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Francisco Méndez es campesino, vive en la Mixteca, zona semi-árida localizada al sureste del Estado de Puebla,
México; el maíz y el frijol que produce (sin agroquímicos) lo consume con su familia; como la mayoría de los
habitantes de la región no tiene acceso a muchas prestaciones y servicios ofrecidos por el sistema económico;
participa en una red de organizaciones rurales, gracias a ella pudo asistir a un curso-taller de Ecotecnias en
donde aprendió a diseñar y conservar un huerto orgánico. En ese curso-taller conoció a Erik Zaracho, joven
profesionista que vive en Puerto Vallarta, México, profesor de aipkido y miembro de una red de organizaciones
ambientalistas; Erik sí tiene acceso a las prestaciones y servicios ofrecidos por el mercado, sin embargo, asiste al
curso-taller de Ecotecnias porque desea dañar lo menos posible al medio ambiente y vivir de manera más sana,
en pocas palabras, cambiar su estilo de vida.
A pesar de sus diferencias económicas y sociales, Francisco y Erik coinciden en un espacio de capacitación
ecosocial, tienen algo en común: buscan ser autosuficientes. Francisco desea hacer un mejor uso de los recursos
naturales y sociales que posee, Erik desarrollarlos.
Amartya Sen, premio Nobel de Economía 1998, indica con relación al índice de desarrollo humano (IDH)
elaborado anualmente por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD):
El índice de desarrollo humano, que el Informe sobre Desarrollo Humano ha transformado en algo así como un
elemento fundamental, ha tenido éxito en servir de medición alternativa del desarrollo, complementando al PNB.
Sobre la base de sus tres componentes distintos -indicadores de longevidad, educación e ingreso per cápita- no
se concentra exclusivamente en la opulencia económica (como el PNB). Dentro de los límites de esos tres
componentes el IDH ha servido para ampliar sustancialmente la atención empírica que recibe la evaluación de
los procesos de desarrollo (PNUD, 1999: 23).
El IDH pretende medir los progresos en cuanto a desarrollo humano reflejando los logros relacionados con las
capacidades humanas básicas: vivir una vida larga (esperanza de vida), tener conocimientos (logro educacional)
y disfrutar de un nivel decente de vida (ingreso).
El IDH es una medición más amplia que el ingreso per cápita. El ingreso no es sino un medio del desarrollo
humano, no un fin. Tampoco es la suma total de la vida humana. De esta manera, al centrarse en esferas más allá
del ingreso y al tratar el ingreso como un representante de un nivel decente de vida, el IDH ofrece un panorama
más amplio de la vida humana que el ingreso.
Con la normalización de los valores de las variables que componen el IDH, su valor va de cero a uno. El valor
del IDH de un país indica la distancia que ya ha recorrido hacia el valor máximo posible de uno y permite
además hacer comparaciones con otros países. La diferencia entre el valor logrado por un país y el valor máximo
posible indica la insuficiencia de un país, la distancia que tiene que recorrer. La tarea de cada país es hallar la
manera de reducir su insuficiencia (PNUD, 1999: 128).
Este criterio clasifica a los países en tres grupos: alto desarrollo humano, con valores del IDH de 0,800 y
superiores; países de desarrollo humano medio, con valores del IDH de 0,500 a 0,799; y países de desarrollo
humano bajo, con valores del IDH inferiores a 0,500. Así tenemos que el índice de esperanza de vida más alto
pertenece a Japón (0,92) cuya esperanza de vida al nacer es de 80,0 años y el más bajo de Sierra Leona (0,20)
con una esperanza de vida al nacer de 37,2 años. El índice de escolaridad más alto (0,99) lo comparten Canadá,
Bélgica, Suecia, Australia, Países Bajos, Reino Unido y Finlandia; Níger tiene el más bajo (0,14). El índice de
PIB más alto (0,96) es de Luxemburgo con un ingreso per cápita en dólares de 30.863, el más bajo (0,24)
pertenece a Sierra Leona con un ingreso per cápita en dólares de 410 (PNUD, 1999: 134-137).
