Las Posiciones Esquizo
Las Posiciones Esquizo
Las Posiciones Esquizo
Introducción.
Casi cinco años después de los primeros intentos de los esposos Michael y Enid Balint
en la Clínica Tavistock en 1949, Enrique Pichón Riviere inició sus primeras
experiencias con grupos de estudiantes de medicina que debían aprender psiquiatría
(16). Si bien es evidente que estas diferentes experiencias eran emergentes de un interés
internacional por el desarrollo de nuevas formas de educación, que estaba en
efervescencia a fines de la década del 40 y comienzos de la del 50, no cabe duda que
cada uno de estos investigadores (o grupos de investigadores) abordó el problema en
función de su identidad profesional y de su formación teórica y técnica previa.
Esta reducción inicial de todos los tipos de grupos dinámicos a “casos especiales”, o
“aplicaciones” de la psicoterapia de grupo, fue característica de los primeros años de
experiencias realizadas por psicoanalistas, hasta que, después de su famosa
“Experiencia Rosario”, inspirada en los Laboratorios sociales de Lewin, Pichón Riviere
y sus colaboradores crearon el concepto de Grupo Operativo” (18).
La trascendencia de la obra de Pichón Riviere sobre los Grupos Operativos, es que por
primera vez se nos ofrece una teoría integradora de los procesos de cambio en grupos,
que incluye a diferencia de la obra de Lewin y su escuela, los descubrimientos,
aportaciones y conceptos psicoanalíticos, tanto freudianos como kleinianos, sin
descartar por ello los aportes de la psicología social, la sociología y la teoría de la
comunicación. Es importante destacar que “Grupo Operativo” no es un término que
haga referencia a un tipo especifico de grupo, como podría ser Grupo Terapéutico,
Grupo de Aprendizaje, Grupo de Discusión, sino que se refiere a una forma de pensar y
operar en grupos. Existen por lo tanto, grupos operativos terapéuticos, familiares, de
aprendizaje, de reflexión, etc..
Estos grupos cuentan con un coordinador, cuya finalidad es “lograr una comunicación
dentro del grupo que se mantenga activa, es decir, creadora” (18, pág. 266). En
consecuencia, la función del coordinador (o “co-pensor”, como lo denomina Pichon-
Riviére), “consiste esencialmente en crear, mantener y fomentar la comunicación,
llegando ésta a través de un desarrollo progresivo, a tomar la forma de una espiral, en la
cual coinciden didáctica, aprendizaje, comunicación y operatividad” (18, pág. 267).
a) Posición Esquizo-Paranoide:
b) posición depresiva:
Creemos que el aceptar el segundo concepto, que hace referencia a las posiciones como
momentos alternantes del proceso del vivir y del relacionarse, no trae necesariamente
aparejada la aceptación del primer concepto (el de las “posiciones como fases del
desarrollo durante el primer año de vida”) ni, mucho menos, de la explicación que se le
da en términos de la entidad teórica ”instinto de muerte”. En consecuencia, nos
sentimos autorizados para utilizar estos términos en el sentido apuntado, evitando
pronunciarnos sobre los otros puntos, mucho más discutibles y discutidos, de la teoría.
Hemos realizado también una ampliación, que justificaremos más adelante, del
significado de estos términos, originalmente aplicados al individuo, para aplicarlos a
situación grupal. Consideramos que en esta última, estos dos estados mentales pueden
observarse tanto en los individuos, tomados en forma aislada, como en el grupo como
un todo. El significado concreto que adquiere este “observar las posiciones esquizo-
paranoide y depresiva en el grupo como un todo” se aclarará con la presentación del
material ilustrativo.
Una vez cumplidas las diez semanas contractuadas, y con una muy positiva evaluación
interna del grupo, la situación del mismo en el servicio era francamente conflictiva, ya
que la ideología terapéutica del jefe del servicio era contraria a los grupos terapéuticos,
pero deseaba iniciar esta práctica a la brevedad, con la esperanza de resolver conflictos
con la dirección del hospital. Esta actitud era compartida por algunos miembros del
servicio que no pertenecían al grupo de estudio. Ante la imposibilidad de resolver este
conflicto, conjugada con el deseo de los miembros del grupo de continuar estudiando,
ahora sí, psicoterapia de grupo, pero sin asumir un compromiso institucional que
seguían sintiendo prematuro, se decide retomar la tarea fuera del ámbito institucional,
Era previsible que esto habría de traer problemas, como consecuencia del cambio de
encuadre, pero hasta el momento no había sido posible trabajarlo en el grupo, a pesar de
la deserción de dos de sus miembros. La séptima reunión de este nuevo período se inicia
con la ausencia de dos de sus miembros. El tema a discutir eran dos artículos
introductorios al tema de la psicoterapia de grupo, que discriminan entre tres modelos
de grupo-terapia: el psicoanálisis en grupos, el psicoanálisis del grupo, y la psicoterapia
analítica de grupo. El grupo venía intentando analizar este material durante las dos
últimas reuniones sin mucho éxito.
