Autismo Varios 2
Autismo Varios 2
Autismo Varios 2
Durante el segundo y el tercer trimestre del embarazo, la corteza cerebral del feto se organiza a sí misma en seis
estratos diferenciados. En el autismo, según investigaciones recientes, esta organización se descarría, haciendo casar
entre sí partes del cerebro que suelen estar asociadas con las facultades que sufren merma en el trastorno autista,
entre ellas, las destrezas sociales y el desarrollo del lenguaje.
Eric Courchesne, director del Centro de Excelencia del Autismo en la Universidad de California en San Diego, y sus
colaboradores, han hallado esta alteración del desarrollo cerebral a partir de la comparación del cerebro de 11 niños
con autismo fallecidos a edades comprendidas entre los dos y los quince años con otros tantos cerebros de niños que
murieron y que no presentaban dicho trastorno.
El estudio se valió de una refinada técnica genética que buscaba las signaturas de actividad de 25 genes en láminas
tomográficas de la corteza prefrontal así como de la occipital y de la temporal.
Los investigadores observaron parcelas desorganizadas (de cinco o seis milímetros de ancho) en las que la expresión
de los genes indicaba —en 10 de los 11 cerebros de niños con autismo— la presencia de células mal ubicadas entre
los pliegues del tejido prefrontal (esta región se asocia a la comunicación de orden superior y a las interacciones
sociales).
El equipo observó también zonas desordenadas en la corteza temporal del cerebro de niños con autismo, aunque no
así en la porción occipital, lo cual también encaja con los perfiles sintomáticos típicos. Las parcelas anómalas parecían
hallarse repartidas al azar en las regiones prefrontal y temporal, lo que podría explicar por qué los síntomas pueden
diferir de unos individuos a otros, según indica Rich Stoner, de la Universidad de California en San Diego y autor del
estudio publicado el pasado año en New England Journal of Medicine.
Investigaciones anteriores de Courchesne habían demostrado que el cerebro de los niños con autismo poseen más
neuronas en la región prefrontal y que las señales genéticas de esta región presentan errores. La ausencia de
marcadores que tendrían que haberse formado en el segundo y tercer trimestre de gestación sugiere que existe un
marco temporal para este error en el desarrollo así como para futuras intervenciones preventivas.
Perfil del cerebro autista: En el estudio descrito sobre estas líneas, así como en otros anteriores, se han descubierto
diferencias en el cerebro de niños con autismo.
Según la nueva investigación, cada niño con autismo es como un copo de nieve, único y diferente de cualquier otro.
La fundación canadiense Autism Speaks ha financiado el mayor estudio sobre el genoma del autismo realizado hasta
el momento. El trabajo, que se publica hoy en Nature Medicine, revela que las bases genéticas del autismo son más
complejas de lo que se creía. La mayoría de los hermanos que sufren trastorno del espectro autista (TEA, por sus
siglas en inglés) tienen diferentes genes asociados a ese trastorno, señalan los autores.
Además de su escala, lo novedoso del estudio es que los datos van a ser accesibles en abierto en el portal del
proyecto MSSNG de la fundación en Google Cloud.
Los responsables de la iniciativa ya han descargado los datos de 1.000 genomas de autismo en el portal y tienen
previsto llegar hasta los 10.000 genomas que estarán disponibles para investigación, junto con una ‘caja de
herramientas’ de análisis avanzado.
El objetivo, según Stephen Scherer, director de MSSNG, es “acelerar la investigación mundial con el fin de mejorar la
comprensión del autismo y el desarrollo de tratamientos individualizados. El hecho de que esta información se esté
publicando en abierto supone un gran hito”, añade.
El equipo liderado por Scherer –que también dirige el Centro de Genómica Aplicada del Hospital para Niños Enfermos
y el Centro McLaughlin, ambos en Toronto– ha secuenciado 340 genomas completos de 85 familias, cada una con dos
hijos afectados por autismo.
Los nuevos hallazgos contradicen los resultados de estudios anteriores. Debido a que el autismo a menudo se da en
familias, los expertos habían asumido que los hermanos con la enfermedad podrían haber heredado los mismos genes
de predisposición al autismo de sus padres. El nuevo estudio indica que esto puede no ser cierto.
"Sabíamos que había muchas diferencias en autismo y nuestro estudio lo corrobora. Creemos que cada niño con
autismo es como un copo de nieve, único y diferente de cualquier otro”, dice Scherer.
En el trabajo, los genes de riesgo de autismo conocidos se presentaron en el 42% de las familias que participaron.
"Esto podría ayudar a explicar por qué se produjo el autismo en los hijos o arrojar luz sobre las condiciones médicas
relacionadas," señala Scherer.
En un estudio piloto de la secuenciación del genoma, realizado en 2013, el equipo de Scherer identificó genes de
autismo vinculado en más de la mitad de las 32 familias participantes. Esa investigación proporcionó a esas familias
información de gran importancia médica.
El autismo es fundamentalmente un trastorno del cerebro, pero las investigaciones señalan que no menos de 9 de
cada 10 individuos que lo presentan sufren también problemas gastrointestinales, como el mal de colon irritable o del
"intestino permeable".
Esta segunda circunstancia se da cuando los intestinos se tornan demasiado permeables y se producen fugas de su
contenido hasta el torrente sanguíneo. Hace largo tiempo que se cuestiona si la flora intestinal o microbiota podría
exhibir anomalías en los individuos con trastorno del espectro autista y, de esta manera, causar algunos de sus
síntomas. Una serie de estudios recientes viene a respaldar esta idea. Se propone que la restauración de un correcto
equilibrio microbiano podría aliviar algunos de los síntomas conductuales típicos del autismo.
En la reunión anual de la Sociedad Americana de Microbiología, celebrada en Boston en mayo pasado, investigadores
de la Universidad estatal de Arizona informaron de los resultados de un experimento en el que midieron las
concentraciones de diversos subproductos microbianos en las heces de niños con autismo. Cotejaron los resultados
con los valores observados en niños normales.
Señalan los investigadores que las concentraciones de 50 de las sustancias mencionadas diferían entre los dos grupos.
Otro estudio efectuado en 2013 y publicado enPLOS ONE daba cuenta de que, comparados con los niños sanos, los
autistas presentaban alteraciones en la densidad de población de varias especies bacterianas, entre ellas, una menor
densidad de bifidobacterias, un grupo que se sabe que promueve buena salud intestinal.
Todavía está por elucidar si estas diferencias microbianas son inductoras del trastorno autista o si, por el contrario,
son consecuencia de él. Un estudio publicado en Cell en diciembre de 2013 respalda la primera de las hipótesis.
Cuando investigadores del Instituto de Tecnología de California (Caltech) indujeron síntomas pseudoautistas en
ratones mediante la infección de sus respectivas madres con una molécula similar a un virus durante la preñez,
encontraron que los roedores recién nacidos presentaban diferencias en su flora intestinal con respecto a la de los
ejemplares sanos. A partir del tratamiento de los primeros con una bacteria saludable ( Bacteroides fragilis), los
investigadores pudieron atenuar algunos síntomas de carácter conductual. Los ratones tratados exhibían un
comportamiento menos ansioso y estereotipado. También se volvieron más comunicativos.
Los investigadores ignoran todavía la forma exacta en que las bacterias intestinales podrían influir en la conducta. Una
hipótesis radica en que, si el intestino es permeable, podría permitir el paso al torrente circulatorio de sustancias
lesivas para el cerebro. En el estudio con ratones, el probiótico podría haber contribuido a reformar el ecosistema
microbiano y reforzar los intestinos, impidiendo así la fuga de tales sustancias, explica Elaine Y. Hsiao, coautora del
estudio y microbióloga en Caltech.
¿Llegará un día en que el autismo pueda tratarse mediante fármacos diseñados para restablecer un equilibrio
bacteriano saludable? Pudiera ser. No obstante, este trastorno es el resultado de una compleja interacción de factores
genéticos y ambientales, afirma Manya Angley, investigadora del autismo en la Universidad de Australia del Sur, por lo
que la solución seguramente no resulte tan sencilla. El biólogo Sarkis K. Mazmanina, de Caltech y coautor del estudio
con ratones, se muestra de acuerdo. "Serán necesarios muchos más años de trabajo antes de poder afirmar que las
bacterias intestinales afectan al autismo y demostrar que los probióticos constituyen un tratamiento viable".
Los ovarios maternos podrían guardar las claves de algunos casos de autismo, sugiere una nueva investigación, y esta
vez no se debe a las vulnerabilidades genéticas de estos órganos. Un nuevo estudio a gran escala realizado en Suecia
revela que las mujeres con síndrome de ovarios poliquísticos (SOP) —un desorden endocrino que afecta entre a 5 y
10 por ciento de las mujeres en edad reproductiva— tienen mayor riesgo de dar luz a niños con Trastornos del
Espectro Autista (TEA).
La investigadora Renee Gardner, del Instituto Karolinska de Suecia, junto con colegas de ese país y de EEUU,
aprovecharon la base de datos de salud de la población nacional para analizar el potencial vínculo entre el SOP y los
TEA. Según informaron el 8 de diciembre en el sitio web de Molecular Psychiatry, el equipo estudió a 23.748 personas
con TEA y cerca de 209.000 individuos sin esos trastornos, todos nacidos en Suecia entre 1984 y 2007.
Aunque se eliminó la información que pudiera identificar a las personas, los investigadores tuvieron acceso a datos
sobre su vínculo con otras personas incluidas en la base de datos, así como a diagnósticos documentados y al uso de
servicios de salud. Los expertos hallaron que los TEA fueron 59 por ciento más prevalentes en los niños nacidos de
mujeres con SOP, una relación que fue independiente de complicaciones de ese síndrome, como mayor sufrimiento
neonatal o nacimiento por cesárea.
Este nivel de riesgo es más o menos comparable con el de tener un padre mayor de 50 años (estimado en 66 por
ciento), pero más bajo que el de personas con ciertos síndromes o mutaciones genéticas raras. Los autores del
análisis creen que el SOP aumenta el riesgo de TEA en la descendencia más que la infección materna, uno de los
muchos factores implicados previamente en el autismo.
