Lischetti Mirtha - Antropologia

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Eudeba

Universidad de Buenos Aires

2- edición: junio de 1998


2- edición, 13 reimpresión: febrero de 2000
2a edición, 2- reimpresión: marzo de 2001

© 1998
Editorial Universitaria de Buenos Aires
Sociedad de Economía Mixta
Av. Rivadavia 1571/73 (1033) Buenos Aires
Tel: 4383-8025 / Fax: 4383-2202
www.eudeba.com.ar

Diseño de tapa: María Laura Piaggio - Eudeba


Corrección y composición general: Eudeba

ISBN 950-23-0815-8
Impreso en la Argentina.
Hecho el depósito que establece la ley 11.723
ni

Mirtha Lischetti
(com piladora)

eudebct
NOTA PRELIMINAR

Por tercera vez, volvemos a producir los m ateriales para que estudien nues­
tros alumnos.
En estos contenidos están presentes las preguntas ingenuas que ellos nos
hicieron y que nos permitieron reformular perm anentem ente los supuestos de
nuestro discurso. A la vez que al interrogarnos acerca de sus dificultades en la
apropiación de conceptos y teorías, nos permitieron buscar, también perm anente­
mente, nuevas m aneras de comunicar los conocimientos.
Nos es grato ofrecer estos materiales, en cuya elaboración interviene la casi
totalidad de los integrantes de la cátedra y que son el resultado de muchos años
de trabajo, en los que compartimos ignorancias, interrogantes, discusiones, puntos
de encuentro y desencuentro, en nuestra cita semanal de la reunión de cátedra.
Resultado de lo cual es la forma que hoy toma este libro, al que no consideramos
como un punto de llegada, sino como un momento de síntesis necesario, para
retom ar el camino y volver a partir, volver a andar.
En la prim era unidad, caracterizamos a la antropología como ciencia, abor­
damos los contenidos de las corrientes de pensamiento, a partir del siglo XVIII,
tarea a cargo de M. Tacca, M. F. Hughes, L. Sinisi, M. J. Martínez, C. Hernández,
E. Gurevich, S. Jáuregui y Laly Longobardi, que ya no está. Y nos planteam os
también la cuestión étnica reverenciándola especialmente al ámbito de América
Latina y Argentina, siendo sus autores N. Fraguas y P. Monsalve.
La Naturaleza y la Cultura cuentan con los aportes de C. Chirignini, P.
Monsalve y los míos propios.
A. Tapia, L. Pinotti y E. Icasate son las responsables de la elaboración de
los m ateriales sobre los temas de Hominización, en un esfuerzo de puesta al día
de los datos tan provisorios que caracterizan estos hechos.
L. M azettelle y H. Sabarots se han hecho cargo de rastrear cuidadosamente
las huellas del racismo y de actualizar el debate teórico sobre estos temas.
Seguimos contando con la colaboración de M. R. Neufeld, titular de Antro­
pología Sistem ática I, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, para los
desarrollos sobre el concepto de cultura.
M. Lis c h e t t i

7
LA ANTROPOLOGÍA COMO DISCIPLINA CIENTÍFICA
M ir t h a L isc h e t t i
1. CARACTERIZACIÓN DE LA ANTROPOLOGÍA COMO CIENCIA
“Si la sociedad está en la .Antropología,
la Antropología está a su vez en la socie­
dad...
Nos proponemos caracterizar a la Antropología como ciencia. No vamos a
restringirnos al campo de lo estrictam ente científico, porque consideramos que la
ciencia no es autónoma, sino que vamos a acompañarlo con el señalamiento de los
condicionantes sociohistóricos de producción de ese conocimiento científico.2
La explicación de estos condicionantes funciona como una vigilancia
epistemológica, como medio para precisar y enriquecer el conocimiento del error y
de las condiciones que lo hacen posible e inevitable. Y el error tiene una función
positiva en la génesis del saber.3
El comienzo, desarrollo y decadencia de todo sistema teórico ocurre en un
am biente que no es científicamente aséptico, sino que está perm anentem ente
permeado por la totalidad de la vida social.
La aparición del conocimiento está condicionada por factores extrateóricos.
Las actitudes teóricas no son de naturaleza individual; surgen más bien de
los propósitos colectivos de un grupo, que son los que están detrás del pensamiento
del individuo.
Así se llega a ver que una parte del conocimiento no puede ser comprendida
correctam ente m ientras que no se tengan en cuenta sus conexiones con la existen­
cia o con las implicancias sociales de la vida humana.
La Antropología ilustra de manera paradigmática estas concepciones.
¿Qué estudia la Antropología?
Tomemos una definición ampliamente aceptada por los propios antropólo­
gos:
“La Antropología apunta a un conocimiento global del hombre y abarca el
objeto en toda su extensión geográfica e histórica; aspira a un conocimiento aplicable
al conjunto de la evolución del hombre, desde los homínidos hasta las razas moder­
nas y tiende a conclusiones, positivas o negativas, pero válidas para todas las socie­
dades humanas, desde la gran ciudad moderna hasta la más pequeña tribu melanesia”
(Lévi-Strauss, C., Antropología estructural).
Es una ciencia con grandes aspiraciones, acusada, en el ámbito del trabajo
científico de imperialista, por sus pretensiones de abarcar las totalidades sincró­
nicas y diacrónicas. Vamos a ver que esta aspiración de totalidad la fue configu­
rando a lo largo de su historia y en relación con la unidad de análisis con la que
trabajó: la pequeña comunidad nativa.

11
A esta misma unidad de análisis atribuye Hobsbawn4 el hecho, en su opi­
nión, de que la Antropología haya alcanzado, dentro de las ciencias sociales, el
mayor nivel científico después de la economía y la lingüística. Hobsbawn opina que
el trabajar en la pequeña tribu o localidad nativa ha obligado a los antropólogos
a considerar a las sociedades como un todo y a indagar sus leyes de funcionamiento
y de transformación.
Y si bien durante el período clásico del funcionalismo, la Antropología Social
tendía a desarrollar sus propias teorías como teorías de un complejo pero estático
equilibrio, hoy los antropólogos han redescubierto la historia.5
Desde la últim a guerra, la Antropología considera que los conflictos sociales
son inherentes a las sociedades, como hechos fundamentales.
“Pocas o ninguna de las sociedades que una investigación sobre el lugar nos
permite estudiar, muestran una marcada tendencia a la estabilidad. Si el ritual es
a veces un mecanismo de integración, se podría con la misma frecuencia sostener que
es un mecanismo de desintegración.6
Ésta es una clara alusión a los ritos, elementos que habían sido interpreta­
dos como indicadores de la continuidad sin ruptura de las sociedades.7
Retomando la definición de Lévi-Strauss, podemos precisar que el campo de
intereses de la Antropología es vasto. Cubre todas las épocas —incluyendo el
recorte del campo arqueológico—, todos los espacios, incorporando en las últim as
décadas estudios en sociedades complejas, todos los problemas —Antropología
política, económica, estudios de parentesco etc.—. Cubre tanto la dimensión bioló­
gica —estudio de hominización, clasificación de las variedades raciales— como la
dimensión cultural.
Pretende explicar tanto las diferencias como las semejanzas entre los distin­
tos grupos humanos. Pretende dar, también, razón tanto de la continuidad como
del cambio de la sociedades.
É sta es una aproximación abstracta y descriptiva al objeto de la Antropolo-
gía.
Pero si nos atenemos a la producción antropológica anterior a los años ’60,
apreciamos que “la Antropología ha ido configurándose como especialidad a partir
de conceptos que focalizaron la diferenciación del ‘otro cultural’. La Antropología
aporta como producto básico de su praxis, para gran parte de los antropólogos
contemporáneos, el descubrimiento y la objetivación del ‘otro-cultural’.s
El punto de partida es una práctica científica que ha encontrado en las
“sociedades exteriores” a la sociedad occidental su terreno de aplicación, sociedades
sometidas a presiones externas y a las más activas fuerzas de cambio.
“Como ciencia específica, la Antropología Social, Cultural y Etnológica9 apa­
rece recortando un sector particular, el de grupos étnicos y socioculturales no
europeos y ulteriorm ente no desarrollados. Es decir, el sector de la hum anidad que
a partir de la segunda guerra mundial se conoce con el nombre de países subde-
sarrollados o “Tercer Munido”.
La Sociología recortaba a su vez en esta división internacional del trabajo
intelectual, a los países desarrollados.
El proceso histórico social mundial, que conducirá a partir de 1945 al sur­
gimiento de las nacionalidades y a la parcial ruptura de losjm perios coloniales, así

12
como al acceso de dichos países a un nuevo tipo de comunicación, si no de distri­
bución internacional, los conformará como “nacionalidades complejas”.
Su relación, si bien en la mayoría de los casos sigue siendo de dependencia,
no se manifiesta a partir del mismo tipo de relaciones configuradas durante el
siglo XIX. Dichas nacionalidades reaparecen en el universo de la investigación
sociocultural bajo el apelativo etnocéntrico de “nuevas sociedades complejas” y
pasan a convertirse en objeto común del antropólogo y del sociólogo.
Es decir que, en la primitiva división del espacio de realidad sociocultural
la línea pasaba por la diferenciación entre lo superior y lo inferior, entre lo desa­
rrollado y no desarrollado, entre lo occidental y lo no occidental, y en la actualidad
reaparece a partir de una línea que pasa por lo urbano (modelo de lo desarrollado)
y lo campesino (modelo de lo no desarrollado).”
Entonces, ese “otro cultural”, objeto de la antropología, habrían sido en el
transcurso del desarrollo histórico de la disciplina en primer término los pueblos
etnográficos o conjuntos sociales antropológicos, luego los campesinos y por último
y/o sim ultáneam ente, las clases subalternas.
En los años '60, además, la producción académica se ocupa de toda una serie
de “Otros” que cuestionan o por lo menos establecen una “diferencia” respecto a la
“norm alidad” generada por los sectores dominantes de las sociedades capitalistas
avanzadas. E ntre ellos se incluían los campesinos y las clases subalternas que ya
mencionamos, los adolescentes, los enfermos mentales, el lumpen proletariado, etc.
Todos estos “otros” aparecen como ejemplos de una “diferencia”. Pero la
razón que permite generalizaciones arbitrarias a partir de esas “otredades” es la
falta de un análisis teórico riguroso. Esas otredades poseen diferencias de signo
distinto; lo único que tienen en común es la afirmación de la diferencia. La dife­
rencia en sí —el hecho de ser diferente—no puede ser establecida como un valor,
puesto que la diferencia, tanto como la no diferencia ha servido y puede servir
como mecanismo de dominación. En términos abstractos y no contextualizados
puede afirm arse el “derecho a la diferencia”, pero la diferencia ha servido en
sociedades históricam ente determinadas para acrecentar determ inadas expresio­
nes de dominio colonial.
En la actualidad, el campo de estudio de la Antropología es la sociedad en
su conjunto, compartiendo como Antropología Social la especificidad con la Socio­
logía, de la que no la separan diferencias epistemológicas. Con la que cada vez
comparte más técnicas y métodos. Y frente a la cual sólo cabrían esgrimir los
elementos que las diferenciaron en el momento en que se gestaban como ciencias.
Y que constituyeron a la Sociología como la ciencia de “nosotros” y a la Antropo­
logía como la ciencia de los “otros”.
Si bien el “punto de vista” y el equipo conceptual específico de los antropó­
logos han sido formados por las investigaciones consagradas a las “sociedades
tradicionales”, se han realizado numerosas tentativas por ensanchar el campo de
la investigación antropológica, así como para aplicar sus métodos y sus técnicas a
los diferentes tipos de sociedades. También gran número de antropólogos han
trabajado en terrenos muy opuestos (v. g. pequeñas ciudades de Francia o de los
EE.UU. , el conurbano bonaerense, instituciones totales).
Al intervenir en nuevos campos, el antropólogo tiende, o bien a recoger los
datos que escapan a otros tipos de investigaciones o bien a aislar los significados
de conjunto que a veces olvidan las otras ciencias sociales.
Para R. Firth, el antropólogo “puede ser clasificado como un sociólogo que

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se especializa en la observación directa sobre el terreno y a pequeña escala, y
conservando en cuanto a la sociedad y a la cultura, un cuadro conceptual que
acentúa la idea de totalidad... Ya sabemos mucho acerca de la m acroestructura de
nuestras instituciones... Lo que el antropólogo debe proporcionar es un conoci­
miento más sistemático de su m icroestructura y de su organización”.111
Si bien todavía en la actualidad parece posible una elección entre Antropo­
logía y Sociología, para el análisis de la realidad social, tal vez más adelante será
necesario que «e cree una “ciencia dei hombre social”, que se beneficie de aporta­
ciones conceptuales y metodológicas de ambas disciplinas.
No obstante, aunque los objetos de la investigación de la Antropología sean,
en la actualidad, problemas de nuestra propia sociedad (la alcoholización en una
localidad mexicana: las estrategias fam iliares de vida de los sectores populares en
áreas del conurbano bonaerense) se la sigue considerando como estando alejada de
lo occidental.
Por otra parte, creemos que es posible reivindicar e! hecho de que nuestra
disciplina ha dado a la cultura occidental el acceso a otras fuentes que aquellas de
la antigüedad clásica con las que contaba, convirtiendo en posible un humanismo
de más am plias resonancias. ¡Los datos de la Antropología proporcionan el conoci­
miento de toda la historia cultural del hombre, desplegada en la diversidad de la
experiencia hum ana.
En el transcurso de su desarrollo, nuestra ciencia no se conforma sólo con
la descripción de la diversidad humana, aspira también a proporcionar un conoci-J
miento científico de la sociedad. Lo ha hecho por ejemplo tratando de responder a
los interrogantes sobre los Universales o las Invarianzas hum anas.
Para caracterizar su situación en la actualidad, diríamos que el papel de la
Antropología sería el de cuestionadora de cada sociedad particular. Queriendo
significar por cuestionadora, el hecho de que cada sociedad particular se convierta
en problema para nuestra disciplina.
Lo que hemos dicho hasta ahora vale para el recorte de su campo de estudio,
la división de trabajo con la sociología, en los comienzos de ambas disciplinas, a
fines del siglo XIX y en la actualidad y una descripción mínima de sus logros
(relevamiento de sociedades no occidentales y preocupación teórica).
Nos restaría especificar el tipo de problemática que tradicionalmente haj
abo,dado y su metodología.
La disciplina en su conjunto nunca ha sido homogénea en lo que respecta a,
sus intereses y perspectivas.
Dentro de la problemática, el abanico es amplio y diverso. Desde la tecno­
logía a los sistem as políticos, desde las representaciones mágico-religiosas hasta el
relevamiento de las lenguas nativas.
El totemismo en la actualidad; sistemas políticos africanos; parentesco y
organización social; magia, ciencia y religión; la familia entre los aborígenes aus­
tralianos; organización social y económica de los kurdos; las religiones africanas en
Brasil: éstos son algunos títulos de investigaciones antropológicas del período clá­
sico. Y en la actualidad: poder, estratificación y salud; relocalización de poblacio­
nes; las culturas populares en el capitalismo; estrategias fam iliares y escuelas;
desarrollo regional y grandes aprovechamientos hidráulicos; la construcción social
de la enfermedad en trabajadores de la industria gráfica; etnia, antropología y
estado; la identidad en la investigación antropológica a través del caso de los
japoneses y sus descendientes en la Argentina. Problemática, vasta y diversa, pero

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reiteramos, con una impronta identificatoria, el análisis de microsituaciones a
partir de fuentes de prim era mano.
Su metodología ha sido tradicionalmente inductivista y empirista.
La tesis fundam ental del empirismo es que los universales o leyes que los
antropólogos debieron tratar de descubrir se hallan a nivel empírico, en el nivel del
comportamiento.
Esta metodología ha sido un obstáculo en el avance científico de nuestra
disciplina, ya que las leyes sociales no pueden hallarse en el nivel del comporta­
miento porque éste es una síntesis de múltiples determinaciones, y en todo caso,
sólo puede expresar dichas leyes de una forma parcial y distorsionada.
En palabras de Popper: “El conocimiento no comienza con percepciones u
observaciones o con la recopilación de datos o de hechos, sino con problemas.”11
Esta particularidad epistemológica de nuestra disciplina se explica por ha­
berse desarrollado en sus comienzos como una ciencia natural de las sociedades
hum anas (ver este desarrollo en El Modelo Antropológico clásico, en esta misma
unidad). Así, el antropólogo, ante la comunidad nativa se planteaba la descripción
y clasificación de los objetos extraños que se presentaban ante su observación.
Después del período clásico no encontramos unicidad en la metodología.'
Esta debe ser referida a los paradigmas o estrategias de cada investigación, que
dependen de las ideas básicas en torno a la pertinencia de la ciencia para la
experiencia hum ana y en torno a la presencia o ausencia de diferentes clases de
procesos causales.
La am plitud y complejidad de nuestra disciplina expresada en la definición
de Lévi-Strauss da lugar a que se configuren diferentes ram as de la Antropología
general, centradas en distintos aspectos o dimensiones de la experiencia hum ana.
La Antropología Biológica o Física fundam enta los demás campos de la
Antropología en nuestro origen animal. Los antropólogos físicos tratan de recons­
truir el curso de la evolución hum ana mediante el estudio de los restos fósiles de
especies antiguas. También describen la distribución de las variaciones heredita­
rias entre las poblaciones contemporáneas para deslindar y medir las aportaciones
relativas de la herencia, la cultura y el medio ambiente a la vida hum ana.
La Arqueología desentierra los vestigios de culturas de épocas pasadas. Los
arqueólogos estudian secuencias de la evolución social y cultural bajo diversas
condiciones naturales y culturales.
La Lingüística Antropológica aporta el estudio de la gran diversidad de
lenguas habladas por los seres humanos. Se interesa por la forma en que el len­
guaje influye y es influido por otros aspectos de la vida hum ana. Se interesa
también por la velación entre la evolución del lenguaje y la evolución del Homo
oapiens.
Por último, la Antropología Cultural, la Antropología Social, y la Etnología
se ocupan de la descripción y análisis de las culturas del pasado y del presente.
E stas denominaciones no pueden ser utilizadas como equivalentes que no
susciten ningún problema, ya que revelan orientaciones teóricas diferentes. Las
i ciencias se atribuyen a las tradiciones de los distintos países, la Antropología
pU tu i&l en EE.UU., la Antropología Social en Gran Bretaña y la Etnología en
tancia, y tienen que ver con el abordaje diferencial de los problemas, lo que
!e iei e a marcos conceptuales diferentes. En el caso de la Antropología Cultural se
pnvi egia el concepto de cultura, en el de la Antropología Social y en el de la
tnología, los de estructura y de función.

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O tra distinción en las denominaciones es la que existe entre Etnografía y
Etnología. Se denomina Etnografía al “trabajo sobre el terreno”. Toma general­
mente la forma de un trabajo monográfico, que contiene la descripción de un grupo
limitado.
Pero, por otra parte, se constata que la descripción pura no existe, que las
observaciones que realizamos, siempre están sesgadas. Que la distinción entre
hecho y teoría ha sido conservada como una reliquia en la Antropología en la
distinción entre la Etnografía (descripción de las culturas) y la Etnología (teoriza­
ción acerca de estas descripciones) como una dicotomía que puede ser engañosa*
Observamos los hechos y los filtramos a través de una pantalla de interés,
de predisposición y de experiencias previas, y todas nuestras descripciones están
inevitablem ente influidas por consideraciones teóricas. Lo que equivale a decir que
las descripciones varían de acuerdo con los marcos conceptuales o teóricos de los
investigadores. Lo que además cuestiona la distinción entre Etnografía y Etnología
como dos momentos separados en el quehacer científico. O entre Etnografía y
Antropología Social o Cultural, otras denominaciones que habitualm ente se utili­
zan para señalar los momentos de síntesis teóricas.
El siguiente ejemplo confirmaría nuestro señalamiento, a la vez que serviría
para m ostrar la constante reformulación de la explicación científica frente a un
fenómeno; en este caso la explicación antropológica ante una institución (el potlach)
de los nativos de la costa noroeste de América del Norte, el grupo kwakiutl.
F. Boas, antropólogo norteamericano, produce en 1886 la prim era explica­
ción del potlach: Fiesta en la que se destruyen y regalan toda clase de riquezas.
Según su juicio, esta institución escapa a toda causalidad económica.
“... si alguien se propusiera demostrar que la cultura no se sujeta a leyes, la
costa del noroeste sería uno de los mejores sitios que podría escoger. En el tiempo
de la primera visita de Boas, y probablemente desde bastantes décadas antes de esa
fecha, los kwakiutl acostumbraban a celebrar una forma de fiesta que parece desa­
fiar a cualquier forma de explicación tecnoecológica o tecnoeconómica. Allí estaba
todo un pueblo preso en un sistema de cambio que confería el mayor prestigio al
individuo que se desprendía de mayor cantidad de bienes valiosos. Como los análisis
anteriores del comportamiento económico habían subrayado la importancia de aho­
rrar los productos del trabajo y de organizar racionalmente el esfuerzo en relación
con las necesidades y con las pautas del consumo, el material kwakiutl representaba,,
efectivamente, la puntilla del homo oeconomicus concebido según la imagen capita-í
lista o según la imagen socialista. Además, no era simplemente que los bienes fueran^
regalados, sino que en ocasiones la pasión por la autoglorificación era tan poderosa
que llevaba a destrozar mantas, quemar valioso aceite de pescado, prender fuego a
poblados enteros y hasta a ahogar esclavos en el mar. La descripción que Boas hiz®
del potlach ha sido probablemente la más influyente de todas las descripciones
etnográficas publicadas hasta hoy.
Visto el potlach a través de los ojos de quienes participaban en él, y especial­
mente de los principales contendientes, los hechos que abonan la interpretación de
Boas y de sus discípulos son los alardes de grandeza, la intención declarada d»
abrumar de vergüenza a los rivales y la compulsión por la que un hombre qu*
hubiera sido avergonzado de ese modo se sentía obligado a vengarse de su rival;
ofreciendo una fiesta todavía más dispendiosa.
Durante los últimos años, un grupo de estudiosos especializados en la costa
del noroeste ha propuesto una drástica reinterpretación del potlach, una nueva sín­
tesis a la que han llegado combinando intereses históricos y ecológicos y poniendo en

16
conexión las peculiaridades de la etnografía kwakiutl con tipos más generales de
fenómenos.
El primer intento de relacionar el potlach con el desarrollo euroamericano del
noroeste contemporáneo lo hizo Helen Codere en su libro Fighting with property
(1950). Las historias de familias que recogieron Boas y Hunt, así como los testimo­
nios de los agentes de indios de los comerciantes, permiten afirmar que el potlach
aborigen sólo lejanamente se asemejaba a los que se observaron a finales del siglo.
Los kwakiutl, como todas las otras sociedades tribales que se hallaban en el camino
de expansión de los euroamericanos, fueron victimas de presiones ecológicas y socio-
culturales extremas que comenzaron en el momento de la aparición de los primeros
europeos en la región. Aquellas presiones llevaron, dramática e inevitablemente, a
la desaparición de los modos de vida aborígenes e incluso a la virtual extinción de
los kwakiutl como población capaz de reproducirse. Ya antes de que el explorador
Vancouver entrara en contacto con ellos en 1792, estaban comerciando en mosquetes
que llegaban hasta ellos a través de sus vecinos nutka y habían empezado a expe­
rimentar los primeros efectos de las enfermedades europeas. Durante la primera
parte del siglo XIX el lento incremento del comercio fue acompañado por un drástico
descenso de la población, producido por las epidemias de viruela y de enfermedades
respiratorias contra las que, como los demás amerindios, no estaban inmunizados.
Entre 1836 y 1853 su población cayó de 23.000 a 7.000. En 1849, el establecimiento
en Fort Rupert de un puesto comercial de la Hudson Bay Company intensificó tanto
el comercio con los europeos como los efectos de las enfermedades. Luego, en 1858,
entre 25.000 y 30.000 blancos se precipitaron sobre la Columbia Británica en busca
de minas de oro e hicieron de la vecina Victoria su centro de distracción. Muchas
mujeres kwakiutl empezaron a servir a aquellos hombres como prostitutas, con lo
que las enfermedades venéreas aceleraron la tendencia a la despoblación. Hacia los
años ochenta la gran industria conservera del noroeste estaba en plena producción,
con seis mil pescadores sólo en el río Fraser, y muchos kwakiutl respondieron a las
ofertas de trabajo de la factoría. Por aquel mismo tiempo, la industria maderera, que
en la década de 1870-80 había producido ya 350 millones de pies cúbicos de madera,
trataba también de atraerse a los kwakiutl. Para el tiempo de la primera visita de
Boas, toda la población kwakiutl había descendido a 2.000 personas. _. .
Codere demuestra cómo, con el establecimiento del puesto comercial de la
Hudson Bay Company, el potlach pasó a incluir un gran número de bienes proceden­
tes del comercio europeo, especialmente mantas, reflejando de ese modo la otra
nueva economía industrial y comercial, prodigiosamente expansiva. Otra consecuen­
cia de la presencia euroamericana fue la prohibición de la guerra, y Codere trata de
establecer una conexión entre la desaparición de la guerra y el desarrollo de las
agresivas pautas del potlach hostil de la época tardía. Según Codere, cuando los
indios se vieron obligados a dejar de guerrear, empezaron a luchar con la riqueza,
una riqueza que las nuevas condiciones ponían a su alcance a una escala sin prece­
dentes.
La reformulación de la etnografía kwakiutl por Codere y otros (cf. Drucker,
1939, pág. 955) no logró deshacer la madeja de particularismo con que Boas había
envuelto su descripción. El material kwakiutl siguió desconectado del mundo de la
teoría. Pese a ello, el potlach de Fort Rupert se presentaba ya como el producto
definido de una situación de contacto, con lo que de golpe quedaban derrotados todos
los intentos de probar, basándose en los datos de Boas que los factores causativos
que explicaban eran demasiado complejos para prestarse a una formulación
nomotética. El descenso de población, la introducción del trabajo asalariado, la sú­
bita abundancia de bienes, la supresión de la guerra y la antigua costumbre del
banquete comunitario, todo eso junto indicaba que había un conjunto de factores
perfectamente definidos que actuaba sobre los kwakiutl.
Actualmente hay bastantes posibilidades de que con el tiempo seamos capa-

17
ces de entender los aspectos del sistema kwakiut! que todavía se nos escapan g¡
tomanos en consideración el material comparativo característico de otros fenómeno*
de contacto.12
El conocimiento antropológico es un conocimiento que, como todos los cono,
cimientos científicos, se constituye sin cesar a través de un trabajo crítico.

18
II. SITUACIÓN HISTÓRICA Y CONOCIMIENTO EN ANTROPOLOGÍA
E sta disciplina, que se desarrolla en forma plena y autónoma en las postri­
merías del siglo XIX y se consolida en la primera m itad de nuestro siglo, teniendo
como elemento fundante y que le va a conferir originalidad “el trabajo sobre el
terreno”, en localidades situadas lejos de las metrópolis de donde provenían los
antropólogos, va construyendo su objeto de estudio y el recorte de la realidad que
le interesa investigar, de acuerdo con los distintos momentos históricos. Sus for­
mulaciones, sus elaboraciones teóricas, son el producto de una situación histórica:
el Colonialismo. El Colonialismo ha sido la condición necesaria de la aparición de
la Antropología.
Pierre Bonte13 distingue cinco períodos históricos-científicos en el desarrollo
de la Antropología, que caracteriza de la siguiente manera:

Período Contenido Histórico Etapas del Pensamiento


Etnológico
Siglo XV Descubrimiento occidental del D escubrim iento del “m undo
mundo. Desarrollo del capita­ salvaje”. Y constitución de un
lismo mercantil y del comercio nuevo campo del conocimiento:
de esclavos. Acumulación pri­ la descripción de hábitos y cos­
mitiva de capital. tumbres, v. g. cronistas de In­
dias.
S. XVIII Liquidación de la esclavitud e Crítica de las tesis esclavistas
inicio del colonialismo propia­ recogidas de otras civilizacio­
m ente dicho. Formación del nes. La dicotomía “salvaje-civi­
capitalismo industrial occiden­ lizado”, se convertirá en “pri-
tal y nuevas posibilidades de mitivo-civilizado”.
acumulación de capital.
1850 Entrada en la fase imperialista Repitiendo la dicotomía ante­
a de reparto del mundo y origen rior “primitivo-civilizado”, la
1880 de las conquistas coloniales. A ntropología se co n stitu y e
como disciplina independiente
y comparte con las ciencias de
la”?p5Tra ia ideología del evolu­
cionismo.

19
1920 Implantación definitiva y triun- Crítica al evolucionismo,
a fante del sistema colonial. Constitución de la Antropología
1930 Clásica y de sus diversas es­
cuelas científicas que definen
los métodos de observación y
análisis.
1950 Desarrollo de los movimientos La A ntropología p lantea de
a de liberación nacional y comien­ nuevo su objeto y su relación
1960 zo de los procesos de desco­ con el mismo. Investigación de
lonización. los fundamentos de una A ntro­
pología General y crítica a la
Antropología Clásica.

Para comprender las causas profundas de la expansión colonial en el período


que nos interesa (tercer período de Bonte), es necesario que nos detengamos bre­
vemente en una caracterización de la Europa del siglo XIX.
El año 1870 marcó para Europa el inicio de un largo período de paz, desti­
nado a prolongarse hasta las puertas de la Prim era Guerra-M undial. Si de 1854
a 1870 se habían librado 16 guerras, en los últimos 30 años del siglo XIX, Europa
no registró ningún conflicto m ilitar digno de mención. Pero el éxito al congelar las
tensiones europeas se obtuvo a expensas del resto del mundo, que precisamente en
aquellos años fue escenario de luchas continuas y objeto de reparto entre las
grandes potencias.
El escritor inglés R. Kipling (1865-1936) sostenía que el hombre blanco
debía soportar la “carga” de extender por todo el mundo las formas m ateriales y
espirituales de su civilización. Las poblaciones africanas y asiáticas debían ser
despertadas y conducidas al sistema de vida que había probado ser el mejor tanto
en el terreno político como en el científico, y sobre todo, en el económico.
El sentimiento de superioridad de los blancos estaba asociado al gran pro­
greso económico que en aquellos años había efectuado Occidente.
El desarrollo industrial fue tal que, si bien en 1870 Gran B retaña podía ser
considerada como la potencia que detentaba la hegemonía económica de Europa y
de todo el mundo, sólo diez años después se encontraba igualada y superada en
algunos sectores por naciones como Alemania y los EE.UU. En este magno proceso
de crecimiento y reestructuración del sistema económico occidental deben buscarse
las causas profundas de la expansión colonial.
Los últimos 30 años del siglo XIX conocieron un gran desarrollo productivo,
pero al mismo tiempo se caracterizaron por una importante y prolongada crisis,
que bajo el nombre de “gran depresión” se prolongó hasta principios del siglo XX.
En este período, aunque el volumen de la producción de los intercambios y
de las inversiones fue superior en mucho al de los años precedentes, se registró sin
embargo una clara disminución de las tasas de incremento en todas las ram as de
la actividad económica debido esencialmente a la falta de salidas suficientes para
absorber las mercancías y los capitales acumulados. El sistema productivo occiden­
tal se encontró por tanto frente a la necesidad de reestructurar por completo sus
bases, condición indispensable para no incurrir en un auténtico desastre económi­
co.

20
La crisis planteada por prim era vez en 1873 estimuló en ciertos sectores la
concentración de la producción en pocas pero gigantescas empresas industriales.
Nacían así auténticos imperios económicos que controlaban completamente las
principales ram as de la actividad productiva, como las del acero, de los productos
químicos, de los tejidos, de las fuentes energéticas.
Por otra parte, la división entre capital bancario e industrial iba desapare­
ciendo dando lugar, con la unión de los bancos y las industrias a un nuevo capital
mucho más pujante: el financiero.
La crisis, derivada de un incremento de la producción superior a la capaci­
dad de absorción de los mercados, se prolongaba.
Europa estaba cerrada por barreras aduaneras, las potencias comenzaron a
buscar en otra parte las salidas para sus productos.
Jules Ferry, prim er ministro francés (1880-1881 y 1883-1885) y promotor de
la expansión im perialista de Francia, escribía que “La política colonial es la con­
tinuación de la política industrial, porque en los estados ricos, en los que el capital
es abundante y se acumula rápidamente y en los cuales el sistema de producción
continúa creciendo, la exportación es un hecho esencial de la propiedad pública. El
sistem a proteccionista es como una máquina de vapor sin una válvula de seguri­
dad, a menos que tenga el correctivo de una sana y seria política colonial”.
También Gran Bretaña recurre a la penetración en países extraeuropeos.
Entre 1875 y 1880 el valor de las importaciones aumentó en detrim ento de
las exportaciones y el déficit de la balanza comercial se dobló llegando a los 125
millones de libras esterlinas al año. Los ingleses se dedicaron entonces a estim ular
las inversiones en el extranjero, especialmente en las áreas coloniales.
La carrera por el reparto del mundo, en la que Gran Bretaña participó antes
que nadie, seguida muy pronto por el resto de las potencias, revestía caracteres
muy distintos de los de la época colonial anterior. -
La pura y simple búsqueda de mercados, natural en la crisis de superpro­
ducción agudizada por la adopción de sistemas proteccionistas, no basta para definir
cumplidamente la lógica del imperialismo.
Es necesario rem ontarse a las nuevas estructuras de tipo monopolista que
todos lo estados industriales estaban realizando. Los grandes monopolios en for­
mación debían asegurarse un rendimiento continuo e invertir en áreas ventajosas
el exceso de capitales que su gran vitalidad económica les perm itía acumular. En
Europa esto no era posible. El crecimiento y el refuerzo de los grandes tru sts no
podía, por tanto, verificarse sino a expensas de los territorios extraeuropeos donde
la tierra a buen precio, los salarios bajos, las m aterias primas a bajo costo y la
facilidad de asum ir posiciones monopolistas hacían prever inversiones altam ente
rentables.
La posesión exclusiva de regiones ricas en m aterias primas constituía una
necesidad cada vez m ás esencial para los grandes grupos económicos.
Cuanto más se desarrollaba el proceso de formación de los monopolios, más
aumentaba la carrera por la conquista de nuevos territorios.
El imperialismo se convirtió en la doctrina política de Gran Bretaña susten­
tada por la opinión pública y compartida por casi toda la clase dirigente.
El prim er país en seguir por este camino a Gran Bretaña fue Francia, luego
se agregarían Bélgica, Alemania y se revitalizarían Holanda y Portugal.
Esta era la situación de la economía política en la Europa del siglo XIX.
N uestra disciplina, a la que se le confiere en virtud de la división del trabajo

21
científico el estudio de las culturas diversas, diferentes de la cultura occidental,
debe colocarse necesariam ente ante la “situación colonial”.
El abismo entre las civilizaciones era demasiado grande para tender un puen­
te entre las orillas, a veces incluso demasiado grande para un entendimiento mutuo.
Periódicamente, cuando los hombres rompían las barreras de montes, idioma, océa­
no, murallas, se quedaban boquiabiertos ante lo que veían. ¿Cómo podían los hom­
bres llevar existencias tan animalescas? ¿Eran realmente hombres? En la Colonia
del Cabo ios nómadas primitivos eran cazados por deporte. En Tasmania, los colo­
nizadores de 1830, junto con soldados, policías y criminales, recorrieron la isla en
una batida militar para limpiarla de toda su población aborigen.
En los primeros días de la colonización las cosas eran a menudo distintas. En
el Cabo, las relaciones entre los blancos y los negros eran lo bastante equilibradas
como para que fueran normales los matrimonios entre holandeses y mujeres
hotentotes. El caso más famoso fue el matrimonio del explorador Van Merhof, en
1664, con Eva, una hotentote, en el que la boda fue celebrada con una fiesta nupcial
en la Casa de Gobierno.
Este breve período de tolerancia no duró mucho. Las guerras de los hotentotes
y la de Kaífir, más la importación de esclavos en gran escala, cambiaron pronto las
cosas. Hacia 1792 el Consejo de la Iglesia de Ciudad del Cabo declaró que ya no
existían razones temporales o religiosas para dejar libres a los esclavos que se con­
virtieran al cristianismo.H
Worsley nos sigue reseñando esa “creación del mundo” que fue la expansión
colonial:
La cultura humana ha sido una, pero sólo “objetivamente”; existió “en sí”,
pero no “para los hombres”. La sociedad humana sólo vino a existir subjetivamente,
los hombres sólo adquirieron el conocimiento de que formaban parte de un solo
mundo social a través del compadrazgo del imperialismo europeo.
Los hombres empezaron a conocerse y a reflejarse unos en otros. Pero el
reflejo se fue volviendo cada vez más condicionado por la naturaleza de sus relacio­
nes reales y directas sobre el terreno, más que por las categorías derivadas de sus
propias sociedades. A medida que los blancos entraron más y más en conflicto con
los isleños, el idilio se hizo más difícil de concebir. “¿Es posible —recalcó Jean -
Jacques Rousseau al tener noticia de la matanza de un explorador francés por los
maoríes—, es posible que los buenos Hijos de la Naturaleza puedan llegar a ser tan
perversos?”. La significación moral de las civilizaciones recién descubiertas empeza­
ba a cambiar a medida que su destino y el de Europa se fue entrelazando cada vez
más desigualmente.
La fase realmente crucial que terminó con la división triunfante del globo
entero entre un puñado de potencias europeas vino en 1885. El logro europeo de este
período no fue simplemente una repetición de viejos modelos de “imperialismo”;
marcó el alba de una nueva era de la historia humana, caracterizada por un impe­
rialismo de nuevo tipo como respuesta a claras y nuevas presiones económicas y
financieras en la propia Europa. Y tuvo lugar como resultado la unificación del globo
en un solo sistema social. Si hubiéramos de escoger una fecha para los inicios de la
historia mundial, sería el año del Congreso de Berlín y de la partición del Africa.
En el proceso, la propia Europa fue transformada. Por tanto, la nueva fase
fue destruir sin temor alguno la tradicional nación-Estado europea occidental. Ahora
era el meollo de un sistema imperial más amplio. La nación-Estado de los antiguos
tiempos, en adelante, sería una categoría arcaica que nunca habría de alcanzar su
antigua importancia, incluso con la disolución de) orden mundial imperialista. El

22
espacio social de Francia incluía ahora a Indochina y Argelia; el de Gran Bretaña a
Sudáfrica y la India. No podía haber ya un retroceso a las entidades localistas de la
época preindustrial. Ahora su destino trascendía sin remedio los límites tradiciona­
les de una economía nacionalista o europea occidental o incluso atlántica En parti­
cular, nunca más podría Gran Bretaña encogerse dentro de sus límites; dependía del
mundo externo para los materiales y los mercados (Worsley, El tercer mundo, op.
cit.).
Pero la situación colonial y la configuración del globo tal como queda fijada
en el Congreso de Berlín de 1885, en el que las potencias europeas se reparten el
mundo colonial, no va a ser percibida por la Antropología Clásica. Solamente va
a aparecer con la descolonización.
¿Qué es la situación colonial?
G. Balandier la define así: “Es la dominación impuesta por una minoría
extranjera racial y culturalm ente diferente, que actúa en nombre de una superio­
ridad racial o étnica y cultural, afirmada dogmáticamente. Dicha minoría se im­
pone a una población autóctona que constituye una mayoría numérica, pero que es
inferior al grupo dominante desde un punto de vista material. E sta dominación
vincula en alguna forma la relación entre civilizaciones radicalmente diferentes:
una sociedad industrializada, mecanizada, de intenso desarrollo y de origen cris­
tiano, se impone a una sociedad no industrializada, de economía “atrasada” y
simple y cuya tradición religiosa no es cristiana.
Esta relación presenta un carácter antagónico básico, que es resuelto por la
sociedad d esarro llada m ediante el ejercicio de la fuerza, un sistem a de
seudojustificaciones y un patrón de comportamientos estereotipados operando en
la relación. La situación colonial es una situación total.”15
O sea que podría decirse que, desde el siglo XV hasta la actualidad y en
diversos grados de relación, vamos a encontrar conformadas situaciones de rela­
ción colonial en América, Asia, Africa y Oceanía.
La situación colonial nace de la conquista y se desarrolla a partir del esta­
blecimiento de relaciones entre dos seres sociales, entre dos civilizaciones. Conoce
en el curso de su desarrollo una serie de tiempos fuertes y débiles en la presión
ejercida por el grupo dominante: Fases de “conquista, de aprovisionamiento”, de
“adm inistración” y al término del ciclo, un encaminarse hacia la autonomía.
Balandier distingue tres tipos de empresas dentro de su caracterización de
la situación colonial: a) La empresa material (control de la tierra y modificación de
población de los países sojuzgados, economías ligadas a la metrópoli); b) la em pre­
sa política y adm inistrativa (control de autoridades locales y autoridades de reem ­
plazo, control de la justicia, oposición a las iniciativas políticas autóctonas, aunque
se expresen de m anera discreta); c) la empresa ideológica (tentativas de desposesión
religiosa para perm itir la evangelización, acción directa de un aprendizaje impor­
tado, transm isión de modelos culturales en función del prestigio desarrollado por
el grupo dominante).
Los colonizados prueban la situación colonial como una em presa de
desposesión m aterial y espiritual.
N krum ah16 dice en 1947: “La escena comienza con la aparición de los misio­
neros, de los etnólogos, de los comerciantes, de los concesionarios y de los admi­
nistradores. M ientras que los misioneros con su “cristianismo deformado'’ exigen
al sujeto colonial que atesore “sus riquezas en el cielo donde ni la polilla ni el óxido

23
lo destruyen’, los comerciantes, los concesionarios y los adm inistradores disponen
de sus recursos m inerales y agrícolas, destruyen sus artesanías y sus industrias
locales.
La población negra de Africa del Sur expresa en esta fórmula su situación:
“Ahora, nosotros tenemos la Biblia, pero vosotros los blancos, tenéis la tierra”.
Es sobre esta situación histórica concreta, pero sin percibirla como tal, que
se va a desarrollar la Antropología Clásica.
El colonialismo no es sólo expansión y dominación económica, sino también
dominación y etnocentrismo culturales. El colonialismo supone la creencia en una
sola cultura.
A la visión imperial está ligada la negativa de reconocer a las sociedades no
occidentales una interioridad real, una interioridad que no sea percibida como
pasividad u hostilidad.
Según un autor de fines del siglo pasado:
“No es natural, no es justo que los pueblos civilizados occidentales vivan en
espacios restringidos, donde acumulan maravillas de la ciencia, el arte, la civiliza­
ción, dejando la mitad del mundo a pequeños grupos de hombres incapaces e igno­
rantes... o bien de poblaciones decrépitas sin energía ni dirección, incapaces de todo
esfuerzo.”
E sta superioridad intrínseca de los europeos legitima la apropiación y el
colonizado se va transformando ante la percepción del colonizador en un vago, un
desganado, un desocupado.
Pero la visión imperial no es negación pura y simple de la otra. La diver­
sidad del mundo es sabrosa para el colonialismo de 1900. Esta diversidad que la
civilización pretende querer destruir por razones científicas y que el capitalismo
destruye por razones económicas se conserva ilusoria y míticamente en la concien­
cia imperial. Tal es la función del exotismo. “Porque es poco explotar al otro. Es
necesario saborearlo en tanto tal... la inspiración exótica y la curiosidad científica
son la doble compensación del imperialismo. Curiosidad de un tipo bien determ i­
nado, ya que para ella ‘la religión se convierte en superstición, el derecho en
costumbre y el arte en folklore’ ”.17
En todos los tiempos se ha colonizado, pero a fines del siglo XIX se va a
pretender además, estudiar científicamente los pueblos que se colonizan y coloni­
zar científicamente.
El antropólogo inglés Lubbock lo expresa de esta manera:
“El estudio de la vida salvaje tiene una importancia muy particular para
nosotros los ingleses, ciudadanos de un gran imperio que posee, en todos los rincones
del mundo, colonias cuyos habitantes indígenas presentan todos los grados de civi­
lización.”
Las escuelas antropológicas que dominan la historia de la expansión colonial
de los siglos XIX y XX son el evolucionismo y el funcionalismo (ver: Tacca, M. y
Sinisi, L j. Sin ser las únicas, son las hegemónicas.
¿Qué concepciones se tenían de las sociedades no occidentales en el siglo
XIX, en el marco de esas corrientes teóricas? .
D urante el siglo XVIII los ideólogos del Iluminismo elaboran una visión
progresista de las sociedades salvajes, visión coherente que no logra plasm arse en

24
una teoría y en una práctica antropológica en sentido estricto (aunque para algu­
nos autores —Evans-Pritchard, Lévi-Strauss—habría que fijar el inicio de la An­
tropología Científica en el Iluminismo)...
El siglo XVIII conserva la creencia en la universalidad de la naturaleza
hum ana concebida como la expresión, en el plano geográfico e histórico, de la
universalidad de la razón.
Las sociedades salvajes no son estudiadas por sí mismas, sino por la ayuda
que puedan aportar al establecimiento de una tipología de las operaciones de que
es capaz el espíritu humano.
Para los pensadores originales del siglo XVIII los salvajes son los represen­
tantes contemporáneos de los hombres de origen o próximos al origen. Pero esta
idea de los salvajes no es asimilable a la de los pensadores evolucionistas, para
quienes el primitivo es el representante del estadio primero de la sociedad. El
origen es concebido en el siglo XVIII como lo auténtico, en tanto que en el siglo XIX
será concebido como lo simple (tosco) y lo inacabado. En la medida en que el origen
es lo auténtico, se pueden obtener de él enseñanzas teóricas y prácticas.
Condillac dice: “Nosotros, que nos creemos instruidos, tendríam os necesidad
de ir hasta los pueblos más ignorantes para aprender de ellos los comienzos de
nuestro descubrimiento: pues ante todo es de esos comienzos de lo que tendríam os
necesidad; lo ignoramos porque hace ya mucho tiempo que no somos discípulos de
la naturaleza”.
El concepto de “pueblo de naturaleza” no solamente rem ite a la idea de una
norma práctica, de una vida moral auténtica, sino también a la de una norma
teórica, respecto a la cual el saber actual toma sentido y validez.
La ideología del “buen salvaje” está ligada a la del Iluminismo. Rousseau ve
en la sociedad salvaje el modelo de sociedad auténtica, de la sociedad que responde
a las necesidades inm ediatas. Y la sociedad que sus contemporáneos llaman “ilus­
trada” no es más, para él, que una sociedad en la que las luces consisten ante todo
en el lujo, la afectación, el artificio y la superficialidad, y la exportación de las
luces sería la de los artificios y del lujo europeos, que irían a pervertir al “buen
salvaje” en estado puro, y de encantadora inocencia.
Por otra parte, como las necesidades y las ideas que constituyen la n atura­
leza hum ana son las mismas en todas partes, las propiedades generales de las
sociedades son comparables; tienen preocupaciones e intereses comunes.
Y es así como el interés y las preocupaciones de las sociedades salvajes son
las mismas que las de Europa. Los pueblos, naturalm ente, son comerciantes y
cambian sus mercancías y Europa podría organizar con ellos relaciones pacíficas
si no hubiera una dificultad debida al hecho de que esas relaciones han sido
m anchadas por la anterior violencia de Europa.
El pensamiento dominante a fines del siglo XVIII no pretende fundar en la
violencia el establecimiento de relaciones con las naciones salvajes, aunque esto
sea incompatible con una cierta colonización, ante la cual ha tenido que “arreglar”
sus concepciones.
Pero de ninguna m anera es asimilable al colonialismo que aparece a mitad
del siglo XIX.
Hacia 1860 la reflexión antropológica toma un nuevo rumbo. Entre 1860 y
1880 aparecen las obras clásicas de Bachofen, Tylor y Morgan. El contenido de las
mismas explica que las sociedades están alineadas según un continuo homogéneo

25
y único, jalonado por cortes: “estadios de avance”. Toda sociedad real se ve redu­
cida, en un determinado momento, a un estadio de evolución técnico-económico.
En el tiempo de la revolución industrial, el criterio de avance en la escala
de la evolución es esencialmente tecnológico.
El principio de la unidad del género humano se funda ante todo en la
universalidad del conocimiento técnico: “Un principio común de inteligencia puede
encontrarse en el salvaje, el bárbaro y el hombre civilizado. En virtud de ello, la
hum anidad ha sido capaz de producir en condiciones semejantes los mismos ins­
trum entos y utensilios, los mismos inventos y construir instituciones semejantes
a partir de los mismos gérmenes de pensamiento originales. Hay algo verdadera­
mente impresionante en un principio que ha dado poco a poco la civilización por
una aplicación asidua a partir de humildes comienzos. De la punta de la flecha que
expresa el pensamiento en el cerebro del salvaje, a la punta en mineral fie hierro
que expresa el más alto grado de inteligencia del bárbaro y, filialmente, el ferro­
carril, que puede ser llamado el triunfo de la civilización” (M oigan:' Ancient socie-
ty"\ 1877).
Para Morgan el salvajismo ha precedido a la barbarie en todas las tribus de
la hum anidad, y la barbarie ha precedido a la civilización.
En el siglo XIX se asocia el aporte de la civilización a la valoración de los
recursos inexplotados. “Pretender que hay tribus salvajes a las que una civilización
sensata no llegaría a elevar por encima de su condición, es una afirmación que
ningún m oralista podría sostener: por otra parte, del conjunto de los testimonios,
se desprende que el hombre civilizado es en todo, no solamente más juicioso más
hábil que el salvaje, sino también mejor y más dichoso” (Tylor, oif. por Leclerc, op.
cit.).
Ya ha caído en desuso la ideología del buen salvaje y ha sido suplida por la
de la superioridad de la sociedad civilizada o industrial. Dentro de esta corriente
de ideas, a la Antropología le cabe como tarea la descripción de esas sociedades
atrasadas “antes de que sean transform adas por Occidente”
Europa tiene el derecho y el deber de abrir los pueblos coloniales a la civi­
lización. La especificidad de la colonización contemporánea no es sólo el hecho de
una sociedad que se cree superior, sino el hecho de una sociedad que cree funda­
m entar su superioridad en la ciencia y especialmente en la ciencia social.
Como dice J. Berque: “El imperialismo imponía ai mundo una forma de
conciencia al mismo tiempo que una forma de gestión”.
Vamos a presentar un ejemplo en el que se evidencia tanto la ideología
evolucionista como el dislocamiento de los sistemas económicos tradicionales: la
expansión colonial a lo largo de los siglos XV a XX se realizó sobre sociedades
precapitalistas con diferente expresión de modos de producción: primitivo (con
todas sus variantes), asiático, feudal-señorial, en los cuales existía explotación,
pero establecida a partir de una determinada relación de equilibrio ecológico y
social. E sta relación fue destruida, dislocada, deculturada.
El siguiente ejemplo se refiere a la situación de la economía en Argelia a
casi 80 años de haber sido conquistada y colonizada por los franceses.
En Argelia, en vísperas de la civilización francesa, las dos terceras partes de
la población eran pastores nómades dedicados a la cría de ovinos y camélidos: y en
menor proporción, ganado vacuno.
Investigaciones contemporáneas, realizadas por científicos sociales argeli­
nos,lw dem uestran que el verdadero ciclo nomádico incluía la actividad agrícola

26
como elemento complementario indispensable y que es una falsa alternativa opo­
ner agricultura-cría de ganado. Lo que vamos a transcribir es la conclusión de un
trabajo obre Nomadismo realizado por antropólogos franceses en 1906.19 En este
trabajo se reconoce la importancia de la ganadería pastoril como actividad econó­
mica, pero el objeto es lograr la sedentarización de la población y la suplantación
de la producción pastoril por la agricultura como estadios a ser alcanzados por los
nativos del país.

“¿El fin de los nómades?”


Llegando al ñn de este estudio sacamos las siguientes conclusiones: en lo que
concierne a la evolución de los nómades argelinos hay que señalar dos dificultades:
1) no hay que declarar que la transformación es imposible y que no se pueden
aportar mejoras a las condiciones de existencia de estas poblaciones. Incluso si en el
término de una o dos generaciones no se perciben cambios, eso no quiere decir que
no se producirán en el futuro.
Será más durable si no es brusca, ni impuesta desde afuera, sino por el
contrario libremente aceptada, y sobreviniendo naturalmente de las mismas trans­
formaciones sufridas por el medio (postura relativista).
Hay que llevar a los indígenas a evolucionar, no en nuestra civilización, sino
en la propia. Por otra parte, hasta el momento esta evolución se manifiesta, es más
o menos acentuada según lo adecuado de la región, según la preparación de la gente,
según que el contacto con los europeos sea más o menos frecuente: es preciso agregar
que según también el mismo temperamento de los oficiales que han llevado a cabo
los informes las apreciaciones sobre la importancia y la extensión de esta evolución.
Pero no puede negarse su existencia.
2) No obstante no hay que imaginarse que una transformación radical sea
posible, que se pueda alguna vez hacer de todos los nómades, sedentarios, ni de todos
los pastores, agricultores.
Pudimos remediar la inseguridad y poner fin al estado de guerra, pero no
podemos cambiar completamente las condiciones geográficas ni aumentar la corrien­
te de agua que recibe la región de la estepa. Pudimos, entonces, reducir el nomadismo
en la medida en que resultaba de factores políticos, pero no en cuanto era consecuen­
cia de factores climáticos. Entre las modificaciones que hemos constatado algunas
son muy importantes: tendencia a reducir las migraciones, decadencia de la cria de
camellos, crecimiento, en cambio, de la cria de bueyes, progreso de cultivos, tenden­
cia a construir casas, progreso del lujo, progreso del individualismo en la familia,
liberación de la familia con respecto a la tribu. Pero el verdadero problema continúa
siendo el equilibrio entre la ganadería y la agricultura, y la conciliación de los
intereses de los bosques con los de la industria pastoril.
En el fondo, la cría de ganado ovino continúa siendo la verdadera riqueza. Es
muy probable que se puedan llegar a aumentar los recursos hidráulicos de las este­
pas, a utilizar mejor los pastos, a producir carne y lana en mejores condiciones, a
acrecentar notablemente la cifra de ganado ovino.
En síntesis, hay que ocuparse de los bosques, de los cultivos, de los pastores.
El interés de los bosques debe estar siempre antes que ningún otro. La agricultura
debe preferirse a la ganadería siempre que sea posible. “
La asimilación constituye el objetivo de la colonización en la perspectiva
evolucionista. O sea, la entrada de todas las sociedades no occidentales en la órbita
de la “civilización ‘ .
Se adopta una actitud de desilusión ante la resistencia de los colonizados y

27
se afirma la necesidad de un paso gradual y mesurado del viejo estado a la civi­
lización.
No queremos que se entienda nuestra postura como una mistificación del
Paraíso Perdido, donde todo fue mejor. Nuestra apreciación del ejemplo anterior no
implica ninguna “huida etnográfica” hacia un pasado indeterminado en el cual el
hombre era perm anentem ente feliz.
Pero sí queremos que se constate que la explotación colonial supone en todos
los casos el pasaje de una economía de subsistencia o de excedente relativo, a una
economía basada en la producción de excedente para el mercado monopolista. Y
que esto conducirá a cambios radicales en las relaciones ecológicas, en las relacio­
nes de producción, en los contenidos culturales e ideológicos de esas relaciones.
Ademas, reiteram os que la penetración colonial supone dos procesos conjun­
tos: la apropiación y privatización de la tierra y la producción de mano de obra
barata. Estos procesos se sostienen sobre los siguientes supuestos: a) Considerar
lo “descubierto” como si no perteneciera a nadie; como si las áreas no estuvieran
habitadas y usadas por otros grupos, b) Invocar causas legales. Derechos creados
por la legislación europea, c) Legitimar los hechos de apropiación por la superio­
ridad intrínseca de los europeos y por la incapacidad de los pueblos no europeos.
Coincidiendo con la cuarta fase señalada por Bonte, en la que se consolida
definitivamente el sistema colonial, correspondería, en la etapa de pensamiento
etnológico, el pasaje del evolucionismo al funcionalismo.
El funcionalismo va a surgir en el seno mismo de la ideología evolucionista
como la necesidad que tiene la colonización de conocer las instituciones locales,
para lo cual se requiere el análisis de las estructuras sociales indígenas.
“Al retractarme de mi adhesión evolucionista al dogma de la “ignorancia
primitiva”, no reniego por completo del evolucionismo. Sigo creyendo en la evolución,
siguen interesándome los orígenes, el proceso de desarrollo, pero veo con claridad
cada vez mayor que las respuestas a todas las preguntas del evolucionismo deben
derivarse directamente del estudio empírico de los hechos e instituciones cuyo desa­
rrollo pasado queremos reconstruir”. 20
B. Malinowski es el antropólogo inglés que va a dar fuerza y carácter a esta
corriente funcionalista. Por eso nos parece que su opinión expresada en la cita
anterior es im portante para demostrar que las rupturas científicas y/o ideológicas
no son taxativas y que se trata más de cambios de enfoque antes que de cortes
radicales.
En el caso que nos ocupa, se deja sobre todo el aspecto conjetural
reconstructivista del evolucionismo en pos de un análisis empírico de los hechos,
y que va a devenir análisis sincrónico.
La técnica de “trabajo de campo” se va a imponer para cumplimentar los
objetivos del funcionalismo.
El método funcional va a poner su interés en las relaciones existentes entre
costumbres, instituciones y aspectos culturales.
El antropólogo deberá ahora permanecer largamente sobre el terreno para
comprender a la sociedad en su interioridad.
“El antropólogo debe abandonar su confortable posición en una hamaca, en el
porche de la misión, del puesto gubernamental o del ‘buganlow del plantador donde,

28
armado de un lápiz, de un cuaderno y, a veces, de whisky y soda, se ha habituado
a compilar las afirmaciones de informadores, a anotar historias y a llenar hojas
enteras de textos salvajes. Debe ir a las aldeas, ver a los indígenas trabajando en los
huertos, sobre la playa, en la selva; debe navegar con ellos hacia los lejanos bancos
de arena y las tribus extrañas, observarles en la pesca, en la caza y en las expedi­
ciones ceremoniales en el mar. La información debe llegarle en toda su plenitud a
través de sus propias observaciones sobre la vida indígena, en lugar de venir de
informaciones reticentes, obtenidas con cuentagotas en conversaciones...
La Antropología al aire libre, opuesta a la recopilación de datos extraídos de
rumores, es un trabajo difícil, pero también de un gran interés.”21
Así postula Malinowski que debe ser recogida la información en función de
su mejor validez.
Y esos mismos acordes resuenan en el ejemplo que extraemos de una mo­
nografía antropológica sobre los pastores nómades, publicada en 1947.
“Apresurémonos a observar hoy la existencia de los pueblos nómades del
desierto. Ya que están amenazados, si no es de muerte, al menos, de un gran debi­
litamiento, por el progreso de la civilización industrial, que se propaga incluso hasta
esas soledades. El automóvil, el avión, las perforadoras de petróleo, las tuberías,
transforman cada día los desiertos y le dan una idea extraña.
La cría del camello, sobre la que se basa toda la economía pastoril, pierde una
gran parte do su interés a partir de la solución de los grandes problemas económicos
que había producido la guerra universal (se refiere a la guerra 1939-45). Ya que el
camión o el automóvil reemplazan definitivamente a las caravanas.
Los motores de las bombas de agua irán a buscar el agua a las profundidades
más lejanas del suelo y harán surgir la vida sedentaria en los lugares sin cultivos,
en los que hasta el presente la hierba misma se rehusaba a florecer después de las
lluvias.
Es posible, sin embargo, que aun por algunos años, aquellos cuyas costum­
bres vamos a describir aqui, guarden en sus campamentos la ilusión de poder con­
servar bien que mal la herencia de sus mayores, gracias a la riqueza nueva e ines­
perada que traerá a sus jefes la explotación del petróleo.
Pero, desde ahora, todo el sistema social, intelectual y político que cubre su
existencia está condenado k muerte.
Esta consideración, un poco fúnebre, da un aspecto patético, que es un encan­
to más a la vida de los pueblos del desierto.
Los que van a morir representan el legado de largas generaciones de héroes.
Se reclaman descendientes de Antar o de Hathem Ettay, generosos ancestros de la
noble raza de Qahtan. Con ellos desaparecerá una gran tradición de la humanidad.
Es necesario decirlo: sólo penetraremos en el secreto de la vida beduina
haciéndonos por un instante de una alma de pastor. Tenemos que esforzarnos por
comprenderlos, tenemos que pensar como lo hacen los beduinos; abandonar nuestros
prejuicios, nuestra manera de contar el tiempo, de dividir el espacio, de prever el
futuro, de juzgar a los hombres y las cosas. Es al precio de este esfuerzo de mimetismo
que nos será posible descubrir bajo sus aspectos sórdidos, todo lo que comporta de
grandeza, a pesar de su pobreza, la civilización del desierto.”22
La Antropología, con el funcionalismo, deja de ser el mirador de la civiliza­
ción ante las costumbres “aberrantes”. Es el mirador de la sociedad industrial ante
la vida auténtica. Es una “huida romántica”, lejos de la cultura uniformada (seme­
janza en algunos aspectos con el Iluminismo del siglo XVIII).
Para el antropólogo que quiere construir una imagen fiel de la sociedad
indígena se impone la necesidad de “vivir lejos de los blancos, en completa convi­
vencia con indígenas”. Vivirá entre ellos como un miembro más de su sociedad.
El antropólogo rompe con el mundo blanco, más por razones metodológicas
que románticas, como se manifiesta en los ejemplos que acabamos de leer. T rata
de abolir su condición de europeo para hacerse una mirada desencarnada, objetiva,
pero sobre todo m irada no observada, no percibida
Fin la Antropología funcionalista el punto de vista comparativo se esfuma y
deja lugar a estudios monográficos sobre culturas que contienen lo que es necesario
para su comprensión.
El funcionalismo se define por contraste con las otras corrientes que lo han
precedido.
“Mientras nu haya usía teoría en el verdadero sentido empírico, es decir una
teoría que sirva de guía y orientación al observador, no puede hacerse una investi­
gación directa efectiva, pues las teorías conjeturales y reconstructivistas tienen una
influencia nociva directa sobre la investigación. El teórico reconstructivista, como el
evolucionista y el difusionista, se conduce ante cada elemento de cultura como un
extrato ante el contexto en que tal elemento se halla. El evolucionista se interesa
principalmente ante los hechos que se le antojan supervivencias de una época pasa­
da, en tanto que el difusionista ve ante todo una transferencia mecánica importada
de otra región geográfica. El uno traslada los hechos a un tiempo pasado, el otro al
espacio distante. Pero trasladan los hechos lejos del contorno real en que viven. De
esta suerte, todos los elementos de cultura, la idea, la costumbre, la forma de orga­
nización, la palabra, tienen que salir de su contexto y fijarse en cualquier esquema
imaginario.”23
Retomando, entonces, lo expuesto, la mirada, la concepción funcionalista con
respecto a los pueblos colonizados era una mirada que penetraba en la interioridad
de esas culturas, conllevando un relativismo implícito, muchas veces con una ac­
titud rom ántica semejante a la concepción iluminista.
Ahora bien, ¿qué efecto tuvo el medio ambiente colonial soore el surgimiento
del funcionalismo británico? Evidentemente, no se trata de una relación mecánica
ya que otros regímenes coloniales europeos no consiguieron producir escuelas de
antropología semejantes También hay que contar con la política del gobierno in­
directo como progenitor de la antropología funcionalista o de otra clase.
La perspectiva funcionalista, fue un experimento de análisis sincrónico que
tuvo sentido también en términos de la historia intelectual de la disciplina y que
produjo mejores etnografías que cualquiera de las formas de aproximación prece­
dentes. Ciencia Social del presente sincrónico que llega a su culminación en el
funcionalismo contemporáneo. Que abandona la optimista confianza en el progreso
y la reem plaza por el problema del orden y la cohesión. Incorporando la norma del
utilitarism o social: Utilidad para la sociedad.
Los antropólogos de este período pretendieron ser útiles al gobierno colo­
nial. Algunos lo fueron, otros no. Ya sea por haberse mantenido en un nivel aca­
démico o porque no supieron implementar adecuadamente conocimientos en pos de
una aplicación.
Este supuesto paréntesis que supuso el funcionalismo con respecto a la
valoración de superior/inferior adjudicados a Occidente y a los pueblos colonizados
respectivamente, resultó breve. Breve y restringido a los am bientes académicos, ya

30
que la sociedad en su conjunto y los administradores coloniales en especial, siguie­
ron manteniendo una concepción evolucionista en lo que hace a la valoración de los
grupos etnográficos.
A partir de la Segunda Guerra Mundial, se abandonan las concepciones
relativistas (por el conjunto de la sociedad y también en el ambiente académico de
las ciencias sociales), se asume un neoevolucionismo que mide el adelanto de las
sociedades hum anas por cantidad de energía consumida por habitante. Y el mundo
queda dividido en países “desarrollados” y países “subdesarrollados”.

II. 1. E l m odelo an tro po ló g ico clásico


¿Qué queremos decir cuando hablamos de Modelo Antropológico clásico?
¿Por qué Modelo? ¿y por qué Antropológico y Clásico?
Hablamos de Modelo porque pretendemos explicar y no meramente describir
lo que produjo la Antropología en la etapa en que rompe con lo precientífico y se
constituye como ciencia.
Explicar científicamente un fenómeno, en este caso la producción antropo­
lógica en un momento determinado de su historia, es establecer un esquem a con­
ceptual o modelo abstracto. Se trata de establecer una relación de representación
(re-presentar: hacer presente) entre dos sistemas de los cuales uno es más concreto
en relación a otro más abstracto.
No obstante, no existe la explicación radical, total y definitiva de un fenó­
meno. Sólo tiene un sentido relativo.
Las relaciones en los modelos son establecidas por un verdadero trabajo de
abstracción y por una comparación conscientemente realizada.
Y lo que se pretende con una explicación vehiculizada mediante la form ula­
ción de un modelo es buscar la intelección de los principios ocultos de las realida­
des que interpretan.
Además, como dice Bourdieu:'-'1 “En el uso corriente, el modelo proporciona
el sustituto de una experimentación a menudo imposible en los hechos y da el
medio de confrontar con la realidad, las consecuencias que esta experiencia mental
perm ite separar completamente aunque ficticiamente.”
Y agrega: “observa Lévi-Strauss que la ciencia social al igual que la física
no se construye a partir de los datos de la sensibilidad: el objetivo es construir un
modelo, estudiar >us propiedades y las diferentes maneras en que reacciona en el
laboratorio, para aplicar seguidamente esas observaciones a la intepretación de lo
que sucede empíricamente.2!)
I.a analogía entre los dos órdenes, el empírico y el del modelo se establece
no entre “cosas” que se ofrecerían a la percepción ingenua, sino entre objetos
conquistados contra las apariencias inmediatas y construidos mediante una elabo­
ración teórica.
Las hipótesis, los modelos, las teorías de todas las ciencias “se contruyen con
un trabajo que opera mediante la crítica y la destrucción de los sistem as nocionales.
La piáctica científica se define doblemente como una práctica de producción de
conceptos y de destrucción de la ideología de la que nace y de la que perm anen­
tem ente la acompaña.”26
Por eso, porque la práctica científica consiste en la destrucción de la ideo­
logía de los modelos que la anteceden, entendemos que interpretar ideológicamen­

31
i
te un texto, una práctica social o un conocimiento científico como es nuestro caso,
consiste “en establecer un nexo significativo entre los contenidos manifiestos del
texto, de la práctica, del conocimiento y una variable o un conjunto de variables
que forman parte de algún modelo del sistema socio-cultural”.27
Los productores del fenómeno social que se analiza sostienen valores vincu­
lados a las variables que se han tomado en cuenta. Y el análisis del fenómeno se
orienta a descubrir en él una cierta “concepción del mundo”, o una determ inada
imagen de la realidad (o de un sector de la realidad), concepción o imagen que se
explica en términos de la identidad social de sus portadores (productores-consumi­
dores).
H asta aquí tratam os de aclarar los elementos acerca de los modelos en las
ciencias que pueden sernos de utilidad.
En el comienzo, al encarar este capítulo nos preguntamos también por qué
hablábamos de un modelo antropológico y clásico.
Antropológico porque es el modelo que se construye desde la disciplina que
ejercemos, la Antropología, tal como la caracterizamos en páginas anteriores, y
Clásico porque es el Modelo Antropológico que se construye en una época en que
nuestra ciencia se consolida, acumulando un corpus de datos y un corpus teórico
que va a merecer el reconocimiento de la comunidad científica dentro de las Cien­
cias Sociales.
Y Clásico también porque ese Modelo va a incorporarse a la cotidianeidad
de los actores de la sociedad en su conjunto, como el resumen de contenido de las
ideas acerca de los “conjuntos sociales antropológicos”.
Va a resultar, además, muy costoso en tiempo y esfuerzo producir la ruptura
de ese Modelo, de esa “concepción del mundo” en lo que hace a los pueblos colo­
niales, o conjuntos sociales antropológicos”.
El Modelo Antropológico Clásico se construye, es formulado, desde nuestra
disciplina en los años 60-70, después de que la descolonización del mundo permite
ejercer la crítica correspondiente; y desde ese entonces dicha construcción va a ir
sufriendo las consabidas modificaciones. Quienes comienzan a formularlo van a ser
sus propios últimos usuarios. (L. Strauss: Antropología Estructural, cap. XVII.
Eudeba, 1984).
En síntesis, el Modelo Antropológico Clásico es una construcción científica,
abstracta, formulada por los antropólogos en la década 60-70 para explicar la
producción antropológica desde fines del siglo XIX hasta después de la Segunda
G uerra Mundial.
Este Modelo ha sido formulado aunque sea parcialmente en los escritos de
Lévi-Strauss (1958), de Redfield (1953) y críticamente en Balandier (1958), Mercier
(1966), Leclerc (1972), entre otros.
En nuestro país, E. Menéndez sistem atiza con claridad este Modelo. Y no­
sotros recurrirem os a esa sistematización.28
Queremos, señalar, en primer lugar, la unicidad del Modelo a pesar de la
existencia de diferentes tendencias teóricas a lo largo de 150 años de antropología:
difusionismo, evolucionismo,29 historicismo de Boas, funcionalismo de Malinowski,
estructuralism o de Lévi-Strauss , etc.
Por encima de esas diferentes corrientes, existe una forma común, un mo­
delo común en el antropólogo de percibir la realidad sociocultural que analiza.
Esta característica que supera momentos históricos concretos y tendencias
nacionales debe ser colocada en función de dos situaciones: una, “la unidad de

32
I
análisis”, que tradicionalniente ha tenido el antropólogo, la comunidad nativa,
otra, el origen y desarrollo del objeto de la Antropología, fundam entalm ente á
través de una perspectiva unificada por parte del observador, es decir, la situación
colonial, que caracterizáram os en páginas anteriores.
El tipo de sociedad que aborda la Antropología va a orientar sus teorías
generales.
El antropólogo opera sobre sociedades de dimensiones reducidas que fueron
por largo tiempo ignoradas por los demás especialistas de las ciencias sociales. Ha
relevado parte de su comprensión de la realidad social, justam ente a partir de
sociedades constituidas por no más de 250 a 1.000 personas.
Leemos en Linton, en su trabajo sobre los Comanches:30
Un pequeño grupo de campamentos o familias, se reunía unas cuantas veces
a] año, en los períodos de abundancia, para danzar. El mayor número de personas
que se reunía era de 200 a 300 y sus reuniones duraban tres o cuatro días, de
acuerdo con la cantidad disponible de alimentos. Esto fue lo más cercano a la orga­
nización de una congregación”.
En la misma obra de Kardiner, se incluye un estudio de Du Bois titulado
“Los Alorenses”: 31
“El valle tiene una población relativamente densa; dentro de un radio de 1600 m
hay 500 habitantes, divididos en cuatro aldeas con sus pequeños caseríos.
ATIMELANG se encuentra en la parte oriental del valle y tiene dos caseríos adscriptos.
FOLAFENG y FARAMASANG. La población total es de 180 habitantes. La aldea de
LAWATIKA está conectada íntimamente por relaciones de matrimonio con la de
ATIMELANG y su población se distribuye en tres caseríos en las accidentadas lade­
ras de la cañada de LIMBUR, por bajo del nivel del valle. En la parte occidental del
valle existen otras tres aldeas: DIKIMPE, con una población de 114 habitantes,
ALURKOWATI, con 95 y KARIETA con 56. Los 55 habitantes restantes viven en
chozas aisladas”.
Es esta unidad de análisis, reiteramos, una de las situaciones que va a dar
la im pronta básica de las características que el modelo tiene más allá de las
diferentes tendencias y momentos históricos. Esta particularidad se podrá ir de­
mostrando a medida que detallemos las distintas variables del Modelo.
Distinguimos en el Modelo Antropológico Clásico dos dimensiones, la dimen­
sión teórica y la dimensión técnica, con sus correspondientes interrelaciones.
La Dimensión Teórica está integrada por un conjunto de variables que se
corresponden con una determ inada concepción de los conjuntos sociales antropoló­
gicos, como ya señaláram os en páginas anteriores. Estas variables son: Objetivi­
dad, Autenticidad, Im portancia de lo cualitativo, Totalidad, Homogeneidad, y
Relativismo cultural.
El antropólogo pretende ser objetivo.
“... no se trata solamente de una objetividad que permita a quien la practica
hacer abstracción de sus creencias, preferencias y prejuicios, porque una objetividad
semejante caracteriza a todas las ciencias sociales... el tipo de objetividad a que
aspira la Antropología va más lejos: no se trata únicamente de trascender los valores
propios de la sociedad o grupo al que pertenece el observador, sino más bien de
trascender sus “métodos de pensamiento”, de alcanzar una formulación válida no

33
sólo para un observador honesto y objetivo, sino para todos los observadores posi­
bles” (L. Strauss. “Antropología Estructural”, p. 327).
Y por “trascender sus métodos de pensamiento”, entiende Lévi-Strauss ela­
borar nuevas categorías mentales, introducir nociones de espacio y tiempo, de
oposición y contradicción extrañas al pensamiento del observador, del antropólogo.
Trascender sus métodos de pensamiento pero a la vez considerar la existen­
cia del principio de la “identidad del hombre”. Por este principio el etnólogo estaría
en condiciones de descifrar desde una variante cultural los mensajes de otra va­
riante, contando con las reglas de transformación que permiten pasar de un código
a otro. “La existencia de este metacódigo es una condición de posibilidad del cono­
cimiento antropológico y consistiría en el repertorio finito de operaciones formales
que expresa las leyes mentales de la especie”. Serían esas invariantes las que
perm itirían conocer lo diferente.
Toda ciencia tiene un nivel de objetividad. La ciencia occidental se origina
como tal en la etapa renacentista-revolución industrial, se genera a partir de lo
que podemos llam ar una concepción del mundo religioso, es decir, se podía llegar
a conocer a partir de lo religioso, desde lo religioso. Cuando comienza la disolución
de esta organización religiosa, con la irrupción del mundo laico, se genera otra
posibilidad de conocer. Occidente va a encontrar las raíces de la nueva posibilidad
de conocer en el sujeto, en la dimensión psicológica e individual. Los fundamentos
del conocer estarían en la estructura psíquica, en el yo solo y aislado sin estar
subordinado a un grupo que lo determine y condicione. Los parám etros objetivos
se encuentran dentro del sujeto. Y ése va a ser el fundamento de objetividad de la
mayoría de las ciencias durante el siglo XVIII y parte del XIX.
En el siglo XIX se plantea que esta objetividad es menor para las ciencias
hum anas y sociales que para las naturales.
Ya que m ientras que los objetos a conocer eran objetivos, ajenos a la propia
persona, como se conoce algo que está muy fuera de uno, en esa externidad se tiene
el patrón que de alguna manera garantiza la objetividad del conocimiento.
El problema se plantea cuando, a partir de la revolución industrial, la
Antropología y la Sociología se ponen a conocer al sujeto en sí mismo, a la sociedad
que realim enta a ese sujeto. Entonces ya no se trata de que el sujeto conozca la
piedra, ni la fórmula química, sino que comienza a conocer la interioridad de lo
social.
Y ahí comienzan las famosas discusiones respecto del conocimiento com­
prensivo o explicativo en Sociología, Antropología y Psicología; explicar, conocer
desde afuera, comprender, conocer desde adentro. Este problema que domina los
150 años de desarrollo del conocimiento en Ciencias Humanas, es resuelto por la
Antropología de la siguiente manera: asume a la objetividad como un conocimiento
desde afuera, conocer a partir de otro grupo social, no desde adentro del propio
grupo. ¿En dónde busca la externidad? La busca en otras culturas. Se va a superar
la instancia “de que yo, como sujeto que conozco desde adentro, conozco con mis
categorías a priori”. Se supera identificando a la objetividad con pueblos que están
fuera de la propia cultura.
Entonces el sociólogo, el psicólogo, el geógrafo humano, el historiador, que­
dan como los subjetivos, porque siguen conociendo en la interioridad de su propia
cultura, m ientras que el antropólogo —siempre según la formulación de Levi-

34
Strauss— se libera de esa carga de subjetividad; que tiñe su observación y que no
le perm ite ver las estructuras inconcientes con que se maneja.
La m anera de acceder a las estructuras inconscientes de los “otros” es ha­
cerlo comparativamente. Comparando estructuras inconscientes ajenas a nuestra
propia sociedad. Esto podemos ilustrarlo con lo formulado por otro antropólogo
perteneciente a una corriente diferente de la de Lévi-Strauss. Oscar Lewis plantea
el mismo problema de objetividad del antropólogo y lo hace de la siguiente forma:
Si se tiene que estudiar la cultura mexicana, como norteamericano se lo
teñirá con los propios patrones, aunque se trate de tener la propia conciencia al
descubierto. La única forma de poder llegar a un conocimiento total donde se
establezca un control comparativo es que haya tres o cuatro antropólogos de dife­
rente nacionalidad y de culturas muy diferentes. De tal m anera que en la
realimentación comparativa, cada uno, de alguna manera, borre y destiña la sub­
jetividad que el otro pone en el objeto. Es decir, que si se quiere estudiar la familia
norteam ericana, se hará junto a un esquimal, un europeo, un nigeriano, etc.
Ahora bien, de todos los científicos sociales, el antropólogo es el que sostiene
una relación más inm ediata con el objeto; el antropólogo convive con el objeto, ¿qué
implica convivir?: es arriesgar la propia subjetividad en el trabajo con el otro, y
entonces esa subjetividad la va a desarrollar en la externidad. Planteado así,
nunca se podría hacer Antropología dentro de la propia sociedad, de la propia
cultura. Y en estos momentos en que los grupos etnográficos van desapareciendo,
¿sobre quiénes se va a ejercer la objetividad del antropólogo?, ¿sobre una ilusión
de grupos que desaparecieron? Y ésa es la últim a vuelta de tuerca en el planteo
de Lévi-Strauss. El anuncio del fin de la Antropología.
Esa calidad de “extraño” del antropólogo frente a las sociedades y culturas
que ha elegido estudiar puede llegar a trasladarse a su propia sociedad. En una
fórmula que sería más o menos así: pretensión de objetividad en el estudio de los
“otros” y de “nosotros” como si fuéramos “otros”.
A fines de los años '50 surge la siguiente crítica a la objetividad así definida
del antropólogo.
Es la crítica que va a partir de los propios “objetos” que se colocan como
sujetos de conocimiento, se conocen al mismo tiempo que se abren a la liberación.
Por ejemplo, el planteo que Fanón incorpora a la discusión a fines de los
años '50 critica el pretendido objetivismo antropológico, planteado en términos de
Levi-Strauss.
Según Fanón, el proceso colonial operado sobre los países dependientes con­
dujo a las culturas colonizadas a un replegarse, a un reprimirse, ocultarse en sí
mismas. Es decir, frente a la invasión, que suponía la expoliación en todos los
sentidos —desde lo económico hasta lo cultural—, los grupos llamados etnográficos
(Ghana, Argelia, Vietnam, etc.) se repliegan sobre sus propios patrones culturaos,
de tal m anera que dan al colonizador no su profundidad, sino la apariencia externa
para poder convivir.
De acuerdo con Fanón, el pueblo, la mujer, la familia argelina se meten
dentro de los patrones más tradicionales y los desarrollan en su propia cotidianeidad,
pero en la medida en que se conecta con el colonizador, lo que le da es lo que éste
quiere que le de, es como si viviera la vida en dos planos, uno para el colonizador
y otro para sí.
Así los argelinos consideran que:

35
“Entre las cosas incomprensibles del mundo colonial es citado abundantemen­
te el caso de la mujer argelina. Los estudios de sociólogos, islamistas, juristas abun­
dan en consideraciones sobre la mujer argelina.
Ya sea que se la describa como esclava del hombre o como soberana incues­
tionable del hogar, el status de la mujer argelina es motivo de discusión entre los
teóricos.
Otros, igualmente autorizados, afirman que la mujer argelina “sueña con
liberarse”, pero que un patriarcado retrógrado y sanguinario se opone a su deseo
legítimo.
Es un dato constante entre los intelectuales colonialistas, el de transformar
el sistema colonial en “caso sociológico”. Tal país, dirán, solicitaba, requería la con­
quista. Así, para tomar un ejemplo célebre, se ha descripto un complejo de depen­
dencia (psicológico) entre los malgaches.
La mujer argelina es “inaccesible, ambivalente, con un componente masoquis-
ta”. Son descriptas conductas precisas que ilustran esas diferentes características.
La verdad es que el estudio de un pueblo ocupado, sometido militarmente a una
dominación implacable, requiere garantías difíciles de conseguir. No es solamente la
tierra la que está ocupada, no son sólo los puertos y los aeródromos. El colonialismo
francés está instalado en el centro mismo del individuo argelino y ha emprendido un
trabajo incesante de expulsión de sí misrno, de mutilación racionalmente perseguida.
No hay una ocupación de territorio y una independencia de las personas. Es el país
global, su historia, su pulso cotidiano los que son cuestionados, desfigurados, en la
esperanza de un definitivo aniquilamiento.
En estas condiciones, la respiración del individuo es una respiración ob­
servada, ocupada. Es una respiración de combate. De ahí que los valores reales
del ocupado adquieran, rápidamente, el hábito de existir clandestinamente. Fren­
te al ocupante, al invasor, el ocupado aprende a esconderse, a ser astuto Al escán­
dalo de la ocupación militar, él opone el escándalo del contacto. Todo encuentro
entre el ocupado y el ocupante es mentiroso”. (Fragmento de “Resistencia Argeli­
na”, periódico del Movimiento de Liberación Argelino del 16 de Mayo de 1957,
citado por F. Fanón). 32
Según este planteo, la ciencia occidental sólo habría podido captar de los
grupos etnográficos la imagen más externa y superficial, es decir, la imagen que
el colonialismo le permitió recibir en su proceso de relación. Plantearía que todo
lo que la Antropología y las demás ciencias hum anas han relevado respecto de los
países colonizados es falso, ya que lo que ha recibido no es más que lo superficial.
De alguna manera, el planteo de Fanón descalifica la totalidad del conoci­
miento antropológico.
Este planteo es uno de los núcleos fundamentales de lo que se podría llam ar
la teoría social de las corrientes populistas: es decir, cuando un grupo social es
colonizado oprimido, el grupo social como un todo indiferenciado se repliega sobre
su propia totalidad y alcanza la autenticidad nacional, racial, étnica en sí mismo
y después reactúa contra el opresor, también, como una totalidad indiferenciada,
homogénea e indiscriminada.
El planteo de Fanón es un planteo político, pero, es m enester insistir, esta­
blece una crítica radical al relevamiento operado por el antropólogo. Frente a esta
crítica ¿qué pueden hacer los antropólogos?
La Antropología británica plantea que el término medio de permanencia en
el “terreno” para realizar un relevamiento antropológico es de dos años; el antro­
pólogo coactúa, tiene que lograr un status particular, dentro del grupo que preten­
de conocer, pero el grupo reactúa de una manera determinada, contra todo cuerpo

36
extraño que pretenda incorporarse; lo que pasa es que aquí hay que recuperar la
particularidad de la antropología. Una cosa es rechazar a un sujeto que viene,
toma la entrevista y desaparece, y otra cosa es el rechazo de un individuo que
comienza a vivir y se queda dos años con ese grupo. Un antropólogo debe recuperar
el conocimiento de la totalidad que lo implica como persona.
También aparece el principio de la reciprocidad en el trabajo de campo. Es
en esta dimensión donde adquiere relevancia, en cierta medida, el hecho cualita­
tivo que significa para el antropólogo la convivencia con el grupo etnográfico.
En Evans-Pritchard33 se evidencia la importancia de las observaciones de
Fanón cuando relata sus dificultades para obtener información a causa de proble­
mas de desconfianza y hostilidad motivados por situaciones de violencia colonial
concretas. Pero, a diferencia de éste, se muestra también la posibilidad de acceder
al conocimiento de la cultura a estudiar.
“Mi estancia en Muot dit (aldea del Sudán) fue feliz y productiva. Entablé
amistad con muchos jóvenes nuer, que trataron de enseñarme su lengua y mostrar­
me que, aunque fuese un extraño, no me consideraban molesto.
Cada día pasaba horas pescando con aquellos muchachos en los lagos y con­
versando con ellos en mi tienda. Empecé a sentir que iba recuperando la confianza,
y me habría quedado en Muot dit si la situación política hubiera sido favorable.
Fuerzas del gobierno rodearon nuestro campamento una mañana al amanecer, hicie­
ron registros en busca de dos profetas que habían sido dirigentes en una rebelión
reciente y amenazaron con tomar más, si no les entregaban a los profetas. Me sentí
en una posición equívoca, pues aquellos incidentes podrían repetirse...
...En cualquier época habría sido difícil hacer investigaciones entre los nuer
y en el período de mi visita se mostraban extraordinariamente hostiles, pues la
reciente derrota que les habían infligido las fuerzas gubernamentales y las medidas
adoptadas para garantizar su sometimiento definitivo les habían provocado profundo
resentimiento.
...los nuer son expertos a la hora de sabotear una investigación y, hasta que
no ha vivido uno con ellos durante varias semanas, frustran constantemente toda
clase de esfuerzos para deducir los hechos más simples y para aclarar las prácticas
más inocentes.”

Y E. Pritchard transcribe un diálogo para demostrar la afirmación anterior:


Yo: ¿Quien eres tú?
Cuol: Un hombre
Yo: ¿Cómo te llamas?
Cuol: ¿Quieres saber mi nombre?
Yo: Sí.
Cuol: ¿De verdad quieres saber mi nombre?
Yo: Sí, has venido a visitarme a mi tienda y me gustaría saber quién eres.
Cuol: De acuerdo. Soy Cuol. ¿Cómo te llamas tú?
Yo: Me llamo Pritchard.
Cuol: ¿Cómo se llama tu padre?
Yo: Mi padre se llama también Pritchard.
Cuol: No. Eso no puede ser cierto. No puedes llamarte igual que tu padre.
Yo: Así se llama mi linaje. ¿Cómo se llama tu linaje?
Cuol: ¿Quieres saber el nombre de mi linaje?
Yo: Sí.

37
Cuol: ¿Qué harás si te lo digo? ¿Te lo llevarás a tu tierra?
Yo: No quiero hacer nada con él. Simplemente quiero conocerlo, puesto que
estoy viviendo en tu campamento.
Cuol: Bueno, somos los Lou.
Yo: No te he preguntado el nombre de tu tribu. Ya lo sé. Te pregunto el
nombre de tu linaje.
Cuol: ¿Por qué quieres saber el nombre de mi linaje?
Yo: No quiero saberlo.
Cuol: Entonces, ¿por qué me lo preguntas? Dame un poco de tabaco.
En esta dimensión puede recuperarse una instancia, que parcialmente su­
pera las críticas de Fanón, aunque no totalmente.
Por todo lo dicho, señalamos que ante una monografía antropológica corres­
pondería asum ir una “crítica de fuentes”, analizar y tener presente la situación
colonial concreta en la que fue recogida la información para realizar la monografía
o descripción de ese conjunto social.
En cuanto a esta variable de “Objetividad”, que integra el Modelo Antropo­
lógico Clásico, destacaríamos que, dentro de la pareja cognoscente, el sujeto que
conoce no prescinde de sus métodos de pensamiento de una m anera taxativa, tal
como la formulación clásica postula; sin embargo al abocarse al estudio de una
sociedad distinta de la suya, el antropólogo utiliza pautas de relativismo que, si
bien no lo colocan en un lugar neutro de observación, le perm iten efectuar una
aprehensión original de su objeto de conocimiento.
Por su parte, el sujeto que es conocido, “el otro cultural”, la comunidad
nativa, el pueblo colonizado, se resiste a ser conocido, sabedor de que con ese
conocimiento se va a ejercer poder sobre él. Resistencia, que no invalida en su
totalidad el conocimiento logrado, pero que hay que tener en cuenta para la eva­
luación de ese saber.
Por otro lado, como no hay “punto final” en la historia de las ciencias, las
vicisitudes de esta “objetividad” están presentes en la formación de los antropólo­
gos puesta en acto en el momento de ejercer como tales.
O sea, que se le reconoce la peculiaridad de m ira al antropólogo, pero dán­
dole su alcance debido. Lo que en palabras de Popper34 sería:
“No pretendo en modo alguno negar que debemos a la Antropología Social el
descubrimiento de cosas interesantes e importantes, ni que es una de las ciencias
sociales a la que mayor éxito ha acompañado. Reconozco asimismo de buen grado
que para los europeos no deja de ser altamente interesante y atractiva la posibilidad
de observarnos y examinarnos a nosotros mismos a través del prisma del antropólogo
social. Ahora bien, aunque este prisma es quizás más coloreado que otros, no por ello
es más objetivo. El antropólogo no es ese observador de Marte que cree ser y cuyo
papel social intenta representar no raramente ni a disgusto; tampoco hay ningún
motivo para suponer que un habitante de Marte nos vería más “objetivamente” de
lo que por ejemplo nos vemos a nosotros mismos.”
Como extensión de esta variable de objetividad ha quedado dentro de la
perspectiva, de la m irada antropológica, la detección, la consideración de lo obvio.
Ser “objetivo” para un antropólogo ha pasado a ser el plantearse que las
cosas m ás difíciles a las que se puede llegar a acceder, son las más obvias, es decir,
las cosas cotidianas y “normales”. Lo obvio es lo que se levanta en el camino de

38
uno, en frente de uno o contra uno. Uno tiene que empezar a reconocer que existe
para uno mismo.
Menéndez desarrolla el siguiente ejemplo de lo obvio: una cosa simple, una
cosa sabida por todos es que según el grupo o clase social a la que se pertenece,
se muere de determinada manera; este hecho tan obvio, ha accedido sólo recien­
temente a los encargados de curar y de enfrentarse con el problema de morir —
los médicos—. También se mostraba oculto para los científicos sociales y en gene­
ral, para nuestra cultura como personas. Es decir, el hecho de que la gente de clase
baja sea atendida y muera de una determinada manera, en un hospital de deter­
minado tipo; y que la gente de clase media (haciendo categorías muy amplias),
pueda morir de otra forma, ha sido puesto al descubierto últimamente por los
etnosociólogos y antropólogos.
En un trabajo de investigación, David Sudnow38 analiza en los EE.UU. dos
estructuras hospitalarias para pacientes desahuciados muy diferentes. Trabaja
seis meses en cada uno de esos hospitales: un hospital para gente de bajos recursos
y un sanatorio privado. Sudnow toma el rol de antropólogo dentro de esos grupos
y releva las relaciones que los médicos tienen con los pacientes y con las familias
de los pacientes. Las conclusiones a las que llega indican que las relaciones esta­
blecidas por los médicos con sus pacientes, contribuyen en forma muy significativa
a acelerar el proceso de muerte o de curación de esos enfermos. Dentro del tipo de
material que estudia Sudnow está lo que recoge, por ejemplo, en las guardias
hospitalarias. En la guardia del hospital para gente de bajos recursos (negros y
puertorriqueños) existía una especie de diccionario que recuperaba el léxico, o sea
las formas idiomáticas, que estas personas de clase bfya y de origen racial negro,
tenían para referirse a sus enfermedades incurables. Este léxico se pasaba de año
en año y era a través del mismo como los médicos se relacionaban “en broma” con
sus enfermos incurables. El médico está “curando”, sin embargo recibe al otro
“cargándolo”, sabiendo tanto él como el enfermo que se va a morir.
Cuando Sudnow muestra esta documentación y les reitera este imperativo:
‘JUstedes tienen que curar”, es como si de golpe, lo obvio, que es curar, apareciera
objetivado de una manera distinta.
Es tan obvio que las culturas están alienadas por cosas que se van norma­
lizando, aún cuando contradigan la definición inicial de lo que deben ser, que ya
ni son percibidas en la propia cotidianeidad, porque están negadas en función de
esa misma cotidianeidad.
Éste es el tipo de trabfgo que se puede producir si se trabaja con la categoría
de lo obvio.
A partir también de las características de la unidad de análisis, Lévi-Strauss
presenta a la investigación antropológica orientada hacia el estudio de casos y los
niveles de autenticidad. Para la concepción clásica de la Antropología, en los “con­
juntos sociales antropológicos”, las relaciones entre los individuos tienen un carác­
ter directo, personal auténtico. “Sin duda, las sociedades modernas no son entera­
mente inauténticas. Si se consideran atentamente los puntos de inserción de la
investigación antropológica, es dable comprobar que, al interesarse cada vez más
en el estudio de las sociedades modernas, la Antropología se ha dedicado a reco­
nocer y aislar en ellas, niveles de autenticidad. Lo que permite que el etnólogo se
sienta en terreno familiar cuando estudia una aldea, una empresa o un vecindario
de una gran ciudad es el hecho de que todo el mundo, poco más o menos, conoce
allí a todo el mundo.” (Lévi-Strauss: “Antropología Estructural”, p. 331).

39
Otros autores llaman al nivel de autenticidad, orden moral o nivel moral
(Park, Redfíeld):
“Por tanto, el orden moral se basa siempre en lo que es peculiarmente huma­
no —sentimiento, moralidad, conciencia— y en primer lugar surge en los grupos en
que la gente está íntimamente asociada una con otra... la frase “orden moral” apunta
a la naturaleza de los vínculos que existen entre los hombres más que a una cate­
goría del contenido de la cultura...”36
...“El orden moral se nos torna vivido cuando pensamos en los Arunta de
Australia quienes se reúnen para hacer cada hombre su parte, privándose de comida
haciendo las señales sagradas o ejecutando las danzas sagradas para que la hierba
vvitchetly sea numerosa y todo el grupo pueda así seguir encontrando su alimento.
O en la vieja familia china cuando realiza los rituales para sus antepasados” (Redfíeld,
op. cit. , p. 37).
Este tipo de relaciones que según el modelo clásico existe entre miembros de
los conjuntos antropológicos determ inaría también el tipo de conocimiento que
puede tenerse de los mismos. Cabría obtener un conocimiento de las relaciones
profundas y no superficiales, de una comunidad.
E stas relaciones auténticas y profundas se obtienen en virtud del trabajo en
una unidad pequeña, que permite las relaciones directas, no mediatizadas, con
todos y cada uno de sus miembros. Significa, en palabras de Lévi-Strauss, recoger
mecánicamente la realidad y no estadísticamente. Nivel de autenticidad significa
que una persona no representa a otras personas, sino que se representa a sí
misma; que toda persona sigue siendo persona en la instancia de la información
que ofrece, significa que no es un simple ente abstracto, un ente numérico, sino que
representa la autenticidad de sí misma.
Esto conduciría a dos formas no opuestas pero sí diferentes de conocer, un
conocimiento de tipo cualitativo frente a un conocimiento de tipo extensivo.
Teóricamente todo conocimiento antropológico tiende a cualificar el objeto,
teóricamente todo tipo de conocimiento sociológico tiende a ser extenso, es decir,
a establecer una simplificación del Objeto de trabajo.
Esa información cualificada que se obtiene, en virtud de las características
de la unidad de análisis, se relaciona con la dimensión técnica, como señalaremos
en su oportunidad .
También hay una preferencia por los contenidos cualitativos de la cultura en
la información que recogen los antropólogos clásicos, una focalización en lo
superestructura!; tal orientación ha conducido a la Antropología a valorizar ciertos
aspectos de la realidad social: los sistemas de valores, el universo de los símbolos,
los comportamientos y las actitudes. Dicha ciencia ha subestimado, en cambio, los
aspectos m ateriales (cantidad y distribución de los hombres, cantidad y distribu­
ción de las riquezas producidas: la base demográfica así como la base económica)
los cuales no tienen menos importancia en las sociedades llamadas prim itivas que
en las nuestras. 37
Eso que acabamos de transcribir fue cierto para el período clásico, pero
luego la Antropología económica, por ejemplo, tuvo un auge y un desarrollo muy
auspicioso.
Lévi-Strauss señala a la Totalidad, como la segunda gran ambición de la
Antropología, después de la objetividad.
Las sociedades de dimensiones reducidas sobre las que comienza a trabajar

40
la Antropología fueron por largo tiempo ignoradas por las demás ciencias sociales.
Es por esto, por ser el investigador único, exclusivo, por lo que debía llevar a cabo
una investigación total relevando datos ecológicos, históricos, sociológicos, lingüís­
ticos, económicos, artísticos, etc.
“La naturaleza de su investigación lo llevaba así a descubrir más fácilmente
la vida social como un “todo” cuyos elementos están orgánicamente ligados unos a
otros: este aspecto explica la exigencia de totalidad expuesta por la mayoría de los
antropólogos” (Balandier, op. cit., p. 122).
Pero, ¿cuál es el resultado de esta inquietud abarcadora y totalizadora? Nos
encontramos frente a monografías, construidas a partir de los datos proporciona­
dos por la observación que presentan un modelo general de la cultura y de la
sociedad, ilustrando cada relación, cada costumbre, con un “caso” apropiado. La
vida social queda desmenuzada y a veces esta acumulación de descripciones puede
impedir que aparezcan las relaciones fundamentales que existen entre los fenóme­
nos estudiados. Se alcanza así una falsa totalidad, la verdadera es la de los pro­
cesos concretamente estudiados en sus relaciones.
“Debe señalarse, sin embargo, que a nivel descriptivo inmediato, a nivel
fenoménico, una gran parte de esta producción describió realm ente los fenómenos,
es decir, expresó la realidad dada, una realidad que daba cuenta de determinados
hechos, pero que negaba en sus descripciones inm ediatas otros hechos que por otra
parte demostraron ser los estructurales.
En sus descripciones no aparecían las formas de dominación, el cuestiona-
miento de la hegemonía local. La escotomización38 de los "universos culturales” y
la concentración del enfoque no en los procesos sino en los acontecimientos cultu­
rales condujo a gran parte de la producción antropológica a generar detalladas
monografías de hechos que se resolvieron históricamente, pero no a través del
marco conceptual utilizado”. ;59
En otras palabras, la totalidad es asumida, acordando a los sistem as cultu­
rales una casi total autonomía o disolviendo la realidad social en la realidad cul­
tural, olvidando las complejas relaciones que esos dos órdenes mantienen.
Esa autonomía, autosuficiencia o aislamiento que va a ser desmentida por
investigaciones posteriores, la encontramos formulada explícitamente en autores
del Modelo Clásico:
“La sociedad folk (conjunto social antropológico) es una sociedad aislada. Pro­
bablemente no existe una sociedad en el mundo cuyos miembros ignoran, de una
manera absoluta, la existencia de otro pueblo distinto del de ellos; los andamaneses40
muy a pesar de que, durante siglos, los navegantes se aprestaron de sus islas, tenían
conocimiento de gentes extrañas a ellos y ocasionalmente entraron en contacto con
visitantes malayos y chinos. Sin embargo, las sociedades folk que conocemos están
integradas por gente que tiene poca comunicación con otra gente distinta de la de su
grupo, y concebimos como la sociedad folk tipo, la que está formada por personas que
no tienen contacto con ningún individuo que no pertenece a su sociedad” (Redfield:
“La sociedad folk”).
Esta concepción de la totalidad de la pequeña sociedad que la deja aislada
de otros contextos más amplios que la explicarían más eficazmente, nos recuerda
las reflexiones de Laing (Lo obvio, 1969), cuando afivma que para que los aconte­
cimientos sociales sean inteligibles, para que los podamos entender verdaderam en­
te. los tenemos que situar en un contexto tempo-espacial.

41
A m edida que partiendo de las m icrosituaciones nos elevamos a las
i

macrosituaciones, descubrimos que la aparente irracionalidad de la conducta en


una escala pequeña cobra una determinada forma de inteligibilidad cuando la
vemos en su contexto más amplio.
Recordamos al respecto el caso de las comunidades mejicanas estudiadas
por Redfield, quien había descripto sus actividades económicas como efectuadas
dentro de los límites de la comunidad, y no había podido registrar el hecho de que
los campesinos trabajaban como proletarios rurales en las plantaciones de henequén,
que se encontraban próximas. Y justam ente, el impedimento para realizar este
registro había sido su concepción de comunidad total, autosuficiente (“También
podemos pensar que la sociedad folk ideal es como un grupo económicamente
independiente de cualquier otro: el pueblo produce lo que consume y consume lo
que produce”. Redfield: “La sociedad folk”.)
Situación que se revierte cuando tiempo más tarde, otro investigador, Sid-
ney Mintz, observa y registra las relaciones de las comunidades con las instancias
territoriales y económicas más amplias.
Entonces, salvando esas situaciones de totalidad, recuperaríamos como po­
sitivo el esfuerzo por captar la totalidad del hombre que actúa y produce en el
marco de un sistem a de relaciones sociales. Y señalamos, además, que en su
desarrollo, nuestra disciplina ha generado conceptos que expresan esa totalidad,
ya se trate del sistem a de las producciones y obras hum anas —concepto de cultu­
ra—, ya se trate del sistema de las relaciones sociales —conceptos de estructura
y de función.
La sociedad “tradicional” parece más homogénea que nuestras sociedades.
El modelo de parentesco aparece como el elemento significativo de la orga­
nización social, el elemento que le confiere estructuración y sentido. “Son socieda­
des basadas en relaciones personales, en vínculos concretos entre individuos” (los
de parentesco).
Las configuraciones de estas relaciones se realizaban mediante hechos de­
rivados de las diferencias de edad, sexo y conexión familiar.
La homogeneidad de tal sociedad, que sólo reconoce las diferencias mencio­
nadas de sexo, edad y status en el sistema de parentesco:
“No es una homogeneidad en la que todo el mundo hace lo mismo, al propio
tiempo. Las personas son homogéneas por cuanto comparten la misma tradición y
conciben de igual manera lo que deba entenderse por buena vida. Hacen la misma
clase de trabajo y rinden culto, se casan, sienten vergüenza u orgullo de la misma
manera y en circunstancias semejantes. Pero en un momento determinado, los miem­
bros de la comunidad primitiva quizás se encuentren realizando cosas notablemente
distintas: las mujeres quizás busquen raíces comestibles mientras los hombres ca­
zan; algunos hombres se habrán ido a la guerra en tanto que los que se quedaron
en casa realizan un rito para propiciar su éxito. En las actividades que tienen como
fin ganarse la vida materialmente quizás se divida el trabajo entre los distintos
hombres o entre las diversas mujeres”.’1
Se trata, entonces, de la realización de actividades especiales, según las
diferencias de status, a la vez que mancomunadas en la consecución de un fin
determinado y por todos compartido.
Para ejemplificar lo que dijimos acerca de las diferencias de status (sexo,
edad, parentesco) citamos el ejemplo de los isleños de Andamán:

42
“En cada campamento hay una triple distribución de chozas para solteros,
solteras y parejas casadas, interponiéndose este último grupo entre el de hombres
solos y el de mujeres solas. Incluso dentro de cada hogar se tiene cuidado de apartar
a los solteros del sexo opuesto y de que las parejas casadas ocupen el espacio inter­
medio. Esta clasificación por status conyugal y sexo no equivale a una simple gra­
duación por edad como la que se encontrará en otras partes, ya que incluso las
viudas ancianas moran en una de las chozas destinadas al uso de las solteras. No
obstante, se establece indirectamente una apreciable correlación con el factor edad,
ya que en las tribus pnmitivas, por lo regular, el matrimonio pocas veces se difiere
hasta mucho después de la madurez fisiológica de la joven, y además no parece que
en las Islas Andamán existan obstáculos económicos para que los hombres se casen
pronto. En verdad, el papel que en la conciencia nativa tienen la edad y sus correlatos,
el estado civil y la condición de padre se advierte con claridad en la abundancia del
vocabulario correspondiente, que permite una definición nada ambigua de cualquier
individuo de uno u otro sexo con referencia a la edad y al status matrimonial. De este
modo, un niño pequeño es designado con un determinado término durante el primer
año, con otro durante el segundo, con uno ulterior durante el periodo del cuarto al
décimo, y otro del undécimo al duodécimo. Se diferencia al hombre que se ha casado
hace unos meses del que lo ha hecho hace pocos días y al padre en perspectiva del
que lo es en realidad. En cuanto a esposas y madres, existe un refinamiento seme­
jante en la nomenclatura. Sin embargo, los términos más significativos en cuanto
atañe al status se cuentan entre los que se refieren a la iniciación de niños y niñas
en su carácter de miembros plenos de la tribu. Las ceremonias pertinentes requieren
especial atención.”
Este ejemplo nos ilustra acerca del tipo de información que los estudios
antropológicos clásicos privilegian en lo que hace a las diferencias significativas en
el interior de los grupos.
Sin embargo, habría otras diferencias significativas además de las mencio­
nadas que no habrían sido registradas. Nos referimos a las resultantes de la
distribución desigual de riquezas y de poder.
Cuando Balandier menciona la heterogeneidad de las sociedades coloniales
proporciona el ejemplo de los Hausas de Nigeria: “Existen sociedades estatales
(con Estado) con jerarquías sociales convergentes e imbricadas. Tal es el caso de
los estados H ausas de Nigeria septentrional. En un sistema de ‘extrem a comple­
jidad’ operan de modo convergente jerarquías de orden étnico, funcional, de status,
político administrativo y religioso, aunque subsisten las antiguas jerarquías de
clanes...”.43
Heterogeneidad y homogeneidad que, por otra parte, no serían generalizables
ni la una ni la otra, ya que no se puede poner bajo la misma consideración a la
sociedad china o a la sociedad india, a los reinos africanos o a las sociedades de
América Latina,
Vamos a considerar, por último, la variable del relativismo cultural, que es
inherente a la concepción clásica de la antropología.
Relativismo cultural significa que los valores expresados en cualquier cultu­
ra han de entenderse y de juzgarse solamente de acuerdo con la forma en que los
miembros de una cultura ven las cosas que dan vida a la misma. Que al comparar
una sociedad poligámica con una sociedad monogámica no tenemos ninguna forma
válida de afirm ar que una es mejor que la otra. Ambas satisfacen necesidades
hum anas, cada una tiene valores que le son propios y que se validan desde el
punto de vista del hombre que vive en uno o en otro sistema.

43
M. Herscovits en “El Hombre y sus obras” es el antropólogo que ha estudia'
do en detalle este principio. La obra de R. Benedict: “Patterns of Culture”44 es un
ejemplo de relativismo cultural. En ella leemos la postura con la que la autora va
a mirar los materiales recogidos en los conjuntos antropológicos que analiza:
“La señal distintiva de la Antropología entre las ciencias sociales esté en que
ella incluye para un estudio más serio a sociedades que no son la nuestra. Para sus
propósitos, cualquier regulación social del matrimonio y la reproducción es tan sig­
nificativa como la nuestra, aunque ella sea de los Kwakiutls y no tenga relación
histórica alguna con la de nuestra civilización. Para el antropólogo nuestras costum­
bres y las de una tribu de Nueva Guinea son dos posibles esquemas sociales respecto
de un problema común, y en cuanto permanece antropólogo se ve precisado a evitar
toda inclinación de la balanza en favor de uno a expensas del otro. A él le interesa
la conducta humana, no ta] como está modelada por una tradición, la nuestra, sino
tal como ha sido modelada por cualquier otra tradición. Está interesado en la gran
gama de la costumbre tal como se encuentra en culturas varias. Y su objeto es
entender el modo en que esas culturas cambian y se diferencian; las diversas formas
a través de las cuales se expresan y la manera en que las costumbres de los pueblos
accionan en las vidas de los individuos que los componen. “
El relativismo cultural es una doctrina que prescribe la benevolencia, que
postula una neutralidad ética para la cual todas las culturas son igualmente vá­
lidas. El hincapié que hace en el valor de muchas formas de vida, no de una so!a,
es una afirmación de los valores de cada cultura Redfíeld (1963, op. cit. ) pone en
tela de juicio estas afirmaciones:
“El antropólogo, pues, es neutral éticamente, pero, al contrario de aquel a
quien el partidario le preguntó “¿en favor de quién eres neutral?”, el antropólogo es
neutra] en favor de todos. Ésta, por lo menos, es la forma en que el antropólogo
representa su postura. A mí me parece que puede dudarse de que tendrá éxito en
la tarea de vivir a la altura de su doctrina”.
¿Cuáles son las dificultades y las ambigüedades que presenta este principio?
Algunas fueron señaladas desde el interior mismo del grupo de los antropó­
logos del modelo clásico, otras pertenecen a la crítica posterior a la descolonización.
Entre las primeras se señala la contradicción lógica que supone la aplicación del
principio a toda manifestación cultural cualesquiera sean sus valores.
Con tal declaración se autorizaría a los pueblos cazadores de cabezas a
seguir cazando cabezas, por estar dentro de sus tradiciones; a que sigan practican­
do la tortura a las culturas que la practican; al infanticidio, a la brujería con
peijuicio de terceros, etc.
Es cierto que los que acabamos de señalar son casos límite, pero nos mues­
tran que el principio no puede pasar la prueba de la lógica. 45
Esta doctrina fue formulada en tiempos del nazismo, y cuando aplicando la
misma se redacta en 1947 la Declaración de los Derechos Humanos, se incluye un
párrafo con el que se salvaba de esta manera la dificultad que estamos señalando:
“...inclusive donde existan sistemas políticos que nieguen a los ciudadanos el
derecho de participar en su gobierno, o que traten de conquistar a pueblos más
débiles, se pueden invocar los valores culturales subyacentes para lograr que la
gente de esos estados se percate de las consecuencias de los actos de sus gobiernos.”

44
Con lo cual esta doctrina se contradice a sí misma, o valen todos los valores,
o se sostiene que algunos de ellos deben prim ar sobre los otros. Ya que al hacer
referencia a los valores subyacentes se está esperando una “buena elección de
Valores” y no se está sosteniendo que todas las elecciones sean igualmente buenas
y válidas.
Una situación equivalente, señala R. Bastide,46 está contenida en un docu­
mento que se conoce con el nombre de Acta de Reorganización de los Indígenas y
trata de la colonización de los pueblos nativos de los Estados Unidos. En ella se
expresa que la cooperación económica entre el blanco y el indio no podrá dar frutos
a menos que el primero respete las religiones, costumbres y valores de su socio
nativo. No obstante, la idea de la superioridad de la civilización occidental ronda
a los redactores del Acta de Reorganización, aunque ya no se traduzca en una
voluntad de asimilación; la iniciativa debe em anar de los mismos nativos, no del
exterior. El pensamiento subyacente a esta legislación es el de que cuando los
anglosajones disponían del presupuesto y distribuían por sí las correspondientes
partidas entre individuos o grupos se hacía patente el fracaso, o sea, la resistencia
de los administrados; en cambio, dejando que las comunidades se ocupen de dis­
tribuir las asignaciones ha de producirse, necesariamente, un vuelco en la situa­
ción. Estas comunidades, por fin, no dejarán de dar un buen uso a los fondos, es
decir, de utilizarlos en el sentido de su occidentalización.
Así vemos que el relativism o encierra en lo íntim o de sí mismo el
etnocentrismo que pretende denunciar.
La otra crítica a este principio, es la que señala que al valorar por igual
todas las diferencias, deja de explicarlas, hecho por lo demás grave cuando esas
diferencias suponen desigualdades injustas entre las sociedades “diferentes”. Y al
no explicarlas coadyuva a que se perpetúen.
Con todo lo expuesto no queremos decir que las diferencias culturales exis­
tentes no sean merecedoras de respeto y justa valoración, sino que pretendemos
señalar las situaciones que escamotean la aplicación del principio del relativismo
cultural.
“Hemos confundido a veces el derecho a ser diferentes con la exigencia de
perpetuación de las diferencias.” La siguiente cita de Kluchohn y la que antecede
pueden resultar aclaratorias para lo que queremos expresar en cuanto a los límites
y los alcances del principio relativista, al exponer en qué consiste el respeto por las
diferencias: “La Antropología concede la misma am nistía a las variaciones cultu­
rales que da el psicoanalista a los deseos incestuosos. Sin embargo, en ninguno de
esos casos está implícita la aprobación. La barbarie de un campo de concentración
no es buena en virtud de ser un elemento en el modo de vida ideado por los nazis.
El antropólogo y el psicoanalista aceptan lo que existe sólo en la medida de afirm ar
que tiene un sentido y no puede pasarse por alto... El respeto no significa conser­
vación en todas las condiciones.”47
O, en otras palabras, no hay por qué considerar el canibalismo, la guerra,
el sacrificio humano y la pobreza como logros culturales valiosos para llevar a cabo
un análisis de esos fenómenos.
Tampoco queremos restarle la importancia histórica que tuvo este principio,
al conferirle a la Antropología la originalidad que supone poner en tela de juicio
la supremacía cultural de Occidente (tendencia predominante durante todo el siglo
XIX y no desaparecida en el siglo XX), pero acotando que esto sólo sucede a nivel

45
del discurso benévolo y voluntarista del relativismo cultural, y en el juicio del
conjunto de personas sobre las que este discurso haya podido tener predicamento.
El Modelo Antropológico Clásico va a desarrollar una imagen no cambiante
de la sociedad, va a desarrollar concepciones en las cuales se hace abstracción de
la historia; las sociedades o comunidades que se estudien y analicen con este
Modelo van a evolucionar lenta y gradualmente.
"... el etnólogo se halla a menudo en una posición en que puede encontrar
poco o nada de la historia del pueblo que está estudiando, puesto que este pueblo
poco o nada escribió acerca de ella al no tener medios de hacerlo, y asi podrá a veces
parecerle que se debe explicar a ese pueblo principalmente en términos de su elec­
ción de las clases de matrimonio que encuentra, cuando las encuentra, o de los
dispendios ceremoniales (potlach) que ofrecen. Al no haber historia, quizás no se vea
la forma en que las condiciones materiales de vida limitaron a un determinado
pueblo, o le dieron a otro la posibilidad de desarrollarse”.48
Y el cambio existente va a ser percibido como paulatino e insignificante.
“Los viejos encuentran que los jóvenes al crecer ejecutan lo que ellos hicieron
a la misma edad y lo que han llegado a considerar correcto y apropiado. Esto es otra
forma de decir que en esta clase de sociedad el cambio es muy pequeño.”49
En consecuencia, el Modelo va a afirmar lo presente, lo estático, lo norm a­
tivo y lo ahistórico un cuerpo de doctrina estático en la comprensión de la realidad.
Contribuye a analizar la realidad en términos no dinámicos, con exclusión de la
acción del tiempo sobre las estructuras y sistemas. Así resultan, consecuentemen­
te, los conceptos que acuña a lo largo de su desarrollo.
“Levi-Strauss lo que hace es llevar a una de sus posibles últimas consecuen­
cias al Modelo Antropológico, Modelo que a través de todo su desarrollo ha tratado
permanentemente de anular la historia en beneficio de la estructura, del área
(boasianos), de la forma (Frobenius), del ciclo (escuela de Viena), del tipo (Redfíeld),
de la esencia (fenomenólogos de la religión y del mito), de la estructura (Radcliffe-
Brown, Escuela de Chicago, Escuela folklórica nórdica)”.50
Los lím ites de la concepción teórica se manifestaban en el no registro de
información, que, aunque se percibiese, no se la consideraba pertinente para ser
incluida en la descripción y análisis de la sociedad sobre la que se estaba traba­
jando.
“En 1926, Redfíeld estudia el pueblo mejicano de Tepoztlán. Realiza en este
trabajo la primera proposición acerca de cuál es la naturaleza de las sociedades folk,
apareciendo implícito el concepto de continuum folk-urbano. A partir del análisis de
Redfíeld, Tepoztlán aparece relativamente homogénea, aislada, funcionalmente bien
integrada, poniéndose de manifiesto por el autor las características de unificación y
cooperación social; no encuentra prácticamente elementos disociadores en la comu­
nidad y no registra fenómenos de criminalidad ni de enfrentamiento y violencia
política. Diez años después O. Lewis estudió la misma comunidad y encontró proble­
mas de integración, nucleados en torno a ejes económicos y políticos; encontró un
subyacente individualismo en las instituciones, falta de cooperación y tensiones entre
los barrios y el municipio, además de un marcado monto de recelo en las relaciones

46
internacionales. Lewis, analizando el período durante el cual estuvo Redfield encon­
tró que se habían producido 175 casos reputados como criminales y que la dimensión
política que Redfield trató casi a nivel de un juego, para Tepoztlán era un problema
muy serio para la comunidad, generador de enfrentamientos y violencias, que duran­
te el lapso de estadía de Redfield casi desembocó en guerra civil y que fue justamente
dicha situación la que motivó su salida de Tepoztlán. Para más, el área que investigó
Redfield constituyó el foco de la revolución Zapatista, es decir del ala agraria radical
de la revolución mejicana.”51
El caso de Tepoztlán resulta paradigmático en lo que hace a la aplicación del
modelo antropológico clásico al análisis de una comunidad.
Como también recuerda Kuper (op. cit., p. 59):
“Las Islas Andamán tenían una población de menos de 1300 habitantes y en
la época del estudio de Radcliffe-Brown ya habían sido tristemente afectadas por las
epidemias de sarampión y sífilis, que siguieron a la creación de una colonia
penintenciaria y de un asentamiento europeo. Pero lo que le interesaba al etnólogo,
a Radcliffe-Brown, era la organización social de esas tribus antes de la ocupación
europea y haciendo abstracción de la misma. ”
Con posterioridad a la época clásica surge un renovado interés por la his­
toria de las sociedades tradicionales, con una preocupación por efectuar los traba­
jos de microantropología sin los que la realidad viviente no puede ser aprehendida.
Para restituir el tiempo histórico a los sistemas sociales, se considera en primer
lugar el proceso de cambio social. Se da en dos formas: a) la del cambio buscado,
ya sea como efecto de la planificación, de la experimentación social, o en puntos de
ruptura (v.g. países que se indepentizan), y b) del cambio inherente a todo sistem a
social que se transform a en el propio curso de su funcionamiento.
Además se revisan los conceptos de estabilidad y de equilibrio. Incluso, la
relativa estabilidad que conocieron las sociedades tradicionales, por lo menos du­
rante largos períodos, ya no es interpretada en términos estáticos. Se considera
también que una sociedad estable no es una sociedad congelada:
“En la mayoría de las sociedades coexisten varios sistemas de valores, even­
tualmente contradictorios. Si bien generalmente domina uno de ellos, los demás
persisten, valorizados solamente por algunos grupos en el interior de la sociedad, en
donde se expresan bajo formas veladas, desempeñando el papel de una especie de
contrapunto de la melodía principal. Lo único que puede revelar los dinamismos
internos de este proceso es el análisis de los conflictos de valores, de las contradic­
ciones manifiestas o latentes en el seno de cada sociedad.”52
La dimensión técnica del Modelo está íntimam ente relacionada con la di­
mensión teórica. Se refiere al tipo de trabajo que realiza el antropólogo. Y a la
unidad de análisis que emplea.
La técnica por excelencia del trabajo de campo antropológico es la observa­
ción con participación, que implica, para poder concretarse, el estar operando con
una pequeña unidad de análisis, es decir, que al plantearse la observación con
participación se está dando por implícito lo que denominamos nivel de autentici­
dad. Porque observación con participación implica la coactividad y convivencia con
la comunidad, o la unidad alternativa que se proponga estudiar.
¿Qué implica la observación con participación?

47
Comenzar a introducirse en la comunidad para convivir con la gente, impli­
ca la prepotencia de la presencia de un ser extraño que se presenta de pronto ante
un grupo.
F. Boas escribió un trabajo, “El antropólogo como espía”, y generalm ente el
antropólogo tiene ese modelo de trabajo cuando se plantea el significado de la
observación con participación. Cuando hay que introducirse en un hospital para
relevar la relación médico-paciente o cuando hay que instalarse en un aula del
CBC porque se está estudiando el modelo educativo, ¿cómo hay que hacer? ¿Hay
que disfrazarse de enfermero o de antropólogo? ¿Qué se quiere significar con esto?
Se quiere decir que ir a ver enfermos o estudiantes significa la convivencia perm a­
nente, cotidiana, continua en todas las dimensiones de lo que representa la
cotidianeidad de la existencia. Esto es hacer antropología.
¿Qué quiere decir, entonces, observación con participación? Quiere decir no
solam ente el tran scu rrir un lapso de tiempo determ inado, compartiendo la
cotidianeidad, sino también encontrar el rol que la propia comunidad otorga, a
partir de que 3a comunidad tenga conciencia de la función que va a cumplir el
antropólogo.
Generalm ente un antropólogo es de clase media, y desde allí, desde su clase
trata al nativo paternalm ente porque pertenece a otro sector de la sociedad. A la
Antropología le costó mucho ponerse a estudiar su propia clase media, su propia
clase obrera, su propia clase alta, porque ya no podía trabajar paternalistam ente,
sino que comenzaba a trabajar con gente que le preguntaba qué iba a estudiar.
Hay también en la observación con participación una dimensión de apren­
dizaje. A partir de los descubrimientos hechos por otros hombres en situaciones
diferentes a las del observador, se puede llegar a apropiar ese conocimiento para
una utilización adecuada a la propia realidad.
La observación está íntim am ente relacionada con otro elemento de la di­
mensión técnica, la técnica del informante clave, que es la selección intencional
que se realiza sobre miembros de la comunidad con la que se trabaja, para esta­
blecer información profunda y calificada.
E sta técnica tiene como presupuesto otra de las variables de la dimensión
teórica del modelo que es la de la homogeneidad social y cultural. Esto supone que
los miembros que componen una comunidad de ese tipo, al no existir diferencia
entre ellos, al no tener diferentes perspectivas de clase pueden dar cuenta de la
totalidad de la cultura en función de la homogeneidad de la misma.
¿Qué queremos significar cuando destacamos la operatividad de estas técni­
cas de relevamiento de datos, en qué consiste la calidad de la información obtenida
por intermedio de las mismas y por qué?
“No hay sustituto para la convivencia real con un grupo de personas, parti­
cipando en su vida diaria, dándose cuenta de sus valores a través del contacto
personal y la empatia y observando de cerca sus reacciones emocionales,. El papel de
los informantes debe limitarse a lo que no es posible obtener por la observación
directa. Los aspectos más valiosos de Alor5’ surgieron en el curso de las discusiones
como comentarios laterales, o como recuerdos de acontecimientos de la vida de un
individuo específico. Tal vez los datos recopilados por la participación directa pueden
disminuir las discrepancias entre la cultura manifiesta y la encubierta”.31
El tipo de datos que se pueden obtener, el nivel de profundidad al que se
puede acceder por el empleo de estas técnicas podemos apreciarlo en el siguiente

48
relato de M alinow ski (“Crim en y costum bre en la sociedad salvaje”. A riel, Barce­
lona, 1971) ante el hecho de la m uerte de un habitante de las islas Trobriand.
“Mientras estuve en las Trobriand dedicado de lleno al estudio sobre el terre­
no de los nativos de allí, siempre viví entre ellos, planté mi tienda de campaña en
su poblado y de esta manera estuve siempre presente en todo lo que ocurría, ya fuese
trivial o importante, monótono o dramático. El suceso que ahora voy a relatar ocurrió
durante mi primera visita a las islas Trobriand a los pocos meses de haber empezado
mi trabajo de estudio sobre el terreno en el archipiélago.
Un día, un súbito coro de gemidos y una gran conmoción me hicieron com­
prender que había ocurrido una muerte en algún lugar de la vecindad. Me informa­
ron que Kima’i. un muchacho conocido mío, que debería tener unos dieciséis años,
se había caído de un cocotero y había muerto.
Inmediatamente me trasladé al poblado más próximo, que es donde había
ocurrido el accidente, y allí me encontré con que los actos mortuorios estaban ya en
pleno desarrollo. Como éste era el primer caso de muerte, duelo y entierro que yo
presenciaba, en mi interés por los aspectos etnológicos del ceremonial me olvidé de
las circunstancias de la tragedia, a pesar de que en el poblado ocurrieron simultá­
neamente uno o dos hechos singulares que debieran de haber despertado mis sospe­
chas. Descubrí que, por una coincidencia misteriosa, otro muchacho había resultado
herido de gravedad, al mismo tiempo que en el funeral se percibía clarameme un
sentimiento general de hostilidad entre el poblado donde el muchacho había muerto
y aquel donde se había trasladado el cadáver para proceder a su entierro. “Solo
mucho más tarde pude descubrir el verdadero significado de estos acontecimientos:
el muchacho se había suicidado. La verdad es que había quebrantado las reglas de
exogamia y su compañera de delito era su prima materna, la hija de una hermana
de su madre. Esto era sabido desde hacía cierto tiempo y generalmente desaprobado,
pero no se había hecho nada hasta que un pretendiente despreciado por la mucha­
cha, y que por lo tanto se consideraba personalmente agraviado, tomó la iniciativa.
Este rival había amenazado con usar magia negra contra el joven culpable, pero esto
no había surtido ningún efecto. Entonces, una noche insultó al rival en público y lo
acusó de incesto ante la colectividad, lanzándole ciertos epítetos intolerables para un
nativo.
Para el infortunado joven sólo había un remedio, un solo modo de escapar a
la vergüenza. A la mañana siguiente se atavió y adornó con sus galas de los días
festivos, subió a un cocotero y se dirigió a la comunidad hablando desde las hojas del
árbol despidiéndose de ellos. Explicó las razones que le movían a un acto tan des­
esperado y lanzó una acusación velada contra el hombre que lo había empujado a su
muerte, sobre el que ahora los miembros de su clan tenían el deber de vengarle.
Luego, según la costumbre, se lamentó ruidosamente, saltó del cocotero que tenía
unos veinte metros de alto y se mató en el acto. A todo esto siguió una lucha dentro
del poblado en la que su rival fue herido; la pelea se repitió durante el funeral.
Este caso abría cierto número de importantes líneas de investigación. Me
encontraba en presencia de un crimen manifiesto: el quebrantamiento de la exogamia
del clan totémico. La prohibición exogámica es una de las piedras angulares del
totemismo, del derecho matriarcal y del sistema clasificatorio del parentesco. Todas
las hembras del clan de un hombre son llamadas hermanas por éste y le son prohi­
bidas como tales. Es un axioma de la antropología el hecho de que nada suscita un
horror más grande que el quebrantamiento de esta prohibición y que además de una
fuerte reacción de la opinión pública, hay también castigos sobrenaturales que acom­
pañan este delito. Y se sabe que este axioma no esta desprovisto de base factual. Si
se interrogase a los nativos de las Trobriand sobre este asunto, se vería que todos
confirmarían este axioma, es decir, que los nativos muestran horror a la sola idea

49
de violar las reglas de la exogamia y que creen firmemente que el incesto de clan
puede ir seguido de llagas, enfermedades e incluso la muerte. Este es el ideal de la
ley nativa y en cuestiones morales es fácil y basta agradable adherirse estrictamente
al ideal cuando se juzga la conducta de los otros o se expresa una opinión sobre la
conducta en general.
No obstante, cuando se trata de aplicar la moralidad y los ideales a la vida
real, 'as cosas toman un aspecto diferente. En el caso descrito era obvio que los
hechos no concordaban con el ideal de conducta. La opinión pública no se mostraba
ultrajada en absoluto por el conocimiento del delito y por los insultos que la parte
interesada lanzó públicamente contra el culpable. Incluso entonces, el muchacho
tuvo que castigarse a sí mismo; por lo tanto, la “reacción del grupo” y la “sanción
sobrenatural" no fueron los principios activos en el caso; adentrándome más en la
materia y recogiendo información concreta, descubrí que la violación de la exogamia
—por lo que respecta al comercio sexual, no al matrimonio— no es un caso raro ni
mucho menos, y que la opinión pública se muestra indulgente aunque decididamente
hipócrita. Si el asunto se lleva a cabo ocultamente, con cierto decoro, y si nadie en
particular suscita dificultades, la “opinión pública” murmurará, pero no pedirá un
castigo severo. Si, por el contrario, se produce escándalo, todo el mundo se volverá
contra la pareja culpable y, por el ostracismo y los insultos, uno de ellos o los dos
podrán ser inducidos al suicidio .
En cuanto a la sanción sobrenatural, este caso me condujo a un descubrimien­
to interesante e importante. Me enteré de que hay un remedio perfectamente bien
establecido contra cualesquiera consecuencias patológicas de esta transgresión, un
remedio que si se aplica correctamente está considerado como prácticamente infali­
ble. Es decir, que el nativo posee un sistema de magia que consiste en hechizos,
encantamientos y ritos ejecutados sobre el agua.
Ésta era la primera vez en mi trabajo que me encontraba con lo que podría
llamarse un sistema bien establecido de evasión y esto en el caso de una de las leyes
más fundamentales de la tribu. Más tarde descubrí que semejantes desarrollos pa­
rásitos en las principales ramas del orden tribal existen en otros varios casos, ade­
más de los que sirven para contrarrestar el incesto. La importancia de este hecho es
obvia. Muestra claramente que una sanción sobrenatural no salvaguarda siempre
una regla de conducta por medio de un efecto automático; contra la influencia má­
gica puede haber contramagia. Desde luego que es mucho mejor no correr el riesgo
—ya que puede haberse aprendido mal la contramagia o llevarse a cabo de un modo
imperfecto— , pero el riesgo no es grande. La sanción sobrenatural muestra por lo
tanto una elasticidad considerable en conjunción con un antídoto adecuado.
Este antídoto metódico nos enseña otra lección. En una comunidad donde las
leyes no sólo se quebrantan ocasionalmente, sino que se trampean sistemáticamente
por métodos bien establecidos, no puede esperarse una obediencia “espontánea” a la
ley, una adhesión ciega a la tradición ya que dicha tradición enseña ai hombre
subrepticiamente cómo eludir algunos de sus mandatos más severos y no se puede
ser empujado hacia adelante espontáneamente y tirado hacia atrás espontáneamen­
te ¡todo al mismo tiempo!
La magia para deshacer las consecuencias del incesto de clan es quizás el
ejemplo más definido de elusión metódica de la ley, pero además hay otros casos. Así,
un sistema de magia para hacer que una mujer deje de querer a su marido e
inducirla al adulterio es una forma tradicional de burlar la institución del matrimo-
nio y la prohibición del adulterio. Las varias formas de magia deletérea y maléfica
pertenecen a una categoría ligeramente diferente; magia para destruir cosecha, para
frustrar los esfuerzos de un pescador, para hacer que los puercos se escapen a la
selva, para agostar los bananeros, cocoteros y palmeras de areca, para echar a perder
una fiesta o una expedición de kula. Esta magia, dirigida a instituciones establecidas
y actividades importantes, es realmente un instrumento de delito suministrado por
la tradición. Como tal es un departamento de tradición que trabaja contra el derecho
y está directamente en conflicto con él, ya que el derecho bajo formas diversas
salvaguarda aquellas actividades e instituciones. El caso de hechicería, que es una
forma especial y muy importante ele magia negra, lo discutiremos ahora, lo mismo
que ciertos sistem as no mágicos de elusión de la ley tribal.
La ley de exogamia, la prohibición de matrimonio y comercio sexual dentro
del clan es a menudo mencionada como uno de los mandamientos más rígidos y
generales de la ley primitiva, ya que prohíbe las relaciones sexuales dentro del clan
con la misma severidad sea cual fuere el grado de parentesco existente entre las dos
personas interesadas. La unidad del clan y la realidad del “sistema clasificatorio de
parentesco” están máximamente vindicadas en la prohibición del incesto de clan.
Une a todos los hombres y a todas las mujeres del clan como “hermanos” y “herma­
nas” mutuos y los excluye absolutamente de toda intimidad sexual. Un análisis
cuidadoso de todos los hechos relevantes en las islas Trobriand desmiente comple­
tamente esta teoría. Se trata otra vez de una de estas ficciones de la tradición nativa
tomadas al pie de la letra por la antropología e incorporadas en peso a sus enseñan­
zas.55 En las Trobriand, la violación de la exogamia se considera de modo muy dife­
rente según que los dos culpables estén estrechamente emparentados o sólo unidos
por lazos de clan común. Para los nativos, el incesto con una hermana es un crimen
indecible, casi inimaginable —lo cual, repetimos, no significa que no se cometa nunca—
. El quebrantamiento de la ley de exogamia en el caso de una prima hermana por
línea materna es una ofensa muy seria que puede tener, como hemos visto, conse­
cuencias muy trágicas. A medida que el grado de parentesco se aleja, la severidad
disminuye cuando el acto se comete con una persona que meramente pertenece al
mismo clan; entonces la violación de la exogamia no es más que una ofensa venial
que se perdona fácilmente. De modo que, respecto a esta prohibición, las hembras del
clan de un hombre no son un grupo compacto, un “clan” homogénc-o, sino un conjunto
de individuos bien diferenciados cada uno de los cuales está en una relación especial
con él según el lugar que ocupa en su genealogía.
Desde el punto de vista del nativo libertino, la suvasova (la violación de la
exogamia) es desde luego una forma de experiencia erótica especialmente interesan­
te y picante. La mayoría de mis informantes no sólo admitían, sino que incluso se
vanagloriaban de haber cometido esta ofensa o la de adulterio (kaylasi) y tengo
registrados muchos casos concretos, auténticos, que prueban este hecho.
De modo que la relación de la vida real con el estado de cosas ideal, tal como
está reflejado en la moral y el derecho tradicional, es muy instructivo.”
La calidad de la información obtenida mediante la técnica de la observación
con participación le confiere al trabajo antropológico parte de la originalidad que
lo caracteriza.
No obstante, la obtención de la observación no se limita a esas fuentes de
prim era mano. Se hace también extensiva a otro tipo de fuentes secundarias, que
contribuyen a analizar, no solamente la perspectiva de los actores, sino también
perm ite incluir la explicación de los procesos objetivos; estos procesos pueden tam ­
bién explicitarse a partir de la observación con participación.56
Hemos expuesto lo que entendemos por Modelo Antropológico Clásico.
No toda la producción antropológica hasta los años 60 puede ser analizada
desde esta perspectiva, y en cambio habría que incluir dentro de este marco de
análisis alguna producción posterior a ese momento.
El mismo modelo hegemónico presenta en su núcleo contradicciones, por
ejemplo cuando reconoce la legitimidad de la persistencia de estas culturas, al
mismo tiempo que ofrece una concepción del cambio cultural según el cual, y a

51
través de los conceptos de aculturación, transculturación y asimilación, asume de
hecho una dirección del cambio determinado por la cultura dominante, y una
actuación reactiva por parte de la cultura dominada.

II.2. L a an tro p o lo g ía co n te m p o rán e a y la d escolonización


La pregunta que debemos hacernos ahora es: ¿qué sigue siendo válido del
modelo clásico después del hecho concreto de la descolonización?
Vamos a intentar una respuesta yendo paso a paso desde la especificación
de los contenidos históricos hasta el desarrollo del pensamiento antropológico.
La destrucción del régimen colonial en África en la década del 60, es uno de
los grandes acontecimientos del siglo XX.
A muchas personas les parece inexplicable, casi un hecho de ingratitud
(“considerando todo lo que hemos hecho por ellos”). Para otros es la consecuencia
natural de una progresión deliberadamente planeada por las potencias coloniales,
que condujeron a los países coloniales hasta que fueron responsables de sus actos
Estos dos mitos, a pesar de ser diferentes, tienen una cosa en común: ignoran por
igual, o niegan, la larga y continua lucha del pueblo africano, desde las vísperas
de la época imperial, lucha que no se detuvo un solo día, desde el momento en que
la Conferencia de Berlín de 1885 dividió arbitrariam ente al Africa entre las poten­
cias europeas de Occidente
La conquista europea del Africa comenzó en el siglo XV, con la prim era
colonización de Angola por Portugal en 1482 y de Mozambique en 1505. En los
siglos XVII y XVIII las potencias europeas obtuvieron nuevos puntos de apoyo: los
franceses se establecieron en Senegal (1637) y los holandeses se establecieron en
el Cabo en 1652. La corona británica se apoderó de Sierra Leona en 1808 y de la
Colonia del Cabo en 1814; en 1830 los franceses bombardearon Argelia para some­
terla y en 1841 se establecieron en Africa Ecuatorial. En 1851 se produjo la pri­
m era invasión británica en Nigeria.57
En los 75 años siguientes casi todas las zonas restantes del África cayeron
bajo dominio europeo.
De tal modo la conquista del África por Europa se extendió a lo largo de
cuatro siglos y sólo quedó completada hace cincuenta años (con la invasión de
Etiopía [Abisinia] por la Italia fascista, en 1935).
Es preciso señalar dos factores que ayudan a comprender la rebelión africa­
na.
En prim er lugar y como ya lo señaláramos, el gran esfuerzo de las potencias
europeas por dividir al África se produjo en vísperas de la época im perialista, en
un momento en que los poderosos agrupamientos monopolistas europeos, basados
en el poderío industrial y financiero, trataban de expandir su dominio para apo­
derarse de m aterias primas, en especial minerales (en Sudáfrica, en 1866, se
descubrieron diam antes y en 1886, oro, m ientras que en Rhodesia se encontró oro
en 1860), adquirir tierras para la colonización y para fines estratégicos y establecer
nuevos puntos de dominio para el comercio; en una palabra, para encontrar nuevos
campos a las actividades lucrativas. En segundo lugar, esta época de África, que
podemos hacer datar más o menos de 1885, fecha de la Conferencia de Berlín,
provoca una creciente resistencia del pueblo africano, que culmina en el movimien­
to de liberación de las naciones africanas.
Sería una grosera simplificación pretender que la resistencia africana a la
conquista europea condujo, en línea recta y sin desviarse, a las rebeliones nacio­
nales de la década del 60, o afirmar que los modernos partidos y programas
políticos del Africa y las organizaciones sindicales, son descendientes directos de
los pueblos que lucharon primero contra la invasión extranjera. Pero sería igual­
mente engañoso argumentar que no hubo vinculación alguna entre las distintas
fases de la lucha africana, aun pensando que los modernos luchadores anticoloniales
dan un salto hacia adelante, alejándose del pasado, en dirección a algo nuevo, el
establecimiento de sus nuevos estados, la construcción de su nueva economía y la
concesión de una nueva economía y la concesión de una nueva vida a sus propias
culturas.
Muchas son las formas de expresión que han tomado los movimientos de
liberación nacional. La defensa de la tierra, la resistencia al comerciante extran­
jero, a los impuestos y a los trabajos forzados, la oposición a verse complicados en
la primera guerra mundial, la tentativa de formar una iglesia y escuelas africanas
independientes, la lucha por salarios más elevados y por derechos sindicales, la
oposición a las leyes de tránsito y otras formas de discriminación racial, la lucha
por las libertades civiles y por el pleno derecho político para los africanos, la
campaña por la africanización de los empleos públicos, contra la barrera de color
en industrias y la falta de educación: estos y otros problemas son y han sido los
principales en torno a los cuales luchó y creció el movimiento de liberación.
Y de estas exigencias, y a través de las adecuadas formas de acción y orga­
nización que se desarrollaron en respaldo de las mismas, surgen los movimientos
de liberación de las naciones africanas
Desde 1919 hasta 1944 van a comenzar a realizarse congresos panafricanos,
donde se debaten profundamente todos los problemas y donde se elaboran las
exigencias y normas políticas.
Por otra parte, en el continente asiático se produce la independencia de la
India (1947) y la revolución comunista en China (1949) y en Vietnam del Norte
(1954).
El rencor contra Occidente, la inquietud ante la tensión creciente entre
China y los EE.UU., el temor de una guerra desastrosa desde el punto de vista
político y económico (todos los países del África y Asia tienen niveles de vida muy
bajos, aunque haya variaciones entre una región y otra), el deseo entre los gober­
nantes de la India (Nehru) de aclarar los términos de las relaciones con China, la
necesidad de conocerse mejor entre todos ellos y de coordinar esfuerzos: todos éstos
son los motivos que hacen que cinco estados de Asia y del sudeste asiático lancen
la iniciativa de una vasta Conferencia entre todos los jóvenes países de esos dos
continentes.
Se realizan conferencias preparatorias y se llega por fin a la Conferencia de
Bandung, Indonesia (abril de 1955).
Son invitados los países de Asia y de África que habían alcanzado su inde­
pendencia política.
El encuentro cuenta con la asistencia de los siguientes países: Afganistán.
Arabia Saudita, Birmania, Camboya, China, Ceilán Costa de Oro (Ghana), Egipto,
Etiopía, India, Indonesia, Irak, Irán, Japón, Jordania, Laos, Líbano, Liberia, Libia,
Nepal, Filipinas, Pakistán, Siam, Sudán, Siria, Turquía, Vietnam del Norte, Viet­
nam del Sur, Yemen.

53
La conferencia había sido preparada para discutir cuatro objetivos bastante
generales.
a) Promover la buena voluntad y la comprensión entre las naciones de Asia
y África; estudiar y favorecer sus intereses mutuos.
b) Examinar los problemas y las relaciones sociales, económicas y culturales
entre los países representados.
c) Examinar los problemas que interesan especialmente a los pueblos de
Asia y África: aquellos que afectan la soberanía nacional, el racismo y el colonia­
lismo.
d) Apreciar la posición de Asia y África en el mundo contemporáneo, tanto
como la contribución que puedan aportar y el afianzamiento de la paz y la coope­
ración internacionales.
Estos objetivos son debatidos y las conclusiones de la Conferencia quedan
sintetizadas en diez puntos que expresan los principios de la coexistencia entre las
naciones.
Como juicio u opinión acerca de la importancia de Bandung, nos parece
acertado el de L. S. Senghor.58
Senghor juzga que Bandung reviste la misma importancia histórica que el
Renacimiento. Que si bien la conferencia tiene un aspecto negativo, en tanto que
es solamente una revuelta moral contra la dominación europea, es también más
que eso: es la expresión, a escala del planeta, de la toma de conciencia de su
eminente dignidad por los pueblos de color. Es la muerte del complejo de inferio­
ridad de estos pueblos.
Bandung fue una afirmación de independencia, inseparable de la noción de
igualdad de todas las naciones.
Las consecuencias de Bandung se reflejaron en el seno de las Naciones
Unidas, donde la solidaridad de las naciones afroasiáticas que la integraban con
las otras naciones que luchaban por su independencia, cumplieron con la tarea de
hacer legítimas esas luchas en el seno de los foros internacionales (Votos para que
China ingresara en la UN: 1956, Corea, Togo, Argelia [1957], etc. ).
Esos lazos jurídicos y políticos que los pueblos afroasiáticos desatan en la
década del 50 y del 60 a través de su lucha político-militar y diplomática no los van
a configurar como naciones independientes en toda la amplitud del término. Su
relación con el occidente europeo y con los EE.UU. va a seguir siendo de depen­
dencia. Como lo es también la relación de las naciones centro y sudamericanas.
Pero esa dependencia no se va a manifestar a partir del mismo tipo de relaciones
configuradas durante el siglo XIX.
El neocolonialismo europeo, pero sobre todo el norteamericano, es el sistema
que va a imponer una nueva división internacional del trabajo.
Hasta aquí habíamos reseñado brevemente los contenidos históricos del último
período señalado por Bonte.
Ahora cabría preguntarnos por el pensamiento antropológico correspondien­
te.
¿Qué sucede con el reconocimiento de la relación colonial?
La conciencia europea tardará mucho en reconocer la situación colonial. La
denuncia de la misma es temprana y se mantiene durante todo el siglo XIX, pero
aparece sólo como tema de denuncia, pero no de acción y de transformación. Si
bien se encuentran criticas a la situación colonial, durante todo el siglo y en
potencias coloniales de diferente grado de desarrollo económico, como lo eran España

54
e Inglaterra, lo real es que las mismas aparecen absorbidas por el desarrollo de la
política expansionista europea. Absorbidas por la ideología vigente de todo el pe­
ríodo, la cual justificará la situación colonial y el racismo consecuente.
Esa ideología, como lo señaláramos anteriormente, es la del evolucionismo
y la del darwinismo social.
“Yo no quiero decir lo que los filósofos han pensado de la raza negra; no
quiero atribuir a los negros una naturaleza distinta: no quiero invocar la opinión de
sabios anatómicos, cuyo estudio se encaminaba a demostrar caritativamente que
entre el esqueleto y la organización fisiológica de los negros y el esqueleto y la
organización fisiológica de los monos hay magra semejanza”.39
Estas palabras eran pronunciadas en el parlamento español en 1873 y no
harían más que reflejar el estereotipo del conjunto de las clases sociales europeas
y de las “ciencias” que se encargaban de estudiar ese objeto.
En gran medida serán los propios líderes políticos asiáticos y africanos los
que a través de su acción ejecutarán la práctica de la denuncia de las relaciones
coloniales.
H abrá que esperar hasta después de la segunda guerra mundial para que
la ciencia oficial reconozca teóricamente la existencia de esa situación.
“Aproximaciones a su estudio constituían los trabajos de los antropólogos
sobre el contacto cultural y la transculturación, pero los mismos dejaban perm a­
nentem ente de lado lo determ inante del proceso: la penetración y dependencia
económica, postulando un análisis en términos de relaciones culturales y psicoló­
gicas, pero donde nunca se encontraba la determinación profunda del proceso”.
El final de la guerra supuso descubrir el subdesarrollo, la Dependencia, el
Colonialismo; fueron los especialistas de los países colonizadores que se iban que­
dando sin colonias, los que descubrieron la situación colonial. Fueron los franceses,
británicos, belgas, los que comienzan a analizar la relación no desde la superiori­
dad o inferioridad respectiva del europeo y el no europeo, sino a partir de una
construcción nueva basada en la relación de explotación que conforma la situación
colonial y donde el superior o inferior es determinado por dicha relación. La misma
es analizada, además, no sólo en su determinación económica, sino en las conse­
cuencias para toda la estructura social determinada.
La historia de este ‘descubrimiento” pone de manifiesto la aparición de
sucesivos conceptos que analizan el fenómeno desde perspectivas contradictorias
que cumplen roles diferentes, justificadores por un lado, críticos por otro. Emerge
así el concepto de subdesarrollo, el que se impone a partir de concebir la situación
colonial, como una situación en la cual los europeos blancos y cristianos habían
tenido poco que ver.
El subdesarrollo y su pareja consecuente, el desarrollo, suponen una Histo­
ria en términos de sucesivas etapas a cumplir, las cuales unos las atravesaron
primero (los desarrollados) y otros las están atravesando en diversos escalones del
proceso (los subdesarrollados). Esta reflexión no implicaba para nada el que jus­
tam ente los actualm ente subdesarrollados eran los escalones a partir de los cuales
y subdesarrollándolos, los Civilizados pudieron remontarse hacia el Desarrollo.
Los conceptos de situación y relación colonial apuntan básicamente a criti­
car este planteo: los europeos (colonizadores) y los am er’canos/africanos/asiáticos
(colonizados) configuran una situación total en la cual cada una de las partes es
lo que es parcialmente, en función de esa relación.
55
Estas sociedades se han determinado m utuam ente y no son lo que son por
factores metafísicos, predestinados o racistas.60
Con estos nuevos planteos se ha operado una transformación de la m atriz
teórica. Y transform ar la m atriz teórica significa modificar el tipo de preguntas
que se le hacen al objeto y producir respuestas nuevas. Toda teoría es en esencia
su problemática, es decir la m atriz teórico-sistemática del planteam iento de todo
problema que concierne al objeto de la teoría.
La función esencial de la descolonización es, al incluir nuevamente en la
historia a las sociedades colonizadas como entes autónomos, crear la necesidad de
una reestructuración del saber.
Como decíamos al comienzo, parafraseando a Hobsbawn, la Antropología
redescubre la Historia.
E sta nueva construcción científica conoce antecedentes inm ediatam ente
previos o sim ultáneos al desarrollo de los movimientos de liberación nacional.
H abría un conocimiento temprano de la situación colonial, el realizado por
los represenantes de la escuela de M anchester; el análisis de Worsley de los mo­
vimientos m ilenaristas de Nueva Guinea (1957) se convirtió en una crítica a la
política colonial y en una descripción de los inicios del movimiento nacionalista,
dándose de este modo la ruptura de las coacciones del paradigma, del modelo
antropológico clásico. Se introduce el estudio de las dinámicas sociales a partir de
este gran tema: Milenarismo y Mesianismo, que queda incorporado a la problemá­
tica antropológica.
En Francia, Balandier publica en 1955 su Sociología del Africa Negra, desde
esta misma perspectiva.
Volviendo a los comienzos tempranos de la Escuela de M anchester en el
descubrimiento de la relación colonial, Gluckman e Hilda Kuper examinaron en
Africa del Sur la organización racial en términos dinámicos y radicales.
A partir de 1939, Gluckman comienza a trabajar en el Rhodes-Livingstone
Institute, en Africa Central, y la producción científica de este Instituto es diferente
y representa agudos contrastes con gran parte del trabajo de los antropólogos de
Oxford y Cambridge en esas áreas africanas.
La preocupación de Gluckman por el contexto total de la sociedad pluralista
se m anifestaba en su interés por la estructura social total de la región, incluyendo
a los blancos. Partiendo de esto, era necesario estudiar las áreas urbanas, tanto
como las rurales, y considerar a los trabajadores africanos como trabajadores que
operan dentro de un sistema social urbano e industrial.
Además, contrasta los “sistemas estables” con la situación que encuentra
sobre el terreno:
“Hoy el sistema no es estable, pues no sólo se ha visto la vida zulú constan­
temente afectada y cambiada por muchos factores, sino que también las distintas
autoridades representan valores diferentes e incluso contradictorios... La moderna
organización política de Zululandia consiste en la oposición entre los dos grupos de
color representados por determinadas autoridades... la oposición entre los dos gru­
pos no está bien equilibrada, pues en último término está dominada por la fuerza
superior del gobierno... La amenaza de esta fuerza es necesaria para hacer que el
sistema funcione, puesto que los valores e intereses zulúes no reconocen una fuerte
relación moral entre ellos y su rey y jefes.
Generalmente consideran al gobierno como algo exterior que los explota, sin
tener en cuenta sus intereses”. 61

56
I
Como mínimo, este orden de investigaciones ha sometido los conceptos de
estructura y de función a la prueba de la historia y de la dinámica que hace que
las sociedades preservadas sean hoy prácticamente imposibles de hallar.
También, la reintroducción de estas sociedades como sujetos autónomos de
la historia va acompañada por una interrogación sobre la naturaleza universal de
una historia de la que Occidente se ha adueñado de modo exclusivo durante cierto
tiempo y de una ciencia de la que ha pretendido poseer todos los resortes.
En el centro de la reflexión científica se introduce una crítica. La realizan
los antropólogos indígenas . En el área del continente africano, se constata y
verifica el reclamo de estas naciones por poner fin a la antropología clásica.
Por los años 30 se había asistido a la aparición de obras de antropología
elaboradas por intelectuales africanos. Esto no ocurría sólo en Africa, sino también
en los países árabes, en la India, en China y en los países andinos. En estos
trabajos, los estudiosos se apropian del instrum ento teórico que los constituía en
objeto. Y aparece una modificación del sentido de estas teorías no sólo en la crítica
de algunas tesis sino en el cuestionamiento al tipo de lenguaje cosificante que en
ese entonces usaba el funcionalismo. Pero no se ve, no se descubre todavía la
situación colonial.
La asim etría de la situación no es criticada en tanto tal, sino apropiada,
interiorizada por algunos colonizados que consideran en lo sucesivo a sus compa­
triotas, los otros indígenas, con una óptica antropológica.
El antropólogo africano puede defender la cultura de su país, justificar sus
valores y prácticas dominantes, contra las interpretaciones deformantes y a m enu­
do interesadas del europeo. Es así como desde 1937, Kenyatta, el futuro jefe de
Kenya independiente redacta el primer estudio antropológico sobre Africa, escrito
por un africano. Presentación completa de la sociedad Kikuyu, de su sistem a eco­
nómico, cultural y político, “Au pied du Mont Kenya”, proclama que la hechicería
no es una simple superstición, que el gobierno precolonial no era despótico sino
democrático, etc.
Pero se trataba en ese entonces de una impugnación que operaba dentro del
mismo lenguaje de la antropología funcional.
A partir de los años 50, va a comenzar a surgir una impugnación de otro
tipo.
La voluntad de los africanos de hacer su propia antropología, combinada con
su recusación a la antropología clásica, los conduce a intentar elaborar una nueva
aproximación, en que las culturas del Tercer Mundo no serían ya percibidas desde
un punto de vista redentor, sino en la significación que se dan ellas m ism as y a
sí mismas.
Y opondrían a la contemplación distante “astronómica”, “externa”, el valor
de la larga fam iliaridad, de la relación histórica con el objeto estudiado.
“Son los mismos africanos, nacidos y crecidos en Africa, quienes conocen
mejor que nadie el África de ayer y de hoy, quienes comprenden más profundamente
las voluntades y los deseos de los pueblos africanos. Así las investigaciones afri­
canas hechas por los sabios africanos pueden alcanzar más fácilmente la verdad
y extraer conclusiones justas” (Liu Se Mu de China Popular, en Conferencia de
Accra, 1963). ^
El método de esta antropología "será una revalorización de lo vivido, de los
valores profundos, es decir, de la cultura nacional tal como aparece a quienes la

57
construyen y la viven. Una comprensión intuitiva del sentido del sistema, por los
miembros de ese sistema.
El desarrollo de los nuevos acercamientos será el fruto de tanteos, el resul­
tado de un proceso de “ensayo y error”. Pero no hay que subestimar en todo caso
el alcance de las críticas y de las tentativas del Tercer Mundo para pensarse a sí
mismo.
En el ámbito de América Latina, la así llamada “Nueva Antropología” acom­
paña a los movimientos “indianistas” (para diferenciarlo del término “indigenismo”
con el que se designan los programas gubernamentales y las reflexiones científicas
que tienden a incorporar—incorporación que pretende ser hecha a expensas de sus
culturas— a los grupos indígenas a la vida nacional) que tienen por finalidad el
pensarse a sí mismos como sujetos y establecer las condiciones y posibilidades de
un etnodesarrollo.
Lo que una parte de la antropología contemporánea parece descubrir a la
luz de un mundo que se descoloniza, es que el africano, el indio americano (el
hombre del Tercer Mundo), es quizás ante todo un campesino, un pastor, un obre­
ro, un ser social e histórico. Y lo hace frente a estos mismos grupos que se erigen
ellos, ahora, en “diferentes”, en procura de una recuperación de identidad cultural
y de derechos.
“Como señaló hace poco un estudioso indonesio, tradicionalmente los antro­
pólogos han sido euroamericanos que estudiaban a los no euroamericanos. Hoy exis­
ten escuelas de antropología en India, Japón, México, Filipinas, Sudeste asiático y
unos cuantos países africanos. En estos sitios, los antropólogos-ciudadanos están
desarrollando una nueva rama de la “antropología aplicada”. Además, hoy, virtual-
ment¿, todas las monografías tienen que ser leídas por algunos de sus objetos. De
hecho, el país en que se ha llevado a cabo el estudio se está convirtiendo en el
principal mercado de los propios estudios. Esta consecuencia secundaria de la
descoloniación es uno de los factores más esperanzadores y olvidados de la actual
situación”. 63
Hacia fines de la década del 60 se va a producir en el ambiente académico
el reconocimiento público y generalizado de la situación colonial y la asunción de
una postura crítica frente a la misma.
En ese momento se distinguen diferentes enfoques y perspectivas que emer­
gen más o menos simultáneamente. Podríamos focalizarlos en tres fuentes princi­
pales: a) La británica, con los artículos aparecidos en “New Left Review” entre
1968 y 1970, en especial los de Goddard, Banaji y Anderson; b) los artículos apa­
recidos en “Current Anthropology” en 1968, que recogen las discusiones de un
simposio sobre responsabilidades sociales de la antropología, con contribuciones de
Berreman, Gjessing y Gough; c) la francesa, representada por el libro de Leclerc:
“Antropología y Colonialismo”, de 1972, que es un análisis crítico de la relación
“Antropología-Colonialismo”, poniendo especial atención en la antropología social
británica.
El tema básico de discusión es la situación colonial y el rol de la antropo­
logía; el foco de atención, en algunos casos, es el imperialismo británico (Gjessing,
Leclerc, Goddard, Banaji, Anderson) y en otros el neoimperialismo norteamericano
(Berreman, Gough) y muy especialmente en este caso las implicancias que en esos
momentos tenían los trabajos antropológicos al servicio de la Central de Inteligen­
cia Norteamericana sobre Vietnam y Tailandia. En estos casos se acusa directa­

58
m ente a los que así actuaban de estar haciendo un trabajo de inteligencia reñido
con la ética. Y aquí surge la discusión de la ulterior utilización de los resultados
cientificos.
En páginas anteriores señalamos que se incluía el carácter de utilidad so­
cial33 de nuestra disciplina en las formulaciones funcionalistas y relativizábamos
si esa utilidad había sido alcanzada o no por la antropología británica. En cambio,
esa utilidad es totalm ente asumida y explicitada en la ciencia antropológica nor­
team ericana.
“Es evidente que los antropólogos poseen conocimientos especiales y determi­
nadas destrezas para ayudar a los gobiernos a dirigir las tribus primitivas y los
habitantes de sus dependencias. En ese sentido han sido empleados por los gobiernos
de Inglaterra, Portugal, España, Holanda, México, Francia y otros países. La com­
prensión de las instituciones nativas es un requisito previo para el éxito de los
gobiernos coloniales, aunque, hasta ahora, los antropólogos se han utilizado más
para ejecutar una política que para formularla. Del gobierno colonial al trabajo sobre
problemas de grupos minoritarios en un estado moderno complejo sólo hay un paso
fácil de dar. Los antropólogos prestaron servicio en el personal del organismo encar­
gado durante la guerra de distribuir a los norteamericanos japoneses evacuados y
ayudó a la Junta de Trabajos de Guerra y a la oficina de Información de Guerra a
resolver otros problemas minoritarios en el interior de los Estados Unidos.
Durante la guerra se utilizaron los conocimientos antropológicos para em­
plear a los trabajadores del territorio ocupado, para producir alimentos en algunas
regiones, y para conseguir la cooperación de los nativos a la causa Aliada. Muchos
antropólogos ayudaron a instruir a 4.000 oficiales del ejército y a 2.000 oficiales de
la armada para que pudieran ejercer el gobierno militar en los territorios ocupados.
Los antropólogos desempeñaron un papel importante escribiendo la serie de folletos
entregados a los soldados de las fuerzas armadas que, desde el punto de vista de la
instrucción, recorrían toda la gama, desde el empleo del argot australiano hasta la
conducta correcta que debía observarse con las mujeres en el mundo musulmán.
Ayudaron a descubrir la mejor manera para inducir a los prisioneros japoneses,
italianos y alemanes a rendirse, y fomentaron la continuación de la resistencia en los
países ocupados por nuestros enemigos.
En los Estados Unidos los antropólogos trabajaron en su especiaiidad en los
servicios de Inteligencia Militar, en el Departamento de Estado, en la Oficina de
Servicios Estratégicos, «n la Junta de Economía de Guerra, en los Servicios de
Bombardeo Estratégico, en el Gobierno Militar, en la organización de Servicios
Colectivos, en la Oficina de Información de Guerra, en la Oficina Federal de Inves­
tigación, y en otros muchos organismos oficiales. En parte, trabajaron en investiga­
ciones aisladas. Había que preparar un manual paia los soldados de servicio en
Eritrea. Había que revisar un libro de frases militares en el inglés chapurreado que
emplean los chinos. Una persona que podía entenderse bien con los indios salvajes
de] Ecuador fue el elemento más importante de una expedición en busca de nuevas
fuentes de abastecimiento de quinina. ¿Cuáles eran las formas características de
tatuaje en la región de Casa Blanca? ¿Quién había estado en Bora Bora, en las Islas
de la Sociedad? Se preparó un manual sobre “Emergencias en la selva y en el
desierto” para ayudar a los aviadores perdidos a reconocer y preparar alimentos
comestibles. Se aconsejó sobre la manera como debían diseñarse la ropa y el equipo
para el ártico y los trópicos. Las tareas encomendadas variaron entre la selección de
los reclutas indios que conocían imperfectamente el inglés y la preparación de un
memorándum sobre “cómo reconocer los pescados en m?l estado” (que fue clasificado
en seguida por el Ejército como “confidencial”). Se prepararon materiales de educa­
ción visual con el fin de ayudar a instruir al personal destinado a realizar trabajos

59
secretos en el extranjero y los antropólogos pronunciaron conferencias en muchos
cursos de orientación.64
Estos acontecimientos que señala Kluckhohn con toda naturalidad fueron
motivo de grandes deliberaciones. El debate sobre la utilización de los resultados
científicos se desarrolla en dos niveles, el político y el académico.
En el plano político se discute sobre todo el rol del antropólogo y su nivel de
compromiso con la realidad social, en tanto que en el plano académico lo que se
dirime es la objetividad de las ciencias sociales y los alcances del nivel ideológico-
valorativo.
Entre nosotros, aparece en 1970 un libro,65 que recoge la opinión de antro­
pólogos y sociólogos sobre el papel de la ideología en la producción del conocimiento
científico y el vínculo entre las ciencias sociales y el compromiso político. Que viene
a ser la respuesta que las Ciencias Sociales locales dan ante el impacto que supuso
en el am biente académico la aparición del trabajo de Horowitz sobre el Proyecto
Camelot,66 proyecto de relevamiento de información de tem as políticos en el área
de América Latina.
Y desde entonces, la preocupación por los determ inantes ideológicos ha
quedado incorporada de m anera generalizada a la reflexión científica en nuestro
medio.
H asta aquí hemos visto el hecho histórico concreto de la descolonización y
cómo a partir de este hecho se modifica el pensamiento antropológico; el descubri­
miento tem prano de la situación colonial por algunos científicos; la apropiación del
modelo antropológico por “los otros”, por los propios objetos que analiza el modelo;
la generalización del descubrimiento de la situación colonial en el plano científico
y ligado a esto último la reacción de la comunidad científica ante el problema de
los usos de la ciencia; el rol del antropólogo como científico social y su compromiso
moral y/o político.
Todas estas fueron expresiones diferentes del modelo clásico que de una u
otra m anera se apartan de él y comienzan a ejercer una reflexión crítica con
respecto al mismo. Esta crítica fue incluida por nosotros cuando tratam os cada una
de las distintas variables del modelo.
¿Cómo podríamos ahora sintetizar en qué ha quedado transform ada la m ira
antropológica después de todos estos acontecimientos?
Procedamos por partes.
¿Se ha ejercido en la antropología una transformación en el recorte del
campo de estudio y en la manera científica de abordarlo?
Pensamos que sí, pero que no se sigue una sola perspectiva.
Después de la crisis que supuso la descolonización, el reconocimiento de la
situación colonial, y la propia implicancia del antropólogo, se encuentran diversas
expresiones que van desde continuar con el modelo anterior sobre un objeto seme­
jante al tradicional hasta cuestionar la validez y legitimidad del conocimiento
antropológico.
Las situaciones posibles son las siguientes:
a) Concentrarse en el puñado de cazadores y recolectores que todavía se las
arreglan para m antener algún tipo de existencia independiente. Estos grupos sufren

fiO
abusos, enfermedades, brutalidades políticas, explotación, virtual genocidio/’7 Se
conserva, en este caso, el recorte tradicional de la realidad: los “pueblos prim iti­
vos”. Ésta no es una respuesta para el conjunto de la disciplina.
b) O tra reacción ha sido la de adm itir que la realidad existente, las socie­
dades particulares, o los sectores de esas sociedades, están determinados por la
política estatal centralizada y por la economía internacional.
Recuperan como rasgo más fructífero del modelo su forma de aproximación
totalizadora, definida críticamente como lo hiciéramos cuando tratam os esta varia­
ble, dejando de lado “la falsa o ilusoria totalidad”.
Una parte de este grupo considera no realista, impracticable, el intentar
hacer análisis holísticos de las unidades sociales contemporáneas de gran escala
como la nación-Estado. Y han tratado de definir unidades de investigación y aná­
lisis que se hallen a m itad de camino entre la pequeña aldea y la nación-Estado.
Estas unidades pueden ser manejadas por muchas de las técnicas antropo­
lógicas tradicionales y al mismo tiempo pueden servir para dar cuenta de los
vínculos entre los niveles locales, regionales y nacionales de la sociedad.
c) Algunos decidieron hacer una pausa en "el trabajo de campo” y prosiguie­
ron el desarrollo teórico. Consideramos que esta postura es posible sólo transito­
riam ente, ya que una ciencia necesita de sus datos, de su referente empírico para
elaborar su teoría.
d) Otros, como por ejemplo K. Little, se han consagrado a investigaciones
acerca de enclaves raciales, étnicos, religiosos, situados dentro de sociedades más
amplias, dentro de las cuales se diferencian o no en algunas de sus identificacio­
nes. (“Negroes in Britain”, Londres, 1948). “La profundización en la noción de etnia
obliga a reservar este término a un nivel particular de la vida social, el de la
conciencia de sí mismo, como colectividad en un cierto tipo de sociedades”. Esta
profundización ha sido esencialmente el elemento primordial de la antropología
soviética, especialmente orientada hacia la resolución de los problemas teóricos y
políticos de las nacionalidades y de las diversidades étnicas.
e) La antropología ha aoordado también el estudio de las sociedades moder­
nas, y en algunos casos el de las empresas industriales Existen, en este caso, tra­
bajos precursores: el de Lynd, relativo a “Middletown” (1929), el de W arner y cola­
boradores, en sus análisis del sistema de clases sociales en “Yankee City” (1941),
trabajos que se han esforzado en combinar técnicas sociológicas y antropológicas.
Y esto es lo que se verifica en las investigaciones más recientes, el beneficio
de los aportes conceptuales y metodológicos de las ciencias sociales.
Toda las ciencias sociales se están haciendo menos diferenciadas y especia­
lizadas en sus metodologías, más interdependientes en la investigación, en el análisis
y en la aplicación, desplazándose colectivamente hacia un nuevo tipo de holismo.
Las realidades de un mundo que se uniformiza, de una decadencia en cuan­
to a variedad cultural y a autonomía de las unidades sociales llevan a todas las
ciencias sociales a apoyarse unas en otras, a utilizar las formas de penetración, las
técnicas y los datos de las otras como la mejor manera de tratar los tem as y
problemas que son preocupación común de todf.s las disciplinas.
Habríamos señalado hasta aquí algunos, tal vez los más frecuentes recortes
de campos de estudio.
Las conceptualizaciones, las maneras de pensar estos recortes también se
han transformado.

61
D en tro de la n u ev a m an era de pen sar a n tro p o lóg ica, se in clu y e la
reintroducción de las sociedales del '‘Tercer M undo” en la historia; en esta s condi­
ciones el papel de la antropología actual es el de contribuir a la reestructuración
del saber antropológico que queda centrado en el estudio de las “diferencias h is­
tóricas” entre las sociedades hum anas, y la problem ática de dichas sociedades.

62
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N otas
1 Lévi-Strauss, C., Antropología estructural, EUDEBA, Buenos Aires, 1984.
2 Según Reichenbach (1938) cit. por Mamiers y Kaplan, op. ci..' “Contexto del descubrim ien­
to”: Orígenes sociales y psicológicos de las ideas del estudioso. Frente al “contexto de la justificación”,
validación científica y fecundidad explicativa de esas ideas, aunque estos autores piensan que los
sesgos y valores individuales juegan un papel inicial, pero que no necesariam ente tienen un papel

63
significativo posterior. Nosotros pensamos que eso es válido para la llamada “ecuación personal” del
investigador, pero sí es significativa posteriormente la expresión de lo colectivo que se manifiesta en
el investigador.
3 Cf Bourdieu, Passeron, Chamboredon: El oficio de sociólogo, Siglo XXI, 1975, Bs. As,
4 Cf. Hobsbawn, E., Para el estudio de las clases subalternas, Pasado y Presente, julio-diciem­
bre 1963, Córdoba.
5 En Gran Bretaña especialmente en la Escuela de Manchester, en Francia Balandier y sus
discípulos que trabajan sobre todo en África, y en Estados Unidos el evolucionismo renovado.
6 Leach, E. R., “Sistemas políticos en Alto Burma, 1954, Leach trabajó sobre todo en el sudeste
asiático.
7 Como ejemplos de ritos constituyentes y que no contribuyen a mantener el statu quo,
citamos el caso de lo acaecido en el transcurso de la lucha de liberación argelina, cuando como
ruptura con el orden y con las instituciones establecidas por I03 franceses, los argelinos deciden
realizar sus matrimonios según el rito musulmán, como manifestación de resistencia frente a los
colonizadores y como anuncio y expresión de la sociedad que se estaba constituyendo y forjando en
dicha lucha.
8 Menéndez, E., “Colonialismo y racismo: Introducción al análisis de las teorías racistas en
Antropología”, Revista índice N° 6.
9 Estas formas de denominar a la Antropología no son producto del objeto sino que son un
emergente de diferentes corrientes teóricas que generalmente se adecúan a tendencias nacionales. A.
Cultural: EE.UU., Social: Gran Bretaña; Etnología: Francia.
10 Firth, R., Tipos humanos. EUDEBA, Buenos Aires, 1964.
11 Popper, K., La lógica de las Ciencias Sociales, Gryalbo, México, 1978.
12 Harris, M., El desarrollo de la teoría antropológica, Siglo XXI, 1978, págs. 265-270.
13 Cf. Bonet, P., De la Etnología a la Antropología, Cuadernos, Anagrama, Barcelona, 1975.
14 Worsley, P., El Tercer Mundo, Siglo XXI, México, 1966.
15 Balandier, G., Teoría de la descolonización, Tiempo Contemporáneo Buenos Aires, 1973.
16 Nkrumah, K., Líder de la república de Ghana y presidente de la misma hasta 1966.
17 Berque J., Dépossession du Monde, Seuil, 1964.
18 Boukhobza, M., Nomadismo y Colonización. Análisis de lea mecanismos de la desestructu­
ración y de la desaparición de la sociedad patoril tradicional en Argelia, Argel, 1976.
19 Bemard, A. y Lacroix, N., L’evolution du nomadisme en Algérie, obra publicada bajo los
auspicios de Jounart, M. C., gobernador general de Argelia en 1906, págs. 301-302 (cit. en Lucas. P.
y Vatin, J., L'Algérie des anhropolegues, Maspero, París, 1975).
20 Malinowski, B., La vida sexual de los salvajes, Morata, Madrid, 1975 (1932) pág. 30.
21 Cit. por Leclerc, G., Antropología y colonialismo, Comunicación, Madrid, 1972.
22 Montagne, R, La civilización del desierto, Nómades de Oriente y de África, Hachene, París,
1947, págs. 12-13.
23 Malinowski, B., La vida sexual de los salvajes, op. cit., pág. 34.
24 Bourdieu, P., Chamboredon, J. C.; Passeron, J. C., El oficio de sociólogo, Siglo XXI, 1976,
págs. 78-79.
25 Bourdieu, P., op. cit. pág. 79.
26 Yankelevich, H., “Panel Interdisriplinario*, En Revista Argentina de Psicología, n° 7, 1971.
27 Verón. E., “Hacia una teoría del proceso ideológico”, en El Proceso Ideológico, Tiempo Con­
temporáneo, Buenos Aires, 1971, pág. 266.
28 Cf. Menéndez E., El Modelo Antropológico Clásico, Buenos Aires, 1967/68. Ms.
29 Menéndez incluye al evolucionismo sólo cuando considera una de las variables estratégicas
del Modelo, la ahistoricidad.
30 En Kardiner, Fronteras psicológicas de la Sociedad, F.C.E., México, 1955, pág. 73.
31 Alor, pequeña isla de las Indias Orientales, a 960 k al E. de Java. En Kardiner, op. cit. pág.
132.
32 Lucas, Ph.; Vatin, J. C., L’Algérie des Anthropologues, Maspero, París, 1975, pág. 245
(traducción de la autora).
33 Evans-Pritchard, E. E., Los Nuer, 1977 (1940), Anagrama, Barcelona, págs. 23-24-25.
Jarvie L. C., The rtvolution in Anthropology, Routledge and Kegan London, 1967 (1964), pág. 198.
Este autor coloca a Evans-Pritchard junto con P. Worsley entre los antropólogos que consideran la
dimensión histórica. La diferencia entre ambos estaría dada por el hecho de que para Evans-Pritchard
la Antropología, porque es historia, es un humanismo, mientras que para Worsley, porque es historia
es ciencia.
34 Popper. K-, La lógica de las ciencias sociales, Grijalbo, México, 1978 (1969), págs. 14 y 15.

64
35 Cf. Sudnow, D., La organización social de la muerte, Tiempo contemporáneo, Buenos Aires
1973.
36 Redfield, R., El mundo primitivo y sus transformaciones, F.C.E., México, 1973, págs. 36-37.
37 Balandier, G., “Sociología, Etnografía”, en Gurvitch, G., Tratado de Sociología, Kapelusz,
Buenos Aires, 1962.
38 Escotomizar: en el lenguaje de la Psicología, hacer desaparecer del campo de la conciencia.
39 Menéndez, E., “Últimas críticas al modelo antropológico, en Poder, estratificación y salud,
Casa Chata, México, 1981, pág. 500.
40 Islas Andamán: se encuentran en el Golfo de Bengala, al S de Birmania. Pertenecen a la
India.
41 Redfield, R., El mundo primitivo y sus transformaciones, op. cit., pág. 28.
42 Lowie, R., La sociedad primitiva, Amorrortu, Buenos Aires, 1972, págs. 181-182.
43 Balandier, G., Teoría de la descolonización, Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1971.
44 En castellano: El hombre y la cultura. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1971.
45 Por otra parte, el caso del relativismo lingüístico radical, llevado hasta su xíitima consecuen­
cia lógica, demostraba la imposibilidad de traducción de una lengua a otra, al afirm ar que las lenguas
pueden ser no sólo diferentes en sus redes conceptuales, sino también plenas y cerradas, es decir,
pueden diferir unas de otras al punto de no poseer ningún elemento común y de ser “impenetrables”
a !a traducción.
46 Cf.: Antropología aplicada, Amorrortu, Buenos Aires, 1971.
47 Kluckhohn, C., Antroplogía, Breviario del F.C.E., México, 1965, pág. 284.
48 Redfield, El mundo primitivo y sus transformaciones, op. cit., págs. 17-18.
49 Redfield, R., La sociedad folk.
50 Menéndez, E., "Ideología, ciencia y práctica profesional”, en Ciencias Sociales: ideología y
realidad nacional, Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1970, pág. 118.
51 Menéndez, E., "El Modelo Antropológico Clásico y la práctica psiquiátrica”, en Indice, N'J9,
1970.
52 Mercier, P., Historia de la Antropología, Península, Barcelona, 1969.
53 Alor, isla ya mencionada en nota 8, donde trabajó C. Du Bois.
54 Kardiner, A., Fronteras psicológicas de la sociedad, op. cit., pág. 285.
55 Como ejemplo ilustrativo invirtiendo el papel de salvaje y civilizado, de etnógrafo e infor­
m ante, he aquí el siguiente: muchos de mis amigos melanesios que tomaron al pie dela letra la doctrina
del “amor fraternal” predicada por los misioneros cristianos y la prohibición de guerra y de m atanza
también predicada y promulgada por los funcionarios del gobierno, no podían conciliar los relatos de
la Gran Bretaña que les llegaban a través de agricultores, comerciantes, inspectores y trabajadores de
las plantaciones, con las doctrinas predicadas. Estos relatos llegaban hasta los más remotos poblados
melanesios y papúes. Se mostraban verdaderamente asombrados al oír que en un solo día los hombres
blancos exterm inaban a tantos otros de su propia raza como se necesitarían para constituir varias
tribus m elanesias de las mayores. Forzosamente llegaron a la conclusión de que el hombre blanco era
un mentiroso tremendo, pero sin tener la certidumbre de dónde estribaba la m entira, si en la sim ula­
ción moral o en su jactancia.
56 Para ampliar esta problemática ver “Emic y Etic” en Harris, M., El materialismo cultural,
Alianza, Madrid, 1982.
57 Cf. Woodis, Jack, África, el león despierta, Platina, Buenos Aires, 1962.
58 Hombre de Estado y escritor senegalés. Presidente de su país (1960-1980). Escribió ensayos
sobre la negritud.
59 Cf. en Rivas, L., La situación colonial, CEAL, Transformaciones, Buenos Aires, 1973.
60 Rivas, L., La situación colonial, op. cit.
61 Max Gluckman en African Polilical System, Londres, 1940, cit. por Kuper, “Antropología y
antropólogos”, Anagrama, Barcelona, 1973.
62 Kuper, Antropología y antropólogos, Anagrama, Barcelona, 1973.
63 No cuestionamos el carácter utilitario de las ciencias. Pensamos que todas lo son o deberían
serlo. Lo que proponemos para discutir es el destino o destinatario de esa utilidad.
64 Kluckhohn, C.. Antropología, Breviario F.C.E., México, 196c (1949), pág. 182.
65 Ideología y realidad nacional, Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1970.
66 Horowitz, I., The rise an fall of Proyect Camelot, The MIT Press Cambridge, M assachussets.
67 La idea de que el “primitivo" está siempre muy próximo a la inanición y que por lo tanto
está preocupado por las necesidades de subsistencia, deriva en parte de la experiencia del derrumbe
de las economías agrícolas (y cazadoras y recolectoras) por efectos del capitalismo. Sólo en los últimos
años hubo ham brunas que afectaron a decenas de millones de personas en Bengala (1947), Bangla Desh
(1974/75), Afganistán (1972/73), Bihar (1974), Etiopía (1973) y el Sahel (1973 y en la actualidad). Entre
quinientos y seiscientos millones de personas están crónicamente próximas al nivel de inanición en
Asia Sudoriental (Worsley, P., Campesinado e integración nacional, Colegio de México, México, 1982,
pág. 18).
68 Bonte, P., De la etnología a la antropología, op. cit.

66
PRINCIPALES CORRIENTES TEÓRICAS
EN ANTROPOLOGÍA
INTRODUCCIÓN
E. G
u r e v ic h
“La antropología es la disciplina que tie­
ne la urgente tarea de explicar al hom­
bre en su multiplicidad fenoménica”.
(Lloberas, 1990.)

Nos proponemos componer un cuadro de las concepciones antropológicas


dominantes ubicándolas en el contexto de la época en que fueron producidas.
Si bien estamos en antropología y hablamos de teorías antropológicas esto
no significa que ellas sean patrimonio exclusivo de esta disciplina (o de alguna
otra). Hay concepciones que, elaboradas en un ámbito particular del saber, propor­
cionan un marco referencial básico, que es tomado por distintas disciplinas para
la interpretación de los fenómenos por ellas estudiados. Así también, observaciones
realizadas en un determinado terreno pueden aportar información que sea utiliza­
da para desarrollos teóricos en otros campos.
En todos los casos, la elección de un tema de investigación y de la manera
de abordarlo, se vincula con lo que se pretende explicar y los principios de que se
parte. Estas son las concepciones teóricas o teorías y, el cómo hacer o abordar el
estudio es la metodología. Distintas teorías implican maneras diversas de aproxi­
marse al fenómeno que se desea investigar. En la práctica, es muy difícil separar
la teoría de la metodología; lo hacemos a nivel analítico.
En la revisión que encaramos en el presente capítulo, partiremos de la
caracterización del siglo XVIII atendiendo a algunas de las propuestas del ilumi-
nismo y el positivismo. El primero con sus planteos críticos de la realidad social
—marcada por la injusticia, la miseria— y el reconocimiento de la razón como
instrumento para trascender ese orden existente. El segundo, con su aceptación de
lo dado como natural, donde la realidad social pasa a ser considerada como un
hecho a ser estudiado tal como se estudia la naturaleza y la “ciencia social” la
encargada de desentrañar las leyes que rigen lo social para así poder corregir las
desviaciones que se produzcan.
Englobándolas en este marco distinguiremos las dos orientaciones que lle­
varon al desarrollo de las líneas principales de exploración de lo social: la vertiente
conservadora en la que se enmarcan el evolucionismo, el funcionalismo y el
particularismo histórico y la vertiente crítica, expresada en el pensamiento m ar­
xista, con su reconocimiento de la existencia de conflictos de intereses y luchas al
interior de la sociedad. Nos referiremos también al estructuralismo, formulado por
Levi Strauss, a partir de los años cuarenta, cuyos planteos en el campo de la
etnología, apoyados en la metodología etnográfica y la teoría lingüística, reconocen
múltiples influencias y apuntan a formulaciones teóricas universales en un plano
que dificultan su inclusión en cualquiera de las vertientes mencionadas.

71
Luego de la revisión de los principios básicos de esas corrientes teóricas
producidas en los paises centrales (Inglaterra, Francia, Estados Unidos) en el siglo
XIX y principios del XX, el señalamiento de sus continuidades y rupturas, toma­
remos en cuenta las críticas de que fueron objeto a partir de mediados de siglo,
cuando —acompañando los cuestionamientos y cambios que sucedieron a la segun­
da guerra mundial— las categorías marxistas se incorporaron a los planteos de la
antropología. En medios académicos de Francia e Inglaterra surgieron entonces
posiciones que, partiendo de un análisis histórico, llevaron a cabo una revisión
crítica del papel de las ciencias sociales que condujo al reconocimiento de sus
condicionamientos y de la envergadura y alcances de la situación colonial. Eran los
años sesenta, cuando se denunciaba la utilización de los resultados de investiga­
ciones con fines de control político-ideológico y se criticaba severamente al “cien­
tificismo” positivista (la pretensión de hacer ciencia pura).
Acorde con los procesos políticos que desde fines de la segunda guerra mundial
habían comenzado a darse y, ante la evidencia de la desaparición de su “objeto” (de
acuerdo a la concepción clásica del mismo) la antropología experimentó una espe­
cie de crisis. “La antropología que había sido la ciencia del hombre primitivo por
antonomasia (...) se vio forzada a renunciar a sus cotos de caza etnográfica”.
(Lloberas, 1990). Por esa época (los sesenta) comenzaba a tener peso una produc­
ción teórica de los paises “periféricos”. Planteaba la desigualdad de recursos —
académicos, educativos, tecnológicos— que separa a los países y poblaciones del
“Primer y Tercer Mundo”, la relación de dependencia que —generada durante los
años de colonización— los une, y la necesidad de romper esos lazos como requisito
para lograr un verdadero desarrollo, independiente. Esta postura que criticaba a
la concepción —desarrollista— predominante, explicaba el desarrollo de unos paí­
ses como logrado a expensas del subdesarrollo de los otros (países del Primer y
Tercer Mundo) y proponía en el plano académico, la reunión de las disciplinas en
una Ciencia Social única, como forma de superar la división de saberes (antropo-
logía-sociología) que había acompañado a la división del mundo en países coloni­
zados y colonizadores.
Finalmente esto significó más que la aparición de nuevas teorías, un cambio
de paisaje: el área mediterránea se incorporó como ámbito de estudio para la
antropología de los países centrales.
Si bien los planteos antes mencionados caracterizaron el quehacer antropo­
lógico de principios de la década del setenta, asistimos luego a un decaimiento del
auge de las grandes teorías (marxismo y estructuralismo) y a un proceso que ha
tendido más a la especialización, al predominio de los “pequeños saberes” y la
diversidad de enfoques que de un paradigma central al cual refieran las propues­
tas vigentes.
En la última parte del capítulo, haremos referencia a los nuevos enfoques
en antropología. Algunos de ellos, inscriptos dentro del marco de la post-moderni-
dad, plantean una crítica a la “autoridad” que emana de los textos etnográficos
clásicos, otros le critican su construcción de modelos alegóricos —"ficciones”— que
representan invenciones —no descripciones— de la realidad (Clifford). Otras pers­
pectivas, como veremos, acentúan el carácter interpretativo, cognitivo o simbólico
de la antropología.

72
EL SIGLO DE LAS LUCES: EL DIECIOCHO
M. T
acca
INTRODUCCIÓN
Comenzar el capítulo de teorías antropológicas analizando el siglo XVIII es
importante porque, si bien la antropología como ciencia particular delimitada se
constituye en el siglo siguiente, las bases conceptuales y las hipótesis sobre el
cambio socio-cultural, desarrolladas en el siglo XVIII son precursoras de la siste­
matización posterior. Es por ello que el seguimiento de algunas nociones como las ~
de la Razón, la Libertad, la Felicidad, la Crítica, El Progreso, etc. son fundamen­
tales para entender el origen de la antropología como ciencia.
Aclaramos que estudiaremos la sistematización científica de esta disciplina
ya que la antropología, como reflexión acerca del origen y la organización de las
distintas culturas, puede estudiarse desde la antigüedad clásica (en Heródoto por
ejemplo).
Por otra parte, no podemos olvidar que en este sentido, con la Ilustración
comienza la Modernidad en el pensamiento europeo. Esto quiere decir, que de aquí
en más el intento de explicar el universo y descubrir las leyes naturales (que ya
había comenzado en el Renacimiento) también se extiende al ámbito de lo social
y cultural. Esta Europa que se halla en expansión y que, por ende, entra en
contacto con otros pueblos y culturas elabora en este siglo una de las críticas más
radicales al sistema monárquico y a la civilización en general. De hecho los prin­
cipales protagonistas de esta época fueron los pensadores franceses en el contexto
pre-revolucionario. Pero esto no quiere decir que solo Francia fuera el escenario de
la tumultuosa vida social e intelectual. Como bien señala P. Hazard, en toda
Europa puede, verse los signos de este nuevo siglo, que ironiza las viejas tradicio­
nes y reivindica un nuevo orden en el cual el hombre puede ser feliz en la tierra
y no ya después de la muerte.
En este sentido, entonces, sostenemos que revisar los viejos conceptos del
Iluminismo nos ayudará a comprender el decisivo siglo siguiente para el pensa­
miento científico y antropológico.
Además, esta indagación tiene el objetivo de rescatar la continuidad así,
como la ruptura de algunos de estos conceptos, con el fin de comprender cuánto
tiene la ciencia en general de iluminista aún hoy. Pensar que la razón, más que
la imaginación, nos aleja del error es uno de los legados fundamentales de los
iluministas. Veremos luego cómo este camino no era tan lineal y optimista como
se supuso.

75
LAS IDEAS PRINCIPALES
Este capítulo no tiene como objetivo el análisis exhaustivo del pensamiento
iluminista, sino más bien intentar, desde la mirada particular de este siglo, enten­
der el contexto teórico y conceptual en el que se originó nuestra disciplina.
Al siglo XVIII se lo denominó el Siglo de las Luces debido a la importancia
que le concedían los pensadores o filósofos sociales a la Razón. Definida ésta, como
la capacidad intelectual de lograr deducciones lógicas a partir de la realidad obser­
vable, según lo resume Hazard. Esto merece varias aclaraciones ya que es quizá
el concepto medular de la época. En primer lugar, la idea de deducir lógicamente
es novedosa y crítica respecto de siglos anteriores (sobre todo de la Edad Media)
ya que implica buscar procedimientos intelectuales que puedan demostrarse y
fundamentarse más allá de la autoridad o dogma que lo enuncie: se parte de la
realidad, de la experiencia y no de Verdades Absolutas como sostenía la filosofía
teológica.
En segundo lugar, estas deducciones permiten establecer leyes generales
que, como ya se dijo, explican los fenómenos naturales sin recurrir a la mención
de la voluntad divina. Esta búsqueda de regularidades, por lo tanto, será la nueva
tarea de la ciencia, cada vez más alejada del pensamiento medieval.
En tercer lugar, la idea de esta Razón deductiva y crítica es universal, es
decir que, todos los hombres de todos los pueblos del mundo poseen la misma
capacidad. Esto, como veremos más adelante, no significa que todos logren los
mismos resultados.
Puede decirse, entonces, que el modo de conocer y de explicar los fenómenos
es racional cuando se parte de dicha capacidad para establecer y descubrir regu­
laridades, las cuales deben tener validez universal. Esta pretensión iluminista
caracterizó a la ciencia europea y occidental hasta el siglo XX que, como se verá
luego, relativizó dichos supuestos.
Hablar de la Razón implica hablar de la crítica como método (la duda
cartesiana aplicada a la vida social) ya que ésta posibilita la deducción lógica. La
crítica dieciochesca es universal, todas las instituciones son puestas bajo la mirada
crítica de los filósofos sociales. Es una crítica rotunda, irónica pero siempre reivin-
dicativa ¿Cuáles serán los valores que se reivindicarán?
Hazard señala dos fundamentales: la felicidad y la libertad.**
La Felicidad no ya como un anhelo supraterrenal sino aquí en esta vida. La
idea de Felicidad es sostenida por toda Europa y se refiere fundamentalmente a
la alegría de vivir y a gozar de buena salud (comienza el culto a la vida confortable
y a la prevención de enfermedades).
Ser feliz, es la nueva consigna; evitar el sufrimiento. Toda la literatura del
momento refleja este deseo: el deber de ser feliz.

76
Señalamos la idea como importante por dos razones: la primera, porque en
el contexto de ruptura y de crítica en que el Iluminismo descalifica a la Edad "
Media, se insiste en la felicidad terrena, y la filosofía refleja esta concepción de
la felicidad hum ana como meta, como deber, en una vida finita y concreta y no
como concepto abstracto apartado de los goces cotidianos. Y la segunda, porque
esta búsqueda permite a la vieja Europa mirar a otros pueblos que sin las con­
quistas de la civilización se ven más felices, más libres, como dirá Rousseau
respecto del Buen Salvaje. Esta mirada a otros ajenos a la cultura europea ser­
virá para criticar las instituciones tradicionales y los filósofos no desperdiciaron
la oportunidad de comparar la felicidad de los salvajes con la opresión del Régi­
men Absolutista. Esta reivindicación de la felicidad, humanizada por la Ilustra­
ción, construye un sujeto distinto al de los siglos anteriores el cual se hallaba
marcado por la vida en el más allá. Este sujeto nuevo desea ser feliz y no tiene
empacho en reconocerlo, el presente es lo esencial. Pero a la vez, este sujeto
necesita ser Libre para ser feliz. Libertad de opinión, libertad de sentimientos,
libertad social pero también individual. Es el siglo en el cual la libertad se torna
jurídicamente un derecho universal. Esta idea de libertad asociada al progreso de
la Razón hum ana es típicamente iluminista. El siglo siguiente, primero con Marx
y luego con Durkheim, se encargará de cuestionarla y de limitarla. De todas
formas, el legado iluminista respecto de la idea de Libertad es, aún hoy, tema de
debates políticos y sociales.
Ahora bien, no puede dejar de mencionarse, como la contracara de este
anhelo de libertad, la esclavitud. El pensamiento iluminista es, en general,
antiesclavista, pero como bien señala Duchet, las contradicciones que generó la
expansión colonial se reflejaron claramente en las discusiones teóricas sobre el
tema.
Ser esclavo, para los filósofos no era justo. La condición hum ana como tal
no podía someterse a semejante aberración. Ahora bien, el comercio de esclavos y
los pueblos esclavizados eran los denominados salvajes. Por lo tanto, la primera
contradicción resultaba de proclamar libertad para toda la Humanidad sin distin­
ciones, cuando la realidad político-económica del colonialismo, intentaba justificar
la opresión con los argumentos sobre la supuesta ignorancia y brutalidad de los
pueblos primitivos.
Estos argumentos se basaban en una concepción paternalista, la cual con­
sideraba que la ineptitud de los negros o de los salvajes en general, para desarro­
llar sus capacidades intelectuales, se verían precipitadas si se los forzaba a vivir
civilizadamente. Por ello, el esclavismo era devuelto a la sociedad europea como
una acción necesaria para el progreso de estos pueblos. ‘
Esta estructura del pensamiento esclavista se fue resquebrajando cada vez
más a medida que nos acercamos al siglo XIX. Duchet señala, en este sentido, que
la Revolución Industrial estaba próxima y que, por lo tanto, el capitalismo nece­
sitaba en lugar de esclavos, fuerza de trabajo libre para favorecer el nuevo tipo de
producción, circulación y consumo de los productos manufacturados. Es decir, que
la idea de un asalariado o de un colono libre se conjuga mejor con el momento
económico que Europa requerirá a mediados del siglo siguiente.
Estas ideas que la Revolución Francesa pondrá de manifiesto en la Decla­
ración Universal de los Derechos del Hombre, sin embargo, será cuestionada por los
grandes comerciantes de esclavos cuyo mercado principal era América. En este
sentido, también, hay que aclarar que las doctrinas antiesclavistas tuvieron mayor

77
aceptación en aquellos sectores sociales y políticos de Europa que apoyaban el
cambio social. Pero la paradoja de esta situación resulta de la coincidencia de
objetivos con los sectores de poder, que a su vez, intentaban colocar los productos
manufacturados en las colonias.
Podría afirmarse, entonces, que el pensamiento filosófico (y también el cien­
tífico) refleja, en su discurso, todas las contradicciones del momento histórico del
cual es producto. Sin ese marco, resulta imposible tratar de explicar conceptos que
de otro modo, aparecerían como ajenos a la realidad a la cual pertenecen. Puede
decirse, por lo tanto, que no fue casualidad que las doctrinas antiesclavistas se
discutieran a las puertas de la Revolución Industrial. Y que fuesen los filósofos
pre-revolucionarios los que sentaran las bases sobre las cuales cuestionar el siste­
ma político que ya no representaba los nuevos intereses en juego, que de ahora en
más. tendrían como protagonista estelar a la burguesía.
Los conceptos antes mencionados adquieren un sentido relevante y clarifi­
cador al ser enmarcados en la noción de Progreso y del devenir histórico que
teorizó el Iluminismo.
La idea de Progreso se relaciona con la posibilidad de avanzar, pero no en
cualquier sentido. El Progreso implica un avance de la Razón. Ahora bien, este
avance tiene su supuesto en el concepto de evolución que utilizaban los pensadores
ilustrados.
La evolución es un cambio de estados. Pero evolucionar, para el siglo XVIII,
implica, asociar necesariamente la idea de cambio a la de progreso. Por ello, la
evolución se define, según M. Harris, como el paso de peores condiciones a mejores
condiciones. Este siglo selló definitivamente la asociación de la idea de evolución
con la idea de progreso. Evolucionar, a partir de ahora, será lo mismo que progre­
sar, y progresar para el Iluminismo, consistirá en correr los velos de la ignorancia
para ver la luz de la Razón, la cual permite alejarse del error, como lo señala P.
Hazard.
Es decir que evolución y progreso se convirtieron en sinónimos.
Ahora bien, si el progreso significa progreso de la Razón y la Razón es
universal, entonces, puede establecerse una ley general que refleje la evolución de
la humanidad. Esta hipótesis de la evolución iluminista fue el primer intento de
sistematización de leyes socio-culturales emulando a las leyes naturales. Es así
como la idea de la Ilustración respecto de la evolución humana representa en el
primer estadio al Salvajismo, en el segundo a la Barbarie y por último a la Civi­
lización.
Esta pirámide de la evolución de la humanidad, implica que el estadio más
simple es identificado con el del salvajismo y el más complejo con el de la civili­
zación. Es interesante recordar el contexto de expansión europea para entender
por qué el salvajismo se definió por oposición a la civilización.
El asombro y el desconocimiento de estos nuevos pueblos, que se suponía
carentes de instituciones como las que Europa conocía, que no tenían jefes, ni
moneda, ni propiedad privada, ni Estado, etc., condujo a los pensadores a la idea
de que Europa había pasado, en una época remota, por las mismas situaciones
y de que, gracias a la “evolución” surgieron las instituciones complejas y con ellas
la civilización: es este paso el que trataron de reflejar en su teoría evolutiva
universal.
Todos los pueblos civilizados, antes habían sido bárbaros y antes todavía
salvajes. Todos “evolucionaron” adquiriendo mayor racionalidad en las institucio­

78
nes y por lo tanto progresaron. Pero ¿eran felices? Esta pregunta y sus posibles
respuestas nos lleva a plantear las diferencias entre algunos pensadores ilustres.
Como en toda época, las ideas atraviesan el siglo y forman una base conceptual
que nutre a todos los pensadores: pero ello no quita que, dentro de ese marco
general, aparezcan diferencias de criterios más cercanas o lejanas al cuerpo teórico
central. Es por ello, que se hace necesario abrir un apartado especial para analizar
más específicamente la obra de dos pensadores clásicos de este siglo.

79
LA ANTROPOLOGÍA ILUMINISTA
•Si bien es cierto, como dijimos más arriba, que la antropología como ciencia
propiamente dicha surge en el siglo XIX, ello no quiere decir que en el siglo que
estudiamos no estén presentes las primeras sistematizaciones sobre la problemá­
tica de la evolución socio-cultural. Justamente, el asombro de los filósofos por las
extremas diferencias culturales y físico-biológicas, y el problema sobre el origen de
las instituciones constituye de alguna manera la médula de esta antropología pre-
científica. Son estos interrogantes los que intentarán resolver los filósofos. La
concepción naturalista del universo condiciona a esta antropología iluminista y en
este sentido, no puede dejar de mencionarse la obra de Buffon.
Como lo recuerda M. Duchet, en este siglo el término antropología pertenece
al vocabulario de la anatomía. El hombre es tomado como objeto y no como sujeto,
esto es lo característico de los estudios anatómicos.
En este contexto la obra de Buffon adquiere importancia porque, al ocuparse
de la naturaleza específica del hombre, es decir, de la organización de las socieda­
des humanas, se aleja del historiador de la naturaleza y piensa como antropólogo,
según Duchet.
Ahora bien, esta contribución de Buffon al pensamiento antropológico tiene
por lo menos dos cuestiones relevantes que sintetizan, de alguna manera, la dis­
cusión iluminista en torno al hombre y a la sociedad. La primera se basa en el
corte radical, respecto del pensamiento medieval, que efectúa este autor al no
remitirse a explicaciones de orden teológico sobre la especificidad humana. El
hombre está inserto entre las demás especies animales, pero se distingue del resto
de los animales por la facultad que solo él tiene de razonar.
(El hombre) “no es fuerte, no es grande, no manda en el universo, sino porque
ha sabido mandarse a sí mismo, domarse, someterse e imponerse leyes; en pocas
palabras, el hombre no es hombre, sino porque ha sabido reunirse con el hombre”
(citado en la obra de M. Duchet, pág. 207).
La fuerza del pensamiento racionalista también se resume en el párrafo
siguiente:
“ La esencia del pensamiento consiste en la reflexión o facultad de asociar
ideas, combinación que no son capaces de realizar los animales y cuyo signo sensible
es el lenguaje” (op. cit., pág. 205).
La modernidad de este argumento llama la atención teniendo en cuenta que
Buffon escribía a mediados del siglo XVIII. El lenguaje como diferencia sustancial

80
entre la especie humana y las demás especies animales será desarrollada en el
siglo XX, sobre todo a partir de la corriente estructuralista y de las modernas
teorías sobre la cultura, que se verán en otros capítulos.
La segunda cuestión a la que hacíamos referencia consiste en la evaluación
respecto de la definición de los pueblos salvajes.
Para Buffón el salvajismo no se corresponde (como ya veremos en Rousseau)
con la idea de un salvaje feliz y sin presiones, sino que, por el contrario, los
salvajes representan un estado de decrepitud, y estupidez por el cual no han sabido
llegar a la civilización.
El salvaje, en esta concepción, ignora las artes para dominar la naturaleza
y con ello pasar de la naturaleza a la cultura. Para Buffón el salvaje es un hombre
a medias. Respecto de la variedad de la especie hum ana en el capítulo referido a
los negros, sostiene que los hombres son perezosos y las mujeres disolutas. Y los
americanos no están mejor conceptuados: carecen de pasión por su hembra y por
consiguiente de amor por su semejantes.
Estas afirmaciones asociadas a las características físico-biológicas de cada
grupo humano, tendrán como resultado, en el siglo XIX, la legitimación del discur­
so seudocientífico del racismo.
Si bien es cierto que Buffón abre toda la perspectiva antropológica moder­
na, en el sentido de pensar la unidad de la especie y sus variaciones, también es
cierto que el lugar otorgado al salvaje en la escala evolutiva, es precursora de la
visión peyorativa de la cual serán objeto los prim itivos en el curso del siglo
siguiente.
A diferencia de Rousseau, podría decirse que Buffón instala en el pensa­
miento antropológico la idea de los primitivos como 'hombres a medias. Obviamen­
te, esta noción del hombre como inacabado, se construye por oposición al concepto
iluminista de civilización. Categoría ésta que no se remite solo a la evolución
tecnológica, sino también, y como característica fundamental de este siglo, a la
evolución de las instituciones, de la moral, de las ideas, en fin, de lo que el XVIII
definió como el espíritu humano *
Sin embargo, esta antropología no estaría completa, por lo menos en sus dos
versiones paradigmáticas, si no tuviésemos en cuenta el pensamiento de Rousseau.
La obra de este filósofo es extensa y abarca casi toda la gama de los temas
clásicos del siglo. Pero, sobre todo EL ensayo sobre el origen de las lenguas y el
Discurso sobre el origen y fundamento de la desigualdad entre los hombres, son los
escritos por los cuales C. Lévi-Strauss sostiene que Rousseau no se limitó a prever
la etnología sino que la fundó. Esta afirmación se basa en el planteo que hace
Rousseau de las relaciones entre Naturaleza y Cultura, problema que será medu­
lar en la antropología contemporánea. La mirada fecunda hacia un OTRO diferen­
te y lejano, que caracteriza el discurso rousseauniano, se convierte en una mirada
crítica de la vieja Europa monárquica. El cuestionamiento de las instituciones
tradicionales, a partir del análisis de las sociedades denominadas salvajes, cons­
tituye el primer recorte del objeto antropológico, tal cual será definido en el siglo
XIX.
Según Lévi-Strauss, es esta observación de las diferencias la que permite
descubrir las propiedades. Y en este sentido, la obra de Rousseau se erige como el
primer tratado de Antropología.
Para definir al hombre natural y al estado de naturaleza, Rousseau propo­

81
ne volver la mirada a los pueblos salvajes por ser ellos los que ofrecen todavía
alguna semejanza con dicho estado.
La primera diferencia que debe destacarse, entonces, con respecto a la an­
tropología de Buffon, es justamente ese primer estadio del hombre natural. La
originalidad de este filósofo radica, fundamentalmente, en la concepción del hom­
bre como un ser libre, que no está obligado a asociarse para subsistir y no es la
necesidad ni el instinto animal, por lo tanto, lo que rige a la humanidad. Rousseau
se esfuerza en oponer la especie humana al resto de las especies animales ponien­
do el acento en esta libertad natural.
Es dicha concepción, como dice M. Duchet, la que aparta a Rousseau de los
demás pensadores ilustrados, los cuales habían descripto al hombre primitivo como
cercano al animal, en la escala evolutiva.
El cuadro rousseauniano del salvaje es interesante en la medida en que tal
autor describe un hombre absolutamente salvaje, despojado totalmente de artifi­
cios culturales, y por lo tanto, sin necesidad alguna de sus semejantes. Este
discurso que presenta al hombre fuera de la naturaleza, no obligado por ella, y
solitario, le otorga un sentido nuevo a la aparición de la cultura y al lugar que
le corresponde allí al individuo. La idea de hombre solo que elige ser social, se
refugiará de los embates sociológicos positivistas, en el pensamiento romántico
del siglo siguiente.
Rousseau se interesó en los más salvajes de entre los pueblos primitivos,
porque aquellos eran los que menos se habían alejado de dicho estado de natu­
raleza. Esta mirada a lo lejos, que busca descubrir, más allá de los primeros
rudimentos de sociabilidad, lo distintivo de la especie, abre la puerta a la bús­
queda de los orígenes; tema que será clásico en el XIX y en la antropología
biológica moderna.
La facultad de elegir, de querer o de desear, es lo que distingue al hombre
de los animales. Y esta libertad (que no es instintiva y que constituye su natura­
leza) es lo que Rousseau entiende como perfectibilidad. La historia humana, es
pues, el desarrollo de esta perfectibilidad. Con este broche, el discurso rousseauniano
se aleja definitivamente de las concepciones materiales de la evolución de la espe­
cie, oponiéndose a Buffon, Diderot, Voltaire, etc.
El hombre, por lo tanto, es capaz de inventar la sociedad y, gracias a
la política, de conservarla y ordenarla. Ahora bien, este ordenam iento, según
Rousseau, se basa en la desigualdad de unos sobre otros. Y esto es lo que lleva
a la existencia de instituciones injustas, que dan lugar a los abusos del poder
político.
La corrupción que genera este estado de desigualdad permite a este pensa­
dor añorar ese estado original de bondad natural inherente al hombre natural. Y
con esta nostalgia funda la esperanza de una sociedad nueva en la cual resurjan
esas virtudes primitivas de libertad y de unión entre los hombres. La puerta
abierta por este ilustre filósofo desembocará por un lado, en la huida romántica
que reflejó el arte, y, por otro, en los discursos socialistas y en la teoría marxista
que cuestionaron el orden político.
Toda esta concepción del hombre natural, resumida en el salvaje solitario y
feroz que elige vivir en sociedad y amar a sus semejantes, es lo que se denominó
luego Teoría del Buen Salvaje. La vulgarización de esta teoría confundió la
tolerancia iluminista respecto del mundo primitivo con ausencia de etnocentrismo.
Está claro que, tanto para Rousseau, como para los demás filósofos sociales, la

82
civilización es la prueba de la evolución humana, cuyo progreso se hace evidente
en las instituciones complejas que regulan la vida en sociedad; lo cual no deja de
ser etnocéntrico. Sin embargo, este etnocentrismo iluminista dejó espacio para la
duda y la crítica. El eurocentrismo del siglo siguiente no fue tan paciente.
Analizaremos esos cambios a la luz de los conceptos dieciochescos que sufrie­
ron una ruptura epistemológica, como así también las continuidades de algunas
nociones, que los positivistas supusieron dejaban atrás para siempre.

83
Bibliografía
DAVIS, David, El problema de la esclavitud en la cultura occidental, Buenos Aires, Paidós,
1968.
DUCHET, Michéle., Antropología e Historia en el siglo de Las Luces, Buenos Aires, S. XXI,
1975.
HARRIS, Marvin, El desarrollo de la teoría antropológica, Madrid, S. XXI, 1975.
HAZARD, Paul, El pensamiento europeo en el siglo XVIII, Madrid, Guadarrama, 1958.
LEVT-STRAUSS, Claude, Antropología Estructural, México, S. XXI, 1983.
PERROT, Michelle, “La Revolución Francesa y el asentamiento de la sociedad burguesa”,
en Historia de la vida privada, t. 7, Buenos Aires, Taurus, 1991.

84
EL SIGLO XIX: ORDEN Y PROGRESO
M. T
acca
INTRODUCCIÓN
El intento de sintetizar el siglo XIX resulta una tarea casi imposible. Es el
siglo en el cual Europa se transforma en la Europa moderna, tecnificada, cientificista
y confiada en la superioridad cultural de Occidente, sustentada en la idea del
progreso indefinido, como se verá más adelante.
La riqueza de este siglo no puede circunscribirse a un solo aspecto. La
Revolución Industrial, en el plano económico, la consolidación de los Estados
Nacionales, en el político, las corrientes científicas, los grandes descubrimientos de
la medicina, como así también, las nuevas corrientes artísticas y literarias, reflejan
la vastedad y la complejidad del siglo que estudiamos. Es por ello que, sin la
pretensión de ser exhaustivos, consideramos conveniente reseñar en primer lugar,
la situación político-social. Ello, debido a que las corrientes de pensamiento tienen
estrecha relación con la misjna, otro tanto ocurre con el arte.
La antropología científica, que se constituye en este siglo, es reflejo fiel de
las concepciones teóricas de la época. Algunas de las cuales, como veremos, son
legado del siglo anterior y otras, productos originales del pensamiento evolucionista
de este siglo, que ya no hablará del progreso de la Razón sino de la Técnica.

87
EUROPA DESPUÉS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA:
SITUACIÓN HISTÓRICA Y POLÍTICA
1815 es la fecha que señalan los historiadores como comienzo del siglo XIX.
Fecha referida a la derrota definitiva de Napoleón por las Monarquías Legi ti mistas
europeas y como consecuencia de ello, el comienzo de lo que se denominó la Reac­
ción Conservadora.
Estas primeras décadas del siglo fueron, por lo tanto, antiiluministas y las
Cortes restauradas intentaron abolir las conquistas políticas y sociales de la Re­
volución Francesa. Lo cual no fue gratuito ya que las revoluciones de 18-30 y 1848
reflejaron el descontento social que habían negado los Tratados y los Gobiernos.
Por otra parte, la gran triunfadora de los sucesos revolucionarios era, sin
duda, la Burguesía. Estrato social que desde hacía siglos venía acorralando a la
vieja Europa feudal y que, por fin, habiendo asumido el control económico, reque­
ría ahora el poder político. Esta nueva clase social necesitó de las libertades
dieciochescas para llegar al poder. La nueva sociedad, sin embargo, como lo advier­
ten Duby y Mandrou, fue una sociedad más igualitaria en principio que en la
realidad cotidiana. Y el triunfo burgués se vio reforzado por la eliminación de la
pequeña burguesía y de los primeros proletarios urbanos y rurales.
En esta configuración social y política hay que encuadrar las ideas román­
ticas, que opusieron a la Racionalidad de la revolución, la Historia y a la N atura­
leza, la Legitimidad, como lo sintetiza Vicens Vives.
Puede decirse, entonces, que en la primera mitad del siglo, se reordenó la
vieja Europa monárquica y legitimista, lo cual implicaba la restauración de los
valores tradicionales del Antiguo Régimen.
Sin embargo, como bien señalan los autores mencionados, los procesos his­
tóricos no tienen retorno. Y esto significó que, si bien la Restauración, con la Santa
Alianza a la cabeza, pretendió defender el viejo Estado, el pueblo no acompañó
dicho proceso. Esta grieta abierta entre el Poder Real y la población cada vez más
miserable, dio lugar a dos vertientes del romanticismo.
Vicens Vives advierte que la corriente romántica de carácter conservadora-
histórica, es la que apoyó los primeros años de la Restauración. Y la liberal-
progresista, que se nutrió del naturalismo del siglo XVIII, fortaleció las nuevas
corrientes socialistas que protagonizaron las revoluciones de mediados del siglo.
Con la Revolución Industrial en pleno desarrollo, los gobiernos europeos,
aliados con la gran Burguesía, reconocieron y temieron a la vez, al proletariado
como grupo social emergente de la nueva situación económica. Fueron los socialis­
tas (con Proudhon y luego con Marx) los que concretaron el temor burgués al
adquirir los obreros conciencia de clase, gracias a la activa militancia y a la capa­
citación en los gremios.
La lucha de clases no era un mero concepto retórico, se palpaba diariamente
en la cruel realidad de los establecimientos fabriles, en los cuales, las jornadas de
trabajo rondaban las catorce horas y las mujeres y los niños trabajaban a la par
de los hombres. Las muertes prematuras, el hacinamiento, la inseguridad laboral,
provocaron los levantamientos del 30 y del 48.'Sin embargo, las luchas entre los
propios socialistas y la alianza burguesa con el poder, demostró que la clase obrera
no tenía representantes en el gobierno y que ia realidad del industrialismo era aún
un fenómeno más bien urbano que rural. De todas formas, quedó claro que la
Revolución Francesa no se había diluido en el discurso legitimista de las cortes,
sino que se había refugiado en los sectores sociales más oprimidos y desde allí
arremetía contra el orden burgués.
El menosprecio que sentirá el positivismo cientificista por el romanticismo,
en la segunda mitad del siglo, tuvo su origen en la estrecha relación de éste con
el socialismo militante. Los pensadores del 50 en adelante ya no dudarán de la era
positiva. La burguesía industrial y anticlerical, había fundado también su sistema
educativo, creando las nuevas universidades, en las cuales formaban a los nuevos
sabios. La ciencia aplicada repercutía en los avances tecnológicos en beneficio de
la producción fabril. Duby y Mandrou señalan que, tanto la publicidad como la
fabricación en serie (standard), logran la venta masiva en las grandes galerías de
fines de siglo.
Esta cultura de lo tecnológico como resultado de la investigación científica,
divorciada de lo social, es netamente positivista. La consecuencia de la derrota de
los levantamientos de mediados de siglo y del triunfo de la Revolución Industrial
en Europa Occidental, fue el camino libre para la burguesía.
El otro gran tema del siglo fue el de las nacionalidades. El nacionalismo
como anhelo de identidad y de unión histórica y cultural, contribuyó a delinear
esta nueva concepción del Estado. Este no debía regular la economía, no debía
intervenir en la ley de la oferta y la demanda, su función era más bien, legislar
y proteger las fronteras nacionales y ampliar los mercados.
Se entiende, entonces, por qué en el Congreso de Berlín de 1885, se repar­
tieron el mundo salvaje, lo cual impidió que lucharan por los mercados protegidos
de la misma Europa. Solución efímera, los roces y las intrigas culminarían con la
Primera Guerra Mundial en 1914.
Esta Europa confiada y orgullosa de sí misma, progresando en todos los
aspectos, supuso que también las luchas sociales se verían resueltas, como dicen
Duby y Mandrou, en la medida en que los obreros ganasen mejores salarios y la
legislación les otorgara seguridades laborales y sociales. Lo que omiten las versio­
nes oficiales es que el resultado del mejoramiento de las condiciones de trabajo
fueron producto de la lucha y de la organización obreras. Y que la lucha de clases
no se resolvía solo con un aumento de salario ya que el sistema reproduce la
desigualdad en algún otro punto de la escala social.
Es decir que a fines del XIX, Europa no era revolucionaria como un siglo
atrás porque tampoco creía en las revoluciones sociales a la manera romántica. Sin
embargo, era polifacética en sus doctrinas políticas y sociales. El liberalismo eco­
nómico, practicado en los mercados nacionales, tocaba su fin y las nuevas ideas de

89
un Estado Administrador empezaban a plasmarse para regular la lucha de clases.
El arte presagiaba la catástrofe y la desigualdad para con el mundo colonial no
tardaría en estallar con las guerras de liberación. La ingenuidad quizás había sido
romántica, pero la soberbia eurocéntrica era, sin duda, positivista.

90
LAS CORRIENTES DE PENSAMIENTO:
ROMANTICISMO Y POSITIVISMO
Tanto las corrientes de pensamiento como los movimientos artísticos y lite­
rarios reflejan el triunfo de la Burguesía del XIX. Es decir, que el asentamiento
burgués en lo político-económico, como se dijo antes, también repercutió en el
plano intelectual. Si bien es cierto que dicho asentamiento caracterizó a todo el
siglo, no lo es menos que, entre el subjetivismo sentimental del romanticismo y la
confianza absoluta en la ciencia, típica del positivismo, se encuentra toda la gama
del pensamiento, incluyendo la crítica radical al capitalismo que efectuó el marxis­
mo.
Quizás la riqueza y la complejidad de la trama intelectual de esta época se
debió en gran parte, como sostiene Vicens Vives, a los dos polos entre los que se
debatía el ideal burgués: libertad y orden.
Libertad para organizar la vida económica y política que favoreciera sus
negocios.
Orden para defender la propiedad privada y evitar los conflictos sociales.
Ideas opuestas que la burguesía logrará unificar en la concepción demo­
crática de la libertad individual dentro del orden social. Orden que, de hecho,
y (R estauración de por medio) tam bién de derecho, había construido y
hegemonizado.
Puede decirse, entonces, que los movimientos intelectuales y artísticos, en la
medida que se acercaban más a un polo que a otro, representaban a los sectores
sociales que privilegiaban la libertad sobre el orden (la línea radical del romanti­
cismo y el socialismo) o el orden sobre la libertad (el romanticismo conservador y
el positivismo).
Es en esta dicotomía que adquiere sentido la división del siglo que, en
general, efectúan los autores. La primera mitad del siglo está marcada por el
Romanticismo en sus dos versiones. Y la segunda, posee la impronta indeleble del
Positivismo.
El predominio de una corriente sobre la otra, refleja los cambios estructu­
rales que vive Europa en este siglo.
En la primera mitad del siglo, como ya se dijo, la influencia de la Restau­
ración sobrepasó los límites de la organización política. El descreimiento en la
Razón desembocó en la huida romántica. El subjetivismo revalorizó la intuición en
detrimento de la deducción lógica.
Como bien señalan Duby y Mandrou, el romanticismo se define por una
actitud, una reacción contra el racionalismo en nombre de la sensibilidad y de la
fe religiosa.
Esta actitud generalizada frente al racionalismo, no es homogénea respecto

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de la situación política El ala radical del movimiento romántico (Romanticismo
Social) continuó con la crítica a la manera dieciochesca. Duby y Mandrou seña­
lan, con acierto, que esos pensadores fueron reveladores del mal que padecía el
siglo y que tenía la esperanza detrás no delante. En esta añoranza de cambio
social, en medio de la vuelta al Antiguo Régimen, los románticos sociales son
acusados de utópicos y de antiprogresistas. Pero fueron ellos los que advirtieron
que la burguesía tenía al proletariado, constituido como una nueva clase social,
enfrentada a ella. Y en este sentido, gran parte de la Utopía de una sociedad sin
conflictos de clases e intereses contrapuestos, se convierte en positivista, debido
a que, en primer lugar, no se cuestionará el orden social dado. Y en segundo
lugar, la armonía que enuncian supone la r e s i g n a c i ó n de los obreros en este
orden desigual.
Los exponentes más importantes del Romanticismo Social son Saint-Simon
y Proudhon.
Saint-Simon se acerca a los teóricos de la Restauración (que veremos más
adelante) en su admiración por la unidad social de la Edad Media, pero reconoce
que no se puede volver atrás y en este sentido, como lo advierte Zeitlin, se separó
de los pensadores conservadores.
Saint-Simon sostiene que el conocimiento humano había pasado por tres
etapas: de la teológica a la metafísica y de ésta a la científica. La Fisiología Social
era, pues, la disciplina que se ocuparía del estudio de la conducta humana. Para
este pensador la dirección de la sociedad debe estar en manos de los que producen
(industriales y científicos). Por lo tanto, el conocimiento científico reemplazará al dog­
ma y los industriales y los científicos a la aristocracia y al clero, como lo sintetiza
Zeitlin.
El conocimiento, entonces, constituye la potencia del progreso y cohesiona la
sociedad, la cual es para Saint-Simon una comunidad de ideas. Para lograr cohe­
rencia en esta totalidad hace falta el desarrollo de la Filosofía Positiva. La ciencia
del hombre debe tomar como modelo a las otras ciencias de la naturaleza.
Saint-Simon reconocía el conflicto entre las clases sociales y sostiene que
para refrenar al proletariado hay que usar la fuerza para imponer el orden social
o lograr que amen ese orden.
La doctrina saintsimoniana fue desarrollada y sistematizada luego por Com-
te, como veremos. Queda claro, entonces, que la idea de una etapa positiva de la
sociedad cuya dirección la ejerce la ciencia, ya apareció a principios de este siglo.
Los pensadores positivistas enriquecerán este enfoque. Sin embargo, se perderá la
noción de conflicto en favor de la influencia organicista.
Proudhon fue más radical que Saint-Simon y atacó la sociedad mercantil y
el capitalismo como representantes de un Estado explotador. Duby y Mandrou
resumen su pensamiento, destacando que era un observador lúcido de las realida­
des sociales. Partidario de la anarquía, es decir, de la supresión del principio de
autoridad y del funcionarismo centralizado y comunal. Para él la conciencia públi­
ca y privada, basada en el desarrollo de la ciencia y el derecho, bastaba para el
mantenimiento del orden y de las libertades individuales.
Esta corriente romántica-social es importante, también, porque parte de
este vocabulario socialista pasó a formar parte del lenguaje cotidiano: explotación
y organización, producción y consumo, burgués y proletario. Además, siguiendo a
estos autores, el planteo de la revolución del 48 ya no será solo político. La revo­
lución debía ser una revolución social.

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Enfrentados a estos teóricos del socialismo románti co, s?0 hícillcin los pensa-
dores conservadores de la Restauración. Ambos enfoques, como se dijo antes, nu­
tren la corriente romántica de principios del XIX. Sin embargo, la defensa del
orden en detrimento de la libertad y de la igualdad, tendría dos exponentes: Bonald
y Maistre.
Ambos desarrollaron la filosofía católica contrarrevolucionaria que, como
sostiene Zeitlin, no soio brindó una defensa ideológica al orden post-revoluciona-
rio y la Restauración, sino que hasta pregonó una mayor regresión al Viejo
Régimen.
Bonald creía en el orden divino: Dios impuso el lenguaje, la sociedad y la
autoridad como bases de la verdad. A diferencia de los teóricos radicales la ciencia
no cumplía un papel protagónico en el progreso humano. Para Maistre, como
aclara M. Harris, la ciencia embrutecía al no permitir el desarrollo de la verdadera
filosofía, basada en las Escrituras.
Es interesante destacar, siguiendo a Zeitlin, que estos autores consideraban
que el salvajismo no era la condición inicial de la humanidad sino un estado
terminal en el que el hombre ha perdido totalmente su perfección originaria. Sin
embargo, no debe confundirse esta doctrina degeneración ist a de la humanidad con
la idea de hombre a medias de Buffón, ya que la corriente materialista de las
ciencias humanas tenía su origen en el racionalismo ilustrado, como se analizó en
el apartado que corresponde al siglo XVIII.
Por otra parte, no puede dejar de señalarse que ambos expusieron una serie
de ideas, como lo advierte Zeitlin, que han sido incorporadas desde entonces a la
sociología como conceptos y suposiciones directrices importantes. Una de ellas, por
ejemplo, se refiere a la noción de que la sociedad, es una realidad mayor que los
individuos, que la componen. Otro legado importante es ia idea de que la sociedad
precede al individuo.
Las costumbres, las creencias v las instituciones se hallan orgánicamente
entretejidas, de modo que el cambio, o la reforma de una parte altera las complejas
relaciones que mantienen la estabilidad de la sociedad como un todo. Estas afir­
maciones fueron retomadas por el positivismo y desarrolladas por autores como
Comte y Durkheim.
Para los teóricos conservadores las instituciones son medios positivos por los
que se satisfacen las necesidades hum anas básicas. La problemática será
profundizada por el Funcionalismo en el siglo XX. (Ver Teoría Funcionalista).
Dicha corriente teológica-reaccionaria no prosperó a lo largo del siglo, pero tuvo
gran repercusión en los partidarios del orden burgués que pregonaban la llegada
de la era positiva. Este paso, entonces, de la primera a la segunda mitad del siglo
está marcado por el triunfo del positivismo.
El Positivismo como corriente de pensamiento, constituye la nueva síntesis
teórica de mediados de siglo, ya que se acerca al Romanticismo en sus planteos
antirrevolucionarios y conservadores y se aleja de él al reemplazar la fe en el
dogma religioso por la fe en la ciencia experimental. Por !o tanto, algunos de los
postulados básicos del siglo anterior i-esurgirán con nuevo vigor para tratar de
explicar la evolución socio-cultural de la humanidad.
Como bien destacan Duby y Mandrou, los triunfos científicos de los años
1850-1880 fueron triunfos de lo m ensurable, es decir, de las matemáticas. Expe­
rimentar con lo infinitamente pequeño (celular) o con io infinitamente grande
(astrofísica), es avanzar por el mismo camino.

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En tal sentido puede decirse que la biología representó el lazo entre las
ciencias de la naturaleza y las ciencias del hombre. Para éstas últimas la segun­
da mitad del XIX es particularm ente exitosa. No sólo se replantean los métodos y
los campos de estudio, sino que se crean nuevas disciplinas (por ejemplo la antro­
pología y la sociología] que intentarán establecer leyes generales que expliquen
el comportamiento humano, la cultura y la sociedad.
Pero quizás la síntesis del paradigma la resumen Duby y Mandrou cuando
señalan que el triunfo de la ciencia debía ser el fin de las supersticiones.
Es esta mirada desbordante de orgullo y de confianza en sí misma, la que
Europa dirigió al resto del mundo. Y en el colosal intento de reconstruir la historia
de la humanidad simplificó de tal manera la diversidad cultural y social en favor
de una ley general de la evolución y organización socio-cultural, lo que en el siglo
siguiente se denominó peyorativamente historia conjetural.
Como bien señala Zeitlin, fue Comte (al que generalmente se considera el
fundador del Positivismo) quien sistematizó y desarrolló las ideas Saintsimonia-
nas. Partiendo del término positivo como contrapuesto a la filosofía crítico-negativa
del Iluminismo, la teoría comtiana consideraba que las nociones de Orden y de
Progreso no eran irreconciliables. El principio del orden era un legado conserva­
dor (Bonald, Maistre) en cuanto al principio del progreso, se había originado en
las críticas de la Reforma y el Iluminismo.
Para Comte, la crisis social era producto de la coexistencia de las dos doc­
trinas antagónicas (la teológica y la metafísica). No es posible el orden hasta tanto
ambas no sean superadas por la etapa positiva, que será más orgánica que la
teológica y más progresista que la metafísica.
Zeitlin, cita un párrafo del Curso de Filosofía Positivista en el cual se espe­
cífica la superioridad de esta teoría:
“La filosofía positiva es indiscutiblemente superior, pues la libertad no es más
que la sumisión racional a la preponderancia de las leyes de la naturaleza”.
Es interesante destacar, que para Comte el orden y el progreso constituyen
los aspectos estático y dinámico de una sociedad. Sin embargo, la tendencia a
mejorar es espontánea y, por ende, no exige ninguna acción política especial diri­
gida hacia el cambio. El temor a las revoluciones populares es palpable en esta
frase.
El papel de la ciencia es, entonces, subordinar la razón a los hechos y el
método científico, por lo tanto, exige el estudio de la sociedad como un todo y no
separada en sus elementos componentes, según lo resume Zeitlin.
El pensamiento comtiano insiste más en la defensa del orden político y
social que en el desarrollo de la noción de progreso. Analiza estos términos
como de validez universal. Lo que Marx desenmascaró fue, justam ente que el
orden no era tal, sino que era un orden impuesto por una clase. Y el progreso
significaba el enriquecimiento y la expansión de la burguesía a costa del pro­
letariado.
Esta corriente positivista tuvo otro gran exponente hacia fines de siglo: E.
Durkheim. Pero antes de resumir sus ideas, conviene aclarar que paralelamente
a las corrientes hegemónicas de la ciencia y de la filosofía, se desarrollaba la teoría
marxista, la cual en virtud de la crítica permanente al statu quo burgués, no era

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considerada una teoría científica. No analizaremos en este apartado la teoría
marxista (Ver Materialismo Histórico), simplemente aludiremos a su lugar en este
siglo y a las profundas e irreconciliables polémicas que desató.
Marx fue, de acuerdo con Duby y Mandrou, el fundador del Socialismo
Científico, a la vez que un luchador, constituyéndose en el mejor sociólogo de su
época. Sin duda retomó algunas de las cuestiones abiertas por el Iluminismo como
la explicación materialista de la naturaleza y de la historia humanas, así como la
actitud crítica frente al orden imperante. Es iluminista también la relación estre­
cha que establece entre pensamiento y acción, como lo hicieran los filósofos socia­
les. Su pensamiento forma parte del XIX y, como tal, no podía estar ausente la
noción de progreso. En este sentido se aleja del positivismo al plantear la sociedad
sin clases y la abolición de la propiedad privada, como metas progresistas de la
sociedad.
Los conceptos de modo de producción, infraestructuras, superestructuras,
lucha de clases, alienación, etc., son algunos de los aportes que contribuyeron a
crear una visión nueva de la sociedad capitalista y de sus problemas. Por lo tanto,
como dicen Duby y Mandrou, Marx proporcionó al movimiento obrero un instru­
mento incomparable de análisis social a la vez que otorgó la esperanza de un
mundo mejor, por el cual la lucha adquiría un nuevo significado.
La reacción contra el marxismo, es de este modo, una reacción contra la
práctica social, más que contra la teoría abstracta. El temor burgués reaccionó
descalificando la teoría, al quitar importancia a la práctica revolucionaria. Pero
era ésta la que, en realidad, socavaba los cimientos de la sociedad capitalista.
Es en este marco, en que se desarrolló la discusión contra el Marxismo
desde el plano teórico, sin profundizar en sus condiciones básicas, lo que dio como
resultado una vulgarización de la teoría, que tergiversó las más de las veces, los
conceptos medulares de la misma.
Sin embargo, muchos autores se valieron de algunos conceptos claves del
marxismo para elaborar sus construcciones teóricas desde una perspectiva opuesta
a la de Marx. Uno de ellos fue el padre de la sociología moderna, E. Durkheim,
quien, lejos de Marx, analizó también las relaciones entre el individuo y la socie­
dad. La intención de otorgar cientifícidad a los estudios de la sociedad lo acercó a
las ciencias naturales en su afán de lograr objetividad y rigurosidad. Sostenía que
los métodos adecuados a la ciencia natural pueden también ser adecuados a la
ciencia social. En este sentido se aleja de Marx, como lo advierte Warner, ya que
para el primero, la teoría debería reflejar a la vez que configurar el mundo. Es por
ello que Durkheim es visto como un pensador positivista más que crítico.
Concuerda con Comte (como señala Zeitlin) en la construcción de una fi­
losofía positiva para contrarrestar la filosofía crítico-negativa de los socialistas.
Coincide con Saint-Simon en el supuesto de que la sociedad es una comunidad
de ideas. Para Durkheim el sistema moral que necesitaba la sociedad debía unir
en un orden solidario a las clases, los estratos y los grupos ocupacionales. Y esta
moralidad sería secular.
La premisa de la cual parte Durkheim, para analizar la sociedad, se remite
a la idea, también saintsimoniana, de que la sociedad no es un simple agregado de
individuos, sino una máquina organizada, cuyas partes se interrelacionan cum­
pliendo cada una una función determinada.
Para superar el descontento y las crisis sociales, debían superarse los anta­
gonismos. Las viejas noi'mas e instituciones contribuían a la desintegración, por lo

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cual debía elaborarse una nueva ley y una nueva moral que integrase a la sociedad
orgánicamente.
Para Durkheim la solidaridad mecánica, característica de las sociedades
tribales, se define por la homogeneidad social, es decir, que las individualidades se
hallan inhibidas. En cambio, en las sociedades modernas prima lo que denominó
solidaridad orgánica que, como señala Warner, se caracteriza por la especializa-
ción y el desarrollo de la singularidad individual.
Uno de los aportes fundamentales de la teoría durkheiminiana, consiste en
la definición y delimitación del objeto de la nueva ciencia sociológica. Warner
señala, que el objeto es la sociedad, estudiada a través de sus manifestaciones, en
lo que Durkheim denominó hechos sociales.
La primera regla del método social es, pues, tratar los hechos sociales
como cosas. Esta afirmación desató muchas polémicas acerca de la validez del
método sociológico. Pero lo cierto es que dicha afirmación permitió comprender
y explicar complejas situaciones sociales, que de otro modo aparecían como com­
portamientos azarosos o aislados. En este sentido, de acuerdo con Warner, puede
decirse, que Durkheim estaba en lo cierto al señalar como hechos sociales el
origen y la persistencia de las obligaciones morales observadas por los indivi­
duos. Este ejemplo ilustra, como se dijo antes, que la sociedad es más que la
suma de las partes.
Respecto del método, Warner, destaca dos aspectos importantes de su teoría.
Por un lado, el tema de la causalidad, fundamentalmente reflejada en la obra La
División del trabajo social. En esta obra, Durkheim desarrolla un análisis
evolucionista al explicar el paso de la sociedad homogénea (solidaridad mecánica)
a la sociedad compleja y heterogénea (solidaridad orgánica;, como un problema de
desarrollo de factores demográficos. Es decir a mayor volumen y densidad en las
sociedades, mayor competencia. La competencia crecic nte produce la especializa-
ción. La influencia de Darwin en este punto, tal cono lo señala Warner, es indu­
dable. La coexistencia de ocupación distinta permite moderar la competencia, así
como especies distintas coexisten en el mismo territorio porque sus necesidades
son complementarias en vez de conflictivas
La insistencia de Durkheim en moderar el conflicto lo convierte en un refor­
mista y no en un revolucionario como lo era Marx.
El otro aspecto mencionado se refiere al funcionamiento de los fenómenos
sociales. Construye una imagen de la sociedad como una entidad en movimiento
lo que lo acerca al pensamiento organicista de la biología. La correlación entre
el tipo de solidaridad y el derecho penal, permitió a Durkheim analizar las
funciones de las instituciones sociales; revelando sus contribuciones a la cohesión
y al orden social. En este sentido se constituye como antecedente de la escuela
Funcionalista (Ver Teoría Funcionalista). El análisis de la sociedad, prosiguiendo
con la analogía organicista, presenta una normalidad que se define por los he­
chos que presentan las formas más generales: a las que se apartan de ellas las
denominó patológicas.
La crisis moral que vive la sociedad moderna provoca conductas anémicas
en los individuos. Es importante destacar que la anemia, como lo advierte Zeitlin,
se refiere no a la ausencia de toda norma moral, sino a la ausencia de las normas
apropiadas.
En la obra El Suicidio, Durkheim, sostiene que el hombre moderno se quita
la vida principalmente como resultado de dos situaciones: la pérdida de cohesión

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social y la ausencia de normas morales apropiadas por las cuales orientarse. La
función de los grupos ocupacionales sería la de fomentar la reintegración. El uso
de estadísticas para apoyar el trabajo empírico, característica fundamental de la
sociedad actual, tiene como precursor a Durkheim.
La otra gran obra que merece mencionarse, sobre todo por su relación con
la antropología, es la titulada Las formas Elementales de la Vida Religiosa. En
ella, Durkheim se ocupa de los orígenes y de las causas de la religión. Uno de los
postulados centrales, que Durkheim legará al pensamiento del siglo XX se centra,
como dice Warner, en los rasgos esenciales de la religión: su división del mundo
en cosas sagradas y cosas profanas y su encarnación colectiva y social.
El lugar que ocupa la sociedad, en el sistema teórico durkheiminiano, puede
decirse que es el equivalente al que ocupa Dios en los sistemas teológicos. La
sociedad proporciona a cada individuo, como señala Zeitlin, el equivalente secular
y funcional del alma
Todas estas concepciones, tanto las románticas como las positivistas tuvie­
ron como eje la noción del progreso clásica del siglo XIX. Sin ese supuesto, no
quedan suficientemente explicados el optimismo y la fe en la ciencia característicos
de este siglo.

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LA IDEA DE PROGRESO
Si existe un siglo asociado a una idea directriz, este es, sin duda, el XIX
vinculado con la idea de Progreso: idea del avance gradual de la civilización desde
el pasado hacia el presente, se encuentra esbozada ya en el pensamiento griego.
El hombre y la cultura civilizadora son, sin embargo, derivaciones de una Edad de
Oro pasada. Para los griegos, el presente no indicaba que se avanzara hacia una
meta mejor y, por lo tanto, deseable.
Como dice Bury, la idea de progreso no aparece hasta que se conciba que la
civilización está destinada a avanzar indefinidamente en el futuro, lo que en el
pensamiento occidental ocurrirá a partir del siglo XVIII.
La Edad Media, según lo dicho, no es tampoco productora de la idea men­
cionada, ya que la fuerza del pensamiento teológico radica en el énfasis puesto en
la vida ultraterrena y en el camino de la perfección hacia Dios.
Es decir que hasta el siglo XIV no existe en el pensamiento occidental la
Idea de Progreso, definida como avance ininterrumpido. El Renacimiento, con su
profundo desprecio por la Edad Media, volverá su mirada a ¡a Antigüedad Clásica,
con lo cual tampoco desarrollará la noción de una humanidad en constante progre­
so hacia el futuro, aunque empiecen a surgir algunas voces en este sentido (G.
Bruno por ejemplo).
Es, sobre todo, el pensamiento francés de la ilustración el que dará forma
a esa idea, aún sin la fuerza de ley, que será el intento característico del XIX. El
principal aporte a su construcción se debe a Guizot. La asociación estrecha e
indisoluble entre el concepto de civilización y la noción de progreso, es obra suya,
según señala Bury. Por primera vez, se intenta explicar el progreso sin recurrir a
la Filosofía. La modernidad de Guizot consistió en tomarlo como un hecho que se
reflejaba en la humanidad.
Pero fue Saint-Simon, con su teoría del desarrollo humano atravesando
épocas críticas y épocas orgánicas el pionero de la idea en los términos en que la
concibió el siglo XIX.
Ahora bien, es importante señalar, con Bury, que esta noción, no supone
solamente mejora material y bienestar social (lo que las constituye como reivin­
dicaciones socialistas) sino que implica también el desarrollo de la vida indivi­
dual, de las facultades propias de cada hombre, de los sentimientos y de las
ideas.
A mediados del XIX ya no estaba en discusión la posibilidad de progresar
(material y espiritualmente) y menos aún que la civilización era el grado máximo
de progreso que había logrado la humanidad hasta el momento. En lo que no había

98
acuerdo absoluto era sobre la cuestión del progreso continuo, por un lado, e inde­
finido, por el otro.
Los pensadores que sostenían que la meta final era conocida (o sea, deter­
minado estado de cosas al cual se llegaría relativamente pronto) eran aquellos que
sostenían la idea de progreso continuo y quienes apoyaban la hipótesis opuesta, es
decir, la idea de que la meta era desconocida y el desarrollo sin fin, son los que
hablaban de progreso indefinido. Comte es el exponente más importante de la tesis
de la continuidad. Eran los pensadores del siglo XVIII quienes se acercaban a la
idea del progreso indefinido.
A medida que la ciencia contribuyó a mejorar el progreso material (como
señala Bury' que se hizo evidente desde mediados del siglo XIX. sin detenerse
desde entonces, la creencia en el progreso se generalizó. La relación establecida
entre progreso científico, progreso material y por ende, progreso de la civilización,
constituye la base fundamental por la cual la noción de progreso se asocia vulgar­
mente a la técnica.
Esta ilusión de que el avance científico implica necesariamente avance
material y social, es la que contribuyó a consolidar la idea de progreso indefinido.
El problema central con el que se encontraron ios pensadores del XIX fue
que hasta el XVII la idea de progreso no había sido examinada a fondo sino que
se la daba por sentada. El afán de encontrar las leyes que rigen la naturaleza
hum ana los llevó a suponer e investigar que la existencia de una ley del progreso
debía existir.
Esta vía desembocó en el controvertido Spencer, quién intentó, desde la
teoría evolucionista de Darwin en el plano biológico, establecer la ley general del
progreso humano a partir de las leyes biológicas de la selección natural, la su­
pervivencia del más apto, y de la cultura como producto de la herencia biológica.
En tal sentido, como señala Bury, la civilización representa las adaptaciones que
ya se han llevado a cabo y el progreso se revela como la serie de pasos sucesivos
en ese proceso. Por lo tanto, el progreso no es un accidente sino una necesidad.
El progreso humano aparece como una secuela del movimiento cósmico general,
del cual los sujetos solo forman parte del camino predeterminado.
Las consecuencias político-ideológicas de esta teoría son bien conocidas. Los
pueblos considerados inferiores, lo son por ley natural y no hay cambio histórico
posible. De aquí al racismo como doctrina seudocientífica habrá un paso.
La paradoja de Spencer se sintetiza al señalar que las virtudes que él seña­
laba como indicadores del progreso de una generación a otra, constituyen procesos
de adquisición cultural en distintos contextos históricos. La diversidad cultural no
está atrapada en una serie de,genes hereditarios y prefijados en el sistema ner­
vioso sino que por el contrario refleja la capacidad humana de aprender y de
transmitir experiencias distintas en situaciones distintas.
Todas estas concepciones tuvieron como consecuencia que hacia 1870 y 1880
la idea del progreso se convirtiera en un artículo de fe para la humanidad con lo
cual perdió gran parte de su validez científica.
Para concluir, debe señalarse que esta idea no está fuera del contexto his­
tórico científico que venimos analizando y que por ende refleja también, en este
aspecto, el triunfo de la sociedad burguesa europea, dueña del mundo y autora de
las leyes sociales que quedaron así legitimadas como naturales, con su atroz con­
secuencia para las clases oprimidas, pero también, para los pueblos no europeos.

