Resumen Unidad 4
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TEOLOGIA DOGMATICA I PRIMERA PARTE LA MIRADA A LA HISTORIA
cada creyente. La misión tiene un carácter invisible: Hch 2,1; Hch 4, 31. Pero no se agota la
multiplicidad de efectos de la misión del Espíritu, las características de esta última son muy
distintas de la de Jesús, ambas misiones han de ser vistas un su mutua relación.
Dios envío a su Hijo: Dios ha enviado Jesús, su Hijo, al mundo. La idea con diversas
formulaciones y matices se repite con frecuencia en el Nuevo Testamento. Dios (el Padre)
toma la iniciativa en esta misión. El amor de Dios por los hombres es la única razón de este
envío de su Hijo al mundo. 1 Jn 4,9; Jn 3, 16. Estos textos de misión, que son muy cercano se
acercan a ala preexistencia de Cristo, implican y presuponen el conocimiento de toda la vida de
Jesús, a partir de la vida de Jesús, de sus hechos y sus palabras hasta la muerte y
resurrección, se ha llegado a la idea de que él es el Hijo que ha sido enviado al mundo por el
Padre, no al revés.
1 Dios, el Padre de Jesús: la revelación del Nuevo testamento presupone la del Antiguo
Testamento. En el Dios se ha dado a conocer como el Dios de la alianza que ha establecido
con el pueblo de Israel, su elegido, un pacto de amor fundado en la predilección divina. Este
Dios es creador de todo y por tanto el Dios de todos los hombres y los pueblos. Presupone ya
claramente como conocido al menos hasta cierto punto es el que en Jesús su Hijo se nos
revela como Padre. El Dios que envía a Jesús se identifica con el único Dios de Israel, Mc
12,26; Mt 4,10. Él es el Dios cuya proximidad anuncia Jesús al anunciarla inminencia de la
llegada al Reino, ligada a su misma persona Mc 1,15; 4,17; Lc 11,20; 17,21.
El Antiguo testamento utiliza relativamente poco la idea de la paternidad para referirse a
Dios, tal vez porque ese motivo puede aparecer ligado a representaciones incompatibles con la
fe de Israel. La idea de la paternidad divina ligada a la creación se puede pervertir al aplicarse
a los ídolos (Jer. 2,27), el pueblo de Israel no ha contemplado con mucha frecuencia la
paternidad de Dios en una perspectiva universalista sino más bien la relaciona con la
predilección que Dios ha mostrado y le sigue manifestando con la salida de Egipto, la alianza la
concesión de la tierra prometida, etc. Así Israel es el hijo y el primogénito de Dios Ex 4, 2. Dios
es por tanto el Padre del pueblo que se ha elegido. En el antiguo testamento se ponen de
relieve aspectos diversos de la paternidad divina, desde el dominio sobre todas las cosas hasta
la enseñanza y el cuidado por el pueblo elegido. Pero sobre todo subraya su amor de tal
manera que puede afirmarse que Yahvé es “un padre con entrañas de madre” así aparecen
claramente los rasgos maternos Is 49,15.
Indirectamente aparece Dios como madre en las palabras que Moisés dirige a Dios en Nm
11, 12-13, también en Sal 68, 6 Dios es padre de huérfanos, defensor de viudas, la confianza
personal y el cuidado amoroso que Dios tiene por los hombres adquieren aquí un papel más
destacado. La paternidad divina se refiere al pueblo de Israel en general, en la literatura
sapiensal la paternidad de Dios se pone en relación con personas concretas, los justos aunque
con frecuencia se trate de comparaciones Prov 3,12. El Antiguo testamento evita
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Jesús que todo lo realiza mediante su hijo (Col 1, 15) de Dios padre viene la iniciativa de la
misión de Jesús al mundo, como de su última venida Hch 3,20, esta paternidad se conecta de
manera especial con la resurrección. Pablo ve a Dios como el padre del señor resucitado,
desde entonces el Dios cristiano es el padre de Jesús Ef 1, 2-3. Al final de los tiempos Jesús
entregará a Dios padre el reino y cuando se le hayan sometido todas las cosas el mismo Jesús
se someterá al que todo se lo ha sometido para que Dios sea todo en todas las cosas (1 Cor
15, 24-28)
En toda la vida de Jesús y en especial la muerte y resurrección se produce una revelación
de Dios como padre, en la vida de Jesús hay diferentes aspectos de la revelación de Dios. Él
es como ya hemos visto, el que ha enviado a Jesús pero también un punto total y constante de
referencia de toda la vida de Cristo. La revelación de las tres personas divina acontece de
modo simultáneo. No estará de más notar antes de pasar adelante que la revelación de Dios
como amor. Gracias a esta revelación, Dios primariamente el Padre dado el contexto, es
definido como amor en 1 Jn 4,8 y 16.
