López Obrador o La Izquierda Que No Es

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28/5/2022 López Obrador o la izquierda que no es

Artículos
López Obrador o la izquierda que no es

López Obrador or the absent left

López Obrador ou la gauche qui n’en est pas une

Ramón I. Centeno ramon.centeno@unison.mx


Universidad de Sonora, Mexico

López Obrador o la izquierda que no es


Foro internacional, vol. LXI, núm. 1, pp. 163-207, 2021
El Colegio de México

Recepción: 01 Enero 2020


Aprobación: 01 Octubre 2020
DOI: 10.24201/fi.v61i1.2716

Resumen:
Por primera vez, la democracia mexicana tiene en el poder a un presidente que define a su gobierno
como “posneoliberal”. Al respecto, en este artículo explico que México está frente a la paradoja de un
giro a la izquierda tan drástico como impotente. De lejos, el gobierno de Andrés Manuel López
Obrador es el más poderoso que ha tenido la joven democracia mexicana; sin embargo, está muy
lejos de desmontar al neoliberalismo. Aquí propongo que estamos frente a un progresismo fallido,
por lo que concluyo que es un sinsentido conceptualizar como “de izquierda” a este gobierno.

Palabras clave:
México, democracia, izquierda, neoliberalismo, populismo, progresismo, AMLO.

Abstract:
For the first time, Mexican democracy has a president in power who defines his government as “post-
neoliberal.” In this article I explain how Mexico is facing the paradox of a turn to the left as drastic as it
is impotent. By far, the government of Andrés Manuel López Obrador is the most powerful seen to
date by Mexico’s young democracy; however, it is nowhere near to dismantling neoliberalism. Here I
propose that we facing a failed progressivism, and conclude that it makes no sense to conceive of this
government as “left-wing.”

Keywords:
Mexico, democracy, left-wing, neoliberalism, populism, progressivism, AMLO.

Résumé:
Pour la première fois de son histoire, la démocratie mexicaine possède, à sa tête, un président
qualifiant son gouvernement de «post-néolibéral». À ce sujet, mon article s’efforce d’expliquer en quoi
le Mexique se retrouve face au paradoxe d’un virage à gauche aussi brusque qu’impuissant. Le
gouvernement d’Andrés Manuel López Obrador est largement le plus puissant qu’ait connu la jeune
démocratie mexicaine ; cependant, loin s’en faut qu’il déconstruise le néolibéralisme. Je défends ici
l’idée que nous sommes face à un progressisme manqué et que, par conséquent, il ne rime à rien de
qualifier ce gouvernement comme «de gauche».

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28/5/2022 López Obrador o la izquierda que no es

Mots clés:
Mexique, démocratie, gauche, néolibéralisme, populisme, progressisme, Andrés Manuel
López Obrador.

Ilusión y política

Tomar “mucha agua pura” y seguir “un camino de espiritualidad” fueron dos de las diez
recomendaciones del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) “para salir del
coronavirus”.

1 Al momento de lanzar su decálogo, México regresaba a “la nueva normalidad” que


finalizaba las medidas de distanciamiento social en momentos en que el conteo oficial
registraba más de 16 000 muertes por la pandemia de Covid-19, la cual estaba aún lejos de
ceder. Esta actitud política, un verdadero “sálvese quien pueda”, hizo corto circuito con la
imagen de un gobierno “de izquierda”. Por ello, no es sorprendente que ganara terreno la
tesis de que la pandemia marcó un antes y un después en el progresismo mexicano. La idea
básica es que México iba viento en popa girando hacia la izquierda, pero la pandemia redujo
seriamente las posibilidades y marchitó el impulso inicial del sexenio.2

Sin embargo, en este artículo refuto la noción prevaleciente de que la izquierda, algún tipo
de izquierda, poco o muy moderada, pero izquierda al fin, gobierna en México. Para
demostrarlo, aquí discuto la actuación del gobierno de AMLO antes de la pandemia, con lo
que descarto la tesis del antes y después. La política que AMLO presentó para enfrentar los
efectos de la pandemia3 ya era el centro de su actuación desde el inicio del sexenio. Por un
lado, austeridad “republicana” en el marco de una disciplina fiscal sin impuestos a los más
ricos; por el otro, algunos programas sociales (ninguno específico para la pandemia) y
megaproyectos como el Tren Maya. El sexenio actual, que AMLO ha decretado como “el fin de
la época neoliberal”, ha sido denunciado por la élite desplazada como uno lleno de
“amenazas al sistema democrático”.4 Sin embargo, unos y otros se equivocan porque AMLO
no está mudando ni de régimen económico ni político; más bien, les ha impreso un estilo
específico. Para empezar, decía, ni siquiera es la izquierda la que llegó al poder.

Separarlo de la izquierda no debería ser controvertido, tomando en cuenta que AMLO ha


afirmado que “el 90% de las llamadas que registran por violencia contra mujeres son falsas” y
que juzga la legalización del aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo “como
algo no tan importante”.5 Sin embargo, ese tipo de posturas no han hecho mayor mella en el
aura izquierdista que ha rodeado a este personaje; su supuesto compromiso redistributivo lo
protege. Esto último, que considero un espejismo, me motivó a preparar este trabajo, en el
cual recurro a la distinción izquierda-derecha desde una perspectiva marxista, es decir, como
un filtro para clasificar posturas ante el capitalismo. En específico, uso esa distinción con
respecto al neoliberalismo, entendido tanto como una reestructuración de las relaciones
sociales en favor del capital como una correlación de fuerzas a la que dio origen. ¿Cómo
incide tal o cual agente? ¿A la derecha (en favor del capital) o a la izquierda (en su contra)? El
progresismo, en general, ha incidido ligeramente a la izquierda sin revertir el neoliberalismo.

El argumento central de este artículo es que estamos frente a un progresismo fallido en


México, un desarrollo cuya comprensión pasa por analizar el contexto y la actuación de la
tradición política de AMLO antes, durante y después de su ascenso a la Presidencia. La
comparación con el resto de América Latina es un aspecto que atraviesa este trabajo, lo cual,
sin ser el recurso clave, permitirá dimensionar el alcance de varios procesos que aquí refiero.
En especial, sostengo que el progresismo mexicano queda bastante deslucido comparado
con el llamado “ciclo progresista” que definió a buena parte de la región en la década pasada.

El pasado político reciente favoreció el fracaso, pero este gobierno lo materializó con
singular diligencia. El pasado reciente es el objeto del segundo y tercer apartado de este
trabajo, donde examinaré, primero, la pronunciada deriva a la derecha del régimen mexicano
y, después, la transmutación de la izquierda mexicana hacia coordenadas menos radicales.
Esta situación -un régimen más a la derecha y una oposición menos a la izquierda- favoreció
la paradoja de un giro a la izquierda tan drástico como impotente, a lo cual dedico los
apartados cuarto y quinto. Por un lado, el presidencialismo mexicano alcanzó, en las
elecciones de 2018-2019, su máximo poderío en lo que va del siglo (es decir, desde la
democratización del régimen). Por el otro, la relación del gobierno de AMLO con el gran
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capital es tan conciliadora, que desfigura su impulso redistributivo y reduce a un mínimo (si
no es que al absurdo) su proclamado “posneoliberalismo”. A partir de las definiciones
anteriores, en el sexto apartado propongo que el progresismo de AMLO no sólo es fallido,
sino que ha virado a la derecha. Por último, concluyo que su fracaso permite, sin embargo,
apreciar mejor el vacío de izquierda que hay en México y, por tanto, la necesidad de
solventarlo.

La vía mexicana al progresismo

El neoliberalismo es la forma dominante del capitalismo contemporáneo, originado de una


hipertrofia en su poderío que comenzó en los años setenta. En contra de las políticas de
bienestar propagadas luego de la Segunda Guerra Mundial, como ha explicado David Harvey,
la neoliberalización buscó y logró “la restauración del poder de clase” de la burguesía,
desmontando victorias colectivas logradas en décadas previas. En su definición:

El neoliberalismo es, en primera instancia, una teoría de prácticas de economía política


que propone que el bienestar humano puede impulsarse con mejores resultados
mediante la liberación de las libertades y aptitudes empresariales individuales en un
marco institucional caracterizado por derechos sólidos de propiedad privada, libre
mercado y libre comercio. El papel del Estado es crear y conservar el marco
institucional adecuado para tales prácticas.6

En el grueso de América Latina, el neoliberalismo tuvo sus años dorados en los noventa.
Luego, a principios de siglo, vivió una crisis de hegemonía que abrió una oportunidad
electoral a la oposición de izquierda; ése fue el fecundo terreno en el que nació el llamado
“ciclo progresista”. Parte de la legitimidad del giro neoliberal provenía de su calidad de
protégé de la democratización. Las dictaduras militares habían sido derrotadas, dando pie a
elecciones libres; el triunfo de la transición del autoritarismo a la democracia se respiraba
fresco. Las paradojas del entrecruce de dicha transición con otra, del modelo de sustitución
de importaciones al neoliberalismo, no fueron ignoradas por los transitólogos más notables.
Guillermo O’Donnell, por ejemplo, se lamentaba:

En general, los gobiernos democráticos de la actualidad apoyan, implementan y


conservan políticas con las cuales se ven favorecidos los sectores privilegiados. Esto
incluye, para estos últimos, un mejor acceso a la formulación de políticas de lo que
predominaba bajo los regímenes militares.7

En otras palabras, la añeja aversión de la burguesía latinoamericana a la democratización


se atenuó cuando ésta demostró serle tan favorable; más aún, cuando la neoliberalización
abrió un debilitamiento económico y político de las clases trabajadoras en el nuevo orden. En
las palabras suaves pero precisas de Weyland: “el neoliberalismo ha fortalecido la
sostenibilidad de la democracia en América Latina, pero ha limitado su calidad”.8 Este balance
de Weyland, fiel al mapa político latinoamericano de los noventa, había caducado al
momento de su publicación. Con el cambio de siglo, Sudamérica experimentó el ‘giro a la
izquierda’, cuyo clímax sería la existencia simultánea (y coaligada) de las presidencias de Hugo
Chávez (1999-2013) en Venezuela, los Kirchner en Argentina (2003-2015), Evo Morales en
Bolivia (2006-2019) y Lula en Brasil (2003-2011). La democracia seguiría en pie, pero su
matrimonio con el neoliberalismo ya no podía darse por sentado. El giro a la izquierda
sugería que en la región la ortodoxia neoliberal perdía su hegemonía: dejaba de convencer.

