Panteismo de Hegel
Panteismo de Hegel
Panteismo de Hegel
Resumen Abstract
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Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
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1) Ateísmo y panteísmo en la filosofía de Hegel 2021
1 Hegel, G. W. F. El concepto de religión, p. 84. Cf. también: Hegel, G.W.F. Lecciones sobre la historia de la
filosofía, III, p. 106: «La filosofía escolástica es, por tanto, esencialmente teología y esta teología es
directamente filosofía. [...]. El tema esencial y único de la teología, como teoría de lo divino, es la naturaleza
de Dios; y este contenido es, por su naturaleza, esencialmente especulativo, por lo cual los teólogos que
de él se ocupen tienen que ser necesariamente filósofos. La ciencia de Dios es única y exclusivamente
filosofía. Por eso la filosofía y la teología se consideran aquí, muy justamente, como una y la misma cosa;
la diferenciación de más campos marca precisamente el tránsito a los tiempos modernos, en los cuales
se admite la posibilidad de que la razón pensante admita algo como verdad que no lo sea para la
teología.»
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
«Pero ambas, tanto la religión como la filosofía son culto divino de un modo
peculiar. Ambas se diferencian en ese carácter peculiar de su ocupación con Dios
y de ahí surgen las dificultades, de modo que a menudo parece imposible que
ambas puedan estar unidas. De ahí proviene el recelo de la religión respecto a la
filosofía, su hostilidad mutua. Parece que la filosofía, tal como opinan a menudo
los teólogos, actúa sobre el contenido de la religión de forma que lo corrompe, lo
destruye y lo profana. Esta antigua oposición se presenta ante nuestros ojos como
algo aceptado y reconocido, con mayor grado de reconocimiento que aquella
unidad de ambas. Pero parece haber llegado el tiempo en que la filosofía puede,
por un lado, ocuparse de la religión con menos prevenciones y, por otro, de un
modo más provechoso y feliz.»2
«un profanador de los santos misterios [...] que entra en el sancta sanctorum para
comprobar que está vacío, o si se prefiere, para ver que allí dentro sólo se encuentra
el entendimiento que acaba de entrar.»3
Las palabras Valls Plana pretende poner de manifiesto «la repugnancia casi
instintiva que la filosofía de Hegel despierta en muchas conciencias religiosas». El
hecho de que Hegel identifique a Dios con la representación (Vorstellung) del Espíritu
absoluto y confiera un puesto importante a la religión en su Sistema no es tomado
como un signo de piedad, sino del atrevimiento y falta de escrúpulos con los que
habría intentado reducir el contenido de la religión a una pura abstracción. Según esta
visión, el de Hegel no sería más que un Dios abstracto, despojado de todo contenido
genuinamente religioso y peligrosamente semejante a la substancia de Spinoza. El
rostro del filósofo judío asoma así tras la máxima de Mefistófeles, dejando ver con ello
la verdadera causa de la sospecha de ateísmo que rodea al idealismo. Y es que también
su substancia spinoziana es, a juicio de Hegel, la «negación de todo lo específico»4. Esta
semejanza superficial con la negatividad basta para que la acusación de spinozismo se
cierna sobre la filosofía de Hegel, sin apenas considerar su clara voluntad de
demarcación (presente en ella desde muy temprano) con toda filosofía de la identidad
y de la sustancia.
Ahora bien: el despropósito es todavía mayor cuando comprobamos que lo que de
esta manera se vierte sobre la filosofía de Hegel no es sólo la acusación de ateísmo,
272 sino también la de panteísmo. Mientras que el primero consiste en negar a Dios, el
segundo consiste más bien en afirmarlo hasta el exceso, en todo lo existente. Por los dos
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extremos
u muerte el pez, y lo mismo ocurre con el Dios-sustancia de los filósofos: éste
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o por defecto, en aquella crítica ilustrada que corroe las atribuciones tradicionales
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de Dios hasta no dejar más que la abstracta universalidad de la sustancia; pero también
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por exceso, en aquella mística romántica en la que Dios pierde su trascendencia hasta
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identificarse con la naturaleza. Ambos extremos se reúnen en el Deus sive substantia
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sive natura de Spinoza, pero es sobre todo el del panteísmo el que más protagonismo
cobra en la época de Hegel, tal y como se explica en la Anmerkung del § 573 de la
Enciclopedia:
que tal cosa ya no se valora como acusación, sino como algo demostrado, es más,
como algo que no necesita demostración, porque es un hecho contante y sonante;
sobre todo la gente devota se confía a esta aseveración, gente que con su piadosa
altivez se cree sencillamente dispensada de argumentar y coincide así con la hueca
filosofía del entendimiento a la que tanto quiere oponerse, pero con la que de
hecho comparte el estilo de su cultura; en cierto modo basta con mencionarlo como
cosa bien sabida: la filosofía [dicen] es la doctrina del todo-uno o panteísmo.»5
En la misma Anmerkung, Hegel se desmarca tanto del ateísmo como del panteísmo,
reconociendo el derecho de la religión a criticar cualquier filosofía que incurra en estos
extremos, como de hecho hacen las filosofías ilustrada y romántica6. Ambas incurren
en el error de reducir lo infinito a lo finito, solo que de manera inversa: el ateísmo
ilustrado, al disolver a Dios en la abstracta universalidad de la substancia y de la mala
infinitud; el panteísmo romántico, al identificar a Dios con la naturaleza y el conjunto
de lo finito. Al criticar el concepto tradicional de Dios, el ateísmo se eleva a la
universalidad de la substancia, pero no alcanza más que una universalidad abstracta
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que permanece contrapuesta a lo finito y que no es, en realidad, más que esa forma
encubierta de finitud que Hegel llama “mala infinitud”. La identificación de Dios con Nº 101
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la finitud resulta, sin embargo, todavía más evidente en el panteísmo, que identifica a
Dios con la naturaleza y, de esta manera, con el conjunto de lo finito. A juicio de Hegel,
el panteísmo se sitúa por debajo del ateísmo, ya que ni parte de la representación
religiosa de Dios, ni se eleva a partir de ella al concepto abstracto del Dios-sustancia.
De ahí que no sólo merezca la censura de la religión, sino también de la filosofía, que
no puede ver en él más que una moda ideológica carente de concepto, mucho más
próxima a la negación de Dios y a la impiedad que el ateísmo.
«Hay que decir, sin embargo, que ha honrado más a la piedad y a la teología
misma acusar de ateísmo a un sistema filosófico, por ejemplo, al spinozismo, que
acusarlo de panteísmo, aunque a primera vista aquella primera acusación puede
parecer más dura y envidiosa. La acusación de ateísmo, en efecto, presupone una
representación determinada de un Dios lleno de contenido y afirma después, siendo
consecuente, que la representación no reencuentra en los conceptos filosóficos las
formas peculiares a las que esa representación está vinculada.» 7
Incluso la religión debe ser considerada por la filosofía como algo más valioso que
el panteísmo así entendido, que no es para Hegel más que «un pensamiento carente
de substancia, hasta el punto de que no sólo no constituye ninguna filosofía, sino que
ni siquiera está presente en la religión. Lo que en religión se llama panteísmo (en
relación al hinduismo, por ejemplo), no es una divinización de todo lo finito, sino de
la totalidad»8. Ni siquiera el hinduismo establece que Brahma sea todas las cosas, sino
que aparece o se manifiesta en todas ellas, preservando así la diferencia con lo finito,
sólo que de manera que la finitud aparece como lo negativo. Lo mismo cabe decir del
ateísmo de la substancia que, al criticar la representación religiosa de Dios, preserva
274 su infinitud de la impureza de lo finito, elevándose así, no sólo por encima de cualquier
panteísmo, sino también de la religión en general. Mientras que la primera no alcanza
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u más que un “Dios finitizado”, el segundo establece la base para el
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concepto
o especulativo de Dios. Con ello, no hace sino corresponder al contenido
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infinito de la religión mejor de lo que la propia religión podía llegar a hacerlo debido
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a la forma finita de la representación. Así continúa el pasaje anterior:
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«O sea, que la filosofía puede desde luego conocer sus formas peculiares en las
categorías del modo religioso de representación y puede igualmente conocer su
propio contenido en el contenido religioso; puede así hacerle justicia, pero no a la
inversa, pues el modo de la representación religiosa no se aplica a sí mismo la
«[1] Cuando uno comienza a filosofar tiene primero que ser spinozista. [3] El
alma debe bañarse en el éter de la substancia única, en la que está sumergido todo
lo que se tiene por verdadero. [2] Es la negación de todo lo específico, a lo que todo
filósofo debe haber llegado; [4] es la liberación del espíritu y su absoluto
fundamento.»10
9 Id.
10 Hegel, G. W. F. Lecciones sobre la historia de la filosofía, III, p. 285.
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
La recepción de Hegel más afín al romanticismo ha querido ver en este pasaje una
declaración de fe spinozista al estilo de Lessing y Spinoza, muy en la línea de la que a
finales del s. XVIII habían protagonizado Hölderlin y Schelling. En 1792, Hölderlin
repetía en una carta dirigida a Hegel la consigna de Lessing «Hen kai pan [...] no hay
otra filosofía que la de Spinoza»11. Tres años más tarde, Schelling escribía en una carta
a Hegel en la que declaraba: «me he hecho spinozista»12. Testimonios como éstos,
llevan a Heine a identificar el panteísmo como la «religión secreta de Alemania»:
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11 Hölderlin, F. Carta a Hegel de enero de 1972, apud. Fernández Liria, C. El materialismo, p. 56.
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12 Schelling, F. W. J. Carta a Hegel de febrero de 1795, apud. Hegel, G. W. F. El joven Hegel, p. 89: «Aún una
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grespuesta a tu pregunta de si no creo que con el argumento moral lleguemos a un Ser personal. Confieso
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sque la pregunta me ha sorprendido. No la habría esperado de un gran conocedor de Lessing como tú.
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oPero caro que me a has hecho sólo para ver si yo a he decidido totalmente; para ti, está decidida desde
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0hace tiempo. Tampoco para nosotros valen ya os conceptos ortodoxos de Dios. Mi respuesta es:
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8llegamos todavía más allá de ser personal. ¡Entretanto me he hecho spinozista!»
13 Heine, H. Sobre la historia de la religión y la filosofía en Alemania, pp. 124-125. Encontramos un diagnóstico
parecido en Tholuck (Tholuck. Lehre von der Sünde und vom Versohner, p. 224, apud. Hegel, G. W. F.
Enciclopedia de las ciencias filosóficas, nota 912): «El resultado de la corriente más moderna de la filosofía
es que un panteísmo idealista es la única filosofía verdadera». Y allí mismo, en nota al pie, se lee: «Las
distintas escuelas panteísticas rechazan todas este nombre, aunque el mismo Schelling confiesa que
desde cierto punto de vista, toda filosofía verdadera ha de ser panteísmo. En cualquier caso, si se
concede llamar así a los materialistas franceses, ¿por qué no habría que llamar de la misma manera a
los idealistas, puesto que no reconocen al Dios distinto del mundo?, etc.» Distingue después Tholuck
tres clases de panteísmo: el conceptual, el de la fantasía y el del sentimiento. Y adscribe al panteísmo
conceptual a los eleatas a Spinoza, a Fichte y a Hegel. Por lo que se refiere a Baader, Franz Ritter von,
Prohen religioser Philosopheme alterer Zeit (libro que lleva también el título de Fermenta Cognitionis),
Leipzig, 1825, en su cuaderno sexto, XIII, se lee que «la Filosofía más reciente se inclina más o menos al
panteísmo y al spinozismo.»
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
La crítica del deísmo es la causa común que une a los promotores del panteísmo.
También Hegel comparte esta crítica que, sin embargo, nunca le llevó a simpatizar con
esta moda intelectual14. Prueba de ello son las numerosas críticas al panteísmo que
recorren su filosofía y cuyo bajo continuo es la consigna fenomenológica que exhorta
a pensar lo Absoluto no solo como substancia (a la manera de Spinoza y Schelling),
sino también como sujeto. Esta consigna fenomenológica sigue resonando en textos
tan tardíos como el de la Lecciones que extractamos a continuación:
14La centralidad de esta consigna en el idealismo de Hegel no debe verse ensombrecida por algunos
versos del misterioso poema Eleusis, manuscrito por Hegel, que ha llevado a muchos a especular sobre
la posible filiación de Hegel al panteísmo profesado por sus amigos de Tubinga: «El argumento
principal de Dilthey es el poema Eleusis, que Hegel había enviado a Hölderlin en agosto de 1796; por
tanto, poco antes de su partida. El original de este poema, publicado por Rosenkranz en 1844, se había
creído desaparecido durante mucho tiempo, hasta que volvió a encontrarse en la biblioteca de la
universidad de Tubinga y fue publicado por Haering como facsímil en su primer volumen, en el año
1929. Haering podía alegar contra Dilthey que Hegel había vuelto a borrar el pasaje llamado panteísta
(«yo me entrego al inmenso», etc.), seguramente porque tenía la sensación de haberse puesto demasiado
en la situación anímica de Hölderlin; los versos 70 y ss (traídos por Asveld como argumento) no son, ni
mucho menos, tan claros como los tachados (30 y ss). Por otra parte, Niel ha hecho notar con razón
contra Haering que, si bien es cierto que Hegel tachó ese pasaje, sin embargo, a fin de cuentas lo escribió
y, que no se puede excluir en Hegel toda clase de «mística», sobre todo si no se la entiende, como lo
hace Haering, en el sentido de una unión personal, sino como la conciencia de la participación en un
Absoluto. Y por eso no se puede despreciar el lazo que une a Hegel con Schelling y Hölderlin.» (Küng,
H. La encarnación de Dios, p. 151)
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
278 «Cuando uno comienza a filosofar tiene primero que ser spinozista [subr. mío].» 17
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2021 u Ahora bien: el empleo del verbo “comenzar” y del adverbio “primero” no deja
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lugar a dudas acerca del carácter preliminar y puramente preparatorio que el spinozismo
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tiene para Hegel; el mismo carácter propedéutico parece asomar también en el uso del
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adverbio “entretanto”, en el que se deja entrever cierto carácter provisional. Sea como
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fuere, lo cierto es que en ningún caso se trata, para Hegel, de que el idealismo sea un
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spinozismo, sino de que debe comenzar por serlo; bien entendido que el comienzo
(Anfang) del Sistema no es todavía, para Hegel, el verdadero principio (Prinzip) del
mismo. He ahí la limitación dentro de la cual es preciso entender el elogio de Hegel a
Spinoza (y, por extensión, la máxima mefistofélica que le subyace): sumergirse en la
Spinoza es tan fundamental para la filosofía moderna que bien puede decirse: quien no sea spinozista
no tiene filosofía alguna.»
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
substancia única es, ciertamente, la condición para ingresar en el idealismo, mas no para
fundarlo adecuadamente. Ocurre con ella algo parecido a lo que Jacobi observaba a
propósito de la “cosa en sí” kantiana: que sin ella no cabe entrar en el sistema, pero
con ella tampoco permanecer en él. Prueba de ello es que toda la dialéctica hegeliana
consiste en superar la inmediatez de la sustancia, avanzando progresivamente hacia la
mediación absoluta del Sujeto o Idea absoluta. En lo que a la religión respecta, ello
supone la superación del Dios-sustancia spinoziano en favor de un Dios-Espíritu
absoluto.
Palabras como “Sujeto” o “Espíritu” parecen recuperar el carácter personal del
Dios teísta tan caro a los críticos del idealismo. Pero lo cierto es que apuntan a un
Absoluto que no sólo estaría más allá de la abstracción del spinozismo y del deísmo,
sino también de la finitud y antropomorfismo característicos del teísmo. He aquí la
línea de respuesta pergeñada por Schelling en su carta de 1795, donde se hace eco del
temor generalizado entre los teólogos cristianos de que con el argumento moral de
Fichte no quepa alcanzar ya al Dios personal. Ante este temor, Schelling responde
tajante:
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«Tampoco para nosotros valen ya los conceptos ortodoxos de Dios. Mi respuesta Nº 101
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es: llegamos todavía más allá del ser personal.»18
La dificultad de este pasaje reside en entender qué quiere decir Schelling con este
“más allá”. La mención a Spinoza que sigue a estas líneas ha propiciado diversas
lecturas en clave panteísta que amenazan con reducirlo a un “más acá” excesivamente
mundano y natural que confirmaría, a la postre, los peores temores del teísmo. Ahora
bien: lo que frente a este tipo de interpretaciones conviene empezar aclarando es que
Sechelling, en la mencionada carta, no se declara “panteísta”, sino más bien
“spinozista”, y que el spinozismo no es considerado por él como sinónimo de
panteísmo, sino como una superación (puramente negativa en principio) del teísmo. No
podía ser de otra manera, si tenemos en cuenta que lo que queda diluido en la
substancia spinoziana son precisamente las determinaciones finitas de Dios: el que ello
implique también una disolución de sus determinaciones personales (como son las de
“padre”, “soberano”, “juez”, etc.) es debido a la dimensión antropomorfa y, por tanto,
finita que tales determinaciones ostentan en el teísmo. Asumido esto, nada permite
identificar, por tanto, el “más allá” en cuestión con la naturaleza divinizada del
panteísmo: la representación romántica del Dios impersonal que se identificaría con la
naturaleza no puede considerarse como una superación, sino más bien como una
involución del Dios personal que habría perdido su naturaleza genuinamente
espiritual. Si el Dios teísta debe disolverse en la noche de la substancia no es, por
consiguiente, para renunciar a sus determinaciones personales, sino para purificarlas
del antropomorfismo que impide su elevación hacia la verdadera infinitud del Espíritu.
La abstracción de la substancia spinoziana es, por tanto, sólo el punto de partida
inmediato de una dialéctica que aspira a elevarse “más allá” del espíritu finito y de
toda representación antropomorfa de Dios, hacia la idea del Sujeto absoluto
reivindicada por el idealismo.
para el idealismo se trata más bien de superar la finitud del entendimiento abstracto
que impide a la razón elevarse al Absoluto y dar a la filosofía la forma científica
(especulativa) del Sistema. En lugar del tribunal de la razón pura que se juzga a sí
misma y discierne sus propios límites, el idealismo instaura la negatividad de
substancia, cuyo poder absoluto suprime los límites de la finitud, incluso ahí donde
ésta parece ocultarse bajo la forma de un falso Absoluto.
En lo que a la religión respecta, la substancia irrumpe como el abismo en el que se
hunden las atribuciones antropomorfas que la tradición ha ido adhiriendo al concepto
teísta de Dios. El resultado es un concepto de Dios depurado de toda determinación
finita, ciertamente semejante al de la substancia spinoziana, pero que difícilmente
puede calificarse de panteísta en el sentido hegeliano de la palabra. La razón es que,
más que con la totalidad de lo finito, dicho concepto se identificaría con la más vacía
de las abstracciones, con el puro ser que es idéntico a la pura nada; de ahí que Hegel
se refiera a ella también como el «abismo del vacío»20 o el «abismo de la nada en el que
todo ser se hunde.»21
Más que una declaración de fe panteísta, el elogio de Hegel a Spinoza debe ser
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considerado, por tanto, como la expresión de un deísmo radicalizado y, en esta misma
medida, de ateísmo; si por “a-teísmo” se entiende al menos la negación del teísmo. Nº 101
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Necesariamente, ello implica a su vez la negación del panteísmo en el sentido
hegeliano: en tanto que negación de toda determinación, la substancia implica la
negación de todo lo finito, cancelando así la posibilidad de identificar a Dios con la
totalidad de lo finito (como de hecho hace, según Hegel, el panteísmo). A la afirmación
(pan-teísta) “todo es Dios”, la substancia spinoziana opone la afirmación (a-teísta) “nada
es Dios”.
La posición de Spinoza parece aproximarse así a la del nihilismo nietzscheano,
que niega la infinitud del Dios cristiano desenmascarándolo como algo “humano
demasiado humano” y que no sería más que el producto de una fantasía decadente y
enferma, producida por el temor y el resentimiento del ser finito. Una conclusión como
ésta es, sin embargo, algo que Hegel está lejos de aceptar. En primer lugar, porque lo
que sucumbe al poder corrosivo de la substancia son sólo las determinaciones finitas
de Dios, no el Dios infinito (como quiere Nietzsche). En segundo lugar, porque ese
poder corrosivo opera únicamente al nivel negativo de la crítica (de la crítica del
teísmo), sin identificar, por tanto, la nada resultante con Dios, o desembocar en la
conclusión de que no habría ningún Dios.
Así es, en efecto, como la crítica aparece a ojos del entendimiento abstracto y de la
filosofía ilustrada de la reflexión (a la que cabe imputar la tesis atea), pero no ante el
pensamiento especulativo de Hegel, para el que la negación desemboca siempre en
una negación determinada, y la crítica del teísmo, por tanto, en una posición que se
eleva “más allá” del teísmo y su Dios personal. Se comprende, por tanto, que Hegel
reconozca a la religión el derecho de volverse contra ese ateísmo del entendimiento
ilustrado, acusándole de vaciar ilegítimamente el contenido especulativo de Dios,
convirtiéndolo en una substancia abstracta que tiene demasiado poco Dios:
influyó en Schelling, y que muy bien podría haber influido también en la recepción
que Hegel hace de Spinoza. La fusión mística con lo divino niega lo finito como algo
puramente negativo: no sólo en su fijeza y unilateralidad, sino también en la
determinación de su contenido, haciéndolo desaparecer como una gota de agua en el
océano. Con ello, actúa como si lo finito no hubiera existido o, por decirlo con las
palabras de Mefistófeles: como si fuera mejor que nunca hubiera nacido («Drum besser
wär’s daß nichts entstünde.»)
La grandeza del idealismo hegeliano consiste en haber sabido detectar el engaño
y la manipulación que se ocultan tras las palabras, reconociendo a un mismo tiempo
el valor de la finitud y el derecho de lo negativo. Si, por un lado, el Diablo revela una
gran verdad sobre lo finito cuando habla de su negatividad; por otro, introduce una
peligrosa falsedad al considerarla como si de una simple negación abstracta se tratara.
Este enfoque puramente abstracto de la negación que aniquila lo finito (y no
únicamente su fijeza y unilateralidad) es lo que lleva a Hegel a considerar el misticismo
como sinónimo de oscurantismo, necedad, arbitrariedad y fantasmagoría 23, y a señalar
su radical diferencia con la substancia spinoziana.
284 23 Especialmente ilustrativas a este respecto son expresiones hegelianas como: «dunklen Lande des
Mystizismus» (WW 2, s. 276), «schwärmerischen Mystizismus» (WW 9, s. 16), «willkürlichen
Nº 101 Mystizismus» (WW 11, s. 218), «die Phantasmagorie des Mystizismus» (WW 11, s. 228). Expresiones
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2021 comou éstas atraviesa la filosofía de Hegel de principio a fin, sin exceptuar épocas como la de Berna o
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Fankfurt,
i que algunos autores han calificado de “panteísmo místico”. «En el Hegel de Berna no podía
o
constatarse
- ningún giro que hubiera de hacer época hacia un sistema especulativo de la identidad
a
g(durante este tiempo no estaba interesado en lo más mínimo por un sistema especulativo), pero sí podía
o
sadvertirse la maduración de pensamientos y presentimientos que ya desde los días de Tubinga estaban
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oen la recámara de este “familiarizado con Lessing” y Spinoza, y que con el tiempo fueron adquiriendo
2
0más importancia. Desde su estancia en Tubinga ardía bajo todas las fórmulas kantianas un rescoldo de
1
8sensación vital que a la larga no podría quedar soterrado por una ética del deber puramente moral, por
obligaciones y preceptos; además para Hegel lo religioso era una realidad mucho más fundamentada
en las profundidades de la subjetividad humana que para Kant, quien lo enlazaba accesoriamente con
la moralidad. Para la actitud que ahora se pone de manifiesto en Fráncfort, la denominación de
“panteísmo místico” es, desde luego, por lo menos una expresión inadecuada, si por “panteísmo” se
entiende la identificación indiferenciada de todas las cosas con Dios y por “místico” la inmediata
vivencia privada de la unión con Dios. En cambio, parece correcto afirmar que el pensamiento y la
religiosidad de Hegel ya en Berna, y luego mucho más decisivamente en Fráncfort, se encuentran sobre
un camino que lo aleja de la anterior separación entre Dios y el hombre y lo conduce a la participación
racional (no mística) del hombre en la vida del Absoluto (no a la unión)» (Küng, H. Op. cit., p. 153).
«Ciertas formulaciones que suenen a panteísmo y, que Hegel pudo haber tomado de Spinoza de otros,
habrán de ser entendidas en sentido hegeliano: no como una fusión de Dios y hombre, sino como una
unidad de ambos en un todo viviente, en una relación vital de carácter espiritual, que no puede
entenderse ni por vía meramente racional, ni por un sentimiento nebuloso y soñador.» (Ibid., 187-188)
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
«[…] yo debo mantener mi libertad en la religión cristiana; mejor debo volverme libre
dentro de ella; en ella está el individuo, el sujeto. [su] FIN esencial [es] la salvación
del alma, el rescate de lo singular en cuanto singular (no simplemente el género).»25
24 Hegel, G. W. F. Lecciones sobre las pruebas de la existencia de Dios, p. 86. «[...] la religión ha de ser capaz
de conducir nuestro espíritu hasta este contenido [Dios], de llevar nuestra conciencia hasta este objeto;
no [debe consistir tan sólo] en un mero trazar líneas del deseo en el vacío, una intuición que no intuye
nada, que no haya nada frente a sí misma. En tal relación se contiene por lo menos tanto que no
solamente nosotros estamos en relación con Dios, sino que también Dios está en relación con notros.
Por el celo de la religión se habla, al menos preferentemente, de nuestra relación con Dos, si no de
manera exclusiva, lo cual sería propiamente consecuente con el principio de no-saber acerca de Dios;
pero una relación unilateral no es relación alguna. Pues, si de hecho por religión debiera entenderse
solamente una relación desde nosotros para con Dios, no se permitiría un ser independiente de Dio;
Dios sería solamente en la religión, algo puesto, producido por nosotros. Esta expresión, que acabamos de
usar y reprobar, de que Dios es sólo en la religión, tiene, sin embargo, el sentido grande y verdadero de
que pertenece a la naturaleza de Dios en su independencia perfecta, que es en y para sí, que Dios es para
el espíritu de hombre, se comunica al mismo; este sentido es completamente distinto del anotado
anteriormente, en el cual Dios era sólo un postulado, una de, Dios es y se da una relación con el hombre.»
25 Hegel, G. W. F. Lecciones de filosofía de la religión, p. 23.
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
luego las cosas son Dios, es decir, son, permanecen conservadas insuperablemente,
son una realidad insuperable. Él debe tener la verdad para el espíritu, el ánimo y
el pensamiento y el espíritu debe mantener un interés en ello. / Jacobi dijo que el
spinozismo era un ateísmo, fue el que más polemizó con aquél y precisamente este
mismo Jacobi dijo: “Dios es el ser en todo ser ahí”. Pero esto no es otra cosa que la
substancia. Ahora bien, justamente porque Dios es lo afirmativo, la cosa singular
no es lo afirmativo, sino lo ideal, lo superado. La filosofía spinozista fue filosofía
de la substancialidad y no del panteísmo; “panteísmo” es una mala expresión que
ocasiona el malentendido de entender “pan” como conjunto [Allesheit] y no como
universalidad [Allgemeinheit].»26
por tanto, que la substancia es omiactiva, y ello precisamente no sólo en el sentido trivial
de que su actividad se extendería a todo, sino en el más radical de que dicha actividad
sería lo único que verdaderamente hay, lo único substancial.
En tanto que negación de lo finito, la substancia es, ciertamente, el todo en el
sentido del Uno-todo. La aparente semejanza con la consigna panteísta (hen kay pan)
que asoma en este punto se diluye en cuanto comprobamos que de lo que para Hegel
se trata no es tanto de que la substancia única esté presente en el Todo, cuanto de que
todo se disuelve en el Uno y de que ese Uno es lo único que verdaderamente hay. Por cuanto
que esa totalidad de lo finito es lo que llamamos “mundo”, la filosofía de Spinoza
puede calificarse, ciertamente, de “acosmismo”. Así entendida, la filosofía de Spinoza
se aleja del panteísmo, para aproximarse al idealismo: mientras que el panteísmo
afirma la divinidad de lo finito, el acosmismo niega a lo finito todo carácter substancial
mientras que para Nietzsche esta crítica se dirige al corazón mismo de la divinidad y
a la esencia misma del ser infinito, para Hegel se restringe únicamente a las representaciones
finitas de Dios y no tiene otra finalidad que la de disponer el lugar para un nuevo concepto de
Dios (el concepto especulativo y verdaderamente infinito de Dios).
Esta es la razón de que la crítica hegeliana no sea una mera negación de Dios, ni
desemboque, por tanto, en el ateísmo nietzscheano, sino más bien una crítica del
teísmo y de la representación teológica de Dios. En las antípodas de todo ateísmo, el
problema de la representación teológica reside, para Hegel, en su finitud y, por tanto,
en su incapacidad para alcanzar la esencia verdaderamente infinita de Dios. La finitud
en cuestión aparece en la religión bajo la forma de las representaciones antropomorfas
(teístas) de Dios, pero también en la teología más abstracta, donde persiste bajo la
forma de la trascendencia. En esta última forma, la finitud no afecta tanto al contenido
de la religión, cuanto a su forma representativa29.
De ahí que, más que ateísmo, la crítica de Hegel a la religión deba ser considerada
como “ateología”. A diferencia del primero, ésta no niega a Dios, sino únicamente su
representación: la representación teológica del Dios trascendente que, en términos
lógicos, se corresponde con la abstracción de la “mala infinitud” que permanece
290 contrapuesta a lo finito. Y así como la negación de esta “mala infinitud” libera el
espacio para elaborar la Idea de la verdadera infinitud, así también la negación del
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Dios
u trascendente habilita el espacio para pensar a Dios en su Concepto: la Idea de
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Dios
o como Espíritu infinito. Confundir la negación del Dios teológico con una
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negación de Dios mismo supone: en primer lugar, partir de una noción muy limitada
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y dogmática de Dios (propia del entendimiento finito) y, en segundo lugar, ignorar el
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resultado determinado de la negación hegeliana, que mantiene y conserva siempre lo
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esencial del contenido negado.
Pues bien, ambas simplificaciones convergen en el ateísmo nietzscheano, que no
sólo es reduccionista y dogmático en lo que a la representación de Dios se refiere, sino
también excesivamente abstracto en lo tocante al alcance dialéctico de la negación. Su
29No hay, por tanto, contradicción alguna con el texto citado al comienzo de este ensayo: en tanto que
trata del contenido absoluto (Dios), la filosofía es teología, pero en tanto que la teología permanece
deudora del lenguaje de la representación y de la imaginería del Dios trascendente, la filosofía debe ser
teología especulativa y, por tanto, crítica de la teología dogmática.
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
negación de Dios resulta de haber entendido la negación como simple negación 30, y no
a la manera especulativa de Hegel, como negación determinada. Desde este punto de
vista más elevado, la crítica de la teología no produce la pura nada, sino a «la nada de
aquello de lo que resulta», que en el caso de la representación teológica es la nada de
la representación trascendente (y, por tanto, finita) de Dios.
No, por tanto, la pura nada o el puro no haber Dios, sino la negación de la finitud,
o lo que es lo mismo: la in-finitud; bien entendido que esta infinitud no debe ser vista
únicamente desde el lado racional-negativo de la dialéctica (como el abismo y la noche
de la substancia en la que todo desaparece), sino desde el lado racional-positivo, como
finitud que se niega a sí misma, que se pone a sí misma más allá de su propio límite y
se evidencia así como siendo algo distinto, no sólo de la afirmación puramente
dogmática de la finitud, sino también de la negación puramente escéptica de la misma,
como la actividad de poner y superar inmanentemente su propia finitud,
acreditándose así como verdadera infinitud que no permanece ya contrapuesta a lo
finito, sino que es unidad de lo finito y lo infinito.
Es esta comprensión especulativa de la infinitud y de la divinidad lo que
291
Mefistófeles posibilita al identificar lo finito con lo negativo, pero a la vez tergiversa al
identificar la negatividad con el mal («So ist denn alles was ihr Sünde, / Zerstörung, Nº 101
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kurz das Böse nennt, / Mein eigentliches Element»). La trampa consiste en percibir la
negatividad como un poder puramente destructivo, sin considerar su potencial
liberador con respecto a la metafísica del entendimiento finito y a las representaciones
limitadas de Dios propias del teísmo. Este potencial liberador es lo que el idealismo
hegeliano ha sabido aprovechar para avanzar hacia la Idea especulativa de Dios. No
así en cambio la filosofía de Spinoza, que hiere la sensibilidad religiosa al permanecer
en el aspecto destructivo (diabólico) de la negatividad, suscitando la polémica del
ateísmo. Esta polémica debe entenderse como el resultado de la reacción defensiva del
entendimiento que, en el desesperado intento de proteger su patrimonio, no puede
evitar caer en la provocación del Maligno, adoptando una actitud combativa contra la
30 No resulta en modo alguno casual que la retórica que Nietzsche utiliza para describir las
consecuencias de la muerte de Dios (la caída en el vacío, el vértigo infinito, el mar sin orillas, la
monotonía del desierto, la oscuridad de la noche, etc.) se parezca mucho a la que Hegel utiliza para
referirse al aspecto negativo de la sustancia.
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
«[La substancia es] lo Uno, en lo que todo entra para desaparecer en ello, y de lo
que nada sale.»32
«Pero el puro concepto o la infinitud como abismo de la nada en que todo ser Nº 101
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se hunde, tiene que describir como momento, y sólo como momento de la suprema
idea, el dolor infinito, que hasta ahora había alcanzado una existencia histórica,
sólo en la cultura, y sólo como el sentimiento sobre el que se basa la religión de la
época moderna, el sentimiento de que Dios mismo ha muerto [...].»33
32 Hegel, G. W. F. Lecciones sobre la historia de la filosofía, III, p. 307; ibid., pp. 308-309: «[…] como todas las
diferencias y determinaciones de las cosas y de la conciencia no hacen sino reducirse a la substancia una,
cabe perfectamente afirmar que el sistema spinozista es arrojado todo a ese abismo de la negación. Pero
nada sale de él; y lo particular de que Spinoza habla es algo que se encuentra de antemano y que se
recoge del mundo de las representaciones, sin que se lo justifique para nada. Para justificarlo Spinoza
tendría que derivarlo de una substancia por lo cual no adquiere vida, espiritualidad ni actividad. / La
substancia spinozista es solamente una substancia rígida, no es aún el espíritu; no es uno en ella cabe sí.
Y tampoco Dios es aquí el Espíritu, porque no es el Dios Trino y Uno. La substancia spinozista conserva
su rigidez, su petrificación […] pues es el momento de la negatividad lo que se echa de menos en esta
inmovilidad rígida, cuya única operación consiste en despojarlo todo de su determinación, de su
particularidad, arrojándolo así a la substancia única y absoluta en la que aquello desaparece y toda vida
se apaga dentro de sí.»
33 Hegel, G. W. F. Fe y saber, p. 164.
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
34 Id.
35 Hegel, G. W. F. Fenomenología del espíritu, p. 123.
36 Hegel, G. W. F. Enciclopedia de las ciencias filosóficas, p. 67. Cf. también: Lecciones sobre la historia de
sino más bien en el vacío, en el sentido del espacio abierto y despejado susceptible de ser llenado.
Esta suerte de apertura es lo que ilustran las metáforas hegelianas de la noche, del
vacío y del abismo. El abismo no es la nada, sino el vacío en lo que todo se precipita y
todo lo devora; más que el “abismo de la nada”, la substancia hegeliana es, por tanto, el
“abismo de la negación” en el que las determinaciones permanecen negadas a la vez que
conservadas. Este aspecto conservador de la dialéctica es, por lo demás, lo que la
metáfora de la noche parece querer ilustrar: las determinaciones finitas no son
destruidas bajo la oscuridad de su manto, sino únicamente ocultadas hasta la llegada
del nuevo día.
El mismo carácter conservador es lo que en el texto base se describe como «el éter
de la substancia única, en la que está sumergido todo lo que se tiene por verdadero»37.
En tanto que negación, la substancia no es sólo lo que disuelve las determinaciones
finitas, sino lo que las mantiene y conserva en su verdad, precisamente como determinaciones
negadas y asumidas. De no ser así, la dialéctica no podría sobreponerse a su acción
puramente negativa y se vería abocada a la crítica y al escepticismo. Si el idealismo
puede esquivar el escollo de la dialéctica negativa es gracias al carácter conservador
295
de la negación dialéctica, así como al punto de vista especulativo capaz de elevarse a
ese resultado positivo y asumirlo como momento de la Idea infinita. La clave de esta Nº 101
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elevación reside en comprender que lo negado en el abismo de la substancia no son las
determinaciones como tal, sino únicamente su fijeza y unilateralidad, y que más allá de
este aspecto (en el que consiste precisamente su finitud), las determinaciones son
mantenidas y conservadas en su verdad, no como determinaciones propiamente
dichas, sino como momentos de la Totalidad.