De la economía salvífica se pasa al ser mismo de Dios de ahí que el amor pase también a
ser el distintivo de los hijos de Dios y sobre todo del Hijo de por antonomasia que es Jesús.
Hay una relación íntima entre el amor y la filiación divina. Precisamente con ella manifiesta la
relación especial de esta revelación del amor con Jesús y como en la entrega de este último
por nosotros acaece esta manifestación del amor, Definición divina. El nuevo testamento y en
concreto estos pasajes de la primera carta de Juan nos abre al misterio de la vida intradivina a
partir de la revelación que ha tenido lugar en Jesús.
2 Jesús, el Hijo de Dios: la paternidad de Dios y la filiación de Jesús están en estricta
correlación. Porque Jesús ha vivido “en filiación” nos ha revelado a Dios como Padre y se ha
mostrado a sí mismo como le Hijo de Dios. En este lugar Jesús se llama a si mismo Hijo (Mt
11,27; Lc 10, 22) pero el escaso uso de ese título de parte de Jesús habla que ese título no es
para referirse sino a Dios. Al padre le pertenece el Reino que Jesús se ha sentido llamado a
anunciar.
Según los sinópticos, Jesús es proclamado hijo de dios por la voz del padre en los
momentos del bautismo y de la transfiguración este título hijo de Dios ya está presente en la
confesión de fe de Pedro en sentido mesiánico. También proclama a Jesús hijo de dios
después de su muerte el centurión que los custodiaba Mc 15,39, Mt 27,40.
El título de Hijo de Dios indica más que ningún otro la identidad última de Jesús ya que
pone en relieve la relación única con dios padre, lo fundamental es que se emplea este título
cuando se habla de la relación de Jesús con Dios esto implica asimismo una referencia a su
función de mediador de la salvación. Hay por tanto una relación íntima entre la relación de
Jesús con Dios y su condición de salvador están unidas ya desde el comienzo, e la perspectiva
neotestamentarias. La doctrina de la filiación divina de Jesús se ha impuesto desde bastante
pronto y no parece justo reducirla a los aspectos meramente funcionales. Estos no pueden
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separase de la relación de Jesús con Dios que el titulo pone en relieve. Como en el resto del
nuevo testamento esta relación filial de Jesús con el padre es en los escritos de juan irrepetible.
Jesús es el hijo por antonomasia es también en algunos pasajes de Juan, el hijo primogénito
(Jn 1, 14.18) Así se pone todavía más de relieve esta incredibilidad. La finalidad del evangelio
de juan según el primer final del mismo (Jn 20, 31) es la de demostrar que Jesús es el Cristo el
hijo de Dios.
El pasaje de Rom 1,3 probablemente una reproducción de una confesión de fe pre paulina
es característico: Jesús es presentado como el Hijo de Dios. Este Jesús que en todo momento
es el Hijo de Dios es el sujeto único de una historia que se desarrolla en dos tiempo o en dos
fases que se contraponen: por una parte ha nacido de David según la carne, en cuanto a su
existencia terrena, pero ha sido constituido Hijo de Dios en poder en virtud del Espíritu de
Santidad por la resurrección de los muertos.
En los diferentes misterios de la vida de Jesús, se realiza la revelación del misterio
trinitario.
3 Dios padre de los hombres: la paternidad de Dios se nos muestra en la misión de Jesús,
el Hijo al mundo. Ésta según Gal 4,4-6 (texto guía) tiene como finalidad que los hombres
recibamos la filiación. El envío del Hijo y la filiación divina de los hombres están por
consiguiente en relación íntima. Lo mismo insinúa los textos de la 1 Jn 4, 9.14. Dios que es el
padre de Jesús, quiere ser también el padre de los hombres, en otros pasajes, Jesús se dirige
a los discípulos, se refiere al padre como “vuestro padre” Mc 11, 25.
