REVOLUCIONES
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ISSN: 2077-3323
cultura@ucb.edu.bo
Universidad Católica Boliviana San Pablo
Bolivia
7 En cuanto a cabildos abiertos, un artículo de la Gazeta recuerda en 1816 los cabildos abiertos en que se expresó “la voluntad
general” desde el principio de “nuestra gloriosa revolución: 25 de mayo de 1810, 6 de abril de 1811, 23 de setiembre de
1812, 8 de octubre de 1813, 15 y 16 de abril de 1815. Gazeta de Buenos Ayres, “Cuestiones importantes de estos días”, 29
de junio de 1816, pp. 561 y sigts, y 5 de julio de 1816 (Gazeta extraordinaria), pp. (566) y sigts.
Sarmiento (“Es inútil detenerse en el carácter, objeto y fin de la revolución
de la independencia. En toda la América fueron los mismos, nacidos del mis-
mo origen, a saber, el movimiento de las ideas europeas”) fue desafiada por
posturas como las de Giménez Fernández o, en Argentina, la de Guillermo
Furlong8. La contraposición de las ideas de la Enciclopedia francesa y la teo-
logía política de Francisco Suárez fue así una de las facetas de esa cuestión,
llevada al absurdo por Furlong al resumirla en un dilema, el de si Rousseau
o Suárez eran los ideólogos de la Revolución de Mayo. En ambos casos, en
el esfuerzo por hacer de la Revolución de Mayo un acontecimiento de índole
liberal, por un lado, o de carácter católico español, por otro, se partía de una
manipulación anacrónica de los datos. Así, por una parte, la doctrina de la
retroversión de la soberanía se ignoraba o podía ser considerada “un subter-
fugio que permitía la antigua tradición medieval española acerca del origen
popular del poder monárquico, expresada en la institución de las Juntas de
origen popular que recogían la autoridad no ejercida por el Rey”9. O, por otra
parte, se la convertía en la prueba del predominio de la teología suareciana,
ignorándose que, pese a su repudio por Rousseau, era común a la mayor par-
te de los iusnaturalistas no escolásticos.
Pero no sólo en ese hispanismo nacionalista10 se verifica una mirada distor-
sionada a los vínculos entre ambos procesos. Recuerdo que François Xavier
Guerra, durante una visita al Instituto Ravignani, en 1989, se mostró muy
interesado en un libro de Julio V. González, existente en la biblioteca del
Instituto, sobre la historia del régimen representativo en Argentina11. Creo
que el motivo de ese interés se debía a la tesis de González según la cual la
revolución de Mayo no era otra cosa que una parte de la revolución española
ocurrida a partir de la invasión napoleónica. Claro está que el en que escri-
bía González, el del clima generado por la guerra civil española del siglo XX,
hacía de su tesis -la tesis de un historiador socialista- una interpretación de la
historia hispanoamericana asimilable a los objetivos de la República.
Los antecedentes inmediatos del sistema de gobierno implantado por la Revo-
lución -escribía González- forman un complejo que se anuda alrededor de la
Revolución de España, producida con motivo de la invasión de la Península
por los ejércitos de Napoleón”. Y añadía: “Estimo que la vinculación de causa a
efecto que liga al movimiento argentino con el español fue algo más estrecha y
decisiva que lo que hasta hoy se ha reconocido. Para la historia general pudo ser 295
el uno causa meramente ocasional del otro, pero para la constitucional reviste
las características de una causa determinante.
8 Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, Buenos Aires, El Ateneo, 1952, p. 109; Manuel Giménez Fernández, Las doctrinas
populistas en la independencia de Hispanoamérica, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Escuela de
Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1947; Guillermo Furlong, Nacimiento y desarrollo de la filosofía en el Río de la Plata,
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13 Julio V. González, ob. cit., Libro 2; Ricardo Levene, La Revolución de Mayo y Mariano Moreno, Tomo 2, Buenos Aires,
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, 1920. Véase un análisis de esos procesos electorales en José Carlos Chiaramonte
-con la colab. de Marcela Ternavasio y Fabián Herrero-, “Vieja y nueva representación: los procesos electorales en Buenos
Aires, 1810-1820”, en: Antonio Annino (comp.), Historia de las elecciones y de la formación del espacio político nacional
en Iberoamérica, siglo XIX, Buenos Aires, FCE, 1995.
