina
Abigail, empezaron a tener extraños arrebatos. Así fue como empezó. Ingrid
comenzaría desde allí.
Por razones que Ingrid no entendía, no podía encontrar su propio nombre ni el de
Freya registrado en ninguno de los documentos o libros de historia. No había nada
sobre las chicas Beauchamp que habían sido ahorcadas en Gallows Hill. El hecho
de que no estuvieran en ningún registro era desconcertante pero alentador. ¿Tal
vez significaba que el pasado ya había sido alterado de alguna manera y que Freya
estaba a salvo?
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El maizal ardiendo y su hermana en medio de él…
Ingrid agarró otro libro y leyó, sacudiendo lejos su cansancio. Había tres hechos
sobre la historia de Salem que eran de gran interés para Ingrid. Uno, que el
Reverendo Parris fue instrumental para la caza de brujas de Salem, estimulándolo y
avivando las llamas; dos, que Thomas Putnam y su clan representaban la mayor
cantidad de acusaciones contra las brujas en la corte; y tres, que Joseph Putnam, el
hermano menor de Thomas, fue uno de los pocos residentes de Salem que
hablaban en contra de la cacería de brujas. Los hermanos habían estado luchando
por su herencia, sabía Ingrid, con Thomas sintiendo que lo habían engañado.
Ingrid sospechó que lo ocurrido en Salem había sido más que brujería.
El teléfono volvió a sonar, tomando a Ingrid por sorpresa. Ella lo atendió.
“Hola,” dijo Matt, “solo llamaba para darte las buenas noches. Me voy a la cama a
menos que quiera que te recoja.”
Ingrid no contestó.
“Eso fue lo que pensé.” Matt bostezó.
“Lo siento.”
“No lo hagas,” dijo él.
Ella quería decirle que lo amaba, pero de alguna forma su silencio hizo que esas
palabras fueran demasiado intimidantes.
“Buenas noches, Ingrid.”
“Buenas noches,” dijo ella, luego colgó. Se quedó mirando el teléfono por un
momento, sintiendo una punzada, luego hundió su nariz en otro libro.
43
Capítulo VII
Tiempo de Hermanos
La luz del sol atravesó las cortinas, cayendo sobre el cuerpo de Joanna bajo el
edredón, iluminando el mechón de pelo plateado que caía sobre sus labios. Se
despertó con un sobresaltó y sopló el mechón de pelo en su rostro, apretó los
parpados de nuevo para no abrir los ojos. No quería despertar, no todavía. Esta no
era la manera de saludar un nuevo día, tan llena de ansiedad y temor.
Joanna había recuperado a su querido hijo, sólo para que su hija menor le fuera
arrebatada, arrastrada por los pasajes del tiempo, con una soga en el cuello. Freya…
hermosa, de espíritu libre, de vuelta en esos tiempos oscuros. Puritanos. Había una
palabra para esas personas, pero Joanna no la usaría. Ella se sentía reconfortada
por la seguridad de Freddie en su creencia de que Freya estaba viva y sana por
ahora ─él sentiría si su gemela estuviera muerta, se lo habría dicho.
Aun así, ella era un desastre.
Su cuerpo estaba adolorido por usar su magia para abrir los pasajes, pero no sirvió
de nada. Los pasajes del tiempo fueron sellados. El hornear ni siquiera podía
ayudarla a salir de su estado: sus tartas habían salido hundidas y quemadas. Tenía
tan poca magia en la punta de los dedos que ni siquiera podía restaurarlos a su
legítima esponjosidad. Durante el día, Joanna apenas podía comer, y por las tardes,
tuvo que ordenar comida para la familia en Hung Sung Lo’s, el mediocre
restaurante chino de North Hampton de comida para llevar.
Al menos no estaba sola. Pasó una mano entre las sábanas, buscando tranquilidad,
calor, conforte, su cuerpo, para juntarlo con el suyo y hacer que estos sentimientos
desaparezcan. Pero el lugar estaba vacío, frío.
“¡Buenos días, preciosa!” gritó una voz en la puerta del escritorio.
Joanna suspiró aliviada. Se sentó y vio a su marido en la puerta, ya estaba vestido
con vaqueros y una camisa a cuadros de algodón brillante. Estaba bien afeitado, su
cabello plateado y negro, por otro lado, estaba un poco desarreglado. “¡Hola,
querido!” gritó ella.
Norman sostenía una bandeja de desayuno, con una gran sonrisa en el rostro. Ella
vio un pequeño jarrón sosteniendo un capullo de rosa, una pila de croissants y
muffins, mantequilla, mermelada, jugo de naranja y una taza de café cuyo vapor
resaltaba por la luz de la mañana. Los pliegues en su frente y mejillas se habían
convertido en surcos. Ambos estaban envejeciendo a medida que sus poderes
disminuían y la preocupación por Freya aumentaba. A pesar de todo, Norman
mantuvo una buena postura. Estaba haciendo un esfuerzo valeroso para animar a
Joanna cuando era necesario. Ella no pudo evitar sonreírle a su hombre,
44
sintiéndose una vez más como una adolescente enamorada, golpeada por una ola
de enrojecimiento dichoso.
Él dio unos pasos hacia adelante, caminando hacia ella.
“Que apuesto te ves esta mañana,” dijo sonriente.
Él rechazó el comentario con una mueca, lo cual le pareció también atractivo ─él no
tenía ni idea de lo guapo que era, aunque estuviera arrugado y desgastado, como un
James Bond más viejo y degradado.
Se sentó en el borde de la cama, entregándole la bandeja. La curva de su cuello le
atrajo la atención. Podía darle un mordisco justo allí en lugar de comer el divino
desayuno que le había traído. Ella estaba agradecida de que hubieran decidido
darle a su relación otra oportunidad.
Lo estaban intentado. Aunque en realidad, no lo hacían.
Esa era la parte emocionante ─ellos no tenían que intentarlo. No había nada que
reparar; era sencillo y tierno. Este tipo de amor, el tipo de amor de toda una vida
era el único cojín para el dolor durante una crisis como esta. Joanna apoyó la
bandeja en sus piernas, todavía sonriendo con admiración a Norman. Si no fuera
por la partida de Freya, ella habría pensado que podía vivir sin magia. Feliz de vivir
como una mortal, con su marido.
“¡Mira quién lo dice, mujer! En esta luz de la mañana, te ves tan impresionante
como el día que nos conocimos por primera vez en esa playa, a pesar de que
afirmas sentirte como…”
“¿Cómo una mierda?” completó Joanna.
“Sí, no quería arruinar el momento.” Frunció el ceño, luego se acercó y le apretó la
mano antes de compartir un beso.
“¡Que hermoso desayuno, digno de una reina!” dijo ella, cuando se separaron. Le
dio un vistazo a las ofrendas. “¿De dónde sacaste todo esto?”
Norman se aclaró la garganta. “Una idea apareció en mi cabeza anoche, y no dormí
mucho. Estaba trabajando en tu oficina y fui a la panadería cuando se abrió.”
Joanna cogió un panecillo de arándanos y lo olisqueó. Todavía estaba caliente,
recién horneado, y para su sorpresa, su aroma aumentó su apetito. Mordió el
relleno caliente, húmedo, mantecoso, desmenuzable, y saboreó. “Umm.”
“Pensé que esto podría contentarte ya que no has tenido tiempo de hornear.”
“¡Siempre tan considerado!” Ella no podía dejar de comer el panecillo.
Norman le contó su plan. Su hermano Arthur se le había metido en la cabeza en
medio de la noche. Arthur Beauchamp trabajaba con los Lobos de la Memoria, los
guardianes históricos de los pasajes del tiempo.
45
“¿Cómo está mi querido Art?”
“No lo sé. No he oído de él en años. Pero lo encontré en línea.” Él le dijo que Arthur
seguía enseñando en Case Western en Ohio. Sin embargo, cuando Norman habían
intentado llamarle esta mañana, su teléfono sonó y sonó. No había correo de voz.
Tampoco pudo contactarse con nadie en la universidad, y durante casi una hora
había luchado por encontrar la forma de salir de un laberinto interminable de
opciones activadas por voz.
Por último, encontró un número de celular y llamó ─la llamada fue directamente al
correo de voz, así que dejó un mensaje, pero ni siquiera estaba seguro de si era el
teléfono celular de su hermano porque el mensaje repetía el número que había
marcado. Después, cuando volvió a marcar el mismo número, un mensaje decía
que el número ya no estaba en servicio. Algo o alguien parecía estar impidiéndole
localizar a Arthur.
Sólo había una solución. Necesitaban pisar la carretera y viajar a Cleveland para
encontrarlo.
“¿Conduciremos hasta allí?” preguntó Joanna.
“¿Por qué no? Podemos hacerlo. Conducir unas cinco horas, encontrar un motel,
conducir otras cinco. ¿Qué te parece, Jo?”
“¡Un viaje por carretera!” Ella quitó la bandeja de su regazo. Un panecillo y unos
cuantos sorbos de café, y de repente se sintió vigorizada. Ella y Norman estaban
actuando, iban a dejar de estar sentados y desesperados. Inspirada, comenzó a
hacer los preparativos para su viaje. Que practica, pensó: termos con café, galletas
saladas, queso cheddar y brie, frutas y frutos secos. A Joanna le encantaba
organizar proyectos con comida.
¡Arthur, por supuesto! El viejo guardatiempos tenía que poseer la llave de los
pasajes que ella no podía desbloquear.
“¡Eres un genio, querido! Pero espero que Arthur esté bien. Espero que no le haya
pasado nada.”
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Capítulo IX
Los Recién Casados
Freddie escuchó como la ducha se cerraba, seguido por el fuerte suspiro de Gert.
El pequeño apartamento de New Haven a las afueras del campus tenía paredes tan
delgadas que lo que cualquier persona hacía en otra habitación podía ser escuchado
como si estuviera de pie al lado de uno. Él pudo sentir que estaba enfadada porque
había vuelto a usar todas las toallas de baño y no las repuso con unas nuevas. Por
supuesto, él había hecho su propia nota mental: lavar la ropa y tirar algunas toallas
allí, pero se le escapó de la mente cuando empezó a jugar su videojuego y pasó al
siguiente nivel.
“¡Freddie!” llamó Gert.
Gullinbursti, el cochinillo familiar de Freddie, resopló contra su pie como para
decirle que se moviera. “Lo sé, Buster,” dijo Freddie, arrojando el control remoto
sobre el pequeño sofá negro, entre los granos de palomitas de maíz, las migajas, las
revistas y los envoltorios de comida rápida. “¡Lo sé, lo sé, lo sé!”
Esta era la vida de casados. Uno tenía que contentar a su mujer de inmediato si se
encontraba en medio de un arrebato. Así era como uno demostraba amor eterno.
“¡Maldición!” murmuró para sí mismo.
Todas las toallas estaban sucias. Él no había hecho el lavado. Olió una y decidió que
no se daría cuenta. Se suponía que él debía mantener la casa ordenada mientras
Gert estudiaba para su final, pero tenía cosas en su mente y también había estado
ocupado. Estaba preocupado por Freya. Había pasado tanto tiempo desde que
había desaparecido y la familia parecía no llegar a ninguna parte. En todo caso, la
ansiedad causada por la desaparición de su gemela le había llevado a jugar aún más
videojuegos.
También estaba su trabajo voluntario como bombero. El cuerpo de bomberos local
le había encargado una tonelada de turnos debido a que ─como Fryr, el dios del sol,
algo que por supuesto, no sabían─ tenía un don con las llamas. Combatiendo
incendios, estudiando RECER (Rescates, Exposiciones, Confinamiento, Extinción y
Revisión), era un trabajo duro, agotador, y cuando llegaba a casa, estaba demasiado
casado como para poner una carga en la lavadora. Por supuesto que había habido
una toalla limpia para su ducha después de un largo día en la estación con los
muchachos y de adentrarse en las llamas con ese uniforme pesado. Se sentía un
tanto culpable por eso.
“¡Freddie!” gritó Gert.
“Oh-oh,” le comentó Freddie a Buster. “Aquí no pasa nada.” Era mejor hacerse el
tonto. En un par de saltos (todo estaba a un par de saltos en este apartamento),
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llegó al cuarto de baño, abrió la puerta y vio a su bella esposa escondida detrás de la
cortina de la ducha, goteando húmeda y pareciendo enfadada.
Él sonrió. “¡Aquí tienes!” dijo en el tono más ligero y alegre mientras le entregaba la
toalla usada.
Gert la olfateó y apretó los dientes. “¡Esto apesta! ¡Dios, Freddie! Te pedí que
lavases las toallas… dejé notas, te envié mensajes…” Sacudió la cabeza. “¡Vete!
Cierra la puerta.”
Abatido, Freddie se sentó en el sofá y apagó la televisión. Debía limpiar el lugar.
Eso haría feliz a Gert. Se levantó, se dirigió a la cocina, cogió una bolsa de basura y
empezó a tirar todo lo que parecía superfluo: revistas viejas, periódicos, bolsas de
comida para llevar, contenedores de comida china vacíos, y demás.
Últimamente, las cosas se habían puesto demasiado tensas en este apretado
apartamento. Él y Gert discutían incesantemente sobre las cosas más mundanas.
¿A quién le importaba si el lavabo del baño y el espejo estaban salpicados de pasta
de dientes? ¿A quién le importaba que Freddie no pudiera encontrar un videojuego
después de que Gert hubiera ordenado todo? Ambos se habían vuelto un poco
mezquinos últimamente. Discutían por los espacios apretados, pero estaban juntos,
¿y no era eso lo importante? A veces las peleas terminaban en sexo loco y afanado,
pero últimamente eran argumentos inútiles sin sexo de reconciliación. ¿No era
patético? Gert y él habían estado casados por menos de dos meses, y su matrimonio
ya estaba en el basurero.
Tenía que hacer algo al respecto.
“¡Muy bien!” dijo “Pasaré la aspiradora.”
Freddie sacó la aspiradora del estrecho gabinete de la cocina y la conectó. En la sala
de estar, la maquina sonaba tan fuerte como una motocicleta Harley. No era de
extrañar que nunca la usaran. Buster corrió por su vida hasta el dormitorio, donde
se escondió debajo de la cama en la que Gert estaba estudiando, con libros
extendido a su alrededor.
“¿Qué estás haciendo?” sus gruñidos sobrepusieron el ruido de la máquina.
“Um… ¿Qué parece que hago?”
Gert apretó el botón de la aspiradora. Se quedaron en silencio. Freddie admiró a su
esposa, pensando que se veían increíblemente sensual estando ahí parada con
rostro de guerrera, una pequeña visión de su verdadera naturaleza como la diosa
Jotun, Gerðr. Quería hacerla suya justo allí y ahora. Estaba tan deseoso, y se estaba
poniendo duro con el solo pensamiento. Pero entonces ella habló.
“¿No ves que estoy estudiando? ¿Qué estás haciendo? ¿Tratas de sabotearme?”
48
“¿Qué? ¡No!” dijo él. Sólo pensé que apreciaría un poco de limpieza y orden por
aquí.”
“¡Lo que apreciaría es una toalla limpia después de una ducha cuando no tengo
tiempo para lavar ninguna!”
No había forma de ganar. Pero Freddie era el mejor hombre. No iba a jugar su
juego y explicar que había decidido dar vuelta a una nueva página y que lavar la
ropa había, de hecho, estado en su agenda. Primero, había decidido arreglar el
chiquero (Buster tenía no tenía nada que ver con él… pero no quería pensar en su
otro pequeño problema ─o más bien problemas, en plural─ en este momento, el
cual era probablemente una de las razones principales por las que Gert estaba tan
tensa). Él le daría lo que ella quería. Sería un marido modelo. Decidió darle a su
esposa algo de espacio por ahora, dar un paseo y recoger algunos víveres. Él iba a
arreglar este matrimonio, incluso si Gert se había dado por vencida.
Se puso una gorra, su abrigo, unos guantes y salió por la puerta, recibiendo la luz
del sol en la cara. Era un hermoso día de invierno. Anduvo por el parque,
admirando las siluetas de las ramas de los árboles deshojados, hasta que su
hermana Freya apareció en sus pensamientos. ¿Qué estaría haciendo ahora? Casi
podía sentirla. Era una sensación tranquilizadora, como un segundo latido del
corazón en su pecho.
En la tienda, compró detergente, toallas de papel, esponjas y tres productos de
limpieza diferentes, uno que era púrpura y tenía un extraño nombre español,
Fabuloso. La linda cajera bateó sus gruesas pestañas negras a Freddie. Mientras
guardaba los productos, le guiñó un ojo a la chica. En respuesta, ella se lamió los
labios. Incluso si Gert pensaba que él era patético, era bueno saber que todavía
tenía su atractivo.
Se detuvo en lo que parecía ser un pequeño hueco en la pared. La ventana decía
TIENDA DE ALIMENTOS. El lugar era atendido por un chef que hacía deliciosos
platos que Gert amaba. Freddie eligió berenjena a la parmesana, ensalada de queso
y remolacha, quinua con lentejas y judías verdes en aceite de oliva y ajo. Habían
estado comiendo tanta comida chatarra últimamente ─tal vez esa era la causa de su
mal humor. Demasiadas patatas fritas y batidos. Demasiados bastones de mozarela
fritos. ¿Acaso su madre no decía siempre que comer bien significaba sentirse bien?
Lo último en su lista de recados fue comprar un pequeño pastel de chocolate, una
botella de cabernet y un ramo de lirios. Las flores le recordaban a Gert en días
mejores. De repente, se sintió terrible. Se sintió Fabuloso. La velada iba a ser
perfecta. Iba a recuperar a Gert. Era ridículo que su relación hubiese llegado a este
punto tan rápido. Sus votos pudieron haber sido intercambiados a punta de pistola
después de haber arruinado la oportunidad de estar con su hermanastra Hilly
(Brunilda, a quien Fryr había amado desde tiempos inmortales, pero nunca pudo
tener), pero él sí amaba a Gert. Incluso estaba siendo monógamo por primera vez.
Justo ahora acababa de tirar el recibo con el número de la cajera en él.
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Cuando regresó al apartamento, parecía como si su esposa hubiese tenido la misma
idea de reponer las cosas. Una idea mejor, incluso.
“Lo siento mucho, Freddie, he sido una perra últimamente. Después de que te
fuiste, limpié todo. Me siento como una cretina,” dijo Gert mientras le saludaba en
la puerta con una bata blanca satinada.
“Yo he sido el cretino,” dijo Freddie.
“Los dos lo hemos sido… es sólo que tener a los due…” dijo ella, pero Freddie no
quería que se lo recordara, así que llevó un dedo a sus labios para callarla. Le
mostró lo que había comprado, pensado que podrían tener un picnic bajo el techo.
“¡Oh, Freddie!” jadeó Gert. Lo acercó para darle un beso, presionando su cuerpo
contra el suyo.
Freddie se endureció instantáneamente otra vez, deseando estar dentro de su
sensual y malhumorada esposa, ansioso por hacerle dulcemente el amor. La fuerza
de sus labios los hizo caer sobre el sofá, acariciándose, tirando de sus prendas,
empujándose el uno contra el otro, jadeando con la respiración pesada.
La bata de Gert había caído al suelo en este punto, y no podían sacar a Freddie de
su ropa lo suficientemente rápido. Ella le quitó la camiseta. Freddie se inclinó para
quitarse los zapatos, mientras ella se aferraba impacientemente a su cinturón de
cuero para desatar la gran hebilla de latón.
Uno de los Chuck Taylor de Freddie golpeó una pared, mientras que el otro voló en
el aire sobre la parte posterior del sofá.
“¡Lo tengo!” sonó una voz ronca, y el sonido de una zapatilla atrapada en el aire.
“¡Ergggggh!” dijo Freddie, medio desnudo, cogiendo la bata del suelo para
entregársela a Gert.
“¿Están aquí?” dijo ella, sentándose y poniéndose la bata. “¡Creí que habías dicho
que estarían esquiando!”
“Se suponía que estuvieran haciéndolo,” dijo Freddie, mirando a Sven, que sostenía
la zapatilla, mientras los otros duendecillos entraban en el apartamento, cargando
esquís, tablas de snowboard, raquetas de nieve y lo que parecían los mangos de una
moto de nieve. Freddie sacudió la cabeza.
Sven, cuyo cabello era ahora turquesa, se veían tan desaliñado como siempre lo
había hecho, con los cigarrillos escondidos en la manga de su camiseta, en la que
aparecía la parca sosteniendo una guadaña rodeado de cachorritos lindos y un
pingüino con una corbata. Val llevaba un mohicano puntiagudo pintado de carmesí
y las mejillas coloradas por llevar cinco pares de esquís sobre su cuerpo. Irdick, de
rostro redondo con el pelo platino pálido, grito: “¡Oh, mamá, papá, estamos en
casa!”
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Las chicas ─Kelda, de pelo rubio con gafas de sol en forma de corazón y Nyph, de
piel oliva oscura con gafas en forma de estrella─ comenzaron a reír. “¡Sí, um, hola!”
dijeron al unísono.
“¡Ups! Creo que hemos interrumpido algo.” Kelda miró por encima de sus lentes en
forma de corazón a Gert, quien estaba atando el cinturón de su bata corta. Luego
miró a Freddie, todavía descamisado, con el pelo desarreglado.
Gert sacudió la cabeza, pero a los duendecillos no pareció importarles.
“¡Sí que lo hicimos!” bromeó Nyph. Los duendecillos no tenían edades y eran
inmortales, pero tenían un aire infantil, como un grupo de preadolescentes
ruidosos.
“¡Asqueroso!” dijo Sven.
“¡Lo siento!” dijo Kelda, riendo aún más.
“¿Qué están haciendo aquí?” preguntó Freddie, descontento. “¡Prometieron ir de
esquí! ¡¿Qué rayos?!”
Gert estaba enfurecida. “¡Les presté mi coche, por el amor de Dios! ¿Acaso Freddie
y yo no podemos tener el lugar para nosotros dos por una vez?”
“Sí, respecto al coche…” dijo Irdick.
“¡No!” dijo Freddie, sabiendo lo que vendría a continuación. “¡No lo hicieron!”
“Sí, lo hicimos,” dijo Sven.
“To-to-to-totalmente,” dijo Val.
Gert gritó, un grito que duró un buen rato, terminando en una sola nota aguda que
hizo que todos se cubrieran los oídos.
Los duendecillos, quienes habían sido los pupilos de Ingrid, de alguna manera se
habían convertido en la responsabilidad de Freddie. No estaba seguro de cómo
había ocurrido. Algo que ver con Ingrid teniendo que concentrarse en su
investigación, y pronto ya estaban bajo sus pies. Desde que se mudaron hace unas
semanas, su matrimonio se había deteriorado. Se suponía que los duendecillos
estarían lejos durante todo el fin de semana, dándoles finalmente un poco de paz.
Pero aquí estaban otra vez. Era toda una pesadilla.
Los ladrones talentosos que habían metido a Killian en problemas en primer lugar,
habían sido los encargados de robar el tridente a quienquiera que lo hubiera toma
(juraron que no recordaban quién les había asignado la tarea de robárselo a
Freddie originalmente), pero después de unos días en el camino de ladrillos
amarillos, afirmaron haber “perdido el olor.” Estaban esperando para iniciar la
búsqueda otra vez. Nadie sabía cuándo sería. Eran inútiles, unos vagos totales, sin
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mencionar los líos que hacían y que nunca levantaban un dedo para limpiar. Todo
lo que ellos querían, como Sven lo había dicho, era tener “pura diversión.”
Y ahora habían destrozado el Jaguar antiguo de Gert, la única cosa que el señor
Liman le había dado a su hija adoptiva.
Freddie los miró con resignación y suspiró mientras cogía el teléfono para llamar a
la compañía de seguros.
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Capítulo X
La Chica Más Importante En Su Vida
Esa misma mañana, una nota había sido dejada en la mesa de la cocina dirigida a
Ingrid. “Iremos en busca del tío Art en Ohio. Con amor, Mamá y Papá.” Ya era
sábado por la noche, alrededor de las seis de la tarde.
Cuando Ingrid llamó a Joanna más temprano ese mismo día, su madre había
sonado un tanto apurada. ¿Qué podría haber sido tan urgente como para que sus
padres viajaran de prisa por carretera? Esos dos se comportaban como
adolescentes delincuenciales marchándose en un viaje espontáneo. Ingrid deseó
que su madre le hubiera dicho de que se trataba, pero decidió no preocuparse por el
momento. Sus padres podrían cuidar de sí mismos. Además, ella tenía algo mucho
más apremiante en su mente.
Matt estaba en camino. Habían hecho planes especiales para esta noche y esperaba
que todo saliera bien, sin ninguna rareza, incomodidad o torpeza. Era su manera de
compensarlo por no haber estado disponible últimamente.
Desde que Ingrid había regresado al pequeño pueblo costero para estar más cerca
de su familia después de haber vivido años en el extranjero y trabajado en varias
universidades estadounidenses, había estado viviendo en la habitación de arriba,
junto a la de Freya, en la antigua casa colonial de su madre. Pasaba tantas horas en
la biblioteca que no tenía tiempo de buscar un apartamento propio. Además, se
sentía cómoda estando aquí, con su madre y su hermana haciéndole compañía, y
durante un tiempo, había sido placentero tener a toda la familia junta de nuevo,
con Freddie de vuelta y también su padre, Norman, siendo bienvenidos en su vieja
hacienda. Pero como dice el dicho, las cosas buenas no duran para siempre.
Sin embargo, esta noche tenía la casa para sí misma, troncos ardiendo en la
chimenea y velas perfumadas encendidas. Había preparado la cena y había puesto
la mesa en el comedor. ¿Tal vez debería encender unas cuantas luces? Sería lo
mejor, ¿no? Decidió atenuar las que estaban en el comedor, en adición a la luz de
las velas, para que pudieran verse las caras mientras comían. Se dirigió al piso de
arriba, cruzándose con su grifo, Oscar, que se encontraba reposando en el pasillo,
con su cola de león enrollando su tobillo.
“Oh, no, esto no puede ser, querido, tienes que estar fuera de vista esta noche. Eres
demasiado atemorizante, aunque seas solo un gatito.” Lo agarró por su piel
emplumada y lo llevó al viejo refugio de los duendecillos en el ático. “Lo siento,”
dijo con tristeza, cerrando la puerta. “Esta noche no. En otra ocasión, tal vez.”
Sí, es cierto que las brujas poseen familiares, pero ciertamente no los
amamantaban. ¡Por los dioses! Pensó Ingrid. Qué repugnante. En serio que tenían
ideas erróneas en Salem.
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Bajó de nuevo las escaleras y entró al cuarto de baño. “Caramba,” dijo,
vislumbrándose en el espejo. Llevaba el cabello suelo, como a Matt le gustaba, pero
parecía un espanto ─una bruja, de hecho. Pasó un cepillo a lo largo de su pelo,
luego lo roció con algún producto que Freya le había recomendado para que se
viera suave y brillante. Ingrid sonrió ante su reflejo. Había un rubor rosado en sus
mejillas, sus ojos grisáceos centelleaban, pero sus labios se veían pálidos. Encontró
un lápiz de labios color rojo-baya, pero cuando se lo puso, parecía demasiado
escarlata.
Se secó los labios y luego los retocó con un poco de brillo. “¡Así está mejor!” No se
veía tan mal, pensó ─ni demasiado pálida, ni lerda, ni sosa.
El timbre de la puerta sonó y entró en pánico, soltando la botella de perfume y
dejándola caer en el fregadero. La puso de nuevo en el mostrador, optando por no
utilizarla. Era demasiado intenso.
Todo tenía que ser perfecto esta noche.
¡Esta noche era la noche!
Abajo, en el vestíbulo delantero, respiró hondo. Se enderezó y abrió la puerta.
Matt Noble estaba parado en la entrada con una sonrisa tímida. “¡Hola!”
Ingrid sintió un cosquilleo al verlo.
Luego se volvió hacia la niña que estaba a su lado. “¡Maggie! ¿Cómo estás? Me
alegra finalmente poder conocerte… ¡Tu padre me ha hablado mucho de ti!”
“Igualmente,” dijo Maggie, dando a Ingrid un apretón de manos
sorprendentemente firme para una niña de doce años. Maggie miró
descaradamente a Ingrid, con sus grandes y brillantes ojos marrones. Era tan
bonita. Hermosa, sería la palabra correcta, su piel era de un tono oliva y se veía más
exótica que el pecoso irlandés, Matt. “¡Qué lindo vestido!” dijo Maggie. “¿Es
vintage? ¡Y tienes un hermoso cabello!”
“Lo mismo podría decir de ti.” La niña era encantadora. “Siempre quise ser
morena,” dijo Ingrid.
“Dicen por ahí que las rubias son más divertidas.”
“¡Uno pensaría eso!”
“Um, estoy aquí,” dijo Matt.
“¡Oh, por supuesto!” reafirmó Ingrid.
“Pero por favor, no quiero interrumpir su conversación,” dijo sonriendo.
Maggie carcajeó.
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“Adelante,” dijo Ingrid, y una vez que Maggie entró por la puerta de la casa, Matt y
ella aprovecharon el momento para intercambiar un beso.
Su mejilla se acercó a la suya, acariciándola tiernamente, y ella sintió su aliento en
su oído, lo cual la hizo derretir. “La tienes en tu bolsillo,” le susurró.
“Eso espero, estoy nerviosa,” respondió. “¡Te he echado de menos!” dijo
suavemente.
“¡Ni que lo digas!” exclamó él.
Maggie era una niña callada y observante, pero al mismo tiempo, comprometida e
inquisitiva. Era educada, pero también confiada. Durante la cena, hizo preguntas
parecidas a las de un adulto, a veces estimulando la conversación si había alguna
pausa. La hija de Matt ayudó a relajar el ambiente, e Ingrid se sintió agradecida por
ello. Se sentía insegura respecto a su comida ─ella no era Freya en la cocina.
¿Había asado a la parrilla las vieiras? ¿Estaba la reducción de vinagre de zarzamora
demasiado agria o demasiado dulce? ¿Acaso a Maggie le gustaban las vieiras?
“De hecho, soy pescatoriana. No como carne roja,” le aseguró Matt. “De verdad. ¡Es
perfecto! Estas están jugosas y deliciosas.”
Ingrid se echó a reír, bebiendo su vino. “Entonces, ¿es una opción ideológica o por
salud ser pescatoriana?”
“Ideológica hasta cierto punto, pero también una cosa de texturas. La textura de la
carne me hace pensar en el pobre animal. También me preocupo por las langostas,
pero encanta la forma en la que saben. ¿Alguna vez has leído el ensayo de David
Foster Wallace?”
“ ‘¿Hablemos de langostas?’ ” preguntó Ingrid.
Maggie asintió, batiendo las pestañas. Matt le guiño alentadoramente un ojo a
Ingrid. Había anotado puntos con su hija. “Te hace pensar. Es una pena el suicidio
del auto. Papá dice que era un genio, pero odiaba todas sus notas a pie de página.”
Ella se rió. Era una niña precoz, pensó Ingrid. “Papá dice que estás haciendo
algunas investigaciones sobre Salem? ¿La caza de brujas y los juicios?”
Ingrid quedó un poco desconcertada y miró a Matt en busca de alivio. No estaba
segura de cuánto sabía joven acerca de su historial.
“Maggie siempre ha estado fascinada por lo macabro, ¿no es así, pequeña? Pensé
en contarle un poco sobre tu trabajo… como archivista y erudita de la historia.”
Matt tosió.
“He estado investigando un poco ─tratando de ver si puedo averiguar cuál fue la
chispa─ lo que empezó todo.”
“Fueron las chicas, ¿no?” preguntó Maggie. “Niñas de mi edad.”
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Ingrid asintió con la cabeza. “¿Estás familiarizada con la historia?”
“Un poco. Sé que empezó con las chicas teniendo ataques extraños.”
“Sí, Betty y Abigail. Fue en la casa parroquial, la casa del Reverendo Samuel Parris,
el padre de Betty y el tío de Abigail, donde empezaron a tener esas extrañas
convulsiones. Cuando no se detuvieron, comenzaron a circular rumores de que las
chicas estaban embrujadas. Las cosas cambiaron para mal cuando una de sus
vecinas, Mary Sibley, decidió tomar el asunto en sus manos, pidiéndole a los
esclavos caribeños de Parris, Tituba, y a su marido, John Indian, que cocinaran un
pastel de bruja.”
“¿Qué es eso?” preguntó Maggie, con los ojos llenos de asombro. Había dejado su
plato de lado para inclinarse hacia Ingrid.
Ingrid miró a Matt. Sonrió incómoda. “No sé si deba… No es particularmente
apetitoso.”
“Adelante, ella puede soportarlo.”
Un pastel de bruja, explicó Ingrid, iba a ser usado como contrahechizo. Era para ser
horneado con la orina de Betty y Abby, luego se le daría de comer al perro de
Parris. Si el perro comenzaba a tener ataques, demostraría que había magia oscura
en juego. O el animal también podría correr hacia la bruja responsable de los
ataques de las niñas, señalando así al culpable.
“¿Y qué pasó?” preguntó Maggie sin aliento. “¿Qué hizo el perro?”
Ingrid sacudió la cabeza. “El señor Parris encontró el pastel mientras se refrescaba,
antes de que fuera dado como alimento al perro. Golpeó a Tituba hasta más no
poder y reprendió a la pobre Mary Sibley en la iglesia ante todos los feligreses,
afirmando que, con las acciones de Mary, “el diablo había surgido entre nosotros.”
“¡Caray!” comentó Maggie, y Matt se rió ante tal expresión.
“La posición de Parris en la aldea era tenue, y no era un hombre muy querido. Creo
que pudo haber temido que sus niñas pronto hubiesen sido acusadas de ser brujas.
Si eso sucedía, podría perder su trabajo, su hogar, todo. Así que hizo lo que pudo
para desviar la atención de sus hijas y de sí mismo. Pero con las palabras que dijo a
sus feligreses, en cierto sentido, el diablo se había elevado. En ese punto, otras
chicas en la aldea comenzaron a tener ataques, también. La histeria se propagó
como un contagio. Pero ahora Parris necesitaba un culpable, alguien que recibiera
toda la culpa. Acosó a Betty y a Abby para que le dijeran quien las había
embrujado.”
“¿Y lo dijeron?”
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Ingrid miró sus manos. Ella había vivido la historia que estaba contando, sabía
cómo terminaba. “Por desgracia, sí. Muchas personas fueron encarceladas y
ahorcadas.”
Maggie se estremeció. “¿Crees que algo de eso fuera real? ¿Crees que las chicas
pudieron haber sido… embrujadas de alguna forma?”
Antes de que Ingrid pudiera responder, Matt se aclaró la garganta. “Hablando de
pastel de bruja, me ha entrado un terrible anhelo de postre. ¿Preparaste algo,
Ingrid?”
Ingrid sonrió ante la pequeña broma de Matt.
“Pero, Papá, Ingrid no ha respondido a mi pregunta,” advirtió Maggie.
Ingrid sugirió que fueran a la cocina a buscar helado, fresas y crema batida antes de
responderle a Maggie. Colocó un cuenco frente a cada uno y tomó un bocado antes
de abordar el asunto. “¿Que si creo que los ataques de las chicas fueron reales? No,
por supuesto que no. Estaban fingiendo. En mi opinión, probablemente empezó
como una broma que se salió de control y las chicas no pudieron retractarse de sus
declaraciones porque de hacerlo también habrían sido castigadas. En el momento
en que sí desmintieron sus palabras, ya había sido demasiado tarde. Muchas de las
victimas ya habían perecido. Los acusados restantes fueron eventualmente puestos
en libertad, pero todavía tenían que pagar los honorarios del carcelero.”
“¡Ah! ¡Eso es horrible!” Maggie cuchareó el helado derretido en el fondo de su
tazón, luego se lo llevó a la cara y lo tragó todo. Intentó esconder un bostezo.
Estaba cansada. “Me pregunto qué les dio la idea de hacer tal cosa.”
Ingrid se había estado preguntando a sí misma lo mismo y se había encontrado
recientemente con un documento que resultó bastante revelador: un folleto
publicado en 1689 por un obscuro clérigo de Boston, un ministro llamado
Continence Hooker. Un Ensayo Sobre las Notables Ocurrencias Ilustres, e
Invisibles, Relacionadas a Embrujos y Posesiones. Pero estarían aquí sentados toda
la noche si sacaba a flote ese tema, y en ese punto, sabía que Maggie no estaría
adversa a la idea. Ella no podría hacerle eso al pobre Matt.
“Es difícil creer que unas niñas pudieran causar tantos problemas, dijo Maggie.
“No es tan difícil,” dijo Matt, con una sonrisa.
Ingrid asintió. Las niñas habían hecho esto. Niñas pequeñas, adolescentes,
inocentes de las consecuencias de sus acciones. Era difícil creer que hubieran
deseado causar tanto dolor, tanto mal. ¿Pudieron haber sido manipuladas de
alguna forma? ¿Usadas? Se preguntaba si…
“Bueno, ya es tarde, y parece que estamos cansados,” dijo ella. “¡Te he dado una
buena lectura! ¿Quizá en otra ocasión podamos hablar más sobre eso?”
57
Maggie asintió mientras intentaba sacar una última cucharada de su cuenco.
Matt inclinó la cabeza. “Bien, será mejor que me lleve a esta a su cama.”
Maggie miró a su padre, frunciendo la frente. “¡No estoy cansada!”
Matt se echó a reír. “Claro que no, Tortolita.”
“¿Tortolita?” preguntó Ingrid.
“¿Tórtola? Hay un libro de niños que trata sobre una que no quiere dormir,”
explicó Maggie.
“Solía ser su favorito.”
“Papá todavía piensa que tengo tres años,” dijo Maggie, torciendo los ojos. “Bien,
vamos. Pero primero, Ingrid, ¿dónde está el baño?” preguntó.
Ingrid le dijo y cuando se volvió hacia Matt tuvo un nuevo aprecio por él. Era un
buen padre, devoto, amoroso. Tuvo el impulso de inclinarse sobre la mesa y besar
las pecas en su nariz. Parecía que él tuvo la misma idea, ya que puso las manos en
su cara y la besó suavemente.
Después de apartarse, se miraron a los ojos, con los codos apoyados sobre la mesa
de la cocina. “¿Lo hice bien esta noche?” preguntó Ingrid.
“Mejor que bien. ¡Está encantada contigo! Como te dije que pasaría.”
Ingrid sonrió. Siempre había querido tener una hija, y tuvo que recordarse a sí
misma que Maggie ya tenía una madre.
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Capítulo XI
De Dioses y Hombres
Para el domingo, Joanna y Norman habían recorrido la mayor parte de
Pensilvania, pero no lo suficiente como para llegar hasta la frontera de Ohio, así
que tuvieron que detenerse para pasar la noche en el Happy Hunting Lodge, un
motel con servicio al cuarto, justo en medio de los bosques nevados. El edificio de
dos plantas de ladrillo y madera saltbox parecía deteriorado en el exterior, pero por
dentro era limpio y acogedor.
Las paredes de la suite “Felizmente Recién Casados” ─ ¿podría ser más cursi? ─
eran de un amarillo limón, decoradas con pequeñas fotografías en sepia de
hombres y mujeres robustos con los ojos entrecerrados en marcos ovalados y
cuadrados. Había una pesada cama de madera antigua tendida con sábanas de
algodón blanco en relieve. En el cuarto de baño, arrinconado bajo el techo
triangular, estaba un pequeño lavabo cuyos accesorios de bronce resplandecían, al
igual que lo hacía la inmaculada bañera de patas blancas. Joanna la encontró
celestial, perfecta para hundirse en ella y lavar el polvo de la carretera. Después de
un largo remojo, se envolvió en una de las batas de felpa que ofrecía el motel.
En el dormitorio, se puso de pie frente al tocador, con su pelo plateado y mojado a
un lado sobre un hombro, y alineó los medicamentos nocturnos de Norman, extrajo
una píldora de cada contenedor─ presión arterial alta, colesterol, y muchas más. En
total, tenía cuatro pastillas distintas que tomar. Ser inmortales no los hacía
impermeables a las dolencias que venían con envejecer, y últimamente, se habían
estado sintiendo especialmente vulnerables con su magia desvaneciéndose.
Ella miró por la ventana hacia la oscuridad de los bosques, donde un débil
riachuelo atravesaba los árboles. Un búho sonó entre las hojas. Norman yacía en la
cama con una expresión abstraída, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza.
“¿Recuerdas la primera vez que fuimos al Bofrir?” preguntó Joanna, mientras se
sentaba en el lado de la cama, ofreciéndole un vaso de agua y las píldoras en la
palma de su mano. Todo lo que estaba ocurriendo ahora había ocurrido por aquel
entonces, en Asgard, cuando el puente todavía estaba en pie. Ellos eran Nord y
Skadi, dioses del mar y de la tierra, allá cuando el universo había comenzado,
cuando los nueve mundos eran uno solo, e incluso su amor era un descubrimiento
naciente. Habían caminado por el Bofrir, ese camino arco iris forjado de hueso de
dragón, el recipiente que entrelazaba los poderes de todos los dioses dentro de él,
conectando a Asgard con Midgard.
“¿Lo recuerdas?” repitió.
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Norman se sentó y tomó las píldoras en silencio. Colocó el vaso en la mesita junto a
su teléfono. “Mi cuerpo puede que esté débil, mi magia desvanecida, pero aún no
soy senil, Jo.” Se acostó nuevamente y respiró hondo. “Lo recuerdo, miramos a
través de ese gran abismo, preguntándonos como era al otro lado.”
“Y ahora estamos atascados aquí, incapaces de regresar,” dijo ella.
“¿Acaso lo harías? ¿Volver allá?” preguntó Norman. “Me refiero a si lo harías ahora,
¿habiendo vivido en Midgard? ¿Lo harías de todas formas?”
La última fue una pregunta desafiante. La destrucción del puente había puesto en
peligro sus vidas, tanto la de los dioses como la de los mortales. Por paradójico que
fuera, ella no cambiaría su experiencia en Midgard por nada. “Me encanta estar
aquí,” concluyó.
“Sí,” dijo Norman. “Este es nuestro hogar ahora.”
“¿Pero por qué sucedió? ¿Y qué sucedió exactamente ese día? Todavía no lo
sabemos.” Joanna suspiró, frustrada. El puente había sido destruido y ahora Killian
Gardiner ─El dios Balder─ había sido acusado como el responsable y capturado por
las Valquirias. Pero si alguien creía que Killian estaba realmente detrás de ese
asunto, es que era una persona realmente ingenua.
“Pues,” dijo él. “sabemos que Freddie estuvo allí, ya que su tridente destruyó el
puente y fue encontrado en sus ruinas, y que Killian fue un testigo. Killian intentó
cambiar la línea de tiempo para traer el puente de vuelta, pero no pudo. También
trató de mantener a Loki allí, pero por supuesto éste escapó. Aunque, ni Freddie ni
Killian vieron lo que realmente ocurrió. O no lo recuerdan. O sus recuerdos fueron
manipulados.
“Es Loki, siempre ha sido Loki,” dijo Joanna. Desde el principio sus sospechas
siempre fueron directo hacia Bran Gardiner, mejor conocido como Loki. Freya
sabía que él había escapado de North Hampton, pero ¿dónde estaba ahora? El dios
oscuro de la travesura tenía una vendetta contra Freya y su familia. Loki había sido
enviado a las gélidas profundidades por su parte en la destrucción del puente, y
Joanna estaba segura de que estaba detrás de la desaparición de Freya también.
Ella miró a Norman, con sus ojos azules brillando en la habitación débilmente
iluminada.
Su marido asintió. “Parece que los poderes de Loki prevalecieron y puede viajar a
través de los pasajes del tiempo a su antojo. Pero nadie lo vio destruir el puente, así
que nadie sabe realmente lo que sucedió.
“Pero tuvo que ser Loki. Sus poderes incrementaron, se puede mover entre los
mundos; tiene que ser él.”
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“No necesariamente,” respondió Norman.
“¿Tienes una teoría alterna?”
“Puede que la tenga.”
“¿Quieres compartirla?”
“Todavía no,” dijo Norman, y estaba claro que había estado pensando en eso desde
hace mucho tiempo, cuando habían sido jóvenes y enamorados. Oh, los
pretendientes que había tenido en ese entonces. Joanna sonrió para sí misma. Ella
pudo haber tenido al dios más poderoso del universo, pero sólo quiso a Norm.
Se quedaron en silencio. El búho que estaba afuera de su ventana se había calmado
también, y los únicos sonidos eran el viento a través del bosque y el viejo motel
crujiendo sobre sus cimientos de piedra. El celular de Norman sonó, y ambos
brincaron.
Norman miró el identificador de llamadas. “¡Es Art!”
“Oh, gracias a los dioses,” dijo Joanna.
Era extraño oír la voz de su hermana, la cual sonaba grave y cansada. “¡Art! ¿Cómo
estás? ¡Suena como si estuvieras viviendo en una cueva!”
Joanna pudo escuchar la respuesta desanimada de Arthur, pero no pudo distinguir
las palabras. Miró a Norman con curiosidad, incitándolo a que le dijera algo.
“¡Ah!” Norman se volvió hacia Joanna. “Muy bien, ¿qué sabes?... Se está
escondiendo en una cueva en Ohio.” Le señaló a Joanna para que agarrara la pluma
y el papel del escritorio de la suite, cuando los trajo, anotó las instrucciones que le
dio su hermano.
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Capítulo XII
Salón de los Rechazados
La sala de estar de Gert y Freddie estaba llena de humo de cigarrillo que se
arremolinaba hasta lo más alto del techo. Alguien había traído un pequeño
reproductor de discos antiguo que sonaba Blue Train de John Coltrane en el fondo,
un blues suave y melancólico.
Los amigos de Gert de la escuela habían apodado estos encuentros ahumados bajo
la luz de las velas su Salon de Refusés. Era francés para “Salón de los Rechazados,”
y usualmente su término se refería a una galería que exhibía el arte rechazado por
la corriente principal, pero en este caso, eran estos chicos quienes se veían a sí
mismos como las obras maestras no aceptadas. Estaban acostados en el
apartamento, comiendo aceitunas, galletas y queso, bebiendo vino tinto, fumando
cigarrillos lánguidamente. Todos venían de familias adineradas, pero les gustaba
aparentar un aire empobrecido. Hablando de Sartre, Camus, Nietzsche,
Kierkegaard y Heidegger, se creían increíblemente cultos y sofisticados.
Sam, con un fino bigote y una pequeña perilla bajo el labio, estaba tendido de lado
en una silla puff, viendo todo desde detrás de sus gafas Ray-Ban. Junto a él, con las
cruzadas, estaba sentada la hermana de Gert, también conocida como Cisne: larga,
pálida, delgada bordando en anoréxica. Ella se había vuelto parte del grupo desde
que comenzó a salir con Sam, a quien había conocido en una fiesta en el campus a
la que Gert la había invitado el semestre pasado. Ella no decía mucho, pero
encajaba bien. Había otra pareja, un joven con una barba escamosa y una mujer de
cabello corto y de labios rojos brillantes, cuyos nombres Freddie no recordaba.
Freddie pensó que el pretencioso grupo era casi inofensivo, aunque la peor de todos
ellos era Judith, una graduada de filosofía que lucía un corte bob negro con flecos
dispares por encima de su ancha frente. La voz que emanaba de sus labios
carmesíes era fría y burlona, especialmente cuando se dirigía a Freddie.
Judith tomó una bocanada de su cigarrillo y exhaló lentamente. “Dime, Fred,
cuando hablamos de la existencia anterior a la esencia, ¿exactamente que
significado encuentras en ser un bombero?” Ella tenía un acento no identificable, el
cual Freddie sospechó provenía de Falsalandia. “¿Ayuda a calmar el marasmo?
¿Traer algún significado a una existencia sin sentido y absurda? ¿O es simplemente
que estás cumpliendo una pequeña fantasía de la infancia?”
Los chicos en la habitación se rieron.
Freddie estaba bastante molesto. Normalmente, sus puyas lo divertían, pero esta
vez no lo iba a aguantar. “Pues, Judy,” dijo él, tomándose la libertad con su
nombre, igual que lo hizo ella con el suyo. “¿Te enorgulleces de ser una feminista y,
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sin embargo, dices, «bombero» en lugar de un término más moderno y no
especifico en cuanto al género, como, no lo sé… matafuegos?”
“¡Ooh!” dijeron todos en la habitación, impresionados.
“¡Touché!” dijo Judith. “Pero aún no has respondido a mi pregunta.”
Aunque ella sólo estaba tratando de impresionar a todos en la habitación, a Freddie
le pareció estúpida su pregunta. Realmente no merecía una respuesta, pero si
insistía en presionarlo, él iba a contestar. “Ser un bombero es probablemente lo
más significativo que pueda ser, Judy. Salvo vidas.”
“¡Ajá!” dijo Judith. “¡Vidas que tal vez no necesitan o quieren ser salvadas!”
Freddie no podía creer lo que estaba oyendo.
“Esa es la cuestión,” dijo Sam. “En el rostro abrumador de lo absurdo, sólo hay una
pregunta importante que debemos hacernos a nosotros mismos…”
“Vivir o Morir,” completó Cassandra. Sam se inclinó y la besó ─su pequeña buena
pupila.
Gert, quien estaba sentada en el sofá, tosió. “Esto se está volviendo mórbido.”
Finalmente, pensó Freddie, su esposa había decidido que había tenido suficiente de
sus tonterías. “Sí, eso es completamente estúpido,” agregó. “Si estás en una casa en
llamas, todo lo que quieres es salir vivo. El impulso de vivir lo procede todo.” Se rió.
“Todos estos conceptos intelectuales vacíos, teóricos, especulativos. No tienen nada
que ver con la vida real. Luchar contra el fuego vida.” Había dicho algo inteligente y
significativo. Podía ponerse a la par con estos chicos universitarios, aunque
actuaran como si estuviera debajo de ellos. Miró a Gert para que aprobara sus
palabras, pero ella sólo puso los ojos en blancos.
“Mis amigos no son imbéciles,” le reprendió.
Él no había dicho eso, y no podía creer que Gert no estuviera de su lado.
“No, no lo somos,” dijo Judith, sonriendo de un modo que indicaba que estaba a
punto de informarles nuevamente la puntuación de sus exámenes ─o blandir el
nombre de su universidad como un puñal, como si a Freddie le importara un
comino. “Y por qué…”
“¿Por que qué?” ¿Qué veía Gert en esta gente? Justo en ese momento, vio a Kelda y
a Nyph asomando la cabeza fuera de su dormitorio. Gert les había pedido que se
mantuvieran apartados durante la velada. Le murmuraron algo a Freddie, pero él
no pudo entenderlas. “Discúlpenme,” dijo, y salió de la habitación.
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“¿Aún no se ha librado de sus amiguitos?” preguntó Judith a Gert, mientras
Freddie se hacía paso hasta la habitación de los duendecillos. Todavía podía
escuchar como envenenaba la mente de su esposa, susurrando en voz alta algo
acerca de un hombre adulto pasando el rato con adolescente y cómo eso era raro, y
cuan preocupada estaba por Gert.
Val estaba rasgando las cuerdas de una guitarra eléctrica que no estaba enchufada.
Quién sabe cómo y dónde la habrá conseguido. Sven yacía en la parte superior de
una litera, leyendo Adiós, Muñeca, de Raymond Chandler, mientras que Irdick
estaba tomando una sienta en la litera inferior.
“¿Qué?” preguntó Freddie a Kelda y a Nyph, que estaban aferradas a su camiseta.
“Odiamos a Judith. ¡La odiamos!” dijo Nyph.
“Sí,” dijo Kelda. “Es horrible. Debe llevarse su merecido.”
“Es la amiga de Gert,” dijo Freddie. “Se los advierto, chicos, dejénla en paz.”
“¿Pero, por qué es tan mala contigo?” preguntó Nyph. “Tú eres el mejor.”
“Ella lo quiere,” dijo Irdick, dándose la vuelta en la cama.
“¡Obvio!” agregó Sven.
“¿Quién no quiere a Freddie?” dijo Val, deslizando sus dedos por el cuello de su
guitarra.
Freddie se encogió de hombros, repentinamente exhausto. Decidió acostarse en su
habitación. No había dormido mucho anoche. Hubo un incendió particularmente
desagradable: una casa en los suburbios se había quemado hasta los cimientos, y
habían rescatado a un bebé y a una niña de tres años. Los padres no se encontraron
en ninguna parte. La policía sospechó que había sido intencionado.
