s9 - Lectura - Principio de La Dignidad Humana
s9 - Lectura - Principio de La Dignidad Humana
s9 - Lectura - Principio de La Dignidad Humana
ÉTICA Y VALORES
LECTURA: Principio de
dignidad humana
SEMANA I
El principio de dignidad humana
Por Eduardo Luis Tinant
Acaso, con el acicate adicional que aún suscita la provocativa frase de Ruth Macklin, profesora
norteamericana de ética médica en el Colegio de Medicina Albert Einstein de Nueva York, lanzada en
un artículo publicado en diciembre de 2003, señalando que “la dignidad humana es un concepto inútil”
y que “no significa nada más que respeto por las personas o su autonomía”. Artículo que mereció una
serie de respuestas en defensa del eminente principio que enarbolan tanto la bioética como el derecho.
Pero, ¿qué es dignidad humana?
2. Como ha señalado con toda propiedad Roberto Andorno , “ser persona” equivale a “ser
digno”: dignidad ontológica –cualidad inseparablemente unida al ser mismo del hombre- y dignidad
ética –la que hace referencia a su obrar-. Noción que recoge la amplitud teórico-práctica que tenía en
la etapa griega constitucional el término ajxivon, en latín dignitas, tal como lo emplease Cicerón. Los
axiómata o dignitates son, en este sentido, tanto las verdades por sí evidentes, aquéllas que no precisan
justificación desde otras (por ejemplo, los axiomas euclidianos), como la consideración o dignidad -
ética- a que es acreedor el hombre en razón de su naturaleza específica, en palabras de Urbano Ferrer
Santos.
De tales postulados, basados en el valor que debe reconocerse al hombre por el solo hecho de
serlo, y en la consideración de que porque subsistimos como seres dotados de espíritu somos personas,
insistimos, cabe extraer que los seres humanos somos los únicos seres que nos poseemos y nos
determinamos voluntariamente. Los únicos que tenemos conciencia de nuestra propia existencia y de
nuestra misión supertemporal. Pero también, claro está, que tamaña condición nos asigna una gran
responsabilidad, a los seres humanos y a la humanidad en su conjunto, en todo caso superadora de una
neutralidad al menos complaciente cuando se trata de debatir y resolver problemas que afectan la
dignidad de la vida y las condiciones de la salud.
El hombre, como ha sabido precisar Francisco Romero (Filosofía de la persona),
puede ser visto como una realidad pero también pensado y en primer término, como una
dignidad, esto es, como sujeto de elevadas finalidades morales e históricas que le son
inherentes y que en él deben ser fomentadas y respetadas. Hay así “culturas que a firman
la persona y culturas que la desconocen o supeditan a otros fines”.
(1) Andorno, Roberto: The paradoxal notion of human dignity, RIFD, n° 2, 2001.
(2) Tealdi, Juan Carlos: Dignidad humana, Diccionario latinoamericano de bioética, pp. 274/277,
2008. La indignación opera así como la fuente primaria de la moral y la razón de ser de las
exigencias éticas, que son reconocidas en justic ia por los derechos humanos. Toda ética, cualquier
ética –sea o no de la medicina y las ciencias de la vida-, agrega el autor, requiere no sólo el saber
sino también, y sobre todo, el dar cuenta de si miramos al mundo en el que vivimos con la voluntad
o el querer comprender y actuar para cambiar una realidad indignante y por ello injusta. Porque la
indignación reclama por el valor incondicionado del valor humano y puede explicar a cualquiera en
qué consiste aquello que llamamos la dignidad humana (que es nuestra y de los otros). La razón
más válida habrá de ser entonces aquella que originada en las convicciones intuitivas y emotivas
sobre el valor humano se sujete a la prueba de su reconocimiento racional, esto es, a la demostración
(objetiva) de que una exigencia moral merece su reconocimiento universal.
La Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL), en su “Declaración
sobre la eutanasia” (2002), ha destacado así la idea de dignidad como punto de partida
(congénita) pero también como punto de llegada (calidad de vida), interpretando que en
la filosofía de los cuidados paliativos, la dignidad del paciente es un valor independiente
del deterioro de su calidad de vida. “¿Condiciones de vida indignas?”, se pregunta el
documento, respondiendo con acierto: “indignas son las condiciones, no la vida misma”.
La labor del filósofo -y del jusfilósofo hasta donde le sea posible- en la bioética es
crucial y relevante sobre todo en tres aspectos: es tarea del filósofo especificar cuales son
los problemas de la bioética, hallar el origen de los desacuerdos y detectar los problemas
del lenguaje y sus contenidos; en segundo lugar, discriminar qué argumentos son
adecuados y veraces y cuales no lo son a la hora de debatir los problemas de la bioética:
por último, aportar las soluciones teóricas, de carácter ético y metafísico, a los problemas
bioéticos (6).
(3) Tinant, Eduardo Luis: Bioética jurídica, dignidad de la persona y derechos humanos, cap V.
Dignidad y autonomía de la persona al final de la vida, 2da. ed. Dunken, Buenos Aires, 2010.
(4) Sagüés, Néstor Pedro: Dignidad de la persona e ideología constitucional, Jurisprudencia
Argentina, 1994-IV-904.
(5) En tal sentido, el creciente interés que despiertan áreas como la clonación, la manipulación de
embriones, la ingeniería genética, la fecundación in vitro, la eutanasia, y los interrogantes éticos y
jurídicos que se plantean hoy médicos, científicos, filósofos, juristas, religiosos, periodistas, ante las
posibilidades insospechadas que permiten los actuales avances, ha llevado a
la bioeticista española María Dolores Vila-Coro a predecir que “la bioética será la ética del siglo
XXI”.
(6) Cayuela Cayuela, Aquilino: La tarea del filósofo en el ámbito bioético (Filosofía y bioética),
Cuadernos de Bioética, AEBI, n° 56, ps. 11/21, 2005.
A cuenta de ello, cabe hablar, no de una “bioética global” –un pleonasmo por las
razones antedichas- sino en todo caso, parafraseando a Abel Javier Arístegui, de un “mundo
de la bioética”, y aun de un “mundo de la bioética jurídica” ( 7).
(7) En rigor la referencia de Arístegui es sobre el “mundo de la filosofía”: mundo espiritual, complejo,
vasto, cual magna pluralidad, con sus armonías y sus pugnas, que conserva voces de los filósofos de
todos los tiempos, que no puede ser transitado cognitivamente con indiferencia, pues su altura espiritual
es condición integrativa de su ser, del mismo modo que la altura es lo propio de la montaña. Y,
justamente, es la admiración la que se apropia de ese rasgo. El profesor platense examina luego la
ontología como primera etapa de cabal ejecución de la filosofía y su proyección hacia el ente, en el
que impera -de acuerdo con el descubrimiento de la filosofía griega- el dualismo princ ipio (principium)
e individuo (concretum), o sea, concreciones (singularizaciones, individuos, concretados) ubicadas
en un nivel, el cual se encuentra bajo el dominio de principios radicados en otro, lo que exhibe esta
relaciona lidad: el principio, y lo princ ipiado. La ontología, al tender (“entendimiento”) su conocer sobre
el ente, lo posa sobre las concreciones y los principios. La indagación de ambos confirma que el ente
(avidez cognitiva de la ontología) entraña un dualismo fundacional: concretum y principium, así como
que los principios son lo opuesto a lo concretum y que hay principios universales, es decir, que rigen
todo lo concretum (Arístegui, Abel Javier: Un programa universitario de filosofía del derecho,
primera parte, La filosofía, tomo II, títulos IX y XII, cap. 2, Universidad de Morón, 1990).
(8) Ver Tinant, Eduardo Luis: Bioética jurídica, dignidad de la persona y derechos humanos
cit., pp. 148/151.
ACTIVIDAD