Cinder y Ella - Kelly Oram
Cinder y Ella - Kelly Oram
Cinder y Ella - Kelly Oram
Cinder y Ella
Cinder y Ella - 1
ePub r1.1
Titivillus 12.11.2018
Título original: Cinder & Ella
Podría decirse que soy bastante guapa; tengo el pelo largo, negro y ondulado,
y una piel suave y bronceada, gracias a los genes chilenos por parte de mi
madre. Pero tengo los ojos grandes y azules de mi padre. Soy más o menos
inteligente, casi siempre saco sobresalientes sin apenas estudiar mucho. Y
también me considero bastante popular; no soy la reina del baile, pero nunca
me faltan amigos ni planes los sábados por la noche.
Puede que creciera sin padre, pero mi madre era mi mejor amiga, y eso era
suficiente para mí. La vida, en general, me iba bastante bien. Entonces, el
pasado noviembre, mi madre decidió darme una sorpresa con un viaje a
Vermont por mi cumpleaños, y fue ahí cuando recibí mi primera dosis de
tragedia.
—He reservado para las dos el pack completo de spa para poder
descongelarnos en el jacuzzi y que nos den masajes cuando volvamos
doloridas después de haber pasado el día esquiando —confesó mi madre
mientras nos marchábamos de Boston. Estaríamos fuera cuatro días.
Sonreí.
—Claro que sí. Espera… ¿eso que veo son… patas de gallo?
Divertido, rico, guapo, seguro de sí mismo y amante de los libros. No, no era
mi tipo para nada. Qué va. En absoluto.
Vale, sí, muy bien, a lo mejor no era mi tipo por defecto porque vivía en
California y yo en Massachusetts. En fin.
—Ay, muñeca, otra vez ese chico, no. —Reconocí su voz cansada. Estaba a
punto de recibir uno de los sermones favoritos de mi madre—. Eres
consciente de que es un desconocido, ¿verdad?
Esa era una buena pregunta. Razón por la cual Cinder no era mi tipo.
No era mi tipo.
Estuve a punto de chillar otra vez. La película había recibido luz verde para
producirse, pero el reparto aún no se había anunciado. El padre de Cinder es
un pez gordo de la industria cinematográfica, así que Cinder se entera de
muchas cosas antes que nadie.
Nunca llegué a averiguar qué actor iba a inmortalizar a uno de los personajes
más queridos de todos los tiempos porque un camión lleno de troncos de leña
chocó contra un trozo de hielo en la carretera, se deslizó por la calzada y
atravesó dos carriles directo hacia nosotras. Estaba mirando el teléfono
cuando ocurrió, y no lo vi venir. Solo recuerdo oír gritar a mi madre y sentir el
tirón del cinturón justo antes de que el airbag me explotara en la cara. Sentí
un dolor tan intenso que literalmente me quedé sin aliento, y luego nada.
No recuerdo muchos detalles del accidente, pero el miedo que sentí aquel día
se me quedó grabado en la memoria. Tengo pesadillas por las noches. Y
siempre son iguales: unas imágenes borrosas y una sucesión de sonidos
caóticos, pero estoy tan paralizada por el miedo que no puedo ni respirar
hasta que me despierto gritando. El terror en sí mismo es el foco principal del
sueño.
Hasta entonces, solo había visto ese paisaje desde el coche, en el trayecto
entre el aeropuerto y la casa de mi padre, en lo alto de las sinuosas colinas de
Los Ángeles. Fue suficiente como para saber que Los Ángeles no se parecía
en nada a Boston, a pesar de lo que el tráfico en la autovía me había hecho
creer.
Ojalá solo me hubiese dado miedo el cambio de paisaje. Pasé ocho semanas
en cuidados intensivos y, después, otros seis meses en un centro de
rehabilitación. En total, ocho meses de hospitalización, y ahora iba a estar
bajo el cuidado del hombre que me había abandonado hacía diez años; el suyo
y el de la mujer por la que me dejó, junto a las dos hijas con las que me
reemplazó.
El miedo explotó en algo que por fin podría matarme. Nunca pensé que
durante meses viviría un infierno que la mayoría de gente ni siquiera puede
concebir justo al salir del hospital por culpa de un grupo de desconocidos que
tan solo querían darme la bienvenida.
Se aclaró la garganta.
—¿Lista, peque?
—Por favor, no me llames así —susurré en un esfuerzo por hablar a través del
nudo tan repentino que tenía en la garganta.
—Algo así.
Abrí la puerta del coche antes de que la incomodidad nos asfixiara hasta la
muerte. Mi padre rodeó el coche para ayudarme a salir, pero rechacé la
ayuda.
Mientras movía las piernas despacio, me tendió el bastón y esperó a que, poco
a poco, me pusiese en pie.
Me alegré de que camináramos poco a poco hasta la puerta. Así tuve tiempo
de prepararme mentalmente para lo que me esperaba dentro.
Mi padre hizo un gesto con la mano para señalar la casa que teníamos frente
a nosotros.
—Sé que no parece mucho desde aquí, pero es más grande de lo que aparenta
y las vistas desde atrás son espectaculares.
—Te hemos preparado un dormitorio en la planta baja para que no tengas que
caminar por las escaleras, excepto para llegar al salón principal. Solo tienes
que bajar unos pocos escalones. También tienes tu propio cuarto de baño y lo
hemos reformado. Todo debería estar adaptado para ti, pero si vemos que la
casa no es funcional, Jennifer y yo ya hemos hablado de mudarnos a otro sitio,
puede que en Bel-Air, a los pies de la colina, donde podríamos comprar una
buena casa, a un rancho.
Nadie me culpó por mis acciones, pero, desde entonces, todo el mundo cree
que soy una amenaza para mí misma. Había pensado quedarme en Boston,
terminar el instituto a distancia y, luego, ir a la Universidad de Boston cuando
estuviese lista. Tenía dieciocho años y había ahorrado dinero, pero cuando mi
padre se enteró de mis planes, hizo que declararan legalmente que no gozaba
de plenas facultades mentales y me obligó a venir con él a California.
—Seguro que la casa está bien —refunfuñé—. ¿Podemos, por favor, terminar
con esto de una vez para que me pueda ir a la cama? Estoy agotada y muy
dolorida después de haber viajado todo el día.
La decepción apareció en sus ojos y me sentí mal por haber sido tan seca con
él. Creo que esperaba impresionarme, pero no entendía que yo nunca había
tenido tanto dinero y que nunca me había hecho falta. Estaba contenta con la
vida humilde que tenía con mi madre. Nunca había gastado el dinero de los
cheques que me enviaba todos los meses. Mi madre los ingresaba en una
cuenta bancaria y, gracias a eso, ahora tenía bastante dinero ahorrado como
para pagarme la universidad, otra razón por la que habría estado bien yo sola.
—Claro, cielo… —Hizo una pausa y estremeció—. Lo siento. Supongo que ese
apelativo también está prohibido, ¿verdad?
A juzgar por el tamaño de la casa, debía de haberle ido muy bien, porque
puede que mi padre sea un abogado importante, pero los fiscales no tienen
sueldos tan exorbitados. Cuando vivía con nosotros, teníamos una casa
normalita en las afueras, pero no conducíamos ningún Mercedes ni vivíamos
en una vivienda unifamiliar en lo alto de una colina.
Jennifer dio un paso al frente, me abrazó con cuidado y besó el aire junto a mi
mejilla.
—Estamos muy contentos de tenerte por fin con nosotros. Rich me ha hablado
mucho de ti todo este tiempo y es como si ya formaras parte de la familia.
Debe de ser un alivio volver a estar en un hogar de verdad.
En realidad, salir del centro de rehabilitación fue una de las cosas más
aterradoras que he tenido que hacer en la vida y estar aquí me hacía sentir
todo lo contrario a alivio. Pero, por supuesto, no se lo dije. Intenté pensar en
algo que fuese cierto y no demasiado insultante.
—Chicas, llegáis tarde. —Jennifer sonaba molesta, pero volvió a adoptar una
enorme y falsa sonrisa—. ¡Mirad quién está en casa!
Las chicas eran tan guapas como su madre; tenían el pelo rubio, los ojos
azules y unos cuerpos perfectos. Y ambas eran altísimas. Yo medía uno
sesenta y ocho, y me sacaban al menos una cabeza. Por supuesto, las dos
llevaban unos tacones que les proporcionaban unos diez centímetros extra,
pero apuesto a que medían casi el metro ochenta sin la ayuda de los zapatos.
Yo les sacaba algo más de un año, pero seguro que podrían hacerse pasar por
chicas de veintiuno.
Me estremecí al oír aquel término. ¿Era eso lo que pensaba de mí? ¿Que era
deforme ? Puede que mi rostro hubiese tenido suerte, pero desde el hombro
derecho hasta la mitad del torso, y de cintura para abajo, estaba cubierta de
gruesas cicatrices rosas y abultadas que contrastaban con mi piel bronceada.
Mi padre se acercó a las chicas y les puso un brazo sobre los hombros a cada
una. Con los tacones, medían casi lo mismo que él, un metro ochenta y cinco.
Recordaba que era un hombre bastante guapo, pero junto a esta familia de
revista, parecía muy atractivo. Seguía teniendo la cabeza poblada de pelo
castaño y, por supuesto, mis brillantes ojos azules.
—Cariño, estas son mis hijas, Anastasia y Juliette. Chicas, esta es vuestra
nueva hermanastra, Ellamara.
Ninguna me la estrechó.
—¿Por qué?
* * *
—Estas son las mejores vistas de la casa. Tienes que salir y contemplar el
paisaje por la noche. Vale la pena.
Papá volvió a entrar y, en cuanto las persianas y las cortinas volvieron a estar
cerradas, se giró hacia mí. Su rostro reflejaba ilusión. Me pilló mirando el
ordenador portátil que había sobre el escritorio. Era plateado y parecía tan
fino como una tortita. Siempre había querido uno de esos, pero por alguna
razón ya no me parecían tan atractivos.
El rostro de mi padre se relajó. Era una pregunta fácil y sobre un tema mucho
más seguro.
¿En mi armario ?
—No tan grande como el mío, pero supongo que no tienes la obsesión por los
zapatos que tengo yo.
No quería decirle que tanto mi madre como yo teníamos una obsesión por los
zapatos. Calzábamos el mismo número y, entre las dos, debíamos de tener un
montón de pares. No es que vaya a ponérmelos otra vez. Para mí ya no
existían las sandalias ni cualquier tipo de tacón; tenía los pies quemados y
solo podía llevar zapatos ortopédicos que parecían de abuela. Me habían
arreglado la mano y había recuperado bastante movilidad para volver a
escribir… más o menos. Todavía estaba trabajando para lograr que mi
caligrafía fuera legible, pero no pudieron salvar del todo mis dedos de los
pies.
—Lo dejamos todo en las cajas porque pensamos que preferirías sacar tú las
cosas y colocarlas donde quisieras —comentó mi padre—. Pero si necesitas
ayuda, estaremos encantados de hacer lo que necesites.
—No. Me las apañaré sola. ¿Y las cosas de mamá y del resto del apartamento?
—Guardé todo lo que parecía importante; fotos y otras cosas, y algunas de las
pertenencias de tu madre que pensé que te gustaría conservar. No había
mucho, solo un par de cajas. Están con tus cosas. Me deshice de todo lo
demás.
—¿Y mis libros? —El corazón empezó a latirme con fuerza en el pecho. Las
estanterías con mis libros no estaban en este cuarto y dudaba seriamente que
estuviesen en el armario—. ¿Qué has hecho con todos mis libros?
—¿Que qué ?
A lo mejor era una estupidez perder los nervios después de todo el estrés
emocional al que me había sometido durante ese día, pero sencillamente no
podía lidiar con la idea de que mis libros hubieran desaparecido. Los había
coleccionado durante años.
Había acudido a firmas de libros y convenciones por todo el nordeste del país,
y había conseguido que un montón de mis autores favoritos me dedicaran
libros. Cada vez que miraba con pena a mi madre, se reía y decía: «¿Adónde
hay que ir esta vez?». En cada firma, pedía a alguien que nos hiciera una foto
a mi madre y a mí con el autor y la pegaba en la primera página del libro.
Ahora, los libros, las fotos y los recuerdos… habían desaparecido. Igual que
mi madre. Nunca los recuperaría y nunca podría reemplazar lo que había
perdido. Era como volver a perderla.
Lo único que diré de California es que todo el mundo es atractivo. Por un lado
es un rollo, porque eso hará que mis cicatrices destaquen cuando todo el
mundo parece tan perfecto. Aunque, por otro, me gusta pasar tiempo con
chicos guapos, como a cualquier chica de mi edad, y los miembros de mi
nuevo equipo de rehabilitación son muy atractivos. Me gusta, porque eso hará
que el tiempo que pase con ellos sea más agradable.
—Venga, Ella, solo una vez más. Sé que puedes hacerlo. Hasta los pies esta
vez.
Quería llorar, pero me toqué los pies una vez más porque Daniel me había
sonreído con tanta seguridad que no podía decepcionarlo. Y juro que pestañeó
con rapidez. Toqué el suelo con los dedos y estiré mi nueva piel en algunas de
las partes de mi cuerpo más tensas. Sabía que las sesiones de fisioterapia
serían duras, por algo dicen que «sin sacrificio, no hay gloria», pero no
alcanzaba a tocarme las zapatillas con los dedos. Me ardía todo el cuerpo. Las
lágrimas se agolparon en mis ojos y me incorporé.
—El lunes te tocaste los pies una vez. ¿Haces los ejercicios todos los días,
como hablamos?
—Sí, pero creo que mi piel odia el aire californiano. Me ha molestado toda la
semana.
—¿Y qué hay de lo de tomar sol? ¿No tomas el sol en el patio de atrás? ¿No
vas a la playa?
—El lunes.
—Eso es muy tarde. Estás demasiado seca. Tu piel aún se está acostumbrando
al cambio de clima. California es mucho más seca que la costa este.
—No es mi madre —dije, aunque no tenía el estómago revuelto por eso—. Y sí,
hay una camilla en casa, pero no tienes por qué hacerlo. Me las apañaré hasta
el lunes.
Daniel ya había visto mis cicatrices, pero un brazo o una pierna era diferente
a verlo todo a la vez.
—Ella. —Su voz era suave pero severa—. Si no hacemos nada, de aquí al lunes
sangrarás y tendrás grietas. No podemos arriesgarnos a que se te abran los
injertos. No quieres que te operen de nuevo, ¿verdad?
—Si estás tan incómoda conmigo, puedo llamar a Cody o pedirle a uno de tus
padres que lo haga, pero necesitamos que sea hoy.
No pensaba dejar que mi padre ni Jennifer lo hicieran.
Odiaba que Cody, mi enfermero, tuviese que verme casi tanto como cuando
Daniel lo hacía, así que no hacía falta llamar a Cody. Tomé aire y asentí.
—Buena chica. —Daniel me sonrió con tanta sinceridad y tanto orgullo que
me removió por dentro—. Eres una de mis pacientes más valientes, ¿sabes?
Logré reírme.
Daniel sonrió.
—Apuesto a que eso también se lo dices a todos tus pacientes. —Puse los ojos
en blanco y me dirigí a mi habitación para ponerme el temido bikini.
Cuando por fin tuve el valor de salir de mi cuarto, Daniel ya había instalado la
camilla en el salón. Contuve la respiración, pero cuando me miró, sonrió como
si nada fuese diferente. No vaciló ni un segundo. Ni siquiera se estremeció.
Simplemente dio una palmadita a la camilla.
Me armé de valor y me dirigí hacia él, pero cuando entré en el salón, Jennifer
me vio. Llevaba un par de vasos de limonada y, cuando sus ojos se toparon
con mis cicatrices expuestas, jadeó y empezó a llorar. Apoyó los vasos y se
sentó.
—Lo siento —susurró—. Rich dijo que lo habías pasado mal, pero no tenía ni
idea… lo siento mucho, Ella. —Me miró y se encogió de hombros—.
Disculpadme —dijo, y subió a su habitación a toda prisa.
Yo cerré los ojos y tomé aire. Daniel me dio un minuto para recomponerme y
después me dio la mano con suavidad.
—Ojalá pudiera decirte que las cosas mejorarán. Pero no será fácil, Ella. La
gente siempre reaccionará, algunos peor que otros.
—Al menos las brujastras no están en casa. Puede que Jennifer no tenga tacto,
pero intenta ser amable. Las brujas número uno y número dos hacen que el
diablo parezca un corderito.
Daniel suspiró.
—Mira el lado positivo. Siempre sabrás quiénes son tus verdaderos amigos.
Algún día, cuando decidas sentar cabeza y formar una familia, tendrás a lo
mejor de lo mejor como marido.
Hice una mueca. No había ninguna posibilidad de que alguien saliese conmigo
en ese momento, y mucho menos de que se quedara a mi lado el resto de su
vida.
Daniel no se rio. Me miró fijamente con el semblante más serio que le había
visto jamás.
—Habrá gente capaz de ver más allá de tus cicatrices y encontrar a la chica
que eres de verdad —dijo Daniel—. Pero no la encontrarás si te escondes en
esta casa día y noche. No creas que me olvido, señorita. Te advierto que me
chivaré a la doctora Parish.
Gemí. Las sesiones con mi psicóloga eran casi tan dolorosas como las de
fisioterapia.
—No pongas esa cara. Es por tu bien. No deberías pasarte el día en esta casa,
y lo sabes. Puedes retroceder, Ella. No querrás desperdiciar los últimos meses
de trabajo duro.
—¿Por qué está así? —Mi padre había sido testigo de muchos masajes cuando
estaba ingresada en el hospital de Boston, así que apreciaba la diferencia.
Papá asintió.
Uf. Fisioterapia, asustar a mi madrastra hasta hacerla llorar, piel seca, visita
extra de mi enfermero y, a pesar de todo, mi día acaba de empeorar por arte
de magia. Genial.
Daniel, que sabía que hablar de la gente como si no estuviera delante era más
que maleducado, se dirigió a mí cuando respondió a mi padre. Me guiñó el ojo
y dijo:
* * *
—El instituto ya será duro de por sí. Por favor, no hagas que sea todavía peor.
Ese lugar es una locura. Al menos en los institutos públicos sabía dónde me
metía; es la misma mierda. Los médicos dijeron que necesitaba estar en un
ambiente «familiar». Eso —dije, y señalé el instituto a nuestras espaldas— no
es un ambiente familiar. No puedo hacerlo. No me obligues a ir allí.
Mi pánico era cien por cien real, pero mi padre tuvo el descaro de reírse. Le
restó importancia.
—¿Por qué no puedo hacer las clases a distancia? Podría recuperar el tiempo
perdido y sacarme el título en varias semanas en lugar de repetir todo el
último año.
—Ya sabes por qué no. Tus médicos te han explicado la importancia de
recuperar una rutina normal lo antes posible. Cuanto más tiempo pases
encerrada, más duro será vivir una vida normal.
Bufé.
—Estás siendo muy crítica, Ella. Al menos dale una oportunidad antes de
decidir que lo odias.
—Pero…
—Además, ninguna hija mía irá a un centro público si puedo ofrecerle una
educación mejor.
Brian
—¡Brian!
Esa sería la última vez que trabajase con mi padre. Si no fuera por Las
Crónicas de Cinder , no habría aceptado el trabajo. La familia y los negocios
no deberían mezclarse nunca, sobre todo cuando eso implica a mi familia, una
panda de locos.
Alcé una mano para chocar los cinco y me giré hacia Kaylee.
—¿Has visto eso? Quizá haya encontrado mi vocación en esta temprana etapa
de mi vida. Creo que intentaré jugar en los Lakers la próxima temporada.
—Relájate, Scotty, soy el único de esta sala que puede despedirte, así que
cuando dudes, hazme caso a mí, no a ellos. No te culparán.
La rabia se apoderó de mí, como solía pasar cuando mi padre estaba cerca.
Agarré la copia de la programación de Scotty y la ondeé.
—¿Por qué? Para eso está Scotty. —Puse una mano alrededor de los hombros
de mi asistente—. Este tipo tiene habilidades organizativas increíbles, por eso
lo contraté. Lo más seguro es que ya haya impreso ocho copias diferentes de
esta lista y las haya guardado en caso de emergencia. Él no dejaría que
faltase a una reunión. Créeme, lo he intentado todo para perderme esta.
Joseph suspiró.
Quise reírme, aunque no tenía gracia. No había podido decidir nada desde
que mi primera película de cine adolescente alcanzó el número uno en
taquilla. Agentes, mánager, publicistas, abogados, asesores de imagen,
entrenadores personales, un millón de personas más… ellos controlaban mi
vida ahora; lo que podía o no podía llevar, lo que podía o no podía comer, las
galas a las que podía o no asistir, lo que podía o no decir. Joder, incluso
habían organizado la gira promocional sin consultarme ni una sola vez. Lo que
me habían entregado era un itinerario que ya estaba decidido.
Joseph hizo una mueca, pero su cara adoptó una expresión de determinación.
—Es el tabloide más importante del mundo. Si les caes bien, te harán la
persona más famosa del planeta y, si no, pueden convertirte en el hazmerreír
más grande de Hollywood.
—Te liaste con la novia de Kyle Hamilton, una estrella de rock mundial, en su
propia fiesta de cumpleaños.
Ya. Aquella noche hicimos más que liarnos. Miré a las personas de la sala con
ojos grandes e inocentes.
Me encogí de hombros.
—Es importante para todos nosotros, Brian, pero sobre todo para ti —dijo Lisa
—. Este papel ha sido como un regalo que te han dado. Cinder es un papel
para toda la vida y tú lo has clavado . Todo el mundo, tanto críticos como
aficionados al cine, quedará encantado con tu actuación. Si juegas bien tus
cartas, podrías recibir una nominación a un premio de la Academia.
Fui incapaz de contenerme y miré a mi padre. El tipo era uno de los grandes
en Hollywood. Por mucho que lo odiase, era inevitable que intentara ganarme
su aprobación.
Mi padre asintió.
—¿Por qué no? —Me enfurecía que descartaran la idea tan rápido—. ¿Acaso
hay algo mejor para demostrar que soy responsable que obtener un título
universitario? Soy bastante inteligente, sacaría buenas notas.
Lisa sonrió con pena.
—Claro que sí, pero hay cinco libros en la serie de Las crónicas de Cinder .
Cuando El príncipe druida llegue a los cines y rompa todos los récords de
taquilla, que lo hará, el estudio dará luz verde a las otras cuatro películas. Ya
están trabajando en el siguiente guion. Estarás grabando en primavera.
—De hecho, ¡es una idea brillante! —exclamó Joseph—. A este país le
encantan las buenas historias de amor. Satisfará a los fans y mostrará al
mundo que Brian Oliver ha crecido. Que está listo para sentar cabeza tras sus
líos de chico malo y se toma la vida en serio.
—Así es más romántico, y nadie te culpará cuando rompas con la chica luego.
—¿Con quién diablos sugerís que me comprometa? ¿Voy a tener que coger a
una chica de la calle y ponerle un anillo en el dedo?
—Yo lo haré.
—Es perfecto.
—¡Dios, no! Si me tengo que comprometer con alguien, será con Katy Perry.
No aceptaría a nadie más.
—Sigue soñando.
—¿Qué pasa, cariño? Nos enrollamos una vez y no recuerdo que tuvieras
ninguna queja. Venga, hagámoslo. Será divertido.
Me estremecí.
—Ni hablar.
Varias personas suspiraron, pero fue Lisa quien trató de hacerme claudicar.
—Brian, piénsalo —me urgió—. Una relación entre vosotros dos en la vida
real, fuera de los platós, generaría millones en publicidad gratuita. A tus fans
les encantaría. Sería genial para la película y tu carrera.
—¿Una relación en la vida real con ella ? —repetí—. Creo que sobreestimas mi
capacidad de actuar, Lisa.
—Cabrón.
—Zorra.
—Solo tenéis que fingir —añadió Gary—. Y no durará para siempre. Solo un
par de meses en los que os dejaréis ver en público y, una vez se estrene la
película, podréis romper. Sin haceros daño. Podríais comprometeros
rápidamente y decir que salíais en secreto mientras se rodaba la película. Las
aventuras clandestinas son muy emocionantes. A la gente le encantará.
—Reservaré mesa en algún sitio bonito. Oh, y más te vale que mi anillo sea de
platino y de al menos tres quilates.
Capítulo 4
—¿Cómo ha ido la semana, Ella? ¿Algún progreso que tengas que contarme?
—Por fin me he puesto al día con los episodios de Érase una vez . —Ese era el
único progreso que se me ocurría. Era, básicamente, lo único que había hecho
en toda la semana.
—Entiendo por qué te sientes así. No obstante, son tu familia y tienes que
aceptarlo. Deberías encontrar la manera de crear lazos con ellos.
—No puedo crear lazos con gente a la que no le gusto y que no me quiere a su
lado. El único momento en el que hablo con las mellizas es cuando me llaman
para asegurarse de que estoy escondida en mi cuarto antes de traer a sus
amigos a casa y me dicen que me mandarán un mensaje cuando la zona esté
despejada y sea seguro salir.
—Lo mejor —continué— fueron las risas que oí de fondo. Ya estaba con sus
amigos cuando me llamó para contármelo. Esperó adrede a tener público.
La doctora Parish suspiró. Soltó el bolígrafo que usaba para tomar notas en
las sesiones y se quitó las gafas para frotarse los ojos. Era evidente que
estaba cansada de dar vueltas a lo mismo, así que cambió de tema.
—Vale, a lo mejor sí que iba en serio por aquel entonces, pero no pensaba con
claridad. Estaba en una etapa bastante dura de mi vida, pero ya ha mejorado.
—¡He vuelto a caminar! ¡Estoy aprendiendo a escribir con mi mano mala! Los
médicos de Boston me dijeron que nada de eso sería posible. ¿Cree que me
habría esforzado tanto y habría hecho algo tan doloroso para alcanzar esos
objetivos si aún estuviese pensando en quitarme la vida? El mundo se me vino
encima tras el accidente y perdí la cabeza durante un tiempo, ¡pero ya no
tengo intención de suicidarme! ¿Por qué nadie me cree?
—Te creo, Ella —me aseguró—. Todavía tienes un largo camino por delante,
pero sé que has progresado mucho desde que saliste de ese lugar oscuro de
tu mente. Lo que no comprendes es que hasta que tu vida sea mucho más
estable, sería facilísimo que cometieras de nuevo ese mismo error. Al menos
ahora, que vives en la casa de tu padre, te sientas cómoda o no, tienes a
alguien que te cuida, te quiere y busca lo mejor para ti.
—¿Cree que ese hombre me quiere? ¿Cree que busca lo mejor para mí? ¡Ni
siquiera me conoce! El otro día me matriculó en el mismo instituto al que van
sus hijas. Es un centro pijo privado como los que salen en las series de
televisión sobre niños ricos con vidas muy retorcidas.
—Es posible, pero eso no significa que sea el mejor para mí . Me llevó a ver el
sitio cuando me matriculó y sentí que estaba en un planeta alienígena. Crecí
yendo a colegios públicos en Boston. Allí teníamos detectores de metal, no un
restaurante de sushi . No voy a encajar en este instituto. Ni siquiera sabré
interactuar con los demás. No tendremos nada en común. Todos serán como
Anastasia y Juliette. Además, hay que llevar uniforme: ¡falda corta y polo!
Será un infierno para mí.
Esperé a que la doctora Parish dijera otra vez que estaba malinterpretando
las amenazas de Anastasia, pero no lo hizo. Regresó a su silla y empezó a
tomar más notas en el escritorio.
Como solía sucederme en estas sesiones, empecé a llorar otra vez y tuve que
coger otro pañuelo.
—Mire, sé que intenta ayudarme y todo eso —dije en cuanto pude volver a
hablar de forma racional—, pero el hecho es que la casa de mi padre no es un
ambiente sano para mí. Es incómodo y estresante, y hace que las cosas sean
más difíciles. Todo el proceso de rehabilitación sería más sencillo si pudiese
vivir sola.
Supe que había dicho algo que no debía al ver que la doctora Parish abría los
ojos de par en par.
—Un montón de gente lo hace. —Me reprendí por haber sonado tan a la
defensiva. Sabía que eso jugaría en mi contra, pero no pude evitarlo. Odiaba
cuando la gente me recordaba que no me quedaba nadie más en la vida.
—¿Y cree que yo tengo eso aquí? ¿Cree que mi padre y su familia son un
apoyo para mí? —me burlé.
—Ella, sé que me ves como una carcelera, pero espero que entiendas que
busco lo mejor para ti, de verdad. Mi trabajo consiste en ayudarte a entender
qué es eso en realidad y a acompañarte a un estado mental donde puedas
lograrlo por ti misma. Quiero que lo consigas. Me gustaría firmarte el alta,
pero antes tienes que demostrarme que estás preparada para ello.
Brian
—No sé por qué estás tan gruñón con este tema. La mayoría de tíos mataría
por tener una relación conmigo.
—Simplemente no me van.
Kaylee dejó de acicalarse y se giró para escudriñarme. Al cabo de un
momento, sus labios esbozaron una sonrisa de suficiencia.
—Este tema está vetado. Así que déjalo o te doy plantón ahora mismo y me
busco a alguien más sexy que tú para que me distraiga esta noche.
