Gadamer - Verdad y Método Caps 9 y 12

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 5

1

Apunte de Cátedra. Año: 2018


Asignatura: Gnoseología
Institución: Universidad Nacional del Sur (Departamento de Humanidades)
Docente: Lic. Juan Luis Speroni (Ayudante de docencia)

Resumen del texto de: GADAMER,H. G.,Verdad y método I , Salamanca, Ediciones Sígueme, 1977,
cap. 9: “La historicidad de la comprensión como principio hermenéutico”, pp. 331 a 350 y cap. 12:
“El lenguaje como mediode la experiencia hermenéutica”, pp. 461 a 477

Capítulo 9: La historicidad de la comprensión como principio hermenéutico


“Heidegger sólo entra en la problemática de la hermenéutica y criticas históricas con el fin de
desarrollar a partir de ellas, y desde el punto de vista ontológico, la preestructura de la comprensión.
Nosotros, por el contrario, perseguiremos la cuestión de cómo, una vez liberada de las inhibiciones
ontológicas del concepto científico de la verdad, la hermenéutica puede hacer justicia a la historicidad
de la comprensión…
…Por ello volveremos ahora a la descripción de Heidegger del círculo hermenéutico, con el fin de
hacer fecundo para nuestro propósito el nuevo y fundamental significado que gana aquí la estructura
circular. Heidegger escribe:

El círculo no debe ser degradado a círculo vicioso, ni siquiera


a uno permisible. En él yace una posibilidad positiva del conoci
miento más originario, que por supuesto sólo se comprende real
mente cuando la interpretación ha comprendido que su tarea pri
mera, última y constante consiste en no dejarse imponer nunca
por ocurrencias propias o por conceptos populares ni la posición,
ni la previsión ni la anticipación, sino en asegurar la elaboración
del tema científico desde la cosa misma.

… La reflexión hermenéutica de Heidegger culmina menos en demostrar


que aquí está contenido un círculo que en hacer ver que este círculo tiene un sentido ontológico positivo…
Toda interpretación correcta tiene que protegerse contra la arbitrariedad de las ocurrencias y contra la
limitación de los hábitos imperceptibles del pensar, y orientar su mirada «a la cosa-misma» (que en el
filólogo son textos con sentido, que tratan a su vez de cosas). Este dejarse determinar así por la cosa misma
no es evidentemente para el intérprete una «buena» decisión inicial, sino verdaderamente «la tarea
primera, constante y última»… El que quiere comprender un texto realiza siempre un proyectar. Tan pronto
como aparece en el texto un primer sentido, el intérprete proyecta enseguida un sentido del todo.
Naturalmente que el sentido sólo se manifiesta porque ya uno lee el texto desde determinadas
expectativas relacionadas a su vez con algún sentido determinado. La comprensión de lo que está en el
texto consiste precisamente en la elaboración de este provecto previo, que por supuesto tiene que ir siendo
constantemente revisado en base a lo que vaya resultando conforme se avanzaren la penetración del
sentido.
… La interpretación empieza siempre con conceptos previos que tendrán que ser sustituidos
progresivamente por otros más adecuados. Y es todo este constante reproyectar, en el cual consiste el
movimiento de sentido del comprender e interpretar, lo que constituye el proceso que describe Heidegger…
Elaborar los proyectos correctos y adecuados a las cosas, que como proyectos, son anticipaciones que deben
confirmarse «en las cosas», tal es la tarea constante de la comprensión. Aquí no hay otra objetividad que
la convalidación que obtienen las opiniones previas a lo largo de su elaboración. Pues ¿qué otra cosa es la
arbitrariedad de las opiniones previas inadecuadas sino que en el proceso de su aplicación acaban
aniquilándose? La comprensión sólo alcanza sus verdaderas posibilidades, cuando las opiniones previas
con las que se inicia no son arbitrarias”. (Verdad y método, pp. 331-333)

“Sólo este reconocimiento del carácter esencialmente prejuicioso de toda comprensión confiere al
problema hermenéutico toda la agudeza de su dimensión… Existe realmente un prejuicio de la Ilustración…
es el prejuicio contra todo prejuicio y con ello la desvirtuación de la tradición.
2