99
La ilusión del progreso podría decirse que representa nuevamente otra ilu­
sión característica del capitalismo industrial, que expone el progreso de una cul­
tura y de una clase social como si fuera el progreso de la humanidad entera.
Homogeneización que, como se dijo, es consecuencia de la expansión planetaria de
Europa.

100
EL PENSAMIENTO EVOLUCIONISTA
La búsqueda de leyes y el afán de explicar la naturaleza humana como tal,
llevó a los pensadores del siglo XVIII, (Ver siglo XVIII) a bucear en las ciencia?
naturales. Pero, es interesante aclarar que, en realidad, el modelo de perfección y
rigurosidad científica, lo constituía la FVsica Mecánica. La máxima expresión, en
este sentido, era la Física Newtoniana. La ley de gravedad, cumplía, por así decir­
lo, las expectativas de los pensadores sociales, que intentaban establecer leyes
similares para el comportamiento humano. Esta influencia se reflejó en lo que se
denominó el mecanicismo en las ciencias sociales. Sin embargo, debe destacarse,
que el desarrollo de la Física en el siglo XIX, se apartó del modelo mecánico de
Newton, sin negarlo, para investigar otros aspectos como la energía.
En palabras del premio Nobel de 1932, Werner Heisenberg, la imagen
materialista del universo, basada en las leyes de la Mecánica, ha madurado: la
naturaleza se presenta como un sistema de movimientos, de energías, de magni­
tudes mensurables.
Este cambio, desde la Física Mecánica, hasta la Física Cuántica también
influyó en las demás ciencias, más allá de las ciencias sociales. La consecuencia
más importante, en este sentido, según Heisenberg, fue que en la física Cuántica,
las leyes de la Naturaleza no tienen un carácter tan estricto como en la Física
Clásica; no se da un determinismo riguroso de los fenómenos, sino simplemente
leyes de probabilidad. La estadística social del siglo XX sería la gran heredera de
este nuevo modo de pensar la realidad.
La biología, la otra gran ciencia que admiraban los científicos sociales por
su rigurosidad, también tomó parte en este cambio de actitud. Las leyes de la
evolución biológica, que rompieron con el supuesto fijismo de las especies, tam­
bién lograron una síntesis de gran alcance explicativo, no sin problemas, como se
verá.
Puede decirse entonces que la teoría de la evolución, basada en los viejos
conceptos del XVIII (de lo simple a lo complejo) representó el desplazamiento desde
el interés que tenían los filósofos sociales por las leyes de la física, siendo aquélla
el nuevo lazo entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias humanas.
La ambición que caracteriza a la ciencia del XIX tiene como fundamento, de
acuerdo con Duby y Mandrou, la fe en un progreso científico capaz de reunir a
todas las ciencias en un solo saber de base matemática que explicaría el universo
y las galaxias, el hombre pensante y aún Dios.
Con este espíritu, siguiendo a los autores mencionados, las ciencias del
hombre buscaron las leyes generales de un determinismo humano. Los exponentes
más claros y paradigmáticos de esta transición fueron Spencer y Darwin quienes

i 101
influyeron de manera directa en el pensamiento antropológico del siglo que estu­
diamos.
El esfuerzo de Spencer por probar que la n aturaleza hum ana, como
todo lo demás en el universo, era un producto de la evolución, abrió el camino,
más o menos directamente, al determinismo racial, como se verá en otros
capítulos.
Según M. Harris, fue Spencer y no Darwin quien popularizó el término
evolución y la expresión supervivencia del más apto. La idea de que existía una ley
universal de desarrollo, lo llevó a sostener que “la civilización en lugar de ser un
artefacto, es parte de la naturaleza”.
La diversidad de la conducta y de la cultura humanas se incluyen, por lo
tanto, en esta ley universal. La consecuencia más radical de este pensamiento,
consistió en la sobreestimación de los factores hereditarios, siguiendo a Harris,
como elementos causales de la conducta humana. En este sentido, el siglo XIX es
el autor y el responsable de la discriminación racial basada en supuestas y poco
probadas causas científicas. No hay que olvidar el contexto de producción de las
teorías, ya que el colonialismo aprovechó los teóricos del capitalismo industrial,
como advierte Harris.
La extrapolación que hizo Spencer de las leyes biológicas rigiendo también
la vida social hum ana costó mucho a las ciencias del hombre. Aún hoy las
vulgarizaciones de este pensamiento provocan conflictos que carecen de base cien­
tífica.
El otro gran exponente, como se dijo, fue Darwin. Su obra El origen de las
especies, reafirmaba la existencia de leyes de la naturaleza, la inevitabilidad del
progreso y la justicia del sistema de la lucha, sin la cual, no se puede alcanzar el
progreso, como resume Harris. Aunque en esta obra no se hace mención a la
evolución humana, se deduce que ella obedece a las mismas reglas que la evolución
animal.
El aporte fundamental de esta obra lo recogen las ciencias naturales al
debilitar para siempre el argumento teológico sobre la creación del mundo y por
lo tanto, también la imagen del hombre como criatura privilegiada de Dios. Somos
una especie más de entre las miles de especies que pueblan el planeta. Tan sujetoá
a las leyes naturales como los animales y las plantas. El afán de cientificidad,
típico, de este siglo, desembocó en la estrechez del pensamiento evolucionista res­
pecto del aspecto sociocultural.
En La descendencia del hombre, Darwin plantea específicamente (como se­
ñala Harris) la cuestión de la relación entre la selección natural y la evolución
hum ana. Pero, para esta época, la influencia de Spencer con su aplicación de la
teoría biológica a la evolución sociocultural resumida en la supervivencia del más
apto ya era moneda corriente.
El problema de Darwin, semejante al de Spencer, consiste en no separar los
cambios producidos y determinados por la herencia biológica, de las conductas
aprendidas y por lo tanto extrasomáticas.
La mirada asombrada que dirigió el siglo XVIII a los salvajes ya se había
perdido. La idea evolucionista de seres inferiores biológica y culturalmente legiti­
maría el avance industrial y la proletarización de estos pueblos. En este sentido,
puede decirse que la idea buffoniana del salvaje como hombre a medias se llevó
hasta las últimas consecuencias.

:
I 102
LA ANTROPOLOGÍA EVOLUCIONISTA: MORGAN Y TYLOR
El pensamiento antropológico de la segunda mitad del siglo XIX, como se
viene remarcando, no es ajeno a la producción científica de la época. Comparte las
ideas directrices del progreso, de la evolución, pretende construir una ciencia, a la
manera positivista, objetiva y universal.
La continuidad entre el evolucionismo biológico y cultural de la década de
1860, y la creencia de 1760 en el progreso y en la perfectibilidad, como señala
Harris, no tiene fisura. La idea básica del XVIII, que define al salvajismo como el
primer estadio evolutivo de la humanidad, pasando por la barbarie, hasta llegar
a la civilización como la cumbre del proceso, también refleja la continuidad de un
siglo a otro. >
Sin embargo, en la medida en que las ciencias sociales van desarrollándose
de un modo que las aproxima al ideal positivista, se asimilan a las ciencias de la
naturaleza, como lo advierte A. Hans. En este sentido, domina un interés
cognoscitivo de cuño puramente técnico, y en consecuencia, como observa dicho
autor, la teoría elaborada viene a serlo desde la actitud y posición del técnico.
En este punto puede señalarse, si no una ruptura, al menos un cambio de
énfasis. Él racionalismo de la centuria anterior suponía avances en la razón, como
el indicador más claro del progreso humano. A partir del pensamiento evolucionista,
será el progreso técnico el que determinará el estadio evolutivo en el que se halla
una sociedad. Es así como el paso del salvajismo, definido como estadio de caza-
dores-recolectores, hacia la barbarie, agricultores incipientes, etapa protoestatal,
hasta llegar a la civilización, cuyos atributos representan la cúspide de la evolu­
ción, sobre todo a partir de la Revolución Industrial, indican la importancia dada
a lo técnico como resultado del proceso de complejización de la humanidad. Esta
noción, sumamente difundida hasta hoy, será cuestionada por las escuelas antro­
pológicas del siglo XX. En este sentido, las sociedades primitivas serán vistas como
etapas anteriores, por las cuales también atravesó Europa. El agregado racista le
otorgó a esta secuencia, el sello clásico del evolucionismo, al sostener que los
grupos humanos transmiten por herencia biológica, aptitudes culturales.
Los grandes sistematizadores, en la antropología de esta época, fueron H.
Morgan y E. Tylor.
Morgan concebía la historia humana dividida en los tres estadios menciona­
dos, de los cuales los dos primeros se dividían en subperíodos. Reconocía también,
como señala Harris, una evolución respecto de la familia cuyo primer estadio lo
constituía la promiscuidad, luego surgía la filiación matrilineal, le seguía la filia­
ción patrilineal, hasta llegar a la monogamia como su máxima expresión.
Uno de los aportes fundamentales de esta corriente a la antropología moder­
na reside (en la suposición básica y original de Morgan) en que las terminologías,

103
son un producto de las diferentes formas de la familia y de la organización del
grupo. Se le debe también (como advierte Harris) la idea del parentesco como'
regulador de la vida social entre los primitivos y su debilitamiento en sociedades
estamentadas o de clases, a medida que evolucionan.
Las razones por las cuales Morgan no abordó el estudio de lo mágico-religio­
so, hay que encontrarlas en la concepción que tenía sobre la irracionalidad de
dichos fenómenos lo que impedía su estudio científico.
A diferencia de Morgan, el tema central de la obra de Tylor, La cultura
Primitiva, lo constituye la evolución del concepto de animismo, que es la definición
mínima que este autor da de la religión.
El animismo existe donde quiera se de una creencia en almas, espíritus,
demonios, dioses. Esta teoría, señala Harris, parte de la creencia en el alma
humana. La limitación del análisis, que señala Harris, consiste en que basa la
evolución de la religión solo en la capacidad de la m ente h u m a n a de
autoperfeccionarse, mencionando apenas los aspectos institucionales. Al no rela­
cionar la secuencia de la religión con la organización social correspondiente, el
análisis del fenómeno derivó según Harris, en lo que luego se denominó explica­
ción m entalista.
El otro concepto importante empleado por Tylor, es el de survivals (super-
vivencias del pasado) que se refiere a los fenómenos que tuvieron origen en una
época anterior y se perpetúan en un período en el que perdieron las condiciones
que le otorgaban significado. Existen ciertas costumbres que se siguen sin recono­
cer su utilidad inmediata, reforzadas por el hábito, como los botones en la manga
de los sacos, aunque los survivals socioculturales pueden adquirir un sentido re­
novado a la luz de nuevos discursos revalorativos de la vida tradicional, por ejem­
plo.
No puede dejar de mencionarse, aunque más no sea, que los estudiosos de
la segunda mitad del siglo XIX recurrieron a un procedimiento especial llamado
método comparativo. La base de este método, como lo advierte Harris, era la
creencia de que los diferentes sistemas culturales que podían observarse en el
presente, tenían un cierto grado de semejanza con las diversas culturas desapare­
cidas. La conclusión lógica a la que arribaron fue que las formas más simples son
las más antiguas El origen de este método se remonta al siglo XVIII.
La importancia de los datos diacrónicos tiene estrecha relación con la bús­
queda de los orígenes a partir de los cuales se establecen las secuencias evolutivas.
En este sentido, los rasgos más interesantes de la humanidad eran las semejanzas
porque de ellas dependía la ciencia de la Historia Universal.
Esta corriente sería criticada en el siglo XX por el Funcionalismo, que los
acusará de antropólogos de salón, debido al gran uso de fuentes indirectas que les
permitía sostener el método comparativo. Más allá de las limitaciones y de las
críticas, es importante destacar que a partir de allí, la Antropología se apropió de
un objeto de estudio, la sociedad primitiva, constituyéndose de esta manera en una
disciplina científica.

104
Bibliografía
BURY, J., La idea del Progreso, Madrid, Alianza.
DUBY, G., y Mandrou, R., Historia de la Civilización Francesa, México, F.C.E., 1966.
HANS, A., El mito de la razón total. En: La disputa del positivismo en la sociología alem a­
na, Barcelona, Grijalbo, 1969.
HARRIS, M., El desarrollo de la teoría antropológica, Madrid, S. XXI, 1983.
HEISENBERG, W., La imagen de la naturaleza en la física actual.
SMELSER Y WARNER, Teoría Sociológica, Madrid, Espasa-Calpe, 1982.
ZEITLIN, I., Ideología y teoría sociológica, Buenos Aires, Aniorrortu, 1982.
VICENS VIVES, J., Historia General Moderna, Barcelona, Montaner y Simón, 1979.

105
MATERIALISMO HISTÓRICO
M. F. H ughes y M. T acca
INTRODUCCIÓN
A mediados del siglo XIX, mientras el positivismo de Comte y Spencer se
vinculaba con los intereses políticos de quienes buscaban conservar el orden social,
se desarrollaba paralelamente un sistema teórico, cuyas influencias han marcado
profundamente no solo a las ciencias sociales, sino también al desarrollo de la clase
obrera e inclusive, a la historia política misma desde 1848.
Si bien es imposible negar que Carlos Marx y su amigo Federico Engels,
ejercieron un gran influjo sobre un particular momento histórico, es mas difícil ver
que su contribución a la teoría social y a la práctica política se extiende hasta el
presente. Porque, por un lado, es a partir del marxismo, y del debate, (explícito o
no) contra él, que se desarrolló gran parte de la teoría social. Esta trascendencia
se deriva del carácter sintetizador que logró la teoría marxista entre “la filosofía
alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés”.
Por otro lado si observamos las consecuencias sociales que tuvo la teoría
marxista vemos que numerosos Estados la invocan como justificación de sus progra­
mas político-sociales, colocándola como base de sus sistemas educativos. Todos los
partidos comunistas fundamentan su política, teóricamente, en Marx y Engels; y
los partidos socialistas de muchos países los reconocen como los fundadores del
socialismo moderno tomando su concepción de la sociedad como punto de partida
de sus planes de reforma.
Por lo tanto, aunque haya sido omitida por la teoría antropológica clásica,
no podemos pasar por alto el fenómeno del marxismo si queremos comprender los
hechos y las discusiones teóricas tanto del pasado como del presente, sobre todo,
si tenemos en cuenta que las contradicciones sociales que puso de manifiesto per­
manecen sin superar en nuestra realidad presente.
Este apartado no pretende ser una exposición exhaustiva del cuerpo teórico
elaborado por Marx y Engels, sino que intenta presentar los conceptos y categorías
fundamentales de la concepción materialista de la historia.

109
DEL IDEALISMO AL MATERIALISMO
Si tuviésemos que ubicar a Marx como teórico de alguna de las disciplinas
sociales desarrolladas hasta el siglo XIX, nos veríamos con serios inconvenientes.
Esta primera dificultad de clasificación nos sirve para entender el punto de vista
nuevo y específico que planteó la concepción marxista: no puede ser encasillado en
ninguna de las disciplinas porque su obra completa es una crítica a la ciencia
burguesa en tanto expresión de los intereses de una clase de la sociedad capitalis­
ta.
Esta crítica no tiene como objetivo la construcción de una nueva ciencia
“imparcial”, “pura”, sino que se propone la comprensión de la realidad social para
su transformación. La crítica no se realiza desde la supuesta objetividad positivis­
ta sino en íntima relación con la lucha práctica por la emancipación del movimien­
to obrero.
“Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas
o principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.
No son sino la expresión del conjunto de las condiciones reales de una lucha
de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros
ojos."
Esta nueva concepción crítica es lo que se conoce como concepción materia­
lista de la historia.
De acuerdo a lo planteado por Lenin, las tres fuentes en las que se apoya
Marx son la economía política inglesa, la política francesa y la filosofía alemana,
logrando aprehender todas estas disciplinas en sus relaciones ocultas, destruyendo
los compartimientos estancos en que se hallaban, e integrándolas en un sistema
unitario donde los conceptos teóricos están unificados a un plan de acción política.
La teoría Marxista se desarrolló en relación al surgimiento de la sociedad
moderna dominada por la gran industria y a la nueva realidad social resultante
de las contradicciones de esa sociedad: la clase obrera. (Ver capítulo del siglo XIX).
Desde sus primeras obras, Marx muestra que el desarrollo de la sociedad
capitalista, el progreso técnico y el aumento de la riqueza que conlleva no tenía
como consecuencia el aumento de “la riqueza de las naciones” sino de tan sólo una
clase dentro de ellas, con su reverso inevitable: el empobrecimiento de una parte
cada vez mayor de la sociedad. El orden social por él observado producía la des­
humanización del hombre.
En este punto se hace necesario que nos detengamos a considerar qué en­
tiende por humano.
Marx concibe al hombre como un ser activo que solo puede realizarse en la
medida que se relacione con la naturaleza en forma activa, creadora y productiva.
Zeitlin plantea que, como los filósofos iluministas, Marx concibe al hombre como

110
infinitamente perfectible, y que el progreso se puede observar en su creciente
emancipación con respecto de la naturaleza y en su control consciente sobre esta.
El hombre se hace humano al crear un mundo humano: el mundo de los productos
de la mano y del pensamiento. La especificidad humana solo puede exteriorizarse
en una actividad: en el trabajo consciente y libre.
El trabajo no es solo una actividad económica, un medio para mantener la
vida, sino que es la actividad esencial del hombre, el medio para desarrollar su
propia naturaleza. El hombre es libre cuando se reconoce a sí mismo en su obra,
en el mundo que él mismo ha creado.
Pero lo que observa Marx es que el capitalismo impide al hombre desarrollar
sus potencialidades humanas provocando como consecuencia de la alienación, su
deshumanización.
El carácter alienado del trabajo no constituye un rasgo intrínseco del trabajo
humano, sino que es la forma que adquiere como resultado del proceso histórico
iniciado con la separación del productor y los medios de producción. Este proceso
es analizado en el capítulo XXIV de El Capital, en el caso histórico concreto de
Inglaterra por presentar el proceso “su forma clásica”.
“La llamada acumulación originaria no es, por consiguiente, mas que el
proceso histórico de escisión entre productor y medios de producción. Aparece como
“originaria” porque configura la prehistoria del capital y del modo de producción
correspondiente al mismo”.
Este proceso de disolución transforma relaciones de elementos ya existentes
y las convierte en relaciones negativas, separando lo que antes estaba unido.
El proceso histórico que crea la relación social capital requiere encontrar dos
clases de poseedores de mercancías diferentes, por un lado, los propietarios de
dinero, medios de producción y de subsistencia, y por otro lado los trabajadores
“libres” (libres de las antiguas relaciones de servidumbre y prestación y libres de
toda posesión, de toda propiedad) quedándoles como último recurso la venta de su
capacidad de trabajo.
Es necesario encontrar al trabajador como trabajador “libre”, como pura
capacidad de trabajo, enfrentado a las condiciones objetivas de la producción como
a su no propiedad.
Esta separación sólo se puede realizar mediante la violencia, ya que se está
despojando a un sujeto de sus condiciones objetivas de existencia: unos hombres se
apropian de las condiciones objetivas de otros.
“En la historia del proceso de escisión hacen época, desde el punto de vista
histórico, los momentos en que se separa súbita y violentamente a grandes masas
hum anas de sus medios de subsistencia y de producción y, se las arroja en calidad
de proletarios totalmente libres, al mercado de trabajo. La expropiación que despoja
de la tierra al trabajador, constituye el fundamento de todo el proceso.”
La noción de alienación fue utilizada por Hegel y sus discípulos como un
fenómeno exclusivamente mental, donde las facultades del hombre (el pensamien­
to) aparecen como fuerzas independientes que controlan sus prácticas.
Marx mostró que la alienación del hombre no es ideal y teórica, no ocurre
sólo en el plano de la conciencia, sino que sus causas se encuentran en el plano de
la práctica. La alienación en la conciencia del hombre, es sólo una parte de la
alienación total que sufre la vida humana real en la sociedad capitalista. La forma
de trabajo, constituye la alienación total ya que la producción de mercancías pa­

111
rece determinar la naturaleza y el fin de la actividad humana, al mismo tiempo
que rige todas las relaciones sociales.
Marx explica que el hombre está alienado respecto del producto del trabajo,
ya que este escapa a su conciencia, su voluntad y su control. Lo que el obrero
produce no le pertenece; le pertenece al capitalista. El obrero está alienado del
objeto, en la medida en que él lo produce, pero no es de él, es de otro. El producto
le es extraño. Al mismo tiempo, está alienado de sí mismo, su objetivación se
convierte en algo ajeno.
La actividad productiva misma es alienante y se expresa en la parcialización
de las funciones individuales dentro del proceso de desarrollo de la división social
del trabajo; el obrero no controla la totalidad del proceso.
Y el último elemento a considerar es la alienación de los hombres entre sí,
manifestación de la división de la sociedad en clases. Los hombres se relacionan
unos con otros a través de los productos que intercambian más que a través de sus
personas; las relaciones personales entre los hombres se transforman en relaciones
entre cosas.
El proceso de producción y reproducción de la vida material se ha
independizado de las necesidades de los hombres. Lo que ellos producen, se trans­
forma en el proceso de intercambio, en cosas autónomas que parecen poseer una
dinámica propia. La forma de manifestación de estas relaciones produce una con­
ciencia falsa.
La consecuencia necesaria de este análisis, es que la superación de las
formas alienadas del pensamiento humano, no puede ser realizada, como plantea­
ban los filósofos neohegelianos, a través del mero esfuerzo conceptual, sino a tra­
vés de la acción práctica de los hombres en la transformación de sus condiciones
sociales de existencia.
Planteábamos que Marx era un deudor crítico de la filosofía alemana: en
este análisis vimos, por un lado, que el concepto de alienación adquiere otro sen­
tido y sus causas son explicadas en base a relaciones sociales específicas en un
momento histórico determinado. Por otro lado, la forma de superación de la alie­
nación se separa de la crítica idealista. Esto se relaciona con la dialéctica marxista.
La utilización del término dialéctica tiene muchas variaciones, pero hay dos
elementos que siempre están presentes: movimiento y negación. Calificamos de
dialéctico todo aquello que se mueve en virtud de alguna negación.
Como plantea Shuster, el elemento común del término dialéctica hace refe­
rencia a una situación de oposición, de contradicción, de antítesis, que debe ser
resuelta.
A partir de la dialéctica hegeliana, Marx plantea que no se puede compren­
der la realidad si consideramos la forma en que se manifiestan los hechos como la
forma verdadera. Lo observable es una condición negativa, en el sentido que es
sólo una manifestación temporaria y parcial, una etapa, en el proceso de desarrollo
de sus posibilidades objetivas, reales. Cada hecho no es sólo lo observable, no es
sólo la forma en que se presenta, es también una negación y una restricción de
posibilidades reales.
Zeitlin nos propone un ejemplo para clarificar el desarrollo dialéctico. La
bellota, es una negación de su forma anterior, la semilla. Pero también la bellota
es negada por la forma nueva y potencial que encierra: el roble. La negación se da
cuando la forma inicial es trascendida, cuando se realizan con plenitud las poten­
cialidades que contiene.

112
A su vez, la dialéctica acentúa la unidad concreta del todo; esto implica que
el análisis de toda realidad parte de una totalidad concreta, cuyos elementos cons­
titutivos son contradictorios, y al mismo tiempo, considerando que esa realidad es
siempre una realidad en movimiento.
Por lo tanto, para aprehender los fenómenos sociales, se debe considerar una
totalidad concreta, y, por medio del análisis (proceso de abstracción) caracterizar
sus elementos y sus relaciones analizando las contradicciones dialécticas, que, de
acuerdo con Shuster, se caracterizan por la presencia de dos aspectos opuestos en
el mismo objeto, para luego volver a hallar el todo concreto (unidad de lo diverso),
pero ahora analizado y comprendido en tanto reproducción conceptual de la rea­
lidad (un concreto existente), lo que posibilita su transformación.
Hegel también entendía que la totalidad era la unidad de lo diverso, pero
consideró que se podía llegar al conocimiento de la totalidad, mediante el pensa­
miento, logrando una síntesis abstracta. El error de la dialéctica hegeliana, para
Marx, reside en verlo todo en y para la conciencia, con lo cual se desplazan las
contradicciones reales hacia una superación en el saber. Marx subraya que las
contradicciones se dan en la realidad social antes que en los conceptos, por lo
tanto, la superación debe ocurrir en la realidad.
“Mi método dialéctico no solo difiere del de Hegel, en cuanto a sú fundam en­
to, sino que es su antítesis directa. Para Hegel el proceso del pensar, al que convier­
te incluso, bajo el nombre de idea, en un sujeto autónomo, es el demiurgo de lo real;
lo real no es mas que su manifestación externa. Para mí, a la inversa, lo ideal no
es sino lo material traspuesto y traducido en la mente hum ana”.
De esta forma, Marx se separa de Hegel y de la filosofía neohegeliana,
considerando a esta última como la forma mas acabada del pensamiento idealista.
Los discípulos de Hegel destacaban las posibilidades críticas de la filosofía
del maestro para combatir académicamente a la religión, esperando cancelar las
contradicciones reales con la simple reforma de la conciencia religiosa. La crítica
permanecía en el nivel de las construcciones conceptuales, sin reconocer la vincu­
lación que éstas tienen con las condiciones reales de la vida social. La historia y
la actividad humana aparecen como productos o encarnaciones de las ideas, las que
se mistifican como fuerzas poderosas a las que quedan sometidos los individuos.
Marx remitirá estas ideas aparentemente autónomas a su origen real: la
acción práctica de los hombres reales en condiciones históricas determinadas. Estas
ideas son un producto humano, un producto social creadas en determinadas con­
diciones de producción.
“La moral, la religión. la metafísica y cualquier otra ideología y las formas
de conciencia que a ellas corresponden pierden, así, la apariencia de su propia
sustantividad. No tienen su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los
hombres que desarrollan su producción material y su intercambio material cam ­
bian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su
pensamiento”.
En esta crítica de la filosofía es que Marx y Engels hallaron su concepción
materialista, expresada en una síntesis magistral en el Prólogo de la Contribución
a la Crítica de la Economía Política: “En la producción social de su vida, los
hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su volun­
tad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desa­
rrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de
producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que

113
se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determ i­
nadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material
condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la
conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social
es lo que determina su conciencia”.
U na vez explicitado qué es el proceso de producción m aterial, proceso en el
que los hom bres producen y reproducen sin cesar sus m edios de vida, y por lo
tanto, su vida m ism a y sus contenidos, Marx se dedicará a la investigación crítica
de la econom ía política.

114
LA DIALÉCTICA DEL MODO DE PRODUCCIÓN
Si bien es cierto que Marx retoma el método dialéctico de Hegel también lo
es, como se dijo antes, que lo trastoca e invierte de modo tal, que adquiere un
nuevo significado. En este sentido la dialéctica implica una negación del orden
fáctico existente.
La importancia dei pensamiento dialéctico de Marx, radica, en que no es
solamente crítico y revolucionario, sino también empírico y sociológico. Por todo lo
cual, los principios antagónicos tienen sus raíces en relaciones sociales definidas.
Estas relaciones sociales comienzan a delimitarse a partir del proceso de
trabajo. Como señala el propio Marx “al producir sus medios de subsistencia, los
hombres producen indirectamente su propia vida material”.
Es asi que el proceso de trabajo se revela como social: ios hombres actúan
sobre la naturaleza interactuando y cooperando entre sí.
Ahora bien, la categoría por la cual el sistema marxista logrará descifrar
este proceso complejo e históricamente mal entendido, es el modo de producción.
Esta es una noción abstracta, que como tal, no se encuentra presente en la reali­
dad empírica pero da cuenta de ella al revelar la estructura dinámica del proceso
social de la producción.
El modo de producción, como señala Zeitlin, es el concepto general que
empleó Marx para abarcar el complejo proceso por el cual los hombres interactúan
simultáneamente con la naturaleza y entre sí.
La dialéctica de dicho proceso, siguiendo a este autor, tiene en cuenta que
la interacción de los hombres con la naturaleza determina sus relaciones sociales
a la vez que el carácter de sus relaciones sociales determina su modo de interac­
ción con la naturaleza.
Queda claro entonces, que no existe un único modo de producción, ya que las
diferentes formas de interacción, implican distintos modos de producción.
Marx analiza históricamente estos cambios, pero su interés radicaba en la
explicación profunda y detallada del modo de producción capitalista.
En la Ideología Alemana, Marx aclara, que “la suma total de las relaciones
de producción constituye la estructura económica de la sociedad, el fundam ento
real sobre el cual se elevan las superestructuras jurídicas y políticas y al cual
corresponden fa m a s definidas de conciencia social.
No es la conciencia de los hombres lo que determina su existencia, sino, por
el contrario, su existencia social la que determina su conciencia. Con el cambio del
fundam ento económico toda la inmensa superestructura se transforma más o m e­
nos rápidamente".
El modo de producción es la articulación particular de relaciones de produc­
ción y fuerzas productivas.

115
Según Zeitlin, las relaciones de producción equivalen a relaciones ue propie­
dad. Ahora bien dichas relaciones de propiedad involucran las distintas maneras
de enfrentarse a las condiciones objetivas de la naturaleza. Sin embargo, como
señala el mismo Marx, esos modos de apropiación generan distintos tipos de pro­
piedad.
Unos de esos modos .será el Capitalismo surgido como consecuencia del
desarrollo histórico de las relaciones de propiedad y las fuerzas productivas.
Las fuerzas productivas se definen como aquellas fuerzas sociales por las
cuales se producen los medios para satisfacer las necesidades naturales y sociales
de su existencia. Incluyen a los trabajadores, a los instrumentos y a los medios de
producción en una forma definida de cooperación.
Las contradicciones entre ambas «relación de propiedad y fuerzas producti­
vas), constituyen la base del cambio histórico, ya que coincidentes relaciones de
producción favorecen la aparición de coincidentes fuerzas productivas, luego estas
relaciones de producción retardan y traban el desarrollo de fuerzas productivas
antitéticas.
Marx ejemplifica esto con la aparición de la burguesía corno antítesis del
orden Feudal al establecerse un nuevo orden económico y luego jurídico-legal,
donde la burguesía hegemoniza la revolución social, encerrando ya su contradic­
ción en la forma del proletariado.
Es imposible, por lo tanto, pensar las categorías marxistas de modo de
producción, relaciones de producción, fuerzas productivas, etc como ajenas al pro­
ceso histórico vigente. Por el contrario, dichas categorías adquieren sentido a la luz
del proceso histórico, que revela las contradicciones entre los propietarios y los que
venden su. fuerza de trabajo.
La historia es, entonces, la lucha de los sujetos enfrentados de acuerdo con
el lugar que ocupen en la producción. Es decir, que la desigualdad aparece y se
fundamenta desde la producción. Veremos cómo el capitalismo minimizará esta
desigualdad en los otros planos de la economía.
Puede decirse, que la fuerza teórica del concepto modo de producción, con­
siste en revelar las contradicciones sociales en el plano de la producción, mostran­
do a su vez que la superestructura política y jurídica no es un producto de un orden
inmutable, sino una construcción histórica, resultado de la hegemoma de- una clase
sobre otra.

116
EL ESPEJISM O DEL CAPITALISMO
Marx nos dice que, si la riqueza de las sociedades en las que domina el modo
de producción capitalista se presenta bajo la forma de un “cúmulo de mercancías”,
es conveniente ocuparse de la mercancía antes de encontrarla en el mercado, pues
allí se ocultan las relaciones que atraviesan a la mercancía y que, precisamente la
definen como tal.
¿Qué es la mercancía? Es un objeto exterior que en virtud de sus propieda­
des satisface necesidades humanas, por lo tanto es útil, posee un valor de uso. Este
valor de uso se hace efectivo en el uso o en el consumo y siempre debe ser social,
útil para otros. Estos valores de uso son el contenido material de la riqueza y en
el modo de producción capitalista, son portadores materiales de valor de cambio
El valor de cambio se presenta como una relación cuantitativa, surge del
intercambio entre valores de uso cualitativamente diferentes. El intercambio de
mercancías expresa que hay algo que permanece inalterable y que es común a los
distintos valores do cambio. Para llegar a ese algo común, se debe abstraer el valor
de uso de la mercancía (ya que es la abstracción lo que caracteriza el proceso de
intercambio) y así sólo queda una propiedad a la mercancía: la de ser producto del
trabajo humano. Al abstraer las propiedades sensibles, concretas de ese trabajo,
sólo queda trabajo abstractamente humano, trabajo humano indiferenciado. Sólo
queda el gasto de fuerza de trabajo humana. Entonces lo común que se manifiesta
en el intercambio de las mercancías, es su valor ccrao materialización de trabajo
humano abstracto: sólo por él un valor de uso posee valor.
Habiendo encontrado lo que determina el valor en una mercancía, sabemos
cómo medir su magnitud por la cantidad de trabajo contenida en ella, esta canti­
dad la medimos por su duración en el tiempo. Entonces, es el tiempo de trabajo
socialmente necesario para la producción de un valor de uso lo que determina la
magnitud de su valor. Este tiempo de trabajo varía con todo cambio en la fuerza
productiva de trabajo.
Entonces, para que una cosa sea mercancía tiene que ser un valor de uso
social (producir valores de uso para otros) y debe transferirse a través del inter­
cambio.
En cuanto al trabajo, lo consideramos en virtud de su efecto útil, y si en el
intercambio se enfrentan cosas cualitativamente diferentes, distintos valores de
uso (trabajos útiles cualitativamente diferentes) ya que de lo contrario no podrían
enfrentarse entre sí como mercancías, esto está expresando la existencia de distin­
tos trabajos útiles orientados a un fin determinado, es decir la división del trabajo
corno condición de existencia de la producción de mercancías: “sólo los productos de
trabajos privados autónomos, recíprocamente independientes, se enfrentan entre sí
como mercancías"
El misino proceso de abstracción que se realiza con la mercancía, Marx lo
realiza para dilucidar la naturaleza del trabajo. Así, por un lado, tenemos trabajo
concreto orientado a un fin que produce valores de uso y, por el otro, gasto de
fuerza de trabajo hum ana abstracta que produce valor. No se debe perder de vista
el carácter social permanente de este trabajo abstracto, que justamente produce
valor porque ha sido homogeneizado, organizado socialmente.
Dado que las mercancías no pueden intercambiarse por sí solas, ya que son
cosas, son sus poseedores los que deben relacionarse entre sí reconociéndose pre­
viamente como propietarios privados. Un poseedor de mercancías accede al mer­
cado porque su propia mercancía carece de valor de uso para él. Solo posee valor
de uso para otros. De aquí, que las mercancías cambian de dueño, y en este
intercambio se relacionan como valores.
A través del proceso histórico de extensión y universalización del intercam­
bio fia repetición constante que hace de él un proceso social regular), proceso que
consolida estas relaciones sociales se crea la necesidad de encontrar un equivalente
general socialmente reconocido a todas las mercancías.
La forma de equivalente general quedará adherida a una clase particular de
mercancías: el dinero. La cristalización de la fo m a dinero consolida la antítesis
entre valor de uso y valor. Es el dinero la expresión de esa antítesis que oculta la
doble transformación: los productos del trabajo en mercancía, y las mercancías en
dinero. Así las mercancías adoptan o se presentan como cosas exteriores y con vida
propia, separadas de los hombres. La expresión mas acabada de este ocult,amiento
la realiza el dinero, ya que el carácter específicamente social de los trabajos pri­
vados se manifiestan en el intercambio. Pero las relaciones sociales establecidas en
el proceso de intercambio no se presentan como relaciones directas entre los pro­
ductores privados, sino como relaciones de sus productos, relaciones establecidas
entre cosas.
La transformación del dinero en capital se producirá cuando el poseedor de
dinero compra la mercancía fuerza de trabajo, cuyo valor de uso, tiene la propiedad
de ser fuente de valor, de crear valor.
El capitalista compra en el mercado medios de producción y fuerza de tra­
bajo. Esta circunstancia hace que el proceso de trabajo sea un proceso entre cosas
que le pertenecen, por eso también le pertenece el producto de ese proceso de
trabajo.
En cuanto a la fuerza de trabajo, sólo le pertenece el uso de la misma, pero
este uso se corporiza en el producto acabado. Este producto (trabajo objetivado) es
propiedad del capitalista. El obrero vende su fuerza de trabajo enajenando su valor
de uso, enajenando el producto de su propio trabajo.
El capitalista produce valores de uso solo porque son portadores de valor.
Pero no solo quiere producir valor, sino plusvalor. El valor de una mercancía está
determinado por el tiempo socialmente necesario para su producción. El capitalista
compra el uso de una jornada de trabajo, donde el valor creado supera el valor
diario de la fuerza de trabajo. El capitalista, por ser el propietario de los medios
y de la fuerza de trabajo, organiza el proceso de trabajo de manera tal de absorber
más fuerza de trabajo prolongando el proceso de trabajo. De esta forma el valor del
producto se acrecienta en relación a lo invertido previamente. Se añade un plusvalor
y el dinero se transforma en capital.
El proceso de valorización no es otra cosa que la prolongación del proceso de

118
formación de valor; el plusvalor surge como un excedente cuantitativo de trabajo,
solo por haberse prolongado la duración del proceso de trabajo.
Esta transformación del dinero en capital está mediada por la circulación en
tanto es en ella donde se compra la fuerza de trabajo, pero no ocurre en ella porque
el proceso de valorización tiene lugar en la esfera de la producción. El plusvalor
no se produce en la esfera de la circulación sino que se realiza en ella porque es
el lugar donde se encuentran y relacionan los poseedores de distintas mercancías.
En la esfera de la producción se “produce”, en la esfera de la circulación se “rea­
liza”, relacionándose en una el capital/trabajo asalariado y en otra propietarios de
distintas mercancías. Así, esta relación se nos presenta como la ficción jurídica
donde propietarios libres y jurídicamente iguales intercambian distintas mercan­
cías. Si se visualiza solo la esfera de la circulación, queda oculta la relación de
explotación que enfrenta al capital/trabajo asalariado. La compra y la venta de
fuerza de trabajo se presenta como intercambio de equivalentes: el salario de un
obrero aparece como precio del trabajo, y no como valor de la fuerza de trabajo,
encubriendo la división de la jornada de trabajo en trabajo necesario y plustrabajo
y la apropiación gratuita de este por parte del capitalismo. Esta ilusión de equi­
valencia, donde los individuos son igualados socialmente, no sólo encubre la rela­
ción real, sino que refuerza la conciencia de “libertad e igualdad” de los sujetos del
intercambio.
Las condiciones históricas de existencia del capital surgen cuando el posee­
dor de medios de subsistencia y de medios de producción encuentra en el mercado
al trabajador despojado como vendedor de su fuerza de trabajo.
“Las condiciones originarias de la producción (...) originariamente no pue­
den ser ellas mismas producidas, no pueden ser resultado de la producción. Lo que
necesita explicación, o es resultado de un proceso histórico, no es la unidad del
hombre viviente y actuante, por un lado, con las condiciones inorgánicas, naturales,
de su metabolismo con la naturaleza, (por el otro) y, por lo tanto, su apropiación
de la naturaleza, sino la separación entre estas condiciones inorgánicas de la exis­
tencia hum ana y esta existencia activa, una separación que por primera vez es
puesta plenamente en la relación entre trabajo asalariado y capital”.
El proceso histórico muestra la separación del hombre de sus condiciones
objetivas de existencia, la escisión de la unidad originaria hombre-naturaleza.
El desarrollo de una fuerza material va a separar la unidad originaria,
entendiendo al individuo como lo indivisible: objetividad y subjetividad. Un grupo
se apropia de las condiciones objetivas de otro, relacionando a un sujeto dominador
con un sujeto productivo. La dominación va cobrando formas particulares en el
proceso de escisión, que también es un proceso de enfrentamientos.
“Los diferentes individuos solo forman una clase en cuanto se ven obligados
a sostener una lucha común contra otra clase”.
Las clases se constituyen a partir de la identificación de intereses antagó­
nicos, lo que en la teoría marxista se define como “lucha de clases”. El antagonismo
tiene como fundamento los diferentes modos de apropiación (relaciones de propie­
dad) los cuales generan sus correspondientes formas de conciencia. Es por esto
que, este enfrentamiento desborda los límites del plano económico convirtiéndose
en una lucha política.

119
Bibliografía
LEFEBVRE, Henri, El Marxismo, Buenos Aíres, Ediciones CEPE, 1973.
MARCUSE, Herbert, Razón y Revolución, Madrid, Alianza Ed., 1971.
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-— - Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política,
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SHUSTER, Félix, El método en las ciencias sociales, Buenos Aires, CEAL, 1992.
ZEITLIN, Irving, Ideología y Teoría Sociológica, Buenos Aires, Amorrortu, 1982.

120
ANTROPOLOGÍA SOCIAL INGLESA:
LA TEORÍA FUNCIONALISTA
L. S
in is i
I. INTRODUCCIÓN
La escuela funcionalista surge en Inglaterra alrededor de 1920. Muchos
autores han criticado esta teoría por considerar que estuvo al servicio del imperia­
lismo y de su práctica colonialista, tildándosela de ciencia burguesa .1 Más allá de
la validez de estas críticas, el funcionalismo ha persistido hasta nuestros días,
m uchas veces realizando una revisión de sus postulados básicos, otras
revalorizándolos, como cuando se destaca por ejemplo la importancia del trabajo de
campo según la forma que le dio su creador B. Malinowski. Este intento empirista
del funcionalismo, pretendía convertir a la Antropología en una disciplina cientí­
fica, a fin de establecer un corte con la antropología conjetural decimonónica.
Además, es interesante destacar que la teoría funcionalista tuvo un fuerte
desarrollo no sólo en Inglaterra, sino también en los Estados Unidos, sobre todo a
través de otra disciplina: la sociología. Radcliffe-Brown, otro de los fundadores
ingleses de esta escuela fue docente en la Universidad de Chicago, influyendo en
importantes sociólogos norteamericanos como Talcot Parsons.
En la Inglaterra de fines de siglo pasado la Antropología había comenzado
a crecer como disciplina científica “bajo la forma de cátedras universitarias” y
paulatinamente se descubren los “usos” que esta ciencia podía dar al imperialismo.
Pero como es sabido, pocos antropólogos habían salido a conocer Africa y las zonas
colonizadas, basaban sus estudios en registros traídos por viajeros, administrado­
res, etc., que ya tenían una visión sesgada y etnocéntrica de los llamados “pueblos
primitivos”. A comienzos del siglo XX es necesario conocer mejor estos pueblos
para poder establecer las áreas de administración colonial, como afirma Stauder 2
“el mayor obstáculo para obtener un mayor provecho entre el colonialismo y la
antropología era la falta de una teoría y una práctica adecuada. La antropología
antigua, el difusionismo y el evolucionismo impedían el progreso. El momento de
la revolución había llegado”.
La llamada revolución funcionalista fue la que inició el camino de la antro­
pología científica, dentro del marco y el auge del imperialismo británico, a través
de sus más importantes creadores Bronislaw Malinowski y A. Radcliffe-Brown.

123
II. CONTEXTO HISTÓRICO Y POLÍTICO
Una teoría nunca puede ser explicada si no es dentro del contexto histórico
y político que le otorga significado y fundamentación.
“El análisis del proceso colonial es necesario no solamente para establecer
el marco situacional de las teorías antropológicas y sus emergentes racistas y
etnocéntricos, sino que lo consideramos en su elaboración conceptual parte cons­
titutiva de las interrelaciones en la medida que el mismo ha sido construido a
partir de documentación antropológica y de análisis científicos, sociales y políticos
elaborados desde las metrópolis sobre el Tercer Mundo”/5
A fines del Siglo XIX el capitalismo ha logrado su máximo desarrollo, este
desarrollo nunca ha sido lineal sino que se produjo a través de avances y retroce­
sos, apogeos y crisis; pero estas crisis más que manifestar el fracaso del sistema
capitalista, se debían a reordenamientos del sistema productivo, es decir, las acu­
mulaciones de capital tenían un “techo”. Si bien la lógica de los empresarios capi­
talistas era la ganancia y la acumulación, éstas sólo pueden reproducirse si se
vuelve a invertir en nuevos proyectos: modernización de la industria, creación de
nuevas manufacturas y la consecuente búsqueda de nuevas colonias para obtener
aquellas materias primas que ahora eran de vital importancia para las industrias
monopólicas: caucho, cobre, petróleo, etc. Es por eso que a partir de 1884-1885,
Congreso de Berlín mediante, las grandes potencias imperialistas, Inglaterra en
primer lugar, Francia, Alemania (ver la primera unidad de este manual donde se
trata específicamente este tema) deciden la penetración y colonización de Africa,
y de aquellos otros continentes, Asia y Oceanía, que aún no habían sido coloniza­
dos, donde se decide establecer áreas de influencia.
En un primer momento Gran Bretaña establece el método de administración
directa es decir, no solamente control económico de sus colonias, sino también
control político. Pero los problemas que ésta traía aparejados, revueltas, protestas
y dificultades económicas, hicieron que se ponga en práctica la administración
indirecta, donde lo que se buscaba era el no cuestionamiento del sistema colonia­
lista, sino por el contrario, a través de ciertas concesiones que se le otorgaban a
los líderes locales, se pudiera lograr su legitimidad.
Muchos autores, Menéndez, Leclerc, Díaz Polanco, Stauder entre otros,
encuentran una relación directa entre la administración colonial británica, espe­
cialmente la indirecta, o “indirect rule” y el desarrollo de la escuela funcionalista;
precisamente Leclerc en su libro Antropología y Colonialismo, habla de una “con­
nivencia” entre la ideología de la indirect rule y la del funcionalismo.
Lo que ahora necesitaba el imperio era “conocer” a las sociedades nativas,
saber cómo “funcionan”, para poder ser administradas. Para ello se comienza a
impulsar a la nueva antropología dentro del maree académico, se le otorgan faci­

124
lidades financieras, se obliga a que muchos administradores y funcionarios colonia­
les tomen cursos de esta disciplina. La estrecha relación que se establece entre
colonialismo y funcionalismo se puede detectar por los beneficios que ambos obtu­
vieron: para el colonialismo, la antropología funcionalista le sirvió como soporte
ideológico y para esta escuela, la realidad colonial le permitió la posibilidad de
desarrollar su metodología clásica: la experimentación y el trabajo sobre el terreno.

125
III. ANTECEDENTES EPISTEMOLÓGICOS
Como bien aclaramos en la introducción de este capítulo, tanto en la antro­
pología como en la ciencias sociales en general, existen dos fuentes de pensamiento
claves, donde encontraremos gran parte de los supuestos teóricos que marcaron el
desarrollo de estas disciplinas en su etapa clásica, el Iluminismo del Siglo XVIII
y el Positivismo del Siglo XIX (ver el capítulo anterior sobre el Siglo XVIII y XIX).
La teoría funcionalista está muy vinculada a los desarrollos que tuvieron
las ciencias naturales durante el siglo pasado; es a través de A. Comte y su
“filosofía positiva” donde se expresa la estrecha relación entre la biología y la
sociología. Además este autor ejerció una gran influencia en los sociólogos y
antropólogos posteriores desde otras categorías conceptuales que fueron los pila­
res del positivismo, como por ejemplo las ideas de orden y progreso (ver Comte,
Siglo XIX):'
Otro sociólogo, H. Spencer (1820-1903) establecería un estrecho paralelismo
entre las sociedades hum anas y los organismos biológicos. Argumentaba “que en
la sociedad así como en un organismo, se produce una eliminación y sustitución
perpetua de partes, junto con la integridad constante del todo”. La correspondencia
analógica en Spencer se establece al comparar por un lado al individuo social con
la células del organismo, ambos como parte integrantes de un todo —el organismo
o la sociedad—, tienen una función que cumplir, m antener la actividad armónica
de ese todo. Spencer, según Lucy Mayr, fue el primero en utilizar el término
función para tratar de explicar la realidad social.
E. Durkheim (1858-1917), sociólogo francés, que fue la gran fuente de ins­
piración de la escuela funcionalista inglesa, también empleó esta categoría pero sin
realizar un reduccionismo biológico al estilo de Spencer. En su obra La División del
Trabajo Social (1895), dice por ejemplo que la función de la respiración es la de
sum inistrar gases al organismo, necesarios para el funcionamiento vital, así como
la alimentación, etc. En las Reglas del Método Sociológico (1895) desarrolla esta
idea diciendo que para explicar un fenómeno social hay que buscar tanto la causa
que lo ha producido como la función que cumple.
Siendo el paradigma positivista el marco de desarrollo de sus ideas, Durkheim
pensaba que los fenómenos sociales se combinaban para m antener la armonía
dentro de la sociedad, lo que a él le interesaba era estudiar los procesos de ‘‘soli­
daridad social” para dar cuenta de sus aspectos normativos e integrcidores; el
conflicto y la desintegración social atentan contra el orden y sólo este puede llevar
al progreso.
Como veremos más adelante, las ideas de Durkheim marcaron el pensa­
miento de Malinowski, Radcliffe-Brown y Evans Pritchard, quienes pusieron un
marcado énfasis en la teoría de la integración de la cultura —homeostasis o aná­

126
lisis sistémico de la sociedad— y la analogía entre el modelo orgánico y el funcio­
namiento social. Sobre todo es en Radcliffe-Brown donde estos conceptos aparecen
con más fuerza, por ejemplo a través de su conceptualización de la sociedad como
un todo estructurado, constituido por un orden moral y la implementación de
normas que regulan su funcionamiento. En Malinowski se encuentra también la
influencia de Freud y de las teorías psicológicas del Siglo XX. De Freud toma el
análisis del complejo de Edipo. A pesar de esto Malinowski criticó la universalidad
del mismo; en su trabajo de campo en las Trobiand observó que el ejercicio de la
autoridad dentro de la familia no lo poseía el padre sino el herm ano de la madre.
De esta forma el niño no establece una relación de amor-odio con el hombre que
m antiene relaciones sexuales con su madre y además es su padre biológico. Para
el autor el “complejo” es un fenómeno de la cultura y no de la naturaleza, y no
tiene alcance universal ya que se corresponde con la familia occidental basada
sobre la descendencia de la línea paterna. Esta postura generó la reacción de
algunos psicoanalistas ya que para éstos, las teorías psicoanalíticas son universa­
les, más allá de las particularidades de la cultura.

III. 1 El funcionalism o de M alinowski: aspectos teóricos


De nacionalidad polaca (1884-1942), doctor en física y luego en antropología,
sentó las bases de una de las características claves de la perspectiva antropológica
el tra bajo de campo, tras permanecer por casi cuatro años en Nueva Guinea estu­
diando los aborígenes australianos. Para muchos autores es el creador de la “Es­
cuela Funcionalista Inglesa”.
Siguiendo los principios durkheim ianos, de equilibrio y norm atividad,
Malinowski argum entaba que la cultura se constituye como un todo funcional,
integrado y coherente, que no se opone a la naturaleza, sino que la continúa. Es la
respuesta organizada de la sociedad para satisfacer sus necesidades naturales a
través de grupos institucionalizados. Considera a la cultura como un todo coheren­
te y organizado, como un sistema total donde cada aspecto de la cultura sólo puede
estudiarse en relación a un contexto mayor en el cual cobra sentido. Por ejemplo
en Los Argonautas del Pacífico Occidental (primera e im portantísim a obra de este
autor), cuyo tema central se refiere al comercio kula —sistema de intercambio
tribal a través del cual circulan objetos ceremoniales—, Malinowski no sólo obser­
vó la forma de intercambio sino que a partir del mismo, trató de buscar qué
relaciones guardaba con la estructura económica, religiosa y social, demostrando
de esta m anera la imagen de totalidad e integración del todo con las partes.
Para este tipo de estudio, no es importante una concepción histórica de larga
duración, y en esto se separa del difusionismo y del evolucionismo, ya que intenta
comprender el fenómeno social según el lugar que ocupa dentro del sistema total,
y de las funciones que realiza; por eso decimos que sus estudios son sincrónicos,
el corte se realiza en un breve período histórico no mayor a los cinco años.
Retomemos la teoría de la cultura de Malinowski. Podemos decir que obe­
dece a dos condiciones:
(a) Satisface las necesidades fundamentales del hombre. Ahora bien, qué
significa necesidad para Malinowski: “es el sistema de condiciones que se manifies­
tan en el organismo humano, en el marco cultural y en la relación de ambos con

127
el am biente físico y que es suficiente y necesario para la supervivencia del grupo
o del organismo”. Cada necesidad se satisface con un tipo de respuesta cultural;
Malinowski distingue dos tipos de necesidades, existen necesidades biológicas o
básicas y necesidades derivadas. La satisfacción de las prim eras son fundam enta­
les para sobrevivir: nutrición, reproducción, bienestar corporal, crecimiento, etc.
que han generado “respuestas culturales” universales, ya que en cualquier cultura
es necesario satisfacer la provisión de alimentos, crear un sistem a de parentesco,
vivienda, vestido, entrenamiento, etc. En cambio, las necesidades derivadas apa­
recen como consecuencia de la vida del hombre en sociedad, son las formas indi­
rectas de satisfacer las necesidades básicas, llamadas también imperativos cultu­
rales por que modifican a las necesidades básicas, por ejemplo la creación de
técnicas para la obtención de alimentos, y relacionado con esto, la necesidad de
trasm itir estas técnicas a las sucesivas generaciones. Entonces las necesidades
derivadas, son las que organizan la conducta social mediante la creación de reglas,
sanciones o normas que garanticen la integridad y coherencia del grupo.
(b) La cultura se organiza para satisfacer las necesidades individuales y
sociales a través de la creación de instituciones. El concepto de institución es para
Malinowski la unidad de observación o unidad de análisis, es muy im portante ya
que le perm ite al investigador comprender a este todo integrado que es la cultura.
Una institución social agrupa por ejemplo a individuos que comparten valores
comunes, mantiene el consenso y la cohesión y permite el funcionamiento de la
cultura. Una institución tiene siempre la misma estructura y esto permite compa­
rar diferentes sociedades. El estudio de las instituciones permite analizar la rea­
lidad social como un todo funcional. Toda institución tiene la función de satisfacer
las necesidades básicas de cada sociedad, de otra m anera la cultura no podría
sobrevivir. La función tiene un sentido, no es arbitraria, “responde a la necesidad
exigida por la cultura”
Podríamos entonces sintetizar el marco conceptual de Malinowski de la si­
guiente manera:
Teoría de la cultura: como vimos la cultura tiene una estrecha relación con
la naturaleza, aunque la supera, porque es la respuesta organizada de la sociedad
para satisfacer sus necesidades básicas por medio de grupos institucionalizados.
Teoría de las necesidades: existen dos tipos de necesidades, las básicas, se
relacionan con la naturaleza hum ana y animal, necesidad de respirar, comer,
dormir, reproducirse, moverse... cuyas respuestas culturales son subsistencia, abri­
go, parentesco, etc. Las necesidades derivadas dan cuenta de la forma en que se
m anifiesta la cultura, modificando las necesidades básicas, por ejemplo una nece­
sidad secundaria como trasm itir la cultura, el saber, las instituciones, tienen como
respuesta cultural a la educación.
El concepto de institución: a través de una institución se pueden comparar
diferentes sociedades entre sí. Por ejemplo una institución puede ser la familia, la
jefatura, donde un grupo de individuos con intereses comunes, a través del consen­
so, contribuyen al buen funcionamiento de la cultura.
El concepto de función: como ya vimos no fue Malinowski el primero en
usarlo, tanto Spencer como Durkheim ya lo habían hecho. E1 nuevo sentido que le
aporta este autor es que la función son todas aquellas tareas o cometidos sociales
que sirven para satisfacer las necesidades básicas (reproducción, alimentación,

128
etc.) que tienen un gran valor en cuanto a que su cumplimiento es fundam ental
para la supervivencia y conservación de la sociedad.
La teoría del cambio cultural: este tema fue tardíam ente abordado por los
autores funcionalistas, no porque fueran ingenuos y no percibieran el cambio que
se estaba produciendo en las sociedades colonizadas a partir del contacto con los
europeos, sino porque, como antes afirmamos, existía un presupuesto básico que
era el de considerar a las sociedades como entidades estáticas y armónicas. Cuan­
do en 1934 Malinowski inicia sus estudios en Africa del Sur, comienza en intere­
sarse por la problemática del contacto cultural. Dejando un poco de lado esa visión
rom ántica que tenía sobre los salvajes de las islas Trobriand, a los cuales veía
idílicam ente alejados del contacto negativo que producía la civilización
industrializada, comienza ahora a pensar en lo positivo que sería para estas socie­
dades “prim itivas” interactuar con la sociedad occidental. Creía que la relación
entre africanos y europeos debía equilibrarse de forma pacífica a través de la
creación de medidas comunes y benéficas para ambas culturas. De esta forma el
contacto se realiza de forma lineal, no conflictiva, por la interacción de partes
iguales. Al describir y comparar de forma “objetiva” el proceso de cambio que se
produce como consecuencia del contacto. Malinowski consciente o inconscientemen­
te oculta los verdaderos móviles del colonialismo. Esta teoría del cambio cultural
ha sido la que más fuertes críticas ha recibido desde aquellos antropólogos que
centraron sus estudios en los procesos de conflicto y crisis social.5

III.2 A spectos m etodológicos


Como bien sabemos la antropología evolucionista del Siglo XIX se dedicaba
a lo que se denomina la investigación de gabinete. Los antropólogos organizaban
los datos traídos por viajeros, misioneros o administradores de las tierras coloni­
zadas, pero muy rara vez salieron de la comodidad de sus estudios, teorizaban y
comparaban analizando esas fuentes secundarias. Fue Malinowski el que puso una
marca innovadora en lo que conocemos como la metodología clásica de la antropo­
logía el trabajo de campo o la permanencia prolongada sobre el terreno.
Sólo a través del trabajo de campo, puede el investigador interiorizarse y
comprender a la sociedad estudiada, ya que como muy bien lo explica en Los
Argonautas del Pacífico Occidental (1922)6 la estancia debe ser prolongada, “el
antropólogo debe ir a las aldeas, convivir con los nativos, lejos de los otros blancos”.
Su originalidad se basó también en la creación de algunas técnicas tales como
observación con participación, elección del informante clave, que implicaban un
mayor compromiso por parte del investigador debido a ^u participación activa en
el proceso de conocimiento. Podemos afirmar que fue una metodología revoluciona­
ria ya que marca una ruptura con la antropología evolucionista del siglo XIX.
Existen tres principios metodológicos claves tal como él mismo lo define:
“ante todo el estudioso debe albergar propósitos estrictamente científicos y
conocer las normas criterios de la etnografía moderna. En segundo lugar, debe co­
locarse en buenas condiciones para su trabajo, es decir, lo más importante de todo,
no vivir con otros blancos, sino entre los indígenas. Por último, tiene que utilizar
cierto número de métodos precisos en orden y recoger, manejar y establecer sus
pruebas”... Además, “el etnógrafo debe ser un cazador activo..., tener una buena

129
preparación teórica y estar al tanto de los datos más recientes, eliminando las ideas
preconcebidas...”7
La consecuencia directa del trabajo de campo sería “dar un esquema claro
y coherente de la estructura social y destacar, de entre el cúmulo de hechos irre­
levantes las leyes y normas que todo fenómeno social conlleva”.8
Además el trabajo de campo se logra a través de tres caminos:
1. Recoger a través de un esquem a preciso y claro la organización de la tribu.
C onstruir un método de docum entación estadística que perm ita arm ar tal esquem a.
2. O bservar los im ponderables de la vida real y todo tipo de com portam iento.
E sto se consigue gracias a la observación m inuciosa y detallada en la forma de un
diario etnográfico.
3. Una colección de informes, narraciones, datos del folklore que den cuenta
de la mentalidad del indígena.
Dejemos que el propio Malinowski cuente cómo fue su experiencia de campo,
varios años después de haber publicado los Argonautas del Pacífico Occidental, en
un libro llamado Coral Gardens and their Magics:
“Mi trabajo de campo en la Melanesia constó de tres expediciones; el tiempo
que verdaderamente permanecí entre los indígenas fue de dos años y medio. Contando
el tiempo que dediqué entre las tres expediciones a seleccionar mis notas y redactarlas,
a formular los problemas y llevar a cabo el trabajo constructivo de asimilar y refundir
los datos, puede decirse que mi trabajo de campo se extendió a lo largo de más de
cuatro años (principios de Septiembre de 1914 hasta finales de Octubre de 1918).
Deseo subrayar este hecho porque creo firmemente que unos cuantos meses de inter­
valo entre dos expediciones, de un año cada una, concede posibilidades infinitamente
mayores al antropólogo que dos años seguidos en el campo de estudio (...) Creo que un
completo conocimiento de cualquier lengua indígena depende mucho más de la
familiarización con sus formas sociales y organizaciones culturales que de la memori­
zación de largas listas de palabras o la comprensión de los fundamentos gramaticales
y sintácticos que —en el caso de las lenguas melanesias— son sorprendentemente
simples (...) Respecto a mi forma de residencia, he insistido varias veces en el hecho
de que solo es posible realizar un trabajo de campo satisfactorio si se vive directamente
entre los indígenas (...) Volviendo ahora al método del trabajo de campo: acabo de
argumentar que el primer estrato de aproximación o estrato de investigación consiste
en la verdadera observación de los hechos aislados y el registro completo de cada
actividad concreta, ceremonia o norma de conducta. La segunda línea de aproximación
es la correlación de estas instituciones. La tercera línea de aproximación es una sín­
tesis de los distintos aspectos (...) Al mismo tiempo llegué a apreciar el valor general
de los frutos recolectados y de su gran importancia en la vida tribal al enfrentarme con
el absoluto tumulto caótico de los detalles observados desde el mismísimo principio (...)
Una fuente general de inexactitudes en todos mis materiales, sean fotográficos, lin­
güísticos o descriptivos, consiste en el hecho de que, como cualquier etnógrafo, me
sentí atraído por lo dramático, excepcional y sensacional (...) Como crítica diré que he
omitido en mi estudio de la vida en las TYobriand gran parte de lo cotidiano, poco
llamativo, monótono y poco usual. El único consuelo que me queda es pensar que, en
primer lugar, el trabajo de campo funcionalista, a fin de cuentas iniciado en gran
medida en las Trobriand, ha comenzado a modificarse en este sentido; y en segundo
lugar, que mis errores pueden servir de ejemplo a otros”.9

130
IV. RUFrURAS Y CONTINUIDADES
CON LA ESCUELA EVOLUCIONISTA
Siguiendo a Eduardo Menéndez podríamos advertir que existió una crisis
social a principios del Siglo XX que llevó a situaciones de reacomodamiento en las
ciencias sociales, aunque como muy bien lo aclara el autor, no existe un correlato
mecánico entre las crisis de la sociedad global y las de las disciplinas ya que estas
tienen sus propias crisis autónom as.10
La crisis que presenta el modelo evolucionista en el 1900 está relacionada
con las propias dificultades del imperialismo inglés, que necesita ahora adaptar el
proceso de colonización a las instituciones locales. La administración indirecta es
menos costosa y se legitima mostrándose como una política respetuosa de las
particularidades. “Surgen nuevos problemas antropológicos como por ejemplo la
relación entre lo cultural y lo biológico, lo normal y lo patológico, el relativismo
cultural...”.11
No es que se rechace totalmente el paradigma evolucionista, por eso habla­
mos de continuidades; tanto Malinowski como Radcliffe-Brown pensaban que la
teoría evolucionista podía explicar el progreso social. Se comienzan a dejar de lado
algunos de sus presupuestos metodológicos por considerarlos etnocéntricos, como
por ejemplo el de la reconstrucción histórica e hipotética de un pueblo, ya que este
se realiza en base a conjeturas: Radcliffe-Brown en 1923 afirma que la búsqueda
de los orígenes es imposible realizar ya que esto implica una total falta de pers­
pectiva científica. Otro eje de ruptura, y creemos uno de los más im portantes, fue
el nuevo tipo de práctica teórica. El investigador funcionalista no solo teoriza sobre
la sociedad estudiada, sino que también explorará sobre el terreno (el trabajo de
campo) para obtener los datos de fuentes prim arias (informantes). Lo que importa
es comprender a la sociedad desde su interior y no a través de construcciones
especulativas como la de los evolucionistas, que reconstruían secuencias que iban
de lo inferior a lo superior, de lo simple a lo complejo.
Para Marvin H arris12 la relación de Malinowski con las teorías evolucionistas
lo habían influenciado en su concepción de la magia y la religión como antecesoras
de las ciencia, ideas que encontramos en un clásico del evolucionismo inglés, J.
Frazer. Lo que Malinowski criticaba al evolucionismo era el uso de la categoría de
“supervivencias” para reconstruir el pasado evolutivo de las sociedades, porque no
daban cuenta del “contexto” en el que se producen esos hechos del pasado. Adam
K uper13 concluye: “Malinowski siguió siendo evolucionista a lo largo de su carrera.
Creía que la recolección de datos culturales vivos, produciría en últim a instancia,
leyes evolutivas”. Además Malinowski nunca pudo alejar de su pensamiento la
visión etnocéntrica y comúnmente aceptada de que el “salvaje” a pesar de todo,
seguía siendo inferior.

1 131
V. EL ENFOQÍ-E E S T R U C T U R A L FUNCIONALISTA
V.l C aracterísticas generales
Dentro del funcionalismo británico, encontramos otro enfoque que fue deli­
neado especialm ente por A. Raddiffe-Brown ¡1881-1955), contemporáneo de
Malinowski; éste trató de otorgarle mayor rigurosidad científica a la antropología
social, creando nuevas categorías conceptuales.
Como dijimos anteriormente, la influencia más directa que tuvo Raddiffe-
Brown provino de la sociología francesa, especialmente de E. Durkheim. Los pila­
res básicos del estructural-funcionalismo se apoyarán sobre las ideas de cohesión
y solidaridad social. También toma de Durkheim la importancia que este autor le
asigna al “contexto social" y al papel que cumple el hecho social en la explicación
científica. Retomará también la idea de función trabajada por el sociólogo francés,
pero con el agregado de que los fenómenos sociales tienen que estar relacionados
con la “estructura social”, de aquí el nombre Estructural Funcionalismo.
La antropología decía Radcliffe-Brown, debe basarse en una teoría analítica
y no en la simple compilación de hechos históricos. La historia se ocupa de la
descripción diacrónica, la sociología permite el análisis sincrónico de la sociedad:
'comprender los elementos de la estructura conectados entre sí, en el aquí y ahora.

V.2 N uevas categorías


Uno de los elementos diferenciadores más im portantes entre el funcionalis­
mo de Malinowski y el de Radcliffe-Brown será el concepto de estructura social.
Esta estructura no es una categoría abstracta, por el contrario, la estructura se
define a través de un hecho social, empíricamente observable como son las relacio­
nes sociales entre individuos que desempeñan roles. Esto conforma un sistema
social, objeto de estudio de la antropología. La estructura social es la realidad
misma, esta perspectiva lo diferenciará del estructuralismo de Levi-Strauss. Para
éste último, la estructura es invisible y subyacente, tiene que ver con modelos
teóricos y abstractos que construye el investigador a partir de la realidad obser­
vada íver capítulo sobre Estructuralismo).
A partir de definir la estructura social como la red de relaciones sociales
visibles, Radcliffe-Brown privilegió en sus estudios el análisis de los sistem as de
parentesco: por ejemplo la familia elemental e? el grupo que organiza las relacio­
nes de parentesco a través de relaciones diádicas “un sistem a de parentesco (...) es
un sistem a de relaciones diádicas entre persona y persona en una comunidad,

132
siendo regulado el comportamiento en cualquiera de estas relaciones en mayor o
menor grado, por los usos sociales” (RADCLIFFE-BROWN: ver cita 15).
En un trabajo llamado Acerca de la Estructura Social," Radcliffe-Brown dice:
“... Si estudiamos a los aborígenes de una región de Australia, sólo la obser­
vación directa de estos grupos nos permite revelar que están vinculados por una
compleja red de relaciones sociales. Empleo el término estructura soc-ictl para indicar
esta red de relaciones sociales (...) Las estructuras sociales son tan reales como lo son
los organismos individuales (...) una relación particular entre dos personas... existe
únicamente como parte de una amplia red de relaciones sociales (...) es esta red la
que yo considero objeto de nuestras investigaciones (...) Incluyo dentro de la estruc­
tura social todas las relaciones de persona a persona...”
Pero a esta idea de estructura, él agrega algo más. la categoría de forma
estructural, que sería el tipo normal de relaciones que se abstraen de la realidad
observada:
“La realidad concreta que nos interesa es el conjunto de las relaciones exis­
tentes en un momento dado, que vinculan a determinados seres humanos entre sí...
Pero no tratamos de describir esto en su particularidad, sino de hacer un análisis
formal de la estructura (...) Lo que importa es la forma general o normal de esta
relación, con abstracción de sus variantes particulares (...) Existe una importante
distinción entre la estructura, como una realidad concreta existente y la forma es­
tructural, tal como la describe el trabajador de campo...”
Otro aspecto relevante de este planteo es que, m ientras que las estructuras
sociales pueden cambiar, las formas estructurales son mucho más estables. Preci­
sam ente la estabilidad de la forma estructural depende de la integración de sus
partes y de como estas son necesarias para el mantenimiento del sistema. En este
punto podemos notar la influencia de Durkheim, la estabilidad- y la unidad de la
sociedad son las condiciones que presuponen los planteos teóricos de Radcliffe-
Brown a través de los conceptos de integración, equilibrio y solidaridad.
Como vemos, en los presupuestos básicos del estructural-funcionalismo vuel­
ven a aparecer categorías que ya habíamos encontrado en los trabajos de Malinowski:
integración, totalidad, solidaridad, equilibrio y homcostasis pero redefinidas ahora
dentro del marco de la estructura. El antropólogo debe conocer los rasgos sistem á­
ticos de la cultura, y buscar de qué forma las estructuras y las instituciones de una
sociedad se interrelacionan entre sí para formar un sistema social. El sistema
tiende a la estabilidad y al equilibrio, mediante la unidad o solidaridad de las
partes con el todo. Esta noción de estructura tal como la ha trabajado Radcliffe-
Brown podemos afirm ar que es una noción simple, no compleja, ya que no existen
mediaciones entre la estructura y la realidad empírica observada.
Si abordamos el concepto de función, vemos que existe una nueva diferencia
con Malinowski. En este autor la función de las instituciones es la de satisfacer las
necesidades básicas de la sociedad y esta idea lo lleva a un funcionalismo
“reduccionista” que se basa en una teoría psicobiológica de las necesidades.15 Para
Radcliffe-Brown la función de cualquier tarca o cometido social consiste en el valor
fundam ental que se le asigna en el mantenimiento y la continuidad estructural.10
Su concepto de función establecía una dependencia respecto de la analogía orgá­
nica:

133

‘Tal como usamos aquí la palabra función, la vida del organismo se concibe
como el funcionamiento de su estructura y la continuidad de ésta se mantiene por
la continuidad del funcionamiento. Si examinamos cualquier elemento recurrente del
proceso vital, como la digestión, como la respiración, etc., vemos que su función es
la parte que le cabe en la contribución que hace a la vida del organismo como un todo
(...) Si del terreno de la vida orgánica se pasa al de la vida social vemos que al
examinar una comunidad cualquiera, tal como una tribu africana o australiana,
podemos reconocer la existencia de una estructura social. Los seres humanos indi­
viduales que son las unidades esenciales en este caso, están vinculados por un
conjunto definido de relaciones sociales que los ubican en un todo integrado (...) La
función de cualquier actividad recurrente, repetida, por ejemplo el castigo de un
crimen, o una ceremonia funeraria, es la parte que le cabe en la vida social como un
todo, y, por ende, la contribución que hace a la continuidad estructural (RADCLIFFE-
BROWN: IBID).
Además, todo sistema estructural tiene un tipo de unidad que se denomina
unidad funcional, para lograr la estabilidad duradera del sistema, evitándose así
los conflictos que aten tan contra el mantenimiento de la estructura social o su
reabsorción.17

V.3 M etodología
“La tarea de la sociología comparativa, como la de toda ciencia experimen­
tal, es la de crear los adecuados conceptos analíticos en cuyos términos hacemos
generalizaciones y que, una vez suficientemente comprobados por sistem áticas
observaciones de los fenómenos, pueden ser establecidos como probables. El campo
específico de la antropología social es el estudio experimental, en el sentido defi­
nido anteriorm ente, de las sociedades primitivas”.18
En un intento por romper con la metodología etnológica. Radcliffe-Brown
afirmó que el método de la antropología debe ser inductivo y generalizador, cuyo
objetivo es establecer leyes sociológicas universales. El antropólogo debe recoger
las regularidades observables en el trabajo de campo, para luego reordenarlas en
la forma de generalizaciones empíricas o leyes. No se pretende explicar sino des­
cribir la realidad.
En sus estudios sobre los sistemas de parentesco africanos, parte de la
diversidad de los sistemas de parentesco y matrimonio existentes en la realidad,
cuenta la heterogeneidad de las costumbres, busca la identidad de la función. Va
de la observación del comportamiento individual a las generalizaciones, para luego
poder establecer comparaciones interculturales.
Las conclusiones aparecerán explicitadas en las clásicas m onografías
funcionalistas, que pretendían ser un superación del etnocentrismo Victoriano ya
que describían en profundidad la existencia de estos pueblos llamados primitivos,
superando así el enfoque evolucionista que los ubicaba en escalas evolutivas.

134
VI. APROXIMACIONES CRÍTICAS
Una de las críticas que más fuertemente han recibido las teorías funcionalistas
está directam ente relacionada con la situación colonial. Mario M argulis19 afirma
que a pesar de que el funcionalismo hubiese proclamado independencia ideológica
y prescindencia valorativa lo único que intentaba encubrir era su compromiso con
el orden dominante.
Podríamos decir que existe encubrimiento porque en definitiva lo que la
antropología funcionalista intentaba demostrar a través de sus postulados teóricos,
era que las sociedades tradicionales o primitivas se mantienen estables, no cam­
bian; el imperialismo y su necesario “contacto” entre culturas, produce un reorde­
namiento de las partes en cuestión; las sociedades tenderán hacia el equilibrio y
la arm onía del sistema, no hacia el conflicto.
Otra de las críticas de las cuales ha sido objeto el funcionalismo está refe­
rida al cuestión del cambio social y de la dimensión histórica. No es que nieguen
la existencia de los procesos históricos, pero para comprender el funcionamiento de
una estructura empírica, no es necesario tomarlo en cuenta. De alguna forma y
como señalan muchos autores, se negaron implícitamente a aceptar que las socie­
dades “prim itivas” tenían su propia historia. Esta negación de la historia de los
“otros” pueblos, permitió justificar la colonización y explotación de esas sociedades.
Se consideró a la antropología funcionalista como una ciencia conservadora
y a favor del status quo, por el énfasis que pusieron en los análisis sobre el
equilibrio, la solidaridad y la integración social, en contraposición con otros estu­
dios que intentaban observar los cambios dinámicos que llevaban al cambio estruc­
tural (por ejemplo la perspectiva marxista) pero, como asegura Marvin H arris20, no
es que fueran ingenuos ignorantes de la existencia de conflictos, solo que no esta­
ban preparados teóricamente para comprender que estos forman parte de la con­
dición hum ana.

135
B ibliografía
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136
N otas
I DIAZ POLANCO: Contribución a la críitica del funcionalismo, Mimeo
2STAUDER, .Jack: El funcionalismo como ideología colonialista, en Nueva Antropología, Año I,
N° 3, 1976
•’ MENENDEZ, E.: Colonialismo, neocolonialismo, racismo, Mimeo, 1968
4 ZEITLIN, I: Ideología y teoría sociológica, Madrid, Amorrourtu, 1970, pag. 83.
5 HARRIS, Marvin: El desarrollo de la teoría antropológica, España, Siglo XXI, 1985, página
481.
6 MALINOWSKI, B.:Los argonautas del Pacífico Occidental, Ariel, 1922
7 Ibid.
s Ibid.
9 MALINOWSKI, B.:Confesiones de ignorancia y fracaso en La Antropología como Ciencia,
Llovera, J. compilador, Barcelona, Anagrama, 1975, páginas 130 y subsiguientes.
10MENENDEZ, E.: Definiciones, indefiniciones y pequeños saberes, en Revista Alteridades,
1991
II Ibid.
12HARRIS, M.: op. cit. pág. 477
13KUPER, A.: Antropología y antropólogos. La escuela británica (1922-1972), España, Anagra­
ma, 1973
14 RADCLIFFE-BROWN, A.: Estructura y función en la sociedad primitiva, Barcelona, Penín­
sula, 1977
15GODDARD,: Los límites de la antropología británica, en Crítica de la antropología británica
16 RADCLIFFE-BROWN: A. op. cit.
17 Ibid.
18 RADCLIFFE-BROWN: Antropología social, en Llobera compilador, op. cit., pág. 53.
19 MARGULIS, Mario: Una Antropología Social para América Latina, mimeo, págs. 6 y 7.
20 HARRIS, M.: op cit., pág. 446.

137
EL PARTICULARISMO HISTÓRICO
C la u d ia E. H e r n á n d e z S o r i a n o y M a r ía J o s e f i n a M a r tín e z
“Contra los evolucionistas Boas planteó
la cuestión de que los rnismos elementos
en diferentes culturas pueden tener di­
versos an teced en tes, y contra los
difusionistas extremos planteó que en las
mismas condiciones se pueden generar
elementos similares, por lo cual no pue­
de ser la difusión la única explicación
para las similitudes”.
J ohn H o x ig m a n n

I. INTRODUCCIÓN
En la época en que Franz Boas inició su producción teórica era todavía
im portante la influencia del pensamiento evolucionista sobre las ciencias sociales
en general y sobre la antropología en particular, tanto en Europa como en los
Estados Unidos; otra escuela de pensamiento que pesó en esa época fue el
difusionismo alemán, que ^explicaba la difusión de pautas culturales en base al
principio de la transmisión de esos rasgos desde un punto y hacia su entorno, y se
em peñaba en reconstruir las líneas en las cuales los diferentes rasgos culturales
se habían difundido.; Como respuesta a estas influencias, entre fines del siglo XIX
y principios del XX surgieron diversas corrientes que rechazaron las generalizacio­
nes y reconstrucciones en abstracto características de estas escuelas y postularon
la necesidad de la observación directa y de la recolección sistem ática de datos
empíricos como paso necesario para sustentar cualquier teoría más abarcativa. De
todas ellas hay tres que se destacan por su trascendencia: el FUNCIONALISMO
y el ESTRUCTURAL-FUNCIONALISMO, en el Viejo Mundo, y el PARTI­
CULARISMO en Estados Unidos.

141
II. FRANZ BOAS: UN ANTROPÓLOGO QUE HACE ESCUELA
Franz Boas fue la figura en torno a la cual se aglutinó la producción antro­
pológica norteam ericana entre finales del siglo pasado y principios de éste, en el
marco de una corriente que a la postre dio en llamarse Particularismo Histórico,
la cual dominó el panorama antropológico de los Estados Unidos a lo largo de los
primeros cincuenta años de este siglo.
Si bien identificar a toda una escuela de pensamiento con la figura de su
principal autor es peligroso, pues suele caerse en simplificaciones que distorsionan
la compleja realidad de las corrientes intelectuales, en este caso (y por las circuns­
tancias que m ás abajo veremos) se puede afirmar que la influencia de Boas sobre
la antropología norteam ericana fue decisiva. Sin embargo, aunque se lo considera
el patriarca de esta corriente, ni él ni sus discípulos hubieran aceptado que se lo
reconociera como el “fundador” de una escuela. Sencillamente lo consideraban “el
hombre que convirtió a la antropología en una ciencia” (M argaret Mead, citada en
HARRIS: 1985).

142
ni. UN ALEMÁN EN LOS ESTADOS UNIDOS
Franz Boas nació en Minden (Westfalia, Alemania) en 1858; estudió física,
geografía y matemática, y en el año 1881 se doctoró en la Universidad de Kiel, con
la presentación de una tesis sobre el color del agua del mar, lo que indica cuán
lejos estaba en ese momento de interesarse por la antropología.
Sin embargo, entre los veinte y los treinta años (durante la década de 1878-
1888) se produjo en este autor un proceso que lo llevaría desde la física a la
geografía, y desde ésta a la etnografía. Fue por ese entonces que marchó a las
tierras de Baffin a realizar su primer trabajo de campo entre los esquimales, y a
raíz de ello comenzó a despegarse de cierto determinismo geográfico —producto de
su formación académica específica— que teñía sus reflexiones y empezó a prestar
atención a los aspectos psicológicos, relacionados con la adaptación del hombre al
medio am biente en que vive.
En esa época (principios del siglo XX en Alemania), a pesar de los grandes
adelantos logrados en las ciencias experimentales, la reacción contra el m ateria­
lismo había provocado un retorno a las enseñanzas de Kant (HARRIS: 1985): el
conocimiento entendido como producto de la interacción entre espíritu y realidad.
El pensamiento neo-kantiano que tuvo mayor influencia sobre Boas fue el del
filósofo Wilhelm Dilthey, autor que distinguía entre ciencias naturales y ciencias
hum anas caracterizando a estas últimas por la posibilidad de conocer el fenómeno
“desde adentro” (pecado original de las ciencias hum anas, relacionado con el pro­
blema nunca resuelto de estudiar “objetos” que son a la vez sujetos), en virtud de
que el sujeto que conoce forma a su vez parte del mundo que estudia.
Influido por estas ideas neo-kantianas en boga, Boas fue alejándose de los
postulados m aterialistas (legado también de su primera formación en ciencias
físico-matemáticas) y adoptando en forma progresiva una postura que daba mayor
importancia a la influencia del espíritu y de la subjetividad en el proceso de
conocimiento de las ciencias hum anas que a cualquier tipo de determinismo m a­
terial.
Impulsor de un método caracterizado por la exhaustiva recolección de datos
empíricos, y dueño de un minucioso inductivismo, puso a la investigación etnográfica
de campo en un lugar central del trabajo antropológico. En su trabajo concreto
realizó una extensa etnografía de los kwakiutl, pueblo de la costa noroeste de los
Estados Unidos sobre el cual efectuó detalladas descripciones acerca de sus insti­
tuciones fundam entales, destacándose entre ellas, por sus particularidades, el
potlach. Consecuente con estas ideas, se mostró invariablemente reacio a aceptar
las generalizaciones características de las corrientes evolucionistas, que siempre le
parecían apresuradas.
Como consecuencia de todo ello, H arris sostiene que “durante la prim era

143
m itad del siglo XX la antropología en los Estados Unidos se caracterizó por la
evitación program ática de todas las síntesis teóricas” (HARRIS: 1985), en base a
la estrategia de investigación propuesta por Boas.
Hombre de intensa vida académica, además de publicar varios libros y
numerosos artículos fue profesor e investigador, conferenciante y escritor, y fundó
y presidió varias sociedades científicas. Su intensa actividad, claro está, era fruto
tanto de su característica personalidad como de su sólida formación teórica, y se
tradujo en casi medio siglo de continuo trabajo académico en el área antropológica
de la Universidad de Columbia (1896-1941).
Veamos ahora cuáles fueron sus principales aportes teóricos a la Antropo­
logía.

144
IV. TEO RÍA DE LA CULTURA
Para Franz Boas era indiscutible que la cultura de un grupo social no estaba
determ inada p^r su raza. Con ello independizaba aquel concepto de toda rem inis­
cencia biologicista. A su vez rechazaba la idea, tan cara a los evolucionistas, de que
la hum anidad podía alinearse según un ordenamiento evolutivo racional, conforme
al cual toda sociedad avanzaba hacia la realización de un creciente grado de pro­
greso, cuyo punto cúlmine hallaba su expresión en la sociedad occidental.
Para explicar la diversidad cultural, los evolucionistas no rompieron con el
etnocentrismo y tomaron como parám etro el grado en que las distintas culturas se
alejaban o acercaban a la sociedad occidental. Esta últim a era apriorísticam ente
considerada como la realización suprema de la razón. En oposición a esta postura,
Boas postuló la existencia de culturas diversas pero particulares:
1) Para el fundador del Particularism o H istórico cada cultura era un conjunto
coherente de rasgos conducluales e ideacionales. E stos rasgos tenían básicam ente
dos orígenes posibles: por la difusión de ciertas pautas culturales de un grupo a otro
(m ediando una adaptación de la m ism a al conjunto), o bien por un proceso de crea­
ción independiente.
2) Otro tópico importante de su teoría de la cultura refiere a la relación
ii.divírtnn-sociedad. Los individuos se socializarían, a su entender, en las tradiciones
de su grupo descie ia temprana infancia y ajustando paulatinamente su formp de ver
el mundo y sus conductas a las mismas. En este plano consideró fundamental el rol
del lenguaje, pues dado que cada lengua expresa una construcción particular del
mundo, su aprendizaje en el proceso de socialización temprana resulta indispensable
para la incorporación de las pautas y los valores de su sociedad.
El proceso de socialización lleva entonces, según este autor, a la autom ati­
zación de las pautas culturales, las que con el tiempo se van inscribiendo en el
individuo en forma casi inconciente. Además, tales pautas adquieren en el indivi­
duo una fuerte carga emocional, creando algo así como un “lazo sentim ental”, un
arraigo visceral del individuo a los valores y pautas de su cultura, lo que a su vez
implica un rechazo a formas de conducta ajenas al propio grupo social. En este
contexto hay que entender el siguiente planteo de Boas: “el individuo es práctica­
m ente esclavo de la tradición” (BOAS: 1964).

145
V. C R ÍT IC A S AL EVO LUC IO NISM O
Boas desarrolló su teoría de la cultura en base a dos principios básicos que,
en tanto confrontan con el evolucionismo en boga, nos perm iten entender sus
críticas a esta corriente: a) el énfasis en un enfoque histórico, y b) el imperativo
de estudiar cada cultura desde adentro.
a) Un enfoque histórico no evolucionista de la cultura. Boas planteó la
necesidad de un enfoque histórico de la cultura, pero no a la manera de los
evolucionistas. En contraposición a estos, sostuvo que no existía un único sentido de
la historia a través de cuyas etapas habrían de transitar las diferentes culturas,
marchando hacia un estadio culminante de racionalidad representado por la socie­
dad occidental. Argumentó, en cambio, que cada cultura tenía una historia original,
es decir, que estaba conformada por un conjunto de pautas, valores y tradiciones, de
distintos orígenes geográficos o de propia creación, que constituían una realidad
ecléctica. El origen de los rasgos culturales incorporados por un proceso de difusión
podía ser rastreado históricamente, pero no debía olvidarse que ellos no eran adop­
tados por el grupo social sin previas modificaciones, sino a través de un proceso de
adaptación en el cual esos rasgos adquirían un significado específico dentro de esa
cultura, cambiando probablemente el sentido que tenían en su contexto original.
De esta manera, Boas estaba cuestionándole al evolucionismo su concepción
unilineal de la historia: el desarrollo de las distintas culturas no era en modo alguno,
en la concepción de este autor, una sucesión de etapas alineadas en un sentido único,
sino más bien se producía a través de líneas de desarrollo múltiples, particulares y
divergentes. Por otra parte, dado que en su concepción cada rasgo cultural (más allá
de su origen) sólo tenía sentido en el marco del conjunto estructurado que constituye
la cultura, criticó con énfasis similar la insistencia del evolucionismo en el uso de un
método comparativo que cotejaba rasgos culturales individuales, aislándolos del
contexto total que les da sentido.
b) E ntender la cultura “desde adentro”. Boas tomó como imperativo me­
todológico la necesidad de entender los fenómenos culturales “desde adentro” (prin­
cipio de interpretación subjetiva, perspectiva “emic” del grupo). Esta afirmación se
inscribe en una determinada concepción de los fenómenos sociales afín al neo-kantismo,
dado que Boas, en congruencia con los neo-kantianos (especialmente con Dilthey)
consideraba que la diferencia crucial entre las ciencias humanas y las ciencias na­
turales tenía que ver con los atributos “del espíritu”, que convierte a los fenómenos
humanos en algo distinto de los fenómenos de la realidad natural. Esta especificidad
del objeto de estudio de las ciencias humanas o del espíritu demandaba, entonces,
un método de trabajo diferente al de los científicos naturales, un método de conoci­
miento “comprensivo”. En el caso del estudio de las culturas, dado que las conductas
se basan en pautas tradicionales que estructuran el mundo del nativo, el antropólogo
tendría que tratar, según esta corriente de pensamiento, de ver el mundo “a través
de los ojos del nativo”, en vez de imponerle un marco de racionalidad exterior cons-

146
ti'.uido por la propia racionalidad occidental, a la manera en cjue lo hacían los
evolucionistas.
El evolucionismo tayloriano. por ejemplo, encontraba que las diferencias en­
tre primitivos y civilizados? podrían cifrarse en la dualidad sin razón/razón, en la cual
los pueblos no occidentales eran definidos como "primitivos" al ser comparados con
la propia cultura del científico. En franca oposición a ese tipo de argumentaciones,
Boas consideró que cada cultura era cualitativamente diferente e históricamente
particular, y encontró que los intentos de explicar las culturas no occidentales en
términos evolucionistas eran una iniciativa etnocéntrica, además de errada en cuan­
to al entendimiento acerca de la verdadera naturaleza de los fenómenos culturales.

147
VI. D ISC ÍPU LO S Y DERIVACIONES
“El principio de integración cultural estuvo presente entre los antropólogos
norteamericanos como una expresión del anti-evolucionismo. La interrelación de
los fenómenos culturales era incuestionada. Los contextos espacio-temporales da­
ban sentido a las culturas” (HONIGMANN: 1976).
Sin duda, y a pesar de sí mismo, Boas se constituyó en una suerte de
patriarca de la antropología cultural norteamericana, y entre sus numerosos dis­
cípulos figuran muchos de los nombres más importantes de la antropología norte­
am ericana de este siglo: Kroeber, Linton, Mead, Benedict, Lovvie y Hoebel, entre
otros. Sin embargo, esto no significa que sus discípulos compartieran totalm ente
su pensamiento o trabajaran en idéntica dirección; antes bien, ellos derivaron en
diferentes líneas de investigación, enfocadas hacia la historia cultural, los estudios
sobre cambio cultural o aculturación, la herencia social y la conocida corriente de
Cultura y Personalidad (ver Neufeld).

148
VII. CRÍTICAS
Diversas críticas se han formulado sobre esta corriente teórica, tanto en los
planos conceptual y metodológico como en cuanto a sus implicancias políticas e
ideológicas.
Una de las críticas más frecuentes al Particularismo Histórico es la que se
sintetiza en la siguiente cita: “reaccionando contra el difusionismo germano y
contra el evolucionismo clásico por su carácter deductivo, la antropología norte­
am ericana se afirmó en el inductivismo, el particularismo y el relativismo, tanto
heurístico como filosófico; y al querer evitar las teorías sistem áticas para explicar
los fenómenos culturales, se volvió fuertem ente ateórica” (HONIGMANN: 1976).
Esto es, los seguidores de esta corriente de pensamiento sostuvieron que una
teoría sistem ática sólo podía formularse una vez recolectada la mayor cantidad
posible de datos sobre el tema en estudio. Sin embargo, no tomaron en cuenta que
los “datos”, en este caso los fenómenos culturales, no son una evidencia bruta, y
su individualización y selección presupone ya toda una serie de conceptualizacio-
nes y decisiones de carácter teórico; cayeron así en un empirismo ateórico que les
impidió form ular explicaciones acerca de los fenómenos observados.
También el relativismo cultural, una de las principales tesis de esta corrien­
te, ha sido objeto de profundos debates, produciendo posiciones contrapuestas. Por
un lado el relativism o, por contraposición al etnocentrism o de la corriente
evolucionista, significó un avance en cuanto al respeto y la tolerancia hacia las
diferencias culturales. Sin embargo, muchos han criticado que esta tesis relativista
supone culturas aisladas que pueden ser juzgadas con sus propios parám etros, lo
que oscurece el hecho de que la mundialización del capitalismo ha producido una
interdependencia objetiva y asimétrica a la cual no escapa prácticamente ninguna
sociedad en la actualidad. Al predicar en abstracto que todas las culturas tienen
el mismo valor se opaca el hecho de que este proceso de occidentalización conlleva
la subordinación de unas sociedades bajo el dominio de otras (García Canclini:
1984).

149
V III. COM ENTARIO FINAL
Hoy siguen siendo pertinentes, a nuestro entender, las dos críticas antes
mencionadas, tanto la teórico-metodológica, por la ingenuidad del inductivismo
em pirista subyacente a la propuesta del Particularismo, como la político-ideológi­
ca, dado el efectivo oscurecimiento del dominio del modo de producción capitalista
a nivel mundial al que puede arrastrar esa visión relativista.
Sin embargo, no podemos pasar por alto la importancia que tuvo para la
antropología contemporánea el énfasis que esta corriente de pensamiento puso en
la necesidad de sustentar cualquier teoría de la cultura con datos serios y recogi­
dos sistem áticam ente mediante el trabajo de campo.
Por otra parte, sigue siendo digna de aplauso (hoy más que nunca) la clara
postura anti-racista (ver Mazetelle-Sabarots) y la oposición a cualquier tipo de
etnocentrismo que tanto en lo teórico como en lo personal sostuvieron Boas y
muchos de sus discípulos. Esta actitud trascendió el plano meramente académico,
y llevó a Franz Boas a pronunciarse públicamente, y en numerosas oportunidades,
en contra del racismo y en favor de la paz, la tolerancia y el respeto por las
diferencias culturales, actitudes que llegaron a poner en riesgo su carrera intelec­
tual y que le valieron, en cierta oportunidad, una sanción de parte de la American
Anthropology Association por condenar las operaciones secretas llevadas a cabo por
algunos antropólogos americanos ocupados en tareas de inteligencia en América
Latina.
El programa propuesto por el Particularismo Histórico, lejos de constituir
un antievolucionismo reaccionario, se corresponde en muchos puntos con los prin­
cipios ideológicos de un liberalismo político de centro-izquierda que, en las tres
prim eras décadas de este siglo, priorizó en los Estados Unidos los valores de la
democracia m ultirracial, la relatividad de la costumbre y la máxima libertad in­
dividual. en el marco de la heterogeneidad cultural de la sociedad norteam ericana
de la época. Franz Boas defendió estos principios durante toda su vida; tanto es
así que “el 21 de diciembre de 1943, cuando en el transcurso de un banquete en
el Men’s Faculty Club de la Universidad de Columbia sufrió el ataque cardíaco que
le ocasionó la muerte, sus últimas palabras se refirieron a la necesidad de una
constante vigilancia contra el racismo” (Harris: 1985).
En los últimos tiempos, señala Eduardo Menéndez, se ha retomado en gran
medida ese “programa antropológico” esbozado en los años treinta en los Estados
Unidos. “La crítica a las teorías generales explicativas, la necesidad de producir
enfoques sintéticos no dogmáticos, la concepción de que la gran teoría opera como
un cierre a la explicación de las particularidades, el énfasis colocado en propuestas
que observan la diferencia y no sólo la desigualdad” (Menéndez: 1991) fueron

150
claram ente elementos de dicho programa. La diferencia reside en que, en el con­
texto histórico contemporáneo, esta “revisión” no se asienta sobre un paradigma de
igualitarismo, tolerancia y respeto por las minorías, sino que emerge como reacción
absoluta contra las teorías totales.

151
B ibliografía
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MENÉNDEZ, Eduardo L., “Definiciones, indefiniciones y pequeños saberes”, Revista
Alteridades, 1991.

N ota
1 Prueba de ello es que algunos de sus artículos en contra de las teorías biologicistas circularon
entre la resistencia clandestina, en la Alemania de Hitler, y sus libros fueron quemados en las hogueras
nazis.

152
ESTRUCTURALISMO
E s t e l a D . G u r e v ic h , S u s a n a J á u r e g u i y L a l y L o n g o b a r d i
EL ESTRUCTURALISMO EN ANTROPOLOGÍA
Cuando vamos a estudiar un fenómeno social podemos dirigir nuestra aten­
ción hacia los objetos en sí! o a las relaciones existentes entre ellos. El enfoque que
propongamos va a depender de los postulados teóricos que asumamos. El estruc-
turalism o, como veremos, se centra en las relaciones entre los objetos para ver
cómo ellas afectan al todo y a las partes. Así como en la música no advertim os los
sonidos aislados sino el conjunto de sus interrelaciones o cuando miramos un
cuadro no reparam os en cada pincelada sino que percibimos la obra como totali­
dad, del mismo modo se nos presentan los fenómenos sociales. Pero así como al
analizar una pieza musical o pictórica se va a atender a cómo están relacionados
los sonidos o las pinceladas, al abordar el estudio de una sociedad, desde la pers­
pectiva estructuralista, se analizarán las relaciones existentes en ella.
La intención del estructuralism o es descubrir el principio —el “universal”
del comportamiento hum ano— que subyace a la diversidad de conductas em píri­
cam ente observables. «
Levi Strauss,2 máximo representante de esta concepción en la antropología,
encuentra que ese “universal” está en los mecanismos de pensamiento hum ano —
la “M entalidad”— a partir de los cuales el hombre impone una organización a su
mundo (su representación del mundo).

Situación histórica
El movimiento estructuralista constituyó la moda intelectual de los años
’60 en la ciencia y la filosofía, especialmente en Francia, Iberoam érica e Italia.
En las décadas anteriores se había impuesto como método de investigación en
psicología (Gestalt) y lingüística (Escuela de Praga), opacando el predominio
genético (biologicismo), historicista (la historicidad inevitable del pensam iento
humano) y existencialista (con su acentuación de la libertad y la exaltación del
sujeto). Posteriorm ente alcanzó a las ciencias naturales y hum anas (Etnología,
Psicoanálisis, teoría m arxista, crítica literaria, etc.). Podríamos vincular su auge
con las condiciones del hombre contemporáneo —más “condicionado” que “crea­
dor” de las estructuras socioeconómicas y políticas en que se halla. En los últimos
quince años —acompañando la crisis de identidad de la antropología, resultante
de la redefinición de las condiciones políticas y los obstáculos a la práctica an­
tropológica tradicional— hemos asistido a nivel teórico, a un desplazamiento del
estructuralism o y el marxismo, las grandes teorías, que tanto habían inspirado
a la antropología hasta los ’70.
Es difícil contextualizar la obra de un creador tan fecundo como el que nos

155
mueve, que aún continúa su práctica. Pero creemos ineludible la mención de la
Segunda G uerra M undial y las discriminaciones y persecuciones con que ella marcó
a la hum anidad y en este contexto ubicar su preocupación por la revalorización de
las diferencias a la luz de la universalidad de la naturaleza hum ana, integradora
de procesos biológicos y culturales.

Antecedentes teóricos. Continuidades y rupturas


“toma un concepto de un campo y se lo
traslada a otro, es bastante importante
en las ciencias del hombre. Pero, ese
concepto generalmente varía al ser tras­
ladado, mantiene ciertas características
del original pero al mismo tiempo se le
asignan nuevas propiedades, que son las
del concepto derivado” (Bleichmar, 1984)
Es difícil separar el estructuralism o de los escritos de Levi-Strauss, a lo
largo de los cuales desarrolla sus observaciones, concepciones teóricas y metodolo­
gía. Veamos algunos planteos de autores anteriores que le sirvieron de referencia
en su producción:
Emile Durkheim (1858-1917) —considerado por Levi Strauss el padre de la
antropología social en Francia— se preocupó por llevar a las ciencias hum anas, el
espíritu y los métodos de las ciencias físicas (aspiración compartida por el antro­
pólogo Boas en Estados Unidos), destacando la necesidad de analizar prim aria­
m ente los fenómenos e investigar sus determinaciones internas antes que su na­
turaleza u origen.3 Enunció la primacía de lo social sobre el intelecto (al referirse
a los mecanismos lógicos inm anentes en la religión primitiva en “Categorías ele­
m entales del pensamiento”) y afirmó que los fenómenos sociales y hum anos forman
parte de la naturaleza y responden a las mismas leyes generales. Levi Strauss por
su parte nos afirm a que “una actividad intelectual no puede ser el reflejo de la
organización concreta de la sociedad” (..). “Los mitos significan el espíritu que los
elabora por medio del mundo del que él mismo forma parte”.4
A quí en co n tram o s el p rincip io fu n d am en tal del e s tru c tu ra lis m o
levistraussiano: la existencia de una lógica común a las experiencias de los hom ­
bres situada en un nivel subyacente e inconsciente, detrás de las relaciones con­
cretas, observables; accesible al investigador mediante la construcción deductiva
de modelos abstractos. (Piaget, pág. 92)
A M auss (1872-1950), discípulo de Durkheim, Levi Strauss lo considera “el
iniciador del estructuralism o antropológico” (Piaget, pág. 85). A él le debe tres
nociones esenciales: la de totalidad que define lo social como una red de
interrelaciones funcionales entre todos los planos: jurídico, económico, religioso,
estético, etc. (“hecho social total”: implica la inclusión de todo los observado en la
observación y hasta la del observador); la de categoría inconciente5 situada más
allá de los hechos sociales empíricos —que permite escapar de la subjetividad y así
superar la oposición yo/otro— y la del don que describe el intercambio de objetos
(regalos) como un hecho que perm ea todos los aspectos de la vida prim itiva (“hecho
social total”) e implica obligaciones: dar, recibir y devolver. Levi-Strauss retom ará

156
este planteo destacando la importancia del hecho del intercambio por encima de lo
que se intercambie, pues a través de él se conforman las relaciones, principio
organizador de las sociedades.8
El evolucionismo sostenía junto a la noción de progreso lineal, continuo —que
evaluaba, egocéntricam ente, en relación a los parámetros de la sociedad occiden­
tal—, el principio de la “unidad psíquica de la hum anidad”. Levi Strauss coincide con
esto pero difiere en cuanto a la noción de progreso que no considera necesario y
continuo sino procediendo a saltos, a la manera de “un caballo de ajedrez que tiene
a su disposición muchos avances, pero nunca en el mismo sentido. Lo que gana por
un lado está expuesto a perderlo por otro y sólo de vez en tiempo la historia es
acumulativa, o sea que los resultados se suman para formar una combinatoria
favorable” (Cit. por G. Canclini). Es decir, si bien reconoce la relevancia de la His­
toria por ser punto de partida indispensable para inventariar la integridad de los
elementos de una estructura, sostiene que nuestra concepción que considera al hombre
autor de la historia, “es propiedad distintiva de cierto devenir humano” (Piaget pág.
94) La etnología superará a la historia y la etnografía —interesadas por las parti­
cularidades de la vida de cada grupo humano—, al ubicar su objeto en el plano
inconciente y apuntar así a conclusiones más generales.
M alinowski (1884-1942), representante del funcionalismo, fue quien enun
ció la m etodología de trab ajo de campo, que caracteriza a la antropología.
Levi-Strauss valora su aporte metodológico y comparte su preocupación por dotar
de rigurosidad científica a la disciplina. Critica en cambio su concepción de función
(cuya evaluación toma como único punto de referencia al sistem a, el mismo en base
al cual se estim a la funcionalidad de una estructura y que aparece como un fin en
sí mismo) y sus explicaciones “psicologistas y biologicistas m ás que etnológicas”.
Frente a la determinación biológica de las conductas (“necesidades”) planteada por
Malinowski, Levi-Strauss considera que en el hombre esas necesidades se consti­
tuyen en contenidos de problemas y ponen en movimiento un proceso de elabora­
ción, m ediante símbolos, de toda la situación existencial, del que se deriva una
conducta que ya no está determinada sino sólo “condicionada” por los aspectos
biológicos de la situación. La cultura, como nueva dimensión, se incorpora al pro­
ceso provocando una transformación radical de toda la situación.7
Podemos decir que el análisis estructural aparece subordinado al análisis
funcional, del que fue desprendiéndose hasta afirm arse como autónomo en base a
la crítica del concepto de función.
Fue Radcliffe-Brown (1881-1955), enmarcado dentro del estructural funcio­
nalismo, quien introdujo nuevas dimensiones en la idea de estructura, en los
estudios etnológicos. Se refiere a la forma en que los individuos y los grupos están
ligados en el interior del cuerpo social, incluyendo sus relaciones y hasta el sistem a
de valores. Los autores anglosajones de esta corriente, hablan de estructuras a
propósito de relaciones o interacciones observables (Parsons: “las disposiciones
estables de los elementos de un sistema social”), m ientras que para Levi Strauss
la estructura es una noción que da cuenta de lo subyacente a las relaciones obser­
vables, es inconciente, universal, invariante, de los hombres.
En los últimos años el estructuralismo francés reconoce las influencias de
M arx en cuanto a que lo enunciado, lo visible, la apariencia (en ambos autores),
no corresponde exactam ente a lo no visible que es real (salario/plusvalía, relacio­
nes sociales/ estructuras mentales); la diferencia es que para Marx las contradic­
ciones internas de las estructuras fijan un límite que se traduce en cambios y para

157
Levi-Strauss, el estudio de la sociedad es el de sus sistemas, integrables en un
sistem a más genera! donde los cambios son acomodaciones de la estructura, tran s­
formaciones de una en otra (en el sentido matemático) con la ayuda de permutaciones
(como cualquier sistem a de signos).
Hemos visto algunas corrientes teóricas que influyeron sobre el pensamiento
de Levi Strauss. Para seguir avanzando en la comprensión del estructuralism o es
necesario que hagamos referencia a las influencias metodológicas, específicamente
a la lingüística, de donde tomará los criterios que trasladará a la etnología.
El status “científico” alcanzado por la lingüística se debió en gran medida a
los aportes de Ferdinand de Saussure quien, según Levi-Strauss, fue autor de una
revolución copernicana en el ámbito de los estudios del hombre. El demostró que
la lengua posee leyes —del mismo nivel de las que dan cuenta las ciencias exactas—
que a pesar de estar determinando el inodo de pensar y de comunicarse del hom­
bre, son ignoradas por él. Un lugar similar adjudica Levi-Strauss al inconciente,
cuyas leyes están fuera de la aprehensión subjetiva, si bien determ inan las moda­
lidades de esa aprehensión.
Saussure considera a la lengua como un sistema formal “un sistema cuyas
partes deben ser consideradas en su solidaridad sincrónica” (sin tom ar considera­
ciones históricas ni genéticas). En el centro del sistema coloca al signo. Tomemos
un ejemplo: en gram ática cada término en la oracion posee un valor semántico y
un valor sintáctico:
“Los niños juegan en el parque” y “La mamá llama a los niños”. Semánticamente,
la palabra “niños” es igual en cada una de las dos estructuras p-'ro sintácticamente
es diferente, por la posición que en ellas ocupa. El valor de “niños” ha cambiado.
La significación del signo está dada por las relaciones con otros signos y, el
valor de una palabra (la propiedad que tiene de representar una idea; se da en la
“cadena hablada” o sistem a del que es parte; los valores em anan del sistema y los
conceptos no se definen por su contenido propio sino por sus relaciones con los
demás térm inos del sistema. (Carracedo pág. 98).*
El análisis fonológico —con su acentuación exclusiva de las relaciones dife­
renciales en el seno de un sistem a sincrónico y del nivel inconciente de las leyes
lingüísticas— perm ite definir precisamente una lengua y aclarar el complejo y
diverso sistem a fonético. Esta aproximación llegará a Levi Strauss a través de las
obras de Karcevski, Trubetzkoy y Jakobson (Escuela de Fraga). Colocando la no­
ción de estructura en el centro de su análisis, ellos consideran a “la lengua (o cada
parte de una lengua, fonética, morfología, etc.) como un sistem a organizado por
una estructura a descubrir y a describir” (Carracedo). Aquí estructuras serían
tipos particulares de relaciones que articulan las unidades de un cierto nivel.
Levi-Strauss plantea una identificación entre lenguaje y sociedad en la que
fundam enta la trasposición del método fonológico a la etnología. Señala que debe­
mos m irar las regulaciones respecto al sistema de matrimonio y parentesco como
un tipo de lenguaje, un conjunto de procesos que permiten el establecimiento de
un cierto tipo de comunicación entre individuos y grupos. Que en este caso el factor
mediador sean mujeres del grupo que circulan entre clanes, linajes o familias, en
lugar de palabras que son circuladas entre individuos, no cambia para nada el
aspecto esencial del fenómeno que es idéntico en ambos casos. Si bien reconoce que
a diferencia de la lingüística, en lo social debe llegar a aislar el factor constante
a través de la diversidad de formas que se suceden tem poralm ente, el método
fonológico le perm itirá reducir la complejidad de los fenómenos sociales a combi­
naciones de elementos simples y de allí llegar a conocer las relaciones entre esos
elementos —dentro de un mismo nivel o en niveles diferentes— y relacionar los
modelos concientes e inconcientes de uno o de diferentes pueblos para obtener una
especie de código universal, capaz de expresar las propiedades comunes a estruc­
turas específicas. Ej.: se podría demostrar que las reglas de parentesco y m atrim o­
nio, las económ icas y las lin g ü ísticas de una o v arias sociedades son
interdependientes: reglas similares que regulan la circulación de distinto tipo de
elementos.
Los sistem as de parentesco australiano e indoamericano fueron su banco de
prueba para esa trasposición a la etnología del método fonológico. Advierte en
estos sistem as, establecidos a nivel inconciente, cómo únicamente las parejas de
oposiciones, (los elementos diferenciales) son significantes (padre-hijo, marido-es­
posa, herm ano-herm ana, tío-sobrino, etc.): la significación reside en las relaciones,
no en los términos. Ésta es una “oposición binaria” principio ordenador de los
procesos del pensamiento humano.
Siguiendo el pensamiento de Levi-Strauss diremos que si queremos “com­
prender” cómo trabaja la mente, sólo podemos hacerlo mediante el estudio de los
sistem as que crea: sistem a de parentesco, de mitos, de creencias, totémico, etc..
La figura que sigue corresponde a una estructura elemental de parentesco.
Aparecen allí representados un par de hermanos de diferente sexo y la pareja de
la m ujer (el signo = significa alianza/matrimonio). En el renglón siguiente está la
descendencia.

La línea inclinada pone de manifiesto el vinculo tío-sobrino. Si bien en todas


las sociedades el hermano de la mujer es el tío de los hijos de ella (esto equivaldría
al punto de vista sintáctico que antes mencionamos), en las sociedades matrilineales
(de descendencia m aterna) ese vínculo posee un valor diferente (nivel semántico):
el de avunculado y de él se esperan conductas que serían sim ilares a las de un
padre en nuestra sociedad.

159
Algunos conceptos básicos del estructuralismo:
Una noción fundamental es la de oposición; se refiere a que no vemos las
cosas como ellas son sino lo que ellas son en relación a otras: conocemos en términos
de diferencias u oposiciones (dos cosas son iguales entre sí porque difieren del mismo
modo de una tercera). A este vínculo entre opuestos se lo llama binario y la raíz de
este modo de conocer es psicobiológica, responde a la estructura psíquica dual que
es la del homo sapiens. La antropología estructuralista trata de llegar a dar cuenta
de la repetición de patrones duales, enfocando no solo los contrastes sino también las
relaciones entre ellos. Busca hallar qué hay de semejante en las relaciones de opo­
sición tal como se expresan a cada nivel (resultantes de las transformaciones que
antes mencionamos). Ej: si día/noche expresa el mismo contraste que derecho/iz­
quierdo entonces debería encontrarse cómo difiere el primer par del segundo y en
qué descansa la transformación de uno a otro. (Levi-Strauss lleva este planteo al
campo de la matemática, donde analiza esas transformaciones)

¿Qué es estructura para Levi-Strauss?


La estructura no es visible, se la puede llegar a conocer mediante un mode­
lo. Ese modelo, construido por el investigador de acuerdo con la realidad, se inter­
cala entre la realidad y la estructura, y es el instrum ento que perm ite poner de
manifiesto la estructura social misma.
Las relaciones sociales son lo visible, la m ateria prima para la construcción
de esos modelos. Así, la estructura de reciprocidad (nivel inconciente) se correspon­
de con la existencia de reglas de parentesco (nivel de las relaciones sociales). Los
contenidos son aprehensibles en una organización lógica y la m anera de analizarla
es examinando el papel que desempeñan sus elementos en el contexto (recordemos
lo hablado acerca del método fonológico).
Hay diferentes estructuras mentales (universales): la regla como regla, la
noción de reciprocidad —que es la forma más inm ediata bajo la cual se integra la
oposición yo-otro— y'el carácter sintético del don (regalo) que hace que el traspaso
convenido de un valor de un individuo a otro los convierta en co-partícipes agre­
gando una cualidad nueva al valor transferido” Ej: le doy mi herm ana y nos
convertimos en cuñados, (ver cita 4)
La m anera de captar y comenzar el estudio de esa estructura es el lenguaje
en los pueblos indígenas, ya que allí las reglas de la gram ática son desconocidas
y por lo tanto el lenguaje obedece a modelos inconcientes. H abría además otras
estructuras, más concientes, “producto de una reinterpretación o racionalización
secundaria” elaboradas para m antener el orden, la continuidad: por ej. las normas.
Se¿ún Levi-Strauss “la cultura es un continuo proceso de comunicación”
(Eco, pág. 411), sistem as de signos compartidos estructurados de acuerdo con prin­
cipios que gobiernan el funcionamiento del intelecto humano. El conocimiento de
esos modelos mentales (modelos inconcientes) —que el investigador habrá adqui­
rido a través del empleo de un método, sistemático y verificable— será el que
perm ita analizar el código o lógica de los procesos mentales y decodificar cualquier
producto m ental determinado, puesto que ese mismo código debió ser el utilizado
previam ente para construir el modelo (Scheffler, pág. 11)
La antropología estructural es, entonces, concebida como una ciencia
semiológica que estudia la vida de los signos en el seno de la vida social: la vida

160
de una sociedad es el estudio de sus sistemas, a su vez integrados en un sistema
más general. El análisis estructural (como mencionamos al hablar de análisis
fonológico) será el que le permita alcanzar ese nivel “universal” (meta-código). Si
como él considera la “actividad inconciente del espíritu consiste en imponer formas
a un contenido y si esas formas son fundamentalmente las mismas para todos los
espíritus, antiguos y modernos, primitivos y civilizados, entonces es necesario y
suficiente alcanzar la estructura inconciente, subyacente a cada institución, cos­
tumbre, norma, para obtener un principio de interpretación válido para otras ins­
tituciones y otras costumbres, siempre, por supuesto que el análisis sea llevado
bastante lejos” (L.S. Antropología Estructural).
Mientras que la historia se ocupa de las variaciones, la etnología llegará a
las condiciones más estables y proporcionará elementos para una psicología.
Estructura no se refiere a la realidad empírica sino a los modelos construi­
dos de acuerdo a ella.

161
¿EN QUÉ RESIDE LA ORIGINALIDAD DEL ESTRUCTURALISMO?
Aportes
El estructuralism o fundamentó una nueva concepción metodológica de ca­
rácter interdisciplinario, tendiente a superar los límites del empirismo y el histo-
ricismo dom inantes hasta entonces en las diversas escuelas antropológicas. Sus
aserciones influyeron tanto en el campo de la antropología como en el de la psicología,
promoviendo cambios en las ciencias del hombre. En este punto, el aporte de Levi
Strauss es haber demostrado la relevancia de la etnografía para el entendim iento
de los procesos psicológicos.
U na profunda innovación fue haber tomado el dilema vigente en la antro­
pología acerca de la incompatibilidad entre “naturaleza hum ana y variabilidad
cultural” y presentado a ambas como una estructura unificada, abstracta, que
gobierna las variaciones concretas.
Levi Strauss nos habla de la existencia de un “inconciente estructural” (es­
tructurado y estructurante), teleológico —que funciona autónom am ente—, como
el sustrato inagotable de donde brota la significación en el universo humano;
precede cronológicamente a lo conciente y es el que vehiculiza el “saber” de la
especie o colectividad hasta el sujeto singular. La conciencia entonces, es fruto de
un proceso de “reapropiación” que arranca de ese “inconciente estructural”. En su
planteo el problema del sentido (siempre vinculado a un sujeto determinado) pier­
de relevancia ante el “sentido del sentido”, puesto que el sentido no aparece ya en
su origen como algo inmediato, conciente, sino como algo mediatizado (Ricoeur, cit.
por Carracedo pág. 291).
Podríamos decir que la mayor originalidad del pensamiento levistraussiano
radica en su afirmación acerca de una “estructura” universal, común a todas las
sociedades hum anas y subyacente a la diversidad de manifestaciones concretas.
Esta afirmación adquiere mayor envergadura si consideramos la tendencia predo­
m inante de la época que identificaba la m entalidad de los “salvajes” con la de los
niños, calificándola de pre-lógica (Levy Bruhl). Se pensaba que las “poblaciones
exóticas” eran psicológicamente diferentes a nosotros, de modo que estudiarlos
tenía relevancia tanto desde un punto de vista evolutivo como comparativo. El
reconocimiento de la unidad psíquica de la hum anidad fue tam bién argumento
para separar, desde mediados del siglo pasado, sociología y psicología (civilizados)
y antropología (primitivos). Levi-Strauss considera que no es que los miembros de
esas sociedades sin escritura estén más cercanos a la naturaleza, todos lo estamos
en la medida de nuestras posibilidades; lo que sí es que los productos de las
habilidades naturales están menos confundidos con lo adquirido. Para él la dife­
rencia radica en la “domesticación” de un pensamiento frente a lo “agreste” del

162
otro, que es el modo de pensar compartido por todos los hombres, independiente
del tiempo y espacio.

Críticas
Como discutimos en el punto anterior, varios e im portantes fueron los apor­
tes del estructuralism o a las ciencias sociales. También varias son las críticas que
desde distintos orientaciones se le formulan al estructuralism o. Algunas de ellas
tienen que ver con sus principios y otras se vinculan más con la aplicación de ellos
o sus derivaciones.
Una de estas se refiere justam ente a la expansión de la “onda estructural”
que significó la transferencia y uso abusivo del concepto de estructura con la
tergiversación de su significado. Así, “estructura” pasó a adquirir una acepción
ontológica —ser una “sustancia”— em inentemente diferente de lo planteado por
Levi-Strauss. Desde su perspectiva, Eco señala: “En cierto modo, parece casi im­
posible pedir al investigador que vaya en busca de estructuras constantes y a la
vez obligarle a que no crea nunca, ni por un instante en la ficción operativa que
ha elegido” (Eco, La estructura ausente, pág. 400).
Desde la perspectiva de los años sesenta, se formularon una serie de críticas
a la antropología de los años previos. Un resultado de esa crítica fue el modelo de
la antropología clásica. Levi-Strauss reflexionó acerca del lugar de la antropología
y los problemas de su enseñanza (Antropología Estructural, cap. XVII) pero a su
vez su obra es criticada en términos de la ahistoricidad y objetividad. No coinci­
dimos totalm ente con esta crítica atendiendo al lugar y el objetivo que Levi-Strauss
asigna a la antropología, que “no se distingue de las otras ciencias hum anas y
sociales por un tem a de estudio propio” (...) “es una m anera original de plantear
los problemas que, en razón de las grandes diferencias que presentan en compa­
ración con éstos (los de la sociedad del observador) ponen de manifiesto ciertas
‘propiedades generales’ que el antropólogo toma como objeto de estudio”. Relacio­
nado con esto se daría el carácter particular de la objetividad a que apunta la
antropología “no es menos rigurosa que la de cualquier otra ciencia social pero se
ubica en un plano diferente: el de la significación”. Ese afán de búsqueda de
universales da pie también a la crítica acerca de la ahistoricidad y en este punto
volveríamos al debate sobre la inclusión de su obra en el campo de la filosofía o
la antropología. Levi-Strauss considera que la antropología apunta a descubrir
‘una forma común’ a las diversas manifestaciones de la vida social, es decir ir más
allá de lo evidente, lo particular, lo circunstancial.
Sin salirse del marco estructuralista, Bourdieu9 critica a autores de esta
corriente (Levi-Strauss y Althusser) su abolición del sujeto —que él va a intentar
reintroducir—. Considera que en esos planteos, el actor queda reducido a un
epifenómeno de la cultura, como si su acción fuera simplemente obedecer a una
regla. El va a plantear que los juegos o las prácticas comprometen principios
1 incorporados “disposiciones adquiridas por la experiencia” que por lo tanto son
variables con los lugares y los momentos. (Bourdieu: Cosas Dichas, pág. 22) O tra
crítica que él mismo formula se refiere a connotaciones teleológicas en los concep­
tos de regla, “estructura”, “modelo” que habría que erradicar pues “las conductas
pueden estar orientadas con relación a fines sin estar concientemente dirigidas
hacia esos fines.”