Más allá del PIB, lo que evalúa este índice son los alcances en salud y educación de un país. Instrumento en
constante perfeccionamiento, ofrece una mirada sobre el estado del mundo.
La sinopsis de la degradación ambiental publicada en el Informe ofrece elementos para comenzar a hacer un
juicio sobre el grado o potencial de destrucción ambiental de un país para ampliar la evaluación del proceso de
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desarrollo, sin embargo, los datos expuestos sobre la tasa anual de deforestación, el papel de escritorio e
imprenta consumido, y las emisiones de dióxido de carbono y azufre dirán poco si no se relacionan con el
impacto global que causan.
Un instrumento de medición útil para este propósito es la Huella Ecológica (HE). Esta herramienta de
contabilidad, desarrollada por Wackernagel y Rees (1996), indica la cantidad de tierra y agua que son requeridas
para sostener a una población humana, en otras palabras, mide el consumo que un país (o ciudad o comunidad o
individuo) hace de la naturaleza: cuánta tierra y agua ocupa para producir todo lo que consume y para absorber
todo lo que desecha en su estilo de vida (Wackernagel y Rees, 1996: 9).
Actualmente a cada persona le corresponden 2 ha para satisfacer sus necesidades. Se estima que para el año
2050 si la población humana alcanza los 10.000 millones corresponderán 1.2 ha/per cápita (Redefining Progress,
2000).
El IDH expone indicadores también considerados en el cálculo de la HE para medir la sustentabilidad del
desarrollo, pero, como se mencionó anteriormente, de manera aislada los datos están lejos de mostrar su
relevancia. Así tenemos, por ejemplo, que en términos de energía y degradación ambiental un francés consume
4355 kg (equivalentes de petróleo) y emite 6,2 TM de CO2, mientras que un nigeriano consume 722 kg y emite
0,3 TM. Se puede afirmar, generalizando, que un francés consume más petróleo y libera más carbón que un
nigeriano, que "usa" más energía y "degrada" más el ambiente, pero ¿cuál es el impacto global de esto?
La HE de un francés es de 5.3 y la de un nigeriano de 1.0, es decir, un francés requiere 5.3 hectáreas para
conservar su estilo de vida y el nigeriano 1 hectárea.
Wackernagel realizó el cálculo de la HE de 52 países, 31 de ellos son considerados países de alto desarrollo
humano, 18 de desarrollo humano medio y 3 de desarrollo humano bajo.
A continuación se muestra la HE, el uso de energía y el PNB per cápita de los países seleccionados.
PAIS HE CE PNB
1. Canadá 7.2 7880 19640
2. Noruega 5.5 5284 36100
3. Estados Unidos 9.6 8051 29080
4. Japón 4.2 4058 38160
5. Bélgica 5.1 5552 26730
6. Suecia 6.1 5944 26210
7. Australia 9.4 5494 20650
8. Países Bajos 5.6 4885 25830
9. Islandia 5.0 8408 26470
10. Reino Unido 4.6 3992 20870
11. Francia 5.3 4355 26300
12. Suiza 4.7 3622 43060
13. Finlandia 5.8 6143 24790
14. Alemania 4.6 4267 28280
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HE (Huella Ecológica: hectáreas per cápita utilizadas para mantener el nivel de vida, datos de 1995).
CE (Consumo de energía, equivalente de petróleo en kg, datos de 1996).
PIB (Ingreso per cápita en dólares, datos de 1997).
El número a la izquierda del nombre del país indica su lugar en el IDH 1999.
Los países en negrita tienen una HE per cápita inferior al promedio mundial disponible para cada ser humano.
Datos tomados del Informe sobre Desarrollo Humano 1999 (PNUD, 1999: 134-137 y 201-204) y de Redefining
Progress (2000).