14 Ibíd., p. 9.
mientos muestran el papel protagónico de una institución de antiguo régimen
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hispano colonial, como el Cabildo y, asimismo, tendencias centralistas que
podrían considerarse de raíz borbónica, como asimismo el fuerte regalismo
en relación con la Iglesia; por otra, exhiben iniciativas no necesariamente de
esa procedencia, como las implicadas por los fundamentos contractualistas
de la legitimación del poder, que hasta llegó a obligar al propio Cabildo a so-
licitar a la Junta que se le aplicara el procedimiento de comicios para elegir
a sus miembros, dado que, declaraba el Ayuntamiento, la carencia de ese
requisito le quitaba legitimidad de acuerdo a los nuevos criterios políticos
fundados en el principio de la soberanía popular15. O como las fuertes tenden-
cias confederales brotadas en los primeros años de esa década.
En este último caso, existen expresiones muy conocidas, como las prove-
nientes de Artigas, con patente vinculación con la experiencia norteamerica-
na, o la argumentación de la Junta Grande en 1811 que provocó su disolución
por el Primer Triunvirato, al invocar a “las ciudades de nuestra confederación
política”. Otras de menos frecuente mención pero no de menor importancia,
como los argumentos del diputado por Tucumán a la Asamblea del Año XIII
en pro de la unión confederal y su interpretación en clave confederal de la
expresión “Provincias Unidas del Río de la Plata”. Otras, olvidadas, como la
Circular enviada por la Sociedad Patriótica -entre cuyos dirigentes se con-
taba Bernardo de Monteagudo- a los cabildos del interior en 1812. Y otras
que duermen en los archivos, como un extenso “Manifiesto Apologético de
la Exma. Junta Gubernativa de la Capital de Buenos Aires a los Pueblos de
su Confederación”, de setiembre de 1811, que parece no haber pasado de su
calidad de borrador pero que posee valor de indicador de la tendencia del
momento16. En suma, fuera por el conocimiento de la experiencia norteame-
ricana, fuese por el conocimiento de lo que muchos tratados de temas políti-
cos del siglo XVIII contenían respecto de las confederaciones, esta tendencia,
que se convertiría en la definitivamente triunfante durante la primera mitad
del siglo, comenzó a operar muy tempranamente.
Los primeros años de vida independiente, en suma, muestran un heterogé-
neo conjunto de iniciativas políticas de diverso origen o, más bien, de general
presencia en la Europa moderna, tales como las doctrinas contractualistas y
el principio del consentimiento, que hacen de la cuestión del origen algo mu-
298 15 “D. Felipe Arana, El Síndico Procurador sobre que las elecciones de empleos concejiles y de república se hagan popularmen-
te, y otras, Buenos Aires, abril de 1813”; AGN, Sala IX, 20-2-3.
16 Circular de la Sociedad Patriótica, publicada en: Emilio Ravignani, “Circular de la Sociedad patriótico-literaria, después de
la Revolución del 8 de octubre de 1812”, Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, I, t. 18, año XIII, Nº. 61-63, julio
1934-marzo 1935 -el texto de la circular entre pp. 376 y 377; Comunicación al Cabildo de Tucumán de su diputado a la
Asamblea del año XIII, Nicolás Laguna, cit. en Ariosto D. González, Las primeras fórmulas constitucionales en los países del
Plata (1810-1813), Montevideo, Claudio García & Cía., 1941; “Manifiesto Apologético de la Exma. Junta Gubernativa de la
Capital de Buenos Aires a los Pueblos de su Confederación”, Archivo de Vicente Anastasio Echeverría, Instituto de Historia
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Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. El contenido de
este documento coincide con los expuestos por Francisco Bruno de Rivarola en un texto originalmente inédito, publicado
recientemente:(Francisco Bruno de Rivarola, Religión y fidelidad argentina (1809), Buenos Aires, Instituto de Investigacio-
nes de Historia del Derecho, 1983, por lo cual puede suponerse su autoría.