El vínculo aparente con el SOP puede parecer extraño a primera vista. Pero encaja con una teoría del desarrollo del
autismo que se centra en los andrógenos, las hormonas sexuales masculinas. Muchos investigadores sospechan de
condiciones que aumentan los niveles de andrógenos; o por el contrario, un equilibrio hormonal alterado durante el
embarazo puede alterar la formación del cerebro del feto de maneras que contribuyen a los déficits sociales, retrasan
el desarrollo del lenguaje y otros síntomas asociados con el autismo que aparecen más adelante en la vida. La teoría
está sustentada por varias líneas de evidencia, incluidos los datos epidemiológicos y genéticos de modelos en ratones,
así como en mediciones directas de las hormonas masculinas y precursores hormonales en el líquido amniótico de los
niños con autismo y síndrome de Asperger.
Todas las mujeres producen naturalmente algunas hormonas sexuales masculinas, por lo general en niveles bajos.
Junto con los quistes ováricos, las mujeres con SOP son propensas a un mayor nivel de andrógenos, lo que puede
contribuir al desarrollo de síntomas como acné, crecimiento excesivo de pelo, aumento de peso y, en algunos casos,
dificultades para quedar embarazada. Para las mujeres que sí conciben, tanto el SOP como la obesidad se han
implicado en la ocurrencia de picos en los niveles de andrógenos durante el embarazo.
En ese marco, los resultados del estudio sueco sugieren que “la testosterona materna, que puede atravesar la
placenta, es una de las fuentes de esteroides prenatales elevados a la que están expuestos los niños que más tarde
desarrollan autismo”, explicó Simon Baron-Cohen, director del Centro de Investigación del Autismo de la Universidad
de Cambridge, en un correo electrónico.
Defensor de la teoría de andrógenos fetales desde hace mucho tiempo, Baron-Cohen participó en numerosos estudios
relacionados con la hipótesis, incluyendo el trabajo aún sin publicar realizado por un ex estudiante de posgrado de su
laboratorio, que observó vínculos similares entre el SOP y los TEA utilizando datos de población del Servicio Nacional
de Salud del Reino Unido. Además, un estudio de 2007 publicado en Hormones and Behavior, co-escrito por Baron-
Cohen, también halló una sobrerrepresentación del SOP entre las madres con niños autistas, aunque el hallazgo no
alcanzó significación estadística.
Sin embargo, el nuevo estudio de Suecia ofrece evidencia sólida de que el SOP materno aumenta el riesgo de
autismo. Hakon Hakonarson, del Hospital de Niños de Filadelfia, que estudia la genómica de los TEA y no participó en
el trabajo, está de acuerdo en que la asociación hallada es convincente, debido al tamaño de la muestra y a la alta
calidad de los datos de la población sueca. Y añade que los resultados se ajustan al papel de la exposición hormonal
alterada del feto en un subconjunto de casos de TEA.
Pero Hakonarson se apresura a destacar que la amplia gama de casos de TEA posiblemente requiere de muchos
factores genéticos y ambientales, pues el riesgo absoluto de TEA en los niños de madres que sufren de SOP sigue
siendo pequeño. Con las tasas de TEA rondando el 1 a 2 por ciento en la población general, explica Hakonarson,
incluso un aumento de casi 60 por ciento en las tasas de TEA en niños nacidos de madres con SOP se traduce en sólo
una fracción de un porcentaje mayor de riesgo de la enfermedad en general. Los expertos dicen que es casi seguro
que haya factores adicionales, porque la gran mayoría de las mujeres con SOP tienen hijos que no desarrollan
autismo. “Para cualquier mujer con SOP, esto no significa que su hijo será autista”, concuerda Gardner. “Solo significa
que el riesgo de este trastorno es relativamente un poco mayor”. De su parte, espera que el estudio cree conciencia
entre las mujeres con SOP sin causar alarma o estrés.
Los investigadores no se atreven a ofrecer una intervención clínica por el momento, aunque Gardner dice que su
grupo está interesado en usar los datos poblacionales para comparar la prevalencia de TEA en los niños nacidos de
mujeres que han recibido o no tratamiento farmacéutico para el SOP. Y debido a que la asociación que se describe en
el estudio sueco pareció más pronunciada en los pacientes con SOP que tenían sobrepeso durante el embarazo, la
experta sugiere que las mujeres que tienen esta condición pueden beneficiarse de hacer un esfuerzo extra para
mantener un peso saludable antes y durante el embarazo.
Finalmente, tanto Gardner como Baron-Cohen señalan que el vínculo entre el SOP y los TEA puede ayudar a
identificar a los niños más propensos a estos trastornos, quienes podrían beneficiarse de intervenciones tempranas.
http://www.scientificamerican.com/espanol/noticias/nuevo-factor-de-riesgo-de-autismo-madres-con-ovarios-poliquisticos/?WT.mc_id=SAES_ESPWKLY_20160106
El uso de antidepresivos se relaciona con un mayor riesgo de trastorno del espectro autista (TEA) en los futuros niños,
especialmente, los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, frecuentemente prescritos para los
trastornos de ansiedad o trastornos obsesivo-compulsivos.
Así lo recoge un estudio, publicado hoy en la revista JAMA Pediatrics y liderado por investigadores de la Universidad
de Montreal (Canadá), en el que se han analizado 145.456 niños desde el momento de su concepción hasta los diez
años.
Hasta ahora, pocos trabajos han analizado el efecto del uso de antidepresivos durante el embarazo sobre el riesgo en
niños de TEA, un conjunto de alteraciones que afectan al desarrollo cognitivo infantil.
Entre los resultados obtenidos se destaca que el uso de antidepresivos durante los dos últimos trimestres del
embarazo se asoció con un 87% más de TEA que el observado sin pastillas, mientras que no se hubo ninguna
asociación con el uso de estos fármacos durante el primer trimestre o en el año previo al embarazo.
De todos los infantes, 1.054 (un 0,72%) fueron diagnosticados de TEA; la edad media del primer diagnóstico fue de
4,6 años y la edad promedio de los niños al final del seguimiento fue de 6,2 años. El número de varones con
trastornos del espectro autista fue cuatro veces superior al de las niñas.
“Las causas del autismo siguen sin estar claras, pero los estudios han demostrado que tanto la genética como el
medio ambiente pueden intervenir”, explica Anick Bérard, autora principal e investigadora de la universidad
canadiense. “Tomar antidepresivos durante el segundo o tercer trimestre casi duplica el riesgo de que el niño vaya a
ser diagnosticado a los siete años”.
Bérard y sus colegas trabajaron con datos de la cohorte de embarazos de Quebec entre enero de 1998 y diciembre de
2009. Para los autores, “una mejor comprensión de los efectos a largo plazo de los antidepresivos en el desarrollo
neurológico de los niños cuando se utilizan durante la gestación es una prioridad de salud pública”.
“Es biológicamente posible que los antidepresivos causen autismo si se utilizan en el momento del desarrollo cerebral
en el útero, ya que la serotonina está implicada en numerosos procesos del desarrollo pre y posnatal, como la división
y la diferenciación celular y la sinaptogénesis [la creación de vínculos entre las células del cerebro]”, añade Bérard.
Los autores aclaran que existen ciertas limitaciones del estudio, como las cifras de prescripción. Los datos pueden no
reflejar el consumo real, y tampoco contenían ninguna información sobre el estilo de vida de las madres.
“Se necesita más investigación para evaluar específicamente el riesgo de TEA asociada con los tipos y dosis de
antidepresivos durante el embarazo”, concluye el estudio.
Del 6 al 10% de las mujeres embarazadas recibe tratamiento para la depresión. La prevalencia del autismo entre los
niños ha aumentado de 4 de cada 10.000 niños en 1966 a 100 de cada 10.000 en la actualidad. Mientras que el
aumento se puede atribuir a mejores criterios de detección y diagnóstico, los expertos creen que también intervienen
los factores ambientales.
La Organización Mundial de la Salud afirma que la depresión será la segunda causa de muerte en 2020, lo que para
los investigadores supone una alta probabilidad de que los antidepresivos continúen ampliamente prescritos, incluso
durante el embarazo.
http://www.scientificamerican.com/espanol/noticias/tomar-antidepresivos-durante-el-embarazo-aumenta-el-riesgo-de-autismo/
El premio Nobel de medicina, Jean Luc Montagnier, dijo que el autismo sería causado por una bacteria
El prestigioso científico también fue distinguido por la Universidad Nacional de Cuyo con el Doctorado Honoris Causa.
Por Carina Luz Pérez Viernes, 19 de abril de 2013 perez.carina@diariouno.net.ar
“El autismo es la nueva epidemia”, expresó el premio Nobel Jean Luc Montagnier y dejó atónitos a los 600 asistentes
reunidos en el auditorio de OSDE el miércoles por la noche cuando ofreció su conferencia sobre lo que él considera los
nuevos enfoques de la medicina del futuro.
Es que para este científico existe una relación directa entre algunas bacterias intestinales y el trastorno de espectro
autista (TEA), porque quienes lo padecen tienen un intestino más débil y dichas bacterias terminan afectando el
cerebro.
Montagnier detalló cómo fue desarrollando su descubrimiento: notó que en niños con autismo había un alto
porcentaje de bacterias intestinales que estaban prácticamente ausentes en niños normales, del mismo modo que
observó hechos similares en casos de adultos que sufren Alzheimer.
En un estudio de 200 casos el científico aplicó una serie de antibióticos específicos para combatir a esas bacterias y si
bien no está terminado el experimento los primeros resultados indicaron que los niños mostraron mejorías
importantes en su interacción con el medio.
En definitiva, si quien logró desentrañar al virus del sida en 1983 logra profundizar su investigación más reciente,
podría cambiar el concepto mismo sobre el autismo –hoy considerado un conjunto de trastornos neurológicos– en una
enfermedad infecciosa. Aunque aclaró que una cura está aún lejana.
El estrés oxidativo
La base del trabajo de Montagnier es encontrar el modo de contrarrestar el estrés oxidativo, biológico no psicológico.