En México, por el contrario, primero vino el giro neoliberal y más adelante el democrático.
El régimen autoritario, del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que en su origen emergió
como un árbitro entre las clases sociales, descansaba cada vez más en la burguesía.9 Este
proceso, gradual, recibiría un fuerte impulso desde el exterior, en la década de los ochenta,
en el contexto de la neoliberalización de las principales instituciones financieras mundiales. El
Estado mexicano privatizó empresas estatales, propiedades comunales y recursos naturales.
Para consolidar este orden, la agenda neoliberal moldeó un nuevo rol para el Estado, que
pasó de dirigente y motor del capitalismo nacional a policía protector (y ocasional árbitro) del
capital nacional y extranjero. La transformación neoliberal de México, por supuesto, no
estaría exenta de rupturas en el régimen ni de resistencias de la oposición. El descontento,
sin embargo, se expresó en las calles, sí, pero no llegó a la insurrección; también se expresó
en las elecciones, sí, pero estas no fueron democráticas.

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El régimen retuvo el poder y su arsenal político para enfrentar a la oposición fue muy
distinto del que disponían los neoliberales sudamericanos. En México, el gobierno podía -
además de reprimir- negociar las reformas neoliberales, las reformas democráticas o ambas.
En Sudamérica, por otra parte, la democratización no estaba en la mira sino en el espejo
retrovisor, con lo que la disputa se libró en el terreno de la economía política. En efecto, el
gobierno mexicano respondió a la oposición, sí con represión, pero también con concesiones
democráticas.10 Así, mientras las reglas del sistema político llegaban a la mesa de
negociación, las reformas neoliberales quedaban fuera de ésta.

No fue sino hasta el año 2000, una vez que la democracia había sido corroborada en la
elección que sacó al PRI de la Presidencia, que el neoliberalismo dejó de estar amparado por
un régimen autoritario y pasó a depender de las vicisitudes de una democracia emergente.
Más adelante, en 2006, México estuvo a punto de vivir su giro a la izquierda. La expresión
política liderada por AMLO -a la cual está dedicada la próxima sección- perdió la elección por
un estrecho margen.11 En respuesta, el nuevo gobierno (2006-2012) del Partido Acción
Nacional (PAN) lanzó la guerra contra el narcotráfico tan pronto tomó el poder. Iniciada como
una táctica para ganar legitimidad en el corto plazo, la guerra al narco mutó en una estrategia
de largo plazo del orden neoliberal. Produjo una atmósfera en que la violencia política o el
despojo económico podían atribuirse a la locura de los narcos. El costo de este giro punitivo
en el rumbo de la democracia mexicana ha llevado a más de un analista a diagnosticar un
proceso de desdemocratización como antesala de una regresión autoritaria.12 Pero el otro
costo, que acabo de insinuar, fue la profundización del orden neoliberal. El sexenio 2012-
2018, liderado esta vez por un PRI resucitado, fue una continuación política del sexenio
anterior aderezado de una nueva ola de reformas neoliberales, entre las que destaca la
privatización de las reservas petroleras, luego de seis décadas de monopolio estatal. Así, el
neoliberalismo llegaba a donde no pudo en el pasado.

En contraste con el Cono Sur, México ha personificado la continuidad neoliberal. Junto con
Colombia y el Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, El Salvador y Honduras), el
malestar social causado en México por el neoliberalismo no enfrentó un giro a la izquierda,
sino un ‘giro punitivo’ destinado a proteger -con más coerción que antes- el statu quo. La
‘guerra contra el narcotráfico’ en estos países -cofinanciada por el gobierno de Estados
Unidos a través de la Iniciativa Mérida, el Plan Colombia y la Iniciativa Centroamericana de
Seguridad Regional (CARSI, por sus siglas en inglés)- es la pieza política más notable de esta
tendencia regional opacada por la atención captada por el progresismo sudamericano. De
este modo, el “giro a la izquierda” de México en 2018, a diferencia de la ola sudamericana, ha
tenido como punto de partida coordenadas políticas más a la derecha.

En su dimensión vernácula, el contexto de la irrupción lopezobradorista es el de la


contrarrevolución neoliberal, no el de la Revolución mexicana. En comparación con el
cardenismo -ese populismo primigenio del que AMLO procede-, la burguesía está cómoda en
el sexenio actual y el proletariado está desmovilizado. Mientras Cárdenas tuvo que montar el
México bronco de la agitación de organizaciones obreras y campesinas, AMLO es el cómodo
portavoz del voto atomizado de 30 millones cuyo común denominador es él mismo.

En su dimensión regional, el contexto de la irrupción lopezobradorista es muy distinto del


de la marea rosada sudamericana. Esta última pudo aprovechar el alza en los precios
internacionales de las materias primas de la primera década del siglo, gracias al aumento de
la demanda china. De ahí, del llamado neoextractivismo, provino una de sus principales
fuentes de financiamiento del aumento del gasto social. En contraste, el progresismo
mexicano llegó al poder en una constelación internacional signada por los efectos de la crisis
financiera global de 2008.13 Uno de esos efectos fue la reducción del propio margen de
maniobra de los gobiernos progresistas sudamericanos, que pronto se enfrentaron a un
dilema que habían podido postergar: ¿afectar o no al capital para favorecer la justicia social?

En su titubeo frente a esta pregunta, está la clave del posterior volte-face de las bases
sociales de partidos emblemáticos del progresismo, como el PT en Brasil y el PJ en Argentina.
En cuanto al gobierno de AMLO, como explicaré más adelante, éste se ha enfrentado a dicho
dilema desde el primer día, optando por evitar la confrontación con el capital. De esta forma,
el progresismo mexicano nació muerto; estamos, así, ante un progresismo fallido.

Génesis de una izquierda falsa

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En los años setenta, una broma priista decía que “El que es joven y no es de izquierda está
loco, pero el que después de los treinta sigue en la izquierda está todavía más loco”. En esos
tiempos, el joven López Obrador ingresó a las filas del PRI. Ahora que tomó el poder, a sus 65
años, autodefinido como “de izquierda” y percibido como tal en el país, ¿cómo explicar la
transfiguración de un político priista en un prócer de la izquierda? Esta paradoja es sólo una
apariencia, pues en realidad AMLO no se pasó a la izquierda, sino que el país se movió a la
derecha. Y en este desplazamiento tectónico, lo que fue la “izquierda” en la mayor parte del
siglo XX quedó sustituido en el XXI por lo que era el “centro”.

En palabras del historiador John Womack:

Mucha gente vio sus sueños izquierdistas realizados en el triunfo de López Obrador,
pero lo que ahora llaman izquierda es una izquierda que, como tal, es muy pobre. No
es la izquierda de Valentín Campa de los 50 y 60. Campa era comunista. Eso era la
izquierda mexicana. Una izquierda marxista. ¿Qué es López Obrador en relación a eso?
Para mí no hay izquierda fuera del marxismo. La izquierda no es izquierda a menos
que sea marxista. El marxismo es crucial. El capitalismo es el punto central. O estás
favor o estás en contra.14

La práctica extinción de la izquierda marxista en México es la expresión local de una


derrota internacional. Con el desplome de la Unión Soviética se cerró un ciclo que empezó
con la Revolución francesa y que durante dos siglos habilitó la existencia de una alternativa
revolucionaria, socialista, al orden establecido. En consecuencia, sobrevino una época que
aún está atravesada por una profunda crisis de la “imaginación utópica”, en palabras de
Traverso.15 Aunque diminuta, la izquierda marxista mexicana, por decirlo así, existía. Con el
fin del siglo XX casi desapareció y su espacio, vacante, fue ocupado por otras fuerzas.

López Obrador es un populista; proviene del viejo PRI y más tarde se sumó a esa parte que
abandonó el partido cuando este se neoliberalizó. El PRI, cuya dominación en México se
remonta a los años veinte del siglo XX, impulsó durante décadas un nacionalismo económico
que sería el objeto de la crítica y reestructuración neoliberal. Operada por una nueva élite del
partido, esta revisión ideológica condujo a su sector más cardenista a la ruptura. Este nuevo
populismo, fundado por Cuauhtémoc (hijo de Lázaro) Cárdenas, compitió contra el partido
del régimen en la elección de 1988. De esa escisión nació el PRD y, más recientemente,
Morena. Pero López Obrador está a la derecha del nuevo populismo y muy a la derecha de
Lázaro Cárdenas. Como sabemos, Cárdenas llegó a expropiar a capitalistas extranjeros; López
Obrador, en contraste (y como veremos), está buscando el amor del gran capital.

La actual identificación de la izquierda con el populismo y no con el marxismo es un


producto imprevisto de la neoliberalización mexicana. La corriente cardenista, al
desprenderse del partido del régimen, absorbió al comunismo mexicano en el proceso,
dando por resultado que, en las filas opositoras al neoliberalismo, la izquierda marxista
cediera su lugar al priismo disidente. Sobre esto, Centeno ha insistido que no era inevitable la
ingestión del comunismo por el populismo, sino que es un producto específico de la doctrina
estalinista del frente popular que primó en la izquierda mexicana durante el siglo XX.16 A la
derrota internacional del movimiento comunista con la restauración capitalista en el bloque
socialista, la izquierda mexicana añadió su propia autodestrucción en el interior del priismo.
No está de más recordar que la distancia política entre el marxismo y el populismo no es de
grado, sino de orden; lo cual resulta evidente comparando sus respectivos horizontes
estratégicos.