Por mucho que odiara admitirlo, la amenaza de Kaylee era real. Aunque esta
haya sido su primera película, sus padres eran dos personas muy influyentes
en la ciudad y ella tenía amigos que también eran muy poderosos; eso
explicaba por qué le habían dado un papel para el que no era lo bastante
buena. Su padre dirigía el estudio que había dado luz verde a El príncipe
druida .
Dejó un reguero de besos sensuales por mi cuello a la vez que deslizaba una
mano peligrosamente al interior de mi muslo. Con sus largas uñas me arañó a
través de los vaqueros con la presión justa como para volverme loco.
Tomé aire. No quería ceder ante ella, pero esta Kaylee era muchísimo más
placentera que la versión cruel y quejica con la que tendría que vérmelas si
no le seguía la corriente. Con cuidado de no enfadarla más, aparté su mano
de mi regazo.
—Si sigues así dos segundos más, no podré salir del coche. A menos que
quieras saltarte la cena e ir directa a los postres, te sugiero que mantengas
las manos alejadas.
—Qué tentador. Pero tienen que vernos juntos antes de pasar a la acción.
Además, tengo hambre.
—Claro. —Como si fuese a tomar algo más que unas cuantas hojas de lechuga
y una botella de agua—. En fin.
Solté otro suspiro y, finalmente, abrí la puerta. Esbocé mi «sonrisa para los
fans» enseguida que la gente empezó a gritar para llamar mi atención. Todo
pensamiento y sentimiento se desvaneció. El entumecimiento que me había
ayudado a sobrevivir el último año se hizo con el control. Lo acogí, lo acepté.
—Sonríe a las cámaras, princesa —bromeé en voz lo bastante alta como para
que nuestros espectadores lo oyeran y, luego, le di un suave beso detrás de la
oreja, en una zona muy sensible.
Veinte minutos después, estaba tan aburrido que casi lloro de la alegría
cuando mi teléfono móvil sonó. Me había llegado un correo electrónico.
Probablemente era Scott, que me enviaba algún cambio en mi agenda, pero
hasta eso era más interesante que escuchar a Kaylee hablar incesantemente
sobre los detalles de nuestro próximo compromiso. Lo tenía todo planeado,
desde la hora y el lugar en que iba a pedírselo, hasta la última línea que se
suponía que iba a pronunciar. «Matadme, por favor», pensé cuando mencionó
que teníamos que organizar una fiesta de compromiso.
Alargué el brazo hacia mi bebida al mismo tiempo que sacaba el teléfono del
bolsillo. Entonces, al abrir la aplicación del correo electrónico, me quedé de
piedra.
De: Ellamara
Asunto: ¿Cinder?
—¡Hostia!
La copa se me resbaló de los dedos y cayó sobre mi plato. Nos salpicó tanto a
Kaylee como a mí de vino tinto. Kaylee chilló y varios empleados del
restaurante llegaron enseguida procedentes de todas las direcciones, pero yo
apenas me percaté de su presencia. Era incapaz de apartar la mirada de la
pantalla del teléfono.
—¡Joder!
Para: Cinder458@gmail.com
De: EllaLaVerdaderaHeroina@yahoo.com
Asunto: ¿Cinder?
Querido Cinder:
No pude evitar ahogar un grito. Siempre pensé que había pasado algo así,
pero tener la confirmación convertía la pesadilla en algo real, no como antes,
que era una mera suposición.
Mi madre murió en el accidente, así que tuve que mudarme con mi padre y su
familia. Él se encargó de empaquetar todo lo que había en nuestro piso y lo
puso en venta mientras yo seguía ingresada en el hospital. No tuve la
oportunidad de estar una última vez en casa. No volví a ver a ninguno de mis
amigos. No pude despedirme de nadie. Ni siquiera de mi madre. Me perdí el
funeral. Siento haber tardado tanto en escribirte este correo, todavía no sé si
seré capaz de darle a enviar. Ahora todo es muy distinto, y pensar en el
pasado me dolía tanto que no era capaz de enfrentarme a él. No he hablado
con nadie de mi antigua vida. Pensé en retomar mi blog, pero mi padre donó
todos mis libros mientras estaba en coma y ahora ya no me siento con fuerzas
como para seguir publicando entradas.
Te echo de menos.
Ella
Volví a tragar saliva, pero esta vez fue para combatir las náuseas y las
emociones. Estaba viva, pero había pasado por algo horrible. Había perdido a
su madre y había tenido que mudarse con su padre, que la había abandonado
hacía años. La idea de que Ella hubiese pasado por todo eso era horrible.
—¡Brian!
—No pasa nada —contestó la mujer—. Estoy más preocupada por usted. Se le
ve muy pálido. ¿Se encuentra bien? ¿Necesita asistencia médica? ¿Llamo a
una ambulancia?
—¿Qué? ¡Oh, no! Estoy bien. Solo me he sorprendido por algo. Lo siento. —
Saqué del bolsillo de la camisa el recibo que me había dado el aparcacoches y
se lo tendí a la mujer—. ¿Podría pedirle al aparcacoches que me traiga el mío?
Me temo que tengo que irme. Y es urgente, así que…
—Por supuesto, señor Oliver, pero ¿está seguro de que se encuentra bien?
—¿Señor Oliver?
Para: EllaLaVerdaderaHeroina@yahoo.com
De: Cinder458@gmail.com
No esperé a que me respondiera. Salí del restaurante todo lo rápido que pude
y estaba a punto de sentarme al volante cuando Kaylee salió del restaurante
en mi busca.
—Estoy bien, cielo . Pero me siento fatal por haberte destrozado ese vestido
tan sexy , y creo que es importante que te lo quite lo antes posible.
Soltó una risita y luego se giró para decir algo a los paparazzi , pero no me
quedé para oír qué era. Me subí en el coche, me abroché el cinturón y bajé la
ventanilla del copiloto.
—Cariño, deja de flirtear con las cámaras y mete tu precioso culo en el coche
ya. ¡No aguanto más!
Conducía demasiado rápido como para apartar los ojos de la carretera, pero
sentí el calor de su mirada. Era tan caliente que temí que ardiera por
combustión espontánea. Y si ardía y me estropeaba los asientos de piel, me
cabrearía mucho.
—¡Qué!
—Es posible, pero si crees que voy a dejar que pases tiempo con una zorra
desconocida cuando se supone que estás saliendo conmigo…
—¿Vas a entrar y llamar a esa tal Ella , así, sin más? —Escupió el nombre con
desprecio—. ¿Y yo qué hago entonces?
—Llama a un taxi.
El enfado se me empezó a notar. Lo único que quería era hablar con Ella, y
Kaylee seguía preocupándose por toda la mierda del montaje. Me quité la
americana y luego la camisa por la cabeza, sin molestarme en desabrocharla.
Cinder458 : Mi cita ha pensado que estaba loco, por cierto. Está claro que ya
no va a pasar nada con ella, y está buena. Es todo culpa tuya.
EllaLaVerdaderaHeroína : ¡¡¡Cinder!!!
Cinder458 : Olvídalo, mujer. Era una estúpida cita. Tú eres más importante .
Tu correo casi me ha hecho llorar. ¡Lágrimas, Ella! ¿Y por qué estamos
hablando de mí? No me puedo ni imaginar por lo que has pasado. Sé lo bien
que te llevabas con tu madre. ¿Y te has tenido que mudar con tu padre?
¡¡¡Pero si llevabas años sin verlo!!! ¿Cómo estás? ¿Hay algo que pueda hacer?
¿Quieres que vaya y te secuestre? ¿O que al menos le dé un puñetazo? No
puedo creer que haya donado tus libros.
El mundo parecía más brillante. La vida no era tan mala como hacía media
hora. La soledad arrolladora que sentía se había esfumado. Aún no había una
luz al final del túnel, pero al menos ya no estaba sola en la oscuridad.
Debería haber sabido que Cinder no cambiaría. Debería haberle escrito meses
atrás, en el centro de rehabilitación, en cuanto recuperé la movilidad. Bueno.
Obcecarse con el pasado no sirve de nada. Ahora lo tenía ahí de nuevo y eso
era lo que importaba.
Cinder458 : Eh, eh, eh, ¡mi tesoro, no! Vale, vale, entonces, nada de pegarle
o secuestrarte. Pero en serio, Ella, ¿qué puedo hacer? Me siento inútil. Dime
algo.
Mi risa fue verdadera, feliz, liviana. Era mi primera risa real desde el
accidente. No había nada de obligación o incomodidad en ella. No lo había
hecho porque estuviera nerviosa por algo o intentara esconder mis
sentimientos. Me reí porque estaba de buen humor (y porque lo que había
dicho Cinder era ridículo).
Cinder458 : ¿?
Cinder458 : Vaya. Así que no eres fan de Max Oliver. Pensé que bromeabas
cuando escribías críticas negativas de sus películas en tu blog.
Cinder458 : ¿Recuerdas lo que hemos hablado acera de que eres una niñata?
No me gusta Brian de la forma que insinúas. Pero creo que es perfecto para el
papel.
Cinder458 : Ya, ya, niñata. Al menos lo nominarán, que conste que lo pienso.
Participó en un drama indie, El largo camino a casa . Échale un vistazo y te
prometo que dejaré que te humilles para pedir perdón cuando te des cuenta
de lo equivocada que estás con él.
Cinder podía ser dulce cuando quería, pero esa extraña confesión no fue lo
hizo que sintiera una presión el pecho. Nadie me había querido a su lado
desde el accidente. Mi padre me trajo a esta casa y él y Jennifer trataron de
ser agradables, pero era evidente que no era parte de la familia.
EllaLaVerdaderaHeroína : Y engreído.
Cinder458 : Ay, cuánto he echado de menos que intentes bajarme los humos
una y otra vez.
El problema era que cuando lo conociese, querría que él fuese mucho más. A
mamá le daba miedo que me enamorase de Cinder algún día, pero eso ya
había orcurrido. De hecho, sabía que estaba enamorada sin remedio. Siempre
lo había estado.
Algunas personas trataron de ser discretas o no mirar, pero sus ojos volaron
hacia mí de todas maneras. Eran los que se obligaban a sonreírme o a
hablarme por educación cuando tenían que hacerlo. Otros alumnos me
miraban abiertamente, se reían, me señalaban o se burlaban de mí en un
intento de hacer que los demás se rieran.
Intenté ignorarlos lo mejor que pude, pero necesitaría tiempo para que no me
doliese, si es que eso era posible.
—Bueno. Es la plaza mejor situada. Está tan cerca que nos iremos antes de
que haya mucho tráfico.
Anastasia resopló y echó el asiento hacia delante. Me hizo un gesto para que
me sentase en la parte de atrás. ¿Bromeaba?
—Da igual.
—No puedo creer que le hayas dado lo que quiere. ¿Te vas a sentar en los
asientos de atrás todo lo que queda de curso?
Nadie habló durante el viaje de vuelta a casa, solo se oía la música pop del
Top 40 que sonaba en el coche. Jennifer nos esperaba en casa para darnos la
bienvenida con sonrisas enormes y un millón de preguntas. Yo quería
meterme en mi habitación y quedarme allí hasta el día siguiente, pero mi
estómago ganó la pelea contra mi voluntad. No había desayunado ni comido, y
me acabaría poniendo mala si no tomaba algo.
—¿Cómo ha ido vuestro primer día? —nos preguntó Jennifer a las tres
mientras entrábamos en la cocina.
Como solo se preocupaba por sus hijas, dejé que ellas contestasen a las
preguntas y me dirigí a la nevera.
—Ha sido una pesadilla —gruñó Anastasia detrás de mí—. Mamá, Ella
caminaba como una zombi aunque la gente la señalara, se riera de ella y esas
cosas. Era como si tuviese una enfermedad horrible. Se sentó en una mesa en
la cafetería a la hora de la comida y la gente en su mesa se dispersó como si
fueran cucarachas. El sitio estaba lleno, todas las sillas estaban ocupadas,
pero nadie quería sentarse a su lado. Tenía toda una mesa para ella sola. Ha
sido muy vergonzoso.
Incapaz de mantener mi carácter a raya, cerré el frigorífico de un portazo y
me di la vuelta.
—Pues claro —se burló Anastasia—. Todo el mundo sabe que vives con
nosotras. Nos preguntaban una y otra vez por qué nuestra hermanastra era
un bicho raro. Tardas un siglo en llegar a todos los sitios y llevabas manga
larga a pesar de que estábamos a unos treinta grados.
Juliette resopló.
—No pasa nada por llevar manga larga y medias si eso te hace sentir más
cómoda, Ella.
Jennifer volvió antes de que terminase de merendar con varias bolsas en las
manos.
Yo pensaba lo mismo, pero, aun así, no fue bonito que lo dijese en voz alta.
—Bueno, esto no es una cura ni nada. Tienes tantas cicatrices que nunca se
irán del todo, pero algunos de estos productos pueden ayudarte con esas
zonas raras con manchas y, tal vez, consigan alisar muchos bultos. Esos son
los que destacan de forma tan desagradable. Si pudiésemos arreglar
determinadas zonas y equilibrar el tono de tu piel, entonces las cicatrices no
resaltarían tanto.
—¿Cirugía plástica?
¿De verdad pensaba que era tan horrible como para necesitar operarme?
—¿Has hablado con alguien sin preguntarme? —Jadeé—. ¿Le has enseñado
mis fotos ?
—No quería decir nada hasta saber si podía ayudarte. No quería que te
ilusionaras. Pero, Ella, me ha dicho que puede para ayudarte. No siempre
tendrás que estar tan mal como ahora.
—¿Diciéndome que soy tan fea que doy miedo y que necesito cirugía plástica?
Jennifer cerró los ojos y se frotó las sienes. Me hizo sentir como una estúpida.
No tenía tacto, pero, en su modo raro e insensible, trataba de ayudarme de
verdad. Intenté calmarme; estaba demasiado cansada tras aquel día horrible
como para discutir con ella. Me bajé del taburete y cogí la bolsa de productos
que me había dado.
* * *
Antes de que pudiese responder, Jennifer colocó una mano sobre su brazo y
exclamó:
—Tal vez lo mejor sea que se quede. El instituto no ha ido bien. Las chicas
han tenido un día complicado y todas están un poco sensibles ahora mismo.
Como si fuesen las noticias más inesperadas del mundo, mi padre me miró
sorprendido.
—Por lo que me han contado Anastasia y Juliette, ha sido terrible. Rich, quizá
deberíamos dejar que se quedara en casa y que haga las clases desde aquí, a
distancia.
—Sí, por favor —rogó Anastasia al entrar en mi habitación con Juliette, como
si aquello fuese una especie de reunión familiar.
—¡No!
—Pero, Rich…
—No, Jennifer. Sabes por qué no podemos. Su vida será así a partir de ahora.
Tiene que acostumbrarse a ello.
—Ya oíste lo que nos dijo su médico. Tiene que aprender a relacionarse con la
gente. No puede aislarse o su situación empeorará.
—Pero nunca hará amigos —razonó Jennifer—. Estará marcada de por vida. —
Jennifer cayó en la cuenta de que ya estaba marcada y se encogió de hombros
—. Quería decir emocionalmente.
Su fe en mí era sorprendente. Pensaba que era el bicho raro que sus hijas
creían. Que estaba tan mal que necesitaba operarme y que nunca tendría
amigos. Mentiría si dijese que eso no me preocupaba, pero, como figura
paternal, se suponía que Jennifer tenía que fingir que era posible. Un poco de
optimismo habría estado bien.
Me quedé con la boca abierta. ¿Gente igual que yo? ¿Como si estar coja y
tener cicatrices me hiciese a mí y a los chicos discapacitados personas
inferiores? Mi padre, el abogado, debería haber reaccionado ante ese
comentario ignorante y discriminatorio, pero en lugar de eso, la miró con
interés.
—Tal vez tengas razón. Preguntaré a los miembros de su equipo sobre esa
posibilidad.
Estaba destrozada. Sabía que me había abandonado por esta gente hacía
mucho tiempo, pero todavía me sentía traicionada. Era mi padre . Debería
haberme defendido. Al menos debería haberse preocupado por mis
sentimientos.
Jennifer palideció y mi padre levantó las manos para masajearse las sienes
con el índice y el pulgar, como si le doliera la cabeza.
—Lo sé, cariño, pero Ella ha tenido un mal día. Creo que nos vendría bien
pasar tiempo juntos.
—¡Todas hemos tenido un mal día! ¿Y qué pasa con nosotras? ¡Ahora todo
depende de ella! La cena del primer día de clase es una tradición familiar. No
puedes olvidar a tu verdadera familia porque su vida sea un asco.
—No sigas, papá —lo interrumpí antes de que pudiera excusarse—. Ambos
sabemos que si mamá no hubiese muerto, yo no sería más que un recuerdo
lejano, así que no finjas que te preocupas por mí.
—¡No puedo cambiar el pasado, Ella! Lo hago lo mejor que puedo y tendrás
que conformarte con eso. Más vale que pienses en una manera de superar tu
rabia porque, te guste o no, ahora somos tu familia. Te quedas con nosotros,
así que te aguantas y te metes en el coche.
Quería decir que no. Quería ponerme firme y obligarlo a que me sacara a
rastras, gritando y golpeándole. Me había hecho daño durante diez años.
Ahora no podía regresar a mi vida y esperar que lo perdonase como si no
hubiera pasado nada. Ni siquiera se había disculpado. Pero cuanta menos
guerra diese, antes podría largarme de esta casa.
—Vale.
Hasta ese momento no me había percatado de que las mellizas iban muy bien
vestidas. Mi padre y Jennifer también estaban elegantes. Genial. La presencia
de mi padre exudaba respeto y Jennifer colgaba de su brazo como la perfecta
mujer florero. Anastasia y Juliette completaban el cuadro, parecían un par de
herederas consentidas. Esta familia merecía tener su propio reality show .
Después de que papá echara a todo el mundo de mi habitación para que me
cambiase, miré mi armario durante una eternidad. Sabía que no encontraría
nada que me hiciera encajar con los Coleman. Mientras pasaba la ropa
colgada de un lado a otro, pensé en el vestido de noche amarillo de mi madre.
Mamá y yo no teníamos la oportunidad de arreglarnos muy a menudo. No es
que fuéramos pobres, pero debíamos tener cuidado con lo que gastábamos y
ahorrar si queríamos hacer algo extravagante. Aunque una vez, cuando yo
tenía unos trece años, salió con un bailarín profesional de salsa durante varios
meses y a él le encantaba sacarla a bailar, así que se permitió un capricho y
compró el vestido.
Abracé el traje contra la cara y tomé aire. Ya no olía como ella, pero no
importaba. De toda la ropa que tenía mamá, este vestido era mi prenda
favorita. Siempre estaba preciosa con él. Lloré de alivio al rebuscar entre las
bolsas que empaquetó mi padre y vi que lo había guardado.
—Te echo tanto de menos, mamá —susurré—. No es justo que tenga que
hacer esto sola. Te necesito .
Me puse el collar de perlas que mi madre siempre llevaba con este vestido,
me recogí el pelo como ella lo hacía y estudié mi reflejo en el espejo durante
un largo rato. Si ignoraba las cicatrices, casi me sentía como un ser humano
de nuevo. Era como ver a mi madre devolviéndome la mirada a través del
espejo. Me parecía mucho a ella, excepto en los ojos.
—Es un vestido precioso, Ella —dijo Jennifer, rápidamente. Su voz era tan
condescendiente que era como si yo tuviese cinco años—. ¿Pero estás segura
de que quieres llevarlo?
Era una idiota. No podía creer que me llevara tantísimo tiempo entender cuál
era su problema.
—Ah, te referías a que no quieres que lleve el vestido porque se me ven las
cicatrices. Estás tan avergonzada de mí como ellas.
Jennifer negó con la cabeza frenéticamente hasta que sus ojos se llenaron de
lágrimas. Volvió su cabeza hasta el hombro de papá entre sollozos. Él la rodeó
con un brazo y me fulminó con la mirada.
—Ya basta, Ellamara. Que lo pases mal no significa que puedas pisotear los
sentimientos de esta familia. Ya lo has dejado muy claro. Ahora no pongas las
cosas más difíciles y ve a cambiarte de ropa.
—¡No me lo he puesto para dejar nada claro! Este vestido era de mi madre.
Quería que mi familia estuviese presente en la cena de esta familia . No
debería cambiarme porque os avergüence demasiado que os vean conmigo.
No es culpa mía que os dé asco.
—¡Sé lo que pensabas! —Su disculpa llegaba tarde—. No dejas de repitir que
sois mi familia, pero no es así. Si mi madre me hubiese visto con este vestido
me habría abrazado y me habría dicho lo orgullosa que estaba de mí por ser
valiente, no me habría pedido que me cambiara de ropa. Es horrible. Ella no
se avergonzaría de mis cicatrices. A ella no le importarían, porque me quería.
Ella era mi familia.
Brian
Sabía que no debería haberle dado las llaves de mi casa a Scott. ¿Cómo
cojones se suponía que iba a evitar a la gente cuando había alguien que no me
dejaba saltarme las reuniones?
Cinder458 : Por mucho que me encante ver cómo te rebajas, tengo que irme.
Ella por fin había visto mi película, El largo camino a casa , tal y como le
había pedido. Se quedó tan sorprendida que escribió una reseña graciosísima
titulada «Mis más sinceras disculpas al señor Brian Oliver». Fue una reseña
de la película como las que solía escribir para su blog antes del accidente,
solo que esta estaba escrita en forma de carta personal para mí y en ella se
disculpaba por pensar que iba a destrozar el personaje de Cinder. Fue
increíble.
Cuando leí la publicación esa tarde, inicié sesión para darle la bienvenida de
nuevo a la blogosfera y terminamos manteniendo otra discusión en la sección
de comentarios sobre el vestuario de la princesa Ratana. Algunos de los
lectores de Ella también habían visto su carta y se unieron al debate. Me
encantó ver que mi bando le sacaba ventaja al suyo, a pesar del festival de
bienvenida que Ella estaba recibiendo por parte de sus fans.
Cinder458 : Será como mi sabia sacerdotisa desee. No me apetecía nada el
plan de hoy, pero te prometo que me lo pasaré genial en honor a tu regreso al
mundo bloguero.
Solté el aire que guardaba en los pulmones y pulsé la tecla enviar. Puede que
fuese un mensaje instantáneo, que nunca llegara a conocer a Ella en persona
y, tal vez pensara que estaba bromeando, pero nunca antes le había dicho
esas palabras a una mujer. Para mí, este momento significaba muchísimo.
—Tú ganas. Ya voy. No puedo dejar que pierdas las pelotas por mi culpa.
* * *
Sonreí con suficiencia. Por supuesto que estaba cabreada. Hoy cumplía
veintiún años y, según ella, era la noche en que supuestamente nos íbamos a
prometer. Alquiló el club más exclusivo de Los Ángeles para la fiesta e invitó
a todos los famosos que conocía. Y, al parecer, también a todos los paparazzi
del estado de California.
Si Scott creía que Kaylee estaba enfadada ahora, que esperara a que
rompiera con ella en vez de darle el anillo que se suponía que tenía que
comprar y que, por supuesto, no había hecho.
—¡Cariño! —chilló, restregándose contra mí—. ¿Por qué habéis tardado tanto?
Sonaba contenta, pero el fuego de sus ojos dejaba entrever lo cabreada que
estaba realmente. Se había traído a un séquito de amigos y de conocidos
consigo. Después de saludarlos a todos de forma educada, cogí a Kaylee de la
mano y pregunté:
—¡Claro!
Miró a la multitud con una expresión que sugería que creía que iba a recibir
una sorpresa de cumpleaños y, luego, dejó que la llevase a una mesa privada.
No perdí tiempo. En cuanto estuve seguro de que nadie nos oía, se lo solté.
—Sí, eso me lo has dejado muy claro desde que se sugirió en la reunión que
nos hiciéramos pasar por novios.
—Kaylee. —Me froté las sienes y respiré hondo. No iba a pelearme con ella si
podía evitarlo—. Dame un respiro, ¿vale? Las cosas han cambiado para mí
desde la reunión.
—¿Entonces vas a dejarme por ella? ¿Vas a pedirle a ella que sea tu falsa
prometida?
—¡No voy a seguir con esta mierda de farsa contigo! Tenemos que romper
ahora mismo. Me voy a ir a Boston a conocer a Ella. Voy a decirle quién soy, y
no quiero que piense que tengo novia cuando se lo diga. Quiero salir con ella,
y me niego a mantenerla en secreto o a hacerla esperar mientras me paseo
por Los Ángeles con mi falsa prometida frente a las cámaras.
No creía que los ojos de Kaylee pudiesen abrirse todavía más, pero me
equivocaba. Los abrió tanto que casi se le salieron de las cuencas. También
abrió la boca y se echó hacia delante sobre la mesa.
Me ardieron las mejillas por la vergüenza que sentía. Sabía que parecía una
locura, pero también sabía lo que sentía.
—Define «complicada».
No quería hablar de Ella con Kaylee. Nunca lo entendería. Ella era lo mejor
de mi vida, y Kaylee solo querría privarme de ella. Era como un veneno. No
dejaría que emponzoñase lo que compartía con Ella.
—¡Pues sí, sí que tienes que hacerlo! —siseó Kaylee—. Estás rompiendo
conmigo. Me merezco una explicación.
La fuerza de mi afirmación nos pilló por sorpresa a los dos. Inspiré y expulsé
todo el aire que tenía en los pulmones tras esa confesión, pero me sentí tan
bien al decirlo en voz alta que lo repetí.
—La quiero, Kay. No puedo estar contigo. Ni siquiera puedo fingir ser tu
chico cuando solo la quiero a ella.
Alargué el brazo por encima de la mesa y apoyé una mano sobre la de ella.
—Lo siento.
—No soy idiota, Brian. Sabía que tratarías de escaquearte esta noche.
Kaylee era cruel y Ella había pasado por muchísimas cosas. Si Kaylee quería,
encontraría la grieta en la armadura de Ella y usaría su tragedia para hacerla
añicos sin ni siquiera haberla conocido en persona. No me cabía duda de que,
si repudiaba a Kaylee ahora, haría exactamente eso.
—Ah —dijo Kaylee con satisfacción—. Ya veo que por fin nos entendemos,
¿no?
Kaylee se puso en pie sin advertencia alguna, chilló con fuerza y empezó a
brincar con vertiginosa emoción.
—¡Sí! —gritó—. ¡Sí, sí, y sí, con todo mi corazón! ¡Por supuesto que me casaré
contigo!
—Por supuesto que sí, cariño, y solo late por ti. —Estiró el brazo para enseñar
el anillo a la multitud y gritó—: ¡Nos casamos! ¡El mejor regalo de
cumpleaños de mi vida!
Esperó a que respondiera con la misma frase, pero no me dio la gana. Nunca
le diría esas palabras a ella, tanto si lo pensaba de verdad como si no. «Bien»,
respondí en su lugar, y me gané una buena risotada por parte de la multitud.
La ira se reflejó en los ojos de Kaylee, pero no podía decir nada con todo el
mundo observándonos de cerca. Se obligó a sonreírme con más alegría y me
volvió a besar. Lo odié, pero no tenía otra elección que devolverle el beso. No
podía dejar que le hiciese daño a Ella. Ni siquiera iba a dejar que averiguase
cómo había conocido a Ella. Solo tendría que esperar a contarle la verdad a
Ella cuando Kaylee se cansase de mí. Rezaba porque los planes de Kaylee no
incluyeran un viaje a Las Vegas y un certificado de matrimonio de verdad.
Capítulo 9
La primera vez que recibí en casa una caja de libros enviada por una editorial,
tuve que explicarle a mi padre de qué se trataba. Le alivió saber que tenía
otra afición aparte de esconderme en mi habitación. Salió directo de casa y
me compró unas estanterías que llenó con libros, y también me compró un
nuevo lector electrónico. Hasta consiguió que me incluyeran en una especie
de lista de prensa para ir gratis a los estrenos de las películas. El hombre
seguía sin gustarme, pero hasta yo admitía que fue todo un detalle por su
parte.
—Nada. —Sabía que no era un gesto amistoso. Jason había sido uno de mis
más repulsivos torturadores este año—. ¿Qué quieres?
—No.
—Dijo que ni siquiera te haría falta un disfraz. Podrías venir en pantalón corto
y camiseta de tirantes y ganarías la corona. Comentó que la gente saldría
corriendo despavorida al verte.
Por suerte, la clase ya casi había terminado, así que me agaché para recoger
mi mochila. Supongo que a Jason no le gustó que no me hubiese cabreado,
porque me quitó el libro de las manos antes de que pudiese guardarlo dentro.
—Tengo curiosidad, Ella. ¿De verdad eres tan fea como dice que eres?
—Devuélveme el libro.
—¿Perdona?
Jason sonrió con suficiencia. Se había emocionado al ver que por fin había
dado en el clavo.
—¿Fue ahí donde te quemaste? ¿Por qué te devolvieron a la tierra? ¿Eres tan
rarita que ni en el infierno te querían?
Empezó a temblarme todo el cuerpo. Tuve que apoyar mi mano mala sobre el
pupitre para evitar formar un puño con ella y hacerme daño. Jason observó el
gesto y dijo:
Alargó el brazo tan rápido como el rayo y levantó el mío de un tirón, listo para
remangarme. No me agarró tan fuerte. A una persona normal no le habría
hecho daño, pero yo no había recuperado aún toda la movilidad en el brazo
derecho. No podía estirarlo por completo. Cuando Jason tiró de él, sentí que
la piel que había cerca del codo se rasgaba.
