El Mundo Es Ancho y de Muchas

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El mundo es ancho y de muchas: desajuste

del cuerpo femenino en la narrativa de viaje de las


escritoras latinoamericanas en el siglo XXI

The world is wide and belongs to many: maladjustment


of the feminine body in Latin American women
writers’ travel narrative from the 21st century

yanna Hadatty MoRa


Universidad Nacional Autónoma de México
Ciudad de México, México

DOI: https://doi.org/10.32719/13900102.2020.48.5

Fecha de recepción: 6 de febrero de 2020


Fecha de aceptación: 16 de abril de 2020

KipuS, n.º 48 (julio-diciembre 2020), 65-89. ISSN: 1390-0102; e-ISSN: 2600-5751


RESUMEN
En el contexto de una reflexión acerca de las relaciones entre género, viaje y escritura, Ya-
nna Hadatty sugiere que para las autoras latinoamericanas contemporáneas (nacidas entre
los años sesenta y setenta), el viaje realizado por exploración personal dentro de un marco
semiautobiográfico resulta una temática central. A partir de la revisión de algunas novelas
publicadas en el curso del presente siglo, la autora señala que en el XXI aparece como
constante en la escritura de mujeres la representación del cuerpo femenino en desajuste y
de viaje. Particular atención dedica Hadatty a la lectura de Volverse palestina (2013), crónica
de viaje de la chilena Lina Meruane y Body Time (2003), de la ecuatoriana Gabriela Alemán,
leída en clave de “campus novel” feminista.
Palabras clave: Ecuador, Chile, relatos, viaje, cuerpo femenino, viaje, escritura de mujeres,
crónicas, campus novel.

ABSTRACT
In the context of a discussion on the relations between gender, travel and writing, Yanna Ha-
datty suggests that for contemporary Latin American women authors (born between the 1960s
and 1970s), the journey undertaken for personal exploration within a semi-autobiographical
framework appears as a central theme. Based on a review of a number of novels published in
the course of this century, the author points out that in the 21st century, the representation of
the female body, travelling and in disparity, appears as a constant in women’s writing. Hadatty
devotes particular attention to the reading of Volverse Palestina (2013), a travel chronicle by
Chilean Lina Meruane, and Body Time (2003), by Ecuadorian Gabriela Alemán, read as a
feminist “campus novel”.
Keywords: Ecuador, Chile, stories, travel, body feminine, women’s writing, chronicles, campus
novel.

GÉNERO, VIAJE, ESCRITURA

ATÁVICAMENTE, UNA MARCA de género implícita invistió durante mu-


cho tiempo a la literatura de viajes, fuera cual fuera la forma que adoptara:
epistolario, crónica o novela; marca que impedía disociar la idea de los
viajeros reales o ficticios, con un sujeto masculino. De los viajes de Mar-
co Polo a la novelística de Julio Verne, de Emilio Salgari a Ryszard Ka-
puscinski, de Homero a Paul Bowles, fueran los viajeros el histórico Cris-
tóbal Colón o el ficticio Gulliver, escuchar o leer el recorrido del mundo
respondía a la expectativa generalizada del recorrido de un hombre —o de
un grupo de hombres— por diversas latitudes del planeta. Por excepción
se leía a ciertas mujeres viajeras, a veces poseedoras de título nobiliario o
vinculadas familiarmente con viajeros e intelectuales. Es decir, habilitadas

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por su pertenencia a una élite social para realizar el viaje y documentarlo.


Aún en nuestros días, responsabilidad de mercados del libro o de su mer-
cadotecnia, de editores y académicos, una rápida búsqueda de los concep-
tos ‘literatura de viajes’, ‘novela de viajes’, ‘crónica de viajes’, nos devuelve
muchas veces a ese preconcepto de constricción genérica.
Sin embargo, la relación entre viajeras y relato de viaje crece os-
tensiblemente y obliga a transformar el concepto hacia nuestros días en
la medida en que el desplazamiento resulta un asunto determinante en
la narrativa contemporánea de las escritoras, propio de una humanidad
en movimiento más que privativo de un género; humanidad que cruza
fronteras, se exilia, se refugia, migra por trabajo o estudio, viaja por razo-
nes diversas, y que, al hacerlo, compara, describe, recuerda, escribe. En la
actualidad los estudios sobre escritos de viajeras, en femenino, son objeto
por igual de disciplinas como la historia intelectual, los estudios culturales,
la literatura comparada, las relaciones internacionales, la historia cultural,
la historia del arte; sobre ese tema se fundan seminarios de investigación,
líneas de estudio, colecciones, proyectos de rescate. En esta revisión con-
temporánea, muchos trabajos recuperan textos soslayados de siglos atrás,
y reescriben poco a poco la historia y la historiografía disciplinarias. No
solo aquellas que por condiciones socioeconómicas pudieron viajar en el
siglo XIX (Mme. de Stäel, la marquesa Calderón de la Barca), sino las exi-
liadas, las refugiadas, las desplazadas, las trabajadoras migrantes de todas
las épocas, ellas son ahora quienes cuentan sus vidas al tomar la palabra de
manera directa o con voz prestada, pues sus trayectorias han concitado el
interés suficiente para ser narradas. No se trata de un inicio en el siglo XXI,
habría que recordar que ya en 1978 la mexicana María Luisa Puga retra-
taba la Kenia de su tiempo en Las posibilidades del odio, en 1979 la argen-
tino-colombiana Marta Traba publicaba Homérica Latina, y en 1984 la
uruguaya Cristina Peri Rossi editaba una obra que probablemente disputa
a Rayuela (1963) el título de máxima novela del exilio y la posvanguardia
experimental dentro del boom latinoamericano: La nave de los locos. Traer a
colación también que en un texto de 1985, a propósito de la ya entonces
trágicamente fallecida Traba, afirma Elena Poniatowska, en una asevera-
ción colectiva sobre las escritoras latinoamericanas de varias generaciones
que publicaron durante los años setenta y ochenta, que las vincula inevita-
blemente el exilio, voluntario o forzoso:

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Marta Traba se la vivió superponiendo exilios, pero me pregunto, ¿no


somos todas las latinoamericanas unas exiliadas? Isabel Allende es chi-
lena y vive en Venezuela; Silvia Molloy, Elvira Orphee, en Estados Uni-
dos; Luisa Valenzuela, argentina, primero en México y luego en Nueva
York; Julieta Campos nació en Cuba; Rosario Ferré, puertorriqueña, va
y viene a caballo sobre dos países; mi apellido no es precisamente
chichimeca; Elena Garro se refugió en París, y Clarice Lispector, ucra-
niana, fue a dar a Brasil y acabó quemándose la mitad de la cara con un
cigarro olvidado en la cama; Rosario Castellanos murió sola en Israel,
electrocutada por una lámpara doméstica. ¿No somos, a veces, como
me lo escribió Rosario Ferré en una carta, un jironcito de hilo? (57-8)