Un análisis de la historia del concepto muestra que sólo a partir de la Ilustración adquiere el concepto
de prejuicio el matiz negativo que ahora tiene…
«Prejuicio» no significa pues en modo alguno juicio falso, sino que está en su concepto el que
pueda ser valorado positivamente o negativamente… La palabra alemana para prejuicio, (Vorurteil) y —
igual que el francés préjuge, pero quizá aún más pregnantemente— parece haberse restringido desde la
Ilustración y su crítica religiosa al significado de «juicio no fundamentado»… Esta es una conclusión típica
del espíritu del racionalismo. Sobre él reposa el descrédito de los prejuicios en general y la pretensión del
conocimiento científico de excluirlos totalmente.
La ciencia moderna, que hace suyo este lema, sigue así el principio de la duda cartesiana de no tomar
por cierto nada sobre lo que quepa alguna duda, y la concepción del método que tiene en cuenta esta
exigencia… Este es finalmente el momento de volver positivas aquellas consideraciones negativas. El
concepto de prejuicio nos ofrece un buen punto de partida para ello.
Siguiendo a la teoría ilustrada de los prejuicios puede hallarse la siguiente división básica de los
mismos: …lo que nos induce a error es bien el respeto a otros, su autoridad, o bien la precipitación sita en
uno mismo. El que la autoridad sea una fuente de prejuicios coincide con el conocido postulado de la
Ilustración tal como lo formula todavía Kant: ten el valor de servirte de tu propio entendimiento; Aunque la
citada división no se refiera sólo al papel que desempeñan los prejuicios en la comprensión de los textos, sin
embargo encuentra en el ámbito hermenéutico su campo de aplicación preferente. Pues la crítica de la
Ilustración se dirige en primer lugar contra la tradición religiosa del cristianismo, la sagrada Escritura”.
(Verdad y método, pp. 337-338)

“…La tendencia general de la Ilustración es no dejar valer autoridad alguna y decidirlo todo desde la
cátedra de la razón. Tampoco la tradición escrita, la de la sagrada Escritura, como la de cualquier otra
instancia histórica, puede valer por sí misma, sino que la posibilidad de que la tradición sea verdad depende
del crédito que le concede la razón. La fuente última de la autoridad no es ya la tradición sino la razón. Lo
que está escrito no necesita ser verdad. Nosotros podríamos llegar a saberlo mejor. Esta es la máxima
general con la que la Ilustración moderna se enfrenta a la tradición… El romanticismo comparte el prejuicio
de la Ilustración y se limita a invertir su valoración intentando hacer valer lo viejo como viejo: el medievo
«gótico», la comunidad estatal cristiana de Europa… pero también la sencillez de la vida campesina y la
cercanía a la naturaleza.
Frente a la creencia ilustrada en la… liberación de toda «superstición» y de todo prejuicio del
pasado, ahora los primeros tiempos, el mundo mítico, 1a vida no analizada ni rota por 1a conciencia en una
«sociedad natural»; el mundo de la caballería cristiana, alcanzan un hechizo romántico e incluso preferencia
respecto a la verdad… reconocimiento de una sabiduría superior en los tiempos originarios del mito. Y
esta inversión romántica del patrón valorador de la Ilustración logra justamente perpetuar el presupuesto
de la ilustración, la oposición abstracta de mito y razón. La creencia en la perfectibilidad de la razón se
convierte en la creencia en la perfección de la conciencia «mítica»…
En la realidad… una conciencia colectiva mítica anterior a todo pensar es tan abstracto y tan
dogmático como el de un estado perfecto de ilustración total y de saber absoluto. La sabiduría originaria
no es más que la otra cara de la «estupidez originaria»”. (Verdad y método, pp. 339-341)

“La superación de todo prejuicio, esta exigencia global de la Ilustración, revelará ser ella misma un
prejuicio cuya revisión hará posible una comprensión adecuada de la finitud que domina no sólo nuestro ser
hombres sino también nuestra conciencia histórica.
¿Estar inmerso en tradiciones significa real y primariamente estar sometido a prejuicios y limitado
en la propia libertad? ¿No es cierto más bien que toda existencia humana, aún la más libre, está limitada
y condicionada de muchas maneras? Y si esto es así, entonces la idea de una razón absoluta no es
una posibilidad de la humanidad histórica. Para nosotros la razón sólo existe como real e histórica… En
realidad no es la historia la que nos pertenece, sino que somos nosotros los que pertenecemos a ella. Mucho
antes de que nosotros nos comprendamos a nosotros mismos en la reflexión, nos estamos comprendiendo ya
dé una manera autoevidente en la familia, la sociedad y el estado en que vivimos. La lente de la subjetividad
es un espejo deformante. La autorreflexión del individuo no es más que una chispa en la corriente cerrada
3

de la vida histórica. Por eso los prejuicios de un individuo son, mucho más que sus juicios, la realidad
histórica de su ser.”
“…Si se quiere hacer justicia al modo de ser finito e histórico del hombre es necesario llevar a cabo
una drástica rehabilitación del concepto del prejuicio y reconocer que existen prejuicios legítimos. Con ello
se vuelve formulable la pregunta central de una hermenéutica que quiera ser verdaderamente histórica, su
problema epistemológico clave: ¿en qué puede basarse la legitimidad de los prejuicios? ¿En qué se
distinguen los prejuicios legítimos de todos los innumerables prejuicios cuya superación representa la
incuestionable tarea de toda razón crítica?”. (Verdad y método, pp. 343-344)