—¡Cabrón estúpido!
—¿Estás bien?
—No. —Levanté la mano del brazo y le enseñé las manchas rojas que se
filtraban por el cuello de cisne—. Ha roto el injerto de piel.
Juliette asintió.
—Llevaré todo esto a la oficina —dijo, y luego señaló a Jason—. ¡Usted, venga
conmigo ahora mismo!
Capítulo 10
Mi padre estaba enfurecido. Al fin y al cabo, era fiscal. Vivía para amenazar.
Se encontraba en el despacho del director con la puerta cerrada mientras yo
estaba al final del pasillo, en la enfermería, pero, aun así, oía sus gritos
amortiguados y furiosos. Hasta entonces había amenazado con meter a Jason
en la cárcel, denunciar a su familia, denunciar al instituto y conseguir que
despidiesen a la señora Teague.
—Le tendrás que decir tú mismo a Daniel lo de que me tengo que tomar con
calma la rehabilitación —comenté a Cody—. A mí no me creerá. Le encanta
torturarme.
—¿Se ríe ? —preguntó papá, sorprendido. Una sonrisa cruzó su cara—. Eres
un obrador de milagros, Cody.
—Porque usted le quita la diversión a todo —gruñí. La doctora Parish era una
mujer amable, pero odiaba nuestras sesiones—. Siempre está muy seria.
—Tu salud mental es un tema serio, Ella. Desearía que te tomases las sesiones
con más seriedad.
—Sí.
—Tendré que visitarla todos los días para controlarla hasta que la herida se
cierre, pero debería estar recuperada en una semana o así. Necesita que un
cirujano le eche un vistazo, para estar seguros.
—Se encuentra bajo una alta dosis de analgésicos, pero su juicio no debería
verse muy alterado.
—Por aquí. —Mi padre abrió la puerta de una pequeña sala de conferencias—.
¡Juliette, tú también!
Miré hacia atrás al tiempo que Juliette se levantaba de una silla frente a la
mesa de recepción. Aún no podía creer que me hubiese ayudado. La miré a
los ojos cuando pasó por delante de mí en dirección a la habitación, pero ella
desvió la vista enseguida. Estaba claro que haberme ayudado en una
emergencia no nos convertía en amigas.
—¿Señorita Coleman?
Ella fulminó con la mirada a Jason hasta que murmuró una disculpa. Su «lo
siento» fue tan sincero como mi «vale».
No podía apartar los ojos de mi brazo vendado. Cody había tenido que
cortarme la manga por encima del codo para examinar la herida, así que mis
cicatrices estaban a la vista. El hecho de que Jason las viera me hacía sentir
como si hubiesen violado mi intimidad.
—Parece que al final has conseguido lo que querías —dije. Le enseñé mi brazo
para que lo viese bien—. ¿Entonces es cierto? ¿Soy lo bastante horripilante
como para ganar una corona?
Estaba tan enfadada que me olvidé de las otras cicatrices en la muñeca hasta
que Jason emitió un grito ahogado. Seguí su mirada hasta las marcas que
ilustraban mi intento de suicidio, al igual que sus padres. Todos repitieron el
mismo grito ahogado.
—¿Quieres saber por qué nunca has sido capaz de hacerme llorar? —pregunté
—. Porque intentas destruir a alguien que ya ha tocado fondo. No me puedes
hacer sentir peor de lo que ya me siento. Eres patético, Jason, tú y todos los
idiotas de este instituto que no tienen nada mejor que hacer que meterse con
una persona coja.
—¡Pensaba que en este instituto había tolerancia cero al acoso! ¡Creía que los
estudiantes debían firmar un código de conducta personal al venir aquí!
¡Debería encargarme de que se le abra un expediente a esta institución!
—¡Esto no es una broma! —Me acercó papel y lápiz—. ¡Quiero los nombres,
Ella! ¡Todos!
—No puedo escribir en una lista todos los que se han portado mal conmigo
desde que empezaron las clases. Es medio instituto. Ni siquiera conozco a la
mayoría.
Suspiré.
—Tiene razón —dijo Juliette, y habló por primera vez—. Si metes a la gente en
problemas por molestar a Ella, la odiarán por ser una chivata.
—¡Estos chicos tienen que hacerse responsables de sus actos, si no, nunca se
detendrán! —rugió mi padre.
—¿Qué?
—¿Quieres saber por qué Jason ha hecho lo que ha hecho hoy? —preguntó
Juliette.
Juliette se acomodó y cerró la boca, pero ya era demasiado tarde. Papá nos
miraba a la una y la otra, y con ello dejaba claro que le contaríamos todo lo
que quería saber, justo en este momento .
—¿Sabías que cortó con Jason la semana pasada? Bueno, él le pidió volver y
que fueran juntos al baile de Halloween como pareja, y ella le dijo que solo
accedería si conseguía que Ella mostrase sus cicatrices a todos.
Parecía que papá estuviese contando hasta diez para no explotar. Un minuto
después, pregunó:
—¿A qué te refieres con que no quieres presentar cargos? —inquirió mi padre
—. Ese chico te ha atacado . —Miró a los expectantes policías y comentó—. No
vamos a retirar los cargos.
—Señor, su hija tiene más de dieciocho años. Si elige no…
—De acuerdo —gruñó—. Retiraremos los cargos. Pero más vale que me avises
si vuelve a causarte problemas, Ellamara. —Miró a Juliette y añadió—: Y eso
también va por ti.
Ambas asentimos.
—Y la pregunta que queda por contestar es: ¿qué hacemos contigo, Ellamara?
—¿A qué se refiere?
—No estoy seguro de que este instituto sea el mejor sitio para ti —respondió
el director Johnson, despacio.
Mis defensas se irguieron hasta lo más alto. Odiaba este instituto a rabiar,
pero me cabreaba que quisieran echarme.
—Pero tampoco puede seguir así —razonó mi padre—. Usted dijo que asistir
al instituto la ayudaría a mejorar, pero no está mejorando.
Abrí los ojos como platos. ¡Así se hace, doctora! Nunca había visto a nadie
hablar así a mi padre. Sonreí ante las expresiones avergonzadas de ambos
hombres al sentir la ira de la doctora Parish por primera vez. La mujer era
formidable. Puede que mi padre ahora entendiera un poco mejor por qué
odiaba tanto las sesiones con ella.
Era dura pero eficaz. Tanto mi padre como el director Johnson se disculparon
conmigo, y este me lanzó una mirada suplicante.
—Sé que algunas personas te han molestado, pero no todas . ¿Has intentado
hablar con alguien? ¿Has tratado de comunicarte con algún estudiante?
No, y todos lo sabían. Apreté los dientes y odié que tuviera razón.
—Entonces, si aquí eres tan infeliz, quizá deberíamos mandarte a otro sitio.
Creo que tenías razón al decir que un centro público sería un ambiente más
adecuado.
—¿Quieres ingresarme?
—Estás enferma, cielo. Necesitas ayuda antes de hacer algo que te vuelva a
hacer daño.
—¿Qué?
—De acuerdo, cielo. Si crees que no es buena idea, entonces confío en ti.
—Sí.
Tomé aire con fuerza, pero mis pulmones se negaron a soltarlo mientras
esperaba a que decidiesen mi futuro.
—Me sentiría mejor si Ella accediera a verme cada dos días en lugar de una
vez por semana —comentó la doctora Parish. Me miró con severidad y añadió
—: Y no queremos que tu depresión empeore, así que por ahora tu habitación
es zona prohibida excepto para dormir, e incluso entonces deberás mantener
la puerta abierta todo el tiempo. También deberás intentar relacionarte más
con tu familia y los alumnos del instituto. Nada de encerrarte en ti misma.
Encuentra a alguien con quien comer. Haz amigos.
Sonaba tan cálido y seguro que no supe cómo responder. Lo observé como
una idiota.
—Sé que no me crees, Ellamara —continuó, esta vez hablando con más
delicadeza—, pero te quiero . Quiero que seas feliz. Quiero que te sientas
cómoda en mi casa y con mi familia. Siento que mi hija te lo haya puesto
difícil. Nos aseguraremos de que pare, y por ahora tú y yo podríamos pasar
algo más de tiempo juntos antes de que te preocupes por Jennifer y las chicas.
Eres mi hija, cariño. Me gustaría conocerte un poco más.
Volvió a sonreírme y fue la primera vez desde que nos habíamos vuelto a ver
que sentí que me miraba como un padre. Notaba su preocupación, pero
también su orgullo. Me miraba como si me conociera, como si no fuese una
desconocida o alguien de quien tuviese miedo, sino alguien de quien se
preocupaba de verdad.
Siempre había querido que mi padre me mirase así, pero ahora que lo había
hecho, me asustaba. Claro que parte de mí quería entablar una relación con
mi padre, pero la mitad rota de mi corazón no estaba segura de estar
preparada para confiar en él. No estaba segura de poder perdonarle que me
hubiese abandonado.
—No estuve contigo cuando debería haberlo estado —dijo mi padre—. Pero
me gustaría estarlo ahora. Si me lo permites.
—Vale —murmuré. Sentí que se me encendían las mejillas, así que miré
rápidamente al director Johnson y, después, a la doctora Parish—. Lo
intentaré, ¿vale?
Capítulo 11
No tuve que volver a clase ese día, pero Juliette y Anastasia llegaron a casa
antes que yo. Fui a la comisaría para retirar oficialmente los cargos contra
Jason y, luego, mi padre me llevó a la unidad de quemados para hablar con mi
cirujano. Cuando llegamos a casa eran más de las cuatro de la tarde.
—Cielo, recuerda lo que ha dicho la doctora Parish. —Su voz estaba teñida de
incomodidad.
Dejó pasar la mentira y miró al salón principal, desde donde se oían las voces
de la tele, que resonaban por las escaleras.
Me tomé mi tiempo para cambiarme el uniforme por unas suaves mallas y una
camiseta holgada de manga larga, pero mi padre aún me esperaba al salir de
mi cuarto. Si iba a merodear a mi alrededor todo el tiempo, no tardaría ni una
semana en meterme en un centro para adolescentes suicidas. Al menos me
ayudó y me llevó la mochila y el portátil por las escaleras.
—La buena noticia es que el desgarro no ha sido tan malo —explicó mi padre
—. La mala es que tendrán que operarle la parte interna del codo. Han dicho
que podríamos postergarlo hasta después de vacaciones.
—Puedes sentarte en el sofá, Ella, hay sitio —dijo mi padre, que colocó el
portátil para mí.
Cuando Jennifer se aclaró la garganta, la miré, pero ella tenía los ojos
clavados en Anastasia. Ana puso los ojos en blanco y dejó escapar un suspiro
cargado de dramatismo al mirarme por encima del hombro.
—Lo siento.
—No, no pasa nada. No tenía pensado ir, de todas formas. Nunca me han
gustado los bailes.
—Mira, agradezco el gesto, Jennifer, pero ¿qué haría allí? No puedo bailar con
nadie. No puedo estar de pie mucho rato. No tengo una cita ni amigos que me
hagan compañía, y no querría arruinar la noche de Juliette haciendo que
tenga que sentarse conmigo. Me temo que los bailes no volverán a formar
parte de mi vida. Pero no importa. Pude ir al baile de tercero y al baile de
bienvenida de cuarto antes del accidente. Incluso fui princesa de la corte, así
que no me pierdo nada.
—Sorprendente, lo sé, pero así fue. De hecho, yo era normal. Tenía amigos,
citas, vida… le caía bien a alguna gente.
Con eso tiré la conversación por tierra oficialmente y todos nos sumimos en
un silencio incómodo. El único sonido de la sala provenía de Billy Bush, que
hablaba monótonamente sobre el compromiso de Brian Oliver y Kaylee
Summers en la fiesta de cumpleaños de ella la semana pasada. Por supuesto
que iban a casarse.
Tenía que recuperar un día entero de trabajos de clase que me había perdido,
además de los deberes para casa, pero vi que Cinder estaba conectado y no
pude evitar mandarle un mensaje rápido.
Cinder458 : No sé si preguntar.
Resoplé, pero dejé de sonreír cuando llamé la atención de todos los demás.
—¿Algo divertido?
Permanecí sentada mirando el ratón del portátil. Por primera vez me apetecía
contarle a Cinder lo que me pasaba. No sabía por qué. Nunca había sido de
las que llamaban la atención, pero mis dedos se encontraban sobre el teclado
y deseaban explicar mis problemas. Estaba muy afectada y sabía que Cinder
me escucharía.
Eso fue el equivalente a soltar algo deprisa utilizando para ello un teclado.
No podía creer que lo hubiera admitido todo. Le había dicho al tío más seguro
de sí mismo en todo el mundo, un chico atractivo, popular y con una vida
perfecta, que era una perdedora con tendencias suicidas a la que acosaban en
el instituto. No volvería a hablarme nunca más.
EllaLaVerdaderaHeroína : ¡¡¡No!!!
EllaLaVerdaderaHeroína : No sé…
Cinder458 : Nos conocemos desde hace casi tres años. Creo que está bien
que demos un paso más en nuestra relación y que hablemos por teléfono.
Cinder458 : Así es. Por eso tienes que llamarme. Necesito saber que estás
bien de verdad, si no me voy a volver loco. Necesito escuchar tu voz. Llámame
ahora mismo, señorita. ¿¿¿Por favor???
Decidí ser valiente, esperé hasta que mi familia dejó de prestarme atención,
cogí el móvil y marqué su número con manos temblorosas. Él contestó tras el
primer tono.
—¿Hola?
Su voz era más profunda de lo que esperaba. Solo una palabra hizo que un
escalofrío me recorriera todo el cuerpo. Pero sonaba… confuso. ¿Por qué
sonaba confuso? Esperaba mi llamada, literalmente.
—¿Cinder? —Quise darme una colleja por lo baja que había sonado mi voz.
—¡Ellamara! Eres tú. Mi hermosa y sabia sacerdotisa mística del reino, por fin
hablamos.
Me cubrí la boca con una mano. No quise decir eso. Pero es que sonaba como
si pudiese derretir mantequilla, o corazones femeninos, simplemente al
hablar. Su voz era profunda, ronca e hipnótica. El hombre no hablaba,
ronroneaba .
—Eso me suelen decir —bromeó y se rio. Su risa en voz baja era un sonido
diez veces más peligroso que su tono normal al hablar.
Lo dijo tan alto que estaba segura de que Cinder la había oído.
Quise morir al ver cómo Anastasia subía las escaleras dando pisotones. No
cabía duda de que Cinder lo había oído todo. No lo veía, pero mi cara estaba
tan roja que hasta me dolía. ¿Y ahora cómo iba a hablar con él? Estaba tan
nerviosa que me entraron ganas de vomitar.
—¿Ella? —preguntó Cinder cuando todo se quedó en silencio—. ¿Estás ahí? —
Parecía vacilante.
—Tranquila.
—Mira, gracias por darme tu número, pero creo que no es buen momento
para que hablemos.
—Subiré el volumen.
Tanto mi padre como Jennifer me miraron con tanta ilusión que no pude
discutir más. Puse los ojos en blanco y me dirigí al sillón donde mi padre
había estado antes.
—No me había dado cuenta de que ir más allá y convertirnos en amigos que
se llaman por teléfono venía con título de novio. ¿Eso significa que, si nos
conocemos en persona, nos tendremos que casar?
Sorprendida, me eché a reír. Juliette me miró con una ceja levantada, pero
volvió a concentrarse en su libro de texto sin decir nada.
—Qué graciosa.
—Madre mía, me viene bien reír. He tenido un día horrible. Gracias por
pedirme que te llamara. Aunque todavía no puedo creer que estemos
hablando por fin. Siempre me había preguntado cómo sonaría tu voz.
—Yo también. Incluso una vez busqué en Google vídeos sobre gente con
acento de Boston.
Volví a reír.
Cinder se rio.
—Eh… no. Lo sé. Es que mi padre vive en Los Ángeles. Estoy aquí desde que
salí del hospital.
Esperé a que se pusiera como loco y me pidiera que nos viéramos, pero la
línea se mantuvo en silencio durante un minuto y, luego, preguntó en voz
baja:
—No sé. Me llevó bastante tiempo reunir el valor suficiente para mandarte un
correo. Después todo volvió a la normalidad con tanta rapidez que no lo
pensé. Siempre has sido un ciberamigo, ¿sabes? Creo que he tenido miedo de
estropearlo todo.
—¿Por qué?
—Vaya, Cinder —resoplé. Sabía que lo decía en serio y eso lo hacía divertido
—. Eso ha sido muy profundo, viniendo de ti. Estoy impresionada.
—¿Ves? —dijo Cinder entre risas—. Ahora me lo pones difícil. Nadie que me
conozca en persona me diría eso. La mayoría son falsos conmigo. Dicen lo que
creen que quiero oír y hacen lo que quiero.
—Entonces no me extraña que seas tan vanidoso. Quizá tengas razón con lo
del anonimato. No sé si podría decirte a la cara lo terco, peleón y superficial
que eres. O que tienes un gusto horrible para el cine. Sobre todo, si eres tan
atractivo como dices ser. Entonces, ¿quién quedaría para evitar que te
convirtieras en un verdadero capullo egoísta?
—Ay, Ellamara. Eres la única chica en el mundo que me dice cosas así. Y por
eso, aunque seas exasperante, mojigata, obstinada y ofensiva, eres mi
persona favorita en el mundo.
Recé para que Cinder no se percatara de que estaba llorando, pero la suerte
pareció haberse alejado de mí para siempre cuando mi madre murió.
—¿Ella? —Su tono de voz cambió, ahora parecía alertado—. ¿Qué pasa? ¿Por
qué lloras?
—No pasa nada. —No estaba segura de que me hubiera creído porque no
dejaba de sorber por la nariz—. Es que me gusta tener a alguien a quien le
importe. Tú también eres mi persona favorita. Eres mi mejor amigo.
—Hay alguien a quien le importas —dijo con delicadeza—. Da igual lo mal que
vayan las cosas en casa, en el instituto o donde sea, me tienes a mí. Tú
también eres mi mejor amiga. Y ahora tienes mi número. Guárdalo en tu móvil
y llámame a cualquier hora, mañana, noche o cuando sea, no importa, ¿vale?
—Vale.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo. Estaré bien siempre que te tenga conmigo. —Me di una
colleja internamente y me reí—. Vale, eso ha sonado muy cursi. ¿Ves? Por eso
no quería llamarte. Puedo poner filtro a mi estúpida boca mucho mejor
cuando tengo que escribir lo que pienso.
—Ah, pero entonces no podrías oír las palabras dulces que planeo susurrarte
al oído ahora que sé lo mucho que te gusta mi voz ultrasexy .
—Mmm, no es una mala idea. —La voz de Cinder volvió a convertirse en ese
seductor ronroneo en voz baja al preguntarme—: ¿Querrías que te leyera
algo, Ellamara?
La idea me emocionó y no pude contener mi entusiasmo.
—¿En serio?
—¿Por qué no? Antes de que llamases me preparaba para un maratón de Top
Gear .
—¿Tu medio-novia?
Cinder se rio.
Cuando el lunes volví al instituto, los murmullos y las miradas fueron tan
horribles como las de mi primer día. Nada nuevo. Mantuve la cabeza gacha
como siempre y recé porque las cosas no empeorasen por el hecho de que la
gente me culpara a mí de la expulsión de Jason.
Por ahora, nada traumático había sucedido, pero cuando a la hora del
almuerzo me senté en mi sitio habitual en un rincón de la cafetería, el silencio
se extendió por toda la sala. Acababa de percatarme de la quietud tan poco
natural cuando sentí la presencia de alguien detrás de mí.
Tenía el pelo recogido con unas horquillas hechas de plumas de colores vivos.
Sus zapatos, mochila y uñas eran obras de arte en toda regla, al igual que su
pelo. Me imaginé que sería algo digno de contemplar de no estar restringida
por las limitaciones del uniforme.
Era guapa, pero su belleza no era del mismo tipo que la Juliette. Era salvaje
de un modo que exigía respeto. Era el tipo de chica al que no podías evitar
seguir con la mirada en los pasillos. La chica a la que los chicos temían y, a su
vez, deseaban en secreto.
Y me estaba sonriendo.
—Ella, esta es Vivian Euling —dijo Juliette con voz aburrida—. Vivian, ella es
mi hermanastra, Ella.
Seguía sin tener ni idea de lo que pasaba, pero estaba bastante segura de que
Juliette no planeaba nada raro, y Vivian me había extendido la mano, así que
se la estreché. Cuando nos saludamos, Juliette se aplicó el brillo de labios y
dijo:
Alcé de nuevo la mirada hacia Vivian y ella me dedicó otra cálida sonrisa
mientras se sentaba a mi lado y sacaba el almuerzo de su mochila.
—Espero que no te importe. —Negué con la cabeza y Vivian volvió a sonreír—.
Creo que Juliette está haciendo de celestina con nosotras.
—¿Que qué?
—Tengo baile con Juliette —dijo Vivian—. No somos amigas ni nada, así que
me sorprendió que se me acercara esta mañana y me preguntara si podía
presentarnos.
—¿En serio?
Era consciente de lo incrédula que sonaba. Sentía que tenía el ceño fruncido
por la confusión, así que no me sorprendí cuando Vivian se rio.
—Me dijo que creía que tendríamos mucho en común —explicó con los ojos en
blanco—. Teniendo en cuenta que no sabe nada de mí, y dudo que se haya
esforzado en conocerte a ti tampoco, aunque seáis hermanastras, imagino que
solo estaba emparejando a una paria con otra paria.
—No me encaja que seas una persona solitaria. Pareces segura de ti misma y
amable, y eres muy guapa.
Seguía confusa.
Presuponiendo que fuese una chica que admitía bromas, sonreí con
suficiencia.
—Entonces estás diciendo que no solo somos unas parias, sino que también
somos pobres, ¿no?
—Exacto. —La imité y yo también puse los ojos en blanco, pero luego suspiré
y miré a Juliette—. Puede que haya sido un gesto juicioso y superficial, pero
reconozco que también ha sido considerado por su parte que haya intentado
ayudar.
—Creo que Juliette ha dado en el clavo. Puede que seas mi alma gemela.
* * *
—Ya es malo tener que estar emparentadas con ella. ¿Ahora se ha hecho la
mejor amiga de Caridad ?
—¿Y qué? Deja que sean frikis juntas. No hacen daño a nadie.
—Qué bien —me mofé—. ¿Sabes, Anastasia? Solo porque sus padres sean gais
no significa que ella lo sea. Y aunque lo fuese, ¿qué te importa? No te
incumbe.
Anastasia me fulminó con la mirada con tanta maldad que sus ojos se
volvieron rojos.
—¿Quieres uno?
—Gracias.
—Algunas chicas se quedan toda la suerte para ellas. ¿Te imaginas estar
prometida con ese ser perfecto?
—Creo que es el tío más guapo que ha pisado la tierra hasta ahora.
No podía disentir. Medía un metro ochenta y cinco, tenía el pelo oscuro, ojos
marrón chocolate y un cuerpo tan perfecto que hasta dolía mirarlo. Era uno
de esos actores que bien podrían hacer el papel de niño guapo o de chico
malo sexy , dependiendo de cómo lo vistiesen. En ese momento, llevaba una
cazadora de cuero y tenía una barba de un día que hacía que las chicas
quisieran desafiar a sus padres, subirse tras él en su moto y dejar que se las
llevaran rumbo al atardecer después de tatuarse su nombre en alguna parte
del cuerpo.
Siempre sonreía como si el mundo estuviese a sus pies y, aun así, seguía
estando más bueno que el pan. Incontables chicas habían caído víctimas de
esa mirada. Lo que más me gustaba de él, no obstante, era lo avispado que
parecía. En todas las entrevistas que había visto, siempre se mostraba
juguetón y engreído, pero también ingenioso. Charlaba con los presentadores
de los programas como si fueran ellos quienes estaban en el punto de mira.
Más allá de su cara bonita, el chico era bastante inteligente.
Estaba claro que últimamente había pasado demasiado tiempo charlando con
Cinder.
Juliette resopló, pero dejó de reírse cuando se percató de que era conmigo
con quien estaba bromeando. La situación se volvió incómoda enseguida.
Ambas volvimos a lo nuestro, pero esta vez no nos pudimos quedar calladas.
—Gracias por ayudarme ayer en clase y por hablar con Vivian.
Una vez más, volvió a concentrarse en los deberes. Yo hice lo mismo, pero, al
cabo de unos diez minutos, tenía otra pregunta para la que necesitaba una
respuesta.
Sabía que Juliette no negaría que me odiaba. Era una persona muy directa.
Casi todas las cosas que decía eran superficiales, sensatas o simplemente
ignorantes, pero al menos compartía lo que realmente pensaba. No tenía
miedo de decir lo que se le pasaba por la cabeza, y admiraba eso de ella.
—En realidad, no. Para empezar, eres la verdadera hija de papá. Le preocupa
que vaya a tener favoritismos. —Tras una breve pausa, añadió—: Mentiría si
te dijera que yo tampoco estaba celosa.
—Cuando nos enteramos de que tenías un blog, Ana se lo contó a todos los del
instituto para demostrar lo friki que eras. —Juliette sonrió con suficiencia—.
Su plan fracasó por completo porque a todos les encantó. La mitad de
nuestros amigos te siguen ahora.
¿Los chicos del instituto seguían mi blog? No sabía qué responder a eso.
Parecía imposible. Juliette vio la expresión de mi cara y sacudió la cabeza.
—No te odian tanto como crees. Sí, hay algunos que han sido muy antipáticos
contigo, pero los demás te respetan.
»Además, eres tan reservada que pareces, no sé, misteriosa. Los demás están
intrigados. Empiezas a gustarles. Rob Loxley hasta se ha encaprichado de ti.
Por eso Ana se enfadó tanto y pidió a Jason que hiciera lo que hizo. Creía que
Rob le pediría que fuese al baile con él y, en cambio, le preguntó si tú
querrías ir al baile con él.
Me quedé de piedra. Me costaba creer que fuera posible lo que decía, pero no
sería capaz de inventarse algo así solo para ser cruel. Anastasia sí, pero
Juliette, no. Juliette era un montón de cosas, pero no una mentirosa.
Ese fue el final de nuestra conversación hasta que Jennifer nos llamó más
tarde para cenar. Juliette apagó la televisión y empezó a recoger sus cosas.
No quería arriesgarme a enfadarla, pero como ahora parecía hablarme,
necesitaba que me diera una respuesta más.
—No tendría ningún problema contigo si no fueras siempre tan borde con
mamá y papá. Son buenos padres. Han movido cielo y tierra por ti. Papá
estuvo a punto de perder su trabajo porque pasó muchísimo tiempo en Boston
cuando tú estabas en el hospital. Han reformado tu habitación. Te han dado
todo lo que necesitas. Siempre tienen detalles contigo con la esperanza de
que eso te haga feliz. Intentan ayudarte como pueden y tú se lo echas todo en
cara.
—No digo que no tengas motivos para estar enfadada —replicó Juliette—,
pero me has preguntado qué problema tengo contigo, y es ese. Antes de que
tú llegaras, éramos felices. Ahora mis padres se pelean mucho más, y Ana y
yo apenas hablamos a menos que sea para gritarnos. Entiendo que tienes
problemas y comprendo que esto sea un asco para ti, pero eso no cambia el
hecho de que estás haciendo que la vida de todos los que viven en esta casa
sea horrible. Estás destrozando a esta familia.
Brian
Cuando los Patriots anotaron otro touchdown , decidí que necesitaba una
birra más. Mientras deambulaba por la casa hasta la cocina y abría la nevera
para hacerme con otra cerveza, pensé en Ella. Ella era de Nueva Inglaterra.
Era más fan del béisbol —al parecer, ser de Boston implicaba que nacías con
el orgullo de los Red Sox en la sangre—, pero si siguiese el fútbol americano,
ahora mismo seguramente estaría riéndose. Le di un largo y refrescante sorbo
a la helada Corona y le envié un mensaje.
«Si eres fan de los Patriots, puede que tenga que desheredarte».
«Ja, ja, ja. Puedes estar tranquilo. No soy muy fan del fútbol americano. Pero
si alguna vez me entero de que animas a los Dodgers, ya no podremos volver
a ser amigos».
—Los Packers van perdiendo por tres touchdowns y un gol de campo —dije
cuando respondió a mi llamada—. Es muy desmoralizante.
Se rio y yo volví a sonreír. Su risa era mi nuevo sonido favorito del mundo.
—¿Por qué? —preguntó Ella—. ¿Eres de Wisconsin? Ay, Dios, por favor di que
sí. Sería muy gracioso. Por favor, dime que toda esa actitud de chico playboy
californiano es todo una farsa y en realidad eres el hijo de un granjero.
Me reí.
—Te lo agradezco.
Salí al patio trasero y cerré la puerta a mi espalda. Ella estaba callada al otro
lado de la línea y, de repente, no sabía qué decirle.
Nunca había sido amigo de una chica; la mera idea de que una chica no me
deseara era absurda, pero me preocupaba que Ella solo me considerase eso,
un amigo. No tuvo problema en decirme que se preocupaba por mí y siempre
me tomaba el pelo, pero nunca había flirteado conmigo, ni siquiera cuando yo
empezaba a hacerlo.
—Y… —Tuve que carraspear al ver que mi garganta no quería emitir sonidos
correctamente—. ¿Qué te cuentas? ¿Te parece bien que te haya llamado? ¿No
es raro ni nada?