Como es sabido, en vísperas de la Primera Guerra Mundial el movimiento socialista se


dividió entre reformistas y revolucionarios. Los primeros apostaban por un camino de
reformas al capitalismo, en el marco de la democracia liberal, como vía al socialismo;
reformas graduales, pero constantes. Y así, mediante un proceso de evolución natural, algún
día se superaría el capitalismo. En su formulación clásica, Bernstein llegaría al extremo de
afirmar: “El movimiento lo es todo; la meta final no es nada”. A lo cual, Luxemburg contestaría
que “el objetivo final del socialismo es el único factor decisivo que distingue al movimiento
socialdemócrata de la democracia y el radicalismo burgueses”.17 De este modo, los
revolucionarios sostenían, valga la redundancia, que no se podía superar al capitalismo sin
una revolución, sin dejar a la burguesía en la lona, pues ella defendería sus privilegios y no
dejaría de luchar para revertir las reformas logradas en su contra. Después de la Revolución

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rusa de 1917, los revolucionarios -a iniciativa de los bolcheviques- se redefinirían como


“comunistas”, dejando el apelativo de “socialdemócratas” a los reformistas.

De la mano de la Internacional Comunista, amparada en el prestigio de la Unión Soviética,


los partidos comunistas en América Latina se convirtieron en sinónimo de la izquierda. Como
rival de ésta, en cuanto a su vocación movilizadora de las clases populares, estaba el
nacionalismo revolucionario o simplemente populismo. En comparación con la tradición
socialista, el populismo latinoamericano converge con la socialdemocracia en su perfil
reformista, pero diverge en sus objetivos. Los populismos “clásicos” de Cárdenas en México o
Perón en Argentina no buscaban trascender, sino redefinir al capitalismo. A partir de una
alianza con las clases populares, el Estado populista buscará imprimir a su capitalismo
periférico una pauta más independiente de desarrollo, resultando en un ascenso de la
industria nacional y una redistribución hacia abajo. El populismo estaría, sí, a la izquierda del
fascismo y de las dictaduras militares, pero a la derecha de la vieja socialdemocracia.

Mientras el populismo es una tradición política añeja en América Latina, la


socialdemocracia fue la novedad del reciente ciclo progresista.18 Irónicamente, la aparición
de esta última tiene su origen en la conversión reformista de un sector de la izquierda
comunista. Pero no el reformismo del debate clásico Bernstein-Luxemburg, sino uno que
hace mucho abandonó el objetivo “de algo que solía llamarse ‘socialismo’” y cuya actitud en la
era neoliberal oscila entre “la aceptación de las restricciones fiscales acompañado de políticas
sociales remediales” y “el abrazo apasionado de las recetas neoliberales”, en palabras de
Przeworski.19 Esta última actitud se acerca a los gobiernos de Bachelet, en Chile; la otra,
estaría más cerca de Lula y Dilma en Brasil, y de Mujica y Vázquez en Uruguay.

A la izquierda de esta socialdemocracia “tardía”, y también en el contexto del último ciclo


progresista, se colocaron los populismos de los Kirchner en Argentina, Correa en Ecuador,
Morales en Bolivia y Chávez y Maduro en Venezuela.20 Por supuesto, estos casos no son
iguales entre sí y, por ejemplo, para Katz sólo los dos últimos califican como “radicales”
porque “aplicaron modelos de mayor redistribución y afrontaron severos conflictos con las
clases dominantes”.21 A diferencia del compromiso socialdemócrata con la democracia
liberal, los populismos -de liderazgos más personalistas y con mayor vocación movilizadora-
fluctúan entre lo que O’Donnell llamó “democracia delegativa” y la llana regresión autoritaria
de Venezuela con Maduro y de Nicaragua con Ortega.

En la tradición populista habría dos subespecies: el viejo y el nuevo populismo; el primero


más moderado que el segundo.22 En relación con estas coordenadas, el populismo de AMLO
pertenece al tronco del viejo populismo, por su procedencia directa de la raíz priista.23 Sin
embargo, y a diferencia de los demás populismos que han tomado el poder en la región en lo
que va del siglo, el caso mexicano, como mostraré más adelante, es tan o más moderado que
las expresiones socialdemócratas en relación con el capital.

Nuestro progresismo “tardío”, decía, comparte con sus predecesores sudamericanos el


mismo punto de partida: la doble transición a la democracia y al neoliberalismo. Pero, a
diferencia de ellos, en México la reforma económica se instaló antes que la política. El
neoliberalismo mexicano tuvo más tiempo para institucionalizarse y, como lo atestigua el
caso chileno, esto reduce el margen de cambio del propio Estado. Por otro lado, durante la
neoliberalización la izquierda mexicana sufrió una metamorfosis profunda en la que perdió
radicalismo. El populismo cardenista se desprendió del régimen, pasó a la oposición y ocupó
el espacio a la izquierda del espectro político (facilitado por la autodestrucción de la izquierda
marxista). La tradición populista, que en 1968 era el verdugo de la “izquierda”, se convirtió en
su personificación. Esa tradición ganó la elección de 2018 y anunció el fin del neoliberalismo.

Todo el poder al presidente

En su pormenorizada genealogía de la noción de ‘hegemonía’ -desde la antigüedad griega


hasta hoy, pasando por Antonio Gramsci-, Perry Anderson insiste que ésta es una relación
que combina la coerción y el consentimiento.24 Una de las pocas definiciones que elogia es la
de Ranajit Guha, según la cual la hegemonía es un tipo de dominación específico: uno donde
la capacidad de convencimiento es mayor que la necesidad de imponerse por la fuerza. Si, a
la inversa, la coerción predomina sobre el consentimiento, por supuesto sigue habiendo
dominación, pero ya no puede hablarse de hegemonía.25 A partir de esta definición, se puede

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proponer que un desafío a la hegemonía neoliberal de un gobierno entrante “de izquierda”


no podría llevarse a cabo con éxito sin una clara capacidad coercitiva.

AMLO está al frente de la Presidencia mexicana más poderosa bajo el régimen


democrático, capaz de imponer reformas con una facilidad que no gozaron sus predecesores.
Ningún candidato presidencial había tenido una victoria tan abultada en democracia. Con el
53% de los votos, AMLO superó a Vicente Fox, quien ganó la elección del año 2000 con el 43%.
Más allá del aura de legitimidad que le otorgó ese margen de aprobación, AMLO ganó mucho
más que la Presidencia. Ni Fox, ni Calderón, ni Peña Nieto tuvieron tanto poder dentro del
aparato estatal como el que obtuvo López Obrador, dueño y dios del partido dominante en
las cámaras de diputados y de senadores, además de la mayoría de los congresos locales.

La capacidad coercitiva del gobierno de AMLO puede entreverse en el cuadro 1, donde se


observa que desde 1997, con la emergencia de elecciones relativamente limpias, el partido
del presidente no tenía la mayoría en la Cámara de Diputados. El subsecuente periodo de
gobiernos divididos dio a la naciente democracia mexicana el sello de un presidencialismo
moderado. Todo cambió con la última elección, de 2018, que fue una auténtica rebelión de
los votantes contra los antiguos tres partidos dominantes (PRI, PAN y PRD), que se vieron
reducidos a su mínima representación parlamentaria desde la transición.

Cuadro 1
Cámara de Diputados, 1994-2021. Porcentajes

Con la irrupción de Morena, por lo tanto, el presidencialismo mexicano ha recobrado su


tradicional esplendor, si bien dentro de los límites impuestos por el fin del autoritarismo. La
victoria de AMLO se suma, por lo tanto, a los cuatro giros a la izquierda que en Sudamérica
lograron mayoría legislativa: Venezuela en 2000 (55.8%), Argentina en 2001 (50.1%), Uruguay
en 2004 (52.5%) y Bolivia en 2005 (55.4%). Sin embargo, el dominio parlamentario de Morena
es aún mayor de lo que parece, si le agregamos la representación de sus aliados, el Partido
Encuentro Social (5.8%) y el Partido del Trabajo (5.6%). De este modo, la coalición que llevó a
AMLO al poder tiene casi dos tercios de los diputados.

La situación en la Cámara de Senadores no es muy distinta de lo ocurrido en la cámara baja


(véase cuadro 2). La antigua tríada dominante (PRI, PAN y PRD) cayó a su mínima expresión
histórica y su representación combinada apenas junta una tercera parte de los senadores. En
cambio, la coalición gobernante tiene más de la mitad, si sumamos a Morena la
representación de sus aliados, el PES (3.9%) y el PT (4.7%).

Cuadro 2
Cámara de Senadores, 1994-2024. Porcentajes

¿Pero acaso AMLO tiene a Morena bajo su control? Porque bien podría ser que este partido,
nuevo como además lo es (fundado en 2014), fuera todavía una masa relativamente amorfa y
heterogénea cuyo control se escurre de entre los dedos del presidente. La realidad, sin
embargo, es justo la contraria. La juventud de Morena ha facilitado y acentuado la
dependencia que el nuevo partido tiene de AMLO, su fundador y líder máximo e indiscutido.
Cuando éste, por ejemplo, obtuvo el cargo de presidente de Morena fue por aclamación, en
votación unánime a mano alzada, y no en una votación secreta. Diversos analistas han
documentado el liderazgo carismático de AMLO en Morena, un rasgo transplantado desde el
PRD y que pronto adquirió centralidad en su proceso de formación, fundación y

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consolidación.26 En pocas palabras, AMLO es el caudillo del partido que hoy domina el
sistema político mexicano, en el cual él es el presidente.

En el presente, ésta es la única democracia del continente en esta situación, que guarda
similitud con lo que fue Bolivia con Morales o Venezuela con Chávez, si bien en el caso
mexicano es difícil prever la reelección de AMLO, dada la fuerte tradición en contra de esta
práctica desde la Revolución de 1910. La bicéfala condición de AMLO como jefe del Estado y
del partido dominante repite (y, no olvidemos, proviene de) las viejas tradiciones del PRI, con
la importante salvedad de que la transición democrática obligará al sucesor de AMLO a
ganarse la presidencia en una elección competitiva y, por lo tanto, sin que baste el “dedazo”.