Esta sesión comienza con un clima caótico, en el cual resulta imposible abordar la tarea.
Se critica el material como meramente informativo, se propone que ya es tiempo de
abandonarlo, se declara que algunos de los modelos descritos en el material son
incomprensibles. En general, el clima de la sesión es incómodo, confuso y querulante
(sic). La discusión, tomada como un todo, es de un nivel intelectual bajísimo, ya que
consiste sólo en frases deshilvanadas, en un verdadero “diálogo de sordos”. Al observar
el coordinador que prácticamente todos los miembros del grupo estaban “sumergidos” y
casi ocultos detrás de sus libros y apuntes, sugiere que el obstáculo podría radicar en la
dificultad de pasar de una situación de dos (el lector con el libro) a una situación grupal.
Pareciera que para que pueda darse este pasaje, hay que tomar primero conciencia del
cambio, para recién después recuperar la continuidad. Este proceso implica pasar por
una situación de duelo. Los miembros entran en un nuevo momento reflexivo, con un
tono emocional de tristeza. Se habla del pasaje de la niñez a la adolescencia y de otras
situaciones de cambio. Luego de un silencio, uno de los miembros sugiere que es ya el
momento de abordar nuevamente el material, que es trabajado en forma conjunta y
productiva durante los últimos quince minutos de la sesión.
El clima de este último momento es sereno; se siente que se puede trabajar sin ansiedad.
Resulta claro que el primer momento de esta sesión corresponde a lo que hemos
definido como un momento esquizo-paranoide (pérdida de facultades mentales, actitud
querulante, crítica y desconfianza). Puede verse también como los procesos de escisión
afectan no sólo a la integridad de los procesos mentales de los miembros, tomados por
separado, sino que también implican la ruptura de los vínculos entre los miembros del
grupo, con oposición entre los mismos y formación de subgrupos.
El aspecto más escindido de la situación grupal es la tarea misma, por lo que podemos
describir a este momento, siguiendo a Pichon-Riviére, como de pretarea (15). Luego de
la primera interpretación exitosa del coordinador, se reasume la tarea, pero con
disociaciones dentro de la misma (las polarizaciones irreconciliables). Nos encontramos
en el momento del dilema, requiriéndose nuevos señalamientos para poder pasar al
problema (10). Este último, para este grupo, consistía en enfrentar la situación de duelo
por su propio cambio. Sólo después pudo asumirse la tarea externa (discusión del
material.)
El tema del duelo, como proceso necesario para pasar de la posición esquizo paranoide
a la depresiva, merece una especial mención. Existen dos tipos o aspectos del duelo: el
duelo por lo inevitable y el duelo por el daño causado (14, pág. 202); el primero se
resuelve a través de la aceptación de la realidad, mientras que el segundo, a través de la
culpa depresiva (por oposición a la culpa persecutoria que mantiene la parálisis) y la
reparación (11).
En el material presentado, sin embargo, se ha trabajado sólo el aspecto del duelo por lo
inevitable (el pasaje del tiempo y el cambio), dejándose de lado la culpa por el daño
(real o fantaseado), realizado al objeto (el conflicto con la institución y con el jefe del
servicio). Cabría esperar que este aspecto no analizado del conflicto desembocara en
situaciones conflictivas manifiestas desplazadas y/ o en actuaciones entre los miembros
del grupo. Efectivamente, en la sesión siguiente, esto se materializó en un conflicto
entre los miembros presentes y los ausentes a esta sesión, basado manifiestamente en la
discusión de la síntesis de la sesión anterior, y muy particularmente, en el concepto de
“duelo”.
Para presentar esta sesión, la catorzava, reproduciremos sin otra modificación que la
exclusión de los nombres reales de los participantes, la síntesis realizada por uno de los
miembros, en cumplimiento de una norma contractual que determinaba un rol rotatorio
de sintetizador entre los miembros del grupo. Todas las reuniones comenzaban con la
entrega de copias de la síntesis de la sesión anterior y su lectura. La sesión que hemos
de describir, contó con la ausencia de uno de los miembros del grupo, M, un psiquiatra
de quien hemos de hablar más adelante, en relación al rol que desempeñaba en el grupo.
Participantes: D, K, H y S.
Coordinador: Juan
Observador: Gaspar.
Se preguntó: ¿por qué nos ocurre esto? Se discute sobre las ausencias, sobre H, como la
“ausencia” (H había faltado a las tres últimas sesiones, llegándose a dudar de que
continuará en el grupo) y nos percatamos de que ese tema nos servía para tapar el que,
aún estando completo el grupo, nos sigue sucediendo. Parece que queremos evitar algo
y los ausentes de ahora (M, la hora de inicio, la síntesis, Dellarossa, etc) y ese algo es la
tarea. Se insistió en que nuestro silencio era depresivo pero se cuestiona, y encontramos
que sería más bien esquizoide, que nuestro “síntoma” de inhibición de pensamiento
grupal nos llevaría a plantearnos que el temor es a darnos cuenta de que no pensamos
como grupo operativo (en realidad, en la sesión se había dicho “como grupo”), y que
nos resistimos a dejar nuestros modelos de pensamiento, nuestros esquemas
referenciales individuales por uno grupal.
