Ensayo Literario. Yahir Miguel Lara Godínez. Cbtis 201, Poncitlan Jalisco. 2E. Maestra: Olga Lerma Valenzuela

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 5

ENSAYO LITERARIO.

Yahir Miguel Lara Godínez.


Cbtis 201, poncitlan Jalisco.
2E.
Maestra: Olga Lerma Valenzuela.
EN QUE ESPACIO VIVIMOS?.

Con la atención suficiente, siempre es posible escuchar en las raíces de las


culturas que hablan algún esbozo de esta misma pregunta; aunque venga en tono
de respuesta. Pero en vez de pasmarnos al ampliar el espectro, o al rastrear en la
cultura la fuerza motriz de esta inocua pregunta, enfrentémosla. Dudemos de todo
lo que sabemos, pues gran parte de ello es un acto de fe; y si no lo fuera, sólo se
afianzaría con el embate del cuestionamiento.
Recordemos que son innumerables los modelos de universo que han sido
fielmente creídos y apasionadamente defendidos por algún ser humano en alguna
época. La mejor opción no tiene nada que ver con quienes sostienen el modelo en
cuestión, o dónde, o cuándo lo sostienen (podemos suponer que somos nosotros),
es simplemente la que resiste mejor el ataque crudo y descarnado del
razonamiento, del sentido común, que, a su vez, varía conforme al tiempo y en
relación directa con el uso que de él hagan las culturas: el destilado que va
produciendo este proceso milenario es quizá lo que llamamos ciencia. Pero
recordemos también que en nuestros primeros meses de vida aprendimos a
percibir nuestro espacio y que en los años subsecuentes empezamos a
desplazarnos en él, a dominar, en pequeña escala y con torpezas, su materia, a
convivir con sus imposiciones ineludibles: los cuerpos caen y duele, el día y la
noche, las estaciones —de perdis: las vacaciones—, la Luna, el Sol y las
estrellas.
Con este enfoque, que me hacía aparecer como un científico con preocupaciones
de gran envergadura y arraigo histórico, me aventuré a dar algunas pláticas de
divulgación; a la estimulante respuesta que tuve de aquel público —ya de por sí
ligado a la divulgación de la ciencia, para mi fortuna— se debe este libro.
Aunque había algo de teatral en presentarme como alguien preocupado
profesionalmente en la pregunta ;¿en qué espacio vivimos?, daba con esto pie
para hablar de bandas de Moëbius, Toros (donas), geometrías no euclidianas y
espacios de múltiples o de infinitas dimensiones, en un contexto que los situaba
más acá que meros, extravagantes o intrascendentes ;divertimentos matemáticos.
Me aproximaba al tema que trabajaba en aquella época, la noción de variedad y
de sus estructuras, a la vez que rozaba un área que a lo largo de este siglo en
agonía ha sido fundamental: la topología de dimensiones bajas; y le tiraba a este
par de pájaros con uno de sus posibles subproductos para siglos venideros: a los
matemáticos nos gustaría—decía yo— ;entregarles a los físicos y a los
astrónomos una lista completa, clara y racional de las posibles formas del
Universo; al confrontarla con sus observaciones, quizás puedan decidir cuál es la
buena.
En él me lanzaba al ruedo contra el siguiente torito;A ver: como simple
matemático, es decir, sin necesidad de salir de este cuarto y con base en
razonamientos precisos que parten de un mínimo de hipótesis —que, como parte
del problema, también hay que establecer—, ¿puedes demostrar que la Tierra es
redonda?; Ejercicio nada sencillo del que pretendía derivar la necesidad de
formalizar la definición de variedad, en particular la de superficie y, ya entrados
en gastos, dar su clasificación (uno de los teoremas más bellos y redondos de la
topología, al que se asocian grandes nombres como Euler, Riemann y Poincaré);
proyecto demasiado ambicioso que nunca pasó de un borrador inconcluso,
inédito y perdedizo. Empezaría con lo que ya tenía, era cosa de desempolvar lo
que llegó a ser conocido como;el de Colón, y trabajar lo que le faltaba (toda la
parte técnica); seguiría con las bases matemáticas mínimas para poder introducir
al lector a las 3-variedades y sus estructuras geométricas: con esto concluiría.