En este sentido explicó que existen muchos factores ambientales como el intercambio de bacterias por los viajes, cada
vez más sencillos entre diversos sitios del mundo, el problema de la contaminación del agua y de los alimentos,
debido a la industrialización de los cultivos con el uso de agroquímicos, el cambio climático, la irradiación
electromagnética que producen los celulares y el creciente avance del hombre sobre zonas salvajes, que influyen de
manera conjunta en el metabolismo de los seres humanos, enfermándolos.
Por esto, además de pedir políticas públicas preventivas, para Montagnier es clave trabajar para disminuir el estrés
oxidativo, que no es otra cosa que controlar los desequilibrios a nivel celular cuando el cuerpo trabaja para oxigenarse
y desintoxicarse a diario.
El estrés oxidativo patológico es causante de muchas enfermedades degenerativas como el Alzheimer, el cáncer y el
mal de Parkinson.
“Somos una especie exitosa, somos organismos complejos pero frágiles, que convivimos con muchos parásitos, como
las bacterias en la piel, en las mucosas, la boca, las cuales fueron evolucionando, cambiando según el estilo de vida
que cada persona tiene, produciendo diferentes enfermedades. Estas bacterias son adaptables a pesar del sistema
inmunológico, capaces de persistir en el cuerpo estando de forma latente”, indicó.
Entonces la pregunta era cómo combatirlos si están “ocultos” en el sistema inmunológico, para lo cual están
desarrollando varias líneas de análisis, entre las cuales las más avanzadas son aquellas que señalan que las bacterias
se “esconden” en algunos tejidos, como los glóbulos rojos.
El futuro inmediato
Existen algunos aspectos de la vida cotidiana que es fundamental observar en el futuro, tales como la prevención y la
predicción de patologías que hoy se presentan como epidémicas.
No sólo las transmisibles virales o bacterianas, sino algunas otras crónicas como la demencia senil. En este caso se
podrá predecir su aparición o incidencia en determinadas poblaciones.
Según Montagnier, hoy existen enfermedades devastadoras que están aumentando su incidencia y por esto mismo
mostró algunos caminos posibles para su prevención y tratamiento, reflejando en su conferencia una mirada muy
esperanzadora sobre el corrimiento de algunos límites del trabajo científico actual que podrá alargar la expectativa de
vida de la humanidad.
En su exposición Luc Montagnier dejó entrever que está trabajando con su equipo en algo muy importante que puede
ser igual o más trascendente que el descubrimiento del VIH, pero dijo que no podía adelantar nada por el momento.
¿Es la mala salud intestinal la causa del autismo y otras patologías neurológicas?
La Medicina hizo suyo hace ya siglos el aforismo del poeta romano Décimo Junio Juvenal quien en el siglo I,
convencido de que la mayoría de las patologías están relacionadas con la alimentación, escribió aquello de mens sana
in corpore sano vinculándolo incluso al estado de nuestro comportamiento emocional y psicológico. Pues bien, hoy
hay razones sólidas para mantener que efectivamente muchas de las patologías neurológicas se deben a un sistema
digestivo en malas condiciones. Siendo vital la flora bacteriana y su frágil equilibrio dadas las agresiones dietéticas y
los compuestos químicos tóxicos que constantemente ingerimos, especialmente antibióticos. Es entre otros el caso del
autismo donde la relación con lo que comemos parece evidente pero también pasa en la esquizofrenia, la depresión,
la hiperactividad, el trastorno bipolar, la epilepsia, la dislexia… Lo explicamos. DS Número 145 - Enero 2012
“Todas las enfermedades se generan en el intestino” Hipócrates (460-370 AC)
Entre las especialidades médicas hay algunas que podrían considerarse “súper-especialidades” que hasta cierto punto
se podrían entender como disciplinas independientes de la Medicina; hoy, por ejemplo, la Odontología es una carrera
que se estudia de forma independiente a la de Medicina y a nadie se le ocurriría ir al dentista si lo que siente es un
fuerte y punzante dolor en la región del apéndice. Pues bien, la Psiquiatría, aunque es una especialidad médica que se
estudia en los años finales de la carrera de Medicina requiere que los futuros profesionales vayan focalizando su
estudio en el sistema nervioso y el cerebro lo que la distancia del resto de la fisiología al punto de que más tarde,
durante el transcurso de la práctica profesional, sus conocimientos sobre el resto del organismo van diluyéndose con
los años.
Por eso cuando un psiquiatra examina a un niño autista se centra en los aspectos genéticos, en los antecedentes
familiares y en los rasgos conductuales; es decir, básicamente en su sistema nervioso y en su mente. Y ni se le ocurre
preguntar a los padres sobre la función intestinal de sus hijos probablemente porque en sus años de formación ningún
profesor le explicó que puede haber relación entre el autismo y las vísceras.
Sin embargo hay miles de artículos en la literatura científica médica que relacionan problemas conductuales y
anomalías psíquicas con patologías digestivas. Tanto C. Pfeiffer como A. Hoffer, considerados los “padres” de la
Medicina Ortomolecular, han efectuado de hecho decenas de estudios que demuestran la relación existente entre la
salud intestinal y las enfermedades mentales. Y eso que la mayoría de los psiquiatras prescriben millones de
antidepresivos, pastillas para dormir y otras drogas que llevan sus principios activos hasta el cerebro a través del
sistema digestivo. En todo caso en este artículo hablaremos más de lo que debe enmendarse que de lo que debe
administrarse.
LA PANDEMIA DEL AUTISMO
Para empezar debemos decir que el autismo o, más bien, las denominadas Enfermedades del Espectro Autista
constituyen en estos momentos una auténtica ceremonia de la confusión. Según la “biblia” psiquiátrica -elDMS-IV–
hay que diferenciar tres tipos: los Autistas (stricto sensu), los que tienen Síndrome de Asperger y los que sufren de
unTrastorno generalizado del desarrollo. Y hasta mediados del siglo XX fue una dolencia rara y escasa como
demuestra el hecho de que el término autista no se acuñó hasta 1919 no siendo establecida su sintomatología
característica hasta la descripción de los once casos que publicó en 1943 el Dr. L. Kanner.
Por otra parte, al igual que la definición de autismo, las estadísticas epidemiológicas son enormemente confusas.
Algunos países carecen de datos en tanto que en otros son tan recientes que no permiten hacer comparaciones.
También hay países que dan datos fragmentados; por ejemplo, separando a partir de un determinado año a los
autistas menores de 5 años o a los mayores de 3 años del resto. Otros cambian a partir de una fecha el criterio de
clasificación y lo que antes eran autistas ahora se dividen en casos de niños con Espectro Autista de aquellos que
manifiestan Síndrome de Asperger.
En cualquier caso lo que está claro es que lo que era un trastorno poco frecuente comenzó a aumentar
aceleradamente a partir de 1960 y, sospechosamente, coincide con la época en que los antibióticos empezaron a
utilizarse de forma universal y abusiva (como todos sabemos los médicos recetaron antibióticos durante décadas
hasta para tratar gripes cuando éstas las provocan virus y no bacterias). Y es éste probablemente el factor más
importante en el actual crecimiento exponencial del autismo pues hasta aquel año en los países industrializados el
autismo apenas afectaba a 1 de cada 10.000 niños y a partir de entonces la cifra aumentaría espectacularmente. En
Estados Unidos –donde las cifras estadísticas suelen ser fiables- se pasó por ejemplo de un caso de autismo por cada
1.000 niños en 1990 a cinco por cada 1.000 en el 2007. Lo que significa que en ese país nace hoy un niño autista ¡por
cada 200 nacimientos! Y cifras similares –en realidad aún más graves- se registran en el Reino Unido donde hoy nace
un niño autista de cada 150 nacimientos y en Suecia donde la tasa es de uno por cada 141.
Lo absurdo es que los médicos no admiten este brutal e inexplicable aumento. Prefieren alegar que es que ahora se
diagnostican casos que antes no se detectaban. ¡Como si los padres de los niños autistas de hace 30 o 40 años no se
dieran cuenta de las conductas anómalas de sus hijos!
De ahí que para algunos expertos la actual confusión epidemiológica, estadística y de nomenclatura tenga una clara
justificación: el interés de los laboratorios farmacéuticos que quieren evitar toda sospecha de relación entre el reciente
incremento del autismo y las campañas universales de vacunación infantil; algo sobre lo que incidiremos más
adelante.
EL AUTISMO Y LOS PROBLEMAS DIGESTIVOS
En su libro El Síndrome Intestinal y la Psicología (Gut and Psychology Syndrome) la Dra. N. Campbell-McBride hace
un compendio de las más recientes investigaciones sobre la relación entre las disfunciones intestinales y las
alteraciones mentales en general pues si bien la mayoría de los estudios se centraron en el autismo también se han
hecho numerosas indagaciones y trabajos experimentales sobre muy distintos problemas neurológicos: esquizofrenia,
depresión, TDAH, trastorno bipolar, epilepsia, dislexia y otros. Pues bien, esta doctora dedicó varios años de su vida
profesional a tratar niños autistas y nunca encontró un solo caso –y atendió a centenares de autistas- que no tuviera
problemas digestivos. Algo que muchos otros médicos e investigadores comprobarían después: siempre hay anomalías
intestinales cuando se sufre autismo.
Asimismo se ha constatado que los niños autistas manifiestan casi siempre otras dolencias paralelamente a su
problema neurológico: alergias, asma, eczemas… Anomalías que también hoy se relacionan ya con problemas en el
aparato digestivo. De hecho los autistas suelen sufrir cólicos, diarreas, gases, estreñimiento, alternancia de diarreas y
estreñimiento -acompañadas de heces con alimentos sin digerir-, anorexia, etc. Algo que muchos padres y médicos
ignoran porque el autista tiene dificultad para comunicar sus molestias y a veces su forma de expresión se traduce en
negarse a comer, posturas extrañas, pánico nocturno, auto-mutilación y reacciones similares.
El pasado verano esta revista publicaba en el nº 140 una noticia dando cuenta de que un equipo de investigación
dirigido por Stephen Collins –profesor de la Michael G. DeGroote School of Medicine en la Universidad McMaster de
Canadá- afirmaba haber constatado mediante un trabajo realizado en el Farncombe Family Digestive Health Research
Institute que acababa de publicarse en Gastroenterology que las bacterias intestinales influyen en la química
del cerebro y, por tanto, en nuestro comportamiento. Al menos así había ocurrido con ratones al
desequilibrarles su flora intestinal sugiriendo ello que un contenido bacteriano anómalo en el intestino puede ser
causa de algunos trastornos del comportamiento resaltando la importancia que puede tener tratarlos reequilibrando
la flora intestinal; por ejemplo, con prebióticos y probióticos. Claro que otros trabajos ya habían asociado antes la
ansiedad y la depresión con las gastritis, las úlceras, la pesadez de estómago tras comer, la hinchazón, el dolor en la
boca del estómago, el reflujo gastroesofágico y el síndrome de intestino irritable. Bueno, pues según los mencionados
investigadores todo indica que el problema es mayor cuando ese desequilibrio lo causa la ingesta de antibióticos
porque para desestabilizar la flora intestinal a los ratones se les dio oralmente durante siete días una combinación de
tres microbicidas: neomicina, bacitracina y pimaricina. ¿El resultado? Entre otros problemas se constató un incremento
del Factor neurotrópico derivado del cerebro (BDNF), proteína presente en el hipocampo, la corteza cerebral y el
cerebelo cuyo exceso afecta negativamente a la memoria y la motivación además de provocar ansiedad y depresión.
Además en cuanto dejó de darse antibióticos a los ratones y su flora intestinal se recompuso el comportamiento volvió
a ser normal. Algo muy significativo.
EL INTESTINO ES BACTERIANO Y LOS ANTIBIÓTICOS AGREDEN ESE HÁBITAT
Y es que aunque poca gente lo entiende en nuestro cuerpo hay ¡diez veces más bacterias que células! Proporción que
en el intestino es ¡100 veces superior! Así que “nuestro intestino” es más bien “el intestino de las bacterias”. De ahí
que lo más correcto sea hablar de un “ecosistema bacteriano” que vive en simbiosis con nosotros. En suma, nuestro
tejido intestinal aporta a las bacterias el sustrato celular que les permite desarrollarse y a cambio ellas contribuyen a
extraer nutrientes vitales -desde vitaminas hasta aminoácidos- para nuestra supervivencia. Algo que no es casual sino
el resultado de millones de años de evolución. Y tampoco excepcional ya que la flora bacteriana cumple las mismas
funciones vitales en todos los mamíferos, especialmente en todos los animales superiores. Se trata pues de un mundo
muy bien organizado y de capital importancia para la salud.
Ahora bien, la flora bacteriana albergada por los seres humanos es fruto de un millón de años de evolución de los
homínidos y deriva de una dieta alimenticia muy distinta de la actual. El primer cambio tuvo lugar hace 10.000 años
cuando en la dieta empezaron a predominar los cereales y los alimentos cocidos o alterados por el fuego. Cambio
sustancial en los nutrientes que llegaban desde nuestra boca hasta el ecosistema bacteriano digestivo que forzó a éste
a cambiar a su vez favoreciendo el desarrollo de determinadas colonias bacterianas que antes estaban en minoría y
perjudicando a otras que antes eran las más acomodadas a la dieta paleolítica.
Empero, el cambio más brutal y radical en la dieta es el que estamos viviendo desde hace apenas unas décadas. En el
transcurso de dos o tres generaciones hemos pasado de un régimen en el que predominaban los alimentos frescos a
una alimentación moderna plagada de azúcar (el azúcar se inventó en el siglo XIII pero no fue accesible para la
mayoría de los humanos hasta principios del siglo XX), grasas hidrogenadas o desnaturalizadas (obtenidas por
destilación a altas temperaturas), harinas refinadas y toda una suerte de alimentos que han sido desvitalizados al ser
procesados industrialmente. Para colmo durante ese mismo período se ha universalizado el uso de los antibióticos, los
grandes exterminadores de bacterias; y no solo los de uso médico individualizado sino los que emplea la industria
alimentaria.
Obviamente las consecuencias del impacto sobre una flora intestinal– ya tocada por los últimos 10.000 años- de tanto
alimento cocido y desnaturalizado han sido enormes. Los doctoresS. Falkow y M. J. Blaser -especialistas en el
estudio del Microbioma humano- señalan que ese cambio tan dramático permite de hecho explicar la aparición de
numerosas de las patologías que con carácter epidémico han aparecido en los últimos 50 años.
Para hacernos una idea de lo delicado que es el equilibrio de la flora bacteriana debemos recordar que ésta es tan
característica de una persona como su huella digital. En un estudio dirigido por el equipo de la doctora E. K. Costello
-que se hizo hace dos años sobre un grupo de 124 personas- se observó que a pesar de que todas ellas tenían 57
especies de bacterias comunes la proporción de las mismas en cada persona era distinta; con diferencias de hasta el
100%.
Es más, los doctores P. Eckburg y D. Relman -de la Escuela Universitaria de Medicina de Stanford en California
(EEUU)-sacaron muestras de la mucosa en distintos puntos del tracto intestinal de tres personas sanas y después de
analizar unas 13.000 secuencias de ADN ribosómico correspondientes a la flora bacteriana de las tres se encontraron
con la sorpresa de que además de las 151 especies microbianas que suelen encontrarse en el intestino había ¡244
especies desconocidas hasta entonces! Las variaciones poblacionales son pues tan enormes que ambos opinan que la
flora bacteriana no solo es característica de cada individuo sino que además puede reflejar sus pautas alimenticias de
los últimos años indicando hasta por dónde ha viajado y qué antibióticos ha ingerido. No cabe duda pues de que
desde el punto de la medicina legal y forense las bacterias intestinales se pueden transformar en celosas
“colaboradoras” en las investigaciones policiales de sospechosos…
UN SISTEMA INTESTINAL SANO
Cabe añadir que aunque se habla mucho de la importancia de los probióticos y prebióticos nuestra flora bacteriana no
se conoce aún bien pues recién ahora se está empezando a descubrir la relación que hay entre la presencia de
colonias de bacterias benéficas y las que son claramente patógenas y causantes de disfunciones intestinales. En todo
caso se dice que se sufre de disbiosis cuando las bacterias patógenas dominan pudiendo ese desequilibrio ser causa
de muchas patologías, desde las clásicas inflamaciones intestinales hasta enfermedades autoinmunes. Y, por
supuesto, trastornos nerviosos y psíquicos.
Todo indica en cualquier caso que en nuestro intestino habitan unas 1.000 especies de bacterias distintas, parte de las
cuales integran una flora benéfica -bifidobacterias, lactobacterias, propionobacterias y algunas cepas de E. coli, etc.,-
porque nos proporcionan nutrientes y aportan energía y equilibrio al epitelio intestinal además de producir sustancias
que ayudan al sistema inmune a actuar contra los patógenos (desde volátiles antifúngicos hasta compuestos
antivirales) y a neutralizar muy diversas toxinas como los nitritos, índoles, etc., procedentes de los alimentos o del
metabolismo digestivo de los mismos y otra que se considera flora patógena y está formada principalmente por
bacterioides, estafilococos, estreptococos, el grupo de los clostridium, el grupo de los proteus, hongos o mohos y
otros microorganismos potencialmente dañinos.
Y obviamente la salud se logra cuando hay equilibrio entre ambas floras. Porque cuando la flora benéfica predomina y
controla a la flora patógena el intestino –y, por ende, nuestro cuerpo- estará sano pero si son los patógenos los que
dominan el ecosistema intestinal entraremos en esa condición que hoy conocemos como disbiosis que favorece el
desarrollo de todo tipo de patologías. No se trata pues de eliminar la considerada flora patógena porque ésta cumple
también una función saludable cuando se encuentra controlada por la benéfica ya que algunos de sus productos
metabólicos son útiles para las células (siempre que no se produzcan en exceso).
En todo caso una de las funciones primordiales de la flora benéfica es el mantenimiento del epitelio intestinal pues son
ya numerosas las investigaciones que demuestran que la salud de los enterocitos -células de la pared intestinal- está
íntimamente relacionada con esas bacterias.
LA FLORA PATÓGENA Y EL INTESTINO PERMEABLE
Las consecuencias del desarrollo exagerado de flora patógena frente a una escasa flora benéfica para nuestra salud
son tremendas. Por una parte porque las vellosidades y enterocitos de las paredes intestinales no se renuevan de
forma constante como ocurre en un intestino sano y ello provoca un déficit de las enzimas necesarias para completar
el proceso digestivo. Y, por otra, porque esa debilidad sumada a la acción de la flora patógena abre poros en la pared
intestinal permitiendo que tanto las bacterias patógenas como diversas toxinas y péptidos no digeridos a causa de una
digestión incompleta puedan llegar al flujo sanguíneo extraintestinal lo que puede tener dos consecuencias
especialmente negativas:
a) las sustancias tóxicas indeseables que llegan a la sangre pueden llegar hasta el cerebro.
b) los péptidos no digeridos pueden desencadenar una reacción indeseable del sistema inmunitario que puede
tomarlos por antígenos y atacar incluso a los propios tejidos del organismo dando lugar a lo que conocemos como
patología autoinmune.
LOS ANTIBIÓTICOS SON LOS PRIMEROS CULPABLES…
El caso es que el empleo de antibióticos se universalizó de tal modo que su producción mundial pasó de unas cien
toneladas en 1950 a casi medio millón en la actualidad. Y tal producción equivale a una dosis diaria para 700
millones de personas. Una verdadera salvajada.
Bueno, pues es hora de denunciar que la extensión progresiva del uso de antibióticos coincide con el ascenso de
casos de autismo (aunque también con el uso de las vacunas). Antibióticos que tienen un efecto doblemente nefasto:
además de destruir bacterias de la flora benéfica permiten el desarrollo de bacterias y mohos de la flora patógena -
entre ellos las cándidas- ya que en su gran mayoría son resistentes a los mismos.