Se acuerda tomar los dos artículos de Pichón Riviere ya señalados, para reflexionar y se
agregaron otros que no anotó el sintetizador pues estaba sumergido en la fascinación de
continuar. Acá el sintetizador tachó la siguiente frase: “lo que por lo extensa de esta
“síntesis” se puede deducir”. Firmado S.” Hemos transcrito la síntesis tal como fuera
presentada, retenido inclusive los errores de redacción, y agregando apenas unas notas
aclaratorias entre corchetes, para conservar el material tal como nos fuera entregado por
un miembro del grupo en ese mismo momento. Al analizar esta sesión, se observa que
el pasaje del momento esquizo-paranoide inicial al momento depresivo posterior
coincide con la toma de conciencia del duelo implícito en el pasaje de la organización
individual de la personalidad a la incorporación en un sistema grupal (de-
individuación). Se observan tanto las ansiedades paranoides (temor a la situación grupal
incipiente), como las depresivas (ansiedad por la pérdida del estado previo de
individuación). Pero esta elaboración sólo se completa cuando el grupo se enfrenta con
el objeto añado por su incapacidad previa de integrarse (el tiempo perdido).
Es interesante señalar que, en la sesión siguiente, surge, al igual que con el otro grupo
antes mencionado, un conflicto con el miembro ausente en ésta, quien queda como
depositario de todas las ansiedades y resistencias al cambio. Este último, M, era como
ya hemos dicho, un psiquiatra sin formación dinámica, nunca había estado en
tratamiento, a pesar de habérselo propuesto y haber concertado inclusive entrevistas con
terapeutas a las que nunca concurrió. Transfería su actitud ambivalente hacia su propio
tratamiento (posible), al grupo operativo, constituyéndose en el líder manifiesto del
temor (y del deseo inconsciente), siempre presente en los grupos operativos, de que el
grupo se transformara en terapéutico.
Había tenido sucesivos y violentos enfrentamientos con K., quien sí había tenido
tratamiento psicoanalítico y formación dinámica, en los cuales M. decía que nunca
habíamos acordado que se estudiaría la dinámica de nuestro propio grupo y K Le
respondía, con creciente irritación, que esto sí había sido explicitado en el contrato, En
la sesión 15ª se repitió por tercera vez este diálogo, creándose una situación de mucha
tensión, que sólo se resolvió cuando el coordinador recordó al grupo (e informó a M.)
que en la sesión previa, en la que M. había estado ausente, K, había sido el emergente
del temor del grupo, a través de la frase: “Y si este grupo es terapéutico; ¿a dónde está
el terapeuta?”.
Al reconocerse en ese momento que M. sólo era un emergente de una ansiedad grupal,
mientras que K. Era el emergente de la formación reactiva frente a la misma, se alivió la
tensión, pudiéndose trabajar hasta el final de la sesión. Sin embargo, los conflictos
personales de M., que lo llevaran a actuar sistemáticamente como emergente de esta
ansiedad, le impidieron continuar en el grupo, al que finalmente desertó. La elaboración
de esta deserción por parte de los miembros restantes configuró un excelente ejemplo
del duelo por lo inevitable.
Discusión.
Sin embargo, no son éstas situaciones puras y claramente diferenciadas, ya que, por
ejemplo, en el segundo caso coexiste el microduelo por la de-individuación
correspondiente a esa sesión, con el macro-duelo de la toma de conciencia de que el
grupo es realmente un grupo (“cuando empezamos a ser/ ver grupo operativo”).
Respecto de los micro-duelos, concepto debido a León Grinberg (11), podemos decir
que son indispensables para el desarrollo del ser humano. Así nos dice Sánchez Huesca:
“Vivir implica pasar por una sucesión de duelos. El crecimiento, la maduración, y el
pasaje de una etapa a otra involucran necesariamente pérdidas, abandonos.
En este pasaje de una a otra identidad constituye de por sí un conjunto casi continuo y
permanentemente en acción de “micro-duelos” ya que un individuo que entra a un
grupo pone en conflicto su pensamiento individual con el grupal, lo mismo que su
esquema corporal cuya percepción también se modifica en la interacción y así
sucesivamente con cada una de las funciones del Yo (lenguaje, percepción, etc.), (9,
pág. 223).
Conclusiones.
Dejamos de lado, por trascender los límites de este trabajo, el análisis del momento
confusional que precede al momento esquizo-paranoide (4) (5), y de cómo se presenta la
misma sucesión de momentos en aquellos grupos operativos cuya tarea externa es la
curación individual de sus miembros (grupos terapéuticos) o la “curación” de un grupo
preformado (terapia de parejas familiares, de grupos institucionales o de equipos de
trabajo).
Es, sin embargo, nuestra convicción que el proceso grupal en todo grupo que pretenda
fomentar el pensamiento y la toma de conciencia, deberá seguir los mismos pasos con
prescindencia de su tarea manifiesta.
Bibliografía.