Psicopatologia Schejtman - Resumen Completo 1
Psicopatologia Schejtman - Resumen Completo 1
Psicopatologia Schejtman - Resumen Completo 1
Schejtman
Resumen completo
2019
Temas incluidos:
1. Psicopatología, clínica y ética.
2. Elaboración freudiana de la psicosis.
3. Elaboración lacaniana de la psicosis (parte 1 y 2).
4. Elaboración freudiana de la neurosis.
5. Elaboración lacaniana de la neurosis.
6. Dora: histeria.
7. Juanito: fobia.
8. El hombre de las ratas: neurosis obsesiva.
PSICOPATOLOGÍA. PRIMER PARCIAL.
I. Psicopatología, clínica y ética:
1. Psicopatología. Surgimiento y desarrollo de la psicopatología.
Situación actual.
2. Lo normal y lo patológico. Salud y enfermedad. La enfermedad
lenguajera del s er-hablante: no hay normalidad, psicopatología
generalizada.
3. Crítica al diagnóstico fenoménico o de conductas. Bases éticas del
diagnóstico estructural.
4. La clínica psicoanalítica. Disyunción entre la experiencia y la
clínica psicoanalítica. El psicoanalista y el clínico.
5. La ética del psicoanálisis. Relaciones y oposiciones entre la
ética del psicoanálisis y las éticas hedonistas, éticas de bienes y
utilitarismo, éticas formales y éticas del goce.
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1) La alienación mental (1793).
Corresponde al pasaje de la noción social y cultural de “locura” al concepto médico de “alienación
mental”. Introduce la locura en el campo de la medicina, con lo cual pasa a ser concebida como una
enfermedad.
Uno de los autores que caracteriza este período: Pinel. Separa a los “locos” de los criminales a pedido del
gobierno revolucionario francés, el primer trabajo de clínica diferencial. La alienación mental y sus
manifestaciones no constituyen para Pinel enfermedades irreductibles sino simples variedades, que
incluso pueden sucederse en el mismo paciente. La enfermedad era una, que podía tomar muchas formas.
Se propone una única forma de tratamiento: el tratamiento moral de la locura, surge el dispositivo de la
internación como parte esencial del tratamiento; suposición de que aislar al alienado de sus lazos
familiares y de los problemas del mundo evita las pasiones que agravan la alienación mental.
CRISIS DEL PRIMER PARADIGMA – a mediados del siglo XIX, a partir de la obra de J. P. Falnet,
que sostuvo que lejos de tratarse de una enfermedad única, la patología mental se componía de una serie
de especies mórbidas. La práctica de una clínica prolongada conduce a identificar especies mórbidas que
no pueden reducir a la unidad, están caracterizadas por un conjunto de síntomas y una evolución
determinada.
[Clínica sincrónica: que se da al mismo tiempo, describían los síntomas tal cual aparecía en el momento
de la consulta].
2) “Las” enfermedades mentales.
El trabajo de Falnet introduce la crisis y sienta las bases del nuevo paradigma, destacando el plural en
contraposición al singular de “la” alienación mental. Este nuevo paradigma pone el acento en la
semiología y en la observación clínica del paciente, ya que al haber varias entidades mórbidas se vuelva
crucial la evaluación diagnóstica. Surge entonces una pluralidad de enfermedades.
[Clínica diacrónica: estudiar los síntomas en el tiempo, su evolución].
Se despliega así la semiología psiquiátrica en su máxima riqueza, para poder establecer un pronóstico y
tratamiento adecuado, dado que, al constituirse la patología mental como un conjunto de enfermedades
distintas, cada una tenía sus signos propios y sus modos singulares de evolución. Fundamental reconocer
sus signos.
[KRAEPELIN como autor importante: introduce la idea de demencia precoz y la paranoia. Que hay
algunas enfermedades que evolucionan a un deterioro mental, demencia, y otras que conservan las
facultades psíquicas. Esto da la habilidad de emitir un diagnóstico y así un pronóstico].
CRISIS DEL SEGUNDO PARADIGMA – en el punto en que la multiplicación de las especies
mórbidas se torna difícil de ordenar, al mismo tiempo que surge el cuestionamiento de la teoría de las
localizaciones cerebrales (esperanza de situar a las enfermedades mentales una etiología certera,
esperaban poder hallar en cada enfermedad una causa orgánica). Es “el problema de la causa”: al no
hallarla, no describían enfermedades sino síndromes (conjunto de síntomas), sin ninguna guía de cómo
clasificarlos.
El surgimiento de la obra de Freud y su incidencia en psiquiatras como Bleuler introducirán las bases para
la constitución del tercer paradigma.
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3) LAS GRANDES ESTRUCTURAS PSICOPATOLÓGICAS (1926).
Es el momento en que un conjunto de conceptos y la psicopatología misma se imponen en el ámbito de la
psiquiatría. La psicopatología no nace con el tercer paradigma: Ribot crea el método patológico, que
busca comprender la psicología normal a partir del estudio patológico, constituyendo la psicología
patológica como una rama de la psicología científica. La psiquiatría necesitó incorporar elementos de
otras ciencias, entrando así conceptos de la filosofía (fenomenología) y del psicoanálisis (Freud).
Se sitúa el surgimiento en 1926, en la intervención de Bleuler en el Congreso de Psiquiatría de Ginebra, y
su declinación en 1977, año de la muerte de Henri Ey. El congreso marca la aceptación y consolidación
de la perspectiva bleuleriana en el plano internacional.
Importante diferenciar entre las perspectivas de Bleuler y Kraepelin. Kraepelin, con su concepción
sobre la demencia precoz, se halla ubicado de lleno en el segundo paradigma; Bleuler marca el pasaje del
segundo al tercero al introducir su concepto de esquizofrenia. Bleuler introduce hipótesis psicopatológicas
y no meramente descriptivo-semiológicas, poniendo en cuestión el valor del paradigma de las
enfermedades mentales. Esto trae aparejado una reducción de las enfermedades mentales, junto con la
ampliación del concepto de esquizofrenia, hasta cubrir casi todo el campo de la psicosis.
Se empezaron a incorporar grandes estructuras. La diferencia entre neurosis y psicosis, por ejemplo – esta
distinción, proveniente del psicoanálisis, le permitirá a la psiquiatría organizar todo lo que no corresponde
a lesiones cerebrales evidentes ni a factores exógenos indudables.
Con la prevalencia de la noción de estructura, la relación entre psiquiatría clínica y psicopatología se va a
invertir completamente. La psiquiatría pasará a un segundo plano, como una disciplina médica inevitable,
empírica y carente de amplitud, limitada a tareas útiles pero sin preocupación antropológica, y la
psicopatología devendrá dominante.
Uno de los problemas centrales del tercer paradigma es qué se entiende por estructura. Y la crisis del
paradigma se debe en parte a lo abusivo de la utilización del concepto de estructura, que perdió
precisión. Es también el cambio por el surgimiento y la multiplicación de los psicofármacos, como la
diversidad de dispositivos psicoterapéuticos. Las referencias psicopatológicas se multiplican, sin que
ninguna de ellas se imponga sobre las otras.
Hoy, la Psiquiatría contemporánea se ha concentrado en la psicofarmacología. El DSM ganó autoridad e
introdujo los “síntomas de primer orden”. Cada síndrome posee algunos síntomas que pueden servir para
el diagnóstico, que no reenvían a ningún proceso conocido, pero adquieren su valor total diagnóstico del
consenso producido entre los clínicos competentes. Así, se deja de lado la etiología y la evolución misma
es relativizada. No hay ninguna estructura que de lógica al conjunto de síntomas; en su lugar viene el
consenso y la actualidad.
EL PARADIGMA LACANIANO.
El psicoanálisis jugó un papel determinante en el pasaje entre el segundo y el tercer paradigma, tanto por
las hipótesis psicopatológicas que Freud introduce, como por la distinción entre neurosis y psicosis. Sin
embargo, el modelo construido en el tercer paradigma sigue estando dentro del campo de la psiquiatría,
una ya impactada por las concepciones freudianas.
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Podríamos ubicar los trabajos de Lacan en una búsqueda que, si bien comienza en el tercer paradigma, lo
articula de un modo singular con el segundo, introduciendo un concepto de estructura radicalmente
diferente, la estructura del lenguaje.
La psiquiatría excluye el campo del goce, mientras que para el psicoanálisis la consideración de la
envoltura formal del síntoma es inseparable de la problemática que el goce implica. A su vez, el
psicoanálisis constituye una clínica bajo transferencia, introduciendo al analista dentro del cuadro, el
analista se coloca dentro de la enfermedad; la psiquiatría objetiva al paciente y sus síntomas, el
psiquiatra se concibe por fuera de la enfermedad que estudia.
Según el psicoanálisis, el síntoma tiene al menos dos caras: la teoría, que permite su agrupación, y tiene
una cara absolutamente singular, de cada uno, subjetiva. No se piensa en la psicopatología como
enfermedades que tienen unos y otros no; “todo el mundo es loco” dice Lacan. Estamos enfermos del
lenguaje. Enfermedades que nos atañen a todos, en cuanto somos seres humanos enfermos por el
lenguaje.
Situación de la psicopatología (Roberto Mazzuca).
La psicopatología es una de las disciplinas que forman parte de la psicología como ciencia. Tiene como
objeto el estudio de los procesos y fenómenos psíquicos patológicos. Es por lo tanto una disciplina teórica
autónoma que elabora sus conocimientos a partir de la observación de los hechos; ha generado desde su
surgimiento una estrecha interdependencia con la práctica clínica de la psiquiatría y del psicoanálisis, que
constituyeron sus principales fuentes de recolección de datos empíricos, así como los campos de
aplicación de sus conceptos.
Su método fue entonces, aunque no de forma exclusiva, fundamentalmente clínico. Solo recientemente se
ha ampliado su fuente experimental a partir de nuevos enfoques y teorías. Su situación actual se ha
vuelto problemática, dado que la mayor parte de los sistemas diagnósticos actuales en psiquiatría se
presentan como ateóricos, y por una confusión a veces se reduce la enseñanza de la psicopatología a una
de los tipos, clases o categorías diagnósticos, ignorando que la psicopatología es una disciplina teórica
y que tiene un desarrollo general, no solo especial. Es conveniente entonces plantear las circunstancias del
surgimiento de la psicopatología y los avances que la han conducido hasta la situación actual.
LA PSICOPATOLOGÍA SURGE a finales del siglo XIX, sin una fuente única, sino que pueden
reconocerse varias ramas principales: la psicología universitaria francesa, el psicoanálisis, la
psiquiatría alemana. Ribot, en Francia, se diferencia de la psicología experimental porque se basa en el
llamado “método patológico” que consiste en estudiar los hechos patológicos para comprender la
psicología normal.
Idea nuclear en toda variante de psicopatología: utilizar la observación de los hechos patológicos para
conocer mejor la psicología normal, allí donde las facultades se desorganizan se puede observar con
mayor precisión procesos o mecanismos que intervienen en el desarrollo del psiquismo normal.
FREUD, mientras tanto, crea una psicopatología que explica los síntomas de sus pacientes
neuróticos. Se trata de la misma idea y supuesto de Ribot, aunque formulados de forma inversa; sería
imposible una concepción global de los trastornos neuro psicóticos si no se pudiese vincular con claras
hipótesis de los procesos psíquicos normales. Supuesto de continuidad de los procesos psíquicos
normales y enfermos; intervienen los mismos mecanismos, la diferencia no es sino cuantitativa. Freud
asume la delimitación de los mecanismos psíquicos que intervienen en la formación de síntomas. Hacia
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1893, se trata del mecanismo de defensa; posteriormente, es la represión. Más tarde, del mecanismo
paranoico y del melancólico, etc. La psicopatología asume entonces en su obra la modalidad de describir
los mecanismos responsables del surgimiento, formación, mantenimiento y evolución de los diferentes
tipos de síntomas.
Esta modalidad se extiende poco después a la psiquiatría, con Bleuer, creador del grupo de las
esquizofrenias. Esquizofrenia no es simplemente una distinta denominación para la categoría de la
demencia precoz delimitada previamente por Kraepelin, sino que implica una metodología diferente para
su delimitación, basadas en la postulación de mecanismos psíquicos, el fundamental: la disociación, la
esquizia. Momento distinto del de Kraepelin, dada la modalidad de identificar los mecanismos psíquicos
en juego en las diferentes formas de las enfermedades mentales.
LANTERI-LAURA, historiador de la psiquiatría, en su tercer paradigma, indica el predominio en la
psiquiatría del paradigma de las estructuras psicopatológicas, el cual comienza con las innovaciones
freudianas. De este período afirma que marca el pasaje de la psicopatología al primer plano, ubicándose la
psiquiatría de forma dependiente como su aplicación médica; se encontrará mirada por la psicopatología,
que la trasciende.
Sin embargo, este paradigma entra en declinación después de la década de los setenta y en la actualidad
ha llegado a su fin, en la psiquiatría empujada por circunstancias de diferente índole. El golpe de gracia
provino de la extensión del uso de psicofármacos, que trajo como consecuencia que la psiquiatría se
convirtiera profundamente en una disciplina médica. El diagnóstico de estructuras psicopatológicas no
sirve a esta modalidad, y es reemplazado por el diagnóstico de trastornos.
Lacan: resistencia de la psicopatología (Fabián Schejtman).
La psicopatología ha entrado en el siglo XXI. Desde la irrupción de los manuales de diagnóstico y
estadística, al servicio de una protocolización de los tratamientos reducidos a una prescripción
farmacológica, con el norteamericano DSM a la cabeza, no se puede dejar de sentir la pendiente que
conduce a la desintegración de las construcciones que la fina clínica de la psiquiatría clásica comenzó a
establecer a partir de Kraepelin, de Clérambault, por nombrar solo a dos, y que el discurso del
psicoanálisis retomó y transformó.
Hasta el día de hoy la psicopatología resisten el empuje a su disolución, y de allí surge el interrogante de
cómo lo logra. La respuesta no es única. La de la Cátedra II de Psicopatología se apoya en la orientación
que encontramos en la enseñanza de Lacan, que ha contribuido de modo fundamental a remontar el
declive en el que parecía hundirse la posibilidad del abordaje clínico, cimentando las bases de la
psicopatología que pudo pasar al siglo XXI.
De esas bases no puede dejar de destacarse la referencia a la “estructura” a la que Lacan no renunció: toda
su enseñanza ha constituido el intento de hallar para ella un soporte real. Que sobre el final de la misma lo
haya encontrado en el nudo no hace más que resaltar sus abordajes previos, que le permitieron extraer de
la obra freudiana el trípode de la neurosis, la psicosis y la perversión. Tal tripartición es examinada una y
otra vez por Lacan, enriqueciendo el legado freudiano al considerar el entrecruzamiento de los distintos
ejes que sustentan su distingo, entre ellos los mecanismos de formación de síntomas, las modalidades de
deseo, las economías del goce, los empleados de la fantasía, las funciones de la angustia, los modos del
desencadenamiento, las variedades de la transferencia. Vías por las que el diagnóstico psicoanalítico
puede sostenerse sin recurrir a la mera agrupación de síntomas.
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La ética del psicoanálisis impone modular aquellas vertientes que ciñen los tipos clínicos a partir del caso
singular. De allí la dialéctica que la enseñanza de Lacan promueve: de ida, el camino que lleva al tipo
clínico a la singularidad subjetiva manifiesta la renuncia del caso a la tipificación. De vuelta, la ruta que
retorna sobre lo particular del tipo de síntoma determina la no concesión del psicoanálisis a la actualidad
de un nominalismo que reniega de la psicopatología, la clínica y la transmisión.
Jacques Lacan no cedió ni en su orientación hacia lo singular (que no es la individualidad
excepcionalmente indicada) ni tampoco en su consideración del tipo clínico (que está lejos de la
clasificación homogeneizante señalada). Apuntar a lo singular no impide pasar por la particularidad; más
aún, es preciso hacerlo para cribar lo singular. Vale la pena, entonces, ser serio, es decir hacer clínica del
síntoma.
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III. Surgimiento, desarrollo y culminación de la clínica
psiquiátrica:
1. Vigencia de la psiquiatría clásica.
2. Momentos de la clínica psiquiátrica. Clínica sincrónica y
diacrónica. Paradigmas: la alienación mental, las enfermedades
mentales y las grandes estructuras psicopatológicas.
3. Nacimiento de la clínica psiquiátrica. Pinel: referentes
científicos, su clasificación de las enfermedades mentales. Aportes
de Esquirol. El sistema sincrónico en la clasificación de síndromes.
El tratamiento moral.
4. El pasaje intermedio entre la clínica sincrónica y la clínica
diacrónica. Bayle (P.G.P.). Morel (teoría degeneración). Falret.
Comienzo de la clínica diacrónica.
5. La clínica diacrónica. Características y representantes
fundamentales.
6. Paranoia: a. Desarrollo histórico y conceptual del término
paranoia. Tres momentos: Previo a Kraepelin (la concepción de la
paranoia antes de 1899). La sexta edición de Kraepelin y su
restricción del concepto de paranoia. La paranoia después de
Kraepelin. La disolución del concepto de paranoia. De Clérambault.
Kraepelin y los franceses. La escuela alemana y la escuela francesa.
b. Kraepelin y sus antecedentes. Definición de paranoia, síntomas
basales y accesorios, evolución y síntomas negativos. Diferencias
entre la sexta y la octava edición. El delirio de los querulantes.
c. Sérieux y Capgras y las locuras razonantes. Distinción del delirio
de interpretación y el delirio de reivindicación.
d. Modificaciones introducidas por De Clérambault. Diferencias entre
las psicosis pasionales y el delirio interpretativo (paranoia).
7. Esquizofrenia y demencia precoz:
a. Desarrollo histórico y conceptual del término esquizofrenia.
Diferencias entre la escuela alemana y la francesa. El rechazo de la
demencia precoz por los franceses.
b. La demencia precoz. Kraepelin. Síntomas basales y síntomas
accesorios.
c. El grupo de las esquizofrenias. Bleuler. Antecedentes del concepto
de esquizofrenia. Acuñación del término. Síntomas fundamentales y
accesorios. El trastorno de la asociación. La obstrucción del
pensamiento y su diferencia con la inhibición.
8. De la psicosis alucinatoria crónica a las parafrenias:
a. Crítica de Ballet a Kraepelin. La psicosis alucinatoria crónica
como entidad autónoma, por fuera de la demencia precoz. La
desagregación de la personalidad y el eco de pensamiento.
b. Introducción del concepto de parafrenia por Kraepelin. Descripción
y formas clínicas.
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9. Locura maníaco-depresiva:
a. La locura maníaco-depresiva y los estados que la componen. Accesos
maníacos y melancólicos. Estados mixtos. El acceso bipolar.
b. Síntomas fundamentales y accesorios. La perturbación en la
ideación: la fuga de ideas y la inhibición del pensamiento. El pasaje
a la acción: de la necesidad imperiosa de actividad a la inhibición
de la voluntad. El trastorno del “humor”.
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en un estado vegetativo con respectos esporádicos de actividad psíquica. Puede ser congénita o
adquirida).
Separa así causas al desarreglo de las funciones mentales que es la locura, como la mente es una
manifestación del funcionamiento del cerebro: Causas físicas (directamente cerebrales o simpáticas, que
afectan al cerebro por los lazos con los otros órganos), la herencia y finalmente las causas morales
(pasiones intensas, contrariadas, prolongadas, excesos que pueden llevar a la locura). Las causas no son
en ningún momento específicas para los diferentes tipos de locura, exceptuando quizás el idiotismo
congénito.
Pinel propone el llamado “tratamiento moral”: en la alienación mental, la mente alterada puede ser
conducida nuevamente a la razón con ayuda de la institución curativa. Los contenidos de la mente
dependen de las percepciones y de las sensaciones y, modificando éstas, se modifican, obviamente, las
pasiones, la afectividad, todo el estado mental. El medio ambiente del alienado jugará entonces un papel
clave en la cura. Es necesario aislarlo en una institución especial, primero para retirarlo de sus
percepciones habituales, de aquellas que han engendrado la enfermedad, para poder controlar
completamente sus condiciones de vida. Por el juego dosificado de amenazas, recompensas y consuelos,
por la demostración a la vez de un gran cuidado y una gran firmeza, se lo someterá a una tutela médica.
Pinel concluye que es probable que en la inmensa mayoría de los casos, la locura está exenta de daño
material del cerebro; la mente solamente está alterada en su funcionamiento, de donde surge la acción
posible del tratamiento moral y la curabilidad potencial de la locura en una proporción que estima muy
elevada, al menos para la manía y la melancolía no complicada.
El segundo período planteado por Bercherie es el de la clínica diacrónica, que coincide con el pasaje de
la alienación mental al paradigma de las enfermedades mentales de Lanteri-Laura. El principal exponente
es Kraepelin. Con Kraepelin, las enfermedades pasan a ser clínico-evolutivas; tiene en cuenta el
desarrollo, estado terminal, el pronóstico.
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PARANOIA.
(Todos los resúmenes están completados con las notas en clase).
Kraepelin, E., “Paranoia”. Lección 15. En Introducción a la clínica psiquiátrica.
Kraepelin, E., “La locura sistemática” (paranoia). Ficha de la cátedra.
“Tengo como totalmente errónea toda la evolución del concepto de paranoia”. Kraepelin menciona que
ella nos confronta con los errores fundamentales de la psiquiatría alemana, que se basa únicamente en los
síntomas y delimita entidades nosograficas a partir de hipótesis sofisticadas; en realidad, la hipótesis de
base que consiste en oponer los trastornos de juicio a los trastornos afectivos es únicamente de orden
psicológico y no de orden clínico. De hecho, en el interior de los cuadros clínicos vemos que ambos tipos
de trastornos se encuentran estrechamente intricados.
El mejor medio de apreciar las características de una enfermedad, es observar su evolución y
desenlace.
Kraepelin critica el remitirse solo a los síntomas, critica las formas mixtas o de transición. Realiza una
definición de paranoia más definida, depurada; la presencia del delirio no basta para diagnosticar la
paranoia – en todas las formas de enfermedad mental, sean ellas de buen o mal pronóstico, agudas o
periódicas, pueden aparecer ideas delirantes e ilusiones sensoriales. Estas ideas o ilusiones no permiten en
ningún caso prever la evolución ulterior de la enfermedad. La naturaleza del delirio es de poca ayuda para
el alienista encargado de formular el diagnóstico de un síndrome mórbido.
Critica la idea de una paranoia aguda, la paranoia es crónica. La idea de paranoia aguda ignora su
fundamental incurabilidad y la progresión continua de las ideas delirantes.
Paranoia: es el desarrollo lento e insidioso, progresivo, de un sistema delirante, permanente e
inconmovible que se desarrolla con una total conservación de las facultades mentales y del orden de
los pensamientos. Énfasis en que es un sistema delirante.
Se instala un sistema que es producido a la vez por un delirio o por una manera especial de interpretarlo
todo por medio del delirio.
Kraepelin dice que va a hacer tomar un lugar completamente original al concepto de paranoia. Dice que
los únicos estados patológicos que puede considerar semejantes a la paranoia son aquellos que
evolucionan globalmente del mismo modo que ella.
Quiere reservar el término de paranoia para las formas específicas en las que se desarrolla de forma
precoz y progresivamente un sistema delirante, de entrada característico, permanente e inconmovible,
pero con total conversación de las facultades mentales y del orden de los pensamientos. Son estas formas
las que conducen necesariamente el sujeto a un trastorno total de toda la concepción de su existencia y a
una mutación de sus opiniones respecto de las personas y los acontecimientos que lo rodean.
Lo diferencia de otros cuadros, en donde aparecen ideas delirantes pero no sistematizadas. El sistema
delirante implica que el delirio tiene una estructura y coherencia interna que mantiene las formas lógicas.
Es un sistema de circuitos sin fallas, el sistema tiene una estructura muy lógica.
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La progresión de la enfermedad siempre es de forma muy lenta. Durante la fase inicial suele haber cierta
depresión, desconfianza, así como quejas corporales vagas y temores hipocondríacos. El enfermo está
insatisfecho de su suerte, se siente dejado de lado.
Poco a poco sus concepciones y sus pensamientos patológicos comienzan a influenciar sus percepciones.
Comienza a atribuir significaciones ocultas a voluntades, a palabras oídas por azar, a una mirada apenas
esbozada. Va tejiendo el delirio con interpretaciones patológicas de hechos reales. Todo puede ser
tomado como un signo que da lugar a interpretaciones delirantes. Eventualmente, cualquier signo de la
realidad puede ser interpretado de forma patológica.
En todas partes la atención está dirigida sobre él. El centro del delirio es el paranoico. Ve demasiado bien
que todo está “fabricado” con refinada malicia y que se trata de un “arreglo artificial de coincidencias”
detrás del cual se disimula una oscura maquinación y golpes bajos. Todo este juego exteriormente está
refinado para engañarlo mejor y de impedirle organizar un contraataque eficaz frente a las maldades
ocultas y todo este sistema de espionaje y violencia. Al enfermo le resulta evidente que un vasto complot
se monta contra él.
Habitualmente, en forma paralela al delirio de persecución se desarrollan idea de grandeza. Después de
todo este período de exaltación aparece, progresivamente, una profunda contrición, un sentimiento de
imposibilidad frente a este ideal aureolado de tantas ventajas, una decepción frente a los rechazos que no
comprende, así como un delirio impreciso de depreciación y culpa.
Las ilusiones sensoriales son mucho más raras que las interpretaciones delirantes de
acontecimientos reales. Se presentan también las ilusiones de la memoria; a través de ellas, el enfermo
desfigura las experiencias del pasado. Según él, su memoria se agudiza, de forma tan desmesurada que
toda su vida pasada queda expuesta ante él como un libro abierto. Interpreta a posteriori sus recuerdos
bajo la luz del delirio. Falsos recuerdos pueden surgir en el enfermo e incrustarse en su memoria. En la
mayor parte de los casos, el comienzo de la enfermedad no remonta más allá de la primera mitad del
tercer decenio; todo lo que los enfermos pueden contar sobre su vida antes de la edad de veinte años, es
probablemente una construcción a posteriori de acontecimientos más recientes.
El carácter común de los delirios de estos enfermos es su inquebrantabilidad. Toda tentativa de
mostrarle el aspecto delirante de sus concepciones choca contra un muro.
El humor del enfermo está estrechamente ligado al contenido de su delirio. Se siente continuamente
inquietado y supliciado, deviene suspicaz, huraño e irritable. A menudo el humor varía por razones
delirantes.
No hay consciencia de la enfermedad. La evolución ulterior de la enfermedad es habitualmente muy
lenta; se extiende en general por muchos años de forma casi inalterada. Los enfermos permanecen calmos,
lúcidos, guardando indefinidamente un comportamiento exterior adaptado y a menudo saben, incluso muy
bien, ocuparse intelectualmente. El sistema delirante nunca deja de enriquecerse. La paranoia existe ya
desde muchos años antes de ser reconocida, las ideas delirantes progresan en un orden lógico, el delirante
refuta toda objeción de manera muy crítica, aunque arribe a conclusiones falsas.
La voluntad y la emotividad no están trastornadas. Encara los acontecimientos y a la gente con la
mayor naturalidad.
La frecuencia de esta forma de locura no es muy grande; no alcanza al uno por ciento de las admisiones.
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El tratamiento de estos enfermos no tiene más que un fin: evitar que se hundan en sus ideas delirantes,
merced a ocupaciones y distracciones.
— Ejemplo: caso de la Bulldog.
Persona que había regresado a Alemania y se empieza a considerar el inaugurador de la política colonial
alemana. Cree que el estado alemán no le reconoce su importancia. La hija del embajador lo perseguía,
quería estar con él, y era la causa de todos sus males.
— El delirio de querulancia.
El delirio de querulancia representa una forma evolutiva bien particular de los delirios sistematizados. El
postulado de base en este cuadro clínico está representado por la convicción de un perjuicio real, y del a
necesidad imperiosa para en enfermo de pelear hasta el fin por la reparación de esta injusticia, que está
persuadido de haber sufrido. Esta convicción se injerta sobre una desventaja cualquiera de la que el
enfermo fue víctima de muy buena fe, muy a menudo en el curso de un proceso.
Resulta manifiesto que es incapaz de reconocer sus errores. Es igualmente incapaz de evaluar la
situación objetivamente, de tener en cuenta también el punto de vista opuesto y busca, únicamente, que se
tomen en consideración sus concepciones y sus deseos personales de manera total.
La resistencia que encuentra lo refuerza en su idea de que una amarga injusticia le fue hecha y que debe
defenderse por todos los medios de ella. Lo que caracteriza al querulante es su incapacidad de
comprender la verdadera justicia por una parte y, por otra, el acento que pone sobre sus propios
intereses, a expensas de los puntos de vista de la protección judicial general. “Busca justicia pero es
incapaz de encontrarla”.
El punto de partida del delirio está constituido por el desarrollo de una concepción errónea que arranca
en el momento en que tiene lugar el juicio que es siempre insuficiente. Por su inquebrantabilidad, esta
convicción absoluta de un perjuicio judicial se revela delirante desde el inicio.
No solo consideran que están absolutamente en su derecho, sin tener la menor prueba, sino que están
decididos a dar a este derecho la forma más ruidosa y más excesiva.
La inteligencia y la memoria de los querulantes parecen, al comienzo, intactas. Su examen profundo
permite, sin embargo y con frecuencia, mostrar que el enfermo no comprende totalmente sus
exposiciones, que deforma frases simples, diciendo a veces lo contrario a lo que quería decir. La
inteligencia está intacta a lo largo de toda la evolución y el orden del pensamiento está conservado.
Se descubre siempre una completa coherencia de los contenidos del delirio.
No se toma jamás consciencia del estado mórbido.
Una muy elevada estima de sí es un signo constante que acompaña el delirio de querulancia. Los
enfermos se consideran excepcionalmente honestos y trabajadores. Esta sobreestimación de sí va a la par
del hecho de que el enfermo se cree autorizado a emplear todos los medios posibles para combatir a sus
enemigos, mientras que considera censura y violencia injustificada y ciego maltrato aún las formas más
atenuadas de sanción jurídica, cuando apuntan a él.
Se encuentra sin excepción una irascibilidad netamente superior a la media. Cuando no presentan
trastornos mayores de humor, son capaces de entrar en una excitación apasionada cuando hablan de sus
altercados con la justicia. Esta exaltación apasionada, asociada a su incapacidad para sacar lección de la
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experiencia, da al comportamiento del enfermo un estilo propio. Nada puede apaciguarlo. Ni el
agotamiento de todos los recursos judiciales posibles ni la sentencia definitiva y decisiva. Quiere vencer a
cualquier precio en esta lucha por la atención de sus presumidos derechos, sordo a todo consejo.
Todo lo demás va a ser eventualmente sacrificado en beneficio de este andar patológico: su vida familiar,
sus ocupaciones, su fortuna. Por ello todas sus relaciones se perturban.
Después de un cierto tiempo de evolución de la enfermedad, se instala un constante debilitamiento
psíquico. Los discursos y declaraciones del enfermo devienen cada vez más pobres, monótonos e
incoherentes. En la mayoría de los casos el enfermo no espera más respuesta, pero continúa, por hábitos,
escribiendo de vez en cuando algunos de sus textos singulares. La irascibilidad disminue; el enfermo
deviene apático, inofensivo e indiferente.
Para un diagnóstico de delirio de querulancia es preciso retener en particular: ante todo la constitución de
un sistema de ideas delirantes, la total incapacidad de aprender de la experiencia, la continua extensión de
las ideas de persecución que conciernen a un número cada vez mayor de personas, el desarrollo de todo el
sistema delirante a partir de un punto único que permanece siempre en primer plano, y que viene a
intricarse siempre con todos los actos y pensamientos del enfermo.
El pronóstico es malo. La evolución final comporta un debilitamiento psíquico más o menos pronunciado
así como ideas delirantes persistentes. Pueden observarse también períodos de mejoramiento notables, en
el curso de los cuales los enfermos, aun si no cambian sus puntos de vista, los ocultan bien.
—Ejemplo: caso del sastre.
Sérieux P. y Capgras J., “Delirio de reivindicación”. Ficha de la cátedra.
Sérieux P. y Capgras J., “Delirio de interpretación”. Ficha de la cátedra.
Van a problematizar la homogeneización de la paranoia. Van a diferenciar el delirio de interpretación y el
delirio de reivindicación, agrupados dentro de las locuras razonantes. Nueva definición de paranoia que la
complejiza y enriquece. Hallan diferencias clínicas y evolutivas que les permite diferenciarlas.
» El delirio de interpretación — S e caracteriza por la existencia de dos órdenes de fenómenos en
apariencia contradictorios: los trastornos delirantes manifiestos y una conservación increíble de la
actividad mental.
Los síntomas positivos: las concepciones delirantes, como síntoma principal, interpretaciones delirantes
(exógenas o tomadas del mundo exterior; endógenas o tomadas del estado orgánico o mental: las
observaciones minuciosas de su organismo sirven de partida para interpretaciones, picazones,
sacudimientos musculares, calambres, insomnio, mal sabor en la boca), la interpretación de recuerdos
como delirio retrospectivo (la interpretación juega un rol importante, pero la falsificación de recuerdos
también debe tenerse en cuenta), la transformación del mundo exterior, falsos reconocimientos.
Las manifestaciones mórbidas del delirio de interpretación residen en las concepciones e
interpretaciones delirantes. Su naturaleza aparece como el síntoma principal, habitualmente
reconocemos ideas de persecución y de grandeza. Nunca hay ideas de negación. Los rasgos comunes de
las concepciones delirantes están relacionados con el estado mental característico de los interpretadores;
saben defender sus ficciones a través de argumentos tomados de la realidad. Se mantienen dentro del
dominio de lo posible. Estas concepciones se coordinan en un sistema y, en general, permanecen
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secretas. El interpretador, desconfiando del entorno y del médico, no dice lo que piensa sino con
sobreentendidos y reticencias.
No interpretan completamente los hechos imaginados; no se trata de ficciones sin fundamento, sino que
se tratan de desvirtuaciones, disfraces o amplificaciones de hechos reales. su delirio se apoya más o
menos exclusivamente en los datos de los sentidos y de la sensibilidad interna. Una nada sirve de pretexto
a las interpretaciones. Cree que tiene habilidad para adivinar alusiones escondidas.
A través de una deformación sistemática de los hechos llegan a una concepción delirante del mundo
exterior. El interpretador ya no ve nada bajo el sentido común; todo le parece extraño, vive en un mundo
ficticio desde el cual son rechazadas las explicaciones naturales.
Los síntomas negativos: la persistencia de la integridad de las facultades intelectuales y los sentimientos
afectivos, lenguaje, escritos, conducta. Hay ausencia de trastornos sensoriales; a veces alucinaciones
episódicas; síntoma accesorio y transitorio.
La ausencia de trastornos graves de la vida intelectual o de la vida afectiva, la falta o escasez de trastornos
sensoriales, constituyen dos caracteres importantes del delirio de interpretación. En el interpretador existe
la hipertrofia (“desarrollo excesivo o aumento desmesurado y perjudicial de una cosa”) e hiperestesia del
yo, falla circunscripta de la autocrítica.
La aparición del delirio no modifica en nada a la inteligencia, lo cual se aprecia en la defensa de sus
convicciones delirantes. No hay trastorno de la consciencia, ni confusión en las ideas. Su memoria
permanece fiel. Los juicios de los interpretadores permanecen sensatos, sus apreciaciones con frecuencia
justas. La capacidad profesional permanece intacta.
Todo se relaciona, todo se encadena en su historia, ningún detalle es superfluo para él. Sabe replicar a
los argumentos, acumula prueba sobre prueba.
No los vemos interrumpirse bruscamente en medio de una frase para interpelar un individuo imaginado o
responderle, como lo hacen los alucinados. Nunca notamos verbigeración, o la “ensalada de palabras” de
los dementes precoces. Las estereotipias verbales, los neologismos, son raros. La escritura es correcta, sin
trastornos gráficos elementales. Su estilo no presenta nada anormal; éste varía solamente de acuerdo a la
educación y a la cultura. El aspecto exterior, la actitud, no presenta nada anormal; no hay trastornos de la
mímica involuntaria o emotiva. La actividad motriz no está alterada. El aspecto también es normal, su
vestimenta no llama la atención.
En algunos casos hay alucinaciones, pero ellas no juegan ningún rol principal. Lo que caracteriza al
delirio de interpretación es la ausencia de trastornos sensoriales. En algunos sí se observan trastornos
sensoriales auditivos, que se reduce a una palabra o frase breve. Es un síntoma aislado.
ategoría muy diferenciada del grupo de los interpretadores.
» El delirio de reivindicación — C
Es una psicosis sistematizada, caracterizada por un predominio exclusivo de una idea fija, que se
impone al espíritu de forma obsesiva, orientando solo la actividad mórbida del sujeto en sentido
patológico y exaltandolo en la medida de los obstáculos encontrados. Se nos presenta como un obsesivo y
un maníaco. Hay en él una combinación íntima de los dos estados, que conducen más a un delirio de los
actos que a un delirio de las ideas. Sus tendencias interpretativas y su paralógica están menos marcadas
que en los interpretadores.
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Encontramos espíritus exaltados, razonadores, exagerados, fanáticos, que sacrifican todo al triunfo de una
idea dominante, individuos que son en su mayoría perseguidores.
Hay dos signos constantes en todos: la idea prevalente y la exaltación intelectual/maníaca.
El síntoma fundamental es entonces la idea fija, que se impone de forma repentina y va a orientar el
actuar del sujeto de ahora en más. Tiene una necesidad imperiosa de revancha. Busca satisfacer esa idea,
que toma un valor desmesurado. Y se trata de un delirio en actos, de gestos, son hiperactivos.
La psicosis aparece de forma inmediata, con sus dos síntomas esenciales claros. La idea obsesiva:
repentinamente, el reivindicador descubre el hecho material o la idea abstracta que dirige desde ese
momento su actividad pervertida. Esta idea conductora va tomando día a día una importancia mayor.
La explicación que da no contraría el sentido común, no se opone abiertamente a la razón. Sus
deducciones serían justificadas si la causa no fuere ínfima, ni el perjuicio invocado fuese menos
insignificante. La idea obsesiva no llega a ser el origen de un sistema de interpretaciones delirantes. No
lucha contra su obsesión, sino que busca satisfacerla. Pero en su camino encuentra obstáculos que lo
incitan y le provocan a veces una angustia inmensa.
Muchos de ellos están desprovistos de la noción del bien y del mal. Tienen desequilibrios de sus
facultades, obsesiones, impulsiones, perversiones sexuales, preocupaciones hipocondríacas. Defectos al
juzgar, inestabilidad. Hay una concepción unilateral del derecho.
Respecto a la exaltación maníaca, no solo es un obsesivo sino también un maníaco razonador. Sus
pensamientos y sentimientos son impulsados por una fuerza maníaca. La necesidad de pelea es uno de los
móviles de sus actos, animado por una vanidad insensata, por un espíritu de contradicción sistemática.
No hay en su evolución ninguna fase determinada. Su comienzo es súbito. Desde el momento en que
acontece una causa ocasional banal, que fija la fórmula de la idea obsesiva, la psicosis se manifiesta con
todos sus síntomas.
Evoluciona por crisis sucesivas, separadas por intermitencias más o menos largas. Durante estas
intermitencias, el enfermo deja de estar obsesionado y su exaltación se calma.
Se trata de un estado crónico incurable, que nunca se encamina hacia la demencia.
El delirio de reivindicación puede dividirse según la idea provenga del egoísmo o del altruismo. En el
delirio de reivindicación egocéntrico, en la base de la psicosis yace un hecho determinado, ya sea daño
real o interpretación sin fundamento, y el enfermo sólo apunta a la satisfacción de sus ideas egoístas, la
defensa de sus propios intereses. En el caso del altruista, la idea abstracta se traduce en teorías sobre la
ciencia, la filosofía, la política, al religión; son soñadores o filántropos generosos, nocivos solo para ellos
mismos y para su familia. Imputan su falsa de éxito a la parcialidad o a la corrupción de los jueces.
De Clérambault, G. G., “Las psicosis pasionales”. En Metáfora y delirio, Eolia Dor, Madrid, 1993.
Clérambault escribe “Las psicosis pasionales”. Con él, el grupo paranoico queda mucho más diferenciado.
El delirio de reivindicación no debería, para él, agruparse con las psicosis pasionales, de delirios
pasionales, junto al delirio de celos y el delirio erotómano (certeza del amor, de ser amado por una
persona).
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Lo que caracteriza a la psicosis pasional es el núcleo ideo-afectivo (inicial, constituido por una emoción
vehemente destinada a perpetuarse). Es el mecanismo efectivo de la psicosis pasional que genera la
pasión, y esto lo diferencia del delirio de interpretación.
El paranoico delira con su carácter (el total de emociones cotidianas mínimas convertidas en hábito y
cuya cualidad está prefijada para toda la vida y su medida prácticamente prefijada para cada día). En los
pasionales, por el contrario, se produce un nudo ideo-afectivo inicial, en el que el elemento afectivo está
constituido por una emoción vehemente, profunda, destinada a perpetuarse sin cesar y que acapara todas
las fuerzas del espíritu desde el primer día. Tiene desde el inicio de su delirio una meta precisa; su delirio
pone en juego, de entrada, su voluntad – a diferencia del delirante interpretativo, que vive en un estado de
expectación, el delirante pasional vive en un estado de esfuerzo.
El delirante interpretativo vaga en el misterio, razonando sobre todo lo que observa; el delirante pasional
avanza hacia una meta y no delira más que en el dominio de su deseo. El modo de extensión del delirio
será pues especial, quedando reducido solo al espacio que se extiende entre el objeto y el sujeto; las
concepciones del interpretador irradian constantemente en todos los sentidos, utilizando cualquier
acontecimiento y cualquier objeto, con una extensión radial, el sujeto ubicado en el centro de una red
circular e infinita. Sus ideas partes de todos los puntos, coordinadas pero no subordinadas entre sí;
suprimid una concepción considerada importante y no se rompen las cadenas, la red persiste inmensa – en
el caso del delirio pasional, si se suprime esta única idea todo el delirio cae.
El interpretativo tiene a menudo puntos de vista retrospectivos; contrariamente al pasional, que
esencialmente es voluntario, mira hacia el futuro.
El sentimiento de desconfianza del interpretador es antiguo y no es posible marcarlo en el pasado; la
pasión del erotomaníaco o del reivindicativo tiene una fecha precisa de comienzo.
La desconfianza del paranoico rige las relaciones del yo total con la totalidad de lo que le rodea y cambia
la concepción de su yo. La pasión del pasional no modifica las relaciones con el resto del mundo ni la
concepción que tienen de sí mismos, salvo solo en el ámbito pasional. El erotomaníaco es un excitable
excitado, igual que el reivindicativo. Los reivindicadores ya han sido separados de los interpretativos por
Serieux y Capgras; adoptamos todos sus criterios diferenciales, pero añadimos esta noción, que todos
proceden de un dato único: la patogenia pasional. En el núcleo ideo-afectivo es evidente que el primer
elemento cronológico es la pasión.
El objetivo único y consciente de entrada, el olvido de cualquier otra meta menos de la pasión, es de
donde deriva la limitación de las ideas de persecución y de grandeza, al servicio de los intereses únicos de
esta pasión, y la ausencia habitual, notada por los autores, de excesos en las concepciones terminales.
Es cierto que los delirios pasionales son en gran medida interpretativos; pero la interpretación es cosa
constante en los estados emocionales, y en los delirios pasionales es secundaria. Los casos en donde la
interpretación llega a ser realmente abusiva es en los casos mixtos. Todos los criterios diferenciales de
SyC son igualmente válidos para la comparación entre delirio interpretativo y delirio erotomaníaco.
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DEMENCIA PRECOZ/ESQUIZOFRENIA.
Kraepelin, E., “Demencia precoz”. Lección 3. En Introducción a la clínica psiquiátrica, op. cit.
Kraepelin, E., “La psicosis irreversible”. Ficha de la cátedra.
Kraepelin introduce en la 6ta edición (1899) de su tratado el concepto de demencia precoz, la futura
esquizofrenia. Este concepto capitaliza el esfuerzo más específico de la escuela alemana, cuya
singularidad es el análisis clínico y psicopatológico de los estados terminales de las psicosis crónicas.
En la quinta edición, Kraepelin diferenciaba la gran clase de los delirios crónicos sistematizados, la
paranoia (combinatoria, sin alucinaciones, y fantástica, con alucinaciones) de los procesos demenciales (la
demencia precoz, la catatonia y la demencia paranoide), que llevaban a un rápido empobrecimiento
psíquico. En la sexta edición, decide reagrupar los “procesos demenciales” y las “paranoias fantásticas”
creando el cuadro único de la demencia precoz. Correlativamente, así, la paranoia no cubre más que los
delirios crónicos no alucinatorios, en tanto que la locura maníaco-depresiva absorbe todas las formas no
disociativas de psicosis agudas, que manifiestan luego en su decurso una restitución ad integrum de la
personalidad anterior.
Según Kraepelin, el concepto de demencia precoz está constituido alrededor de la distinción entre, por
una parte, un síndrome basal caracterizado por el doblegamiento afectivo, la indiferencia, la apatía, la
ausencia de iniciativa voluntaria, la desorganización del pensamiento y de la psicomotricidad, y por otra
parte de síntomas accesorios variados. El síndrome basal define esta “demencia” muy particular, que
constituye lo esencial de la afección: trastornos de la afectividad (doblegamiento afectivo) y trastornos de
la voluntad (abulia, falta total de voluntad, negativismo, etc.) Afecta entonces esencialmente la esfera
afectiva y volitiva, corazón y soporte de la personalidad.
Lo que hace al diagnóstico es el síndrome basal, pero también hallamos síntomas accesorios: el delirio y
las alucinaciones, que no forman un sistema.
Bajo el término de demencia precoz diferencia una serie de cuadros clínicos, que tienen la particularidad
común de culminar en estados de debilitamiento psíquico característicos. En el interior de la demencia
precoz hallamos tres grupos principales y se concibe que entre ellos existan numerosas formas de pasajes,
que hace que no haya una verdadera discontinuidad: hebefrenia (por lo general afecta a adolescentes,
lleva a una imbecilidad profunda y empobrecimiento cognitivo), catatonia (síntomas catatónicos, estupor,
confusión, flexibilidad cérea, estereotipia) y demencia paranoide (ideas delirantes confusas y no
sistematizadas, absurdas). Todo el campo de la demencia precoz recubre las entidades mórbidas que se
describían en otras oportunidades como “procesos demenciales”.
La aprehensión misma de las percepciones exteriores no está gravemente alterada en la demencia
precoz. Los enfermos comprenden muy bien lo que pasa alrededor de ellos. Por regla general, saben
dónde se encuentran, reconocen a las personas presentes y pueden dar la fecha del día. Solo en los casos
de estupor o de angustia intensa la orientación puede estar más nítidamente alterada. Conservan una
perfecta consciencia. Puede ocurrir que el sentido de la orientación esté desordenado a causa de las ideas
delirantes, no porque no sean capaces de comprender o reflexionar, sino porque las ideas delirantes son
más poderosas que las señales otorgadas por la percepción.
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Los datos otorgados por los sentidos están con frecuencia gravemente perturbados en nuestros enfermos, a
causa de la aparición de falsas percepciones. Las ilusiones auditivas son las más frecuentes, que en
general tienen una tonalidad desagradable e inquietan a los enfermos. Lo más frecuente es que estas
ilusiones no posean ningún sentido ni coherencia.
La consciencia del enfermo está, en muchos de los casos, perfectamente conservada. Solo está
trastornada en el curso de los estados de excitación o de estupor.
Por el contrario, la atención está habitualmente perturbada durante estas fases; lo que les falta es el
interés, el anhelo o las motivaciones internas para dirigir su atención sobre los hechos del entorno. No se
engancha, no busca aprehender ni comprender.
La memoria está relativamente poco trastornada. Son capaces de entregar datos exactos y
circunstanciales del pasado. Los conocimientos que han adquirido con anterioridad quedan grabados en su
memoria con asombrosa tenacidad. Estamos frente a un estado patológico relacionado más con el juicio
que con la memoria, y mucho más alterada está la emotividad y, como consecuencia, todas las
manifestaciones voluntarias bajo su dependencia.
Las capacidades de observación están frecuentemente bien conservadas.
El curso del pensamiento termina siempre, más o menos rápidamente, por estar alterado. Se instala cierta
incoherencia, bajo la forma de una gran distracción o de una gran versatilidad del pensamiento, la
atención se embota. En los casos más graves se desarrolla un profundo desorden del lenguaje con una
pérdida de toda lógica interna y la formación de neologismos.
Encontramos casi siempre en el interior de los pensamientos de los enfermos índices de esterotipia,
fijaciones sobre ciertas representaciones que pueden además dominar todos los pensamientos de los
enfermos, al punto de que los mismos pobres giros reaparecen frecuentemente durante semanas o meses.
La constatación de un gusto pronunciado por las rimas, la asociación de palabras por asonancias absurdas,
el juego de palabras groseras es igualmente frecuente. Estereotipia: fijaciones sobre representaciones
que dominan los pensamientos y aparecen frecuentemente.
Las ideas delirantes, durables o transitorias, se desarrollan con extrema frecuencia. Quedan rápidamente
teñidas de incoherencia, tienen un aspecto quijotesco (aparentemente del desarrollo de un debilitamiento
psíquico) y lejos de permanecer inquebrantables, se modifican muy rápidamente en su contenido por el
abandono de ciertos temas en provecho de otros nuevos. Incluso se dejan llevar por sugestión de buena
gana hacia la invención de cualquier otra idea delirante.
En el nivel de la afectividad se constatan perturbaciones intensas e impactantes, un deterioro más o
menos acentuado de la afectividad constituye finalmente lo esencial del desarrollo de esta enfermedad. El
desinterés por el mundo ya debe ser considerado como una consecuencia de este desorden fundamental.
Los enfermos a no experimentan más, interiormente, ni una verdadera alegría ni una verdadera tristeza.
Parecen poder pasar días sin participar realmente de la vida, para terminar completamente sumergidos en
una oscura apatía o en una euforia sin sentido. Se vuelven cada día más insensibles a los malos tratos
corporales. Total indiferencia a los hechos exteriores: una de las características principales de esta
enfermedad. Esta ausencia de afectividad coincide con una pérdida de juicio muy especial, lo que
contraste con la persistencia casi completa de conocimientos adquiridos anteriormente.
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En los trastornos de la voluntad, hay una disminución de los impulsos voluntarios, y en los estados
terminales la voluntad es casi inexistente. Los enfermos han perdido todo deseo de ocuparse o de tener
actividades. Paralelamente a esta incapacidad de acciones autónomas, pueden aparecer de forma durable o
transitoria impulsos a actuar; no son más que una simple excitación motora, sin ningún objetivo, con una
incapacidad de controlar la emergencia de tales impulsos. Existe un negativismo, una resistencia
inflexible contra toda modificación de la situación.
Aparece un automatismo de comando, lo que los hace dóciles de forma general y son muy influenciables.
Las capacidades de trabajo están sensiblemente alteradas, a cada instante es necesario estimularlos.
La evolución no es continua, sino por brotes y remisiones. El inicio es más bien brusco y da lugar a una
evolución grave. Es diferente a la demencia orgánica, donde hay desorientación, problemas de
inteligencia y de memoria. En la demencia precoz están más o menos conservadas.
En la demencia precoz hay una desorganización del lenguaje, no hay un interés por el sentido, el discurso
se conecta por el sonido. Hay un descuido del sentido de las palabras.
Comienza por una fase de depresión, susceptible de crear alguna confusión con uno de los estados
melancólicos. Se suceden algunos accesos de ansiedad. Comprenden bien lo que se les pide y se distraen
fácilmente, no se interesan en nada de lo que pasa a su alrededor. Ningún temor, ningún deseo los anima.
Flexibilidad cérea: sus miembros conservaban largamente la posición que se les imprimía. Si uno levanta
los brazos frente a él, él repite los movimientos. Son trastornos que tienen que ver con la voluntad.
Bleuler, E., “Dementia praecox o el grupo de las esquizofrenias”. Ficha de la cátedra.
Bleuler indica que el nombre de “demencia precoz” es inapropiado, que designa mejor a la enfermedad
que a los enfermos. Elige el nombre de “esquizofrenia” en su lugar, dado que el desdoblamiento de las
funciones psíquicas es lo principal (teoría psicopatológica).
Se ha convertido en una cuestión vital la de saber cuáles de las formas agudas de la enfermedad culminan
en estados incurables y cuáles no; Kraepelin consiguió aislar un cierto número de síntomas presentes en
afecciones con prognosis muy pobres, y ausentes en otros grupos de enfermedades. Las reunió bajo el
término de “demencia precoz”. Cierto grupo de síntomas indica una tendencia al deterioro (demencia), y
otras afecciones donde faltaban estos síntomas no parecían culminar nunca en daños secundarios: las
psicosis maníaco depresivas. Desde un punto de vista práctico y teórico, esta clasificación ofreció una
gran ventaja, dado que proporcionó una base para hacer predicciones, en un gran número de casos,
respecto a los ataques agudos y al estado terminal.
Todos estos casos tienen mucho en común, que ellos son claramente distinguibles de otros tipos de
enfermedades mentales; aunque no siempre esta afección tiene como resultado un completo deterioro,
cada uno de los casos revela algunos importantes síntomas residuales que son comunes a todos, una
idéntica sintomatología, los mismos resultados finales, no cuantitativa sino cualitativamente, es decir, la
dirección en la que se desarrolla la enfermedad.
Bajo el término de demencia precoz o esquizofrenia incluimos entonces a un grupo de enfermedades que
pueden distinguirse claramente de todos los otros tipos patológicos en el sistema de Kraepelin. Aquellas
tienen muchos síntomas comunes y prognosis semejantes. Sin embargo, sus cuadros clínicos pueden ser
extraordinariamente diversos.
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Respecto al nombre de la enfermedad: no se puede eludir el incómodo deber de acuñar un nuevo
nombre para esta enfermedad, pues el cual es demasiado inapropiado. Solo designa a la enfermedad y no
al enfermo. Se adecúa difícilmente a las ideas contemporáneas sobre el alcance de esta entidad patológica.
Hay casos en los que el deterioro no aparece precozmente, sino más tarde, y hay muchos catatónicos y
otros tipos que, desde los síntomas deberían ser incluidos en la demencia precoz, y que no llegan a una
deterioración completa. Por lo tanto, no queda ninguna alternativa salvo dar un nuevo nombre a la
enfermedad, menos apto para ser malentendido. Se propone el nombre de esquizofrenia, dado que el
desdoblamiento de las distintas funciones psíquicas es una de sus características más importantes.
Se designa así a un grupo de psicosis cuyo curso es a veces crónico y otras veces marcado por ataques
intermitentes, que puede detenerse o retroceder en cualquier etapa, pero que no permite una completa
restitución de la integridad inicial. La enfermedad se caracteriza por un tipo específico de alteración del
pensamiento, los sentimientos y la relación con el mundo exterior, que en ninguna otra parte aparece
bajo esta forma particular.
En todos los casos nos vemos frente a un desdoblamiento más o menos nítido de las funciones
psíquicas. Si la enfermedad es pronunciada, la personalidad pierde su unidad. Los complejos psíquicos
no se combinan en un conglomerado de esfuerzos con un resultado unificado, la integración de los
diferentes complejos e impulsos es insuficiente.
A menudo, las ideas son elaboradas solo parcialmente, y se pone en relación de una manera ilógica a
fragmentos de ideas para constituir una nueva idea. Los conceptos dejan de ser completos. El proceso de
asociación opera a menudo con meros fragmentos de ideas y conceptos. Esto tiene por resultado
asociaciones que individuos normales considerarán incorrectas, extrañas y totalmente imprevisibles. Con
frecuencia el proceso de pensar se detiene en medio de un pensamiento o en el intento de pasar a otra
idea.
No se pueden demostrar trastornos primarios de la percepción, la orientación o la memoria. En los casos
más graves, parecen faltar completamente las expresiones emocionales y afectivas. La afectividad puede
manifestarse como cualitativamente anormal, inadecuada respecto a los procesos intelectuales
involucrados.
Se divide actualmente en cuatro tipos: paranoide (las alucinaciones o ideas delirantes ocupan
continuamente el primer plano del cuadro clínico), catatonia (los síntomas catatónicos dominan
continuamente), hebefrenia (aparecen síntomas accesorios, pero no dominan el cuadro clínico
continuamente) y esquizofrenia simple (a través de todo su curso solo pueden descubrirse los síntomas
básicos específicos).
» Síntomas fundamentales: consisten en trastornos de la asociación y de la afectividad, la predilección
por la fantasía en oposición a la realidad, y la inclinación a divorciarse de la realidad (autismo). Además,
podemos añadir la ausencia de síntomas que juegan un papel grande en otras afecciones, tales como
trastornos primarios de la percepción, memoria, orientación etc.
1) Trastornos de la asociación: las asociaciones pierden su continuidad. El pensamiento se hace ilógico
y a menudo extravagante. Además las asociaciones tienden a realizarse siguiendo nuevas líneas: dos ideas
se encuentran casualmente y se combinan en un pensamiento por circunstancias accidentales. La
tendencia al estereotipo produce la inclinación a aferrarse a una idea a la que el paciente retorna una y otra
vez. Hay una marcada escasez de ideas que puede llegar al monoideismo.
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En cuanto el elemento del tiempo, dos perturbaciones peculiares aparecen en la esquizofrenia: la prisa en
el pensar/premura al pensar, un flujo de ideas incrementado patológicamente, y la especialmente
característica “obstrucción”, es decir, cuando el curso asociativo se corta bruscamente (diferente a la
inhibición típica de la depresión, como el actuar o pensar enlentecido). Parece que la actividad asociativa
hiciera un alto brusco y completo. Los mismos pacientes perciben la obstrucción de la secuencia de sus
pensamientos, en la mayoría de los casos encontrando que se trata de una estado muy desagradable.
El pensar se vuelve confuso, extravagante, incorrecto, quebrado. Algunas veces faltan todos los hilos
asociativos y la cadena de pensamientos se interrumpe bruscamente (“obstrucción”), y después de tal
obstrucción pueden aparecer ideas que no tienen ninguna relación con las precedentes. Comienzan a
operar en lugar de las indicaciones lógicas otras influencias, que en circunstancias normales no son
perceptibles, conexiones mentales con ideas que han surgido accidentalmente, condensaciones,
asociaciones por el sonido, asociaciones intermedias y la persistencia de ideas (estereotipia).
La tendencia a la estereotipia es una causa ulterior del descarrilamiento de la actividad asociativa del
paciente. Los pacientes son aprisionados por un círculo de ideas al cual quedan fijados, por determinadas
palabras, estructuras de la oración o en todo caso, retornan a ellas una y otra vez sin necesidad de lógica
alguna.
Las asociaciones por el sonido son muy comunes, la identidad o aun la semejanza de un solo sonido basta
para fijar la dirección de la asociación. De tal modo, la asociación por el sonido ostenta con frecuencia el
sello esquizofrénico de lo extravagante.
Ellos mismos hablan de un “desbordamiento de los pensamientos”, porque no pueden retener nada en
sus mentes, de una “urgencia en el pensar”, de que los pensamientos se acumulan, porque parecen
ocurrírseles demasiadas cosas al mismo tiempo. Hay un ímpetu ideacional patológico, los pacientes tienen
la sensación de verse forzados a pensar, que alguien los está obligando, quejándose de una sensación de
agotamiento.
Esta premura del pensar parece contrastar abiertamente con la obstrucción o el detenimiento del pensar;
podemos observar con frecuencia que ambos fenómenos aparecen juntos.
2) Trastornos de la afectividad: La deteriorización emocional ocupa un primer plano en el cuadro
clínico. Es central en el diagnóstico. La indiferencia parece ser el signo exterior de su condición, una
indiferencia ante todas las cosas, amigos, conocidos, vocación, deberes y derechos.
A menudo el instinto de conservación está reducido a cero; los pacientes no se preocupan, hay muchos
casos en los que parecen totalmente impermeables al hambre, la sed, la falta de sueño o los malos tratos
de todo tipo. Ni siquiera las estimulaciones acústicas más fuertes y agudas, ni el efecto de una luz
cegadora, parecen afectarlos.
Lo que les sucede a los demás no parece interesarlos en modo alguno. En una sala un paciente mata a
otro; sus compañeros no creen necesario llamar a la asistente.
Al comienzo de la enfermedad comprobamos a menudo una hipersensibilidad; de modo que se aíslan
consciente y deliberadamente para evitar todo lo que pueda suscitar emociones. Los esquizofrénicos
latentes pueden parecer demasiado lábiles (“poco estables”) en su afectividad, casi sanguíneos. Pero sus
emociones carecen de profundidad. A menudo observamos estados de ánimo básicos significativos de
euforia, tristeza o ansiedad, de modo que no puede hablarse de una indiferencia omnipresente en todos
21
estos pacientes. Es en la esfera de la irritabilidad, la cólera y la furia donde encontramos mayor frecuencia
de conservación de las emociones. Evidentemente la capacidad de presentar emociones no ha
desaparecido en la esquizofrenia. Con gran frecuencia encontramos que el único elemento afectivo que se
ha conservado, además de la irritabilidad del paciente, es el amor paternal o maternal.
Es notable cuál pronto se embotan los pensamientos que regulan el intercambio social entre las personas.
El paciente casi no ve diferencia entre dirigirse a una autoridad, a alguna persona de posición más
humilde, a un hombre o a una mujer. Con frecuencia no queda la menor huella de modestia; se masturban
abiertamente.
El carácter del esquizofrénico es tan variado como el de una persona normal, pero la indiferencia, la
tendencia al apartamiento, la inaccesibilidad a las influencias, los caprichos y la irritabilidad, todas
estas peculiaridades que son características recurrentes, indudablemente dotan a todos los casos
avanzados de una apariencia externa común. La mayoría de los pacientes esquizofrénicos no son
conscientes de sus trastornos afectivos, y consideran su reacción como normal.
Ambivalencia: la tendencia de la psique esquizofrénica a otorgar a los psiquismos más diversos un índice
positivo y negativo al mismo tiempo; el mismo concepto puede estar acompañado simultáneamente por
sentimientos agradables y desagradables (ambivalencia afectiva). En la ambivalencia de la voluntad, el
paciente quiere y no quiere hacer algo; clama que quiere que se lo deje en libertad y luego se resiste
abiertamente cuando se le informa que será dado de alta, o toma la cuchara y la lleva a su boca varias
veces, sin ningún momento llegar a comer. En la ambivalencia intelectual, los pacientes no notan sus
contradicciones cuando toman sus respuestas negativas por positivas. “¿Escucha voces?” Lo negó
rotundamente. “¿Qué le dicen esas voces?” “Oh, toda clase de cosas”. Más a menudo se hace evidente
en el lenguaje y comportamiento de los pacientes que piensan simultáneamente una cosa y su inversa.
“Soy el dr. H; no soy el Dr.H”.
3) Relación con la realidad: autismo.
La esquizofrenia se caracteriza por una peculiar alteración de la relación entre la vida interior del paciente
y el mundo exterior. La vida interior asume una preponderancia patológica (autismo). Los esquizofrénicos
más graves, que no tienen más contacto con el mundo externo, viven en su mundo propio, se han
encerrado en sus deseos y anhelos (que consideran cumplidos). Se han apartado todo lo posible de todo
contacto con el mundo exterior. A este desapego de la realidad, junto con la predominancia, relativa y
absoluta, de la vida interior, lo denominamos autismo.
El mundo externo debe parecerles a menudo muy hostil, puesto que tiende a molestarlos en sus fantasías.
Para los pacientes que son todavía capaces de desenvolverse en el mundo externo, lo que está en
contradicción con sus complejos no existe para su pensamiento o sentimientos, ni la evidencia ni la lógica
tienen influencia alguna sobre sus esperanzas e ideas delirantes.
Muchos pacientes manifiestan también el autismo exterior; no solo no se interesan por nada de los que los
rodea, sino que se sientan con el rostro desviado, mirando a una pared en blanco, o aíslan sus conductos
sensoriales tapándose la cara o con las sábanas, o intentan restringir todo lo posible el contacto de su piel.
La atención se ve afectada en cuanto fenómeno parcial de la afectividad. Donde falla la disposición
afectiva, también estará ausente el impulso a seguir los procesos externos e internos, a dirigir la marcha de
las sensaciones y los pensamientos, es decir, no habrá una atención activa. La voluntad es alterada de
varios modos, en cuanto resultante de los diversos procesos afectivos y asociativos, pero sobre todo es
22
alterada por la postración emocional. Los pacientes parecen ser perezosos y negligentes, porque ya no se
sienten impulsados a hacer nada (“abulia: falta de voluntad o de energía para hacer algo o para
moverse”) .
» Síntomas accesorios. Son primordialmente los fenómenos accesorios los que hacen imposible la
permanencia del enfermo en su hogar, o los que ponen de manifiesto la psicosis e inducen a requerir el
auxilio de la Psiquiatría. Pueden presentarse durante todo el curso de la enfermedad o solamente en
períodos enteramente arbitrarios de ellas. Son ellos los que proporcionan el sello exterior al cuadro
patológico.
Los mejor conocidos de ellos son las alucinaciones e ideas delirantes. Aparte de éstos, las perturbaciones
de la función de la memoria y los cambios de la personalidad han recibido una atención relativamente
mucho menor. El habla, la escritura, y varias funciones físicas se alteran a menudo de una manera
irregular pero típica.
Alucinaciones, ideas delirantes e ilusiones: En los esquizofrénicos hospitalizados, son principalmente
las ideas delirantes y en particular las alucinaciones las que ocupan el primer plano del cuadro clínico. Las
quejas de los pacientes, las peculiaridades de su conducta, su agitación y su aislamiento, sus éxtasis,
desesperaciones y estallidos de cólera, todos estos fenómenos se relacionan habitualmente con las ideas
delirantes y las alucinaciones, cuando no son sus directas consecuencias.
Una característica de las alucinaciones esquizofrénicas es su preferencia por la esfera auditiva y por la de
las sensaciones corporales. Casi todos los esquizofrénicos hospitalizados escuchan “voces”, ocasional o
continuamente. Casi con la misma frecuencia, se presentan ideas delirantes y alucinaciones relacionadas
con los diferentes órganos del cuerpo. Las alucinaciones táctiles son relativamente raras, las alucinaciones
del olfato y del gusto son la tercera clase por su importancia. Las alucinaciones e ilusiones visuales no son
frecuentes en los pacientes lúcidos, pero aparecen en los estados de obnubilación y de excitación
alucinatoria aguda. En lo que respecta a los otros sentidos, las ilusiones ocupan un lugar decididamente
secundario en relación con las alucinaciones.
El contenido de las alucinaciones esquizofrénicas puede ser provisto por cualquiera de las cosas que
percibe la persona normal, y a esto debe añadirse todas las sensaciones que es capaz de inventar la psique
enferma.
Lo habitual es que las voces amenacen, insulten, critiquen y consuelen en frases breves o palabras
bruscas. Es de este modo como expresan siempre los mismos deseos, temores y esperanzas; el paciente
internado oye voces que le prometen una inminente liberación, y otras que describen su encarcelamiento
como eterno. Las amenazas y los insultos son el contenido más común de estas voces, que son
contradictorias muy a menudo.
Las percepciones también pueden transformarse en voces sin que el paciente se de cuenta de ello, y en tal
caso las voces se vuelven proféticas. A veces se limitan a enunciar lo que el paciente hace y piensa, de
modo análogo al síntoma llamado “nombrar”. La idea de un objeto percibido es convertida en
palabras-acción: las voces nombran literalmente al objeto visto. Por lo general, otras alucinaciones se
mezclan a este “eco de los pensamientos”. La propia confusión del paciente se expresa a menudo en las
voces, a veces hablan al mismo tiempo varias voces de modo que no puede comprender lo que le dicen.
Las cuatro características principales de las alucinaciones, la intensidad, la claridad, la proyección y el
valor de realidad son enteramente independientes entre sí. Cada una de ellas puede variar dentro de
23
límites máximos, sin afectar a las demás. La intensidad puede variar, desde el más leve murmullo a la voz
atronadora más espantosa. A veces todas las percepciones son de una claridad y viveza imponentes.
También sucede que los pacientes oigan solo un crujido o un murmullo confuso. La situación, en lo que
atañe a la proyección, es muy notable. Muchas alucinaciones son proyectas al exterior exactamente como
las percepciones reales y no se las puede distinguir subjetivamente entre sí.
En su mayoría, el valor de realidad de las alucinaciones es tan grande como el de las percepciones reales o
aún mayor. Cada vez que las realidades y las alucinaciones entran en conflicto, son habitualmente las
últimas consideradas reales.
En las ideas delirantes puede encontrar expresión de todo lo que desea y teme. El delirio de persecución
es el que se encuentra con mayor frecuencia entre todos los bien conocidos tipos de contenidos delirantes.
Es también muy común la idea de ser envenenado, generalizada en la idea de estar maldecido.
24
LOCURA MANÍACO-DEPRESIVA.
Kraepelin, E., “La locura maníaco-depresiva”. En La locura maníaco depresiva.
Kraepelin, E., “Estados mixtos de locura maníaco depresiva”. Lección 8.
La locura maníaco depresiva abarca por un lado todo el campo de la locura periódica y de la locura
circular, de la manía simple, la mayor parte de los estados patológicos que se designan con el nombre de
melancolía y también una cantidad considerable de casos de amentia. Por lo tanto, son cuatro estados
que pueden tener transiciones entre sí: locura periódica, locura circular, manía simple y
melancolía. E todos los tipos patológicos citados encontramos ciertos rasgos fundamentalmente comunes.
Junto con los síntomas variables que pueden aparecer de manera pasajera o estar completamente ausentes,
hallamos en todas las formas de la locura maníaco-depresiva un grupo más estrecho, mejor determinado,
de trastornos más o menos marcados, reunidos de modo diferente según los casos.
Todas las formas presentan entre ellas toda una serie de transiciones, sin que se pueda marcar el límite
donde una comienza y otra termina, y a veces también pueden superponerse o sucederse. Es
absolutamente imposible, en teoría y en la práctica, separar de forma neta las formas simples,
periódicas y circulares, dado que siempre hay transiciones insensibles. Siempre se hallan puntos comunes
que permiten afirmar su unidad, y separarlos de las otras entidades mórbidas conocidas. En todos estos
estados patológicos hallamos también el carácter idéntico de su pronóstico, desenlace y cuestiones
clínicas.
Los accesos de locura maníaco-depresiva nunca llevan a un debilitamiento intelectual profundo, aun
cuando se desarrollan sin interrupción durante toda la vida. Todos los síntomas desaparecen
completamente después del acceso.
Por regla general, evoluciona en accesos, que se distinguen de manera más o menos clara entre sí o del
estado normal, accesos que son parecidos o diferentes, pero que a menudo presentan entre sí una
oposición completa. Así, distinguimos primero estados maníacos, cuyos signos esenciales son: fuga de
ideas, humor alegre, necesidad imperiosa de actividad; y estados melancólicos o depresivos,
caracterizados por la tristeza, la angustia y por la dificultad de pensar y de actuar. Son estas dos
formas clínicas opuestas las que dieron nombre a la enfermedad. Pero junto a ellas observamos también
en la clínica estados mixtos, en los que las manifestaciones maníacas y depresivas se asocian entre sí.
Signos psíquicos:
Apercepción. Implica tanto la percepción como su interpretación. En general está debilitada en la manía,
a veces considerablemente. Los enfermos perciben de una manera superficial e impresiva. En los estados
depresivos, la apercepción aparece mucho menos trastornada, en general no se observa la tendencia a las
lecturas incorrectas. En los casos más graves hay un enlentecimiento y dificultad para reconocer, porque
las impresiones exteriores ya no tienen eco en la conciencia. En los grados más elevados, en los estados
de estupor, el enfermo ya no puede comprender nada más del mundo que los rodea.
Atención. Si la apercepción es tan defectuosa, se debe principalmente a la extraordinaria inestabilidad de
la atención. El enfermo pierde progresivamente el poder de elegir y de ordenar las impresiones. La
imagen que el enfermo se hace del entorno y de los acontecimientos es más incoherente y plagada de
lagunas que si hubiese debilitamiento del proceso perceptivo en sí mismo. En la melancolía, los enfermos
25
enlentecidos ya no logran dirigir su mente con rapidez y sin esfuerzo hacia las impresiones o las
representaciones que quieren, no pueden prestar atención a un objeto ni sustraerse por su propia fuerza de
las representaciones que surgen espontáneamente.
Consciencia. En las formas más graves la consciencia de los enfermos se halla trastornada. En la manía,
en el punto máximo de la excitación, las impresiones y las representaciones se vuelven oscuras y
confusas, y tenemos como resultado trastornos de la orientación. Todo está embrujado, no se trata del
mundo verdadero. Esto se observa sobre todo al final de los procesos de excitación. En los estados de
depresión también encontramos trastornos de la consciencia más o menos profundos que van hasta el
estado crepuscular propiamente dicho, a veces aparece una suerte de aturdimiento análogo al sueño.
Memoria. La memoria no se ve disminuida de manera durable, pero con frecuencia los enfermos pierden
la posibilidad de utilizar su stock de recuerdos. Sobre todo en los estados de depresión se tornan
olvidadizos; a veces son incapaces de recordar los hechos y conocimientos más sencillos.
Poder de fijación. El poder de fijación en los maníacos sufre los mismos trastornos que la apercepción.
Recuerdos incorrectos. Encontramos con frecuencia, sobre todo en los maníacos, grandes errores en los
recuerdos. A veces los enfermos presentan una tendencia a fabular, describir, hablando en el pasado,
escenas extrañas en las que ellos mismos creen más o menos. Los acontecimientos que ocurrieron durante
la enfermedad son relatos de buena fe de manera totalmente diferente de como sucedieron en realidad.
Trastornos sensoriales. A menudo en los estados más diferentes se observan trastornos sensoriales
episódicos. Se trata en general de ilusiones que son la consecuencia ya sea de una percepción incompleta,
ya sobre todo de los violentos trastornos emocionales de la enfermedad. Por lo tanto el tema de la ilusión
tiene comúnmente estrecha relación con el pensamiento y el humor de los enfermos. El entorno les parece
transformado, los rostros dobles, sombríos, ven luces, etc. Junto con estas ilusiones en las que
encontramos con facilitad los sentimientos del enfermo, hallamos a menudo también verdaderas
alucinaciones. Las alucinaciones auditivas suelen tener un contenido desagradable, apto para convocar la
angustia. Muy rara vez las voces anuncian cosas agradables.
Con frecuencia, las percepciones erróneas tienen su origen en el cuerpo mismo. Algunos enfermos
comienzan un diálogo con su propia voz, sus pensamientos se repiten en voz alta al cabo de dos o tres
minutos, alguien los interroga. En general, como las alucinaciones no tienen la claridad imperiosa que las
de la demencia precoz, los enfermos no logran dar el texto palabra por palabra, sino sólo su contenido. A
los trastornos sensoriales de la vista y del oído se les agregan los de los otros sentidos, mucho menos
importantes.
Curso de las representaciones. Sufre en general trastornos muy importantes y marcados. En los estados
de excitación, los enfermos no pueden seguir de forma metódica un orden determinado de pensamientos,
sino que saltan sin cesar de una serie de ideas a otra, para abandonar estas últimas casi inmediatamente.
Tiene descarrilamientos perpetuos, son incapaces de contar una historia un poco complicada si no se los
lleva en todo momento hacia el camino correcto con interrupciones y preguntas. La relación entre los
elementos del pensamiento se deshace poco a poco; de allí el trastorno que conocemos como “confusión
por fuga de ideas”. A menudo los enfermos perciben muy bien esta fuga de ideas, se quejan de no poder
concentrarse, de no poder reunir sus pensamientos. Los pensamientos vienen solos, se imponen.
26
Como la fuga de ideas no es otra cosa que una de las manifestaciones de la extrema inestabilidad mental,
los enfermos pueden ser llevados por impresiones exteriores a una nueva orientación del curso de sus
pensamientos. En la manía no hay una idea directriz, no se puede concentrar.
En la depresión también hay fuga de ideas pero puede virar a la inhibición, como el enlentecimiento del
pensamiento.
La inhibición del pensamiento. La inhibición de pensamiento que encontramos de forma más o menos
pronunciada en casi todos los estados de depresión, y además en los estados mixtos, puede ser justo lo
contrario a la fuga de ideas. Los enfermos se muestran incapaces de disponer a voluntad de sus propias
representaciones y sienten a menudo ellos mismos esta incapacidad, que los aflige de sobremanera. Las
representaciones, al parecer, se desarrollan lentamente y sólo gracias a estímulos muy fuertes. La
asociación de ideas se realiza así según el contenido de las representaciones y no según relaciones
exteriores, relaciones puramente verbales o consonancias. El enfermo ya casi no tiene ideas espontáneas y
debe conducir su pensamiento con dificultad a través de una serie de sucesivos esfuerzos voluntarios. De
allí se desprende una gran dificultad para pensar, un enlentecimiento de las ideas, pobreza de ideas.
Los enfermos de este tipo tienen una cantidad extremadamente pequeña de representaciones. Se los
considera en general como muy debilitados. Las representaciones, una vez instaladas en la consciencia, no
son más reprimidas por la aparición de otra serie de ideas, pero palidecen lentamente antes de
desaparecer, y con frecuencia se fijan con gran tenacidad. Los enfermos vuelven siempre sobre los
mismos pensamientos, no se dejan desviar, regresan a su eterno lamento luego de cada nueva pregunta; la
consecuencia de este hecho es una extraordinaria uniformidad en el contenido de las representaciones.
Aparece así el monoideismo.
Productividad. La productividad mental está en general muy disminuida en la manía. No pueden
concentrarse. Particularmente la actividad artística se ve acrecentada por el abandono sin reservas a las
impresiones y los sentimientos del momento. Lo que domina es la influencia desfavorable de la
inestabilidad y de la inconstancia de la voluntad. Podemos convencernos fácilmente: el flujo de los
pensamientos que hallamos en los enfermos no es en absoluto riqueza de ideas, sino solo palabras.
Por el contrario, en los estados de depresión el sentimiento de molestia intelectual es más fuerza que la
disminución real de la productividad. El debilitamiento más considerable se halla en los enfermos que,
desde el punto de vista clínico, presentan una inhibición muy marcada, pero también en los deprimidos
con excitación.
Ideas delirantes. Las ideas delirantes son frecuentes en la locura maníaco-depresiva, sobre todo en los
estados de depresión. Sus formas más simples se asocian al sentimiento de improductividad y presentan
un contenido hipocondríaco. El enfermo tiene la impresión de ser incurable, de estar perdido sin remedio.
Las ideas de autoacusación también son frecuentes. Las ideas de persecución que se asocian a menudo al
delirio de autoacusación son menos frecuentes. Las ideas religiosas tienen por lo general un papel
importante. Mientras que todas estas ideas delirantes se presentan a menudo detrás de máscaras de
profunda y sincera emoción, mientras que son expuestas y defendidas por los enfermos con una
convicción ardiente, las ideas de grandeza, como las de los maníacos, se parecen en general a buenas
bromas y a exageraciones de fanfarrón. Además, contrariamente a las ideas delirantes de los deprimidos,
que la mayor parte del tiempo son uniformes y tenaces, éstas varían sin cesar, aparecen un instante para
desaparecer al siguiente.
27
Por regla general en los enfermos encontramos una clara conciencia del carácter patológico de su estado,
en las formas más leves; pero incluso entonces toma un tinte hipocondríaco con la idea de la incurabilidad
del mal. Con frecuencia aseguran que su enfermedad es más triste que todas las otras, que preferirían
soportar cualquier dolor físico a este sufrimiento moral. Cuando el delirio es más acusado, tenemos una
pérdida completa de la conciencia de la enfermedad, aun cuando los ataques anteriores, similares, son
juzgados sanamente.
Humor. En la excitación fuerte, el humor es en general alegre con un carácter particular de exuberancia
desbordante. Los enfermos están satisfechos, muy contentos, felices interiormente, entusiastas. Se sienten
bien, dispuestos a toda clase de bromas, ríen, cantan y se pasean. Las tendencias sexuales se ven
reforzadas y provocan compromisos impensados, matrimonios anunciado en los diarios, aventuras
amorosas poco convenientes, una conducta que asombra, coquetería e ideas de celos y de querellas
conyugales. Un carácter totalmente esencial del humor de los maníacos es que está sujeto en general a
oscilaciones frecuentes y súbitas.
El sentimiento que predomina en los estados de depresión es en general una desesperanza pesada y
sombría. Su corazón parece ser de piedra, nada ya lo alegra. Encontramos en esta tristeza sombría a veces
el tinte ansioso del humor. Un sentimiento de tensión torturante que puede ir hasta la desesperación muda
e irracional, una agitación ansiosa, con estados de excitación violenta, con atentados que el enfermo
comete contra su propia vida con ciego furor. Los enfermos están descontentos de todo. Todo el mundo
está contra ellos, todo los aflige, los ofende, los irrita, los llena de amargura. Punto de cinismo.
Necesidad imperiosa de actividad. Durante la locura maníaco-depresiva, los trastornos más notorios se
manifiestan en el campo de la voluntad y de la acción. En los estados maníacos, el cuadro clínico está
dominado por la necesidad imperiosa de actividad. Se trata de una excitación general de la voluntad.
Todas las ideas que aparecen en la mente se traducen enseguida en actos. La necesidad de actividad del
maníaco provoca naturalmente en él una agitación más o menos marcada.
Cuando la excitación es más fuerte, aparece entonces el cuadro de la manía aguda propiamente dicha. Los
impulsos se suceden unos a otros y la actividad se torna casi incoherente. El enfermo es absolutamente
incapaz de perseguir un objetivo alejado porque nuevos impulsos nacen en él, sin cesar, y lo desvían de su
primer deseo. Su necesidad de actividad se resuelve finalmente en una seguidilla incoherente de
voliciones siempre nueva y cambiante.
Fuera de la excitación, también existe por lo general un aumento de la excitabilidad. Tal vez debe ser
considerada como el síntoma esencial. Su excitación aumenta con gran rapidez ante algún estímulo,
cuanto más se los deja hablar y agitarse mayor se vuelve esta necesidad de actividad. No experimenta en
ningún modo el sentimiento de fatiga, ni agotamiento, ni abatimiento. Le basta el impulso más débil para
desplegar generosamente las manifestaciones de su actividad motora.
Logorrea. La logorrea, en general muy marcada, es la manifestación de la imperiosa necesidad de
actividad. La enfermedad facilita el paso de la representación de la palabra a la expresión, con un gran
número de sílabas pronunciadas por minuto. Esto probablemente tiene cierto papel en la formación de la
fuga de ideas. Predominan las asociaciones por consonancia, en las que no existe ya rastro de la relación
interna de las representaciones entre sí, consonancias y rimas, incluso desprovistas de toda clase de
sentido.
28
La incoherencia no se genera por la riqueza de una mente llena de ideas, sino por la ausencia de
representaciones directoras que guíen al pensamiento. Los discursos de los enfermos sufren la influencia
de impresiones exteriores; atrapan palabras oídas, las asocian a la impresión que se produce, hacen de esto
el punto de partida de una fuga de ideas que continúa luego por sí sola.
La escritura de los enfermos suele ser al comienzo perfectamente correcta y normal, pero, como
consecuencia de su excitabilidad, se vuelve poco a poco más grande, más pretenciosa e irregular.
Inhibición de la voluntad. En los estados de depresión, la inhibición de la voluntad reemplaza la
necesidad de actividad. Desencadenar el acto se hace más difícil, a veces imposible. Es su grado más bajo,
este trastorno se traduce por la imposibilidad de tomar una decisión. Los impulsos que surgen en la mente
no son lo suficientemente fuertes para vencer las inhibiciones que se oponen al acto. El enfermo no puede
concretar nada.
Los movimientos más simples, si exigen un impulso voluntario, son más lentos y se cumplen sin fuerza.
Manos y pies ya no obedecen. Su actitud física es blanda, cansina, sus movimientos lentos y dificultosos,
su expresión fija e inmóvil. En las formas estuporosas, toda exteriorización de la voluntad puede estar
suprimida, al punto de que el enfermo debe permanecer acostado y apenas puede abrir los ojos.
El enfermo vive de manera lamentable la inhibición de la voluntad. En muchos casos aparece el
sentimiento de insuficiencia, de incapacidad. La creciente dificultad para desencadenar la voluntad lleva
naturalmente a una reducción de la actividad más o menos considerable. Toda actividad espontánea
desaparece rápidamente. El enfermo abandona todas sus ocupaciones, deja de frecuentar amigos, tiene la
necesidad permanente de descansar.
El lenguaje, que traduce los sentimientos internos, se ve afectado fuertemente por la inhibición, incluso la
mímica y los movimientos pierden su vivacidad. Los enfermos hablan en voz baja, lentamente, vacilando
de manera monótona, susurrando, guardan silencio.
Exaltación ansiosa. La excitación ansiosa reemplaza a veces la inhibición de la voluntad. Los enfermos
presentan una agitación más o menos viva, no pueden permanecer tranquilos, se esconden, tratan de
escapar. Con frecuencia se ve una repetición uniforme y rítmica de algunos movimientos. Se trataría de
una combinación de depresión con excitación sintomática de la manía.