Lo mismo vale para la representación teológica (y, por tanto, finita) de Dios: ni el
motivo hegeliano de la “muerte de Dios” puede ser tomado como una declaración de
ateísmo, ni la negatividad de la substancia hegeliana como algo capaz de diluir el
contenido de la palabra “Dios” hasta el punto de convertirla en un mero significante
vacío. En tanto que instancia crítica de la finitud, la substancia spinoziana niega las
divino, pero a diferencia de él, considera dicha totalidad como algo diferente del
conjunto de lo finito, como la unidad en la que se sumerge y desaparece lo finito:
Lo mismo cabe decir de las filosofías de Parménides y Spinoza, con las que
«penetra por primera vez en la mentalidad europea la concepción oriental de la
identidad absoluta»40. Ninguna de ambas filosofías concede realidad al todo entendido
como el conjunto de lo finito, sino a la unidad que resulta de la abstracción de lo finito.
El “monoteísmo” aparece así como el aspecto positivo y complementario del
“acosmismo”: ambos constituyen la cara y la cruz del idealismo. En el seno de su
dialéctica, el acosmismo aparece como la negación del mundo y, en este sentido, de la
totalidad, pero sólo como momento previo a la afirmación de la unidad:
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«La representación habitual del panteísmo proviene del hecho de que se pone de
Nº 101
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2021 u relieve la unidad abstracta, no la espiritual, y de que en una representación
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o religiosa en la que sólo la substancia, lo Uno, son considerados como verdadera
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realidad, se olvida totalmente que precisamente ante este Uno desaparecen las
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cosas singulares y no se les atribuye ninguna realidad; se mantiene, por el
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contrario, esta realidad de las cosas singulares. Los eleatas decían, por el contrario:
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“sólo es lo Uno”, y añadían expresamente: “y la nada no es en modo alguno”. Toda
finitud vendría a ser limitación, negación de lo Uno (omnis determinatio est negatio);
La única manera de otorgar un sentido idealista al todo es considerarlo como algo Nº 101
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diferente de la mera pluralidad de lo finito, precisamente como el conjunto o la unidad
de lo finito. Lo decisivo para comprender esta diferencia reside en la negación asumida
y presupuesta en los conceptos de “unidad” y “totalidad”. Esta misma presuposición
es lo que marca la diferencia entre el panteísmo filosófico y la «representación habitual
del panteísmo [que] proviene del hecho de que se pone de relieve la unidad abstracta,
no la espiritual, y de que en una representación religiosa en la que sólo la substancia,
lo Uno, son considerados como verdadera realidad, se olvida totalmente que
precisamente ante este Uno desaparecen las cosas singulares y no se les atribuye
ninguna realidad»42. Este es el caso del hinduismo, que considera lo finito como lo nulo
y carente de entidad que se diluye y reabsorbe en la unidad substancial.
En contra de ello parece hablar el hecho de que el hinduismo reconozca algunos
singulares (o avatares) como emanaciones de la divinidad. Se trata, sin embargo, de
«Pero esta unidad de Dios, del Dios espiritual precisamente, es tan poco
concreta en sí misma y tan inerme, por así decirlo, que la religión hindú es la
enorme confusión de ser al mismo tiempo el más extravagante politeísmo. Pero la
idolatría del desgraciado hindú que adora los monos o algo parecido, no es nunca
aquella desgraciada representación panteísta de que todo es Dios y Dios es todo. El
monoteísmo hindú es también, por lo demás, un ejemplo de lo poco que se
300 adelanta con el solo monoteísmo si la idea de Dios no está profundamente
determinada en ella misma. Aquella unidad, en efecto, por ser abstracta en sí misma
Nº 101
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2021 u y por tanto vacía, conduce precisamente a situar como autosuficiente fuera de ella
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o a lo concreto en general, sea esto una multitud de dioses o de singulares empíricos
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y mundanos.»43
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El hinduismo presiente la necesidad que lo Absoluto tiene de encarnarse, de ganar
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la determinación en la inmanencia de la Idea absoluta, pero esta necesidad se queda
en algo puramente formal: las encarnaciones hinduistas se quedan en lo puramente
accidental; no son más que el ropaje accesorio de la divinidad, incapaz de aportar nada
substancial ni a mundo ni a la propia divinidad; de ahí que estén abocadas a repetirse
cíclicamente, como los procesos naturales.
La misma crítica cabe dirigir contra la religión mahometana, en la que reconoce
Hegel una negación más radical de lo finito y, por tanto, un monoteísmo más claro,
pero también tanto más abstracto, por cuanto que rechaza toda determinación de la
divinidad, al rechazar tanto su encarnación como su representación sensible
(iconoclastia):
«Si para volver una vez más a lo fáctico, se quiere ver la conciencia de lo Uno,
no ya según la partición hindú en la unidad indeterminada del pensamiento
abstracto, por una parte, y el fatigoso recorrido por lo particular que se hace letanía,
por la otra, sino en su más hermosa pureza y sublimidad, hay que trasladarse a los
mahometanos. Cuando, por ejemplo, en el preclaro Dschelaleddin Rumi se destaca
especialmente la unidad del alma con el Uno, y esa unidad como amor, es entonces
esa unidad espiritual una elevación sobre lo finito y común, una transfiguración de
lo natural y espiritual con la que ciertamente se desprende y abandona lo exterior
y perecedero de lo natural inmediato, como también de lo espiritual empírico y
mundano. Me abstengo de multiplicar los ejemplos de representaciones religiosas
y poéticas que estamos acostumbrados a calificar de panteísticas.»44
301
Se trata de un monoteísmo que piensa hasta el final de sus implicaciones la idea
de un Dios como sustancia, pero no como Sujeto, tal y como corresponde a su Nº 101
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naturaleza infinita. Contra él dirige Hegel el mismo reproche que hacia el spinozismo,
que se diferenciaría claramente del panteísmo vulgar, pero no del monoteísmo
abstracto característico de las religiones hinduista y mahometana. Aunque infinita en
relación a la particularidad y diversidad de lo finito, la substancia spinoziana es
todavía finita en relación a la verdadera infinitud del Espíritu; de ahí que Hegel la
considere una forma de “mala infinitud”, que permanece contrapuesta a los modos
finitos y no llega a exponerse como el autodespliegue inmanente de los mismos. He
aquí la base de la crítica de Hegel a Spinoza (que resulta extensible también a
Parménides y a toda forma de monoteísmo oriental, sea hinduista o mahometano), así
como de su reivindicación del cristianismo como “religión consumada”:
«Respecto de las filosofías a las que ciertamente se les ha dado este nombre, por
ejemplo, la de los eleatas o la de Spinoza, hemos recordado más arriba que en tan
poca medida identifican a Dios con el mundo y lo finitizan, que en estas filosofías
ese todo carece más bien de toda verdad y ellas deberían llamarse más exactamente
monoteísmos, y en relación con la representación del mundo, acosmismos. Estas
filosofías se definirían con toda exactitud como sistemas que aprehenden lo
absoluto únicamente como la sustancia. Respecto de los modos de representación
propios de los orientales, especialmente mahometanos, se puede decir más, a saber,
que lo absoluto aparece en ellos como el género simplemente universal que habita en
las especies y en los existentes, pero eso de tal manera que a éstos no les
corresponde ninguna realidad efectiva. El defecto de todos esos modos de
representación y sistemas consiste en no seguir adelante hasta alcanzar la
determinación de la substancia como sujeto y como espíritu.»45
302 Pensar a Dios como Espíritu. He aquí la consigna cristiana que subyace a la exigencia
fenomenológica de pensar lo Absoluto como Sujeto, y que se presenta como la respuesta
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hegeliana
u ante la insuficiencia de la substancia para alcanzar la verdadera infinitud.
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La orazón de esta insuficiencia es su incapacidad para interiorizar y asumir su propia
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negación, quedando ella misma contrapuesta a lo negado como algo inmediato y, por
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tanto, como una alteridad inasumible. El resultado es ese monoteísmo oriental, cuya
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abstracción convive con el politeísmo salvaje y sin sistema de sus manifestaciones, y
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ante la que sólo cabe el recurso a una negación igualmente abstracta. El mismo carácter
abstracto de la substancia subyace, por tanto, a la negación del mundo que caracteriza
a los monoteísmos de Parménides y Spinoza, y cuya relación con el mundo no difiere
en nada de la negación acosmista que desconoce el milagro cristiano de la
reconciliación y el amor.
Pero si esto es así, el problema del spinozismo no es, como suele decirse, el ateísmo,
ni tampoco el panteísmo, sino el monoteísmo abstracto de la substancia, de la unidad
45 Ibid., p. 598.
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
compacta incapaz de asumir la negación y que no puede impedir convivir con la pluralidad de
las determinaciones negadas. El resultado es un Dios-substancia que es pensado,
ciertamente, como negación, pero sólo como negación de lo otro de sí, que se preserva ella
misma intacta, y permanece indemne a su poder devastador. Como el “alma bella” de Hegel,
el Dios de Spinoza vive a salvo de la muerte en la pureza de su abstracción no
contaminada por la finitud. Ahora bien: el Espíritu hegeliano es la vida «que no se
asusta ante la muerte» 46 , que sabe que debe morir como substancia y como “mala
infinitud” para alcanzar la verdadera infinitud como Sujeto.
Apenas resulta necesario aclarar que una muerte como ésta debe ser muy diferente
a la analizada hasta ahora en relación a lo finito: si lo finito muere en la abstracción de
la substancia a manos de la primera negación, lo infinito muere en la concreción de lo
finito a manos de la segunda negación. Esta negación de la negación, por la que la
negatividad de la substancia abstracta es negada en la concreción de lo finito, es lo que
en la imaginería cristiana aparece representado en el misterio de la “encarnación” de
Dios-padre. Ésta no debe confundirse con las encarnaciones de las deidades hinduistas,
donde lo que se revela como divino no es el Espíritu, sino la naturaleza en alguno de
303
sus aspectos particulares, solo que representada antropomórficamente. Si algo
caracteriza al cristianismo es la desacralización de la naturaleza divinizada por el Nº 101
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paganismo47: lo divino no es la naturaleza, sino el Espíritu; de ahí que el Dios cristiano
no se encarne en una planta o en un animal (como de hecho ocurre en el hinduismo),
sino precisamente en un hombre
a) El monoteísmo judío
Esencia: «Para Hegel la substancialidad es una determinación esencial y. por lo tanto, reflexiva. Es,
además, un poder que pone o asienta sus determinaciones, distinguiéndose de ellas. Ocurre que esta
forma de enfocar lo que sea la substancia está gobernada por una concepción dinámica y manifestativa.
