El Encabalgamiento en La Poesía de Fray Luis de León
El Encabalgamiento en La Poesía de Fray Luis de León
El Encabalgamiento en La Poesía de Fray Luis de León
Ricardo Senabre
Las doctrinas poéticas de los tratadistas españoles del Renacimiento son, en verdad, escasas
y tardías1. Antes de 1580, y con la sola excepción ilustre del Brocense, apenas hay nada que
pueda compararse a ciertas observaciones sobre la lengua literaria desperdigadas en
las Prose della volgar lingua (1525), de Bembo, ni al tratado Del modo di comporre in
versi nella lingua italiana que Gerolamo Ruscelli colocó en 1559 al frente de su Rimario
della lingua italiana, ni a los Poetices libri septem (1561), de Scaligero, o a la Poetica
toscana (1563), de Minturno2. Tampoco hubo, antes de Herrera, creadores que hicieran del
acto literario motivo de reflexión teórica. Ni el Prohemio de Santillana ni los tratados de
Villena, Juan del Encina o Argote de Molina pueden situarse en el mismo plano que
el Abregé de l'art poétique françoise (1565), de Ronsard, o las afirmaciones de este mismo
poeta en el prólogo a su Franciade (1572); y mayor distancia todavía los separa de la obra
teórica de Tasso, especialmente de sus discursos sobre el poema heroico o su comentario
acerca de un soneto de Giovanni della Casa. Para encontrar una summa teórica que sea, a la
vez, un amplio repertorio de artificios literarios, habrá que aguardar a las Anotaciones de
Herrera (1580), piedra fundamental de la poética española3. Allí habla el poeta sevillano,
siguiendo de cerca a Ruscelli, del efecto producido por el «rompimiento» del verso,
fenómeno para el cual había acuñado ya Ronsard el término enjambement. A juicio de
Herrera, el hecho de que el final del verso no coincida con el final del enunciado
no es vicio, sino virtud, y uno de los caminos principales para
alcanzar la alteza y hermosura del estilo; como en el heroico
latino, que romper el verso es grandeza del modo de decir.
Refiero esto porque se persuaden algunos que nunca dicen
mejor que cuando siempre acaban la sentencia con la rima; e
oso afirmar que ninguna mayor falta se puede casi hallar en el
soneto que terminar los versos de este modo, porque aunque
sean compuestos de letras sonantes y de sílabas llenas casi
todas, parecen de muy humilde estilo y simplicidad, no por
flaqueza y desmayo de letras, sino por sola esta igual manera de
paso, no apartando algún verso; que yendo todo entero a
acabarse en su fin, no puede tener alguna cumplida gravedad, ni
alteza, ni hermosura de estilo, si bien concurriesen todas las
otras partes. Pero cuando quiere alguno acompañar el estilo
conforme con la celsitud la belleza del pensamiento, procura
desatar los versos, y muestra con este deslazamiento y partición
cuánta grandeza tiene y hermosura en el sujeto, en las voces y
en el estilo, porque lo hace levantado, compuesto y bellísimo en
la forma y figura del decir esta división, y lo aparta de la
vulgaridad de los otros; mas este rompimiento no ha de ser
continuo, porque engendra fastidio la perpetua semejanza4.
Elisa, ya el preciado
cabello, que del oro escarnio hacía,
la nieve ha variado9.
Si el olvido puede ser también interpretado como una separación entre los hechos anteriores
y el presente, sólo salvable merced a la memoria, no puede extrañar que en ciertas
organizaciones semánticas gobernadas por el sema «olvido» se agrupen sus componentes
teniendo en cuenta el posible apoyo significativo del encabalgamiento. En la oda a Salinas,
el alma, estimulada por la música,
Nos encontramos en un contexto muy similar al del ejemplo anterior 10. El «olvido»
del «bien divino» obliga a colocar ambas nociones en dos versos sucesivos. La aparición
inmediata de perdido, que inicia un nuevo encabalgamiento, deja los dos adjetivos en el
mismo verso, es decir, los iguala, sugiriendo así que quien está olvidado de la divinidad
está perdido. Sólo después de la pausa métrica es preciso someterse a los imperativos de la
sintaxis, pero resulta ya imposible anular por completo el significado desprendido de la
métrica, que se une así al que proporcionan las palabras y su articulación sintáctica.
Razones semánticas son también las que apoyan el encabalgamiento que puede leerse en
una de las odas a Felipe Ruiz («En vano el mar fatiga»):
Adonde la azucena
lucía, y el clavel, do el rojo trigo,
reina agora la avena,
la grama, el enemigo
cardo, la sinrazón, el falso amigo.
La impresión es aquí semejante a la del caso anterior, y, por añadidura, se refuerza porque
la rima apunta una correlación entre el enemigo y el falso amigo del verso inmediato, e
insinúa, por tanto, su equivalencia sintáctica. Al «parar un poquito» en la lectura, como
aconsejaba Juan del Encina, la construcción «reina [...] el enemigo» ofrece un sentido
inmediato que difícilmente puede ser borrado por el contorno metafórico que la envuelve.
Una vez más, la posición encabalgada de un elemento léxico proporciona al verso el
aditamento de un significado secundario. Como es obvio, las informaciones aportadas por
el texto no provienen únicamente del contenido semántico de las palabras.
El encabalgamiento desempeña también una función significativa en los versos 46-47 de la
oda «¡Oh ya seguro puerto...! », cuando el poeta, reelaborando un pasaje de San Juan
Crisóstomo15, evoca a los «navegantes» del «mar» de la vida humana sometidos a
poderosas tempestades: