5 El Canon en Algunas Sectas Cristianas
5 El Canon en Algunas Sectas Cristianas
5 El Canon en Algunas Sectas Cristianas
SECTAS CRISTIANAS
El tema del canon se presenta en formas diversas en las Iglesias cristianas no católicas. La
teología protestante ofrece a este respecto aspectos teológicos de gran interés, debido a las
problemáticas que ha tenido que superar. La cuestión central que se plantea en este ámbito de
pensamiento es el criterio de canonicidad. Junto a este argumento, en el protestantismo nos
encontramos con el más reciente tema del «canon en el canon». A estos dos argumentos les
dedicaremos un estudio más detallado. Al final examinaremos cómo se presenta el tema del
canon bíblico en las demás confesiones cristianas.
1. EL CRITERIO DE CANONICIDAD EN LA TEOLOGÍA PROTESTANTE
Hemos señalado que, para la teología católica, el criterio de canonicidad es la Tradición
apostólica (cf DV 8). Esto también se puede expresar diciendo que el nexo que fundamenta el
criterio de canonicidad en la teología católica es la relación indisoluble que existe entre Escritura
y Tradición. Por haber renunciado al principio de Tradición, la teología protestante ha tenido que
forjar diferentes soluciones que den razón de por qué de un canon bíblico y su extensión, puesto
que no existe una respuesta satisfactoria en la sola Scriptura. Si consideramos, por otra parte, que
la historia de la formación del canon ha sido de gran complejidad, con aspectos que no
encuentran una explicación racional clara y precisa, no parece que se pueda encontrar fácilmente
una respuesta a la existencia del canon bíblico que no acepte, de algún modo, la intervención de
una tradición de fe normativa guiada por el Espíritu Santo. Canon e Iglesia, Escritura y Tradición,
muestran una conexión a la vez inseparable e indisoluble. No es extraño por esto que teólogos
protestantes se encuentren hoy día más divididos que en otras épocas sobre la cuestión del canon,
aunque reconocen que es un tema de importancia crucial. En este sentido, A. Harnack escribió
hace ya un siglo: «En toda la historia de la Iglesia no es posible encontrar un hecho más
importante que la formación de la colección de los escritos apostólicos y su equiparación a los
libros del Antiguo Testamento»[112]. H. Strathmann sostuvo, por su parte, que «la temática del
canon es la enfermedad más perniciosa del protestantismo»[113]. La cuestión que se discute se
centra básicamente sobre qué es lo que define, propia y esencialmente, el canon bíblico.
a) Breve cuadro histórico de los criterios de canonicidad
El problema de los «criterios de canonicidad» se plantea expresamente ya en el siglo XVI,
cuando los Reformadores sustituyeron los criterios externos relacionados con la autoridad de la
Iglesia y la Tradición, por criterios teológicos internos, que consideraron capaces de imponerse
por sí mismos a cada creyente y a la misma Iglesia. Desde entonces, la reflexión sobre los
criterios de canonicidad ha proseguido sin solución de continuidad, atenta solo a una sola
preocupación: la de salvaguardar como patrimonio fundamental el principio de la sola Scriptura.
Lutero y Calvino - Los iniciadores del protestantismo ocupan un lugar de primer orden en la
historia de las discusiones sobre los criterios de canonicidad. Lutero, de acuerdo con su teología
de la «justificación por la fe», asumió como criterio de canonicidad «el testimonio dado por la
Escritura a Cristo y a su obra redentora» (was Christum treibt); sobre esta base distinguió en los
libros sagrados diversos grados de autoridad, según que condujeran más o menos a Cristo; en
síntesis, entre «libros que conducen a Cristo» y libros que «no conducen a Cristo como los
demás»[114]. Calvino, por su parte, consideró como criterio de canonicidad el «testimonio
interno del Espíritu» en cada fiel, que habría generado un «consenso público» sobre los libros
sagrados en la Iglesia primitiva. En el año 1540, Calvino rechazó los libros deuterocanónicos
como apócrifos, pero aceptó el canon completo del Nuevo Testamento. Las sucesivas confesiones
de fe reformadas -gaélica (1559), inglesa (1562), belga (1562), suiza (1564)- acentuaron aún más
el papel del Espíritu Santo, que sería el garante, en el corazón de los creyentes, del carácter divino
de las Escrituras. Estas confesiones rechazaron los deuterocanónicos del Antiguo Testamento. A
partir de inicios del siglo XVIII, como lógica consecuencia, los deuterocanónicos del Antiguo
Testamento ya no aparecerán en las Biblias impresas[115].