Ya la colocación de la substancia en la esfera de la esencia lo indica. Como es sabido, la esencia no es
algo inmediato y a ella se llega partiendo del ser meramente dado, para alcanzar su verdad. El ser, cuya
determinación es la substancia, es el ser como reflexión.» (Artola, J. M.ª Loc. cit., pp. 639-640)
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
que permanece contrapuesta a lo finito como algo externo. Ello reduce esa supuesta
infinitud en una forma más de la finitud, cuya única peculiaridad es su inmunidad
ante el poder de la negatividad.
No podría ser de otra manera, habida cuenta que ella es el resultado más genuino
de la actividad de negar propia de la substancia: la negatividad que la ha generado no
puede nada contra ella. De ahí que más que una finitud más, la trascendencia sea la
finitud misma, la expresión más genuina de límite y su diferencia. La persistencia de
esa diferencia nos sitúa ante el problema de la relación entre lo finito y lo infinito, que
es el asunto por antonomasia de la filosofía hegeliana de la religión. Una vez superadas
las absolutizaciones de lo finito y de lo infinito propias del ateísmo y del acosmismo,
la Filosofía de la religión debe superar todavía el carácter extrínseco de la relación entre
ambos momentos, que aparecen en ella como hombre y Dios. Al problema de la “mala
infinitud” se suma, por tanto, el de lo que Hegel denomina “mala síntesis”, cuya más
clara expresión es el judaísmo:
«Quienes atacan a Spinoza hacen como si le importase mucho Dios; pero a estos
adversarios no les preocupa realmente Dios, sino algo finito: el problema gira, para
306 ellos, en torno a sí mismos. Tres cases de posibles relaciones existen entre Dios y
lo finito, de lo que nosotros formamos parte. La primera es la de que sólo es lo finito
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2021 u y, por tanto, sólo somos nosotros, mientras que Dios no es: es la posición del
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o ateísmo. La segunda es la de que sólo Dios es, mientras que lo finito en verdad no
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es, es solamente fenómeno, apariencia [es la posición del acosmismo, también
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llamado por Hegel verdadero panteísmo o monoteísmo]. La tercera posición, la que
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reconoce que Dios es y también que nosotros somos, es una mala síntesis, una
8
transacción equitativa. Es el modo de representación que consiste en considerar
cada lado tan substancial como el otro, en honrar a Dios, situándolo en el más allá,
pero atribuyendo también un ser, en el más acá, a las cosas finitas; la razón no
puede darse por contenta con este criterio igualitario, con esta actitud
indiferente.»51
Es, en efecto, frente a este dualismo de la “mala síntesis”, que cobra interés
filosófico, para Hegel, el acosmismo spinoziano. Su mérito incuestionable consiste es
haber sabido reconocer la unidad de la substancia subyacente a la diversidad de lo
finito, afirmándola como lo único verdadero. Esto es lo que la convierte en el
verdadero monoteísmo, a cuya luz el presunto monoteísmo judío se evidencia como
un dualismo encubierto. El dualismo de la mala síntesis caracterizará al judaísmo
mientras éste persevere en la representación del Dios-Padre trascendente, separado
del mundo, que se revela a su pueblo a través de los profetas, sin llegar a manifestarse
plenamente: el Dios de Moisés no comunica su esencia, sino sólo su existencia (“Yo soy
el que soy”) y su voluntad bajo la forma de exhortaciones (o mandamientos) que deben
ser obedecidos por autoridad, y con las que la voluntad finita no tiene más remedio
que relacionarse como algo inmediato y positivo, entablando con ese Dios de la
legalidad una relación puramente heterónoma. En sus Escritos de juventud, Hegel
ofrece vivas descripciones de este «triste estado de la nación judía»:
«El triste estado de la nación judía [era el de] una nación que derivaba su
307
legislación de la suprema sabiduría misma, mientras que su espíritu yacía
aplastado bajo una masa de preceptos legales que, prescribiendo pedantemente Nº 101
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una regla para cada acción corriente de la vida cotidiana, daban a la nación entera
el aspecto de una orden monacal; hasta ese punto había quedado reglamentado
y embutido en fórmulas muertas el servicio de Dios y la virtud, sin dejar al
espíritu más que el obstinado orgullo por esta obediencia de esclavos a leyes que
ellos mismos no se habían dado, un orgullo por lo demás profundamente herido
y amargado, pues su Estado se hallaba sometido a una potencia extranjera. [T]al
estado de la nación judía no podía sino despertar en gente de más talento y
corazón –incapaz de renunciar a su dignidad personal y doblegarse hasta
convertirse en máquinas muertas— la necesidad de una actividad más libre y de
una virtud más propia que la de una existencia sin consciencia de sí, dedicada a
cumplir con diligencia frailuna el mecanismo inerte e insubstancial de unos
hábitos mezquinos. El contacto con otras naciones hizo que algunos vinieran en
conocimiento de brotes del espíritu humano de una belleza superior, los esenios
intentaron desarrollar en ellos mismos una virtud más autónoma, Juan [Bautista]
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
b) El monoteísmo spinoziano
Al Dios judío de la legalidad que condena y castiga, opone Hegel el Dios cristiano
de la moralidad y la libertad. De la moralidad, porque si de algo se trataba para Jesús
era de que el hombre interiorizara el contenido substancial de la ley judía,
transformando la letra muerta en espíritu vivo. De la libertad, puesto que si algo se gana
308
con esta superación del fariseísmo e hipocresía judíos es una verdadera relación entre
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lo finito y lo infinito, basada en una adhesión más libre de lo finito al contenido infinito
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de la religión, y cuya fuente de inspiración ya no sería la exterioridad de los códigos
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legales y de las exhortaciones de los profetas, sino la verdadera fe, basa en el testimonio
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del propio espíritu.
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En tanto que religión de la moralidad, el cristianismo es una religión de la libertad,
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de la subjetividad consciente de sí y del espíritu que ha devenido en y para sí. En ella
1
8
54 Ibid., p. 285.
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
55Desde el punto de vista de la lógico-predicativo del entendimiento reflexivo, cabría decir que la
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substancia spinoziana se limita a ser un mero sujeto de inherencia de los atributos y los modos, cuya
relación con la substancia permanece indeterminada. Como predicados, tanto los atributos como los Nº 101
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modos permanecen como algo externo al sujeto en el que inhieren. Ello resulta especialmente 2021
problemático en el caso de los atributos, que expresan la esencia de la sustancia, pues tal exterioridad
significaría que la esencia del sujeto permanecería apartada del sujeto mismo. Esta escisión de la forma
es lo hace del juicio un medio inadecuado para expresar la verdad y de la substancia una representación
inadecuada para lo Absoluto, cuya expresión verdaderamente especulativa sería el Sujeto; bien
entendido que la palabra “Sujeto” no se refiere aquí al sujeto lógico en el que inhieren los predicados,
sino la actividad de poner sus propias determinaciones y reconocerse a sí mismo en ellas. Esto es lo que
de alguna manera tiene lugar cuando la dialéctica supera las limitaciones del discurso proposicional,
evidencia la pluralidad de determinaciones que emergen en ella como momentos de un único sujeto
absoluto: «La necesidad de representarse el Absoluto como sujeto se sirvió de enunciados tales como:
Dios es lo eterno, o Dios es el orden moral del mundo, o Dios es el amor, etc. Y en tales enunciados lo
verdadero queda puesto directamente como sujeto, pero no queda expuesto como el movimiento del
reflectirse en sí mismo. En enunciados de este tipo se empieza con la palabra Dios. Pero eso, tomado de
por sí, no es sino una voz sin sentido alguno, es decir, un simple nombre; sólo el predicado dice lo que
ese Dios es, el predicado es lo que llena esa palabra sin sentido y lo que le da significación; por lo tanto,
sólo en este fin o final se convierte el vacío principio en un saber real. Y en este sentido no se ve por qué
no se habla sólo de lo eterno, del orden moral del mundo, etc., o como hicieron los antiguos, de puros
conceptos, como del ser, del uno, etc. es decir, por qué no se habla sólo de aquello que constituye su
significado, sin necesidad de empezar poniendo esa vacía voz. Ahora bien, precisamente con esta vacía
palabra se indica que no se está poniendo un ser o una esencia o algo universal, sino que se está
poniendo algo reflectido en sí mismo, es decir, que se está poniendo un sujeto.» (Hegel, G. W. F.
Fenomenología del espíritu, p. 127). Cf. también: Hegel, G. W. F. Lecciones sobre la historia de la filosofía, III,
pp. 305 y ss.