El deje de broma en su voz hizo que mis nervios se evaporaran. No los iba a
echar de menos.
—Supongo. Las cosas están un poco raras, pero no en el mal sentido. Una de
mis hermanastras sigue siendo Freddy Krueger, pero tuve una charla con la
otra y no es tan horrible como creía. Hemos llegado a un acuerdo, al menos. O
eso creo. En fin, hablemos de cosas más alegres. Hazme reír. Eres el único
que lo consigue.
El alma se me cayó un poco a los pies al oír su petición. ¿Por qué se negaba a
abrirse a mí? La charla que tuvimos el otro día sobre instituciones mentales y
el suicidio me acojonó bastante. Sabía que lo estaba pasando mal mientras se
adaptaba a su nueva vida con su padre, pero no tenía ni idea de que su
depresión fuera tan grave. No dejaba de preocuparme por ella.
Ojalá hubiese algo más que pudiese hacer para ayudarla, aparte de hacerla
reír, pero si eso era lo que necesitaba, entonces no la decepcionaría. Me
devané los sesos en busca de algo que encontrara gracioso, pero no fue fácil
porque ya no me sentía con ganas de bromear. No cuando necesitaba que
alguien la quisiese y la única persona con la que yo podía estar ahora mismo
era la maldita semilla del diablo.
Ella se rio. Me alegraba haberla animado con éxito, pero ojalá lo hubiese
dicho en broma.
Sabía que eso funcionaría. El quejido de asco que soltó logró que volviese a
sonreír.
Ella estaba de cachondeo, pero también me había creído. Pensaba que era un
picaflor egocéntrico y superficial. Sí, en realidad un poco sí lo era, pero solo
porque todas las chicas que conocía eran como Kaylee y no merecían que les
entregase mi corazón.
Ojalá supiese la razón que tenía. Kaylee era las tres cosas, pero no podía
decírselo así a Ella. Kaylee y yo salíamos demasiado en los medios ahora
mismo y no quería que Ella se imaginara ni se enterara por sí sola de quién
era yo. No sería fácil para ella. Quería estar cara a cara con ella cuando se lo
explicase.
—En realidad, me pone bastante. El pelo recogido en un moño, listo para que
se lo suelte, gafas de pasta, una falda de tubo, una blusa de seda con un
montón de botones, que abriría a la fuerza… Le haría el amor sin dudar
contra las estanterías de la sección de literatura clásica.
Sonreí ante su perplejidad y bajé la voz hasta poner ese tono reconfortante
que sabía que a ella le gustaba.
—¿Alguna vez te has planteado hacerte bibliotecaria, Ella? Serías buena, con
tu amor por la lectura y toda esa indignación altanera. O si no, te imagino
perfectamente de profesora en un internado, castigando y pegando a todos
los niños malos con una regla.
—¿Pegando a los niños malos con una regla? —Su voz sonó tan neutra que me
eché a reír—. Eres incorregible, Cinder. ¿Y si dejamos ya el diálogo porno y
cursi, y volvemos a tu complicada fierecilla «sin comentarios»? Dime por qué
sales con ella realmente, si no es solo por el sexo.
—No eres nada divertida —lamenté, pero luego suspiré. Kaylee me cortaba
todo el rollo—. Vale, bien. Básicamente es la hija del jefe, ¿vale? Y, por
supuesto, está loquita por mí.
—Oh, claro .
—En fin… Tiene mucha influencia, así que mi padre y un montón de gente me
están presionando para que la mantenga feliz.
—Es complicado.
Hice una mueca y apuré lo que me quedaba de cerveza. Sabía que sonaba
ridículo, pero ¿cómo podría hacérselo entender?
—Mi vida es complicada. Hay mucha gente que cree ser dueña de ella. Sobre
todo, mi padre. En realidad, no tengo mucho control sobre nada.
—Cuando puedo.
—¿Y no crees que decidir con quién sales es una de esas ocasiones?
—Esta vez, no. Esta chica es muy importante. Si cortara con ella y le diese un
berrinche, lo cual es bastante probable, podría destrozarle la vida a mucha
gente. A mí, más que a nadie. Estoy atrapado. Espero que si me comporto
como un verdadero gilipollas, se canse de mí y me deje.
Riéndome otra vez, abrí la nevera. Toda esta charla sobre bibliotecarias
sexies —Ella , en particular, como bibliotecaria sexy — me estaba dando
hambre.
—¡Ja! —se rio Ella—. ¡No! No vamos a ir por ahí. Nunca, Cinder.
—Tú te lo pierdes —bromeé—. Podría haberte hecho ver las estrellas, nena.
—Creo que no estamos en público, Kay, así que puedo hacer lo que me dé la
real gana.
—En esa sala hay un montón de gente. Cualquiera podría haberte oído.
—Yo sí.
—Tu padre está aquí, y ha venido con Zachary Goldberg —dijo justo antes de
salir, airosa, de la habitación.
Ni de coña. Fui tras ella y, en efecto, ahí estaba mi padre con uno de los
directores de cine más prestigiosos de Los Ángeles tras el sofá, cervezas en
mano y animando a los Green Bay Packers.
Kaylee me dio un leve apretón con el brazo que tenía a mi alrededor que
significaba «te lo dije».
—Todos buenos, espero —dijo ella, como si fuese la primera persona a la que
se le hubiese ocurrido esa respuesta tan ingeniosa.
Intenté no poner los ojos en blanco ante su contestación tan cliché. Si Kaylee
fuese la mitad de inteligente de lo que era de mala pécora, sería un genio.
—Sí, solo he oído cosas buenas —prometió antes de desviar su atención hacia
mí—. Especialmente en lo que respecta a ti, Brian. He oído un montón de
cosas sobre tu actuación en El príncipe druida . Tu padre me acaba de
enseñar algunas escenas esta tarde. Es realmente impresionante.
—¿Conoces la historia?
—Me encanta . He leído todos los libros. Mataría por hacer el papel de sir
Percy.
—Sabía que eras el hombre con el que quería hablar. ¿Estás libre algún día de
esta semana?
—Yo… espera. —Me giré hacia mis amigos, totalmente absortos con el partido
—. ¡Ey, Scotty!
—Haremos hueco.
—¡Yo también voy! —se acopló Kaylee—. Puedo traer a mi padre —le dijo a
Zachary—. Es un gran fan de Brian, ya sabe. Apuesto a que los tres podremos
convencerle de que firme lo que sea.
Zachary se relamió los labios y le dedicó a Kaylee la sonrisa más amplia que
le había visto nunca a un hombre ya crecidito.
—Oh, lo es. Y estarías fabulosa vestida con un traje del siglo XVIII. Estoy
seguro de que podré encontrarte algún papel en la película, si te interesa.
Kaylee llevaba razón. Juntos podríamos hacernos con esta ciudad si realmente
queríamos. El problema era que yo no quería. No si eso implicaba que Kaylee
y yo tuviéramos que ser pareja para lograrlo. Por muy emocionado y alabado
que me sintiese ante la posibilidad de trabajar con mi director favorito
interpretando a otro de mis personajes favoritos, me preocupaba que a Kaylee
le gustara demasiado el poder que teníamos y no quisiera dejarme marchar
en cuanto la temporada de premios y galardones terminara. No sé cómo, pero
cada vez me adentraba más en la boca del lobo.
Capítulo 14
—Lo dice el hombre que lleva una boa verde azulada. —Vivian se echó a reír y
señaló al hombre con la mano—. Stefan Euling, también conocido como papá.
Papá, esta es Ella. —Después señaló al hombre que trabajaba con la máquina
de coser—. Y ese es Glen Euling. También responde cuando le llamo papá.
—¡Buen ojo!
—¿En serio? —chillé—. ¡Me encantáis ! ¡Vuestros vestidos son la única razón
por la que veo el programa! ¿Ese vestido es para uno de los bailarines? ¿Es
para Aria? Parece un vestido para Aria.
—Es para Aria —respondió Stefan—. Veo que eres seguidora de verdad, ¿eh?
—Sus ojos me observaron de arriba abajo y dijo—: Utilizas una talla treinta y
cuatro, ¿no?
—Él siempre lo sabe. Este hombre tiene la habilidad de saber las tallas de la
gente. Si la mayoría de nuestra clientela no fuesen mujeres, estaría loco de
celos.
—Oh, no es por eso. —Tragué saliva y me sentí como si hubiese engullido uno
de los alfileres con los que había prometido no pincharme—. Es que, bueno,
tuve un accidente de coche y yo…
—Ella, a ninguno le importará ver tus cicatrices, te lo prometo —me
interrumpió Vivian. Sonaba firme pero amable, y sus ojos reflejaban que no
dejaría que me negase.
Todos vieron mis cicatrices y no pude culparlos; hubiese sido imposible que
no mirasen, pero no se detuvieron demasiado tiempo y pasaron sus ojos por el
resto de mi cuerpo.
Glen se levantó de su asiento junto a la mesa del comedor, que también usaba
como mesita de coser, y se situó delante de mí con los brazos cruzados sobre
el pecho. Stefan se colocó a su lado y ambos empezaron a dar vueltas a mi
alrededor como un par de leones acechando a una gacela.
—No dirás eso dentro de unas horas cuando te duelan los pies, tengas que ir
al baño y no puedas por los alfileres —bromeó, pero la sonrisa en su cara
demostraba lo mucho que los quería y lo orgullosa que estaba de ellos.
—Es un pequeño precio que pagar por tal obra de arte —respondió, y se metió
un puñado de alfileres en la boca.
Tanto él como Glen se pusieron de rodillas a mis pies. Mientras Glen alzaba la
parte baja del vestido y estiraba el material, Stefan se quitó las plumas del
cuello y agarró un alfiler. Tuvo mucho cuidado a la hora de encontrar el sitio
correcto para unir las plumas al dobladillo del vestido. Eran como un par de
cirujanos operando a un paciente. Podría estar horas allí de pie.
Eso hizo que los tres rompieran en carcajadas. Glen me miró con ojos
brillantes y señaló a Stefan.
Me sonrojé porque reconocí el nombre, era el chico que Juliette había dicho
que le gustaba. Vivian no se dio cuenta. Estaba concentrada exclusivamente
en el proyecto que tenía frente a ella.
—Traté de pensar qué había sucedido estos dos días para se interesase en
hablar conmigo, pero no ha cambiado nada. Nada excepto que me he hecho
amiga tuya .
Por fin dejó lo que tenía entre manos y me miró para dejarme claro que
ambas sabíamos a lo que se refería. No era necesario negarlo.
—No lo sé.
—Bueno, ¿quién dice que tengas que empezar una relación? Tal vez podríais
ser amigos. Me dijiste que tenías órdenes de tu doctora de hacer más amigos.
—Podrías traerlo aquí para ver una película este viernes con otros chicos de
la escuela de baile —sugirió Glen. Mi cara enrojeció más al darme cuenta de
que intentaba ejercer de casamentera—. Eso por fin nos obligaría a tu padre y
a mí a limpiar.
Vivian pegó un bote como si pudiese agarrar la idea del aire y hacerla
realidad.
—Oh, ¡me gusta! —No sabía si estaba más entusiasmada por juntarme con
Rob o por que sus padres limpiasen—. ¿Qué te parece? —inquirió.
—Y ya que soy Cinder, genial príncipe del reino —continuó él como un tonto
—, tengo derecho de disciplinar a cualquiera que me la robe. Te lo advierto, el
castigo por un delito tan atroz es la muerte por gusanos carnívoros.
—¿Gusanos carnívoros?
—Claro que sí, gusanos carnívoros. Es una forma letal, dolorosa y grotesca de
morir. Altamente indigna. No la recomendaría. Si fuera tú, me quedaría solo
con el título de asistente y quizá, si pruebas tu valía, puedas ser la segunda
mejor amiga de Ellamara. —Se detuvo un segundo y añadió—: Segunda por
mucho .
Vivian volvió a reírse.
La voz de Cinder se tornó más cálida y entonces Vivian me miró con los ojos
como platos. Traté lo mejor que pude de no sonrojarme, pero sabía que
mantendría una larga conversación con ella en cuanto la llamada finalizase.
—¿Cómo sabes que no son lo bastante buenos para mí? —volví a preguntar
solo para que Vivian centrase su atención en otra cosa que no fuera yo.
—Porque ningún hombre es bastante bueno para ti, Ella. Todos son unos
canallas. Así que nada de prestar tu cuerpo a ninguno de ellos. Nunca. Lo
prohíbo. Bueno, con la excepción de Brian Oliver. Te permito que él te
seduzca de todas las formas poco caballerosas imaginables.
Lo raro fue que Cinder no pareció encantado con el festival del amor por
Brian Oliver.
—Espera. ¿Quién ha hablado? —quiso saber—. ¿Hay hombres que te están
atacando ahora mismo?
—Claro que no —me reí. Entonces, como no me pude contener, añadí—: Están
siendo muy cuidadosos. Stefan ni siquiera me ha hecho daño todavía.
—¡Ellamara!
Su miedo era tan genuino que me retorcí y estallé en carcajadas hasta que
Stefan y Glen me gritaron que me quedara quieta.
—¡Lo siento! —grité, todavía entre risas—. Ya paro de burlarme. Sabes que
eres el único hombre de mi vida.
—De hecho, eso no es del todo cierto —interrumpió Vivian. El tono pensativo
de su voz me puso nerviosa—. Dices que eres su mejor amigo, ¿verdad?
—Ella… —Su voz se suavizó como sucedía a veces, como si en caso de poder
estrecharme entre sus brazos, lo fuera a hacer—. ¿De qué tienes miedo?
Cualquier tío en su sano juicio se enamoraría de ti.
Stefan suspiró y Glen se llevó una mano al corazón. Vivian casi se derritió en
la silla. ¿Y yo? Hice lo más vergonzoso del mundo: echarme a llorar. No
sollozos en alto, pero mis ojos se anegaron en lágrimas y Vivian tuvo que
darme un pañuelo.
—¿Sabes? No tiene por qué ser Rob quien salga con ella —dijo Vivian. Mi
estómago estuvo a punto de explotar de la ansiedad cuando me di cuenta de
lo que estaba a punto de hacer, pero antes de poder detenerla, prosiguió—:
Ella y yo veremos una película en mi casa este viernes por la noche. Podrías
venir en lugar de Rob.
Cinder nunca me había pedido que quedásemos. Ni una vez. Nunca había
dado muestras de querer hacerlo. La única vez que salió el tema fue cuando
descubrió que me había mudado a Los Ángeles y, después, dijo que le gustaba
que no nos hubiéramos conocido en persona.
Sé que yo también dije que no quería conocerlo, pero claro que quería.
Muchísimo. Todos los días deseaba que nos viéramos y nos enamorásemos.
Pero tenía miedo de que no le gustara porque mi cuerpo estaba roto y lleno
de cicatrices. Eso o que empezase a tratarme como mi padre y Jennifer: como
si no solo mi cuerpo estuviese roto, sino también yo .
—¿Hola?
—No puedo.
Cerré los ojos para que las lágrimas no me cayesen por las mejillas. No quería
verme. En el fondo, lo sabía. Habíamos tocado el tema levemente el tema en
otras ocasiones, pero ninguno lo había dicho de forma directa. Me dije que él
se sentía tan nervioso como yo y que algún día llegaríamos a dar ese paso,
pero su «No puedo» sonó inapelable. Estaba segura de que notó que me
temblaba la voz cuando respondí.
—Tengo que salir con la fierecilla el viernes —explicó casi como si fuera un
comentario adicional—. Vamos a cenar con su padre y más gente. No puedo
escaquearme.
—Yo… —La voz de Cinder se apagó y bufó frustrado—. ¡Mierda! Ella… Yo…
Yo… No puedo .
—No pasa nada —respondí con rapidez. No quería que eso hiciese que las
cosas se volvieran incómodas entre nosotros para siempre—. No te
preocupes. Lo entiendo.
—Lo siento.
—Vale.
Aunque yo sabía la respuesta, me llevó un minuto decir que sí. Estaba más
triste de lo que quería hacerle notar. Se me rompió el corazón, pero supe que
jamás podría dejar de hablar con él aunque, a partir de ahora, eso significase
sufrir cada vez que lo hiciera.
—Claro.
—He encontrado un nuevo libro que creo que nos gustará. Por eso te he
llamado. He pensado que podríamos probar a hacerlo juntos.
—Suena bien.
—Hecho.
Indiqué a Vivian que colgase antes de que se notase que tenía la voz rota. En
cuanto se cortó la llamada, Vivian me miró asustada.
Mi cuerpo se debilitó con tanta rapidez que Stefan tuvo que apresurarse a
ponerme recta. Me ayudó a bajarme del taburete y dijo que habíamos
terminado por hoy. Tras aquello, Vivian se ofreció a llevarme a casa. Todos se
dieron cuenta de que mi conversación con Cinder —su rechazo oficial, más
bien— me había dejado exhausta.
Capítulo 15
Cuando llegué a casa eran un poco más de las cuatro, así que me sorprendió
escuchar el tono alegre de mi padre desde la cocina.
Decidí no entrar. No tenía adonde ir, pero pensé que, al menos, podría hacer
los deberes en el porche de la entrada o algo durante un rato, y así les daría
un respiro de mí. Lo necesitaban.
Antes de poder escapar, Jennifer apareció por la esquina y me vio. Sus ojos
brillaron y tardó un segundo demasiado largo en sonreír.
—Sí.
—¿Qué?
—Lo siento, Ella. No eres tú. Odio ver que Anastasia lo pasa tan mal. Se ha
convertido en una chica diferente desde que llegaste.
—Mi ex no fue un buen hombre. Fue violento con las chicas y conmigo. Conocí
a Rich cuando él realizaba un trabajo no remunerado para una casa de
acogida para mujeres maltratadas donde yo vivía, o, más bien, donde me
escondía de su padre.
Pero la historia sí que reflejaba cómo era papá. Siempre intentaba ser un
héroe y salvar a alguien. Era muy inteligente y obtuvo las mejores
calificaciones en una de las mejores facultades de Derecho del país.
Podría haber sido un magnífico abogado societario con un gran sueldo, pero
él siempre quiso ayudar a la gente. Fue abogado de oficio antes de empezar a
trabajar como fiscal del distrito designado por el Estado. Al oír la historia de
Jennifer, por fin vi por qué estaban juntos. Él era el caballero de brillante
armadura y ella su preciosa damisela en apuros.
No quería oír nada más. Era como echar sal sobre mis heridas. Él había
escogido interpretar el papel de héroe y ser el mejor padre del mundo. Pero
había elegido hacerlo para otra familia. Tuve que tragarme el sentimiento
amargo que se había instalado en mi estómago.
Yo también lo dudaba.
—Siento que se haya portado mal contigo, Ella, y le pondremos freno a eso,
pero ¿podrías tratar de ser amable con ella y hablarle de vez en cuando?
—Puede que me defienda cuando me obliga a ello, pero nunca me porto mal
con ella.
Tal y como me esperaba, la cara de las chicas se tornó más seria y dejaron de
reír al instante. Mi padre parecía sorprendido, pero verme no le cortó el rollo.
Su voz no perdió entusiasmo y sus ojos siguieron igual de vivos.
—Has llegado pronto.
—Tú también.
—El juicio ha terminado. He decidido tomarme el resto del día libre para
celebrarlo.
Conseguí sonreír para él. Fue una sonrisa pequeña, pero al menos fue
sincera.
—Me alegro.
—Verás, cielo, iremos a cenar para celebrarlo, pero tenemos problemas para
ponernos de acuerdo.
—No —gimió Anastasia. Creo que era la primera vez que estaba de acuerdo
con ella sobre algo—. Ya comimos sushi la última vez.
La sonrisa malvada de papá me hizo pensar que solo había sugerido la comida
favorita de Jennifer para picarla.
—He dicho cerca . Gloria’s está en Culver City. Tardaríamos un par de horas
en llegar.
—La madre de Ella era la mejor cocinera del mundo. Cuando rompimos, lo
que más eché de menos fueron las enchiladas con chili verde de Lucinda.
—¡Toma!
—¡Oh, no! ¡Cielo, no! No quería decir eso. También te echaba de menos a ti,
por supuesto.
Eso tenía que ser mentira. No había pensado en mí todos esos años, porque
incluso ahora, conmigo delante, yo no había sido más que un pensamiento
tardío. Juliette había tenido que ayudarle a darse cuenta.
Tras tomar aire, me giré y me forcé a hablar. No podía decir que no pasaba
nada o que estaba bien, porque todo el mundo se daría cuenta de que era
mentira, así que opté por cambiar de tema radicalmente.
—¿Qué?
La familia entera se quedó tan pasmada que me sentí estúpida por ofrecerme.
Mi cara enrojeció de la vergüenza y traté de recular.
—Pero si queréis salir a cenar, no pasa nada. Haced lo que queráis. Lo más
seguro es que no tengamos lo necesario. Voy a cambiarme.
—Uno de vosotros tendría que cocinar buena parte de las cosas. No puedo
cortar ni hacer cosas así, pero os puedo guiar.
—¡Sonreíd!
—Ellamara, eres increíble. Creo que estas enchiladas han sido incluso
mejores que las de tu madre.
—Tal y como las hacía su madre, eran como dónuts fritos cubiertos de sirope
de arce. Estaban deliciosas. Era nuestro desayuno en Navidad, con chocolate
caliente. A Ella siempre le hacían más ilusión las sopaipillas que los regalos.
—Claro.
Salvamos el ambiente, pero parecía frágil. Quizá tenía que ver con la forma
que Anastasia echaba chispas por los ojos al tiempo que se miraba el regazo.
Todos nos dimos cuenta y tratamos de ignorarla lo mejor posible, ya que
deseábamos que no estallase.
Sonreí.
Asentí.
—¿Vive en Boston?
Expulsé aire.
—Murió cuando yo tenía catorce años. El abuelo cuando tenía once, y mamá
era hija única, así que nos quedamos solas cuando la abuela falleció. No tenía
más familia.
Mi padre había estirado la mano para coger la copa de vino pero se le resbaló
y lo derramó en el mantel. Anastasia me fulminaba con la mirada y no se dio
cuenta.
—Yo sí había oído hablar de ella —susurró Jennifer en voz baja—. Me contaba
historias de ti cuando empezamos a salir.
—¿Te contó que aún estaba casado cuando empezasteis a salir? —pregunté
honestamente. No porque quisiera herir los sentimientos de nadie o porque
quisiera restregarle sus errores en la cara, sino porque necesitaba saberlo.
Jennifer debió de ver la desesperación en mi rostro porque cerró los ojos y
asintió.
—Sí.
—¿Por qué no nos contaste nada sobre ella? —insistió Anastasia—. Si tanto la
querías y tenías tantos recuerdos divertidos de ella, lo normal es que la
hubieses mencionado de vez en cuando o hubieses tenido una foto de ella en
algún lado.
—Le envié fotos, dibujos, postales y cartas para contarle lo mucho que lo
quería y lo mucho que lo echaba de menos. Le supliqué durante años que
viniese a verme. Fue él quien nunca me contestó o llamó. Durante los
primeros años lo único que recibía eran tarjetas de cumpleaños o
felicitaciones de Navidad, pero incluso esas dejaron de llegar al cabo de un
tiempo, así que me rendí. Una chica es capaz de aguantar rechazo hasta
cierto punto y, después, su orgullo toma las riendas.
Anastasia me fulminó con la mirada, pero no tuvo una réplica mordaz. Fue mi
padre quien rompió el silencio.
—¿Puedo retirarme?
Unas lágrimas brotaron de los ojos de Jennifer y rodaron por sus mejillas
cuando asintió.
Cinder458 : No tenemos por qué leer. Podemos hablar, sin más. ¿Me llamas?
Me quedé mirando la pantalla con los dedos sobre el teclado, listos para
escribir una respuesta, pero no tenía ni idea de qué decir. No tenía fuerzas
para lidiar con Cinder en este momento. El día de hoy me había destrozado
por completo. Esta noche había dado un paso enorme para intentar formar
parte de la familia de mi padre. Les había ofrecido una parte de mí y, a
cambio, aquello había abierto la puerta de todos los recuerdos que había
contenido durante estos años.
Cinder458 : ¿Ella?
Cinder458 : Sé que crees que no, pero no lo entiendes. Eres muy dulce, Ella.
Eres muy joven e inocente todavía, y mi estilo de vida es muy diferente al
tuyo. No podrías con él.
—¡Hola!
Vale, había sonado aliviado hasta que se percató de que solo lo llamaba para
gritarle.
—Oh, veintidós, perdóneme usted . Eres tan anciano y sabio. Esos tres años y
medio o los que sea que me saques deben de ser vitales si soy tan joven e
inocente en comparación contigo.
—¡Que te jodan, Cinder! No soy ningún bebé. He pasado por más de lo que te
puedas imaginar y por ahora he sobrevivido.
—Es diferente, Ella. Sé que has pasado por mucho. Y tienes razón, no tengo ni
idea de lo que has vivido. Estoy seguro de que eres más fuerte que la mayoría
de la gente en muchas situaciones distintas, pero confía en mí, si te arrastrara
a toda mi mierda, te destrozaría. Y si nos conociésemos en persona, lo haría ,
Ella. Sería inevitable.
—Lo siento. Sé que estás frustrada. Sé que parezco un cabrón, pero te juro
que si hubiese alguna forma de que esto funcionase, la aprovecharía. Mi vida
es una locura y no tengo mucho control sobre ella. Te haría daño y acabarías
odiándome por ello. Por favor, ¿puedes confiar en mí? ¿No es suficiente lo que
tenemos? ¿Por favor?
Uf. Sonaba desesperado de verdad. No sería capaz de decirle que no, pero
tampoco podía ceder y dejar que ganara esta discusión.
Y colgué.
Él me volvió a llamar.
Apagué el teléfono.
Cinder458 : ¿¿¿Hola???
Cinder458 : ¡Ella!
Cinder458 : ¿Qué?
Cinder458 : Yo también te quiero, Ella. Más que nadie en este mundo. Siento
que estés enfadada conmigo.
EllaLaVerdaderaHeroína : Te odio.
* * *
Vivian vino conmigo a casa porque nunca había tenido una amiga que viviese
en lo alto de las colinas y quería ver la casa. Alucinó cuando le enseñé el
mando a distancia que controlaba las ventanas.
—Yo no salgo mucho —admití entre risas—. Con la suerte que tengo, habría
un terremoto, me caería por el acantilado y viviría para contarlo.
Alzó el rostro hacia el sol y respiró hondo. La vista me hizo sonreír. Si había
algo que me encantaba del sur de California, era el tiempo. Aunque fuera
noviembre, estábamos a veintidós grados. Sería extraño pasar la Navidad sin
nieve, pero no me cabía duda de que acabaría acostumbrándome rápido y sin
queja alguna.
Me senté en la silla que había frente a ella, pero dejé la puerta corredera
abierta por completo para poder volver a la seguridad de mi habitación en
cuanto notara el primer temblor. Acabábamos de sacar nuestros deberes
cuando Juliette irrumpió en mi habitación y se dejó caer sobre la hamaca.
Esta resopló.
—Me apunto —dijo Juliette sin vacilar justo cuando Dylan Traxler, el último
noviete de Juliette, se convirtió en nuestro siguiente visitante sorpresa.
Dylan era guapo y popular, pero no le importó un rábano con quién había
elegido pasar el rato Juliette. Vio un hueco en la hamaca junto a ella y se
acomodó cual mosca sobre un papel pegajoso.
—¿A qué nos apuntamos? —preguntó mientras se tumbaba y rodeaba a
Juliette con un brazo.
—Noche de pelis este viernes en casa de Vivian. —Le pidió a Vivian permiso
con la mirada—. ¿O es solo de chicas?
Aparte de compartir una mirada, Vivian y yo nos las apañamos para actuar
como si organizásemos fiestas todos los días a las que venía gente popular.
Antes de que ninguna de nosotras supiese qué más decir, el amigo de Dylan,
Luke, entró con parsimonia en mi cuarto.
—¿Qué pasa, Ella? Se dice por las calles que eres una tía guay. ¿Por qué
tienes esta actitud de ermitaña?
Decidí olvidar que Luke solía meterse conmigo por mi cojera cuando llegué al
instituto.
Tuve el tiempo justo de compartir otra mirada con Vivian, que pareció
quedarse tan atónita como yo cuando Rob Loxley apareció en mi terraza con
una mano metida en un bolsillo y con la otra sujetando una bebida isotónica.
No sabía qué pensar de Rob. No era el típico tío bueno con los que Juliette y
Anastasia salían, pero era guapo. Era un poco bajito para ser un tío; solo me
sacaba cinco centímetros. Pero como no podía volver a ponerme tacones, eso
no suponía un problema. Tenía el pelo castaño y muy corto, los ojos verdes y
una complexión perfecta. Seguía llevando el uniforme del instituto, pero se
había aflojado la corbata y se había sacado la camisa de los pantalones.
Estaba guapo. Vestía informal, como si él hubiese inventado el concepto.
Había oído que lo describían como «callado» y «buena gente», pero había
algo en él que sugería que esas dos cosas no equivalían a ser tímido. A lo
mejor era por la nariz, que parecía un poco torcida, como si se la hubiesen
roto alguna vez, o por los brazos tan esbeltos, que dejaban entrever las venas.
El chico era bajito, pero apostaba a que estaba completamente musculado
bajo esa camisa. «Desaliñado» era una buena palabra para describirlo.
