Material 8 - Etapas de Darío
Material 8 - Etapas de Darío
Material 8 - Etapas de Darío
RESUMEN
La trayectoria poética de Rubén Darío corre paralela al desarrollo intrínseco del
modernismo, desde sus primeras tentativas románticas y parnasianas hasta la posterior
asimilación de las novedades del decadentismo y el simbolismo. La lírica francesa del siglo
XIX, y en concreto la escuela del Parnasse contemporain, jugó un papel fundamental en la
génesis de la modernidad literaria en nuestras letras, en cuyo epicentro Darío encarnó todo
el devenir del espíritu del Fin de Siglo. Partiendo de sus primeros balbuceos en
Centroamérica hasta su crucial estancia en el París de 1893, donde se produjo su primer
contacto cabal con el simbolismo, fue sin duda el parnasianismo la estética que, casi
exclusivamente, configuró la voz poética del mayor de nuestros modernistas.
Abstract
Ruben Darío’s poetic career runs parallel to the intrinsic development of Hispanic
Modernism, from his first Romantic and Parnassian attempts to his later assimilation of
Decadentism and Symbolism novelties. 19th century French lyric, and specifically, the
Parnasse contemporain school played a fundamental role in the origins of literary
modernity of Hispanic letters. In its epicenter, Darío represented the evolution of the Fin de
siècle spirit. From his first steps in Central America to his important stay in 1893 Paris,
where the first contact with Symbolism happened, Parnassianism was undoubtedly the
aesthetics that, almost exclusively, shaped the poetic voice of our major Modernist.
impropia para su edad. Sus estudios primarios los llevó a cabo en la escuela pública
del licenciado Felipe Ibarra, entre 1874 y 1878, año en que pasó a formarse con los
jesuitas, quienes le descubrieron y supieron transmitirle la veneración por la lírica
española de los Siglos de Oro.
Con catorce años, en 1881, recibe las primeras nociones de lenguas y literaturas
extranjeras a cargo de su profesor y mentor Modesto Barrios, una de las figuras
capitales en su primer aprendizaje poético. Alentado por el maestro, Darío comienza
a pergeñar sus primeros versos, fechados entre 1880 y 1882, unos versos
naturalmente adolescentes que proclaman a primera vista sus lecturas e influencias,
la mayoría españolas: Quintana, Espronceda, Zorrilla, Núñez de Arce, algún
premodernista como Manuel Reina. De aquellas primeras piezas -“Las tres” (1881)
o “Serenata” (1882)- cabe destacar una manifiesta propensión a privilegiar los
componentes plásticos y sensoriales y la temática orientalista, grecolatina y erótica:
toda una serie de rasgos premodernistas que habían de preparar el terreno para la
posterior asimilación del parnasianismo. Sin duda, esta proclividad respondía a la
fascinación por las Leyendas de Zorrilla y por un alumno del vallisoletano como
Manuel Reina, cuyos Andantes y alegros (1877) y Cromos y acuarelas (1878) se
incardinaban en la tradición del romanticismo pintoresco, antecedente directo del
denominado “colorismo andaluz”.
Entre 1882 y 1883, Darío vivirá en El Salvador, donde habría de aprender la
naturaleza del alejandrino francés de Víctor Hugo de la mano de Francisco Gavidia
(1863-1955), nombre clave en la cultura salvadoreña de la época modernista. Poeta,
filósofo, historiador, lingüista, pedagogo, en 1881 Gavidia había descubierto Les
Châtiments (1853) de Victor Hugo, punto de partida de su preocupación por
desentrañar la naturaleza del verso alejandrino del maestro francés y su
consiguiente adaptación a la métrica castellana. Pronto puso en práctica sus
investigaciones teóricas, y en 1882 tradujo “Stella” de Hugo siguiendo ciertos
patrones versales radicalmente innovadores en el contexto hispánico1.
Si Gavidia fue el primero en estar en el secreto del nuevo alejandrino, no por
ello lo guardó para sí, y en seguida se dedicó a hacer partícipes de su gran
_____________
1
El propio Gavidia lo explicaba pormenorizadamente en un importante artículo,
“Historia de la introducción del verso alejandrino francés en castellano”. Publicado
originalmente en la revista salvadoreña La Quincena, año I, tomo II, nº 19, 1 de enero de
1904. Más tarde volvió a editarse, con ciertas variantes, en Obras de Francisco Gavidia.
Poemas y teatro (1913) y en el Boletín de la Biblioteca Nacional, 2ª época, nº 12-13, enero
de 1934. Posteriormente ha sido recogido y comentado por Juan Felipe Toruño en Gavidia.
Entre Raras Fuerzas Étnicas, pág. 41 y ss.; por Mario Hernández Aguirre en Gavidia.
Poesía, literatura, humanismo, pág. 190 y ss.; y por José Salvador Guandique en Gavidia, el
amigo de Darío, tomo I, pág. 75 y ss. Para un amplio y detallado análisis de los
condicionantes prosódicos, acentuales, rítmicos y eufónicos del alejandrino gavidiano,
remitimos al lector a dichas obras.
2
Diego Manuel Sequeira, en su obra Rubén Darío criollo, o Raíz y médula de su
creación poética, aporta una lista de autores franceses cuyos ejemplares conserva todavía la
Biblioteca Nacional de Nicaragua, explicitando además el año de edición de cada obra. En
su “francés aprendido intuitivamente”, según declara Sequeira, Darío pudo leer La vie et la
mort d´un Clown (1879) de Catulle Mendès, y varios títulos de Gautier: Émaux et camées
(edición de 1881), Spirite (1877), L´Orient (1877), Portraits contemporains (1874), Le
Capitaine Fracasse (1880), Fusans et eaux fortes (1881), Voyage en Italie (1872), Histoire
du Romantisme (1877) y Romans et contes (1880). También contaba la Biblioteca Nacional
con antologías como la de P. Poitevin Petits Poetes français, depuis Malherbé jusqu´a nos
jours (1880) y con las colecciones de la Revue des deux mondes de 1880 a 1884.
3
Apareció originalmente en la Revista de Artes y Letras, 1888, tomos XI y XII.
Recogido en Silva 1934: 186-212.
4
Prefacio al libro de Jesús Hernández Somoza Historia de tres años de Gobierno Sacasa
(1893). En Phillips, 1974: 121. Me ha sido imposible localizar ninguna de aquellas
traducciones de Gautier firmadas por Barrios a las que alude Darío. Quizás se tratase de
simples ejercicios privados que nunca vieron la luz.
5
Publicado en El Porvenir de Nicaragua, nº 116, 21 de diciembre de 1884, y recogido
en Sequeira, 1945: 177-178.
Glatigny o Baudelaire. Al año siguiente Darío, cuyo francés mejoraba poco a poco,
publicó en El Porvenir de Nicaragua -nº 5, 14 de junio de 1885- el cuento “A las
orillas del Rhin”, primera manifestación de la influencia de Catulle Mendès en su
obra. Apenas tres meses más tarde, el 10 de septiembre de 1885, aparecía, también
en El porvenir de Nicaragua, una traducción suya del cuento de hadas de Mendès
“La llama azul”6. De aquellas primeras imitaciones y traducciones nos diría en
Historia de mis libros que “fue Mendès mi verdadero iniciador, un Mendès
traducido, pues mi francés era todavía precario”. Ignoramos si con aquel “Mendès
traducido” estaba refiriéndose Darío a sus propias versiones del parnasiano,
esbozadas probablemente bajo la atenta supervisión de Modesto Barrios, o a los
textos de Mendès que por entonces ya había vertido al español, por ejemplo,
Manuel Gutiérrez Nájera en El cronista de México (1881). Sea como fuere, se abría
en esta época una de las vías fundamentales que le llevarán a su modernismo: la
prosa estilizada según los patrones de Catulle Mendès.
Tras Gautier y Mendès, uno de los primeros parnasianos en hacer acto de
presencia en los escritos darianos fue François Coppée. De nuevo en El Porvenir de
Nicaragua –nº 22, agosto de 1885-, y a propósito de “La pesca, de Núñez de Arce”,
Darío señalaba entre las posibles fuentes de dicho texto al célebre autor de Le
Passant, a quien considera por entonces un gran poeta: “Coppée en la actualidad es
quien lleva el cetro de los poetas líricos de Francia. [...] Poeta lujoso y brillante, sus
libros no faltan en los altos salones”. Años más tarde su opinión de Coppée habría
de variar radicalmente: en un artículo como “El Cristo de los ultrajes”, por ejemplo,
no ahorraba puyas contra el parnasiano, a quien juzgaría ya poco más que un “pobre
viejo”7.
Para 1885, el niño prodigio de Nicaragua tenía listo su poemario de debut,
Epístolas y poemas, que por una serie de avatares no vería la luz hasta 1888 con el
rótulo accidental de Primeras notas. Pese a las nociones del Parnaso, exiguas aún,
que Darío acumulaba en su haber, entre aquellos versos apenas puede espigarse una
nota acorde con el ideal lírico de la Escuela. Un crítico como Diego Sequeira (1945:
73) señalaba ciertas semejanzas entre el retrato de Hugo que traza Darío en “Víctor
Hugo y la Tumba” con aquél que Gautier había incluido en Fusains et eaux fortes
(1880), “Un Buste de Victor Hugo”. Por su parte, en la declamación romántica
“Ecce homo” puede leerse una de las mot clef de la obra de Charles Baudelaire,
spleen: “El spleen nos invade, nos sofoca, / esta tu humanidad se vuelve loca…”.
_____________
6
“La petite flamme bleue” pertenece a la colección Les oiseaux bleus (1888).
Suponemos que Darío lo habría leído en alguna de las publicaciones periódicas a las que
Mendès entregaba sus textos antes de compilarlos en volumen, por ejemplo la Revue des
deux mondes.
7
“El Cristo de los ultrajes” apareció por vez primera en la madrileña Revista nueva, nº 2,
agosto de 1899.
¿Había leído Darío por entonces Las flores del mal? ¿Recogía el término del ensayo
sobre Baudelaire que Gautier presentó en Fusains et eaux fortes? ¿O simplemente
se hacía eco de una voz que, gracias al impulso baudelairiano, comenzaba a
vulgarizarse hasta formar parte del léxico más esencial del Fin de Siglo hispánico?
Descartada huella ni referencia alguna a Baudelaire en el primer Darío, lo más
probable es que la hubiese leído, bien en Gautier, bien en algún otro texto de la
época centrado en el autor de Les Fleurs du mal8.
Pese a todo, el único guiño al Parnaso que quedó expreso en Epístolas y poemas
aparece en la dedicatoria a “Jerónimo Ramírez” colocada al inicio de “Alí”, una
leyenda de inspiración zorrillesca: “Siento que no haya resultado como yo
quisiera…; pero desgraciadamente, no he podido encontrar en ninguna parte el
haschis de Théophile Gautier. ¡Qué vamos a hacer!”. A no ser que estuviese
refiriéndose literalmente al hachís en su estricta materialidad, una confesión como
ésta nos lleva a reflexionar sobre la frustración del aspirante a moderno, sobre un
joven Darío que intuye cuán benefactores para su inspiración lírica podían llegar a
ser textos a los que todavía no había tenido acceso como Le Club des Hachichins,
publicado por Gautier en la Revue des Deux Mondes en febrero de 1846. Situado
justamente en la encrucijada que separa los caminos del romanticismo pintoresco de
los del parnasianismo, este Darío premodernista comienza a comprender la
distancia que va del orientalismo de Zorrilla a L´Orient de Gautier, obra que bien
pudo haber leído en la Biblioteca Nacional de Managua.
Pronto, la intuición de Rubén alcanzará categoría de certeza cuando, durante su
estancia en Chile a partir de junio de 1886, tenga la oportunidad de sumergirse a
placer en las obras de los poetas del Parnasse contemporain. Ya nada volvería a ser
lo mismo, y los Zorrilla y Manuel Reina no serán desde entonces más que un eco
lejano de su aprendizaje poético, ahogado por una versión francesa más moderna y
ajustada al ideal estético que el joven nicaragüense venía ensoñando desde tiempo
atrás.
8
Gautier, en una pasaje del “Charles Baudelaire” integrado en Fusains et eaux fortes, se
refiere a la acidia del poeta en estos términos: “Le dégoût et l'horreur des monstruosités
modernes le jettent dans un spleen à faire paraître le sépulcral Young d'une gaieté folâtre...”.