La lectura de esta tabla obliga a una reflexión sobre el desarrollo humano. Todos los países considerados de alto
desarrollo humano tienen una HE negativa, es decir, toman de la naturaleza más de lo que les corresponde
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(utilizan más de 2 ha/per cápita para conservar su nivel de vida). Los países de desarrollo humano bajo y
desarrollo humano medio cercanos al nivel de desarrollo humano bajo tienen una HE positiva. A mayor
desarrollo más cantidad de tierra y agua utilizadas.
En términos generales, el mayor consumo de energía (petróleo) produce una mayor HE. Los niveles de vida
"decentes" indicados por el PNUD de los que gozan los países de alto desarrollo humano dependen de un
sobreconsumo y un elevado derroche. Lo preocupante es que esto no es considerado por el IDH para evaluar a
los países. ¿Pueden considerarse naciones con alto desarrollo humano aquellas cuyos estilos de vida sobrepasan
la capacidad de carga de la biosfera amenazando la vida en la Tierra a largo plazo? ¿Tiene sentido resaltar los
logros sociales cuando la base ecológica que los permite es destruida?
Estudiar las tendencias del consumo energético global expone un escenario poco alentador. El consumo per
cápita promedio en los países de alto desarrollo humano pasó de 4.468 kg en 1980 a 4.977 en 1996; en los países
de desarrollo humano medio de 902 kg a 1007 kg; en los países de desarrollo humano bajo de 420 kg a 400 kg.
El consumo de petróleo aumentó en Asia, América Latina y el Caribe, los estados árabes y los países
industrializados; sólo disminuyó en Africa subsahariana y en los países de Europa Oriental (PNUD, 1999: 201-
204). El desarrollo es producido por y produce más consumo de energía y, por lo tanto, una mayor HE. La
multiplicación de las prácticas del desarrollo multiplican la degradación socioambiental. Es la pobreza lo que ha
generado un menor consumo energético, no políticas alternativas (éstas han sido tomadas en algunos países, pero
aún son insuficientes para provocar un drástico descenso en el consumo).
La actual construcción del concepto "desarrollo", si bien se ha humanizado incluyendo indicadores sociales, está
lejos de ofrecer un modelo sustentable. Lo ambiental sigue colocándose al margen. La protección de los ciclos y
recursos que permiten la vida en la Tierra (la reproducción humana) son ignorados.
La comparación del IDH y la HE plantea desafíos. "En un mundo al límite de su capacidad de carga, con una
población creciendo y expectativas materiales aumentando, cómo satisfacer adecuada y justamente las
necesidades de cada persona es el mayor reto", indica Wackernagel (1996: 156). ¿Cómo aumentar el nivel de
vida en términos de salud y educación de más de la mitad de la población mundial sin disparar el consumo de
energía? ¿Cómo disminuir el consumo de energía de los habitantes de los países industrializados sin afectar los
beneficios sociales por ellos alcanzados?
Diversas alternativas son esbozadas (Miller, 1994). Nos concentraremos en una en la que además de un cambio
tecnológico opera un cambio cultural e integra de una u otra manera diversas propuestas novedosas: las villas o
aldeas ecológicas.
Según la Global Ecovillage Network (GEN), una villa ecológica es una comunidad urbana o rural cuyos
miembros tratan de adquirir un estilo de vida de alta calidad sin tomar de la Tierra más de lo que ella da. Estos
asentamientos buscan integrar un ambiente de respaldo y participación social con formas de vida de bajo
impacto ambiental. Para lograr estas metas, las villas ecológicas se construyen combinando dimensiones de
comunidad, ecología y espiritualidad.
Comunidad significa reconocer y relacionarse con otros; compartir recursos comunes; ayuda mutua; enfatizar
prácticas holísticas y preventivas de salud; ofrecer trabajo significativo y sustento a todos sus miembros; integrar
grupos marginados; promover educación continua; impulsar la unidad a través del respeto de las diferencias;
sembrar la expresión cultural.
Ecología significa producir alimentos orgánicos principalmente originarios de la región; construir viviendas con
materiales locales; usar sistemas renovadores de energía integrados a la villa; proteger la biodiversidad; asumir
el ciclo de vida de todos los productos usados en la ecovilla desde un punto de vista social, espiritual y
ecológico; preservar la limpieza del suelo, del agua y del aire a través de un manejo apropiado de energía y
residuos; proteger la naturaleza y las áreas salvajes.
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Espiritualidad significa respeto a las manifestaciones metafísicas expresadas de muchas maneras por culturas
diferentes; promover un sentido de alegría y pertenencia a través de rituales y celebraciones; enfatizar la
creatividad y las artes como expresión de unidad e interrelación con el universo (GEN, 2000).
Las personas que decidieron fundar o sumarse a estas villas (se registran más de 600 en todo el mundo) han
experimentado un cambio de valores y significaciones. El hecho de que hayan tomado libremente la decisión de
cambiar su estilo de vida indica un profundo proceso reflexivo: es un cambio de una visión antropocéntrica a
una biocéntrica. De una u otra manera comparten los principios de la "ecología profunda" propuestos por Arne
Naess y George Sessions:
El cambio de estilo de vida exige un cambio de patrones de consumo, factor fundamental para transitar a
sociedades y economías ecológicas: salirse total o parcialmente del actual de sistema de mercado (consumo), la
autoexclusión es la consecuencia.
Antes de continuar con el análisis de las villas ecológicas profundicemos en el concepto de autoexclusión.
Indica la teoría de sistemas que la modalidad de reducción de la complejidad que se alcanza en las sociedades
contemporáneas segmenta su unidad interna y produce la generación de subsistemas que van diferenciándose en
términos de su dedicación exclusiva a determinadas funciones. Estos subsistemas o sistemas parciales son el
económico, el jurídico, el político, el científico, el educacional, el religioso, el familiar y el de la salud
(Rodríguez y Arnold, 1991: 164 y 167).
Indica Luhmann que esta diferenciación, por una parte, obliga a renunciar a una regulación uniforme de la
inclusión; pero por otra, es capaz de producir y tolerar desigualdades extremas en la distribución de los bienes
tanto privados como públicos, esto se debe a que en este tipo de sociedad también existen tendencias
transversales a estabilizar distinciones y desarrollar status societales que desbordan los ámbitos funcionales
(Luhmann, 1998: 176 y 180).
No es raro (...) que bajo tales circunstancias se abra un abismo apenas franqueable entre el ámbito de la inclusión
y el de la exclusión, y que una vez abierto tienda a asumir la función de una diferenciación primaria del sistema
de la sociedad. Tal posibilidad significa que una gran parte de la población queda totalmente privada de las
prestaciones de los sistemas funcionales (Luhmann, 1998: 180).
La exclusión de un sistema funcional comporta, casi automáticamente, la exclusión de otros. Con sus modos de
inclusión la sociedad describe aquello que pone como condición para tomar parte o que considera ocasión para
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ello. Por otra, la exclusión es lo que permanece no indicado cuando son formuladas estas condiciones u
ocasiones (Luhmann, 1998: 190 y 193).
Dentro del conjunto de sistemas parciales el económico es el más definido. Su problema (función) central es la
escasez de recursos; en la tarea de gestación y distribución de éstos y la garantización de la satisfacción de
necesidades desarrolla un código cuya base es monetaria: distingue entre pago y no pago, entre tener y no tener.
Lo único que define la participación en este sistema es que detrás de todas estas relacione sociales existe un tipo
de comunicación en la que el dinero está involucrado, es la "pieza fundamental" del sistema (Rodríguez y
Arnold, 1991: 174).
Poder pagar o no poder pagar es la operación básica que la da sentido a la economía. Esta capacidad de pago
define la inclusión/exclusión: los límites del sistema económico llegan hasta donde lo permiten sus operaciones
monetarias (Rodríguez y Arnold, 1991: 175).