Entre la paternidad de Dios respecto de Jesús y su filiación de este por una parte y de la
de los discípulos por otra, hay una innegable relación. Solo porque Jesús es el Hijo de Dios y le
llama padre puede enseñar a los discípulos a invocarle así y vivir la vida de hijos; él es quien
les introduce en esta relación paterno-filial. Pero debemos notar que la filiación divina de Jesús
y la des discípulos nunca se equiparan. La relación de Jesús con el padre es única e
irrepetible, pero precisamente en su irrepetibilidad, la filiación de Jesús fundamenta la de los
discípulos.
El Espíritu santo es, según Pablo, el vínculo que relaciona la filiación divina de Jesús y la
nuestra. Es el mismo Espíritu el que clama en nosotros “Abba” (Gal 4,6), o el que hace que
nosotros mismos lo digamos (Rom 8,15). Jesús es explícitamente mencionado en otros
pasajes en que Pablo habla de Dios también como Padre nuestro, lo cual indica la vinculación
de nuestra filiación a la suya (2 Co 1,2). También para los escritos de Juan de manera especial
su primera carta los creyentes han nacido de Dios o han sido engendrados por él. Dios es por
tanto también padre de los que creen en Jesús por este nuevo título, porque han sido
engendrados por su acción a la vida de la fe.
La filiación divina que ya es real, será en su plenitud un don escatológico (1 Jn 3,2). La
vida y el amor que Jesús tiene del Padre están llamados a ser trasmitidos a sus discípulos.
Dios es por tanto Padre en cuanto es el principio, de una manera muy real, de la vida eterna de
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los hombres mediada por Jesús. La revelación bíblica de Dios como Padre, pone en relieve
como respecto de Jesús se abren otras perspectivas. En primer lugar respecto del creyente y
en segundo lugar la paternidad de Dios adquiere ya en el Nuevo Testamento dimensiones
universales. Solo a Dios conviene en rigor el nombre de Padre (Mt 23,9). El Padre de Jesús es
el único Dios de todos los hombres, judíos y gentiles (Rom 3, 29-30) el creador del que todo
proviene (1 Co 8,6). Todo tiene su principio en el Padre de Jesucristo, solamente a él de un
modo misterioso y siempre diferenciado en relación con Jesús y con los demás hombres,
corresponde en rigor el nombre de Padre. Dios es el Padre de todos (Ef. 4,6) en el Antiguo
Testamento, decíamos son escasos los textos que unen la paternidad de Dios a la creación. En
el Nuevo testamento hallamos estos pocos pasajes de perspectiva universal en los que el
motivo de la creación esta apenas insinuado.
En la antigua iglesia encontramos algunas referencias directas a Dios como Padre en
relación con la creación.
4 Jesús concebido por obra del Espíritu Santo: en los evangelios de Mateo y Lucas la
encarnación de Jesús se realiza por obra del Espíritu santo (Mt 1,20; Lc 1,35) hay una
actuación del Espíritu en el momento en que Jesús entra en este mundo, al que es enviado por
el Padre. En este momento el espíritu santo desciende directamente sobre María no sobre
Jesús (Lc 1,35) pero la santidad, efecto de esta acción divina se atribuye a Jesús desde el
primer instante el que de ti nacerá será santo y será llamado Hijo de Dios. Desde el momento
de la encarnación el E. Santo está presente en la vida de Jesús, el hijo que se encarna en el
cumplimiento del designio de su padre. Su origen en esta peculiar acción de Dios muestra el
carácter trascendente, divino de la persona misma de Jesús la acción creadora del Espíritu de
Dios (Gen 1,2; Sab 1,7) alcanza aquí su punto más alto. La acción del Padre precede la acción
a la del Hijo. El Espíritu está presente en la humanidad de Jesús, creada por el hecho mismo
de la asunción por el Hijo en la unión hipostática. El espíritu es posterior (lógicamente a la
unión del Hijo)
5 El bautismo y la unción de Jesús. El nuevo testamento y los Padres: para el nuevo
testamento Jesús es el Hijo de Dios, el Unigénito, que por lo tanto en un sentido estricto no
comparte con nadie esta condición filial. Además de ser el Hijo Jesús es el Ungido, el portador
del Espíritu. La misión del Espíritu Santo está en relación con el hecho de que Jesús ha sido el
portador del Espíritu. Los evangelios sinópticos nos hablan del bautismo que Jesús ha recibido
en el Jordán de la mano de Juan Bautista Mc 1,9. El descenso sobre Jesús del Espíritu Santo
(Lc 3,21, añade su significativo dato de la venida del Espíritu mientras Jesús oraba) y la voz del
cielo que proclama que él es el hijo de Dios; sin duda hay relación entre los dos puntos. El
primer dato se halla también en el cuarto evangelio (Jn1, 32-34). También para Juan este
descenso y la permanencia del Espíritu sobre Jesús muestra que él es el Hijo de Dios (Jn 1,34)
Jesús es presentado como el enviado de Dios, su hijo a Israel y viene dotado de la fuerza del
Espíritu necesaria para el cumplimiento de su misión, una fuerza que responde a la relación
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única que le une con Dios. A partir de este momento Jesús inicia su vida pública, predica el
evangelio y confirma con signos y prodigios que éste ha hecho irrupción entre los hombres.