163
Dan Sperber (1977),10 partiendo del análisis del discurso critica la identifica­
ción que hace Levi Strauss entre el códico lingüístico y el sistem a de parentesco.
Opina que el lenguaje es un código que determ ina qué mensajes están disponibles
para circular en la tram a social a la que pertenecen los interlocutores. En cambio
un sistem a de parentesco es una tram a cuya estructura determ ina qué canales
están abiertos para la “circulación de m ujeres” entre los grupos sociales y las
mujeres/mensaje resultan disponibles no por cierto código sino gracias a la repro­
ducción biológica. De modo que aún aceptando que tanto el lenguaje como el pa­
rentesco son modos de comunicación, el aspecto esencial de uno, es ser un código,
y el otro una tram a, o sea, dos tipos muy diferentes de estructuras.
U na crítica frecuente a la obra de L ev i-S trau ss es que no h ay a
operacionalizado sus conceptos, no haber explicitado los pasos a seguir para des­
cubrir la estructura subyacente ni los cambios que ocurren de nivel a nivel. Tam ­
poco dice cómo proceder para interpretar lo que se ha observado de modo estruc-
turalista. (No explica cómo se llega a saber lo que se sabe: los significados son
inferencia del investigador? Los observados son concientes o no, de ellos?) Al ir a
una estructura tan básica y general, pierde especificidad, es decir su conexión con
la cultura real en la que está ubicada. Los significados se comparten en relación
a las experiencias en común. Si además tomamos en cuenta el poder, se agrega
otra faceta a esta crítica pues no considera los atributos diferenciales que pueden
darse en relaciones aparentem ente simétricas. Recordemos que Levi-Strauss ela­
bora gran parte de su obra en momentos en que ya se había reconocido la situación
colonial con todas sus implicancias. Admitamos tam bién que la renovación dentro de
una concepción del poder fue desarrollada posteriormente y dentro de la concepción
teórica estructuralista (Foucault).

164
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VERON, E., El análisis estructural en Ciencias Sociales

N otas
1 Objetos en tanto hechos sociales. De acuerdo a Durkheim, un acto individual no constituye
un hecho social, podría ser un problema individual abordable desde la psicología. Pero, la reiteración
de ese acto (el suicidio por ej., que es lo que él estudia) y la consideración de esos actos no como
acontecimientos aislados sino en su conjunto, durante un tiempo y en una sociedad dada, constituye
un hecho nuevo, superior a la sum a de los actos individuales; es un hecho social. El método para
estudiar esos hechos es considerarlos como objetos. Un hecho social consiste en toda forma de obrar,
pensar y sentir que ejerce sobre el individuo una presión exterior; son anteriores y exteriores al
individuo y se expresan en normas, leyes, instituciones. Tomemos las palabras de Levi-Strauss cuando
señala qué le confiere al parentesco su carácter de hecho social: “...es el movimiento esencial por el cual
el parentesco se separa de ésta (la naturaleza) Un sistema de parentesco no consiste en lazos objetivos
de filiación o de consanguinidad entre los individuos; existe solamente en la conciencia de los hombres;
es un sistem a arbitrario de representaciones y no el desarrollo arbitrario de una situación de hecho (...)
El rasgo primordial del parentesco humano consiste en requerir, como condición de existencia, la
relación entre lo que Radcliffe Brown llama “familias elementales”, pero no son las familias términos
aislados lo verdaderam ente esencial sino la relación entre estos términos” (L.S. Antropología Estruc­
tural).
2 Claude Levi-Strauss (Bruselas, 1908) se graduó en la Sorbona, en filosofía y derecho. Fue el
propulsor del movimiento estructuralista. Aplicó esta metodología a diversos problemas etnológicos y
produjo im portantes elaboraciones teóricas. Realizó trabajos de campo en Brasil: en Matto Grosso y

165
Amazonia (1934-37), donde ejerció la docencia en la U. de San Pablo. Regresó a Francia y en 1941 se ¡
trasladó a Nueva York contralado por la New School of Social Research. Terminada la guerra regresó
a Francia y en 1959 obtiene la cátedra de Antropología social del College de France. Escribió varias
obras, entre ellas: ‘'Las estructuras elementales de parentesco" (1949), “Raza e Historia” (1952), “Tris­
tes Trópicos" (1955), “Antropología Estructural I” (1958), “El pensamiento salvaje” (1962), “Antropolo­
gía E structural II”. Es de destacar la dimensión filosófica de su obra además de las cualidades poéticas
y el estilo, lo que lo distingue de la mayoría de los antropólogos dedicados a la descripción de un grupo
o de un rasgo particular.
3 Es decir que no se pueden plantear problemas, respecto de cualquier forma de pensamiento
o actividad humana, antes de haber identificado y analizado los fenómenos y descubierto si las rela­
ciones que los unen bastan para explicarlos.
4 Levi-Strauss constató que los mitos repiten múltiples rasgos por encima de las contingencias
culturales e históricos. Asigna gran importancia a su estudio que propone se realice a partir de su
integración en un orden que perteneciendo al lenguaje, lo trasciende, a la manera de un metalenguaje.
Los mitos, percibidos como narraciones distintas, responden a la acción no controlada de dispositivos
organizativos y tras las diferencias se reconoce una repetición estructural. De allí que no son los
pueblos ni los individuos quienes dicen los mitos sino que los mitos dialogan entre sí.
5 Desde la antigüedad diversos autores —filósofos, dramaturgos, médicos, etc.— han aludido
a procesos mentales inconcientes o desconocidos, a un algo existente en nuestras mentes, no conocido
por la razón y necesario de ser conocido para mejorar el conocimiento de nosotros mismos. Pero es
Freud (1856-1939) quien estudia de modo preciso y científico esa noción.
Para Freud el inconciente es una noción teórica; es uno de los sistem as que —junto con el
preconciente y el condente— distingue en su primera teoría del aparato psíquico. Posee contenidos,
mecanismo y posiblemente “una energía específica” y está constituido por los contenidos reprimidos a
los que ha sido rehusado el acceso al sistema preconciente-conciente por la acción de la represión. Sus
raíces se hunden en lo biológico y sus manifestaciones se expresan como síntomas deducibles en una
experiencia de cura o a través de los sueños —determinados exclusivamente por factores históricos—
, “el camino real” hacia el descubrimiento del inconciente. La concepción del inconciente implica una
diferenciación de espacios del aparato psíquico, su organización en estratos y un determinado orden
entre los grupos de representaciones; la organización de los recuerdos dispuestos en forma de verda­
deros “archivos” alrededor de un núcleo patógeno, no es sólo cronológico, también tiene su sentido
lógico.
Si bien Jung se formó con Freud rompió con él a raíz de sus innovaciones teóricas que partían
de convicciones religiosas y filosóficas. Sumadas a un énfasis en las diferencias individuales planteaba
el lugar del hombre en el cosmos, revistiendo su teoría de un alto grado de misticismo. Rechazaba el
análisis científico del inconciente, que no define claramente, pero al que llegó a atribuirle tendencias
morales además de un sentido teleológico (los presentimientos) y ciertas connotaciones religiosas (Abra-
ham, pág. 105). Coincide con Freud en cuánto a los sueños como el recurso para el análisis del inconciente
y ve en las imágenes oníricas la simbolización de las fuerzas instintivas que orientan y motivan la
conducta humana; aquellas imágenes que parecen no corresponder con la experiencia individual las
explica como potencialidades heredadas por el cerebro a través de generaciones : los arquetipos.
Mauss identificó, al igual que Jung “inconciente” y “colectivo” el inconciente de Jung es mate­
rial,, posee contenido simbólico mientras que el de Mauss traduce a símbolos los datos extrínsecos.
Para Levi-Strauss el inconciente carece de contenidos propios y viene a identificarse con su
función: la función simbólica (la que va a constituir el nexo entre los dos sistemas de referencia —
significante y significado— en que se encuentra el hombre, desbordado por la cantidad de significacio­
nes respecto a objetos a los cuales adherirlos). Además, el inconciente se corresponde con el carácter
formal de la estructura, es estructurante pero no está estructurado pues carece de entidad sustancial
"el inconciente (...) es siempre vacío o, más exactamente es tan extraño a las imágenes como lo es el
estómago a los alimentos que lo atraviesan. Organo de una función específica, se limita a imponer leyes
estructurales a elementos inarticulados que vienen de otra parte —y esto agota su realidad: pulsiones,
emociones, recuerdos”.
El inconciente organiza según sus leyes la historia individual acumulada en el subconciente.
Como esas leyes son siempre y para todos las mismas, cómo sea llenado es menos importante que la
estructura “el inconciente extrae el m aterial de imágenes sobre las que opera pero la estructura es
siempre la misma y ella cumple la función simbólica. Por eso, el inconciente no es el refugio de
particularidades individuales o de una historia singular sino que —en análisis estructural— se iden­
tifica con un conjunto de estructuras comunes a todos los hombres” (Rubio Carracedo, 1976) Es un
principio estructurador, no un depósito de contenidos. (Recordar cita (4)).

166
6 “Entendemos por estructuras elementales del parentesco, los sistemas cuya nomenclatura
permite determ inar en forma inmediata el círculo de los parientes y el de los allegados; vale decir, los
sistem as que prescriben el matrimonio con cierto tipo de parientes o aquellos sistem as que, al definir
a todos los miembros del grupo como parientes, distinguen en ellos dos categorías: los cónyuges posibles
y los prohibidos. Reservamos la expresión 'estructuras complejas’ para aquellos sistemas que se lim itan
a definir el círculo de los parientes y dejan a otros mecanismos, económicos (basados en la transferencia
de riquezas o la libre elección) o psicológicos, la tarea de determ inar el cónyuge.” En ambas hay cierta
libertad de elección y ciertas limitaciones por lo tanto entre ambas hay todo un rango posible. Levi
Straus” Las estructuras elementales del parentesco”).
7 Se refiere al carácter cualitativo que distingue los procesos naturales de los culturales: la
introducción de procesos de acumulación (cultura) en el seno de procesos de repetición (naturaleza). Los
modelos simbólicos de la conducta que cada cultura ha elaborado llegan a ser así, los protagonistas de
la acción y estos modelos no se transm iten biológicamente.
* 8 Un ejemplo: los números de las cartas españolas van del uno al doce. Cada carta, en tanto
objeto, posee un número y es portadora de un mensaje. Este mensaje se establece y adquiere signifi­
cación (valor) en un contexto de relaciones constituido por las reglas del juego. Así, el valor del uno de
espadas no es el mismo si se juega al truco o a la guerra o al chinchón ya que en el primero será la
carta de mayor valor m ientras que no lo será en los otros.
Levi-Strauss lo expresa así: “Cada figura de baraja obedece a dos necesidades. En prim er lugar
debe asum ir una función que es doble: ser un objeto y servir al diálogo —o al duelo— entre dos
cómplices que se hacen frente y también debe desempeñar un papel, propio de cada carta en tanto que
objeto de una colección: el juego. De esta vocación compleja surgen varias exigencias: la de sim etría que
concierne a la función y la de asimetría, que responde al papel. El problema es resuelto por la adopción
de una composición simétrica pero según un eje oblicuo, que escapa de esa manera de la fórmula
completamente asimétrica que hubiese satisfecho al papel que hubiera contradicho la función, y a la
fórmula inversa, completamente simétrica, que implica un efecto contrario. Aquí también se tra ta de
una situación compleja que corresponde a dos formas contradictorias de dualidad y que resuelve en un
compromiso que se realiza por una oposición secundaria entre el eje ideal del objeto y el de la figura
que representa. Pero para llegar a esa conclusión nos hemos visto obligados a superar el plano del
análisis estilístico. Para comprender el estilo de los naipes no basta con considerar su dibujo, también
hay que preguntarse para qué sirven”. (Levi-Strauss, 1970)
9 Pierre Bourdieu, pensador francés, contemporáneo, pertenece a la corriente conocida como
reproductivista. Dedicado a la problemática de la educación, utiliza el concepto de “reproducción” para
referirse a la reiteración de ciertos contenidos, no arbitrarios pero tampoco lógicamente necesarios, que
perpetúan aspectos del sistema.
10 Dan Sperber, estadounidense, contemporáneo, se lo ubica en el posmodernismo. Enfoca
críticam ente la obra de Levi-Strauss, poniendo énfasis en el análisis del discurso.

167
TEORÍAS CONTEMPORÁNEAS EN ANTROPOLOGÍA
L i l i a n a S i n is i
E sta exposición es una breve reseña del complejo desarrollo que han tenido
las modernas teorías en antropología a partir de los años sesenta. De esta m anera
abordaremos tan solo algunos de los problemas conceptuales que devienen de la
multiplicidad de paradigm as en los cuales se las puede clasificar.

I. EL REPLANTEO DE LOS AÑOS SESENTA


Para desarrollar el análisis de las teorías contemporáneas en antropología
será necesario nuevamente comprender los procesos de crisis teórico-ideológicas
que se manifiestan en los países centrales (y en algunos de los periféricos) a partir
de la década del sesenta.
Después de la segunda guerra mundial se liquidan los viejos imperios colo­
niales, cuya consecuencia directa será el proceso de descolonización y el surgim ien­
to de una ciencia antropológica que comenzará a reflexionar y cuestionar el hecho
de la situación colonial (para el análisis de este proceso ver La Antropología Con­
tem poránea y la Descolonización, Capítulo I de este manual).
A partir de este momento se reconoce que el saber y la práctica antropoló­
gica se basó en la relación colono-colonizado, explotador-explotado. Se comienza a
incluir dentro de los procesos históricos a los pueblos sometidos. Se cuestiona la
observación etnográfica y el empirismo como prácticas ideologizadas debido a la
situacionalidad del antropólogo (perspectiva occidental). La integración de los pri­
mitivos a la sociedad global hace presuponer en algunos científicos el fin de la
antropología y la necesidad de recuperar el conocimiemto de esos pueblos que
están desapareciendo. El nuevo objeto/sujeto del conocimiento antropológico son
ahora las sociedad complejas de las que forman parte los países del Tercer Mundo
o países periféricos. Surgen las antropologías nativas o “antropologías indígenas”
que cuestionarán el saber institucionalizado de occidente sobre ellos mismos.
Irrum pen las teorías m arxistas dentro del corpus teórico de la antropología, a
partir de esto se analizan los procesos sociales dentro de las dimensiones económi­
cas y políticas y sus consecuencias de desigualdad social. 1
Como vemos, durante los años sesenta ocurrieron una gran cantidad de
cambios dentro de la ciencia antropológica, surgieron nuevas ideas “agresivas”2
que cuestionaron los paradigmas anteriores y dieron pie a una multiplicidad de
enfoques teóricos y metodológicos. De entre estos distinguiremos en prim er lugar
los que consideramos más significativos de este período: la antropología simbólica, -
la antropología cognitiva, la ecología cultural y el estructuralismo. En relación a
este último, es necesario aclarar que en los años sesenta ejerció una gran influen­
cia intelectual, aunque los principales trabajos de Levi-Strauss aparecen a fines de
1940 y en la década del cincuenta.

171
I. 1 La A ntropología Sim bólica
Surge aproximadamente a partir de 1963, pero recién recibirá ese nombre
hacia el final de la década. Tiene un gran auge entre 1973 y 1978, para ir trans­
formándose luego en lo que se llamó Antropología Interpretativa.
En los Estados Unidos su representante más destacado será C. Geertz. En
su libro La Interpretación de las Culturas (1973), la cultura aparece como un
sistem a de símbolos y significados compartidos, estos símbolos son públicos, no
privados, a través de los cuales los miembros de una sociedad se comunican entre
sí. Por medio de la observación e interrogación se pretende conocer qué significa
cada símbolo para aquellos que lo utilizan. Esta aproximación combina observacio­
nes de comportamientos, expresiones de estados internos y significados. Es una
concepción semiótica de la cultura: estudiar la cultura es estudiar códigos compar­
tidos de significados.
Geertz popularizó la metáfora de las culturas como textos: las actividades
sociales pueden ser “leídas” —por sus significados— por el observador, de la misma
m anera que son leídos los materiales escritos o hablados. Los seres humanos se
encuentran inmersos en tram as de significados y la interpretación antropológica
debe construir una lectura de lo que les pasa, por eso esta perspectiva dará lugar
a lo que se conoce como la recuperación del “punto de vista del actor”, ya que este
tiene un papel central en el modelo geertziano.
En Inglaterra, la escuela simbólica está representada por Víctor Turner que
publica en 1967 La Selva de los Símbolos y por Mary Douglas, que en 1970 escribe
Símbolos N aturales. Estos y otros autores ingleses provienen de un movimiento
muy politizado que cuestionaba el papel del estructural-funcionalismo clásico den­
tro de la política colonialista, a pesar de que muchos de ellos se habían formado
en esa misma escuela como es el caso de V. Turner. Estaban influenciados por el
marxismo de la Escuela de M anchester y veían a la sociedad no como la integra­
ción armónica y solidaria de las partes, sino por el contrario, como resultado de
conflictos y contradicciones sociales.
Para Turner, los símbolos son como operadores del proceso social: cosas que
se colocan según cierto orden y que en contextos rituales producen transformacio­
nes sociales, resuelven contradicciones y unen a los actores. Turner focaliza los
símbolos en procesos sociales políticos, rituales y terapéuticos, se entiende a los
símbolos tal como operan en la dinámica social. Lo que agrega este autor al campo
de la antropología simbólica fue el sentido de la pragmática de los símbolos y su
relación con la estructura social: los símbolos no son solamente vehículos de la
cultura, sino que dentro de ciertos contextos producen transformaciones sociales.

I. 2 E cología Cultural
Esta escuela tiene sus raíces en el evolucionismo del Siglo XIX y en el
m aterialism o histórico de Marx y Engels. Se reconoce a la cultura desde una
dimensión ecológica. El hombre es parte de una comunidad que incluye plantas,
anim ales y al ambiente físico en general.
Steward fue el creador del término Ecología Cultural. Para este autor lo que
importa son los patrones de actividad adaptados por los diferentes grupos sociales
para explotar un nicho ecológico particular. Si existe uniformidad en los diferentes

172
estadios evolutivos, esto es sólo aparente, ya que en realidad lo que se encuentra
son similares adaptaciones a similares condiciones en diferentes partes del mundo.
Para esta teoría el móvil de la evolución es el intercambio entre la cultura y el
ambiente.
Existe otra variante dentro de la ecología cultural, que se desarrolló poste­
riorm ente y fue expresada sobre todo por Marvin Harris. Su corriente se denomina
el M aterialismo Cultural. El análisis de este autor se aparta de la teoría del
am biente como estímulo y desarrollo de la sociedad y la cultura y se dirige hacia
el problema de los diferentes caminos por los cuales las formas sociales y cultura­
les funcionan para m antener una relación existente con el ambiente. Por ejemplo,
a través de un estudio que realizó Marvin Harris en la India, trató de dem ostrar
que la sacralidad de las vacas en realidad protege un eslabón vital en la cadena
alim entaria y de la agricultura, ya que si se consumiera carne se afectaría a todo
el ecosistema. Cuando se consumen productos vegetales hay más calorías per cá-
pita, que cuando la vegetación es comida por los animales que a su vez son comidos
por los hombres.
Para finalizar, diremos que durante los años sesenta existió dentro de la
antropología una gran disputa entre estas dos escuelas, los simbolistas y los
ecologistas culturales. Estos últimos tildaban a los primeros de idealistas o
m entalistas, que interpretaban subjetivamente la realidad. Los simbólicos decían
que la ecología cultural practicaba un cientificismo sin sentido, contaban calorías,
medían lluvias, ignorando la mediatización de la cultura.3

I. 3 La N ueva Etnografía
Otra corriente importante de esta época será la llamada Antropología Cog-
nitiva, o Etnosem ántica o Nueva Antropología. Surge en los Estados Unidos hacia
fines de la década de 1950 y principios de 1960. Llegó a ser la tendencia dominante
de la Antropología Norteamericana, su teórico más importante fue W. Goodenough.
Dentro de la disputa entre la antropología emic —estudia cada cultura en
sus propios términos, según los conceptos nativos— y la antropología etic —se basa
en los conceptos científicos occidentales del antropólogo— que marcó gran parte de
los años sesenta y setenta, la Nueva Etnografía, se enroló dentro del modelo emic.
Definía a la cultura como un conjunto de significados compartidos por los actores
sociales y proponía una rigurosa descripción como único fin para el análisis de la
sociedad.
Los etnocientíficos elaboraron cuadros, árboles, diagramas, e infinitas listas
que reflejasen los conceptos nativos, más un análisis de los componentes mínimos
de esos significados (análisis componencial). Crearon tipologías de las estructuras
semánticas que ordenaban el mundo según los diferentes pueblos.
A esta escuela se le criticó la trivialidad de los temas tratados como por
ejemplo, los diferentes nombres de la leña entre los Tzeeltal, de Centro América,
los nombres de las plantas silvestres entre los Hanunóo, etc. A partir de 1970 la
Antropología Cognitiva o Nueva Etnografía cayó totalmente en el descrédito, se
cuestionó su metodología absurda y rebuscada y la imposibilidad de lograr una
descripción global.■'
Nos quedaría por ver el Estructuralismo, como otra corriente de la década
del sesenta, pero esta ya ha sido analizada en páginas anteriores.

173
n. LOS AÑOS SETENTA Y LA RELACIÓN
ENTRE ANTROPOLOGÍA Y MARXISMO

El contexto histórico de la producción antropológica durante este período


estuvo m arcado por fuertes m ovimientos sociales críticos: los movim ientos
contraculturales, los pacifistas y los feministas, que cuestionaron a las estructuras
de poder y al orden establecido. Estos movimientos se dieron sobre todo en Francia
y en los Estados Unidos. En América Latina, se politizan las ciencias sociales, la
antropología se construye sobre una base marxista (México). Surge la teoría de la
dependencia como respuesta de los países del Tercer Mundo a los paradigm as
occidentales.
Como ya sabemos las teorías de Marx habían sido excluidas de las princi­
pales corrientes antropológicas. La gran influencia hasta este momento había sido
el pensamiento de Durkheim, Weber y Parsons, para los cuales la sociedad funcio­
naba arm ónicam ente y los individuos solo se limitaban a cumplir el rol que el
sistem a les había adjudicado. Estas ideas fueron cuestionadas y denunciadas como
m áscaras ideológicas de los sectores de poder. El símbolo utilizado para las nuevas
corrientes críticas fue Marx.5
Dentro de la antropología podemos diferenciar dos escuelas m arxistas: el
Marxismo E structural, desarrollado en Francia e Inglaterra, y la Escuela de la
Economía Política, que surge primero en los Estados Unidos y luego en Inglaterra.

II.1 El M arxism o E structural


E sta escuela se desarrolló plenamente dentro de la antropología. Se utilizó
el modelo creado por Marx para criticar a toda la antropología anterior.
“El Marxismo Estructural constituyó una seudo revolución intelectual total y
si no tuvo éxito en establecerse a sí misma como la única alternativa, ciertamente
fue exitosa en remover todo el saber recibido”.6

Para los M arxistas Estructurales los fenómenos culturales tuvieron un pa­


pel central dentro del proceso social, se equiparó el concepto de cultura con el de
ideología y se analizó además qué papel tiene la cultura en la reproducción de la
sociedad: legitima el orden social, mediatiza las contradicciones y oculta las fuen­
tes de explotación y desigualdad del sistema (Althuser).
Antropólogos como Godelier, Terray, Sahlins, Meillasoux, etc. relacionaron
la base m aterial con la ideología y como antropólogos prestaron atención al paren-

174
tesco, la descendencia, el intercambio, etc., pero relacionándolo con las estructuras
políticas y económicas.
Una de las críticas de las que fue objeto esta escuela, es que no se puede
igualar el concepto de cultura al de ideología, ya que la prim era no sólo representa
lo ideal, sino también lo material de las relaciones sociales de producción.

II.2 La E scuela de la Econom ía Política


Centraron su enfoque en los sistemas económico-políticos de gran escala
regional o dentro del sistema mundial, estudiando los efectos de la penetración
capitalista en las comunidades que analizaban. Pero además incluyeron en sus
investigaciones los problemas simbólicos y culturales, por ejemplo, los procesos de
construcción de una identidad de clase o de grupo en el marco de luchas político
económicas más amplias (luchas campesinas o étnicas).
Recuperaron la perspectiva histórica y trabajaron de forma comprometida
en la creación de un antropología histórica, aunque no fueron ni los primeros ni
los únicos.
Se critica a esta escuela por ser excesivamente m aterialista o economicista
y por no ver las relaciones de poder, dominación y control que aparecen en las
relaciones económicas. Fue una escuela más económica que política y además
centró su visión del mundo únicamente desde el contexto del capitalismo, porque
este ha penetrado en todas las sociedades, y lo que los antropólogos ven como
tradición es en realidad una respuesta al impacto de occidente.7

175
H I. LA ANTROPOLOGÍA INTEPRETATIVA

Las conceptualizaciones de las que parte esta corriente tienen una larga
trayectoria en el campo de la filosofía y en el de la sociología del conocimiento.
Proponen a través de la recuperación teórica de autores como Dilthey, Ricoeur,
Heidegger, Schutz, etc. conocer lo social a través de la herm enéutica, la fenome­
nología, la semiótica y la crítica literaria.
Dentro de esta escuela interpretativa encontramos nuevamente al antropó­
logo norteamericano C. Geertz. Como dijimos anteriormente, para este autor el
estudio de las culturas forma parte de una “búsqueda interpretativa”, la antropo­
logía es una exploración, una búsqueda de significados ocultos.8
Geertz toma prestado el concepto de “texto” de P. Ricoeur, la cultura es una
“armazón de textos” a ser interpretados. T rata de rescatar lo particular de cada
cultura y esto tiene sus raíces en el particularismo histórico de Boas.
El antropólogo debe comprender (interpretar) cada uno de los fragmentos
pasados y presentes que se reflejan en la cultura, para luego arm ar un discurso
que tenga la forma de una descripción densa, en la que se rescata la riqueza
contextual de la vida social.9
A pesar de lo atractiva que resultó esta teoría entre los años setenta y
ochenta, muchos autores criticaron lo absurdo que puede resultar analizar la so­
ciedad como textos culturales para ser leídos, porque esto implica pensar a las
formaciones sociales como entidades coherentes. No cuestionan la posibilidad de
intepretar significados, pero afirman que es necesario también conocer cómo “leen”
los “actores nativos” su propia cultura, porque son “los seres humanos reales los
que viven sus vidas a través de los significados culturales”.10

176
IV. LAS NUEVAS PERSPECTIVAS EN ANTROPOLOGÍA
IV .l T eoría de la P ráctica y la P erspectiva del Actor
Estas dos orientaciones surgieron años atrás como respuesta crítica al es­
tructuralism o. Se rechaza la idea de que existan m arcas estructurales rígidas en
el accionar de los actores sociales. Para los autores de estas corrientes (I. Goffman,
F. Barth, P. Bourdieu, etc.) la estructura es el resultado y no la condición deter­
m inante. La estructura aparece como el producto de las acciones individuales, por
lo tanto los fenómenos sociales deben ser explicados según las estrateg ias
m anipulativas que utilizan los individuos.
Las categorías conceptuales que prevalecen en este período serán: práctica,
praxis, acción, estrategia, reproducción, interacción, experiencia, agente, actor, per­
sona, individuo, sujeto.n
El aporte fundam ental que realizaron estas escuelas es que los actores no
cumplen con roles predeterm inados por la sociedad, que los obliguen a adaptarse
a ella, como lo enunciaba el modelo normativo de Durkheim. Por el contrario, son
los propios actores que en situaciones concretas, generan las normas en función de
sus intereses a través de mecanismos de comunicación social.

IV.2 La A ntropología Postm oderna


Hace aproximadamente dos décadas surgen en los países centrales, como
respuesta a la crisis del modelo del Estado de Bienestar, políticas neoconservadoras
y neoliberales que propician la reestructuración de los estados nacionales y de la
sociedad a los nuevos im perativos del capital. El nuevo discurso de la
postm odernidad pregona la muerte del sujeto, el fin de la historia, las ideologías
y el progreso. Es dentro de este contexto “ideológico” que se desarrollará una
ciencia social que representa las problemáticas de las sociedades capitalistas avan­
zadas.
Carlos Reynoso, antropólogo argentino que ha prologado y compilado un
libro sobre la antropología postmoderna,1'2 dice que esta antropología es una tran s­
formación de la llam ada antropología interpretativa y que ha generado una larga
polémica dentro de la disciplina, polémica que aún continúa.
“Después de algunos años en que no se pudo hablar a ciencia cierta de ningún
paradigma dominante, la antropología mundial ha sido ganada por lo que parece ser
una nueva moda intelectual que responde a las premisas del postmodernismo”.13

177
El movimiento postmoderno es multitudinario —porque abarca diferentes
disciplinas— y se ha transformado en una moda intelectual sobre todo en los
Estados Unidos y en Francia. Es precisamente en Estados Unidos donde irrumpe
la antropología postmoderna, que se dedicará a interpretar la práctica antropoló­
gica a través del análisis de los textos etnográficos. S. Tyler fue el primero que
utilizó el término Antropología Postmoderna. Los principales representantes de
esta corriente son P. Rabinow, J. Cliflford, D. Tedlock, G. Marcus, D. Cushman, S.
Tyler, etc., la mayoría de los cuales han sido discípulos de C. Geertz.
Existen según C. Reynoso tres lincamientos que caracterizan a la antropo­
logía postmoderna:
1. La “meta-etnografía”: no analiza a la cultura sino a la etnografía como
género literario y al antropólogo como autor. Se critica la “autoridad etnográfica”
de los antropólogos clásicos, por eso esta corriente se la define también como una
“antropología de la antropología”.
2. “Etnografía-experimental”: se redefinen las prácticas antropológicas y se
analizan las diferentes formas en que aparece delineado el trabajo de campo en las
monografías etnográficas.
3. La tercera corriente, más crítica, proclama la crisis de la ciencia antro­
pológica. No se interesa como las anteriores por el análisis del texto antropológico.
Se dice que esta línea dentro de la antropología representa a la “vanguardia”
postmoderna. Su representante más importante es S. Tyler.
S. Tyler es considerado como el antropólogo que llevó más lejos las ideas
postmodernas. Afirma que la antropología tradicional ha terminado, porque esa
antropología no trató en realidad de comprender a los “otros” sino que los tran s­
formó en “objetos” de estudio, para poder aplicar en forma indiscriminada el método
científico de las ciencias naturales. Para Tyler todo ese discurso estaba motivado
por la ideología de la ciencia y es por eso que la antropología clásica ha fracasado.
Es necesario buscar nuevos tipos de discurso que en vez de apuntar a la idea de
verdad, se dediquen a la honestidad científica.14
Como hemos visto en esta breve síntesis, la antropología postmoderna ha
cuestionado epistemológicamente las condiciones en que se produjo el saber antro­
pológico y la forma en que se escribieron los textos etnográficos; pero compartimos
con autores como García Canclini, Menéndez y Reynoso que esta antropología
basada en una “teoría del discurso, de la desconstrucción, del descentramiento, no
puede negar la importancia del trabajo de campo, ya que es la única forma de
obtener datos, como muy bien afirma García Canclini:
“Hacer antropología, o simplemente hacer investigación, requiere datos, y
para obtenerlos es necesario hacer trabajo sobre el terreno. Las discusiones teóricas
y la crítica a los textos antropológicos sirven para hacer más concientes de que los
datos no están en el campo, esperándonos, y que son resultados de procesos sociales,
institucionales y discursivos de construcción: pero la labor teórica no puede sustituir
el esfuerzo por obtenerlos”.15
Además no hay que olvidar que la realidad no es tan solo una “ficción” como
creen los postmodernos y que es necesario conocerla para poder modificarla o
transform arla.

178
B ibliografía
BLOCH, Maurice, compilador, Análisis Marxista y Antropología Social, Barcelona, Anagra­
ma, 1977.
GEERTZ, Clifford, La Interpretación de las Culturas , Barcelona, Gedisa, 1973.
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1991.
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cardo Slanutsky.
REYNOSO, Carlos, El Surgimiento de la Antropología Posmoderna, Barcelona, Gedisa,
1992.

Notas
1 MENENDEZ, E., “Definiciones, indefiniciones y pequeños saberes, en Alteridades, 1991.
2 ORTNER, S., “Teoría en antropología desde los sesenta, en Comparative studies in society
and history, Vol. 26, N® 1, Cambridge, 1984, traducción Elena Belli y Ricardo Slanutsky.
3 Ibíd.
4 REYNOSO, C., La antropología simbólica, mimeo.
5 ORTNER, S., op. cit.
6 Ibíd.
7 Ibíd.
8 KEESING, R., “La antropología como búsqueda interpretativa, en Current Anthropology,
abril, 1987.
9 GEERTZ, C., La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa, 1973.
10 KEESING, op. cit.
11 ORTNER, S., op. cit.
12 REYNOSO, C., compilador, El surgimiento de la antropología postmoderna, Barcelona,
Gedisa, 1992.
13 Ibíd.
14 Ibíd.
15 GARCÍA CANCLINI, N., “¿Construcción o simulacro del objeto de estudio?” Trabajo de
campo y retórica textual en Alteridades, 1991.

179
PROCESOS DE CONFORMACIÓN
DE LA IDENTIDAD ÉTNICA EN AMÉRICA LATINA
N. F r a g u a s y P. M o n s a lv e
UN PROBLEMA ANTROPOLÓGICO:
LA CONSTRUCCIÓN DE LA OTREDAD
Los conceptos básicos, de los cuales par­
timos, dejan repentinamente de ser con­
ceptos para convertirse en problemas; no
problemas analíticos, sino movimientos
históricos, que todavía no han sido re­
sueltos.
R aymond W il l ia m s

El discurso antropológico construido para entender la cuestión de la diferen­


cia y, consecuentemente generar las categorizaciones que refieren a la otredad,
sólo puede ser comprendido en el contexto de los procesos históricos que lo gene­
raron. En la historia del pensamiento occidental la reflexión sobre la diferencia y
la irrupción del Otro reconocen un momento casi fundacional: el “descubrimiento”
de América.
El diferente empezó a ser nombrado: nació el indio. Y tal vez por eso del que
nomina, domina, el indio se constituyó en una categoría social homogénea que
representaba el polo inferior en esta relación asimétrica de colonizadores y coloni­
zados. Esta categoría imponía una identidad supraétnica que ocultaba y negaba
las identidades de los distintos grupos étnicos que habitaban América. Como dice
el uruguayo Mauricio Langon, la categoría indio es una identidad construida desde
afuera, que niega la verdad del “observado” como otro, como hombre, como sujeto.
Se engendra en una m irada etnocéntrica que devuelve sólo la imagen especular de
un observador que crea el estereotipo conforme a sus intereses de dominación,
desintegrando las identidades colectivas para reintegrarlas en el lugar de la sub­
ordinación.

La dinám ica de la identidad étnica


En su afán por comprender los fenómenos sociales, más precisamente, el
origen y la existencia actual de las diferencias culturales de los grupos humanos,
la antropología ha buscado por distintos caminos establecer categorizaciones sufi­
cientemente descriptivas, que le perm itan determ inar los límites de las identida­
des particulares de los distintos grupos sociales. La primer dificultad aparece con
el concepto mismo de identidad, que refiere a un espectro am plísim o de

183
contrastaciones de niveles que van desde lo individual a lo grupal, atravesando
distinciones de órdenes absolutamente diferenciados. Así es posible hablar de una
identidad femenina, por oposición a la masculina, de una identidad religiosa, po­
lítica, de diferenciación etaria, de clase social, y así podríamos seguir identificando
identidades que en algunos casos se oponen y en otros se superponen. Otra difi­
cultad está dada por la característica dinámica de la identidad, que se modifica
permanentemente ya sea porque cambian los sentidos y significaciones socialmen­
te construidos, o bien porque desde el plano de la adscripción individual a una
determinada identidad también hay cambios. Por ejemplo, si tomamos una de las
identidades que se suponen inamovibles como sería la pertenencia a un determi­
nado sexo, es obvio que, desde el punto de vista biológico, el ser mujer u hombre
no sufriría modificaciones, sin embargo, considerando al género, masculino o feme­
nino como una construcción social, es también evidente que no es lo mismo ser
mujer en la actualidad que haber sido mujer en el siglo pasado.
Estas dificultades no se soslayan, aún cuando se proceda al recorte que
presupone hablar de un tipo de identidad en particular, en el caso que nos ocupa:
la identidad étnica.
La identidad étnica se construye en un campo social en el que hay más de
una identidad cultural en contacto. Supone una conciencia de la alteridad, implica
la afirmación del nosotros frente a los otros.
En la medida en que los grupos étnicos en contacto mantienen frecuente­
mente posiciones estructuralmente antagónicas —relaciones de dominación y sub­
ordinación—, existen situaciones vigentes o potenciales de conflicto que activan la
adscripción a una identidad étnica determinada. Esto pone en claro el hecho de
que las identidades no constituyen entidades con límites trazados objetivamente,
sino, que se constituyen en el entramado de las relaciones sociales existentes en
una estructura dada. Al respecto dice Dolores Juliano: “...dentro de España, cata­
lanes o vascos ven como su principal contrincante el estado que los contiene, y se
autodefmen siempre por el gentilicio de su nación o grupo étnico, cuando salen al
extranjero suelen considerar que la oposición principal se desplaza hacia afuera de
la península Ibérica y aceptan definirse como españoles”. Así, de acuerdo a la
situación, los individuos y los grupos sociales resaltarán su identificación con una
u otra de las múltiples identidades que los atraviesan. Ese mecanismo identifica-
torio, no es ajeno a las determinaciones de las coyunturas históricas, ni al juego
de la lucha por ejercer el poder o resistirlo. Incluso la identificación tendrá un
carácter negativo, cuando se la asuma con todos los atributos descalificadores que
se le asignan desde afuera, o bien será positivamente valorada en un contexto
reivindicatorío en el que los sujetos sociales tendrán alguna recompensa moral o
material por su pertenencia étnica. En el primer caso hay una desvalorización de
lo propio que puede llegar al extremo de negar la identidad, el indio que niega su
indianidad, o bien aquel que internaliza la ideología del dominador y termina
aceptando el lugar que se le asigna como “natural”. En el segundo caso, también
de acuerdo a las circunstancias históricas, una identificación étnica positiva puede
ser el germen de transformaciones político-sociales que involucren a más de una
etnia. El caso del surgimiento del movimiento liderado por el Ejército Zapatista de
Liberación de Chiapas, en el sur de México, en enero de 1994, es un claro ejemplo
de la continuidad que, a pesar de los siglos, pueden tener los pueblos que habiendo
sido oprimidos no se resignan a ese destino. El peso de la identidad étnica en esta

184
lucha es fácilmente comprobable si se analizan algunas de sus demandas más
sentidas:
— respeto a la dignidad de los pueblos indios;
— autogobierno indígena;
— educación bilingüe;
— que las lenguas indígenas tengan carácter oficial;
— que ejército y policía no entren en zonas indígenas;
— derecho a la información y creación de una estación de radio indígena;
y hay además, dem andas sociales y económicas que involucran a la región más allá
de la pertenencia étnica particular, por ejemplo:
— reparto de los beneficios por la explotación de los recursos petroleros y
de energía eléctrica en Chiapas;
— reparto e implementación de créditos para acceder a la tierra;
— más hospitales, clínicas, médicos y medicinas acorde a las necesidades
de la región, etc.
Indudablem ente, movimientos de este tipo nos recuerdan la vigencia y el
vigor que pueden tener los pueblos cuya historia y presente suelen estar en el
olvido y fuera de las prim eras planas internacionales. Para muchos contemporá­
neos los mayas eran poco más que unas simples páginas en los libros de historia.
Aún algunos intelectuales polémicamente, han subestimado la continuidad histó­
rica de la lucha y resistencia de los grupos étnicos en América, hasta el extremo
de firm ar su partida de defunción con una ligereza sorprendente. Por ejemplo,
Juan José Sebreli expone en su libro “El asedio a la modernidad” que: “los indios
están muertos” ya que “la llamada identidad cultural va cediendo ante los bene­
ficios de la vida moderna”. Es que Sebreli, parte de un supuesto que la antropo­
logía social ha discutido en profundidad: el de que las identidades étnicas pueden
definirse por rasgos demarcatorios externos, que permanecen idénticos a sí mismos
a lo largo del tiempo. Por eso se siente autorizado a negar la indianidad a quienes
no visten plumas y taparrabos. Duda de la identidad toba de aquellos caciques que
él ve en una foto vistiendo pulóveres de cuello alto y anteojos negros, y cree que
las luchas reivindicativas de los que él, erróneamente, llama indigenistas (en rea­
lidad debería decir indianistas), tienden a volver a la tradición, “una utopía reac­
cionaria que obstaculiza el progreso”. Según su razonamiento, para los indios que
así se reivindican, “la mejor manera de luchar contra la sequía no es la adquisición
de una bomba hidráulica sino los rituales con sacrificios de animales”. La reflexión
antropológica mayoritaria y la realidad de Chiapas lo desmienten.
La negación de la identidad no es total ni perm anente, muchas veces iden­
tidades subsum idas u ocultas, se hacen visibles cuando la presencia de un conflicto
torna inevitable la identificación o el rechazo. Así, al filo del siglo XX hemos visto
resurgir identidades regionales que parecían haberse diluido en otro tipo de iden­
tificaciones (nacionales, ideológicas, etc.) y que sin embargo, ante coyunturas cam­
biantes se m anifiestan con una virulencia insospechada, pensemos en el belicismo
im perante entre distintos grupos étnico-religiosos en la ex-Yugoeslavia, o en los
diversos conflictos en y entre las naciones que conformaban la Unión Soviética.,Sin
embargo, ese resurgimiento no debe ser interpretado como el despertar de identi­

185
dades esenciales inm unes al cambio, no podemos reducirlas a sus momentos his­
tóricos, aún cuando contengan en sí elementos de su pasado, La identidad es, como
dice Levi-Strauss un fenómeno más simbólico que real compuesto de valoraciones
socialmente atribuidas.
Discutir la cuestión de las identidades étnicas y sus relaciones con las iden­
tidades nacionales o regionales tiene, al filo del siglo , un interés especial. No
obstante, limitaremos la reflexión a la conformación de las identidades constitui­
das en América Latina desde el “descubrimiento”, las de los dos polos de la relación
colonial: indios y blancos.

186
AMÉRICA Y EUROPA EN LA ÉPOCA DE LA CONQUISTA
Hacia fines del siglo XV, España era un incipiente estado cuya hegemonía
acababa de consolidarse tras la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Castilla,
con una economía basada en la ganadería ovina, y una estructura latifundista en la
que sólo el 2 % de la población poseía el 97 % de las tierras, predominó sobre Aragón.
Así se impuso un sector aristocrático fuertem ente ligado a la Iglesia católica.
Otro polo de desarrollo regional, pero orientado al comercio m editerráneo y
a la industria textil, era el principado de Cataluña. Sin embargo desde el S. XIV
había comenzado un período de decadencia por la competencia comercial con Gé-
nova, ciudad que a partir del S. XV consolidó lazos financieros con Castilla, pre­
cipitando así el deterioro catalán.
Por lo demás, esta alianza con Génova venía a suplir el vacío financiero
dejado tras la expulsión de los judíos llevada a cabo por los Reyes Católicos, con
la que España “se privó de muchos artesanos hábiles y de capitales imprescindi­
bles” (Galeano, 1974:38).
La posterior expulsión de los moros, a comienzos del S XVII, deterioró la
estructura agraria del sur de España, cerrando una vía más de expansión econó­
mica.
Así, la consolidación de una economía pastoril liderada por la nobleza mili­
tarista aliada a la monarquía y al clero, ahogó toda posibilidad de desarrollo
industrial y comercial.
El liderazgo de la nobleza sobre la base de la apropiación de tierras m edian­
te la guerra, modeló ideológicamente un espíritu de conquista, que, como señalan
numerosos autores, se forjó en la Reconquista española y se continuó en la Con­
quista de América.
La irrupción del Nuevo Continente en la escena europea tuvo consecuencias
diversas. Paulatinam ente se fue constituyendo un nuevo eje económico en el A tlán­
tico, quedando atrás el esplendor del Mediterráneo, cuya decadencia comercial se
había iniciado ya en 1453 con la caída de Constantinopla en poder de los turcos
otomanos.
En la fase inicial de consolidación de este nuevo eje económico, España tuvo,
sin dudas, un lugar protagónico. Así logró poseer el Imperio más poderoso del
occidente contemporáneo, en tiempos de Carlos V y de Felipe II. Sin embargo,
gradualm ente fue perdiendo ese lugar hegemónico. Como bien sintetiza Eduardo
Galeano, “España tenía la vaca pero otros se tomaron la leche”.
El camino hacia la decadencia económica española se sintetiza en estos
datos que menciona Eric Wolf: “Entre 1503 y 1660 llegaron a Sevilla procedentes
de América más de 7.000.000 de libras de plata, lo cual triplicó la cantidad que de
ese m etal había en Europa (Elliot, 1966:180) de ese total, la corona se quedaba con

187
casi un 40%, sea como ajuste de impuestos americanos o en pago del quinto real
sobre toda la producción argentífera. Sin embargo, ni toda la plata de las Américas
pudo detener la quiebra de la Corona española; así de gravada estaba por sus
em presas m ilitares en Europa y en el resto del globo. Hasta más o menos 1550 el
emperador Carlos V recibía entre 200.000 y 300.000 ducados anuales de plata
am ericana, pero como gastaba 1.000.000, en 37 años acumuló una deuda de
39.000.000 de ducados,en su mayor parte a acreedores extranjeros. Felipe II, más
parco que su padre, recibió unos 2.000.000 de ducados de plata am ericana en el
decenio de 1590, amén de casi 8.000.000 en impuestos cobrados en Castilla y en
ingresos eclesiásticos. Sin embargo, para esas fechas gastaba ya más de 21.000.000
de ducados al año (Elliot, 1966:203, 282-283). Al mismo tiempo, esta entrada de
plata elevó los precios en una economía interna, ya debilitada por una declinación
en la producción de alimentos y por un fuerte aumento en la importación de
mercancías m anufacturadas para usarse en España y en las Indias. Así pues la
entrada de la plata de América sirvió de muy poco para aliviar los problemas
financieros de la Corona, en tanto que sí aceleró la declinación de la industria
española en favor de los competidores de España”.
El sistem a mercantilista, mediante la política de acumulación, basada tanto
en tributos, (así eran considerados la plata y el oro que llegaban de América), como
en la explotación de mano de obra casi esclava, sentó las bases de otra acum ula­
ción: la del capital, que a mediados del Siglo XVIII iba a financiar la Revolución
Industrial que cambiaría la historia de la humanidad. El oro, la plata y los indios
americanos contribuyeron así, al desarrollo hegemónico de algunos países europeos
que no han perdido ese lugar hasta nuestros días.
Los focos de atracción para los conquistadores españoles fueron las regiones
ricas en m etales preciosos. “Vale un Perú”, era una suerte de adjetivo superlativo
de la riqueza desde los tiempos en que Pizarro conquistó el Cuzco.
A los portugueses, el límite de expansión fijado por el Tratado de Tordesillas
de 1494, les dejó las tierras tropicales del litoral brasilero para establecer una
economía de plantación. En un principio, la economía se basó en la explotación
forestal indiscriminada del pino Brasil, que en breve lapso dio paso a la organiza­
ción de la grandes plantaciones de azúcar, a las que le sucederían mucho después
el cacao junto con el caucho y el café.
Habrían de pasar casi dos siglos más, para que apareciera el preciado oro
y M inas Gerais se transform ara en el polo de atracción y Río de Janeiro desplazara
a la otrora capital económica de San Salvador de Bahía. El Siglo XVIII fue el siglo
del oro para el Brasil. La producción de ese metal a lo largo del siglo superó la
producción española de los dos siglos anteriores, la población se multiplicó y tam ­
bién se multiplicó el tráfico de esclavos.

Los pueblos de América


América fue descubierta hace unos 40 mil años en tiempos de la últim a
glaciación, durante la cual el congelamiento de las aguas del Estrecho de Behring
tendió un puente que unió nuestro continente con el asiático. De allí provinieron
las prim eras oleadas de pobladores en busca de la megafauna que constituía su
alimento básico.
Gradualm ente, en desplazamientos que involucran a varias generaciones,

188
los hombres fueron ocupando el vasto continente, llegando hace unos 9 mil años
a lo que hoy es Tierra del Fuego.
Durante este largo proceso, pueblos con culturas diversas surgieron, dando
lugar a la amplia variedad de formaciones económico-sociales que encontraron los
españoles a su llegada.
De cazadores y recolectores nómades, en ese proceso de diferenciación, algu­
nos de estos grupos se fueron sedentarizando al domesticar plantas y animales. A
partir de la revolucionaria innovación que significó transform ar en doméstica una
planta silvestre, estas sociedades llegaron a desarrollar una agricultura intensiva
de extraordinaria tecnología, que sustentó eficientemente numerosas poblaciones.
De acuerdo a lo que es posible establecer a través de lo registros arqueológicos no
hubo en América grandes mortandades por ham brunas equiparables a las que
para la misma época asolaron el continente europeo.
Afirma Escudero: “una agricultura eficiente es aquella que alim enta efi­
cazmente, utilizando una cantidad mínima de insumos para una cantidad máxi­
ma de seres hum anos”. Tal fue la productividad de cultivos como la papa, el
maíz, la calabaza, los frijoles, etc., fundam entales en la subsistencia de muchos
pueblos am ericanos cuya agricultura fue arrasada por los conquistadores euro­
peos.
Contraponiendo aquella eficiencia a lo que ocurre en nuestros días, Escude­
ro sostiene que: “La agricultura que ejerce una hegemonía ideológica a fines del
siglo XX es la opuesta a ésta. Con grandes insumos energéticos y alardeando de
“revoluciones verdes”, de “ingenierías genéticas” y del uso masivo de fertilizantes
y plaguicidas químicos, esta agricultura está coexistiendo hoy con un aumento de
la desnutrición hum ana en el planeta”. (Escudero, 1990:15).
El desarrollo de medios de subsistencia basados en una agricultura inten­
siva, sólo fue posible en aquellos grupos que, más allá de condiciones propicias,
lograron un im portante grado de organización político-institucional. Sin la existen­
cia de lo que hoy calificaríamos de sistema estatal, no hubiese sido posible la
construcción de infraestructuras productivas tales como los sistemas de regadíos,
las terrazas de cultivo, las redes viales, o incluso de grandes obras de carácter
religioso, símbolos de poder y cohesión social.
Otros grupos desarrollaron una economía centrada en actividades de caza,
pesca, y recolección. Contrariam ente a un prejuicio muy arraigado, estas formas de
subsistencia no son menos eficientes que la agricultura. La eficiencia sólo debe
medirse en función de la cobertura de las necesidades de un grupo. Este prejuicio
se expresa en la categorización de “altas culturas” por oposición a las “culturas
inferiores”. Así, se asocian a las primeras conceptos tales como sedentarismo, gran­
des obras arquitectónicas, y agricultura; y a las segundas, nomadismo y ausencia
de estructuras organizativas.
El interés por las “altas culturas” se debió a que estas tenían, y en muchos
casos siguen teniendo, el mayor peso demográfico y el mayor grado de acumulación
de riquezas. Actualmente, los treinta millones de indígenas que según se estima,
viven en América Latina se dividen en unos 400 grupos étnicos diferentes. Aymarás
y quechuas (herederos de los antiguos Incas) en el área andina y nahuas (herede­
ros de los Aztecas) y mayas en Mesoamérica constituyen los grupos más num ero­
sos. Varios grupos han desaparecido, aniquilados por la conquista y la coloniza­
ción, su historia apenas puede ser reconstruida gracias a los aportes de la arqueo­
logía y a las referencias de las Crónicas hispanas. Otros sobreviven, desafiando a

189
los modernos exterminadores, en las zonas selváticas del Amazonas conformando
pequeñas tribus de algunos centenares de individuos. Tal es el caso de los Yanomani,
cazadores y recolectores semi-nómades, a quienes la presión internacional, luego
de la difusión de noticias acerca de m atanzas que se vienen llevando a cabo desde
la década del ’70, ha resguardado, exigiendo el compromiso del gobierno de Brasil
en tal sentido.
No es posible dar cuenta de la situación actual de todos ellos, dadas las
características de este trabajo. Si bien centraremos nuestro análisis en los si­
guientes tram os en los grupos de mayor peso demográfico y más continuidad
histórica, no debe verse en ello una desvalorización de los aportes y de la impor­
tancia histórica del resto de las etnias americanas. Por otra parte, hacia el final
del texto, nos referiremos en profundidad al presente de un pueblo aborigen con
una historia de subsistencia basada en la caza y la recolección, es decir, repre­
sentante de los que habitual y egocéntricam ente han sido valorados como “cul­
turas inferiores”.

América Andina
En la vasta región de los Andes Centrales se desarrolló una de las llam adas
“altas culturas” precolombinas, el Imperio Inca. Sus dominios se extendían desde
el actual Ecuador hasta Chile.
A pesar de la gran extensión del Imperio que ocupaba, a la llegada de los
españoles en 1533, más de 3.000.000 de kilómetros cuadrados, su expansión era
muy reciente.
En el 1400 los incas constituían una población relativam ente pequeña en la
parte superior de la cuenca del Urubamba. Alrededor del 1440, en tiempos de
Pachacuti Yupanqui, noveno rey de la dinastía, empezó la integración de las Cuatro
Provincias o regiones en el poderoso Tahuantinsuyu. En menos de dos siglos se
edificó una estructura político-social que no deja de asombrar por el nivel organi­
zativo alcanzado dentro del que se desenvolvían las vidas de alrededor de 10
millones de personas.
La sociedad incaica estaba jerárquicam ente organizada. El centro del po­
der lo ocupaba una monarquía de origen divino secundada por un sector aristo­
crático residente en Cuzco, capital imperial. El resto de la población se agrupaba
en comunidades denom inadas ayllus, bajo el mando de un gobernador local
(curaca). El imperio se m antenía a través de la recaudación tributaria, ya sea
trabajando en las obras públicas, agricultura o servicio m ilitar, y/o en especie. De
esa forma se podían llevar a cabo grandes obras de riego, caminos y m antener
el eficiente sistem a postal, (chasquis) que perm itía un buen control del extenso
estado. Perm anentem ente se avanzaba en la colonización de nuevos territorios
cuyos habitantes eran sometidos, de ser necesario por las arm as y cuando la
resistencia era mucha los incas trasladaban forzadamente a los rebeldes fuera de
sus lugares de origen.
Expertos cultivadores, los incas recurrieron a sistemas que optimizaban el
uso de los suelos m ediante la construcción de terrazas de cultivo y desarrollaron
verdaderas obras de ingeniería hidráulica para la irrigación por medio de canales
o vertederos en las laderas de las montañas. La producción fundam ental era el

190
maíz, aunque en las tierras altas de las mesetas obtenían papa y quinoa, y en la
zona puneña, pastaban los rebaños de llamas que proveían carne y lana.
La diversificación regional de la producción, de acuerdo a los diferentes
nichos ecológicos, generaba la necesidad de un intercambio coordinado desde el
propio estado. No existían mercados libres sino una estructura estatal de centra­
lización y redistribución de los productos.
La propiedad del suelo en cada uno de los ayllu, comunidades o aldeas de
base, era comunitaria. Periódicamente la tierra era redistribuida entre las fam ilias
de la comunidad de acuerdo a sus necesidades. También el trabajo se realizaba
comunitariamente, la producción se basaba en la cooperación. La desigualdad social
era casi inexistente en este nivel organizativo, aunque el jefe o curaca tenía ciertas
prerrogativas. De todas formas esas comunidades no era autónomas, era el estado
Inca el que se reservaba el derecho de control del uso de la tierra, sum inistraba
utensilios y distribuía semillas. Para poder imponerse, el estado incaico estaba
hacia 1532 consolidando una política expansiva de control llevada a cabo mediante
la fuerza, los traslados masivos de poblaciones rebeldes, o la creación de colonias
m ilitares en las zonas más conflictivas. Había nacido para este tiempo la figura del
yana, individuos separados de sus comunidades de origen y reducidos a una suerte
de esclavitud: el yanaconazgo.
Apenas un año después y con un puñado de hombres, Francisco Pizarro iba
a en trar triunfalm ente en el Cuzco, la capital imperial, contando para tan rápido
éxito con dos elementos: las luchas dinásticas que dividían internam ente a los
Incas y la ayuda de grupos tributarios que buscaban liberarse de la dominación
imperial.
Aunque aparentem ente la conquista del imperio Inca fue rápida y efectiva,
en realidad las luchas de resistencia se prolongaron por mucho tiempo. No pode­
mos dejar de establecer una continuidad entre las luchas que durante cuarenta
años siguieron a la caída del Tiahuantinsuyo con las valientes rebeliones de los
valles calchaquíes o con la epopeya de Tupac Amaru a fines del siglo XVIII.

Mesoamérica
Cuando hablamos de Mesoamérica nos referimos al vasto territorio que hoy
comprende la casi totalidad de México, Guatemala, El Salvador, Belice y Hondu­
ras. Allí se desarrollaron dos grandes organizaciones sociales en distintos espacios
que reconocen su momento de esplendor en diferentes períodos. Los mayas primero
y los aztecas posteriorm ente hegemonizaron no sólo desde el punto de vista demo­
gráfico sino también desde la consideración de los logros organizativos y la produc­
ción científica de sus respectivas sociedades.
A la llegada de los españoles, la población del México central se estim a en
unos 25 millones de habitantes, 75 años después sólo quedaba aproxim adam ente
un millón. (Nervi, 1987:280). En cuanto a los mayas, las estimaciones son más
difíciles de establecer, ya que su decadencia había comenzado hacia el año 900 de
nuestra era. Sin embargo, a juzgar por los testimonios arqueológicos que quedan
del período de esplendor su población debe haber sido muy numerosa.
La sociedad azteca se edificó sobre un entramado de antiguas culturas de los
diversos pueblos que habitaban el valle de México. También es indudable que

191
incorporaron una serie de conocimientos que estaban presentes en la sociedad
maya.
La organización social azteca planteaba diferenciaciones y estratificaciones.
Se distinguían los nobles o señores, los sacerdotes, los guerreros, los mercaderes,
y un conjunto diferenciado a partir de ciertas especializaciones: artesanos, escul­
tores, orfebres, canteros, pintores, alfareros, tejedores y agricultores.
La gran capital, Tenochtitlán, estaba dividida en veinte calpulli, o comuni­
dades de base, asentados en los cuatro barrios que la componían. El régimen de
propiedad de la tierra tenía tres modalidades principales: las tierras comunales de
los calpulli, las de los nobles y las tierras públicas. Los calpulli, constituían una
estructura económico social similar a la descripta cuando caracterizamos los ayllu
incaicos.
La agricultura fue para éste y muchos pueblos de Mesoamérica la base que
posibilitó el crecimiento demográfico y la expansión espacial. Maíz, frijol y calaba­
za son la trilogía fundamental de la producción agrícola. Sin embargo, la extensa
lista no se agota en ellos. Tomate, cacao, papa, tabaco, chile, chicle, y num erosas
p la n tas m edicinales fueron asiduam ente cultivadas en diversas regiones
mesoamericanas. Constituyeron un aporte inestimable al patrimonio de la hum a­
nidad que, en casos como los de la papa, evitaron en Europa las m uertes por
ham brunas que cíclicamente afectaban a ese continente.
Con un óptimo aprovechamiento del medio natural, y una tecnología de
avanzada, fue posible una agricultura intensiva. Canales de riego, terrazas artifi­
ciales, represas, chinampas, posibilitaron la abundancia de productos, que, como
en el caso de los incas abastecían regiones distantes echando mano también a la
complementación mediante la circulación de lo producido en diversos nichos eco­
lógicos.
Tenochtitlán estaba construida sobre una laguna. Protegida y aislada por
una gran m uralla de agua, había sido absolutam ente planificada por los cons­
tructores de este poderoso estado. Tenía, cuando Cortés llegó hasta ella, una
cantidad de habitantes estimada, según las cifras más generosas, en unos 300.000.
Para ese entonces las ciudades europeas más pobladas no llegaban ni rem ota­
mente a las 100.000 personas. La construcción de la actual ciudad de México
sobre la capital azteca, sólo fue posible mediante la disecación completa del
pantano. A través de los siglos, un rasgo común vincula a am bas ciudades: con
cerca de 20 millones de habitantes sigue siendo uno de los núcleos urbanos más
grandes del mundo.
Además del desarrollo urbanístico, y de la impresionante magnificencia de
la arquitectura tanto azteca como maya, plasmada en la sorprendente belleza de
los templos y otros monumentos cuyas ruinas aún hoy podemos apreciar, deben
mencionarse otros tipos de realizaciones culturales.
Tanto mayas como aztecas crearon sistemas de escritura con los que regis­
traron hechos históricos, conocimientos referidos a astronomía, nombres de deida­
des, conceptos metafísicos, etc. La escritura azteca atravesó etapas pictográficas,
ideográficas para llegar incluso a la utilización de elementos fonéticos. La escritura
maya aún no ha sido completamente descifrada y también contiene elementos de
las tres formas de escritura descriptas.
Los grandes conocimientos astronómicos de los aztecas, plasmados en su
célebre calendario, reconocen como antecedente el saber atesorado por los mayas
quienes contaban con verdaderos observatorios como el de Uxmal. Esto les perm i­

192
tía pronosticar eclipses, conocer los ciclos de los planetas y, lo más importante,
establecer el calendario agrícola.
Una descripción más exhaustiva, que dé cabal cuenta del nivel creativo y
productivo de los pueblos de Mesoamérica podría llevarnos varias páginas. Sin
embargo, con lo que hasta aquí hemos descripto es lícito que nos preguntemos:
¿Cómo explicar que Cortés a la cabeza de algunos centenares de hombres haya
podido apoderarse del reino de Moctezuma?
Hay para ello explicaciones de diversa índole. Por un lado la incertidumbre
y la credulidad de Moctezuma, quien a partir de una serie de profecías previas cree
que Cortés es la encarnación del dios Quetzalcóalt y se relaciona am biguamente
con él, permitiéndole arm ar su juego con ventaja. Desde otro ángulo, se advierte
que la derrota azteca no hubiese sido posible si no se hubiera contado con el apoyo
de diversos pueblos tributarios del imperio que vieron en la alianza con el adve­
nedizo blanco la posibilidad de la liberación del yugo azteca. “El México de aquel
entonces no es un estado homogéneo, sino un conglomerado de poblaciones, some­
tidas por los aztecas quienes ocupan la cumbre de la pirámide. De modo que, lejos
de encarnar el mal absoluto, Cortés a menudo les parecerá un mal menor...” (To-
dorov, 1992: 64).
De todas m aneras, debemos ver la persistencia como una forma de resisten­
cia que a menudo tiene facetas políticamente activas. En Guatemala, por ejemplo,
donde el 55% de la población es de origen maya y tiene un bajo nivel de castella-
nización, los indígenas se han constituido en una fuerza que, a juzgar por la
política represiva y genocida de la que son víctimas, deben ser vistos como una
am enaza real para quienes ocupan el poder. El otorgamiento del premio Nobel de
la Paz a una luchadora por los derechos humanos de su pueblo, la india maya
Rigoberta Menchu, en el año 1992, nos habla de que el conquistador no pudo
acabar su tarea: la resistencia continúa.

El impacto de la conquista
Al momento de la Conquista, la población estim ada para el continente
americano superaba a la europea. Se calcula que para el 1500 Europa tenía alre­
dedor de 50 millones de habitantes, m ientras que para América se manejaban
cifras que rondan entre 90 y 112 millones (Sánchez Albornoz, 1968:29). Ciento
cincuenta años después la población aborigen se había reducido a la cifra de ape­
nas 11 millones de habitantes. Puesto en términos porcentuales, la población de
América representaba cerca del 20% del total de la humanidad, un siglo después
aún incluyendo a los europeos recién inmigrados llegaba al 3%.
Como afirma Todorov, si alguna vez se aplica con precisión a un caso la
palabra genocidio, es a éste. No sólo en términos relativos, ya que hubo una
destrucción del 90%, sino también absolutos ya que murieron más de 70 millones
de personas. (Todorov, 1992:144).
Los indígenas de la región caribeña fueron literalm ente condenados a la
extinción. Cuando Colón llegó a la isla La Española, actualmente H aití y Santo
Domingo, estaba habitada por 1 millón de personas, sólo cincuenta años después
quedaban 500. Todo esto, confirmará lo que hay de cierto en la Leyenda Negra que
responsabiliza a España del desastre que implicó la Conquista. Aún, cuando haya
sido utilizada para su descrédito por sus competidores europeos en el proyecto de

193
i
colonización, también Inglaterra como Francia llevaron a cabo acciones de exter­
minio. Pero, el genocidio americano fue proporcional a la magnitud de la expansión
española, y ninguna de las matanzas del siglo XX es comparable al mismo. Es
importante hablar de cuántos murieron, pero más significativo es hablar de cómo
murieron.
El genocidio, no refiere solamente al exterminio directo de millones de abo­
rígenes. Las m alas condiciones de trabajo, las enfermedades, la disminución de la
natalidad, la destrucción del tejido social y del sistema económico, son causales de
una mayor mortandad.
Sin embargo, las matanzas directas merecen una referencia especial por el
lugar que ocupan en esta historia revelando aspectos de crueldad inéditas.
Las crónicas de los primeros años de la Conquista, son un verdadero m ues­
trario del despliegue de terror y violencia llevado a cabo sin que medie ninguna
explicación racional para ello. Las guerras tienen una lógica interna más allá de
los móviles y las valoraciones éticas.
Pero las m atanzas que refieren algunas fuentes, como la relatada en el
informe dirigido en 1516 por un grupo de dominicos al Ministro de Carlos V en
relación a hechos ocurridos en islas del Caribe, son de una crueldad inaudita
“llendo ciertos cristianos, vieron una india que tenía un niño en los brazos, que
criaba, que por un perro que ellos llevaban consigo había hambre, tomaron el niño
vivo de los brazos de la madre, echáronlo al perro e así lo despedazó en presencia
de su m adre”. “Cuando llevaban de aquellas gentes captivas algunas mujeres
paridas, por solo que lloraban los niños, los tomaban por las piernas e los aporrea­
ban en las peñas o los arrojaban en los montes, por que allí se m uriesen”.
Pero como ya mencionáramos, la mayor mortalidad obedeció a causas indi­
rectas. Como señala Foucault, “el hecho de exponer a la m uerte o de m ultiplicar
para algunos el riesgo de muerte, o más simplemente la m uerte política, la expul­
sión”, tiene consecuencias más profundas y más abarcativas que las formas de
homicidio directo. (Genealogía del racismo, 1992:183).
La invasión europea operó en todos los ámbitos de la vida de los pueblos.
Después de la conquista militar vertiginosamente se destruyó la organización eco­
nómica, política y social preexistente.
Los españoles movidos por un afán de enriquecimiento fácil e ilimitado,
persiguieron obsesivamente saciar la sed de oro y plata a cualquier costo. Ya en
las prim eras cartas de Colón a los reyes de España es perm anente la referencia a
ias posibles fuentes de abastecimiento de metales preciosos en las tierras recién
“descubiertas”.
Así, la minería se va constituyendo en uno de los principales ejes producti­
vos y en una de las formas más brutales de explotación de la mano de obra
indígena.
Desde el tiempo de los incas había un sistema de reclutamiento de mano de
obra rotativo para el servicio estatal (mita). De esta forma era posible construir y
m antener las obras públicas, templos, red de caminos, etc. y también, al trabajar
la tierra, producir el excedente necesario para solventar las necesidades de la
nobleza, los sacerdotes y del resto de la población que por distintos motivos no eran
productores directos. Era un verdadero sistema de distribución estatal más eficien­
te que los actuales sistemas de seguridad social. En América el alimento no era
una mercancía, por una red de reciprocidad todos tenían acceso a él.
Los españoles utilizaron esta institución, la mita, para el trabajo en las

194
minas, desvirtuando su finalidad y las condiciones bajo las cuales se cumplía dicho
servicio. Se trataba de una virtual esclavización de los indígenas, que además del
trabajo debían aportar un tributo en oro o plata. Dice Todorov que una de las
mayores causas de m ortandad fueron los malos tratos: “Por “malos tratos” entien­
do sobre todo las condiciones de trabajo impuestas por los españoles, particular­
mente en las minas pero no sólo ahí. Los conquistadores-colonizadores no tienen
tiempo que perder, deben hacerse ricos de inmediato; por consiguiente, imponen
un ritmo de trabajo insoportable, sin cuidado de preservar la salud, y por lo tanto
la vida de sus obreros. La esperanza media de vida de un minero de la época es
de veinticinco años”. (Todorov, 1992:145).
Otra forma de apropiación de la fuerza de trabajo indígena fue el sistem a
de la encomienda. Por ella se otorgaban concesiones de tierras y repartim iento de
indios a los conquistadores, quienes a cambio debían cuidar de su salud y
evangelizarlos. Nada de esto ocurría en realidad ya que constituyó otra forma
solapada de esclavización.
La reducción a la esclavitud provocó una disminución masiva de la pobla­
ción, no sólo por las condiciones impuestas para el trabajo, sino también por los
traslados forzosos, lo cual redundaba en un aumento de la mortalidad pero tam ­
bién en un descenso de la natalidad. Dice el obispo de México en una carta al rey:
“Ninguno tiene participación con su mujer, por no hacer generación que a sus ojos
hagan esclavos”.
Pero el abandono de las tierras de cultivo para ir a trabajar en las minas,
la destrucción de sistemas de regadío, la introducción de ganado europeo que
ocupaba las tierras más fértiles brindando a cambio menos nutrición a mayor
costo, la imposición de monocultivos destinados básicamente al mercado europeo y
no a la alimentación, provocó una mal nutrición, bajando las defensas inmunológicas
y aumentando la vulnerabilidad a las distintas enfermedades. En efecto, la mor­
tandad por las varias epidemias que sufrieron los indígenas americanos diezmó
literalm ente la población. Frecuentemente se ha utilizado este dato como un argu­
mento para restar responsabilidad a la invasión colonialista europea en la heca­
tombe demográfica Como si los agentes microbianos, por su sola esencia biológica
pudieran descontextualizarse de lo histórico-social. Del mismo modo hoy en día,
hay quienes explican que las primeras víctimas de cólera en Argentina, los aborí­
genes Wichí, deben su m uerte al vibrión colérico y no a las malas condiciones de
vida, que son las que viabilizan y potencian la epidemia.
Viruela, peste bubónica, tifus, lepra, tuberculosis, paludismo, fiebre am ari­
lla, sarampión y hasta gripe, todas ellas importadas de Europa, provocaron estra­
gos en América.
En la vulnerabilidad inmunológica jugó un papel im portante el quiebre
psicológico. La desvalorización de su patrimonio cultural, sus templos arrasados,
sus dioses negados, sus mujeres violadas, la degradación al plano de la esclavitud,
y tantos factores más los llevaron al límite de la fragilidad e indefensión. La
disminución de su autoestima se expresaba en la falta del deseo de procrear y de
vivir. Esto generaba una actitud de resignación que, sim ultáneam ente, colocaba a
los invasores en el lugar de la superioridad. Si ellos no morían por las pestes tal
vez su Dios era el verdadero. La misma confirmación valía para que los españoles
reafirm aran que todas las desgracias que se abatían sobre los infieles eran un
castigo divino. “El que los indios mueran como moscas es prueba de que Dios está
del lado de los que conquistan. Quizá los españoles prejuzgaban un poco respecto
a la benevolencia divina frente a ellos; pero, en su concepción, el asunto era indis­
cutible.” (Todorov, 1992:146)
Junto con los virus, los españoles introdujeron una serie de hábitos que
condujeron a los mismos resultados. El alcohol y las drogas eran utilizados ritual­
mente en muchas de las culturas precolombinas. Los españoles descontextualizaron
el uso ritual y las transformaron en verdaderas arm as de dominación, alcoholizando
y drogando a los indígenas como incentivo para el trabajo servil, generando una
adicción que anulaba su capacidad de acción y reacción. Esta larga cadena de
m uerte llega hasta nuestros días tal como lo atestigua la m atanza masiva de 73
indígenas Yanomami del Brasil en agosto de 1993, a manos de los garimpeiros, los
modernos buscadores de oro, herederos de los bandeirantes paulistas que, a co­
mienzos del S XVII, avanzaron sobre territorios indígenas hasta encontrar el oro
de M inas Gerais.
Pero la m uerte no es sólo desaparición física, también se “m ata” a un pueblo
cuando se desconoce sus valores, sus creencias, y en definitiva, se niega su cultura.
Esto es lo que la literatura antropológica llama etnocidio, que como dice el antro­
pólogo francés Pierre Clastres es la muerte del alma de un pueblo.
En la conquista de América uno de los pilares ideológicos del sometimiento
fue el discurso de la Iglesia Católica, que al tiempo que legitimaba las acciones de
los conquistadores, destruía la armonía del orden preexistente en las sociedades
indígenas. Su desempeño fue mucho más importante que el del ejército, al menos
hasta las últim as décadas del Siglo XVIII.
A pesar de que muchos representantes de la Iglesia, asumieron una actitud
crítica y de denuncia hacia los abusos que cometían los encomenderos, —recorde­
mos la prédica vehemente en defensa de los derechos elementales de los indígenas
de Fray Bartolomé de las Casas—, la acción evangelizadora no representó una
alternativa sino sólo una modalidad diferente del ejercicio de la dominación colo­
nial.
Para describir la relación entre los misioneros y los indios, es clarificador el
siguiente párrafo del libro México Profundo, del antropólogo Bonfil Batalla: “El
sentido de propiedad que desarrollaron los misioneros en relación con los indios
llegó a ser tan absoluto que en ocasiones emplearon a “sus ” indios como fuerza de
choque para expulsar a frailes de otra orden que habían osado establecerse en lo
que los primeros consideraban su coto privado de caza —así fuera cacería de
alm as—. No eran ajenos a estas luchas internas otros motivos menos piadosos,
como el usufructo de los diezmos y de los diversos servicios personales de los
indios. Para gozar estos beneficios del siglo, los religiosos no rechazaban el uso de
la violencia: la Ju n ta Eclesiástica de 1539 se vio obligada a prohibir que los frailes
apresaran y azotaran a los indios”. (1990:131)
Lo que resume la acción de la Iglesia es, en definitiva, el ejercicio del control
social sobre la población americana, que incluía el control de recursos como la
tierra, constituida la Iglesia en propietaria latifundista.

4
196 4
I

GRUPOS ÉTNICOS EN LA ARGENTINA


En el año 1527, Sebastián Gaboto fundaba a orillas del río Carcarañá, el
prim er emplazamiento español en nuestro territorio, el “fuerte” de Sancti Spiritus.
Muy lejos de su saber, e incluso de su imaginación, él estaba inaugurando una
etapa nueva y conflictiva para los hombres que, hace unos 9.500 años, poblaron de
norte a sur el suelo argentino.
Poco le im portaba la historia y la vida de aquellos pobladores que, sorpren­
didos y desconfiados, veían llegar las naves. Para Gaboto, como para casi todo el
resto de los recién llegados, la búsqueda de riqueza era una verdadera obsesión;
el oro y la plata, reales o soñados impregnaban todo: el río se llamó de La Plata,
el país Argentina.
Sin embargo, no transcurrió demasiado tiempo para que los españoles em­
pezaran a valorar la mano de obra indígena que, junto con los esclavos negros,
integraban un factor económico fundamental en el desarrollo colonial.
Uno de los grupos indígenas más rápidam ente sometidos en el Río de la
Plata fueron los guaraníes. En 1537, Salazar de Espinosa funda Asunción, en
pleno territorio guaraní y empieza la violenta dominación.
Apenas dos días después de la fundación, un terrible enfrentam iento term i­
na con la resistencia de la parcialidad de los Lambaré. Nos cuenta el cronista
Ulrico Schmidel: “Y cuando nos pusimos cerca de ellos les hicimos una descarga
con nuestras bocas de fuego; esa que la oyeron y vieron que su gente caía al suelo,
y que no asomaban ni jara ni flecha alguna y sólo si un agujero en el cuerpo, se
llenaron de espanto, les entró miedo y al punto huyeron en pelotón y se caían unos
sobre otros como perros; y tanto fue el apuro de meterse en su pueblo que como
unos doscientos cayeron ellos mismos en sus ya dichos hoyos durante el descala­
bro”. (Rodríguez Molas, 1985:45).
Alimentos y mujeres eran los primeros tributos exigidos. Luego vendría la
explotación de la mano de obra, sobre todo cuando en 1545 se descubrió la fértil
m ina de plata de Potosí. Mediante una esclavitud encubierta, las minas devoraron
sin piedad la vida de miles de indígenas y también de esclavos africanos. Decimos
encubierta porque desde 1537, mediante una Bula Papal se había prohibido la
esclavización de indígenas, en ella se reconocía que los indios tenían alm a y ade­
más eran seres racionales.
Los negros quedaban excluidos de los “beneficios” de la Bula Sublimis Deus.
Ellos constituyeron la mano de obra fundamental para la explotación azucarera
del nordeste de Brasil y posteriormente se incorporaron al trabajo en las minas
españolas, cuando ya comenzaba a diezmarse la población indígena.
Desde principios del siglo XVI, la mano de obra esclava comenzó a difundir­
se por todo nuestro territorio. En un principio los esclavos eran introducidos por

I 197
Panam á pero el alto costo de los traslados determinó la búsqueda de una alterna­
tiva: el puerto de Buenos Aires. Claro que esta no era la vía legal, durante todo
el siglo XVII floreció el tráfico ilegal y miles de esclavos negros procedentes de
Brasil llegaron al Río de la Plata. De esa manera, nuestra región se integró al gran
negocio del comercio esclavista, que sucesivamente manejaron portugueses, holan­
deses, franceses e ingleses. En las regiones de Tucumán, Córdoba y Buenos Aires,
su presencia sería notoria a lo largo del siglo XVIII y hasta entrado el XIX. Basta
señalar que, por ejemplo, en Tucumán la población negra representaba para 1778
el 64% del total, siendo más de la mitad en Catamarca y Santiago del Estero y el
25% en la ciudad de Buenos Aires.
La transformación económica de la región que sobrevino al descubrimiento
de la plata de Potosí cam biaría la estrategia de poblamiento que la Corona tenía
para nuestro territorio. Buenos Aires se convirtió en una im portante salida del
m etal hacia Europa y se intensificaron los esfuerzos por ocupar efectivamente
cada vez más territorio y dominar a los indígenas e incorporarlos como fuerza
laboral.
Indios y tierras fueron lo único que esta región ofreció a los conquistadores.
Las mejores tierras quedaban en manos de los blancos y a los indios se los m an­
tenía en cierto aislamiento para evitar el mestizaje y sobre todo para controlarlos
y evangelizarlos.
Del mismo modo que en otras partes de Hispanoamérica, la encomienda, la
m ita y la creación de Pueblos de Indios y reducciones constituyeron las formas de
sistematización de las relaciones de españoles e indios.
El decrecimiento demográfico de la población indígena argentina, en los
primeros 150 años de la Colonia habla claramente de la situación opresiva que
sufría. Según algunas estimaciones los 300.000 indios que había hacia 1570 h a­
brían descendido un 17% en sólo 80 años (Rosemblat, Angel, 1982:40).
Como sucedió en el resto del continente, no sólo aumentó la mortalidad sino
que también cayó el índice de natalidad. La alta mortalidad fue, como lo señala
Roberto Mellafe, una consecuencia del complejo trabajo-dieta-epidemia, que ya
describiéramos al hablar de los grupos indígenas del continente en general. Para
el decrecimiento de la natalidad el primer factor explicativo es la destrucción de
la unidad familiar. Los traslados forzosos afectaban a menudo a toda la población
masculina en edad productiva y, obviamente, reproductiva. A esto se sum a el
impacto emocional y psicológico del sometimiento al que también ya hiciéramos
referencia.
A medida que disminuyeron los indios aumentaron los esclavos negros. Dice
Hilda Sábato: “Indios, mestizos, negros, mulatos y zambos eran la mano de obra
por excelencia en esta sociedad estratificada. Así, es interesante destacar que en
las áreas donde existía una importante población indígena dominada, la presencia
de negros no era significativa m ientras que, por el contrario, cuando aparecían
pocos “naturales”, la proporción de negros era mayor”( 1982:55).
Un dato interesante y mal conocido por los argentinos, es el de la im portan­
te proporción de negros libres que vivían en las ciudades del interior, lo cual hace
aún más difícil comprender, cómo es posible que no haya una continuidad de la
presencia de este grupo étnico hasta nuestros días. Un rápido “racconto” de lo
sucedido en el Siglo XIX, tal vez esclarezca esta cuestión.
En 1813, la Asamblea General establece la Ley de Vientres, por la que se
otorga la libertad a los niños nacidos después de esa fecha, sin embargo, se regla­

198
m enta también el llamado derecho de patronato, por el cual los niños quedaban
hasta los 20 años bajo la “protección” de sus amos. En definitiva las modificaciones
concretas son pocas.
Recién en 1853, la Asamblea Constituyente dispondrá la libertad total de los
esclavos. Por otra parte, la necesidad del reclutamiento militar, luego de la rup­
tura con España, se salda en buena medida con la población negra que en 1813
representa más de la cuarta parte de la tropa regular. Más de 1500 hombres
negros forman dos de los regimientos del Ejército de los Andes. En una carta del
11 de febrero de 1816 San M artín daba cuenta de lo difícil que le resultaba inte­
grar amos y esclavos en una misma línea de combate. Ya sobre el fin del siglo
reaparecen los negros luchando en la guerra de la Triple Alianza o en la Conquista
del D eserto. Pero el golpe final llegaría en 1871, cuando la epidemia de fiebre
am arilla irrumpió en los hogares de los más humildes e indefensos pobladores de
Buenos Aires: los negros.
La población indígena que tozudamente resiste y perdura en nuestro terri­
torio, cuenta en la actualidad con un total de al menos 500.000 individuos. La
cifras son estim ativas porque, aunque estamos en uno de los países de América con
más antigua tradición censista, los indios no figuran discriminados del resto de la
población. Y no se trata justam ente de una medida igualadora, más bien una de
las formas, no muy sutil, de negar al indio. Así lo advierte Dolores Juliano cuando
da cuenta de esto, recordando que el único censo indígena del país, realizado en
1966/67, fue tan imperfectamente aplicado que apenas podemos confiar en la cifra
de 250.000 aborígenes resultante del mismo. (Juliano, 1987:67)
El desconocimiento institucionalizado de la realidad indígena, reafirm a
Juliano, está presente en la caracterización del “sentido común” para el que en
prim er lugar, en la Argentina no hay indios, o son muy pocos; los que hubo no
fueron eliminados sino que se integraron, lo que contradice otra de las afirmacio­
nes del “sentido común”: la Argentina es un país de blancos, etc. y finalm ente, el
tercer enunciado que parte de un supuesto discriminador, al que hiciéramos refe­
rencia cuando hablamos de los estereotipos que dividían a los pueblos aborígenes
en “altas” y “bajas” culturas y que se sintetiza diciendo que los indios de nuestro
territorio tenían muy bajo nivel cultural.
Todas estas afirmaciones revelan el grado de ignorancia que existe y ha
existido en nuestro país acerca del tema indígena. Pero, como dice Peter Worsley,
la ignorancia no es sólo falta de interés. Forma parte del discurso negador que
legitima la indiferencia ante la evidencia del genocidio y del etnocidio cometido
contra los pueblos autóctonos de América, tanto en la etapa colonial como en el
período republicano.
Producidas las revoluciones independistas, la situación de los indígenas
no cambió sustancialm ente. En una carta escrita en 1815, Bolívar reflexiona
acerca de lo difícil que era legitim ar una revolución que no restauraba en el
poder a las víctim as de la usurpación sino a los hijos de los invasores, es decir
a los criollos.
En general, la política del estado nacional para con los grupos indios ha
oscilado entre la represión o el paternalismo, aunque la actitud más común ha sido
la indiferencia.
Paradigm a de la represión fue la llamada Conquista del Desierto iniciada
con la ocupación de Choele Choel el 25 de mayo de 1879 por las tropas comandadas

199
por el Gral. Julio A. Roca. Como señala Raúl Mandrini “el nombre de Conquista
del Desierto, encierra una contradicción, pues a un desierto no es necesario con­
quistarlo, simplemente se lo ocupa. Pero en realidad tanto en el aspecto geográfico
como en el humano, el territorio conquistado no era un desierto”. (1987:311)
Es posible establecer una correlación entre la forma de establecer el some­
timiento y las necesidades económicas que impulsaban al poder. Cuando lo reque­
rido eran las tierras para la ganadería ovina, como en el caso de la Patagonia,
actividad que por otra parte demandaba muy poca mano de obra, la acción era de
m uerte y arrinconamiento o traslado de las comunidades aborígenes. Según M.
Fernández López, allí se consumó, mediante “...la apropiación de la tierra, la pri­
mera privatización en la historia. En la Argentina, la previa eliminación del abo­
rigen y la adquisición de tierras por el Estado se llamó, genéricamente, civilización
o Conquista del Desierto. Conquista seguida de privatización: setenta años llevó
privatizar la tierra más rica, la pampa, desde la época de Rosas a la segunda
presidencia de Roca...” (1991)
Allí donde era necesario contar con mano de obra abundante y barata, no se
aplicaba una política de exterminio total. Tal fue el caso de las llamadas Campa­
ñas m ilitares del Norte, la primera en 1884 y la última y definitiva en 1911, cuyo
objetivo priorizado era “pacificar” a los indios. La “pacificación” era la forma oficial
de denominar el proceso de reducción y disciplinamiento de la mano de obra.
Analizaremos más profundamente este tema cuando veamos la situación actual de
un pueblo Wichí en la provincia de Formosa.
En la actualidad en nuestro país hay un total de 14 grupos étnicos distri­
buidos en diferentes provincias de la siguiente manera: Toba en Chaco, Formosa
y Salta: 60.000; Pilagá en Formosa: 5.000, Mocoví en Santa Fe y Chaco: 7.300;:
Wichí en Formosa, Salta y Chaco: 80.000; Chorote en Salta: 900: Chulupí en Salta:i
1.200; Guaraní en Misiones: 2.900; Chiriguano en Salta y Jujuy: 21.000; Tapíetej
en Salta: 600; Chañe en Salta: 1.400; Mapuche en Neuquén, Río Negro, La Pampa,
Chubut y Buenos Aires: 90.000; Tehuelche en Chubut, Santa Cruz y Tierra del!
Fuego: 1.000; Diaguita en Catam arca y Tucumán, Santiago del Estero y La Rioja:
6.000; y finalm ente Kolla en Jujuy y Salta: 170.000. En total suman 447.300:
indígenas en la República Argentina, según datos recientes de la Pastoral Abori­
gen —ENDEPA—. (cit. en Balazote, A. y Radovich J., 1992:11)

El Potrillo, un pueblo Wichi


Los Wichí, también conocidos como Matacos, son un grupo aborigen que
habita en las provincias de Chaco, Salta y Formosa. La mayoría de su población
se concentra en el oeste de Formosa.
En esta región se encuentran una serie de poblados que en promedio no
exceden el millar de habitantes, alineados varios de ellos sobre las márgenes de los
dos grandes ríos del área: el Bermejo y el Pilcomayo.
Una de esas comunidades, El Potrillo, será el centro de este análisis aunque,
mucho de lo que se describa y concluya será válido para comprender las condicio-J
nes generales de vida de los demás grupos aborígenes argentinos.
Más de la mitad del total de la población del oeste formoseño es de origen!
Wichí, con un porcentaje menor de Toba y de Pilagá.
E sta región, habitada por aborígenes desde tiempos prehispánicos se convir-

200
ítió, con la llegada del "hombre blanco”, en una zona de refugio o de acorralam iento
p ara estos grupos autóctonos. La delimitación de la expansión del blanco respondió
claram ente a la falta de interés económico en estas tierras, consideradas poco
productivas.
Son poco aptas para la agricultura por la calidad del suelo y por la alternan­
cia de períodos de sequía con inundaciones frecuentes de los grandes ríos, cuyos
cursos varían impredeciblemente. Estos problemas de irrigación natural, tampoco
se solucionan m ediante perforaciones debido a la cantidad de arsénico contenido en
las napas subterráneas más superficiales. A estas desfavorables condiciones n atu ­
rales, se agrega la destrucción del ecosistema por acción de la explotación irracio­
nal de los recursos. La tala indiscrim inada del monte sin una política de
reforestación, principalmente de quebracho para la extracción del tanino para la
industria del cuero y para durm ientes del ferrocarril, ha modificado el paisaje y el
clima.
El sobrepastoreo del ganado vacuno contribuyó a la erosión del suelo. Desde
la década de 1930 hasta comienzos de la del ’60 hubo un auge de la ganadería en
la zona propiciado en sus orígenes por la demanda de carnes de Bolivia y P ara­
guay, en circunstancias de la guerra entre ambos países por la disputa del Chaco
BoreaK 1932-35).
Otros factores que contribuyen a la baja rentabilidad de la tierra son los de
carácter infraestructural. La precariedad de la red vial que comunica los distintos
poblados entre sí y con los centros urbanos más im portantes, y, un ram al ferrovial
que comunica Embarcación (Salta) con la ciudad de Formosa con una frecuencia
sem anal, aislan la región. A esto se agregan deficiencias estructurales de otra
índole, por ejemplo sanitarias y de provisión de servicios, electricidad, red de agua
potable, etc. Esto explica por qué grandes extensiones del oeste formoseño han
perm anecido bajo el dominio fiscal sin que se haya consolidado la propiedad pri­
vada. A diferencia de lo ocurrido en otras regiones del país habitadas por aboríge­
nes (v.g. Patagonia), la tierra no constituyó un factor de interés en sí misma, sino
m ás bien algunos de sus productos dentro de los cuales se incluyó la mano de obra
indígena como un factor económico más.
Esa fuerza de trabajo financió el surgimiento de agroindustrias como la del
azúcar, en Salta y Jujuy, o el algodón en Formosa y Chaco. En un documentado
estudio histórico acerca del surgimiento de la industria azucarera (Conti, V. et. al.
1988), se da cuenta del hecho de que el grueso de la mano de obra estacional desde
1880 a 1930 eran aborígenes chaqueños, en especial Tobas y Wichí. "... la de los
matacos, principalm ente, es la más preferida, pues son los más hacendosos, hábi­
les y útiles y acaso también por su ignorancia que permite explotarlos en sus
jornales”, informaba Vidal, inspector del D epartam ento Nacional de Trabajo en el
Boletín No. 28 de 1914. (En Conti, V. op. cit.)
El reclutam iento de mano de obra indígena comenzó, tal como lo mencioná­
ram os, a partir de las Cam pañas militares al Norte. La prim era implicancia fue
la destrucción del sistem a económico autosubsistente basado en la caza, la pesca
y la recolección, complementado por una horticultura a pequeña escala de anco,
maíz, sandía, etc. La competencia con la ganadería criolla redujo los territorios de
caza y los cursos de agua comenzaron a ser controlados en gran medida por los
puesteros.
El ejército cumplió un rol fundamental como aprovisionador de mano de
obra barata, actuando ya sea como tutor de los indios o como representante de los

201
ingenios. Habitualm ente los contratos de trabajo se firmaban entre m ilitares y
personal de los ingenios. El salario, siempre menor que el de los otros trabajadores,
se pagaba parte en efectivo y parte en mercadería. Para el entrenam iento de la
mano de obra *e crearon reducciones como Napalpí (1911) y Bartolomé de Las
Casas poco después. En el oeste de la provincia, una serie de misiones religiosas,
m uchas de ellas anglicanas, aglutinaron a los W ichí en un inten to por
sedentarizarlos e incorporarlos a la actividad agrícola, lo que a la larga fue una
forma más de calificar la mano de obra barata. La iglesia con las misiones y el
ejército como intermediario para los conchabos, ambos parapetados en la retórica
de alejar a los indígenas de la miseria y la holgazanería, e introducirlos en nuevos
hábitos de trabajo y consumo, confluyeron en este proceso. Cerca de 100 años
después el balance indica que si tales eran los fines, sólo algunos se cumplieron:
de la miseria no se han desprendido, y, en cambio, los hábitos de trabajo y consu­
mo son otros.
La contratación de Wichí empezó a disminuir bruscam ente en la década del
’30 como consecuencia de su reemplazo por campesinos bolivianos que, a raíz de
la guerra con Paraguay migraron, aportando una fuerza de trabajo más calificada
para la agricultura. La crisis de la industria algodonera en la década del ’60
también disminuyó las posibilidades de salarización de los Wichí. Sin embargo, el
ingreso en una economía monetarizada y la dependencia de consumo de bienes no
producidos por ellos mismos como yerba, azúcar, grasa, harina de trigo, medica­
mentos, etc. es un proceso sin retorno que obliga a una búsqueda perm anente de
ingresos en forma de salarios. Sim ultáneam ente y hasta nuestros días se sigue
recurriendo a la caza, la pesca y la recolección como formas complementarias
fundam entales en la reproducción de la fuerza de trabajo. Esta persistencia no es
la expresión de un rasgo que esté genética o am bientalmente prefigurado por la
cultura. Tampoco es producto de una elección librada a la voluntad social del|
grupo. Sin negar la profundidad histórica ni el arraigo ancestral, podemos afirmar'
que ésta actividad económica es la única alternativa viable para sobrevivir durante!
largos períodos del año.
En la actualidad siguen siendo requeridos para trabajos estacionales en el
este de Salta. La cosecha de naranjas y/o la recolección de porotos en el área de
Pichanal reciben una im portante cantidad de braceros por períodos no inferioresi
a dos meses.
Según los relatos de informantes Wichí que en 1989 concurrieron a ia
“poroteada”, las condiciones de trabajo no difieren demasiado de las de principio
de siglo. El reclutamiento es llevado a cabo por contratistas que recorren las
comunidades en camiones a los que van subiendo los trabajadores para su trasla­
do.
Después de un viaje en condiciones infrahum anas, llegan a los campamen­
tos de cosecheros donde se les provee un machete y se les da consigna de construir­
se una vivienda. Normalmente es una “enram ada”, una vivienda precarísima de
troncos y ram as que sirve de “hogar” durante los casi dos meses que dura la
cosecha. El pago se hace por hilada recogida. Si llueve durante este período pier-,
den el jornal y al mismo tiempo deben pagarse el alimento que consumen. La¡
provisión del mismo, tal como era en la época del trabajo en los ingenios, la¡
realizan los propios contratistas, quienes al fin de la cosecha descuentan del sala-¡
rio el gasto en mercaderías cuyo precio fijan arbitrariam ente.
Hombres, mujeres y niños, estos últimos aún a pesar de la legislación labo-'

202
■ral que prohíbe el trabajo infantil, constituyen un peculiar contingente en el que
? se mezclan diferentes grupos étnicos, provenientes de diversas localidades.
Otra actividad económica de la región, que desde 1983 se está desarrollando
es la vinculada con la exploración y explotación petrolera. Distante a sólo 5 km.
de El Potrillo se encuentra el campamento petrolífero de Palm ar Largo, una planta
que ocupaba alrededor de 300 trabajadores. Es importante destacar que YPF no
contrata mano de obra indígena, ni formoseña en general ya que los trabajadores
I provienen de la pcia. de Salta. La empresa justifica esta decisión sobre la argu-
' mentación de que “los indios no tienen hábitos de trabajo ni de cumplimiento de
! horarios”, discriminándolos por su supuesta falta de educación. Para las poblacio-
' nes aborígenes la presencia de YPF no sólo no aporta desde la perspectiva de la
apertura de una fuente de trabajo, sino que además acarrea una serie de perjuicios
sociales y deterioro del ecosistema. En primer lugar, al establecerse gran cantidad
de hombres solos en la zona se ha gestado un circuito de prostitución inédito entre
las jóvenes aborígenes con consecuencias para la salud general debido al incremen­
to de enfermedades de transmisión sexual. El alcoholismo se ha multiplicado
alarm antem ente y la confrontación de modos de vida diferentes genera situaciones
de angustia social sobre todo en los grupos adolescentes.
El impacto medioambiental también conlleva consecuencias desfavorables.
La forma de exploración petrolera a través del uso de explosivos en los sondeos
i produce el paulatino alejamiento de la fauna autóctona disponible para la caza.
| Además para el traslado a los pozos de petróleo o para llevar la m aquinaria de uno
a otro lugar se abren perm anentem ente picadas o caminos en el monte, destruyen-
j do vegetación y favoreciendo el avance de las aguas provenientes de los desbordes
periódicos de los ríos que avanzan por las picadas como si estas fueran nuevos
brazos del río.
A pesar de todas las deficiencias y carencias del medio ambiente sigue
j siendo importante disponer de territorios que aportan recursos fundam entales
I para la supervivencia de los indígenas.
La lucha por la tierra ha tenido en la provincia de Formosa logros mayores
de los que se han obtenido en otras áreas del país. La Ley Integral del Aborigen,
j sancionada en 1984, ha sido pionera en m arcar una nueva línea en m ateria de
legislación sobre la cuestión indígena.
En virtud de este instrum ento legal se entregaron, a partir de 1987, cinco
mil hectáreas en propiedad comunal a las comunidades aborígenes. Este avance,
no es enteram ente significativo desde el punto de vista económico ya que por las
características regionales descriptas no posibilitan un mejoramiento de la calidad
de vida a corto plazo. Serían necesarias fuertes inversiones en infraestructura
impensables dentro del modelo económico actual.
Sin embargo, así se garantiza a los grupos étnicos un espacio vital y se
establece un antecedente fundam ental en tanto reivindicación histórica y políti­
ca.
Esta misma Ley, determinó la creación de un organismo provincial de carác­
ter ejecutivo que entiende en m ateria de salud, educación y producción: el Instituto
de Comunidades Aborígenes (ICA). En él se encuentran representados a través de
directores los distintos grupos étnicos de la provincia: toba, pilagá y wichí.
La estructura política local está centrada en un Consejo Vecinal electivo, un
| cacique y un delegado comunal ante el ICA. El poder del cacique se ejerce hacia

203
el interior de la comunidad, m ientras que el delegado cumple funciones en relación
a las distintas cuestiones extracomunitarias.
La emergencia de esta nueva estructura de poder ha generado prácticas
políticas novedosas en las comunidades indígenas. Se han incorporado a la vida
social nuevos roles y nuevas formas de acción. Esto exige y posibilita cierta capa­
citación pero al mismo tiempo, expone á los iniciados a la manipulación política de
los no indios. ¡
Otro cambio significativo se ha dado recientem ente en el área educativa]
En El Potrillo y en muchas otras localidades de la zona funcionan escuelas
prim arias y algunas secundarias con modalidad aborigen. La m ism a prevé 1í*
enseñanza bilingüe y bi^ultural con la participación activa de docentes aboríge-i
nes. E sta innovación es fundam ental para garantizar la efectividad de la educaJ
ción de los chicos que llegan al ingreso escolar hablando solam ente en lenguá
aborigen, ya que en esta región de Formosa el castellano no es hablado ni por las
m ujeres ni por los niños. Los hombres tienen en general un manejo instrum ental
lim itado del mismo. Lam entablem ente los docentes, en su gran mayoría, no tiej
nen conocimientos de lengua aborigen, supliéndose parcialm ente esta carencia)
por medio del aporte de los auxiliares aborígenes. Tampoco se contempla eficaz-i
m ente la diferencia cultural, por ejemplo, algo tan elem ental como el respeto a
las pautas locales en el uso del espacio no es considerado. Así se impone a lod
chicos la perm anencia en el aula, ámbito diferente, cerrado e inusual para quie­
nes realizan todo el resto de las actividades cotidianas al aire libre. Además, no
se tienen en cuenta, en los programas de estudio, contenidos que recuperen y
revaloricen su propia historia. Si no se consideran todos estos factores, el fracaso
escolar, o la prolongación del ciclo por repetición son explicados discriminatoriamente
por los docentes, para quienes el origen de los problemas está en una supuesta
falta de capacidad intelectual.
En las escuelas medias, los jóvenes se capacitan para ejercer como auxiliad
res docentes o pueden optar por otras especialidades como, por ejemplo, peritos, eq
recursos naturales, en salud, etc.
La incorporación de nuevos saberes puede poner en juego o bien la
autoafirmación de la conciencia étnica o por el contrario generar una identidad
negativa. Sin embargo, esta es una cuestión menor en relación a la problemática
general de los jóvenes. En la primavera de 1989 se registraron en el Potrillo y
algunas localidades aledañas, nueve casos de suicidios en la franja etaria que va
de los catorce a los veinte años. •
Interpretar este fenómeno como una conducta culturalm ente prefigurada,
no sólo es insatisfactorio sino también reaccionario. No se puede dar cuenta de este
tipo de sucesos sin considerar la complejidad de factores socioeconómicos intervi-
nientes. La situación de pobreza extrema, la discriminación étnica cotidiana, y
fundam entalm ente la ausencia de un proyecto de vida viable no pueden soslayarse
en un análisis serio. De no ser así sería imposible establecer la relación y similitud
que este fenómeno presenta con los suicidios de jóvenes indígenas cainguá en el
sur de Brasil, e incluso entre los adolescentes de Villa Gobernador Gálvez en la
pcia. de Santa Fe.
Aún en medio de muchas condiciones adversas, hay esferas en las que los
esfuerzos por mejorar la calidad de vida merecen destacarse. Tal es el caso de la
política de salud llevada a cabo en la región Sanitaria IV que cubre buena parte

204
I
del oeste formoseño. Una m uestra de ello es la eficiencia en la prevención de
enfermedades como el cólera, que a pesar de haberse iniciado en áreas indígenas
vecinas, de la pcia. de Salta, no ha prosperado en Formosa.
En el Potrillo hay un centro de salud que cuenta con un pequeño laboratorio
especializado en la detección de tuberculosis y un precario consultorio odontológico.
El equipo de salud se ha propuesto como meta una participación activa de la
población aborigen. Se han llevado a cabo cursos de capacitación de parteras in-
, dígenas y de auxiliares sanitarios para el control de la turberculosis. De esta
¡ m anera se rescata y revaloriza el saber étnico tradicional, al tiempo que se com­
parte e incorporan conocimientos de la medicina occidental.
Esta descripción de un pueblo indígena del monte chaqueño no agota toda
la información posible y deja, seguramente, una serie de cuestiones abiertas a más
[ profundas indagaciones. Sin embargo, constituye un intento para que en este país,
?tan poco afecto a m irarse a sí mismo, los indios dejen de ser considerados estam pas
[ del pasado.
Ya sea de un pasado histórico, o de un presente que congela las imágenes
| del pasado, destacando sólo aquello que remite a una identidad ilusoria. Pensar a
j los indígenas en la actualidad, compartiendo el presente con el resto de la socie­
dad, es reconocerlos cabalmente como nuestros semejantes. Y semejantes son sus
necesidades, sus deseos y sus angustias.
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:06
NATURALEZA Y CULTURA
NATURALEZA Y CULTURA
M ir t h a L i s c h e t t i
La Antropología se plantea como problema el origen, el desarrollo y las
cualidades de la naturaleza humana. También lo hacen otras disciplinas. Es un
problema cuyo tratam iento presenta muchas dificultades. Desde la filosofía, la
teología y las distintas ciencias, fueron surgiendo conceptos y formulaciones. Es,
como decíamos un tem a de difícil resolución y en él se incluyen prejuicios políticos,
suposiciones personales y compromisos ideológicos, que es necesario ubicar en el
contexto histórico de cada época.
La reflexión acerca de la “naturaleza” de la “naturaleza hum ana”, se inicia
en el siglo XVIII, cuando la idea de evolución natural de nuestra especie es todavía
un tem a de ciencia ficción.
Con Ch. Darwin (1859; 1871), dicha evolución deja de ser una idea para
pasar a ser una teoría científica, construida con la apoyatura de la verificación de
los hechos. Desde ese momento, los seres humanos, dejamos de ser criaturas crea­
das a imagen y semejanza de Dios y empezamos a ser animales, para el conoci­
miento de la ciencia occidental.
En 1885, Topinard, afirma en sus “Elementos de Antropología General”, la
necesidad de una dicotomía entre una antropología zoológica, que se ocupe del
estudio de la especie hum ana y de todas sus variedades, y por otra parte, una
etnografía, que se ocupe de los diversos pueblos de la tierra, dejando de lado toda
consideración anatómica y fisiológica. Desde ese momento, se hace evidente una
división de trabajo, dentro de la antropología, entre una ciencia natural de la
especie hum ana y una ciencia cultural de los pueblos y civilizaciones, asegurando,
de esta manera, el nexo entre las ciencias de la naturaleza y la historia.

211
LA OBRA DE DARWIN: CIENCIA, PODER Y VISIÓN DEL MUNDO
La conmoción que supuso en la Inglaterra del siglo XIX, la publicación de
la obra de Darwin (1859: “El origen de las especies”; 1871: “La descendencia del
hombre”), implicó no sólo a la comunidad científica sino también al público en
general. A partir de ese prim er momento, los enunciados de la teoría de la evolu­
ción enfrentan a los enunciados de la teología, e inician una lucha entre institu­
ciones por el poder de un determinado conocimiento acerca de la vida del hombre.
Incluso estos enunciados —los evolucionistas del siglo XIX— van a ser to­
mados como bandera por los partidarios de posiciones libertarias y socialistas,
politizando la polémica, sacándola de los ámbitos científicos.
Desde el prim er momento a esta teoría no se la circunscribe al campo estric­
tam ente biológico, sino que se la relaciona con la teología, la sociedad y la política.
Podríamos decir que los argumentos que se oponen a la teoría en ese mo­
mento son de dos tipos, los que se refieren a cuestiones puram ente teológicas, y los
que le cuestionan deficiencias técnico-metodológicas: noción de especie y variación,
insuficiencias demostrativas, la teleología.
En cuanto al prim er tipo de argumentos, la obra de Darwin, tiende al
m aterialism o y al ateísmo: el pensamiento evolucionista es visto como un pensa­
miento destinado a term inar con una serie de ideas religiosas. El debate se entabla
entre los creacionistas y los evolucionistas. Más allá de su obra, Darwin, personal­
mente, no entra en esa polémica y se m uestra respetuoso de la Biblia y los dogmas
cristianos, expresando que sus teorías no tenían nada que ver con la explicación
de las últim as causas. Sin embargo, sus seguidores, y entre ellos se destaca E.
Haeckel (1899) van a confrontar duramente con las ideas religiosas. Haeckel afir­
ma que no existe ninguna diferencia esencial entre el hombre y los anim ales y
niega el dogma de la resurrección de los cuerpos y de la inm ortalidad del alma.
En la actualidad, los teólogos reconocen como error de aquella época el
haber tomado a la Biblia como un libro de ciencias naturales, y las relaciones entre
ciencia y religión son de mutuo respeto.
La teoría de la evolución se inscribe en esa corriente ideológica, que unida
a la revolución industrial y a las revoluciones políticas, a partir del siglo XVIII, va
a hacer cam biar los intereses científicos, dando origen a una serie de teorías acerca
de la evolución social y cultural de la humanidad. De teorías, en fin, que am ena­
zaban el orden existente.
Teorías que van a dejar atrás el pensamiento dualista cartesiano: que dis­
tinguía, por un lado, al hombre como “res Cogitans”, dotado de alma y/o razón; y
por el otro, veían al hombre como “res extensa”, mensurable y cuantificable en su
aspecto físico-anatómico.
A fines del XVIII y principios del XIX, una serie de hechos científicos y

212
sociológicos convergen hacia una concepción unitaria del hombre, en la que tanto
la anatom ía y la fisiología como la psicología y la moral son consideradas partes
de un mismo saber: el saber sobre el hombre, saber que va a consistir en pensarlo
como em parentado con los animales, colocándolo dentro del medio natural y dentro
de una historicidad con tiempo y leyes humanas.
La obra de Darwin arranca de estos presupuestos. La situación social del
comienzo de la era industrial (Liberalismo económico) le ofrece el modelo explica­
tivo para el mundo biológico, incluido el hombre. El utilitarismo biológico de su
teoría está de acuerdo con la ideología reinante.
La obra de Darwin va a reforzar la ruptura epistemológica que supuso esta
nueva corriente de ideas.1
Además de la polémica Iglesia/teoría de la evolución, o m aterialidad/espiri­
tualidad en el hombre, la teoría de la evolución va a dar lugar a otra, esta vez, la
que va a enfrentar lo natural con lo histórico o cultural en el hombre, en la que
muchos, simplificando, han querido ver la continuación de la anterior. Pero, que
trata de otra situación, en la que no se discute la m aterialidad del cuerpo del
hombre y la existencia o no del alma, sino la interpretación de sus comportamien­
tos, atribuyéndolos bien a la biología o bien a la historia, en forma exclusiva.
Dando lugar a los determinismos biológico o cultural, entendidos como falacias
metodológicas.
E sta controversia se va a caracterizar por el hecho de que las pruebas
aportadas por cada una de las posiciones van a resultar insuficientes. Y que, en
muchos casos se van a transform ar en reflexiones de tipo metafísico, en el sentido
de que las argumentaciones van a expresar m ás un sistema de creencias que
aseveraciones sostenidas con la fuerza de los hechos.
O sea, que aún hoy, este tema no cuenta con pruebas irrefutables en pos de
una u otra postura, por lo tanto la adhesión a las mismas, continúa siendo prefe­
rentem ente ideológica.
Y en este sentido coincidimos con Ashley Montagu, cuando argum enta que
“los hombres y las sociedades se han hecho de acuerdo con la imagen que tenían
de sí mismos, y han cambiado conforme a la nueva imagen desarrollada por ellos”.
En los tem as que nos ocupan, vamos a poder construir distintos tipos de
sociedades, según pensemos que los comportamientos de los hombres están deter­
minados biológicamente, significando con esto su fijismo, o bien que pensemos que
dichos comportamientos se arm an a partir de la vida social de los hombres, signi­
ficando con esto la posibilidad de transformarlos. Posicionándonos de esta m anera
frente al biologicismo, que es el que más presencia ha tenido en las últim as déca­
das.
Al mismo tiempo, señalamos los límites biológicos que para toda vida hum a­
na, tanto de la especie como del individuo, suponen la enfermedad, la decrepitud
y la m uerte, como así también las potencialidades de la especie: la prem isa bioló­
gica del psiquismo humano: la actividad nerviosa superior, teniendo cuidado en no
identificar actividad psíquica con actividad nerviosa superior. Destacando el hecho,
de que para que se estructure el psiquismo en un sujeto tienen que estar presentes
la sociedad y la cultura.
Por entenderlo de esta manera, nos parece imprescindible la existencia de
investigaciones que profundicen, sin prejuicios, la relación biología/historia, que
hasta este momento (salvo excepciones), el calor de la polémica no ha permitido
hacer.

213
Nos proponemos hacer un recorrido histórico de este debate biologicismo/
historia, que va a partir desde posiciones irreductibles, situadas en la segunda
m itad del siglo XIX, hasta llegar a la actualidad con posturas más conciliadoras,
habiendo pasado por momentos de mucha virulencia y hegemonía de una u otra,
explicitando en cada caso los razonamientos teóricos a que dieron lugar.
La realidad económica y sociopolítica del siglo XIX necesita hallar nuevas
fundamentaciones para la acción. La situación de Inglaterra en la 2da. mitad del
siglo, conduce a la expansión colonial. El país alcanza en pocas décadas un rápido
aumento de población y un incremento económico que permite a un número con­
siderable de personas, elevar su nivel de vida. El aumento de población plantea el
problema de la relación entre población y medios de subsistencia.
Si, como opina M althus,2 los bienes de subsistencia aum entan aritm é­
ticam ente y la población, geométricamente, es necesario prevenir las posibles
situaciones catastróficas futuras. Cada uno debe esforzarse en obtener su parte,
m ediante el trabajo en la sociedad; los pobres, los perezosos, los inútiles no
tienen derecho a vivir a expensas de los demás. Su desaparición es un efecto
beneficioso para la sociedad. No hay que hacer nada para evitar la competencia
entre los hombres en cuanto a los bienes de subsistencia se refiere. (Azcona, op.
cit.).
La teoría que postula el progreso de la sociedad a través de la lucha, lleva
el nombre de “darwinismo social”. Haciendo pensar que es la teoría de Darwin, la
que a partir de 1859 condujo a los científicos sociales, liderados por H. Spencer a
elaborar una teoría con esos contenidos para explicar el funcionamiento de la
sociedad. Cuando en realidad, lo que sucedió, fue lo contrario, fue Darwin quien
se inspiró en teorías sociales, en especial las desarrolladas por M althus, para^-
construir la teoría de la evolución. En sus propias palabras: “Esta es la teoría de
M althus aplicada a todo el reino animal y vegetal”.
Spencer, en 1852 escribe un ensayo al que titula “Una teoría de población”,
es una respuesta a la teoría de M althus. Es de dostacar que su argumentación la
va a desarrollar en términos fisiológicos y no en términos socio-culturales, siendo
como era un estudioso de la sociedad. Sostiene que la inteligencia y la fertilidad
están en relación inversa.
“Las células de la mente y las del sexo compiten por los mismos m ateriales.
El exceso de fertilidad estim ula una mayor actividad mental porque cuanto más
gente hay, más ingenio se necesita para mantenerse en vida. Los individuos y las
razas menos inteligentes mueren y el nivel de inteligencia se eleva gradualm ente.
Pero este aumento de inteligencia sólo se logra a costa de intensificar la competen­
cia entre las células de la mente y las células del sexo, y, en consecuencia, se
produce una progresiva disminución de la fertilidad”/(Harris, op. cit.).
. Las exigencias de la lucha por la vida hacen desaparecer a los ineptos y
preservan a los más aptos. Y esto queda dicho seis años antes de que lo publicara
Darwin.
Según H arris, estos acontecimientos servirían para m ostrar, que a fines del
XIX, la tendencia hacia la biologización no tenía nada que ver con el mayor pres­
tigio de las ciencias biológicas. De acuerdo a como ocurrieron los hechos se trataría
de que ambas disciplinas, la biología y las ciencias sociales respondieron de m a­
nera independiente a necesidades ideológicas similares.
En relación, también, con los contenidos ideológicos del liberalismo económi­
co finisecular, Ashley Montagu, señala cómo una determ inada interpretación del

214
mundo animal modeliza una interpretación de la sociedad hum ana. La falsa idea
de que el mundo animal se caracteriza por una feroz lucha por la existencia y que
la sociedad hum ana descendiente directa de ese mundo animal, se caracteriza por
“la lucha, la hostilidad, la competencia desaforada y la agresividad”, van a domi­
nar la escena. La selección natural (Ver: Tapia, Pinotti, Icasate) va a ser mal
expuesta, mal interpretada, hasta el extremo de alejarla de su intención original
por la así llam ada “teoría gladiatoria de la existencia”. La responsabilidad de que
esto haya ocurrido, no recae en Darwin, sino, aunque no exclusivamente, en uno
de los divulgadores de su teoría, el biólogo inglés Thomas Huxley, quien en 1888 -
publicó un artículo titulado “La lucha por la existencia: un program a”. En el que
se leía lo siguiente: “Desde el punto de vista del moralista, el mundo animal se
encuentra en un nivel aproximadamente idéntico al espectáculo de los gladiadores.
A las criaturas se las dispensa de un trato bastante bueno, para ponerlas luego a
lachar —con lo cual, los más fuertes, los más ágiles y los más astutos viven para
luchar un día más. El espectador no necesita indicar con el pulgar hacia abajo,
porque no se concede cuartel”.
Esta escena no guarda relación con el concepto de selección natural, no se
explica cómo a partir de esta lucha se va a producir la evolución del hombre a
partir de animales no humanos. Según ella, cada individuo, cada tribu, cada na­
ción debía resolver el problema de su lucha por la vida. Más que científica, esta
forma de concebir la evolución era una pretendida justificación del liberalismo
económico. Pero planteado de esta manera quedaba como “más dramático, más
fácil de entender y por lo mismo más popular” (Ashley Motagu, op. cit.).
Se habría producido lo que muy bien sintetiza Sahlins cuando dice: “La
naturaleza, imaginada culturalm ente, ha sido usada a su vez, para explicar el
orden social hum ano, y viceversa, en un intercambio recíproco sin fin entre
darwinismo social y capitalismo natural”. (Sahlins, M. “Uso y abuso de la Biolo­
gía”, op. cit.).

215
EL SIGLO XX: LA BIOLOGÍA Y LA HISTORIA

Al comenzar el siglo, el difusionismo alemán, el funcionalismo británico y el


particularism o histórico se van a constituir, ejerciendo la crítica al evolucionismo.
En las primeras décadas de nuestro siglo, F. Boas, A. Kroeber, B. Malinowski,
entre otros, se esfuerzan por diferenciar y fundam entar el nuevo nivel de análisis
de la realidad, sobre el cual fundan y realizan su actividad científica.
Si bien Boas, en su polémica contra los evolucionistas, empieza a argum en­
tar en pos de la existencia de la cultura como un nivel diferenciado, va a ser,
Kroeber, uno de sus discípulos, quien va a llevar dicho argumento hasta sus últi­
m as consecuencias:
“Esto es lo que ha sucedido en el campo de la evolución orgánica y social. La
distinción entre ambas, que es tan evidente que en las épocas anteriores parecía un
vulgar tópico para que mereciera señalarse, ha sido oscurecida en gran medida en
los últimos cincuenta años por la influencia que ha tenido sobre los entendimientos
de la época los pensamientos relacionados con la idea de la evolución orgánica.
Incluso parece correcto afirmar que esta confusión ha sido mayor y más general
entre aquellos para quienes el estudio y la erudición constituyen el trabajo de todos
los días.
...El desarrollo de una nueva especie de animales se produce mediante, y de
hecho consiste en, cambios de su constitución orgánica. En lo que se refiere al
crecimiento de la civilización, por otra parte, el cambio y el progreso pueden tener
lugar mediante la invención, sin ninguna alteración constitucional de la especie
humana.
Pero que la civilización pueda ser comprendida mediante el análisis psicoló­
gico, o explicada por las observaciones o experimentos sobre la herencia, o, que
pueda predecirse el destino de las naciones a partir del análisis de la constitución
orgánica de sus miembros, presupone que la sociedad es simplemente una colección
de individuos; que la civilización sólo es un agregado de actividades psíquicas y no
también una entidad más allá de ellas; en resumen que lo social puede resolverse por
completo en lo mental, del mismo modo que se piensa que lo mental se resuelve en
lo físico.
El amanecer de lo social, pues, no es un eslabón de una cadena, no es un paso
en el camino, sino un salto a otro plano. Puede compararse con la aparición de la
vida en el universo hasta entonces sin vida, el momento en que se produjo una
combinación química entre las infinitas posibles que dio existencia a lo orgánico e
hizo que, a partir de entonces, hubiera dos mundos en vez de uno.”