29
Paranoia Esquizofrenia Locura maníaco-depresiva
Kraepelin Es el desarrollo lento e insidioso, Demencia precoz. Son cuatro estados que
progresivo, de un sistema Síndrome basal caracterizado pueden tener transiciones
delirante, permanente e por el doblegamiento entre sí: locura periódica,
inconmovible que se desarrolla afectivo, la indiferencia, la locura circular, manía simple
con una total conservación de apatía, la ausencia de y melancolía. Imposible, en
las facultades mentales y del iniciativa voluntaria, la teoría y en la práctica,
orden de los pensamientos. desorganización del separar - dado que siempre
El sistema delirante implica que pensamiento y de la hay transiciones.
el delirio tiene una estructura y psicomotricidad, y por otra Los accesos de locura
coherencia interna que parte de síntomas accesorios maníaco-depresiva nunca
mantiene las formas lógicas. Su variados. Lo esencial de la llevan a un debilitamiento
característica es que es afección: trastornos de la intelectual profundo.
inquebrantable. Va tejiendo el afectividad (doblegamiento Evoluciona en accesos, que
delirio con interpretaciones afectivo) y trastornos de la a menudo presentan entre sí
patológicas de hechos reales voluntad (abulia, falta total una oposición completa. Así,
(más común que ilusiones de voluntad, negativismo, distinguimos primero
sensoriales, que hay). Hay s etc.) estados maníacos, cuyos
ilusiones de la memoria. El curso del pensamiento signos esenciales son: fuga
El centro del delirio es el termina siempre, más o menos de ideas, humor alegre,
paranoico. rápidamente, por estar necesidad imperiosa de
La voluntad y la emotividad no alterado. Se instala cierta actividad; y estados
están trastornadas. incoherencia, la atención se melancólicos o depresivos,
embota. Las ideas delirantes, caracterizados por la tristeza,
- Variedad: el delirio de durables o transitorias, se la angustia y por la
querulancia. Convicción de un desarrollan con extrema dificultad de pensar y de
perjuicio real, desarrollo de frecuencia, teñidas de actuar. Son estas dos formas
todo el sistema delirante a partir incoherencia, aspecto clínicas opuestas las que
de un punto único que quijotesco y lejos de dieron nombre a la
permanece siempre en primer permanecer inquebrantables, enfermedad.
plano. Sobreestimación de sí. se modifican muy
Incapacidad de comprender la rápidamente.
verdadera justicia. La Total indiferencia a los
inteligencia está intacta a lo largo hechos exteriores: una de las
de toda la evolución y el orden características principales de
del pensamiento está conservado. esta enfermedad.
Se descubre siempre una
completa coherencia de los
contenidos del delirio.
Bleuler - Esquizofrenia. -
Clérambault escribe “Las Desdoblamiento más o
psicosis pasionales”. Lo que menos nítido de las
caracteriza a la psicosis pasional funciones psíquicas. Si la
es el núcleo ideo-afectivo enfermedad es pronunciada, la
(inicial, constituido por una personalidad pierde su unidad.
30
emoción vehemente destinada a Su o curso es a veces crónico
perpetuarse). Es el mecanismo y otras veces marcado por
efectivo de la psicosis pasional ataques intermitentes, que
que genera la pasión, y esto lo puede detenerse o retroceder
diferencia del delirio de en cualquier etapa, pero que
interpretación. El elemento no permite una completa
afectivo está constituido por una restitución de la integridad
emoción vehemente, profunda, inicial.
destinada a perpetuarse sin cesar Síntomas fundamentales:
y que acapara todas las fuerzas consisten en trastornos de la
del espíritu desde el primer día. asociación y de la
Tiene desde el inicio de su afectividad, la predilección
delirio una meta precisa; su por la fantasía en oposición
delirio pone en juego, de entrada, a la realidad, y la inclinación
su voluntad – a diferencia del a divorciarse de la realidad
delirante interpretativo, que vive (autismo). Además, podemos
en un estado de expectación, el añadir la ausencia de síntomas
delirante pasional vive en un que juegan un papel grande en
estado de esfuerzo. otras afecciones, tales como
trastornos primarios de la
percepción, memoria,
orientación etc.
31
caracterizada por un predominio
exclusivo de una idea fija, que
se impone al espíritu de forma
obsesiva, orientando solo la
actividad mórbida del sujeto en
sentido patológico y exaltandolo
en la medida de los obstáculos
encontrados. Se nos presenta
como un obsesivo y un
maníaco. Hay en él una
combinación íntima de los dos
estados, que conducen más a un
delirio de los actos que a un
delirio de las ideas. Sus
tendencias interpretativas y su
paralógica están menos marcadas
que en los interpretadores. La
psicosis aparece de forma
inmediata. Su comienzo es
súbito. Evoluciona por crisis
sucesivas.
Hay dos signos constantes en
todos: la idea prevalente y la
exaltación intelectual/maníaca.
32
II. Nociones introductorias psicoanalíticas:
1. La teoría freudiana del narcisismo.
Fases del autoerotismo y del narcisismo. Caracterización y oposición
de ambas fases. Del autoerotismo al narcisismo: la constitución del
yo por el “nuevo acto psíquico”. La síntesis de las pulsiones
parciales. El yo, el cuerpo y la realidad.
2. Lacan, el estadio del espejo.
Constitución de la imagen corporal: la identificación imaginaria con
el semejante. Articulación de lo simbólico y lo imaginario en el
estadio del espejo. El soporte simbólico de la identificación
imaginaria. El yo ideal y el ideal del yo. La constitución de la masa
y la del yo.
3. Los tres registros lacanianos.
Relaciones entre los tres registros en la diacronía de la enseñanza
de Lacan. Prevalencia de lo simbólico en el primer Lacan,
homogeneidad de los registros en el último Lacan.
Insistencia de lo simbólico, resistencia de lo imaginario: el esquema
L. Significante y significado. Lo real y la realidad. Lo real como
causa. Tyché y automaton.
4. Los objetos a y los dos efectos del lenguaje.
Fragmentación y unificación. Diferencia entre la identificación
primaria y la que constituye al yo. Viviente - sujeto - cuerpo.
Versiones del objeto a. La castración: separación del goce y el
cuerpo. El lenguaje y los goces.
5. La metáfora paterna.
Antecedentes freudianos: el Edipo y el mito de la horda primitiva.
Los tres tiempos del Edipo. El nombre del padre como carretera
principal y como polarizador de las significaciones. Fórmula de la
metáfora paterna. Sustitución del significante del deseo de la madre
por el significante del nombre del padre. La significación fálica.
Freud, S., “Introducción del narcisismo”. En Obras Completas, op. cit., Cap. 1.
Freud piensa en este texto en el narcisismo como algo estructural. No sería una perversión, sino el
complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de autoconservación, la que se le atribuye a
todo ser vivo.
Indica que un motivo para considerar la imagen de un narcisismo primaria normal surge desde la
esquizofrenia. Los enfermos parafrénicos muestran dos rasgos fundamentales de carácter: el delirio de
grandeza y el extrañamiento de su interés respecto del mundo exterior. También el histérico y el neurótico
obsesivo han resignado el vínculo con la realidad, pero el análisis muestra que en modo alguno han
cancelado el vínculo erótico con personas y cosas; aún lo conservan en la fantasía. Han sustituido los
objetos reales por objetos imaginarios de su recuerdo, o los han mezclado con estos. Otro caso es el de los
parafrénicos, que parecen haber retraído realmente su libido de las personas y cosas del mundo exterior,
pero sin sustituirlas por otras en su fantasía. ¿Cuál es el destino de la libido sustraída de los objetos del
mundo exterior en la esquizofrenia? Fue conducida al yo, y así surge una conducta que podemos llamar
como “narcisismo”. Se trata de la vuelta a un estado previo, como un narcisismo secundario. Podemos
33
ubicar entonces un narcisismo primario del lado del autoerotismo, y el narcisismo secundario como el
narcisismo propiamente dicho, patológico.
Es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo una unidad
comparable al yo. El yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien, las pulsiones autoeróticas son iniciales,
primordiales, por tanto algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el
narcisismo se constituya. Se necesita de una nueva acción psíquica.
Freud, S., “Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides)
descripto autobiográficamente” (Caso Schreber).
El individuo en desarrollo, sintetiza en una unidad sus pulsiones sexuales de actividad autoerótica. Para
ganar un objeto de amor, se toma primero a sí mismo, a su cuerpo propio, antes de pasar de este a la
elección de objeto en una persona ajena. Una fase así media entre el autoerotismo y la elección de objeto
en un caso normal. En este sí-mismo tomado como objeto de amor puede ser que los genitales sean ya lo
principal. La continuación de ese camino lleva a elegir un objeto con genitales parecidos; por tanto, lleva
a la heterosexualidad a través de la elección homosexual de objeto. Respecto de quienes luego serán
homosexuales manifiestos, suponemos que nunca se han librado de la exigencia de unos genitales iguales
a los suyos en el objeto.
Tras alcanzar la elección de objeto heterosexual, las aspiraciones homosexuales no son canceladas ni
puestas en suspenso, sino meramente esforzadas a apartarse de la meta sexual y conducidas a nuevas
aplicaciones. Se conjugan entonces con sectores de las pulsiones yoicas para constituir con ellas, como
componentes apuntalados, las pulsiones sociales, y gestan así la contribución del erotismo a la amistad, la
camaradería, el sentido comunitario y el amor universal por la humanidad.
Narcisismo: se constituye un objeto como objeto único, el propio cuerpo. Las pulsiones se unifican en un
objeto único. Es la libido la que las unifica. El cuerpo propio se vuelve un objeto libidinal. No nacemos
con un cuerpo.
Schejtman, F., “Una introducción a los tres registros”. En Psicopatología: ética y clínica. De la
psiquiatría al psicoanálisis.
Texto para presentar la tríada lacaniana de lo simbólico, lo imaginario y lo real. El famoso trío puede
considerarse un trípode, ya que sostiene la enseñanza de Lacan desde su inicio mismo. Lacan no retorna a
Freud desarmado, lo hace con sus tres: simbólico, imaginario y real.
Si Lacan ha vuelto necesario un retorno a Freud, es porque él supone entre sus contemporáneos una suerte
de “ida de Freud”. El retorno a Freud impulsado desde los ‘50 es propuesto en el seno mismo de la
desviación que se produce a partir de lo que se llama el posfreudismo (o, considerado por Lacan, el
prefreudismo, una suerte de retroceso respecto de la vía abierta por Freud). Lacan es incluso más crítico y
habla de “degradación”. El retorno a Freud lacaniano es, entonces, una corrección de este estrechamiento,
de esta degradación, una rectificación del modo en que se leía a Freud. E
El retorno a Freud es el intento de recuperar un abordaje racional de la experiencia analítica. Lacan se
inscribe así en el debate, llamado de las luces, que comporta irremediablemente un retorno a la
racionalidad y una oposición a cualquier perspectiva oscurantista en el abordaje de la experiencia
analítica. El psicoanalista es conminado a dar razón de su práctica. El retorno a Freud es entonces,
también, un retorno a la racionalidad.
34
No debe entenderse este retorno como una simple reiteración del texto de Freud. Lacan se encarga no sólo
de extender el desarrollo de Freud en una línea que se esboza ya en los límites del texto freudiano, sino
que establece su lógica, cuando no de hacer pasar la letra misma de Freud por un aparato lógico de su
propia autoría (los tres registros). El abordaje de algunos conceptos freudianos se esclarece, se ordena
lógicamente, a partir de su captura por la trilogía lacaniana. El abordaje se plantea no sólo como un más
allá de Freud, sino como una posición que no excluye la crítica de los desarrollos freudianos. El retorno a
Freud es uno que continúa pero, al mismo tiempo, marca una suerte de discontinuidad con Freud.
De la prevalencia de lo simbólico a la equivalencia de los tres registros.
Cada uno de los registros, así como las relaciones entre ellos, sufren notables modificaciones en el
decurso de los veinte años de enseñanza de Lacan. Existe en la enseñanza de Lacan de los años ‘50 una
evidente supremacía o prevalencia de lo simbólico respecto de lo imaginario y lo real; si algo destaca de
la crítica de Lacan al posfreudismo es, seguramente, el olvido del registro de lo simbólico como eje
crucial de la experiencia analítica y de la lectura de Freud. Dado que los posfreudianos, según Lacan,
prevalecían lo imaginario, Lacan decía que perdieron el hilo del descubrimiento fundamental de Freud al
internarse y perderse en el frondoso bosque de lo imaginario. Olvidaron lo simbólico como eje.
Lacan concibe la experiencia clínica como dentro de lo simbólico: formaciones del inconsciente como de
la palabra.
El Lacan de los años ‘50 no se cansa de aconsejarle volver a aquellos que denomina los tres textos
mayores de Freud (“La interpretación de los sueños”, “Psicopatología de la vida cotidiana” y “El chiste y
su relación con el inconsciente”), para hacer notar que las formaciones del inconsciente son hechos del
lenguaje y solo se resuelven por su relación con el registro de lo simbólico. Así, Lacan postula que “el
inconsciente está estructurado como un lenguaje” (+ abajo).
Un inconsciente que se halla ligado más al significante (es decir, a lo simbólico) que al significado (esto
es, a lo imaginario).
Frente a esta supremacía de lo simbólico de los años ‘50, veinte años después, en “RSI”, m´sa bien se
termina suponiendo a los tres registros como homogéneos, ninguno debe considerarse ni como previo ni
prevaleciendo sobre los otros dos. En la cadena borromea, los eslabones están engarzados de una manera
tal que si se suelta alguno de ellos, se sueltan los otros. Ninguno de los redondeles penetra a otro y, sin
embargo, se mantienen encadenados, es decir, no puede irse cada uno por su lado. Si se corta uno,
cualquiera de ellos, la cadena se desamarra.
Los tres círculos son intercambiables, homogéneos e indistinguibles unos de otros. Únicamente al ponerle
letras los anillos pueden diferenciarse. Así, el último Lacan supone no sólo que sus tres registros se hallan
anudados, sino que lo están de modo borromeo. No hay prevalencia, supremacía o prioridad de alguno
sobre los demás.
35
Resumimos entonces: en el comienzo de la enseñanza de Lacan, supremacía o prevalencia de lo
simbólico; al final, homogeneidad entre los tres, ningún registro prevalece por sobre los otros.
(A partir de acá: resumen combinado del libro de Schejtman, seminarios de Lacan y notas en clase).
Vale pensar a lo simbólico desde el registro de la palabra y del lenguaje. Hallamos aquí una dimensión de
la alteridad desde la palabra y el lenguaje. Esto viene de la idea de que la unidad del cuerpo viene del otro
(estadio del espejo). “El yo es otro”: forma de señalar que nuestra unidad corporal nace en la
identificación con otro, la unidad viene del otro.
El esquema L.
Lo simbólico se asocia a la insistencia propia de la memoria significante que es el inconsciente.
Es necesario destacar que no hay insistencia más que sobre el fondo de algo que resiste. Y se puede
señalar que esa resistencia es conceptualizada por Lacan como imaginaria. Lo imaginario se sitúa en el
lugar de aquello que resiste: el yo.
En el esquema L se distinguen y oponen lo simbólico y lo imaginario. No hay en este esquema lugar para
lo real. Distinguimos dos ejes:
1. “a – a’”: el eje imaginario. En él se condensan todas las relaciones del yo con el semejante, del yo con
el otro en minúscula (autre), del yo con su imagen especular, a partir de la que se constituye como tal y
por lo que es designado con la misma letra: a minúscula. Este eje a – a’ es el lugar de la resistencia en
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tanto imaginaria. El eje en el cual cada quien supone que lo que dice es producto de lo que quiere decir.
Es el discurso del yo; pero no es más que palabra vacía.
2. “A – S”: el eje simbólico, donde puede ubicarse la insistencia “palabrera” del inconsciente. Esa misma
palabra que desde el Otro con mayúscula (el inconsciente, afirma Lacan, es el discurso del Otro) se dirige
al sujeto S, convocándolo desde el lapsus, el sueño, el síntoma. Retorno de lo reprimido, palabra plena
que se hace oír, proveniente del Otro, quebrando la cháchara de la palabra vacía del eje imaginario, con la
irrupción de alguna formación del inconsciente.
El sujeto sólo recibe el mensaje que le viene del Otro en el instante en que ese eje imaginario a – a’
trastabilla y se le revela que, además de hablar, él es hablado. Se hace lugar a esa palabra plena que
comporta cualquiera de las formaciones del inconsciente.
El otro anticipa la unidad que el organismo no posee (“el yo es otro”/”la unidad del cuerpo viene del
otro”/estadio del espejo) y somos determinados por el Otro de la palabra, somos hablados por el Otro
(plano simbólico).
La relación entre lo simbólico y lo imaginario tiene entonces dos vertientes: 1) Somos hablados por el
otro, ese otro nos ha hablado y determinado, ese otro está en nosotros y nos determina. El discurso del
inconsciente está marcado por todos esos significantes recibidos, concebimos al inconsciente como
alteridad, que está en mí, la palabra plena. Mientras lo imaginario resiste, lo simbólico va a insistir. Y 2)
La segunda relación es de lo simbólico a lo imaginario. Hallamos ideales, el Ideal del yo, que es
simbólico. No solo importa la imagen que se sino desde dónde se ve, según este ideal se verá en esa
completud narcisista o no, según el ideal del yo es donde nos ubicamos frente a ese espejo (remitirse al
estadio del espejo). Hallamos entonces dos relaciones: lo imaginario como resistencia/lo simbólico como
insistencia, y por otro lado lo simbólico como determinante de lo imaginario. Hay entonces una relación
de obstáculo (el eje A/S) y una relación de determinación (el eje A/a’).
Insistencia de lo simbólico: remitirse a LO REAL.
El analista va a intervenir particularmente en el plano simbólico, en el de la palabra.
Importante diferenciar Sujeto (S) del yo (s). Sujeto: variable determinada por la palabra, como un vacío
que es determinado simbólicamente. La vida humana siempre tiene algo de inconcluso, nos determina
como sujetos lo que nos fala, no la plenitud. El querer ser, el deseo, estamos en realización; lo que nos
falta y lo que nos mueve. Yo (s): Aquellas imágenes con las que nos identificamos, superpuestas e incluso
contradictorias. Imagen bastante engañosa.
¿Ideal del Yo/Yo ideal? Lacan diferencia del Ideal del Yo como simbólico y el Yo ideal como imaginario
de forma decisiva. (+ abajo, estadio del espejo).
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se produce sino por la mediación de un “nuevo acto psíquico”, del cual Freud no termina de revelar su
naturaleza.
Es Lacan quien sitúa con precisión en qué consiste tal nuevo acto psíquico que da por resultado la
constitución del yo. El montaje del estadio del espejo es lo que le ha permitido forjar una respuesta: una
identificación debe producirse para que el yo se constituya como tal.
¿En qué consiste esa identificación del estadio del espejo? Lacan indica que se trata de una identificación
primaria. Precisamente, que el yo se constituye sobre la base de una identificación con la imagen del
semejante. El yo es, desde el comienzo, otro. El júbilo que despierta esa captura narcisista por la imagen
especular es, en efecto, el resultado directo de la ilusión de unidad con la que asoma esa instancia recién
constituida: el yo. Esa imagen especular anticipa la unidad. Esta imagen especular es funcionalmente
esencial en el hombre, en tanto le brinda el complemento ortopédico de la insuficiencia nativa, del
desconcierto, vinculados a la prematuración del nacimiento. Su unificación nunca estará completa porque
se hace precisamente por una vía alienante, bajo la forma de una imagen ajena, que constituye una
función psíquica original. La tensión agresiva de ese yo o el otro está integrada absolutamente a todo tipo
de funcionamiento imaginario en el hombre.
En un principio Lacan toma el concepto de “fetalización” que implica que el ser humano nace en un
estado prematuro, específicamente en el aspecto de coordinación del cuerpo. No tiene al nacer una unidad
propioceptiva del cuerpo. La noción objetiva del inacabamiento biológico ubica una prematuración. Toma
la idea de que no nacemos con un cuerpo, sino que el cuerpo es una constitución. El cuerpo no es
organismo. El cuerpo se construye.
A la prevalencia del registro imaginario en la identificación constitutiva del yo, registrada en la primera
versión del estadio del espejo, tras la elaboración de los tres registros Lacan agrega la necesidad de
subrayar su sostén simbólico. Le es preciso desarrollar de qué modo las relaciones del yo con su imagen
descansan, se soportan y hasta son reguladas por lo simbólico.
En el Seminario 1, “La tópica de lo imaginario”, puede seguirse bien la construcción lacaniana de los
esquemas ópticos, de los que se servirá, entre otras cosas, para elaborar el modo en que lo simbólico
sostiene y regula las relaciones imaginarias en la construcción de la realidad: ¿cuál es mi posición en la
estructuración imaginaria? Esa posición sólo puede concebirse en la medida en que haya un guía que esté
más allá de lo imaginario, al nivel del plano simbólico, del intercambio legal, que sólo puede encarnarse a
través del intercambio verbal entre los seres humanos. Ese guía que dirige al sujeto es el ideal del yo. En
efecto, nos interesa la función del ideal del yo que, como instancia simbólica, es la reguladora de las
relaciones del yo con sus objetos. Si Lacan reafirma la tesis del estadio del espejo en la que se sostiene
que el yo se constituye a partir de la imagen especular del semejante, subraya que tal identificación no
sería posible sin este soporte simbólico del ideal del yo.
La relación simbólica define la posición del sujeto como vidente (¡esquemas ópticos!). La palabra, la
función simbólica, define el mayor o menor grado de perfección, de plenitud, de aproximación de lo
imaginario. El ideal del yo dirige el juego de relaciones de las que depende toda relación con el otro. Y de
esta relación con el otro depende el carácter más o menos satisfactorio de la estructuración imaginaria.
Distinguimos entonces tres términos:
1) El ideal del yo, que se anota “I (A)”, instancia simbólica que regula y sostiene la identificación
imaginaria.
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2) El yo ideal, “i (a)”, que se trata de la imagen amable (es decir, pasible de ser amada) que, aunque
imaginaria, se le ofrece al yo desde el lugar simbólico del ideal del yo para que con ella se
identifique.
3) El yo, que podemos escribir “i (a)’”, ya que se constituye a partir de la imagen pregnante del
semejante, del otro, del yo ideal “i (a)”.
De este modo queda claro que la identificación imaginaria, especular, del eje i (a) – i (a)’ se soporta de la
instancia simbólica I (A). Se destaca que el niño frente al espejo no duda un instante en voltear la cabeza
para hacerse garantizar el reconocimiento de su imagen por quien lo sostiene en brazos.
Se subraya entonces que es preciso que desde un lugar tercero, simbólico, se le ratifique al niño que esa
imagen del espejo le corresponde, que se le garantice que ese del espejo es él. No hay identificación
imaginaria sin esta garantía que lo simbólico del lugar del Ideal del yo provee. Quedan distinguidos,
limpiamente, de este modo, el otro imaginario (donde posicionamos al yo ideal, la imagen del semejante a
partir del cual el yo cobra consistencia), del lugar del Otro con mayúscula (en el que leemos ahora esta
instancia simbólica del Ideal del yo, que avala la identificación del yo con aquella imagen amable).
El hecho de que el yo se constituya en la imagen del otro produce cierta alienación hacia el otro, una
tensión agresiva, constituyente. “Su unificación nunca será completa, porque se hace precisamente por
una vía alienante, bajo la forma de una imagen ajena”. Hay una relación agresiva que interviene en la
constitución del yo (Seminario 3). En el estadio del espejo vemos el júbilo y, al mismo tiempo, la reacción
agresiva. El registro imaginario ubica cierta agresividad hacia el otro (a’). Otro de los puntos ubicados en
lo imaginario es la transitividad: aparecen el otro y el yo como fundidos.
Consideramos la relación del narcisismo como la relación imaginaria central para la relación interhumana.
Es una relación erótica (toda identificación erótica se hace a través de la relación narcisista) y también es
la base de la tensión agresiva. El estadio del espejo evidencia la naturaleza de esta tensión agresiva y
lo que significa. Si la relación agresiva interviene en esa formación que se llama el yo, es porque le es
constituyente, porque el yo es desde el inicio por sí mismo otro, porque se instaura en una dualidad
interna al sujeto. En toda relación con el otro hay un eco de esa relación de exclusión, él o yo, porque en
el plano imaginario el sujeto está constituido de modo tal que el otro está siempre a punto de retomar su
lugar de dominio en relación a él, que en él hay un yo que siempre en parte le es ajeno. Lacan no hace
más que expresar aquí que hay conflictos entre las pulsiones y el yo, y que es necesario elegir. Adopta
algunas, otras no. Uno está siempre a la vez adentro y afuera, y por esto todo equilibrio puramente
imaginario con el otro siempre está marcado por una inestabilidad fundamental.
(Repetido de arriba) ,La imagen especular es funcionalmente esencial en el hombre, en tanto le brinda el
complemento ortopédico de la insuficiencia nativa, del desconcierto, vinculados a la prematuración del
nacimiento. Su unificación nunca estará completa porque se hace precisamente por una vía alienante, bajo
la forma de una imagen ajena, que constituye una función psíquica original. La tensión agresiva de ese
yo o el otro está integrada absolutamente a todo tipo de funcionamiento imaginario en el hombre.
FRASES IMPORTANTES DEL SEMINARIO 1 DE LACAN (Ideal del Yo, Yo Ideal, estadio del
espejo, relación imaginaria/simbólica).
— “El otro tiene para el hombre un valor cautivador, dada la anticipación que representa la imagen
unitaria tal como ella es percibida en el espejo, o bien en la realidad toda del semejante. El otro, el alter
ego, se confunde en mayor o menor grado, según las etapas de la vida, con ese ideal del yo
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constantemente invocado en el artículo de Freud. La identificación narcisista, la del segundo narcisismo,
es la identificación al otro que, en el caso normal, permite al hombre situar con precisión su relación
imaginar y libidinal con el mundo en general. Esto es lo que le permite ver en su lugar, y estructurar su
ser en función de ese lugar y de su mundo. El sujeto ve su ser en una reflexión en relación al otro, es
.
decir en relación al Ich-Ideal (ideal del yo)”
— “Partamos del animal, un animal también ideal, es decir, logrado. Ese animal ideal nos ofrece una
visión de completitud. El sujeto animal, macho o hembra, está como captado por una Gestalt. El sujeto se
identifica literalmente al estímulo desencadenante. En el orden de los seres vivos, solo el compañero de
la misma especie puede desencadenar esa forma especial llamada comportamiento sexual. E n el mundo
animal, todo ciclo del comportamiento sexual está dominado por lo imaginario. El animal hace
coincidir un objeto real con la imagen que está en él.
¿Se produce esto en el hombre? Los manifestaciones de la función sexual en el hombre se caracterizan
por un desorden eminente. Nada se adapta. Esa imagen presenta, ya sea en la neurosis o en la
perversión, una especie de fragmentación, de estallido, de despedazamiento, de inadaptación, de
inadecuación”.
— “La inclinación del espejo plano depende pues que veamos, más o menos perfectamente, la imagen.
Esto representa la difícil acomodación de lo imaginario en el hombre. La inclinación del espejo plano
está dirigida por la voz del otro. Puede comprender entonces que la regulación de lo imaginario
depende de algo que está situado de modo trascendente, siendo lo trascendente en esta ocasión ni más
ni menos que el vínculo simbólico entre los seres humanos. ¿Qué es el vínculo simbólico? Situamos a
través del intercambio de símbolos, nuestros diferentes yos los unos respecto a los otros. Estamos en
determinada relación simbólica que es compleja, según los diferentes planos en los que nos coloquemos.
La relación simbólica define la posición del sujeto como vidente. La palabra, la función simbólica,
define el mayor o menor grado de perfección, de completud, de aproximación a lo imaginario. La
distinción se efectúa en esta representación entre el Ideal-Ich y el Ich-Ideal, entre yo ideal e ideal del yo.
El ideal del yo dirige el juego de relaciones de las que depende toda relación con el otro. Y de esta
relación con el otro depende el carácter más o menos satisfactorio de la estructuración imaginaria” .
— “En el hombre no puede establecerse ninguna relación imaginaria, verdaderamente eficaz y completa,
si no es mediante la intervención de otra dimensión. Esto es lo que busca, al menos míticamente, el
análisis. La posición en la estructuración imaginaria sólo puede concebirse en la medida en que haya
un guía que esté más allá de lo imaginario, a nivel del plano simbólico, del intercambio legal, que sólo
puede encarnarse a través del intercambio verbal entre los seres humanos. Ese guía que dirige al
.
sujeto es el ideal del yo”
Lacan se basa en los esquemas ópticos, específicamente en la experiencia del ramillete invertido, para
teorizar el estadio del espejo. Para explicar el estadio del espejo se va a remitir a los esquemas de la
óptica.
40
virtuales de esos objetos que son las imágenes reales. En este caso, el objeto que es la imagen real
recibe, con justa razón, el nombre de objeto virtual.
Se dedica entonces a detallar la experiencia del ramillete invertido. Un espejo esférico produce una
imagen real, dado el hecho de que a cada punto de un rayo luminoso proveniente de un punto cualquiera
de un objeto situado a cierta distancia le corresponde, en el mismo plano, por convergencia de los rayos
reflejados sobre la superficie de la esfera, otro punto luminoso. Se produce entonces una imagen real del
objeto.
Da el ejemplo de una caja, hueca por un lado, colocada sobre una base en el centro de la semiesfera.
Sobre la caja, un florero, real, y debajo un ramillete de flores. El ramillete se refleja en la superficie
esférica. Se forma así una imagen real. Mientras que no se ve el ramillete real, que está oculto, se ve
aparecer, si se está en el campo adecuado, un ramillete imaginario, que se forma precisamente en el cuello
del florero, y que produce una sensación de realidad, sintiendo al mismo tiempo que hay algo extraño,
confuso. Esa experiencia es la del ramillete invertido.
La relación entre el florero y las flores que contiene puede servir como metáfora.
Se sabe que el proceso de maduración fisiológica del humano permite al sujeto, en un momento
determinado de su historia, integrar efectivamente sus funciones motoras y acceder a un dominio real de
su cuerpo. Pero antes de ese momento, el sujeto toma conciencia de su cuerpo como totalidad: la sola
visión de la forma total del cuerpo humano brinda al sujeto un dominio imaginario de su cuerpo,
prematuro respecto al dominio real. Es ésta la aventura imaginaria por la cual el hombre, por primera
vez, experimenta que él se ve, se refleja y se concibe como distinto, otro de lo que él es: dimensión
esencial de lo humano, que estructura el conjunto de su vida fantasmática.
La imagen del cuerpo ofrece al sujeto la primera forma que le permite ubicar lo que es y lo que no es del
yo. La imagen del cuerpo es como el florero imaginario que contiene el ramillete de flores real. Así
es como podemos representarnos, antes del nacimiento del yo, al sujeto.
Para que la ilusión se produzca, para que se constituya, es preciso cumplir con una condición: el ojo debe
ocupar cierta posición, debe estar en el interior del cono. Si está fuera de este cono, no verá ya lo que es
imaginario. Verá las cosas tal como son, un pobre florero vacío o bien unas desoladas flores. La situación
del sujeto está caracterizada esencialmente por su lugar en el mundo simbólico; en el mundo del a
palabra. Según el caso, estará o no, en el campo del cono.
Lacan transforma la experiencia del ramillete invertido en la experiencia del florero invertido. El
florero está en la caja, oculto, y el ramillete encima. El florero será reproducido por el juego de reflexión
de los rayos por una imagen real, no virtual, que el ojo puede enfocar. Si el ojo se acomoda
correctamente, verá la imagen real del florero rodeando el ramillete, confiriéndole unidad, reflejo
de la unidad del cuerpo. Es precisa la ubicación en cierto ángulo.
Se introduce aquí la cuestión de dos narcisismos. Si se sitúa al ojo en cualquier lugar entre el espejo
cóncavo y el objeto, solo es necesario, para que este ojo tenga exactamente la ilusión del florero invertido,
una sola cosa: que hubiera, más o menos en la mitad de la sala, un espejo plano. La imagen que se refleja
en el espejo plano sería la imagen virtual de la imagen real. La inclinación de ese espejo plano está
regulada por la voz del otro. Frase de Lacan: “La inclinación del espejo plano depende pues que veamos,
más o menos perfectamente, la imagen. Esto representa la difícil acomodación de lo imaginario en el
41
hombre. La inclinación del espejo plano está dirigida por la voz del otro.” La voz del otro, que se sitúa
al nivel de la palabra, de lo simbólico.
En efecto, existe en primer lugar un narcisismo en relación a la imagen corporal. Este primer
narcisismo se ubica al nivel de la imagen real del esquema, en tanto imagen que permite organizar el
conjunto de la realidad en cierto número de escenarios predeterminados. El narcisismo primario queda
así del lado de los animales, no accedemos a él porque no estamos bien posicionados para ello debido al
desarreglo del lenguaje. El ser humano, por su entrada en el lenguaje, queda posicionado de forma
inadecuada para ver el objeto real - que se soluciona con la introducción del espejo plano. Eso primario
en el ser humano está perdido, y es necesaria una operación para que el Yo se constituya; y no hay
ninguna relación imaginaria en el hombre sin la introducción de lo simbólico.
Y, desde luego, este funcionamiento es completamente diferente en el hombre y en el animal. En el
hombre, por el contrario, la reflexión en el espejo manifiesta una posibilidad noética original, e introduce
un segundo narcisismo. Ubicamos el narcisismo secundario, que se constituye siempre
secundariamente, no está dado desde el inicio.
El yo es la constitución imaginaria, diferente del sujeto, como idea de dominio, de que somos
agentes de lo que decimos, esa idea de unidad imaginaria. Ubicamos la constitución del yo, del cuerpo,
en el segundo efecto del lenguaje. El Yo Ideal es ubicado en el eje imaginario, como aquella imagen
amable ofrecida para que el yo se identifique; imagen amable imaginaria, sostenida desde lo simbólico,
que es el Ideal del Yo. El Yo se constituye entonces sostenido en el otro. El yo es otro (porque se
constituye a partir de la identificación con un otro semejante).
Lo real.
Lo real va a ser la causa de la repetición simbólica. No hay que confundir lo real con la realidad. La
realidad humana está marcada por lo simbólico, por el significado que le damos a las cosas. La realidad es
una construcción (puede destruirse y reconstruirse). Lo real v a a quedar velado por la realidad, solo
irrumpe en ciertos momentos. Lo simbólico y lo imaginario funcionan como pantalla que vela lo real.
Lacan dice que vivimos dormidos en nuestra rutina, en nuestra realidad, y solo en algunos momentos algo
perturba este equilibrio: lo Real. Algo que nos impacta y nos conmueve. Cuando nuestra vida funciona
estamos dormidos.
La angustia es el signo mismo que indica la presencia de lo real. Ese real que se revela en el nivel de
este descubrimiento angustiante es como tal “innombrable”. Es situado no solamente por fuera de lo
imaginario, sino también por fuera de lo simbólico. Podemos establecer una oposición entre la realidad
y lo real, ya que al realidad funciona como una serie de mediaciones imaginarias y simbólicas que no
están ahí más que para vedarnos el acceso a ese real último.
El estadio del espejo da cuenta de ese andamiaje simbólico-imaginario en el que se sostiene no sólo
nuestro yo y nuestro cuerpo, sino también la realidad misma. Ya tales mediaciones son responsables de
que esa realidad, nuestra realidad, sea suficientemente consistente y soportable, es decir, que tengamos
una existencia convenientemente sosegada. Lo real, entonces, no es la realidad sino más bien aquello que
en la realidad queda velado.
Ese real irá tomando forma de objeto, que más tarde en la enseñanza se denominará “objeto a”. Se trata
de un objeto que, presentado, se torna la causa misma de la angustia. Ese real último es un objeto que ya
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no es un objeto sino algo ante lo cual todas las palabras se detienen y todas las categorías fracasan, el
objeto de angustia por excelencia. El objeto que causa la angustia es exactamente aquello que, como
real, debe permanecer oculto, velado, si es que se pretende sostener una realidad más o menos estable o,
como decíamos, una existencia sosegada. Solo podemos continuar adormecidos (que es el estado básico
del ser hablante, la anestesia de lo real) mientras ese real permanezca velado. Y dicho real no se revela
más que en esos instantes de despertar, en esos encuentros en los que la angustia es una señal inequívoca.
La vida es sueño, hasta que el sueño se interrumpe por el encuentro con lo real.
Lo horroroso, lo que provoca horror en un sujeto, aquello a lo que faltan palabras para explicarlo o
definirlo. Algo angustiante, algo innombrable, que no puede ser simbolizado porque no es simbólico ni
imaginario. Eso es la revelación de lo real, sin ninguna mediación posible. Algo ante lo cual todas las
palabras se detienen. Se conmociona la realidad, la vida, fenómenos que problematizan esa realidad
simbólica e imaginaria. Lo Real es aquello innombrable, lo que no puede ser representado, lo que ningún
nombre sitúa.
El yo es equivalente al cuerpo, como unidad, como totalidad, equivalente a la realidad. Los tres son
construcciones: el yo, el cuerpo y la realidad.
Ubicamos lo simbólico del lado de la palabra plena, en el nivel de la insistencia del significante en las
formaciones del inconsciente, lo imaginario en relación con una primera versión de la resistencia, pero
también del lado del significado y de la relación especular por la que el yo se constituye (sin dejar de
señalar su soporte simbólico) y finalmente lo real.
Lo real provoca otra resistencia, aquella de lo que resiste ser simbolizado, y actúa como motor del
inconsciente. En tanto resiste a lo simbólico, lo real hace que lo simbólico trabaje. Lo real como causa de
repetición de lo simbólico. Lacan llama a la resistencia de lo simbólico “automaton” . Este mismo real
que resiste a la simbolización es aquello que, como causa, provocará el insistente trabajo del inconsciente
por simbolizarlo.
La causa de esa automaticidad, la causa de la insistencia palabrera del inconsciente, de ese automaton (en
relación con el retorno de lo reprimido, las formaciones del inconsciente) no es ni imaginaria ni
simbólica, sino real. Un real que está más allá de ese retorno, aquello que “yace tras el automaton”.
La realidad en la que vivimos adormecidos es un sistema fallado, y la falla del sistema de la realidad
supone ese real que, sin embargo, debe permanecer velado. Y lo hace, es decir, permanece encubierto
hasta que se produce el encuentro. La realidad aguanta, soporta, sufre, e inesperadamente puede acontecer
el encuentro con lo real, que es traumático. Allí es donde la realidad desfallece. El trauma, el accidente,
supone en la contingencia un desgarro de la realidad. Incluso, a veces, la pérdida de la realidad.
Dos formas de la repetición:
1) La insistencia del significante en el retorno de lo reprimido, tratándose de la relación simbólica,
de la automaticidad del inconsciente, “automaton” que se hace oír en cada una de las formaciones
del inconsciente.
2) La compulsión de repetición, cara real de la repetición. Una repetición que no tiene otro
fundamento más que el encuentro contingente, el encuentro azaroso, traumático, con lo real. A
esta repetición se la llama “tyché”.
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El significante y el significado.
La oposición y articulación entre simbólico e imaginario es engrosada y redoblada por aquella que Lacan
retoma de la lingüística moderna, la que diferencia el significante del significado. Lacan retoma a
Saussure, quien teoriza que el signo lingüístico está compuesto por la unión de una imagen acústica y un
concepto. El concepto es el significado y la imagen acústica es el significante. El lenguaje estaría
compuesto así por signos lingüísticos.
Lacan realizará modificaciones: e l significante va a tener primacía sobre el significado. Divorcia el
“matrimonio” entre significante y significado, ya no es evidente que a un significante le corresponde
inequívocamente un significado. El símbolo será: . Dirá que el significado depende del contexto. El
significante no implica nada en sí mismo si no es en relación con un otro.
En el algoritmo hay diferencias, variaciones, respecto del signo linguístico que proponía Saussure,
principalmente aquella de la primacía del significante (S) respecto del significado (s) y la caída de la
relación biunívoca que todavía unía a ambos, el significante y el significado, en el signo lingüístico de
Saussure.
A partir de este algoritmo Lacan formaliza la separación tajante (lo que escribe la barra) entre dos
órdenes, el del significante y del significado. Queda declarada entonces la independencia y prevalencia
del primero respecto del segundo: la supremacía de lo simbólico del significante respecto de lo imaginario
del significado. Puesto que el significante, la imagen acústica del signo linguístico, su carácter puramente
fónico, pertenece al orden simbólico, mientras que el significado es un efecto que se localiza en lo
imaginario.
El significante se presenta como una incógnita, la significación se determinará en la conexión del
significante con otros significantes. Se producirá entonces una significación retroactiva, por la conexión
con otros significantes. La significación precipita retroactivamente.
Un significante solo no significa nada si no es en conexión con otro. El significado es producido en la
conexión entre significantes. La significación es entonces un producto, por lo cual se sitúa una primacía
del significante.
Brinda el ejemplo de las contraseñas, que son elegidas de forma completamente independiente de su
significación. Si algo podemos decir de la contraseña es que no importa en nada su significación o
significado, puesto que lo único que tiene importancia es que, por medio de ella, uno pueda hacerse
reconocer por el otro. Un significante, señala Lacan, es lo que representa a un sujeto para otro
significante.
El significante, en cuanto tal, no significada nada hasta que se articula con otro. En efecto, para que
surja el significado es necesario que un significante se asocie con otro, en la cadena S1-S2. La cadena
mínima constituida por el par significante. El significado depende así de la articulación mínima de dos
significantes, y el significado es un efecto en lo imaginario de la articulación significante, simbólica. De
este modo, el destino más común de los significantes es la copulación; los significantes copulan en el
inconsciente, engendrando efectos de significación. Júntese dos significantes cualquiera, se produce
significación.
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Otro ejemplo sería el lenguaje estúpido del amor, que consiste en calificar súbitamente a la pareja sexual
con el nombre de una legumbre vulgar o de un animal de los más repugnantes. Llegar a decirle eso a
alguien y, especialmente, a alguien a quien se ama, es verdaderamente hacer un uso del significante que
demuestra claramente su independencia, su prescindencia del significado. El significante afirma así su
autonomía respecto de la significación. ÉL, solo, el significante suelto, no significa nada, mientras que
únicamente en la articulación con otro engendra ese efecto en lo imaginario que es la significación.
[El lenguaje funciona a partir de dos leyes fundamentales: 1) los significantes se combinan por
concatenación, en un eje lineal que se denomina “metrolínea”: La linealidad de las palabras, en el tiempo
y en la escritura. Y 2) puede haber relaciones de sustitución de una palabra por otra, por cada elemento
podría haber habido otro que tome su lugar, dando lugar así a lo que podría ser una metáfora.
Lacan teoriza que estas leyes se corresponden con las leyes que Freud halla en el inconsciente. La
metáfora como condensación, y la concatenación como desplazamiento.
Si hay homología de leyes inconscientes/lenguaje, el inconsciente freudiano está entonces estructurado
como y sigue las leyes de un lenguaje.] El inconsciente, dice Lacan, está constituido entonces como un
lenguaje.
El inconsciente no será para Lacan una serie de significados ocultos para el ser hablante, puesto que
es del lado de lo simbólico, esto es, de la insistencia del significante en el retorno de lo reprimido, donde
conviene situarlo. Para Lacan el inconsciente supone la insistencia de la cadena significante.
El lenguaje no es lo que usualmente se cree. No es un medio de comunicación, es algo mucho más, es lo
que nos caracteriza como seres humanos y nos diferencia de otros seres vivos. No se suma a nuestra
naturaleza sino que la determina y nos desnaturaliza. El lenguaje nos transforma en seres alterados en
nuestra naturaleza. Esto es lo que nos diferencia de otros seres vivos, que tienen instinto: todos actúan de
la misma manera, instintivamente. El lenguaje borra la dimensión instintiva, incide en nuestros modos de
satisfacción haciendo que no funcionemos con el instinto y dando lugar a una singularidad, de cada uno.
Nuestros modos de goce están alterados por el lenguaje; somos enfermos del lenguaje.
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enfermos del lenguaje. Estamos desnaturalizados, mortificados por el lenguaje. La entrada en el lenguaje
se vive como un trauma, el trauma de entrar al sistema del lenguaje. El lenguaje recorta al viviente, lo
fragmenta, apareciendo así las pulsiones parciales, dado que se ha perdido el instinto - en el humano la
satisfacción no es ya la del instinto, sino la de la pulsión, que enseguida examinamos que tiene asegurada
la disarmonía, precisamente porque habitar el lenguaje excluye el acceso al objeto adecuado.
Esa falta tomará distintos valores a lo largo de la enseñanza de Lacan, y todas esas maneras va a estar
comandada por esta primera pérdida. Hablamos del objeto a en el sentido de los objetos del goce y del
deseo humano que se constituyen en torno a la falta constitutiva. Ese objeto mítico que está perdido es la
primera versión del objeto a (segundo párrafo).
Tal sujeción primordial a la lengua trastorna la naturalidad del organismo y vuelve imposible el encuentro
con un objeto (que nunca se tuvo, puesto que el sujeto se constituye precisamente a partir, y con, esa falta
originaria). Ello supone un agujero en la estructura misma y así surge una segunda versión del objeto a:
el agujero que queda para el ser hablante en el lugar del objeto perdido freudiano. Sobre esa falta va
situarse un agujero, sobre la cual van a situarse las distintas formas posibles que tomará, distintos valores,
distintas formas de intentar llenar ese agujero (aunque nada lo llena nunca). Hablamos de goces en plural,
porque el goce mítico (singular) está perdido.
De este modo tenemos hasta ahora dos versiones del objeto a: el objeto que falta desde siempre / el
agujero que denota esa falta radical en la estructura.
En tercer término viene la sutura de ese agujero que aportan los objetos pulsionales, como las
“sustancias episódicas” del objeto a, en torno a las cuales la pulsión alcanza una satisfacción, siempre
parcial. Por lo tanto la tercera versión es el objeto pulsional.
Relacionamos el primer efecto del lenguaje con el autoerotismo de Freud. El primer efecto del lenguaje
es entonces el de fragmentar al viviente y trastornar el instinto, abriendo así el campo del autoerotismo; la
satisfacción anárquica de las pulsiones parciales, por no tener aún una unidad corporal.
La unificación es también para Lacan un efecto del lenguaje. Si se logra, en el estadio del espejo, no
se produce más que en el ser hablante y por efecto del significante. Se posibilita por una operación que es
de corte.
— SEGUNDO EFECTO DEL LENGUAJE: La unificación. que no es natural, sino que es el resultado
de un orden que organiza el lenguaje como estructura y relacionamos con la unidad del narcisismo, con la
idea de unidad, de cuerpo y realidad. Esa unidad se alcanza porque algo viene a poner orden a ese caos
que es el autoerotismo; hace falta otra pérdida de goce, que regule. Hace falta que las pulsiones parciales
se limiten y se acorten, que sean reguladas. Freud lo llamará “castración”. Pasar del orden al desorden es
explicado por Lacan por medio de la metáfora paterna, como algo que termina de organizar la
estructura, hacer de esa fragmentación un cierto orden.
Subrayemos que la unificación se posibilita por una operación que es de corte. La operación del
significante es siempre de corte, pero hay el corte que fragmenta y el corte que unifica. Al efecto del corte
del lenguaje que fragmenta Freud lo llamó autoerotismo. El segundo efecto del corte del lenguaje es el
efecto de unificación que hace cuerpo.
Se realiza así la conformación corporal, a partir de este corte, y se entrevé una cuarta versión del objeto a:
el resto de la operación de corte que, unificado, hace cuerpo. Para que el cuerpo se conforme es preciso,
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en efecto, que la satisfacción pulsional se recorte, se limite. Puede decirse que es por la coordinación del
objeto pulsional con la castración que se localiza una cuarta versión del objeto a; trátase del objeto del
deseo que, como puede verse, no es primario. El objeto a se vuelve causa del deseo. Y ello es por la
operación de la castración que torna perdido al objeto pulsional: el límite al goce que la castración
introduce es lo que posibilita lo que llamamos deseo. Es preciso que el objeto falte para que cause el
deseo, puesto que si esa falta no está allí, si la castración llegara a faltar, es angustia lo que se manifiesta.
Los objetos del deseo son un modo de significar el agujero, como falta. El deseo se sostiene en una falta,
en la falta que nos mueve, que nos permite investir objetos de deseo.
Lo que Freud llamó narcisismo comporta la unificación propia del segundo efecto del lenguaje que
depende de la operación de la castración, que Lacan teorizó, junto al complejo del Edipo, con la metáfora
del padre. No hay unificación que no provenga de su corte.
Al efecto de unificación narcisista podemos escribirlo, entonces, como una quinta especie del objeto a,
recubierto ya por los velos imaginarios: el objeto de amor. El semejante, seguramente, pero antes que
nada, claro está, el yo. Hay amor porque no hay objeto específico, es un modo de venir a llenar eso que no
hay. Para que se constituyan el objeto de deseo y de amor, se tuvo que poner en juego la castración.
La estructura neurótica es un orden que se logra a través de la metáfora paterna; la estructura psicótica es
aquella que se logra por otros modos. Las estructuras subjetivas son estructuras del lenguaje; puede haber
distintos modos en los que el orden se pierde y se vuelve a componer. Toda estructura subjetiva, neurótica
o psicótica, puede tener modos de equilibrio y modos de deshacer ese equilibrio.
La metáfora paterna.
El modo en el que se constituye el segundo efecto del lenguaje en la estructura neurótica es a través de la
metáfora paterna, una formalización del Edipo freudiano, reducido a las funciones mínimas que se ponen
en juego y se articulan: el Deseo de la Madre y el Nombre del Padre, como significantes. Vemos
también la incidencia de lo simbólico y la producción de significado que queda al nivel de lo imaginario;
vemos producción de significación (imaginaria) a partir de la articulación de significantes
(simbólico).
La metáfora paterna puede plantearse como el paradigma mismo de la producción de significación a partir
de la articulación significante. La propuesta de la metáfora paterna constituye un intento de formalización
del complejo de Edipo, de su reducción a sus puntos de apoyo simbólicos mismos. Lacan dice que toda la
cuestión de los callejones sin salida del Edipo puede resolverse planteando la intervención del padre como
la sustitución de un significante por otro significante. El padre es un significante que sustituye a otro
significante, mecanismo esencial, único mecanismo de la intervención del padre en el complejo de Edipo.
Se comprueba por experiencia que el padre existe incluso sin estar, lo cual incita a cierta prudencia en el
manejo del punto de vista ambientalista en la función del padre. Incluso en los casos donde el padre no
está presente se establecen complejos de Edipo totalmente normales. Lo fundamental no es, desde esta
perspectiva, la mayor o menor presencia, la mejor o peor actitud, que tenga el padre de la realidad, sino
que hay localizar el nivel del padre simbólico. Se trata de los efectos que produce, no el padre del sujeto,
sino la operación simbólica “nombre del padre”. El nombre del padre es un significante, señalado como
esencial, como soporte de la ley, que funda el hecho mismo de que haya ley, “articulación en un orden
del significante: complejo de Edipo, ley de Edipo o ley de prohibición de la madre” dice Lacan.
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Su operatoria implica la sustitución de otro significante, aquél que es nombrado como “deseo de la
madre”. Lo esencial entonces de la metáfora paterna comprende la sustitución del significante
“deseo de la madre” por el significante “nombre del padre” y sus efectos.
Suponemos diferentes tiempos lógicos en la metáfora paterna (tres).
En el primer tiempo lógico situamos una primera operación de simbolización, que se efectúa a partir de
las idas y venidas de la madre. No se trata de su mayor o menor presencia, sino de la simple oposición
significante que opera el hecho de que la madre, de a ratos, se ausenta. Nos remitimos así al fort-da
freudiano.
Ya allí hay simbolización de esa ausencia, captación en ese ausentarse de un deseo, razón por la cual
podemos escribir el deseo de la madre como un significante, pero cuya significación es una incógnita. Se
trata de un solo significante, un significante aislado, un S, que no produce significación. Desde la
perspectiva del niño el significante es enigmático, caprichoso, ilimitado, absoluto, insensato. En este
primer tiempo lógico no hay razón aún para ese deseo, se trata de un deseo sin razón.
El niño se halla menos como sujeto (recordar: sujeto es lo que representa un significante para otro
significante) y más como sujetado por este deseo sin razón, por este caprichoso deseo materno. El niño
como súbdito sometido al capricho de aquello de lo que depende.
“Primer tiempo: lo que el niño busca, en cuánto deseo de deseo, es poder satisfacer el deseo de su madre,
es decir, ser el objeto de deseo de la madre. En el primer tiempo y en la primera etapa se trata, pues, de
esto - el sujeto se identifica en espejo con lo que es el objeto de deseo de la madre. Es la etapa fálica
primitiva, cuando la metáfora paterna actúa en s´, al estar la primacía del falo ya instaurada en el
mundo por la existencia del símbolo del discurso y de la ley. Pero el niño, por su parte, solo capta el
resultado. Para gustarle a la madre basta y es suficiente con ser el falo”.
La presencia del padre aparece velada.
En el segundo tiempo, sigue la operación de un segundo significante, que como un S2 produzca un efecto
de significación por la sustitución de aquél primer significante insensato. De esta manera opera entonces
el significante del nombre del padre, sustituyendo, haciendo caer debajo de la barra al deseo de la padre,
limitándolo al interpretarlo y otorgándole significación.
Por su operación metafórica, el nombre del padre induce la irrupción de significación (s minúscula) en el
lugar de esa x que indicaba lo enigmático para el niño del deseo materno. ¿De qué significación se trata?
De aquella escrita con la letra phi minúscula, la significación del falo, la significación fálica.
NP DM
DM x → s (φ).
El nombre del padre fija, de este modo, la razón del deseo materno en el falo. Responde al enigma del
deseo de la madre: el nombre del padre interpreta que lo que la madre desea es el falo.
La operación metafórica del padre no introduce una falta al nombrar como fálica aquella que entraña
como tal el deseo materno. La falta ya se ha registrado en la estructura por esa primera operación de
simbolización que supone la ausencia de la madre. El nombre del padre debe ser concebido, más bien,
como el significante que inscribe, por su operatoria en lo simbólico, el nombre de la falta. El nombre del
padre indica que lo que a la madre le falta es el falo. De este modo, puede afirmarse que el nombre del
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padre “castra” el deseo de la madre; la castración deviene la operación simbólica que, por el nombre
del padre, induce la limitación del caprichoso deseo materno, amortiguándolo por la significación del falo,
significándolo como deseo fálico.
El segundo tiempo se trata de un tiempo nodal. El padre interviene desde la palabra, privando a la madre.
Se plantea para el niño la cuestión de aceptar, de registrar, de convertir en significante esa posición de la
que la madre es objeto. Debe aceptar o negar ese lugar.
“El padre interviene como privador de la madre. La madre es dependiente de un objeto que ya no es
simplemente el objeto de su deseo, sino un objeto que el Otro tiene o no tiene.” .
Tercer tiempo: Una vez que el niño vislumbra, por la operación del nombre del padre, que lo que la
madre desea es el falo, en el momento en que halla la razón de ese deseo en el falo, sólo debe dar un paso
para intentar identificarse con el mismo y hacerse, con el falo, un ser. Es decir que la metáfora paterna, a
partir de la inducción de la significación fálica por el nombre del padre, está en la base de la posibilidad
de que el niño se identifique con el objeto imaginario del deseo materno.
Se entiende, de esta manera, que “nombre del padre”, “metáfora paterna” y “significación fálica” son
términos relacionados, pero que no se confunden. El nombre del padre es un significante, la metáfora
paterna la operación de sustitución de ese significante en el lugar primeramente simbolizado por la
ausencia de la madre, y la significación fálica es el efecto en lo imaginario producto de esa sustitución.
“La tercera etapa es tan importante como la segunda, pues de ella depende la salida del complejo de
Edipo. El falo, el padre ha demostrado que lo daba solo en la medida en que es portador de la ley. De él
depende la posesión o no por parte del sujeto materno de dicho falo. El padre puede dar o negar, porque
lo tiene, pero del hecho de que él lo tiene, el falo, ha de dar alguna prueba. Interviene en el tercer tiempo
como el que tiene el falo y no como el que lo es, y por eso puede producirse el giro que restaura la
instancia del falo como objeto deseado por la madre, y no ya solamente como objeto del que el padre
puede privar.
El padre poderoso es el que priva; el del segundo tiempo.
El tercer tiempo es esto: el padre puede darle a la madre lo que ella desea, y puede dárselo porque lo
tiene. Aquí interviene, por lo tanto, el hecho de la potencia en el sentido genital de la palabra, digamos
que el padre es un padre potente. Por eso la relación de la madre con el padre vuelve al plano real”.
En primer lugar, la instancia paterna se introduce bajo una forma velada, o todavía no se ha manifestado.
Ello no impide que el padre exista en la materialidad mundaba. La cuestión del falo ya está planteada en
algún lugar en la madre, donde el niño ha de encontrarla.
En segundo lugar, el padre se afirma en su presencia privadora, en tanto que es quien soporta la ley, y esto
ya no se produce de una forma velada sino de una forma mediada por la madre, que es quien lo establece
como quien le dicta la ley.
En tercer lugar, el padre se revela en tanto que él tiene. Es la salida del complejo de Edipo. Dicha salida
es favorable si la identificación con el padre se produce en este tercer tiempo, en el que interviene como
quien lo tiene. Esta identificación se llama Ideal del yo. Este tiempo viene tras la privación, o la
castración, que afecta a la madre, a la madre imaginada por el sujeto, en su posición imaginaria, la de ella,
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de dependencia. Si el padre es interiorizado en el sujeto como Ideal del yo y entonces el complejo de
Edipo declina, es en la medida en la que el padre interviene como quien, él sí, lo tiene.
Esto no quiere decir que el niño tome poder de todos sus poderes sexuales y los ejerza. El niño tiene en
reserva todos los títulos para usarlos en el futuro. El niño tiene todos los títulos para ser un hombre.
Freud, S., “Tótem y tabú”. En Obras Completas, op. cit., Cap. IV.
50
Anexo 1.
Tótem y tabú, Freud. El nombre de padre, Lacan.
Articulación de Tótem y tabú y el Seminario 3 de Lacan por la cuestión del padre.
Freud realiza un estudio sobre las sociedades primitivas regidas por un tótem, el cual hace de
religión. Hay cierta protección de la tribu al tótem, y viceversa; no está permitido matar a los
animales totémicos, se llora si aparece algún animal totémico muerto, se realizan rituales con sus
pieles, el animal no puede comerse. El tótem organiza la sociedad y da un sentido de pertenencia,
regula las relaciones entre los miembros. Al haber ciertas prohibiciones, estos tabúes, de ser
violados, son castigados de diversas maneras, como enfermedades, diluvios, problemas con los
cultivos, hambrunas, etcétera. Hay tres tipos de tótem, pero los importantes en este caso son los de
linaje; los miembros del clan creen que descienden del tótem.
Lo importante es que no se mata al animal totémico y que el tótem vincula a los integrantes de la
tribu como hermanos, obligados a protegerse. Freud cree que la cuestión del totemismo y la
exogamia están relacionadas, otros autores difieren; Freud desestima que la prohibición del incesto
sea algo innato, dado que, aunque de forma excepcional, sucede, y de ser instintivo o innato no
haría falta una prohibición del mismo. Freud concluye que no se halla el origen del horror del
incesto, se desconoce.
Es lícito, dice Freud, reemplazar en la fórmula del totemismo al animal totémico por el padre
primordial. A través del objeto fobígeno, Freud realiza la vinculación del animal totémico con el
padre. El tótem instala una genealogía en la que el sujeto queda inscripto, de la ley y el linaje, se
anuda al tótem a la función del linaje; las tribus recibían su nombre del tótem.
El mito del padre de la horda — En la horda primitiva se ubica al padre primordial o “protopadre”,
que concentraba todo el goce, tenía a todas las mujeres y expulsaba a los hijos para que no
compitieran con él. Los hermanos, expulsados, matan y devoran al padre. Parte de la fuerza paterna
es introyectada entre los hermanos, y a raíz de esto advienen las normas sociales, ya que deciden
que ninguno se podrá ubicar en el lugar del padre primordial ahora muerto. Esto lleva a la
exogamia, a la prohibición del incesto, dado que nadie podrá tener a todas las mujeres de la tribu,
como el padre antes las tenía, y también lleva a la culpa retroactiva por la ambivalencia al padre,
que era amado y respetado, temido.
La ley adviene entonces cuando el padre muere. El padre de la horda no implicaba la ley sino hasta
después de muerto. Se trata de una obediencia retrospectiva.
Lacan habla de la significancia del Nombre del Padre, como el significante de la elaboración
freudiana de tótem y tabú, que trasciende a quien lo ocupe en la realidad (puede haber un padre
simbólico sin que haya un padre real), como el padre muerto. El Nombre del Padre es equivalente al
padre muerto, la función va más allá de quien ocupa ese lugar.
Para hablar de él, alude a la carretera principal. No es lo mismo, dice, ir por la carretera principal,
que organiza comportamientos, que nos guía, que ir por calles alternativas. La carretera principal se
reconoce de inmediato. Cuando la carretera principal está obstruida, resulta difícil orientarse por
caminos alternativos.
El Nombre del Padre ordena el funcionamiento de todos los significantes, para que pueda
producirse la significación fálica. Como significante privilegiado en el campo de las significaciones,
el Nombre del Padre polariza. Es importante pensar que el Nombre del Padre es una función
simbólica, que desde la ausencia (el padre muerto) toma fuerza y adviene como ley. En el
Seminario 3 Lacan dice que el significante NP regula, organiza las significaciones, y tiene efectos al
nivel del goce, de la economía del goce del cuerpo.
El significante “ser padre” funciona como carretera principal hacia las relaciones con una mujer (la
sexualidad).
La metáfora paterna:
Al principio, el niño está tomado por el Deseo Materno, sujetado al deseo materno, que es
caprichoso, enigmático. El Nombre del Padre viene a darle una ley y a polarizar el Deseo Materno.
Esto significa la castración para la madre. La significación fálica, operador que significa como falta
y permite que toda una serie de objetos puedan tornarse deseables. No hay deseo sin ley. La
significación fálica descubre el valor del deseo enigmático de la madre, son aquellos valores que
toman las cosas como objetos deseables, como objetos de deseo.
El NP como carretera principal que orienta las significaciones. Prohíbe el retorno a la madre y
empuja a la exogamia. La prohibición funda el deseo.
La metáfora paterna estructura y determina los tiempos del Edipo. Es el aspecto sincrónico que
determina los efectos del Edipo de forma diacrónica.
Tiempos del Edipo. 1. Cuestión entre la madre y el hijo, si el hijo cobra significación fálica para la
madre. 2. Separación entre la madre y el hijo, el padre imaginario, el que imaginariamente realiza la
castración madre/hijo, el padre terrible. Prohibir a la madre para poder desear otra cosa; sino
quedaría capturado en el deseo materno. 3. Padre real, que debe dar pruebas de tener él el falo.
Teniendo una potencia. Hay algo que puede dar, tanto a la madre como al hijo. Le da algo a la
madre (el falo) y le transmite algo al hijo (+ en resumen principal). Funciones del padre, entonces:
1. Permite. 2. Limita. 3. Abre a un más allá.
ELABORACIÓN FREUDIANA DE LA PSICOSIS.
Primer momento: la proyección como mecanismo. 2
Freud, S., “Manuscrito H: Paranoia”. 2
Freud, S., “Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa”. 3
1
I. ELABORACIÓN FREUDIANA DE LA PSICOSIS.
2
En todos los casos, la idea delirante se sustenta con la misma energía con la que el yo se defiende de la
idea penosa insoportable. “Los paranoicos aman a su delirio como a sí mismos”. A diferencia de la
neurosis obsesiva, el paranoico se sostiene fuertemente en su delirio. El delirio no le molesta al paranoico,
al contrario, busca sostenerlo.
En este momento, no hay distinción entre neurosis y psicosis, ambas son neuropsicosis
de defensa (NPD). Este es el primer momento de su elaboración.
Si Freud cree que la paranoia es una NPD, la misma debería responder al mismo tratamiento que la
histeria y la neurosis, que en ese momento era el método catártico. Pero Freud encuentra que el
tratamiento no funciona de la misma manera.
3
acompañan, comentaban cada uno de sus movimientos y acciones, voces que la amenazan). Su
inteligencia no había sufrido menoscabo.
Se presenta el problema de que al mismo tiempo que Freud está haciendo clínica, está investigando.
Parte de la premisa de que en la paranoia, como en las otras dos neurosis de defensa con las que estaba
familiarizado, había unos pensamientos inconscientes y unos recuerdos reprimidos que podían ser
llevados a la conciencia venciendo cierta resistencia. Aplica el mismo método que usaría de tratarse de
una histeria, el diagnóstico no está por fuera del dispositivo, supone que los recuerdos reprimidos deben
vencer una resistencia. La Señora P reprodujo pensamientos que había olvidado. Las imágenes de
desnudos femeninos ya habían sido vistas en el vestuario de cura de aguas; probaron ser, entonces,
“simples reproducciones de una impresión real. Si estas impresiones se habían repetido, sólo pudo
deberse a que se les naudó un gran interés. Informó que en aquel momento había sentido vergüenza por
aquellas mujeres, y ella misma, desde que tiene memoria, se avergüenza de que la vean desnuda (...).
Ahí debía haber sido reprimida una vivencia en la que ella no se avergonzó. Me reprodujo con prontitud
una serie de escenas desde su séptimo a octavo año, en que se había avergonzado de su desnudez en el
baño ante su madre, su hermana, el médico; y teniendo ella seis años, se desvistió en el dormitorio para
meterse en la cama, sin avergonzarse ante su hermano presente. Comprendí entonces el significado de
la ocurrencia repentina de que la observaban cuando se metia en la cama. Era un fragmento inalterado
del viejo recuerdo-reproche, y ella reparaba ahora con su vergüenza lo que había omitido de niña”.
“En la paranoia, el reproche es reprimido por un camino que se puede designar como
proyección, puesto que se erige el síntoma defensivo en la desconfianza hacia otros; con ello se le quita
reconocimiento al reproche y, como compensación de esto, falta luego una protección contra los
reproches que retornan dentro de las ideas delirantes”.
Freud llega a la hipótesis de que estos fenómenos de la paranoia son retornos de lo
reprimido (escena con el hermano al desvestirse y vivencia con las mujeres desnudas en el
vestuario). Concluye que así como las alucinaciones partían de reproches reprimidos, las voces también
partían del reproche por ese “trauma infantil”. “De esta suerte, yo había aprendido que esas
alucinaciones no eran otra cosa que fragmentos tomados del contenido de las vivencias infantiles
reprimidas, síntomas del retorno de lo reprimido”.
Compara a la paranoia (síntoma primario: desconfianza de los otros, le quita reconocimiento al
reproche) con la neurosis obsesiva (síntoma primario: desconfianza de sí mismo, reconoce el reproche).
En la paranoia, el enfermo no se defiende de su delirio, el Yo se altera en función del delirio, para
mantenerlo. En la neurosis obsesiva, el obsesivo trata de defenderse de sus ideas obsesivas. Freud ubica
en todo caso de una neuropsicosis de defensa distintos momentos lógicos de la defensa: los síntomas
primarios (que sirven para la defensa), luego el retorno de lo reprimido (el fracaso de la defensa) y los
síntomas secundarios (un nuevo intento de defensa luego del retorno de lo reprimido).
Indica que las imágenes alucinatorias desaparecen, para no retornar, pero sin embargo en una nota al
pie agrega que se echó por tierra todo el tratamiento cuando pasado un tiempo la Señora P empeora, cree
que extraños veían sus propios genitales. Fue internada con todos los signos de demencia precoz, tuvo
otro hijo, volvió a enfermar y murió por neumonía. El esclarecer el episodio de la infancia no
mejora el estado de la paciente, sino que luego empeora, es internada y finalmente muere.
Freud nota entonces que el tratamiento no es exitoso, y pasan 15 años hasta que vuelve a referirse
públicamente al tema de la paranoia, en 1911, con el Caso Schreber (segundo momento de su elaboración).
4
Freud, S., “Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia
paranoides) descripto autobiográficamente” (Caso Schreber).
El análisis del historial de Schreber constituye un segundo momento de la elaboración freudiana de la
psicosis. Pone en cuestión la idea de la proyección como mecanismo de la paranoia. Freud va a analizar un
historial clínico, lo va a interpretar. Schreber da un testimonio de su enfermedad con la idea de promover
el conocimiento científico.
Schreber afirma que ha estado dos veces enfermo de los nervios, ambas en consecuencia de un
exceso de esfuerzo mental. La primera enfermedad le sobrevino en otoño de 1884 y a fines de 1885
había sanado totalmente. Flechsig, en cuya clínica pasó seis meses, definió su estado como una
“hipocondría grave”. En esta época llevaba ya largo tiempo casado. Sintió un ferviente agradecimiento su
mujer hacia Flechsig, a quien honraba y “le había devuelto a su marido”, y por esa razón tuvo durante
años su retrato sobre su mesa de trabajo.
Desde la curación de su primera enfermedad hasta el desencadenamiento de la segunda pasaron
ocho años de repetida frustración de no poder concebir hijos. En junio de 1893 es informado de su
nombramiento como el presidente del Superior Tribunal, y asumió el primero de octubre de ese año. En
ese momento, le sobrevienen algunos sueños, a los que no le atribuyó significación. Soñaba que su
estado de enfermedad anterior había vuelto, por lo que se sentía desdichado en el sueño pero
dichoso al despertar, dado que no había sido más que un sueño. En una oportunidad, en un estado entre
el dormir y el despertar, tiene la representación de lo hermoso que sería ser una mujer en el
momento del acoplamiento.
La segunda enfermedad entonces le sobrevino en octubre de 1893 con un insomnio que le hizo acudir
nuevamente a la clínica de Flechsig, donde su estado empeoró rápidamente. Tiene ideas hipocondríacas,
se queja de un reblandecimiento del cerebro y cree que pronto moriría, tiene espejismos visuales y
auditivos, se daba por muerto y corrompido, por apestado, imaginaba que en su cuerpo emprendían toda
clase de horribles manipulaciones. Sufría de estupor alucinatorio (quedarse inmóvil durante horas,
absorto) y tuvo varios intentos de suicidio. Poco a poco, las ideas delirantes cobraron un carácter mítico,
religioso. Decía mantener un trato directo con Dios. Además, insultaba a diversas personas por las cuales
se creía perseguido y perjudicado, sobre todo a su anterior médico, Flechsig, a quien llamaba “almicida”
como “asesino de almas”.
Sin embargo, el doctor Weber informa, en su pericia de 1899, que si se prescinde de todos los síntomas
psicomotores que no se podrían menos que juzgar patológicos, por momentos el doctor Schreber no
aparecía ni confundido, ni inhibido psíquicamente, ni dañado de manera notable en su inteligencia.
Reflexivo, poseía excelente memoria y un considerable saber en muchos campos, tenía una gran
capacidad de argumentación y se interesaba por los hechos de la política, ciencia, arte, etcétera. “No
importa en que recaiga la plática, él atestigua vivo interés, un conocimiento profundo, buena memoria y
juicio certero, y aun en el terreno de la ética sustenta una concepción que no podría sino aprobarse. Se
mostró desenvuelto y amable, y lleno de tacto y decencia en el tratamiento humorístico de muchas
cosas”.
5
pueden expresar en lenguaje humano o es muy difícil hacerlo. En esta misión suya redentora, lo esencial
es que primero tiene que producirse su mudanza en mujer. No es que él quiera, sino que se trata de
un “tener que ser” fundado en el orden del universo. Indica que no hay otro modo de que la
humanidad conquiste el más allá que por medio de una mudanza en mujer, a través de un milagro divino,
que tiene por cosa asegurada que es él el objeto exclusivo de dicho milagro - y, por lo tanto, de ser el más
maravilloso de los hombres que hayan vivido sobre la Tierra desde hace años.
Sostiene haber experimentado destrucciones en diversos órganos de su cuerpo, que a cualquier
otro hombre hubieran matado, pero él ha vivido sin órganos, sin estómago, sin intestinos, sin pulmones,
por largos períodos de tiempo, y los milagros divinos (a los cuales llama “rayos”) le han restablecido cada
vez lo destruido. Por eso, dice ser inmoral mientras siga siendo varón.
El proceso de desarrollo de su feminidad probablemente todavía requiera centenios, o siglos, y su
término es difícil que llegue a ser vivenciado por alguno de los seres humanos hoy vivos. Dice tener el
sentimiento de que han pasado por su cuerpo unos masivos “nervios femeninos”, que
deben ser fecundados por Dios, y de él saldrían, él daría a luz a hombres nuevos. De ese
modo le daría al mundo la bienaventuranza perdida.
Se destacan como dos puntos importantes, el papel redentor y la mudanza en mujer. El delirio de
redención es una fantasía común, sin embargo el agregado de que deba producirse por la mudanza en
mujer es insólito y extraño en sí mismo.
La mudanza en mujer (emasculación) fue el delirio primario, al comienzo como un acto grave de daño
y persecución, y solo secundariamente se relacionó con el papel de redentor. Al principio, la
emasculación estaba destinada a producirse con el fin del abuso sexual, no al servicio de
propósitos superiores. Por lo tanto, se trata de un delirio de persecución sexual que se transformó en
un delirio religioso de grandeza con posterioridad. Inicialmente, el médico Flechsig hacía el papel de
perseguidor, y más tarde Dios mismo ocupó ese lugar.
Schreber relata: “Desde el punto de vista humano, que en esa época me gobernaba todavía, era harto
natural que yo siempre viera mi genuino enemigo solo en el profesor Flechsig o su alma, y considerara
la omnipotencia de Dios como mi aliada natural. Que Dios mismo ha sido cómplice, si no
maquinador, del plan dirigido a perpetrar el almicidio contra mí y a entregar mi cuerpo como
mujerzuela, he ahí un pensamiento que se me impuso mucho después. Me es lícito decir que solo cobré de
él conciencia clara mientras redactaba el presente ensayo
Han fracasado todos los intentos dirigidos a perpetrar un almicidio, a la emasculación con fines
contrarios al orden del universo (es decir, para la satisfacción del apetito sexual de un hombre). Salgo
vencedor de esta lucha, tan desigual en apariencia, de un hombre solo y débil contra el propio Dios; y
salgo vencedor porque el orden del universo está de mi parte” .
La naturaleza primaria de la fantasía de emasculación y su inicial independencia respecto de la idea de
redentor es atestiguada por aquella representación que afloró en duermevela, de lo hermoso que debe ser
ser una mujer sometida al acoplamiento.
El propio Schreber establece el mes de noviembre de 1895 como el período en el que se estableció el
nexo entre la fantasía de emasculación y la idea de redentor. Así se establece una reconciliación con la
idea de la emasculación. El orden del universo le pedía imperiosamente dicha emasculación, fuera de
su agrado o no, y la ulterior consecuencia de ella solo podría ser una fecundación por rayos de divinos con
el fin de crear hombres nuevos.
Entonces, cuando la idea de la mudanza en mujer (primero como “mujerzuela”) se
conecta con el papel de redentor, hay un cambio en el padecimiento. La fantasía de duermevela
se sitúa en el inicio como el germen del goce femenino, y secundariamente la mudanza en mujer se
conecta con el papel redentor del delirio de grandeza. Inicialmente, como mujer estaba destinada
al abuso sexual, hay una persecución sexual, quieren abusar de él (delirio de persecución,
con Flechsig como perseguidor, Dios como su aliado). Secundariamente, tanto Flechsig
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como Dios son perseguidores, Dios como parte de la maquinación para entregar su cuerpo
como mujerzuela, y es el orden del universo quien está de su lado. Inventa entonces una figura
que le pone un freno a Dios. Sale así victorioso porque el orden del universo está de su lado. Cuando la
emasculación es pedida por el orden del universo, se vuelve aceptable.
La reconciliación implica entonces un cese en su padecer, el nexo entre la fantasía de
emasculación y la idea de redentor. Se reconcilia con la idea de convertirse en mujer.
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Relación de Schreber con Flechsig.
Al comienzo el delirio de Schreber era uno de persecución, solo borrado a partir del punto de inflexión
de la enfermedad, el punto de reconciliación. Desde entonces las persecuciones se vuelven tolerables y la
emasculación también, por responder elal a una finalidad del orden del universo. Ahora bien, el autor de
todas las persecuciones es Flechsig, quien sigue siendo su maquinador durante toda la enfermedad.
Flechsig es el perseguidor inicial. Luego de un tiempo, un ulterior desarrollo del delirio afectó la
relación del enfermo con Dios sin modificar su relación con Flechsig. Si hasta entonces había visto en el
doctor a su genuino enemigo, y considerado a Dios como su aliado, ahora Dios era cómplice del plan
dirigido contra él. Pero Flechsig siguió siendo el primer seductor, a cuyo influjo cayó Dios. Dios
entonces sucumbe ante la seducción de Flechsig y entra en juego como perseguidor.
Freud propone que la relación del enfermo con su perseguidor se encuentra en que antes de contraerse
la enfermedad, la persona ya tenía una significatividad de similar cuantía para la vida de sentimientos del
paciente. Sostiene Freud que la intencionalidad del sentimiento es proyectada, el tono del sentimiento es
trastornado hacia lo contrario, y que la persona ahora odiada y temida a causa de la persecución
alguna vez fue alguien amado y venerado.
El ahora perseguidor fue previamente amado. “Yo amo a Flechsig” como contrario de “Flechsig me
odia, me persigue”.
Para Freud, el ocasionamiento de la enfermedad es un avance de la libido homosexual,
que provoca la defensa y el resultado es el cuadro que hoy conocemos.
Sabemos que en el período de incubación de la enfermedad a Schreber le sobrevinieron repetidos
sueños con el contenido de que había retornado la anterior enfermedad nerviosa, además de la
representación de duermevela de ser una mujer en el momento del acoplamiento. Si se ponen esos sueños
y esa representación en contigüidad, “tenemos el derecho a inferir que con el recuerdo de la enfermedad
se despertó también el del médico, y la postura femenina de la fantasía valía desde el comienzo para el
médico”.
¿Por qué le sobrevino el avance de la libido homosexual en ese momento, entre el nombramiento y la
asunción de su cargo?
Freud insiste en que la ocasión de contraer la enfermedad fue la emergencia de una fantasía de deseo
femenina (homosexual pasiva), cuyo objeto era la persona del médico. La personalidad de Schreber le
contrapuso una intensa resistencia y la lucha defensiva escogió, por razones desconocidas, la forma del
delirio persecutorio. El ansiado devino entonces el perseguidor, y el contenido de la fantasía de deseo pasó
a ser el de persecución. Lo que singulariza el delirio de Schreber es el desarrollo que cobró, y la mudanza
que sufrió en el curso de dese desarrollo.
Uno de esos cambios constituye la sustitución de Flechsig por la persona superior de
Dios. Parece significar al comienzo una agudización del conflicto, un acrecentamiento de la persecución
insoportable, pero pronto se muestra un segundo cambio y así, la solución del conflicto. Si era
imposible avenirse al papel de la mujerzuela de Flechsig, la tarea de ofrecer al propio Dios la
voluptuosidad que busca no tropieza con igual resistencia del yo. La emasculación deja de ser
humillante, insultante, deviene “acorde al orden del universo”, sirve al fin de una recreación del
universo humano sepultado. Así, se ha encontrado un expediente que satisface a las dos partes
en pugna; el yo es resarcido por la grandeza, y a la vez la fantasía de deseo femenina se ha
abierto paso y ha sido aceptada. Pueden cesar entonces la lucha y la enfermedad. En miramiento
por la realidad afectiva, se debe desplazar la solución al futuro, la mudanza en mujer se
cumplirá alguna vez y hasta entonces su persona permanecerá indestructible. En otras palabras: se
satisfacen las dos partes, el Yo y la fantasía de deseo se realiza como delirio, pero debe contentarse con
un cumplimiento asintótico, porque la realidad se impone.
Para el enfermo, Dios y Flechsig se encuentran en la misma serie. ¿Cómo, por que caminos,
se consuma el ascenso de Flechsig a Dios? Y si Flechsig fue antaño una persona amada, Dios también es el
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retoño de otra persona amada de parecido modo, pero probablemente más sustantiva. Si Flechsig remite a
una persona amada, y está en la misma serie que Dios, Dios también debe remitir a una persona amada
anteriormente. Freud postula que Flechsig: el hermano y Dios: el padre.
Esa otra persona a quien remite Dios no puede ser otra que el padre, con lo cual Flechsig es esforzado
hacia el papel del hermano (mayor). La raíz de la fantasía femenina que desató tanta resistencia en el
enfermo habría sido, entonces, la añoranza por el padre y hermano, que alcanzó un refuerzo erótico.
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En cada estadío del desarrollo libidinal está la posibilidad de la fijación, como una predisposición.
Las personas que no se han soltado del todo del estadio del narcisismo poseen allí una fijación que puede
tener el efecto de una predisposición patológica. Están, así, expuestas a que una marea alta de libido
someta sus pulsiones sociales a la sexulización y deshaga así las sublimaciones que había adquirido en su
desarrollo, provocando una corriente retrocedente de la libido. Es decir, existe la posibilidad de que
un acrecentamiento libidinal rompa los diques y se resexualicen los vínculos. Se trata de un
acrecentamiento general de la libido, demasiado violento para que pueda hallar tramitación por los
caminos ya abiertos, y que por eso rompe el dique en el punto más endeble del edificio; este punto débil
debe buscarse entre el autoerotismo, narcisismo y homosexualidad.
La voluptuosidad
como un importante elemento del delirio de Schreber. La idea del más allá implica la
voluptuosidad, ésta como base de la reconciliación. Schreber identifica a la bienaventuranza como un
estado de continuo gozar, en un continuo sentimiento de voluptuosidad, que debería comprenderse
fundamentalmente como un “acrecentamiento y continuación del placer sensual terreno”. Los rayos
divinos pierden su intención hostil tan pronto como están seguros de asimilarse con voluptuosidad de
alma al cuerpo de él; Dios mismo demanda hallar la voluptuosidad con él y amenaza con el retiro de sus
rayos si se muestra negligente en el cultivo de la voluptuosidad, y no puede ofrecerle a Dios lo
demandado.
Por lo tanto, se trata de una sexualización de la bienaventuranza celestial. Dios, entonces, le
pide a Schreber goce. Schreber había llegado a la conclusión de que el cultivo de la
voluptuosidad era un deber para él, y solo su cumplimiento pondría fin al grave conflicto
que había estallado en él. La voluptuosidad era cosa que debía hacerse en “temor de Dios” y
lamentaba no ser capaz de dedicarse el día entero a su cultivo.
Los nervios por él absorbidos cobraron en su cuerpo el carácter de unos nervios de
voluptuosidad femenina. Si ejerce una leve presión con su mano en un lugar cualquiera del cuerpo,
siente estos nervios bajo la superficie de la piel. Ellos están presentes sobre todo en el torso, donde la
mujer tiene los pechos. Él sabe con certeza que estas formaciones no son más que ex nervios de Dios.
Todo su cuerpo, dice, está recorrido por nervios de voluptuosidad, lo cual en su opinión solo
ocurre en el cuerpo femenino, mientras que en el varón los nervios de voluptuosidad sólo se encuentran
en las partes genitales. Llegó a la convicción de que Dios mismo le reclamaba, para su propia satisfacción,
feminidad; tan pronto como se queda a solas con Dios, dice, “está en mí una necesidad de conseguir por
todos los medios posibles que los rayos divinos reciben de mí con la máxima continuidad la impresión de
una mujer que se regala en medio de voluptuosas sensaciones”.
Dios le pide así un goce continuo. Es su misión, dice Schreber, ofrecérselo, en la forma del más
vasto desarrollo de la voluptuosidad del alma.
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Formas de paranoia y la proyección.
Sostiene entonces que el núcleo del conflicto en la paranoia del varón es la invitación de la fantasía del
deseo homosexual, “amar al varón”. Todas las formas principales de la paranoia pueden
figurarse como unas contradicciones a la frase “yo lo amo”. A la frase “Yo (un varón) lo amo (a
un varón)” la contradice:
Delirio de persecución: “Yo no lo amo - yo lo odio”. Por proyección (mecanismo de formación de
síntoma en la paranoia que exige que la percepción interna sea sustituida por una percepción del afuera),
el “yo lo odio” se muda en “él me odia (me persigue)”. Negación del verbo.
Delirio de erotomanía: “Yo no lo amo - pues yo la amo”. Por proyección: “ella me ama”. Negación
del objeto.
Delirio de celos: “No yo amo al varón - es ella quien lo ama”. Aquí falta el mecanismo de proyección,
porque con el cambio del sujeto el proceso es ya arrojado fuera del yo.
Delirio de grandeza: “Yo no amo en absoluto, y no amo a nadie, yo me amo solo a mí”. Negación de
toda la frase. Se entiende como una sobreestimación sexual del yo propio.
Vemos aquí como la proyección, concebida como mecanismo de formación del síntoma en la paranoia,
no funciona en todas sus formas y comienza a flaquear. Freud indica que uno estaría tentado a
considerarla lo más sustantivo de la paranoia, si no se tiene en cuenta que la proyección no desempeña en
mismo papel en todas las formas de paranoia, y que se trata de un proceso normal que no solo ocurre en la
paranoia.
La represión en la paranoia.
Freud deja así de lado el camino de la formación del síntoma y se dedica a la modalidad del
proceso de la represión en la paranoia. Descompone dicho proceso en tres fases.
1) La fijación, como precursora de condición de cada represión. Una pulsión o componente
pulsional no recorre el desarrollo previsto como normal y permanece en un estadio más infantil.
Aquí reside la predisposición patológica. Se trata de un proceso más bien pasivo. Las diversidades
de la fijación son tantas cuantos estadios hay en el desarrollo de la libido.
2) La represión propiamente dicha. Se trata de un proceso más bien activo, a diferencia de la
fijación. Los retoños psíquicos de aquellas pulsiones que entran en conflicto con el yo sucumben a
la represión.
3) El fracaso de la represión, el retorno de lo reprimido. Es la fase más sustantiva para los
fenómenos patológicos.
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noticia alguna de él, nos vemos precisados a inferirlo de los procesos subsiguientes. L o que se nos
hace notar ruidoso es el proceso de restablecimiento, que deshace la represión y
reconduce la libido a las personas por ella abandonadas (el retorno de lo reprimido). En la
paranoia, este proceso se cumple por el camino de la proyección. No era correcto decir que la sensación
interiormente sofocada es proyectada hacia afuera, m ás bien inteligimos que lo cancelado
adentro retorna desde afuera” . ( !LACAN).
En la paranoia, dice Freud, la libido liberada se vuelca al yo, se aplica a la magnificación del yo. Así se
vuelve a alcanzar el estadio del narcisismo, conocido por el desarrollo de la libido, en el cual el yo propio
es el único objeto sexual. Freud supone entonces que los paranoicos conllevan una fijación en el
narcisismo y declara que el retroceso desde la homosexualidad sublimada hasta el narcisismo indica el
monto de la regresión característica de la paranoia.