La persona que no tiene dinero para participar en estas operaciones queda fuera, es excluida, este es el caso de
millones de familias en todo el mundo; en un sistema condicionado por la libre oferta de bienes y servicios la
situación global se torna dramática: los que pueden pagar tienen acceso a mejores prestaciones y servicios, los
que no, deberán resignarse a la atención brindada por el Estado u organizaciones solidarias -si la hay.
Ahora bien, las villas ecológicas están formadas principalmente por grupos de "incluidos" que decidieron
desarrollar otra economía, otras formas de producir, distribuir y consumir para enfrentar la escasez de recursos:
no acuden al sistema económico para satisfacer todas o algunas de sus necesidades, han logrado cierto grado de
autosuficiencia. En su reproducción no hay operaciones monetarias, no está presente el mercado: se
autoexcluyen del sistema económico.
Esta autoexclusión es parcial. Algunas villas son autosuficientes sólo en materia alimentaria, no energética.
Otras sólo adquieren en el mercado las herramientas para hacer que el proyecto inicie, después no vuelven a
acudir a él. El rescate de sistemas medicinales naturales y técnicas vernáculas de construcción fortalecen la
independencia de los que desean no participar más de la dinámica mercantil convencional.
Para trazar un perfil general de las personas que participan en estos proyectos acudiremos al concepto de
individualización desarrollado por Robles (1999: 313) quien indica que en este proceso de autoconfrontación del
sujeto consigo mismo hay una presencia asistencial del Estado de bienestar. Pero, y aquí surge la paradoja, estos
sujetos no siguen el comportamiento de hedonismo o individualismo señalados por Robles, sino que buscan
rehacer la comunidad, tienen un alto sentido de solidaridad: se acude al Otro para trascender el Yo y el Mí.
La gran mayoría de individuos que se relacionan en estas experiencias están integrados al sistema social, pero no
a redes de influencias que les den una confianza total y les garanticen un proyecto futuro; además existe una
percepción de que el dinero no garantiza disponibilidad de tiempo, tranquilidad, espacio, salud y seguridad:
Se supone que precisamente el carácter híbrido de este paradigma lo convierte en sintomáticamente permeable a
posturas "críticas" respecto de situaciones observadas como injustas o insoportables, pero esto puede también
catalizar impulsos de integración secundaria a cualquier precio. Aquí es válida también la condición de afectado,
el que se ve amenazado por decisiones que él mismo no puede controlar: esto convierte el riesgo de la
incertidumbre en una constante ambivalencia. Metafóricamente hablando, la exclusión en la inclusión sería la
"inclusión que es y no es" (Robles, 1999: 324).
Regresando al análisis de las villas ecológicas, en ellas se ha logrado desarrollar a diferentes escalas una
Economía Ecológica. Joan Martínez Alier indica que ésta es una economía
que usa los recursos renovables (agua, pesca, leña y madera, producción agrícola) con un ritmo que no excede su
tasa de renovación, y que usa los recursos agotables (petróleo, por ejemplo) con un ritmo no superior al de su
sustitución por recursos renovables (energía fotovoltaica, por ejemplo). Una Economía Ecológica conserva
asimismo la diversidad biológica, tanto silvestre como agrícola. Una Economía Ecológica es también una
economía que genera residuos sólo en la cantidad en que el ecosistema los puede asimilar o reciclar (Martínez,
1994: 226).