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
312 56 Ibid., p. 286: «En cuarto lugar, Spinoza define los atributos, pertenecientes la substancia como segundo
elemento de ella. “Por atributo entiendo aquello que el entendimiento percibe como lo que constituye
Nº 101 la esencia de la sustancia”; y sólo esto es verdadero, para Spinoza. Y no cabe duda de que ésta es una
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2021 granu determinación; el atributo es evidentemente una determinabilidad, pero una determinabilidad que
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siguei siendo, al mismo tiempo totalidad. Y Spinoza, como Descartes, sólo admite dos
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determinabilidades
- de éstas: el pensamiento y la extensión. El entendimiento las percibe como la esencia
a
gde la sustancia; pero la esencia no es superior a la sustancia, sino que es solamente esencia en la
o
sconsideración del entendimiento la cual cae fuera de la sustancia. Cada uno de estos dos modos de
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oconsideración, la extensión y le pensamiento, contiene indudablemente el contenido íntegro de la
2
0sustancia, pero solamente bajo una forma que hace entrar en ella también al entendimiento.»
157
8 Ibid., p. 290.
58 Ibid., pp. 293-294: «Es, pues, uno y el mismo sistema, que unas veces aparece bajo la forma de
naturaleza y otras veces bajo la forma de pensamiento. / Pero Spinoza no pone de manifiesto cómo etas
dos cosas brotan de la substancia una; ni demuestra tampoco por qué solamente pueden ser dos. […].
Las diferencias no son en sí, sino que los aspectos distintos a través de los cuales se considera lo absoluto
quedan fuera de ello. / Más arriba, veíamos que la naturaleza y el espíritu son racionales; pero la razón,
para nosotros, no es una palabra vacua, sino la totalidad que se desarrolla en sí misma. Además, el punto
de vista de la reflexión consiste en considerar solamente los aspectos, pero nada en sí. Ahora bien, este
defecto se manifiesta en Spinoza y Schelling de tal modo que no se encuentra la necesidad con arreglo
a la cual el concepto se establece como lo en sí negativo de su unidad, como su desdoblamiento en lo
distinto, para que, partiendo de lo general simple, pueda llegar a conocerse lo real, lo contrapuesto
mismo. Spinoza hace que la substancia absoluta, el atributo y el modo aparezcan entrelazados como
definiciones, los toma como algo con que se encuentra, sin que los atributos broten de la substancia y
los modos de los atributos.»
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
59Esta es la posición de Spinoza, que «desciende de lo general a la sustancia, pasando por lo particular,
el pensamiento y la extensión, hasta llegar a lo individual. Presenta, pues, los tres momentos del
concepto, o los tres son esenciales en él. Pero no reconoce como lo esencial el modo, al que corresponde
lo individual, o no ve en él un momento de la esencia, sino que desaparece en la esencia o no se eleva a
concepto.» (Ibid., p. 290).
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
Se dirá (con razón) que esta última opción es la que más se aproxima al postulado
idealista de la idealidad de lo finito, que Hegel cree reconocer en el acosmismo
spinoziano, pero conviene señalar los límites de esta aparente proximidad, que tienen
que ver con la diferente manera de pensar la negación de lo finito: mientras que
Spinoza piensa esta negación a la manera de la negación abstracta, que se limitaría a
disolver lo finito en la unidad de la sustancia, Hegel la despliega como una negación
dialéctica, en la que lo finito no quedaría simplemente negado, sino también
conservado y elevado a un nivel superior (aufgehoben). Más que la negación de la
finitud, el postulado de la idealidad de lo finito promueve una radicalización de la
314 misma: a diferencia del acosmismo spinoziano, que arroja las determinaciones finitas
al abismo de una substancia que permanece separada de ellas, la dialéctica hegeliana
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parte
u de dichas determinaciones como de algo inmediato y positivo, para profundizar
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en ellas,
o pensarlas hasta el final como una especificación de la substancia (como lo que
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Spinoza llamaría atributo) y mostrar así cómo, finalmente, la finitud se ve llevada más
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allá de su propio límite y, por tanto, hacia la negación de su primera inmediatez.
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Lo decisivo para Hegel reside en reconocer en esta autonegación de lo finito la in-
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finitud buscada por el idealismo, lo que necesariamente implica renunciar a la
representación spinoziana (pero también fichteana y schellingiana) de lo infinito como
algo inmediato: lo infinito no es, para Hegel, algo inmediato que cupiera apresar en
definiciones o de lo que cupiera partir axiomáticamente, como hace Spinoza en su Ética.
En tanto que resultado de la negación de lo finito, lo in-finito es la negación de lo
negativo y, en este sentido resultado de una dialéctica basada en el principio de la
doble negación. Este principio dialéctico es lo que Spinoza no habría acabado de
61 Hyppolite, J. Génesis y estructura de la Fenomenología del espíritu de Hegel, p. 91: «La determinación es
claramente una negación, como había visto Spinoza, pero esa negación que parece delimitarla desde
fuera le pertenece en propiedad y, por ello, en tanto que determinación concreta o completa, en tanto
que modo absolutamente determinado, es el movimiento de contradicción en su propio seno o el
movimiento de negarse a sí misma. «La verdadera naturaleza de lo finito radica en ser infinito, en que
se suprime en su ser. Lo determinado no tiene como tal ninguna otra esencia que no sea esta inquietud
absoluta de no ser lo que es.»
62 Hegel, G. W. F. Lecciones sobre la historia de la filosofía, III, p. 287. Cf. también: Hegel, G. W. F. Ciencia de
la lógica, I, pp. 599-600: «La determinidad es negación: tal es el principio absoluto de la filosofía spinozista;
esta simple intelección, una intelección de verdad, es la que fundamenta la unidad absoluta de la
sustancia. Pero Spinoza se queda estancado cabe la negación como determinidad o cualidad, sin avanzar
hasta el conocimiento de la misma como absoluta, es decir como negación que se niega a sí; por eso, su
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
c) El monoteísmo filosófico
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«Como vemos, Spinoza va descendiendo, pues el modo es la fase más baja de
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todas; el defecto de este filósofo estriba en que concibe lo tercero solamente como
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l modo, como la individualidad mala. La verdadera individualidad, la subjetividad,
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- no es solamente un alejamiento de lo general, lo determinado puro y simple. Sino
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que es, al mismo tiempo, como algo determinado pura y simplemente, lo que es
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para sí, lo que se determina solamente a sí mismo. De este modo, lo individual, lo
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subjetivo es justo el retorno a lo general; al ser lo que es consigo mismo es también
el suyo o general. El retorno cosiste simplemente en ser en sí mismo lo general;
pero a este retorno no llega Spinoza. Lo último en él es la rígida substancialidad,
partir de Jena bifurcan sus caminos emprendiendo direcciones muy distintas. Por lo que a Hegel se
refiere, personalmente pensó que la mejor forma de superar las dificultades entre ateísmo y panteísmo
era tomar completamente en serio la vida y la naturaleza viviente de Dios, viendo a éste en su transcurrir
vital. En efecto, no toma como eje al yo absoluto o la absoluta indiferencia, sino al espíritu absoluto, es
decir, al Dios que recorre una historia y se revela en ella, haciéndose el que es.»
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
«El concepto y la existencia representan el uno más allá de otro; pero la causa
de sí mismo, así entendida, es justo el retorno de este mas allá a la unidad. [...] en
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Spinoza existe, pues, la infinitud verdadera. Pero sin que él tenga conciencia
alguna de ello, sin que reconozca este concepto como un concepto absoluto, ni lo Nº 101
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exprese, por tanto, como momento de la esencia misma [...].» 66
68Hegel, G. W. F. Lecciones sobre historia de la filosofía, III, pp. 304-305: «Ya Descartes partía de que las
proposiciones filosóficas deben poder tratarse y demostrarse matemáticamente y poseer la misma
evidencia que las verdades matemáticas. Se considera el método matemático como el mejor de todos
por su evidencia, y es natural que al renacer la ciencia como algo independiente recurra primeramente
a esta forma, que le muestra ejemplo tan brillante. Sin embargo, trátase de una forma inadecuada para
un contenido especulativo y que sólo tiene razón de ser tratándose de ciencias finitas del entendimiento.
[…]. En este método se niega totalmente la naturaleza de saber filosófico y el objeto del mismo, pues el
conocimiento y el método matemáticos son simplemente un conocimiento formal y, por tanto,
completamente inadecuados para la filosofía. El conocimiento matemático representa la prueba sobre
el objeto existente como tal, pero no, en modo alguno, como concebido; carece en absoluto de concepto,
siendo así que el contenido de la filosofía es justo el concepto y lo concebido.»
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
69 Ibid., p. 287.
70 Ibid., p. 307.
71 Hegel, G. W. F. Ciencia de la lógica, I, pp. 601-602: «La exhibición spinozista de lo absoluto es, por
consiguiente, bien es verdad, completa porque se inicia por lo absoluto, hace seguir a éste el atributo y
termina con el modo; pero estos tres términos están enumerados sólo de una manera sucesiva, sin la
secuencia interna del desarrollo, y el tercero no es la negación en cuanto negación, no es negación que
se refiera negativamente a sí misma. de suerte que fuera en ella mis m a el retorno a la identidad primera,
siendo esta identidad una identidad de verdad. Falta, por consiguiente, la necesidad de que lo absoluto
progrese hasta la inesencialidad, así como la disolución de ésta, en y para sí misma, dentro de la
identidad; o sea, le falta tanto el devenir de la identidad como las determinaciones de ésta.»