Y es que la mayoría de la sociedad ignora que las penicilinas (Amoxicilina, Ampicilina, Azlocilina, Carbenicilina,
Cloxacilina, Dicloxacilina, Flucloxacilina, Mezlocilina, Meticilina, Nafcilina, Oxacilina, Penicilina, Piperacilina y Ticarcilina)
destruyen la mayor parte de la flora benéfica -especialmente las colonias de bifidobacterias y lactobacilos- y favorecen
la migración de patógenos –como los estreptococos, estafilococos y proteus- desde el colon hacia el intestino delgado,
que lastetraciclinas (Demeclociclina, Doxiciclina, Minociclina, Oxitetraciclina y Tetraciclina ) estimulan a los estafilococos
y a los clostridia favoreciendo el desarrollo de las cándidas y alterando las proteínas de la mucosa y que
losaminoglicosidos (Amikacina, Gentamicina, Kanamicina, Neomicina, Netilmicina, Estreptomicina, Tobramicina y
Paromomicina) hacen disminuir las cepas de E. coli beneficiosas favoreciendo a las cepas patógenas. Sin olvidar que
otras muchas clases de antibióticos –Ansamicinas, Carbacefem, Carbapenem, Cefalosporinas, Glicopéptidos,
Glicopéptidos, Monobactámicos, Polipéptidos, Quinolonas, Sulfonamidas, etc.- atacan igualmente la flora benéfica
potenciando la flora patógena.
Y otro tanto cabe decir de los antifúngicos y de los esteroides. Luego dado el uso y abuso actual de antibióticos,
antifúngicos y esteroides, ¿cómo no van a estar detrás de muchas de las patologías que hoy sufrimos los humanos?
…PERO NO SON LOS ÚNICOS
A lo dicho hay que añadir que la alimentación moderna rica en azúcares, harinas refinadas, grasas “trans”, grasas
animales, grasas vegetales obtenidas por procesos de destilación a altas temperaturas o por medio de disolventes
tóxicos, productos industriales desvitalizados, proteínas desnaturalizadas por las altas temperaturas, la ingesta de
leche animal y otros alimentos líquidos pasteurizados, el alcohol y los modernos aditivos alimentarios -conservantes,
colorantes, aromatizantes, espesantes, acidulantes, edulcorantes, potenciadores del sabor y otras sustancias- son
desfavorables para la nutrición y desarrollo de la flora benéfica favoreciendo la expansión de las colonias de flora
patógena, especialmente de los estreptococos, los estafilococos, el grupo de los Clostridia, las cándidas y varios
parásitos peligrosos.
Viéndose afectadas sobre todo a consecuencia del predominio de la flora patógena las mucosas, vellosidades y
epitelios intestinales así como las funciones digestiva e inmunitaria lo que favorece la inflamación, la formación de
abscesos y las ulceraciones lo que muchas veces agrava la recomendación de seguir una dieta rica en fibras
insolubles que irritan todavía más el intestino.
LOS AGENTES QUE CAUSAN EL AUTISMO AL ACTUAR SOBRE UNA FLORA INTESTINAL ENFERMA
Ahora bien, ¿qué sustancias son las que se han relacionado concretamente con las llamadas enfermedades del
espectro autista? Pues son éstas:
1. Las proteínas de la leche y del trigo.
Las proteínas que ingerimos empiezan a transformarse en péptidos en el estómago convirtiéndose luego en
aminoácidos por acción de las enzimas peptidasas que liberan los enterocitos intestinales, algo que en un intestino en
el que predomina la flora patógena no se logra por completo. Pues bien, cuando eso sucede esos péptidos no
suficientemente metabolizados -es decir, sin digerir por completo- puede pasar a la sangre al ser más permeables las
paredes intestinales y provocar distintas reacciones negativas en el organismo. Siendo éstas especialmente virulentas
en el caso de los péptidos de la leche y el trigo que son de tipo opiáceo. Conociéndose a esos péptidos opiáceos como
casiomorfinas en el caso de la leche y como gluteomorfinas en el del trigo.
Pues bien, el Dr. P. Shattock constató que al unirse las gluteomorfinas del trigo a los receptores neuronales de
opiáceos del sistema nervioso se producen alteraciones en el estado de ánimo y en la conducta; entre otras razones
porque inhiben la secreción de la hormona oxitocina. Observándose posteriormente en ensayos realizados con niños
autistas que al menos la mitad tenía efectivamente bajos niveles de oxitocina en sangre y muchos mejoraban si la
inhalaban.
El Dr. A. Friedmann observaría por su parte que en la orina de los niños autistas hay un marcado déficit de una
enzima, la dipeptidil peptidasa iv (DPPIV), que es precisamente la que metaboliza los péptidos opiáceos (situación que
es por cierto característica igualmente entre las personas con déficit de flora benéfica y abundante flora patógena).
Cabe agregar que en la mayoría de los análisis de orina de niños autistas se han detectado asimismo cantidades
anómalas de ambas morfinas lo que explica el éxito parcial de las dietas denominadas “no gluten-no caseína” y “no
leche–no cereales” dado que al eliminarse la ingesta de gluten y caseína no pueden formarse esos péptidos opiáceos
derivados.
Ahora bien, una vez manifestado el problema la eliminación del trigo, la leche y sus derivados no suele ser suficiente
ya que puede haber también otras sustancias neurotóxicas en el cerebro. De hecho el mismo Dr. Friedmann encontró
también en el suero y en la orina de muchos niños autistasdermorfina, un neurotóxico 50 veces más potente que la
morfina característico de las “ranas de dardo dorado” y considerado el veneno más activo entre los animales
terrestres que afecta a la musculatura del aparato digestivo provocando espasmos y dolores gastrointestinales -
síntomas que son igualmente típicos de los autistas- e inhibe la secreción de los ácidos gástricos -lo que explica la
presencia de alimentos sin digerir y las largas cadenas de péptidos que pasan al intestino entre los autistas-. Y es lo
que explica en algunos casos el éxito parcial de las terapias -no reconocidas oficialmente- con secretina, hormona que
estimula la secreción de jugos gástricos.
Agregaremos finalmente que por eso es a veces igualmente útil la administración a los autistas de naloxona ya que se
trata de un antagonista de los opiáceos que inhibe la acción de éstos sobre los receptores de las neuronas cerebrales.
2. La histamina y las otras aminas.
Cuando el aparato digestivo metaboliza los aminoácidos las bacterias patógenas pueden producir gran cantidad de
aminas; siendo una de ellas, la histamina, importante neurotransmisor que el cuerpo produce naturalmente ya que
cumple funciones vitales. Sin embargo cuando la cantidad es excesiva puede aparecer una intolerancia e incluso una
alergia alimentaria así como esquizofrenia o depresión. Especialmente cuando la histamina pasa a la sangre, condición
que se denomina histadelia y es precisamente característica de muchos pacientes con autismo. Por eso algunos
psiquiatras tratan con antihistamínicos a los autistas a fin de paliar sus síntomas.
Ahora bien, hay otras aminas -como la tiramina y la dimetilamina– que también son producidas en el intestino por la
flora patógena y pueden causar anomalías cognitivas si llegan al cerebro por vía sanguínea. Luego deben tenerse en
cuenta todas ellas.
3. El alcohol y el acetaldehído. ¿Autistas o ebrios?
Las personas sanas digieren los glúcidos transformándolos en glucosa que pasa a la sangre para alimentar a las
células pero los que tienen una flora intestinal con predominio de patógenos y alterada con abundante cándidas y
otros fermentos lo que hacen en buena medida es captar la glucosa y transformarla en alcohol y acetaldehído. Por eso
muchas personas se sienten “embriagadas” después de comer: se debe al alcohol generado por las cándidas. Es más,
hay personas que hasta desarrollan síntomas de alcoholismo sin haber bebido nada de alcohol. Y hoy se sabe que el
alcohol disminuye la secreción gástrica y ello afecta a la secretina -hormona que activa al páncreas para que segregue
las enzimas digestivas- y al hígado -disminuyendo su capacidad de eliminación de los neurotransmisores ya obsoletos-
. En cuanto a los efectos sobre el cerebro son ampliamente conocidos: pérdida de autocontrol, falta de coordinación y
concentración, irritabilidad, dificultades en el habla… ¡Todos ellos síntomas que caracterizan la conducta autista!
Siendo el más tóxico de los subproductos que aparecen tras la metabolización de alcohol el acetaldehído que tiene la
propiedad de alterar la estructura de las proteínas -en especial de las enzimas-, hormonas y neurotransmisores
alterando todo el organismo. Y es obvio que esto puede también relacionarse con los síntomas autistas. Además se
piensa que las proteínas alteradas por el acetaldehído provocan la reacción del sistema inmunitario que las identifica
como antígenos y luego confunde esas proteínas alteradas con nuestras propias proteínas atacándolas en los tejidos y
generando las llamadas “enfermedades autoinmunes”. Por otra parte el acetaldehído impide la activación de varias
vitaminas, en especial la B1 y la B6, fundamentales para la síntesis de neurotransmisores.
4. La colonización por cándidas.
En suma, la colonización excesiva del intestino por cándidas es la principal causa del exceso de alcohol y acetaldehído
pero es que además se trata de un moho que tiene más implicaciones con el autismo. Una de las fundamentales que
es capaz de extender sus hifas atravesando la barrera intestinal y así facilitar el paso de las toxinas y péptidos no
metabolizados al torrente sanguíneo. Por eso la Cándida Albicans ha merecido ya centenares de artículos científicos. Y
sin embargo no es un hongo preocupante cuando se mantiene la flora intestinal sana pues las bacterias beneficiosas
se encargan de evitar su proliferación.
5. El problema de los Clostridia.
Las bacterias Clostridia -y sus productos metabólicos- son difíciles de estudiar debido a que por su carácter anaeróbico
solo es posible cultivarlas en ambientes sin oxígeno; y actualmente se conocen unas 100 especies. Pues bien, diversos
estudios han confirmado su presencia en las heces de autistas, esquizofrénicos y personas con diversas neuralgias,
desde depresión hasta parálisis muscular. El profesor G. Gibson -de la Universidad de Reading (Reino Unido)-
encontró por ejemplo altas poblaciones en las heces de 150 niños autistas; y en otra investigación comparó las heces
de 60 niños autistas con las de sus hermanos no autistas encontrando que sólo había Clostridia entre los primeros.
Siendo éste un problema porque al ser los Clostridia resistentes a los antibióticos su población aumenta cada vez que
se toman antibióticos al morir muchas bacterias benéficas.
