Resumen UNIDAD 6 Parte 2

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UNIDAD 6: La vida interna de Dios.

Las procesiones, las relaciones, las personas


divinas.
La generación del Hijo. La espiración del Espíritu Santo. Las relaciones divinas en San
Agustín y Santo Tomas (Melanie). Las personas divinas. Noción de persona en Agustín,
Boecio, Tomás de Aquino. Propiedades y apropiaciones divinas. Mutua inhabitación. El
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La problemática del “Filioque”. (Juan)

1. Las personas Divinas.


Las relaciones contrapuestas en Dios no son más que la expresión abstracta de las tres
divinas personas o hipóstasis. La relación (comúnmente podríamos decir misión) es lo que
distingue en Dios, la persona es lo distinguido.

2. Noción de persona.
a. En San Agustín.
La noción de la persona se hace referencia la distinción de Dios. El concilio de Nicea no
distingue todavía con claridad la “hipóstasis” (era considerada como una excesiva separación) de
la “ousía” (esencia). Debido a esto Atanasio elimina en el año 360 la expresión “tres hipóstasis”
(tres sustancias). No es necesariamente arriana, como no es forzosamente sabeliana la formula
“una ousía” (una esencia).
Agustín, en su “Trinitate, ha reflexionado ya de manera bastante refleja sobre el término
“persona”. Los griegos hablan de una esencia (ousía) y tres sustancias (hipóstasis). Los latinos
de una esencia o sustancia, tres personas. Hay que preferir en latín el termino “persona” porque la
“sustancia”, es equivalente por la etimología a “hipostasis” se confundiría con la esencia, dado el
uso habitual de estas palabras en la lengua latina, lo que lleva como decíamos al principio a una
excesiva separación, en lugar de una simple distinción, entre los tres. Agustín siente que el
termino persona no es el adecuado, no se siente satisfecho, pero es el que introduce a la relación
entre la vida trinitaria, la necesidad fuerza a utilizar este término menos inadecuado que otros ya
mencionados.
Agustín nos ha dicho ya que, Padre, Hijo y Don (nombre propio del Espíritu Santo) son
términos relativos. Hablamos del Padre del Hijo, del Hijo del Padre, o del Don de los dos, con esto
demostramos que usamos términos relativos. Pero cuando decimos del Padre no hablamos del
Hijo, si no del Padre mismo. La consecuencia es que el concepto de persona no se predica en
relación a otro, sino “ad se”, es decir, “sobre si mismo”. La pluralidad en Dios venía de la relación,
y que no cabía el plural en todo lo que dice “ad se”. Agustín ha visto claramente que el plural en
Dios venia de las relaciones, pero el concepto de persona es para él un absoluto. Agustín no ha
tratado de definir directamente persona. Pero en este contexto señala que es algo singul.ar e
individual, “aliquid singulare atque individuum”.
b. En Boecio.
Boecio ha proporcionado la definición de persona que ha sido y sigue siendo el punto de
referencia obligado en la teología occidental: “la persona es la sustancia individual de naturaleza
racional”. La sustancia, es el sustrato del ser; pero ésta ha de ser individualizada, es decir, no
intercambiable por otra. La naturaleza raciona especifica aún más esta individualidad, es ahí
donde los hombre experimentamos la incomunicabilidad (es decir no podes transferir ese “don”).
Ricardo de San Víctor modifica esta definición y propone en su lugar “persona en la
existencia incomunicable de la naturaleza racional” ha eliminado la “sustancia”.
Nota sobre la dificultad de usar la definición de Boecio: si en la definición se habla de la
“sustancia”, se corre el riesgo de pensar que las tres personas EN Dios son tres sustancias o
esencias; se caería en un triteísmo. De ahí que se propone la sustitución de “sustancia” por
“existencia”, palabra que indica la esencia, “sistere”, lo que hay en uno, y a la vez la procedencia,
el “ex” (desde) del ser de cada uno.
La diferencia del modo de “existir”, viene del origen. Precisamente del diverso modo de
“existir” en relación a la procedencia o no procedencia. El Padre no procede de ningún, “existe” a
partir de sí mismo, Las otras dos personas proceden de él. El Hijo procede del Padre, y tiene a
otro que procede de él. El Espíritu Santo procede de otro y no hay nadie que proceda de él. Por
ello se define a la persona divina como “divine nature incomunicabilis existentia”. Dado que el
amor es tan determinante en el modo de explicar las procesiones, las personas divinas, a la vez
que por su modo de proceder, se caracterizan por el modo de su amor. En el amor esta la
diferencia, no la dignidad, ni el poder. El amor determina la irrepetibilidad. El amor, el modo,
podríamos decir, como se relaciona con otros; éste es elemento “incomunicable” más que la
sustancia. En la cualidad del amor se determina lo que somos.
El Hijo expresa la imagen del Padre, que es el que da el amor originariamente. El Hijo es
verbo, sabiduría, porque por él tenemos noticia del Padre, fuente de sabiduría. Al Espíritu Santo
se le atribuye propiamente este nombre, es el amor que es común a los dos. Con ello se muestra
que la unidad y la distinción en Dios no se oponen entre sí

c. En santo Tomás de Aquino.