Jesús ha sido ungido con el Espíritu Santo en vista de su misión, que continua y lleva a
cumplimiento la de los profetas. El Nuevo Testamento parece conocer por tanto estos dos
momentos, cronológicamente diferenciados, la encarnación de Jesús por obra del Espíritu, en
virtud de la cual él ya es santo desde el primer momento y la unción, localizada en el Jordán a
partir de la cual Jesús, proclamado solemnemente Hijo de Dios (como en Lc1, 35), empieza su
misión de predicación y manifiesta en su actuación que es movido por el Espíritu de Dios. Entre
los primeros padres esta:
Ignacio de Antioquia se refiere a la unción en Betania (Mc 14,3) él expone: “el Señor tomo
ungüento sobre su cabeza para inspirar a la iglesia incorrupción”. Ireneo señala que, en cuanto
el Verbo de Dios descansaba sobre él y lo ungía para evangelizar a los pobres. En primer lugar
la identidad de Jesús que es ungido, que es el Verbo de Dios, no un simple hombre. Pero por
otra parte es ungido en su humanidad, no es en cuanto Dios, porque en cuanto tal es claro que
no necesitaba de la unción.
Ireneo apunta que Jesús a de recibir la unción para poder cumplir su misión, para
evangelizar a los pobres. Señala que esta unción como ocurría ya en Ignacio de Antioquia, está
destinada a la iglesia, a los hombres. En la humanidad de Jesús el Espíritu tenía que
habituarse a estar entre los hombres. Ireneo vera en el nombre mismo de Cristo, en relación
con el bautismo del Jordán, una manifestación de la Trinidad: “en el nombre de Cristo se
sobreentiende el que unge, el que es ungido y la unción con la que es ungido. Lo ungió el
Padre, fue ungido el Hijo, en el Espíritu Santo que es la unción…significándose así al Padre
que unge, el Hijo ungido, y al Espíritu Santo que es la unción”.
Esta teología de la unción de Cristo va a ir desapareciendo de la conciencia de la iglesia
relativamente pronto. Predomina una corriente que tendrá que identificarla o a reducirla a la
encarnación, con lo cual el hecho de que sobre Jesús descansa o reposa el Espíritu tendera a
confundirse con la unión hipostática, no se considerará como un aspecto teológicamente
relevante en sí mismo. El adopcionismo es un peligro en diversos modos: primeramente,
(Jesús es mero hombre que por el don del Espíritu es adoptado como Hijo de Dios; o en ciertas
corrientes gnósticas, un hombre sobre el que viene la fuerza divina en el Jordán, que incluso, le
habría abandonado en el momento de su muerte), después los peligros del arrianismo (Jesús
tiene necesidad del Espíritu, luego no es Dios), o también las formas extremas de la cristología
antioquena (necesidad del Espíritu del Hombre Jesús para su unión con la persona divina) han
propiciado una minusvaloración de la presencia del Espíritu Santo en Jesús. Luego se pone en
relieve la dimensión trinitaria de la unción (El Padre unge a Jesús con el Espíritu) y se empieza
a afirmar que es el Hijo en cuanto Dios el que da a la humanidad asumida el Espíritu que como
Dios le pertenece.