Por otro lado, ya el poeta zaragozano Eusebio Blasco había incluido en su segundo
poemario, Arpegios (1866) una pieza de amor de signo posromántico titulada precisamente
“Spleen”. Quizás fuese ésta la primera vez que el vocablo se emplease en español.
9
La Época, fundado en 1881 y dirigido por Eduardo MacClure, nació como un diario
conservador que, tras la llegada de Darío, comenzó a dar cabida en su sección literaria a los
autores más modernos tanto en lengua española –José Martí, S. Chocano, el propio Darío-
como en francés -Catulle Mendès-.
10
Unos párrafos más adelante, Darío trae a colación una interesante anécdota en la que
los dos jóvenes amigos discutían sobre sus ideales literarios. La postura del joven Darío en
Chile era la de una férrea defensa del Parnaso, frente a la pronta desilusión de su amigo
Balmaceda: “Basta de novelitas de Mendès de frases coloreadas, de hojarasca de color de
rosa. El fondo, la base, Rubén, eso es lo que hay que ver ahora-. Yo quise persuadirle de que
no arrojase su clámide para vestir el levitón del precepto. -Sé artista, no quieras ser sabio.
Pinta, cincela…”.
que fue haciéndose con las novedades literarias importadas directamente de Francia,
libros que en seguida compartía con el resto de jóvenes colaboradores de La Época
(Cf. Uhrhan de Irving 1970: 883-892). Al calor de estos hallazgos se formó la
tertulia en la que participaban los Darío, Tondreau, Balmaceda o Alberto Blest
Bascuñan, hijo del gran prosista Blest Gana, mozo educado en París y cuya muerte
le sobrevino prematuramente, como al propio Balmaceda. En el seno de aquella
tertulia se comentaban “las obras o los poemas de Armand Silvestre, de Baudelaire,
de Catulo Mendés; los "Poemas Bárbaros" de Leconte de Lisle, "Los Trofeos" de
Heredia...” (Ídem: 883-892).
En opinión de Tondreau, fue en este ambiente de intercambio cultural en el que
Rubén Darío descubrió realmente a los parnasianos y decadentes, y no durante su
etapa en Centroamérica, de donde habría llegado adorando todavía a Hugo casi en
exclusividad. Sería, pues, a partir del año de 1886, durante sus primeros meses en
Chile, cuando el poeta nicaragüense amplió significativamente su abanico de
lecturas e influencias francesas, impregnándose de las corrientes que en seguida
confluirán en el modernismo de Azul…. Sin embargo, a la altura 1887, y pese a
mostrar ya en sus cuentos ciertas huellas del Parnaso, Darío escribiría aún algunos
libros de versos como Abrojos, Canto épico a las glorias de Chile y Rimas, cuya
expresividad denota la marca de los grandes poetas españoles del siglo XIX:
Zorrilla, Campoamor, Núñez de Arce o Bécquer11. Paralelamente a estas obras de
Darío, Narciso Tondreau dio a la imprenta su primer y único poemario, Penumbras
(1887), muy influenciado también por el romanticismo europeo de Hugo, Musset o
Bécquer. Darío le dedicó una reseña, “Apuntaciones literarias: Penumbras (Poesías
de Narciso Tondreau)” -La Época, 14 de enero de 1887 (Silva 1934: 89-95)- donde,
_____________
11
A la salida de Abrojos, Pedro Balmaceda publicó una reseña en la cual, tras apuntar los
ecos de Bécquer, Musset o Heine, no dudaba en destacar que “Darío es el primer cantor de
la nueva escuela que ha llegado a nuestras playas. F. Coppée, A. Silvestre, Arène y todos los
parnasiens del gran barrio de París, si comprendiesen el español, dirían que Darío es un
hermano” (Silva 1966: 177-178). Evidentemente, al expresar estos pensamientos,
Balmaceda no aludía directamente a Abrojos, sino a toda la obra todavía inédita que su
amigo escribía por entonces y que después habría de conformar Azul… Tan sólo unos meses
después de publicarse Abrojos, Rubén se presentaría a un certamen que buscaba “una
colección de 12 a 15 poesías del género subjetivo de que es tipo el poeta Bécquer” y un
“Canto épico a las glorias de Chile”. Su canto cívico, dedicado al presidente de la
República, José Manuel Balmaceda, mereció el primer premio. Por su parte, las Rimas, que
obtuvieron una mención de honor, no acertaban en realidad a reproducir los medios tonos
becquerianos, lo vago y sugerente del lirismo del poeta sevillano. En algunas de estas rimas
asistimos, incluso, a un desarrollo embrionario de la concepción poética parnasiana: “En el
libro lujoso se advierten / Las rimas triunfales: / Bizantinos mosaicos, pulidos / Y raros
esmaltes, / Fino estuche de artísticas joyas, / Ideas brillantes; / Los vocablos unidos a modo
/ De ricos collares…”.
12
Junto a esta reseña, Darío escribió un prólogo para el segundo poemario de Tondreau,
Asonancias, libro que nunca vería la luz. El paratexto de Rubén, sin embargo, ha sido
publicado en varias ocasiones, y de él caben destacarse algunos juicios del poeta sobre la
lírica de corte descriptivo de Tondreu, cercana, en su opinión, a la de un Loti, un Richepin o
un Baudelaire. Sin embargo, y como sucede en la precitada reseña a Penumbras, Darío
vuelve aquí a dejar algunas reflexiones sobre el verso francés y el español que denotan hasta
qué punto andaba aún buscando el camino de la renovación poética de nuestro idioma: “En
cuanto a sus metros [de Tondreau], son los hermosos metros castellanos, mil veces
superiores a los franceses”. Vid. “El libro Asonantes de Narciso Tondreau”, publicado
originalmente en la chilena Revista de Artes y Letras, 1889, tomo XIV (Silva 1934: 278-
295).