Los rasgos propios del carisma pronto se hicieron presentes en el nuevo gobierno. Lego de
que AMLO asumiera el poder el 1º de diciembre de 2018, Porfirio Muñoz Ledo, presidente de
la Cámara de Diputados (y de las filas de Morena) declaró en Twitter: “Desde la más intensa
cercanía confirmé ayer que Andrés Manuel ha tenido una transfiguración: se mostró con una
convicción profunda, más allá del poder y la gloria. Se reveló como un personaje místico, un
cruzado, un iluminado”. Más allá del carácter anecdótico de esta declaración, el punto es que
los subordinados de AMLO lo tratan justo como el personaje que se le “reveló” a Muñoz Ledo.
Así, las conferencias de prensa que AMLO ofrece todos los días (las mañaneras) no son
simples charlas (a modo) con los periodistas. Dichas conferencias (en realidad, monólogos)
son objeto del análisis cotidiano de las diferentes secretarías para determinar las políticas a
seguir, en detrimento del procedimiento burocrático habitual.

Con todo, Morena no tiene el poder en los gobiernos estatales que disfrutó el PRI incluso
durante su declive en la transición democrática, como puede verse en el cuadro 3. Sin
embargo, apenas existe como partido desde 2014 y el calendario electoral de cada estado no
coincide necesariamente con el de la renovación de la administración federal. Además, en
2019 se renovaron dos gubernaturas, Puebla y Baja California, que gobernaba el PAN y que
en esta ocasión ganó Morena.

Cuadro 3
Gubernaturas por partido político, 1988-2018

La relativamente reducida presencia de Morena en las gubernaturas podría llevar a inferir


en forma precipitada que el alcance de la Presidencia es, a final de cuentas, débil. Sin
embargo, ese partido es el más representado en 21 de los 30 congresos locales que se
renovaron en 2018 y 2019.27 Con esto, el partido del presidente puede obstruir a los
gobernadores de oposición, los cuales tienen que negociar con un Palacio Nacional
descollante.

Con AMLO, el presidencialismo mexicano se aproxima a la famosa “democracia delegativa”


de O’Donnell, quien circunscribía tal fenómeno al Tercer Mundo, aunque hoy lo mismo podría
decirse de Estados Unidos con Trump en el poder (si no es que desde antes). La hipertrofia
del poder presidencial en regímenes con elecciones libres y competitivas no es en sí misma
un síntoma de una dictadura en gestación; más bien es testimonio de los propios límites del
presidencialismo como forma de “democracia”.28

México fue un sistema presidencialista antes de la democratización y lo sigue siendo


después de ella. Pero López Obrador, a diferencia de los demás presidentes de la era
democrática, tiene al Congreso en la bolsa. En efecto, López Obrador tiene en sus manos un
enorme control del Estado, más que suficiente para girar cómodamente el volante hacia la
izquierda.

Todo el perdón al capital

En su cuarto mes de gobierno, AMLO decretó “el fin de la época neoliberal” desde Palacio
Nacional: “Quedan abolidos el modelo neoliberal y su política de pillaje antipopular y
entreguista […]. Ahora tenemos la responsabilidad de construir una nueva política

https://www.redalyc.org/journal/599/59966339005/html/ 8/22
28/5/2022 López Obrador o la izquierda que no es

posneoliberal”.29 Un mes después, su visión “posneoliberal” quedaría plasmada en el Plan


Nacional de Desarrollo. A pesar de su grandilocuencia (o, más bien, gracias a ella), el
progresismo mexicano contradice lo que afirma con lo que lleva a la práctica.

AMLO es un admirador del “desarrollo estabilizador” (1952-1970) en virtud de la fuerte


presencia y actividad del Estado en la economía. En este sentido, se adscribe al
neodesarrollismo inaugurado por el progresismo sudamericano. La nostalgia de AMLO, sin
embargo, viene acompañada de resignación. Ya como presidente, ha observado que “sería
imposible y hasta disparatado intentar un retorno a las estrategias del desarrollo
estabilizador”.30 En cuanto a la neoliberalización, AMLO ha mantenido su oposición. No
sorprende, por lo tanto, que un capítulo del último libro firmado por él se titulara “Privatizar,
sinónimo de robar”. En ese panfleto, AMLO explica que en México el “neoliberalismo” fue un
vehículo “para llevar a cabo los robos más grandes que se hayan registrado en la historia del
país”. Como ejemplo de ello, nos recuerda que entre 1988 y 1993 “se enajenaron 251
empresas del sector público; es decir, se privatizaron compañías como Telmex, Mexicana de
Aviación, Televisión Azteca…”.31 Luego de pintar este cuadro desolador, que incluyó la
privatización de “tierras ejidales, las autopistas, los puertos y los aeropuertos”, uno esperaría
alguna ruta para revertir el daño. Pero muy lejos de ello, AMLO aprovechó el mismo libro
para lanzar una “amnistía anticipada” a la elite neoliberal, con la que disfrazó de graciosa
misericordia lo que en verdad es una rendición anticipada; un armisticio antes de la batalla:

Les decimos a los integrantes del grupo en el poder que, a pesar del gran daño que le
han causado al pueblo y a la nación, no les guardamos ningún rencor y les aseguramos
que, ante su posible derrota, en 2018, no habrá represalias o persecución para
nadie.32

Ya como presidente, AMLO refrendó su sumisión (su “amnistía”) a las relaciones de


propiedad configuradas durante la neoliberalización, pintándolo de cuerpo entero, al ganar la
elección de 2018 agitando contra el neoliberalismo para en seguida absolverlo.33 En el Plan
Nacional de Desarrollo aclaró que “el gobierno federal respetará los contratos suscritos por
administraciones anteriores, salvo que se comprobara que fueron obtenidos mediante
prácticas corruptas, en cuyo caso se denunciarán ante las instancias correspondientes”.34 La
contradicción de enfrentar la corrupción a través del marco jurídico que legalizó “los robos
más grandes” (y sus contratos) es una ratificación del indulto de AMLO a estos últimos.

Su gobierno ha hecho las paces con el capital, pero no con el Estado, al que desea
reorientar hacia la justicia social. Pero, ¿cómo lograrlo sin molestar al capital? El progresismo
mexicano, en efecto, tiene una aspiración redistributiva y en esto se asemeja a la ola
sudamericana. Sin embargo, y a diferencia de aquella, lo que distingue al caso mexicano es su
timidez para (por lo menos) implementar una reforma fiscal progresiva que permitiría
financiar la política social. Luego de autoimponerse la postergación de una reforma de este
tipo para “la segunda mitad de esta administración”,35 pero sin anticipar detalles, AMLO
pronto elevó la austeridad al alfa y omega de su gobierno:

El Paquete Económico 2019 se sustenta en dos pilares. El primero de ellos es un


compromiso con la disciplina fiscal y financiera, de manera que se garantice
estabilidad macroeconómica y el fortalecimiento de las finanzas públicas. El segundo
pilar descansa en la observación escrupulosa de los principios de austeridad…36

El primer pilar es testimonio del compromiso del gobierno de AMLO con la continuidad
neoliberal. El segundo pilar, por otra parte, constituye una verdadera innovación: es la
primera vez que un gobierno “posneoliberal” adopta la austeridad como uno de sus “pilares”.
Por el contrario, en Europa, en el contexto de adelgazamiento del Estado de bienestar, la
ecuación neoliberalismo=austeridad es parte del sentido común. Por su parte, AMLO justificó
la austeridad presentándola como la solución contra la corrupción.37 Ya en el poder,
formularía la lucha anticorrupción como un ataque a los privilegios, los “gastos suntuarios”,
de la alta burocracia.38 Lo anterior en realidad encerraba un recorte a todos los niveles del
Estado en favor de los programas sociales del obradorismo; es decir, la austeridad (como
reasignación presupuestaria) en sustitución de impuestos a los más ricos:

[L]os compromisos de no incrementar los impuestos, de garantizar la estabilidad


macroeconómica y de mantener las finanzas públicas sanas hace que sea necesario
https://www.redalyc.org/journal/599/59966339005/html/ 9/22
28/5/2022 López Obrador o la izquierda que no es

realizar una reasignación importante de recursos en el presupuesto. […] Con la


eliminación de programas y gastos con poco impacto social y productivo se contribuirá
a financiar gasto en infraestructura y programas sociales prioritarios, lo cual
incrementará la eficiencia en el presupuesto sin comprometer la disciplina fiscal.39

En contraste, la tradición socialdemócrata tiene una inclinación por reformas tributarias


progresivas que amplíen la base fiscal como precondición de la política redistributiva (o en
términos presupuestarios, del gasto social). Por su parte, y a diferencia, por ejemplo, de Chile
con Bachelet o Uruguay con el Frente Amplio, con AMLO en México se ha inventado la
austeridad progresista: una disciplina fiscal que aporta un aroma de izquierda a la economía
política neoliberal. Una estrategia rimbombante pero fallida. De hecho, como puede
apreciarse en la gráfica 1, la inversión en programas sociales de los dos primeros años del
gobierno de AMLO fue prácticamente la misma y, aunque fue superior en 5.1% al gasto de
2018, el último año de Peña Nieto, estuvo por debajo de la inversión de los primeros cuatro
años de este último. En términos presupuestales, los programas de AMLO están lejos de ser
“la reforma social más importante de los últimos tiempos”.40

Gráfica 1
Gasto en programas sociales, subsidios y relacionados Fuente: elaboración propia a partir
del Inventario Coneval de Programas y Acciones a5- Federales de Desarrollo Social.
* Sobredatos disponibles al momento de consulta: para los años 2010-2018, tomé el
presupuesto ejercido; para 2019, el presupuesto modificado; y, para 2020, el presupuesto
original.