Y de su potencial peligrosidad da cuenta el hecho de que uno de ellos, el Clostridium tetani, produce una neurotoxina
que si llega a la sangre a través de una herida puede llevar directamente a la muerte. Pues bien, el Clostridium tetani
-al igual que las cándidas- puede vivir sin problemas en nuestro intestino siempre que su número este controlado por
la flora benéfica. Si en cambio predomina la flora patógena y se desarrolla un intestino permeable la neurotoxina
puede llegar a la sangre y desde ella a cualquier lugar del organismo.
Hay en cualquier caso más asociaciones. Porque los niños autistas tienen numerosos síntomas musculares parecidos a
los que padecen los infectados por tétanos. Y de hecho el Dr.W. Shaw -de los Laboratorios Great Plains– asegura
que los fármacos que combaten los Clostridia –como el metronidazol (Rhodogil) o la vancomicina-, tomados
conjuntamente, reducen los síntomas autistas. Eso sí, si se interrumpe la medicación los síntomas vuelven a
manifestarse. En todo caso dado que ambas drogas son tóxicas no es posible administrarlas hasta la desaparición
total de los Clostridia.
Debe apuntarse que además hay muchos otros Clostridia como el C. perfringes, el C. novyi y el C. septicum, todas
ellas bacterias productoras de neurotoxinas similares a la tetánica.
Otro de los efectos de los Clostridia es que su actividad disminuye la secreción de ácidos gástricos.Ahora bien, en las
personas sanas la transformación de las proteínas y péptidos en aminoácidos libres -para que no se formen péptidos
opiáceos- depende de la segregación de enzimas por el páncreas lo que está controlado por la hormona secretina
(junto con la secreción coetánea de la hormona colecistoquinina que actúa para liberar sales biliares desde la
vesícula). Pero para que estas hormonas se liberen es necesario que el bolo alimenticio venga cargado de ácido al
entrar en el duodeno cosa que no ocurre cuando los Clostridia han bloqueado la secreción de ácidos gástricos. Eso
explica el relativo éxito de la terapia con secretina.
6. Los problemas derivados de otros microorganismos.
La flora intestinal patógena no se limita en cualquier caso a los Clostridia y a las cándidas. Hay otros agentes poco
estudiados que pueden causar también cambios extraordinarios en el ecosistema intestinal y provocar diversos
síntomas neurológicos o una conducta autista. Entre ellos 22 especies de bacteroides -en especial los Bacteroides
fragilis y Bacteroides melaninogenicus- y las bacterias reductoras de sulfato (éstas últimas metabolizan los sulfatos de
las comidas y los transforman en sulfitos tóxicos que no solo generan neurotoxinas sino que además provocan una
carencia de azufre disponible para un metabolismo normal).
Es más, hoy se sabe que la mayoría de los autistas tienen problemas para eliminar los fenoles, compuestos presentes
en muchos alimentos. En las personas sanas el mecanismo de eliminación de los fenoles -y del salicilato- se consigue
mediante la acción de los sulfatos activados por la enzima fenol-sufuro-transferasa pero debido al déficit de éstos que
provoca la acción de los bacteroides los fenoles no se metabolizan produciéndose diversos efectos sobre el sistema
nervioso que son característicos del espectro autista. Lo que de nuevo explica los éxitos parciales que se logran con
algunos autistas al darse baños con Sales de Epson (sulfato de magnesio) o con algunos suplementos azufrados como
el MSM (Metil-Sulfonil-Metano).
7. La disminución de la respuesta inmune y el ataque autoinmune.
Debe saberse que las membranas de las bifidobacterias -que son mayoritarias en la flora benéfica– albergan un
proteoglicano llamado muramil dipeptido (MDP) que es fundamental para activar la formación de linfocitos
intestinales, productores de las inmunoglobulinas Ig -sobre todo IgA- que inactivan bacterias, virus, hongos y
parásitos patógenos. De ahí que si faltan esos linfocitos, como ocurre cuando en un intestino predomina la flora
patógena, el sistema inmunitario intestinal sea deficiente y se favorezca el incremento de las colonias de patógenos
creando un círculo vicioso de graves consecuencias para la salud. Y ello explica que los niños autistas sean proclives a
las enfermedades infecciosas; y, sobre todo, que su deprimido sistema inmunitario los haga tan sensibles al efecto de
los virus atenuados de las vacunas. Y, cómo no, de los metales pesados que hay en ellas.
Otra característica de la disbiosis intestinal -déficit de flora benéfica– es el desequilibrio entre los linfocitos Th1/Th2 ya
que ello provoca la hiperactividad de Th2 con la consecuencia de un sistema inmunitario que tiende a los ataques
autoinmunes. ¡Lo que también caracteriza a los niños autistas!
¿QUÉ HACER ENTONCES ANTE EL AUTISMO?
Suponemos que ante todo lo dicho habrá quedado meridianamente clara la relación entre salud intestinal y autismo.
El Dr. J. Nicholson, investigador del Departamento de Medicina Biomolecular del Imperial College (Londres), no
alberga al menos ninguna duda al respecto. Hablamos de un científico que lleva décadas estudiando los metabolitos
(compuestos químicos) producidos por las bacterias intestinales ya que piensa que en ellos puede estar de hecho la
clave de la salud tras observar que mientras la genética humana limita la producción de metabolitos a un máximo de
800 compuestos químicos distintos las más de 1.000 especies distintas de bacterias que habitan en nuestro intestino
pueden llegar a producir hasta un millón de moléculas diferentes. Según este investigador las bacterias benéficas nos
ayudan a absorber nutrientes y a luchar contra las bacterias y virus patógenos y cree que siempre será posible
vincular cualquier enfermedad con la actividad de alguna bacteria intestinal. A fin de cuentas no se sabe apenas nada
del millón de moléculas químicas producidas por las bacterias intestinales y muchas de ellas pueden tener efectos
sobre el sistema nervioso como es el caso del autismo.
Lo que en todo caso parece claro es que en el caso de un niño autista se debe actuar como mínimo en dos frentes:
por un lado someterlo a una dieta que excluya todos los cereales y productos lácteos para evitar la formación de
caseomorfinas y gluteomorfinas; y por otro administrar grandes dosis de probióticos ricos en bacterias beneficiosas
para regularizar la flora intestinal y que sea ésta la que se encargue de eliminar la flora patógena. Siendo aconsejable
como fundamentales medida de apoyo eliminar de la dieta el azúcar, los hidratos de carbono de alto índice glucémico
–especialmente los refinados- para evitar las cándidas, las grasas “trans”, los aditivos alimentarios –no se debería
ingerir ninguna comida preparada ni en conserva-, los alimentos fritos y cocinados a altas temperaturas –incluyendo
los microondas que deben ser desechados- y los fármacos –especialmente los antibióticos y las vacunas-. Siendo en
cambio aconsejable ingerir a diario enzimas proteolíticas y complementar la dieta con un complejo multivitamínico y
mineral, vitamina C –y no sólo por sus efecto antihistamínico aunque también- y un complejo extra de vitaminas del
grupo B, fundamentales para la síntesis de neurotransmisores.
Es imprescindible recuperar una flora intestinal benéfica.
No debemos olvidar que ya en el 2006 se publicó en New Scientist un estudio realizado por el ya citado profesor G.
Gibson que resultó ser tan exitoso que ¡se decidió darlo por terminado antes de completarse! En él se dividió a 40
niños autistas de entre 4 y 8 años en dos grupos dándose a uno de ellos un probiotico –Lactobacilus plantanum- y al
otro un placebo. Luego se pidió a los padres que apuntasen diariamente los cambios de conducta de sus hijos y al
poco tiempo los padres de los que estaban tomando el Lactobacilus plantanum notaron mejoras tan evidentes en las
conductas de sus hijos que cuando les tocó cambiar pasando los que tomaban el probiótico a tomar placebo y
viceversa éstos se negaron en redondo. No hubo por ello más remedio que suspender el estudio. Y en el colmo de la
estupidez los puristas decidieron considerarlo por eso “no válido”.
En cuanto a las vacunas y el autismo
En la actualidad se administran diversas vacunas a casi toda la población infantil –aunque en España ninguna vacuna
es obligatoria a pesar de que algunas autoridades y ciertos médicos se empeñen en decir lo contrario- y son cada vez
más las voces que consideran probable que en un importante porcentaje de casos la introducción en el organismo,
bien de un virus, de una bacteria –aunque sea atenuada- o de alguna de las sustancias con que se fabrican pueda dar
lugar a una desastrosa cascada negativa de eventos, especialmente si el sistema inmune no funciona bien. No debería
pues vacunarse tan alegre como inconscientemente a los niños y mucho menos a los que padecen alergias, asma,
eczemas o problemas digestivos. Ni a los niños -aunque no presenten síntoma alguno- cuyas madres hayan tenido
esos problemas o ingirieran antibióticos durante el embarazo o bien padezcan diabetes, depresión o complicaciones
psíquicas.
Son ya de hecho muchos los padres y profesionales de la salud que consideran que el autismo pueden producirlo las
vacunas, bien a causa del timerosal, bien por culpa de la Triple Vírica, bien por la vacuna DPT (vacuna trivalente para
la difteria, la tosferina y el tétanos). Aunque el hecho de que haya muchos niños autistas que no fueron vacunados
plantee la duda de si el problema no está tanto en la vacuna en sí como en a quién se le administra. Un problema que
se debe en parte a que los médicos siguen reconociendo que “no hay enfermedades sino enfermos” pero,
contradictoriamente, tienen catalogadas miles de “enfermedades” –la mayoría de causa o etiología desconocida- que
tratan con fármacos meramente sintomáticos o paliativos de forma uniforme. Y, sin embargo, para poder prevenir una
enfermedad o recuperar a cualquier enfermo hay que tener siempre en cuenta el “terreno” de cada persona, su
especial fisiología individual, siendo básico a ese respecto el estado de la flora intestinal y el sistema inmune. De
hecho hoy se sabe con certeza que, al igual que las improntas digitales, cada uno de los 7.000 millones de habitantes
del planeta tiene una flora intestinal única y característica y, consecuentemente, un sistema inmune individualizado
que le es propio. De ahí que los efectos de la introducción en el organismo de un virus, una bacteria, una toxina o un
principio activo no sea equiparable a toda la población, se trate de un sinsentido generalizar y no deje de ser esa
práctica tan arriesgada como poco inteligente.