216
En estos párrafos de “Lo Superorgánico” (1917) se expresa la construcción
de un nuevo nivel de análisis. Pero Kroeber va m ás allá al concebir la completa
subordinación del individuo al medio cultural. Y deja sentadas las bases del “de-
terminism o cultural”. Bidney (1944) acusa a Kroeber de incurrir en la “Falacia
culturalista”: “la tendencia a hipostasiar la cultura y concebirla como una fuerza
trascendental, superorgánica o superpsíquica, que determina por sí sola el destino
histórico humano, (...) la suposición de que la cultura es una fuerza capaz de
hacerse y desarrollarse por sí misma”, (citado por Harris, op. cit. pág. 287). Kroeber
no permanece insensible a las críticas que sus ideas deterministas, expresadas en
el trabajo de 1917 producen entre sus colegas antropólogos. Pero, a pesar de sus
buenas intenciones de tener en cuenta esas críticas, retorna siempre a su postura
inicial de 1917. Altan comenta, que, así, la cultura es concebida por Kroeber, de
modo tal que la acción hum ana deviene ilusoria, por estar totalmente determ inada
por la cultura. Con estas ideas se legitima la situación de manipulación de los
individuos por la sociedad (en el sentido que se “naturaliza el nivel de la cultura”).
Y lo que es más im portante para Altan, el hecho de que esta m anera de pensar la
cultura excluye los problemas de crítica, cambio y conflicto, del nivel de la cultura,
siendo como son estos problemas, constitutivos de la historia de los pueblos.
En el mismo sentido que los autores anteriores (Boas, Kroeber), se expresa
Malinowski en 1931, aunque desde posturas teóricas diferentes. Esto leemos en un
artículo titulado “C ultura” que prepara para la Enciclopedia de Ciencias Sociales:
“...Si solo la biología controlara la procreación humana, la gente se empa­
rejaría según leyes fisiológicas, que son las mismas para todas las especies; produ­
ciría descendencia según el curso natural del embarazo y el alumbramiento; y la
especie animal hombre tendría una típica vida familiar, fisiológicamente determi­
nada. La familia humana, la unidad biológica presentaría entonces la misma cons­
titución a todo lo ancho de la humanidad. También quedaría fuera del campo de
la cultura, como han postulado muchos sociólogos, singularmente Durkheim. Pero
en lugar de esto, el emparejamiento, es decir, el sistema de hacer la corte, el amor
y la selección de consortes está tradicionalmente determinado en todas las socie­
dades humanas por un cuerpo de costumbres culturales que prevalecen en cada
comunidad. Existen reglas que prohiben el matrimonio de determinadas personas
y que hacen deseable, si no obligatorio, que otras se casen; existen reglas de cas­
tidad y reglas de libertinaje; hay elementos estrictamente culturales que se mez­
clan con el impulso natural y producen un atractivo ideal que oscila de una socie­
dad y una cultura a otra. En lugar de la uniformidad biológicamente determinada,
existe una enorme variedad de costumbres sexuales y dispositivos para hacer la
corte que regulan el emparejamiento.”
En este entramado de ideas se va a comenzar a pensar uno de los problemas
que la Antropología se impone como propio de su campo. Nos referimos al proble­
ma de N aturaleza y Cultura. El esquema explicativo de la relación entre N atura­
leza y C ultura en la determinación de la naturaleza hum ana quedó establecido, a
partir de los años 40 de una determinada manera.
Desde el campo de la Psicología Social, autores como O. Klineberg (1940), T.
Newcomb (1950), M. Dufrenne (1953) también van a estar preocupados por la
explicitación de lo humano. Sus esquemas explicativos van a partir de la determ i­
nación de “motivos”, anteriores a la cultura. La teoría de los instintos, desacredi­
tada por la psicología del aprendizaje y por la psicología social será sustituida por

217
una teoría de impulsos y/o necesidades. Se piensa encontrar en ellos: lo pre-social,
lo humano en estado puro. Klineberg propone someter a cada motivo de compor­
tamiento de los hombres, al análisis de un triple criterio: a) examinar en cada caso
si hay una continuidad filogenética (entre los hombres y monos antropoides; b) si
dicha conducta tiene una base bioquímica o fisiológica, e interrogarla acerca de c)
su universalidad, o sea si está presente en todas las sociedades. Después que los
móviles de una conducta hubieran pasado la prueba del triple criterio, se estaría
en condiciones de determinar su “naturaleza” o su “cultura”.3
Dufrenne sostiene que es imposible comprender la naturaleza humana, a
partir de la animalidad, que lo que realmente acaece, es justamente lo inverso, se
comprende a los animales a partir de lo humano.
Para él, lo biológico, en el hombre, es siempre más que lo biológico. Incluso
las necesidades más inmperiosas no son impulsos o mecanismos ciegos, v.g. el
hambre además de ser un impulso fisiológico, puede ser sentido también como una
humillación o como una injusticia. Lo humano para él, se realiza a través del
individuo en situación social.
En la década del 40, los libros de antropología general comenzaban plan­
teándose el tema de la Naturaleza y la Cultura, se esforzaban por poner ejemplos
que demostraran la singularidad de la cultura, como nivel diferenciado, no deter­
minado por la biología, y en especial, utilizaban el argumento de la variedad
cultural como válido para probar la autonomía de la cultura con respecto a la
naturaleza.
Cuando en 1949, C. Lévi-Strauss publica “Las Estructuras Elementales del
Parentesco”, escribe una introducción, que contiene su pensamiento sobre el tema
que nos ocupa, al que considera el punto de partida para comenzar a pensar la
sociedad humana.
Ante la imposibilidad de precisar la situación histórica que marca la sepa­
ración entre Naturaleza y Cultura en las sociedades humanas, pero, reconociendo,
sin embargo, el valor lógico de la distinción entre estado de naturaleza y estado de
cultura, se va a disponer a utilizar dicha distinción como instrumento metodológi­
co, en lugar de negarla o subestimarla.
Para llevar adelante su análisis va a partir de las siguientes preguntas:
¿Dónde termina la naturaleza? ¿Dónde comienza la cultura? Para responder a esas
preguntas va a descartar como inviables los recorridos que intentan encontrar en
el hombre comportamientos preculturales (niños recién nacidos; niños lobos —en
los hallazgos de “niños lobos” se creía ver un “regreso” de esos niños a estados
naturales, al ser abandonados y no socializados por su grupo. Levi-Strauss, sostie­
ne que esto que es propio de otras especies animales, en el hombre no puede darse
porque no existen comportamientos naturales de la especie a los que el individuo
aislado pueda volver por “regresión”. Por ese motivo los niños lobos no pueden ser
considerados testigos de un estado anterior—). Del mismo modo, va a descartar
también aquellos argumentos que piensan encontrar esas respuestas en el análisis
de comportamientos presentes en la continuidad filogenética.
Al referirse a la presencia de similitudes entre monos antropoides y hombre
—“dentro de ciertos límites, el chimpancé puede utilizar herramientas elementa­
les, y en ocasiones, ‘improvisarlas’”—, Lévi-Strauss, señala el hecho de la pobreza,
del esbozo elemental de esos comportamientos en los animales y se sorprende ante
la situación de que a pesar de que no haya impedimento de tipo anatómico para
articular lenguaje en el mono, éste no logre atribuir sentido a los sonidos.
De la observación y análisis de la vida animal, concluye Lévi-Strauss que
“no sólo el comportamiento del individuo es inconstante, sino que tampoco en el
comportamiento colectivo puede encontrarse ninguna regularidad”.
Y aunque reconoce la existencia de constancia y regularidad en los fenóme­
nos tanto de la naturaleza como de la cultura, en el primer caso, dice, representan
el dominio de la herencia biológica y en el otro, el de la tradición externa. “No
podría esperarse que una ilusoria continuidad entre los dos órdenes diera cuenta
de los puntos en que ellos se oponen”.
La originalidad de la postura de Lévi-Strauss consiste en elegir como crite­
rio válido para reconocer la presencia de la sociedad-cultura, la existencia de “la
regla” (construida por la sociedad). “En todas partes donde se presenta la regla
sabemos con certeza que estamos en el estadio de la cultura”.
Y con este criterio construye un análisis ideal en reemplazo de aquella
historia real, que no es posible reconstruir: el momento preciso del inicio de la
hum anidad. “Sostenemos —escribe— que todo lo que es universal en el hombre
corresponde al orden de la naturaleza y se caracteriza por la espontaneidad, mien­
tras que todo lo que esté sujeto a una norma pertenece a la cultura y presenta los
atributos de lo relativo y de lo particular.”
Y encuentra un hecho: la prohibición del incesto, que comparte esas carac­
terísticas de universalidad y normatividad. Se estaría ante la presencia de un
hecho que pertenecería a ambos estados, el de la naturaleza y el de la cultura. La
regla del incesto marca, para Lévi-Strauss, el pasaje de la naturaleza a la cultura,
en la naturaleza hum ana.
Es una regla, pero universal. Está presente en todas las sociedades, aunque
difiera en cada una de ellas por su contenido. En nuestra sociedad la prohibición
del incesto se extiende a padres y hermanos, entre los trobriandeses hay exogamia
grupal, entre los hawaianos la regla prescribe, ordena, el matrimonio entre herm a­
nos, en el antiguo Egipto se autoriza el casamiento con la herm ana mayor y se
condena con la menor, y así podríamos seguir enumerando distintas situaciones.
Este fenómeno posee la universalidad de las tendencias naturales, la pul­
sión sexual y el carácter restrictivo de las leyes y las instituciones.
E sta regla es la regla fundante de la sociedad, en tanto prescribe las rela­
ciones sociales que deben establecerse entre los miembros del grupo.
Así entiende Lévi-Strauss, en la década del 40 la relación entre N aturaleza
y Cultura.
La prohibición del incesto, constituyó la comunicación en su forma simbólica
—dice Wilden—, la “función simbólica” implica que algo ha sido intercambiado,
pero implica un algo simbólico más bien que un algo real (materia). El intercambio
simbólico es la elevación de los procesos de información de la naturaleza, a un
nivel de organización diferente. Así es que, por un lado procede de la naturaleza
y por otro lado, es enteram ente “no natural”. De este modo, el intercambio simbó­
lico en la cultura tiene como función m antener las relaciones en un nivel diferente
del m antenim iento de las relaciones en el ecosistema natural.
La sexualidad hum ana —sostiene Balandier— es un fenómeno social total.
Lo sexual y lo corporal son producidos sorialmente. La conjugación sexual refiere

219
a la unión de dos diferencias, a la complementariedad que implica oposición. De
lo cual resulta toda organización humana.
La antropología moderna toma a la sexualidad como la generadora de la
diversidad de las formas sociales y culturales. Se nos presenta el desafío de tratar
de explicar por qué las diferencias “biológicas” han sido seleccionadas en la cons­
trucción de las divisiones sociales.

220
LA BIOLOGIZACIÓN DE LAS REPRESENTACIONES DE LA SOCIEDAD
En los años 50 van a irrum pir otras posturas, que van a considerar insos­
tenible la dicotomización entre hombre y animal. Van a cuestionar incluso que
fenómenos como mente, lenguaje, sociedad, cultura, existan exclusivamente en el
nivel de la evolución hum ana y los van a hacer extensivos a los no humanos. Los
fenóm enos socio-culturales no van a ser considerados por ellos como algo
superorgánico, producto de la inteligencia del hombre, sino como un elemento más
en el proceso adaptativo, una extensión de su fisiología, que a su vez impone sus
propios límites.
Estos autores no van a asentar solamente los criterios de diferenciación
sobre bases anatómicas, sino que va a ser, principalmente, a partir de estos años,
que van a considerarse fundamentales las investigaciones sobre el “comportamien­
to”, tanto biológico como psicológico.
Esta nueva concepción del hombre y de la cultura es un nuevo desarrollo,
en el cual han influido tanto factores científicos como extracientíficos o de n atura­
leza ideológica. La etología, la sociobiología (Ver: Chiriguini), la primatología (ver:
Tapia, Pinotti, Icasate) van a expresar cada una desde su especificidad, estas
formulaciones.
La preocupación entre psicólogos, antropólogos, sociólogos, lingüistas, crece
frente a la biologización acelerada de los problemas políticos y sociales, que se
manifiesta, no sólo en los discursos científicos sino también en los medios de
comunicación y divulgación y en las prácticas sociales.
Nos parece im portante separar de esta apreciación, a la ciencia biológica,
que tiene por objeto explicitar fenómenos que competen a lo que se llama vida,
separar a los que hacen biología. Distinguirlos de los que asumiéndose como pro­
fetas o mesías utilizan conceptos y representaciones, o sea esquemas explicativos
de los fenómenos, producidos en el nivel de análisis de la biología, para dar cuenta
de fenómenos político-económicos o socio-culturales.
¿Por qué la preocupación? Porque situaciones como éstas, además de obs­
truir el desarrollo de la ciencia pueden tener peligrosas consecuencias en la vida
de la sociedad. Nos parece oportuno recordar el hecho de que los fenómenos de la
naturaleza y de la sociedad acaecen, suceden, siguiendo una dinámica interna. La
m anera de explicarlos es una construcción, si se sigue la metodología científica es
una construcción científica. Esta construcción pertenece a una dimensión distinta
de los hechos que explica. Y la producción de este conocimiento por parte de los
hombres está sujeta a condicionamientos históricos concretos. La ciencia tiene una
historia externa, la de esos condicionamientos, y otra interna, la que hace a la
congruencia de sus propias ideas. Pensemos, por ejemplo, que en el siglo II, el
astrónomo griego Ptolomeo, construye una teoría explicativa acerca de las relacio­

221
nes entre los astros. Según esta teoría, la tierra era el centro de nuestro sistem a
planetario. Este fue el conocimiento que tuvo Occidente hasta 1543, cuando el
astrónomo polaco Copérnico construye su teoría del doble movimiento de los pla­
netas y establece que el centro del sistema lo ocupa el sol y que el resto de ios
planetas giran alrededor del sol y en torno a su eje. O cuando Darwin en 1859
dem uestra que estamos incluidos como especie en la evolución del resto de las
formas vivientes. En estas fechas concretas de los ejemplos, no se produce una
transformación de los fenómenos sino que se produce una transformación en el
conocimiento de esos fenómenos. Cada vez se construye un conocimiento diferente.
La teoría de niveles de análisis de la realidad nos informa que los distintos
niveles van configurándose progresivamente por mayor complejidad en su organi­
zación. Cada nivel coincide con la aparición de nuevas cualidades que no existían
en las anteriores. Los elementos son siempre los mismos, pero difieren las relacio­
nes y la organización que se estructura en cada nivel. Por su parte, los fenómenos
siempre se manifiestan en toda su complejidad, en cada uno de ellos podemos
reconocer hechos físicos, químicos, biológicos, psicológicos y culturales. Pero los
niveles no son empíricos, son metodológicos, queriendo significar con esto que los
objetos son construidos por la ciencia. En cada nivel hay un cuerpo de teoría. Surge
un problema cuando se combinan variables de distintos niveles, cuando se estable­
ce una relación causal entre ellas. ¿Cómo se resuelve? Construyendo una teoría de
vinculación de niveles. Esto que es teóricamente posible es muy difícil de lograr.
Y si bien estamos de acuerdo en la posibilidad de construir una ciencia que exprese
la complejidad de los fenómenos, no podemos dejar de señalar el nudo epistemo­
lógico que supone.
La preocupación lleva a que tratem os de explicitar cómo se elaboran esas
concepciones que la biología extiende a la explicación de fenómenos propios de
otros niveles de análisis, porque se corre el riesgo de que sean tom adas como
instrum ento de poder. Cuando decimos que las representaciones, las construccio­
nes de la biología intervienen sobre lo social, queremos decir por ejemplo que
nociones como selección, jerarquía, orden, basados en un orden “natural”, o los
dones de la herencia y la concepción de las desigualdades programadas, pretenden
cubrir la explicación de la sociedad. La biología se convierte en referencia indiscu­
tible de un orden que deja de parecer sociopolítico, por estar garantizado como
natural.
Hay dos ideas fuertes en estas pretensiones de la biología: a) la “teleología”,
encontrar la finalidad de los seres humanos, de lo viviente, el sentido del mundo,
al considerar positivamente o con optimismo los resultados alcanzados a lo largo
del proceso evolutivo, b) el proyecto de unificar todas las ciencias, de vieja data. El
concepto básico que sostiene estas ideas es el de evolución. Se identifica biología
con darwinismo. Se une la evolución de lo viviente con la historia de las socieda­
des. Las causas prim eras —la evolución ya producida de las especies— se usan
para fundam entar teleológicamenete, las causas finales —-una representación de la
historia de las sociedades basada en la selección y eliminación de los menos adap­
tados—.
Documentamos con una cita de J. Monod: “El azar y la necesidad” (Monod
obtiene el Premio Nobel en 1965, junto a A. Lvvoff y F. Jacob).
“Como todos sabemos, las estadísticas revelan una correlación negativa entre
el cociente de inteligencia (o el nivel de cultura) de los matrimonios y el número

222
medio de hijos. Estas mismas estadísticas demuestran por el contrario que existe
para el cociente de inteligencia una fuerte correlación positiva entre esposos. Situa­
ción peligrosa que conlleva el riesgo de atraer poco a poco hacia una élite, que
tendería a restringirse en valor relativo, el más elevado potencial genético.
Hoy, muchos de los inválidos genéticos sobreviven lo bastante como para
reproducirse. Gracias a los progresos del conocimiento y de la ética social, el meca­
nismo que defendía a la especie contra la degradación, inevitable al abolirse la
selección natural, funciona ya solamente para las taras muy graves.
A estos peligros, frecuentemente señalados, se han opuesto a veces los reme­
dios esperados de los recientes progresos de la genética molecular. Es preciso disipar
esta ilusión, difundida por algunos pseudocientíficos. Sin duda se podrían paliar
ciertas taras genéticas, pero solamente en el individuo que las padece, no en su
descendencia. No sólo la genética molecular moderna no nos propone ningún medio
de actuar en el patrimonio hereditario para enriquecerlo con nuevos rasgos, para
crear un “superhombre” genético, sino que revela la futilidad de una esperanza así:
La escala microscópica del genoma prohíbe por el momento, y sin duda para siempre,
tales manipulaciones. Aparte de las quimeras de la ciencia-ficción, el único medio de
“mejorar” la especie humana sería operar una selección deliberada y severa. Pero
¿quién querrá, quién osará emplearla?
El peligro, para la especie, de las condiciones de no selección, o de selección
al revés, que reinan en las sociedades avanzadas, es cierto. Sólo llegará, sin embargo,
a ser realmente serio a largo plazo, digamos diez o quince generaciones, varios
siglos”
Nos inquietamos ante esta lectura porque vemos que la biología está dis­
puesta a responder a cualquier pregunta que el hombre se formule, produciendo
instrum entos concretos de dominio.
Por otro lado, aunque, reiteramos, no estamos en desacuerdo en la construc­
ción de una ciencia que exprese la complejidad de los fenómenos, eso no equivale
a decir, que esa ciencia sea la biología, con lo cual estaríam os salteándonos
epistemologías y complejidades en aras de un reduccionismo empobrecedor y pe­
ligroso.
Los biólogos que se expresan en este sentido, no tienen en cuenta que los
conocimientos que producen son una construcción social y atribuyen a sus cons­
trucciones el mismo valor, el mismo status que al objeto de su investigación, que
a los fenómenos biológicos.
¿Cómo proceden para fundam entar el universalismo de sus construcciones?
Con un argumento de autoridad camuflado detrás de la ley científica: la evolución
es una ley que se aplica a las leyes de la naturaleza. Ahora bien, la actividad
cerebral es una actividad de la naturaleza; en consecuencia, todo producto de esa
actividad cerebral y en particular lo que dicen los biólogos, entra en el campo de
aplicación de las leyes biológicas.
Un razonamiento de esta índole admitiría la coexistencia de una afirmación
que expusiera lo contrario, ya que sería igualmente el producto de la actividad
cerebral. Por lo tanto, es aquí donde surge la noción: Hay afirmaciones justas y
otras que no lo son. Las justas son las de los biólogos. Los biólogos utilizan su
autoridad social, su posición dominante en el campo de las ciencias, para atribuir
valor de verdad a sus afirmaciones filosóficas, con exclusión de otras formas de
razonamiento: si los biólogos dicen cosas justas es porque están socialmente en
condiciones de determ inar lo verdadero de lo falso y de legislar en la esfera cien­
tífica. Así el positivismo y el reduccionismo aseguran al biólogo una posición de

223
poder, a partir de la cual no se admite más que la racionalidad evolucionista.
(Chauvenet A.:”Biología y gestión de los cuerpos”).
Me parece ilustrativo traer el caso aparecido en un diario de nuestra ciudad
el 25/5/94. En él se informa que unos neurólogos portugueses, residentes en EE.UU.
publican en la revista “Science”, el resultado de sus investigaciones, que determ i­
nan que la conciencia moral tendría su propia región cerebral en la línea media y
ventral del lóbulo frontal, por encima de las órbitas. Científicos argentinos comen­
tan estos resultados y transcribimos la opinión de uno de ellos, el Dr Jorge Colom-
bo, neurobiólogo, investigador del CONICET y director del PRUNA (Programa de
la Unidad de Neurobiología Aplicada): “En realidad, habría que hacer una disqui­
sición sobre el concepto de lo moral. Si una lesión cerebral afecta en una persona
los circuitos que inhiben ciertos comportamientos, la sociedad puede calificar algu­
nos de sus actos como “inmorales”, pero yo me pregunto si es correcto, ya que el
individuo reacciona automáticamente, sin conciencia de lo que hace. Por otra par­
te, un individuo de otra cultura que llega a nuestra sociedad puede ser visto como
inmoral cuando no lo es, por lo tanto hay que tener cuidado cuando se habla de
centros biológicos de la moralidad. Si la conciencia moral tiene localización en el
cerebro también los animales podrían tenerla, ¿Por qué no?”
Por su parte, la Dra. Silvia Kochen, Directora del Centro de Epilepsia del
Hospital Ramos Mejía, dice en el mismo artículo periodístico: “...el lóbulo frontal
cumple un rol im portante en la conducta hum ana, pero la moral depende de con­
venciones sociales. Si una persona pierde los circuitos inhibitorios, tendrá compor­
tam ientos pueriles o hipersexuales, como le ocurre a muchos ancianos, pero no por
eso son inm orales”.
Pensamos que este caso es un ejemplo de pensamiento totalitario por parte
de los biólogos. La biología no se contenta con aportar su punto de vista, sino que
pretende reducir todo a un fenómeno biológico.
Después de los años 60, ese afán totalizador se va a intensificar imponiendo
modelos, cuya m eta común sería la integración de todos los campos científicos por
medio de una metodología unificada de conceptualización. Se trata de modelos
puram ente analógicos, provistos de un vocabulario simple, que permite abordar,
sin más trám ite, la máquina o el organismo, la vida biológica o la vida social.
Lwoff, escribe en “El orden biológico”: “Aparentemente, no hay nada en común,
entre una sociedad molecular y una sociedad humana. Sin embargo, uno no deja
de sorprenderse por la existencia de cierta analogía entre la evolución filogenética
de los organismos y la evolución histórica de las sociedades. En ambos casos inter­
vienen la variación y la selección. Y también las interacciones que gobiernan el
orden molecular y celular, hacen pensar en los fenómenos que aseguran el funcio­
namiento de las sociedades humanas. Tanto las moléculas como los hombres están
sometidos a penosas normas. Finalmente, las moléculas rebeldes y las moléculas
parásitas tienen su equivalente en las sociedades hum anas”.
Monod, por su parte,encuentra en la biología la ciencia capaz de explicarlo
todo, fundando este pensamiento en una doble reducción: la del hombre a una
naturaleza biológica y la de la historia de los conocimientos a un evolucionismo,
que pondría de manifiesto la función principal y preeminente de la biología con
respecto a las otras ciencias.
En su “Lógica de lo viviente”, Jacob afirmaba que: “la variación de las
sociedades y de las culturas reposaba en una evolución semejante a la de las

224
especies y sólo basta con definir los criterios de selección. Lo lamentable es que
aún nadie lo ha logrado.”
Celebramos leer y acordamos con ella, la siguiente respuesta de Jacob, en
un reportaje de L’Express (1981):
L ’Express: Y usted precisa: “una teoría que busca explicar todo, no explica
nada”. ¿Hace usted alusión a los dogmas?
F. Jacob: Ciertamente. El cerebro humano esta hecho de tal forma que busca
que se le de una explicación global de todos los hechos del universo. Eso da mucha
seguridad. Pero una teoría es interesante en la medida en que acepte que tiene un
cierto número de limitaciones. Así como sería decir que en la teoría de la evolución
todo está adaptado a todo estaríamos haciendo de ella un dogma. Sin hablar de las
extrapolaciones externas del darwinismo por las cuales se busca explicar tanto la
evolución cósmica o la evolución química o, sobre todo, la evolución de las sociedades.
El darwinismo social que consiste en explicar y justificar las desigualdades entre los
individuos y entre las poblaciones por una selección natural, aplicadas a las socie­
dades es evidentemente una perversión del sistema, (traducción de Patricia Monsalve).
Pensamos que se impone la necesidad de situar adecuadam ente los avances
de la biología: a) distinguir al conocimeinto biológico como producido socio-históri­
camente. b) salvar el hecho de que cuando avanza este conocimiento y puede
elegirse, por ejemplo, el sexo de un hijo, lo que avanza es la cultura sobre la
naturaleza, c) analizar en profundidad los nuevos conocimientos que nos propor­
cionan la biología sobre la naturaleza hum ana, y articularlos adecuadam ente con
los conocimientos proporcionados por la ciencias socio-culturales, d) diferenciar lo
que pasó en el proceso de hominización de lo que pasó y sigue pasando en la
historia de las sociedades hum anas, e) reflexionar acerca de que ha cambiado la
m anera de conceptualizar a la naturaleza, los fenómenos naturales ya no son
considerados como rigurosam ente determinados, y en cambio se piensa que en
ciertas condiciones se dan autoorganizaciones espontáneas de la m ateria (como
sostiene Prigogine).

225
NATURALEZA Y CULTURA
Es necesario contar con la m aterialidad del cuerpo y con los límites bioló­
gicos que para toda vida hum ana, tanto de la especie como del individuo, suponen
la enfermedad, la decrepitud y la muerte. También es necesario entender las
capacidades hum anas como características de la especie, devenidas en el proceso
evolutivo, pero es aquí donde la naturaleza social del hombre se entreteje con su
originaria naturaleza animal.
“En efecto, el hombre es un animal con atributos únicos: el ser completa­
mente erecto, con una espina dorsal de doble curvatura, barbilla prominente, pies
arqueados, que sirven para andar, son —entre otras— características estructura­
les propias (Ver Tapia, Pinotti, Icasate); pero fundam entalm ente es su cerebro (no
sólo mucho mayor sino, sobre todo, funcionalmente más elaborado que el de cual­
quier otro animal) de donde derivan la mayoría de sus características específicas
y exclusivamente humanas. Y es la evolución seguida por el cerebro de los homínidos
lo que nos perm itirá descubrir en qué momento de este proceso las leyes biológicas
resultarán insuficientes ya para completar su explicación”, (Sirkin, A. op. cit.).
En el prim er estadio de la evolución, dominan, únicas las leyes de la biolo­
gía, pero en una segunda etapa, cerebro, mano y órganos vocales se articularán en
el despliegue de una nueva realidad surgida con el hombre: la de la vida social, el
trabajo y la comunicación simbólica. Durante esta segunda etapa los cambios bio­
lógicos se producen bajo la creciente influencia del trabajo y de los intercambios
verbales que esta praxis produce. El hombre crea una nueva dimensión entre él y
la naturaleza, para adaptarse a ella transformándola y esta actuación es necesa­
riam ente social. La dimensión social pasa a ser así condición de su propia super­
vivencia biológica, y presiona selectivamente en la dirección de los cambios más
favorables p ara asegurar su adaptación y reproducción. El hom bre se va
independizando de los cambios biológicos para quedar de m anera exclusiva bajo las
leyes de la sociedad y de la historia. En los últimos milenios las particularidades
biológicas de la especie no se han modificado, o las modificaciones han sido tan
pequeñas que no han repercutido en las condiciones de la vida social. A partir de
un determinado momento, las transformaciones producidas y acum uladas por el
hombre en el curso de la historia, ya no se fijan bajo la acción de la herencia
biológica, sino bajo la forma de fenómenos externos de la cultura, que se transm i­
ten de generación en generación merced a una capacidad exclusiva del hombre: el
lenguaje simbólico.
Cada sujeto aprende a convertirse en hombre. Para vivir en sociedad no le
basta con lo que la naturaleza le dio al nacer, debe asim ilar además lo que la
hum anidad ha alcanzado en el curso de su desarrollo histórico. El hombre crea y
produce, despliega, a diferencia del animal, una acción transformadora. Transfor­

226
m a el medio en el que vive, de acuerdo a sus necesidades; crea objetos capaces de
satisfacerlo y crea medios para producir esos objetos. En este proceso se modifica
a sí mismo y a los demás hombres. Crea relaciones sociales y las transform a,
produciendo modos de actividad específicos, conocimientos, valores, normas, etc.
Cada generación comienza a vivir en un mundo de objetos y fenómenos
creados por las generaciones precedentes, las que le transm iten ese mundo de
significados y objetos culturales, cuya asimilación le perm itirá adquirir aptitudes
y propiedades específicamente humanas. Pero esta asimilación depende a su vez
de una prem isa biológica: el cerebro humano. Lo cual no significa que el psiquismo
esté “contenido” en el cerebro, ni que pueda identificarse actividad psíquica con
actividad nerviosa superior. La actividad nerviosa superior es el sustrato m aterial
que, en interacción con la sociedad y la cultura, hace posible ese mundo de im á­
genes, ideas, anhelos, sentimientos, actitudes, etc. que se denomina psiquismo.
En las últim as décadas, se produce un avance significativo en las investiga­
ciones sobre neurofisiología del sistema nervioso superior. Estas investigaciones
m uestran que las localizaciones de las funciones psíquicas no son centros cerebra­
les innatos y fijados de antemano, sino que se caracterizan por su dinamismo. El
cerebro es pensado como un sistema autorregulador complejo. Los procesos que
constituyen la base de la actividad psíquica se apoyan sobre todo el sistem a fun­
cional de zonas cerebrales que trabajan en forma conjunta, las zonas correspon­
dientes se integran mediante conexiones neuronales y están dotadas de gran
plasticidad por cuanto pueden reemplazarse y complementarse. Pero lo que inte­
resa señalar es que tales sistemas no están preformados desde el nacimiento, sino
que se constituyen en el curso de la vida en sociedad de cada sujeto. El cerebro
responde a una ley biológica de la especie (genéticamente heredado), pero tiene la
capacidad de producir situaciones de carácter funcional (conexiones neuronales
estables) que se establecen según las experiencias que el sujeto va realizando en
y con el medio social, durante su proceso de asimilación a la cultura. E sta asim i­
lación es un proceso de actividad transformadora por el que se van formando los
procesos internos de una vida mental, de la conciencia, de la subjetividad. Todo
sujeto orgánicamente sano nace con la capacidad para organizar y reorganizar
tales conexiones neuronales. Pero si no hay contacto con un medio social, del cual
nutrirse, para form ar las imágenes psíquicas, la capacidad del cerebro no despliega
su potencialidad. El medio socio-cultural (fuente del psiquismo) no es captado por
el sujeto de m anera directa, sino a través de la intermediación hum ana. La cultura
le es transm itida por otros hombres en el marco de las relaciones que establece con
ellos desde su nacimiento. Esta comunicación se realiza por distintas vías, pero la
fundam ental es el lenguaje verbal, que no sólo tiene la función comunicativa, sino
que es el medio a través del cual se forman las imágenes internas del psiquismo.
(Sirkin,A. op. cit.)
Cuando el infante hum ano nace no aporta solam ente las estru ctu ras
psicofisiológicas heredadas, sino que rebasa los límites de la herencia genética. Es
hereditario aquello que se debe a los genes y constitucional, todo aquello que el
infante trae al nacer, pero que no es hereditario. El feto tiene una vida fisiológica
y psicológica intrauterina. Esta vida prenatal es, en parte, función del “medio
m aterno”, es decir del estado físico y fisiológico de la madre, así como de su estado
psicológico.
Los accidentes de parto y las reacciones psíquicas del niño al nacer pueden
corresponder también a los elementos constitucionales dados. Por esto lo constitu­

227
cional, desborda lo puram ente hereditario. Paradójicamente, se puede considerar
que los elementos adquiridos “in útero”, forman parte del recién nacido, o sea que
la nurtura contribuye a formar la natura.
Por otra parte, no todas las estructuras que constituyen la “naturaleza”
dada están presentes en el momento del nacimiento. La existencia de estadios de
desarrollo locomotor y lingüístico en el transcurso de la prim era infancia, m uestra
que ciertas formas de conducta no aparecen hasta que la organización muscular,
neurovegetativa y cerebral hacen posible su aparición. Diversas investigaciones
han establecido que es inútil enseñar a caminar a un niño antes del tiempo reque­
rido, porque cam inará a su debido momento; y se podría generalizar esta observa­
ción a la adquisición de todas las conductas relacionadas con la maduración.
Ahora bien, la maduración, por su parte, no brinda más que posibilidades
de acción: la actualización de estas posibilidades es función del ambiente. Las
experiencias m uestran que el adiestramiento es inútil antes de una madurez or­
gánica suficiente, pero que en cierto momento se torna necesaria. La posición
vertical pertenece a la naturaleza del hombre, pero el niño no cam inará si no se
le enseña a caminar.
Vemos, entonces que existe una dificultad para distinguir lo adquirido de lo
dado, ya sea al nacer o en el proceso de maduración. Algo dado existe en todo
sujeto, pero no se trata de una naturaleza acabada. (Filloux, op. cit.)
A diferencia del animal, el hombre puede evocar los objetos ausentes aleja­
dos en el tiempo y en el espacio, por medio de la puesta en m archa de diversos
sustitutos: retratos, esquemas, símbolos, signos, palabras del lenguaje, imágenes
m entales, conceptos. El retrato re-presenta (vuelve a hacer presente) a la persona,
la estatua al dios o al santo, el embajador al jefe de estado, el abogado a su cliente,
el actor al personaje, la cruz al cristianismo, el mapa al país, la palabra, la imagen
m ental o el concepto al objeto. (Paulus: “La función simbólica y el lenguaje”).
Se reemplaza la experimentación efectiva sobre los objetos por la experimen­
tación verbal o mental sobre los signos. Esto se produce por medio de la función
simbólica o representativa.
La capacidad de representación o simbolización es propia de nuestra espe­
cie, el símbolo re-presenta a un objeto. Aunque pueden usarse símbolos de distin­
tos tipos, como vimos en el párrafo anterior, el lenguaje constituye el sistem a de
símbolos convencionales más acabado.
“El lenguaje representa la forma más alta de una facultad inherente a la condición
humana, la de simbolizar. Queremos decir con esto, en un sentido muy amplio, la
facultad de representar lo real por un “signo” y de comprender “signo” como repre­
sentante de lo real y consecuentemente establecer una relación de significación entre
algo del uno y del otro.
*
El lenguaje reproduce la realidad: la realidad es producida de nuevo por una inter­
pretación del lenguaje. El que habla hace renacer, mediante su discurso el suceso y
su propia experiencia de el. El que oye, capta primero, el discurso y por su mediación
el suceso reproducido. Así, el intercambio y el diálogo, situación inherente al uso del
lenguaje, confiere al acto del discurso una doble función: para quien habla, reproduce
la realidad; y recrea esta realidad para quien escucha. De esta forma, el lenguaje se
hace instrumento de comunicación intersubjetiva. (Benveniste: Problemas de lin­
güística general)”.

228
Otra particularidad importante del lenguaje es su gran productividad, en la
percepción, y comprensión de palabras y oraciones se encuentra la capacidad de
reconocer estructuras semejantes entre palabras ya conocidas y otras completa­
mente nuevas.
Para la producción real del habla no es necesario que el sujeto posea los
prerrequisitos anatómicos y fisiológicos. En el caso del hombre, tenemos niños que
han aprendido a entender el lenguaje, pero que no pueden hablar. En el caso de
los animales, tenemos aves que pueden hablar, pero que no proporcionan pruebas
de la comprensión del lenguaje.
La adquisición del lenguaje, en el hombre, no depende de la existencia de
estructuras acústicas. Existen muchos ejemplos de gente sorda y ciega que ha
construido sus capacidades lingüísticas sobre configuraciones de estímulos percibidos
táctilmente. La historia de Hellen Keller es ilustrativa de lo que decimos: Esta
niña había perdido la vista y el oído a causa de una enfermedad a edad muy
temprana. A los siete años es tomada a su cargo por una institutriz, Miss Sullivan,
quien va a intentar un método de acercamiento y contacto a través de una de las
vías sensitivas posibles: el tacto. Miss Sullivan hacía que la niña tocara los con­
tornos de los objetos y después escribía la palabra correspondiente en la palma de
su mano. Al comienzo, esta palabra así registrada, era sólo algo físico para la niña.
Hasta que transcurrido un mes de aplicación de este método, mientras jugaban en
el jardín, la maestra escribe la palabra agua en la palma de su alumna, en el
momento que el líquido fluye desde la canilla. En ese instante H. Keller se da
cuenta del lenguaje, se da cuenta de que cada objeto tiene una palabra que lo
nombra. Esas palabras eran más que la realidad física de sentir garabatear la
palma de su mano. A partir de ese momento pasaron a ser símbolos. La niña fue
transformada por esa experiencia: “Me alejé de la glorieta y sus madreselvas,
impaciente por aprender —escribe más tarde H. Keller— Cada cosa llevaba un
nombre y cada nombre hacía nacer un nuevo pensamiento. Cuando regresábamos
a la casa, todo objeto que tocaba mi mano parecía palpitar con vida. Ello se debía
a que veía todo con la nueva y extraña vista que había llegado a mi.” (L.A.White:
La ciencia de la cultura).
La actividad sensoriomotriz y la actividad representativa basada en la fun­
ción simbólica son dos actividades diferentes, si bien la última necesita de la
primera para desarrollarse, sin que sea imprescindible que se trate de una activi­
dad sensoriomotriz específica, por ejemplo vista y habla. Aunque el lenguaje se
expresa en el habla, ésta no lo determina.
Los orígenes del lenguaje auditivo-verbal (habla) se confunden con las de la
humanidad. Luego, en el neolítico, aparece, un segundo sistema de signos, el
visomanual (escritura). El simbolismo gráfico expresa en el espacio, lo que el len­
guaje fonético expresa en la dimensión del tiempo.
En cuanto a la distinción entre el lenguaje animal y el lenguaje humano
pensamos que la distinción pavloviana entre el primer y segundo sistema de seña­
les representa bastante bien la diferencia que media entre unas respuestas regidas
por las típicas leyes de condicionamiento y unas operaciones cognoscitivas donde
imas señales señalan a otras, según reglas. En un caso, el aprendizaje se efectúa
por conexiones consolidadas en virtud de la práctica y de refuerzos ajenos a la
comprensión de la relación entre el estímulo y la respuesta. En el otro, la operación
consiste justamente en comprender tal relación.
Los intentos de enseñar lenguaje a los simios (N.Kellog: Gua, 1968; Gardner

229
i
y Gardner: Washoe, 1968; Premack: Sara, 1971) han demostrado que estos no
poseen capacidad lingüística. Si bien todas las especies se comunican de alguna
m anera, esto es, utilizan signos para transm itir y recibir información; en ninguna
de ellas se presenta el caso de que los signos que uitilizan puedan connotarse con
el significado de otros que han sido acumulados en un sistem a cultural, producido
históricamente. El lenguaje humano es algo más que una simple respuesta a los
estímulos inm ediatos del entorno. Los animales pueden expresar emociones, pero
no pueden hacer referencia directa o específica a ningún objeto. Por eso, cuando
hablamos de competencia lingüística nos referimos, reiteramos, a un comporta­
miento de nuestra especie. La práctica lingüística en el ser humano forma incesan­
tem ente nuevas situaciones, recrea otras, constituyendo una productividad ilimi­
tada.
Quisiéramos concluir con la opinión que sobre el tema que nos ocupa, encon­
tram os en un libro de Biología de reciente edición (Curtis,H. y Barnes, N.S.: Bio­
logía. Panam ericana. Bs.As., 1992):
“La biología de la conducta humana. Es tentador —en verdad, casi irresis­
tible— trazar paralelos entre el comportamiento de los humanos y el observado en
otras especies. H asta qué punto estos conceptos concernientes a la evolución del
comportamiento pueden extrapolarse a la especie hum ana, es una cuestión que se
debate actualm ente. Un grupo de biólogos sostiene que la especie hum ana básica­
mente no es diferente de cualquier otra especie, que nuestros genes son tan egoís­
tas como los de cualquiera, y que si buscamos modificar la conducta hum ana para
el bienestar común, debiéramos comprender sus raíces. Un grupo de opositores
sostiene que m ientras los tempranos antecesores humanos pueden haber sido
gobernados por sus genes en el pasado, los humanos modernos son también pro­
ducto de su cultura y de su experiencia individual y, por consiguiente, aquellos
análisis ya no son válidos. Además, pueden ser peligrosos. Señalan que el concepto
de que la biología determina la conducta hum ana yace en las raíces de todas las
nociones de superioridad racial. Así, ha proporcionado la fundamentación para la
esclavitud, la explotación y el genocidio. Más comúnmente, la noción de que nues­
tra conducta está determinada, hasta cierto grado biológicamente, nos permite
perdonarnos, a nosotros mismos por la violencia, la agresividad, la docilidad y la
codicia, e inclusive, justificarlas.”

230
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Notas
1 Contribuyen también a cuestionar la autoridad teológica y a despejarle elcamino a Darwin,
las nuevas teorías acerca de la edad de la tierra (Hutton, 1778; Lyell, 1830): “poca duda puede haber
de que fueron los Principios de Geología de Lyell, los que liberaron a la mente de Darwin de los grilletes
de la cronología bíblica” (Harris, M., op. cit.).
2 MALTHUS, T. (1798; 1803) era el responsable de pensar que una porción considerable de la
hum anidad estaba para siempre condenada a la miseria por el desequilibrio existente entre la capa­
cidad de reproducción y la capacidad de producción. Se señala que esta idea sobre la sociedad contri­
buyó a forjar en la mente de Darwin el concepto de selección natural.
:s Desde el psicoanálisis surge el concepto de pulsión (TRIEB: Freud, 1905). Trieb e inslinkt se
distinguen on lengua alemana en la obra de Freud. Instinkt se usa para calificar un comportamiento
animal fijado por herencia, característico de la especie. Trieb (pulsión) se establece en la descripción
de la sexualidad hum ana y nombra a un impulso, o empuje proveniente del interior del organismo que
promueve la pregunta ¿se trata de una fuerza somática o de una energía psíquica? La respuesta da
cuenta de un concepto límite entre lo somático y lo psíquico; la pulsión, es para Freud, un representante,
es una especie de delegación enviada por lo somático al psiquismo. (Laplanche, Pontalis: Diccionario
de Psicoanálisis, Labor, 1981.)

*
232
la s o c io b io lo g ía

M a r ía C r is t in a C h ir ig u in i
INTRODUCCIÓN
El propósito que guía este artículo es el de analizar críticam ente la
sociobiología como marco de referencia inadecuado para explicar la naturaleza
humana.
La reactualización en la sociedad del pensamiento biologizante del siglo XIX
podríamos ubicarlo en el tiempo con la publicación del libro de Edward Wilson:
“Sociobiología: la nueva sintesís”, en el año 1975. La obra de este prestigioso
entomólogo puso en marcha una polémica que trascendió el ámbito de la discusión
académica, instalándose en toda la sociedad y generando una corriente de pensa­
miento de gran peso en la actualidad.
El libro de Wilson es una ambiciosa síntesis sobre el comportamiento social
desde los invertebrados hasta los primates, pero, a su vez, el manifiesto de una
teoría que se propone explicar la vida social de los animales, incluyendo al hombre.
Este autor define a la Sociobiología como “el estudio sistemático de la base
biológica de todo comportamiento social”.
En otras palabras, esto significa interpretar la conducta social de los anim a­
les y del hombre, como emergente de su historia evolutiva biológica y sujeta a las
mismas leyes que rigen todo lo viviente.
Se pretende estudiar, en consecuencia, la medida en que el comportamiento
social humano es determinado por genes ancestrales que fueron escogidos y pre­
servados por la selección natural.

235
I. BAJO EL PRISMA DE LA SOCIOBIOLOGÍA

N uestra m irada crítica a la sociobiología se dirige fundam entalm ente a


señalar la falacia de analizar el comportamiento de los hombres por su ser bioló­
gico, condición necesaria pero no suficiente, para entender la diversidad y la pe­
culiaridad hum ana.
En una obra posterior que publicara Wilson en 1980 y que titulara “Sobre
la naturaleza hum ana”, reafirma su concepción con estas palabras: “...ninguna
especie, incluida la nuestra, posee un propósito más allá de los imperativos creados
por su historia genética. Las especies pueden tener un vasto potencial para el
progreso m aterial y mental, pero carecen de cualquier propósito inm anente o una
guía de agentes más allá del ambiente inmediato.,.”.(Wilson, 1980: 14.)
El autor continúa diciendo: “Si el cerebro evolucionó por la selección natural,
aun las capacidades para seleccionar juicios estéticos y creencias religiosas parti­
culares deben haber surgido por el mismo proceso mecánico. Son adaptaciones
directas a situaciones ambientales del pasado en las que evolucionaron las pobla­
ciones hum anas ancestrales o, en el mejor de los casos, construcciones determ ina­
das secundariam ente por actividades más profundas y menos visibles que en algu­
na ocasión fueron capaces de adaptarse a este sentido biológico estricto”. (Wilson,
1980: 14.)
El mensaje sugiere que el comportamiento humano, en toda su complejidad,
puede ser explicado cabalmente por la biología.
La esencia del argumento es, entonces, que el conocimiento de nuestra so­
ciedad debe ser construido en términos biológicos, en la medida que la naturaleza
por medio de la evolución no solamente diseñó nuestros rasgos sino, además,
nuestro comportamiento.
El instinto agresivo, el odio hacia el extraño, la facilidad para dejarse
adoctrinar, serían expresión de esquemas innatos para la supervivencia de la
especie. La disposición de la madre a cuidar a su hijo recién nacido, resulta inofen­
siva; pero los intentos de explicar la tendencia de la gente a agredir a los extraños
o la posición dominante que ocupan los hombres en la mayoría de las sociedades,
a partir de imperativos biológicos, resultan ideológicamente peligrosos e incorrec­
tos desde un punto de vista científico, como se verá más adelante.
La prem isa esencial de este discurso biológico sería, en palabras de Eldredge
N. y Tattersall I., críticos de la sociobiología: “Somos quienes somos porque nues­
tros antepasados fueron quienes fueron”. Y quiénes fueron esos antepasados de
quienes heredam os nuestros comportamientos?
Nada menos que el Australopithecus africano y sus descendientes que hace
3 ó 4 millones de años sobrevivieron en la peligrosas sabanas. “Debemos nuestra
crueldad, al parecer, a este remoto antepasado. Vale la pena repetir que esto es

236
sacar el cuerpo, echarle la culpa de nuestras guerras y crímenes violentos a algún
antepasado remoto, en vez de cargar la censura redondamente donde se debe,
sobre las espaldas del Homo Sapiens, el hombre sabio”. (Eldredge N.,Tattersall I.,
1986.)
Así, pues, el punto de vista biologicista no deja nada fuera de su mirada. Se
ocupa del comportamiento social de los primeros antepasados del hombre y a
través de ese pasado interpreta el presente.
Por otro lado, siguiendo esta línea de pensamiento, se afirm a una corres­
pondencia entre la conducta genéticamente adaptada de los individuos y las
características de las instituciones sociales que conforman la sociedad. La guerra
entre grupos, tribus y naciones sería una expresión de tendencias agresivas in­
natas.
Desde una perspectiva diferente que incluye la cultura como dimensión
exclusiva de la sociedad hum ana, puede sostenerse que el comportamiento de los
hombres no puede ser interpretado sin tener presente la función transform adora
de aquella, que en tanto ámbito de significados otorga sentido a dicho comporta­
miento.
El conocimiento histórico y antropológico nos señala y alerta sobre las dife­
rentes motivaciones que empujan a los hombres a luchar entre sí: idealismo, ven­
ganza, amor a la patria, intereses económicos, por nombrar algunas de ellas.
Sahlins M. señala que “las razones por las cuales luchan los individuos
no son las razones por las que se producen la guerras. Si se expusieran una
tras otras las razones por las que lucharon millones de am ericanos en la Segun­
da G uerra M undial, no se explicaría la existencia o la naturaleza de esa guerra.
Tampoco a partir del mero hecho de su lucha se podrían entender sus razones,
ya que la guerra no es una relación entre individuos sino entre estados (u otras
form as políticas socialm ente constituidas) y las personas participan en ella no
en su condición de individuos sino en su condición de seres sociales y no exac­
tam ente esto sino en una condición social específicamente contextualizada”.
(Sahlins M.,1976.)
Otro aspecto importante del pensamiento sociobiológico está relacionado con
el recurso de explicar la condición hum ana observando el comportamiento animal.
El uso del razonamiento analógico lleva a comparar propiedades o relaciones a
partir de semejanzas aparentes entre las instituciones de los hombres y el compor­
tam iento de los animales. El uso de la misma terminología para referirse a ambos
órdenes, nos introduce de otra manera, en el biologicismo.
Ilustremos con un ejemplo. El macho agresivo de una especie animal cumple
la misma función que en la sociedad hum ana un grupo de choque, las “barras
bravas” rivales en un partido de fútbol o un marido m altratando a su esposa; está
expresando de diferentes m aneras aspectos de la misma propiedad biológica sub­
yacente: la competencia territorial o la dominación sexual.
Al exam inar el discurso de la sociobiológia penetramos en los dominios de
la disciplina que ha logrado los avances más espectaculares de los últimos años,
la biología y a una de sus ram as más exitosas, la genética.
La posibilidad de desentrañar los m isterios del genoma hum ano, de
“clonificar” células embrionarias humanas y obtener artificialmente dos o más
embriones donde solo se hubiera originado uno, de programar tecnológicamente la
naturaleza biológica de los organismos, ubica a la biología como la expresión más
acabada del conocimiento científico de nuestra sociedad.

237
Pero, paradójicamente, son a su vez los propios logros de esta disciplina, los
que en últim a instancia, nos permiten oponernos al determinismo biológico. Cada
hallazgo científico es un avance de la cultura sobre los propios límites biológicos.
Pensemos que aquello que parecía imposible para una generación pasada, se
vuelve probable para la presente y efectivamente posible para la siguiente: la
fertilización in vitro, los implantes de órganos, son ejemplo de ello.
Evidentemente la naturaleza hum ana no puede desvincularse de su base
biológica, pero tampoco como lo expresan los biólogos, está encadenada a ella. Y al
mismo tiempo, no es infinitamente maleable por el medio ambiente y la educación.
“La sociedad hum ana sólo cabe con organismos dotados de un sistem a ner­
vioso tan extraordinariam ente desarrollado como el humano. (Y sólo cabe también
con organismos de talla razonable; los liliputienses de Swift son, por necesidad,
m era ficción, ya que los hombrecillos de diez centímetros no podrían levantar un
instrum ento suficientemente pesado para generar la energía cinética que requiere
desbastar rocas o extraer minerales. Ni podrían tampoco controlar el fuego porque
las ra m ita s que tra n sp o rta ría n como an to rch as se co n sum irían en un
instante. )”.(Lewontin, 1984: 14.)
No podemos dejar de preguntarnos, cómo puede explicarse el interés desper­
tado por la sociobiología.
En prim er lugar, recordemos que habla con la voz de la biología, subyugan­
do no solo a los especialistas de las ciencias biológicas, sino también, a muchos
científicos sociales dentro del campo académico. Y, por otro lado, a la prensa y los
medios de difusión en general.
Suponemos que el éxito del biologismo radica en la naturaleza de la propia
explicación del comportamiento social, de su afirmación de que la sociedad hum a­
na, tal como la conocemos, es inevitable y el resultado de un proceso de adaptación:
“si el actual orden social es la consecuencia inevitable del genotipo humano, enton­
ces nada que posea alguna importancia puede ser modificado”. (Lewontin et al.,
1991: 28.)
Además, la interpretación desde el biologismo tiene las siguientes conse­
cuencias sociales y póliticas. Si la organización social es un resultado de la heren­
cia biológica, entonces nada que altere el orden social puede ser modificado. Pre­
cisamente por esto, la permanencia del statu quo es desde este modelo inevitable.
Del mismo modo que el darwinismo social en la segunda m itad del siglo XIX
pretendió justificar la explotación racial en la teoría de la evolución de la especies,
en la actualidad, en nombre de las leyes genéticas se racionaliza un orden econó­
mico y social. Por lo tanto, la mejor adaptación de la especie es el modo de orga­
nización social y económico vigente en el mundo contemporáneo: el capitalismo.
También pude decirse que la sociobiología nos justifica. Como bien lo expre­
san estos autores: “El gran atractivo del determinismo biológico se debe precisa­
m ente a que es exculpatorio. Si los hombres dominan a las mujeres es porque
deben hacerlo. Si los empresarios explotan a los obreros es porque la evolución ha
desarrollado en nosotros los genes para la actividad empresarial. Si nos matamos
en la guerra, es por la fuerza de nuestros genes para la territorialidad, la xenofo­
bia, el tribalismo y la agresión...También sirve, en el orden personal, para justifi­
car actos individuales opresivos y para proteger a los opresores contra las exigen­
cias de los oprimidos. Esto es “porque hacemos lo que hacemos y porque a veces
nos comportamos como hombres de las cavernas”. (Lewontin et al., 1991: 288.)

238
<*
Es la propia ley de la naturaleza la que sanciona aquello que parecía cruel­
dad hum ana.
Veremos, a continuación, los argumentos a partir de los cuales se busca la
validación científica del modelo biológico del comportamiento social.

239
H. FUNDAMENTOS CIENTÍFICOS DE LA SOCIOBIOLOGÍA

La sociobiología intenta legitimar sus afirmaciones en la teoría sintética de


la evolución, que explica la evolución de los seres vivos basándose en los datos de
la genética, la sistemática (estudio de las especies y su clasificación) y en la
paleontología, (ver Icasate, Pinotti, Tapia). Apropiándose además de los resultados
de dos disciplinas: la etología y la ecología.
La ecología, especializada en el estudio de las interacciones de los organis­
mos con el medio ambiente y entre sí, aportará a la sociobiología sus conclusiones
sobre la dinámica de las poblaciones naturales. Entendiendo por ello, a los diferen­
tes factores de crecimiento: natalidad, mortalidad y los efectos de las migraciones
y emigraciones que ocurren en una población que comparte un mismo medio
am biente y el mismo reservorio genético.
El estudio de las diferentes estrategias adaptativas de una especie en un
nicho ecológico determinado permite interpretar comportamientos sociales antagó­
nicos, tales como el altruismo y el egoísmo, dentro del proceso de la evolución
natural, como veremos más adelante.
Examinaremos ahora los conceptos básicos de la etología, que conjuntamen­
te con los estudios ecológicos, sirvieron a los sociobiólogos para diseñar su teoría,
generalizando las conclusiones sobre el comportamiento de las especies animales
en su am biente natural al comportamiento social del hombre.
Perm anentes analogías explican tanto uno como el otro dentro de la lógica
de la selección natural. Así, observaciones válidas para el comportamiento animal
se trasladan mecánicamente a la sociedad humana.

La etología
La etología hace su aparición en la historia de las ciencias en la década del
30 de la mano de sus fundadores: Konrad Lorenz y Niko Tinbergen. Eminentes
especialistas en el estudio del comportamiento animal, edifican un marco teórico
opuesto a las teorías conductistas dominantes a principio de siglo. Estas teorías
sostienen que el comportamiento es el resultado de hábitos aprendidos y después
convertidos en automáticos.
El modelo explicativo esta basado en la noción de reflejo condicionado y en
los estudios de laboratorio, (ver Lischetti.)
La etología, en cambio, sostiene la existencia de instintos de carácter :nnato
y sus investigaciones son el resultado de observaciones de los animales en su
habitat natural.
La etología es definida como el estudio comparativo de los patrones de com­

240
portamiento. Entendiendo el comportamiento como un programa rígido, resultado
de adaptaciones filogenéticas.
En la m edida que la etología in te rp re ta el com portam iento como
filogenéticamente heredado, incorpora a sus análisis el estudio del comportamiento
social del hombre regido, según los etólogos, por el mismo proceso evolutivo (etología
hum ana).
Estos patrones heredados de comportamiento, denominados habitualm ente
instintos, conducen las acciones del animal en su medio. No caprichosamente. El
animal no es un “juguete” de estímulos externos pero utiliza de ellos la información
adaptada. (Veuille: 19.)
La etología va a afirmar, pues, que los instintos se desarrollaron en el
proceso de evolución de m anera similar a la evolución de los rasgos morfológicos
que identifican a cada especie. Por este motivo, a cada especie, de acuerdo a una
sinergia nerviosa que la caracteriza, corresponde la misma dotación instintiva.
Según lo expresado, los instintos son pautas fijas de comportamiento emer­
gentes del proceso de evolución y de la selección natural, vale decir, innatos.
Idénticos en los animales de una misma especie y semejantes en especies cercanas.
El carácter innato de los mismos le otorga la característica de inmodificables
y compulsivos (una vez desencadenadas, se desarrollan aun ante la desaparición
del estímulo). Y, además, cumplen la función de asegurar la perpetuidad de la
especie.
Modelo de instinto es el comportamiento observado en las abejas cuando
descubren una fuente de alimento: “cuando las abejas “desempleadas” esperan en
la colmena la llegada de un mensajero y finalmente son activadas por éste, que
baila la danza de la miel, el estímulo dado por el danzante las lleva a abandonar
la colmena. Vuelan en una dirección definida y a una distancia determ inada (am­
bos datos comunicados por el danzante) y comienzan a buscar flores, seleccionando
únicam ente las que emiten el arom a transportado por la abeja m ensajera”.
(Tinbergen: 65.)
El carácter innato del comportamiento impide no obedecer el mensaje comu­
nicado a través de la danza y, a la mensajera, dejar de informar su hallazgo a la
colmena. En el “juego” de los instintos no existe la posibilidad de alterar un ápice
el mandato biológico.
Precisemos, además, que una reacción puede ser innata y a pesar de ello no
aparecer hasta que el animal sea adulto. Un ejemplo claro son las pautas de
comportamiento reproductor. Por otra parte, la aparición gradual de una actividad
durante un período lento y prolongado de desarrollo no indica que sea aprendida.
La mejoría gradual de los movimientos de vuelo de las aves, es expresión de un
proceso de desarrollo y maduración. (Tinbergen N., pág. 63.)
H asta aquí, hemos señalado las características generales de los instintos, es
el momento de analizar las causas que los provocan o determinan su aparición. Los
comportamientos instintivos se inician a partir de estímulos desencadenantes ins­
criptos genéticamente. Pueden ser de orden interno, de origen hormonal, respon­
sables del instinto sexual o simplemente, estímulos sensoriales internos que deter­
m inan, por ejemplo, el impulso del hambre (la búsqueda espontánea de comida).
Para Lorenz los desencadenantes son siempre internos, de ahí, que puedan produ­
cirse “en vacío”, sin la presencia de estímulos exteriores. Para otros etólogos, los
instintos pueden ser desencadenados por estímulos de orden externo que actuarían
como disparadores: los animales pueden reaccionar al color, al movimiento* a la
forma que despierta un estímulo visual, al aroma que se desprende de un congé­
nere, al contacto o al sonido que emiten otros animales. Sin olvidarnos que sea cual
sea el estímulo externo, es idéntico como disparador del comportamiento, en todos
los anim ales de una especie:
“Las reacciones de muchas aves a las de presa, cuando estas vuelan, son
desencadenadas por pájaros completamente inocentes. El gallo doméstico lanza
un grito de alarm a no solo cuando pasa un gavilán, sino tam bién como reacción
a la aparición repentina de una paloma o de un cuervo. El tipo especial de
movimiento o la aparición brusca basta para desencadenar la alarm a, a pesar de
que la forma de la paloma es muy distinta de la de cualquier otra ave de presa”.
(Tinbergen: 39.)
En otras circunstancias, los estímulos auditivos provocan comportamientos
de este tipo:
“En ciertas langostas, las hembras en celo se dirigen hacia los machos can­
tores. Pero si bien son atraídas hacia ellos, aunque sean invisibles..., no se fijan en
los machos silenciosos, que incluso pueden estar cerca. Los machos sexualmente
excitados pero silenciados, pegándoles un ala contra otra no atraían ni una sola
hem bra”. (Lorenz K , 1971.) Ejemplo claro del carácter estereotipado y rígido de las
reacciones en los animales.
Es necesario incorporar aquí, algunas observaciones sobre los estímulos
desencadenantes. Generalmente, las reacciones no son iniciadas únicamente por
señales externas, sino que requieren sim ultáneam ente del estím ulo interno.
Tinbergen observó cómo, en invierno y en otoño, los simulacros más perfectos
fracasaban al no estar el animal sexualmente preparado para responder a deter­
m inada señal.
U na pregunta que se han formulado los etólogos instintivistas está referida
a la posibilidad de alguna instancia de aprendizaje dentro de un programa de
comportamiento tan cerrado. Lorenz ha respondido que el aprendizaje solamente
se produce de acuerdo a mecanismos fijos de comportamiento: el ganso “sabe de
modo innato” que debería copular con un miembro de su especie tendido a poca
profundidad en el agua, pero debe “aprender” a reconocerlo según la información
program ada genéticamente.
El descubrimiento de pautas innatas de aprendizaje, permitió a Lorenz de­
sarrollar el concepto de impronta o troquelado. En el animal existen determinados
períodos en los que puede aprender, generalmente en la etapa precoz de su exis­
tencia. Esto es especialmente notable en muchos casos de troquelado sexual: los
gansos recién nacidos puestos en contacto con animales de otra especie, por ejem­
plo patos, pueden grabar detalles particulares de sus nuevos compañeros. Esta
im pronta o grabado provocará que invariablemente dirijan su respuesta sexual a
los animales con los que han ido creciendo. (Lorenz, 1979.)
E sta m irada al mundo de los animales, a través del prism a de la etología,
nos aproxima al concepto de homologías.
Los etólogos al abordar el carácter filogenético de los instintos y la im ­
portancia del estudio comparativo, señalado al principio, han echado mano al
uso de homologías,1 que perm iten establecer la existencia de un probable p aren­
tesco.
La búsqueda de conductas homologas ha orientado a los etólogos a trazar la
evolución de un comportamiento a través de diferentes especies, de la misma

242
m anera que la anatom ía comparada estudia la evolución de un órgano. Así, a modo
de ejemplo, la sonrisa hum ana derivaría de un rictus en los primates.
Los estudios de los etólogos clásicos estuvieron circunscriptos generalm ente
a algunas pocas especies de animales, como insectos, aves, peces, pequeños m am í­
feros como las ratas. Y, sin lugar a dudas, el comportamiento instintivo los progra­
ma totalm ente.En cambio, en especies con un desarrollo m ás complejo del sistem a
nervioso, el comportamiento innato deja un espacio al aprendizaje.
El reconocimiento a la posibilidad de lo aprendido en muchas especies, ha
llevado a los etólogos contemporáneos a abandonar la noción de un esquema rígido
en la conducta animal y estudiarla como resultante de estrategias alternativas
seleccionadas en el curso de la evolución y que responden a objetivos adaptativos
precisos. (Veuille: 22.)
Así se puede entender el comportamiento agresivo del macho defendiendo su
territorio y el de sumisión cuando se aleja del mismo.
Intencionalmente hemos dejado de lado en estas descripciones del compor­
tam iento animal, las perm anentes analogías con la conducta hum ana a que recu­
rren los etólogos enrolados en al corriente instintivista.
Lorenz y sus discípulos al fundam entar sus apreciaciones sobre el compor­
tam iento en la teoría de la evolución no tienen ningún reparo de incluir al hombre
como portador de instintos.
Así, en su libro “Sobre la agresión: el pretendido mal”, describe el compor­
tam iento agresivo en el animal y en el hombre.
Para este autor todo comportamiento social del hombre puede ser biologizado.
La agresión, el altruismo, la sexualidad, el odio, hasta la moral y la ética pueden
ser interpretadas dentro del proceso de selección natural. De este modo: “ Los
historiadores se verán obligados, pues, a encarar el hecho de que la selección
natural determ ina la evolución de las culturas tanto como de las especies”. (Lorenz
K : 239.)
Según parece, tenemos desencadenantes innatos que inscriben nuestras
acciones en el contexto de lo inevitable. Entre ellas, la agresión que está instalada
en la sociedad hum ana de modo semejante que en las ratas. Estas se comportan
afectuosamente dentro de su familia y desatan una violencia mortal cuando se
acerca un extraño identificado por el olor: “(..) llegaría a la conclusión que la
sociedad hum ana esta constituida, de modo muy semejante a la de las ratas,
porque de igual modo son sus componentes sociables y apacibles dentro de su
propia tribu pero se conducen como verdaderos demonios con los congéneres que
no permanecen a su bando”. (Lorenz K.: 262.)
A partir de estas analogías francamente abusivas no nos resultaría difícil,
si las compartiésemos, justificar el odio hacia el extraño, el racismo, el etnocidio,
en la medida que pertenecen al ámbito de lo biológico, de lo inevitable, de la
justificación.
Para finalizar con el análisis de las diciplinas que sustentan a la sociobiología
nos introduciremos en el concepto de selección por parentesco que permitió a los
biólogos sociales encontrar el eslabón que puso un cierre final al modelo biológico.

243
La adecuación inclusiva: solución a una paradoja
En el momento que los biólogos y etólogos se ocuparon de la teoría de la
evolución se plantearon ciertos interrogantes de difícil solución. En un modelo
basado en la supervivencia del más apto como podría explicarse el comportamiento
de las castas estériles en los insectos, la vida asexuada de la abeja obrera siempre
al servicio de su reina, de los machos que con sus amenazas ponen su vida en
peligro, hasta el infanticidio practicado entre los monos, los leones y otras especies.
Rasgos del comportamiento instintivo que impiden dejar descendencia. ¿Cómo pue­
den perdurar en el patrimonio genético de la especie?.
Hamilton W. encontró la respuesta en el concepto de adecuación inclusiva
y la selección por parentesco, de la siguiente manera. Los atributos de abnegación
de las abejas, leones, monos, pueden persistir porque estos animales cooperan en
la reproducción de parientes cércanos. En la medida que se comparten genes con
otros (nuestros parientes), la selección favorecerá la colaboración altruista en la
supervivencia y en el éxito reproductivo.
Este autor agrega que el grado de adecuación no depende del grado de prole
que sobreviva, sino del aumento o disminución de ciertos alelos en la generación
siguiente. En otras palabras, son los genes egoístas los que regulan, por medio del
altruismo (el sacrificio de unos pocos en beneficio del resto), la contribución gené­
tica en la generación siguiente.
En consecuencia, la selección por parentesco, según los biólogos sociales
tiende a maximizar la representación genética, antes que la supervivencia del
individuo, a través de comportamientos moldeados en el transcurso del tiempo
evolutivo.
El concepto de adecuación inclusiva, central desde la perspectiva
sociobiológica, ha permitido describir los comportamientos aparentemente no adap­
tados de los animales y de los hombres. Permanentes analogías. Una vez más,
fenómenos culturales como los sistemas de parentesco, la homosexualidad, el tabú
del incesto, en manos de los genes.
Llegó el momento de explicar los fenómenos que competen al hombre desde
una mirada diferente. Desnudaremos el reduccionismo de la explicación biológica,
haciendo referencia a los mismos ejemplos utilizados por los sociobiólogos.

244
ni. APROXIMACIONES A LA DIVERSIDAD HUMANA
Sistemas de parentesco
Tal como lo hemos señalado el parentesco para los sociobiólogos cumple el
requerimiento biológico de maximizar el éxito reproductivo de los genes del mismo
modo en los animales que en el hombre.
La Antropología ha dedicado gran parte de su atención a los sistem as de
parentesco de las sociedades etnográficas, muchas de ellas desaparecidas para
siempre y otras próximas a desaparecer. Es, pues, esta valiosa información que nos
perm itirá echar por la borda los principios de la selección por parentesco.
Los estudios antropológicos han puesto en evidencia que el parentesco es, en
muchas sociedades, la estructura dominante que comprende no solamente la esfera
doméstica sino, además, la dimensión económica, política y ritual.
Si bien su función manifiesta es la reproducción y el ordenamiento de la
sociedad en parientes y no parientes, en algunas culturas regula todas las relacio­
nes sociales.
En otras, como la nuestra, su función está más reducida.
Definamos, en principio, que se entiende por relaciones de parentesco. Son
reglas construidas socialmente que definen las formas de matrimonio, de filiación
y de residencia en las sociedades. Esto supone que una familia no puede reprodu­
cirse independientemente de otras familias. La interdependencia viene impuesta
por la existencia universal del tabú del incesto y de la regla de la exogamia,
cualesquiera sea la forma que adopten, estableciendo relaciones de consanguini­
dad, de intercambio o de alianza entre los grupos sociales que trascienden el
ámbito de lo biológico.
Sahlins en su libro “Uso y abuso de la biología” describe exhaustivam ente
el origen social y cultural de esta institución. Nos dice: “El parentesco no es en las
sociedades hum anas un conjunto naturalm ente dado de lazos de sangre, sino un
conjunto culturalm ente variable de categorías significativas”. En consecuencia,
estos conceptos subrayan que, el reconocimiento del parentesco, la definición de
pariente cercano o lejano, solamente adquiere significado dentro del sistem a de
valores culturales y no es, desde este punto de vista, de origen genético. Así, pues,
cada sociedad tiene su propia teoría de la herencia o “sustancia compartida”, de
acuerdo a relaciones construidas culturalmente.
El propósito de Sahlins, autor en quien basaremos nuestro análisis, es sus­
ten tar la afirmación que en las sociedades hum anas no existió, ni existe un solo
sistem a de parentesco, una organización familiar, que no establezca un cálculo de
parentesco diferente al de los principios de la selección de parentesco, basado en
el imperativo de los genes de reproducirse a toda costa.

245
En el estudio de las sociedades no occidentales se observa que una de las
condiciones para ser considerado pariente, es la elección de la residencia m arital.
La pertenencia a un grupo doméstico es condición suficiente de identidad social,
independientem ente del grado de consanguinidad. Malinowski relata en sus es­
tudios sobre los m ailu de Nueva Guinea “que los herm anos que vivían juntos o
un tío paterno y sus sobrinos que residen en la misma casa, estaban en relacio­
nes más estrechas que los parientes de grado sim ilar que vivian separados .
(Sahlins: 42.) . , ,.
Otro ejemplo que ilustra la categoría de pariente es el caso de los to am bita
de las islas Salomón, pequeños grupos organizados en clanes, para quienes la
unidad genealógica es un antepasado común, una arboleda sagrada que protege las
tum bas ancestrales. (Sahlnis: 43)
Entre los to’ambita, la elección de la residencia m arital puede llevarlo a
vivir con un pariente del padre o de la madre, sin tener en cuenta la distancia
genealógica que los separe. A partir de ese momento, establecerá relaciones de
cooperación económica que podrían enfrentarlo con sus parientes consanguíneos
más cercanos, pudiendo suceder que entre los extraños, estén sus propios hijos.
Es, este último aspecto que importa destacar de modo especial. En la me­
dida que las relaciones de parentesco culturalm ente organizadas rigen el proceso
de cooperación, alianza o intercambio, parten de un principio ordenador de la
reproducción biológica, social y cultural de los seres humanos completamente dis­
tinto del previsto en la selección por parentesco. En efecto, no está en los genes
ordenar, organizar los lazos de parentesco; las líneas de descendencia tanto
m atrilineal como patrilineal responden a categorías de identidad ( la misma san­
gre com partida”) o de oposición (“de otro vientre ), ajenas al concepto de adecua­
ción inclusiva.
“Si los parientes cercanos son los que viven juntos, entonces los que viven
juntos son parientes cercanos. Si los parientes hacen regalos de comida, entonces
re g a la r com ida e m p a re n ta a las p ersonas; son form as sim bólicam ente
interconvertibles de la transferencia de sustancia . (Sahlins: 80.)
Podemos afirm ar, en consecuencia, sin lugar a dudas, que el parentesco en
la sociedad hum ana tiene como uno de sus atributos distintivos su emancipación
respecto a las relaciones biológicas naturales. En relación a lo expresado, la adop­
ción es un ejemplo pertinente.
En muchos grupos sociales de la Polinesia, la adopción es una práctica
generalizada de igual modo que en nuestra sociedad. Ahora bien, se diferencia en
que los niños adoptados son considerados como del mismo vientre , la misma
cosa” respecto a los hijos naturales de la casa.
Finalm ente podríamos preguntar a los sociobiólogos por la m anera tortuosa
que se m anifiesta la adecuación inclusiva en la sociedad hum ana, que lleva a que
la práctica generalizada de la anticoncepción condujera a países como Alemania a
no tener una población de reemplazo para el futuro.
O es que los genes prefieren reproducirse y maximizar su representación en
las regiones más pobres del planeta.
Al avanzar en la búsqueda de lo peculiar y distintivo de la naturaleza
hum ana, harem os referencia a continuación, al tabú del incesto, íntim am ente re­
lacionado con la organización del parentesco.

246
El tabú del incesto
Los biólogos interpretan la universalidad del tabú del incesto por requeri­
mientos biológicos. Según este punto de vista, el tabú existe en todas las socieda­
des por el hecho de perm itir una nueva combinación de genes. Ya sea que esta
combinación traiga una purga periódica de taras aparecidas por mutación o bien,
porque una nueva combinación traiga nuevos y ventajosos genotipos.
Pues bien, para demostrar el carácter biológico de la regla de la prohibición
del incesto, Wilson recurre a las analogías con el chimpancé, expresándose de la
siguiente manera: Porque el chimpancé es la especie genéticamente más cercana
a) hombre escriben Lumsden y Wilson— la regla epigenética que inhibe el inces­
to en las dos especies, podría ser verdaderamente homologa, es decir, basarse en
una prescripción genética que ha persistido a partir de un ancestro común”. (Veuille:
90.)
En prim er lugar, para indicar su origen biológico, los sociobiólogos tendrían
que dem ostrar que la elección exogámica es genética.
En segundo término, ese supuesto carácter biológico no tiene explicación
trente a las transgresiones de la regla.
La existencia de la transgresión del tabú es una de las razones que explican
que su origen no es genético. Algunas personas cometen incesto y salvo que pen­
semos que son vanantes genéticas, el hecho es que, cualquiera sea la base en la
evolución biológica hum ana, los humanos casi siempre lo evitan; esa base no basta
para explicar el tabú, (ver Lischetti.)

La homosexualidad
La teoría de la selección por parentesco interpreta la persistencia de la
homosexuhdad como una más de las conductas altruistas seleccionadas en el pro­
ceso de evolución.
Wilson en su libro “Sobre la naturaleza hum ana”, sugiere que los homo­
sexuales pueden ser los portadores de algunos de los pocos rasgos altruistas de la
hum anidad.
En apoyo de esta hipótesis describe el grado de generalización de esta con­
ducta en los animales y en el hombre. Desde los insectos hasta los primates. En
las sociedades etnográficas y en la sociedad occidental.
Sostiene que la predisposición para la homosexualidad puede ser genética y
ios genes pudieron difundirse en las sociedades prim itivas de los cazadores-
recolectores, a causa de la ventaja que conferían a quienes los poseyeran. La
pregunta que sugiere el razonamiento anterior es: cómo pueden difundirse genes
que predisponen a la homosexualidad, si los homosexuales no tienen hijos? Wilson
responde que la heredabilidad de la conducta es consecuencia de la función posi­
tiva que cumplen, al maximizar el patrimonio genético de los parientes. Así, pues,
los homosexuales libres de las obligaciones que implica el cuidado de sus’ hijos!
pueden ayudar eficientemente a los parientes más cercanos y con ello a sus nroüios
genes.
Frente a todo ello sostenemos lo siguiente. En prim er lugar, no hay eviden­
cia que la homosexualidad tenga base genética.
Identificar un gen como responsable de un comportamiento es un absurdo

247
biológico. Los genes no actúan individualmente y todo comportamiento es expre­
sión del organismo en relación a un ambiente social y cultural que lo estructura.
En otras palabras, la selección natural actúa de m anera organísmica.
Ningún gen posee en sí mismo valor selectivo. De hecho los genes no están
aislados, sino que interactúan. (Veuille: 80.)
En segundo lugar, no hay evidencia de que la homosexualidad sea una
conducta que compense la pérdida de no dejar descendencia, en beneficio de pa­
rientes cercanos. No se puede afirm ar que estos parientes obtuviesen tasas más
elevadas de supervivencia y reproducción. No existen datos que perm itan afirm ar
que los homosexuales tengan menos descendencia. Se puede decir que: “si bien las
personas exclusivamente homosexuales son necesariamente no reproductoras, mucha
gente desarrolla un comportamiento tanto heterosexual como homosexual (..y..) no
sabemos nada de sus índices de reproducción. Si uno se ocupa de contar historias
sin fundamento, sería fácil afirm ar que los bisexuales son en general más activos
sexualmente. (Lewontin, et al: 318.)
Por último, la perspectiva genética de los biólogos, subestima el papel que
cumplen las prácticas sociales en las diferentes sociedades, minimiza las influencia
del am biente social y cultural donde se expresan los comportamientos sociales
humanos.

248
IV. SOBRE LA “NATURALEZA” DE LA NATURALEZA HUMANA
Sabemos que el hombre es producto de la selección natural, igual que todo
lo viviente. Pero, también, el resultado de la evolución cultural. La característica
principal de nuestro comportamiento es la de ser moldeado por la sociedad en la
que transcurre nuestra vida.
El error fundam ental de los sociobiólogos es suponer que todo el comporta-
‘ miento social puede ser explicado en términos de selección y adaptación.
1 Desde otro determinismo, el cultural, se sugiere que la biología se detiene
en el momento que nacemos y de allí en más, somos infinitamente maleables por
la acción de aquélla.
Son precisamente ambas concepciones las que dificultan la interpretación de
los fenómenos humanos.
Para unos, lo inevitable: “Está en la naturaleza”, dicen.
Para otros, somos cual “tabula rasa”.
La respuesta no está en que optemos entre lo innato y lo adquirido, lo
biológico y lo cultural. Sino, más bien, que consideremos a la naturaleza hum ana
estructurada tanto biológica como cultural mente.
La cultura no está “sobre”, sino “en” nosotros.
No podemos olvidar que existen factores biológicos que nos caracterizan
como especie, tales como un cerebro complejo, manos extraordinariam ente articu­
ladas y un alto grado de indefensión cuando nacemos. En comparación con algunos
prim ates altam ente especializados, somos naturalm ente deficientes. En contraste
con la adecuación ecológica intrínseca en los animales, el hombre no ocupa ningún
nicho ecológico particular.
Consideremos, además, a diferencia de los animales que responden a estí­
mulos fijos, el hombre está expuesto a un exceso de estímulos por su apertura al
ambiente. No posee ninguna “protección natural contra el cambio de clima”, ni
‘instrum entos naturales para el ataque”. (Petryszak: 60.)
Tenemos miembros que nos permiten eaminar y no volar. También forma
Darte de nuestra biología la capacidad de articular un lenguaje. Pero no, nuestra
labilidad para decir un discurso político o para cantar una balada de Serrat.
La capacidad de pensar es posible porque poseemos un cerebro, pero como
jensamos e interpretam os al mundo pertenece a lo cultural y social. No hay com-
jortam ientos sociales genéticamente estructurados. H asta en la satisfacción de las
íecesidades biológicas más elementales se manifiesta lo social. La m anera de
:omer o de satisfacer nuestra sexualidad está mediada socialmente, a diferencia
|ue en el resto de las especies animales que está regulada biológicamente. Tal
orno lo hemos descripto a través de las observaciones de los etólogos, los animales

249
se adaptan a determinados nichos ecológicos por medio de sus instintos, seleccio­
nados en el proceso de la evolución.
Con este telón de fondo, decimos que el hombre no es innatamente nada. Ni
genéticamente agresivo, ni altruista. El carácter violento o pacífico de los pueblos
lo único que nos informa es que la agresión, por ejemplo, no está codificada en los
genes, sino su potencialidad para ella, del mismo modo que la totalidad del com­
portamiento social.
En los hombres no se desata automáticamente ningún comportamiento, como
en las ratas. La probabilidad de su aparición, como todas las conductas sociales,
está mediada por el ambiente social y cultural.
Que ciertos comportamientos sociales persistan o se modifiquen no depende
de la propensión de los genes, sino, de determinadas condiciones sociales. Como
nos dice Leakey: “quienes creen que el hombre posee una agresividad innata, están
proporcionando una excusa conveniente para la violencia y la guerra organizada.
La selección natural nos ha programado con una flexibilidad para el comporta­
miento que es completamente desconocida en el mundo de los animales. (Leakey:
170.)
Para la Sociobiología la universalidad de un rasgo en la especie es un indi­
cador cierto de su origen genético. Así, la agresividad, el altruismo y la solidaridad
en el comportamiento humano son el resultado de comportamientos genéticamente
determinados. Están en los genes.
Ante esta argumentación decimos lo siguiente.
En primer lugar, es un error postular la acción de los genes sobre el com­
portamiento. En realidad, los que interactúan con el ambiente son los organismos
humanos. El hombre puede ser agresivo, solidario u homosexual, no los genes.
En segundo lugar, tomar aspectos aislados del comportamiento social y
atribuirles una cualidad abstracta es una falacia.
Desde ese punto de vista, el cuidado que manifiesta un padre por su hijo
enfermo, un soldado que muere por salvar un compañero, el trabajo de la madre
Teresa de Calcuta, son todas muestras de altruismo genético. No interesa situar
cada comportamiento en la interacción de los individuos en una realidad concreta.
Por el contrario, se interpretan como resultado de una misma propiedad subyacen­
te.
Afirmamos, en cambio, que si bien es cierto que tanto la agresividad como
el altruismo pueden manifestarse en la sociedad humana. Son las condiciones
sociales y culturales de nuestra existencia las que favorecerán o no, la aparición
de estos comportamientos.

Nuestra propuesta
Frente a la argumentación de los sociobiólogos, proponemos una mirada
diferente a la naturaleza humana. Ya hemos expresado el error de dicotomizar lo
biológico de lo social o de subsumir una dimensión en otra.
Pensamos que el hombre es la única especie animal que puede trascender
el ámbito de lo biológico por medio de la cultura.
La capacidad de crear cultura determina en su naturaleza atributos nuevos
que le son inherentes y específicos.
Sabemos que el hombre emerge de un proceso único que compromete todo

250
lo viviente. Vegetales y animales son el resultado de la combinación de moléculas
químicas con capacidad de autoduplicación bajo condiciones que alguna vez exis­
tieron sobre la tierra. Esas moléculas constituyeron los organismos vivos, pero no
pueden explicar la totalidad de las nuevas propiedades emergentes: la vida y la
m uerte son procesos nuevos que no formaban parte del estado anterior.
Del mismo modo, los hombres al ser las únicas criaturas creadoras de cul­
tura emergen del nivel de lo biológico constituyendo una dimensión diferente;
transform ando su entorno y a ellos mismos en un proceso de retroalim entación que
modificará su naturaleza biológica anterior. Nuevos atributos y nuevas leyes inter­
pretarán su naturaleza tanto biológica como cultural.
Por eso afirmamos que todos los comportamientos sociales del hombre, son
sim ultáneam ente sociales y biológicos, del mismo modo que son químicos y físicos.
E sta m anera de entender la naturaleza hum ana nos aleja totalm ente de los
biólogos sociales cuando reducen la mente hum ana al cerebro. Al ubicar determ i­
nados atributos hum anos en sectores identificables (pensamientos, sentimientos,
emociones), dejan de lado un hecho fundamental. Si bien “los hechos m entales son
causados por hechos cerebrales”, la capacidad de pensar no es función de un sector
específico, sino del cerebro como un todo, “...el producto de las interrelaciones de
todos sus procesos celulares con el mundo exterior. Pensar en otra cosa vendría a
ser lo mismo que cometer el error de creer que podemos ver porque en la corteza
visual de nuestro cerebro hay una cámara que toma fotos de la retina y un obser­
vador minúsculo que la registra y las interpreta. Por el contrario, la totalidad de
la actividad de las células del sistema visual del cerebro es el acto de ver e inter­
pretar lo que vemos”. (Lewontin, et al: 345.)
Afirmar que nuestra naturaleza es tanto biológica como social, “que posee­
mos sim ultáneam ente mente y cerebro y que son sim ultáneam ente sociales y bio­
lógicos, es superar falsas dicotomías y señalar el camino hacia una comprensión
integradora de la relación entre nuestro yo conciente y el biológico”. (Lewontin, et
al: 346.)

251
B ibliografía
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Nota
1 Se definen como homólogas estructuras biológicas que tienen un mismo origen pero que no
cumplen necesariamente la misma función. Así, el ala de un pájaro, la aleta de una ballena, la pata
delantera de un perro y la mano humana, cumplen funciones diferentes y su aspecto también lo es, pero
sus conexiones y sim etría determinan la misma estructura básica que indica un origen común.
Por el contrario, las estructuras análogas, pueden cumplir la misma función y tener un aspecto
superficial parecido pero sus antecedentes evolutivos son por completo diferentes.

252
VIOLENCIA Y SOCIEDAD EN EL FIN DE SICxLO
P atricia M o n sa lv e
Cuando nos proponemos reflexionar sobre la cuestión de la violencia en la
hum anidad hoy, la prim era dificultad es la de poder definir el propio objeto de
reflexión. El punto de partida parece ser aquello que se nos presenta como “lo
concreto”, es decir las distintas expresiones y fenómenos sociales que percibimos
como violentos.
Este punto de partida objetivista, lejos de posibilitar una racionalización
inm ediata, nos pone ante una serie incomensurable y difusa de hechos que reco­
rren ámbitos dispares, conductas individuales, grupales y sociales. A esta altura,
la violencia se nos figura inabordable. Hay quienes, que para avanzar en el cono­
cimiento, proponen estrategias de recorte, y, aunque no siempre se pierda de vista
la complejidad del tema, optan por circunscribir el análisis a los fenómenos de
violencia que se manifiestan en ámbitos particularizados (violencia fam iliar, vio­
lencia en el fútbol, violencia escolar, etc.).
Para llegar a una definición partiendo desde un enfoque subjetivista, nos
encontramos que tampoco hay una única representación acerca de lo considerado
“violento”. Sin embargo, este abordaje es el que nos permite ir más lejos en la
reflexión, en tanto y en cuanto, nos aparta de la descripción de un fenómeno para
situarnos en el lugar de los criterios de asignación que se construyen socialmente
en contextos históricos concretos.
Como afirma Gerardo Guthmann (1991: pág. 12), dichos criterios de asigna­
ción, aún cuando expresen consensos gestados socialmente, se legitiman presen­
tándose como naturales, ocultando simultáneamente, las condiciones de produc­
ción y la posibilidad de existencia de otras concepciones posibles. Se configura
como real sólo un determinado mundo posible, descalificándose la validez de la
posibilidad de los demás.
La calificación de violencia dependerá entonces de los juicios de valor sobre
los que se fundan esos criterios de asignación, aunque esto no sea reconocido ni por
el consenso del sentido común ni por muchos de los discursos científicos que avalan
la concepción naturalizada de la violencia, buscando fundamentos subjetivos en la
supuesta “naturaleza” hum ana, o, en un encuadre objetivista, en las característi­
cas esenciales comunes de lo calificado como violento. En tal sentido, afirm a Agnes
Heller, “la agresividad como tal no existe, es un concepto de valor, incluso un
concepto negativo de valor;” (1980: p 19). Por lo tanto, la violencia no puede pen­
sarse como una categoría en sí misma sino como una idea teórica que comprende
las formas de acción u omisión que podemos juzgar como peligrosas para el desa­
rrollo de la subsistencia humana.
Según esta autora, el sentido común asociado hoy al concepto de agresivi­
dad, es un producto de las dos últimas guerras mundiales, ya que a lo largo de la
historia de la hum anidad no ha imperado la valoración negativa de la violencia
masiva puesta en acto. En consecuencia, y coincidiendo con otros autores, Heller

255
afirm a que es "ésta la razón que fundam enta el hecho de que la producción cien­
tífica de discursos acerca de violencia es también un fenómeno del siglo XX. “El
siglo XX no es tan sólo una época caracterizada por guerras de terribles consecuen­
cias, sino también la época de la valoración y racionalización ideológica de la
violencia a gran escala” (Heller, A. 1980: pág. 19). Éste es el tiempo de la concien­
cia de la violencia, afirma Balandier: “La violencia moderna está en el escenario,
lo cual aum enta evidentemente su visibilidad. Habiéndose hecho más visible, aparece
en expansión, por consiguiente más contagiosa, da la impresión de engendrarse de
sí misma, multiplicarse por metamorfosis. Se adivina, se ve, se experimenta en las
calles, en los lugares públicos, en las rutas y hasta en reductos de la vida privada
donde su irrupción es temida. Por la imagen mediática, la de las informaciones, la
de las ficciones violentas invade las conciencias y el imaginario individual;...”
Balandier, G. (1990:191).

256
NATURALIZANDO LA VIOLENCIA
Como queda dicho, con la puesta en escena de la violencia, aparece una serie
de explicaciones científicas provenientes de las ciencias biológicas y sociales ten­
dientes a establecer causas y contribuir al control social. Acoplándose, en general,
a las necesidades del poder, legitiman y reprueban, según sea el caso, reforzando
en la medida de sus alcances la generación del consenso necesario para el m ante­
nimiento del proyecto social en el que se insertan.
Las racionalizaciones acerca de la violencia como fundada por razones bio­
lógicas empiezan a desarrollarse tempranam ente en el Iluminismo, vinculadas a la
concepción del hombre como ser provisto de Razón. Con el predominio de la idea
de Razón se establecían criterios normativos igualitarios, pero al mismo tiempo se
elaboraban distinciones que posibilitaban asociar grados de raciocinio con la pre­
sencia o ausencia de la violencia. Los menos educados, las mujeres y los niños
tenían menos raciocinio y por lo tanto caían más frecuentemente en situaciones de
violencia impropias de los hombres “civilizados”. Es interesante ver cómo la ape­
lación al comportamiento “civilizado” se reitera durante los dos siglos siguientes,
no sólo en las valoraciones sociales sino también en los discursos científicos.
Por ejemplo, en su obra Guerra y paz en los animales y el hombre, el biólogo
Nikko Tinbergen, apela a la idea de “normal y civilizado” para calificar el compor­
tam iento social del hombre que sólo es violento cuando actúa en función de las
determinaciones de su comportamiento instintivo de origen filogenético. De esta
m anera la Razón es siempre inocente de los comportamientos valorados como
aberrantes que recibirán los calificativos de irracional, asocial, bárbaro, pasional,
primitivo, inculto, etc., todo lo cual arraiga en el modelo propuesto en el momento
fundacional de la Modernidad.
Una Modernidad en la que las razones de Estado eran suficientes para
violar el ideario fundante y podía entonces olvidar la Igualdad o la Fraternidad,
cuando apuntaba al aniquilamiento de los que se oponían al “progreso civilizador.
Las ideas centrales de estos consensos dejan siempre el necesario margen de
ambigüedad como para que, llegado el caso, justifiquen o condenen. Sin embargo,
no renuncian a una declamada universalidad, dado el origen supuestam ente na­
tural de las conductas calificadas de violentas.
La naturaleza o, más precisamente, la biología hum ana va a ser considerada
desde distintas argumentaciones por biólogos y antropólogos, la fuente de la vio­
lencia hum ana. Explicaciones surgidas en los convulsionados años ’60 que van a
tener un amplio impacto más allá de los medios estrictam ente académicos. Un
claro ejemplo de esta masividad fue la lograda por el etólogo Konrad Lorenz, quien
supo despertar la adhesión de sectores de ideologías antitéticas. Algunos porque
vieron en sus argumentaciones una forma eficaz de contrarrestar al conductismo

257
norteamericano. Esta corriente enfocaba la violencia como desencadenada a partir
de frustraciones de la más variada índole, que concluía fijándose en mecanismos
neurobiológicos sólo reversibles por reeducación mediante estímulos y respuestas
apropiadas.
Los conductistas negaban el peso de lo instintivo en beneficio de lo adquirido
y al describir la conducta como respuesta a estímulos reflejaban una imagen
tecnicista del mundo coherente con las teorías de la manipulación, cuya represen­
tación más sonada fue el experimento de la Universidad de Yale (referido en el
film I como Icaro).
Al establecer esta relación entre violencia y frustración, quedaba planteado
el prejuicio que circunscribe lo violento a lo desviado. Por eso los ámbitos en donde
se busca la violencia ya están prejuzgados: las cárceles, los psiquiátricos m uestran
un perfil parcializado y discriminatorio.
Ante este panorama el planteo desde la etología de Lorenz, en el que la
especie en su conjunto se beneficia con la cuota de agresión necesaria para la
supervivencia, tal como está filogenéticamente determinado, convocaba a quienes
p referían an álisis com prensivos rechazando los recortes señalados como
discriminatorios de los conductistas. Básicamente son ciertos mecanismos instin­
tivos los que llevan a definir la agresión y no los juicios de valor por lo que da lo
mismo que se miren hombres o se miren ratas o gansos para establecer conclusio­
nes del tema. Al centrarlo todo en un instinto de agresión, violencia y agresión
forman una pareja ambigua. La agresividad competitiva puede entonces estar
medida en el campo de batalla, en la Bolsa de Comercio, en el fútbol, o en la sala
de tortura, lo social y lo político quedan fuera de la escena. (Guthm ann, 1990: pág.
85.) Tal vez, el talón de Aquiles teórico es el partir de la aserción de que hay en
el hombre conductas que puedan ser calificada de instintivas.
Heller, en un esfuerzo de establecer criterios, postula que los instintos son:
“mecanismos compulsivos de conducta o coordinaciones motoras compulsivas here­
dados con el código genético, desencadenados por estímulos internos y externos,
propios de la especie y específicos en cuanto a su acción...”. (Heller, A. 1980: pág.
73. ) Nada de esto está presente en la conducta humana, ni las acciones son com­
pulsivas, ni son iguales para todos los individuos de la especie, ni el hombre está
a merced de tales estímulos. Aún desde las mismas ciencias biológicas, han surgido
críticas a estos planteos del determinismo biológico: Francois Jacobs, premio Nobel
de Medicina, se refiere a la posición de la Sociobiología diciendo que “los conflictos
hum anos son exasperados por valores esencialmente culturales. La violencia o el
asesinato cometidos por motivos individuales no juegan más que un pequeño rol
a lo largo de la historia. Lo que ha matado masivamente por millones, en la
Historia, es la convicción de detentar la verdad y la voluntad de imponerla a
otros”. (Jacobs, F., 1981.)
Más recientes son las formulaciones de Robert Adrey en Los hijos de Caín,
1970, o las de los antropólogos Tiger y Fox (1971) que en definitiva resaltarán esa
parte bestial que según ellos es constituyente de lo humano y es por la cual puede
explicarse esa atracción por la guerra y la violencia que ha dominado la Historia.
Quizá quien mejor conjugue con los tiempos recientes es el zoólogo británico
Richard Dawkins, autor de El gen egoísta, (1976). Para él muchos de los sociobiólogos
que lo precedieron cometieron un error básico: consideraron que el factor impor­
tante en la especie es la propia especie y no el individuo, o mejor dicho, sus genes.
Dawkins postula la existencia de estrategias individuales con carácter de adapta­

258
ciones evolutivas. La conducta violenta es un mecanismo en disponibilidad que
ignora sus propios objetivos que son aquellos de la supervivencia de sus propios
genes. ¿Qué es una gallina?, se pregunta. Una gallina es el instrum ento que utiliza
un huevo para poner otro huevo, se responde. Del mismo modo los hombres serán
“portadores de genes” y sus actos tenderán “naturalm ente” a asegurar su super­
vivencia. De nuevo no hay juicios de valor ni racionalizaciones posibles, la violen­
cia sigue circunscripta al reducto inmodificable y eterno de la naturaleza, y como
si fuera poco hasta se reduce a lo individual.
En síntesis, las argumentaciones de lo que en términos generales podemos
englobar bajo la denominación de Sociobiología, dejan intactas las esferas de ac­
ción social y política. Para decirlo con esta brillante síntesis de Guthm ann (1991:
pág. 156): “Para el poder el problema es la violencia, no porque le preocupe la
violencia, sino su control. Para quienes resisten, el problema no es la violencia,
sino la política, pero el poder aplica su violencia para que la olviden, de modo que
la violencia se convierta en su única preocupación. La violencia no es más que un
campo de confrontación donde se dirimen controversias sociales como si fueran
ajenas a lo social. La voluntad de algunos científicos y políticos de naturalizar la
violencia y tornarla aceptable contradice la estrategia hasta ahora exitosa del
poder. Éste nunca ha necesitado justificar las guerras en sí para iniciarlas...”.

259
DE ESO NO SE HABLA
¿De qué no hablamos cuando hablamos de violencia? Los discursos de vio­
lencia revelan el contexto social que los produce. No debe extrañarnos, entonces,
el énfasis puesto en desentrañar y m ostrar sin pudor los hechos de violencia
protagonizados por quienes pertenecen a los sectores más pauperizados de nues­
tras sociedades, en donde, según el consenso dominante, se concentran los delitos
más terribles.
La cobertura am arillística a la que nos tienen habituados las crónicas poli­
ciales de los distintos medios funciona, en este caso, justam ente como una cubierta
que al tiempo que oculta y nos distrae de percibir otras violencias, nos m uestra el
costado “feo” de la sociedad, responsabilizando de su fealdad a quienes, como pasa
en la película de Scola, siguen siendo Feos, sucios y malos. De esta m anera, se
sigue reforzando una descalificación necesaria para la reproducción de las relacio­
nes de poder, legitimando marginaciones sociales, cuya producción la sociedad
desconoce como propia. Así se generan una serie de estereotipos en donde delin­
cuencia criminal, abuso sexual, alcoholismo, drogadicción forman parte de una
representación única y unidireccional.
Pero, junto a estas formas conocidas de la violencia, hay otras, ligadas con
condiciones sociales y culturales que son inéditas. Balandier (1990: pág. 192)
menciona algunas: “el odio trata de hacerse lenguaje: respuesta agresiva a una
sociedad que es generadora de rechazos, de exclusiones; expresión de xenofobia y
rechazo del Otro; sacrificio improvisado de culpables tomados entre los partidarios
del campo adverso (...). En las sociedades de la modernidad actual, las situaciones
potencialmente generadoras de violencia son perm anentes y no sólo coyunturales:
efectos de número (con el apilamiento urbano), de m asa (con la indiferenciación),
de m ultitud (con las reuniones ocasionales cargadas de un poder difícil de contro­
lar), de imitación (toca la fragilidad de los valores y modelos de identidad, propicia
el desamparo individual)”.
¿Qué pasa con otras violencias más intangibles aún? Quién pide cuentas al
Estado que se retira de la responsabilidad social de garantizar condiciones míni­
mas de vida a toda la población.
Según las conclusiones de la cumbre realizada en febrero último sobre Po­
breza en América Latina, organizada por el BID y la ONU, en W ashington, la
pobreza se ha constituido en la principal causa de m uerte en el subcontinente. Se
le atribuyen un millón quinientas mil defunciones al año. Los más expuestos son
los más débiles, los chicos, dos mil niños mueren por día por enfermedades deri­
vadas de las m alas condiciones de vida.
Luego siguen las mujeres, que son quienes han pagado con su esfuerzo una
buena parte del peso del ajuste económico.

260
Cerca del 40% de los hogares humildes tienen a la cabeza una mujer, en
consecuencia, ellas trabajan más y duermen y comen menos. La desocupación
afecta fundam entalm ente al sector masculino de la población en edad económica­
mente activa. Se resquebraja la estructura familiar y faltan las coberturas de
contención externas otrora garantizadas por el estado.
Finalmente, ante este panorama apocalíptico que nos ofrece el mundo al filo
del siglo, ¿podremos abrirnos caminos más transitables o seguiremos yendo por el
borde del precipicio, volviendo la mirada al interior para no ver cuántos caen al
vacío?
¿Será posible ensayar la propuesta que recordando al mítico Barón de
M unchausen evoca Agnes Heller?: “el hombre se sacará de la ciénaga a sí mismo,
tirando de sus propios cabellos”.
¿Podremos los científicos sociales recoger el guante que nos arroja Guthm ann
y producir discursos sobre violencia que dejen las villas miserias, las favelas, las
cárceles, los psiquiátricos, etc. y empezar a incluir estudios sobre la sutil agresión
de los banqueros, los ejecutivos, o los militares, para no seguir preservando a esos
ámbitos como si estuvieran desplegando una sana competitividad legal, indispen­
sable para lograr aquello del “éxito”?

261
i
B ibliografía
BALANDIER, George, El desorden, Barcelona, 1990.
GUTHMANN, Gerardo, Los saberes de la violencia y la violencia de los saberes, Nordan,
Montevideo, 1991.
HELLER, Agnes, Instinto, agresividad y carácter, Península, Barcelona, 1980.
JACOBS, Franpois, “La vie, ce bricolage...”, L’Express, Internationale, No. 1585, 27 Noviem­
bre. 1981.

262
EL PROCESO DE HOMINIZACIÓN.
ASPECTOS BIOLÓGICOS Y CULTURALES
Tapia, Alicia Haydée; Pinoti, Luisa V.; Icasate, E ster

A gradecem os al Arq. D aniel S a n to u rian y a Iván


Bradford su colaboración en el diseño y reelaboración
de los gráficos que acom pañan al texto.
1. ¿CUÁL ES EL ORIGEN DEL HOMBRE?
1.1. La Antropología y la cuestión de los orígenes
Cada ser humano y cada sociedad, en todos los tiempos y espacios, ha inten­
tado responder a esta cuestión fundamental. Los abordajes han variado desde
doctrinas religiosas y reflexiones filosóficas a conocimientos científicos apoyados en
evidencias concretas (Ver recuadro ne 1). Si bien las explicaciones religiosas nos
proporcionan significados últimos del mundo y la vida hum ana, ellas no son cien­
cia. La ciencia busca organizar el conocimiento en base a datos reales o comprobables
y sobre ellos se construyen las explicaciones científicas que deben verificarse o ser
sometidas a prueba.
En el campo del conocimiento científico le compete específicamente a la
Antropología como ciencia, por su objeto de estudio y su vasto campo de observa­
ción, el form ular respuestas a esta problemática de los orígenes humanos. Esta
tarea la realizan dos disciplinas o especialidades antropológicas; la Paleoantropología
y la Arqueología. Ambas buscan, analizan e interpretan los datos del pasado h u ­
mano con el objetivo de explicar el surgimiento del hombre y los sucesivos cambios
que se produjeron a través del tiempo. La primera pone énfasis en los aspectos
biológicos y la segunda lo hace sobre los aspectos culturales, no obstante, la infor­
mación se intervincula y los resultados se relacionan con el de otras ciencias como
la Geología, Paleoecología, Biología, etc. Este quehacer de la Antropología consti­
tuye una de las principales contribuciones al conocimiento científico en general que
también es utilizado por otras ciencias sociales y naturales en sus construcciones
teóricas.
Para comprender la perspectiva bajo la cual la Antropología explica el ori­
gen del hombre es necesario tener en cuenta dos aspectos:
1. Se debe abandonar el ya muy viejo concepto aristotélico que con mucha
soberbia coloca al hombre en el escalón más alto de la perfección jam ás
alcanzada por ningún otro ser vivo. Hay que sacarlo de este pedestal y
considerarlo una forma de vida más, muy particular por cierto, pero que
en el orden de lo biológico comparte con otros organismos diversidad de
aspectos;
2. Se debe recordar el concepto de hombre que usa la Antropología. No es
posible ubicar en el tiempo y espacio a los orígenes humanos si previa­
mente no se tiene en claro qué es lo que se reconoce como hombre. Para
esta ciencia, el hombre es una entidad constituida por dos dimensiones:
una biológica y otra cultural, ambas intervinculadas (Ver Unidad I). Por
lo tanto, de acuerdo con dicha caracterización, el origen del hombre se

265
rem ontará hacia atrás en el tiempo, al momento en que los datos empí­
ricos demuestren la presencia de esa b’dimensionalidad.
Si la vida del hombre es sólo un ejemplo dentro de la multiplicidad de
formas que han adoptado los seres vivos, su origen es también al mismo tiempo:
1) un suceso que aconteció dentro del largo transcurso de la evolución biológica, y
2) un resultado particular de los mecanismos evolutivos que operan de igual m anera
sobre todos los organismos del planeta. Por lo tanto, la explicación antropológica
sobre el origen de los aspectos biológicos del hombre se apoya en las respuestas
científicas que se formulan a las siguientes cuestiones: ¿cuándo, dónde y cómo
surge la vida? Estos amplios interrogantes también incluyen a la vida hum ana y
las respuestas que se han elaborado —dentro del paradigma científico actual—
constituyen herram ientas conceptuales básicas necesarias para comprender cual­
quier acontecimiento del mundo viviente.

ALGUNAS EXPLICACIONES MÍTICAS

El origen del hombre entre los chorotes del Gran Chaco

Al principio no había hombres en la tierra. Una estrella que se sentía muy sola en el cielo hizo
una soga y por ella descendió. Una vez aquí, tomó un puñado de tierra y lo colocó en su vagina.
Así concibió a un hijo (Kialé, el sol) que creció rápidamente llegando a ser un hermoso joven. La
estrella volvió a preñarse con tierra dando a luz una muchacha (Kialkí) quien también creció
rápido. La muchacha fue preñada por su hermano y de esa unión nació una hija. "Ahora somos
muchas personas “—pensó la estrella—, y continuó preñándose a sí misma con tierra. Los hijos
crecieron y los hermanos se casaron entre sí dando hijos que son los antepasados de todos los
chorotes actuales. 1

El origen del hombre entre los quichés de Guatemala

Según narra el Popol Vuh (libro sagrado de los quichés escrito durante la dominación espa­
ñola) el hombre emergió luego de cuatro creaciones sucedidas de catástrofes:

1) primero fueron creados seres animados desprovistos de sentimiento y razón: “ se dispusie­


ron a crear a los animales guardas de los montes; al venado, al pájaro, al león, al tigre, a la
culebra y al cantil"... pero como no podían hablar y rendir honores a los creadores estos probaron
hacer otras criaturas;
2) hicieron un cuerpo de barro, pero era pesado, sin movimiento y como el lodo estaba blando
se deshacía en el agua;
3) Luego "fue hecha con madera la imagen del hombre; se multiplicaron y tuvieron hijos e hijas
pero salieron medio tontos, sin corazón ni entendimiento, no tenían sangre ni visceras “...Como
no podían alabar a los creadores fueron destruidos con un diluvio de resina y brea., "quedando
sólo las señales de ellos, los micos que andan ahora por los montes... Por eso es que Coy, el
Mico, se parece al hombre “;
4) Finalmente el hombre fue creado de carne y sangre con gran inteligencia y dotado del
habla.2

266
2. EL ENGRANAJE EVOLUTIVO DE LAS FORMAS DE VIDA
Y EL SURGIMIENTO DEL HOMBRE
2.1. Algunas herramientas conceptuales sobre el origen de la vida
¿A qué llamamos vida?
Según la perspectiva bajo la cual se analice, la vida puede ser definida de
muchas formas. Así por ejemplo, a pequeña escala y teniendo en cuenta las
moléculas orgánicas que conforman materialmente a los seres vivos, la Química
reconocerá la existencia de vida cuando elementos orgánicos fundamentales (hi­
drógeno, carbono, nitrógeno, fósforo y oxígeno), bajo condiciones ambientales es­
pecíficas, se ecuentren combinados formando cadenas de aminoácidos. La inter­
acción entre proteínas y ácidos nucleicos dará lugar a un sistema molecular
capaz de autorreproducirse. A mayor escala, la Biología define a los seres vivos
por su capacidad de cumplir un ciclo de transformación o ciclo vital; seres que
nacen, crecen, se reproducen y mueren. El motor que impulsa la dinámica de este
ciclo es su capacidad de replicamiento —o impulso vital— que asegura la exis­
tencia de uno o varios representantes de sí mismos en la generación siguiente.
Para cumplir con este impulso vital los seres vivos interactúan con el medio en
el cual se desarrollan intercambiando materia y energía mediante procesos regi­
dos por códigos transmisibles que pueden modificarse por mutación u otros
mecanismos evolutivos.
En la actualidad estas dos perspectivas científicas se integran a través de
la Biología molecular, disciplina bastante reciente que ha descubierto —entre otros—
un hecho fundamental con importantes consecuencias:
— hecho fundamental: existe uniformidad de componentes moleculares en
todos los organismos. Ya sea en “bacterias, plantas, animales y seres
humanos —la información hereditaria está codificada en el ADN, éste,
en todos los casos está formado por una doble cadena de nucleótidos
unidos entre sí por 4 bases nitrogenadas (adenina, timi^a, guanina y
citocina), las proteínas están formadas por los mismos ' aminoácidos
(Ayala. F.;1987).
— consecuencias: la existencia de esta unidad demuestra la continuidad
genética de los organismos vivos. Esto constituye una demostración
molecular de la evolución: todos los organismos están emparentados y
descienden de un antepasado común. “ El grado de semejanza en la
combinación de los nucleótidos se puede cuantificar: por ejemplo, tanto
en el ser humano como en el chimpancé el citocromo c tiene el mismo

267
orden y los mismos 104 aminoácidos, pero en el macaco rhesus existe 1
aminoácido diferente, en el caballo 11 y en el atún 21”. (Ayala, F.,. 1987).
E ste tipo de análisis junto con los estudios de anatom ía com parada y
los que realizan otras disciplinas constituyen pruebas independientes
de la evolución biológica.
¿Cómo se explica el origen de la vida?
Hoy sabemos que el origen de la vida se encuentra en la frontera que sepa­
ra la evolución química de la evolución biológica. Aunque se han form ulado di­
versidad de teorías, existe amplio consenso entre los científicos acerca de que las
moléculas esenciales para la aparición de la vida en la T ierra fueron sintetiza­
das in situ. Las actuales experiencias en laboratorio han perm itido la creación
artificial de microorganism os y si esto es posible tam bién lo es el reconocer los
siguientes aspectos; a) cuáles fueron las condiciones necesarias que perm itieron
el surgim iento de la vida en el pasado y b) cómo pudieron ser las formas en que
ésta comenzó a m anifestarse.
¿Cuándo surge la vida?
Mirando hacia atrás, hacia el pasado, ¿cuándo se hace visible la frontera en­
tre la evolución química y la evolución biológica? La respuesta se encuentra en el
registro fósil que, además de proporcionar evidencias de los sucesivos cambios
geológicos y am bientales de la Tierra, m uestra los indicios directos que han dejado
los mismos protagonistas de la historia evolutiva de la vida.
Se considera que el origen de la vida puede rem ontarse al mismo momento en
que comienza a formarse nuestro Planeta, aún no están presentes los seres vivos
pero sí las substancias orgánicas esenciales que luego, recombinadas, form arán las
cadenas de aminoácidos. El análisis de m ateriales radiactivos en rocas muy arcai­
cas y el cálculo de su desintegración, permite ubicar el comienzo de estos momentos
en los 4.500 m. de años aproximadamente (fecha que es coherente con la edad calcu­
lada para el sol según la teoría de la evolución estelar). Desde este momento, ha­
brán de transcurrir 1.000 m. de años más hasta que comience a conformarse la vida,
éste fue el tiempo que requirió la evolución química. En el registro fósil aparecen
vestigios de organismos muy simples, de morfología externa sem ejante a bacterias,
hace 3.500 m de años. Es a partir de este momento cuando se ponen en marcha los
mecanismos del proceso que aún no han concluido: la evolución biológica.
Si bien al origen de la vid a podemos ubicarlo tem poralm ente en un momento
aproximado, para comprender cómo surge es necesario observar cómo ha venido
haciéndose. Porque los seres vivos no se originaron de una sola vez y para siempre,
conservándose iguales en sus formas: la vida continúa creándose, aún no está aca­
bada y tam bién esto acontece en la vida hum ana. Podemos im aginar el transcurso
de la vida como un continuo e irrefrenable mecanismo de engranajes que se mueven
interactuando m utuam ente. Los mecanismos serán los mismos, pero los resultados
de esos movimientos nunca serán iguales, como las im ágenes de un caleidos­
copio, se irán sucediendo una a la otra cantidades casi inasibles de figuras;

268
la que se observa en un momento dado es el resultado de la posición en la que
quedaron los colores de la imagen anterior y a su vez esta prepara el camino para
la figura que sobrevendrá. Ninguna forma se repite jam ás, es única en su tipo,
pero su origen es el resultado de estados anteriores y solo se la puede explicar si
se la observa en una perspectiva temporal que contemple el pasado. La figura
hum ana también se refleja en ese caleidoscopio que es la naturaleza, por eso, para
dar sentido a su configuración actual y proyectar las posibles imágenes que pode­
mos recrear de nosotros mismos en el futuro, es imprescindible retrotraernos a
nuestros predecesores.

¿Cómo se viene haciendo la vida ?


Utilizando la información del registro fósil y los cronometrados cambios que
se sucedieron en las formas de vida, se pueden reconstruir los numerosos laberin­
tos que conducen hasta el hombre moderno. En el cuadro n? 1, se presenta sinté­
ticam ente dicha información encuadrada bajo las coordenadas del tiempo y la
historia geológica del planeta. El cuadro no representa a escala la separación
temporal entre una era o un período, pero es importante tener en cuenta que desde
los 4500 m. de años hasta el surgimiento del género humano transcurrió la mayor
parte de la historia de la Tierra. La siguiente es una breve síntesis de los acon­
tecimientos evolutivos que son clave para descifrar el cómo de la vida hum ana.

Cari Sagan popularizó en la serie televisiva “Cosmos’’ la noción de la escala temporal


ejemplificándola con el transcurso de un año.Según esta escala, el 1 de enero se habrían formado
las rocas, iniciándose muy gradualmente la evolución química. A principios de junio surgirían los
primeros procariotas. Hacia finales de septiembre aparecerían los primeros eucariontes y hacia
finales de octubre, los primeros organismos unicelulares. Los invertebrados habrían poblado la
tierra hacia mediados de noviembre, y hacia finales de mes encontraríamos a los primeros peces
vertebrados nadando en las aguas. El 6 de diciembre se arrastrarían los primeros anfibios hacia
la tierra, aunque seguían permaneciendo en lugares húmedos; sin embargo, estos animales —así
como las plantas— consiguieron dar el gran salto hacia la vida en tierra firme. Esto ocurría a
principios de diciembre. El 18 de diciembre aparecerían los primeros mamíferos ovíparos y, al
fin,el 27 de diciembre habrían llegado a desarrollarse los mamíferos vivíparos. Los primates y los
primeros hombres aparecen ya en el último día del año, el 31 de diciembre poco después de las
nueve de la noche. El Homo Sapiens consigue llegar al mundo media hora antes de que empiece
el nuevo año.

269
CUADRO 1
ERAS GEOLOGICAS
EKA PERIOCD SUB- MILLONES FORMAS DE VIDA PREDOMINANTES (*) TAJON
PEKDCOO DE ANOS l**>
Holooono 0,010
0,100 Hono Sapiens Sapiens SUB-EBFBOE
Cuaternario sapiens
Hrcoo Sapiens Neandsrtalsnais
Piéis tooano 0,250 Hono Sqpians Arasioo ESPECIE
sapiens
1,8 Heno Habilis / Hono Erectus / GBflERD
? AustraJoDitacjs Robustus Hcmo
2,5 Australopitecus Africanus
Pliooeno 3,75 Australopitecus Afarensis FAMILIA
Cenozoico 8 Homínidas
10 Póngidos SUPES
Mioceno 18 Procónsul FAMILIA
22 Hcminoidea
Terciario Separación INFRA-
Qligoceno Catarrino* / P latirrinos ORDEN
30 Catarrinoe
37
Eoceno 40 Separación Antropo idas SUB-OREÉN
ss y Pros linios Antropoidea
Paleoceno Primeros Primatos ORDEN
« Primates
Cretácico Ultimos dinosaurios.
141 Primeras plantas oon flores
Mamíferos placen tados. INFRA-
Jurásico Dinosaurios. Aves. CLASE
Mesozoico 195 Eutheria
200 Primeros mortíferos SUB-OASE
marsupiales H ieria
rr i As ico Terápsidos CIASE
230 Mamíferos
Pérmico 280 Coniferas
Carbonífero 245 310 Reptiles - Insectos
Devónico 350 Anfibios SUPER CIASE
Paleozoico
395 Tetrápodos
Silúrico Primeras plantas
435 vasculares terrestres
Qrdovicioo 490 Vertebrados, Primeros peces SUB-FHYLLH
560 Vertebrados
Cámbrico 540 Arthropodos, moluscos, etc. PHYLUM
Phyla de la vida animal cordados
630 REINO
Animal
670
Primeros organismos pluricelulares
m etafitos, hongos y metaxoas
1400 Células eucariotas
algas verde azules
Tienpoe Precmbricos 3100 Procariotas (bacterias)
organismos unicelulares EVOLUCION
Biológica
3500 Moléculas orgánicas prebiológicaa
Elementos primarios EVOLUCION
Química
C, N, 0, S, P
(*) Las fechas corresponden a les fú siles más antiguos .
(**) «elación aproximada entra la h isto ria «volitiva y la taxenemia humana.

270
En los tiempos precámbricos: de los Procariotas a la vida animal.
Los más antiguos microorganismos fósiles se han encontrados en rocas de 3.500
m. de años. Estos microorganismos muy semejantes a las bacterias reciben el nombre de
PROCARIOTAS porque no eran propiamente una célula tal como hoy la conocemos y
carecían de núcleo diferenciado por una membrana envolvente. Existieron como únicos
seres vivos durante 2.000 m. de años. A partir de los 1.500 m. de años aparecieron las
células llamadas EUCARIOTAS que constituyeron los primeros organismos unicelula­
res, tenían el material genético dentro del núcleo rodeado de membrana, mitocondrias y
cloroplastos en el citoplasma que permitían realizar la respiración celular o bien foto­
síntesis y con capacidad para reproducirse sexualmente (participación de dos células
—macho y hembra— en la producción de gametos (Knoll 1991). Es precisamente este
último rasgo el que será de gran significación evolutiva; la reproducción sexuada —que
permite generar individuos portadores de una combinación genética particular, diferen­
te a la de sus progenitores (50 % y 50 % de cada uno de ellos)— introdujo la variabilidad
genética entre los organismos y la diversidad en las formas de vida sin cuya existencia
no actúa la selección natural.

“La reproducción sexual no da ventajas en un medio que no cambia rápidamente pero sí en


uno que lo hace a gran velocidad porque otorga variabilidad potencial a través de la recombi­
nación génica (Crossing over)" (Crow, 1992)

Otro evento fundamental ocurrió hace 1.000 m. de años, cuando el registro fósil
muestra la presencia de los primeros organismos pluricelulares. Su organización tiene
importantes ventajas adaptativas: mayor tamaño, especialidad funcional de las células
y mayor sobrevida o longevidad (porque las células se pueden reemplazar individual­
mente). Los primero animales celomados aparecen hace 700 m. de años iniciando el
camino que llevará a la mayoría de los invertebrados (Knoll, 1991; Levinton, 1993).
Mientras tanto, en la superficie de los mares poco profundos, se formaron mantos espe­
sos de bacterias y algas verde azules (bacterias cianófilas). Estos mantos de microorga­
nismos “bombearon” grandes cantidades de oxígeno a la atmósfera introduciendo modi­
ficaciones bioquímicas en los seres vivos y en la composición de los sedimentos (forma­
ción de óxido de hierro que produjo la coloración rojo intensa en los suelos precámbricos
como los del Gran Cañón del Colorado, U.S.A).

Allá por el Paleozoico; de los Colorados a los Reptiles


Hace 600 m. de años cuando se inicia el período Cámbrico se registra una amplia
diversidad de fósiles dentro del Reino animal; aparecen representados alrededor de 30
PHYLA o estructuras corporales básicas. Muchos de ellos se han extinguido (perviven
en la actualidad alrededor de 15) pero ninguno nuevo se ha originado desde entonces,
quizá porque no existen en el Planeta condiciones favorables para la existencia de es­
tructuras diferentes. De todos los PHYLA interesa rastrear la historia evolutiva de
uno de ellos en particular.