También tenía ese aire de confianza en sí mismo que no se podía fingir. Se
sentía cómodo en su piel. Podría ser callado y buena gente, pero al mismo
tiempo también era muy intimidante.
Rob se sentó a mi lado y luego se puso a trabajar al tiempo que daba un trago
a su bebida isotónica. Paseó la mirada por las vistas de la ciudad, que se
desplegaba a nuestros pies. Estaba claro que disfrutaba del espectáculo. No
hablaba, y eso me puso nerviosa. No tenía ni idea de qué hacer o decir.
Cuando miré a Vivian en busca de ayuda, Luke se rio.
Rob puso los ojos en blanco ante los alardes de Luke, pero las comisuras de
sus labios se le sacudieron levemente como si intentara contener una sonrisa.
Era modesto, pero, a la vez, le gustaba la atención. Eso me gustaba.
—¿Y qué tal, Ella? —continuó Luke cuando ni Rob ni yo dijimos nada—. ¿Sales
con alguien? Jules dijo que creía que podría haber un tío por ahí.
—No hay ningún chico. —No sabía si me daba más vergüenza la pregunta, la
respuesta o el hecho de que me ardía el rostro y todos lo veían.
Ahora llegó mi turno de darle una patada a mi amiga por debajo de la mesa.
Intenté retirar mi mirada de agradecimiento lanzándole otra iracunda, pero
ella me volvió a guiñar el ojo. Me atreví a mirar a Rob, aterrada por si la había
visto guiñarme el ojo y pensaba que le había pedido que dijera algo. Él me
miró y me dedicó una sonrisa burlona.
—Eso parece —murmuré, y sentí que mi cara volvía a ponerse todavía más
roja.
—A mí me parece bien.
De nuevo, no tenía ni idea de cómo contestar… a menos que abrir los ojos
como platos contara como respuesta.
—No es una fiesta. Solo una pequeña reunión de gente que quiere pasárselo
bien y ver pelis.
No iba a dejar que me bajara del barco. Respiré hondo para mantener la
compostura. Intenté parecer mucho más relajada de lo que me sentía en
realidad cuando me encogí de hombros.
Era agradable tener a Vivian y a Juliette, e incluso a Rob, para hablar, pero
echaba de menos a Cinder. Cuando llegó el viernes por la noche, seguía sin
hablarle. Habían pasado tan solo tres días desde nuestra pelea, pero para mí
eso era una eternidad. No estaba segura de por qué no le había dicho nada
todavía. Supongo que por cabezonería. Quería que fuese él quien se rebajara
y diera el primer paso. Aunque dijera que se preocupaba por mí, que no
quisiera conocerme en persona me había dolido.
Sabía que tenía que superar su rechazo, así que intenté olvidarme de él y
disfrutar del rato que íbamos a pasar en casa de Vivian. La noche de pelis fue
todo un éxito. Todo el mundo estaba relajado y de buen humor. Nos ceñimos a
nuestro plan de alquilar la última peli de Brian Oliver. Como era una comedia
adolescente, a los chicos también les gustó. Hubo muchas risas y lluvia de
palomitas.
Luego, por supuesto, también temía que llegase el día por si mi padre se
había olvidado o, simplemente, había pasado olímpicamente, como en los
últimos cuatro o cinco años. La primera vez que se olvidó de mi cumpleaños,
yo tenía once. La última vez que se acordó de él, catorce. Por mucho que lo
intentara, cuando se olvidaba de mi cumpleaños siempre me decepcionaba,
así que mi madre se empeñó en ayudarme a que olvidara a mi padre haciendo
que el día de mi cumpleaños fuese el más especial del año para mí, sin
importar lo que costase.
Me dije que podría sobrevivir al día. Estaba decidida a pasarlo como uno más,
pero cuando salí de mi habitación vestida para ir al instituto, me sentía tan
agobiada que apenas podía respirar. Cuando entré en la cocina y encontré
sobre la encimera un ramo de rosas amarillas tan grande que hasta tenía su
propio centro de gravedad y con mi nombre en una tarjeta, casi se me
saltaron las lágrimas. Me quedé mirando las flores y un brazo pesado me
rodeó los hombros.
—¿Cómo estás esta mañana? —me preguntó mi padre con voz solemne.
De repente, mi padre me aplastó en un abrazo de oso que fue más por él que
por mí. Por un momento, me quedé petrificada de la impresión, pero
enseguida me relajé y lo apretujé con toda la fuerza que tenía.
—Pensé que no querrías mucha atención hoy, así que no hemos organizado
una fiesta. No hay sorpresas, te lo prometo, pero espero que al menos
vayamos a cenar a algún sitio por tu cumpleaños. Puedes invitar a tu amiga
Vivian, si quieres.
Miré a mi padre a los ojos y luego escruté la cocina. Tanto Jennifer como
Juliette sonreían con aprobación. Supongo que el secreto había salido a la luz.
Estaba claro que sabían que hoy no era solo mi cumpleaños. Hasta Anastasia
se sentó a la barra con una expresión apagada. Me sequé las mejillas y negué
con la cabeza en respuesta a la sugerencia de mi padre y de Jennifer.
—No tienes por qué hacerlo. Creo que me vendrá bien mantenerme ocupada.
El instituto es una buena distracción. —Mi padre volvió a parecer
decepcionado, así que añadí—: Pero sí que me gustaría ir a visitar a mamá y a
los abuelos. No tiene por qué ser en Acción de Gracias, puede ser cualquier
otro fin de semana.
—Feliz cumpleaños.
* * *
—Feliz cumpleaños.
—Gracias.
—Se lo dije yo. —Juliette puso los ojos en blanco al ver que había fruncido el
ceño—. No puedes dejar que lo que pasó el año pasado se adueñe de tu
cumpleaños toda tu vida. Necesitas cosas buenas que equilibren las malas.
Volví a oler la rosa y esbocé una sonrisa. Me sorprendí, Juliette llevaba razón.
—Gracias.
Cuando los tres nos adentramos en el pasillo principal y nos mezclamos con el
resto de estudiantes, nos percatamos enseguida de que algo no iba bien.
Había una especie de alboroto en el aire. Tardé un minuto en caer en la
cuenta de que yo era el centro de toda aquella agitación. Era una
combinación de emociones de lo más extraña que iba desde la fascinación a la
confusión, pasando por el completo desdén. La gente me miraba fijamente y
susurraba; algunos con emoción, otros incapaces de contener su asco.
Cuando nos acercamos a mi taquilla, empecé a descifrar algunos de los
murmullos.
—¡Es ella!
No tenía ni idea de qué pasaba. Miré a un grupo de chicas más jóvenes que
parecían estar tan emocionadas que apenas podían contener su
atolondramiento. Una de ellas me miró a los ojos y esa energía por fin estalló.
—¡Hola, Ella!
—¡Felicidades, Ella!
—¡Feliz cumpleaños!
Primero miré a Rob, pero él estaba tan confuso como yo, así que me giré
hacia Juliette en busca de una explicación. Ella levantó las manos de forma
inocente.
—¿Brian Oliver? ¿Que si puedo creer qué? ¿Qué pasa? ¿De qué habla todo el
mundo? —pregunté, aunque sabía que ni Juliette ni Rob tenían las respuestas.
Mitchell Drayton, el chico más guapo del instituto, que también resultaba ser
el más esnob porque tenía agente y había salido en un par de programas de
televisión, se acercó a nosotros.
—Hola, Jules —le dijo a Juliette, y luego desvió su irresistible sonrisa hacia mí
—. Hola, Ella. ¿Vas a dar una fiesta o algo por tu cumpleaños? ¿Necesitas
alguien con quien ir?
—Lo siento, tío. No sabía que estaba contigo. —Se volvió hacia mí y añadió—:
Doy una fiesta mañana por la noche con algunos de mis amigos actores.
Deberías venir. Tráete a Rob y a Jules también, si quieres. A las ocho. Jules
sabe dónde vivo.
—Bueno, está claro que pasa algo —murmuró Rob con el ceño fruncido
porque un par de tíos me miraban fijamente.
Juliette desapareció para entrar al aula y Rob frunció el ceño a todo el mundo
que se cruzaba con nosotros mientras me acompañaba hasta mi clase. Él se
mostraba igual de escéptico que yo con respecto a mi hermanastra, porque
dijo:
—Ha tenido que ser Ana. Vivian no habría dicho nada. Voy a enterarme de lo
que pasa.
—¡Mira por dónde vas! —espetó. Cuando se percató de que era yo la que me
encontraba en su camino, entrecerró los ojos—. ¿Ahora piensas que eres muy
especial? Bueno, pues no.
—Supongo que no recuerdas cómo eran mis primeros días aquí —bromeé.
—De nada.
Capítulo 18
Las miradas y saludos cobraron sentido tras escuchar la noticia. Brian Oliver
me había convertido en el centro de atención al desearme feliz cumpleaños
esa mañana. El entusiasmo y los celos, incluso la invitación a la fiesta de
Mitchell, cobraron sentido. Pero eso fue lo único que entendí.
—¿Qué?
—Sigue tu blog.
—¡No! —chilló Vivian—. ¡Déjame! ¿Por favor? ¡He querido enseñárselo todo el
día!
—¡Todo el día! También lo ha hecho en Twitter y ahora hay gente que hace lo
mismo. Las palabras de sabiduría de Ellamara está en la lista de temas del
momento.
Eso tenía que verlo. Abrí la aplicación de Twitter en mi móvil y casi me dio un
ataque al corazón.
—Ayer tenía unos seis mil seguidores en Twitter. ¡Ahora hay más de veinte
cinco mil!
Rob se rio.
—No. Solo tengo una cuenta de correo, una cuenta de Twitter y una página de
Facebook para las cosas del blog, y luego un apartado de correos para que las
editoriales me manden libros. Creo que estoy a salvo, ¡pero esto es de locos !
—¿A que sí? —exclamó Juliette cuando por fin se unió a nosotros.
Tuvimos que volver a contarlo desde el principio para ella. Trajo a su séquito
para enterarse de todo: Dylan, Luke y otros pocos amigos que tuvieron el
valor de acercarse a mí por la curiosidad que sentían hacia la historia, pero
no había ninguna historia que contar. No conocía a Brian Oliver. No tenía ni
idea de cómo había descubierto mi blog.
—No lo sé. Me sorprende que haya alguien que sepa que es mi cumpleaños.
Pensaba que ni siquiera mi padre se acordaría. Al único al que se lo he dicho
es a…
Suspiré.
—A Cinder.
Asentí.
Se acordaba del día porque el año pasado, el día del accidente, nos estuvimos
mandando mensajes. Dijo que temía el día y que cuando se acercaba, sentía
que lo torturaba. Yo me sorprendí mucho cuando me lo explicó. Para él fue el
día en que me perdió. Al hablar de ello, confesé que aquel día era mi
cumpleaños. Él prometió encontrar una manera de distraerme y asegurarse
de que disfrutaba de mi cumpleaños sin tener que pensar todo el día en el
accidente.
—Ha cumplido su promesa —susurré para mí misma y luché contra las ganas
de llorar.
—¿Qué promesa?
Vivian suspiró.
—Eso es muy romántico. Tienes que perdonarlo, Ella. —Me había presionado
para que lo hiciera desde que le conté los detalles de nuestra bronca—.
Tienes que llamarlo.
—Es el único que ha podido hacerlo. Es el único que sabe que hoy es mi
cumpleaños y su padre es un pez gordo de la industria del cine, así que puede
haberse puesto en contacto con Brian. Siempre he sabido que Cinder tiene
contactos en la industria del cine. Debería haberlo adivinado antes.
Eso hizo que todos susurrásemos y nos riésemos. Incluso una chica dijo:
—No tiene por qué. No estoy segura de cómo Cinder lo ha conseguido. Quizá
conoce a Brian o su padre conoce a alguien que, a su vez, conoce a alguien
que lo conoce.
—Sí. —Tendría que llamarlo después y disculparme por no haberle dicho nada
durante toda la semana.
—¿Tú y este tipo sois muy amigos? —inquirió Rob. La desconfianza en su voz
era bochornosa.
—Pero nunca os habéis visto en persona, ¿no? Sois algo así como amigos a
distancia que se escriben, ¿no?
Por fin entendí adónde quería llegar Rob con sus preguntas y el corazón se
me encogió un poco. Me quedé mirando mi comida sin tener ni idea de qué
decir. Pareció entenderlo porque añadió:
—Lo siento. No estoy preparada para salir con nadie. Técnicamente estoy
soltera. No hay nada entre Cinder y yo, y nunca lo habrá, pero, aun así, lo
quiero. Odio quererlo e intento no hacerlo, pero me resulta imposible.
—¿Estás segura de que no hay nada entre vosotros? ¿De que no le gustas?
Asentí.
—Tiene novia y me dejó claro que no quiere que nos conozcamos en persona.
Le gusta que no nos hayamos visto.
—Entonces tenemos que hacer que te olvides de él. ¿Te ayudaría que otra
persona, un novio, te hiciese olvidarlo?
—Es muy amable por tu parte, pero creo que no sería justo para ti.
Asentí a regañadientes.
—Sí, pero…
—¿Te atraigo?
—Entonces es suficiente.
—No tienes que estar enamorada de alguien para salir con él. No tenemos
que ir en serio. Podemos tener libertad para estar con alguien más, si quieres.
Inténtalo. Sal conmigo y descubramos si nace la chispa.
—Tienes pinta de necesitar un sustituto y quiero dejar claro ahora mismo que
nunca diré que no a ser el sustituto para una chica guapa.
Por fin pude ofrecer una sonrisa que me llegaba a los ojos.
Vivian bufó.
—Suena bien.
* * *
Cuando llegué a casa por la tarde, estaba mentalmente exhausta. Solo quería
relajarme con el sonido ronco y profundo de la voz de Cinder. Sabía que tenía
que llamarlo antes de que acabara el día. Lo echaba de menos y se merecía
que le diera las gracias.
—No, pero oigo a Ella hablar con él y sus conversaciones son totalmente
normales. Además, leí su chat una vez que fue al baño y dejó el portátil
abierto en el sofá.
—Fue muy entretenida. Discuten como una heroína de una novela romántica y
su vil secuestrador pirata.
—¿Por qué querría dártela? Te has portado fatal con ella desde que llegó. Si
quieres mi opinión, te tolera mejor de lo que te mereces.
Anastasia bufó enfadada. No necesitaba ver su cara para saber que fulminaba
con la mirada a Juliette. Seguro que también había sacado las garras.
—No me puedo creer que estés tan en mi contra. ¡Ella no es parte de esta
familia y te pones de su lado contra tu propia melliza! ¡Yo soy tu hermana!
¡No ella !
—Ella no puede evitar que Rob se sienta así. Ha sido sincera con él sobre sus
sentimientos hacia Cinder. Él es quien insiste en tratar de ganársela. Creo
que ha hecho lo correcto al aceptar salir con él.
Brian
Me encantaba la FastasyCon. Había venido cada año desde que tenía dieciséis
y en esta ocasión participaría como algo más que un espectador. Era la única
parada de la gira promocional de El príncipe druida que realmente me
apetecía, pero resultó ser el peor día de mi vida.
Miré nuestro chat por millonésima vez. Ella aún no se había conectado, así
que hice lo único que pensaba que podía hacer y escribí otro tweet sobre Las
palabras de sabiduría de Ellamara a mis seguidores. Esta vez cité algo que
ella había escrito hacía casi tres años sobre lo genial que era la serie
Dragonlance , de Margaret Weis y Tracy Hickman.
—¿Por qué no guardas esa cosa de una vez? —murmuró Kaylee cuando me vio
con el móvil en la mano—. Es una falta de respeto .
—Oh, ¡no pasa nada! —prometió la chica al tiempo que me entregaba una foto
para que la firmase—. Estabas escribiendo otra cita de Las palabras de
sabiduría de Ellamara , ¿no?
Sonreí. La última vez que había consultado la cuenta de Ella había subido
unos veinte mil seguidores. Se quedaría pasmada cuando lo viera.
—¡Sí! —chilló la niña—. ¡Es muy divertida! Entiendo por qué es tu bloguera
favorita. Yo la he empezado a seguir esta mañana. Me parece superdulce lo
que haces. Yo moriría por un regalo de cumpleaños así. Seguro que a ella le
encantará.
—Nancy.
Le guiñé el ojo a Kaylee y leí el texto tan alto como pude mientras subía la
foto. «¡Kaylee, Nancy y yo le deseamos a Ellamara el mejor cumpleaños del
mundo desde la FantasyCon! ¡Venid a divertiros! #¡FelizCumpleañosElla!».
La mirada de Kaylee cuando subí la foto a internet casi me hizo pensar que el
falso compromiso con ella valía la pena.
* * *
Había sido una idea chulísima e iba a hacerlo genial. Antes de grabar El
príncipe druida , tomé clases de espada y se me daba la mar de bien. Ojalá
Ella estuviese aquí para disfrutar de esto. Era la mayor fan de Merlín y a mí
me tocaba competir contra el príncipe Arturo en la primera ronda.
El mensaje me quitó un peso de encima. Sabía que había sido yo quien había
orquestado los comentarios de Brian Oliver. Sabía que pensaba en ella y por
fin me había vuelto a hablar.
«Sí».
«Solo si me lo cantas».
—Será mejor que solo te limites a leer —bromeó cuando terminé, aunque
había afinado durante toda la canción.
Murmuró su respuesta en voz baja, pero no en el tono débil que temía que
usase.
—¿De qué hab…? ¡Oh! —Ella se echó a reír—. Pervertido. ¿Cómo puedes
ponerte cachondo con eso? Ni siquiera sabes cómo soy. Podría pesar ciento
ochenta kilos, tener mucho pelo y estar cubierta de verrugas.
Sí, claro.
—No es cierto. Vi una foto que publicaste en tu blog cuando hablabas de los
viajes que hacías con tu madre. Estás buena. Tienes ese aire de medio latina
sexy .
—Te crees la leche… Esas fotos de cuando tenía aparato son horribles. Como
mucho soy normalita. O al menos lo era antes. Ahora no hay muchos chicos
que me miren dos veces, y no en el buen sentido.
—A nada. No importa.
—Ella…
—Lo que intento decir —me interrumpió— es que dejes de fantasear sobre mí
y me permitas disfrutar de mi baño. Tu pequeño numerito ha conseguido que
toda la gente que me había ignorado durante meses ahora quieran ser mis
mejores amigos o arrancarme los ojos por los celos. Creía que Rob le haría
daño a alguien al intentar protegerme.
Ella suspiró.
Tuve que llevar a cabo mi mejor actuación para sonar como un amigo
preocupado y educado en lugar del gilipollas celoso que era.
—No es eso. Es guapo y muy dulce. Es uno de los chicos más populares del
instituto, porque juega muy bien a fútbol, pero a él no le importa que yo sea
una paria social. Te prometo que es un buen chico.
¿Un atleta? ¿Mi pequeña friki amante de los libros de fantasía salía con un
deportista ? Eso no estaba nada bien.
Odiaba que tuviésemos que compartir habitación esa semana, pero nuestros
representantes estaban obsesionado con que el secreto de nuestra relación no
se descubriese, así que insistieron. Corrí el pestillo de la puerta del baño al
mismo tiempo que Kaylee entraba en la suite .
—¡Sé que estás ahí! —gritó mientras aporreaba la puerta del baño—. ¿Qué
demonios haces?
Ya me jodía tener que oír lo del tipo futbolista. Lidiar con Kaylee era pedir
demasiado a mi mal carácter.
Me alivió intuir una sonrisa en la voz de Ella y me sentí agradecido por que
me pidiese que la llamara luego. Significaba que ya no estaba enfadada
conmigo. Me había perdonado de verdad. Estas dos semanas sin ella habían
sido de las más largas de mi vida.
Gruñí. Nada me habría gustado más que acurrucarme en la cama y leer con
Ella por su cumpleaños, pero había tanta gente en la ciudad debido a la
convención, que habían organizado una fiesta esta noche y Kaylee no querría
perdérsela.
—Claro.
—Te tengo que dejar. Te quiero, Ella. Nada de volver a estar sin hablarnos,
¿vale? Estas dos semanas han sido un infierno. Felicidades. Te llamaré el
lunes.
El único momento vergonzoso fue cuando Jennifer empezó a alabar a Rob por
haberme retirado la silla. El pobre se puso rojo como un tomate. Estaba
segura de que yo me había puesto igual. Tanto Juliette como Anastasia
mandaron callar a su madre y la fulminaron con dos miradas amenazantes.
Por suerte, Jennifer pilló la indirecta e intentó no dejarse llevar por el rol de
madre de ahí en adelante.
Tras la cena, todos acabamos con el estómago lleno, pero mi padre insistió en
que pidiésemos algunas de sus famosas tartas de chocolate caliente; al fin y al
cabo, estábamos celebrando mi cumpleaños. Nadie se negó a tal delicia
chocolatera. Yo accedí feliz como una perdiz. Mientras esperábamos a que
nos trajeran el postre, Juliette comenzó a mecerse en la silla.
—Y buenos —dijo Juliette—. Te van a encantar. ¿Se los podemos dar ya? Por
favor, por favor, por favor.
Era como ver a una niña pequeña el día de Navidad. Todos nos reímos de ella.
—Vale —accedió mi padre, y me tendió un sobre largo que se sacó del bolsillo
interior de su chaqueta—. Esto es de parte de la familia. Fue sugerencia de
Juliette, así que, si no te gusta, la culpa es de ella.
Juliette puso los ojos en blanco, pero sonrió con tanta vehemencia que pareció
que fuese a explotar en cualquier momento.
—¡Ábrelo!
Su entusiasmo era contagioso, así que rasgué el sobre lo más rápido que me
permitieron mis dedos lesionados. Casi grité de emoción cuando vi lo que
había dentro. En realidad, sí que grité un poco y algunos clientes miraron a
nuestra mesa con el ceño fruncido. Eran entradas para ir a la FantasyCon de
este año. No me lo podía creer.
—¿En serio? Sé que vais a pensar que soy una tonta, pero siempre había
querido ir a esta convención desde que tenía… ¡como doce años! Madre mía,
¡no puedo creer que por fin vaya a ir! ¡Gracias! ¡Me encanta!
Juliette chillaba tanto que mi padre le dijo que respirase un poco. Yo estaba
en shock . En cuanto mi cerebro empezó a funcionar de nuevo, caí en la
cuenta de cuántos pases tenía.
Decidí no darle vueltas a eso y pregunté otra cosa antes de que el ambiente se
volviera incómodo.
—Bueno, obviamente no querrías ir tú sola, así que pensé que sería de mala
educación regalarte solo dos y ponerte en la obligación de elegir entre tus
amigos.
Me volví a reír.
—Vale, pero ¿por qué cinco? ¿Ya tenías una lista de invitados pensada?
El corazón me dolió ante la idea porque sabía que era una causa perdida.
Cinder y yo nunca llegaríamos a vernos cara a cara. No podría ir con él a ver
la película, aunque fuera la persona en el mundo con quien más me gustaría ir
a verla.
—¿Yo?
—No necesito que me inviten por pena. ¿Qué te hace pensar que querría ir a
esa convención repulsiva, llena de frikis y raritos, contigo y tus amigos, eh?
—No te estoy invitando por pena —dije, obligándome a hablar con la mayor
indiferencia posible—. Considéralo más bien como una tregua. Una ofrenda
de paz.
—Juliette y Rob también son tus amigos, y sé que te gusta Brian Oliver. Ven
con nosotros y pásatelo bien. No te estoy pidiendo que seas mi amiga, ni
quiero que vengas porque me das pena. Te estoy invitando para disculparme
contigo. No tuve más remedio que entrar en tu vida y no puedo desaparecer
de ella. Lo que sí puedo hacer es intentar compensarte dándote la
oportunidad de robarle a Brian Oliver a Kaylee Summers. Por mucho que me
duela admitirlo, creo que tú eres mucho más guapa que ella. Si alguien es
capaz de conseguirlo, esa eres tú.
Ana pareció rechinar los dientes tanto como yo cuando se refirió a nosotras
como sus hermanas, pero ninguna de las dos lo corregimos. Ana entrecerró
los ojos y preguntó:
—Gracias —articuló.
Vivian me ofreció una enorme bolsa de la que sobresalía papel de regalo lleno
de colores.
—Sí, sí que tenía. Date prisa y ábrelo antes de que te diga lo que es.
—Espera. ¿Es…?
Vivian asintió.
—¡Es increíble!
Esperaba que mis ojos transmitiesen la gratitud que sentía, aunque estaba a
punto de entrar en pánico. El vestido era precioso, pero no tenía mangas y
llevaba la espalda al aire. Dejaría muchas de mis cicatrices al descubierto.
Sabía que me había sentido guapa cuando me probé aquel vestido en su casa,
pero no creía que pudiese enseñar las cicatrices en una convención, por
mucho que quisiera disfrazarme de mi personaje favorito.
Ahogué otro grito cuando saqué una preciosa capa blanca, que iba a juego
con el vestido, y un par de guantes blancos, largos y elegantes, de satén.
—Sé que, oficialmente, los guantes no forman parte del disfraz de Ellamara —
explicó Vivian—, pero van a juego, y te taparán las cicatrices sin problema. ¡Y
toma!
—Es precioso.
—Y también es funcional.
—Por mucho que me guste mi bastón de chuches —dijo Vivian, que había
bautizado a mi bastón de ese modo, ya que tras haberlo decorado le
recordaba al juego de mesa Candy Land—, este queda mucho mejor con tu
modelito.
Di unos cuantos pasos para probarlo y luego me giré para quedar de frente a
la mesa de mi familia, abarrotada de rostros sonrientes.
—¿Vamos?
Chillé otra vez. Sería fantástico. Era como un sueño hecho realidad para una
friki de la fantasía como yo.
—Esta noche, cuando llegue a casa, les diré a mis padres que también vendrá
Ana. No tendrán ningún problema en terminar otro disfraz de la princesa
Ratana para el domingo.
Resoplé.
—Sí, no debería ser muy difícil. Ese disfraz es más bien escaso.
—Yo creo que es sexy . —Ya había oído mi charla sobre la falta de ropa de las
chicas guerreras—. Dos princesas Ratana mellizas llamarán la atención de los
jueces. Eso por no mencionar la de Brian Oliver.
Rob se rio.
—¿Y yo podré pasar el día con cuatro tías buenas vestidas de princesas
medievales? Genial.
Vivian miró a Rob con un brillo travieso en los ojos que lo hizo incorporarse
en la silla.
—¿Qué?
Ella le sonrió con dulzura y demasiada inocencia.
—¿Qué precio?
—¿Una qué?
—Eh… sí.
Casi me sentí mal por él, pero no lo bastante como para dejar que fuera sin
disfraz.
Vivian se rio.
—Mi padre tiene un don para saber la talla de la gente. Lo conociste cuando
viniste a ver las pelis. Además, hay muchas fotos tuyas en Facebook, que
fueron de gran ayuda.
—¿Sabes todos esos entrenamientos que haces sin camiseta? Pues por lo visto
son demasiado tentadores para las chicas del instituto.
Guau. Tendría que hacerme amiga de algunas chicas del instituto. O quizá
empezar a ver los entrenamientos de fútbol.
Vivian ronroneó con admiración y Rob se ruborizó tanto que parecía que su
rostro nunca recuperaría su color natural.
—Lo siento —susurré, y le tendí la mano bajo la mesa como apoyo. Él me la
agarró como si eso lo volviese invisible y me dedicó una sonrisa de
agradecimiento.
—Nada como un cambio de look para hacer feliz a una mujer, ¿eh? —bromeó
mi padre, y le dedicó a Rob una mirada llena de compasión.
Él me regaló una sonrisa arrepentida con una mirada que decía que le debía
una y, luego, se giró de nuevo hacia Vivian.
Ninguno de mis amigos era tan fanático de la fantasía como yo. No estaban
familiarizados como yo con las referencias, los autores y los ilustradores que
vimos. Tampoco estuvieron a punto de desmayarse cuando conocimos a
Richard y a Kahlan, de La leyenda del buscador , como yo, pero no me
importó. Alucinaron con los disfraces de la gente y no ocultaron el placer con
el que se reían de mis frikadas . No pasaba nada. Aun así, fue uno de los días
más increíbles de mi vida.
Estaba sentado en una mesa con el guionista de la película, Jason Cohen, que
había ganado un Oscar, y casi me muero cuando charlé con ellos y otros
cuantos fanáticos de Las crónicas de Cinder sobre el proceso de adaptación y
cómo iban a hacer las secuelas. Mi hice una foto con ambos, y ellos incluso
dejaron que grabara el debate con el teléfono para mi blog. En serio, ¡fue un
sueño hecho realidad! Estaba en el séptimo cielo cuando al fin me separaré
de ellos y me encaminé para conocer a Brian Oliver y Kaylee Summers.
—No puedo creer que te hayas puesto así de loca con esos dos abueletes
cuando Brian Oliver está justo ahí —dijo Anastasia mientras esperábamos en
la cola para que llegara nuestro turno y conocer a los invitados de honor.
—No. —Me repetí a mí misma cuando nadie me miraba como si estuviese loca
—. No . No quiero que sepa quién soy.
—¡Estáis increíbles los cinco! —dijo Brian, rompiendo el silencio en el que nos
habíamos sumido al verlo ahí, en carne y hueso—. Los mejores disfraces que
he visto este año, de lejos. Espero que os hayáis apuntado al concurso. —Sus
ojos se movieron hasta Anastasia y Juliette e inmediatamente recorrió sus
cuerpos con la mirada—. Gemelas —ronroneó cuando terminó de comérselas
con la mirada—. Vosotras, buenas damas, sois las Ratanas más hermosas que
he visto desde que empezó la convención.