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El abandono de Jesús por Dios es tan irrepetible como irrepetible es el Hijo. Esto quiere
decir que Jesús, en el abandono y la pasibilidad total se supone la vivencia de “sábado santo”
(no solo del dolor de la cruz que con la muerte habría alcanzado su fin) ha llegado a
experimentar la vivencia del condenado: esta vivencia “no tiene por qué ser otra cosa que lo
que exige una autentica solidaridad en el sheol, no iluminado por luz salvadora ninguna, pues
toda la luz de la salvación procede en exclusiva de quien fue solidario hasta el final y si él
puede trasmitir la luz, es porque vicariamente renuncio a ella”. Es lo que llamamos experiencia
de pecado como tal.
Tenemos así la expresión máxima del abandono y de la Kenosis del Hijo. En la distinción y
aun “oposición” entre la voluntad del Padre y del Hijo (Mc 14, 36) así como en el abandono en
la cruz se hace patente la oposición “económica” entre las personas divinas, pero esta misma
oposición es la manifestación ultima de toda la acción unitaria de Dios, cuya lógica interna se
pone de manifiesto en la unidad inseparable de muerte en cruz y resurrección, la revelación
plena del misterio pascual acontece en la resurrección, pero se preparó en la oposición de
voluntades en el huerto y en el abandono de la cruz. En la historia de la pasión se nos pone de
manifiesto la relación paterno-filial intradivina. Desde esta “separación” económica podemos
entender algo de la donación total del Padre al Hijo, que es de algún modo la primera
“separada” intradivina, siempre sobrepasada por la unión en el Espíritu de amor.
Es Jesús el Hijo, quien se siente abandonado del Padre y no solo “su Humanidad”.
Debemos retener también la realidad del abandono y la oscuridad que Cristo experimenta en
su pasión la fuerza de la afirmaciones sobre Jesús hecho pecado por nosotros no ha de ser
minimizada. Todo el amor del Padre que entrega a los hombres al Hijo de su amor y del Hijo
que se entrega en la obediencia aun en la angustia y oscuridad, en la solidaridad con los
pecadores alejados de Dios, se pone aquí de manifiesto. El sábado santo es el momento que
se experimenta la esperanza, de salvación que Jesús trae a los que en el hades experimentan
el alejamiento de Dios.
La teología de la cruz ha sido central en Lutero. Sus preocupaciones fundamentales son,
por una parte, el salir del esquema demasiado estrecho de la teología de las dos naturalezas
de Cristo, que se encierra solo en la relación humanidad-divinidad y deja de lado la dimensión
trinitaria de la cristología. También quiere poner en relieve la insuficiencia del teísmo para dar
razón del Dios trino y del misterio pascual. Para el aspecto que ahora nos interesa, el punto de
inicio de la reflexión del autor son las formulas del Nuevo Testamento, en concreto las de Pablo
y de Juan, sobre la “entrega” de Jesús por parte de Dios para la salvación de los “sin Dios” y la
definición del Dios amor que en relación con esta entrega aparece en la 1 Jn 4,8.16. El amor de
que aquí se habla se ve realizado en la cruz. “Dios es Amor” significa que existe en el amor, y
existe en el amor en el acontecimiento de la cruz. En la cruz el Padre y el Hijo están separados
en lo más profundo en el abandono de Jesús y a la vez, en la entrega están unidos, en lo más
profundo. De este acontecimiento entre el Padre y el Hijo viene el Espíritu, que justifica a los
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“sin Dios”, llena de amor a los abandonados y resucita a los muertos. Lo que en la cruz
acontece acaece ante todo “entre Dios y Dios”, produce una profunda separación en Dios
mismo, porque Dios abandona a Dios (El Padre abandona al Hijo) y ahí se contradice a sí
mismo, pero a la vez se produce en Dios una profunda unidad que se muestra en el Espíritu
que une al Padre y al Hijo.
Es el Espíritu que ha de ser entendido como el Espíritu de la entrega del Padre y del Hijo, y
a la vez es le Espíritu que suscita amor para los hombres abandonados y que da la vida a los
muertos.
A partir de la cruz de Jesús se ha de determinar lo que se entiende por Dios. Quien habla
desde el punto de vista cristiano tiene que contar la historia de Jesús como Historia entre el
Hijo y el Padre. Dios es, no es una naturaleza diversa, no una persona celeste, sino un
“acontecimiento”, pero no un acontecimiento de comunidad en la humanidad, sino el
acontecimiento del Gólgota, el acontecimiento del amor del Hijo y el dolor del Padre, desde el
que brota el Espíritu que abre el futuro y crea la vida.