271
Esa historia se inicia cuando algunos representantes de los Metazoa celomados
desarrollaron una especialización natatoria y en este sentido divergieron de otros
invertebrados originando la particular organización corporal del PHYLA de los Cordados.
Esta se caracteriza por tener: a) un sistema nervioso central donde está contenida toda
la información necesaria para la vida del oganismo y b) una cuerda que permite distri­
buir esa información al resto del cuerpo el cual se encuentra organizado de manera
simétrica. En el Cámbrico la mayor parte de los Phyla se desarrollan de manera casi
¡ explosiva, para algunos autores esto ocurrió quizá porque encontraron abundantes ni­
chos vacíos para colonizar (Me Menamin 1987; Knoll 1991, Levinton 1993).
La vida animal aún permanecía en los mares. Los Cordados encontraron mejores
posibilidades para su expansión (mejores posibilidades para la supervivencia y el
replicamiento) a mediados de la era Paleozoica, cuando la capacidad de realizar una
buena absorción del calcio les posibilitó el desarrollo de una protección ósea del
notocordio. Aquellos Cordados que, entre otros aspectos, recubrieron su cuerda me­
diante vértebras articuladas con proyecciones laterales para proteger la cavidad cor­
poral,darán origen al grupo que integra el SUBPHYLUM de los Vertebrados. El regis­
tro fósil da cuenta de la existencia de organismos Vertebrados a partir de los 490 m.
de años (Knoll 1991, Levinton 1993).
Representando a los primeros vertebrados se encuentran los primeros peces
agnatos del Cámbrico, le siguen luego los peces óseos. Una variación de estos últimos
condujo a los Tetrápodos (animales con 4 extremidades). A fines del Paleozoico.Los
Tetrápodos se diferenciaron en dos grupos; 1) el que da origen a los anfibios extingui­
dos y a los anfibios actuales y 2) el que da origen a los primeros reptiles.Los anfibios
fueron los primeros vertebrados en colonizar los espacios terrestres pero dado su
mecanismo reproductor —huevos vulnerables a la desecación—, tenían que mantener­
se cerca del agua.Una vez que los ieptiles lograron la seguridad reproductiva que
introdujo el huevo amniota (con cáscara resistente) comenzó el distanciamiento del
agua y la conquista de habitats en tierra firme.

En la era Mesozoica; del esplendor de los Reptiles


a los poco llamativos mamíferos
La era secundaria siempre ha estado rodeada de inquietante atracción dada la
1 existencia de los famosos grandes Saurios.Sin embargo,durante el largo tiempo que
duró la era —de 230 a 75 m. de años— esta no fue la única forma de vida reptiliana.
Interesa destacar dos divergencias evolutivas que tuvieron lugar entre los reptiles: 1)
la que condujo al grupo de los Terápsidos, del cual evolucionaron los mamíferos y 2)
la que condujo al grupo de los Tecodontes. Terápsidos y Tecodontes comparten la
capacidad de mantener la temperatura corporal constante (homeotermia) lo cual sien­
ta las bases biológicas de la transición hacia los mamíferos y las aves. A su vez los
Terápsidos desarrollaron el paladar duro óseo que trajo algunas ventajas como respi­
rar mientras se come, masticar y asimilar mejor los alimentos lo cual a su vez permite
almacenar energía (necesaria por ejemplo, para obtener mayor velocidad en los movi­
mientos, etc.), (Ayala, 1987).
El camino evolutivo que desde los Terápsidos conduce a los mamíferos muestra
como a través de diversas alternativas de reproducción se ha buscado asegurar la
existencia de la progenie. En este contexto; ¿qué ventajas ofrece la forma reproductora
de los mamíferos? Para asegurar que la reproducción ovípara de los Reptiles sea
exitosa se requiere de un gran número de huevos, ya que existen muchos riesgos de

272
pérdida o destrucción y al menos algunos de ellos deben llegar a representar a la
especie en la generación siguiente. Sin embargo esto implica un gran gasto energético.
Una forma reproductiva que permite disminuir el gasto energético invertido en la
reproducción es aquella en la cual se cubren los riesgos de pérdida al desarrollarse el
embrión en el interior del útero de la hembra, pero esto reduce el número de crias por
camada. Este es el caso de los mamíferos que se diferencian en dos SUBCLASES:
a) los Therios, que no ponen huevos y conciben crías fetales y
b) los Prototherios, que ponen huevos como el Ornitorrinco y el Equidna.
Los m am íferos Therios más antiguos son los m arsupiales (m am íferos
aplacentados), poco después se desarrollan los mamíferos placentados a los que se los
clasifica como INFRACLASE Eutheria (que alimentan al feto en el útero de la hem­
bra). La reproducción de los mamíferos Eutheria ha resultado ser mas efectiva en la
competencia con los poblaciones de marsupiales, es precisamente dentro de los mamí­
feros placentarios donde se producirá una importante radiación evolutiva desde los
comienzos de la era terciaria.

Ya en el Cenozoico: siguiendo el camino evolutivo


de los mamíferos por el período terciario
Los primeros mamíferos que allá por los 200 m. de años habian comenzado a
desarrrollarse, no superaban el tamaño de una pequeña liebre, eran poco numerosos
y no podían competir eficazmente con los reptiles. Pero a partir de la desaparición de
los dinosaurios y otras variedades de formas reptilianas, se hicieron mucho más nu­
merosos y algunos llegaron a aumentar de tamaño.
Durante el período terciario tuvo lugar la gran radiación de mamíferos que se
abrió en diferentes caminos de especialización biológica; partiendo de una forma an­
cestral generalizada, se van produciendo modificaciones orgánicas que tienden a la
especialización en el uso de hábitats específicos tanto acuáticos, terrestres como aé­
reos. Es dentro de esta admirable diversidad de formas de vida donde se pueden
rastrear los orígenes de un grupo muy especial de mamíferos a los que se incluye en
el ORDEN de los Primates. La divergencia evolutiva de los Primates se produce por
la ductilidad adaptativa que poseen para el aprovechamiento de recursos y el despla­
zamiento en ambientes con abundante vegetación, de selvas o bosques densos. Asimis­
mo, a comienzos del período terciario, los primates se van diferenciando entre sí por
diversos cambios orgánicos (en las formas de locomoción, en las preferencias alimen­
ticias. etc). Uno de estos caminos de diferenciación conduce, a fines del periodo tercia­
rio y comienzos del cuaternario a los antepasados más cercanos y a los primeros
representantes del género Homo.

2.2. Interpretando los hechos


¿Cómo se puede llegar a dem ostrar que existe una relación entre una form a
de vida y sus antepasados ? La dem ostración se puede obtener com parando entre
sí a los organism os vivos, la distribución geográfica que poseen y los restos fósiles
(A yala 1987). Por ejem plo, m ediante estudios de anatom ía com parada se pueden

273
determ inar sim ilitudes estructurales entre las extremidades anteriores del hom­
bre, el perro, la ballena o las aves; dichas similitudes constituyen fuentes de
información sobre la historia evolutiva de los organismos y su grado de parentesco.
Recientemente, la Biología Molecular ha contribuido de m anera contundente a la
demostración del linaje evolutivo entre los organismos a través del análisis de la
distancia genética que los separa.
A partir del registro fósil, se puede reconocer la existencia de algunos hechos
que se han venido produciendo de manera constante durante la evolución biológi­
ca, desde los Procariotas hasta los organismos actuales. Entre esos hechos, que
m uestran las tendencias evolutivas o los caminos que han recorrido las formas de
vida en sus procesos de cambio y transformación, se destacan la radiación adaptativa,
la divergencia /convergencia y la generalización/ especialización.

Radiación Adaptativa
Es un proceso que puede ser representado de manera ideal como el tronco de un
árbol que se abre en diversidad de ramas en diferentes direcciones. La separación
entre los organismos (o entre cada rama del árbol) se produce cuando se abren
caminos de especialización que se dirigen hacia la explotación de nichos ecológicos
nuevos. La historia evolutiva ilustra diversidad de casos en que partiendo de un
antecesor común se van diferenciando multiplicidad de formas.

Divergencia / Convergencia
Cuando los organismos divergen o se diferencian de la forma ancestral el proceso
evolutivo se denomina Divergencia. Po.' el contrario, cuando se produce el desarrollo
de características similares entre organismos que tienen diferentes ancestros, el proceso
evolutivo se denomina Convergencia. Por Divergencia se producen distintas formas
especializadas de vida entre organismos que tienen ancestros comunes tal como se ha
ilustrado con el caso de los mamíferos. Por Convergencia se producen formas de vida
semejantes entre organismos que tienen una historia evolutiva diferente.

Generalización / Especialización
Se dice que una especie está generalizada cuando conserva ductilidad para sobre­
vivir en diferentes tipos de ambientes, ejemplos ya clásicos los proporcionan la cuca­
racha y la rata. En sus comienzos, una forma de vida común a otras, como es el caso
de los primeros vertebrados, no presenta características biológicas de gran especia­
lización; pero luego, a partir de esa forma ancestral generalizada, por radiación
adaptativa se van produciendo cambios orgánicos que favorecen el aprovechamiento
de hábitats específicos. Por ejemplo, dentro de los vertebrados los caminos se rami­
fican hacia los peces, anfibios, reptiles y mamíferos.

U na forma está especializada cuando alcanza gran eficiencia en la explota­


ción de un am biente a través de órganos preparados para ello, pero estos órganos
le restan ductilidad para actuar con la misma eficacia en otros ambientes. Poi

274
ejemplo, el caballo es una animal adaptado a vivir en espacios abiertos, tiene gran
íresistencia y velocidad, pero no puede transform arse en un animal acuático o
adoptar otro sistem a de vida. Al especializarse en dirección al cumplimiento más
eficiente de una función determ inada se pierde eficiencia para desempeñarse en
funciones alternativas o complementarias; el caballo corre muy bien pero no puede
cavar con sus patas. Los organismos especializados no puden susbsistir muy bien
en am bientes diferentes a aquellos hacia los cuales se dirige su especialización.
El contar con órganos especializados permite el aprovechamiento ventajoso
de aspectos particulares del habitat pero, si estos cambian, esa ventaja por el
contrario puede llegar a ser una desventaja porque cierra caminos de evolución
alternativos. Por esta razón se afirma que a corto plazo la especialización genera
ventajas adaptativas pero a largo plazo puede conducir al fracaso o a la extinción.
En su momento, los grandes Saurios lograron éxito adaptativo con sus especiali-
zaciones orgánicas m ientras se m antenían las mismas condiciones am bientales.
Pero cuando a largo plazo se dieron cambios en los hábitats mesozoicos, aquella
especialización resultó un factor lim itativo para generar nuevas respuestas
adaptativas. El registro fósil nos ilustra, en todos los tiempos, acerca de estas
historias de generalización y especialización con aumento en el número de pobla­
ciones especializadas en un momento particular y extinciones masivas a largo
plazo.

La evolución biológica no puede desandar los caminos: una vez producido un cambio en una
dirección ya no puede volverse al mismo punto de partida; una vez producida una modificación
que tiende hacia la mayor especialización se reducen las posibilidades para un futuro cambio. Un
caso atípico corresponde a los seres humanos: tenemos una única gran especialización —la
complejidad encefálica— pero continuamos siendo generalizados porque no hemos perdido la
ductilidad para sobrevivir en ambientes diferentes y esto es posible porque hemos realizado una
adaptación cultural que es extraorgánica y modificable. Nuestra especialización ha permitido el
desarrollo de la cultura y ésta, a su vez, nos permite seguir siendo generalizados.
3. MECANISMOS EVOLUTIVOS
3.1. ¿Cuáles son las fuerzas que han im pulsado el proceso evolutivo?
Se han presentado algunos de los hechos que el registro fósil proporciona
como pruebas irrefutables de la evolución y se han señalado las principales tenden­
cias a través de las cuales se vienen manifestando los cambios evolutivos. No
obstante, aún resta por responder a este interrogante que nos rem ite a la búsque­
da de las explicaciones causales,o bien a los agentes o mecanismos que han gene­
rado las modificaciones sin las cuales no existiría el proceso evolutivo. Entre los
principales mecanismos se destacan la selección natural, las mutaciones, la deriva
genética y el flujo génico.

Selección natural
La selección natural actúa gracias a la existencia de la reproducción sexuada
que origina la diversidad en las recombinaciones génicas de una población y por lo
tanto la variabilidad entre los individuos de una misma especie. La existencia de
variaciones individuales hace que no todos los individuos estén igualmente dotados
para hacer frente a la misma situación ambiental. Algunas de esas variaciones propor­
cionan ventajas que hacen que quienes las posean tengan mayores posibilidades de
sobrevivir y reproducirse. De esta manera, la modificación o variante ventajosa es
seleccionada y se irá extendiendo a todos los miembros de una población de una
generación a la otra.
Darwin pensaba que la selección natural podia explicar la evolución biológica,
para él este mecanismo permitía la supervivencia de los más aptos,pero ¿cómo deter­
minar cuáles son los individuos más aptos? La respuesta a este crucial interrogante
no era posible de efectuar en la época de Darwin, pero en la actualidad, en especial
con los avances de la genética de las poblaciones, se puede contestar: son más aptos
aquellos individuos portadores de genotipos que les permiten dejar mayor número de
descendientes en la siguiente generación. En síntesis: la selección natural es la repro­
ducción diferencial de aquellas variantes hereditarias que, con relación a otras aumen­
tan las probabilidades de sobrevivir y reproducirse a sus portadores (Ayala, 1987). La
idea de la selección natural propuesta por Darwin ha sufrido modificaciones, si bien
los aspectos básicos de la teoría siguen vigentes. El cambio consiste en considerar que
la selección natural hace variar la composición genética de las poblaciones o las fre­
cuencias génicas de generación en generación.
Dado que las poblaciones naturales poseen gran diversidad genética el papel
que cumple el azar en el proceso evolutivo es muy significativo, más de lo que suponía
Darwin. En ciencia se considera azar a aquello cuyo acaecer es fortuito o aquello que

276
es indeterminable en un proceso. Sucede algo al azar cuando no existe causa conocida
que lo haya provocado y no se puede predecir lo que vaya a suceder luego (Schwoerbel,
1986). ¿De que manera actúa el azar en el proceso evolutivo? La diversidad genética
de los organismos depende de las mutaciones y recombinaciones cromosómicas. Estos
dos procesos se producen al azar: las mutaciones surgen independientemente de que
los resultados sean ventajosos o perjudiciales. Pero la selección natural actúa sobre la
amplia diversidad que se origina por azar, organizándola y posibilitando la adaptación
de los organismos.

Mutación y Recombinación genética


La comprensión actual de la naturaleza química del gen ha permitido visuali­
zar la mutación a nivel molecular. Puede considerarse mutación a cualquier cambio
producido en el material genético (ADN). Si estas mutaciones se producen en las
células sexuales son heredables y se transmiten a la generación siguiente. Por azar la
frecuencia de las mutaciones oscila entre una mutación cada 10.000 individuos o cada
1.000.000 según la especie, pero cuando actúan otros factores como los rayos X, el gas
mostaza, etc, las frecuencias aumentan.Las mutaciones pueden ser:
— génicas o puntiformes: afectan a una o a unas pocas de las unidades que
constituyen un gen (Nucleótidos);
— cromosómicas: afectan al número de cromosomas o bien al número de los
genes dentro de los cromosomas, es decir; 1) a la dotación completa de cromosomas,
2) a algún cromosoma aislado dentro de la dotación completa y 3) a la constitución
global de un cromosoma (duplicaciones, delecciones, inversiones y traslocaciones).
Se denomina recombinación genética o entrecruzamiento al proceso por el cual
durante la meiosis los cromosomas que están emparejados pueden romperse e inter­
cambiar fragmentos entre sí y luego volverse a unir. Esto da lugar a una nueva
redistribución de genes y por lo tanto a la variabilidad. Sobre esta variabilidad actuará
la selección natural.

Deriva genética
En cada generación la proporción de genes que posee una población puede
variar de manera azarosa. Por azar algunos genes pueden perderse y otros fijarse en
una población pequeña y no por causa de la selección natural. A este proceso se lo
denomina deriva genética y es frecuente en aquellos casos de colonización de nuevos
ambientes por parte de un grupo pequeño separado de una población original. En
pocas generaciones el grupo pequeño será diferente a la población de la cual proviene
y las diferencias adquiridas se habrán producido porcia deriva genética.

Flujo de genes
Dado que las poblaciones que conforman una especie no están siempre aisladas
unas de otras, pueden llegar a darse cruzamientos entre ellas y de esta manera, se
produce el movimiento de material genético o pool génico de una población a otra.

277
3.2. E l p ro b le m a de la especiación

Se considera que el proceso de la evolución se da en dos dimensiones: la


evolución fílogenética y la especiación. La prim era es la que se produce por los
cambios que a lo largo del tiempo se van acumulando en una única línea de
descendencia, dichos cambios se relacionan en general con una mayor adaptación
al ambiente. La especiación se produce cuando dentro de una misma línea de
descendencia se produce la divergencia hacia otras nuevas. La especiación explica
la presencia de la amplia diversidad de formas de vida que tanto asombraron a
Darwin y lo llevaron a buscar explicaciones sobre sus orígenes.

¿Qué es una especie?


Se puede definir como tal al grupo de poblaciones naturales que se cruzan o pueden
cruzarse entre sí y se encuentran aisladas reproductivamente. En el caso de reprodu­
cirse con los de otra especie generan descendientes estériles. La incapacidad de las
especies para cruzarse entre sí y generar descendencia fértil hace que la especie sea
una unidad evolutiva independiente; dado que no hay intercambio de genes entre
especies diferentes, la evolución de cada especie es independiente. El aislamiento
reproductivo entre las especies se mantiene mediante barreras biológicas denomina­
das mecanismos de aislamiento reproductor (Ayala 1987).Estos mecanismos se dife­
rencian en dos tipos:
1) Prezigóticos; que impiden el apareamiento entre los individuos de poblaciones di­
ferentes evitando la hibridación. Se agrupan en cinco posibles situaciones de aisla­
miento; ecológico, temporal, etológico, mecánico y gamético.
2) Postzigótico; que reducen las posibilidades de fertilidad en la descendencia híbrida.
Se agrupan en tres tipos; inviabilidad, esterilidad y degradación de los híbridos.
Dado que las especies son entidades aisladas reproductivamente, preguntar acerca de
cómo surgen las especies es preguntar acerca de cómo actúan los mecanismos de
aislamiento reproductor.

Algunas viejas y nuevas ideas sobre el origen de las especies


Desde la antigüedad se han venido discutiendo las ideas sobre por qué
existe tan am plia diversidad en las formas de vida. En algunos momentos el
debate ha sido tranquilo y sin sobresaltos, en otros como en la década de los * 80
de nuestro siglo, se han presentado nuevos datos e interpretaciones replanteando
el conocimiento de los hechos. Las explicaciones que se realizan reanudan la dis­
cusión pero los hechos, que son los mudos testigos del proceso evolutivo, nunca se
modifican; las ideas o construcciones que se elaboran para explicar esos hechos
varían según las perspectivas bajo las cuales se los analice.
Anaximandro (610-546 a. C), Aristóteles (384-322 a. C.), Linneo (1707-1778),
Buffón (1707-1788), Erasm us Darwin (1731-1802) fueron algunos de los pensado­
res que elaboraron sucesivamente algunas ideas sobre la existencia de la evolu­
ción. Pero estos destacados pensadores no pudieron apoyarse en los pocos datos

278
conocidos para vencer de m anera efectiva a las ideas conservadoras de su tiempo
y la opinión casi unánim e de los teólogos. Recién con Jean Baptiste Lamarck
(1774-1829) se expuso con claridad que la evolución es un hecho universal que
unifica a todas las formas de vida en un único proceso histórico (desde los orga­
nismos unicelulares a los más complejos). En su obra Filosofía Zoológica (1809),
Lamarck propuso una teoría general sobre la forma en que habría actuado la
evolución, en ella señala dos principios fundamentales y dos leyes generales.

PRINCIPIOS FUNDAMENTALES
1. el uso y desuso del órgano
2. la h e re n cia de los caracteres adquiridos

LEYES GENERALES
Ira Ley: En todo animal que no haya superado el término de su desarrollo, el
empleo frecuente y continuo de un órgano cualquiera fortifica poco a poco dicho órgano,
lo desarrolla y lo agranda, confiriéndole una potencia proporcional a la duración de
su uso; de igual modo, la ausencia constante de uso de dicho órgano lo debilita, lo
deteriora, hace dism inuir progresivamente sus facultades y acaba por hacerlo desapa­
recer.
2 d a Ley: Todo cuanto la naturaleza ha hecho perder o ganar a los individuos por
influencia de las circunstancias a las que desde hace tanto tiempo se encuentra expues­
ta la raza y, consecuentemente, por efecto del uso predominante de un órgano o de su
constante no utilización, se conserva a través de las generaciones transmitiéndose a los
nuevos individuos derivados de él, con tal de que los cambios adquiridos sean comunes
a los dos sexos o, cuanto menos, a quienes produjeron estos nuevos individuos.

Lamarck cita algunos ejemplos en su intento por probar la veracidad de sus


principios. El más famoso de todos ellos es el de la jirafa cuyas patas anteriores
y su larguísimo cuello se explicarían por el uso constante de los órganos para
alcanzar a comer las hojas de árboles cada vez más altos. Si bien en la actualidad
los nuevos conocimientos han refutado a estos principios como causales del cambio
evolutivo, debe reconocerse que Lamarck formuló una auténtica teoría evolutiva y
fue un prim er intento que permitió abrir líneas de investigación posteriores.
Charles Darwin (1809-1882) fue quien formuló la moderna teoría de la evo­
lución. Como fruto de sus observaciones y reflexiones de muchos años escribió su
obra más famosa El origen de las especies (1859), en ella explica su teoría sobre
el proceso de la evolución apoyándose en numerosos ejemplos ilustrados y en datos
empíricos. U na síntesis de esta teoría que el mismo proporciona es la siguiente;

279
I
Como de coda especie nacen muchos más individuos de los que pueden sobrevivir, y
en coJisecuencia. existe una lucha constante por la existencia, se deduce que. cualquier ser,
si se modifica aunque sea ligeramente de alguna forma ventajosa para si mis?no, tendrá
más probabilidades de sobrevivir, y de esta manera es seleccionado naturalmente.
Esta conservación de diferencias y variaciones individuales favorables y la destruc­
ción de las perjudiciales, la he llamado selección natural o supervivencia del más apto.

La explicación darwiniana de la evolución de los seres vivientes por medio


de la selección natural se apoya en la existencia de las variaciones hereditarias,
un hecho que para Darwin era indiscutible aún cuando no conocía los mecanismos
de mutación que la originan. M ientras continuaba el revuelo de las ideas desatado
por la teoría de Darwin, Gregor Mendel, publicaba en 1866 los resultados de sus
experimentos con guisantes y formulaba las leyes de la herencia.
De la unión de las ideas de Darwin y los conocimientos aportados por la
genética,la paleontología y la sistem ática ha surgido la actual teoria de la evolu­
ción, llamada Teoria Sintética de la Evolución o Neodarwinismo cuyos principales
gestores han sido Huxley, Dobzhansky, Mayr y Simpson, entre otros. Es esta
precisamente una síntesis de los conocimientos genéticos y del principio darwiniano
de la selección natural: la mutación y la recombinación genética producen la va­
riabilidad hereditaria y la selección natural es el proceso que ordena las variacio­
nes y origina organismos adaptados a ambientes específicos.En la actualidad, la
selección natural es entendida en términos genéticos y estadísticos como reproduc­
ción diferencial. Para la Teoría Sintética de la evolución el proceso de la selección
natural explica la diversidad de plantas y animales que han existido en el Planeta
y que existen en la actualidad. Ese proceso, según el registro fósil, dem uestra que
la evolución ha ocurrido de manera aleatoria pero no totalmente al azar. Por ello
se considera que la evolución incluye una mezcla de diversidad y selección, de azar
y necesidad entrelazados como núcleos centrales en la existencia de la vida.
En cuanto al problema de la especiación, según la Teoria Sintética las nue­
vas especies se originan como resultado de la acumulación de sucesivos cambios
graduales a lo largo de un tiempo muy prolongado. Sobre estos cambios actúa la
selección natural favoreciendo la adaptación de las especies a su ambiente. El
pasaje de una especie a otra sería gradual, no habría saltos abruptos de una
especie ancestral a otra nueva; sin embargo, existe una discordancia entre estos
postulados teóricos y los hechos que m uestra el registro fósil. Los fósiles no mues­
tran gradualidad o transición paulatina (por ejemplo; no aparecen formas interm e­
dias entre un pez con aletas lobuladas y un anfibio); por el contrario, los fósiles
indican que una especie permanece estabilizada, sin cambios, durante mucho tiem ­
po y cuando es reemplazada, la nueva especie presenta rasgos de indiscutible
parentesco pero existe un vacío morfológico de formas interm edias entre los ances­
tros y los descendientes.
Ya desde la época de Darwin esta discordancia entre la teoría y los hechos
era atribuida a la falta de datos o al registro incompleto. Pero en la actualidad
—dado el exhaustivo conocimiento de los numerosos yacimientos fosilíferos distri­
buidos por todo el mundo— si bien el registro puede no ser completo, se considera
que refleja la realidad; momentos muy largos de estabilidad morfológica de una

280
especie sucedidos por el rápido reemplazo de otra especie descendiente. En la
década de los *70 Niles Eldredge y Stephen Gould (paleontólogos norteamericanos)
teniendo en cuenta esa realidad intentaron conciliar la teoria con los hechos pro­
poniendo un modelo evolutivo sobre el origen de las especies que armó un gran
revuelo de ideas entre los especialistas. A este modelo se lo llama de equilibrios
puntuados o equilibrios intermitentes porque la evolución es vista no como un
proceso continuo sino marcado por procesos rápidos de especiación (Ver gráfico n9
1). La rapidez debe entenderse como un tiempo que puede abarcar 50.000 años,
biológicamente son muchos pero son escasos en términos geológicos para que que*
de una marcada visibilidad fósil del momento de divergencia entre especies.

E
M
P
O
G
E
O
L
0
G
1
C
O

Distancia entre especies


GRADUAUSMO EQUILIBRIO PUNTUADO

Gráfico N9 1

Dos maneras de visualizar y explicar la evolución : • / gndualismo y t í equilibrio puntuado.


El gradualismo explica la evolución a partir de la sucesión constante de pequeños cambios
que se van acumulando desde un individuo hasta llegar a toda la especie durante largos
períodos de tiempo. El equilibrio puntuado visualiza el cambio en puntuales y breves
explosiones de modificación morfológica que dan lugar a el surgimiento de una nueva especie.
Es una opinión hoy compartida por la mayoría de los científicos que la historia evolutiva debe
ser vista como una combinación de estos dos procesos de cambio : aunque todavía existen
discusiones acerca de cual de los dos tipos de cambio es más significativo para la explicación
del surgimiento de las especies .

281
De esta m anera, el debate queda planteado en dos formas de explicar el
proceso de especiación:
1) para los que se apoyan en la Teoría Sintética; por microevolución, donde
a partir de las mutaciones, la deriva genética o las reorganizaciones
cromosómicas etc. que suceden al azar, actúa la selección natural sobre
las variaciones existentes y desemboca en la diferenciación de especies;
2) para los seguidores del equilibrio puntuado; por macroevolución, donde
la selección natural no actúa seleccionando variaciones genéticas sino
seleccionando especies ya constituidas. Las especies nuevas aparecen en
poblaciones pequeñas y aisladas reproductivamente de otras de las cua­
les provienen, donde son posibles los rápidos cambios genéticos porque
las nuevas variaciones no se diluyen como ocurre en el entrecruzam iento
genético de una población numerosa. Si las especies derivadas emigran
y entran en contacto con las especies preexistentes, una de ellas presen­
tará ventajas por sobre las demás y será la que perdure m ientras que
las otras se extinguirán. Por lo tanto, según los macroevolucionistas las
especies aparecen al azar y la selección natural actúa eliminándolas o
conservándolas. Si la selección natural favorece constantem ente a lo
largo del tiempo un mismo tipo de característica porque resulta venta­
josa, el registro fósil exhibirá una tendencia evolutiva a la sucesión de
especies del mismo linaje. Niles Eldredge, ejemplificó esta tendencia con
el aum ento de la capacidad craneana registrado entre los diferentes
homínidos que se fueron sucediendo hasta llegar al hombre moderno
(Ver más adelante).
Luego de acaloradas discusiones existe ahora la búsqueda de una concilia­
ción entre ambas explicaciones; el proceso evolutivo es contemplado como la com­
binación de cambios relativam ente rápidos y modificaciones graduales, quizá las
modificaciones significativas se produjeron más por cambios puntuados ya que las
especies no exhiben adaptaciones perfectas. Un importante aporte que ha realiza­
do Stephen Gould a la teoria evolutiva moderna es su crítica a la idea de que las
variaciones genéticas que se pueden llegar a dar dentro de los organismos son
ilim itadas, que todo es posible. La variación no es ilimitada, existen rasgos adqui­
ridos filogenéticamente, a lo largo de la historia evolutiva, y reglas de desarrollo
embrionario que lim itan o impulsan el cambio; por ejemplo, los anfibios tenían
cuatro patas porque los peces de los cuales descendían tenían cuatro aletas lobuladas
y no porque las cuatro patas hubieran sido seleccionadas por ser más ventajosas.
Para Gould y muchos otros biólogos, las alteraciones en el ritmo de crecimiento
(retraso o aceleración) producidas durante las prim eras etapas del desarrollo
embrionario pueden generar cambios im portantes en el organismo.

282
4. NUESTRO LINAJE PRIMATE
4.1. El orden de los primates; características comunes y tendencias
adaptativas
Los prim ates se diferencian del resto cíe los mamíferos por un conjunto de
rasgos que les son propios y que les proporcionan potencialidades biológicas para
desarrollar estrategias adaptativas de supervivencia en ambientes con abundante
vegetación. Entre los rasgos más significativos genéticamente determinados, se
destacan los siguientes;
1) Las extremidades term inan en pentadactilia (cinco dedos). E sta estruc­
tura que es típica de los mamíferos más tempranos del período terciario
se ha mantenido en gran medida generalizada sin gran especialización.
En otros mamíferos la pentadactilia ancestral se modificó orientándose
a diversidad de especializaciones; por ejemplo, en animales predadores
como los felinos se orientó a perm itir una eficaz cacería mediante pode­
rosas garras; en otros animales donde era ventajoso el desplazamiento
rápido por espacios abiertos se produjo una reducción de cinco a tres
dedos y luego a uno, tal es el caso de los antecesores del caballo actual.
En los prim ates, la conservación de la pentadactilia está relacionada con
el uso ventajoso que ofrece la mano con cinco dedos para el desarrollo de
la capacidad prensil y las actividades manipuladoras. A lo largo del
tiempo evolutivo de los primates, los cambios que se observan en la
mano m uestran la tendencia selectiva a favor de la especialización en la
capacidad prensil; el pulgar oponible de la mano en la mayoría de los
prim ates (en algunos también es oponible el pulgar del pie), las almoha­
dillas sensibles de los dedos, las uñas planas en lugar de garras y el
mayor número de insercciones nerviosas en los ápices de las falanges
terminales.
2) La presencia de una visión estereoscópica a consecuencia de la ubicación
de los ojos en un mismo plano frontal. Esto permite obtener imágenes
en relieve, profundidad de campo y proporciona la capacidad de calcular
distancias. En contraste con el desarrollo del sentido de la visión se
observa un menor grado de especialización en el sentido del olfato.
3) La existencia de una columna vertebral flexible proporciona la posibili­
dad de sentarse o erguirse, y permite en consecuencia dejar liberadas las
extremidades superiores de la postura corporal. A su vez, estas extrem i­

283
dades pueden cumplir funciones tales como girar, extender o flexionar y
se relacionan con la capacidad prensil y la manipulación de objetos que
perm ite la pentadactilia. Esta estructura ósea facilita el desplazamiento
por el ambiente arbóreo y constituye la base substancial sobre la cual se
configuraron las diferentes formas de locomoción; a) salto y aferramiento
vertical, apto para el traslado por las partes altas de la selva; b) marcha
cuadrúpeda sobre las ram as y suspensión con los brazos por debajo de
las mismas, son dos formas de traslado ventajosas para las partes me­
dias de la selva donde la vegetación es muy densa, c) m archa sobre
nudillos, efectiva para el desplazamiento por las partes bajas de la selva
donde se requiere realizar actividades alternativas de trepar o cam inar
por el suelo y d) la marcha bípeda propia del hombre (Milton, 1993;
Campillo, 1988; Doran, 1993; Lovejoy, 1989; Zhilman, 1990).
4) De todos los mamíferos los primates poseen la mayor capacidad cerebral
en relación al tamaño corporal. El mayor tamaño y la complejidad encefálica
se pueden vincular con la amplia red de conexiones nerviosas necesarias
para procesar y dar respuesta a los múltiples estímulos am bientales
(Aboiltz, 1992; Halloway, 1990; Simmons, 1990; Tobías, 1982).
5) En el proceso de divergencia evolutiva se producen cambios en la ana­
tomía y fisiología del aparato digestivo tendientes a la mayor absorción
de grandes cantidades de celulosa, propia de las dietas frugívoras o
herbívoras. Asismismo, el consumo de hojas requiere la capacidad fisio­
lógica de tolerar toxinas (Milton, 1993).
6) En comparación con otros mamíferos, los primates tienen períodos de
gestación prolongados y un escaso número de crías por camada. Estas, por
su alto grado de inmadurez, tienen una larga etapa de dependencia de los
adultos. La infancia dilatada permite la recepción y aprendizaje de abun­
dante información cuando la conducta es más flexible.
Los lazos de cohesión social son imprescindibles para m antener unido al
grupo durante el largo tiempo en que las crías se desarrollan. Esta cohe­
sión social se apoya en una comunicación compleja como por ejemplo el
uso de gestos faciales y corporales, chillidos y aullidos o bien el constante
acicalamiento mutuo (Shefferly y Fritz, 1992; Ghiglieri, 1988; Gould, 1988).

4.2. Reconstruyendo el árbol filogenético


La separación del orden de los primates del resto de los mamíferos se inicia
a comienzos del período terciario hace aproximadamente 70 m. de años. Es en este
momento cuando se desarrollan las plantas angiospermas y se expanden las vastas
forestas de las zonas tropicales y subtropicales. El proceso comienza cuando un
grupo de mamíferos muy pequeños, insectívoros y de hábitos nocturnos desarrolla
una estrategia arborícola que conduce a los primeros representantes de los prim a­
tes. A partir de aquí se abre una multiplicidad de formas de vida. A los fines de
ordenar la información se pueden sintetizar cinco fases significativas (Milton, 1993;
Aboitz, 1992; Pilbean, 1988)

284
(chimpancé)
(l¡l¡5 (maraco) (gibón) gorila)
(lémur) Monos del Monos del himios (orangután) (hombre)
Prosimios nuevo mundo viejo mundo menores Grandes simicK Homínidos

10
20
30
40
50
G0

70

Gráfico N9 2 EVOLUCIÓN DEL ORDEN DE LOS PRIMATES: sus raíces se origi­


nan en el Cretácico tardío, cuando algunos micromamíferos insectívoros aprovecharon
los alim entos ofrecidos por los bosques de angiospermas. (1) Los descendientes de este
mamífero son los precursores de los primates y desarrollaron rasgos propios de estos
tales, como el hocico redondeado y las uñas planas; (2) entre los 40 y 30 m. de años se
produce la separación entre Catarrinos y Platirrinos (monos del Viejo Mundo y del N ue­
vo Mundo); (3) entre los 20 m. y 30 m. de años se produce la separación entre las Super-
fam ilias Cercopitecoidea y Hominoidea: (4) divergencia evolutiva entre las Fam ilias
Hylobatidae, Pongidae y Hominidae (5) a partir de los 5 m. de años se separa el linaje
evolutivo que conduce a los Chimpancés y a los Homínidos.

Orden Suborden Infraorcen Superíamilia Familia Nombre


Genero Especie común
Lernures
Lemuníormes Irdris
Prosmios Lorsilormcs Lcrir.
Tarsilormes Társidos
Galanos
Primates Menos de!
Platirrinos Xuevo Mundc
Owrop'- Monos del
Antrcpc-.des tfierridea Viejo Mundo

Hy'nhahfJap Gibor.cs
S*amangs
Catarrir.cs Pergo Urangirtán
IVgmaccs

Pa-.gidae Pan
ja r a r Chimpancé
Hommírrira Cirila gorilla Gorila

sooiens
Honimidac sapiens Hombre
Home

Gráfico Ny 3 ESQUEMA TAXONOMICO DEL ORDEN DE LOS PRIMATES: Repre­


senta distintos niveles inclusivos partiendo de la especie como unidad básica (reelaborado
de Pilbeam, 1981; 26)

285
1) Entre los 60 y 50 m. de años se produce la separación entre Prosimios
y Antropoides. Los primeros, de talla pequeña y locomoción adaptada al
salto, no constiyen la forma de vida cuyos caminos de especialización
conducen al género humano. Los segundos, desarrollaron modificaciones
orgánicas favorables para la ocupación de las partes bajas y medias de
selvas y bosques densos.
2) A p artir de los 40 m. de años, cuando América del Sur se separa de
África y América del Norte de Eurasia por deriva continental, se produ­
ce otra im portante divergencia evolutiva entre los Antropoides. Esta es
principalm ente el resultado del aislamiento geográfico entre continentes
(ver mecanismos de especiación) y llevó a la distinción de dos grandes
grupos: los Platirrinos o monos del Nuevo Mundo y los Catarrinos o
monos del Viejo Mundo.
Los Platirrinos no generaron especializaciones conducentes al linaje h u ­
mano. Sus representantes actuales (entre los que se cuenta el mono
araña y el mono tití) m uestran una tendencia adaptativa al uso de las
partes medias de los árboles; talla corporal pequeña a m ediana, despla­
zam iento por encima o por debajo de las ram as y larga cola prensil. Esto
perm ite explicar por qué los restos fósiles de los antepasados m ás cer­
canos al género humano no se encuentran en América.
3) E ntre los 30 y 20 m. de años se producen im portantes movimientos
orogénicos que formaron, entre otras, las elevaciones m ontañosas de
Próximo Oriente y Europa. Estas elevaciones se constituyeron en fuertes
barreras geográficas para el desplazamiento de poblaciones de Catarrinos
desde ÁfVica hacia Eurasia y viceversa. Dentro de este contexto se regis­
tra la separación de los dos grandes grupos de Catarrinos asiáticos y
africanos. Por un lado, la superfamilia Cercopitecoidea, cuyos represen­
tan te s fósiles y actuales ilu stran la form a de vida propia de los
monos,(macacos, babuinos y colobos). Por otra parte, la superfam ilia
Hominoidea, ilustra la forma de vida de los antropomorfos, que presen­
tan mayor talla y peso corporal, amplio desarrollo de la braquiación y
carecen de larga cola prensil. El representante fósil de los hominoideos
se conoce con el nombre de Aegyptopithecus. Tiene una antigüedad de 28
m. de años, era de pequeño tam año y fue encontrado en El Fayum, Egipto.
4) Hace alrededor de 20 m. de años, cuando comienza el Mioceno la tem ­
peratura del planeta se eleva gradualm ente y el clima se hace estacional
y seco, esto provocó la reducción de las selvas. En el continente africano
este fenómeno climático se relaciona a su vez con el levantam iento del
macizo oriental que aisló las tierras bajas con abundantes lluvias y
bosques densos de las tierras altas donde proliferaron los espacios de,
bosques abiertos y sabanas. El ambiente antes favorable a la prolifera­
ción de los prim ates se fue haciendo cada vez menos propicio.
Un representante fósil que podría ser descendiente de los primeros]
antropomorfos de El Fayum, es el Proconsul africano encontrado en¡
Kenia que tiene 18 m. de años de antigüedad. Proconsul m uestra una¡
combinación de rasgos de monos y antropomorfos actuales: tronco alar-,

286
gado y huesos semejantes de la mano y del brazo, la cabeza de mayor
tam año en relación con un cuerpo pequeño, de escasos 11 kg y una
dentición con caninos destacados y molares reducidos.
Hace 18 m. de años África queda unida a Eurasia produciéndose un
intercambio faunístico entre monos y antropomorfos. En especial se
d esta ca la rad iació n a d a p ta tiv a que tuvo lu g a r e n tre los
an tro pom orfo s.E stos fósiles son d esig n ad o s con el nom bre de
Ramapithecus, Sivapithecus y un llamativo Gigantopithecus fueron fe­
chados en 15 m. años.Todos ellos pueden agruparse con el nombre de
ramamorfos (Pilbeam, 1984; Lewin, 1986) y diferían de Proconsul por
presentar extremidades superiores largas en relación al resto del cuer­
po, sus dientes estaban cubiertos por grueso esmalte y se insertaban en
maxilares muy robustos.
Algunos años atrás se consideró que Ramaphitecus era el candidato más
adecuado para ser considerado el antecesor de los primeros homínidos.
Actualm ente la Biología molecular y la anatom ía comparada han demos­
trado que no pudo ser el primer homínido.
A pesar de la amplia diversidad de restos fósiles aún no está claro el
panoram a evolutivo comprendido entre los 18 y 15 m. de años. Sin
embargo ha adquirido consenso entre los paleoantropólogos el modelo
molecular que coloca a los antropomorfos africanos como entidades
genéticam ente semejantes al hombre actual, en tanto que los antro­
pomorfos asiáticos poseen alrededor del doble de las diferencias genéticas.
5) Para fines del Mioceno la competencia por los recursos vegetales entre
los representantes de la superfamilia Hominoidea llevó a varias diver­
gencias:
1. Algunas poblaciones de antropomorfos comenzaron a explorar hábi­
tats transicionales entre las selvas y la sabanas,
2. Otros continuaron su vida en el am biente tradicional increm entando
su especialización arborícola.
Es en este contexto que se produce la radiación adaptativa que se­
para a los antropomorfos en tres grandes familias: a) la familia
Hylobatidae que incluye a los antropomorfos asiáticos cuyos repre­
sentantes actuales son los gibones y siamang); b) la familia Pongidae
que incluye a los grandes antropomorfos africanos que continuaron
viviendo en la selva. Estos se diferencian a su vez en 3 géneros:
Pongo, Pan y Gorila (en la actualidad, orangután; gorila y chim pan­
cé respectivamente) y c) la familia Hominidae que incluye a los
primeros antecesores directos del género humano.

Aportes de la biología molecular


Existe amplio acuerdo entre los paleoantropólogos en tom o a cómo ocurrió
la secuencia de estos acontecimientos evolutivos: primero se separaron los antece­
sores del los gibones, luego los orangutanes y mucho después se produjo la diver­
gencia entre gorilas y chimpancés. Finalmente estos grandes antropomorfos afri­
canos y los humanos compartimos un ancestro común por últim a vez hace 5 m. de

287
años. Si bien la distancia génetica que nos separa es tan pequeña (solo el 1 % de
los genes que codifican las proteínas) y se la suele encontrar entre especies muy
sem ejantes, la clasificación taxonómica nos incluye en fam ilias separadas hecho
que es aún mucho m ás lejano en el parentesco que el género y la especie (aspectos
clasificatorios que falta adecuar a los nuevos datos moleculares).

LA GENÉTICA Y EL PROCESO DE HOMINIZACIÓN


El ADN es el portador y el transmisor de la información necesaria para la formación de
células e individuos. Las diferencias existentes entre los seres humanos que se transmiten
a la descendencia (diferencias genéticas), están determinadas por diferencias en el ADN. Si
se produce una mutación en una célula sexual (gameta) ésta se transmite a la descendencia
si es viable pero, si el cambio se produce en una célula del cuerpo (somática), sus efectos se
van a limitar al individuo y el cambio producido se llamará mutación somática. (Ver Muta­
ción y recombinación genética en Mecanismos evolutivos; 3.1 pág. 277). El conocimiento de
las mutaciones cromosómicas por translocación (cuando un segmento de cromosoma se trans­
fiere a otro) ha aportado importante información para la comprensión de las modalidades
citogenéticas de la hominización. La hominización se pudo haber producido por una trans­
locación robertsoniana.
Se sabe que especies vecinas suelen tener cariotipos semejantes. Cariotipo es el stock
cromosómico presente en una célula. Para una misma especie, todas sus células somáticas
presentan el mismo e invariable número de cariotipos y se repite en todos los individuos
normales de esa especie. En el hombre el cariotipo es 46. Se puede pasar de un cariotipo a
otro vecino mediante reajustes simples, por ejemplo; la fusión de tipo robertsoniana, en la
que se fusionan dos cromosomas acrocéntricos para dar lugar a uno metacéntrico. Es de
suponer que este ajuste debió haber desempeñado un papel importante en la hominización
si pensamos que el cariotipo de los póngidos es de 48.
Según Chiarelli, el antepasado de los póngidos africanos y de los homínidos debió tener
48 cromosomas y por una translocación robertsoniana, fusión ocurrida entre 2 telocéntricos,
en dos generaciones se podría haber pasado del cariotipo 48 al de 46 cromosomas. Esto
habría conducido al género HOMO. Es probable que el cambio haya ocurrido en un individuo
que en un primer momento tenía un cariotipo de 47 cromosomas (puede ocurrir que se altere
el número de cromosomas pero esto no produce ni la pérdida ni la ganancia de material
genético hereditario). Luego cruzado reproductivamente con individuos de cariotipo normal
48, se debió generar un 50 % de descendientes portadores de la translocación 47. Si se
cruzaron dos individuos con cariotipo 47 habrían aparecido nuevos individuos con 46 porta­
dores de la translocación en estado homocigótico.
Por otra parte, si los individuos portadores del cariotipo 46 presentaron ventajas selec­
tivas debieron suplantar rápidamente a los menos favorecidos, sobre todo si tenemos en
cuenta que los primeros grupos reproductivos debieron ser bastante reducidos. Desde la
segunda generación, habría un 25 % de individuos con 46 cromosomas y el cruce entre
individuos heterocigóticos generaría homocigóticos 48 y homocigóticos nuevos de 46 portado­
res de la translocacion (Ruffie. J., 1983).

4.3. Los últimos cuatro millones de años


Los fósiles más tempranos pertenecientes a los homínidos provienen d<
varios sitios distribuidos en África Oriental. El registro fósil de hace cuatro millo
nes de años comienza a m ostrar una riqueza tal en evidencias, que nos faculta ¡
elaborar un diseño del proceso último de la evolución hum ana. (Ver gráficos d
p. 298).
288
Se ha señalado con cierto consenso a Australopithecus afarensis como el
ancestro común del linaje Homo y los australopitécidos (Johanson y White, 1981-
Rak, 1983; Eldredge y Tattersall, 1986; Zihlman, 1990). Remitimos a las caracte­
rísticas morfológicas para señalar el nivel de generalización con elementos comu­
nes a ambos como para constituirlo en una especie apta para cumplir ese rol. Sólo
Richard y Mary Leakey sostienen en la actualidad, que no se ha encontrado aún
el antecesor del linaje Homo y que seguramente éste debería tener un cráneo más
voluminoso, produciéndose la diversificación probablemente hace más de 5 millo­
nes de años (Leakey, 1981; Leakey y Lewin, 1980).
Ivés Coppens y Richard Leakey, ven dos subespecies en lo que aparece como
un marcado dimorfismo sexual en afarensis (LEAKEY, 1981). Sin em bargo, entre
los antropoides el dimorfismo sexual se increm enta con el aum ento del tam año
corporal de la especie. Así, éste es más marcado en los gorilas que en el chim pan­
cé. Asimismo, es sabido que cuando la variación fenotípica de los machos es gran­
de, la selección natural favorece a los de mayor tam año en la competencia por las
hem bras (GODFREY, LYON y SUTHERLAND, 1993).
De ahí en más el pasaje de Australopitfiecus africanus a A ustralopitecus
robustus señala un camino hacia la molarización de los premolares (de dos cúspi­
des a tres), al incremento del tamaño corporal y a una morfología de las manos que
implica mayor capacidad m anipulatoria (MC HENRY, 1991; RAK, 1983; REED,
1993; RICKLAN, 1990; SUSMAN, 1986; 1992). Esta robustez que también se daría
en el Australopithecus boisei como ram a paralela, implica un camino de especia-
lización sin retorno: los huesos con crestas en cráneos y huesos largos, nos hablan
de una m usculatura poderosa, en animales que necesitaron un incremento del
volumen de alimentos ingeridos para poder producirse a sí mismos. De modo que
los útiles para cavar y procesar el alimento, no les permitieron como en el caso de
los Homo, ocupar nuevos am bientes dado que estaban excesivam ente especiali­
zados en un h áb itat de bosques dispersos entre la sabana y con una dieta espe­
cialm ente basada en sem illas duras y raíces.

AUSTRALOPITHECUS AFARENSIS

Otros nombres: Lucy


Area de dispersión: Hadar (Etiopía)
Laetoli (Tanzania)
Antigüedad: 4.000.000 años (hay evidencias de un maxilar de Australopithecus de 5.000.000
de años, pero es una evidencia insuficiente para determinar la subespecie).
Características físicas especificas:

1. La peculiaridad más notable es la conjunción de un esqueleto postcraneal moderno con un


esqueleto craneal primitivo (JOHANSON y EDEY, 1981).
2. La capacidad craneana se ubica entre 400 y 500 cm3.
3. La arcada inferior tiene forma de V muy abierta, no es aún la parabólica que nos caracteriza.
La arcada superior tiene una curiosa forma ovalada, con los segundos y terceros molares apar­
tándose de las líneas rectamente divergentes de cada rama, para cerrarse hacia atrás.
4. Como en otros homínidos, la sínfisis mandibular está reforzada por dos engrosamientos o
torus, pero sin que el inferior se convierta en plataforma simiana.

289
i
5. Los incisivos están implantados de manera bastante oblicua, en correspondencia con un
prognatismo alveolar relativamente pronunciado.
6. Los caninos son poco sobresalientes
7. Los premolares anteriores tienen a veces una única cúspide como en los Ramapithecus y
Kenyapithecus, pero por lo general muestran dos cúspides desiguales, con lo que resultan
transicíonales hacia los primeros premolares bicúspides que constituyen una de nuestras caracte­
rísticas actuales.
8. Existe un pequeño diastema entre los incisivos superiores y los caninos, y entre los caninos
inferiores y el premolar siguiente.
9. Los cráneos muestran fuertes inserciones musculares, e inclusive una cresta témporo-occipital.
10. Los brazos son más largos que las piernas.
11. Los huesos del brazo y, principalmente, los de la mano difieren aún por algunos rasgos de
los que son plenamente humanos, pero los huesos de la rodilla y del pie, indican una postura ya
enteramente bípeda:
El “ángulo de portación", formado por la superficie de articulación de la rodilla, que es paralela
al suelo, y por el eje largo del fémur, es oblicuo con respecto a dicha superficie.
Pelvis: el ilíaco se observa acortado cambiando los puntos de inserción de los músculos abductores,
los que indican un cambio de función: en lugar de ser propulsores de los miembros pasan a ser
estabilizadores de la postura erecta, como en nuestra especie.
12. En consonancia con la postura bípeda, el agujero occipital se encuentra en el centro de la
base del cráneo.
13. Diversos rasgos sugieren la existencia de un marcado dimorfismo sexual (como en el hombre,
gorila, chimpancé y orangután). La estatura total es de 125 a 130 cm.
Está en discusión si se trata de una sola especie o dos, por el pronunciado dimorfismo sexual
que presenta, con pesos estimados para los machos de entre 55 y 75 Kg, y las hembras de 28 a
34 Kg (JOHANSON y EDEY, 191981; HARTWING-SCHERER, 1993, 1992).
D/efa.Vegetariana: frutas, nueces, raíces
Industria lítica asociada: no aparece con ninguno de los hallazgos.

AUSTRALOPITHECUS AFRICANUS

Otros nombres: Australopithecus gracilis, Plesianthropus tansvaalensis.


Dispersión: Sterkfontein, Makapan, Swartkrans, Kromdraíi, Taung (Sudáfrica).
Antigüedad: 2.600.000 años (desaparece del registro hacia 2.200.000)
Características físicas específicas:

1. Capacidad craneana promedio 450 cm3


2. Aparato masticatorio menor que en los robustus y boisei, no sólo en términos absolutos sino
en relación a cráneo.
3. El tamaño relativo de molares e incisivos, al revés que en robustus y boisei presentan
molares más pequeños.
4. Caninos pequeños y ausencia de diastema.
5. Arcada dentaria parabólica (en forma de V más abierta que en los hominoideos miocénicos).
6. Ausencia de cresta sagital y rebordes supraorbitarios
7. Estatura total entre 130 y 150 cm
8. Peso entre 40 y 50 kg.
9. Estatura total aproximada 1,20 a 1,30 m.
Dieta: Frutos, raíces, nueces.
Industria lítica asociada: no aparece.

290
AUSTRALOPITHECUS ROBUSTUS:

Otros nombres: Paranthropus robustus, Paranthropus crasidens.


Antigüedad: 1.500.000 años (desaparecen del registro hace 1.000.000 años).
Dispersión geográfica según hallazgos: Sur de África: Kromdraii, Swartkrans.
Características físicas específicas:

1. Capacidad craneana de aproximadamente 540 cm3.


2. Presencia de cresta sagital y rebordes supraorbitarios, concordando con mayor volumen de
maxilares, superior e inferior, que requieren músculos masticatorios más poderosos y por lo tanto
inserciones óseas más fuertes.
3. Aparato masticatorio considerablemente mayor, no solamente en términos absolutos, sino
también en relación con las dimensiones del cráneo.
4. El tamaño de los molares es mayor que el de los incisivos.
5. De lo anterior se deduce un comienzo de especialización hacia el consumo de semillas.
6. Arcada dentaria parabólica (en forma de V más abierta que en los hominoideos miocénicos).
7. Los huesos de la mano (como en el boisei), presentan capacidad para movimientos de preci­
sión, cosa que no ocurre con la de los Australopitecus africanus y los gracilis.
8. Tamaño corporal un 50 % mayor que el de los gracilis.
9. Peso corporal aproximado de 40 kg.
10. Estatura total aproximada de 1,40 a 1,50 m.
Dieta: predominantemente a base de semillas duras y raíces.
Industria lítica y ósea asociada:
Los instrumentos de Swartrans y Kromadrai, presentan señales de haber sido utilizados para
cavar. En ambos yacimientos aparecen instrumentos líticos y óseos con fines utilitarios relacionados
con la recolección de raíces y semillas duras y su procesamiento (SUSMAN, 1988; 1992).

AUSTRALOPITHECUS BOISEI

Otros nombres: Australopitecus hiperrobustus, Paranthropus hiperrobusto, Zinjanthropo.


Dispersión: Este de África: Olduwai (Tanzania); Shungura y Koobi Fora (Kenya); Orno (Etiopía)
Antigüedad: 2.500.000 años hasta 1.000.000 años.
Características físicas específicas:

1. Capacidad craneana aproximada: 500 cm3.


2. Marcado desarrollo de los molares y molarización de los premolares.
3. Caninos e incisivos menos pronunciados.
4. Maxilar inferior fuerte.
5. Presencia de gran reborde supraorbitario.
6. Frente huidiza y pequeña.
7. Presencia de cresta sagital, lo que indica gran desarrollo del músculo temporal que intervienen
en el control del maxilar inferior, y que se inserta en dicha cresta.
8. Los huesos de la mano presentan capacidad para movimientos de precisión, cosa que no
ocurre con los Australopitecus afarensis y africanos (SUSMAN, 1992).

291

i
9. Peso corporal 43 a 50 Kg.
Dieta: Predominantemente vegetariana con preeminencia del consumo de semillas y raíces duras.
Industria lítica:
Tanto Homo habilis como Australopithecus boisei aparecen asociados con industria lítica en la
Bed I de Olduwai George, fechados en 1.760.000 años. Sin embargo, se han encontrado instrumen­
tos de 2.700.000 a 2.500.000 en el Valle del Orno, sin asociación con restos de homínidos, que
podrían pertenecerle (SUSMAN,1988 y 1992).

Si tuviésemos que hablar del linaje Homo deberíamos invertir el punto de


observación y situarnos en el Homo sapiens sapiens, es decir, el producto term inal.
Tal como lo vemos hoy, único sobreviviente de este árbol filogenético, extendido por
todo el globo terráqueo y viajando fuera de él marcando una capacidad heredada
de sus ancestros; la de modificar el entorno y producir cultura, ya se trate de un
simple artefacto lítico como de una nave espacial que lo transporte a la luna.
El hilo conductor que rige el proceso desde Homo habilis hasta Homo sa­
piens sapiens, m uestra las características que fueron seleccionadas como más
adaptativas para nuestra especie:
— m antuvo un nivel elevado de generalización en su aparato masticatorio
y la posibilidad de metabolizar todo tipo de alimentos (DAEGLING y
GRINE, 1991; SPENCER y DEMES, 1993; SPERBER, 1990; WALKER,
ZIMMERMAN y LEAKEY, 1982);
— elevado desarrollo neuromotriz otorgado por la relación compleja mano-
cerebro, de la que vemos en el registro arqueológico una evolución tec­
nológica progresiva (ABOITZ, 1992; ZIHLMAN, 1990; LEAKEY, 1981);
— incremento del volumen y complejidad cerebral (HALLOWAY, 1990;
ABOITZ, 1992; LEAKEY, 1981);
— conducta exploratoria y creatividad (inteligencia) (GOULD, 1988;
WASHBURN, 1988, 1982).
— lenguaje articulado (CHOMSKY, 1985; GARDNER y GARDNER, 1983;
PREMACGOUK, 1983; RISTAU, 1983;AVAGE-RUMBAUGH et. al., 1983;
SIMMONS, 1990; HOUGHTON, 1993);
— capacidad de simbolizar: los artefactos y la palabra son fruto de esa
capacidad (LEROI-GOURHAM, 1971; CHOMSKY, 1985).

Es indudable que la postura bípeda fue la condición necesaria aunque no


suficiente para el surgimiento de la cultura, tanto es observable en australopithécidos
como en Homo, por eso le otorgamos especial atención en explicación aparte.
D urante un millón de años (entre 2 y 1 m) el registro m uestra la coexisten­
cia de am bas formas, sin embargo sólo la conducta omnívora desarrollada por los
Homo pudo sobrevivir a los avatares del cambio ambiental. Vemos que hace un

292
HOMO HABI US

Dispersión: Sudáfrica: Sterkfontein, Makapan, Swartkrans;


Olduvai Tanzania, Orno (Etiopía), Koobi Fora (Kenya).
Antigüedad: 1.760.000 años.
Características físicas específicas:

1.Capacidad craneana promedio: 642 cm3 (TOBIAS y HOLLOWAY,1992).


2. Dientes anteriores (incisivos y caninos) más grandes en relación con los posteriores
(premolares y molares), ubicándose más cerca de las proporciones humanas actuales).
3. Marcada tendencia hacia el acortamiento de los dientes (especialmente evidente en premolares
y molares inferiores); además el segundo premolar es más largo mesodistalmente.
4. Prognatismo alveolar más reducido.
5. Ausencia de cresta sagital, parietales más arqueados acorde al mayor volumen cerebral.
6. Peso corporal de entre 40 y 45 kg, talla de aproximadamente 1.45 m.
Industria lítica asociada: Oluvaiense, caracterizada por choppers y chopping tools, generalmen­
te pequeños y más anchos que largos: poliedros (utensilios con tres o más bordes activos que
habitualmente se cortan entre sí); discoides (utensilios irregulares con un borde activo bifacialmente
tallado sobre toda o la mayor parte de su circunferencia); lascas con filos usados en estado
natural; lascas con retoques aislados; raederas; cepillos; buriles y otros tipos de artefactos. La
materia prima es predominantemente lava basáltica o vesicular; también andesita, traquita y fonolita,
probablemente procedente de la zona volcánica situada a alguna distancia hacia el sur y este de
Olduvai, trasladada por los cursos de agua. Buena parte de los instrumentos fueran llevados ya
tallados.
En Orno aparecen conjuntos de artefactos aislados de: guijarros partidos, núcleos, lascas y
fragmentos de ellas; algunas presentan retoques esporádicos. La materia prima es el cuarzo
lechoso que debió ser transportado desde lugares ubicados 20 o 30 km de distancia.

HOMO ERECTUS:

Otro nombres:
Pitecanthropus erectus, Sinanthropus, Pitecanthropus pekinensís, Pintecanthropo de Java (el
nombre erectus no debe dar lugar a confusión, se le otorgó por ser el primer espécimen del cual
se podía inferir que caminaba erguido, en el año 1892. Hallazgos posteriores hacen retroceder
este modo de locomoción al Australopithecus afarensis, de 3.750.000 años. La tradición hizo que
se lo continuara llamando de ese modo).
Dispersión:
Este deAfrica: Olduvai George (Tanzania, 1.400.000), Orno (1.400.000), Koobi Fora (2.000.000)
L?go Turkana(Kenya), Hadar (Etiopia)
Norte de África: Ternifine (800.000), Salé (400.000).
Sur de África: Swartkrans (1.500.000)
Europa meridional: evidencias indirectas, es decir elementos culturales como industrias, restos
de vivienda, fuego y huesos de animales. Torralba y Ambrona (300.000). Terra Amata (400.000)

293
China: Chukoutien (500.000), Lantian (800.000), Hexian (300.000).
Java (Isla de Indonesia): Sangiran (1.600.000), Mojokerto (1.800.000), Trinil (900.000),
Samburgmachan (500.000), Ngandong (500.000) (SWISHER et al, 1994).
Antigüedad: 2.000.000 a 1.900.000 años (GIBBONS, 1994; SWISHER et al, 1994;FEIBEL et
al, 1989; MC HENRY,1988,1991, citados por HARTWING-SCHERER, 1993).
Características físicas específicas:

1. Capacidad craneana: entre 900 y I.I00 cm3.


2. Cráneo bajo y largo.
3. Arcos superciliares notorios, muy desarrollados.
4. Molares menores que el Homo habilis.
5. Huesos fuertes en general.
6. Maxilar inferior fuerte.
7. Estatura total entre 1.50 m a 1,55 m
8. Peso corporal de entre 54 y 60 kg.
Dieta: Omnívora
Industria lítica asociada:
Industria Abbevillense, Chelense y Achelense: en líneas muy generales podemos caracterizarlas por
la presencia de bifaces (artefactos obtenidos a partir de núcleos de guijarros tallados en ambas caras).
Fueron tallados a grandes golpes, presentan forma groseramente puntiaguda, conservando en parte,
la corteza del guijarro. Se reconocen 10 tipos de instrumentos utilizados para diferentes funciones.
Otras evidencias de cultura:
En Niza (Francia) la excavación de varios sitios de ocupación, revela la existencia de una
variedad de chozas de refugio, una de ellas tan grande como de 6 por 12 m. Los agujeros
centrales indican que había un poste que sostenía el techo. Las paredes aparentemente estaban
confeccionadas con ramas. Aparece también un fogón rodeado de piedras. El tipo de industria
acheuliana sugiere la presencia de Homo erectus aunque lamentablemente aún no se encontraron
restos óseos por lo que la atribución es dudosa.
Dominio del fuego: Swartkrans en una cueva, en el nivel 3, entre I y 1.500.000 años (BRAIN
y SILLEN, 1988).
Chou Koutien (China). _______ _ _____ ____
millón de años m ientras los australopithécidos desaparecen del registro, hay er
Homo erectus una expansión territorial extraordinaria para cualquier otra especie
de prim ate conocida (GIBBONS, 1994).
¿Qué pudo ocurrir para que se extinguieran los australopithécidos? La m is­
ma razón que hizo que Homo erectus em igrara hacia el continente asiático y eu
ropeo: presión demográfica y una mayor competencia por los recursos. Dado que los
Homo pudieron diversificar su dieta y desarrollar artefactos para obtener alimento,
las posibilidades de supervivencia fueron mayores.
Homo erectus reemplazó tem pranam ente a habilis, quizás porque aparecen
mucho m ás m arcadas con este homínido las características antes mencionadas
(ZILM AN, 1990; PILB EA N , 1988; BRAIN y SILL E N , 1988; RUKANG y
SHENGLONG, 1988; SWISHER et al., 1944).
Del mismo modo, seguram ente entre los primeros Homo sapiens arcaicosy
neanderthalensis, la felxibilidad en la conducta fue la característica hum ana más
seleccionada en toda la historia de nuestra especie (HAUGHTON, 1993; SPENCER
y DEMES, 1993; STRINGER y GRÜN, 1991; TRINKAUS y HOWELLS, 1988;
294
WASHBURN, 1982, 1988; GOULD, 1988). Esto es lo que enseñan las evidencias
paleoantropológicas y arqueológicas: mientras en otras especies sus genes las de­
term inan en un único sentido, a la nuestra la condicionan hacia una variabilidad
de respuestas tan peculiares como los individuos que la componen.
El Homo sapiens arcaico emerge de erectus, existiendo evidencias fósiles y
arqueológicas en varias partes del mundo hacia 300.000 años, siendo la subespecie
neanderthalensis de una antigüedad aproximada de 250.000. Esta variedad hum a­
na prosperó durante la últim a glaciación, quizás por sus características aptas para
un clima muy frío. Sin embargo desaparece del registro antes de que se retiren los
hielos. Aún está en discusión si hay un reemplazo total o se mestizó con los Homo
sapiens sapiens de un tipo que es imposible de discriminar del hombre moderno y
que aparece hace 100.000 años.

HOMO SAPIENS NEANDERTHALENSIS

Otras denominaciones: Hombre de Neanderthal


Dispersión: Europa occidental:valle de Neander, La Chapelle-aux-Saints, La Ferrassie, La Quina,
Le Moustier
Próximo oriente: Amud, Kebara, Tabun C., Shanidar
Asia occidental: Teshik Tash
Antigüedad: desde 230.000 a 36.000 años. Desde comienzos de la última glaciación
pleistocénica.
Características físicas específicas:

1. Cráneos muy grandes. Largos y bajos, protuberantes hacia atrás.


2. La capacidad craneana aproximada es de 1200 a 1600 cm3.
3. El esplacnocráneo presenta mayor altura, anchura y proyección hacia adelante que en el
Homo erectus.
4. Los arcos superciliares son grandes y continuos a través del hueso frontal. Los senos
frontales ocupan los arcos superciliares, desde la parte superior externa de la nariz a la mitad de
las fosas orbitarias, con cavidades multicameradas “en coliflor”.
5. Presenta fosas orbitarias redondas y grandes.
6. Las fosas nasales son más amplias que las de cualquier otra gente que haya existido antes
o después, incluyendo los aborígenes australianos actuales.
7. los arcos zigomáticos se inclinan hacia atrás, en lugar de formar ángulo como sucede con
los pómulos del hombre moderno al elevarse hacia arriba.
8. la frente se inclina hacia atrás en lugar de elevarse hacia arriba, como en el hombre
moderno de esplacnocráneo aplastado.
9. El prognatismo se debe a la proyección de los dientes hacia adelante. Esto es tan pronun­
ciado, que en una vista lateral se advierte un espacio entre el último molar y el borde de la rama
ascendente del maxilar inferior.
10. Los premolares y molares no son significativamente mayores que los del hombre actual.
Los incisivos son más grandes dando al arco de la mandíbula una apertura mayor en la parte
frontal.
11. En algunos ejemplares se insinúa un mentón.

295

I
12. El esqueleto postcraneal se caracteriza por un llamativo desarrollo lateral, son tuertes y
robustos, en ambos sexos. En los huesos largos, la presencia de crestas e inserciones fuertes
para los tendones de los músculos, evidencian actividad física intensa y mucha fuerza. Esto último
aparece aún en los niños pequeños por lo que se deduce que sería una característica genética.
13. Todas estas características los diferencian de las poblaciones humanas modernas y de los
que vivieron para la misma época en África y en Asia oriental.

Algunos rasgos culturales:


Habitaban abrigos rocosos y lugares al aire libre. Encendían fogones tanto para cocinar como
para calentarse. Usaban ropas de pieles (presencia de agujas de hueso). Primeras prácticas de
enterratorios individuales y colectivos acompañados de ajuar fúnebre.
Industrias liticas asociadas: musteriense, clactoniense, tayaciense y levalloisense. Se trata de
industrias sobre lascas (elemento que se obtiene a partir de la talla del núcleo). Corresponden a
períodos fríos, glaciales. Se caracterizan por la presencia de raederas, raspadores, denticulados
y muescas. Importa destacar la técnica de talla Levallois que implica una serie de tallas centrí­
petas a partir, de los bordes de un guijarro, produciendo el descortezamiento. Se prepara un
extremo con una serie de pequeños facetados produciendo un plano de percusión en donde por
un único golpe aplicado por un percutor de piedra, se determina la lasca característica, chata y
ovalada, de forma predeterminada, que ofrece en su cara superior las huellas de los negativos de
las tallas centrípetas. Esto muestra una técnica sistemática de extracción de fragmentos que
permite aprovechar mejor la materia prima. Se reconocen 60 tipos de instrumentos líticos.

HOMO SAPIENS SAPIENS

Dispersión: África,Asia,Europa,América,Oceanía,Antártida.
Características tísicas específicas:

1. La capacidad craneana es aproximadamente de 1200 a 1600 cm3. Importa destacar que


ésta es grande en relación a la talla total.
2. Hay dimorfismo sexual en la capacidad craneana a favor del varón. Sin embargo la mujer
presenta mayor capacidad craneana en relación a la estatura total, siendo esta diferencia signi­
ficativa (HOLLOWAY, 1990).
3. La porción cerebral del cráneo es mucho mayor en relación a la facial (relación neurocráneo
- esplacnocráneo).
4. El agujero occipital esta ubicado en en centro de la base del cráneo, en consonancia con
la postura bípeda (en los antropomorfos, éste se ubica hacia atrás).
5. Los cráneos humanos son lisos, redondeados, sin crestas ni rebordes supraorbitarios con­
tinuos.
6. Ausencia de prognatismo y presencia de mentón.
7. La dentadura es generalizada por lo siguiente:

a. es pequeña en relación al tamaño total del cráneo,


b. la ausencia de diastema y el arco dentario continuo,
c. el canino tiene un tamaño similar a los demás dientes,
d. el arco dentario tiene forma parabólica (en los antropomorfos la forma es de ü),

296
e. el tamaño de los molares disminuye desde el primero hacia el tercero (en los antropomorfos
ocurre lo contrario),
f. las coronas de los primeros molares tienen cuatro cúspides (en los antropomorfos cinco, con
surcos intermedios en Y).

8. En la parte interna del maxilar inferior, detrás de la región mentoniana hay una pequeña
apófisis, llamada Spina mentalia, en la que se insertan los músculos de la lengua permitiendo la
movilidad adecuada para el lenguaje articulado. Otros primates carecen de ella.
9. La frente es vertical y no huidiza hacia atrás.
10. El cráneo es más ancho a la altura de los parietales.
11. La estructura general de los huesos de las extremidades inferiores indica una postura
vertical con marcha bípeda y plena colocación de muslo y pierna sobre una misma línea.
12. Los huesos ilíacos son mucho más anchos que en los Primates antropomorfos, pues deben
ofrecer una base de sustentación más firme para los órganos del abdomen.
13. El acortamiento de la pelvis sumado al cerebro grande hace que las crías humanas nazcan
prematuras cuando las suturas aún no han cerrado. Esto provoca dificultades en el parto a
diferencia de otros primates y dependencia prolongada de las crías con los adultos.
14. La columna vertebral presenta curvatura dorsal y lumbar, que sirven para aumentar su
resistencia mecánica y mantener el cuerpo erecto (en los antropomorfos la curvatura es única
acorde con la postura semierguida). Lo anterior provoca patologías en la columna vertebral aso­
ciadas con la postura.
15. Las extremidades superiores son más cortas que las inferiores a diferencia de lo que ocurre
con los antropomorfos.
16. El dedo mayor del pie no es oponible al resto.
17. En condiciones de alimentación adecuadas, hay marcado dimorfismo sexual en la estatura
total a favor del varón.
18. La especie humana actual presenta una gran variabilidad intra e interpoblacional en cuanto
estatura total, sentada, perímetro cefálico, peso y pliegues cutáneos.
Rasgos culturales: Es el autor de los logros culturales que se manifiestan desde el Paleolítico
Superior (técnica de hojas, arte parietal y mobiliar, cacería especializada, etc.) hasta la actualidad.
Extrema variabilidad de conducta individual y social. Adaptación y modificación del ambiente
a través de la cultura. Es la única especie que ocupa al mismo tiempo toda la tierra y que puede
esporádicamente salir y volver a ella.

297
G ráfico N 9 4: LA FIL O G É N E SIS DE N U ESTR O G ÉN ER O H UM ANO
Representación esquemática de las principales ideas sobre quiénes fueron nuestros
ancestros directos y cóm o se p ro d u jero n las divergencias que condujeron a los Austra-
lopitecinos y al Homo. Se observa cómo difieren entre sí las líneas evolutivas según el rol
que se adjudique Australopithecus afarensis al Australopithecus africanus como antece­
sores directos de nuestro género humano. (Gráfico extraído de Leackey, R.; Nuestros
orígenes, en busca de lo que nos hace humanos, 1994).

Nota:
A estas cuatro hipótesis Leackey, R. (Leackey; R. 1994) agrega una quinta: en
ésta se ubica un nuevo fósil de Australopithecus anterior al boisei y al robustus, que bien
podría ser el ancestro de la línea de Australopitecinos especializados; se lo designa con el
nombre de Australopithecus sethiopicus pero aún su filiación está sujeta a controver­
sias entre los paleoantropólogos.
Poco después de que se distribuyera la primera edición de este Manual, Tim White
y Desmond Clarck presentaron, en la revista Nature del 23/9/94, el hallazgo de fósiles
pertenecientes a un homínido más antiguo que Lucy. Se lo ha designado con el nombre
de Australopithecus ra m id u s y su antigüedad se eleva a 4,5 m. de años. Esta fecha está
dentro de lo esperable de acuerdo con los datos de la Biología Molecular: para que exista
una diferencia genética de 1,2 % entre chimpancés y homínidos, la divergencia entre
ambas poblaciones debió producirse hace 5 m. de años, aproximadamente.
Aún faltan muchos datos este homínido más temprano, en especial sobre su for­
ma de locomoción. No obstante, por el momento constituye uno de los indicios más leja­
nos de la vida de nuestros ancestros y podría ser colocado en primer lugar en cualquiera
de los cuatro árboles genealógicos aquí expuestos, antes del Australopithecus afaren sis.

298
5. CARACTERÍSTICAS FUNDAMENTALES DEL LINAJE HOMO
5.1. Locomoción bípeda y dieta
De las características anatómico funcionales que nos constituyen, es quizás,
la bipedestación, la que mayores implicancias ha tenido en nuestro destino evolu­
tivo como especie.
La form a en que un individuo se desplaza y el alimento que está capacitado
fisiológicamente para consumir, tienen que ver no solo con su posibilidad de super­
vivencia inm ediata, sino también con las potencialidades genéticas que le perm i­
tirán adaptarse a uno o varios ambientes.
Los hábitos alim entarios condicionan la conducta que atañe a los siguientes
aspectos:
1. el intercambio de un organismo con su medio;
2. la interacción entre los organismos de una misma especie entre sí, y
3. la interacción de una especie con las otras que comparten un mismo
ambiente.
La forma de trasladarse determ inará el espacio que pueda tran sitar y las
posibilidades de huida ante un eventual agresor.
En otras palabras, estamos hablando de estrategias adaptativas y es por eso
que la paleoantropologia ha dedicado especial tiempo y esfuerzo a la búsqueda de
evidencias óseas que involucren al sistema locomotor y al aparato masticatorio.
Si bien existen evidencias fósiles de la conducta de homínidos que cam ina­
ban perfectam ente erguidos hace 4 millones de años, en un am biente de sabana,
eso no nos está indicando que en esa época y ese lugar apareciera por prim era vez
ese tipo de locomoción. Mas aún existiendo un vacío en el registro que se extiende
desde el Proconsul al A ustralopithecus afarensis. Por lo tanto, la respuesta acer­
ca de cuándo y cómo no puede ser respondida por el momento.
Los fósiles de huesos relacionados con la articulación de los m iem bros infe­
riores, son la condición necesaria pero no suficiente para inferir cómo se movili­
zaban los hom ínidos del Pleistoceno. P ara ello, será necesario recu rrir a la A na­
tom ía Com parada, y a la utilización de evidencias indirectas que surgen del uso
de modelos analógicos. Es decir, recurrirem os a las observaciones realizadas so­
bre antropom orfos que habiten la selva porque son los únicos modelos vivos. Aun­
que tendrem os el recaudo epistemológico de no hacer traspolaciones mecánicas.

299
LOS MITOS SOBRE LA LOCOMOCIÓN BÍPEDA

No sabemos donde se originaron, ni cuando o por qué. Pero serepiten de bocaenboca.


Tienen más fuerza que las evidencias científicas que tratamos dedivulgar como antropólogos a
los que se interesan por el tema. Algunos nos miran imperturbables y al más leve descuido...
repiten los mitos acerca de la locomoción bípeda:
.los hombres bajaron de los árboles para caminar por la sabana”
."el hombre se paró para liberar las manos de la locomoción’’
."el hombre se puso en dos patas para alcanzar las frutas de los árboles”
."el hombre se paró_ para poder divisar a los enemigos entre los pastos altos de la sabana”...
“el hombre fue perfeccionando su postura hasta alcanzar el bipedalismo actual"...

En todas estas afirmaciones subyace la idea del bipedalismo como un acto volitivo. Como si
el tipo de locomoción humana fuese producto de la reflexión consciente de un grupo de homínidos
que en algún momento hubiesen evaluado la conveniencia de continuar viviendo en la selva o
emigrar a la sabana.
Desde un punto de vista teórico estas afirmaciones se inscriben en el viejo y desechado
Lamarckismo, según el cual el medio modifica mecánicamente a los organismos que lo habitan,
y esas modificaciones se trasmiten luego a la descendencia.
Hoy, luego de 130 años que Mendel formulara las primeras leyes de la herencia, sabemos que
los organismos tienden a perpetuar sus características intrínsecas en la descendencia a través de
su patrimonio genético. Y que estas solo se modifican por mutaciones azarosas.(i/er mecanismos
evolutivos)

Se ha sostenido que la locomoción bípeda es un tipo de adaptación propia de


la selva m arginal, donde los árboles dejan claros abiertos por donde se pueda
transitar. En este hábitat, el bipedismo debió coexistir con otras formas de locomo­
ción, como así lo m uestran los modelos vivos de prim ates actuales, incluida nues­
tra especie.
El estudio postcraneal de los homínidos del Plio-Pleistoceno, particularm en­
te los A ustralopithecus afarensis (JOHANSON y EDEY, 1981; LATIMER y
LO VEJO Y, 1989; LOVEJOY, 1989; DORAN, 1993; HAY y LEACKEY, 1988; REED,
1993; PARDIEU, 1993), sugieren la presencia de dos patrones de locomoción bípeda:
1. sustentado por los australopithécidos, con evidencias de su existencia de
4 millones de años;
2. propio del linaje Homo, con evidencias de 2 millones de años.
Los primeros, que representan un estadio más antiguo, no tenían solamente
hábitos terrestres, pues retuvieron sus habilidades primitivas de trepar y suspen­
derse. Esto último se infiere a partir de: la forma de la escápula más larga y
angosta; brazos más largos que las piernas.
En el segundo —característico del hombre— el desplazamiento lateral y
vertical del centro de la masa corporal estaría minimizado, reduciendo al mínimo
el gasto de energía usado para desplazarse sobre el suelo. Esto último constituye
por sí mismo una considerable ventaja desde un punto de vista adaptativo.

300
Crúnuu UuU*u yi wruk» a
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Mano cond pulgar
alargado. nn>ra «tmiMliriari
« » la pinta de loa dctic*.
ikOus noairv-jduv
(estructura manipuladora,
no locomotora)

El pie cuníigura
a «im cturo en piolaícrrra
cond pulgar noopcniblc.
I )k V» latrraim

Gráfico N? 5 - Adaptaciones a la locomoción bípeda.


Principales caracteres del cuerpo humano en un contexto evolutivo. La anatomía de la
región inferior del cuerpo ha sido modelada en gran parte por el estilo bípedo de locomoción,
y contrasta con la pelvis alargada, los miembros inferiores relativamente cortos y los pies
prensiles del gorila (izquierda). (Nota: el ancestro común entre el hombre y el gorila: es casi
seguro que no caminaba apoyándose en los nudillos). (Modificado de Lewin, R., 1987.)

CHIMPANCE AUSTRALOPITHECUS HOMBRE


AFARENSIS

Ia Los dientes caninos y poscaninos Los dientes molares siguen una La arcada de los dientes tiene
forman aproximadamente filas rec­ línea bastante recta. siempre un contorno parabólico de
tas y paralelas curvatura continua.
2° Los incisivos superiores están El diastema es pequeño en este A. Ausencia uniforme de diastema
casi siempre separados del canino afarensis y ausente en los auténtico.
por un diastema bien marcado. australopitecus posteriores.
3° Posición del agujero occipital; está El agujero occipital se encuentra El agujero occipital se encuentra
desplazado hacia atrás en compa­ en una posición similar a la del en la parte inferior del cráneo.
ración con el hombre. hombre

Gráfico N? 6: Comparación de cuatro características entre Chimpancé. A afarensis, y


Hombre: l 9 forma de la arcada de los dientes; 2® desarrollo del diastema; 39 posición del
agujero occipital; 49 tamaño del cerebro (modificado de Johanson 1981).

301
¿Explicaría la economía energética el por qué aparece la locomoción bípeda?
Dicha pregunta es imposible de responder porque está mal formulada. No debemos
preguntamos por qué sino cómo. Si la pregunta es cómo, la respuesta ineludible
es una o varias mutaciones al azar, que produjeron la materia prima sobre la que
actuó la selección natural distribuyendo individuos en las partes del hábitat que
le eran más favorables
y
¿Cómo actuó la selección?
— los más livianos y ágiles, capacitados para trepar por las ramas más
frágiles y columpiarse; se podían mover en la copa de los árboles;
— los menos livianos y gráciles a las ramas medias, más gruesas;
— los más pesados y capaces de caminar en dos patas, alternativamente en
el suelo y la parte baja de los árboles.

CARACTERÍSTICAS LOCOMOTORAS DE LOS PRIMATES

Antropoidea y monos Linaje Homo


• cuadrúpedo
* bípedo

* * el peso se distrfcuye en dos patas


el peso se distribuye en 4 patas

* * el centro de gravedad cae entre las dos ex­


el centro de gravedad cae en e) área definida
por las 4 extremidades tremidades inferiores
• el eje desciende desde la articulación de la
cadera al suelo
• * permanece parado con los pies juntos
cuando un chimpancé se para en dos patas,
debe separar los pies
• camina en línea recta manteniendo el
el ocasional avance bípedo se produce con
los pies hacia afuera y adelante centro de gravedad del cuerpo
• el centro de gravedad oscila fuertemente hada
• la leve osclación lateral de la masa corporal
uno y otro lado es el parámetro característico humano

el brazo derecho oscila hacia adelante y atrás,
acompañando la desviación hada la derecha
• usan su repertorio óe movimientos arborlcolas
en su tránsito por el suelo
É plantea una patología exclusiva del hombre:
hernias inguinales discales, ptosis diversas,
etc.

no presentan dificultades en el parto • dificultades en el parto en las hembras al
aumentar la capacidad craneana

302
Gráfico N8 7 comparación de cadera, pierna y pie entre Chimpancé, A.
Afarensis y Hombre.
El diagrama muestra los diferentes ángulos valgus. El ángulo que subtiende
el fémur en la rodilla, el ángulo valgus, es decisivo para la locomoción bípeda.
Con el fémur ladeado como en los seres humanos, el pie puede quedar por
debajo del centro de gravedad mientras se avanza. El fémur del antropomorfo
no está ladeado así, de modo que “anadea” durante la locomoción bípeda. El
ángulo valgus de Australopithecus afarensis es como el de los humanos, lo que
demuestra su compromiso con el bipedismo. Obsérvese también la forma
humana de la pelvis de afarensis. (Modificado de Lewin, 1987).

303
CHIMPANCE LUCY ESPECIE HUMANA

Gráficos N9 8
Los procesos del parto han competido con la bipedestación en conformar la
pelvis hum ana moderna. En la pelvis del chimpancé (m ostrada desde atrás),
la cabeza del feto desciende sin dificultad a través de la entrada arriba),
plano medio (centro) y salida (abajo) del canal del parto. En Lucy, el proceso
del parto fue algo más difícil: sus huesos ilíacos, cortos y cóncavos, eran
adecuados para el bipedismo, pero originaban un canal de parto que, aunque
ancho en sentido transversal, se estrechó en sentido antero-posterior. El crá­
neo del feto solamente podría pasar si primero giraba hacia un lado y después
de inclinaba. El cerebro, mucho mayor, de un feto humano requiere un canal
de parto más redondeado. El necesario alargamiento de la pelvis en sentido
antero-posterior redujo el ensanchamiento de los huesos ilíacos y, por tanto,
la ventaja mecánica de los músculos abductores; aun así, el proceso del parto
en la especie hum ana es complejo y traumático, requiriendo una segunda
rotación del cráneo dentro del canal del parto. (Modificado de Lovejoy, 1989)

304
El homínido que caminaba en dos patas y permanecía más tiempo en el
suelo que los otros; lo hacía por su estructura anatómica y porque su conducta
alim entaria omnívora le perm itía comer de todo: raíces, semillas, insectos, frutas,
carne, etc.(DAEGLING y GRINE, 1991; SPERBERG, 1990).
E ntre los póngidos actuales, los más pesados y grandes, como el chimpancé
común —Pan troglodytes— , el orangután —Pongo pygmeus — y el gorila — Gorilla
gorilla —, pasan comparativamente, más tiempo en el suelo que sus congéneres de
menor tam año, como el bonobo o el chimpancé pigmeo —Pan paniscus — (DO­
RAN, 1993; WHITE, 1992; GHIGLIERI, 1990; GODALL, 1986).

Es interesante hacer notar todas las diferencias anatómico-funcionales que se


relacionan con la postura bípeda:

1-Cambios importantes en la estructura de los huesos e inserciones musculares de las extre­


midades inferiores,
2-en los huesos:
3-en los músculos que permiten la postura erecta:
GLUTEOS MAYOR, MEDIANO Y MENOR; su función es impedir que
el cuerpo no se desplome hacia adelante;
MUSCULOS DE LOS CANALES O GOTERAS VERTEBRALES; mantienen
la espalda derecha;
MUSCULOS COMPLEXOS, cubiertos por el TRAPECIO, más delgado y ancho;
mantienen la cabeza erguida, apoyada en el atlas —primera vértebra cervical— Su
relajamiento produce la caída de la cabeza hacia adelante.
4-plena colocación de muslo y pierna sobre una misma línea,
5-los huesos ilíacos son mucho más anchos y acortados que en los Primates antropomorfos,
pues deben ofrecer una base de sustentación más firme para los órganos del abdomen.
Los músculos abductores tienen su punto de inserción diferente a los vinculados con la pro­
pulsión de los miembros inferiores.(LOVEJOY, 1992; JOHANSON y EDEY, 1981)
6-la columna vertebral presenta dos curvaturas: dorsal y lumbar, que sirven para aumentar su
resistencia mecánica y mantener el cuerpo erecto. En los antropomorfos la curvatura es única,
acorde con la postura semierguida.
7-EI agujero occipital está ubicado en el centro de la base del cráneo. En los antropomorfos,
éste se ubica en la parte posterior en consonancia con cabezas que cuelgan hacia adelante y con
un esplacnocráneo más desarrollado que el neurocráneo.
8-el dedo mayor del pie no es oponible al resto.

Parece poco probable que tantos cambios intervinculados sean producto de


una sóla mutación genética, sin embargo Gould (1977,1988) ha propuesto la inte­
resante hipótesis de la neotenia.
La neotenia es la persistencia de otra fase prim aria del desarrollo en un
organismo. E sta se da prácticamente en todos los grupos de animales y ha tenido
un im portante rol evolutivo (ELDREDGE y TATTERSALL, 1986; GOULD, 1977,

305
IUOPSOAS-

IUON-

GLUTEO MEDIO-
"/íS
GLUTEO MENOR-

GLUTEO MAYOR-

GLUTEO MEOtO FEMUR-

ILION OICEPS FCMORAL-

GLUTEO
ucNon CUADRICEPS'

GLUTEO MAYOR

UAOfUCEPS

BICEPS FEMORAL

EMUR

- GEMELOS

Gráfico N'9: Diferencias musculares entre la marcha sobre nudillos y la


m archa bípeda hum ana (modificando de Lovejoy, 1989)

306
1988). En ella el ritmo de crecimiento se lentifica y las etapas juveniles del ances­
tro se constituyen en etapas adultas de los descendientes volviéndose definitivas.

ALGUNAS DE LAS CARACTERÍSTICAS NEOTÉNICAS HUMANAS SON

* esplacnocráneo pequeño en relación al neurocráneo


* cráneo abovedado
* cerebro y cráneo muy grande enrelación a la estatura total.
* dedo mayor del pie no rotado
* agujero occipital en el centro de labase delcráneo
* pelo en cabeza, axilas y pubis.

Todas estas características del humano adulto, son compartidas con el chim­
pancé infantil. Si el Hombre en su historia evolutiva sufrió una mutación neoténica,
su cuerpo no hizo más que retener para siempre las características de la niñez. Es
más, en los mamíferos, la conducta flexible, la exploración y el juego son cualida­
des de la infancia; y es en el hombre donde esta ductilidad alcanza una am plitud
paradigmática.

DESVENTAJAS DE LA POSTURA BÍPEDA

Frena nuestra velocidad.


Limita la agilidad.
Entorpece la capacidad de treparse a los árboles.
Dificulta el parto de seres con cabeza grande, por lo tanto las crías nacen inmaduras.

VENTAJAS

. Aumenta el radio visual.


. Libera las extremidades superiores de la función locomotriz.
. Las manos liberadas asumen funciones de manipulación y acarreo.

5.2. ¿Cómo se produjeron los cam bios?


a. Conocemos que la variabilidad otorga la m ateria prima sobre la cual va
a actuar la selección natural.
b. Sabemos que en una población, si bien hay un pool génico compartido,
la variación entre los individuos se establece a nivel de los alelos. Si hay

307
algún rasgo que da ventajas en ese medio, este individuo se ve favore­
cido pudiendo vivir mejor y/o más tiempo. Pero desde un punto de vista
evolutivo la ventaja adaptativa sólo se registra si ese individuo deja
descendencia fértil que a su vez porte la característica que le dió venta­
jas.
c. No podemos hablar de rasgos aislados, como locomoción, alimentación o
sexualidad, sino de una serie de carcterísticas que se intervinculan.
Es frecuente, al exam inar los modelos que pretenden explicar el proceso de
hominización, explicaciones de tipo lamarckiano. En ellos aparece el gradualismo,
manifestado en tiempo y acumulación de cambio, como receta infalible destinada
a convencernos de la “adopción” de un rasgo estipulado. Por ejemplo, nuestra
dentadura omnívora se supone producto de un cambio lento y acumulativo a través
de mucho tiempo para poder consumir semillas y raíces duras. Si el cambio es lo
suficientemente dosificado y lento, la idea no chocará al sentido común. Y sin
embargo, si observamos estos hechos a la luz de la genética, no resisten la menor
crítica.
¿Cómo puede el ambiente por sí solo producir que mis incisivos y caninos se
achiquen, y que todos mis dientes se cubran de un esmalte grueso, si la informa­
ción de mis células que viene predeterm inada desde las gam etas de mis progeni­
tores dice todo lo contrario? Según Darwin (1859) nos enseñara el proceso, es a la
inversa:

MUTACIÓN = VARIABILIDAD ^ ----- SELECCIÓN NATURAL

Es decir:
1. Aparece un individuo portador de un tipo de alelo que codifica para que
tenga un modelo de dentición diferente. Esta le perm ite comer cosas
distintas.
2. Se alim enta mejor que los demás, sobre todo si el am biente es cambiante
y los recursos comienzan a escasear.
3. Está capacitado para vivir más tiempo y tener más hijos.
4. Los hijos pueden ser portadores de la mutación que produce ese cambio
ventajoso.
5. Como estos descendientes son más eficientes que los demás miembros de
la población, con el tiempo pueden reemplazar parcial o totalm ente a la
población ancestral.
6. Pero además, los individuos que comen mayor variedad de alimento
pueden conquistar nuevos ambientes, sobre todo si el que ocupan se ve
restringido y superpoblado (SPERBER, 1990; GHIGLIERI, 1988).

OAQ
I

5.3.Conducta no estereotipada
Sin embargo, la variabilidad no se manifiesta sólo en el plano biológico sino
en el del comportamiento. La elasticidad, en oposición a la conducta estereotipada,
daría grandes ventajas en un hábitat sujeto a cambios. Es decir, aquel que esté én
condiciones de dar respuesta a los problemas nuevos que plantee el ambiente, es
sin duda más inteligente que los demás y eso le otorga enormes beneficios. E nten­
diendo por inteligencia a la capacidad de ofrecer soluciones creativas a las dificul­
tades del entorno.
Por ejemplo, Joan Goodall, primatóloga que ha dedicado largos años a inves­
tigar la conducta de los chimpancés en libertad, en el Gombe, tuvo oportunidad de
observar esto en muchas oportunidades.
Para exam inar de cerca a estos animales, se le ocurrió dejar cachos de
banana cerca de los lugares de habitación. Esto atrajo no sólo a los chimpancés
sino también a los babuinos. Estos últimos, al ser más livianos y hábiles trepado­
res, aventajaban a los chimpancés más pesados y de hábitos repartidos entre el
suelo y los árboles. Por lo tanto, recogida la fruta con gran velocidad, se ponían a
buen resguardo.
Se le ocurrió entoces a la investigadora, ocultar las bananas en cajas
sem isubterráneas. Este inconveniente fue salvado rápidam ente por los chimpan­
cés, que si bien no podían competir en velocidad con los babuinos, tienen una
acentuada tendencia a la exploración, lo que los aventaja cuando tienen que resol­
ver situaciones nuevas.
Con este antecedente Goodall fue colocando cerraduras cada vez más com­
plejas. Aquí la selección no actuó ya entre especies que comparten un mismo nicho
ecológico, sino entre los individuos de la misma población. Fue así, que sólo algu­
nos estaban en condiciones de abrirlas, y al final del experimento únicamente una
joven hem bra pudo abrir la cerradura más complicada.
Esta observación “natural” nos permite registrar en vivo el efecto de la
selección natural. Las ventajas adaptativas no son absolutas, sino relativas. Por
ejemplo: los babuinos tendrían ciertas ventajas sobre los chimpancés en un am ­
biente de bosque si el alimento está a la vista, porque resultaría beneficiado el
animal más rápido. Si por el contrario, el acceso al sustento es problemático, el
animal aventajado será aquel que tenga una conducta menos estereotipada, es
decir el chimpancé.
Del mismo modo una banda de los colobos de pequeño cuerpo y larga cola
pueden poner en fuga a los chimpancés si la contienda por el alimento se lleva a
cabo en la copa de un árbol. Pero en el piso o en el follaje bajo, los chimpancés
cazan y m atan a éstos y otras especies de monos (GHIGLIERI, 1988).
Entre algunos primates, el acceso a las hembras en celo, a un lugar sombreado
o al mejor alimento, no es en ningún modo indiscriminado, sino que se rige por una
estructura jerárquica piramidal, colocándose en la cima un macho denominado
Alfa (GOODALL, 1986; GHIGLIERI, 1988; WHITE, 1992; SHEFFERLY y FRITZ,
1992). Este rol dominante no siempre es ejercido por el animal más corpulento sino
por aquel que hace más ostentación de poder, con gritos y golpes en el pecho,
intimidando de ese modo a los demás.
Goodall y otros han observado el uso circunstancial de palos, piedras y
ram as como herram ientas o arm as, conducta que se lleva a cabo frencuentem ente
cuando permanecen en el piso. La investigadora fue testigo del rápido ascenso de

ar>9
un macho subordinado mediante el recurso de esgrimir unas latas de gasoil vacías
obtenidas en el campamento y que le sirvieron para hacer mucho ruido (GOODALL,
1986).
Se ha constatado que las ventajas de ocupar una posición de dominancia se
m anifiesta en el sistema endócrino e inmunológico. Sapolsky, que trabajó con
babuinos en libertad, comprobó que el estrés sufrido por los animales subordinados
desencadenaba procesos metabólicos que dañaban la salud de estos animales. Es
decir, ante una situación de peligro o extrema incomodidad, como frío intenso o la
agresión de un depredador, todo el organismo se predispone para luchar. La prin­
cipal fuente de energía que es la glucosa, se desplaza desde la zona de alm acena­
miento hacia donde más se necesite. La sangre que transporta el oxígeno y la
glucosa se desvía hacia los centros fundamentales: cerebro, corazón y músculos
voluntarios o esquélicos. De modo que el estado de alerta perm ite dar una respues­
ta inm ediata al inm inente ataque.
Esto es beneficioso a corto plazo, pero perjudicial si tal estado se prolonga,
dado que quedan aplazadas funciones de mantenimiento, reparación y crecimiento
del organismo. Es decir, el estrés crónico puede producir: detención del crecimien­
to, reducción de la fertilidad, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, dismi­
nución de la respuesta inmune, aumento de colesterol y propensión a las úlceras
pépticas (SELYE, 1988, SAPOLSY, 1992).
Sin embargo, quizás lo más interesante que se descubrió en este trabajo es
que la fisiología diferencial entre machos dominantes y subordinados, no condicio­
naba la estratificación social sino a la inversa. Es decir, que cuando variaban las
posiciones dentro del grupo, y por sistema de alianzas, se desplazaba de su lugar
de privilegio y seguridad al macho Alfa, éste cambiaba su respuesta fisiológica
produciéndose deterioro a posteriori.
Estos hallazgos tienen una enorme importancia para comprender la evolu­
ción hum ana, dado que nuestra especie es la que más respuestas creativas ha dado
a las situaciónes de estrés ambiental. Y las respuestas están dadas en el plano de
la cultura, la posibilidad de fabricar herram ientas, habilidad que no sólo tiene que
ver con las funciones anatómicas de la mano sino con el desarrollo del neocortex
en el hombre.
Ya en los australopithécidos la expansión del lóbulo parietal superior indi­
caría esta competencia (TOBIAS, 1982, 1983; ZIHLMAN, 1990; ABOITZ, 1992). En
Homo habilis el aumento del lóbulo izquierdo, relacionado con la capacidad inte­
lectual es m ás notable, junto con el desarrollo prominente del lóbulo parietal in­
ferior. Ambos, junto con el área de Wernick del lenguaje no aparecen en monos ni
en los australopithécidos.

5.4. Im portancia de la sexualidad continua en la esp ecie hum ana


E ntre los prim ates actuales, sólo la especie hum ana presenta una sexualiad
continua, pues entre los antropomorfos, las hembras sólo son receptivas durante
el estro. Es decir, que en el momento de la ovulación, emiten una serie de señales
tales como la tumescencia anogenital, color rojo y olor, que atraen a los machos del
giupo para copular. Esto aum enta la interacción entre los machos jóvenes y adul­
tos, y entre los jóvenes entre sí, ya sea para pelear o aliarse contra el macho
dominante (SHEFFERLY y FRITS, 1993; GOODALL, 1986).

310
I
La hem bra adulta normal sólo es sexualmente receptiva durante algunas
sem anas cada cinco años. O sea que desde que es fecundada hasta que desteta a
su cría no volverá a copular, lo que limita las posibilidades de reproducción en un
grupo medio de 15 hem bras adultas, a tres veces por año (GHIGLIERI, 1988;
GODALL, 1986).
Paralelo al aumento del estro en las hembras aum entan las conductas sexua­
les en los machos; heterosexual, homosexual y la masturbación. E ntre los chim­
pancés los conflictos son más acentuados entre los más jóvenes dado que deben
ganar su derecho a acceder a las hembras. En tanto que los adultos exhiben una
conducta más estable donde la dominancia de unos sobre otros ya establecida,
reduce la pelea y el deseo sexual por las hem bras (SHEFFERLY y FRITZ, 1992).
E sta información nos habilita a pensar que una sexualidad no restringida
a la reproducción tiene un alto papel adaptativo (JOHANSON y EDEY, 1981):
1. la interacción entre ambos sexos es estable;
2. perm ite la proximidad perm anente de los machos adultos necesarios
para la defensa del grupo y cuidado de las crías;
3. aum enta el número de hembras disponibles para la cópula y consecuen­
tem ente crece el número de crías;
4. se maximiza el éxito reproductivo dado que la presión de selección favo­
rece el comportamiento que potencia las oportunidades de reproducirse
(CROW, 1992; LEWONTIN, 1984).

5.5. C om partir la com ida


De todas las características sociales hum anas es quizás el com partir la
comida la que mayores consecuencias ha traído para la supervivencia de nuestra
especie (ISSAC, 1978, 1988).
En este punto hay cierto consenso en cuanto que la prim era división del
trabajo es sexual: hem bras recolectoras de frutos raíces, semillas, huevos y anim a­
les de pequeño porte; y varones adultos recolectores de carroña primero, cazadores
de animales grandes ya avanzado el proceso de hominización (JOHANSON y EDEY,
1981; LEAKEY, 1981; LEAKEY y LEWIN, 1980; SHIPMAN, 1984, 1987).
Mucho se ha escrito acerca de la importancia del aporte de proteínas cárneas
a la dieta por parte de los varones, estimulados por la atracción sexual ejercida por
las hem bras del grupo (LOVEJOY, 1981). Esta postura sostiene que el incremento
en el volumen encefálico en animales bípedos implicó el nacimiento de crías
inm aduras para que pudieran atravesar el estrecho canal de las pelvis hum anas.
E sta situación produjo una situación de dependencia de éstas con respecto no sólo
de sus m adres sino de los restantes adultos del grupo.
Creemos que esto es incuestionable, tratándose de seres tan poco dotados de
instrum entos “naturales” para el ataque y la defensa, es decir con uñas en lugar
de garras y con caninos insignificantes.
Pensemos un instante en estos seres desvalidos, pequeños (1,40 a 1,45 m),
cuyos cráneos y huesos lisos nos indican una m usculatura insignificante, con pesos

311
estim ados entre 40 y 50 kg, con sus crías supeditadas a los cuidados del entorno
mucho m ás que otras, tratando de sobrevivir en el competitivo medio de la saba­
na africana. La solidaridad intragrupal debió desem peñar un papel inestim able
(Isaac, 1978, 1988; Leakey, 1981; Johanson y Edey, 1981). Y no podemos pensar
de otro modo dado que el registro fósil evidencia en lugar de la extinción segura
a la que estaban condenados, un éxito reproductivo tal, que la presión dem ográ­
fica los llevó a ocupar todos los continentes de la tierra.
Sin embargo, consideramos que el argumento de la atracción sexual de las hem­
bras por sí solo, es un tanto débil para fundamentar el hecho de compartir la comida.
Las m adres son las prim eras que comparten la comida con sus hijos, sobre
todo teniendo en cuenta que no sólo nacemos muy indefensos sino que necesitamos
un período no menor de 10 a 14 años hasta alcanzar la pubertad. Entre los cazado­
res y recolectores actuales, el aporte de alimentos de la m ujer y los miembros jóve­
nes la comunidad no es despreciable. Más bien constituye una fuente estable de
recursos m ientras que la caza, si bien provee de un alimento altam ente concentrado
en proteínas y grasas, obliga a un esfuerzo mayor y de acceso no asegurado.
Por lo tanto es muy probable, que una vez que los miembros varones estuvie­
ran en condiciones de salir a cazar, al volver compartieran el alimento con quienes
ya estaban acostumbrados a hacerlo; es decir su madre y sus herm anos, haciendo
luego extensiva esta costumbre a una pareja sexual y crías (Linton, 1979).

Gráfico N9 10: Tamaño del cerebro y peso del cuerpo en seres humanos y antropomorfos. La
mayor elevación de la recta cerebro/peso del cuerpo en los seres humanos comparada con
la de los antropomorfos, revela una encefalización significativamente mayor en los primeros
(Gráfico modificado de Rober Lewin, Evolución Humana, 1987, Ed. Salvat).

312
6. EL COMIENZO DEL COMPORTAMIENTO CULTURAL
H asta aquí se han presentado los hechos más destacados sobre los que se
apoyan las explicaciones del origen biológico de la vida hum ana. Pero si
antropológicamente se considera al hombre constituido por dos dimensiones, una
biológica y otra cultural, ¿cuándo, dónde y cómo surge el comportamiento cultural?,
¿sobre qué criterios se determ ina su presencia?

6.1. La cu estión del um bral


Durante mucho tiempo se pensó que el surgimiento de la cultura debía
producirse a partir de alguna situación límite que demarcara con claridad lo hu­
mano de lo no humano. Se pensaba en términos de umbral, punto crítico, rubicán
o salto como si hubiera que franquear una puerta para que sobreviniera la hum a­
nidad, casi como si fuera un soplo divino oficiando un rito de pasaje.
Ya al comenzar los estudios sobre los orígenes humanos, esos criterios de de­
marcación se elaboraron en base a los rasgos anatómicos y culturales del hombre
moderno; estos se proyectaban hacia atrás en el tiempo para reconocerlos entre los
hombres más antiguos. Los rasgos anatómicos tomados en general como criterios son:
la relación entre la talla (peso y altura) y el volumen cerebral, la dentadura muy poco
especializada y la marcha bípeda. Entre los rasgos culturales que con más frecuencia

CRITERIOS UTILIZADOS PARA DIFERENCIAR


EL COMPORTAMIENTO HUMANO DEL COMPORTAMIENTO ANIMAL

1850: utensilios y armas defensivas


1900; A) hombre pensante; 1ro el cerebro
B) hombre en postura erguida; 1ro el bipedismo
1950: hombre fabricante de artefactos
1960; hombre cazador;
1970, A) mujer recolectora
B) hombre comunicador, 1ro el lenguaje
1980; hombre/mujer; compartición del alimento;
comportamiento carroñero
1990, comportamiento carroñero/ transporte de recursos

313
se han seleccionado se destacan: el comportamiento relacionado con el uso y la con­
fección de artefactos, la capacidad reflexiva y el tipo de estructura social del grupo.
El uso de estos criterios no es simplemente azaroso, puede vincularse a dife­
rentes aspectos; a los contextos sociohistóricos que han impregnado la elaboración de
las ideas, a los prejuicios sociales imperantes en un momento dado, al estado alcan­
zado por las investigaciones y, a veces también se relacionan con modas teóricas
(Lewin 1987; Isaac 1984). Hasta el año 1856 no se habían encontrado registros
fósiles humanos, pero en esos años se produjo el hallazgo del Hombre de Neandertal
(Alemania), justo en medio de un clima de debate de las ideas darwinianas donde
cualquier insinuación de que existiera una procedencia animal para el hombre re­
sultaba explosiva. En 1868 se realizaron en Francia los hallazgos de cráneos y
esqueletos del Hombre de Cro-Magnon que fueron aceptados sin mayores problemas
como humanos porque sus rasgos (cráneos redondeados y rasgos faciales se podían
homologar a los del hombre moderno). En las primeras décadas del siglo XX las
publicaciones científicas m uestran la coexistencia de dos ideas diferentes en torno de
los orígenes del hombre: para algunos el animal pasaba a ser hombre a partir de la
existencia de un cerebro más grande, para otros, el motor causal del advenimiento
de la hum anidad comenzaba con la marcha bípeda.

Primero el cerebro
E sta ha sido la explicación del umbral que más amplia difusión ha alcanza­
do y se deriva de las ideas ilum inistas del siglo XVIII, en las que el hombre, el
Homo sapiens de Linneo, se diferenciaba del animal por su capacidad pensante,
por el uso de la razón. Una evidencia de esto debia ser la existencia de un cráneo
grande.D urante todo el siglo XIX imperaron estas ideas y ya entrado el siglo XX,
en 1912, con este principió se preparó un fraude muy famoso; el Hom6/'e de Piltdown,
que en realidad fue falsificado utilizando un cráneo de hombre moderno y una
m andíbula de orangután a la que se le habían limado los colmillos. Su aceptación
fue inm ediata porque era lo esperado según las ideas de la época; primero tendría
que haber surgido un cerebro grande en un rostro que debía ser aún muy simiesco.
Cabe recordar que hasta 1924 no se habían encontrado restos fósiles anteriores al
millón de años, recién a partir de 1942 comienzan los hallazgos de fósiles en
Sudáfrica y a comienzos de 1960 en Africa Oriental.

Primero la postura erguida


Junto a la anterior circulaba otra idea en la que se consideraba a la loco­
moción bípeda como antecesora de la presencia de un cerebro más grande. Ya
Darwin había señalado las ventajas del bipedismo considerando que dejaba libe­
rada las manos para el uso de palos y piedras con los cuales los hombres se
defendían de las hostilidades de otros animales y congéneres. Se suponía que la
utilización de arm as demostraba la existencia de una agresión irrefrenable en la
naturaleza hum ana.Según algunos autores, estas ideas de las ventajas defensivas
del uso de arm as tiene su correlato con el contexto sociohistórico en el cual se
estaban produciendo crecientes hostilidades entre las potencias que desembocarían

314
luego en la Prim era Guerra Mundial.El paradigm a estaba impregnado de ideas
sobre la naturaleza agresiva del hombre, su origen era equiparado con la estrate­
gia del cazador porque, según esta argumentación, el animal se hacía humano
usando palos y ram as, matando a otros para sobrevivir. Estos argumentos son el
resultado de los prejuicios sociales de la época y también de la errónea interpre­
tación de algunos restos fósiles encontrados en 1924 por Raimond Dart en Sudafrica
(Australopitecus africanus) a los cuales se les atribuyeron signos de violencia entre
individuos del mismo grupo y hasta se especuló con actos de canibalismo.
En los años ‘ 50 apoyada también en ideas anteriores circuló una explicación
no ya morfológica sino cultural: la fabricación de artefactos como el umbral separador
y el motor principal de la evolución de los homínidos. Estas explicaciones coinciden
con la gran expansión de la tecnología capitalista en un marco ideológico donde el
hombre es dignificado en términos de su capacidad para producir bienes.En los
años ‘ 60, con el auge de las ideas biologicistas aplicadas a la interpretación del
comportamiento humano, escritos como los de Robert Ardrey retom an los viejos
argumentos de la conducta agresiva como un aspecto dominante de la naturaleza
hum ana y se construye así la hipótesis del hombre cazador, una imagen para los
orígenes de la conducta hum ana fundada en la depredación de la naturaleza, como
características inevitables y justificatorias de nuestras actitudes en el presente.
En los momentos en que Mac Luhan difundía la importancia de los medios
de comunicación como formas de dominación poderosa sobre la cultura, comenzaba
a circular tam bién en los años '70,1a utilización del origen del lenguaje como cri­
terio definitorio del umbral. Se proyectaba para los antepasados del hombre mo­
derno una comunicación gutural, de alaridos o chillidos apoyados en instintivos
gestos simiescos (basta recordar las imágenes de estos antepasados am pliamente
difundidas por el cine en películas como La guerra del fuego). El origen del lengua­
je vocalizado del hombre actual era considerado el motor causal que perm itía
transponer el um bral hacia la humanización.
También en los ‘70 otra hipótesis cobraba auge a medida que crecían los
movimientos feministas. Como contrapartida del rol excesivamente m achista atri­
buido al cazador en los orígenes humanos, se comenzó a desarrollar la hipótesis
que señala el rol recolector de la mujer como estategia adaptativa fundam ental en
la supervivencia de los primeros hombres, destacándose asimismo la relación hem ­
bra-hijo como relación nucleadora y aglutinante de la unidad social.
Las explicaciones de fines de los '70 y comienzos de los '80 intervinculan
argum entos de la hipótesis del hombre cazador y la mujer recolectora. Sin dar
preem inencia a ninguno de los dos sexos, sino por el contrario destacando el rol
cooperativo de ambos para la supervivencia de la especie, se formula la hipótesis
del alimento compartido (Isaac 1978). La división sexual del trabajo ubicaría a la
m ujer en las actividades relacionadas con la recolección de alimentos vegetales
para el grupo y a los hombres con las actividades de obtención de proteínas me­
diante el aprovechamiento ocasional de carne por carroñeo. La compartición se
habría efectuado en lugares transitorios —a salvo de predadores peligrosos como
los felinos— donde la interdepencia social del grupo requería de lazos sociales cada
vez más sólidos.
En estos años iniciales de los '90, la imagen de un comportamiento cazador
para los orígenes hum anos ha sido desestimada. Las evidencias del registro ar­
queológico localizado en diversos sitios de África Oriental y datados en 2 millones
de años, indican que los artefactos confeccionados por los primeros homínidos no
315
eran arm as propiam ente dichas, no eran eficientes para cazar sino solo para cortar
sustancias blandas como la carne y reducirla a porciones consumibles. Actualmen­
te ha cobrado auge la interpretación del comportamiento carroñero como la estra­
tegia inicial de supervivencia relacionada a su vez con el transporte de recursos
(SHIPMAN, 1986,1983; POTTS 1988,1991). Las interpretaciones científicas actua­
les de los datos arqueológicos que corresponden a los más tempranos representan­
tes del género HOMO localizados en Africa Oriental, indican que:
— trasladaban rocas de tamaño manuable a más de 2 Km de distancia del
lugar en donde se pueden obtener con el fin de confeccionar artefactos
en su gran mayoría cortantes (ISAAC, 1984, POTTS, 1991, SCHIPMAN
1983,1988);
— trasladaban comida; especialmente (a partir de los 2 millones de años)
carcazas de animales muertos por otros animales predadores como los
felinos con el fin de trozar en otros lugares las porciones de carne obte­
nidas (ISAAC, 1984, POTTS, 1991);
— utilizaban sus artefactos cortantes para extraer carne de las carcazas y
reducirlas a porciones consumibles, también utilizaron artefactos para
golpear huesos y extraer el tuétano. Las evidencias de estas actividades
pueden observarse en las marcas de corte que sobre los restos óseos han
dejado los artefactos líticos o bien en los rastros de utilización que han
q uedado en los m ism os artefac to s (SH IPM A N 1983, 1988;
BLUMENSCHINE, 1992);
— recorrían su hábitat de sabana probablemente siguiendo derroteros
estacionalm ente pautados obteniendo m aterias prim as y carcazas. Se
asentaban en determinados lugares durante un corto tiempo y allí rea­
lizaban actividades tales como: confeccionar y usar artefactos y trozar
carne. Estos asentamientos no son equiparables a los campamentos base
de los cazadores recolectores contemporáneos(POTTS, 1988, 1991).
El transporte a distancia de los recursos tales como carne y rocas, constituye
una actividad que señala la posposición del consumo de alimento para otro mo­
mento o del uso de la m ateria prima lítica para otro tiempo en el futuro en que
se van a confeccionar los artefactos. El posponer la realización de una actividad
para el futuro mediato es un comportamiento que no poseen nuestros parientes
m ás cercanos en el linaje (orangutanes, gorilas y chimpancés); ellos solo resuelven
sus necesidades de subsistencia en el presente inmediato. Dada su forma de loco­
moción no transportan comida u objetos a grandes distancias y no dependen de
otros congéneres para la obtención de los alimentos, cada uno lo hace de m anera
individual. Por el contrario, actividades como el carroñeo y el transporte de recur­
sos pueden considerarse rasgos propiamente homínidos relacionados a la marcha
bípeda y la compartición del alimento.
A medida que ha avanzado el conocimiento sobre los primeros homínidos se
hai. ido utilizando criterios demarcatorios más amplios, tanto anatómicos como
culturales intervinculados. Las viejas ideas nos m uestran los errores en los que se
incurre cuando se intenta aplicar criterios únicamente anatómicos o solo cultura­

316
les. Por ejemplo: si aplicamos el criterio de la postura erguida debemos ubicar el
origen del hombre hace 4 M de años con el Australophitecus afarensis-, pero si
aplicamos el criterio de la expansión cerebral de 850 cm3 a 1000 cm3, ubicaríamos
al hombre con el Homo erectus hace 2 M de años dejando fuera de la hum anidad
al Homo habilis (650 a 700 cm3). Por otra parte, tam bién existe una discordancia
entre el criterio cultural de los artefactos más antiguos de 2,5 millones de años
para indicar la presencia hum ana porque los representantes fósiles del género
Homo son más tardíos
Es necesario sustituir el esquema simple que propone una evolución lineal,con
un punto crítico a partir del cucd surge el hombre por un modelo más complejo de
factores ineteractuantes que evolucionaron a diferentes ritmos. Desde este punto de
vista la emergencia del hombre aparece como un conjunto evolutivo que requirió
mucho tiempo (el ritmo de los cambios biológicos y la aceleración que impuso la
cultura) y estuvo constituido por diversas modificaciones intervinculadas (creci­
miento encefálico, dentadura, fisiología del aparato digestivo, el aparato fonador,
la precisión en el manipuleo de las manos, la coordinación motora, etc..) Estos
elementos se van transform ando cada uno a su ritmo y van modificando las rela­
ciones que organizan a todos en el mismo conjunto evolutivo (concepto de la Bio­
logía de evolución en mosaico); por lo tanto es inútil buscar una frontera morfológica
precisa o un um bral claram ente delimitado. En la actualidad se prefiere estudiar
estos inicios de la vida hum ana en términos de comportamiento, concepto que
involucra aspectos de carácter biológico y cultural intervinculados.

6.2. ¿Qué importancia adquiere el uso y confección


de artefactos en el proceso de hominización?
Debido a que se conoce la fabricación ocasional de artefactos dentro del
repertorio de comportamientos de los antropomorfos modernos (póngidos), parece
poco significativo el criterio de los artefactos en sí mismos para separar a éstos del
hombre. Es conocido el ejemplo de los chimpancés que preparan palitos para ob­
tener term itas introduciéndolas en un hormiguero. Esto nos indica la capacidad de
los póngidos para confeccionar artefactos. Entonces ¿cuál es la diferencia con los
artefactos que se atribuyen al comportamiento humano ? Los chimpancés usan
artefactos para resolver situaciones ocasionales y del momento, no dependen de los
artefactos para su subsistencia, ni para asegurar con ellos su supervivencia como
especie (los palitos fueron usados y abandonados en el mismo lugar de uso). Por
el contrario, tal como se señaló antes, las evidencias de transporte de m ateria
prim a entre los homínidos de hace 2 m. de años indican la importancia que adquie­
ren para la vida de los homínidos.
El hecho de que fueran utilizados por los homínidos de m anera frecuente (y
no para situaciones mom entáneas como en los antropomorfos) revela la intención
de ser usados para la supervivencia centrada en la incorporación de nuevos recur­
sos alimenticios, especialmente las proteínas. E sta dependencia del uso de artefac­
tos —estrategia adaptativa extrasomática— sobre los que se apoya la superviven­
cia de la especie parece ser un rasgo específicamente humano.
En la década de los ‘60 Louis Leackey, trabajando en la G arganta de Olduvai
(Tanzania, África) encontró artefactos de 1,8 m. de años, los más antiguos regis­
trados para ese momento. En estratos ubicados por encima y por debajo de esos

317
artefactos encontró los restos fósiles de dos homínidos. Leackey consideró que el
autor de los artefactos había sido el homínido que tenía el volumen encefálico
mayor (650/700 cm 3) y los designó con el nombre de Homo habilis pa ra diferen­
ciarlo del otro homínido conocido como Australopit/iecus robustus. Al hacer esta
interpretación Leackey utilizó dos criterios muy vinculados a los prejuicios de su
tiempo; el prim er Homo debía tener un cráneo grande y debía confeccionar arte­
factos. Pero en la actualidad, no solo han aparecido artefactos más antiguos qu-a
el Homo habilis, sino también restos fósiles de la mano del Australopithecus robustus.
Estos restos señalan la capacidad m anipulatoria y la precisión necesaria para la
confección de artefactos líticos. No es extraño que un homínido bípedo (todos los
australopithecinos lo eran) haya confeccionado artefactos mucho m ás frecuente­
m ente que los póngidos actuales, su postura erguida lo posibilitaba.
Entonces ¿los artefactos no sirven para determ inar la separación entre un
comportamiento hum ano y otro que no lo es? Si solo se tiene en cuenta la presencia
/ausencia de artefactos para definir la separación, entonces no sirven, porque pue­
den ser parte del comportamiento tanto de los australopitecinos como de los Homo. Pera
si se considera la significación que adquieren para los homínidos de hace 2 m. de
años que comenzaron a incorporar carne en su dieta, entonces se puede reconocer
un diferente valor de uso caracterizado por una constante dependencia de estos
artefactos para la supervivencia (por ello transportaban rocas hacia los lugares
donde se necesitaban de m anera imprescindible para trozar los alimentos). Los
australopitecinos cuya dieta era esencialmente vegetariana podían usar artefactos
líticos para remover y aplastar frutos o raíces pero su uso no necesariam ente
requirió del transporte constante de m aterias primas para su confección, pudieron
usar en tales situaciones otros objetos ocasionales y del momento como palos o
ram as. En síntesis los artefactos adquieren im portancia para el proceso de
hominización cuando pasan a ser una estrategia adaptativa necesaria para apro­
vechar un recurso alimenticio disponible en el hábitat cuyo consumo se vuelve
imprescindible dada la alta competencia por los recursos vegetales con otros
homínidos y con otros animales herbívoros.3
El uso constante de artefactos necesarios para la supervivencia es un hecho
único en la historia de los homínidos. Es la prim era vez en la historia evolutiva
que una forma de vida fundará su supervivencia soore la base de elementos
extrasomáticos o extraorgánicos. H asta aquí solo se habían venido produciendo
adaptaciones endosomáticas (genéticamente establecidas) pero de ahora en más y
hasta el presente la cultura será el factor sobre el cual se organizará la supervi­
vencia de la hum anidad.