Se acostó en su cama, escuchando la charla vacía que tenía lugar en la sala de estar
y rápidamente se durmió. Se despertó de un susto, por un sueño en el que había
sido engullido por llamas que le obedecían como solían hacerlo.
Gert apareció y se puso a su lado, sacudiéndolo por los hombros. “¿Dónde está
Judith?” preguntó.
Freddie parpadeó los ojos. Le tomó algo de tiempo poder orientarse. “No lo sé.
¿Contigo? Acabo de entrar al cuarto a dormir.”
“Todo el mundo se está yendo, pero Judith desapareció. Creí que había ido al
baño.”
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Freddie acercó una mano a la mejilla de Gert y la acarició. “Probablemente se fue
sin decírtelo.”
Gert se alejó, reprendiendo su caricia. “Iré a despedirme.”
Freddie la vio irse. Escuchó a su esposa despedir a sus amigos y luego entrar al
baño. No oyó ni pio por parte de los duendecillos. Debieron haberse ido a dormir o
a realizar sus aventuras nocturnas. Tal vez había esperanza para él y Gert de tener
algo de acción esta noche.
Gert regresó al dormitorio. Freddie se sentó a verla desvestirse. Se quitó los
vaqueros y luego su camiseta de rayas azules, su cabello rubio cayó sobre sus
hombros. Estando sólo con su ropa interior, su espalda se veía larga y musculosa.
Tenía pequeñas depresiones en la base de su espina dorsal, hoyuelos por encima de
cada nalga, lo cual le parecía muy sensual. Se puso una vieja camiseta, se metió en
la cama y se apartó de él. Freddie suspiró. Se habían convertido en una pareja vieja,
silenciosa y apática.
Un ruidoso golpe provino de alguna parte dentro del apartamento, luego otro más
fuerte le procedió.
Gert se volvió hacia él. “¿Qué fue eso?”
“No lo sé,” dijo Freddie. Sonó como si hubiera salido de la terraza. Se levantó de la
cama y Gert caminó detrás de él.
Cuando apartó la cortina de las puertas corredizas de cristal que daban hacia la
terraza, ─con Gert detrás suyo─ miraron. Hay estaba Judith, amordazada con una
de las bandanas de Freddie, atada a una silla que ahora estaba apoyada contra el
cristal, de modo que su hombro y frente estaban desplomados contra él. Ella los
miraba con los ojos abiertos y frenéticos. Probablemente le había llevado algo de
tiempo empujar la silla hasta las puertas de cristal para poder tirarse contra ella y
provocar el ruido. Su cabello, que usualmente estaba bien arreglado, se veía salvaje.
Ella se sacudió, soltando un gruñido incoherente, instándolos a salir.
Gert abrió la puerta. “¡Oh, Dios mío! ¡Judith! ¿Qué pasó?” Le quitó la mordaza y
vio que Judith había sido atada a la silla con varios de los cinturones de Freddie.
“¡Esos amigos tuyos!” murmuró Judith. “¡Los pequeñitos!”
“¡Les dijiste que hicieran esto!” le acusó Gert, mientras se acercaba a él. “¿Cómo
has podido?” dijo, viéndose traicionada mientras desabrochaba los cinturones y
soltaba a su amiga. “¡Está helando aquí! ¡Podría haber muerto!”
¿Pero, acaso quería vivir? Quiso preguntar Freddie, pero se abstuvo de hacerlo.
“¡No fui yo, lo juro!” Llamó por Nyph y Kelda, pero fue inútil, ya se habían ido.
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Freddie sabía que los duendecillos sólo estaban tratando de ayudar, pero a este
ritmo sólo lo ayudarían a firmar los papeles de divorcio.
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Capítulo XIII
Detective Noble
Matt había llamado a Ingrid para invitarla a ver una película el sábado por la
noche. Estaba solo, y le había dicho que la echaba de menos, y pensó que tal vez
podría tentarla a alejarse de sus libros proponiéndole ver el clásico de Hitchcock,
Atrapa a un Ladrón.
“Iré enseguida,” dijo ella, oyéndole sonreír al otro lado de la línea.
Ingrid se encontraba encerrada en el estudio de Joanna, investigando más libros en
busca de respuestas, pero relajarse un poco. También echaba de menos a Matt.
Mamá y Papá estaban fuera buscando al tío Art ─seguramente ella podría tomarse
un descanso. A excepción de la velada que pasó con Matt y Maggie el fin de semana
pasado, había estado atareada en su búsqueda sin parar, y no habían tenido tiempo
sí ellos solos en lo que parecía ya una eternidad. ¿Qué tipo de relación era esa? Esa
no era una relación en absoluto, lo cual él se lo había estado recordando
últimamente.
Matt estaba sentado a un lado de la enorme cama, mientras que Ingrid se
encontraba sentada en el otro, sus zapatos estaban en el suelo, sus brazos rodeaban
sus rodillas, y un tazón de palomitas yacía en medio de ellos. Era como tener que
empezar de cero otra vez para romper la barrera de mutua timidez.
Matt señaló la pantalla plana que estaba frente a la cama con el control remoto.
Una breve pieza orquestal sonó, y el logo cinematográfico apareció en la pantalla,
superpuesto sobre un pico nevado. Tecnicolor. Exterior de día: la vitrina de una
agencia de viajes adornada con carteles de Francia, detrás del cristal, un modelo de
un crucero, y una réplica de la Torre Eiffel en el fondo. Coches andantes pasaban
reflejados en la ventana. La cámara hace un acercamiento al cartel: SI AMAS LA
VIDA, AMARÁS FRANCIA. Corte: una mujer grita al descubrir que sus joyas han
desaparecido.
Matt se volvió hacia Ingrid y le puso una mano en el muslo. “Tenías cautivada a la
audiencia la otra noche,” le dijo. “Maggie deja de hablar de esas niñas puritanas y lo
que hicieron.”
Ingrid sonrió. “Yo también me he obsesionado con ellas.”
“¿Y cómo la investigación? ¿Encontraste algo útil?”
“Un poco. Creo que he descubierto cómo las chicas tuvieron la idea.” Ingrid
desplegó las rodillas, tomó el mando y apagó la televisión. Matt agarró el tazón de
palomitas de maíz entre ellos y lo movió a la mesita de noche, luego se dio la vuelta,
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acercándose más a ella, tendido de lado, con la cabeza apoyada en las almohadas y
su mano todavía sobre su cuerpo.
Ingrid era bastante consciente de la sensación de su mano en su muslo, su peso y la
sensación de hormigueo que coloreaba sus mejillas. El menor contacto por su parte
hacía que todo su cuerpo se debilitara. Se sentía como si hubiese sido hace siglos
que se besaron por última vez. Cuidadosamente puso una mano en la suya mientras
le contaba sobre el documento que había encontrado en los archivos. El ensayo de
Continence Hooker.
“¿Reverendo Hooker? ¿Cómo en inglés para…?” Matt rió entre dientes. Se acercó a
ella para apoyar la parte posterior de su cabeza en su regazo.
Ingrid rió nerviosamente. Por un momento, no estuvo segura de dónde poner sus
manos. Matt había cerrado los ojos. Ella miró hacia abajo para ver su cabeza, su
frente ancha, las pecas salpicadas alrededor de su nariz, la hendidura en su
barbilla. Él era realmente guapo. “Sí, ese era realmente su nombre,” dijo, pasando
los dedos por su suave pelo rojizo. Eso era. Eso se sintió natural. ¿Por qué estaba
tan tímida? ¿Se habría dado cuenta? Parecía dormido, como un gato soñoliento.
“Continence Hooker, ¿te imaginas?”
“Mejor que Incontinente Hooker, supongo, ese sí sería un verdadero problema,”
dijo él, abriendo los ojos para mirarla mientras le contaba un poco más sobre la
atmósfera de la época.
Al parecer, a finales del siglo XVII en Nueva Inglaterra, los individuos que fueron
afectados por ataques extraños que implicaban contorsiones físicas severas y
balbuceos sin sentido no estaban completamente fuera de lo común. Casos
sensacionales de embrujamientos fueron documentados por clérigos líderes de
Boston, y estos ensayos fueron publicados como folletos que se hicieron muy
populares. Ingrid continuó hablando emocionada, “Sabes, eran como la versión
barata de los libros mejor vendidos, como los libros electrónicos auto-publicados
de hoy en día sobre la vida después de la muerte o abducciones extraterrestres o
actividad paranormal.”
Matt silbó el tema música de Los Expedientes X.
Ingrid dejó escapar una risita y luego procedió. “Lo que necesitas saber acerca de
estos ensayos es que fueron escritos con un propósito, el cual era fomentar una
creencia en lo sobrenatural. Por ejemplo, el diablo.” Continuó explicando con más
lujos y detalles lo que quiso decir.
Alrededor de esta época, en las últimas décadas del siglo XVII, las figuras de la
sociedad colonial ─tanto la iglesia como la oficina política, ambas iban de la mano─
habían llegado a temer los efectos del mercantilismo, el pensamiento científico y el
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individualismo en los viejos ideales puritanos. Creían que estos nuevos caminos
insidiosos eran perjudiciales para la moralidad. Ingrid concluyó: “Estos folletos
fueron diseñados para mostrar lo que sucedería si uno dejaba pasar al demonio del
modernismo a través de la puerta.”
Los ojos de Matt se cerraron de nuevo, y de repente, temió que todo su insípido
discurso académico pudiera haberlo puesto a dormir. Pero entonces, sus ojos se
abrieron, brillantes y alertas. “¿Estás diciendo que estas cosas fueron diseñadas
para mantener a las masas alineadas?”
Ingrid se rió. “¡Veo que atrapé a uno inteligente!”
Matt sonrió y levantó una mano para jugar con su cabello.
Ingrid no había terminado. Alguien como el Reverendo Parris; explicó, se habría
adherido a tal sistema de creencias y habría comprado este tipo de panfletos en
Boston, guardándolos junto a una Biblia en su estudio. “Y esto es lo que me dio
escalofríos cuando lo junté todo. Las descripciones de Hooker de los ataques de una
joven mujer en un hogar a las afueras de Boston eran casi idénticas a las
registradas por varios testigos de Abby y Betty. No sólo eran casi idénticas, sino
que estaban escritas palabra por palabra, acción por acción, casi la misma cosa. Las
niñas utilizaban las mismas palabras, las mismas combinaciones, frases e incluso
oraciones para describir las torturas que soportaban y los espectros y familiares
que veían, como en el relato de Hooker.
“¿Podría ser una coincidencia?” preguntó Matt.
Ingrid negó con la cabeza. “En todo caso, estas niñas carecían de originalidad.”
“Así que lo que intentas decir es que…”
“Ellas sacaron la idea de un libro. De este folleto.”
“Muy bien,” asintió Matt, luego se sentó. “Pero recuerda que estas son niñas rurales
en el Salem del siglo XVII…”
Ingrid asintió, sorprendida de que Matt hubiera visto el problema tan rápido. “Lo
sé. ¿Cómo podrían haber sacado la idea de un libro? Ellas no sabían leer. Ni
siquiera podían firmar sus nombres en los testimonios. Utilizaron una X en su
lugar. Supongo que es otra teoría que debo desechar.”
“Espera, no te rindas tan fácilmente.”
Ingrid lo miró.
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“Las chicas no podían leer… así que alguien tuvo que habérselos leído. Alguien
quería que lo supieran, o alguien no sabía lo que harían con esa información…” dijo
Matt.
Ingrid sintió un hormigueo en su piel. “Matt, podría besarte ahora mismo─ ¡por
supuesto! ¡Alguien tuvo que haberles leído el folleto! ¿Pero quién?”
Matt sonrió. “Lo averiguaremos más tarde,” dijo él. “Ahora, respecto a ese beso…”
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Capítulo XIV
Caverna En el Bosque
Joanna y Norman arribaron temprano por la tarde a la cueva. Subiendo un
sendero a través de un escarpado acantilado, había una puerta de madera en la
boca de la entrada. La encontraron sin seguro y se abrió con un chirrido cuando
pusieron sus pies dentro.
Esta no era una cueva común. Las paredes estaban hechas de la misma piedra
negra escarpada del acantilado, pero no era lo que Joanna había imaginado cuando
escuchó la palabra cueva. Había suelos de linóleo, una cocina en la parte trasera y
un sofá y estantería en el frente. Para su consternación, el lugar había sido
saqueado ─había papeles esparcidos por todas partes, una computadora tirada en
el suelo, almohadas cortadas, y su edredón esparcido por todas partes. La nevera y
la estufa habían quedado abiertas. Era un desastre. Ambos intercambiaron una
mirada preocupada. “¿Qué ocurrió?” preguntó Joanna. Comenzaron a revisar el
lugar, llamando en voz alta el nombre de Arthur.
“No está aquí,” gritó Norman desde la cocina.
“Aquí tampoco,” reportó ella desde el baño, cuya tina estaba tallada en la roca.
Norm se acercó a un mostrador y ambos se sentaron en el comedor.
“¿Y ahora qué?” dijo Joanna con lágrimas en los ojos, sus emociones se habían
apoderado de ella. Arthur parecía ser su mejor opción para llegar a Freya, y ahora
se había ido.
Norman buscó para alcanzar sus manos. Su hermano había sido capturado o se
había mudado a su siguiente escondite. Y alguien había estado aquí buscando algo.
Fuera lo que fuese, sus esperanzas de que Arthur los cruzara por los pasajes del
tiempo se desvanecieron. Tal vez tenía algo que ver con los jóvenes lobos de los que
Arthur siempre hablaba, algún viejo favor que tenía que hacer por una amiga. En
cualquier caso, esa era otra historia.
Joanna lo miró y él secó sus lágrimas. “No desesperes todavía, Jo. Hay un último
recurso.”
Ella sabía bien lo que estaba a punto de decir, pero deseaba que no lo hiciera.
“El Oráculo.”
Sacudió la cabeza. “Al Oráculo es mejor dejarlo en paz.”
Norman insistió. “Podría ser la única manera de salvar a nuestra hija.”
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Capítulo XV
Peleando Fuego Con Fuego
La nieve se derretía en las aceras de New Haven. El pequeño callejón sin salida
estaba impregnado con el olor de las hojas húmedas y la hierba, junto con un olor
más oscuro y acre. La casa al final de la calle estaba en llamas. Las llamaradas
lamían las ventanas de arriba. Una chica en la acera gritaba que una de sus
compañeras de cuarto estaba atrapada dentro. “Sé que Sadie está allí. Estaba
dormida cuando nos fuimos a la fiesta. ¡Vayan por ella! ¡Por favor!”
Luces rojas, blancas y azules destellaban sobre las casas. Los vecinos en sus pijamas
habían salido para mirar. Un grupo de chicos de una fraternidad en camisas de
franela, sudaderas y pantalones vaqueros comentaban sobre la acción. “¿Crees que
rociarle ese barril de cerveza ayudaría?” dijo uno.
“¿Por qué harías eso, tío?”
Otro empezó a reís. “¡Las llamas son geniales, hombre! Dios, vaya que estoy
drogado.”
“Yo también. ¿Quieres decir que esto es real?”
La chica, con ojos de mapache y viéndose desprolija en una chaqueta holgada sobre
su vestido corto, explicó a los espectadores de la emergencia, que cuando regresó a
casa después de la fiesta, dos camiones de bomberos, una ambulancia y tres coches
de policía ya estaban en la escena. Las escaleras de camiones fueron extendidas y
varios bomberos habían subido al tejado y comenzaron a hacerse paso adentro.
Uno de los bomberos trató de calmar a la chica, instruyéndole que se sentara en la
acera al otro lado del camino. Los paramédicos se acercaron y le dieron una manta.
“Mis otras compañeras de piso todavía están en la fiesta, pero Sadie─ ella se quedó
en casa. Está ahí dentro,” dijo la muchacha entre sollozos a un par de oficiales de
policía que estaban tomando notas.
Dentro de la casa, Freddie estaba abriéndose paso por el pasillo humeante de
arriba. En algún lugar detrás de él estaba su equipo─ Gran Dave, Hunter y Jennie,
la única bombera del equipo. La chica atrapada les había estado pidiendo ayuda
entre gritos desde una de las habitaciones de la parte de atrás, pero ahora se había
quedado callada.
El pasillo parecía una vía sin fin, las habitaciones vacías, llenas de humo y llamas.
Era como si alguien hubiera salpicado el lugar entero con un acelerante. Y no había
ni un solo rociador de incendios en esta casa del campus. Una enorme demanda
estaba en camino, pensó Freddie. Debajo de su máscara con el equipo de
respiración autónoma, podía escuchar su respiración hacerse cada vez más pesada.
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Freddie extendió una mano, empujando las llamas a lo largo de una pared,
redirigiéndolas: el fuego bajó por la pared, pero inesperadamente las llamas se
alzaron de nuevo. Por lo general, respondían a las órdenes de Freddie, de la misma
forma en que un músico en el foso de la orquesta sigue el bastón y gestos de manos
del director: subiendo, bajando, desvaneciéndose, deteniéndose. Esta noche las
llamas tenían mente propia.
Si no encontraba a la chica pronto, estarían jodidos. Primero venía la
autopreservación, luego el rescate. Pero él sabía que estaba cerca, y necesitaba
llegar a ella. En este punto, tendrían que salir por el techo. El fuego los había
seguido por las escaleras. Recordó un sueño reciente en el que había estado
rodeado, envuelto en llamas, y se dio cuenta de que la pesadilla se estaba
haciéndose realidad ante él. No tenía poder las flamas─ se había convertido en un
bombero normal en medio de un incendio fuera de control, en una casa al borde del
colapso. El sudor le salía por la frente y le corría por el cuello. Escuchó el sonido de
las hachas contra el techo.
Se movió más lejos, entrando en una habitación. Él podía sentirla. Podía oír su
corazón latiendo, ¿o era el suyo? La alfombra que cubría el piso ardía en algunas
partes. El latido se hacía más fuerte a su alrededor. Apuntó su linterna y vio una
puerta abierta; era el baño, y la chica estaba en el suelo de baldosas, acurrucada en
posición fetal. Algo golpeó fuertemente contra su casco, cayendo detrás de él,
rozando su chaqueta de búnker─ eran restos llameantes. Rápidamente se acercó a
la chica en el baño. Las llamas se acercaron a él por los lados. Hizo un gesto con las
manos y se alejaron, pero luego se revelaron en su contra y se extendieron,
bloqueando su camino. No podía detenerlas. El fuego no le prestaba atención.
¡Maldita sea! Él sabía que su magia había estado perdiendo vigor, pero no se había
dado cuenta de que se había vuelto tan débil. Necesitaba salvar a la chica y salir de
allí. Se movió hacia delante, pero las llamas se le acercaron. Se lanzó hacia un lado
y las llamas también lo hicieron, arrojando a Freddie al suelo como un luchador,
apretando una mano de fuego en su cuello. Su máscara cayó al suelo, y Freddie
jadeó entre las llamas abrazadoras. Esto es todo, pensó.
Imágenes pasaron por su mente. Recordó la primera vez que había visto a Gert─
ese día en el campus cuando Hilly había roto con él. La vio andar por el sendero
iluminador por las farolas, balanceando su cabello, reflejando la luz, la forma en
que le sonrió cuando se volvió a verlo.
El fuego ardía en su cuello mientras las llamas le sacaban el aire de los pulmones.
Él nunca había experimentado la muerte antes, a diferencia de los otros dioses, que
morían y volvían; él había estado atrapado durante casi toda su larga vida en el
Limbo. Se preguntó si debería tener miedo. Ellos siempre volvían, por supuesto,
pero significaba decirle adiós a esta vida. Adiós a Gert por ahora, ¿y quién sabía si
73
volvería a encontrarla? De repente, alguien lo estaba empujado, rodando su cuerpo,
llamando su nombre, rociándolo con espuma. El fuego desapareció, su peso
caliente se había disipado. Jennie se arrodilló a su lado. “Gran Dave se encargará
de la chica,” dijo ella. “Todo estará bien, Freddie. Estarás bien. Te sacaremos de
aquí.”
Freddie despertó con ruidos débiles: pitidos, susurros, chirridos, respiración.
Parpadeó los ojos y al abrirlos se encontró mirando un techo rosa pálido. Su visión
era borrosa, las luces fluorescentes eran demasiado brillantes. Sintió el peso
muerto de su cuerpo, pesado en la cama del hospital. Volvió la cabeza hacia un lado
y allí estaba Gert, mirándolo con mucha ternura. Estaba aquí.
“Estás despierto,” susurró, levantándose de la silla. Se acercó y le tocó la frente, se
inclinó y lo besó suavemente.
Tenía la garganta seca y dolorida, y apenas podía decir una palabra. “Gert,” se las
arregló para decir. “La chica… ¿está bien?”
“Ella está bien. La salvaste. No hubieran podido saber que estaba allí de no haber
sido por ti.” Gert le sonrió cariñosamente y llevó un vaso de agua a sus labios
resecos, ayudándole a levantar la cabeza para poder beber. “¡Tuve tanto miedo
cuando escuché lo que pasó! ¡Me dijeron que una viga había caído encima de ti y
habías quedado atrapado! ¿Qué pasó? ¿Fue acaso porque ya no podemos hacer
nada?”
Freddie asintió. Le dolía el cuerpo, y había una sensación de picazón en su cuello.
No tenían nada de magia. Gert también podía sentirlo. No hablaban mucho del
tema, pero estaba allí─ una transición lenta a la mortalidad. ¿Qué significaba?
“Lamento lo de Judith,” dijo. “Ella no merecía eso.”
“No es tu culpa. Los duendecillos confesaron.” Una pequeña sonrisa jugueteó en
sus labios. “De todos modos, fue un tanto gracioso…” rió ella.
Él también rió. “Te quiero,” dijo.
“¡Yo también te quiero tanto!” Gert parpadeó y las lágrimas salieron de debajo de
sus gruesas pestañas, rodando por sus mejillas. “¡Pensé que te había perdido!”
“¡Nunca!” dijo Freddie.
Cuando regresaron al apartamento descubrieron que tenían el lugar para sí mismos
por primera vez, los duendecillos no estaban en ningún lugar donde pudieran ser
vistos.
Freddie se recostó en la cama y Gert se acostó sobre él, su grueso cabello caía
encima suyo mientras besaba suavemente sus heridas, sus labios eran un bálsamo
74
curativo. Él alcanzó el broche en la parte posterior de su sujetador y lo desabrochó
con una sola mano.
“Eres todo un profesional,” bromeó Gert.
Él sonrió mientras se movían juntos, con Gert arriba, meciéndose sobre él. Freddie
se sentía vivo, bastante vivo, y la vida era buena de nuevo─ su Gert estaba de
vuelta.
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Capítulo XVI
La Familia Perfecta
Matt a cargo de Maggie el fin de semana. A pesar de que Ingrid se había
propuesto decirle que estaría ocupada, había estado deseando que la sorprendiera
con una llamada y le pidiera que hiciera algo improvisado con ellos. La verdad era
que Ingrid estaba sola. Su investigación estaba paralizada: aunque se había
concentrado en la probable fuente de la histeria, todavía había tantas cosas que no
sabía. ¿Por qué? ¿Por qué las chicas lo hicieron? ¿Por qué de repente comenzaron a
señalar con el dedo y tildar a sus conocidos y amigos de brujas?
Mientras tanto, Joanna y Norman estaban desaparecidos, y había llamado a
Freddie para ver si él y Gert gustarían de pasar el fin de semana en Long Island, en
casa, incluso podrían traer a los duendecillos ─pero ellos estaban ocupados
también. Ingrid los había visitado la otra semana después de enterarse del
accidente de Freddie, y estuvo aliviada al encontrar a su hermano pequeño
mejorando. Lo echaba de menos, pero por lo que entendía, él y Gert estaban
teniendo una especie de segunda luna de miel.
Ella llamó a su mejor amigo, Hudson, pero estaba en la ciudad con su novio, Scott.
Eso era extraño ─ Ingrid creyó haberle escuchado decir cuando cerraban la
biblioteca el viernes que estaría “todo el fin de semana” en North Hampton,
trabajando duro en esta tesis doctoral en lenguas romances en Harvard. Ingrid le
había ayudado a escoger algunos libros destacados para su investigación. ¿Cuántos
hacía ahora que estaba trabajando en su doctorado? ¿Eran como ocho? Con razón,
pensó Ingrid, negando con la cabeza a las acciones de su amigo, que se había
escapado a la ciudad para ir de compras cuando había prometido quedarse a
estudiar.
Su orgullo le impedía llamar a Matt y admitir que tenía tiempo libre.
Era sábado al mediodía. Un largo y solitario fin de semana quedaba por delante. ¿A
quién más podría llamar? ¿Tabitha? Pero recordó que Tab y Chad estaban de
vacaciones en algún complejo turístico en las Bahamas, las últimas que tendrían en
un largo tiempo antes de la llegada del bebé.
Cabizbaja, Ingrid entró en la cocina para hacerse un emparedado. Pero debido a
que su juvenil madre había desaparecido en un viaje espontaneo, la nevera estaba
casi vacía. Un yogur caducado. Zanahorias blandas. Comida china vieja en los
contenedores del Hung Sung Lo’s. ¡Ufff! El ingenio de Freya le permitiría hacer una
comida con cuanta sobra hubiera en la nevera y lo que fuera que encontrara en los
gabinetes. Ingrid deseaba oír la risa de su hermana, deseaba que Freya estuviera en
76
la cocina haciendo una de sus comidas mágicas, mientras las dos hablaban de
cualquier cosa que se les ocurriera.
Necesitaba salir de aquella sombría y silenciosa casa. Agarraría un panini en el café
local, traería un periódico y se pondría al día con los acontecimientos actuales. Se
había vuelto tan aburrida ahora que pasaba con la cabeza metida en el siglo XVII y
no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo en el mundo últimamente. Tabitha se
había horrorizado cuando Ingrid admitió que no conocía al actor que interpretaba a
un joven hípster en la serie Williamsburg había muerto en un accidente aéreo la
semana pasada, en uno de esos aviones pequeños de cuatro asientos.
Ingrid nunca había oído hablar de ese programa.
Una escasa dispersión de nubes colgaba bajo en el horizonte, pero por encima, el
cielo era de un claro azul verdoso, como el huevo de un petirrojo. Era un día frío,
pero la brisa olía a mar, y había una gran cantidad de turistas de invierno, a los que
les gustaban las tarifas más baratas y habían sido lo suficientemente afortunados
como para encontrar su camino hacia el encantador pueblo pequeño. Cuando
Ingrid llegó a Geppetto’s, el café al final del parque, las mesas en el patio cubierto y
climatizado habían sido tomadas. La camarera se acercó y preguntó cuántos venían
con ella.
Ingrid, avergonzada de estar sola, bajó la cabeza. “Sólo yo,” murmuró.
La chica sonrió como la compadeciera. “¡Genial!” dijo en voz alta, luego finalizó la
conversación. “Veré que puedo hacer por usted.” Dio media vuelta sobre sus
talones y se alejó.
Ingrid estaba esperando en la cola, con su bolso colgando de un hombro y su
periódico en la mano. Levantó sus gafas de sol sobre la coronilla de su cabeza y
escaneó las mesas. Alguien la estaba saludando. Era Matt. Estaba con Maggie y una
hermosa morena con grandes gafas de sol oscuras. ¿Quién era esa mujer que estaba
inclinándose sobre Matt, susurrando algo en su oído? Parecían demasiado íntimos
para el gusto de Ingrid. Maggie levantó la vista y vio a Ingrid, y comenzó a agitar los
brazos.
“¡Por aquí!” le saludó la pequeña.
Ingrid no tenía otra opción más que ir hacia ellos.
“¡Hola!” dijo Matt. “¿Qué estás haciendo aquí? Pensé que ibas a estar ocupada todo
el fin de semana.”
“Lo estoy. Yo sólo… sólo necesitaba un descanso y algo de comer. Pronto tengo que
volver al trabajo,” mintió. Le dio unas palmaditas a su moño, asegurándose de que
estuviera en su lugar.
77
La mujer se quitó las gafas de sol y miró expectante a Ingrid, con una sonrisa en el
rostro. Algo en ella le recordaba a una elegante estrella de cine italiano, como
Sophia Loren o Claudia Cardinale. Ella era lo contrario de Ingrid: tenía grandes
pechos, cuerpo curvilíneo, oscura, sensual. Matt había comparado a Ingrid con
Grace Kelly, pero al lado de esta mujer se sintió pálida, delgada y desgarbada.
Maggie miró a Ingrid con sus grandes ojos. “Las almejas rellenas están como para
chuparse los dedos. ¡Ven, siéntate con nosotros!”
Ingrid se sintió fuera de lugar y la mujer le dio un codazo a Matt. “¡Matthew!”
reprendió. Parecía haber una facilidad y familiaridad entre ellos.
Se sentía como si el suelo, el cual ya había estado tembloroso al verlos, se cayera
completamente bajo los pies de Ingrid. Su pulso se aceleró.
Matt se veía un poco incómodo mientras hacía las presentaciones. “Ingrid, esta es
Mariza Valdez, la madre de Maggie. ¡Mariza, ésta es Ingrid!”
“Sí, por supuesto.” Mariza sonrió. “Margarita me ha hablado mucho de ti.”
Oh, claro, por supuesto, pensó Ingrid. Ella había olvidado por completo que había
una madre en esta historia. Ingrid no pudo evitar notar que Mariza llamaba a Matt
por su nombre completo, (“Matthew”, que de alguna forma lo hacía sonar bastante
sensual) y a Maggie “Margarita” ─ ¿había estado haciendo mal al llamarla Maggie?
Pero Matt la llamaba Maggie también. La mujer extendió una mano e Ingrid la
estrechó.
“¡Encantada!” dijo Ingrid con una sonrisa tan grande que le hacía doler las mejillas.
La camarera había venido con una pareja para sentarlos en la mesa que había
limpiado al lado de ellos.
“¡Mari!” susurró la comensal que estaba a punto de sentarse.
“¡Rowena!” gritó Mariza.
Rowena y Mariza se cumplimentaron la una a la otra, diciendo lo bien que se veía la
otra. Ingrid miró a Matt, y éste puso los ojos en blanco. Le hizo un gesto para que
se sentara a su lado y Maggie continuó sonriéndole implorante. La situación
enterar se hacía más incómoda con el pasar de los segundos.
Rowena Thomas.
Rowena había sido una de las clientes de Ingrid cuando proporcionaba sus
populares servicios de asesoramiento en la parte de atrás de la biblioteca. Ella no
había visto a Rowena en mucho tiempo. Poco después de la desaparición de Freya,
Ingrid había abandonado “la hora de las brujas”, como lo llamaba jocosamente
Hudson, quien nunca dejó de ser escéptico de las habilidades de Ingrid. Ella no
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dejaba de querer a Hudson por dudar de sus dones, pero de alguna manera su
amigo mortal estaba en lo correcto. Su magia se había vuelto ineficaz, y había
comenzado a sentirse como una farsa. Ahora su oficina permanecía cerrada a la
hora del almuerzo y una nota colgaba en la puerta explicando que los servicios de
consejería se reanudarían en una fecha posterior. Ingrid le había hecho a Rowena
un talismán para los problemas renales de su madre y también uno o dos ─bueno,
tres─ nudos de amor. Rowena estaba desesperada por enamorarse.
Y ahora, para el horror de Ingrid, pudo echarle un vistazo a la cita de Rowena:
Blake Aland, el desarrollador cuyos esfuerzos por destruir la biblioteca fueron
exitosamente arruinados por Ingrid, y el mismo cuyos avances ella había
rechazado. Esto era prueba de que la magia de Ingrid había salido mal o se había
desvanecido por completo. Todos esos nudos de amor no le habían hecho ningún
favor a Rowena. Ella y Blake se saludaron sin hablar, intercambiando unos fríos
asentimientos.
“¡Ingrid!” gritó Rowena. “Oh, Dios mío, Mari, ¡necesitas ir con Ingrid! ¡Ella es
increíble! Me ayudó por completó ¡Gracias a ella encontré a Blake! Tal vez pueda
hacer algo especial para que tú y Matt finalmente aten el nudo.” Riendo, se volvió
hacia Ingrid mientras explicaba. “Todos nosotros fuimos al instituto NoHa juntos.
¡Estos dos han estado enamorados desde si-em-pre! Es sólo que no quieren
admitirlo.”
Ingrid miró a Matt y Mariza, y ambos bajaron la cabeza. Matt estaba sacudiendo la
suya. Sintió como si los hubiera pillado con las manos en la masa.
“¡Ojalá finalmente se junten!” continuó Rowena. “¿Tal vez uno de esos nudos de
pelo tuyos podría hacer el truco? ¿Qué te parece, Ingrid?”
“Claro,” dijo ella, sonriendo lánguidamente. Nudo de pelo. ¡Que feo sonaba! Como
algo que uno encontraría obstruyendo el desague de la bañera. Se sintió mareada.
No se sentían para nada bien. Tal vez Mariza y Matt deberían casarse. Mariza,
Matthew, Margarita ─todos sus nombres empezaban con una M. Mariza era
hermosa y exótica─ incluso afable y cálida, al parecer. Ellos eran una familia. Una
niña debería estar con su verdadera madre y su verdadero padre, ¿verdad?
Rowena finalmente se fue, uniéndose a Blake, quien había estado observando con
el ceño fruncido.
Matt agarró la mano de Ingrid. “Ven y siéntate a mi lado. Mari me estaba
mostrando algunas fotos de Maggie en la escuela en su teléfono. ¡Toma asiento!”
“Aún no hemos ordenado,” agregó Maggie.
Ingrid estaba tan nerviosa que apenas podía distinguir lo que decían. Se dio cuenta
de que no había lugar para ella aquí. Maggie ya tenía una madre. Matt
probablemente debería estar con su ex novia. Se veían hermosos juntos, hacían una
bella familia. Una que debería ser dejada en paz. Miró a Matt, recordando su rostro
la otra noche, acostado en la cama, con sus cuerpos apretados uno contra el otro,
con sólo una delgada capa de ropa separándolos, y sus ojos entrecerrados,
mirándola con tanta hambre y deseo…
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No. Ella debería marcharse, dejarlos en paz, dejar que encuentren su camino de
regreso al otro. Era tan terriblemente obvio que estaba siendo la tercera rueda ─de
hecho, era mucho peor que eso ─era una cuarta rueda. Ingrid era muchas cosas:
una bruja, una diosa, una hermana, una amiga, pero ella no era una destructora de
hogares. Se excusó rápidamente, diciendo que tenía mucho trabajo por hacer, y
dejó a los tres solos a disfrutar de su almuerzo.
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Capítulo XVII
De la Boca de los Niños
El taxi amarillo los dejó salir en Tribeca en una estrecha calle adoquinada frente a
un antiguo almacén. Le dieron un vistazo a la fachada blanca. El almacén había
sido construido a mediados de 1800 al estilo italiano, más lujoso en apariencia de
lo que su propósito original sugería ─proporcionar grandes espacios para
almacenar mercancías que entraran en los puertos de la ciudad de Nueva York.
Cinco pisos de altura, con enormes ventanas arqueadas separadas por pilastras
ornamentadas, el edificio estaba coronado con profundas cornisas ahora pintadas
de un azul grisáceo.
Joanna se llevó las manos a las caderas. Bajo su abrigo de pelo de camello llevaba
un vestido de lana rojo que Norman le había ayudado a escoger ─le gustaba como
se veía su color favorito con su pelo plateado. “Francamente, imaginé algo más
degradado, menos ostentoso,” dijo ella.
“Ya sabes cómo es él,” dijo Norman.
La puerta, una fortaleza de cobre con una pátina verde, no se movió cuando Joanna
agarró la empuñadura. Norman encontró el zumbador a la derecha y presionó el
único botón negro.
“Escaneo,” dijo una voz femenina desde el intercomunicador.
“¿Disculpe?” dijo Norman.
Una exhalación impaciente fue lo que tuvieron como respuesta.
Joanna se movió detrás de Norman y habló con la pared. “Estamos aquí para ver al
Oráculo.”
“Lo sé,” respondió la voz presuntuosa. “Todavía tienen que escanearse. ¡Usen sus
pases de dioses!”
“Hemos estado viajando todo el día. Estamos cansados,” dijo Joanna. Estaba harta
de las actitudes cansinas en esta ciudad.
“No tenemos ni idea de que lo que está hablando,” dijo Norman con impaciencia.
Más ruido salió del intercomunicador. “El pequeño rectángulo de vidrio azul sobre
el intercomunicador. ¿Lo ven?” dijo lentamente, como estuviera hablando con unos
niños. Ellos lo vieron. Alguien había pintado un grafiti que decía OREJAS DE
PERRO en él con un marcador plateado. “Pongan la nariz en la parte de abajo.
Escaneará sus ojos. Ese es su pase de dios. Luego, si en realidad son quienes dicen
ser, las puertas se abrirán.”
Hicieron lo que se les había ordenado sin protestar, y una vez que sus retinas
fueron escaneadas, la gran puerta de bronce hizo un fuerte chasquido y se abrió.
“Tomen el elevador hasta el último piso,” dijo la voz en tono aburrido detrás de
ellos.
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Las puertas del elevador se abrieron en una gran habitación blanca de techos altos,
intercalados con gruesas columnas. Había anochecido y la luz se asomaba a través
de las ventanas arqueadas desde la dirección del río Hudson. En el centro de la
habitación había una larga mesa de cristal que se doblaba como un acuario. En su
interior, los peces de eléctricas rayas azules y naranjas se movían entre las plantas
marinas en el agua burbujeante. Joanna vislumbró una anguila morena
deslizándose por debajo de una roca. Sobre la mesa había iPads con portadas de
revistas. Orbes blancos que parecían malvaviscos funcionaban como asientos. Las
enormes pantallas planas en las paredes mostraban arte en video, colores
saturados formando figuras con diversos movimientos.
Al final de la habitación ante las ventanas, vieron el cubículo de la recepcionista.
Un cubo claro con un ordenador portátil plateado y un orbe de malvavisco. Una
joven alta con una chaqueta y falda negra se acercó a ellos, con sus zapatos de cuero
negro taconeando a lo largo del reluciente piso de cemento. Llevaba un auricular y
su cabello negro y brillante estaba atado en un gran nudo en la parte superior de su
cabeza.
“¿Cappuccino o agua embotellada?” preguntó con una sonrisa mecánica.
“Sólo queremos ver al Oráculo,” dijo Norman con un arrebato.
“¿Cappuccino o agua embotellada?” repitió.
“Tomaremos agua,” dijo Norman.
“Tomen asiendo.” Extendió un brazo como una auxiliar de vuelo hacia la mesa del
acuario. “Naveguen en un iPad. Él estará con ustedes en breve.” Giró y taconeó
hacia una puerta, presionó un botón y la puerta se abrió.
Norman tomó asiento. “¡Qué blando!” comentó.
Joanna se sentó, encontró su teléfono celular y lo miró. “Recuérdame que llame a
Ingrid cuando esto termine.”
La recepcionista ya estaba regresando, llevaba una bandeja con los largos cilindros
de cristal azul. Murmuraba algo en su auricular mientras caminaba hacia ellos.
“Vengan conmigo, por favor.” La siguieron hasta una puerta de acero. Ella apretó
un botón y la puerta se abrió. “Siéntase como en casa,” instruyó.
La puerta se cerró tras ellos.
“¿Dónde está el Oráculo?” preguntó Joanna.
La habitación era igual de grande que la anterior. Había el mismo tipo de colorido
arte en las pantallas planas de las paredes, pero nada más además de un gran cubo
claro en el centro. Descansando encima de él había una computadora portátil
abierta. Norman hizo un gesto con la cabeza al cubo. Caminaron hacia é. Norman
tocó el aparato. Una llamada estaba entrando. Norman hizo clic en Responder. El
video mostraba una cama vacía con sábanas y almohadas de La Guerra de las
Galaxias. Una estruendosa música heavy metal resonaba desde los altavoces.
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El Oráculo apareció de un brinco en la pantalla, apoyándose contra el montículo de
almohadas, devorando un burrito en una envoltura de papel metálico. Tenía la
cabeza afeitada y una tenue barba negra, pero todavía era demasiado joven como
para tener que afeitarse la barbilla, tenía unos quince o dieciséis años. Tenía un
tatuaje en el cuello y llevaba una camiseta blanca y pantalones vaqueros.
“¡Jo, Norm! ¿Qué onda, mi gente?” dijo él.
“¿Podría bajarle a la música? Apenas podemos oírle,” dijo Joanna.
“Oh, por supuesto.” Tomó otro bocado del burrito, luego buscó algo en la cama,
encontró un control remoto e hizo clic. La música se apagó al instante.
“Gracias,” dijo Norm con el ceño fruncido.
Joanna se acercó a Norm y habló en la computadora portátil. Notó cuan cansada se
veía en la pantalla. “No sé si se ha enterado, pero Freya está atrapada en el siglo
XVII, y tenemos que traerla de vuelta. Creemos que está en Salem en un periodo
muy peligroso. La última vez, bueno, usted ya sabe lo que pasó…”
“Lo sé,” dijo el Oráculo. “Ella no es la única que está atrapada en los pasajes. Todo
está hecho un caos. Hay malditos sumideros en todas partes. La magia está fuera
de control, no hay suficiente aquí, pero parece que hay una concentración enorme
en otras partes de la línea de tiempo. Salem en el siglo XVII se ilumina como un
árbol de navidad. Hay un montón de energía mágica allí por alguna razón. Pero por
ahora,” tomó otro gran bocado de su burrito, así que tuvo que masticar un rato
antes de poder hablar de nuevo, y Joanna y Norman se vieron obligados a esperar
─“el tiempo está atorado. Algo loco está pasando con los lobos y los Caídos y el
inframundo. Todo se ha vuelto caótico. Yo iría allí, pero ni siquiera puedo
teletransportarme a donde están ustedes, y es por eso que tenemos que conversar
así.”
“De acuerdo,” dijo Joanna, “pero ¿qué significa esto para nosotros? No podemos
sentarnos y esperar.
Norm colocó un brazo alrededor de los brazos de Joanna. Necesitaba mantenerla
calmada. El Oráculo estaba comportándose alegre, pero podía ponerse
malhumorado y sombrío como cualquier adolescente y no sería una locura pensar
que podría hacer una broma pesada sólo para divertirse.
“Ella quiere decir que estamos aquí para usted si nos necesita,” dijo Norm.
El Oráculo sonrió. “Oh, y lo olvidaba… con el tiempo averiado, si algo le sucede a
esa linda hija suya mientras esté allá, permanecerá allí para siempre. El tiempo está
estropeado de tal manera que incluso nuestra inmortalidad está en duda. Si alguien
muere mientras toda esta mierda está pasando─ están acabados. Nunca volverán a
mundo medio.” Al finalizar, se movió de la cama y desapareció de la pantalla, luego
volvió a aparecer, bebiendo de una exagerada copa de soda de naranja. “Estarán
condenados a vivir en el inframundo para toda la eternidad y todo ese cuento.”
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Joanna jadeó. El Oráculo estaba diciendo qué si Freya era colgada, como había
pasado antes, durante la primera vez que soportaron los juicios de Salem, esta vez
nunca regresaría. Nunca. Ahora todo encajaba en su lugar.
Todo esto era un plan elaborado para matar a Freya.
El Oráculo debió haber visto las expresiones desesperadas en sus rostros, porque se
inclinó y dijo, “Pero tienen suerte porque hay algo que pueden hacer para evitarlo.”
Joanna y Norm se inclinaron más cerca de la pantalla para escuchar.
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Capítulo XVIII
Me Voy, Querido, Me Voy
Había sido un día relativamente pacífico en la estación ─bullicios y juegos
despreocupados entre los bomberos al mismo tiempo que realizaban sus rutinas de
tareas domésticas, lavando las ventanas, limpiando las paredes, barriendo los
pisos. Freddie disfrutaba del espíritu de camaradería, pero le gustaba la estructura
y disciplina que brindaba el trabajo a su vida. Era agradable ser parte de un equipo
funcional, un engranaje en una máquina bien engrasada. Habían comprobado e
inventariado el equipo de protección personal, las herramientas y los equipos para
la preparación: chaquetas y pantalones de búnker, guantes, botas, aparatos
respiratorios, equipos de rescate, mangueras, herramientas manuales y extintores
portátiles. Freddie escribió un informe en el que enumeró los equipos dañados y
aquellos que habían dejado de funcionar. Después tocó comprobar el equipo
médico de emergencia y reponer los suministros de primeros auxilios en las cajas
de trauma. Luego, después de una sesión de entrenamiento, era hora de ir al
comedor para el almuerzo, donde Freddie encontró a sus amigos, Gran Dave,
Jennie y Hunter.
Freddie estaba de muy buen humor. Las cosas con Gert habían estado súper bien
desde su accidente. Él y sus amigos seguían preguntándose lo que pasó en el último
gran incendio, y como era habitual últimamente, esa era la conversación que tenían
a la hora del almuerzo. Por fortuna, la chica universitaria, Sadie, había sido
rescatada, sana y salva.
“¿Qué pasó, tío? Normalmente eres la estrella entre nosotros,” preguntó Gran
Dave.
“Le sucede a todos en algún momento. Incluso a los controla-fuego,” dijo Jennie
con prudencia.
Freddie tomó un trago de su Pepsi y les dio una sonrisa torcida, encogiéndose de
hombros.
Jennie le guiñó un ojo y por un segundo se le pasó por la cabeza que tal vez a
Jennie le agradaba más que como un simple compañero de trabajo. Ahora que lo
pensaba, ella era linda, con todas esas pecas en su rostro y grandes ojos azules. ¿En
qué estaba pensando? Él amaba a Gert. Las cosas iban de maravilla en casa.
“Has curado rápido,” dijo Hunter, acercándose sobre la mesa del almuerzo para
empujar la cabeza de Freddie y poder ver la marca de la quemadura en su cuello. El
rubio irlandés de pelos blancos silbó, impresionado. “¡Se ve bien, mi hombre!”
Las quemaduras de Freddie habían curado más rápido de lo que lo harían en un
mortal ordinario, pero normalmente tal curación era casi instantánea para él. Su
cuello todavía mostraba manchas rojas.
Después del almuerzo, el teniente finalmente los envió a atender un llamado─ uno
que resultó bastante inocuo. Un anciano había tropezado por unas escaleras en su
edificio y bajó la alarma de incendios. El hombre estaba bien, un anciano duro y
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gruñón que seguía rechazando su atención médica, empujándolos lejos y
murmurando epítetos desagradables.
El trabajo terminó a las cinco y media, y Freddie caminó hasta el gimnasio para dar
unas vueltas en la piscina de tamaño olímpico. Se le había ocurrido que la natación
reviviría sus pulmones, los cuales se habían estado sintiendo chamuscados por
aquel fuego y estaban tardando en sanar. Él había estado yendo a la piscina por las
noches los últimos días y se había vuelto un hábito. El fuego y el agua eran sus
elementos favoritos─ sus elementos como el dios Fryr ─pero el fuego lo había
traicionado. Si sus poderes estaban disminuyendo, necesitaba compensarlo de
alguna manera. Había estado pensado qué si se iban convirtiendo lentamente en
mortales, entonces que así sea. Él y Gert vivirían felices para siempre y morirían
juntos. No era tan malo. Se tenían el uno al otro. Una vez que Freya regresara, y lo
haría─ no tenía duda de ello ─ sus vidas volverían a la normalidad. El otro día
había llamado a Ingrid y su hermana mayor parecía bastante deprimida. Con Freya
desaparecida, estaban todos al borde.
La pálida luz de la tarde se filtraba a través de la claraboya abovedada sobre la
piscina. A Freddie le encantaba el olor del cloro y la humedad del aire, los sonidos
de los nadadores chapoteando por los carriles, el eco de las voces e incluso el
silbido ocasional de los salvavidas.
Se zabulló en la piscina, cortando el agua turquesa con su cuerpo tenso como un
cuchillo. Hizo sus nados, entrando en ritmo: chapoteo, sumersión, respiración,
chapoteo, sumersión, respiración… Era puro movimiento. Cuando llegó al extremo
de la piscina, se enrolló, giró, apretó los pies contra la pared y se lanzó bajo el agua
como un cohete. Su cuerpo se sentía ágil y en forma por todas estas braceadas y el
sexo que había estado teniendo con Gert últimamente. Se habían vuelto
insaciables, haciéndolo tan a menudo como pudieran y donde pudieran: abajo en la
lavandería contra los secadores giratorios y las mesas para doblar la ropa, en el
coche a altas horas de la noche y una vez en el vestuario de un campus entre las
clases de Gert.
Chapuceo, sumersión, respiración, chapuceo...
Cuando no pudo nadar más, subió la escalera de la piscina. Jadeando, se quitó las
gafas y se pasó una mano por la frente, empujando su cabello mojado, sacudiendo
el agua de sus orejas. Tomó un descanso, apoyando las manos sobre sus muslos.
Sus pulmones estaban cansados, pero se sentían bien.
Él era consciente de las sutiles miradas de los otros nadadores, tanto hombres
como mujeres que lo miraban mientras caminaba con su pequeño bañador hacia
los armarios. Bueno, que vean… él se veía bien y lo sabía.
Sintió el agradable dolor en sus músculos a medida que subía los tres pisos hasta el
apartamento. Quitó el seguro de la puerta y la abrió. Su cerdito familiar vino
corriendo hacia él, tan rápido como sus piernas regordetas se lo permitieron.
“¡Hola, chicos, papá está en casa!” llamó Freddie.
Nadie respondió.
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Acarició a su familiar. “¡Eh, Buster, Sr. Cerdas Doradas! ¿Dónde está todo el
mundo?” Lo intentó de nuevo. “¿Hola?”
Nada.
Comprobó en la habitación mientras Buster lo seguía, olfateando sus talones. La
cama estaba hecha, pero no estaba Gert sentada en ella con un montón de libros
como solía hacer por las noches. Eran casi las siente. Por lo general, alrededor de
esta hora, ella ya estaba aquí, leyendo y pidiéndole que ordenara una pizza o
comida chica o tailandesa. Tal vez estaba atrapada en la biblioteca. Echó un vistazo
en la habitación de los duendecillos. Sus camas no estaban hechas, desordenadas y
arrugadas─ revisó sus maletas, pero también estaban vacías. ¿Habían ido todos al
cine o algo así? ¿Sin él? Que pena. Esa nueva película de súper héroes, Sky Boots,
había sido estrenada recientemente, y era de lo único que los duendecillos
hablaban últimamente. Él les había prometido llevarlos a verla. Freddie se había
acostumbrado a tenerlos alrededor. Por mucho que pudiera estar reacio a
confesárselo a Gert, tenerlos como sus protegidos satisfacía un deseno profundo
dentro de él. Había algo sumamente genial en ser un padre─ por así decirlo. Esto se
le había metido en la cabeza recientemente, y había estado esperando el momento
adecuado para planteárselo a Gert. Freddie quería ser padre, y creía que estaba
listo. Ellos estaban casados. ¿Para eso no era el matrimonio?
Entró en la cocina para hacerse un emparedado, que comería junto a la ventana
para estar pendiente de su familia. Siempre podía volver a comer con ellos si no
habían comido afuera. Estaba hambriento. Mientras caminaba hacia la nevera,
notó algo en la vieja mesa formica; había una nota. Reconoció el papel amarillo de
los cuadernos de Gert con las iniciales GL, y su corazón se hundió como un sol
poniéndose demasiado rápido en el horizonte.
Freddie,
Lo siento, sé que esto es inesperado y las últimas semanas han
sido maravillosas, pero necesito espacio para mi sola en estos
momentos. Realmente necesito obtener mi título sin ningún tipo
de distracciones. Sólo tengo un semestre más hasta la
graduación y tengo que concentrarme en mi tesis. Me he ido a
vivir con unos amigos que también están estudiando. Espero
que puedas esperarme. ¿Por favor?
─G.
¿Quién demonios eran estos amigos? ¿Judith? ¿O ese idiota pretencioso con la
ridícula barba pegada al bigote? Volvió a leer la nota, furioso. Justo cuando
pensaba que las cosas iban bien, Gert le viene con esto. ¿Qué le pasa? Había estado
tan cariñosa desde su accidente, y él había estado ayudándola con sus tarjetas de
estudio después de cada una de sus acaloradas y sudorosas sesiones en casa.