Ya en la década de los años 90 del pasado siglo XX el Dr. A. Wakefield, gastroenterólogo del Royal Free Hospital de
Londres, publicó los resultados de varios estudios que mostraban cierta relación entre la Enfermedad de Crohn y el
sarampión. Posteriormente -en 1998- publicaría un nuevo estudio que evidenciaba las relaciones entre la Enfermedad
Inflamatoria Intestinal y el autismo. Y luego apuntaría que los virus atenuados de la vacuna conocida como Triple
Vírica podrían ser uno de los agentes causantes del autismo.
La simple posibilidad de que tuviese razón llevó a los laboratorios farmacéuticos implicados, al ver amenazados sus
intereses, a orquestar una cruzada contra él de tal calibre que pronto se vio forzado a renunciar tanto a su cargo en el
Instituto Nacional de la Salud de Reino Unido como a la cátedra del Royal Free Hospital trabajando desde entonces en
una organización caritativa estadounidense de Texas (EEUU)dirigiendo el centro Thoughtful House.
Sin embargo en los estudios realizados por el Dr. Wakefield se practicaron endoscopias a cientos de niños para
obtener muestras de nódulos linfáticos del intestino (Placas de Peyer) que es donde los linfocitos almacenan los
patógenos y células muertas para su eliminación -nódulos del sistema inmune que se inflaman cuando debido a una
infección hay sobreproducción de linfocitos para combatirla- y encontró en ellos -para su sorpresa- que el virus del
sarampión estaba presente en los niños en los que el autismo se manifestó tras recibir la vacuna Triple Vírica.
Otras anomalías intestinales que acompañan a los nódulos linfáticos inflamados son todo tipo de inflamaciones,
abscesos con pus, erosiones de mucosas, ulceraciones, etc. Siendo de destacar que muchas de estas anomalías
también se observan en el intestino de personas con la llamada Colitis ulcerosa, Enfermedad Inflamatoria Intestinal o
Enfermedad de Cröhn que de las tres maneras es conocida.
El error del Dr. Wakefield pudo haber sido pues otorgar todo el protagonismo al efecto de las vacunas -tanto a los
virus atenuados como a sus toxinas o a las sustancias agregadas como el timerosal o las sales de aluminio- cuando es
posible que éstas simplemente hayan activado o agravado una situación patológica previa derivada en realidad de la
ausencia de una flora intestinal beneficiosa.
Añadiremos para finalizar que el autismo no es la única patología infantil que ha alcanzado hoy proporciones
epidémicas y que son cada vez los niños que sufren asma, alergias, eczemas, diabetes o hiperactividad sin que esas
patologías afecten a sus hermanos. Patologías todas ellas que tienen un denominador.
Juan Carlos Mirre
http://madresguerreras.scoom.com/2010/03/03/curando-el-autismo-la-nueva-epidemia-del-siglo-xxi/
El autismo es reversible
Preciosa y conmovedora historia de unos padres que se enfrentan al autismo de su hijo con una actitud investigativa e
inconformista hasta dar con las razones causantes de la patología. Es una de esas historias donde la determinación y
el amor filial van perfilando las acciones hasta llegar a la meta que de alguna forma siempre estuvo en sus mentes:
revertir al autismo de su hijo de 15 meses.
“Cuando el psicólogo que estaba examinando a nuestro hijo de 18 meses nos dijo que ella creía que Miles tenía
Autismo, mi corazón comenzó a latir fuerte. No sabía lo que quería decir esa palabra exactamente, pero sabía que era
malo. ¿No era el autismo acaso un tipo de enfermedad mental, quizás esquizofrenia juvenil? Lo que es peor, yo
vagamente recordé haber oído decir que este trastorno era causado por traumas emocionales en la infancia. En un
instante, todas las ilusiones de seguridad en mi mundo parecían desvanecerse.
Nuestro pediatra nos había referido al psicólogo en Agosto de 1995 porque Miles no parecía comprender nada de lo
que le decíamos. El se había desarrollado de manera perfectamente normal hasta que cumplió los 15 meses, pero
después dejó de decir las palabras que había aprendido (vaca, gato, bailar) y comenzó a desaparecer dentro de sí
mismo. Supusimos que sus crónicas infecciones de oído eran las responsables de su silencio, pero después de tres
meses, él de verdad se había retirado a su propio mundo.
Repentinamente, nuestro niño pequeño y alegre casi no podía reconocernos ni a su hermanita de 3 años. Miles, no
establecía contacto visual y ni siquiera intentaba tampoco comunicarse señalando con su dedo o haciendo gestos. Su
conducta se tornó cada vez más extraña: El arrastraba su cabeza por el piso, caminaba de puntillas (muy común en
niños autistas), hacía sonidos extraños como unos gargarismos, y se pasaba largos períodos repitiendo una misma
acción, tales como abrir y cerrar puertas o llenando y vaciando una taza de arena en el cajón de arena. A veces
gritaba sin consuelo, se negaba a que le cargaran o le abrazaran, y desarrolló una diarrea crónica.
Luego aprendí que el autismo, o trastorno del espectro autista, como lo llaman los doctores ahora, no es una
enfermedad mental. Es una discapacidad del desarrollo que se piensa que es causada por una anomalía en el cerebro.
El National Institutes of Health estima que por lo menos 1 de cada 500 niños está afectado. Pero según algunos
estudios recientes, la incidencia está aumentando rápidamente. En Florida, por ejemplo, el número de niños autistas
ha aumentado casi en un 600 por ciento en los últimos diez años. Sin embargo, aunque es más común que el
Síndrome de Down, el autismo continúa siendo uno de los trastornos del desarrollo menos entendidos.
Nos dijeron que cuando creciera, Miles definitivamente estaría severamente discapacitado. Que el no iba a poder
hacer amigos, llevar una conversación con sentido, aprender en un salón regular de clases sin ayuda especial, o vivir
independientemente. Sólo podíamos esperar que con la terapia conductual, nosotros pudiéramos quizás enseñarle
algunas destrezas sociales que él nunca captaría por sí mismo.
Yo siempre había pensado que lo peor cosa que pudiera pasarle a alguien es perder a un hijo. En ese momento, eso
me estaba pasando a mí, pero de una manera perversa e inexplicable. En lugar de condolencias, yo recibo miradas de
incomodidad, consuelos inapropiados, y la sensación de que algunos de mis amigos ya no me querían devolver las
llamadas.
Después del diagnóstico inicial de Miles, pase horas y horas en la biblioteca, investigando la razón por la que mi hijo
había cambiado tan dramáticamente. Fue entonces cuando me topé con un libro que mencionaba que un niño autista
cuya madre creía que sus síntomas fueron ocasionados por una “alergia cerebral” a la leche. Yo nunca había oído de
eso, pero ese pensamiento estuvo rondando mi mente porque Miles bebía una cantidad inusual de leche; por lo
menos medio galón al día.
Yo también recordé que pocos meses antes, mi madre había leído que muchos niños con infecciones de oído crónicas
eran alérgicos a la leche y el trigo. Ella me decía, “Tu deberías eliminarle esos alimentos a Miles y ver si sus oídos se
aclaran.” Yo le insistí, “Leche, pasta, queso, y cereal Cheerios son las únicas cosas que él come, si se las elimino, se
morirá de hambre.”
Luego me di cuenta que las infecciones de oído de Miles habían comenzado cuando tenía 11 meses de edad, justo
después de haber cambiado de la fórmula de soja a la leche de vaca. El había estado tomando la fórmula de soja
porque mi familia tenía predisposición a las alergias, y yo leí que la soja podía ser mejor para él. Yo lo había
amamantado hasta los 3 meses, pero él no toleraba muy bien la leche materna, tal vez porque yo estaba tomando
mucha leche. No había nada que perder, así que decidí eliminar todos los productos lácteos de su dieta.
Lo que pasó después era poco menos que un milagro. Miles dejó de gritar, y ya no pasaba tanto tiempo realizando
acciones repetitivas, y hacia el final de la primera semana, él halaba de mi mano cuando quería bajar las escaleras.
Por primera vez en meses, él permitió que su hermanita le tomara de las manos para cantarle una canción.
Dos semanas después, un mes después de haber visto al psicólogo, mi esposo y yo mantuvimos nuestra cita con una
pediatra del desarrollo muy conocida para que confirmara el diagnóstico de autismo. La Dra. Susan Hyman le hizo una
variedad de pruebas a Miles y nos hizo muchas preguntas. Nosotros describimos los cambios en su comportamiento
desde que dejó de consumir productos lácteos. Finalmente, la Dra. Hyman nos miró con tristeza y nos dijo, “Lo siento.
Su hijo es autista. Admito que el asunto de la alergia a la leche es interesante, pero no pienso que pudiera ser la
responsable del autismo de Miles o de su mejoría reciente.”
Estábamos terriblemente descorazonados, pero a medida que pasaban los días, Miles continuaba mejorando. Una
semana después, cuando lo halé para que se sentara en mis piernas, hicimos contacto visual y él se sonrió. Comencé
a llorar: al fin parecía saber quién era yo. El había ignorado totalmente a su hermanita, pero ahora él la veía jugar y
hasta se enojaba cuando ella le quitaba cosas. Miles dormía mejor, pero su diarrea persistía. Aunque aún no había
cumplido los dos años, lo llevábamos a una guardería especial tres mañanas a la semana e inició un programa
conductual y de lenguaje intensivo e individualizado que la Dra. Hyman había aprobado.
Por naturaleza, yo soy una escéptica natural, y mi esposo es un investigador científico, de modo que decidimos probar
la hipótesis de que la leche afectaba el comportamiento de Miles. Una mañana le dimos un par de vasos, y hacia el
final del día, estaba ya caminando de puntillas, arrastrando su frente por el piso, haciendo sonidos extraños, y
exhibiendo las otras conductas bizarras que casi habíamos olvidado. Pocas semanas después, las conductas
regresaron por breve tiempo, y descubrimos que Miles había comido un poco de queso en la guardería. Nos
convencimos completamente que los productos lácteos estaban relacionados de alguna manera con su autismo.
