Liturgia Matias Augé
Liturgia Matias Augé
Liturgia Matias Augé
LITURGIA
Historia. Celebración.
Teología. Espiritualidad.
Biblloteca Litúrgica
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Sumario
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12. Las bendiciones
.................................................................................
La bendición en 1a
Biblia ...................................................................
Desarrollo histórico de las bendiciones ................................... ......
Las bendiciones después del Vaticano H ........................................
Teología litúrgica de las bendiciones .............................................
El año
litúrgico ......................................... ........ ... .. ....... .......
.........
Estructura orgánica del año litúrgico........................,......,..............
El año litúrgico en perspectiva teológica ........................................
La
fiesta ........................ ........ ....... .... ... ........................
..... . .....
....
El domingo
...................................................................................
.......
Historia de la formación del año litúrgico .....................................
La celebración de la
Pascua .......................................................... ..
La celebración de 1a manifestación del Señor ................................
El tiempo
ordinario..........................................................................
..
Los santos en la celebración del misterio de Cristo ..... .............. .
María en la celebración del misterio de Cristo ..............................
15. La espiritualidad
litúrgica ...............................................................
La formación de una espiritualidad litúrgica ................................
Enseñanzas de la
historia ..................................................................
Características de la espiritualidad litúrgica .................................
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Introducción
Introducción
la Jgíesis es portadotu, una teología iiiúrgica que es preciso socar a luz. Todo
ello tiene que
conducir a la experiencia de fe y e la nido vivida en coherencia con los misterios
en los que
participamos. La liturgio es una realidad que hay de redescubrir, celebrar iJ
vivir.
Dado el carácter sistemático-sintético que preferido dar a lO ObTa, creo que es
útil mostrar el
modo como han sido dispuestos los capítulos del volumen y subrayar oiros criterios
metodológicos
que he tenido presmtes en el momento de redactar estas pógínss. Después de una
primera parte
fcapiftifos I-VI) que ilustra los aspenlos fundamentales que afectan a lq lilurgia
en su conjunto,
siguen una serie de capítulos (VII-XIII) que dirigen su oMención a cada una de les
celebraciones.
Ef Capítulo XIV trato del aito litiirgico, que es, por ssídecir, lo estructura
medular de todo el
misterio del culto cristuino. El último capítulo (el XV) concluye toda la obra
dirigiendo lo
afección a la dimensión espiritual de la liiurgia; es aria invitación a pasar de la
“verdad” de la
celebración a la “verdad” de la experimcia espiritual.
E l volumen se preseiifn deliberadamente con las características ágiles de un
manual. Pelo he
tomado mis precauciones port que ello no redunda en menoscabo de la seriedad y
profundidad del
tratado. Dado el carácter no sólo informativo síno también formativo de lp obra, he
preferido
prescindir de algunas cuestiones dealgún modo menores o gue considero secundarias,
al estar ya
tratadas implícitamente en los principios generales expues fos: música sagrada,
cuestiones
pastorales, Peligrosi-
AAS AG AGM
Bend CCL CD CEC
Abreviaturas
Acta Apostolicae Sedis, Roma, desde 1909 Conc. Vaticano II, «Ad gentes»
La Iglesia en oración, Barcelona 1987 (ed. A.G. Martimort) Bendicional, 1986
Corpus Christianorum. Series latina, desde 1954 Conc. Vaticano II, «Christus
Dominus» Catecismo de
1a Iglesia Católica, 1992
fuentes y de los estudios, úfiíes para una profundización ulterior de los temas
tratados.
DACL Dictionnaire d'archéologie chrétienne et de liturgie, París 1907-1953, 15
vols.
EL EO
Ge GrH GS IGMR IGLH LG LH LMD
Conc. Vaticano II, «Dei Verbum»
Enchiridion. Documentación litúrgica posconciliar (ed. A. Pardo), Barcelona 1992
Ephemerides liturgiche, Roma, desde 1887 Ecclesia Orans, Roma, desde 1984
Sacramentario gelasiano (ed. L.C.Mohtberg 1968 2‘ed.) Sacramentario gregoriano
adrianeo (ed.
J.Deshusses 1971) Conc. Vaticano II, «Gaudium et Spes»
lnstitutio generalis Missalis romani, 1970 Institutio generalis Liturgiae Horarum,
1971 Conc.
Vaticano 11, «Lumen gentium» Liturgia Horarum, 1971
La Maison Dieu, Paris, desde 1945
12 Abreinaturgs
Lr MANS›I MR NDL
14
Lu el helenisino
Naíurefeza de la liturgia crisií na
“liturgia cristiana”. Pero no se puede afirmar con certeza que en dicho texto se
trate de la
celebración eucarística. Lo que está claro es que la comunidad
En el Antiguo Testamento
En el Antiguo Testamento (según la versión griega de los LXX, hacia
cristiana de Antioquía se encontraba reunida, que estaba orando y que la oración
concluye con el
envío misionero de Pablo y Bernabé por medio de la imposición de 1as manos. Por
tanto, aunque el
texto sea oscuro, tenemos eldato de que esta única vez que feitourgein, en los
escritos
neotestamentarios, indica el nuevo culto cristiano, por más que el texto no se
pronuncie acerca de
la naturaleza y las modalidades de dicho culto.
Si en los escritos del Nuevo Testamento no figura el término íeiíourgis y derivados
vinculados al
culto cristiano, excepto en Heh 13,2, probable- mente es porque 1as palabras en
cuestión estaban
demasiado ligadas al sacerdocio levítico del Antiguo Testamento, ministerio que
pierde su razón de
ser en la nueva situación creada por Cristo. Por otra parte, el Nuevo Testamento
evita usar
términos rituales para designar lugares de culto, tiempos sagrados, ritos, cosas y
personas sacras.
En compensación, se sirve frecuentemente del vocabulario cultual (culto,
sacrificio, víctima,
ofrenda y
250-150 a.C.) e1 té
se usa para indicar el servicio cultual del templo por
otros) para designar ámbitos y cosas que en la opinión común son profanas.
En el Nuevo Tesfoymi
En el Nuevo Testamento, nuestro término, en sus diversas fomas,
aparece sólo 15 veces frente a las 150 veces, aproximadamente, que sale en
No estamos ante un capricho lingüístico, sino ante una intención precisa: en
sentido ritual feiíourgio se reserva sólo al culto judaico oficial(cf. Lc 1,23; Hb
8,2.6; 9,21;
10,11); en cambio, cuando el vocablo se aplica a 1a experiencia cristiana, designa
en particular 1a
existencia como culto espiritual (cf. Rm 15,16; Flp 2,17).
el Antiguo Testamento.
Y en diversos sentidos: en sentido profano de
servicio
ttbliCo oneroso, tomado del lenguaje común; en el sentido ritual-
Desnrro/Jos ulteriores
Incluso purificado de esta manera, el vocablo que nos ocupa no tuvo la misma
fortuna en las
diversas regiones de la Iglesia. En el Oriente griego, leitourgia pasó en seguida a
indicar el
culto cristiano en general y la celebra- ción eucarística en particular. Hoy de
hecho indica ante
todo la celebración eucarística según un determinado rito. Así se hab la de
leitourgia de san Juan
Crisóstomo, de san Basilio, de Santiago, de sam Marcos, etc., es decir, celebración
de la
eucaristía según el rito y la plegaria eucarística que proviene de un determinado
Padre griego.
En el Occidente latino, en cambio, el termino fue completamente ignorado. De hecho
no fue
latinizado, como habia pasado con la mayor parte de 1os términos griegos del Nuevo
Testamento En el
lenguaje occidental latino durante muchos siglos, en lugar de lítuigia se usaron
términos como
munus, oJcium, mys lerium, sacramentum, opus, ri ías, actio, celebtaiio, etc. En el
mundo
occidental, el término latino ltfurgia reaparece en el siglo XVI en el lenguaje
científico para
indicar los libros rituales antiguos o en general todo lo que se refiere al culto
de la Iglesia. En
los siglos XHI-XIX es adoptado también por las Iglesias de la Reforma, y
precisamente en el sentido
amplio de culto cristiano. Así lo hacen también los documentos pontificios, sobre
todo a partir de
Pío X, y el Código de Derrch Canónico de 1917, convirtiéndose irunediatamente en
usual en el
lenguaje oficial de la Iglesia latina.
La concepción del culto en la Biblia ‘
Ofrecemos aquíunavisiónnecesariamente global del culto en la Biblia: una breve
síntesis de teología
bíblica, no una investigación histórica. Como ya dijimos antes, el Nuevo Testamento
expresa un
concepto original del
actualización. El Culto
asi concebido intent"
olvidarla, la
(cd. Jr 7,14; 26,1-15). Fustigan un culto en el que Dios es honrado sólo con los
distancia cronológica
y espacial: Dios nO XC t IÓ solamente en tiempos
labios y exigen que el corazón estó en armonía con lo que el culto expresa:
20
formalismo cultual y un nuevo estatuto del culto como tal. Pero esta novedad
solamente podía
manifestarse después de Pascua. Los cristianos ya no tienen más templo que el
cuerpo glorificado de
Jesus, ni más altar que su
Es necesario advertir, ante todo, la posición adoptada por Jesós frente al se cin
lilúrgico judío
durante su actividad pública. La primera impre- sión es la de una actitud mezclada
de dependencia y
de libertad. Por una parte, Jesós observa las prácticas cultuales de su pueblo;
pero, por la otra,
es fiel a la línea de los profetas que exigen la primacía del espíritu sobre el
rito (cf. Mt
5,23-24; Mc 12,33). Cristo resumió y centró la ley en el cumplimiento del precepto
del amor a Dios
y al prójimo. De modo semejante, en el ámbito del culto recuerda y pone de
manifiesto las
exigencias fundamentales que condicionan el valor o la nulidad del mismo culto: el
amor y el perdón
del hermano (cf. Mt 5,23-24; 15,5-9; Mc 7,6-9). Más aún, Cristo inaugura un nuevo
culto “en
espiritu y verdad” (Jn 4,24), es decir, un culto ofrecido con la propia vida, tal
como 1o vivió y
ejemplificó él mismo. Con la llegada del reino de Dios queda abolido el
ordenamiento cultual y
sacral del Antiguo Testamento y del judaísmo. Ello es posible porque el hombre, con
el inicio del
reino de Dios, queda vinculado directamente a su voluntad, y puede servirlo también
en el
reconocimiento y en 1a alegría.
El culto cristiano es “nuevo” porque no es una acción organizada al margen de 1a
vida, sino que
constituye la razón misma del ser cristiano, es decir, crea hombres que viven “en
Cristo”. La
existencia de Cristo es la plenitud del culto cristiano. Por ello, todo lo que
merece el nombre de
culto está marcado por el acontecimiento definitivo realizado por Dios en favor de
los hombres al
resucitar a Jesús de entre los muertos.
Vemos que a Cristo se le aplican, sobre todo en la carta a los Hebreos, todo los
términos sacrales
y cultuales del Antiguo Testamento: Cristo es el templo, y más que el templo; es el
eterno y sumo
sacerdote; es el liturgo por excelencia de los cristianos; es el único mediador de
la nueva y
eterna alianza. La existencia entera de Cristo es un ministerio sacerdotal de
expiación que culmina
con la ofrenda de su vida en sacrificio (cf. 1-lb 10,5ss). Una vez glorificado, el
Señor ejerce su
sacerdocio en favor de los suyos. Por eso, gracias a su mediación podemos entrar en
el santuario y
tener acceso a Dios (cf. Rm 5,1ss; Hb 10,19ss).
La frase che Jesús sobre el templo (“Destruid este templo y en tres días lo
levantaré”: Jn 2,19)
anuncia la superación de la critica profética al
cruz, ni más sacerdote y sacrificio que su misma persona. El cuerpo de Cristo, o
sea, su humanidad,
además de ser templo de Dios, es también lo que -siempre en la línea de
cumplimiento del anuncio
veterotestamentario- sustituirá las víctimas animales del antiguo ordenamiento
cultual. La obe-
diencia de Cristo, que se compromete hasta el fondo en el cumplimiento de la
voluntad del Padre,
abre el culto cristiano a categorías nuevas y originales. La actitud de Cristo se
convierte en el
nuevo y único modelo cultual.
Por tanto, el estatuto del culto se ha transformado de manera radical. Ya que Dios
se une ahora con
su pueblo -tanto griegos como judíos- de un modo directo en Cristo resucitado y
mediante el don del
Espíritu, y no ya a travós de la doble institución de la salvación representada por
la ley y el
templo, el culto primero de 1os cristianos consiste en acoger la gracia de Dios en
su vida
cotidiana a través de la fe y 1a caridad. Como hemos indicado ya, en el Nuevo
Testamento la
terminología cultual es absolutamente evitado para el servicio litúrgico cristiano;
sirve sólo para
caracterizar el servicio veterotestamentario del templo, o bien como perífrasis de
los
acontecimien- tos realizados durante la presencia de Cristo ema tierra o
de1comportamien- to de los
cristianos en el mundo.
Los creyentes, estimulados por el Espíritu que los anima, en comunión de vida con
su Señor, son
empleados “como piedras vivas para la construc- ción del templo espiritual,
formando un sacerdocio
santo, destinado a ofrecer sacrificios espirituales que acepta Dios por Jesucristo”
(lP 2,5).
Notemos que este célebre pasaje (cd. también 1P 2,9), que proclama el “sacerdocio
común” de los
fieles, habla no del servicio sacerdotal en el ámbito de la comunidad sino de la
acción sacerdotal
en relación con el mundo, en el propio estado, en la vida cotidiana. Por tanto se
pone de relieve
el carácter “profano” de esta acción y su finalidad de llevar los hombres a Cristo
incluso “sin
palabras” (IP 3,1). De tal modo, toda la existencia del. creyente en el mundo,
vivida con
coherencia y fidelidad al don del Espíritu, se convierte en un verdadero culto
espiritual, el culto
perfecto de los ultimos ' tiempos. Esta doctrina la expresa maravillosamente san
Pablo cuando dice:
“Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como víctima
viva, santa,
agradable a Dios; éste es vuestro culto espiritual” (Rm 12,1).
La categoría hebrea de socialización mediante separación de lo profano, es
sustituida por la sattf
cación de lo profano, hasta el punto de que, según
2
HISTORIA DE LA LITURGIA
2B
hay aquí huellas del influjo de la superación por parte de Jesús de la frontera
entre sagrado y
profano.
4. Of. P. Salmon, dmde sur les insignes du poni/e de le rtte romain. Histoire et
íiíurgie,
O£f-icium Libri Catholici, Roma 1955.
5. Of. El martirio de Policarpo, J8: en los Padres «pos£óltcos, op. cit., pfig.
685.
local en sentido regional. Sin embargo, antes del siglo V no tenemos ejemplos de
imposiciones
litúrgicas directas por parte de un obispo sobre otro.
6. Para informaci6n más amplia, cd. T. rederici, Le IiMr ’e dell'orefl orieniiile,
en Aa,vv., Lu
liturgia. Panorama storico generale, op. cit., pp. HO-128; D. Gelsi, Orimiales,
Liturgias. MDL
1510- 1537.
32
liturgias occidentales; más tarde aparecen los textos. Podemos distinguir las
siguientes
tradiciones litúrgicas:
Lo /ifurgia romsnn. Los textos verdaderos y propios de la liturgia romana se “
transmiten
relativamente tarde. La fuente más antigua es el llamado Sacramenlario ueronmse (de
la segunda
mitad del siglo VI): contiene una serie
de cuadernos (libelli misssmm) en los que se registran los formularios de
determinadas
celebraciones clasificadas según los días del ano civil. El documento está mudlado.
los meses desde
enero hasta marzo, incluidas la Cuaresma y la fiesta de Pascua, no están.
Encontramos después el
Sscromentario geíasiano camino, que fue transcrito cerca de París a fines del siglo
VII. Pero el
nóc1eo original romano se remontaría al siglo VI y representa la liturgia de Roma.
La finalidad de
la recopilación originaria parece que fue 1a de servir para la liturgia de los
"títulos" romanos.
Es el primer sacramentario organizado: comienza con la vigilia de Navidad y
contiene todo el año,
con el “santoral separado del temporal”. Contiene además diversos rituales. ⁷ El
5acramentarío
gregoriano, atribuido al papa GregoTio 1 (590-604), pero redactado en tiempos de
Honorio (625-638),
representa la liturgia papal. En él el santoral está mezclado con el temporal, de
modo que algunas
veces los domingos toman el nombre de un santo celebrado precedentemente. El papa
Adriano I
(772-795) enviará un ejem- plar arreglado al emperador Carlomagno, que se 1o había
pedido. Para las
necesidades de la Iglesia franca, será provisto de un suplemento (Hucusqne) a cargo
de Benito de
Aniane (+ 821). Aparecen después, en el siglo Vlfl y más tarde, numerosas formas
mixtas, que se
llaman precisamente Gelasionos del siglo VIII. •
A pesar de la época relativamente tardía en que aparecen los
sacramentarios romanos, se ha demostrado que algunos de sus textos se remontan a
León I (440-461),
Gelasio I (492-496) y Vigilio (537-555). Los textos que todavía hoy usmos en la
liturgia romana
provienen en granpaite de esta antigua tradición.
Confrontando los elementos formales de la liturgia romana con los de las liturgias
orientales y de
las otras liturgias occidentales, observamos su
7. Los “sacramentaríos" son los libros en que, hasta la época carolingia y mfis
allá, el obispo o
el sacerdote encuentra reunidas las oraciones de la misa y de las otras acciones
litúrgicas.
8. Sobre los sacramentarios y otros libros litiírgicos de la liturgia romana y en
respectivas
ediciones, cf. I. Scicolone, P. Farnés, £ihros fit*r@cos: NDL t127-II 44.
9.Of. F. Cabrol, AfruJue fLimrgie «nténicéenne de f’?, en DACL I pp. 501-619; Id.,
Afr'nene
(Liturgie post-ni¢éenne de 1’), ibid„ pp. 620-H7.
35
La edad franco-coroítngia
A lo largo del siglo VII y en la primera mitad del VIII tiene lugar al norte de los
Alpes un amplio
proceso de fusión de la liturgia romana y de la galicana, de modo que se puede
hablar de período de
transición. El empuje lo dio tanto el aprecio general de la liturgia romana, cuanto
una difusa
inseguridad e insatisfacción del multiforme tipo litúrgico galicano por parte
J 3. Sobre la liturgia ambrosiana, cf. A.M. Triac¢a, Ambrosiana, Liturgia: NDL 53-
96; A. Paredi,
Storia del rito nmúrosiano, Ed. 0.R„ Milán 1990.
14. Of. F. De11’Oro, ll nuevo Messala della chiesa amdrosiana: fl£ 64 (1977) 524-
623; Id., Lu
“Diana lans’ ambrosiana: Rt 70 (1983) 223-256.
IS. Las relaciones y los intercambios entre la liturgia romana y la galicana han
sido
ilusirados por C. Vogel, Les échanges liturgiques entre pome et les pays frnncs
jusqu'a l'époque de
\960, pP. J85 295.
37
tal que rfinguna Iglesia pensó en dirigirse a Roma para arreglar o mejorar sus
propias condiciones.
Mientras Roma veía disminuir su importancia, nacía y se imponía la civilización
germánica. Gracias
a la caída del imperio, Alemania se dispuso a recibir la herencia de toda la
antigua civilización
occidental. Esto se manifestó de modo preciso cuando subió al trono Otón I (+ 973).
Se consideró
elreformador, en sentido conservador, de las instituciones funda- mentales
carolingias. Para toda
la parte espiritual fue admirablemente ayudado por su mujer Adelaida. A nosotros
nos interesan
ahora 1as reper- cusiones de dicho proceso en el terreno litúrgico. Nos fijamos en
un hecho
fundmental.
Los sacramentarios, de que antes hemos hablado, contienen casi exclu- sivamente los
textos de la
celebración sin descripción alguna del desarrollo del rito; los ordines
(ordenamientos) son, en
cambio, auténticos libros de ceremonias. La mayor parte de dichos libros sugieron
al norte de los
Alpes. La obra más importante de este tipo en la historia de la liturgia occidental
fue escrita
hacia el año 950 por los monjes del monasterio de San Albano en Maguncia y recibió
más tarde el
nombre de Pontifical romano-germónico. Además del llamado Ordo romanos antiguos,
contiene textos
franco-galicanos con añadidos propios del redactor. En la segunda mitad del siglo X
(y precisamente
en 962, cuando Otón I acude a Roma para la coronación imperial) este libro llega a
1a ciudad
eterna, donde 1a vida eclesiástico- cultural pasa por un período de fuerte crisis.
Ya que en el
siglo IX y en 1a primera mitad del X a duras penas se producían manuscritos, esta
obra se recibió
en Roma con gran agradecimiento y prontitud y fue recibida supo- niendo que era
auténtica liturgia
romana. Lo mismo sucedió con otros manuscritos. Se verificó así que los libros
litúrgicos salidos
de Roma en el estilo romano puro, retocados en Galia y Alemania, retornaron después
manipulados a
Roma que se los hizo propios. De este modo, la antigua liturgia romana vuelve en
forma
franco-galicana a Roma y de allí, en cuanto “liturgia de 1a curia romana”, iniciará
su camino como
liturgia unitaria de Occidente.
Es importante decir algo sobre 1as controoersias eocurtsficas que proIife- raron
durante los siglos
IX-XI. A partir de la ópoca carolingia, símbolo y realidad se consideraron dos
conceptos mutuamente
opuestos. El símbolo se consideraba como un indicador, como algo que atrae la
atención hacia otra
cosa distinta; real era lo que se podía tocar y tomar, la realidad física. Éste es
el trasfondo de
las controversias eucarísticas de esos siglos, que
La reforma gregoriana
Con el papa Gregorio VII (1073-1085) se inicia en Roma una fase de consolidación,no
sólo de la vida
eclesiástica en su conjunto, sino también de la liturgia. La reforma llevada a cabo
por Gregorio
VII tiene como fondo 1a voluntad de moralizar el clero. En este contexto se explica
el interés
especial por la liturgia, vista, sin embargo, como lugar específico y casi
exclusivo del ministerio
sacerdotal. La líturgia, en efecto, exige a quien la debe presidir dignidad,
santidad y coherencia
de vida. De este modo se intenta restituir al clero una imagen de dignidad perdida.
La reforma gregoriana se caracteriza tambión por una fuerte toma de conciencia dela
autoridad
papal, a la que sigue un proceso de centralización, a fin de garantizar una unidad
substancial de
todas las Iglesias en torno a la sede de Roma. En este contexto hay que situar la
abolición de la
Jiturgia hispánica, la decisión de que las fiestas de los papas santos se celebren
universalmente,
la introducción del juramente de fidelidad al papa en el rito de la ordenación
episcopal, etc.
La “vuelta alo antiguo”, otro criterio que guía la reforma gregoriana de los libros
litúrgicos, de
hecho se redujo, al no conocer 1a situación histórica real, a la organización y
aceptación
definitiva de 1a estructura fundamental de la liturgia romano-franco-getmánica.
El trasfondo eclesiológico de toda la reforma gregoriana es de tipo jerárquico y al
mismo tiempo
jurídico. Los fieles se habían ido poco a poco alejando de la liturgia fuertemente
clericalizada.
Gregorio VII no se propone disminuir la prevalencia clerical de la liturgia ni
facilitar su
comprensión. Las metas que contempla son: aumentar el aprecio por el sacerdocio;
cultivar el
sentido del misterio ante la acción litúrgica, y conceder espacio a las devociones
aunque bajo
forma litúrgica.
A partir de Gregorio VII y de la reforma de la Iglesia latina de la que fue
promotor, la unidad
litíírgica realizada por Carlomagno para su imperio fue exigida como principio
eclesiolÓgico.
17. Cf. M. Andrieu, Mi6sale cor/o rornsra sen Ordo miS8ali$ $3cunaum consuetud inem
rq< nm cue du Xllle siecle, en Miscellanea Y. Ehrle, 2, coma 1924, pp. 348—376.
Jg ci r Salmon, L’o/ce dirin su soya igo.
XVIe siécle, Cerf, París 1967.
40 Historia de ly liiurgia
una voluntad
de reforma espiritual querida y organizada por la base
propiciatorio tanto para los vivos como para los difuntos. Afirmó también
-shnples sacerdotes o frailes o laicos- al mismo tiempo que 1as altas jerar— quías
religiosas se
vuelven espiritualmente pobres e incluso peor, y 1os pertenecientes a las clases
más altas mezclan
una religiosidad tradicional y exterior con una concepción pagana de la vida,
sugerida por diversas
formas de la civilización renacentista.
La “dmotio moderna”
En este contexto, hay que recordar el movimiento de la deuoiio moderna, que a fines
del siglo XIV
se inició en los Países Bajos con G. Groote (+1384) y se difundió por toda la
Europa occidental.
Las características de 1a deootio modernn son el practicismo ascético y el
metodismo en la oración,
no carente de efectividad, especialmente en 1a meditación de 1a vida de Cristo.
Expre-
sión clásica de esta espiritualidad es la Imitación de Cristo atribuida a Tomás
la legitimidad de las misas en que sólo comulgaba el sacerdote o estaba
totalmente ausente el pueblo, así como la legitimidad de las misas en honor de los
santos.
Finalmente, declaró el canon de ía misa inmune de errores.
El decreto disciplinar combatiÓ los abusos y los reales mfis evidentes. Además de
la condena de
toda actitud irrespetuosa o que pudiese distraer, prohibía en las iglesias todo
género de música o
de canto que contuviese algo lascivo o frívolo; terminaba con el arbitrio de los
sacerdotes en el
uso de las oraciones y los ritos de la misa; condenaba cualquier observancia de
series “numéricas”
de misas, que tuviese sabor supersticioso. Finalmente estable- cía que sobre todo
el desarrollo de
la liturgia tenían que vigilar los obispos,
42 historia de la li£urgia
los cuales tenían especialmente el deber de impedir todo abuso en el espinoso tema
de los
esttpendios de misas.