Objeciones. 1) El desasimiento de la libido no puede ser exclusivo de la paranoia, es seguro que
sucede en la vida anímica normal y en el duelo, la soltura libidinal no es en sí lo patógeno de la paranoia,
sino el destino de la libido, su particular empleo, que se vuelca al yo. Normalmente, buscamos un sustituto
para la adherencia cancelada, y hasta no lograrlo conservamos la libido libre dentro de la psique donde
origina tensiones.
2) El delirio de persecución hacia Flechsig se presenta antes de la fantasía del fin, del sepultamiento
del mundo. En este caso debemos admitir la posibilidad de que este desasimiento de la libido pueda ser
tanto parcial como general, y acaso la soltura parcial sea, con mucho, la más frecuente y la que introduce a
la general. En el caso de Schreber, el desasimiento de la libido de la persona de Flechsig pudo ser lo
primario; pronto lo siguió el delirio que recondujo otra vez la libido a Flechsig, cancelando así la obra de la
represión.
3) Podemos preguntarnos si debemos suponer lo bastante eficaz el desasimiento general de la libido
del mundo criterio como para explicar desde ahí el “sepultamiento del mundo”, y si en tal caso no
alcanzarían las investiduras yoicas retenidas para mantener el rapport con el mundo exterior. Freud dice
no tener respuesta aún para esto.
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amor de objeto. Puede haber más de un punto de fijación en el desarrollo libidinal, por lo que puede haber
combinación de fenómenos.
Estos supuestos permiten entender que puede haber casos que empiecen con síntomas de paranoia y
luego desarrollen una demencia, que fenómenos paranoides y esquizofrénicos se combinen, como en el
caso Schreber, al cual puede definirse como una “demencia paranoide”. Lo parafrénico por la
relevante de la fantasía de deseo y las alucinaciones, y la paranoia por el mecanismo de proyección y el
desenlace.
Cuadro paranoia/parafrenia.
Paranoia Parafrenia
Represión propiamente dicha En ambos hay un desasimiento libidinal de las personas y cosas
Agregado de teórico:
El delirio como forma de realidad reconstruida. En el caso Schreber/Flechsig, se trata de un vínculo que
se sexualizó y se volvió conflictivo. La represión operó quitando las investiduras libidinales puestas en
Flechsig, llevando a un desasimiento de la libido o retiro de la investidura. En un tercer momento, en del
fracaso de la represión, ocurre el delirio de persecución, que recondujo otra vez la libido a Flechsig, pero
con signo negativo (por la transmutación que opera en el delirio de persecución, el mecanismo de la
proyección). Retorna así de lo reprimido, pero desfigurado, y vuelve a desatarse el conflicto. El primer
desasimiento de la libido fue parcial (solo la figura de Flechsig) mientras que el segundo fue más general
(porque Flechsig había concentrado toda la libido).
El objeto concentra toda la libido del sujeto, y cuando se retira de nuevo ocurre el sepultamiento del
mundo. Se ubica al sepultamiento del mundo como la represión propiamente dicha. El fracaso de la
represión reconduce la libido a los objetos y el mundo se reconstruye en el delirio. Lo que consideramos la
producción patológica es en realidad el intento de restablecimiento de la realidad.
Metáfora acústica: la represión propiamente dicha es un proceso mudo, silencios, y el retorno de lo
reprimido es un proceso ruidoso, es aquello que nos llama la atención. Los síntomas son más evidentes y
llamativos.
Freud va a buscar la relación entre los vínculos sociales y la sexualidad. Plantea el narcisismo
(autoerotismo - narcisismo - elección de objeto). La elección de objeto puede ser homosexual o
heterosexual.
La elección homosexual sería elegir no por la diferencia sino por lo mismo. Producir una elección
heterosexual no cancela la posibilidad de una elección homosexual, no es abandonada sino desexualizada,
y junto con las pulsiones del Yo conforman las pulsiones sociales. Se aleja de la meta sexual y sostiene los
vínculos sociales (la amistad con personas del mismo sexo).
Fijación como predisposición: ejemplo del dique, con una fala. Si no sube mucho el agua no pasa nada,
si lo hace, el dique se puede romper. El dique está predispuesto a romperse si tiene una falla, pero si no es
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exigido no se nota. La fijación se revela cuando hay un acrecentamiento libidinal y el sujeto no puede
tramitarlo de otra manera.
Cuando de golpe Schreber cree que Flechsig quiere gozar de él, convertirlo en mujer para gozarlo,
abusar de él, convertirlo en su “mujerzuela”, es que se sexualizó de forma brusca el vínculo. Los
paranoicos buscan defenderse de esa sexualización brusca, la defensa como intento de contradecirla.
Freud indica los modos de la proyección en la psicosis - pero la proyección no juega el mismo papel en
todas las formas de delirio paranoico. Dice que luego tratará el tema pero esto queda como punto sin
resolución en Freud (y que luego Lacan va a tomar). Como no puede resolverlo, Freud mira la cuestión
desde otro lado; va a abordar cómo opera la represión en la psicosis, situando sus tres momentos: fijación,
represión propiamente dicha y retorno de lo reprimido.
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el Yo se defiende. Es un hecho que cuando el Yo opera con la represión, lo hace bajo los influjos del
Superyó y el mundo exterior, que triunfan sobre el Ello.
En la psicosis, el mundo exterior no es percibido o su percepción carece de eficacia. El Yo se crea un
nuevo mundo exterior, se edifica en lineamiento de las mociones pulsionales del Ello.
La neurosis también perturba de algún modo el nexo del enfermo con la realidad.
“La situación inicial de la neurosis es cuando el yo, al servicio de la realidad, emprende la represión
de una moción pulsional; pero eso todavía no es la neurosis misma, sino que ella consiste en los procesos
que aportan un resarcimiento a los sectores perjudicados del ello. Por lo tanto, en la reacción contra la
represión y en el fracaso de ella. El aflojamiento del nexo con la realidad es entonces la
consecuencia de este segundo paso en la formación de la neurosis, y la pérdida de la realidad
atañe justamente al fragmento de esta última a causa de cuyos reclamos se produjo la represión de la
pulsión”.
Esperaríamos que en la neurosis se sucedieran también dos pasos, el primero en los cuales el yo se
arranca de la realidad, y el segundo intenta indemnizar los perjuicios y restablecer el vínculo con la
realidad a expensas del Ello. En la psicosis por lo tanto la segunda instancia presenta
característica de reparación. El segundo paso de la psicosis sin embargo, si bien quiere compensar la
pérdida de la realidad, no es a expensas de una limitación del ello, sino a través de la creación
de una realidad nueva, que ya no ofrece el mismo motivo de escándalo que la abandonada.
Entonces - el segundo paso tiene las mismas tendencias tanto en la neurosis como en la psicosis, en
ambos casos sirve el afán de poder del ello. Tanto neurosis como psicosis expresan la rebelión del ello
contra el mundo exterior, su incapacidad de adaptarse al apremio de la realidad. La neurosis y la psicosis
sí se diferencian más en la primera reacción, la introductoria, de la represión propiamente dicha.
En el resultado final, la neurosis se evita un fragmento de la realidad, mientras que en la
psicosis se lo reconstruye. En la psicosis, a la huida inicial sigue una fase activa de reconstrucción,
mientras que en la neurosis la obediencia inicial es seguida por intento de huida. La neurosis no
desmiente la realidad sino que se limita a no querer saber nada de ella; la psicosis la
desmiente y procura sustituirla.
En ambas, la tarea que debe sucederse en el segundo paso fracasa, al menos parcialmente, puesto que
no puede crearse un sustituto cabal para la pulsión reprimida (neurosis) y a la subrogación de la realidad
no se deja verter en los moldes de formas satisfactorias.
En la psicosis, el acento recae íntegramente sobre el primer caso, que es para sí
patológico y solo puede llevar a la enfermedad; en la neurosis, en cambio, recae en el
segundo, el fracaso de la represión, mientras que el primer paso puede lograrse y en efecto
se logra innumerables veces en el marco de la salud.
La neurosis se conforma con evitar el fragmento de la realidad correspondiente y protegerse del
encuentro contra él. Sin embargo, en la neurosis no faltan intentos de sustituir la realidad indeseada por
otra más acorde al deseo, la posibilidad de esto dada en la fantasía.
El mundo de la fantasía también desempeña en la psicosis el mismo papel de cámara del tesoro de
donde se recoge el material para edificar la nueva realidad. Pero el nuevo mundo exterior, fantástico de la
psicosis quiere reemplazar a la realidad exterior; en la neurosis gusta de apuntalarse en un
fragmento de la realidad, le presta un significado particular y sentido secreto, simbólico.
Para ambas (neurosis y psicosis) no se trata del problema de la pérdida de la realidad,
sino del de un sustituto de la realidad.
Resumiendo: en la neurosis también está perturbado el vínculo con la realidad, pero no en el primer
tiempo sino en el segundo. En la psicosis también hay dos momentos (se rompe el nexo con la realidad/se
restablece con la creación de una nueva realidad). En ambos casos, la realidad produce displacer (en la
neurosis se evita un fragmento y en la psicosis se desmiente la realidad y se busca reconstruirla).
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Visto desde Schreber: no habla del primer tiempo de la represión que sería la fijación, sino desde la
represión propiamente dicha. Como segundo momento, “represión propiamente dicha” - la pérdida de la
realidad, el sepultamiento del mundo de Schreber. Como tercer momento, el retorno de lo reprimido,
hallamos el delirio como intento de restablecimiento (la reconciliación).
!Comentario sobre Lacan en el Seminario 3 (repetido):
Freud subrayó que las relaciones del sujeto con la realidad no son las mismas en la neurosis y en la
psicosis. Esta gran diferencia debe tener, dice Freud, una profunda razón estructural. Cuando hablamos
de neurosis, hacemos cumplir cierto papel a una huida, una evitación, donde un conflicto con la
realidad tiene su parte. Se produce en el sujeto cierta ruptura con la realidad. La realidad sacrificada en la
neurosis es una parte de la realidad psíquica.
Realidad no es homónimo de realidad exterior. En el momento en que se desencadena la neurosis, el
sujeto elide una parte de su realidad psíquica. Esta parte es olvidada, pero continúa haciéndose oír.
¿Cómo? De manera simbólica. La realidad que el sujeto eludía en determinado momento, intenta hacerla
volver a surgir prestándole una significación particular, un sentido secreto, que llamamos simbólico.
A la neurosis le opone la psicosis, donde en un momento hubo ruptura, agujero, desgarro, pero con la
realidad exterior. En la neurosis, es en un segundo tiempo, y en la medida en que la realidad no está
rearticulada plenamente de manera simbólica en el mundo exterior, cuando se produce en el sujeto la
huida parcial de la realidad, incapacidad de afrontar esa parte de la realidad secretamente conservada. En
la psicosis, en cambio, es verdaderamente la realidad misma la que está primero provista de un agujero,
que luego el mundo fantasmático vendrá a colmar.
Cuadro neurosis/psicosis.
Neurosis Psicosis
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Freud, S., “Duelo y melancolía”.
El duelo es la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus
veces. No es considerado un estado patológico y se supera pasado cierto tiempo.
La melancolía se caracteriza como una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés
por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una
rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y auto denigraciones y se extrema hasta
una delirante expectativa de castigo. El duelo muestra los mismos rasgos, excepto uno: falta en
él la perturbación del sentimiento de sí. Pero lo demás es lo mismo. En el duelo se ve la pérdida del
interés por el mundo exterior (en todo lo que no recuerde al muerto), la pérdida de la capacidad de
escoger algún nuevo objeto de amor (en reemplazo del llorado) y el extrañamiento respecto de cualquier
trabajo productivo que no tenga relación con la memoria del muerto.
Duelo Melancolía
Desazón, dolor.
Pérdida de la capacidad de amar (difícil sustituir
al objeto amado por uno nuevo).
Pérdida de la capacidad para trabajar.
Cancelación del interés por el mundo
exterior/extrañamiento por las personas o cosas
del mundo exterior (que no se traten del objeto
perdido).
El trabajo del duelo: el examen de realidad ha demostrado que el objeto no existe más y ahora se
debe quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto. A ello se opone una comprensible renuencia, dado
que el hombre no abandona de buen grado una posición libidinal. Esta renuencia puede alcanzar tal
intensidad que se produce un extrañamiento de la realidad y una retención del objeto por vía de una
psicosis alucinatoria de deseo.
Se ejecuta pieza por pieza, con un gran gasto de tiempo y energía de investidura, el retiro de la libido
de cada una de las partes del objeto perdido, y entretando la existencia del mismo perdura en lo psíquico.
Cada uno de los recuerdos y cada una de las expectativas de la libido que se anudaba con el objeto son
clausurados, sobreinvestidos. Una vez cumplido el trabajo del duelo, el yo se vuelve otra vez libre y
desinhibido.
La melancolía es también una reacción frente a la pérdida de un objeto amado, que puede ser de
naturaleza más ideal. El objeto tal vez no está realmente muerto pero se perdió como objeto de amor. En
otras veces es posible suponer una pérdida, pero no se discierne con precisión qué se perdió. Nos
referimos de algún modo a la melancolía como la pérdida de objeto sustraída de la consciencia,
a diferencia del duelo, en el cual no hay nada inconsciente en lo que atañe a la pérdida.
En la melancolía, la pérdida desconocida tendrá por consecuencia un trabajo interior semejante al del
duelo y será la responsable de la inhibición que le es característica, sólo que la inhibición melancólica nos
impresiona como algo enigmático dado que no se acierta a ver lo que absorto tan enteramente al
enfermo.
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En la melancolía se muestra algo que falta en el duelo: la extraordinaria rebaja del
sentimiento yoico, un enorme empobrecimiento del yo. En el duelo, el mundo se ha vuelto pobre
y vacío, mientras que en la melancolía eso le ocurre al yo mismo.
El melancólico tiene una lucidez especial para ver sus propios defectos, pero lo esencial no es
que tenga o no razón en la penosa rebaja de sí mismo, sino más bien importa que esté describiendo
correctamente su situación psicológica. Ha perdido el respeto por sí mismo y tendrá razones para ello.
Deberíamos inferir que él ha sufrido una pérdida en el objeto, pero de sus declaraciones
surge una pérdida del yo. Además del objeto, hay algo de sí mismo comprometido en esa pérdida. Se
queja de sí mismo, de su propia indignidad, hasta el punto de que llega a ser obsceno. El melancólico
expresa a gritos su falta, y ahí está el punto de la enfermedad.
Freud indica que todas las cosas que dice de sí mismo son en realidad quejas del objeto
perdido. Está atacando al objeto cuando se ataca a sí mismo, sus quejas de sí mismo son querellas contra
el objeto. Sus quejas (Klagen) s on en realidad querellas (Anklagen); todo eso rebajante que
dicen de sí mismos en el fondo lo dicen de otro.
El proceso de la melancolía: hubo una elección de objeto, una ligadura de la libido a una persona
determinada, y sobrevino un sacudimiento de este vínculo de objeto. El resultado no fue el normal, que
habría sido un quite de la libido de ese objeto y su desplazamiento a uno nuevo, sino otro distinto, que
para suceder requiere de ciertas condiciones. La investidura de objeto resultó poco resistente, fue
cancelada, pero la libido libre no se desplazó a otro objeto sino que se retiró sobre el yo, y
sirvió ahí para establecer una identificación del yo con el objeto resignado. La sombra del objeto
cayó sobre el yo, quien pudo ser juzgado por una instancia particular como un objeto, como el
objeto abandonado. Así, la pérdida del objeto hubo de mudarse en una pérdida del yo.
Para que se produzca esto, tiene que haber existido, por un lado, una fuerte fijación en el objeto
de amor y, por el otro, una escasa resistencia de la investidura de objeto. Esta contradicción
parece exigir que la elección de objeto se haya hecho sobre una base narcisista, de tal suerte que la
investidura pueda regresar al narcisismo en caso de dificultades. La identificación narcisista con el
objeto se convierte entonces en el sustituto de la investidura de amor, lo cual significa que
el vínculo de amor no debe resignarse a pesar del conflicto con la figura amada. Corresponde
a la regresión desde un tipo de elección de objeto al narcisismo originario. Se puede inferir entonces que
en todo o parte de la disposición a contraer melancolía se remite al predominio del tipo narcisista de
elección de objeto.
» Entonces: en la melancolía se produce una división por la cual el sujeto se identifica al objeto
perdido, en una disposición entre el yo y el superyó (conciencia moral) en la que el superyó
ataca al objeto perdido al cual el yo está identificado. El superyó ataca al yo identificado al objeto
perdido.
» Podemos ubicar en la melancolía entonces el punto de fijación en el narcisismo, y el mecanismo es el
es introyección melancólica (introyección en el yo del objeto perdido). Este es el mecanismo
característico de la melancolía (como psicosis). Además, el punto de fijación en la melancolía es
doble, en el narcisismo y en la etapa oral de elección de objeto. La investidura de amor del
melancólico en relación con su objeto experimenta un destino doble: en una parte ha regresado a la
identificación pero en otra parte, bajo la influencia del conflicto de ambivalencia, es trasladada hacia
atrás, hacia la etapa del sadismo más próxima a ese conflicto. La identificación es la etapa previa de la
elección de objeto y es el primer modo en el que el yo distingue a un objeto; querría incorporarlo, por la
vía de la devoración de acuerdo a la fase oral del desarrollo libidinal.
La pérdida de un objeto de amor es una ocasión privilegiada para que campee y salga a la luz la
ambivalencia de los vínculos de amor. Por eso, cuando preexiste la disposición a la neurosis
obsesiva, el conflicto de ambivalencia presta al duelo una conformación patológica y lo compete a la
exteriorizarse en forma de unos autoreproches, es decir, que uno mismo es culpable de la pérdida del
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objeto de amor. Sucede lo mismo en el duelo patológico, que no se termina debido a la ambivalencia.
El objeto se amaba y se odiaba. El odio reprimido no permite que se transite el duelo.
En la melancolía, como rasgo que distingue la psicosis del duelo de la neurosis, hay una cancelación
absoluta de la libido en las personas y objetos del exterior. Esa deslibidinización de los objetos,
con el efecto de tristeza subjetiva, nunca termina. En el duelo patológico, la identificación es a un
rasgo, mientras que en la melancolía la identificación es generalizada, y por eso se
denomina “introyección”. Se asemeja todo el Yo al objeto, porque el punto de fijación es doble. No es
interpretable dado que se encuentra en el punto de la psicosis.
El análisis de la melancolía nos enseña que el yo solo puede darse muerte si en virtud del retroceso de
la investidura de objeto pueden tratarse a sí mismo como un objeto, si le es permitido dirigir contra sí
mismo esa hostilidad que recae sobre un objeto y subroga la reacción originaria del yo hacia objetos del
mundo exterior. Suicidios melancólicos como asesinatos.
La peculiaridad más notable de la melancolía es su tendencia a volverse del revés en la manía, un
estado que presenta los síntomas opuestos (aunque no toda melancolía tiene ese destino). Otros casos
muestran una alternancia entre fases melancólicas y maníacas. Freud postula que la manía no tiene un
contenido diverso de la melancolía, y que ambas afecciones pugnan con el mismo “complejo”, mientras
que en la manía lo ha dominado o lo ha hecho a un lado. La experiencia, además, indica que en todos los
estados de la manía puede reconocerse idéntica conjunción de condiciones económicas; entra en juego un
influjo externo por el cual un gasto psíquico grande, mantenido por largo tiempo, se vuelve por fin
superfluo. Podemos atrevernos a decir que la manía no es otra cosa que un triunfo, solo que en ella otra
vez queda oculto para el yo aquello que ha vencido y sobre lo cual triunfa.
En la manía el yo tiene que haber vencido a la pérdida del objeto (o al duelo por la pérdida) y entonces
queda disponible todo ese monto de contrainvestidura que el sufrimiento de la melancolía había atraído
sobre sí y ligado. Cuando parte, voraz, a la búsqueda de nuevas investiduras de objeto, el maníaco nos
demuestra esa emancipación del objeto que le hacía penar.
El duelo normal vence la pérdida de objeto y mientras persiste absorbe de igual modo todas las
energías del yo. Pero la melancolía contiene algo más que el duelo normal, la relación con el objeto no es
en ella simple; la complica el conflicto de ambivalencia. Por eso la melancolía puede surgir en una
gama más vasta de ocasiones que el duelo, que por regla general solo es desencadenado por la pérdida
real. En la melancolía se urde una multitud de parciales por el objeto; en ellas se enfrentan el odio y el
amor. A estas batallas parciales las ubicamos en el inconsciente, y ahí mismo se efectúan los intentos de
desatadura en el duelo, pero en este caso nada impide que tales procesos prosigan por el camino normal
que atraviesa el preconsciente hasta llegar a la consciencia. Este camino está bloqueado para el trabajo
melancólico.
Comentario de Lacan sobre la melancolía en el Seminario 10.
19
Cuadro melancolía/paranoia/parafrenia.
En las tres hay un desasimiento libidinal de las cosas y personas y regresión de la libido al yo.
Melancolía Paranoia Parafrenia (esquizofrenia)
Cuadro psicosis/neurosis.
Psicosis Neurosis
Conflicto: entre el Yo y el mundo exterior (bajo el Conflicto: entre el yo y el ello (bajo el influjo de la
influjo del ello). realidad).
Pérdida de la realidad en la represión y Represión de las mociones pulsionales del ello en
reconstrucción de la realidad en el tercer tiempo. la represión y retorno de esas mociones a través de
Primer tiempo (mudo) como patológico, ruptura los síntomas en el retorno de lo reprimido, con
del nexo con la realidad. una huida de la realidad. Pérdida de la realidad en
Desmentida y reconstrucción de la realidad. el tercer tiempo.
Aflojamiento del vínculo con la realidad desde
el retorno de lo reprimido (rol de la fantasía como
forma de no afrontar las cosas, de no resolver el
conflicto).
No quiere saber nada de la realidad; evita un
fragmento de ella.
El segundo momento (retorno de lo reprimido)
es patológico.
20
Elaboración lacaniana de la psicosis - parte 1.
De Clérambault, G. G., “Psicosis basadas en el automatismo”. 2
1
II. ELABORACIÓN LACANIANA DE LA PSICOSIS.
2
producto psicológico, inherente a la personalidad del enfermo. Lacan critica precisamente al error
que implica sostener la dicotomía entre fenómeno elemental y delirio, que impide captar la
estructura que comporten.
Esta concepción clásica de Clerambault se problematiza en sus desarrollos posteriores, en el que indica
que “una buena parte de la ideación no es construida por la reflexión del sujeto, sino que se elabora
mecánicamente en el subconsciente”. Pasa así a llamar dicha ideación como “neoplásica”. Articulada al
síndrome de pasividad, las características que le otorga a dicha ideación son las de ser sufrida por el sujeto
y de tener una naturaleza mecánica-automática y parasitaria. Incluso concluye que: “es un error creer que
la sistematización delirante es un trabajo consciente tardío”.
Esta línea de pensamiento de Clerambault llega tal vez a su máxima expresión al final de su obra,
cuando plantea dos niveles de pensamiento: el que denomina “extrapersonal” (automático, intrusivo,
calificado como inferior respecto al otro) y el “personal” (refleja las cualidades intelectuales normales del
sujeto). Esto prosigue su teoría de la existencia de dos personalidades, que lo había llegado a sostener que
“toda psicosis alucinatoria es una suerte de Delirio de Dos” debido a la existencia de estas dos
personalidades. Considera que la construcción extrapersonal es anticipatoria del proceso demencial y, en
ese sentido, la personalidad neoplásica anunciaría cómo va a terminar el sujeto al cabo de dicho proceso.
Clerambault identifica el carácter automático en el rasgo clínico de que las ideas le son provistas por
las voces y el sujeto las rechaza como absurdas en un principio. El delirio automático es, para él, más
constructivo que explicativo, más absurdo; nos muestra cómo la personalidad parasitaria invade la
personalidad primitiva hasta sustituirla. Clerambault entonces parte de una posición de “observación
(descripción) y con el tiempo se acerca más a la otra de “estructura” (análisis).
Ejemplo de las nervaduras de la hoja. Para explicar la relación estructural entre los fenómenos
elementales y la construcción del delirio, Lacan propone el ejemplo de la planta. El modo en que se
3
insertan las nervaduras de una hoja reproduce una estructura análoga a la de las formas que componen la
totalidad de la planta. Del mismo modo, la composición del delirio y el fenómeno elemental muestran
estructuras análogas, la misma fuerza estructurante. Encontramos que no hay una relación parte a todo ni
una sumatoria de elementos análogos sino una configuración compleja donde la misma estructura está
presente, de diversos modos y niveles, en cualquiera de los componentes de la planta. Aun el fragmento
más pequeño de su hoja es un índice de su estructura. El elemento no es la parte de un todo, sino
que en él se resume la estructura misma.
La expansión gnómica. Miller propuso, para pensar la relación entre el fenómeno elemental y el
delirio, el modelo geométrico del gnomon griego. Un gnomon es cualquier figura que, añadida a una
figura original, produce una figura semejante a la original. Es la parte sombreada que se agrega a la figura
inicial para crear otra más grande pero que mantiene las mismas proporciones que la primera. El
crecimiento gnómico mantiene y reproduce la misma estructura, representada por las proporciones de las
figuras y las características de sus ángulos.
En todos estos esquemas se capta que en el elemento más pequeño y en la figura más amplia está
presente la misma estructura. Se reconoce la estructura geométrica del cuadrado aún en el cuadrado más
pequeño.
4
» Detalle y diagnóstico diferencial.
Se puede retomar la pregunta de qué diferencia la estructura psicótica de la neurótica, si en ambas se
trata de algo que concierte a la estructura del lenguaje. Si bien en ambos casos se trata de la estructura del
lenguaje, las “nervaduras del significante” son distintas. La “planta neurótica” se rige por el
retorno de o reprimido en lo simbólico (este es el factor dinámico de la estructura), la instancia que
rige el crecimiento gnómico de sus formaciones sintomáticas. Su retorno es en el mismo lugar (“in
loco”) en la cadena significante.
Por el contrario, el retorno en la psicosis es en otro lugar, “in altero”, en lo real. Podemos
distinguir en la psicosis los modos en que el sujeto hace un tratamiento de fenómenos que lo habitan, se
pueden diferenciar momentos en la diacronía de una psicosis, pero resulta esencial aislar la lógica
sincrónica que define una estructura subjetiva.
Este par opositivo “in loco - in altero” o retorno en lo simbólico/retorno en lo real,
puede formalizarse también como: significante solo en lo real, no encadenado, o
significante en cadena, el par S1 - S2.
Esto no quiere decir que la estructura psicótica no pueda reinstaurar una articulación significante S1 -
S2, por el contrario, eso es lo que Lacan llamó como “metáfora delirante”, que viene a suplir la
ausencia del punto de capitón del nombre del padre. En Una cuestión preliminar lo define así: “es la falta
del Nombre del Padre en ese lugar (el del Otro) la que, por el agujero que abre en el significado, inicia la
cascada de los retoques del significante de donde procede el desastre creciente de lo imaginario, hasta que
se alcance el nivel en que significante y significado se estabilizan en la metáfora delirante”. En este párrafo
Lacan sitúa las coordenadas que van desde el desencadenamiento de la psicosis hasta su
posible estabilización en la metáfora delirante, como un intento de reanudamiento entre el
significante y el significado. Vale la pena destacar que no siempre se logra esta estabilización, no
cualquier delirio lora producir esa solución que suple el punto de capitón ausente. En todo caso, esa es la
salida schreberiana y marca un posible recorrido del delirio.
Esta metáfora delirante no se confunde con la metáfora paterna. Constituye un “orden de
hierro” que contraste, en su fijeza, con la movilidad y dialecticidad de la significación fálica
producida por la metáfora paterna.
Lo que causa ese intento de elaboración de saber es el retorno de lo real del S1. Lacan decía, en su
tesis, que es interesarse por las experiencias iniciales que determinaron el delirio. Es una buena
indicación para no perderse de entrada en lo frondoso del delirio, buscar las experiencias enigmáticas y de
significación personal que estaban en el origen, experiencias en las que el enfermo percibe algo, pero no
entiende qué cosa es. El valor de esta indicación radica en que si se toma un delirio en su conjunto el
riesgo es terminar haciendo un análisis de contenido. Eso sería dejarse llevar por una clínica descriptiva y
estandarizada. No es por el contenido que se distingue un delirio psicótico, es por su estructura y
por el modo en el que el sujeto queda situado en ella, porque pueden reconocerse los S1 que en su iterativo
retorno en lo real mueven su crecimiento gnómico, por falta de dialecticidad, por la significación que
irrumpe intuitivamente en lo real, por su certeza y su orden de hierro cuando la elaboración delirante
constituye un S2 (metáfora delirante) que intenta reinstaurar una cadena. Si seguimos esta lógica,
podemos sostener que se trata de un delirio psicótico aunque su contenido no tenga nada de extravagante,
y descartar la psicosis aunque se trate de una idea “delirante”, inventada o injustificada.
5
Se ocupa en este caso del eje sincrónico del abordaje lacaniano de la psicosis, del mecanismo
de la psicosis, especialmente en su diferencia con la neurosis, eje que hay que distinguir de la
consideración de la psicosis en su evolución (perspectiva diacrónica).
Debe señalarse que hay un empeño freudiano por situar un mecanismo específico que permita
distinguir una psicosis de una neurosis. En el capítulo III del historial de Schreber, Freud señala que lo
particular de la paranoia no debe hallarse en los complejos, sino en relación con los síntomas, en su
mecanismo de formación y en la represión. Al tratar la cuestión de la diferencia estructural, lo que
subraya la perspectiva freudiana es lo que corresponde a los mecanismos y no a la presencia de tal o cual
idea.
Bejahung/Verwerfung.
La negación. “Mi madre no es”. En el texto, Freud relata que un analizante le dice a Freud que ha
soñado, y ante la pregunta por la persona del sueño el sujeto responde “mi madre no es”. Freud concluye:
“entonces es su madre”. Freud dice que en ese “no es mi madre”, lo reprimido logra penetrar en la
conciencia, un contenido de representación reprimido que irrumpe en la conciencia a condición de que se
deje negar. Lo reprimido, de este modo, irrumpe agregándose el “no”. La negación es un modo, dice
Freud, de tomar noticia de lo reprimido, es ya una cancelación de la represión. Y está claro
que eso no implica una aceptación de lo reprimido, la negación conlleva al mismo tiempo un
mantenimiento de la represión.
La negación puede ser situada, entonces, en el nivel del tercer tiempo, en el lugar del retorno
de lo reprimido; irrupción de lo reprimido, pero no levantamiento “de lo esencial de la
represión”. Tampoco en las “formaciones del inconsciente” (síntoma, sueño, lapsus) hay una
cancelación absoluta de la represión; son modos en lo que lo reprimido se manifiesta, corresponden al
retorno de lo reprimido, pero no podría hablarse de ellas en tanto levantamiento de la represión. Solo son
índices de su fracaso.
Lacan invita a su seminario a un filósofo para esclarecer este texto freudiano, Jean Hyppolite. Freud en
el texto de La negación propone pensar la génesis del juzgar, de la función intelectual que es el juicio.
¿Cuál, qué es el primer tiempo pulsional a partir del cual es posible elucidar la génesis del juzgar?
El juicio para Freud es algo que se origina en un movimiento primario que podría describirse de este
modo: “Quiero introducir esto en mí o quiero expulsar esto de mí”. Según Hyppolite, se trata de un
primer mito del fuera / dentro. Un mito de constitución del aparato psíquico.
Lo que introduzco en mí constituye un dentro, lo que expulso, un fuera. Lo que queda dentro, lo que se
incluye, ha sido efecto de una Bejahung, de una afirmación primordial. En tanto el quedar afuera es
efecto de una Austossung, de una expulsión primordial.
Lo que cae bajo el registro de la Bejahung, de la afirmación primordial, va a quedar del
lado del aparato, constituyéndolo; lo que es efecto de la Austossung, lo expulsado, quedará
fuera, del lado del exterior. Conviene destacar la disimetría que Freud establece entre la afirmación
(Bejahung) y la negación (Verneinung). La afirmación es sustituto o equivalente de la unificación que la
pulsión de vida promueve, mientras que la negación es sucesora de la expulsión. La negación se encuentra
en un “nivel de historia” distinto de aquél de la pareja originaria Bejahung-Austossung.
La afirmación, en ese movimiento originario, no se contrapone a la negación. A la
afirmación primordial se le opone no la negación sino la expulsión primordial. La negación
es más bien sucesora, secundaria, respecto de ese primer movimiento por el cual el aparato se constituye.
La pareja inicial es afirmación-expulsión, y sólo más tarde puede producirse la negación. Para negar
algo, aquello que es negado tuvo que ser afirmado en un tiempo anterior. Esto es que
solamente es posible negar aquello que ha entrado en el aparato, que ha sido afirmado. Ubicamos
entonces a la negación (Verneinung) debajo, en un segundo nivel, pero en la línea de la Bejahung.
6
Lo que cae bajo la acción de la afirmación primordial tendrá determinados destinos, mientras que lo
que cae bajo el efecto de la expulsión primordial tendrá otros.
Deberíamos ubicar a la represión (Verdrangung) propiamente dicha como el antecedente necesario de
la Verneinung, la negación, dado que no hay retorno de lo reprimido sin represión.
Lacan retoma lo postulado por Hyppolite de la siguiente forma: “en lo inconsciente todo no está
tan solo reprimido”. Para Lacan, para que algo sea reprimido primero tuvo que haber sido
admitido en el aparato, en lo simbólico según sus términos.
A esa inscripción en lo simbólico Lacan la llama Bejahung primordial, afirmación primordial. En esta
operación originaria, son significantes los que se admiten en lo simbólico y también
significantes los que se rechazan. Afirmación, inscripción o admisión de estos significantes en un
tiempo que podemos llamar primario. Para ser reprimidos, en el sentido de la represión secundaria, estos
significantes primero han debido ser inscriptos en lo simbólico, admitidos en el sentido de la Bejahung
primordial.
Es decir: Bejahung (afirmación primordial) → Verdrangung (represión secundaria) →
Retorno de lo reprimido.
¿Hay Bejahung en la psicosis? Lacan propone que esa admisión en el sentido de lo simbólico
“puede faltar”. ¿Podría para un sujeto no haber simbolización primordial? Sin embargo, Lacan aclara que
“previo a toda simbolización hay una etapa donde puede suceder que parte de la
simbolización no se lleve a cabo”. Es decir, puede ocurrir que parte de la simbolización no se
produzca. Algo primordial puede ser rechazado, pero rechazar algo no implica que no haya simbolización
como tal. Algún significante podría no inscribirse, no admitirse en lo simbólico y entonces ser rechazado,
pero esto no supone la ausencia absoluta de simbolización. Incluso para el campo de la psicosis se supone
la Bejahung.
Es un significante determinado el que no es admitido en lo simbólico en la psicosis: es el
nombre del padre, significante primordial que no toma la ruta de la Bejahung y no es
inscripto en lo simbólico. En la psicosis no hay Bejahung del nombre del padre.
A continuación nos remitimos a un pasaje en el texto del historial de Hombre de los Lobos, en el que
Freud recuerda la alucinación del dedo cortado y utiliza el término Verwerfung para subrayar que el
mecanismo que ha operado es diferente de la Verdrangung (represión). La escena implica que el
sujeto ve su dedo cortado y colgando, a punto de caerse, en un momento de suspensión de la realidad. La
teoría de Freud es que el niño rechazó (y utiliza el término Verwerfung), desestimó la castración, “el niño
no quiere saber nada de la castración, ni en el sentido de lo reprimido”. No es no querer saber y reprimir,
sino una negación, una verwerfung.
Lacan toma el término verwerfung del historial del Hombre de los Lobos y lo va a
oponer a esa Bejahung primordial, de modo tal que el aparato se constituiría por esa operación en la
cual por un lado se inscriben determinados significantes que van a formar el mundo simbólico de un
sujeto y por el otro se excluyen otros que tendrán otro destino.
Vale entonces diferenciar el modo de retorno de aquello que fue expulsado originalmente
del aparato (Verwerfung) del retorno de lo reprimido, que ha sido inscripto en el aparato
(Bejahung). “Lo que cae bajo la acción de la represión retorna, pues la represión y el retorno de lo
reprimido no son sino el derecho y el revés de una misma cosa” dice Lacan.
Lo reprimido siempre está ahí y se expresa de modo perfectamente articulado en los síntomas y otros
fenómenos. Que lo reprimido se exprese en modo articulado indica que no fue expulsado de
lo simbólico, sino que se articula en una cadena de significantes. Lo que se inscribió en lo
7
simbólico, lo que tomó el camino de la Bejahung, pudo ser reprimido, pero como la represión es una
operación en el plano de lo simbólico, podrá retornar en ese campo también, en lo simbólico.
Lo que cae bajo la acción de la Verwerfung tendrá un destino totalmente diferente, ya que se trata de
una expulsión, de una no admisión al registro simbólico, y por lo tanto el retorno no se va a producir en lo
simbólico. Para Lacan, aquello que ha sido expulsado de lo simbólico va a retornar en lo
real.
El mundo simbólico de un sujeto está constituido, por lo tanto, de los significantes que se han inscripto
originariamente en la Bejahung, mientras que aquellos que han quedado por fuera de lo simbólico retorna
en lo real.
Debe tenerse en cuenta que si se considera la Bejahung-Verwerfung como operación constitutiva del
aparato, no debe considerarse a la Verwerfung como exclusiva de la psicosis, sino que debe ser entendida
como fundante del aparato psíquico en cualquiera de las tres estructuras subjetivas. Hablamos así de una
Verwerfung que afecta a cualquier ser hablante, pero hay que remarcar que no es sin consecuencias
cuáles significantes se inscriben en el aparato y cuáles quedan afuera.
Por lo tanto, para la psicosis no se hablará solamente de Verwerfung (o forclusión, como luego la
llamará Lacan) sino que habrá que hablar de forclusión del nombre del padre, de ese significante en
particular, y por lo tanto de sus efectos, porque solo sabemos de la forclusión del nombre del padre, que es
de estructura, por sus consecuencias. De este modo, estrictamente se habla de la forclusión del
nombre del padre cuando se refiere a la estructura psicótica.
Aquello que fue cercenado de lo simbólico por la Verwerfung va a retornar en lo real de la alucinación.
La alucinación, elabora Lacan (aunque no toda alucinación) no es una formación del inconsciente, sino
que se elabora del lado de lo que retorna en lo real, como uno de los modos de retorno de lo real.
Lo reprimido, dice Lacan, es un saber, un saber no sabido. La Verwerfung es otra cosa.
La Verwerfung se trata de una operación que recae sobre significantes. Son significantes
los rechazados de lo simbólico (específicamente el nombre del padre) y retornan desde lo
real.
Cuando Lacan retoma el historial de Schreber, vuelve al párrafo que dice “no era correcto decir que la
sensación interiormente sofocada es proyectada hacia afuera; más bien inteligimos que lo cancelado
adentro retorna desde afuera”. En el historial de Schreber lo reprimido y lo cancelado se encuentran en
un mismo nivel de historia, la segunda fase de la represión, pero cuando Lacan lee “lo cancelado”
transporta esta cancelación, este rechazo, a nivel histórico lógicamente anterior, al primario, estructural.
Hay, además, el objeto perdido por el hecho de habilitar el lenguaje. Lacan reserva el término
Ausstossung para lo que queda en lo real, pero no del lado del significante, sino del lado del objeto. Es
decir, que mientras la Verwerfung se restringe a la operación que deja fuera de lo simbólico a
determinados significantes, la Ausstossung se trata de la operación por la cual se pierde originariamente
el objeto, al cual Lacan denomina “objeto a”.
¿Por qué Lacan habla de Verwerfung o no de Austossung en el Seminario 3? Porque en el Seminario 3
es del lado del significante, en relación con la inscripción o no del nombre del padre, que logra oponer
neurosis y psicosis. Podría decirse que del lado de la Ausstossung, tanto en la neurosis como en
la psicosis el objeto se pierde originariamente por el hecho de hablar el lenguaje.
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En la neurosis, donde el nombre del padre se inscribe y no es forcluido, esa pérdida inicial del objeto
(Ausstossung) va a tener una inscripción simbólica. El nombre del padre, por su operación metafórica,
redobla en la neurosis esa pérdida fundamental del objeto, redoblamiento que inscribe esa pérdida el
términos fálicos, lo que permite que el deseo neurótico encuentre su razón en el falo y se normalice. En
tanto que en la psicosis, donde el nombre del padre ha sido forcluido, la pérdida original del objeto a no es
redoblada simbólicamente, con las consecuentes dificultades que eso conlleva para la normalización del a
función del deseo.
Establecidos los dos campos, de lo simbólico y de lo real, es posible proponer el planteo de dos estados
posibles para el significante. Por un lado, podemos encontrarlo en su patria, es decir en lo simbólico; o
por otro, podemos hallarlo en el exilio, en lo real.
La patria del significante es lo simbólico, y solamente en su patria, el significante, encadenandose,
se articula con otro y produce la significación. Lacan dice que “un significante es lo que representa
a un sujeto para otro significante”. Esto ocurre entonces solo para lo significantes que se encuentren en
lo simbólico, mientras forman parte de una cadena. El significante en lo real se halla solo, fuera de lo
simbólico, aislado de la cadena. Así, si una alucinación en la psicosis no es interpretable, no lo es
porque no está conectada en tanto que el significante no está enlazado con una cadena. El significante
en lo real es el significante en tanto no encadenado. Se trata así del significante que no remite a
otro, y esto explica el peso tan particular del neologismo psicótico. Del estado de desencadenamiento que
presenta el significante en lo real se sigue, entonces, su vacío de significación (en el caso del estribillo o
fórmula) o por ser tan pleno de significación (intuición delirante) que ya no significa nada.
Un significante, vale aclarar, no puede estar al mismo tiempo en su patria y en el exilio; no puede al
mismo tiempo haber sido aceptado en lo simbólico y rechazado en lo real. En el principio hay Bejahung o
Verwerfung, en un sentido de exclusión tajante. Un significante no puede ser admitido y expulsado al
mismo tiempo.
El significante nombre del padre o se inscribe en lo simbólico o se forcluye, pero no ambas cosas. En el
primer caso tendremos a la neurosis o la perversión, y en el segundo caso a la psicosis. No es posible al
mismo tiempo ser neurótico y ser psicótico.
9
reprimido en sueños, lapsus, síntomas. Podemos hallar un cuarto elemento de la negación, aquello que
retornó en el fracaso de la represión se pone en juego al nivel del preconsciente.
Solo lo que ha sido afirmado podrá ser reprimido y podrá retornar de lo reprimido. Y solo lo reprimido
podrá retornar bajo una de las formas de compromiso, una de ellas la negación.
Freud: primero algo debe ser afirmado (afirmación primordial - Bejahung) y algo debe
ser expulsado (Austossung). Estos dos procesos equivalen a la constitución del aparato
psíquico, como la definición de un adentro (todo lo que se inscribe en el aparato) y de un
afuera (lo que queda expulsado). Lacan indica que todo o que se ha inscripto conforma lo
simbólico, lo afirmado.
Ponemos la Verwerfung en oposición a la Bejahung y la Austossung sigue teniendo su valor para el
objeto a. Esta es la operación que hizo Lacan sobre Freud.
Bejahung (represión - retorno de lo reprimido) / Verwerfung (expulsado hacia lo real). Idea de estar en
la patria (lo simbólico) o en el exilio (lo real) - no dentro de un sistema, solo, se va a comportar de forma
anómala.
La represión (Verdrangung) es lo que sucede cuando algo no encaja a nivel de la cadena simbólica.
Cada cadena simbólica a la que estamos ligados entraña una coherencia interna, que nos esfuerza en un
momento a devolver lo que recibimos del otro. Puede ocurrir que no nos sea posible devolver en todos los
planos a la vez y que, en otros términos, la ley nos sea intolerable. La posición en que estamos implica
un sacrificio que resulta imposible en el plano de la significaciones. Entonces reprimimos. Pero la
cadena, de todos modos, sigue circulando por lo bajo, expresando sus exigencias, por intermedio del
síntoma neurótico. La represión es el mecanismo de la neurosis. El así llamado principio de realidad
interviene estrictamente en este nivel. La Verneinung es del orden del discurso y concierne a lo que
somos capaces de producir por vía articulada.
Fenómenos neuróticos: retorno de lo reprimido (puede asociar, porque lo reprimido retorna dentro de
un sistema), fenómenos psicóticos: retorno de lo real, el significante no encadenado, se comporta de
forma anómala. Esta es la diferencia estructural. Pero siempre hay significantes forcluidos; lo que
caracteriza a la psicosis es la forclusión de un significante en particular, el nombre del
padre.
Solo puedo reprimir secundariamente aquello que está inscripto. La Verwerfung no tiene el
aparato de la represión secundaria. El “retorno de lo forcluido” - ese significante que no entró
en lo simbólico - va a retornar desde lo real. Hablamos de un S1, en el sentido de un significante
que aparece completamente diferente del resto, porque no hace cadena con un S2.
Lo que está en la Austossung no retorna, lo que está en la Verwerfung sí (desde lo real).
S1, como significante que está solo, que no significa nada, es el significante en lo real que retorna, pero
que no por eso me es indiferente. Me está dirigido. No lo puedo negar y no lo puedo reprimir.
10
Lacan, J., El seminario. Libro 3: “Las psicosis”.
Todo a continuación son citas directas de Lacan, se intercalan con notas en clase:
Para Freud el campo de la psicosis se divide en dos: parafrenia (esquizofrenia) y paranoia.
Sin embargo, Freud se muestra incapaz de dar cuenta de la distinción entre la neurosis y la psicosis, las
deja en el mismo plano. Es entonces más allá de esta dimensión donde se plantean los problemas que son
el objeto de nuestra investigación este año.
Ya que se trata del discurso, del discurso impreso del alienado, es manifiesto entonces que estamos en
el campo de lo simbólico. ¿Cuál es el material mismo de ese discurso, en qué nivel se despliega el
sentido traducido por Freud? De manera general, el material es el propio cuerpo. La relación con el propio
cuerpo caracteriza en el hombre el campo, a fin de cuentas reducido, pero verdaderamente irreductible, de
lo imaginario. Esto es lo que el análisis simbólico del caso Schreber demuestra, si algo corresponde en
el hombre a la función imaginaria es todo lo que relaciona de modo electivo, pero siempre muy difícil de
asir, con la forma general de su cuerpo, donde tal o cual punto es llamado zona erógena. Está relación
siempre está en el límite de lo simbólico.
El texto de Freud carece de ambigüedad en este punto. El Hombre de los lobos, quien no deja de
dar fe de tendencias y propiedades psicóticas, ha rechazado todo acceso de la castración, aparece sin
embargo en su conducta, al registro de la función simbólica. Jugando con un cuchillo, se había cortado el
dedo, que sólo se sostenía por un pedacito de piel. Parece que toda localización temporal hubiese
desaparecido. Luego se sentó en un banco, junto a su nodriza, y no se atrevió a decírselo. Cuán
significativa es esta suspensión de la posibilidad de hablar. Hay aquí un abismo, una picada temporal, un
corte de la experiencia, después de la cual resulta que no tiene nada, todo terminó, no hablemos más de
ello. Freud indica que el niño “no quiere saber de la cosa, ni siquiera en el sentido de lo reprimido”; lo que
es rehusado en el orden simbólico vuelve a surgir en lo real.
11
sujeto psicótico, en cambio, ciertos fenómenos elementales y especialmente a alucinación, nos muestran
al sujeto plenamente identificado a su yo con el que habla, o al yo totalmente asumido bajo el modo
instrumental. El habla de él, el sujeto, el S, en los dos sentidos del término, la inicial S y el Es alemán. Esto
es realmente lo que se presenta en el fenómeno de la alucinación verbal. En el momento en que
aparece lo real, el sujeto literalmente habla con su yo, y es como si un tercero, su doble,
hablase y comentase su actividad.
Este año nuestra tentativa es situar en relación a los tres registros de lo simbólico, lo imaginario y lo
real las diversas formas de la psicosis.
Para ser loco, es necesaria alguna predisposición, si no alguna condición. Es bien conocido que un
análisis puede desencadenar una psicosis, pero nadie ha explicado nunca por qué. Evidentemente está en
función de las disposiciones del sujeto, pero también de un manejo imprudente de la relación de objeto.
12
Recuerden que en lingüística existen el significante y el significado, y que el significante debe tomarse
en el sentido del material del lenguaje. La trampa, el agujero, en el que no hay que caer, es creer que los
objetos son el significado. El significado es algo muy distinto: la significación remite siempre a la
significación, vale a decir a otra significación. El sistema del lenguaje jamás culmina en un índice dirigido
hacia un punto de realidad, la realidad toda está cubierta por el conjunto de red del lenguaje.
A nivel del significante, en su carácter material, el delirio se distingue precisamente por esa forma
especial de discordancia con el lenguaje común que se llama neologismo. A nivel de la significación, se
distingue justamente porque la significación de esas palabras no se agota en la remisión a una
significación. La significación de esas palabras que los detienen tiene como propiedad el remitir
esencialmente a la significación en cuanto tal. Es una significación que no remite más que a sí
misma, que permanece irreductible. El enfermo mismo subraya que la palabra en sí pesa.
Lo vemos en ambos polos de todas las manifestaciones concretas de las que son sede estos enfermos.
Hay dos polos donde este carácter es llevado al punto más eminente, dos tipos de fenómenos donde se
dibuja el neologismo: la intuición y la fórmula.
La intuición delirante es un fenómeno pleno que tiene para el sujeto un carácter inundante, que lo
colma. Le revela una perspectiva nueva cuyo sello original subraya. Allí, la palabra es el alma de la
situación.
En el extremo opuesto, tenemos la forma de la significación cuando ya no remite a nada. Es la fórmula
que se remite, que se reitera, que se machaba con insistencia estereotipada. Podemos llamarla el
estribillo.
Ambas formas, la más plena y la más vacía, detienen la significación, son una especie de plomada en
la red del discurso del sujeto. Característica estructural que permite reconocer la rúbrica del delirio.
Estos enfermos hablan nuestro mismo lenguaje, de no haber este elemento nada sabríamos acerca de ello.
La economía del discurso, la relación de su discurso con el ordenamiento común del discurso es por lo
tanto lo que permite distinguir que se trata de un delirio.
13
Cuando el pequeño automatismo se transforma en el gran automatismo se sensorializa, se tematiza,
adquiere significación.
Alucinaciones como otro modo de retorno del significante en lo Real - vale aclarar su
diferencia respecto al sueño. En el sueño toda la realidad está comprometida para el sujeto. Hay
alucinaciones no psicóticas, por lo que no hay que hacer de la alucinación un equivalente a la psicosis.
“Pequeña revolución de Jules Seglás” nota que cuando un paciente dice que oye voces, mueve muy
poco la boca, articula la palabra, sin darse cuenta que es él. Revolución: la alucinación no es un problema
de los sentidos, sino del sujeto con el lenguaje.
Clerambault llamó “síndrome de pasividad” a este verse invadido, el no ser el actor, sino de verse
afectado y posicionarse pasivamente frente a los fenómenos que lo invaden. Son significantes que
aparecen sueltos y se viven de forma ajena - luego con la elaboración delirante se puede atribuir el origen
a los mismos.
14
todo esto, es el mecanismo que hace retornar del exterior lo que está preso en la Verwerfung, o sea lo que
ha sido dejado fuera de la simbolización general que estructura al sujeto.
15
Katan introduce el término de prepsicosis en 1939 y Lacan lo retomó, son los trabajos de Katan
(aunque los critica fuertemente) los que constituyen el punto de partida de la elaboración de Lacan sobre
esta cuestión.
16
que su semejanza con su amigo era tal que la chica debía de carecer de todo motivo que le impidiera
sustituir a su amigo por él. Junto con ese pensamiento cumple su última autoconquista: abandona a la
chica.
La tercera subfase del período prepsicótico es denominada por Katan el “período ceremonial”. H
cesó en todos sus esfuerzos. Abandonó el colegio, no pudo empezar a trabajar, desarrolló un intenso
ceremonial de lavarse y vestirse, tardando desde las 11 de la mañana hasta las 6 de la tarde. Comenzó a
concurrir a un centro de salud y poco después surgió el delirio: su padre influye sobre él, quiere
castrarlo y satisfacer sus deseos homosexuales en él. Lacan llama a este momento el momento en el que el
Otro toma la iniciativa, el Otro quiere esto, el Otro quiere aquello. A través de los años el delirio se
extiende y se vuelve más complejo.
Katan entonces caracteriza a la prepsicosis de la siguiente manera: Antes de que el paciente adquiera
síntomas psicóticos, como los delirios, alucinaciones ,etc, atraviesa un período que se desvía de la
normalidad. No se presenta una neurosis regular, pero tampoco es patente la característica principal de
una psicosis, es decir, la pérdida del contacto con la realidad. Ya que los delirios y alucinaciones son
signos evidentes de que el paciente ha abandonado el contacto con la realidad y está viviendo en un
mundo en que le es propio. A este período de transición lo llamo período prepsicótico.
La definición marca los delirios y alucinaciones como signo distintivos de la psicosis. Esta noción
constituye el centro de la concepción kataniana de la psicosis y por lo tanto lo que señala su comienzo.
Para Katan, la pérdida de contacto con la realidad constituye la operación que define el comienzo de la
psicosis.
Más allá de las oposiciones, Katan postula que ambas fases (prepsicosis y psicosis) el sujeto se defiende
del mismo peligro, y lucha con el mismo conflicto que, cuando no puede resolver con medios realistas,
vence más fácilmente con medios irreales. De este modo el peligro y la angustia de castración ocupan el
centro tanto de la prepsicosis como de la formación delirante, pero esta resulta más eficaz para vencerlos.
17
Perplejidad. No se trata de duda, ni de vacilación, ni de estado confusional, ni de estupor. Se trata de
la falta de significado, hay una significación pero no se sabe cuál. Por eso Lacan lo denomina
“significación de significación”. La perplejidad no remite a la ausencia de significado sino de significante.
Se trata no solo de la falta de un significante, sino de la experiencia de esa falta de significante.
¿Cómo se puede llegar a la experiencia de evocar la falta de un significante? Esto es lo que Lacan define
en Una cuestión preliminar…, momento en que ya ha elaborado el concepto de forclusión del significante
del nombre del padre. ¿Cómo puede el nombre del padre ser llamado por el sujeto al único lugar de donde
ha podido advenirle y donde nunca ha estado?
En Lacan la perplejidad es una traducción directa de la definición estructural ed confrontación con la
ausencia de un significante.
Entre el momento de confrontación con la ausencia del significante, y la eclosión de la psicosis, en ese
entretiempo se localiza la prepsicosis, y en su comienzo la perplejidad, ubicada como experiencia
inaugural.
Fenómenos de franja. ¿Cómo se manifiesta la aparición de la pregunta planteada por la falta del
significante? Se manifiesta por fenómenos de franja, donde el conjunto del significante está puesto en
juego. Estos fenómenos de franja son el límite donde el discurso desemboca en algo más allá de la
significación, sobre el significante en lo real.
Son fenómenos elementales, sin duda, pero de un orden diferente a los delimitados clásicamente. En
cierto modo son más elementales. Se presenta como una franja más o menos adecuada del fenómeno de
discurso, en el borde del campo de la experiencia. Cuando se trata del registro de la voz, son murmullos o
cuchicheos, carcajadas, fenómenos que sin ninguna duda son verbales y sin embargo bordean lo
asemántico. Pueden ser gritos o risas, pero el grito lo sorprende al sujeto, no es él el que grita. Cuando se
trata del registro de la mirada son brillos, llamaradas, luminosidades.
Es decisivo hacer notar que estos fenómenos de franja se reencuentran también después de
desencadenada la psicosis.
El empleo que usa Lacan del término de prepsicosis se encuentra definitivamente en el registro de la
diacronía, como el primer momento de desencadenamiento de la psicosis. Existe en la enseñanza de
Lacan sin embargo sujetos cuya estructura es psicótica, y sin embargo no necesariamente desencadenan
una psicosis clínica. Esta estabilidad es explicada en el Seminario 3 como una “compensación imaginaria
del Edipo ausente”, compensación mediante identificaciones imaginarias de la carencia de los efectos de
la metáfora paterna. Se trata de “una serie de identificaciones conformistas a algunos personajes que
proporcionarán el sentimiento de lo que hay que hacer para ser hombre. Es así que los psicóticos viven
compensados, en apariencia con los comportamientos ordinarios considerados como normales viriles, y
súbitamente, misteriosamente, Dios sabrá por qué, se descompensan”. Lacan utiliza estas nociones en el
caso del adolescente de Katan donde, ante la dificultad de asumir una posición viril, se produce una
tipificación apoyada solamente en identificaciones imaginarias con su amigo.
Lacan más tarde (Seminario 23) reconocerá otros procedimientos de estabilización a partir del
concepto de suplencia (El sinthome, James Joyce) articulado con las distintas formas de anudamiento
(borromeas y no borromeas) entre los registros de lo real, lo simbólico y lo imaginario.
Notas de Seminario/teórico.
Lacan ubica como pequeño automatismo al significante desencadenado, solo, como anideico,
asensorial y neutro, y es lo que retorna de lo forcluido. Retorna en lo Real. Y en tanto retorna como
significante en lo Real, lo hace aislado. Lo diferencia del retorno de lo reprimido, que solo puede
reprimirse lo que ha sido inscripto en lo simbólico.
En su primera etapa, el significante en lo real retorna como anideico, asensorial y neutro, con estas
características. Lacan lo rebautiza como “fenómeno elemental”. Cada fenómeno elemental, como
elemento de la estructura, como manifestación del significante en lo real. Son testimonios del
18
significante en lo real: el neologismo (como modo en que aparece el fenómeno elemental en el discurso),
el automatismo, la alucinación. No se asocian con otros significantes porque aparecen como S1, aislados.
Puede haber muchos fenómenos elementales. Ejemplo de la nervadura de la hoja (texto Godoy).
Fases de la psicosis: etapas típicas, no significa que todas deban cumplirse, pero es lo habitual.
Tiempo 0: Verwerfung, forclusión del nombre del padre.
Tiempo 1: La compensación imaginaria (previa a la prepsicosis).
Tiempo 2: Prepsicosis.
Tiempo 3: Psicosis.
Hay una diferencia en la estructura psicótica compensada y la psicosis clínica, en un sentido
diacrónico.
Compensación imaginaria.
La psicosis no se desencadena con la forclusión. Durante 52 años Schreber se las arregla para
permanecer compensado - todas las cadenas de significantes en lo simbólico están estables o
compensadas en relación a los significantes en lo imaginario.
19
Compensación imaginaria en Schreber.
Su momento de desencadenamiento es uno de éxito profesional, en la cumbre de la jerarquía
legislativa. Hay una relación estrecha entre la función paterna y la ley. Hay que tener en cuenta la
frustración de no poder ser padre.
En Schreber se altera el orden de las generaciones, porque tiene que mandar a hombres 20 años
mayores que él. Se desmorona al ser promovido. “Promoción de la existencia nominal” - se agrega algo a
su nombre que cambia su existencia. Schreber no soporta esta promoción nominal de su existencia. Un
sujeto debe ser capaz de reorganizar sus significantes ante esta cuestión, para ver cómo se sitúa, y es algo
muy difícil si no se tiene el significante del padre.
La compensación imaginaria se mantiene siempre y cuando nada vaya al punto donde está ese agujero.
Ejemplo del taburete de tres patas - se mantiene en pie siempre y cuando nadie se siente del lado de la
pata faltante.
Prepsicosis.
Sentido sincrónico: cuando alguien es psicótico por estructura pero no está desencadenado. En el
sentido diacrónico: como una fase de la psicosis, cuestión específica de una etapa de la psicosis. Es la
primera fase de la psicosis propiamente dicha.
Se produce algo que hace que falle la compensación imaginaria. Un encuentro en relación a
significantes que no están inscriptos en el aparato: muerte, sexualidad femenina o procreación. Son
significantes que no quedan inscriptos en el aparato psíquico/en lo simbólico en ninguna estructura. En el
encuentro con estos tres se desencadena una neurosis o una psicosis.
La compensación imaginaria no puede responder a alguno de estos significantes.
Se presentan dos características típicas de la prepsicosis: la perplejidad (momento de
encuentro con el agujero, que lo deja sin posibilidad de respuesta, un efecto que lo deja en estado de no
respuesta, que lo detiene, que lo deja sin significaciones - sensación de no saber qué responder a eso,
sensación de llegar al borde de un agujero, no puede articular nada frente a aquello con lo que se topó) y
los fenómenos de franja. Son ambos manifestaciones del S1.
20
Los fenómenos de franja, hay dos propios de la prepsicosis y dos propios de la psicosis (¿?). Los
fenómenos de franja son totalmente asemánticos, aparecen como interferencias. Zumbidos, susurros,
cuchicheos, que le generan inquietud al sujeto. No tienen sentido, no son palabras. Destellos, sensaciones
en el cuerpo. Marcan que hay algo que está problematizándose, en la relación del sujeto con lo que hasta
entonces había sido su realidad.
El pasaje de la prepsicosis al segundo momento de la psicosis, conocido como psicosis clínica, sucede
cuando se empiezan a atribuir estos fenómenos a un otro. El pasaje del pequeño automatismo de
Clerambault al gran automatismo. En un primer momento el sujeto ve fenómenos que considera extraños
pero no se los atribuye a nadie - en un segundo momento, el otro toma la iniciativa. Se atribuyen los
fenómenos al otro.
No es lo mismo entonces un primer momento del desencadenamiento que un segundo momento. El
primer momento es llamado “prepsicosis”. Para Lacan, la prepsicosis ya es psicosis - para Katan,
la psicosis recién comienza cuando surge la psicosis clínica, en la que figuran los elementos
más ruidosos.
Psicosis clínica.
Cuando el otro toma la iniciativa empieza el delirio. Son los fenómenos más ruidosos, es lo conocido
como psicosis clínica.
Si el nombre del padre actúa regulando cómo funcionan los significantes, en la psicosis éstos ya no van
a tener esa regulación. El nombre del padre regulaba, a su vez, el goce: por lo tanto, el sujeto psicótico va a
experimentar una irrupción del goce no regulado. El sujeto experimenta estados de excitación en el
cuerpo (relacionado con la voluptuosidad de Schreber) que pueden tornarse insoportables. Perturbador,
desgarrador, puede llevar a intentos de suicidio. Esto nos habla de un goce que no está regulado en la
psicosis.
Hablamos de una infinitización del goce, el sujeto se ve invadido por una excitación que no puede
regular. Hay dos objetos a característicos de la psicosis: la voz y la mirada (a diferencia de la
neurosis, que es oral y anal). La voz es llamada “voz áfona” porque nada tiene que ver con el sonido; y es
una mirada que no tiene nada que ver con los ojos, es el sentirse observado. (+ en Godoy, psicosis y
sexuación).
¿Qué es el fenómeno psicótico? La emergencia en la realidad de una significación enorme que parece
una nadería (en la medida que no se la puede vincular a nada, ya que nunca entró en el sistema de la
simbolización) pero que, en determinadas ocasiones, puede amenazar todo el edificio.
Hay en el caso del presidente Schreber una significación que concierne al sujeto, pero que es
rechazada. Esa significación rechazada tiene la más estrecha relación con la bisexualidad primitiva.
Se trata de la función femenina en su significación simbólica esencial, y que solo la podemos volver a
encontrar en la procreación.
21
siendo la represión y el retorno de lo reprimido una sola y única cosa. Hay un compromiso. Eso es lo
que caracteriza a la neurosis.
La Verwerfung no aparece al mismo nivel que la represión. Cuando al comienzo de la psicosis lo no
simbolizado aparece en lo real, hay respuestas, del lado del mecanismo de la represión, pero son
inadecuadas.
¿Qué es el comienzo de la psicosis? Cuando en ocasiones especiales algo aparece en el mundo exterior
que no fue primitivamente simbolizado, el sujeto se encuentra absolutamente inerme, incapaz de hacer
funcionar la represión con respecto al acontecimiento. Se produce entonces algo cuya característica es
estar absolutamente excluido del compromiso simbolizante de la neurosis, y que se traduce en otro
registro, por una verdadera reacción en cadena a nivel de lo imaginario. El sujeto, al no poder en modo
alguno restablecer el pacto del sujeto con el otro, por no poder realizar mediación simbólica alguna, entra
en otro modo de mediación, que sustituye la mediación simbólica por un pulular, por una proliferación
imaginaria, en los que se introduce, de manera deformada y asimbólica, la señal central de mediación
posible.
La metáfora delirante.
Este recorrido expansivo del delirio podría estabilizarse como una metáfora delirante, estabilización
(una operación simbólica, metáfora, diferente a la compensación, que es identificación imaginaria). La
elaboración simbólica del delirio permite relacionar el significante con el significado y se crea un mundo
en el cual el sujeto puede habitar.
El Schreber de la metáfora delirante es el que escribe las memorias. Hay dos momentos en Schreber, el
primero de rechazo de la transformación que sus perseguidores le quieren imponer, y el segundo en el que
acepta esa transformación, que la misma ya no es algo avergonzante, sino que es idealizado por el orden
cósmico. Y esta transformación no es de forma abrupta, sino que es un proceso que va a demorar hasta el
fin de los tiempos, se va a producir asintóticamente (idea del límite en el infinito). Así, el delirio se aplaca,
queda como cerrado, cicatrizado, las significaciones se estabilizan y ya no lo agobian.
El desencadenamiento de la psicosis.
Lacan indica que para que la psicosis se desencadene es necesario que el Nombre del Padre, que está
forcluido, es decir, sin haber llegado nunca al lugar del Otro, jamás inscripto en el plano simbólico, sea
llamado así en oposición simbólica al sujeto. Es decir, que el NDP sea llamado allí donde no ha llegado
nunca.
El ser llamado “en oposición simbólica al sujeto” implica pensar desde el esquema L. La compensación
imaginaria se sostiene en identificaciones conformistas en el eje a-a’. El NDP debe ser llamado en
oposición simbólica al sujeto, a ese lugar al que el NDP nunca llegó, llamado desde el eje
S-A, en oposición: A.
22
Esto abre un agujero en ese significado, en el significado de la metáfora paterna, de la significación
fálica, produciendo un efecto en cascada. Este agujero estaba tapado por la identificación imaginaria, se
descubre cuando llaman al NDP y no hay respuesta. Se produce una desarticulación de la cadena de
significantes y significados. El desencadenamiento implica una ruptura de las muletas imaginarias que lo
compensaban, producen esta cascada de desarticulación, hallamos entonces la perplejidad y los
fenómenos de franja - hasta que puede estabilizarse en la metáfora delirante (operación simbólica).
En Una cuestión preliminar… Lacan habla de un esquema L de tres elementos; el sujeto sostenido por
el eje imaginario, la identificación imaginaria. No hay A.
Entonces, requerimientos del desencadenamiento: llamado del NDP forcluido en oposición
simbólica al sujeto, llamado al lugar donde nunca ha llegado. ¿Cómo puede ser llamado? Por un padre
real. Lacan habla de “un-padre” (impar), en posición tercera frente a la dupla imaginaria.
Hablamos de “coyuntura dramática” a esto que produce el desencadenamiento: ubicar la
identificación conformista imaginaria que lo sostenía, el tercero que se presenta en oposición frente a la
dupla imaginaria que llama al NDP en oposición simbólica al sujeto, que produce así la apertura del
agujero en el significado. Se debe ubicar la búsqueda del comienzo de la psicosis clínica en esa coyuntura
dramática.
Ejemplos de Lacan: una mujer que acaba de dar a luz (en el nacimiento de su hijo, el marido cambia su
estatuto, se transforma en un padre, podemos pensar que estaba ubicado en el par imaginario y el
nacimiento del hijo lo transforma, el pasaje marido-padre se simboliza con el Nombre del Padre y la
mujer no tiene cómo simbolizarlo) - en el confesado que confiesa sus pecados con un cura, un padre
confesor - la muchacha enamorada en el encuentro con el padre del muchacho.
El modo en que uno se relaciona con las figuras de autoridad tiene mucho que ver con su relación con
el padre.
Esto es lo esencial en la elaboración de Lacan de la psicosis de los años 50, luego tendrá otra
elaboración en los años 70, referida al escritor James Joyce.
23
Elaboración lacaniana de la psicosis - parte 2.
Mazzuca, S., “La metáfora delirante de D. P. Schreber”. 2
Los tiempos del delirio de Schreber. 2
La metáfora delirante de Schreber. 3
Godoy, C., “Psicosis y sexuación”. 5
No hay relación sexual. 5
El órgano y el aparato. 5
Schreber y la hipótesis freudiana sobre la homosexualidad. 6
El empuje a la mujer, un efecto sardónico: recurrir al texto (no resumido). 8
Leibson, L., “Alucinaciones, estructura y transferencia”. 8
La alucinación desde Freud. 8
Diferencias entre soñar y alucinar. 8
La voz del analista. 9
Interior y exterior. 9
La alucinación en la psicosis. 10
Leibson, L., “El cuerpo de la psicosis, entre el goce y la escritura”. 10
Efectos del lenguaje. 11
La disolución del cuerpo/la escritura como trabajo. 12
El lenguaje y James Joyce. 13
Inscribir un cuerpo. 13
!(Notas seminario) “Una Cuestión Preliminar…” 15
Notas en clase: James Joyce, el nudo borromeo y el sinthome. 18
Notas 1era clase Seminario 23. 20
Schejtman, F., “Síntoma y sinthome”. 21
Joyce en Lacan. 23
1
Mazzuca, S., “La metáfora delirante de D. P. Schreber”.
Los tiempos del delirio de Schreber.
Esta metáfora constituye la culminación del delirio. Dividimos los fenómenos patológicos en tres
tiempos del delirio. Los tres tiempos (lógicos) del delirio de Schreber. El primer tiempo no es exactamente
parte del delirio, sino su antecedente inmediato; es incluido como tiempo cero porque es ya un estado
particular de la relación del sujeto con el significante, y ya es propio de la psicosis desencadenada, y
además porque los tiempos siguientes se articulan lógicamente con él.
Se tratan más de tiempos lógicos que cronológicos, puesto que ninguno elimina del todo al anterior (al
final coexisten parcialmente los tres); sin embargo, la ordenación vale porque cada uno es condición
lógica del siguiente, y porque al menos en la cronología de su emergencia primera (ya que no en su
duración y repetición) los tiempos respetan aquel orden.
- Tiempo cero. Comienza con la designación de Schreber en junio de 1893. Entre sus
manifestaciones centrales se encuentran algunos fenómenos elementales, cierta perplejidad y un estrago
más fundamental que Schreber describe como “mi deseo de vivir estaba permanentemente en quiebra”.
Lacan conceptualiza este período como la prepsicosis, momento inicial de la psicosis, desencadenada
por la confrontación con un agujero al nivel de lo simbólico que “lleva al sujeto a poner en tela de juicio el
conjunto del significante”. Vacilación del Otro como sitio de las coordenadas simbólicas del sujeto. Este
tiempo implica determinada vicisitud de la relación del goce del sujeto con el significante; perplejidad,
falta de impulso vital.
- Tiempo uno. Marzo de 1894, momento de cierta vivencia anet Flechsig, que por primera vez no
puede mirarlo a los ojos cuando le camelea (“mandar fruta”) respecto de su cura inminente. A partir de
allí descubre que Flechsig “no alberga ninguna buena intención” para con él, constata los primeros signos
de una “conexión nerviosa” y de la acción de “fuerzas sobrenaturales” provenientes del médico. La certeza
que se instala respecto de esa intención persecutoria y de esas vivencias sobrenaturales constituye el
delirio propiamente dicho como fenómeno clínico, con un correlato de renovado impulso vital,
lucha frenética contra la persecución.
Lacan conceptualiza este momento como el desencadenamiento, momento en el que el Otro toma
la iniciativa. La certeza se refiere a la voluntad de goce de un Otro para con Schreber. Éste es el “fantasma
psicótico” que viene a resolver, tapándolo, el agujero abierto en el tiempo anterior, pues le devuelve al
Otro su consistencia y correlativamente, da un lugar al sujeto (y el problema será ahora lo excesivo de esa
nueva consistencia). En ese “fantasma”, Schreber queda en posición de objeto a.
Pueden precisarse algunos de los significantes centrales en ese “fantasma” que vienen a responder al
vacío del significante abierto en el tiempo anterior: “asesinato del alma”, “voluptuosidad del alma”. Son
los nombres mínimos de esa voluntad de goce con que el sujeto recupera su lazo al Otro, lazo que toma la
forma de cadena de hierro.
- Tiempo dos. Noviembre de 1895. Cuando se reconcilia con el lugar que su delirio le tiene reservado.
Es la reconciliación fundada en la sustitución de Flechsig por Dios en el lugar del
perseguidor, en el pasaje del mero abuso sexual por parte de Flechsig a la fecundación por parte de Dios
como objetivo de tal persecución. A partir de entonces Schreber recupera paulatinamente su vínculo con
sus semejantes.
Lacan conceptualiza este momento como la metáfora delirante. Determinar lo específico de este
tiempo a nivel del delirio es lo más difícil y al mismo tiempo o que más incumbe al trabajo. A partir de
aquí Schreber deja, mucho más que antes, fijadas, consolidadas, inamovibles ciertas posiciones básicas
del delirio cuya estructura es el fantasma mencionado. Schreber puede, al mismo tiempo, reducir su
delirio, hasta el punto de dejar caer muchas afirmaciones sostenidas contundentemente en el tiempo
anterior (la inexistencia de hombres reales, por ejemplo). Y no lo reduce solo en cantidad de material
significante, sino que algo cambia en su relación misma con el significante, por lo cual buena parte del
goce que a esos significantes se amalgamaba en aquel “fantasma” logra drenarse, escurrirse, de lo cual
2
testimonia la progresiva pacificación de Schreber. Recién aquí se produce el acceso de Schreber a la
escritura.
Hasta aquí llega la presentación de los tres tiempos del “delirio” en Schreber. Cada tiempo se distingue
por una modulación característica de la relación de goce del sujeto con el significante, que implica
siempre al menos dos vertientes: una epistémica (de saber) y otra libidinal (de goce).
Epistémica: La trayectoria va de la perplejidad del tiempo cero, pasa por la certeza del tiempo uno
localizada en uno o dos significantes que se erigen como respuesta absoluta, y llega a un tiempo dos
donde, si bien la certeza se mantiene, queda articulada entre diversos significantes, de modo
que puede ordenarse lógicamente y desplegarse en una argumentación.
Libidinal: La trayectoria parte del “deseo de vivir permanentemente en quiebra” del tiempo
cero, pasa por la recuperación de ese impulso en el tiempo uno, y culmina en un mantenimiento de
ese impulso en el tiempo dos, pero ya regulado, pacificado, aliviado.
Beautitud del alma . Voluptuosidad del alma, asesinato del alma = Beatitud del alma Dios
Voluptuosidad del x mujer de Dios.
alma / asesinato
del alma.
3
Nota del primer resumen de referencia a la metáfora paterna:
Algo más complejo es ubicar los significantes, cuya operatoria produce la emergencia de esa nueva
significación. Freud aísla dos: Seelenwollust (voluptuosidad del alma) y Seligkeit (beatitud del alma), y
considera que la puesta en equivalencia de ambos es la base de la estabilización. “Que la voluptuosidad del
alma ahora bendecida se haya convertido en la beatitud del alma es en efecto un viraje esencial, respecto
del cual Freud subraya la motivación lingüística. Es la dimensión en que la letra se manifiesta en el
inconsciente” dice Lacan. “La letra en el inconsciente” como la metáfora. Ambos autores conciben
entonces el viraje a partir de la instalación de la Seligkeit donde inicialmente estaba la Seelenwollust y
quizás antes el Seelenmord (asesinato del alma).
Tomando ahora la fórmula, en un contrapunto entre su versión neurótica conocida (la metáfora
paterna) y su versión schreberiana (la metáfora delirante). La primera simbolización, primordial, es la
puesta en relación de algo real, que necesita ser significado (el “significado del sujeto”), con un
significante particular (el DM). En Schreber, eso real es la emergencia de un goce corporal femenino, y el
primer significante que lo nombra es Seelenwollust - voluptuosidad del alma (pero ese goce remite a la
iniciativa que proviene del otro, y el significante allí es Seelenmord - asesinato del alma).
La operación metafórica consiste en que este significante privilegiado (DM en la metáfora paterna,
Seelenwollust en la schreberiana), primero en entrar en relación con el sujeto, debe ser sustituido por otro
en la relación, que tenía, de simbolizar aquello por significar. El significante sustituto es el NP en su
metáfora y Seligkeit en la schreberiana. Seligkeit sustituye pues a Seelenwollust en la relación primera y
privilegiada que Seelenwollust tenía, de simbolizar el goce que irrumpe en el cuerpo, por un lado, y de dar
la única coordenada simbólica (significante, delirante) del sujeto, por otra.
Explicación final.
La relación entre esta sustitución (Seligkeit en lugar de Seelenwollust) y la emergencia de la
nueva significación (la emasculación acorde con el cosmos) puede corroborarse además en el
plano semántico. La mera voluptuosidad era para Schreber un instrumento para empujarlo al abuso por
parte de Flechsig; rebautizarla ahora como beatitud (con el sentido religioso que Schreber da al término:
gozo de contemplar a Dios) es lo que la resignifica como goce, ya no respecto de Flechsig, sino respecto de
Dios, al mismo tiempo que la articula con lo que trasciende de nuestro goce más allá de nuestra muerte, es
decir, nuestros hijos.
4
Godoy, C., “Psicosis y sexuación”.
No hay relación sexual.
Nos encontramos con la pregunta por la sexualidad en el Seminario 3, ya que allí se plantea el
problema tanto como la psicosis como para la histeria. Marcar la diferencia en el modo en que se formula
la pregunta por lo femenino en un neurótico y cómo se impone la feminización en la psicosis
schreberiana.
Presenta el tema en el seminario de la siguiente manera: “Si el reconocimiento de la posición sexual del
sujeto no está ligada al aparato simbólico, el análisis, el freudismo, pueden desaparecer, no quieren decir
nada”. De este modo Lacan comienza planteando la relación entre la posición sexual y el aparato
simbólico. Ello implica que la posición sexual del sujeto no es un dato de partida, no se define en
función de la anatomía, sino que tiene que pasar por un aparato simbólico para ser reconocida.
Se debe pasar entonces por dicho aparato para obtener una posición sexual, en tanto ella constituye el
resultado mismo de ese atravesamiento.
Lo que permite realizar la sexualidad en el plano simbólico es el Edipo. Ese aparato simbólico, en este
momento, es concebido por Lacan como el Edipo mismo. La continuación de esta idea es la formulación
de lo que va a llamar luego la metáfora paterna. De esta manera, pasar por el Edipo, determinado en
su estructura por la metáfora paterna, es la vía por la que puede realizarse en lo simbólico
una posición sexual.
“El sujeto se reconoce como siento esto o lo otro a partir del significante”. La clave, para Lacan, es
cómo se inscribe en términos de significantes la sexualidad para un sujeto. No basta con poseer ciertos
datos anatómicos, sino que éstos deben pasar por el aparato significante. Sin embargo, esto presenta un
problema: la inscripción de la sexualidad, de las posiciones sexuadas en el inconsciente, se hace a partir
de un solo elemento. Hay un único elemento simbólico para dar cuenta de la diferencia sexual, el falo, y
no dos como se podría explicar. Esto es retomado por lacan como una “disimetría significante”. ¿Qué
supondría una simetría? Un elemento para cada posición sexual, el falo para la posición sexuada
masculina y luego otro elemento simbólico que respondería por lo femenino. Habría dos elementos que en
su diferencia definirían las dos posiciones, pero también permitirían escribir una relación posible entre
ambos sexos. Esto es precisamente lo que no hay para el ser hablante - por ello Lacan dice su famoso
aforismo de los años 70, “no hay relación sexual”.
En el Seminario 3 se encarga de aclarar que no hay simbolización del sexo de la mujer en cuanto a tal.
Esa es la razón misma de la disimetría. Hay un solo elemento que es el falo y esto constituye una falla, una
falta, de lo simbólico y no de las mujeres. La simbólico carece de material para responder por el sexo de la
mujer en cuanto tal - lo cual no quita que ella se inscriba de diversas maneras en relación a ese único
elemento que inscribe la sexualidad para el ser hablante en el inconsciente, el falo.
El órgano y el aparato.
Si la posición sexuada no está de antemano y hay que pasar por el aparato simbólico, será crucial
cómo, para un hombre, el órgano peniano se inscribe en lo simbólico. Jacques-Alain Miller dice que uno
tiene los órganos y después trata de ver para qué sirven. Ese “para qué sirven” se lo encuentra poco a poco
y depende de cómo se articule en los simbólico, de cómo los discursos establecidos ayudan a hacer con los
órganos. Eso daría también la idea de una sexuación como un proceso (que tendría un aspecto sincrónico
y uno diacrónico) como un modo de articularse a lo simbólico y extraer las consecuencias de eso. No es la
función la que hace la órgano, sino que está el órgano y después hay que ver cómo con lo simbólico se le
encuentra una función y un uso.
La perplejidad, el no saber qué hacer, la pregunta de para qué sirve el órgano está primero. Es la
incógnita. Es la irrupción traumática de algo extraño en el cuerpo y la dificultad de poder encontrarle a
eso una función. La prohibición paterna ayudará allí, pues en ese sentido el aparato simbólico permite una
cierta solución, una tramitación de ese trauma inicial. Podríamos decir que el órgano peniano es un
órgano rebelde, en tanto no responde necesariamente a su supuesto propietario, y hay entonces un punto
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problemático: es el hecho de que nunca se reduce del todo la extrañeza que puede presentar ese órgano y
el goce que comporta.
Hay casos de psicosis que nos muestran muy bien que el órgano, el órgano peniano, presenta toda una
serie de problemas para el sujeto. Miller se pregunta qué es lo que hace que para un hombre el pene esté
“acomodado”, es decir, que el órgano encuentre su función y su lugar. Podríamos decir que es la
significación fálica, en tanto la misma sería como un “acomodador de penes”. Claro que para encontrar
ese lugar hay que pagar, tiene un costo: pasar por la castración y la metáfora paterna. Hay que pasar, para
acomodar el órgano, por el aparato simbólico. Es él el que da un lugar, que no evita lo problemas ni los
síntomas, pero regula algo. Ahí vemos que para un hombre el órgano y su goce deben estar acomodados
por la función fálica, la función paterna, para que su función sea “nor-male” (male en francés “macho”).
En el caso mencionado, una “obsesión por el pene” se demuestra determinada por la forclusión del
Nombre del Padre.
Podemos decir entonces que hay toda una serie de problemas cuando alguien no logra acomodarlo, a
tal punto extremo que puede pedir que se lo corten.
El órgano está recortado por el significante, es como un S1 que requiere de un S2 para operar, sino se
torna intrusivo, parasitario, perturbador o simplemente un órgano “de más”.
Schreber y la hipótesis freudiana sobre la homosexualidad.
Freud construye la hipótesis de lo que él llama la homosexualidad ubicada en la etiología de la
paranoia. Señala que en Schreber no se trata de una “homosexualidad en el sentido vulgar”, que no había
nada del orden de una práctica homosexual, ni de una elección homosexual en su vida amorosa. Estaba
casado, tenía una vida heterosexual y además, cuando irrumpe ese primer fenómeno, la fantasía de
duermevela, siente un rechazo, no la asume ni se identifica con ella. Por el contrario, la ve como algo
extraño y ajeno a su ser.
Freud tiene que dar algunas vueltas para tratar de precisar qué quiere decir con “homosexualidad, no
en el sentido vulgar”. Construye toda una elucubración del origen de las pulsiones sexuales como efecto de
una desexualización de las mociones homosexuales inherentes al paso del narcisismo a la elección de
objeto. Se ve obligado a suponer que tendría que haber un factor desencadenante que provoque un
estallido de la libido, una irrupción violenta, un incremento que no puede canalizarse por las vías
prefijadas. Incluso introduce el ejemplo del desborde de un dique. Lo que Freud está ubicando como
homosexualidad es la irrupción de un exceso de goce que no puede encauzarse en los modos en que el
sujeto se las arregló para canalizar su libido. Habría un “más” que no logra canalizarse. Constituyen en
cierto modo anticipaciones de lo que después, en Lacan, va a ser la irrupción de un goce que
no puede ser ligado, localizado a través de la función fálica.
Término que Schreber usa y que resulta bastante indicativo: la voluptuosidad. Una voluptuosidad
que irrumpe como ese exceso del que habla Freud, como ese “estallido”, como esa “marea alta de libido”.
En Schreber hay un “estallido de voluptuosidad” y que todo el recorrido de su enfermedad constituyen los
pasos para encontrarle una solución. La irrupción de ese exceso pasa a ser elaborada en las distintas fases
de su delirio. Es posible leer al mismo tiempo como intento de elaboración al no contar con la ayuda que
sería justamente la función del Nombre del Padre, es decir, la regulación que permitiría la metáfora
paterna.
(Recuerda una presentación de enfermos en el Borda en el que un enfermo dice que en la pubertad
empezó a sentir una “sensación de infinitud y a darse cuenta de que la vida tenía millones de matices que
él no podía abarcar”). El neurótico está protegido frente a la infinitud por el filtro edípico, el filtro del
padre que sostiene su realidad psíquica. Justamente el esfuerzo muchas veces, en la clínica, es cómo hacer
para que pueda captar que la vida tiene algunos matices más que los edípicos.
En cambio, el sujeto psicótico testimonia que él no tiene ese filtro, que a él se le venían todos los
matices de la vida encima y lo aplastaban. No podía hacer nada con ellos, no podía arreglárselas con esa
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infinitud. Si la vida es infinita se empieza a parecer a la muerte, porque produce ese efecto de
aplastamiento y mortificación. La vida para que tome valor real debe ser finita.
Schreber hace algo con la infinitud de matices del goce, con esa irrupción que empieza a sentir ya en
esa fantasía de duermevela pero que luego se expande sin cesar. Pasa por un momento de cierto
aplastamiento, para luego lograr empezar a elaborar haciendo un recorrido muy particular.
Confrontado Schreber con ese exceso de goce que no puede ser canalizado en las vías de
la carretera principal, en la significación fálica, se ve confrontado con una disyuntiva; o
quedar aplastado, o tratar de buscar alguna alucinación, de buscar otros caminos de
canalización, de elaboración de ese exceso.