13
José María Martínez (1998: 95), por su parte, ha señalado una probable fuente del
artículo de Darío en el ensayo “Symbolistes et décadents” de Maurice Peyrot, publicado
originalmente en la Nouvelle Revue el 1 de noviembre de 1887. Allí, Peyrot detalla los
rasgos fundamentales de las poéticas decadentes y simbolistas, citando y analizando a sus
principales figuras, desde el precursor Baudelaire hasta Verlaine, Mallarmé, Moréas,
Huysmans o incluso Rimbaud, de quien transcribe el soneto “Voyelles”. Peyrot, además,
acuña en una frase el término del que Darío se sirvió para bautizar el nuevo movimiento
lírico americano: “C´est sans doute afin de prouver les idées plus modernistes peuvent être
traitées en Style decadent que Stéphane Mallarmé…”. Todavía en otro artículo del 13 de
julio de 1888 dedicado a Judith Gautier, ya divorciada de Catulle Mendès, se refería Darío a
éste como “ese poeta rubio, decadente y simbolista”, pasando por alto su condición de
parnasiano. Cf. “Hija de su padre”, originalmente en La libertad electoral (Silva 1966: 213-
217).
14
Eduardo de la Barra (1839-1900) fue el gran poeta del romanticismo chileno, traductor
y teórico de la versificación castellana. Miguel Luis Rocuant le dedicó un capítulo en su
obra Los líricos y los épicos. Poesía chilena (s.f.) donde afirma de él que “se dejó influir por
las más diversas ideas literarias y filosóficas” y analiza y transcribe dos traducciones
Imparcial el 29 de octubre de 1888, opinaba que “en la prosa hay más riqueza de ideas; pero
es más afrancesada la forma. En los versos, la forma es más castiza. Los versos de usted se
parecen a los versos españoles de otros autores…”. Enrique Anderson Imbert (1952: XIV)
explicaba la mayor novedad de la prosa de Azul… en estos términos: “[Darío] era tímido y,
antes de decidirse, esperaba a que le dieran una señal. Había visto triunfar la prosa artística
en Gautier, Flaubert, los Goncourt, Saint-Victor, Mendès y Loti. En América, los primeros
signos de este cambio habían aparecido también en prosa. Y le pareció seguro estrenarse en
prosa. Quizá estimara en sí mismo más al versificador que al prosista; y se arriesgó a
experimentar con lo que le interesaba menos…”.
16
No resulta nada improbable que Darío hubiese leído esta traducción anónima de
Gautier, y que quedara fascinado. Ahondando en esta cuestión, Silva Castro (1934:
LXXVII) señala el parecido de algunas frases de Gautier, como “Los montantes de las
puertas, pintados a la aguada en lila suave, representa aventuras mitológicas y galantes”, con
otras de Darío tal “…el salón de los tiempos galantes, con cuadros del gran Watteau y de
Chardin…”. Empero, y sin negar a priori la hipotética intertextualidad, no debe obliterarse
el contexto literario general en el que se escribió Azul… ni la condición esencialmente
poligenética de la obra de Darío. Así, estas descripciones de estancias suntuosas y japonerías
bien pueden no haber partido de texto alguno de nadie en concreto, y a la misma vez de
todos: de los hermanos Goncourt, de Gautier o de algunas obras de su hija Judith que Darío
conocía bien como Le livre de jade o Le dragon imperial. Incluso podían deberse a la
observación directa de aquellos salones orientalizantes que adornaban los domicilios de
Pedro Balmaceda Toro o Carlos Toribio Robinet, en los que Darío soñaba con un lujo fuera
de su alcance.
17
Un cuento como “La ninfa” guarda, en este sentido, innegables paralelismos con
“Lesbia”, de C. Mendès, tanto en el plano formal y estilístico como en el argumental, desde
el refinamiento del ritmo y su flexibilidad musical, la brevedad y concisión de oraciones y
descripciones, la plasticidad y los juegos cromáticos y sinestésicos, las aliteraciones e
iteraciones, hasta la sensualidad e incluso el nombre y el carácter del protagonista femenino.
El propio Darío confesaba en Historia de mis libros que para “La ninfa”, “los modelos son
los cuentos parisienses de Mendès, de Armand Silvestre, de Mezeroi…”. Sin embargo, a la
hora de abordar los contenidos eróticos, el nicaragüense no siguió a pies juntillas la estela de
dichos autores. Tal como ya señalara con acierto Erwin K. Mapes (1925: 40), en Mendès y
Silvestre el sentimiento amoroso es puramente físico, “chez Mendès, toujours élégant, chez
Silvestre très souvent d´une grossièreté dégoûtante”, mientras que en Darío, por el contrario,
la sexualidad “a toujours quelque chose de religieux”. Análogas coincidencias pueden
señalarse entre “El palacio del sol” de Darío y algunos de los cuentos y “Pétits poèmes en
prose” de La chanson qui rêve de Mendès -“Martine et son ange” y “Le jardin des jeunes
âmes” fundamentalmente-. En cuanto a las evocaciones plásticas del paisaje urbano que
Darío agrupa en el “Álbum porteño”, ya José María Martínez (1998: 221) subrayó su
ascendencia directa en los textos que Mendès incluyó en Las folies amoreuses (1877) bajo el
epígrafe de “Imaginerie parisiense”: “L´Impasse. Eauforte”, “Le chaval et le cavalier.
Dessin à la plume” y “Les balcons roses. Sanguine”. Por lo que respecta a las fuentes
parnasianas de « El velo de la reina Mab », E. K. Mapes (1925: 44) trajo a colación « La
peau de tigre » de Théophile Gautier, “Les Dons des fées” de Baudelaire y algunos pasajes
de Catulle Mendès en los cuales asoma la misma la aparición de un Hada sobre fantástica
cabalgadura: “L´Almanach” –Pour lire au lit- y “La visitation” –Hesperus-. Por su parte, en
“El rubí” Darío incluye la figura de un gnomo llamado “Puck”, personaje central de algunos
cuentos de Mendès como “Le ramasseur de bonnets”, “Puck dans l´orgue de Barbarie” o
“Le lit enchanté”. La morada del gnomo, una gruta recamada de piedras preciosas, parece
inspirarse igualmente en otro texto de Mendès, “Fleurs et pierreries”.
18
En su prólogo, Eduardo de la Barra opinaba ya que “la pintura del tigre es a la manera
de Leconte de Lisle”, pese a ciertos errores en la ambientación, impropios del maestro del
Parnaso, que comete Darío, como el haber situado la escena en África en lugar de la India, o
el incluir la presencia, forzada por la rima consonante, de un “kanguro” en dicho continente.