72 Hegel, G. W. F. Fenomenología del espíritu, p. 125.
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
75Hegel, G. W. F. Ciencia de la lógica, I, p. 539: «Se dice que la esencia [el Ser] de Dios es un abismo para
la razón finita. Abismo lo es de hecho la esencia, en la medida en que la razón finita hace dejación de su
finitud y sume allí su movimiento mediador; pero este abismo: el fundamento negativo, es al mismo
tiempo el fundamento positivo del brotar de lo ente: de la esencia en sí misma inmediata; la mediación
es momento esencial. Por el fundamento, la mediación se asume, pero sin dejar que el fundamento siga
estando debajo, de suerte que lo que brotara de él fuera una cosa puesta que tuviera su esencia en alguna
otra parte, a saber, dentro del fundamento. sino que este fundamento es, en cuanto desfondamiento, la
mediación desaparecida; y a la inversa, es sólo la mediación desaparecida la que es al mismo tiempo el
fundamento, y sólo por esta negación se es a sí mismo igual e inmediato.»
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
d) El monoteísmo cristiano
no pierde por ello su infinitud, sino que la reafirma en el acto supremo del amor. Por
su parte, tampoco el Hijo que muere en la cruz resucita como un espíritu puro que se
despoja de su finitud: Cristo no muere para abandonar el mundo a su suerte, sino para
resucitar como espíritu en el interior de su comunidad. Esto es lo que tiene lugar en el
culto y la devoción (Andacht) mediante los cuales el hombre descubre la divinidad en
en la que se abre camino una nueva comprensión del sujeto moderno. Como los pactos
con el Diablo, los misterios del cristianismo son verdaderas encrucijadas que obligan
a decidir entre caminos opuestos, poniendo a prueba la integridad de nuestra
conciencia y la pureza de nuestra alma; pues es justamente en ella, en el enfoque de la
mirada que elige adoptar cuando opta por el entendimiento o por la razón, donde tiene
lugar la resolución (Entscheidung) por la negación abstracta o la negación determinada
que decide la cuestión.
De esa decisión o resolución depende en último término el que la verdad de los
misterios se revele plenamente o guarde sus secretos incluso a plena luz, no
produciendo más que extravío y confusión en la conciencia que no está preparada para
contemplarlos. Los misterios del cristianismo proporcionan la oportunidad para
alcanzar la cumbre de lo especulativo, pero también para hundirse en el océano de la
abstracción y perderse en los senderos del entendimiento finito. Como toda revelación
(incluida la de Mefistófeles), ellos son pruebas iniciáticas que sólo algunos pueden
superar, enigmas que sólo la verdadera sabiduría puede franquear; es el ingenio de la
Esfinge lo que debe reconocerse tras ellos, y no únicamente las argucias del Maligno.
329
Sólo una tradición enemiga del conocimiento, que ha llegado al extremo de
identificar la sabiduría con el mal, puede ver en el pacto de Mefistófeles algo Nº 101
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puramente demoníaco, obviando la oportunidad de elevación que se ofrece en él. Más
adecuadas resultan aquellas representaciones literarias en la que, como en el Fausto de
Goethe, Mefistófeles aparece como un apuesto caballero que reviste a su pacto de
todos los rigores de los contratos y del derecho. El que tras esa legalidad se deslice,
ciertamente, una manipulación o un engaño no significa que no haya oportunidad de
destaparlo y sacar provecho del pacto. Ni siquiera el que fuera primogénito del cielo
puede actuar contra la voluntad del Creador: también él tiene una misión dentro del
plan divino, íntimamente comprometida con la evolución de la humanidad (con la
superación de su hipocresía y su mediocridad) y cuyos límites no puede franquear.
En esa misión, el temido Diablo sólo puede actuar como un manipulador, un
seductor, un tentador, lo que da cierto margen de maniobra a sus víctimas, las cuales
tienen a su favor el honor de ser imagen y semejanza del Creador. El discernimiento y
la libertad inherentes a ese privilegio hacen que su enemigo no pueda urdir nunca el
engaño perfecto y sin fisuras, ni tomar el control de una voluntad que no se lo ha
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
cedido. Por muy hábil que sea la manipulación, su éxito precisa siempre de la
complicidad con la necedad y la ingenuidad humanas, que no ve más allá de lo que
quiere ver. Por muy fuertes que sean la seducción y la tentación, tampoco éstas pueden
doblegar la voluntad humana hasta el punto de anular completamente su libertad.
Debe haber siempre una rendija de luz, una ventana de oportunidad siempre abierta,
que hace del encuentro con el Diablo una prueba y no una maldición, un umbral y no
una prisión.
Lo que de este modo se afirma sobre el pacto de Mefistófeles no es, realidad, muy
distinto de lo que el propio Hegel afirma de la seducción de la serpiente relatada en el
Génesis:
«Cuando el relato informa que un ser extraño, la serpiente, tentó al hombre bajo
el pretexto de que el hombre sería igual a Dios cuando supiera distinguir el buen
y el mal se representa así que el acto del hombre provino del principio malo. Pero
se pone en boca del mismo Dios la confirmación de que el conocimiento del bien
y del mal pertenece a lo divino del hombre. Él mismo dice: “Mira, Adán se ha
vuelto uno de nosotros”. La palabra de la serpiente no era, pues, ningún engaño.» 80
330
algo propio del Diablo, sino de la humanidad: propio de Eva, de Fausto y demás
buscadores de la sabiduría que en el mundo han sido.
Esto no significa que Jesús mintiera cuando decía a los judíos: «la verdad os hará
libres»81. Al igual que la serpiente, sabía que esa revelación (como toda revelación)
implicaba una prueba para la humanidad. En primer lugar, porque la verdad sólo
ofrece su poder liberador a aquel dotado con la suficiente lucidez de conciencia como
para comprenderla. En segundo lugar, porque la propia libertad es un arma de doble
filo, que sólo otorga su poder a quienes están dotados de la fortaleza y la integridad
moral para manejarla. No debe extrañar, por tanto, que Dios prohibiera comer a la
humanidad del árbol del conocimiento antes de tiempo: más que la autoritaria
prohibición de un déspota celestial, su ley era un acto de amor y protección paternal;
de protección contra la muerte y el pecado que inevitablemente acechan a quienes
hollan los senderos del conocimiento, y que acaba por corromper el estado de
inocencia y pureza original.
Sólo una vez que la humanidad se extravió a causa de la búsqueda del
conocimiento fue necesario guiarla mediante el faro de la verdad. Este faro es lo que,
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según el cristianismo, alumbró a la humanidad mediante la venida de Cristo y el
mensaje del Evangelio: «el reino de Dios está dentro de vosotros» 82. ¿Tan diferente era Nº 101
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este mensaje del de la serpiente? ¿Por qué debe ser considerado como portador de
salvación, mientras que el de la serpiente debe ser considerado como portador de
corrupción? Lo que diferencia a ambos mensajes no es la verdad de su contenido, sino
lo que podemos llamar el aspecto kairológico de la relevación de la verdad, esto es: la
diferencia actitud hacia la exigencia de que la verdad no sea revelada antes de tiempo,
so pena de producir la confusión y el extravío de la humanidad. Ese potencial
peligroso de la verdad es lo que la pérfida serpiente supo usar en su provecho, sin
necesidad de quebrantar el octavo mandamiento. Judeo-kantianamente podría decirse
que se atuvo escrupulosamente a la letra y a la legalidad, si bien no a la moralidad y
al espíritu de la letra condensado en el último mandamiento. La serpiente faltó al
mandamiento supremo del amor, y por eso fue castigada.
81 Jn 8:32
82 Lc 17:21.
Ateísmo, panteísmo, acosmismo y monoteísmo en la filosofía de Hegel | Javier Fabo Lanuza
Ahora bien: sería un craso error dar por hecho que lo que se condenaba con ello
era el conocimiento, tal y como parece haber interpretado la vertiente más fideísta del
cristianismo, que Hegel considera más afín al ateísmo y más peligrosa que el
acosmismo spinoziano83. Esta interpretación es fruto del resentimiento humano, que
no hace sino proyectar sobre lo más puro y valioso lo que en realidad no es sino el
resultado de su necedad, unida a la astucia del Diablo. El castigo divino no fue en
modo alguno la prohibición conocimiento, sino la imposición de la negatividad del
trabajo y del sufrimiento necesarios para alcanzarlo, o lo que es lo mismo (solo que
dicho en términos hegelianos): de la mediación dialéctica necesaria para que la
conciencia sea liberada de su inmediatez, de su presupuesto sustancialistas y de la
ilusión de la diferencia con el objeto, posibilitando con ello el que la verdad pudiera
ser apropiada por el Espíritu verdaderamente autoconsciente en el elemento
especulativo del Concepto.
Pues bien, esa negatividad es lo que asoma decididamente en el pensamiento
spinoziano de la sustancia que socava todas las representaciones limitadas de Dios,
pero sólo al precio de caer en la trampa tendida por Mefistófeles que conduce a los
escollos del ateísmo y del acosmismo. Sólo la dialéctica hegeliana es capaz de superar
332 ambos escollos (junto con todas sus ramificaciones panteístas y monoteístas), y ello
precisamente sin renunciar al efecto crítico y purificador de la negatividad en los
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ámbitos
u de la religión y de la teología. Al negar lo negativo, la dialéctica hegeliana no
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renuncia
o a la negatividad, sino únicamente al aspecto abstracto de la misma que
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desemboca en el abismo de la nada, donde permanece incapaz de avanzar hacia su
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resultado determinado: la negatividad autorreferida que ha asumido lo finito como
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momento, y que se identifica con el Sujeto absoluto y el Espíritu proclamado por la
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religión cristiana, solo que liberado de la mistificación de la trascendencia teológica y
de la forma limitada de la representación religiosa. La elaboración filosófica de ese
Espíritu es lo que permite a Hegel superar el panteísmo y el acosmismo spinoziano
que anticipa e inaugura su idealismo, así como también el ateísmo y el nihilismo
posteriores que le sucederán y acabarán por asolarlo.
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