En cuanto a la reforma de los libros litúrgicos, “‘ el concilio no tenía la
posibilidad de llevarla
a cabo, ya que exigía un trabajo largo y unas decisiones delicadas. El encargo para
la revisión fue
confiado a los papas, indicando, sin embargo, los principios o criterios que se
debían seguir. La
reforma no tenía que ser particular, limitada sólo a algún libro litúrgico, sino
universal, es
decir, con efectos en todo el campo dela liturgia. La reforma no tenía que afectar
sólo a algunos
Estados, sino que debía ser uniforme, válida para todo el Occidente. Este criterio
correspondía al
deseo de los Estados italianos, de España y de Portugal. Otros Estados, como
Inglaterra durante la
restauración y especialmente Francia, hubiesen preferido darse sus propios
reglamentos internos.
Se tenía que volver a 1a forma genuina de la liturgia, eliminando los añadidos
tardíos, de carácter
demasiado privado o espúreos. Por tanto, había que proceder en continuidad con 1a
tradición.
Finalmente, se tenía que poner remedio al estado caótico en que se hallaba la
liturgia como conse-
cuencia de las innovaciones y críticas de los reformadores protestantes. Se
concedía la primacía al
temporal en la misa y en el oficio, mediante la dísminución de 1as fiestas de los
santos y la
reducción de las misas votivas. Se debía fijar el ordinario de 1a misa y establecer
rúbricas
generales obliga- torias.
Las decisiones del concilio no tardaron en ser ejecutadas. Bajo Pío V, en 1568
apareció el BrNarium
ros num. Fue seguido, en 1570, por el Missale romanum. En los años siguientes
fueron publicados los
otros libros. En las bulas de presentación se establecía que en el futuro dichos
libros serían
obligatorios para todos, a menos que diócesis o comunidades religiosas pudiesen
atestiguar usos
particulares de por lo menos doscientos años. La Congregación de los ritos
instituida por Sixfo V
en 1587, tenía que velar por la fiel observancia de las normas litúrgicas.
Para juzgar adecuadamente algunas “cerrazones” de la reforma tridentina, hay que
tener presente la
actitud de los protestantes. Éstos proponían sin duda algunas reformas positivas:
culto en lengua
vulgar, comunión bajo mbas especias, superación de los excesivos aspectos priva-
dos presentes en
la celebración de la misa, insistencia en 1a comunión durante la misa y, sobre
fodo, eliminación de
los abusos. Pero los reformadores
21. CX, H. Jedin, ll concilio di Trentn e la rifomia dei libri liturgíci, enId.,
Chiesa della fede,
c#ics« sloriy, Morcelliana, Brescia 1972, pp. 391-4Ü.
eliminaron demasiadas cosas del patrimonio genuino dela tradición eclesial. Por eso
el concilio
rechazó muchas cosas en clave polémica con la actitud de fondo de 1os protestantes.
La obra reformadora de Trento tiene que ser valorada porque salvó la liturgia de la
crisis del
siglo XVI. Pero fue una obra limitada: al mismo tiempo que fijaba la liturgia para
superar la
situación caótica de 1a época, la alejaba también de la vida real, la convertía
casi en una forma
“congelada”, obligando a la piedad de los fieles a alimentarse con las formas de
piedad popular y
devocional, y dando origen así inconscientemente a la cultura religiosa del
Barroco. Por otra
parte, al afirmar la legitimidad de un mínimo, por ejemplo la comunión bajo sólo la
especie del
pan, impulsaba la búsqueda de la “validez” sin rñngún intento de revalorizar los
signos
sacramentales.
44 ífistorio de Es fifiirgia
mismas. r'oi otra parte, en los grandes representantes de 1a espiritualidad
francesa del siglo XVII
no faltan elementos de inspiración litúrgica. Así, por ejemplo, en la
espiritualidad de Pierre de
Bórulle (+ 1629), que se había dedicado sobre todo al estudio de san Agustín y de
otros Padres dela
Iglesia, hallamos uri fuerte teocentrismo: “A Cristo a travós de María y, a travós
de
45
1a superstición,
aplicando el análisis racional a todos los campos posibles de
hay que equipararlo con la restauración catÓlica subsiguiente,
algunos románticos se unieron mfis tarde a la restauración catoltcay,
aunque
en ésta
la experiencia humana.
POr influjo de esta cultura, se vio la liturgia más claramente bajo el aspecto de
la utilidad para
la pastoral, se acentuó su carácter comunitario y se intentó lograr una mayor
simplicidad y
racionalidad. En lucha contra la
, cultura barroca, se quiere encontrar el camino hacia la esencia lógica de la
liturgia. En
contraste con una falsa y exagerada estima del opus operatum, se pretende
evidenciar el verdadero
valor del opus operantis de Cristo y de la Iglesia.
No debe sorprender que en este contexto nazcan intentos de reforma litúrgica.
Aparecen las
liturgias locales (neogalicanas) de las diÓcesis de F££tDCÍa. Otros intentos de
reforma litúrgica,
como el famoso sínodo de
,{ PtStOÍá (1786), son sofocados por las condenas doctrinales. Dicho sinodo,
convocado por
monseñor Scipione Ricci, desde 1780 obispo de Pistoia y Prato, contiene aspectos
positivos, pero
quedaron irdicionados por ideas jansenistas y luego por actitudes
insubordinadas,intempestivas,
irreverentes tanto respecto de la autoridad pontificia como respecto de un pueblo
Vinculado a una tradición querida por la mayoría y, además, no preparado doctrinal
y
psicológicamente para reformas de tanta importancia. 23 El
fracaso de estos y otros intentos se debe, en parte, al exagerado racionalismo y a
las tendencias
parcialmente heróticas de sus promotores. Hubo, sin embargo, numerosos teólogos que
hicieron suyas
las aspiraciones a una
se hallan ocasionalmente elementos románticos.
A partir de la propia concepción, la resfauractón c iól'ca pretende reconstruir lo
que supone
destruido en la Ilustración. Para ello busca una vinculación estrecha con Roma y
con los tiempos de
la alta Edad Media. Esta actitud caracteriza también la relación con la liturgia,
que se quiere
cultivar en su supuesta forma originaria romana como un valor digno de veneración,
y por la que se
quiere suscitar entusiasmo. EX onente destacado de tal actitud es el abad
benedictino Prosper
Guóranger (* 1875), fundador de 1a abadía de Solesmes. La intuición fundamental de
Guéranger viene
dada por haber indicado en su obra L'onné litur gique la liturgia como la oración
de la Iglesia:
ésta es, en efecto, el verdadero modelo de la oración cristiana, más
allá de todas 1as escuelas y métodos particulares.
Importante para la renovación litúrgica posterior es en esa época de la
restauración la actividad
científica que tiene por objeto la historia de la liturgia. Aparecen amplias
ediciones de los
Padres y obras sobre las fuentes: Migne micia y publica rápidamente 1a Paír0logia
latina y griega.
De este modo se ponen las premisas para una consideración más crítica de la
liturgia
medieval-tridentina, a menudo elogiada unilateralmente en la fase de la
restauración. Hay que
señalar también la publicación, a comienzos del siglo XX, del monumental
Ulctipnnaire d'arcñéo1ogíe
chrétiene et de liiurgie. ”
Sana reforma de la liturgia yen parte las transmitieron al siglo XIX. Se puede,
24. Para todo el movimiento del ochocientos inf rma muy bien O. Rousseau, 5toriii
del
inter del sec. XíXJn9Q@ 9 gi, Ed. Paolíne, Roma 1961.
En apéndice: S. Marsili, S Soria dPí m0ÚM6ttf0
22. Of. J. Aumann, Soininario di storia della spiritualitá, Dehoniane, N6poles 1986
pp. 325ss.
23. (. R. Pilkirigton, En liturgm riel sinodo Riccinno di Pistoia: EL 43 (1929)
410-424.
Dei” y E. Moneta Vaglio, Mouimrtifo liturgica' ambrosiano
46 Hisforio de la /i/urgIe
El movimiento titúrgico del siglo XIX fue autónomo, mfis controlado que ayudado por
los organismos
jerárquicos. No así el del siglo XX. En e1 mismo podemos distinguir la obra de los
papas y la
acción de los teólogos y pastores.
El motu proprio Tra le soJíecifudini de Pío X, de 22 de noviembre de 1903, expresa
la preocupación
por una participación activa en los sacrosantos misterios y en l,i oraciónpública y
solemne dela
Iglesia”. Podemos decir que esta afirmación pone el fundamento para el inicio de la
verdadera fase
pastoral del movimiento litúrgico.
El benedictino belga Lambert Beaudouin (+1960) la convirtió en la
consigna de su trabajo litúrgico-pastoral. Su intervención en el congreso nacional
de 1as obras
católicas de MñlinHS (1909) se considera el momento en el que el movirrúento
litúrgico se abre a
horizontes más amplios que los monásticos. En dicho congreso Beaudouin proclamó que
la liturgia
consti- tuye la catequesis fundamental de la doctrina cristiana y el medio más
eficaz ara estimular
y alimentar la vida espiritual, Tras la primera guerra mun- dial, el movimiento se
difundió en
Alemania. Fue sobre todo la abadía de Mata Laach la que promovió la comprensión y
la participación
en la liturgia: sobresale en particular Odo Casel (-+ 1948), el cual, con sus
estudios patristicos
y de ciencia de las religiones, 11ega a la convicción de que la liturgia es la
celebración de los
misterios, en 1a que el “misterio primordial”, Jesucristo, se hace presente con su
obra salvífica
como portador de salva- cion. Mientras los monjes de Maria Laach se dirigían ante
todo a los
teólogos,
Romano Guardini (+ 1968) llevaba el “espíritu de la liturgia” a las filas de los
3
EL CONCILIO VATICANO II Y LA LITURGIA
jóvenes estudiantes,
y Pius Parsch (+ 1954) en Austria, se preocupaba
estrictamenteteo1OQ ’ca y la ha rescatado de unbanalymortificante ritualismo.
4u/ori. Sa$$io di
1990.
Madrid 1964.
49
3. Cf. S. Marsili, en Aa.vv., Le /ifurgie, momento nella storm della salvezzo, op.
cit., pp. 87-
88.
Inteligibilídad de los textos y de los ritos por parte de los fieles, Este
principio, sin embargo,
tiene que coiljugarse con el carácter mistérico de la misma liturgia, íntimamente
vinculada al dato
revelado y, por tanto, a la palabra de Dios. De ahí proviene la concesión de una
parte más amplia a
la lengua vulgar, una lectura más abundante de la Escritura, la deseada simplicidad
yla linealidad
de la celebración, la funcionalidad del ambiente en el que se desenvuelve la acción
liturgica yla
necesidad de una adecuada iniciación al signo litúrgico.
4
EL SUJETO DE LA CELEBRACIÓN: LA ASAMBLEA LITÚRGICA
Los tres primeros capítulos han ilustrado la naturaleza del aconteci- miento
litúrgico y la
evolución de sus formas en el tiempo hasta la extraor- dinaria toma de conciencia y
consiguiente
reforma del concilio Vaticano H. Pero varios elementos aparecidos en estos
capítulos necesitan ser
profundizados ulteriormente. Es lo que nos proponemos hacer en los tres capítulos
siguientes,
dedicados respectivamente al estudio del sujeto de la celebración, el lugar de la
celebración y la
misma acción celebrativa. '
Cristo está todavía “oculto en los signos de la historia”, aunque vive ya como
resucitado y con
plenitud celeste y estfi realmente presente en la Iglesia, más aún, en toda la
historia. Este dato
explica la necesidad de recurrir todavía al Antiguo Testamento y, de manera
coherente, también a
todo el mundo religioso humano; y llega a resaltar la Iglesia como “signo
sintético”
que asume todos los demás “signos fragmentarios", de modo que constitu- ya un
verdadero “sujeto
histórico primario" en función de Cristo 2
La Iglesia es cuerpo, esposa, sacramento del Verbo encamado (cf. LG 7-8). En este
contexto, la
Sacrosanctum Concifium afirma que el culto público íntegro es ejercido por el
Cuerpo místico de
Cristo, es decir, por la Cabeza y los miembros (cf. n° Z). Cristo asocia consigo a
la Iglesia. Por
tanto, ósta es pueblo real y sacerdotal, todavía más que el del Sinaí(cf. LG 10-
11). La Iglesia es
sujeto de la acción litúrgica. La comunidad eclesial, sobre todo cuando celebra la
eucaristía, no
sólo actúa in persona Chrísti, sino que se podría decir que es la persona de
Cristo, ya que en
grado máximo su actuar (opus operantis ecclesiae) expresa y es el actuar de Cristo
(lo que la
teología ha llamado el opus operatum del sacramento). La 6nica
mediación..sacerdntaLqiie.la lylsia
profesa y vive es la de Cristo Señor. Es en el interior de esta mediación donde hay
que entender y
vivir la experiencia sacerdotal cristiana.
Cuando hablamos de la Iglesia como sujeto de la acción litúrgica, debemos
preguntarnos ante todo a
qué noción de Iglesia nos referimos y qué entendemos por Iglesia que celebra, ora,
ofrece,
santifica, etc. en la liturgia. Ya hemos dicho que la Iglesia de que hablamos no es
sólo 1a
Iglesia- jerarquía, sino la Iglesia- pueblo de Dios en su totalidad. La Iglesia
como “pueblo unido
por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4) es con Cristo el
sujeto de la acción
litúrgica.
2 Of- J• Sartoñ, “In pWona Christy", "In persona ecclesiae". Considnazioni sulla
mediazione
ministeriale nelln Cfiiesa, en Aa.vv., Sacerdocio e medinzioni, op. cit., pp. 83-
84.
59
3. Of. }. Lbpez Martín, “f-n espíritu y verdad”, op. cit„ pp. 231-238,
Un segundo aspecto, en el que se revela una cierta tensión, es, por un lado, la
realidad teológica
de 1a santidad del cuerpo de Cristo. En este contexto, la asamblea es santa, como
santa es la
Iglesia, cuerpo de Cristo (cf. Col3,12; lCo 11,28). Por el otro lado, 1a Iglesia
reúne en asamblea
no una elite de puros y perfectos, sino un pueblo de pecadores (cf. lCo 11,30; Un
1,8-10). Cada
miembro de la asamblea tiene que adoptar una actitud penitencial.
F*
62
63
traduce en la conjugación de diversos mirústerios y funciones dentro de la
celebración (cf. SC 28).
Los diversos ministerios, o servicios, no tienen que mortificar la asamblea, sino
que tienen la
misión de vivificarla. No son un privilegio, sino un compromiso. Por ello la
celebración litúrgica
es esencial- mente dialógica, y cuando uno actíía para todos los demás, siempre se
da una respuesta
coral por parte de la asamblea.
Hay un aspecto que se capta por una simple constatación: la asamblea es siempre una
realidad local,
circunscrita, particular. Tiene límites geográ- ficos, tiene una precisa colocación
en el tiempo.
Está compuesta de un número limitado de personas. Es decir, muestra todas las
parcialidades
inherentes a su condición humana.
'i
Finalmente, una úlóma tensión es la que se establece entre asamblea y misión. La
tarea apostólica
está ordenada a la asamblea litúrgica, ya que tiende a que “todos, hechos hijos de
Dios por la fe y
el bautismo, se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el
sacrificio y coman
1a cena del senor”. Pero, a su vez, de la liturgia “mana hacia nosotros, como de
una fuente, la
gracia y con 1a máxima eficacia se obtiene la santificación de 1os hombres en
Cristo y la
glorificación de Dios, a la que tienden todas las demás obras de la Iglesia como a
su fin” (SC 10).
pues, alcanzar la inteligencia de los ritos y de los textos. También tiene un valor
importante el
silencio sagrado como elemento de escucha e interiorización.
Hoy algún autor habla no sólo de “participación en la celebración litíirgica” sino
también y sobre
todo de “participación litíírgica”. ⁶ Otro afirma categóricamente que después del
Vaticano II, “se
deja de hablar de participar y se empieza a hablar de celebrar”. En el fondo, con
diversidad de
matices, la preocupación de los autores es siempre la misma: hacer que la
participación no se
reduzca a una actividad simplemente limitada al mo- mento ritual, sino que
comprometa al creyente
globalmente en su existencia. Volveremos a hablar de este punto al final de nuestro
manual, cuando
afrontemos el tema de la espiritualidad litúrgica.
EL LUGAR DE LA CELEBRACIÓN
66
El edificiocultual en la Bibl!!*
El lugar de la celebración
67
Para los griegos, como para los romanos, el templo era sobre todo la
morada de la divinidad figurada en una estatua. Bastaba incluso una pequeña
estancia. Lo mismo
sucede en la tradición hinduista. No hay necesidad de reururse: la divinidad espera
el sacrificio
reservado a sus sacerctotes y la ofrenda individual de sus fieles; nada más.
En el Antiguo Testamento, el lugar sagrado no es sólo, como en casi
todas las religiones, el perímetro de la presencia y de la acción de 1a divinidad,'
sino sobre todo
el signo de la elección: el Dios de toda la tierra se digna manifestarse en un
lugar particular y
elige a un pueblo particular.
En Israel e1 espacio sagrado se coloca en el punto de conjunción de las dos
grandes tensiones que caracterizan la religión bíblica: la invisibilidad y la
cercanía de Dios, e1 universalismo y el particularismo.
Todos los lugares sagrados fueron, finalmente, superados en impor-
tancia por el templo de Jerusalén, que se convirtió en el lugar por excelencia de
la presencia de
Dios y del encuentro con él. En la dedicacion del templo, Salomóntenía conciencia
de la cercanía de
Dios y de sii trascendencia: “¿Es posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes
en el cielo y
en lo más alto del cielo, ¡cuánto menos en este templo que te he construido!" (IR
8,27).
Las notas críticas de los probetas no tendían a superar el templo, sino
a mantenerlo en el contexto vivo de la alianza. Por tanto, el templo se convirtió
cnel gran signo
de la alianza de Dios con Israel, signo óe ta elección y de la historicidad de la
revelación.
como todo judío, Jesús frecuenta el templo y lo honra. Pero los
evangelios concuerdan tmbién en recordar que, como los profetas, criticó el templo
(cf. Mt
21,12-13; Mc 11,15-19; Lc 19,45-48; Jn 2,14-16). Su crítica al templo fue una de
las acusaciones
que le hicieron en el proceso ante el s edrín (of. MC14,58). Tmbién la primera
comunidad cristiana
de Jerusa- lén acepta pacíficamente el templo y lo frecuenta (cf. Heh 2,46).
Esteban, sin embargo,
portavoz del grupo de los helenistas, adopta una posición más ttitica (rt. Hch 7).
Esta actitud
dialóctica, hecha de aceptación y de crítica, todavía no sale del ámbito
veterotestamentario; de
hecho, está en la línea de
los profetas.
La novedad neotestamentaria está en la toma de conciencia de que el
gg E l lugar de la celebración
cristianas y de los sucesivos lugares de culto. Los estilos históricos expresan una
auténtica
espiritualidad diversa según los países y las épocas. En Occidente la basílica
romana evoluciona en
el estilo carolingio y de los Otones, del que proviene el románíco: estilo que
consigue armonizar
1a línea horizontal con 1a vertical, la simplicidad con la monumentalidad, la
estaticidad romana
con la dinamicidad de los pueblos franco-germánicos.El gótico, en la primera mitad
del siglo XII,
se convierte en el estilo dominante: es una manifestación única del genio cristiano
con
acentuaciones dramáti- cas y agitadas. Ya en el siglo XV se dan intentos de superar
el estilo
gótico. Se Ilega al Renacimiento, que es una vuelta a 1a antigüedad. Después del
concilio de
Trento, se desarrolla el h«rroco, estilo que expresa con fuerza y a veces con
irracionalidad el
entusiasmo de la victoria y del triunfo de la fe. A continuación, en concomitancia
con la
Ilustración, aparece el neoclasicismo,- como reacción albarroco, cada vez más rico,
se pasa a un
estilo simple, sobrio y racional. En conexión con la cultura romántica, surge en la
primera mitad
del siglo XIX un nuevo entusiasmo por la Edad Media y sus gustos artísticos, que
son imitados.
Estamos en la ópoca de la restauración.
El arte moderno hace tiempo que está en busca de nuevas expresiones del espacio
cultual. El
criterio de fondo lo hallamos en la Sacrosanctum Concilíum.- “Al construir templos
debe procurarse
con diligencia que sean idóneos para realizar las acciones litúrgicas y lograr la
participación
activa de los fieles” (n° 124).
El edificio sagrado, que hoy se construye según criterios más moder- nos, busca
claramente un
espacio en el que la comunidad se pueda sentir y actuar en un ambiente luminoso y
mós próximo al
centro de la acción. El ideal que se persigue es la funcionalidad, la simplicidad,
la belleza y el
decoro sin renunciar al valor simbólico del lugar de culto.
5. Of. C, Militello, Ji popolo di Dio tra nayatg e santuario, en Aa.vv., dli spazi
della
¢elebrazione rituale, op. cit., pp. 11-39.
69
La Socrosaacfum Concilium (SC 41) alude al altar único (unum altare). Así también
el Código de
Derecho Canónico, que ya no habla de altar mayor y altares laterales, sino
simplemente del altar.
La unícidad del altar restituye al mismo toda su fuerza simbólica: “El altar, en el
que se hace
presente el
70 T l lugar de la celebración
sacrificio de 1a cruz bajo los signos sacramentales, es, además, la mesa del Senor,
para participar
en la cual se congrega en la misa el pueblo de Dios; es también el centro de la
acción de gracias
que se realiza en 1a eucaristía” (IGMR 259).
El altar expresa el valor sacrificial y comunional de la eucaristía. Por tanto, no
es sólo una
mesa, sino que es también el ara del sacrificio. Dada su función, no requiere
grandes dimensiones.
El altar se debe construir “separado de la pared, de modo que se le pueda rodear
fácilmente y la
celebración se pueda hacer de cara al pueblo. Ocupe el lugar que sea de verdad el
centro hacia el
que espontáneamente conveja la atención de toda la asamblea de los fieles” (IGMR
262). Es asi como
sacerdote y fieles son verdaderamente circunistantes, de pie en torno al altar,
como dice el
antiguo canon romano. Sin embargo, la centralidad del altar hay que entendería más
en sentido
espiritual que material.
La sede
La sede del celebrante “debe significar su oficio de presidente de 1a asamblea y
director de la
oración” (IGMR 271). La alusión al “presidir” se halla ya en descripción de la
eucaristía dominical
hecha por Justino hacia la mitad del siglo II.' La situación preeminente de la sede
es un honor
tributado al presidente que es signo de Cristo (cf. SC Z), cabeza de la asamblea, y
es también una
necesidad práctica de visibilidad, dado que él actúa en nombre y en favor de la
asamblea.
Cuando es el obispo quien preside, se sienta en la cátedra.
ambón, según la estructura de cada iglesia, debe estar colocado de tal modo que
permita al pueblo
ver y oír bien a los ministros (IGMR 272).
El sagrario o tabernáculo
El sagrario es el lugar en el que se conserva la eucaristía. A partir del siglo XVI
prevaleció la
costumbre de conservar el santísimo sacramento en un sagrario colocado en el centro
del altar. La
normativa actual es distinta. La instrucción Eucfirisiicom mysterium, de 1967,
expone los fines
por los
que se guarda la eucarisóa (administración del viático, comunión fuera de
la misa, adoración) y recomienda la oración ante el santísimo sacramento. Luego
describe el lugar
donde conservarla. Coherentemente, elMi8df TOftIO- no recomienda que este lugar
“sea una capilla
adecuada para la oración
privada de los fieles” (ICMR 276).
Concluimos este capítulo con una breve alusión a los objetos del edificio cultual:
vasos sagrados,
ornamentos sagrados y otros enseres des- tinados directamente al uso litúrgico:
ctuces, imágenes,
campanas, etc. Los criterios que deben orientar todo este sector están expuestos en
el capítulo
sobre “el arte y los objetos sagrados” de la 5OCYOStfuctum Conciftum, y
precisados luego en los Praenotanda del Mísal romay0 (IGMR 287-312)-
t239.
7. La legislación sobre el altar se encuentra en el Código de Derecho Canóiiico,
cc. 1235-
Z2 E 1 lugar de la celebración
Tienen una importancia especial las imágenes expuestas en el edificio cultual. Han
tenido en la
historia de la piedad cristiana una importante función catequótica y mistagógica.
De algún modo la
imagen crea cercanía, es mediadora de una presencia, nos lleva a una comunión. El
número de las
Jfigenes, que no debe ser excesivo, y su colocación tienen que contribuir a crear
un espacio
adecuado para la celebración (IGMR 278). Por tanto, la imagen no es un elemento
aislado: acompaña a
la palabra proclamada, a la oración, a la acción sacramental, al lenguaje del canto
y a la musica.
Un relieve particular adquiere la imagen de la cruz. preside la celebración
eucarística; por ello
se pone en un lugar visible, no necesariamente sobre el altar.
6
LA ACCIÓN CELEBRATIVA:
Incluso en las cosas de menor importancia, como son los objetos, hay
que respetar las exigencias del arte. En este sector se concede una amplia libertad
de adaptación a
1as culturas y tradiciones de cada pueblo, a condición de que todo esté adaptado al
uso para el que
está destinado (IGMR 287. 311).
La dedicación de las iglesias y los altares, y la bendición de los
principales objetos de culto constituyen una acción simbólica destinada a
enriquecer su valor
significativo. El rito de la dedicación de 1a iglesia tiene una larga tradición.