Algunos de estos deslices fueron en seguida subsanados por el poeta, y para la segunda
edición del libro, el propio Darío escribe en una de sus “Notas” finales que “está atendido lo
indicado por el prologuista”. Así, donde antes ponía “selva africana” se lee “selva indiana”
en la edición de 1890, si bien el mentado “kanguro” asoma todavía “por el ramaje oscuro”.
Pese a todo, el nicaragüense negó rotundamente, y por partida doble, cualquier filiación
entre “Estival” y su admirado Leconte de Lisle. En otra de las notas que adjunta al poema en
la segunda edición afirma que “mucho tiempo después de la publicación de Azul… llegaron
a mis manos las Odas bárbaras de Leconte de Lisle y entre ellas me llamó la atención “El
sueño del jaguar”. Encontré, holgándome de ello, una coincidencia, aunque lejana, entre esa
obra del maestro y la humildísima “Estival” mía”. Y aún en Historia de mis libros perjura
Rubén que “algún escaso lector de tierras calientes ha querido dar a entender que -
¡tratándose de tigres!- mi trabajo podía ser, si no hurto, traducción de Leconte de Lisle. [...]
Ello me hizo sonreír…”. Podemos creer los argumentos de Darío, achacando a una simple
coincidencia las similitudes entre ambos poemas. Si no mentía, si es cierto que sólo “mucho
tiempo después” tras la publicación del Azul… de 1888 tuvo acceso a los Poèmes barbares –
cuyo título confunde en 1890 con las Odas bárbaras del italiano Carducci-, estaríamos ante
una de tantas analogías, nada infrecuentes, entre autores de una misma época que se
desconocen mutuamente. Signos epocales. Aunque también pudiera darse el caso, nada
improbable, de que Rubén hubo llegado a recrear motivos tan propios de Leconte de Lisle
por vías secundarias, bien por traducciones o imitaciones hispánicas de sus poemas, bien por
reseñas o ensayos sobre el poeta francés en los que se diseccionara su lírica y que le habrían
servido de punto de partida. Sea como fuere, cuando Rubén está escribiendo su poema
conoce ya al autor de los Poèmes barbares, a quien cita por vez primera, recordemos, en
enero de 1887. Y en esa misma edición segunda de Azul… en la que negaba el parentesco de
“Estival” con Leconte de Lisle no dudó en incluir un soneto dedicado precisamente al
maestro parnasiano.
19
Ya José María Martínez (1998: 265) ha señalado acertadamente la influencia de A.
Silvestre en ambas piezas, basándose, para ello, en ciertas pistas léxicas tal la inclusión de
palabras de extraña etimología como “volúbilis”, término que el nicaragüense había tomado
prestado de un poema de Silvestre, “Pensée d´Automne” –Roses d´Octobre-. E. K. Mapes
(1925: 97) ha querido ver la huella de Leconte de Lisle en “Autumnal” alegando ciertas
semejanzas entre la descripción de las flores del poema rubendariano -“…la rosa virgen, / la
blanca margarita, / la azucena gentil, y las volúbilis / que cuelgan de la rama estremecida” y
aquella llevada a cabo en “Çunacépa” –Poèmes antiques-: “la liane aux cent noeuds étreint
les rameaux lourds, / et laisse, du sommet des immenses feuillages, / pendre ses fleurs de
pourpre au milieu des herbages…”.
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Con anterioridad, La Época había anunciado, en su número del 16 de noviembre de
1886, la inminente publicación de un libro de Darío, El rey burgués, obra que supuestamente
llevaría “como introducción varios juicios y apreciaciones [...]. Entre éstos figurará una
carta de Armand Silvestre, muy honrosa para el señor Darío” (Silva 1934: 255). La
poesías que Darío incluye en el Azul… de 1888, “Anagké”, denota en mayor medida
la lectura y asimilación de Víctor Hugo antes que la de cualquier parnasiano.
La fama de Azul… no fue inmediata, y sólo a raíz de la publicación en El
Imparcial de las dos célebres “Cartas americanas” de Juan Valera -22 y 29 de
octubre de 1888-, comenzó a despertar interés y a ser leído con intensidad. En este
sentido, Darío se mostró muy espabilado y un excelente divulgador de su obra, no
dudando en enviarla, con amables dedicatorias, a personalidades de la talla de
Valera o Menéndez Pelayo en España, estrategia que posiblemente repitió con sus
venerados C. Mendès o A. Silvestre en París. El joven poeta era consciente de que
un juicio favorable de tan eminentes firmas le abriría muchas puertas, y así lo
demuestra el uso que le dio luego a aquellas cartas de Valera, una suerte de dorada
credencial con la que presentarse al mundo de las letras españolas. Las misivas de
Valera suponen el punto de partida en la recepción de uno de los libros capitales del
modernismo, y un valioso documento que luego tendrían en cuenta muchos de los
que se acercaron después a reseñarlo. En la primera carta, la del 22 de octubre,
Valera acuña el sintagma “galicismo de la mente”, que de tan buena fortuna gozaría
entre los críticos de Darío. Aunque “perfecto y profundo”, este galicismo fue la
característica primaria y definitoria que Valera resaltaba de Azul…, signándolo así
con una indeleble heráldica francesa que en seguida se convertirá en santo y seña de
todo el modernismo hispánico, para mal y para bien:
Leídas las 132 páginas de Azul…, lo primero que se nota es que está usted
saturado de toda la más flamante literatura francesa. Hugo, Lamartine, Musset,
Baudelaire, Leconte de Lisle, Gautier, Bourget, Sully-Prudhomme, Daudet, Zola,
Barbey d´Aurevilly, Catulo Mendès, Rollinat, Goncourt, Flaubert y todos los
demás poetas y novelistas han sido por Ud. bien estudiados y mejor
_____________
susodicha carta de Silvestre nunca se publicó, y todavía hoy permanece inédita. Cabe la
posibilidad de que el poeta francés se la enviase a Darío agradeciéndole su traducción de
“Pensée d´Automne”. Uno de los amigos chilenos de Rubén, Manuel Rodríguez Mendoza,
le envió una carta a El Salvador, fechada en julio de 1889 –y publicada luego en El
Imparcial de Guatemala el 3 de noviembre- en la cual le preguntaba si en Centroamérica
“saben que Armando Silvestre, Leopoldo Alas, la señora Pardo Bazán [...] son tus amigos, y
los unos te llaman hermano, y los otros su igual, y todos te aplauden...” (Sequeira 1964:
106). Esta supuesta “amistad” entre Darío y Silvestre se restringe, probablemente, a aquella
carta, a una simple nota cordial: la primera vez que apareció el cuento “El rubí” en La
libertad electoral de Santiago de Chile -9 de junio de 1888- incluía esta dedicatoria de
Darío: “A Armand Silvestre, en pago de una frase bondadosa”. Hacia el final de su vida, la
percepción que Darío tenía de Silvestre había cambiado significativamente, aunque no por
ello le negara el fiel elogio. Así leemos en Historia de mis libros: “Bien es sabido que, a
pesar de sus particularidades harto rabelesianas y de su excesiva galoiserie, Silvestre era un
poeta en ocasiones delicado, fino y sentimental”. Para un análisis comparativo entre “Pensée
d´Automne” y “Pensamiento de otoño”, vid. Llopesa, 1992: 209-215.