Freud explicaba en parte las razones también de ese exceso en función de lo que llama el Complejo
Paterno. Se trata de un padre extraño que incidiría de un manera muy peculiar ya que, en general, el
padre opera como perturbador de la satisfacción buscada por el niño, como límite. En cambio, en
Schreber, se trata de un padre que no deja de exigirle voluptuosidad. Parece que lejos de regular la
tensión, es una fuente que la causa, introduce el desborde mismo; es decir, produce la infinitud y no la
limitación, por lo tanto la solución tendrá que encontrarse de otro modo.
La solución schreberiana: ese reducir la paranoia a un mínimo resto es la curación, lo que Lacan
llamará “metáfora delirante”. Freud indica que Schreber halló su curación cuando resolvió resignar la
resistencia a la castración, emasculación, es decir la desaparición de su órgano viril, y avenirse al papel
femenino que Dios le destinaba. Se volvió entonces sereno y reposado y logró llevar una vida normal,
salvo en un punto, que diariamente consagraba unas horas al cuidado de su feminidad. Sin embargo, esa
feminidad estaba destinada a concretarse muy lentamente, en un proceso “asintótico”: “la fantasía de
deseo femenina ha sido aceptada, pueden cesar la lucha y la enfermedad” dice Freud.
Él logra así una elaboración delirante de la experiencia enigmática del goce en exceso, del goce no
regulado fálicamente.
Su caso enseña cómo la irrupción del goce en la psicosis puede descompensar lo que podía ser para el
sujeto, hasta ese momento, cierto modo de sostener una identidad sexual. Que no haya Edipo, que no
haya metáfora paterna, no quita para Lacan que pueda hacer modos en que se compense la
estructura a través de identificaciones imaginarias.
Un sujeto puede sostenerse en una posición masculina a partir de esa compensación identificatoria y,
en cierto momento, dicha posición es desestabilizada por la irrupción del goce. Vemos entonces cómo una
posición sexuada puede sufrir los avatares de la estructura clínica y desestabilizarse. Pero también cómo
cierto modo de elaborar esta posición sexual a través de un delirio, por ejemplo, puede estabilizar la
estructura. Es decir, aceptar ser “la mujer de Dios” en el delirio, para Schreber, puede operar como una
función de estabilización.
Cuando Lacan aborda este tema en De una cuestión preliminar dice que Schreber, “a falta de poder
ser el falo que le falta a la madre” (sabemos que es la función metafórica del Nombre del Padre lo
que permite despejar que aquello que le falta a la madre es el falo) “le queda la solución de ser la
mujer que falta a los hombres”. De alguna manera el delirio de Schreber va haciendo esta operación:
ubicar su ser en relación al Otro, pasar por las distintas modalizaciones hasta encontrar una solución que
viene al lugar de la metáfora paterna ausente. Pasa por ser la mujer que le falta a Flechsig, luego la que le
falta a Dios y finalmente, a través de éste, la que le falta a la humanidad para salvarse. Esta última
operación le permite ir más allá del valor persecutorio que en un primer momento también adquiere Dios,
haciendo que su feminidad tome un valor redentor, al servicio del orden del universo.
Ese “ser la mujer que falta a los hombres” es el significante que constituye lo que Lacan
llama “metáfora delirante” y produce la estabilización de la estructura. Ese elemento introduce un
anclaje y un punto de capitón.
Lacan formaliza en el Esquema I la estabilización schreberiana a través de una doble función asíntota,
que viene a producir un particular límite allí donde los agujeros inherentes a la forclusión introducen el
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desborde. “Este esquema demuestra que el estado terminal de la psicosis no representa el caos coagulado
en que desemboca la resaca de un sismo, sino antes bien esa puesta al día de líneas de eficiencia, que hace
hablar cuando se trata de un problema de solución elegante”. Esto indica que esa forma terminal de la
psicosis no es la distribución aleatoria de los escombros luego de un terremoto, por ejemplo; por el
contrario, es un orden muy preciso, en el sentido lógico-matemático. Implica toda una serie de
problemas entre el límite y el infinito.
En De una cuestión preliminar, Lacan produce un cambio al cuestionar el uso del término
“homosexualidad” hecho por Freud. Interpretarle al psicótico una “homosexualidad latente o reprimida”
tiene efectos más bien catastróficos, ya que sería empujarlo al infinito más que introducir una función de
límite. Lacan propone el término “transexualismo delirante” para decir que en Schreber no es correcto
hablar de”homosexualidad” ni de “homosexualidad delirante”. En el Esquema I, el “goce transexualista”
es ubicado aún en el plano imaginario, viniendo a suplir la significación fálica ausente, como un modo de
estabilizar la relación del sujeto con su imagen, a la vez que se relaciona con la función del Ideal que pone
un límite asintótico al agujero de P0 (cero). El “goce transexualista” no ubica aquí el exceso sino más bien
su límite (en su polo imaginario) en que se coagula la feminización schreberiana en su práctica
contemplativa y los cuidados que prodiga a su imagen.
Schreber no necesita amputarse nada, en tanto esa irrupción problemática es tramitada en el marco
simbólico del delirio mismo. Es decir, no necesita pasar a o real del corte en el cuerpo porque es lo
simbólico de la metáfora delirante lo que recorta el goce en exceso. Schreber inventa con su delirio un
“aparato” ahí donde no está el “aparato edípico” para elaborar la sexuación. Hace una sexuación delirante
y llega a una respuesta: ser la mujer de Dios para salvar a los hombres. Entra al aparato y hace pasar el
goce por el aparato significante del delirio, produciendo una respuesta un tanto extraña, porque no se
trata de cualquier mujer sino de una muy particular. Ser la mujer de Dios y acorde a una legalidad
delirante (que opera en definitiva como una especie de ley y de orden, que es el orden cósmico) le parece
más aceptable, más digno.
De esta manera, allí donde no está el Nombre del Padre aparece La Mujer como suplencia. Justamente,
lo que Lacan va a señalar como lo que no existe. “La Mujer” no existe. Hay las mujeres, hay una
pluralidad, pero no hay el La. La psicosis puede, en algunos casos, hacer existir ese “La”. Schreber hace
existir ese La bajo la forma de La Mujer de Dios.
El empuje a la mujer, un efecto sardónico: recurrir al texto (no resumido).
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alucinación adquiera la forma y la contundencia de una palabra que se impone, palabra cargada de un
saber acerca del sujeto al que determina en el mismo momento que lo interpela.
Así como un sueño vale por su estructura de texto y no por sus improntas perceptivas, ¿podemos
plantear algo análogo con respecto a la alucinación? Con Lacan, respondemos afirmativamente, dado que
su argumentación apunta a desbaratar la idea de la alucinación como trastorno de la percepción y enfatiza
su dependencia del lenguaje y su estructura de la palabra.
A lo único que podemos tener acceso de una alucinación es a lo que quien padece nos relata. Lo que
hace de la vivencia la posibilidad de una experiencia. Si a los psicoanalistas les interesa el relato de una
alucinación es porque ahí podrá haber algo que se dé a leer. El relato se va convirtiendo en texto en sus
repeticiones, en sus variantes, en su despliegue.
¿Es posible alguna operación analítica en relación a la alucinación? Esto implicará la puesta en juego
del tiempo de la transferencia.
La cuestión de la transferencia en la psicosis es algo no del todo claro. Que una alucinación le sea
relatada a un analista implica esta puesta en juego de la transferencia, en tanto el relato no se produce
como respuesta a una demanda del analista, sino a una oferta de escucha en términos del asentimiento.
La voz del analista.
La voz del analista puede ser un objeto privilegiado en este campo de fenómenos. Se propone el
análisis de un fragmento de clínica:
Magdalena había consultado en un momento en que su imposibilidad de ingerir alimentos sólidos
estaba causando trastornos importantes en su organismos. Esta conducta se debe a que alguien (más una
presencia que una voz) le ordena no alimentarse para no alimentar así a los fantasmas - que su cuerpo es
asiento de feroces batallas entre otros fantasmas, y que aquel otro personaje quiere protegerla y por eso le
ordena no comer. Cuando su analista atina a decirle que no comprende cómo los fantasmas podrían
alimentarse de alimentos sólidos, si es que verdaderamente son fantasmas, Magdalena se ve tomada por
sorpresa y dice que nunca había pensado las cosas de ese modo. Al poco tiempo de esa entrevista volverá,
paulatinamente, a comer todo tipo de alimentos. Los fantasmas no dejan de hablarle, pero sus invectivas
se van suavizando.
Tiempo más tarde, el analista le pregunta por la proveniencia de esas voces, si pertenecen a personas
que ella conoce. Magdalena responde que sí, que oye a miembros de su familia, amigos, y últimamente a
su analista. Magdalena, al notar el sobresalto de su analista, le dice “no se preocupe, yo sé que no era
usted. Pero era su voz”.
Magdalena podía distinguir claramente el objeto imaginario (la persona) de la voz en tanto real. Esto
nos lleva a interrogarnos acerca de la inclusión de esta voz, la de su analista, entre las alucinadas. Efecto
real de la transferencia, modalidad psicótica de la transferencia, podrían ser algunos modos de respuesta.
Esa nueva voz que se agrega a las otras, ¿es interna o externa al sujeto? Porque parece evidente que
hay algo externo, ajeno, que vuelve sobre el sujeto modificándolo a través de esa incorporación. ¿Por qué
una voz exterior es incorporada por el sujeto mediante la alucinación? ¿Qué función se opera allí, en esa
verdadera alucinación de transferencia?
Interior y exterior.
En la alucinación la voz viene de afuera, se trate de una alucinación auditiva o de las llamadas “voces
interiores”. La voz siempre proviene de afuera del campo del sujeto, siempre es impropia y extraña. Freud
reconoce esta impropiedad en lo que hace a la distinción entre la alucinación psicótica y la fenomenología
alucinatoria del sueño.
El impasse freudiano con respecto a la alucinación se genera cuando quiere dar cuenta de ella
recurriendo al mecanismo de la proyección, quedando entrampado en callejones sin salida al no poder
definir claramente lo interno de lo externo. La alucinación invita a plantear una topología que no se
reduzca a un interior/exterior, sino que pueda considerar zonas de pasaje sin ruptura (pasaje sin pasaje)
entre lo aparentemente exterior y lo aparentemente interior.
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Así, la inclusión de la voz del analista puede articularse como un tiempo de la transferencia en la
psicosis.
La alucinación en la psicosis.
Esta forma de respuesta dice algo acerca del modo en que podemos pensar la función simbólica en la
psicosis. Si el retorno en lo real a partir de lo forcluido en lo simbólico, el retorno es un modo forcluido de
operar lo simbólico. Lo que hace la diferencia con la neurosis no es tanto lo que retorna sino
el modo y la localización de lo que retorna.
En la psicosis el retorno se efectúa en lo real, esto es, por fuera de lo simbólico. Esto hace que esa
palabra que se presenta irrumpiendo se viva como radicalmente ajena a la vez que impuesta. Lo llamativo
es que el sujeto psicótico no puede desentenderse de lo que se le impone, aunque no lo considere propio.
Sabe que eso le atañe, le está dirigido, dice algo de él. Queda así planteada una relación transferencial a
esa palabra impuesta. La transferencia con el analista no pedirá cuenta de esa palabra, sino que oficia
como el campo en el cual esa palabra que proviene del otro puede decirse, tomar cierto cuerpo y poner en
movimiento el conjunto del significante.
Lo que hace a lo real del retorno es que esa palabra, cargada de significación, permanece estancada,
inerte en relación a toda dialéctica. O sea, no entra en combinación con el resto de los significantes, por lo
cual adquiere una función fundamental en la reconstrucción de la trama subjetiva del psicótico: será el
núcleo denso alrededor del cual podrá elaborarse el delirio que posibilitará encontrar una estabilización
entre significante y significación que Lacan llama “metáfora delirante”.
Eso que retorna en lo real opera como fundamento de un orden a construir y en eso puede encontrarse
las trazas de lo que ha sido forcluido: el significante del Nombre del Padre.
No son homólogos el mecanismo del sueño (escritura en imágenes) y el de la alucinación (palabra
impuesta que retorna en lo real). La alucinación, distinta del sueño, puede construirse sin embargo como
texto a interpretar en tanto que se la considere como un efecto del retorno de lo simbólico forcluido en (lo
real de) un campo transferencial.
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Podemos afirmar que el desarrollo de la psicosis es el intento de volver a apropiarse del
cuerpo, de poder volver a afirmar o poder llegar a afirmar “este cuerpo es mío, este cuerpo me
pertenece”.
En ese recorrido suele presentarse otro hecho, muy frecuente en la clínica de la psicosis. Se trata del
hecho de que muchos psicóticos se dedican a escribir, ya sea que consagren a ello buena parte de su vida o
que lo hagan solo durante algún período. Esto muestra la llamativa regularidad de la práctica de la
escritura en la psicosis.
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cuerpo) que nos afecta a todos por igual. Por esto es importante tener en cuenta el primer efecto del
lenguaje. En tanto que efectivamente hay algo del lenguaje que hace cuerpo, mortificándolo. El efecto de
fragmentación también participa en la dialéctica de la constitución del cuerpo.
Es primordial recordar que el cuerpo no se reduce a lo imaginario. Si hablamos de cuerpo, tenemos
que plantearlo desde los tres registros. ¿Cuál es el cuerpo simbólico? Es el lenguaje mismo. Lacan
afirma que el lenguaje es cuerpo, “sutil pero es cuerpo”, y que sobre ese cuerpo de los simbólico se armará
el cuerpo vivido como propio. Lo real del cuerpo se plantea en términos de que el cuerpo es una “sustancia
gozante”. Cuando Lacan habla de lo real del cuerpo, no habla tanto de la biología sino de eso que
llamamos el organismo o lo viviente, el ser viviente. A eso Lacan lo llama “sustancia gozante”.
Lo real del cuerpo, marcado, trabajado, escrito, recortado por este cuerpo de lo
simbólico, nos permite a posteriori plantear un cuerpo imaginario que será la única
manera que tendremos de relacionarnos con nuestro cuerpo. Solo podemos apropiarnos del
cuerpo a través de la imagen. Con lo real del cuerpo no podemos tener ningún tipo de contacto ni
entendimiento inmediato. No podemos ni entenderlo ni pensarlo, ni siquiera observarlo. Ya cuando lo
observamos lo estamos recortando, analizando, o sea sometiendo a algo del aparato simbólico.
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a la expresión escrita de mis pensamientos, todos los milagros (o sea, los fenómenos alucinatorios)
resultan impotentes”. Cuando Schreber habla o intenta hablar, las voces lo acosan y no le permiten
expresarse; cuando él se pone a escribir, algo de esta invasión del lenguaje se detiene y así puede una
barrera a eso que lo asalta.
Freud plantea el diagnóstico de Schreber como una combinación entre una paranoia y una
esquizofrenia. Es claro que hay un perseguidor, reduplicado en toda una serie de personajes, que aparece
como el lugar del goce como tal (paranoia), a la vez que hay un goce que impacta directamente en el
cuerpo bajo la forma de los fenómenos “sobrenaturales” que Schreber relata (esquizofrenia). Este
perseguidor, que termina sintetizándose en la figura de Dios, está ubicado en el lugar de ese Otro que lo
goza. Cabe la pregunta de por qué efecto de la escritura le permite a Schreber este rearmado del cuerpo
que implica un tratamiento distinto del goce impuesto a través del lenguaje.
Inscribir un cuerpo.
¿Por qué la escritura? ¿Cómo se articula la escritura con el cuerpo y sus trastornos?
Hay por lo menos dos modos de encarar esta función de la escritura. Desde Joyce: es la posibilidad de
hacer una marca, o dicho más radicalmente, un ataque a la lengua impuesta. Un intento de tachadura, de
marca, en esas palabras que invaden y se imponen, que se realiza mediante recursos del lenguaje mismo;
la homofonía, el retruécano, el juego de palabras, etc. Lo que Lacan decía de Joyce en términos de poner
en tensión a la lengua hasta lograr su destripamiento mismo.
También encontramos un segundo efecto de la escritura que es el de hacer inscripción. La escritura, en
tanto permite tachar algo del goce de la lengua efectúa un vaciamiento de goce que hace lugar a un sujeto
y que al mismo tiempo hace cuerpo a partir de esta inscripción. Entendiendo inscripción en la línea de la
nominación, del acto que pone un nombre. El nombre que es esencial para que el cuerpo se ordene en
relación a los otros cuerpos. Un cuerpo sin nombre no es ningún cuerpo en el orden de la experiencia
humana.
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Eta tachadura entonces de la voz de la lengua permite inscribirse, encadenarse al sujeto. ¿A qué? A un
orden simbólico, el orden de las generaciones, el orden filiatorio en el cual un cuerpo puede tener lugar
como propio. Permite hacer suplencia del nombre del padre forcluido.
El interés de Schreber es que pueda repararse una ruptura en el orden cósmico. Lo que le permitiría, a
él también, volver a engancharse en ese orden cósmico. Si para eso tiene que pagar el precio de
convertirse en mujer y ser la mujer de Dios, está dispuesto a hacerlo porque percibe que vale la pena, si
esto permite esta recomposición del orden cósmico.
La producción de un cuerpo supone que ese cuerpo se constituya en tanto algo lo marca al mismo
tiempo que lo recorta de la sustancia gozante. Lo que marca al cuerpo es un efecto de escritura que en la
psicosis se muestra, como dice Lacan, un poco más evidente. Esas marcas implican el nombre y la
ubicación sexuada de ese cuerpo, que así puede ordenarse en una serie. La psicosis nos enseña que esas
marcas pueden borrarse, perderse, confundirse; también nos muestra cómo puede desenvolverse un
trabajo, riguroso, y siempre en relación a un otro, de escribir un cuerpo que pueda ser habitada por el
sujeto.
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!(Notas seminario) “Una Cuestión Preliminar…”
Capítulo 1, parágrafos 3 (marrana), 4 (fenómenos de código y fenómenos de mensaje), 5 (significante
en lo real).
Capítulo 4, parágrafos 1 (metáfora paterna y falo) y 3 (fenómenos de franja).
Capítulo 5 (todo sobre la diacronía).
Capítulo 4. Lacan sitúa lo que se conoce como la metáfora paterna, en la cual el Nombre del Padre
barra al Deseo de La Madre, y con esa tachadura del Deseo de la Madre se resuelve a modo de una
fórmula matemática el elemento enigmático de la x. El enigma del deseo del otro se resuelve en la
dimensión de la significación fálica. El deseo del otro, enigmático, se resuelve mediante el significante de
deseo, que es el falo. Esta triada que era niño/madre/x se resuelve como niño/madre/falo. El segundo
tiempo es la operación del Nombre del Padre barrando al Deseo Materno. Y el tercer tiempo implica la
respuesta a la fórmula, la respuesta a la x, que es el falo; el niño se identifica con los significantes
paternos.
Estos tres tiempos del Edipo están resumidos en la metáfora paterna.
No es lo mismo El Nombre del Padre que la Metáfora Paterna, porque la última implica todo
el pasaje por el Edipo, mientras que el NP implica la Bejahung originaria. Es la afirmación inicial, que en
Freud está ubicado como la primera forma de la identificación canibalística al padre, la identificación
mítica, totémica, donde los hijos del tótem se comen al padre. Es la primera identificación que Freud
indica que está en un tiempo mítico. Como primera forma de inscripción de la ley.
Con esto, Lacan pone en juego que hay un tiempo inicial donde se inscribe o no se inscribe
(tiempo 0, antes del tiempo de la compensación imaginaria, prepsicosis o psicosis) - Bejahung o
Verwerfung. En este tiempo de la Bejahung o Verwerfung es el tiempo donde se inscribe o no se inscribe
el Nombre del Padre. En esa inscripción del NP se pone en juego todo lo que Freud ha elaborado en
relación a la identificación canibalística al padre, previa al Edipo, antes del amor Edípico, antes de la
madre. Lacan luego habla de la “carretera principal”: hay una carretera principal que ordena todas las
cadenas de significantes, o no lo hay. Hay NP (Bejahung) o bien lo que se escribe en Lacan como
P0 (P subcero), es decir Verwerfung del NP.
Cuando Lacan se refiere al NP se refiere a que el mismo funciona como un código de funcionamiento
del resto de los significantes. Hace varias referencias a la cibernética de su época; que hay un código que
ordena el funcionamiento de los significantes - cuando ese código no funciona, los significantes se
desordenan, las cadenas de significantes pierden el código de cómo deben coordinarse los significantes.
El Windows o el Android indica cómo se combinan las informaciones del aparato - en el conjunto de
los significantes del Otro hay un significante que indica cómo se combinan, cómo se arman las cadenas de
significaciones, o cómo los significantes pueden no combinarse. Todo ese modo de funcionamiento que da
el código es el código que da el significante del NP - por eso la carretera principal, la que ordena toda la
cadena de significantes, cadena que se desprende de un código que indica cómo se ordenan todos los
significantes.
En la psicosis no está presente ese significante, y por eso tenemos un agujero, el P0 (P subcero)
que indica que no hay un código de los significantes - y los significantes se deben ordenar según otros
recursos, por ejemplo de la compensación imaginaria. Son otros recursos que permiten que los
significantes se ordenen, pero que al no estar el NP cabe la posibilidad de que todo el aparato se desarme.
Cuando hablamos de los tiempos del Edipo también hay un tiempo 0, el NP. Ese tiempo 0, que
después permitía los tiempos del Edipo, en la psicosis, no habiendo los tiempos del Edipo, tenemos al
sujeto que las tiene que arreglar con la identificación imaginaria.
La compensación imaginaria del Edipo Ausente es cuando tenemos al sujeto que se las tiene que
arreglar porque no tiene inscripto el NP que ordena todos los significantes.
El tiempo 0 es el mismo, el de la Bejahung.
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Ausstossung: que no entra en lo simbólico, en ningún caso, llamada “forclusión generalizada”, el
punto común entre la neurosis y la psicosis - en la psicosis hay además Verwerfung del NP (forclusión del
Nombre del Padre) - “forclusión específica”.
En la forclusión generalizada, en la Ausstossung, se pone en juego que no inscriben en el campo del
Otro, en el conjunto de los significantes del Otro, los significantes que Lacan llama “significantes del
Otro barrado”: sexualidad femenina, muerte y procreación. Son los significantes que faltan en el
Otro; el Otro no está completo porque le faltan algunos significantes, siempre, en general.
Tanto en la neurosis como en la psicosis, en algún momento de la vida, se encuentra el sujeto con estos
significantes que no están inscritos en el Otro; cuando la neurosis se encuentra con los significantes no
inscriptos en el Otro, se produce un encuentro con agujero, que es el punto que no está inscripto
(también hay encuentro con un agujero en la neurosis). Encuentro con el agujero de la Ausstossung, de la
forclusión generalizada. En este momento se produce un “llamado al Nombre del Padre”.
En ese momento en el cual hay un encuentro con lo desconocido, se produce un llamado al NP, al
código, a cómo se entiende esto inentendible, cómo se ordenan los significantes cuando todos los
significantes se desordenaron - el NP manda a su emisario, el falo. El falo viene a responder en
relación al código cuando el código está inscripto. En este punto, en este encuentro terrible con el
agujero que produce lo inentendible de ese deseo femenino/muerte/procreación, en ese punto, encuentro
traumático, hay un llamado al NP, y entonces responde, si se trata de una neurosis, la respuesta al
enigma, el falo. Responde acá la identificación a los títulos fálicos. En la neurosis responde el deseo -
“después de todo ese trauma terrible me fui recomponiendo progresivamente” porque fue recuperando
algo del deseo y se ordenó la cadena de significantes. En ese punto algo se recompuso a la cadena de
significantes.
En la psicosis, no responde, se produce un llamado “vano” al NP - porque el NP no está,
entonces no puede responder. Pero el llamado es el llamado al código, el llamado a la ley, de cómo se
ordena la ley.
Si no lo hay, se produce la respuesta del P0 y el “π subcero” - padre forcluido y falo
forcluido.
¿Casos de suicidio en neurosis? El agujero no alcanza a ser respondido por la vía del NP y la vía del
falo y se produce un “pasaje al acto”. No alcanza con el NP ni el falo, el sujeto no puede recuperar el deseo.
Las depresiones son este caso. Hay toda una serie de manifestaciones en la neurosis en el que el NP y el
falo no alcanzan como respuesta ante un encuentro traumático con lo real. En todo caso el sujeto empieza
un análisis para recomponer esa cadena de significantes. El problema es si esos significantes no están -
¿cómo inventar eso que no hay? ¿cómo inventar una suplencia del NP?
Ya había un primer modo de sustituirlo en la compensación imaginaria, hay que ver otros modos.
Entonces - sin la inscripción de la significación fálica no es posible dar lugar al deseo del Otro ni al
propio deseo.
Ausstossung = muerte, sexualidad femenina, procreación - llamado al NP y dependiendo si neurosis o
psicosis, hay respuesta o no = desencadenamiento de la neurosis o de la psicosis (P0 / π0 - llamado vano,
no hay respuesta).
Lacan toma mucho a Katan en relación a Schreber y al caso del adolescente de Katan.
(Chico con un mujer amigo que le otorga un guión sobre cómo desarrollarse durante su
infancia/adolescencia. Copia, imita a su amigo. Golpear a otro niño, la masturbación, la relación y
rebeldía con el padre, le gusta la misma chica que al amigo. Identificación del Yo al Yo Ideal,
Identificación imaginaria con el amigo.
La chica le da bola a él y en el encuentro la pregunta de cómo ser hombre frente a una mujer, ya no
puede identificarse con su amigo - tiene que relacionarse como un hombre con una mujer, y él debe darle
16
una respuesta a los deseos de la chica. En la neurosis, se encuentra con “los títulos en el bolsillo”, pero en
la psicosis la identificación imaginaria es muy estática, muy rígida. Además, el encuentro con el deseo del
otro en un sentido sexuado siempre es angustiante.
Se produjo entonces un encuentro con la sexualidad femenina - luego de estar un tiempo con la chica
empieza un delirio, se desencadena una psicosis grave.
En Una cuestión preliminar página 541, Lacan presenta el esquema Landa de tres elementos - el sujeto
sostenido por el eje imaginario, la identificación imaginaria, y el S (mayúscula) faltante.
En Una cuestión preliminar Lacan habla de la coyuntura dramática, como tiempo intermedio
entre el tiempo 1 y 2 de la psicosis. Un elemento produce la ruptura, disolución de la compensación
imaginaria, y produce un efecto de disolución de la cadena de significantes, caída en cascada de las
cadenas de significantes. Es necesario que para que la psicosis se desencadene, que el NP forcluido sea
llamado.
Se produce entonces un desastre creciente de lo imaginario. En el encuentro con el agujero se
produce la cascada de retoques de significantes. Se caen las combinaciones entre significantes y por lo
tanto la significación, lo cual produce los fenómenos conocidos ya: perplejidad y fenómenos de franja.
La coyuntura dramática implica que en lo que debería responder el agujero 1 y 2, se produce el
encuentro con el Un Padre (impar) de lo real.
La coyuntura dramática pone en juego el Nombre del Padre - respuesta en lo simbólico (si hay padre
simbólico) o respuesta del padre en lo real (el agujero mismo, si no hay padre simbólico).
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Notas en clase: James Joyce, el nudo borromeo y el sinthome.
En los años ‘70 Lacan se interesa mucho por James Joyce, escritor que elaboró obras como Retrato del
artista adolescente y Finnegans Wake. Joyce no tiene nunca un desencadenamiento franco de la psicosis,
sí tiene crisis en la adolescencia. Tiene lo que él llama “epifanías”, palabras sueltas que oye y toma como
grandes revelaciones (palabras que se le imponen desde lo real).
Se le imponían, pero él no se queda en lo pasivo. Desde su arte sabe qué hacer con eso. Las traduce en
literatura.
Defiende a su hija, quien fue diagnosticada con esquizofrenia, diciendo que no está enferma y que en
realidad es telépata, y le recomienda ser escritora.
Jung dice “Él nada, ella se ahoga”.
Joyce entonces no queda pasivado por esto que se le impone, lo transforma en literatura y se hace de
un nombre. El nombre propio viene al lugar del NP. Hizo crecer su nombre.
Lacan dice que Joyce se hace de un “ego”.
Joyce se define a sí mismo y al artista como un “egoarca”. Con su ego, se impone a los demás.
El abordaje de Lacan en esta época es desde la teoría de los nudos, como búsqueda de formalizar las
relaciones entre los registros. Los encontró en la teoría matemática de los nudos. En nudo borromeo.
El nudo en sí no es un nudo sino más bien una cadena - las tres cuerdas de los tres registros se
articulan de tal manera que si se corta una, todas se desarman.
La propiedad del nudo borromeo es que nunca se anudan uno a otro, nunca hay interpenetración,
nunca entra una cuerda en el agujero de la otra, y la unidad mínima es tres. Si se corta una cuerda, se
desarma todo el nudo borromeo.
Se llama una relación de interpenetración de los registros cuando una cuerda pasa por dentro del
nudo de la otra, quedando las cuerdas enganchadas como eslabones interpenetrados - esto es el caso de la
psicosis. En el caso de Joyce, el registro imaginario no está anudado a los otros dos. Se han desprendido,
descompuesto los elementos. Que lo imaginario esté suelto implica que va a tener complicaciones con el
cuerpo, dado que lo imaginario es lo que da la unidad corporal.
El nudo es una escritura. La cuerda que pasa por abajo se inscribe como trazo discontinuo, es decir:
Para Lacan, en Joyce lo imaginario no está correctamente articulado. Los tres registros no están
articulados borromeadamente. El registro simbólico y el registro real están interpenetrados, y el
imaginario está suelto.
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La solución de Joyce a esto es un nuevo círculo, el ego, que va a funcionar como sinthome. El sinthome
viene a reparar el lapsus del anudamiento, tiene una función de solución, de reparación, algo que opera
reparando. (Síntoma como problema, sinthome como solución). Podemos hablar entonces también de
psicosis sinthomadas, que han hallado una solución desde el anudamiento. No hay psicosis clínica
porque Joyce ha logrado reparar el anudamiento con el sinthome.
Escena de la paliza: “como un desprendimiento del cuerpo, sensación de ajenidad”. A Joyce, cuando lo
golpean de adolescente, le sucede la experiencia de una insensibilización de su cuerpo, que marca, según
Lacan, el desprendimiento de lo imaginario. En este caso, en Joyce el sinthome repara el punto del lapsus
de anudamiento de lo imaginario. El lapsus constitutivo como Verwerfung de hecho.
¿Qué hubiera pasado con Joyce de no haberse constituido el sinthome? Lo que a la hija. “No puedo
darte lo que no tengo” le dice (el NP).
Ahí donde no está el Nombre del Padre, Joyce se engendra el nombre propio. En Joyce no es una
esquizofrenia porque hay una solución = el sinthome.
Entonces, la estructura esquizofrénica sería la interpenetración de los registros Real y Simbólico, y el
registro Imaginario Suelto.
Hay otras estructuras, como la de la melancolía y manía (registros R e I interpenetrados, registro S
suelto - lo simbólico se empobrece, su discurso de empobrece, “la sombra del objeto ha caído sobre el Yo”
- Freud), la de la parafrenia (registros S e I interpenetrados, registro R suelto, el puro semblante - delirios
fantásticos, delirios de fabulación, sujetos que viven alejados de lo real), de la paranoia (el “nudo trébol”,
cuando no se diferencia ninguno de los tres registros entre sí).
Cuando hay una interpenetración, los registros no están bien definidos. En el nudo borromeo éstos sí
se diferencian, no hay interpenetración.
Podemos pensar que hay soluciones que reparan el punto del lapsus, y también soluciones diversas, en
otros puntos (diferentes al sinthome). El sinthome es la solución en el mismo lugar donde está el
19
problema, como en el caso de Joyce, en que el sinthome es el ego, el nombre que se arma. Otra solución
podría ser su mujer, “que le calza como un guante”.
Pensamos la trenza igual que el nudo, importa qué va por arriba y qué va por abajo en el dibujo, y en la
equivocación se presenta un lapsus; ahora bien, en la trenza se puede pensar una secuencia, una
diacronía, mientras que el nudo es como una foto, una sincronía.
La teoría de los nudos abre un campo más grande de estudio de la psicosis, más allá de las psicosis
clínicas. También hay “psicosis ordinarias” (con signos discretos, mínimos - a diferencia de una psicosis
“extraordinaria”, las psicosis típicas, floridas, con manifestaciones grandes y ruidosas). Hay distintos
modos de psicosis como los distintos modos de indiferenciación, y soluciones diversas, sinthomáticas y no
sinthomáticas. Sinthome: tiene lugar en el lapsus del anudamiento; puede haber soluciones en otros
lugares del anudamiento. El sinthome es un concepto propio de la teoría de los nudos.
No hay que confundirlo con la compensación imaginaria (que es otro planteo).
La fenomenología marca el punto de indiferenciación entre los registros que se confunden y cómo hay
un registro que está suelto. Podemos así diagnosticar una psicosis aunque no haya fenómenos de franja.
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pueblo irlandés. Joyce escribe con la intención de que lo estudien por cientos de años. Esto es indicio de
un pequeño delirio de grandeza, para Lacan.
Tercero, en la psicosis hablamos de palabras impuestas, como forma mínima del S1 (solo), un
fenómeno elemental. El psicótico hace la experiencia de percibir que el lenguaje es un parásito, de que
nosotros somos hablados por el Otro, de que el lenguaje nos viene del Otro. El psicótico tiene la
experiencia de percibir el parásito del lenguaje en las palabras impuestas. Lo que hace Joyce con el S1 es
anticiparse a la presencia del significante en lo real, descomponiendo las palabras y evitando así que
llegue el significante en lo real. Tiene lo que él llama “epifanías”, inserta estas frases rotas que oye en su
escrito. No aparece el significante en lo real como una “voz impuesta”, sino que Joyce le hace a eso un
tratamiento en el lenguaje, lo vincula en su escritura, lo descompone, esa palabra que escuchó es
descompuesta y la responde antes de que se instale.
Escucha la palabra, tiene un efecto de epifanía (“intuición delirante” casi), pero no se queda con eso,
no avanza a la alucinación y al delirio, sino que la trata, queda rota e insertado en su escritura. No llega a
imponerse como un significante en lo real. La desarma, la inserta en su escritura. Joyce le saca así el peso.
Finalmente, cuarto, la escena de la paliza. Cuando sus amigos en su infancia lo golpean por una
discusión, Joyce siente primero una sensación de indignación y traición, pero luego relata que esos afectos
intensos se van de golpe y se insensibiliza totalmente, que se desprenden de él “como la cáscara de un
fruto maduro”. Lo que él marca en esa escena es ese momento de insensibilización.
En estos elementos discretos, según Lacan, se puede ubicar la psicosis en Joyce y destaca la respuesta
de Joyce frente a ellos. Son momentos cercanos al desencadenamiento, pero algo en la relación con Nora
lo ayuda.
La sexualidad femenina es resuelta por el pasaje por las perversiones con Nora. Las palabras impuestas
son resueltas por el tratamiento que hace de las epifanías en su escritura. La ausencia del significante del
Nombre del Padre es compensada por la construcción de este “artista de su época”, que lo estudien por
años, se hace un nombre. Tapona esa forclusión con el hacerse un nombre para sí mismo.
Estos son modos discretos de “arreglarse”.
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Se presenta así el lapsus o error de anudamiento como aquella operación que causa que el nudo
se desarme por haber equivocado uno de los puntos de cruce. El sinthome, entonces, no consiste en otra
cosa que en un eslabón nuevo que se agrega para remediar, para corregir el fallo del nudo. Colocando así
el sinthome en el punto mismo en que se produjo el lapsus del nudo, a partir de esa reparación
(“corrección”, “suplencia”), a partir de la instalación del sinthome, el nudo de trébol ya no se desarma, no
se desata. El sinthome, en efecto, es lo que le impide al trébol “fallado” devenir nudo trivial.
El resultado, sin embargo, ya no es un simple nudo trébol; es un trébol reparado, o bien un trébol
sinthomado. Y por la corrección introducida, no es ya un nudo, sino una cadena, puesto que se ha
agregado un nuevo eslabón y tenemos ahora dos anillos, el original y el remiendo (el sinthome).
Reparaciones sinthomáticas y no sinthomáticas. La reparación del error, del lapsus en el nudo,
no necesariamente debe llevarse a cabo en el punto mismo de cruce en que el fallo del anudamiento se
produjo; sino que puede realizarse también (aunque con resultados muy distintos) en alguno de los otros
puntos de cruce, es decir, en aquellos en los que no se produjo el error en el anudamiento.
Si se repara en otro lugar, no se obtiene un nudo trébol, pero tampoco un nudo trivial; es ya una
cadena, porque el remiendo es, claro está, un segundo anillo.
Tenemos entonces dos posibilidades de reparación del lapsus de anudamiento, dos posibilidades que
impedirían que este trébol se convierta en un nudo trivial una vez que se ha introducido un error en la
factura del nudo. Primero: si reparamos en el lugar en que se produjo el nudo, eso permite que el trébol se
sostenga como tal (aunque ya devenido cadena, por el agregado del remiendo). Segundo: si reparamos en
alguno de los otros dos puntos de cruce, donde no se produjo el lapsus, eso nos da la cadena con “forma de
ocho”.
Lacan llega a restringir el término sinthome exclusivamente para el caso en el que la reparación se
produce en el lugar mismo en que se produjo el lapsus del nudo. Solo en ese caso (donde el resultado es
una cadena en que los eslabones no son equivalentes) podríamos hablar de un nudo reparado, corregido,
por un sinthome, de un nudo, entonces, sinthomado.
Donde hay sinthome no hay equivalencia (es decir, el intercambio entre la cuerda original y el
remiendo no dan la misma cadena), y por ello “hay relación”. Mientras que allí donde sí hay equivalencia
(donde la cuerda de origen y el remiendo son invertibles sin modificación de la cadena), es decir, donde
no hay sinthome, “no hay relación”. Cuando hay equivalencia no hay relación.
Convengamos que los dos sexos están simbolizados por dos colores, y supongamos que hay un fracaso
del nudo, si la falla se repara en el mismo lugar donde se produce, los sexos ya no son equivalentes - a
nivel de sinthome, pues, no hay equivalencia. En la medida que hay sinthome, no hay equivalencia sexual,
es decir que hay relación. Si la no relación depende de la equivalencia, en la medida en que no hay
equivalencia, se estructura la relación. Hay, pues, al mismo tiempo relación sexual y no hay relación. Allí
donde hay relación es en la medida en que hay sinthome, es decir, donde el otro sexo es sostenido por el
sinthome.
No deja de asombrar: hay relación, así es, donde hay sinthome (reparación del lapsus en el
mismo lugar en que éste se ha cometido, no hay equivalencia y hay relación). Cuando se aborde el caso
Joyce, se ve que la relación de Joyce con Nora, su mujer, está planteada en esta perspectiva: ella como su
sinthome.
Allí donde hay relación, no hay equivalencia ni posibilidad de intercambio entre las posiciones. Si una
mujer puede ser sinthome de un hombre, la inversa no sería posible. El sinthome se caracteriza
justamente por la no equivalencia. Puede decirse que el hombre es para una mujer todo lo que le guste, a
saber, una aflicción peor que un sinthome.
Una vez que se llega al nudo trivial, una vez que el trébol se ha desarmado, podría imputarse el error a
cualquiera de los tres puntos de cruce. ¿Cómo se localiza el lugar preciso del lapsus del anudamiento
cuando, evidentemente, en el trivial los tres puntos de cruce ya se han esfumado? Para localizar el punto
en que se ha producido el fallo en el nudo es preciso detener por un momento el desarmado del trébol, en
22
una fase intermedia entre su consistencia como trébol y su desarmado absoluto. En realidad es imposible,
entonces, precisar el punto de cruce en el que se produjo el lapsus del nudo una vez que éste se ha
desarmado. Solo es posible localizarlo retroactivamente a partir del lugar en que se efectúa el remiendo.
Así es, solamente el sinthome, como corrección del fallo, nos indica dónde se ha producido el lapsus. Se
entiende de este modo que para localizar el lapsus del anudamiento es necesario ir retroactivamente del
remiendo al error, del sinthome al lapsus.
Joyce en Lacan.
Lacan propone “considerar que el caso Joyce responde a un modo de suplir un desanudamiento del
nudo”. Lacan está refiriéndose allí todavía al nudo trébol, es decir, está proponiendo para Joyce un nudo
de trébol afectado por un error y, además, algo que vendría a compensar, a reparar ese fallo: un sinthome.
¿Cuál sería para Joyce el fallo en la estructura? ¿Qué funcionaría como sinthome, remediando,
compensando tal falla en el anudamiento? “¿Su deseo de ser un artista que mantendría ocupado a todo el
mundo, a la mayor cantidad de gente posible, no compensa exactamente que su padre nunca haya sido
para él un padre? ¿No hay algo como una compensación por esta dimisión paterna, por esta
Verwerfung de hecho, en el hecho de que Joyce se haya sentido imperiosamente llamado? El nombre que
le es propio, es eso que Joyce valoriza en detrimento del padre. A este nombre quiso que se le rinda
homenaje que él mismo negó a cualquier otro.”
En este Joyce según Lacan, el lapsus, el error del anudamiento, se localiza en la “dimensión paterna” o
“Verwerfung de hecho”, tal como se indica en el párrafo recién citado. Se señala que su “deseo de ser un
artista que mantendría ocupado a todo el mundo” o, incluso, a su “nombre propio”, como aquello que
vendría a remediar ese lapsus, ese fallo en el anudamiento, es decir tendríamos allí al sinthome.
En las clases siguientes al Seminario 23, Lacan aborda el caso del escritor ya a partir de una cadena de
tres anillos, pero de una cadena de tres eslabones que no será propuesta como borromea.
23
“No estar resentido”, “desprendimiento como una cáscara”, “dejar caer la relación con el propio
cuerpo”: tienen allí, según Lacan, el desplome de lo imaginario que se va por su lado como un primer
efecto del error del anudamiento. ¿Qué resulta de ello? I mayúscula no tiene más que soltarse.
La interpenetración entre simbólico y real se presenta sintomáticamente (sin hache) en la escritura de
Joyce en el nivel de lo que Lacan no vacila en ubicar como palabra impuesta.
“No puede decirse que a Joyce no se le impusiera algo con respecto a la palabra. Resulta difícil no ver
en el progreso de alguna manera continuo que constituyó su arte, que cada vez se le impone más cierta
relación con la palabra, a saber, destrozar, descomponer esa palabra que va a ser escritura, hasta el
punto en que termina disolviendo el lenguaje mismo”.
Su propio síntoma, entonces: su escritura en tanto que en ella se manifiesta cada vez más la palabra
impuesta; consecuencia de la interpenetración entre lo real y lo simbólico en la cadena, producto del
lapsus del nudo.
Y de esta palabra impuesta en la escritura de Joyce dan testimonio según Lacan, especialmente, las
llamadas epifanías. Todas sus epifanías se caracterizan siempre por lo mismo, que es precisamente la
consecuencia resultante del error en el nudo, a saber, que el inconsciente está ligado a lo real. Cosa
fantástica, Joyce mismo no dice otra cosa; se lee claramente en Joyce que la epifanía, es lo que hace que,
gracias a la falta, se anuden inconsciente y real (inconsciente como otra palabra para lo simbólico).
Las epifanías joyceanas, entonces, se ubican en el nivel de lo que aquí hace síntoma, el que se inscribe
entre real y simbólico, en la interpenetración entre estos dos registros.
Lo que en la escritura de Joyce se presenta como palabra impuesta tiene como fundamento la
interpenetración entre aquellos dos registros, mientras que la letra de goce del síntoma, tal como se sitúa
en el Síntoma 22 de Lacan, es en cambio un efecto de lo simbólico en lo real, extracción de un Uno del
inconsciente que pasa a lo real.
Para abordar el sinthome en Joyce, hay que destacar que a esta dimensión sintomática de la palabra
que se impone, se agrega lo que James Joyce alcanza a hacer con ella. Allí se asoma el sinthome. El
sinthome joyceano, comporta así un modo de remediar ese error de anudamiento. Se trata ya de un cuarto
eslabón o anillo agregado, localizado por Lacan en el nivel de su “deseo de ser un artista que mantendría
ocupado a todo el mundo”, o del “hacerse un nombre”, que consigue, si no liberar a Joyce del “parásito
palabrero”, sí conducirlo hacia un saber hacer con eso que compensa la “carencia” paterna, e impide que
el escritor manifieste como tal una psicosis.
“Joyce tiene un síntoma que parte de que su padre era carente, radicalmente carente. He centrado la
cosa en torno del nombre propio, y he pensado que por el querer hacerse un nombre Joyce compensó la
carencia paterna”. “Joyce tiene un síntoma que parte de que su padre era carente, radicalmente
carente”: un síntoma, entonces, que ubicamos al nivel de la palabra “que cada vez que se le impone más”
en su escritura y es efecto de esta carencia paterna que en el nudo se escribe como error, o lapsus entre
simbólico y real. Mientras que, por otra parte, el sinthome es en cambio lo que “compensa” ese lapsus: en
el lugar de esa carencia paterna, con su arte, “querer hacerse un nombre”.
24
Lacan termina denominando ego, a aquello que en la cadena se localiza como la reparación
sinthomática en Joyce, que consigue retener lo imaginario, impedir que lo imaginario se desprenda
aunque no vuelve borromeo el anudamiento - real y simbólico continúan interpenetrados.
“Eso es exactamente lo que pasa, y donde represento el ego como corrector de la relación faltante, es
decir, lo que en el caso Joyce no anuda de manera borromea lo imaginario con lo que encadena lo real y el
inconsciente”. Conviene, a la vez, oponer y articular, para Joyce, el síntoma (en el nivel de la escritura en
que la palabra cada vez se le impone más) producto del lapsus del anudamiento, y el sinthome (como
reparación o remiendo de ese error) lo que el escritor hace con eso, en su arte, construyéndose un ego.
Mientras que el síntoma es un goce que se basta a sí mismo, “el síntoma en Joyce es un síntoma que no
atañerá en nada a ninguno de ustedes. Es el síntoma en tanto que no hay ninguna posibilidad de que
atrape nada del inconsciente de ustedes”, es decir, si el síntoma comporta cierto desenganche del Otro,
incluso de la relación con los Otros, lo que Lacan llama sinthome instituye un orden de
reencadenamiento, de reanudamiento del lazo con los otros. Si lo que hace síntoma en Joyce, en el nivel
de su escritura, no atañe al otro, no lo enlaza con el otro, su sinthome compensa más bien esta situación
volviendo al otro un lector, más precisamente, un descifrador de enigmas. El enigma supone ya
reencontrar la dirección hacia el Otro, dirigirse al Otro del desciframiento: es ejército de joyceanos, para
pasarse cientos de años dilucidando las oscuridades que Joyce ha dejado. “Ego de función enigmática”
señala Lacan, de “función reparadora”: ego-sinthome.
Destacar otra dimensión sinthomática en Joyce: se constituye en su relación con su mujer, Nora. Se
trata precisamente de su “Nora-sinthome”. ¿Qué es, pues, esta relación de Joyce con Nora? “Es una
relación sexual, aunque yo sostenga que no la hay. Pero es una extraña relación sexual. Hay algo en lo
que se piensa, de acuerdo, pero se piensa en ello raramente, porque no es nuestra costumbre, a saber,
vestir nuestra mano derecha con el guante que va en nuestra mano izquierda, dándolo vuelta. El guante
dado vuelta es Nora. Es la manera que él tiene de considerar que ella le va como un guante”.
Nora lo ajusta, lo ciñe. No es poca cosa si se tiene en cuenta que en su caso, en el de Joyce, el
imaginario corporal tiende a escaparse a causa del lapsus del nudo. Es decir, calzándole a James Joyce
como un guante a una mano, Nora tiene función de sinthome; como su ego, impide que lo imaginario se
suelte, le proporciona un límite corporal preciso, ajustado. Hay que recordar que donde hay sinthome hay
relación, y en este “calce” llega a haberla.
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desprendimiento de lo simbólico es manifiesto en estas psicosis tanto en el nivel de la pauperización de
esa dimensión (simbólica) en el discurso de los sujetos, muy prevalente por lo demás en la melancolía,
como en la radical independencia que ese registro llega a alcanzar, por ejemplo, en la sintomatología del
acceso maníaco: verborrea, fuga de ideas, etc.
Con respecto a la paranoia, situamos la “puesta en continuidad” de los registros. La base del planteo se
encuentra en la perspectiva con la que Lacan aborda la paranoia en el Seminario 23: “en la medida en que
un sujeto anuda de a tres lo imaginario, lo simbólico y lo real, sólo se sostiene por su continuidad. Lo
imaginario, lo simbólico y lo real son una sola y misma consistencia, y en esto consiste la psicosis
paranoica”. Partimos una vez más de la cadena borromea de tres eslabones, y aquí lo que hacemos es
poner a los tres registros, justamente, en continuidad, produciendo empalmes en las junturas de lo real
con lo imaginario, imaginario con simbólico y simbólico con lo real.
El resultado es un nudo de trébol, el “trébol paranoico”, en el que los tres registros se siguen unos a
otros, están en continuidad. No solo no hay cadena borromea, no hay cadena. Se trata de una única
consistencia a la que se reducen los tres registros lacanianos por su empalme.
“La paranoia es un pegoteo imaginario, es la voz que sonoriza, la mirada que se vuelve prevalente, es
un asunto de congelación del deseo”.
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III. CASOS CLÍNICOS, PSICOSIS CONTEMPORÁNEAS
Muñoz, P., “El caso Víctor o El plan Frankenstein”.
Idea de no haber logrado la “felicidad completa” y lo hará cuando acceda a la “perfección”, es decir el
grado máximo de belleza del rostro. Para ello le hace falta una cirugía estética que anhela hace muchos
años. Está casado con una mujer que define como “perfecta” hace 18 años. Esto alimenta su certeza de no
ser perfecto, pero se suma el “por lo menos mi mujer sí lo es”. Refiere ser muy feliz junto a su esposa,
felicidad afectada solo por la intromisión de esa idea pertinaz de “no soy perfecto”.
Es una certeza, “soy feo”, no es una preocupación neurótica del cuerpo, no es un síntoma conversivo.
No es un síntoma de una neurosis obsesiva sino una certeza inaudita, una fijeza muy especial.
Dado que en analista se abstiene a intervenir sobre el tema cree que por eso aparecen otros temas en
las sesiones y el mismo queda en segundo plano. Otro tema es la preocupación respecto a su virilidad; se
pregunta si no será homosexual, porque cuando mantiene relaciones sexuales con su mujer le gusta que le
metan el dedo en el ano. Esto produce una duda sobre su identidad sexual y un temor de lo que pueda
pensar el Otro. Es decir, algo del goce sexual que experimenta en el cuerpo se le presenta como
problemático - la ausencia de la mediación simbólica que ordena la relación entre los sexos en el
encuentro sexual conlleva a un desarreglo del goce que cuestiona su virilidad.
El analista interviene haciendo notar el dato de que le gusta a ambos y de que puede ser un secreto que
pueden mantener entre ellos, en la privacidad de la habitación. Esto para aplacar el tema y eventualmente
deja de ser una preocupación.
Otro tema que surge es la pregunta por el origen, ¿cómo comenzó la vida? Como los científicos no
lograban encontrar la causa del Big Bang, la única respuesta posible que se le presenta es que el agente
inicial de ese chasquido fuera Dios. Así quedaba demostrada su existencia porque debía haber algo que
produjese ese estallido original: Dios. Esta concepción inconmovible no admitía ningún cuestionamiento
o crítica. Propuesta del analista: estas ideas de la existencia de Dios parecen constituir una concepción
delirante que viene al lugar de la Ley dejado vacante por el hecho de la forclusión del significante del
Nombre del Padre, vacío que es llenado por el Dios como origen del universo.
La relación con su padre siempre fue conflictiva. Era sabido que su padre mantenía una relación con
otra mujer a quien sostenía económicamente, y su madre lo aceptaba no muy pasivamente pues
cuestionaba constantemente dicha relación con la cual llamaba “la puta”. Víctor decía que no quería
parecerse a su padre. De todos modos, siempre dijo que éste era un problema de ellos - no se verifica la
constitución de ninguna novela familiar neurótica. Todos los hijos tenían derecho a un “sueldo de hijo” del
padre. Víctor recuerda que cuando era chico el padre lo gritaba a los gritos, nunca le pegaba, y le aplicaba
“castigos” (encerrarse en el cuerpo o no darle plata para el fin de semana), y la razón de los castigos
siempre era “porque YO lo digo”. Siempre enfatiza como recuerdo desagradable lo desproporcionado de
los gritos. Muchas veces su madre volvía inocuos los castigos, y el padre se quejaba ante ella “me
desautorizas”.
Se trata de un paciente que siempre osciló entre dos polos anímicos, algunas veces exultante, muy feliz,
otras veces triste y desganado - hasta que en una sesión se presenta muy agitado, casi incontenible,
diciendo que su esposa lo quería dejar. Este fue un punto de viraje en su vida y tratamiento.
Eventualmente la mujer lo abandonó, y a partir de entonces Víctor cayó en un período de crisis muy serio,
pasaba períodos de enorme tristeza, sin querer comer, tirado en la cama, para luego levantarse
hiperexcitado diciendo que iba a salir adelante. El ápice de la crisis fue encontrarlo en la terraza de la casa
de la familia, mirando al cielo con “cara de loco”, diciendo que sentía que Dios lo estaba llamando, que su
vida estaba por terminar y que era mejor estar junto a Dios que seguir sufriendo en la tierra, sin su mujer.
De este modo, el Dios como fundamento del orden universal toma la iniciativa y en el momento en que
algo se desencadena lo llama con la consistencia áfona de la voz. Podemos pensar este fenómeno como un
intento de localizar el goce en el lugar del Otro como tal (como define Lacan a la posición paranoica).
Reconocemos en el abandono de su mujer aquello que lo confronta con un vacío insoportable, imposible
27
de tolerar. Es en torno del sentirse ligado a ella que algo de su ser lograba asiento y permanencia, sostén
ortopédico que constituía la imago de su esposa. Entonces se desencadena la psicosis clínica. Quizás sea
válida la conjetura de que su relación con ella cumplía la función del sinthome, que mantuvo encadenados
los registros hasta su desanudamiento.
El estar ligado a la mujer perfecta lo sostenía, posiblemente como una identificación imaginaria. La
mujer lo completa, lo compensa. El estar con la mujer perfecta como una compensación, aquello que
mantenía la estructura antes del desencadenamiento. La esposa como sostén imaginario de ese Edipo
ausente.
En adelante la desorganización fue in crescendo. Comienza un tiempo de descontrol sexual y
económico. Esta exaltación, típica de la manía, es un síntoma del retorno en lo real de lo forcluido que
Lacan explica en el Seminario 10, cuyo efecto es lanzar al sujeto “a la pura metonimia, infinita y lúdica, de
la cadena significante”. Es decir que cuando el objeto a no opera arraigando al sujeto, funcionando como
punto de anclaje en la deriva de la cadena significante, el sujeto se ve arrojado a la infinidad metonímica
del significante que remite sin cesar a uno y otro y otro significante. Esta ausencia de detención
metafórica en la manía se traduce en un hacer ilimitado pues “el sujeto no tiene el lastre de ningún a”.
Cuando el a no funciona, no opera como lastre, no fija al sujeto, que queda “metonimizado” en la cadena
significante sin anclaje, sin punto de afirmación.
En este período la cuestión estética pasa al primer plano. Todo culmina en que se le impone la
necesidad imperiosa de intervenir sobre el cuerpo, con una intervención quirúrgica muy impresionante
que cambiaría todo su rostro.
Es a partir de sus 14 o 15 años que un cambio se produce en la conducta de Víctor. No sabemos qué
pasó, sí que empezó en estos años a sufrir episodios de depresión constantes, con la presencia de la idea
de que es feo y debe hacerse algo en la cara para parecerse a un músico de un grupo pop muy famoso de la
época. Es un idea que en principio no parece problemática, pero que poco a poco se torna en una idea fija
que absorbe toda su atención. Estas ideas eran compartidas con un compañero de su misma edad con
quien cursó sus estudios y se fueron haciendo cada vez más amigos. Su vínculo con él culmina
abruptamente cuando conoce a su mujer.
A partir de ese momento la idea de la operación mermó bastante, nunca desapareció del todo pero sí
cedió su intensidad - no tenía sentido ya la operación puesto que había logrado igualmente lo que siempre
deseó, la “mujer perfecta”. Sin embargo nunca deja de tener conductas relacionadas con su cuidado
estético - que le producían sufrimiento, como ponerse jugo de limón en los ojos “porque queda más
lindo”. Durante muchos años mantuvo esa “realidad asintótica de deseo”: la cirugía algún día se
cumpliría. Es la coyuntura del abandono por parte de su mujer, la contingencia de ese suceso que lo
empuja a la necesidad imperiosa de intervenir sobre el cuerpo en lo real.
Operación en lo real: falta operación en lo simbólico y requiere una operación en lo real (recortar los
dos efectos del lenguaje, ambos son cortes). El psicótico debe vérselas con un goce que invade su cuerpo,
se le impone la necesidad de un corte de ese goce.
Entonces, aparece la necesidad de la operación como algo imperioso. Empezó a consultar cirujanos
hasta encontrar alguno que le haría esta operación de tal magnitud que atentaría contra su vida. El trabajo
del analista gira en torno a tratar de limitar en la medida de lo posible esa necesidad imperiosa de efectuar
algún corte o intervención sobre su rostro, buscando en su lugar una cirugía común y corriente que no
pusiera en riesgo su vida. Su planteo: ¿cómo puede ser que para alcanzar la belleza para vivir feliz deba
pasar por una intervención quirúrgica que lo pone en riesgo de muerte? Así, absteniéndose de abrir juicios
sobre el plan, apunta a equivocar el sentido, cómo se explica que algo que puede dar vida también puede
dar muerte. Este equívoco no opera sobre el significante sino sobre el goce, y fue mellando la consistencia
absoluta de la operación como único medio para mantener su interés por la vida.
28
De a poco se abre un espacio de interrogación en el que empezó a cuestionarse qué otras cosas podría
proveerle de alguna satisfacción. Aparece el hobbie de la magia. En las sesiones el tema de la cirugía iba
cediendo terreno al de la magia, sobre el cual su analista también tenía interés.
Finalmente, Víctor se operó, una cirugía común de nariz, la colocación de un hilo de oro para engrosar
el labio superior y un par de prótesis de siliconas para dejar su mentón con forma cuadrada. La
intervención tuvo un efecto muy tranquilizador en él: cesaron sus estados de depresión y agitación y en
las sesiones lo empezaron a convocar otras cosas, sobre todo, la posibilidad de ya no ser mantenido por su
padre y conseguir un trabajo.
La operación cumplió la función de acotar un goce insoportable que afectaba la organización de su
imagen corporal, como modo de ponerle un límite a partir de la intervención efectivamente realizada. Esta
intervención en lo real del cuero se hizo imperiosa como un corte en lo real que limita el goce (una
operación acotada, distinta al suicidio inminente o a la intervención frankesteiniana como era el plan
original, un corte más medido un prolijo, aunque no deja de ser un corte en el cuerpo). Sustituye al
Nombre del Padre con la figura del cirujano o su operatoria con el bisturí. El efecto sinthomático que
produce es el de anudar y reordenar la relación entre los registros desanudados en el punto en que la
aspiración al corte del retorno en lo real alteraba lo imaginario por fuera de lo simbólico. Algo de lo real
que se encastraba en lo imaginario bajo la certeza de “soy feo” - y por ello, por esa interpenetración, se
suelta lo simbólico (teoría de los nudos).
Una inmediata consecuencia se observa en su relación con el otro sexo; conoce a una chica de la cual se
enamora pese a no ser ella tan hermosa como su ex-esposa, pero le alcanza para detener la vorágine
sexual en la que estaba inmerso, con una particularidad: esta chica era inseparable de su hermana mayor,
tanto que tenían que dormir juntos, lo tres. De este modo, toma un rasgo del padre: dos mujeres. El padre
le brinda cierto modelo de cómo mantener una relación posible con una mujer, aunque no opera como
una referencia simbólica puede hacerlo por una vía imaginaria propiciando alguna identificación. Que no
haga de “carretera principal” no impide que pueda ofrecer algunos caminos secundarios.
A partir de esta particular relación, Víctor logra cierta independencia respecto de su primera mujer. La
web le sirve para producir un importante viraje en su vida: se inventa un trabajo, vendiendo productos
por internet. Y se proclama “soy el vendedor más grande del mundo”. Su incipiente independencia
económica le produce visible contento.
Algo empieza a jugarse en la transferencia con el analista: deja algunas sesiones sin pagar y va pagando
otras manteniendo siempre una deuda con su analista, evidentemente no referente a la falta de dinero. El
analista nunca reclama esa deuda, evitando quedar en serie con su padre que por el contrario siempre lo
hacía. Que le pague cuando quiera, cuando pueda - maniobra para sustraerse de quedar en la línea del
Otro que goza demandándole dinero.
Su relación a la mirada del Otro se modifica por el recurso de la magia. Cierta relación pacificada al
Otro se sostiene a partir de la posibilidad de ocultarle algo, restarle algo, hacerle perder consistencia en su
saber. La mano que engaña la mirada del Otro. Es que esa mirada del Otro es lo que lo tortura: “soy feo”.
La magia recubre, oculta, vela esta relación tortuosa. Recurso imaginario para velar lo real.
Elementos de la diacronía:
Compensación: matrimonio. Desencadenamiento: la mujer lo deja. El abandono de s esposa lo
confronta con un punto de imposibilidad estructural. A la posición melancólica (ligada a la identificación
con el objeto perdido, como dice Freud, de “la sombra del objeto cae sobre el yo”), que revierte en picos
maníacos. Momento de encuentro con el agujero, lo melancólico, y luego hay un cierto momento de
intentar ubicar al Otro, momento en que el Otro toma la iniciativa: Dios lo llama. No es una
esquizofrenia, sino un caso de psicosis maníaco-depresiva. Estabilización: megalomanía sinthomada
(agrandamiento yoico que se expresa en su “soy el vendedor más grande del mundo”), la magia/la
operación/independización/analista.
29
Anexo 1 - tiempos de la psicosis.
Seminario 3 (fin) - tiempos de la psicosis.
Ubicado el tiempo 0 de la psicosis entre Bejahung y Verwerfung (forclusión como mecanismo inicial).
El tiempo 1, el de la compensación imaginaria del Edipo ausente (dos elementos importantes: cómo en la
compensación imaginaria se trata de la identificación a-a’, en relación al ideal del yo o al Yo Ideal, y por
otro lado la cuestión del Edipo Ausente). El Edipo ausente implica que no hay pasaje por los tiempos del
Edipo, cómo el sujeto responde al enigma del deseo del Otro por la vía del falo; en la medida que hay
Edipo ausente, no hay respuesta al deseo del Otro por vía del falo. “Pi sub cero” es como escribe la
cuestión del falo.
Tiempo 2, “prepsicosis”. Tiene dos características principales, fenómenos propios: la perplejidad y los
fenómenos de franja (Lacan hablaba de dos propios de la psicosis, cuchicheos y destellos, y hay dos
propios de la psicosis ya desencadenada, la llamada de socorro y el milagro del alarido). En las cuatro
formas se trata del S1 solo, no encadenado. Es el momento de confrontamiento con el agujero, con el S1
solo.
Tiempo 3, el tiempo propio de la psicosis propiamente dicha.
El período de la psicosis estaría ubicado entre el 2 (prepsicosis) y el 3 (psicosis). Cuando desde Lacan
se habla del desencadenamiento es referido desde la prepsicosis hasta la psicosis, entiende que en la
prepsicosis la misma ya está desencadenada.
Lo que permite el pasaje del tiempo 2 al tiempo 3 de la psicosis, hay un punto de pasaje que lo
produce: “el Otro toma la iniciativa” o “la campanada de entrada”. Lo llama de los dos modos. Hay
dos formas de interpretar “el Otro toma la iniciativa”:
Por un lado, es que en el delirio un Otro, un personaje, encarna la figura del delirio. Un Otro
que toma la iniciativa, empieza a hacer activamente toda una serie de acciones que son las de la
persecusión, por ejemplo. Flechsig toma la iniciativa en relación a Schreber, empieza a perseguirlo. En el
sentido de que hay un personaje que le hace cosas al sujeto en su delirio.
Por otro lado, otra manera de situar que “el otro toma la iniciativa” es que ese S1 solo,
desencadenado, significante en lo real, se vuelve a encadenar con un S2. En un primer
momento la libido se quita de las personas y cosas del mundo exterior, y luego vuelve pero bajo forma
delirante o alucinatoria. Este momento donde la libido se quita sería en Lacan el momento donde
aparece S1, y el momento el que la libido retorna sería aquel momento donde S1 se vuelve a encadenar con
un S2 - pero ese S2 es alucinatorio o delirante, o las dos. Este es otro sentido importante de interpretarlo,
que el S1 se vuelve a encadenar, pero bajo la forma del Gran Automatismo, donde lo anideico, asensorial y
neutro, cobra significación, sentido y afecto. Entonces, en la ideación, la sensorialidad y los afectos
encontramos el punto de alucinaciones y delirios.
Así, del Pequeño Automatismo de la prepsicosis pasamos al Gran Automatismo de la psicosis.
No se trata entonces de un encadenamiento de la neurosis (formaciones del inconsciente).
Los fenómenos propios de la psicosis (tiempo 3) son entonces: alucinaciones y delirios. Las
alucinaciones pueden ser de todo tipo (auditivas y cinestésicas, principalmente) y los delirios pueden ser
todos (esquizofrenia, paranoia o psicosis maníaco depresiva, cada una tiene sus propiedades delirantes
propias). En las alucinaciones y delirios ya tenemos la cadena significante armada del S1-S2.
S1 y S2 es lo que produce, a posteriori, un efecto de significación. Entonces, cuando se tiene
el S1 sin sentido, que se encadena con algún sentido, tenemos los delirios y alucinaciones. Porque hay un
efecto sobre la significación. El S1 nunca pierde el carácter de ser un significante en lo real. El S1 que viene
de lo forcluido pone en juego un elemento que no es puramente simbólico, a diferencia de la
neurosis como “puro y simple hecho del lenguaje”. Cuando habla de la psicosis, en el “decir psicótico”,
aparece un significante que no es simbólico, que viene de otro plano, el significante en lo real; que puede
aparecer solo o encadenado (ya en el tercer tiempo de la psicosis, no como encadenamiento lógico de la
neurosis).
30
Si tratamos a ese S1 del modo que se trata en una neurosis, lo llevamos a una asociación, y por eso es
tan importante un diagnóstico diferencial. No podemos suponer. No podemos pedirle al psicótico
que haga asociación libre. Estaríamos suponiendo de antemano un caso de neurosis; si se trata de una
psicosis, se puede llevar a que ese S1 se convierta en un desencadenamiento de la etapa psicótica. Ejemplo
“remera” - “ramera”, le pide asociación, y el paciente no va por meses a las sesiones, cada cierta cantidad
de días recibe papeles que dicen “injurias” debajo de la puerta. Suponiendo una neurosis, una formación
del inconsciente, apareció en realidad un efecto del significante en lo real, y al pedir asociación es posible
que se haya llevado a un desencadenamiento. Puede producir el efecto de “el Otro toma la iniciativa”. Por
eso la importancia del diagnóstico y de las entrevistas preliminares.
“Ah, esto que yo tenía, los cuchicheos, eran los rayos de Dios que me querían enviar un mensaje”.
Estamos en el plano de la significación, que por la vía del delirio puede producir la explicación de lo que
no se entendía, o la vía imaginaria en los sentidos del cuerpo, de escuchar una voz. A partir de ahí,
“entendí todo”. Las significaciones son o bien percibidas en los sentidos, ve, escucha, siente goces en el
cuerpo, o bien uno delira - en la ideación aparece, no necesariamente en el cuerpo, la significación.
Si tomamos la paranoia, lo que tenemos es: no hay alucinaciones, hay ideación del delirio paranoico,
y hay afectos de la persecución paranoica, los afectos que producen el delirio, “me persiguen”. Hay
ideación y afecto.
En el caso de la esquizofrenia tenemos principalmente los sentidos, las alucinaciones, y muchas
veces podemos no tener ideación, solamente alucinaciones, y a veces no hay afectos, hay alucinaciones sin
afectividad. Solamente veo cosas o escucho frases - o a veces eso sí produce afectos. La frase me puede
decir “matate”, no sé si me mato o no. Y además, si la esquizofrenia tiene alguna de sus cuatro formas, ahí
hay ideaciones, pero que dependen del sentido de las alucinaciones. Básicamente entonces, hay
alucinaciones que producen delirios. Alucinación primero, delirio después.
En la psicosis maníaco depresiva lo que aparece principalmente son los afectos melancólicos, sin
alucinaciones y sin delirios. Una depresión profunda, no se sabe por qué, no hay motivo, de pronto no
puede salir de la casa por seis meses - o de pronto en la manía no puede dejar de hacer cosas sin ninguna
razón. Los afectos de la manía y melancolía son los que se ponen en juego en el Gran Automatismo. Puede
aparecer con ideación (de ruina, por ejemplo, de la melancolía, o el delirio de grandeza de la manía). No
hay alucinación.
Todas las psicosis se pueden explicar con este aparato de Clerambault del pequeño automatismo y el
gran automatismo.
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Anexo 2 - elaboración lacaniana de la psicosis (breve resumen de todo).
Pequeño Automatismo de Clérambault: neutro (no tiene carácter afectivo) no sensorial (no
refiere a los sentidos) y anideico (no tiene ningún sentido, es por fuera de lo comprensible). El sujeto no es
agente de lo que está haciendo, no hay ninguna voluntariedad, hay carácter de lo automático, “síndrome
de pasividad”. El sujeto no se siente agente de esto que le pasa, lo siente ajeno. Eco del pensamiento,
ideorrea (flujo inmanejable de representaciones), pensamientos anticipados (sensación de que el
pensamiento aparece antes de que lo piense), sensaciones sinestésicas, impulso motores de los que se
siente ajeno.
Gran Automatismo de Clérambault: si a este pequeño automatismo se le agrega el componente
afectivo y el componente ideico-temático, obtenemos el Gran Automatismo Mental.
Lacan ubica como pequeño automatismo al significante desencadenado, solo, como anideico,
asensorial y neutro, y es lo que retorna de lo forcluido. Retorna en lo Real. Y en tanto retorna como
significante en lo Real, lo hace aislado. Lo diferencia del retorno de lo reprimido, que solo puede
reprimirse lo que ha sido inscripto en lo simbólico.
En su primera etapa, el significante en lo real retorna como anideico, asensorial y neutro, con estas
características. Lacan lo rebautiza como “fenómeno elemental”. Cada fenómeno elemental, como
elemento de la estructura, como manifestación del significante en lo real.
Bejahung/Verwerfung. Primer mito del afuera/adentro (de la constitución del aparato psíquico)
distinguido por Hyppolite en el texto de La Negación. Lo que cae bajo el registro de la Bejahung, de la
afirmación primordial, va a quedar del lado del aparato, constituyéndolo; lo que es efecto de la
Ausstossung, lo expulsado, quedará por fuera, del lado del exterior. Hay una disimetría entre afirmación y
negación, están en un nivel de historia distinto de aquél de la pareja originaria Bejahung/Verwerfung
(negación como retorno de lo reprimido). A la afirmación primordial se le contrapone la expulsión
primordial. Estos dos procesos equivalen a la constitución del aparato psíquico, como la definición de un
adentro (todo lo que se inscribe) y de un afuera (lo que queda expulsado).
La negación es un modo de tomar noticia de lo reprimido, es la cancelación de la represión. Puede
ser situada entonces en el nivel del tercer tiempo, en el lugar del retorno de lo reprimido, irrupción de lo
reprimido pero no levantamiento de “lo esencial de la represión”. Es una formación del inconsciente,
como el síntoma, el sueño, el lapsus. Para negar algo, aquello que es negado tuvo que ser afirmado en un
tiempo anterior. La negación es más bien sucesora, secundaria, respecto de ese primer movimiento por el
cual el aparato se constituye; debemos ubicar a la represión (Verdrangung) propiamente dicha como el
antecedente necesario de la Verneinung (negación), dado que no hay retorno de lo reprimido sin
represión.
Desde Lacan, Bejahung/Verwerfung: en esta operación originaria, son significantes los que
se admiten en lo simbólico y también significantes los que se rechazan. Afirmación, inscripción de
estos significantes en un tiempo primario, que para ser reprimidos en el sentido de la represión
secundaria, primero han debido ser inscriptos en lo simbólico, admitidos en el sentido de la Bejahung
primordial.
Previo a toda simbolización hay una etapa donde puede suceder que parte de la simbolización no se
lleve a cabo, algo primordial puede ser rechazado, algún significante podría no inscribirse, no admitirse en
lo simbólico. En la psicosis no hay Bejahung del Nombre del Padre, es un significante
determinado el que no es admitido en lo simbólico en la psicosis.
“En lo inconsciente todo no está solo reprimido, sino que hay que admitir que detrás del proceso de
verbalización hallamos una Bejahung primordial, una admisión en el sentido de lo simbólico, que puede
32
a su vez faltar. Freud admite en otros textos un fenómeno de exclusión para el cual el término
Verwerfung parece válido, y que se distingue de la Verneinung que se produce en una etapa muy
ulterior”.
Lacan va a tomar el término Verwerfung que se presenta en Freud en determinadas partes de su obra
(historial del Hombre de los Lobos, escena en la que el sujeto ve su dedo cortado y colgando, momento de
suspensión de la realidad, Freud indica: el niño no quiere saber nada de la castración, ni en el sentido de
lo reprimido, indicando que el niño rechazó -utiliza el término Verwerfung- la castración) y lo va a oponer
a esa Bejahung inicial.
Vale entonces diferenciar el modo de retorno de aquello que fue expulsado originalmente del
aparato (Verwerfung) del retorno de lo reprimido, que ha sido inscripto en el aparato (Bejahung).
Lo reprimido siempre está ahí y se expresa de modo articulado en los síntomas y otros fenómenos.
Esto indica que no fue expulsado de lo simbólico, sino que se articula en una cadena de significantes.
Como la represión es una operación en el plano de lo simbólico, podrá retornar en ese campo también, en
lo simbólico. Lo que cae bajo la acción de la Verwerfung tendrá un destino totalmente diferente, ya que se
trata de una no admisión en el registro de lo simbólico, y va a retornar en lo real.
No debe considerarse a la Verwerfung como exclusiva de la psicosis, sino que debe ser entendida como
fundante del aparato psíquico en cualquiera de las tres estructuras. Hablamos de una Verwerfung que
afecta a cualquier ser hablante. 3 formas que nunca se inscriben en el aparato: sexualidad femenina,
muerte, procreación. Freud diría “representaciones que no se inscriben en el aparato psíquico”, Lacan
diría “significantes que no se inscriben en el Otro”.
Para la psicosis no se hablará solo de Verwerfung (o forclusión, como luego la llamará Lacan), sino
como forclusión del Nombre del Padre, de ese significante en particular.
33
Cuando hablamos de los tiempos del Edipo también hay un tiempo 0, el NP. Ese tiempo 0, que
después permitía los tiempos del Edipo, en la psicosis, no habiendo los tiempos del Edipo, tenemos al
sujeto que las tiene que arreglar con la identificación imaginaria.
La compensación imaginaria del Edipo Ausente es cuando tenemos al sujeto que se las tiene que
arreglar porque no tiene inscripto el NP que ordena todos los significantes.
Entonces - sin la inscripción de la significación fálica no es posible dar lugar al deseo del Otro ni al
propio deseo.
Ausstossung = muerte, sexualidad femenina, procreación - llamado al NP y dependiendo si neurosis o
psicosis, hay respuesta o no = desencadenamiento de la neurosis o de la psicosis (P0 / π0 - llamado
vano, no hay respuesta). [Desencadenamiento de la psicosis - abajo].
Ausstossung/Verwerfung. Lacan reserva el término Ausstossung para lo que queda en lo real, pero
no del lado del significante, sino del lado del objeto. Mientras que la Verwerfung se restringe a la
operación que deja fuera de lo simbólico a determinados significantes, la Austossung se trata de la
operación por la cual se pierde originariamente al objeto, al cual Lacan denomina “objeto a”. Del lado de
la Austossung, tanto en la neurosis como en la psicosis el objeto se pierde originariamente, por el hecho de
hablar el lenguaje.
El nombre del padre, por su operación metafórica, redobla en la neurosis esa pérdida fundamental del
objeto, redoblamiento que inscribe esa pérdida en términos fálicos, lo que permite que el deseo neurótico
encuentre su razón en el falo y se normalice. En tanto que en la psicosis, donde el nombre del padre ha
sido forcluido, la pérdida original del objeto a no es redoblada simbólicamente, con las consecuentes
dificultades que eso conlleva para la normalización de la función del deseo.
Ausstossung: que no entra en lo simbólico, en ningún caso, llamada “forclusión generalizada”, el
punto común entre la neurosis y la psicosis - en la psicosis hay además Verwerfung del NP (forclusión del
Nombre del Padre) - “forclusión específica”.
En la forclusión generalizada, en la Ausstossung, se pone en juego que no inscriben en el campo del
Otro, en el conjunto de los significantes del Otro, los significantes que Lacan llama “significantes del
Otro barrado”: sexualidad femenina, muerte y procreación. Son los significantes que faltan en el
Otro; el Otro no está completo porque le faltan algunos significantes, siempre, en general.
34
psicótico: será el núcleo denso alrededor del cual podrá elaborarse el delirio que posibilitará encontrar
una estabilización entre significante y significación que Lacan llama “metáfora delirante”.
Eso que retorna en lo real opera como fundamento de un orden a construir y en eso puede encontrarse
las trazas de lo que ha sido forcluido: el significante del Nombre del Padre.
Fenómenos elementales:
La certeza. Los significantes cuando no están en lo simbólico se comportan de manera especial, o
están totalmente vacíos de sentido o cada pequeño detalle está repleto de significación (significación que
no se dialectiza, por lo que toma una dimensión de certeza). El delirio no se define por su
verosimilitud, sino la relación que el sujeto tiene con el mismo - si se le impone, si se dialectiza, su
significación. Es muy importante el que algo se le impone, que se ve invadido, que algo le viene de una
ajenidad.
Lo que está en juego no es la realidad, sino que tiene una certeza que lo que está en juego le concierne.
Esta certeza es radical. La índole misma del objeto de su certeza puede ser totalmente ambigua, puede
conservar un carácter completamente enigmático, pero significa para él algo inquebrantable que le
concierne (ejemplo: almicidio en Schreber).
El lenguaje. En la psicosis hay un “decir psicótico”, un lenguaje en el que ciertas palabras cobran un
peso distinto, los significantes aislados, en lo real, que tienen un efecto de plomada en el discurso (es decir
un peso especial). Porque no son significantes en lo simbólico.
La psicosis se distingue precisamente por esa forma especial de discordancia con el lenguaje común
que se llama neologismo. Se distingue justamente porque la significación de sus palabras no se agota en
la remisión a una significación. Es una significación que no remite más que a sí misma, que permanece
irreductible. Son palabras diferentes, dichas por el paciente, que pueden estar o no en el diccionario.
Aparece en la psicosis inicial en el pequeño automatismo, en el discurso del prepsicótico se pueden notar
los neologismos como célula mínima de la psicosis, el fenómeno elemental mínimo. Lo vemos en ambos
extremos: dos tipos de fenómenos donde se dibuja el neologismo, la intuición delirante y la
fórmula/estribillo.
La intuición delirante es un fenómeno pleno que tiene para el sujeto un carácter inundante, que lo
colma. Le revela una perspectiva nueva cuyo sello original subraya. Allí, la palabra es el alma de la
situación. Palabra iluminadora, “entendí todo”.
En el extremo opuesto tenemos la forma de significación cuando ya no remite a nada. Es la fórmula
que se repite, se reitera, se machaca con insistencia estereotipada, el estribillo o fórmula.
Ambas formas, la más plena y la más vacía, detienen la significación, son una especie de plomada en la
red de discurso del sujeto.
Los automatismos (referido al automatismo mental de Clérambault, principalmente como el eco de
pensamiento, que no es una alucinación, que puede decir que sus pensamientos se repiten sin que él lo
quiera. Puede hablar de una repetición o de un robo de pensamientos, positivo (ideas que aparecen y se
repiten sin su control) o negativo (ideas que desaparecen). También puede haber automatismos de tipo
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motor (no puede dejar de andar, acciones en su cuerpo ajenas a sí) o sensitivo (le pasan cosas a su
cuerpo).
Alucinaciones. Hay alucinaciones no psicóticas, por lo que no hay que hacer de la alucinación un
equivalente a la psicosis. Vale la pena diferenciarla del sueño (en el sueño toda la realidad está
comprometida para el sujeto). “Pequeña revolución de Jules Seglás” nota que cuando el paciente dice que
oye voces, mueve muy poco la boca, articula la palabra, sin darse cuenta que lo hace - la alucinación no es
un problema de los sentidos, sino del sujeto con el lenguaje.
Clérambault llamó “síndrome de pasividad” a este verse invadido, el no ser actor, sino de verse
afectado y posicionarse pasivamente frente a los fenómenos que lo invaden. Son significantes que
aparecen sueltos desde lo Real y se vive de forma ajena - luego con la elaboración delirante se puede
atribuir el origen a los mismos (pasaje al Gran Automatismo, el Otro toma la iniciativa).
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la palabra es un parásito, que la palabra es un revestimiento, que la palabra es la forma de cáncer que
aqueja al ser humano. ¿Cómo hay quienes llegan a sentirlo?”.
Vemos que el lenguaje no es solamente aquello que ordena y pacifica, sino que también lleva un goce
que se impone, afectando a cuerpo.
(más en Leibson, L., “El cuerpo de la psicosis, entre el goce y la escritura”).
Metáfora delirante vs. metáfora paterna: La metáfora delirante viene a suplir la ausencia del
punto de capitón del Nombre del Padre, como intento de reanudamiento entre el significante y el
significado. Constituye un “orden de hierro” en contraste, en su fijeza, con la movilidad y dialecticidad de
la significación fálica producida por la metáfora paterna.
Psicosis diacrónica: “es la falta del Nombre del Padre en ese lugar (el del Otro) la que, por el
agujero que abre en el significado, inicia la cascada de los retoques del significante de donde
procede el desastre creciente de lo imaginario, hasta que se alcance el nivel en que significante y
significado se estabilizan en la metáfora delirante”. Lacan sitúa así las coordenadas que van desde el
desencadenamiento de la psicosis hasta su posible estabilización en la metáfora delirante.
No es por el contenido que se distingue un delirio psicótico, es por su estructura y por el modo en que
el sujeto queda situado en ella, porque pueden reconocerse los S1 en su retorno en lo real, por falta de
dialecticidad (certeza), por la significación que irrumpe en lo real, y por su orden de hierro cuando la
elaboración delirante constituye un S2 (metáfora delirante) que intenta reinstaurar una cadena.
Fases de la psicosis: etapas típicas, no significa que todas deban cumplirse, pero es lo habitual.
Tiempo 0: Verwerfung, forclusión del nombre del padre.
Tiempo 1: La compensación imaginaria (previa a la prepsicosis).
Tiempo 2: Prepsicosis.
Tiempo 3: Psicosis.
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Finalmente se trata de la compensación imaginaria en el eje imaginario, a - a’,
identificación con un otro.
4 formas: Yo - Yo Ideal / Yo Ideal - Yo / Yo - Ideal del Yo / Ideal del Yo - Yo (identificación a una idea,
una abstracción).
El Edipo tiene como resultado la significación fálica. Como en la psicosis no hay inscripción del
nombre del padre, no hay respuesta a la x del deseo del otro, que es esta significación fálica. Si no tiene
esta orientación fundamental, debe orientarse mediante compensaciones imaginarias. Sustituyen eso que
el Edipo le da al neurótico, que el psicótico no tiene.
Entonces: por la forclusión del significante del nombre del padre, en la estructura
psicótica no hay Edipo sostenido en la metáfora paterna. Que el Edipo falte en lo simbólico no
implica que no se pueda compensar en lo imaginario. La compensación se trata entonces de una
identificación que se da como las llamadas “muletas imaginarias”, compensa esa falta en lo simbólico que
es la forclusión del nombre del padre.
Estas identificaciones imaginarias son puramente conformistas, lo que significa que no se
cuestionan, no se hace preguntas sobre eso. La situación de compensación puede mantenerse por mucho
tiempo, los sujetos tienen comportamientos normales - y de golpe, Lacan dice “Dios sabe por qué”, se
descompensan.
Desencadenamiento de la psicosis.
¿Qué es el comienzo de la psicosis? Cuando en ocasiones especiales algo aparece en el mundo exterior
que no fue primitivamente simbolizado, el sujeto se encuentra absolutamente inerme, incapaz de hacer
funcionar la represión con respecto al acontecimiento. Se produce entonces algo cuya característica es
estar absolutamente excluido del compromiso simbolizante de la neurosis, y que se traduce en otro
registro, por una verdadera reacción en cadena a nivel de lo imaginario. El sujeto, al no poder en modo
alguno restablecer el pacto del sujeto con el otro, por no poder realizar mediación simbólica alguna, entra
en otro modo de mediación, que sustituye la mediación simbólica por un pulular, por una proliferación
imaginaria, en los que se introduce, de manera deformada y asimbólica, la señal central de mediación
posible.
Lacan indica que para que la psicosis se desencadene es necesario que el Nombre del Padre, que está
forcluido, es decir, sin haber llegado nunca al lugar del Otro, jamás inscripto en el plano simbólico, sea
llamado así en oposición simbólica al sujeto. Es decir, que el NDP sea llamado allí donde no ha llegado
nunca.
El ser llamado “en oposición simbólica al sujeto” implica pensar desde el esquema L. La compensación
imaginaria se sostiene en identificaciones conformistas en el eje a-a’. El NDP debe ser llamado en
oposición simbólica al sujeto, a ese lugar al que el NDP nunca llegó, llamado desde el eje
S-A, en oposición: A.