Me ruboricé cuando Brian me miró con curiosidad, pero me preocupé más por
la expresión de dolor en el rostro de Juliette y la mirada envenenada de Ana.
Me tragué la risa de inmediato.
—Lo siento.
—Lo siento —repetí, más arrepentida esta vez—. Por supuesto que tiene
razón. Sabéis que ambas sois preciosas. Solo me reía de su cursilada.
—Sí. Cursilada. Y estoy segura de que le has dicho esa misma frase a todas
las chicas que has conocido esta semana. Me parece increíble que todavía
puedas soltarla con esa expresión tan seria.
—Mira, cariño. —El desdén era patente en su voz—. Alguien más que no se
impresiona con tus tonterías.
Tragué saliva. Tal vez había visto una foto mía en el blog. No había subido
ninguna desde la última vez que fui a una firma con mi madre. Y eso fue
meses antes del accidente. Ahora tenía un aspecto muy diferente, no llevaba
aparato y era mayor, pero mis ojos azules y la piel morena, junto con mi pelo
oscuro, eran inconfundibles.
—Estoy segura de que recordaría haber conocido a una estrella del cine. —Sin
embargo, él seguía mostrándose escéptico, así que añadí—: Sobre todo uno
que usa frases tan cursis para ligar.
Por fin, Brian se rio. Cogió un rotulador permanente y una foto suya y se
preparó para firmarme un autógrafo.
Brian bizqueó.
—¿Perdón?
Suspiré.
Toda la gente que había cerca se me quedó mirando con la boca abierta como
si fuese una rarita, excepto otras fans de la saga que aplaudieron y me
animaron. Tanto Juliette como Anastasia portaban una expresión de horror en
el rostro. Hasta Rob y Vivian parecían un poco sorprendidos.
Se rio.
—¿Por qué crees que pedí interpretar el papel? Estoy totalmente de acuerdo
con que Cinder es uno de los personajes más queridos de la historia. No podía
dejar que nadie más se hiciera con el papel. Me muero de ganas de empezar a
rodar Reino de gloria . Ese fue mi libro favorito de la serie.
Cerré la boca, que no sabía cuándo narices había abierto, y mis labios se
curvaron en una gran sonrisa.
Algo cambió en Brian. El fuego embargó sus ojos, una verdadera pasión que
no sabría explicar. Su sospecha se convirtió en una sonrisa engreída y volvió a
mirar a Ana y a Juliette antes de dedicarme una sonrisa libertina.
—Dime una cosa. ¿Por qué te has vestido de Ellamara? ¿Ha sido porque va
tapada de pies a cabeza? ¿Eres una especie de mojigata?
Me mofé y Juliette se llevó una mano a la frente.
Mientras Brian procesaba las palabras de Juliette, agarré mi vara con fuerza y
contuve las ganas de darle una colleja con él.
—Ya lo veo —bromeó Brian, mirándome con descaro. Juro que sentí sus ojos
moverse por todo mi cuerpo, como una caricia. Contuve un escalofrío.
Juliette se percató de que una de las charlas a las que quería asistir estaba a
punto de empezar y me apartó.
—¿Crees que Ellamara es el mejor personaje del libro? ¿Y qué pasa con
Cinder? Él es el héroe. Él salva a todo el reino.
—Por supuesto que sí, porque tiene a Ellamara , que lo guía. Sin ella, él no
sería nadie.
—¿Nadie? —se burló Brian—. Tenía su magia. Habría sido el héroe de todas
maneras.
Gemí. Había tenido esta misma discusión con Cinder un millón de veces. De
hecho, fue la primera discusión que tuvimos. La primera vez que me dejó un
comentario en el blog fue para defender la decisión de Cinder de casarse con
Ratana, aunque en realidad amara a Ellamara.
—¡No tenía elección! —gritó Brian, tan apasionado por el asunto como yo.
Estaba claro que era un verdadero fan—. Puede que amara a Ellamara, pero
ella era una plebeya. Ratana era la princesa heredera de las Tierras Llanas.
Su unión traería la paz entre los dos reinos. Cinder hizo algo muy noble al
dejar sus sentimientos a un lado por el bien del reino.
—¿Noble? —volví a gemir—. Lo que hizo no fue noble en absoluto. Fue un acto
de cobardía. Hizo lo que se esperaba de él porque era lo más fácil. Un hombre
de verdad habría luchado por estar con la mujer que amaba. Y que le dieran a
la clase social.
—Creía que habías dicho que Cinder era uno de los mejores personajes de la
historia.
Igualé su terquedad.
—Todo gran personaje comete errores. Cinder fue sabio al final y capaz de
gobernar a su gente solo porque Ellamara le enseñó cómo pensar en algo más
que en sí mismo. Es un gran personaje, pero…
—¿Por qué has dicho eso? —Apenas podía hablar lo bastante alto como para
que me oyera.
—Sí, pero ¿cómo lo sabías? ¿Por qué has dicho esas palabras en concreto?
Los dos sabíamos que ya conocía la respuesta. Brian se inclinó hacia adelante
en la silla y me observó con una nueva intensidad. Su sonrisa se tornó
traviesa y susurró:
—Di «coche».
A mi lado, alguien ahogó un grito. Pensé que a lo mejor era Juliette, pero no
podía estar segura. Seguía demasiado sorprendida como para pensar con
claridad.
Sentía que me había alcanzado un rayo. La impresión fue tan grande que
retrocedí varios pasos. Choqué con Rob, que me agarró cuando mis rodillas
parecieron desistir. Me sujetó por la cintura para estabilizarme, lo cual me
vino bien porque no sabía si podría tenerme en pie por mí misma.
—Estoy bien. —Las cosas no iban nada, nada bien. ¡Brian era Cinder! ¡Había
hablado con Cinder ! ¡Estaba viendo a Cinder!
—¿Ella?
Estoy segura de que para los demás sonó como si simplemente me preguntara
el nombre para firmarme un autógrafo, pero oí la sorpresa en su voz. Nunca
nos habíamos preguntado cuáles eran nuestros verdaderos nombres.
Seguramente prensaba que Ella era mi apodo, al igual que Cinder.
Asentí, aturdida.
—¿Estás bien?
Cuando nos giramos para marcharnos, Cinder me llamó con pánico en la voz.
Yo lo miré y deseé no haberlo hecho. Clavó los ojos en los míos y me suplicó
con la mirada que lo entendiese. Su dolor y frustración eran tan evidentes que
los sentí hasta en el alma. O quizá solo fuera mi propia agonía.
Tras aquel instante en que los dos nos miramos a los ojos, Cinder bajó la
mirada y garabateó su nombre en una foto. Cuando me la dio, no la soltó de
inmediato. Contempló la imagen que ambos sosteníamos, como si quisiera
que yo también le echara un vistazo. Bajé la mirada y estuve a punto de
ahogar otro grito. En vez de firmarme un autógrafo, había escrito:
Puedo explicarlo.
Cinder.
—Gracias —murmuré, y luego dejé que Rob me sacara de allí para que todos
los demás consiguiesen los autógrafos de Brian y Kaylee.
Brian
Ellamara era la mujer más increíble que había conocido. Era ingeniosa, vivaz
y mi fama no la intimidaba en absoluto. ¡Y era tan guapa…! Ya me había fijado
en ella antes de que la charla comenzase. Ella y sus amigos destacaban entre
la multitud con sus espectaculares disfraces; había visto cientos de personas
disfrazadas de Ratana y Cinder en esos cinco días, incluso alguna reina
Nesona, pero Ella había sido la primera en vestirse como la famosa
sacerdotisa druida.
En cuanto se situó frente a mí, vi por primera vez lo preciosa que era. Las
otras chicas que la acompañaban eran guapas, pero Ella era muy diferente,
con su suave piel morena y aquellos ojos grandes y brillantes que sobresalían
bajo la capucha de su capa.
Era inteligente, increíble, todo lo que había soñado que sería… y estaba entre
los brazos de otro tipo. Ahora entendía por qué Kaylee se había mostrado tan
irritada conmigo todo el tiempo. Cuando ese malnacido enclenque jugador de
fútbol le puso las manos encima a Ella, quise saltar por encima de la mesa y
asfixiarlo. Y aquí estaba, por fin, el momento que había soñado durante años y
lo único en que podía pensar era que ese chaval agarraba a Ella como si le
perteneciera. ¡Y ella lo permitía! Cuando Ella superó el shock de saber que yo
era Cinder y que estaba «comprometido» con Kaylee, se abalanzó a los brazos
de ese gilipollas afortunado y le pidió que fuese su caballero de brillante
armadura. El idiota incluso se había vestido de Cinder.
¡Se suponía que yo sería su Cinder! ¡Se suponía que Ella sería mía !
Le pedí que nos viéramos más tarde, pero por su expresión —y por el horror
en sus ojos— no estaba seguro de que fuera a presentarse. Si no lo hacía, la
buscaría, aunque tuviera que romper cada maldita puerta de todas las
malditas casas de Los Ángeles.
—Brian —dijo con esa voz azucarada que me ponía de los nervios hasta
desquiciarme—, deja que te explique cómo funciona una relación. Cuando se
supone que estás enamorado, ¡no coqueteas con cualquiera que te apetezca !
¿Qué narices ha sido eso?
—Lo de ahí fuera ha sido el final de esta farsa —respondí cuando Kaylee me
siguió al baño, a la espera de una explicación.
—¿Qué?
—¿Esa era Ella? No lo dices en serio. —Su risa carecía de humor, era dura—.
¿Por esa zorra sarcástica has estado quejándote de todo?
—No hables así de ella. Hemos terminado, Kaylee, y voy a por ella. Puedes
poner las cosas fáciles o difíciles, pero si intentas alguna mierda, contaré lo
de la farsa. Contaré a todo el mundo que a la princesa consentida le dio un
berrinche a lo Lindsay Lohan y me chantajeó para que nos comprometiéramos
de cara a la galería. Les diré que amenazaste con arruinar mi carrera,
despedir a mi padre y sabotear la película porque estás loca y obsesionada
conmigo.
Qué risa.
—Créeme, Kay, la gente sabe que eres una zorra sin corazón. Diva
mentalmente inestable no sería una definición muy desencaminada.
Busqué entre mis cosas y encontré un suéter con el cuello de pico que parecía
gustar a las mujeres. Ojalá le gustase también a Ella.
—¿Y qué pasa con la película de Zachary Goldberg? Los contratos aún se
están negociando. No se ha firmado nada de momento. Todavía puedo hacer
que mi padre se eche atrás.
—Todavía puedo arruinar tu carrera —dijo Kaylee con malicia—. Puedo dejar
tu reputación por los suelos. Puedo hacer que los paparazzi estén tan pegados
a ti que necesites cirugía para despegártelos de encima.
Su ira aumentaba y cada vez se sentía más desesperada, pero ya había dejado
de tener efecto sobre mí. Había dejado de importarme.
—Perderás el Oscar.
Hace unos meses, eso me habría preocupado, pero ¿qué sentido tenía ganar
una estatuilla si perdía a Ella? Me encogí de hombros.
—Puede. Pero aunque destruyas mis posibilidades este año, tengo tiempo
para demostrar a la gente que soy bueno. Hay cuatro películas más de Las
crónicas de Cinder y un proyecto con Zachary Goldberg que incluso podría
llamarse Brian Oliver es la leche . Solo necesitaba que me hicieras parecer
buena gente porque era un gilipollas inmaduro, pero ya no soy ese chico.
Ahora tengo a Ella y, a su lado, no solo parecerá que soy serio. Con ella, será
real.
—Brian… —Me miró con ojos cargados de deseo al tiempo que subía sus
brazos sobre mis hombros y pegaba su cuerpo contra el mío—. Cariño, no te
vayas, por favor.
—Lo siento, Kay. Ahora solo hay una mujer para mí, y no eres ella. Ni siquiera
te acercas.
Por primera vez desde que la conocía, los verdaderos sentimientos de Kaylee
emergieron a la superficie y fue incapaz de ocultar el dolor que le supuso mi
rechazo. Me sentí mal durante dos segundos exactamente. Después, un golpe
en la puerta hizo que el estómago se me llenase de mariposas.
—Será Scotty.
Ignoré a Kaylee y abrí la puerta todo lo rápido que pude. Scotty estaba en el
pasillo con una gran sonrisa en el rostro. Sostenía el libro que le había pedido
y una larga capa verde.
—¡Eres mi héroe!
* * *
Llegaba quince minutos tarde, pero no era el único. Cuando iba a entrar,
cinco personas con disfraces increíbles que reconocí al instante llegaron a la
zona de recepción y se detuvieron.
—Creo que no puedo hacerlo —dijo Ella al tiempo que miraba al restaurante.
Ella soltó una risa que dejaba entrever que era una locura.
—¿Por qué no? Porque es Brian Oliver . Es el chico malo favorito del país.
¡Sale con Kaylee Summers , por el amor de Dios!
La pelirroja bufó.
—Claro, porque es una relación tan sana…
Contuve la risa. Por lo visto, Kaylee y yo no éramos tan buenos actores como
pensábamos.
Sonreí al oír eso. Resultaba fácil ver por qué Vivian le caía tan bien a Ella.
La Ratana con el pelo largo envolvió a Ella con su brazo. Tenía que ser una de
las mellizas —Ella había mencionado que eran mellizas—, y estaba claro que
era la buena. La mala estaba alejada del resto, con una mueca muy a lo
Kaylee.
—Es evidente que el chico está pillado por ti —dijo la hermana buena—.
Coqueteaba un montón contigo incluso antes de descubrir quién eras.
¡Delante de su prometida!
Bueno. Al menos alguien apreciaba mi encanto. Claro que no era Ella, porque
gimió y respondió:
—Coqueteó con todas . Ser amable con sus fans es parte de su trabajo .
—Su actitud era más que amable, Ella. Al tipo le ha faltado nada para saltar
sobre la mesa y pegarme un puñetazo por estar cerca de ti.
El niño futbolista era muy perspicaz. Había estado a punto de hacerlo, pero
no porque estuviera cerca de ella. La hermana maligna convino conmigo.
—Odio estar de acuerdo con Ana —dijo Vivian—, pero te pidió que vinieras y
no tenía por qué hacerlo. Si no hablas con él, sabes que te arrepentirás el
resto de tu vida.
—¿No se lo has dicho? —inquirió Vivian en voz baja—. ¿En todo este tiempo?
Ella parecía tener ganas de llorar al negar con la cabeza. Me iba a volver loco
si no descubría a qué se referían. Ella tenía que entrar para que yo mismo
pudiese hablar con ella.
—Cinder era el único con quien no tenía que hablar de mi estado, así que no
lo hice. No pensé que fuera a importar. No creía que algún día lo conocería.
Ana se quedó tan sorprendida con los gritos que me pregunté si en su vida
algún chico había hecho lo mismo antes. Probablemente no. Pero Rob no se
detuvo ahí.
—¿Sabes por qué no te pedí que fueras al baile conmigo? Porque no importa
lo guapa que seas, cada vez que te miro veo a una zorra cruel y egoísta.
Los ojos de Ana se llenaron de lágrimas y se fue sin decir nada más. Casi me
sentí mal por ella, pero se me pasó enseguida porque, en cuanto se fue, Rob
le cogió la cara a Ella y le plantó un beso apasionado. Si no hubiese dicho lo
siguiente, lo habría golpeado:
—A por él —le dijo Rob, y después le dio un suave empujón hacia la puerta.
—¿Señorita Ella?
—Bienvenida. Su mesa está lista. —El hombre me sonrió—. Por aquí, por
favor.
Me extrañó un poco el trato especial. Pero, al fin y al cabo, todo cobró sentido
cuando prosiguió:
—El señor Oliver también llegará unos minutos tarde. Me pidió que le
transmitiese sus más sinceras disculpas, pero estará aquí en unos minutos.
—Vale. Gracias.
El restaurante era una gran sala de comedor abierta con mesas en la zona
central y reservados en los extremos. No era el mejor lugar para tener
intimidad, pero deduje que el encargado había hecho todo lo posible porque
me llevó a una mesa del reservado más alejado. No estaríamos totalmente
aislados, pero tampoco en medio de la multitud. Apreciaba el esfuerzo.
—¿Acaso no tenía razón? —dijo una voz en tono bajo. Una voz que me hizo
temblar.
—Ella.
—¿Cinder?
—Vale… Brian.
—Puede que hace tres años no, pero ¿y hace dos semanas, cuando me dijiste
que no podíamos conocernos? Podrías haberme contado que eras famoso y
que estabas demasiado ocupado con tu gran película y la loca de tu prometida
como para pasar tiempo conmigo.
—No, por fin lo hago. —La cabeza me daba vueltas al tiempo que todo
encajaba con total claridad—. Ahora todo tiene sentido. Todo. Esa era la
última pieza del puzle que me ha faltado durante todo este tiempo. Tu
relación con Kaylee es un montaje. Es para daros publicidad, ¿no?
Estiró ambas manos sobre la mesa en un ademán de buscar las mías. Cuando
no se las tendí, las retiró y empezó a jugar con su vaso de agua fría.
Su discurso me dejó sin aire. Pensar que significaba tanto para alguien y que
afectaba tanto a una persona no solo era sorprendente, sino abrumador. El
corazón me latía con furia en el pecho y las mariposas revoloteaban en mi
estómago como bolas del bingo. Tuve que apartar la mirada para recuperar el
habla.
Esperaba que se riera de mí, pero no lo hizo. Su voz sonaba más seria que
nunca.
—¿En serio?
Brian asintió.
Aunque acababa de conocer a L. P. Morgan esa misma tarde y tenía otro libro
firmado por él, este era diferente. Era infinitamente más especial. Ahogué las
emociones que estaban a punto de estallar en mi interior.
—Me preocupaba que dártelo te recordase a aquel día, pero quiero que lo
tengas.
Cinder no vaciló. Sonrió y supo que la camarera soñaría con ello el resto de su
vida.
¿Sería raro que todos supiesen tu nombre y hacer que la gente tartamudeara
y actuara con torpeza todo el rato? Si todo el mundo lo trataba así, ahora
entendía por qué le gustaba tanto el anonimato de nuestra relación. Solo
había pasado quince minutos con él y ya sabía que odiaría la fama.
Cinder observó la comida sobre la mesa y empezó a negar con la cabeza, pero
después me miró y cambió de opinión.
—¡Claro!
La chica dio unos pasos hacia atrás para que los dos saliéramos en la foto,
pero antes de que la hiciera, Cinder se levantó de su asiento y se puso a mi
lado. Me rodeó con un brazo y me pegó a su costado.
Dejé de respirar.
Me derretí.
Peinó mi pelo con los dedos para arreglarlo. Las yemas de sus dedos me
rozaron la mejilla mientras me colocaba un mechón tras la oreja. Hice un
esfuerzo para no jadear.
—Entonces solo eras Brian Oliver y había una mesa de distancia entre
nosotros —murmuré, y parpadeé como si eso fuera a hacer desaparecer la
neblina de mi mente. No hubo suerte.
—Sonríe, Ella —comentó Cinder, y me dio un suave apretón—. Esta foto será
mi nuevo fondo de pantalla del ordenador.
Lo empujé y él se rio con más ganas todavía. Estiró el brazo por encima de la
mesa y se acercó el plato; no volvería a su silla. De hecho, me agarró con más
fuerza.
—No pensaba que fueras tan tímida, pero me gusta. Eres absolutamente
irresistible cuando te ruborizas, ¿ves? —Con una sonrisa de oreja a oreja,
levantó su teléfono para que examináramos la foto. Seguro que yo parecía un
tomate—. Mira qué adorables estamos. Es la foto perfecta para tu primer
artículo de Cinder y Ella.
—¿Mi qué?
—En tu blog. —Cinder cogió aire—. ¿Recuerdas las crónicas que publicabas
en tu blog cuando tú y tu madre conocíais a un nuevo autor?
—Tuve una idea hace algún tiempo. Pensé que, si alguna vez nos conocíamos
en persona, podríamos inaugurar una nueva sección en tu blog. Sería
parecida a la antigua, solo que, en vez de coleccionar los autógrafos de los
escritores en libros, podríamos coleccionar fotos de nosotros con distintas
personas famosas.
—Sé que eso no reemplazaría todos los libros que has perdido, nada podría
hacerlo y no quiero intentarlo, pero pensé que tal vez podrías empezar una
nueva colección. —Tragó saliva, nervioso, y añadió—: Conmigo.
—¿Qué opinas?
—Por supuesto.
—No seas ridículo. Suena increíble, pero no podría dejar que hicieras todo eso
por mí.
—Pero esa es la cuestión —dijo—. Sí que puedes dejar que lo haga por ti.
Cualquier otra chica lo haría. Joder, la mayoría esperaría que lo hiciera. Pero,
por ti, quiero hacerlo.
—Te llevaría a cualquier sitio, Ella, y te daría todo lo que quisieras. Solo
tienes que dejarme hacerlo.
Era mi mayor sueño hecho realidad. No, era el mayor sueño de cualquier
chica del mundo hecho realidad. Solo que era demasiado increíble como para
ser real. Sabía que lo era. Cinder lo hacía parecer muy fácil, pero, en nuestras
vidas, nada era tan simple.
—¿Y qué pasa con Kaylee? ¿Tengo que recordarte que, aunque sea una farsa,
ahora mismo estás prometido ?
Negó con la cabeza.
—¿Y qué pasa con tu carrera? Dijiste que Kaylee te había amenazado con
destruirla.
—Hará todo lo que esté en su mano. Puede que me haga algo de daño, pero
nada de lo que no pueda recuperarme. Nada que no merezca la pena por
estar contigo.
El corazón empezó a latirme con fuerza otra vez. En esos momentos, estaba
ganando el combate cuerpo a cuerpo contra mi cabeza. Mi resolución estaba
resquebrajándose.
—Agentes, mánager, publicistas, abogados… Hay una gran lista de gente que
controla mi vida.
—¿Crees que todas esas personas aceptarán sin más que rompas con tu
coprotagonista por mí ?
—En mi defensa diré que he salido con tantas chicas porque ninguna se
acercaba lo más mínimo a lo que realmente deseaba. —Me volvió a besar la
mano—. Y el mundo lo descubrirá muy pronto.
—La ruptura será mala para mi imagen porque Kaylee no actuará con
elegancia, pero al público le encantará que salga con una chica normal y
anónima. Los fans se volverán locos. Nuestra historia llamará la atención de
los medios. Mi equipo tendrá que ceder.
Aparte del miedo que me daba la idea de «llamar la atención de los medios»,
sabía que nunca conseguiría la aprobación de su equipo —el gran y
amenazador «ellos»—. El tipo de publicidad que yo le daría a Cinder solo le
haría daño. No quería exponerme al mundo, pero mucho menos perjudicar su
carrera. Yo era la última persona que debería estar en el punto de mira.
—No lo creo, Cinder… eh, Brian. Soy la última persona a la que aceptaría tu
gente, y menos tus fans.
Abrió la boca para rebatirme, pero no dejé que pronunciara palabra alguna.
Debía decirlo antes de que perdiese el coraje, porque tenía derecho a saberlo.
Merecía saberlo.
—Hay cosas que tú tampoco sabes de mí. Cosas que nunca te he contado,
porque, al igual que tú con tu fama, temía que me trataras de forma diferente.
—¿No te diste cuenta cuando me fui del encuentro con los fans?
Asentí.
—Los médicos me dijeron que era un milagro que volviese a andar tras el
accidente. Doy gracias por ello, pero no es un camino de rosas. La cojera se
me nota mucho y duele bastante. Y camino muy lenta. Por eso he estado a
punto de llegar tan tarde como tú esta noche. He tardado mucho en venir
andando hasta aquí desde la zona donde se ha hecho el encuentro con los
fans. Soy discapacitada, Brian.
—Me dijiste que sufriste heridas, pero nunca mencionaste… —Su voz se
apagó cuando las emociones se adueñaron de él.
—¿Qué más hay? —preguntó Cinder con un tono de voz tan suave como su
caricia.
—Sea lo que sea, Ella, no me hará cambiar de opinión. No voy a pensar menos
de ti.
Dejó mi mano libre sobre una de las suyas mientras la otra subía poco a poco
por mi brazo y se percató de que las cicatrices continuaban. Cuando por fin
habló, su voz tembló.
—¿Qué te pasó?
—El coche se incendió y sufrí quemaduras en más del setenta por ciento del
cuerpo.
—Continúa por todo el costado derecho y luego cubre toda la piel de cintura
para abajo. Los pies se me quemaron tanto que se me deformaron los dedos.
—Ella. —Ahora su voz hacía más que temblar. Sabía que, si lo miraba, lo vería
llorar.
Me volví a girar, pero, aun así, seguí sin alzar la mirada. No podía mirarlo a la
cara.
Tomé aire y volteé los brazos. Dejé a la vista mis muñecas y las cicatrices tan
distintas que tenía ahí. Cinder ahogó otro grito y me las agarró con manos
temblorosas.
Por fin levanté la mirada y me destrozó ver el dolor que reflejaban sus ojos.
Las lágrimas surcaban sus mejillas sin oposición alguna. Mis propios ojos se
inundaron de lágrimas para acompañar a los suyos.
—No puedo esconder esto. Tus fans y toda la gente que lleva tu carrera… se
enterarán, y no lo aceptarán. Nunca me aceptarán a mí . Y aunque lo hicieran,
no estoy segura de poder manejar toda esa atención. No podría soportar que
todo el mundo se enterara de todo por lo que he tenido que pasar, de todo lo
que he hecho .
Brian cerró los ojos y me apretó ligeramente las muñecas al mismo tiempo
que respiraba hondo.
—Nadie te culparía por esto. Has pasado por algo horrible. Perdiste todo lo
que querías, incluido tu propio cuerpo. —Me acarició las cicatrices despacio
con sus pulgares—. Esto no es nada de lo que debas avergonzarte. Lo que
importa es que sobreviviste y has mejorado. Mira qué lejos has llegado.
Aparté las manos de las suyas, incapaz de soportar más su contacto; era
abrumador. Brian me observó atentamente mientras usaba mi servilleta para
secarme las lágrimas que se me habían escapado. Había algo distinto en él
ahora, algo en la forma en que me miraba. Su inocencia se había esfumado.
Conocía la verdad y ahora me veía como todos los demás: como si esperase
que me rompiera en cualquier momento. Por fin me veía como una criatura
frágil y herida que había que tratar con especial cuidado.
Acababa de cambiarlo todo. Sabía, por la expresión de sus ojos, que las cosas
ya nunca volverían a ser igual entre nosotros.
Capítulo 25
Cinder apartó su plato. Había perdido el apetito. Durante algo más de diez
minutos, comimos en silencio, pero ninguno de los dos tomó más de un par de
bocados. Él me miraba y pensaba en algo que decir. Su lástima me rompía el
alma en pedazos.
—No lo puedo evitar. ¿Cómo se supone que tengo que reaccionar? No puedo
creer que en todo este tiempo no me hayas contado nada de esto. ¿No
confiabas en mí? ¿No pensabas que querría ayudarte a superarlo? ¿Preferías
hacerlo sola ?
Volví a mirarlo a los ojos y perdí el control por completo. Me enfadó la pena y
el miedo que vi reflejados en ellos.
—¡Es mucha información que asimilar, Ella! Tienes que darme tiempo para
que lo procese. Ahora mismo se me está partiendo el corazón.
Cinder me apoyó las manos sobre los hombros. Me agarraba con suavidad,
aunque parecía que quisiera sacudirme.
—No, Ella, se me está partiendo por ti . Sabía que perder a tu madre debió de
ser duro, pero esto… ni siquiera puedo imaginar…
Cinder me soltó los hombros y colocó una mano bajo mi barbilla. Con
delicadeza, me giró el rostro para obligarme a mirarlo y me sorprendió lo
cerca que estaba de repente.
—No es lástima —aseguró con toda la ferocidad del poderoso príncipe druida
que interpretaba en la película.
Me agarró las manos y las levantó. Lo hizo muy despacio, tanto que sentí que
el tiempo se detenía de golpe. Entonces, pegó sus labios contra el dorso de mi
mano buena y, luego, de la mala.
Jadeé al sentir sus labios sobre las cicatrices. El contacto fue más íntimo que
cualquier otra cosa que hubiese vivido antes. Cerré los ojos y las lágrimas me
empaparon las pestañas.
—Ojalá hubiese algún modo de hacer desaparecer todo esto que te ha pasado.
Me besó cada uno de los nudillos, uno a uno, como si intentase curarlos con
su contacto. Un gran sollozo se adueñó de mi pecho y escapó en forma de
quejido.
Fue en ese momento cuando «Cinder» se esfumó y por fin vi al chico que
había besado como el rompecorazones de Hollywood, Brian Oliver. El calor
que tanto me había embargado hacía tan solo unos momentos se convirtió en
hielo. Empecé a tener sudores fríos cuando me fijé en todo el público que nos
observaba.
—Scott —dijo deprisa al móvil—, ¿sigues por aquí? Bien. ¿Puedes traer
guardias de seguridad del palacio de congresos a La Guarida del Dragón? Ella
y yo vamos a necesitar escolta. Sí. Y date prisa, esto se va a poner feo.
Gracias, tío.