"Los fastos de la
dedicación que caracterizaron la praxis litúrgica del segundo milenio, han sido
notablemente
simplificados en las reformas del presente siglo. El Ordo dedicalionis ecclesiae et
altsris,
promulga- do e129 de mayo de 1977, sintetiza múltiples temas cultuales de la
comuni- dad eclesial,
y sobre todo desarrolla la temática Iglesia-templo e lglesia- pueblo de Dios, y
superando de este
modo toda forma de sacraliza- ción. “Renunciando tmbién a la acumulación de los
signos y a la
repetición de los mismos gestos, restituye a la celebración de la eucarisóa su
papel principal en
la dedicación de la iglesia. Así se quiere subrayar que 1a iglesia- edificio es
sÓlo una imagen,
material y visiblemente expresiva de la Iglesia- comunidad de creyentes.
El rito ²
Las dificultades más notables de los cristianos para hacer de la celebra- ción un
momento de
autóntica experiencia de fe no parece que tengan tanto que ver con la eventual
oscuridad de cada
uno de los ritos, cuanto con una
Qué es el símbolo
El término “símbolo" adquiere significados y matices diversos según la perspectiva
específica. Para
disipar equívocos puede ser útil remontarse a la etimología del tórmino. Expresa,
en su raíz
griega,1a conjunción de dos partes: symbaJíein significa literalmente “poner
juntos" (en este
sentido, es lo
EL simbolismo titúrgico
Volviendo a lo que decíamos antes a1 hablar del rito como acción simbólica,
recordemos que el
ingreso en la trama simbólica que constituye cada sistema cultual madura a travós
de un proceso de
socialización, durante el cual se produce la iniciación a la experiencia simbólica
de una comunidad
determinada. En concreto, nos acercamos al simbolismo cultual cristiano a través de
la Biblia y de
la tradición cristiana. Como destaca C. Bernard, “las relaciones entre actividad
simbólica y
realidad de fe se basan ante todo en la estructura de 1a revelación bíblica. La fe
cristiana
implica la aceptación de un lenguaje simbólico privilegiado transmitido e
interpretado por la
Iglesia y halla su expresión más adecuada en consonancia con la expresión
eclesial”. '°
Por tanto, el simbolismo litúrgico ante todo hay que considerarlo en estrecha
relación con la
historia de la salvación. En ella Dios se ha revelado y comunicado con su palabra y
con toda una
pedagogía de signos, a travós de los cuales flama a los hombres a la fe y los une a
sí mismo en la
alianza. Ahora bien, “el plan de la revelación se realiza por obras y palabras
intrínsecamente
ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y
confirman la
doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras
proclaman las obras y
explican su misterio” (DV 2).
Por tanto, en la revelación divina acontecimiento histórico y palabras
interpretativas están en
íntima relación entre sí, de tal modo que no pueden cumplir su función reveladora
el uno sin las
otras. Analógicamente,también en la liturgia acción simbólica y palabra de fe están
íntimamente
unidas y se completan mutuamente. Existe una impresionante continuidad expresiva y
de comunicación
simbólica entre la Biblia y la liturgia. " En segundo lugar,
79
Cr tividad simbólica
Es más fácil adaptar algún elemento, realizar algún retoque, reparar algún daño,
que rehacer,
reconstruir una totalidad significativa, la cual tiene en 1a liturgia cristiana,
como hemos visto,
unas exigencias precisas. No se debe confundir el problema de la reforma de 1a
liturgia, en lo que
ésta tiene de mudable y sustituible, con el problema de la iniciación al simbolismo
litíírgico.
En una perspectiva pastoral, queremos ante todo llamar 1a atención sobre el uso
inteligente de la
herencia simbólica recibida. Siendo el rito un hecho de lenguaje, será necesario
exaltar todas sus
posibilidades comunicativas. Ello requiere una previa y sabia relectura del mismo
rito, no como
esquema que hay que seguir, sino como propuesta o modelo que hay que encarar con
renovada
sensibilidad.'³El rito no se debe entender como un elemento de consumo, con efectos
automáticos,
sino más bien como un guión que hay que interpretar mediante una dirección
inteligente y flexible.
El tema de la creatividad litúrgica fue afrontado por el Vaticano II en la
Sncrosorictxm Concifium
en los números 37-40, donde se habla con más precisión de “normas para una
adaptación a la
mentalidad y tradiciones de los pueblos”. Una vez establecidos los principios
generales de la
adaptación, se indican los diversos niveles de realización. "La creatividad,
entendida
15. C. Vagaggini, Eí sentido teoló f¡ico de la fiRrgin, BAC, Madrid 19a,2‘ ed.;D.
Power, Dos e
sesiones de In je: culto y teología: Conc 82(1973) 266-274; Aa.vv., Lo liturgie
ezpression de
Ia/oi, Ed. Liturgiche, Roma 1979; A. Donghi, Nella lode lo chíesd celebra la
proprio fede, en
Aa.vv., Mysterion, op. cit., pp. 161-192; F. Brovelli, T-e y lifurgip: CDL 640-854;
Aa.vv., rrde e
sac:rantenti, problema aperto, númno motiográfico: RD 76 (1989) fascículo n. 1; J.
López Marón, “En
Espíritu y verdad”, op. cit., pp. 311-346.
81
cristiana del mundo; es la actitud por la que el hombre “se entrega entera y
libremente a Dios, le
ofrece el homenaje total de su entendimiento y voluntad” (DV 5).
El hombre acepta la vida, en sus varios aspectos, como don de Dios; la acepta en
las vicisitudes de
1a existencia de cada día, pero también en determinados momentos particulares, en
los que se
verifica dicha acepta- ción. son los momentos sacramentales, que podemos llamar los
momentos
“fuertes” de la existencia del creyente. Misión de la lglesia es escrutar los
“signos de los
tiempos” e interpretarlos a 1a Iuz del evangelio (cf. GS 4). La Iglesia ejerce una
especie de
vigilancia profética frente a los “signos de los tiempos”. Éstos, convenientemente
dilucidados a la
luz de la fe, se deben considerar “verdaderos signos de la presencia y del designio
de Dios” (GS
11). Esta doctrina puede renovar nuestra comprensión de la dimensión sacramental,
en sentido
amplio, la propia de 1a historia y de la creación. En efecto, hay que celebrar y
comprender los
sacramentos de tal modo que pongan al hombre en contacto con los acontecimientos
históricos que son
signos de 1a presencia de Dios. En particular, sabemos que evocan 1os
acontecimientos de Dios en
Cristo y los hacen revivir ritualmente: en ellos el hombre inserta toda su vida y
pregusta ya la
realización del reino futuro. Pero esfe reino crece y se desarrolla ya en los
acontecimientos de la
historia presente.
En esta perspectiva, los sacramentos son también el lugar de un testimonio de fe.
Dice santo Tomás
de Aquino que los sacramentos son un modo de proclamar la fe: “quaedam fidei
protestationes”. " Por
ello se puede afirmar que la vida sacramental es una verdadera profesión de fe.
Todo 1o dicho tiene consecuencias importantes también para la re- flexión sobre
losmisterios de la
fe que se celebran en laliturgia. Precisamente porque la liturgia es verdadera
profesión de fe,
adquiere funciones de teología, “en cuanto reflexión de la realidad de la fe, vista
en el plano de
la actuación ritual”."Pero no debemos olvidar que la liturgia expresa la fe ante
todo en orden al
culto divino yla santificación del hombre, es decir, no tiene una finalidad directa
o primariamente
didáctica o teológica. C. Andronikof ha llamado a la liturgia: ”la teología vivida
de la Iglesia” "
Estas consideraciones nos hacen comprender lo importante que es que la celebración
se exprese en
plena sintonía con la comunión eclesial. Sólo así
7
LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA
En los Capítulos anteriores hemos ilustrado algunos aspectos funda- mentales que se
refieren a la
liturgía en su conjunto. A partir de este capítulo, nuestra atención se dirigirá a
cada una de las
celebraciones en particular. En primer lugar, hablamos de la celebraciónde los
sacramentos de la
iniciación cristiana. '
El término “iniciaciÓn significa introducción, del latín initia (neutro
plural) que deriva de in-iter(= ingreso en el camino, encaminamiento). Ritos
Def siglo VI el X
Limitándonos a la liturgia romana, hallamos dos documentos impor- tantes que
constituyen la base
textual y ritual de toda la evolución de la iniciación cristiana: el Sacramentarío
gelasiano
antiguo,'° que refleja una praxis que va de 550 a 700, y el OrJo romsnus Xi," que
corresponde a
fines del siglo VII y está en estrecha relación con el 6e/asiano. Según estos
documentos, la
iniciación se realiza en una única celebración, ema que se suceden bautismo,
confirmación y
eucarisóa. El bautismo se realiza con la triple inmersión y la interrogación sobre
la fe en 1as
tres personas de la Trinidad; la confirmación se confiere mediante la imposición de
1a mano, con
una fórmula que expresa los siete dones del Espíritu, y por 1a unción; todo ello
concluye con la
celebración eucarística.
Los documentos posteriores, aun testificando algunas modificaciones yañadidos, son
generalmente
repetitivos, y su interés está en que confirman el paso de una estructura
progresiva de 1a
iniciación cristiana a una ce1ebra- ción unitaria de todo el proceso iniciático.
Ello se debe sobre
todo a la progresiva desaparición del bautismo de 1os adultos y a la contemporánea
generalizaciÓn
del de los ruños.
puede prolongarse durante varios años, está dedlC£tdo a la catequesis y a LOS ritos
conexos con
ella. En este largo período, el catecúmeno escoge padrino que lo acompañe en la
experiencia de la
vida cristiana.
El Segundo grado se tiene cuando, con la fe crecida y casi al final del
catecumenado, el candidato
es admitido a una más intensa e inmediata
preparación a los sacramentos (rito de elección).
El tercer tiempo, que normalmente coincide con lapreparación cuaresmal a las
solemnidades pascuales
y a los sacramentos, está dedicado a la purificación y a la iluminación interior.
Este tiempo se
distingue por los ritos típi.cos que disponen los elegidos a los sacramentos. Son
los escrutinios y
las entregas del símbolo y del Padrenuestro. Los escrutinios son como unos exámenes
espirituales
sobre la disposición a entrar en la vida nueva.
El terco grado se tiene cuando, terminada la preparación espiritual, el elegido
recibe los
sacramentos en la vigilia de Pascua (celebración de los
sacramentos de la iniciación cristiana).
El cuarto tiempo, que dura todo el tiempo de l'ascua, está destinado a la
mistagogía, es decir, a
la experiencia cristiana y a sus primeros frutos espirituales y tambien a
familiarizar a los nuevos
cristianos con la vida de la comunidad. 'ˢ
Los tres grados o etapas que caracterizan el catecumenado de los
adultos desarrollan en el tiempo la esencia del acto de fe del cristiano. Jalonan
un itinerario de
fe que conduce a los catecúmenos a profesar la fe de la Iglesia, que ellos hacen
propia
progresivamente, y a entrar en plena comunión con la Iglesia, por obra del Espíritu
de Dios que los
ha guiado. Estas etapas forman parte del sacramento; no son una enseñanza previa,
sino una parte
integrante del mismo.
por Dios en favor del hombre, desde la creación del mundo hasta los tiempos
escatológicos
inaugurados por la encamaciÓn, muerte y resurrección de Cristo y por el don de su
Espíritu a la
Iglesia y que se actualiza en la nueva regeneración que es comunicada a los
elegidos con los
sacramentos de 1a iniciación cristiana.
La celebraciÓn del bautismo se prepara con la bendición del agua, cuyo texto
proclama el don de la
salvación comunicada a nosotros a través de una historia que culmina en el misterio
pascual de
Cristo y la elección del agua para obiatlo sacramentalmente. Siguen la Tenencia y
la profesión de
fe, que subrayar que la fe, cuyo sacramento reciben los elegidos adultos, no es de
la lglesia
solamente sino también personal de ellos y están obligados a hacerla fructificar.
Estos ritos
llevan a cumplimiento todo lo que ha ido madurando en el tiempo del catecumenado.
Sigue el momento
central constituido por la ablución con el agua (inmersión o infusión), que
significa la
participación mística en la muerte y resurrección de Cristo. La realidad comunicada
por el bautismo
es significada ulteriormente con el vestido blanco y el cirio encendido, que
indican la nueva
dignidad conferida y la luz recibida.
Omitida la unción postbautismal,sigue inmediatamente la celebraciÓn de la
confirmación para
subrayar aquel vínculo que “significa la unidad del misterio pascual, la unión
entre la misión del
Hijo y la efusión del Espíritu Santo, y la conexión de ambos sacramentos, en los
que el Hijo y el
Espíritu Santo, juntamente con el l'adre, vienen a habitar en los bautizados”. ‘⁶
Toda la celebración de la iniciación concluye con la eucaristía, en 1a que los
bautizados en este
día participan por vez primera y con pleno derecho, y con la que Ilevan a
cumplimiento su
iniciaciÓn. Los nuevos bautizados, lla- mados “neófitos”, quedan ya habilitados
para vivir en
plenitud la eucaristía.
IB. 1-sta fórmula, y el rito entero, crea problemas a algunos autores. Se puede uno
preguntar si
recibir el sello del don del Espíritu es lo mismo que recibir el don del Espíritu.
El sello, que en
la anfigua liturgia romana se recibía en la “consignaciÓn”, ¿no podría ser la
ratificación de lo
que ya ha sucedido en la imposición de las manos, o sea, del don del Espíritu, que
en las fuentes
bíblicas aparece siempre como consecuencia de la imposición de las manos? El. A.
Nocent, en Aa,vv„
Lu Liturgia, i sacrnmenfi: teol9gin e storia della celebrazione, op.. cit„ pp. J23-
II S. MarsÍli,
los silos del misterio de Costo, op. cit.; A. Nocent, L.“Ordo colt/irrnetíonis”: en
rifueí got
exige de profónds rernaniements: EO 8 (1991) 277-291. Of. también lo que decimos al
final del
capítulo, en la reflexión teológica.
95
gy
°* 24 Sobre todo esto, cf. A. Elberti, Accipe signac«lum doni Spiriíu 6«ncíi. R
con/ermazione:
ponte El sgcetdozio reggie dei fedeli?: Gregorianum 72 (1991) 491-513; A. Nocent,
conJwutioii.
Qo¢síions posés «e théologiens et auy pasteurs: Gregorianum 72(1991)689-704.
8
LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA
La eucaristía es la mesa del cuerpo y sangre del Señor, cuya participa- ción
constituye para el
cristiano bautizado el término de la “iniciación”. ' La eucaristía es fuente yápice
de la vida y
del culto de la Iglesia:" en el misterio eucarístico se realiza el culto debido a
Dios; la Iglesia
se manifiesta en la plenitud de su esencia presente y escatolÓgica; de ella toma
impulso y enella
hana fuerza y cumplimiento la misión evangelizadora.
Al iniciar la exposición de un misterio tan central en lavida dela Iglesia,
conviene que indiquemos
los límites dentro de los cuales pretendemos movernos en este capítulo. Nos
interesa la
celebraciónctela eucaristía, lo que llamamos “misa”: su estructura, el desarrollo
histórico de sus
diversas partes y el contenido teológico que expresa. Todo ello orientado a la
comprensión viva de
la celebración.
1. J. A. Jungmann, El sacri cio de la Misa. Tr ando hct rico- litúrgico (-BAC 68)
Madrid 1963; lvI.
Righetti, Le messu. Commen to storico-liturgico alla luce del concilio Vaticano II,
Ancora, Milán
1966, 3• ed.; A. Ambrosiano, E«caristio, en Nuevo dizionnrio di teología, op. cit.,
pp. 447-470;
L. Debía Torre, Celehrpre comyrendere rieere la mesa , Ed. Paolíne, Toma 19SJ;
Aa.vv., Ec lilurgiu,
eucnrísfín. Teología e storia della celebrazione, Marietti, Casale Monfemato 1983;
P. Visentin,
Encerisha: PDF 729-759; R. Cabié, Euc«rñira, en Lo Iglesia en oración (A.G.
Martimort), Barcelona
1987, 305-558; A. Adam, dorso di fiíurgin, op. cit., pp. JU-192; S. Matsili, Los
signos ilel
misíerip de Cristo, Bilbao 1993; op. cit., pp. 2tl-291; H.B. Meyer, EucLrísíie.
Geschichte,
TLologie,
£astoreie, Pustet, Regensburg 1989, 2‘ ed.; J. Aldazábal, lo Eucarisí0: en Aa.vv.,
Lo cclebrtición
en ln Igleso, El, op. cit., pp. 18J -436; CXC 1322-1419.
2. Of. SE 10; MG 11; CD 30; AG 9; UR 15; PO 5 y J4.
Palabra y sacrificio ’
Como ya hemos indicado en el capítulo sexto, en el culto cristiano palabra y
sacramento, aun siendo
dos modos diversos de expresión, se completan mutuamente y constituyen una única
acción simb ólico-
sacramental en 1a que se hace presente y participada la obra de salvación realizada
en Cristo por
Dios. Ello es verdad sobre todo en la eucaristía, en la que Cristo, pan de vida
bajado del cielo,
se da a los hombres como alimento espiritual y como nutrición sacramental en la
doble mesa de la
palabra y del sacrificio (cf. DV 21; PO 4), de modo que 1a liturgia de la palabra y
la liturgia
eucarística constituyen un úrrico acto de culto (cf. SC 56; IGMR 8). No puede haber
celebración sin
proclamación de la palabra de Dios, destinada a suscitar 1a de y a motivar la
oración el gesto
ritual del sacramento. El sacramento es, como díce san Agustín, palabra hecha
visible” en un signo
euCaristía. Sin embargo, tenemos algunos testimonios que pueden iluminar esta
praxis.
3. Of. E. Galbiati, L’eqcarisíia neffa Bibbia, Jrca Book, Milán 1968; J. Jeremfas,
La tthis Cena.
Palabras de {esñs, Madrid 1980; A. Getken, Teología de la -ucsrisfíe, Madrid 1991;
X. Léon- Dufour,
ta fraccióti del yan. Culto y cxistuicó n el Nueuo Testaiumto, Cristiandad, Madñd
1983.
L. Ligier, If sacramento dell'eucaristia, Pontificia University Gregoriana, Roma
1988, pp. 59 ss;
C. Porro, L’euccristia. Tm sforia e teología, Piemme, Casale Monferrato J989, pp,
J7ss.
4. A la luz de estos textos, O. Cullmann (L noi ci le culle de l'É,glise primitioe,
DeleJaux &
Niesiié, Neuchatel 1963, pp. 121-I24} afirma que el lazo entre palabra y
eucarisfía, del que habla
Justirio, se encuentra ya en los mismos orígenes del culto cristiano.
5. Of. L. Bouyer, P6rofo, chiesa e sycramenti riel protestnntesimoeriel
cetíolicesimo, Morcelliana,
Brescia 1962; S. Marsili, L4 parolo riel culto. Suggin dí/enomertofogó liturgica:
EL 53 (1966)
149-164; Aa.vv., Lu parola di Dio riel culto.- RL 70 (1983) 643-775; A. Milano, Lu
parofa
nell’etfcarí8íie. Un approccio storico-teologico, Dehoniane, Roma 1990; G. 1.
B4kés, Pnroía e
sacramento. ll r«pporío tr i due fattori riella partecipazione alla saluezza.' EO
8(1991) 261-276.
6. “Accedit verbum ad elementum, et fit sacramentum, etíam ipsum tamquam vísíbile
verbum” (Agustín,
Jn loannis Euangelíum 80,3; PM 3,1840).
7. Of. D. Syme ltusse11, Dsí primo giude*smo alla chiesn delle ori$ini, op. cii.,
pp. 102-104
8. Cf. Oh. Perrot, La feciure dr fs bible hans les synagof¡ues an qremier siécle de
notre ere: LMD
126 (1976) 24-4J.
105
'! 11. CX. B. Klappert - 0. Betz, PsroH, en Dízionorio dei conceí ti biblici
del Muouo
Testamento, op. cit., pp. 1170-4 208, B. Corsani, P«rofa, en Neto dízionño di
teologia bififice, op
cit., pp 097- 114; fl. Fabris, L’esperienza esodica e silenciosa della parolo ói
Dio: Vita
Monastica 46 (1992) 35-53.
12. Of. G. Sovernigo, L'efficacia della parola di Dio re1ehra/a. Aspe££i persongli,
en Aa.vv.,
Dall'esegesi oll'ermeneutica attrauerso la celeórazione, Bibbia e liturgia - I, Ed.
Messaggero,
Padua 1991, pp. 295-304.
13. Of. A.M. Triacca, fi pnroíu celebrada. Teología della celebraziotie della
parola, ibid. pp.
28-54.
Las dos mesas. La 5acrosanctum Conciiium habla de la “mesa de la palabra de Dios”
(n° 51) que debe
ser preparada a los fieles con mayor abundancia. El pan de la palabra es un
temabíblico que ilumina
la comprensión del misterio eucarístico ": “Mirad que llegan días -oráculo del
Señor- en que
enviaré hambre al país: no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra del
Seíior” (Am
8,11). Anunciando el hambre de la palabra de Dios, el profeta Amós compara el pan
con la palabra
(cf. Dt8,3 a propósito del maná). Luego, en la evocación del banquete mesiánico,
profetas y sabios
hablan del pan que designa la palabra viva de Dios (cf. Is 55,1ss), la sabiduría
divina en persona:
“Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y
viviréis, seguid
el camino de la prudencia” (Pr 9,5-6). También para Jesús el pan evoca la palabra
divina de 1a que
se tiene que vivir cada día (cf. Mt4,4). En el discurso eucarístico en 1a sinagoga
de Cafarnaúm,
Jesús se presenta ante todo como 1a palabra a la que hay que creer (cf. Jn 6,35-
47). Ya que esta
palabra encarnada (el Verbo hecho carne) se ofrece en sacrificio, la adhesión de fe
comportará
necesariamente la comunión con este sacrificio en el rito eucarístico (cf. Jn 6,49-
58).
Las imágenes bíblicas del banquete de la Sabiduría y del pan de la
palabra de Dios pueden ilustrar el significado de la primera parte de la misa en
relación con la
liturgia eucarística. En un banquete familiar y festivo, los comensales no se
limitan a comer, sino
que hablan, intercambian opiniones, etc. Terminado el banquete, quedan satisfechos
no sólo porque
han comido, sino también porque se han relajado en la conversación y en la relación
con los demás.
Concebida la misa como banquete -de la palabra y del pan-, queda más clara la
unidad de toda la
celebración y, por tanto, la exigencia de una participación en ambas partes de la
misma.
A pología I de sen Justin o. Este documento, escrito a mediados del siglo II, es '
el primero
que ofrece un cuadro completo de la celebración eucarística. Nos
interesan dos pasajes:
“El día que se llama del so1 se celebra una reunión de todos 1os que moran en las
ciudades o en los
campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite,1os recuerdos de los
apóstoles o los
escritos de los profetas. Luego, cuando el lector termina, el presidente de 1a
palabra, hace una
exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos. Seguidamente nos
levan- tamos todos
a una y elevamos nuestras preces...” "
“Nosotros, despuós de así lavado el que ha creído y se ha adherido a nosotros, lo
llevamos a los
que se Ilaman hermanos, allí donde están
16, Sobre la historia de la misa, cf. los estudios citados al comienzo del
capítulo.
17. Justino, Apo logia 1,67. La expresión “Memorias de los Apóstoles” en Justino
designa los
evangelios.
109
reunidos, con el fin de elevar oraciones en común por nosotros mismos, por el que
acaba de ser
iluminado y por todos los otros esparcidos por todo el mundo, suplicando se nos
conceda, ya que
hemos conocido 1a verdad, ser hallados, por las obras, hombres de buena voluntad y
guardadores de
lo que se nos ha mandado, y consigamos así la salvación eterna. Terminadas las
oraciones, nos damos
mutuamente el ósculo de paz...”. "
La naturaleza del documento no nos permite juzgar acerca de la
presencia o ausencia de algunos elementos secundarios. Si en el capítulo 65 la
liturgia de la
palabra se reduce a la oración común y al ósculo de paz, es debido a que ha sido
precedida
inmediatamente por la celebración bautis- mal. El lugar que ocupa el ósculo de paz
es el que tenía
en las antiguas liturgias occidentales y todavía tiene hoy en la tradición
oriental. Tertuliano lo
llama “signarufum orafioiiis” (— señal o contraseiia de la oración). ' Advirtamos
que la lectura de
la Escritura es continua.
El “canto de entrada". Según elLiher ponfi cafis, el canto de entrada habría sido
introducido por
el papa Celestino I (422fi32). “Aunque esta noticia no tenga un valor histórico, es
verdad que el
canto de entrada existía a comienzos del siglo VI puesto que fue entonces cuando se
redactó la
noticia. Después de la paz constantiniana, con la aparición y corisolictación del
culto en las
grandes basílicas, la asamblea eucarística tenía necesidad de empezar la
celebración de un modo más
significativo de lo que antes se hacía en las antiguas asambleas domésticas. El
canto de entrada
desempeña la función de prepa- rar la asamblea para la celebración.
la celebroeión de fa eucor*síío
Es evidente que no hay relación directa entre el texto paulino y la oración común
de la liturgia de
la palabra. Pero sirve para indicar con precisión el espíritu de dicha oración
comunitaria y de la
oración cristiana en general.
Una relación más directa con la oración litúrgica en cuestión la halla- osos en la
I Carfa n los
Corinfios del papa Clemente (+ 100)²’ y en Policarpo de Esmima (+ 155), el cual
escribe a 1os
Filipenses: “Rogad por todos los santos. Rogad también por 1os reyes y autoridades
y príncipes, y
por los que os persiguen y aborrecen, y por los enemigos de la cruz, a fin de que
vuestro fruto sea
manifiesto en toda las cosas y seáis perfectos en ó1”. °
Testimonios directos son 1os textos de Justino, de Hipólito y de las Constituciones
aposióiicas,
anteriormente citados, y otros textos de los Padres occidentales y orientales de
los cuatro
primeros siglos (Tertuliano, Ambrosio, Agustín, Orígenes, Atanasio, etc.). Las
intenciones de la
oración a veces cambian, pero siempre se intenta incluir a todos sin distinción. En
el
5acramentario Gelasinno encontramos las “oraciones solemnes” que conclu- yen 1a
liturgia de la
palabra del viernes santo. Son una forma antiquísima de la oración común en la
liturgia romana.