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significantes y significados. El desencadenamiento implica una ruptura de las muletas imaginarias que lo
compensaban, producen esta cascada de desarticulación, hallamos entonces la perplejidad y los
fenómenos de franja - hasta que puede estabilizarse en la metáfora delirante (operación simbólica).
En Una cuestión preliminar… Lacan habla de un esquema L de tres elementos; el sujeto sostenido por
el eje imaginario, la identificación imaginaria. No hay A. Idea del taburete de tres patas.
Entonces, requerimientos del desencadenamiento: llamado del NDP forcluido en oposición
simbólica al sujeto, llamado al lugar donde nunca ha llegado. ¿Cómo puede ser llamado? Por un padre
real. Lacan habla de “un-padre” (impar), en posición tercera frente a la dupla imaginaria.
El desencadenamiento de la psicosis se plantea, en relación al cuerpo, como el efecto del retorno
del primer efecto del lenguaje. Este retorno, que aparece como la irrupción de algo que destruye el cuerpo,
implica en un primer tiempo un derrumbe de lo imaginario, o como dice Lacan “el regreso al filo
mortal del estadio del espejo”, el regreso a la fragmentación. Este regreso a la fragmentación no
es metafórico sino vivido y relatado como tal, y afecta tanto al cuerpo como a la realidad. Se trata de una
invasión que planteamos como una imposición del lenguaje, del “parásito lenguajero”. El lenguaje como
parásito que es portador de un goce que afecta al cuerpo desorganizándolo, haciendole perder su foco.
Lo que la neurosis muestra como posible es un imaginario constituido y consistente que protege al
sujeto, desconocimiento mediante, de esta imposición permanente del lenguaje. Esta posibilidad se
articula por la metáfora paterna y se relaciona con el segundo efecto del lenguaje, el de la unificación.
Los significantes nos llevan, nos guía. En la psicosis es donde queda más claramente de manifiesto que
el sujeto no es amo del lenguaje. Esta imposición de la palabra nos vuelve responsables, como aquél que
tiene que dar respuesta. El modo de responder del psicótico, desde Freud, se plantea en términos del
delirio en tanto intento de reconstrucción libidinal del mundo. Por eso Lacan lo planteará como un
reordenamiento de lo imaginario. A partir de un imaginario que ha saltado en pedazos se constituye un
nuevo orden, proceso que necesita de algún tipo de herramienta. Esta herramienta no puede ser sino
simbólica. La escritura es uno de esos recursos simbólicos del que se sirven muchos psicóticos.
Tanto en la neurosis como en la psicosis, en algún momento de la vida, se encuentra el sujeto con estos
significantes que no están inscritos en el Otro; cuando la neurosis se encuentra con los significantes no
inscriptos en el Otro, se produce un encuentro con agujero, que es el punto que no está inscripto
(también hay encuentro con un agujero en la neurosis). Encuentro con el agujero de la Ausstossung, de la
forclusión generalizada. En este momento se produce un “llamado al Nombre del Padre”.
En ese momento en el cual hay un encuentro con lo desconocido, se produce un llamado al NP, al
código, a cómo se entiende esto inentendible, cómo se ordenan los significantes cuando todos los
significantes se desordenaron - el NP manda a su emisario, el falo. El falo viene a responder en
relación al código cuando el código está inscripto. En este punto, en este encuentro terrible con el
agujero que produce lo inentendible de ese deseo femenino/muerte/procreación, en ese punto, encuentro
traumático, hay un llamado al NP, y entonces responde, si se trata de una neurosis, la respuesta al
enigma, el falo. Responde acá la identificación a los títulos fálicos. En la neurosis responde el deseo -
“después de todo ese trauma terrible me fui recomponiendo progresivamente” porque fue recuperando
algo del deseo y se ordenó la cadena de significantes. En ese punto algo se recompuso a la cadena de
significantes.
En la psicosis, no responde, se produce un llamado “vano” al NP - porque el NP no está,
entonces no puede responder. Pero el llamado es el llamado al código, el llamado a la ley, de cómo se
ordena la ley.
Si no lo hay, se produce la respuesta del P0 y el “π subcero” - padre forcluido y falo
forcluido.
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Desencadenamiento: Ausstossung = muerte, sexualidad femenina, procreación - llamado al NP y
dependiendo si neurosis o psicosis, hay respuesta o no = desencadenamiento de la neurosis o de la
psicosis (P0 / π0 - llamado vano, no hay respuesta).
“Coyuntura dramática”.
Hablamos de “coyuntura dramática” a esto que produce el desencadenamiento: ubicar la
identificación conformista imaginaria que lo sostenía, el tercero que se presenta en oposición frente a la
dupla imaginaria que llama al NDP en oposición simbólica al sujeto, que produce así la apertura del
agujero en el significado. Se debe ubicar la búsqueda del comienzo de la psicosis clínica en esa coyuntura
dramática.
En Una cuestión preliminar Lacan habla de la coyuntura dramática, como tiempo intermedio
entre el tiempo 1 y 2 de la psicosis. Un elemento produce la ruptura, disolución de la compensación
imaginaria, y produce un efecto de disolución de la cadena de significantes, caída en cascada de las
cadenas de significantes. Es necesario que para que la psicosis se desencadene, que el NP forcluido sea
llamado.
Se produce entonces un desastre creciente de lo imaginario. En el encuentro con el agujero se
produce la cascada de retoques de significantes. Se caen las combinaciones entre significantes y por lo
tanto la significación, lo cual produce los fenómenos conocidos ya: perplejidad y fenómenos de franja.
La coyuntura dramática implica que en lo que debería responder el agujero 1 y 2, se produce el
encuentro con el Un Padre (impar) de lo real.
La coyuntura dramática pone en juego el Nombre del Padre - respuesta en lo simbólico (si hay padre
simbólico) o respuesta del padre en lo real (el agujero mismo, si no hay padre simbólico).
La prepsicosis.
El período prepsicótico forma parte del desencadenamiento de una psicosis; se designa de este modo al
momento inicial de un proceso psicótico, durante el cual no surgen todavía signos o síntomas
patognomónicos de la psicosis. De este modo, el curso de una psicosis aparece dividido en dos momentos:
la fase prepsicótica y la psicosis propiamente dicha.
La fase abarca los primeros momentos de una psicosis ya desencadenada, constituye un momento en
la secuencia de su desarrollo, y sin embargo en ella hay ausencia de los fenómenos exigidos para el
diagnóstico de una psicosis; sin embargo, Lacan sostiene que, por el contrario, es posible reconocer los
fenómenos específicos de la estructura psicótica desde las primeras fases de su desencadenamiento.
El momento de la prepsicosis es localizado cuando la pregunta queda planteada sin que el sujeto sea
quien la ha formulado. El sentimiento de que el sujeto ha llegado al borde del agujero. Qué ocurre cuando
la pregunta le viene de allí donde no hay significante, cuando es el agujero, la falta que se hace sentir como
tal. Cuando el sujeto en determinada encrucijada de historia biográfica es confrontado con ese defecto que
existe desde siempre. Es decir, una falla en la estructura, sincrónica, que despliega sus defectos,
diacrónicamente, a partir de un momento determinado definido como el llamado del sujeto a un
significante que nunca ha estado y, por lo tanto, como la experiencia de aproximarse a un agujero
significante.
Se produce algo que hace que falle la compensación imaginaria. Un encuentro en relación a
significantes que no están inscriptos en el aparato: muerte, sexualidad femenina o procreación. Son
significantes que no quedan inscriptos en el aparato psíquico/en lo simbólico en ninguna estructura. En el
encuentro con estos tres se desencadena una neurosis o una psicosis.
La compensación imaginaria no puede responder a alguno de estos significantes.
Para este momento de confrontación, Lacan define una fenomenología muy precisa: la perplejidad y
los fenómenos de franja.
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Perplejidad. No se trata de duda, ni de vacilación, ni de estado confusional, ni de estupor. Se trata de
la falta de significado, hay una significación pero no se sabe cuál, efecto que lo deja en estado de no
respuesta, que lo detiene, que lo deja sin significaciones. La perplejidad no remite a la ausencia de
significado sino de significante. En Lacan la perplejidad es una traducción directa de la definición
estructural de confrontación con la ausencia de un significante.
Entre el momento de confrontación con la ausencia del significante, y la eclosión de la psicosis, en ese
entretiempo se localiza la prepsicosis, y en su comienzo la perplejidad, ubicada como experiencia
inaugural.
Fenómenos de franja. ¿Cómo se manifiesta la aparición de la pregunta planteada por la falta del
significante? Se manifiesta por fenómenos de franja, donde el conjunto del significante está puesto en
juego. Son el límite donde el discurso desemboca en algo más allá de la significación, sobre el significante
en lo real.
Son fenómenos elementales, pero en cierto modo son más elementales. En el borde del campo de la
experiencia. Cuando se trata del registro de la voz, son murmullos o cuchicheos, carcajadas, fenómenos
que sin ninguna duda son verbales y sin embargo bordean lo asemántico. Pueden ser gritos o risas, pero el
grito lo sorprende al sujeto, no es él el que grita. Cuando se trata del registro de la mirada son brillos,
llamaradas, luminosidades.
Se reencuentran también después de desencadenada la psicosis. Típicos de la prepsicosis: murmullos y
cuchicheos, destellos. Hay fenómenos de franja típicos de la psicosis desencadenada: la llamada de
socorro y el milagro del alarido (un grito prolongado que lo sorprende). En ninguno se reconoce como
propio, algo lo hace gritar (con significación) - ya hay una ideación, se puede explicar (estamos en la
psicosis desencadenada). Pero en el momento del grito no hay ninguna significación, se determina
después. En sí mismo, no quieren decir nada, son S1 - pero como ya hay significación en la psicosis, luego
se les otorga significación.
Lo que permite el pasaje del tiempo 2 al tiempo 3 de la psicosis, hay un punto de pasaje que lo
produce: “el Otro toma la iniciativa” o “la campanada de entrada”. Lo llama de los dos modos. Hay
dos formas de interpretar “el Otro toma la iniciativa”:
Por un lado, es que en el delirio un Otro, un personaje, encarna la figura del delirio. Un Otro
que toma la iniciativa, empieza a hacer activamente toda una serie de acciones que son las de la
persecusión, por ejemplo. Flechsig toma la iniciativa en relación a Schreber, empieza a perseguirlo. En el
sentido de que hay un personaje que le hace cosas al sujeto en su delirio.
Por otro lado, otra manera de situar que “el otro toma la iniciativa” es que ese S1 solo,
desencadenado, significante en lo real, se vuelve a encadenar con un S2. En un primer
momento la libido se quita de las personas y cosas del mundo exterior, y luego vuelve pero bajo forma
delirante o alucinatoria. Este momento donde la libido se quita sería en Lacan el momento donde
aparece S1, y el momento el que la libido retorna sería aquel momento donde S1 se vuelve a encadenar con
un S2 - pero ese S2 es alucinatorio o delirante, o las dos. Este es otro sentido importante de interpretarlo,
que el S1 se vuelve a encadenar, pero bajo la forma del Gran Automatismo, donde lo anideico, asensorial y
neutro, cobra significación, sentido y afecto. Entonces, en la ideación, la sensorialidad y los afectos
encontramos el punto de alucinaciones y delirios.
Así, del Pequeño Automatismo de la prepsicosis pasamos al Gran Automatismo de la psicosis.
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Si el nombre del padre actúa regulando cómo funcionan los significantes, en la psicosis éstos ya no van
a tener esa regulación. El nombre del padre regulaba, a su vez, el goce: por lo tanto, el sujeto psicótico va a
experimentar una irrupción del goce no regulado. El sujeto experimenta estados de excitación en el
cuerpo (relacionado con la voluptuosidad de Schreber) que pueden tornarse insoportables. Perturbador,
desgarrador, puede llevar a intentos de suicidio. Esto nos habla de un goce que no está regulado en la
psicosis.
Hablamos de una infinitización del goce, el sujeto se ve invadido por una excitación que no puede
regular.
Es un efecto del lenguaje, y en tanto tal de la función del nombre del padre, separar al goce del cuerpo
y que a partir de eso al cuerpo puede sostenerse como construcción en tanto hecho del discurso. Si en la
psicosis postulamos que se verifica una forclusión del nombre del padre, podemos seguir de esto que esta
separación no se llevará a cabo como en las neurosis [más en la parte del cuerpo y lenguaje de este
resumen].
Los fenómenos propios de la psicosis (tiempo 3) son entonces: alucinaciones y delirios. Las
alucinaciones pueden ser de todo tipo (auditivas y cinestésicas, principalmente) y los delirios pueden ser
todos (esquizofrenia, paranoia o psicosis maníaco depresiva, cada una tiene sus propiedades delirantes
propias). En las alucinaciones y delirios ya tenemos la cadena significante armada del S1-S2.
S1 y S2 es lo que produce, a posteriori, un efecto de significación. Entonces, cuando se tiene
el S1 sin sentido, que se encadena con algún sentido, tenemos los delirios y alucinaciones. Porque hay un
efecto sobre la significación. El S1 nunca pierde el carácter de ser un significante en lo real. El S1 que viene
de lo forcluido pone en juego un elemento que no es puramente simbólico, a diferencia de la
neurosis como “puro y simple hecho del lenguaje”. Cuando habla de la psicosis, en el “decir psicótico”,
aparece un significante que no es simbólico, que viene de otro plano, el significante en lo real; que puede
aparecer solo o encadenado (ya en el tercer tiempo de la psicosis, no como encadenamiento lógico de la
neurosis).
Hay dos objetos a característicos de la psicosis: la voz y la mirada (a diferencia de la
neurosis, que es oral y anal). La voz es llamada “voz áfona” porque nada tiene que ver con el sonido; y es
una mirada que no tiene nada que ver con los ojos, es el sentirse observado.
¿Qué es el fenómeno psicótico? La emergencia en la realidad de una significación enorme que parece
una nadería (en la medida que no se la puede vincular a nada, ya que nunca entró en el sistema de la
simbolización) pero que, en determinadas ocasiones, puede amenazar todo el edificio.
¿Qué sucede en el momento en que lo que no está simbolizado retorna en lo real? “Cuando una
pulsión, digamos femenina o pasivizante, aparece en un sujeto para quien dicha pulsión ya fue puesta
en juego en diferentes puntos de su simbolización previa, en su neurosis infantil por ejemplo, logra
expresarse en cierto número de síntomas. Lo reprimido se expresa de todos modos, siendo la represión y
el retorno de lo reprimido una sola y única cosa. Hay un compromiso. Eso es lo que caracteriza a la
neurosis.
La Verwerfung no aparece al mismo nivel que la represión. Cuando al comienzo de la psicosis lo no
simbolizado aparece en lo real, hay respuestas, del lado del mecanismo de la represión, pero son
inadecuadas.”
Fenómenos clínicos de la psicosis: lenguaje (automatismos, neologismos, alucinaciones),
significación y certeza.
Si tomamos la paranoia, lo que tenemos es: no hay alucinaciones, hay ideación del delirio paranoico,
y hay afectos de la persecución paranoica, los afectos que producen el delirio, “me persiguen”. Hay
ideación y afecto.
En el caso de la esquizofrenia tenemos principalmente los sentidos, las alucinaciones, y muchas
veces podemos no tener ideación, solamente alucinaciones, y a veces no hay afectos, hay alucinaciones sin
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afectividad. Solamente veo cosas o escucho frases - o a veces eso sí produce afectos. La frase me puede
decir “matate”, no sé si me mato o no. Y además, si la esquizofrenia tiene alguna de sus cuatro formas, ahí
hay ideaciones, pero que dependen del sentido de las alucinaciones. Básicamente entonces, hay
alucinaciones que producen delirios. Alucinación primero, delirio después.
En la psicosis maníaco depresiva lo que aparece principalmente son los afectos melancólicos, sin
alucinaciones y sin delirios. Una depresión profunda, no se sabe por qué, no hay motivo, de pronto no
puede salir de la casa por seis meses - o de pronto en la manía no puede dejar de hacer cosas sin ninguna
razón. Los afectos de la manía y melancolía son los que se ponen en juego en el Gran Automatismo. Puede
aparecer con ideación (de ruina, por ejemplo, de la melancolía, o el delirio de grandeza de la manía). No
hay alucinación.
Todas las psicosis se pueden explicar con este aparato de Clerambault del pequeño automatismo y el
gran automatismo.
Caso Schreber.
Freud construye la hipótesis de lo que él llama la homosexualidad ubicada en la etiología de la
paranoia. Señala que en Schreber no se trata de una “homosexualidad en el sentido vulgar”, que no había
nada del orden de una práctica homosexual, ni de una elección homosexual en su vida amorosa.
Construye toda una elucubración del origen de las pulsiones sexuales como efecto de una desexualización
de las mociones homosexuales inherentes al paso del narcisismo a la elección de objeto. Se ve obligado a
suponer que tendría que haber un factor desencadenante que provoque un estallido de la libido, una
irrupción violenta, un incremento que no puede canalizarse por las vías prefijadas. Incluso introduce el
ejemplo del desborde de un dique. Lo que Freud está ubicando como homosexualidad es la irrupción
de un exceso de goce que no puede encauzarse en los modos en que el sujeto se las arregló para canalizar
su libido. Habría un “más” que no logra canalizarse. Constituyen en cierto modo anticipaciones de lo
que después, en Lacan, va a ser la irrupción de un goce que no puede ser ligado, localizado
a través de la función fálica.
Término que Schreber usa y que resulta bastante indicativo: la voluptuosidad. Una voluptuosidad
que irrumpe como ese exceso del que habla Freud, como ese “estallido”, como esa “marea alta de libido”.
En Schreber hay un “estallido de voluptuosidad” y que todo el recorrido de su enfermedad constituyen los
pasos para encontrarle una solución. La irrupción de ese exceso pasa a ser elaborada en las distintas fases
de su delirio. Es posible leer al mismo tiempo como intento de elaboración al no contar con la ayuda que
sería justamente la función del Nombre del Padre, es decir, la regulación que permitiría la metáfora
paterna.
El neurótico está protegido frente a la infinitud por el filtro edípico, el filtro del padre que sostiene su
realidad psíquica. En cambio, el sujeto psicótico testimonia que él no tiene ese filtro, que a él se le venían
todos los matices de la vida encima y lo aplastaban. No podía hacer nada con ellos, no podía arreglárselas
con esa infinitud. Schreber hace algo con la infinitud de matices del goce, con esa irrupción que empieza a
sentir ya en esa fantasía de duermevela pero que luego se expande sin cesar. Pasa por un momento de
cierto aplastamiento, para luego lograr empezar a elaborar haciendo un recorrido muy particular.
Confrontado Schreber con ese exceso de goce que no puede ser canalizado en las vías de la carretera
principal, en la significación fálica, se ve confrontado con una disyuntiva; o quedar aplastado, o tratar de
buscar alguna alucinación, de buscar otros caminos de canalización, de elaboración de ese exceso.
La solución schreberiana: ese reducir la paranoia a un mínimo resto es la curación, lo que Lacan
llamará “metáfora delirante”. Freud indica que Schreber halló su curación cuando resolvió resignar la
resistencia a la castración, emasculación, es decir la desaparición de su órgano viril, y avenirse al papel
femenino que Dios le destinaba. Se volvió entonces sereno y reposado y logró llevar una vida normal,
salvo en un punto, que diariamente consagraba unas horas al cuidado de su feminidad. Sin embargo, esa
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feminidad estaba destinada a concretarse muy lentamente, en un proceso “asintótico”: “la fantasía de
deseo femenina ha sido aceptada, pueden cesar la lucha y la enfermedad” dice Freud.
Él logra así una elaboración delirante de la experiencia enigmática del goce en exceso, del goce no
regulado fálicamente.
Su caso enseña cómo la irrupción del goce en la psicosis puede descompensar lo que podía ser para el
sujeto, hasta ese momento, cierto modo de sostener una identidad sexual. Que no haya Edipo, que no
haya metáfora paterna, no quita para Lacan que pueda hacer modos en que se compense la
estructura a través de identificaciones imaginarias.
Un sujeto puede sostenerse en una posición masculina a partir de esa compensación identificatoria y,
en cierto momento, dicha posición es desestabilizada por la irrupción del goce. Vemos entonces cómo una
posición sexuada puede sufrir los avatares de la estructura clínica y desestabilizarse. Pero también cómo
cierto modo de elaborar esta posición sexual a través de un delirio, por ejemplo, puede estabilizar la
estructura. Es decir, aceptar ser “la mujer de Dios” en el delirio, para Schreber, puede operar como una
función de estabilización.
De alguna manera el delirio de Schreber va haciendo esta operación: ubicar su ser en relación al Otro,
pasar por las distintas modalizaciones hasta encontrar una solución que viene al lugar de la metáfora
paterna ausente. Pasa por ser la mujer que le falta a Flechsig, luego la que le falta a Dios y finalmente, a
través de éste, la que le falta a la humanidad para salvarse. Esta última operación le permite ir más allá del
valor persecutorio que en un primer momento también adquiere Dios, haciendo que su feminidad tome
un valor redentor, al servicio del orden del universo.
Ese “ser la mujer que falta a los hombres” es el significante que constituye lo que Lacan llama
“metáfora delirante” y produce la estabilización de la estructura. Ese elemento introduce un anclaje y un
punto de capitón.
Schreber no necesita amputarse nada, en tanto esa irrupción problemática es tramitada en el marco
simbólico del delirio mismo. Es decir, no necesita pasar a o real del corte en el cuerpo porque es lo
simbólico de la metáfora delirante lo que recorta el goce en exceso. Schreber inventa con su delirio un
“aparato” ahí donde no está el “aparato edípico” para elaborar la sexuación. Hace una sexuación delirante
y llega a una respuesta: ser la mujer de Dios para salvar a los hombres. Entra al aparato y hace pasar el
goce por el aparato significante del delirio, produciendo una respuesta un tanto extraña, porque no se
trata de cualquier mujer sino de una muy particular. Ser la mujer de Dios y acorde a una legalidad
delirante (que opera en definitiva como una especie de ley y de orden, que es el orden cósmico) le parece
más aceptable, más digno.
De esta manera, allí donde no está el Nombre del Padre aparece La Mujer como suplencia. Justamente,
lo que Lacan va a señalar como lo que no existe. “La Mujer” no existe. Hay las mujeres, hay una
pluralidad, pero no hay el La. La psicosis puede, en algunos casos, hacer existir ese “La”. Schreber hace
existir ese La bajo la forma de La Mujer de Dios.
Metáfora delirante.
Este recorrido expansivo del delirio podría estabilizarse como una metáfora delirante, estabilización
(una operación simbólica, metáfora, diferente a la compensación, que es identificación imaginaria). La
elaboración simbólica del delirio permite relacionar el significante con el significado y se crea un mundo
en el cual el sujeto puede habitar.
El Schreber de la metáfora delirante es el que escribe las memorias. Hay dos momentos en Schreber, el
primero de rechazo de la transformación que sus perseguidores le quieren imponer, y el segundo en el que
acepta esa transformación, que la misma ya no es algo avergonzante, sino que es idealizado por el orden
cósmico. Y esta transformación no es de forma abrupta, sino que es un proceso que va a demorar hasta el
fin de los tiempos, se va a producir asintóticamente (idea del límite en el infinito). Así, el delirio se aplaca,
queda como cerrado, cicatrizado, las significaciones se estabilizan y ya no lo agobian.
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Diferenciamos así, el delirio como fenómeno elemental en su característica expansiva, y la metáfora
delirante como un anclaje.
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Casos del foro.
CASO NICANOR.
Nicanor tiene 24 años, concurre al espacio de psicología por indicación de sus padres, quienes cuentan
que hace un mes su hijo comienza a tener “ataques de pánico sin querer salir de la casa”.
En un primer encuentro, la analista interroga sobre el motivo que lo trae a consulta. Nicanor responde:
“Vengo porque los medios de comunicación me están espiando, no sé qué quieren de mí”, “todos me
miran en la calle, en la tele hay personas que me quieren dar mensajes y no sé qué me quieren decir”.
Cuenta que el día anterior viajaba en el colectivo y sintió algo que ya otras veces creyó percibir: “todos los
pasajeros me miraban disimuladamente”. Sintió tanta incomodidad que decidió bajarse antes de tiempo.
Expresa sentirse desorientado: “los de la tele me hablan, me mandan mensajes confusos de lo que tengo
que hacer o no y me hace mal, son ideas que vienen como impulsos”. Se le pide que explique estas “ideas
que vienen como impulsos”. Entonces dice: “No son cosas que yo pienso, es difícil de explicar, no son
exactamente ideas, es raro, es como si mi cuerpo se moviera solo”, “me salen malas palabras que yo no
llego ni a pensar”, “me salen”, repite angustiado.
Luego de algunos meses de encuentros con la analista, expresa: “Creo que estoy empezando a entender
qué me quiere decir la tele… es Jesús que me habla sobre la promesa de Suárez”. Se le pregunta sobre ello,
y Nicanor responde: “Yo juego al fútbol desde chico en Tristán Suárez, casi desde que empecé me dijeron
que iba estar en primera porque venía muy bien, me decían que era ‘la promesa de Suárez’. Desde que
empecé a jugar me lo dicen, y era chico, tenía 6 años. Mi viejo cuenta que un profe le decía ‘este pibe es la
promesa de Suárez’. Mis hermanos (es el menor de 4 hermanos varones) me dicen ‘promesa’ ”.
Luego relata que dos meses antes de hacer la consulta, había concurrido, por primera vez, a un
entrenamiento en un club de primera división, recordando estar muy nervioso. Dice: “me sentí uno más,
no era nadie, me llamaban por mi apellido y ni me daba cuenta que me llamaban a mí. No conocía a nadie
ni nadie me conocía a mí, me miraban raro, no sé, diferente… Sentí que me perdí”. Tras algunos
entrenamientos no quiso volver al club de primera, a pesar de que su familia le insistía. Estando mucho
tiempo en la casa, dejó de comer, no dormía casi nada y los padres cuentan que “le agarraban ataques
donde comenzaba a putear sin sentido y de manera muy agresiva”. En ese momento deciden consultar.
Luego de dos años de tratamiento, Nicanor continúa en el espacio de psicología y psiquiatría. Refiere
que lo que le pasa sólo lo va a contar en su terapia y con su psiquiatra, explicando: “Son cosas mías,
cuando cuento mi conexión con los medios nadie me entiende, ¿para qué les voy a contar?”. Expresa que
algún día se va a cumplir... que él será la promesa de Suárez, pero que aún Jesús no le ha dicho cuándo.
Por el momento, Jesús se comunica con él a través de la televisión, específicamente, a través de los
programas deportivos: mensajes que le dicen que espere, que ya va a llegar su momento. Luego agrega:
“Mientras tanto, quiero ser parte del sistema como todos y buscar algo para estudiar y trabajar”.
RESPUESTA.
Buen día a todos. Voy a intentar responder al segundo caso, por cualquier cosa que crean que no está
correctamente analizada les pido me corrijan, me costó bastante pensarlo.
Tengo la idea de que entre el momento en que se presenta a la práctica de fútbol y la consulta con el
analista, el paciente presenta una sintomatología propia de la prepsicosis, haciendo referencia a lo que los
padres indican de que no puede salir de la casa, deja de comer, no puede dormir - fenómenos
característicos de la perplejidad, momento de encuentro con el agujero, un efecto que lo deja en estado de
no respuesta, que lo detiene, que lo deja sin significaciones. La Coyuntura Dramática, esta entrada a la
prepsicosis, es entonces ubicable en la práctica de fútbol a la que asiste, donde Nicanor dice que siente
que "se perdió". Podemos suponer que allí hubo un encuentro con el borde del agujero, que lo lleva a
retraerse, a no querer ir más a las prácticas y a los fenómenos de la perplejidad que le subsiguen.
Lacan indica que para que la psicosis se desencadene es necesario que el Nombre del Padre, que está
forcluido, es decir, sin haber llegado nunca al lugar del Otro, jamás inscripto en el plano simbólico, sea
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llamado así en oposición simbólica al sujeto. Es decir, que el NDP sea llamado allí donde no ha llegado
nunca. Esto abre un agujero en ese significado, se produce una desarticulación de la cadena de
significantes y significados - hallamos entonces la perplejidad y los fenómenos de franja de la prepsicosis.
Por lo tanto, hubo algo en esa práctica, un tercero que llamó al NDP en oposición simbólica al sujeto (¿el
entrenador, quizás?) que produce así la apertura del agujero en el significado.
Respecto a lo siguiente sí tengo dudas, y aquí quizás me vendría bien alguna contribución. En relación
a las miradas, las voces que oye en los medios, a las que aún todavía no les ha encontrado el sentido (como
Nicanor mismo expresa, no sabe qué le quieren decir, ese “Vengo porque los medios de comunicación me
están espiando, no sé qué quieren de mí” - lo cual nos da una clara idea de una paranoia, de que lo
persiguen y espían) a mi entender son fenómenos de franja, típicos de la prepsicosis, de lo que
llamaríamos el Pequeño Automatismo (neutro, no sensorial, sin sentido) que marcan que hay algo que
está problematizándose en la relación del sujeto con lo que hasta entonces había sido su realidad - o, mi
duda, es si ya son el comienzo del pasaje a la psicosis.
A mi entender, el pasaje no se produce hasta que el paciente no halla significación, ese "todo de golpe
cobró sentido", por lo tanto, sí, serían fenómenos de franja. La duda viene más que nada por la presencia
de una certeza; Nicanor está seguro, aunque no sabe de la significación de lo que le quieren decir, de que
eso está dirigido a él, que le concierne - es decir, presencia de la certeza como fenómeno elemental de la
psicosis, presencia del S1 en lo real, que no se dialectiza por lo cual no se pone en cuestión. ¿Acaso la
certeza no corresponde ya a la psicosis propiamente dicha?
Vale la pena mencionar las palabras del paciente, que hace referencia a "ideas que le vienen como
impulsos", que no son cosas que él piensa, sino que se le imponen, que su cuerpo se "mueve solo" como
clara referencia a este Pequeño Automatismo de Clerambault, como un eco en el pensamiento, ideas que
aparecen y se repiten sin su control. Lacan ubica como pequeño automatismo al significante no
encadenado, solo, que retorna de lo forcluido.
Retomando la diacronía, yendo a lo que permite el pasaje de la prepsicosis al de la psicosis, hay un
punto de pasaje que lo produce: “el Otro toma la iniciativa”, en el sentido de que ese S1 solo,
desencadenado, significante en lo real, se vuelve a encadenar con un S2 de una manera delirante. Y esto es
lo que produce, a posteriori, un efecto de significación: cuando el paciente por fin entiende lo que le
quieren decir, al momento de expresar “Creo que estoy empezando a entender qué me quiere decir la
tele… es Jesús que me habla sobre la promesa de Suárez”. El Otro tomaría la iniciativa, Jesús es quien le
está queriendo hablar. Se atribuyen los fenómenos al otro, y comienza la psicosis propiamente dicha.
Podríamos ubicar en algún momento aquí el instante donde el significante retorna en lo real,
desencadenando así el delirio. Estamos en el plano de la significación, que por la vía del delirio puede
producir la explicación de lo que no se entendía antes.
Finalmente faltaría aclarar lo que fue la compensación imaginaria del Edipo ausente para Nicanor, que
lo mantuvo compensado durante años, la identificación a-a’, en relación al ideal del yo o al Yo Ideal -
hasta el desencadenamiento que produjo el encuentro con el agujero (y la consecuente llamada al Nombre
del Padre que produce la ruptura de estas muletas imaginarias que lo sostenían). Me cuesta ubicarla con
exactitud - claramente tiene alguna relación con el hecho de ser la “promesa”, ser llamado así por sus
hermanos, estar ubicado en ese lugar de ser “la promesa de Suárez” (puesto que luego le es retornado
desde el delirio).
Sobre la evolución del caso, es claramente similar al caso Schreber, en un sentido de proceso
“asintótico” - su conversión en la promesa de Suárez se realizará algún día, pero aún falta tiempo, y que
mientras tanto debe seguir con su vida con normalidad. Así, el delirio se logra aplacar y ya no se encuentra
agobiado.
Esto es todo lo que pude pensar de momento, que claramente está incompleto. Le seguiré dando
vueltas en la cabeza mientras continúo con el estudio.
47
Modelo para responder en el parcial.
1. Situar identificación imaginaria que mantenía al paciente compensado.
2. Situar coyuntura dramática como tiempo intermedio entre la compensación imaginaria y el
desencadenamiento de la psicosis, elemento que produce la ruptura, disolución de esta
compensación imaginaria.
3. Situar tiempo de la prepsicosis con sus fenómenos (perplejidad - fenómenos de franja).
4. Momento en que el Otro toma la iniciativa (¿qué Otro?).
5. Psicosis propiamente dicha con sus fenómenos clásicos - neologismos: intuición
delirante/fórmula o estribillo, automatismos (eco del pensamiento, repetición o de un robo de
pensamientos, de tipo motor o sensitivo), alucinaciones, certeza.
6. Estabilización si la hay - sinthome o metáfora delirante - cumplimiento asintótico en Schreber por
ejemplo.
48
Elaboración freudiana de la neurosis.
La época de la metapsicología. 18
Freud, S., “La represión”. 18
Freud, S., “Lo inconsciente”. 20
Freud, S., “17ª conferencia: El sentido de los síntomas”. 21
Notas en clase. 24
El último Freud. 26
Freud, S., “Psicología de las masas y análisis del yo”. 26
Notas en clase. 27
Freud, S., “Inhibición síntoma y angustia”. 28
Notas en clase. 30
1
Los textos anteriores a 1900.
Freud S., Las neuropsicosis de defensa.
Por medio de la observación de los enfermos, se dilució un aporte que parece dar cuenta de un
importante carácter común a la histeria y a las neurosis. Se intelige algo del mecanismo psicológico de
una forma de afección indudablemente psíquica.
La escisión del contenido de la conciencia es la consecuencia de un acto voluntario del enfermo, vale
decir, es introducida por un empeño voluntario cuyo motivo es imposible indicar. No se sostiene que el
enfermo se proponga producir una escisión de su conciencia; su propósito es orto, pero él no alcanza su
meta, sino que genera una escisión en la conciencia.
Freud designa como “historia de defensa”, separándola de la “historia hipnoide” y de la “histeria de
retención”. Los pacientes analizados por Freud gozaron de salud psíquica hasta el momento en que
sobrevino un caso de inconciliabilidad en su vida de representaciones, es decir, hasta que se presentó a su
yo una vivencia, una representación, una sensación que despertó un afecto tan penoso que la persona
decidió olvidarla, no confiado en poder solucionar con su yo, mediante un trabajo de pensamiento, la
contradicción que esa representación inconciliable le oponía.
Freud no puede aseverar que el empeño voluntario de apartarse de los propios pensamientos constituya
algo patológico, tampoco si el olvido deliberado se logra, o de qué manera se logra, en aquellas personas
que permanecen sanas. Solo sabe que en los pacientes analizados ese “olvido” no se consiguió, sino que
llevó a diversas reacciones patológicas que provocaron una histeria, o una representación obsesiva, o una
psicosis alucinatoria.
Acerca del camino que desde el empeño voluntario del paciente lleva a la génesis del síntoma neurótico.
La tarea que el yo defensor se impone, tratar como no acontecida la representación
inconciliable, es directamente insoluble para él; una vez que la huella mnémica y el afecto adherido a
la representación están ahí, ya no se les puede extirpar. Por eso equivale a una solución aproximada de esa
tarea lograr convertir esa representación intensa en una débil, arrancarle el afecto, la suma de
excitación que sobre ella gravita. Entonces esa representación débil dejará de plantear totalmente
exigencias al trabajo asociativo; empero, la suma de excitación divorciada de ella tiene que ser
aplicada a otro empleo.
Hasta aquí son iguales los procesos en la histeria y en las fobias y representaciones obsesivas; desde este
punto los caminos se separan.
En la histeria, el modo de volver inocua la representación inconciliable es trasponer a lo corporal la
suma de excitación, p ara lo cual Freud propone el término de “conversión”.
La conversión puede ser total o parcial. El yo ha conseguido quedar así exento de contradicción pero, a
cambio, ha echado sobre sí el lastre de un símbolo mnémico que habita la conciencia al modo de un
parásito.
Según lo propuesto, no discernimos el factor característico de la histeria en la escisión de la consciencia,
sino en la aptitud para la conversión. La capacidad psicofísica para trasladar a la inervación corporal unas
sumas tan grandes de excitación.
Esta capacidad no excluye la salud psíquica, y sólo lleva a la histeria en el caso de una inconciliabilidad
psíquica o de un almacenamiento de la excitación.
Si en una persona predispuesta a la neurosis no está presente la capacidad convertidora y, no obstante,
para defenderse de una representación inconciliable se emprende el divorcio entre ella y su afecto, es
fuerza que ese afecto permanezca en el ámbito psíquico. La representación ahora debilitada queda
segregada de toda asociación dentro de la conciencia, pero su afecto, liberado, se adhiere a otras
representaciones, en sí no inconciliables, que en virtud de este “enlace falso” devienen
representaciones obsesivas.
Cuando se les señala a los enfermos la representación originaria de naturaleza sexual, se obtiene esta
respuesta: “de ahí, sin embargo, no puede venirme. No me he ocupado mucho de ello. Por un momento
2
me causó espanto, pero luego me distraje de eso y desde entonces me dejó tranquilo”. En esta objeción tan
frecuente tenemos una prueba de que la representación obsesiva figura un sustituto o un subrogado de la
representación sexual inconciliable y la ha relevado dentro de la consciencia.
En el enlace, se encuentra el enlace de ese afecto con una representación que no es digna de él. El afecto
de la representación obsesiva le aparece como dislocado, transportado.
Para el enlace secundario del afecto liberado se puede aprovechar cualquier representación que por su
naturaleza sea compatible con un afecto de esa cualidad, o bien tenga que con la representación
inconciliable ciertos vínculos a raíz de los cuales parezca utilizable como su subrogado.
La ventaja obtenida por el yo tras emprender para la defensa el camino del transporte del afecto es
mucho menor que en el caso de la conversión de una excitación psíquica en una inervación somática. El
afecto bajo el cual el yo padecía permanece como antes, sin cambio y sin disminución; sólo la
representación inconciliable ha sido sofrenada, excluida del recordar. La representación, si bien
debilitada y aislada, permanece dentro de la conciencia.
3
5. Muy frecuente es el terror nocturno, como variedad del ataque de angustia, que condiciona a
una segunda forma de insomnio.
6. Una posición destacada dentro del grupo de síntomas la ocupa el vértigo, que en su formas más
leve se entiende como “mareo” y en su forma más acusada y grave, “ataque de vértigo”. Se clasifica
dentro del vértigo locomotor o de coordinación. Consiste en un malestar específico, acompañado
por las sensaciones de que el piso oscila, las piernas desfallecen, es imposible mantenerse en pie,
se doblan las rodillas. Este vértigo no conduce nunca a una caída, sino a un posible desmayo
profundo.
7. Sobre la base del estado de angustia crónica (expectativa angustiada) y de la inclinación a los
ataques de angustia por vértigo, se desarrollan dos grupos de fobias típicas, referidos a las
amenazas fisiológicas comunes y a la locomoción.
Lo común es que una fobia de eficacia compulsiva se forme solo después que se ha sumado a ello
la reminiscencia de una vivencia a raíz de la cual esa angustia pudo exteriorizarse.
La agorafobia con todas sus variedades colaterales constituye el segundo grupo. Es frecuente que
exista en este caso un ataque precedente de vértigo como fundamento de la fobia.
El vínculo de estas fobias con las fobias de la neurosis obsesiva, es como sigue: la concordancia
reside en que aquí como allí una representación se vuelve compulsiva por el enlace con un afecto
disponible. El mecanismo es la transición del afecto, que vale entonces para ambas variedades de
fobia. Pero en las fobias de la neurosis de angustia: 1. Este afecto es monótono (de un solo tono),
es siempre el de la angustia y 2. No proviene de una representación reprimida, sino que al análisis
psicológico se revela no susceptible de ulterior reducción, así como no es atacable mediante
psicoterapia. Por lo tanto, el mecanismo de sustitución no vale para las fobias de la neurosis de
angustia.
8. La actividad digestiva experimenta en la neurosis de angustia unas pocas, pero características,
perturbaciones.
En algunos casos de neurosis de angustia no se discierne etiología alguna. Toda vez que hay razones
para considerar adquirida la neurosis, tras un examen cuidadoso uno halla como factores de eficacia
etiológica una serie de nocividades y de influjos que parten de la vida sexual.
Se trata por separado a hombres y mujeres.
En individuos de sexo femenino, la neurosis de angustia sobreviene en los siguientes
casos:
a. Como angustia virginal o angustia de las adolescentes.
b. Como angustia de las recién casadas. Señoras jóvenes que en las primeras cópulas han
permanecido anestésicas.
c. Como angustia de las señoras cuyo marido muestra eyaculación precoz.
d. Angustia de las señoras cuyo marido practica el coitus interruptus.
Estos casos (c y d) se unifican en si la mujer alcanza o no la satisfacción en el coito. Si no la alcanza, está
dada la condición para la génesis de la neurosis de angustia.
e. Como angustia de las viudas y abstinentes voluntarias.
f. Angustia en el climaterio, durante el acrecentamiento final de la necesidad sexual.
En individuos varones:
a. Angustia de los abstinentes voluntarios.
b. Angustia de los varones con excitación frustránea (ej. Durante el noviazgo) o de las personas que
se conforman con tocar o mirar a la mujer.
c. Angustia de los varones que practican el coitus interruptus. Cobra nocividad para el varón cuando
este, atendiendo a la satisfacción de la mujer, dirige voluntariamente el coito, pospone la
eyaculación.
4
d. Angustia de los varones en la senescencia, que como las mujeres muestran un climaterio, y en la
época de su potencia declinante y su libido producen una neurosis de angustia.
Se deben agregar para ambos sexos.
a. Los que son neurasténicos a consecuencia de la masturbación, que sucumben a una neurosis de
angustia tan pronto como abandonan su variedad de satisfacción. Estas personas se han vuelto
incapaces de tolerar la abstinencia.
Primer ensayo, tentativo, sobre una teoría de la neurosis de angustia. Primero, la conjetura de que
quizás se trate de una acumulación de excitación; luego, el importante hecho de que la angustia
que está en la base de los fenómenos de esta neurosis no admite ninguna derivación
psíquica.
Se trata de una acumulación de excitación; que la angustia, correspondiente probable de esa
excitación acumlada, es de origen somático, con lo cual lo acumulado sería una excitación somática, y
además, que esa excitación somática es de naturaleza sexual y va apareada con una mengua de la
participación psíquica en los procesos sexuales. Todos estos indicios favorecen la expectativa de
que el mecanismo de la neurosis de angustia haya de buscarse en ser desviada de lo psíquico para la
excitación sexual somática y recibir, a causa de ello, un empleo anormal.
En el organismo masculino sexualmente maduro se produce la excitación sexual somática que
periódicamente deviene un estímulo para la vida psíquica. En ese momento será dotado el grupo de
representación sexual presente en la psique, y se generará el estado psíquico de tensión libidinosa que
conlleva el esfuerzo a cancelar esa tensión. Este alivio psíquico sólo es posible por el camino que designaré
acción específica o adecuada. Algo diverso de la acción adecuada no tendría ningún fruto, pues la
excitación sexual somática, una vez que alcanzó el valor del umbral, se traspone de continuo en excitación
psíquica; imprescindiblemente tiene que ocurrir aquello que libera a las terminaciones nerviosas de la
presión que sobre ellas gravita, y así cancela toda la excitación somática existente por el momento y
permite a la conducción subcortical restablecer su resistencia.
Este esquema se puede transferir en lo esencial también a la mujer.
Se genera “neurastenia” (diferente a la neurosis de angustia) cada vez que el aligeramiento adecuado
(la acción adecuada) es sustituido por uno menos adecuado, o sea, cuando al coito normal, realizado en
las condiciones más favorables, lo reemplaza una masturbación; en cambio, llevan a la neurosis de
angustia todos los factores que estorban el procesamiento psíquico de la excitación sexual somática. Los
fenómenos de la neurosis de angustia se producen cuando la excitación sexual somática desviada de la
psique se gasta subcorticalmente, en reacciones de ningún modo adecuadas.
5
y su contenido tiene que consistir en una efectiva irritación de los genitales (procesos
generales al coito).
Hallé cumplida esta condición específica de la histeria (pasividad sexual en períodos
psicosexuales) en todos los casos de histeria analizados.
No son las vivencias mismas las que poseen efecto traumático, sino solo su reanimación
como recuerdo, después que el individuo ha ingresado en la madurez sexual.
Todas las vivencias y excitaciones que preparan u ocasionan el estallido de la histeria en el período de la
vida posterior a la pubertad solo ejercen su efecto, comprobadamente, por despertar la huella mnémica de
esos traumas de la infancia, huella que no deviene entonces conciente, sino que conduce al
desprendimiento de afecto y a la represión.
El afán de la persona hasta ese momento sana por olvidar una de aquellas vivencias traumáticas puede
tener por resultado que se alcancen realmente la represión deliberada, y con ello, se abre las puertas de la
neuropsicosis de defensa. Ello no puede deberse a la naturaleza de la vivencia, pues otras personas han
permanecido sanas en idénticas condiciones. No es posible explicar cabalmente la histeria a partir del
efecto del trauma; debía admitirse que la aptitud para la reacción histérica existía ya antes de este.
Tal predisposición histérica indeterminada puede reemplazarse por el efecto póstumo del trauma
infantil sexual. Sólo consiguen “reprimir” el recuerdo de una vivencia sexual penosa de la edad madura
aquellas personas en quienes esa vivencia es capaz de poner en vigor la huella mnémica de un trauma
infantil.
Las representaciones obsesivas tienen de igual modo por premisa una vivencia sexual infantil (pero de
otra naturaleza que en la histeria).
En la etiología de la neurosis obsesiva, unas vivencias sexuales de la primera infancia poseen la
misma significatividad que en la histeria; empero, ya no se trata aquí de una pasividad sexual,
sino de unas agresiones ejecutadas con placer y de una participación que se sintió
placentera, en actos sexuales; vale decir, se trata de una actividad sexual.
Por lo demás, en todos mis casos de neurosis obsesiva he hallado un trasfondo de síntomas de
histeria, que se dejan reconducir a una escena de pasividad sexual anterior a la acción placentera.
Una agresión sexual prematura presupone siempre una vivencia de seducción.
Las representaciones obsesivas son siempre reproches mudados, que retornan de la represión y están
referidos siempre a una acción de la infancia, una acción sexual realizada con placer. Es necesario
describir para elucidar esto la trayectoria típica de una neurosis obsesiva.
En un primer período, período de inmoralidad infantil, ocurren los sucesos que contienen el
germen de la neurosis posterior. Ante todo, en la más temprana infancia, las vivencias de seducción sexual
que luego posibilitan la represión; y después las acciones de agresión sexual contra el otro sexo, que más
tarde aparecen bajo la forma de acciones-reproche.
Pone término a este período el ingreso en la maduración sexual. Al recuerdo de aquellas acciones
placenteras se anuda un reproche y el nexo con la vivencia inicial de posibilidad posibilita reprimir ese
reproche y sustituirlo por un síntoma defensivo primario. Escrúpulos de la conciencia moral, vergüenza,
desconfianza de sí mismo, son esos síntomas, con los cuales empieza el tercer período, de la salud
aparente, pero, en verdad, de la defensa lograda.
El período siguiente, el de la enfermedad, se singulariza por el retorno de los recuerdos reprimidos,
vale decir, por el fracaso de la defensa. Los recuerdos reanimados y los reproches formados desde ellos
nunca ingresan inalterados en la conciencia; lo que deviene conciente como representación y afectos
obsesivos, sustituyendo al recuerdo patógeno en el vivir conciente, son unas formaciones de compromiso
entre las representaciones reprimidas y las represoras.
Existen dos formas de la neurosis obsesiva, según que se conquiste el ingreso a la conciencia sólo el
contenido mnémico de la acción-reproche, o también el afecto-reproche a ella anudado. El primer caso es
6
el de las representaciones obsesivas típicas, en que el contenido atrae un displacer impreciso, en tanto que
al contenido de la representación obsesiva solo convendría el afecto del reproche. El contenido de la
representación obsesiva está doblemente desfigurado respecto del que tuvo la acción obsesiva en la
infancia: en primer lugar, porque algo actual reemplaza a lo pasado, y, en segundo lugar, porque lo sexual
está sustituido por un análogo no sexual.
Estas dos modificaciones son el efecto de la inclinación represiva que continúa vigente, y que
atribuiremos al “yo”. El influjo del recuerdo patógeno reanimado se muestra en que el contenido de la
representación obsesiva sigue siendo fragmentariamente idéntico a lo reprimido o se deriva de esto por
medio de una correcta secuencia de pensamiento.
Una segunda plasmación de la neurosis obsesiva se produce si lo que se conquista una subrogación en la
vida psíquica conciente no es el contenido mnémico reprimido, sino el reproche, reprimido igualmente. El
afecto de reproche puede mudarse, en virtud de un agregado psíquico, en un afecto displacentero de
cualquier otra índole. Entonces el reproche (por haber llevado a cabo en la infancia la acción sexual) se
muda fácilmente en verguenza (de que otro se llegue a enterar), en angustia hipocondríaca (por las
consecuencias corporalmente nocivas de aquella acción-reproche), en angustia social (por la pena que
impondrá la sociedad a aquel desaguisado), en angustia religiosa, en delirio de ser notado (miedo de
denunciar a otros aquella acción), en angustia de tentación (justificada desconfianza en la propia
capacidad de resistencia moral).
Junto a estos síntomas de compromiso, que significan el retorno de lo reprimido y el fracaso de la
defensa, la neurosis obsesiva forma una serie de otros síntomas de origen por entero diverso. Y es que el
yo procura defenderse de aquellos retoños del recuerdo inicialmente reprimido, y en esta lucha defensiva
crea unos síntomas que se podrían ubicar bajo el título de defensa secundaria.
Todos estos síntomas constituyen “medidas protectoras”. Si estos auxilios para la lucha defensiva
consiguen efectivamente volver a reprimir los síntoma del retorno, la compulsión se transfiere sobre las
medidas protectoras mismas, y así crea una tercera plasmación de la neurosis obsesiva: las acciones
obsesivas. Estas nunca son primarias, nunca contienen algo diverso de una defensa, nunca una agresión.
La defensa secundaria frente a las representaciones obsesivas puede tener éxito mediante un violento
desvío hacia otros pensamientos, cuyo contenido sea el más contrario posible; la compulsión de cavilar,
por ejemplo, o la compulsión de pensar y examinar, o la manía de duda. La defensa secundaria frente a los
efectos obsesivos da por resultado una serie todavía mayor de medidas protectoras que son susceptibles
de mudarse en acciones obsesivas. Es posible agrupar estas con arreglo a su tendencia: medidas
expiatorias o medidas preventivas.
Que la representación obsesiva y todo cuanto de ella deriva no halle creencia (en el sujeto) se debe a que
a raíz de la represión primaria se formó el síntoma defensivo de la escrupulosidad de la conciencia moral.
La certidumbre de haber vivido con arreglo a la moral durante todo el periodo de la defensa lograda
impide creer en el reproche. La “compulsión” de las formaciones psíquicas aquí descritas no tiene
absolutamente nada que ver con su reconocimiento por la creencia. Su carácter esencial es que no puede
ser resuelta por la actividad psíquica susceptible de conciencia.
7
En muchas verdaderas obsesiones es evidente que el estado emotivo constituye la cosa principal, puesto
que ese estado persiste inalterado en tanto que la idea asociada. Un análisis psicológico muestra que el
estado emotivo como tal está siempre justificado. Solo que (y en estos dos caracteres constituye que sea
patológico), el estado emotivo se ha eternalizado y la idea asociada ya no es la idea justa, la
idea original; en relación con la etiología de la obsesión, ella es un reemplazante, un sustituto. La
prueba de ello es que siempre es posible hallar dentro de los antecedentes del enfermo y en el origen de la
obsesión la idea original, sustituida. Las ideas sustituidas tienen caracteres comunes; corresponden a
impresiones verdaderamente penosas de la vida sexual del individuo, que este se ha esforzado por olvidar.
Solo ha logrado reemplazar la idea inconciliable por otra idea inapropiada para asociarse con el estado
emotivo, que por su parte permaneció idéntico.
¿Cómo puede consumarse esta sustitución? Parece que expresaría una predisposición psíquica especial.
¿Cuál es el motivo de esta sustitución? Creo que se la puede considerar como un acto de defensa del yo
contra la idea inconciliable.
¿Por qué el estado emotivo asociado a la idea obsesiva se ha perpetuado en lugar de desaparecer como
los otros estados de nuestro yo? Es posible responder a esto apelando a la teoría sobre al génesis de los
síntomas histéricos. Esa desaparición del estado emotivo se vuelve imposible por el hecho mismo de la
sustitución.
A estos dos grupos de verdaderas obsesiones se agrega la clase de las “fobias”. Ya he mencionado la
gran diferencia entre obsesiones y fobias: que en las segundas, el estado emotivo es siempre la angustia, la
ansiedad, el temor. Podría agregar que las obsesiones son múltiples y más especializadas, en tanto que las
fobias tienden a ser monótonas y típicas.
También entre fobias se pueden distinguir dos grupos, caracterizados por el objeto del miedo:
1) fobias comunes, miedo exagerado a las cosas que todo el mundo aborrece; 2) fobias ocasionales, miedo
a condiciones especiales que no inspiran temor al hombre sano. Estas últimas fobias no son obsesivas
como las verdaderas obsesiones y las fobias comunes. El estado emocional no aparece aquí sino en esas
condiciones especiales, que el enfermo evita cuidadosamente.
El mecanismo de las fobias es totalmente diferente al de las obsesiones. Ya no es el reino
de la sustitución. Aquí ya no se revela mediante el análisis psíquico una idea inconciliable, sustituida.
Nunca se encuentra otra cosa que el estado emotivo de la ansiedad, que por un suerte de
elección ha puesto en primer plano todas las ideas aptas para devenir objeto de una fobia. En el caso de la
agorafobia, solemos hallar el recuerdo de un ataque de angustia, y en verdad lo que el enfermo teme es el
advenimiento de un ataque así en aquellas condiciones especiales en que cree no poder escapar a él.
Corresponde establecer una neurosis especial, “la neurosis de angustia”, cuyo síntoma principal es ese
estado emotivo. Es preciso diferenciar esta neurosis de la neurastenia. Así, las fobias forman parte de
la neurosis de angustia, y casi siempre van acompañadas por otros síntomas de la misma serie.
También la neurosis de angustia es de origen sexual, pero carece de mecanismo psíquico en sentido
propio. Su etiología específica es la acumulación de la tensión genésica, provocada por la abstinencia o la
irritación genésica frustránea.
Una fobia y una obsesión propiamente dicha pueden combinarse, y aun esto es de muy frecuente
ocurrencia.
8
Notas en clase.
Oposición neurosis - neuropsicosis. La etiología sexual. Formación de síntomas en las neurosis y en
las neuropsicosis. Separación de la neurosis de angustia de la neurastenia.
Las neuropsicosis de defensa: El mecanismo de la defensa como clave para la constitución del grupo.
El trauma sexual infantil. Destinos del afecto y la representación en las neuropsicosis.
Histeria, obsesión, fobia: Mecanismos de formación de síntomas en la histeria y las representaciones
obsesivas y fobias: conversión y falso enlace. Trauma pasivo y trauma activo.
Trayectoria típica de la neurosis obsesiva. Síntomas de defensa y síntomas de retorno de lo reprimido.
Variedad clínica de la neurosis obsesiva. Obsesiones y fobias. Tipos de fobias.
Concepto freudiano de neurosis mixta.
El grano de arena actual y la perla neuropsicótica [esto acá no, está en el caso Dora].
Freud indica en “Sobre la justificación…” que conviene extraer cierto conjunto de síntomas de la
neurastenia (como estado de fatiga, debilitamiento), separarlos y conformar la “neurosis de angustia”.
Estos síntomas que extrae giran en torno a la angustia. En la neurastenia quedan los síntomas de
debilitamiento psíquico, y Freud aclara que puede haber casos mixtos.
9
¿Cuál es la etiología de esta neurosis de angustia? No está en juego la defensa. Incluye una perspectiva
sexual, una falla actual en la sexualidad. Hipótesis de una energía sexual somática que cuando se
acumula (excitación sexual) y llega a un umbral, llega a lo psíquico y se transforma en excitación psíquica:
libido. La acción específica (el coito) puede bajar la excitación. Solo cuando se llega a este umbral el sujeto
está excitado psíquicamente. Pero no somos una máquina, si fuéramos perfectos no habría síntomas.
Entonces, la máquina fala, algo problematiza esa acción específica.
Cómo Freud supone que falla para la neurosis de angustia (distintos motivos femeninos y masculinos).
Se reducen a fallas en la acción específica (porque no la hubo, o porque fue inadecuada). La energía no es
descargada adecuadamente; la energía acumulada se descarga como angustia.
Entonces, neurosis actuales: algo falla en la actualidad en la sexualidad.
Es una angustia que no está ligada a ninguna representación, y eso la hace insoportable, porque no se
adhiere a nada. Es diferente la angustia ligada a una representación que la angustia suelta.
En la neurosis de angustia existe una tensión somática acumulada (referido al cuerpo), pero una
disminución de la libido (referido a lo psíquico).
No solo pueden darse “neurosis mixtas” entre las neurosis actuales, sino que también puede haber una
relación entre neurosis actuales y neuropsicosis de defensa. Freud va a llegar a suponer que en toda
neuropsicosis de defensa hay un componente de neurosis actual.
[Entendido desde Lacan: en el origen siempre somos pasivos frente al deseo del Otro.]
10
Si todo sucumbe a la represión, surgen los síntomas de defensa primaria.
Síntomas de la defensa primaria: sostienen la defensa, son síntomas de éxito de la defensa.
Encontramos los escrúpulos de la conciencia moral, la vergüenza, la desconfianza de sí mismo (el reverso
de la inmoralidad infantil).
Estos síntomas inauguran un nuevo período: el período de la salud aparente, que puede durar
cierto tiempo hasta que algo genere un desencadenamiento.
11
Entre La interpretación de los sueños” y “la metapsicología”.
Freud, S., “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”.
Las fantasías delirantes de los paranoicos son universalmente conocidas. En cambio, a muchos puede
sonarles a novedad enterarse que formaciones psíquicas del todo análogas se presentan de manera regular
en todas las psiconeurosis, en especial la histeria, y de que en ellas (las llamadas “fantasías histéricas”) se
pueden discernir importantes nexos para la causación de los síntomas neuróticos.
Fuentes comunes de estas creaciones de la fantasía son los “sueños diurnos” de los jóvenes. Parecen ser
enteramente eróticos en muchachas y señoras, y en los varones, de naturaleza erótica o ambiciosa. Por lo
común se averigua que han realizado todas esas hazañas para agradar a una mujer y para que ella los
prefiera por sobre otros hombres.
Estas fantasías son unos cumplimientos de deseo. Estos sueños diurnos son investidos con un interés
grande, se los cultiva con esmero y las más de las veces se los reserva con vergüenza.
Todos los ataques histéricos que he podido indagar hasta ahora probaron ser unos tales sueños diurnos
de involuntaria advertencia. De estas fantasías, las hay tanto inconscientes como conscientes, y tan pronto
como han devenido inconscientes pueden volverse también patógenas, vale decir, expresarse en síntomas
y en ataques.
Las fantasías inconcientes pueden haberlo sido desde siempre, haberse formado en lo inconciente, o
bien (lo más frecuente) fueron alguna vez fantasías concientes, sueños diurnos, y luego se las olvidó
adrede, cayeron en lo inconciente en virtud de la “represión”. En esta segunda alternativa su contenido
pudo seguir siendo el mismo o experimentar variaciones, de suerte que la fantasía ahora inconciente sea
un retoño de la antaño conciente.
La fantasía inconciente mantiene un vínculo muy importante con la vida sexual de la persona; en efecto,
es idéntica a la fantasía que le sirvió para su satisfacción sexual durante un período de masturbación. El
acto masturbatorio se componía en esa época de dos fragmentos: la convocación de la fantasía y la
operación activa de autosatisfacción en la cima de ella. Esta composición consiste en una “soldadura”.
Originalmente, la acción era una empresa autoerótica pura destinada a ganar plaer de un
determinado lugar del cuerpo, que llamamos erógeno. Más adelante esa acción se fusionó con una
representación-deseo tomada del círculo de amor de objeto y sirvió para realizar de una manera
parcial la situación que aquella fantasía culminaba. Cuando luego la persona renuncia a esta clase de
satisfacción masturbatoria y fantaseada, la fantasía misma, de conciente que era, deviene inconciente. Y si
no se introduce otra modalidad de la satisfacción sexual, si la persona permanece en la abstinencia y no
consigue sublimar su libido, vale decir, desviar la excitación sexual hacia una meta superior, está dada la
condición para que la fantasía inconciente se refresque, prolifere y se abra paso como
síntoma patológico, al menos en una parte de su contenido, con todo el poder del ansia amorosa.
Para toda una serie de síntomas histéricos, entonces, las fantasías inconcientes son los estadios
psíquicos previos más próximos. Los síntomas histéricos no son otra cosa que las fantasías
inconcientes figuradas mediante “conversión” y en la medida en que son síntomas somáticos, con
harta frecuencia están tomados del círculo de las mismas sensaciones sexuales e inervaciones motrices
que originalmente acompañaron a la fantasía, todavía conciente en esa época.
La técnica psicoanalítica permite, primero, colegir desde los síntomas estas fantasías inconcientes, y
luego, hacer que devengan concientes al enfermo. Y por este camino se ha descubierto que el contenido de
las fantasías inconcientes de los histéricos se corresponde en todos sus puntos con las situaciones de
satisfacción que los perversos llevan a cabo con conciencia.
También las formaciones delirantes de los paranoicos son unas fantasías de esa índole, si bien han
devenido concientes de manera inmediata.
Todo cuanto puede averiguarse de la sexualidad de los psiconeuróticos se obtiene por este camino de la
indagación psicoanalítica, que lleva desde los llamativos síntomas hasta las fantasías inconcientes
escondidas.
12
El nexo de las fantasías con los síntomas no es simple, sino múltiple y complejo. Un síntoma no
corresponde a una única fantasía inconciente, sino a una multitud de estas; no de una manera arbitraria,
sino dentro de una composición sujeta a leyes.
Serie de fórmulas que se empeñan en agotar la naturaleza de los síntomas histéricos:
1. El síntoma histérico es el símbolo mnémico de ciertas impresiones y vivencias (traumáticas)
eficaces.
2. El síntoma histérico es el sustituto, producido mediante conversión, del retorno asociativo de esas
vivencias traumáticas.
3. El síntoma histérico es (como lo son también otras formaciones psíquicas) expresión de nun
cumplimiento de deseo.
4. El síntoma histérico es la realización de una fantasía inconciente al servicio del cumplimiento de
deseo.
5. El síntoma histérico sirve a la satisfacción sexual y figura una parte de la vida sexual de la
persona.
6. El síntoma histérico corresponde al retorno de una modalidad de la satisfacción sexual que fue
real en la vida infantil y desde entonces fue reprimida.
7. El síntoma histérico nace como un compromiso entre dos mociones pulsionales o
afectivas opuestas, una de las cuales se empeña en expresar una pulsión parcial o
uno de los componentes de la constitución sexual, mientras que la otra se empeña en
sofocarlos.
8. El síntoma histérico puede asumir la subrogación de diversas mociones inconcientes
no sexuales, pero no puede carecer de un significado sexual.
Entre estas diferentes definiciones, es la séptima la que expresa de forma más exhaustiva la naturaleza
del síntoma histérico como realización de una fantasía inconciente; y junto con la octava, es la que aprecia
de manera correcta el significado del valor sexual.
A consecuencia de este nexo entre fantasías y síntomas, no resulta difícil alcanzar la noticia sobre los
componentes de la pulsión sexual que gobiernan al individuo. Esta indagación arroja un resultado
inesperado: la resolución mediante una fantasía sexual inconciente, o mediante una serie de fantasías de
las cuales una, la más sustantiva y originaria, es de naturaleza sexual, no basta respecto de numerosos
casos de síntomas; para la solución de estos hacen falta dos fantasías sexuales, de las que una
posee carácter femenino y otra masculino, de suerte que una de esas fantasías corresponde a una
moción homosexual.
Un síntoma histérico corresponde necesariamente a un compromiso entre una moción libidinosa y una
moción represora, pero además de ello puede responder a una reunión de dos fantasías
libidinosas de carácter sexual contrapuesto.
9. Un síntoma histérico es la expresión de una fantasía sexual inconciente masculina, por
una parte, y una femenina, por la otra.
El sexo que la novena fórmula asevera es bastante frecuente e implica el estadio más alto de
complicación que puede llegar el determinismo de un síntoma histérico.
El significado bisexual de los síntomas histéricos es una prueba interesante de la aseveración de
que la disposición bisexual que suponemos en los seres humanos se puede discernir con particular nitidez
en los psiconeuróticos por medio del psicoanálisis.
En el tratamiento es muy importante estar preparados para el significado bisexual de un síntoma. Luego
no hay que asombrarse ni despistarse si un síntoma permanece en apariencia incólume por más que ya se
haya resuelto uno de sus significados sexuales. Es que todavía se apoya en el significado contrapuesto,
quizás no conjeturado.
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Freud, S., “Acciones obsesivas y prácticas religiosas”.
No soy el primero que reparó en la semejanza entre las llamadas acciones obsesivas de los neuróticos y
las prácticas mediante las cuales el creyente da testimonio de su fe.
El ceremonial neurótico consiste en pequeñas prácticas, agregados, restricciones, ordenamientos que,
para ciertas acciones de la vida cotidiana, se cumplen de una manera idéntica o con variaciones que
responden a leyes. Es incapaz de abandonarlas, pues cualquier desvío respecto del ceremonial se castiga
con una insoportable angustia. Puede describirse el ejercicio del ceremonia sustituyéndolo de algún modo
por una serie de leyes no escritas. En casos breves, el ceremonial se asemeja bastante a la exageración de
un orden habitual y justificado.
Cualquier actividad puede convertirse en un acción obsesiva.
Es curioso que tanto compulsión como prohibición (el tener que hacer algo y el no tener permitido
hacerlo) sólo afecten, al comienzo, a las actividades solitarias de los seres humanos, y durante largo
tiempo dejen intacta su conducta social; a ello se debe que los enfermos puedan habérselas con su padecer
y ocultarlo años y años como si fuera un asunto privado.
Fácilmente se advierte dónde se sitúa la semejanza entre el ceremonial neurótico y las acciones sagradas
del ritmo religioso: en la angustia de la conciencia moral a raíz de omisiones, en el pleno aislamiento
respecto de todo otro obrar (prohibición de ser perturbado), así como en la escrupulosidad con que se
ejecutan los detalles. Sin embargo, se presenta esta diferencia: los pequeños agregados del ceremonial
religioso se entienden plenos de sentido, y simbólicamente, mientras que los del neurótico aparecen
necios y carentes de sentido.
Empero, justo esta diferencia, la más tajante, entre ceremonial neurótico y religioso, se elimina si con
ayuda de la técnica psicoanalítica de indagación uno penetra las acciones obsesivas hasta entenderlas.
Esta técnica destruye de manera radical la apariencia de que fueran necias y carentes de sentido, y se
descubre el fundamento de tal apariencia. Se averigua que las acciones obsesivas, por entero y en
todos sus detalles, poseen sentido, están al servicio de sustantivos intereses de la personalidad, y
expresan sus vivencias duraderas y sus pensamientos investidos de afecto. Y lo hacen de dos maneras:
como figuraciones directas o simbólicas; según eso, se las ha de interpretar histórica o
simbólicamente.
Lo figurado por las acciones obsesivas o el ceremonial deriva del vivenciar más íntimo, a
menudo del vivenciar sexual de la persona afectada.
En las acciones obsesivas todo posee sentido y es interpretable. Es uno de los requisitos de la condición
de enfermo que la persona que obedece a la compulsión la practique sin conocer su significado (al menos
su principal significado). Sólo por el empeño de la terapia psicoanalítica se le hacen conscientes el sentido
de la acción obsesiva y, con este, los motivos que la pulsionan a ella. La acción obsesiva sirve a la
expresión de motivos y representaciones inconcientes.
Quien padece de compulsión y prohibiciones se comporta como si estuviera bajo el imperio de una
conciencia de culpa de la que él, no obstante, nada sabe; vale decir, de una conciencia inconciente de
culpa. Esta conciencia de culpa tiene su fuente en ciertos procesos anímicos tempranos, pero halla
permanente refrescamiento en la tentación, renovada por cada ocasión reciente; y por otra parte genera
una angustia de expectativa siempre al acecho, una expectativa de desgracia que, por medio del
concepto de castigo, se anuda a la percepción interna de la tentación. Está forzado a hacer esto o aquello
para que no acontezca una desgracia.
El ceremonial comienza, entonces, como una acción de defensa o de aseguramiento, como una
medida protectora.
Uno obtiene una visión más profunda del mecanismo de la neurosis obsesiva si aprecia el hecho
primero que está en su base: este es, en todos los casos, la represión de una moción pulsional (de un
componente de la pulsión sexual) que estaba contenida en la constitución de la persona, tuvo permitido
exteriorizarse durante algún tiempo en su vida infantil y luego cayó bajo sofocación. Una especial
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escrupulosidad dirigida a la meta de la pulsión nace a raíz de su represión, pero esta formación psíquica
se siente amenazada de continuo por la pulsión que acecha en lo inconciente. El influjo de la pulsión
reprimida es sentido como tentación, y en virtud del propio proceso represivo se genera la angustia, que
se apodera del futuro como una angustia de expectativa.
Se requieren siempre nuevos empeños psíquicos para contrabalancear el constante esfuerzo de asalto de
la pulsión. Así, las acciones ceremoniales y obsesivas nacen en parte como defensa frente a la tentación, y
en parte como protección frente a la desgracia esperada. Para la tentación, las acciones protectoras
parecen resultar pronto insuficientes; emergen entonces las prohibiciones destinadas a mantener alejada
la situación de tentación.
Es parte de la índole de la neurosis obsesiva, así como de todas las afecciones parecidas, que sus
exteriorizaciones cumplan la condición de un compromiso entre los poderes anímicos en pugna. Por eso
siempre devuelven también algo del placer que están destinadas a prevenir.
También la formación de la religión parece tener por base la sofocación de ciertas mociones pulsionales,
la renuncia a ellas; no obstante, no se trata, como en la neurosis, de componentes exclusivamente
pulsionales, sino de pulsiones egoístas, perjudiciales para la sociedad, a las que por otra parte no les falta,
las más de las veces, un aporte sexual. Y en cuanto a la conciencia de culpa como derivación de una
tentación inextinguible, y a la angustia de expectativa como angustia ante castigos divinos, se nos han
vuelto notorias en el campo religioso antes que en el de la neurosis.
El carácter peculiar de la neurosis obsesiva es que el ceremonial se ligaba a pequeñas acciones de la vida
cotidiana y se exteriorizaba en necios preceptos y limitaciones de aquellas. Solo se comprende este
llamativo rasgo en la configuración del cuadro patológico cuando se averigua que el mecanismo del
desplazamiento psíquico gobierna los procesos anímicos de la neurosis obsesiva. Por medio de un
desplazamiento desde lo genuino, sustantivo, hacia algo pequeño que lo sustituye. Esta inclinación al
desplazamiento es lo que hace variar de continuo el cuadro de los fenómenos patológicos y por último
lleva a convertir lo que en apariencia es ínfimo en lo más importante y urgente.
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Notas en clase.
Del trauma a la fantasía. Relación entre el autoerotismo, la fantasía y el síntoma. De la masturbación
a la formación de síntoma. Fórmulas sobre el síntoma histérico. El ataque histérico. Fantasía,
identificación y síntoma.
Acciones obsesivas y ceremoniales religiosos. Moción pulsional, represión, tentación, culpa, castigo.
La acción obsesiva como compromiso entre la defensa y la satisfacción. Neurosis obsesiva y religión.
Primer momento: empresa autoerótica pura (implica que no hay ninguna representación en
juego). Autoerotismo como pura estimulación de una zona erógena (distinto de la “masturbación”).
Solo en un segundo momento se produce la soldadura con una representación del círculo del amor de
objeto (los objetos edípicos), y las dos cosas diferentes quedan ligadas.
Esas representaciones son las que le dan un objeto, un contenido, un sentido a la pulsión = esta acción
da lugar a la fantasía = y entonces tenemos la masturbación (distinto del “autoerotismo”).
Puntos importantes:
La fantasía encubre a la pulsión. La fantasía transforma el carácter paradójico de la pulsión en algo más
del orden del principio del placer.
En lo referente a la Neurosis Obsesiva en “Acciones obsesivas…”: no hace falta haber hecho algo
(como antes se proponía el trauma activo y placentero), sino solo haberse sentido tentado de hacerlo.
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La tentación engendra la culpa, y proyecta sobre el futuro la expectativa de recibir un castigo.
Entretanto, vive con “angustia de expectativa” (siempre temeroso de que va a pasar algo malo).
El obsesivo se escapa en el tiempo (el fóbico en el espacio, el histérico en el cuerpo).
Las acciones ceremoniales del obsesivo son entonces medidas protectoras para evitar que llegue el
castigo.
En esta segunda concepción freudiana no eliminamos la teoría del trauma, pero ahora el problema es la
pulsión, porque es parcial. Pulsión, vinculada al autoerotismo sádico-anal y su relación con la neurosis
obsesiva.
[+ Relación entre el síntoma y la fantasía, en el caso Dora, ejemplo de la perla y el grano
de arena].
En la infancia, el acto masturbatorio está compuesto por la convocación de la fantasía + la empresa
autoerótica pura. Entre ambos (la fantasía y el acto): una soldadura.
Originalmente se tiene la empresa autoerótica y en segundo lugar se produce la soldadura y se asocia la
fantasía, que se convoca del círculo de los objetos de amor (relacionado con el Edipo).
La fantasía se compone con fragmentos de lo visto y lo oído.
Cuando el sujeto renuncia a esta satisfacción, reprime la fantasía (que se vuelve inconciente). Si la libido
no va a otra representación, la misma reinviste la fantasía ahora inconsciente, deviene síntoma.
Entonces, renuncia a la empresa autoerótica (masturbación) = fantasía se reprime, se vuelve icc.
Si no se introduce otra modalidad de satisfacción sexual = se reinviste esa fantasía, ahora icc, y deviene
síntoma.
“El síntoma es la satisfacción sexual de los enfermos”.
El síntoma expresa, de modo converso, la fantasía. El análisis del síntoma permite llegar a la fantasía,
permite colegir del síntoma las formaciones inconscientes (es decir, esta fantasía icc).
El síntoma es molesto y perturbador, mientras que la fantasía icc no (porque conlleva una satisfacción).
El síntoma nada saber que está ligado a una fantasía que da satisfacción, y a lo cual no quiere renunciar.
Ubicamos una profunda ambigüedad en la demanda del neurótico.
Por eso el síntoma es tan duro, tan difícil de roer; porque está ligado a una fantasía icc que da
satisfacción.
[Muy relacionado con el caso Dora y la ganancia de enfermedad; el síntoma histérico
como soldadura entre sentido y solicitación somática].
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La época de la metapsicología.
Freud, S., “La represión”.
Puede ser el destino de una moción pulsional chocar con resistencias que quieran hacerla inoperante.
Entra entonces en el estado de la “represión”.
¿Por qué una moción pulsional habría de ser víctima de semejante destino? Debe llenarse la condición
de que el logro de la meta pulsional depare displacer en lugar de placer. Pero este caso no se concibe bien.
Pulsiones así no existen, una satisfacción pulsional es siempre placentera.
El caso de la represión no está dado cuando la tensión provocada por la insatisfacción de una moción
pulsional se hace insoportablemente grande.
Atengámonos a la experiencia clínica, y aprendemos entonces que la satisfacción de la pulsión sometida
a la represión sería sin duda posible y siempre placentera en sí misma, pero sería inconciliable con otras
exigencias y designios. La represión no es un mecanismo de defensa presenta desde el origen; no puede
engendrarse antes que se haya establecido una separación nítida entre actividad conciente y actividad
inconciente del alma, y su esencia consiste en rechazar algo de la conciencia y mantenerlo alejado de ella.
Ahora caemos en la cuenta que represión e inconciente son correlativos en tan grande medida ue
debemos posponer la profundización en la esencia de la primera hasta saber más sobre la composición del
itinerario de instancias psíquicas y la diferenciación entre conciente e inconciente.
Tenemos razones para suponer una represión primordial, una primera fase de la represión que
consiste en que a la agencia representante psíquica de la pulsión se le deniega la admisión a lo conciente.
Así se establece una fijación; a partir de ese momento la agencia representante en cuestión persiste
inmutable y la pulsión sigue ligada a ella.
La segunda etapa de la represión, la represión propiamente dicha, recae sobre retoños psíquicos
de la agencia representante reprimida o sobre unos itinerarios de pensamiento que han entrado en
vínculo asociativo con ella. Experimentan el mismo destino que lo reprimido primordial.
Se comete un error cuando se destaca con exclusividad la repulsión que se ejerce desde lo conciente
sobre lo que ha de reprimirse. En igual medida debe tenerse en cuenta la atracción que lo reprimido
primordial ejerce sobre todo aquello con lo cual puede ponerse en conexión. La represión no alcanzaría su
propósito si estas fuerzas (atracción y repulsión) no cooperasen, si no existiese algo reprimido
desde antes, presto a recoger lo repelido por lo conciente.
La represión no impide a la agencia representante de pulsión seguir existiendo en lo inconciente,
continuar organizándose, formar retoños y anudar conexiones. La represión solo perturba el
vínculo con un sistema psíquico: lo conciente.
La agencia representante de la pulsión se desarrolla con mayor riqueza y menores interferencias cuando
la represión la sustrajo del influjo conciente. Prolifera, por así decir, en las sombras y encuentra
formas extremas de expresión que, si le son traducidas y presentadas al neurótico, no sólo tienen que
parecerle ajenas, sino que lo atemorizan, provocándole el espejismo de que poseerían una intensidad
pulsional extraordinaria y peligrosa. Esta ilusoria intensidad pulsional es el resultado de un despliegue
desinhibido en la fantasía y en la sobreestasis producto de una satisfacción denegada.
Ni siquiera es cierto que la represión mantenga apartados de lo conciente a todos los retoños de lo
reprimido primordial. Si estos se han distanciado lo suficiente del representante reprimido, tienen, sin
más, expedito acceso a la conciencia.
Cuando practicamos la técnica psicoanalítica, invitamos de continuo al paciente a productor esos
retoños de lo reprimido, que, a consecuencia de su distanciamiento o de su desfiguración, pueden salvar la
censura de lo conciente.
También los síntomas neuróticos tienen que haber llegado a esa condición (el
distanciamiento) pues son retoños de lo reprimido que, por intermedio de estas formaciones (los
síntomas) han terminado por conquistarse su denegado acceso a la conciencia.
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La represión trabaja de manera en alto grado individual, cada uno de los retoños de lo reprimido puede
tener su destino particular.
Otros caracteres de la represión: ella no sólo es, como acabamos de consignarlo, individual, sino en
alto grado móvil. La represión exige un gasto de fuerza constante; si cejara [cediera], peligraría su
resultado haciéndose necesario un nuevo acto represivo. Lo reprimido ejerce una presión continua en
dirección a lo conciente, a raíz de lo cual el equilibrio tiene que mantenerse por medio de una
contrapresión incesante. El mantenimiento de una represión supone, por tanto, un dispendio
continuo de fuerza, y en términos económicos su cancelación implicaría un ahorro. La movilidad de la
represión encuentra expresión en los caracteres psíquicos del estado del dormir.
Es muy poco lo que enunciamos de una moción pulsional cuando afirmamos que está reprimida; puede
encontrarse en muy diversos estados. Inactiva, escasamente investida con energía psíquica, o investida en
grados variables y así habilitada para la actividad. En el caso de los retoños no reprimidos de lo
inconsciente, la medida de la activación o investidura suele decidir el destino de cada representación
singular. Un retoño permanece no reprimido mientras es representante de una energía baja. Tan pronto
como esa representación en el fondo se refuerza por encima de cierto grado, el conflicto deviene actual y
precisamente la activación conlleva la represión.
Junto a la representación interviene algo diverso, algo que representa a la pulsión y puede experimentar
un destino de represión totalmente diferente del de la representación. Para este otro elemento de la
agencia representante psíquica ha adquirido el nombre de monto de afecto. Cuando describamos un
proceso de represión, tendremos que rastrear separadamente lo que se ha hecho de la representación, por
un lado, y de la energía psíquica, por el otro.
El destino general de la representación representante de la pulsión difícilmente pueda ser otro que este:
desaparecer de lo conciente.
El factor cuantitativo de la agencia representante de la pulsión tiene tres destinos posibles: la
pulsión es sofocada por completo, de suerte que nada se descubre de ella, o sale a la luz como un afecto
coloreado cualitativamente de algún modo, o se muda en angustia. Las dos últimas posibilidades nos
ponen frente a la tarea de discernir como un nuevo destino de la pulsión la transposición de las energías
psíquicas de las pulsiones en afectos y muy particularmente, en angustia.
La represión no tenía otro motivo ni propósito que evitar el displacer. De ahí se sigue que el destino
del monto de afecto de la agencia representante importa mucho más que el destino de la
representación.
Si una represión no consigue impedir que nazcan sensaciones de displacer o de angustia, ello nos
autoriza a decir que ha fracaso, aunque haya alcanzado su meta en el otro componente, la representación.
Ahora queremos inteligir el mecanismo del proceso represivo y saber si hay un mecanismo único de la
represión o varios. Si circunscribimos la observación a los resultados que afectan a la parte representante
constituida por la representación, advertimos que la represión crea, por regla general, una formación
sustitutiva. ¿Cuál es el mecanismo de una formación sustitutiva? Sabemos también que la represión
deja síntomas como secuela. ¿Haremos coincidir formación sustitutiva y síntoma? ¿Se
superponen el mecanismo de la formación de síntoma y de la represión?
Ejemplos de las tres psiconeurosis más conocidas.
Histeria de angustia: la formación sustitutiva de la parte constituida por la representación se ha
establecido por la vía del desplazamiento a lo largo de una trabazón regida por cierto determinismo. La
parte cuantitativa no ha desaparecido, sino que se ha traspuesto en angustia.
Una represión como la del caso de la fobia puede definirse como fracasada. La obra de la represión
consistió solamente en eliminar y sustituir la representación, pero el ahorro del displacer no se consiguió
de modo alguno. Por eso el trabajo de la neurosis no descansa, sino que se continúa en un segundo tiempo
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para alcanzar su meta más inmediata, más importante. Así llega a la formación de un intento de huida, la
fobia en sentido estricto, una cantidad de evitaciones destinadas a excluir el desprendimiento de angustia.
La histeria de conversión: lo sobresaliente en ella es que consigue hacer desaparecer por completo
el monto de afecto “la bella indiferencia de las histéricas”. El contenido de representación de la agencia
representante de pulsión se ha sustraído radicalmente de la conciencia; como formación sustitutiva (y al
mismo tiempo como síntoma) se encuentra una inervación hiperintensa somática.
La represión de la histeria de conversión puede juzgarse totalmente fracasada en la medida en que sólo
se ha vuelto posible mediante unas extensas formaciones sustitutivas; pero con respecto a la finiquitación
del monto de afecto, que es la genuina tarea de la represión, por regla general constituye un éxito
completo. El proceso represivo de la histeria de conversión se clausura entonces con la formación de
síntoma y no necesita recomenzar en un segundo tiempo, como ocurre en el caso de la histeria de
angustia.
La neurosis obsesiva: ¿Hemos de considerar al representante sometido a la representación como
una aspiración libidinosa o como una aspiración hostil? Esa incertidumbre se debe a que la neurosis
obsesiva descansa en la premisa de una regresión por la cual una aspiración sádica reemplaza a una
aspiración tierna. Este impulso hostil hacia una persona amada es el que cae bajo la represión.
El efecto es diverso en una primera fase del trabajo represivo que en una fase posterior.
Primero alcanza un éxito pleno: el contenido de representación es rechazado y se hace desaparecer el
afecto. Como formación sustitutiva hallamos una alteración del yo en la forma de unos escrúpulos de
conciencia extremos. Divergen entonces formación sustitutiva y formación de síntoma.
La formación sustitutiva responde aquí, pues, al mismo mecanismo que la represión, pero se aparta de
la formación de síntoma.
Esa represión inicialmente buena no resiste, empero; en el circuito posterior, su fracaso se encuentra
resaltando cada vez más. La ambivalencia es también el lugar en el cual lo reprimido consigue retornar. El
afecto desaparecido retorna mudándose en angustia social, en angustia de la conciencia moral, en
reproches sin medida; la representación rechazada se reemplaza mediante un sustituto por
desplazamiento, a menudo por desplazamiento a lo ínfimo, a lo indiferente.
El fracaso en la represión del factor cuantitativo afectivo pone en juego el mismo mecanismo de la huida
por medio de evitaciones y prohibiciones de que tomamos conocimiento en la fobia histérica. Pero el
rechazo que pesa sobre la representación en cuanto a su ingreso a lo conciente se mantiene con tenacidad
porque trae consigo la coartación de la acción, el aherrojamiento [encarcelamiento] motor del impulso.
Así, en la neurosis obsesiva, el trabajo de la represión desemboca en una pugna estéril e interminable.
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haría intentos renovados por penetrar en el sistema Prcc no se advierte. El aludido mecanismo
de sustracción de una investidura preconciente no funcionaría cuando estuviera en juego la
represión primordial, dado que está presente una represión inconciente que nunca ha recibido
investidura alguna del Prcc y por tanto ella no puede serle sustraída.
Necesitamos entonces otro proceso, que en el primer caso mantenga la represión y en el segundo (el
de la represión primordial) cuide de su producción y de su permanencia, y sólo podemos hallarlo en el
supuesto de una contrainvestidura mediante la cual el sistema Prcc se protege contra el asedio de la
representación inconciente.
Ella representa el gasto permanente [de energía] de una representación primordial, pero es también lo
que representa su permanencia. La contrainvestidura es el único mecanismo de la represión primordial;
en la represión propiamente dicha se suma la sustracción de la investidura preconciente. Y es muy posible
que precisamente la investidura sustraída de la representación se aplique a la contrainvestidura.