“La oposición entre fe en la autoridad y uso de la propia razón, instaurada por la Ilustración, tiene
desde luego razón de ser. En la medida en que la validez de la autoridad usurpa el lugar del propio juicio, la
autoridad es de hecho una fuente de prejuicios. Pero esto no excluye que pueda ser también una fuente de
verdad, cosa que la Ilustración ignoró sistemáticamente en su repulsa generalizada contra toda autoridad…
De hecho, el rechazo de toda autoridad no sólo se convirtió en un prejuicio consolidado por la lustración,
sino que condujo también a una grave deformación del concepto mismo de autoridad. Sobre la base de un
concepto ilustrado de razón y libertad, el concepto de autoridad pudo convertirse simplemente en lo
contrario de la razón y la libertad, en el concepto de la obediencia ciega. Este es el significado que nos es
familiar en el ámbito lingüístico de la crítica a las modernas dictaduras.
Sin embargo, la esencia de la autoridad no es esto... la autoridad de las persona no tiene su
fundamento último en un acto de sumisión y de abdicación de la razón, sino en un acto de conocimiento y de
reconocimiento: se reconoce que el otro está por encima de uno en juicio y perspectiva y que en
consecuencia su juicio es preferente o tiene primada respecto al propio. La autoridad no se otorga sino que
se adquiere, y tiene que ser adquirida si se quiere apelar a ella. Reposa sobre el reconocimiento y en
consecuencia sobre una acción de la razón misma que, haciéndose cargo de sus propios límites, atribuye al
otro una perspectiva más acertada. Este sentido rectamente entendido de autoridad no tiene nada que ver
con una obediencia ciega de comando. En realidad no tiene nada que ver con obediencia sino con
conocimiento. Cierto que forma parte de la autoridad el poder dar órdenes y el encontrar obediencia. Pero
esto sólo se sigue de la autoridad que uno tiene”. (Verdad y método, pp. 346-347)

“Hay una forma de la autoridad que el romanticismo defendió con un énfasis particular: la tradición.
Lo consagrado por la tradición y el pasado poseen una autoridad que se ha hecho anónima y nuestro ser
histórico y finito está determinado por el hecho de que la autoridad de lo trasmitido, y no sólo lo que se
acepta razonadamente, tiene poder sobre nuestra acción y sobre nuestro comportamiento… El romanticismo
entiende la tradición como lo contrario de la libertad racional… como la contrapartida abstracta de la libre
autodeterminación, ya que su validez no necesita fundamentos racionales… No creo, sin embargo, que entre
tradición y razón haya que suponer una oposición tan incondicional e irreductible… la fe romántica en las
«tradiciones que nos han llegado», ante las que debería callar toda razón, es en el fondo igual de prejuiciosa
e ilustrada. En realidad, la tradición siempre es un momento de la libertad y la historia…Aún la tradición
más auténtica y venerable… necesita ser afirmada, asumida y cultivada. La tradición es esencialmente
conservación…Sin embargo, la conservación es un acto de la razón… En todo caso la conservación
representa una conducta tan libre como la transformación y la innovación”. (Verdad y método, pp. 348-
350)

Capítulo 12: El lenguaje como medio de la experiencia hermenéutica


“Acostumbramos a decir que «llevamos» una conversación, pero la verdad es que, cuanto más
auténtica es la conversación, menos posibilidades tienen los interlocutores de «llevarla» en la dirección que
desearían. De hecho la verdadera conversación no es nunca la que uno habría querido llevar…
…Comprender lo que alguien dice es, como ya hemos visto, ponerse de acuerdo en la cosa, no
ponerse en el lugar del otro y reproducir sus vivencias… Ahora consideraremos que todo este proceso es
lingüístico… El lenguaje es el medio en el que se realiza el acuerdo de los interlocutores y el consenso
sobre la cosa”. (Verdad y método, pp. 461-462)
4