17 Yo mismo, en un trabajo de hace más de diez años, pese a reconocer el variado origen de los conceptos políticos que aflo-
raban durante las independencias, recaía en la limitada percepción de calificar de “pautas políticas de raigambre hispana”
a las vinculadas a la figura de la reasunción de la soberanía. “Modificaciones del pacto imperial”, en Antonio Annino, Luis
Castro Leiva, François Xavier Guerra, De los imperios a las naciones: Iberoamérica, Zaragoza, IberCaja, 1994. Reeditado
en: Antonio Annino y François-Xavier Guerra (coordinadores), Inventando la nación. Iberoamérica siglo XIX, México, FCE,
2003.
cho más complejo17. Incluso la difusión del derecho natural y de gentes en la
España de la segunda mitad del XVIII y comienzos del XIX fue predominante-
mente de origen iusnaturalista moderno y no escolástico. Y la creación de la
cátedra de derecho natural instituida por Carlos III ha sido bien interpretada
como un intento, no exitoso, de compensar la difusión del iusnaturalismo
mediante una enseñanza despojada de aquello que pudiese dañar a la religión
o a la monarquía18.
La discusión en torno al carácter revolucionario de los sucesos españoles nos
ha sido útil para percibir que la otra discusión, respecto de la supuesta matriz
hispana de las independencias hispanoamericanas, tuvo dos expresiones: la de
concebir las independencias como producto de instituciones y doctrinas “mo-
dernas”, por una parte, o “tradicionales”, por otra. Y que mientras la primera
sirvió para apuntalar la tesis del origen revolucionario francés de la independen-
cia, la segunda se utilizó para sostener su matriz hispana. Pero el caso es que,
aun doctrinas e instituciones consideradas hispanas por su carácter tradicional
podían también formar parte de un acervo europeo... La fuerte huella naciona-
lista que, a partir del Romanticismo, impregnó las historiografías de diversos
países, ha distorsionado la visión de la historia cultural europea que supone
la tesis hispanista. De alguna manera, no estaría mal recordar, aunque sólo en
un sentido metafórico, aquellas ironías del Padre Feijóo cuando, en su artícu-
lo “Antipatía de franceses y españoles”, criticaba la opinión de que existían
grandes diferencias intelectuales, morales o físicas entre las diversas naciones y
sostenía que en lo substancial, esas diferencias eran imperceptibles19.
Por eso, en lugar de un enfoque enmarcado en la conformación nacional de
las doctrinas y tradiciones políticas, es de preferir, respondiendo a la realidad
de la vida intelectual europea, otro que atienda a los enmarques supranacio-
nales, tales como las corrientes intelectuales que conectaban a autores de
países distintos y asimismo los definidos por las distintas órdenes religiosas
católicas o por los diversos cultos protestantes, dada la trascendencia de lo
que se ha llamado teología política en los sucesos de la época.
En suma, debería confesar, para terminar, que mi intención no ha sido más
que sugerir un tema distinto que, por otra parte, no es demasiada novedad:
la dimensión europea y norteamericana de las revoluciones hispánica e his-
panoamericanas.
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18 Antonio Jara Andreu, Derecho natural y conflictos ideológicos en la universidad española (1750-1850), Madrid, Instituto
de Estudios Administrativos, 1977.
19 Fray Benito Jerónimo Feijóo y Montenegro, “Antipatía de franceses y españoles”, Obras escogidas, Biblioteca de Autores
Españoles, Madrid, 1863, pág. 87.
Fuente: Un estudio histórico de la colonia francesa en la isla de
Santo Domingo (1805) (Biblioteca Mundial Digital de la UNESCO)