El padre amoroso suscita la perfecta correspondencia en el Hijo también amoroso y crea,
en el Espíritu santo, la correspondencia del amor en el hombre que se le opone. Todo esto
ocurre en la cruz en ella Dios plenifica su amor incondicional y lleno de esperanza. Así la
trinidad “no es un círculo cerrado en sí mismo en el cielo, sino un proceso escatológico, abierto
para el hombre en el mundo, que sale de la cruz de Cristo”. En ella Jesús es rechazado por el
Padre, sufre la muerte de los sin Dios para que todos puedan tener comunión con él. La
profundidad de la vida trinitaria se manifiesta en la cruz de Cristo y no es un camino
equivocado tratar de ver en este supremo momento de amor el camino para penetrar en los
misterios del ser divino. En la donación de Jesús se nos muestra la donación misma del padre.
Dios en la cruz de Cristo, manifiesta su amor hasta el final, para dar al hombre la
posibilidad de vivir hasta el fin en la entrega. El hombre que así vive refleja más el ser el
abismo del amor divino que Jesús le ha manifestado. Dios es el fin del hombre, que está
llamado, en Cristo, a ser su imagen en la perfecta semejanza. Cuanto más de Dios al hombre
la posibilidad, en el Espíritu del amor, de amar hasta el final, el ser humano llegara más desde
lo hondo a la plenitud de la salvación. Reflejando y viviendo el amor de Dios, el hombre queda
inserto en el camino que le lleva a Dios como fin. Es la salvación como máxima plenitud del
hombre, ciertamente por don lo plenifica a partir de lo más profundo de su mismo ser.
7) la resurrección de Jesús, revelación del Dios uno y trino: la iniciativa de la resurrección,
según la mayoría de texto del nuevo testamento corresponde a Dios, el padre. Dios se
manifiesta en su poder divino, la fe en la resurrección de Jesús no es un añadido a la fe en
Dios, es la expresión de la fe en el Dios cristiano. Dios es el padre de Jesús y esta paternidad
al resucitado de entre los muertos (Gal 1,1).
Se trata de la exaltación filial del hombre Jesús. Si la paternidad de Dios se pone en
relación con la resurrección, es normal que también la filiación divina de Jesús se vea
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manifestada en el hecho de ser resucitado por el padre de entre los muertos. La paternidad de
Dios y la filiación divina de Cristo que se manifiestan en la resurrección que a su vez ofrece la
clave de compresión de toda la vida de Jesús, abren la puerta a la comprensión de la Trinidad
inmanente: lo hacen a través de la afirmación de la preexistencia de Jesús a su encarnación es
decir a su vida divina en el seno del Padre que no depende de la economía de salvación, sino
que, al contrario constituye su único fundamento. La filiación divina que Jesús vive en este
mundo y se manifiesta en plenitud en la resurrección se basa por consiguiente en el mismo ser
divino en una relación con el padre previa a su existencia humana. Solo a la luz de la
“generación” a la vida divina en la resurrección ha podido el nuevo testamento y a partir de él la
tradición de la iglesia, hablar de la existencia del Hijo desde el principio en el seno del Padre
que lo ha engendrado eternamente.
Solo con la existencia divina de Jesús previa a la encarnación puede tener la economía
salvífica su fundamento en el ser mismo de Dios, y ser así la comunicación de la vida de Dios a
los hombres. Solo si es Hijo de Dios en plenitud también en cuanto hombre, puede ser el Hijo
realmente. Hay por tanto una relación clara entre la divinización de la humanidad de Cristo y la
efusión del Espíritu que descendió sobre él, en el Jordán y ahora tiene en plenitud.
Según Hch 2,33 Jesús Resucitado y exaltado a la diestra de Dios ha recibido del Padre el
Espíritu que el día de pentecostés ha efundido sobre los apóstoles. La plena posesión del
Espíritu por parte de Jesús, que hace posible su efusión y su don a los hombres, es una
manifestación, tal vez habría que decir incluso, la primera manifestación de la plena comunión
de Jesús con el Padre, de su filiación y por consiguiente de la paternidad divina.
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