Todo está cincelado, burilado, hecho para que dure, con primor y esmero, como
pudiera haberlo hecho Flaubert o el parnasianismo más atildado. [...] Si se me
preguntase qué enseña su libro de usted y de qué trata, respondería yo sin vacilar:
no enseña nada, y trata de nada y de todo. Es obra de artista, obra de pasatiempo,
de mera imaginación. ¿Qué enseña o de qué trata un dije, un camafeo, un esmalte,
una pintura o una linda copa esculpida?
No le faltaba razón a Juan Valera, y ni tan siquiera el propio Rubén Darío habría
de desmentirle, al contrario. En su célebre artículo publicado en La Nación de
Buenos Aires en 1896, “Los colores del estandarte”, el poeta reafirma con
rotundidad la condición parnasiana de la obra:
Todavía en Historia de mis libros, ya tardíamente y cuando nada tenía que ganar
ni que perder, Rubén Darío resaltaba aún la trascendencia exclusiva de la literatura
parnasiana en la genealogía de su revolución modernista:
¿Cuál fue el origen de la novedad? El origen de la novedad fue mi reciente
conocimiento de autores franceses del Parnaso, pues a la sazón la lucha simbolista
comenzaba en Francia y no era conocida en el extranjero, y menos en nuestra
_____________
21
Entre los rasgos parnasianos que Rubén destacaba de Azul…, no deja de resultar
significativo que él mismo resalte, con agudeza, la “adjetivación francesa” y “el
escogimiento verbal de Heredia”, pues en efecto sobre estos principios se asienta gran parte
de la revolución lingüística del modernismo. Su renovado método de adjetivación y
selección léxica supuso un radical abandono de los clichés de la poesía tradicional española,
cuya lengua estaba por entonces camino de una perniciosa fosilización: por ese flanco le
lloverían a Darío las mayores críticas, por su afán de ampliar con valentía el diccionario y de
adaptar al español el adjetivo enfático, pintoresco y vigoroso del parnasianismo.
22
Allí, Gavidia desentrañaba el ideal artístico de Darío a la luz de sus “maestros”, entre
los que destacaba a Victor Hugo, Zola, Dumas hijo, Flaubert, Guy de Maupassant, Catulle
Mendès o Richepin. Luego, al analizar el carácter de los versos de Azul..., se sirvió de una
retórica parnasiana que sin duda haría las delicias del Darío de 1889: “Sus versos son
cadenas de flores, sinfonías de órgano, risa de teclado, la inmensa tiranía de la dulzura, [...]
columnas del Partenón, las ansas en forma de pecho de bacante de las cráteras griegas, las
copas de Benvenuto Cellini…” (Sequeira 1964: 24-35).
23
“La pipa de opio” había sido ya traducida al español por el argentino Carlos Olivera en
1878. Para un detallado análisis de “El humo de la pipa” de Darío, remitimos a Sellés, 2002:
41-45.
24
Para un extenso análisis de “Caupolicán” a la luz del parnasianismo, cf. Pérez, 1992:
483-494. Allí, el crítico se centra en estudiar mayoritariamente la condición de “sutil
artefacto cultural” de un poema de naturaleza parnasiana como éste, atendiendo al sujeto
lírico impersonal y a las técnicas descriptivas empleadas por el Darío más deudor de la
Escuela.
25
La poetización de lo cotidiano presente en “De invierno” engarza con una tradición
romántico-parnasiana que podría remontarse a ciertos poemas de Nerval como “La
cousine”. Armand Silvestre, en La Chanson des heures o Catulle Mendès en sus Soirs
moroses recogen numerosos lienzos en los que se representan interiores parisinos, sensuales
y aristocráticos como el que aquí nos pinta Rubén. Sin salirnos del Parnaso, Francois
Coppée nos dejó igualmente numerosas estampas del género en títulos como Les Intimités o
Promenades et intérieurs. Como acertadamente indica Rosa de Diego (2000: 659), en
Francia esta corriente “llegará al mejor Rimbaud de “En el cabaret verde”, “La tunanta”,
“Sueño para el invierno”, “El aparador”, etc., siendo el intermediario [...] François Coppée,
al que tanto imita, aunque se burle de él, el autor de Una temporada en el infierno”. En
Hispanoamérica gozó de amplia fortuna entre poetas modernistas anteriores a Darío como
Gutiérrez Nájera.