La liturgia romana abandona muy pronto este tipo de oración en la celebración
cotidiana de la
liturgia de la palabra. No así en Oriente, donde seguirá conservándose y
desrrollándose. El porqué
de dicho abandono se halla, según algunos autores, en la introducción del KyTie
eleison.
32. “Pontifex... inclinans se Deum pro peccatis suis deprecetur” (OR X, 12, vol. 2,
353)
poco polémico que tenía en las otras Iglesias, que pretendían proclamar la
verdadera fe contra las
herejías. En Roma se convierte sencillamente en una respuesta ferviente de fe a la
palabra de Dios
proclamada.
Ritos de introducción
Tenemos una serie de ritos introductorios, que van desde el comienzo hasta la
oración colecta.
Dichos ritos tienen una doble finalidad: promover el sentido de comunión de los
fieles que se
reúnen y suscitar en ellos la adecuada disposición para escuchar convenientemente
la palabra de
Dios y para celebrar la eucaristía. Se trata, por tanto, de una preparación a toda
la liturgia de
la misa.
Elemento nuevo, y quizá el más característico, de los ritos de introduc- ción es el
“acto
penitencial”. Este rito puede considerarse el resultado de la evolución de los
elementos
penitenciales que desde comienzos de la Edad
Media aparecen al principio de la misa.
Según algunos autores," el hecho de que el acto penitencial se coloque al principio
de la
celebración, proviene de un modo de considerar la penitencia cristiana más desde la
perspectiva de
la religión natural que desde la de la revelación. Efectivamente, los profetas en
el Antiguo Testa-
33. CX. J. £Iermans, £4 ceíe6razione dell'euc«ristin. Per una cozprm**°^* !"°!
g!""°‘p""!°'"!" del
lu messu secando ii Messule Romano, Ldc, Turín-Leumann 1985. Ver también las
observaciones
pastorales de L. Delta Torre, Ceiehrare ii 5i$nore, op. cit., pp. 5Z-74.
34. Of. 1°. Farnés -M. Delgado, Ordenación general dei misas ronnette con el
ordinario de la misa.
Texto bilingüe y comentarios, Editorial LiRírgica Española, Barcelona 1969, pp. 79-
80.
Procísmoción de Es psíahra
Es la parte central de la liturgia de la palabra. El misterio de la palabra de Dios
se celebra de
un modo vivo, existencial. Es un diálogo entre personas. La palabra resuena en el
aire, es
proclamada con voz clara e inteligible para que la asamblea pueda acogerla con todo
su frescor. A
continuación, esta palabra es explicada y aplicada a la situación concreta de la
asmblea en la
homilía.
La reforma del Vaticano II revalorizó los cantos entre las lecturas. El salmo
responsorial es una
especie de meditación de la palabra escuchada, una repetición contemplativa en
clave poética e
intuitiva. En concreto, la función de clave interpretativa de 1a lectura proclamada
se expresa en
el estribillo. El canto anterior al evangelio con el aleluya requiere de suyo que
se cante
efectivamente. Es una aclamación gozosa y comunitaria al Señor que viene en su
palabra.
La historia nos enseña que en el origen de los ritos para la lectura y la
escucha de la palabra está la proclamación de la Escritura con la explicación
y la escucha con la respuesta. Por tanto, se pueden distinguir dos polos en esta
celebración:
propositivo y receptivo. Al polo propositivo pertenecen: la prirrtera lectura, el
salmo
responsorial, 1a segunda lectura, el versículo aleluyático, el evangelio, la
homilía; mientras que
al polo receptivo o reactivo pertenecen las aclamaciones después de las lecturas,
el estribillo del
salmo responsorial, el aleluya, eventuales resonancias durante la homilía, la
recitación del credo
y la oración común o de los fieles.
El diálogo ritual, que se establece entre los dos polos de la celebración, tiene
que ser auténtico,
de modo que pueda realizarse el significado propio de la liturgia de 1a palabra, en
la cual “Dios
habla a su pueblo: Cristo sigue anunciando el evangelio. El pueblo responde a Dios
con cánticos y
oracio- nes” (SC 33). Es la estructura fundamental de la alianza: Dios fibfa, ama,
crea, salva; el
hombre acoge, recibe, se deja fecundar; el hombre responde, actúa.
A la diversidad de los participantes corresponde también una diversa función que 1a
liturgia de la
palabra desempeíia en la asmblea." La palabra tiene una función Migmótica o de
anuncio de la
salvación relizada por Jesús y proclamada a los hombres. Este anuncio se acompaña
también con una
enseñanza, que la tradición llma “catequesis": se trata de explicar 1a buena nueva,
de demostrar
sus consecuencias prácticas para la vida. Finalmente, la palabra tiene una función
mistagógica o de
iniciación al misterio. Es sobre todo el cometido de la homilía.
Desarrollo histórico
La historia de la preparación de1os dones va desde la simplicidad ritual más
escueta hasta un
desarrollo solemne y farragoso. Al principio se trataba de un gesto como cualquier
otro. Justino lo
describe así: “Luego (después del ósculo de paz), al que preside a los hermanos, se
le presenta pan
y un vaso de agua y vino...” ”Hipólito precisa un poco más tarde que este servicio
es confiado a
los diáconos. " El gesto adquiere poco a poco una cierta impor- tancia y valor
simbólico. En el
Ordo roxanne J (siglos VII-VIII) hallamos una descripción minuciosa del rito
ofertorial: las
ofrendas que traen los fieles son recogidas por los diversos ministros, y mientras
tanto se canta
un salmo; " la schola, al no poder tomar parte en la ceremonia, manifiesta su
participa- ción dando
al subdiácono el agua que hay que derramar en el cáliz.
Hasta el siglo VIII hallamos una sola oración al final del rito: 1a oración super
oblata, llamada
más tarde secreta porque se recitaba ya en voz baja. En el siglo IX aparecen las
apologías. Los
misales registran un gran número de ellas hacia el siglo XIII. El Misaf de Pío V
conservará
bastantes. Acompaña- ban los gestos de la ofrenda, incluidos los de la incensación
y del lavatorio
de las manos. Como ya dijimos, algunas de estas oraciones contenían expresiones
teológicamente
ambiguas: “Acepta, Padre santo... esta hostia inmaculada” y otras semejantes,
dichas del pan y del
vino todavía no consagrados. El oraie, fratres es una fórmula que se encuentra
hacia fines del
siglo VIII.•' Se trata probablemente de una expresión de despedida antes de empezar
la plegaria
eucarística, de la que no se espera respuesta alguna: el Ordo romanos l dice, en
efecto, “Pontifex
solus intrat in canonem’
como sacrificio sólo en un sentido traslaticio, ya que el Nuevo Testamento no
conoce ningún otro
sacrificio visible, en Sentido cultual, fuera del
36. C/. j. Thunus, Le /ettuxe bibliche, en Aa.vv., Assemblea snnta, op. cit. pp.
345-346.
37. Justino, Apologia 1,6d.
&. Cf. Hipólito, la Trndition Hpostofi ue, op. cit., pp. 11 y 55.
39, las primeras noticias de un canto de ofertorio las encontramos en San Agustín
(cl.
Retractpíiones 2,11; CCL 57,98). Pero el que primero aplicó a este canto el nombre
óe offertoriuni
fue san Isidoro de Sevilla (cf, Oe ecclesiasticis officiis J,l4; PL 83,Z5l).
40. Of. OR I, 66-87, vol. 2,90-95.
41. CX. OR XVH, 45, vol 3,181.
42. Para algunos gestos menores, como la ablución de las manos, y otros detalles,
cf. J. Hermano,
Lu celebnazione dell'eucaristia, op. cit., pp. 279-303;J. Gelineau, L’opert«ra
dell'eucaristiu, in
Aa.vv., Assemblea santa, op. cit., pp. 408-415.
La celebración de la eucaristín
5ignificado actual
Es naturalmente legítimo entender los dones del pan y del vino (y otros eventuales)
como símbolo de
la ofrenda de sí mismos por parte de los participantes. El pueblo de Dios debe en
todo tiempo
abandonarse entera- mente al Padre en total obediencia y confianza, y unirse así al
único
sacrificio redentor de Cristo. Por tanto, las ofrendas son un modo de expresar la
entrada activa en
el misterio de intercambio del sacrificio de la nueva alianza. Las actuales
oraciones de la
preparación de los dones expresan precisamente estas ideas. Aunque hoy los fieles
no aportan por sí
mismos el pan y el vino para la celebración eucarística, como sucedía antes, sin
embargo este gesto
mantiene su fuerza expresiva. La aportación por parte de los fieles o la recolecta
de dinero u
otros dones para los pobres o para la Iglesia tienen aquí su colocación
significativa (cf. IGMR
49).
En pocas palabras, el sentido del rito de preparación de 1os dones es: preparar los
dones
eucarísticos, con la mirada puesta en el sacrificio al que están destinados;
disponer el espíritu
para ofrecer el sacrificio con un corazón identificado con los sentimientos de
Cristo Jesus. Estas
ideas están expresadas en la “oración sobre las ofrendas” que cierra el rito.
La “plegaria eucarística” •°
La plegaria eucarística de 1a misa romana es el conjunto de los textos comprendidos
entre el
prefacio y 1a doxología que precede al Padrenueslro. Se trata, sin embargo, de una
unidad
literaria, que es densa de contenido teológico. Estamos en el momento central de
toda 1a
celebración.
La plegaria eucarística no es sólo plegaria, puro “sacrificio de alaban- za”, sino
que es
actualización de un hecho: el sacrificio pascual de Jesús; stis palabras no son
sólo evocadoras de
un acontecimiento pasado, sino que realizan un misterio en el presente: la muerte y
resurrección de
Cristo, y por ello expresan la más alta acción de gracias yla súplica más profunda
al Padre por
Cristo en el Espíritu.
1?. Ci. k. MáldOTladO, plegarig eucarístico. Estudio de teología bíblica y
litúrgica sobre la
misq, la Editorial católica, Madrid 1967; Aa.vv., Ii corinne(studiobíblico-
íeologico-storico
liturgico), dentro Azione Liturgica, Padua 1968; C. Girando, lo símímra letteraria
della preghiern
eucarístico. Saggio sulla genesi letteraria di una form.a,Biblical Institute Press,
Roma 1981; L.
Bouyer, Eucaristía. Teología yespiril nalidad de /G 0T0nió!s ¢p¢arísí/ca, Barcelona
1969; C.
Giraudo, Eucaristía pet la chiesa. Prospettiue teologiclw sois ’eucnzisíia c
partire dgllg “lex
orand i”, Gregorian University Press Morcelliana, Roma -Brescia 1989.
Son diversos 1os términos usados para designar la plegaria eucarística. Cada uno de
ellos subraya
un aspecto del misterio. Los griegos hablan de “anfifora” (de anpphoró -— llevar
arriba, ofrecer).
En latín hallamos la expre- sión similar orstip ohfafionís. Pero el mejor
correlativo de anaphorá
en Occi- dente sería titanio, que es usado en la liturgia hispánica aunque sólo
para indicar el
primero de los elementos que componen 1a plegaria eucarística (el que corresponde
al prefacio
romano y que la tradición galicana llama immolatio o conleslaíio). En el
5aCramentario gelasiano
encontramos la expre- sión canon act:ioiiis, que luego, abreviada, será c‹inon (—
regla o norma).
En la tradición romana se halla también el término prex. Cuando la liturgia romana
tenía un solo
formulario, era conveniente llamarlo csnon romano. Hoy que tenemos ctiversos
formularios, se
prefiei e la expresión plegaria eucdrística.
Contexto judío
El origen de la plegaria eucarística hay que buscarlo en 1os gestos y en las
palabras del mismo
Jesiís en 1a última cena, transmitidos a nosotros por los relatos de 1a
institución. Dado que Jesus
instituyó la eucaristía durante una cena, la relación entre la eucarisóa y 1a cena
judía es de suyo
evidente. Hoy todos afirman que dicha relación se extiende también a la estructura
ritual y a los
mismos textos de oración de la liturgia eucarística.
Hay una cuestión sobre el ritual usado por Jesús: ¿utilizó el ritual de la Pascua
o, más
sencillamente, el rito de la cena festiva? Según la descripción de los sinópticos
fue una cena
pascual, mientras que según el evangelio de Juan (especialmente Jn 18,28) 1a cena
de la Pascua
hebrea fue posterior a la muerte de Jesús. En todo caso, se trató de una comida que
obedecía a la
lógica de la comida ritual judía que, en cuanto tal, concluía con una oración de
acción de gracias,
la bir!‹at ha-mason (o “bendición (de Dios) por el alimento (que se ha tomado”),
que no tenía que
faltar nunca. Dicha oración se considera el origen de la plegaria eucarística
cristiana. Sin
embargo la confrontación de los textos resulta difícil a causa de la tardía
tradición de las
plegarias judías.
Lahirfit ha-mason es un texto tripartito, compuesto de tres estrofas: una estrofa
breve de
bendición que tiene por objeto el alimento que Dios concede al pueblo de Israel;
una amplia acción
de gracias que tiene por objeto la tierra buena y deseable que Dios ha dado a
Israel (acción de
gracias que se hace recordando la historia de la salvación desde Egipto hasta la
cena acabada de
celebrar); y una estrofa de súplica por la subsistencia de Israel, por Jerusalén,
por la dinastía
davídica, por el templo. Se trata, en sustancia, de una acción
22D
Le ce le hrsctón de In euc«ristía
de gracias introducida por una bendición y concluida por una súplica. Notemos que
no se trata de
una fórmula fija, sino de una fórmula cañamazo que sirve como guía para componer la
plegaria.
La plegaria eucarística, aun derivando de la birkat ha-mason hebrea, se revela
absolutamente
original: ha integrado las estructuras antiguas perfec- cionándolas y
enriqueciéndolas. La
composición de la plegaria hebrea en Oes perícopas fbendición-memorial, acción de
gracias y
súplica) ha adqui- rido en la plegaria eucarística cristiana un carácter totalmente
nuevo, en el
que se podría descubrir incluso el ritmo trinitario. En este cambio de enfoque es
posible hallar la
razón no sólo de las modificaciones introducidas en su seno, sino también del
desarroño futuro de
las plegarias eucarísticas, que se fueron diferenciando según tipos y esquemas
distintos, en las
diversas Iglesias locales.
Estructura general
En los primeros siglos no exisóa un texto rigurosamente prescrito: la plegaria
eucarística se
formulaba libremente, aunque siempre se mantenía fiel a algunos contenidos
tradicionales. Esto es
atestiguado, por ejemplo, por Hipólito de Roma, el cual nos ofrece la más antigua
plegaria
eucarística completa. ⁴•Esta plegaria permaneció en uso entre los etíopes y está en
la base de la
actual plegaria eucarística segunda de la liturgia romana.
El gran desarrollo de los formularios eucarísticos cristianos coincide con el
apogeo de la
patrística, es decir, aquel período que se extiende aproximadamente desde mediados
del siglo IV
hasta mediados del Vl. * Estamos acostumbrados a ver la cristiandad dividida desde
tiempos remo-
tos en dos bloques: el Oriente en torno a Bizancio y el Occidente en torno a Fxoma.
En nuestro
caso, en cambio, si queremos trazar una línea de demar- cación entre las diversas
vías de la
tradición anafórica, entre los diversos modelos que se constituyeron en primer
lugar, dicha línea
no puede ser vertical. Ignora la división habitual entre Oriente y Occidente;
tiende a revelar otra
que corta en dos tanto el Oriente como el Occidente. Presenta- mos a continuación
el esquema
estructural de las formas principales de la tradición. “
a los horrrbres a Cristo presentándolo como su hijo-siervo. Está claro que, aparte
de la alusión al
texto de Pablo (cf. Col 1,13), resuenan ema expresión "tu Hijo amado” tanto el
lenguaje sinóptico,
como se ve en los episodios del bautismo (cf. Mc 1,11 par) y de la transfiguración
(cf. Mc 9,7
par), cuanto, sobre todo, las palabras proféticas del primer canto del siervo de
Yahvé (cf. Is
42,1). Otras referencias precisas al evangelio se encuentran en las frases: “En
cumplimiento de tu
voluntad” y “Adquirió para ti un pueblo santo”. Cristo es el fiel ejecutor de la
voluntad del
Padre, tantas veces indicado como tal en el evangelio de san Juan (cf. sobre todo
Jn 5,30;
10,17-18). Él tiene la misión, precisamente en virtud del cumplimiento de dicha
voluntad, de reunir
al pueblo de 1os hijos de Dios dispersos, y de realizar la nueva alianza entre Dios
y los hombres.
Precisamente para profundizar este tema, en la narración de la institución se dice:
“El cual,
cuando iba a ser entregado a su pasión, voluntariamente aceptada”. La pasión no es
algo externo o
padeci- do, sino que es sobre todo la expresión de 1a ofrenda amorosa de Cristo al
Padre por la
salvación de los hombres. La lucidez de Jesús en la última cena con su anuncio de
los
acontecimientos próximos se resume por entero en este adverbio: "voluntariamente”.
Esta visión directamente cristológica indica una directriz que hay que
seguir en la interpretación del misterio eucarístico. Es ante todo el memorial del
señor, la
actualización sacramental de su "pasión voluntaria", 1a presen- cia de su acto de
servicio, a
través de los santos signos del pan y del vino.
La anamnesis de 1a plegaria, que fiel al original de Hipólito, alude sólo a la
muerte y a la
resurrección, manifiesta un sólido vínculo con el tema inicial del "siervo de
Yahvé”. Hemos
empezado 1a plegaria dando gracias al Padre por Jesucristo; ahora que estamos
haciendo el memorial
de su supre- mo acto de servicio, no podemos olvidar que también nosotros, la
IgIeSia, realizamos
nuestro servicio en la eucaristía. Por ello damos gracias y lo hacemos por medio de
Cristo siervo
de Dios. De este modo, por una parte el servicio de Cristo al Padre es
sacramentalizado en la
eucaristía, y por otra en ella la Iglesia sacramentaliza su servicio, en unión con
Cristo, su
cabeza. Es la Iglesia el sujeto que Dios ha constituido digno de llevar a cabo la
acción sacerdotal
de la celebración eucarística. A pesar de su brevedad, el texto de la anamnesis
hace resaltar muy
concretamente la profundidad espiritual de la uniÓn de Cristo con la Iglesia en la
celebración de
la eucaristía.
La utilización de dos epiclesis en una misma plegaria eucarística Tio es
una novedad. Ftemos visto que las anáforas de tipo alejandrino contienen dos
plegarias de este
tipo. La epiclesis consecratoria de nuestra plegaria eucarístico muestra que la
consagraciÓn está a
punto de tener lugar gracias
a la intervenciÓn del Espíritu Santo, que vuelve a dar fuerza a las palabras
pronunciadas un día
por Jesús y repetidas ahora por el ministro. Mientras que el texto castellano habla
de “efusión",
el texto latino habla de "rocío" (Spirií«s tui rore) -metáfora conservada en la
traducción
catalana-, que es la imagen de la prosperidad a causa de la fecundidad que asegura
a 1a tierra. El
rocío figura también el despertar y la vida. Es también imagen de la eficacia de la
palabra de Dios
(cf. Is 55,10-11). En la segunda epiclesis, de comunión, se pide “que el Espíritu
Santo congregue
en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo ysangre de Cristo”(cf. lCo
10,16ss):loscomulgantes
sacan fruto de la comunión eucarística en 1a comunidad que crece en la unidad.
Tenemos, pues, una
epiclesis de consagracióny,1uego, una epiclesis de comunión. El vínculo entre
ambas, sin embargo,
no está suficientemente destacado. Lo que no aparece es que precisamente porque
participamos del
pan y del vino que el Espíritu Santo ha transformado, nosotros somos transformados
y reunidos en un
solo cuerpo: la reunión en un solo cuerpo es obra del mismo Espíritu que ha
transformado las
ofrendas. En la única epiclesis de Hipólito, aún tratándose de un texto complejo y
difícil, este
vínculo queda mucho más claro.
Las intercesiones y la epiclesis tiene el mismo origen; son una súplica por la
Iglesia. Mientras
que la epiclesis es una invocación por la Iglesia reunida en asamblea que participa
en los santos
misterios, las intercesiones son una invocación por la Iglesia dispersa por todas
partes. La
epiclesis suplica por los buenos frutos de los que participan en los santos dones;
las
intercesiones suplicar por los buenos frutos de toda la Iglesia universal que es
descrita con la
enumeración de los diversos ministerios que la componen. La plegaria eucarística
segunda, al
recuperar las intercesiones por la lglesia, las recupera precisamente de la fuente
de la anáfora de
Hipólito, con una fórmula literariamente emparentada por la Didaché: “Llévala a su
perfección por
la caridad”. ^°
50.CfDM4JJ,IQ,5.
51. Ofrecemos una síntesis de lo que propone magistralmente L.-M. Chauvet, Símbolo
y
sucramento... op. cit., pp. 2Z2ss.
La comunión eucarística
El amén de la doxología final confirma y cierra la plegaria eucarística. Con esta
aclamación
termina la parte central de la celebración, que se dirige hacia su cumbre. En
efecto el sacrificio
alcanza su verdadero significado sólo si desemboca en la comunión, plena
participación en la
ofrenda y punto de partida para la transformación de quien toma parte en la misma.
Aunque desde el
punto de vida ritual sea muy simple, la comunión constituye en 1a celebración de la
misa una parte
esencial, que se relaciona con las palabras de Cristo: “Tomad, comed: esto es mi
cuerpo... Bebed
todos; porque ésta es mi sangre” (Mt 26,26-28).
53. Sobre el canon romano y las plegarias eucarlsticas 3‘ y 4‘, cf. E. Mazza, Le
cdiemr
preghiere eucaristiche, vol. I, pp. 131-1790; 223-294.
La celebración de la eticaristía
si. Cr sobre todo C. GÍraudo, Eucpristis per b chiesa, op. cit., pp, 612—621.
='S Of. Instrucción f-rcfirísficurn mysierium 3a, en Ench. 431.
inagotable sacrificio de la cruz. Pedimos ser reunidos “en un solo cuerpo”, el
cuerpo eclesial,
misterioso, escatológico, aquel cuerpo que es “ya y todavía no” tal; y pedimos que
ello se realice
a través de la comunión en el cuerpo y sangre de Cristo. Leída así a la Iuz de la
dinámica
sacramental, nuestra comunión nos sumerge en el misterio de la Iglesia. En efecto,
los dos cuerpos
de Cristo -el sacramental y ef eclesial- son uiseparables el uno del otro. El
cuerpo sacramental no
nos fue dado, y no es dado sobre nuestros altares, principalmente para que lo
contemplemos y lo
adoremos, sino para que, comulgando con él, pasemos repetidamente al “cuerpo de
Cristo que es la
Iglesia” (cf. Col 1,24). “Así como la lglesia hace la eucaristía, así también la
eucarisóa hace la
Iglesia”. *
del vino que conlleva la comunión con el cáliz. La reflexión teológica subraya
también que en el
sacramento eucarístico están presentes no sólo el cuerpo y la sangre, sino totus
Christus, y esto
en cada una de las especies. Santo Tomás de Aquino explicará esta doctrina con la
ley de la
concomitan- cia. " Todo ello influye en la desaparición gradual de la comunión bajo
ambas especies,
la cual, sin embargo, perdura aquíy allá hasta los comienzos del siglo XV.
Si hasta aquí la evolución del modo de comulgar ha sido gradual y pacífica, no
podemos decir lo
mismo del último período de esta historia. Primero en Oriente y luego en Occidente
es atacado
violentamente el nuevo uso de comulgar sólo bajo la especie del pan, considerándolo
contrario al
evangelio y a la tradición eclesiástica. Esta actitud de contestación, no sólo
disciplinar sino
también doctrinal, provoca la intervención de dos concilios: el concilio de
Constanza, en 1415,
prohíbe a los sacerdotes, bajo pena de excomunión, dar a los fieles la comunión
bajo ambas
especies,”y el concilio de Trento, en 1562, establece 1os principios doctrinales
que debe regular
1a cuestión dejando a la prudencia del papa la concesión o no de la comunión con el
cfiliz. ‘°
El Vaticano II, al conceder nuevamente a los fieles la posibilidad de comulgar bajo
ambas especies,
reconfirma ante todo los principios estable- cidos por Trento. La Secrosunctum
Concilium afirma que
la comunión bajo ambas especies puede concederse a los laicos en casos determinados
(n° 55). En los
documentos posteriores, tal concesión es notablemente ampliada. La razón principal
indicada es que
en la comunión bajo ambas especies hay una mayor autenticidad y fuerza expresiva
inmediata del
signo eucarístico, es decir, una mayor perfección del signo, y “por esta más clara
manifestación
del signo sacramental los fieles tienen ocasión de captar mejor el misterio en el
que participan”.”
El beso de pez. El rito de 1a paz comprende: la oración del sacerdote por la paz,
inspirada en la
promesa de paz de Jesús (cf. Jn 14,27); el deseo de paz por parte del sacerdote
dirigido a la
comunidad y la respuesta de esta última; un gesto de paz del sacerdote y de los
fieles entre sí. Al
final de las cartas apostólicas hallamos muchas veces el beso materno: Pablo habla
del “beso santo”
como saludo, y Pedro del“beso de caridad” (Rm 16,16; lCo 16,20;2Co 13,12; lTs 5,26;
lP 5,14).
En la liturgia romana el rito de la paz no siempre ha ocupado este lugar. Vimos que
ya Justino
escribía, a mediados del siglo II, que, terminada la
oración común, “nos damos mutuamente el ósculo de paz”. De este modo terminaba la
liturgia de la
palabra.