Por lo hasta aquí señalado, es de esperar que la emergencia de la


escritura de mujeres combata a lo largo del siglo XX con la reformulación
o el cambio de signo de símbolos convencionalmente asumidos por las
escrituras patriarcales. Entre ellos, con los predominantes: la casa, la fami-
lia, la pareja, el rol social, la corporeidad, la institución literaria. Quizá por
ello con mayor visibilidad y violencia, el cuerpo, ese espacio innegable de
diferenciación e individuación, representado como espacio de resistencia,
determina la escritura de las dos generaciones previas de autoras. Tales son
los casos de la brasileña Clarice Lispector (Chechelnik, Ucrania, 1920-
Río de Janeiro, 1977) en su obra más experimental, La pasión según G.
H. (1964), o de la chilena Diamela Eltit (Santiago de Chile, 1949), con
novelas como Vaca sagrada (1991) o Los vigilantes (1994). Al respecto, y
en una lectura propositiva planteada por la crítica Jo Labanyi, quien adapta
para su análisis la idea de abyección planteada por Julia Kristeva (Powers
of Horror, 1980) a la escritura política que representa la idea de la tortu-
ra (“Topologies of Catastrophe. Horror and Abjection in Diamela Eltit’s
Vaca sagrada”, 1996), la escritura de Eltit presenta la compleja relación
del cuerpo abyecto con la autorrepresentación en la mujer (tema no anali-
zado por Kristeva, por no abordar escritoras mujeres ni autores latinoame-
ricanos en su ensayo). En los casos de Lispector y Eltit, se trata de escri-
turas tensas, militantes, adheridas con claridad a las propuestas estéticas y
políticas de las denominadas generaciones de vanguardia y posvanguardia.
Por tanto, y aunque pareciera por la cantidad de trabajos dedicados
al tema que el manejo determinante de la representación corporal y el viaje
en la escritura de mujeres latinoamericanas resulta una marca del siglo XXI,
habría que reconocer que no lo es. Quizá la novedad estribe en mencionar
que para las autoras latinoamericanas de mi generación (hispanoamerica-

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nas, dicho con más propiedad, no hablaremos aquí de las brasileñas ni de las
francófonas; nacidas entre los años sesenta y los setenta), el viaje realizado
por exploración personal dentro de un marco semiautobiográfico resulta
una temática central, quizá tan importante como la que ahora y desde hace
una década se encuentra sobrerrepresentada: la temática del cuerpo. Escri-
toras tan diversas como la narradora ecuatoriana Gabriela Alemán (Río de
Janeiro, 1968), las mexicanas Cristina Rivera Garza (Matamoros, 1964)
y Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973), la chilena Lina Meruane
(Santiago de Chile, 1970), las argentinas Leila Guerriero (Junín, 1967),
Lucía Puenzo (Buenos Aires, 1976) y Selva Almada (Villa Elisa, Entre
Ríos, 1973); las peruanas Julia Wong (Chepén, 1965) y Claudia Salazar
Jiménez (Lima, 1976); la boliviana Giovanna Rivero (Montero, 1972), se
caracterizan porque su obra de ficción y no ficción está marcada por el des-
plazamiento físico y sus tensiones como asunto determinante y definidor de
la identidad de sus personajes. Tal vez incluso (si estos asuntos fueran cuan-
tificables) tanto como por la representación corporal. Recorriendo a vuelo
de pájaro algunas de sus obras, en las ficciones publicadas, por ejemplo, por
Lina Meruane a partir del año 2000, se ha estudiado la diabetes y la dismi-
nución visual derivada de esta enfermedad degenerativa que la autora pade-
ce en la realidad como determinante de la anécdota y de su significado en la
premiada novela Fruta prohibida (2003), sin concentrarse demasiado en su
movilidad sur-norte o en sentido contrario: Zoila del Campo viaja de Ojo
de Agua, población frutícola rural chilena ficticia o real, a una gran ciudad
de Estados Unidos, que suponemos Nueva York, para librar el control del
sistema médico sobre su cuerpo diabético, no para buscar una cura, como
planeara su hermana de padre, María, financiadora del viaje. Lo mismo
ocurre con la posible lectura de una relación norte-sur y su desplazamiento
de ida y vuelta en la novela Sangre en el ojo (2012) de Meruane, en cuya
anécdota la protagonista Lucina regresa de Nueva York a Santiago de Chile
para ser cuidada por su familia después de sufrir un derrame en el vítreo por
un movimiento brusco, y debe esperar hasta que se absorba la sangre del
ojo para volver a la ciudad norteamericana y ser operada. Por su parte, La
cresta de Ilión (2004), de Rivera Garza, tiene en su centro el descubrimien-
to a cargo de los personajes femeninos de la verdadera identidad sexual de
un protagonista, inicialmente presentado como masculino, que resulta no
serlo, según se dilucida con el avance de la acción; mientras los personajes
viajan entre las ficcionales Ciudad del Norte y Ciudad del Sur, que se ha-

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llarían entre Tijuana y San Diego, según la crítica.1 La más reciente novela
de Alemán, Humo (2017), habla del retorno de una protagonista viajera
llamada Gabriela, ecuatoriana de habla quiteña, restringida por una cojera
que disminuye o se acrecienta, que vuelve a Asunción, Paraguay, ciudad en
la que ha vivido años atrás: el recorrido presente frente al de la memoria, las
experiencias traumáticas, la ausencia del amigo muerto, junto con el bas-
tón, hacen que la Gabriela del texto recorra con dificultad y de otro modo
los escenarios de su pasado. Por su parte, en las novelas de Guadalupe
Nettel, El huésped (2006) y El cuerpo en que nací (2011), se suelen resumir
e interpretar las respectivas tramas a partir de la deficiencia visual de ambas
protagonistas, situación compartida con la autora, que las lleva a enfrentar
de otro modo su relación con la ciudad y con el mundo en etapas de infan-
cia, pubertad, adolescencia y juventud temprana. En la novela El huésped
(2006) se narra cómo, consciente de la pérdida progresiva e irreversible de
su vista, Ana, la protagonista, se ofrece para leer delante de una comunidad
de ciegos, y con ellos aprende a desentrañar una ciudad subterránea y clan-
destina, donde la invidencia opera con otras reglas mientras el monstruo
que la habita se libera y crece. En El cuerpo en que nací (2011), obra que
ha sido valorada alternativamente como relato autobiográfico o novela de
formación, la protagonista atestigua su crecimiento en medio de parches,
tratamientos y esperanzas de operación de un ojo con un problema congé-
nito, dentro de la clase media liberal de la Ciudad de México de los años
setenta y ochenta, mientras su hogar se desplaza entre Villa Olímpica y la
Colonia Roma, con estadías temporales fuera de la ciudad en un campa-
mento hippie en Hermosillo, Sonora; o, durante parte de la adolescencia,
dentro de la comunidad árabe de Aix-en-Provence, hasta que de regreso
en la Ciudad de México debe aceptar vivir permanentemente con el lunar
blanco sobre la córnea del ojo derecho que tiene de nacimiento, pues este
resulta inextirpable.2 Habría quizá que ampliar la ecuación: enfermedad,
laceración del cuerpo, movimiento, viaje y escritura de mujeres.