Además, como ha explicado el analista Máximo Jaramillo, los programas sociales de AMLO
están lejos de representar “un cambio paradigmático para la política social” y su principal
novedad es la opacidad (ausencia de reglas de operación y ocultamiento del padrón de
beneficiarios, por ejemplo).41 El cuadro no es mejor en cuanto a cobertura, pues los 22
millones de beneficiarios reportados por AMLO en sus programas sociales representan una
reducción frente a los 26.8 millones que tuvo Prospera en 2017, lo que puso en ridículo
promesas temerarias como la siguiente, emitida en plena pandemia de Covid-19: “El primero
de diciembre de este año [2020] podré decir que todos los pobres de México ya cuentan con
protección y amparo del gobierno que represento”.42

Desde el inicio, AMLO apretó el cinturón todavía más de lo planeado a ciertas áreas del
Estado. A diferencia de Robin Hood, que les quitaba a los ricos para darle a los pobres, AMLO
le quita a unos pobres para darle a otros, evocando así a un Robin Hood horizontal. Al lado de
medidas rimbombantes, como un ajuste del gasto de la Presidencia por -66.5%, sobrevino un
ajuste al IMSS y al ISSSTE por -6.8%.43 Por supuesto, cada porcentaje se refiere a un monto
muy distinto: 519 mdp de la Presidencia contra 36 174 mdp del IMSS y el ISSSTE. Este ajuste
colocó a las instituciones de seguridad social en verdaderas dificultades de operación.44 El
primer director del IMSS del sexenio renunciaría debido a los recortes en ese instituto y, poco
después, renunciaría el propio titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP),
Carlos Urzúa, en desacuerdo con los recortes adicionales que AMLO ordenó sobre el plan de
austeridad original (diseñado por Urzúa). La ultra-austeridad adoptada conduciría a la irónica
situación de ver a una calificadora financiera haciendo una crítica keynesiana al gobierno por
impactar negativamente en el crecimiento del producto interno bruto, indicando que “resulta
vital evitar un ciclo vicioso donde los recortes al gasto debiliten aún más la economía”.45

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28/5/2022 López Obrador o la izquierda que no es

De conjunto, la única política del gobierno de AMLO capaz de incomodar directamente al


capital ha sido el aumento al salario mínimo, el más importante en el periodo neoliberal.
Dicho indicador se deterioró tanto, que el aumento de los primeros dos años del sexenio
apenas lo acerca a su nivel de 1989, como se observa en la gráfica 2. El objetivo para el salario
mínimo del actual gobierno es “alcanzar, al final de la actual administración, el nivel de
1976”.46 No cabe duda que, de lograrse, esta meta tiene el potencial de desestabilizar las
relaciones capital-trabajo. Hasta ahora, cuando esas fricciones han escalado, el gobierno de
AMLO ha contenido a los trabajadores en favor del capital.47

Gráfica 2
Salario mínimo real en México (1976-2020)
Fuente: Comisión Nacional de Salarios Mínimos, Consami.

En la frontera con Estados Unidos el aumento fue aún mayor y en 2020 rondó los $185.56
diarios, monto cercano al nivel de 1983. El gobierno federal explicó que el aumento
diferenciado buscaba contener la emigración en “la última cortina de desarrollo” (la frontera
norte). Lo cierto es que el aumento fronterizo, en particular, y el aumento nacional, en
general, son producto de una imposición externa, originada en las negociaciones entre
Estados Unidos, Canadá y México para el T-MEC, el acuerdo que sustituyó al Tratado de Libre
Comercio de América del Norte. El nuevo acuerdo exige que 40% del valor creado en la
industria automotriz provenga de trabajadores que ganen al menos 16 dólares la hora, lo que
hoy equivale a nuestro salario mínimo fronterizo, ¡de 2 días!48

Corresponde también al T-MEC la autoría de otra de las políticas más celebradas del
gobierno de AMLO: una nueva legislación laboral que fortalece los derechos de los
trabajadores mexicanos. La nueva Ley introdujo, por ejemplo, el voto libre y secreto para la
elección de direcciones sindicales, así como el establecimiento de tribunales laborales. Esta
medida, que debilita a los líderes charros, fue impuesta a México a partir de una alianza
circunstancial entre el gobierno de Canadá y los sindicatos de Estados Unidos
(principalmente, la AFL-CIO) durante las negociaciones del T-MEC.49

Luisa María Alcalde, secretaria del Trabajo, abiertamente expresaría que “México se
comprometió a temas muy concretos en el apartado laboral y esos compromisos se
incorporaron en la reforma laboral”. Además, afirmaría en tono de celebración: “Al fin Estados
Unidos y Canadá plantean que en México los salarios son tan bajos y condiciones precarias
que se apuesta a la mejora salarial, libertad y democracia”.50

La naturaleza bicéfala de cualquier hegemonía, compuesta por coerción y consentimiento,


se expresa en el México contemporáneo en el binomio de una Presidencia poderosa con
legitimidad para girar el volante a la izquierda. Sin embargo, la mesura de AMLO hacia el gran
capital ha desfigurado sus aspiraciones redistributivas. La decisión de financiar sus
programas sociales a partir de la austeridad en diversas áreas del aparato estatal -y sin una
reforma tributaria progresiva- revela el alcance (y el fracaso) del “posneoliberalismo”
mexicano. En este sentido, no es un dato menor que haya sido el T-MEC el responsable del
aumento al salario mínimo y de la reforma laboral en México. En perspectiva latinoamericana,
el progresismo mexicano destaca por su debilidad: muy poco, muy tarde.

https://www.redalyc.org/journal/599/59966339005/html/ 11/22
28/5/2022 López Obrador o la izquierda que no es

Lógica del progresismo fallido

El posneoliberalismo es un impulso político menos homogéneo que su antecesor, el statu


quo neoliberal, el cual, pese a las especificidades nacionales, respondía a un patrón común de
fortalecimiento internacional del capital.51 Aun así, la noción del posneoliberalismo es de
utilidad si se le entiende “no como un rompimiento total con el neoliberalismo, sino como
una tendencia a romper con ciertos aspectos de las fórmulas de la política neoliberal, sin
representar un grupo de políticas estrictas o un régimen de políticas claramente
identificable”.52 A pesar de su falta de nitidez, diversos autores convergen en clasificar los
esfuerzos posneoliberales en un arco de mayor a menor ruptura con el modelo precedente,
donde Venezuela y Brasil constituyen los dos extremos. En términos de su relación con el
capital, el gobierno de Chávez representaría una política de coexistencia, mientras la de Lula
encarnaría la de colaboración.

La política de coexistencia supone una tensión Estado-capital donde el primero no rechaza


la existencia del segundo, pero sí rechaza (en parte, al menos) las relaciones de propiedad
constituidas en la neoliberalización; de ahí las eventuales iniciativas por revertir las
privatizaciones del periodo anterior. La segunda política, por otra parte, supone la aceptación
por parte del Estado de los avances del capital durante el neoliberalismo, pero sin aceptar la
previa pasividad del Estado frente a sus consecuencias sociales. A este tipo de estrategia,
pero en una iteración más moderada, pertenece el México de AMLO (y este ha sido, en efecto,
el principal argumento de este artículo). Esta situación confirma la tesis de Stolowicz, quien
indica que el grueso de los esfuerzos posneoliberales en América Latina ha consistido no en
superar la dominación neoliberal, sino en hacerle un ajuste táctico, restaurando (sobre
nuevas bases) su legitimidad y, por lo tanto, su hegemonía.53

Cuando Peña Nieto privatizó en 2013 los yacimientos petrolíferos futuros, el expresidente
Zedillo (1994-2000), tecnócrata neoliberal, admitió que “ni en mis salvajes sueños esperé ver
los cambios constitucionales alcanzados”.54 Algo se perdió en México durante el doble giro
democrático y neoliberal; algo de tal calado que incluso el gobierno “de izquierda” y
“posneoliberal” de AMLO se siente (y, por ello, está) obligado a honrar la reforma energética.
En una reveladora entrevista para Reuters, Carlos Urzúa, poco antes de la elección de 2018,
explicaba que la política económica de AMLO estaría “a la derecha de Lula”.55

Lejos de los tiempos en que denunciaba las privatizaciones y el Fobaproa, AMLO aprendió a
amar a la burguesía. Si en 2006 su lema era “Por el bien de todos, primero los pobres”, en
2018 fue “Por un gobierno para ricos y pobres”. No sólo le entregó a un representante de la
alta burguesía, Alfonso Romo, el trazado de su “Proyecto de nación” como candidato, sino que
luego lo convirtió en su mano derecha, el jefe de Oficina de la Presidencia.

El progresismo fallido es el resultado del colaboracionismo de AMLO, tan pronunciado que


lo ha cancelado como ruptura posneoliberal. La paradoja de un giro a la izquierda tan
drástico como impotente -esto es, la Presidencia más poderosa registrada en la joven
democracia mexicana y su docilidad frente a los intereses del gran capital- no significa para
nada que el régimen sea débil. El lopezobradorismo, más bien, acusa una fortaleza selectiva,
orientada al reordenamiento de las instituciones federales en función de una centralización
del poder en manos de la Presidencia. Lo anterior no es sorprendente si, como he
argumentado a lo largo de este artículo, aceptamos que no es la izquierda lo que llegó al
poder, sino su remplazo; en todo caso, una izquierda pirata. A diferencia de la izquierda
socialista -en sus diversas derivaciones- que ubicaba en la economía política el núcleo de la
experimentación redistributiva, estamos frente a un populismo domesticado cuyo radio de
acción quedó (auto)reducido al rediseño de la burocracia estatal y sólo a ella.

Prueba de la recentralización es la creación de los “delegados federales” en cada estado de


la República -también llamados superdelegados-, quienes son agentes directos de la
Presidencia para supervisar la operación subnacional de las instituciones federales.56 En una
especie de reforma borbónica, AMLO busca recuperar el poder de la Presidencia que se
dispersó con la democracia. Su esfuerzo por restaurar el brillo de la silla presidencial tiene
sentido cuando se recuerda que él tiene origen priista y, como tal, desea trascender a través
de obras faraónicas al estilo del viejo PRI. De esa lógica proceden sus megaproyectos, como la
refinería Dos Bocas, el Tren Maya, el Corredor Transístmico o el Aeropuerto de Santa Lucía, a

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los que se ha aferrado pese a los devastadores efectos de la pandemia de Covid-19. La


austeridad podrá afectar diversas áreas del gobierno, pero no sus megaobras.