El beso de paz fue colocado, probablemente en tiempo del papa lnocencio I, ^ al
final de la
liturgia eucarística, para que el pueblo pudiese atestiguar su aprobación a lo que
antecedía:
reaparece así la función origi- naria de confirmación o consenso. Cuando más tarde
Gregorio Magno
hizo recitar el Padrenuestro inmediatamente después de la plegaria eucarística y la
invitación al
beso de paz se puso despuós del embolismo, resultó natural que el rito de la paz se
considerase,
por una parte, como una expresión ritual ulterior de1“como también nosotros
perdonamos a los que
nos ofenden” del í'adrenuesIro (así como el embolismo era una elaboración del
“líbranos del mal”)
y, por otra parte, como una preparación directa a la comunión. En los siglos
posteriores el vínculo
entre el beso de la paz y la comunión se fue haciendo cada vez más estrecho: en
algunos casos 1a
“paz” se daba sólo a quien comulgaba; más a menudo el sacerdote besaba una de las
especies
eucarísticas y luego daba el beso de paz a1 diácono, el cual lo comunicaba a los
demás. Llegó el
caso en que el beso de paz se realizó en sustitución de la comunión. De este modo
empezó a
convertirse en algo autónomo y en aquel período la frecuencia de la comunión
disminuyó
notablemente. Cuando la liturgia se convirtió cada vez más en un hecho clerical, el
beso de paz se
reservó casi siempre al clero; el pueblo no tomaba parte en el mismo.
En el Missafe romnnum, a diferencia del Misol tridentino, se afirma explícitamente
que los fieles
pueden darse mutuamente el beso de la paz. No se determina el modo con que se tiene
que efectuar.
Se limita a afirmar que corresponde a las conferencias episcopales el determinar
concretamente la
forma más adecuada a la índole y costumbre de los diversos pueblos.
Para la comprensión de este gesto, conviene recordar que la participa- ción en la
eucaristía,
especialmente en el momento de la comunión sacramental, no es sólo un encuentro
exclusivo y
personal con Cristo, la Cabeza, sino también con los miembros de su Cuerpo, la
Iglesia, presente de
modo concreto en la asamblea localreunida en tomo al altar. El rito de la paz pone
claramente de
manifiesto la dimensión social, horizontal de la eucaristía.
La fracción del ppn. El rito de la fracción se remonta al mismo Cristo y es
recordado en cada uno
de los cuatro relatos de la institución. La expresión
64. Of. la carta que el papa lnocencio I escribe el año 416 al obispo de Gubbio,
Decencio
(£ pistola N,I; PL 20,553).
“partir el pan” fue muy pronto usada para indicar el rito eucarístico. Los
cristianos de Jerusalén
“eran constantes... en la fracción del pan” (Heh 2,42) y “celebraban la fracción
del pan en las
casas” (Hch 2,46). El mismo arte cristiano primitivo representó la eucaristía con
la imagen de la
fracción del pan, como puede verse en la capilla griega de las catacumbas de
Priscila en Roma
(siglo III).
Desde el comienzo, a la fracción del pan se le atribuyó un significado simbólico,
que en el curso
de los siglos ha tenido diversos subrayados. San Pablo afirma que el único pan, que
es partido y en
el que todos pueden participar, es el símbolo de la unidad y de la comunión de 1os
fieles entre sí
como miembros de la Iglesia y, también y sobre todo, de la unión con Cristo (cf.
lCo 10,16-17).
La historia del rito de la fracción en la misa romana es muy compleja. Según el
testimonio del Ordo
romanos I, ^ en la misa papal de los siglos VII- VIII, celebrante y presbíteros
parten todos los
panes consagrados, que unos acólitos les aportan en pequeíios sacos de lino. Con la
fracción se
obtienen trozos irregulares que se utihzan para la comunión de los fieles. Se
conserva un fragmento
para la celebración de la misa siguiente. El fragmento de la misa anterior se deja
caer en el vino.
Este gesto es apto para hacer evidente la vinculación entre misa y misa (rito de
los saliera).
Otros fragmentos se conservan para 1a comunión a los enfermos. El rito de los
sancts está
probablemente en relación con el precedente de1/ermcnium, descrito en el siglo V
por Inocencio I en
la carta a Decencio, citada anteriormente: los sacerdotes, obligados los domingos a
celebrar en los
títulos o “parroquias” de Roma a causa de la cura pastoral de los fieles, no podían
participar en
la misa solemne del papa; pero recibían un fragmento del pan eucarístico
(fermentum) consagrado por
el papa, que depositaban en el cáliz. En este caso el simbolismo subrayaba 1a
unidad de la
comunidad local que celebra la única eucaristía, sacramento de unidad.
Cuando, aproximadamenteen el siglo IX, se introdujeron las pequeñas hostias en
lugar del pan, se
conservó el uso de partir una sola hostia, la del sacerdote, de tamaíio un poco
mayor; las diversas
partes en que ésta era dividida generalmente no se daban a los fieles, sino que
eran totalmente
consumidas por el sacerdote. De este modo se perdieron 1a función y el significado
originarios de
la fracción del pan, que fue explicada de maneras nuevas y diversas, por ejemplo,
como memoria de
la separación del cuerpo
Agnus Dei. La introducción del A grim Dei en Occidente se remonta al papa sirio
Sergio I (687-701),
que probablemente lo tomó del Oriente. “ Se introdujo corno canto que acompaiiaba
1a fracción.
Precisamente por esta función se repetía a lo largo de fodo el rito. Pero cuando en
Occidente se
pasó de los panes grandes a 1as hostias individuales, la fracción del pan perdió su
significado
originario y la repetición del canto se limitó al número sagrado de tres. El días
Dei empezó
entonces a tener una existencia autÓnoma.
Hasta el siglo XI el final de cada invocación del Aguas Dei era siempre: miserere
ttoúts. A partir
del siglo XI, como final de la tercera y última invocación se usó: dona nobi
páCeyj. Perdido su
significado primitivo, e1 Ejes Dei se puso en relación especialmenfe con el beso de
la paz. También
en el siglo XI, en 1as misas exequiales el final de cada invocación era: dona eis
requiem; 1a
tercera y última: dono eis requiem sempiferitam.
El MiSSOlO i’Oyfanum considera e1 A gnus Dei explícitamente como un canto que hay
que ejecutar
durante la fracción del pan y puede repetirse mientras dura el rito. De este modo,
este canto ha
recuperado su significado y su función primitiva. Por explícita voluntad de Pablo
VI, fue
conservado en la última invocación el Zona no6is pacem.
La comunión. “El sacerdote se prepara con una oración en secreto para recibir con
fruto el Cuerpo y
la Sangre de Cristo; los fieles hacen lo mismo, orando en silencio” (IGMR 56f). De
estas palabras
se deduce que la preparación inmediata a la comunión es un acto de toda la
asamblea, y no sólo del
sacerdote. En el mismo documento se subraya también la gran importancia de la
comunión con hostias
consagradas en la misma misa. La reflexión sobre la fracción del pan ha puesto de
manifiesto la
importancia de la participación en el pan consagrado en la misma celebración (IGMR
56h).
El "canto de comunión" o “antífona de comunión" es uno de 1os elementos mós
antiguos de la liturgia
de la misa. En el siglo IV lo hallamos bajo forma de canto responsorial: el cantor
canta los
versículos del salmo y cada vez el pueblo responde con el mismo estribillo. Tanto
en Oriente como
en Occidente es objeto de numerosos testimonios el uso del salmo 34(33). " HI canto
de comunión es
por su origen un canto procesional. A partir de Gregorio Magno, en las fiestas
principales hay
correspondencia entre con- tenido del evangelio del día y texto del carrto de
comunión: lo
anunciado en la proclamación del evangelio es luego dado en la eucaristía.
La “oración después de la comunión” es una oración presidencial que presenta una
estructura
idéntica a la de las otras oraciones presidenciales de la misa: invitación a la
oración, silencio,
plegaria presidencial, y finalmente elgmén de aclamación por parte del pueblo. Es
una oración de
agradecimien- to por los dones recibidos y contiene a menudo elementos de teología
elicarística. *
Aparece también como el compendio y la conclusión de toda la acción litúrgica.
67. Of. por ejemplo, Cirilo de Jerusalén, Catequesis mistagógicas 5,20 (“Scurces
Chrétienne6 126”),
Cerf, París 1966, pp.168-171; Ambrosio, De Mysfertis 9,58 (”Sources Chrétiennes 25
bis”), Perf,
París 1961, pp. 190-t91.
68. CX. R. Falsini, Commento alle ”orazioni dupo la cornunione” domeniche e fesle,
Opera
della Regaliá di N.S, Gesu Cristo, Milán t967.
Ka celebración de la eucuristin
Ritos de conclusión
Para la asamblea ha llegado el momento de disolver su reunión visible para llevar
la caridad de
Cristo a cuantos están fuera. Se quitan los signos (cf. Jn 20,17 y Hch 1,9-11) para
que en el
mund.o se manifieste más ampliamente el reino que viene.
La bendición del sacerdote al final de la misa se introdujo tardíamente. En los
Ordines iomani más
antiguos el obispo, después de abandonar el altar, respondía a los fieles que le
pedían la
bendición con las palabras: Benedicat nos (nos) Dominus. "En el uso romano la
bendición de la
asamblea se reservó durante mucho tiempo al obispo; el presbítero no daba nunca al
final de la misa
la bendición a todos los fieles, sino sólo a quien se la pedía; usaba para esto
objetos litúrgicos:
el cáliz, la patena y sobre todo el corporal. Hasta el siglo XH los libros
litúrgicos no mencionan
una bendición final general por parte del sacerdote al fin de la misa.
Además de 1a bendición habitual, en el nombre de la Trinidad y con la serial de la
cruz, tenemos
como apéndice del actual “ordinario" de la misa las “Bendiciones solemnes y
oraciones sobre el
pueblo”, que se pueden usar, a juicio del sacerdote, al mal de la celebración de la
misa, o incluso
de una liturgia de la palabra, o de la liturgia de las horas, o de los sacramentos.
La oración
sobre el pueblo (super popular) se encuentra ya en el 5acramentario Veronense como
oración de
bendición al final de la misa.
Ya en el Ordo romqnus J, el diácono, antes de que el pontífice abandone el altar,
dice he, missa
ese. " Cuando más tarde 1a bendición se dé desde el altar, el he, missa est
precederá también la
bendición. Así en el Misal tridentino. En el Missale romanum dicho orden ha sido
más coherentemente
invertido. En las liturgias orientales, las fórmulas de despedida tienen
expresiones diversas,
generalmente: “Id en paz" (cf. Mc 5,32; Lc 7,50).
Luego el sacerdote, después de besar el altar, sale del presbiterio. El primero y
el último acto de
la celebración eucarística tienen lugar en el altar; son actos sin palabras, actos
de veneración.
El beso erunarca por así decir e incluye toda la celebración eucarística. El
sacerdote se dirige,
ante todo y al final de todo, no hacia el pueblo reunido, sino hacia el altar. Este
altar es
venerado como centro de la reunión eucarística y de la acción eucarística. Al
69. Cf. OR I, J26, vol. 2,108; OR V, 98, vol. 2,227i OR Vi, 76, vol. 2,M0
70. Of. OR 1, J24, vol. 2,107.
venerarlo, el sacerdote saluda la mesa del señor y, en ella y por ella, al mismo
Senor, de quien el
altar es símbolo.
71. CX. Aa.vv., II cu.lto eucarístico riel rinouamento liturf¡ico; Aa.vv., If culto
eucarístico
fuori delia messa: RL 67 (1980) £ascículo n. 1: G. Golombo, £’eucoristia. La cena
del S ignore
nella caí unitá cie itana, Vdc, Turín-Leumann 1991, pp. 132-142.
9
LA CELEBRACIÓN DE LA PENITENCIA- RECONCILIACIÓN
240
243
10. CX. Concilio IH de Toledo (del 589), can. 11 lConcilios nisigóticos e ñisp«no-
rumanos,
Barcelona-Madrid 19fi3, p. 128).
11. Of. Concilio de Chalon-sur-SaOne (años 647-563), can. 8; CCL 148A, 304.
12. M5s detalles en A. Nocent, II sacramento della peniíenza e della
riconcilmzione, in Aa.vv.,
La liturgia, i socromenfi: teología e storia della celedrozione, op, cit., pp. t70-
175.
18. CF. C. Vogel, £/ pecador... op. Ót.
Lu celebración de la penitencia-reconciliación
146
Celebraciones penitenciales
Los l'rmy0 tandp del Oído pomitentix (n" 3437) hablan también de las celebraciones
penitenciales,
que no hay que confundir con el sacramento de la penitencia. En ellas no se pone el
signo
sacramental de la reconciliación. Sin embargo, su integración explícita, o
intencional, en el
proceso de la reconciliación cristiana, cuya clave es et sacramento, les confiere
una orien- tación
sacramental que es importante reconocer.
Las celebraciones penitenciales tienen también valor en Sí mismas, en
cuanto revelan el carácter eclesial de la penitencia. Su estructura celebrativa es
la usada
habitualmente en las celebraciones de la palabra de Dios.
con el Señor bueno y leal (Os 2,1H25; 11,1-11; 14,2-10); adquiere el aspecto de
ingratitud para con
el don de Dios (Is 5,1-7; Mi 6,1-15) y tiene también un aspecto social y
comunitario (Gn 3,1-19;
18,17-33); cuando el pecador se arrepiente, Dios se muestra misericordioso y
perdona las culpas (Os
11,1-11; Ez 18,20-32; lJn 1,5-10; 2,1-2); la conversión es don de Dios (Ez 11,14-
21; 36,23-28) y
restablece el vínculo de amor del hombre con Dios (Os 2,16-25; 11,1-11; 14,2-10);
la accióq divina
está en el inicio de la conversión y deme un efecto decisivo (2Co 5,17-21);
convertirse quiere
decir cambiar profunda- mente (Ez 18,20-32; Rm 12,1-2.9-19); Jesús proclama haber
venido a llamar a
la conversión a los pecadores y obra en consecuencia (Mt 8,1-6; 9,9-13; Lc 19,1-10;
23,39-43; Jn
8,1-11); la reconciliación perfecta y definitiva se ha realizado en Cristo (Rm 5,6-
11; 2Co
5,17-21), en particular en el misterio de su cruz (Ef 2,1-10); la acción
reconciliadora de Dios
crea una nueva criatura (2Co 5,17-21).
Como ya hemos indicado, merece nuestra atención la formula de la
absolución propuesta por el Ordo p:enitentim.' “Dios, l'adre misericordioso, que
reconcilió consigo
al mundo, por la muerte y resurrección de su Hijo, y derramó el Espíritu Santo para
la remisión de
los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón yla paz. Y yo
te absuelvo de
tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Esta fÓrmula coloca la penitencia-reconciliaciÓn en el contexto de la revelación
divina con un
enfoque económico-trinitario. Ante todo se pone de manifiesto el principio de la
misericordia
salvífica de Dios Padre. La revelación del amor misericordioso de Dios alcanza su
vértice en Cristo
que en su sacrificio pascual muestra que el amor es más fuerte que la muerte. Por
este amor llevado
al extremo hemos sido reconciliados mediante la sangre preciosa de Cristo. Como
fruto de la
redención, se nos comunica el aliento creador del Espíritu que, gracias a 1os
méritos de aquel
sacrificio, nos hace partícipes de la misma comunión infinita de amor que hay entre
el Padre y el
Hijo. El misterio de la Pascua conduce al misterio de Pentecostés y al de la
Iglesia donde todo
ello es vivido concretamente: el misterio de la recon- ciliación, realizado en
Jesús una vez por
todas, se actuliza en el signo sacramental de la Iglesia, mediante el ministerio de
los apóstoles y
de sus sucesores.
Notemos, finalmente, que 1a estructura del rito de la penitencia indica
clarísimamente que el sacramento tiene que ser “celebrado”, recuperando plenamente
su dimensión
“cultual”. La celebración del sacramento de la penitencia es siempre una acción
litúrgica mediante
la cual la Iglesia proclama su fe, da gracias a Dios por la libertad con que Cristo
nos liberó (cf.
La celebración de la penitencia-reconciliación
20. Of. A.M. Tríacca, II sacramento defi peniíenzn aito di culto, en Aa.vv., Valore
e attualitb del
sacramen fo della pe-nitenza, op. cit., pp. 87-J04.
' 10
EL ORDEN, EL MATRIMONIO Y LA PROFESIÓN RELIGIOSA
El orden’
No nos compete afrontar aquí el problema general del sacerdocio ministerial, su
derivación de
Cristo, su situación en el interior de la Iglesia
1. E. Lodi, Liturgia defi Chiesn. huida allo Studio della liturgia nelle sue fonti
antiche e
recenti, Edb, Bolonia 1981,73d-784;G. Ferraro, Orden/Ordm«ciñn:NDL 1474-J494; R
Gerardi,ís«cr«mmíi
della fede cristiana, op. cit., pp. 319-331; £-. Brovelli, Ordine e mirtisferi, en
Aa.vv„ Le
liturgia, i sacramenti. teología e storia dello celebrazione, op. cit., pp. 243-
300; P. Jounel,
Lris ordenociones, en I$l«sia ‹m oración (A.G. Mañimort) Barcelona t9sz,los-z48; I.
Oñatibia,
Ministerios eclesiales:
imposición del evangeliario sobre la cabeza del obispo ordenado. Por otra parte,
aparece más
desarrollado el capítulo de las llamadas órdenes “meno- res”: ostiario, lector,
exorcista,
subdiócono. "
Los desarrollos rituales del siglo X en adelante cristalizan a fines del siglo XIII
en el Pont col
de Guillermo Durando. Las oraciones se multiplican y aumentan también los ritos
complementarios. A
partir del siglo XH la llamada “materia” del sacramento se identifica generalmente
con la entrega
de los instrumentos. A la misa se aíiaden signos y gestos decorativos y
explicativos. Tal profusión
de gestos y palabras, a veces de un simbolismo artificial, hace pesados los ritos
de
ordenación.’Recordemos que elPonfi est de Guillermo Dudando es la fuente principal
del que será el
Poni cal romano que estuvo vigente hasta el Vaticano II.
Las tres ordenaciones del obispo, d.e los presbíteros y de los diáconos
‹ tienen un desarrollo idéntico. La parte central del rito es la imposición de
las manos y 1a
solemne plegaria consecratoria propia de cada orden. Después de siglos de
incertidumbres,Pío XII en
la constitución apostólica Sacramentum ordinis, de 30 de noviembre de 1947,
estableció que la
imposición de las manos y la plegaria que la acompañaba eran los ritos esenciales
de las órdenes
sagradas del diaconado, del presbiterado y del episcopado. ¹'Pablo VI confirmó la
misma doctrina.
La restitu@n del lugar central que ocupa la imposición de las manos quiere
significar mejor que la
gracia que establece al elegido en el ministerio es el don del Espíritu de Cristo
resucitado.
El matrimonio '^
El matrimonio es ante todo una parte de la realidad de la creación y como tal se
reconoce y valora
por la Biblia. Pero en el Nuevo Testamento el
P. Barberi, celebrazione del matrimonio cristiano. ll tema negli ult iitti decenni
dclln Veo logia
csftolica, Ed. Liturgiche, Roma 1982; P. Dacquino, S Soria del ryatrirnon io
rrisfiono chin free
delln Bibbia, Ldc, Turín-Leumann 2 984; R, Gerardi, J sacrameníi della Jede
cristiana, op. cit.,
pp. 333-370; A. Nocent,
menudo bajo la forma de anillo de prometida. Las nupcias se celebraban después che
un intervalo de
tiempo. Los dos elementos concretos necesarios para la validez del matrimonio eran
el consensos
recíproco de ambas partes y la domum ductio o solemne acompañamiento de la esposa a
la casa del
marido. Aunque hallamos la práctica de algunas ceremonias religiosas de carácter
familiar, su
significado esencial había caído completamente en el olvido. El rito nupcial se
rodeaba de diversos
usos, a menudo de carácter supersticioso. En la víspera la novia se vestía de
blanco, con un velo
purpúreo (el flammeum) y una corona de flores en la cabeza. La mañana de 1a fiesta
eran consultados
los augures y, si éstos eran favorables, se pedía el consentimiento de los novios,
al que seguía la
iuncfio dextrarum. Luego se ofrecían sacrificios.
En el contexto que hemos descrito, los cristianos consideraban el matrimonio como
un asunto de
familia. Pero ya desde el principio los obispos intervienen para salvaguardar el
matrimonio de los
influjos paga- nos y, sobre todo, de los sacrificios idolátricos. Así, por ejemplo,
Ignacio de
Antioquía (+ 107) afirma: “Conviene a los esposos y a las esposas contraer la unión
con el
consentimiento del obispo para que sus bodas sean según el Señor y no según 1a
concupiscencia.'
Del siglo IV al XV se pasa lenta y progresivamente de una visión del matrimonio
como acontecimiento
profano-civil de inspiración cristiana, a una visión del matrimonio como
acontecimiento cristiano
en la Iglesia. Dos son 1os polos en tomo a los que se mueve el desarrollo de la
celebración: el
intercambio de los consentimientos y la bendición nupcial durante la eucaristía.
A fines del siglo IV, san Ambrosio alude a la bendición e imposición del velo. ¹ El
secramentario
Veronense da a dicha bendición el título de oelatio nuptiarum y ofrece un
formulario que se remonta
al siglo V. °° Este texto es reproducido y modificado más tarde por los demás
sacramentarios roma-
nos. La centralidad de la esposa en la oración de bendición parece deberse, además
del influjo de
las costumbres y de la legislación 1ongobardo-franco- germánica, a la teología
paulina expresada en
lCo 11,2-5.
Hasta la época carolingia 1a Iglesia no intervenía en el estadio esencial del
intercambio de los
consentimientos, que tenía lugar en la casa. Sólo más tarde, para asegurar el
carácter público del
matrimonio y garantizar 1a
ll nuitrímonio cristuino, in Aa.vv., L4 /irurgó, i sacramenti: £eoíogia e storin
áella
celebrazione, op. cit., 30t-364; J. Évenou, El Nmtrimonio, en !8!^'•
•rnción(A.G. Marfimort)
Z54-778; G. Colombo,
/segni def sert›izio. ll ministero ordinyto e il matrimonio, op. cit., pp. 113-157;
ID.,
Niatrimonio: NDL
1240-1W3.
17. A Dioyefo 5,6, en Padres Aposfdficos, op, cit., p. 850.
18. Ignacio de Antioquía, A Policarpo 5,2, en Psdres Apostólicos, op. cit„ p, 583.
19. C£. Ambrosio, Episiof« 19,7; PI 16, 1026. 20. Of. Ve, n. 1110 (p. 140).
El desarrollo del rito. La celebración ordinaria del matrimonio tiene lugar durante
la misa,
después de la liturgia de la palabra, y se articula en cuatro momentos: las
preguntas sobre la
libertad, la fidelidad y la procreación de los hijos; el consentimiento de los
contrayentes y la
ratificación del sacerdo- te; 1a bendición y entrega de los anillos; la oración de
1os fieles que
cierra esta parte. Un papel importante en la liturgianupcial se reserva para la
bendición de los
esposos que el Ordo celebrandi matrimonium coloca después del rezo del
PadTenuestro, antes de 1a
comunión. La estructura del rito, celebrado ordinariamente durante la misa, pone de
relieve que el
matrimonio, vínculo entre el hombre y la mujer, es la raíz del sacramento; el
vértice esia
eucaristía con la bendición.
Esta estructura ha sido respetada en casi todos los rituales particulares, con
algunas novedades de
interés teológico en ciertos casos. Así, por ejemplo, el ritual canadiense y el
alemán colocan la
bendición nupcial en el mismo interior de la liturgia del matrimonio, como en la
celebración del
matrimonio sin misa. El ritual canadiense permite la bendición nupcial después del
consentimiento y
el intercmbio de los anillos y antes de 1a ratificación del sacerdote; el alemán la
coloca después
del consentimiento y la ratificación. Esta estructura evidencia la unidad de los
elementos esencia-
les de la liturgia matrimonial: la manifestación del consentimiento matrimo- nial
de los esposos y
la aprobación de la bendición de Dios en la forma de bendición de los esposos, que
pueden
entenderse perfectamente como plegaria de consagración. Observemos, en efecto, que
durante la
bendición el sacerdote extiende las manos sobre los esposos como en las otras
plegarias de
consagración de las personas. ^
Teología liturgica del matrimonio. Las lecturas bíblicas del Ordo celebrandi
matrimonium insertan
el matrimonio en la historia de la salvación, ponién- dolo en relación con el
ordenamiento
originario de la creación, vinculfindolo con la alianza nupcial de Dios con su
pueblo y ligándolo a
la unión de Cristo con su Iglesia. La lecturas del Antiguo Testamento son: Gu 1,26-
28. 31a;
2,18-24; 24,48-51.58-67; Tb 7,9c-10.11c-17; 8,5-10; Ct 2,8-10.14.16a; 8,6-7a;
Eclo 26,1-4.16-21; Jr 31,31-32a.33-34a. Las lecturas apostólicas: Rm 8, 31b-35.37-
39; 12,1-2.9-18;
lCo 6,13c-13a.17-20; 12,31-13,8a; Ef 5,2a.21-23;
Col 3,12-17; lP 3,1-9; Un 3,18-24; 4,7-12; Ap 19,1.5-9a. Las lecturas evangé-
licas: Mt 5,1-12a; 5,13-16; 7,21.24-29; 19,3-6; 22,35fi0; Mc 10,6-9; Jn 15,9-12;
siglo XII hasta el XVI, y es peculiar sobre todo de las órdenes mendicantes. En una
fórmula de la
profesión franciscana de la segunda parte del siglo XIII se habla por vez primera
de los tres
“votos” de obediencia, pobreza y castidad. * En la primera mitad del siglo XIV
encontramos entre
los franciscanos una disposición, más tarde revocada, según la cual la emisión de
los votos tenía
que preceder inmediatamente a la recepción de la eucaristía.