“Por supuesto que esto no quiere decir que la situación hermenéutica que se plantea con los textos
sea idéntica a la que se plantea entre dos personas en una conversación. En el caso de los textos se trata de
«manifestaciones vítales fijadas duraderamente», que deben ser entendidas, lo que significa que una parte
de la conversación hermenéutica, el texto, sólo puede llegar a hablar a través de la otra parte, del intérprete.
Sólo por él se reconvierten los signos escritos de nuevo en sentido. Al mismo tiempo, y en virtud de esta
reconversión a la comprensión, accede al lenguaje el asunto mismo del que habla el texto. Igual que en las
conversaciones reales, es el asunto común el que une entre sí a las partes, en este caso al texto y al
intérprete…
En consecuenciaestá plenamente justificado hablar de una conversación hermenéutica. La
consecuencia será que la conversación hermenéutica tendrá que elaborar un lenguaje común, igual que en la
conversación real... Entre las partes de esta «conversación» tiene lugar una comunicación como la que
se daría entre dos personas, y que es algo más que mera adaptación recíproca. El texto hace hablar a un
tema, pero quien lo logra es en último extremo el rendimiento del intérprete: En esto tienen parte los dos.
…En este sentido la comprensión no es seguramente una «comprensión histórica» que reconstruya la
génesis del texto. Lo uno entiende es que está comprendiendo el texto mismo. Pero esto quiere decir que en
la resurrección del sentido del texto se encuentran ya siempre implicadas las ideas propias del intérprete. El
horizonte de este resulta de este modo siempre determinante, pero tampoco él puede entenderse a su vez
como un punto de vista propio que se mantiene o impone, sino más bien como una opinión y posibilidad
que uno pone en juego y que ayudará a apropiarse de verdad lo que dice el texto. Más arriba hemos descrito
esto como fusión de horizontes. Ahora podemos reconocer en ello la forma de realización de la
conversación, en la que un tema accede a su expresión no en calidad de cosa mía o de mi autor sino de la
cosa común a ambos… el lenguaje es el medio universal en el que se realiza la comprensión misma. La
forma de la realización de la comprensión es la interpretación”. (Verdad y método, pp. 466-467)

2. “La lingüisticidad como determinación de la realización hermenéutica


…Por regla general el historiador elige los conceptos con los que describe la peculiaridad histórica
de sus objetos sin reflexión expresa sobre su origen y justificación… A pesar de toda su metodología
científica se comporta de la misma manera que todo aquél que, como hijo de su tiempo, está dominado
acríticamente por los conceptos previos y los prejuicios de su propio tiempo.
En la medida en que el historiador no se reconozca esta su ingenuidad, fallará incuestionablemente
al nivel de reflexión exigido por su tema. Pero su ingenuidad se hará verdaderamente abismal cuando
empiece a hacerse consciente de esta problemática y se plantee entonces la exigencia de que en la
comprensión histórica es obligado dejar de lado los propios conceptos y pensar únicamente en los de la
época que se trata de comprender. Esta exigencia, que suena como una continuación consecuente de a
conciencia histórica, no ocultará a un pensador reflexivo su carácter de ingenua ficción… Sin embargo, la
exigencia legítima de la conciencia histórica de comprender cada época desde sus propios conceptos se
refiere de hecho a algo muy distinto. El requisito de dejar de lado los conceptos del presente no
postula un desplazamiento ingenuo al pasado. Se trata por el contrario de una exigencia esencialmente
relativa y que sólo tiene sentido por referencia a los propios conceptos. La conciencia histórica
se malentiende a sí misma cuando para comprender pretende desconectar lo único que hace posible la
comprensión. Pensar históricamente quiere decir en realidad realizar la trasformación que les acontece a
los conceptos del pasado cuando intentamos pensar en ellos. Pensar históricamente entraña en
consecuencia siempre una mediación entre dichos conceptos y el propio pensar. Querer evitar los
propios conceptos en la interpretación no sólo es imposible sino que es un absurdo evidente. Interpretar
significa justamente aportar los propios conceptos previos con el fin de que la referencia del texto se haga
realmente lenguaje para nosotros.
En el análisis del proceso hermenéutico habíamos concluido que la obtención del horizonte de la
interpretación es en realidad una fusión horizóntica. Esto se confirma también desde el carácter lingüístico
de la interpretación. A través de esto el texto debe obtener la palabra. Sin embargo ningún texto ni ningún
libro puede decir nada si no habla un lenguaje que alcance al otro. La interpretación tiene que dar con
el lenguaje correcto si es que quiere hacer hablar realmente al texto. Por eso no puede haber una
interpretación correcta «en sí», porque en cada caso se trata del texto mismo. La vida histórica de la
tradición consiste en su referencia a apropiaciones e interpretaciones siempre nuevas. Una interpretación
5

correcta en sí sería un ideal desideado, incapaz de conocer la esencia de la tradición. Toda interpretación
está obligada a someterse a la situación hermenéutica a la que pertenece. (Verdad y método, pp. 475-477)

También podría gustarte