6.3. La form a de vida de los prim eros hom ínidos


El registro arqueológico que ha quedado de los primeros homínidos es frag­
m entario dado que por problemas de conservación sólo han quedado los artefactos
líticos; la piel, madera, hueso, corteza, no se conservan y se fosilizan excepcional­
mente. No obstante, la Arqueología con su metodología y técnicas propias puede
llegar a reconocer indirectam ente el uso de otras m aterias prim as. Por ejemplo
analizando los artefactos de 1,5 m. de años con un microscopio de amplios aum en­
tos-, se puede establecer si los artefactos fueron usados para cortar sustancias
blandas o duras (carne, madera, hueso).

318
La Arqueología es la disciplina antropológica que reconstruye el comportamiento humano en
el pasado.Lo hace a partir de los restos materiales que han quedado de ese comportamiento. En
su quehacer como ciencia se propone: 1) ubicar en el tiempo y el espacio a los hechos acon­
tecidos en el pasado, para ello se apoya en numerosos métodos de datación y en el conocimiento
que sobre el paleoambiente le pueden proporcionar las ciencias naturales; 2) reconstruir las
formas de vida para dar respuestas al cómo, qué y quienes; para ello cuenta con técnicas de
extracción de datos como la excavación y con estudios de la cultura material relacionada a
comportamientos humanos del presente y 3) explicar los procesos de cambios o los porqué se
producen las transformaciones de una forma de vida a otra.
Le compete a la Arqueología responder, entre otras cuestiones, a grandes interrogantes que
sobre el pasado nos formulamos los humanos, en especial, acerca de los orígenes del compor­
tamiento cultural, de los comienzos de la producción de alimentos, la domesticación de animales
y vegetales y los orígenes de las organizaciones sociales complejas como los estados.

El estudio de los utensilios de piedra que se encuentran asociados a los


restos óseos de animales y otros datos de los asentam ientos y el am biente, cons­
tituyen los únicos vestigios materiales del comportamiento humano más temprano.
Sin embargo, la arqueología con sus investigaciones casi detectivescas, puede ex­
traer m ucha información acerca de la forma de vida de los homínidos que nos
precedieron; de la tecnología utilizada para tallar los artefactos, de los recursos
necesarios para la subsistencia, de las formas en que los obtenían, de las activi­
dades que hacían en un lugar o las distancias que recorrían por el ambiente.

GRAFICO N° 11: Ritmo de algunos de los principales cambios biológicos y cultura­


les (modificado de Lewin, 1987: 42) . Los principales logros culturales fueron producien­
do un ritmo de aceleración creciente en las transformaciones del comportamiento huma­
no y las formas de vida. Durante algo más de 1.700.000 años A.C. existió un relativa
estabilidad cultural sin grandes cambios tecnológicos; comenzando con la vida de los
Homo habilis, quienes por recolección y carroñeo aprovechaban los recursos de las
sabanas africanas y siguiendo luego con la de los Homo erectus que exploraron otros
ambientes y subsistieron eficazmente mediante la cacería sistemática de animales.
A partir de los 150.000 años A.C. las evidencias arqueológicas muestran una com­
plejidad creciente del instrumental elaborado por los Homo sapiens neandertalensis y
sapiens (hombre moderno); las técnicas de cacería se hacen más efectivas y sin tantos
riesgos para la vida del cazador; la mayor densidad demográfica introduce aspectos de
complejidad en las relaciones sociales dentro de cada grupo humano y entre los grupos
vecinos; se expanden las manifestaciones artísticas y los estilos regionales. Para los
20.000 años A.C. aproximadamente, los Homo sapiens sapiens comenzaron a expandirse
por América y ya para los 10.000 años A.C. la expansión de las poblaciones por los
territorios ocupables del planeta casi está cumplida; la ocupación humana del extremo
sur americano (Patagonia) se produce en esos momentos y sabido es que nuestro país
constituye la punta finad del embudo colector de las primeras corrientes poblacionales
americanas que se expandían desde el norte y a donde habían llegado por el Estrecho
de Bering.

319
Importante avance

La forma de vida para todos los seres humanos continuó siendo cazadora recolectora
hasta que a partir de los 8.000 años A.C. algunas poblaciones del Cercano Oriente
comenzaron a domesticar vegetales y animales, produciendo acumulación de bienes
alimenticios y generando una de las transformaciones más radicales en la forma de vida
de la humamidad. Para los 2.000 años A.C. la mayoría de las poblaciones del planeta
producían sus recursos no por generar una forma de vida de más calidad que la caza
recolección sino por necesidad ya que era necesario resolver diversos problemas de
subsistencia (mayor densidad demográfica, competencia territorial, escasez de recursos
tradicionales etc.). La vida cazadora recolectora continúa aún en el presente entre
aquellas poblaciones que pudieron mantener un relativo equilibrio entre el número de
población y los recursos disponibles en su ambiente.
Suele decirse que durante el 99 % de historia de la humanidad el hombre fue
cazador recolector y ésta, por ser la que más tiempo ha perdurado, constituye la forma
de vida humana básica . En el 1 % restante se produjeron los más acelerados y verti­
ginosos cambios que llevaron desde las primeras aldeas agrícolas neolíticas a las ciuda­
des estado a partir de los 3500 años A.C., a los grandes imperios, a la revolución
industrial del siglo XVIII en adelante y a la desbocada carrera tecnológica contempo­
ránea.

320
7. ORIGEN DEL HOMBRE MODERNO
La cuestión de nuestro género, del Homo sapiens sapiens, ha provocado una
verdadera polémica entre paleoantropólogos y genetistas, (biólogos moleculares),
que se ven comprometidos en el debate sobre: cómo, cuándo y dónde se originaron
los hum anos modernos.

APORTES DE LA BIOLOGÍA MOLECULAR

El primero en utilizar la Biología Molecular para realizar estudios sobre evolución fue Linus
Paulin. Consideraba que las moléculas podían proporcionar tanta información sobre la filogenia
como los datos anatómicos de los fósiles. Goodman, a principios de los '60 comparó la reactividad
de las proteínas del suero de monos y del hombre utilizando una técnica inmunológica para
establecer las afinidades genéticas. Sus estudios se basaban en que a mayor diferencia genética
entre dos especies, mayor será la antigüedad de la separación entre ambas.
Vicent Sarich y Alian Willson en 1967, utilizaron una técnica similar a la de Goodman pero
incluyendo el factor tiempo. Se estudiaron las seroproteínas de chimpancés y humanos conside­
rando que las diferencias entre estos reflejan las mutaciones acumuladas desde su separación.
Sarich ya contaba con un reloj molecular, solo faltaba calibrarlo, por ello el siguiente paso fue
calcular el índice de mutación entre otras especies cuyas divergencias eran conocidas y se podían
datar con bastante exactitud a partir de los fósiles. Así aplicado el reloj a la separación entre
chimpancé y humanos, se dató la misma entre 5 y 7 millones de artos.
En la actualidad la Biología Molecular aporta un conjunto de procedimientos nuevos a la vez
que se acumulan más datos moleculares. Algunas técnicas se basan en el análisis de las cadenas
de aminoácidos presentes en las proteínas, que indican que cuanto mayor es el parecido entre
las cadenas de los mismos, mayor es la relación entre las especies. Otras permiten mediciones
más precisas, son las recombinantes. Con otras se mide la fuerza de las reacciones inmunológicas,
introduciendo una sustancia extraña en ta sangre de dos especies diferentes, si la reacción es más
parecida más cercano es el parentesco. En síntesis estas técnicas que van desde huellas protei­
cas, secuenciación de las proteínas, mapas de restricción del ADN nuclear y el ADN mitocondria!,
hasta la secuencia del ADN, significan una importante contribución a los estudios evolutivos
(LEWIN, 1992).

321
7.1. P e rsp e c tiv a s de la B io lo g ía M olecu lar: el M od elo R e g io n a l

En relación al problema sobre la emergencia humana, los datos m oleculares


permiten determinar: a) localización geográfica, b) tiempo en que se produjeron las
divergencias y c) permiten elaborar Modelos de Evolución. Al respecto veremos
cómo han surgido algunas discusiones de la interpretación de los datos molecula­
res y los datos que proporciona el registro fósil.
Los genetistas y algunos antropólogos oponen dos modelos diferentes sobre
el origen del hombre moderno. Unos y otros coinciden en admitir que Homo erectus
abandonó África hace aproximadamente un millón y medio de años, para ocupar
otras regiones del mundo antiguo, el Hombre de Pekín en China, el Homo erectus
de Java, serían sus descendientes así como 250.000 años atrás también lo será el Homo
sapiens arcaicos. A partir de aquí es donde estos modelos evolutivos divergen en
su explicación (LEWIN, 1992).
El modelo de evolución desarrollado por los genetistas Alian Willson y Rebecca
Caan, postula que el origen del hombre moderno resulta de la evolución de una
única población de Sapiens arcaicos africanos hace tan solo 200.000 años y que los
descendientes de esta población habrían emigrado de África sustituyendo a los
Sapiens arcaicos que vivían en otras partes del mundo. La otra idea, la de los
relojes moleculares, surge de la observación de que el ritmo de cambio genético
según mutaciones puntuales, es tan regular en largos períodos que se pueden
usar para datar divergencias de troncos comunes (WILSON y CAÁN, 1992).
A este modelo también se lo llama Modelo Out of África o Modelo de la Eva
Mitocondrial. Se basa en el estudio del ADN mitocondrial y se ha aplicado para
reconstruir la ultima etapa de la evolución del hombre moderno.
El ADN mitocondrial se diferencia del nuclear en su estructura (anular) y
localización. Otra diferencia reside en que solo codifica 37 genes (el nuclear
100.000).E1 ADN mitocondrial también difiere (y esto fue considerado una ventaja
importante para el equipo de Willson, en su heredabilidad. Los genes nucleares,
se heredan mas o menos equitativamente del padre y de la madre, en cambio el
mitocondrial solo se trasmite por el óvulo y por lo tanto solo se hereda de la madre.
Otra utilidad se encuentra en su tasa de mutación, en forma rápida y constante
lo que brinda un reloj molecular que se mueve muy rápido y permite fijar un
acontecimiento relativamente reciente. Las mutaciones son neutras y la selección
natural no las elimina. Wilson y colaboradores, utilizando este reloj mitocondrial,
fundado en el número acumulado de mutaciones y no en los cambios de las fre­
cuencias genéticas, construyó un árbol genealógico que revelaba mayor diferencia­
ción en Africa. Esto les permitió inferir que fue en este continente donde el ADN
mitocondrial habría evolucionado durante un período mayor y que se podría seguir
la pista hasta encontrar una mujer africana ancestral.
Asimismo midieron cuanto ADN mitocondrial ha evolucionado en poblacio­
nes que se fundaron en tiempo conocido. Así, estimando que las poblaciones de
Nueva Guinea y Australia se fundaron hace 50.000 y 60.000 años respectivamente,
y comprobando la cantidad de evolución que se operó en ellas esta resultó ser un
tercio de la cantidad operada en la humanidad. Por ello dedujeron que “Eva” vivió
hace el triple de ese tiempo; es decir entre 150.000 y 180.000 años (WILSON y
CAAN, 1992).

322
7.2. L a P a le o n to lo g ía y el M odelo M u ltir r e g io n a l

Al modelo de la “Eva” mitocondrial se opone el modelo desarrollado por los


paleoantropólogos que rechazan la hipótesis del origen único para el hombre mo­
derno. Defienden por el contrario que los humanos se originaron primero en África,
pero que luego desarrollaron sus formas modernas en las diferentes regiones deí
mundo antiguo. Woolpoff y su equipo proponen como alternativa el modelo
multirregional de evolución humana. Consideran que el registro fósil y los artefac­
tos son datos mucho mas confiables que las variaciones operadas en el ADN
mitocondrial, son observables, son hechos empíricos. Sostienen que el registro fósil
constituye la prueba real del hombre moderno, además de ser rico en restos hu­
manos y en yacimientos arqueológicos del último millón de años, por el contrario
los datos genéticos son de orden conjetural.
Señalan que la teoría de “Eva” debería ser corroborada por el registro fósil
y rechazan la pretensión de la sustitución total de las poblaciones arcaicas por las
modernas como así también la falta de hibridación y mezcla con los grupos que
reemplazaron. La sustitución rápida en todos los ambientes y climas no condice
con la presunción de que son las poblaciones nativas y no las inmigrantes las que
desarrollan ventajas demográficas y adaptativas. Habría que encontrar para esta
afirmación, restos arqueológicos de las conductas que les confirieron semejante
éxito, para que hubiera ocurrido una invasión total y una sustitución completa de
los arcaicos por los modernos.
Quienes postulan el modelo multirregional concluyen que la dificultad prin­
cipal reside en el uso del ADN mitocondrial, más precisamente en la característica
que Wilson y Caan habrían considerado su principal ventaja: la forma de
heredabilidad. Si el ADN mitocondrial no se recombina y se trasmite solo por vía
materna, el potencial de deriva genética (pérdida accidental de linea por azar) es
muy grande, en particular, cuando en alguna generación no hay descendencia
femenina ésta desaparece.
Ademas se debe tener en cuenta que las variaciones de este ADN no depen­
den solo de las mutaciones dado que hay cambios drásticos producidos en una
población por fluctuaciones climáticas (como debió ocurrir durante los periodos
glaciales) o crecimiento demográfico como consecuencia de una nueva forma de
obtención de alimentos.
En un nuevo marco interpretativo de los datos de la genética, los
paleoantropólogos ubicarían a la “Eva” como el antecesor mitocondrial más remoto
de la humanidad, viviendo en África hace por lo menos 1 millón de años (coinci­
diendo con la salida del Homo erectus del Africa); es decir la migración de las
mitocondrias se produciría junto con la de algunos grupos de primitivos anteceso­
res hacia Eurasia, cuando todavía no había allí otros homínidos. Esto reconciliaría
de alguna manera el registro fósil con los datos de la genética (THORNE y
WOLPOFF, 1992).

7.3. Estado actual del debate


Como hemos visto, ambos modelos evolutivos presentan puntos débiles, así
por ejemplo el modo en que una población de hombres modernos sustituyó a los
arcaicos sin dejar rastro de una mezcla genética detectable en el Modelo Regional.

323
Caan, presume que la causa de la sustitución pudo obedecer a enfermedades in­
fecciosas que eliminaron a un grupo. Cavalli Sforza, apoya esta tesis aportando la
idea que en los modernos debió aparecer un rasgo que impidió que se cruzaran
eficazmente con otros homínidos, es decir, sugiere la aparición de un lenguaje
avanzado, que operó como barrera.
Por su parte el Modelo Multirregional, necesitaría de una continuidad gené­
tica muy grande, a través de muy amplias regiones geográficas. Sahin Rouhani
decía al respecto: “...incluso en condiciones ecológicamente idénticas, cosa que ra­
ramente ocurre en la naturaleza; las poblaciones geográficamente aisladas divergen
unas de otras y finalmente se reproducirán aisladamente I...les totalmente impo­
sible que la evolución siga idénticos caminos en este paisaje m ultidim ensional”
(LEWIS, 1992).
El modelo Multirregional requiere un recambio continuo de genes, para lo
cual es necesario un largo período hasta alcanzar el equilibrio; tiempo que no ha
sido suficiente en la historia de la humanidad. Como conclusión podríamos decir
que el registro fósil constituye el elemento mas tangible del pasado de la hum a­
nidad, pero asimismo, los genes de los hombres actuales son un producto directo
de ese pasado.

Gráfico N9 12. Arbolflque presenta a los Neandertales como un fondo de saco evolutivo.
Una teoría muy difundida sobre el origen de los seres humanos modernos es que los
Neandertales eran una variante geográfica de sapiens arcaico, que se extinguió cuando el
Homo sapiens completamente moderno llegó a Europa procedente de algún lugar, posible­
mente de Africa. (Gráfico modificado de Roger Lewin, Evolución Humana, 1987, Ed. Salvat).

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N otas
1 “Folk Literature of the Chorote Indians Ed. J. Wilbert and K. Simoneau, University of
California, 1985, pag,26 (versión resumida)
2 “Popol Vuh, Antiguas historias de los indios quichés de Guatemala", Ed. Porrúa, México,
1973, (versión resumida).
3 Existen diferencias anatómicas que permiten separar a los australopitecinos del género
Homo. Asimismo, desde el punto de vista del uso y confección de artefactos también existen dife
rencias en el grado en que éstos pudieron haber intervenido para la supervivencia de la especie. S<
considera que si bien los australopitecinos pudieron usar a menudo objetos extrasomáticos, si
utilización no era condición necesaria para su subsistencia; dado su tipo de dieta esencialmente
herbívora y frugívora bien pudieron utilizar palos, ramas o artefactos de piedra, pero no dependían
exclusivamente de ellos para su supervivencia como especie. En este sentido la utilización de arte­
factos no se diferenciaría en mucho de la forma en que los construyen y emplean los antropomorfos
actuales.

328
PODER, RACISMO Y EXCLUSIÓN
L il ia n a M a z e t t e l l e y H o r a c io S a b a r o t s
1. INTRODUCCIÓN

El presente trabajo tiene la intención de sintetizar y traer al debate algunos


de los últimos aportes científicos en torno a una problemática particularm ente
controvertida. Nos referimos a un tema consustancial al origen y desarrollo de la
antropología: la cuestión de la diversidad de n u estra especie y aquellas
interrelaciones hum anas donde irrumpe el racismo, la discriminación y la exclu­
sión.
Para acercarnos a esta problemática no sólo deberemos atender a las inves­
tigaciones sobre el significado de las diferencias biológicas intraespecíficas de la
especie hum ana, sino también y fundamentalmente a las interpretaciones y la
carga de significados que los actores sociales atribuyen a esas diferencias. Es a
través de este universo simbólico de representaciones de sí mismo y de los demás
como los grupos humanos construyen históricamente sus interrelaciones sociales
cargadas de identidades y de oposiciones, de solidaridades y de rupturas violentas.
E sta problemática ha sido investigada y conceptualizada de muy diversas
m aneras en el desarrollo de las ciencias hum anas, valiéndose de categorías diver­
sas tales como las de raza, etnía, minoría, vinculadas a aquellas otras que apuntan
m ás a las relaciones entre los grupos: etnicidad, racismo, prejuicio, discriminación
y exclusión. Haciendo una revisión de tal desarrollo se advierten períodos de auge
en el interés de estos problemas y otros en los que los científicos declinaron su
preocupación por estas cuestiones, variaciones que se corresponden con situaciones
históricas específicas. No obstante, redefinidas a la luz de nuevos descubrimientos
o reelaborando viejos postulados, parecen resistirse a abandonar las discusiones
académicas y políticas, siendo realim entadas continuamente por conflictos étnicos-
raciales que se suceden en distintas latitudes y que adquieren, en algunos casos,
inusitada violencia, retomando el primer plano de la opinión pública mundial.
Iniciaremos este trabajo con un breve recorrido histórico que, tanto a causa
del espacio disponible, como de la complejidad del tema, pretende ser sólo un
esbozo de la emergencia de postulados racistas en el seno de la sociedad occidental,
y de las condiciones sociohistóricas que favorecieron su emergencia. Dentro de este
punto consideramos im portante tratar un conjunto de ideas racistas, presentes por
largos períodos en los ámbitos académicos. En términos generales sostenían la
existencia de diferencias sustanciales entre los grupos raciales y, por lo tanto,
planteaban que habría razas superiores e inferiores, produciendo lo que algunos
llamaron la interpretación jerárquica (en sentido biológico) de la hum anidad. Ve­

331
rem os cómo argum entaron sus postulados y cuáles fueron las condiciones
sociohistóricas que posibilitaron su emergencia y desarrollo hasta el presente en
el campo científico. Su importancia radica en el efecto de “verdad” que suscita su
condición de discurso supuestam ente objetivo, y su incidencia en las políticas de
los Estados y en el pensamiento social en general.

332
2. TRAS LAS HUELLAS DEL RACISMO
2.1. La irrupción del nuevo mundo
Una de las creencias que más nos fascinan y que incitan nuestra curiosidad,
es la de pensar en la existencia de grupos humanos que se han m antenido aislados,
fuera del contacto con otras sociedades. La antropología, que ha relevado una gran
parte de las culturas existentes, ha puesto en tela de juicio estas creencias. Salvo
excepciones, en sí mismas dudosas, las diversas sociedades han estado en contacto
con otras, lim itadas quizás en número, en espacios considerados reducidos para
nuestra visión de hombres del siglo XX, pero no aisladas, no ajenas por miles de
años a la existencia de otros seres humanos. La migración, el mestizaje, el inter­
cambio y también los enfrentam ientos han sido inherentes a las sociedades hum a­
nas. Y quizá justam ente en estos movimientos de contacto se encuentre la base de
ese prejuicio tan extendido, el etnocentrismo. Como lo expresa Levi-Strauss
(1986:25): “Periódicamente cada cultura se afirma como la única valedera y digna
de ser vivida; ignora las otras, las niega incluso como culturas”. En estos térm inos,
los “otros” serán calificados con términos peyorativos tales como: estiércol frío,
huevos de piojos, etc. que los diferencian de “nosotros”, los hombres. Pero esas
actitudes etnocéntricas no implican necesariam ente el rechazo, la búsqueda de la
destrucción de otros pueblos. La curiosidad e incluso la solidaridad con el extran­
jero son ingredientes que se encuentran en distintas dosis en las diferentes cultu­
ras.
En gran parte de la historia de la hum anidad la noción del mundo y de los
grupos humanos que lo habitaban fue limitada, y lo fue también para los europeos
del siglo XV, una Europa en pleno proceso de cambio, transitando del llamado
oscurantismo medieval a la era de los descubrimientos. A esta Europa le emerge
América desafiando un buen número de ideas establecidas sobre la geografía, la
teología, la historia y la naturaleza del hombre. Sobre África y Asia, los europeos
poseían al menos algunos conocimientos, pero de América y sus habitantes no
sabían nada. En ese proceso de expansión van a ir entrando en contacto con
distintas culturas. Descripciones físicas de sus habitantes, de sus costumbres,
creencias, etc. van a ir arribando a Europa a través del cristal coloreado de la
m irada de soldados, misioneros, aventureros varios. Como dice Duchet (1975:15):
“En África y en América, mercaderes, marinos, soldados o misioneros se lanzaron
en una em presa de la que esperaban obtener una ganancia, bien de orden m ate­
rial, bien de orden espiritual: conquistar un imperio, preparar o fortificar un es­
tablecimiento, poner las bases de un comercio continuo en goma o marfil, hacer el
censo de las tribus hostiles u hospitalarias, evangelizar pueblos “groseros” y “supers­

333
ticiosos”, fueron otras tantas tareas que no predisponían ni a la observación, ni a
la comprensión”.
En tanto las distintas potencias de la época discutían sobre la autoridad y
jurisdicción en los nuevos territorios, comienzan las polémicas sobre la naturaleza
de esos hombres “bárbaros” e “incultos” que en 1537 por medio de una bula papal
son declarados “hombres verdaderos”, pero comparables a niños que necesitan
orientación y amparo.
A lo largo de esta expansión de cuatro siglos, Europa irá constituyendo su
propio mito, se inventará a sí misma como Europa la conquistadora, cuna de la
civilización. El europocentrismo, la forma acentuada de un etnocentrismo “a la
europea” llevará a lo largo de los siglos a la construcción de una historia universal,
una versión de la historia que se conformará en función de los intereses de las
potencias europeas.
Se va conformando una visión de los pueblos no europeos en la que lo que
prim a es la simplificación y los estereotipos. El hombre europeo tendrá la carga de
“hum anizarlos”, “convertirlos”, “inculcarles necesidades europeas”, etc., y el dere­
cho de usufructuar sus tierras y su trabajo.

2.2. El hom bre com o m ercancía, el color com o estigm a


Las actividades económicas encaradas por los europeos en diferentes áreas
de América, ya sea en minería, o en agricultura —rubro en el que predominó la
sustitución de cultivos tradicionales por monocultivos comerciales— requerían contar
con trabajadores. Ante la falta de mano de obra libre europea, se buscó por distin­
tos medios, en general compulsivos, contar con trabajadores indígenas. En algunas
regiones de América esto fue imposible dado que los aborígenes se rebelaban o
huían favorecidos por su conocimiento del territorio, o bien se había producido un
verdadero genocidio de las poblaciones nativas, ya sea por haber m uerto en la
lucha contra los invasores o debido a las condiciones de trabajo, enfermedades,
desarraigo.
Los conquistadores no se am edrentaron, y si no podían utilizar el bajo costo
del trabajo aborigen, recurrirían al que les brindaría un comercio, que en el siglo
XV aún era incipiente: la trata de esclavos. Esta “actividad comercial” que estuvo
en sus inicios hegemonizada por los portugueses, y posteriorm ente lo fue sucesi­
vam ente por holandeses e ingleses, se abasteció principalmente en Africa, alcan­
zando su apogeo en los siglos XVIII y XIX. Según Wolf (1982) “(...)entre 1701 y
1850 llegó al nuevo mundo el 80 % de todos los esclavos”. Aproximadamente ocho
millones de personas salieron por la fuerza de África, muchos ni siquiera llegarían
a destino dadas las condiciones inhum anas en que eran ‘transportados’
Little (1961:65) plantea que los tratantes de esclavos “...eran abastecidos por
proveedores africanos, pudiendo adquirirse esclavos por medio del cambio. Los
africanos puestos en venta eran, teóricamente, prisioneros de guerra, criminales o
indígenas que habían vendido su libertad. Estas cómodas excusas liberaban a los
europeos de toda responsabilidad moral, y los defensores del comercio de esclavos
presum ían incluso de liberar a sus víctimas de la m uerte”.
La realidad era que fueron tratados como mercancías pues despersonalizar
a otro, reducirlo a la condición de cosa, objeto comerciable, fue condición de este

334
redituable comercio. Un comercio que comenzó la larga sangría de África que dura
hasta la actualidad.
Para el comprador, los esclavos no constituían más que instrum entos de
producción, a los cuales había que someter a una dirección, control, disciplina y
prácticas paternalistas, pues los negros eran considerados seres inferiores carentes
de inteligencia, perezosos e infantiles. Pero esta visión distorsionada e intenciona­
da no fue lo que motivó el sistem a esclavista. La base de éste fue fundam entalm en­
te económica y como consecuencia de la empresa exportadora colonial, su resultado
fue una sociedad estructurada de la esclavitud.
O tra forma de reforzar su visión negativa de los esclavos fue negar las
diferentes formas de rebelarse al sometimiento que éstos desarrollaron. Entre
éstas se encuentran la destrucción de herram ientas, heridas, sarcasmo, ironía,
defensa de la vida privada, sabotajes, rebeliones, etc., formas que nos dem uestran
que no hubo una aceptación pasiva de la situación, aún cuando estas formas de
lucha no presentasen el carácter de una organización negra, masiva, de rebelión
contra la esclavitud.
El trato inhumano dado a los esclavos, unido a los principios igualitarios
popularizados por la revolución francesa y norteamericana, así como una serie de
circunstancias político-económicas que desestructuraron el sistem a de producción
basado en el uso de mano de obra esclava, favorecieron, en el transcurso del siglo
XIX, la abolición de la esclavitud en diferentes países. Ahora bien, el desarrollo de
movimientos en favor de la abolición de la esclavitud, dio lugar a una serie de
controversias ideológicas en torno a las capacidades de los negros, reemplazándose,
según Little (1961) por parte de los esclavistas, la primacía de los argumentos
acerca de la necesidad económica de contar con esclavos, por el argumento bioló­
gico de una inferioridad innata de dichos pueblos, que se reflejaría en sus aptitu­
des intelectuales, morales y psicológicas.
El esclavismo dejará una marca, ésta persiste aún hoy, la m arca del color
que como dicen Preiswerk y Perrot (1979:372) dio lugar a que “(...)el negro como
color se convirtió en símbolo de sujeción, de inferioridad radical”.

2.3. La Ilustración: la diferencia tolerada


En el siglo XVIII se desarrolló el movimiento filosófico-cultural conocido
como Ilustración. Estos pensadores sentaron bases teóricas fundam entales dentro
del pensamiento occidental, las mismas tuvieron gran incidencia en toda la praxis
político-social europea. Un siglo XVIII que se caracterizó por la desaparición del
mundo feudal, lo que llevó a grandes convulsiones sociopolíticas que coincidieron
con el avance del capitalismo comercial y el comienzo del industrialismo. De ese
mundo feudal desmembrado, surgieron los estados nacionales, los cuales compitie­
ron entre sí en el proceso de expansión marítim a con fines comerciales.
Es el momento en el cual se dan los movimientos que culminaron en una
serie de revoluciones y regicidios, que dieron el triunfo al orden burgués, el cual
encontró en el pensamiento de los filósofos de la ilustración las bases para su
justificación y fundamentación.
Para estos pensadores, la razón, el impulso a la crítica, la libertad espiritual
y la tolerancia religiosa debían sustituir a la tradición. Presentan una actitud
negativa frente al orden políticosocial existente, pues a su juicio, ahogaba las

335
posibilidades de construir un orden social más “racional”, que perm itiese un desa­
rrollo pleno de las potencialidades del hombre.
En este siglo XVIII los discursos etnológico y antropológico se presentan
como parte de un discurso filosófico general en el seno del cual se desarrolla toda
una reflexión acerca de la naturaleza del hombre y la génesis del movimiento de
las sociedades hum anas. Ideas claras de este período serán las de evolución social,
unidad psíquica, progreso, doctrina de la perfectibilidad.
Las diversas culturas no europeas formarán parte de su reflexión, pero como
dice Duchet (1975:13), la finalidad no es tanto explicarlas sino que serán abordadas
como parte de “...un debate interminable, cuyo objetivo no es tanto, finalmente, la
condición del salvaje, como la condición del civilizado, y el sentido de la historia
hum ana”. En este marco deben entenderse las controversias acerca del Buen Salvaje.
Estos pensadores condenaron los crímenes de los conquistadores y el comer­
cio atroz de esclavos, pero siempre dentro de una actitud que puede ser calificada
como reformismo hum anitario, tolerante, el cual presenta una alta carga de
europocentrismo: asim ilar e incorporar a los pueblos “salvajes” debe ser el objetivo
de una política racional, pues estos pueblos son vistos como los retardatarios en el
camino de la razón y la civilización. Se debía sustituir una colonización a través
de la violencia por una política de asimilación, que sería redituable en súbditos
leales y en rentas de la inversión económica que representan los establecimientos
coloniales.
Ahora bien, en el seno de estos discursos filosóficos no emerge una concep­
ción que busque explicar la diversidad sociocultural basándose en factores biológi­
cos hereditarios. Las explicaciones en cuanto a la diversidad son referidas a fac­
tores am bientales, principalmente el clima y otros factores geográficos y también
aspectos tales como la dieta, el modo de vida y las enfermedades.
Una figura representativa del pensamiento de la época es el conde de Buffón;
en él el discurso científico y el filosófico se confunden, se interesó por la anatom ía
en su calidad de filósofo. Buffón reflexionó acerca de la unidad de la especie hu ­
m ana y sus variaciones. Utilizó el término de raza a los fines de clasificar las
variedades de la especie, pero no lo definió con precisión. Lo que es claro en él es
la importancia que adjudica al clima, y además qué tipo de clima favorece el
surgimiento de una hum anidad más plena: “El clima más templado es el que existe
desde el grado 40 hasta el 50 (...) es también dentro de esta zona donde se encuen­
tran los hombres más bellos y mejor hechos; es en este clima donde debemos tom ar
el modelo o la unidad con la cual contrastar todos los matices de color y belleza”
(citado por Duchet, 1975:221). Nos encontramos aquí con una postura que refiere
a la perfección de la raza blanca como habitante de los climas templados. Un
hombre europeo, que a diferencia de los “salvajes” aceptó el reto de la naturaleza
y la dominó.
Para Buflfón sólo hay dos posibilidades: degenerar o perfeccionarse. La de­
generación se produce como consecuencia de una serie de factores: el clima —muy
caluroso o muy frío—, enfermedades epidémicas, variaciones que se transm itan
hereditariam ente o motivos culturales tales como alimentación, m anera de vivir,
etc. El hombre americano representaba un ejemplo de esta degeneración, la cual
le había impedido doblegar a la naturaleza. Pero para Buffón, la colonización
europea y su influencia civilizadora perm itiría remediar esa situación, pues con un
adecuado control del medio todas las formas contemporáneas del hombre podían
perfeccionarse.

336
Como vemos, la idea de una degeneración de determ inadas “variedades” de
hombres constituye la m uestra de un racismo latente. Un racismo aprisionado en
el seno de un sistem a filosófico que le pone límites tales como la doctrina de la
perfectibilidad y el papel de la educación. Y que emerge sobre la base de ser
hombres europeos que se consideran validados por su superioridad tecnológica que,
aunada a una serie de recursos políticos y económicos, les permite expandirse e
imponerse a pueblos de los distintos continentes.

2.4. C reacionism o: m onogenistas versus poligenistas


En el siglo XVIII dentro de los círculos intelectuales, se desarrollaron y
enfrentaron diferentes posiciones acerca del origen de los hombres. Una de las
principales tuvo como fuente de inspiración el Libro del Génesis. Esta posición
creacionista-monogenista planteaba que la hum anidad entera tenía a los mismos
descendientes de Adán y Eva como antepasados comunes. Las razas hum anas
habían sido producto de la “degeneración” que sucedió a la perfección del paraíso.
E sta degeneración habría variado según las razas: fue menor para los blancos y
mayor para los negros. El proceso de degeneración sería consecuencia de una serie
de factores, principalmente el clima.
Dentro de los degeneracionistas hubo dos posiciones: aquellos que sostuvie­
ron que las diferencias se debieron a un desarrollo gradual por influencia del
clima, pero se habían fijado y eran irreversibles; y por otro lado, los que plantearon
que debido al desarrollo gradual se podía revertir el proceso creando un entorno
adecuado.
La otra postura presente en la época, fue la denominada poligenista. Estos
abandonaron la versión bíblica por considerarla alegórica, y atribuyeron las dife­
rencias raciales a actos de creación separados.
Como hemos visto, en el siglo XVIII predominó en el ámbito intelectual la
interpretación evolucionista y am bientalista, lo cual favoreció la adscripción a la
postura monogenista, especialmente aquella que postulaba la reversibilidad de la
situación.

2.5. P osturas racistas en la etapa pre-darw inista


La postura poligenista tuvo importantes representantes entre los científicos
norteamericanos durante la prim era mitad del siglo XIX. Debemos recordar que
Estados Unidos era una Nación que aún practicaba la esclavitud y estaba expul­
sando a los aborígenes de sus tierras.
Ser poligenista no implicaba necesariamente no tener una filiación religiosa,
así como tampoco ser partidarios de la esclavitud. Por el contrario, muchos de ellos
no adhirieron a la esclavitud, institución muy cuestionada en los Estados Unidos
en el siglo XIX fundam entalm ente por motivos político-económicos. Por su parte,
los partidarios de la esclavitud buscaron argumentos que sustentasen dicha prác­
tica en la Biblia; por ejemplo: la degeneración de los negros por la maldición de
Caín.
Entre los científicos poligenistas considerados prestigiosos en la época tene­
mos a Louis Agassiz y Samuel Morton. El primero era un teórico que, por medio

337
de una apreciación prejuiciosa de las personalidades y aptitudes de cada raza,
planteó como óptima la implantación de una educación diferencial de acuerdo a las
habilidades supuestam ente innatas de cada grupo racial: los negros debían adap­
tarse al trabajo manual y los blancos al intelectual. Sus ideas raciales, que promo­
vían una política social segregacionista, se extendieron en la opinión pública nor­
team ericana.
En tanto Agassiz especulaba, Morton se dedicaba a acum ular datos, t i
objetivo era dem ostrar su opinión sobre la existencia de una jerarquía entre las
razas basándose principalmente en el tamaño del cerebro. Con ese objetivo se
dedicó a la medición de su impresionante colección de cráneos humanos. Sus re­
sultados coincidieron según S. Gould (1988:4) con “...los prejuicios de todo buen
yanqui: los blancos arriba, los indios en el medio y los negros abajo, y entre los
blancos, los teutones y los anglosajones arriba, los judíos en el medio y los hindúes
abajo”.
El estudio de los datos de Morton llevó a S. Gould (1988) a considerar que
los mismos constituían un conjunto de falsificaciones, pero no deliberadas: aquél
los habría manipulado inconcientemente, autoengañándose, condicionado por sus
prejuicios. ,
En Francia, una figura relevante en la etapa que nos ocupa fue el conde de
J. A. Gobineau. Este era un enemigo encarnizado de la Ilustración, representante
de la aristocracia francesa, tenía una posición antirevolucionaria y escéptica ante
las posibilidades del progreso. En su “Ensayo sobre las desigualdades hum anas
(1853-55) planteó que las bases del desarrollo o retroceso social dependían de
factores raciales. Negó cualquier papel a la explicación socio-política o geográfica.
Postuló que la conquista de un pueblo por otro de raza superior llevaba a la
decadencia racial y cultural de los conquistadores debido a que generalm ente se
mezclaban con los conquistados. Sus doctrinas racistas fueron adoptadas en el
siglo XX por el nazismo hitleriano.
Muchos otros científicos y pensadores de la época adhirieron al racismo, en
un marco en que la interpretación subjetiva de la expansión capitalista occidental
se les presentaba como justificatoria de la arrogancia racista.

2.6. El im pacto del evolucionism o


En 1859, Ch. Darwin publicó “El origen de las especies”, en el cual desarro­
lló su interpretación de la evolución biológica, señalando los mecanismos básicos
de tal proceso: lucha por la existencia, selección natural y supervivencia del más
apto. El libro de Darwin fue la culminación de un proceso de desarrollo teórico en
el cual participaron geólogos como Lyell y filósofos zoologistas como Lamarck y
Erasm us Darwin. Estos se opusieron al creacionismo estático propagado por la
Iglesia y por su parte la obra de Darwin reafirmó la existencia de leyes naturales
en el proceso de evolución biológica, dando un golpe decisivo a los partidarios de
la versión bíblica.
El concepto de evolución social, como hemos visto, había precedido al con­
cepto de evolución biológica, pero el desarrollo de éste y su consecuente dem ostra­
ción por paleontólogos y naturalistas reforzó la idea de evolución social.
En este siglo, dominado por la idea de evolución, se acentuó el debate sobre
las razas hum anas, su clasificación y fundamentalmente la creencia en la existen-

338
existencia de diferencias jerárquicas entre las razas. Se elaboró toda una serie de
posturas que buscaron dem ostrar científicamente la superioridad de la raza blan­
ca. Los argum entos científicos irán sustituyendo a las bases teológicas utilizadas
por los racistas, sustentándose en el prestigio que le confiere ser una m irada
“objetiva”.
Coincidimos con S. Gould (1988:4-5) en “...que existe una realidad objetiva
y que la ciencia, aunque a menudo de una m anera torpe e irregular, es capaz de
enseñarnos algo sobre ella”. Pero como lo señala este autor en muchos casos al
encontrarnos ante tem as de gran importancia social y escasa información fidedig­
na es común que los desarrollos científicos sean un registro indirecto de los movi­
mientos sociales. Consideramos que no sólo es falta de información sino principal­
m ente la carencia de modelos teóricos adecuados.
Lo sucedido con los estudios sobre las razas lo demuestran, su auge durante
el siglo XIX y el consecuente desarrollo del racismo no pueden ser comprendidos
fuera del contexto socio-histórico de la época. El prodigioso avance de las ideas
racistas en el siglo XIX no puede ser visto sino en combinación con el colonialismo,
con el desarrollo de la ciencia y de la industria, el crecimiento de las ciudades, la
migración y mezcla de poblaciones, y además con la individualización y auge de los
nacionalismos. Muchas de las teorías desarrolladas en este período condicionaron
y/o reforzaron las políticas sociales así como constituyeron en gran medida el
sentido común respecto a estos temas, perdurando, en algunos casos, como tal, aún
en nuestros días.

2.7. El darw inism o social


En el siglo XIX, se desarrolló una corriente de pensamiento denominada
darwinismo social que tuvo como principales representantes a H erbert Spencer y
William Summer. El concepto de lucha por la existencia que aparece en la obra de
Spencer no había sido tomado de Darwin sino de M althus, de quien a su vez lo
había tomado también Darwin. Tomas M althus había elaborado una hipótesis del
crecimiento poblacional desmesurado en relación al crecimiento de la producción
de alimentos.
En la etapa del desarrollo del darwinismo social el paradigma científico se
fundaba en las ciencias naturales, y se impuso en muchos intelectuales fundadores
de las ciencias sociales la modalidad de analizar las sociedades como si fueran
organismos vivos (organicismo), haciendo uso de conceptos traídos de aquellas
disciplinas, como salud y patología social, anatom ía y fisiología social, organismo
social, etc. que se impusieron y perduran actualmente como modelos de lo social
tanto en el sentido común como en algunos ámbitos académicos.
Por otra parte, la naciente economía política proclamaba en los albores del
siglo XIX la naturalidad de la economía capitalista, y la libre competencia en el
mercado como el sistema que mejor expresaba la naturaleza hum ana. Si bien
muchos liberales de la época hicieron votos antirracistas, el laissez faire fue enten­
dido y usado políticamente como justificación a la no intervención frente a las
desigualdades. El pensamiento de Spencer era solidario con estas posturas, plan­
teando una no ingerencia del Estado ante los problemas de la pobreza y ante las
consecuencias genocidas y etnocidas de la expansión colonial, pues allí se libraría
una lucha por la existencia en la que sólo perdurarían los pueblos y los sectores

339
de la sociedad capaces por sí mismos de sobrevivir, los biológicamente superiores.
Se iba imponiendo una opinión en la cual “...los pobres eran pobres porque eran
biológicamente inferiores, los negros eran esclavos como resultado de una selección
natural que ya les había asignado un lugar adecuado para ellos. Así la filantropía,
el abolicionismo, o cualquier otro intento de violentar la “naturaleza” solo podía
debilitar a la raza superior favoreciendo a pueblos inferiores” (Van Den Berghe,
1971:39).

2.8. La cosificación de la inteligencia


Con el desarrollo de la teoría evolucionista y su refutación del creacionismo,
la posición que dominó fue un monogenismo evolucionista y racista: unidad hum a­
na pero con probadas diferencias intelectuales y morales entre las razas, las clases
sociales y los sexos. Las pruebas eran aportadas por diferentes corrientes cientí­
ficas, y servían de justificación al orden social vigente y al colonialismo.
Uno de los principales argumentos sostenidos fue que “...el valor de los
individuos y los grupos puede determ inarse a través de la medida de la inteligen­
cia como cantidad aislada” (Gould, S., 1988:12). Esta tesis buscó ser dem ostrada
primero por la craneom etría y posteriormente por los tests de inteligencia.
Pero, ¿qué es la inteligencia? S. Gould (1988:6) la define como “...un conjunto
de capacidades hum anas prodigiosamente complejo y multifacético”. Entonces ¿cómo
hicieron para medir un conjunto de tal complejidad? Simplemente transform aron
este concepto abstracto en una “cosa” separada, una entidad innata heredable y
localizable y con un substrato físico, el cerebro; se la constituyó en una propiedad
del cerebro. Además, se presentó la medición como una operación totalm ente ob­
jetiva, pero si nos interrogamos al respecto, vemos que medir y ordenar fenómenos
requiere de un proceso de comparación, es decir, que significan algo en relación a
otros distintos, y como lo expresa S. Chorover (1985:52) “...cuando la descripción
y la definición de los fenómenos objetos de medida están influenciadas por valores
morales y éticos, como ocurre en el caso de las características hum anas, la medida
y las características también se verán influenciadas, sin im portar lo cuidadosa­
mente que se realicen”. Ya hemos visto el caso de S. Morton, quien inconcientemente
distorsionó datos y no dudó de la veracidad de los mismos.
En el siglo XIX se desarrolló la craneometría. Las conclusiones de estos
científicos tuvieron difusión masiva y aún hoy algunos de sus argumentos pueden
ser detectados en la opinión pública.
El objetivo perseguido era hacer un estudio del volumen de los cerebros, a
fin de establecer una correlación entre estos y los distintos grupos humanos. Una
de las figuras m ás reconocidas de esta corriente fue el francés Paul Brocca. Este
enumeró los objetivos de la etnología, estableciendo entre ellos determ inar la po­
sición relativa de las razas dentro de la escala humana. A través del análisis del
trabajo de Brocca, S. Gould concluyó que había tenido gran cuidado en cuanto a
la recolección de datos (trabajó sobre la base de mediciones de cráneos y peso de
los cerebros) pero la recolección había sido selectiva y m anipulada inconcientemente
para confirmar ideas preconcebidas: superioridad de los blancos, inferioridad de los
negros y pobres, inferioridad de las mujeres.
Para ver cómo se pueden m anipular datos tomemos como ejemplo lo siguien­
te. En época de Brocca fue común que los hombres em inentes donaran su cerebro

340
a la ciencia. De resultas de esto muchas eminencias mostraron tener cerebros
pequeños. En estos casos, Brocea buscaba siempre una justificación (válida en
m uchas ocasiones) como su estatura, su contextura, su edad y de últimas... se
había dañado por una mala conservación. Siempre un argumento aparecía ante
todo hecho que refutase las ideas preconcebidas. También intentó reforzar sus
estudios mediante la frenología, ciencia muy respetada por entonces, cuyo objetivo
era establecer localizaciones cerebrales de las distintas aptitudes hum anas.
Hoy en día se ha desechado la creencia de una correlación causal positiva
entre tam año del cerebro e inteligencia, además de rem arcarse una serie de fac­
tores que inciden en el tamaño del cerebro. Los craneóm etras no desconocían que
el mismo variaba de acuerdo a la altura, a la edad, al tipo de enfermedades
sufridas, a la dieta. No ignorarlo no significa que no hayan manejado estos argu­
mentos en función de si avalaban sus posturas teóricas o no. Además se debe
tom ar en cuenta que hay toda una serie de precisiones que no aparecen explicitadas
en los diferentes científicos y que según cómo sean manejadas hacen variar los
datos numéricos obtenidos, como por ejemplo en qué nivel se separa el cerebro de
la médula espinal, cuánto tiempo después de la m uerte debe pesárselo, si hay que
conservarlo en algún líquido, en cuál y durante cuánto tiempo. Por ende esto lim ita
la posibilidad de dar como veraces conclusiones resultantes de correlacionar los
datos de un científico con otros, e incluso los datos de un mismo científico.

2.9. La teoría de la recapitulación


En el siglo XIX se planteó una teoría que sostenía que la ontogenia recapitula
la filogenia, es decir que los diferentes individuos atraviesan una serie de estadios
que corresponden a las diferentes formas adultas de sus antepasados. Desde la
biología, el concepto de la recapitulación se expandió hacia varias disciplinas y fue
muy utilizado por aquellos que sostenían la existencia de jerarquías entre las
razas. Los grupos inferiores fueron comparados a niños varones blancos, pues los
adultos de los grupos inferiores eran considerados como los niños de los grupos
superiores. Se buscó utilizar como elementos que mostrasen la inmadurez, argu­
mentos craneométricos o estéticos tales como una nariz bien conformada, una
barba abundante o pantorrillas poco desarrolladas, es decir, patrones estéticos
netam ente occidentales.
La teoría de la recapitulación también se extendió al desarrollo psíquico: los
salvajes y todos los humanos inferiores son como “niños”. El viejo argumento
paternalista y justificador reaparece vestido con ropajes supuestam ente científicos.

2.10. Lom broso y el crim inal nato


Con Lombroso surge una teoría científica de la criminalidad que dio lugar
a grandes debates en círculos legales y penales, que incluso se extendieron hasta
la prim era guerra mundial.
Buena parte de la difusión de su trabajo partía de preconceptos muy exten­
didos acerca de los criminales, dándole un soporte aparentem ente científico. El
consideraba que un cuarenta por ciento de los criminales actuaba por compulsión
hereditaria. Eran vistos como seres que m antenían caracteres de un pasado a.oces-
tral, por lo que les era innato comportarse como un “salvaje normal”, pero en la
sociedad occidental esto era considerado criminal.
El criminal nato se podía reconocer por su anatomía tomando en cuenta
caracteres tales como falta de simetría, tamaño pequeño de la cabeza, tamaño
exagerado del rostro, frente baja y estrecha, orejas grandes, ausencia de calvicie,
piel m ás oscura, o aspectos tales como no sonrojarse, lo cual se consideró claro
indicio de criminalidad y desvergüenza.
Los antropólogos lombrosianos construían sus argumentos manejando la
información para que acordase con sus prejuicios; por ejemplo: un blanco que
enfrenta con valor la tortura y la muerte es un héroe, un salvaje en la misma
situación es alguien que tiene “insensibilidad física”. También consideraron la
epilepsia como un signo del criminal nato, lo que convirtió a los epilépticos en seres
marcados, representantes de la degeneración moral, y blanco de los programas
eugenésicos. En los lombrosianos para comprender el crimen se debe estudiar al
criminal. La sociedad queda a salvo de cualquier cuestionamiento.

2.11. La eu gen esia


Uno de los máximos exponentes de esta posición fue el inglés Sir Francis
Galton, autor de un trabajo sobre la herencia de la capacidad mental. Su objetivo
era dem ostrar lo que en la Inglaterra victoriana era de conocimiento público: que
las personas eminentes solían ser hijos de padres eminentes. Para él esto corrobo­
raba que el talento era fundamentalmente hereditario. Olvidó tom ar en cuenta la
influencia del medio sociocultural, la herencia económica y las redes de conexiones
sociales que perm iten un mejor acceso a todo tipo de beneficios.
A fin de lograr sus objetivos, estableció un gabinete psicológico destinado a
medir las diferencias intelectuales entre los seres humanos. En base a estos estu­
dios formuló una prim era escala de inteligencia.
En 1883, Galton culminó sus estudios con la eugenesia. Consideraba que los
incompetentes, enfermizos y desesperados tendían a tener muchos hijos que here­
daban esas características. Por ende, se los debía persuadir u obligar a tener
menos hijos, en tanto la gente de las clases superiores debían tener más hijos a los
fines de lograr una mejora de la raza.
La eugenesia contó con la aceptación de algunos círculos de científicos y
reformadores sociales, influyendo en la delineación de políticas sociales que pro­
pugnaban medios de control sobre la conducta. Se definió como “desviada” a toda
conducta considerada socialmente molesta, dañina o peligrosa. Su objetivo eran los
incapaces y desviados.
Tomemos un ejemplo de su influencia en Estados Unidos. En 1898 en
M assachusetts, se castró “terapéuticam ente” a veintiséis niños varones; entre los
motivos aducidos se cuentan: “epilepsia y masturbación persistente”, “epilepsia e
imbecilidad”, “masturbación con debilidad m ental”. El control social se enmascaró
con ropas de humanitarism o.

342
I
2.12. Los tests de in te lig e n c ia : el in ic io

En la segunda m itad del siglo XIX, el aceleramiento del ritmo de la indus­


trialización en Europa y Norteamérica provocó la necesidad de la escolarización
universal. En este contexto “La tarea de las instituciones educativas era identificar
y desarrollar las capacidades necesarias, así como configurar las aptitudes socia­
les, de tal forma que los niños, al salir de ellas, ocuparan el nicho laboral adecuado
dentro del estado industrial en desarrollo” (Chorover, S., 1985:56).
Dentro de este entretejido de necesidades políticas, sociales, económicas y
educativas que continuarán vigentes durante los inicios del siglo XX, es donde el
m inistro comisionado de educación francés, Alfred Binet, desencantado de su paso
por la craneología, publicó en 1905 un test de inteligencia que fue modelo de otros
posteriores. El objetivo de su aplicación era diagnosticar qué estudiantes necesita­
ban de escolarización especial, por lo tanto no requería una definición de la inte­
ligencia. Binet sostenía que la inteligencia era demasiado compleja para poder
representarla en un solo dato numérico pues no era una simple m agnitud escalo­
nada como la altura.
Los principios en que se basaba su test y su aplicación eran sencillos:
• Los niños mayores debían ser capaces de llevar a cabo tareas m entales
que los niños de menor edad no podían efectuar.
• La inteligencia de un niño dependía de la relación entre su edad crono­
lógica y su edad mental.
• Se debían someter al test niños que compartían antecedentes culturales
similares.
Binet bregó por que sólo se aplicase a los niños ligeramente retrasados y con
problemas de aprendizaje a fin de darles una asistencia especial con el objetivo de
increm entar las potencialidades del niño. Recalcó la importancia de enseñarles a
“aprender a aprender”. No entendía la inteligencia como una cantidad fija y here­
dada sino como una “potencialidad” que puede desarrollarse con una educación
adecuada.
Este investigador pidió prudencia en el uso de los tests de inteligencia pues
tem ía que fueran utilizados como un rótulo indeleble, que incluso condicionase el
comportamiento futuro de los niños o bien que se constituyese en una “excusa
cómoda” para los maestros, a fin de deshacerse de los niños que causan problemas.
Otro de sus temores era que se utilizase para clasificar jerárquicam ente a los
alumnos de acuerdo a sus valores intelectuales. Los sucesos posteriores dem ostra­
ron que sus temores no eran infundados.

2.13. La utilización de los tests de inteligencia en los E stados U nidos


Al morir Binet en 1911, los sim patizantes de la posición eugenesista tom a­
ron el control de la producción y aplicación de test m entales en los países de habla
inglesa.
El test Stanford-Binet se constituyó en modelo de las distintas pruebas

343
elaboradas en Norteamérica, donde se realizó un uso incorrecto de dichos test pues
se basaron en una serie de falacias, ya que cosificaron los resultados de Binet
considerando que medían “una entidad” llamada inteligencia. Supusieron que la
inteligencia era en gran parte heredada, y elaboraron una serie de argumentos
engañosos donde confundían las diferencias culturales con las propiedades inna­
tas. Por otra parte, se suele identificar heredable con inevitable, es decir fijo e
invariable, pero los biólogos han demostrado que los genes no fabrican las partes
y componentes específicos del cuerpo sino que codifican unas formas que pueden
variar según las disposiciones ambientales. Es decir, la intervención del ambiente
puede modificar los efectos heredados que presentan determinados rasgos.
Al considerar a la inteligencia como una entidad fija, invariable y heredable
buscaron explicar las diferencias de status, riqueza y poder como resultantes de
aptitudes desiguales de las razas y clases sociales. Entre algunos de los más
famosos psicom etristas norteamericanos se cuentan H. H. Goddart, L. Term an, R.
M. Yerkes. Tomaremos a este último como ejemplo para analizar la forma de
aplicación y utilización de los test, así como el contexto sociohistórico en que se
impusieron en E.E.U.U.
En dicha nación, la importancia de los movimientos eugenésicos y de eva­
luación mental coincidió con el aumento de la tasa de inmigración europea a
Norteamérica. Luego de 1880 se produjo un descenso de la inmigración provenien­
te de Irlanda, Alemania y Escandinavia, y un aumento de la proveniente de Eu­
ropa oriental y meridional (eslavos, judíos, italianos, polacos, rusos y otros), coin­
cidiendo esta transformación con la que se da en la economía de Estados Unidos,
que pasó de ser una nación agrícola a ser una potencia industrial y comercial. Es
decir, cuando los intereses sociales ligados al desarrollo industrial en gran escala
requerían de trabajadores y consumidores relativam ente estandarizados, la nueva
ola inm igratoria estuvo compuesta de inm igrantes procedentes de los países menos
industrializados de Europa. Los sectores de poder empiezan a considerar poco útil
la política de “puertas abiertas”, y a delinearse leyes restrictivas de la inmigración
que fueron, poco a poco, planteando una especie de “control de calidad” de la
misma.
Por otro lado, la opinión pública norteamericana presentaba una profunda
preocupación por la sangre y la herencia, lo cual creaba un clima propicio para
discusiones sobre la habilidad mental innata. En este marco se va a dar el flore­
cimiento de la psicometría. Veamos el caso de R. Yerkes.Para este investigador,
como para muchos de sus contemporáneos, ciencia y rigor, se confundían con cuan-
tificación y números, de esta m anera los tests de inteligencia perm itirían conside­
rar a la psicología como una auténtica ciencia. Yerkes propulsó y logró que se
aplicasen test mentales a los reclutas durante la prim era guerra mundial. El
objetivo era clasificarlos por medio de una escala y establecer la función que fuesen
capaces de desempeñar. Pero estos tests, como la mayoría, en realidad medían el
grado de instrucción y la fam iliaridad con la cultura, lo cual no depende tanto de
la inteligencia heredada como de la educación. En el caso de los reclutas el nivel
educativo variaba muchísimo.
Se aplicaron dos grupos de tests: el primero —Alpha— constaba de instruc­
ciones escritas, m ientras que el segundo —Beta—, delineado para reclutas extran-
jeros o analfabetos —llevaba las instrucciones en forma de completar figuras. Perfl
ambos se basaban en m aterias de la escuela norteamericana o en información dé
acceso a grupos socioculturales de larga inserción en la sociedad norteamericana*

344
Franz Boas criticó profundamente estos tests. Ejemplificó su crítica con el caso de
un recluta siciliano a quien se le requirió completar el dibujo de una casa; éste
agregó una cruz a la misma pues esa era la usanza de su país, su respuesta fue
considerada incorrecta dado que se presuponía que ¡o correcto era agregar una
chimenea.
Tengamos en cuenta que una buena parte de los reclutas eran analfabetos
o inm igrantes recientes, por ende tenían un escaso conocimiento del idioma y el
medio, graves falencias educativas que llegaban hasta no saber tom ar un lápiz...
imaginemos los resultados obtenidos. Si a esto agregamos las críticas que se le
hicieron al test, tales como que los procedimientos fueron dudosos, que el progra­
ma establecido no fue aplicado correctamente a los negros, la confusión y angustia
de pasar un test, la falta de consignas claras y uniformes, vemos que sus resulta­
dos fueron más que dudosos.
A partir de los miles de casos analizados, E. G. Bonng, ayudante de Yerkes,
elaboró una serie de conclusiones que reforzaron las creencias hereditaristas del
momento:
• La edad m ental media de los blancos adultos norteamericanos se situó
justo por encima del borde de la deficiencia mental. Esto dio lugar a que
los eugenesistas propugnaran que se debía a la reproducción incontro­
lada de pobres y débiles mentales, al mestizaje con negros y con la
“escoria” inm igrada del sur y este de Europa.
• Los inm igrantes europeos podían clasificarse según los países de origen.
En muchas nacionalidades el hombre medio era deficiente, tal el caso de
las personas de tez oscura del sur de Europa y los eslavos del este.
• El negro era el inferior en la escala. En algunos campamentos se los
dividió por la intensidad de color en tres grupos: ios “más claros” reci­
bieron los resultados mas altos.
Al analizar los resultados de los tests, Yerkes descartó los factores am bien­
tales, con argumentos que en ocasiones rozaron lo ridículo. Frente a reclutas que
presentaban enfermedades típicas de la pobreza, corno la anquilostomiasis, que
influían en los resultados, no le dio importancia. Sus palabras m uestran a las
c aras cuál era su posición: ‘La capacidad innata inferior puede determ inar unas
condiciones de vida propicias para enfermarse de anquilostomiasis" (citado por
Gould, S., 1988:226). Además creía que los negros no concurrían a la escuela por
una falta de interés debida a su baja inteligencia.
Cabe agregar que los resultados de estos tests, fueron esgrimidos por los
grupos racistas para proponer la segregación racial de ¡os negros e impedir su
acceso a una educación superior. Además favorecieron, junto con la cam paña de los
eugenesistas, la posición de los grupos de poder que propugnaron por el estable­
cimiento de la Restriction Act de 1924 que determinó un cupo a la inmigración por
nacionalidades, disminuyéndose el correspondiente a los pueblos del sur y este de
Europa. Uno de sus resultados indirectos fue que durante toda la década de 1930
•os refugiados judíos, previendo el holocausto, trataron de emigrar a Estados Unidos
pero muchos de ellos fueron rechazados.

345
2.14. E l e s tu d io de los gem elos

En Inglaterra, el psicometrista Cyril Burt, desarrolló investigaciones sobre


cociente de inteligencia, que fueron consideradas como las pruebas más sólidas de
la base genética del C.I.
E ntre 1955 y 1966 realizó estudios sobre parejas de gemelos univitelinos
(poseen genes idénticos), criados en ambientes distintos. En estos artículos, utili­
zaba un parám etro estadístico: el coeficiente de correlación. El mismo varía de
menos uno (correlación completamente negativa) indicando que los C.I. son in­
variablem ente distintos uno de otro, hasta más uno (correlación positiva) los C.I.
son siempre idénticos, pasando por cero que significa inexistencia de relación sis­
tem ática Chorover 1985:73. Los resultados obtenidos fueron los siguientes:

AÑO DEL INFORME DATOS DE LOS GEMELOS MONOCIGÓTICOS


CRIADOS POR SEPARADO CRIADOS JUNTOS
NO. DE PARES CORREL. NO. DE PARES CORREL.
1955 21 0,771 83 0,944
1958 42 0,771 NA 0,944
1966 53 0,771 95 0,944
(extraído de Chorover, S., 1985:74)

Los resultados arrojados por este cuadro demostraban según Burt una co­
rrelación muy elevada entre el C.I. de gemelos criados en am bientes distintos. Sus
conclusiones fueron utilizadas por otros hereditaristas, como A. Jensen, a los fines
de dem ostrar la validez del carácter hereditario de la inteligencia.
En la década del 70 empiezan a surgir serios cuestionamientos a los trabajos
de Burt. El Profesor Kamin, de la Universidad de Princeton, señaló la imposibili­
dad estadística de que variando el número de casos las correlaciones permanecie­
sen m ilagrosamente constantes, incluso en el tercer decimal. Por otra parte, Burt
no presentó ninguna descripción de cómo, cuándo o dónde había obtenido sus
datos; así como tampoco se pudo localizar a sus presuntas colaboradoras en la
investigación. S. Gould opina que estas falsificaciones fueron el resultado de pro­
blemas físicos y personales que convirtieron a Burt en una persona enferma y
torturada. No obstante lo que más le sorprende es "... por qué unos datos tan
obviamente falsificados se aceptaron durante tanto tiempo, y qué conclusiones
pueden extraerse de esa voluntad de aceptación con respecto a los fundamentos de
nuestro hereditarism o” (1988:247)

2.15. El racism o institucionalizado: el nazism o


Posiciones eugenésicas y de darwinismo social se habían extendido en algu­
nos círculos sociales de Alemania desde fines del siglo XIX, pero recién con la
derrota de Alemania en la prim era guerra mundial dichas posturas lograron una
mayor repercusión. A partir de allí empezó a tener m ás peso la idea de que era
necesaria una depuración biológica para que Alemania pudiera recuperar su “glo­
ria nacional”, encontrando eco en una opinión pública sensibilizada por la derrota
y los graves problemas económicos.
Dentro de la plataforma electoral nacional-socialista, un punto ideológico
fundam ental era el postulado de resguardar una “raza superior”, caracterizada por
una salud y vigor supremo. Esta ideología no era patrimonio exclusivo de los nazis,
sino que “La higiene racial era algo firmemente establecido en Alemania, y el
concepto de purificación racial tomó una gran potencia simbólica en las clases
sociales mas respetadas e influyentes durante el período Weimar. Se debatían
públicamente propuestas que reclamaban el control demográfico m ediante la regu­
lación de las actividades reproductivas” (Chorover, S., 1985:110).
Al llegar los nazis al poder se concretó esa idea de m anera contundente y
buscó avalar su accionar con el desarrollo de una ciencia acorde a esas ideas. El
resultado fue la instauración de una violencia institucionalizada, que desde el
Estado propulsó el exterminio de aquellos considerados política, racial, étnica y
económicamente inferiores.
Los que sufrieron la persecución más encarnizada fueron los judíos. En un
proceso que se prolongó durante varios años, fueron perseguidos, segregados, en­
carcelados, y asesinados en campos de trabajo y exterminio.
La llam ada solución final al problema judío formó parte de un proceso más
amplio cuyo objetivo fue el exterminio masivo, o la esterilización obligatoria de los
considerados desviados, degenerados, enfermos, minusválidos o trastornados. Se
debía impedir la propagación de material humano genéticamente inferior. Entre
estos se contaban los pacientes de los psiquiátricos; en ese caso los médicos deci­
dían quiénes eran merecedores de ayuda y cuáles eran indignos de vivir.

2.16. Los m ovim ientos antirracistas y las reacciones conservadoras


Al finalizar la segunda guerra mundial, el horror de los experimentos y el
, genocidio llevado a cabo por los nazis generaron una actitud social muy poco
proclive al desarrollo de discursos biologicistas orientados a la interpretación de
las problemáticas sociales. Esto limitó la emergencia de posturas de este tipo
durante un tiempo, pero las mismas volvieron a aparecer posteriormente, renovan­
do los viejos argumentos.
Por otra parte, organismos internacionales como la UNESCO, propiciaron
un amplio debate sobre la viabilidad y el valor científico de clasificar a la especie
hum ana en razas, así como también investigaciones sobre los orígenes y bases
sobre las cuales se constituyó el racismo.
La segunda guerra mundial produjo una serie de cambios se ,’iales y econó­
micos a nivel mundial. En relación a nuestra problemática nos parece oportuno
analizar brevemente la experiencia de Gran Bretaña y Estados Unidos. En Gran
Bretaña la escasez de mano de obra llevó a que se institucionalizaran políticas que
promovían la inmigración de asiáticos y africanos, en tanto en Estados Unidos, un
*£ran número de negros y mujeres habían sido incorporados a las fuerzas arm adas
¡ y como trabajadores en la industria. Ahora bien, el boom económico de la post­
guerra duró poco, pues Gran Bretaña (a fines de los 50) y Estados Unidos (a

347
principios de los 60) comienzan a presentar dificultades económicas. En el marco
de esta crisis, se va a producir una serie de reclamos por parte de los sectores
recién incorporados. En Gran Bretaña, asiáticos y africanos reclamaron trabajo y
servicios sociales, en tanto en Estados Unidos se había producido el crecimiento de
la m ilitancia negra y los movimientos femeninos empiezan a ejercer presión sobre
patrones, sindicatos y el Estado. Además el surgimiento del movimiento por los
derechos al bienestar social, transformó la creencia de que los subsidios de ayuda
a las mujeres y los niños necesitados eran una limosna que debía recibirse silen­
ciosamente, en un derecho que debía exigirse en voz alta. Es decir, los años 60
marcan la ruptura del consenso y el aumento de la lucha social.
D urante la década del 70 com enzarán a rev italizarse los discursos
biologicistas, en corrientes de pensamiento que llevan implícita una posición ideo­
lógica que busca debilitar las demandas de los distintos movimientos sociales,
negándole legitimidad. Se trata de revivir la vieja coartada ideológica de culpabi-
lizar a la víctima.
Uno de los orígenes de esta tendencia, vieja tendencia, de explicaciones
biologicistas de los fenómenos sociales fue el artículo publicado por A rthur Jen sen
en la Harvard Educational Review en 1969. En éste postuló que la mayor parte de
las diferencias entre blancos y negros en cuanto a los logros obtenidos en los test
de C.I., eran genéticas. Por lo tanto ningún programa de acción social orientado a
la educación perm itiría equiparar a blancos y negros; su propuesta era que a los
negros se los educase preferentemente para tareas mecánicas. También de H ar­
vard, provenía el profesor de psicología Richard Herrnstein, quien extendió la tesis
de la inferioridad genética a la clase obrera en general.
Estos argum entos teóricos fueron manipulados durante la administración
Nixon a los fines de justificar las restricciones ejercidas en los gastos de asistencia
social y educación.
En Gran Bretaña, los argumentos sobre las diferencias biológicas del C.I.
entre las razas fueron promovidos por Hans Eysenck, y éstos sirvieron de base a
la cam paña en favor de restricciones a la inmigración de asiáticos y negros. Este
investigador postulaba que el bajo C.I. de los inmigrantes, explicaría su alta tasa
de desempleo. A lo largo de la década del 80, el Frente Nacional Británico y la
Nueva Derecha Francesa sostendrán que el racismo y el antisem itismo son resul­
tado de una aversión natural, dependiente de nuestros “genes egoístas”. Para
validar su posición se basan en el fundador de la sociobiología E.O. Wilson de
Harvard, quien afirm a que la territorialidad, el tribalismo y la xenofobia están
determinados genéticamente, como resultado de un proceso que ha durado millo­
nes de años.

348
3. ¿Q U É E S L A R A Z A ?

3.1. Introducción
Durante la primera mitad del siglo XIX, la raza era un concepto difuso. En
ocasiones fue utilizado para referirse a la totalidad de la especiería raza huma­
na”; a veces a una nación o tribu, “ia raza de los ingleses”, "la raza de los
mapuches”; o bien, simplemente a una familia, “es el último de su raza”. Además,
los trabajos de filología de la época dieron lugar a un mayor conocimiento de la 3
lenguas (indoeuropeas, semíticas, etc.) que fueron absorbidas en la clasificación
somática de ese siglo, comenzándose a hablar de raza indoeuropea, raza semita,
etc.
A partir de la aceptación de la teoría de la evolución de Darwin, los biólogos
comenzaron a utilizar el concepto de raza de un modo distinto, pasó a significar
“clase”, un tipo diferente de organismo identificable dentro de una especie; por
ejemplo: raza de ratones de vientre claro u oscuro, o razas de caracoles de concha
listada o lisa. Como vemos, estas razas eran definidas básicamente sobre la base
de caracteres observables.
Las clasificaciones tradicionales de las razas humanas se inspiraron en los
criterios de los científicos naturalistas, coincidiendo en líneas generales con lo que
el sentido común parecía dictar; la existencia de, por lo menos, tres grandes razas:
la raza blanca, la raza negra, la raza amarilla. En los últimos cincuenta años, los
criterios en que se basa la clasificación de la especie humana han sido objeto de
la crítica de la genética, y en particular de la genética de poblaciones. Estos inves­
tigadores no niegan la existencia de diferencias entre los miembros de la especie
humana, lo que buscan demostrar es que la noción común de raza no tiene dema­
siado sentido en biología. Antes de presentar estas posturas críticas, creemos
importante realizar una breve reseña sobre las clasificaciones tradicionales de
raza.

3.2. C lasificacion es trad icionales de raza


Los científicos que defienden la noción de raza en la especie humana, con­
sideran que la especie Homo Sapiens es una más entre las otras, y que puede ser
estudiada con criterios similares a los aplicados al estudio de las otras especies. La
definición de razas humanas dada en 1944 por Henry Vallois, es un claro ejemplo
de estas posturas: “Las razas humanas son agrupaciones naturales de hombres
que presentan un conjunto de caracteres físicos hereditarios comunes cualesquiera
sean, además, sus lenguas, sus costumbres, sus nacionalidades” (Vallois, H., 1972:5).

349
Vallois distinguía cuatro grandes grupos raciales: primitivo, negroide, europoide y
mongoloide; esta clasificación se basó en la descripción de una asociación de ciertos
caracteres morfológicos tales como el color de la piel, la forma del cabello y la
forma de la nariz. Así, las razas negras son caracterizadas como de piel oscura,
cabellos crespos o muy ondulados y nariz casi siempre ancha; las razas blancas, de
piel clara o morena, cabello rizado u ondulado y nariz generalmente delgada; las
razas am arillas, con piel de fondo amarillento, cabello lacio o apenas rizado y nariz
de ancho variable y las razas primitivas, con disposiciones anatómicas poco espe­
cializadas respecto de las otras.
Este tipo de clasificaciones se basa, a semejanza de los naturalistas, en
ciertos rasgos “claves”, favoreciendo la idea que una combinación particular de
dichos caracteres morfológicos hereditarios correspondería a un “tipo físico” propio
de cada raza. Es decir, los individuos que la componen serían biológicamente muy
similares, en tanto serían muy diferentes de los de otras razas. Pero en realidad
las poblaciones no son homogéneas y los individuos considerados “típicos” son muy
escasos. Tomemos el caso de un estudio realizado en Suecia entre reclutas del
ejército, en el que se demostró que el pretendido “tipo nórdico” (estatura alta,
cabellos rubios, ojos azules, cráneo alargado, etc.) sólo estaba presente en el 10%
de las personas en estudio.
La idea de las grandes razas como “agrupaciones naturales”, se ve reforza­
da, en el trabajo de Vallois, porque considera que cada una de ellas ocuparía o
habría ocupado un área geográfica determinada: Europa para las razas blancas;
África, India y Oceanía para las razas negras; Asia y América para las razas
am arillas.
Las críticas realizadas a estas orientaciones desde los años 50, se pueden
resum ir en dos puntos:
1. Las grandes razas a pesar de lo que las “apariencias” parecen indicar,
no constituyen entidades naturales, sino que son categorías construidas
conceptualmente, o sea arbitrarias. El siguiente ejemplo perm itirá escla­
recer lo anterior: los ainú, del norte del Japón, tienen la piel blanca, y
fueron clasificados tradicionalmente dentro de las razas blancas. Pero el
genetista L. L. Cavalli-Sforza demostró en los años 70 que los ainú
estaban estrecham ente relacionados, por sus características sanguíneas,
con las poblaciones orientales. Esto dem uestra que no hay nada “natu­
ral” en la selección de rasgos o caracteres realizada a los fines de la
clasificación, sino que responde a los criterios utilizados por el científico.
2. Las diferencias biológicas, entre poblaciones “negras”, “blancas” y “am a­
rillas”, son mínimas, y por ende no permiten m antener la idea de la
existencia de grandes razas. Los ejemplos que a continuación daremos
dem uestran que la supuesta homogeneidad dentro de las poblaciones
que conforman las grandes razas, es sólo eso, una suposición. En
M elanesia los habitantes de piel negra, tales como los canaca de Nueva
Caledonia, suelen tener el cabello rubio y los papúes de Nueva Guinea,
a los cuales se ha llamado pseudosemitas tienen la nariz convexa y
prominente. Dentro del grupo amarillo encontramos a los que han sido
clasificados como “raza siberiana” pero presentan piel casi blanca, cabe­
llos que pueden ser castaños y ondulados, etc. Estos son sólo algunos de

350
los casos, pero las evidencias demuestran que si se quiere abarcar la
diversidad hum ana habría que multiplicar el número de razas. En la
actualidad hay algunas clasificaciones que distinguen cientos de razas y
algunos científicos postulan que se podría distinguir hasta un millón.
Desde otra perspectiva, los avances realizados por la genética en las últim as
décadas nos han permitido acceder a una visión muy diferente a la que postularon
los defensores de la existencia de las grandes razas. A continuación veremos algu­
nas de las conclusiones a las que han arribado.

3.3. A portes recien tes a la problem ática de las razas


Alrededor de 1940, muchos biólogos, bajo la influencia de la genética pobla-
cional, modificaron profundamente su concepción de la raza. Los diferentes expe­
rimentos sobre la genética de organismos extraídos de poblaciones naturales de­
m ostraron que había una gran variación genética incluso entre los individuos de
una misma familia, y mucho más en una población. Lo que se logró establecer era
que muchas de las que fueron consideradas “razas” animales eran sólo formas
hereditarias alternativas que podían aparecer dentro de una familia y por ende de
una población. Se pasó a considerar que las diferentes poblaciones geográficas
locales no difieren absolutamente una de otra, sino sólo en lo que respecta a la
frecuencia relativa de los distintos caracteres. Tomemos el ejemplo de ios grupos
sanguíneos humanos, algunos individuos son del tipo A, otros del tipo B, algunos
AB y otros del tipo 0, es decir, ninguna población tiene exclusivamente un solo
grupo sanguíneo. Los nuevos avances en el conocimiento permitieron establecer
entonces el concepto de raza geográfica:
“Una población de individuos diversos que se emparejan libremente entre sí,
pero diferente de otras poblaciones en cuanto a las proporciones medias de diversos
genes” (Lewontin y otros, 1987:148).

Esta nueva visión produjo dos grandes efectos:


1. El concepto de miembro típico de una raza perdió por completo sentido,
puesto que se demostró que cada población tenía una amplia variabili­
dad interna.
2. Dado que cada población se diferencia escasamente por término medio
de cualquier otra, todas las poblaciones locales que procrean entre sí son
razas, por ende el concepto de raza pierde relevancia. Los kikuyu del
Africa oriental difieren de los japoneses en la frecuencia de genes, pero
también se distinguen de sus vecinos, los masai, y aunque la extensión
de la diferencia puede ser menor en un caso que en el otro, sólo es
cuestión de grado. Esto vuelve a ratificar lo expresado anteriorm ente,
que las clasificaciones que planteaban la existencia de grandes razas
eran biológicamente arbitrarias.

351
No obstante, algunos importantes investigadores del tem a como E rnst Mayr
siguen sosteniendo la utilidad del concepto de raza, en tanto sea utilizado en forma
estadística y dinámica, es decir como “poblaciones variables que difieren de otras
análogas de la misma especie por sus “valores medios” y por la “frecuencia” de
ciertos caracteres y genes” (Mayr, E., cit. en Lischetti, M. comp., 1987:220).
A la luz de los nuevos descubrimientos se fueron planteando nuevos interro­
gantes. Uno de estos fue cuánta diferencia habría entre los grandes grupos geográ­
ficos —por ejemplo, africanos y australianos— en oposición a las diferencias exis­
tentes entre los individuos de estos grupos. Esta pregunta, que se constituyó en un
problema a resolver, encontró respuesta gracias a los avances realizados por los
genetistas, los cuales mediante la utilización de la inmunología y de la química de
la proteína, identificaron un gran número de genes humanos que codifican enzi­
mas específicas y otras proteínas. Del estudio de unas 150 proteínas diferentes
codificadas genéticamente se pudo establecer que el 75% de los distintos tipos de
proteínas son idénticas en todos los individuos examinados, independientemente
de la población, salvo alguna mutación ocasional. Son las llam adas proteínas
monomórficas que dem uestran que la especie es fundam entalm ente uniforme en
cuanto a los genes que la codifican. En cambio, el otro 25% son proteínas
polimórficas, éstas presentan dos o más formas alternativas de proteínas, codifica­
das por formas alternativas en un gen, que son comunes pero que tienen frecuen­
cias variables en la especie humana. Se utilizaron estos genes polimórficos para
dilucidar el problema planteado. Las conclusiones a las que se llegaron fueron que
no hay ningún gen conocido que sea cien por cien de una forma en una raza y cien
por cien de una forma diferente en otra raza. Por otra parte, hay genes que varían
mucho de individuo a individuo y no presentan en absoluto ninguna “diferencia
m edia” entre las grandes razas. Por ejemplo, tomemos el caso de un gen polimórfico
como el que determ ina los tipos sanguíneos A, B, O. que dependen de tres formas
alternativas del gen, simbolizadas por A, B, O. Cada población del mundo se
caracteriza por una determ inada combinación particular de proporciones de las
tres. Por ejemplo, cerca de un 26% de los belgas son del tipo A, un 6% del B, y el
68% restante, del O. Entre los pigmeos del Congo, encontramos un 23% del grupo
A, 22% del B y 55% del O. Como vemos, lo que los diferencia es que hay una
variación en la frecuencia de las formas alternativas del gen, pero no unos genes
particulares para cada grupo.
A lo largo de las décadas del 50 al 70, los antropólogos y otros científicos han
contado con m apas mundiales de numerosos genes relativos a los grupos sanguí­
neos, bioquímicos, tisulares, etc. A través del estudio de estos m apas se pudo
determ inar que la distribución de los genes en las poblaciones mundiales no se
superpone, es decir, no coinciden los resultados de unos con otros y mucho menos
con las grandes razas. Considera que el siguiente estudio ejemplifica claram ente
lo expuesto: la distribución de los genes que determinan los grupos sanguíneos A
o B perm ite agrupar a las poblaciones subsaharianas con las poblaciones orienta­
les, en tanto las europeas se agrupan con las am erindias del norte y australiana.
Pero con el gen correspondiente al grupo sanguíneo O, una parte de las poblaciones
situadas más al oeste de Europa occidental pueden agruparse con las poblaciones
subsaharianas y una parte de las poblaciones australianas, en tanto que las pobla­
ciones europeas de más hacia el este, pueden agruparse con muchas poblaciones
orientales. Diferentes son las agrupaciones a las que se ha llegado con el grupo
sanguíneo Rhesus, con los grupos tisulares y otros. Todo lo visto nos permite

352
concluir en que existe una discordancia geográfica de la variación de los diferentes
genes estudiados.
Otros aportes relevantes fueron los estudios que llevaron a cabo tres grupos
distintos de genetistas que, por medio de m uestras representativas del patrimonio
genético humano y con métodos estadísticos diferentes, se plantearon estudiar el
alejamiento genético entre poblaciones que pertenecían a un mismo grupo racial
según la Antropología clásica (negros, amarillos, blancos) y entre estos grupos
raciales. Los tres grupos de investigación arribaron a un mismo resultado: a partir
de toda la variación genética hum ana conocida en relación a enzimas y otras
proteínas se puede establecer que el 85% se da entre individuos de la misma
población local, tribu o Nación; un 8% se da entre tribus o Naciones de las grandes
razas, y el 7% restante, entre las grandes razas. Si se extinguieran todos los
individuos de la tierra menos los kikuyu del África oriental, aproxim adam ente el
85% de la variabilidad hum ana estaría presente, sólo se perderían algunas pocas
formas genéticas como las que dan lugar al grupo sanguíneo Duffy, solo conocido
entre los europeos o el Diego, presente únicamente en los aborígenes americanos.

3.4. C onclusión
Una de las características más importantes de la evolución y de la historia
hum ana ha sido el mínimo grado de divergencia que existe entre las poblaciones
geográficas en comparación con la variación genética entre los individuos. Para
comprender esto hay que tener en cuenta que ninguna población hum ana ha es­
tado tanto tiempo aislada de otras para dar lugar a una raza. Ha habido un alto
grado de mestizaje desde la emergencia de Homo Sapiens. Tomemos el caso de los
europeos actuales, que son una mezcla de hunos, ostrogodos, vándalos del este,
árabes del sur e indoeuropeos del Cáucaso, hasta donde sabemos actualm ente, e
incluso los australianos que fueron considerados como una raza, se mestizaron con
papúes e inm igrantes polinesios del Pacífico aún antes de la llegada de los euro­
peos.
El genetista italiano Cavalli-Sforza (1992) adhiere a las posiciones que re­
marcan que si se comparan los genes de las diferentes poblaciones no se encuen­
tran diferencias netas, tajantes, sino una gama continua de variaciones. Por ende
niega la existencia entre los hombres de razas puras. Para él, una raza pura es
algo que podría ser producto de una investigación de laboratorio, por ejemplo si
cruzamos unas veinte generaciones de ratas a partir de una pareja original. Esto
no existe entre los hombres, pues siempre hay cierta dosis de mezcla. Por otra
parte, las diferencias genéticas entre los grupos humanos, como hemos visto, son
débiles y en su mayoría corresponden a caracteres neutros desde el punto de vista
de la selección natural. Es decir, no son el resultado de un proceso adaptativo, y
por ende no pueden reflejar una superioridad de aptitudes, sean ellas intelectua­
les, psicológicas o morales.
El resultado de estas investigaciones llevadas a cabo por diferentes cientí­
ficos deberían haber dado fin a las posturas en torno a la superioridad de unas
razas por sobre otras pero, hoy en día, planteos de este tipo siguen subsistiendo
en algunos ámbitos. El por qué de esta persistencia no encuentra respuesta en lo
biológico, sino que nos obliga a adentrarnos en la problemática sociocultural.

353
4. EL RACISMO COMO PROBLEMÁTICA CIENTÍFICA
4.1. Un cam po de análisis controvertido
Con frecuencia los especialistas han presentado al racismo como una inven­
ción occidental. Sin embargo, es muy probable que ello no sea del todo cierto. La
idea del racismo, en tanto forma de distanciamiento y desigualdad social basada
en distinciones visibles como el color de la piel, la estatura, etc., seguram ente, fue
descubierta y redescubierta a la largo de la historia por distintos pueblos de m anera
independiente. Sin embargo, la magnitud, los alcances y las consecuencias del
racismo occidental desborda todo lo conocido y merece un tratam iento especial, en
la medida en que su ideología y praxis ha afectado a las sociedades en su conjunto,
y está presente hoy en la vida cotidiana de buena parte de la hum anidad.
“Aparte de su extensión geográfica, ninguna otra especie de racismo ha de­
sarrollado tan floreciente mitología e ideología. En el folclore.así como en la litera­
tura y en las ciencias, el racismo llegó a ser un componente profundamente enraizado
en la Weltanschauung occidental. El racismo occidental tuvo sus poetas como Ki-
pling, sus filósofos como Gobineau o Chamberlain, y sus estadistas como Hitler,
Theodore Roosvelt y Verwoerd; es este un historial que ni remotamente se ha aproxi­
mado, ni en dimensiones ni en complejidad, ninguna otra tradición cultural”
(L. van den Berghe, 1971:32).
Por ello, más allá de la polémica abierta sobre si el racismo es paternidad
de una sola cultura o si por el contrario es una expresión antropológica más
generalizada, y teniendo en cuenta su relevancia, cuando los científicos sociales se
refieren al racismo lo restringen al gestado desde occidente —el que hemos histo­
riado en párrafos anteriores—.
En las ciencias sociales, la constitución de un área de investigación especí­
fica denominada relaciones raciales, vinculada a la problemática del racismo, es­
tuvo desde sus orígenes fuertem ente articulada a procesos sociopolíticos específi­
cos. Concretam ente en Estados Unidos, que es donde surge dicha expresión, el
marco social estaba configurado por grupos de distinta procedencia étnica y cultu­
ral, interactuando dentro de una nación en formación, y que se iban articulando
de m anera compleja y conflictiva, convirtiéndose para los sectores dominantes de
la sociedad en un problema, un obstáculo a resolver, en una cuestión que merecía
un tratam iento científico para la búsqueda de soluciones prácticas. Posteriorm en­
te, el surgimiento y consolidación del régimen nazi en Alemania y su derrota
m ilitar que puso fin a la segunda guerra mundial, fue motivación más que sufi­
ciente para despertar el interés de intelectuales de distintas nacionalidades en la
tem ática del racismo, enfocado desde muy diversas perspectivas.

354
El racismo no se fundam enta en relaciones sociales simétricas e igualitarias,
más bien se trata de relaciones basadas en la desigualdad, la injusticia y la explo­
tación en las que los grupos hegemónicos articulan mecanismos ideológicos de
consenso combinados con el uso directo de la fuerza. Como vimos anteriorm ente,
el telón de fondo histórico lo constituyó la expansión europea con sus implicaciones
de migraciones voluntarias o forzadas, choque cultural, dominio, expropiación y
genocidio. De esta m anera no es infundada la insistencia de algunos estudiosos en
destacar que las interrelaciones raciales son un tem a sumamente sensible a des­
pertar emociones encontradas en los actores sociales. Los científicos no son ajenos
a esto y se m uestran, en distinto grado, permeados por las ideologías dominantes
de su grupo social: “...en el campo de las relaciones interraciales, más que en
muchos otros, la teoría de la ciencia social, es poco más que una veleta que gira
según todos los vientos ideológicos” (Van der Berghe, 1971:23).
De acuerdo con lo dicho e inaugurando este interés por entender el racismo
a partir de las relaciones, gran parte de la frondosa producción norteam ericana en
este campo, potenciada a partir de los años 30 por una declamada tendencia
antirracista, evidencia una inequívoca filiación política liberal y una creencia
implícita o explícita en las bondades de la sociedad norteamericana. Veían con
optimismo desmedido una sociedad que suponían iría mejorando paulatinam ente
y en ese proceso los conflictos raciales desaparecerían configurando una sociedad
futura más justa y armoniosa. La visión funcionalista y organicista de la sociedad
era el marco teórico dominante, en este contexto se veía a los conflictos como
“enferm edades sociales”, y en particular, al problema de las minorías raciales o
étnicas como un asunto de integración y asimilación a la corriente principal de una
sociedad basada en el consenso.
En este sentido, no debe sorprendernos que hasta hace algunas décadas la
producción de trabajos en este tema estuviera dominada am pliamente por cientí­
ficos sociales norteamericanos, ejerciendo una considerable influencia en los inves­
tigadores de otras nacionalidades. E sta situación ha sido puesta de relieve por
algunos estudiosos que a partir de los años 70 y haciendo un balance crítico de la
producción en este campo han señalado, entre otras cosas, que gran parte de esos
trabajos carecen de una perspectiva comparativa y en algunos casos se sugieren
generalizaciones a partir del caso norteamericano. Por otra parte, en la década
anterior ya comienza a generalizarse el interés por lo interétnico y lo interracial
y la producción en países de Latinoamérica como México y Brasil aporta una nueva
visión de la problemática. También en Estados Unidos se producen virajes impor­
tantes en cuanto a la m anera de enfocar las relaciones raciales. Las élites negras,
otrora partidarias de la integración y el consenso, emprenden un camino de afir­
mación de la identidad negra y de confrontación activa con las mayorías blancas.
Estos procesos coinciden en el campo académico con fuertes cuestionamientos a los
modelos de interpretación usados hasta el momento. El optimismo anterior es visto
como ingenuo o interesado y cada vez se duda más de la ideología liberal conven­
cional, el clima intelectual se modifica, las teorías del conflicto comienzan a ser
m ás relevantes en algunas universidades y otros ámbitos intelectuales. Una pers­
pectiva más dinámica, compleja y menos ordenada de la sociedad y la cultura va
ganando terreno bajo la influencia de una nueva generación de intelectuales que
renuevan las perspectivas de los conflictos étnicos y raciales en las sociedades
contemporáneas.
En cuanto a lo que le compete a cada ciencia social en el tem a del racismo,

355
la situación no está del todo clara. Efectivamente, esta problemática no parece
pertenecer netam ente a la sociología, o a la antropología, o a la psicología, ni
tampoco a la ciencia política. De hecho, especialistas de todas estas disciplinas han
hecho valiosos aportes a la cuestión, constituyendo una tem ática fronteriza que se
encuentra en la intersección de enfoques psico-sociales y socioantropológicos. Algu­
nos autores han visto esta situación como una traba para su desarrollo, debido a
que constituiría una especie de “tierra de nadie”, en la cual los especialistas temen
sobrepasar sus barreras disciplinarias, predominando trabajos que no van más
allá de las generalizaciones empíricas. Lo que sí podemos afirm ar es que, por un
lado, la mayoría de los sociólogos se han concentrado en la sociedad industrial
actual, dejando de lado una perspectiva histórica y comparativa de las relaciones
interraciales y por otro lado los antropólogos hasta no hace mucho, en su afán de
la búsqueda de las “esencias” y de lo “auténtico” se preocuparon más en la recons­
trucción minuciosa de las culturas nativas pre-coloniales perdiendo de vista las
complejas transformaciones de esas minorías en sus relaciones históricas con el
Estado-Nación al que involuntariam ente fueron incorporadas. Haciéndose eco de
estas críticas, en las últim as décadas han surgido nuevos modelos de interpreta­
ción que pretenden superar las carencias del pasado. Desde estas perspectivas la
posición interm edia de la temática racista y sus derivaciones, en cuanto a las
incumbencias de las distintas ciencias hum anas, es valorada positivamente a pe­
sar de los “problemas” jurisdiccionales y la falta de comunicación entre disciplinas
cercanas. Ello perm itiría un enriquecimiento interdiciplinario resistente a la suje­
ción a modelos parcelarios que frecuentemente abundan en cada una de las cien­
cias sociales.
En este replanteo, otra cuestión importante en cuanto a la delimitación del
campo de las relaciones étnico-raciales está referido a la medida en que esta
tem ática puede aspirar a un tratam iento más o menos autónomo con respecto a
una serie de fenómenos socioculturales más amplios, dentro de los cuales lo étnico
y lo racial sería sólo un interesante capítulo.
Nos referimos a cuestiones más abarcadoras como la de los prejuicios en
general y vinculada a ella, la problemática de la discriminación, segregación y
exclusión social. Para comprender su dinámica, debemos observar las transform a­
ciones de la economía y la política de las últimas décadas, que en los países del
cono sur de América se manifiestan en políticas de ajuste económico y retirada del
Estado de áreas sociales críticas, en el marco de democracias formales. Este es el
contexto de interpretación necesario para analizar la situación de polarización
social y conflictos en estas sociedades complejas. En los últimos años ha producido
modificaciones importantes, siendo protagonistas y testigos del surgimiento de
“nuevas minorías” basadas en diversos criterios de identidad grupal: mujeres,
homosexuales, jubilados, desocupados, etc. se nuclean asumiéndose como discrimi­
nados y reclamando justicia e igualdad de derechos.
En estas sociedades llamadas complejas, multiétnicas y estratificadas la
diversidad y entrecruzam iento de los grupos, sumado a problemáticas sociales
insolubles, que se agravan en las grandes concentraciones urbanas, generan con­
flictos de identidad, de anonimato y alienación que potencian la producción de
imaginarios sociales plagados de prejuicios que tienen su origen sobre todo en las
crecientes desigualdades de acceso a los servicios, al trabajo y al consumo. En este
contexto el prejuicio racial se presenta, en muchos casos, como parte de un conjun­

356
to complejo de visiones negativas donde interactúan también lo étnico, lo religioso,
la clase social, etc.
Por ello, tal como se presenta comúnmente el prejuicio racial en lo cotidiano,
resulta dificultoso separarlo de una constelación mayor de valores que refieren a
otras distinciones e identidades sociales. De esta m anera coincidimos con R. Bastide
(1973) cuando dice que el prejuicio racial no existe en estado puro y en los estudios
de casos concretos los límites entre prejuicios de raza, clase, religión, etc. se tornan
borrosos y las distinciones analíticas pueden resultar arbitrarias.
Además, una de las críticas fundadas que se han hecho a una parte impor­
tante de análisis interraciales ha sido justam ente su enfoque parcial y fragm enta­
rio. Unos pocos sociólogos y antropólogos ya clásicos en el tema, como R.E. Parck,
Oliver Cox y Roger Bastide, y más numerosos en la actualidad, han intentado
vincular las relaciones étnico-raciales con aspectos fundam entales de la estructura
social, tales como composición de clases, sistemas de producción y mercado de
trabajo, distribución del poder, lucha ideológica y control cultural. Por lo tanto, se
va imponiendo entre los estudiosos del tema el punto de vista según el cual es poco
probable la construcción de una teoría de las relaciones étnico-raciales que no
rem ita a un conjunto de fenómenos más amplios de los cuales forma parte. Y, en
este esfuerzo teórico se encuentran los más destacados especialistas.

4.2. R acism o y etnocentrism o


El panoram a esbozado hasta aquí nos sitúa en un campo en el cual los
conceptos fundam entales son aún m ateria de discusión y no se observa un total
acuerdo en cuanto a sus significados y sus relaciones. No obstante, y a pesar de
la relativa novedad y ambigüedad en cuanto al uso de algunos términos conside­
rados claves actualm ente, en la producción científica de los últimos años se m ani­
fiestan algunos acuerdos generales, matizados con diferencias de énfasis en algu­
nos aspectos que tratarem os de exponer resumidam ente a continuación.
En principio, creemos importante traer a esta discusión un concepto clave
para la historia de la Antropología. Ñus referimos al etnocentrismo, fenómeno
vinculado al racismo, que se ha constituido en una herram ienta útil para la inves­
tigación sociocultural. Como han hecho notar los antropólogos, debido a su especial
interés en la diversidad, todas las culturas suelen tener una muy buena opinión
sobre sí mismas, en comparación con las sociedades vecinas. La actitud hacia los
“otros” puede ir desde un desinterés e ignorancia manifiesta, úna curiosidad inge­
nua por conocer otras costumbres, hasta el afán de hacer la guerra, vencerlos y
apropiarse de las personas y los bienes. La toma de conciencia y la explicitación
del etnocentrismo como fenómeno universal en las sociedades hum anas, contribuyó
a dar forma a la idea de la diversidad y especificidad de los valores culturales,
cuestionando las concepciones según las cuales habría valores universalm ente
válidos. El relativismo cultural tomó cuerpo en los trabajos de antropólogos pione­
ros como Franz Boas que, coherentes con su práctica científica, afirmaron la im­
portancia de la cultura en la conducta hum ana y se opusieron firmemente a las
ideas racistas de su época.
Más allá de los diferentes grados de etnocentrismo, lo universal es conside­
rarse “el ombligo del mundo”, creer que las costumbres y cosmovisión propias son
las únicas válidas o por lo menos las mejores que definen la Humanidad. Alguien

357
podría dudar de tal generalización, argum entando que dicha afirm ación es
inobjetable en la historia hum ana pasada o en lo que queda de los llamados
“pueblos primitivos” que tenían poco conocimiento de otras culturas, pero que el
desarrollo de las comunicaciones y el advenimiento de una cultura planetaria
supondría que en esa “aldea global” —usando una conocida m etáfora— el
etnocentrismo habría sucumbido. Nada de ello se ha constatado hasta el presente.
Que la visión del mundo de los hombres se ha modificado con las transformaciones
sociales y el creciente desarrollo de las comunicaciones es algo fuera de discusión,
pero que ello haya obrado en favor de una mayor tolerancia a las diferencias y al
desvanecimiento del etnocentrismo, sí es dudoso. Prueba de ello son los ingentes
esfuerzos de organismos internacionales como la UNESCO, en su insistente y a
veces estéril prédica contra todo tipo de discriminación.
Por lo tanto y de acuerdo con lo dicho, todo fenómeno racista supone clara­
mente etnocentrismo. Por el contrario, no todo etnocentrismo involucra el racismo,
y de hecho, ésta es la situación más frecuente. Los antropólogos, historiadores y
sociólogos han demostrado que en la dilatada experiencia sociocultural hum ana el
racismo ocupa un lugar reducido. No son muchas las experiencias registradas en
las que se conjugaron las condiciones sociales e históricas para su emergencia, pero
también debemos destacar que en algunos casos bastante conocidos trajo apareja­
das consecuencias devastadoras y secuelas ideológicas que aún perduran e inte­
gran nuestro imaginario colectivo.
Tanto el etnocentrismo como el racismo tienen como condición necesaria la
puesta en contacto entre grupos diferentes, que se potencia por el fenómeno de las
migraciones; característica consustancial a la naturaleza hum ana desde sus oríge­
nes. Tales movimientos poblacionales han adquirido, a lo largo de la historia y en
distintas culturas, variados alcances y escalas. Dos aspectos han influido en tal
proceso. Por un lado, las particularidades socioculturales —desde la especial adap­
tación ecológica, el nivel tecnológico, la organización sociopolítica, la m anera de
relacionarse con las otras culturas, en fin, la lógica específica de los pueblos invo­
lucrados—. Y, por otra parte, los procesos históricos de contacto, choque y
entrecruzam iento entre grupos étnicos, que en cada caso específico se fueron cons­
truyendo en función de circunstancias únicas e irrepetibles. Por ejemplo, la expan­
sión colonial europea generó en cada área conquistada situaciones migratorias y de
relación con las poblaciones nativas muy diversas, las cuales los científicos sociales
debemos investigar en su especificidad, más allá que como tales y en un nivel de
abstracción más alto comparemos los fenómenos e intentemos sintetizar las líneas
de fuerza determ inantes de tal proceso como un todo.
No es nuestra intención aquí hacer una tipología sobre el fenómeno de las
migraciones. Pero, dada su importancia en cuanto a la formación de estructuras
sociales cim entadas en procesos de enfrentamientos étnicos que pueden conducir
en algunos casos a una ideología racista, queremos mencionar las formas más
frecuentes de movimientos poblacionales. Por otra parte, constituye una cuestión
recurrente y central para un análisis posterior de las migraciones en la década de
los 90, tem a insoslayable para explicar los rebrotes de xenofobia y racismo en la
Europa actual y en otras regiones del planeta.
Las migraciones pueden ser violentas, cuando revisten el carácter de una
expansión, que puede ser rápida en el caso de conquistas militares, en las que el
victorioso establece un dominio sobre las poblaciones nativas (v. g. potencias eu­
ropeas en Africa en el s.XIX) o graduales, en los casos en los que hay un progresivo

358
t

avance de las fronteras de un grupo, exterminando y arrinconando a las poblacio­


nes aborígenes (v. g. expansión occidental en Australia y Argentina). O tra variante
violenta de migraciones es la introducción forzada de grupos étnicos en un país
para conformar un estrato servil (la esclavización de grupos étnicos africanos en
Estados Unidos y el Brasil) y también, la expulsión violenta de personas de un país
por motivos políticos como en las dictaduras latinoamericanas de las décadas del
60 y 70.
También se presentan aquellas migraciones que no revisten una violencia
manifiesta o desatada como las anteriores, aunque no nos parece apropiado deno­
m inarlas migraciones voluntarias, como se las califica en muchos textos. Casi
nadie abandona “voluntariam ente” su propia sociedad, si no está sometido a fuer­
tes presiones en su entorno sociocultural de origen, sean éstas de carácter econó­
mico, político o cultural, y que suponen otras tantas formas de violencia. Son los
casos, en el siglo pasado, de los migrantes europeos a América que huían del
ham bre y de la guerra en búsqueda de nuevas oportunidades económicas y, en la
actualidad, la inmigración de personas provenientes del llamado tercer mundo y
de Europa del este a los países desarrollados de Europa y Norteamérica.
Asimismo, se incluyen aquí las llamadas migraciones internas, o sea los
movimientos poblacionales dentro de un país, que suelen ser en algunos casos más
relevantes que las migraciones internacionales. La formación de las grandes aglo­
meraciones urbanas en Latinoamérica, como San Pablo, Buenos Aires o ciudad de
México y sus consecuencias sociales como la formación de cinturones de pobreza y
marginación, tienen como precedente significativo las migraciones internas de
pobladores preferentem ente rurales expulsados por la falta de trabajo y atraídos
por las grandes ciudades que brindan, aunque más no sea como ilusión, mayores
alternativas y posibilidades. Estos procesos han influido en la contrucción de pre­
juicios y expresiones concretas de discriminación y marginación en ciudades como
Buenos Aires. La segregación espacial de las “villas miseria”, enclavadas en cen­
tros neurálgicos de la ciudad como la zona de Retiro, expresan los contrastes
sociales y la continua reactualización de la discriminación hacia los “villeros”, toda
vez que, en los últimos años, el poder político ha pretendido relocalizarlos en otros
barrios de la Capital Federal, despertando airadas protestas de los vecinos “afec­
tados”.
Todas estas variantes del proceso migratorio, que actuaron las más de las
veces de m anera combinada o mixta, explican la composición étnica de las socie­
dades que emergieron de la expansión de las potencias occidentales y, dentro de
ellas las que presentaron formas atenuadas o exacerbadas de racismo. Como
mencionamos anteriorm ente, no toda conformación poliétnica de un estado-nación
supone el dominio del racismo. Aún en algunos casos en los que se manifiestan
claras estratificaciones étnicas, las vinculaciones intergrupales dominadas por la
competencia y los conflictos étnicos no desarrollaron el racismo como modalidad
ideológica y de acción. Ha de intervenir otra constelación de circunstancias, más
allá de ¡a confrontación cultural y étnica, que nos explique la emergencia del
racismo como forma ideológica dominante de interacción social. Una auténtica
confluencia de factores económicos, políticos y corrientes de pensamiento hace
dificultoso aislar una o unas pocas causas que hicieron del racismo europeo del
siglo XIX una ideología definida, consolidada y claram ente diferenciada del
etnocentrismo.

359
4.3. R a c is m o y p re ju ic io s

Retomando una perspectiva más amplia que el problema del racismo, cree­
mos que es útil partir del interrogante en cuanto a qué son los prejuicios y cómo
se construyen. Los prejuicios en general, son sistemas de valores, juicios totaliza­
dores m ás o menos coherentes que tienden a dar sentido a la acción hum ana de
una m anera simple y generalizadora, favoreciendo la creación de estereotipos so­
ciales. Están relacionados a esferas afectivas de los individuos, siendo más una
m ateria de fe, de creencia, que una evaluación objetiva del entorno. Por ello, una
vez adquiridos en el proceso de socialización, se convierten en juicios cristalizados
y poco susceptibles de modificación, aún cuando la experiencia concreta y/o críticas
fundam entadas señalen su carácter de falsa interpretación de la realidad. Nuestro
sentido común que organiza y guía nuestra vida cotidiana está, en menor o mayor
medida, permeado por prejuicios. Su influencia en nuestro sistem a de valores y en
nuestra conducta depende del contexto sociocultural: “...la mayoría de nuestros
prejuicios tiene un carácter mediata o inm ediatamente social. Esto es: solemos
asim ilarlos simplemente de nuestro ambiente, o bien los aplicamos espontánea­
m ente a casos concretos a través de mediaciones” (Agnes Heller, 1985:79). No
obstante, los individuos no reflejan mecánicamente los valores de su sociedad. Los
prejuicios, por muy generalizados y difundidos que se encuentren, son en alguna
medida m ateria de elección por parte del individuo, y su aceptación o no, forma
parte de su libertad personal, lo que se evidencia si observamos por ejemplo las
variaciones en cuanto a una mayor o menor actitud crítica frente a los prejuicios
dom inantes o en la posibilidad de crear nuevos valores y pautas de convivencia.
Se observa en distintos autores una coincidencia en cuanto a considerar los
prejuicios como construcciones dinámicas que aparecen, se modifican o se desva­
necen en un grupo al calor de relaciones sociales complejas y procesos históricos
específicos. Es decir, no son el simple y necesario producto de la confrontación con
lo “diferente”, sea en términos culturales, étnicos o de clase social, y no se explican
en función de la naturaleza hum ana y sus impulsos innatos de agresión al otro
diferente. Las relaciones de poder entre las sociedades y en el propio seno de una
m ism a sociedad dan lugar a situaciones de asim etría entre los grupos, actuando
como caldo de cultivo para los prejuicios.
Los prejuicios no se construyen en la sociedades de m arera azarosa, sino
que responden a conflictos e intereses de grupos, haciéndose más agudos y comple­
jos en las sociedades estratificadas. En éstas, los sectores hegemónicos de la socie­
dad, a partir de su mayor control sobre los recursos, procuran generalizar su
ideología como garantía del mantenimiento de su poder político. Así, estigm atizan
a los sectores subordinados, adscribiéndoles atributos negativos sintetizados en
categorías sociales acusatorias como la de “negro”, “villero”, “indio”, para el caso de
la Argentina. Ahora bien, los prejuicios se generan no sólo a partir de los sectores
dom inantes en función de su pretensión hegemónica, sino que dentro de los dife­
rentes grupos subalternos esos prejuicios son reinterpretados e incluso se generan
otros en función de identificarse con los “sectores superiores” y diferenciarse de los
“inferiores y pobres”. Como bien lo expresó Ben Jalloum: “La vigilancia antirracista
no debe subestim ar o descuidar ninguna esfera, porque el racismo se agazapa
tanto en la cabeza del aristócrata como en los hábitos del obrero” (Ben Jelloun, T.,
1983:23).
Dentro de la amplia gama de los prejuicios, el racismo sería un tipo parti-

360
cular en el que la marca identificatoria definida socialmente son los rasgos físicos
—reales o imaginarios— que sitúan a los grupos involucrados en un sistem a de
estratificación dominado por imaginarios colectivos de dominación-sumisión, legi­
tim ados por supuestas diferencias genealógicas que determ inarían desiguales ap­
titudes y capacidades individuales y sociales.
Teniendo en cuenta el objetivo central de nuestro trabajo, que es dar cuenta
de los fenómenos racistas, debemos buscar necesariam ente su anclaje m aterial en
las relaciones entre grupos sociales diferenciados, cuya interacción implica consi­
deraciones ideológicas sobre una supuesta inferioridad-superioridad biológica. Ello
supone fenómenos identitarios, o sea formas en las que un grupo define un “noso­
tros” en términos dominados por la pertenencia a una supuesta “raza”, transm itida
por herencia biológica, lo cual establece, en las valoraciones de los actores sociales,
nítidas barreras con respecto a los “otros”.
En cuanto a las unidades que interactúan, si estamos tratando fenómenos
de racismo se supone que los involucrados son “grupos raciales” o simplemente
“razas”, entendiendo por tales, grupos humanos que se autodefinen y/o son defini­
dos por otros grupos como diferentes de los demás en función de un criterio domi­
nante basado en supuestas características físicas innatas e inamovibles. Se trata,
por lo tanto, de grupos definidos socialmente. Esta últim a afirmación pretende
despejar las dudas en cuanto al uso del concepto de raza, sólo válido en tanto
categoría relevante para un grupo social determinado, así como también diferen­
ciarse de otros significados usados por los científicos y de los sentidos vulgares del
concepto de raza. En el uso cotidiano de este término, por lo menos en occidente,
la gente puede referirse a grupos humanos que comparten también características
culturales como la religión, la lengua, etc. (por ej. la raza judía, gitana, japonesa),
lo que se acerca m ás al concepto de grupo étnico, que analizaremos a continuación.
Por otra parte, como hemos visto anteriormente, los Antropólogos Físicos en el
pasado no dudaban en denominar razas a las subespecies de Homo Sapiens defi­
nidas de acuerdo con ciertos rasgos fenotípicos y genotípicos, lo que imprimió al
concepto de raza un claro sesgo biológico. En la actualidad no hay acuerdo en
cuanto a la posibilidad de clasificaciones biológicas de nuestra especie y muchos
especialistas han abandonado por completo las taxonomías raciales y hasta el
propio concepto de raza.

4.4. Racismo y etnicidad


Volviendo a la perspectiva sociocultural que nos interesa y sus herram ientas
conceptuales, una expresión muy difundida y que se ha impuesto en las ciencias
sociales en las últim as décadas, en algunos casos como sustituto de raza, es el
concepto de etnía o grupo étnico y sus correlativos etnicidad y relaciones interétnicas.
La generalización de un concepto en las ciencias no es casual, y quizás en un
principio hablar de etnicidad o grupo étnico estuvo dirigido a “exorcizar el mal del
racismo”, como señala irónicamente L. Van den Berghe (citado por Wieviorka,
1992:91), pero si bien este concepto nos permite prescindir del término “raza” y su
connotado lastre racista incrustado en las ciencias, generalmente deja un espacio
para los factores físicos. Cuando los antropólogos se refieren a una etnía están
considerando una serie de elementos socioculturales que la definen y la diferen­
cian, que pueden o no coincidir con determinadas características físicas distintivas.

361
i
Los atributos que definen un grupo étnico serian: 1. Un grupo social capaz
de reproducirse biológicamente. 2. Cuyos miembros se identifican entre sí y por
diferenciación con otros grupos del mismo tipo. 3. Por reconocer un origen común
y 4. com partir ciertos elementos culturales entre los que se destaca una lengua
común. La diferencia fundamental estriba en los criterios dominantes en la dife­
renciación social, cuando hablamos de lo étnico apuntamos más hacia distinciones
culturales dentro de lo cual la lengua es importante, pero en la práctica la diferen­
ciación entre un grupo étnico y un grupo racial, a veces se hace borrosa porque las
adscripciones basadas en criterios físicos y culturales suelen ir juntas. Al respecto
el antropólogo mexicano Bonfil Batalla señala:
\ “Sin embargo sucede en muchos casos que la población organizada bajo la
forma que denominamos grupo étnico, también presenta peculiaridades somáticas
que la distinguen de otras. Esta correspondencia ayuda a explicar que se haya
desarrollado una sociología de las relaciones raciales, constituida formalmente antes
que los estudios de relaciones interétnicas. No obstante parece claro que el concepto
de raza no puede usarse como sinónimo de grupo étnico, tanto por su propia ambi­
güedad, como por su filiación biológica” (Bonfil Batalla, 1992:113).
Si bien acordamos con lo expresado por el autor en cuanto a la diferencia de
significado entre raza y grupo étnico, la observación de situaciones sociales espe­
cíficas nos m uestra que en cada caso concreto puede prevalecer uno u otro criterio
de pertenencia, pero creemos que ello no nos autoriza a tratarlos como fenómenos
diferentes. Las relaciones raciales, tal como se denominó el estudio de las relacio­
nes entre blancos y negros en Estados Unidos y en otras sociedades como Ingla­
terra y Sudáfrica donde lo racial adquiría preeminencia social, no es más que un
capítulo más exacerbado y violento, dentro de una problemática más am plia que
podemos llam ar relaciones étnico-raciales. Vale aclarar que las relaciones interénicas
no siempre están exentas de violencia latente o desatada, antes bien hay conocidos
ejemplos históricos y actuales —como en la ex-Yugoslavia— que m uestran lo con­
trario y donde los límites entre lo étnico y lo racial son difusos.
Aportes im portantes se han generado desde la Antropología teniendo como
referente empírico a la relación entre las culturas aborígenes y el frente de expan­
sión europeo y, actualmente, a las relaciones entre grupos que se identifican a
través de lo étnico en el contexto de sociedades complejas capitalistas. Estos estu­
dios han generado una especialidad dentro de la antropología denominada Relacio­
nes Interétnicas, que supone un campo temático más amplio en el cual estaría
incluida la problemática del racismo. En este sentido son dignos de destacar los
interesantes aportes de F. Barth y, con la misma orientación, Cardoso de Oliveira
en Brasil. Ellos han propuesto un enfoque novedoso de la cuestión, señalando lo
determ inante de las relaciones entre los grupos por sobre los contenidos culturales,
viendo los procesos étnicos como un tipo de organización que se genera y en la cual
los mecanismos de construcción y manipulación de la identidad étnica —entendida
como representaciones colectivas— nos remiten a las relaciones de poder y a la
competencia política en el plano material y simbólico.
Mas allá de este impulso renovador que produjo un verdadero avance en el
tem a y constituyó una fecunda fuente inspiradora para la realización de estudios
específicos muy variados, la sensación de los especialistas es que estamos en deuda
en cuanto a una teoría más sólida, sistemática e inclusiva. La síntesis de Leo A.

362
Despres en cuanto a los resultados del Simposio sobre “Etnicidad y competencia
por los recursos en sociedades plurales” realizado en 1973 mantienen aún vigencia:
“Para resumir, los trabajos que comprenden este volumen sugieren que las
concepciones prevalecientes sobre etnicidad son tal vez demasiado ambiguas en su
construcción general para que permitan avanzar significativamente en el estudio
comparado de los fenómenos étnicos, más allá del trabajo de Barth. Claramente tales
fenómenos son multidimensionales. Comprenden simultáneamente elementos que
tienden a ser conceptualizados en forma diferente en referencia al análisis de siste­
mas culturales, grupos organizados y transacciones individuales. A menos que estos
elementos sean ordenados en marcos teóricos más sistemáticos e inclusivos, será
difícil derivar y establecer comparativamente generalizaciones con respecto a las
sociedades poliétnicas” (cit. Bonfil Batalla, 1975:194).
Pasando ahora al foco de nuestro interés, la definición de racismo encontra­
da en el Diccionario de la Lengua Española, edición del año 1970, Madrid, dice:
“Exacerbación del sentido racial de un grupo étnico, especialmente cuando convive
con otro u otros”. Si bien sintética, la definición relaciona el grupo étnico, enten­
dido como organización social, con el sentido racial, en tanto ideología del grupo.
Veremos más adelante cómo las diversas caracterizaciones del racismo lo vinculan
necesariam ente con los conceptos que venimos analizando.
En el uso más frecuente de la expresión el racismo apunta a las m anifesta­
ciones más virulentas de este fenómeno, es decir, a un odio intenso, manifiesto y
violento hacia otro u otros grupos raciales. Sin embargo para no restringir exce­
sivamente y dar cabida a un abanico más amplio de situaciones que inequívoca­
m ente entran en esta categoría preferimos retener un sentido más amplio de tal
expresión:
“Racismo es todo conjunto de creencias en que las diferencias orgánicas, trans­
mitidas por la vía genética (reales o imaginarias) entre los grupos humanos, están
intrínsecamente asociadas con la presencia o ausencia de ciertas capacidades o ca­
racterísticas de gran importancia social y, por lo tanto, en que tales diferencias son
una base legítima para establecer distinciones injustas entre los grupos”. (Van den
Berghe, 1971:29).

De la definición precedente queda claro que no son las diferencias físicas


observables entre grupos humanos las que crean por sí las nociones populares de
raza en una determ inada sociedad, sino la aceptación social, m ás o menos
consensuada y conciente, de que tales diferencias son socialmente relevantes. A
partir de ello se legitima formal o informalmente una jerarquización social que
puede transform arse en algunas sociedades en un criterio básico de estratificación
social.
El componente político de tales relaciones es evidente desde el momento que
se trata de competencia por el control de los recursos valiosos de una sociedad, ya
se trate de objetos m ateriales, simbólicos o las propias personas. Son relaciones de
poder más o menos legitimadas, y como tal continuamente sujetas a la im pugna­
ción de los grupos subalternos. Los ejemplos actuales de países constituidos histó­
ricam ente bajo el signo del racismo dan claras m uestras que las etnías y otros
grupos oprimidos no soportan mansamente su condición. Constituyen sistem as

363

I
políticos “volcánicos” donde la coerción física de los aparatos represivos está siem­
pre alerta a periódicos estallidos sociales espontáneos y muchas veces sangrientos.