Las técnicas de producción de alimentos utilizadas en las ecovillas entra dentro de la lógica promovida los
últimos años por la Agroecología, práctica, indica Hecht, que incorpora ideas sobre un enfoque de la agricultura
más ligado al medio ambiente y más sensible socialmente ya que está centrada no sólo en la producción sino
también en la sostenibilidad ecológica del sistema de producción. Esto sería el uso "normativo" o "prescriptivo"
del término agroecología porque implica un número de características sobre la sociedad y la producción que van
mucho más allá de los límites del predio agrícola. En un sentido más restringido, la agroecología se refiere al
estudio de fenómenos netamente ecológicos dentro del campo de cultivo, tales como relaciones
depredador/presa, o competencia de cultivo/maleza. Añade Hecht que en el corazón de la agroecología está la
idea que un campo de cultivo es un ecosistema dentro del cual los procesos ecológicos que ocurren en otras
formaciones vegetales, tales como ciclos de nutrientes, interacción depredador/presa, competencia, comensalía y
cambios sucesionales, también se dan. La agroecología se centra en las relaciones ecológicas en el campo y su
propósito es mostrar la forma, la dinámica y las funciones de esta relación; en algunos trabajos está implícita la
idea que por medio del conocimiento de estos procesos y relaciones los sistemas agroecológicos pueden ser
administrados mejor, con menores impactos negativos sobre el medio ambiente y la sociedades, más
sostenidamente y con menor uso de insumos externos. Los agroecosistemas tienen varios grados de resilencia y
de estabilidad, pero estos no están estrictamente determinados por factores de origen biótico o ambiental.
Factores sociales, tales como el colapso de los precios del mercado o cambios en la tenencia de las tierras, puede
destruir los sistemas agrícolas tan decisivamente como una sequía, explosiones de plagas o la disminución de
nutrientes en el suelo. Por otra parte, las decisiones que asignan energía y recursos materiales pueden aumentar
la resilencia y recuperación de un ecosistema dañado. Aunque la administración humana de los ecosistemas con
fines de producción agrícola a menudo ha alterado en forma dramática la estructura, la diversidad, los patrones
de flujo de energía y nutrientes, y los mecanismos de control de poblaciones en los predios agrícolas, estos
procesos todavía funcionan y pueden ser explorados experimentalmente. La magnitud de las diferencias de la
función ecológica entre un ecosistema natural y uno agrícola depende en gran medida de la intensidad y
frecuencia de las perturbaciones naturales y humanas que se hacen sentir en el ecosistema (Altieri, 1995: 3 y 4).
Los agroecosistemas son ecosistemas semi-domesticados que requieren fuentes auxiliares de energía,
principalmente humana y anima, para aumentar la productividad de organismos específicos; su diversidad puede
ser muy reducida en comparación con la de otros ecosistemas, pero mayor a otros sistemas agrícolas; los
animales y plantas existentes son seleccionados artificialmente y no por selección natural; los controles del
sistema son, en su mayoría externos y no internos ya que se ejercen por medio de retroalimentación del
subsistema (Altieri, 1995: 256).
Asegurar condiciones de suelo favorables para el crecimiento de las plantas, especialmente al manejar la
materia orgánica y al mejorar la vida del suelo.
Optimizar y equilibrar la disponibilidad y el flujo de nutrientes, especialmente mediante la fijación de
nitrógeno, el bombeo de nutrientes, el reciclaje y el uso complementario de fertilizantes externos.
Reducir al mínimo las pérdidas debido a los flujos de radiación solar, aire y agua, por medio de un manejo
de micro-climas, manejo de aguas y control de erosión.
Reducir al mínimo las pérdidas ocasionadas por plagas y enfermedades por medio de la prevención.
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Todos los cultivos son valiosos (en la agricultura convencional la producción de trigo, maíz, arroz y otros
pocos).
Se interviene en todo tipo de terrenos, aun en áreas marginales como colinas con pendientes pronunciadas.
Los policultivos (genéticamente heterogéneos) son los sistemas preponderantes.
Fijación de nitrógeno, control biológico de plagas, abonos orgánicos, gran confiabilidad en recursos
locales renovables son algunas técnicas empleadas.
Los daños y efectos en la salud son bajos.
Ningún cultivo es reemplazado.
La necesidad de capital (monetario) es bajo.
La mayoría de los insumos se encuentran disponibles en el lugar.
El costo de capital (monetario) para investigación es relativamente bajo.
La utilidad es media, es decir, se necesita tiempo para lograr el más alto rendimiento.
El desarrollo de tecnologías en general se debe a la participación de las ONGs y la intervención del sector
público.
