La Importancia de Buscar A Dios

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La importancia de buscar a Dios

por Joel Barrios

P or mucho tiempo se pensó que la diferencia más categórica


entre humanos y animales era la capacidad de razonar; sin
embargo, la diferencia más categórica y excluyente que nos
distingue del mundo animal es la espiritualidad, el sentimiento de
conexión a alguien superior a nosotros mismos. Los animales no
poseen esa capacidad, y para los que creen en la teoría de la
evolución, la explicación de su surgimiento resulta en uno de sus
mayores problemas.

La idea de Dios es natural al ser humano. En todas las culturas y


civilizaciones siempre hubo una afirmación de Dios, aunque ellas
no hayan estado conectadas entre sí. Nunca encontrarás una
civilización que haya dicho: “Desde ahora declaramos que hay un
Dios”. Sin embargo sí encontrarás culturas que lo niegan (esto es
algo reciente). Para que haya una negación de algo, primero debe
haber una afirmación; si no, la negación no sería negación. Por lo
tanto, la negación de Dios de alguna manera lo confirma. La
sensación de la realidad de Dios en nuestra vida y nuestras
necesidades espirituales es tan fuerte que para deshacernos de
Dios tendríamos que negarlo. Cuando decimos que no hay Dios,
primero tenemos que haber sido afectados por esa realidad. De lo
contrario no podríamos negar algo de lo que nunca tuvimos
referencia.

El bien y el mal
Tanto los que creemos en Dios como quienes no creen en su
existencia, somos concientes de que en la vida hay dos realidades
opuestas: el bien y el mal. ¿Qué es el bien? Es la realidad más
básica, el estado que promueve el crecimiento del ser y la
existencia. ¿Qué es el mal? Es lo que afecta a la realidad del bien.
El mal no es autónomo ni existe por sí mismo; es la corrupción
del bien. Sin la existencia del bien, el mal no podría existir. Por
ejemplo, podemos tener una fruta madura o una fruta podrida. Para
que haya una fruta podrida, primero tuvo que haber una fruta
madura. Tu nunca verás que una fruta podrida llegue a estar
madura, pero sí verás que las frutas maduras pueden pudrirse. Eso
nos dice que la madurez precede a la putrefacción y no a la
inversa. La fruta podrida es la corrupción de una realidad benigna.
Es por eso que la Biblia describe al mal como una degeneración
del bien, pero nunca nos habla del mal como una realidad
autoexistente.
Desde el punto de vista bíblico, podríamos definir la
espiritualidad como vivir de acuerdo a la esencia relacional en la
que fuimos creados. Eso es el bien. Cuando desafiamos ese
principio se produce desarmonía, y es lo que la Biblia llama
pecado. El pecado significa romper con el sistema original de vida;
significa ir en contra de los principios que enmarcan nuestra
existencia. Sería muy superficial decir que el pecado es hacer
cosas malas; sería mucho mejor definirlo como ir en contra de
nosotros mismos, negando la realidad espiritual de la vida que nos
conecta con Dios.
El pecado también afectó nuestra manera de percibir la realidad,
especialmente en la esfera espiritual. Es por eso que muchas
personas intentan llenar ese vacío que genera la ausencia de Dios
adorando a la naturaleza, intentando desarrollar su ser interior o
creando sistemas de culto que masifican a los hombres en
instituciones religiosas que enseñan que la espiritualidad se
desarrolla con la práctica de rituales muy elaborados o con
adherencia a proposiciones racionales abstractas que sectarizan o
nos excluyen del resto de la humanidad. Decir que eso es
espiritualidad sería como decir que una niña es madre porque
juega a amamantar a sus muñecas. Ella puede tener el instinto que
es característico en una mujer y por eso se siente inclinada a jugar
con muñecas, pero será madre solo cuando se relacione con un
hijo de carne y hueso. Los seres humanos nos hemos apartado de
Dios, y no lograremos experimentar la verdadera espiritualidad
hasta que nos unamos nuevamente a él.

La realidad
Con el pecado perdimos la capacidad de apreciar el hecho de
vivir de acuerdo a los principios que van más allá de lo material. Sin
embargo, los principios o leyes que existen en la naturaleza y que
son materiales afectan tanto a los que creen en Dios como a los
que no creen en él. Por ejemplo, tirarse al piso de cabeza
desafiando la ley de la gravedad traerá la misma consecuencia
para un ateo y para un creyente. Si a un ateo su esposa le es infiel,
le traerá los mismos efectos que a un creyente que le ocurra lo
mismo. Creamos o no creamos en Dios, cuando andamos a favor
de las leyes que rigen nuestra existencia experimentamos
consecuencias buenas, y si las quebrantamos experimentamos
consecuencias adversas.
Alguien podría decir: “Yo no creo en la ley de la gravedad, por lo
tanto me voy a tirar de cabeza al piso”. Por más que no crea en esa
ley, la consecuencia de quebrantarla la tendrá en su propia
experiencia. En otras palabras, nuestras creencias no afectan a la
realidad. Lo más sensato sería intentar descubrir la realidad para
que afecte a nuestras creencias e intentar vivir en armonía con ella.

Las leyes espirituales


Las leyes que rigen la naturaleza son evidentes, pueden ser
descubiertas por medio de la investigación y la observación. A
pesar de que son evidentes, hay personas que las desafían sin
importarles las consecuencias. Por ejemplo un fumador, a pesar de
que sabe que el hábito de fumar lo destruye, decide fumar. Hay
otras leyes que no se pueden medir de la misma manera, como las
leyes que rigen la naturaleza pero que forman parte de la vida.
Muchas veces tratamos de negarlas, así como el fumador niega el
hecho de que el cigarrillo le hace mal. Se trata de las leyes
espirituales que debieran enmarcar nuestra espiritualidad. Hay una
realidad espiritual que si bien no se puede demostrar en un
laboratorio, sí podemos notar cómo afecta nuestra vida. La realidad
espiritual está relacionada con lo que no se puede tocar ni medir
cuantitativamente; eso está relacionado con la felicidad, la paz
interior, el contentamiento, el amor. A pesar de que muchos niegan
la dimensión espiritual de la vida, vemos que los que lo hacen
pueden tener placer, pero no saben cómo llegar a la felicidad;
pueden tener mucho conocimiento pero no tienen paz; pueden
tener mucho dinero pero no tienen contentamiento; pueden estar
rodeados de gente, pero no pueden experimentar el amor.
La espiritualidad bíblica es muy concreta. No tiene que ver con
expandir la conciencia o pasar tiempo en meditación para llegar al
estado de la nada. Mas bien, la espiritualidad bíblica es relación:
relacionarse con Dios por medio de la fe. Es conversar con él,
compartir tiempo con él, expresarle nuestros sentimientos,
conocerlo en la persona de Jesucristo e integrarlo en nuestra vida
cotidiana. Cuando eso sucede, nuevamente nos ponemos en
armonía con los principios espirituales que son parte del marco de
nuestra existencia y nuestra vida se empieza a elevar a una esfera
que nunca antes habíamos conocido. Es como aquella niña:
cuando se hace adulta queda embarazada, da a luz, y se da cuenta
que ser madre es mucho más profundo que jugar con muñecas.
¿Por qué no lo pruebas?

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