Santo Tomas acepta sustancialmente la definición boeciana de la persona, que es aplicable
a todos los seres racionales. Pero es bien consiente de que el término no se aplica a Dios como a
las criaturas. La naturaleza racional significa en Dios simplemente naturaleza intelectual, ya que
en él la razón no implica un discurso. El principio de individualización en Dios no puede ser la
materia; por ello “individuo” en Dios quiere decir incomunicable. La “sustancia” conviene a Dios
en cuanto significa existir por sí mismo.
Para proponer su solución, Tomás se va a centrar en lo que es peculiar de las personas
divinas. Partiendo de la definición de Boecio se pregunta qué es el individuo: es aquello que es
indistinto en sí, distinto de los otros. En Dios la distinción se hace por las relaciones; a ellas habrá
que acudir para encontrar la noción de persona divina: “La persona divina significa la relación en
tanto que subsistente”. Por ello la relación en Dios no es como un accidente inherente a un sujeto,
sino que la relación es la misma esencia divina, es decir, de donde se sigue que es subsistente.
En Dios la sustancia individual, es decir, distinta e incomunicable (intercambiable,
irremplazable), es la relación. Las personas divinas se distinguen en tanto se relacionan. La
distinción no es por tanto separación sino relación, y el ser irrepetible no es cerrazón ni
aislamiento, sino donación. Comunión perfecta, que se da, en cuanto se relacionan.
¿Es primero la persona o la relación?
Las relaciones se establecen porque hay personas, éstas serían lo primero; precisamente
porque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tales están relacionados, y no al revés.
Punto de partida de Santo Tomas es la persona del Padre, no la esencia divina. Hay cuatro
relaciones, pero solo tres personas; solo tres de estas cuatro relaciones son “subsistente”: la
paternidad que es la persona del Padre, la filiación que es la persona del Hijo, la procesión que es
la persona del Espíritu Santo. La doctrina de la persona y las relaciones en Santo Tomas no es
una especulación abstracta, preocupada solo por la coherencia lógica. Muestra la plenitud de la
vida en Dios, incompatible con la soledad.
Las relaciones en Dios no son accidentes, y por tanto se han de identificarse con la esencia,
aunque las personas se distingan unas de otras de camera real. Pero en cuanto a la relación se
compara con la relación opuesta, a causa de la oposición mutua se da una diferencia real. En
virtud de ella se puede (y se debe) afirmar de cada una de las personas algunas cosas que se
niegan de las otras. Aun así son tres personas de la misma esencia.
Las personas por otra parte se identifican con la relación. Y en virtud de ésta misma se
distingue cada una de ellas de las otras. Hay que tener presente por otra parte que la relación no
sólo distingue a las personas, también las une; la “oposición” entre ellas ha de entenderse como
reciprocidad.

3. Personas, propiedades y apropiaciones divinas.


a. Las personas, constituidas por las relaciones opuestas, se distinguen también por sus
“propiedades” o “nociones”. La noción es el modo de conocer la divina persona. Nosotros no
podemos captar la simplicidad divina; tenemos que nombrar a Dios según lo que aprehendemos,
es decir, según lo que encontramos en las cosas sensibles de las que recibimos el conocimiento.
Por ello hay propiedades y nociones abstractas, como la paternidad y la filiación.
b. Las propiedades concretas de las personas se deducen de las relaciones de origen, por
las cuales aquéllas se multiplican. Estas nociones o propiedades son, como su mismo nombre lo
indican propias de las personas, estos actos nocionales se atribuyen a cada persona. Estas
propiedades se refieren todas a la vida intratrinitaria; en total son cinco: en relación al padre
innascibilidad y paternidad; en relación al Hijo la filiación; en relación al Padre y al Hijo la
espiración común (activa); y en relación al Espíritu Santo la procesión.
c. Las apropiaciones nos lleva al planteo sobre la problemática de la Trinidad económica y
la Trinidad inmanente. Se habla de apropiaciones a aquellas propiedades esenciales. Que de
suyo conviene a toda la Trinidad, atributos esenciales divinos. Encontramos así manifestaciones
de las personas, estas manifestaciones constituyen, según Santo Tomás, las apropiaciones.
Ejemplos de apropiaciones: “creador del cielo y de la tierra”; ciertamente estos nombres
conviene también a las otras personas. Los tres son omnipotente, y no obstante hay en Dios una
sola omnipotencia, es decir las tres personas son un solo principio de la creación.
No se trata de que cada una de las personas posea en exclusiva estas propiedades, pero aun
así, no hay duda de lo que conviene a cada persona; al Padre la potencia, al Hijo la Sabiduría (Cor
1,24.30), en cuanto Logos o razón del universo; y al Espíritu Santo la bondad, en cuanto
relacionada con el amor. El uso de las apropiaciones tiene sin duda una base bíblica y de
tradición y es frecuente en la liturgia y en la teología.
Ad Extra es el principio según el cual todas las actuaciones divinas hacia el mundo son
comunes a toda la trinidad, aun así no tiene que hacernos olvidar que ésta, es solo un principio
que contiene en sí mismo la distinción. La distinción de las personas en el seno de la Trinidad, se
refleja también en la actuación hacia el exterior. Se puede por tanto pensar que esta actuación
diferenciada de las personas (padre creador, hijo mediador, espíritu santo dador de vida, etc.) es
un reflejo de la distinción intradivina (Ad Intra), y que en ella se está ya de algún modo
prefigurando la intervención propia de cada una de las personas en la historia de la salvación que
en la misión por parte del Padre del Hijo y el Espíritu alcanzará su expresión máxima.