1. Dice al respecto Emily Hind (2005): “el protagonista de La cresta de Ilión padece la
lluvia invernal de sus tierras que parecen estar entre Tijuana y San Diego. Al dividir
la geografía de la novela entre la Ciudad del Norte y la Ciudad del Sur, Rivera rede-
fine los tradicionales conflictos filosóficos entre Este y Oeste para situar el eje entre
Norte y Sur” (42).
2. Dentro del recomendable artículo de Wolfenzon (2017) sobre las novelas de Nettel,
debería corregirse que Villa Olímpica y Tlatelolco son dos lugares completamente
alejados dentro de la Ciudad de México.

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CUERPO, CONTRAHISTORIA,
NEOLIBERALISMO, RACIALISMO

Siguiendo esta propuesta, en el siglo XXI encontramos como cons-


tante en la escritura de mujeres la representación del cuerpo femenino
en desajuste y de viaje, mediación próxima a la de un artefacto que no
funciona con la perfección esperada, pero que permite alcanzar diferentes
espacios necesarios para el desarrollo de las protagonistas, que a nivel de
interpretación general hablaría de desacomodos individuales o colectivos
frente a la estructura social, desadaptaciones, marcas personales del no
funcionamiento de un proyecto, y la generación de una nueva respuesta: la
necesidad de vencer esa insatisfacción o desacomodo abriendo la búsqueda
hacia otras posibilidades y otros mundos, lo que a nivel de la anécdota
muchas veces conlleva un cambio de horizontes. Es el caso de la exporta-
ción frutícola que caracteriza al Chile neoliberal y la visión del organismo
diabético en ese contexto como la fruta podrida que corrompe el prestigio
nacional y la maquinaria exportadora de la que habla el título de la obra de
Lina Meruane (2007), por ejemplo; y la resistencia al destino de exclusión
para el organismo imperfecto que conlleva el orden social, que se presenta
en ambas hermanas, en la una al envenenar la fruta de exportación con
cianuro (como ocurrió en la realidad durante la crisis de 1989) para dete-
ner la maquinaria de la empresa frutícola para la que trabaja, en la otra al
exportar(se) como cuerpo enfermo, que se hace pasar por sano.
Viaje y cuerpo resultan determinantes también en la lectura de Ga-
briela Alemán. Una variante, la representación sur-sur, se presenta cuando
al investigar y fabular en Humo (2017), su novela más reciente, Alemán
construye la trama, que se teje y desteje en el pasado y en el presente, en
torno a la plausible conexión entre la guerra del Chaco (Paraguay-Bolivia,
1932-1935) vista desde el lado paraguayo, el ascenso de Stroessner, la mi-
gración del inventor húngaro Ladislao Biró a Argentina, la existencia de una
colonia paraguaya de leprosos, una campaña de domesticación de ñandúes,
y la presencia de personajes ficticios que los conectan en una trama intensa
y compleja, proyectada hacia el presente por un evento cercano y real, pre-
texto y soporte de significación a la vez: la tragedia del incendio del centro
comercial Ycuá Bolaños en Asunción en 2004, y la posterior falta de pena-
lización para los responsables de ese fuego que se desvanece en el humo de
los incendios reales e imaginarios que no cesan de presentarse en dicho país,

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aun después de la vuelta a la endeble y joven democracia. La inequidad, la


impunidad, la violencia, como ejes de identidad de la cultura paraguaya,
atraviesan la representación del siglo XX y llegan al XXI en esta novela llena
de directrices que van mucho más allá de una lectura del cuerpo que cojea.
Pero resulta quizá Mongolia, de Julia Wong (2014), la ficción que
llega hasta los más lejanos confines en cuanto a los desplazamientos de
nuestras autoras. La narradora, Belinda, mujer sino-peruana3 originaria
de Huaraz, viaja hasta fijar su residencia por siete años en Macao, donde
concibe y da a luz un niño con síndrome de Down, Felipe, que muere en
circunstancias extrañas, probablemente lanzado por la misma madre desde
el balcón del departamento familiar. En el recuento de su historia, a través
de la voz de los diferentes personajes (Belinda, el hijo, el padre chino, la
madre tusán, el marido alemán), llega finalmente a Ulán Bator para alcan-
zar el desenlace de su historia: con todo el dinero que obtiene de la venta
del departamento macaense, viaja para comprar una bebé que remplace
en su vida al hijo muerto. Una vez que consigue hacer la transacción y se
queda sola con la niña, también la asesina; la novela concluye cuando Be-
linda decide quemar todas las naves y quedarse junto a su guía, un hombre
mongol que forma parte de una red de trata de niños. El doble uso de la
palabra Mongolia y sus derivados se aprovechan en el extraño título, pala-
bra que en primer término da nombre al país asiático sin costas entre Rusia
y China, al tiempo que toma de él los adjetivos de origen y derivación
discriminatoria ‘mongólico’, ‘mongoloide’ o ‘mongolito’, coloquialismos
utilizados en español y otras lenguas para denominar a los sujetos trisómi-
cos, que deben su nombre a la observación racista del médico británico
John Langdon Down, quien decide llamar a dicho trastorno ‘idiocia mon-
goloide’ por parecerle semejantes en los rasgos físicos a los pobladores de
dicho país. Belinda es una mujer nómade por esencia: el padre la cría solo,
sin conocer ningún idioma asiático, ni practicar sus costumbres religiosas
o culturales, despojada de la cultura materna, así como de la presencia
de la madre que se encuentra alienada y recluida, como consecuencia de
haber sido abusada desde niña, sin conseguir anclarse tampoco a su patria
de nacimiento, el Perú. Nomadismo y desarraigo. En Macao habla inglés,

3. Al parecer, Perú es el único país que acuña un concepto especial por esta alta pre-
sencia: el término sino-peruano, chino-peruano o tusán se utilizan como sinónimos,
lo que habla de la abundancia de esta migración y de este mestizaje.