El agricultor controla tecnologías y variedades sembradas.
El conocimiento y la experiencia del agricultor es básico (Altieri, 1995: 111)
Dentro de los fines económicos de la agroecología se pueden mencionar: la viabilidad y equidad de los sistemas
productivos, ser dependiente de recursos locales, tener rendimientos sustentables. Dentro de los fines
ambientales destaca: conservar la biodiversidad, las funciones ecosistémicas y la estabilidad del medio. Y como
fines sociales: desarrollo de predios pequeños, la satisfacción de las necesidades locales y lograr la
autosuficiencia en materia alimentaria. Todo basado en tecnología de bajos insumos (Altieri, 1995: 256).
Ahora bien, si nuestra aproximación a la agroecología se debió a su empleo por parte de comunidades ecológicas
localizadas principalmente en Australia, Canadá, Estados Unidos y la Unión Europea, su aplicación intensiva en
países calificados de medio y bajo desarrollo humano y en los sectores marginados de los países de alto
desarrollo humano es vital para mejorar las condiciones de vida, principalmente la alimentación, de sus
habitantes. Uno de los fines de la agroecología es lograr autosuficiencia alimentaria. Al depender un porcentaje
importante de los sectores marginados de los cultivos destinados al autoconsumo, lo que se plantea no es
abandonar estas prácticas, al contrario, potenciarlas: hacerlas más eficientes, incrementar su productividad y
diversidad.
Indica Toledo que la producción campesina fundamentalmente está orientada al autoconsumo, es decir, a la
reproducción de los mismos productores, aunque una parte de ella se destine a la venta en el mercado.
Constituye (...) una economía en la que hay un predominio relativo del valor de uso sobre el valor de cambio. A
este rasgo fundamental se le agregan otros, como el nivel poco tecnificado de sus proceso productivos, su
tendencia a no comprar ni a vender fuerza de trabajo, y el carácter casi siempre familiar o comunitario de sus
relaciones sociales. El examen de este modo de producción desde la perspectiva ecológica permite, sin embargo,
revelar un aspecto particularmente notable y positivo: la tendencia a realizar una producción en armonía con las
leyes ecológicas. En efecto, dado que toda economía campesina tiende a obtener la mayor parte de sus
satisfactores de los ecosistemas que son la base de su proceso de producción y no del sector social con el que
sólo se haya articulado de una manera parcial y relativa, es decir, dado que logra la satisfacción de sus más
elementales necesidades materiales a partir de su intercambio con la naturaleza (el intercambio ecológico), y no
de su intercambio con el mercado (el intercambio económico), el productor campesino tiende a realizar una
producción que no atenta contra la posibilidad de renovación de los ecosistemas (Toledo, 1985: 62).
A medida que los investigadores exploran las agriculturas indígenas (...) se hace más notorio que muchos
sistemas agrícolas desarrollados a nivel local, incorporan rutinariamente mecanismos para acomodar los cultivos
a las variables del medio ambiente natural, y para protegerlos de la depredación y la competencia. Estos
mecanismos utilizan insumos renovables existentes en las regiones, así como los rasgos ecológicos y
estructurales propios de los campos, los barbechos y la vegetación circundante (Altieri, 1995: 1).
En efecto, los sistemas tradicionales indígenas y campesinos -la mayoría marginales- son la fuente del saber
agroecológico. La agricultura de los excluidos es tomada, rescatada, por los incluidos.
La agroecología busca potenciar las capacidades productivas de los pequeños agricultores para que mejoren su
autoconsumo y ofrezcan más productos a los mercados locales y regionales, obtengan, a través de intercambios,
los medios para mejorar sus condiciones de vida. Por otra parte, es una alternativa para que los sectores de alto
consumo disminuyan su huella ecológica.
El desafío planteado por Wackernagel encuentra respuesta en esta técnica que combina saberes tradicionales y
técnicas científicas, conocimientos académicos y prácticas empíricas. Los saberes que alimentan a los excluidos
permiten el inaplazable cambio de estilos de vida de los incluidos.