¿Qué quería decir con “distracciones?” ¿El sexo era una distracción? ¿Era él una
distracción? Leyó la nota por tercera vez, no creía lo que estaba leyendo y esperaba
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que Gert saltase de un armario y se burlara de él por haber caído en su broma. Pero
esto no era una broma.
Había estado completamente cegado. Empujó la mesa de la cocina, furioso consigo
mismo y con ella, y la nota cayó al suelo. Había creído que estaban bien de nuevo.
Que estaban bien encaminados. Matrimonio. Hijos. Domesticidad. Monogamia.
Fue entonces cuando vio la nota púrpura con una carita sonriente que había estado
pegada a la mesa bajo la nota de Gert:
Detectamos el olor. Vamos en camino a recuperar el tridente. Volveremos pronto.
Por favor, abastece la nevera para nuestro regreso.
88
Habíamos asistido a la parroquia con el Sr. Putnam. Debíamos estar
alrededor del pasillo del señor, rezando por las niñas. Ya había oscurecido
afuera. Abby y Betty estaban mucho más tranquilas, ya se habían agotado.
Invariablemente, se calmaban en las noches, a las horas de comer e ir a la
cama. Betty estaba sentada en el suelo, con las enaguas cayendo sobre sus
miembros estirados. Babeaba mientras miraba hacia abajo, con la cabeza
inclinada como una marioneta aflojada en el cuello, mientras tanto, Abigail se
arrastraba en cuatro patas, gruñendo.
“¿Quién hizo este mal?” preguntó el Reverendo Parris.
“¡Hablen! ¿Quién les hizo esto?” Gritó Putnam.
“¡Hablen! ¿Quién fue la bruja?”
Cuanto más acosaban los hombres a las niñas, más irritadas se volvían ellas.
Abby se levantó y cruzó corriendo la habitación. Agitó los brazos y murmuró
incongruencias, mientras que Betty rebotó en el piso como un pez.
Abby se detuvo en el hogar y arrojó un leño en llamas al otro lado de la
habitación, luego intentó subir por la chimenea como lo había hecho otras
veces, pero el Sr. Ingersoll, el dueño de la taberna y posadero, la atrapó y la
retuvo. Finalmente se calmó, luego cayó al suelo y rodó, ocultándose en sus
faldas.
¡Dígannos! ¡Dígannos!” Exigieron los hombres, con sus rostros rojos de la ira
y sus voces más enfurecidas.
“¡Ella no me permite decirlo!” gritó Abby, llevando sus manos al cuello como si
estuviera ahogando.
Betty le siguió el juego. “¡Me atormenta, pero no firmaré su libro!”
“¿Quién es? ¿Quién las hace hacer esto? ¿Quién intenta hacerte firmar el libro
del diablo, pobre niña?” preguntó el Reverendo Parris.
Abby se sentó, con los ojos bien abiertos, mirando fijamente. Betty hizo lo
mismo.
“¿No la ven?” dijo Abby, señalando con el dedo. “¡Ahí está ella!”
Todos se volvieron hacia mí.
─Freya Beauchamp
Junio de 1692.
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Salem
Mayo de 1692
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Capítulo XIX
Hacedora de Milagros
No había un día en que no hubiera trabajo que hacer en la granja Putnam. Los
pájaros chirriaban en los árboles y los insectos chillaban y saltaban mientras Mercy
y Freya se hacían paso a lo largo del camino herboso un día a principios de mayo.
Cargaban consigo las cestas a un lado de sus caderas y las pusieron en el suelo
cuando llegaron al campo de papa. Contemplaron aturdidas las interminables filas.
Era un día bastante caluroso y Thomas Putnam les había encargado arar todo el
campo.
“Es más grande de lo que pensé,” comentó Freya.
“Sí, ya conoces al Sr. Putnam…” dijo Mercy, soplando un mechón de su cabello.
Cada muchacha se encargó de una fila, arrodillándose en la suciedad, y poniéndose
a desgarrar los tubérculos con sus palas. Trabajaron en silencio durante una hora,
enfocadas en hacer todo lo que pudieran. Freya limpió el sudor de su frente y
cuello. A la velocidad que iban, nunca conseguirían acabar con ese campo entero y
todo lo demás que les tocaba hacer ese mismo día. Tal vez podrían terminar un
tercio del campo si tenían suerte. Tenían zarzamoras maduras, listas para la
cosecha, que necesitaban ser convertidas en conservas, por no mencionar todas las
tareas domésticas que tenían que hacer.
“Tengo un calambre en la espalda,” dijo Mercy, poniendo una mano allí mientras
presionaba su pecho hacia adelante.
“Estaremos de pie dentro de poco,” dijo Freya, entrecerrando los ojos.
“El Sr. Putnam debe estar enloquecido si piensa que podemos hacerlo todo en un
solo día.” Mercy le dio una mirada fija a su amiga.
“¿Qué pasa?” preguntó Freya.
“¿No te cansas de todo esto? Siempre estás sonriendo, Freya.”
Freya se dio cuenta de que sí estaba sonriendo y se sintió un poco avergonzada.
“Pues, tengo mucho por qué ser feliz. Para empezar, te tengo a ti.” Tiró unas papas
en su cesta y sonrió.
Mercy sacudió la cabeza. Cuando sus cestas fueron llenadas, las llevaron al borde
del campo, donde las vaciaron en una papelera. Por la noche un campesino vendría
con una carretilla y las llevaría de regreso a la granja. Mercy se deslizó de lado
sobre sus rodillas para moverse por la fila. “He estado trabajando desde que tengo
memoria, desde que era una mocosa pequeña,” dijo tomándole la palma y
llevándola a su pecho.
Freya soltó una risita. “¿Así de pequeña, eh?”
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“¡Salí del vientre de mi madre trabajando, hermana! Con una cesta en mi cadera,”
dijo secando su frente. “Mi pobre madre, que Dios la tenga en su santa gloria. No
me malinterpretes, estoy agradecida por el trabajo, y por los Putnam, y por caminar
el camino correcto del Señor, pero me canso de vez en cuando. Mi cuerpo está
maltrecho y mi mano quemada siempre duele.” Cerró y abrió su puño manchado de
cicatrices. Su cara se tornó grave de repente y sacudió la cabeza. Volvieron a
trabajar, silenciosas y pensativas durante un rato.
Ellas tenían sus diferencias, pero Freya se preocupaba por Mercy. Siempre que
Freya ponía una mano sobre su amiga, podía sentir su sufrimiento, un gran río de
tristeza. Sintió el terror y la impotencia de una niña escondida mientras la violencia
tenía lugar, temblando ante el sonido de los gritos de su familia. Vio el caos, el
desprendimiento de la piel de la carne como si pelaran una fruta. Sintió el pánico y
la culpa de una niña que escapaba de un fuego en el que el resto de su familia
perecía detrás de ella. Freya deseó poder conjurar algún tipo de nepente para
Mercy y ayudarla a olvidar su pasado, pero no sabía de alguno. Era irónico, ya que
ella misma no podía recordar su propio pasado, por mucho que lo intentara.
Aunque había algo que podía hacer para darle un respiro a su amiga. Era muy
peligroso, pero su corazón estaba entristecido por la doncella. Ya no podía
soportarlo. Sería sólo otro de sus secretos, decidió ella.
Freya se llevó las manos a los muslos y se puso de pie. Vadeó a través de los
montones de tierra y extendió una mano. “Vamos, querida, quiero mostrarte algo.”
Mercy alzó la vista hacia la mano ofrecida. “Realmente no tenemos tiempo que
perder, hermana.”
“Haz lo que te digo,” dijo Freya con gentileza.
“¿Qué tienes que mostrarme en un feo campo de tierra y patatas? ¿Te has topado
con oro?” bromeó, pero tomó la mano de Freya y se dejó levantar.
“¡Tienes que prometerme no decirle a nadie!” dijo Freya.
Mercy se rió. “¿Por qué te vez tan grave?
Freya palmeó el hombro de Mercy. “No debes asustarte.”
“Ya me conoces. Lo he visto todo. Nada me asusta.”
Freya llevó a su amiga a la orilla del campo, donde los árboles las ocultarían de
cualquier mirada indiscreta. Se aseguró de que nadie estuviera cerca. Murmuró las
palabras correctas y sintió el cambio y la electricidad llenar el aire. Una sensación
de euforia se apoderó de ella, haciendo que su cuerpo entero hormiguera.
El viento las rodeó, cantando entre los árboles, levantando la tierra del campo. Era
como si cien manos invisibles se hubieran puesto a trabajar. Los tubérculos se
alzaron de la tierra, llenando las cestas y cayendo en los contenedores. El tiempo
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saltó de un momento a otro, agitado e irregular. Los contenedores se desbordaron.
El viento se detuvo y el polvo se asentó.
Freya palmeó la tierra en sus manos. “¿No me digas que esto no fue mucho más
sencillo?” Le sonrió a Mercy, quien estaba viéndola con los ojos bien abiertos.
“¡Esto es imposible!” dijo, sin aliento. Corrió al borde del campo, con Freya
pisándole los talones. Mercy cayó de rodillas, poniendo sus brazos sobre un
contenedor. “¡Es un milagro!”
“¡Sí!” dijo Freya.
Mercy contempló a Freya con admiración. “¡Eres una bruja!”
“¡No existe tal cosa!” dijo Freya.
Mercy sonrió. “¡Por supuesto que no!”
Luego vinieron las moras. En lugar de lastimarse las manos con las espinas, las
bayas se arrancaron de las zarzas, cayendo en las cestas de las chicas. Cinco
encantadores tarros de conservas se prepararon en un abrir y cerras de ojos. La
casa fue limpiada y ordenada en cuestión de segundos sin que ninguna de ellas
tuviera que levantar un dedo. Después de la cena, pusieron a los niños a dormir, y
una vez que la familia entera se fue a la cama, Mercy y Freya hablaron en voz baja
en sus hamacas en el pasillo. Mercy estaba maravillada con la multitud de cosas
que podrían hacer en tan poco tiempo y con casi ningún esfuerzo por parte de
Freya.
“No debemos dejarnos llevar,” advirtió Freya. “Tenemos que seguir haciendo las
cosas igual que siempre. No podemos ser atrapadas. Sabes lo que soy ahora, Mercy,
y sabes lo que le hacen a la gente como yo. Me colgarían si se enteran de la verdad.
Dicen que es la obra del diablo, pero estoy segura─ en el fondo de mi corazón ─que
no es así.
“Yo tampoco creo que una palabra de eso, Freya. Es dios trabajando a través de ti.
Es Dios haciendo milagros a través de mi más querida amiga.” Estiró un brazo para
alcanzar la mano de Freya. “¿Te hace sentir agotada?”
“Todo lo contrario. ¡Se siente maravilloso!”
Las chicas se callaron por un rato.
“No puedo dormir,” dijo Mercy.
“¡Yo tampoco!” Había mucho más que Freya quería mostrarle a Mercy. Era
agradable no tener que esconderle nada a su amiga para variar. Una idea apareció
en su cabeza y se giró en la cama para encarar a su amiga con una expresión
soñadora.
“¿Qué?” Mercy levantó la cabeza.
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Los pies descalzos de Freya aterrizaron en el suelo de losa, y la cama se balanceó a
medida que se sentaba en posición vertical. “Hay algo que debo mostrarte.
¡Enseguida!”
Las chicas caminaron en silencio, con cuidado de no despertar a nadie en la casa.
Con los pies descalzos y el pelo suelto, se dirigieron al bosque, pero no antes de que
Freya agarrara una escoba al salir.
Volaron por encima de Salem, en el oscuro cielo azul iluminado por brillantes
estrellas.
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Capítulo XX
Levantando el Techo
Casi toda la comunidad de Salem había venido a ayudar a construir varios
graneros en la granja Putnam, era una ocasión bastante festiva. Los hombres
martillaban con fuerza la madera y pronto levantarían la estructura, en la que
habían estado trabajando desde el amanecer. Eventualmente, todos celebrarían y
después comenzarían a comer, beber y socializar entre sí. Una vez que la comida
fue servida y la sombra los cubrió, los aldeanos bajaron la guardia y dejaron de
verse los unos a otros como halcones, tal vez Freya podría encontrar a Nate y
adentrarse en el bosque con él, sin ser notados por nadie. Sus palabras resonaron
nuevamente en su cabeza: “Tengo un profundo deseo de estar contigo, de
conocerte…” Ella tembló ante la idea de llegar a conocerlo y se preguntó cuan
pronto se casarían.
Ella y Mercy ayudaron a montar los platillos en las mesas a la sombra de los árboles
en el borde del bosque, donde las amas de la aldea, junto con las sirvientas de la
casa, presentaban sus especialidades: Cerdo asado, venado con jarabe de arce,
lechón, pastel de ciruelas y albaricoque, ganso relleno y guisado de ternera con
guisantes, zanahorias y patatas en una espesa y dulce salsa de vino, todo en
abundancia. Para beber, un montón de cerveza, sidra y vino de la Taberna de
Ingersoll.
Freya se encargó de arreglar el pan que ella misma había horneado, y mientras lo
hacía, de vez en cuando vislumbraba a Nate en el cimiento del granero, donde él y
James estaban trabajando. El frente de la camisa de Nate estaba húmedo. Su
cabello caía sobre su rostro a medida balanceaba el martillo. Se puso a pensar como
se sentiría pasar las manos por debajo de su camisa, sentir la fuerza oculta y los
huecos de su cuerpo.
Él no había mirado en su dirección ni una sola vez, era casi como si la estuviera
evitando. Pero seguramente ya podía mostrar su afecto ahora que había pedido su
consentimiento y ella le había dado su mano. Por otra parte, el Sr. Putnam había
dicho que nadie debía saberlo, así que tal vez solo estaba siguiendo su dictado.
Aun así, Freya se irritó repentinamente por todo─ el olor de la comida, el pesado y
ajustado corpiño, el incesante parloteo de las mujeres chismorreando a su
alrededor, hablando maliciosamente a sus espaldas mientras se sonreían las unas a
las otras. Se sintió acalorada y con picazón, y húmeda bajo los brazos. Una pobre
mosca cayó víctima de su enfado al aplastarla cuando empezó a zumbar en su
rostro.
La esclava caribeña del Reverendo Parris, Tituba, se acercó a su lado y Freya la
reconoció de la sala de reuniones, siempre de pie junto a los hijos del reverendo en
la galería. Le entregó a Freya un abanico hecho de hojas. “Algo que hacemos en
Barbados. Aquí las hojas no son tan grandes como lo son en mi isla, aquí son más
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bien pequeñas y tristes, pero te mantendrán fresca y asustarán a las moscas
entrometidas.”
Freya se echó a reír, cogiendo el abanico. “Muy amable de tu parte,” dijo. Estaba
contenta por la distracción. Conversaron amablemente durante un rato, y Freya
notó que algunas de las amas─ incluso Mercy ─ estaban viéndolas extraño.
Ella sabía lo que pensaban, que no le convendría hablar con una esclava, y mucho
menos con una que era considerada una salvaje, una los siervos del diablo. La
mayoría de los aldeanos ya creían extraño que el reverendo no tuviera sólo uno sino
dos esclavos: Tituba y su marido, John Indian. Los siervos, incluso los
amaestrados, eran habituales, pero seguían siendo esclavos. Los aldeanos
aceptaron las excentricidades del reverendo porque, después de todo, Thomas
Putnam había sido quien lo ordenó como ministro de la aldea.
Freya ignoró las miradas vigilantes. Se estaba riendo de algo que Tituba había
dicho, feliz de haber hecho una nueva amiga. Le mostró a Tituba la cantidad de pan
que había horneado, todos gordos con cortezas doradas y trozos de tocino y maíz en
su interior y bollos hechos con avena y hierbas variadas.
Los hombres comenzaron a levantar la estructura, y las mujeres se alejaron de las
mesas para reunirse alrededor del granero y animar.
Tituba y Freya permanecieron en las mesas. La criada caribeña buscó la mano de
Freya y estudió su palma. “Tienes un don con el hogar, con la creación. Tus manos
poseen magia,” dijo ella.
Freya sonrió, pero no dijo nada.
Mercy apareció y Tituba rápidamente dejó caer la mano de Freya.
“¿Qué estás haciendo?” dijo Mercy, apartando a Freya. Miró fijamente a Tituba, y
ésta bajó los ojos.
“Lo siento, señorita,” se disculpó la esclava.
“¡Mercy!” reprendió Freya. “¡Ni ella ni yo te hemos hecho ningún daño!”
“¿Qué esto?” preguntó Mercy, mientras buscaba el abanico de hojas que Tituba le
había dado, lo arrancó de las manos de Freya, lo arrugó y lo tiró al suelo.
Freya se quedó viendo el abanico arrugado en la hierba. La gente de la aldea había
empezado a cantar mientras los hombres levantaban la estructura. Hasta ahora,
Freya y Mercy nunca habían peleado. El rostro de Freya se puso rojo y su cuerpo
comenzó a temblar, ya fuese por ira o dolor, no estaba segura.
“Será mejor que me retire,” dijo Tituba, dejando a las dos solas.
“Lo siento mucho,” le gritó Freya, mientras que Mercy seguía vigilando la espalda
de la esclava.
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Mercy tiró del brazo de Freya. “¡Me vas a escuchar!” Tomaron un sendero que las
llevó hasta el bosque, murmurando de un lado a otro a medida que caminaban el
sendero.
“¡Esa es la gente que mató a mi familia!” dijo Mercy.
“Mercy, Tituba es del caribe… ella no es india,” hizo notar Freya.
“¡Todos son unos salvajes! ¡Son malvados! Se asocian con el príncipe del pecado y
de la oscuridad.”
“¡Tituba y su gente no mataron a tu familia!” dijo Freya. Ya había tenido suficiente.
Se detuvieron a medio camino. La luz atravesaba las copas de los árboles y danzaba
sobre sus vestidos. “Me importas mucho, Mercy. Eres como una hermana para mí y
entiendo cómo te sientes. Lo que le sucedió a tu familia y a ti fue una atrocidad,
pero no tiene nada que ver con Tituba. Ella es como nosotras, una sirvienta.”
Mercy se rió de su comentario. “Eres ingenua, mi amiga.”
Freya sabía que no habría forma de persuadir a esta chica obstinada. Suspiró,
bajando la cabeza, y cuando habló, su voz estuvo llena de compasión. Ella sabía que
Mercy nunca se recuperaría del horror que había visto. Estaba grabado en su
cuerpo, con las cicatrices en la cara y su mano destrozada. “Perdóname,” dijo ella.
“Lamento haberte hecho daño.”
Mercy se disculpó, y se abrazaron, proclamando su amor por la otra una vez más.
Freya dijo que necesitaba estar sola para recomponerse, y Mercy aceptó cubrirla en
la fiesta. Se separaron, Freya se adentró más en el bosque, mientras que Mercy
regresó a la construcción del granero.
Las nubes empezaban a cubrir el sol, y el bosque era cubierto por sombra mientras
Freya caminaba a través de los altos pinos. Notó una presencia y se volvió para
mirar hacia atrás, esperando que Nate la hubiera seguido. Miró alrededor,
escudriñando el bosque, pero no vio a nadie. Debió haber sido un cerdo salvaje o
un ciervo.
Decidió andar por un camino que reconocía. Caminó por entre los árboles que
llegaban al lado de la granja Putnam. Se detuvo en seco. Había un pájaro carpintero
picoteando un tronco hueco, pero se detuvo abruptamente. El viento se levantó.
Miró a través de los árboles al cielo, que era ahora de un color gris metálico. De
nuevo, miró alrededor.
Esta vez, un hombre alto salió de detrás de un roble lo suficientemente grande
como para ocultarlo. Llevaba un sobrero negro puntiagudo con una hebilla, una
capa negra sobre una camisa rojas y calzones negros hasta la rodilla con calcetines
ocre. Las hebillas plateadas de sus largos zapatos negros resplandecían. Freya miró
inquisitivamente sus pequeños ojos oscuros. Tenía un bigote grisáceo y una barbilla
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puntiaguda. Podía escuchar su respiración entrecortada resonando en su pecho.
Ella lo reconoció de la sala de reuniones.
“Hola, señorita,” dijo él, extendiendo un brazo infinitamente largo desde los
pliegues de su capa. Se paró en medio del sendero, bloqueando su camino.
“Permítame presentarme. Sr. Brooks, a su servicio. Es un placer conocerla…”
Sonrió, con su mano todavía pendiente en el aire, esperando a que Freya la tomara.
Freya intentó no reírse. Había algo ridículo acerca de este hombre, exagerado, con
su vestimenta y actitud pretenciosa. Sr. Books… éste debe ser el tío con el que vive
Nate, cayó en cuenta, y para ser cortés, le dio la mano. “Freya Beauchamp,” dijo.
El hombre la tomó, llevándola reverencialmente a sus labios, empujando su capa
hacia atrás mientras se inclinaba ligeramente. Sus labios secos la llenaron de
repugnancia, y retiró su mano lo más rápido posible sin parecer descortés. Ella hizo
una reverencia. “Un placer.”
Él suspiró, sonriendo. “El placer es todo mío. Estaba escapando del festejo ahora
mismo, tomando un atajo a casa.” Colocó un dedo en sus labios para demostrar que
este era su pequeño secreto. “¡Qué maravilla encontrar a una joven tan encantadora
en mi camino!”
Un poderoso trueno rugió. Oyó los gritos de los aldeanos. Lo más probable es que
estuvieran corriendo a refugiarse antes de que llegara la lluvia. Podía sentir la
pesadez en el aire que predecía a un aguacero virulento.
“¡Santo Dios!” dijo Freya, levantando la vista al cielo. “¡Debo irme!”
“Sí, sí,” dijo el Sr. Brooks. “Ve, niña, ve, vuelve a la granja antes de que la tempestad
llegue. ¡Nos veremos pronto!”
Freya hizo una reverencia más, y corrió tan rápido como pudo en la otra dirección.
No podía alejarse lo suficientemente rápido del molesto tío de Nate.
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Capítulo XXI
¿Gracias Al Cielo Por las Pequeñas?
Pocos días después, Thomas Putnam envió en un trayecto de dos millas hasta la
casa parroquial a Freya, Mercy, y su hija Annie, para entregar las provisiones que el
pastor había pedido durante su último sermón. El pastor tenía el hábito de
mencionar lo que necesitaba para su hogar en sus prédicas contra el demonio. Al
entrar en la casa parroquial junto con las chicas, después de haber estado afuera en
la brillante luz del sol, Freya quedó momentáneamente cegada por la oscuridad.
Las persianas habían estado cerradas para mantener la vivienda fresca, pero el aire
se sentía espeso y sofocante en medio del día, y la única fuente de luz provenía de
una vela parpadeante que reposaba sobre la gran mesa de madera.
Cuando los ojos de Freya se ajustaron, vio a la pequeña Betty Parris en sus manos y
rodillas, frotando el suelo de la losa con un cepillo y un cubo de agua cerca. Abigail
Williams, su prima mayor, había estado de pie sobre ella, como si supervisara el
trabajo de la joven. Mientras Betty se ponía de rodillas, Abby caminó en dirección a
Freya. Las niñas del reverendo sonreían como si la visita fuera la Divina
Providencia.
“¡Hermana Beauchamp!” exclamó Abby, poniendo una mano en el hombro de
Freya. Abby era una aficionada de Freya. Esto era causante de gran incomodidad
para ella, porque a veces sentía los celos de Mercy cuando ella y Abby conversaban
fuera de la sala de reuniones.
“¡Hermana Lewis y hermana Putnam!” dijo Betty.
Las muchachas se saludaron alegremente.
“¿Está el pastor?” preguntó Freya. “¡Hemos traído comida, maíz, jabón y unas
velas!”
“Oh, no, no está aquí,” dijo Betty. “Está fuera haciendo sus rondas espirituales con
Madre y mis hermanos pequeños. Deben regresar a la hora de la cena. Por ahora,
estamos nosotras solas.” Ella era una muchacha, de aspecto frágil, de unos nueve
años, rubia, de ojos avellana pálidos y rasgos afilados como los de un zorro. Tenía
una mancha de hollín de la chimenea en su frente. El hogar, al criterio de Freya,
estaba limpio. El vestíbulo estaba impecable, ordenado con precisión y olía a flor de
naranjo y mirra. Freya frotó suavemente la mancha en la frente de Betty, mientras
la niña le sonrió por su bondad ─ que dulce rostro de mejillas rubicundas, pensó
Freya.
Mercy entrecerró los ojos, mirando el vestíbulo. “¿Se encuentran aquí su hombre y
su mujer indios?”
Abby conocía la historia de su amiga huérfana. “No te preocupes, Mercy, John está
en el jardín. Tituba acaba de retorcer los cuellos de dos pollos y los está
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desplumando para cenar en la parte de atrás. No los dejaré entrar hasta que te
hayas ido si eso te hace sentir más tranquilamente.”
“Sí, gracias, Abby,” respondió Mercy, haciendo una reverencia.
Todavía le irritaba a Freya que Mercy no pudiera ver que los sirvientes eran
personas amables e inofensivas. Abby le ofreció a las muchachas un asiento. Dijo
que debían estar cansadas y sedientas después de tan larga caminata bajo el
abrasador sol. Betty tomó las provisiones que habían traído y las guardó mientras
Abby encendía unas velas.
“¡No queremos mantenerlas alejadas de su trabajo!” dijo Freya con nerviosismo.
“No, no debemos,” acordó Annie.
“¡Sabemos cómo es el reverendo!” añadió Mercy.
Abby se echó a reí. “¡Venga! Han traído provisiones. Al reverendo no le importará
si se quedan un rato a tomar el té.” Ella fue en busca de vasos, una jarra de té de un
armario y unas galletas duras que olían rancias. “Podemos hacer nuestras
travesuras siempre y cuando permanezcan entre nosotras.”
“¡Sí!” exclamó Annie, que se sentó junto a Betty en la mesa. Las niñas mayores se
rieron ante el entusiasmo infantil.
Apenas habían estado todas sentadas cuando Mercy comenzó a parlotear sobre
James Brewster. Al parecer, había mucho que decir sobre la apariencia del joven y
como deseaba poder casarse con él y que creía que él retribuía sus sentimientos.
Las chicas escucharon, pero Freya notó como Abby seguía mirándola.
Finalmente, Freya dejó que su mirada se encontrara con la de Abby; se sonrieron
amistosamente. Los grandes y penetrantes ojos de Abby la miraron de vuelta,
brillando tan oscuros como carbones a la luz de las velas. Abby era una muchacha
extremadamente madura, alta para sus doce años y bastante bien desarrollada
también. Su brillante cabello negro caía de su gorra y sus labios parecían casi
carmesí en contraste con su pálida piel. Uno siempre podía notar a la hermana
Williams en la sala de reuniones.
“Qué maravilloso es que el Sr. Brewster haya hecho conocer su afecto,” dijo Abby
con un tono divertido.
“¡Oh, no lo ha hecho!” protestó Mercy.
“Entonces, ¿cómo sabes que comparte tu afecto?”
“No lo sé,” tuvo que admitir Mercy. “No es seguro.”
La sonrisa de Abby era un poco burlona. “¿Qué hay de usted, hermana
Beauchamp? ¿Alguien se ha mostrado interesado? ¿O se usted interesado por
alguien?”
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Freya negó con la cabeza.
“¡Tonterías, por supuesto que debes tener un admirador! ¡Eres una criada
hermosa! ¡No me sorprendería que alguien se haya interesado en ti!” Abby
claramente quería hacer sentir a Mercy menos digna. Era una situación
desagradable.
Mercy bajó la mirada y se llevó la mano quemada al rostro, poniendo el codo en la
mesa, y viendo interrogativamente a Freya, esperando que ella respondiera.
Avergonzada, Freya miró sus manos en el regazo. Esta era exactamente la clase de
situación que intentaba evitar. Se echó a reír, intentando aligerar el ambiente.
“¡Prefiero no decirlo por temor a hechizarlo!”
“¡Oh, dijo hechizo!” exclamó Betty. “¡No debemos decir esas palabras en este
hogar!”
“¡Oh!” dijo Annie, tapándole la boca con la mano.
Todos se miraron alarmadas, pero luego Abby rió con nerviosismo y todas se
rieron.
“¿Qué hay de ti, Abby?” preguntó Mercy. “¿Tienes algún pretendiente? Cuéntanos
por favor.”
Abby sonrió. “No todas somos tan afortunadas de encontrar jóvenes apuestos en el
bosque.” Sonrió. Freya se sintió muy incómoda. ¿Qué estaba intentando decirle la
chica? ¿Que la había visto a ella y a Nate en el bosque el otro día? Las niñas, pensó,
son muy solitarias a esta edad. Sintió un anhelo profundo, un hambre inquieta en
Abigail Williams.
Abby se inclinó y susurró, “Ahora que estamos tocado en el tema de los hechizos,
hay algo que alguien le trajo al ministro desde Boston hace unas semanas y Betty yo
estamos exquisitamente curiosas por saber que es.”
Mercy y Annie ensancharon los ojos. Querían saber desesperadamente lo que era.
Pero las palabras de Abby habían hecho temblar la espina dorsal de Freya. Era
como si Abby hubiera estado esperando este momento todo este tiempo. Abby
envió a Betty al piso de arriba, al estudio del ministro para buscar el objeto
misterioso en cuestión. Cuando la joven descendió de las escaleras, levantó en alto
un delgado volumen y se lo entregó a Freya.
“Ninguna de nosotras sabe leer,” dijo Abby. “¿Podrías leernos un poco, hermana
Beauchamp? ¡No gustaría mucho!”
“Padre sólo nos leerá la Biblia. Dice que el contenido de este folleto no es para
niñas pequeñas,” añadió Betty, quejumbrosa. “Pero fue escrito por un ministro, así
que no vemos cómo podría ser perjudicial. Estos son escritos religiosos. Y un
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hombre muy agradable vino a dejarlo. Un amigo de mi tío, un hombre alto con un
sombrero blanco.”
Abby se enderezó la gorra. “He oído al reverendo decirle a la señora Parris que el
folleto está causando revuelo en Boston. Todo el mundo lo ha leído allá. Así, que,
¿por qué nosotras no?
“De acuerdo,” dijo Freya, mirando el panfleto que tenía ante ella en la mesa. Pasó
una mano sobre las finas letras en negro y dorado en la portada y leyó en voz alta:
“Un Ensayo Sobre las Notables Ocurrencias Ilustres, e Invisibles, Relacionadas a
Embrujos y Posesiones, por el Reverendo Continence Hooker.”
102
Capítulo XXII
Cuentos de Brujas
Ese mismo año, como lo había deseado la providencia,” dijo Freya en voz alta.
“Fui convocado a la casa de un hombre más sobrio y piadoso, un sastre de oficio
llamado Robert Baker, y su mujer, Sarah, quienes vivían en la parte norte de
Boston. La pareja tenía cuatro hijos y, salvo por el menor, un infante que todavía se
alimentaba y mecía en el pecho de su madre, los niños habían comenzado a
presentar ataques extraños, y se creía que estaban bajo la terrible influencia e
imponentes efectos de la brujería.”
Las chicas sentadas alrededor de la mesa jadearon, las más jóvenes se llevaron las
manos a sus bocas abiertas. Freya prosiguió.
“Los tres niños (la mayor de trece y el menor de ocho) siempre fueron
notoriamente piadosos y obedientes, habiendo recibido una educación religiosa
fuerte y estricta. Estos buenos niños temerosos de Dios y cristianos modelos hasta
entonces poseían temperamentos dóciles y excelente compostura (varios vecinos
piadosos habían testificado sobre las virtudes de sus personas), habría sido
imposible creer que tuvieran alguna intención de disimular los extraños ataques
con los que habían sido afectados. Tan sorprendidos estaban los numerosos
espectadores por las contorsiones de los niños, que ellos, también, sólo pudieron
concluir que los ataques eran preternaturales y no simulados.
Aquí, detengámonos, mientras regreso unos cuantos pasos atrás en el tiempo para
relatar como empezó todo, el mismo incidente demoniaco que dio lugar a las
terribles aflicciones de estos niños inocentes.
El Sastre Barker había enviado a su hija mayor, Helen, a comprar materiales de una
costurera loca, la señora Mary Hopkins. Tan pronto como Helen se alejó de la
puerta de Hopkins con la tela recién adquirida, vio que tenía una desagradable
mancha marrón. Inmediatamente, Helen regresó a la casa de la costurera para
mostrarle la mancha y cambiarla por una tela nueva y limpia para su padre. Ante
estas acciones, la costurera Hopkins, la más escandalosa y repugnante vieja bruja
irlandesa (cuyo marido la había llevado a la corte por lanzarle una maldición y
convertir a su gato favorito en un perro), procedió a darle a la joven y simpática
Helen, un reproche tan vil que la niña de inmediato cayó enferma.”
Las niñas se rieron, pero Freya sólo parpadeó y siguió leyendo.
“Al regresar a casa la joven Helen Baker, sin un mechón de tela ni el dinero que su
padre la había dado para comprarla, ya que la bruja irlandesa de dientes gruñones
se había quedado con ambos, la muchacha fue agarrada por ataques tan severos
que parecían los temblores que acompañan una catalepsia. Dentro de un par de
semanas, uno tras otro, los niños Baker cayeron en ataques, torturados de una
manera tan grave que rompieron el corazón más inamovible.
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“Estos ataques no cesaron y sólo crecieron progresivamente peor, no importaba
cuánto ayunaran u oraran los padres y vecinos. Para entonces yo, el Reverendo
Continence Hooker, había sido llamado para visitar y ver por mí mismo. Tal vez
podría ofrecer una opinión sabía o una lectura y oración eficaz. Lo que vi en la casa
de los Baker fue lo más inusual y antinatural, y me movió hasta el núcleo de mi ser.
Allí, fui testigo de los arrebatos de los niños en su forma más extrema y exquisita:
temblores, sacudidas, contorsiones, balbuceos incoherentes. Se escondían debajo
de los muebles; se estiraban y retorcían en el suelo, giraban sus cabezas y estiraban
sus lenguas a un grado antinatural; se volvieron sordos, mudos y ciegos; se
arrastraron y ladraron como perros o ronroneaban como gatos. En una ocasión,
Helen se puso a correr de un lado a otro en el pasillo, agitando sus brazos y
gritando: “¡Jua, jua, jua!” Los dos más pequeños siguieron detrás de ella,
comportándose como polluelos, luego Helen tiró un leño en llamas del hogar al
otro lado de la habitación, por poco golpeando a un vecino. Finalmente, la mayor
intentó meterse al fuego y subir por la chimenea.
No fue hasta que los visité al anochecer que los niños se calmaron─ justo antes de
la hora de la cena. Comían con tranquilidad y efusión, y por la noche parecían
dormir tranquilos. De hecho, uno podría haber pensado que eran ángeles
durmiendo, nunca poseídos por tales artificios demoníacos que los acecharían de
nuevo al despertar al amanecer.”
Las chicas escucharon, con los ojos vidriosos y las bocas abiertas. Estaban
impresionadas por la historia, y Freya pudo ver que disfrutaban─ incluso
necesitaban ─este descanso de sus aburridas y monótonas vidas. Dejó de
preocuparse de si era correcto o no leerles este relato y se sumergió de nuevo en la
historia.
Finalmente, los comentarios acerca de los extraños acontecimientos en la casa
Baker fueron a parar en los oídos de los magistrados de Boston, que con “gran
prontitud examinaron el asunto.” Tan pronto como la señora Mary Hopkins fue
puesta bajo custodia del carcelero, los niños sintieron cierto alivio en sus agonías.
Después, la señora Hopkins, junto con los niños afligidos, fueron llevados ante un
tribunal.
En el juicio, la señora Hopkins a menudo se negó a hablar en inglés, en cambio,
respondió solo en gaélico a los magistrados, el lo que nadie entendió. Cada vez que
se mordía el labio, los niños caían en los más lamentables ataques ante toda la
asamblea, gritando que estaban siendo mordidos. Si la señora se tocaba el brazo o
se rascaba la cabeza, los niños gritaban que estaban siendo “gravemente
atormentados,” golpeados, pellizcados o pinchados en esas mismas partes de sus
cuerpos.
La casa de la costurera fue requisada, y encontraron varios mamparos hechos de
tela y pelo de cabra. En la corte, “la bruja admitió que utilizó estas imágenes para
torturar los objetos de su mala voluntad mojando un dedo con su saliva y luego
104
frotando los muñecos.” Además, en una ocasión durante el juicio, Helen gritó que
vio un “pequeño pájaro amarillo entre los dedos” de la acusada, el cual sus
hermanos vieron también, y los magistrados concluyeron que la costurera había
convocado a su familiar invisible.
Había suficientes pruebas condenatorias. La señora Hopkins fue acusada de ser
una bruja y luego colgada. Con su muerte, los ataques de los niños cesaron.
Freya se estremeció, cerrando el panfleto con fuerza. No podía seguir leyendo.
¡Cuántas exageraciones y falsedades! La señora Hopkins debió haber ridiculizado al
tribunal porque el juicio era, de hecho, una burla. ¿Los muñecos acaso pertenecían
a la señora Hopkins o fueron implantados para probar un punto? Desde el
principio de su ensayo, Hooker parecía tener algo en contra de la costurera
irlandesa, a quien no perdió oportunidad de tildar de repugnante, escandalosa y vil.
Las chicas estaban en silencio, todavía absorbiendo la lectura de Freya. Abby se
levantó para caminar hacia el centro de la habitación, donde encaró a las chicas en
la mesa. Sonrió e inclinó la cabeza. Tenía toda su atención. Alcanzó su gorra, se la
quitó y la guardó en el bolsillo de su delantal. Removió los alfileres de su moño y su
brillante cabello oscuro cayó sobre sus hombros. Sacudió la cabeza suavemente.
Las chicas la miraron sin decir palabra alguna, hipnotizadas por sus movimientos
lánguidos. Era realmente encantadora.
El cuerpo de Abigail comenzó a temblar y a sacudirse, y luego cayó al suelo. Su
cabeza se giró, sus brazos se extendieron, su espalda se arqueó y sus ojos se
pusieron en blanco. Se puso en cuatro patas, balanceando la cabeza para que su
pelo volara arriba y abajo. Comenzó a brincar y a correr alrededor de la habitación,
fingiendo ser un pájaro, gritando, “¡Jua, jua, jua!”
Las muchachas se quedaron boquiabierta, horrorizadas. Abby se detuvo en seco y
las miró, luego se echó a reír.
“¿Por qué las caras largas, chicas?” Sonrió. “¡Vengan! ¡Inténtenlo!” Levantó los
brazos en el aire y giró, luego se sacudió de nuevo.
Las chicas, a excepción de Freya, corrieron al centro de la habitación y empezaron a
fingir que tenían ataques, ladrando como perros, maullando como gatos, gritando
sobre sus agonías. Lo hacían con tal vigor que sus corras cayeron de sus cabezas.
Mercy se detuvo y miró a Freya, todavía sentada a la mesa. “¡Únete a nosotras!”
Freya negó con la cabeza, sintiendo un súbito escalofrío. Esto estaba mal… había
algo aquí… algo muy malo… ¿Qué había hecho?
“¡Qué aburrida eres!” Mercy hizo una mueva, cayó al suelo, se tumbó sobre su
espalda y sacudió su cuerpo entero.
Tituba entró por la puerta de la casa parroquial, llevando dos pollos desplumados
por el cuello. Las chicas habían estado tan perdidas en sus ataques no la habían
105
oído entrar. La sirvienta caribeña, sin saber lo que había ocurrido, miró a las chicas
con horror. “¿Qué está pasando aquí?”
Las chicas se detuvieron de inmediato. Sentada en el suelo, Mercy dejó escapar un
grito de terror al ver a la criada.
“Estábamos jugando,” dijo Abby, caminando hacia Tituba, dándole palmaditas en
el brazo. “Eso es todo lo que hacíamos, Tituba. No fue nada.”
Tituba sacudió la cabeza. “¡Ustedes niñas se están dejando tentar! ¡Oh, lo vi, Abby,
y no lo permitiré! ¡No en la casa del reverendo!” Ella miró por la habitación. Las
muchachas recogían sus gorras del suelo. “¡Colóquense las gorras y márchense!”
dijo, dirigiéndose a Mercy y Annie. “Abby, Betty, arréglense el cabello y las faldas, y
regresen a sus labores.” Llevó a los pollos a la mesa, donde Freya se había
levantado para irse.
Tituba le dirigió a Freya una mirada de desaprobación tan dura que sintió que su
corazón se había marchitado. Realmente no debió haber sucumbido a las
demandas de Abigail. En retrospectiva, vio cuán manipuladora había sido la niña.
106
Capítulo XXIII
Labios Flojos
Freya tenía tiempo en sus manos ahora que estaba practicando magia con más
frecuencia. Le encantaba estar sola, paseando por el bosque con su cesto,
recogiendo hierbas para cataplasmas y tinturas. Era bueno alejarse de la granja
Putnam y soñar despierta sobre sus próximas nupcias con Nate. Estaba impaciente
por casarse; no se había topado con él últimamente, ni lo había visto en la iglesia, y
lo echaba de menos. Ella encontró consuelo en el bosque y el gorjeo de los pájaros,
el sereno canto de los insectos y las pequeñas huellas de animales correteando
sobre las hojas secas. Una vez llegó hasta el río, vio a un cervatillo tomando un
baño. Sólo su cabeza se asomaba en la superficie, moviéndose río abajo, hasta que
la pequeña y graciosa criatura llegó a la orilla y salió del agua con una pequeña
sacudida. Freya lo había confundido con un perro hasta ese momento. Le pareció la
cosa más tierna del mundo, con todas esas manchas blancas.
Arribó al claro donde creía el rosal. Los pálidos pétalos de las rosas habían caído,
pero los escaramujos que habían dejado atrás no eran todavía lo suficientemente
grandes o rojos como para ser recogidos. Alguien tosió, y ella se dio la vuelta, era su
amigo James de pie junto a un gran afloramiento de piedra.
“¡Buen día!” dijo él con una rápida reverencia, quitándose el sombrero. “Me alegra
mucho encontrarte,” dijo.
“Siempre pareces saber dónde estoy,” respondió ella.
“¡Que curioso!” respondió con temor.
“¿Qué ocurre, James?” preguntó. Su expresión la había puesto ansiosa.
Se mordió un nudillo, luego dejó caer la mano a su lado. “Es sólo que sentí que
debía advertirte. Me preocupo mucho por ti, Freya…”
Ella lo miró inquisitivamente, asintiendo con la cabeza para animarlo a continuar.
“Tú y tus peculiares mañas…” Se aclaró la garganta, pareciendo incómodo.
“¿Sí?” dijo ella, batiendo las pestañas.
Él se meció sobre sus pies. “Verás, no todo el mundo te entiende… no como lo hago
yo.”
Ella pensó que él hablaba de una comprensión implícita entre ellos a causa de su
amistad, pero parecía estar sugiriendo algo más.
“¿Qué quieres decir?”
James se acercó un poco. “Es terriblemente peligroso lo que estás haciendo, Freya.”
“¿Qué estoy haciendo?”
107
“Uno escucha cosas…”
“¿Cosas?”
“La otra noche… pasé a mirar las estrellas… y…”
“¿Y?” le desafió.
Él sacudió la cabeza. “No puedo hablar de eso. Es demasiado peligroso. Freya,
debes prometerme que tendrás mejor cuidado. No hagas…”
“¿Que no haga qué?” preguntó sin prudencia. Ella si había tenido cuidado. Mercy
era su mejor y más querida amiga y había prometido no mencionar ni una palabra
sobre sus talentos. Aquellos a quienes había ayudado en la aldea habían sido
agradecidos. Además, ella no era la única que hacía medicina física. Unas cuantas
comadronas también lo hacían; la única diferencia era que su medicina siempre
funcionaba. ¿Por qué no ofrecer ayuda cuando podía? Algunas personas hacían un
estúpido alboroto por todo esto, como el reverendo o Thomas Putnam, quienes se
tomaban todo muy en serio.
“No hagas nada que pueda hacer que la gente lo note. La gente en Salem siempre
está pendiente. Hay ojos por todas partes.”
Freya se suavizó. “No te preocupes por mí, amigo mío. Estoy a salvo.”
“Por ahora,” dijo James. “Procura escuchar mi consejo,” dijo suavemente. “Me
dolería mucho ver que te hagan daño.”
Con esa advertencia, James se despidió.
Una vez más, el señor Putnam envió a las chicas a casa del Reverendo Parris con
provisiones que el hombrecillo había insinuado que necesitaba en su sermón. ¿Qué
sería lo siguiente? ¿Un caballo y un carruaje? Freya se preguntó. Esta vez sólo ella y
Mercy hicieron el viaje a pie.
Annie se quedó para sentarse con su madre, a quien últimamente se le había dado
por hablar con su hermana y sus sobrinas muertas y de alguna forma había logrado
prenderle fuego a su Biblia. Gracias a la providencia, el Sr. Putnam había estado en
su estudio en ese momento. Al sentir el olor a humo entró en la habitación y pisó
con fuerza la Biblia de la Sra. Putnam. Estaba en el suelo junto a la cama, y una vela
había caído encima de ella. Todo el evento, del cual Freya tuvo conocimiento a
través de Annie, parecía extraño. Ann Putnam Sénior necesitaba ser vigilada de
cerca cuando se comportaba así. La pobre Annie estaba muy asustada. Ella vio la
Biblia ardiendo como un presagio augurando algún tipo de tragedia.
Cuando caminaban hacia la casa parroquial, Freya se mantuvo en silencio,
mientras que Mercy seguía tan locuaz como siempre. Freya asentía con la cabeza
cada vez que la criada hablaba, pero su cabeza estaba en otro lado. Estaba
108
pensando en lo que James había dicho, sobre ser más prudente. Como si estuvieran
en sintonía, Mercy preguntó por el mismo tema.
“Te vi con James hace poco,” dijo ella. “¿Estaba preguntando por mí?”
“Sí, no. Quiero decir, sí, estaba con James.”
“¿Y qué quería?”
Freya le comentó sobre sus advertencias. “Está en lo correcto. He sido descarada
con mis… habilidades últimamente, y es peligroso.”
Ahora era Mercy la silenciosa. Caminaron por una estrecha carretera bordeada de
álamos. Freya miró de reojo a la sirvienta, y mientras se movían a través de las
sombras y la luz del sol, vio que Mercy todavía parecía preocupada.
“¿Como es que James sabe de tu magia?” finalmente preguntó Mercy. “¿Has estado
conversando con él a menudo?”
“¿A qué te refieres? Lo veo tan a menudo como tú,” dijo Freya. “De todos modos, no
lo dijo, pero creo que pudo habernos visto… ya sabes, volando la otra noche.”
Torció su delantal con preocupación.
“No te preocupes por James,” dijo Mercy fríamente. “Él no sabe nada.” La
muchacha de cabello pálido la miró fijamente. “Pero a veces me pregunto, Freya, si
sabes lo que significa ser una amiga.”
El pastor estaba fuera─ como de costumbre, haciendo sus rondas religiosas. En
todo caso, el Reverendo Parris era devoto. Un asiento le esperaba en el cielo. La
Sra. Parris, débil de salud, yacía en la cama de arriba. Sólo Abby, Betty y Lizzie
Griggs, una muchacha de diecisiete años que vivía con su tío, el médico William
Griggs, estaban en la casa. Lizzie también había pasado a visitar con los
suministros para el ministro.
Las tres chicas corrieron a saludar a Freya y a Mercy. En cuanto entraron en el
oscuro interior de la casa parroquial, las chicas, llenas de asombro, se reunieron
alrededor de Freya con un aluvión de preguntas susurradas.
“¡Escuchamos que puedes hacer que los objetos se muevan!” dijo Lizzie.
“¡Escuchamos que puedes volar!” le siguió Betty.
Abigail agarró a Freya por el brazo, tirándola a un lado. Puso una mano en el
hombro de Freya y dijo, “¿Me enseñarías como volar, Freya? ¡Me encantaría volar
contigo!”
En pánico, Freya miró a Mercy, quien se apartó del grupo. Era evidente que había
revelado el secreto que había prometido guardar.
“¡Les dijiste!” acusó Freya.
109
“No son más que niñas,” protestó Mercy. “Nadie les creerá si dicen algo.”
En ese momento, Freya sintió que se sofocaría en el embrague de Abby. Miró a los
ojos oscuros y brillantes de la joven, que estaban puestos sobre los suyos. “¡Hazlo!”
susurró Abby.
“¡No puedo hacer las cosas que dicen! ¡No sé nada de esto!” Freya miró a Mercy en
busca de apoyo, pero Mercy sólo se encogió de hombros.
“Sabemos lo que eres,” dijo Abby. “Mercy nos contó.” Entrecerró los ojos y miró a
Freya con desprecio. “No importa si nos lo muestras o no─ sabemos la verdad
sobre ti. Enséñanos tu magia, o te arrepentirás de no haberlo hecho.”
Freya se sintió helada del miedo. James tenía razón. Había sido imprudente. A
partir de ahora, se aseguraría de no hacer más magia.
110
Capítulo XXIV
Amor y Matrimonio
Una tarde de un jueves de junio, la casa de reuniones había crecido caliente y
ajetreada─ era día del sermón. El Reverendo Samuel Parris terminó uno de sus
infatigables sermones sobre el demonio y sus secuaces. La congregación suspiró
aliviada, viendo que el final estaba cerca. Pero el diminuto Parris siguió hablando.
Se dio cuenta de que todo el mundo estaba ansioso por volver a sus ocupadas vidas,
pero él tenía algo más que decir. Los feligreses de los bancos y las galerías se
animaron, o más bien aparentaron hacerlo. Freya enderezó su gorra, mirando a
Parris. ¿Ahora qué?”
El reverendo asintió solemnemente. “Uno de nuestros nobles y piadosos hermanos
tiene un anuncio que hacer. Un hombre de gran estatura y posición, un líder de los
hombres, un granjero próspero, un gran hombre al que estoy sumamente
agradecido, no pasa un día en que yo…” Parris se aclaró la garganta.
Esta pareció ser la señal de Thomas Putnam, ya que se levantó de la primera fila.
Parris cedió el púlpito con una reverencia. Confundidas, Freya y Mercy se miraron
la una a la otra. Mientras Thomas se dirigía al frente, levantando su gran pecho en
alto, dio la impresión de ver una enorme nube de tormenta ocultarse a través del
cielo. El hombre inspiraba temor y asombro en la comunidad, y de inmediato todos
los susurros cerraron. Putnam encaró a la congregación. Su rostro, antes serio,
quebró una amplia sonrisa inesperada.
“Buenos días, parroquianos. Voy a hacer esto breve. Quisiera traer su atención al
compromiso de dos individuos en nuestra comunica. La joven en cuestión es una
devota sirvienta, una huérfana que mi esposa, Ann, y yo, acogimos hace poco. Su
nombre es Freya Beauchamp. He accedido a dar su mano en matrimonio dentro de
un año, cuando tenga la edad adecuada para casarse.” El Sr. Putnam miró hacia
arriba, buscando a Freya en la galería.
Los feligreses estiraron el cuello. Se rieron cuando vieron a Freya tropezar al
moverse al frente. Mercy le había dado un pequeño empujón, tirándola contra la
barandilla. Se puso roja al instante. Thomas no le había advertido de esto. No
pensaba que todo fuera a suceder así.
Los ojos de Thomas se posaron sobre los suyos. Le hizo un gesto para que bajara.
Ella inclinó la cabeza. Mercy tomó su mano y la apretó, y en ese momento
auspicioso, como suele suceder con los amigos cercanos que pelean, todo estaba
perdonado entre ellas. La multitud se abrió paso para hacerle camino a Freya.
“Buenas nuevas,” susurraron sirvientes y niños mientras ella pasaba. Bajó las
escaleras, que parecían crujir con el silencio que había llegado al recinto.
111
A medida que Freya caminaba por el pasillo entre los bancos, todos los ojos fueron
clavados sobre ella: la misteriosa doncella de ojos verdes y labios rosados, las
mejillas de un color parecido a su cabello albaricoque escondido en su gorra blanca,
visible en la nuca. Ella no pudo evitar sonreír. ¿Por qué no habría de demostrar su
felicidad? Se puso de pie ante la congregación, entrelazando las manos. Había
estado buscando a Nate antes, pero no lo había visto desde la galería. Tal vez la
estaba esperando en las alas.
El Sr. Putnam volvió a hablar. “Deseemos lo mejor a los recién prometidos y
digamos una oración por ellos en esta víspera. Llamo ahora al caballero que ha
prometido casarse con esta pobre niña huérfana. ¡El Sr. Nathaniel Brooks!”