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realiza tareas de supervivencia, se embaraza del amante alemán Klaus Pal-


me con la expresa fantasía de ‘mejorar la raza’, da a luz y cuida al hijo. A
mis ojos, cabe hacer una lectura poscolonial del libro, en la cual el discur-
so ideológico que prevalece y triunfa es aquel que considera al mestizaje
desde una perspectiva ideológica purista, racialista conservadora de la que
al parecer la novela no logra sustraerse: la protagonista narradora misma
como mestiza es ya una “falla”. El hijo será visto en esta medida como una
aberración, que ella finalmente se encargará de suprimir. En esta misma
lectura, su lugar en el mundo estará en el retorno a Asia, y en la no repro-
ducción por su esencia filicida y de ‘mala cruza’.
En un estudio que se concentra en el período denominado de “alto
imperialismo” (1850-1930), Sara Mills rescata y revisa el archivo de escritos
de viajeras británicas a las colonias, para ver cómo la variación en las relacio-
nes coloniales de su momento aparece signada en los matices que presentan
los relatos de viaje. Su análisis explora las negociaciones del género “litera-
tura de viajes”, pues la expansión colonial se encontraba también, en dichos
tiempo y contexto, concebida como un mecanismo genéricamente marca-
do, constreñido para la presencia masculina. Su investigación, siguiendo el
derrotero de otras investigaciones previas sobre mujeres viajeras, presenta
otros datos para revelar que en realidad abundan las mujeres viajeras en el
período. El sendero recorrido por la crítica inicia con el seminal Orienta-
lismo de Edward Said (1978), en el que, como es sabido, el crítico literario
palestino observa la coincidencia entre la retórica y la información en los
discursos occidentales sobre Oriente. A partir de entonces, los posteriores
trabajos sobre literatura de viajes tienen en la mira que el género funge
inevitablemente como instrumento de la expansión colonial, y se vuelve
aparato ideológico modélico. Adicionalmente, para Mills resulta importan-
te poner en evidencia que los marcos de referencia de la escritura femenina
sobre la literatura de viajes son otros, en la medida en que la mirada, cons-
treñida por una socialización opresiva y por una posición marginal frente al
discurso imperialista —menos determinada por la clase social que por el gé-
nero—, apunta hacia el encuentro con el otro como un ser individualizado
y cargado de descripciones, y no desde afirmaciones generalizadoras de pre-
juicios raciales, privilegiadas en los asertos masculinos, que ratifican en ellos
el esquema colonial. Se trata de textos de amplia difusión, que sin embargo
no fueron considerados como literatura seria en su momento, ni en su pos-
terior revisión, menos aún se consideró que fueran dignos como objetos de

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estudio. Su recepción se dio siempre más cercana al gesto autobiográfico


que al literario. Con una mirada que se niega a dejarse convencer por una
lectura feminista reductora que las califique a todas como protofeministas,
Mills anuncia que en el rango de estudio encontró textos protofeministas,
antifeministas, colonialistas y anticolonialistas (Mills 1991, 4).
Algo semejante podríamos decir de esta aproximación: si bien la
comparación posible de nuestro corpus con dicho estudio es muy lejana,
en la medida en que las premisas difieren por completo, la tentación de
estabilizarlos en una lectura que califique a priori los textos como femi-
nistas es semejante, pero lo son también los matices: si en Meruane hay
claramente una lectura de denuncia política y de deconstrucción de los
imaginarios neoliberales, y en Alemán una revisión diacrónica de la historia
paraguaya para entender con doloroso amor en la mirada la marca de la
inequidad y la injusticia, en Wong encontramos la condena de la mezcla,
evidenciada en una resolución sangrienta de borramientos filicidas que
responde quizá a la ideología de blanqueamiento criollo de los Estados
latinoamericanos o redención por el mestizaje eugenésico y cultural. No
se trata de textos que apunten en una sola dirección.

NARRATIVAS MÁS ALLÁ DE LA FICCIÓN:


LA CRÓNICA DE VIAJE

Vale la pena aclarar en este momento que la idea de ficciones nó-


mades se desprende de la lectura de un volumen coordinado en 2015 por
las profesoras de la Universidad de Gotemburgo, Andrea Castro y Anna
Forné, De nómades y migrantes. Desplazamientos en la literatura, el cine
y el arte hispanoamericanos a partir de un congreso académico realizado
años atrás. En él se propone la idea del nomadismo según la propuesta de
Rosi Braidotti, dentro de la corriente del feminismo de la diferencia, para
analizar textos latinoamericanos, algunos de ellos de mujeres. Habría que
recordar que en Braidotti se habla siempre de un sujeto en continua trans-
formación, situado “en un cuerpo sexuado y social que se crea y recrea en
la red de interconexiones con otros sujetos y con todo lo vivo. Está situado
en la historia” (Castro y Forné 2015, 8-9). Específicamente, interesa ver la
distancia entre exilio y nomadismo que plantea la filósofa feminista italia-
na, en sus propias palabras:

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Es necesario mapear con precisión y sensibilidad las diferencias de gra-


do, tipo, especie y modo de movilidad, desarraigo, exilio y nomadismo.
Esta precisión cartográfica se hace necesaria dado el hecho de que el
nomadismo no es exactamente una metáfora universal, sino un término
genérico que sirve para indexar una variedad de niveles de acceso y de
derechos a posiciones de sujeto con empoderamiento social en una era
histórica determinada. (Braidotti, en Castro y Forné 2015, 9; cursivas
añadidas)

En este orden de ideas, una de las marcas generacionales de estas


escritoras es que muchas de ellas escriben, enseñan o editan literatura y
periodismo como modo de vida. Docencia, traducción y edición; novela,
crítica y crónica. Llega el momento de la aproximación a este último gé-
nero, que ha sufrido en años recientes una considerable renovación que lo
coloca dentro de lo más innovador y relevante de la literatura en lengua
española en medios impresos o electrónicos.
Nos detendremos, por resultar especialmente notable, en la crónica
de viaje de Meruane, Volverse palestina (2013), en que se explica su condi-
ción de sujeto nómade que viaja por su voluntad —gracias a un pasaporte
que le permite el ingreso a Tel Aviv y Cisjordania, con el visado respectivo,
con medios económicos para realizar el viaje— y para escribir un libro,
pero en el viaje su objetivo se confunde por momentos con el viaje de
regreso que recorre en sentido contrario el exilio forzoso de los abuelos,
y ella encarna temporalmente la identidad de los ancestros y se vuelve otra
víctima del éxodo palestino cuando la ocupación turca, del que también
da cuenta el sentido de la vuelta presente en la palabra Volverse del men-
cionado título. Como ha confesado en entrevistas, aunque es imposible
volver a donde no se estuvo, se puede volver si el acto se realiza vicaria-
mente, a nombre de; Meruane vuelve en lugar del abuelo y de la abuela
muertos y sepultados en Chile sin poder regresar, del padre vivo y de las
tías vivas que no quieren volver para encontrar la patria y el hogar que ya
no existen.4 En dicha crónica publicada hace seis años en México, la autora
recibe una serie de ‘llamados del destino’ para el ‘regreso’ a los orígenes

4. Meruane dice en entrevista sobre este asunto: “La cuestión de las identidades me
parece que también es muy voluntaria. Uno puede ser un palestino o chileno de
primera generación, y renunciar a esa identidad y buscar otra. Al mismo tiempo, en
cualquier generación alguien puede activar esa célula de afecto y simpatía y soli-
daridad con algo que le parece que es propio” (Alejandro Duque).