La derechización de AMLO ha inspirado críticas de sus antiguos compañeros de armas


priistas. Cuauhtémoc Cárdenas, por ejemplo, durante la campaña electoral le cuestionó que
no busque revertir la constitucionalización de la reforma energética y, más recientemente, le
sugirió “diferir los megaproyectos” a fin de liberar “todos los recursos que sean posibles” para
enfrentar la pandemia y sus efectos.57 Si bien la política de AMLO para la pandemia escapa el
alcance de este artículo, aquí he advertido que su gobierno no está atado de manos. Por
ejemplo, el gobierno de AMLO cuenta con la inédita capacidad (en democracia) de reformar la
Constitución con facilidad, casi a placer, en virtud de su predominio en el Congreso de la
Unión y en los congresos locales. Por lo tanto, pudo revertir la constitucionalización del
neoliberalismo, que incluye lo relativo a la reforma energética (por ejemplo) y cuyo momento
fundacional es la reforma al artículo 27 en 1992.

En efecto, AMLO ya ha usado su poder para reformar la Constitución, pero no hacia la


izquierda. La presencia del Ejército y la Marina en las calles, llevando a cabo tareas de
seguridad interna desde que inició la guerra contra el narco en 2006, era una irregularidad
jurídica que AMLO ha normalizado con el Decreto 235, el cual rebasa por la derecha a los
gobiernos de Peña Nieto y Calderón.58 Ese Decreto, además de consumar lo que él y el PAN
no lograron, creó una nueva corporación armada, la Guardia Nacional, con mando militar y
subordinada a la Sedena, a diferencia de su predecesora, la Policía Federal, que era de mando
civil y dependía de una institución civil, la Secretaría de Seguridad Pública.

Las fuerzas armadas mexicanas no sólo han incrementado su peso dentro del régimen,
sino que han profundizado el viraje en su doctrina: de fuerza contra una agresión externa a
garante del orden interno. Por supuesto, este desarrollo va en un sentido contrario al
contexto que explica la irrupción del progresismo de AMLO: es decir, el contexto generado
por Ayotzinapa. La desaparición de 43 estudiantes de esta escuela normal rural fue el punto
de inflexión en el sexenio de Peña Nieto; el punto que determinó la caída en su popularidad y
del que nunca se recuperó. Tan sólo unos meses antes de la crisis de Ayotzinapa, Peña Nieto
aparecía como un héroe de talla internacional al que, por ejemplo, la revista Time colocó en
portada con la frase: “Salvando a México”. La reforma energética, cuya aprobación estaba en
curso, fue el clímax de su sexenio. Pero Ayotzinapa abrió una crisis en la que el Ejército quedó
comprometido -por su participación, nunca aclarada-, lo cual contribuyó a abrir la ventana de
oportunidad para el triunfo electoral del progresismo. Ya en el poder, AMLO liberó al Ejército
de cualquier investigación que lo involucrara con los 43.59

Es revelador que, en el contexto de la austeridad “republicana”, el presupuesto del Ejército


haya aumentado 25% en el primer año de AMLO y que lo mantenga en niveles por encima de
los sexenios previos. Lo anterior puede observarse en la gráfica 3:

Gráfica 3
Gasto de la Secretaría de la Defensa Nacional * Nota: para los años 2010-2019, tomé el
gasto neto; y, para 2020, el presupuesto original.
Fuente: elaboración propia a partir datos de la SHCP.

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Por si fuera poco, el Ejército ha incursionado en el mundo empresarial, a partir de que


AMLO le otorgara la concesión para construir, operar y administrar el Aeropuerto de Santa
Lucía, uno de sus megaproyectos emblema.60 La hipertrofia de las fuerzas armadas dentro
del régimen a manos de “la izquierda” en el poder se inscribe en el esfuerzo de AMLO, como
decía párrafos atrás, para restaurar la centralidad de la Presidencia. Un proceso, sin embargo,
lejos del nacionalismo revolucionario que está en la raíz del populismo del que procede.
Aunque en este artículo me he centrado en la nulidad revolucionaria de AMLO, no está de
más aludir lo lejos que también está del nacionalismo y el antimperialismo.

Subordinado desde la primera hora a Estados Unidos, no ofreció resistencia a la amenaza


de Donald Trump de imponer aranceles a las exportaciones mexicanas a menos que México
detuviera el flujo de migrantes centroamericanos. Fácilmente, Trump logró convertir a la
frontera entre México y Guatemala en la nueva frontera sur de Estados Unidos. Más allá del
lenguaje metafórico de la anterior afirmación, 2400 efectivos, elementos de la Guardia
Nacional, fueron inmediatamente asignados a la frontera de Chiapas con Guatemala para
realizar, en franco modo de outsourcing, tareas de la Border Patrol.61 En su visita a
Washington, D.C., AMLO diría a Trump: “Gracias por no tratarnos como colonia”.62

En el mismo plano internacional, es significativa la continuidad de AMLO con la Alianza del


Pacífico, impulsada por los anteriores gobiernos mexicanos para coaligarse con los Estados
neoliberales de la región que escaparon al giro a la izquierda: Colombia, Perú y Chile. En
contraste con otros regionalismos, expresados en iniciativas como el ALBA -impulsado por
Venezuela- o el Unasur -auspiciado por Brasil-, la agenda exterior del progresismo mexicano
consiste en convencer a Estados Unidos de que impulse en la región una “Alianza para el
Progreso”, con México como socio menor. Por otro lado, y más allá de la vocación
latinoamericanista, también es revelador el respaldo de AMLO al TLCAN y su sucesor, el T-
MEC. En contraste no sólo con su pasado -él fue opositor al TLCAN en la década de los
noventa-, el progresismo mexicano se separa en este punto, radicalmente, del giro a la
izquierda sudamericano, que tuvo como uno de sus actos inaugurales el rechazo coordinado
-de Chávez, Kirchner y Lula- al Área de Libre Comercio para las Américas en 2005, impulsado
por George W. Bush como una expansión del TLCAN a nivel hemisférico.

En vez de encarnar el renacimiento del progresismo en América Latina, el gobierno de


AMLO es la confirmación de su agotamiento. En esa constelación, el caso mexicano
representa el populismo menos disruptivo y más domesticado, el más neoliberal.

Horizonte

Citando al general Francisco J. Múgica, precursor del cardenismo, López Obrador ha


insistido en que el progreso de México sería el producto “de la simple moralidad y de algunas
pequeñas reformas”. Sólo que AMLO predica más moralidad que reformas, y estas últimas no
han sido pequeñas, sino pequeñísimas. No se puede afirmar que México tenga un gobierno
de izquierda. Esa es una ilusión política que, de mantenerse, conlleva el efecto adverso de
retrasar el resurgimiento de la izquierda en este país. En este artículo he diagnosticado que
López Obrador encabeza un progresismo fallido que lo coloca en el centro, aunque
reclinándose hacia la derecha, del espectro político. El neoliberalismo está intacto.

Por un lado, el régimen mexicano se desplazó hacia la derecha durante la democratización


y la neoliberalización. Por el otro, la oposición al statu quo perdió su izquierda socialista y su
espacio fue ocupado por el tipo de populismo que había sido el centro. Esta situación facilitó
que la victoria de esa izquierda pirata fuera sobreestimada en 2018; el país se había
desplazado tanto a la derecha que una opción ligeramente crítica parecía una ruptura. De ahí
la paradoja de un “giro a la izquierda” tan drástico como impotente; el mayor poder
presidencial registrado en democracia se mostró incapaz de afectar al capital. En este
sentido, el “posneoliberalismo” de AMLO es meramente retórico, porque no hay ruptura
alguna no sólo con las relaciones de la propiedad sino con la política social previa; en cambio,
AMLO sí ha centralizado el poder en la Presidencia en favor de sus megaproyectos y el
Ejército.

El análisis que he aportado en este artículo sobre el ascenso del progresismo al poder tiene
implicaciones para discernir el horizonte de la izquierda en México. En la era neoliberal, el
proyecto político que AMLO encabeza desde 2006 ha logrado domesticar al “tigre” de la

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28/5/2022 López Obrador o la izquierda que no es

revolución, y en esa virtud descansa su cortejo al gran capital: somos nosotros o el caos.63 En
este sentido, algo ha cambiado en Morena en su tránsito desde la oposición hacia el poder.

El colaboracionismo de López Obrador no fue ningún obstáculo para su ascenso al poder.


Al contrario, en esa naturaleza descansa su éxito: en su apelación al voto como vía para la
transformación política sin necesidad de radicalismo alguno. En este sentido, Morena y,
antes, el PRD, desviaron enfrentamientos con el gran capital en función del voto en su favor.
Así, el voto por Morena ha sido desde la atomización; desde la expectativa de cambio sin
acción colectiva o donde ésta tiene como única expresión el voto por Morena. Pero Morena
ya llegó al poder. Y si bien el de AMLO es un gobierno que atrajo una amplia popularidad -
treinta millones de votantes que optaron por darle una oportunidad a “la izquierda”-, su
capacidad para contener futuros brotes de polarización está en entredicho.

Por su relación con el capital desde el poder, han quedado comprometidas las credenciales
del progresismo mexicano como oposición al neoliberalismo. Por otra parte, esta expresión
política ha ganado espacio como partido dominante del sistema político mexicano. El
significativo debilitamiento de la tríada de partidos que dominaron la política nacional desde
los noventa (PRI, PAN y PRD) y el concomitante ascenso de Morena, colocan a México en la
antesala de una nueva ecuación política. Una donde, por un lado, Morena es el principal
guardián del neoliberalismo y donde la oposición a éste vive una “crisis de dirección” (en
virtud del desplazamiento de AMLO como líder de la oposición a guardián del statu quo).

¿Era más funcional al status quo la situación de AMLO como eterno opositor? ¿Su ascenso
al poder desbloqueará la radicalización en las filas opositoras al capital? ¿Cómo responderá el
gobierno de AMLO en el resto del sexenio para mantener un perfil “progresista”,
“posneoliberal”? ¿Será suficiente tal respuesta? La respuesta a estas preguntas, por supuesto,
escapan al alcance de este artículo y son materia de discusión futura, incluyendo, desde
luego, al propio gobierno obradorista y a quienes pretendan sucederlo.