La sala quedó quieta y en silencio, mientras los parroquianos esperaban que saliera
de entre la multitud. Freya miró ansiosamente el hermoso rostro de Nate. Los
miembros de la congregación comenzaron a aplaudir, pero su propia cara drenó
cualquier rastro de color.
Nathaniel Brooks estaba caminando hacia ella, pero no era el correcto Sr. Brooks.
Era el tío de Nate, el hombre alto, ridículo y solícito a quien había encontrado en el
bosque: el de barba de chivo, capa negra, y piernas huesudas que se asomaban por
debajo de sus calcetines ocres. Las hebillas en sus gigantes zapatos chocaban y
chasqueaban con cada paso que daba.
Nathaniel Brooks… el homónimo de Nate. ¡Por supuesto!
Por eso Nate la había estado evitando en el establo que había estado levantando el
otro día─ ¡debió haber creído que ella había dado su consentimiento! Los aplausos
se hicieron más fuertes, ensordecedores, y la visión de Freya se atenuó. Agarró el
banco a su lado para no caer al suelo. Buscó a Nate, su Nate, pero cuando al fin lo
encontró, él no conectó con su mirada.
Por la noche, Freya golpeó con tanta fuerza la puerta del estudio de su amo, que se
tambaleó en su marco. Ella estaba harta de seguir las reglas del decoro. Presionó su
rostro contra la madera y espió a través de la grieta, viendo al Sr. Putnam en su
escritorio.
“Adelante,” dijo él.
Ella entró al estudio y caminó hasta el escritorio. Esta vez no hizo una reverencia.
“¡Sr. Putnam!” Su rostro estaba rojo.
Thomas alzó la vista. “Buenas noches, futura Sra. Brooks. Podemos discutir los
planes de la boda. Fechas...” Algunos de los cabellos de Freya habían salido de su
gorra, y el Sr. Putnam ladeó su cabeza, con sus ojos moviéndose hacia aquellos
rizos que caían sobre su pecho.
112
“¡Ha habido un terrible error!” dijo Freya. “No puedo casarme con este hombre…
con el viejo Sr. Brooks. No lo amo, ni podría amarle nunca. ¡Ese hombre me
repugna!”
Putnam frunció el ceño. “¿Cuándo ha sido sobre el amor? Especialmente no en tu
situación, una huérfana arrojada en el viento. Esto no es más que un medio para un
fin, querida. Serás entregada a alguien en esta condición. ¿Eso no te satisface? ¿No
es suficiente?” dijo con calma.
Freya le dio una mirada fulminante. “¡No, no es así, Sr. Putnam!” Acomodó los
hombros y se mantuvo firme.
Un poco de aire escapó de la nariz del Sr. Putnam, provocando un resoplo audible y
anotando algo en su libro mayor. Freya creyó que podría decirle algo, y apenas
provocaría una reacción. El hombre era inamovible. Presionó sus labios hacia una
mejilla, después hacia la otra. Movió sus labios de un lado al otro por un rato.
“Cuando te informé por primera vez de la propuesta del Sr. Brooks, me habías
parecido muy contenta. ¿No dije bien claro, el venerable Sr. Brooks?”
Freya trató de recordar. De hecho, recordaba bien la conversación. El Sr. Putnam lo
había llamado Sr. Nathaniel Brooks, pero no había dicho nada con la palabra
venerable. “Usted no uso tal adjetivo, señor,” afirmó ella con aplomo.
Él soltó una de sus inusuales risitas. “Mi error. Ya sabes, el Brook más joven─ si es
ese a quien creía que me refería─ es conocido como Nate,” dijo encogiéndose de
hombros.
Freya pensó que había enmascarado bien sus emociones, pero aparentemente no.
Ella no sabía cómo, pero el Sr. Putnam parecía saber que estaba enamorada de
Nate. Mercy era la única que lo sabía. La criada no había pensado dos veces en
traicionar a Freya, compartiendo su secreto con todas las chicas de la aldea, un
secreto que en última instancia podría llevar a su muerte. ¿Había estado Mercy
actuando como la espía del Sr. Putnam? Nunca le habría parecido insondable en el
pasado, pero a la luz de la reciente traición de Mercy, se preguntó si podría seguir
confiando en ella. Thomas parecía estar jugando con Freya, burlándose de su amor.
O tal vez era demasiado evidente… ella había supuesto que él se refería al joven y
apuesto Brooks y no a su tío viejo y feo. El Sr. Putnam la había engañado
deliberadamente. ¡Qué tonta e insensata había sido!
“Bueno, en ese momento, sé que no dije Nate Brooks,” continuó Thomas, echando
sal en la herida. “Habría dicho Nate, no Nathaniel, si me refería a ese caballero en
particular. Además, Freya, eres muy afortunada. No serías más que una mugre
moza, una mendiga, una indigente de no haber sido porque te acogimos. Y ahora
vas a casarte con el Sr. Nathaniel Brooks. Serás una mujer rica y una de muy alto
prestigio. El venerable Sr. Brooks ha ofrecido una dote sustancial y recibiré una
gran parcela de tierra contigua a la mía para que mi terreno llegue hasta la ciudad
de Salem.” Le sonrió, pretendiendo un gesto de gratitud. “Te casarás con Nathaniel
113
Brooks, y es definitivo. No escucharé nada más.” Agarró su pluma y volvió a
escribir en el libro mayor.
Los brazos de Freya se tensaron a los costados. Ella tampoco escucharía nada más,
así que giró sobre sus talones y salió de la habitación lo más rápido que puso.
“¿Adónde vas?” gritó Mercy a sus espaldas. “¡Juro que no tuve nada que ver con
esto! ¡Freya! ¡Espera!”
Freya caminó a través del vestíbulo y no respondió, sólo cerró de golpe la puerta al
salir de la casa Putnam. Eran casi las siete de acuerdo con el reloj de sol atado a la
pared de la granja, todavía había luz afuera. Ella sabía que muchos de los hombres
de la aldea iban a la taberna de Ingersoll los jueves alrededor de esta hora, una vez
que terminaban las prácticas de la milicia. Seguramente encontraría a Nate allí. Le
rogaría que se la llevara lejos─ él no podía permitir que esto pasara ─estaban
enamorados y necesitaban huir juntos.
Tomó un atajo, pero estaba tan angustiada, que perdió el camino y tuvo que trepar
una pared que pareció levantarse ante ella de la nada. Las zarzas se prendieron a su
falda a medida que cruzaba hacia el otro lado, y sintió como se rasgaba mientras
avanzaba, pero siguió corriendo frenéticamente. Estaba en un campo salvaje,
cubierto de vegetación, y tropezó con un repentino montón de piedras, cayó,
retorciéndose por un momento en la hierba alta, luego se puso de pie de nuevo.
Habría volado en un palo de no ser porque era de día. Maldijo a este pueblo. Su
gorra se deslizaba de su cabeza mientras corría, así que se la quitó, metiéndola en el
bolsillo de su delantal. Su cabello cayó en cascada, brillando como fuego.
Vio la ciudad esperándola adelante, se inclinó y puso las manos sobre sus muslos,
jadeando. Sintió unos alfileres en el bolsillo y arregló su cabello con ellos, luego
volvió a ponerse la gorra. Su pulso resonaba en las sienes. La falda de su enagua se
había roto con las espinas, pero el daño no era demasiado evidente. Vislumbró un
rasguño profundo en su pantorrilla, donde la sangre ya se había secado. Estaba en
tal estado, que ni siquiera lo había sentido cuando sucedió.
Ella puso una expresión tranquila en su rostro y anduvo el resto del camino que
conducía al centro de la ciudad. Pasó por una casa en el camino. La mujer que
alimentaba a los pollos le dio una sonrisa lastimera. Todo el mundo el mundo la
reconocía ahora después de ese espectáculo en la casa de reuniones. Era la hermosa
criada joven que iba a casarse con el anciano y ridículo viudo.
Un hombre descendía en su caballo por la carretera. Ella reconoció a James
Brewster y le saludó con la mano, aliviada. James sonrió, desmontando el semental
castaño. Sostuvo las riendas cerca de la broca mientras estaban de pie a un lado
herboso de la carretera.
Él apretó su brazo y lo soltó. “Yo estuve allí,” dijo. “No te preocupes.” Sus ojos
dorados ojos verdosos ardieron con pasión.
114
“¡No puede suceder!” dijo ella. “¿Dónde está Nate? ¿Tú sabes?”
“¿Nate? No. No lo he visto desde que el Sr. Putnam hizo ese anuncio en la casa de
reuniones,” dijo.
“No puedo casarme con el Sr. Brooks,” dijo Freya. “No lo haré.”
“Por supuesto que no. Nunca dejaría que eso sucediera.”
Su amabilidad la abrumó, incluso si era Nate a quien quería.
“Escucha, te ayudaré, pero no debemos permanecer aquí, ya que podrían vernos, y
la gente comenzaría a hablar. Encuéntrame en el rosal.” Él ya estaba montando su
caballo, cuyo abrigo resplandecía a la luz del sol cayente. James se veía glorioso allí.
“Sí,” dijo Freya. “Estaré allí. ¡Gracias, James, gracias!”
James asintió y tiró de las riendas, haciendo que su caballo estirará el cuello. Le dio
una pequeña patada, y se fueron a trote.
Freya caminó en la dirección opuesta por si alguien los había visto. En Salem
siempre había alguien viendo, sabía ahora.
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Capítulo XXV
Los Inmortales
Cuando Freya llegó al prado, vio el caballo de James, pero el semental estaba solo.
Paseaba pacíficamente en la hierba, con las riendas sueltas. Percibiendo a Freya, el
caballo parpadeó en su dirección, sacudió su melena y regresó su nariz negra al
suelo para seguir pastando. Estaba el caballo de James, pero ni rastro de James
mismo. ¿Dónde estaba? Lo que sea que hubiera planificado para ayudarla, tenía
que suceder pronto. ¿Pero, qué pasaría con Nate? Tenía que hacerle saber que
había escapado de la casa de los Putnam, sin un adiós ni ninguna de sus
pertenencias, pero tenía que hacerle entender que tendrían que huir enseguida.
Ella era una chica sola, sin familia y sin hogar. Era vulnerable, y de alguna forma
supo instintivamente que su magia no podría ayudarla a salir de esta situación. Ella
podía hacer que la mantequilla se batiera sola y arar un campo de patatas sin
mover un dedo, pero no podía revertir la decisión de Putnam sobre su destino si él
ya lo había decidido así.
Buscando a James, caminó a lo largo del borde del prado, mirando en el bosque
hacia el oeste, donde el sol había comenzado a caer. Las ramas de los pinos y hojas
de robes y hayas parecían iluminadas a contraluz. Los rayos de luz atravesaban los
árboles, asemejándose al humo, al iluminar las motas de polvo en el aire. Mientras
caminaba con dificultad, el sol se deslizó entre los espacios desnudos de los árboles,
cegándola, por lo que tuvo que llevarse una mano a la cara para protegerse los ojos
del resplandor.
Entonces, una sombra cayó sobre su rostro, y por un momento pensó que era Nate,
pero no fue así. Era James quien estaba parado frente a ella.
“¿Dónde está Nate?”
“¿Por qué sigues preguntando?” preguntó James con impaciencia. Llevaba un par
de mantas y una mochila en el hombro.
“Porque…” Respiró hondo.
“¿Porqué?” preguntó él, con el rostro cada vez más oscuro. “¿Por qué siempre
preguntas por Nate? ¿Qué significa él para ti?” James ató las bolsas al caballo y se
volvió hacia Freya. “Olvídate de Nate.”
“No puedo,” dijo ella. “No lo haré. Nate es… Nate es mi…”
“¿Tu qué, Freya?” dijo James.
“Nate es mi amor,” susurró. “No puedo irme sin él,” y cuando vio la mirada herida
en su rostro se dio cuenta de que este era otro malentendido. Su vida parecía estar
116
llena de ellos últimamente. Ella había hecho esto. Todos era culpa suya. Esa
mañana, cuando James regresaba de la guardia nocturna en la torre, cuando lo
besó en la mejilla. Ella estaba llena de sentimientos ese día, porque estaba
enamorada, enamorada de Nate. Pero ahora se dio cuenta de que James había
llegado a creer que él era el objeto de sus afectos.
Ella se apartó, pero él tomó su mano y la acercó hacia él. Su respiración se sintió
cálida en su rostro. “¿Qué… qué dijiste?”
“Lo amo… amo a Nate,” dijo ella. “James, lo siento…”
Él la miró boquiabierto, sacudiendo la cabeza. “No. ¡No!”
Ella retrocedió, alejándose de él, y tropezó con algo que se levantó de la tierra, una
piedra o una raíz. James trató de proteger su caída, pero en cambio cayó sobre ella,
de modo que ambos estaban tirados en el suelo. Estaba casi encima de ella, y
ambos respiraban pesadamente, pero por diferentes razones.
“Tú no lo amas… no puedes amarlo…” Él se levantó un poco para mirarla mejor a
los ojos. Tenía una mano en su hombro, su pierna se balanceaba sobre la suya,
fijándola a la hierba húmeda. Su cuerpo era largo, musculoso, y pesado. El sol
proyectaba un brillo naranja sobre su rostro. “Freya, escúchame. Tú me amas…
siempre me ha amado a mí y sólo a mí.”
“¡No sé qué estás hablando! Por favor, déjame ir.” Ella miró hacia arriba en el cielo,
el cual se oscurecía mientras lo miraba. “James… por favor…”
“Mi nombre no es James Brewster.” Sus ojos estaban encapuchados, y se veía tan
infeliz que Freya podía llorar. “Al menos, no es mi único nombre. Algunos de
nosotros no tenemos la misma suerte que tú, Freya, de poder mantener nuestro
nombre a lo largo de los siglos.”
Mientras James hablaba, era como si una puerta tras otra se fuera abriendo en su
mente, en sus recuerdos, su conciencia, su identidad, saliendo de detrás de un
pasaje escondido y cerrado. Ella veía imágenes que no entendía, caras que no
reconocía, una mujer mayor y graciosa de pelo plateado, formidable, con una
suavidad alrededor de sus ojos, y una más joven, rubia y frágil hasta que sonrió─ y
Freya sintió una abrumadora sensación de amor por ellas. Eran parte de ella. “Soy
una bruja,” dijo. “Siempre he sido una bruja.”
“Eres más que eso,” murmuró. Las pestañas de James estaban mojadas por las
lágrimas, y Freya puso una mano en su rostro, para sentir su dolor y tratar de
entender lo que estaba sucediendo aquí.
“¿Quién eres, James? ¿Quién eres en realidad? ¿Y quién soy yo? ¿Qué somos el uno
para el otro?” Se sintió caliente en sus brazos, y ya no tuvo miedo.
117
Él la abrazó más fuerte y respiró en su oído. “¿No me recuerdas, amor mío?”
Su voz y su toque enviaron un escalofrío a través de su cuerpo, y en el ojo de su
mente vio un parpadeo de luz, un recuerdo, una imagen, de un hermoso hombre de
pelo oscuro, asomándose sobre ella justo como lo hacía James ahora, enredados en
un abrazo, su cuerpo cálido contra el suyo, y no había vergüenza, ni culpa alguna,
ninguna de las restricciones puritanas, por no eran puritanos, estaban enamorados
y lujurioso, y él era tan fuerte, sus manos sobre las suyas, sosteniéndola abajo. Ella
gritaba su nombre, su nombre…
“¿Killian?” preguntó.
“Freya,” susurró él. “Soy yo.”
Entonces todo volvió a ella, y de repente fue como si todas las puertas se hubieran
abierto en un estallido de luz y entendimiento. El pasado, el futuro, el presente.
Killian en su fiesta de compromiso, los dos contra el fregadero del mostrador del
baño, sin ni siquiera decirse una palabra, vencidos por el deseo y la intensa
necesidad de sentir sus labios sobre los suyos, su cuerpo sobre el suyo. Su última
noche a bordo del Dragón, balanceándose sobre él, como si se aferrara a su vida,
porque había sentido que el final estaba cerca… su final. La sombra del tridente en
su espalda que lo había marcado como el ladrón que había robado el tridente de
Freddie. Y finalmente, las Valquirias, rodeándolo, arrancándolo de sus brazos.
“Pero las Valquirias… ellas te llevaron…”
“Aquí.”
“¿No te llevaron al Limbo?”
“No. Yo tampoco tenía recuerdos, hasta que te vi en la casa de reuniones, y luego
todo volvió a mí, pero no quise asustarte. Pensé que lo recordarías por tu cuenta.”
Ella negó con la cabeza, avergonzada. No tenía ni idea de cómo había llegado aquí.
Tuvo que haber sido algún tipo de truco horrible. Había sido arrastrada al pasado a
través de los pasajes del tiempo, sin memoria, incapaz de recordar quién era y por
qué estaba aquí. ¿Era este otro castigo de los dioses? ¿U otro de los trucos de Loki?
Loki… ¿Era por eso qué se había sentido inexplicable e irrefutablemente atraída
por Nate Brooks? Él debía ser Loki, no había otra explicación. ¿Seguía siendo parte
del hechizo que había lanzado sobre ella cuando era Branford Gardiner y había
llegado por primera vez a North Haven? Cuando su vestido se cayó al romperse la
corra, y él había tocado su piel, la había marcado como suya. Pero no podía serlo─
ella no estaba hechizada estada vez, estaba segura de ello. ¿Qué estaba pasando?
¿Por qué se había sentido así? Ella no amaba a Loki, tampoco amaba a Nate; ella
sólo amaba a Balder. Killian Gardiner. James Brewster. En cualquier encarnación,
bajo cualquier otro nombre, ella siempre lo amaría a él.
118
“Killian, querido,” susurró, poniendo una mano en su mejilla. Su amor. Su
verdadero amor. Su amigo más querido. Ella dejaría de lado sus preocupaciones
por sus emociones conflictivas por el momento, y trataría comprenderlas más
tarde. “Lo siento. No sé en que estaba pensando.”
“Sí recuerdas…” Sonrió, aliviado. “Pero es peligroso usar ese nombre. Debo seguir
siendo James Brewster por ahora.”
Ella asintió. “¿Pero, que hacemos aquí? ¿Cómo vamos a huir?”
“No te preocupes, mi amor,” dijo él, y la besó. Cuando sus labios se encontraron,
fue como si ambos se dieron cuenta en ese mismo momento de lo cerca que estaban
sus cuerpos, y cuando la besó, le abrió la boca, y luego su mano luchó por desatar
su corpiño, mientras ella luchaba para desatar sus pantalones.
Ella lo deseaba tanto, quería quitarle el sufrimiento que le había causado, quería
olvidar por un momento dónde estaban─ ella estaba tan contenta de verlo de
nuevo, y de estar juntos. Él besó su cuello y sus senos, ella le ayudó a salir de su
camisa, y cayó de espaldas sobre ella, empujó sus faldas hacia arriba, y rieron
suavemente a la par, de lo terriblemente difícil que era quitarse su ropa─ cuando lo
lograron, quedaron tumbados en la hierba, él sostenía sus manos sobre su cabeza,
besándola, mordiéndole los labios, ella estaba hambrienta, habían estado
separados por mucho tiempo, y cuando él entró en su cuerpo, ella apretó los
dientes por el dolor y el placer de encontrarlo otra vez.
“¿Qué están haciendo?” dijo una vez por encima de ellos, la voz de una criada. Una
voz baja y horrorizada, como si el locutor no pudiera creer lo que estaba viendo.
James se sobresaltó y se alejó, mientras que Freya se levantó, buscando
frenéticamente su ropa y cubriéndose mientras se separaban de su abrazo.
“¡Y aquí estaba yo dándole excusas al Sr. Putnam!” exclamó Mercy, con su voz
ardiendo de rabia. “Creía que eras mi amiga, mi hermana. ¡No eres más que una
ramera, una tentadora! ¡Una puta común! ¡Mírate! ¡Desnuda en la hierba! ¡Con él!
¡Eres una bruja! ¡Has embrujado al Sr. Brewster!”
Freya se puso de pie, con un brazo extendido y el otro sosteniendo su ropa contra
su cuerpo, estaba roja de la conmoción y vergüenza. ¿Qué había hecho? ¿En el
bosque? ¿En el exterior? “¡No, Mercy, por favor!”
La criada estaba temblando y sus ojos lloriqueaban. “¡Le diré a todo el mundo! ¡Les
diré toda la verdad!”
“¡No, por favor! ¡Mercy, te quiero, nunca te haría daño!” dijo Freya, abrochándose
la blusa mientras James se vestía rápidamente detrás de ella. “Debes entender…
esto es… él es…”
119
La muchacha retrocedió, levantando la barbilla de forma desafiante. Respiró
hondo, con el rostro enrojecido, y sus labios temblaron mientras hablaba. “¡Eres
una mentirosa, Freya Beauchamp! ¡Una mentirosa, me oyes! ¡Una mentirosa y una
bruja! ¡Les diré a todo!” Se dio la vuelta y salió corriendo por el campo, dejando a
Freya y James solos en el oscuro prado.
“¿Qué hacemos ahora?” preguntó ella. Había vivido lo suficiente en Salem como
para saber lo que pasaría después. “¡Nos matarán!”
“Corre,” dijo James, tirando de sus botas y entregándole las suyas. “Corramos tan
rápido como podamos.”
120
North Hampton
El Presente
121
Capítulo XXVI
Los Golpes del Martillo
Hudson levantó en alto una pequeña pieza rosada con un tutú de tul para
mostrárselo a Ingrid. Tenía una calcomanía de un cochinillo haciendo una piruleta
en el pecho.
“¿Qué te parece?” La luz brilló contra los cristales de sus anteojos de concha de
tortuga.
“Um, Tabitha está teniendo un bebé varón,” dijo ella.
Habían escapado de la biblioteca en su hora de almuerzo para comprar algunas
cosas para la fiesta del bebé de Tabitha en la tienda aledaña, Tater Tots.
Hudson miró el tutú con tristeza y lo regresó. “Tienes razón. ¿Por qué no pudo
tener una niña? Todo esto es tan lindo.”
Hudson estaba impecablemente vestido como de costumbre; sólo él podía hacer
que una chaqueta gruesa se viera delgada y elegante, pero algo era diferente. Hace
unos meses, finalmente le confesó a su madre que era gay, y aunque las cosas
habían estado frías por un tiempo, la gran Sra. Rafferty finalmente comprendió la
realidad de la situación e incluso accedió a conocer a su novio. Resulto que
mientras cualquier discusión sobre política fuese asiduamente evitada, la madre de
Hudson y Scott se llevaban muy bien, hasta el punto en que Hudson se sintió un
poco apartado a veces. De vez en cuando se planteaba mencionar algún tema
político sólo para poner una pequeña cuña entre ellos.
Ingrid agarró el tutú. ¡Comprémoslo! ¿Por qué no? Quiero decir, los bebés son
bebés. ¿No puede uno vestirlos como queramos? Son como muñecos, ¿cierto?”
“Um, realmente no. Devuélvelo, Ingrid,” instruyó Hudson, siendo ahora la voz de la
razón. “Si él decide vestir tutús rosados, esa será su decisión cuando esté listo para
hacerlo.”
Ella exhaló aliviada, poniendo el tutú de nuevo en el estante, luego siguió buscando
entre las diminutas ropas.
“No lo sé,” dijo Hudson con nostalgia, “esto no te hace…”
Ella se volvió hacia él con una mirada de horror. “¿No me hace que? ¿Querer un
bebé?”
“Sí…”
Se encogió de hombros. Ella nunca había pensado en eso.
“¡Sí, yo tampoco!” Volvió a buscar entre el estante, moviendo sus dedos rápido y
adeptamente. “Sólo te probaba.” Sostuvo en alto lo que parecían minúsculos
122
guantes de cuero, pero estaban hecho de un suave paño verde. “Tienes que admitir
que estos son extraordinariamente lindos, además, sólo nos divertimos comprando
ropa para bebés,”
Ella lo miró sospechosamente, pero rápidamente lo olvidó. “Tengo que hablarte de
algo,” dijo ella.
Hudson hizo una mueca. “Sabía que me estabas ocultando algo. Hoy has estado
distraída y no de una forma normal. Conozco esa mira. ¿Qué pasa?”
“Me crucé con ellos en ese nuevo café, Matt, Maggie, y, um, la mamá de Maggie,
Mariza. ¿Su ex novia? Se veían tan perfectos juntos, y perfectamente felices. Mariza
es una belleza. Parece una diosa de la pantalla italiana y…”
“Ya sé a dónde va esto─ ¡detente allí!” dijo Hudson, levantando una mano.
“Primero que todo, ¿Los nombres con M? ¡Una tontería! Y en segundo lugar, Matt
te eligió a ti, no a Sophia Loren. Él ya se habría casado con ella si quisiera que lo
suyo funcionara. Pero no lo hizo. La razón por la que parecen íntimos es porque no
sólo tienen una historia, sino que también tienen una hija juntos, así que son
amigos─ amigos siendo la palabra clave aquí.”
“Amigos.”
“Tienen que serlo si van a ser buenos padres, y por lo que me has dicho, el chico es
increíble, ¿verdad? Pues, eso lleva mucha madurez por parte de sus padres.”
“Supongo.”
“No tienes nada de que preocuparte.”
“Está bien,” ella estuvo de acuerdo, morosamente. Aunque el consejo de Hudson
había sido sabio, ella todavía tenía sus dudas.
Cuando llegaron al cajero, sus brazos estaban llenos. No pudieron evitar agarrar el
tutú y también los guantes verdes, una bata de hipopótamo con capucha y un
juguete de peluche que se suponía debía poner a los bebés de buen humor y varios
otros artículos que parecían absolutamente necesarios.
Afuera, una brisa fría soplaba contra sus mejillas, y había polvo de nieve nueva en
las aceras. Ella y Hudson pasaban por el lado soleado de la calle. Él propuso una
ronda de cócteles después de la frenética tarde de comprar, que la había dejado
sedienta. Ingrid le tuvo que recordar que tenían trabajos a los que volver y que no
eran amas de casas adineradas. Además, tenían que planificar la fiesta del bebé.
“Hablando de matrimonio y bebés,” dijo Hudson mientras caminaban alegremente
a lo largo del andén, “olvidé decirte, que Hudson y Yo estamos pensando en atar el
nudo.”
Ingrid se detuvo en medio de la cera. “¿Y ahora me lo dices? ¡Y yo pensando que
era yo la que estaba ocultando información!”
123
“Bueno, lo estamos considerando. Ahora que es legal en Nueva york y todo eso.
Pensamos en pasar un fin de semana en Nueva York, en el Hotel Gansevoort en
Distrito Meatpacking─ después de casarnos en el ayuntamiento, por supuesto.
Aunque he oído que hacerlo en Brooklyn es mejor, menos ocupado que en el centro
de Manhattan. Así que…”
“¡No!” dijo Ingrid, furiosa.
“¡Disculpen!” dijo un hombre alto que estaba detrás de Ingrid, a quien ni ella ni
Hudson parecieron oír.
Hudson miró con incredulidad a su amiga. “¿Qué quieres decir con que no?”
Habían creado un atasco en la estrecha acera, y el joven frente a ellos se aclaró la
garganta para llamar su atención. “¡Disculpen!” repitió. Cortésmente. Estaba
tratando de pasar en la delgada acerca bloqueada con todas sus bolsas de Tater Tot.
Pero Ingrid y Hudson no se movieron.
Ella tenía un puño plantado en una cadera y el ceño fruncido. “¡Si tú y Scott van a
casarse, quiero que sea una boda de verdad! ¡Piensa por lo menos en anunciarla en
el periódico!”
El joven se había impacientado. “¡Disculpen!” exclamó, su voz era grave y
operística, como un trueno.
Ingrid resopló y se volvió para encararlo. Hudson estiró el cuello para mirar al
hombre, quien podía medir fácilmente un metro con noventa y cinco, vestido con
un elegante traje de rayas bajo un exuberante abrigo de cachemira negro, que
colgaba desabrochado sobre su gran cuerpo. Ella miró su rostro, tenía la mandíbula
cuadrada, una nariz fuerte y grandes ojos verdes pálidos bajo unas pestañas y cejas
de cobre. Un rayo la golpeó, y casi dejó caer las bolsas de la compra.
“¿Erda?” preguntó él.
“¿Thor?” preguntó ella, arqueando la frente.
“¿Qué está pasando aquí?” dijo Hudson. “¿Estoy oyendo cosas o acabas de llamarle
Thor?”
Ingrid miró al imponente pelirrojo delante de ella. Freya le había dicho hace
tiempo que cuando vivía en el Lower East Side en la ciudad de Nueva York y
atendía el Holiday Lounge en St. Marks, su viejo amigo había instalado un negocio
prácticamente al lado. Freya había hecho algunos viajes para espiar a su
competencia, informándole a Ingrid que había abierto un pequeño y oscuro bar
nocturno en la esquina, el tipo de lugar que podrías perder si parpadeabas.
Conocido únicamente por un selecto grupo disparejo de elite─ los Caídos y los
Dioses entre ellos─ con una contraseña nueva circulando cada semana, la Puerta
Roja tenía un pequeño escenario con bailarinas burlescas, artistas aéreos, coloridos
intérpretes de Hula Hoop y el ocasional payaso de nariz roja. “Lo más caliente de la
124
ciudad en este momento y no me refiero al club,” dijo Freya con una sonrisa.
“¡Deberías ver a las mujeres volviéndose locas por él!” A lo que Ingrid respondió,
“¡Prefiero no hacerlo!”
Thor, el dios del trueno.
Su viejo pretendiente.
Él había estado interesado en Erda durante siglos: ella era diferente a todas las
diosas que se le lanzaban encima, y cuanto más lo rechazaba, él más la deseaba.
Pero Erda conocía la reputación de Thor como rompedor de corazones inmortales y
lo había mantenido a raya.
“Mi querida Erda,” dijo él, tomando su mano y besándola.
“Es Ingrid ahora,” dijo Ingrid bruscamente.
“¿Alguien me explica por favor que está pasando?” dijo Hudson. “¿Alguien me va a
presentar al increíble Hunk─ digo, Hulk ─ o es Thor? ¿O tengo que hacerlo yo
mismo?”
Ingrid finalmente recordó respirar. Se volvió hacia Hudson, nerviosa. “¡Lo siento!
Este es…” Hizo un gesto extraño con las manos.
“Troy Overbrook,” dijo el gigante pelirrojo con una sonrisa afable que le hizo un
hoyuelo en la mejilla. Él extendió una mano.
Hudson sonrió mientras la sacudía. Era obvio que ya había caído bajo el hechizo
del hermoso dios. “Hudson Rafferty. Cualquier amigo de Ingrid es amigo mío,”
dijo.
Troy inclinó la cabeza hacia ella. “¡Tenemos muchos de que hablar, Ingrid!” Dijo
guiñando un ojo al mencionar su nombre. “¡Te ves increíble!”
Ingrid tosió. “Pues, Hudson y yo tenemos que volver a trabajar. Llegaremos tarde.”
“¿Cuándo podré verte de nuevo? Estaré aquí en North Hampton todo el invierno.
¿Podemos tomar un café un día de esto?” dijo Troy, inclinándose seductoramente
contra la pared, jugando a ser tímido por un momento, bajando la mirada hacia sus
zapatillas deportivas. “Sabes, dentro de poco será San Valentín.”
“Estoy en la biblioteca local,” dijo ella con aplomo. “Pasa a buscar algunos libros.”
Hudson la empujó bruscamente en las costillas. “No seas tonta, Ingrid. Dale a tu
viejo amigo tu número de teléfono.”
Ingrid vaciló un momento antes de buscar en su bolso y coger una tarjeta de
negocios desgastada para entregársela a Troy.
Él deslizó la tarjeta en su bolsillo y le guiñó un ojo. “Te llamaré,” le prometió antes
de marcharse cada uno por su lado.
125
Una vez que estuvo fuera del alcance del oído, Hudson habló. “¡No puedo creer que
fueras a dejar pasar a ese hombre!”
“¡No tienes idea de lo que estás hablando, Hudson!”
Él la fulminó con la mirada. ¡Oh, enserio!”
Ingrid frunció el ceño. “Troy y yo tenemos una historia!”
“¡Cuenta, por favor!”
“Es una historia larga y aburrida. Además, tengo un novio, ¿recuerdas?” Cruzaron
la calle hacia la biblioteca. “Una taza de café. ¡Por Dios!”
Hudson se echó a reír. “¡Yo no he dicho que duermas con él! ¡Aunque si no lo haces
tú, lo haré yo!”
126
Capítulo XXVII
El Árbol Familiar
Yo lo haré,” dijo Norman, dirigiéndose a su esposa. Ambos estaban en el tren de
regreso a North Hampton. “Haré lo que el Oráculo dijo que lograría traer a Freya
de vuelta.”
Sorprendida, Joanna miró a su marido. Negó con la cabeza y frunció el ceño.
“¡Absolutamente no!” dijo ella, dejando caer su cabeza sobre su hombro. “Debe
haber otra forma.”
“No la hay,” respondió suavemente. Luego quedó en silencio y dejó pasar el tema
por un momento.
Habían dejado atrás Patchogue, el punto intermedio entre Nueva York y Montauk,
donde Ingrid los recogería. El coche de Norman se había averiado en la ciudad. El
viaje había sido más de lo que el prehistórico Oldsmobile pudo aguantar.
Él contempló las colinas cubiertas de escarcha y los graneros maltrechos. La vista
daba indicios de un paisaje marino, su adorado océano. Bajó sus las gafas oscuras
de la coronilla de su cabeza. Sintió la fuerza del agua, pero el sonido era cada vez
más débil, desvaneciéndose como el pulso de alguien a punto de morir. Su esposa
estaba ahora profundamente dormida, con la cabeza acostada sobre su mecho, y no
se atrevía a mover ni un solo centímetro, incluso si sus músculos estaban siendo
apretujados. En vez de eso, se quedó despierto, escuchando la marcha rítmica del
tren. Momentos pequeños como éste le hacían feliz─ estar aquí con Joanna.
Pensó en Freya atrapada en la aldea de Salem y recordó aquellos horribles días.
Antes de la caza de brujas, él y Joanna habían vivido felizmente como dioses entre
los mortales. Observaron las reglas del Consejo Blanco, interfiriendo lo menos
posible en los asuntos humanos, manteniendo sus poderes ocultos y contenidos. Él
trabajó como pescador, mientras que Joanna se desempeñó como partera.
Eventualmente, sus hijas se dejaron llevar, Ingrid con sus dotes curativas, y Freya
con sus pócimas.
Cuando las cacerías de brujas alcanzaron su punto máximo, y el grupo de
muchachas acusadoras se quedaron sin más nombres que nombrar en su propia
aldea, comenzaron a llamar personas nuevas, personas de las cuales sólo habían
oído hablar mal durante los cotilleos de sus padres. Pronto el mariscal llegó a por
Ingrid y Freya. No hubo nada que Norman pudiera hacer para detenerlo, por
mucho que Joanna le rogara. El Consejo Blanco había prohibido cualquier tipo de
interferencias. Ingrid y Freya serían eventualmente regresadas a ellos─ ellas eran
inmortales, después de todo. Si dejaban que las cosas sucedieran, Joanna las daría
a luz de nuevo.
127
Freya e Ingrid Beauchamp fueron llevadas a juicio en el tribunal al ad hoc de oyer y
terminer en el la aldea de Salem, donde fueron acusadas de brujería. Él y Joanna
vieron a sus hijas ser colgadas en Gallows Hill. Joanna no podía perdonarle por no
haber estado dispuesto a salvarlas, por seguir las reglas del Consejo, y decidió
expulsarlo de su vida. Su esposa finalmente lo había personado y lo había aceptado
de vuelta. Ahora estaban reviviendo el dolor de Salem nuevamente, pero esta vez,
no iba a fallarle. Le demostraría lo mucho que siempre la había amado. Él sería
quien haría lo que el Oráculo había ordenado. Lo haría bien. Esta vez no lo iba a
arruinar. Se lo debía a Joanna después de todo lo que había sucedido entre ellos.
El tren se detuvo y su esposa se movió. Norman colocó una mano en su cabeza de
manera protectora, pasando una palma por el largo de su pelo, mientras veía a los
pasajeros desembarcar. Observó a unos cuantos neoyorquinos reunidos buscando
pasar un invierno tranquilo y romántico en los Hampton. Las puertas del tren se
cerraron. Se volvió hacia la ventana y miró cómo otra ciudad junto al mar se alejaba
bajo el cielo azul.
“¿Papá?” dijo una voz.
Norman levantó la vista. Su hermoso hijo dorado estaba de pie junto a él, con su
liso cabello desgreñado y una mochila colgada sobre un hombro. “¡Freddie! ¿Qué
estás haciendo aquí? ¡Qué grata sorpresa!” susurró. “Tu madre está dormida. No
me puedo mover.”
La cabeza de Joanna se encogió. “No, no lo estoy,” dijo ella. Levantó la cabeza y
bostezó, volteándose hacia el pasillo mientras se quitaba el pelo de la cara. “¡Mi
bebé!”
“¡Madre!”
Joanna miró a su hijo con una sonrisa adormilada. “¡Esto si que es una sorpresa
feliz!” Ella y Norman rieron a medida que se levantaban de sus asientos. Joanna le
dio un abrazo a su hijo. Norman se acercó por el pasillo, agarrando la correa de la
mochila de Freddie. “¡Ven a sentarte con nosotros! Déjame ayudarte con el bolso.”
Lo levantó y lo colocó en el compartimento de arriba, después le dio un abrazo a su
muchacho.
“¿Puedo estar en el medio?” preguntó Freddie.
“¿Dónde más?” Joanna se sentó, moviéndose al lado de la ventana, dándole unas
palmaditas al asiento a su lado. Freddie se sentó junto a ella. “¡Oh, cariño, que
bueno verte!” Lo besó y lo abrazó un poco más, haciendo un alboroto de su
presencia. Por primera vez, a Freddie no pareció importarle. “¿Qué estás haciendo
aquí? ¿Dónde está Gert?”
Norman sabía que Joanna había llegado a encariñarse con Gert, y habían creído
que los dos estaban felizmente instalados en New Haven. Pero ahora Freddie tenía
la mirada baja, enfocado en su regazo. Perplejo, Norman preguntó, “¿Qué ocurre?”
128
Freddie inclinó la cabeza y miró a su padre.
“Puedes decírnoslo,” dijo Joanna.
“Sí, lo sé,” dijo él. “Es sólo que… no es sencillo.” Suspiró. “Gert se fue.” Se llevó las
manos al rostro.
“¿Qué?” dijo Joanna, de repente lívida. “¿Por qué?”
“Dijo que necesitaba estudiar.”
“Bueno, los estudiantes necesitan concentrarse…” dijo Norman, pero su mujer lo
calló con una mirada.
“No ahora, Norm,” le advirtió Joanna.” Le dio unas palmaditas en el hombro a
Freddie y frunció el ceño a su marido.
Norman abrazó a su hijo. “Todo va a estar bien. Vamos a superar esto, muchacho.”
Las manos de Freddie cayeron sobre su regazo. Dejó escapar un resoplo. “Pero
supongo que la buena noticia es que los duendecillos retomaron el olor. Están en
busca del tridente. O eso dicen. ¿Quién sabe con ellos?” Miró a su padre, luego a su
madre, lo hizo varias veces, estudiándolos. “¿Qué pasa con ustedes? Se ven
horribles… quiero decir… se ven muy cansados…”
“Estamos bien, Freddie.” Norm ojeó a Jo, dándole una mirada. Sacudieron la
cabeza simultáneamente, intercambiando un acuerdo tácito para compartir lo que
habían aprendido en su viaje a la ciudad. No debían contarle lo que el Oráculo dijo
que salvaría a Freya. Freddie ya tenía mucho en que pensar. Y también había
decidido mantener secreta la sugerencia del Oráculo a Ingrid, para que no se
preocupara más de lo que ya lo hacía.
Freddie bostezó en voz alta. “¡Estoy agotado!” Su cabeza cayó sobre el hombro de
Joanna.
Norm le dio un apretó a su rodilla. “Sólo descansa, hijo. Probablemente lo
necesites.”
“Bastante,” dijo Freddie, cerrando los ojos.
Los tres permanecieron sentados en silencio por un rato, y pronto Freddie quedó
dormido profundamente, arrullado por el sonido hipnótico del tren, confortado por
la segura sensación se estar sentado entre sus padres. Norman y Joanna se
sonrieron, observado a su hijo durmiendo pacíficamente entre ellos.
“Hicimos bien, ¿cierto?” susurró Norman.
“Sí, lo hicimos,” replicó Joanna.
Aun así, el peligro en el que se encontraba Freya y el conocimiento impartido por el
Oráculo pesaba sobre ellos. No había forma de ignorarlo. Norman recordó lo que
129
Joanna había dicho en la reunión. Sus palabras todavía resonaban dentro de él.
“No le desearía la eternidad en el inframundo a nadie, y menos aún a nuestra
Freya. Preferiría morir yo.”
También él.
130
Capítulo XXVIII
Diarios de Un Niñero
La luz se filtró a través de las cortinas vaporosas que ondulaban sobre las puertas
de cristal abiertas dentro de la pequeña cabaña frente a la playa. Freddie sintió la
cálida luz del sol contra su rostro y la fresca y suave brisa matutina que venía desde
océano. Al principio pensó que estaba en casa, de vuelta donde su madre, ya que
habían pasado unas cuantas semanas desde que había regresado a North Hampton.
Fue entonces que recordó dónde había pasado la noche. Sonrió, manteniendo los
ojos cerrados. Pronto los sonidos del océano le arrullaron hasta quedar dormido de
nuevo, con sólo una sábana cubriéndolo a medias, exponiendo su espalda y piernas
bronceadas.
La pequeña cabaña deslucida estaba en el extremo de la ciudad, más allá de la casa
Beauchamp y de la Isla Gardiner, en un pequeño tramo irregular, cubierto de
hierba de mar, arena dorada y gravilla de colores.
Un peso repentino a su lado lo despertó a los pocos segundos de haber vuelto la
cabeza.
“¡Mierda!” exclamó una voz, seguida de más movimientos en la cama.
Estiró el brazo y sintió el vacío. Abrió los ojos y rodó sobre su costado, estirándose.
Kristy le sonrió.
“¿Por qué maldices tan temprano por la mañana, nena?” Se sentó para mira
mirarla, frotándose los ojos, parpadeando ante la luz. La cantinera del North Inn
estaba desnuda, rebuscando algo en un cajón del tocador. Las líneas de bronceado
de su bikini hacían hincapié en su redondo trasero, con una pasionaria tatuada por
encima de él, ligeramente hacia el lado cerca de su cadera. Se deshizo de su ropa
interior, y luego desabrochó su sujetador.
“Hola, cariño,” dijo ella. Retorció su sedoso cabello marrón y lo ató en un moño
alto. La luz jugueteaba en sus ojos avellana mientras ella agitaba sus gruesas
pestañas. Al igual que Freya, y ahora Freddie, Kristy era una cantinera en el North
Inn. Con Freya desaparecida, Sal necesitaba una mano extra, y Freddie había
intervenido para suplir a su hermana. Su primer día en el trabajo había sido
también su primer día pretendiendo a la hermosa madre soltera.
Después de todo, Gert lo había dejado, y después rechazó sus muchos intentos para
resolver sus problemas. Después de dos semanas de llamadas frenéticas, correos
electrónicos y textos, Gert se negó a responder, y Freddie comenzó a sentirse como
un acosador. Incluso le había enviado un mensaje diciendo ‹‹Detente. Tú y yo
hemos germinado››. ¿Germinado? ¿Habían germinado? Luego se dio cuenta de
que quería decir que habían “terminado.” Se había negado a creerlo, y le respondió
enviándole un corazoncito.
131
Justo como al principio, Gert no le respondió.
‹‹¡Como sea!›› escribió en su teléfono después de tres días de autocontrol,
decidiendo que ese sería su último mensaje para ella. No podía creer lo inmaduros
que estaban siendo. De ese momento, para él todo estaba “germinado” también.
Él no era el tipo de hombre que engaña─ bueno, bueno ─puede que sí fuera un
poco coqueto, pero lo no había intentado, ¿no? Había intentado hacer que el
matrimonio funcionara, pero Gert lo había dejado. ¿Qué se suponía que debía
hacer? ¿Estar solo? ¡Había estado solo durante cinco mil años!
Kristy tenía un rostro bonito y le gustaba exhibir su escote en blusas de corte bajo─
lo que llamó inmediatamente la atención de Freddie. Al principio ella se había
resistido a sus encantos, lo cual hizo que la deseara con más desespero. Ella tenía
treinta y seis años, le dijo, mientras que él apenas tenía edad suficiente para beber,
y mucho estaba preparado para con una mujer que tenía dos hijos. “Soy como
quince años mayor que tú, Freddie.” Él no tenía el corazón para decirle la verdad,
que él era miles de años mayor que ella.
Además, él definitivamente no era su tipo, agregó enfáticamente.
“Pero yo soy del tipo de todas,” había argumentado. Trató de conformarse con su
flirteo juguetón y amistoso mientras servían bebidas detrás de la barra. La mayor
parte del tiempo ella lo animaba. Era firme en su rechazo, lo que la hacía aún más
atractiva.
Una noche en el congelador del sótano, él deslizó sus brazos alrededor de su
delgada cintura. Ella dijo, “Escucha, eres lindo y todo, Freddie, pero no puedo.
Tengo hijos. Maxim y Hannah. No tengo revolcones de una noche, y trabajamos
juntos, amor.” Él la dejó ir y se disculpó por ser tan atrevido.
Entonces comenzaron a besarse. Era el Día de San Valentín, después de todo.
“¿Amor?” bromeó cuando labios se separaron.
Así que aquí estaba, saliendo con una madre soltera con dos hijos. Trató de no
pensar en Gert, ya que le gustaba Kristy. Era hermosa, guapa y estable. Tenía un
rostro en forma de corazón, labios voluptuosos que sentían esponjosos y sabían
dulces cuando la besaba. Sus encuentros sexuales eran buenos, pero apresurados y
frenéticos, lo cual suponía era de esperar cuando había dos niños al acecho.
Levantó un brazo hacia ella, moviendo los dedos, haciendo señas para que volviera
a la cama.
Ella caminó hasta el armario, luego vislumbró por encima de un hombro y sonrió.
“¡No puedo! ¡Voy tarde!” Tomó un vestido de su colgador y se lo puso encima. Se
ajustaba bien a su figura, no demasiado apretado, sólo bien.
132
Freddie se frotó los ojos, sentándose en la cama. “¿Qué hora es?” Agarró su teléfono
junto a la cama para responder a su propia pregunta justo cuando el móvil de
Kristy zumbó un pequeño silbido. Eran las seis de la mañana.
“¡Pues, definitivamente no puedo!” dijo Kristy, mirando la pantalla de su teléfono.
“¿Qué quieres decir, te tienes que ir de aquí?”
Ella inclinó la cabeza, pareciendo distraída. “Ya sabes, mi trabajo diurno. El lugar
al que suelo ir casi todos los días. Pero escucha, necesito un favor.”
Freddie alzó las cejas y se deslizó sobre la cama, mirando hacia el espacio vacío. Él
no se daría por vencido.
Kristy ignoró la señal. “La niñera llamó anoche para reportarse enferma, y ahora su
padre, quien había prometidos llevárselos durante todo el día, acaba de enviarme
un mensaje diciendo que no puede. Necesito que te ocupes de ellos. Ya sabes, sólo
por hoy. Max tiene práctica en la liga de menores y Hannah tiene ballet.” Tomó su
ropa y se la tiró encima, sonriéndole dulcemente. “Venga, cariño. Son buenos
niños, ¿verdad? Además, no tienes nada que hacer en todo el día hasta que tengas
que trabajar esta noche.”
Freddie suspiró. Sus hijos eran buenos niños.
Ella se acercó y lo besó. “¡Gracias, amor!”
Él se levantó y comenzó a vestirse.
“No te preocupes, es fácil. Te escribiré algunas instrucciones y podrás usar mi
coche. Yo cogeré la Vespa. Sólo tienes que dejarlos y recogerlos a tiempo. Asegúrate
de que coman. Comida decente, no comida basura.” Dejó de hablar y sonrió, luego
se acercó y se inclinó para darle otro beso apreciativo. “Ellos en serio te quieren,
Freddie. Oh, y Max es vegetariano. Pero Hannah no lo es. Trata de recordarlo.”
“De acuerdo,” dijo Freddie.
Justo en ese momento, Hannah, la hija de siete años de Kristy, comenzó a
lloriquear dentro de la casa.
“¡Rápido!” dijo Kristy, señalando las puertas de cristal. “¡Vete! Regresa y dices que
estarás a cargo de ellos el día de hoy. Eres oficialmente el nuevo niñero.”
“¿Niñero?” replicó Freddie, agarrando sus zapatillas y deslizándose por la puerta.
Afuera en el frío, se puso los zapatos, temblando. Los niños normalmente lo
conocían como “el amigo de mamá.” Él pretendía irse cuando visitaba, sólo para
escabullirse nuevamente por las puertas de atrás.
Escuchó a la niña de Kristy entrar en el dormitorio. “Mamá, Mamá, Max escondió a
Floppy. ¡No puedo encontrarlo!
Freddie golpeó el vidrio de la puerta.
133
“¡Oh, mira eso!” dijo Kristy. “¡Freddie ya está aquí! Él será su nuevo niñero. Debe
haber subido por la playa. Él te ayudará a encontrar a Floppy.” Abrió la puerta, y
Freddie entró, sonriendo tímidamente.
Hannah se aferró a la pierna de su madre, mirando a Freddie con enormes y
húmedos ojos suplicantes.
Kristy pasó una mano por el delgado cabello castaño de su hija. Hannah era una
cosita pequeña al lado de su madre. “Floppy,” repitió la niña. Miró fijamente a
Freddie mientras lloraba e hipeaba, y su barbilla tembló antes de soltar otro
gemido y lloriquear de nuevo.
El hijo de Kristy, Max, entró corriendo en la habitación, lanzándose como un cañón
sobre la cama. “Oye, tigre,” dijo Freddie. ¿No era así como uno debía llamar a los
niños? Era eso o ‘campeón.’ ‘Tigre’ era más apropiado─ Max era un terror.
“¿Qué está haciendo aquí?” preguntó Max, con los puños en el colchón, y su
brillante cabello castaño, como el de su madre, revuelto de un lado para el otro.
Tenía el rostro bronceado, las mejillas sonrojadas y la punta de su nariz quemada
por el sol. Llevaba unas gafas azules de marco redondo, que hacían que sus ojos
pardos parecieran aún más grandes.
Freddie le revoloteó el cabello. “Vas a estar conmigo todo el día, tigre.”
“No lo llames así, su nombre es Max,” dijo Hannah, todavía aferrada a la pierna de
su madre mientras ésta caminaba por la habitación, con sus dos pies
balanceándose sobre uno de los de su madre. Kristy recogió su bolso y sus llaves.
“Niños, por favor sean amables con Freddie, ¿de acuerdo?”
Ignorando las palabras de su madre, le hicieron muecas antes de salir despavoridos
de la habitación.
Justo cuando Freddie se había librado de los duendecillos, le fueron encargados
dos nuevos niños traviesos. Se preguntó cuáles eran mejor─ ¿duendecillos
delincuentes o pequeños mortales llorones y preguntones? Pero bueno. Él había
querido ser papá, ¿no? Algunas veces se tiene lo que se desea.
Cuando entró en la sala de estar, la pequeña Hannah lo estaba esperando, y juntos
emprendieron la búsqueda de Floppy.
134
Capítulo XXIX
Mi Novio Ha Vuelto
Una rueda del carrito de libros se tambaleó. Necesito arreglar eso, pensó Ingrid
mientras lo empujaba por un pasillo de la biblioteca. Podría pedirle a Hudson que
lo hiciera, pero él era menos adepto a la mecánica que ella, y Tabitha, con su
vientre del tamaño de un dirigible, apenas podía doblarse. El chirrido de la rueda
resonó en la silenciosa y vacía biblioteca.
Troy Overbrook había llamado el mismo día que Ingrid y Hudson se habían topado
con él. Luego llamó al día siguiente, y el siguiente, hasta que finalmente aceptó,
acordando a reunirse con él para tomar esa taza de café. El afán de Troy por verla
era tal, que incluso insistió en recogerla el día de hoy en la biblioteca.
Tomó una curva, rodando el carrito averiado hasta el rincón junto a la ventana que
daba al mar. Eran más de las cinco y el sol se pondría pronto. Se alegró de estar
dentro de la tranquila biblioteca, con el constante y relajante zumbido del
calentador.
Colocó a El Gran Gatsby es su respectivo lugar en la sección F y sintió una mano
gentilmente puesta alrededor de su cintura. Saltó de un susto ante el repentino
toque inesperado.
Matt estaba allí con su vestimenta civil, una camisa con cuello y pantalones
oscuros, dándole una sonrisa lenta y sensual.
“¿Qué haces aquí?” preguntó, lamentando inmediatamente sus palabras.
Él la miró en silencio, inclinando la cabeza. “¿Qué quieres decir? Sólo pasé por
aquí. Lo hago a veces, ¿no? ¿Es algo malo?”
Ella ajustó sus gafas, empujándolas más arriba de la nariz con un dedo índice. “No,
no, no es nada malo,” dijo negando con la cabeza de manera exagerada. “¡Me alegra
verte!” Sonrió y se acercó a él, tropezando con sus propios pies, y dándole un
abrazo.
Matt se quedó un poco tieso, alargando los brazos, como si por un momento no
supiera qué hacer con las manos antes de abrazarla. “¿Estás segura de que está
todo bien?”
Se sintió culpable de inmediato, pensando en Troy, incluso si era sólo por algo tan
informal como un café. Para compensarlo, se empinó sobre los dedos de sus pies y
lo besó en los labios.
“¡Consigan una habitación!” burló Hudson desde la recepción, donde él y Tabitha
estaban sentados. Tabitha bostezó y Hudson lo hizo también. La falta de trabajo,
junto con el zumbido del calentador, parecía hacer que todo el mundo se sintiera
somnoliento.
135
Matt frotó una mano en su cuello. “Mmm, eso está mejor,” dijo él.
Hudson tosió. “Um, Ingrid, Troy está aquí.”
Matt la soltó de su abrazo y le dirigió a Ingrid una mirada de desconcierto. “¿Quién
es Troy?” preguntó, justo cuando Troy apareció en escena. El fornido pelirrojo
parecía absorber todo el aire de la habitación─ incluso Tabitha parecía enamorada.
Ingrid miró a los dos hombres parados frente a ella. “Oye, Troy, este es Matt,
Matthew Noble. Es un detective del DPNH. El detective, es decir, de nuestro
pequeño pueblo,” dijo ella, rebuscando un poco las palabras. “Y Matt, este es Troy
Overbrook, un viejo amigo de hace mucho tiempo. Nos conocimos cuando éramos,
eh… niños… Troy yo nos encontramos─”
Matt asintió con la cabeza. “Mucho gusto, Troy,” dijo él, estirando una mano.
“Mucho gusto, Matt,” dijo Troy.
Se soltaron las manos, y Matt pasó un brazo sobre los hombros de Ingrid. “¿Así que
estás visitando? ¿Vas a estar en la ciudad por mucho tiempo?” preguntó,
pareciendo genuinamente curioso, amigable incluso.
Troy vaciló. “Um… supongo que podría decirse que sí.” Asintió.
“Deberíamos ir todos a por algo de beber un día de estos. El North Inn es siempre
una maravilla,” dijo Matt.
Ingrid puso una mano en su hombro, su corazón latía con fuerza. “De hecho,
cariño, Troy y yo teníamos planes para salir a tomar un café ahora… para ponernos
al día con los viejos.”
La sonrisa de Matt parecía dolorosa. “¡Fantástico!” dijo. “¡Diviértete, nena!” le dio a
Ingrid una bofetada en el trasero, lo que la hizo brincar de pie.
¿Nena? Matt nunca la había llamado así antes.
“Genial,” dijo Troy, meneando la cabeza.
Matt le dio un beso de despedida, un beso que pareció durar una eternidad y la dejó
un poco mareada. Cuando la liberó, le dio un salaz adiós, e Ingrid se preocupó de
que la nalgueara de nuevo. “Hasta luego,” dijo él.
Matt se fue, e Ingrid y Troy quedaron solos con el carrito tambaleante. Ella lo
empujó hacia la estantería más cercana.
“¿Necesitas ayuda con eso?” preguntó Troy, arrodillándose para arreglar la rueda.
Levanto la mirada para verla a los ojos. “Así que ese es el nuevo novio.” Silbó.
“¡Calla!” advirtió Ingrid. “¡Ni una palabra!”
Troy giró la rueda expertamente en su lugar adecuado. “Solo una. ¿Mortal?”
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“Ah-ha,” dijo Ingrid, suspirando. “Mira, él sabe lo que soy, ¿de acuerdo?”
“No me preocupo por él, estoy preocupado por ti. Sabes lo que significan los
mortales…”
Significaba que ella sobreviviría a Matt, significaba que su corazón iba a romperse.
Sí, ella sabía exactamente lo que significaba. Tal vez Troy tenía razón al cuestionar
su elección de pareja.
Afuera de la ventana de la cafetería, el cielo se teñía de color rosa y naranja a
medida que el sol se hundía en las olas. En la playa, una pareja solitaria miraba la
puesta de sol, mientras unas cuantas personas caminaban por la orilla, paseando a
sus perros.
Con la voz temblorosa, le contó a Troy lo que le había sucedido a Freya. Troy la
miró desde detrás de su cappuccino y paquetes de azúcar rotos. Sus ojos brillaban,
como si también estuviera llorando. El músculo de su mandíbula se estremeció, y
extendió una mano, envolviendo la suya.
Había olvidado la presencia estabilizadora que poseía Thor. No tenía que explicar
ni inventar excusas para ninguno de los detalles. Él la entendía porque era como
ella.
“Parece que los pasajes se han cerrado,” continuó. “No podemos cruzar. Nuestros
poderes…”
“Son ineficaces,” completó él.
“Más bien se han ido,” dijo ella con melancolía.
“Se me ha cruzado por la cabeza que tal vez pueda estar convirtiéndome en mortal,”
dijo él con una sonrisa.
“¡Oh, vaya!” dijo Ingrid, y ambos se echaron a reír.
Ella habló de lo que había descubierto en su investigación sobre Salem, de las
similitudes entre las acciones de los acusadores y las del folleto que había
encontrado. “No crees que estoy loca, ¿verdad? ¿Pensar que las muchachas
hicieron esto… para librarse de sus tareas? Digo, sus vidas eran duras─ y aquí
tenían la oportunidad para que fueran tratadas como… bueno, como celebridades.”
Troy asintió con la cabeza. “La gente ha hecho mucho más por mucho menos,” dijo
él. “No es inverosímil que su estilo de vida fuera un factor contribuyente. ¿Por qué
no?”
Ingrid asintió, contenta de que estuviera de acuerdo. “Y también estaban los
Putnam. Thomas Putnam presentó la mayoría de las quejas por brujería durante
los juicios. Él odiaba tanto a su medio hermano, de acuerdo con los textos de la
familia Putnam, que Joseph Putnam mantenía su caballo continuamente ensillado
durante las cacerías de brujas para poder estar listo para huir de la ciudad una vez
137
que su dedo lo señalara. Joseph fue en realidad uno de los pocos ciudadanos en
hablar en contra de los juicios.”
“¿Qué estás diciendo?”
Frunció el ceño. “Digo que de pronto una vez las chicas comenzaron a tener ataques
y a llamar brujas a las personas, Thomas Putnam lo vio como una oportunidad
conveniente para derrotar a algunos de sus enemigos. Probablemente también
habría acusado a Joseph, excepto que todo se salió de sus manos antes de que
pudiera llegar hasta él.”
138
Capítulo XXX
El Precio de Admisión
Tyler Alvarez se sentó en un taburete en el mostrador de la cocina de Joanna,
concentrándose en los pasteles que tenía enfrente. Se quedó mirando la tarta de
frutas: una fresa, una rodaja de kiwi, la mitad de un albaricoque y una dispersión
de arándanos rociados con un esmalte transparente dentro de una perfecta corteza
redonda.
“¿Has hecho esto, Jo?” El hijo de seis años de la ama de llaves de Joanna, Gracella,
la miraba con sus grandes y curiosos ojos marrones, cara estaba bronceada y sus
mejillas rosadas.
Joanna lo miró desde la mesa de la cocina. “En realidad, lo compré en la nueva
panadería.” Ella había salido al mercado y ahora estaba poniendo un arreglo de
rosas, cortando los tallos y quitándoles las hojas y espinas antes de colocarlas en un
jarrón cilíndrico. A ella le encantaba cuando Gracella y Tyler estaban allí. Hacía que
la casa se sintiera especialmente tranquila y acogedora.
Gracella estaba de pie en el fregadero de la cocina, lavando los platos. “¡Ha dejado
de hornear, Jo! Realmente echamos de menos eso.”
“Lo sé,” dijo Joanna con nostalgia. “Simplemente no he tenido tiempo.” Eso era
mentira. Bueno, no del todo, pero en realidad había dejado de hornear porque
había perdido su toque. Que triste fue descubrir qué sin su magia, no tenía un
talento natural para hornear, sólo la habilidad de arreglar las costras quemadas y
endulzar los pasteles insulsos.
El tenedor de Tyler flotó sobre la tarta. “¡Esto se ve delicioso!” dijo él.
Joanna se echó a reír, y siguió cortando los tallos.
Gracella se dio la vuelta y se apoyó en el fregadero, con la frente llena de sudor.
Levantó una mano enguantada para limpiarse la frente con la muñeca. “Hay algo
de lo que necesito hablarte, Jo.”
“Tú sabes que puedes decirme lo que sea, Gracella,” dijo ella.
“Se trata de ya sabe quién.” Gracella asintió con la cabeza en la dirección de Tyler
mientras éste devoraba la tarta, embarrándose la cara, y luego lamiéndose los
labios.
“Es sobre mí,” dijo Tyler, llevándose otro trozo a la boca.
Gracella puso los ojos en blanco.
Joanna rió alegremente, pero luego vio que Gracella estaba a punto de llorar. “¡Oh,
Gracella!” se acercó. “Conversemos mientras Tyler come eso. ¿Puedes darnos un
momento, cariño?”
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Él dejó caer su tenedor en el plato, haciéndolo resonar contra la loza. “¿Puedo jugar
con Oscar cuando haya terminado”
“Por supuesto,” dijo Joanna. “Está en la habitación de Ingrid. No lo dejes salir.”
“Lo prometo,” dijo Tyler. Él era un niño inteligente. Nunca le había contado a nadie
sobre el grifo de Ingrid, ni nada acerca de que Joanna pudiera hacer que sus
soldaditos de juguete cobraran vida. Bueno, ahora ella no podía hacer nada de eso,
pero sí podía consolar a Gracella.
Gracella se quitó los guantes de goma y el delantal, y Joanna la tomó de la mano,
guiándola a la sala de estar, donde tomaron asiento en el sofá.
“Verá, señorita Joanna, usted ha sido muy amable conmigo y con mi familia.
Realmente no quiero que parezca que le estoy pidiendo algo. Es so-sólo que…”
tartamudeó.
“Vamos, vamos, Gracella, deja salir lo que tengas que decir,” le animó Joanna,
dándole palmaditas en la rodilla.
Gracella asintió y prosiguió. Reiteró que Joanna había sido tan generosa al poner a
Tyler en el preescolar. “Pero ahora ya tiene edad para estar en el jardín de infantes,
y la escuela pública es terrible. Mi amiga Cecilia dijo que hay mucho matoneo y
que, como usted sabe, Tyler no es como la mayoría de los niños. Es demasiado
inteligente, y toma todo demasiado literal. Me preocupa mucho que los niños se
metan con él…”
“¡Por Dios!” dijo Joanna. “¿Cuándo acabara todo esto del acoso? Uno lee sobre eso
en los periódicos todo el tiempo.” Se dio cuenta de que en toda esta angustia
causada por Freya había olvidado que tenía la intención de hacer algo respecto a la
educación de Tyler en septiembre. No había manera de que ella permitiera que
fuera sometido a cualquier tipo de intimidación. Él necesitaba estar con niños tan
especiales como él y maestros que nutrieran una inteligencia tan inusual.”
“Por supuesto que haremos algo al respecto. Tyler no se inscribirá allí en otoño, no
te preocupes.”
Gracella se secó la nariz y las mejillas, resoplando un poco mientras se abrazaban.
Joanna no era rica, pero tenía algo de dinero guardado para emergencias como
esta. Ella subiría las escaleras y llamaría a Norm para decirle que detuviera por hoy
la búsqueda de ese nuevo coche ─¿Realmente necesitaban otro?─ y preguntarle si
tenía alguna conexión en una de esas lujosas escuelas privadas de los Hampton.
Al día siguiente, Joanna y Tyler se dirigieron a su primera cita en una de las
escuelas más prestigiosas de la zona. Había sido recomendada por un conocido
140
creativo. Norman tenía un amigo pintor que estaba en la junta, un artista exitoso
cuyas muestras a menudo conseguían críticas elogiosas en el New York Times y
artículos en el New Yorker. Norman había movido algunos hilos para asegurarles
una cita a Tyler y Joanna.
Ella aparcó el coche en el estacionamiento, el cual estaba rodeado por un seto de
boj perfectamente podado. “Este lugar se ve bien,” le comentó a Tyler mientras se
estacionaba en un lugar.
Cogió la mano de Tyler y se abrieron paso a través de lo que parecía ser un gran
campo de fútbol. Hacía frío, pero en el campo había un círculo de niñas y niños con
alas sobre sus abrigos. En el centro del círculo, una mujer con el pelo largo y
rosado, con unas alas mucho más grandes sobre un largo abrió violeta, sostenía un
libro en una mano. Ella gesticulaba mientras los niños la observaban atentamente.
“¡Eso se ve divertido!” le dijo a Tyler, un tanto escéptica.
La mujer de pelo rosa y los niños pequeños los saludaron mientras pasaban junto a
ellos hacia el edificio de la escuela. Un hombre con una barba esponjosa y
desarreglada, vestido de blanco, esperaba al frente. Joanna se preguntó si había
entrado en los años setenta, si los pasajes del tiempo habían sido reabiertos.
“¿Sr. Rainbow?” preguntó ella.
“Sólo Rainbow.” Le sonrió. “No son necesarias tales formalidades aquí,” dijo
mientras estrechaba la mano.
“Bueno, yo soy Joanna Beauchamp, y este es Tyler, el niño en cuestión.”
Rainbow se arrodilló para estar a la altura de los ojos de Tyler. “Hola, Tyler.” Le
guiñó un ojo, y desordenó los rizos del chico.
“Hola,” respondió Tyler, luego miró sus pies y pateó el cemento, intimidado por la
amabilidad del hombre.
“Entremos para que veas una de las clases en sesión.”
Joanna y Tyler siguieron a Rainbow hasta el interior de la escuela, cuyas paredes
estaban decoradas con las pinturas de los niños. La escuela brillaba con luz solar,
estaba bien ventilada y olía a pegamento. Ella podía escuchar música en español,
alegre y divertida.
“¿Qué es eso?” preguntó.
“La clase está en ‘movimiento’ ahora mismo.” Rainbow abrió una puerta que los
llevó a una enorme habitación con pisos de madera, donde los niños y las niñas se
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movían desorbitadamente, algunos girando en círculos, otros vagando en los
rincones, y todos pareciendo no tener sentido alguno de la dirección.
“¿Movimiento?”
“Otras escuelas lo llaman ‘educación física’,” explicó con un gesto de disgusto.
“¿Quieres bailar, Tyler?”
Tyler negó con la cabeza, luego miró al suelo.
“Está bien. A su debido tiempo. Pero si te dan ganas…”
“¿Puede hablarme del currículo?” preguntó Joanna.
Rainbow sonrió de forma afable. “Esta es una escuela experimental. Para
movimiento, podemos llevar a los niños al gimnasio y hacer que inventen su propio
juego de pelota. Nos gusta que nuestros estudiantes se sientan libres de expresarse
para alcanzar su pleno potencial.”
“¿Incluso cuando está helando afuera?”
“¿Qué es el clima de todos modos?” Sonrió Rainbow.
Joanna intentó mantener una expresión seria, mientras que Tyler hacía un baile
gracioso a su lado.
“¡Eso es fantástico!” dijo Rainbow. “¡Continúa, Tyler!”
Tyler se detuvo inmediatamente y observó a los niños bailando.
Joanna expresó su preocupación por el matoneo, y Rainbow le aseguró que no
había nada de eso aquí. La escuela era prácticamente un caldo de cultivo para el
pacifismo. Las clases se daban de manera improvisada, no estructurada, dejando a
menudo a los niños dictar el tono. No había libros de texto ni tareas ni planes de
lecciones. El personal creía que estaban crean algo nuevo, revolucionario, creativo,
y lo estaban inventando a medida que avanzaban. La declaración de la misión:
“Libertad en el aprendizaje. Aprendiendo en libertad.”
La cafetería era vegana, usaban sólo productos orgánicos locales, lo cual se sumaba
a la ya prohibitiva matricula, por supuesto, pero ¿quién querría que sus hijos
comieran algo más? Rainbow alegremente sacudió los ilustres nombres de todos
los padres ricos, poderosos y famosos que habían donado tiempo y dinero (mucho
dinero) para hacer del lugar lo que era hoy.
Cuanto más aprendía sobre la escuela, más se preocupaba Joanna de que Tyler
pudiera aprender algo aquí. Imaginaba que las clases serían un caos absoluto. Los
niños necesitaban ─incluso querían─ disciplina y estructura. Necesitaban libros.
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La música cambió; esta vez era un hombre cantado con una voz angelical y
operística. Los niños se movían, agitando los brazos como si estuvieran volando,
imitando los movimientos de la joven mujer que comenzó a guiarlos.
“Así que, si no hay libros, ¿cómo aprenden los niños a leer?” preguntó. “¿O no lo
hacen?”
“¡Oh, sí! ¡Sí lo hacen!” dijo Rainbow. “De alguna manera lo hacen,” agregó con una
sonrisa serena.
“¿Qué pasa cuando van a la escuela secundaria? ¿No causaría la transición un
trauma cultural? Esto es todo tan diferente.”
Rainbow le dio otra sonrisa grande y feliz. “No estoy diciendo que no habrá retos
más tarde.”
Joanna suspiró. Oh bien. Por lo menos no habría ningún matón. Y Rainbow dijo
que los niños aprendían a leer… de alguna forma. “¿Cuándo son las solicitudes?”
preguntó.
La serena sonrisa abandonó su rostro. “¿No ha aplicado?”
“¿No?”
Rainbow sacudió la cabeza con tristeza. “Lo siento mucho. Las solicitudes fueron
presentadas hace un año. Sólo tenemos dieciséis espacios, y teníamos cientos de
familias aplicando para un cupo. Lo siento mucho.”
Y fue entonces cuando Joanna se dio cuenta de que la pequeña escuela sin libros de
texto, sin planes de lecciones y sin educación física, sí tenía una cosa: un exceso de
prestigio─ que era lo único que verdaderamente importaba en los Hampton.
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Capítulo XXXI
Charla y Tequila
Apoyado contra la caja registradora, vestido con una camisa de cuadros y
pantalones vaqueros, Freddie cruzó los brazos mientras echaba un vistazo al North
Inn. La solitaria rubia de bote sentada en lo último de la barra, con perlas de gran
tamaño y pintalabios coral, se tambaleaba sobre su asiento, y Freddie pensó que
sería mejor córtale los servicios y llamarle un taxi pronto. En general, se estaba
acostumbrando a eso de ser un mortal, siendo incapaz de aprovecharse de sus
propios poderes. Sus clientes tenían sus bebidas y tazones de cacahuetes. Era mitad
de semana, temprano en la noche. Sal estaba en la parte de atrás, jugando al
póquer con sus amigos septuagenarios, y Kristy estaba en casa con Max y Hannah.
‘Hell’s Bells’ de AC/DC empezó a tocar en la máquina de discos, con el tintineo de
las campanas seguido de un riff de guitarra. Freddie sacó una cerveza de la
heladera y la destapó. Tomó un trago largo de la fría, exhaló un suspiro de
satisfacción, y miró el juego de Hockey en el viejo televisor colgando en el bar. Su
equipo estaba en medio de anotar un hermoso gol y estaban ganando. Estos eran
los pequeños placeres de la vida, se dijo a sí mismo.
Él siempre percibía el cambio en el ambiente cuando un cliente entraba en el bar.
Esta vez lo sintió antes de que la puerta se abriera. Un segundo le dio un vistazo a la
puerta y estaba cerrada, al siguiente la puerta se abrió y alguien cruzó a través de
ella. Todavía tenía un poco de magia dentro de sí después de todo. El hombre que
se acercaba a él era casi tan alto y ancho como el marco de la puerta ─del tamaño
de un jugador de fútbol, o al menos lo parecía por la amplitud de sus hombros.
Espera un segundo, pensó Freddie, yo conozco a este tipo…
“¡Por la barba de Odín!” dijo Freddie.
“¿Qué?” burló Troy, estrechando una mano hacia él. Freddie la agarró y su viejo
amigo lo tiró hacia adelante para darle un fuerte abrazo por encima de la barra. Los
jóvenes se palmearon bruscamente las espaldas mientras compartían unas risas.
Troy tomó asiento. “¡Eh, tío!”
“¡Vaya! ¡Mírate!” Freddie sacudió la cabeza y soltó un silbido. “Thor, ¿cómo has
estado, amigo mío?”
“Bien, bien, todo anda genial. Que bueno verte, hombre. Vi a Ingrid el otro día. Me
dijo que estarías aquí. Así que… ¡aquí estoy!”
“¿Eso es cierto?” dijo Freddie con una sonrisa. “¡Guau! Ingrid, ¿eh? Erda y Thor.”
Se rió.
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“¡Sí! Excepto que ahora soy Troy Overbrook,” dijo sacudiendo los flequillos en su
rostro.
Freddie sacudió la cabeza con una sonrisa. “Troy Overbrook, Freddie Beauchamp a
su servicio. ¿Le sirvo algo?”
Troy le echó un vistazo a las botellas en los estantes detrás de la barra. “¿Qué te
parece si celebramos nuestra pequeña reunión?” Miró a Freddie y le hizo un gesto
con la cabeza. “¿Tequila?”
“¡Perfecto!” Freddie consiguió una botella sin abrir de Sauza Gold junto con vasos
de trago corto y Coronas frías y burbujeantes. Él ya se había tomado su propia
cerveza. Puso el tequila y las cervezas entre ellos. Lamieron la sal de sus puños, se
empinaron los chupitos, y mordieron las rodajas de limas.
Troy destelló sus brillantes dientes blancos con una sonrisa.
Freddie saludó a Troy con su botella. “¿Qué diablos has estado haciendo?” Él no
solía beber en el trabajo, pero esta reunión era una ocasión especial.
Mientras tomaban más chupitos de tequila y cervezas, Troy procedió a contarle a
Freddie sobre su vida en Midgard. Le habló sobre su fiasco más reciente: el club
nocturno que tenía en la ciudad, y cómo en últimas tuvo que renunciar a él. Tuvo
que venderlo a cambio de una modesta, pero decente cantidad de dinero. Él creía
que la falta de éxito del club estaba relacionada a su magia menguante. Después, en
un capricho de última hora, Troy decidió pasar el invierno en North Hampton y
disfrutar de la tranquilidad. Además, él tenía algunos asuntos pendientes aquí.
Freddie alzó las cejas con curiosidad hacia Freddie, mientras servía dos chupitos
más que se derramaban de sus vasos.
“Yo sólo quería ver a Erda, para decirle la verdad.” Troy sacudió la cabeza. “Digo,
Ingrid. Ya sabes, intentar las cosas de nuevo.” El Sauza le había aflojado la lengua.
“Oh,” dijo Freddie. “Pues, ¡buena suerte con eso!” Le sonrió.
“¡Ayúdame aquí, Freddie! Uno hombre necesita toda la ayuda que pueda obtener.
¿No puedes hacer algo? Quiero decir, ¡ella es tu hermana! ¿Acaso va en serio con
ese mortal?”
Freddie hipó. Tomó un largo trago de cerveza, el cual pareció ayudar. “Parece que
sí. Lo siento, amigo.”
Se rieron sin malicia del tema. Freddie rellenó sus cervezas, bebieron dos chupitos
más y mordieron las rodajas de lima, arrugando las caras por la acidez. Freddie
rápidamente le sirvió a los nuevos clientes que habían entrado, decepcionados al
saber que Freya y sus bebidas emergentes se habían ido, pero Freddie les hizo
145
olvidar a su hermana con su propio tipo de magia: ser un tipo guapo y energético
en la barra. Volvió a llenar algunos tragos, y regresó con Troy, dispuesto a ser todo
oídos, pero no sin antes verter a Troy a sí mismo otros dos chupitos adicionales.
Troy le relató los cuentos de su vida inmortal ─en la época romana, había sido
senados (toneladas de oro, bacanales y libertinaje); En la Francia del siglo XVI,
había vivido en las cortes de los reyes (más oro y hermosos pechos asomándose
desde los ajustados corsés); después, en el siglo XIX, estuvo con Jefferson en París
(excelente fluidez de dinero y en absoluto aburrido ─de hecho, las libertinas eran
todas unas nenas). Y así continuó por un rato, despotricando sobre oro y mujeres,
hasta que comenzó hablar de coches y motocicletas.
Freddie había comenzado a sentirse un poco molesto ─o más bien envidioso de
Troy. Su amigo había vivido todas estas vidas increíbles. ¿Qué había hecho Freddie
desde había llegado a Midgard? Desde que regresó del Limbo, se enamoró de esta
chica, Hilly, quien resultó ser todo un engaño, y terminó obligado a casarse con su
hermana, y justo cuando se había enamorado por completo de Gert, ella decidió
dejarlo. Si se ponía a pensarlo, la mayor parte de su tempo en mundo medio, de
hecho, la había pasado jugando videojuegos. También había apagado unos cuantos
incendios caseros, pero aun así no era mucho.
Se sentía miserable, mediocre, cansado y enojado. Un completo perdedor. El
tequila tenía la forma de hacer eso. Al principio te sientes en la cima del mundo, y
después estás listo para golpear a la primera persona que te miré raro. El vodka
habría sido mejor. ¿Y dónde estaba esa rubia teñida sentada al final de la barra? Se
veía un poco borroso desde allí. ¿Se habría caído de su taburete? Había olvidado
llamarle un taxi. Se encargaría de eso más tarde. Era culpa suya si se había
emborrachado demasiado. Alguien se acercó y le pidió una copa, y él la preparó
apresuradamente, haciendo un lío en la barra, uno que no se molestó en limpiar,
luego metió el dinero de golpe en la máquina registradora.
“¿Y qué hay de ti? ¡Cuéntame todo sobre tus vidas!” dijo Troy con entusiasmo,
dándole a Freddie una gran sonrisa.
Freddie lo miró a los ojos fijamente. ¿Por qué Troy le había preguntado eso? Por
supuesto que Troy sabía lo que había pasado, que Freddie había pasado los últimos
cinco mil años pasando el tiempo en el maldito Limbo, porque había sido
injustamente acusado de destruir el Bofrir.
La sonrisa de Troy se desvaneció y sus amplios hombros se desinflaron. Se dio
cuenta de su imprudencia. “Oh, lo siento, amigo… sí… respecto a eso… Al menos ya
eres libre, ¿no? Escuché que las Valquirias encontraron al verdadero responsable.”
Freddie no respondió. Fue culpa suya lo que le había pasado a Killian. Había tantas
cosas que deseaba haber hecho de otra manera. Freya de vuelta en el pasado,
146
Killian en el Limbo, y aquí estaba él, atrapado en este pequeño pueblo,
emborrachándose de tequila. Era un inútil. Su vida había sido un completo
desperdicio.
“¡Eh!” dijo Troy, acercándose a la barra para agarrar el brazo de Freddie. “¿Dije
algo malo?”
Freddie sonrió. “Todo bien, hombre. ¡No hay problema! ¡Estamos bien!” Freddie
vertió el resto del Sauza en sus copas de chupitos.
Él no podía hacer nada por nadie. Ni por su hermana o su mejor amigo. No había
otra cosa que hacer más que beber.
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Capítulo XXXII
Agasaja a la Gente
Los invitados se sentaron en la alfombra, formando un círculo alrededor de
Tabitha. Era una reminiscencia de su hora de lectura en la biblioteca, sólo que
ahora estaba abriendo regalos para el bebé en su sala de estar. Hudson recogió las
cintas de las envolturas desechadas y las colocó en un plato de papel, el cual luego
convertiría en un sombrero para colocarlo en la cabeza de Tabitha. “Una
maravillosa e hilarante tradición,” remarcó Hudson.
Ingrid estaba haciendo una lista de los regalos para las notas de agradecimiento.
Tenía que admitir que todos estos zapatitos y prendas hechas de lana y algodón
eran adorables, y le hacían sentir una vaga agitación. Un bebé. Ninguno de sus
hermanos había tenido hijos. Estaban atascados, de alguna forma; Freya y Freddie
eran adolescentes perpetuos, mientras que Ingrid había sido una solterona toda su
vida, una fruta sin madurar, marchitándose en la vid. Pero el amor la había
cambiado, y finalmente podía comprender de que se trataba todo el alboroto.
“¡Un tutú!” exclamó Tabitha.
“¡Um, eso es de Ingrid!” respondió Hudson con rapidez.
Tabitha y sus amigas se rieron.
“Es un niño, ¿verdad?” preguntó Betty Lanzar, quien recientemente se había
mudado con su novio, el detective principiante, Seth Holding.
“¡Bueno, uno nunca sabe!” dijo Ingrid, escribiendo entre risas tutú y su nombre
junto a él.
“¡Me encanta!” dijo Tabitha. “Es perfecto. Todo niño debería tener un tutú. Gracias,
Ingrid.”
“No hay problema,” replicó Ingrid.
“Dije que era una genialidad,” dijo Hudson, recogiendo una cinta rosada para
pegarla en el sombrero.
Ingrid le dio un vistazo a los estantes en la biblioteca de Tabitha, que era muy
parecida a la de Matt. Pensar en él la hacía sentir melancólica. Ella lo había estado
evitando últimamente, y él estaba empezando a notarlo. Ella sabía que estaba
siendo una tonta, pero no podía dejar de sentirse como una rompe hogares, aunque
Matt y Mariza nunca habían compartido uno.
“He decidido que voy a intentar la crianza con apego,” anunció Tabitha mientras
balanceaba un regalo sobre sus rodillas.
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“¿Qué es eso?” preguntó Hudson. “¿Es esa cosa en la que ves a los padres
caminando con un niño en una correa? Ya sabes, como un arnés. Siempre me
pregunté de que se trataba eso.”
Incluso Ingrid tuvo que reírse. A pesar de que siempre se había quedado perpleja
con esas correas, por lo general las había atribuido a que los padres habían visto
demasiados programas de crímenes reales.
“¡Tonto!” respondió Tabitha. “Es un tipo de método de crianza creado por un
pediatra y tiene que ver con la psicología del desarrollo. Hay ocho principios.”
“¿Cómo cuáles?” preguntó Hudson.
“Como ‘Alimenta con respeto y amor’.”
“Oh, Scott hace eso conmigo,” replicó él.
Tabitha rió entre dientes. “Se trata de nutrir una dependencia saludable para que el
niño se convierta en una persona segura.”
“Creo que mi madre obtuvo el otro manual,” bromeó Hudson. “Crianza con
desapego. ¡El método manos libres!”
Ingrid se echó a reír, pero su mente estaba todavía pensando en Matt. Durante el
café, Troy le había dicho que pensaba que estaba cometiendo un gran error al
enamorarse de un mortal. “He hecho lo que estás haciendo. Créeme. No lo
recomiendo. El dolor…” le había dicho. “Para ser honesto, es agonizante…”
Sí, el dolor, pensó Ingrid. Matt sería un momento fugaz en una vida interminable.
Matt moriría y ella se quedaría con el dolor de su pérdida para toda la eternidad.
¿Valía la pena? ¿Acaso amarlo valdría la pena el dolor de perderlo?
“¡Oh, Dios mío!” gritó Tabitha, sosteniendo un pequeño lederhosen.
“¡Espero que tu hijo cante la tirolesa!” dijo Hudson.
“¡Oh, lo hará!” dijo Betty Lazar. “He oído que te mantienen despierto toda la noche
brincando y cantando música tirolesa,” dijo con sarcasmo.
En la libreta, Ingrid anotó la palabra lederhosen al lado de Hudson.
149
Capítulo XXXIII
El Precio de Admisión, Parte II
Frente al edifico principal ─hecho de madera y cristal azul─ se alzaba una
reproducción de mármol blanco de la Victoria Alada de Samotracia. Una estatua
griega de la diosa Nike, diosa de la paz, eficiencia, velocidad y victoria, extendiendo
sus alas mientras presionaba su pecho hacia adelante, dando la cara al mar, como
lo había hecho su homólogo original en el puerto de Samotracia, para dar la
bienvenida a las naves entrantes que retornaban tras sus conquistas. Cada mañana,
la estatua saludaba a los más de quinientos estudiantes, desde los del jardín de
infancia, hasta los alumnos de doceavo grado y al personal del Colegio Carlyle.
El recorrido de orientación, Joanna y Norman habían visitado las pintorescas
casitas verdes, conectadas por pasarelas de madera en la parte trasera del campus.
Admiraron los pequeños patios de recreo, los jardines, los invernaderos y la
pequeña granja con dos cerdos, cinco cabras y seis ovejas, a las que se les enseñaba
a los niños más pequeños a cuidar de ellas. El granero había sido renombrado
como el “estudio de arte.”
Ahora Joanna y Norman estaban sentados en la oficina del director para la
entrevista. Charlie Woodruff era un individuo guapo y desarmador de unos
cincuenta años, de pelo blanco y ojos azules. Les explicó la misión de la escuela
como una que alentaba a los estudiantes a adoptar una perspectiva global, abrazar
la tecnología, perseguir las artes y las ciencias tanto como los deportes
competitivos. “Somos tradicionales, pero con una visión progresiva, al menos eso
creemos,” les dijo. “Entonces, ¿qué piensan?”
“¿Dónde firmo?” bromeó Joanna. En verdad, parecía una escuela de ensueño. Ya
podía imaginar a Tyler en unos de esos pequeños suéteres con el logo de la escuela
y pantalones de franela gris que usaban como uniformes.
El director sonrió. “Por supuesto, tendremos que reunirnos con sus padres
también, pero al final todo dependerá de cómo salga Tyler en las pruebas.”
“¡Por supuesto!” repitieron Norman y Joanna.
“¿Y quién es su patrón?” preguntó Dorothy.
Joanna miró con mala cara a Dorothy De Forrest desde el otro lado de la mesa
donde comían su almuerzo. ¿Qué estaba su querida, pero pretenciosa amiga
preguntándole? Joanna se había cansado poco a poco de Dorothy y sus crónicas
sobre escuelas terminadas y bailes de debutantes, pero había acordado a almorzar
con ella, porque si uno no veía a sus viejos amigos fastidiosos, uno podría no tener
ningún viejo amigo en absoluto. “¿Perdón?” Parpadeó.
150
Dorothy parpadeó de vuelta. “Mi querida, ¿a quién tienes dentro? ¿En Carlyle?”
Joanna pertenecía a una familia antigua y conocida. Ella era una Beauchamp. Pero
nunca pudo entender por qué ciertas personas ganaban un sentido de superioridad
por simplemente tener un nombre, nacer acomodados o poseer dinero antiguo.
Todo era suerte tonta. ¿A quién le importaba eso? “¿Qué quieres decir con eso?”
“Me refiero a quién está respaldando tu solicitud. ¿Seguro que tienes a alguien en el
consejo? ¿Seguramente Norman…?” preguntó Dorothy. “El colegio Carlyle es
extremadamente selectivo. Ser admitido allí es prácticamente un milagro,” dijo con
una pequeña carcajada. “Seguramente conoces a alguien que te pueda ayudar.”
Joanna sacudió la cabeza, sintiéndose un poco enferma del estómago. “No, no
conocemos a nadie en Carlyle.” Tomó un sorbo de vino. “Además, nos dijeron que
todo dependía de los resultados de la prueba de Tyler y estoy segura de que lo hará
muy bien.” Volvió a cortar un trozo de su pato.
“Por supuesto, por supuesto,” dijo su amiga, cortando las codornices en su plato,
las cuales estaban colocadas en una pequeña cesta hecha de hilos de patata sobre
una cama de verduras. “Lamento haberlo mencionado. Por favor, pásame la sal,
querida.”
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Capítulo XXXIV
Un Lugar Al Que Volver
El domingo por la mañana. Más o menos. Era mediodía cuando Freddie despertó
en su propia cama por primera vez en mucho tiempo. Habría dormido más tiempo
de no haber sido el persistente timbre de su teléfono en la mesa de noche. Había
sido una semana larga cuidando a Max y Hannah después de pasar las tardes
sirviendo bebidas, y le había dicho a Kristy que necesitaba tiempo para recuperarse
en su propio espacio. La noche anterior había sido maravillosa, el North Inn
permaneció lleno hasta las cuatro de la mañana. Había tenido que poner su puño
de hierro alrededor de la última hora para echar a los borrachines restantes. “No
hay necesidad de enojarse,” les dijo. “¡Sólo iros a casa!”
Deseó haber apagado su timbre, pero recordó que tenía una cita para almorzar con
Kristy a la una. Debía ser ella. Fue bueno que hubiera llamado ─pudo haberse
quedado dormido en vez de ir a la cita. Su ex tenía a los niños por el fin de semana.
Después del almuerzo, habían planeado ir a comprar algunas antigüedades (su
idea) y después de eso pasarían el tiempo holgazaneando en la cama (idea de él).
Agarró el teléfono con su nombre en los labios, pero justo cuando estaba a punto de
decirlo, la persona al otro lado de la línea le dio un alegre “¡Hola, amor!”
¿Amor? Pero la voz no era la de Kristy.
“¿Quién es?” preguntó con recelo.
“Nene, soy yo.”
Freddie se sentó, dándole un vistazo a la habitación. Todo estaba mucho más
limpió y organizado de lo que lo había dejado la última vez. Tuvo que haber sido
Gracella, pensó. Madre no debería someter a la pobre mujer a mis líos. Después de
una larga pausa, retomó la incómoda conversación.
“Gert,” dijo él, con voz plana.
“Hola, cariño,” respondió alegremente.
Esta no era una buena forma de despertar. “¿Qué quieres?”
“¡He terminado mi tesis antes de tiempo!”
“¡Genial!” dijo él. ¿Acaso esperaba que las cosas volvieran a ser igual que antes
después de que lo abandonara de la nada? ¿No era eso considerado causal de
divorcio? Abandono. ¿No sería esa una forma de librarse del contrato del Sr. Liman
que había firmado con su sangre? Aunque no decía nada sobre el abandono por una
de las dos partes.
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Freddie había hecho una vida decente por sí mismo desde que había vuelto a North
Hampton. Se ganaba la vida en el bar y disfrutaba trabajar allí. Kristy lo apreciaba.
Se estaba apegando a sus hijos ─la imaginativa Hannah y su peculiar y veloz
hermano vegetariano con gafas. A él le gustaba cuando Hanna le contaba historias
locas sobre hadas, y le estaba enseñando a Max a patinar sobre hielo. Niños… a él le
gustaban los niños, pero Gert nunca había querido siquiera hablar de ellos.
Ella exhaló en el teléfono, y él tuvo que alejar el móvil de su oreja durante un
segundo. “Freddie, siento haberme ido como lo hice. Sé que fue un poco frío de mi
parte.”
“¿Frío?” dijo él. Recordó sus diversos intentos por arreglar el matrimonio y cómo
habían fracasado cada uno de ellos. Miró el reloj. Tenía que ducharse y alistarse
para encontrarse con Kristy. “Escucha, Gert, es un poco temprano para hablar de
todo esto.”
“¿Temprano?” dijo ella.
“Estuve despierto hasta tarde. Quiero decir, ahora trabajo en un bar.”
“Oh,” respondió. “¿Podemos hablar más tarde? Realmente necesito hacerlo.”
Siempre tenía que ser en sus términos, ¿no es así? “Freddie, no había nadie más, si
eso es lo que estás pensando. Era enteramente por la escucha. Yo…yo…”
Eso no era lo que él había estado pensando. Ya no le importaba, o al menos trataba
de convencerse de que no le importaba. No había sido fácil olvidarla, por mucho
que le gustara Kristy, tenía que admitir que había extrañado a Gert, echaba de
menos a su esposa. Pero ella lo había dejado con una nota, ¿y ahora esperaba que
todo fuera olvidado? Asombroso. No podía estar más furioso, pero cuando oyó el
temblor en su voz, cedió. “Mira, hablemos más tarde, ¿de acuerdo?”
“De acuerdo?” dijo ella. “Te extraño…”
“Ah-ha.” Freddie exhaló. “Mira, en serio tengo que irme.” Sus palabras sonaron
bruscas, lo cual no había sido su intención. “Te llamaré más tarde,” dijo, colgó el
teléfono.
Cuando regresó a la casa después de su cita, el lugar estaba vacío. Joanna había
dejado una nota diciendo que ella y Norman habían salido a buscar sopa de
almejas. Le encantaba lo específica que podía ser su madre. Bueno, al menos esa
era una relación que parecía estar funcionando.
Freddie subió las escaleras. Miró en el cuarto de Ingrid para ver si su hermana
estaba cerca, pero sólo vio a Oscar, Buster y Siegfried acurrucados en la cama.
Buster le pestañeó. Sus ojos parecían pesados, y rápidamente los cerró mientras
apretaba su hocico contra la piel de Oscar. Desde que los Beauchamp habían
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perdido sus poderes, era como si los familiares hubieran entrado en hibernación.
Pobres niños, pensó Freddie. Cerró la puerta y los dejó descansar.
Freddie también sintió pena por sí mismo. Había llegado tarde a su cita con Kristy,
y habían tenido su primera pelea. Después, regresaron a la choza en la playa y
metieron en la cama. Pero después de hacer el amor, Kristy se puso llorosa. Se
quejó de ser mucho mayor que Freddie y que eventualmente él la dejaría. Max y
Hannah se estaban encariñando. Eso no era bueno. Todo había sido un gran error.
Por mucho que tratara de calmarla ─él planeaba quedarse a su lado y realmente le
importaba ella─ parecía empeñarse en ser negativa. “¿Es eso suficiente?” le
preguntó. Ella nunca había sido así antes.
Tal vez Kristy tenía razón. Él era reacio a decir esas dos pequeñas palabras que
podrían sellar el acuerdo. Se sentía a gusto con Kristy, pero… todavía estaba
casado. Simplemente no estaba listo para decirlo. Tal vez Gert lo había arruinado.
Entonces Kristy dijo que era mejor que Freddie se fuera de la casa. Necesitaban
espacio. Todo ese asunto lo había hecho sentirse como una mierda.
Y aquí estaba. Vació los bolsillos en la cómoda ─teléfono, cambio, billetes
arrugados─ se quitó la camiseta y salió de sus pantalones vaqueros, azotándolos en
un sillón. Él sólo quería estar en la cama y reanudar lo que no había terminado
antes esa mañana: dormir.
Cerró las ventanas, tiró de las cortinas y apagó el calentador. A él le gustaba que la
habitación se enfriara mientras se acurrucaba en el edredón; era la combinación
perfecta para el mejor tipo de sueño. Eran sólo las siente, y se alegraba de tener un
comienzo temprano. Se arrastró hasta la cama y se estiró lujosamente. Su pierna
golpeó algo. “¡Ay!” dijo él, sacudiéndose.
“¡Kelda!” los brazos de Freddie cayeron protectoramente a sus costados,
escudándose con el edredón. “¿Qué estás haciendo aquí?”
La duendecilla ensanchó sus ojos almendrados, empujando hebras desordenadas
de cabello blanco detrás de una oreja. “Te estaba esperando. Tengo algunas malas
noticias.”
“¡Maravilloso! ¿Te importaría? Pásame la camiseta, ¿quieres?” dijo él. Al igual que
los duendecillos, él se sentía cómodo con la desnudez, pero si su madre entraba,
podría ser incómodo. Joanna hacia revisiones inesperadas, necesitando recordarse
a sí misma que Freddie todavía estaba en casa y no en el Limbo.
“Una buena noticia y otra no tan buena.” Kelda rodó de la cama para entregarle su
camisa. Ella estaba sucia, con una camiseta arrugada, pantalones negros
polvorientos y calcetines de tubo manchados.
Freddie hizo una mueca, pensando en sus sábanas limpias.
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Kelda hizo un estiramiento de yoga, subiendo en una inmersión de cisne inversa,
con sus manos formando una plegaria en su pecho. “Buenas noticias: encontramos
el tridente. Malas noticias: Jörmungander lo tiene.
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Capítulo XXXV
Ponle Un Anillo
Apenas se habían sentado a la mesa del restaurante francés cuando Ingrid notó
una argolla de platino en el dedo anular de Hudson. “¡Hudson! ¡No me lo dijiste!”
“¡Queríamos que fuera una sorpresa!” Hudson se echó a reír, sosteniendo la mano
de Scott.
A Scott y a Hudson les gustaba bromear con que no parecían una pareja sino un par
de gemelos gay, incluso si Scott era mitad coreano. Al igual que Hudson, Scott
estaba meticulosamente vestido y muy guapo. “Queríamos esperar hasta el postre
para hacer el anuncio. En serio, no queremos pasar toda la cena hablando de
nosotros.” Aunque por supuesto, ahora que lo habían anunciado tan temprano
tendrían que pasar toda la noche hablando de ellos, pero a Ingrid en realidad no le
importaba.
Ella y Matt estaban en una cita doble con la pareja. Matt había reservado la mesa
en el rincón junto a la ventana que daba al mar en La Plage.
“¡Espera!” dijo Ingrid, un tanto nerviosa. “No se casaron sin decírmelo, ¿verdad?
No lo harías...”
“¡Por supuesto que no! Scott acaba de hacerme la pregunta. Las alianzas son de
oro. Caben en la parte superior de estos. Genial, ¿verdad?”
“¡Felicidades!” dijo Matt. Se puso de pie y le tendió los brazos a Scott, que estaba
sentado a su lado.
Scott le dio una sonrisa irónica y se levantó para recibir el abrazo, mientras Ingrid
abrazaba a Hudson. Matt le hizo un gesto al camarero para pedir una botella
burbujeante. El champán fue traído a la mesa con un cubo de hielo, e Ingrid y Matt
levantaron sus copas.
“Por la feliz pareja,” dijo Matt.
“Por nuestros amigos,” dijo Ingrid, con los ojos brillantes.
Mientras Hudson y Scott tintineaban sus copas, Ingrid se volvió hacia Matt,
apretando su rodilla debajo de la mesa. Él deslizó una mano sobre su muslo debajo
de la falda. El toque furtivo la hizo estremecer. Sintió el rubor carmesí subir por sus
mejillas y tomó un sorbo de champán para estabilizar sus nervios. “Entonces… ¿ya
tienen algún plan?”
“Estamos pensando en hacerla en mayo,” dijo Hudson.
“¡Vaya, tan pronto! ¡Eso es genial!” dijo Ingrid, acomodándose en su silla.
156
“Y por supuesto que estaría honrado de que fueras mi dama de honor,” dijo
Hudson con una sonrisa tentativa.
“¿Yo?”
Hudson asintió con una sonrisa y se abrazaron de nuevo.
“¡Tenemos mucho que planear, entonces!” dijo Ingrid.
“Esperen un segundo,” dijo Scott. “Esto es a lo que me refiero. No planeemos. Sólo
relajémonos.”
Ingrid guiñó un ojo. “Hudson y yo lo hablaremos.”
“¡Absolutamente!” dijo Scott.
“Claro que sí. ¿Y adivina qué?” Hudson ensanchó los ojos.
“¿Qué?” dijo Ingrid, inclinándose hacia adelante.
Una vez más, Scott los interrumpió. “Su mamá vendrá. ¡Después de todo ese
alboroto!” Dobló su servilleta en su regazo. “Realmente no sé por qué Hudson se lo
ocultó durante tanto tiempo. Mi madre es coreana ─ni siquiera nació en los
Estados Unidos, y cuando se lo confesé a los trece años, no le dio gran
importancia.”
“Tu madre no era una debutante de Charleston,” dijo Hudson. “Tu mamá es
genial.”
“En realidad no,” respondió Scott.
Hudson alzó su tenedor. “De todos modos, ahora todo depende de nosotros. Mi
madre dice que está ansiosa por la boda. ¡Eso es un gran alivio!”, dijo metiendo el
tenedor en su coquille Saint Jacques con una gran sonrisa.
Hudson y Scott intercambiaron una mirada cómplice. “Ya hemos encontrado una
donante de óvulos,” confesó Hudson con una sonrisa descarada. “¡Ahora todo lo
que necesitamos es un vientre!”
Afuera en el estacionamiento, después de que Hudson y Scott se hubieran
marchado, Ingrid y Matt observaron las luces de su auto desaparecer en la niebla.
El aire estaba frío y ella se acurrucó cerca de él. Podría haberse quedado allí para
siempre con Matt.
Él entrelazó sus dedos en los de ella. “Ingrid, ¿qué está pasando con nosotros?” le
preguntó. “Me estás evitando y no es sólo por tu trabajo. Siento que te estás
alejando.” Le preguntó por qué se había marchado tan abruptamente aquel día
durante el almuerzo, pero ella mintió y le dijo que no se había sentido bien. Desde
entonces, apenas habían pasado algo de tiempo juntos.
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Ingrid respiró profundo. Había llegado el momento de ser honesta y decirle lo que
la había estado molestando. “¿Habrías deseado que tú y Mariza estuviesen juntos?”
preguntó finalmente. No era exactamente como había planeado decirlo, pero así
fue. Ella quería hacer lo correcto por Maggie, pero también quería proteger su
propio corazón. Era altruista y egoísta de su parte. Levantó las manos que
sostenían las suyas y las dejó caer a su lado mientras esperaba su respuesta.
“A veces,” admitió él. “Lo intentamos una vez. Por el bien de Maggie. Pero eso fue
hace mucho tiempo. Maggie estaba en pañales.” Pasó su mejilla por su rubio
cabello, respirando en él su fragancia, luego soltó sus manos y se apoyó en el coche
para que ambos estuvieran mirando a la playa. “¿Es eso lo que te ha estado
molestando?”
Ella sacudió la cabeza. “Sí…” susurró. Se sentía bien no eludir el tema. Levantó la
mirada hacia el profundo negro azulado de la noche y suspiró. Un bullicio rosó del
cercano North Inn. La muchedumbre parecía estar volviéndose ruidosa. Alguien
silbó. Una mujer chilló. Luego aplausos sonaron.
Matt miró hacia el océano. “Conocí a Mariza cuando tenía dieciséis años. Yo era un
niño, un niño irresponsable. Y no es que me arrepienta, en absoluto. No cambiaría
nada porque significaría que no tendríamos a Maggie. Pero como dice esa canción
que Maggie no para de escuchar, ‘nunca, nunca, volveremos a estar juntos’,” dijo
con una sonrisa.
Se volvió hacia Ingrid y dio la vuelta para ponerse sobre ella, con sus manos
presionadas contra el techo del coche, una a cada lado de sus hombros. La tenía
encerrada para que no pudiera a ir ningún lugar excepto este, que era exactamente
donde ella quería estar.
158
Capítulo XXXVI
El Precio de Admisión, Parte III
Su estómago se retorció. Joanna no era quien estaba a punto de ser puesta a
prueba, pero sentía así a medida que dejaba atrás a la diosa Nike y entraba en el
Colegio Carlyle, sosteniendo la mano de Tyler. El niño llevaba una camisa de color
azul pálido y una corbata roja estampada, sus grandes rizos ligeramente húmedos y
peinados hacia adelante, pareciendo estar pegados a su gran frente. Tomaron el
tramo de las escaleras hasta la oficina del director Woodruff. Él le había enviado a
Joanna un mensaje por correo, diciendo que la acompañaría a la oficina del
director de admisiones, una tal Sra. Henderson, para la entrevista y prueba de
Tyler. Estaba deseoso de verla a ella y a Tyler.
“¿Adónde vamos?” preguntó Tyler.