[Juanito].
En el caso de la histeria de angustia, la angustia surge sin que se perciba ante qué. Cabe suponer que
dentro del Icc existió una moción de amor que demandaba trasponerse al sistema Prcc; pero la
investidura volcada a ella desde este sistema se le retiró al modo de un intento de huida, y la investidura
libidinal inconciente de la represión así rechazada fue descargada como angustia. Se dio un primer paso
para domeñar ese desagradable desarrollo de angustia. La investidura preconciente fugada se
volcó a una representación sustitutiva que, a su vez, por una parte se entramó por vía asociativa con
la representación rechazada y, por la otra, se sustrajo de la represión por su distanciamiento respecto de
aquella (sustituto por desplazamiento) y permitió una racionalización del desarrollo de angustia todavía
no inhibible. La representación sustitutiva juega ahora para el sistema Cc el papel de una
contrainvestidura; en efecto, lo asegura contra la emergencia en la Cc de la representación reprimida.
Un niño afectado de fobia a los animales siente angustia cuando se da una de estas dos condiciones: la
primera, cuando la moción de amor (hacia su padre) reprimida experimenta un esfuerzo; la segunda,
cuando es percibido el animal angustiante. La representación sustitutiva se comporta, en un caso, como el
lugar de una transmisión desde el sistema Icc al interior del sistema Cc y, en el otro, como una fuente
autónoma de desprendimiento de angustia.
Por lo tanto, en la segunda fase de la histeria de angustia la contrainvestidura desde el sistema Cc ha
llevado a la formación sustitutiva. El mismo mecanismo encuentra pronto un nuevo empleo. El proceso
de la represión no está todavía concluido; tiene un contenido ulterior: inhibir el desarrollo
de angustia que parte del sustituto. Todo el entorno asociado a la representación sustitutiva es
investido con una intensidad particular, de suerte que puede exhibir una elevada sensibilidad a la
excitación. Una excitación en cualquier lugar de este aparato dará el envión para un pequeño desarrollo de
angustia que ahora es aprovechado como señal a fin de inhibir el ulterior avance de este último mediante
una renovada huida de la investidura.
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Se ve forzado contra su voluntad a sutilizar y especular, como si se trata de sus más importantes tareas
vitales. Los impulsos que siente en el interior de sí pueden igualmente hacer una impresión infantil y
disparatada, como tentaciones a cometer graves crímenes, de suerte que el enfermo no solo los desmiente
como ajenos, sino que huye de ellos, horrorizado, y se protege de ejecutarlos mediante prohibiciones,
renuncias y restricciones de su libertad. Lo que el enfermo en realidad ejecuta, las acciones obsesivas, son
unas cosas ínfimas, por cierto, harto inofensivas, las más de las veces repeticiones, floreos ceremoniosos
sobre las actividades de la vida cotidiana. Se convierten en tareas en extremo fastidiosas y casi insolubles.
El enfermo solo puede hacer una cosa: desplazar, permutar, poner en lugar de una idea estúpida otra de
algún modo debilitada, avanzar desde una precaución o prohibición hasta otra, ejecutar un ceremonial en
lugar de otro. Puede desplazar la obsesión, pero no suprimirla. La desplazabilidad de todos los síntomas
lejos de su conformación originaria es un carácter principal de su enfermedad.
Junto con la obsesión de contenido positivo y negativo, se hace valer en el campo intelectual la
duda, que poco a poco corroe aun aquello de que solemos estar seguros al máximo. El todo desemboca
en una creciente indecisión, en una falta cada vez mayor de energía, en una restricción de la libertad.
Y eso que el neurótico obsesivo ha sido de una testarudez extraordinaria, por regla general poseedor de
dotes intelectuales superiores a lo normal.
Una dama, cuya edad frisa en los 30 años, padece de una grave manifestación obsesiva. Corría de una
habitación a la habitación continua, varias veces al día, se paraba ahí en determinado lugar frente a la
mesa situada en medio de ella, tiraba del llamador para que acudiese su mucama, le daba algún encargo
trivial o aun la despachaba sin dárselo, y de nuevo corría a la habitación primera.
Hacía más de diez años se había casado con un hombre mucho mayor que ella, que en la noche de bodas
resultó impotente. Esa noche, él corrió incontables veces desde su habitación a la de ella para repetir el
intento, y siempre sin éxito. A la mañana dijo, fastidiado, “es como para que uno tenga que avergonzarse
frente a la mucama”, y cogió un frasco de tinta roja y volcó su contenido sobre la sábana, pero no
justamente en el sitio que habría tenido derecho a exhibir una mancha así.
Mi paciente me llevó frente a la mesa de la segunda habitación y me hizo ver una mancha que había
sobre el mantel. Declaró que se situaba frente a la mesa de modo tal que no pudiera pasarle inadvertida la
mancha a la mucama.
Se aclara que la paciente se identifica con su marido; en verdad representa su papel, puesto que imita su
corrida de una habitación a la otra. Ella sustituye la cama y la sábana por la mesa y el mantel. Él, cuyo
papel ella actúa, no se avergüenza entonces frente a la mucama; la mancha, consiguientemente, está en el
lugar justo. Vemos, pues, que la mujer no se limitó a repetir la escena, sino que la prosiguió y al hacerlo la
rectificó, la corrigió.
Una muchacha de 19 años, lozana, bien dotada, hija única, que aventaja a sus padres en materia de
cultura y vivacidad intelectual, fue de niña salvaje y traviesa; en el curso de los último años, sin que nadie
mediase influencia exterior visible, se ha convertido en una neurótica. En particular, se muestra muy
irritable con su madre; siempre insatisfecha, deprimida, se inclina a la indecisión y a la duda, y por último
confiesa que ya no puede ir más sola a las plazas ni a las calles importantes.
Ha desarrollado también un ceremonial de dormir que aflige a sus padres. El ceremonial patológico es
inflexible, sabe imponerse aun a costa de los mayores sacrificios, se cubre de igual modo con una
fundamentación racional y, si se lo considera superficialmente, parece apartarse de lo normal solo por
cierta extrema precaución.
Le hace falta silencio para dormir y tiene que eliminar todas las fuentes de ruido. Con este propósito
hace dos cosas: el reloj grande de la habitación es detenido, todos los otros relojes se sacan de ella, ni
siquiera tolera su pequeño reloj de pulsera sobre la mesa de noche. Floreros y vasos son acomodados
sobre su escritorio de suerte que por la noche no puedan caerse, romperse y así turbarle el dormir. Y exige
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que permanezcan entreabiertas las puertas que comunican su dormitorio con el de sus padres. La
almohada de la cabecera no puede tocar el travesaño. La almohadita más pequeña en que apoya la cabeza
no puede situarse sobre aquella si no es formando un rombo.
Si había proscrito al reloj de sus aprontes para la noche fue como símbolo de los genitales femeninos. La
angustia de nuestra paciente se dirigía en particular a la posibilidad de ser turbada en su dormir por el
tictac del reloj. El tictac del reloj debe equipararse con el latir del clítoris en la excitación sexual. Repetidas
veces la había despertado esta sensación penosa para ella. Floreros y vasos son, del mismo modo que toda
clase de vasijas, símbolos femeninos.
El sentido central de su ceremonial lo coligió un día en que repentinamente comprendió su precepto de
que la almohada no debía estar en contacto con la cabecera de la cama. La almohada había sido siempre
para ella, dijo, una mujer, y el respaldo un hombre. Quería entonces mantener separados hombre y mujer,
valor decir, separar a sus padres, no dejarlos que llegaran al comercio conyugal.
En dos ejemplos se ha demostrado que los síntomas neuróticos poseen un sentido. Pero los hay
de un carácter por entero diverso. Es preciso llamaros síntomas “típicos” de la enfermedad; en todos los
casos son más o menos semejantes, sus diferencias individuales desaparecen o al menos se reducen tanto
que resulta difícil conectarlos con el vivenciar individual del enfermo y referirlos a unas situaciones
vivenciadas singulares. Todos estos enfermos obsesivos tienen la inclinación a repetir, a rimar ciertos
manejos y evitar otros. La mayoría de ellos se lavan con exceso.
De igual manera la histeria, a pesar de su riqueza en rasgos individuales, posee una plétora de síntomas
comunes, típicos, que parecen resistirse a una fácil reconducción histórica. Justamente mediante estos
síntomas típicos nos orientamos para formular el diagnóstico.
23
Notas en clase.
3er momento freudiano, textos sobre la metapsicología y conferencias.
Habla del “sentido de los síntomas” (síntoma como los sueños, los actos fallidos, tienen un sentido).
En la conferencia 23 habla de los caminos de formación del síntoma, en qué se diferencian con los
sueños, los fallidos y otras formas del inconciente.
Los sueños cambian, el síntoma perdura.
Tienen algo más que le da su fijeza: que comportan una satisfacción (beneficio primario del síntoma).
La cara más real y problemática del síntoma.
La primera hipótesis etiológica de la neurosis: teoría del trauma (caracterizado por el
“trauma activo” en lo que es la neurosis obsesiva - satisfacción, acción vivida como activa y placentera, que
luego produce culpa).
Genera reproche: por algo contradictorio entre la acción y el objeto al cual es dirigida (objeto de amor).
Luego no es necesario que haya acontecido realmente, sino que haya habido una tentación a ello. El
Acciones obsesivas y prácticas religiosas lo trata como “tentación” (no ya como acción, no tiene que
haberlo hecho necesariamente). La tentación produce una consciencia inconsciente de culpa. No sabe por
qué siente la culpa. Basta que esté ese goce que se filtra, contradiciendo sus ideales. Entonces, es culpa por
un goce que contradice los valores (culpa, no necesariamente haber hecho algo).
El impulso siempre está dirigido a un objeto amado, un impulso sádico anal. Parece que el problema del
obsesivo es que en sus vínculos con sus objetos amados interfiere una pulsión sádico-anal. El problema es
la dimensión pulsional que interfiere en los vínculos amorosos. El conflicto odio-amor.
La pulsión es parcial, no se integra en un ideal amoroso con los objetos de amor. La pulsión tiene su
carácter parcial, y las fijaciones pulsionales entran en tensión con los objetos de amor. ¿Qué puede hacer
el neurótico frente a la tentación? Debe volver a reforzar esa diferencia, esa defensa.
= Ambivalencia amor/odio (odio referido a lo pulsional) en el Hombre de las Ratas, que tiene relación
con los objetos amados.
24
Básicamente, todo esto que Freud llama de distintas maneras entra en conflicto con un objeto de amor.
En Conferencias de introducción al PSA h abla del sentido de los síntomas. Tomar que tiene un sentido
significa que tiene un mensaje, que está diciendo algo que debe ser descifrado, al igual que el resto de las
formaciones del inconciente.
Por ejemplo, el ceremonial que tiene un sentido: salvar a su marido, que no se revele su impotencia
(conf 17).
En la conferencia 23 habla de los caminos de formación del síntoma: llevan a puntos de fijación.
Que haya una fijación implica que hay algo que va a resistir. Hay un goce que está fijado.
Un síntoma no solo dice algo, sino que satisface algo.
Lo que el sujeto no puede gozar en un aspecto, lo goza en otro.
El síntoma tiene beneficios.
En el síntoma se satisface algo y eso le da su fijeza, y esa satisfacción es ignorada por el
sujeto conciente.
“El neurótico quedó adherido a un punto del pasado y el síntoma revive la satisfacción de este punto
de su infancia”.
Satisfacción extraña, irreconocible para la persona, la siente como sufrimiento y se queja de ella.
25
El último Freud.
Freud, S., “Psicología de las masas y análisis del yo”.
La identificación es conocida al psicoanálisis como la manifestación más temprana de un enlace
afectivo a otra persona, y desempeña un importante papel en la prehistoria del complejo de Edipo. El
varoncito manifiesta un particular interés hacia su padre, querría crecer y ser como él, hacer sus veces en
todos los terrenos. Digamos, simplemente: toma al padre como su ideal.
Contemporáneamente a esta identificación con el padre, el varoncito emprende una cabal investidura
de objeto de la madre según el tipo del apuntalamiento. Muestra entonces dos lazos psicológicamente
diversos: con la madre, una directa investidura sexual de objeto; con el padre, una identificación que lo
toma por modelo. Ambos coexisten por un tiempo, sin influirse ni perturbarse entre sí. Por esa
confluencia nace el complejo de Edipo normal. El pequeño nota que su padre le significa un estorbo junto
a la madre. Su identificación con él cobra entonces una tonalidad hostil y pasa a ser idéntica al deseo de
sustituir al padre también junto a la madre. Desde el comienzo mismo, la identificación es ambivalente;
puede darse vuelta hacia la expresión de ternura o hacia el deseo de eliminación. Se comporta como un
retoño de la primera fase, oral, de la organización libidinal en la que el objeto anhelado y apreciado se
incorpora por devoración y así se aniquila como tal.
Es fácil distinguir entre la identificación de este tipo con el padre y una elección de objeto que recaiga
sobre él. En el primer caso el padre es lo que uno querría ser; en el segundo, lo que uno querría tener. La
diferencia depende de que la ligazón recaiga en el sujeto o en el objeto del yo.
La identificación aspira a configurar el yo propio a semejanza del otro, tomado como “modelo”.
Dilucidemos la identificación en unos nexos más complejos, en el caso de una formación neurótica de
síntoma. Supongamos que una niña pequeña reciba el mismo síntoma de sufrimiento que su madre, como
una tos martirizadora. Ello puede ocurrir por diversas vías. La identificación puede ser la misma que la
del complejo de Edipo, y el síntoma expresa el amor de objeto por el padre; realiza la sustitución de la
madre bajo el influjo de la conciencia de culpa. “Has querido ser tu madre, ahora lo eres al menos en el
sufrimiento”. He ahí el mecanismo completo de la formación histérica de síntoma. O bien el síntoma
puede ser el mismo que el de la persona amada (por ejemplo, Dora, que imitaba la tos del padre). En tal
caso no tendríamos más alternativa que describir así el estado de cosas: la identificación reemplaza a la
elección de objeto, la elección de objeto ha regresado hasta la identificación.
Sucede a menudo que la elección de objeto vuelva a la identificación, o sea, que el yo tome sobre sí las
propiedades del objeto. Es digno notarse que en estas identificaciones el yo copia en un caso a la
persona no amada y en el otro a la persona amada. En los dos, la identificación es parcial,
limitada en grado sumo, pues toma prestado un único rasgo de la persona objeto.
Hay un tercer caso de formación de síntoma, particularmente frecuente e importante, en que la
identificación prescinde por completo de la relación de objeto con la persona copiada. Por ejemplo, si una
muchacha recibió una carta de su amado secreto, la carta despertó sus celos y ella reaccionó con un ataque
histérico, algunas de sus amigas pescarán este ataque por la vía de la infección psíquica. El mecanismo es
el de la identificación sobre la base de poder o querer ponerse en la misma situación, querrían tener
también una relación secreta.
Podemos sintetizar del siguiente modo lo aprendido de estas tres fuentes. En primer, la identificación es
la forma más originaria de ligazón afectiva con un objeto; en segundo lugar, pasa a sustituir una ligazón
libidinosa de objeto por la vía regresiva, mediante introyección del objeto en el yo; y en tercer lugar, puede
nacer a raíz de cualquier comunidad que llegue a percibirse en una persona que no es objeto de las
pulsiones sexuales.
La ligazón recíproca entre los individuos de la masa tiene la naturaleza de una identificación de esa
clase (mediante una importante comunidad afectiva), y podemos conjeturar que esa comunidad reside en
el modo de la ligazón con el conductor.
(+ sobre la homosexualidad masculina).
26
El análisis de la melancolía, afección que cuenta entre sus ocasionamientos más llamativos la pérdida
real o afectiva del objeto amado, nos ha proporcionado otro ejemplo de esa introyección del objeto. Rasgo
principal de estos casos es la cruel denigración del yo unida a una implacable autocrítica y unos amargos
reproches. Por los análisis se ha podido averiguar que esta apreciación y estos reproches en el fondo se
aplican al objeto y constituyen la venganza del yo sobre él. Como he dicho en otro lugar, la sombra del
objeto ha caído sobre el yo. La introyección del objeto es aquí una evidencia innegable.
Estas melancolías nos muestran al yo dividido, descompuesto en dos fragmentos, uno de los cuales
arroja su furia sobre el otro.
Notas en clase.
Cuarto momento de Freud:
Texto entre el 3er y el 4to momento es La Psicología de las Masas. Habla de la identificación.
Identificaciones.
Texto que gira en torno al problema de la identificación.
Sin embargo, la identificación secundaria (que se compone por tres tipos) es la que va a incidir en la
formación del síntoma, así que resulta fundamental para la neurosis.
Identificación como clave para entender los síntomas histéricos: expresan las vivencias de
toda una serie de personas.
En el síntoma de Dora está toda la historia. La histérica toma los síntomas de los otros y
los incorpora como propios.
27
c) Identificación histérica propiamente dicha.
Prescinde de toda relación de objeto.
Ejemplo de las muchachas del pensionado. 1er chica con ataque histérico por una carta de su amado,
alguna de sus amigas sufren una “identificación psíquica”. Médicos dicen que la están imitando, como si
fuera un copiar deliberado (no lo es). Freud difiere, es una identificación, un proceso inconciente.
Está en juego el querer ponerse en la misma situación: las otras también quisieran tener una relación
secreta y aceptan el sufrimiento aparejado.
Identificación de deseo a deseo, al deseo.
Son numerosas las neurosis en las que no se presenta nada de angustia. La genuina histeria de
conversión es de esa clase; sus síntomas más graves se encuentran sin contaminación de angustia. Ya este
hecho debería alertarnos para no atar con demasiada firmeza los vínculos entre angustia y formación de
síntoma.
La sensación de displacer que acompaña a la emergencia del síntoma varía de manera muy llamativa.
Los síntomas de la neurosis obsesiva son en general de dos clases, y de contrapuesta tendencia. O bien
son prohibiciones, medidas precautorias, penitencias, vale decir de naturaleza negativa, o por el contrario
son satisfacciones sustitutivas, hartas veces con disfraz simbólico. Constituye un triunfo de la formación
de síntoma que se logre enlazar la prohibición con la satisfacción, de suerte que el mandato o prohibición
originalmente rechazantes cobren también el significado de una prohibición.
En casos extremos el enfermo consigue que la mayoría de los síntomas añadan a su significado
originario el de un contrapuesto directo, testimonio del poder de la ambivalencia; que, sin que sepamos
nosotros la razón, desempeña un importantísimo papel en la neurosis obsesiva. En el caso más grosero, el
síntoma es de dos tiempos, vale decir que a la acción que ejecuta cierto precepto sigue inmediatamente
una segunda, que lo cancela o deshace, si bien todavía no osa ejecutar su contrario.
28
La situación inicial de la neurosis obsesiva no es otra que la de la histeria, a saber, la necesaria defensa
contra las exigencias libidinosas del complejo de Edipo. Toda neurosis obsesiva parece tener un estrato
inferior de síntomas histéricos.
Cuando el yo da comienzo a sus intentos defensivos, el primer éxito que se propone como meta es
rechazar en todo o en parte la organización genital (de la fase fálica) hacia el estadio anterior, sádico-anal.
Quizás en la neurosis obsesiva se discierna con más claridad que en los casos normales y en los
histéricos que el complejo de castración es el motor de la defensa, y que la defensa recae sobre las
aspiraciones del complejo de Edipo. Ahora nos situamos en el comienzo del período de latencia, que se
caracteriza por el sepultamiento del complejo de Edipo, la creación o consolidación del superyó y la
erección de las barreras éticas y estéticas en el interior del yo. En la neurosis obsesiva, estos procesos
rebasan la medida normal; a la destrucción del complejo de Edipo se agrega la degradación regresiva de la
libido, el superyó se vuelve particularmente severo y desamorado, el yo desarrolla, en obediencia al
superyó, elevadas formaciones reactivas de la conciencia moral, la compasión, la limpieza.
Las formaciones reactivas que se producen dentro del yo del neurótico obsesivo y que discernimos como
exageraciones de la formación normal del carácter parecen faltar en la histeria.
A consecuencia de este disfraz de las aspiraciones eróticas y de las intensas formaciones reactivas
producidas dentro del yo, la lucha contra la sexualidad continúa en lo sucesivo bajo banderas éticas. El yo
se revuelve, asombrado, contra invitaciones crueles y violentas que le son enviadas desde el ello a la
conciencia. Así, en la neurosis obsesiva el conflicto se refuerza en dos direcciones: lo que defiende ha
devenido más intolerante, y aquello de lo cual se defiende, más insoportable; y ambas cosas por influjo de
un factor: la regresión libidinal.
El yo, que por una parte se sabe inocente, debe por la otra registrar un sentimiento de culpa y asumir
una responsabilidad que no puede explicarse.
Hay neurosis obsesivas sin ninguna conciencia de culpa; hasta donde lo comprendemos, el yo se ahorra
percibirla mediante una nueva serie de síntomas, acciones de penitencia, limitaciones de autopunición.
Ahora bien, tales síntomas significan al mismo tiempo satisfacciones de mociones pulsionales
masoquistas, que también recibieron un refuerzo desde la regresión.
29
Notas en clase.
Hay 3 teorías de la angustia en Freud.
Neurosis: puntos de fijación correspondientes a la elección de objeto. Oral, anal, fálico, cada uno tiene
su propia angustia. Es distinto a la psicosis, que tiene fijación en el narcisismo.
Una vez que se llega a la etapa fálica, todas las angustias se resignifican como “angustia de castración”
(que entonces incluye todos los tipos de angustia, resume todas las angustias). La angustia aparece como
una pérdida. La angustia de castración funciona como suma de todas las amenazas, por eso cuando
tenemos miedo sentimos que vamos a perder algo.
Además, Freud invierte la temporalidad de la angustia y la represión. Ahora, la angustia funciona como
señal que anuncia la posibilidad de esa amenaza, que se ubica siempre que está cerca de una satisfacción
pulsional, y se produce la represión.
30
Posibilidad de satisfacción: amenaza de castración: angustia señal: represión.
Así funciona en todas las neurosis. Angustia señal como motor de la represión.
Luego Freud va a hablar de la regresión. Había dos regresiones: introversión (a las etapas oral, anal y
fálica) y la retracción de la libido (a las etapas narcisistas).
En la retracción libidinal, la libido se vuelca al yo y corta la relación con el mundo.
En la introversión, no se deshace de los objetos del mundo, sino que los reemplaza en la fantasía
(fantasma): el sujeto reemplaza los objetos por objetos fantaseados según su punto de fijación.
El fantasma de Lacan: la relación que tiene el sujeto con los objetos a de la pulsión (oral, anal, fálico,
mirada y voz), punzón como todas las relaciones posibles entre sujeto y objeto.
Fantasma derivada de las fantasías propias de la introversión libidinal a los puntos de fijación.
Pérdida inicial de la vivencia de satisfacción: toda etapa oral/anal/fálica tiene como base una pérdida.
Siempre el fantasma es una especie de recuperación del objeto perdido. El objeto está perdido
originalmente y todos los objetos son sustitutos, recuperación del objeto perdido. Todos los fantasmas son
esto, recuperaciones.
Hasta acá, la regresión como algo automático a los puntos de fijación, sea cual fuera.
Pero agrega que la regresión puede ser, además de automática, un mecanismo de defensa en sí mismo.
Frente a la amenaza se puede reprimir, pero además se puede usar otro mecanismo, la regresión, típico de
la neurosis obsesiva (fijación anal). Satisfacción pulsional fálica: amenaza: regresión a lo anal.
Efecto: queriendo librarse del conflicto fálico (entre el narcisismo y el objeto deseado, prohibido),
mediante la regresión a lo anal se produce otro conflicto relacionado al componente sádico. Componentes
amorosos sádicos se mezclan con los componentes sádicos orales y/o anales.
Ahora tiene que hacer algo con su sadismo anal.
Desmezcla pulsional - de la mezcla de la evolución libidinal. Retornan los elementos sádicos que ya se
habían mezclado y dosificado.
El obsesivo, cuando hace una regresión, empeora el cuerpo.
Ahora además se tiene que defender de su propio sadismo anal + de la satisfacción fálica. Su sadismo
anal se filtra en todas las formaciones del inconciente: como ahora el conflicto es mayor, el superyó se
vuelve más severo y amenaza más con la castración.
Represión no alcanzada + regresión = peor cuadro. Suma más mecanismos, como la formación
reactiva (busca modificar oponiendo al máximo aquello que quiere reprimir, como negación y oposición
de aquello que se le impone), la anulación (similar, es el intento de producir como no existente aquello
que se le impone, se intenta borrar, por ejemplo el síntoma en dos tiempos - aparece la pulsión sádica y
luego lo opuesto, para intentar anularlo, borrarlo. Ejemplo de la piedra en el camino del Hombre de las
Ratas, que la saca y luego regresa, la vuelve a poner) y el aislamiento (cortar dos representaciones
ligadas entre sí, como si no tuvieran relación. Corte a nivel preconciente. Esta representación está
preconciente, se conoce, pero no establece relación. Es distinto de la represión porque ahí es un corte a
nivel inconciente).
Estos son mecanismos auxiliares de defensa propios de la neurosis obsesiva.
Esto en la histeria y otras neurosis no sucede.
La anulación es verificada en el síntoma en dos tiempos en el caso del Hombre de las Ratas.
Hacer como si algo no hubiese acontecido, anulación de lo acontecido. Hay una compulsión que lo obliga
hacerlo, la idea 2 parece un pensamiento crítico de la idea 1.
31
Situación: camina por las calles luego de verse con su amada, tropieza con una piedra. Le viene la idea
de que el carruaje de su amada podría pasar por allí y provocar un accidente. Primera idea. Se ve obligado
a correr la piedra. En un segundo momento, vuelve y coloca la piedra en su lugar nuevamente.
Pensar que el accidente puede ocurrir es en la fantasía. En el fantasma.
Primer tiempo, la fantasía junta a la amada con una moción hostil.
Opera la defensa.
Y se impone en el segundo momento aquello de lo que se había defendido. Fracaso de la defensa.
La segunda acción anula la primera. Lógica obsesiva que oscila entre la defensa y el fracaso. Dónde
ocurre esto: en la fantasía.
32
Elaboración lacaniana de la neurosis.
1
Lacan, J., El Seminario. Libro 3: “Las psicosis”.
La clínica de la pregunta neurótica.
Lacan se hace conocido a partir del Seminario 3 y su elaboración de la psicosis y la forclusión, lo cual
hizo que se empezara a tratar a la psicosis en el psicoanálisis.
Respecto de la neurosis, en Francia se había tomado una vertiente sesgada relacionada a la sexualidad.
Lacan le va a dar al psicoanálisis una versión existencialista: ir al análisis a trabajar la propia existencia,
la posición del sujeto en relación a su propia existencia, y no solo ir a curar los síntomas.
Esto viene de la corriente que inaugura Heidegger al nivel de la filosofía (el existencialismo), filósofo
alemán, que dice que la función del filósofo es sostener a lo largo de la historia la pregunta por el ser.
Todos los filósofos se han hecho la misma pregunta: ¿qué es el ser? Y la han respondido por distintos
modos. Dice que ha habido una confusión entre el ser (que no se puede ver ni conceptualizar) y el ente (lo
que se puede conocer, conceptualizar). Muchos se han preguntado por el ser y se han respondido por el
ente.
Lacan indica que el psicoanalista debe sostener la pregunta por el ser. Vuelve a interrogarla, la
repregunta, preguntas y respuestas inconcientes y sintomáticas. Un análisis, entonces, va a estar dirigido
a sostener esta pregunta.
Le dio a la neurosis el sentido del análisis: no solo curarse, sino el preguntarse por su ser. Sostener la
pregunta del inconciente en relación a su ser. ¿Cómo? En relación a los significantes del inconciente que
están inscriptos y que no lo están.
Significantes inscriptos brindan respuestas. En el campo de los significantes que faltan
en el Otro, que el otro no puede darle: en este punto están las preguntas. (Muerte, sexualidad
femenina y procreación).
Sobre y en relación a los significantes que faltan en el otro, el sujeto se preguntará por su ser.
El recorrido de la vida del neurótico: las respuestas que se va dando a esas preguntas que no tienen
respuesta en relación a los significantes que faltan en el Otro. Esas respuestas son al nivel
imaginario (a través del yo, y el semejante, a y a’), al nivel simbólico (identificación, significantes,
respuestas significantes), y al nivel real (respuestas fantasmáticas).
El trabajo del analista es sostener la pregunta, para que esas respuestas sintomáticas sean
reformuladas; hasta que encuentre una respuesta por medio del sinthome en forma de anudamientos
diferentes.
A “lo fantasmático” Lacan primero lo habla como “matriz imaginaria”, pero luego lo va a ubicar como
real, porque tiene que ver con el objeto a y con la pulsión (en el seminario 10).
Histeria: se pregunta por el significante no inscripto de la sexualidad femenina. ¿Qué es ser una
mujer?
Neurosis obsesiva: por la muerte y procreación. ¿Qué es la muerte? ¿Qué es el padre?
El sujeto con sus síntomas va a ir respondiendo por los tres modos de respuesta (real, imaginaria y
simbólica) a estas preguntas.
A la fobia la denomina una “placa giratoria”. Fobia como algo estructural. En el segundo
momento del Edipo, todo sujeto que de un sí al padre: angustia, fobia. Entrada en la neurosis. Luego vira
la histeria o a la neurosis obsesiva.
2
Histeria. Se constituye en su surgimiento por la pregunta (que no tiene respuesta) en relación a lo
femenino. Más preponderante en mujeres por la cuestión existencial, por la posición propia como mujer.
Del lado masculino sí hay respuesta a qué es ser un hombre, pero no hay respuesta significante sobre qué
es ser una mujer.
Ahí se ubican todas las posibles respuestas en relación a la sexualidad; pero no hay respuesta. El labor
del analista es mantener la pregunta.
Diferentes respuestas desde una mujer o un hombre, por el diferente recorrido en el Edipo.
La niña tiene determinados elementos identificatorios para pasar por el Edipo: se ubica como castrada,
sin falo, y tiene envidia del pene.
Tanto hombre como mujer están angustiados, porque la castración genera angustia.
A nivel de lo imaginario hay muchas respuestas posibles. A nivel simbólico, depende si tiene material
para identificarse. El hombre es más fácil, se identifica con el padre. La mujer no tiene material
significante, le queda su relación frente a lo masculino para entrar al Edipo; el pasaje de la ligazón madre
a la ligazón padre en Freud.
“Identificación viril de la histeria”: momento en el Edipo en que se identifica al padre.
El amor al padre sostiene a la histeria porque permite el pasaje por una identificación viril. Y ese rodeo
le permite hacerse la pregunta por la sexualidad femenina, sostenida por la identificación viril.
3
Entonces, la clínica de la pregunta neurótica, como lectura de Lacan a Freud, se desprende del caso
Dora. El caso introduce que se juega una pregunta fundamental, la teoría va a funcionar como respuesta.
S ----- a
\
A’ ---- A = es en el lugar del Otro donde se le puede plantear la pregunta por la existencia.
En S, ¿qué soy? Ahí, en el lugar del otro A, donde se buscan las respuestas.
Solo se presenta la pregunta ¿qué soy? En los seres hablantes. Es dirigida al gran otro. Cuando
dirigimos la pregunta, buscamos significantes. Esperamos que desde el otro nos vengan respuestas.
Son preguntas sobre el sexo o sobre la contingencia del ser, que remite a la cuestión de la muerte (no
soy necesario, si muero, el mundo va a seguir funcionando).
Muerte y sexo: no hay respuestas a estas preguntas en el otro.
Pregunta por el sexo remite al hombre y a la mujer.
El neurótico vive tratando de justificar su existencia. Experimenta lo vano del ser. Primero, somos
echados al mundo y luego nos preguntamos para qué.
La pregunta por el sexo es fundamental en la histeria, la pregunta por la contingencia del ser es
fundamental en la neurosis obsesiva.
Son las dos preguntas fundamentales de la existencia humana y se anudan a la cuestión de la
procreación y de la muerte. Estas preguntas lo sostienen, lo bañan, lo inundan (una cuestión
preliminar…).
El grafo.
La célula elemental del grafo es el funcionamiento de la cadena significante.
El ----> que produce un efecto retroactivo de significación ( ←---).
A esto Lacan lo llama “punto de capitón” o “punto de almohadillado”.
4
Del lado derecho, se dirigen las preguntas. Pero si lleva la pregunta hasta el extremo de la cuestión del
“¿qué soy ahí?”, aparece un signo de interrogación.
La única respuesta posible es que no hay respuesta.
Para este punto fundamental, hay ese agujero. No hay respuesta posible.
El encuentro con ese agujero, punto de no respuesta, produce angustia para el neurótico.
Punto más traumático y angustiante para el neurótico.
Diferencia de A y luego S(A) - el otro barrado, no tiene respuesta.
El neurótico no va a querer llegar a ese punto angustiante, por lo que interpone el fantasma.
Fantasías, síntoma e identificaciones constituyen para el neurótico su respuesta al punto de agujero.
Respuesta a la pregunta neurótica. La respuesta fantasmática es una defensiva (frente al encuentro con el
agujero), anticipada, en cortocircuito.
Lo de arriba indica que más allá de todo discurso está lo pulsional, el punto de no respuesta.
Al medio, está lo simbólico. La cadena significante que produce el efecto retroactivo.
5
Respuesta anticipada sostiene el deseo neurótico: el deseo insatisfecho para la histeria (extraído del
sueño de la bella carnicera, que tiene la necesidad de hacerse un deseo insatisfecho, como dx - “d sub
equis”) y el deseo imposible del obsesivo (escrito d0, como “d subcero”).
Tanto el deseo insatisfecho como el deseo imposible son modos de no confrontarse en acto con las
consecuencias de ese deseo.
El grafo localiza de modo muy preciso la manera por la cual el fantasma “interfiere” en la
formación del síntoma neurótico. Es lo que se encuentra en el vector que va de la escritura del
fantasma ($♢a) a s(A), significado del otro, lugar donde se localiza el síntoma. En ese vector se sitúa
así la fantasía sosteniendo y expresándose en los síntomas.
El fantasma es ya una respuesta anticipada para la pregunta que podría formularse acabadamente si el
neurótico la desplegara, hasta alcanzar S(A). lo que se lee, significante de la falta del otro, lugar
donde podemos escribir, freudianamente, al trauma.
Ubicando la interferencia del fantasma en el síntoma neurótico (por ejemplo, la tos de Dora soportada
por aquellas dos escenas, la fantasía referida al encuentro del padre con la Sra. K, y también aquella
imagen temprana con el hermano), todavía estamos en el nivel del sentido del síntoma. Es decir,
señalaríamos sólo aquello que el síntoma recibe del fantasma.
Sobre el síntoma también se ejerce una interferencia que le llega de un poco más lejos y que no es otra
que la incidencia misma de lo pulsional. El recorrido que va de $ ♢ D (matema lacaniano de la pulsión)
hasta s(A), localización del síntoma, como ya lo indicamos.
Hacemos notar así que estos dos goces heterogéneos, el pulsional y el fantasmático, quedan
comprometidos en el síntoma neurótico.
[Gráfico completo del grafo en resumen sobre la histeria].
El deseo difiere de la demanda. El deseo siempre implica algo de lo que no puede decirse. Hay un
desfasaje entre deseo y demanda.
Deseo de la histérica: deseo sostenido como deseo de ser deseada pero no atrapada.
El obsesivo tiende a reducir el deseo a cero, no quiere que algo se salga de lo pautado, de lo programado.
Está siempre en la tendencia de aplastar el deseo en la demanda, y su deseo también. ¿Cómo lo sostiene?
Con un deseo imposible. Relacionado a la procrastinación.
El obsesivo se muestra deseando algo pero demostrando que no puede, que se lo impiden.
Histeria. Se ofrece al otro. Va a tratar de hacerle falta al otro, a un otro que supone completo.
6
Ella va a introducir la falta en el otro. No es un objeto que va a poder agarrar, va a generar deseo pero se
sustrae, por eso el -phi.
Neurosis obsesiva. Supone una falta en el otro, pero cree que él va a poder colmarla. Da para tapar,
colmar ese punto imaginariamente con sus objetos de la demanda, que cobran un valor fálico.
Pero ninguno quiere saber que esa falta en el otro es estructural. Ni lo generó la histérica ni lo puede
colmar el neurótico obsesivo. Son estrategias defensivas fantasmáticas, que encierran el deseo neurótico.
El obsesivo supone una falta en el Otro, la cual resultaría colmada a través de una serie de objetos
cesibles otorgados como dones, con los que respondería a la demanda del Otro. Se trata aquí de la
reducción del deseo a la demanda, lo que asegura su valor fálico para el Otro. Es por ello que el phi está
positivizado y no bajo la barra, permaneciendo así en el plano de la conciencia. Este falo imaginario es
equivalente a esa imagen idealizada que sostiene en la hazaña.
En el fantasma histérico, el Otro está sin barrar y es el sujeto el que está ubicado como un objeto que se
sustrae, el que introduciría la falta. Allí, phi está escrito debajo de la barra, es decir, está reprimido y es
negativizado para destacar su valor de falta. A su vez, el ♢ se lee como “deseo de”, ya que la histérica desea
hacer desear al Otro, hacerle “falta” al Otro que supone completo. Allí radica su punto de fuga inconciente.
7
Lacan, J., El Seminario. Libro 8: “La transferencia”.
Lacan, J., El Seminario. Libro 10: “La angustia”.
El fantasma. Notas en clase.
El fantasma se constituye en la relación que el sujeto tiene con el objeto a. E s el modo que
Lacan relee la fijación freudiana.
Marca que en el recorrido que hacen todas las pulsiones, el fantasma designa uno de los
objetos como el favorito. El fantasma fija uno de los objetos como su objeto preferencial. Vivencia de
satisfacción que el sujeto intenta reproducir; intenta retornar a la primera entidad de percepción, y como
no puede lo hace mediante la fantasía, fantasea su satisfacción.
Freud: toda fantasía de satisfacción es un intento de volver a esa vivencia de satisfacción que está
perdida. Siempre que se trate de una relación a un objeto determinado, será en base a la primera vivencia
de satisfacción. Todos los objetos van a ser sustitutos del objeto perdido.
Función del fantasma: recuperar algo de ese objeto perdido.
El fantasma como mecanismo para recuperar el goce perdido de la primera vivencia de
satisfacción.
La primer forma del objeto a es la del agujero. Va a intentar tapar ese agujero con otro objeto.
No hay relación sexual justamente porque el objeto está perdido desde el inicio.
El fantasma funciona como tapando ese agujero, como sustituto de la pérdida inicial. Y el
sujeto se fija a ese objeto que tapa el agujero. Hay una satisfacción posible con ese objeto.
Recuperación: “el plus de gozar”. El plus se obtiene justamente a partir de esa pérdida de goce. Hay una
pérdida de goce que implica la entrada al lenguaje, y una recuperación de goce mediante ese objeto.
$ ♢ a = todas las relaciones posibles entre el sujeto y el objeto a (que no tiene significantes que
lo nombren ni representaciones imaginarias, no es significante ni representación, es un elemento que no
pasa ni por lo simbólico ni por lo imaginario, pertenece a lo real. Lo simbólico no lo puede nombrar, lo
imaginario no lo puede representar).
Es una cosa informe, que no se puede definir ni atrapar.
El “punzón” (♢) implica la figuración lógica que designa todos los modos de relación con el objeto,
modos en que se relaciona, pero siempre a distancia. Nunca atrapa al objeto. Como que lo bordea. La
pulsión siempre contornea al objeto, nunca llega a él.
Lacan dice que la pulsión se satisface no llegando al objeto, en tanto el objeto está perdido la
satisfacción nunca va a ser perfecta, son satisfacciones sustitutas.
El objeto a pulsional no es un objeto de la necesidad. Puede contornearse siempre con la distancia que
establece el punzón.
3 formas que Freud planteó para la “gramática pulsional”, las formas del verbo en
relación a la pulsión: activa, pasiva, media. Las formas de cercar al objeto están dadas por estas
formas, son las formas de relación al objeto. La forma en la que se rodea al objeto.
Forma media: vuelta hacia la persona, boca que se besa. Activa: boca que besa. Pasiva: boca que es
besada.
Cuando el fantasma fija al objeto, lo hace también en relación a la forma.
Dora: forma pulsional oral. El objeto a ser chupado: la señora K. El objeto a es el objeto que es
chupado por otro, el pasivo.
Hombre de las ratas: forma anal sádica, activa. El sujeto le hace algo al objeto.
8
Fantasma como fijación, recuperación de goce, designa un objeto como tapón y el objeto
a no puede atraparse, solo rodearse, de formas activa, pasiva y media.
Si el falo -phi (objeto que ha sido negado por lo simbólico, que le va a dar a todos estos objetos lo
erótico, ubicado como significante) recubre alguno de estos objetos, obtiene el valor analgático,
erotizado.
El objeto a en sí mismo (como resto/desecho) no tiene relación al otro, refiere a lo autoerótico (la
pulsión es autoerótica, no requiere al otro). Pero cuando el fantasma lo designa, hace lazo con el
otro, pone a ese objeto en el campo del otro.
2 formas de funcionamiento del objeto a: funcionamiento erotizado, deseado / funcionamiento
no erotizado, como objeto de desecho que produce angustia. La angustia es señal de lo Real. Ahí está la
dimensión del objeto como resto, como desecho.
El fantasma entonces designa a uno de los objetos pulsionales. El objeto a puede tomar la
forma de un objeto angustiante o placentero. En cualquiera de las dos formas, el objeto a
está gozando.
Hay que diferenciar los objetos de la pulsión (los 4) del objeto del fantasma (que designa a uno y lo hace
pasar al campo del otro, y allí toma las formas analgáticas o de resto). Valor preferencial por ser el objeto
del fantasma, no dejar de ser un objeto de la pulsión. Cuando el fantasma fija un objeto, toda la
compulsión de repetición pasa por ese objeto, pasa por ahí.
El fantasma lo coloca en el campo del otro y entonces por eso puede tener la gramática
pulsional, porque es en relación al otro. E l fantasma funciona principalmente en la forma media, el
“hacerse hacer”. El fantasma arma la escena en la que se encuentra siempre con esa repetición.
Cada uno de los objetos, en la medida que están en el fantasma, se designan en función al
otro. El 3er elemento siempre presenta en el fantasma es el otro barrado. Va a ser una
relación al otro mediante el objeto de satisfacción.
Cuando el fantasma recorta uno de los objetos, se vuelve preferencial para hacer el recorrido de la
pulsión (la fijación pulsional desde Freud). En este recorrido tenemos las tres formas, activa, pasiva y
media.
9
Anal: demanda del otro.
Forma primaria, educación esfinteriana. Modelo, el otro le pide al sujeto que de su satisfacción al otro.
El otro pide que se entregue esta satisfacción.
Hay un pasaje en dos tiempos, sí y no a la relación al otro. Momento en que se da o se retiene. Puede
elegir darle o no darle. En ese no darle está el elemento sádico del sujeto, que no le entrega la satisfacción
al otro. Si se complace o no al otro está la báscula, los extremos; todo al otro o todo se retiene en el sujeto,
como eliminación del otro. Esto es la ambivalencia del obsesivo, el punto del deseo imposible.
Ninguna de las dos formas funciona como deseo, el deseo se vuelve imposible (porque pierde el deseo o
porque pierde al otro, el deseo como deseo del otro solo puede sostenerse en el punto en que el deseo del
sujeto y del otro están presentes).
Punto de angustia: el otro puede descubrir que del sujeto puede percibir la miseria. Cuando el sujeto
se encuentra en calidad de ser desecho del otro. En el fantasma anal, el punto de angustia es que el sujeto
se encuentre en calidad de ser el desecho, la mierda, lo peor para el otro.
El fantasma vela este punto de ser la mierda del otro, la falta del propio sujeto.
[+ En neurosis obsesiva].
10
A ______________ S
(todo p/A)
(todo p/S).
Regalo _________ Retención.
El pase del goce al deseo se hace a través del fantasma. Cuando se puede fantasear, estamos en el
campo de la falta, y por lo tanto en el del deseo. Pero lo que no sabemos es que en el fondo está el
goce. En la base de la compulsión de repetición está el goce, se repite lo que está más allá del principio de
placer. Por lo tanto, el goce también está en el fondo de los síntomas, por ejemplo las fantasías.
El fantasma sádico, el punto de la retención, se pone en juego el deseo de sacarse de encima al otro, el
tratarlo mal, maltratarlo, contestarle mal. Está en juego el plano de retención del goce.
Las formaciones reactivas del obsesivo para ser bueno para el otro está en el otro extremo.
Hay veces que están los dos extremos al mismo tiempo, mato al otro y me mato a mí.
Al nivel del goce, en un análisis se intenta confrontar al sujeto con aquello expulsado, lo más asqueroso,
de lo que no quiere saber nada, el campo de su objeto miserable y asqueroso, aquello en lo que no quiere
reconocerse; confrontarse con su propio sadismo.
El objeto escópico (mirada) - como complemento del anal y como objeto en sí mismo.
El sujeto se fascina en un deseo hacia el otro, no sabe qué desea en el otro. También tenemos la forma a
nivel del deseo: la contemplación, la fascinación, la idealización, ubica al otro en la posición del Ideal.
Lacan plantea que el que tiene un objeto escópico, el sujeto estará ubicado en calidad de religioso, cual
la fascinación e hipnosis del religioso ante Dios.
Justamente porque los que tienen un fantasma escópico, al nivel del deseo colocan al otro en el lugar del
Ideal. A nivel del goce, el sujeto está gozando de mirar al otro. Nivel del deseo: fantasma de idealización.
El punto de angustia es cuando queda del lado del que es mirado, no del que mira. Síntomas de
inhibición, de timidez, lo insoportable de ese juego-mirada.
11
Lacan, J., El Seminario. Libro 20: “Aun”.
Notas en clase sobre las fórmulas de la sexuación.
En el Seminario 3, Lacan nos dice que una cuestión fundamental del psicoanálisis es que la posición
sexual es un resultado de haber pasado por un aparato simbólico, no un dato de partida. Sexualidad,
así, dependiente de un aparato simbólico, de cómo se inscribe en el inconciente, se significa. Y el cómo se
inscribe (el aparato simbólico en Lacan) es el Edipo de Freud.
En el Seminario 20, Lacan entiende al Edipo como aparato de sexuar, que lo va a hacer en función
de dos lógicas que determinan dos modalidades de goce diferentes. La primera, articulada con los
términos del Edipo, la lógica del falo y de la castración, y una segunda que va más allá del Edipo. Y entre
estas dos lógicas no hay relación, no hay complementariedad.
El sujeto que se sexúa en la lógica que va más allá del Edipo, también está dentro del Edipo, de la lógica
del falo y de la castración, pero va más allá, hay además un “otro goce”. Y ahí es donde Lacan ubica lo
femenino. Otro goce distinto del goce fálico.
El goce fálico: relacionado a lo simbólico.
El Otro goce: vinculado a lo real.
Esta idea marca que en la mujer hay esta división, esta relación con dos modalidades de goce muy
distintas.
En el hombre aparece el goce como un ciclo muy marcado, que marca un límite de hasta dónde puede
gozar. El gorce para el hombre aparece marcado y localizable. Es algo que entra en una lógica simbólica,
contable, sostenido por la lógica del Edipo.
La mujer también está sometida a la lógica del Edipo, pero el psicoanálisis descubre que hay algo más
en ella, un más allá. En la lógica del Edipo, por ejemplo, una mujer puede tener el falo, por ejemplo el hijo.
Pero hay algo que va más allá. En este punto, maternidad no define feminidad.
Desde el otro goce, no se puede determinar dónde empieza y dónde termina, no produce identidad sino
alteridad. Ese goce produce una alteridad, y en un neurótico hay un reproche de eso, un modo conflictivo
de verlo; se desconoce, se siente otra, volverse otra para sí misma.
En el cuadro observamos las cuatro fórmulas propuestas por Lacan para adentrarse en la problemática
del sujeto en relación a su goce. Las de la columna de la izquierda inscriben al sujeto en la posición
masculina y deben leerse del siguiente modo: “Existe un x que no phi de x” y “Para todo x phi de x”. Las
de la columna de la derecha hacen lo mismo pero del lado de la posición femenina y se leen de la
siguiente manera: “No existe un x que no phi de x” y “No todo x, phi de x”.
En el lado femenino, entonces, se niega el cuantificador universal (es el no-todos), y significa que no
todos están sumidos a la función fálica. Por lo tanto, no hay padre en lo femenino, en tanto que lo
femenino está más allá del Edipo. No hay algo que marque un límite, es una secuencia sin límite.
12
Para todo el que se ubique de este lado, del lado del hombre, se afirma la función fálica como
universal. Son universalmente tomados por el Edipo, por la función fálica. De este mismo lado nos
va a quedar el goce fálico, entonces, como goce regulado por la castración.
Si del lado hombre se logra el “todo de la castración”, si allí se constituye la clase universal de “los
alcanzados por la castración”, Lacan no tarde en indicarnos que para que este universal de la castración se
sostenga, es necesario postular al menos un individuo para el que este universal no se cumpla.
“Al-menos-uno” que, sustrayéndose de la castración, de consistencia por su función de excepción o de
límite a la clase de “los alcanzados por la ley de la castración”. Y esto lo describe así (fórmula). Lo que se
lee: “existe al menos una x, para la que no phi de x”.
En este caso está negada, para este “al-menos-uno” la función fálica: es la barra de la negación ubicada
sobre el símbolo.
Es por este “al menos uno que no” que aquel “para todos” de la castración se sostiene. Se trata así no sólo
de “la excepción confirma la regla sino que, por la excepción, se constituye y sostiene la regla: el universal
de la castración.
Se trata del padre primordial, el padre de la horda primitiva del mito freudiano. Agente de la castración,
quien al sustraerse de la misma soporta, haciendo de límite al “para-todo”, el universal de la castración.
Respecto al Otro lado, al “lado mujer”, cuando escribo (función del lado femenino) esta función inédita
en que la negación afecta al cuantor que ha de leerse no-todo, quiere decir que cuando cualquier ser que
habla cierra filas con las mujeres se funda por ello como un no-todo, al ubicarse en la función fálica.
La negación afecta al “para-todo x”, por lo que leemos “para no-todo x, phi de x”. Cualquier ser que
habla, si se ubica de este lado (del lado mujer), no-todo es alcanzado por la función fálica y,
consecuentemente, su goce no-todo se regula, no-todo se civiliza, por la razón fálica. Ya lo señalamos: una
mujer no-toda es tomada por el complejo de Edipo.
Para el lado mujer no se afirma la función fálica como universal, no se logra el “todo” de
la castración, no se hace clase, como del lado hombre. Y esto porque una mujer tiene una
relación distinta, no con el falo, sino con lo que le pone un límite.
Indicábamos que para que se logre el “todo” de la castración, del lado hombre, debía exceptuarse
“al-menos-uno”, uno para el que la ley de la castración no tuviera efecto. Sólo así se constituye una clase:
sustrayéndose uno, lo que constituye un límite.
Del lado mujer, ocurre que no hay ese al menos uno que, desde fuera, sostenga la clase,
exceptuándose al para-todo. En la mujer no existe ni uno que se sustraiga a la castración y, no habiendo
excepción, del lado mujer no se construye una clase, no se cierra el conjunto, no se hace el todo.
No es por otra cosa que “La” mujer no existe. No hay la clase de La mujer. Es ese “La” que
denotaría la posibilidad de una clase, el que tiene problemas del lado femenino. Es por eso
que Lacan lo escribe tachado: La mujer.
Por eso justamente que la hace no toda, la mujer tiene un goce adicional, suplementario respecto a lo
que designa como goce la función fálica.
[+ en Schejtman, F., “Histeria y Otro goce”].
Debajo, aparecen los “matemas lacanianos”. Es lo que viene a suplir la ausencia de la relación
sexual en el sentido de la complementariedad.
Qué busca el hombre en una mujer: su fantasma. Va a fetichizar el cuerpo de una mujer, a partes. Busca
su fantasma, el objeto de su fantasma.
$ --- > a. No se dirige al conjunto, recorta partes. Esto es la “perversión polimorfa del macho”.
El hombre, el hombre es quien aborda a la mujer, o cree abordarla. Sin embargo, solo aborda la causa
de su deseo, que designé con el objeto a.
13
Hacer pareja con la causa del deseo es lo que viene al lugar de la relación sexual que no hay, ya que no
hay La mujer. Podemos decir que el sujeto cree abordar a la mujer pero, en verdad, solo aborda
el objeto (a) de su fantasma. El fantasma suple la ausencia de la relación sexual.
El “modo hombre” de abordar lo hetero femenino se reduce precisamente a eso: conducir a una mujer a
la posición de objeto en su fantasma. El hombre constriñe a su pareja a funcionar como objeto a en su
fantasma, viene a constituir no otra cosa que su “rasgo de perversión”.
El hombre busca el objeto perdido fantasmáticamente en el cuerpo de la mujer. Los
fantasmas masculinos tienden a fetichizar el cuerpo, partes del cuerpo de la mujer. Erotiza partes del
cuerpo y se les da un valor fálico.
La histeria se pregunta por lo femenino desde el lado de los hombres, y la respuesta que
encuentra es la perversión polimorfa del macho. La histérica encuentra que la mujer es un objeto.
La histérica fuerza todo bajo el Edipo, busca que el padre le de la respuesta por la feminidad; pero
no hay padre del lado femenino. Si la histeria va del lado masculino, busca un suplente del padre, busca al
padre que no está castrado.
En la histeria, la insatisfacción se termina convirtiendo en un goce.
Histeria como pregunta masculina por lo femenino.
Pero el no-todos marca que esto no es total, está el otro goce, el goce de privarse.
El problema de la histérica: en tanto más reduce la pregunta por lo femenino al fantasma masculino,
más va a rechazar el goce femenino. Rechaza esa alteridad en sí misma.
Si la histérica se ubica del lado femenino, va a tener una gran importancia el padre.
La mujer busca en el hombre el falo; y busca algo más que no está del lado de lo
femenino.
A la salida del Edipo, la mujer busca el falo (en el hombre o a través del hombre en un hijo).
La puede desear al hombre a título de falo. Ubica a ese hombre como un significante, que
representa el significante fálico. Lo elige por los títulos en el bolsillo.
La cuestión es cuáles son los títulos del hombre, lo otro es secundario.
Y luego está la flecha que va de La ---> S (A) que pone en juego al Otro goce. Dimensión de lo hetero.
El punto de lo femenino que está más allá del falo, los significantes que no están inscriptos. Nivel de algo
Otro que no pasa por la palabra, que no se puede decir, solo se puede sentir.
Hay otro del goce femenino que sacude (una cuestión del goce en el cuerpo) y socorre (permite un
punto de encuentro con algo de lo propio) a las mujeres. Punto en el que una mujer sale por un rato del
goce fálico.
Hay un goce de esa Ella que no existe y que nada significa. Nada sabe de eso ella misma, más allá de que
lo siente. “Ella que no existe” porque no hay un conjunto de todas las mujeres, es una por una, en lo
particular.
Ese goce la puede enloquecer, porque es un goce que se puede volver infinito, no hay nada que le
ponga tope. Cercanía de la mujer con la locura. Goce que la sacude, la socorre y la puede enloquecer. “La
mujer + verdadera y + real” = porque está no-toda tomada por el goce fálico. Más cercana a lo real. A un
goce que no pasa por lo simbólico.
La neurosis inhibe ese Otro goce. Hay algo de la histeria que le impide lo femenino, tomada por el
fantasma no tiene acceso al otro goce.
14
Leibson, L., “Desencadenamientos y locuras en la neurosis”.
Las neurosis se desencadenan. Hay una razón para que las manifestaciones de las neurosis se
produzcan no en cualquier momento ni bajo cualquier circunstancia, sino en un tiempo preciso y
respondiendo a circunstancias determinantes. En verdad, la pregunta que formula el analista va al
encuentro de la pregunta que puso en problemas al sujeto que consulta.
Freud supone que la emergencia de un síntoma, una inhibición o un episodio de angustia, son ya una
respuesta, el intento de solución de un problema que se le plantea al sujeto a partir de que se confronta
con algo ineludible y a la vez insoportable. El síntoma es la manera en que se plasma un conflicto que el
sujeto mismo ha engendrado, aunque no tenga la menor idea de ello.
Para Freud hay una lógica que articula la irrupción de cómo se desencadena una neurosis con la
estructura de quien la padece. Esta cuestión de los desencadenamientos y encadenamientos nos conduce
hacia la pregunta acerca de la diacronía en las neurosis. Entendiendo la diacronía no solo como una
sucesión de acontecimientos fechables, sino principalmente como la razón que dirige y orienta esa
sucesión.
Tomar nota de estas discontinuidades y sus razones implica dar cuenta de la estructura, en tanto esta se
revela por las líneas de fractura y no por su apariencia de unidad.
En las neurosis, también podemos seguir a Lacan en su afirmación: “no hay psicogénesis”. Lo que hay es
un desencadenamiento, o sea una irrupción, corte, tropiezo, desconcierto. Algo que parecía firme y fijo, en
algún momento muestra que puede desengancharse y efectivamente se mueve, se suelta, se pierde, es
suplantado por otra cosa. Allí donde eso era, adviene un extraño dolor que evoca en el rostro del sujeto la
mueca de un placer. Ignorado, hay que agregar. Esa ignorancia es decisiva a la hora de formular una
pregunta. Porque allí donde la “salud aparente” se revela ser en verdad bastante insalubre, y el síntoma
surge como intento de curación.
El nudo, o más exactamente las operaciones con los nudos, su lógica, es la herramienta que le permite a
Lacan plantear preguntas que quiebren los espejismos de la comprensión. El nudo y estructura son la
misma cosa.
Con la lógica nodal y sus operaciones, Lacan puede mostrar que toda estructura es un efecto de un
anudamiento que suple una imposibilidad de encuentro.
En ese sentido, se deja suponer a los desencadenamientos como eventos anormales, anómalos, porque
se revelan adecuados a normas, reglas de composición, siguiendo y trazando las líneas de fuerza, los
empalmes y los lugares donde se producirán los lapsus, los errores de encadenamiento. Pero donde esos
errores no se presentan como ajenos a la estructura, sino como elementos constituyentes de la misma.
15
representaciones que la regulan sino apareciendo de manera directa, en circunstancias no previsibles, que
genera una perturbación, casi como “efecto colateral”.
Lo que Freud irá añadiendo a este modelo, que en lo esencial se mantendrá inalterado, es que esa
perturbación de la sexualidad tiene vinculación con la sucesión de acontecimientos vitales del sujeto en
tanto habita un mundo que le plantea, en determinadas y singulares circunstancias, ciertas exigencias que
chocan con los requerimientos de la sexualidad. El desencadenamiento se plantea entonces como la
articulación, el abrochamiento entre las representaciones que estructuran al sujeto, las exigencias
pulsionales y lo que aparece por afuera y desde afuera. O sea, los distintos modos en que el sujeto es
interpelado y queda obligado a dar una respuesta.
Se exponen dos maneras de entender la locura según el uso que hace Lacan de este término, allí donde
puede diferenciarse locura de psicosis.
El primero, que se apuntala principalmente en ciertos desarrollos de Hegel, habla de la locura como
algo “esencial del hombre”. Esto hace referencia en especial a la estructura del “yo” en tanto soportada en
un desconocimiento de su falla constitutiva. Así, menciona la locura en términos de una creencia del yo en
su idealizada unidad. La locura involucra el desconocimiento del yo de su estructura dependiente del Otro
y del otro y esencialmente escindida.
En tanto creer que se es lo que el yo nos muestra como algo sin fisuras es un efecto del desconocimiento
de que esa estructura está sostenida por una identificación a otro semejante y efecto de la estructura del
lenguaje, lo que genera una falta en ser originaria, una hendidura entre lo simbólico en lo real que hace
16
que la estructura del sujeto hablante sea escindida. Desconocer esa escisión, a eso Lacan lo llama la
“locura esencial del hombre”.
A partir de sus manipulaciones con el nudo borromeo, allí, la locura se plantea como efecto del estallido
de una de las consistencias del nudo. La locura se presenta allí como un efecto de la disolución ya no sólo
de lo imaginario sino del anudamiento borromeo mismo. Como hipótesis general planteamos que la
locura que es efecto del estallido del anudamiento coincide clínica y conceptualmente con el momento del
desencadenamiento, con la irrupción de lo diferente y la disolución de lo previo. Esto vale para la psicosis,
así como para la neurosis.
Este “punto débil” lo ubicamos desde Lacan, ya con el nudo, llama punto de lapsus o equívoco del nudo,
aquel punto por el que algo de los entrecruzamientos se desliza y se desarma. También, y no por
casualidad, es el punto donde lo que viene a reparar el anudamiento es denominado, con propiedad,
sinthome.
Para Dora, el problema y la pregunta, según Freud, es cómo enfrentarse con el amor y la sexualidad a
partir de lo que le ocurre con el Sr. K. Lacan, llevando las cosas a un punto más justo, lo planteará en
términos de “¿qué es ser una mujer?”. Para confrontarse con esa pregunta, la solución problemática que
encuentra Dora es identificarse con la posición masculina.
En Dora el desencadenamiento se inicia con un pasaje al acto que Lacan sitúa en la cachetada con la que
Dora responde a la desafortunada mención del Sr. K. acerca de que su mujer no era nada para él.
El desencadenamiento, a partir de la cachetada y el consiguiente final de juego, toma la forma de una
locura que Lacan describe como “un pequeño síndrome, de persecución simplemente, vinculado a su
padre”. Si bien aparecen ideas persecutorias y de conspiración, y semejan una certeza, no se trata de una
certeza en el sentido pleno del término.
Para el Hombre de las Ratas, el desencadenamiento tiene dos momentos, ambos entrelazados con la
pregunta que lo anima, ¿ser o no ser? La pregunta por la vida y la muerte.
Le ocurre al sujeto a partir de la muerte de su padre y de un duelo que vuelve patológico, en tanto el
sujeto no puede dejar de invocar a su padre que, por lo tanto, no termina de convertirse efectivamente en
un padre muerto.
Freud lo interpretará claramente como la disyuntiva que se le plantea al Hombre de las Ratas a partir de
la propuesta matrimonial de la madre: la mujer de sus sueños o la persistente voluntad del padre. Pero lo
que verdaderamente sostiene y soporta esa trama novelesca es una cadena de palabras que el análisis se
encarga de ir desgranando para que el sujeto pueda toparse en algún momento con la prisa de pasar a otra
cosa (retomar sus estudios, decidir casarse).
Lo que resultó tener función encadenante es del hombre de la inhibición: el sujeto queda detenido, no
puede avanzar en nada en su vida. Y lo que viene a romper ese equilibrio inestablemente férreo es un
accidente que le acontece durante las maniobras militares en las que las identificaciones con su padre se
reaniman y lo traen a un presente de fantasma, que es cuando se vuelve más creíble y terrible.
17
Inhibición y luego desencadenamiento que, como en Dora pero con otra presentación clínica, toma la
forma de una locura: “deliriae obsesivos” (Freud) que lo sumergen en una serie de confusiones y lo incitan
a una profusión de movimientos que se anudan unos a otros, con premisas falsamente verdaderas que
lanzan al sujeto a la obediencia loca y ciega de un Padre al que, como puntualiza Freud, “no se lo puede
contradecir”. Un padre que goza de la obediencia del sujeto, que se soporta de ese goce, que el sujeto
vuelve soportablemente insoportable entregando lo que no puede entregar (su propia castración) para
pagar una deuda impagable, y al mismo tiempo elevar su protesto contra esa deuda.
En Juanito, en cambio, se pregunta por el origen de los niños y la función que su hace pipí podría tener
que ver con eso. Acá lo que se desencadena también tiene como precedente inmediato la irrupción de un
goce, proveniente de su propio cuerpo, y adquiere la forma de la angustia, que devendrá, en un segundo
tiempo y a caballo de un significante, en síntoma fóbico. La angustia es la primera respuesta a esa
pregunta desgarradora: ¿cómo hacer para dejar el Paraíso (de ser el falo de la madre) y para no perder un
fragmento esencial (el del goce fálico), que hace la diferencia entre la vida y la inexistencia?
La formación de la fobia, señala Lacan, responde en tanto suple las carencias del padre real. Pero para
que esa suplencia, ese nuevo encadenamiento pueda realizarse, es requisito que algo se suelte, se
desencadene, enloquezca.
Por eso a Freud y a Lacan les importa distinguir los tiempos de constitución de la fobia. Para Freud, el
surgimiento de la angustia actual por no poder encontrar en la madre el objeto de la descarga libidinal se
liga secundariamente a una representación (el caballo y toda la red asociativa) y recién en un tercer
tiempo la angustia oficiará como señal, parapeto fóbico que se interpone entre el sujeto y el encuentro con
el objeto fobígeno, a la vez que lo señala incontestablemente. El análisis consiste entonces en desandar ese
camino.
Lacan, produciendo un deslizamiento significativo, pondrá el acento del desencadenamiento en la
irrupción del goce del pene real y de ahí en el conflicto que ya planteamos: o seguir siendo el falo de la
madre, conservar ese “paraíso de la dicha”, o hacerse de ese pequeño hace pipí que prometía
satisfacciones de otra índole, irrenunciables. En otros términos, pasar de una aprehensión fálica de la
relación con su padre a una aprehensión castrada de la relación con un cuerpo propio. Pero para hacer ese
pasaje se requiere la efectuación de la metáfora paterna, y dado que ese padre real no termina de ubicarse
en el lugar donde Juanito podría apoyarse en él para ir más allá (primero de la madre y luego también de
ese padre), entonces debe surgir algo que hace suplencia de tal carencia. Como decíamos, esa suplencia es
el segundo paso de un primer estallido de angustia, donde la angustia (“lo único que no engaña”) señala el
problema y a la vez abre un camino posible hacia la respuesta subjetiva.
¿Qué moviliza ese estallido loco? Para Freud no hay muchas dudas al respecto: se trata de un problema
de raíz sexual. La sexualidad como problema radical para el sujeto. Lacan, en este punto, no irá mucho
más lejos que Freud aunque sí dará un paso fundamental articulando en ese “problema de la sexualidad”
la cuestión del goce y del objeto a.
Dice Lacan: “¿de qué desvío resulta la eclosión de una neurosis? De la intrusión positiva de un goce
autoerótico perfectamente tipificado en las primeras sensaciones más o menos ligadas al onanismo, más
allá de cómo se lo llama en el niño”.
En “Fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”, Freud afirma que un síntoma histérico “sirve
para la satisfacción sexual y figura una parte de la vida sexual de la persona”. La fantasía que da lugar y
sostiene el síntoma es un efecto de la sexualidad infantil y sus mecanismos de satisfacción. Esa sexualidad
masturbatoria retorna cuando queda abolida la inhibición por efecto de que algo del goce no encuentra
otras vías.
La pregunta neurótica, ahora, se revela como el efecto de la prohibición del goce que un saber no basta
para convertir en verdad. Allí, en ese punto donde todo se cuestiona, el neurótico, con su estallido loco,
18
plantea su pregunta. El Otro es el “lugar donde eso se sabe”, o sea donde habría una respuesta a la
pregunta por el goce del Otro. Por eso “el significante de A como entero está siempre implícito y para el
neurótico obsesivo lo está mucho más que para otros”.
La locura, entonces, le da forma al desencadenamiento, en tanto la locura no se superpone, ni a la
psicosis ni a la neurosis. Eso que atormenta es un goce que retorna, en el cuerpo y en el anonadamiento
significante. Ese agujero que la locura muestra y a la vez intenta llenar, es lo que en un psicoanálisis se da
a leer en términos de síntoma. En un análisis la pregunta se despliega y lleva al sujeto a la producción de
alguna verdad singular. Pero sin el estallido y la rigidez, no habría habido dónde empezar a leer ni a partir
de qué formular, en el sentido de darle forma, este nuevo problema.
19
Histeria y Caso Dora: Freud y Lacan.
Freud, S., “Fragmento de análisis de un caso de histeria” [Caso Dora]. 2
Caso intercalado con notas en clase. 2
Schejtman, F., “Las fantasías perversas de los neuróticos: síntoma, fantasía y pulsión”. 19
La soldadura. 19
De la masturbación al síntoma [soldadura]. 20
El grafo. 22
Godoy, C., Mazzuca, R. y Schejtman, F., “El amor al padre y la estabilidad histérica en la
primera enseñanza de Lacan”. 37
Estabilidad y sencillez estructural. 37
1
Freud, S., “Fragmento de análisis de un caso de histeria” [Caso Dora].
Caso intercalado con notas en clase.
“Dora”:
El esclarecimiento de los síntomas histéricos:
1. Reconducción de los síntomas al trauma psíquico.
2. Solicitación somática y sentido de los síntomas.
3. La fantasía -perversa- figurada en el síntoma.
4. La identificación como sostén de los síntomas. Diferentes tipos de identificación. [No está acá].
5. Sobredeterminación de los síntomas. El padre en la histeria. El esclarecimiento de los sueños. La
interrupción del tratamiento. La transferencia. La corriente homosexual.
“El modo de traducir el lenguaje del sueño a expresiones de nuestro lenguaje conceptual,
comprensibles sin más ayuda; el sueño constituye uno de los caminos por los cuales puede llegar a la
conciencia aquél material psíquico que, en virtud de la aversión que suscita su contenido, fue bloqueado
de la conciencia, fue reprimido y así se volvió patógeno. El sueño es uno de los rodeos por los que se
puede sortear la represión. El presente fragmento del historial de tratamiento de una muchacha
histérica está destinado a ilustrar el modo en que la interpretación del sueño se inserta en el trabajo del
análisis.
El círculo familiar de nuestra paciente, de 18 años, incluía, además de su persona, a sus padres y
a un hermano un año y medio mayor que ella. L a persona dominante era el padre, tanto por su
inteligencia y sus rasgos de carácter como por las circunstancias de su vida, que proporcionaron el
armazón en torno del cual se edificó la historia infantil y patológica de la paciente.
El padre era un hombre que andaba por la segunda mitad de la cuarentena, de vivacidad y dotes
nada comunes, y l a hija estaba apegada a él con particular ternura. Esta ternura se había
acrecentado, además, por las numerosas y graves enfermedades que el padre padeció desde que ella
cumplió su sexto año de vida. Tuberculosis, un desprendimiento de retina, ataque de confusión. Un
amigo lo persuadió para que fuera a consultarme; y a esta feliz intervención debí, sin duda, que cuatro
años más tarde el padre me presentase a su hija, claramente enferma de neurosis, y transcurridos otros
dos años la pusiese bajo mi tratamiento psicoterapéutico.
La muchacha, que se convirtió en mi paciente a los 18 años de edad, había depositado desde siempre
sus simpatías en la familia paterna, y después de caer enferma veía su modelo en la tía. Tampoco
era dudoso para mí que de esta familia le venían tanto sus dotes y su capacidad intelectual cuanto su
disposición a enfermar. No conocí a la madre, que era una mujer de escasa cultura, pero sobre todo
poco inteligente, que concentró todos sus intereses en la economía doméstica, y ofrecía el cuadro de lo
que puede llamarse “psicosis del ama de casa”.
La relación entre madre e hija era desde hacía años muy inamistosa. El único hermano de la
muchacha había sido en épocas anteriores el modelo al cual ambicionaba parecerse, pero en los últimos
años las relaciones entre ambos se habían vuelto más distantes. La usual atracción sexual había
aproximado a padre e hija, por un lado, y a madre e hijo, por el otro.
Nuestra paciente, Dora, p resentaba ya a la edad de ocho años síntomas neuróticos”.
Notas en clase:
Padece de disnea a los ocho años que cede luego de unos meses de reposo.
Migrañas y tos nerviosa a los 12 años. Al principio se presentaban siempre juntos y luego los do
síntomas se separaron y experimentaron un desarrollo diferente. La migraña se hizo cada vez más rara
hasta desaparecer, y la tos perduró todo el tiempo.
Tos característica a los 18 años, cuando lo ve a Freud.
Afonía total a los 16 años.
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Siempre se había mostrado renuente a consultar a un médico, todo intento de consultar le producía
resistencia y acudió a Freud movida solo por la palabra autoritaria del padre.
Su tía había muerto años anteriores, su amada tía, y estuvo en casa de su tía y las hijas de éste, donde
tuvo cuadros febriles que en se momento se diagnosticaron como apendicitis.
La lectura del caso Dora se hace desde: el síntoma, la fantasía, la pulsión, la identificación
(identificaciones como formadoras del síntoma), la transferencia (sin ella no hay caso, es el
primer momento en que Freud se topa con la transferencia en el tratamiento y no la sabe manejar, no
estaba teorizada).
Motivo de consulta: “los signos principales de su enfermedad eran ahora una desazón y una
alteración de carácter. Era evidente que no estaba satisfecha consigo misma ni con los suyos,
enfrentaba hostilmente a su padre y no se entendía con su madre, que a toda costa quería atraerla a las
tareas domésticas. Buscaba evitar el trato social. Un día los padres se horrorizaron al hallar sobre el
escritorio de la muchacha una carta en la que se despedía de ellos porque ya no podía soportar más la
vida” .
Llega a la consulta porque tenía problemas de carácter, una desazón, alteración del trato
social y una carta donde se despedía del mundo (que el padre sabía que en realidad no tenía
deseos de suicidarse).
Vivencia del lago: propuesta amorosa por parte del señor K a la que Dora rechaza, le da
una bofetada. Acusa al padre de entregarla a ella a cambio de estar él con la señora K.
Freud propone: quizás en la vivencia del lago hallamos el trauma. Pero con este caso Freud
se confronta con el ir más allá de la teoría del trauma, sin abandonarla. No la declara incorrecta, sino
incompleta. A la misma le agrega la cuestión de la fantasía. Es un caso que pone de manifiesto la
necesidad de ir más allá de la teoría.
Los traumas a veces no sirven para explicar la especificidad de los síntomas. La vivencia del lago no;
porque hay síntomas anteriores: a los 14 años, cuando el señor K la besa en los labios.
“El señor K, durante una caminata, tras un viaje por el lago, había osado hacerle una propuesta
amorosa. Cuando el padre y el tío de Dora pidieron cuentas de su proceder, este desconoció con gran
energía toda acción de su parte y empezó a arrojar sospechas sobre la muchacha, quien, según lo sabía
por la señora K., solo mostraba interés por asuntos sexuales. Probablemente, encendida por tales
lecturas, se había “imaginado” toda la escena que contaba.
«Yo no dudo —dijo el padre— de que ese suceso tiene la culpa de la desazón de Dora, de su
irritabilidad y sus ideas suicidas. Me pide que rompa relaciones con el señor K., y en particular con la
señora K., a quien antes directamente veneraba. Pero yo no puedo hacerlo, pues, considero que el relato
de Dora es una fantasía que a ella se le ha puesto; y me liga a la señora K. una sincera amistad y no
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quiero causarle ese pesar. La pobre señora es muy desdichada con su marido, de quien no tengo muy
buena opinión. Somos dos pobres seres que nos consolamos el uno al otro, como podemos, en una
amistosa simpatia. Bien sabe usted que no encuentro eso en mi propia mujer. Pero Dora, que tiene mi
obstinación, se afirma inconmovible en su odio a los K. Procure usted ahora ponerla en buen camino».
En la vivencia de nuestra paciente Dora con el señor K tendríamos entonces el trauma
psíquico como la condición previa indispensable para la génesis de un estado patológico histérico.
Pero este nuevo caso pone de manifiesto también todas las dificultades que después me
movieron a ir más allá de la teoría. Es harto frecuente que el trauma biográfico por nosotros
conocido resulte inservible para explicar la especificidad de los síntomas, para determinarlos. Una
parte de estos síntomas (la tos y la afonía) ya se habían producido unos años antes del trauma, y sus
primeras manifestaciones se remontaban a la infancia. Si no queremos abandonar la teoría del trauma,
tenemos que retroceder hasta la infancia para hallar allí influencias que pudieron producir efectos
análogos a los de un trama.
Dora me comunicó una vivencia anterior con el señor K., mucho más apropiada para producir el
efecto de un trauma sexual. Tenía entonces 14 años. El señor K. había convenido con ella y su mujer
que, después del mediodía, las damas vendrían a su tienda, situada frente a la plaza principal de B.,
para contemplar desde allí unos festejos que se realizarían en la iglesia. Pero él hizo que su mujer se
quedara en la casa, despachó a los empleados y estaba solo cuando la muchacha entró en el negocio.
Estrechó de pronto a la muchacha contra sí y le estampó un beso en los labios. Era justo la
situación que en una muchacha virgen de catorce años provocaría una nítida sensación de excitación
sexual. Pero Dora sintió en ese momento un violento asco, se desasió y pasando junto al hombre corrió a
la puerta de la calle. No obstante, el trato con el señor K prosiguió y ninguno de los dos aludió nunca a
esa escena”.
Freud indica que en este momento ya presenta síntomas histéricos, porque le produce asco, displacer,
no excitación sexual.
¿Conducta histérica porque percibe displacer ante esta situación? ¿Es realmente una conducta
histérica?
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sensación de presión. El horror ante los hombres obedece al mecanismo de una fobia destinada a
proteger contra una revivencia de la percepción reprimida.
Pregunté con la mayor cautela a la paciente si conocía el signo corporal de la excitación en el cuerpo
del hombre. La respuesta fue “sí”, para el momento actual, pero en aquel momento creía que no. De
dónde lo sabía era un enigma que sus recuerdos no permitían solucionar. Había olvidado el origen de
todos estos conocimientos”.
“Para ella no había ninguna duda de que s u padre había entablado con esa mujer joven y
bella una vulgar relación amorosa. No había lagunas en su memoria sobre este punto. El trato con
los K. había empezado antes de la enfermedad grave del padre; pero sólo se volvió íntimo cuando en el
curso de esta última la joven señora se erigió oficialmente en su cuidadora, mientras que la madre se
mantenía alejada del lecho del enfermo.
Acontecieron cosas que no pudieron más que abrir los ojos de todo el mundo sobre la verdadera
naturaleza de aquella “amistad”. Las dos familias habían alquilado un común pabellón en el hotel; la
señora K. declaró que no podía continuar en la habitación que compartía con uno de sus hijos, y pocos
días después el padre de Dora abandonó la suya y ambos ocuparon otras, situadas en un extremo y
separadas solo por el pasillo.
En los paseos en común, el padre de Dora y la señora K. encontraban excusas para quedarse a solas.
No había duda de que ella le aceptaba dinero, pues hacía gastos que era imposible que solventase con
sus recursos o los de su marido.
Aun después de que abandonaron B, ese trato de años había proseguido, pues de tiempo en tiempo el
padre declaraba no soportar más el clima del lugar y que debía hacer algo por su salud, y partía para
B, desde donde escribía las más alegres cartas. Todas esas enfermedades no eran sino pretextos para
volver a ver a su amiga.
El papá era insincero, tenía un rasgo de falsía en su carácter, sólo pensaba en su propia satisfacción y
poseía el don de arreglar las cosas para su mejor conveniencia.
El reproche de Dora era el siguiente: cuando estaba de mal talante, se le imponía la idea de que
había sido entregada al señor K. como precio por la tolerancia que este mostraba hacia las relaciones
entre su padre y la señora K., y detrás de su ternura hacia el padre se vislumbraba la furia que le
provocaba semejante uso. Desde luego, los dos hombres habían cerrado un pacto formal en que ella
fuera tratada como objeto de cambio” .
Freud luego trabaja con Dora la cuestión del reproche-autorreproche; cómo aquello que le
reprocha al padre, ella lo avaló por cierto tiempo.
“Una serie de reproches dirigidos a otras personas hacen sospechar la existencia de una serie de
autorreproches de idéntico contenido. Sólo hace falta redirigir cada reproche volviéndolo contra la
propia persona que lo dijo. Esta manera de protegerse de un autorreproche dirigiéndolo a otra persona
tiene algo de innegablemente automático.
También los reproches que Dora dirigía a su padre estaban totalmente “enfundados”, “envueltos”,
junto con autorreproches del mismo contenido. Tenía razón en que su padre no quería aclararse al
conducta del señor K. hacia su hija para no ser molestado en su relación con la señora K. Pero ella había
hecho exactamente lo mismo. Se había vuelto cómplice de esa relación. Todos los años anteriores había
hecho lo posible para encubrir las relaciones del padre con la señora K. No los iba a visitar cuando
sospechaba que su padre estaba allí” .
[+ situaciones como la gobernanta que “le abrió los ojos” y la que estaba enamorada de su padre, a la
cual hizo despedir].
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“La pobre [gobernanta] le había iluminado con claridad no deseada un aspecto de su propio
comportamiento. El comportamiento que la señorita tenía a veces hacia Dora era el mismo que Dora
había tenido hacia los hijos del señor K.
De su conducta hacia los niños, tal como se la iluminó la conducta de la señorita hacia ella, se extraía
la misma conclusión que de su tácito consentimiento al trato de su padre con la señora K., a saber, que
todos e stos años ella había estado enamorada del señor K. Cuando le formulé esta conclusión,
no tuvo aceptación alguna de su parte.
Más tarde, concedió que podría haber estado enamorada del señor K. en B., pero desde la escena junto
al lago eso quedó superado. De cualquier modo, seguía en pie que el reproche de haber hecho oídos
sordos a ciertos deberes irrenunciables y de haber arreglado las cosas de la manera más cómoda para
su propio enamoramiento, vale decir, el reproche que dirigía hacia su padre, recaía sobre su
propia persona”.
“La afonía de Dora admitía entonces la siguiente interpretación simbólica: cuando el amado estaba
lejos, ella renunciaba a hablar; el hacerlo había perdido valor, pues no podía hablar con él. En cambio,
la escritura cobraba importancia como el único medio por el cual podía tratar con el ausente” .
[Lo siguiente está relacionado con las fantasías histéricas y su relación con la
bisexualidad].
¿Los síntomas de la histeria son de origen psíquico o somático?
Esta es una pregunta mal planteada, no hay que elegir.
Freud indica que el síntoma requiere de la contribución de dos partes: la solicitación
somática y un sentido (psíquico).
La solicitación somática como el proceso normal o patológico en el seno de un órgano - se le agrega un
sentido. Y a esto se le agrega un sentido.
El síntoma histérico no trae consigo ese sentido, le es prestado.
Se produce una soldadura entre el sentido y la solicitación somática. El síntoma se compone
de estas dos partes. A partir de la soldadura: el síntoma histérico.
Esa solicitación somática le ofrece una salida al sentido, a lo psíquico. La fantasía queda
del lado de lo psíquico (incluye pensamientos, inconciente y fantasía). Si no se produce la
soldadura, el resultado es diferente (fobia, rep. obsesiva).
“Todo síntoma histérico requiere de la contribución de las dos partes. No puede producirse sin cierta
solicitación somática brindada por un proceso normal o patológico en el interior de un órgano del
cuerpo. Pero no se produce más que una sola vez (y está en el carácter del síntoma histérico la
capacidad de repetirse) si no posee un significado (valor, intencionalidad) psíquico, un sentido. El
síntoma histérico no trae consigo este sentido, sino que le es prestado, es soldado con él, por así decir, y
en cada caso puede ser diverso de acuerdo con la naturaleza de los pensamientos sofocados que pugnan
por expresarse”.
El sujeto puede no querer renunciar a la enfermedad: el síntoma procura una ganancia. La ganancia
primaria y secundaria del síntoma.
Ganancia primaria: el enfermarse ahorra una acción psíquica, una operación psíquica. Síntoma como
modo de no decidir. Es una solución económicamente más cómoda en el caso de conflicto psíquico.
Ahorra una decisión, que no tiene que ser una “gran” decisión.
Ganancia secundaria: cuando el síntoma se ancla, primero, es un huésped mal recibido, pero luego se
nota que se puede hacer de él un uso, sacarle un beneficio al síntoma.
Ambas ganancias hacen que el sujeto no renuncie tan fácilmente a la enfermedad.
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“No había duda que h abía un fin que esperaba alcanzar mediante su enfermedad. Ahora
bien, este no podía ser otro que el de h acer que el padre se alejase de la señora K. Yo estaba
plenamente convencido de que habría sanado enseguida si el padre le hubiera declarado que sacrificaba
a la señora K. en bien de su salud.
El síntoma es primero, en la vida psíquica, un huésped mal recibido; lo tiene todo en contra y por eso
se desvanece tan fácilmente, en apariencia por sí solo, bajo la influencia del tiempo. Al comienzo no
cumple ningún cometido útil dentro de la economía psíquica, pero muy a menudo lo obtiene
secundariamente; una corriente psíquica cualquiera halla cómodo servirse del síntoma, y
entonces este adquiere una función secundaria y queda como aclarado a la vida anímica.
Más tarde he introducido el distingo entre ganancia primaria y ganancia secundaria de la
enfermedad. El motivo para enfermar es en todos los casos el propósito de obtener una
ganancia. Respecto de la ganancia secundaria de la enfermedad es atinado lo que se dice en los
siguientes párrafos, pero en toda contracción de una neurosis debe reconocerse una ganancia primaria.
El enfermarse ahorra, ante todo, una operación psíquica; se presenta como la solución económicamente
más cómoda en el caso de conflicto psíquico, por más que la mayoría de las veces se revele el carácter
inadecuado de esta salida. Esta parte de la ganancia primaria de la enfermedad puede llamarse
interna, psicológica, es, por así decir, constante”.
Dora se queja en la sesión del padre y tose mientras se queja. Al menos uno de los significados del
síntoma corresponde a una fantasía sexual.
Dora cree que la señora K está con su padre por ser un hombre de recursos = sin recursos = impotente =
otras formas de satisfacción sexual (oral, como su tos).
Con el síntoma ella se representa una escena de satisfacción sexual oral entre su padre y la señora K.
“Fantasía de fellatio”.
(Lacan lo corrige a “fantasía de cunnilingus”).
Dora en su infancia había sido una “chupeteadora”: fijación en esa zona erógena como precondición
somática.
La precondición (ligada a la pulsión, zona sede de una fijación pulsional) es distinta a la
solicitación (que vendría a ser una tos común).