El mejoramiento de las condiciones de vida de los millones de excluidos no debe consistir en la integración total
a los sistemas productivos controlados por los países industrializados dependientes de alto consumo energético
proveniente de fuentes no renovables y generadoras de importantes emisiones de CO2, sino en el fortalecimiento
de mercados locales/regionales basados en sistemas agroecológicos familiares, vecinales, comunitarios o
municipales. El primer paso para construir sociedades sustentables es que los asentamientos humanos busquen
su autosuficiencia en materia alimentaria, esto traerá beneficios sociales (disposición de alimentos,
mejoramiento de la salud), económicos (creación de empleos, fortalecimiento de economías locales), políticas
(aumento de la autonomía y la autodeterminación local), ambientales (menor consumo energético, disminución
de prácticas contaminantes, multiplicación de la biodiversidad). ¿Y el mercado?
Si se pretende hacer un cambio radical al sistema socioeconómico-político éste debe hacerse desde su base: la
producción de alimentos. El mercado no sólo no alimenta a la mayoría de la gente: degrada la biosfera y no
garantiza una alimentación sana. No sólo se trata de producir ecológicamente, sino de que los alimentos sean
distribuidos equitativamente. Los gobiernos locales adquieren bajo esta visión un importante rol de promotores.
Es necesario mencionar un caso relevante de autoorganización social: las ferias de consumo familiar del Estado
de Lara, Venezuela, promovidas por la Central Cooperativa del Estado de Lara (CECOSESOLA) (Kliksberg,
2000: 126-131). Estas prácticas ricas en participación social, autogestión de recursos y empleo de tecnologías
adecuadas son ejemplos de las alternativas al desarrollo esbozadas por Sachs (1982), Max-Neef (1986) y Leff
(1994).
Las técnicas de las economías agrarias tradicionales -que tanto se ha empeñado en hacer desaparecer la
modernización agrícola- son inspiración y fuente de sustento de miles de personas que han decidido modificar su
"decente" nivel de vida en los países de alto desarrollo humano. Las villas ecológicas son una alternativa al
sistema económico basado en el lucro y la explotación.
Las prácticas agroecológicas son un medio para que la sociedades de alto uso energético (petróleo) modifiquen
sustancialmente sus patrones de consumo y las sociedades de bajo uso energético (petróleo) mejoren sus
condiciones de vida sin afectar aún más la capacidad de carga de la Tierra. ¿Son las técnicas de producción de
alimentos para autoconsumo empleadas durante siglos por las sociedades rurales tradicionales y ahora rescatadas
y perfeccionadas en las villas ecológicas la base del futuro de la humanidad?
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La modernidad vivida en el siglo XX puede definirse como una época post-agrícola: las migraciones masivas del
campo a la ciudad, la industrialización de la producción de alimentos, la destrucción de ecosistemas y el
agotamiento de agrosistemas serían sus características. ¿Debemos considerar la creación de comunidades
ecológicas autosuficientes, la ecologización de los asentamientos humanos, la restauración de ecosistemas y
agrosistemas a través de técnicas carentes de insumos industriales e intensivas en mano de obra y la producción
de alimentos orgánicos para mercados locales un nuevo período en la historia de la humanidad?
En la agroecología ocurre el encuentro entre incluidos en la exclusión con los excluidos en la inclusión y
autoexcluidos de la inclusión, se comparte una misma problemática: cómo autoproducir el alimento, cómo
conservar el sistema ecológicamente; encuentro de redes de apoyo, de grupos de interacción que permiten
subsistir o vivir alternativamente. El incluido aprende del excluido para autoexcluirse del sistema económico:
busca superar la riqueza. ¿No exige esta realidad de reproducción comunitaria replantear el concepto de
desarrollo humano?
Bibliografía
Altieri, M. (1995). Agroecología. Bases científicas para una agricultura sustentable. Santiago: CLADES.
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