“Todo va a estar bien, cariño,” dijo Joanna, con la voz casi chillona, mientras
ascendían los escalones de mármol negro. Ella apretó su mano para tranquilizarlo.
“¡Ay, me lastimas! ¡Tu mano está húmeda y mis zapatos están demasiado
apretados!” Tyler apartó su mano y pisó el escalón con los zapatos de cuero negro
pulidos en cuestión. Se apoyó en la barandilla y se negó a dar otro paso.
Joanna intentó no perder la compostura. Debió haberle pedido a Norman que
hiciera esto. Esto era demasiado estresante, pero ella había querido hacerlo porque
necesitaba asegurarse de que todo saliera bien. “Ya has venido con tus padres,
¿recuerdas? ¿No viste al director Woodruff? ¿El Sr. Charlie? Me dijo que eras un
niño muy inteligente. Le diste una muy buena impresión.”
“¡Oh!” Tyler bajó la mirada y deslizó el lado de su zapato por el escalón. “Yo puedo
caminar las escaleras solo. Soy un niño grande.”
“Sí, lo eres, Tyler. Hazlo. Eso está bien.” Ella amaba a Tyler, pero el niño estaba
empeorando sus temblores.
“¡Vaya, hola!” dijo el director Woodruff, levantándose para saludar a Joanna y
Tyler cuando entraron en su despacho. “¡Que elegante, jovencito!”
Tyler miró sus zapatos brillantes, y se encogió de hombros.
“Dile hola al director Woodruff.” Joanna acarició su cabeza e inmediatamente el
apartó su mano. ¿Desde cuándo Tyler empezó a comportarse así? Joanna forzó una
sonrisa. “¿Tyler?”
Tyler levantó la vista. “Hola,” dijo al director, luego rápidamente apartó la mirada
ver por la ventana que daba al patio delantero.
“Hace mucho frío hoy,” dijo el señor Woodruff. “Lo entiendo. Todos nos ponemos
un poco irritados cuando amanece así.”
159
“Lo siento, director Woodruff,” dijo Joanna en un apuro. “Creo que sus zapatos lo
están lastimando. Usted sabe lo rápido que crecen a esta edad. ¡Es difícil seguirles
la corriente, en serio!” Extendió su mano para estrechar la del director.
“Llámame Charlie. Por favor, no te disculpes.” Él sonrió amistosamente, pero
parecía un poco incómodo, como si estuviera luchando con estas formalidades.
“Muy bien, vamos,” dijo. Los acompañó a la oficina del director de admisiones,
donde les presentó a la señora Henderson, les deseó buena suerte y se despidió.
Joanna sintió esa súbita sensación de revuelco en su estómago.
Ella y Tyler estaban sentados frente al reluciente escritorio, donde unas carpetas de
manila, un pisapapeles de vidrio con una tarántula atrapada en su interior, un
estuche de bolígrafo y unas fotografías estaban ordenados magistralmente. La
señora Henderson parecía una mujer fastidiosa. Era británica, atractiva, de claro
pelo rubio atado en un moño francés y grandes ojos azul turquesa, el izquierdo un
poco torcido a un lado. Cuando el ojo se enderezó, la Sra. Henderson sonrió con sus
brillantes labios escarlata.
Joanna sólo podía ver las espaldas de los marcos de las fotos en el escritorio.
Quizás, pensó, si pudiera ver esas fotografías ─la familia de la Sra. Henderson o un
perro o un gato─ podría sentirse menos intimidada por la guardiana de su escuela
ideal. Las preguntas de Dorothy De Forrest sonaron en su cabeza. ¿Quién es tu
patrón? ¿A quién tienes dentro? Echó un vistazo a la gran impresión en blanco y
negro en la pared, una bonita Amelia Earhart con la cara pecosa y su gorra y gafas
de aviador, y rápidamente recitó un encantamiento en su cabeza con poco efecto.
Tyler estudió la habitación y, con ojos vigilantes, miró a la señora Henderson
mientras hablaba de las becas que la escuela tenía para ofrecer.
Joanna podía sentir las grandes manchas de sudor formándose en las axilas de su
blusa de seda. Mantuvo los brazos pegados a los costados y mantuvo la
compostura. Para su consternación, Tyler parecía estar desanimado. Ella notó la
brillante habitación amarilla adyacente a la oficina, la cual podía ser vista a través
de una gran ventana de vidrio en la pared. Dentro, vio una zona de juegos con
juguetes, escritorios y sillas coloridas. Probablemente era allí donde la consultora
del jardín de infantes llevaría a cabo su prueba.
“Sí, ahí es donde Tyler irá y jugará dentro de poco,” dijo la directora de admisiones,
y asintió con la cabeza. Se volvió hacia el niño. “Primero, ¿por qué no te quitas los
zapatos, Tyler? Y ya que estamos en eso, puedes aflojarte la corbata, también.
Quiere que estés lo más cómodo posible.”
Tyler negó con la cabeza, luego miró hacia abajo. Joanna se inclinó de inmediato
para ayudarlo, y sus pequeñas manos revolotearon con las de ella como si fuera una
mosca irritante. Hoy de todos los días era que estaba siendo tan poco cooperativo.
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Por lo general, él era un niño muy bueno. ¿Qué le estaba pasando? “No lo entiendo.
Él nunca es así,” dijo Joanna.
“Está bien, quiero que Tyler lo haga por sí mismo,” dijo la Sra. Henderson. “Tyler,
por favor, quítate los zapatos.” Su voz se mantuvo se mantuvo cortés pero firme.
Joanna se dio cuenta de que la prueba ya había comenzado, incluso si la directora
no lo había llevado a la habitación contigua. Ella observó la falta de respuesta de
Tyler, y el pánico se elevó.
Tyler se dejó caer en su silla y no se movió.
“Tyler, ¿hay algo que te preocupe?” preguntó la Sra. Henderson.
Levantó la cabeza y la miró. Este iba a ser el momento decisivo. Joanna lo sabía. Su
pulso sonaba en sus oídos y su estómago se retorció una vez más. Le rogó a Tyler
que se comportara como un niño bueno, y él le hizo una mueca.
“¿Tyler?” instó la directora de admisiones.
Él la miró fijamente. “¡Déjeme en paz!” gritó, agitando sus pestañas negras y
parpadeando una lágrima que se deslizó por su mejilla. Miró fijamente a la
directora de admisiones. “¡Déjeme en paz! ¡No quiero estar aquí!”
Joanna guardó silencio mientras conducía a Tyler de regreso a su casa. Ella repasó
lo que había sucedido en la escuela desde el principio hasta el final, tratando de
identificar dónde se fueron a mal las cosas. Tal vez sus nervios se habían pasado al
niño sensible. Habían estropeado completamente la entrevista, y aunque había sido
exitosa en finalmente forzar a Tyler a “jugar con la agradable señora,” el resto de la
reunión había sido tan incómoda como al principio. Si sólo pudiera conseguirle a
Tyler un jardín de infancia decente, entonces sería una buena madre, no una cuyos
hijos estaban siendo amenazados por todos los nueve mundos del universo.
La Sra. Henderson se mantuvo agradable, respondiendo amablemente a la terrible
rabieta de Tyler. “Todos tenemos nuestros días así,” dijo alegremente. “No se
preocupe por eso. ¡Tiene seis años después de todo!”
Pero Joanna sabía que lo había rechazada. No iba a haber una segunda
oportunidad en Carlyle. Ella miró a Tyler en el asiento del pasajero.
“¿Te divertiste con la señora?” preguntó. “¿Qué quería que hicieras?”
Tyler se encogió de hombros. “Nada.”
Ella suspiró.
Él se giró para mirar por la ventana y pasó su regordete dedo índice por el vidrio.
Ella pasó una mano por su pelo y observó el camino. “Está bien, Tyler. Todo va a
estar bien,” le prometió.
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Cuando estacionó en la entrada, Norman la estaba esperando afuera, paleando la
nieve, saludando y sonriendo. Ella se sintió aliviada al verlo. Él le abrió la puerta
del lado del conductor.
“¿Cómo le fue?” Él vio su cara. “Así de mal, ¿eh?”
Joanna se rió ─tenía que hacerlo. Al menos ya había terminado. Tal vez se había
vuelto demasiado sería con todo este asunto del jardín de infantes. Nunca se llega a
ninguna parte estando desesperado. “Prefiero no hablar de ello, pero no hace falta
decir que debo volver a hacer nuevos planes.”
“¡Oh!” dijo Norman, abrazándola. “Tengo algunas noticias. Estoy empacando una
mochila arriba. He hablado con Arthur e iré a verlo.”
Ella se liberó del abrazo de Norman, sintiendo mil nuevas preocupaciones mientras
recordaba las condiciones explicadas por el Oráculo. Eso ciertamente ponía en
perspectiva todo el asunto de admisiones en la escuela privada.
“Deséame suerte,” dijo Norman con una sonrisa valiente.
Tenían muy poco tiempo, y si Arthur, el guardián de los pasajes, no podía
proporcionar una solución mejor que la del Oráculo… bueno, no había razón para
que Joanna se pusiera a pensar en eso ahora.
“A él se le ocurrirá algo, sé que lo hará,” dijo norman. “Todo va a estar bien,” dijo,
haciendo eco de las palabras que ella acababa de decirle a Tyler y con la misma
convicción.
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Capítulo XXXVII
El Monstruo en el Fin del Mundo
Jörmungander era la serpiente de mar cuya cabeza descansaba cerca del fondo de
Midgard. Él se envolvió alrededor del mundo, lo suficiente como para morder su
propia cola y formar un círculo. Esto lo hacía mientras dormía, como un niño
chupando su pulgar para estar cómodo. Sus colmillos goteaban sangre y veneno
negro que mataba en un instante. También le gustaban los acertijos ridículos. Y
ahora tenía el tridente de Freddie.
“¡Tienes que estar bromeando!” le dijo Freddie a Kelda. “¿Como diablos lo
consiguió? Como sea. Mejor no lo expliques. Estoy agotado. ¿Y qué? ¿Qué hacemos
ahora?”
Ella lo miró con una mueca, como si pensara que él era lento. “¿Qué no es obvio?
Es una emergencia.” Ella lo miró de lado. “Tienes que venir con nosotros para
recuperarlo a menos que no estés de humor para salvar el mundo.”
Justo cuando Freddie pensó que iba a tener unas buenas horas de sueño. Se cubrió
la cara con las palmas de las manos, respiró hondo y le sacudió una mano a Kelda.
“¿Podrías sólo…?” le hizo un gesto, haciendo un círculo con el dedo índice. “¡Date la
vuelta!”
Kelda agarró sus botas de combate y le dio la cara a una pared.
Freddie se levantó de la cama y encontró un par de pantalones cuidadosamente
doblados sobre una silla, que parecían haber sido recientemente lavados, gracias a
su laboriosa empleada. “Salvar al mundo, pero ¿cómo? Estoy limpio. Sin magia.
Todos estamos así. Es imposible que no hayan pensado en eso. ¿Cómo vamos a
llegar hasta allí?”
“Nyph y los chicos no esperan en la isla Gardiner.” Kelda se metió en las botas y se
arrodilló para atarlas. “Sólo alístate. Ya verás.”
“Muy bien,” dijo Freddie, distraído. La ropa que Gracella había lavado olía a
suavizante de flores, lo que de alguna forma le hizo recordar que tenía que llamar a
Gert, aunque no sabía lo que quería decirle. No tenía idea de lo que iba a hacer con
ninguna de sus mujeres. ¡Mujeres! Siempre había tantas a su alrededor. Se puso la
ropa limpia y tomó una sudadera con capucha. Haría frío en el fondo del mundo. Él
sabía; había vivido allí antes.
“Ya puedes girar,” le dijo a Kelda.
Ella se dio la vuelta. Freddie retrocedió, llevándose una mano al pecho y jadeando.
Kelda se había puesto una gran y aterradora máscara de buey con dos grandes
cuernos. Aunque la máscara estaba sucia y hecha de goma, su verosimilitud era
sorprendente. Ella inclinó la cabeza y se acercó a él.
163
Freddie la estudió. “¿De dónde sacaste esto?”
“De un basurero,” dijo su voz ahogada. “¿Te gusta?”
Él asintió. “Tráelo. La vamos a necesitar.”
Freddie se acercó a la cómoda y agarró su teléfono. Esto era exactamente lo que
necesitaba. Le hacía sentir como si estuviera en Asgard otra vez, cuando el mundo
era joven y él listo para la aventura. Decidió a iba a llamar a Kristy de camino a la
isla Gardiner para hacerle saber que tenía asuntos fuera de la ciudad.
Desde que Freya e Ingrid pasaron por la puerta escondida en el salón de baile hace
casi un año, Fair Haven se había desvanecido bajo un enredado de maleza verde,
incluso en el invierno. Los árboles y la hierba estaban altos y descuidados. La
hiedra, el kudzu, la pasiflora y otras enredaderas se tragaron la propiedad ─sólo el
invernadero en el lado sureste de la casa, el cual Killian había arreglado para Freya
antes de desaparecer, se veía intacto. Las vides y el musgo se arrastraban por el
suelo, por el muelle y hacia el Dragón, el yate de pesca deportiva de sesenta pies de
Killian, que se alzaba en bloques y estaba cubierto por lonas durante el invierno,
viéndose tristemente funerario. La impresión general de la isla Gardiner era la de
una selva que envolvía los restos de una civilización anterior.
Kelda, todavía con la máscara de buey, subió por los escalones de la entrada. Un
camino había sido cortado a través de las hierbas que crecieron frente a la puerta
delantera de la mansión, la cual los duendecillos habían abierto con una llave
maestra. En el interior, todo había permanecido intacto, preservado por la manta
de follaje.
Freddie siguió a Kelda a través de una habitación vacía con una enorme pintura del
siglo XIX titulada Ragnarok: La Muerte de Balder. Una flecha atravesaba el
corazón de Balder mientras él yacía en el suelo, con un brazo extendido, rodeado de
valquirias de piel pálida, cabellos rubios y ojos tan fríos como el acero de sus
cascos. Reconoció a Brunilda. Hilly. Vaya arpía engañosa había resultado. Allí
estaba ella sosteniendo una lanza. ¡Malditas Valquirias!
Entraron en el salón de baile donde esperaban los duendecillos, esparcidos sobre
divanes de terciopelo y sillones de damasco. Las cortinas de Borgoña habían sido
recogidas, las ventanas abiertas, y la luz de la luna regalaba un brillo plateado
dentro de la habitación
“No se levanten todos al mismo tiempo,” dijo Freddie.
Nyph, sentada en un sofá rosa opaco, levantó la vista de su revista y la tiró al suelo
para atacar a Freddie. Llevaba un vestido de satín verde, guantes blancos que
llegaban hasta los codos, el pelo recogido y una boa alrededor de sus hombros. Los
otros duendecillos se acercaron para saludarlo también.
“Hay algo diferente,” dijo Freddie, frunciendo el ceño.
164
“Estamos limpios,” dijo Nyph, sonriéndole con su rostro reluciente.
Freddie hizo una mueca. En un extremo del salón de baile, la pared había sido
crudamente demolida, revelando una puerta de madera tallada con la imagen de un
árbol. Una pila de yeso y escombros, junto con una palanca ─la misma que Ingrid
había utilizado una vez para descubrir la puerta fantasma─ yacían en el piso.
“El camino a Yggdrasil,” dijo Val. “Y Jörmungander.” Sacó un reloj de oro de su
bolsillo, miró la hora y enderezó su corbatón.
Sven, vestido con un traje de tres piezas, exhaló una nube de humo de una pipa que
olía a tabaco de manzana. “Y el tridente,” añadió bruscamente.
“Eso asumí,” dijo Freddie. Estudió a los duendecillos, los trajes y los accesorios, y
sonrió. Los había extrañado.
Ellos lo siguieron hasta la puerta, donde pasó una mano por el intrincado diseño de
flores, pájaros y ramas trenzadas, el árbol, una isla en el cielo.
Irdick se agachó, con un cigarrillo apretado en los labios. Señaló una sección
inferior la puerta. “Caminas hasta aquí, luego saltas. Bastante auto-explicativo,”
dijo, guiñándole un ojo desde debajo de un sombrero de fieltro de los años 40.
“¿Quién vendrá conmigo?” preguntó Freddie.
Los duendecillos lo miraron fijamente. Sven pretendió bostezar. “¡Estoy agotado!”
dijo.
“Tengo que cambiarme para cenar,” murmuró Kelda desde dentro de la máscara de
buey.
Val se encogió de hombros. “No puede estar pa-pa-parado frente a Jörmungander.
Él me da escalofríos.”
“El muchacho tiene una seria halitosis,” agregó Irdick, estudiando sus uñas.
Nyph bufó con disgusto. “¡Son un montón de cobardes! Yo iré, Freddie.”
Freddie le dio unas palmaditas en la cabeza. “De acuerdo, pero no traigas la boa.”
Le dirigió la mirada a Kelda. “Y dame la máscara.”
Kelda se la quitó y la arrojó a Freddie.
Él tomó la mano de Nyph en la suya y juntos caminaron hacia el portal.
165
Capítulo XXXVIII
Fechas Corredizas
Ingrid subió las escaleras hasta su habitación. Los familiares saltaron de la cama y
treparon a sus pies para saludarla. Siegfried frotó sus pelos en su pierna. Oscar la
miró con ojos lúgubres, mientras que Buster resopló en sus pies. “¡Hola, dulzuras!”
Ella arrojó los libros que cargaba sobre la cama para poder jugar con los familiares
antes de tomar una ducha. Uno de los libros cayó abierto, y algo en la página llamó
su atención. Lo miró fijamente, luego lo recogió y corrió al estudio de su madre.
“¡Madre!” Ingrid levantó el libro como si estuviera a punto de golpear a alguien con
él. Sacudió la cabeza, incapaz de hablar, con el color drenándose de su rostro.
“Querida, ¿qué pasa?”
Le entregó el libro abierto a Joanna en la página que vio.
Se trataba de una lista titulada PERSONAS COLGADAS EN SALEM POR
BRUJERÍA DURANTE 1692. Una fecha que nunca había visto en la lista había sido
añadida. En esta nueva lista, el listado de muertos empezaba el 10 de junio ─como
siempre había sido─ la fecha en que el primero de los acusados, Bridget Bishop
había sido colgada. Pero entre el 10 de junio y la fecha que normalmente le seguía,
el 19 de julio, cuando cinco más fueron colgados en Gallows Hill, había una fecha
totalmente nueva: el 13 de junio.
“Lee lo que dice ─justo ahí─ dos nuevos nombre… Nunca los había oído antes
─pero mira al tercero…”
“Freya Beauchamp,” susurró Joanna.
“¡Freya ha sido colgada!”
“¡No… mira!” dijo Joanna.
Madre e hija vieron cómo los nombres se desvanecieron y la lista volvía a su orden
original sin ninguna anomalía. Diecinueve colgados y una persona aplastada a
muerte. No estaba Freya. Ante sus ojos, la lista se volvió evanescente, cambiante,
nombres desaparecían y reaparecían, volviendo luego a la original una vez más.
Freya Beauchamp, colgada, 19 de junio.
Ingrid pensó que había vislumbrado originalmente el 13 de junio de lugar del 19 de
junio como la muerte de Freya. Se había desvanecido tan rápidamente, que no
estaba segura de lo que había visto.
“¿Qué está pasando?” susurró Ingrid. “¿Por qué está cambiando?”
166
Joanna le quitó el libro a Ingrid y lo puso sobre su escritorio. Sus manos
temblaban. Se volteó hacia su hija mayor. “¿Recuerdas cuando vimos al Oráculo en
la ciudad?”
“Sí. Dijiste que fue inútil.”
“Eso no fue del todo cierto. No había nada que él pudiera hacer para ayudarnos,
pero…”
“¿Pero?”
Joanna le contó lo que el Oráculo les había dicho, sobre cómo el tiempo estaba
fluctuando y que si Freya moría mientras los pasajes estaban cerrados, estaría
condenada a permanecer en el inframundo para siempre.
Ingrid se hundió en el sofá. “No,” susurró. “No.”
“Pero está bien, su muerte no ha sido establecida todavía. ¿Ves? Es por eso que la
tinta sigue cambiando. Significa que no ha ocurrido todavía, sólo que existe la
posibilidad de que ella pueda morir. Todavía está viva, Ingrid. Todavía hay
esperanza. Tu padre ha ido a… a ver al tío Art…. Él puede ayudarnos. Él lo hará.
“¿Y si no?”
“Si no…” Joanna apretó firmemente los bordes del libro. “Bueno, lidiaremos con
ese puente cuando nos toque atravesarlo.”
167
Capítulo XXXIX
El Hijo del Tramposo
Nyph puso una mano en la puerta, susurrando la antigua contraseña que la
abriría. La puerta cedió, abriéndose sobre una silenciosa y envolvente oscuridad.
Freddie metió la máscara de goma en el bolsillo delantero de su sudadera, Nyph
levantó el dobladillo del vestido de satín verde y juntos caminaron al otro lado.
Una vez cruzaron, se encontraron parados en medio de un denso matorral verde.
Grandes gotas de rocío se aferraban a la hierba y a las hojas, brillando como joyas
bajo la suave luz de la luna. “Por aquí,” dijo Nyph, dirigiéndolos por un camino
hacia el vacío.
Freddie le explicó su plan para recuperar el tridente mientras avanzaban. “Sé que
no es mucho, y probablemente tendremos que improvisar al final,” agregó. “Ya
sabes cómo es Jörmungander. Nunca se sabe qué esperar.”
Escucharon grillos, cigarras y saltamontes, pero también el croar de sapos y el
chillido majestuoso y ocasional de un búho. El aire era espeso, húmedo con el
perfume de la tierra rica, las setas, y la hierba que aplastaban bajo sus pies.
Enormes raíces se elevaban y serpenteaban por el suelo alrededor de ellos.
Eventualmente, llegaron al corazón del árbol que sostenía el camino entre los
mundos.
Freddie se aferró a una raíz y se asomó por el vacío. Miró hacia abajo. Allí, vio algo
semejante a las estrellas, luces blancas flotando, algunos intermitentes, algunas
disparándose como aerosoles a través de la oscuridad.
“¡Aquí vamos!” dijo él, echándose para atrás. “¿Recuerdas el plan?” Nyph sacudió
nerviosamente la cabeza, respondiéndole que sí.
Freddie sacó la máscara de buey del bolsillo de su sudadera y se puso por encima
de la cabeza, esperando que su plan funcionara. Tomó la pequeña mano de la
duendecilla y ambos saltaron.
Cayeron de costado, flotaron hacia arriba, giraron rápidamente y después
lentamente. El aire los sostenía como una red. Esto continuó durante algún tiempo,
giraron y giraron hasta que perdieron el sentido de la dirección por completo. El fin
de mundo medio estaba en algún lugar en medio del glom, el espacio crepuscular,
justo antes del Limbo, antes de Helheim, antes del abismo.
A través de las rendijas para los ojos en la máscara de buey, Freddie pudo ver las
mandíbulas abiertas de Jörmungander. El veneno negro que cubría los colmillos de
la serpiente goteaba en el vacío mientras él resoplaba. Irdick había estado en lo
cierto respecto a la halitosis. Un viento fétido soplaba sobre Freddie, olía a cebollas
y carne ácida y podrida.
168
Detrás de la cabeza de Jörmungander, un poco lejos, Freddie divisó su tridente de
oro flotando en un nido de luces blancas. Nyph asomó la cabeza desde detrás de
una de las escamas de Jörmungander, donde estaba escondida, vigilando a Freddie.
Jörmungander bostezó. “¡Buen intento, Fryr!” Él tenía una manera letárgica de
hablar, enunciando cuidadosamente sus palabras, y sus eses resonaban con
sibilancia extra. “Thor intentó el truco de la cabeza de buey como cebo una vez
antes. Engáñame una vez, vergüenza para ti, engáñame dos veces…”
“Vergüenza para mí,” dijo Freddie. La serpiente de Midgard hablaba tan despacio,
que era difícil no completar sus oraciones.
Jörmungander sonrió.
Freddie no había olvidado la historia y dependía de ella para ayudarse. Una vez,
cuando el mundo el mundo era joven y Asgard entero, Thor y el gigante Hymir
fueron a pescar a Jörmungander, usando la cabeza de un buey como cebo. Thor
cogió la serpiente de mar con el señuelo bovino, pero aterrado por el monstruo,
Hymir cortó la cuerda, liberando así a Jörmungander. Freddie esperaba que
Jörmungander se sintiera contento de no haber sido atrapado por el mismo cebo
una segunda vez. Contaba con la vanidad de Jörmungander para sosegar a la
serpiente en una falsa sensación de confianza y poder persuadirlo a ofrecer un
enigma a cambio del tridente. Los enigmas de la serpiente eran fáciles de descifrar,
pero incluso si las cosas salían mal, Nyph robaría el tridente mientras Freddie
mentía distraído a Jörmungander. La duendecilla era su plan de reserva.
Freddie se quitó la máscara de la cabeza, lo cual era la señal para que Nyph
permaneciera oculta, pero también que estaban pasando a la fase dos. “Entonces,
¿cómo supiste que era yo bajo la máscara?” dijo Freddie, examinando sus uñas.
Jörmungander sonrió. “Bueno, pensé que vendrías tarde o temprano. Tengo tu
tridente, después de todo.” La serpiente de mar giró su cabeza para darle un vistazo
al mismo tiempo que la duendecilla se agachaba entre sus escamas. Se volvió hacia
Freddie. “No es que tenga muchos visitantes aquí abajo.” Sus grandes ojos reptiles
parpadearon. “¿Lo quieres, no es así?”
Freddie se encogió de hombros con timidez. “Creo que sí…”
“¿Puedo ofrecerte un acertijo? Si respondes correctamente, te devolveré tu tridente.
No es como si yo lo necesitara. Sólo lo estaba teniendo como rehén, porque estoy
aburrido.”
“No lo sé,” dijo Freddie. “Tus enigmas son demasiado inteligentes, amigo mío. ¿Y si
mejor peleo contigo por él?” Freddie pasó una mano por su cabello, examinando
sus brazos, flexionando los músculos.
“No, no, no, no estoy de humor,” dijo Jörmungander. “Tengo un buen acertijo. ¿Por
favor?”
169
Freddie apartó los ojos de su brazo. “Muy bien,” cedió. “Lo intentaré.”
Jörmungander parpadeó alegremente. “Así que… mi padre…”
“Te refieres a Loki,” dijo Freddie.
“Sí, Loki, mi padre,” respondió la serpiente. A él le encantaba mencionar a Loki en
sus conversaciones cada vez que podía, ya que Jörmungander estaba muy orgulloso
de su herencia asgardiana. “Pero ese no es todo el enigma. Aún no he terminado.”
Freddie sonrió. “¡Oh! Lo siento, Jörmungander. Continúa…”
“Así que mi padre dice: “No tengo hermanos y hermanas,” prosiguió.
“¡Pero sí tiene!” dijo Freddie. “Tiene al menos dos hermanos.”
“Es un acertijo, sólo pretende que no tiene,” dijo Jörmungander, un poco frustrado.
“Y ya que estás en ello, también finge que no tengo hermanos tampoco. Odio a los
míos. Yo ya me he olvidado de todos ellos. Ellos no existen,” dijo con una amplia
sonrisa.
“De acuerdo,” dijo Freddie. “Loki no tiene hermanos, y tú tampoco. Entendido.”
“¡Genial!” dijo Jörmungander. “Entonces Loki dice, ‘No tengo hermanos y
hermanas, pero el padre de este dios es el hijo de mi padre. ¿Quién es el dios?’”
Freddie miró a Jörmungander con los ojos entrecerrados. “Entonces, ¿estoy
respondiendo el enigma de Loki?”
“Sí.” La serpiente sonrió.
“¿No estás complicando de más las cosas?”
Jörmungander burló. “Tal vez.”
“Cielo, esto es difícil. ¿Cuánto tiempo tengo para resolverlo?” Freddie vislumbró a
Nyph asomándose entre sus escamas, y se rascó la cabeza para indicarle que debía
permanecer oculta.
Jörmungander se rió. “Como hace cinco segundos.”
“Hmm,” dijo Freddie, parece confuso. “¿En serio obtendré mi tridente si contesto
correctamente?”
Jörmungander asintió con la cabeza. “Sí.”
Freddie sonrió. “Bien, pues, creo que sé la respuesta. Pero no estoy realmente
seguro…”
La serpiente lamió sus colmillos.
Freddie se mordió un dedo como si todavía estuviera reflexionando. Se dio cuenta
de que la serpiente estaba muy solitaria y trataba de extender la rara compañía que
170
tenía. Era triste. El acertijo era tan narcisista que Freddie lo había descifrado al
instante: Loki dice, “El padre de este dios es el hijo de mi adre. ¿Quién es el dios?”
Un enigma que iba en círculos, de dios a hijo. Jörmungander, Loki y Odín. El padre
de Jörmungander era Loki, el hijo de Odín. El dios entonces era Jörmungander.
“La respuesta eres tú, Jörmungander.”
La serpiente miró y parpadeó a Freddie. “¿Es esa tu respuesta?”
“Porque es la correcta. Ahora, dame el tridente, por favor.”
La serpiente siseó. No le agradó haber perdido su juego favorito.
Freddie empezó a retroceder. Tiró de su oreja para darle a Nyph la señal para que
agarrara el tridente mientras él mantenía a Jörmungander enfocado en él.
La duendecilla tenía problemas para navegar por el vacío, y su vestido de baile no
ayudaba, con toda esa tela flotando a su alrededor. Ella siguió perdiendo la marca.
“El tridente por favor, no volveré a pedírtelo,” amenazó Freddie.
“Toma tu tridente.” Jörmungander rió y, con una sacudida repentina, azotó su cola
hacia el cielo, enviando a Nyph a dar vueltas en el vacío. Él se volvió hacia Freddie,
abriendo sus mandíbulas de par en par.
Freddie empujó a la serpiente y agarró su tridente ─encajó en su palma a la
perfección─ y éste brilló con poder cuando volvió a su legítimo dueño, y Freddie
Beauchamp ya no estaba. Sólo el poderoso dios Fryr del sol y del cielo estaba
delante de ellos, Fryr, dorado, poderoso y glorioso, volvió a sí mismo, completo.
Con un rugido se lanzó contra la serpiente, con su tridente ardiendo en fuego
blanco mientras atravesaba el corazón de la serpiente.
Hubo una explosión ensordecedora, y una luz cegadora los envolvió, antes de que
todo se volviera negro.
171
Capítulo XL
Diosa Madre
Ella le había mentido a su hija. Le había mentido a su marido. No soportaba los
adioses y esperaba que ellos lo entendieran. Era mejor así. La mañana seguía
frescas mientras el sol se alzaba en el este, disipando la niebla que envolvía a North
Hampton. Miró más allá de las altas hierbas, rocas y arena debajo del muelle, a la
luz amarilla que se deslizaba sobre el agua. A la izquierda, estaba la Isla Gardiner,
cubierta con un manto de niebla.
Joanna sabía que tenía que actuar ahora, antes de que descubrieran lo que tenía en
mente. Ella sabía que el hermano de Norman no podría ayudarlos. No había forma
de reparar el tiempo una vez que había sido fijado. La única solución era la que el
Oráculo había propuesto.
“Hay una forma de detener esto y salvar a su hija de una muerte segura. Pero
requiere un sacrificio. ¿Están dispuestos?” preguntó el Oráculo.
Una vida por una vida. Una muerte por una muerte.
Por supuesto, ellos estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para salvar a su hija.
En el viaje en tren de regreso a North Hampton, Norman había declarado que sería
él quien lo haría: él se sacrificaría para que Freya pudiera vivir. “Lo haré,” le había
dicho. Joanna sabía que no había forma de persuadirlo, así que lo había alentado a
encontrar una solución alternativa ─lo había enviado a buscar a su hermano una
vez más.
Porque sólo había un sacrificio necesario. El suyo.
Era por eso que había estado empeñada en lograr que Tyler entrara en una buena
escuela. Quería dejar su hogar en paz. Ingrid estaría feliz con su detective. Freddie,
a él le tomaría algo de tiempo, pero en última instancia, encontrará su lugar en el
mundo. Sólo faltaba Freya, cuyo futuro era incierto.
Joanna era su madre. Ella haría lo arreglaría todo. Para eso era que estaban las
madres, para besar las heridas, aliviar las angustias, proporcionar un cómodo cojín
para las caídas duras, para los fracasos. Pero este era su fracaso. Ella había sido
incapaz de proteger a su hija del daño, pero tal vez podría revertir el curso del
destino ─después de todo, su magia era la resurrección, arreglar todo lo que no
podía arreglarse. Ninguna madre debía sobrevivir a su hija, y Joanna se encargaría
de que ella no fuera la primera de su especie en hacerlo.
Ella sería la primera en admitir que no era perfecta, ni la madre perfecta, estaba
lejos de serlo. Sus hijas la amaban, pero la mantenían a una distancia que no podía
cruzar, por mucho que lo intentara. Las chicas habían sido desconocidas hasta el
final. En especial Freya ─su estrella brillante, su santa errante, quien tenía tanto
amor que dar que lo perdió todo.
172
Con un suspiro, Joanna volvió a leer las cartas que había escrito la otra noche. Las
había colocado en su escritorio, donde Ingrid las pudiera encontrar. Contenían
instrucciones para mantener la casa; cualquier legado que dejaba atrás, se lo había
dejado a ellos, para hacer con él lo que quisieran. Esperaba que Ingrid conservara
la casa; tal vez ella y Matt podrían mudarse en algún momento y criar una familia.
Freya tenía poco uso para el dinero, y Freddie mucho menos, pero siempre era
agradable tener un poco de herencia. Todos estos largos en la tierra y tan poco para
demostrarlo, y si era honesta consigo misma, incluso sus hijos habían sido algo
decepcionantes. Ninguno de ellos sentó cabeza, todos estaban un poco perdidos.
Incluso Ingrid había elegido amar a un mortal, lo que sólo podía traerle dolor.
Miró las fotografías arregladas en la pared una última vez. Sus hermosas chicas,
una nueva de Freddie y Gert el día de su boda en Las Vegas, Tyler sosteniendo un
pollito y, por último, Norman, con las gafas empujadas hacia arriba en su frente,
luciendo guapo y erudito. Él siempre sería Nord, su Estrella del Norte, la ola que
había azotado en su costa. Joanna recordó la primera vez que se conocieron. Ella
había estado tomando en las costas de Asgard y se había dormido en la arena bajo
la sombra de una roca. Gotas de agua frías cayeron sobre su piel, despertándola
repentinamente. Cuando abrió los ojos, vio el rostro de Norman. Estaba parado
sobre ella, goteando agua de mar. Tenía algo en la mano. “¿Esto es tuyo? Estaba
moviéndose a través de la playa,” dijo él, sosteniendo una estrella en su palma.
Ella sonrió. Era suya. Ella usaba estrellas en su cabello en aquel entonces, un regalo
de otro pretendiente. Pero la luz de las estrellas se desvaneció al mirarlo a los ojos
─tan verdes y cálidos como el mar mismo, y supo entonces que había encontrado a
su compañero inmortal.
Sus hijos llegaron poco después ─Ingrid, su primogénita, el hogar de su casa, los
gemelos: el sol y el cielo, Freddie y Freya.
Ella estaba haciendo esto por ellos.
Salió por la puerta trasera, cerrando las puertas corredizas detrás de sí y
capturando un raro olor a madre selva en la brisa. Tal vez era la manera de decir
adiós de su jardín. Anduvo descalza por la arena fría hasta llegar agua. No había
nadie a su alrededor. Camino hacia las heladas profundidades y se sintió
extrañamente caliente. ¿Su magia? ¿O algo más?
Su vestido rojo flotó alrededor de ella, haciéndola parecer una amapola gigante a
medida que avanzaba con dificultad hasta que el agua alcanzó su cintura. Se
zambulló en su cálida bienvenida. El sol en las olas brillaba en sus ojos, y ella siguió
nadando cada vez más lejos. Sus músculos se cansaron y comenzó a jadear.
Se dio la vuelta y vio su casa, un último vistazo a la majestuosa casa colonial antes
del final. Flotó sobre su espalda, dejando que las olas la elevaran, que la
transportaran, la luz del sol en su rostro, y una sensación calmante de agua y
espuma.
173
El sonido de las olas la arrulló. Aunque hubiese tenido un repentino impulso de
volver a la orilla, ya había nadado demasiado lejos.
Estaba cansada.
Sintió el repentino peso de todas las vidas que había vivido.
Sintió el agua llenar sus pulmones.
Ella no luchó.
Así que esto era la muerte.
Los años no pasaron ante ella como dicen.
Sintió la luz del sol en su rostro una última vez, el agua fría por encima, y sus ojos
se cerraron por última vez a medida que Joanna Beauchamp pasaba de este mundo
al siguiente.
174
Tiempo Embotellado
Pasado | Presente
175
Capítulo XLI
Amigo de la Familia
A pesar de que Freya ocupaba siempre los pensamientos de Ingrid, no había nada
que ella pudiera hacer para ayudar a su hermana en ese momento. Era el
decimotercer cumpleaños de Maggie y ella y Matt habían hecho planes para llevar a
la niña precoz a la ciudad para ver Sonambulistas esa tarde. La obra no era
exactamente teatral, sino más bien una experiencia ─el set ocupaba cinco pisos de
un edifico que daba al Hudson, y la acción tenía lugar simultáneamente en los cinco
pisos mientras el público lo atravesaba para reconstruir la narración. El Times lo
había llamado “una amalgama tormentosa y vertiginosa de La Tempestad de
Shakespeare y Spellbound de Hitchcock.” Ingrid se conmovió al ver que ahora era
incluida en las celebraciones de cumpleaños de Maggie.
Matt ya había llegado para recogerla y la estaba esperando en el vestíbulo. Ingrid se
calzó las zapatillas negras y bajó las escaleras justo cuando sonó el timbre.
“Yo atiendo,” dijo él, abriendo la cerradura. “Oh, hola, tío.” Abrió la puerta, pero se
apoyó contra el marco de la entrada, impidiendo el paso al visitante.
Troy Overbrook estaba de pie en la entrada, con una mirada preocupada en su
rostro. “¿Puedo entrar?” preguntó.
“Estamos un poco atrasados. Ingrid y yo estábamos a punto de marcharnos,” dijo
Matt con aplomo. “No podremos coger el tren…”
“¿Ingrid?” preguntó Troy. “Lo siento, pero es importante.”
“Matt, ¿podrías…?” preguntó Ingrid, haciéndole señas para que se moviera. Matt se
echó a un lado a regañadientes para que Troy pudiera entrar.
“¿Puedo hablar contigo… en privado?” preguntó Troy, apelando a Ingrid.
“Lo que tengas que decirle a ella, me lo puedes decir a mí,” dijo Matt. Él tomó una
postura posesiva y por un momento, Ingrid se preocupó de que la nalgueara de
nuevo, aunque para ser sincera ella lo había disfrutado bastante.
Ingrid asintió con la cabeza. “Está bien.”
“Se trata de tu familia,” dijo Troy.
“¿Qué sabes de la familia de Ingrid?” interrumpió Matt.
“Matt, verás, Troy es uno de nosotros…”
“¡Uno de ustedes!” dijo Matt, en tono burlón. “No se ve como una bruja para mí,”
murmuró.
176
Troy cruzó los brazos, haciendo que sus músculos parecieran más pronunciados,
con sus bíceps y pectorales abultados debajo de su ajustado suéter azul marino.
“Bueno, personalmente prefiero el termino hechicero,” dijo Troy.
Matt resopló.
“¿Qué sucede?” preguntó ella.
“¿Conoces a Val?”
“Sí, es uno de los duendecillos,” dijo Ingrid, volviéndose hacia Matt para que
pudiera seguir el hilo de la conversación. Matt asintió con pesadez. Él sabía todo
sobre los duendecillos y los había librado de varios cargos por crímenes menores.
Al igual que las Beauchamp, Matt se había encariñado con los chicos.
“Pues, Val se acercó a mi casa esta mañana y me dijo que lo habían encontrado, el
tridente de Freddie, lo encontraron en el parte del camino de ladrillos amarillos,
pero no pudieron traerlo de vuelta, así que Freddie fue por él acompañado sólo por
Nyph…”
“¿Así que tenemos que ir a rescatar a Freddie?”
“No. A Freya.”
“¿Freya?” preguntó Ingrid.
“Los pasajes están abiertos de nuevo. Val piensa que el tridente pudo haberlo
arreglarlo ─hubo algún tipo de explosión en el fin del mundo, lo que significa que
Freddie debió haberlo recuperado de alguna forma. Freddie es el único que puede
maniobrar su poder.”
Ingrid tomó asiento para absorber las noticias. “¿Dónde está Freddie ahora?”
“Está en alguna parte del abismo. Val dijo que todos irían tras él, para asegurarse
de que esté bien. Sonaba como si el resto de ellos se sintieran bastante culpables de
haber ido con él, pero con los pasajes abiertos, él debería estar bien. Debería ser
capaz de regresar aquí.”
Ella asintió.
“Mira, no tenemos mucho tiempo, no sabemos cuánto tiempo permanecerán
abiertos, pero tenemos que irnos.”
“¿Irse?” preguntó Matt. “¿Ir a dónde?”
“Al pasado… a salvar a Freya, por supuesto, y traerla de vuelta aquí,” dijo Troy
como si fuera la cosa más obvia del mundo.
“¿Vas a irte?” preguntó Matt, volviéndose hacia Ingrid.
Ingrid se puso de pie y apretó el cinturón de su abrió. “Tengo que ir. Esto no puede
esperar. Los pasajes podrían cerrarse de nuevo, y entonces podríamos perder a
177
Freya para siempre,” dijo ella, pensando en lo que su madre finalmente le había
confesado.
“¿Irás con él?” Matt levantó la barbilla hacia Troy.
Troy trató de hacerse lo más pequeño posible. Desplomó sus hombros y jugueteó
con las manos.
Ingrid apartó a Matt a un lado. “Te lo he dicho, Troy y yo sólo somos amigos,”
susurró enfáticamente. No podía creer que estuvieran discutiendo justo enfrente de
Troy. Estaba mortificada, pero se dio cuenta de que estaba poniendo a Matt en una
pésima posición. Odiaba hacerle esto, en especial hoy de todos los días.
Los hombros de Matt se desplomaron.
Troy miró a Matt, luego a Ingrid. “Esperaré afuera. Déjame saber lo que decidas,
Erda.”
Miraron a Troy salir de la habitación, y ambos esperaron hasta que oyeron que la
puerta principal se cerraba detrás de él.
“¿Cómo te llamó?” preguntó Matt.
“Erda… es mi verdadero nombre,” dijo ella.
“¿Y nunca me lo dijiste?”
“No creía que fuera importante.”
“Lo es para mí,” dijo Matt, viéndose herido. “Quiero saber todo sobre ti, Ingrid.”
“Y lo harás,” dijo ella. “Lo prometo. Pero ahora tengo que ayudar a mi hermana,
Matt. Quiero volver a verla. No quiero que muera.” Su voz se quebró. “Tienes que
entender. No se trata de Troy. Se trata de traer a Freya de vuelta.”
“Por supuesto que lo sé. Es sólo que… no es por el cumpleaños de Maggie. Es que…
quiero ayudarte. Quiero ir contigo, a través de esos pasajes, o lo que sea. Y sé que
no me dejarás. Yo te he dejado entrar en mi vida, pero tú no me dejas entrar en la
tuya.”
Se miraron silenciosamente el uno al otro. Ingrid comprendió que lo que decía era
cierto. Ella lo había excluido de ese lado de su vida.”
“Desearía que pudieras,” susurró ella. “Pero…”
“Puede que no sea mágico, o un hechicero, o lo que sea que él es, pero soy un oficial
entrenado de la ley,” dijo, con una sonrisa en los labios.
“Pero entonces, ¿quién llevaría a Maggie al hotel y al teatro?” dijo ella, mientras lo
envolvía en un fuerte abrazo.
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Capítulo XLII
Viuda Negra
Estando dormida, Freya sacudió la hormiga que se arrastraba por su mejilla,
cosquilleando su rostro como corrientes de brisa contra su cabello. Sintió a Killian
─o James, como debía llamarlo aquí en esta vida─ moverse a su lado. Ellos habían
salido de Salem la noche anterior y se habían escondido en el bosque cuando nadie
les ofreció refugio por temor a que tuvieran la viruela. Después de lo que pasó con
Mercy, no podían arriesgarse a estar juntos de nuevo. Era demasiado peligroso.
Ella estaba lejos de casa, lejos de la seguridad, y estaba tumbada en el suelo del
bosque junto a un hombre que era su verdadero amor, pero estaban en peligro. Se
acurrucó más cerca de James mientras soñaba con su casa junto al mar. En su
sueño, vio a su madre flotando en el océano. Joanna parecía hundirse en el agua, y
Freya sintió una punzada de miedo. Hizo una mueca y oyó el sonido del agua
chocando en la orilla.
Las olas rompiéndose en las cosas.
No ─era un sonido diferente.
Ramas quebrándose bajo los pies.
¡Pisadas!
Abrió los ojos para gritar, pero ya era demasiado tarde.
¡Habían sido encontrados!
Ella fue arrastrada por las muñecas, despertando en una emboscada. Estaban
rodeados por hombres que llevaban armas, oficiales y alguaciles enviados por
Thomas Putnam para recuperar sus bienes. Se alegró de que esta vez estuviera
completamente vestida, aunque con la forma en que los hombres la miraban, eso
no importaría.
“¡James!” gritó ella, luchando contra los hombres que la sostenían demasiado
cerca, para sentir mejor su cuerpo contra el suyo.
Le tomó a todo el grupo de hombres someterlo; James puso una increíble
resistencia, pero al igual que ella, su magia era inútil en esta situación, y al final
habían sido demasiados de ellos y él estaba esposado y magullado, la mitad de su
cara hinchada por la lucha. Ella no iba a llorar, no les demostraría lo asustada y
derrotada que estaba. James bajó la mirada en silencio mientras un mariscal les
leía sus órdenes de arresto.
“Freya Beauchamp, se le acusa de adulterio y brujería, de atormentar en forma
espectral a la Sra. Ann Putnam, Ann Putnam Jr. Y Mercy Lewis en la casa de
Thomas Putnam Jr. y también de embrujar a muerte a su marido Nathaniel
179
Brooks. James Brewster, se le acusa del robo de un caballo, adulterio y la muerte de
Nathaniel Brooks por conspiración con una bruja.”
“¡Adulterio!” dijo Freya. “¿Cómo podríamos cometer adulterio cuando nunca me
casé con él? ¿Y qué está diciendo? ¿Qué Nathaniel Brooks está muerto?”
“Estabas casada por matrimonio contraído,” le explicó el mariscal. “Poco antes de
que el Sr. Brooks fuera encontrado en su lecho de muerte.”
“Así que soy una viuda.”
“Una rica,” dijo James con un gesto sombrío.
“Lástima que no vivirás lo suficiente para disfrutarlo,” dijo uno de los policías,
riendo.
“¿Qué pasará cuando muera?” preguntó. “¿Quién recibirá las tierras?”
“Su antiguo patrón, por supuesto,” dijo el mariscal. A través del matrimonio de
Freya, la muerte de su marido y su posterior arresto, Thomas Putnam pronto se
convertiría en el terrateniente más rico de la ciudad de Salem.
180
Capítulo XLIII
Bifurcación en el Camino
Déjame en paz!” Alguien estaba sacudiendo a Freddie cuando todo lo que él
quería hacer era dormir. Su cabeza palpitaba como si hubiera sido golpeada en el
costado con un bate de acero, y oyó un débil, pero molesto zumbido, como
lamparas fluorescentes. Un fuerte resplandor presionó contra sus párpados. Se
cubrió la cabeza con los brazos y trató de callarlo todo. ¿Qué había pasado la noche
anterior? ¿Se había pasado de copas con Troy en el North Inn otra vez? Rodó sobre
su costado y se acurrucó en la cama. Más tarde recordaría lo que hizo cuando
pueda pensar.
“¡Levántate y brilla, dios del sol!” gruñó una voz.
“¡Levántate!” Lo empujaron unas manos desde todos lados.
“¿Qué hora es?” Abrió los ojos aturdido y pudo ver las brillantes manchas que eran
los duendecillos a su alrededor. “¿Qué están haciendo aquí? ¡Lárguense!”
Él se volteó y miró a su alrededor. Estaba en la cama de un hospital. La habitación
parecía tan inmóvil e incolora como una fotografía en blanco y negro. Este
ciertamente no era el siglo XXI, era otro completamente diferente. ¿Qué estaba
pasando? ¿Dónde estaba? Esto parecía ser cualquier lugar en North Hampton.
A regañadientes, se puso en una posición erguida. Había hileras de camas de metal
negro ─cada una con dos almohadas gordas, sábanas blancas y gruesas que
ilustraban las antiguas esquinas del hospital, y una manta gris dobladas─ que iban
por toda la habitación, separadas por altas ventanas que inundaban la habitación
con una resplandeciente luz blanca. Luces en forma de globos colgaban del techo
alto, sirviendo poco a ningún propósito, llenas de polillas muertas. Los suelos de
mármol gris brillaban, reflejando la áspera luz. Luego se oyó un zumbido en el
fondo, procedente de ninguna parte en particular.
“¡Que alivio!” dijo Irdick, girando su sombrero de fieltro gris. “Nos preocupamos
por un segundo. ¿Necesitas algo, Freddie?” Su voz sonó con un eco desagradable.
Nyph se acercó y puso una mano en el hombro de Freddie. Su pelo parecía
electrificado. Tenía manchas negras en la cara, un guante blanco, que se había
ennegrecido, y su vestido de satín verde estaba desgarrado y hecho andrajos,
revelando sus botas de combate.
“¿Qué te pasó?” le preguntó él antes de darse cuenta de que se veía igual de mal
─sus pantalones estaban sucios y su sudadera rasgada. Se llevó una manga a la
nariz: olía a suavizante de flores.
Todo volvió a él en ese instante. Cuando atravesó el portal en Fair Haven por el
camino de ladrillos amarillos hasta el fondo del mundo. El encuentro con la
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serpiente. Jugando sus acertijos. El recuperar su tridente. Matar a la serpiente. La
explosión. “¿Dónde estamos?”
Ingrid se sentó a su lado. “Una estación de espera en el camino de ladrillos
amarillos. Una especie de no lugar, de ahí la atmósfera incolora. Ni aquí ni allá, si
entiendes lo que quiero decir.”
Kelda se sentó en el otro lado de Freddie mientras intentaba abrir con dificultad la
tapa roja de una botella de agua. “Tú y Nyph estaban tardando demasiado, así que
vinimos a buscarlos. Bajamos a la guarida de Jörmungander, pero no había nada
más que un montón de huesos de serpiente, escamas y cenizas. Entonces
empezamos a cavar un poco y los encontramos enterrados debajo de toda esa
basura. Buena librada, por cierto. Él era una peste.”
“Así que los trajimos aquí para que se recuperen,” dijo Sven, con presunción. “De
nada.”
“¿Estás bien, Nyph?” preguntó Freddie.
“Sí,” dijo la pequeña duendecilla. “Estoy bien.”
Freddie sonrió. “¿Y el tridente?”
“No estaba allí,” respondió Irdick, encogiéndose de hombros. “Nosotros
buscamos.”
“Pero yo lo tuve ─lo usé─”
“Sí, lo sabemos, pero no estaba ahí.”
Freddie maldijo. Necesitaba aire fresco, el hospital estaba abarrotado y olía a
formaldehído. Le dio un empujón a los duendecillos, al intentar estirarse. “Abran
una ventana, por favor.”
“¡No!” dijo Sven. “Por un lado, podrías entrar en un sueño perpetuo. El aire está
lleno del veneno de la serpiente ─su aliento moribundo. Pero traemos buenas
noticias. Lo que hiciste allí abajo reabrió los pasajes del tiempo de alguna forma. O
eso o los Caídos, esos vampiros Sangre Azul, por fin han arreglado su problema.
Pero como dicen, esa otra historia, pero definitivamente algo pasó con los pasajes
del tiempo.”
“Oh, y tenemos nuestros poderes de vuelta,” añadió Irdick. “¿Puedes sentirlo?”
Freddie se estiró. “Sí, lo sentí cuando volvía a agarrar mi tridente. Pero ahora
mismo me siento hecho mierda.” Se llevó una mano a su sien y la frotó. “¡Ay!”
Kelda le dio la botella de agua. “¡Bebe!”