26
El “Medallón” de Leconte se complementa con la nota informativa que Darío le
dedicaba al final del volumen, en la cual se exhibe no poca erudición respecto al Parnaso:
“Es uno de los más vigorosos poetas franceses. A él escribió Víctor Hugo enviándole uno de
sus libros: “Jungamos dextras”. Es de la aristocracia de los hombres de letras. Lo cual aísla,
según decía Baudelaire al hablar de Gautier. El mismo autor de las Flores del mal dijo de
Leconte de Lisle: “Il appartient d´ailleurs à cette famille d´esprits qui ont pour tout ce qui
n´est pas supérieur un mépris si tranquille qu´il ne daigne même pas s´exprimer”. La “Nota
XXX” de Darío a Catulle Mendès reza, por su parte, como sigue: “Este maravilloso conteur
y poeta desciende de una familia portuguesa judía. Ha publicado muchas obras que le han
dado su título de príncipe de las letras. Víctor Hugo le amó paternalmente. Se casó con la
hija de Théophile Gautier y se divorció al poco tiempo. Vive en París”. Es de notar cómo
Darío, tanto en el apunte dedicado a Leconte de Lisle como en el de Mendès, alude a la
opinión que de ambos tenía una firma tan autorizada en Hispanoamérica como la de Víctor
Hugo. Acaso, sirviéndose de esta estrategia, el joven nicaragüense dotaba de una suerte de
carta de nobleza a sus querencias parnasianas, salvaguardándose así de los críticos que,
obsesionados todavía con la voz viril y romántica del viejo Hugo, pudieran tacharle de
simple currutaco decadente.
27
Sin duda, este “Medallón” podría inclinarnos a pensar que la obra de José Joaquín
Palma (1844-1911) se situaba en la órbita del parnasianismo. Sin embargo, Palma se
mantuvo dentro de los márgenes del segundo romanticismo americano, y es la nota doliente,
victorhuguesca, del exiliado, mezclada al intimismo becqueriano y al requiebro de álbum
femenino, aquella que se percibe con mayor continuidad en sus versos, recogidos en el
volumen Poesías de J. Joaquín de la Palma (Tegucigalpa, 1882). Ello no quita que Palma
conociera a los poetas parnasianos, tal como podemos comprobar en su reseña a la obra de
Darío A. de Gilbert, publicada en La Bandera Nacional de Guatemala el 19 de abril de
En fin, toda la serie de “Notas” finales incluidas por Darío en esta segunda
edición de Azul… nos revelan a un poeta absolutamente prendado de la Escuela
parnasiana. Sus acotaciones al prólogo de Eduardo de la Barra son un claro indicio
de ello: a las preguntas del chileno sobre la hipotética adhesión de Darío al
decadentismo, el propio nicaragüense responde al fin y aclara la cuestión con total
rotundidad:
1890: “Si [Darío] hubiera vivido en París en estos últimos años, pertenecería a los
parnassiens. Habría escrito y cenado en el Barrio Latino con León Dierx, Ernest d´Hervilly,
Albert Glatigny, Sully-Prudhomme, Catulle Mendès, Armand Silvestre, François Coppée y
con nuestro cubano el incomparable José María de Heredia…”. Probablemente, esta reseña
dio pie al “Medallón” de Darío, quien consideraría a Palma “uno de los suyos” dado su
conocimiento del Parnasse.
28
Ambos sonetos aparecerían sucesivamente en la sección “Le Moyen Age et la
Renaissance” de Les Trophées (1893). A la altura de 1890, Rubén Darío podía haberlos
conocido a través de otra serie de publicaciones anteriores: “Sur le Pont-Vieux” se
integraba, por ejemplo, en Le Livre des sonnets (1875) editado por Charles Asselineau y en
el tercer Parnasse Contemporain (1876). Por su parte, “Le Vieil orfèvre” había visto ya la
luz en la obra de Charles Davillier Recherches sur l´orfèvrerie en Espagne au Moyen Age et
à la Renaissance (1879), en la revista Paris-Moderne en su número del 1º de abril de 1882,
en la Revue bleue el 19 de diciembre de 1885, en la obra de Jules Lemaitre Les
Contemporains (2ª serie, 1886), en la revista Le Semeur el 25 de febrero de 1888 y en una
Anthologie des poètes françaises du XIX siècle de 1888. Véase la “Notice” adjunta en el
Dossier que Anny Detalle incluye al final de su edición de Les Trophées, Gallimard, 1981.
“Medallón” dedicado por Darío a Heredia y luego ausente de Azul...: “Este Heredia
fue uno de los más queridos parnasianos, y Rubén Darío lo saludó en un Medallón
de los de Azul…, que luego he visto suprimido en ediciones posteriores del libro
precioso”. Sin embargo, este hipotético “Medallón” probablemente no llegara a
escribirse nunca, dado que no aparece en ninguna edición de Azul... ni tampoco
entre los muchos volúmenes que recogen la poesía inédita del nicaragüense. No
sería, en cualquier caso, la primera ni la última vez que al Nobel onubense le fallase
la memoria o confundiese ciertos datos. Con “Medallón” o sin él, Heredia y su
parnasianismo canónico rigen la poética dariana durante el lustro que transcurre
desde la primera edición de Azul... en Valparaíso (1888) hasta la estancia del poeta
en París en el verano de 1893. El Darío de su segundo periplo centroamericano, el
Darío que pisa España por vez primera en 1892, y pese a la opinión de algunos
críticos de su tiempo y del nuestro, era un parnasiano pur-sang que no dudaba en
imitar y laurear a José María de Heredia por delante de Mallarmé y de toda la
caterva de decadentes y simbolistas29.
Tras la publicación en Guatemala de la segunda edición de Azul…, Rubén se
traslada a Costa Rica en agosto de 1891. En San José llevaría el poeta una vida
placentera: alejado de los turbulentos sucesos acaecidos en los meses anteriores, en
noviembre le nace su primogénito, y las revistas y diarios en los que colabora
parecen abonarle sin premura sus estipendios30. Los poemas que escribe durante sus
días costarricenses, una serie de “Oditas” y cancioncillas, significan las primeras
tentativas de adaptar a su lírica el influjo de las Odes funambulesques de Banville.
“¿Dónde estás?”, “Versos negros”, “Regalito de boda” y especialmente “Los
regalos de Puck. Versos de año nuevo” presentan indudables paralelismos con
aquellas otras oditas de Banville, particularmente con el “Préface” que el parisino
_____________
29
Uno de aquellos críticos fue el argentino Domingo Martinto, quien hermanaba al
Darío de 1890 con los disidentes de la Escuela, Coppée y Sully-Prudhomme, antes que con
Mendès o Heredia: “Se pretende que Vd. imite a los franceses, que ama con especial cariño
a Catulle Mendès, y aunque estoy conforme con ello en lo que se relaciona a la parte
plástica, a la factura de sus obras, no pienso lo mismo acerca de su fondo. En Vd. hay
mucho más espontaneidad, muchos más quilates de pensamiento [...], y al seguir en algo su
modo [...] lo ha hecho con la misma inteligencia que Sully-Prudhomme y Coppée, que más
que Vd. aún se dejaron influenciar por la poética y retórica de los parnasianos”. “Una carta
literaria”, La Unión, 17 de mayo de 1890. En Sequeira, 1964: 232-234.