—Todo irá bien, Ella —murmuró con esa voz grave y relajante que
normalmente reservaba para nuestras sesiones de lectura.
—¡Dinos su nombre!
—¿Estás enamorado?
—¿Cómo la conociste?
—¡Brian!
—¡Brian!
—Estás bien, Ella. Esto es normal. He vivido situaciones como esta un montón
de veces. No pasará nada, ¿vale?
Deslizó sus manos por mis hombros, recorrió toda la longitud de mis brazos y
me volvió a coger las manos.
—¿Qué te ha pasado?
Sabía a lo que se refería, pero sus palabras sonaron como una mentira en mis
oídos. No pasaría en solo un minuto. Nunca volvería a ser como antes.
—¡Scott! —Brian soltó aire, aliviado—. Gracias por hacer que viniesen tan
rápido. ¿Te puedes quedar para hablar con el encargado? Paga la cuenta y
diles que los llamaré más tarde para asegurarme de que todo está
solucionado.
—Brian —susurré con miedo—. No puedo hacerlo. ¿Por qué no te vas tú? Yo
podría esperar aquí y llamar a Juliette cuando esto esté más despejado.
—Ni de coña.
—Pero…
—No te voy a dejar aquí para que te enfrentes a esto tú sola . —Brian me miró
a los ojos, pero la ira que se reflejaba en ellos no tenía nada que ver conmigo.
Desvió la mirada hasta las cámaras que seguían soltando fogonazos de luz y
negó con la cabeza con vehemencia—. Y tampoco funcionaría. Se supone que
estoy prometido. Tú y yo acabamos de iniciar uno de los mayores escándalos
en Hollywood de los últimos años.
—En una convención como esta, todos los paparazzi de Los Ángeles están
aquí. Esos fotógrafos quieren saber quién eres. Si me voy, algunos me
seguirán a mí, pero el resto irían a por ti. Esperarían todo lo necesario y más,
y luego te seguirían. Te seguirían hasta el coche y, luego, hasta tu casa, y,
finalmente, acamparían frente a tu puerta.
Abrí los ojos como platos al comprender lo que sucedía. Me gustase o no, mi
vida ya no volvería a ser la misma.
—No puedo.
—Ella, de verdad que lo siento, pero no hay alternativa. Tenemos que irnos.
No abrí los ojos hasta que sentí el suave contacto de Brian, que me secaba las
lágrimas de mis mejillas.
—Lo siento mucho, Ella. No sé cómo se han enterado de que estábamos aquí.
No debería haberte besado en público. Esto es culpa mía. No estaba
pensando.
—Eso ahora no importa. Salgamos de aquí. —No pude mirarlo a los ojos
cuando añadí—: Alguien tendrá que llevarme a cuestas.
Era muy humillante. Brian era un hombre tan perfecto, tan querido y adorado
por tanta gente que, literalmente, había cientos de personas apiñadas a las
puertas del restaurante para ver con quién estaba, y yo ni siquiera podía salir
de allí a su lado.
Al ver que no podía corresponderle con otra sonrisa, inclinó la cabeza hacia
mí y me besó en la sien.
—¡Ella! —gritó Juliette—. ¡Ella! ¡Déjame pasar, tú, zoquete! ¡Es mi hermana !
¡Ella!
—¿Juliette?
—¿Estás bien?
Juliette asintió.
Suspiré aliviada. Si pudiéramos salir de allí sin que nadie nos persiguiera, tal
vez no sería demasiado tarde para mantener un poco de privacidad. Nadie
sabía quién era. Incluso Brian desconocía mi apellido y dónde vivía.
Rob le dio el resguardo del aparcacoches al hombre, que leyó el número a una
radio que tenía en la mano. Respondieron rápidamente y nos volvió a sonreír.
—Un último favor y después te ordeno que te tomes unos días libres. ¿Te
importaría llevar a Tesoro sano y salvo a casa?
—Es muy friki de El señor de los anillos —expliqué a mis amigos, que no
tenían ni idea de quién era Tolkien.
—¿Te importaría que nos cambiásemos los coches? Conduce a Tesoro para
dejarlo en casa y quédate allí hasta que pueda llevar tu coche, por favor.
Tendrás una recompensa extra por ello.
—Claro, no te preocupes.
—Vale.
—Es broma, tío. Sabes que no podría trabajar bien sin ti. Pero cuida de mi
bebé. No tardaré mucho. Solo quiero llevar a Ella a casa y asegurarme de que
está bien, pero los paparazzi conocen mi coche.
Cuando procesé lo que había dicho, mi corazón se desbocó y mi estado de
ánimo juguetón se disipó.
—Lo siento, Brian. —Mi frase fue determinante y todos entendieron a qué me
refería.
No era lo que yo quería, pero sabía que era lo correcto. ¿Qué diría la gente
cuando los periodistas publicasen fotos de mis horribles cicatrices en los
medios de comunicación para que todo el mundo las viera? ¿Qué pasaría
cuando descubrieran mi identidad? Mi dolor y sufrimiento, mi accidente, la
pérdida de mi madre y mi intento de suicidio se retransmitirían a todo el
mundo convertidos en cotilleos y entretenimiento barato. No podría vivir con
ello.
—Sí, estoy segura. —Tomé aire un par de veces y me obligué a mirar a Brian a
los ojos. Se merecía eso, como mínimo—. Podría aguantar casi cualquier cosa,
pero esto… —Sacudí la cabeza—. Tenías razón al decir que no podría con tu
mundo. No puedo. Lo siento, Brian. No soy la chica adecuada para ti.
Los ojos de Brian se abrieron como platos. Cruzó la sala en dos zancadas para
llegar hasta mí y Juliette y Vivian se levantaron para dejarle sitio y que
pudiera sentarse a mi lado. Volvió a tomarme de la mano y me rogó con un
«No lo hagas» cargado de la pasión que lo había hecho famoso.
Su emoción me dejó rota por dentro. Entendí a la perfección por qué se había
hecho actor. Sus ojos transmitían más que cualquier palabra que pudiese
pronunciar. Ahora mismo me decían lo confuso, dolido e incluso asustado que
estaba. No podía soportarlo. Bajo el aspecto exterior de Brian Oliver, mi
mejor amigo se encontraba en alguna parte; la persona más importante de mi
vida. Nunca quise preocuparlo, pero sobre todo, nunca quise hacerle daño.
El dique que retenía las lágrimas tras mis ojos amenazó con volver a
romperse.
—Hace dos semanas eras tú quien decía que lo que teníamos ya era suficiente
—dije—. Ahora soy yo la que te pide lo mismo.
Brian se pasó las manos por el pelo con tanta energía que temí que se
arrancase un mechón.
—Sé que la fama es difícil de manejar, sé que es pedirte mucho, pero te juro
que haré que valga la pena.
Salir con una chica como yo arruinaría su imagen por completo. Ya lo había
hecho. Al ser «infiel» conmigo, acababa de destruir todo lo que pretendía
conseguir con el montaje de su relación. La gente no me lo perdonaría. Su
mundo nunca me aceptaría. Yo era una don nadie. Era peor que eso. Era una
discapacitada fea, deforme y con cicatrices.
Éramos unos Cinder y Ella reales. Yo era la plebeya y él, el príncipe. Aunque
me quisiera, al final tomaría la decisión que se esperaba de él, la opción noble
, como tantas veces me había comentado. Elegiría a Ratana. Quizá no fuera
Kaylee Summers, pero sería alguna famosa. Guapa. Digna de él.
—No puedo. La gente critica a las personas más atractivas de Hollywood por
no tener una nariz perfecta o tener un gramo de más. Aunque tú puedas pasar
por alto mis defectos, el resto del mundo no lo hará. No soportaré lo que
digan de mí. No soy como tú. Soy tímida. Superficial. Demasiado débil.
—Ellamara, no eres débil. Puede que no sea fácil, pero nos enfrentaremos a
ello juntos. Danos una oportunidad. Por favor .
Volví a cerrar los ojos y traté de no llorar más. Lo que iba a anunciar sería lo
más duro que diría en toda mi vida, pero tenía que hacerlo.
—Todavía eres mi mejor amigo. Sabes que te quiero más que a nada. Siempre
estaré ahí para Cinder, pero no puedo formar parte de la vida de Brian Oliver.
Lo siento.
—¿Vivian?
—No estoy un poco asustada, Brian. —Mi último hilo de control se rompió y
grité—: ¡Estoy aterrorizada ! Ahora mismo mi terapeuta me tiene a prueba .
Estoy a un ataque de ansiedad de que me encierren en un psiquiátrico. A un
ataque de un abusón de que me expulsen del colegio, y ya llevo un curso de
retraso por haber pasado ocho meses ingresada en el hospital.
Brian respondió en voz baja. Era la primera vez que su voz sonaba insegura.
—No siempre será así. Lo que ha pasado hoy ha sido desafortunado, pero…
—No quería… —Brian trató de buscar las palabras adecuadas—. Estaba muy
abrumado por todo. No me he dado cuenta… —Se detuvo un momento para
regular la voz—. Ella, lo siento mucho .
—No te disculpes, Brian, por favor. Esta noche me has hecho sentir guapa,
especial y querida cuando creía que nunca podría volver a sentirme así. Te lo
agradezco. Estoy triste porque, por primera vez desde el accidente, he
sentido un atisbo de esperanza, pero los paparazzi me lo han arrebatado. Lo
primero que me han preguntado ha sido por qué estabas conmigo y qué me
pasaba. Ese momento que hemos compartido ha sido uno de los más bonitos y
especiales de mi vida.
—Pero ese momento está a punto de ser compartido con todo el mundo para
que la gente cotillee, juzgue y se burle a mi costa. Mi dolor y sufrimiento
están a punto de convertirse en el entretenimiento nacional. No puedo
soportarlo, Brian. No sé cómo gestionarlo emocionalmente. Lo siento.
Me liberé de su agarre y miré al tipo de seguridad.
—Aquí no, ¿vale? —le dijo a Brian—. Podréis buscar una solución, pero ahora
no. Deja que Ella te llame cuando se haya tranquilizado.
—Pero…
—Deja que se marche —le dijo, seria, y le indicó al hombre de seguridad que
nos acompañara hasta el coche.
Capítulo 27
Antes de que Vivian o Juliette sacasen mi vara del maletero, Rob me cogió en
brazos y me llevó hasta la puerta principal. Estaba tan exhausta, con el
corazón tan roto, que no me opuse. Mi padre y Jennifer nos esperaban en la
puerta, abrazados con sendos semblantes colmados de preocupación.
—Gracias.
Rob estiró la mano para tomar una de las mías. Dudó un segundo porque la
más cercana estaba llena de cicatrices, pero me la cogió de todos modos.
Permanecí sentada durante unos segundos; observé sus dedos sobre mi piel y
disfruté del ambiente pacífico.
—No importa lo mucho que te espere. Podría esperar para siempre y me haría
daño. Tu lugar está junto a él.
—No pasa nada, Ella. Podemos ser amigos. Y como amigo creo que debo
decirte que no deberías renunciar a él.
—Estáis enamorados. No os rindáis por estar asustados. Será duro, pero todo
lo que vale la pena lo es, y tendrás a tus amigos para ayudarte.
Como si una foto no fuese lo bastante malo, la pantalla cambió para dar paso
a un vídeo de mi beso con Brian que alguien había grabado. A mi lado, en la
cama, tanto Juliette como Vivian suspiraron. Y Rob suspiró en respuesta a
ellas.
«Los tortolitos no han querido comentar nada ante las cámaras», dijo la
presentadora, «pero más tarde el equipo de Brian ha emitido un comunicado
donde afirman que “no era lo que parecía. Brian colabora con una
organización benéfica que cumple deseos. La chica es una fan que estuvo a
punto de morir quemada en un terrible accidente y se le había concedido un
deseo: un beso de Brian Oliver. La señorita Summers conocía la situación y ha
mostrado su apoyo. Ambos, aunque no han fijado fecha para su boda, están
tan felices como siempre y entusiasmados por el estreno de El príncipe druida
el mes que viene”».
Me quedé sin aire y me ardieron los ojos. ¿Le habían dicho a la gente que yo
era una obra de caridad ?
Miraba la televisión con los ojos como platos. Vivian se mostraba igual y
negaba con la cabeza en señal de incredulidad.
—Estoy segura de que no quería, pero hace lo que se le ordena. Solo salía con
Kaylee porque su equipo lo obligó. Por supuesto, habrán pensado que dejar a
Kaylee por una fea sin importancia no era bueno para su carrera.
—Apágala.
Juliette cogió el mando, pero se detuvo cuando la presentadora informó:
«Puede que Brian no haya dicho nada, pero hemos estado con Kaylee y ella
tiene mucho que decir sobre el tema».
El hombre mayor que había junto a la presentadora bromeó con una risita que
me hizo hervir la sangre.
«Por favor», respondió cuando se le preguntó por mi beso con Brian, «¿crees
de verdad que Brian me engañaría con una chiquilla como esa?». Movió la
mano en un gesto despectivo. «Había quedado con ella por una de esas cosas
que hace para cumplir deseos de gente que necesita ayuda. La chica es una
gran fan de Brian. Accedió porque tiene un blog que le gusta. Se pasó todo el
viernes escribiendo tweets sobre el blog».
La mirada gélida de Kaylee hizo que la periodista diese un paso hacia atrás.
En cuanto logró esconder su molestia, sonrió.
Rob entrelazó sus dedos con los míos al tiempo que la cara de Kaylee
Summers exhibía una sonrisa burlona. Le apreté la mano tanto como pude.
«Brian es un buen hombre. Le cuesta decir que no, sobre todo a sus
seguidores. Siempre trata de agradar a todo el mundo». Suspiró como si
Brian fuese tonto. «Siempre intenta ser un héroe».
* * *
En el instituto fue peor, porque allí no era solo una acosadora. Para mis
compañeros, además era una patética mentirosa. Todos me acusaron de
mentir sobre ser su amiga. No importaba que yo nunca hubiese admitido
serlo.
Cuando Juliette por fin se retiró de la taquilla, Vivian emitió otro grito
ahogado y Rob hizo un sonido muy parecido a un gruñido. Mis encantadores
compañeros habían decorado mi taquilla con rotulador permanente y palabras
como «psicópata», «acosadora», «puta», «perdedora», «fea», «friki» y «coja».
Me dije que solo eran palabras y que no eran ciertas. Que mis compañeros
estaban celosos y no sabían la verdad. Que tenía tres amigos a mi lado que
me apoyaban y eso era lo único que importaba. Sin embargo,
independientemente de lo que me dijera a mí misma, ver eso en la taquilla me
dolió.
Cerré los ojos por culpa de las lágrimas que amenazaron con salir y tomé aire
por la nariz al tiempo que una mano se posaba en mi hombro.
—Vamos a llamar a papá y mamá —dijo Juliette—. Dejarán que vuelvas a casa.
—¿Para qué? —pregunté. Mi voz temblaba mientras luchaba por controlar mis
emociones. Abrí la taquilla y cogí los libros que necesitaba para la primera
clase—. Si no estoy hoy en el instituto, esperarán a mañana para atacarme, o
al día siguiente, o al día de después.
—Gracias.
Ojalá los tres hubiesen estado conmigo el día entero… Juliette estaría en mi
segunda clase, pero me enfrentaría a la primera yo sola. Y nadie me
acompañaría para ir a la segunda.
Mantuve la cabeza gacha para evitar miradas de odio mientras caminaba por
el pasillo. Un grupo de chicos me seguía y no vi que lo hicieran con intención
de crear problemas hasta que fue demasiado tarde.
Ese fue el único aviso que tuve antes de que me tirase el bastón por el pasillo.
Una chica de mi primera clase que había sido desagradable conmigo durante
todo el año abrazó al chico que me había arrebatado el bastón para lanzarlo
por el pasillo.
—¿Dónde está ahora Brian Oliver para salvarte, Ella? Ay, claro, está con su
novia de verdad, porque no le importas. Solo eres una acosadora patética.
Traté de recuperar mi bastón para ponerme en pie, pero otro idiota lo lanzó
todavía más lejos de mi alcance.
Excepto por el momento en que Jason rasgó mis injertos de piel, nunca había
llorado en el instituto y no quería empezar ahora. Eso era lo que querían,
conseguir mis lágrimas. No iba a darles el gusto, pero me sentía tan
humillada que no pude evitar que mis ojos se humedecieran.
—Oh, no —se burló la chica mala—. ¿La pobre Ella va a llorar otra vez como
anoche en televisión?
Una chica que había sido testigo de todo aquello recogió mi bastón y trató de
dármelo, pero otro gilipollas se lo quitó y empezaron a pasárselo de unos a
otros.
—No sé por qué te molestas, Rob. —No alcé la vista para ver quién había
hablado. Supuse que sería mejor que no lo supiese—. ¿Has visto sus
cicatrices, tío? Asqueroso. He oído que las tiene por todo el cuerpo. ¿En serio
quieres tirártela?
Expulsaron durante tres días a los cuatro chicos que me quitaron el bastón y a
las tres chicas que los animaron, se rieron y me dijeron cosas desagradables.
Castigaron a Rob y al tipo que me apartó el bastón de una patada con una
semana de expulsión y estaban valorando echar del centro a mi «atacante»,
ya que sus intenciones habían sido mezquinas y, como consecuencia, me
había hecho daño. Mi destino aún no se había decidido.
El director Johnson balbuceó y dio un paso hacia mi padre con las mejillas
sonrosadas.
—Solo digo que los problemas la persiguen a donde va. No puede culpar a
esta institución.
—¡Por supuesto que puedo! Ustedes son responsables de lo que sucede aquí y
les haré pagar por ello.
Físicamente, al menos.
—¿Cómo se supone que debo sentirme? ¿Cómo es posible que la gente sea tan
cruel? ¿Y por qué? ¿Por qué me tratan así? ¿Qué les he hecho para merecer
esto?
—Las cosas aquí estaban mejorando, pero en cuanto han tenido material
nuevo para burlase de mí, han vuelto a las andadas, ¡solo que peor! ¿Mi vida
va a ser así a partir de ahora? ¿Me van a torturar siempre porque soy
diferente?
—No puedo más —dije entre sollozos—. ¿Por qué lo sigo intentando si no hay
razón? Estoy cansada de sentir dolor. De luchar. De intentarlo. Nada ayuda.
Ojalá hubiera muerto en el accidente con mi madre.
—Pero es la verdad.
La sala volvió a quedarse en silencio. Lo único que se oían eran mis sollozos.
Unos minutos después, la doctora Parish recomendó mi ingreso en un centro.
Me encontraba tan afligida que no me resistí. Cualquier cosa sería mejor que
esto.
Capítulo 28
Brian
—¡Brian!
—¡Brian! ¡No me obligues a llamar a los empleados del hotel para que abran
la puerta!
—¡Brian!
Bueno, fuera el tiempo que fuese, había sido bastante como para que Scotty
viniese a buscarme. Maldito era su entusiasmo.
Abrí la puerta de par en par para que Scott entrara y volví a la cama entre
gruñidos.
—Sí, me vendrán bien si las acompaño con una botella de whisky . No tendrás
una en tu bolsa mágica, ¿verdad?
—Soy un borracho muy adorable, muchas gracias. Solo me pongo un poco mal
a la mañana siguiente.
¿Dos días? Intenté pensar, pero eso solo aumentó mi dolor de cabeza.
—Eso seguro —respondió Scott—. De no ser así, habrías visto las noticias, y
dudo que hubieses decidido vivir tu propia secuela de Resacón en Las Vegas
si supieras lo que está pasando.
—Eso suena mal. —Me cubrí la cabeza con la manta. A lo mejor si no veía a
Scott, el Asistente Maravilla, desaparecería y podría volver a dormir—.
Entonces Kaylee está que trina, ¿no? ¿Ya me ha destrozado la vida? ¿Soy ya la
persona más odiada de todo Estados Unidos?
—No lo sé. No he podido hablar con ella. He intentado contactar con ella por
teléfono, por correo electrónico y por el chat que tienes en tu lista de
contactos, y en todos lados aparece como fuera de servicio.
—Cuéntame qué ha pasado, Scotty. Si has venido hasta Las Vegas con tu
mierda de Toyota es que pasa algo malo.
—Buena idea.
Aunque estaba en plena situación de pánico, tuve que sonreír al oír ese
comentario.
Scott sacó su portátil y dio dos golpecitos en la mesa para que lo acompañara.
—Aprendo rápido. Coge una silla. Necesitarás estar sentado para ver esto.
* * *
Llevaba diez minutos dando vueltas por la suite del hotel, demasiado
enfurecido todavía como para hablar. Era una pesadilla.
Sabía que habría alboroto mediático por el incidente del domingo, pero di por
hecho que Ella estaría a salvo. Nadie conocía su verdadera identidad. Ni
siquiera yo la conocía. Pero sabía que algo pasaría. ¿Cómo pude marcharme
sin esperar a ver cuáles serían las consecuencias?
Y encima fue mi propio maldito equipo quien había empezado los rumores.
Ella debía de odiarme. De hecho, sabía que me odiaba, porque, aunque
hubiera tenido que eliminar sus cuentas en redes sociales, el público
desconocía su número de teléfono o su nombre de usuario en el chat. No tenía
por qué deshacerse de estos, pero lo había hecho. Ahora me resultaba
completamente imposible ponerme en contacto con ella.
Dejé de dar vueltas y me giré hacia Scott, que seguía sentado a la mesa frente
al iPad, a la espera de que terminara con mi propia diatriba interior.
Scott asintió.
—Sí, tengo a Brian Oliver a la espera de hablar con Candice Regan. Entonces
le sugiero que la interrumpa. No creo que el señor Oliver esté de humor como
para esperar. Sí, aguardaré un momento, gracias.
Scott me tendió el teléfono justo cuando la voz animada de una mujer mayor
que la anterior sonó al otro lado de la línea.
—Por ese motivo la llamo. ¿Está al día de lo sucedido el domingo por la tarde?
—Era mentira. Todo. Ella no es una fan. Yo no colaboro con ninguna entidad
benéfica, y ni siquiera seguía prometido con Kaylee cuando besé a Ella. Mi
supuesto equipo se inventó la historia de la relación con Kaylee en una
reunión en la que yo no estaba presente. Lo llevaron a cabo sin mi
conocimiento ni consentimiento, en contra de las quejas de mi asistente
personal, que les advirtió que nunca lo permitiría.
—En ese caso, dame un par de horas para estudiar el caso y te informo de
todo lo que encuentre.
—Se lo agradezco. Esperaré para darles la noticia hasta hablar con usted.
—He estado con la misma agencia desde que empecé. Mi carrera ha crecido
mucho desde entonces. Creo que me vendría bien un cambio para mejor, ¿tú
qué opinas?
Scott asimiló la afirmación y negó con la cabeza, como si creyera que había
perdido la cordura.
Bajé la mirada hasta los pantalones de pijama que llevaba desde hacía, al
menos, dos noches y me pasé la mano por el pelo, totalmente alborotado.
—Tómatelo más bien como una petición amistosa —dijo Scott sin apartar la
vista de la brillante pantalla que tenía frente a él—. Apestas, jefe.
Daniel el Delicioso trabajaba conmigo todos los días, como la doctora Parish.
Aunque me hubiese magullado la cadera, no era necesario trabajar todos los
días —antes hacíamos tres sesiones por semana—, pero creo que sentía
lástima y quería hacerme compañía. Era así de guay. También sospechaba, no
obstante, que tenía algo que ver la presencia de la preciosa estrella del pop
que he mencionado antes, a quien le gustaba pasar el rato en el gimnasio,
donde Daniel y yo llevábamos a cabo nuestras sesiones. Daniel negaba esa
acusación, pero se ruborizaba cada vez que le decía que la miraba con
demasiada atención.
No obstante, la reclusión total en algún momento tuvo que terminar, y eso fue
una semana después de haber ingresado. La doctora Parish autorizó a mi
padre y a Jennifer a visitarme con la condición de que alguien supervisara
nuestro tiempo juntos. La visita consistió básicamente en una sesión de
terapia familiar, algo que la doctora Parish nos recomendó a mi padre y a mí
que empezáramos a hacer con regularidad. Me sorprendió que mi padre
accediera sin vacilar.
—Si eso es lo que necesitamos para arreglar las cosas entre nosotros,
entonces por supuesto que lo haré —dijo cuando se percató de mi sorpresa—.
Te quiero, Ella. Me ha encantado que volvieses a formar parte de mi vida este
último año. Sé que una disculpa no es suficiente, pero lamento haberte
abandonado.
—Entiendo que la gente se divorcia —susurré—, pero ni siquiera me dijiste
adiós. Nunca me llamaste. Ni me visitaste. ¿Por qué me abandonaste sin más?
—Ojalá tuviese una buena excusa para justificar lo que hice y convertirlo en
algo aceptable, pero no. La verdad no es bonita, cariño. No quiero hacerte
más daño del que ya te he hecho.
—Con el tiempo logré quererla, pero no cómo imaginas, y no creo que ella me
amara a mí tampoco.
Empecé a tragar más agua y mi padre se giró hacia la doctora Parish con una
expresión de miedo reflejada en su rostro.
—¿Está segura de que esto es una buena idea? ¿Está segura de que puede
asimilarlo ahora? Su madre era su heroína, su mejor amiga. No será fácil para
ella.
La doctora Parish, sin perder la calma, nos observó a ambos y luego miró a mi
padre a los ojos con la seriedad típica y única de los médicos y de las madres.
—Sea lo que sea, señor Coleman, tanto usted como yo estamos aquí para
ayudarla a lidiar con todo.
Mi padre se encogió de dolor cuando casi se me salen los ojos de las órbitas,
pero continuó.
—Sí.
»Tus abuelos eran muy religiosos. Se llevaron las manos a la cabeza con todo
el tema del bebé fuera del matrimonio y demás. Dijeron que, si no nos
casábamos, repudiarían a tu madre. Ya sabes la relación tan estrecha que
tenía con sus padres. Se puso histérica. Además, se habría quedado sola, y
encima iba a tener un bebé. Mi bebé. Puede que yo no hubiese nacido en una
familia religiosa, pero me enseñaron a responsabilizarme de mis actos.
Cerré los ojos para contener las lágrimas, pero se escaparon y me cayeron
por las mejillas.
—¿Alguna vez me has querido, papá? Sé que era pequeña, pero no recuerdo
que las cosas fueran tan mal. Te recuerdo riendo y jugando conmigo a veces.
¿Fue todo mentira?
—Te crio como si fueses solo chilena. Ignoró por completo el hecho de que
eras mitad blanca; mitad hija mía . Te sumergió en una cultura que yo no
entendía, te enseñó una lengua que yo desconocía. Prácticamente te crio con
tus abuelos, e ignoró todas las tradiciones familiares a las que yo estaba
acostumbrado. Solo visitamos a mi familia un par de veces mientras
estuvimos casados. Era difícil porque ellos vivían en la costa oeste, pero tu
madre tampoco hizo ningún esfuerzo por verlos. No quería que formases
parte de mi familia. No te han vuelto a ver desde que tenías tres años.
—Tienes abuelos, Ella, mis padres. Están vivos. Y un tío y una tía, y tres
primos.
—¿De verdad?
—Supongo que debería haberte contado todo esto antes, pero sí. Mis padres y
mi hermano pequeño, Jack, viven a las afueras de San Francisco. Nos hicieron
una visita hace no mucho, cuando estabas en la clínica de rehabilitación en
Boston. Cuando estés preparada, podemos ir a verlos, o ellos pueden venir a
Los Ángeles. Tienen curiosidad y muchas ganas de verte; igual que yo cuando
me llamaron del hospital.
—Sí, Ella. Eres mi hija. Puede que no hayamos tenido la mejor de las
relaciones, pero te crie durante ocho años. No es algo que una persona pueda
olvidar así, sin más. He pensado en ti durante todos estos años. Sabía que
probablemente serías feliz, porque también sabía lo mucho que tu madre te
quería, pero me preguntaba qué aspecto tendrías o cómo habrías crecido.
»Cuando fui a Boston, tenía mucha curiosidad por ver en qué clase de
muchachita te habías convertido, y me aterrorizaba que no sobrevivieses y
que nunca pudiese averiguarlo. Esto va a sonar fatal, pero me emocionó tener
la oportunidad de poder pasar más tiempo contigo sin que tu madre estuviese
por allí, envenenándote contra mí. Cuando viniste a casa, esperaba que fuese
una oportunidad para poder empezar de cero.
—Todavía me gustaría que así fuera —dijo mi padre en voz baja—, si me das
la oportunidad.
Mi padre asintió.
—Lo entiendo.
Me sorprendió ver los ojos de mi padre brillar por las lágrimas. Nunca lo
había visto llorar.
Respiré hondo. Si íbamos a ser sinceros el uno con el otro, entonces solo
necesitaba que hiciese una cosa.
—Necesito que me dejes marchar.
—Me refiero a que necesito libertad. Cuando esté lista para salir de aquí,
quiero que mi padre me devuelva la custodia. Soy adulta, pero no se me
permite tomar mis propias decisiones. En cambio, las está tomando por mí
alguien que es prácticamente un desconocido. Sé que intenta hacerlo lo mejor
que puede, pero cabe la posibilidad de que lo mejor para él y su familia no sea
necesariamente lo mejor para mí. Necesito personas que confíen en mí.
La doctora Parish me animó con una sonrisa a continuar, pero asintió mirando
a mi padre. Ella ya sabía cómo me sentía. Quería que se lo dijera a mi padre.