Freddie suspiró, tratando de pensar más allá del doloroso golpeteo en su cabeza.
Bebió el agua, la cual estaba helada y deliciosa. Parpadeó. Su dolor de cabeza había
182
desaparecido milagrosamente. Un poco de hidratación le ayudó bastante. Las
resacas y el asesinato de una serpiente al parecer requerían del mismo remedio.
“Así que los pasajes están abiertos ─¿qué estamos esperando? Busquemos a Freya y
traigámosla de vuelta,” dijo él.
“No tan rápido,” dijo Sven. “Freya está bien. Val se encargó de que Thor y Erda la
buscaran.”
Freddie alzó una ceja. Se preguntó qué pensaría el novio de Ingrid al respecto.
“Aunque aún te falta tu tridente,” le recordó Kelda. “¡Tenemos que encontrarlo! Esa
cosa es demasiado peligrosa como para dejarla por ahí.”
“Destruyó un puente, mató a Jörmungander, quién sabe que más pueda hacer,”
dijo Irdick, quien no podía parar de jugar con su sombrero ─girándolo con su dedo
y luego lanzándolo hacia arriba, donde colgó en el aire. Agarró el sombrero
suspendido por encima de él y lo colocó de nuevo en su cabeza.
“No puede haber ido muy lejos,” dijo Kelda. “Probablemente fue más profundo, ya
sabes, allá abajo…”
El abismo.
El Limbo.
Freddie recordó la pintura de Balder en Fair Haven y se dio cuenta de que era una
buena oportunidad para salvar a Killian también. “De acuerdo, entonces…”
Kelda lo interrumpió, colocando un dedo en sus labios. Un ruido parecido al de una
zapatilla que se deslizaba sobre una cancha de baloncesto provino de la habitación
de al lado, y luego taconazos, dos pares resonantes, pisaban con fuerza a lo largo
del suelo de mármol. “Las enfermeras Fenja y Menja,” susurró ella, con los ojos
bien abiertos. “Las gemelas hacen rondas cada cien años. No hagas contacto visual,
o te verán. ¡Escóndanse!”
Los duendecillos revolotearon debajo de la cama, y Freddie se escondió bajo la
sábana, tirando de la manta sobre él mientras los tacones se acercaban. Él había
oído hablar de Fenja y Menja, quienes eran unas jotun, gigantes de nieve. Así que
ahora las gemelas vagaban por los pasillos de la estación de espera del hospital. Se
preguntó que pasaría si hacía contacto visual.
Después de la destrucción del puente Bofrir, los dioses habían sido dispersados,
desplazados aquí y allá en todos los rincones de los nueve mundos del universo,
algunos como su familia, los Vanir, habían quedado atrapados en Midgard. Estas
dos parecían pensar que trabajar como enfermeras era mucho mejor que ser
esclavos encadenados a la piedra de afilar del rey, lo cual era casi todo lo que él
sabía de la historia de las hermanas. Aunque ellas habían eludido hábilmente al rey
183
Fróði al estrujar la piedra que producía su felicidad y riqueza hasta que no quedó
nada de ella y sus grilletes se soltaron.
La puerta de la habitación del hospital se abrió de par en par y dos enfermeras
gigantes en uniformes blancos y gorras se acercaron con sujetapapeles en mano.
Las hermanas miraron de izquierda a derecha, pavoneándose por el pasillo entre
las filas de camas, con las cabezas en alto.
Freddie se asomó por debajo de las mantas, pero estaba demasiado distraído por el
formidable escote de las hermanas como para hacer contacto visual. Se pasó la
sábana por los ojos mientras ellas cruzaban. Cuando Fenja y Menja llegaron al final
de la sala, una de ellas giró un interruptor. La habitación se volvió completamente
negra y el enloquecedor zumbido sin procedencia se detuvo abruptamente.
Se oyó el sonido de la puerta abrirse y cerrarse, y Freddie y los duendecillos
salieron en busca de aire. “¿Todo bien?” preguntó él.
“Sí, ya se han ido. Y parece que se han llevado todo con ella,” dijo Nyph, molesta.
Estaban de pie en la nada ─el hospital se había ido, al igual que las camas y el
suelo. Freddie miró a su alrededor. Era familiar. Después de todo, él había estado
encarcelado aquí por cinco mil años. Este era el abismo.
“Bueno, ¿qué estamos esperando? Busquemos mi tridente,” dijo él.
184
Capítulo XLIV
Crisol
Oh, Vaya! Me parece que hemos llegado.” Ingrid sacó su capa de seda y su enagua
del lodo, saltando a un lugar más seco con sus botas de cuero marrón. Se sintió
aliviada al ver a Troy de pie junto a un canal de piedra, mirando alrededor, con su
maleta de cuero oscuro en la mano. Junto con su martillo, había empacado dos
lingotes de oro para el viaje. Sin importan que tan piadosos y puros presumían ser
los puritanos, ninguno estaba por encima de recibir un buen soborno.
Un caballo le dio un codazo con la nariz, y ella acarició su cuello. “¿Cuál es la fecha,
señor Caballo?” No hace falta decir que el caballo no respondió.
Troy se volvió hacia Ingrid. “Aquí, dame tu bolso.” Tomó el equipaje de Ingrid y lo
ocultó con el suyo bajo unos fardos de heno. “No creo que la cacería de brujas de
Salem califique como algo placentero, pero viajando contigo, mi querida ‘Sra.
Overbrook’, ¡ciertamente lo es!” Sus palabras siguieron con un guiño de ojo y una
sonrisa que pronunció esos hoyuelos suyos.
Ella lo miró con los ojos escudriñados al mismo tiempo que enderezaba el colgante
de oro de Freya en su cuello, luego se quitó la gran capucha sobre su cabeza. ¿Había
sido demasiado pedir que Troy no interpretara su decisión de ir con él como una
señal de afecto? Sintió una punzada cuando pensó en Matt allá atrás, solo, incapaz
de ayudar.
La sensación de agitación y dolor de cabeza que uno experimentaba al salir de los
pasajes no era muy diferente a la descompensación horaria, y tardaba varios días
en adaptarse. El viaje en el tiempo puede ser a veces más aproximado que exacto,
en especial cuando se viajaba al revés. Ingrid esperaba que no hubieran aterrizado
demasiado lejos de su marca.
Troy sacudió el heno de su capa, ajustó su sombrero de copa y entraron en la pálida
luz de un pequeño callejón empedrado. Era temprano por la mañana y un olor a
pescado podrido empestaba el aire fresco y salado. Ingrid inmediatamente
reconoció el olor en la brisa ─y en el callejón.
Habían aterrizado en el lugar correcto. Esta era la aldea de Salem, e Ingrid había
vivido aquí antes, incluso tenía algunos recuerdos bastante placenteros del
pequeño puerto.
Eso fue hasta que…
Ella sintió que sus rodillas cedían mientras caminaban por los adoquines.
“¿Se encuentra bien, Sra. Overbrook?” preguntó Troy. Él puso una mano en su
cintura para estabilizarla mientras caminaba.
Ella asintió con la cabeza y le agradeció.
185
Ella había amado esta aldea hasta que los mariscales vinieron por ella y Freya,
arrancándola a ella y a su hermana de las manos de Joanna. Ingrid llevó sus dedos
temblorosos a su sien y trató de bloquear los recuerdos mientras estos se
esforzaban por resurgir. Ahora se trataba de averiguar si habían llegado al tiempo
correcto, antes de la fecha del ahorcamiento de Freya.
Escucharon ruidos en algún lugar del camino y salieron a la Calle Essex, donde una
multitud los esperaba, mirando inquietos en una dirección. Una mujer de rostro
escarpado se estrelló contra Ingrid. “¡Venga y compre su muñeca de bruja!
¡Cuélguela con un nudo!” cantó, llevando una cesta de pequeñas muñecas de trapo
de corpiños escarlatas con hilos de bordar atados en el cuello. Como el corpiño rojo
que Bridget Bishop usó cuando supuestamente aparecía delante de los hombres
como un espectro en la noche, ahogándolos y ahorcándolos, recordó Ingrid
aterrada.
Ingrid sabía exactamente qué día era ahora. Estos madrugadores habían evitado
sus trabajos matutinos para entretenerse. Hoy era viernes, 10 de junio de 1692. El
día que la primera bruja sería colgada.
“¡Bridget Bishop!” susurró Ingrid.
“¡La carreta!” dijo Troy con gravedad. “Debe venir de Prison Lane. ¿Qué podemos
hacer para detener esto, Ingrid?”
Ella sacudió la cabeza. “¡Nada!” Su corazón se hundió. “¡Es demasiado tarde!”
“¡Traigan a la puta bruja!” gritó alguien.
“¡Puta bruja!” repitió la gente.
“¡Enséñenle a la bruja casquivana una lección!”
“¡Venga y compre su muñeca de Bridget Bishop y cuélguela del lazo! ¡Cuélguela
justo aquí!” cantó la vendedora callejera, girando una muñeca de Bridget con una
cuerda en su cuello colgando de su dedo. Una madre le compro una a su pequeña.
Ingrid trató de calmar el pánico que se elevaba en su garganta. Freya estaba aquí en
algún lugar, pero ¿dónde? Freya podía ser colgada cualquier día. Lo único que
podían hacer era encontrarla lo más rápido posible.
La multitud aplaudía y gritaba. Sintiéndose débil, Ingrid agarró el brazo de Troy, y
él tiró de ella protectoramente contra él. La multitud los empujó contra una pared.
Bridget Bishop debía ser colgada a las ocho de la mañana. En la cima de Gallows
Hill.
Bridget era una mujer orgullosa e inteligente con lo que uno de sus acusadores
describió en su declaración como “una actitud relajada y halagadora.” La pobre
mujer condenada había sido cuidadosamente seleccionada como la primera en ser
juzgada porque tenía la evidencia más condenatoria en su contra, con un pasado
186
viciado e historial con los tribunales. Los jueces habían querido esta primera
victoria.
Esto era lo que sabía Ingrid: hace doce años, Bridget había sido convocada a la
corte por sospechas de embrujar algunos caballos y convertirse en un gato. Aunque
había sido liberada de estos cargos, no importaba. La mancha en su reputación
había perdurado. Además, había estado en la corte por disputas maritales (su
rostro estaba magullado), las cuales eran considerada una ofensa criminal, y otra
vez por llamar a su segundo esposo un “viejo diablo” en el Sabat. Ella y el marido
habían pagado por los delitos siendo amordazados espalda contra espalda durante
una hora en la plaza del mercado con avisos de sus crímenes colocados en sus
frentes.
En el que iba a ser el último juicio de Bridget, las muchachas afligidas ─el cuarteto
de Salem: Abigail Williams, Betty Parris, Mercy Lewis y Ann Putnam Jr.─ habían
proporcionado todo el drama que los jueces necesitaban para sellar el trato. En
cuanto entraron en la corte y vieron a Bridget, comenzaron a decir todo lo habitual:
cómo el espectro de Bridget las pellizcaba, las mordía y las ahogaba, en insistía en
que firmara su libro.
Anne, quien había comenzado a emerger como una de las más astutas, afirmando
que Bridget la había arrancado de su máquina de hilar y la había llevado en un
poste hasta el río, donde amenazó con ahogarla si no firmaba el libro. Abigail dijo
que vio a fantasmas aparecer en el interior del recinto. “¡Usted nos asesinó!” le
gritaron a Bridget. Mercy Lewis confirmó que también había visto a los fantasmas.
Las chicas habían sido desalmadas, implacables. Copiaban los gestos de Bridget de
una manera exagerada, confundiendo a la mujer cuando los jueces la atormentaban
con preguntas tortuosas.
Pero Bridget se mantuvo firme. Dijo que nunca había visto a estas niñas antes de su
examinación. Ella era de la ciudad de Salem y nunca antes había puesto un pie en el
pueblo. ¿Por qué desearía hacerle daño a unas extrañas?
La pobre Bridget no tenía un amigo que diera fe de su carácter, y mucho menos un
abogado defensor. Los vecinos testificaron que ella era una bruja. Un hombre
afirmó que había afligido a su hijo con una enfermedad que le causó la muerte. Los
hombres dijeron que su forma había aparecido ante ellos por la noche en un
corpiño rojo. Una búsqueda en tira por parte de los miembros del jurado reveló un
“pezón sobrenatural” entre la “vagina y el ano” de Bridget. Finalmente, también
hubo pruebas evidentes: los muñecos encontrados en las paredes de la posada de
Bridget. Ingrid se preguntaba a menudo si esas muñecas de trapo no habían sido
plantadas para solidificar el caso.
“¡Aquí viene! ¡Aquí viene!”
187
Ingrid estiró el cuello. Todo lo que podía ver eran gorras, sombreros, ropa sucia y
capas. Troy se hizo paso entre la multitud, y ésta cedió lo suficiente como para que
pudieran moverse al frente. Todo esto era como el peor tipo de sueño, pero había
forma de despertar de él.
“¡Ahí está!”
“¡Es la bruja!”
“¡Puta bruja!” volvió a cantar la gente. “¡Cuelguen a la bruja!”
La procesión se movió hacia el lado oeste en Essex: hombres en caballos,
magistrados, jueces, mariscales y alguaciles.
Dentro del carruaje, Bridget estaba encadenada de pie, sosteniendo en alto su
cabeza afeitada, cruzando los brazos sobre su corpiño sucio y desgarrado. Sus
penetrantes ojos marrones con círculos oscuros por debajo miraban por encima de
la multitud, sus labios carnosos, resecos y escabiosos, se movían débilmente. Ingrid
podría decir que Bridget había sido una mujer atractiva y sensual, pero todo eso
había sido borrado a golpes de ella. Parecía destartalada, sucia, cansada. Le dio un
vistazo a la multitud que se burlaba de ella.
Ingrid reconoció a dos jugadores claves de su pasado. Allí estaban de nuevo: el
fornido, sombrío y formidable Sr. Thomas Putnam, vestido de negro sobre su
caballo, y el reverendo Parris con su collarín y traje de ministro, caminando detrás
del carruaje con la Biblia en la mano.
Después aparecieron las muchachas afligidas. Tenían entre doce y diecisiete años y,
al parecer, estaban lo suficientemente bien como para estar aquí a pesar de las
“brujerías” infligidas “dentro y sobre” sus cuerpos, como indicaba la orden de
muerte de Bridget. Ellas manejaban a la multitud, llevándolos a un furioso estado
de frenesí, marchando cerca del carruaje, burlándose de la pobre y desamparada
Bridget. Ellas sonreían en éxtasis. Ingrid las recordó de su propio juicio en el la
aldea de Salem, cuando ella y Freya habían usado la misma defensa fútil que
Bridget. ¿Por qué le desearían algún tipo de daño a unas niñas que nunca habían
conocido ni visto antes de la corte?
“Está rezando,” hizo notar Ingrid, observando los movimientos de los labios de
Bridget. “Rezando para que veamos su inocencia.” Ella tiró de su capucha para
ocultar sus lágrimas. Troy se quedó mirando estoicamente. El sol inundaba la calle.
La multitud olía sucia y sudorosa. Si no fuera porque Troy la sostenía, Ingrid se
habría desmoronado.
El carruaje se acercó e Ingrid escuchó las palabras de las chicas. Era puro teatro.
“Ya tienes a la tuya, ¿verdad?” dijo una muchacha pretensiosa, la cual Ingrid
reconoció como Abigail Williams, una de las cabecillas.
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Una niña mayor, de contextura delgada ─Mercy Lewis, tenía que ser─ dijo en voz
alta, “¡Te ves muy orgullosa ahora, pero cuando veas la soga, veremos si sigues
igual, Sra. Bishop! ¡Oh, cómo me molestaste y me torturaste!”
“¡No nos torturarás más!” añadió una tercera niña. ¿Ann Putnam?
Ingrid y Troy quedaron sin palabras mientras seguían el carruaje por la calle junto
a la procesión. ¿Qué había que hacer o decir? Esta era su historia, una historia de
sangre y locura. Niñas diciendo mentiras y esparciendo maldad.
“Es inútil,” insistió Troy, pero no podía dejarla allí, así que continuó a su lado.
En Essex, las oscuras casas de madera se situaban una cerca de la otra, pero la
multitud se dirigía hacia el norte por Boston Road, donde las casas se hacían cada
vez más lejanas y escasas, dando paso a propiedades más grandes. Siguieron
andando por varios kilómetros. Adelante, en la luz acuosa de la mañana, Bridget
miró hacia fuera, a los campos y huertos a la derecha, y después a la North River, a
la izquierda del pantano y South River. Ella evitó mirar al frente, donde la enorme
Gallows Hill se asomaba a la vista. Sin darse cuenta, Ingrid agarró el brazo de Troy.
“¡Soy inocente! ¡Ustedes son los culpables, y sufrirán por esto!” dijo Bridget antes
de subir por la escalera inclinada contra el roble.
La gente solo se burlaba y gritaba. El verdugo trepó detrás de ella, y luego colocó la
fina capucha de algodón blanco sobre su rostro. El reverendo Parris leyó en voz alta
sobre el fuego y el azufre. No había piedad aquí.
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Ingrid enterró su rostro contra Troy, apenas siendo capaz de mirar, recordando
cómo la soga se había sentido alrededor de su cuello. Ella recitó un hechizo
calmante para Bridget. Eso era todo lo que podía hacer. Las muchachas y la
muchedumbre crecieron incesantes y salvajes. Hubo gritos de triunfo y júbilo, pero
también gritos de miedo. En la parte posterior de la multitud, las parejas se
besaban y se tocaban entre sí cuando pensaban que nadie estaba viendo. Histeria.
Sexo. Muerte.
Los únicos sonidos eran los de Bridget agonizando mientras se balanceaba, con los
brazos y manos revoloteando arriba y abajo por su cuerpo. Debajo de la diáfana
capucha, Ingrid vio su cara contorsionarse, sus labios se habían hinchado y sus ojos
se inflaron y enrojecieron. Un chorro de sangre se filtró por su boca, atravesando la
tela, y luego se puso rígida.
190
Capítulo XLV
El Hombre de Blanco
Había pasado una semana desde su captura. Freya y James habían sido llevados a
la prisión de Boston y colocados en celdas separadas. Freya se acurrucó contra una
pared, presionando su falda contra su nariz y la boca. El olor abrumador de los
desechos humanos hacía casi imposible respirar. Ella fue puesta en la celda con
mujeres que habían admitido aliarse con el diablo. A estas alturas, muchos habían
confesado, tras habérseles dicho qué de hacerlo, así como también nombrar a otras
brujas, se salvarían de la colgadura.
Ella no había pasado ni siquiera un día allí y aun así se sintió como una eternidad.
Las mujeres que habían confesado, a diferencia de las que se habían aferrado a su
inocencia, no habían sido afeitadas de la cabeza a los pies para ser inspeccionadas
en busca de pezones de bruja. Tampoco llevaban manillas que supuestamente
atarían sus espectros. Pero como todos los prisioneros, ellos habían quedado
prácticamente desnudos. La mayoría había cambiado su ropa para obtener comida
adicional del carcelero. Se arrastraban en sus sucios paños menores y se sentaban
apáticamente sobre los juncos esparcidos por el suelo de piedra, con los ojos
abiertos e inexpresivos. Algunos se encontraban de pie, aferrándose a las barras,
llamando a sus maridos, hijos, o algún amigo en otra celda cercana.
Freya llamó a James, pero no hubo respuesta. Lo intentó otra vez y se le ordenó que
guardara silencio, pero independientemente de las duras miradas de sus
compañeras, Freya seguía llamándole hasta que su voz se puso demasiado ronca
como para continuar.
Alguien puso una mano en su hombro. Ella saltó. A través de las lágrimas, miró a la
mujer en la penumbra. Tomó tiempo para analizar sus rasgos y reconocerlos; la piel
café de la mujer, alguna vez preciosa y cremosa, era ahora pálida, seca y sucia.
Parecía más vieja, su cabello negro tenía salpicaduras de gris, su rostro rechoncho y
bonito se había adelgazado, y la chispa en sus ojos se había extinguido. Vestida de
harapos, miró fijamente a Freya con ojos hinchados y llorosos.
Entonces lo recordó ─las chicas, acusaciones, los juicios… todo estaba sucediendo
de nuevo. Tituba fue una de las primeras víctimas.
191
“¡Lo siento mucho!” gruñó Tituba. “¡Él vino a mí! El hombre alto con el sombrero
blanco. Me dio un alfiler para sacar mi sangre, y firmé el libro. Él me hizo hacerlo…
¡Lo siento tanto!” Había algo de locura en sus ojos. “¡El demonio ha llegado! Se me
apareció, ¡Él me hizo hacerlo!”
La pobre mujer estaba aterrorizada de algo o de alguien. ¿Pero quién? ¿Era el Sr.
Putnam o el reverendo? ¿Quién era el hombre alto del sombrero blanco? Tal vez
Tituba había perdido la cabeza.
“¡Calla, calla!” dijo Freya, meciendo a la mujer suavemente para que durmiera.
Dejó a Tituba descansando en el suelo.
Una luz débil penetraba en el pasillo que estaba más allá de los barrotes: el
carcelero venía con raciones de galletas rancias y agua. El vientre de Freya gruñó.
“Ayudé a James para que te alejaras, así que me han acusado de conspirar con una
bruja.” Él inclinó la cabeza. “Siento lo de mi tío… no pude detenerlo… fue la idea de
Putnam desde el principio. Se lo puso en la cabeza. Le presté dinero a James y le
dije que te llevara lo más lejos posible de aquí. Lo siento, no sabía que Mercy te
encontraría…”
“¿Nos ayudaste? ¿Por qué? Después de lo que te hice… cuando te envié lejos,” dijo
ella, recordando su encuentro anterior en una vida diferente.
Sus palabras movieron la magia dentro de ella, y de alguna forma, estaba fuera de
la sucia y fea prisión, y se encontraba de pie en el bosque, en los bosques de Asgard,
en el principio de los tiempos, joven y hermosa, y sola. Miró a las brillantes
estrellas destellando en el cielo mientras esperaba a su amor.
192
Allí estaba, el hermoso muchacho al que le había dado su corazón. Su nombre era
Balder, y esto era antes de todo, antes del veneno, antes de la separación de los
mundos, antes de Salem, demasiado antes, cuando eran sólo espíritus jóvenes y
vivos, inmortales y hermosos.
Él la besó, y ella era toda amor y alegría. Sus ropas cayeron al suelo, olvidadas en la
hierba, y ella envolvió sus brazos alrededor de su fuerte espalda, mientras que su
boca estaba en sus pechos, y sus manos sobre él. Su cuerpo estaba tenso, y caliente,
y estaban resbaladizos y extáticos… y luego… en medio de su encuentro amoroso…
Sino de amor.
Abrió los ojos y allí estaba él, Loki, parado en las sombras, observándolos… como
Killian la miraría un día, cuando Bran la tomó en su cama… uno de ellos, siempre
en las sombras, observando, mientras ella estaba en los brazos de su hermano…
Cuando había ocurrido hace mucho tiempo, durante el amanecer del universo,
Freya se había detenido y gritó, lo envió lejos, y los celosos venenosos en su corazón
lo habían infectado, y siglos más tarde Loki tomaría su venganza… pero tal vez… tal
vez había otra manera… incluso tal vez podría salvarlos… de esto…
Ella miró profundamente en los ojos de Balder. “Mi amor… no estamos solos,” dijo.
Balder continuó besándola, dándole su bendición, ella no lo sabía, pero sí sabía que
él no le impediría hacer lo que debía, lo que pensaba que podría salvar a todos…
Señaló a Loki en los árboles. Ella le quitaría el dolor en sus ojos. Reemplazaría los
celos y la ira y siglos de ruina y venganza con amor. Ella era amor. Ella era amor.
Ella era amor. Ella lo amaba. Siempre lo había amado. Le tendió la mano y le hizo
un gesto. “Únete a nosotros…”
193
Capítulo XLVI
En la Madriguera del Conejo
Habían salido de la estación hace mucho tiempo y ya habían pasado varios niveles
del Limbo, pero Freddie ya no podía recordar cuántos, exactamente. La geografía
de Helheim le era desconocida incluso cuando era un residente. Todo lo que sabía
era que estaban muy abajo, y se estaba poniendo más frío cada segundo. Se
estremeció en la humedad fría de la escalera, tirando de la capucha de su sudadera
sobre su cabeza. Los duendecillos le siguieron por los interminables vuelos,
gruñendo todo el camino.
Las luces zumbaban, parpadeando sin cesar. El agua goteaba a lo largo del
naranjado tapiz trampantojo de los años 70. Entre los niveles, las escaleras
cambiaban de decoración, a veces lujosas, pero siempre con una especie de
esplendo desgastado, arañas rotas, candelabros polvorientos, papel tapiz
aterciopelado de velur ─sugiriendo no sólo un prolongado periodo de abandono,
sino de privación e incluso de ruina. Freddie pensó, que lo más probable que es que
esta dilapidación había resultado de la destrucción del puente Bofrir.
Se detuvo en un rellano, volteándose hacia los duendecillos detrás de él. “¿Por qué
dijeron que no debía hacer contacto visual con Fenja y Menja cuando estábamos en
la estación de espera?”
“Hemos llegado muy lejos,” dijo Freddie. “Tienen razón.” Miró a las chicas con
empatía y se encogió de hombros.
Las chicas miraron furiosamente a Sven e Irdick, luego se miraron la una a la otra,
suspirando con impotencia. Kelda se quitó la chaqueta y se la ofreció a Nyph, quien
la aceptó y se la puso.
“Todavía quiero saber por qué se supone que no debemos hacer contacto visual,”
dijo él.
194
Sven le dio a Freddie un pequeño empujón hacia los escalones. “¿Cui bono? No es
nada. Sigue andando.”
Continuaron descendiendo, y con cada paso que daban se hacía mucho más frío y
oscuro.
195
Capítulo XLVII
Cita Con la Muerte
Así que esto era la muerte. No era terrible, sólo un poco grisáceo y tenue, como si
hubiera entrado en una vieja película en blanco y negro. Ella había muerto en
mundo medio y había despertado en el crepúsculo del glom. Un ventilador giraba
ruidosamente, apenas moviendo el aire estancado. Joanna había tardado unas
horas en llegar a esta sala de espera en particular, una de las muchas oficinas
bizantinas de su hermana Helda, alojadas en un rascacielos gris en Tártaro, la
capital del Infierno. Los troles de Helda habían enviado a Joanna a emprender una
búsqueda inútil por todo el edificio. Pero esta vez, al llegar al último piso, Joanna
vislumbró la placa en el escritorio de la recepcionista y creyó que finalmente se
había acercado a encontrar a su hermana.
Cuando se había acercado por primera vez a la Sra. Delay, había notado por su
escritorio que la recepcionista estaba en una extraña dieta monoalimentaria. Entre
las torres de carpetas y papeles había montones de latas, cada una con una etiqueta
blanca que decían la palabra en negro: ATÚN.
“¿Sí?” preguntó la Sra. Delay, todavía mirándola desde abajo con sus gafas.
196
La Sra. Delay respiró hondo, luego soltó una larga exhalación. “Yo soy la
recepcionista de la recepcionista de Helda.”
“¡No, no lo eres!” dijo Joanna.
La Sra. Delay la miró con el ceño fruncido, pero Joanna pudo notar que la mujer se
reía por dentro. No era gracioso. La recepcionista buscó algo en su escritorio
desordenado. “Tome asiento. Alguien estará con usted en breve.”
Joanna sabía lo que en breve significaba en la morada eterna, y ciertamente no
significaba pronto. Ella fulminó a la mujer con la mirada.
“Tenemos mucho trabajo aquí, señora, y aunque lo crea o no, tenemos escasez de
personal.” Con sus largas uñas góticas pintadas de un brillante negro, la Sra. Delay
excavó un abrelatas mugriento debajo de un montón de revistas.
Joanna pensó que sería mejor intentar otra maniobra ─tal vez tener una
conversación amistosa pudiera aflojar a la Sra. Delay. “Sólo una pregunta más…
bueno, una tonta si no le importa.”
El emisario matronal de la muerte la miró inexpresiva. “¿Sí?” susurró ella.
Joanna la miró juguetonamente con una sonrisa. “En mi camino hacia acá, en la
plaza, no pude dejar de notar que algunos preparativos festivos estaban en marcha.
¿Podría hablarme de la próxima festividad?” Ella no quería insultar a la ciudad de
esta mujer, pero habría sido más apropiado decir preparativos sombríos, porque
todo en el glom, el mundo crepuscular, tenía un aire depresivo. Sin embargo, sería
descortés sugerir esto. En la plaza, los troles colocaban guirnaldas de flores
disecadas y luces parpadeantes en los árboles negros alrededor del estanque, donde
un solitario cisne negro flotaba sombrío en el agua. Pabellones, así como también
un elegante gazebo, estaban siendo construidos.
La Sra. Delay dio otro suspiro hediondo a atún. “Esta no es la oficina de turismo.
Para eso, tendrás que bajar a la sexta planta, pero entonces tendrás que pasar por
cualquier follón que pasaste para llegar aquí de nuevo. Yo estoy siendo amable
incluso por decirte eso.” Ella luchó por una lata de atún, todo un reto con esas uñas
largas.
“Sí, lo eres,” reconoció Joanna. “Ciertamente no quiero pasar por todo eso. ¡Muy
amable de tu parte!” le dio una sonrisa lánguida. “Oh, venga, Sra. Delay… ¿No
puedes decírmelo?”
Ella dio otro suspiro. “¿Me dejarías en paz si lo hago?”
Joanna prometió que lo haría. Podía darse cuenta que la mujer sólo quería comer
su almuerzo de atún en paz.
La Sra. Delay giró en su sillón chirriante. Todo el mundo en los cubículos detrás de
ella parecía estar ocupándose de sus propios asuntos, escribiendo a toda marcha en
197
los teclados. Ella se inclinó hacia delante, presionando su gran busto contra los
papeles de su escritorio mientras su susurraba, “Esos preparativos son para la
llegada de la diosa del amor.”
Le tomó algo de tiempo asimilar sus palabras. Fue entonces que Joanna pudo ver
como el rostro de la Sra. Delay indicaba que se había dado cuenta de que acababa
de cometer un grosero error. No, la Sra. Delay debió haberle dicho a Joanna que la
próxima fiesta era para darle la bienvenida al inframundo a su hija Freya.
El rostro de Joanna se volvió rojo escarlata. “¡Quiero hablar con mi hermana
ahora!”
198
Capítulo XLVIII
Chicas Alfa
En horas del amanecer del lunes siguiente a la colgadura de Bridget Bishop, un
pequeño carruaje tirado por un caballo llevaba a Ingrid y Troy desde el puerto de la
ciudad hasta la aldea de Salem. Había sido un viaje agitado, Troy estaba al mando
de las riendas de su semental castaño, Coraje, que se movía de cabeza al galope. La
capa de Ingrid voló en el viento. La luz se hizo más brillante, y el cielo se volvió más
azul a medida que el sol se elevaban.
Les había tomado bastante tiempo obtener un precio justo por el oro de Troy y
comprar a Coraje y el carruaje. Los aldeanos los habían enviado de una persona
dudosa a la otra. Finalmente, se encontraron con un hombre honrado, un
comerciante de especias con un diente de oro, que les había advertido que se
mantuvieran lo más lejos posible de este pueblo retrogrado.
Ingrid miró a Troy, que todavía estaba pálido. La colgadura de Bridget los había
estremecido hasta el fondo, había traído de vuelta recuerdos horribles de estos
tiempos terribles… y ahora, Freya estaba maldecida a soportar el mismo destino al
final de la soga, a menos que ellos pudieran encontrarla. El caballo se detuvo
inesperadamente.
Troy sacudió las riendas, pero Coraje soltó un suspiro, negándose a ir más lejos.
El ruido de las cigarras comenzaba a crecer en los árboles a medida que se hacía
más cálido. Ingrid sabía que había tres tipos de llamadas de apareamiento. Una era
parecida al sonido de un fantasma, otra a un maullido, y la última al estertor de la
muerte. Este era el de un estertor de la muerte. “Vamos, muchacho,” le dijo ella al
caballo. “No tengas miedo de los cuantos insectos.”
Troy saltó del carruaje y tiró de las riendas que hasta que finalmente se dio por
vencido.
Unas cuantas granjas aparecieron a lo largo del camino entre los prados y árboles
exuberantes. Vacas, ovejas, cabras y caballos pastaban en los campos. Cuando
vieron casas pegadas la una a la otra, supieron que estaban acercándose más al
pueblo en cuestión. Había chicas por todas partes, de pie en los campos, agrupadas
por el camino, asomándose por las ventanas ─niñas tan jóvenes como de cinco
años y otras como de diecisiete. Algunas los miraban sin ninguna expresión,
mientras que otros silbaban como monos enfurecidos. En el campo de prácticas de
la posada Ingersoll, unas cuantas muchachas se arrastraban y se revolcaban en la
hierba. Otras caminaban desordenadamente en la plaza, extendiendo los brazos y
haciendo contorsiones.
199
Algunos aldeanos trataron de ayudar, mientras que otros sólo observaron. Ingrid
vio a tres hombres con sombreros altos sosteniendo a una niña y acariciando su
pecho y sus muslos para calmarla. Ingrid se estremeció y apartó la mirada.
Histeria. Locura. Maldad.
Lo recordaba todo muy bien.
Pero Ingrid notó que la mayoría de los aldeanos seguían con sus vidas, prestando
poca atención a las muchachas que los rodeaban. Alimentaban sus pollos y
acorralaban a los cerdos, acostumbrados a todo eso. Miraban a Ingrid y Troy
mientras pasaban, pero pronto volvieron a prestar atención a sus labores.
Los aldeanos se habían acostumbrado a los extraños que llegaban para asistir a los
procedimientos que tenían lugar en la sala de reuniones. Las sesiones se habían
aglomerado cada vez más, el grupo de muchachas afligidas crecido tanto que sólo
sus miembros más famosos ─las estrellas del espectáculo, por así decirlo─ las
acusadoras originales, Abby, Mercy y Ann─ fueron admitidas dentro para
participar en las examinaciones y eventualmente en los juicios de oyer y terminer.
La pequeña Betty Parris había sido enviada para quedarse con sus parientes con la
esperanza de que sus ataques se redujeran: su padre creía que ella era demasiado
sensible como para permanecer en el caos. Las otras chicas afligidas esperaban
fuera de la sala de reuniones durante los procedimientos, imitando los gritos y los
lamentos de las muchachas permitidas a testificar adentro.
Reinas abejas y aspirantes a avispón, pensó Ingrid mientras observaba a las chicas
tirando de sus caras y girando en círculos. La caza de brujas se había convertido en
una locura, una moda, una tendencia adolescente, y todos deseaban ser víctimas.
Ciertamente tener ataques era más fácil que lavar la ropa sucia en el río frío.
Una muchacha de unos dieciséis años de edad, vestida con un brillante corpiño
verde y una blusa amarilla, se paró delante del carruaje. Troy tiró fuerte de las
riendas de Coraje, La muchacha los encaró, se quitó la gorra y agitó la cabeza de un
lado a otro. Su moño se soltó y su cabello le azotó la cara. Ella los miró fijamente,
con los ojos brillantes. “¡Ella me dice que debo quitarme la gorra y girar mi cabeza
o el diablo me cortará la garganta!” Gritó. Después, se alejó hacia el campo junto a
la corte, agitando su gorra, viéndose perfectamente feliz.
“Y bienvenida a la aldea de Salem, tú también,” dijo Troy.
“Están corriendo rampantes, ¿no lo crees?” dijo Ingrid, todavía incrédula. Había
olvidado como era, por un momento había olvidado que ya había pasado por eso.
Ella había sido una bruja en Salem una vez y había sido colgada por el crimen, y
aquí estaba de nuevo, tan terrible y banal como siempre. Una broma terrible que
había comenzado como una mentira, una chispa cuyas llamas habían tomado
muchas vidas, y ahora venían por su hermana para matarla de una vez por todas.
200
Dos muchachas se acercaron al carruaje por el lado de Ingrid. Troy le dio una
palmadita, asintiendo con la cabeza a las chicas. Cuando se volteó, reconoció a dos
de las chicas que habían estado siguiendo el carruaje de Bridget Bishop hace unos
días. Parecían perfectamente naturales y normales, limpias y bien vestidas, aunque
la miraban con una curiosidad descarada. Ingrid notó la impresionante belleza de
Abigail Williams, sus cejas y ojos oscuros, y la franja de cabello brillante debajo de
su gorra.
La mayor de ellas, Mercy Lewis, se acercó un poco más. “¿Quién es usted, señora?”
preguntó. Esta era rubia y delgada, sus pestañas eran tan pálidas como su piel. Se
pasó una mano por la frente, e Ingrid vio que estaba cicatrizada y destrozada.
“¿Qué está pasando hoy por aquí?” preguntó Ingrid de regreso.
Mercy ladeó la cabeza y cruzó los brazos, dándole a Ingrid una mueca sabionda. “Le
pregunté primero.”
Ingrid le sonrió con amabilidad. “Vaya, si me respondes primero, ya que soy mayor,
estaría encantada de responderte.”
“Aquí no pasa nada,” dijo Mercy. “Ni examinaciones ni juicios. Un juez ha
renunciado y están buscando un reemplazo,” dijo sonando aburrida. “Díganos,
¿quién es usted?”
Muchacha impudente. Ingrid ocultó su irritación y sonrió. Si este fuera un siglo
diferente, esta chica estaría mascando chicle o fumando un cigarrillo y soplando el
humo en la cara de Ingrid. Abigail se acercó. Miró a Ingrid de una manera que la
hizo sentir desnuda e incómoda.
“¡Gracias por eso!” reconoció Ingrid. “Soy la Sra. Overbrook, y es el gran almirante
Overbrook, quien luchó en Inglaterra.” Troy sonrió, levantando su sombreo, el cual
hasta entonces había oscurecido su rostro. Las chicas se quedaron viéndolo,
sorprendidas por la buena apariencia de Troy. Ingrid se aclaró la garganta para
llamar su atención.
“Hemos venido desde Boston, donde el almirante Overbrook, mi esposo, es un
abogado exitoso y tiene su propia firma.” Ella sonrió para darle efecto. “Estamos
aquí por mi hermana menos, quien desapareció hace varios meses. Hemos estado
terriblemente preocupados y buscado por varios lugares del país cada vez que
podemos. Tememos que algo terrible le haya pasado a nuestra querida niña.”
Ingrid tosió, sintiéndose incómoda de haber añadido esa última parte, pero sabía
que ante los ojos puritanos si eras exitoso y rico, significaba que Dios te sonreía
favorablemente ─que estabas entre los elegidos y un asiento en el cielo te esperaba
con tu nombre en él. “Y estamos dispuesto a gastar lo que sea necesario para
encontrarla,” continuó Ingrid. Eso debería despertar su interés.
“¿Cuál es el nombre de la doncella extraviada?” preguntó Abigail, abriendo los ojos.
201
“¿Por qué no me dicen los suyos primero?” replicó Ingrid.
“Oh, soy Abigail Williams, pero puede llamarme Abby.” Justo como lo había
pensado. Abigail sonrió nerviosamente, luego mordió sus labios color frambuesa.
Ingrid sacó una mano del carruaje, la cual Abby sacudió.
La otra chica, que parecía envidiosa, se acercó. “Yo soy Mercy Lewis.”
Ingrid estrechó la mano de Mercy mientras Troy le daba importancia a sus propios
asuntos, manteniendo una cara sombría. Ingrid estaba agradecida de que él la
dejara manejar esto. “El nombre de mi hermana es Freya Beauchamp.”
Las chicas se quedaron boquiabiertas ante el nombre, e Ingrid jadeó en respuesta,
llevándose una mano a la boca. “¿Qué ocurre? ¿Qué saben de Freya? ¿Está…?”
“¡Oh, no, nada malo le ha pasado a la hermana Beauchamp, señora Overbrook!”
dijo Abigail, sonrojándose. “¡Todavía no!”
“¡Todavía no! ¿Qué diablos quieres decir?”
Mercy se apoyó en el costado del carruaje. “¡Pues, Freya es ahora una rica viuda!”
dijo riendo. “Ella ni siquiera lo sabe porque ─bueno, se dice─ que huyó con el Sr.
Brewster.” Levantó las cejas. “El viejo y enfermo Sr. Brooks estaban tan angustiado
al enterarse de su huida, que murió en el acto.”
Ingrid sacudió la cabeza con asombro. Esto era confuso pero esperanzador. Las
chicas le explicaron con más claridad, aunque con prisa. Miraron a su alrededor
distraídamente y vieron por el camino comino como si estuvieran esperando que
otros también entraran a la aldea. Algunas de las muchachas afligidas vagaban a su
lado, escuchando su conversación, y cuando lo hicieron, asintieron a las palabras de
Mercy y Abigail con indiferencia, o tal vez temor. Mercy y Abigail eran claramente
sus líderes ─y las embajadoras.
Por lo que dijeron las dos, Ingrid se enteró de que Freya había aparecido en el
pueblo un año atrás, sin recuerdos, sólo su nombre y su edad. Había sido empleada
en el hogar de los Putnam, donde Mercy también trabajaba, y el Sr. Thomas
Putnam había arreglado el matrimonio de Freya con el acaudalado viudo Brooks.
Freya desapareció poco después, y cuando Putnam informó al anciano Sr. Brooks
que su prometida había emprendido la fuga, éste murió al recibir la noticia.
Ingrid presionó a las chicas para que le dieran el paradero de su hermana. Pero en
ese momento, un grupo de hombres salió solemnemente de la casa parroquial, y las
chicas callaron al instante. Ingrid reconoció al pastor, el Sr. Parris, con su collarín,
quien asintió con la cabeza a las chicas. No vio a Putnam entre el grupo. Los
hombres, tal vez los magistrados ─parecían darse a sí mismos demasiada
importancia─ se veían ansiosos. Miraron a Ingrid y Troy con recelo, pero
sorprendentemente no llamaron a las chicas.
202
Ingrid prosiguió. “Estaremos aquí por un tiempo. Nos gustaría corroborar todo lo
que nos han dicho y planeamos quedarnos en la posada Ingersoll por unos pocos
días. Nos gustaría mucho una entrevista con el Sr. Putnam.” Se dirigió a Mercy.
“¿Crees que podrías conseguir eso?”
“El Sr. Putnam es un hombre ocupado. Ciertamente hoy no será,” respondió Mercy.
“Sin embargo, supongo que puedo decirle que les gustaría verlo.”
Mientras los hombres seguían hablando fuera de la casa parroquial, continuaron
mirando a Ingrid y Troy conversando con las chicas. El reverendo hizo un gesto
para llamar a las jóvenes.
“¡Tenemos que irnos!” dijo Abigail, haciendo una reverencia. “Mi tío me necesita.
Creo que sería mejor si siguen su camino. La hermana Freya no está aquí. No está
en la aldea de Salem.”
Troy inclinó su sombreo. “¡Oh, planeamos quedarnos!”
“¿Saben dónde podría estar? ¿A dónde podría haber ido?”
Mercy sonrió maliciosamente. “Dicen que se esconde en el bosque con el joven
James Brewster, algunos dicen que también fue vista con su amigo Nate Brooks. O
tal vez está con los dos al mismo tiempo.” La niña se burló e Ingrid sintió un
escalofrío. James Brewster. Nate Brooks. Estos eran los otros dos nuevos nombres
en el libro. Ellos habían sido ahorcados con Freya.
Oh, Freya, pensó Ingrid. ¿Qué había pasado aquí? ¿Quiénes eran esos muchachos?
Abigail tiró de la manga de Mercy y ambas bajaron la cabeza y caminaron
rápidamente para unirse al pastor y a los hombres.
Ingrid y Troy miraron desde el carruaje cuando Parris y los hombres interrogaron a
las muchachas. Obviamente no habían sido educados en el arte de la sutileza y
siguieron mirándolos fijamente. Era exactamente lo que Ingrid quería.
Probablemente las muchachas repetían textualmente lo que les habían dicho.
Quería inculcar un poco de miedo en ellos, hacerles saber que debían regresar a
Freya a su familia adinerada.
“Creo que funcionó,” dijo Troy.
“Sí, hemos agitado el avispero. Esperemos que tengan cuidado antes de poner una
mano en su cabeza.”
“¿Deberíamos buscarla en el bosque?”
Ingrid asintió. Freya, ¿dónde estás?
203
Capítulo XLIX
Némesis
El Limbo tenía un aspecto institucional, como el dormitorio de un internado o una
prisión sueca vagamente elegante. Freddie y los duendecillos caminaron de
puntillas por los pasillos iluminados que olían a comida empacada. Los suelos de
madera clara brillaban. Armarios idénticos a los de Ikea ─para guardar la ropa
blanca obligatoria que se llevaba en el nivel─ alineaban las paredes entre cada
celda. La similitud de todo era la que lo hacía increíblemente tedioso con el tiempo,
recordó Freddie.
Golpearon suavemente a las puertas cerradas de las celdas para preguntar quién
podría estar dentro y en una de ellas se encontró con el valiente Sigurd, un
trompetista dotado cuyo padre murió en la batalla a manos de Odín, luego
encontró a Brock, un enano travieso y de nariz alargada, en otra. No había tiempo
para conversar sin importar que tanto querían charlar estos, así que siguieron
adelante.
Nadie había visto el tridente.
El lugar resonaba con silencio, la mayoría de las celdas estaban vacías, sus puertas
abiertas. Dentro de cada una, los muebles podían reconfigurarse para expresar
individualidad, pero sólo en variaciones limitadas: una cama individual, un
escritorio blanco, una lámpara halógena y una moderna silla de plástico blanca.
En cada aterrizaje, Freddie encontraba el cuarto del lavadero y la ducha ─cubículos
estrechos sin puertas para aislamiento y una fila de pequeños fregaderos de acero
vacíos. Incluso los cuartos de los guardianes parecían desocupados.
Se abrieron camino hacia el piso restante en el elevador chirriante, pero lo
encontraron desierto. La celda de Freddie se veía casi como la había dejado: su
baraja de carta en un juego de solitario inacabado en el escritorio, la cama sin
hacer, un televisor con antenas parpadeando con estática en blanco y negro.
Nada. No estaba el tridente. Ni Killian tampoco.
“Bueno, entonces supongo que debemos bajar más. Hasta el fondo del universo, si
es necesario,” dijo Sven.
“¡Supongo que sí!” respondió Freddie.
“¡No!” gritó Nyph, pero los otros duendecillos la callaron con la mirada.
Saltaron en el ascensor y presionaron la B para bajar. Las puertas se cerraron
ominosamente, y Freddie inmediatamente comenzó a sudar, encerrado en lo que
no podía dejar de pensar que parecía un ataúd de acero herméticamente sellado. Se
quitó la capucha y tiró del cuello de su sudadera para respirar mejor. Cuando
intentó presionar los botones que correspondían a los pisos anteriores al nivel
inferior, ninguno funcionó, lo cual fue aún más desconcertante.
204
El elevador chirrió hacia abajo y sus oídos casi explotaron. El viaje continuó por
una eternidad, volviéndose caliente, claustrofóbico, aterrador, especialmente
cuanto llegaron a un repentino alto muerto y las luces se apagaron, dejándolos en
completa oscuridad. Esto sucedió más de una vez, e incluso así no hizo que Freddie
se sintiera más optimista de que seguían descendiendo. Parecía una eternidad cada
vez, durante la cual Freddie reflexionaba sobre cómo se asfixiarían y perecerían allí.
Pero él estaba demasiado asustado como para mencionarlo por medio a que
pudiera estropear todo el viaje con su pesimismo. Las luces parpadearon de nuevo
y la bulliciosa caja metálica comenzó a bajar una vez más.
Mientras descendían más hacia las entrañas del universo, Nyph y Kelda,
acurrucadas, se quedaron dormidas en un rincón. Freddie, Sven e Irdick
contemplaban solemnemente los números por encima de la puerta, esperando a
que el siguiente se iluminara con ding, lo cual tomaba una eternidad dada la gran
distancia entre cada piso. Finalmente, las puertas se abrieron en la B.
Mientras Freddie observaba cómo Sven e Iridick tiraban de Nyph y Kelda, él pensó
que la renuencia de las chicas a salir del elevador era rara, dada la pesadilla que
acababan de soportar. Una vez que todos salieron, las puertas se cerraron y el
elevador volvió hacia arriba. Freddie presionó el botón de regreso, esperando que la
cesta del Infierno estuviera de vuelta cuando localizaran a Killian.
El fondo del universo era una larga habitación blanca conectada a otra larga
habitación blanca. Estaba vacía y olía a desinfectante. Detrás de él, sus duendecillos
susurraban en una acalorada discusión. Él se dio la vuelta, frunciendo el ceño.
“¿Qué les pasa a ustedes dos?” le dijo a Kelda y a Nyph. Ellas se veían como si
estuvieran al borde de las lágrimas.
“Lo sentimos Freddie… él nos hizo hacerlo,” dijo Nyph.
Irdick comenzó a tratar de callarla, poniendo una mano sobre su boca mientras ella
se retorcía y ensanchaba los ojos.
Freddie sacudió la cabeza. “¿De qué estás hablando?” Él tenía una horrible
sensación. Había algo que lo estaba inquietando desde que entraron al abismo,
pero había estado evitando darle importancia. “¡Chicos, déjenlas! ¿Qué les pasa?”
Sin embargo, Irdick continuó sosteniendo una mano sobre la boca de Nyph.
“¡Hmm!” dijo ella, horrorizada en sus ojos.
Mientras tanto, Kelda se esforzaba por alejarse de las manos de Sven. “¡Lo
sentimos mucho, Freddie! ¡No tuvimos otra opción!” Finalmente logró extraer su
brazo del agarre de Sven y parecía estar señalando algo por encima del hombro de
Freddie.
“Bienvenido a casa, Fryr,” retumbó una voz siniestra y aterciopelada detrás de él.
205
Capítulo L
El Diario de Freya
Cuando Ingrid y Troy volvieron del bosque una hora más tarde, el pueblo se había
tornado misteriosamente silencioso. Todas las muchachas afligidas que vagaban
afuera se habían desvanecido, las puertas y las ventanas estaban cerradas. Entraron
en la posada. La Sra. Ingersoll fue evasiva y taciturna cuando Ingrid cuestionó el
silencio. La mujer dijo que el pueblo estaba realizando un día de silencio y oración.
Troy le dirigió la mirada a Ingrid. “¡No estaba silencioso cuando llegamos hace una
hora!”
Al oír eso, la señora Ingersoll decidió guardar silencio. Ella frunció el ceño, salió de
la habitación y regresó con el pan, la fruta y el que eso que habían pedido,
haciéndoles un gesto para que ellos lo llevaran a su habitación.
“Yo voto por una siesta,” dijo Troy en la cama, con las manos juntas detrás del
cuello, mientras observaba a Ingrid moverse de un lado a otro.
“Sra. Overbrook,” dijo él. “Debes descansar,” dijo palmeando el lugar a su lado.
Ella se acercó y tomo asiento. Se acostó de lado, dándole la espalda a él, con
cuidado de no tocarlo, sintiéndose extraña e incómoda con su ropa apretada y
engorrosa. La cama rechinó cuando Troy se volvió hacia ella. “¿No te vas a quitar
esos trapos pesados?”
“No. Es una siesta. Suelta mis cordones, ¿puedes?”
Cuando él terminó de tirar de los cordones, apoyó una mano sobre su espalda, era
una invitación, un dilema. “Ha pasado mucho tiempo, Erda,” susurró. “Te he
echado de menos.”
Ella inhaló y se volvió hacia él, poniendo una mano en su rostro, como si estuviera
viendo a su amigo por primera vez. Ellos tenían una historia, eso le había dicho a
Hudson, y así había sido. El dios del trueno había sido su primer pretendiente, y
ella lo había despreciado, pero sólo después de darle un beso antes de enviarlo
lejos, y en este momento, recordaba ese beso demasiado bien. “No puedo,” dijo ella.
“Amo a Matt.”
“Sabía que si no te encontraba pronto acabarías encontrando a tu propio amor.”
Suspiró Troy. “Me mentiste, lo sabes, cuando me rechazaste, dijiste que nunca te
casarías.”
“Todavía no me he casado,” dijo suavemente.
206
“Tú te casarás con él, con ese mortal,” dijo Troy, con un tono petulante en su voz.