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Notas

1 Andrés Manuel López Obrador, “Decálogo para salir del coronavirus y enfrentar la nueva
realidad”, México, Presidencia de la República, 2020
2 Por ejemplo, ver Viri Ríos, “En México solo hay dos partidos: conservador y conservador”,
The New York Times, 16 de junio de 2020
3 Andrés Manuel López Obrador, “La nueva política económica en los tiempos del
coronavirus”, México, Presidencia de la República, 2020.
4 Ernestina Álvarez, “PAN pide a OEA llamar al gobierno a la estabilidad democrática en
México”, MVS Noticias, 29 de marzo de 2019
5 “AMLO dice que el 90% de las llamadas sobre violencia contra las mujeres son falsas”,
Animal Político, 15 de mayo de 2020; “Para López Obrador, legalizar el aborto y el
matrimonio gay no es algo ‘tan importante’ ”, Animal Político, el 12 de junio de 2015.
6 David Harvey, A Brief History of Neoliberalism, Oxford, University Press, 2005, p. 2. Cita
original: “Neoliberalism is in the first instance a theory of political economic practices that
proposes that human well-being can best be advanced by liberating individual
entrepreneurial freedoms and skills within an institutional framework characterized by
strong private property rights, free markets and free trade. The role of the state is to create
and preserve an institutional framework appropriate to such practices” (traducción de la
editora).
7 Guillermo O’Donnell, “Poverty and Inequality in Latin America: Some Political Reflections”,
The Kellogg Institute Working Papers, núm. 225 (1996), p. 14. Cita original: “By and large,
the present democratic governments are supporting, implementing, and maintaining
policies under which the privileged sectors are faring very well. This includes, for these
sectors, better access to policy-making than was the rule under military regimes”
(traducción de la editora).
8 Kurt Weyland, “Neoliberalism and democracy in Latin America: A mixed record”, Latin
American Politics and Society 46, núm. 1 (2004), p. 135. Cita original: “Neoliberalism has
strengthened the sustainability of democracy in Latin America but limited its quality”
(traducción de la editora).
9 Octavio Rodríguez Araujo, “México, proceso y afianzamiento de un nuevo régimen
político”, Andamios 6, núm. 11 (2009), pp. 205-234.
10 No es casualidad que la democratización recibiera su impulso definitivo luego de la
insurrección zapatista de 1994. Planeada para coincidir con la entrada en vigor del Tratado
de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en enero de 1994, esta irrupción indígena
en la selva de Chiapas cimbró la política mexicana y llevó al régimen a esforzarse en
obtener para sí una legitimidad democrática. En consecuencia, el gobierno accedió a
desvincular al Instituto Federal Electoral de la Secretaría de Gobernación y darle
autonomía. Así, la organización de elecciones nacionales y el conteo de votos dejó de estar
en manos del PRI. Un buen recuento de este proceso desde la perspectiva de quienes
formularon las reformas jurídicas correspondientes está en Ma. del Carmen Alanís,
“Carpizo y la reforma de 1994: una perspectiva neoinstitucional individualista”, en Miguel
Carbonell, Héctor Fix y Diego Valadés (eds.), Estado constitucional, derechos humanos,
justicia y vida universitaria. Estudios en homenaje a Jorge Carpizo, vol. 1, México, UNAM,
2015, pp. 33-52.
11 Aunque AMLO alegó fraude electoral, no se trató de una situación en la que el régimen
informaba un resultado electoral que difería de la realidad en las urnas. Dicho esto, el
presidente saliente, varios gobernadores, grandes capitalistas y sindicatos oficiales
militaron abiertamente en contra del candidato de la izquierda de un modo que luego
sería considerado ilegal por las autoridades electorales. Sin embargo, ¿en qué país
capitalista no ocurre lo anterior? En Estados Unidos, considerado el ejemplo a seguir por
nuestros politólogos, la situación es peor, pues ahí está legalizado el financiamiento directo
de las corporaciones a los candidatos.
12 Ilán Bizberg, “México: una transición fallida”, Desacatos, núm. 48 (2015), pp. 122-139;
Lorenzo Meyer, “Felipe Calderón o el infortunio de una transición”, Foro Internacional 55,
núm. 1 (2015), pp. 16-44.

https://www.redalyc.org/journal/599/59966339005/html/ 18/22
28/5/2022 López Obrador o la izquierda que no es

13 Por otro lado, la economía mexicana es menos dependiente de las materias primas que
el resto de la región. Con el neoliberalismo, la industria manufacturera de México se
reconfiguró como un enclave o satélite del capital estadounidense, lo cual significa que
incluso si el progresismo hubiera gobernado en la década previa, no habría disfrutado del
“efecto China” del modo en que sí lo hicieron sus pares sudamericanos.
14 Dolia Estévez, “Con AMLO ganó la izquierda del PRI, y no la izquierda histórica, dice el
historiador John Womack”, Sinembargo, 28 de julio de 2018.
15 Enzo Traverso, Melancolía de izquierda, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2019.
16 Ramón I. Centeno, “Zapata reactivado: una visión žižekiana del Centenario de la
Constitución”, Mexican Studies/Estudios Mexicanos 34, núm. 1 (2018), pp. 36-62,
https://doi.org/10.1525/msem.2018.34.1.36
17 Rosa Luxemburg, Reforma o revolución,
https://www.marxists.org/espanol/luxem/1900/reform-revol.htm
18 Jorge Lanzaro, Social democracias “tardías” Europa meridional y América Latina, Madrid,
Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2014, cap. 1.
19 Adam Przeworski, “How Many Ways Can Be Third?”, en Social Democracy in Neoliberal
Times. The Left and Economic Policy since 1980, Nueva York, Oxford University Press, 2001,
pp. 312 y 325. Esa nueva socialdemocracia -hija de la atmósfera noventera signada por el
giro neoliberal internacional, el colapso de la Unión Soviética y la configuración de un
orden unipolar al mando de Estados Unidos-, postrada ante la nueva economía política,
tiene como casos típicos afuera de nuestra región a la “tercera vía” del Partido Laborista
británico (desde Tony Blair) y al Partido Socialista Obrero Español (desde Felipe González).
20 La versión más famosa de la tesis de “las dos izquierdas” es, por supuesto, la de Jorge G.
Castañeda, “Latin America’s Left Turn”, Foreign Affairs 85, núm. 3 (2006), pp. 28-43,
https://doi.org/10.2307/20031965. Pronto se volvió un lugar común en la academia
latinoamericanista reírse del simplismo (de derecha) de tal tesis. Sin embargo, el grueso de
la academia crítica es castañedista, en su incapacidad para imaginar una izquierda distinta
de la que llegó al poder en el giro a la izquierda regional. Se ha vuelto más fácil imaginar el
regreso del “fascismo” que la reactivación, más o menos radical, de la tradición marxista u
otras agendas anticapitalistas.
21 Claudio Katz, “Desenlace del ciclo progresista”, Estudios críticos del desarrollo 7 (2017),
p. 90.
22 Jorge Lanzaro, “La ‘tercera ola’ de las izquierdas latinoamericanas: entre el populismo y
la social-democracia”, Encuentros Latinoamericanos 1, núm. 1 (2008), pp. 20-57.
23 Puede afirmarse, incluso, que Morena es un populismo más puro, más parecido al viejo
PRI de lo que fue el PRD. En este último eran perceptibles algunos rasgos
socialdemócratas, producto de la izquierda socialista que se unió (y subordinó) al
cardenismo que rompió con el PRI para formar el Frente Democrático Nacional,
antecedente directo del PRD. De este origen procede la armazón ideológica que explica
que los gobiernos de la Ciudad de México legalizaran, por ejemplo, el aborto (2007) y el
matrimonio entre personas del mismo sexo (2010). No es casualidad, por cierto, que estas
políticas no fueran impulsadas durante el periodo de gobierno de AMLO en la capital.
Morena, en contraste con el PRD, se ha emancipado de cualquier reminiscencia socialista y
se ha reconciliado de modo más pleno con su raíz priista, con su espíritu populista.
24 Perry Anderson, The H-Word. The Peripeteia of Hegemony, Londres, Verso, 2017.
25 “Guha developed an analytic model of such clarity and force that he could say, without
emphasis but with reason, that he hoped it might resolve ambiguities in Gramsci’s writings
themselves” (Guha creó un modelo analítico de tal fuerza y claridad que podía decir, sin
énfasis pero con razón, que esperaba resolver las ambigüedades de los escritos de
Gramsci, trad. de la editora), Ibid., p. 153.
26 Por ej., Alberto Espejel, “Orígenes organizativos y derroteros estatutarios del
Movimiento de Regeneración Nacional y el Partido de la Revolución Democrática. Entre
carisma y grupos políticos”, Estudios Políticos 35 (2015), pp. 103-128,
https://doi.org/10.1016/J.ESPOL.2015.03.002; Ricardo Espinoza Toledo y Juan Pablo
Navarrete Vela, “MORENA en la reconfiguración del sistema de partidos en México”,
Estudios Políticos 37 (2016), pp. 81-109, https://doi.org/10.1016/J.ESPOL.2016.02.004;
Rosendo Bolívar Meza, “Movimiento de Regeneración Nacional: democracia interna y
tendencias oligárquicas”, Foro Internacional 57, núm. 2 (2017), pp. 460-489,
https://doi.org/10.24201/fi.v57i2.2385
27 Por sí solo, Morena obtuvo la mayoría absoluta en nueve congresos locales, pero si
consideramos a la coalición de Morena, PT y PES, este número se eleva a 18.

https://www.redalyc.org/journal/599/59966339005/html/ 19/22
28/5/2022 López Obrador o la izquierda que no es