Así, maduró la idea de hacerlo como libro de cuentos que trenzaran una malla,
una trama literaria, en la cual la formalización matemática quedara entretejida,
intercalada pero bien separada; de tal forma que al hojearlo con prisa, el lector
aburrido o perdido pudiera regresar a la superficie, a la trama principal y empezar
de nuevo, fresco y desde cero, con un cuento independiente.
Me gustaba esta idea, pues asemejaba la forma en que se atacan los textos
matemáticos: primero pasa uno a grandes zancadas en busca de las ideas
principales, luego escudriña por los huecos y los va rellenando, más tarde se
miran con lupa los detalles para ir reconstruyendo lo que está detrás del texto, las
matemáticas a las que alude, para, finalmente, tratar de ir más allá de lo que está
escrito. En este proceso uno se ayuda de lápiz y papel, de otros textos o de lo que
pueda; cada lector sigue su itinerario, no tiene por qué seguir el orden arriba
establecido, inclusive el orden lineal del texto; y se dedica a este objetivo el
tiempo-pensamiento que puede ir desde cero hasta toda una vida productiva. De
tal manera que al concluir, meses después, con los Apuntes del escenógrafo, me
di por bien servido en cuanto al entretejido técnico del libro, que acabó por
concentrarse en dos cúmulos, uno de física y otro de geometría, que, amenizando
sus intermedios, hacen referencia únicamente a la Soñata, en búsqueda de la
autocontención.
Colón —representando a todos aquellos valientes y visionarios que lucharon en
pos de la total redondez de la Tierra— hizo con nuestra idea de mundo lo que
Einstein con la de Universo: nos la curveó. Esta visión del mundo no difiere en
nada de la que tienen, como cultura, los europeos; ni de la que aún usamos para
lidiar con el mundo cotidiano: la Tierra es un plano que nos tiene agarrados,
pegados cuan pesados somos, al piso de este cuarto que se continúa en un lago de
asfalto y luego, dicen los viajados, lejos muy lejos, están el campo y el mar. La
idea de una tierra redonda es antinatural o, mejor dicho, choca con nuestra
experiencia cotidiana, requiere de mucha elaboración y lucubración, de saber y
de pensar, de entrar en un mundo abstracto que no es el de este cuarto.
Esta visión del mundo no difiere en nada de la que tienen, como cultura, los
europeos; ni de la que aún usamos para lidiar con el mundo cotidiano: la Tierra
es un plano que nos tiene agarrados, pegados cuan pesados somos, al piso de este
cuarto que se continúa en un lago de asfalto y luego, dicen los viajados, lejos
muy lejos, están el campo y el mar. La idea de una tierra redonda es antinatural o,
mejor dicho, choca con nuestra experiencia cotidiana, requiere de mucha
elaboración y lucubración, de saber y de pensar, de entrar en un mundo abstracto
que no es el de este cuarto. Concedámosle esa ingenuidad añeja y terrenal a la
voz de Fernando, rey de Castilla, quien en este mismo tiempo, pero del otro lado
del mar y enfundado en sus bombachos calzones, está a punto de enfrentar el
punto central del proyecto que le presenta...
Recién caigo en la cuenta, debido a estos meses en que se me ha concedido
tiempo para el espíritu (busca comprensión en Colón, y se conforma, al descubrir
de inmediato su nerviosismo, con la atención de Fernando). Sin faltar a la
experiencia de mi oficio, aseguro que hay aún —mientras el Gran Atlas se
concluye— muchas tierras posibles: pudiera tener chipotes tan grandes que
dejaríamos de percibirlos (manipula en el aire un sólido inexistente); o bien
(acariciando una superficie complicada con sus manos), pudiera conectarse, más
allá de lo conocido, con otra gran masa, que a su vez se conecta con otras; o
podría tener agujeros, sin dejar de ser relativamente plana. Su movimiento
relativo inmediato, el día y la noche, se explican impecablemente si se pone a la
Tierra a girar como trompo y se la convierte en uno más de ellos; pero entonces
su masa se verá sujeta a lo inevitable de este movimiento, obligándonos a tomar
preferencia por Tierras con simetría rotacional.

También podría gustarte