¿Cómo se produce la conversión? ¿Por qué en un lugar del cuerpo y no en otro? ¿Por qué, y qué sucede
cuando un síntoma histérico que ha sido descifrado, regresa? ¿Dice lo mismo o algo nuevo?
Formación de la perla: entra un grano de arena (elemento irritativo) en el cuerpo del molusco. Se
defiende generando secreciones que lo envuelven y generan una suave perla.
Todo síntoma histérico requiere de la contribución de las dos partes, del contenido psíquico (el conflicto
que implica la fantasía reprimida, ya hablada en las fantasías histéricas…) y la solicitación somática
brindada por un proceso normal o patológico en un órgano. La zona del cuerpo que sufrió una intensa
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activación en la infancia: zona que quedó marcada para el futuro (precondición somática). Lo somático: el
grano de arena.
[+ en el primer sueño de Dora].
Más adelante vuelve a usar la metáfora, ese grano de arena como síntoma de una neurosis actual. ¿Cuál
es la diferencia entre la neurosis actual y la neuropsicosis de defensa? El síntoma de la neurosis actual no
está motivado por ningún mecanismo. Deviene de una falla fundamental de la sexualidad humana, que
luego se reviste con sentidos.
No todo en un síntoma es interpretable. Arena: cara real del síntoma (que como tal no tiene sentido).
Perla: aspecto más simbólico e imaginario, que lo recubren. El grano de arena, desde Lacan, es el
resultado de que no haya relación sexual, que luego la neurosis recubre.
“Como las acusaciones contra el padre se repetían con fatigante monotonía, y al hacerlas ella tosía
continuamente, tuve que pensar que ese síntoma podía tener algún significado referido al padre. Un
síntoma significa la figuración (realización) de una fantasía de contenido sexual, vale decir, de una
situación sexual. Mejor dicho: por lo menos uno de los significados de un síntoma
corresponde a la figuración de una fantasía sexual, mientras que los otros significados no están
sometidos a esa restricción de contenido. Pronto se averigua, cuando se emprende el trabajo
psicoanalítico, que un síntoma tiene más de un significado y sirve para la figuración de varias ilaciones
inconcientes de pensamiento”.
Muy pronto se presentó la oportunidad de atribuir a la tos nerviosa una interpretación de esa clase,
por una situación sexual fantaseada. Cuando insistió otra vez en que la señora K solo amaba a su papá
porque era “un hombre de recursos, acaudalado”, por ciertas circunstancias colaterales de su expresión
yo noté que tras esa frase se ocultaba su contraria: que el padre era “un hombre sin recursos”. Esto solo
podía entenderse, sexualmente, a saber que el padre no tenía recursos como hombre, que era impotente.
Bien sabía Dora que hay más de una manera de satisfacción sexual. Cuando le pregunté si aludí al uso
de otros órganos que los genitales para el comercio sexual, me dijo que sí; y yo pude proseguir; sin duda
pensaba justamente en aquellas partes del cuerpo en que ella se encontraban en estado de irritación
(garganta, cavidad bucal).
Con su tos espasmódica, ella se representaba una situación de satisfacción sexual entre
las dos personas cuyo vínculo amoroso la ocultaba tan de continuo”.
“Un hecho notable proporcionaba en ella la precondición somática para la creación autónoma de una
fantasía que coincide, por otra parte, con el obrar de los perversos. Recordaba muy bien que en su
abía sido una “chupeteadora”. Asimismo, el padre se acordaba de haberle quitado esa
infancia h
costumbre, mantenida por ella hasta su cuarto o quinto año de vida”.
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Escena real de despertarse y ver al señor K a los pies del sillón, mirándola. Quiere encerrarse con llave la
próxima vez para que el señor K no entre, pero la llave no está. No quiere quedarse sola en la casa, se viste
con rapidez por miedo a que entre el señor K. Hasta no irse de esa casa no podrá dormir tranquila (lo
opuesto ocurre en el sueño, se despierta cuando se va).
El sueño fue el efecto inmediato de la vivencia con el señor K. Usted lo soñó ahí por primera vez, no
antes. Añadió la incertidumbre en el recuerdo sólo para borrarse el nexo. (...)
“A la siesta del día de nuestro viaje por el lago, del que el señor K y yo regresamos a mediodía, yo me
había acostado sobre el sofá, como era mi costumbre, en el dormitorio, para dormir un poco. Me
desperté de pronto y vi al señor K de pie frente a mí…
Lo increpé, preguntándole qué buscaba. Me respondió que no dejaría de entrar en su dormitorio
cuando quisiese; por otra parte, tenía que recoger algo. Alertada por ese episodio, pregunté a la señora
K. si no existía una llave para el dormitorio, y a la mañana siguiente (del segundo día) me encerré para
hacerme la toilette. Cuando a la siesta quise encerrarme para recostarme de nuevo en el sofá, faltaba la
llave. Estoy convencida que el señor K la había quitado”.
He ahí entonces el tema de del cerrar o dejar abierta la habitación.
“En ese momento me propuse no quedarme en ausencia de papá en casa de los K. Las mañanas que
siguieron no podía menos que temer que el señor K me sorprendiera mientras yo me hacía la toilette, y
por eso me vestía con mucha rapidez. Pero el señor K no volvió a fastidiarme”.
Su sueño se repitió cada noche justamente porque respondía a un designio. Y un designio persiste
hasta que se lo ejecuta. Acaso se dijo usted: no tendré tranquilidad, no podré dormir tranquila, hasta
que no me encuentre fuera de esta casa. Lo inverso dice usted en el sueño: una vez abajo me despierto.
El alhajero: escena que su padre rechaza unas alhajas que le regala su padre, porque no son las que ella
quería. Alhajero como genitales femeninos.
El señor K le había regalado a Dora un alhajero; ella debe obsequiarle, regalarle suyo a cambio, es decir,
su virginidad.
En el sueño, el alhajero corre peligro y si algo le pasara sería culpa del padre; aparece el padre para
salvarla de su tentación, de su excitación sexual por el señor K. Triunfa así la corriente tierna y es sofocado
el odio hacia el padre.
“Usted refresca el amor hacia su padre para protegerse del amor hacia el señor K”.
Teme ceder a su tentación, lo cual confirma la intensidad de sus sentimientos.
Quizás usted no sabe que “alhajero” es una designación preferida para lo mismo a que usted aludió
hace no mucho con la carterita de mano: los genitales femeninos.
Usted recuerda el alhajero que el señor K le obsequió. Ahí tiene usted el principio de una serie paralela
de pensamientos en que su papá debe ser reemplazado por el señor K, tal como sucedía en la situación
del que estaba frente a su cama. Él le ha obsequiado un alhajero, y usted entonces tiene que obsequiarle
su alhajero. En esta serie de pensamientos, su mamá tiene que ser sustituida por la señora K, quien sí
estaba presente en ese momento. Usted está dispuesta al obsequiarle al señor K lo que su mujer le
rehúsa.
El sueño vuelve a corroborar lo que ya le dije antes: usted refresca su viejo amor por su papá a fin de
protegerse de su amor por el señor K. No solamente que usted tuvo miedo del señor K, sino que usted se
temió también a sí misma, temió ceder su tentación. De esa manera estos empeños confirman la
intensidad de su amor por él. Desde luego, no quiso acompañarme en esta parte de la interpretación.
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Interpretaciones: fuego, agua, sexualidad.
Humo: el señor K fumaba, su padre también. Cuestión del olor a humo cuando se despierta, olor a
humo en la escena del beso en el lago.
Empieza a pensar interpretaciones sobre el síntoma de la tos (síntomas sobredeterminados).
Identificaciones a la madre, identificaciones al padre, representación del comercio sexual.
Recordar: síntoma histérico como satisfacción reemplaza la masturbación infantil.
Frase: “el grano de arena en torno al cual el molusco forma la perla”. Las dos patas del
síntoma.
El primer sueño como sueño edípico, deseo edípico de poner al padre en el lugar del
protector.
Un sueño no es un designio que se figure como ejecutado, sino un deseo que se figura como cumplido,
y en lo posible, además, un deseo que proviene de la vida infantil. Tenemos la obligación de examinar si
esta tesis no es contradicha por nuestro sueño.
El sueño contiene, de hecho, un material infantil que no guarda relación alguna, discernible a primera
vista, con el designio de escapar tanto de la casa del señor K como de la tentación que emana de él. ¿A
raíz de qué emerge el recuerdo de cuando se mojaba de niña en la cama? Puede responderse: solo con
ayuda de este itinerario de pensamientos era posible sofocar los intensos pensamientos de tentación y
hacer que prevaleciera el designio formado contra ellos. La niña se resuelve a huir c on su padre; en
realidad, huye a refugiarse en su padre por angustia frente al hombre que la asedia. Convoca una
inclinación infantil hacia el padre destinada a protegerla de su inclinación reciente hacia el extraño.
Cuándo más lindo sería que ese mismo padre no quisiera a nadie más que a ella, y se empeñara en
salvarla de los peligros que en esa época la amenazaban. El deseo infantil, hoy inconciente, de poner al
padre en el lugar del extraño es un poder-ser formador de sueños.
El deseo de sustituir al señor K por el padre presta la fuerza impulsora para el sueño.
(...)
El trabajo del sueño comienza la siesta del segundo día tras la escena en el bosque, después que notó
que ya no podía cerrar más con llave su habitación. Entonces se dijo: aquí corro peligro, y se formó el
designio de no permanecer sola en la casa, de partir con su papá. Este designio devino susceptible de
formar un sueño porque pudo continuarse en el inconciente. Ahí tuvo su correspondiente: convocó al
amor infantil por el padre como protección contra la tentación actual. La vuelta que así se consuma en
ella se fija y la lleva hasta la postura subrogada por su ilación hipervalente de pensamientos (celos a la
señora K a causa del padre, como si estuviera enamorada de él). Luchan en ella la tentación de ceder al
hombre que la corteja y la renuencia compuesta a hacerlo. Esta última está compuesta por motivos de
decoro y prudencia, por mociones hostiles como resultado de la revelación de la gobernanta y por un
elemento neurótico, la repugnancia sexual a que estaba predispuesta y que tenía raíces en su historia
infantil. El amor hacia su padre, llamado para protegerla de la tentación, proviene de la historia
infantil.
El sueño muda el designio de refugiarse en el padre, ahincado en el inconciente, en una situación que
muestra cumplido el deseo de que su padre la salve del peligro. Para ello es preciso hacer a un lado un
pensamiento que estorba, pues es el padre el que la ha expuesto a ese peligro. De la moción hostil hacia
el padre (inclinación a la venganza) aquí sofocada, tomaremos conocimiento como uno de los motores
del segundo sueño.
La situación fantaseada se escoge de suerte que remita a una situación infantil.
(...)
Ahora podemos intentar reunir las diversas determinaciones (determinismos} que hemos hallado
para los ataques de tos y de afonía. Debajo de todo en la estratificación cabe suponer un
estímulo de tos real, orgánicamente condicionado, vale decir, e l grano de arena en torno
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del cual el molusco forma la perla. Este estímulo es susceptible de fijación porque afecta a una
región del cuerpo que conservó en alto grado en la muchacha la significación de una zona erógena. Por
tanto, es apto para dar expresión a la libido excitada. Quedó fijado por lo que probablemente fue el
primer revestimiento {Umkleidung} psíquico -la imitación compasiva del padre enfermo- y, después,
por los autorreproches a raíz del «catarro». Este mismo grupo de síntomas se muestra además
susceptible de figurar las relaciones con el señor K., de lamentar su ausencia y expresar el deseo de ser
para él una mejor esposa. Después que una parte de la libido se volcó de nuevo al padre, el síntoma
cobra el que quizás es su último significado: la figuración del comercio sexual con el padre en la
identificación con la señora K. Quiero consignar, empero, que esta serie en manera alguna es completa.
El carácter incompleto del análisis no permite, desdichadamente, seguir la cronología de los cambios de
vía del significado, ni aclarar la sucesión y la coexistencia de diversos significados. Sólo es lícito
plantear tales exigencias a un análisis completo.
Segundo sueño.
Ando paseando por una ciudad a la que no conozco, veo calles y plazas que me son extrañas. Después
llego a una casa donde yo vivo, voy a mi habitación y hallo una carta de mi mamá tirada ahí. Escribe
que, puesto que yo me he ido de casa sin conocimiento de los padres, ella no quiso escribirme que papá
ha enfermado. «Ahora ha muerto, y si tú quieres, puedes venir». Entonces me encamino hacia la
estación ferroviaria y pregunto unas cien veces: «¿Dónde está la estación?». Todas las veces recibo esta
respuesta: «Cinco minutos». Veo después frente a mí un bosque denso; penetro en él, y ahí pregunto a
un hombre a quien encuentro. Me dice: «Todavía dos horas y media». Me pide que lo deje
acompañarme. Lo rechazo, y marcho sola. Veo frente a mí la estación y no puedo alcanzarla. Ahí me
sobreviene el sentimiento de angustia usual cuando uno en el sueño no puede seguir adelante. Después
yo estoy en casa; entretanto tengo que haber viajado, pero no sé nada de eso. . . . Me llego a la portería
y pregunto al portero por nuestra vivienda. La muchacha de servicio me abre y responde: «La mamá y
los otros ya están en el cementerio».
Estación ferroviaria, cementerio. Su padre muere. “Cinco minutos”. Libro grande en su cama que lee
cuando sabe que su padre muere.
Preguntas:
Dora se cuestionaba por su silencio en la escena del lago y el después.
¿Por qué empieza a hablar de golpe?
¿Por qué se tomó tan mal el cortejo del señor K, si ella lo amaba?
La propia Dora planteaba preguntas acerca de la conexión d sus acciones con los motivos que podían
conjeturarse. ¿Por qué durante los primeros días que sucedieron a la escena del lago no dije nada de
ella? ¿Por qué se lo conté repentinamente a mis padres? Yo consideraba que todavía no se había
explicado en absoluto qué la había llevado a sentirse tan gravemente afrentada por el cortejo del señor
K, tanto más cuanto que empezaba a ver que para el señor K el cortejo a Dora no había sido un frívolo
intento de seducción.
Joven ingeniero: postal con monumento (del sueño), espera y extranjero. Identificación.
Ella deambula sola por una ciudad extraña, ve calles y plazas. Aseguró que no era B, sino una ciudad
en la que nunca había estado. Proseguí, “usted puede haber visto cuadros o fotografías de las que tomó
las imágenes del sueño”. Tras esta observación sobrevino el agregado del monumento de la plaza, e
inmediatamente después el conocimiento de su origen.
Para Navidad le habían enviado un álbum de fotos con postales de una ciudad alemana de descanso.
Estaba en una cajita de postales que no aparecía y preguntó a su mamá “¿dónde está la cajita?”. Una de
las imágenes mostraba una plaza con un monumento. Ahora bien, el remitente era un joven ingeniero a
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quien Dora había conocido una vez pasada en la ciudad fabril. El joven había aceptado un puesto en
Alemania para independizarse más rápido; aprovechaba cuanta oportunidad tenía par que Dora
mantuviese vivo su recuerdo. Era fácil colegir que se propondría en su momento, cuando su posición
mejorase, aparecérsele con un requerimiento amoroso. Pero todavía no era tiempo, había que esperar.
¿Dónde está la estación? ¿Dónde está la cajita? (forma peyorativa de hablar de una mujer, de los
genitales femeninos). ¿Dónde está la llave? (Genitales masculinos).
Pregunta unas cien veces… esto lleva a otra ocasión del sueño, menos indiferente. Ayer a la noche, tras
la tertulia, el padre le pidió que buscase el coñac; no puede dormir si antes no ha bebido coñac. Dora
pidió a su madre la llave del bargueño, pero ella estaba enzarzada en una conversación y no le dio
respuesta alguna, hasta que Dora le espetó, con exageración propia de la impaciencia “te he preguntado
ya cien veces dónde está la llave”.
¿Dónde está la llave? Me parece el correspondiente masculino de la pregunta ¿dónde está la cajita?.
Por lo tanto, son preguntas por los genitales.
Brindis de un hombre por la salud de su padre; pensamiento por la muerte del padre. Se entera por una
carta; asociado con su propia carta de suicidio. Venganza al padre; él iba a morir de angustia por
ello. Manía de venganza hacia el padre.
El padre ha muerto, ella se había ido arbitrariamente de la casa. A raíz de la carta del sueño, yo le
recordé enseguida la carta de despedida que había escrito a sus padres, o al menos se la había
dejado a su alcance. Esa carta estaba destinada a horrorizar al padre para que renunciase a la
señora K., o a vengarse de él si no era posible moverlo a que lo hiciese. Llegamos así al tema de la
muerte de ella y de la muerte de su padre (cementerio, más adelante en el sueño). ¿Nos equivocamos si
suponemos que la situación que constituye la fachada del sueño corresponde a una fantasía de
venganza contra el padre? Los pensamientos compasivos del día anterior armonizarían muy bien
con ello. Ahora bien, la fantasía rezaba: «Ella se iba de casa, al extranjero, y la cuita del padre, la
nostalgia que sentía por ella, le partió el corazón». Entonces estaría vengada.
12
molesta situación. El padre había muerto y los otros ya habían viajado al cementerio. Ella podía leer
tranquila lo que quisiese.
Y bien; primero no quiso acordarse de haber leído alguna vez una enciclopedia; después admitió que
un recuerdo de esa clase emergía en ella, si bien su contenido era inocente. En la época en que aquella
tía suya a quien tanto quería estaba gravísima y ya se había decidido el viaje de Dora a Viena, llegó una
carta de otro tío, anunciando que ellos, por su parte, no podían viajar a Viena, pues su hijo (vale decir,
un primo de Dora) había contraído una apendicitis peligrosa. Entonces Dora buscó en la enciclopedia
para averiguar los síntomas de una apendicitis. De lo que leyó, recuerda todavía el característico dolor
localizado en el vientre.
Entonces recordé que poco después de la muerte de su tía, Dora había tenido en Viena una supuesta
apendicitis. Hasta entonces yo no me había atrevido a incluir esa enfermedad entre sus productos
histéricos. Contó que los primeros días tuvo mucha fiebre y sintió en el bajo vientre ese mismo dolor
sobre el cual había leído en la enciclopedia.
No parecía correcto concebir ese estado como puramente histérico. Es común, sin duda, que se
presente una fiebre histérica; pero parecía arbitrario atribuir la fiebre de esta dudosa enfermedad a la
histeria, y no a una causa orgánica, eficaz en ese momento.
Por más que la fiebre obedeciera en ese momento a una causa orgánica -acaso uno de los tan
frecuentes procesos de influenza sin localización particular-, quedaba demostrado que la neurosis se
había apropiado del ataque para usarlo como una de sus manifestaciones. Por tanto, ella se había
procurado una enfermedad sobre la cual había leído en la enciclopedia, y se había castigado por esa
lectura; pero debió reconocer que el castigo no pudo referirse en absoluto a la lectura de ese artículo
inocente, sino que se produjo por un desplazamiento, después que a esa lectura siguió otra, más
culpable, que hoy se ocultaba en el recuerdo tras la contemporánea lectura inocente.
Pregunté entonces c uándo aconteció la apendicitis, si antes o después de la escena junto al lago.
Y la inmediata respuesta, que solucionaba de pronto todas las dificultades, fue: nueve meses
después. Este lapso es bien característico. La supuesta apendicitis había realizado entonces la fantasía
de un parto con los modestos recursos a disposición de la paciente, los dolores y el flujo menstrual.
Señalé, pues, a Dora: «Si nueve meses después de la escena del lago usted pasó por un parto y hasta el
día de hoy ha debido soportar las consecuencias del mal paso, ello prueba que e n el inconciente
usted lamentó el desenlace de la escena. La corrigió entonces en su pensamiento inconciente. La
premisa de su fantasía de parto es, sin duda, que esa vez ocurrió algo, que usted vivenció y experimentó
todo lo que más tarde tuvo que tomar de la enciclopedia. Como usted ve, su amor por el señor K. no
terminó con aquella escena, sino que, como lo he sostenido, prosiguió hasta el día de hoy -al menos en su
inconciente-». Ella ya no contradijo.
13
en la trama de los pensamientos oníricos (las imágenes del álbum; las imágenes de Dresde). También
destacaría para una ulterior pesquisa el tema de la Madonna, de la madre virgen. Pero ante todo veo
que en esta primera parte del sueño ella se identifica con un joven. Él deambula por el extranjero, se
afana por alcanzar una meta, pero se ve demorado, hace falta paciencia, hay que esperar. Si ella
tenía en su mente al ingeniero, condeciría muy bien que esa meta fuera la posesión de una mujer, de su
propia persona.
Dora tomó mal el cortejo del señor K porque le dijo las mismas palabras que a la gobernanta: por eso el
cachetazo. Identificación con la gobernanta.
Tardó 14 días en contar la escena del lago, igual que la gobernanta en dejar la casa de los K.
¿Cuándo tomó usted la decisión? «Hace 14 días, creo». Suena como si se tratase de una muchacha de
servicio, de una gobernanta; un preaviso de 14 días. «Una gobernanta que dio preaviso había también
en casa de los K. cuando los visité en L., junto al lago». ¿Ah sí? Nunca me contó usted nada de ella. Por
favor, cuénteme.
«Pues bien; en la casa había una muchacha joven como gobernanta de los niños, que mostraba una
conducta enteramente asombrosa hacia el señor K. No lo saludaba, no le daba respuesta alguna, no le
alcanzaba nada cuando él, estando a la mesa, le pedía algo; en suma, lo trataba como al aire. Él, por lo
demás, tampoco era muy cortés con ella.
Uno o dos días antes de la escena junto al lago la muchacha me llamó aparte; tenía algo que
contarme. Me dijo entonces que el señor K. se le había acercado en una época en que su mujer se
encontraba ausente por varias semanas, la había requerido de amores vivamente, pidiéndole que
gustase de él; le dijo que nada le importaba de su mujer, etc.»
Son las mismas palabras que usó cuando la requirió a usted, y a raíz de las cuales usted le dio la
bofetada en el rostro. «Sí. Ella cedió, pero al poco tiempo él ya no le hizo caso, y desde entonces ella lo
odiaba».
Freud cree que Dora se tomó muy en serio la relación con el señor K, y que aunque ella era muy joven, él
la podría esperar (igual que su padre esperó a su madre). Cuestión de la espera.
El padre, que me visitó todavía algunas veces, aseguraba que volvería; se la notaba nostalgiosa de
proseguir el tratamiento. Pero él no era del todo sincero. Apoyó la cura mientras pudo alentar la
esperanza de que yo «disuadiría» a Dora de la idea de que entre él y la señora K. había otra cosa que
amistad. Su interés se desvaneció al notar que no estaba en mis propósitos conseguir tal resultado. Yo
sabía que ella no regresaría. Fue un inequívoco acto de venganza el que ella, en el momento en que mis
expectativas de feliz culminación de la cura habían alcanzado su apogeo, aniquilase de manera tan
inopinada esas esperanzas
14
Lacan, J., “Intervención sobre la transferencia”.
Desarrollos de verdad e inversiones dialécticas. Notas en clase.
Planteo basado en la teoría de Hegel de cómo la historia evoluciona mediante tesis - antítesis (negación
de la tesis), y de esta negación de la tesis se produce una síntesis (que con el tiempo se transforma en una
nueva tesis). Movimiento dialéctico histórico.
Lacan plantea que entre los dos lugares, entre el sujeto y el otro, hay una dialéctica. Entre el sujeto y el
analista hay un movimiento dialéctico como este.
El sujeto llega al análisis con una verdad, que es como entiende su vida. Ante esta verdad, el analista
propone una intervención, que como efecto va a transformar su lectura de la realidad, produciendo así
una modificación subjetiva.
El sujeto ya no es el mismo, se produjo un nuevo sujeto debido a esta intervención del analista.
Y así se producen todos los movimientos del análisis, verdad - intervención - nueva verdad - nueva
intervención, etcétera.
Lacan llama a esto “desarrollo de verdad” (la verdad del sujeto) e “inversión dialéctica” (a la
intervención del analista, que produce un nuevo desarrollo de verdad).
Freud no va a discutir ninguna de las quejas de Dora, pero va a intervenir con una pregunta: ¿usted
qué tiene que ver en todo esto? Esta es la primera inversión dialéctica. Freud apela al sujeto en
lugar de autorizar el lugar de objeto al cual Dora apela. Ubica una intervención en relación a la posición
del sujeto, cómo se ubica el sujeto en relación a esta escena.
Ante esta primera inversión dialéctica se produce un segundo desarrollo de verdad: es cierto, de
algún modo ella fue cómplice de esta situación. Hace así conciente de que ella había sido cómplice y
había hecho la vista gorda, y surgen recuerdos acordes. El sujeto ya no es el mismo, Dora ya no es la
misma.
Dora percibe que de algún modo inconciente sabía de la situación. Y, además, los beneficios: el padre le
hacía toda una serie de regalos culposos a su madre y a Dora. Regalos excesivos, mientras que al mismo
tiempo Dora recibía los regalos seductores del cortejo del Sr. K.
Está presente el sujeto del inconciente y el sujeto del deseo.
Dora percibe no solo el amor de su padre, sino la identificación masculina a su padre por medio de la
enfermedad: su padre había tenido una tuberculosis, motivo de una mudanza, y otra serie de
enfermedades. Dora se había posicionado en el rol de cuidadora del padre.
No solo cuidaba a su padre en la enfermedad, sino que también lo cuidaba al ser cómplice de la
situación.
Esto surge por un lapsus de hombre con recursos/hombre sin recursos. Dora sabía de la impotencia
sexual del padre, relacionada con su enfermedad.
De esta forma, ella sostiene la potencia del padre, lo sostiene como padre deseante, no como viejo
impotente, sino como padre que puede tener una amante.
15
Todo esto es efecto del segundo desarrollo de verdad.
En este tercer desarrollo de verdad ya mencionado, Lacan plantea que hubiese sido necesaria una
tercera inversión dialéctica, como un doblegamiento de la segunda intervención. ¿Quién es la
señora K para usted? Sería.
Lacan plantea lo que hubiera aparecido como cuarto desarrollo de verdad: el valor real del objeto
que es la Señora K para Dora. No como objeto homosexual, sino a la Señora K como el lugar de “la otra
mujer”.
Hubiéramos sabido qué es una mujer (y un hombre) para Dora.
Qué es una mujer: la señora K como “la otra mujer” encarna el lugar mismo del misterio de la
feminidad. Por lo tanto, la mujer es un enigma. Es el misterio de la feminidad.
En el inconciente de Dora, el qué es ser una mujer está encarnado por la Señora K, la otra mujer:
elemento de satisfacción pulsional.
La señora K encarna el objeto imposible de desprender de un primitivo deseo oral. El objeto a oral.
Elemento repetitivo en Dora, su punto de fijación es lo oral.
16
Dora ------------------ Identificación viril ------- Sr K -------------------- Sra K.
(¿qué es ser mujer?) (hombre - medio) (otra mujer).
Desencadenamiento de Dora.
La escena del lago. El Sr K dice “mi mujer no es nada para mí”. Rompió la estructura de la respuesta
neurótica de Dora.
Identificación viril:
S ------------- a (Sr K)
\
a’ ------------ A
(a’: Yo de Dora)
El Sr. K “le sirve a Dora de su yo” = se identifica.En la medida que en su intermedio puede mantener una
relación soportable con la Señora K.
SI la Señora K no es nada para el Señor K, ¿qué es el Sr K para Dora, si no le sirve como intermediario?
El equilibrio de la situación se rompe, y a partir de ese momento se produce la descompensación.
Comienza un síndrome de persecución en relación al padre, afirma que el padre quiere prostituirla, se
pone reivindicativa a tal punto de que es difícil diferenciar de un delirio reivindicativo.
Cuando la histeria estaba compensada, Dora sí tenía síntomas, pero éstos son tolerados.
El neurótico se arma de una respuesta fantasmática neurótica, que alivia la pregunta pero lo encierra en
las cuestiones relacionadas. La histérica se pone a prueba en los homenajes dirigidos a Otra significa que
se va a poner entre un hombre y una mujer, y ofrece la mujer en la que adora su propio misterio s ignifica
que supone que la otra saber qué es ser una mujer, qué es gozar como mujer, y ofrece al hombre del que
toma el papel, sin poder gozarlo = si la histérica toma el papel del hombre, no puede gozar del hombre.
Podrá hacer todo un juego con ese hombre, pero se lo deja a la otra.
Problema clave: si toma el lugar del hombre, no puede gozarlo.
Se pregunta por la mujer desde el punto de vista del hombre, que ¿qué sabe el hombre de qué es ser una
mujer? Nada. Solo los fantasmas masculinos.
17
Lacan sobre la histeria (varios textos).
Preguntas y respuestas neuróticas.
Significantes inscriptos brindan respuestas. En el campo de los significantes que faltan
en el Otro, que el otro no puede darle: en este punto están las preguntas. (Muerte, sexualidad
femenina y procreación).
[+ en desarrollos de Lacan sobre la neurosis, “la clínica de la pregunta neurótica”].
Sobre y en relación a los significantes que faltan en el otro, el sujeto se preguntará por su ser.
Histeria: se pregunta por el significante no inscripto de la sexualidad femenina. ¿Qué es ser una
mujer?
Histeria. Se constituye en su surgimiento por la pregunta (que no tiene respuesta) en relación a lo
femenino. Más preponderante en mujeres por la cuestión existencial, por la posición propia como mujer.
Del lado masculino sí hay respuesta a qué es ser un hombre, pero no hay respuesta significante sobre qué
es ser una mujer.
El hombre puede tener una histeria, también, puede preguntarse qué es ser una mujer.
Ahí se ubican todas las posibles respuestas en relación a la sexualidad; pero no hay respuesta. El labor
del analista es mantener la pregunta.
Diferentes respuestas desde una mujer o un hombre, por el diferente recorrido en el Edipo.
La niña tiene determinados elementos identificatorios para pasar por el Edipo: se ubica como castrada,
sin falo, y tiene envidia del pene.
Tanto hombre como mujer están angustiados, porque la castración genera angustia.
A nivel de lo imaginario hay muchas respuestas posibles. A nivel simbólico, depende si tiene material
para identificarse. El hombre es más fácil, se identifica con el padre. La mujer no tiene material
significante, le queda su relación frente a lo masculino para entrar al Edipo; el pasaje de la ligazón madre
a la ligazón padre en Freud.
“Identificación viril de la histeria”: momento en el Edipo en que se identifica al padre.
El amor al padre sostiene a la histeria porque permite el pasaje por una identificación viril. Y ese rodeo
le permite hacerse la pregunta por la sexualidad femenina, sostenida por la identificación viril.
Histeria: identificación viril al hombre. Dirigido a otra mujer. Modo de formularse la pregunta,
respuesta fantasmática.
La histeria promueve el deseo, pero sostenido en la insatisfacción.
En la histeria, se pregunta por lo femenino mediante una identificación imaginaria viril al hombre, pero
la respuesta es un tapón, engañosa, que vela la falta de respuesta.
18
Schejtman, F., “Las fantasías perversas de los neuróticos: síntoma, fantasía y pulsión”.
Tenderemos un puente entre la neurosis y la perversión, delimitando qué puede calificarse de perverso
en el campo de la neurosis, resaltar el carácter perverso de las fantasías en la neurosis y de las pulsiones
que se satisfacen en los síntomas neuróticos.
La soldadura.
Dora protesta en relación con su padre, acusándolo de entregarla al Sr. K, al mismo tiempo que tose de
manera característica. Freud indica: Un síntoma significa la figuración (realización) de una fantasía de
contenido sexual, vale decir, de una situación sexual.
La fantasía se liga, en Freud, con el campo del significado, del sentido. Lo que permite anticipar en algo
la noción lacaniana de fantasma que, desde cierta perspectiva, no es otra cosa que un sentido fijo, un
sentido coagulado. Un sentido, en cualquier caso, del que se goza y a partir del cual se interpreta y
sostiene la realidad.
Distingo que Freud establece: entre lo que llama la “solicitación somática” y el sentido del
síntoma. El síntoma histérico no trae consigo este sentido, sino que le es prestado, es soldado con él. El
sentido del síntoma no se encuentra inicialmente, sólo se agrega en un segundo tiempo, y lo hace por la
vía de una “soldadura”, que le otorga al síntoma una intencionalidad, una utilidad, de la que
originalmente carece. El síntoma es primero, en la vida psíquica, un huésped mal recibido.
Sólo secundariamente, en efecto, el síntoma se recubre por el sentido y deviene útil,
alcanza un motivo; estos sentidos del síntoma no son su causa, el motivo del síntoma no es aquello que lo
causa. Con Lacan podríamos agregar: si el sentido del síntoma se distingue de su causa, eso se sigue del
hecho de que el sentido es un efecto en lo imaginario, mientras que la causa del síntoma es real.
Si las fantasías que revela el análisis están del lado del sentido del síntoma, tales fantasías, como el
sentido, se agregan en un segundo tiempo, soldándose con algo heterogéneo a ellas: al hueso
duro, real, diríamos con Lacan, del síntoma, designado por Freud como “solicitación somática”.
Freud afirma que no tardó en atribuir a la tos nerviosa una interpretación referida a una situación
sexual fantaseada. Freud se conduce a la revelación de que la fantasía de Dora se halla expresada en la tos:
Con su tos espasmódica que, como es común, respondía al estímulo de un cosquilleo en la garganta, ella
se representaba una situación de satisfacción sexual per os entre las dos personas cuyo vínculo amoroso
la ocupaba tan de continuo”. E l impotente padre de Dora habría resuelto sus “inconvenientes” de
impotencia mediante la fellatio. Se recuerda la rectificación que hace Lacan al respecto: los hombres “sin
recursos” no se arreglan de este modo (mediante la fellatio), sino mediante el cunnilingus. Es el padre el
que chupa en esta fantasía y con él se identifica Dora en ese síntoma; allí donde su padre chupa, Dora
tose.
Fellatio o cunnilungus, Freud no deja de calificar como perversa la fantasía de Dora. Las
perversiones en esa época son definidas como conductas desviadas respecto de la “norma”, por el objeto o
por el fin sexual. Se clasifican las perversiones sexuales en dos grandes grupos: aquellas que se desvían de
la”normalidad” por su objeto (homosexualidad, pedofilia) y aquellas que lo hacen respecto a su fin, por su
meta sexual (sadismo, masoquismo, etc).
Freud desarrolla: Las psiconeurosis son, por así decir, el negativo de las perversiones. Todos los
psiconeuróticos son personas con inclinaciones perversas muy marcadas, pero reprimidas y devenidas
inconcientes en el curso del desarrollo. Por eso sus fantasías inconcientes exhiben idéntico contenido que
las acciones que se han documentado en los perversos. E s decir, el carácter perverso de la fantasía
neurótica. Las fantasías inconcientes de los neuróticos, que se expresan en los síntomas y son reveladas
por la interpretación psicoanalítica, no se distinguen en nada, en cuanto a su contenido, de las acciones
perversas.
19
De la masturbación al síntoma [soldadura].
Ateniéndose al carácter perverso de las fantasías neuróticas, desarrollos cruciales sobre el tema se
encuentran en Fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad. La fantasía inconciente se
localiza allí claramente sosteniendo y expresándose en los síntomas neuróticos. Freud dice
que la técnica permite, primero, colegir desde los síntomas estas fantasías inconcientes y luego, hacer que
devengan concientes, y que se ha descubierto que el contenido de estas fantasías de los histéricos se
corresponde en todos sus puntos con la situaciones de satisfacción que los perversos llevan a cabo con
conciencia.
Freud propone en este texto el mecanismo de la formación del síntoma neurótico. Se parte de la
masturbación en la infancia, indicando que ella se componía en esa época de dos fragmentos: l a
convocación de la fantasía y la operación de autosafistacción en la cima de ella. Tal
composición es el resultado de una “soldadura”. Se trata del mismo término utilizado en el historial de
Dora para referirse a la relación entre la solicitación somática con el sentido de los síntomas histéricos.
En relación a la masturbación, afirma: originalmente la acción era una empresa autoerótica pura,
destinada a ganar placer de un determinado lugar del cuerpo, que llamamos erógeno”. S e plantea,
entonces, un primer tiempo en el que localizamos una empresa autoerótica pura, una pura
autosatisfacción, aún sin referencia a la fantasía. Suponer un tiempo en que la satisfacción pulsional se
hallaría “aún” desprovista de cualquier marco fantasmático, desde Lacan.
Se deja claro que sólo en un segundo momento lógico esta pura autosatisfacción se suelda con la
fantasía, del mismo modo que únicamente en un segundo momento el sentido se suelda o se agrega al
síntoma: más tarde esa acción se fusionó con una representación-deseo tomada del círculo del amor de
objeto y sirvió para realizar de una manera parcial la situación en que aquella fantasía culminaba.
La satisfacción anárquica de las pulsiones parciales (“empresa autoerótica pura”) se liga,
o se suelda, se fusiona, con el campo de las representaciones (la fantasía). Y esa
“representación-deseo” es tomada del círculo de amor de objeto, que no designa otra cosa que aquello que
será el complejo de Edipo. Lo que nos permite aproximarnos al lazo estrecho que anuda estas dos
cuestiones: la fantasía y el complejo de Edipo.
Que Freud se refiera a una “soldadura” hace referencia al intento de fusionar elementos que son
heterogéneos. En términos de goce, desde Lacan, debemos decir que no es lo mismo el goce situado en el
nivel de la satisfacción anárquica de las pulsiones parciales, que aquél que resulta de marco que provee la
fantasía. Una cosa es la satisfacción pulsional, autoerótica, y otra la satisfacción propia de la fantasía. El
síntoma neurótico va a heredar ambas satisfacciones.
¿Cómo se continúa para Freud el camino que conducirá a la formación del síntoma neurótico? Vine
luego el abandono, la renuncia a esta clase de satisfacción masturbatoria y fantaseada. Y con esta
renuncia, la fantasía misma se conciente que era, deviene inconciente: se reprime. Y, si no se introduce
otra modalidad de la satisfacción sexual, si la persona permanece en la abstinencia y no consigue
subliminar su libido, está dada la condición para que la fantasía inconciente se refresque, prolifere y se
abra paso como síntoma patológico.
Sintetizando:
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En el caso Dora, la fantasía que subyace al síntoma de la tos es la fantasía de fellatio, y que Lacan
corrige como fantasía de cunnilungus. Pero la fantasía, se monta sobre una satisfacción autoerótica, se
suelda con un goce pulsional, originalmente autónomo respecto de aquella. Para Dora, un hecho notable
proporcionaba la precondición somática para la creación autónoma de una fantasía, que coincide con el
obra de los perversos: en su infancia había sido una chupeteadora.
La fantasía oral de Dora estaría montada sobre esta precondición somática, la autosatisfacción por el
chupeteo. La “chupetea-Dora”.
Esta autosatisfacción por el chupeteo es claramente distinguida por Freud como
“precondición somática”. Es, propiamente, su condición y en ello tal solicitación desborda ya el
registro de lo biológico. La “solicitación somática” se produciría en Dora, tal como la sitúa Freud, a nivel
de ese cosquilleo en la garganta que soporta la tos, pero estaría determinada, condicionada, por la intensa
activación de la zona erógena a temprana edad: la autosatisfacción por el chupeteo, como una empresa
puramente erótica. Y esta autosatisfacción por el chupeteo no es todavía, entonces, el tiempo en que la
pulsión es enmarcada por alguna fantasía. Es anterior a la soldadura con el campo de la fantasía.
Aquella escena temprana con el hermano, que Lacan destaca en el caso Dora, en la que ella está
sentada en el suelo, en un rincón, chupándose el dedo con una mano mientras que con la otra da
tironcitos al lóbulo de la oreja de su hermano, es ya una elaboración psíquica, un marco (fantasmático)
para la pulsión oral, para la autosatisfacción por el chupeteo.
No se trata en ella, de este modo, de la pulsión oral a secas, sino que esta escena con el hermano es ya
un fantasma que enmarca la pulsión. No es ya la “empresa autoerótica pura”, sino que en ella ya
encontramos el goce pasando por el campo del Otro, relación con el Otro. Lo que queda suficientemente
indicado por ese enganche con ese otro, que es su hermano, del que Dora se sujeta por la oreja y con el
que, según Lacan, se identifica.
Lacan aborda esta escena con su hermano como la “matriz imaginaria en la que han venido a vaciarse
todas las situaciones que Dora ha desarrollado en su vida; verdadera ilustración de la teoría, todavía por
nacer en Freud, de los automatismos de repetición”.
La “Matriz imaginaria” (como él entiende al fantasma en esa época) que se repite, que está en juego y
que organiza todas las relaciones de Dora con sus objetos de amor y ¿por qué no? De odio. Esta matriz se
encontraría también sostenido aquella fantasía que subyace al síntoma de la tos.
1 2 3
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Así, hay lo que el goce se deja enmarcar en el fantasma, y de ese modo se modera incluyéndose en el
campo del principio del placer. Lo que revela que el fantasma no tendría en último término otra
función que esa: transformar ese goce pulsional en uno limitado, ajustado a ese principio. En el nivel
mismo del síntoma del neurótico, existe un núcleo duro, resto de goce autoerótico, heterogéneo respecto
de aquel en que la neurosis se adormece, diferente del goce fantasmático, uno que empuja más allá del
principio de placer.
El síntoma neurótico hereda así la satisfacciones heterogéneas provenientes de estas dos vertientes.
El grafo.
El grafo localiza de modo muy preciso la manera por la cual el fantasma “interfiere” en la
formación del síntoma neurótico. Es lo que se encuentra en el vector que va de la escritura del
fantasma ($♢a) a s(A), significado del otro, lugar donde se localiza el síntoma.
22
El fantasma es ya una respuesta anticipada para la pregunta que podría formularse acabadamente si el
neurótico la desplegara, hasta alcanzar S(A). lo que se lee, significante de la falta del otro, lugar
donde podemos escribir, freudianamente, al trauma.
Ubicando la interferencia del fantasma en el síntoma neurótico (por ejemplo, la tos de Dora soportada
por aquellas dos escenas, la fantasía referida al encuentro del padre con la Sra. K, y también aquella
imagen temprana con el hermano), todavía estamos en el nivel del sentido del síntoma. Es decir,
señalaríamos sólo aquello que el síntoma recibe del fantasma.
Sobre el síntoma también se ejerce una interferencia que le llega de un poco más lejos y que no es otra
que la incidencia misma de lo pulsional. El recorrido que va de $ ♢ D (matema lacaniano de la pulsión)
hasta s(A), localización del síntoma, como ya lo indicamos.
Aquí ya podemos situar ahora la prevalencia de la pulsión oral en Dora, su incidencia en la formación de
síntoma, en la tos, localizandola sobre el rafo en $ ♢ D.
Hacemos notar así que estos dos goces heterogéneos, el pulsional y el fantasmático, quedan
comprometidos en el síntoma neurótico.
23
Schejtman, F., “Histeria y Otro goce”.
La feminidad, desde Freud.
Nos proponemos abordar la relación de la histeria con el goce femenino. Recorremos un camino que nos
llevará desde los desarrollos freudianos sobre la feminidad, hasta la distinción lacaniana entre el goce
llamado fálico, masculino, y Otro goce, propiamente femenino, para arribar por fin a la histeria.
Freud comienza por subrayar, en efecto, la disimetría fundamental, radical, en la estructura y la
diacronía del Edipo entre el niño y la niña.
El complejo de Edipo.
En el varón.
Respecto al varón, se destaca el carácter “completo” del Edipo, agregando al ya conocido “Edipo
positivo” (en el que el varón se identifica con el padre, para desde allí abordar a la madre), el “Edipo
negativo” (en el que el niño, desde una posición pasiva, desde el lugar de la madre, espera la satisfacción
sexual por parte del padre). Tenemos así el “esquema del Edipo completo” para el niño.
24
es descripta en Psicología de las masas y análisis del yo). En ella, la catexia libidinal “regresa” al yo y deja
en él una impronta: regresión desde la elección de objeto hasta la identificación.
El complejo de castración en el varón termina con el complejo de Edipo. Con ese “termina”, debería
haber allí no sólo una represión, sino una “destrucción y cancelación” del mismo. Pero tal “destrucción y
cancelación” absolutas acontecen cuando este proceso “se consuma idealmente”; seguramente, en lo
usual, se llega a la represión del complejo de Edipo y entonces a la manifestación de algunos “efectos
patógenos”, en suma, lo que se conoce como neurosis.
Visión - amenaza o
amenaza - visión
25
hijo. Resigna el deseo del pene para reemplazarlo por el deseo del hijo, y con este propósito toma al padre
como objeto de amor. La madre pasa a ser objeto de los celos y la niña deviene una “pequeña mujer”.
Niña ----> Madre “Al punto nota la diferencia, se Niña identificada con madre,
siente gravemente perjudicada, objeto de amor padre.
le gustaría tener también algo
así”.
Zona rectora: clítoris. Encuentro con la castración (la Orientación “hacia el padre”.
Masturbación. Actividad. Fase suya y la de la madre). Renuncia a la masturbación.
“Masculina”. Pasividad. Pene = hijo.
Ahora bien, el “Edipo positivo” constituye solo uno de los tres caminos posibles que se
abren para la mujer a partir del complejo de castración, aquel que, para Freud, conduciría a la
posición femenina “normal”. Tres son, según Freud, las orientaciones posibles para la niña que ha llegado
a la encrucijada que se abre con el encuentro de la castración. Una lleva a la inhibición sexual o a la
neurosis; la siguiente, a la alteración del carácter en el sentido de un complejo de masculinidad, y la
tercera, en fin, a la feminidad normal.
La primera orientación lleva al universal extrañamiento respecto de la sexualidad. La
mujercita aterrorizada por la comparación con el varón, queda descontenta con su clítoris, renuncia a
su quehacer fálico y, con él, a la sexualidad en general, así como a buena parte de su virilidad en otros
campos.
No creemos que los dos caminos restantes, las dos orientaciones que siguen, queden necesariamente, en
el planteo freudiano, por fuera de la neurosis. Las tres orientaciones descritas por Freud pueden
perfectamente ser abordadas como “formas neuróticas de la feminidad”.
La segunda orientación, el complejo de masculinidad: en porfiada autoafirmación, retiene la
masculinidad amenazada; la esperanza de tener alguna vez un pene persiste hasta épocas
increíblemente tardías, es elevada a la condición de fin vital, y la fantasía de ser a pesar de todo un
varón sigue poseyendo a menudo virtud plasmadora durante prolongados períodos.
Vale diferenciar la “esperanza de tener alguna vez un pene” del lado de la Penisneid (en la encrucijada
misma) de la “fantasía de ser a pesar de todo un varón” de lleno ya del lado del complejo de masculinidad
(una de las salidas posibles frente a la encrucijada).
El llamado complejo de masculinidad de la mujer, si no logra superarlo pronto, puede deparar
grandes dificultades al prefigurado desarrollo hacia la feminidad. La esperanza de recibir alguna vez, a
pesar de todo, un pene, igualándose a un varón, puede conservarse hasta épocas inverosímilmente
tardías y convertirse en motivo de extrañas acciones, de otro modo incomprensibles. La niñita se rehúsa
a aceptar el hecho de su castración, se afirma y acaricia la convicción de que empero posee un pene, y se
ve compelida a comportarse en lo sucesivo como si fuera un varón.
Distingamos “la esperanza de recibir alguna vez, a pesar de todo, un pene” del lado de la envidia del
pene, de “la convicción de que empero (se) posee un pene” del lado del complejo de masculinidad. La
primera podría dar lugar a la ecuación simbólica pene = hijo, mientras que la segunda pareciera impedir
esa ecuación.
Si el deseo del hijo (sustituto del deseo fálico) se sitúa en el exacto lugar del “reconocimiento” de la
castración, “la convicción de que empero (se) posee un pene” propia del complejo de masculinidad
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taponaría, en alguna medida, el lugar de la falta necesario para sostener ese deseo. La castración se
encontraría “desmentida”. Esto no impide, por supuesto, que una mujer en esta posición devenga madre.
La tercera orientación es el camino designado como el de la feminidad normal, el deseo con que la
niña se vuelve hacia el padre, es sin duda, originalmente, el deseo del pene que la madre le ha denegado
y ahora espera del padre. Su castración la desprende del lazo primero con la madre, y espera recibir lo
que le falta del padre. Empero, la situación femenina solo se establece cuando el deseo del pene se
sustituye por el deseo del hijo, y entonces, siguiendo una antigua equivalencia simbólica, el hijo aparece
en el lugar del pene.
Sabemos con Freud que ausente la angustia de castración, falta para ella el motivo principal que había
esforzado al varoncito a abandonar el complejo de Edipo. Así que en el caso de la niña, el Edipo no tendrá
un corte abrupto, como en el niño, sino que se irá “deconstruyendo muy lentamente y de manera
incompleta”. En tales constelaciones tiene que sufrir menoscabo la formación del superyó, no puede
alcanzar la fuerza y la independencia que le confieren su significatividad cultural.
Tres orientaciones:
1. Renuncia a la sexualidad (“renuncia al quehacer fálico y a la sexualidad en general”).
2. Complejo de masculinidad (“retención de la masculinidad amenazada, convición de poseer
un pene (en la fantasía)”.
3. Complejo de Edipo (positivo). (“Orientación hacia el padre, renuncia a la masturbación,
pasividad, pene = hijo, feminidad normal”).
¿No nos está planteando Freud de esta manera que el camino “normal” para la mujer es el que conduce a
la maternidad?
Efectivamente, el núcleo del planteo freudiano no es otro que este: tras el deseo del hijo
sobrevive el deseo del pene; más aún, el segundo sostiene al primero. Pero subrayamos lo que
el párrafo sostiene: que este “deseo femenino por excelencia” no es, sino, un deseo masculino,
un antiguo deseo masculino. De modo que, ¿a qué aguas calmas arriba el barco de la feminidad? A una
posición masculina. Las tres orientaciones suponen evidentemente una “orientación fálica” como sostén:
las tres se soportan de la envidia del pene.
Lo femenino, de este modo, se normaliza en el deseo fálico, dejándose encauzar por la “carretera
principal”. Este deseo del hijo, sostenido en el deseo del pene (el “antiguo deseo masculino”) logra regular
y hasta normalizar la sexualidad de la mujer.
Las tres orientaciones propuestas por Freud luego del encuentro con la castración nos
parecen reguladas por la misma razón: el falo. Podemos abordarlas ahora, en sus diferencias,
incluso como modos de goce. Las tres orientaciones, como modos de goce según la perspectiva freudiana,
encuentran su razón en el falo, incluyéndose de esta manera en el terreno de lo que Lacan denomina “goce
fálico”. Y no podía ser de otro modo, ya que las tres orientaciones que Freud describe son consecuencia, o
respuestas a la envidia del pene, es decir, la forma que toma el complejo de castración en la mujer.
Nos preguntamos: ¿es que no hay nada más del lado femenino? Debemos decir que Freud llegó hasta
allí, intentó acomodar lo femenino en la horma fálica. Sin embargo, es cierto que llegó a insinuar que él
mismo no se hallaba conforme con el punto hasta donde había podido extender sus consideraciones en
este campo.
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En el Seminario 20 introduce las conocidas “fórmulas de la sexuación”, y en ellas el distingo entre
estos dos goces.
Si hay un goce que se regula por la ley del padre (el goce fálico), del que podemos decir que es un goce
“político”, hay además un goce propiamente femenino, que resiste al encuadramiento que
proviene de la ley. Que no se deja limitar por el orden legal, que se sustrae a la “civilización” que
impone la ley del padre.
Si puede considerarse al complejo de Edipo como la “maquinaria” que regula el goce,
falicizándolo, puede indicarse que una mujer es “no-toda” tomada por aquel. Lo que tiene por
consecuencia que para ella no-todo el goce se deja atrapar por sus redes (las del Edipo). Resta entonces,
del lado femenino, Otro goce, Otro que el que se encarrila por la “carretera principal”.
Afirmar que una mujer es no-toda tomada por el Edipo, no es lo mismo que decir que no está
enteramente allí. Una mujer está del todo allí (en el Edipo) y sin embargo eso no es todo, hay algo más. No
es que a ella no le alcance la castración, sí lo hace y el goce, entonces, se regula por el galo… pero no-todo:
resta Otro goce. Ella no-toda es en el goce fálico.
Un planteo así no debería sorprender, ya que Freud propone que es preciso que el Edipo se disuelva para
que la ley del padre se incorpore, se interiorice. Al menos en su cara de “prohibición”, de regulación del
goce, el superyó tiene su origen en el sepultamiento del Edipo.
En esta perspectiva, se puede entender, entonces, que Freud proponga que del lado femenino sufre
“menoscabo” la formación del superyó.
Planteando las cosas de esta manera, es decir, destacando que es la faz paterna del superyó (la cara
reguladora, pacificante) la que sufre este menoscabo en la mujer (ya que este superyó “paterno” se
conformaría por la interiorización de la ley al disolverse el Edipo, lo que no sucede del lado femenino sino
“en forma lenta e incompleta”), podríamos decir que Freud nos anuncia, a su manera, que una mujer es
no-toda tomada por el Edipo, no-toda en el goce fálico.
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Del lado del para-todo, del lado del goce fálico, podemos señalar aquí que de este mismo lado nos
quedarían, entonces, las tres orientaciones que Freud estableció como salidas posibles para una
mujer: retiro de la sexualidad, complejo de masculinidad y feminidad normal (deseo del hijo
como sustituto del deseo del falo). Las definimos como formas de goce fálico, feminidad
“norme-male”, feminidad norma macho.
Entre las mujeres que se posicionan electivamente del lado hombre, encontramos a las histéricas. Y
encontramos a una histérica plenamente de ese lado hasta que consiga ir más allá de la neurosis que la
sujeta, para encontrar del Otro lado el goce propiamente femenino. Pero, hasta que eso ocurra, la
tendremos, por su fuerte amarre al “deseo insatisfecho”, perfectamente sujeta del lado hombre, ya que el
deseo insatisfecho deberá ser ubicado de aquel lado.
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Es que en su escritura $ ♢ a se representa el deseo, estructuralmente insatisfecho ($) y el resto (a) que se
produce en el momento mismo del desencuentro con lo que podría colmarlo. El goce fálico está
estructuralmente condenado al fracaso, a no hallar lo que era su meta, a dejar resto y a pedir más.
El lado mujer.
Respecto al Otro lado, al “lado mujer”, cuando escribo (función del lado femenino) esta función inédita
en que la negación afecta al cuantor que ha de leerse no-todo, quiere decir que cuando cualquier ser que
habla cierra filas con las mujeres se funda por ello como un no-todo, al ubicarse en la función fálica.
La negación afecta al “para-todo x”, por lo que leemos “para no-todo x, phi de x”. Cualquier ser que
habla, si se ubica de este lado (del lado mujer), no-todo es alcanzado por la función fálica y,
consecuentemente, su goce no-todo se regula, no-todo se civiliza, por la razón fálica. Ya lo señalamos: una
mujer no-toda es tomada por el complejo de Edipo.
Para el lado mujer no se afirma la función fálica como universal, no se logra el “todo” de
la castración, no se hace clase, como del lado hombre. Y esto porque una mujer tiene una
relación distinta, no con el falo, sino con lo que le pone un límite.
Indicábamos que para que se logre el “todo” de la castración, del lado hombre, debía exceptuarse
“al-menos-uno”, uno para el que la ley de la castración no tuviera efecto. Sólo así se constituye una clase:
sustrayéndose uno, lo que constituye un límite.
Del lado mujer, ocurre que no hay ese al menos uno que, desde fuera, sostenga la clase,
exceptuándose al para-todo. En la mujer no existe ni uno que se sustraiga a la castración y, no habiendo
excepción, del lado mujer no se construye una clase, no se cierra el conjunto, no se hace el todo.
No es por otra cosa que “La” mujer no existe. No hay la clase de La mujer. Es ese “La” que
denotaría la posibilidad de una clase, el que tiene problemas del lado femenino. Es por eso
que Lacan lo escribe tachado: La mujer.
Por eso justamente que la hace no toda, la mujer tiene un goce adicional, suplementario respecto a lo
que designa como goce la función fálica.
Debemos cuidarnos de suponer que, por alcanzar un goce suplementario del llamado fálico, una mujer
se ubique fuera del Edipo o fuera de la función fálica. Lo que nos podría inducir el lado mujer con la
psicosis. La diferencia es sustancial. El ser no-toda en la función fálica no quiere decir que no lo esté del
todo. Efectivamente, que ella tenga acceso a un goce no encauzado fálicamente, no encarrillado por el
nombre del padre, no quiere decir que no se encuadre tomada por el Edipo y su razón fálica: está de
lleno en la función fálica (lo que la excluye de la psicosis, cuando no es una psicótica).
Hay para ella entonces algo más que el goce ordenado “en la carretera principal”: hay un goce
propiamente femenino que excede al fálico. Hay una dificultad de estructura, en efecto, para hablar de
este Otro goce.
El goce propiamente femenino, paradójicamente, causado por el significante (porque hasta nueva orden
sólo lo encontramos en los seres que hablan) es repelente al significante. Cuando intentamos asirlo con
palabras, se nos escapa.
Si del goce femenino no se puede decir más que desde el lado del hombre, notemos ahora que será
siempre, irremediablemente, un goce mal dicho, o maldito. No se puede hablar de la mujer, sino
mal-diciéndola, porque no hay significante que la diga bien en el campo de lo simbólico. Falta “material
simbólico” en el Otro para designarla: S(A).
Es justamente por este hecho, porque no hay significante simbólico que la bendiga, que ella tiene acceso
a un goce que el significante no consigue asir, más que pidiéndolo, diciéndolo mal.
La pregunta neurótica.
Si hay una pregunta histérica que apunta al corazón mismo de lo femenino, veremos que ésta no podrá
formularse más que desde el lado del hombre. Volverse mujer y preguntarse qué es una mujer son dos
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cosas esencialmente diferentes. Diría aún más, se pregunta porque no se llega a serlo y, hasta cierto
punto, preguntarse es lo contrario de llegar a serlo.
Es la histérica, precisamente, la que preguntándose qué es una mujer se aleja de serlo: la
encontraremos situada del lado hombre de las fórmulas de la sexuación lacanianas. Es
necesario señalar que si la histérica se pregunta qué es ser una mujer, esta pregunta no es sino un modo
neurótico de preguntarse.
La forma neurótica de la pregunta, por la muerte o por el ser (del lado del obsesivo), por
la feminidad (para la histérica) es la pregunta detenida, la pregunta no desplegada. La
neurosis supone, además, una respuesta anticipada. Agreguemos: anticipada, para no llegar al lugar en el
que aquella pregunta no tiene respuesta.
Falta “material simbólico” para decir de la mujer y de la muerte: S(A) (significante de la
falta del otro).
Queda aún, para un ser hablante, una posibilidad para no enfrentarse con ese agujero: esa defensa
consiste en no acercarse al lugar donde no hay respuesta a la pregunta. E sto es, no
aproximarse al lugar en donde el Otro ya no responde.
Si una neurosis es ya respuesta anticipada, para no acercarse al lugar donde no hay respuesta a la
pregunta, esa respuesta se localiza muy precisamente en el nivel del fantasma. Nos parece claramente
legible en el grafo del deseo.
Situamos en S(A) el punto donde el Otro no responde. Puede observarse que el vector que llega a ese
punto va tomando la forma de signo de pregunta. ¿Qué soy para el deseo del otro? Porque, por cierto, S(A)
puede leerse de ese modo: deseo del Otro, además de “significante de la falta en el Otro”.
Sin llegar al lugar donde la pregunta no se responde (lo que por cierto no le generaría otra cosa que
angustia), el neurótico desvía el recorrido, tomando por el cortocircuito del fantasma (por el
“circuito corto” del fantasma) y respondiendo así a la pregunta anticipadamente, es decir,
preguntándose pero sin hacerlo, no desplegando el interrogante.
La neurosis, en efecto, elige desviarse por la ruta del fantasma, para no llegar al punto donde el
interrogante podría formularse con propiedad: S(A). Hasta allí conduciría, verdaderamente, un preguntar
no detenido, una pregunta desplegada: hasta el lugar mismo donde la pregunta no tiene respuesta. Pero la
neurosis se decide, antes, por el atajo del fantasma.
De este modo nos quedamos más tranquilos y, en suma, esa es la característica de la gente normal. No
hacemos preguntas, nos lo enseñaron, y por eso estamos aquí. Tal la tranquilidad, en efecto, de la
respuesta anticipada en el fantasma. Es la manera neurótica de regular el deseo (lo que en el grafo se
escribe con la d minúscula), de sostener el deseo en una pere-version ( versión hacia el padre): la del
fantasma.
Esa es la perspectiva neurótica, la de esta respuesta anticipada, pero también el modo hombre de
abordar al Otro, digamos ahora, de posicionarse frente a la falta del Otro, taponándola. La característica
de la gente “normachizada” es, entonces, no hacerse preguntas, para no alcanzar así el lugar donde esas
preguntas no tienen respuesta: S(A).
Las vicisitudes de la vida no consienten muchas veces la tranquilidad dormitiva de tales respuestas
anticipadas en las que la neurosis descansa. Contingencias diversas empujas al neurótico al
borde del agujero, que por todos los medios pretende evitar. Podremos localizar allí el orden de
encuentro que el psicoanálisis, desde Freud, nombra como traumático. En cualquier caso, se trata del
encuentro con lo que logra conmover, hacer tambalear, la respuesta anticipada que el
neurótico sostiene a nivel del fantasma. Situamos allí una “vacilación del fantasma”, que se
sigue del golpe que sufre, por algún encuentro con lo real, “la versión del padre” que aseguraba la
homeostasis del sueño neurótico.
Este encuentro, siempre contingente, que hace tropezar a la pere-version del fantasma no es sin
angustia. Más o menos explícita la angustia se cuela por las rasgaduras que ha sufrido el velo fantasmático
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y eventualmente es lo que puede conducir al neurótico a un análisis: para desplegar, ya en ese marco, su
pregunta. Puede sostenerse que no hay psicoanálisis que no comience por el golpe que sufre la
respuesta anticipada que el neurótico da en su fantasma, a una pregunta que aún no ha
desplegado.
La respuesta de Dora.
En la histeria, si hay allí una pregunta por la mujer, se define exactamente por el despliegue de la misma.
La histeria no consiste sino en la respuesta anticipada que, desde el lado del hombre, se da, en el
fantasma, al ¿qué es ser una mujer?
De esta manera tapona la histérica la falta en el Otro con una singular versión del padre. Su fantasma le
da una razón (fálica), una “medida” de lo que sería ser mujer. Para cada histérica de una manera
absolutamente singular: a partir de su versión del padre, su propia versión de lo que es ser una mujer.
En Dora es, freudianamente, su tos la que nos abre la vía que nos conduce hacia el fantasma. Fantasía de
fellatio, afirma Freud, cunnilingus, corrige Lacan.
Lo que se sostiene es una singular “versión del padre” (a partir de su impotencia), lo que nos conduce
hacia la respuesta anticipada que propone el fantasma de Dora al interrogante por la mujer. Una mujer se
reduce en ese marco a “ser algo a ser chupado”.
A partir de esta escena temprana con el hermano, y en el nivel mismo de esa matriz imaginaria
(fantasma), podemos “tomar la medida” de lo que son para Dora la mujer y el hombre: la mujer es el
objeto imposible de desprender de un primitivo deseo oral. Dora también intenta responder a una
pregunta sin respuesta: la pregunta por lo femenino.
Desde la perspectiva del hombre, Dora, del mismo lado, en su fantasma, anticipa una respuesta, la
suya, que ya mide lo que para ella es ser una mujer: “un objeto a ser chupado”. No es otra
cosa que la señora K, la que es “degradada” a esa posición.
Ya hemos destacado que del lado hombre tal es la manera de suplir la relación sexual que no hay: el
fantasma, de ese lado, reduce al Otro femenino a funcionar como objeto a. Como fórmula de “la más
generalizada degradación” para el modo hombre de abordar al otro sexo.
Es la relación del sujeto $ con el objeto (a) en el fantasma, lo que suple la inexistencia de La mujer. Que
el fantasma va al lugar exacto de la ausencia de la relación sexual. Que el fantasma es ya una respuesta
anticipada, desde el lado hombre, para una pregunta que no tiene respuesta. En la histeria, la pregunta
por lo femenino.
Hacer de hombre.
Si la tos de Dora, diciendo de su fantasma, la deja del lado hombre de las fórmulas de la sexuación de
Lacan, con Freud llevaremos las cosas aún más lejos, ya que la histérica en este mismo modo hombre debe
abordar al Otro sexo… hace de hombre. Esto es, se identifica con un hombre. Y es que sólo desde ese lugar
(identificada con el hombre) podrá responderse anticipadamente la pregunta por la mujer.
Así es que Dora, nos dice Freud, tose como su padre: identificación del segundo tipo con
un rasgo del objeto amado. Es desde esa identificación con el padre que ella aborda a la señora K
como un “objeto a ser chupado”. Lo hace entonces desde la posición que en su fantasma le endilga al
padre, ya que él es allí quien chupa.
Dora, en verdad, se identifica con todos los hombres del historial: con su padre, con el señor K,
con su hermano, con Freud mismo. Los hombres no son para ella más que meros
intermediarios, testaferros para que, desde su lugar, la histérica Dora se formule su pregunta por la
mujer, esto es, para que desde allí la respuesta anticipadamente con su fantasma. Sólo aborda a la otra
haciendo de hombre.
Es por eso que muchas veces se le pudo interpretar a la histérica una supuesta “homosexualidad
latente”, no haberla señalado en Dora es uno de los errores que Freud mismo se endilga. Pero con Lacan
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ya no pensamos en interpretar esta adoración de la otra en la histeria en el sentido de una tal
homosexualidad, sino que encontramos ahí el intento de la histérica de hallar, situada ella en el lugar de
un hombre, a una mujer que se avenga, que se acepte como objeto de deseo de un hombre, según s
fantasma. Es al lugar de objeto a en su fantasma que la histérica conduce a la otra.
Sí podemos hablar aquí de “homo-sexualidad”, para la histérica, si ese “homo” lo derivamos del latín
homo-homunis (hombre). Lo que haría de una histérica más una homosexuada (sexuada del lado hombre
de las fórmulas de la sexuación).
¿Qué detiene a la histérica, demorándose ella misma en el lugar de ese testaferro, sino su pregunta como
tal? Es el despliegue de su interrogante por o femenino lo que se ve detenido, demorado. Estanca su
pregunta, podemos decir, en la respuesta anticipada que da en su fantasma, desde el lugar del hombre.
El análisis de una histérica se posibilita por la puesta en cuestión, o la caída, de tales identificaciones
viriles que hacen a su demora sufriente. El análisis se orienta a contramano de la neurosis histérica,
acompañando a la demorada en la tarea de aflojar esas respuestas identificatorias que la amarran al lado
hombre.
Así la histérica se pone a prueba en los homenajes dirigidos a otra, y ofrece la mujer en la que adora su
propio misterio al hombre, del que toma el papel sin poder gozarlo. La idea de la histérica haciendo de
hombre, tomando el papel del hombre, pero “sin poder gozarlo”: el deseo insatisfecho de la histérica,
como un modo de gozar.
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consistencia), respecto del cual pueda siempre proponerse como rezagado. La posición histérica como
“goce de la insatisfacción” no se sustenta más que ubicando en su mira, en algún lugar en el horizonte, la
suposición de un “todo de goce”, de un “goce absoluto”, respecto del cual aquel que a ella le toca en suerte
pueda ser planteado como exiguo.
Ella promueve el punto al infinito del goce como absoluto. Y es porque este goce no puede ser
alcanzado por lo que ella rechaza cualquier otro, que, respecto de esa relación absoluta que procura
plantear, tendría un carácter de disminución.
Las más usuales encarnaciones de este goce absoluto son “la otra mujer” y “el padre ideal”.
Nunca se tarda demasiado en encontrar, escuchando a una histérica, a la otra que supuestamente goza
todo lo que ella no.
Pero vale aclarar que este goce absoluto supuesto a la otra, en realidad, no existe. No hay el goce del
Otro. Pero que no exista no impide a la histérica darle alguna consistencia en el horizonte de su
insatisfacción y que ello tenga eficacia. Con su fantasma, ella sostiene el pretendido goce de la otra. En su
fantasma es la otra la que goza, en su lugar.
El goce de la otra al que da consistencia por su deseo insatisfecho no es el goce propiamente femenino.
La histérica no supone otra cosa: la otra goza como una mujer. Pero desde lo propuesto, ello no es sino su
modo de mal-decir lo femenino. Si el goce propiamente femenino es repelente al significante, la histérica
dice de él desde el lado de hombre, lo mal-dice: confunde el goce femenino con el pretendido goce de la
otra.
Dora encuentra el plus de goce justamente al dejarle a la otra (la señora K) aquello que el
hombre (el señor K) está dispuesto a ofrecerle.
Goce de ser privada del goce, en ese menos de gozar halla la histérica el “goce de la insatisfacción”. Goce
que nos queda, por cierto, del lado del goce fálico (del lado hombre) resultando siempre en un “y… más”,
ya que no alcanza nunca aquel punto al infinito del goce absoluto, que lo sostiene y motoriza.
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Histeria y feminidad: de Freud a Lacan.
La histeria ha sido una considerada una enfermedad de las mujeres por muchos años. Las relaciones
que, desde el psicoanálisis de Freud y Lacan han podido establecer entre histeria y feminidad se
desarrollan a continuación.
En la perspectiva freudiana, se promueve un acercamiento estrecho entre histeria y feminidad mientras
que, en la enseñanza de Lacan, la posición histérica y la posición femenina se mantienen apartadas y hasta
en oposición.
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De esta manera, en el fantasma, cada histérica responde qué es ser una mujer, identificada o detenida
ante el testaferro que media en su relación con la otra, mientras que deja a su cargo (a cargo de esa otra
mujer que nunca es cualquiera) la encarnación de lo femenino. El caso de Dora, su adoración por la
señora K sostenida por la identificación con los personajes masculinos de su historia.
Cómo entiende Lacan el modo en que una mujer “se sirve” de la relación con un partenaire hombre; en
lugar de posicionarlo como base identificatoria, testaferro u “hombre de paja”, ante el que se detiene en su
captura de la otra mujer, en Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina, Lacan
propone que “el hombre sirve de relevo para que la mujer se convierta en ese Otro para sí misma, como lo
es para él”.
En el Seminario 20, Lacan introduce las fórmulas de la sexuación y precisa la divergencia entre el goce
fálico y el Otro goce, propiamente femenino. Si efectivamente se afirma aquí que es electivo colocarse de
uno u otro lado de estas fórmulas, queda claro en el desarrollo de sus clases que la histeria queda ubicada
del “lado hombre” de las fórmulas de la sexuación.
La histeria, que es hacer de hombre, y ser por tanto también ella hommosexuelle o fuerasexo… L acan
escribe aquí hommosexuelle con dos “m” para indicar que ese hommo remite a homme (hombre). Lo que
hace de la histérica menos una homosexual que una “homosexuada”, u “hombresexuada”, bajo el yugo
entonces del goce al que está constreñido el “norma-macho”, es decir, el goce fálico. Del cual, conviene
subrayar, ella posee su versión particular, ya anticipada, como “goce del demasiado poco de gozar”: goce
de la privación.
Goce que, acotemos aquí, no puede dejar de suponer el horizonte de la consistencia de un goce absoluto
(el goce del otro, localizado generalmente por la histérica en el nivel del padre ideal o de la otra adorada),
respecto del cual puede proponerse siempre como exiguo. La queja histérica encuentra así un trampolín
ideal para relanzarse.
Del Otro lado se ubicará a la feminidad, no hay con el tándem neurótico goce fálico-goce del Otro, sino
con un goce Otro. Otro que el fálico, aun cuando quizás sea menos “propio”, femenino, abordable, incluso,
como goce de la ausencia del goce del Otro.
Luego de proponer a la histérica como hommosexuada, Lacan continúa: de allí que les sea difícil no
sentir el impasse que consiste en que se mismen en el Otro, porque, a la postre, no hay necesidad de
saberse Otro para serlo. E l impasse del que se trata radica en que las histéricas a la vez que
hommosexuadas son, además, mujeres, lo que las conduce (aunque no lo sepan, o incluso no quieran
saber nada de eso) a “mismarse” en el Otro.
A pesar de la posición tajante entre histeria y feminidad, asegura Lacan que una histérica no podría sin
embargo serlo “del todo”: por mucho que se empecine en su histeria, siempre será “no-toda histérica”,
porque, justamente, por ser mujer, por tener cuerpo de mujer, lo real del sexo femenino introduciría
aquello que conduce a una histérica más allá de la histeria.
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Godoy, C., Mazzuca, R. y Schejtman, F., “El amor al padre y la estabilidad histérica en la
primera enseñanza de Lacan”.
Estabilidad y sencillez estructural.
En el escrito Intervención sobre la transferencia donde encontrar una primera referencia al tema que
nos ocupa cuando, en la relectura del caso Dora, Lacan destaca la importancia de la identificación con el
padre “que ha favorecido la impotencia sexual de éste… esta identificación se transparenta en todos los
síntomas de conversión presentados por Dora” . Encontramos así una secuencia entre
impotencia-identificación-síntomas en donde la impotencia no es la causa de la identificación pero
la favorece, a la vez que la identificación opera como hilo que sostiene, articula e insiste en todos los
síntomas.
¿Qué relación habría entre impotencia, identificación y amor en la histeria? Esta articulación conceptual
será despejada más claramente en el Seminario 3 y en el Seminario 4.
En el Seminario 3, se destaca la particularidad estabilidad que puede presentar la histeria.
Esta estabilidad se relaciona con la sencillez estructura de la solución histérica. Es la época de su
enseñanza en donde está desarrollando la clínica de la pregunta neurótica, lo que le permite afirmar:
cuando su pregunta cobra forma bajo el aspecto de la histeria le es muy fácil a la mujer hacerlo por la
vía más corta, a saber, la identificación al padre. L a identificación con el padre sería la ruta más
breve para abordar la pregunta por la feminidad, que es ella la que le da una sencillez
estructural y una estabilidad.
Identificación con el padre como solución neurótica que da la matriz de la identificación viril en la
histeria, a través de ella el sujeto histérico se aproxima a una definición que se le escapa. Identificación
con el padre como modo de resolver el problema por lo femenino.
Esto se debe a que hay una disimetría significante, en tanto hay un solo significante que responde por la
diferencia sexual, el fálico. En el Seminario 4, Lacan expresa: Dora es una histérica, es decir, alguien que
ha alcanzado la crisis edípica y que, al mismo tiempo, ha podido y no ha podido franquearla. Hay una
razón para ello - es que su padre es impotente. E l abordaje se centra no sólo en la disimetría significante,
sino que se detiene fundamentalmente en la manera en que la niña produce la resolución edípica: el viraje
hacia el padre para recibir el don fálico; siendo, justamente, en ese punto que, en la infancia de Dora, se
manifestó la impotencia paterna: se presenta como un padre herido y enfermo, afectado en sus mismas
potencias vitales.
El amor es correlativo a la impotencia, lo ama y se mantiene apegada justamente por lo que no da.
Ese amor tiene una consistencia en Dora hasta el momento donde desencadena la crisis y se vuelve
reivindicativa. La reivindicación no es porque el padre no da. Al contrario: por lo que no daba, ella
lo amaba y sostenía. Es entonces un padre que no da, pero que el sujeto histérico se consagra a sostener.
Precisamente, la dificultad de la histérica es la de renunciar al falo paterno. Justamente el sostén que
encuentra la histeria en ese amor por el madre marca la dificultad de hacer un despegue de la posición en
la cual se espera de recibir un don del padre que resuelva su relación con lo femenino.
No puede recibir nada de los otros hombres, porque no puede renunciar a aquello que el padre no le da,
siendo, por eso mismo, que permanece atada amorosa a él. Amor como “dar lo que no se tiene” = es el
impotente, el carente, el que queda en una posición más acorde con el signo de amor.
Es así como puede explicarse que el desencadenamiento neurótico de Dora se produce no por lo que el
padre no da (encuentro con la potencia herida del padre), sino por lo que introduce una ruptura en el lazo
de amor al quebrarse el cuaternario que sostenía junto con los K.
La histérica transforma así lo que es imposible por estructura (que el padre responda por lo femenino)
en una impotencia “amable” en la que radica su respuesta-solución.
La serie amor-identificación-síntoma nos permitirá despejar cómo se constituye el armazón y la
consistencia de la imagen del cuerpo histérico, así como los momentos de crisis, enloquecimiento y
fragmentación.
37
Caso Juanito y la fobia, Freud y Lacan.
1
Notas del teórico sobre Juanito y la fobia.
Caso Juanito. Hijo de un psicólogo muy importante de Viena. Caso particular que empieza como
observación de un niño, que de la observación pasa a un caso clínico. Se desencadena una neurosis, se
desencadena la angustia.
Es el primer intento de análisis de un niño. En realidad, lo hace el padre, bajo la supervisión de Freud.
Cómo aborda Lacan la cuestión: le va a interesar qué pasaba antes de la angustia. Centrarse no solo
en el por qué se desencadena una estructura, sino también en cómo eso se sostenía hasta ese momento.
¿Qué sucede en el momento 0?
Desarrollo en el Seminario 4.
Momento 0 como muy importante. Nunca hay que dar por supuesto que las cosas funcionan bien. Hay
que ver cómo funcionaba antes, es clave preguntarse sobre qué base se sostenía el equilibrio del sujeto.
Según Lacan, el equilibrio en Juanito se sostenía en el ser el falo para la madre.
Debe haber una ruptura; según Lacan, la irrupción del pene real.
Fobia como especie de solución (problemática) para la angustia, como irrupción de algo real que debe
ser articulado simbólicamente. Fobia como suplencia a la función del padre real, el padre donador, que
debe dar pruebas de su potencia, de tener el falo. Padre real, no el simbólico (dado que el Nombre del
Padre está inscripto).
Para Lacan, “Juanito nunca tuvo padre”.
2
Toda la experiencia indica que hay en el pasado de los niños un elemento muy difícil de integrar, dice
Lacan. El carácter devastador, de irrupción perturbadora, de la primera experiencia orgásmica completa.
Irrupción totalmente ajena, masturbación infantil como intento de dominarlo. Va a ser entonces una
perturbación ajena, extraña.
Para Juanito, el esquema se complica por estos elementos perturbadores, además del nacimiento de su
hermana.
Hay algo que sin duda le pertenece pero no sabe qué hacer con ello. Persona que no lo recibe bien: su
madre. Pero por más que la madre se horrorice o la tía se lo festeje, el niño no hace nada con eso.
La función paterna sería lo que le permitiría pasar del pene real vía la castración al falo simbólico.
Castración como una solución a lo traumático del pene real. Como regulación del goce.
Pero en el caso de Juanito (que es neurótico, tiene inscripto el Nombre del Padre, como algo simbólico,
significante que puede operar aunque el sujeto no tenga padre en la realidad), el problema va a estar con
el padre imaginario y el padre real.
Si Juanito le pudiera pedir algo al padre, dice Lacan, le pediría “padre, por favor, follatela un poco más”.
Es fundamental que el deseo de una mujer no se centre fundamentalmente en el hijo. Que no se localice
solo en el hijo. Que la madre no sea toda madre, que no busque el falo solo en el hijo. Que la madre no
tape a la mujer.
Lacan es muy duro con el padre de Juanito, llegando a decir que Juanito no tuvo padre. Es un padre que
se empecina en no querer castrarlo. Padre al que Juanito no le tiene miedo, que son como iguales,
compañeros.
Si la angustia está provocada porque el padre no puede intervenir en esa función castradora, Juanito va
a tener que suplir ese lugar del padre. Para la asunción de la función sexual viril (el pasaje del pene real al
falo simbólico) es necesario que el padre real asuma su función del padre castrador.
Lacan dice que Juanito se angustia cuando Freud le cuenta el Edipo porque Juanito no le tiene ningún
miedo al padre. Lacan discrepa de la lectura final que hace Freud.
Fobia como solución simbólica al padre que no lo quiere castrar. Sin castración: el pene real no puede
regularse; irrupción del pene real como contradictorio con el ser el falo para la madre. El engaño ya no
puede sostenerse, y cuando ocurre, ¿en qué posición queda frente al deseo del otro?
La neurosis es una pregunta, ¿qué soy? ¿quién soy? Con respecto al sexo, con respecto a la existencia.
Y el punto fundamental: ¿qué soy para el otro? El deseo inconciente de aquellos que nos trajeron al
mundo. ¿Qué quiere el otro de mí? El ser humano necesita para constituirse ser alojado en un deseo.
Ese punto oscuro, opaco, va a ser un punto de angustia. Posición del falo imaginario lo colmaba, el
problema se presenta en la posibilidad de quedar en ese punto de ser objeto para el otro.
Ejemplo de la mantis que devora al macho mientras se aparean. Ojos opacos del insecto. Momento
de angustia es no saber qué soy para el otro. Es la inminencia de algo. Es ese momento de incertidumbre.
3
Angustia es ese momento de quedar como objeto para el otro. Ser objeto para el otro: me pierdo
como sujeto deseante.
El deseo insaciable de la madre, más cuando se centra solo en el hijo, es devorador.
Angustia: quedar en el lugar de objeto.
Angustia como el ser gozado por el otro, momento de la mantis religiosa, de los ojos opacos, de no sé
omo momento de incertidumbre ante la posibilidad de ser devorado por el otro.
qué soy para el otro. C
4
Notas del práctico sobre Juanito.
Caso Juanito:
1. Interés marcado del pequeño Hans por el hace pipí q ue Freud dice que lo vuelve en un
investigador. Todos los seres vivos lo tienen. Juanito está sumido en la premisa universal del
pene, teoría infantil. Amenaza de castración por parte de la madre.
2. Placer de ver.
3. Placer excrementicio.
Freud dice que en el curso de la fobia se verifica la represión de estos tres elementos, el placer
masturbatorio, el placer de ver y el placer excrementicio. Pero el material reprimido que irrumpe con la
fobia no es necesariamente este.
Juanito no es un histérico, porque en la histeria hallamos el relegamiento de lo genital (como en Dora,
que cuando la apoyan queda investida la zona oral, el asco, y no la genital).
No es homosexual, más que en el sentido de que lo único que conoce es el pene.
Juanito es un “pequeño Edipo”. Claras intenciones de dejar por fuera al padre y estar con la madre. Esto
se acrecienta con los muchos viajes del padre, que dejan solo a Juanito con la madre.
Primera conexión entre el padre y el caballo: caballo que se va de viaje y lo puede morder.
El caballo de alguna manera representa al padre.
Ambivalencia al padre: lo quiere lejos, pero lo ama.
Y a esto se le suma el nacimiento de Hanna, que revuelve cosas.
Importa: un día, por la calle, Hans enferma de angustia. Todavía no sabe a qué le tiene miedo. El miedo
va a aparecer en otro momento, como tratamiento de la angustia.
La angustia, según Freud, corresponde a la represión de un componente libidinal, y eso no se puede
deshacer. La angustia no puede retraducirse. Ella permanece aunque la añoranza pueda ser satisfecha, ya
no se puede volvera mudar en libido.
Caballo como representación que anuda a la angustia, que no tiene objeto.
Ahí donde la angustia no tiene objeto, el caballo le permite convertirse en miedo.
El miedo permite organizar el espacio.
Esta angustia, que corresponde a una añoranza erótica reprimida, carece al comienzo de objeto, como
toda angustia infantil: es todavía angustia y no miedo. El niño, al comienzo, no puede saber de qué tiene
miedo, y cuando Hans, en el primer paseo con la muchacha no quiere decir de qué tiene miedo, es que
tampoco él lo sabe. Dice lo que sabe, que por la calle le falta la mamá con quien pueda hacerse
cumplidos, y que no quiere apartarse de la mamá. Deja traslucir así, con toda sinceridad, el sentido
primero de su aversión a andar por la calle.
Al comienzo de la enfermedad contraída no existía una fobia a andar por la calle o a pasear, ni
tampoco a los caballos.
La angustia corresponde entonces a una añoranza reprimida, pero no es lo mismo que la añoranza;
la represión cuenta también en algo. La añoranza se podría mudar en satisfacción plena aportándose el
objeto ansiado; para la angustia, esa terapia no sirve, ella permanece aunque la añoranza pudiera ser
satisfecha, ya no se la puede volver a mudar plenamente en libido. La libido es retenida en la represión
por alguna cosa. Es lo que se muestra en Hans a raíz del segundo paseo, cuando la madre lo acompaña.
Ahora está con la madre, a pesar de lo cual tiene angustia, es decir, una añoranza de ella no saciada.
5
Es distinto a la “neurosis de angustia”, como neurosis actual, donde no hay mecanismo psíquico. Son
neurosis que se explican por la mala descarga de un componente sexual. A esto Freud lo llama “histeria de
angustia”, porque hay un mecanismo similar, pero no hay conversión a lo corporal.
Relación de que “un caballo me morderá”: Hans halla que el miedo le recuerda al padre, que le advierte
que el caballo le va a morder a su hija; que le recuerda la amenaza de castración de su madre.
Ocasionamiento: cuando el caballo se tumba. Pero luego Freud dice que a esta vivencia en sí no le
corresponde una fuerza traumática. La visión del caballo que se tumba se anuda con la escena de F., que
se cae jugando al caballito. Efecto retroactivo.
Todo el material patógeno apareció trasladado sobre el complejo del caballo y los afectos concomitantes
aparecen inundados de angustia.
Las relaciones cronológicas nos impiden atribuir demasiado influjo a la ocasión para el estallido de la
enfermedad, pues en Hans se observan indicios de estado de angustia desde mucho tiempo atrás, antes
que viera tumbarse en la calle al caballo de diligencia.
Sin embargo, la neurosis se anudó directamente a esa vivencia accidental y conservó su huella en la
entronización del caballo como objeto de angustia. A esa vivencia en sí y por sí no le corresponde “fuerza
traumática”.
El material patógeno apareció refundido (trasladado) sobre el complejo del caballo, y los efectos
concomitantes aparecieron uniformemente mudados en angustia.
Vemos cómo nuestro paciente es aquejado por una importante oleada represiva, que recae justamente
sobre sus componentes sexuales dominantes. Se despoja del onanismo, rechaza de sí con asco cuanto
recuerde a excrementos y a ser espectador de los desempeños excretores. Pero no son estos componentes
los incitados en la ocasión de la enfermedad (la visión del caballo que cae) ni los que ofrecen el material
para los síntomas, para el contenido de la fobia.