El racionalismo bíblico - Con la aparición del racionalismo bíblico y la consiguiente
eliminación del concepto de «inspiración sobrenatural», la cuestión teológica del canon bíblico
perdió consistencia y el canon pasó a ser considerado simplemente una colección fortuita de
libros reunidos por motivos naturales o por causas sencillamente históricas. A fines del siglo
XIX, sin embargo, con el reflorecer de la teología luterana, se produjo un cambio. Desde
entonces, siempre con nuevo vigor, se tiende a dar gran importancia al tema del canon bíblico y al
problema de su formación. Se ha planteado de nuevo la cuestión de los criterios de canonicidad y
se advierte un interés creciente en otorgar mayor peso a los criterios objetivos[116]. Este
despertar surge ya en autores como Th. Zahn, que consideró con atención el influjo constitutivo
de los escritos apostólicos en las comunidades cristianas, en cuyas asambleas eran leídos[117]. A.
Harnack, por su parte, examinó los carismas eclesiásticos que habrían permitido retener
inspirados determinados libros escritos en tiempos apostólicos. Harnack concedió un significado
altamente positivo a la acción de la Iglesia primitiva en la formación del canon[118]. Otros
teólogos como W. G. Kümmel y E. Käsemann han privilegiado y elaborado con más
detenimiento el criterio clásico de la tradición luterana: es canónico lo que da testimonio y mueve
hacia Cristo.
113Die Krisis des Kanons in der Kirche, en «Theologische Blätter» 20 (1941) 295.
114Más concretamente, Lutero distinguió entre ‘libros privilegiados’, que consideraba los
testimonios apostólicos centrales sobre Cristo (Romanos, Gálatas); ‘libros ordinarios’,
testigos de un catolicismo primitivo; y ‘libros postergados’, que no conducían del todo
adecuadamente a Cristo y a los que de hecho rechazó como libros inspirados (Hebreos,
Apocalipsis, Santiago, Judas, 1 Pedro). Estos últimos libros fueron colocados al final de su
Biblia. Pero Lutero no fue el primer reformador que negó la canonicidad de los
deuterocanónicos. Este hecho se debe atribuir a Andrés Bodenstein, más conocido por el
nombre de su pueblo natal, Carlostadio (t 1520), que rechazó los deuterocanónicos del
Antiguo Testamento aceptando, no obstante, los del Nuevo Testamento. Su crítica fue
recogida por Lutero, quien en la versión alemana de 1534 colocó en un apéndice los
deuterocanónicos dándoles el título de ‘Libros apócrifos’.
115En el sínodo de Dordrecht (Holanda), en 1618, algunos calvinistas pretendieron eliminar
los deuterocanónicos de la Biblia, pero el sínodo decidió seguir una vía media: imprimirlos
con letra más pequeña.
116Cf H. HÖPFL, Canonicitè, DBS 1 (1929) 1034-1043.
117Cf Geschichte des neutestamentlichen Kanons, Erlangen 1888, I 83.
118Cf Lehrbuch der Dogmengeschichte, I 395.
119Sobre las opiniones de estos autores cf J. SALGUERO, La Biblia, 347-371 (con amplia
bibliografía); P. LENGSFELD, Tradition, Écriture et Église, dans le dialogue
oecuménique, Paris 1964, 73 ss.
120Cf Dogmatique, I 1 96-216. Entre los discípulos de K. Barth, las opiniones se han
diversificado. Hermann Diem ha sostenido que el uso litúrgico es el que ha fijado el canon,
registrado y proclamado posteriormente por la Iglesia (Das Problem des Schriftkanons, en
E. KÄSEMANN (ed.), Das Neue Testament als Kanon, Göttingen 1970, 159-174). Para
Otto Weber, el juicio de la Iglesia sobre el canon consistió esencialmente en el
reconocimiento de una norma previa (Grundlagen der Dogmatik, Neukirchen 1955, I 275
ss); y P. Althaus afirmó, por su parte, que no existe una frontera segura entre el canon y los
demás libros eclesiásticos, y que no se puede hablar de un criterio absoluto para la
determinación del canon (Die christliche Wahrheit, Lehrbuch der Dogmatik, Gütersloh
1958, § 17).
121Sus obras principales para nuestro tema son: La Tradition, problème exégétique,
historique et théologique, Neuchâtel-Paris 1953; Christ et le temps, Neuchâtel-Paris
1947; La foi et le culte de l’Église primitive, Neuchâtel-Paris 1963; Die Tradition und
Festlegung des Kanons durch die Kirche des 2.Ih, en E. KÄSEMANN (ed.), Das Neue
Testament als Kanon, 98-108.
122Se trata del ‘criterio del apostolado’, que hay que distinguir del criterio de ‘Tradición
apostólica’, de la teología católica, que acepta que en el canon existan libros no escritos ni
por apóstoles ni por testigos oculares (como, por ejemplo, Marcos y Lucas). Según
Cullmann, los libros del Antiguo Testamento se habrían impuesto por haber sido escritos
por testigos oculares (profetas), que transcribieron en ellos los acontecimientos y su
interpretación.
123Cf Umrisse einer Lehre von der Autorität der Heiligen Schrift, «Evangelisch-
Lutherische Kirchenzeitung» 9 (1955) 136 ss; Schrift und Tradition, Berlin 1951, 21 ss.
