Mas Alla Del Ver Esta El Mirar1
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Mas Alla Del Ver Esta El Mirar1
El documento a continuación ha sido extraído de la revista “Signo y Pensamiento”, No.20, Primer semestre de 1992,
Colombia. Para uso exclusivo de la materia Comunicación Oral y Escrita I y II de la Universidad ICESI.
Una semiótica de la mirada, es decir, una lectura de la mirada como signo, nos
invita a establecer una serie de precisiones. Precisiones que buscan, sobre todo,
proponer distinciones y crear diferencias.
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Licenciado en Literatura de la Universidad Javeriana. Actualmente es Director del
Departamento de Expresión y profesor del área de semiótica en la Facultad de Comunicación
Social, Pontificia Universidad Javeriana.
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2. Ver, mirar
Valga otra distinción. El ver es natural, inmediato, indeterminado, sin intención;
el mirar, en cambio, es cultural, mediato, determinado, intencional. Con el ver se nace;
el mirar hay que aprenderlo. El ver depende del ángulo de visión de nuestros ojos, el
mirar está en directa relación con nuestra forma de socialización, con la calidad de
nuestros imaginarios, con todas las posibilidades de nuestra memoria.
Para el ver, la desnudez; al mirar, el desnudo. En la desnudez se está; al
desnudo se llega. He aquí una distinción paralela a la que hay entre placer y goce. El
placer, cercano a los órganos; el goce, vecino de la imaginación.
Ver y mirar. El ver busca cosas; el mirar, sentidos. Y si las ciencias naturales
han mejorado las limitaciones de nuestro ver, son las ciencias de la cultura las que han
conquistado y legitimado las diversas formas de mirar. Ver es reconocer; mirar es
admiramos.
4. Mirones, miradores
Así como hay una distinción entre ver y mirar, debemos diferenciar entre el
mirón y el mirador. El mirón (otros lo llamarán voyeur) es alguien que curiosea. El
mirón es el puente entre el ver y el mirar. Un mirón es un ser medianero. Una mirada
de primer nivel. El mirador es otra cosa. Un mirador es un sibarita: usa sus ojos para
hacer espectacular lo que ve. El mirador convierte, transforma lo inmediato (visto por
el mirón) en mediatez; lo obvio en obtuso, diría Barthes. Un mirador dispone, arregla,
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-Invisibles, no Watson, sino inobservables. Usted no supo mirar, y por eso se le pasó
por alto lo importante. No consigo convencerle de la son las uñas de los pulgares, de
los problemas que se solucionan por un cordón de los zapatos... Nunca confié en las
impresiones generales, amigo, concéntrese en los detalles".
La mirada atenta, perspicaz, la "mirada de lince o de Linceo" sabe que la
importancia de lo infinitamente minúsculo e incalculable, y que la punta visible del
iceberg no es sino una novena parte de todo su volumen invisible. La mirada más viva
y penetrante, la que infiere y abduce, es la mirada policíaca.
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mirar por encima, abarcando la mayor parte posible, puede ayudarnos a entender la
fascinación del hombre por los tronos, los pedestales, las tribunas. Son innumerables
las relaciones que hay entre mirada y poder. Desde lo alto logramos mirar todo o casi
todo. A la par que nos hacemos menos tocables, podemos controlar, dominar con
nuestra mirada. Superioridad e inferioridad son coordenadas del mirar.
Digamos de paso que cuando otro nos mira en totalidad consigue un poder
omnímodo sobre nosotros. De pronto sea esa la razón por la cual nos desnudamos en
la penumbra; para que el otro no posea sino fragmentos de nuestra piel. Quizás ese
sea el encanto del claroscuro: dejar ver y ocultar al mismo tiempo. A lo mejor el acierto
de algunos desnudos consiste en el manejo de la sombra -siempre pudorosa- que se
resiste a la mirada total de la luz.
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envenenan el aire; los ojos del basilisco "qué sólo mediante su mirada mata, sin
curación alguna, a aquellos quienes mira primero, pues el veneno que les arroja los
emponzoña hasta el corazón". O el rostro tan feo de Medusa que "quien lo mira queda
petrificado por el terror". En ambos casos, encontrarse frente a frente con el monstruo,
mirarlo, es tanto como fallecer.
Y la única salida, la única salvación, es seguir de cerca los consejos de
Minerva a Perseo: "una vez que llegues delante del monstruo, míralo con el espejo,
cuidando de no mirar en otro lado al espeluznante rostro". El espejo es el amuleto, lo
que mata el monstruo. Hermosa imagen para decir o simbolizar el recorrido oblicuo,
transversal, de llegar a nuestro interior. Es a través de un "tercero" como logramos
conocer, mirar, las zonas más espantosas de nosotros mismos. Sólo con un espejo
podemos "detener", fijar, nuestro lado oscuro. Y, ya hecho máscara, entonces, hacerlo
nuestro. Aceptarlo.
El monstruo muere cuando se reconoce. Salir de la monstruosidad es una tarea
de anagnórisis. Somos abisales; es un enorme y laberíntica selva submarina la que
alberga nuestros monstruos: pasiones, pulsiones, fantasías; grifos y serpientes,
quimeras y demonios; esfinges, dragones, bestias, vampiros... A lo mejor, todo
monstruo desea emerger y, de pronto, para encontramos con algunos de ellos,
tenemos que sumergimos en nuestras aguas más insondables. Si el monstruo
emerge, y no estamos prevenidos, moriremos. Pero si contamos con un espejo -el
"espejo de la verdad", dice Paul Diel- seguramente traeremos a tierra la cabeza de uno
de nuestros monstruos. Ya en la playa podremos contemplarlo en plenitud, mirarlo
detenidamente. "Ese también soy yo", diremos. Y podremos ponerlo como enseña en
nuestro pecho; sí, como un escudo protector.
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terminar; nos fastidian las miradas acabadas, concluidas. Las miradas privadas,
cautivan; las miradas públicas, ofenden.
"La mirada acaricia Fijándose y desdeña Apartándose", escribió Luis Cemuda.
El mirar da o no ofrece privilegios. La mirada puede otorgamos un nombre o dejamos
en el anonimato. Caricia cuando somos elegidos; desdén, si nadie nos elige.
El mirar es bifronte. Uno de sus flancos contiene las anunciaciones; otro, las
renuncias. U no de sus frentes es abundancia de presencias; otro, escasez, carencia.
La mirada es bifronte: o es mapa o laberinto. La mirada puede indicamos el camino a
la ternura o dejamos en la intemperie del abandono... Amos y esclavos somos del
mirar... "¡Mírame, no dejes de mirarme!. No. ¡Ya no me mires, no quiero tu mirada!.
Insisto. ¡Mírame, o ya no merezco que me mires!... ¡Mírame!”
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miramos, a mirar hacia dentro. Eso lo intuimos, lo imaginamos. Entonces, ¿por qué
esa mirada es imposible? Porque ya no nos sirven los ojos de este mundo, porque
tenemos que cambiar de miradores.
Sabemos que en el sueño miramos, pero lo sabemos porque despertamos. En
la mirada del morir, en cambio, no hay despenar. Sólo fijeza, máscara. Disparo hacia
dentro, luz que apaga un resplandor. Mirada vacía de mirada.
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