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familiares en Beit Jala, ciudad palestina que pertenece a la gobernación de


Belén, en Cisjordania, que será más bien el encuentro con su identidad
como una Meruane, pues ella no sabe árabe ni conoce Medio Oriente
hasta entonces. En la lectura descubrimos que el viaje toma menos de la
mitad de las páginas, porque el recorrido “chilestino” familiar recogiendo
los pasos por los pueblos de acogida al interior de Chile de los primeros
migrantes palestinos de su familia asentados en el país, ocupa una canti-
dad de espacio importante del breve libro, así como los preparativos y los
motivos que apuntan hacia el viaje. Páginas que le sirven para reflexionar
y cuestionarse: ¿qué es ser una Meruane?, ¿qué es ser palestina?, ¿una con-
dición heredada junto con un apellido, que hacia el final del libro se pone
en duda si realmente es el propio?, ¿una herencia étnico-religiosa que se
lleva en la sangre?, ¿una condición de otredad permanente? La sangre no
la llama, el idioma le es ajeno, no reconoce a la familia asentada en Beit
Jala, en el camino es asumida sucesivamente como judía, palestina, nortea-
mericana, musulmana y cristiana. Pero sufre una transformación, una vez
que emprende el viaje. La singularidad de viajar desde un cuerpo diabético
insulinodependiente es nombrada por única ocasión en un breve capítulo
denominado “La cicatriz”. En especial por tratarse de un viaje largo y sin
ruta directa (real y metafóricamente hablando), y debido a los territorios
involucrados en la conexión aérea: Meruane tomará un vuelo de la línea
israelita El Al para volar de Inglaterra a Israel. Los interrogatorios de mi-
gración en el aeropuerto de Londres la hacen afirmar en chileno: “Tengo
la certeza de que en las horas que pasé con los tiras fui más palestina que
en mis últimos cuarenta años de existencia. La palestinidad que solo de-
fendía como diferencia cuando me llamaban turca, alguna vez, en Chile,
había adquirido densidad en Heathrow” (Meruane 2013, 43). Al pasar
por un interrogatorio de rutina, es apartada del grupo junto con otros
casos anómalos, para ser interrogada por los militares israelitas, debido a
que es “una mujer chilestina que viajaba sola, que llevaba muchos años
viviendo en Estados Unidos sin haber conseguido la ciudadanía y [que]
además tenía un visado alemán. Esa mezcla fue un detonante”. El agente
de migración desconcertado por el caso le pregunta si lleva consigo alguna
máquina. La cronista narra y responde:

Llevo repuestos para mi máquina de insulina. Entre esos repuestos hay


agujas, agujitas. Pero el supervisor se queda en la frase anterior o no
conoce la palabra needles. ¿Qué máquina?, dice. Oigo la adrenalina

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subiendo como un pito por su laringe. Me meto la mano entre las te-
tas y extraigo el aparato que me mantiene viva. Tiro del cable que la
conecta a mi cuerpo para que comprenda que más allá de su vista hay
una aguja que se inserta debajo de mi ombligo. Al supervisor se le cae
la cara de seguridad y no queda sobre su cuello más que el asombro y
la sombra de unos vellos eléctricos. ¿Eso?, repite, sin escucharme ni
entenderme, eso, ¡qué cosa es! [...] ¿Y eso?, me dice, mientras yo in-
tento una explicación en inglés. Era una gruesa cicatriz de la que ahora
quería hacer alarde. Desnudarla, amenazar con ella a las tiras que me
hicieron bajarme los pantalones, desabrocharme la camisa, darme la
vuelta, desconectar mi máquina. Entregarles la cicatriz en vez de ese
aparato que tomaron con manos enguantadas prometiendo devolverlo
de inmediato. Poner la cicatriz junto a las pastillas de azúcar que tam-
bién llevaba conmigo, para emergencias. Por qué no prueba una, le dije
a la experta en explosivos, sabe a naranja. (Meruane 2013, 43-4; “La
cicatriz”).

En palabras directas de Braidotti:

En el marco conceptual feminista el sitio primario de localización es el


cuerpo. El sujeto no es una entidad abstracta sino material incardinada
o corporizada. El cuerpo no es una cosa natural; por el contrario, es una
entidad socializada, codificada culturalmente; lejos de ser una noción
esencialista, constituye el sitio de intersección de lo biológico, lo social y
lo lingüístico, esto es, del lenguaje entendido como el sistema simbólico
fundamental de una cultura. (Braidotti 2004, 16)

No puede resultar más física la forma en que Meruane pone el cuer-


po, un cuerpo social, genérica, lingüística, cultural e históricamente da-
tado. Al leer la crónica personalísima, nos quedamos con la impresión de
que en sus páginas cada cuerpo y cada nombre tienen una suerte azarosa
y una cicatriz profunda en este viaje; que la pertenencia a un pasaporte o
a un apellido, a una nacionalidad o a una firma, son tan necesarias como
aleatorias. Que los sujetos del mundo somos a corta o larga distancia todos
nómades, y así deben serlo nuestras narraciones, no únicamente desde el
punto de vista del desplazamiento físico, sino por el continuo proceso de
transformación o transición en que nos encontramos. Lo nómade, para
Braidotti, resiste la enunciación estereotípica patriarcal, lo descoloca y lo
resignifica. Este elemento se encuentra en la base misma del “volverse” del
título, conceptualmente opuesta al ser, pues lo que más se pone en cues-
tión en el texto es la validez del principio de identidad. A lo largo de sus

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páginas, observamos un devenir de todos los seres que pueblan y adensan


la crónica, un volverse; ni siquiera para siempre, solo temporal. Recusando
todo posible esencialismo, el rol con el que deben identificarse indisolu-
blemente en un mundo de ideologías irreconciliables que todo lo per-
mean, donde el palestino es el musulmán, es el terrorista, es el enemigo,
vemos todas las otras transformaciones ante nuestros ojos: un taxista latino
en Nueva York que resulta ser árabe y luego palestino, que la convence de
ir a su tierra, y que al final de la crónica desaparece o regresa él mismo a
Medio Oriente; un escritor residente en Jaffa, judío casado con una mujer
palestina, cuyos hijos sí cuentan con derechos tan indispensables, como a
disponer de una máscara antigás en caso de bombardeo, no así los suegros
ni la cónyuge por ser árabes. El cuarto antibombardeos es aprovechado
por la esposa, la también escritora Zima, para escribir sin interrupciones.
Él se llama Ankar, es judío criado como cristiano, que en su juventud
intenta convertirse al animismo o a la religión sikh, y que de adulto es
rebautizado Munir (‘el que recibe la luz’) por su suegro al casarse con
Zima, que es musulmana, y tomar su religión. Ella explica a Meruane que
para los judíos no se considera palestina, porque eso solo se acepta como
gentilicio dentro de los territorios ocupados, pero no para las ciudades de
convivencia interracial, allí ella y sus hijos son árabes. ¿Y mis abuelos qué
serían?, pregunta Meruane. El nombre para designarlos a ellos resulta no
existir. Probablemente, serían chilenos a secas. En Chile, vimos a inicios
del libro, existen calles con los nombres del abuelo y del bisabuelo:

Ahí está el letrero negro bordeado de blanco. Las letras anuncian, tam-
bién blancas pero gastadas, no una calle sino apenas un pasaje que
resulta la palabra justa para nuestro abuelo nómade. Vistas así, ma-
yúsculas, las letras SALVADOR MERUANE sobre una endeble plancha
de metal, así, tan deslavadas (como si el pintor se hubiera olvidado de
darle la segunda mano, de recubrirlo con una capa de barniz protector),
tan desprovistas las rejas y las casas alrededor, pienso que ese merua-
ne desvencijado ha sido menos afortunado que el sabaj del letrerito
santiaguino. (Meruene 2014)

Podríamos hablar aquí también de las portentosas crónicas de las ar-


gentinas Leila Guerriero, Una historia sencilla (2013) y de Selva Almada,
Chicas muertas (2014), en las que se ocupan respectivamente del Festival
Nacional de Malambo de Laborde entre 2011 y 2012 (preparándose para
el cual jóvenes de escasos recursos sacrifican la vida, a costa de la salud y la

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precaria economía familiar, esperanzados en salir de la miseria y el anonimato


al resultar ganadores), y de tres casos de chicas asesinadas en circunstancias no
esclarecidas en el interior argentino (San José, Entre Ríos; Roque Sáenz Peña,
Chaco; y Villa Nueva, Córdoba) en los años ochenta (antes aún de que el con-
cepto de femicidio o feminicidio se acuñara). En ellas la operación, evidente ya
en Meruane, de estar en el mundo, de tomar la palabra en un sentido político,
de denunciar en el seguimiento de historias tan terribles como sencillas, de
asumir que el conflicto de las pequeñas historias de la realidad es su crudeza
y su semejanza con la vida de todos, se vuelve el centro de viaje y escritura.

CAMPUS NOVEL FEMINISTA


EN EL SIGLO XXI

Body Time (2003), primera novela de Gabriela Alemán, es una obra


que cabe en categorías divergentes. Por una parte, puede ser definida como
novela urbana, si la perspectiva muestra de manera predominante en torno
a que nos lleva a recorrer Nueva Orleans, al ofrecernos un periplo que
abarca por igual la zona turística y los barrios marginales, y que se detiene
sobre todo en bares oscuros donde sobrellevar el calor, matar unas horas
antes de un encuentro, o realizar un desesperado recorrido en busca de
drogas. En dicha lectura habría que reconocer que, a nivel de la acción, la
ciudad es sobre todo el escenario que propicia los encuentros casuales que
articulan la trama, encuentros mediante los cuales los personajes principa-
les se enteran —de manera casi siempre involuntaria— de las relaciones y
actuaciones de otros caracteres que por lo demás permanecerían desco-
nocidos. Una novela urbana que describe la deyección de la modernidad
del primer mundo. Como dice un estudio sobre la novela, de autoría de
John D. Riofrío, su aparición en 2003 se anticipa al cataclismo del huracán
Katrina al develar las condiciones de desigualdades socioeconómicas sobre
las que se constituye la ciudad.5

5. “Although Body Time predates Hurricane Katrina by a number of years, it clearly rep-
resents and embodies the social conditions that engendered the tragedy resulting
from Katrina” (Riofrío 2010, 14).
Por otra parte, el huracán Katrina aparece de manera central en el cuento “Jam Se-
ssion” de Alemán, otra vez en Nueva Orleans (Afanador 2009).

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En segundo término, Body Time puede leerse también como una


novela policiaca, en la que la periodista Rosa Traven, quien descubre in-
voluntariamente el cadáver del profesor Justo Flores cuando se dirige a
entrevistarlo en su habitación de hotel, se constituye en investigadora ex-
clusiva del caso en busca de una primicia para su diario. Como ocurre
en el género neopolicial, en la novela de Alemán no es determinante la
resolución sino el proceso mismo de pesquisa, al grado de que el supuesto
crimen queda irresuelto.6 Pero constituye un pretexto para cuestionarse la
posibilidad de descubrir la historia verdadera del padre de la investigadora,
y plantearse dudas y razones de su propio derrotero; sobre todo, recono-
cer la ciudad más que la casa como el verdadero hogar. Como una gran
escena del crimen, recorrer Nueva Orleans equivale a descifrar la trama,
avanzar en la lectura de la obra; caminar, manejar o ser conducido por la
ciudad ofrece las pistas para la investigación.
Para insistir en las múltiples lecturas que ofrece la obra y llegar final-
mente a la perspectiva preferida para la lectura presente, Body Time resulta,
sin embargo, sobre todo partícipe del subgénero denominado campus no-
vel, la “novela académica”, vertiente narrativa que se reconoce de manera
predominante dentro de la literatura anglosajona. Repasando el subgénero
de manera sucinta, la etiqueta se utiliza de manera laxa, muchas veces
como sinónimo de university novel, college novel, academic novel, según el
acento se refuerce sobre el espectro de los docentes o de los estudiantes.
El subgénero literario sostenido en no pocas ocasiones por su traspaso a
la pantalla, ha experimentado un auge después de 1980, en la medida en
que los programas universitarios norteamericanos de escritura creativa han
contratado a un número creciente de escritores como parte de su planta
docente.7 Evidentemente, poco dice la adscripción a un género de una
calidad literaria: la campus novel abarca un amplio espectro de autores inte-
resados, que llega a incluir lo mismo a absolutos desconocidos que a reco-

6. Una lectura reciente, de Karina Ortiz Pacheco, ofrece esta perspectiva de lectura,
para proponer la imposibilidad de llegar a la verdad unívoca por parte de la na-
rración policial posmoderna (Ortiz Pacheco 2017).
7. Estadísticas de publicación aparecen en el artículo de Williams (567-8).
Para dimensionar la relación docencia-escritura de esta generación de autoras his-
panoamericanas, Cristina Rivera Garza se convirtió en la primera docente en na-
rrativa en español del programa de escritura creativa de la Universidad de Houston,
a partir de 2017.

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nocidos novelistas y críticos pertenecientes a muy distintas generaciones,


entre los últimos se puede mencionar a Vladimir Nabokov (Pnin, 1957),
Malcolm Bradbury (The History Man, 1975), Don de Lillo (White Noise,
1985), Zadie Smith (On Beauty, 2005) o Joyce Carol Oates (The Accur-
sed, 2013). Si hubiera que pensar en un repertorio afín a nuestra lengua,
habría que mencionar entre otros al peruano Alfredo Bryce Echanique
(La exagerada vida de Martín Romaña, 1981; El hombre que hablaba de
Octavia de Cádiz, 1985, y Reo de nocturnidad, 1997), al mexicano José
Agustín (Ciudades desiertas, 1984), a los españoles Javier Marías (Todas
las almas, 1989) y Javier Cercas (El inquilino, 1989), al chileno José Do-
noso (Donde van a morir los elefantes, 1995), al boliviano Edmundo Paz
Soldán (La materia del deseo, 2001), incluso al chileno Roberto Bolaño
por “La parte de los críticos” de su novela póstuma 2666, y con seguridad
al argentino Ricardo Piglia (El camino de Ida, 2013). De manera más
cercana se debe incluir al ecuatoriano Carlos Arcos (Memorias de Andrés
Chiliquinga, 2013).
Vale la pena mencionar por su coincidencia una característica del
género referido en el caso de la literatura norteamericana, sobre todo en
las novelas posteriores a los años ochenta (pues antes prevalecía un modelo
idealizado de docente o académico): en ellas resulta habitual encontrar al
personaje definidor de las novelas, el profesor universitario, caracterizado
como un charlatán y no como un intelectual, poseedor además de una
sexualidad exacerbada. Dicho en términos actuales, se trata del perfil de
un acosador de estudiantes, colegas jóvenes, o cónyuges de sus colegas;
cuando no de un pornógrafo o de un adicto al sexo.
Se entiende por qué esta característica del académico cuestionado
y lujurioso es determinante en la lectura de Body Time en cuanto define el
perfil de varios personajes masculinos. El fallecido doctor en letras Justo
Flores, orador principal en un congreso de literatura latinoamericana en
una universidad de Nueva Orleans, es un adicto al crack, al sexo, a las
emociones fuertes, que escoge por turno entre las estudiantes del campus
anfitrión con quienes involucrarse, y a cambio de su atención y posibles
recomendaciones y becas cobra favores académicos (como el cotejo de una
bibliografía o la revisión de una ponencia) junto con los favores sexuales.
Desencantado de la vida cotidiana, necesita experimentar sensaciones cada
vez más fuertes, lo que conduce al fatal desenlace con que inicia la novela.
Por su parte, quien funge como su contraparte o coadyuvante, el profesor

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local Carlos Hernández, aspira a un ascenso o promoción dentro de la uni-


versidad que implique salir de una institución de tercer nivel como la suya,
y se prepara, en sus propias palabras, “con las armas del enemigo”: es decir,
borrando su identidad latina de origen, manejando todos los acentos del
inglés americano, o de las hablas de español hispanoamericano, al grado
de no poderse discernir su nacionalidad. Acosa también a las estudiantes.
El aura de fracaso se extiende a las relaciones familiares: la relación con su
hijo parece circunscribirse a que el padre le envíe fotos de elefantes, con
culpa y desencanto recuerda su papel en un matrimonio deshecho. Flores,
a quien idealiza, lo ningunea, a pesar de que Hernández es responsable de
su invitación como figura central del congreso en el que se centra la nove-
la. Ambos personajes representan la ratificación de la imagen del profesor
como antítesis del poseedor del saber: se trata de hombres maduros, de-
cadentes, éticamente reprobables, que se encuentran en soledad extrema.
Los personajes femeninos de esta novela exhiben, en cambio, una
gama más variada, dentro de la cual se debe mencionar al menos tres ca-
sos: la mencionada reportera Rosa Travis, hija de ucraniano y hondureña,
trabajadora, sagaz, si bien presenta un punto ciego respecto a su familia: la
estudiante de letras Mariana Caprietti, con las miras puestas claramente en
hacer la vida fuera de la universidad, pretendida por Flores y Hernández.
Ninguna de las dos cae en el juego de poder y seducción de los personajes
masculinos, ni permite que el perfil de los profesores las afecte o utilice.
Rosa en especial sabe sacarles información útil para su pesquisa, poniendo
en juego su juventud y atractivo, antes de revelar su identidad. Por último,
tenemos una contraparte negativa de los personajes femeninos menciona-
dos en la panameña Ángeles Conde, quien no únicamente asciende en el
escalafón estudiantil a partir de los hombres con quienes se involucra, sino
que incluso plantea sus proyectos según la pareja del momento. Desde
una posición masoquista, Ángeles se somete sin reparos al maltrato, las
vejaciones y humillaciones de Flores. Tal vez por presentar una conducta
de arribismo académico, pues siempre justifica lo ocurrido pensando en
que así su carrera seguirá adelante. Resulta la víctima propiciatoria de este
tipo de novela.
Quizá justamente en las posibilidades diversas del personaje feme-
nino es donde estriba la mayor distancia de esta novela con el género lite-
rario de adscripción presentado de manera canónica. En la mayor parte de
las novelas académicas abundan los docentes, mientras que los estudiantes

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permanecen fuera, o ingresan de manera estereotípica, sin establecérseles


características individualizadoras. Además, por lo general aparece como
protagonista un sujeto masculino, mayor, blanco, con posibilidades eco-
nómicas y de cierto poder universitario. Body Time exhibiría en este senti-
do un gesto de contraescritura: según la lectura teórica de Angela Hague,
cuando los estudiantes aparecen en ficciones académicas son retratados
como víctimas voluntarias o involuntarias de los manejos sexuales y polí-
ticos de sus profesores.8 Aquí la proporción y la función se transgreden,
pues sin Mariana y Ángeles, heroína y propiciadora, la ficción no se sostie-
ne. En esto hay una voluntad de romper la hegemonía del punto de vista
del protagonista masculino, con mayor capacidad verbal, referencias eru-
ditas, que ejerce su superioridad académica sobre sus víctimas, frente a las
cuales ostenta el poder de la calificación, la recomendación, la inserción en
el sistema universitario, y la predisposición a ser escuchado y respetado. En
la novela de Alemán, la verticalidad se quiebra: ambos hombres son figuras
risibles, imágenes patéticas, sus juegos de seducción resultan evidentes y
burdos, sobre todo previsibles, la competencia verbal que entablan por
demostrarse como ‘machos alfa’ se narra de manera burlesca. Ambiental-
mente, coinciden con el calor y el aburrimiento de la espera en la ciudad.
Otro elemento específico de esta novela resulta la precariedad de
la vida de los sujetos. Económica, higiénica, de salud mental, siempre se
plantea una cuenta deficitaria. Quizá parta de la decisión de situar a la
novela misma. Según el mencionado texto de Riofrío, al escribir como
latinoamericana sobre Nueva Orleans, Alemán opta por establecer una re-
lación sur-sur en la medida en que se trata no de una ciudad poderosa y
boyante de Estados Unidos, sino de una ciudad icónica sureña, con su
peso marginal dentro de la hegemonía norteamericana, su historia de mi-
graciones y esclavismo, mencionada de manera expresa, lo cual conduce
también a una posible lectura poscolonial de la novela. La diversidad racial,
lingüística y de nacionalidades desde la cual se constituye a partir del siglo
XIX a Nueva Orleans, explica la convergencia de personajes de tan distin-
tas procedencias en la novela. Por su parte, el congreso de la Asociación
de Hispanistas representa también una nueva noción de centro y periferia:

8. “When students do emerge as individual personalities in academic fiction [...] they


are frequently depicted as victims, willing or otherwise, of the sexual and political
machinations of professors” (Hague, en Scott 2004, 84).

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área marginal dentro de una academia marginal, en una ciudad marginal.