Yo quería que la Dra. Hyman viera como le estaba yendo a Miles, y así pues le envié un video de él jugando con su
padre y su hermana. Ella nos llamó enseguida para decirnos que estaba completamente sorprendida porque veía que
Miles había mejorado notablemente. Nos dijo, “Karyn, si no lo hubiera diagnosticado yo misma, no creería que es el
mismo niño.”
Yo tenía que descubrir si los otros niños habían tenido experiencias similares, y para ello me compré un módem para
mi computadora – lo cual no era algo estándar en 1995 – y descubrí a un grupo de apoyo para autismo en la Internet.
Un poco abochornada pregunté: “¿Puede ser que el autismo de mi hijo esté relacionado con la leche?”
La respuesta fue abrumadora, ¿Dónde había estado yo?, ¿Acaso no había oído hablar del Dr. Karl Reichelt en
Noruega?, ¿No sabía yo nada de Paul Shattock en Inglaterra? Estos investigadores tenían evidencia preliminar para
validar lo que los padres habían estado reportando durante casi 20 años: que los productos lácteos exacerbaban los
síntomas del autismo.
Mi esposo, quien tiene un Ph.D. en Química, sacó copias de los artículos de los boletines que los padres habían
mencionado por la Internet y los estudió detalladamente. Según me lo explicó, existía la teoría de que un sub-tipo de
niños con autismo, descomponen la proteína de la leche (caseína) en péptidos que afectan al cerebro del mismo modo
que las drogas alucinógenas. Un grupo de científicos - algunos de los cuales eran padres de niños con autismo -
habían descubierto compuestos que contenían opiáceos – una clase de sustancias que incluyen al opio y a la heroína
– en la orina de niños autistas. Los investigadores teorizaron que a estos niños, o les hacía falta una enzima que
normalmente descompone a los péptidos a una forma digerible, o los péptidos, de alguna manera, se estaban
infiltrando hacia el torrente sanguíneo antes de que pudieran ser digeridos.
En un ataque de emoción, me di cuenta que esto tenía mucho sentido, ya que explicaba porque Miles se desarrolló
normalmente durante su primer año, cuando sólo tomaba la fórmula de soja. También podía explicar porque él
ansiaba beber leche después. Los opiáceos son altamente adictivos, y aún más, la extraña conducta de los niños con
autismo ha sido comparada muchas veces con la de alguien alucinando con LSD.
Mi esposo también me dijo que el otro tipo de proteína que se descomponía de manera tóxica era el gluten – que se
encuentra en el trigo, la avena, y el centeno, y que comúnmente es añadida a miles de alimentos empacados. La
teoría tal vez hubiera sonado como traída por los cabellos para mi esposo científico si él no hubiese visto los cambios
dramáticos en el propio Miles, y recordó como Miles había auto-limitado su dieta a alimentos que contenían trigo y
lácteos. En lo que a mí concernía, no había duda que el gluten también tenía que desaparecer de su dieta. Aunque
estuviera ocupada, tenía que aprender a cocinar comidas sin gluten. Las personas que padecen la enfermedad celíaca
también son intolerantes al gluten, así que pasé horas metida en Internet recabando información.
Después de 48 horas de estar sin gluten ni caseína, a los 22 meses, Miles hizo por primera vez heces sólidas, y su
equilibrio y coordinación mejoraron notablemente. Uno o dos meses más tarde, comenzó a hablar – decía por ejemplo
– “zawaff” cuando quería decir jirafa, y “ayashoo” cuando quería decir elefante. Todavía no me llamaba “Mami”, pero
tenía un nombre especial para mí cuando yo lo buscaba en la guardería.
Sin embargo, los doctores de la localidad que veían a Miles - su pediatra, genetista y gastroenterólogo – todavía se
mofaban de la conexión entre el autismo y la dieta. Aunque la intervención dietética era un enfoque seguro y no
invasivo para tratar el autismo, hasta que grandes estudios controlados pudieran probar que funcionaba, la mayoría
de las personas en la comunidad médica no querían saber nada sobre ella.
Así pues, mi esposo y yo decidimos convertirnos en unos expertos. Comenzamos a asistir a las conferencias sobre
autismo y a llamar y a enviar correos electrónicos a los investigadores europeos. Asimismo, organicé un grupo de
apoyo para otros padres de niños autistas dentro de mi comunidad. Aunque algunos padres no estaban interesados
en explorar la intervención dietética al principio, a menudo cambiaban de idea después de conocer a Miles. No todos
los niños con autismo respondieron a la dieta, pero eventualmente había unas 50 familias de la localidad cuyos niños
estaban en la dieta sin gluten ni caseína y habían obtenido resultados emocionantes. Y a juzgar por el número de
personas en las listas de apoyo por la Internet, había miles de niños en todo el mundo que estaban respondiendo bien
a la dieta.
Afortunadamente, encontramos a un nuevo pediatra local que nos daba mucho apoyo, y a Miles le estaba yendo tan
bien que yo casi saltaba de la cama todas las mañanas para ver los cambios en él. Un día, cuando Miles tenía 2 años y
medio, él tomó un dinosaurio de juguete para enseñármelo, y me dijo, “Wook, Mommy issa Tywannosaurus Wex!”
(Mira mamá, es un Tiranosaurus Rex). Asombrada, aguanté mis manos temblorosas y le dije, “Me llamaste Mami”,
luego él se sonrió y me dio un abrazo que duró largo tiempo.
Cuando Miles cumplió tres años, todos sus doctores estuvieron de acuerdo en que su autismo se había curado
completamente. En los test que le hicieron tuvo un rendimiento de 8 meses por encima de su nivel de edad en las
áreas: social, lenguaje, auto-ayuda, y destrezas motoras, e ingresó a un preescolar regular sin ningún apoyo de
educación especial. Su maestra me dijo que él era uno de los niños más agradables, habladores y participativos en la
clase.
Actualmente, a los 6 años de edad, Miles está entre los niños más populares en su clase de primer grado. Está
leyendo a nivel de cuarto grado, tiene buenos amigos, y recientemente actuó en un papel dentro de la obra musical
que montaron en su salón, y demostró gran talento. Está profundamente apegado a su hermanita mayor, y pasan
horas involucrados en el tipo de juego imaginativo jamás visto en niños con autismo.
Pero me imaginé a todos los otros padres que pueden no ser lo suficientemente afortunados al no conocer esta dieta.
Por eso, en 1997 comencé con un boletín noticioso y una organización de apoyo internacional llamada Autism
Network for Dietary Intervention (ANDI), junto con otra mamá, Lisa Lewis, autora del libro Special Diets for Special
Kids, Dietas Especiales para Niños Especiales (Future Horizons, 1998). Hemos recibido cientos de cartas de padres de
todas partes del mundo cuyos niños han usado la dieta con éxito. Tristemente, la mayoría de los médicos continúan
escépticos, aunque es mejor contar con la orientación de un profesional al poner en práctica la dieta.
Yo he seguido estudiando las investigaciones que han ido emergiendo, y cada vez se vuelve más claro para mí que el
autismo es un desorden relacionado con el sistema inmunológico. La mayoría de los niños autistas que conozco han
tenido varias alergias alimentarias además de su alergia a la leche y al trigo, y casi todos los padres de nuestro grupo
tiene o ha tenido por lo menos un problema relacionado con el sistema inmunológico: enfermedad tiroidea,
enfermedad de Crohn, enfermedad celíaca, artritis reumatoide, síndrome de fatiga crónica, fibromialgia, o alergias.
Los niños autistas probablemente tienen una predisposición genética a anormalidades del sistema inmunológico, pero
¿qué es lo que, en sí, hace que la enfermedad se dispare?
Muchos padres juran que las conductas autistas de sus hijos comenzaron a los 15 meses, poco después de haber
recibido la vacuna para el sarampión, paperas, y rubéola (en Inglés MMR). Cuando examiné evidencias tales como
fotos y videos para ver exactamente cuando Miles comenzó a perder su lenguaje y sus destrezas sociales, tuve que
admitir que había coincidido con su vacuna MMR, después de la cual tuvimos que llevarlo a la sala de emergencias
con fiebre de 40ºC y convulsiones febriles.
Recientemente, un investigador Británico, el Dr. Andrew Wakefield, M.D., publicó un pequeño estudio que vincula la
porción de la vacuna correspondiente al sarampión con daños al intestino delgado, lo cual puede ayudar a explicar el
mecanismo por el cual los péptidos alucinógenos se cuelan hacia el torrente sanguíneo. Si se descubre que la vacuna
MMR juega sin duda un papel importante en la aparición del autismo, podemos averiguar si algunos niños están en
mayor riesgo que otros y por tanto no deban recibir la vacuna o tal vez tengan que ser vacunados a una edad
posterior.
Hay otra investigación en desarrollo que nos está dando esperanzas: Investigadores de la División de Diagnósticos
Orto Clínicos de la compañía Johnson & Johnson –mi esposo entre ellos– están estudiando ahora la presencia anormal
de péptidos en la orina de los niños autistas. Mi esperanza es que eventualmente se desarrolle una prueba diagnóstica
rutinaria para identificar el autismo en niños muy pequeños y que cuando algunos tipos de autismo sean reconocidos
como un trastorno metabólico, la dieta sin gluten ni caseína haya pasado del reino de la medicina alternativa a la
medicina regular.
La palabra autismo, que una vez significó tan poco para mí, ha cambiado profundamente mi vida. Llegó a mi casa
como un huésped monstruoso que jamás había sido invitado, pero que eventualmente trajo sus propios regalos. Me
he sentido doblemente bendecida; una por la asombrosa buena fortuna de recuperar a mi hijo y también por haber
podido ayudar a otros niños autistas que han sido desahuciados por sus doctores y llorados por sus padres”.
http://madresguerreras.scoom.com/caso-de-curacion-de-autismo-por-karyn-seroussi/
Tomado de PARENTS Magazine, Edición de Febrero de 2000 - Por Karyn Seroussi