28 El planteamiento hoy clásico de los límites del presidencialismo es, por supuesto, el de
Linz, quien toma partido por el parlamentarismo. Véase Juan J. Linz, “The perils of
presidentialism”, Journal of democracy 1, núm. 1 (1990), pp. 51-69,
https://doi.org/10.1353/jod.1990.0011. Una conclusión análoga, desde otra cartografía de
las clases sociales (esto es, sin burguesía), ha sido adoptada por algunos marxistas. Perry
Anderson, por ejemplo, opina que un serio defecto de las independencias
latinoamericanas fue “la servil imitación de la constitución de los Estados Unidos del siglo
XVIII”, y agrega: “Una democracia profunda exige exactamente lo opuesto a este poder
plebiscitario. Precisa de un sistema parlamentario fuerte, basado en partidos disciplinados,
con financiamiento público equitativo y sin demagogias cesaristas”. Véase Perry Anderson
citado en Emir Sader y Pablo Gentili (eds.), La trama del neoliberalismo (2ª ed.), Buenos
Aires, CLACSO, 2003, p. 86.
29 Alonso Urrutia y Dora Villanueva, “López Obrador decreta el ‘fin de la época neoliberal’”,
La Jornada, 18 de marzo de 2019.
30 Presidencia de la República, Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024, México, 2019.
31 Andrés Manuel López Obrador, 2018 La Salida, México, Planeta, 2017, pp. 9-10.
32 Ibid., p. 72.
33 En su discurso de triunfo la noche de la elección, AMLO sintetizó su agenda de gobierno.
Lo primero que dijo fue que “habrá libertad empresarial”, antes de mencionar la “libertad
de expresión, de asociación y de creencias”. También adelantó que “se respetará la
autonomía del Banco de México; el nuevo gobierno mantendrá disciplina financiera y
fiscal; se reconocerán los compromisos contraídos con empresas y bancos nacionales y
extranjeros”. Además, aseguró que “no habrá confiscación o expropiación de bienes”.
34 Presidencia de la República, Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024, op. cit., p. 49.
35 Secretaría de Hacienda y Crédito Público, SHCP, “Criterios Generales de Política
Económica para la Iniciativa de Ley de Ingresos y el Proyecto de Presupuesto de Egresos de
la Federación Correspondientes al Ejercicio Fiscal 2019”, México, 2018, pp. 3, 74.
36 Ibid., p. 85.
37 Para AMLO, “En México, la causa principal de la desigualdad es la corrupción”. Además,
en una curiosa réplica al fantasma del marxismo, explicó que “la monstruosa desigualdad
que tenemos no se debe a la explotación del empresario al obrero”. En otra oportunidad,
amplió la misma idea: “Los académicos más clásicos, más teóricos, se quedaron con la idea
de que la desigualdad se produce por la explotación que se hace de los trabajadores […].
Pero en México no aplica esa teoría del todo”. Para cada declaración consultar,
respectivamente, “Entrevista en casa de AMLO”, México, TV Azteca, 2018; “AMLO en Los
Reyes Acaquilpan”, México, American News, 2018.
38 Presidencia de la República, “No se gastará más dinero del que ingrese a la hacienda
pública. Los recursos destinados a financiar los programas sociales provendrán de lo que
se ahorre con el combate a la corrupción y la eliminación de gastos suntuarios, desperdicio
de recursos y robo de combustibles”, Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024, pp. 48-49.
39 SHCP, op. cit., p. 3.
40 Andrés Manuel López Obrador, “Discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador
en su informe al pueblo de México”, Presidencia de la República, 5 de abril de 2020.
41 Máximo Jaramillo, “¿Una nueva política social?: cambios y continuidades en los
programas sociales de la 4T”, Análisis Plural, (julio-diciembre de 2019), p. 153.
42 López Obrador, “Discurso del presidente…”, op. cit. Andrés Manuel López Obrador en su
informe al pueblo de México”.
43 Secretaríad de Hacienda y Crédito Público, SHCP, “Informe sobre la situación
económica, las finanzas públicas y la deuda pública. Segundo trimestre 2019”, México,
2019.
44 David Agren, “AMLO’s Mexico leads to drastic cuts to health system”, The Lancet 393,
núm. 10188 (el 8 de junio de 2019, pp. 2289-2290, https://doi.org/10.1016/S0140-
6736(19)31331-5
45 “Preocupa política de gasto; austeridad afectó PIB: HR Ratings”, El Economista, 11 de
agosto de 2019.
46 Comisión Nacional de Salarios Mínimos, Conasami, “Boletín No. 002/2019”, México,
Secretaría del Trabajo y Previsión Social, 2019.
47 En enero de 2019, las empresas maquiladoras de la franja fronteriza suprimieron
prestaciones a sus trabajadores con el fin de neutralizar los efectos del aumento salarial.
La expresión más amplia de descontento obrero se dio en Matamoros, ciudad que vio la
primera huelga general del siglo en México. Cuando la huelga alcanzó su punto climático,

https://www.redalyc.org/journal/599/59966339005/html/ 20/22
28/5/2022 López Obrador o la izquierda que no es

el gobierno de AMLO fue orillado a tomar partido: ¿estaba con los huelguistas o con sus
empleadores? La respuesta vino de boca de Alfredo Domínguez, subsecretario del Trabajo:
“Consideramos que el estallamiento de huelga no beneficia a ninguna de las dos partes”.
“Huelga en Matamoros no beneficia a nadie: STPS”, Forbes, 25 de enero de 2019.
48 El nuevo acuerdo introdujo el concepto de “valor de contenido laboral” en el capítulo 4,
“Reglas de origen”. Impulsado por el gobierno de Trump, ese concepto busca generar un
aumento de los salarios en la industria automotriz y de autopartes establecida en México -
la cual está concentrada en la frontera norte- con la expectativa de estimular la retención
de la inversión automotriz dentro de Estados Unidos.
49 Al igual que las nuevas reglas de origen, la intención del capítulo 23 “Laboral” del nuevo
acuerdo es causar un aumento salarial en México para evitar la fuga de puestos de trabajo
desde Canadá y Estados Unidos. Sobre la alianza de sindicatos de Estados Unidos con el
gobierno canadiense en este punto, ver el recuento de las primeras fases de negociación
de Arthur Stamoulis, “NAFTA Talks: What’s the Deal?”, Labor Notes, 31 de octubre de 2017.
50 Marisol Velázquez, “Con reforma laboral, se cumplieron los compromisos del T-MEC:
STPS”, El Economista, 27 de noviembre de 2019.
51 “Since post-neoliberalism lacks a powerful and wealthy sponsor like the United States or
the International Monetary Fund, and is more strongly rooted in local politics and culture, it
is probably even more variegated than its neoliberal predecessor” (Dado que el
posneoliberalismo carece de un patrocinador poderoso y acaudalado como Estados
Unidos o el Fondo Monetario Internacional, y es más fuerte su arraigo en la política y
cultura locales, es probable que sea aun más abigarrado que su predecesor neoliberal”,
Arne Ruckert, Laura Macdonald y Kristina R. Proulx, “Post-neoliberalism in Latin America: a
conceptual review”, Third World Quarterly 38, núm. 7 (2017), p. 1585,
https://doi.org/10.1080/01436597.2016.1259558
52 Ruckert, Macdonald, y Proulx, p. 1584. Cita original: “not as a complete break with
neoliberalism, but rather as a tendency to break with certain aspects of neoliberal policy
prescriptions, without representing a set of strict policies or a clearly identifiable policy
regime” (traducción de la editora).
53 La identificación de la izquierda latinoamericana con esa estrategia es, para Stolowicz, la
prueba de que “una nueva hegemonía burguesa… ha hecho mella incluso entre quienes se
consideran críticos”. Beatriz Stolowicz, “El ‘progresismo posneoliberal’ en la estrategia del
capital para América Latina”, Argumentos 86 (2018), p. 107.
54 Juan Carlos Pérez Salazar, “México pone fin a más de 70 años de monopolio petrolero”,
BBC News, 11 de agosto de 2014.
55 Jean Yoon y Paritosh Bansal, “Mexican election favorite is ‘really not leftist,’ adviser tells
investors”, Reuters, 6 de junio de 2018.
56 Laura Arreazola, “AMLO revela nueva estructura para los superdelegados ¿cómo
funciona?”, Político, 20 de marzo de 2019. Curiosamente, el antecedente de la figura del
superdelegado está en el sexenio de Peña Nieto, con su nombramiento ad hoc del
“enviado especial” en Michoacán, Alfredo Castillo, quien fungió como operador directo de
la Presidencia, en ocasiones sustituyendo al gobernador, en el contexto de una crisis de
violencia.
57 Horacio Jiménez, “Mi voto, para AMLO o quien revierte reforma energética: Cuauhtémoc
Cárdenas”, El Universal, 29 de mayo de 2018; “Sugiere Cárdenas a AMLO aplazar
megaobras ante crisis económica”, La Razón, 5 de junio de 2020.
58 Dicha postura no es un rayo en cielo raso. No hay que olvidar que, en 2006, en reunión
privada con el embajador de Estados Unidos en México, AMLO se plegaba a las demandas
de Washington, prometiendo “dar al ejército mayor poder y autoridad al ejército en
operaciones antinarcóticos”. Wikileaks, “Apocalypse not: AMLO assures ambassador he will
have a strong, sound administration”, México, 2006.
59 Arturo Rodríguez García, “Nueva comisión para el caso Ayotzinapa no investigará al
Ejército: Encinas”, Proceso, el 26 de septiembre de 2018.
60 Jacobo García, “El Ejército mexicano aumenta su poder con la construcción y explotación
del nuevo aeropuerto”, El País, 20 de marzo de 2020.
61 Alberto Pradilla, “En frontera sur, 2,400 elementos de la Guardia; no detendrán a
migrantes, asegura el gobierno”, Animal Político, 17 de junio de 2019.
62 “‘Usted no ha pretendido tratarnos como colonia’: El discurso completo de AMLO junto a
Trump en la Casa Blanca”, Animal Político, 8 de julio de 2020,
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https://www.redalyc.org/journal/599/59966339005/html/ 21/22
28/5/2022 López Obrador o la izquierda que no es

63 Misael Zavala, “AMLO: si hay fraude, yo no amarraré ‘al tigre’”, El Universal, 10 de marzo
de 2018.
Traducción de Fionn Petch, CM Idiomas
Traducción de Ariel Elbaz, CM Idiomas
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https://www.redalyc.org/journal/599/59966339005/html/ 22/22

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