John “Río” Riofrío plantea que Body Time (como también Poso
Wells, la otra novela de Alemán) sería una lectura ideal para plantear en un
congreso de estudios interamericanos: en la medida en que bajo la rúbrica
de estudios interamericanos, hemisféricos, transamericanos, transnaciona-
les y posnacionales, se debe abrir los estudios norteamericanos hacia más
allá de las fronteras de Estados Unidos.9
La mayor exhibición de ese “tiempo de corporalidades” que ofrece
ser Body Time desde una traducción de su título, aparece sin piedad, sin
medias palabras, en la primera página. Se trata de la descripción del cadá-
ver de Justo Flores, con esa cuota irónica de la denotación del nombre
mismo, y del desnudo con el pañuelo de seda al cuello que provocara
su ahorcamiento: autoajusticiado, voluntariamente o no, que aparece en
su masculinidad disminuida no como un busto ebúrneo en un campus
universitario, ni como un retrato favorecedor en la solapa de un libro co-
tizado, menos aún como cuerpo objeto o sujeto de deseo erótico, sino
como un cadáver vencido e inerte, en posición nada pudorosa ni venera-
ble, objeto vulnerado propio de un pasquín de crónica roja, o un producto
abortado: “desnudo[,] con un pañuelo de seda atado al cuello en posición
fetal [,] y con el rostro desfigurado [...] que ahora descansaba en paz, en la
Ciudad de los Muertos, de Nueva Orleans” (7-8). La torsión de la contra-
escritura que una novela a ratos policiaca y urbana, y predominantemente
académica, de autoría de una escritora ecuatoriana contemporánea, puede
ofrecer a un género que pocas latinoamericanas han hecho suyo, queda
en esta imagen poderosa e icónica del académico vuelto detrito corporal,
con sus fluidos exhibidos por fuera, que también de manera extrema sirve

9. “Under the rubrics of inter-American, hemispheric, transamerican, transnational, and


postnational studies —all terms that are intimately connected to what is now ge-
nerally referred to as the transnational turn— scholars have argued that American
Studies is a field of inquiry that extends far beyond the national borders of the United
States” (Riofrío 2010, 13).
Por otro lado, y haciendo la presentación de Gabriela Alemán como parte de la
selección de escritores conocida como “Bogotá 39” —realizada en dicha ciudad
promoviendo a 39 escritores latinoamericanos en 2007 con motivo de la vigésima
Feria del Libro bogotana—, Riofrío recupera una caracterización hecha por la crítica
colombiana Margarita Valencia que quizá define más la relación entre escritores y
campus novel: los opone a las figuras del boom latinoamericano, que se sentían
responsables de inventar Latinoamérica mediante sus ficciones. A las figuras de
Bogotá 39 no las ocupa inventar otro rostro de América Latina, sino escribir bien.

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como objeto fotografiado y cadáver oculto a una mujer que investiga para
vender un reportaje.

TODAS LAS SANGRES DE LA AURORA.


A MANERA DE CONCLUSIÓN

Con certeza también podríamos detenernos en los frecuentes des-


plazamientos internos o fronterizos de estos textos, que resultan general-
mente forzosos y trágicos: Claudia Salazar Jiménez sitúa las acciones de
La sangre de la aurora (2013) entre Lima y Lucanamarca, en el contexto
de la masacre, donde se desplazan o viven las tres protagonistas que en-
trecruzan sus trayectos: Modesta, una campesina indígena; Marcela, una
senderista; y Melanie, una fotoperiodista limeña, todas ellas retenidas a la
fuerza y violadas por las fuerzas del Estado o de Sendero Luminoso que se
hallan en conflicto. La boliviana Giovanna Rivero hace migrar a Genoveva,
la protagonista adolescente de 98 segundos sin sombra (2014) de su pueblo
natal, denominada por ella “Culo del mundo”, que debido al narcotráfi-
co es forzado a un acelerado crecimiento que lo convierte malamente en
ciudad moderna. En la huida lleva consigo a Nacho, su hermano menor
que presenta retraso mental; quien conduce el carro en que salen es un
gurú new age que abusa de Genoveva. Lucía Puenzo, en la novela El niño
pez (2004), muestra el desplazamiento de Buenos Aires a Paraguay, donde
este segundo escenario fluctúa entre la visión utópica donde las protago-
nistas, dos jóvenes amantes, una hija de familia pudiente argentina y la sir-
vienta paraguaya, pueden formar un hogar junto a un lago y escapar de las
convenciones sociales, y el Buenos Aires con el hogar opresivo y patriarcal
y la cárcel, que lo cancelan todo. Para los personajes de Selva Almada, la
promesa sería salir, pero casi ninguno construye en la imaginación del via-
je, la migración. El ambiente opresivo del nordeste argentino nos muestra
una y otra vez una rutina de pequeños desplazamientos que no logran
abrir otros horizontes en los personajes, lo mismo en El viento que arrasa
(2012) que en Ladrilleros (2013).
A manera de conclusión, si buscamos un rastreo biográfico de las
autoras aquí revisadas, se trata de escritoras que coinciden en haber reali-
zado estudios en ciencias sociales o humanidades (historia, cine o letras),
nacidas en Latinoamérica entre 1964 y 1974, que han vivido largas esta-

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días en el extranjero vinculadas con la obtención del grado de estudios, del


goce de una beca de creación, o de la realización de su trabajo escritural.
Escriben mientras estudian. Su salida laboral primera, antes que la escri-
tura, es la docencia en campus universitarios latinoamericanos, norteame-
ricanos o europeos. Publican su obra mientras imparten cátedra, editan o
traducen. De ahí que la opción por la novela académica o campus novel por
parte de Alemán cobre otra vez el matiz de autoficción esperable dentro
del género literario.
Viajeras del mundo, se desplazan sin dejarse determinar por ningún
atavismo en este movimiento, ni condicionar sus ficciones nómades, que
lo son en cuanto a los variables escenarios, tanto como a los roles de los
personajes que se permiten identidades fluctuantes, y a la libérrima com-
binación de discursos e idiomas (en los que en esta ocasión no podremos
detenernos); para ellas resultan más determinantes que las respectivas li-
teraturas nacionales, la lengua y la tradición en que escriben e inscriben
su obra. Sobre la no definición según las literaturas nacionales podríamos
poner como ejemplo extremo la misma Humo, considerada en El País
como “la mejor novela paraguaya desde Yo el Supremo, de Roa Bastos”
(Gumucio).
Podría objetarse que la palabra “muchas” en el título de este artícu-
lo no se detiene a pensar en la pertenencia de las autoras a una cierta élite
que, aunque no económica, corresponde a un grupo de privilegio cultural
y educativo. “El mundo es ancho y de algunas”, podría objetarse, pues no
habla del todo de un colectivo genérico mayoritario, pero el gesto de am-
pliación y democratización que implica que un nutrido grupo de mujeres
latinoamericanas de clase media con estudios sitúe sus escritos y su hogar
en otras latitudes, abre tanto la posibilidad de la narrativa hispanoameri-
cana de viajes que vale la pena correr el riesgo de apostar por una enfática
pertenencia en aumento: la etiqueta optimista tiene motivos fundados. i

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