San Ignacio de Loyola (1491-1556) introdujo en su Compañía la professio super
hostiam, aparecida un
siglo antes. Tiene lugar antes de recibir 1a comunión eucarística, en el momento en
que el
sacerdote presenta la hostia consagrada. El rito era muy simple y conservaba
elementos de las
tradicio- nes anteriores. En efecto, el candidato jesuita, después de haber leído
la fórmula de
profesión, entregaba el escrito al superior, el cual ponía la fórmula sobre el
altar. La professio
super hostiam fue luego adoptada por la mayor parte de las congregaciones modernas,
sobre todo
femeninas.
Cada uno de los tres tipos de profesión que hemos ilustrado rápida- mente
representa un ambiente
cultural y espiritual claramente caracteriza- do. Pero hay en 1a historia del rito
de la profesión
un proceso hacia una concepción cada vez más voluntarista y jurídica de la misma
profesión.
La falta de un ordenamiento litúrgico a nivel eclesial favoreció una progresiva
decadencia del
ritual de la profesión. Poco a poco se fue perdien- do la simplicidad yla
objetividad de 1os
tiempos antiguos yse introdujo cada vez más el subjetivismo ascético y el espíritu
legalista. De
ahí que los ritos de la profesión se hicieran más extensos, incluyendo ceremonias
que anadían un
toque de dramatismo a su significado fundamental, pero sin enriquecerlo
sustancialmente. A
continuación, la proliferación de los institutos religiosos supuso la
multiplicación de los
rituales de la profesión, los cuales a su vez se alejaban cada vez más de los
cánones clásicos.
163
ll
LA LITURGIA DE LA ENFERMEDAD Y DE LA MUERTE
Hemos agrupado en este capítulo los ritos de la liturgia de los enfermos y los de
las exequias. '
La enfermedad y la muerte son dos situaciones especialmente significativas en la
existencia humana.
Enfermedad, muerte y pecado aparecen en la Biblia como realidades que se alían y se
conjuran contra
el hombre, de las que Dios lo libera mediante la actualización de la historia de la
salvación. Por
ello la liturgia de la Iglesia, representación terrestre de la redención de Cristo,
está presente
también en dichas situacio- nes de sufrimiento como signo eficaz de la misericordia
salvífica de
Dios. En este conjunto ritual destaca el sacramento de la unción de los enfermos.
Dicho sacramento,
aunque ya no es la “extremaunción” ni de nombre ni de
169
Job o Tobias, puede ser una prueba destinada a demostrar su fidelidad (cf. Tb
12,13). En estos
casos, sin embargo, se supone que 1a prueba no termina en sí misma, es decir, que
de ella nace
pronto la recompensa, como acaece primero a Job y luego a Tobías. En el caso del
justo sufriente
por excelencia, el siervo de Yahvé, el sufrimiento adquiere un valor de expiación
por las culpas de
los pecadores (cf. Is 53,4-12). Aquí el sufrimiento, de signo de pecado pasa a ser
signo de gracia.
Ya no es el pecado el que engendra el sufrimiento, sino que es el sufrimiento el
que destruye el
pecado, y se insinúa otra solución a1 misterio del d ! *: la de la retribución
escatológica.
Jesús interpreta la enfermedad como un mal que padecen 1os hombres
y un signo del poder de Satanás sobre los hombres (cf. Lc 13,16). Siente compasión
por ellos (cf.
Mt 20,34), y esta compasión guía su obrar: “Él con su palabra expulsó los espíritus
y curó a todos
los enfermos” (Mt 8,16). Ambas cosas van juntas. Ambas manifiestan su poder (cf. Lc
6,19) y tienen
finalmente el mismo sentido: significan la victoria mesiánica sobre el mal (cf. Mt
11,4-5; Lc
7,22).
Por tanto, aunque Jesús niega explícitamente una dependencia de causalidad entre
pecado personal y
enfermedad (ci. jn.9,3), reconoce que existe una conexión profunda entre
ente.rmedad y pecado. Al
paralítico bajado por el techo Jesús le dice, antes de realizar la curación: “Hijo,
tus pecados
quedan perdonados” (Mc 2,5; cf. Mt9,2; Lc 5,20). En este caso, como en otros
semejantes, 1a
actividad taumatúrgica de Jesus derriba el poder del pecado. Los gestos que Jesús
realiza sobre los
enfermos preludian así los sacramentos cristianos (véase sobre todo el cuarto
evangelio). En
efecto, é1 vino a la tierra como médico de los pecadores (cf. Mc 2,17), un médico
que, para
eliminar los males y las enfermedades, los toma sobre sí (cf. Mt 8,17 — Is 53,4).
Éste será el
sentido de su pasión. Después de que Jesús pasó por el sufrimiento y la muerte,
también para el
creyente estas realidades adquieren no sólo su significado de prueba y
purificación, sino de
certeza de victoria sobre el pecado y sobre sus nefastas consecuencias. Jesús
confía la curación de
las enfermedades, como don y como mandato, a los apóstoles y discípu- los (cd. Mt
10,8; Lc 10,9; Mt
10,1; Lc 9,1.6; Mc 3,15; 16,18).
4. El co++ci1io de Trento declara que este sacramento es “aludido” por san Marcos
“promulgado” por
Santiago (cf. sesión XIV). El ritual no cita el texto de Marcos.
5. Of. E. Cothenet, La guérison comme sigue du royaume et f’onction des mala8"t
en Aa.vv., La m«Odie ci la rnor/ de emilio jens la liturgie, op. cit., pp 101-*8*-
una imposibilidad o dificultad de moverse y, por tanto, una cierta seriedad de la
enfermedad.
inicial nueva). La unción se hace en la frente y en las manos del enfermo con
8. Prwof«nda, 6.
9. “Plenamque interino et exterius sanitatem misericorditer redde” (Ritual.
10. Además de la bibliografía citada en este capítulo, c£. R f-alsini, if snso del
viatico teri e
oggi, en Aa.vv., ll sacrammto dei malnii. Aspetti aníropologici e teologici della
malatt ía.
kiturgia e pastorole, op. cit., pp. 191-208; A. Adam, Corso di lilurgia, op. cit.,
pp. 261-263.
11. Concilio de Nicea, can. 13.
12. Of. A. Blaise - Tt. Chitat, Dic£ionnairr latin- auçeis de antenas cúre£i‹ms,
Brepols, Turnhout
1967, p. 846.
13. Ritual, Froclanda, 26.
cuyas exequias se celebran sea asociado al paso que Cristo hizo de esta vida al
Padre. La comunión
eucarística de la asamblea es el modo más significa- tivo para expresar la comunión
espiritual en
la que los supervivientes viven su relación con el desaparecido. "
22. Cf. B. Botte, Les plus mciennes@rmufes de priere popr les morty, en Aa.vv„ En
maiadie et
la mort de chrétien dans ir liturgie, op. cit., pp. 85-99.
12
LAS BENDICIONES
"Bendecir" (de donde viene "T›endición") es decir una palabra buena dirigida a Dios
en nombre de
los hombres o dirigida a los hombres en nombre de Dios.¹ Según una clásica
distinción, se habla de:
bendiciones constituíínas,o consagraciones, yde bendiciones inuocativas. Las
bendiciones
invocativas sobre personas y cosas pertenecen a los signos sagrados llama- dos
"sacramentales", que
se distinguen de los sacramentos propimente dichos o "sacramentos mayores". Después
de haber
hablado en los capítulos anteriores de los sacramentos y de algunas bendiciones
constitutivas (pro-
fesión monástica y religiosa, consagración de las vírgenes...), ahora preten- demos
hablar
brevemente de las bendiciones invocativas: algunas concier- nen directamente a las
personas; otras
a los lugares en que se Ileva a cabo la actividad de 1os creyentes; y otras se
aplican a los
objetos de culto o a otros objetos destinados a fomentar la piedad de los fieles.
i82
La bendición en 1a Biblia °
Las bendiciones cristianas se han formado basándose en 1a Escritura. Por ello sólo
en este clima
bíblico se puede comprender el valor y el significado de las bendiciones, tanto en
sentido
crístológico como eclesial. El material bíblico sobre el tema es especialmente
abundante, sobre
todo en el Antiguo Testamento. Aquí nos limitamos a presentar una síntesis de
teolo- gía bíblÍCa de
la redención reelaborada en clave de bendición de Dios.
Toda la historia de la salvación es la historia de la bendición prometida a Abraham
(cf. Gn 12,3) y
dada al mundo en Jesucristo, “fruto bendito” del “vientre bendito” de María (cf. Lc
1,42). Sin
embargo en los libros del Antiguo Testamento la bendición adquiere significados con
matices diver-
SOs.
La bendición derramada en principio sobre la multiplicación de los
seres acuáticos, de las aves del cielo y de los hombres (cf. Gn 1,22.28), con
Abraham se convierte
en la bendición derramada sobre la historia; el designio de Dios es bendecir a
“todas las fmilias
de la tierra” (Gu 12,3). En 1a raíz de tal bendición está la voluntad amorosa y
benéfica de Ehos.
En el Deuteronomio bendición y maldición se colocan en el interior de un diálogo,
el de la alianza,
en el que1a primacía la tiene la gracia divina pero
en el que es indispensable tamt›ién la respuesta de la libertad humana. Las grandes
bendiciones del
Deuteronomio (23,1-14) suponen una carta de alianza que proclama la voluntad
divina, luego la
adhesión del pueblo y, finalmente, el acto cultual que significa el acuerdo y le
confiere valor
sagrado.
La bendición de la que los sacerdotes son constituidos ministros asegura a1 pueblo
la presencia de
Yahvé en medio del mismo a lo largo de la historia. No por azar el inicio del culto
israelítico en
la tienda de 1a alianza tiene lugar con ofrendas de sacrificios seguidas de la
bendición del pueblo
y, por tanto, de 1a manifestación de la “gloria” del Señor, de su presencia (cf. Lv
9,22-23). El
pueblo en esta bendición conoce el don de gracia de Yahvé y percibe la llamada a
acogerlo: en Nm
6,22-27 la bendición es el sello que sanciona 1a conclusión del encuentro del
pueblo con la
presencia divina en el Sinaí y como solemne acto inicial del carrüno del desierto.
184
13
LA LITURGIA DE LAS HORAS
1. Aa.vv„ Chiesa che prega. Per un breviario autenticamente pregato, Ancora, Milán
1970; C. Braga,
Dsl “Breoiarium” allo “Lilurgín Hormum": EL 85 (1971) l W2H; V. Htm, L'ufficio
divino del iempo dei
Carolingi e il breuiyria di Inyacenzo III canfi antati can la fiiurgin delle ore di
Ppolo VI: EL 83
(1971) 206-M9; A.M. Roguet, £ifurgi« delle ore. ll numo br rio, Ancora, Milfin
1971; Aa.vv., La
pregfuera della cñiean, Edb, Bolonia 1974; A. Cuva, R liturgia delle ore. Mile
teologiche e
spiritnfi, Ed. Liturgiche, Roma 1975; Aa.vv., Esperietize cristiano della
pregfliera. Per celebrare
e oioere la lifuegí4 delle ore, Ed. O.R, Milán 1978; J. López Marttr , la orscídii
de las horas.
f-historia, teologia y pastoral del oficio digno, Secretariado Trinitario,
Salamanca 1984; A.G.
Martimort, Lc orscihn de las Horas: en La Iglesia en orociñn, 1047-11Z3; V. Raffa,
£iíurgia de les
Horas: IHM 1164-1191; A. Adam, Corto di lilwgía, op. cit., pp. 276-291; R Taft, Lu
liturgia delle
ore in Oriente e in Occidmte. Le origini dell'ufficio diyino e il suo sigriíjcnto
aggi, Ed.
Paoline, Cinisello Balsamo 1988; M. Paternosfer, “Eranoassidui nelia qreghiera”.
Riflessioni salí
fiturgi« delle are,Ed. Paoline, Cinisello Balsamo 1990; J, Pinell, Liturgia denle
pre, Marietti,
Génova 1990; V. Ratfa, LO liturgia delle oro. Presmtasione sinrice teologica e
pasforoÍe, Ed. O.R.,
MiI5n J990; I.-M. Brault, Lu lifurgia deíle ore, en Aa.vv., Assemblea santa, op.
cit., pp. D8-47Z;
Varios, R sia§pnzA de las horas. Espiritualidad y pastoral, CPL, Barcelona 1991;
Varios, Liturgin
de las horas, en “Celebración en la Iglesia. III”, Salamanca 1990, 28S-524.
2. C£. S. Marsilf, en Aa.vv., lo lííurgie, tomalo della storin della sali'czza, op.
cit., p.
3. “Sine monitore, guia de pectore oramus” (Tertuliano, Apologeticum, 30,4; CCL
1,141).
196
la salvación, puesto que los diversos momentos celebrativos estfin vincula- dos a
los misterios de
la historia salvífica.
Con la nueva Liturgio horarum se invierte la secular tendencia a consi- , derar
el oficio
divino como una realidad clerical y privada, restituyendo a
cada cristiano la posibilidad de tomar contacto con una experiencia de oración
avalada por la
práctica secular dela Iglesia. Los esquemas ofrecidos por la Liturgia horarum
representan un modelo
de oración rica de contenido, abierta, universal, que nos permite hacer nuestro,
día tras día, el
ritmo de oración del conjunto de la Iglesia. La celebración comunitaria de la
oracion de las horas
representa un momento en el que la comunidad toma conciencia de su vocación a orar
sin interrupción
y a ser signo profético de la vocación de todos los hombres a ponerse en diálogo
con Dios.
Naturaleza de la liturgía de los horas
La oración de las horas es la oración que Cristo, unido a su Cuerpo, eleva al Padre
(cf. SC 84). La
liturgia de las horas tiene su prototipo, su ejemplar, su modelo, en la alabanza
interior que
caracteriza la vida trinitaria. La oración nos introduce en el íntimo dinamismo de
conocimiento yde
amor que vincula desde toda la eternidad al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Desde el momento en
que, con la gracia bautismal, el Dios trino, Padre, Hijo y Espíritu, puso su morada
en lo mas
profundo de nuestro ser, estamos relación con cada una de las Personas divinas,
estamos
constitutivamente en estado de oración.
La liturgia de las horas, al ser plegariapública y comunitaria del pueblo de Dios,
forma parte del
misterio de la Iglesia, es una particular expresión y manifestación suya: “No se ha
de considerar
1a alabanza de 1a Iglesia como algo que por su origen o por su naturaleza sea
exclusivo de los
clérigos o de los monjes, sino como algo que atañe a toda la comunidad cristiana”.
'°
Si es verdad que la oración hecha por cualquier cristiano o por cual- quier grupo
de creyentes es
asumida como propia por la Iglesia, también es verdad que sólo la liturgia de las
horas expresa
pfennmenfe a la Iglesia orante en cuanto tal y su pemanencia constante en la
oración, y sólo ella
la realiza de la manera mfis connaturaly congenial a las personas y a los lugares.
Esta oración es
la que la Iglesia considera suya a título especial, es decir, en cuanto
terrestre el himno que se canta por todos los siglos en las moradas celestiales. El
misfllo titleá
Sí toda II COmunídad humana y la asocia con ó1, entonando este divino canto de
alabanza. En efecto,
esta función sacerdotal se prolonga a través de su Iglesia, que no sólo en la
celebración de la
eucaristía, sino tambien de otros modos, sobre todo recitando el oficio divino,
alaba a Dios sin
interrupción e intercede por la salvación del mundo entero” (SC 83).
Son quizfi todavía más claras y precisas las palabras de los Prmnotonda de la
Lifurgío horace
cuando, a1 aplicar los principios conciliares, afirman: “La liturgia de las horas,
como las demas
acciones litúrgicas, no es una acción privada, sino que pertenece a todo el cuerpo
de la Iglesia,
lo manifies- ta e influye en él. Su celebración eclesial alcanza el mayor
esplendor, y por lo mismo
es recomendable en grado sumo, cuando con su obispo, rodeado de los presbíteros y
ministros, la
realiza una Iglesia particular, en que verdaderamente está y obra la Iglesia de
Cristo, que es una,
santa, católica y apostólica”. "
Evidentemente, la liturgia de las horas debe expresarse en su nivel más profundo
como palabra de la
I$lesia que da gracias por la presencia de Dios en Jesucristo y canta exultante su
misterio de amor
crucificado y su Pascua salvífica. Por ello, en el oficio divino, como en toda la
liturgia, “Cristo
asocia siempre a sí mismo a la Iglesia”, y por medio de la Iglesia continúa en el
mundo su obra
sacerdotal. La eclesialidad de la liturgia de las horas no está ligada al mandato
jurídico que
algunas personas reciben, sino que se basa en el hecho de que la oración litúrgica
de la Iglesia
pertenece a la comunidad cristiana y expresa su profundo anhelo de oración.
Lo que hemos dicho, citando autoMzados documentos del magisterio eclesial, debe
interpretarse en el
contexto de urta adecuada teología de la oración. El misterio de la oración
cristiana es una
realidad unitaria. La plegaria litúrgica realiza y expresa de modo eminente y
ejemplar dicho
misterio. Oe ahí que la oración de las horas no excluya otras formas de oración;
pero es la norma o
criterio de toda auténtica oración cristiana porque es una oración eminentemente
bíblica, objetiva
y tradicional. El oficio divino asegura una estructura que modela, alimenta y
modera la
oraciónprivada y que a su vez la oración privada hace más interior, personal e
intensa.
El texto de la 5acrosanctum Concilium antes citado afirma que el objeto
198
ciones del sacerdocio de Cristo. Pero, en el primer caso ello es verdad como centro
y como culmen;
en el segundo caso, sólo como momento particular del día santificado por la
oración. En efecto,
cuando oramos en los distintos momentos del oficio divino, particularmente cuando
al hacerlo
corunemo- ramos los diversos misterios de la pasión y muerte del Señor,
actualizamos la oración de
Jesús en la cruz y su ofrenda al Padre par 1a salvación del mundo. Podemos precisar
que la liturgia
de las horas es complemento de la eucaristía, para alcanzar el doble fin del
sacrificio: glorificar
a Dios y santificar a su pueblo. Es complemento para la misma eucaristía, dada la
densidad de su
contenido y la riqueza de su acción, que tiende a desarrollan se en elementos mfis
simples, para
comunicar mejor lo que el misterio eucarístico contiene en sí. De este modo la
liturgia de las
horas tiene una función salvífico-latréutica, en cuanto por ella 1a Iglesia
extiende a otros
momentos de la vida aquella obra de salvaciónhumana y de glorilicación de Dios, que
Cristo realizó
en su vida no sólo con la acción, sino también con la oración de su sacrificio.
Salmos y cónticos
Los salmos son composiciones religiosas y obra poética de alto nivel, texto de
oración que ha
acompanado y alimentado la fe de Israel en su camino histórico. El mismo Cristo
rezó con 1os
salmos. En los salmos, más que en otras páginas de la Escritura, se percibe que la
revelación no es
un conjunto de afirmaciones y conceptos diversos, sino que es más bien un tema
único que se
enriquece progresivamente, una profundización de verdades simplicísimas al
comienzo, que luego se
desarrollan gradualmente hasta formar una unidad orgánica y maravillosa en la que
se revela
claramente un designio divino de salvación.
Los salmos están presentes, como elemento de canto y de oración, en toda
celebración litúrgica,
pero en la liturgia de las horas constituyen la parte más importante, y la
caracterizan como
plegaria de alabanza.'²Ya en el siglo II hallamos testimonios explícitos del uso de
los salmos como
cantos de la comunidad cristiana. Esta costumbre se consolida y se extiende según
el testimonio de
los Padres y conoce su mfiximo desarrollo entre los monjes del
OtTOs elementos
En el esquema celebrativo de la liturgia de las horas, además de los salmos y los
cánticos bíblicos
hallamos otros elementos, de los que nos ocupamos brevemente.
Los himnos del inicio de cada hora son composiciones líricas destinadas a 1a
alabanza divina que
estimulan los ánimos a una piadosa celebración. La edición latina de la Liturgin
horarurn contiene
una serie de himnos ricos de tradición. Las ediciones nacionales han inscrito
algunas composiciones
líricas de la tradición cultural propia. Las conferencias episcopales pueden
introducir otros
“himnos de nueva composición, siempre que estén acordes plenamente con el espíritu
de la hora, del
tiempo o de la festividad”. '*
20J
15. IGLH184.
16. Of. Didscñe, 8,3.
Las laudes son la oración de la mañana. En efecto, muchos textos de esta hora se
refieren a la
mañana, a la aurora, a la luz, al nacer del sol, al inicio de 1a jornada. Se trata
de dones de Dios
para el servicio del hombre, que, a su vez, se resuelven en alabanza y gloria del
Creador. Desde
este punto de vista son tradicionales los salmos 63I*2] y51[50]. Por otra parte,
esa temática
cósmica evoca la resurrección de Cristo, luz que ilumina el mundo y que viene a
“visitamos desde lo
alto” y a guiarnos en nuestro vivir cotidiano. El domingo, el salmo 93[92] evoca el
triunfo de
Cristo resucitado. El tema de la alabanza tiene una importancia particular en la
oración mattttina:
de ahí la presencia tradicional de los salmos 148, 149,150.
Las vísperas son la oración de 1a tarde, después del trabajo cotidiano, cuando el
día declina y las
primeras sombras de 1a noche avanzan. Con la
oración vespertina ofrecemos al Señor el trabajo de nuestra jornada, trans- formado
en sacrificio
espiritual de acción de gracias (cf. Sal 141[140],2). También esta hora pone en
relación los temas
cósmicos con los misterios de la salvación: se conmemora la cena del Señor, que se
celebró “a1
atardecer” (Mt 26,20; Mc 14,17); la caída del día nos recuerda las tinieblas de la
pasión y de la
muerte de Cristo y la naturaleza transitoria de todo lo creado; se evoca también la
espera de la
venida definitiva del reino de Dios, que tendrá lugar al final del día cÓsmico.
Laudes y vísperas tienen una estructura muy similar: himno, dos
salmosyuncántico,1ecturabreve,responsorio, cántico evangélico(Benedicfus en laudes
y Magnificai en
vísperas), preces, Padrenuestro, oración final. Observemos, sin embargo, que
mientras en las laudes
el cántico del Antiguo Testamento está inscrito en medio de los salmos, en las
vísperas, en cambio,
el cántico del Nuevo Testamento se coloca después de los salmos, para salvaguardar
el orden
tradicional de proclmación de los textos bíblicos en la liturgia. Por este motivo,
en las vísperas
la lectura breve que sigue debe ser igualmente sacada del Nuevo Testamento.
Laudes y vísperas son las horas principales de 1a plegaria eclesial, las “horas
fuertes” de
oración, los momentos en que el hombre se abre de forma casi connatural a los
misterios de la
tierra y dela vida. La celebración de estos oficios es fomentada “sobre todo entre
aquellos que
hacen vida común”. Pero su recitación se recomienda tambión “a los fieles que no
tienen la
posibilidad de tomar parte en la celebración común”. ⁱ’
O cio de lectura. Esta hora, tal como nos la propone hoy la liturgia romana, es un
espacio de
tiempo dedicado a la escucha reflexiva y contemplativa de la palabra de Dios. Puede
ser un modo de
ejercitarse en la lectio dioinu. En efecto, la base de dicho oficio son las
lecturas bíblicas, de
las que las otras sacadas de los Padres y de los escritores eclesiásticos vienen a
ser como un eco
o comentario. El himno y 1os tres salmos (para esta hora se usan algunos salmos
llamados
históricos) colocan las lecturas en un clima de alabanza y de oración. Más afín,
las rrtismas
lecturas crean este clima, estimulándolo y alimentándolo con la evocación de las
maravillas obradas
por Dios a lo largo de la historia de la salvación.
El oficio de lectura se celebra en aquel momento del día que resulta más apto para
una tranquila y
serena reflexión. Sin embargo, puede conservar su colocación originaria en el
silencio de la noche
en circunstancias especiales, por ejemplo en las vigilias de algunas festividades
importantes.
Tercía, sezfn, nona u horn tafermedia. La reforma del Vaticano 11 conservÓ 1as tres
horas menores
de tercia, sexta y nona, permitiendo que fuera del coro se escoja una de las tres
(hora intermedia)
que más se adapte al momento del día, para mantener así la tradición de orar en el
curso del
trabajo. Los Padres de la Iglesia pusieron en relación estas horas de oración con
diversos
acontecimientos de la historia de la redención. En el ordenamiento actual, como
primer salmo dela
hora intermedia se recita el 119[118]: ocho versículos cada día en el curso de las
cuatro semanas.
Tema fundamental de este salmo es la ley divina, en el sentido más amplio y
religioso de revelación
de la voluntad divina en la historia sagrada. Es un salmo que expresa una piedad
personal,
profunda, sin formalismos ni legalismos (se encuentra quince veces la palabra
“corazón”).
14
EL AÑO LITÚRGICO
La celebración de la misa yla liturgia de las horas, de cada día y de cada fiesta,
se realizan
mediante lecturas y oraciones que varían a lo largo del año, según un ordenamiento
llamado nño
litúrgica. ' Mfis aún, todo lo que hemos estudiado en los capítulos anteriores se
celebra y se vive
en el marco del año litúrgico, el cual es por así decir la estructura portadora de
todo el misterio
del culto cristiano.
posterior al ultimo domingo del tiempo ordinario o solemnidad cte Cristo Rey) z
pero en su realidad
vivida el ano litúrgico posee una lógica interna propia que hay que descubrir. ³
Es necesario advertir que la noción de año litúrgico como un todo se ha
desarrollado lentamente,
habiendo madurado sólo a lo largo de la Edad Media. Los estudiosos han hecho caer
en la cuenta de
que la expresión “circulos anni”, que hallamos en el título de los dos
sacramentarios romanos más
antiguos, el Ceínsinno y el Gregoriano de Adriano, no presupone nuestra actual
noción de año
litúrgico. Sin embargo es verdad que la aparición de los libros litúrgicos conduce
a la concepción
del aí'io eclesiástico como un ciclo anual que se distingue del año civil con un
inicio y una
duración propios. De ahí la pregunta, no sólo académica: ¿cuál es el comienzo del
año litúrgico?