4. Mutua inhabitación.
La perichoresis o ciscumincessioestas expresiones indican que las personas divinas no
son sólo en relación con las otras, sino también que están en las otras, que no se da entre ellas
solamente un “ese ad” sino también un “ese in” Un ejemplo claro lo encontramos en el nuevo
testamento cuando el Hijo no dice en el evangelio de Juan “Yo estoy en el Padre y él está en mí”.
Este ejemplo y muchos otros, dan lugar al desarrollo de la mutua inhabitación del Padre y el
Hijo. Esto se verá más enriquecido con la explícita mención del Espíritu Santo.
Dionisio Romano ve en la inhabitación mutua de las tres personas divina la garantía de la
Trinidad que se reúne en la monarquía del Padre.
El concilio de Florencia considera la perichoresis como la consecuencia de la unidad de la
esencia divina: “A causa de esta unidad el Padre está todo entero en el Hijo, todo entero en el
Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo
entero en el Padre, todo entero en el Hijo”.
La inhabitación de cada persona en las otras respeta ciertamente la “taxis”, en el orden de
las procesiones|, pero a la vez muestra igualdad radical entre ellas, la comunión perfecta en la que
cabe la distinción más que la diferencia. La inhabitación mutua es a la vez el elemento esencial
de esta unidad, constituida también por la interacción dinámica de las tres personas. La
inhabitación reciproca expresa y realiza en la máxima medida la unidad de las personas en su
distinción. Jn 17,21 los que creen en Jesús deben ser una solo cosa en el Padre y el Hijo. Desde
la encarnación de Cristo por obra del espíritu Santo, hasta la resurrección por otra del Padre en la
que no está tampoco ausente la intervención del Espíritu Santo.

5. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: Problemática del “Filioque”.


La doctrina agustiniana de la procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo, encuentra
eco en el símbolo Quicumque, surgido probablemente en la Galia meridional entre el 430 y 450, y
que ha gozado de gran autoridad tanto en Oriente como en Occidente. El Filioque se encuentra
ya en el credo de Victricio de Rouen, discípulo de Ambrosio, de fines del s. IV, y en diferentes
credos españoles del s. V. En el concilio IV de Toledo del 633, afirma una vez más que el Espíritu
Santo no es ni creado ni engendrado sino procedente del Padre y del Hijo. Aquí viene la gran
confrontación sobre la procedencia del Espíritu Santo.
Los latinos muestran la procesión del Espíritu Santo por medio del Hijo. Los latinos no han
hecho del hijo la “causa” del Espíritu Santo, sino que han afirmado la procesión (procinai), los
latinos sostiene que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Mientras que los orientales
sostienen que el Filioque está mal porque el Espíritu Santo Solo procede del Padre.
Alcuino de York (Teólogo de la orden de San Benito) insiste a favor del Filioque ante
Carlomagno; este protestó ante el Papa porque el concilio de Nicea del 787 aceptó la confesión de
fe del patriarca Taracio (donde afirmaban que el Espíritu procede del Padre por el Hijo). El papa
Adriano I defendió a los orientales. El papa León II sucesor de Adriano I, acepta la doctrina del
Filioque pero no quiere introducirla en el credo. Hace grabar dos placas, en la confesión de San
Pedro, con el texto en latín y en griego. El II concilio de Lion (1274) buscaba restablecer la unión
con los griegos, se afirmó por medio de Miguel Paleólogo “Creemos también en el Espíritu Santo,
Dios verdadero, pleno y perfecto, que procede del padre y del Hijo, igual y consustancial…”
El concilio de Florencia terminó definiendo: “El Espíritu Santo procede eternamente del
Padre y del Hijo, y del Padre justamente y el Hijo tiene su esencia y su ser subsistente, y de uno y
otro procede eternamente como de un solo principio y por única espiración…”

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