4.5. Racismo, discriminación y exclusión


En función de contemplar todas las expresiones posibles del racismo, un
aporte interesante en ese sentido es el de los recientes trabajos del sociólogo Mi-
chael Wieviorka (1993), quien propone la existencia de distintos planos o niveles
del racismo. Empíricamente, plantea una gradación que iría desde un infrarracismo,
caracterizado por expresiones larvadas y menores de racismo que se presentan de
m anera desarticuladas que lo acercan al rechazo xenófobo. Sus características lo
vinculan más a identidades comunitarias que a verdaderam ente raciales. La vio­
lencia, cuando aparece, es difusa o muy localizada y no articulada al accionar de
ideólogos. Aquí, la segregación de los individuos los afecta tanto en su condición
de pobres como de grupo racializado, presentándose por ejemplo en ámbitos res­
tringidos caracterizados por la miseria, la falta de trabajo y la marginación. Se
encuentra una discriminación institucional —aunque dispersa, pero no por ello
menos efectiva— en la creación de estigmatizaciones. Continuando en sentido
creciente habla de un racismo fragmentario, que sería más preciso y cuantificable,
manifestado por ejemplo en los sondeos de opinión, no siendo ya un problema
secundario en la sociedad: la segregación o la discriminación son más evidentes y
perceptibles en los distintos ámbitos de la vida social y se inscriben en el espacio.
La violencia dirigida es más frecuente y el accionar doctrinario racista está más
articulado. Posteriormente habla de un tercer nivel que se presenta cuando al
pasar al campo político aparece unificado, siendo principio de acción de una fuerza
política o para-política, capitalizando las opiniones y los prejuicios de la población,
y al mismo tiempo orientándolos.y favoreciendo su desarrollo, reclamando medidas
discrim inatorias o la concreción de proyectos de segregación racial. El racismo se
hace política, creando un contexto favorable a la violencia que se puede convertir
en un instrum ento, en una estrategia de toma del poder. Se inscribe o inicia una
tradición ideológica, se rodea de intelectuales orgánicos. Para concluir menciona
un racismo total donde el Estado se organiza en base a una ideología racista,
fusionando todas las dinámicas sociales, canalizando e institucionalizando los pre­
juicios para m aterializar sus proyectos racistas, desarrollando programas de exclu­
sión, de destrucción o de discriminación masiva.
E stas distinciones nos parecen importantes en el sentido de no identificar al
racismo sólo con el institucionalizado, definido por el cuarto nivel, sino abarcar
una gam a más am plia de expresiones de racismo. Cuántos de nosotros identifica­
ríamos en los primeros niveles una serie de situaciones que nos tocan de cerca en
Argentina, tales como el caso de los “villeros” en los conglomerados urbanos o las
actitudes m anifestadas desde distintos sectores de la población con respecto a los
inm igrantes de países limítrofes (bolivianos, paraguayos, etc.) y su competencia en
el mercado laboral. Los “cantitos de las hinchadas” de fútbol reflejan actitudes
cargadas de racismo y xenofobia, en este caso dirigido a los hinchas de Boca:
“Todos los llaman los negros de mierda, son los esclavos de Bolivia y Para­
guay, viven en rancho a dos cuadras del Riachuelo, como los bagres comen mierda
y nada más”

364
“Yo soy de Boedo vago y atorrante, me gustan los Rollin y los estimulantes,
vos sos bostero negro de la villa, porque a vos te gusta Riki Maravilla” (La Maga,
año 2, No. 80, julio de 1993).
Como hemos visto, discriminación y segregación constituyen am bas una
constante en los distintos planos o niveles de racismo, aunque con distinta inten­
sidad. Sus expresiones polares son: por un lado, estar inscriptas en forma decla­
rada en las distintas instituciones —como lo fue por ejemplo en el régimen del
Apartheid Sudafricano, que legisló en base a una ideología abiertam ente racista
marcando diferencias de acceso a los recursos, empleos y servicios— o bien presen­
tarse de forma fragm entaria, solapada y en ocasiones negada.
En el ejemplo mencionado la expresión “apartheid” significa separación,
acción de poner aparte, y era concebida como un desarrollo separado de cada raza
en la zona geográfica que le fuera asignada. Esto se utilizó como refuerzo y per­
feccionamiento de un sistema basado en la discriminación racial que se rem ontaba
a siglos anteriores. La ideología racista buscó avalarse en creencias tales como:
una inferioridad congénita de la raza negra, la necesidad de proteger a los blancos,
o bien en citas bíblicas que eran interpretadas como que postulaban la necesidad
de separación racial y territorial. A los fines de justificar la realidad sociopolítica
y económica del país ante la comunidad internacional, se retomaron viejos argu­
mentos de la misión civilizadora y tutelar del hombre blanco. Con el triunfo elec­
toral de Nelson M andela en 1994, la prolongada lucha en contra del racismo
permitió derrotar el régimen del apartheid.
La situación anterior ilustra un racismo institucionalizado y extremo pero,
como planteam os antes, el racismo puede m anifestarse bajo otras formas. En el
caso de la Argentina, cuántas veces hemos escuchado hasta el cansancio desde la
escuela prim aria y en los medios de comunicación que la Argentina no es un país
racista, que constituye un “crisol de razas” abierta al extranjero. Sin embargo, el
racismo fue consustancial a los ideólogos de la nacionalidad argentina, expresado
paradigm áticam ente en Sarmiento y la generación del 80. Y, reconocer nuestra
historia despojándola de mitos no nos hace más o menos malos que otros. El
reconocimiento de elementos racistas y xenófobos en nuestra sociedad debería ser
un punto de partida necesario para combatir las distintas formas de discrim ina­
ción racial y de las otras, que efectivamente circulan más allá de nuestra voluntad
de querer verlas o no.
N uestra discriminación cotidiana la podemos ejemplificar a través de situa­
ciones diversas, algunas de las cuales han ganado espacio en la opinión pública.
Uno de esos casos es la discriminación llevada a cabo en determinados “boliches
bailables”, en los cuales se impide el acceso a personas que tengan determ inadas
características físicas (piel oscura, rasgos aindiados...), “mal vestidas”, etc. Cuando
se cuestionan y denuncian este tipo de discriminaciones se enfoca el problema en
los agentes directos: el portero o el dueño del local, y no se plantea lo determ inan­
te, es decir la instalación de graves prejuicios en la sociedad toda. Como bien lo
expresa el periodista Alejandro Dolina: “los que realm ente generan esto son las
personas que están adentro. Es para proteger a esas personas que el portero
discrimina, queriendo interpretar el gusto de esas personas” (Arca del Sur, año 2,
No 8, 1993:8). Si muchas de esas personas no estuvieran convencidas de su supe­
rioridad con respecto a esos otros “indeseables”, la discriminación de los porteros
quizás no tendría lugar. La mentalidad prejuiciosa está a la “caza” de estigm as que

365
i
delaten la condición de pertenencia a los sectores populares, a las clases inferiores,
tales como la piel oscura, las manos sucias, demasiado gruesas, uñas “negras” que
denotan el trabajo manual, el olor corporal, el mal aliento como síntoma de alco­
holismo y malos hábitos alimenticios. Por otro lado otras señales exteriores deno­
tan la pertenencia a determinados sectores de clase de la sociedad, tales como el
tipo y la marca de zapatillas, de pantalón, los gustos musicales, el periódico de
lectura habitual, la combinación de colores, las intenciones de personalizar los
objetos, por ejemplo el coche, la casa, etc. Todos estos rasgos permiten diferenciar
a “unos” de los “otros” y se basan en la exclusión de esos “otros” a los cuales se
denomina con términos peyorativos tales como “negro”, “cabecitas negras”, “gra­
sas”, “gronchos”, “villeros”. Como vemos en todas estas estigmatizaciones sociales
se combinan y superponen distintos tipos de prejuicios, con distintas dosis de
inferiorización biológica y social, que dan lugar a discriminaciones y segregaciones.
Este tipo de prejuicios afectan también otras áreas críticas tales como el acceso a
fuentes de trabajo, la educación, la salud, el acceso al crédito y la vivienda.

4.6. Nuevas realidades, nuevas violencias


Diferentes científicos sociales han señalado la emergencia en Estados Uni­
dos de grandes transformaciones que se han producido a partir de los años 70 a
nivel económico, dando lugar a una segregación total, espacial y social de crecien­
tes sectores de la población como producto de transiciones que reorganizan, entre
otras cosas, el mercado de trabajo formal, que demanda una mayor calificación y
deja fuera de la competencia a una masa marginal, llamada también underclass.
Aquí funcionan mecanismos de exclusión social inherentes a las estructuras eco­
nómicas donde ya no hacen falta los anteriores mecanismos de segregación racial.
El sistem a expulsa a todos aquellos que, por carencias de educación y capacitación,
no pueden aspirar a ningún puesto de trabajo estable, más allá de su color de piel
o su origen étnico. Este proceso es posible gracias a la segregación y discriminación
racial precedente y ha producido lo que Michel Wieviorka (1992) caracterizó como
u n a fo rm id ab le d u alizació n de la sociedad n o rte am eric a n a . D ada la
transnacionalización de las políticas económicas, lo expuesto forma parte de un
fenómeno más global de reestructuración del capitalismo a escala planetaria, y a
su reformulación política e ideológica, que engloba también a los países Latinoa­
mericanos, donde se generan situaciones sociales en parte comparables a las de los
países centrales pero absolutamente originales, derivadas de su historia específica
y su lugar en este nuevo reordenamiento mundial.
En diferentes ciudades de Occidente se han producido en la últim a década
una serie de estallidos de violencia sólo comprensibles si se toma en cuenta la
situación anteriorm ente descripta. Los protagonistas de tales disturbios, que tie­
nen como escenarios las grandes ciudades de Francia, Inglaterra y Estados Uni­
dos, son preponderantem ente jóvenes provenientes de barrios suburbanos m argi­
nales donde la tensión racial se suma a la situación de miseria y desempleo. El tipo
de violencia que se da en la actualidad no puede ser caracterizado simplemente
como disturbios raciales, siguiendo al sociólogo L. J. D. W acquant (feb. 1993),
podemos decir que nos encontramos ante formas híbridas, debido a la complejidad
de las motivaciones y la mezcla pluriétnica de los protagonistas. La población de
los suburbios de ias ciudades francesas y de los guetos británicos no se compone ¡

366
solamente de inmigrantes, y estos mismos son en sí heterogéneos en cuanto a su
origen. Además, las reivindicaciones y los reclamos tienen comó foco su condición
de desfavorecidos, aspecto que los iguala por sobre su condición étnica. Pugnan por
trabajo, acceso a los sistemas de seguridad social, viviendas decentes, acceso igua­
litario a la educación.
Los disturbios de Los Angeles, que como detonante evidente tuvieron la
"paliza” recibida por el negro Rodney King a manos de un grupo de policías,
representa también un caso semejante a los anteriores, porque sus motivaciones
fundamentales están más allá del conflicto blanco-negro en Estados Unidos y
adquieren un carácter más complejo. Nos encontramos nuevamente ante vastos
sectores de la población subsumidos en la pobreza, la falta de políticas sociales y
la idea de que “no existe un futuro para ellos”. Fue también un estallido de vio­
lencia en el que no sólo participaron negros: de los arrestados hubo un 45% de
latinos y un 41% de negros. Los ataques fueron selectivos, no se atacaron institu­
ciones valoradas tales como las iglesias y las escuelas.
En definitiva, para poder comprender estos fenómenos hay que tener en
cuenta los siguientes puntos:
• Se ha producido una reorganización de la economía capitalista que im­
plicó la automatización de la producción, y el desarrollo de servicios que
crean empleos muy especializados, incremento de la electrónica y de la
informática en fábricas y oficinas, deterioro de la acción del sindicalis­
mo.
• Reducción de los presupuestos dirigidos hacia el sector de la salud y la
vivienda social y una actitud cada vez más hostil hacia los marginados.
• Lo anterior ha producido un aumento de las tasas de desocupación de
larga duración y un deterioro general de las condiciones de vida. En
barrios suburbanos, mal comunicados, se hacinan individuos excluidos
de la clase obrera autóctona y una población muy mezclada de inmigran­
tes, provenientes del tercer mundo, recién llegados o antiguos residen­
tes, que no poseen el tipo de calificación profesional requerida por el
mercado de trabajo actual.
• En el terreno del consumo, la participación de los individuos se ha con­
vertido en un criterio de selección social, consumir determinadas cosas
implica ser reconocidos como ciudadanos “decentes y de primera”. La
exlusión del consumo nos explica algunas situaciones muy extendidas,
también presentes en la Argentina, es lo que se dio en llamar en Francia
el despojo, o sea el robo de las prendas de moda que llevan los jóvenes,
que incluso puede estar acompañado de agresiones físicas. Hay toda una
gama de violencias similares que “son el único medio de procurarse
dinero o bienes de consumo sin los cuales no hay posibilidad alguna de
existir socialmente" (Wacquant, L.J.D., feb. 1993:12).
Podemos concluir que estos tipos de estallidos de violencia constituyen una
reacción sociológica ante una violencia institucionalizada, violencia impuesta des­
de arriba, que se manifiesta a través de un conjunto de cambios económicos y

367
políticos que afectan fundam entalm ente a los sectores más desfavorecidos de la
población, y que en muchos casos se agravan por una serie de discriminaciones
sociales y étnico-raciales, estableciéndose auténticos abismos entre las clases po­
bres y las clases de mayores recursos de la sociedad. En este contexto se pueden
interpretar también los sucesos acaecidos recientemente en Caracas (Venezuela),
Santiago del Estero (Argentina) y el alzamiento zapatista de Chiapas (México).
Por otra parte, en los últimos 10 años nos encontramos frente a un resur­
gimiento del racismo en los diferentes países de Europa y Estados Unidos, como
lo m uestra la siguiente reseña:
“En Francia el sentimiento antiárabe durante mucho tiempo disimulado se
proclama ahora a voz en cuello, incita a la agresión racista y contribuye a la pros­
peridad política del Front National y su populismo xenófobo. En el Reino Unido, la
hostilidad entre antillanos negros, asiáticos, y blancos se manifiesta cada vez más
abiertamente y provoca enfrentamientos callejeros que tienden a multiplicarse al
punto que se habla de un “problema negros” cada vez que estalla la violencia en
alguna parte. Por último, en Estados Unidos la clase media se resiste a aceptar las
ventajas obtenidas por las minorías (afroamericanas sobre todo, pero también hispá­
nica y asiática) gracias al movimiento por los derechos cívicos surgidos en los años
sesenta” (Wacquant, 1993:9).
A lo largo de Europa occidental es evidente el aumento de sentimientos más
o menos intensos de xenofobia, con distintas dosis de racismo. Los diferentes gru­
pos de inm igrantes se ven afectados cotidianamente por actitudes que reflejan
desconfianza y hostilidad; una gama de discriminaciones entre las que se cuentan
negarles el acceso al alquiler de una vivienda, al trabajo, a la prestación de ser­
vicios, etc. y, con frecuencia las comunidades inm igrantes se han visto afectadas
por violencias de tipo racial que han llegado en algunos casos hasta el asesinato.
Partidos políticos de ultraderecha han emergido en los últimos tiempos, intentando
canalizar el m alestar social que se origina en una serie de factores tales como
actitudes de desconfianza frente al extranjero, el pasado colonial de Europa, un
sentim iento de am enaza a su identidad cultural, temor a un futuro que se les
presenta como más impredecible e incierto, en especial en los más jóvenes. El
apoyo electoral a los grupos más extremos de derecha sigue siendo limitado, pero
no deja de constituir una preocupación para diferentes organismos internacionales
come la UNESCO. Estos grupos postulan, entre otras cosas, la inevitabilidad de la
guerra de las razas, la negación del genocidio nazi, un antisemitismo virulento y
la glorificación de la violencia purificadora.

368
5. ALGUNAS ORIENTACIONES Y TENDENCIAS TEÓRICAS
5.1. El estudio de las relaciones raciales
Los estudios del fenómeno del racismo presentan, a lo largo de su constitu­
ción como tem ática relevante de las ciencias hum anas, una diversidad de modos
de acercamiento y modelos teóricos muy heterogéneos y en muchos casos susten­
tados en investigaciones parciales de un sólo tipo de racismo, como el antisem itis­
mo o el racismo anti-negro.
Por ello se hace tan dificultoso en el estado actual del conocimiento dar
respuesta a una pregunta medular, formulada por el sociólogo francés M. Wieviorka,
a la hora de hacer un balance crítico: “¿existe o no una unidad del racismo? y, en
caso afirmativo, ¿en qué consiste dicha unidad?” (Wieviorka, M., 1992:251).
Plantearem os aquí las líneas de interpretación del racismo y fenómenos
conexos que nos parecen fundam entales en el desarrollo de este conocimiento,
diferenciando claram ente y dándole preeminencia a los modelos de análisis socio-
culturales, ya que éste es nuestro nivel de investigación de lo humano en tanto
antropólogos sociales, pero sin ignorar los aportes psicosociales que sitúan al in­
dividuo y la construcción de la personalidad como eje de los análisis del racismo.
Luego de un extenso período, en la propia constitución de las ciencias socia­
les, en el que la raza se constituyó en un concepto central y en una categoría
explicativa de las diferencias y semejanzas entre los grupos humanos, ya en el
siglo XX, y en particular a partir de la década del 20 en los Estados Unidos, los
especialistas comenzaron a centrar su atención en las relaciones entre los grupos
raciales. Abandonan el concepto de raza en tanto principio explicativo de las dife­
rencias morales, sociales y culturales, entendiendo que para comprender estos
fenómenos los estudios debían centrarse en las relaciones entre los grupos raciales
en el seno de sociedades complejas, desplazando sus preocupaciones hacia factores
socioculturales que influían y definían dichas relaciones. Eran momentos en los
que la población negra alcanzaba una masividad importante en los grandes centros
urbanos de Norteamérica, producto de un desplazamiento del sur rural al norte
industrial, creando espacio para el surgimiento de una clase media negra en un
contexto político liberal y democrático que enaltecía la competencia individual y
una supuesta igualdad de oportunidades. Esta presencia de nuevos competidores
reales o potenciales era vista con preocupación por muchos blancos para quienes
el prejuicio social anti-negro fue un instrum ento para obstaculizar la entrada de
los negros en la competición. Robert Park y otros fueron conscientes de esta tran ­
sición de la sociedad norteamericana y vieron la necesidad de estudiar de m anera
especial las relaciones de raza que median entre negros y blancos. Su influencia
se hizo sentir en la Comisión de Chicago sobre Relaciones Raciales, creada como

369
respuesta a graves disturbios racistas que produjeron 38 muertos y cientos de
heridos en el año 1919. Al influjo de estos acontecimientos la investigación aplica­
da debía tomarse muy en serio.
Para Park las relaciones raciales se establecen cuando hay conciencia de
raza. Ellas se producen “...entre pueblos con marcas distintivas de origen racial,
particularmente cuando tales diferencias raciales penetran en la conciencia de los
individuos así identificados, determinando de este modo la concepción que cada
individuo tiene de sí mismo como de su estatus dentro de la comunidad” (cit.
Wieviorka, M., 1992:52). Propone efectuar trabajos de campo en cuatro planos
interrelacionados: ecológico, económico, político y personal y cultural. La ciudad es
el espacio físico en el interior del cual se dan procesos de adaptación y segregación
espacial, siendo precursores de los estudios de ecología urbana que despiertan hoy
tanto interés. Sus investigaciones abrieron el camino al conocimiento empírico y la
observación en terreno de ciertas formas de racismo, ya se trate de la violencia, la
discriminación o la segregación. Quizás su principal debilidad radique en no des­
pegar el racismo de las relaciones concretas, de la experiencia vivida. No siempre
hay una relación directa entre ambos y en gran medida el racismo descansa en
fantasías y en un mundo imaginario que en ocasiones poco tiene que ver con las
características objetivas del grupo acusado.
Para algunos, esta corriente tiene el mérito de haber inaugurado las tareas
de importantes tendencias actuales que enfocan el sistema social en sus mecanis­
mos de rechazo, marginación y exclusión, que combinan ciertas formas de racismo
con marginación de un subproletariado o masa marginal que ya no aspira a inser­
tarse en los circuitos económicos formales.

5.2. La dimensión subjetiva del prejuicio


A fines de la década del treinta se insinúa un desplazamiento en cuanto al
foco de interés de los estudiosos, que va del análisis de las relaciones raciales a la
teoría del prejuicio y que irá configurando un acercamiento psicosocial del racismo.
Un claro representante de este cambio de orientación es J. Dollard, para quién el
prejuicio sigue teniendo un valor instrumental usado por los blancos para mante­
ner sus privilegios de clase y “mantener a los negros en su lugar”. Sin embargo,
y aquí viene la diferencia, el prejuicio no se explica adecuadamente, no se agota
en el análisis de las relaciones concretas entre blancos y negros. Es necesario,
según Dollard, centrarse en el estudio del prejuicio en sí, valiéndose de categorías
psicosociológicas aportadas por la teorías de Freud y los debates sobre la relación
entre cultura y personalidad que contemporáneamente se producían sobre todo en
el campo de la antropología.
En esta perspectiva no es tan importante el contacto físico con los negros,
sino la presencia en la sociedad de determinadas actitudes hacia ellos. La repro­
ducción social de los prejuicios se explica en base a una teoría psicosocial acerca
de la frustración y la agresión. Hay que volverse por lo tanto hacia los portadores
de prejuicios, viendo cómo sus dificultades individuales y sociales en la formación
de la personalidad generan tensiones derivadas de privaciones y frustraciones de
la infancia y de la vida adulta que se resuelven en una agresividad que no puede
descargarse en su grupo de pertenencia. La misma tomará cuerpo en otro lugar
donde una tradición de prejuicios lo autorice. Es el denominado “chivo expiatorio”,
el grupo depositario de todo lo negativo y de todos los males de la sociedad.
Por la misma época G unnar Myrdal amplió y enriqueció esta perspectiva en
su obra clásica “Un dilema americano. El problema negro y la democracia moder­
na”. Aquí, el autor no encuentra en el análisis de la cultura negra norteam ericana
las claves del “problema negro”, más bien cree encontrarlas en las contradicciones
presentes en las mentes de los blancos, adoptando la forma de un dilema moral
entre los principios democráticos y liberales y las tendencias de excluir a los negros
de esos altos valores de la Nación. El desbloqueo de este dilema pasa por lo tanto
centralm ente por un cambio en la mentalidad de los blancos y por una progresiva
asimilación individual de los negros. Mas allá de todas las críticas posteriores que
se formularon a Myrdal, comprometido en un enfoque cuasi místico de los “ideales
am ericanos”, su punto de vista transcendió el análisis de las relaciones entre
negros y blancos,”... para exam inar con carácter prioritario el trabajo ideológico de
los blancos sobre sí mismos, sus contradicciones internas, su dilema” (cit. Wieviorka,
M., 1993:65).
Term inada la segunda guerra mundial e impulsados por oponerse a la re­
producción de fenómenos como el nazismo, se crearon en los Estados Unidos pro­
gram as de investigación patrocinados por el American Jewish Committee, que
tenían como objetivo erradicar el racismo desde su mismo origen: cuando se mol­
dea la personalidad. En cal sentido se profundizó una tendencia a considerar y
analizar el racismo a partir del agente racista, como un ingrediente de un tipo de
personalidad. Aquí cobra sentido el interés de profundizar en la interioridad del
individuo, buscando en la conformación de su personalidad aquellas características
que nos expliquen por qué determinados individuos son más proclives que otros a
adoptar el ideario racista. En esta línea se encuentra la obra de T. Adorno “La
personalidad autoritaria”, quien se ocupó básicamente del racismo anti-sem ita,
intentando dem ostrar cómo las convicciones de un individuo forman un todo cohe­
rente, un “patrón” que expresa las tendencias más profundas de la personalidad.
Por ello el anti-semitismo sería un componente de un tipo de personalidad parti­
cular orientada al respeto y sumisión a los superiores, agresividad para con los
subordinados, incapacidad de autoanálisis, permeable a los prejuicios en boga,
conservador y antidemocrático. Su metodología se basó en la construcción de esca­
las de actitudes construidas a partir de cuestionarios, que medían la cantidad de
personas etnocéntricas o fascistas en un grupo social, dejando de lado la observa­
ción sobre el terreno y otras técnicas cualitativas.
Para Adorno y sus discípulos el tipo de personalidad genera disposiciones
que pueden ser activadas o no de acuerdo al contexto social. La importancia del
entorno sociocultural era puesto de manifiesto sobre todo en el proceso de sociali­
zación y en la educación formal gestoras de un tipo de personalidad autoritaria.
Sin embargo, esta corriente pone en un prim er plano la existencia de algo
irreductible y fijo en la personalidad, que está por fuera de las relaciones sociales.
Se produce aquí una disociación entre dos clases de fenómenos: los que rem iten al
sistem a social y los que se refieren al actor racista, poniendo el foco de interés en
este último, siendo las relaciones sociales y el entorno cultural condiciones que
favorecen o no al desarrollo de la personalidad autoritaria.
En la década del 80 y en otro ambiente intelectual, pero también apuntando
a factores psicosociales, A. Memmi plantea la existencia de un comportamiento
bastante extendido entre los diferentes grupos humanos que consistiría en que

371
“cada vez que se hallan ante otro ser individual o colectivo diferente o al que
conocen mal, el individuo o el grupo reaccionará con actitudes de inquietud o
desconfianza, con un gesto de rechazo agresivo” (Memmi, A., 1988:11). Estas con­
ductas se basarían en el miedo y en la competencia por recursos m ateriales o
simbólicos. Según Memmi estas actitudes no excluyen otros sentimientos diferen­
tes que representarían una ambivalencia en relación con los anteriores, como son
tener expectativas y esperanzas con respecto a la relación con el otro, plantearse
la posibilidad de una dependencia y colaboración recíproca.
Al comportamiento de rechazo agresivo y aterrorizado del prójimo lo va a
denominar heterofobia. Esto no constituye racismo. El discurso racista utilizará
esta actitud potencial encauzándola hacia una clase de heterofobia que se valdría
del miedo a la diferencia biológica y racial para justificar agresiones y privilegios.
Este autor propuso una definición de racismo que inspiró a la de la UNESCO:
“racismo es la valoración generalizada y definitiva de las diferencias biológicas,
reales o imaginarias, en beneficio del acusador y en detrimento de su víctima, con
el fin de justificar una agresión” (Memmi, A., 1988:11). En función de una supues­
ta superioridad biológica, un grupo humano se considera autorizado a utilizar la
violencia e inclusive el asesinato. Memmi califica al racismo de pseudoteoría, un
mecanismo ideológico que se constituye en una coartada para la dominación y la
expoliación. Enlaza sus orígenes con la expansión y colonialismo europeo, la trata
de negros y el antisemitismo.
T ahar Ben Jalloun, escritor y periodista Marroquí que vive desde 1971 entre
su país de origen y Francia, en sus escritos que constituyen parte de los trabajos
publicados por UNESCO, resume en una breve frase la sustancia del racismo “la
naturaleza ha creado diferencias. Esas diferencias la sociedad las ha convertido en
desigualdades”. Se evaluará al otro por la piel, es decir lo que cubre y oculta el ser,
sustituyendo la diversidad de valores, por la ficción de una jerarquía en la calidad
de los seres. Como resultado de esto, se pretende llegar al alma de esos “otros” y
m ancillarla con la simple mirada, cuando no negársela sin más.
En las últim as décadas los inm igrantes provenientes de las otrora colonias
europeas sufren los embates del racismo, que es como un hábito, una especie de
tradición ciega que pasa del judío al negro, del asiático al africano. Ben Jalloum
dirá “es profundo en la mentalidad de las gentes y superficial en su eventual
justificación” (Ben Jelloun, T., 1988:22). Se ocultan en el individuo racista todo una
serie de ideas, de imágenes, de clisés que están siempre prestos para justificar el
rechazo.
El “otro” es molesto, no puede ser reducido exclusivamente a su fuerza de
trabajo, muda, resignada e invisible. El racista no ve al otro, no quiere m irarle, le
niega su hum anidad, pero paradójicamente, le otorga una presencia molesta que
le hace responsable de todos los males.
Plantea este autor que para entender los elementos psicológicos que susten­
tan el racismo se podría hacer una analogía con la reacción molesta y de desagrado
que ciertas personas sienten al m irarse al espejo. El “otro”, el extranjero, sería el
espejo que “...devuelve a la sociedad huésped, una imagen en que ésta se reconoce
pero rechaza, porque es una imagen que m uestra descarnadam ente sus contradic­
ciones y pone de relieve su m alestar y sus m iserias” (Ben Jalloun, T., 1988:23).
Pero el racismo también actúa como los espejos deformantes de los parques de
diversiones, pues no sólo molesta sino que da también una imagen distorsionada,
una caricatura dei otro, del diferente. Argumenta la necesidad de una vigilancia

372
antirracista pues el racismo no es patrimonio exclusivo de un sector o clase de la
sociedad.

5.3. El racismo como ideología y acción política


Luego de la derrota de Alemania, el espanto colectivo suscitado al destapar­
se y darse a conocer a la opinión pública mundial las aristas más terribles de los
campos de concentración nazis, se evidenciaron las consecuencias de un racismo
institucionalizado; una clara y explícita ideología que guiaba la política del Estado
alemán. Por otra parte, otro conjunto de circunstancias de la post-guerra, como los
movimientos políticos en favor de la descolonización en Africa y los debates pro­
ducidos en función de las emergentes naciones del Tercer Mundo y, vinculado a
este proceso, el fuerte despertar de identidades étnicas y colectivos sociales más
amplios como la negritud, inducían a volver la m irada de los intelectuales hacia
los aspectos políticos del fenómeno del racismo, considerándola como una ideología
de amplias repercusiones en la medida que pasaba a constituir un núcleo valorativo
central que daba coherencia a la acción política y en especial a las instituciones de
Estados concretos.
En esta línea de exploración, Hannah Arendt realizó su pionera investiga­
ción sobre el origen del totalitarism o, en la que considera al racismo como uno de
los problemas centrales del siglo XX. Desde su punto de vista, el racismo como
doctrina teórica sólo se convierte en ideología en el pleno sentido de la palabra
cuando trasciende al campo político, cuando pasa de ser un conjunto de ideas bien
vistas por el público en general a ser la guía ideológica nuclear de las decisiones
y la acción política, como en el Estado nazi. Realiza un detallado análisis del origen
del racismo en tres estados europeos, que considera claves en esta historia: Fran­
cia, Alemania e Inglaterra. En sus interpretaciones no exentas de polémicas, dife­
renciaba a Francia porque allí el racismo se habría cimentado a partir de la
nobleza, representada en la ideas del conde de Gobineau, quien, luego de la Revo­
lución de 1789, propone una distinción original y genealógica de la “raza” noble,
evidenciando la decadencia y caída de una casta que intentaba resistir la pérdida
de privilegios sostenidos durante años. En este sentido la génesis del racismo
francés no se vincularía al nacionalismo, como en los casos de Alemania e Ingla­
terra. En la prim era, fuertem ente anclado en la cuestión de la unidad nacional; los
nacionalistas alemanes, a falta de una unidad política proclamaron una unidad
ideológica basada en un origen común y en la nobleza innata de la raza. También
en Inglaterra el nacionalismo jugó, según la autora, un papel dominante, pero el
racismo inglés está más vinculado a un temprano proyecto colonial y a la consti­
tución de un gran imperio.
El aporte de Hannah Arendt al estudio del racismo es el haberlo situado en
su contexto ideológico y político, en los proyectos históricos de sectores sociales
específicos: como autodefensa en el caso de la nobleza en la Francia revolucionaria,
o a través de representantes de las capas medias que se proyectaban y se alim en­
taban de un auténtico sentimiento nacional, como en Inglaterra y Alemania.
Otro enfoque del racismo que ha despertado sumo interés en los últimos
años es el que lo considera como una ideología fruto de la modernidad. Louis
Dumond, fuente inspiradora de este punto de vista, coloca en el centro del debate
el pasaje del tipo de sociedad holística y jerarquizada a la sociedad individualista

373
e igualitaria en la cual se gestan los valores e ideas fundam entales de la moder­
nidad. El individuo gana el centro de la escena social y el imaginario colectivo,
sobreponiéndose a los intereses comunitarios y a la sociedad como un todo. El
racismo sería un componente original de este desgarro producido en Europa occi­
dental entre tendencias que aún perviven de la sociedad tradicional que se articu­
lan contradictoriam ente con las fuerzas del nuevo ideario de la modernidad. El
nazismo sería un ejemplo claro donde se manifiesta esta contradicción fundam en­
tal. Para Hitler, los judíos representaban ese conjunto de valores modernos que él
detestaba: la competencia individual, la usura y el dinero anónimo, representaban
a sus ojos la am enaza del triunfo del individualismo sobre los valores de la socie­
dad, representados por la Nación alemana. Esa situación histórica particular, donde
se combinaron de m anera conflictiva y alternada holismo e individualismo, dio
lugar a un régimen totalitario dominado por el odio antisem ita y el racismo en
general, logrando una primacía política y m ilitar temporaria.
Un aporte cercano a la perspectiva anterior, que explora al racismo en tanto
ideología política, es la de León Polyakov, quien ve en el racismo una representa­
ción del origen, un mito. Dicho autor, que ha realizado una valiosa historia del
anti-sem itismo, invita al análisis histórico del racismo en tanto componente de los
mitos de origen fundadores; se trata de exam inar cómo Europa se ha visto a sí
misma. Analiza en ese contexto el mito según el cual se define un origen ario por
diferenciación y oposición a un origen semita. Descubre en ellos construcciones
im aginarias dinámicas que se transform an en el devenir histórico y que tienen la
capacidad de reactivarse continuamente. Encuentra en los mitos de origen de las
naciones europeas denominadores comunes que integran y sintetizan en una sola
imagen diversos elementos culturales de una nación, que favorecen su unidad y su
diferenciación, reforzadas por supuestos proyectos dem oníacos y actitudes
conspirativas atribuidas a ciertos grupos humanos, como el tan difundido “mito de
la conspiración judía m undial”.
Estos trabajos, que han tenido como foco de análisis el anti-semitismo, tie­
nen como virtud el haber profundizado en una de las manifestaciones más dram á­
ticas del racismo: cuando se constituye en una ideología para la acción política y
penetra en las instituciones de los aparatos del Estado. Sin embargo, como vimos,
estas formas m anifiestas y genocidas de racismo no agotan esta problemática;
formas m ás sutiles, inconscientes y encubiertas constituyen la m anera más gene­
ralizada en las que el racismo influye en la mente y en la acción del hombre
contemporáneo.
La obra de M. Foucault, “Genealogía del racismo” es el resultado de un curso
dictado entre 1975-1976. En este trabajo el autor brinda un análisis que aporta un
enfoque novedoso sobre el tema, alejándose de una historia del racismo en el
sentido tradicional.
Para poder comprender su obra, es necesario definir en principio cómo abor­
da sus genealogías. Esther Díaz (1993) plantea que éstas consisten en rastrear los
oscuros y remotos comienzos, encontrar la turbia fuente histórica de las verdades.
Partiendo de una cuestión presente, se persiguen los rastros, descubriéndose que
detrás de las cosas no se revela una esencia, sino las relaciones de poder que
hicieron posible una realidad determinada.
En su estudio de ¡a genealogía del racismo, Foucault destacará el surgim ien­
to a fines del siglo XVI, de un nuevo discurso histórico-político sobre la sociedad.
Nuevo, en tanto abandonará y buscará suplantar la interpretación filosófico-jurí-

374
dica de. los orígenes de la soberanía, basada en imágenes de convenciones, contra­
tos, consensos y acuerdos. La contrahistoria que emerge, plantea que la guerra es
una relación social perm anente, la base de las instituciones y las relaciones de
poder. El poder se entrega, distribuye, comparte por el modelo de la guerra. Intro­
duce dicho modelo para pensar la historia. Una historia que “...no es simplemente
el elemento que analiza o describe las fuerzas, sino lo que las modifica. En conse­
cuencia, el hecho de decir la verdad de la historia significa por eso mismo ocupar
una posición estratégica decisiva”. (Foucault, M., 1992:126). La historia de unos no
es la historia de otros.
Esta contrahistoria considera a la invasión como el acontecimiento inaugu­
ral de las sociedades. Es un discurso que interpreta a la historia como una guerra
entre razas. La raza no aparece aquí, en los siglos XVI-XVII, ligada a un sentido
biológico, sino a dos grupos que no tienen un mismo origen local, ni la misma
lengua y a veces ni siquiera la misma religión, es decir, lo que definimos como
etnias. Nos encontramos, según el autor, ante dos grupos que han formado una
unidad y un todo político sólo a través de guerras, invasiones, conquistas, batallas,
victorias y derrotas. El Estado es el modo en que estos dos grupos continúan
llevando adelante, en forma aparentem ente pacífica, su guerra.
Describirá los enfrentam ientos entre Sajones y Normandos (Inglaterra) y
Galoromanos-Germanos (Francia), mostrando cómo la contrahistoria —rem itién­
dose a esas luchas— va a ser utilizada en Inglaterra como instrum ento contra el
poder por grupos burgueses y populares, y en Francia por los aristócratas como
reacción contra la monarquía absoluta.
Posteriormente, el discurso de lucha entre razas será retomado y desarrolla­
do en dos direcciones, una la de lucha de clases y otra la de la lucha de razas. Para
esta últim a considera Fouccault que se debe reservar el término racismo, es decir,
retom ar el discurso de la guerra de las razas en términos sociobiológicos connota­
dos por el evolucionismo y las teorías de la degeneración de los fisiólogos. Este
discurso tendrá como fin el conservadurismo social y la dominación colonial.
El cambio fundam ental que se produce es el pasaje de un planteam iento
inicial que distinguía una raza interior y otra exterior (en Inglaterra los Norman­
dos invadiendo el territorio habitado por los Sajones, en Francia los Germanos
contra los Galos) a la idea del desdoblamiento de una misma raza dentro del
cuerpo social en una super-raza (la verdadera, vinculada al poder y la norma) y
una contra-raza que am enaza el patrimonio biológico.
Como hemos visto, un discurso que apareció descentrado, como ataque al
poder establecido, es adoptado y utilizado con el tiempo por ese mismo poder,
sustituyéndose el tem a de la guerra histórica por un discurso de lucha por la vida.
Veamos cómo, según Foucault, surge este discurso y cuáles son las condiciones de
existencia que perm itirán la emergencia de un racismo de Estado. En los siglos
XVII y XVIII se desarrolló toda una serie de técnicas de poder centralizados en el
cuerpo individual, a las que llama “tecnología disciplinaria del trabajo”, en tanto
en la segunda m itad del siglo XVIII se desarrolla una biopolítica de la especie
hum ana. Objetos de saber y control de la biopolítica son las problemáticas referi­
das a la natalidad, mortalidad y longevidad, las cuales están en relación con toda
una serie de cuestiones económicas y políticas. Estas problemáticas serán poste­
riorm ente retom adas por la medicina.
Se deben tener en cuenta respecto a la biopolítica una serie de puntos
relevantes:

375
• La teoría del derecho sólo conocía al individuo contrayente y el cuerpo
social constituido a través del contrato. Por su parte, las disciplinas
trabajan sólo sobre el individuo-cuerpo, como vigilancia y adiestram ien­
to. Ejemplo: escuela, hospital, cuartel y fábrica. En cambio la biopolítica
trabaja con la población como problema biológico y como problema de
poder.
• La biopolítica, como hemos visto, trata fenómenos colectivos, que indivi­
dualm ente son aleatorios, pero que a nivel de masas, presentan constan­
tes, que son posibles de establecer y para eso deben ser tom adas dentro
de cierto límite de tiempo. De lo que se trata es de actuar regulando los
procesos biológicos del hombre-especie. Es una tecnología que busca
controlar y modificar las probabilidades y compensar sus efectos.
Ambos mecanismos, disciplinario y regulador, no se excluyen, están articu­
lados uno con el otro. Aparecerán la demografía, el control de la natalidad, la
preocupación por el índice de mortalidad, la higiene pública, la seguridad social,
todo esto aplicado a los seres humanos como masa, haciéndolos objeto de un nuevo
saber, de un control científico. De los poderes-saber, la medicina es uno de los que
actúa sobre el cuerpo y sobre la población, teniendo efectos disciplinarios y de
regulación. Emerge la norma como lo que se puede aplicar al cuerpo y a la pobla­
ción. Antes, el soberano tenía el derecho de “hacer morir o dejar vivir”, en el siglo
XIX emerge un nuevo derecho-poder consistente en “hacer vivir o dejar morir”.
Ahora bien, Foucault va a decir que si bien el racismo existía desde tiempo
atrás, lo que sucede en el siglo XIX es que la emergencia de un biopoder brindó
las condiciones de existencia para la inscripción del racismo como un mecanismo
de Estado. El racismo planteará que la muerte del otro, de la mala raza, de la raza
inferior es lo que hará que se viva más, se sea más fuerte y se prolifere.
Desde el momento en que el Estado funciona sobre la base del biopoder,
el accionar homicida del Estado sólo puede ser asegurado por el racismo. El
conjunto de las nociones de la teoría de la evolución de Darwin (jerarquía de las
especies, lucha por la vida, selección natural, etc.) devino en un modo de pensar
los conceptos de colonización, necesidad de guerra, criminalidad, locura, enferm e­
dad m ental, la historia de las clases sociales, etc. Como dice Tomas Abraham en
su introducción al libro de Foucault “El colonizado o nativo, el loco, el criminal,
el degenerado’, el perverso, el judío aparecen como los nuevos enemigos de la
sociedad, la guerra se concibe en términos de supervivencia de los más fuertes,
más sanos, m ás cuerdos, más arios. Es la guerra pensada en térm inos históricos*
biológicos” (Foucault, M., 1992:10). Es decir, no son concebidos como adversarios
políticos, sino como peligros internos y externos para la población. Incluso a fines
del siglo XIX aparecería la concepción de la guerra como una forma de regenerar
la propia raza; el planteo sería: cuanto más mueran de los nuestros más pura
será n uestra raza.
Es así como para Foucault lo que hace a la especificidad del racismo moder­
no no es ser un instrum ento ideológico sino más bien la tecnología del poder. El
nazismo será el ejemplo extremo del desarrollo de los mecanismos de poder que
empiezan a surgir en el siglo XVIII, ninguna sociedad fue más controladora, dis­
ciplinaria y aseguradora que la instaurada, o proyectada, por los nazis.
El racismo legitima la función homicida del Estado, que no se constituye

376
sólo en el asesinato directo, sino también en lo que puede llevar a una m uerte
indirecta, es decir, favorecer los riesgos de muerte, o la muerte política, la expul­
sión. Para Foucault “...no se trata... de preguntar a los sujetos cómo, por qué, en
nombre de qué derecho pueden dejarse sojuzgar (sujetar), sino de m ostrar cómo
hacen las relaciones efectivas de sujeción para fabricar sujetos” (Foucault, M.,
1992:36).
Otros enfoques del racismo han intentado vincularlo a los movimientos so­
ciales actuales. En un intento ambicioso, Michel Wieviorka propone, en su búsque­
da de la unidad del racismo, un modelo de interpretación en el que actuarían dos
lógicas distintas pero combinadas: un racismo desigualitario y otro diferenciador.
El primero apunta a relaciones de dominación y a su legitimación ideológica,
m ientras que el segundo se dirige a la ruptura; tiende a la segregación, la expul­
sión o al exterminio del otro. La preeminencia de este racismo diferenciador supo­
ne la acción concertada contra grupos determinados e implica necesariam ente la
complicidad de las instituciones del Estado. Obviamente ello se relaciona también
con intensidades de racismo, por eso habla de un racismo parcial, que sería pre­
dom inantem ente desigualitario, y de un racismo total, que sería predom inante­
m ente diferenciador. Estas dos modalidades de producción social del racismo pue­
den relevarse una a otra en determ inadas circunstancias:
“Así, por ejemplo, los skinheds aparecieron en un primer momento como
expresión desintegrada del movimiento obrero británico, forma sin contenido social,
desconectada de todo conflicto de clases, impregnada todavía de una cierta cultura
obrera y lastrada con una rabia que enseguida desbordó el racismo parcial dirigido
contra los negros y, sobre todo, contra los asiáticos —tan frecuente entre los obreros
blancos—, para convertirse, en un espacio que ahora se ha hecho europeo, en un
racismo total, de inspiración neonazi, sin ningún vínculo ni con la acción obrera ni
con las estrategias sobre los mercados del empleo o de la vivienda”(M. Wieviorka,
1992:217).
Retoma en su análisis la noción de movimientos sociales para vincularlo con
los fenómenos racistas. Tomando como referente teórico a Alain Touraine, carac­
teriza a los movimientos sociales como acciones conflictivas, inscritas en una rela­
ción de dominación, llevado a cabo por actores sociales que se reconocen en una
identidad social y son capaces de reconocerle también una identidad social a su
adversario, que a su vez se sitúa en el mismo terreno que su oponente. A partir
del análisis de los movimientos sociales, plantea la hipótesis según la cual cuanto
m ás se organiza una sociedad en torno a conflictos sociales, generando movimien­
tos sociales que alim entan la vida política y el Estado; menos espacio existe para
el racismo y viceversa. Por lo tanto la temática del racismo puede concebirse como
la negación del mismo, sería el anti-movimiento social. Desde su perspectiva el
racismo aflora en los procesos de descomposición o debilitamiento de los movimien­
tos sociales. Ello se evidencia, por ejemplo, en la historia de los movimientos
sindicales en Estados Unidos y en el sindicato Solidaridad en Polonia. Según el
autor “La debilidad, la descomposición o la ausencia de movimientos sociales in­
fluye considerablemente, aunque de forma indirecta, sobre el racismo, sobre todo
en los am bientes populares” (Wieviorka, M., 1992:210).
Por otra parte, en los últimos veinte años, al producirse un debilitamiento
general del movimiento obrero, resultado de cambios más amplios, se produce en

377
numerosos países una vuelta y reafirmación de otras identidades basadas en lo
étnico, lo religioso así como el reforzamiento y renovación de identidades naciona­
les, regionales y culturales. Francia sería para este autor un ejemplo paradigmático
de este proceso. Allí asistimos a una crisis profunda del movimiento obrero que
deja abierto el camino a una sociedad que se dualiza, encontrándose por una parte
los marginados y otros residuos de la transformación y, por otra parte, un conjunto
de los sectores medios y populares que tienen empleo estable, acceso al consumo
y por lo tanto no se ven arrastrados en la caída. En relación con esta situación el
tem a de la nación pasa a ocupar un lugar central, conjuntamente con lo referido
a la religión y la cultura que en gran medida se constituyen en tem áticas centrales
como reacción frente al Islam, que pasó a ser la segunda religión del país. Desde
esta perspectiva, los cambios mencionados, impregnados de racismo, forman parte
de una crisis global de la modernidad.

378
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380
CRISIS Y VIGENCIA DE UN CONCEPTO:
LA CULTURA EN LA ÓPTICA DE LA ANTROPOLOGÍA
M a r ía R o sa N eu feld
1. “CULTURA”, UN CONCEPTO INCORPORADO AL SENTIDO COMÚN
En el uso cotidiano, en cantidad de ocasiones se alude, en busca de una
explicación, a la “cultura” característica de determinado sector social. Por qué
amanecen las calles de la ciudad tapizadas de papeles y otros desechos urbanos?
—”Es una cuestión de cultura”— pontifica desde la radio un periodista. Por qué se
produce el contagio del cólera en el Noroeste de la Argentina? “Es problema de la
cultura de los collas: estas gentes no tienen pautas culturales adecuadas de ali­
mentación ni hábitos de limpieza...”
En la cotidianeidad de las escuelas abundan, también, este tipo de explica­
ciones “por” las características culturales de cada quien (de los niños “villeros”, de
los m igrantes de países vecinos): en busca de razones que justifiquen “diferencias”
de comprensión o dificultades de aprendizaje, se concluye que tienen “una cultura
distinta”. Distinta a la de quiénes? Y qué significación adquiere este tipo de expli­
caciones?
Encontramos, en este tipo de usos, núcleos conceptuales fuertes, tales como
la convicción con la que se sostiene la fuerza de la “herencia social”: la cultura de
un grupo determinado sería producto de esta herencia, y esto a su vez im plicaría
haber recibido, en un proceso de trasmisión, un conjunto o bloque de pautas y
valores, que serán luego conservados en forma inmutable: la idea de “reproducción
de lo mismo” parecería estar encerrada en este concepto.
Otras veces, en el uso cotidiano, cultura es entendida como “modo de vida”,
y hay una prim era aceptación de que estos “modos” pueden ser distintos. ¿Qué
procesos existen en la sociedad que hacen que habitualm ente se pase rápidam ente
de la aceptación de lo “distinto” o diferente a la desvalorización?
En este artículo, vamos a partir, justam ente, de estas acepciones cotidianas
del concepto de cultura, en tanto que podemos considerarlas como una apropiación
por parte de los conjuntos sociales, de un concepto que había tenido un desarrollo
im portante en las ciencias sociales, y convirtiéndose en el concepto central de la
antropología.

383
2. CENTRALIDAD Y POLISEMIA DEL CONCEPTO DE CULTURA
Se ha dicho que la antropología se organizó alrededor del concepto de cul­
tura (Geertz, 1987), y sigue siendo para esta disciplina un concepto clave. En tanto
referencia globalizadora a la “totalidad del modo de vida de un pueblo ", tiene una
profunda e íntima correlación con lo central de la experiencia del trabajo de campo
de los antropólogos: el descubrimiento de la estrecha trabazón existente entre los
comportamientos cotidianos, creencias, actividades productivas, etc. de una socie­
dad o comunidad determinada, estructurados en torno de sistemas de símbolos.
Según Valentine,1
“El concepto de cultura, desarrollado por la incipiente ciencia antropológica,
brindó un importante medio para alcanzar este fin de descubrir el orden en la
variedad.
Dicho concepto reunía tres aspectos que hacían de él una noción valiosa. En
primer lugar, su universalismo: todos los hombres tienen culturas, lo cual contribuye
a definir su común carácter humano. En segundo lugar, está el énfasis en la orga­
nización: todas las culturas poseen coherencia y estructura, desde las pautas univer­
sales comunes a todos los modos de vida (por ej. las normas sobre el matrimonio, que
imperan en toda cultura) hasta los modelos peculiares de una época o lugar
específicos..En tercer lugar, el reconocimiento de la capacidad creadora del hombre:
cada cultura es un producto colectivo del esfuerzo, el sentimiento y el pensamiento
humanos...”
Otro aspecto central de este concepto de cultura desarrollado por la antro­
pología fue la negación de la base biológica de estos comportamientos humanos:
—la oposición entre naturaleza y cultura. Como decía Linton.2
“el niño nacido dentro de una sociedad dada descubre que muchos de Iob
problemas con los que se encontrará en su vida fueron ya conocidos y resueltos por
quienes vivieron antes que él...”
A diferencia de los animales, destacaba este autor, el comportamiento hu­
mano se caracterizaba por este predominio de lo aprendido, a lo que Linton, en su
conjunto, denominaba la herencia social de la humanidad:
“En los seres humanos, la herencia social recibe el nombre de cultura. El
término se usa en un doble sentido. En su sentido amplio, cultura significa la heren­
cia social íntegra de la humanidad, en tanto que en un sentido más restringido una
cultura equivale a una modalidad particular de la herencia social...”
La existencia de “portadores” colectivos: sociedades o comunidades que son
posibles, justam ente, por la existencia de una serie de pautas culturales que con­
tribuyen a su organización y existencia (a la vez que le sirven de soporte).
O tra idea fundam ental indicaba que lo que ordena la vida social está cons­
tituido por símbolos organizados en sistemas.

385
3. LOS PROBLEMAS DE INVESTIGACIÓN
DE LA ANTROPOLOGÍA CLÁSICA Y EL CONCEPTO DE CULTURA
Nos planteamos que los conceptos, en este caso el de cultura, son elaborados
en torno de problemas específicos. El concepto antropológico de cultura, lo fue en
torno de los problemas que planteaba la investigación de los llamados “pueblos
primitivos”. Como destaca Durham,
...los aspectos generales del concepto de cultura pueden ser aprehendidos
como un conjunto de presupuestos que se derivan de la manera como la antropología
concibió su objeto y definió los problemas básicos del trabajo de campo. Esos presu­
puestos fueron elaborados de modo que pudieran ofrecer soluciones para una inda­
gación central: cuál es el significado de las costumbres extrañas y aparentemente
incomprensibles observadas en sociedades diferentes a la nuestra?” (Durham, 1984).
En la obra de B.Malinowski aparece muy claramente esta relación estrecha
entre el cometido central de la antropología —comprender y transm itir la com­
prensión de esos “microcosmos tribales, como todos funcionantes”,3 tal como los
percibieran sus primeros formuladores, y el concepto de cultura que desarrollaron
sim ultáneam ente. “Los argonautas del Pacífico Occidental”, en su conjunto, es un
complejo ejemplo de lo que estamos señalando, del que tomamos un párrafo signi­
ficativo:
...el ideal primordial y básico del trabajo etnográfico de campo es dar un
esquema claro y coherente de la estructura social, y destacar, entre el cúmulo de
hechos irrelevantes, las leyes y normas que todo fenómeno cultural conlleva...El
etnógrafo de campo tiene que dominar con seriedad y rigor el conjunto complejo de
los fenómenos en coda unos de los aspectos de la cultura tribal estudiada, sin hacer
ninguna diferencia entre lo que es un lugar común carente de atractivo o normal, y
lo que llama ]a atención por ser sorprendente y fuera de lo acostumbrado. Al mismo
tiempo, en toda su integridad y bajo todas sus facetas, la cultura tribal debe ser el
foco de interés de la investigación. La estructura, la ley y el orden, que se han
revelado en cada aspecto, se aúnan también en un conjunto coherente.
El etnógrafo que se proponga estudiar sólo religión, o bien tecnología u orga­
nización social, por separado, delimita el campo de su investigación de forma arti­
ficial, y eso le supondrá una seria desventaja en el trabajo.”4

Tan ligado estaba el destino de este concepto a la suerte de la antropología


—esa disciplina que en la prim era mitad del siglo XX se dedicaba a estudiar las
llam adas sociedades primitivas o simples—, que ya en los textos clásicos aparecían

386
adecuaciones indispensables para cualquier reflexión que se intentara respecto de
las sociedades “com plejas” —valiéndose de esta h erram ien ta conceptual o
extrapolándola: el concepto de cultura como el conjunto de la herencia social de un
grupo humano, que era trasm itida por el proceso de endoculturación / socialización
a las generaciones siguientes. Había que dar cuenta de la historia a través de la
que cada pueblo había llegado a su “cultura”, de la diversidad interna de las
sociedades modernas, del eventual cambio en las costumbres...
En el texto de Linton que citáramos anteriormente, hay una descripción
divertida, casi hilarante, que apunta al hecho de que “no exista una cultura, hoy
en día, qut deba más del diez por ciento del total de sus elementos a invenciones
hechas por miembros de su propia sociedad”. Sintetizamos algunos párrafos de ese
texto célebre, que gira en torno del despertar de un ciudadano americano:
“Nuestro sujeto se despierta en una cama hecha según un patrón originado
en el cercano Oriente, pero modificado en la Europa del norte antes de pasar a
América. Se despoja de las ropas de cama hechas de algodón, que fue domesticado
en la India, o de lana de oveja, domesticada igualmente en el cercano Oriente...Al
levantarse, se calza unas sandalias de tipo especial, llamadas mocasines, inventa­
das por los indios de los bosques orientales, y se dirige al baño, cuyos muebles son
una mezcla de inventos europeos y americanos, todos ellos de una época muy
reciente. Se despoja de su pijama, prenda de vestir inventada en la India, y se asea
con jabón, inventado por los galos; luego se rasura, rito masoquista que parece
haber tenido origen en Sumeria o en el antiguo Egipto., (continúa la descripción del
desayuno)...y mientras fuma lee las noticias del día impresas con caracteres inven­
tados por los antiguos semitas sobre un material inventado en China, según un
proceso inventado en Alemania A medida que se va enterando de las dificultades
que hay por el extranjero, si es un consciente ciudadano conservador, irá dando
gracias a una deidad hebrea, en un lenguaje indoeuropeo, por haber nacido en el
continente americano”.5

387
4. LA “CONSTRUCCIÓN” DEL CONCEPTO DE CULTURA
El concepto "cultura” no fue acuñado especialmente, ni apareció de la noche
a la m añana. El término que se emplea para referirse a su sentido antropológico
no es neutro. Está cargado de una historiá, a la que nos referiremos brevemente.
De hecho, actualm ente coexisten, en el uso social y científico, sentidos distintos
ligados al concepto de “cultura”6.
En el marco que brindaba el despliegue del pensamiento ilum inista, y den­
tro del contexto económico-político marcado por el ascenso de la burguesía, se
produce el desarrollo de una serie de conceptos interconectados: sociedad, civiliza­
ción, economía, y cultura, el concepto que nos ocupa principalmente en estas pá­
ginas.
Estas preocupaciones por el proceso de constitución de los conceptos no son
simple afán de hacer historia. Tal como destaca Raymond Williams:7
“Cuando los conceptos básicos, los conceptos, como se dice habitualmente, de
los cuales partimos, dejan repentinamente de ser conceptos para convertirse en
problemas; no problemas analíticos, sino movimientos históricos, que todavía no han
sido resueltos, no tiene sentido prestar oídos a sus sonoras invitaciones o a sus
resonantes estruendos. Si podemos hacerlo, debemos limitarnos a recuperar la esen­
cia en la que se han originado sus formas”.
Desde ya que estos conceptos son de im portancia crucial, y tal como
destaca el autor que estamos citando, sus formas actuales son eco, en realidad,
de una serie de problem as no resueltos desde su formulación inicial. En la
medida que cada uno de ellos constituye un intento de abordar la complejidad
del mundo social desde ángulos distintos, pero complem entarios, el ám bito de
significación de cada uno involucra a los demás o influye sobre ellos. Escuche­
mos a W illiams:
La “sociedad” fue la camaradería activa, la compañía, “el hacer común”, antes
de que se convirtiera en la descripción de un sistema o de un orden general. La
“economía” fue el manejo y el control de un hogar familiar y más tarde el manejo de
una comunidad, antes de transformarse en la descripción de un perceptible sistema
de producción, distribución e intercambio. La “cultura”, antes de esas transiciones,
fue el crecimiento y la marcha de las cosechas y los animales, y por extensión, el
crecimiento y la marcha de las facultades modernas” (Williams, R., op. cit.)
El momento histórico al que corresponden estos desarrollos es situado, por
Williams, a partir de los siglos XVI y XVII (correspondientes a la formulación de
los conceptos de sociedad y economía), mientras que aún en el siglo XVIII el

388
concepto de cultura aparecía asimilado a los procesos mencionados en la cita: el
crecimiento de plantas y animales, el desarrollo y enriquecimiento del intelecto.
En el •siglo XVIII, sin embargo, cultura —concepto que contenía la idea de
mejoramiento—, tenía otro término próximo, y al mismo tiempo diferente, al que
hasta ahora no hicimos referencia: civilización.
Destaca Norbert Elias:
“El concepto de civilización se refiere a hechos muy diversos: tanto al
grado alcanzado por la técnica, como al tipo de modales reinantes, al desarrollo
del conocimiento científico, a las ideas religiosas y a las costumbres... si se trata
de comprobar cuál es, en realidad, la función general que cumple el concepto de
“civilización” llegamos a una conclusión muy sim ple”...... El concepto resume todo
aquello que la sociedad occidental de los últimos dos o tres siglos cree llevar de
ven taja a la s so cied a d es an terio res o a la s con tem p orán eas “m ás
prim itivas”...(Elias, 1987)
Pero civilización no tenía exactamente el mismo significado en Inglaterra
que en Alemania (países clave, posteriormente, para el desarrollo del concepto que
aquí nos ocupa). Tal como destaca Elias: mientras que en Inglaterra civilización
resum e el orgullo que produce la importancia de la nación propia en el conjunto
del progreso de occidente..., en Alemania la connotación de civilización estaba más
próxima a lo exterior, lo utilitario. Allí,
“la palabra con la que se expresa el orgullo por la contribución propia...es
cultura..1"(Elias, op. cit.)
M ientras tanto, el concepto francés de civilisation reflejaba
“el destino social específico de la burguesía francesa en idéntica medida a
como el concepto de “cultura” refleja el de la alemana. También el concepto de
civilisation, como el de “cultura” constituye en un principio, un instrumento de los
círculos de oposición de la clase media, especialmente en el enfrentamiento social
interno (con el ascenso de la burguesía remite a procesos nacionales)” (Elias, op.cit).
De este modo, durante todo el siglo XVIII estos dos conceptos de cultura y
civilización eran enormemente ambiguos. Ese es el momento, sin embargo, de
constitución de las raíces de los dos usos del concepto de cultura que continuarán
en vigencia hasta nuestros días: aquello a lo que se refiere Williams cuando des­
taca que los conceptos actuales engloban, todavía, problemas no resueltos de estos
conceptos.
Por un lado, un concepto muy claramente ligado al pensamiento ilum inista,
al que un historiador del pensamiento antropológico, George Stocking (Stocking,
1968 a) denomina alternativa humanista del concepto de cultura : había una idea
de Cultura como perfectible, dado que se suponía la posibilidad del mejoramiento
progresivo. Era un tipo de pensamiento etnocéntrico (aunque am bivalentemente
tolerante y curioso respecto de los pueblos diferentes), que consecuentemente,
pensaba en una cultura, en singular y en la perfección ligada a los avances y la
imagen de los pueblos europeos.
Al mismo tiempo, :>e abría paso una formulación incipiente del concepto
antropológico de cultura. Tal como lo destaca otro historiador contemporáneo de la

389
antropología, Marvin Harris (Harris, 1978), lo importante no es dar con la “primera
definición” de cultura, sino encontrar versiones incipientes aunque los términos utili­
zados sean otros. Harris encuentra estas formulaciones precursoras en el pensamiento
de John Locke (1632-1704), que en el “Ensayo sobre el entendimiento humano”, sos­
tenía que las ideas de las cuales luego se puebla la mente se adquieren durante un
proceso que ahora llamaríamos de endoculturación: la idea central era que, aunque
hubiera capacidades distintivamente humanas, opuestas, por tanto a las de los anima­
les, no había ideas innatas. Faltaba desde ya, aquí, todo atisbo de relativismo.
Este sería el núcleo a partir del cual se desarrollará la alternativa antropo­
lógica del concepto de cultura : centrada en la idea del relativismo. Este afirm a la
validez por igual de las costumbres y valores de otros pueblos; el interés por las
condiciones que aseguran el mantenimiento del sistema, la idea de que hablamos
de una pluralidad de culturas igualmente organizadas para responder a todos los
requerim ientos de la vida humana.
“A diferencia de la cultura humanista, que era absoluta y conocía la perfec­
ción, la cultura antropológica era relativista; en lugar de comenzar con una jerarquía
heredada de valores, asumía que cada sociedad, por medio de su cultura, busca, y en
alguna manera encuentra, valores; la cultura humanista es progresiva, la cultura
antropológica, homeostática; la cultura humanista es singular, la cultura humanista
es plural, la cultura humanística distingue grados de cultura; para el antropólogo,
todos los hombres tienen cultura por igual” (Stocking, op. cit.)
El concepto de cultura se iba imponiendo en lengua alemana. Altan (Altan,
1979) nos dice que el primero en utilizar el término cultura en sentido moderno fue
S. Pufendorf (1632-1694). Mucho después, Herder diferenciará Bildung (el grado
de preparación individual) de Kultur (que denota el patrimonio del saber colectivo
y del grupo).
En Herder este segundo significado apenas se distingue de otro término que
solía utilizar este autor; Volk (pueblo). Esta es otra asociación compleja: cultura/
pueblo. En el pensamiento de la Ilustración (por ejemplo en J.J.Rousseau), encu­
bría una contradicción: se invocaba al pueblo en discursos contra la tiranía, al
tiempo que se lo denostaba, pero “en nombre de la razón” (M artín Barbero, J.1987)
En ese movimiento se gestan las categorías de “lo culto” y “lo popular” (como
lo in-culto, lo que le falta).
Será en un m om ento posterior, el Romanticismo, cuando se postule que
también son cultura los productos de la vida del pueblo:
...el romanticismo construye un nuevo imaginario en el que por primera vez
adquiere status de cultura lo que viene del pueblo. Pero ello fue a su vez posible, sólo
en la medida en que la noción misma de cultura cambió de sentido. De la relación
entre el cambio en la idea de cultura y el acceso de lo popular al espacio que la nueva
noción recubre es buena muestra el hecho de que Herder, quien en 1778 publica los
VolksLiedtn, en los que presenta como auténtica poesía la que emerge del pueblo...sólo
unos años después, en 1784, escribe Ideas para una filosofía de la historia de la
humanidad, donde plantea... la necesidad de aceptar la existencia de una multipli­
cidad de culturas, esto es de diferentes modos de configuración de la vida social”.*
Si vamos siguiendo los cambios de la idea de cultura bajo el Romanticismo,
verem os que se aleja de la idea de civilización, al tiem po que, al plantear la

390
índole plural de las culturas, desarrolla la “exigencia de un nuevo modo de conocer:
el comparativo” (M artín Barbero, op.cit).
E sta idea plural del concepto de cultura aparece en la obra de Alejandro von
Humboldt (1769-1859), viajero alemán que recorrió especialmente América del
Sur, relatando y dibujando paisajes, bosquejos de ciudades y personajes caracterís­
ticos de cada región. Allí aparecía, vivida, la experiencia de la diversidad de las
culturas. En sus escritos, cultura se usa en plural.
De este modo, en 1843 Gustav Klemm podía escribir una “Historia cultural
general de la hum anidad en la que aclaraba que cultura eran “las costumbres,
información, técnicas, vida doméstica y pública, en paz o guerra, religión, ciencia
y arte”.
Pero no interpretem os esta concepción de “cu ltu ra” de la A lem ania
decimonónica a la luz de lo que significa hoy este concepto; Alemania aún no
consolidada como nación unificada, que se incorporaba tardíam ente al proceso de
industrialización europeo, se preciaba en términos chauvinistas de ser una “nacio­
nalidad”, una comunidad cultural antes que política, posicionamiento que acompa­
ñó al uso del concepto de cultura en ese ámbito hasta los días de Hitler:
La cultura (Kultur) entendida como un complejo irrepetible de cualidades,
pautas y logros, locales por su origen y significado, emergía de este contexto”
(Becker, 1954)
Pese a todos estos antecedentes, la antropología tuvo, sin embargo, su “re­
lato mítico”, oficial, según el cual este concepto —en su uso antropológico— habría
sido producto del inglés E.B.Tylor, que al tiempo que definía “cultura” estructuraba
el programa de creación de una disciplina científica que debería reconocerlo como
su héroe fundador:
Según Tylor,
“La cultura o civilización, en sentido etnográfico amplio, es aquel todo com­
plejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las
costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre en
cuanto miembro de la sociedad” (Tylor, 1871).
George Stocking, el historiador que citáramos anteriorm ente, se encargará
minuciosamente de desmitificar esta historia. Para ello, destaca, en prim er lugar,
la necesidad de devolver el pensamiento de Tylor al contexto de su época, y que
esto nos llevará a percibir que su idea de cultura estaba, “posiblemente, más
próxima a la formulación hum anista que del significado antropológico”. Observa
que Tylor utiliza como sinónimos cultura o civilización', recordemos que en ese
momento, civilización era el estadio más alto de una secuencia formulada explíci­
tam ente (entre otros por Henry Morgan) que comenzaba con el “salvajismo”, pasa­
ba por la “barbarie” y culminaba justam ente, en la “civilización”.
Por tanto, si bien este concepto de cultura recogía la idea de una pluralidad
de formas de vida (llamándolas civilizaciones o culturas), es evidente que Tylor
pensaba en grados de cultura en cuanto compartía la escala evaluativa-evolutiva
propia de su momento histórico. Así decía Tylor en el párrafo inicial de su libro:
“...la uniformidad que en tan gran medida caracteriza a la civilización debe
atribuirse, en buena parte, a la acción uniforme de causas uniformes, mientras que

391
por otra parte, sus distintos grados deben considerarse etapas de desarrollo o evolu­
ción, siendo cada una el resultado de la historia anterior...Estos volúmenes tienen
por objeto la investigación de estos dos grandes principios en diversas secciones de
la etnografía, con especial atención a la civilización de las tribus inferiores en rela­
ción con las naciones superiores...” (Tylor, op. cit.)
De acuerdo con el análisis de Stocking, en Tylor no había desprecio explícito
por lo que era inferior, pero no hubiera vacilado en considerar que la civilización
europea era lo más perfecto que había logrado el hombre. En todo caso,
“hubiera podido definir mejor la cultura como 'el progreso’ de ese todo comple­
jo". (Stocking, op.cit).
En los albores del siglo XX, en el momento de la mayor expansión capitalista
previa a la guerra de 1914-18, reaparece el concepto de cultura, ahora sí estrecha­
mente ligado a la naciente experiencia de los antropólogos, en sociedades peque­
ñas, aisladas, en las cuales era visible la relación “una sociedad, una cultura” a la
que nos refiriéramos en las prim eras páginas.
En ese momento, se inicia la actividad de Franz Boas, científico alemán
formado en las ciencias naturales y que desarrolló toda su actividad, como inves­
tigador de campo9 y como profesor, en EEUU. Destaca Stocking (Stocking, 1968 b)
que su formación alem ana incluía el conocimiento del concepto “cultura”, al que,
en sus primeros trabajos, utilizaba en su variante hum anista, aún centrado en los
problemas del evolucionismo: era un fenómeno singular que estaba presente en
mayor o menor grado en los distintos pueblos. A partir de 1910, tanto él como sus
numerosos alumnos se m anejarán con el concepto antropológico, plural.
Fue uno de los críticos más prolíficos del evolucionismo. Muchos de los
planteos de Boas, inculcados a sus alumnos, caracterizaron a la antropología nor­
team ericana en sus comienzos.
Dentro de su crítica al evolucionismo, se enmarcaba también una propuesta
metodológica: ésta implicaba desechar los estudios comparativos, que caracteriza­
ban el trabajo de los antropólogos evolucionistas, y reemplazarlos por estudios
detallados, que se plasm aran en monografías dedicadas a tribus particulares. Sólo
después, utilizando conceptos como “áreas de cultura” sería posible pasar a com­
parar y eventualm ente generalizar.
Otras exigencias metodológicas de Boas proponían estudiar las culturas
diversas “desde adentro” y no desde la óptica del investigador. Insistía, además, en
la necesidad de revisar los propios condicionamientos culturales, señalando que
nunca es tan difícil abandonar la propia óptica cultural (Boas hablaba de la
Kulturbrille algo así como las anteojeras culturales), como cuando observamos
nuestra propia sociedad (Altan, T. 1979).

392

l
5. EL CONCEPTO CLÁSICO DE CULTURA

La antropología clásica planteó la característica de totalidad de la vida


social, sosteniendo que el análisis antropológico discurre en dos dimensiones per­
m anentes: sociedad/ cultura. Las antropologías anglosajonas, que hegemonizaban
a mediados de siglo el campo de la antropología, diferían en privilegiar una u otra:
la antropología social inglesa ponía en prim er lugar la dimensión de la sociedad,
—específicamente a partir de Radcliffe-Brown, la estructura social—, m ientras que
el denominado “culturalism o” norteamericano privilegiaba el análisis de la cultura
como herencia social, como configuración de la totalidad de las conductas apren­
didas, como continente del cual la estructura social no era más que un aspecto.
E sta polémica parecía interminable. Diversas voces, entre ellas la del antropólogo
austríaco, residente en Australia, Alfred Nadel intentaron darla por concluida,
planteando la inadecuación de estos enfoques, dado que el hombre se mueve en un
mundo que es bidimensional, social y cultural al mismo tiempo.
“Sociedad”, tal como yo lo entiendo, significa la totalidad de los hechos socia­
les sobre la dimensión de las relaciones y agrupaciones. “Cultura”, la misma totali­
dad en la dimensión de la acción (acción con sentido, es decir, dirigida a finalidades
compartidas socialmente)” (Nadel, 1955).
Había una serie de argumentos fuertes en el culturalismo, que conformaron
a la antropología, especialmente norteam ericana y la que estuvo bajo su influen­
cia.10
Uno de ellos fue esta idea de la cultura como totalidad, articulada en la
experiencia de los individuos en una serie de pautas culturales: las mencionadas
pautas —a su vez— delimitaban campos dirigidos a la satisfacción de todo un
conjunto de “necesidades” variables en su manifestación según cada sociedad, que
a su vez, sólo tenían satisfacción de forma cultural, de forma hum ana.
La cultura era entendida como una “totalidad” articulada. Había que enten­
der de qué m anera los hombres que vivían en ella se comportaban de acuerdo con
sus orientaciones. A partir de la década del 30, comenzó a hablarse de que cada
cultura tenía una configuración determinada, que organizaba los patrones o pau­
tas, y los integraba, de m anera tal que una modificación producida en un punto
alteraba esa totalidad. Linton definía pauta cultural como “un consenso entre
conducta y opinión”,y la cultura en su conjunto no era más que un agregado
organizado de dichos patrones.
Respecto de las pautas, también estaba el problema de cómo se incorporan
los sujetos-infantes. Las ideas de endoculturación y de socialización implicaban un

393

t
camino unidireccional, en el que estas pautas se aprendían, adquiriéndose de este
modo roles definidos en la sociedad.
“La perpetuación de las sociedades como unidades funcionales requiere igual­
mente el entrenamiento constante de nuevos individuos para que puedan ocupar
posiciones determinadas en la sociedad. Deberá colocarse a los nuevos miembros en
diversas categorías y se les enseñará a los de cada categoría a hacer diferentes cosas.
La sociedad ha de formar también pautas más o menos conscientes de lo que debe
ser la conducta de los individuos colocados en determinadas posiciones, con objeto de
tener directrices para el entrenamiento de estos individuos.”11
Herskovits diferenciaba la socialización (o sea, la adaptación del individuo
a los compañeros, la obtención de una posición en relación con ellos, etc, de la
endocultur ación:
“aspectos de la experiencia de aprendizaje que distinguen al hombre de las
otras criaturas, por medio de los cuales...logra ser competente en su cultura”.12
Linton, ejemplificando especialmente con la sociedad norteamericana, insis­
tía en que “toda sociedad es un continuo, y el medio ambiente dentro del que debe
funcionar nunca es el mismo en ninguna época. Para que la conducta sea efectiva
ha de adaptarse al medio...”
Aparece claram ente la cultura entendida como herencia social, como fuerzas
que pesan sobre el individuo que ha nacido en una sociedad determinada: esto
sucederá por medio del lenguaje y la vida social organizada (que son a su vez parte
de la cultura). El otro aspecto, en el planteo de Linton, es la cultura como parte
del ambiente hecho por el hombre (ambiente que incluye la naturaleza tanto como
la sociedad).
Nos dice, además, que “no hay que confundir las pautas ideales con la
conducta, a pesar de que tienen su origen en ella...por ejemplo, una tribu indígena
conservará durante muchas generaciones después de haber cesado toda guerra las
pautas por las que se rigiera la conducta entre un jefe y sus guerreros...Los viejos
se las transm iten a los jóvenes...”
Además de esa necesidad de adaptarse los patrones ideales a medios cam­
biantes, también los niños que deben interiorizarlos serán personalmente distin­
tos, imprimiéndoles su propio patrón. Sin embargo, frente a este tipo de planteos,
siempre nos queda la pregunta: aún pese a esta posibilidad de “dar su sello per­
sonal” a algún aspecto de las pautas, dónde quedan los sujetos? Decía Linton (y es
sintomático):
“Los sistemas sociales casi nunca son, si llegan a serlo alguna vez, el resul­
tado de una planeación consciente. El individuo corriente no tiene ni siquiera con­
ciencia de aue las pautas adaptadas mutuamente que sirven de modelo a su conduc­
ta constituyen un sistema”...13
En relación con este problema, la teoría de la “personalidad de base” es­
tableció que cada persona desarrolla sus características específicas de acuerdo
con el modelado al que la somete el am biente sociocultural de su sociedad. Los
impulsores de esta propuesta teórica fueron, el ya citado, Ralph Linton, el psi­
coanalista Abraham Kardiner, la antropóloga Cora Du Bois y otros. Estos inves­
tigadores realizaron observación antropológica, tomas de biografías y tests
Rorschasch, en ámbitos como las Islas Marquesas, en Alor (Indias Orientales),
entre los Tanala (Madagascar). Dos libros que alcanzaron fama: El individuo y su
sociedad (1936) y Fronteras psicológicas de la sociedad (1945) sintetizaron los
resultados de este trabajo.
Linton sintetizó los resultados de esta investigación destacando que las
experiencias tempranas del individuo ejercen un efecto duradero sobre su persona­
lidad, especialmente sobre el desarrollo de su sistema de valores y actitudes (al
que llamaba sistema proyectivo); experiencias similares —decía— tienden a produ­
cir configuraciones similares en los individuos que se someten a ellas. Las técnicas
de crianza, que difieren de una sociedad a otra, son modeladas culturalmente y
tienden a ser similares entre las familias de esa sociedad.
En conclusión, a partir del supuesto de que los miembros de una sociedad
tienen muchos elementos similares en sus primeras experiencias, tendrán muchos
elementos de personalidad en común. De esta manera, se postulaba la existencia
de un tipo de personalidad básico para cada sociedad, que se definía como
“la configuración de personalidad compartida por la mayoría de sus miembros
como resultado de las primeras experiencias que tuvieron en común. Esto no corres­
ponde a la personalidad total del individuo, sino más bien a los sistemas proyectivos,
en otras palabras, al sistema de valores y actitudes, que son básicos para la confi­
guración de la personalidad del individuo”.14
Estas propuestas planteaban dificultades que se hicieron evidentes a la luz
de teorías más modernas sobre la personalidad. Pero, además, revelaban los pro­
blemas implícitos en la generalización de resultados de trabajos hechos en peque­
ñas comunidades. Si respecto de los aloreses o los tanala las conclusiones presen­
taban dudas: qué se podría decir de la “personalidad de base” de los integrantes
de una sociedad “compleja” en la que las prácticas de crianza y cuidado cambian
de clase a clase, de la ciudad al campo, entre los grupos étnicos que la integran?
De hecho, Linton y los demás autores de esta corriente reconocían que la
cultura de una sociedad determinada, aún en el caso de sociedades simples, es de
tal magnitud que los individuos singulares no pueden conocerla en su totalidad. Al
mismo tiempo, hay aspectos con los que todos están familiarizados, pero que sólo
algunos practican (por ej. los tabúes impuestos a las mujeres embarazadas). En
este sentido, Linton reconoce, en una cultura, universales, especialidades y alter­
nativas:
“Si observamos la cultura de cualquier sociedad homogénea... reconoceremos
las ideas, los hábitos y reacciones emocionales condicionadas que son comunes a
todos los miembros adultos normales de la sociedad: los universales (dentro de esa
cultura determinada); luego, las especialidades, “pautas para aquellas actividades
diversas pero mutuamente interdependientes de las distintas secciones de la socie­
dad, adjudicadas sobre una base de división de tareas...luego, las alternativas, esca­
sas en las culturas de las sociedades pequeñas, muy abundantes en la nuestra...”18
A esta percepción de la complejidad, se sumó la consideración de que tanto
cultura como sociedad eran entidades “suprapsíquicas", con leyes que no requieren
referirse a la biología o la psicología de los sujetos. Uno de los autores que postu­

395
laron este cambio de nivel entre el análisis de los sujetos sociales y la cultura fue
Alfred Kroeber, que lo formuló de la siguiente manera:
“El amanecer de lo social, pues, no es un eslabón de una cadena, no es un
paso en el camino, sino un salto a otro plano"16
Aparecía, entonces, la cultura como un nivel emergente: elemento de la
existencia hum ana irreductible a los fenómenos que estudiaban las ciencias bioló­
gicas.
Esto se relacionaba con una de las ideas dominantes ligadas al concepto de
cultura en la antropología norteamericana: era sólo una ilusión que el hombre
controlara su civilización. Esta, por el contrario, se le imponía. Una obra im portan­
te, algo posterior, enuncia desde su mismo título esta idea: “La cultura contra el
hombre", de Jules Henry.17 La cultura, eventualmente, puede ponerse “contra el
hombre” que, en definitiva, es su creador en su examen de algunos'aspectos de la
sociedad norteam ericana de su época, tales como la falta de límites posibles a la
propiedad, la invención de la bomba atómica, el esfuerzo psíquico puesto en com­
petir con los demás, etc:
“el hombre arranca a la cultura las satisfacciones emocionales que obtiene de
la misma...la orientación del hombre hacia la supervivencia, con exclusión de todas
las demás consideraciones, ha hecho de la sociedad un lugar nada agradable para
vivir, y en su mayor parte, la sociedad humana ha sido un sitio en el que, aunque
el hombre ha sobrevivido físicamente, ha sufrido muerte emocional”.18

396
6. EL CONCEPTO DE CULTURA Y LAS “SOCIEDADES COMPLEJAS”
Ya en 1930 se planteaba el problema de la relación entre los ámbitos de
estudio de los antropólogos y la sociedad en su conjunto (grandes metrópolis, so­
ciedades de clases).
Ya en ese momento, la percepción de Linton y Herskovits los llevaba a
plantear la diferenciación entre cultura/ subcultura (correspondiendo a líneas di­
ferenciadas de trasmisión cultural dentro de una misma sociedad), pero ponían
énfasis en destacar “que el carácter peculiar de lo subcultura! se complementa con
la coherencia de la sociedad total”.
En los mismos conceptos utilizados se hacían evidentes dificultades y su­
puestos: hablar de “sociedades complejas” (por ejemplo Despres, 1968) instauraba,
desde el vamos, el polo opuesto: las “sociedades simples”, para cuya pequeñez
parecía válida la metodología antropológica, y a cuya disolución parecía atada.19
Después de la Segunda Guerra (1939-1945), este planteo se instaló en forma
radical: desaparecería la antropología junto con su objeto tradicional: los llamados
“pueblos primitivos”? Estos: las sociedades y culturas “iletradas” desaparecían
rápidam ente y la antropología, entre tanto, no había producido marcos teóricos
rigurosos con los que abordar el análisis de las sociedades que por oposición, se
denominaban “complejas” (Despres, op. cit.). Este autor, por ejemplo, contestaba
que “no hay razones epistemológicas por las que la antropología deba ser practi­
cada en sociedades simples, o de las que se deduzca que los datos recogidos en
sociedades complejas no sean relevantes a la teoría antropológica”.
Había también supuestos fuertes, tales como la creencia en la dirección
inevitable de los cambios que producía la expansión de los países centrales:
occidentalización equivalía a industrialización y urbanización. E sta era la idea
(compartida por la sociología de la época) que sintetizaran R.Redfield y otros cuan­
do imaginaron la existencia de un continuum folk-urbano, en cuya línea se iban
colocando cada una de las sociedades.
El interés por el cambio cultural aparecía, primero, como una reflexión
acerca del mismo como proceso interno de toda sociedad. En este sentido, se afir­
m aba que toda cultura no solamente es un continuo, sino un continuo en estado
constante de cambio.
Pero, muy principalmente, la preocupación estaba puesta en lo que sucedía
con los “cambios inducidos”: cuando sociedades sencillas se ponían en contacto con
otras altam ente tecnificadas (no se analizaba la índole violenta de ese contacto).
Interesaba analizar las condiciones en las que se producía la eventual incorpora­
ción o el rechazo de “elementos culturales”.
Aunque los dispositivos conceptuales fueran toscos (por ejemplo, el concepto
de aculturación, forjado en 1936,20 los antropólogos serían testigos privilegiados en

397
todo el periodo que se extendió entre esa fecha (el comienzo de la segunda guerra
mundial) y la crisis posterior, de los procesos de liberación y descolonización que
se sucedieron en los ámbitos habitados por sus “objetos de estudio”.
Pero también era preciso conceptualizar lo que estaba sucediendo en EEUU:
había recibido desde principios de siglo a ocho millones de inmigrantes: (polacos,
italianos, etc.), y la idea era que debían —con fe en el poder del “medio am bien­
te”— adoptar como propia el “american way of life” (a esto se llamó crisol de razas-
m elting pot). Sólo después, ante la comprobación empírica reiterada de que los
sujetos sociales y sus modos de vida no se fusionaban como “m etales en el crisol”
sino que eventualm ente defendían aspectos que aparecían ligados a su identidad,
surge la idea de una sociedad “m ulticultural”.
Se producían, junto con estos dilemas en torno de cuál era la capacidad
explicativa (y por tanto qué posibilidades tenía como disciplina) redefiniciones en
torno del papel que debían desempeñar los antropólogos una vez desaparecidos los
llamados “pueblos primitivos”. Así, en el prólogo de Antropología de la pobreza
Oscar Lewis (1959) escribía:
“Este libro ha surgido de la convicción de que los antropólogos tienen una
función nueva en el mundo moderno', servir como estudiantes y relatores de la gran
masa de campesinos y habitantes urbanos de los países subdesarrollados, que cons­
tituyen casi el ochenta por ciento de la población del mundo...”
Se expresaba así, en la década del 60, la larga preocupación, expresada en
múltiples etnografías de grupos urbanos y campesinos, por lo que en nuestros días
se denomina “problemática de la reproducción cultural”. Entre 1960 y 1970, final­
mente, el objeto de investigaciones que manejaban conceptos como el de pobreza
(analizando también la compleja funcionalidad de los pobres en la sociedad norte­
am ericana), fueron la familia de sectores pobres, las estrategias de autoayuda,
llam adas posteriorm ente estrategias de supervivencia (Menéndez, 1988)
Un episodio significativo, en torno de la conceptualización de la reproduc­
ción o perpetuación de “la cultura de la pobreza” marca la profundidad de la crisis
por la que transitaba este tipo de conceptuaíizaciones. Parte del problema estuvo
en que los estudios de Lewis21 formaban parte de una verdadera avalancha de
estudios sobre “culturas” o “subculturas” producidos en la década del 60: no sólo
se hablaba de “cultura de la pobreza”, sino de “cultura de los adolescentes”, “cul­
tura escolar”, etc., sin especificar necesariam ente la articulación estructural entre
el tipo de unidades propuestas y el conjunto.
Pero el núcleo del problema estuvo, como señalamos, en el carácter de modelo
de vida, trasm itido de generación en generación, que parecía tener la “cultura de
la pobreza”. En La vida, Lewis decía:
“Cuando los niños de los barrios bajos cumplen seis o siete años, normalmen­
te han asimilado ya las actitudes y valores básicos de su subcultura. A partir de este
momento, ya no están preparados psicológicamente para sacar pleno pi'ovecho de los
cambios en las condiciones o las oportunidades que puedan aparecer en el curso de
su vida”.
Obviamente, el nudo de las críticas que se desataron en torno de esta afir­
mación, producto de una enorme generalización a partir de experiencias de trabajo
sobre situaciones puntuales, estuvo puesto en m arcar que se estaba priorizando la

398
fuerza de un eventual “plan de vida” culturalm ente estructurado por sobre las
determinaciones económicas y políticas que dan lugar a la “pobreza”. La discusión
en torno de este tema, sin embargo, ha continuado, en la medida que la crisis
estructural y la profundización de los mecanismos de exclusión ya no de minorías
sino de mayorías mantuvo vigentes las problemáticas que preocupaban a Lewis.
Otro punto en torno del que hizo crisis el concepto de cultura fue el del
relativismo. Tal como destaca Valentine,
...la noción de cultura ha sido un arma fundamental en la lucha intelectual
librada contra el racismo, el etnocentrismo, la intolerancia y el imperialismo cultural
(Valentine, op. cit., pág.14)
Los horrores de la política nazi respecto de los judíos y gitanos, entre otras
minorías, alentó a los antropólogos del momento, a tomar posición, a partir de su
disciplina, frente a los desarrollos políticos en los que se veía involucrada su propia
sociedad. Esto se expresó en la propuesta de Declaración que Herskovits presentó
a la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en las que se pro­
ponía que, en cuanto el individuo realiza su personalidad en su cultura, respetar
las diferencias individuales implicaba el respeto a las diferencias culturales.
E sta declaración de principios, sin embargo, era en sí misma contradictoria,
porque perm itía derivaciones perversas: el apartheid, en Sudáfrica, fue organizado
“para preservar la identidad cultural” de las etnías involucradas. Asimismo, apa­
recía como más viable ofrecer “protección” a modos de vida exóticos que compren­
der diferencias dentro de la propia sociedad ligadas a experiencias de clase distin­
tas, y que llevaron a García Canclini a decir que
“El relativismo cultural naufraga, finalmente, por apoyarse en una concep­
ción atomizada y cándida del poder: imagina a cada cultura existiendo sin saber
nada de las otras, como si el mundo fuera un vasto museo de economías de
autosubsistencia, cada una en su vitrina, imperturbable ante la proximidad de las
demás, repitiendo invariablemente sus códigos, sus relaciones internas. La escasa
utilidad del relativismo cultural se evidencia en que suscitó una nueva actitud hacia
culturas remotas, pero no influye cuando los “primitivos” son los sectores “atrasados”
de la propia sociedad, las costumbres y creencias que sentimos extrañas en los
suburbios de nuestra ciudad” (García Canclini, 1984).

399
7. DESCARTEMOS EL CONCEPTO DE CULTURA,..
MUERTE Y RESURRECCIÓN DE UN CONCEPTO
El concepto de cultura sigue teniendo una complicada presencia en la teoría
antropológica: desde distintos ámbitos han abundado las propuestas acerca de su
inadecuación o las posibilidades o conveniencias de su reemplazo (desde la más
antigua crítica frontal, la de Radcliffe-Brown y sus seguidores, a los intentos en la
órbita del pensamiento marxista, de reem plazar cultura por ideología, por ejem­
plo).
Señala M argulis que el uso del concepto de cultura tendió a desaparecer de
los estudios antropológicos, en los que se llegó a desconocer que esta dimensión es
necesaria para la comprensión cabal y totalizadora de los fenómenos sociales
(M argulis, 1975).
E sta percepción de que ya no es posible decir tranquilam ente que “una
cultura” es la herencia que los individuos de una sociedad particular comparten
destaca, entre otras cosas, que
“la visión holista incluye demasiado y al mismo tiempo es demasiado difusa
como para separar analíticamente los hilos entremezclados de la experiencia huma­
na”.22
La tarea de estos últimos años ha sido, como lo plantea Clifford Geertz,
recortar los alcances de este concepto “alrededor del cual se ha originado toda la
antropología”.Este recorte estaría dirigido a asegurar la importancia de este con­
cepto, especificándolo y focalizándolo, dotándolo de mayor vigor teórico
“a fin de reemplazar el famoso “mayor conjunto complejo” de E.B.Tylor cuya
fecundidad nadie niega, me parece (que ha) llegado al punto en el que oscurece más
las cosas de las que las revela”.23
E sta limitación que pedía Geertz se ha realizado desde distintas ópticas.
Tomemos, como ejemplo, su propio planteo. Geertz considera que su visión de la
cultura es semiótica:
“Creo, junto con Max Weber, que el hombre es un animal suspendido de una
trama de significaciones que él mismo ha tejido; en consecuencia, entiendo la cultura
como esa red...Pese a que es “ideacional”, no la encontramos en la cabeza de nadie,
pese a no ser material, no es una entidad oculta...no es un fenómeno psicológico, una
característica del pensamiento, de la personalidad, la estructura cognoscitiva...¿a
cultura es un contexto, algo dentro de lo cual todo eso pueda ser inteligiblemente —
es decir, ampliainente, descripto—”. (Geertz,C.,1987).

400
Este texto, o “conjunto de textos” que es la cultura, —nos dice Geertz— se
conoce estudiando los significados compartidos. El trabajo del antropólogo, enton­
ces, es aproximarse a ese conjunto de textos por medio de la etnografía, que es
descripción amplia, descripción profunda, que debe estar profundamente encarna­
da en la riqueza contextual de la vida social.
Pero el concepto de cultura no ha sido privativo de los enfoques culturalistas
ni de las disciplinas sociales clásicas. A través de distintos aportes, se incorporó a
la tradición m arxista (Margulis, 1975, Altan, 1979). En esta perspectiva, la cultura
fue asignada al campo de la superestructura, lo que ocurrió no sin problemas (por
ejemplo, el establecer qué relación había entre cultura e ideología).24
Uno de los aportes centrales a partir de los cuales se produjo esa incorpo­
ración tuvo que ver con el reencuentro con los textos de Gramsci. Este no elaboró
un concepto operativo definido de modo unívoco para nombrar la dimensión cultu­
ral, pero usaba términos como “concepción del mundo” y “sentido común” para
m anifestar la contradicción entre la “concepción del mundo”, en gran parte implí­
cita, propia de las clases subalternas y la cultura hegemónica.
El marxismo de raíz gram sciana enfatiza el carácter de clase de toda cultu­
ra. Tenemos un ejemplo de este tipo de posición en L.M. Lombardi Satriani, estu­
dioso del folklore italiano, en cuyas canciones, dichos y relatos populares busca las
huellas de la oposición y la peculiaridad de las clases subalternas.
Según Lombardi Satriani (1978),la concepción m aterialista de la historia
considera que toda cultura es cultura de clase, originada en “últim a instancia” en
la base económica.
La “cultura universal” por tanto, es una cultura de clase, expresión de los
valores de la clase dominante o útiles para ella. A tal cultura, que asume un papel
hegemónico, se contrapone la cultura de la clase subalterna, portadora de otros
valores, que han quedado vivos en las producciones literarias.
Como destaca M artín Barbero (1987) “lo que se empieza a producir es un
deseentramiento del concepto mismo de cultura, tanto en su eje y su universo
semántico como en el pragmático, y un rediseño global de las relaciones cultura/
pueblo y pueblo/clases sociales”: la cultura aparece recuperada, ahora, como espa­
cio de hegemonía.25 El aporte de algunos historiadores dedicados al medioevo o a
los siglos XV y XVI, como Le Goff o Cario Guinzburg, fue igualmente im portante,
en tanto han analizado la dinámica de permanencia, resistencia, intercambios,
propia de los procesos culturales de las clases subalternas de esa época.
El concepto de hegemonía —a partir de Gramsci—, perm itía reintroducir los
sujetos en esta cuestión: para que la cultura de la clase dominante pudiera apa­
recer como “cultura universal”, expresión de su hegemonía, no bastaba la imposi­
ción externa: debían estar representados, también —de alguna m anera—, los in­
tereses de las clases subalternas. En este sentido, los trabajos más recientes
complejizan el movimiento bastante esquemático “cultura hegemónica que trata de
imponerse vs. cultura subalterna que se resiste” que se deduce del texto de Lombardi
Satriani.
Amalia Signorelli, antropóloga, también italiana, en un interesante estudio
sobre la generalizada dispersión de las relaciones clientelares en Italia (relaciones
sociales que se apoyan, según esta autora, en la existencia de una cultura clientela/'),
se plantea cuál es la relación entre estructura social (en este caso la estructura
social clientela, a través de la cual se asignan recursos económicos fundam entales
para la reproducción social de los individuos y las familias) y esa cultura clientelar

401
(el sistema de conocimientos, valores y códigos conexos con las prácticas clientelares;
qué sentido tiene la clientela para cada uno de los que participan).
Y se pregunta: esta dimensión cultural: ¿será una fastidiosa superestructura
que se puede dejar de lado? De ninguna manera: “nace de y por las relaciones que
constituyen la estructura del sistema, del cual es el mapa más atendible y fidedig­
no”.
Como sintetiza García Canclini,
“estamos entonces ante un tipo especial de producción...fenómenos que con­
tribuyen mediante la representación o reelaboración simbólica de las estructuras
materiales, a comprender, reproducir, transformar el sistema social..."(G.Canclini,
1985)
Apoyándose también en esa característica de producción en proceso que
tendrían los procesos culturales, la antropóloga brasileña Eunice Durham nos
propone evitar el uso (que hacen autores como Geertz) de metáforas que se apoyan
en el lenguaje y nos dice que
“la dinámica de la relación entre estos “objetos culturales” y la práctica colec­
tiva puede aprehenderse más fácilmente si utilizamos, en lugar de la metáfora del
lengueye, la del trabajo: así como los bienes materiales resultantes del trabajo social
encierran un trabajo muerto que puede ser reincorporado a la actividad productiva
sólo a través de un trabajo vivo, así también los sistemas simbólicos forman parte
de la cultura en la medida en que son constantemente utilizados como instrumento
de ordenación de la conducta colectiva, esto es, en la medida en que son absorbidos
y recreados en las prácticas sociales” (Durham, 1984).
Durham, evocando a Geertz, nos dice que los sistemas simbólicos son mode­
los en la doble acepción del término: por un lado, representaciones en sentido
propio (modelos de la realidad social), y por el otro, simultáneamente, orientacio­
nes para la acción (modelos para el comportamiento social). Pero, a diferencia de
Geertz, prioriza (por encima de los modelos) el proceso de su continua producción,
utilización y transformación en la práctica colectiva.
En estos desarrollos recientes en torno de la conceptualización de la cultura,
ha sido fundamental la influencia de la historiografía social inglesa: nos referimos,
principalmente, a la figura de E.P.Thompson,28 a Raymond Williams, y a antropó­
logos vinculados teóricamente con esta línea como Paul Willis.
Estos autores resultan importantes por el esfuerzo que realizan por recupe­
rar el carácter originario de los textos de Marx, previo al endurecimiento economi-
cista vulgar y determinista que fueron acumulando a lo largo del tiempo.
En la tradición marxista, el concepto de cultura se asimiló, en algunos casos,
a ideología, o se lo pensó como equivalente de superestructura. Uno de los puntos
complejos y en los que se han apoyado muchas de las derivaciones deterministas,
fue, justamente, la metáfora base-superestructura, cuyos problemas han sido pues­
tos de relieve críticamente por Thompson (Thompson, 1992).
“Lo que estoy poniendo en cuestión no es la centralidad del modo de produc­
ción (y las correspondientes relaciones de poder y propiedad) para una teoría mate­
rialista de la historia. Estoy poniendo en cuestión....la idea de que es posible describir
un modo de producción en términos “económicos" dejando a un lado como elementos

402
secundarios (menos "reales”) las normas, la cultura, los conceptos críticos alrededor
de los cuales se organiza el modo de producción...
... Las relaciones de producción, en las sociedades modernas, encuentran su
expresión en la formación y lucha..de clases. La clase, en la tradición marxista, es
(o debería ser) una categoría histórica, que describe a las personas relacionándose
unas con otras en el transcurso del tiempo, el modo en que adquieren consciencia de
sus relaciones, se separan, se unen, entran en conflicto, forman instituciones y trans­
miten valores en términos de clase.
Por lo tanto, la clase es una formación “económica” y también es una forma­
ción “cultural”: es imposible dar prioridad teórica a un aspecto sobre el otro. De lo
que se sigue que la determinación de última instancia” puede abrirse paso tanto a
través de las formas culturales como de las económicas. Lo que cambia, cuando el
modo de producción y las relaciones de producción cambian, es la experiencia de los
hombres y mujeres vivos”.
Léanse correctamente estas afirmaciones: Thompson no cuestiona la centra-
lidad del modo de producción, sino las lecturas economicistas restringidas de lo
económico.
Consecuentemente, plantea que las relaciones de producción encuentran su
expresión en la formación y lucha de clases.
Pero las clases sociales no son, en este enfoque, un principio para clasificar
a la población en estratos o capas. Son una categoría histórica, forjada en un
proceso constituido por la experiencia de los hombres. Una clase, nos dirá Thomp­
son, es al mismo tiempo una formación económica y una formación cultural, y ya
hemos visto que para él, no son menos reales las normas y la cultura alrededor de
los cuales se organiza un modo de producción.
Este es nuestro principal soporte para lo que desarrollaremos ahora, que
intenta ser una aproximación a la forma en que se usa, antes que como se define,
cultura en textos antropológicos e históricos producidos recientemente.
La síntesis que realizamos tiene como puntos de partida textos de Sariego,
Thompson, A.Signorelli, G.Canclini y E.Durham.27 Los mismos no fueron escritos
“para definir” cultura, sino que se valen del concepto o tratan problemas especí­
ficos vinculados con el mismo.
Cuando estos textos se refieren a cultura,
1) aluden al mayor espacio en los procesos de significación,
lo cual equivale a abarcar el universo de las significaciones, y las con­
cepciones del mundo;
o, como sintetiza Signorelli, es el sistema cognitivo-valorativo sobre el
que se funda el sentido (significado y valor) que el actuar humano tiene
para los sujetos interactuantes, así como los sistem as simbólicos por
medio de los cuales los sujetos sociales expresan este sentido.
2) Esta producción de sentido, inserta en estructuras m ateriales, es un tipo
particular de producción, la representación o reelaboración simbólica de
las estructuras materiales.
3) Se trata de un conjunto de respuestas, producto de un proceso histórico;
4) Se expresa en instituciones y prácticas sociales;

403
5) es un proceso social de identificación; la cultura es un proceso de defi­
nición de una identidad social frente a otras, que se modifica en la
medida en que esas otras configuraciones culturales cambian en el es­
pacio y en el tiempo.
7) contribuye a reproducir el sistema social, pero también a comprenderlo
y transformarlo.
8) Cuando a este proceso social (al que podemos llamar cultura) se le in­
troducen las distribuciones específicas del poder y su influencia, habla­
mos de hegemonía (o lo hegemónico) (remitimos a R.Williams).
Los autores que hemos sintetizado se refieren, en general (dado que traba­
jan sobre nuestra sociedad), a culturas de clase:2*
Por ejemplo, cuando Sariego habla de cultura obrera, la entiende como una
cultura de clase o sea:
a) un conjunto de respuestas históricas derivadas de la posición de clase
que implican sistemas de valores, modelos de comportamiento y formas
de vida que apuntan implícita o explícitamente hacia una visión del
mundo y de las relaciones sociales distinta y alternativa a las de las
otras clases:
b) la cultura obrera se expresa en instituciones y prácticas sociales.
c) la experiencia común y compartida de los obreros crea lazos de identidad
y conciencia de clase, lo que se expresa en prácticas culturales.
Por fin, queremos rescatar la visión de la cultura de un antropólogo inglés,
Paul Willis.29 Primero, porque se aproxima teóricamente a estos desarrollos de los
historiadores ingleses a los que hemos hecho referencia. Luego, porque vuelve a
instalarnos en la problemática de la vinculación, en la antropología, entre la forma
en que se conceptualiza la cultura y el proceso investigativo, en tanto considera
que la etnografía es el modo en que se puede conocer el nivel de lo cotidiano en
el que se despliega lo cultural.
Por último, por la forma activa, de apropiación y recreación, que caracteriza
a la relación entre sus actores: los adolescentes y su cultura de clase.
Los jóvenes con los que realiza su estudio desarrollan —en el contexto de la
escuela secundaria a la que asisten— una actividad de oposición y resistencia a la
propuesta escolar. Willis muestra cómo este comportamiento —propio de “barri­
tas”—, tiene que ver con la “cultura de fábrica”, a la que accederán cuando se
incorporen, al abandonar la escuela, al mundo del trabajo.
Aquí se desplegará el modelo cultural de “fracaso” de la clase obrera, que
según el análisis de Willis, es bastante diferente y discontinuo de otros modelos.
Esa cultura de clase, presente en los grupos contra-escolares, así como en las
fábricas, según Willis,

404
“...esta cultura de clase no es un modelo neutral, ni una categoría mental, ni
un sistema de variables enfrentado con la escuela desde el exterior...
Comprende experiencias, relaciones y conjuntos de tipos sistemáticos de re­
laciones que no sólo establecen un conjunto de “opciones” y “decisiones” concretas en
momentos concretos, sino que también estructuran de manera real y experimental
la forma en que se realizan y definen en primer lugar esas acciones...”
Experiencias, conjuntos de opciones, estructuración real: estamos lejos, aquí,
de la recepción pasiva de un conjunto de pautas heredadas (como las que postulaba
la teoría clásica de la cultura). Es el “hacer colectivo” de los hombre el que recrea­
rá, se apropiará y transformará...eso que llamamos cultura.

405
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1 VALENTINE, G., 1972, pág. 13.
2 LINTON, RALPH, 1942, Cap. 5.
3 RICHARDS, A., 1974.
4 MALINOWSKI, B., 1922, pág. 28. Subrayados nuestros.
5 LINTON, R., op. cit., págs. 318-19.
6 En un trabajo anterior (Neufeld, M. R., 1986) planteamos, por una parte, esta falta de
univocidad del concepto de cultura, en tanto aparece como herram ienta heurística o modo de ver los
hechos sociales. En este sentido, su contenido está ligado a posiciones teóricas más generales, que a su
vez deben ser contextuadas en las particulares circunstancias teóricas, económicas y políticas en las
que se desarrollan. En este texto, planteamos que el concepto de cultura se “construye”, idea que
retomamos aquí.
7 WILLIAMS, E., 1980, pág. 21.
8 BARBERO, MARTÍN, J„ pág. 17, 1987.
9 Realizó expediciones al Ártico, la primera de ellas en 1883 y conoció profundamente la costa
Noroeste de A. del Norte, en donde recolectó asiduamente mitos e historias, así como se dedicó a
problemas de organización social, antropología física, etcétera.
10 En este sentido, debemos destacar que en la Argentina la antropología siguió otros rumbos
(orientada por arqueólogos y etnólogos histórico-culturales), y m ientras que hubo una im portante in­
cidencia de la sociología norteam ericana vinculada a T. Parsons, etc., el conocimiento de la antropología
norteam ericana fue tardío, en realidad posterior a 1960. En Mesoamérica, México y el área andina, en
cambio, buena parte de la investigación empírica fue realizada por norteamericanos o bajo su influencia
teórica.
11 LINTON, op. cit., pág. 109.
12 HERSKOVITS, 1969, pág. 53.
13 LINTON, op. cit., pág. 115.
14 KARDINER y otros, op. cit., 1945.
15 LINTON, op. cit., pág. 269.
16 KROEBER lo hacía en un artículo que se hizo famoso, publicado en 1917, “Lo superorgánico”,
ver Kroeber, 1917, en Kahn, 1979.
17 HENRY, J , 1967.
18 HENRY, op. cit., pág. 13.
19 Algunos autores, como el mencionado Despres, se preocuparon por dem ostrar que desde la
época de Sir Henry Maine, que publicara Village Comrnunities in the East and West en 1871, se habían
multiplicado los estudios antropológicos en sociedades “complejas”: los más conocidos eran los de los
Lynd sobre una pequeña ciudad americana (1929), el estudio de Horace Miner en el Canadá francés
(1939), o Arensberg y Kimball, acerca de las familias irlandesas (1940).
20 En ese momento, la Asociación Norteamericana de Antropología comisionó a Redfield, Linton
y Herskovits, que delimitaron el concepto de aculturación: “comprende aquellos fenómenos que resultan
cuando grupos de individuos de culturas diferentes entran en contacto, continuo y de prim era mano,
con cambios subsecuentes en los patrones culturales originales de uno o de ambos grupos”. Aculturación

40 ^
debía ser distinguida de cambio cultural, del cual es sólo un aspecto, y de asimilación, que es, a
intervalos, una fase de la aculturación.
21 Además de Cinco familias: antropología de la pobreza (1961), LEWIS, O., publicó otras
obras: Los hijos de Sánchez (1966), y La vida (1966), entre otras.
22 KEESING, pág. 1.
23 GEERTZ, C., 1987, pág. 20.
24 Este aspecto ha sido trabajado por E. Durham (1984).
25 “Hegemonía" fue definida tradicionalmente como dirección política. Pero a partir de Gramsci,
se distingue claram ente entre dominio, que se expresa en formas directamente políticas, y muchas
veces a través de la coerción directa, de la hegemonía: ésta, como señala Williams, es un proceso, un
complejo efectivo de experiencias, que no se producen de modo pasivo como una forma de dominación.
Debe ser continuam ente renovada y recreada, así como permanentemente es resistida y limitada
(Williams, 1980).
26 RAYMOND WILLIAMS, autor de Culture and society, 1958, Marxismo y literatura (1977),
y muchas otras obras, ha trabajado principalmente en problemáticas vinculadas con la literatura,
abordando críticam ente las nociones de base, superestructura, determinación, hegemonía. Perteneció,
al igual que Thompson, a la New Left Review. Thompson, fallecido en 1992, fue autor de The making
of the English Working-class (1964) y sus posturas han generado un importante debate en la historia
y las ciencias sociales. Su influencia sobre la antropología actual es visible (así como él mismo muestra
un aporte notable de lecturas de la antropología social.
27 SARIEGO, 1987; SIGNORELLI, 1983; THOMPSON, 1979.
28 THOMPSON, E. P., se refiere a las clases señalando que acaecen al vivir los hombres y las
mujeres sus relaciones de producción y al experimentar sus situaciones determ inantes, dentro “del
conjunto de relaciones sociales”, con una cultura y unas expectativas heredadas, y al modelar estas
experiencias en formas culturales (Thompson, E. P., 1992).
29 WILLIS, PAUL, pertenece al Center for Contemporary Cultural Studies (CCCS) de la Univ.
de Birmingham, que ha analizado cuestiones de contracultura, hegemonía, resistencia, etc. sobre todo
en el contexto de la sociedad inglesa. Es autor de Profane Culture, un estudio de las subculturas de
jóvenes y Aprendiendo a trabajar, un estudio sobre jóvenes de la clase obrera y su relación con la
escuela y el trabajo.

408
ÍNDICE

Nota prelim inar.................................................................................................................. 7


LA ANTROPOLOGÍA COMO DISCIPLINA CIENTÍFICA................................. 9
M irtha Lischetti
I. Caracterización de la Antropología como ciencia................................... 11
II. Situación histórica y conocimiento en Antropología............................ 19
II. 1. El modelo antropológico clásico....................................................... 31
II. 2. La antropología contemporánea y la descolonización............. 52
B ibliografía...................................................................................................................... 63
N o ta s.................................................................................................................................. 63

PRINCIPALES CORRIENTES TEÓRICAS EN ANTROPOLOGÍA................ 67


I n t r o d u c c ió n ......................................................................................................................... 69
E. Gurevich
E l s i g l o d e l a s l u c e s : El d ie c io c h o ............................................................................. 73
M. Tacca
Introducción.................................................................................................................. 75
Las ideas principales................................................................................................ 76
La antropología Ilum inista..................................................................................... 80
Bibliografía consultada............................................................................................. 84
E l s i g l o XIX: O r d e n y P r o g r e s o .................................................................................. 85
M. Tacca
Introducción.................................................................................................................. 87
Europa después de la Revolución Francesa: Situación histórica y
política............................................................................................................................. 88
Las corrientes de pensamiento:Romanticismo y Positivismo...................... 91
La idea de progreso................................................................................................... 98
El pensamiento evolucionista................................................................................ 101
La antropología evolucionista: Morgan y Tylor................................................ 103
Bibliografía................................................................................................................... 105
M aterialismo H istórico...................................................................................................... 107
M. F. Hughes y M. Tacca
Introducción.................................................................................................................... 109
Del Idealismo al M aterialism o............................................................................... 110
La dialéctica del modo de producción................................................................... 115
El espejismo del capitalismo.................................................................................... 117
Bibliografía..................................................................................................................... 120
Antropología social inglesa: La teoría funcionalista............................................ 121
L. Sinisi
I. Introducción....................................................................................................... 123
II. Contexto histórico y político........................................................................ 124
III. Antecedentes epistemológicos...................................................................... 126
III. 1 El funcionalismo de Malinowski: aspectos teóricos............... 127
III.2 Aspectos metodológicos......................................................................... 129
IV. Rupturas y continuidades con la escuela evolucionista................... 131
V. El enfoque estructural funcionalista........................................................ 132
V .l Características generales...................................................................... 132
V.2 Nuevas categorías................................................................................... 132
V.3 M etodología................................................................................................ 134
VI. Aproximaciones críticas................................................................................. 135
Bibliografía..................................................................................................................... 136
Notas ................................................................................................................................ 137
E l particularismo histórico.............................................................................................. 139
Claudia E. Hernández Soriano y María Josefina Martínez
I. Introducción..................................................................................................... 141
II. Franz Boas: un antropólogo que hace escuela..................................... 142
III. Un alemán en los Estados U nidos........................................................... 143
IV. Teoría de la cultura........................................................................................ 145
V. Críticas al evolucionismo.............................................................................. 146
VI. Discípulos y derivaciones............................................................................. 148
VII. C ríticas................................................................................................................. 149
VIII. Comentario final............................................................................................... 150
Bibliografía..................................................................................................................... 152
N ota..................................................................................................................................... 152
E structuralismo.................................................................................................................... 153
Estela D. Gurevich, Susana Jáuregui y Laly Longobardi
El estructuralismo en Antropología............... ...................................................... 155
Situación histórica....................................................................................................... 155
Antecedentes teóricos. Continuidades y rupturas........................................... 156
¿Qué es estructura para Lévi Strauss?............................................................... 160
¿En qué reside la originalidad del estructuralismo?...................................... 162
Aportes.............................................................................................................................. 162
Críticas.............................................................................................................................. 163
Bibliografía...................................................................................................................... 165
N o ta s................................................................................................................................... 165

410
i
Teorías contemporáneas en antropología.................................................................... 169
Liliana Sinisi
I. El replanteo de los años sesenta............................................................. 171
I. 1 La Antropología Simbólica................................................................. 172
I. 2 Ecología Cultural.................................................................................. 172
I. 3 La Nueva Etnografía........................................................................... 173
II. Los años setenta y la relación entre antropología ymarxismo.... 174
II. 1 El Marxismo Estructural................................................................... 174
II.2 La Escuela de la Economía Política............................................. 175
III. La antropología intepretativa................................................................... 176
IV. Las nuevas perspectivas en antropología............................................. 177
IV. 1 Teoría de la Práctica y la Perspectiva delActor............ 177
IV.2 La Antropología Postmoderna......................................................... 177
Bibliografía................................................................................................................... 179
Notas .............................................................................................................................. 179

PROCESOS DE CONFORMACIÓN DE LA IDENTIDAD ÉTNICA EN


AMÉRICA LATINA........................................................................................................... 181
N. Fraguas y P. Monsalve
Un problema antropológico: la construcción de la otredad.......................... 183
La dinámica de la identidad étnica..................................................................... 183
América y Europa en la época de la conquista............................................... 187
Los pueblos de Am érica.......................................................................................... 188
América A ndina.......................................................................................................... 190
Mesoamérica................................................................................................................. 191
El impacto de la conquista..................................................................................... 193
Grupos étnicos en la Argentina............................................................................ 197
El Potrillo, un pueblo W ichi.................................................................................. 200
Bibliografía................................................................................................................... 206

NATURALEZA Y CULTURA........................................................................................ 207


N aturaleza y cultura....................................................................................................... 209
Mirtha Lischetti
La obra de Darwin: Ciencia, poder y visión del mundo.............................. 212
El siglo XX: la biología y la historia.................................................................. 216
La biologización de las representaciones de la sociedad............................ 221
Naturaleza y Cultura............................................................................................... 226
Bibliografía................................................................................................................... 231
N otas................................................................................................................................ 232
La sociobiología.................................................................................................................. 233
María Cristina Chiriguini
Introducción.................................................................................................................. 235
I. Bajo el prisma de la sociobiología........................................................... 236
II. Fundamentos científicos de la sociobiología......................................... 240
. La etología....................................................................................................... 240

411
La adecuación inclusiva: solución a una p arad o ja............................. 244
III. Aproximaciones a la diversidad hum ana............................................. 245
Sistemas de parentesco...................•............................................................ 245
El tabú del incesto........................................................................................ 247
La hom osexualidad....................................................................................... 247
IV. Sobre la “naturaleza” de la naturaleza h u m an a...................... 249
N uestra propuesta......................................................................................... 250
B ibliografía................................................................................................................... 252
N ota.................................................................................................................................. 252
V io le n c ia y s o c ie d a d e n e l f in j e s i g l o ........................................................................ 253
Patricia Monsalve
Naturalizando la violencia...................................................................................... 257
De eso no se h a b la .................................................................................................... 260
Bibliografía................................................................................................................... 262

EL PROCESO DE HOM INIZACIÓN. ASPECTOS BIOLÓGICOS Y


CULTURALES.................................................................................................................... 263
Tapia, A., Pinotti, L., Icasate, E.
1. ¿Cuál es el origen del hombre?.................................................................... 265
1.1. La Antropología y la cuestión de los orígenes................................ 265
2. El engranaje evolutivo de las formas devida y el surgimiento del
hom bre............................. ...................................................................................... 267
2.1. A lgunas herram ien tas conceptuales sobre el origen de la
v id a.................................i.............................................................................. 267
¿A qué llamamos v id a?.......................................................................... 267
¿Cómo se explica el origen de la vida ? ........................................... 268
¿Cuándo surge la vida ? ......................................................................... 268
¿Cómo se viene haciendo la vida ? .................................................... 269
2.2. Interpretando los hechos........................................................................ 273
3. Mecanismos evolutivos.................................................................................... 276
3.1. ¿C uáles son las fuerzas que han im pulsado el proceso
evolutivo?..................................................................................................... 276
3.2. El problema de la especiación.............................................................. 278
¿Qué es una especie?............................................................................... 278
A lgunas viejas y n uevas ideas sobre el origen de las
especies........................ ............................................................................... 278
4. Nuestro linaje prim ate..................................................................................... 283
4.1. El orden de los primates; características comunes y ten­
dencias adap tativ as................................................................................. 283
4.2. Reconstruyendo el árbol filogenético.................................................. 284
4.3. Los últimos cuatro millones de añ o s................................................. 288
5. Características fundamentales dellinaje homo....................................... 299
5.1. Locomoción bípeda y d ie ta ..................................................................... 299
¿Cómo actuó la selección?...................................................................... -302
5.2. ¿Cómo se produjeron los cambios?...................................................... 307
5.3. Conducta no espereotipada................................................................... 309

412
5.4. Im portancia de la sexualidad continua en la especie h u m an a. 310
5.5. Com partir la comida................................................................................ 3 11
6. El comienzo del comportamiento cultural................................................. 313
6.1. La cuestión del u m b ral.......................................................................... 313
6.2. ¿Qué im portancia adquiere el uso y confección de a rte ­
factos en el proceso de hom inización?.............................................. 317
6.3. La forma de vida de los primeros hom ínidos................................. 318
7. Origen del hombre m oderno................ :........................................................ 321
7.1. Perspectivas de la Biología Molecular: el Modelo R egional...... 322
7.2. La Paleontología y el Modelo M ultirregional.................................. 323
7.3. Estado actual del debate........................................................................ 323
Bibliografía................................................................................................................... 325
N o tas............................................................................................................................... 328

PODER, RACISMO Y EXCLUSIÓN.......................................................................... 327


Liliana Mazettelle y Horacio Sabarots
1. Introducción........................................................................................................ 329
2. Tras las huellas del racism o....................................................................... 331
2.1. La irrupción del nuevo m undo......................................................... 333
2.2. El hombre como mercancía, el colorcomo estigm a.................... 334
2.3. La Ilustración: la diferencia to lera d a............................................ 335
2.4. Creacionismo: monogenistas versus poligenistas........................ 337
2.5. Posturas racistas en la etapa pre-darw inista.............................. 337
2.6. El impacto del evolucionismo........................................................... 338
2.7. El darwinismo social........................................................................... 339
2.8. La cosificación de la inteligencia.................................................... 340
2.9. La teoría de la recapitulación.......................................................... 341
2.10. Lombroso y el criminal n a to ............................................................. 341
2.11. La eugenesia........................................................................................... 342
2.12. Los tests de inteligencia: el inicio................................................... 343
2.13. La utilización de los tests de inteligencia en los Estados
U nidos.................. ..............................•....................................................... 343
2.14. El estudio de los gem elos.................................................................. 346
2.15. El racismo institucionalizado: el nazism o.................................... 346
2.16. Los movimientos an tirracistas y las reacciones conserva­
doras............................................................................................................ 347
3. ¿Qué es la ra z a ? ................................................................................................ 349
3.1. Introducción.............................................................................................. 349
3.2. Clasificaciones tradicionales de r a z a .............................................. 349
3.3. Aportes recientes a la problemática de las ra z a s ...................... 351
3.4. Conclusión ................................................................................................ 353
4. El racismo como problemática científica................................................... 354
4.1. Un campo de análisis controvertido............................................... 354
4.2. Racismo y etnocentrism o.................................................................. 357
4.3. Racismo y prejuicios........................................................................... 360
4.4. Racismo y etnicidad............................................................................ 361
4.5. Racismo, discriminación y exclusión................................................ 364
4.6. Nuevas realidades, nuevas violencias............................................. 366

413
5. Algunas orientaciones y tendencias teóricas......................................... 369
5.1. El estudio de las relaciones ra ciales.............................................. 369
5.2. La dimensión subjetiva del prejuicio.............................................. 370
5.3. El racismo como ideología y acción política.................................. 373
B ibliografía.................................................................................................................. 379

CRISIS Y VIGENCIA DE UN CONCEPTO: LA CULTURA EN LA ÓP­


TICA DE LA ANTROPOLOGÍA.................................................................................. 381
María Rosa Neufeld
1. “C ultura”, un concepto incorporado al sentido com ún........................ 383
2. Centralidad y polisemia del concepto de cu ltu ra................................. 384
3. Los problemas de investigación de la antropología clásica y elcon­
cepto de cu ltu ra 386
4. La “construcción” del concepto de cu ltu ra.............................................. 388
5. El concepto clásico de cu ltu ra..................................................................... 393
6. El concepto de cultura y las “sociedades complejas” .......................... 397
7. Descartemos el concepto de cultura... m uerte y resurrección de un
concepto................................................................................................................. 400
Bibliografía.................................................................................................................. 406
N o tas............................................................................................................................... 407

414
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MARZO DE 2001

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