Un leccionario galicano, cuyo sentido se remonta aproximadamentea1 año 500,
atestigua un año
eclesiástico que empieza el día de Pascua y termina el sábado antes de Pascua.
‘Huellas de una
delimitación similar del año litúrgico se encuentran en san Zenón de Verona, en una
serie de
sermones breves sobre el día de Pascua, y en san Agustín que llama a la semana
santa la ultima
semana del año.
El fundmento de este modo de concebir el aito eclesiástico, segura- mente antiguo,
es que la
resurrección de Cristo constituye un nuevo comien- zo; en particular, se halla
varias veces la idea
de que Cristo resucitó el mismo día en que fue creado el mundo; la resurrección de
Cristo señala el
inicio de una nueva creación. De manera semejante se expresa, por ejemplo, León
Magno. ^
Aunque es verdad que ninguno de los libros litúrgicos conservados presenta el
primero de marzo como
comienzo del año, sin embargo tenemos un cierto número de elementos que van en esta
dirección. Ante
todo hay que
lugar en la Deposttio marfiruns del cronógrafo romano de 354. Este punto de vista
viene confirmado
por san Agustín que en el ano 400 aproximadamente establece una neta distinción
entre Navidad y
Pascua. " En cambio, más tarde, san León Magno habla de Navidad como de los “sacra
primordia” (=
los sagrados comienzos) de la salvación. '"En adelante, Navidad y Epifanía empiezan
a considerarse
parte del temporal. Es, por tanto, normal que poco a poco Navidad se considere de
hecho los “sacra
primordia” de la estructura del año litúrgico. Así lo hallamos ya en el Gelasiano,
en el siglo VII,
que distingue el santoral del temporal, el cual empieza precisamente con la vigilia
de Navidad. Más
tarde, en los siglos VIII-IX, cuando el Advierto se ha convertido en una
institución estable y
general, Roma anticipa el inicio del año litúrgico a1 primer domingo de Advierto.
13. Collectio Misscrum de Beata Maria Virgine, editio typica 1987, Pr otnnda 11. p
14. Summa theol., Ul, q. 83, a. 40, ad 3.
El año litúrgico
de la salvación que se realizó en Jesucristo: “Asínosotros hoy celebramos en la
misa todo
elmisterio de la redención y, sin embargo, en elmúltiple resonar de la palabra
divina, en Navidad y
en Epifanía se hace presente para
nosotros la encarnación, en Pascua 1a pasión y la glorificación del Señor. ¹’
todos los demás. Responde aI deseo de reunirse, que es natural en elhombre, pero
que la dispersión
de lo cotidiano incrementa más en ó1. La fiesta es, de hecho, una ruptura con lo
cotidiano, ya que
est6 situadá eJy un tiempo que
se distingue de la vida de cada día. Pero la liesfa, en su característica
La fiesta 16
Si el ai'io litúrgico no puede ser concebido como una simple sucesión de fiestas,
¿quó sentido
tienen las festividades del calendario litúrgico?
Dimensión antroyoló$ico
La fiesta es un hecho antropológico complejo; revela un pueblo y su cultura. La
complejidad de la
fiesta conlleva también ambivalencia cuando no paradoja. En efecto, la fiesta se
podría definir
como un “complejo de celebraciones comunitarias extraordinarias, en equilibrio
entre espontanei-
dad y norma, entre alegría y seriedad, entre liberación y descanso”. " El objeto de
la fiesta puede
ser cualquier cosa, a condición de que sea experi- mentada como un valor. Toda
comunidad festeja lo
que considera impor- tante.
La fiesta tiene un carácter colectivo. Nadie hace fiesta en solitario. La fiesta
enlaza relaciones
colectivas con los participantes y tiende a implicar a
15. O. Casel, Ef misterio del culto cristiano, Dinor, San Sebastián 1953.
16. El. Aa.vv., Lu fifurgiae/esta, Marietti, Tur*n J980; S. Maggiani, riestn,
fichas: L 80- 882;
D. Cesarini, Sofía ileso « defis tests. Efemerrii per una definizione, en Aa.vv.,
li g*nrno del
S‹gnore, Citadella, Asís 1988, pp. 5-20; Aa.vv., Piscoperla della festa, Borla,
Roma 1990, D.
Mosso, ll tetnpo e ie feste: Credere oggi 56 (1990) S-13; A. Donghi, fsuliiamo net
Signore. Invito
al mistero della festa, Ed. Paoline, Cinisello Balsamo 1991; Varios, Lo iífurgia es
uno este, CPL,
Barcelona 1991.
17. D. Cesarini, Suite /ifoso@ della Jesta, op. cit., p. 19.
lo rechaza, sino que lo quiere hacer cada vez más fecundo. La fiesta es
creatividad, iniciativa,
libertad intensa; pero es también rito preestablecido, liturgia que hay que
repetir. La alegría
presente en toda celebración festiva no está exenta de cierta melancolía, de una
dulce y delicada
tristeza: permanecen siempre los recuerdos inquietantes y las ansias que angustian.
La fiesta posee
un empuje liberados, es la salida del orden acostumbrado, la emancipación de las
sofocantes cadenas
cotidiatjas, es parada improducti- va, paz contemplativa, ocio que enriquece.
Finalmente, la fiesta
permite al hombre dedicarse a lo que es esencial. Por tanto se coloca siempre de
algún modo en el
plano de lo sagrado, que se refiere a un orden de cosas percibido como normativo, a
un orden de
realidad con carácter de absolutez en relación con la relatividad y transitoriedad
de las cosas del
mundo.
Los lenguajes que caracterizan la celebración de la fiesta están inevita-
blemente vinculados a los diversos componentes culturales, a las caracterís- ticas
del tiempo en
que se vive, a las tradiciones heredadas y a la sensibilidad de los participantes.
Muchos creen que hoy la fiesta está languideciendo. La agitación activista y la
prevalencia de la
dimensión pragmática ponen al hombre contemporáneo en discordia con la íestividad,
pero la
naturaleza flexible de la fiesta puede superar los obstáculos que la entorpecer.
Precisamente desde
esta situación de crisis se puede remontar a la efervescencia de la fiesta. De
fiestas se vive; no
podemos prescindir de ellas.
Pero hay que prestar atención a ciertas manifestaciones festivas que
constituyen un riesgo sutil y todavía no bien definido. Un poco por todas partes
crece el deseo de
celebrar el cosmos, la naturaleza, la vida. Nace así un tipo de fiesta neopagana
con sus ritos, sus
canciones, sus modelos de comportamiento. En este contexto, se organizan sesiones
de expresión
corporal, “happenings” abiertos al misterio, encuentros de convivencia y de
celebración
comunitaria. Todo esto puede ser ambiguo porque corre el riesgo de colocar al
hombre en una
dimensión de sacralidad cósmica, impidiéndole expresar su propia autonomía
personal, su vocación
trascen- dente. No podemos olvidar que la persona tiene en sí misma un elemento de
profundidad y de
valor individual que la hace superior al cosmos. Además, ser relación con Cristo,
su proyección
histórica y su acción liberadora no
Di<msión cristiana
Se podría decir que para el cristiano no tiene ya sentido hablar de fiestas como de
días
especiales, distintos y diversos de los días laborables o comunes. En orden a 1a
vivencia de ra fe,
parece que no son en absoluto pertinentes categorías cronológicas que delimiten
tiempos y días.
Recuérde- se al respecto 1a afirmación de Pablo: “Por eso nadie tiene que dar
juicio sobre lo que
coméis o bebéis, ni en cuestión de fiestas, lunas nuevas o sábados; eso era sombra
de lo que tenía
que venir: la realidad es Cristo” (Co1 2,16-17).
El acontecimiento de la Pascua de Cristo representa una novedad tan radical,
inserta en el tejido
de la historia humana, que tergiversa los esque- mas mentales comunes y los
comportamientos
habituales en materia de concepciones y prácticas religiosas. La resurrección de
Jesús senala un
giro en eldiscurrír del tiempo y de los acontecimientos terrestres, que reclama de
algún modo
nuevos parámetros de pensamiento y de acción, para todo aquél que reconoce su
efectiva realidad.
Si todavía tiene sentido hablar de fiesta cristiana, dicha fiesta es el mismo
Cristo, el cual, “una
vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más” (Rm 6,8). Por ello, teniendo
en cuenta lo “ya
acontecido” en la Pascua de Cristo y la certeza de que también nosotros hemos sido
salvado en él
del poder de la muerte y seremos participantes de su resurrección, en cierto modo
se convierte en
una fiesta toda la existencia de los creyentes. Si ponemos el acento en la
dimensión escatológica
de la salvación, “porque en esperanza fuimos salvados” (Rm 8,24), entonces la
fiesta se convierte
para los cristianos en el objeto, no de una experiencia terrena, sino de una
expectativa que
orienta toda la vida hacia el encuentro con Dios y el cumplimiento de la salvación
en Cristo.
El domingo "
La celebración del misterio pascual, como vimos, estfi en el centro de la memoria
que la lglesia
hace de su Señor en las festividades del año litúrgico. Esta memoria se celebra
desde el principio
semanalmente en el día llamado domingo.
Los testimonios más antiguos acerca de la existencia del domingo, como día
específico de culto, se
remontan al tiempo neotestamentario. Se trata de lCo 16,2; Heh 20,7-11; Ap 1,9-10.
Mientras que el
mfis antiguo de dichos testimonios (lCo 16,2) no conoce probablemente una reunión
litúrgica
(solamente una colecta privada en casa), Hch 20 se refiere a una reunión en
unacasaprivada con la proclamación de lapalabra ylacelebración eucarística. En
relación con el
domingo son también importantes los relatos de las apariciones de Cristo resucitado
en el primer
día de la semana (Mt28,1; Mc 16,2; Lc 24,1.13; Jn 20,1.19).
El objeto específico de la fiesta cristiana lo encontramos en la eucaristía, en
directa
referencia a la Pascua de Cristo. Con el mandato: “Haced esto en
Sobre el origen del domingo con seguridad podemos decir solamente que su
celebración está en
relación con el acontecimiento pascual en cuanto que muy pronto se puso su
motivación en la
resurrección o, secundariamen- te, en las apariciones del Resucitado el primer día
después del
sábado. Sin embargo, parece que no se puede demostrar una continuidad cultual con
el acontecimiento
mismo.
El testimonio más antiguo de la celebración del domingo en Roma nos 1o ofrece san
Justino en su
Apología I, de 1a segunda mitad del siglo II: es el día regular de la reunión de la
asamblea con la
liturgia de la palabra y la celebración de la eucaristía. " Medio siglo más tarde
tenemos el
testimonio de la Tradición opostóíica, atribuida a Hipólito: en este caso en la
celebración
eucarística dominical tiene lugar 1a ordenación de un obispo, de presbíteros y de
diáconos. ²º
En la Iglesia primitiva no se dio una obligación personal de participar en la misa
dominical. Pero
existen antiquísimos testimonios del hecho de que diversas Iglesias locales
comprendieron la
necesidad de reunirse en asamblea eucarística en domingo basándose en el
significado e importancia
de dicho día. "'El concilio provincial español de Elvira, celebrado en el año 302
aproximadamente,
ordena por primera vez que quien vive en una ciudad y no acude a la Iglesia durante
tres domingos,
sea excomulgado por breve tiempo, para que aparezca como advertido. ^ El concilio
de Agde, de 506,
prescribe que en los domingos se debe participar en toda la misa. Durante la edad
carolingia, los
pronunciamientos sobre el domingo aumen- tan en número y son además más minuciosos.
Así, un poco
por todas partes, se va haciendo constante la práctica de 1a misa dominical. El
Código de Derecho
Canónico de 1917 asume esta tradición en el canon 1248 introdu- ciendo con ley
formal la obligación
de “oír misa" los domingos. La legisla- ción actual se halla en el canon 1247, que
habla de la
obligación de los fieles de ”participar en la misa” dominical.
En lo que se refiere al descanso dominical, es un problema que en los comienzos del
cristianismo no
existía: el domingo en el mundo greco- romano era un día de trabajo como los demás;
surgió como día
de culto, no
19. CX. Justino, Zpofpgip I, 67.
20. Of. Hipólito, En Tradítion Apostolique, op. cit., pp. 4-27
21, Of., por ejemplo, Did«cñé, 14,1: Epísíoíd de Bernabé, 15,9; TertuJiano, De fuga
in
persecurione, 14, 1; CCL 2, 1155.
22. Of. Concilio de Elvira, can 21; Mansi 2,9.
23. Of. Concilio de Agde, can. 47; CCL 148, 212.
como día de descanso. El cambio 1o dio la 1ey constantiniana de 321, que impuso el
descanso en
e1“día del sol” a todas las profesiones y categorías de trabajos exceptuados los
agrícolas. Dado el
carácter cultual y gozoso de la celebración dominical, la ley del descanso fue
generalmente bien
acogida. Hacia fines del siglo lV se empieza a motivar el descanso dominical con el
precepto
sabático. En el siglo Vl la relación sábado-domingo es un hecho consumado: el
domingo es “el sábado
cristiano", al menos en lo que se refiere a1 descanso. La actual legislación está
contenida en el
canon 1247, en que se prescribe que los íieles se abstengande aquellos trabajos y
actividades “que
impiden dar culto a Dios, disfrutar dela alegría propia del día del Senor o el
debido descanso del
espíritu y del cuerpo”.
Teología
El significado teológico del domingo se puede descubrir en los nom- bres que ese
día ha recibido a
lo largo de 1a historia. Nos fijamos en los principales.
El nombre más antiguo dado al domingo es el de “primer día después del sábado”.
Como primer día
evoca ante todo Gn 1, la obra de 1a creación, y más precisamente la creación de la
luz; pero según
Mc 16,2 (y paralelos) ante todo se refiere a la resurrección de Cristo. Ya Justino
vincula el
inicio de la creación con la resurrección: “Celebramos esta reunión general el día
del sol, por ser
el día primero, en que Dios, transfomando las tinieblas y la materia, hizo el
mundo, y eldía
también en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos”. "
El nombre “día del Señor" aparece por primera vez en Ap 1,10. A la luz de la
expresión
veterotestamentaria “día de Yahvó", la expresión joánica está llena del sentido
escatológico de la
intervención definitiva de Dios. Por otra parte, la expresión "día del Señor"
dirige la atención
hacia la formula- ción paralela de “cena del Señor" (lCo 11,20): hemos visto que ya
en la Didncfie
el domingo es día de la asamblea eucarística.
La palabra domingo ídomenica, dimanche, diumenge) es un adjetivo
convertido en sustantivo. Deriva del griego Çriah, que en latín se traduce
dominicus, de donde
dominicus dres (= el día del Señor). Esta expresión, ya estudiada, remite también
al día de la
resurrección, porque el “Señor" es un ótulo de Jesús en cuanto resucitado por el
Padre (ci. Heh
2,36; Rm 1,4; lCo 12,3; Flp 2,11). El domingo es el día epifánico del señorío de
Jesucristo sobre
el mundo.
24. Justino, Apoiogia I, 67.
217
28. Melitón de Sardes, Sofía pasgu«, 69: Optó anticñi test i pasquali della chiesa
(a cargo de R.
Cantalamessa), Ed. Liturgiche, Toma 1972, p. 4o.
219
La celebración de la Pascua
En los orígenes de la celebración pascual *•
En los siglos II-IV, la celebración de la Pascua se caracterizaba por uno o dos
días de ayuno,
concluido por una liturgia. El carácter penitencial de la Pascua está vinculado a
su significado:
pasión y muerte del Señor. Tal
222
Ef Iriduo pascual ^
Hemos visto que la Iglesia antigua celebraba la Pascua, en su compleja plenitud de
significado, en
un día y precisamente en la unica noche de Pascua. A partir del siglo IV, partiendo
de una
perspectiva más historicista y de una forma de representación imitativa, poco a
poco se fue
considerando por partes y se fueron poníendo de relieve sus aspectos particulares.
Mientras que originariamente la vigilia pascual, “madre de todas las vigilias”,°
hasta medianoche
se caiacterizaba por el ayuno y el luto por la muerte de Jesús, y sólo después se
daba lugar a la
alegría por la resurrección y exaltación del señor, en el siglo IV se formó -como
decímos-e1“sacra’hsimo triduo del Señor crucificado, sepultado y resucitado”. A
partir de entonces,
las celebraciones litúrgicas de estos tres días representan en su conjunto la
auténtica celebración
anual del misterio pascual.
En la Edad Media se dan algunos desarrollos en la celebración del
224
triduo pascual que resquebrajan su primitiva armonía y unidad. Ante todo se produce
una cierta
descomposición de la unidad teológica de la pasión- muerte-resurrección en favor de
la
pasión-muerte del Señor que, por otra parte, se pueden “representar” mejor. Aparece
además una
tendencia a convertir 1a liturgia en drama sacro en la misma accción litúrgica y en
las
manifestaciones folclóricas que la acompanan o prolongar.
225
Proeiijío o apertura
El jueves santo celebra el misterio del cenáculo que mira hacia la cruz
y la resurrección. Jesús anticipa su oblación en perspectiva de victoria. Sustituye
el memorial de
su bienaventurada pasión. Los momentos funda- mentales de la celebración son: la
liturgia de la
palabra (dx 12,1-8.11-14; 1 Co 11,23-26; Jn 13,1-15); el lavatorio de los pies; la
liturgia
eucarística; la
reposición del santísimo Sacramento; la denudación del altar (hecha en
silencio después de la celebración). Cristo nos ha dado su Pascua en el rito de la
cena, que exige,
por nuestra parte, el servicio y la caridad materna (en este contexto hay que ver
el rito del
lavatorio de los pies). Los fieles son exhortados a dedicar un poco de tiempo a la
adoración
delsacramer to, con tal que dicha adoración se haga sin solemnidad alguna en caso
de que se
prolongue pasada la medianoche.
El viernes santo celebra la pasión y muerte de Cristo como fuente de nuestra
salvación. La
celebración tiene tres momentos principales: la liturgia de la palabra (Is
52,lM53,l2; Hb 4,14-16;
5,7-9; Jn 18,1-19,42);la adoracion de la cruz; la comunión. En dicho día se observa
el ayuno
llamado “pascual”,
porque nos hace revivir el paso de la pasión a la resurrección. Se aconseja alargar
tal ayuno hasta
la eucaristía de la noche de Pascua. 44
El sábadO Santo indica el permanecer de la lglesia junto al sepulcro del Senor y la
meditación de
la pasión y de la muerte. El significado de dicho día se expresa de modo excelente
en la liturgia
de las horas, celebrada ante el altar desnudo.
En la vigilia pascual“la Iglesia espera velando la resurrección de Cristo y la
cel£•brá enlos
Sacramentos”. ‘s En el Missa/e romnnum la vigilia se pone en relación con el
domingo de Pascua. La
estructura de la vigilia tiene cuatro
momentos fundamentales: celebración de la luz; liturgia de la palabra (Gn 1,1-2,2;
Gn 22,1-18; dx
14,l5—15,1; Is 54,5-14; Is 55,1-11; Ba 3,9-15.32—4,4;
Ez 36,16-28; II 6,3-11} Mt 28,1-10[A]; Mc 16,1-8[B]; Lc 24,1-12[C]; celebra-
40. Of. Inocencio I, EpísioH 25,7; PL 20,559. 41. Of. Ge, nu. 395-4t8 (pp. 644-67}.
42. Of. Jnocencio J, Epislofa 25,7; PL 20,559.
48. W, N0rrrnrs 19.
misa en la cena del Señor
ción bautismal (si no hay bautismo, se hace la renovación de las promesas
**- Ibi'd., 20 - Fantini, Per una yin tim participnzione al inistero:2. Digiun«re
nell'attesii
Sposo”- RL 77 (i990) sz-z1.
45. Calendario, Womrr/s 2T.
La semana santa
Del triduo pascual se pasó a la observancia de la semana santa, que recibe diversos
nombres en la
tradición litíírgica primitiva y posterior: semana santa, pascual, mayor, grande,
auténtica, penal,
muda (porque estaban prohibidas las causas forenses).
La peregrina Egeria, en el documento antes citado de fines del siglo IV, nos ofrece
un testimonio
precioso para ver la fotma en que en Jerusalén la semana santa se ritualiza con una
grande e
intensa vida litúrgica que se desarrolla en los lugares donde acontecieron los
misterios de Cristo.
De la Iglesia de Jerusalén, los ritos de esa semana serán “exportados” a otras
Iglesias.
Indicamos algunas celebraciones de la actualliturgia romana de sema- na sanía: el
“domingo de
pasión o de ramos” tiene una estructiira en la que converge la tradición
jerosolimitana con la
procesión de los ramos y la romana orientada hacia la pasión de Cristo, que se lee
solemnemente en
la misa. Por tanto, este domingo es el pórtico que introduce a las celebraciones
pascuales, tal
como lo expresa el prefacio. “al morir, destruyó nuestra culpa, y, al resucitar,
fuimos
justificados”. En 1a mañana del jueves santo en las iglesias catedrales tiene lugar
la “misa
crismal”. Las lecturas bíblicas (Is 61,1- 9; Ap 1,5-8; Lc 4,16-21) desarrollan
orgánicamente el
tema unción-Espíritu- Cristo y sacerdocio común. El prefacio, en cambio, pone en
primer plano el
tema del sacerdocio ministerial.
El tiempo de Pasco *
La formación de la “cineuentena pascual” se remonta probablemente a la ópoca de 1a
misma
institución de la líturgia de Pascua. Los Padres la
El tiempo de CHaresmn ”
La celebración de 1a Pascua en los tres primeros siglos no tenía un período de
preparación. Se
limttaba al ayuno celebrado en los dos o tres días precedentes. En Occidente
tenemos los primeros
testimonios directos de la existencia de la Cuaresma en el siglo IV: Egeria habla
de ella para
Jerusalén e, indirectamente, para Hispania; san Agustín para África; san Ambrosio
53. C t. E. Lodi, Teologin del iempo quaresimale riel nuovo Legionario e pessule:
RPL 9(J9ZJ) 3-14;
M. Augé, II ”sncrsmenfo ” deilu gmresim. Orszioni e pr(azi dei MesseJe Romano.’ RPL
(tg77) 28-33;
A. Bergamini, Coaresma: CDL 497-501; A. Carideo - £. Brovelli - A. Donghi, iempo di
qyresimp, en
Aa.vv., ll Messele Romano óel Vaticano II. Orazionele e Lezi°n"^!° *°! 8. Ld°' *'
Leumann 1984, pp,
179-303; J. Bellavista, Le prsparsciñn a la Ppsma: la C uaresma: en Lu celebración
en !n Iglesia
III, ! 33-Y70; Varios, Celebrar la Cuaresma, CPL, Barcelona 1993.
229
para Milán. Para Roma, el historiador Sócrates (+ después de 439) atestigua por
primera vez,
probablemente para el siglo IV, un tiempo de preparación de 1a Pascua de tres
semanas de ayuno,
excepto sábados y domingos. "Pero se trata de un estadio que podemos llamar todavía
precuaresmal.
Afines del mismo siglo IV, tenemos testimonios de una preparación a la Pascua de
seis semanas. Es
la Cuaresma de la época de san León (+ 461). AI desarrollo de 1a Cuaresma
contribuyeron la
disciphna para la reconciliación de los peni- tentes que tenía lugar el jueves
santo por la mañana,
cuarenta días después del inicio de su preparación, y la institución del
catecumenado con la
preparación inmediata de los “iluminados” al bautismo, celebrado en 1a vigilia
pascual. Estas seis
semanas experimentaron progresivamente modi- ficaciones. En efecto, las primeras
fuentes romanas
muestran un estadio todavía más reciente de la Cuaresma, en el que el tiempo de
preparación empieza
con el miércoles anterior al primer domingo de Cuaresma (nuestro “miércoles de
ceniza”). °^
1°osteriormente se añadieron otros domingos de preparaciÓn a la Cuaresma,
quincuagósima,
sexagésima, septuagésima.
Después del Vaticano II, 1a Cuaresma se reformó según los criterios de la
Sacrosancium ConcifiHin,
que indicó claramente su sentido fundamental: “El tiempo cuaresmal prepara a los
fieles, entregados
más intensamente a oír la palabra de Dios y a la oración, para que celebren el
misterio pascual,
sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la
penitencia ” (n° 109).
La Cuaresma actual va desde el miércoles de ceniza hasta la misa en la cena del
Señor exclusive.
Además de la riqueza de los textos eucológicos, en los formularios cuaresmales
tenemos una copiosa
serie de textos bíblicos. La celebración litúrgica, incluso en lo que se refiere al
desarrollo
temático, pone el acento principal en el domingo. En los cinco domingos anteriores
al domingo de
ramos, el leccionario dominical ofrece la posibilidad de tres itinerarios diversos
y al mismo
tiempo complementarios: un itinerario bautismal (ciclo A); un itinerario
cristocóntrico-pascual
(ciclo B); un itinera- rio penitencial (ciclo C). Todos los domingos están
organizados temática-
mente. El pivote es la lectura evangélica.
Itinerario bautísmal: en los domingos del ciclo A somos llamados a redescubrir y
revivir la
realidad mistérica de nuestra iniciación cristiana. Los cinco domingos reproducen
1a temática que
en la tradición antigua constituía el marco de referencia de la última fase del
camino catecumenal.
230
Tenemos las lecturas evangólicas de Mateo en los dos primeros domingos con 1os
episodios clásicos
de las tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 4,1- 11) y de la transfiguración en
la montana
(Mt17,1-19). En este doble episodio emblemático de los dos primeros domingos
cuaresmales, hallamos
el doble rostro del misterio pascual, anticipado en la vida de Jesús y luego en la
celebración de
la Iglesia. En los tres domingos siguientes se han escogido los pasajes joánicos
vinculados con los
escrutinios y exorcismos bautismales: la samaritana (Jn 4,5-42); la curación del
ciego de
nacimiento (Jn 9,1-41); la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-45). Se trata de tres
episodios en 1os
que resuena la revelación personal de Jesús (“agua viva”, “luz del mundo”,
“resurrección y vida”)
ante la condición del hombre, y se prefigiira la realidad bautismal.
El ciclo A, de carácter bautismal, puede seguirse todos los años de acuerdo con las
exigencias
pastorales de cada comunidad. Los formularios de la misa prevón prefacios
específicos, que recogen
el tema de la perícopa evangélica.
Itinerario cristocentrico-Pascual: la temática del ciclo B orienta nuestra atención
hacia la Pascua
de Cristo. Las lecturas evangélicas de los dos primeros domingos vuelven a proponer
los
correspondientes temas del ciclo A, pero en la redacción de Marcos (1,12-15; 9,2-
10). En los otros
tres domingos se toman algunos episodios de Juan que son una proclamación
progresiva del misterio
de Jesús que avanza hacia el cumplimiento de su hora: Jesús es el verdadero templo
que será
destruido -en su muerte- pero que se reconstruirá en su resurrección (Jn 2,13-25);
Cristo en su
exaltación dolorosa y gloriosa es cumplimiento de la tipología de la serpiente
levantada por Moisés
en el desierto (Jn 3,14-21); Jesús es el grano de trigo que cae en la tierra y da
la vida muriendo
(Jn 12,20-33).
Itinerario penitencial.' los domingos del ciclo C constituyen el paradigma de una
grande y profunda
catequesis sobre la reconciliación. También dicho tema encuentra su vórtice en la
celebración de la
Pascua, signo supremo de nuestra reconciliación con el Padre. Bautismo y penitencia
aparecen así
como las dos constantes en las que se basa todo el camino cuaresmal en orden a la
plena
reconciliación del hombre con Dios. Los evangelios de los dos primeros domingos
repiten 1os temas
de 1a tentación del desierto y la transfiguración con las características del
evangelio de Lucas
(4,1-13; 9,17- 36). Para los tres domingos siguientes se utilizan fragmentos que se
refieren a la
conversión: la parábola de la higuera estéril (Lc 13,1-9); la parábola del hijo
pródigo (Lc
15,1-3.11-32); 1a adúltera perdonada (Jn 8,1-11).
El significado y el contenido de la Cuaresma es expuesto de modo i
23í
56. El texto proviene de Ge, n. 5J3 (p. 82); cf. también Ge, n. J77 (pp.-31), Ge,
n. 343 (p. 55).
57. El texto latino dice qu0drngesimalis exercitia sacramen t i. La fórmula
proviene de Ge, n.
104 (p. 20).
58. Of. B, Botte, Los orígenes de la Nacñad y de In EpJariíu, Madrid 1963; Varios,
N«z›ídnd y
Eprfanin, CPL, Barcelona 1991 (5‘ ed.); J. Lemarié, Sanidad y Ep/aníu. £a
manifestación del Señor,
Salamanca 1966; Aa.vv., Tetnpo di Aovento-Natale-Epí,tonin reí nueoo Messale
Romano: EL 59 (1972)
£ascículo 5; P. Raffin, La féte de joel, féte de l ’éuénemen t on féte d'idée!, en
Aa.vv., Le
Christ dane In iiíurgie, Ed. £iturgiche, Toma 1981, pp. 169-17d; A. Bergamini,
Navidad/Epi/aníy.'
NDL 1405- 1409.
232
La Naoiilad
Eí «ño lilurgico
233
Gregorio Magno. ^' El Saciamentario gelasíqno aceptó dicha costumbre tam- bién para
la liturgia
presbiteral, pero lo modificó de tal manera que las tres
62. CX. Gregorio Magno, Corniiianrn in euangeliu, lib. I, 8, PL 76, 1103. 63. Of.
Ge, un. 5-23 (pp.
7-10).
64. El texto reproduce una fórmula del Ve, n. 12S4 (p. 160).
65. Agustín, Sereno 128, 1; PL 39, 1997.
66. El texto reproduce una fórmula de1 Ve, n. 1260 (p. 161).
67. MR, segundo prefacio de Navidad. El texto está tomado de León Magno, Jn
Natizita te
Dormir sermo 2,2.
La Epi/auta
Se trata de la originaria fiesta oriental del nacimier to de Jesús. Cuando pasa a
Roma, san León la
llama “epiphania”; en el Cefssiono es llamada “teophania”. No es hasta los siglos
XII-XIII cuando
en los libros romanos se impone definitivamente el nombre de “epiphania”. En la
antigüedad
grecorromana el termino epifanía o teofanía tiene el significado de
autonotificación, entrada
poderosa ema notoriedad y se refiere a la llegada de un rey o de un emperador. El
mismo término
servía también para indicar la aparición de una divinidad o una intervención
prodigiosa suya.
Los orígenes de la Epifanía se remontan a Egipto. El testimoriio más antiguo,
aunque indirecto,
sería de Clemente Alejandrino a comienzos del siglo III. Una alusión, sin que se
trate de un
testimonio explícito, se halla en la primera carta pascual de san Atanasio del año
329. Pero sólo
Casiano, después de 420, aporta un testimonio expEcito, datable con seguridad.* En
Egipto la
Epifanía celebraba tanto el bautismo de Cristo como su nacimiento.
Hay muchos indicios para pensar que la elección del 6 de enero, como la fiesta
romana del
nacimiento de Jesus del 25 de diciembre, haya sido influida por una celebración
pagana. En efecto,
en Alejandría los paganos, en 1a noche del 5 al 6 de enero, celebraban el día
natalicio del dios
Eón (dios del tiempo y de la eternidad): en dicho día con un ceremonial solemne se
sacaba y se
conservaba agua del Nilo.
En la segunda mitad del siglo V, Roma aceptó la fiesta de la Epifanía. Según las
homilías de León
Magno, que dedica ocho sermones a la fiesta, el tema de la celebración en Roma es
la visita de los
Magos, entendida como manifestación de la divinidad de Jesús a los gentiles. El
mismo tema aparece
en los formularios más antiguos de la misa que se hallan en el Gelasiano. ^
235
mundo. Los episodios del bautismo de Jesús, de las bodas de Caná, junto con el de
los Magos, son
recordados en la antífona del Magni/icsi de las vísperas del día. Pero la fiesta
del bautismo de
Jesús se celebra el domingo siguiente a la Epifanía. El formulario actual de la
misa del día de la
Epifanía, a las lecturas bíblicas tradicionales (Is 60,1-6; Mt 2,1-12), les ha
añadido una segunda
lectura (Ef 3,2-3.5-6), que subraya que todos los pueblos están llamados, en
Jesucristo, a
participar en la misma herencia. °
El Ad nento ’¹
Como Pascua, también Navidad tiene un tiempo de preparación, al que se da el nombre
de Adviento(=
llegada, venida). La expresión”adventus Domini” se encuentra ya en el Gelasiano. '*
La liturgia del Advierto se formó progresivamente. Hacia fines del siglo IV y a lo
largo del V, en
Galia e Hispania se dibuja un período de preparación ascética a la fiesta de
Navidad. ^ En Roma, en
cambio, dicha preparación se encuentra sólo a mediados del siglo VI. La génesis del
Advierto, por
tanto, se configura entre el siglo IV y 1a mitad del VI. Pero mientras que, desde
los orígenes,
este período es generalmente un tiempo de ayuno que se va enmarcando
progresivamente en una
celebración litúrgica, en Roma se considera en una perspectiva inmediatamente
litúrgica, en
relación precisamente con la solemnidad de Navidad. De las seis semanas iniciales
del Gelasiano,
como todavía celebra la liturgia ambrosiana, se pasa definitivamente a cuatro con
san Gregorio
Magno.
San León Magno, queno conoció la celebración del Adviento en Roma, vincula, como
otros Padres de la
Iglesia, el nacimiento del Señor en Belén con su segunda veruda gloriosa a1fin de
los tiempos. Para
ellos Navidad, a travós de la humildad del pesebre, es ya una fiesta de triunfo
conectada con el
Pero pronto al episodio de los Magos se le unió también el recuerdo del
bautismo de Jesús y su primer milagro en Caná, conmemorados en las otras
68. Of. Casiano, Confermze spirituali 2, Ed. Paoline, Roma 1965, pp. 417-418. 69.
Cf. de, un. 57-68
(pp. 14-16).
70. El Ceremonial de los Obispos (n. 240) ha relanzado la praxis antigua de
anunciar el día de la
Epifanía la fecha de la Pascua y de las fiestas principales del año.
71. Of. A. Mayasse, L'Aoent roinain du Vlt an Vllle siécle: EL 6Z (t963) 297-308;
69 (1955) 21-23;
}. Daniélou, II misíero dell’Aouen to, Morcelliana, Brescia 1958; A. Bergamini,
Adviento: NDY
50-53; Varios, Adoiento, HL, Barcelona 1993 (6‘ ed.); Varios, Cele6rar la
t'enidadel flor CPL,
Darcelona 1990; G. Ramis, Ciclo de Aduiento, Navidad y Epifun“te: en “M Celebración
en la Iglesia”,
III, Salamanca, 171-196.
72. Of. Ge, nu. 1J20-J 1F6 (pp. 169-173).
73. El año 380 el concilio de Zaragoza pide a los fieles que sean asiduos a la
iglesia desde el 17
de diciembre hasta la Epifanía (cf. Concilio de Zaragona I, can. 4, Concilios
iiisigóticos e
flispnno-romanos, ([. Vives) JZ). Gregorio de Tours (+ 490) conoce un ayuno de tres
días en las
semanas entre san Martín (11 diciembre) y Navidad (ci, Gregorio de Tours, Hisíorí«
«ncorum 10,31;
PL 71,566).
236
El tiempo ordinario ⁷‘
El “tiempo ordinario” o “tiempo per annum” está constituido por 33-34 semanas, que
se sitúan,
algunas (de 5 a 9) después de la fiesta del bautismo de Jesús, y las ooas después
del domingo de
Pentecostés. Este tiempo se Lma “ordinario” porque no tiene como objeto 1a
celebración particular
de un misterio preciso de Cristo. Es el tiempo litúrgico que ha experimentado una
mayor
transformación en la reforma del Vaticano II. El resultado ha sido una
revalorización del mismo en
el conjunto del aito litúrgico.
No nos parece necesario hacer la historia de este tiempo. Diremos solamente que el
nómero de las
semanas ordinarias, en los primeros siglos, se fue reduciendo progresivamente,
desde el momento en
que se iba desarrollando la organización del año litúrgico.
Los domingos y los días feriales del tiempo ordinario reciben su caracterización
ante todo de las
lecturas bíblicas que tienen asignadas en el Oído leclionum missne. Los domingos
tienen las tres
lecturas clásicas: veterotestamentaria, apostólica, evangólica. A partir del tercer
domingo empieza
la lectura semicontinua de los evangelios sinópticos. Las lecturas del Antiguo
Testamento se han
escogido en relación expresa con las respec- tivas perícopas del evangelio. Como
lectura apostólica
se hace la lectura semicontinua de 1as epístolas de Pablo, de Santiago y Hb 2-10.
Los días
feriales, incluso sin prever formularios específicos de dicho tiempo, tienen
las colectas de 1as misas de los días 17, 19, 20 y 23 de diciembre, textos todos
76. Of. M. Augé, Lr collette del Proprio óel iempo riel nuno Messafe: EL 84 (1970)
275-298;
74. Calendario Romano, mermas 39.
75. El Misal Romano en lengua italiana, edición de 1983, ha provisto oraciones para
cada ciclo, en
cr›nexión con las lecturas bíblicas de cada día.
Aa,vv., iempo ordinario, en ll Messale Romano del Vaticano II. Or«zionsíe e
Lezionairo, vo1 J, pp
458- E87; J. López Martín, Tiemyo ordinario: MDL 1967-1972. J.D. Gaitán, Lu
celebración del Tiempo
Ordinario, CPL, Barcelona J994.
77. El Misal romano, en sus nuevas ediciones en varias lenguas, ofrece material
nuevo y abundante
para el tiempo Ordinario: embolismo6 a insertar en las Plegarias Eucarísticas para
los días de
domingo; dos prefacios para los domingos y tres nuevos comunes. La edición italiaiu
oírece además
oraciones colectas alternativas armonizadas con las lecturas bíblicas y 34 colectas
para las ferias
del Tiempo Ordinario.
239
78. Cí. D. Mosso, Aspetti teologici e problemi pastornli del culto dei santi: RL 65
(1978) 334-
346; M. Paternoster, If cuff0 dei Gantt net nuaui libri f/furgici. Dotfrina e
pr«ssi: EL 65 (1978)
320-333;
P. Visentin, Formnziorie e sciluppo Ref sanforaíe nell’orino lilurgico: RD fi5
(1978) 29a-3J.9; R.
(avedo
- A. Donghi, Celebrazioni comuni in onore dei santi, en Aa,vv., if Mess0le Romano
del Vaíicono II.
Orazionale e Legionario, vol. 2, Ldc, Turín-Leumarm 1981, pp. 193-278; T. Citrini,
Pemex,
riconosúmen io e annnizzerione dei s«níi: La Scuola Cattolica 109 (1981) 3Y-352, P.
Jounel, El
culto de los snntos: en Le lgiesie en oración, 1000-1023; P. Llabrés, ff culto a
los santos, en “Le
ccíefiración en la Iglesia” lfl, 237-268; Varios, Redescubrir el culto a los
santos, RPM, Barcelona
1992; A Donghi, ll suntorale, en Aa.vv., £u/rsíe e l'anno liturgico, op. cit., pp.
48-62.
Iglesia, al celebrar cada año el “día natalicio” de los mártires y santos, celebra
el cumplimiento
en ellos del misterio pascual del Señor. Sin embargo, de hecho, con el paso del
tiempo se produjo
cierto dualismo o contraste entre temporal y santoral, tanto en la teoría como en
la práctica
pastoral. Ello se debió sobre todo a una comprensión fragmentada del año litúrgico
que, a su vez,
proviene de 1a escasa atención prestada a una visión del mismo verdaderamente
teológica y no sólo
organizativa.
79. Cf. EL mdrf trío de Pnficurpo, en Los Rndres epostólicos, op. cit., pp. 672-
ó89.
241
restos del confesor de la fe y tomar nota del día de su muerte para celebrar su
memoria. "°
Al principio la Iglesia sólo rindió culto a los mártires (del griego rnarf ys
= testigo), los cuales con el sacrificio de su vida habían alcanzado una unión
especial con Cristo
muerto y resucitado. Luego, terminada la época de las persecuciones, se amplía el
concepto de
mártir y se tributa culto también a otros personajes ilustres que habían dado
testimonio por Cristo
y su doctri- na: los “confesores” de la fe, los ascetas, 1as vírgenes, los obispos,
etc.
Originariamente el culto de los mártires era estrictamente local, vincu- lado no
sólo a una
determinada comunidad sino incluso al lugar preciso donde reposaban los restos del
mártir. Los
sacramentarios romanos del siglo VII atestiguan ya un culto intraurbano de los
principales mártires
de 1a ciudad eterna. En el siglo siguiente 1a expansiÓn en los países francos Ileva
consigo la
difusión de los nombres y del culto de los mártires de Roma. Lo mismo sucede en
Oriente y en todas
las demás regiones de Occidente. Poco a poco la comunicación entre las iglesias, y
más tarde el
intercambio de reliquias, favorecieron la extensión del culto de los mártires-
santos. La presencia
del santoral en el calendario es cada vez más consistente, y en los siglos XIII-XIV
manifiesta unas
proporciones desmesuradas y sorprenden- tes hasta el punto de cubrir 1a totalidad
de los días
litúrgicos, De este modo el santo se populariza al máximo, pero tal desarrollo no
se revela
totalmente positivo. El culto de los santos ya no se ve en estrecha conexión con el
misterio de
Cristo, sino que aparece como una realidad consistente en sí misma.
Con el Vaticano II la dimensión pascual debería destacar cada vez más en 1a visión
y concepción del
culto de los santos, que tendría que traducirse en un proceso esencialmente
doxológico y en una
perspectiva cristológica y pentecostal (cf. SC 104.108.111; LG 49-50, etc.). Sobre
esta base, el
nuevo Cnlendsrium romottum pone de relieve la supremacía del año del Señor sobre el
año de los
santos y propone una mayor conexión del culto de los santos con las Iglesias
locales.
242
El uno litúrgi"°
24j
colecta
además uná serie de formularios comunes (de los mártires, los
más antigua tradición, sobre todo en la predicación eclesial (homilótica de
Tenemos
los doctores de la Iglesia, las vírgenes y los santos y santas en
los siglos III y IV) y en múltiples expresiones de piedad y veneración
pastores,
general) con lecturas y oraciones apropiadas. Todo ese
material expresa una
con detalle.
popular. El sensus Jdefium precedió a 1a “institución" concreta del culto litúrgico
de María. Pero
los estudiosos a veces discrepan cuando se propo-
Marianne 41 (1979) 267-286; Aa.vv., 8olennitá, fesle e memDr/e del lá Bbotó arg
ll Message Roma no
Castellano,
del uno, CPU, Barcelona t99J.
84. Of. L. Gambero, Culto, op. cit., p. 429.
244
bíblicas que se referías a los primeros hechos de la vida de Jesús, poco a poco la
atención pasara
del HÍjO hñcia la Madre, como vemos en las homilías de los Padres que fomentan
tales hechos.
Merece una mención especial para la liturgia rOm0nó el ingreso de
María (por lo menos a partir del siglo VI) en el canon romano. Se trata de un
recuerdo cotidiano de
María en un momento importante de la celebración Eucarística y en términos
solemnes.
Origen y difusión de les/es/iuidsdes marianas
culto de la Madre de Dios se expresa de modo adecuado en las
24ó
veces decisivo.
Las festividades
marianas surgidas en ese período son en concreto: la
pronto en una
y devoción crecientes a María -casi siempre 1ocal-, con características no
siempre positivas. Prevaleció una visión subjetiva sobre la histórico-bíblica
celebración del ciclo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con
amor especial a
la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a 1a
obra salvífica de
su Hijo” (SC 103).
I*ero no hay un ciclo mariano dotado de consistencia propia. La Iglesia hace
memoria de María en la
celebración del ciclo de los misterios de Cristo y en íntima relación con los
mismos. A veces la
colnación de las festividades de la Virgen no corresponde a la sucesión de las
celebraciones del
ciclo cristológico. En efecto, las festividades marianas no son fruto de un plan
sabiamente
elaborado en el gabinete; como hemos visto, nacieron a lo largo de los tiempos, en
lugares y
circunstancias diversos.
La liturgia celebra los misterios de la salvación que tienen una consis- tencia
histórica; es una
celebración memorial. Éste es un criterio fundamen- tal para interpretar el
significado de 1as
festividades del ano litúrgico y su importancia en el mismo. De hecho, el
Calendarium iomanum
valora la importancia de las celebraciones marianas (solemnidad, fiesta, memoria
obligatoria,
memoria libre) según el grado de asociación de la Madre a la obra del Hijo, tal
como aparece en los
misterios celebrados.
En las festividades marianas, el Ordo lecti onum missae sigue sustancialmente el
criterio del
capítulo octavo de la Lumen gentíum dando más relieve a los libros históricos y
proféticos del
Antiguo Testamento. Las lecturas apostólicas proponen ante todo una serie de
perícopas de las
cartas paulinas (Romanos, 1 Corintios, Gálatas, Efesios) y luego otras de la carta
a 1os Hebreos,
de los Hechos y del Apocalipsis. La mayor parte de las lecturas evangélicas
provienen de los dos
primeros capítulos de Mateo y de Lucas. En su conjunto, el leccionario mariano
respeta la
centralidad del ciclo anual de los misterios de Cristo, en el que se inserta de
manera orgánica y
en estrecho vínculo con el mismo la memoria de María.
La eucología de los formularios marianos del Misaf merece un juicio diversificado.
Las
solemnidades, las fiestas y los formularios de la última parte del Advierto tienen
una eucología
que se inspira abundantemente en los textos de la Escritura y ofrece una visión del
misterio de
María muy integrada con el misterio de 1a salvación. Son fórmulas ricas de
doctrina, de
247
15
LA ESPIRITUALIDAD LITÚRGICA
Enseñanzas de la historia
2SJ
25d
9. Ignacio de Loyola, ‹Sai scriíti (edie. de M. Gioia), Utet, Turín 1977, p. 181.
10. Of. J,A. Goenaga, Sen Ignacio de Loyola y la liturgia de la Iglesk. Phase 31
(1991) 217-239.
H. Cf. A, Stolz, Teologia della misiics Morcel]iana, Brescia 1940, pp. J16ss.
12. Teresa de Jesús, Vida, 33,5.
255
Espiritualidad bíblica
La espiritualidad litúrgica es eminentemente bíblica. La liturgia no sólo se sirve
constantemente
de la Biblia, sino que no puede prescindir de 1a misma, ya que es la palabra de
Dios la que prepara
y explica la acción litíírgica en su significado y en su valor exquisitamente
salvífico: lo que es
anunciado por la palabra, se lleva a término en el acto sacramental. La palabra de
Dios en la
liturgia deja de ser una “palabra escrita” muerta, para adquirir cada vez más el
papel de
“anuncio-proclamación de un aconteci- miento de salvación presente”. En otros
terminos: el
acontecimiento que se fee en la Escritura, es el mismo que se tealizn en la
liturgia. Por tanto, el
leccionario de la misa y el de la liturgia de las horas, además de ser los
principales libros de
meditación y de oración propuestos a la comunidad de los fieles, son anuncio
constante de la
salvación presente y operante en el misterio litúrgico.
Precisamente porque es bíblica, la espiritualidad litúrgica es histórica y
profótica. ⁱˢ Es
sensible al significado salvífico de los acontecimientos de la historia del pueblo
de Dios,
especialmente de la vida de Cristo, en la cual continúa obrando el mismo misterio
divino de
salvación (cf. Ef 5,3-11). En efecto, la liturgia vuelve a proponer el
acontecimiento salvífico,
que tiene como centro a Cristo muerto y resucitado, con sus leyes objetivas de
16. C£. G. Panteghini, Cristo cen tro della liturgia, Messaggero, Padua 1971; Aa.
vv., fi Christ
doris la litur gie, Ed. Liturgiche, Roma 198t; S. MarsiIi,Misíero di Cristo e
íi1urgi« neffo
spirito, Libreria Editrice Vaticana, Cittá del Vaticano J986.
17. Of. Aa.vv., Trinité et liturgie, Ed. Liturgiche, Roma 1984.
18. CX. Aa.vv., L'Egfise dans la liturgie, Ed. Liturgiche, Toma 1980.
la cual es llamada: cuerpo místico de Cristo, esposa de Cristo, madre nuestra,
nueva Eva, ciudad
santa, ciudad de Dios, Jerusalén celestial, reino de Dios, casa de Dios, etc. La
dimensión
eclesiológica de la liturgia se hace evidente en particular en la celebraciÓn de
los sacramentos,
cuyo ministro y sujeto es 1a Iglesia.
Los sacramentos de la Iglesia, que constituyen la liturgia, son medios de
participación directa y
eficaz en los actos redentores de Cristo, particu- larmente en su muerte y
resurrección. De ellos
nace una asimilación con la persona de Cristo, o imitación en la propia vida de los
misterios
celebrados en la liturgia. Es un tema que aparece en muchas oraciones: imitar o
testimoniar en las
obras lo que se celebra en el sacramento. Así, por ejemplo, 1a colecta del viernes
de la octava de
Pascua: “Concédenos realizar ema vida cuanto celebramos en la fe”. En este sentido
la
espiritualidad litúrgica es un continuo estímulo para que el creyente conforme a su
vida todo 1o
que va celebrando. Esta verdad se comprende adecuadamente sólo si se considera el
sacramento como
un encuentro objetivo y eficaz de salvación con Cristo, encuentro que transforma y
renueva al
cristiano. En efecto, el cristiano puede llevar a cumplimiento la pasión de Cristo
(obrar moral),
porque ósta existe ya inicialmente en él como realidad sacramental (ser cristiano).
Por tanto, el
sacramento no se ve principalmente como un medio para realizar un contacto de algún
modo con la
persona de Cristo, sobre todo con el fin de establecer un “coloquio” interior con
ó1, dimensión
subrayada por cierto tipo de espiritualidad, sino que se considera como el punto de
inserción que
es, al mismo tiempo, comunicación del misterio y causa de asimilación a Cristo
precisamente en 1a
perspectiva del misterio comunicado.
Espiritualidad Pascual
La espiritualidad litúrgica se fundamenta en el misterio pascual en cuanto óste es
la síntesis de
toda la revelación-salvación. En efecto, bajo el común denominador de “Pascua” en
la Biblia aparece
en la práctica toda 1a revelación-realización, tanto profética como definitiva, del
designio de 1a
salvación humana, existente en el plan amoroso de Dios desde toda la eternidad. La
historia de la
salvación concretada en el misterio de Cristo halla su cumplimiento, su realización
y su centro en
la Pascua. Esta visión unitaria del misterio salvador que tiene como centro 1a
Pascua no existe
sólo en la Biblia y en 1a historia salvífica narrada por ella, sino que está
presente en la
liturgia, la cual es siempre celebración del misterio pascual.
Según el Nuevo Testamento y la rnistagogía de los Padres de la Iglesia, la vida
cristiana consiste
en la realización en 1a vida cotidiana de la muerte
238
ESQtritualidád mistagógica
La liturgia no es la ocasión para presentar una idea a la atención de los
participantes o para
ofrecerles un ejemplo moralizador para imitar, sino que
pfigs.
J.BERNAL, Lfnn ¡iiorgip pipa
renooeda, PPC, Madr
1988.