La Importancia de Buscar A Dios
La Importancia de Buscar A Dios
La Importancia de Buscar A Dios
El bien y el mal
Tanto los que creemos en Dios como quienes no creen en su
existencia, somos concientes de que en la vida hay dos realidades
opuestas: el bien y el mal. ¿Qué es el bien? Es la realidad más
básica, el estado que promueve el crecimiento del ser y la
existencia. ¿Qué es el mal? Es lo que afecta a la realidad del bien.
El mal no es autónomo ni existe por sí mismo; es la corrupción
del bien. Sin la existencia del bien, el mal no podría existir. Por
ejemplo, podemos tener una fruta madura o una fruta podrida. Para
que haya una fruta podrida, primero tuvo que haber una fruta
madura. Tu nunca verás que una fruta podrida llegue a estar
madura, pero sí verás que las frutas maduras pueden pudrirse. Eso
nos dice que la madurez precede a la putrefacción y no a la
inversa. La fruta podrida es la corrupción de una realidad benigna.
Es por eso que la Biblia describe al mal como una degeneración
del bien, pero nunca nos habla del mal como una realidad
autoexistente.
Desde el punto de vista bíblico, podríamos definir la
espiritualidad como vivir de acuerdo a la esencia relacional en la
que fuimos creados. Eso es el bien. Cuando desafiamos ese
principio se produce desarmonía, y es lo que la Biblia llama
pecado. El pecado significa romper con el sistema original de vida;
significa ir en contra de los principios que enmarcan nuestra
existencia. Sería muy superficial decir que el pecado es hacer
cosas malas; sería mucho mejor definirlo como ir en contra de
nosotros mismos, negando la realidad espiritual de la vida que nos
conecta con Dios.
El pecado también afectó nuestra manera de percibir la realidad,
especialmente en la esfera espiritual. Es por eso que muchas
personas intentan llenar ese vacío que genera la ausencia de Dios
adorando a la naturaleza, intentando desarrollar su ser interior o
creando sistemas de culto que masifican a los hombres en
instituciones religiosas que enseñan que la espiritualidad se
desarrolla con la práctica de rituales muy elaborados o con
adherencia a proposiciones racionales abstractas que sectarizan o
nos excluyen del resto de la humanidad. Decir que eso es
espiritualidad sería como decir que una niña es madre porque
juega a amamantar a sus muñecas. Ella puede tener el instinto que
es característico en una mujer y por eso se siente inclinada a jugar
con muñecas, pero será madre solo cuando se relacione con un
hijo de carne y hueso. Los seres humanos nos hemos apartado de
Dios, y no lograremos experimentar la verdadera espiritualidad
hasta que nos unamos nuevamente a él.
La realidad
Con el pecado perdimos la capacidad de apreciar el hecho de
vivir de acuerdo a los principios que van más allá de lo material. Sin
embargo, los principios o leyes que existen en la naturaleza y que
son materiales afectan tanto a los que creen en Dios como a los
que no creen en él. Por ejemplo, tirarse al piso de cabeza
desafiando la ley de la gravedad traerá la misma consecuencia
para un ateo y para un creyente. Si a un ateo su esposa le es infiel,
le traerá los mismos efectos que a un creyente que le ocurra lo
mismo. Creamos o no creamos en Dios, cuando andamos a favor
de las leyes que rigen nuestra existencia experimentamos
consecuencias buenas, y si las quebrantamos experimentamos
consecuencias adversas.
Alguien podría decir: “Yo no creo en la ley de la gravedad, por lo
tanto me voy a tirar de cabeza al piso”. Por más que no crea en esa
ley, la consecuencia de quebrantarla la tendrá en su propia
experiencia. En otras palabras, nuestras creencias no afectan a la
realidad. Lo más sensato sería intentar descubrir la realidad para
que afecte a nuestras creencias e intentar vivir en armonía con ella.