124Die Entstehung des Neuen Testaments, en E. KÄSEMANN (ed.), Das Neue Testament
als Kanon, 109-123.
125El criterio se propone solo para los libros del Nuevo Testamento y se justifica por la
promesa de Jesús de asistir a los apóstoles en la enseñanza de la verdad revelada (cf Mt 28,
30). La dificultad de la argumentación consiste en que la promesa de Jesús no implica
necesariamente la donación del don de la inspiración bíblica, sino la asistencia en la
enseñanza apostólica. Michaelis, en coherencia con sus principios teológicos, acabó por
negar la inspiración del segundo y tercer evangelio y de los Hechos de los Apóstoles,
cuyos autores, Marcos y Lucas, no fueron apóstoles del grupo de los Doce.
126Theologie des Neuen Testaments, Tübingen 19542 (19655) § 52.
127Cf M. BOUTTIER, Catholicité et canonicité. Remarque sur un récent débat
oecuménique, ETR 40 (1965) 181-192. Resulta muy significativa la frase de M. Bouttier,
que habla de una «choix déchirait (elección lacerante)» a la que los protestantes están
abocados por el problema del «canon en el canon»: «O Convertirse, como H. Schlier, al
catolicismo romano, o revisar a fondo ciertos aspectos de la tradición protestante [...]. O
acoger el conjunto del testimonio del Nuevo Testamento y renunciar a hacer comprender
con claridad la voz del Evangelio, o hacer resonar esa voz y renunciar a la catolicidad (es
decir, al conjunto) del Nuevo Testamento» (pp. 182-183).
128Käsemann, por ejemplo, niega radicalmente que el canon neotestamentario constituya el
fundamento de la unidad de la Iglesia, y apoya su tesis con tres argumentos: la variabilidad
del kerigma del Nuevo Testamento presente en los evangelios (que son cuatro y no uno); la
extraordinaria variedad de las posiciones teológicas existentes; la incompatibilidad de las
diversas teologías presentes en el Nuevo Testamento. Käsemann concluye que el canon del
Nuevo Testamento no constituye el fundamento de la unidad, sino, más bien, de la
pluralidad, de las confesiones cristianas, por lo que se hace necesario aplicar el
«discernimiento de espíritus» paulino. Los «espíritus buenos» del Nuevo Testamento
serían aquellos testimonios que son o pueden llegar a ser ‘evangelios’, es decir, que
anuncian la ‘justificación por la fe’; los demás escritos serían «espíritus malos». El
pluralismo de Käsemann desemboca así en una elección programática. Sobre el tema, cf
Begründet der neutestamentliche Kanon die Einheit der Kirche? (124-133) y Kritische
Analyse (336-398) en E. KÄSEMANN (ed.), Das Neue Testament als Kanon, Göttingen
1970.
129Un texto central para la comprensión del pensamiento de Cullmann es el siguiente: «El
problema no es nuevo. Se había presentado cuando Lutero propuso el criterio según el cual
se debe considerar conforme con las Escrituras solo ‘lo que lleva a Cristo y lo comunica’
(was Christum treibt). Cada época de la historia eclesiástica, sin embargo, elige entre los
diversos temas bíblicos basándose en los pensamientos preferidos. Para Erasmo y los
iluministas, en el centro [de la Escritura] estaba el Sermón de la Montaña; según
Käsemann, más recientemente, es la justificación por la fe. Sin embargo, toda elección es
necesariamente subjetiva y arbitraria. Si consideramos seriamente el concepto de un canon
que comprenda el Antiguo y el Nuevo Testamento, tenemos que decir -no en base a una
preferencia teológica, ni en base a una elección nuestra- que [el criterio de canonicidad] no
puede ser otra cosa que la historia de la salvación, porque solo ella puede aglomerar todos
esos libros [...]. No podemos rechazar lo que une esos libros entre sí y constituye la
‘Biblia’: la historia de la salvación. Ciertamente, de ningún modo hay que rechazar el
principio enunciado por Lutero; pero es necesario integrarlo teniendo en cuenta que la obra
de Jesucristo [...] es el centro ordenador y, a la vez, el resumen de un proceso histórico
completo, que lleva a Él y que procede de Él» (Heil als Geschichte, Tübingen 1965; trad.
it. Il Mistero della Redenzione nella storia, Bologna 1966, 407-408).
130Cf M. JUGIE, Histoire du canon de l’Ancien Testament dans l’Église grecque et
l’Église Russe,
Paris 1909; E. OIKONOMOS, Bibel und Bibelwissenschaft in der Ortodoxen Kirche, Stuttgart
1976, 2934; S. AMSLER, La politique d’édition des Sociétés bibliques au XIXe siècle et le
canon de l’Ancien Testament, en J. D. KÄSTLI - O. WERMELINGER (eds.), Le canon de
l’Ancien Testament. Sa formation et son histoire, 313-338. Un resumen en V. MANNUCCI, La
Biblia como Palabra de Dios, 211-223.