“Sé que lo harás. Puedo verlo. Te casarás con él y tendrán pequeños semidioses, y él
morirá y lo lloraras por siempre y nunca vas a estar conmigo.” Él alzó la vista hacia
el techo. “¿Estás segura de que quieres eso?” dijo sin rodeos. “Mortales…”
Ella permaneció en silencio. Todo lo que decía era verdad. Amar a Matt solo
conduciría a una vida inmortal de dolor. ¿Era eso lo que quería? ¿Escoger amor y
dolor? Se vio a sí misma en el funeral de Matt. Él estaría viejo y canoso, y ella sería
la misma, sólo qué con unos cuantos pelos grises para engañar a los mortales,
cuando en realidad ella estaría joven y despechada para siempre.
En cambio, aquí tenia a un amigo, un amigo de su hogar, un amigo que sabía
entendía todo sobre y su familia. Ellos podrían estar juntos para toda la eternidad.
Thor y Erda. El trueno y el hogar. Ella domaría al dios iracundo, le construiría un
hogar, un fuego, le traería los hijos inmortales que él anhelaba.
Un futuro yacía ante ella ─podría ver lo que podía pasar si lo elegía─ él la besaría y
ella lo besaría de nuevo, y entonces él la empujaría contra su cuerpo, metería una
mano dentro del corpiño que acababa de aflojar, su mano en su piel la
estremecería. Eso podría pasar. Sería muy fácil. Tal vez esto era lo que ella había
estado esperando toda su vida inmortal.
Luego la visión se desvaneció al recordar la dulce sonrisa de Matt y su valentía. Él
era imperfecto, mortal, débil en comparación a Troy… pero él era suyo.
“No,” dijo ella en voz alta. “Quiero decir sí. Es lo que quiero. Quiero a Matt. Lo amo.
Lo siento, Troy, pero tú y yo… nunca estuvimos destinados a estar juntos. Tú lo
sabes. Sólo me persigues porque sabes que voy a decir que no,” dijo sonriendo.
Él le devolvió la sonrisa y le besó la frente. “Bien, hazlo a tu manera. Pero puedo
esperarte por mucho tiempo, ya verás.”
Alguien llamó a la puerta, y ellos intercambiaron una mirada sobresaltada.
“Un momento por favor,” dijo Troy mientras ayudaba a Ingrid a ponerse la ropa.
Esta era la visita que habían estado esperando: el Sr. Putnam.
Ingrid se arregló la gorra de encaje y metió los mechones de pelo sueltos dentro de
ella, después abrió la puerta. “¡Abby!”
Abigail Williams entró corriendo, con las mejillas enrojecidas. Hizo una reverencia
y luego enderezó su delantal. “Lamento molestarla, señora. Hubiera venido antes,
pero tuve que escabullirme de la casa parroquial. Mi tío ha ordenado silencio y
oración por el resto del día. Creen que todavía estoy en mi habitación.”
“¿Por qué has venido? ¿Qué tienes que decirnos? ¿Se trata de Freya?”
207
Abby asintió. “Sí. Me temo que le he hecho daño, y he venido a cumplir mi
penitencia. Quiero mucho a Freya. No pensé que llegaría a estos extremos. Pero lo
ha hecho. Mi tío está muy enfadado… encontró esto…” Le extendió un libro negro a
Ingrid.
“¿Qué es?”
“Es el diario de Freya”
Ingrid escaneó las páginas. Todo estaba allí, escrito en la reconocible y bonita letra
de Freya. Era prácticamente una confesión, detallando su práctica de magia y
brujería, y encuentros con jóvenes en el bosque. Como si esta gente necesitara más
pruebas. “¿Quién ha visto esto?”
“El Sr. Putnam, mi tío, unos pocos magistrados…”
“¿Y?”
“Eso es lo que he venido a decirle. Freya y sus amigos, James Brewster y Nate
Brooks están encarcelados en Boston. Mañana algunos de nosotros viajaremos a la
ciudad para las examinaciones.”
“¿Examinaciones?”
“Para probar que Freya es una bruja.” Abby les dijo que Putnam y su tío habían
concertado con los magistrados de la corte oyer y terminer llevar a cabo el juicio en
un tribunal especial para encargarse del altamente peligroso triunvirato, el cual
creían que eran los líderes de las brujas de la aldea de Salem. Después de las
examinaciones, los tres serían llevados a la aldea para una sesión especial de la
corte, conducida a puertas cerradas, sin el conocimiento del público. Los próximos
juicios de brujas no habían sido programados hasta el 29 de junio, pero éste,
debido a su gran urgencia, debía tener lugar antes, el 13 de junio.
Putnam había persuadido al gobernador Sir William Phips de que esto pondría fin
a los tormentos de los afligidos. Cuanto antes ahorcaran a los tres, los habitantes de
la aldea de Salem y sus regiones circundantes estarían más seguros.
“Y de paso el Sr. Putnam se hará más rico,” agregó Ingrid, cuando Abby explicó que
tras la muerte de Freya sus pertenencias heredadas por su difunto marido, irían a
parar con el Sr. Putnam, su patrón.
“Es por eso qué usted también está en peligro,” dijo Abby. “Usted podría arriesgar
los planes del Sr. Putnam. Y se dice que el Sr. Brooks murió bajo circunstancias
sospechosas. El Sr. Putnam es muy poderoso, Sra. Overbrook.”
208
“Ya veo.” Ingrid puso mano en el hombro de la joven. “No te preocupes,” dijo ella.
“Iremos a Boston. Has hecho lo correcto, Abby. Mejor te apresuras antes de que tu
tío se de cuenta de que has desaparecido.”
Abigail asintió con la cabeza. “¿Y ayudará a Freya? No podría vivir con que…” se
aferró a Ingrid con desesperación.
“Viajaremos a Boston inmediatamente,” dijo, sintiendo lástima por Abby. Cuando
su mano tocó la suya, Ingrid fue capaz de ver la línea de vida de Abigail. Vio los
años de soledad, desolación, remordimiento, enfermedad y miseria que habían
delante de ella. Las brujas no habían sido las únicas víctimas de Salem.
209
Capítulo LI
En Tierra de Ciegos el Tuerto es Rey
Freddie miró atónito a la figura alta que estaba al final del pasillo, sosteniendo su
tridente dorado. El hombre llevaba un gran sombrero blanco y un parche negro
sobre el ojo que había sacrificado por la mano de su esposa ─aunque los mitos
variaban, algunos afirmaban que el ojo había sido sacrificado en el manantial de
Mimir a cambio de la sabiduría de los siglos.
“¿Odín?” susurró Freddie. “¿Realmente eres tú?”
Odín. El dios más poderoso de su clase. El líder del Consejo Blanco. No era Loki, a
quien Freddie había estado esperando todo este, sino su padre.
Los dos cuervos de Odín se posaron sobre sus hombros ─sus familiares Hugin y
Munin, Pensamiento y Memoria.
Alto, guapo y carismático, Odín poseía los mismos ojos verdes deslumbrantes que
sus hijos, conocidos en Midgard como Bran y Killian Gardiner. Su pelo, alguna vez
resplandeciente con oro y fuego, era ahora tan blanco como el sombrero que
llevaba sobre su cabeza. A sus pies, acurrucados y agazapados, sus lobos Geri y
Freki, o Codicioso y Feroz. Su caballo de ocho patas, Sleipnir, era el único que
faltaba, y Freddie se preguntó si el caballo estaría esperando a su amo en algún
lugar del vacío. Notó que la infalible espada de Odín, Gungir, colgaba en una vaina
alrededor de su cadera, y la mano que descansaba sobre la empuñadora llevaba el
antiguo anillo de hueso de dragón que permitía a su portador viajar entres mundos
y tiempos.
Freya le había dicho a Freddie que Loki había robado el anillo de Odín y que se
había desmoronado entre sus dedos, pero allí estaba, completo y sin daño alguno,
por supuesto. Nadie podía destruir el anillo de Odín.
¿Qué estaba haciendo Odín aquí abajo en la oscuridad del abismo? ¿Estaba
esperándolo? ¿A Freddie? ¿Pero por qué?
“¡Lo sentimos, Freddie!” se lamentó Nyph.
“¡Él nos amenazó!” exclamó Kelda con un tono mojigato, acercándose un poco a
Freddie.
Sven e Irdick se encogieron de hombros.
Nyph tiró de su manga. “Dijo que nos enviaría directamente con Helda si no
hacíamos lo que nos ordenó. Él es quien nos hizo robar tu tridente para poder
destruir el puente, y después nos hizo plantarlo en el Dragón para que diera a
210
Killian la marca en su espalda. Él ha estado detrás de todo. Y nos dijo que te
trajéramos aquí. ¡No queríamos, pero nos asusta!”
“¡Somos demasiado jóvenes para morir!” dijo Kelda.
“Lo siento, tío,” murmuró Sven, mientras Irdick parecía triste.
Freddie se volvió hacia Odín. “¿De qué están hablando? ¿Por qué estás aquí? ¿Por
qué me has traído aquí?”
Odín levantó la mano con el anillo, retorciendo los dedos. “Ni siquiera lo intentes.
No hay escapatoria esta vez. Supongo que has notado que tengo esto de vuelta.
¿Acaso tú y tu familia creyeron que Loki estaba detrás de todo? Entiendo por que
llegaron a pensarlo, ya que él fue quien desencadenó el Ragnarok y envenenó el
Árbol de la Vida. Pero sus poderes son demasiado débiles como para bloquear los
pasajes y abducir a esa hermanita tuya. Oh, no. Él es sólo un dios con aires de
grandeza. Pobre niño,” dijo sacudiendo la cabeza. “Le gusta agitar las cosas, y luego
enmendarlas. Disfruta del deporte y la atención. Una marca fácil, además, él nunca
superó a Freya. La amaba, es un pobre tonto delirante, lo que lo hizo útil por un
tiempo.”
“Entonces, el puente… ¿también fuiste tú?” dijo Freddie.
A pesar de su edad, Odín tenía una cualidad alegre y juvenil, un fanfarroneo incluso
cuando estaba de pie. “Sí, sí, yo destruí el puente, les tendí una trampa a ti y a Loki
─ese hijo mío se estaba volviendo demasiado travieso, debo reconocer, y necesitaba
que le enseñase una lección, así que lo arrojé a las profundidades congeladas y lo
encerré en el Limbo. Claro está que lo dejé salir después de un tiempo ─pero tú…
lograste escapar de alguna forma. Ustedes los Vanir son bastante difíciles de
controlar,” dijo, riendo para sí mismo.
“Pero ¿por qué?” preguntó Freddie. “No lo entiendo.” Odín no era su enemigo. Él
era temido pero conocido como un dios benevolente y magnánimo.
“¿Por qué no?” bostezó Odín, posó los ojos sobre su espada y apretó la
empuñadura, sacándola de su vaina.
Freddie necesitaba más tiempo. No podía luchar contra Odín, no sin su tridente.
Necesitaba encontrar un medio de escape. Supuso que tendría a los duendecillos a
su lado, pero una vez más habían demostrado ser completamente inútiles. “¿Por
qué hiciste esto?” ¿Destruir el puente y destruir a mi familia?”
Antes de que Odín pudiera responder, una fuerte luz iluminó la habitación,
revelando cada mancha en las paredes y polvo en las esquinas. Odín protegió su
buen ojo del resplandor.
211
“¡Yo sé por qué!” dijo Norman, entrando en la habitación, acompañado por Val.
“¡Vaya que te gusta arruinar la diversión!” dijo Odín, apartando la mano, pero
pareciendo luchar contra el resplandor. Plantó la punta de su espada en el suelo y
la giró.
“¡Papá!” Freddie soltó un suspiro aliviado. “¿Cómo has llegado hasta aquí?”
“Verás, primero estaba buscando a tu madre,” explicó Norman. “Después me
encontré con este pequeñín, quien lo confesó todo y me trajo aquí para ayudarte.”
Val asintió con la cabeza. “Lo sentimos, Freddie. Odín nos borró la memoria y luego
nos amenazó.”
“Sí, tus amigos ya me dijeron,” dijo Freddie.
“Retrocede, hijo, esta pelea no es de nadie más que mía,” dijo Norman. “Él destruyó
el Bofrir para acumular todos los poderes de los dioses. Los Vanir se habían vuelto
demasiado poderosos, así que decidió detenernos y castigar a sus hijos, que se
habían vuelto demasiado rebeldes y difíciles de controlar. Él ciertamente no
discrimina. Nada de nepotismo, ¿eh, Odín?”
Odín sonrió. “Simplemente trato de ser justo.”
“Pero esa no es toda la historia, ¿verdad, viejo amigo?” dijo Norman. “Esto es sobre
tú y yo, ¿no?”
“Vaya, supongo que lo es, Nord.”
Freddie miró a Odín, luego a su padre. “¿Qué está pasando? Me he confundes,
papá.”
“Un viejo resentimiento. Es bastante patético, la verdad,” dijo Norman. “Odín no
perdió el ojo por la mano de Frigg, ni lo ofreció para ganar sabiduría. Como podrás
ver, él no posee alguno. No. Esta es una historia personal…”
Hace mucho tiempo, en el alba de los mundos, Nord, dios del mar, pescaba a lo
largo de las orillas de Asgard. Allí en la playa, vio a una hermosa diosa tomando el
sol. Se había quedado dormida en la arena bajo la sombra de una gran roca:
Joanna, o Skadi, la diosa de la tierra, la diosa madre. Tan pronto como Nord posó
los ojos sobre ella, supo que sería su compañera inmortal, su amor para toda la
eternidad. Y cuando ella lo miró, supo que ella sintió lo mismo.
Pero otro ya la había reclamado, no sólo otro dios, sino el mismo gobernante de
Asgard, el propio Odín. Cuando Odín supo que tenía un rival, desafió a Nord a un
duelo. Como inmortales, el objeto era privar al otro de algo vital. El que lo hiciera
ganaría la mano de la diosa.
212
Fue una pelea justa, y Odín perdió el ojo a manos de Nord, quien ganó tanto la
batalla como a la diosa.
Norman caminó unos pasos adelante, desplegando su red de pesca negra.
“Lamento haber ganado su mano, viejo amigo Odín, pero enserio ─¿destruir el
puente? ¿Destruir a mi familia?” dijo Norman. “Esto acaba aquí. Esto acaba ahora.”
“Es demasiado tarde,” respondió Odín. “Tu hija está muerta.” Sonrió, estudiando
su espada. “Su hermana y mis insubordinados hijos, Bran y Killian, se unirán a ella
en el inframundo bastante pronto, junto con tu tonta esposa, mientras que tú y tu
malcriado hijo recalcitrante se pudrirán en el abismo.”
“¡Val!” ordenó Norman.
Val levantó un espejo, captando la luz, dirigiéndola hacia el ojo bueno, pero
sensible de Odín, de modo que el dios tuvo que agacharse y levantar las manos para
proteger su vista.
Odín gritó y cayó al suelo.
“Creo que esto es nuestro,” dijo Norman, tomando el tridente de Freddie y
envolviendo a su rival en la red de pesca.
213
Capítulo LII
Búsqueda en Vano
Para cuando Ingrid y Troy llegaron a la cárcel de Boston, Freya, Nate y James ya
se habían ido.
“¿Buscan a los reos, no es así?” preguntó el carcelero. “Puede que yo sepa una o dos
cosas sobre su paradero,” dijo con una mirada expectante.
Ingrid le dio un codazo a Troy, quien removió una bolsa de terciopelo con oro. Troy
miró fijamente al hombre desvergonzado mientras la colocaba en su palma.
El carcelero, finalmente incentivado a aflojar la lengua, les informó que la
examinación de los tres prisioneros había sido conducida la noche anterior en
Boston en la residencia privada de uno de los magistrados, con la presencia de
oficiales y ministros prominentes presente. El propio gobernador había asistido.
Junto con dos alguaciles, el carcelero había entregado a los tres acusados y
permanecieron en la habitación donde se llevaron a cabo los exámenes para vigilar
a los prisioneros y después trasladarlos de nuevo a la cárcel al terminar. Fue así
como el carcelero había escuchado todo el testimonio contra el supuesto trío
perverso.
Siendo de suma urgencia, estos exámenes habían tomado procedencia sobre todos
los demás, siendo llevados a cabo ese mismo día sagrado, el Sabat, para que así los
juicios del trio fueran expedidos. Si se reunían pruebas suficientes contra ellos, los
tres serían juzgados el lunes en la corte de Oyer y terminer en la Aldea de Salem.
El triunvirato, Freya Beauchamp, Nathaniel Brooks, y James Brewster, eran
considerados los líderes de las brujas de la Aldea de Salem, los responsables de
esparcir embrujos por toda Nueva Inglaterra. El Sr. Thomas Putnam había
presentado las quejas y había ido tan lejos como para apelar al gobernador por
prontitud y vigor para condenar a los tres. Parecía que había convencido a los que
estaban en las más altas posiciones de autoridad de que cuanto antes fueran
llevados a la justicia los tres, más pronto la plaga alcanzaría un final rápido y
concluyente.
Cuando Ingrid y Troy interrogaron más al hombre, éste les dijo que el Sr. Thomas
Putnam y el reverendo Samuel Parris habían estado presentes para dar
declaraciones. La Sra. Ann Putnam y las muchachas afligidas también testificaron
contra los tres nefastos, a quienes habían presenciado compartir alianzas con el
Príncipe de las Tinieblas. Mercy testificó que Freya era la principal responsable de
la mano maligna que atormentaba a la aldea. Lloriqueando, la criada confesó que la
habría denunciado antes, pero había sido silenciada con amenazas de
ahorcamiento o decapitación.
214
El carcelero describió con una sonrisa los rituales que los afligidos testificaron que
habían sido obligados a soportar en el bosque, al lado de la aldea de Salem, donde
les había dado de beber sangre camuflada como vino y se les ordenó que bailaran a
la luz de la luna sin nada de ropa. “Estos tres son el mismísimo diablo,” dijo él.
Cuando Mercy fue llevada a la presencia de los tres acusados, comenzó a temblar y
murmurar, y agitar su cabeza alrededor de manera salvaje. El juez le pidió a Mercy
que pusiera una mano sobre Freya Beauchamp, y cuando lo hizo, los ataques de la
muchacha se detuvieron inmediatamente, lo que significaba que el mal había
vuelto a la bruja. La prueba táctil había sido una prueba sólida de la que Freya fue
encontrada culpable.
Una vez que el juez Stoughton había reunido pruebas suficientes contra los
acusados, el carcelero llevó al trío a la prisión de la ciudad de Salem. Allí, fueron
esposados, encadenados y colocados en celdas durante toda la noche. El día de hoy
serían transportados a la aldea para ser juzgados. Este juicio se llevaría a cabo en
un lugar no revelado, manteniéndolo en secreto para no crear revuelo y mantener
el pueblo bajo control.
“Todo lo que Abby dijo era verdad, sólo que las examinaciones ya habían sido
realizadas. Nos mintió para que nos fuéramos y pudiésemos detener el juicio,” dijo
Ingrid, sintiéndose desanimada. Había creído en la simpatía de Abby, pero la niña
era un monstruo mentiroso.
Troy sacudió la cabeza mientras caminaba hacia Coraje. Le dio una palmadita en el
cuello, ya que hasta el caballo parecía estar sufriendo por todo eso.
“Tenemos que darnos prisa, tal vez todavía haya tiempo.” Ella subió al carruaje y se
sentó, arreglándose las faldas.
Troy subió a su lado. Decidieron que la siguiente acción sería dirigirse directamente
a la ciudad de Salem, donde intentarían comprar la libertad de Freya. Planeaban
decirle al Sr. Putnam que podía quedarse con el dinero del Sr. Brooks, y mucho
más. El sol ya había comenzado a hundirse, inundando la calle adoquinada con una
luz dorada. A estas alturas, el juicio secreto en la aldea ya habría terminado. Los
tres habrían sido declarados culpables. Lo más probable es que ya estuvieran de
regreso en la prisión de la ciudad de Salem, para ser retenidos allí hasta las
próximas colgaduras en Gallows Hill.
Troy sacudió las riendas y Coraje partió al trote. “Así que, si entendí bien,” dijo él,
“mientras nos dirigíamos a la aldea de Salem desde la ciudad esta mañana, los tres
acusados estaban siendo trasladado por ese mismo camino. ¿Pero estaban delante
de nosotros o detrás de nosotros? ¿Crees que podrían ya haber estado en el pueblo
cuando nosotros llegamos?”
215
En su mente, Ingrid repasó los acontecimientos desde su llegada a la aldea. El
ambiente había sido ciertamente extraño. Recordó como Mercy y Abby se habían
cruzado repentinamente en su camino. En retrospectiva, estaba claro que las chicas
habían estado ansiosas y buscando una manera de lograr que se fueran. Habían
estado mirado repetidas veces a la entrada de la aldea. ¡Habían estado tan cerca!
Habían caído en las mentiras de Abby y se fueron.
Ingrid recordó a los hombres que salían de la casa parroquial: sombríos, inquietos,
moviéndose sobre sus pies, dejando que las chicas hablaran un poco con Troy y
ella. Los hombres parecían nerviosos e impacientes. Recordó cómo la habían
inspeccionado a ella y a Troy, pero también como miraban al camino que conducía
a la aldea. Debieron de estar esperando al carruaje que transportaría a los
prisioneros a la aldea.
Cuando Troy y ella regresaron de regresaron de revisar los bosques, la aldea era un
pueblo fantasma. Para entonces, seguramente Freya, Nate y James ya habían sido
llevado al lugar secreto para su juicio ─tal vez la casa de Putnam. Su granja parecía
probable, estando en las afueras, a dos millas del centro.
Se dirigieron hacia la granja Putnam. Ingrid sostuvo el colgante en su cuello
mientras avanzaban hacia Boston. Sus pensamientos se volvieron hacia Abby. ¿Por
qué había mentido la joven para facilitarse este golpe a Putnam? De alguna manera
Freya había logrado enredarse con dos muchachas muy enojadas y ahora era el
destinario de su ira, que coincidía perfectamente con la agenda de Thomas Putnam.
Troy se acercó y apretó la rodilla de Ingrid. Le sonrió, o tal vez fue una mueca. “La
encontraremos, lo prometo,” le dijo.
Al entrar en la ciudad de Salem, es imposible no ver Gallows Hill. Se elevaba
ominosamente en el horizonte a medida que uno se desviaba hacia el puerto a lo
largo de la península. Cuando el carruaje se acercó, bajo una luna rojiza, el oscuro
cielo se tiñó de rosa.
En la cumbre de la colina, se había reunido una pequeña muchedumbre, sus oscura
y amorfa silueta se movía lentamente. La gente inclinaba la cabeza hacia arriba
para mirar cómo un cuerpo colgaba de las ramas del enorme roble: era una
muchacha cuyas faldas flotaban en la brisa.
Freya Beauchamp había sido ahorcada el lunes 13 de junio de 1692. En el siglo XXI,
su nombre apareció de manera permanente en las páginas de los libros de historia.
Ingrid gritó al mismo tiempo que Troy tiró de las riendas y Coraje relinchó, alzando
sus patas traseras en el aire.
216
Capítulo LIII
La Muerte de la Primavera
Freya estaba muerta. Había sido colgada en Salem. Cuando llegó al inframundo
todavía tenía un brillo en su piel, un rubor albaricoque y rosado en sus labios,
incluso un rebote en sus rizos rojos. Ella subió al último piso del rascacielos gris,
vestida con el atuendo en que la habían ahorcado, a excepción de su gorra, que
había sido arrancada de su cabeza antes de que la soga fuera puesta en su cuello. Se
había negado a usar la máscara de algodón por el verdugo. Quería que todos vieran
su rostro al morir. Quería que se dieran cuenta de la monstruosidad de su crimen.
Cuando el ascensor se elevó, ella desabrochó el lazo de su delantal, removió su
corpiño, y salió de las pesadas faldas y enaguas, pateando todo en un rincón. Con
una sonrisa en el rostro, se mantuvo de pie con nada más que su sencilla bata, la
cual había bordado ella misma con coloridas flores. El ascensor siguió subiendo y
ella esperó hasta llegar al último piso.
La recepcionista señaló con su dedo la oficina de Helda, sin levantar la mirada.
Cuando Freya se acercó a la puerta, escuchó música. Reconoció los bruscos
cambios en la dinámica del movimiento, las melodiosas notas del violín y los
violonchelos, el emocionante crescendo: Las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Esto era
“Primavera,” su propio concierto, airoso, pero inequívocamente sensual y
dramático. Abrió la puerta al ver que nadie contestó a su llamada.
La música, más fuerte adentro, se apoderó de ella.
“¿Tía Helda? ¿Hola?” preguntó Freya.
El concierto de Vivaldi terminó y la sala se quedó en silencio. Entonces Freya
escuchó murmullos, y alguien salió del armario de las escobas.
Freya se sorprendió. “¿Mamá?” dijo ella, aturdida. “¿Qué hacer aquí?” de
inmediato comprendió. Su madre estaba en el inframundo.
Un alma por otra alma. Una vida por una vida. Muerte por muerte. Ésa era la regla
del libro de Helda.
“¡No!” insistió Freya. “¡No puedes! ¡Este es mi destino!”
Joanna liberó a su dulce niña. Empujó los rizos que tapaban el rostro de Freya,
besó a su niña en la mejilla y la frente. “Ya está hecho, cariño.” Tomó a Freya de la
mano, guiándola al escritorio de Helda. Comenzó a buscar entre las pilas de
papeles desordenados hasta que se topó con un grueso libro negro, cuyo título
decía LIBRO DE LOS MUERTOS en pan de oro. La abrió, pasó un dedo por la
columna de las últimas entradas y señaló su nombre grabado en la línea actual.
217
“Las madres no deben sobrevivir a sus hijas,” dijo Joanna.
Freya sacudió la cabeza. “¡Mamá, no!”
“Siempre estaré contigo, querida.” Joanna tomó el rostro de su hija entre sus
palmas. “¡Siempre!”
Joanna sintió su corazón lleno de amor por su hija. Allí estaba ella, por fin, tan viva,
imponente en su pequeña bata, como la misma “Primavera” de Vivaldi.
Había sonidos afuera en el vestíbulo ─la recepcionista protestaba─ y cuando la
puerta se abrió, Joanna no pudo creer lo que veía. “¡Norman!” dijo. “¿Qué estás
haciendo aquí?” Parecía estar con algún tipo de prisionero atrapado en una red de
pesca. “¿Ese es Odín?”
“Sí. Es una larga historia.” Sonrió.
“Pero ¿cómo llegaste aquí? ¿Tan abajo en el glom?”
Él se acercó a ella. “¿No lo sabes?” Las lágrimas rebosaban en sus ojos, del color de
un mar tempestuoso. Él la había visto andar hasta la playa aquel día y la había
seguido al agua. “Dondequiera que vayas, iré yo.”
Joanna se quedó din habla, confundida, viendo esa tormenta dentro de él. “Pero…
¡no puedes! No perteneces aquí… ¡No puedes quedarte! ¡Tú adoras mundo medio!”
Él sonrió. “¡También tú! Pero te amo más a ti y a nuestros hijos.”
Joanna cayó en sus brazos, sollozando. “Pensé que nunca volvería a verte.”
Norman sonrió. “Tendremos toda una vida juntos, aquí.”
“¡Freddie!” gritó Freya, notando a su hermano detrás de su padre. “¿También estás
aquí? ¿Qué pasó?”
“El camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones.” Freddie sonrió.
Había matado a la serpiente, pero parecía que se había suicidado en el proceso.
Helheim exigía una muerte, así que su padre le había dado la suya. Él y su gemela
eran parecidos que era ridículo.
“Andando, hermanita, vayamos a casa,” dijo él, alejándola suavemente de sus
padres antes de todos se pusieran demasiado triste o histéricos. Freddie odiaba
decir adiós.
218
Capítulo LIV
El Amor de Toda Una Vida
Ingrid y Troy regresaron a las costas de North Hampton a través de unos de los
pasajes del tiempo a la vez que Freya y Freddie irrumpían a través del portal desde
el inframundo. Ingrid gritó y se acercó para abrazar a su hermana. “¿Cómo es
posible?”
“Te explicaremos más tarde…” dijo Freya, sonriendo melancólicamente mientras
Freddie las abrazaba a ambas. Todavía no quería decir a Ingrid lo que le había
sucedido a sus padres, no quería decirle el alcance de su pérdida. “¿Acaso tomé el
camino equivocado en el glom o ese es quien es creo que es?”
“Sí, hola, Freya,” dijo Troy.
Freya miró a Ingrid y Troy con una sonrisa curiosa, pero Ingrid negó con la cabeza.
“No, está bien. Sólo somos amigos,” dijo con firmeza. Puso las manos sobre los
hombros de su hermana. “Estoy tan contenta de que estés en casa.”
“Estoy aquí gracias a ti.” Freya sonrió.
“¿Y Killian?”
“No lo sé,” dijo Freya, desvaneciendo un poco su sonrisa. “Estaba conmigo en
Salem… con Bran, también… pero creo que está bien.” Ella pensó en el sueño que
había tenido de la primera vez que se había encontrado con ellos. Aquella noche
habían, los tres habían hecho magia. “Creo que los veré pronto.”
Tras el reencuentro se despidieron de Troy.
“¿Vienes, Ingrid?” preguntó Freddie mientras él y Freya se volvían para ir a casa.
“Por el momento no,” dijo ella.
Ingrid se despidió de su familia y se dirigió a una conocida casa de cristal en las
colinas. Matt estaba en la cama cuando ella se deslizó dentro de su habitación.
“¿Cómo has entrado?” preguntó somnoliento.
“Magia,” susurró ella. Sus poderes habían regresado por completo, y podía sentir la
fuerza volviendo a su cuerpo, electrificando todos sus sentidos, haciéndola sentir
alerta, pero en el fondo, sabía que no era solo su magia lo que la hacía sentir.
“Entonces, ¿está todo bien?” preguntó.
“Sí ─eso creo. Tan bien como pueda estarlo,” dijo. Freya no tuvo necesidad de
decirlo. Ella supo tan pronto como vio sus rostros que algo terrible había ocurrido,
219
y pudo adivinar que se trataba de Norman y Joanna. En su duelo, Ingrid descubrió
que sólo podía encontrar consuelo en los brazos del hombre que amaba.
“Cuando te fuiste con él, parte de mí mente pensó que no volverías a mí.”
“Matt,” dijo ella. “Ahora estoy aquí.”
Él alzó la mano y apartó el pelo de su rostro, y no dijo nada. No había nada que
decir. Él sabía que ella sabía lo que él quería, lo que ambos querían. Ahora sólo
estaban los dos, juntos, en la cama…
Ella lo miró fijamente, preguntándose cuando iría a besarla. ¿Qué estaba pasando?
Su corazón latía con fuerza dentro de su pecho, o al menos se sentía como si así
fuera.
Estaba cansada de ser tímida, así que acercó su cara a él y lo besó, tirando sus
brazos alrededor de él, mientras él subía su falda y se sentaba a horcajadas, sus
besos eran cada vez más profundos y acelerados, y su mano se deslizaba poco a
poco hacia arriba. Ella mordió sus labios y comenzó a besar su cuello, trazando su
mandíbula, mientras él se retorcía bajo ella, gimiendo suavemente. Matt luchaba
con la cremallera de su falda hasta que se dio por vencido y la subió hasta su
cintura, contrario a Ingrid que no pudo desabrochar su pijama más rápido.
Él sacó su blusa por encima de su cabeza y bajó su sujetador mientras la besaba por
todas partes, lo que la hizo gemir. Esto era lo más lejos que ellos solían ir, por
mucho que ella se atreviera, pero esta vez cerró los ojos y se dejó llevar, deslizando
la mano debajo de sus bóxeres. Ella temblaba de deseo, de quererlo demasiado.
Ella lo quería tener adentro… lo quería ahora.
Él gimió más fuerte, respirando profundamente en su oído, sosteniéndola por
encima suyo. “¿Estás segura?” susurró.
En respuesta, se inclinó sobre él, llevándolo dentro de ella, jadeando ante el dolor
mientras él la atravesaba lentamente, muy lentamente. Ella lloró de dolor y placer
de ser llenada, sus manos estaban sobre sus hombros y las de él sobre su espalda,
sosteniéndola mientras se balanceaba encima suyo, hasta que pudiera tenerlo por
completo dentro. Él mordió su hombro y la volteó de espaldas, pero luego volvió a
encararla, golpeándose una y otra vez dentro de ella, haciéndola jadear de placer.
“¡Oh!”
“¿Te estoy lastimando?”
Ella negó con la cabeza y envolvió sus piernas más fuerte alrededor de su torso,
pensando que esto era lo que siempre había querido ─lo que había necesitado
durante todo este tiempo─ Él siguió meciéndose contra ella, suavemente, y
220
después, rápido y duro, luego la levantó, de modo que empezó a balancearse sobre
él, llenándose de placer, Matt gimió y rugió, llamando su nombre, gritando su amor
mientras se corría dentro de ella.
Quedaron temblando…
¿Por qué había esperado tanto tiempo?
Ella sabía que quería estar con él.
Se dejaron caer en la cama, jadeando, resbaladizos y hormigueando, temblando
como peces en la cubierta. Ingrid apoyó la cabeza en su pecho. Matt suspiró.
“Mmm. Me alegro de que hayas vuelto, Ingrid. No me dejes otra vez.” Le susurró al
oído antes de caer en un sueño profundo.
Al día siguiente Ingrid despertó con la sensación de sus besos, y pronto regresaron
a donde habían empezado. Fue aún más dulce la segunda vez. Después se
dirigieron a la cocina, aturdidos, buscando algo que desayudar. Había un paquete
de blini congelado y una lata de caviar en la nevera. Matt no recordaba haber
comprado ninguno. Un milagro ─ ¿o magia? No importaba. Comieron su comida,
desnudos, de pie en el mostrador, con crème fraîche y champaña. No podían dejar
de tocarse. Él pasó sus manos por sus delgados y fuertes brazos.
Ella apoyó la cabeza en su hombro, satisfecha.
La alegría valía el dolor.
221
North Hampton
El Presente
Pascua
222
Capítulo LV
Dejando Atrás
En el interior de su Mini, Freya cantaba junto a la melancólica “Goin’ Home” de
Dan Auerbach mientras conducía por una colina sinuosa. Como el narrador en la
canción, ella había estado demasiado tiempo lejos. Era bueno estar de vuelta en
North Hampton.
Ella había vuelto a casa.
Había encontrado consuelo en el cálido abrazo de lo familiar. Pero su regreso a casa
fue agridulce e incompleto. Ella cantó las letras a todo pulmón, mirando por la
ventana, tratando de convencerse de que había hecho lo correcto.
Esta zona, en las afueras de North Hampton ─empinada, boscosa, al abierto en
ciertas partes─ ofrecía una vista del océano y la isla Gardiner. Era perfecto, pensó
ella. La primavera había llegado, brillante y hermosa como el jardín de su madre.
Freya aparcó el coche a un lado del camino, cogió las flores y una botella de agua
del asiento del pasajero. Cuadro los hombros mientras se paraba frente a las rejas
abiertas de hierro forjado, se tomó su tiempo paseando por el camino sombreado
bordeado de árboles. Una cálida y húmeda brisa acarició sus mejillas y
extremidades desnudas. El invierno finalmente se había ido. La hierba era
exuberante, de un verde vívidos, los cipreses chirriaban y los árboles susurraban.
Había una silenciosa tranquilidad.
Ella no estaba segura de lo que había sucedido con Nate Brooks o James Brewster,
pero sus nombres ya no estaban entre los nombres de los que habían sido colgados
durante los juicios de brujas de Salem. De alguna forma habían logrado escapar a la
soga, y eso la alegró. Tenía la sensación de que volvería a verlos pronto.
Pero ella no iba a pensar en los chicos, no hoy. Vio que había unos cuantos
visitantes más, andando por los tortuosos caminos o de pie ante la tumba de algún
ser querido. Algunas de las lápidas databan de finales del siglo XIX. Algunas tenían
ángeles, querubines (para los niños), cruces elaboradas, mausoleos estoicos y
simples piedras de mármol rosa, gris y blanco. El cementerio colgaba en la cima de
la colina que daba al mar, y en un extremo se podía ver la casa de Joanna a lo lejos.
Era cerca de este lugar, a la sombra de los árboles inclinados de hoja de perenne,
que los cuerpos de Joanna y Norman Beauchamp habían sido enterrados uno a
lado del otro. Los dos habían sido encontrados en el mar, se habían ahogado, con
entrelazados en un abrazo, y habían sido enterrados en el mismo ataúd.
Freya quitó las flores muertas de la urna junto a la lápida y la rellenó con agua.
Reemplazó las viejas con nuevas rosas amarillas, lo que significaba que los
extrañaba.
Se arrodilló en la hierba frente a la tumba.
223
Los Beauchamp habían ordenado los marcadores más simples para sus padres, y
sabiendo la aversión de Joanna por los epítetos optaron por no hacerlos. “¿Cómo
puede alguien ser encapsulado en una sola oración?” dijo su madre una vez. Pero
los hermanos habían añadido un pequeño toque: debajo de JOANNA
BEAUCHAMP habían grabado DIOSA DE LA TIERRA; debajo de NORMAN
BEAUCHAMP, DIOS DEL MAR.
Freya puso las manos en la hierba de la tumba de sus padres. Sabía que ahora
estaban contentos de estar juntos en el inframundo. Ellos habían prometido
visitarlos en sus sueños, pero hasta ahora, no había visto a sus padres. Se preguntó
cuándo volvería a hacerlo. Sus recuerdos del inframundo ya habían comenzado a
desvanecerse.
Ella sintió una mano en su hombro, y cuando se volteó vio a su gemelo, su dolor
reflejado en sus ojos. Ingrid estaba con él. “Disculpa la tardanza,” dijo su hermana
mientras ponía sus flores junto a las de Freya. Los hermanos se amontonaron sobre
la hierba, abrazándose. Ahora sólo se tenían a ellos. Eran huérfanos, pero seguían
siendo una familia.
224
Capítulo LVI
Una Boda Entre Funerales
Estaban en mayo. Los vestidos de las de amas de honor golpeaban contra sus
piernas en el viento, y sus cabellos volaban contra sus mejillas. Tenían ramos de
violetas, ásteres e iris, mientras las olas del océano se estrellaban majestuosamente
detrás de ellos. Ingrid y Hudson habían decidido no emplear colores pasteles, ni
melocotón o cítricos. En su lugar, los vestidos eran de un color azul oceánico
brillante y oscuro.
Ingrid sonreía, sin darse cuenta de que Freya había logrado cambiar su escote para
que se curvase un poco más bajo de lo que el diseñador había pensado. Tabitha
estaba junto a Freya, viéndose especialmente esbelta, sólo unas pocas semanas
después de haber dado a luz.
La ceremonia se celebró en la playa, bajo terraza del restaurante francés La Plage,
donde la recepción se llevaría a cabo después. A pesar del viento, era un hermoso
día de verano, con dramáticas nubes blancas ondulando a través de un cielo azul. El
Trio Golden String de North Hampton, tres hermanas que llevaban pequeñas flores
blancas en el cabello empezaron a tocar la “Serenata” de Schubert.
Ingrid se sintió un poco superada por la majestuosa belleza de todo, la alegría y la
gravedad que estaban a punto de presenciar. Freya le guiñó un ojo, e Ingrid buscó
instintivamente los rostros de sus padres entre los invitados antes de darse cuenta
de error. Ella seguía haciéndolo, su esperanza la hacía olvidarlo. Con cada instante
llegaba de nuevo la horrible realización, cada vez igual de dolorosa.
Los invitados se calmaron y guardaron silencio. El joven y apuesto alcalde de North
Hampton, Justin Ford, dio un paso adelante y todos se voltearon expectantes hacia
la orilla. Ingrid sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas mientras Scott caminaba
en compañía de sus padres hacia el altar. Su padre tenía los mismo anchos
hombros que él, y había heredado la dulce sonrisa de su madre.
Ella se volvió hacia la audiencia, donde Freya y Freddie estaban sentados junto a
Matt. Ella lo saludó agitando la mano, y la luz del sol atrapó su anillo de
compromiso, enviando una luz deslumbrante a la multitud. Ella se ruborizó de
placer al ver el pequeño, pero precioso anillo en su dedo.
Se casarían en el otoño. Su tiempo juntos sería corto, brutalmente corto, en
contraste con la larga vida que ella tenía por delante, pero Ingrid había aprendido
que no había alegría sin sufrimiento, y que sería capaz de soportar el dolor de
perderlo si tenía el placer de ser su esposa por el tiempo que tuvieran juntos. No se
iba a preocupar por el futuro, viviría en el presente. Un bebé, ella quería tanto tener
un bebé. Alguien nuevo a quien amar, alguien para llenar el dolor en su corazón
causado por la pérdida de sus padres. Los pasajes del tiempo se movían hacia
adelante. Era hora de una vida, de nuevos amores.
225
Ingrid estudió la multitud. Parecía que todo el pequeño pueblo estaba sentado en la
playa. Incluso el más horrible y repulsivo Blake Aland había aterrizado de alguna
forma en la lista de invitados. ¿Cómo había sucedido eso? Tendría que preguntarse
a Hudson una vez estuviera casado. Pudo ver al jefe de Freya, Sal. La novia de
Freddie, Kristy, con sus hijos, Max y Hannah. Gracella, Hector y Tyler también
estaban aquí, ya que Gracella trabajaba para Scott a tiempo parcial. Maggie estaba
sentada con su padre y su madre. Ingrid le había preguntado a Hudson si podía
invitar a los dos. “¡Que vengan!” fue su respuesta. Mariza había visitado la
biblioteca la otra semana, para traer un pastel de café y condolencias. Le había
contado a Ingrid cómo había perdido a sus padres en un accidente automovilístico
cuando era solo una adolescente. “Nadie entiende lo que es ser un huérfano,
incluso cuando ya eres grande. Es muy difícil.” Desde entonces, las dos se habían
hecho amigas. Mariza incluso le presentó a su novio, un banquero de la ciudad.
La música se elevó. Freddie captó los ojos de Ingrid y le dio una sonrisa y un
pequeño saludo. Él también tenía un anillo en su dedo. Matt le hizo un gesto con la
cabeza, y cuando ella miró, vio a Hudson caminando por el pasillo, vestido con un
elegante traje de lino, caminando de la mano con su madre. La Sra. Rafferty llevaba
un pañuelo de color rosa pálido sobre su elegante cabello rubio para emparejar su
traje rosa de Chanel.
Una súbita ráfaga de viento azotó la playa, por lo que la Sra. Rafferty tuvo que
poner una mano para sujetar su pañuelo, y unos pétalos del ramo de Ingrid volaron
hacia la multitud, aterrizando en los hombros de Freya y Freddie.
Madre, murmuró Freya. Ingrid acordó. Tenía que ser. A ella le gustan las peonías.
Hudson tomó su lugar frente a Scott, el alcalde Frond estaba de pie frente a ellos,
con una gran sonrisa.
El pequeño Tyler, viéndose sombrío y adulto en su traje negro, se acercó con los
anillos en una almohada.
Ingrid sonrió.
Tyler había sido escogido entre los postulados en la lista de espera del Colegio
Carlyle, y la herencia de Joanna sería proporcionada para su educación. A su madre
le habría gustado así. Ingrid mantenía el sobre de su madre en su bolso como un
talismán. Las últimas palabras de Joanna. Las instrucciones de su madre. Todo
práctico y ordenado. Ingrid había heredado la casa. “Creo que la necesitarás,
querida, para tus hijos.” ¿Cómo lo sabía su madre? Ingrid podía ver el futuro, pero
nunca había sido capaz de predecir el suyo.
Finalmente, las últimas notas de Schubert se desvanecieron cuando el trio dejó sus
violines. Hudson y Scott se tomaron de las manos. El alcalde Frond se aclaró la
garganta e inició los ritos matrimoniales.
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Capítulo LVII
Los Viajes Más Largos Comienzan
Con Un Solo Paso
Kristy se volvió hacia Freddie con una sonrisa decaída. Era el día después de la
Boda de la Temporada, que como todos en North Hampton llamaban a las nupcias
de Scott y Hudson. Los camareros del North Inn estaban sentados en la parte
superior de una duna de arena, apartados a cierta distancia, en la pequeña playa en
la parte trasera de su casa.
Freddie miró hacia fuera, jugando con el anillo en su dudo. Lo giró mientras
observaba las olas. Finalmente, Kristy habló. “Fue bueno mientras duró, ¿no lo
crees? No puedo decir que no estoy triste.”
“Tampoco yo.” Freddie hizo una mueca.
El ex de Kristy no había traído a Matt y Hannah de vuelta. Todavía tenían un poco
de tiempo a solas. El sol había comenzado a ponerse, rayas azules y plateadas se
entrecruzaban con el rosa y naranja del atardecer. La temperatura había bajado, y
él se estremeció en su enorme sudadera. Freddie quería tirarla en sus brazos,
sostenerla, tranquilizarla, decirle que todo estaría bien, pero sabía que no sería
apropiado.
Después de todo, acababa de romper con ella.
Se marchaba esa misma noche. Dejaría North Hampton. Se iría por un tiempo con
su viejo amigo Troy.
Freddie no estaba dispuesto a sentar cabeza, sin importar lo que le dijera su
corazón ahora. No estaba listo para ser marido o padre. Había estado cortando
lazos toda la mañana. La tragedia tenía una manera de ponerlo todo en perspectiva.
Él le había dado a su matrimonio con Gert una oportunidad, pero había terminado.
El contrato era nulo. Era un hombre libre de nuevo. Ella había estado llorosa y
arrepentida, pero él ya había estado en ese camino antes, y sabía a dónde conducía.
Tal vez algún día se encontrarían de nuevo ─solía suceder así con los de su tipo.
Estaría alegre por ellos, incluso, tal vez para entonces estaría listo.
“En serio lo lamento,” le dijo a Kristy. Lo decía en serio, pero no podía quedarse.
Kristy asintió con la cabeza. “Sabía que no te quedarías. Está bien. Como dije, fue
bueno mientras duró.”
Él había pasado demasiado tiempo en el Limbo, cinco mil años, y necesitaba vagar
libremente, había nueve mundos en el universo, y estaba decidido a explorar cada
uno de ellos. Había desperdiciado demasiado tiempo valioso en nada ─videojuegos
y viviendo en la Internet─ era tiempo de vivir sus vidas…”
227
“Estás haciendo esto fácil,” dijo él.
Ella río suavemente. “¡Sí! Tal vez demasiado fácil.”
Freddie le dio un vistazo al anillo en su dedo. Después de derrotar a Odín, su padre
le había dado el anillo. “Los nueve mundos son tuyos, hijo mío.” Freddie había
tomado el anillo hecho de los huesos de antiguos dragones y lo usó para viajar al
inframundo, donde había podido despedirse de su madre una última vez.
Con el tridente devuelto a su legítimo dueño y los pasajes del tiempo fluyendo una
vez más en la dirección correcta, el Bofrir había sido restaurado como si nunca
hubiera sido destruido. El puente entre Midgard y Asgard estaba en pie una vez
más, y Odín sería llevado a juicio ante el Consejo Blanco. Incluso los duendecillos
volvieron a Álfheim. Freddie los extrañaba un poco.
Tal vez él y Thor los visitarían en su viaje.
228
Capítulo LVIII
Los Amores de Su Vida
Pantalones. Freya había adquirido un aprecio especial por los pantalones
vaqueros desde su regreso al siglo XXI, especialmente los del tipo se apretaban
como una segunda piel, con los que podía saltar y correr. Ella llevaba su par
favorito junto con una blusa negra entallada, botas de motociclista y una chaqueta
de cuero negro con cremallera.
Estaba de vuelta en su trabajo. Kristy se había tomado el día libre, y Freddie ya se
había ido del pueblo. Estaba sola. Cuando entró al lugar, el olor rancio de licor y
cerveza la llenó de sentimientos. Se apoyó en el mostrador y disfrutó de la música,
“The Bitch Is Back” de Elton John resonaba en los altavoces.
El lugar estaba extrañamente desanimado para ser una noche de verano. Sal estaba
en la parte de atrás. Era noche de póker con sus amigos. No había nadie con quien
hablar salvo por el habitual grupo de borrachos en un lado, que ya estaban ebrios,
tambaleándose en sus taburetes, repitiendo los mismos cuentos exagerados que
había oído la última vez que había estado aquí. Una joven pareja se encontraba
manoseándose en un mueble, demasiado tacaños para pagar una habitación en el
Ucky Star. Sus cervezas probablemente ya estaban calientes. Esta era su gente.
Freya sacudió el polvo de las botellas, limpió el mostrador y las mesas hasta que
relucieron, corto más fruta de la necesaria, barrió y trapeó los pisos. No había nada
más que hacer. Había pasado alrededor de una hora desde que estaba de pie en la
barra, buscando alguna distracción. Con los brazos cruzados sobre el pecho, miró
fijamente a la puerta, concentrando sus poderes mágicos en ella, deseando que se
abriera. Se quitó la chaqueta y la miró un poco más. El viejo dicho acerca de ser
cuidadoso con lo que uno desea era cierto, especialmente si uno era una bruja.
La puerta se abrió de golpe, y un hombre la atravesó, mirándola fijamente. Llevaba
pantalones vaqueros desgastados y camiseta blanca. Una lenta sonrisa se formó en
sus labios mientras acercaba a ella en la barra. Tomó asiento en uno de los
taburetes, apartando su oscuro cabello de sus hermosos ojos. Killian Gardiner.
James Brewster. Balder el Hermoso. Ella conocía todas sus encarnaciones. Ella lo
había abandonado cuando fue condenada a morir en la soga, pero de alguna forma
él había logrado salvarse. El perdón de un gobernador había llegado justo a tiempo.
La soga no había reclamado su vida, y con todos los pasajes abiertos otra vez, su
magia y poder habían regresado, por lo que fue capaz de viajar de regreso al
presente, vivo e ileso.
Freya sonrió. “¿Qué te sirvo?”
“Ya sabes lo que me gusta,” dijo con la misma sonrisa con que entró al bar. Ella le
sirvió el bourbon y lo puso delante suyo.
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Él levantó el vaso y ella se sirvió a sí misma una copa, lo bebió y exhaló, moviendo
la cabeza. Luego sirvió otra ronda.
Mientras se acababan la botella, la puerta del bar se abrió nuevamente.
Su corazón dio un brinco y sintió como si fuera salirse por su boca.
Killian se dio la vuelta y se encogió de hombros.
El hombre alto y elegante se acercó a ellos, con su traje ligeramente arrugado y la
corbata sobre un hombro: un hombre de negocios regresando a su hogar después
de un largo viaje, visitando el bar local por una copa antes de marcharse a casa en
la isla Gardiner. Este era Branford Dashiell Lion Gardiner. Nathaniel Brooks. Y al
igual que su hermano, había evitado perecer en la soga y por ende poder regresar a
cualquier periodo de tiempo que le apeteciera. Él seguía siendo el mismo hombre
de voz callada y despreocupada con alma traviesa. El dios Loki. Apoyó su cuerpo
contra la barra. “Hola,” dijo Bran, mirándola con sus endemoniados ojos verdes.
¿Qué fue lo que él le dijo una vez? Te pareces más a mí de que crees, querida Freya.
Tal vez era cierto. Lo que ella había hecho era casi igual de perverso, ¿no? Los
puritanos ciertamente nunca lo aprobarían.
“Hola para ti también.”
Killian le entregó a Bran una copa y Freya vertió el bourbon en las tres para beber
otra ronda.
Freya volvió a recordar su sueño. Los tres, desnudos en el bosque, solos, juntos, y
enamorados. Se le había dado otra oportunidad, comprendió que sin importar lo
que hiciera, sus destinos siempre estarían entrelazados, en la luz o en la luz. Ella
había elegido la luz. Había elegido la alegría. Había elegido el amor.
Todo era bastante confuso. Pero Freya sabía que algo había sucedido aquella noche.
Algo que los uniría a los tres para siempre ─ ¿o liberarlos al viento? ¿Quién sabe?
¿Qué podía hacer una bruja? Tal vez dejarlos a ambos y encontrar a alguien nuevo.
El futuro era hoja en blanco, abierto, y los juegos estaban a punto de empezar.
Ella amaba a Killian. Pero también amaba a Bran.
Algún día tendría que elegir. Pero ese día no sería hoy. Hoy ella serviría las bebidas.
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Los Nueve Mundos del Universo
Conocido
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Dioses de Midgard
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