Mi padre no apartó la vista cuando lo miré a los ojos. Incluso intentó imitar la
misma sonrisa de ánimo que la doctora Parish, pero me percaté de lo duro
que era para él. Vi su decepción.
—Intento mejorar —le dije—, pero estar con tu familia me lo impide. Siento
que no puedo respirar en tu casa. Me siento como una desconocida y una
intrusa. Tengo la sensación de que solo os ocasiono problemas y que no
queréis que esté ahí.
—Lo intento —me prometió—. No es que no me gustes. Creo que eres una
niña maravillosa. Pero no esperaba… Ha sido un cambio duro para mis hijas…
—Alargó el brazo en busca de más pañuelos. La caja se terminaría antes de
que la sesión acabase—. Lo siento, Ella. Nunca he pretendido que te sintieras
excluida.
—Cielo…
Siempre había odiado las sesiones con la doctora Parish, pero hoy tenía una
sonrisa en los labios. Después de pasar un mes ingresada, me sentaría frente
a la doctora Parish para mi última sesión en el centro de rehabilitación. Por la
tarde me darían el alta.
—Te sienta bien sonreír, Ella —comentó la doctora Parish cuando tomé
asiento.
Mentiría si dijese que no, así que no lo hice. Durante esas cuatro semanas
había aprendido que avanzaba más con la doctora Parish cuando no me
enfrentaba a ella. Sus preguntas y opiniones no eran acusaciones. Quería
ayudarme, pero no podía hacerlo si yo no era completamente honesta sobre
cómo me sentía.
Necesité ser franca con mi padre para aprenderlo. Tras nuestra primera
sesión juntos, algo cambió entre nosotros. Aún nos quedaba un largo camino
por delante y no había sido fácil, pero ambos nos esforzábamos para que las
cosas funcionaran. Había cambiado nuestra relación por completo.
—Claro que estoy nerviosa por volver al mundo real. El accidente, las
cicatrices, perder a mi madre y la relación inestable con mi padre siguen ahí.
Sé que enfrentarme a todo eso será más duro cuando salga, pero creo que
ahora seré capaz de hacerlo. Estoy preparada para enfrentarme a ellos.
—¿Y estás segura de querer irte de casa de tu padre? No puedes huir de los
problemas, Ella. Sé que lo sabes. Solo quiero asegurarme de que irte a vivir
con Vivian no es un intento de escapar de una situación complicada.
La doctora Parish me miró de un modo que me hizo poner los ojos en blanco.
—Vale, quizá huyo un poco de Anastasia, pero estoy decidida a continuar las
sesiones de terapia con mi padre y Juliette es una de mis mejores amigas.
Seguiré siendo parte de su familia. He accedido a quedarme en Navidad y
conoceré a mi familia paterna. Mis abuelos, mi tío y mis primos vendrán a Los
Ángeles en vacaciones.
—Me parece genial. Creo que te vendrá bien. —Me observó durante unos
segundos y a continuación dejó su cuaderno y se recostó en su silla—. Bueno,
Ella, parece que has construido una buena red de apoyo y un plan sólido, al
menos para un futuro próximo.
—Sí, creo que lo estás. Pero hay un último tema que me gustaría comentar
hoy.
Juliette me contó que mi padre había ido al instituto y había hablado con
todos los alumnos en una asamblea para explicarles lo que sucedería si
alguien filtraba mi identidad a la prensa. Acudió con uno de sus buenos
amigos del FBI para explicar cómo descubrirían quién había sido y las
acciones legales que se tomarían. Sabía lo terrorífico que podía ser mi padre,
el fiscal malo malísimo, y seguro que hizo que los alumnos se cagaran de
miedo.
La doctora Parish frunció el ceño por primera vez en todo el día, pero no
podía quejarme; nunca habíamos llegado tan lejos en una sesión sin que
frunciera el ceño.
—Puedes tener una relación con él. Pero tienes miedo de ello.
Volví a bufar.
—¿Bromea? Sería un infierno. Lo odiaría. Pero encontraría la forma de
soportarlo porque Brian valdría la pena. —Y añadí—: Eso suponiendo que aún
quisiera estar conmigo, lo cual probablemente ya no sea así. Vio mis
cicatrices, descubrió la verdad sobre mí y fui yo quien no pudo aceptarlo por
quien era. Yo hui. No puedo culparlo por dejar que sus agentes inventasen
esa historia sobre mí. Es decir, fue como su compromiso con Kaylee. Yo lo
rechacé, así que no tuvo una buena razón para negarse.
—¿Eso crees? ¿Que no te querría porque te asustaste tras pasar por un hecho
muy traumático la primera vez que os visteis? ¿Crees en serio que no
entendió que te sentiste abrumada?
—¿Adónde vamos?
—Creo que deberías ver algo. Te hemos mantenida alejada de los medios de
comunicación durante este mes y cuando te den el alta, ya no serás capaz de
esconderte de ello. Así que lo mejor es que veas a qué te enfrentarás en
cuanto salgas del centro.
Reprimí las ganas de vomitar que me habían entrado. Sabía que sería malo,
pero si era tan malo como para que la doctora Parish quisiera enseñármelo
antes de irme, le preocupaba que recayera.
No quería hacerlo, pero ella tenía razón. Lo mejor era quitármelo de encima
ahora. La seguí por la pequeña sala de visitas donde realizábamos nuestras
sesiones y caminamos por el pasillo hacia la sala de ocio. Al llegar me
sorprendió verla abarrotada de gente que me importaba: mi padre, Jennifer,
Juliette, Rob, Vivian, sus dos padres y el resto de mi equipo de rehabilitación.
Casi me eché a llorar. Mi padre y Jennifer venían cada semana para nuestras
sesiones de terapia y habían permitido a Vivian y sus padres visitarme una
vez con mi padre cuando hablamos de la posibilidad de quedarme a vivir con
ellos. Pero excepto aquello, no había visto a los demás desde hacía un mes.
Perpleja, miré a la doctora Parish y su ceño fruncido se alisó hasta convertirse
en una sonrisa.
—Son tu red de apoyo, Ella. Han querido estar aquí para ti.
Genial. Esto iba a ser peor de lo que pensaba. Dejé la ansiedad a un lado
porque, si me rompía antes de ver nada, probablemente la doctora Parish me
mandaría de vuelta a mi habitación y me dejaría aquí unas cuantas semanas
más.
En primer lugar, hubo una ronda de abrazos y nos pusimos al día. Lloramos,
hablamos y reímos. Daniel intentó que hiciera algunos estiramientos, pero le
respondí que se los metiese por un sitio inapropiado hasta nuestra próxima
sesión de rehabilitación y, a continuación, tomamos asiento frente a la tele y
la doctora abrió el menú para reproducir un vídeo.
—Ya verás.
Vivian ganó a Rob para llegar a mi otro lado, pero subió los pies para que Rob
se sentase en el suelo con la espalda apoyada en el sofá. Se sentó junto a mis
piernas y puso su brazo en mi regazo mientras Vivian y Juliette apoyaron la
cabeza en mis hombros.
Sonreí ante la necesidad de que mis tres mejores amigos me tocaran. Los
aliviaba tenerme con ellos de nuevo tanto como a mí. Después de todo lo
sucedido, los cuatro teníamos un vínculo especial. Éramos todo lo cercanos
que podían ser los amigos y sabía que sería así el resto de nuestras vidas.
Parecía un milagro que hubiese recuperado a mi padre y era una suerte tener
dos amigos increíbles, además de la mejor hermanastra que pudiese desear.
Creo que empecé a temblar o algo parecido, porque Vivian me apretó el brazo
y pronunció un «No pasa nada», a lo que Juliette añadió un «Confía en
nosotros». Incluso Rob me apretó la pierna y me sonrió, pidiéndome a su
manera, en silencio, que me dejara llevar.
Tomé una gran bocanada de aire al tiempo que observaba a Brian entrar en el
escenario y estrechar la mano de Kenneth Long. Tras esperar a que los gritos
del público terminasen, hablaron de forma distendida de la próxima película
de Brian, El príncipe druida .
«Creo que solo hay otra persona en el mundo que adore este libro más que
yo».
Por la reacción de Kenneth, supe que le habían dicho que no se hablara de mí.
Pero ya que Brian había abierto la veda, tenía vía libre.
«Eh… ¡c-claro! Creo que los espectadores querrán saber lo que pasó de
verdad. Tenemos mucha curiosidad después de haber visto el beso, tu ruptura
con Kaylee y el cambio repentino de tu equipo. Ha sido todo un escándalo,
Brian, incluso para tratarse de ti».
Por mucho que no quisiera, mi corazón me hizo hablar ante todas esas
noticias.
—¡Mira!
Kenneth lo alzó.
Todos me miraban, pero fui incapaz de apartar los ojos de la pantalla. Era
evidente que la confesión de Brian era algo nuevo, porque el público ahogó un
grito y Kenneth no supo qué decir.
«Conocí a Ella a través de su blog hace tres años, después de encontrar una
entrada que había escrito sobre mi serie de libros favorita». La sonrisa al
público fue devastadora. «Puede que hayáis oído hablar de ella, es Las
crónicas de Cinder , de L. P. Morgan».
«Tenía una teoría loca sobre que el príncipe Cinder debería haber acabado
con Ellamara en lugar de con la princesa Ratana, cosa que, por supuesto, tuve
que debatir. Escribí un comentario amable y educado sobre lo disparatada
que era su teoría».
Kenneth se reclinó tanto sobre la mesa que temí que se cayera de la silla.
«O sea, ¿conocías a esta chica desde hace tres años y nunca os habíais
visto?», inquirió, incrédulo. «¿Ella no tenía ni idea de que eras un actor
famoso?».
«Ella, que es una gran fan de los libros, vino a la charla de El príncipe druida
de la FantasyCon. Hubo un encuentro privado. Ni ella ni yo sabíamos que el
otro estaría allí. Cuando nos vimos, ella creía que hablaba con Brian Oliver y
yo pensé que era una fan más. Pero cuando empezamos a hablar del libro,
volvimos a caer en nuestra discusión de siempre». Negó con la cabeza y
estalló en carcajadas. «Solo hablamos durante un minuto, pero con eso me
bastó. Rompí con Kaylee justo después del encuentro porque no quería
hacerle daño, y siento haberle hecho daño, pero no tuve elección. No podía
seguir con ella cuando estaba enamorado de otra persona».
«Fui yo quien le pidió a Ella que quedáramos para cenar esa noche. Yo la besé
porque no pude evitarlo. Llevaba años enamorado de ella. Estaba intentando
convencerla de que saliera conmigo cuando las cámaras nos interrumpieron.
Kaylee mintió sobre que seguíamos juntos porque estaba enfadada conmigo.
Quería hacerle daño a Ella. Despedí a todo mi equipo por el comunicado que
emitieron sobre Ella en el que explicaban que era una fan a la que habían
concedido un deseo. Todo era mentira y lo hicieron público sin mi permiso».
Hubo otra ronda de exclamaciones de sorpresa por parte del público e incluso
varios murmullos de rabia. Kenneth Long se quedó con la boca abierta. Sabía
cómo se sentían. Estaba tan sorprendida como ellos.
—¿Lo hicieron a sus espaldas? —Parecía imposible—. Creía que había sido él
quien había permitido que lo hicieran. He estado muy dolida todo este tiempo.
—No podía creerlo—. ¡He sido tan estúpida! Si hubiera hablado con él y
hubiese dejado que se explicase…
—Tranquila, Ella —me calmó mi padre—. Fueron injustificadas, era gente con
ganas de bronca. No se ha revelado tu identidad.
Brian fue incapaz de quedarse quieto y estiró la mano para coger la famosa
taza que dan a los invitados en esos programas. Por cómo bebió, me pregunté
si el contenido era whisky .
«Ahora para mí solo hay dos tipos de mujer: Ella y todas las demás. Nunca
podré conformarme con alguien que no sea ella, y ahora la he vuelto a
perder».
Brian cogió la taza otra vez. Esa cosa estúpida ya debía de estar vacía. Bebió
de la bebida misteriosa y susurró:
«Ella cree que lo hice yo». Se aclaró la garganta y continuó: «¿Y por qué no
iba a creerlo? Fue mi equipo el que mintió y se inventó que era una fan que
había ganado un beso conmigo. Mi equipo dijo que trabajaba con una
organización benéfica. Mi prometida lo confirmó y dijo que aún seguíamos
juntos. Arruiné la vida de Ella y cree que lo hice para salvar mi reputación».
Mi pecho cedió. Esa posibilidad se me había pasado por la cabeza, pero tras
oírlo de su boca, comprendí lo absurdo que era. Qué idiota había sido por
pensarlo siquiera.
Brian suspiró.
«Me sentí fatal porque Ella me rechazó. Apagué el móvil y me fui a Las Vegas
porque necesitaba despejarme. Tardé dos días en enterarme de lo que había
sucedido y, entonces, ya era demasiado tarde. Había desaparecido».
Kenneth pensó en ello al tiempo que Brian cogió la taza otra vez. En esta
ocasión, al llevársela a los labios, vio que estaba vacía. La puso boca abajo y
la agitó como si eso fuese a rellenarla de café, agua o lo que contuviera. Al
dejarla sobre la mesa, Kenneth pidió que trajeran otra.
Mi corazón empezó a latir con tanta fuerza que me pregunté si los que
estaban en la sala lo oían.
«Mi fama no era un problema para ella», explicó Brian. «Ella tenía miedo de
que la gente no la aceptara por su discapacidad y sus cicatrices. La gente se
había portado tan mal con ella desde el accidente que no cree seguir siendo
preciosa. No se da cuenta de que sus cicatrices la hacen aún más guapa para
mí. Muestran su fuerza».
»Ha pasado por mucho, sobrevivido a muchas cosas, perdido también mucho,
y cuando le pedí que quedásemos, se preocupó por mí . Pensaba que la gente
no la aceptaría, pero en serio, es al revés. No la merezco. Es la mujer más
increíble y fuerte que conozco.
—Y yo —susurró Vivian.
Al volver a mirar la pantalla, vi que Brian volvía a pasarse las manos por el
pelo. El chico parecía un manojo de nervios.
Mientras mi mente iba a mil por hora y mi corazón latía desenfrenado, Brian
sacó algo del bolsillo interior de su americana. No podía creer que tuviera los
guantes blancos largos que me había quitado aquel día. Ni siquiera era
consciente de haberlos dejado allí.
«No son zapatos de cristal», dijo Brian, balanceándolos, «pero si tengo que
hacérselos probar a todas las chicas de Los Ángeles para encontrar a mi
princesa, lo haré».
La multitud se volvió tan loca que tardaron mucho en hacerlos callar. Incluso
Kenneth tuvo que levantarse y silbar fuerte. En cuanto hubo bastante silencio,
estalló en carcajadas antes de volver a mostrarse serio.
«Suena interesante».
«Aunque Ella no quiera venir, necesito encontrarla, así que aceptaré como
acompañante a cualquiera que me diga cómo ponerme en contacto con ella».
«¿Cómo puedes hacer eso?», preguntó Kenneth por encima de los murmullos
del público. «Habrá un millón de personas que afirmen conocerla».
«Aquella noche, Ella dejó algo más en la cafetería. Algo muy importante para
ambos. Algo que le di. Estoy seguro de que quien sepa de qué regalo se trata
sabrá cómo ponerse en contacto con Ella. Incluso si Ella no quiere venir,
aunque no quiera saber nada más de mí, quiero devolverle el regalo».
—¡Sabía que era un libro! —gritó Juliette—. ¿Cuáles son los dos detalles?
¡Muero por saberlo!
Vivian chistó.
—No sé si eso cuenta —se burló Daniel—. Creo que pensar en Brian Oliver la
ha hecho sonreír, no tú.
Claro que iría. Me aterraba compartir su fama, pero tenía razón; escapar de
ello me convertiría en una cobarde. Después de lo que había hecho en ese
programa delante de todo el mundo, y por las muchas veces que había
llamado cobarde a Cinder, tenía que salir con Brian, aunque fuera porque si
no, no me dejaría en paz. Nunca me dejaría salirme con la mía en otra
discusión, y eso no iba a pasar.
—¿Dos semanas? —pregunté horrorizada—. ¿Lo dijo hace dos semanas y cree
que lo he ignorado todo este tiempo? ¡Debe de odiarme!
—¡No, no lo hagas!
—Oh, claro que voy a ir —me reí—. Pero será mucho más divertido
sorprenderlo en el preestreno, ¿no crees?
—Es más romántico —convino Juliette—. ¿Entonces cuáles son las dos cosas?
—Oh, qué bonito —sonrió Juliette—. Friki pero bonito. Y perfecto. Podemos
mandar a papá a recoger la entrada mañana mientras nosotras vamos a
comprar el vestido.
—¡Oh, oh, claro! —Vivian saltó del sofá y empezó a dar saltitos—. ¡Deja que
mis padres te hagan el vestido!
Si pudiese moverme sin dificultad, habría bailado con Vivian al pensar que
tendría otro vestido confeccionado por sus padres. Me encantaba mi disfraz
de Ellamara, pero me entusiasmó pensar en lo que diseñarían expresamente
para mí .
Miré a Stefan y a Glen con esperanza.
—¿Tendríais tiempo?
Solo podía referirse a un vestido, pero me costaba creer que hablase del
vestido de mi madre.
—No quería que te sintieras así. No quería que la gente fuera cruel contigo.
Estabas pasando por mucho, habías perdido a tu madre y tenías que
adaptarte a una nueva familia. No quería que te doliese que la gente te
observase o que dijesen cosas malintencionadas. Intentaba protegerte. Siento
haberte hecho daño.
—No pasa nada. —La volví a mirar y me pregunté si ahora sería muy distinta
a cuando empezó a hacer de modelo. Evidentemente, el comentario de «poco
pecho» la había llevado a conseguir el pecho perfecto y nada natural que
tenía, pero me pregunté cuánto había cambiado. Creía que no mucho.
Lo que Jennifer dijo tenía sentido. Recordé la noche en que Brian y yo nos
conocimos, cómo me dejó sin aire al besarme los nudillos llenos de cicatrices.
Entonces me dijo que era preciosa y lo creí.
En estos últimos días no había visto mucho las noticias. La ciudad de Los
Ángeles se moría de expectación por el preestreno de esa noche. Todos
especulaban sobre si la Ella del príncipe Cinder aparecería o no. Reporteros
de canales locales, presentadores de programas de televisión, locutores de
radio… todo el mundo.
Lo más extraño era que sonaban emocionados. Todos querían que apareciese.
La entrevista de Brian había sido un golpe maestro. Nos había convertido a
los dos en los personajes de un cuento de hadas moderno, en los
protagonistas de un romance sin igual. De la noche a la mañana, había pasado
de ser la mujer más odiada de Estados Unidos a la última sensación nacional.
Ya no era la acosadora loca y obsesionada, sino una superviviente guapa,
lista, divertida y fuerte. Ahora el público me adoraba.
Por supuesto, también había sido una actuación magistral por parte de Brian,
porque le garantizaba lo que él quería. Si no me presentaba en el preestreno,
el país entero me odiaría otra vez, solo que un millón de veces más que antes.
Los estadounidenses eran muy caprichosos. Y entusiastas. Frente al cine
Westwood, donde tendría lugar el preestreno, se había reunido tantísima
gente que la policía había cerrado el tráfico en dos manzanas enteras. Toda
esa gente me esperaba a mí .
Vivian bufó y yo me ruboricé. Era la vigésima vez ese día, más o menos. Uno
pensaría que, tras los centenares de comentarios graciosos que se habían
dicho de mí esos últimos tres días, ya me habría acostumbrado, pero no.
Cualquier referencia a Brian me daba la misma vergüenza que a un niño de
primaria.
Vivian sonrió a Juliette a través del espejo con un brillo pícaro en los ojos.
—Brian puede echar a perder el pintalabios. Ella no. —Me miró otra vez a los
ojos y luego frunció el ceño—. Te odio con toda mi alma por estar tan guapa
con ese tono de rojo. Mataría por tener tu piel bronceada.
Me miré los labios. El rojo intenso con el que me había pintado contrastaba
muchísimo con mi piel acaramelada y quedaba aún mejor con el amarillo
chillón del vestido. Si le añadías al conjunto lo mucho que resaltaban mis ojos
azules, tenía una apariencia un tanto exótica. Misteriosa. Perfecta para una
mística sacerdotisa.
Sonreí.
Cuando accedí a ir al preestreno, lo primero que Vivian hizo fue exigir ver mi
vestido. Se ofreció a customizar el bastón y decorarlo de amarillo, pero no la
dejé. Me gustaba la personalidad que los colorines le añadían al vestido. A mi
madre le habría encantado.
—Lo harás bien —dijo Vivian—. Es Cinder. Vas a ver una peli con tu mejor
amigo. Eso es todo.
—Sí. —Juliette soltó una risita y me giró la cabeza para que obsevara al
enorme póster de Brian sin camiseta que había colgado tras la puerta de mi
dormitorio—. Y Cinder tiene ese aspecto y quiere ser el padre de tus hijos.
—No ayudas —dije, y tomé aire.
Pudo haber sido mi imaginación, pero juraría que las comisuras de los labios
de Anna se agitaron. Me miró de arriba abajo y esperé su comentario
desagradable y mordaz, pero esa vez me sorprendió. Se encogió de hombros y
se apoyó contra el marco de la puerta, como si no quisiera irse, pero tampoco
entrar. El silencio se volvió incómodo enseguida.
Intenté hacer como si nada, pero fracasé de forma lamentable. Aunque bueno,
nunca había tenido muy buena cara de póker, así que…
—Esto… ¿gracias?
Ana fulminó a su hermana con la mirada, pero luego me miró a los ojos y vi
determinación en los suyos. No supe decir qué significaba aquella mirada,
pero no era de enfado. No pretendía desafiarme. Reflejaba algo más. Quería
arreglar las cosas.
—La mentira que contó el equipo de Brian no fue culpa tuya —respondí.
Vivian resopló.
—¡Buena esa!
—Gracias.
—Sí, lo que sea —contestó. Empezó a alejarse, pero luego se detuvo y añadió
—: Cuando os separéis para respirar esta noche, pregúntale a Brian si puede
liarme con Logan Lerman.
—Eso si se separan para respirar —bromeó Juliette.
No lo decía de broma, pero por alguna razón las tres se rieron de mí.
Lo volví a abrazar, esa vez con mucho más sentimiento. Rob sabía calmar mis
nervios. Era su seguridad y tranquilidad respecto a todo. Sufría por si las
cosas se volvían raras entre nosotros, pero Rob se había mostrado siempre
muy despreocupado. Se había adaptado sin problema al rol de «solo amigos»
al comprender que Brian y yo realmente estábamos hechos para estar juntos.
Daba mil gracias por que fuera uno de mis amigos. Tendría que buscarle una
chica.
Nos llevó más de una hora llegar al preestreno con todo el tráfico que había.
Muchas personas acudían al evento. Entonces, de pronto, demasiado pronto,
la limusina se detuvo y la puerta se abrió, con lo que dejó a la vista un sinfín
de ráfagas de luz y oí un griterío considerable. Miré al exterior y lo primero
que vi fue algo rojo.
—¡Hay una alfombra roja! —chilló Juliette, botando de emoción tras fijarse en
lo mismo que yo—. ¡Vas a recorrer la alfombra roja!
Había un hombre vestido con traje que esperaba para ayudarme a salir del
vehículo. Era ahora o nunca. Di una rápida ronda de abrazos y dejé a mi
padre para el final.
Juliette gimió.
—¿Toque de queda? ¿En serio? Papá, ¿tengo que recordarte que tiene
diecinueve años y que desde ayer ya no tienes su custodia?
Mi padre suspiró.
—Déjame que lo diga al menos una vez. No he podido hacer de padre malo
con Ella todavía, y ni siquiera voy a conocer a su cita.
Y con eso, respiré hondo y luego salí de la limusina. El hombre que esperaba
para ayudarme me miró de arriba abajo y se detuvo un momento en mis
cicatrices y el bastón. Su rostro se iluminó y sonrió de oreja a oreja cuando
comprendió quién era.
La gente gritó y chilló. Extendían los brazos como si quisieran tocarme. Las
cámaras me iluminaban el rostro, cegándome. El frenesí fue mucho más
intenso de lo que podía imaginar. Abrumada, me tambaleé hacia atrás, lejos
de las cuerdas. Un hombre dos veces más grande que mi padre, vestido con
un caro traje de chaqueta y con una especie de pendiente, me agarró.
Asentí y empecé a andar otra vez, pero, cuando lo hice, los gritos aumentaron
de volumen de manera imposible y sentí que el caos me había engullido.
Temía que fuese a entrar en pánico, pero luego, delante de mí, vi otro revuelo
en la alfombra roja que logró que todo desapareciera a mi alrededor.
Brian se abría camino entre todos los famosos y venía en mi dirección. Intuí
que gritaba mi nombre, aunque no lo oía con tanto ruido. Sus movimientos
eran frenéticos; iban a juego con los nervios que sentía en mi interior. Pensé
que explotaría si no lo abrazaba en menos de cinco segundos. Entonces se
quedó ahí, en pie, justo delante de mí. No entendía la distancia que había
dejado entre nosotros. Quería que desapareciese. Necesitaba que
desapareciese. Necesitaba sentirlo, olerlo y perderme en sus ojos.
—Has venido —dijo sin aliento. Cuando habló, el gentío pareció enmudecer.
La gente estaba desesperada por oír lo que decíamos. Por un momento, mi
atención se desvió hacia el público, pero luego regresó de golpe a Brian
cuando añadió—: Después del programa, como no me llamaste, pensé…
—Llegué a casa hace solo tres días —comenté. Mi sonrisa se volvió irónica—.
Mi psicóloga me puso la entrevista delante de toda la gente que conozco. Yo
era la única que no la había visto. No tenía ni idea de lo que estaba pasando y
todos me observaron de cerca durante la entrevista. Tuve que verla con mi
padre a mi lado. Fue muy embarazoso.
Brian se cruzó de brazos y arqueó una ceja.
—Hay algo llamado sutileza, Brian. Te vendrían bien unas cuantas clases.
Lo había hecho genial, pero cuando Brian hizo un puchero, me eché a reír.
—Me encantó.
—Eres muy mala. No puedo creer que me hayas tenido con el corazón en vilo
hasta el último momento.
Me encogí de hombros.
Brian se rio entre dientes y estudió la pequeña revuelta que mi llegada había
provocado.
—Por supuesto.
El brillo pícaro de sus ojos fue la única advertencia que me dio antes de
inclinarme hacia atrás para besarme en los labios.
Nuestro primer beso había sido más tierno. Fue un beso para conocernos.
Aquel fue totalmente diferente. Fue un beso salvaje. Brian me besó como si
intentara fusionar nuestras almas para la eternidad. No lo hizo por el
espectáculo. No tenía nada que ver con los cientos de personas que nos
observaban y se volvían locas a nuestro alrededor. Tampoco fue posesivo. No
estaba marcando territorio. Ni siquiera pretendía demostrarme sus
sentimientos. Solo tomaba lo que necesitaba.
Sentía su anhelo, su dolor por mí, y aquello me derritió. Fuese lo que fuese
que necesitaba, era suyo. Se lo daría encantada. Podía tenerme entera. De
hecho, cuando volvió a alzarme y terminó de besarme, ya me tenía por
completo.
Me quedé ahí plantada, sonriendo, hasta que me dolieron las mejillas, pero no
fue difícil sonreír porque estaba absolutamente feliz. Brian también se dio
cuenta, porque cada vez que lo miraba, se reía entre dientes como si fuese lo
más divertido del mundo.
Debí de haberme perdido la señal, pero al final Brian decidió que ya era hora
de entrar. Cuando nos íbamos a dar la vuelta, un hombre al otro lado de las
cuerdas de terciopelo nos acercó un micrófono.
Brian miró al hombre y luego fijó la vista otra vez en mí. Su sonrisa se
extendió por todo su rostro y dijo:
¡Gracias!
Kelly
Agradecimientos
Muchas gracias, como siempre, a Josh, por tu apoyo infinito, tus comentarios,
tus preciosas portadas, por complacerme cuando te pido que hagas imágenes
de mis historias, por encargarte de muchas de las tareas de «madre» para
que tenga tiempo para escribir y, sobre todo, por quererme a pesar de todas
mis manías de escritora.
Y gracias a Josh Jr., Jackie, Matthew y Daniel, por preferir comidas como
cereales fríos, gofres congelados, yogures y pizza antes que otras caseras
para las que no tengo tiempo, ni energía, ni sé cocinar. Sois los mejores hijos
que una madre podría desear. (Sí, aunque me deis mucha guerra).
A Jen (Literally Jen) y Lisa (A Life Bound By Books) por vuestros valiosos
comentarios y vuestra emoción ante este proyecto, y a Heather por estar
siempre dispuesta a sentarse y a escucharme hablar de distintas tramas de
novelas. (¡Y por comerse mis dónuts extra cuando yo termino con
demasiados! Todas me ayudáis a que mis libros sean todo lo buenos que
pueden ser).
Gracias a todos mis amigos y a mi familia por vuestro amor y apoyo durante
estos años. No podría hacerlo sin vosotros. Y quiero agradecer especialmente
a Dios, por bendecirme con un poco de talento y creatividad, con una sana
dosis de paciencia y la insana cantidad de determinación que se necesita para
ser escritora. Gracias a él, todo es posible.