30
Merecen mencionarse, a este respecto, Costa Rica Ilustrada (1890-1892) y Revista de
Costa Rica (1892). En la primera de ellas, fundada por Próspero Calderón, aparecieron
algunos poetas modernistas, aparte de Darío, como Gutiérrez Nájera y Julián del Casal, al
tiempo que se tradujeron textos de poetas románticos y parnasianos -Coppée y Catulle
Mendès-. La Revista de Costa Rica contó también con la colaboración y el apoyo de Rubén,
e igualmente presentó algunas versiones de románticos y parnasianos como Théodore de
Banville y François Coppée.
31
Así reza la dedicatoria de Darío en el volumen conservado en la BNE: “A mi
queridísimo y admirado Sal / vador Rueda, enemigo de los [j] ohtumbas, / Recuerdo y
Cariño / Rubén Darío / Madrid, 6 de setiembre del 92”.
Espagne de Gautier, como bien indicaba Arturo Marasso (1973: 108): “Gautier es
ahora un idioma que Darío habla. A medida que leía el Viaje por España, Rubén
recogió imágenes, palabras preciosas, sugestiones, y se forjaba la visión de una
Andalucía romántica y legendaria”32. Compárese, en este sentido, el hispanismo de
los posteriores Cantos de vida y esperanza con aquella parnasiana “Canción de
España” que escribe por entonces en Madrid: “Existe en el salón de porcelana / Del
Palacio Real una Diana / Labrada en alabastro. Es blanca y bella. / La divina
doncella. // Decora el borde fino de una mesa. / Al mirarla he pensado / En la dulce
princesa / Que allí la joven frente ha reclinado...”. El parnasianismo que el joven
poeta había traído de las Américas no fue mal recibido, en general, por la élite de
las letras madrileñas. “Friso” apareció por entonces en La Ilustración Española y
Americana, con lo que eso supone en cuanto a su aceptación en el sistema literario
imperante. Según confesaba el propio Rubén en las “Dilucidaciones” que abren El
canto errante (1907), habría de dejar España “no sin que antes en las tertulias de
Valera se aplaudiesen y se criticasen algunos de los que llamaban mis atrevimientos
líricos, que eran entonces [...] apenas de un modesto parnasianismo”. En noviembre
de 1892 Darío se embarca de nuevo rumbo a Nicaragua, no sin antes agradecer el
apoyo de Salvador escribiéndole el célebre “Pórtico” para su poemario En tropel.
Cantos españoles, luego incluido en Prosas profanas.
Tras pasar ese otoño de 1892 y el invierno de 1893 en su país, el poeta se
encuentra en abril en Panamá, donde recibe la noticia de su nombramiento como
Cónsul honorífico de Colombia en Buenos Aires. Antes de partir a la Argentina, y
luego de una breve escala en Nueva York para conocer a su admirado José Martí,
Rubén Darío cumple por fin el sueño de todo poeta modernista: viajar a París.
Durante su verano parisino de 1893, Rubén se relaciona con otros literatos hispanos
como Alejandro Sawa y el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, a quien ya
conocía desde 1890 cuando compartieron tribuna en El Correo de la Tarde. Ambos
contactos resultarían a la postre capitales para la ampliación de sus horizontes
literarios, especialmente el que mantuvo con el segundo. Iniciado, antes que él, en
los misterios de la literatura simbolista, Gómez Carrillo introduce a Rubén en un
París literario que por aquellos días se dividía en dos realidades bien distintas: por
un lado, estaba la “oficialidad” del Parnasse triunfante, bien asentado en la
Academia, en la Ópera y en las redacciones de los principales diarios. Y por el otro
estaban las vanguardias decadentes y simbolistas, la bohemia: la modernidad, en
suma, pues a ojos de los Verlaine, Mallarmé, Moréas y sus jóvenes edecanes, el
parnasianismo había quedado ya obsoleto, más allá de sus indudables valores
_____________
32
A continuación recoge Marasso un gran número de reminiscencias del léxico y las
imágenes que Darío podría haber tomado de la obra de Gautier para construir su poema
“Pórtico”, tentativa de dominio de la paleta del parnasiano aplicada a su propia visión de
España y, sobre todo, de la Andalucía colorista que encarnaba la poesía de Salvador Rueda.
poéticos.
En títulos como Esquisses (1892) y Sensaciones de arte (1893), Gómez Carrillo
venía dando a conocer por vez primera al público hispánico los nombres y al arte
sugestivo de Verlaine, Moréas, Wilde, Huysmans, etc. En esta última obra presentó
una importante reseña de los Trofeos de Heredia en la cual se hacía eco de la
posición del Parnaso en 1893, afirmando que pese a la belleza de sus obras, la
Escuela estaba desfasada, ajena al impulso primario que latía en el origen del arte
nuevo, decadente y el simbolista:
He aquí uno de los textos fundamentales para comprender el giro que en seguida
habría de dar el modernismo hispánico con la substitución del canon parnasiano por
el canon simbolista-decadente. De la mano de Gómez Carrillo, el Darío parnasiano
que arriba a París conoce al fin, literaria y personalmente, a varios de los maestros
franceses de la nueva estética como Moréas o Charles Morice, quien le iniciaría en
el descubrimiento de Verlaine al regalarle su ensayo de 1888, Paul Verlaine. Con
ellos aprende y comprende definitivamente que el Parnaso, a esas alturas, había
pasado de la vanguardia a la retaguardia, y que era el simbolismo la estética
triunfante, tomando sin duda buena nota de ello a su regreso a las Américas. Rubén
nunca abandonó sus resabios parnasianos a lo largo y ancho de su obra posterior,
pero tras su paso por París ni él, ni su poesía, ni tampoco el modernismo volverían
nunca a ser como antes. Eso, sin embargo, ya es otra historia.
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