Estos son, en Hans, unas mociones que habían sido sofocadas ya antes y, hasta donde nos enteramos,
nunca pudieron exteriorizarse desinhibidas: sentimientos de hostilidad y celos hacia el padre, e
impulsiones sádicas hacia la madre, correspondientes a unos vislumbres del coito.
En Lo Inconciente.
Represión ocurre entre los sistemas e inconciente; es una sustracción de investidura.
Pero la rep. Reprimida sigue actuando desde lo inconciente, entonces debe tener aún investidura. SIgue
teniendo capacidad de acción.
Por lo tanto, la represión consiste en la sustracción de la investidura preconciente, y conserva la
inconciente.
¿Y por qué la represión vuelve a entrar en la conciencia, si conserva la investidura conciente? La
contrainvestidura (la investidura preconciente que se sustrajo se vuelve contrainvestidura).
6
Contrainvestidura como único mecanismo de la represión primordial.
En la histeria de angustia, primer momento que aparece la angustia no dirigida a nada; surge sin que se
perciba a qué. Moción de amor, se le retiró la investidura preconciente y la investidura libidinal
inconciente de la represión fue descartada como angustia.
Primer intento de domar ese desarrollo de angustia.
Segundo momento: la investidura preconciente fugada se vuelca a una representación sustitutiva.
Ejemplo, el caballo. Representación sustitutiva que está conectada asociativamente con lo que se
reprimió, no es cualquiera, está sobredeterminado.
El objeto fobígeno permite racionalizar la angustia.
De esta manera la representación sustitutiva juega ahora para el sistema conciente el papel de una
contrainvestidura. Porque asegura contra la emergencia en el conciente de la represión reprimida.
Caballo (la representación sustitutiva) como transmisor del sistema inconciente a conciente. Siente
angustia cuando la moción reprimida experimenta un refuerzo: y cuando es percibido el objeto fóbico, el
animal angustiante. La representación sustitutiva funciona también como fuente autónoma de
desprendimiento de angustia.
Pero el proceso de represión no termina acá: tiene que inhibir el desarrollo de angustia que parte del
sustituto: construcción del parapeto, que busca aislar de esta representación sustitutiva.
Una excitación en cualquier lugar de este parapeto produce el desarrollo de un pequeño monto de
angustia, aprovechado como angustia señal.
Seminario 4.
Los operadores que Lacan va a plantear, formas de la falta: 3. Se pueden ubicar en todo el desarrollo del
Edipo. Salida del Edipo: complejo de castración.
Madre como simbólica. Hace referencia a la frustración: hay un agente simbólico, que va y viene (la
madre simbólica). Es una madre simbólica porque ya está capturada por el par presencia/ausencia, que
abre la pregunta por el deseo de la madre.
En la relación del niño con la madre, se trata de que el niño se incluya como objeto de amor. Si él aporta
placer a la padre, si su presencia gobierna, si él mismo aporta la luz que hace que dicha presencia que esté
ahí para envolverle.
Ser amado es fundamental para el niño.
No entrar como objeto del deseo de la madre es decisivo y no va a ser sin consecuencias.
7
Si entra tardíamente en el deseo del otro, ¿es reversible? Sí, y no (la marca queda).
La pregunta que los hechos nos plantean es cómo capta el niño lo que él es para la madre. Nuestra
hipótesis básica, ya lo saben, es que no está solo. En la experiencia del niño, se articula poco a poco algo
que le indica que en presencia de la madre, aun si está por él, no está solo. Alrededor de este punto se
articulará toda la dialéctica del progreso de la relación madre-niño.
El niño se presenta a la madre como si él mismo le ofreciera el falo, en posiciones y grados diversos.
Puede identificarse con la madre, identificarse con el falo, identificarse con la madre como portadora
del falo, o presentarse como portador del falo. Hay aquí un alto grado, no de abstracción, sino de
generalización de la relación imaginaria que llamo tramposa, mediante la cual el niño le asegura a la
madre que puede colmarla, no sólo como niño, sino también en cuanto al deseo y, por decirlo todo, en
cuanto a lo que le falta. Esta situación es con toda seguridad estructurante.
El niño nunca está solo con la madre: entre ambos, hay un lugar tercero. La madre está habitada por
una falta. El pensneid (envidia del pene). “Me falta un niño”: el lugar esperable es el de ir al lugar de la
falta del otro. Hacerle falta al otro. Sin ello no hay constitución subjetiva.
El niño no está solo con la madre, porque está la falta: la cuestión es si el niño la colma o no la colma.
Se ofrece como objeto imaginario que colma. El niño se presenta a la madre como si él mismo ofreciera
el falo (distintas posiciones - 4).
De qué manera se ubica el niño frente a la esa falta. Lo esperable es que el niño pueda ubicarse en la
falta.
Juanito: está buscando constantemente el falo, y en algún momento algo cambia. Que coincide con la
aparición de la angustia. Aparición de un elemento real: el pene real. “Algo que se menea”.
La angustia surge cuando el sujeto se ve despegado de su existencia, correlativa con el momento de
suspensión del sujeto, tiempo en el que no sabe dónde está, hacia un tiempo en el que va a ser algo en lo
que ya nunca podrá reconocerse.
Angustia como productiva, como preámbulo del acto.
Como punto de no retorno.
Entonces, Juanito juega a ser el objeto imaginario de la madre, y el pene real irrumpe.
Tiempo 0: paraíso de la felicidad Pene real que irrumpe, conflicto Tiempo 1: angustia.
(señuelo). entre el ser y el tener.
Hiancia entre el serlo y el tenerlo. El falo para el otro. Cumpir con una imagen. Ser ese falo imaginario
que colmaría a la madre.
La manera de resolver este dilema no es otra más que el complejo de castración.
Tercer tiempo: el niño se identifica con el padre, que le dona los títulos para poder salir de ser el objeto
para la madre. Castración como forma de pasar del serlo al tenerlo.
8
El niño tiene que pasar por el no tener lo que tiene, para pasar a tenerlo. El complejo de castración
traslada al plano imaginario lo que ocurre en relación al falo. Anular eso, para pasar a tenerlo.
Simbólico, interviene para simbolizar algo respecto del falo.
El orden simbólico interviene en el plano imaginario.
Juanito está entre el encuentro con la pulsión real y el juego imaginario del señuelo, y esto en relación
con la madre.
Juanito capturado entre el juego imaginario del señuelo y el pene real. Saldría de eso con el
complejo de castración. Pero su padre se empeña en no castrarlo.
Cómo lo soluciona: con la fobia.
El niño se encuentra en el paraíso del señuelo. ¿Resulta satisfactorio para él? No hay ninguna razón
para que no pueda seguir con este juego por mucho tiempo de forma satisfactoria. El niño trata de
deslizarse, de integrarse en lo que es para el amor de la madre. Pero en cuanto interviene su pulsión, su
pene real, se evidencia ese despegue del que hablaba hace un momento. El niño cae en su propia trampa,
engañado por su propio juego, víctima de todas las discordancias, confrontado con la inmensa hiancia
que hay entre el cumplir con una imagen y tener algo real que ofrecer; ofrecerlo cash, por así decirlo. Lo
que entonces juega el papel decisivo es que eso que él puede ofrecer se le antoja como algo miserable. El
niño se encuentra entonces frente a una brecha, queda prisionero, se convierte en el blanco, en elemento
pasivizado de un juego que le deja a merced de las significaciones del otro. He aquí un dilema.
Todas las manifestaciones del partener se convierten para él en sensaciones de suficiencia o de su
insuficiencia. Se encuentra en una particularísima situación, a merced de la mirada del otro, de su ojo.
La situación literalmente no tiene salida, salvo la salida llamada el complejo de castración.
El complejo de castración traslada al plano puramente imaginario todo lo que está en juego en
relación con el falo. Precisamente por este motivo conviene que el pene real quede al margen. La
intervención del padre introduce aquí el orden simbólico con sus defensas, el reino de la ley, o sea que el
asunto ya no está en manos del niño, y al mismo tiempo, se resuelve en otra parte. Con el padre no hay
forma de ganar, salvo que se acepte tal cual es el reparto de papeles. El orden simbólico interviene
precisamente en el plano imaginario. La castración afecta al falo imaginario pero de algún modo fuera
de la pareja real, y eso tiene su razón de ser. Se restablece así el orden en el interior del cual el niño
podrá esperar la evolución de los acontecimientos.
¿A qué se enfrenta Juanito? Está metido en el punto de encuentro entre la pulsión real y el juego
imaginario del señuelo, y esto en relación con su madre. ¿Qué se produce entonces, dado que hay una
neurosis? No les sorprenderá saber que se produce una regresión.
9
La regresión se produce cuando ya no alcanza a dar lo que hay que dar, y su insuficiencia le produce
el más profundo desasosiego. Se produce el mismo cortocircuito con el que se satisface la frustración
primitiva, que lleva al niño a apoderarse del seno para dar por cerrados todos los problemas, es decir,
la hiancia abierta frente a él, la de ser devorado por la madre.
Éste es el primer aspecto que adquiere la fobia ,como se ve en el caso de Juanito. Todo caballo objeto
de la fobia es sin duda también un caballo que muerde. El tema de la devoración siempre puede
encontrarse por algún lado en la estructura de la fobia.
El caballo se sitúa aquí en un límite extremadamente preciso, que demuestra cómo estos objetos se
toman prestados de una categoría de significantes homogéneos, de la misma naturaleza, que los que
llamamos en la heráldica. Estos objetos tienen una función muy especial, que es la de suplir al
significante del padre simbólico.
Cómo lo soluciona: con la fobia. Angustia productiva que lo obliga a la elaboración. Los objetos de la
fobia se distinguen por ser objetos del orden simbólico. El objeto fóbico es un significante que viene a
suplir algo.
Tiempo 2: el miedo (caballo), representación. Viene a suplir una operación insuficiente, fallida, del
padre en el complejo de castración.
El niño intervenía como compensación a lo que le falta a la madre, hasta el encuentro con el pene real.
10
Pero en la fobia siempre hay algo que no logra ser simbolizado: la mancha negra en Juanito como un
resto real. De la boca del caballo.
Como si el caballo transparentara algo de esa angustia, que es real, eso negro. En el caballo queda una
mancha de lo real, no puede simbolizarse todo.
A partir de constituir la fobia al caballo, se organiza algo en el espacio. El mundo se le aparece puntuado
con puntos peligrosos, que lo reestructuran. Umbrales, que dan cierto esbozo de una espacialidad;
diferencia a la angustia, que es destructiva.
Ubicamos la descompensación en el momento en que irrumpe la angustia, elemento real que se hace
presente. Se ubica al pene real, a Hanna, al padre insuficiente.
Pero la hermana nació quince meses antes de que empiece la fobia, y la masturbación un año antes.
¿Por qué se produce la fobia, entonces? SI esto estaba antes, la angustia surge luego. La pregunta según
Lacan sigue abierta.
Fobia, 4 tiempos.
Hay padre simbólico, porque sino sería psicosis. Hay nombre del padre, hay función fálica. Juanito
habla de eso todo el tiempo.
Lo insuficiente está ubicado en el padre real, y entre el simbólico (operación castrativa).
Es necesario el nombre del padre para quedar ubicado como falo para la madre.
Juanito debe dar un paso que no puede dar solo, necesita al padre real. El complejo de castración.
Pero el padre se ubica como insuficiente. ¿Por dónde viene la carencia paterna?
Fantasía de las jirafas: busca juanito tomar posesión de la jirafa pequeña (la madre) a los fines de
despertar la ira de la jirafa más grande.
Juanito pide la ira, la cólera de su padre. Llamado al padre castrador. Llamado a que encarne el “Dios
del trueno”.
El niño aparece en plena noche, tiene miedo, se refugia en la habitación de sus padres, todavía no
quiere decirles qué ha pensado, se duerme. Le llevan de vuelta a la habitación, y, a la mañana siguiente,
le preguntan otra vez de qué se trata. Se trata de un fantasma.
De estas dos jirafas, la grande es el símbolo del padre. La pequeña, de la que el niño se apodera para
sentarse encima, mientras la grande da fuertes gritos, es una reacción frente al falo materno y está
11
relacionada con la nostalgia de la madre y con su falta. Todo esto, el padre lo va nombrando enseguida,
lo reconoce, lo localiza, como la significación de la jirafa pequeña, y ello no le impide hacer la pareja de
jirafas la pareja madre-padre.
En efecto, para el niño se trata de recuperar posesión de la madre para mayor irritación, incluso
cólera, del padre. Ahora bien, esta cólera nunca se produce en lo real, el padre nunca se deja llevar por
la cólera, y Juanito se lo señala “tienes que enfadarte, has de estar celoso”. En suma, le explica el Edipo.
Desgraciadamente, el padre nunca está dispuesto a encarnar al Dios del trueno.
Función del padre en el Edipo: se introduce como un tercero, pero en algún sentido como un
cuarto. Porque la madre y el niño nunca estuvieron solos, siempre estuvo el deseo de la madre en un
tercer lugar, la falta de la madre. El padre en el Edipo es quien posee a la madre con un pene de verdad y
suficiente, es el padre deseante.
Es necesario que el pene de verdad, suficiente, funcione, para que el niño pueda sostenerse en el plano
simbólico. Actúa anulando al pene del niño.
El complejo de castración el primer lugar anula al pene del niño.
Para poder acceder a la virilidad legítima, debe pasar por la anulación. El padre real lo libera de ser el
falo para la madre, y lo habilita, siempre bajo la ley paterna. Para poder ser utilizado, el falo debe quedar
negativizado, habiendo pasado por el complejo de castración.
Negativizado por la ley edípica.
Anulación necesaria para asimilar el órgano problemático.
El padre simbólico es el nombre del padre. Existe el padre simbólico y el padre real (papel esencial en la
asunción de la virilidad, el padre real es el que juega un papel esencial en la asunción de la virilidad,
asumiendo la función de castrador, el padre real como un padre traumático necesario, que se apoya en el
deseo del padre).
El padre de Juanito no es un padre traumático, no asume su función de castrador.
Fantasía final de Juanito: nunca dice que le entrega un nuevo falo. Salida del Edipo fallida. Posición viril
fallida.
12
Salida del Edipo en Juanito: demasiado pegado a un ideal materno. Virilidad insuficiente. Ellas
encarnan algo de lo terrible, las mujeres. Juanito es heterosexual, pero siempre les va a temer a las
mujeres. ¿Puede el padre transmitir una posición viril suficiente para hacerle frente a la madre? Salida del
Edipo por vía del ideal materno, no del paterno. La función del objeto fóbico es una función metafórica:
¿qué viene a suplir? Ese algo de la operación del padre que es insuficiente. Es una suplencia de la
metáfora paterna. El síntoma, desde Lacan, es una metáfora. Como metáfora, el síntoma suple lo fallido
de la metáfora paterna.
Otro autor dice:
Es por el lado del ideal materno que Juanito sale del Edipo, y no por los títulos que le da el padre. No es
la salida “normativa” por el lado de los títulos paternos. Asume la posición viril, pero fallida. Ideal
materno: hostilidad de la madre respecto de los hombres, el padre como inoperante. Freud no le da la
palabra a la madre, no sabemos qué piensa ella.
Metáfora paterna como fallida por definición; ¿entonces no hay nadie normal? No. ¿Siempre un
síntoma va a venir a suplir eso fallido? No, puede haber otra forma (síntoma egosintónico).
13
Neurosis obsesiva y Hombre de las Ratas: Freud y Lacan.
Freud, S., “A propósito de un caso de neurosis obsesiva” [Caso Hombre de las ratas]. 2
Caso intercalado con notas en clase. 2
Sobre la teoría. 12
Sobre otros textos de Freud relacionados. 13
1
Freud, S., “A propósito de un caso de neurosis obsesiva” [Caso Hombre de las ratas].
Caso intercalado con notas en clase.
Caso grave de neurosis obsesiva.
Pensarlo desde la teoría del trauma activo/pasivo: toda neurosis obsesiva implica un trasfondo de
histeria; detrás de cada acción activa del obsesivo hay una vivencia pasiva anterior. Tener en cuenta que
todos somos pasivos respecto de la sexualidad. Por eso la sexualidad es traumática por sí misma. La
obsesión implica un trasfondo de pasividad.
Caso:
Tiene impulsos obsesivos, prohibiciones, representaciones obsesivas. Esto lo ha hecho “rezagarse en la
carrera de la vida”. Neurosis como muy cara.
Primera entrevista con Freud ya habla de la sexualidad. Había leído a Freud antes de visitarlo.
Refiere tener un amigo que lo calma, que le dice que no es un criminal, que es un buen tipo.
Sexualidad infantil:
Escena con la gobernanta (deseo ardiente de ver el cuerpo femenino desnudo).
Idea enfermiza de que los padres saben sus pensamientos (algo propio, común de la infancia).
Contrapunto entre el ferviente deseo de ver mujeres desnudas y el temor asociado a eso. Temor de que
algo puede pasar si lo hace.
Freud dice que ya aquí tenemos una neurosis obsesiva completa:
El deseo - el temor - el afecto penoso - el imperio de un imponente pulsional sexual, el placer de ver. Ya
origina impulsos como medidas protectoras. Podemos suponer que la represión ya operó. Presenta el
temor de que el padre morirá.
«Mi vida sexual empezó muy temprano. Me acuerdo de una escena de mi cuarto a quinto año (desde
mi sexto año poseo recuerdo completo), que años después me afloró con claridad. Teníamos una
gobernanta joven, muy bella, la señorita Peter. Cierta velada yacía ella, ligeramente vestida, sobre el
sofá, leyendo; yo yacía junto a ella y le pedí permiso para deslizarme bajo su falda. Lo permitió,
siempre que yo no dijera nada a nadie. Tenía poca ropa encima, y yo le toqué los genitales y el vientre,
esde entonces me quedó una curiosidad ardiente, atormentadora,
que se me antojó curioso. D
por ver el cuerpo femenino.
Tengo más recuerdos, de mi sexto año. Había entonces en casa otra señorita, también joven y bella,
que tenía abscesos en las nalgas y al anochecer solía estrujárselos. Yo acechaba ese momento para
saciar mi curiosidad. También en el baño, aunque la señorita Lina era más recatada que la primera.
»Ya a los 6 años padecía de erecciones y sé que una vez acudí a mi madre para quejarme. Sé también
que a raíz de ello tuve que superar unos reparos, pues yo vislumbraba el nexo con mis representaciones
y mi curiosidad, y por entonces t uve durante algún tiempo la idea enfermiza de que los padres
2
sabrían mis pensamientos, lo cual me explicaba por haberlos yo declarado sin oírlos yo
mismo. Veo en eso el comienzo de mi enfermedad. Había personas, muchachas, que me gustaban
mucho y por quienes yo sentía un u rgentísimo deseo de verlas desnudas. P ero a raíz de ese
desear tenía un sentimiento ominoso, como si por fuerza habría de suceder algo si yo lo
pensaba, y debía hacer toda clase de cosas para impedirlo».
(Preguntado, indica, como ejemplo de esos temores; «Mi padre moriría».) «Pensamientos sobre la
muerte del padre me han ocupado desde temprano y por largo tiempo, dándome gran tristeza».
Lo que nuestro paciente, en la primera sesión de tratamiento, pinta de su sexto o séptimo año no es
sólo, como él opina, el comienzo de la enfermedad, sino ya la enfermedad misma. Una neurosis
obsesiva completa a la que no le falta ningún elemento esencial. Vale decir; una pulsión erótica y una
sublevación contra ella; un deseo (todavía no obsesivo) y un temor (ya obsesivo) que lo contraría; un
afecto penoso y un esfuerzo hacia acciones de defensa: el inventario de la neurosis está completo.
«Quiero empezar hoy con la vivencia que fue para mí la ocasión directa de acudir a usted. Ocurrió en
agosto, durante las maniobras militares en X. Un día hicimos una pequeña marcha desde X. Durante el
alto perdí mis quevedos y, aunque me habría resultado fácil encontrarlos, no quise postergar la
partida y renuncié a ellos, pero telegrafié a mi óptico de Viena para que a vuelta de correo me enviara
unos de reemplazo
Durante ese mismo alto, tomé asiento entre dos oficiales; uno de ellos, de apellido checo, estaba
destinado a volverse significativo para mí. Tenía yo cierta angustia ante ese hombre, pues
evidentemente amaba lo cruel. Pues bien; en ese alto entablamos plática, y el capitán contó haber
leído sobre un castigo particularmente terrorífico aplicado en Oriente...».
Aquí se interrumpe, se pone de pie y me ruega dispensarlo de la pintura de los detalles. Le aseguro que
yo mismo no tengo inclinación alguna por la crueldad, por cierto que no me gusta martirizarlo, pero
que naturalmente no puedo regalarle nada sobre lo cual yo no posea poder de disposición.
¿Acaso se refiere al empalamiento? — «No, eso no, sino que el condenado es atado» (se expresaba de
manera tan poco nítida que no pude colegir enseguida en qué postura), «sobre su trasero es puesto un
tarro dado vuelta, en este luego hacen entrar ratas {Ratten}, que» (de nuevo se había puesto de pie y
mostraba todos los signos del horror y la resistencia) «penetraban». En el ano, pude completar.
En todos los momentos más importantes del relato se nota en él una expresión del rostro de
muy rara composición, y que sólo puedo resolver como horror ante su placer, ignorado por
él mismo. Prosigue con todas las dificultades: « En el momento me sacudió la representación de
que eso sucede con una persona que me es cara».
Ante una inquisición directa, indica que no es él mismo quien ejecuta ese castigo, sino que es ejecutado
impersonalmente en esa persona. Tras breve conjeturar sé que fue la dama por él admirada a quien
se refirió aquella «representación».
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Interrumpe el relato para asegurarme cuan ajenos y hostiles se le contraponen esos
pensamientos, y cuán extraordinaria es la rapidez con que discurre dentro de él todo cuanto sigue
anudándose a ellos. Simultánea con la idea, siempre a parece la «sanción», es decir, la medida de
defensa que él tiene que seguir para que una fantasía de estas no se cumpla. Cuando el capitán habló de
aquel cruel castigo y le afloraron aquellas ideas, consiguió no obstante defenderse de las dos con sus
fórmulas habituales: un «pero» acompañado por un movimiento de aventar algo con la mano, y el
dicho: «¡Qué se te ocurre!».
Es que hasta ahora sólo hemos tomado noticia de una idea: que el castigo de las ratas se cumpliría en
la dama. Ahora se ve precisado a confesar que al mismo tiempo emergió en él otra idea: que el
castigo recae también sobre su padre. Como su padre ha fallecido hace muchos años, este temor
obsesivo es muchísimo más disparatado que el primero; de ahí que intente esconder un tiempo más la
confesión.
Al atardecer del día siguiente, el mismo capitán le alcanzó un paquete llegado con el correo y le dijo;
«El teniente primero A pagó el reembolso por ti. Debes devolvérselo a él». El paquete
contenía los quevedos encargados por vía telegráfica. Pero en ese mismo momento se le plasmó una
«sanción»: No devolver el dinero, de lo contrario sucede aquello (es decir, la fantasía de las ratas se
realiza en el padre y la dama). Y según un tipo que le era consabido, en lucha contra esta sanción se
elevó enseguida un mandamiento a modo de un juramento: «Tú debes devolver al teniente primero A.
las 3,80 coronas», cosa que se espetó a sí mismo casi a media voz.
(...)
Por fin se topó con la buscada persona A., pero esta rechazó el dinero observándole que
no había desembolsado nada por él; le dijo que no era él, sino el teniente primero B., quien
tenía a su cargo el correo. Quedó entonces muy afectado, pues n o podía mantener su juramento,
dado que su premisa era falsa; y se inventó este raro expediente: Iría a la estafeta postal con los
dos señores A. y B., allí A. daría a la señorita que atiende la estafeta las 3,80 coronas, la señorita las
daría a B., y él, de acuerdo con el texto del juramento, devolvería a A. las 3,80 coronas.
[+ todo el viaje en tren].
Así pasó de estación en estación hasta llegar a una en la que le pareció imposible el descenso porque
allí tenía parientes, y se resolvió a seguir viaje hasta Viena, buscar allí a su amigo, exponerle el caso y,
según su decisión, viajar de vuelta a P. con el tren nocturno. A mi duda sobre la congruencia de ello, me
salió al paso aseverando que entre la llegada de un tren y la partida del otro habría tenido media hora
libre.
Pero, una vez en Viena, no encontró a su amigo en la posada donde había esperado hallarlo; sólo a las
once de la noche llegó a la vivienda de él y esa misma noche le expuso su caso. El amigo se hizo cruces de
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que todavía pudiera dudar de si era una representación obsesiva, lo tranquilizó por esa noche, de suerte
que durmió muy bien, y a la mañana siguiente lo acompañó al correo para devolver las 3,80 coronas a
la dirección de la estafeta postal, ahí mismo donde había llegado el paquete con los quevedos.
Esta última comunicación me proporcionó el punto de apoyo para desenredar las desfiguraciones de
su relato. Si él, llamado a la reflexión por su amigo, no envió la pequeña suma al teniente primero A. ni
al teniente primero B., sino directamente a la estafeta postal, era fuerza que supiera, y lo supiera ya
antes de partir de viaje, que no era otra que la empleada del correo su acreedora del
reembolso. En efecto, se averiguó que lo había sabido ya antes del reclamo del capitán y de su propio
juramento, pues ahora se acordaba de que algunas horas antes del encuentro con el capitán cruel tuvo
oportunidad de presentarse a otro capitán, quien le comunicó la verdadera situación.
El capitán cruel cometió un error cuando al poner en sus manos el paquete le indicó que devolviera a
A. las 3,80 coronas. Y nuestro paciente no podía menos que saber que era un error. A pesar
de ello, se hizo el juramento basado en ese error, juramento que por fuerza se le
convertiría en un martirio.
Resumiendo.
El momento inicial, momento en el cual consulta a sus 29 años a Freud por obsesiones que se le
imponen, representaciones obsesivas de las que no puede negarse. Son representaciones que él mismo
considera ridículas, lucha contra ellas.
Momento de máxima angustia: va a ver a Freud porque no podía terminar sus estudios, por lo tanto no
podía casarse con su amada, a la cual él no se le termina de declarar justamente por esto. Está rezagado en
la carrera de la vida.
Y además, lo va a visitar por la cuestión de los quevedos y el dinero.
Era habitual para los jóvenes de cierta edad tener que hacer servicios militares de uno o dos meses una
vez por año, como algo obligatorio. Ahí conoce al capitán cruel, que disfruta de contar la escena de
tortura.
Esto a él lo angustia mucho, y a la mañana siguiente mientras hace las marchas pierde sus quevedos.
El capitán cruel se los entrega luego, cuando llegan los nuevos quevedos en el correo, y le dice que le debe
devolver el dinero al Teniente A, pero al final no es A sino B.
A él ya se le había impuesto la representación obsesiva de pagar al teniente A, lo cual no podía cumplir.
Busca a A para darle el dinero, y que A se la de a B. Se toma el tren para ir a buscar a A, pero lo
intercepta un personal del tren, y él sigue viaje, nunca baja, hasta que llega a Viena a ver a su amigo, y le
pagan a la empleada de la estafeta postal, la verdadera persona a la cual él debía pagarle (y ya lo sabía,
pero lo había ignorado para, a pesar de ello, hacerse el juramento que se volvería en su martirio).
Le pide a Freud un certificado médico para poder entregarle a A las 3.80 coronas.
Además, está la cuestión del duelo patológico con el padre, que lleva 9 años.
Se le ocurre habitualmente la idea de que es un criminal y que ha matado al padre, aunque sabe
que no es así. Freud le dice que probablemente sea un criminal, pero no saben cuál es su crimen y que lo
van a averiguar.
Así comienza el análisis.
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El punto D del historia, el complejo paterno + 3 momentos críticos del ocasionamiento de la
enfermedad.
El Complejo Paterno: ocasionamiento de la enfermedad adulta (en el velorio de la tía). Frase del tío: “yo
que he sido un buen esposo, no como otros”.
Velorio de la tía: oye frase que toma como alusión a una infidelidad de su padre a su
madre.
Reproche por no haber estado cuando murió su padre: reproche que se vuelve martirizador luego del
velorio de la tía, un año y medio después.
El comentario del tío despierta la falta del padre y se desencadena la neurosis.
La cuestión del plan matrimonial le enciende más el conflicto. Problema que tiene que resolver, si se
casa o no, y con quién.
Ambas situaciones lo confrontan con la deuda y la falta del padre. Deuda de juego y deuda de amor. Y el
obsesivo necesita sostener al otro: va a cargar con las deudas del otro (distinto al fóbico, que crea una
suplencia).
Se hizo el reproche de no haber estado presente en el momento de la muerte. Ahora bien, al comienzo
el reproche no era martirizador; durante largo tiempo no se hizo cargo del hecho de su muerte; una y
otra vez le ocurría decirse, tras escuchar un buen chiste: «Tienes que contárselo a tu padre». También
su fantasía jugaba con el padre, de suerte que a menudo, cuando golpeaban a la puerta, pensaba:
«Ahora viene mi padre».
Sólo un año y medio después el recuerdo de su omisión despertó y empezó a martirizarlo
horriblemente, a punto tal de tacharse de criminal. Ocasionamiento de ello fue la muerte de una
tía política y la visita que él hizo a la casa mortuoria. A partir de ahí añadió a su edificio de
pensamientos la perduración en el más allá. Una seria incapacidad para el trabajo fue la
consecuencia inmediata de este ataque.
Posible falla del padre, se entrevé la falla del padre. El sujeto responde tomando la falta como
propia. Culpa como forma de disculpar al otro. Culpa casi como remedio a la angustia de encontrarse con
la deuda de amor del padre (falla). Dice que él e s un criminal.
12 años. Fantasea que si su padre se muere una chica que le gusta le va a mostrar interés.
Aparecen una serie de asociaciones donde figura el padre como perturbador del goce sexual.
Cualquier acceso al deseo está mediatizado por la muerte del padre.
En tanto es perturbador del goce sexual, es un padre amado y un padre odiado.
El conflicto fundamental del hombre de las ratas es un conflicto de ambivalencia.
Por este conflicto de ambivalencia amor/odio, el duelo es patológico.
El complejo paterno ubica al padre como perturbador del goce sexual, lo ama y lo odia = duelo
patológico.
Hay un componente inconciente de odio, hipertrófico, y por eso el duelo se perturba.
Él se queda con que ama al padre, pero hay un componente de odio (icc e hipertrófico) que vuelve al
duelo patológico.
A los doce años de edad amaba a una niña, hermana de un amigo (preguntado, dice que no con un
amor sensual, no quería verla desnuda, era demasiado pequeña), pero ella no era con él todo lo tierna
que él deseaba. Y entonces le acudió la idea de que ella le mostraría amor si a él le ocurría una
desgracia; se le puso en la cabeza que esta podía ser la muerte de su padre. Rechazó esta
idea enseguida y enérgicamente. Aun ahora se defiende de la posibilidad de haber exteriorizado con ello
un «deseo».
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Sigue contando que idéntico pensamiento le acudió una segunda vez como un relámpago medio año
antes de la muerte de su padre. Ya estaba enamorado de aquella dama, pero a causa de impedimentos
materiales no podía pensar en una unión. Este fue el texto de la idea: P or la muerte del padre,
acaso él se vuelva tan rico que pueda casarse con ella. Después fue tan lejos en su defensa
contra esa idea que deseó que el padre no dejara nada en herencia a fin de que ninguna ganancia le
compensara esa terrible pérdida.
Dice asombrarse mucho por estos pensamientos, pues e stá totalmente seguro de que la muerte
del padre nunca puede haber sido objeto de su deseo; siempre fue un temor. Tras este dicho,
declarado por él con intensidad plena, considero adecuado exponerle otro pequeño fragmento de la
teoría. Esta sostiene que semejante angustia corresponde a un deseo que una vez se tuvo,
ahora reprimido; por eso uno no puede menos que suponer exactamente lo contrario de lo que él
asegura. El queda muy agitado, muy incrédulo, y le asombra que fuera posible en él ese deseo, siendo
cjue su padre era para él el más amado de los hombres. No admitía dudas en cuanto a que habría
renunciado a toda dicha personal si de ese modo hubiera podido salvar la vida de su padre. Yo respondo
que justamente ese amor intenso es la condición del odio reprimido.
Prosigue él entonces, sin aparente conexión: Que ha sido el mejor amigo de su padre, como este de él;
salvo unos pocos ámbitos donde padre e hijo solían disentir (¿a qué se referirá?), la intimidad entre ellos
ha sido mayor que la que ahora él tiene con su mejor amigo.
La fuente de la cual la hostilidad contra el padre obtiene su indestructibilidad pertenece
evidentemente, por su naturaleza, a los apetitos sensuales, a raíz de los cuales ha sentido al padre,
de algún modo, como perturbador.
Dice no poder creer que haya tenido alguna vez ese deseo contra el padre.
Consigna todavía que la enfermedad se ha acrecentado enormemente desde la muerte de su padre, y
yo le doy la razón en tanto reconozco al duelo por el padre como la principal fuente de la intensidad de
aquella. El duelo ha hallado en la enfermedad una expresión patológica.
El padre del Hombre de las Ratas se hace quien es por casarse con la madre. La riqueza la obtienen por
parte de la madre.
Padre y madre se gastan, bromean entre sí, por una mujer pobre con la que estaba antes el padre, antes
de casarse con su madre.
Padre que queda en deuda de su propio amor: eligió al dinero por sobre el amor.
El paciente lo toma como algo penoso. Deuda de amor del padre. El padre renunció a su amor por
conveniencia. Ante una idea de casamiento por la madre, el paciente se encuentra en la misma situación
del padre.
Así, enfermando, logra salir de esta encrucijada. Una incapacidad para trabajar que le hizo posponer sus
estudios fue el principal resultado de la enfermedad - y en realidad, ésta es la causa. No se recibe, no
finaliza sus estudios, no se casa. Evita así la decisión.
El punto de dificultad es lo no acontecido, es una decisión que no toma lo que provoca la inhibición. No
decide, y por lo tanto no se hace cargo de su deseo.
Estos puntos (1) y (2) confrontan al sujeto con la falta del otro, con la deuda del padre.
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El punto (3), el relato de la tortura por parte del capitán cruel, en él toma forma el goce del otro. Más
que angustia, se halla horror, pánico. No es encuentro de la falta sino del goce del otro, del capitán cruel.
Es la realización del fantasma que lo enloquece, el capitán cruel le confirma el fantasma = efecto siniestro.
Capitán cruel como figura plena de goce, porque disfrutaba y contaba con placer la escena de la tortura.
Encuentro, entonces, con una figura plena de goce, la cual le confirma el fantasma y tiene como efecto un
efecto siniestro. El capitán relata con gusto lo que en su fantasma inconciente está escenificado.
En el punto g se habla de la cuestión del plan marital como si no fuera nada importante; es la neurosis
obsesiva funcionando, quitando el monto de afecto de la representación.
Freud le dice que todo lo que él escenifica está en relación, conectado con su prehistoria familiar. Él no
lo percibe.
Confirmación de la interpretación de Freud es el sueño que la misma provoca: se encuentra con la hija
de Freud, que tiene excremento en lugar de ojos: se casa por dinero, no por amor.
Cuenta entonces que su madre le propuso casarse con su prima cuando se reciba, que es bastante
adinerada. Plan familiar que tiene pensado su madre y algunos tíos, si él termina sus estudios. Freud le
dice que esto es central y este es el motivo de todos sus problemas; él no lo entiende, si esto ya lo sabía.
Él pensaba que el no poder terminar sus estudios era la causa de sus problemas. Pero el no recibirse
le permite no tomar esta decisión de casarse con su amada o con su prima. Si se recibe, debe
elegir.
Esto pone en juego a la deuda de amor del padre, que eligió a la mujer conveniente sobre la mujer
amada.
Interpreta Freud que el sujeto está en la misma situación que su padre: si se recibe, debe
elegir entre Giselle (su amada) o su prima.
Un día, nuestro paciente mencionó al pasar un episodio en el que yo enseguida debí discernir el
ocasionamiento de la enfermedad, o al menos la ocasión reciente del estallido, unos seis años atrás, de la
enfermedad que todavía perduraba. El mismo no tenía vislumbre ninguna de que acababa de presentar
algo sustantivo; no podía acordarse de haber concedido valor a dicho episodio, que por otra parte
nunca había olvidado. Esta conducta reclama ser apreciada teóricamente.
En la histeria es regla que las ocasiones recientes de la enfermedad sucumban a la amnesia. En esa
amnesia vemos nosotros la prueba de la represión sobrevenida. E n la neurosis obsesiva sucede por
lo general de otro modo, las ocasiones recientes de la enfermedad se encuentran
conservadas en la memoria. La represión se ha servido aquí de otro mecanismo, en verdad más
n lugar de olvidar al trauma, le ha sustraído la investidura ae afecto, de suerte que
simple; e
en la conciencia queda como secuela un contenido de representación indiferente, considerado inesencial.
El resultado del proceso es casi el mismo, pues el contenido mnémico indiferente sólo rara vez es
reproducido y no desempeña papel alguno en la actividad de pensamiento conciente de la persona.
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Su madre había sido criada, como parienta lejana, en el seno de una familia rica que explotaba una
gran empresa industrial. Y su padre, simultáneamente con el casamiento, entró al servicio de esa
empresa y así, en verdad por su elección matrimonial, obtuvo un pasar bastante bueno. Por recíprocas
burlas entre sus padres —cuya relación conyugal era excelente—, el hijo supo que a lgún tiempo antes
de conocer a la madre, su padre había hecho la corte a una muchacha pobre y linda, de
familia modesta.
He ahí la prehistoria. Tras la muerte del padre, la madre comunicó un día al hijo que entre ella y sus
parientes ricos se había hablado sobre el futuro de él, y uno de los primos había expresado su b uena
disposición para entregarle una de sus hijas cuando él terminara sus estudios; y que su
vinculación con los negocios de la firma le abriría brillantes perspectivas aun en su trabajo profesional.
Este plan de la familia le encendió el conflicto: si debía permanecer fiel a su amada pobre
o seguir las huellas del padre y tomar por esposa a la bella, rica y distinguida muchacha
que le habían destinado. Y a ese conflicto, que en verdad lo era entre su amor y el
continuado efecto de la voluntad del padre, lo solucionó enfermando; mejor dicho: e nfermando
se sustrajo de la tarea de solucionarlo en la realidad objetiva.
La prueba de esta concepción reside en el hecho de que una pertinaz incapacidad para trabajar, que le
hizo posponer varios años la terminación de sus estudios, fuera el principal resultado de la enfermedad.
Ahora bien, aquello que es el resultado de una enfermedad está en el propósito de ella; la aparente
consecuencia de la enfermedad es, en la realidad efectiva, la causa, el motivo de devenir
enfermo.
Del ocasionamiento de la enfermedad en sus años maduros, un hilo reconducía hasta la niñez de
nuestro paciente. Se encontró en una situación como aquella por la cual, según su saber o su conjeturar,
el padre había pasado antes de su propio matrimonio, y pudo identificarse con el padre. Y aun de otro
modo jugó el padre difunto dentro del enfermar reciente. E l conflicto de la enfermedad era en
esencia una querella entre la voluntad del padre, de continuado efecto, y su propia
inclinación enamorada
Conflicto: querella entre la voluntad de su padre y su propia inclinación enamorada.
El padre, entendido como bondadoso, compañero, cercano, se coloca como perturbador del goce sexual.
Freud indica que debe haber ocurrido algo, el padre debe haber entrado en algún momento en oposición
con el erotismo de su hijo.
Según todas las noticias, el padre de nuestro paciente fue un hombre de excelentes dotes. Antes de
casarse había sido suboficial, y como precipitado de ese fragmento de su vida había conservado francas
maneras de soldado, así como una predilección por las expresiones rudas.
No se puede poner en duda que en el ámbito de la sexualidad algo se interponía entre
padre e hijo, y que el padre había entrado en una neta oposición con el erotismo del hijo,
tempranamente despertado. Varios años después de la muerte del padre, se le impuso al hijo, cuando
por primera vez experimentó la sensación de placer de un coito, esta idea: «¡Pero esto es grandioso! A
cambio de ello uno podría matar a su padre».
La conducta onanista de nuestro paciente era muy llamativa; no desarrolló ningún onanismo en la
pubertad y así, según ciertas expectativas, habría tenido títulos para permanecer exento de neurosis. En
cambio, el esfuerzo hacia el quehacer onanista emergió en él en sus 21 años, poco tiempo después de la
muerte de su padre. Quedaba muy avergonzado tras cada satisfacción y pronto volvió a abjurar de
ellas. Desde entonces, el onanismo sólo afloró en raras y muy singulares ocasiones.
e atreví a formular una construcción: de niño, a la edad
Apoyado en este y parecidos indicios, m
de 6 años, él ha cometido algún desaguisado sexual entramado con el onanismo, y recibió del padre una
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sensible reprimenda. Este castigo habría puesto fin al onanismo, sí, pero por otra parte dejó como
secuela una inquina inextinguible contra el padre y fijó para todos los tiempos su papel como
perturbador del goce sexual.
Para mi gran asombro, el paciente informó entonces que su madre le había contado repetidas veces
un suceso así de su primera infancia, y evidentemente no había caído en el olvido porque se anudaban al
suceso cosas bien singulares. Pero su propio recuerdo no sabía nada de eso. Ahora bien, he aquí el
relato: Cuando él era todavía muy pequeño debe de haber emprendido algo enojoso, por lo cual el padre
le pegó. Y entonces el pilluelo fue presa de una ira terrible e insultaba todavía bajo los golpes del padre.
Pero como aún no conocía palabras insultantes, recurrió a todos los nombres de objetos que se le iban
ocurriendo, y decía: «¡Eh, tú, lámpara, pañuelo, plato!», etc. El padre, sacudido, cesó de pegarle y
expresó: «¡ Este chico será un gran hombre o un gran criminal!».
El opina que la impresión de esta escena debe de haber sido de duradera eficacia tanto para él como
para el padre. Este nunca más le pegó; pero él mismo deriva una pieza de su alteración de carácter de
esa vivencia.
Otro recuerdo de su padre: que se dedicó gran parte de su vida como suboficial del ejército. Se jubiló
joven y contaba sus historias de militar. En ellas, siempre aparecía como un señor muy gracioso y
divertido.
Había tenido un lugar de respeto, pero hasta cierto punto (no era el más respetado). Le gustaba mucho
el juego y había contraído una deuda muy grande, de la cual lo salvó un amigo, pero nunca le pido pagar
de vuelta.
Él se hallaba identificado con el padre en el terreno individual: deuda impaga de su padre
con un amigo por un juego de naipes, nunca se la pudo devolver.
Esta deuda es subjetivada como algo penoso para él, no para el padre.
Además, está la deuda de amor del padre, que era objeto de bromas en la pareja, pero a él le resulta
penoso.
Y así era; él se encontraba, como siempre le ocurría en el terreno de lo militar, dentro de una
identificación inconciente con el padre, que había prestado servicios durante muchos años y solía contar
muchas cosas de su época de soldado. Y entonces, la casualidad, que puede cooperar en la formación de
síntoma como lo hace el texto en el chiste, permitió que una pequeña aventura del padre tuviera un
importante elemento en común con la reclamación del capitán. Una vez, el padre había perdido en el
juego de naipes una pequeña suma de dinero de la que podía disponer en su condición de suboficial, y
las habría pasado muy mal de no prestarle ese dinero un camarada.
Después de abandonar el servicio y alcanzar una posición desahogada, buscó a ese camarada
generoso para devolverle el dinero, pero nunca más lo encontró. Nuestro paciente no estaba seguro de
que la devolución se hubiera producido alguna vez; el recuerdo de este pecado de juventud de su padre
le resultaba penoso, siendo que su inconciente rebosaba de reclamaciones hostiles al carácter de aquel.
Las palabras del capitán: «Tienes que devolver las 3,80 coronas al teniente primero A.»,
le sonaron como una alusión a la deuda impaga del padre.
¿Por qué las frases del capitán cruel tienen ese efecto? Freud dice que “tocan un punto de una
sensibilidad del complejo”.
Resonancias del significante “ratte” como “rata”. Ratas adquirieron una serie de
significados simbólicos.
La representación del castigo consumado con las ratas había estimulado cierto número de pulsiones,
despertado una multitud de recuerdos, y por eso las ratas, en el breve intervalo entre el relato del
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capitán y su reclamación de devolver el dinero, habían adquirido una serie de significados
simbólicos, a los que se fueron agregando de continuo otros nuevos en el tiempo que siguió.
El castigo de las ratas despabiló sobre todo al erotismo anal, que en su infancia había desempeñado
considerable papel y se había mantenido durante años por un estímulo constante debido a los gusanos
{lombrices intestinales). Así, las ratas llegaron al significado de «d inero» , nexo señalado al
ocurrírsele al paciente, para «ratas» {«Rattcn»), «cuotas» {«Ratcn»].
A esta lengua fue traspuesto poco a poco todo el complejo de los intereses monetarios que se anudaban
a la herencia del padre; vale decir, todas las representaciones a él pertinentes fueron asentadas, a
través de este puente de palabras cuotas-ratas, en lo obsesivo, y arrojadas a lo inconciente. Este
significado de dinero de las ratas se apoyó, además, en la reclamación del capitán a devolver el monto
del reembolso; ello sucedió con ayuda de la palabra puente «Spielratte», [como jugador compulsivo,
como rata de juego] desde la cual se descubría el acceso hacia la prevaricación de juego de su padre.
Todo este material, y aun más, se ordenaba, con la ocurrencia encubridora « heiraten»
{«casarse»}, en la ensambladura de la discusión en torno de las ratas.
La dama a quien admiró durante tantos años, a pesar de lo cual no se podía decidir a casarse
[heiraten] con ella, estaba condenada a no tener hijos a consecuencia de una operación ginecológica, la
extirpación de ambos ovarios; aun era esto para él, que amaba extraordinariamente a los niños, la
principal razón de sus vacilaciones.
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imposible de cumplir, que promulgaba el texto de la obediencia al injustificado reclamo de su superior:
«Ahora tienes que devolver realmente el dinero a A.». En una obediencia convulsiva él reprimió
{suplantó} su mejor saber de que el capitán fundaba su reclamación en una premisa errónea: «Sí, tienes
que devolver el dinero a A., como lo ha exigido el subrogado del padre. El padre no se puede equivocar».
Tampoco la majestad se puede equivocar, y si se ha dirigido a un súbdito atribuyéndole un título que no
le corresponde, el súbdito lleva en lo sucesivo ese título.
La duda en la feliz memoria que guardaba de su padre y los reparos contra el valor de la amada se
habían acrecentado; en tal estado de ánimo, se dejó arrastrar a la blasfemia contra ambos, y luego se
castigó por ello. Repetía de ese modo un viejo arquetipo. Cuando, concluidas las maniobras, vaciló tanto
tiempo sobre si viajaría a Viena o permanecería para cumpHr el juramento, lo que en verdad hacía era
figurar en una unidad los dos conflictos que desde siempre lo habían movido: si debía obedecer al padre
y si debía permanecer fiel a la amada.
Sobre la teoría.
Tanto respecto de la amada como del padre hay un conflicto de ambivalencia.
Amada: amor y odio.
Padre: amor y odio.
El amor a la amada se conecta muy bien con el odio al padre. Y el odio a la amada se conecta con el
amor al padre (su voluntad).
No hay un amor verdadero que no incluya algún modo de lidiar con el odio.
La coexistencia crónica de amor y odio de la misma intensidad tienen un factor inconciente. El amor no
ha podido extinguir al odio, solo lo ha expulsado al inconciente.
Lo patológico no es el amor/odio, sino la coexistencia crónica de amor/odio de la misma intensidad. El
amor se hincha como formación reactiva.
Síntoma de la cavilación: pulsión de saber. El pensar se sexualiza. La energía que estaría destinada a la
acción se desplaza al pensamiento. Y el pensamiento se torna compulsivo.
Neurosis obsesiva: necesita de la posibilidad de la muerte para solucionar los conflictos que dejan sin
resolver (como forma de no resolución). Su carácter esencial es su incapacidad para decidirse. Procura
posponer toda decisión.
Común entre los obsesivos: la incertidumbre en la vida o la duda (lleva a las profundidades del estudio
de las pulsiones, a la ambivalencia). El enfermo produce incertidumbre como método para sacar al
enfermo de la realidad y aislarlo del mundo, para no tomar decisiones.
El enfermo se retira de la realidad por medio de la duda (duda que lo defiende de tomar una decisión).
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Lacan: la angustia es la causa de la duda. En la angustia hay un punto de certeza, la duda me defiende
de esa certeza, la certeza está a un paso del acto.
El obsesivo se crea un amo y espera que se muera para poder vivir. Porque lo insoportable es el A
barrado, el otro barrado, la falta en el otro.
Por regla general, el neurótico escapa a la certeza y prefiere la incertidumbre. Prefiere que el otro decida
por él y se lo impida. “Habilidad para evitar noticias que le habrían facilitado tomar una decisión en su
conflicto”.
Omnipotencia de los pensamientos y sentimientos: sobreestimar el efecto que sus sentimientos hostiles
producen en el mundo exterior, porque gran parte del caudal de sus sentimientos escapa a su conciencia.
Hay un gran componente inconciente, reprimido: relacionado a las hazañas del obsesivo (Lacan). Cree
que el otro le pide una imagen omnipotente. Se ofrece a sí mismo, su propia imagen fálica de
omnipotencia, como algo que supuestamente el otro le demanda. Para no vérselas así con la falta del otro.
Ejemplo del paciente que quiere seguir yendo a sesión para no dejar al psicólogo con un ingreso menos:
no soporta que aparezca la falta.
Esto es distinto a la histeria, que busca generar la falta en el otro.
Desmezcla pulsional - de la mezcla de la evolución libidinal. Retornan los elementos sádicos que ya se
habían mezclado y dosificado.
El obsesivo, cuando hace una regresión, empeora el cuerpo.
Ahora además se tiene que defender de su propio sadismo anal + de la satisfacción fálica. Su sadismo
anal se filtra en todas las formaciones del inconciente: como ahora el conflicto es mayor, el superyó se
vuelve más severo y amenaza más con la castración.
Represión no alcanzada + regresión = peor cuadro. Suma más mecanismos, como la formación
reactiva (busca modificar oponiendo al máximo aquello que quiere reprimir, como negación y oposición
de aquello que se le impone), la anulación (similar, es el intento de producir como no existente aquello
que se le impone, se intenta borrar, por ejemplo el síntoma en dos tiempos - aparece la pulsión sádica y
luego lo opuesto, para intentar anularlo, borrarlo. Ejemplo de la piedra en el camino del Hombre de las
Ratas, que la saca y luego regresa, la vuelve a poner) y el aislamiento (cortar dos representaciones
ligadas entre sí, como si no tuvieran relación. Corte a nivel preconciente. Esta representación está
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preconciente, se conoce, pero no establece relación. Es distinto de la represión porque ahí es un corte a
nivel inconciente).
Estos son mecanismos auxiliares de defensa propios de la neurosis obsesiva.
Esto en la histeria y otras neurosis no sucede.
La anulación es verificada en el síntoma en dos tiempos en el caso del Hombre de las Ratas.
Hacer como si algo no hubiese acontecido, anulación de lo acontecido. Hay una compulsión que lo obliga
hacerlo, la idea 2 parece un pensamiento crítico de la idea 1.
Situación: camina por las calles luego de verse con su amada, tropieza con una piedra. Le viene la idea
de que el carruaje de su amada podría pasar por allí y provocar un accidente. Primera idea. Se ve obligado
a correr la piedra. En un segundo momento, vuelve y coloca la piedra en su lugar nuevamente.
Pensar que el accidente puede ocurrir es en la fantasía. En el fantasma.
Primer tiempo, la fantasía junta a la amada con una moción hostil.
Opera la defensa.
Y se impone en el segundo momento aquello de lo que se había defendido. Fracaso de la defensa.
La segunda acción anula la primera. Lógica obsesiva que oscila entre la defensa y el fracaso. Dónde
ocurre esto: en la fantasía.
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Godoy, C., “Conciencia y muerte en la neurosis obsesiva”.
“Trayectoria típica de una neurosis obsesiva”.
El primer momento iniciado en la infancia con el trauma pasivo (seguido del activo) concluye en la
pubertad, cuando los recuerdos cobran retroactivamente un valor sexual y devienen, de este modo,
representaciones inconciliables para el yo, poniendo en marcha el proceso defensivo. Ello genera lo que
denomina, en esa época “síntomas de la defensa primaria” (escrúpulos de la conciencia moral, vergüenza,
desconfianza de sí mismo). Dichos síntomas indican un éxito de la defensa, ya que están a su servicio, la
sostienen. No se trata aún de la enfermedad, sino que inauguran un período que se llamará “de salud
aparente”. La consistencia y estabilidad a la estructura se pagan con no pocas limitaciones para el sujeto.
Pero la “enfermedad propiamente dicha” solo irrumpirá cuando esta solución fracasa, produciendo otro
tipo de síntomas, los del “retorno de lo reprimido” o fracaso de la defensa. Freud deja indeterminado el
factor desencadenante, pero ofrece una aclaración: “es incierto si el despertar de esos recuerdos
sobreviene de manera casual, o a causa de unas perturbaciones sexuales actuales”.
Podemos afirmar que las neurosis actuales comportan el encuentro contingente del sujeto con la falla
del goce que habita en el ser hablante, la cual deja siempre un resto real: el síntoma actual que viene a
perturbar la defensa. Freud supo vislumbrar la inexistencia de la relación armónica entre los sexos, allí
donde la acción específica nunca deja de estar ausente o resultar insuficiente. Esto produciría el
ocasionamiento o la sería la “causa desencadenante”.
Este distingo no impide que luego de desencadenada la neurosis se vuelva a encadenar por medio de
una defensa secundaria la cual, a su vez, puede fracasar.
El abandono del término “síntoma de defensa primaria” por el novedoso “formación reactiva” es
más adecuado a su perspectiva metapsicológica. “Primero alcanza un éxito pleno: el contenido de la
representación es rechazado y se hace desaparecer el afecto. Como formación sustitutiva hallamos una
alteración del yo en la forma de unos escrúpulos de conciencia extremos, lo cual no puede llamarse
propiamente síntoma”. Cumplen una función metapsicológica absolutamente diferente: la de permitir ese
peculiar “éxito pleno”.
Trazado distintivo en los modos que opera la represión en la histeria y la neurosis obsesiva: por amnesia
en aquella, mientras que cortando los vínculos asociativos en aquella, desconectando las representaciones
a través del aislamiento. “Los procesos patológicos no son olvidados, permanecen concientes, mas son
aislados”. Esto es destacado como un obstáculo para la cura; la dificultad que presenta el sujeto obsesivo
para la asociación libre ya que “su yo es más vigilante, no le está permitido irse”.
En el caso de las formaciones reactivas, o que pone de relieve es la “satisfacción narcisista” que habita
en ellas y marca su fuerte afinidad con el yo. “Halagan su amor propio con el espejismo de que ellos, como
unos hombres particularmente puros o escrupulosos, serían mejores que otros”. No solo no experimentan
estos rasgos como perturbaciones, sino que se identifican con ellos.
Lacan se referirá a los laberintos de la neurosis obsesiva, frente a los monumentos y jeroglíficos d e la
histeria. El laberinto es una construcción enredada y confusa, con múltiples caminos que no llevan a
ninguna parte, aislados de la salida. El jeroglífico, por el contrario, es una escritura que se ofrece al
desciframiento. La unidad del yo obsesivo es comparada con una “fábrica fortificada”, el sujeto queda
atrapado en la rigidez de la ilusoria unidad de su fortaleza yoica. En efecto, la fortaleza nunca deja de ser
un encierro. En la histeria, por el contrario, se padece la fragilidad del cuerpo, en el recorte fragmentario
de una función.
La muerte.
La muerte, como el momento de no ser más. Así, marca que todas nuestras posibilidades son relativas,
que nada completa y define nuestro ser de un modo absoluto, que no hay garantías para nuestra
existencia. Lacan lo llama la “contingencia del ser”, de modo tal que “podría no ser”, ya que nada garantiza
15
que sea o continúe siendo. Una de las primeras definiciones del análisis es en términos de subjetivar la
muerte, de “tener acceso al ser-para-la-muerte”. Y en el extremo opuesto, ubica al obsesivo en tanto no
asume su ser-para-la-muerte. Subjetivar es, en este caso, sinónimo de asumir. Es el pasaje de la existencia
inauténtica (de la que el obsesivo sería el paradigma) a la existencia resuelta, auténtica. Subjetivar el
ser-para-la-muerte implica entonces la dimensión del acto, de “la suerte está echada”, de cruzar el
Rubicón. Constituye el instante de confrontación con el verdadero riesgo, aquel de las contingencias y sus
consecuencias incalculables.
El acto implica un significante solo que no hace cadena sino que, en un singular bucle, remite a sí
mismo. Debido a ello, el sujeto en el acto resulta transformado, y por lo tanto ya no será representado por
los mismos significantes. Se trata de la mencionada dimensión creacionista, allí donde “muere” para
renacer bajo coordenadas simbólicas nuevas.
El obsesivo quiere calcular “antes” lo que el acto podría desencadenar para, de este modo,
“encadenarlo”. Claro que así el encadenado resultará él y el acto infinitamente postergado.
Así como decimos que “no hay significante para La mujer”, ese que anhela la histérica, encontramos que
nada explica en lo simbólico la creación, el significante es incapaz de darle la respuesta, por la sencilla
razón de que lo pone precisamente más allá de la muerte. El significante lo considera como muerto de
antemano, lo inmoviliza por esencia. Como tal, la pregunta por la muerte es otro modo de la creación
neurótica de la pregunta, su modo obsesivo.
Amo y esclavo.
Otra perspectiva que Lacan destaca sobre la muerte es la dialéctica entre el amo y el esclavo. El
sujeto obsesivo presentaría la aceptación de la posición del esclavo, y quedando a la espera de su libertad,
una vez muerto el amo. Efectivamente, la defensa obsesiva por excelencia frente al ser-para-la-muerte es
la posición de espera. Es por ello que la procrastinación y la duda constituyen, para Lacan, rasgos de
carácter del obsesivo. Él es, por lo tanto, un esclavo que espera la muerte del amo para comenzar a vivir.
Si todo se le torna pesado es, en definitiva, porque no está implicado en ello a nivel del deseo. Sólo lo hace
porque debe cumplir con la demanda del amo de turno que erige en su fantasma. El deseo se torna así
imposible porque sabe arreglárselas para instituir algún Otro que lo prohíba.
Lo que primeramente era descrito por Lacan como “caricatura” y “reflejo ingenio”, será precisado
paulatinamente bajo la forma de la hazaña obsesiva. Y es que todo espectáculo introduce,
inevitablemente, la idea de un observador, efectivo, virtual o supuesto, que goza del espectáculo. Así, se
mantiene una posición paradójica ya que, para sostener la consistencia del yo, el obsesivo debe
desdoblarse, producir una “división interior que hace del sujeto el testigo alienado de los actos de su
propio yo”. Se un testigo alienado es tener que observarse desde el Otro, instalado en el OTro, ese será su
conciencia-de-sí.
De este modo, el yo queda puesto en escena como un personaje en una situación que él observa, como
testigo, desde el lugar del Otro. Esto tiene un costo, porque queda “fuera de su propia vivencia, no puede
asumir sus particularidades y sus contingencias, no se siente en armonía con su existencia”. Es así que
oscilará permanentemente entre dos vertientes: “ante la meta, vemos producirse un desdoblamiento del
sujeto, su alienación en relación consigo mismo, las maniobras por las que se da un sustituto sobre el cual
deben recaer las amenazas mortales. Una vez que ha reintegrado ese sustituto en sí mismo, se ve
imposibilitado de alcanzar la meta”.
El obsesivo, testigo alienado, vive observando la imagen que da a ver al Otro. Es por ello que deja en la
escena “solo una sombra de sí mismo”: el sustituto desdoblado, la caricatura, el personaje vacío, la
sombra. Es lo que Lacan llamará la “hazaña” del obsesivo. Un espectáculo, como un domador de
circo, que juega con leones viejos y domesticados, aunque para el público parezcan fieras salvajes. La
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pregunta por la muerte se detiene así en una respuesta en corto circuito, en la pantomima [engaño] de la
hazaña que lo mantiene alejado del verdadero riesgo.
El obsesivo es siempre otro. Cuente lo que cuente, sean cuales sean los sentimientos que comunica, son
los del otro y no los suyos. Esta objetalización de sí mismo no se debe a una inclinación o a un don
introspectivo, es en la medida que evita su propio deseo, que presentará todo deseo en el cual se
embarque, así fuera en apariencia, como deseo de ese otro él mismo que es su yo.
Todo el escenario obsesivo y su palco intentará montarse transferencialmente en el análisis. Hablar
en la sesión no es igual al trabajo de asociación libre. El obsesivo habla, pero para sí mismo. No tolera bien
la interpretación. Por lo tanto, las maniobras transferenciales propuestas por Lacan resultan lógicas para
la neurosis obsesiva, buscando perturbar la defensa que el fantasma obsesivo inicialmente fija. Por
ejemplo, cortar las sesiones antes, ruptura del rígido encuadre.
El obsesivo supone una falta en el Otro, la cual resultaría colmada a través de una serie de objetos
cesibles otorgados como dones, con los que respondería a la demanda del Otro. Se trata aquí de la
reducción del deseo a la demanda, lo que asegura su valor fálico para el Otro. Es por ello que el phi está
positivizado y no bajo la barra, permaneciendo así en el plano de la conciencia. Este falo imaginario es
equivalente a esa imagen idealizada que sostiene en la hazaña.
En el fantasma histérico, el Otro está sin barrar y es el sujeto el que está ubicado como un objeto
que se sustrae, el que introduciría la falta. Allí, phi está escrito debajo de la barra, es decir, está reprimido
y es negativizado para destacar su valor de falta. A su vez, el ♢ se lee como “deseo de”, ya que la histérica
desea hacer desear al Otro, hacerle “falta” al Otro que supone completo. Allí radica su punto de fuga
inconciente.
En el Seminario 10, la inhibición es definida como “la detención del movimiento”. Detención, n aquel
por la cual en la vida del sujeto está “frenada”, detenida en lo que concierne al deseo, pues “nunca le está
permitido a su deseo manifestarse en acto. Desde esta perspectiva, el deseo imposible constituye una
defensa frente al deseo en acto y, como tal, es inherente al anudamiento inhibitorio mismo.
Consideramos, por lo tanto, que la “mortificación imaginaria” es una de las formas de inhibición. El sujeto
quedaba así detenido, mortificado en lo imaginario, por no asumir el ser-para-la-muerte. Dicha asunción
no es sino el acto ligado al deseo: borde, frontera, entre lo simbólico y lo real.
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Lacan, J., “Variantes de la cura-tipo”.
Lacan, J., “El mito individual del neurótico”.
Análisis de Lacan del Hombre de las Ratas.
Análisis de las dos escenas del caso del Hombre de las Ratas.
Primero - el momento inicial, momento en el cual consulta a sus 29 años por obsesiones que se le
imponen, representaciones obsesivas a las cuales no puede negarse, que él mismo considera ridículas.
Momento de máxima angustia en el cual va a visitar a Freud por cuestiones:
(1) No podía terminar sus estudios, relación ambivalente con una chica a la que no se le declara. Si se
recibiera podría declararse y casarse con ella. Frenar la carrera es un freno a nivel económico,
laboral amoroso.
(2) Cuestión de los quevedos y de la deuda con el teniente.
(3) Cuestión con el padre, duelo patológico. Se le ocurre habitualmente la idea de que es un criminal y
ha matado a su padre, aunque sabe que no es así. Freud le dice que probablemente es un criminal,
pero no sabemos cuál es su crimen, y comienza el análisis.
En el transcurso del análisis se descubre un sadismo destinado a los objetos amados: su padre y su
amada. Fantasía sobre matar al padre.
Segundo - segunda escena central, cuando cuenta que su madre le propuso casarse al recibirse con una
prima bastante adinerada.
Plan familiar que tiene pensado su madre y algunos tíos si él termina sus estudios.
Freud le dice que esto es central, y es el motivo de todos sus problemas: el HR no entiende cómo, si esto
ya lo sabía (aislamiento). Él pensaba que no poder recibirse era la causa de sus problemas, pero en
realidad la causa de su enfermedad es esta cuestión de casarse. No recibirse le permite no tomar esta
decisión de casarse o con su amada o con su prima. Si se recibe, debe elegir.
A partir de esta interpretación, comienza una gran cantidad de asociaciones, escenas, significantes que
remiten al mito individual del neurótico.
“Cadena de las palabras” significantes que aparecen en relación al significante de casarse.
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El mito individual del neurótico es en este caso la historia de sus padres (es la de los otros
que ocuparon el lugar edípico). Broma usual entre sus padres, de que originalmente su padre iba a casarse
con una mujer pobre y bonita. Chiste de que se casó con su madre por el dinero.
Esto pone en juego la deuda de amor del padre. Que no eligió a la mujer amada, sino a la mujer
conveniente.
Interpreta Freud que el sujeto está en la misma situación que si padre: si se recibe, debe elegir entre
Giselle o su prima.
Otro recuerdo, es que su padre se dedicó gran parte de su vida como suboficial del ejército. Le gustaba
mucho el juego y había contraído una deuda muy grande, jugándose la plata del ejército, de la cual lo salvó
un amigo suyo, pero nunca le pudo pagar de vuelta.
Jugador: “spitlratte”.
A partir de la deuda de juego del padre y de la deuda de amor del padre, el Hombre de las Ratas
repite en sus síntomas el mito individual del neurótico.
La deuda de amor del padre pone en juego en el caso de las 3,80 coronas que quien paga y quien
sostiene al hombre es una mujer.
Este sujeto: el inconciente pone en juego los significantes del otro. El sujeto es hablado por el otro.
La constelación, la constelación original que presidió el nacimiento del sujeto, su destino, y casi diría
su prehistoria, a saber, las relaciones familiares fundamentales que estructuraron la unión de sus
padres, resulta tener un vínculo muy preciso, y quizás definible mediante una fórmula de
transformación, con lo que se presenta como lo más contingente, lo más fantasmático, lo más
paradójicamente mórbido, el guión imaginario al que él llega como solución de la angustia ligada al
desencadenamiento de la crisis.
La constelación del sujeto se forma en la tradición familiar por el relato de cierto número de hallazgos
que especifican la unión entre los padres.
El padre fue suboficial al comienzo de su carrera, y continúo siendo muy “suboficial”, con la nota de
autoridad, pero un poco irrisoria, que eso entraña. Este padre se encontró en la posición de hacer lo que
se llama un matrimonio ventajoso. El prestigio está pues del lado de la madre. Y una de las chazas más
frecuentes entre estas personas, que parecen incluso ligadas por un afecto real, es una suerte de juego
que consiste en un diálogo de los esposos: la mujer hace una alusión divertida a un intenso apego de su
marido, justo antes del matrimonio, con una joven pobre pero bonita, y el marido protesta y afirma en
cada ocasión que se trata de algo tan fugaz como lejano, y olvidado.
Este juego impresionó en verdad profundamente al joven que más tarde devendrá nuestro paciente.
En el curso de su carrera militar, el padre se encontró en aprietos. No hizo ni más ni menos que
dilapidar en el juego los fondos del regimiento, y solo salvó su honor gracias a la intervención de un
amigo, que le prestó la suma que él acordó devolver, y que resultó así ser su salvador.
He ahí pues cómo se presenta la constelación familiar del sujeto. Su relato surge pieza por pieza en el
curso del análisis, sin que el sujeto lo conecte en modo alguno con nada actual que suceda. Hace falta
toda la intuición de Freud para comprender que allí hay elementos esenciales del desencadenamiento de
la neurosis obsesiva. El conflicto mujer rica / mujer pobre se reproducía muy exactamente en la vida del
sujeto en el momento en que su padre lo empuja a casarse con una mujer rica, y fue entonces cuando se
desencadenó la neurosis propiamente dicha.
19
Línea imaginaria: relación amor/odio con sus objetos de amor, relación amorosa y agresiva, los ama y
los agrede, capturados en una jaula narcisista. Esto no le permite tener una relación “normal”, que
consistiría en terminar el duelo de su padre y resolver la posición en relación a su amada, declararse o
dejarla.
Lacan plantea cómo el obsesivo arrastra en la jaula del narcisismo a sus objetos amados: lo que lo
mantenía en esa jaula era la cadena de las palabras a las que no había llegado aún en sus interpretaciones.
El análisis hace callar el discurso intermedio (imaginario) para revelar las palabras reales más
profundas, de la cadena de palabras que aparecen desde heiraten.
Lacan dice que esta interpretación es inexacta, porque esta idea de casamiento de su madre sería seguir
el deseo de su padre, casarse con la mujer rica. En realidad, es el deseo de la madre, el padre está muerto.
Interpretación inexacta (en sentido objetivo) pero verdadera (al nivel del inconciente del sujeto).
Sus síntomas obsesivos son básicamente una postergación. Duda, pensamiento obsesivo y
procrastinación.
En el hombre de las ratas, su viraje mayor se encuentra en el momento en que Freud comprende el
resentimiento provocado en el sujeto por el cálculo que su madre le sugiere en el principio de la elección
de esposa. Que la prohibición que semejante consejo implica para el sujeto comprometerse en un
noviazgo con la mujer que cree amar sea referida por Freud a la palabra de su padre en contradicción
de hechos patentes, y principalmente de éste que priva sobre todos: que su padre está muerto, podrá
sorprender. Pero se justifica y se revela por la secuencia de las asociaciones que el sujeto aporta
entonces. No se sitúa en ninguna otra parte sino en lo que llamamos la “cadena de palabras”. A saber
que una falta de fe semejante presidió el matrimonio de su padre, y que esa ambigüedad recubre a su
vez un abuso de confianza en materia de dinero que, al hacer que su padre fuese excluido del ejército, lo
determinó al matrimonio.
Esta cadena, que no está constituida de puros acontecimientos, sino de un faltar, da el sentido en que
se comprende el simulacro de redención que el sujeto fomenta.
Entendamos que esta cadena no es toda la estructura de la neurosis obsesiva, pero que se cruza en
ella, en el texto del mito individual del neurótico, con la trama de los fantasmas donde se conjugan, en
una pareja de imágenes narcisistas, la sombra de su padre muerto y el ideal de la dama de sus
pensamientos.
Parece que el acceso de Freud al punto crucial del sentido en que el sujeto puede al pie de la letra
descifrar su destino le fue abierto por el hecho de haber sido él mismo objeto de una sugestión semejante
de la prudencia familiar.
El neurótico no enfrente los verdaderos riesgos y realiza en su lugar las hazañas, para que el que lo ve
desde el palco lo aplauda: en realidad es él mismo el que se observa.
Arma estas escenas para no encontrarse con este punto de agujero.
20
El obsesivo genera un simulacro, igual que la histeria que pregunta por lo femenino pero en realidad se
aleja de ello.
El obsesivo vive como un esclavo, que tiene que cumplir con un amo, lo que supone que el otro espera
de él: todo, hasta en sus ocios, como trabajo forzado. El obsesivo cumple, trabaja para ese amo y sueña
con librarse de ese amo. El obsesivo vive esperando la muerte del amo. Nota de duda y
procrastinación que le pone a todo - la vida todavía no empezó.
El obsesivo le ofrece sus hazañas al amo.
Posición de espera del obsesivo: esperando para empezar a vivir.
Posición de cobarde frente al deseo.
La histeria se sustrae de lo que implica la sexualidad, y el obsesivo se sustrae del acto del deseo.
Pasamos de la clínica de la pregunta a la clínica del deseo neurótico.
Problema del esquema L: el otro aparece sin barrar, como que tiene todas las respuestas. El grafo, el
circuito con vectores, aparece con el otro barrado.
21
Mazzuca, R., “La neurosis obsesiva en la elaboración lacaniana”.
Freud desarrolló en diferentes etapas y a lo largo de toda su obra una teoría muy elaborada sobre la
neurosis obsesiva centrada alrededor, no del síntoma en su sentido descriptivo, sino de los procesos de su
formación o construcción. De este modo, la neurosis obsesiva no se define solamente por la descripción de
un grupo de síntomas, sino que se compone de un conjunto de variables específicas que articulan su
etiología, las situaciones desencadenantes, mecanismos de defensa, fijaciones pulsionales y fantasías, para
mencionar las principales, con las que se da cuenta de su naturaleza, formas clínicas, estadios de su
desarrollo y también de la problemática de su tratamiento.
El abordaje freudiano de la neurosis obsesiva es uno de los ejemplos más acabados de la clínica
diacrónica. Esta concepción diacrónica en la clínica prevalece también en la enseñanza de Lacan, que
también insiste una y otra vez en destacar los amplios márgenes de las variedades clínicas de la neurosis
obsesiva tal como fue construida en la elaboración freudiana. Esta diversidad clínica de la neurosis
obsesiva resulta más acentuada todavía en la elaboración de Lacan por el hecho de concebir las
estructuras freudianas: perversión, neurosis y psicosis, no solo como formas de patológicas sino como
diferentes modos de constitución de la subjetividad.
La construcción freudiana y lacaniana puede reconocer la posición obsesiva de un sujeto en fenómenos
no solo muy diversos sino también mínimos (elementales, podríamos decir, extrapolando al campo de la
neurosis un término de la clínica de la psicosis).
Este predominio de la diacronía asiste a su fin en los últimos años con la difusión de los sistemas
psiquiátricos de clasificación de las enfermedades mentales de origen anglosajón. Estos sistemas han
terminado por prescindir del concepto de neurosis para atenerse a una metodología descriptiva de
síntomas con la denominación de trastornos que implican un retorno a la clínica sincrónica.
22
En la elaboración de la neurosis obsesiva, el período más importante transcurre en los Seminarios 4 y 6-
Se introduce y analiza la dialéctica de la necesidad, la demanda y el deseo. El registro
simbólico impone al sujeto, para satisfacer sus necesidades, dirigirse al otro con un pedido que
no puede formular sino con significantes. En esto consiste la demanda, que no puede formularse sino
con los significantes que existen previamente en el Otro. De allí que el sujeto dependa del Otro tanto para
satisfacer la necesidad misma, como para disponer de los significantes con los cuales demandar. El otro y
sobre todo la madre, es quien en primer término ocupa este lugar, queda ubicado en una posición de
omnipotencia, en el lugar del amo que puede aceptar o rechazar la demanda del sujeto.
Como los significantes de la demanda nunca coinciden exactamente con la singularidad de una
necesidad, la frustración de la necesidad se impone por estructura.
La estructura obsesiva es presentada por Lacan, en este período, en términos de la demanda y del
deseo en la relación del sujeto con el otro y con el Otro. Así, produce una lectura diferente de la
destructividad del obsesivo, a la que tanta importancia le otorgó el psicoanálisis posfreudiano. Lacan no
discute su predominio en la estructura obsesiva, es un hecho de la clínica. Pero sostiene que no debe
entendérsela como una mera tendencia natural sino inmersa en un hecho del lenguaje. No es un impulso
en bruto para destruir al otro, sino que está formulada verbalmente, articulada en un anhelo de muerte.
Se trata del deseo de la muerte del otro y aun de la demanda de muerte del Otro, como se ve
claramente en el texto de los temores obsesivos del Hombre de las Ratas, donde queda explícitamente
articulada: si hago tal cosa mi padre y la dama morirán.
De esta manera, la ambivalencia obsesiva queda planteada en términos de demanda, como una
demanda de muerte del Otro y una demanda de amor que va en el sentido exactamente contrario, ya que
el amor tiene el efecto de hacer existir al Otro. El callejón sin salida de la estructura obsesiva es este: es
irresoluble, en la medida en que se trata de dos términos contradictorios se impone la lógica de la
imposibilidad, la satisfacción de uno impide el cumplimiento del otro.
El hecho de que este Otro sea el lugar de la demanda implica en efecto la muerte de la
demanda. La demanda de muerte no puede sostenerse en el obsesivo sin acarrear en sí misma esa
especie de destrucción que llamamos aquí la muerte de la demanda. Está condenada a una oscilación sin
fin por la que, apenas se esboza su articulación, ésta se extingue. Esto constituye ciertamente el fondo de
la dificultad de la articulación de la posición del obsesivo.
Esta imposibilidad en el registro de la demanda se reencuentra también en el deseo del obsesivo,
cuando desea la muerte del Otro, ya que se dirige a destruir al Otro pero, estructuralmente, requiere del
lugar del Otro para sostenerse como deseo.
¿Qué espera el obsesivo? La muerte del amo. ¿De qué le sirve esta espera? Se interpone entre él y la
muerte. Cuando el amo muera todo empezará. Vuelven a encontrar en todas sus formas esta estructura. El
amo está en una relación mucho más abrupta con la muerte. El amo en estado puro está en una posición
desesperada: nada tiene que esperar sino su propia muerte, pues nada puede esperar de la muerte del
esclavo, excepto ciertos inconvenientes. En cambio, el esclavo tiene mucho que esperar de la muerte del
amo. Más allá de la muerte del amo, será preciso que afronte la muerte como todo ser plenamente
realizado, y que asuma su ser-para-la-muerte. Precisamente el obsesivo no asume su ser-para-la-muerte.
Está en suspenso. Esto es lo que hay que mostrarle.
El anhelo de muerte se traduce en la vivencia temporal del obsesivo y lo coloca en una posición de
espera y postergación. El obsesivo ubica en el Otro a su amo y, como un esclavo, vive esperando su
muerte. Cultiva la creencia, ilusoria, de que cuando el otro muera podrá vivir de otra manera, o podrá
comenzar a vivir. Estas indicaciones de Lacan se refieren a la posición del sujeto en la estructura, posición
inconciente. Esta posición de espera es una coartada del obsesivo para no comprometerse con su deseo.
Atribuye al otro el impedimento de su conducta, para desligarse así de su responsabilidad en la vida. Se
protege en esa creencia para no correr riesgos y, en especial, el del deseo.
23
Creer que el impedimento proviene del Otro no es el único medio que usa el obsesivo como coartada
ante el deseo. También usa la creencia en su propia impotencia. Aunque resulte objeto de sus quejas y
lamentos, el obsesivo cultiva su propia impotencia, cree que no puede, para postergar su deseo, o para
evitar encontrarse con el deseo del otro.
24
El hombre de las ratas en el esquema L.
Señalaré solamente la distribución que Lacan realiza a partir de los dos ejes que se entrecruzan en el
esquema L: el eje imaginario, en el que se ubican las relaciones narcisistas del yo y del ideal del yo, y el eje
simbólico, donde se localiza la relación del sujeto con la palabra del Otro.
Por una parte, hay una cadena, dice Lacan, que no es de puros acontecimientos, ya que éstos también
forman parte de los relatos familiares acerca del padre. Una cadena de palabras, la llama Lacan, que se
ubica en el eje simbólico y que remite a las fallas del padre: por una parte, a la falta de fe que presidió el
matrimonio del padre (que hace resonancia en el plan matrimonial desencadenante de la neurosis), y por
otra, al abuso de confianza con el camarada militar con el cual el padre quedó en deuda, por el dinero
prestado y no devuelto (que hace eco en las vicisitudes de la imposibilidad del pago de los quevedos).
Ambas, como mito individual, forman parte del texto del gran delirio de las ratas con que el sujeto llega a
la consulta de Freud.
Existe también el eje imaginario en el que se reconocen las figuras idealizadas del padre y de la mujer,
amados y odiados. Es decir que aquella cadena se cruza con la “trama de los fantasmas”, donde se
conjugan, en una pareja de imágenes narcisistas, la sombra de su padre muerto y el ideal de la dama de
sus pensamientos.
De este modo, Lacan explica cómo la interpretación de Freud al deshacer la eficacia de la cadena
simbólica obtuvo el resultado de hacer caer la trama imaginaria de la neurosis.
25
Lacan sigue explorando la relación con el tiempo en la posición obsesiva. A la posición de espera
destacada desde el primer seminario, agrega la procrastinación derivada de las dificultades en la
acción. El obsesivo continuamente posterga su acto. Es a esta noción de acto donde tenemos que remitir la
imaginería del empezar a vivir, no hay otro cumplimiento del deseo. Es por esto entonces que otra
perspectiva en la cual abordar la imposibilidad del deseo en el obsesivo es la de la evitación del acto, su
continua postergación.
El momento del acto coincide con la desaparición del sujeto y su transformación. Hay un sujeto anterior
al acto y un sujeto posterior al acto, un sujeto transformado por su acto. Entre ese antes y el después,
ubicamos un hiato, un momento de pasaje, el acto mismo, el momento en que el sujeto no está, porque
está totalmente determinado por su acto.
Cuando Lacan dice las preguntas del sujeto, las preguntas del obsesivo, de la histérica, en un sentido
estricto esto está referido al síntoma. Es en el síntoma en su interpretación, donde veremos surgir esta
pregunta del sujeto. Sin embargo, se presenta de maneras que son reconocibles.
En el Seminario 10, Lacan constituye este objeto y su teoría, el objeto a. Se trata de introducir el objeto
a en el psicoanálisis, en su teoría y en su práctica. Este objeto carece de representación, tanto en el nivel
del significante como en el registro de lo imaginario, la angustia es la única satisfacción o indicación de la
presencia del objeto a.
En el objeto a, se trata de una función totalmente diferente. Su concepto ya no coincide con el de objeto
del deseo, el objeto al que apunta el deseo, sino como el objeto que lo causa. No está por delante sino por
detrás del deseo. El objeto a reconoce antecedentes en el concepto de objeto parcial desarrollado por
Freud, pero no coincide con ellos. El sujeto es un efecto, una instancia que surge en el viviente
por su acceso a la estructura de lenguaje. La constitución del sujeto requiere de la presencia del
Otro (A) que, como lugar de los significantes, lo precede. El Otro es anterior al sujeto tanto lógica como
temporalmente. En el proceso de constitución del sujeto en el Otro queda un resto. Hay algo del viviente
que no queda apresado por el significante, y esto es el objeto a, una parte de sí mismo que el viviente
pierde en su nacimiento como sujeto. De allí que resulte caracterizado como el objeto perdido, del que el
sujeto se separa, irreductible tanto a lo simbólico como a lo imaginario.
Por ser el resto de la operación por la que la estructura del lenguaje da origen al sujeto, es también un
efecto del lenguaje. El sujeto y el modelo son los dos efectos mayores de la estructura significante, aunque
se reserva el término de efecto para el sujeto y de producto para el objeto.
Para nacer, el nuevo individuo debe separarse de una parte de sí mismo. De allí que Lacan acentúe,
tanto respecto del nacimiento como del desarrollo ulterior del niño, que implica no tanto un proceso de
separación de la madre sino, como medio necesario para esa separación, de una separación de una parte
de sí mismo. Separación que no ocurre solamente en el nacimiento sino que se reitera a lo largo del
desarrollo en los principales momentos de transformación. La experiencia y el acto del destete para el
niño son concebidos por Lacan como no solo otro paso en la separación de la madre, sino como
separación y renuncia de una parte de sí mismo. Al igual que las otras formas que asume el objeto. Cada
uno de estos franqueamientos está señalado por la angustia. “La angustia es correlativa del momento de
suspensión del sujeto, en un tiempo en que ya no sabe dónde está, hacia un tiempo en el que va a ser algo
en lo que ya nunca podrá reconocerse. Es esto, la angustia.
En el seminario 10 el objeto a asume cinco formas: oral, anal, fálica, escópica e
invocante. Son partes del cuerpo, pecho, heces, falo, mirada, voz, que responden a la estructura de
separación en relación con la constitución del sujeto en el lugar del Otro. En la forma fálica, se ve que el
falo, bajo su forma negativa, resulta colocado en la serie de formas del objeto a como uno de sus
eslabones. La función de a está representada por una falta, a saber, la ausencia del falo en tanto que
constituye la disyunción que une el deseo con el goce. La castración pasa del mismo modo a constituirse
como un caso particular, entre otros, en la serie de operaciones de separación del objeto. En las diversas
formas se trata siempre de una misma función.
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El superyó es constituido como una forma del objeto a, como la voz interior.
En el eslabón que contiene los niveles 2 y 4, Lacan ubica la subjetividad obsesiva. De aquí que en esta
estructura subjetiva asuman una especial importancia el objeto anal y el objeto escópico.
El sujeto histérico sostiene su deseo en una identificación imaginaria con otro y, además, el objeto de su
deseo no es un objeto sino el deseo mismo del otro. En la estructura obsesiva, por el contrario, el deseo del
Otro es justamente lo que resulta evitado. El deseo obsesivo para sostenerse apoya en un objeto y en el
fantasma. El síntoma obsesivo, en ese sentido, permite investigar, mejor que el síntoma histérico, la
función del objeto a como causa de deseo.
Respecto al objeto anal: se le pide al niño que retenga, se le exige que retenga por demasiado tiempo;
luego, tras esto, se le dice que lo suelte, siempre bajo demanda. La demanda tiene aquí también un papel
determinante. Esta parte que el sujeto siente de todas formas cierta aprehensión de perder, resulta
entonces por un instante reconocida. Es elevada a un valor muy especial, es como mínimo valorizada,
porque aporte a la demanda del Otro su satisfacción. Esta oposición funda ya una primera oscilación del
sujeto entre dos puntos extremos y se encuentra en el origen de la ambivalencia que caracteriza al
obsesivo que se relaciona con los dos tiempos de la demanda: primer tiempo el objeto es valorizado,
segundo tiempo el objeto es repudiado. Sí, no, es mío, no es mío. Se genera una relación necesaria, dice
Lacan, entre el objeto perdido más repugnante y la producción idealista más elevada.
El objeto anal es el primer soporte de la subjetivación porque es aquello por lo cual el sujeto es
requerido a manifestarse como sujeto, es decir, que tiene que entregar lo que es como resto irreductible a
lo simbólico. En el nivel anterior, nivel oral, cree que a es el Otro. En el nivel anal, en cambio, por primera
vez se reconoce en un objeto que lo representa en tanto viviente. El objeto es representante, no
representación.
La importancia del primer tiempo de la demanda del Otro, el hecho de que, para dar lo que el Otro pide
en las condiciones adecuadas, hay que comenzar por retenerlo, cobra importancia también porque ejerce
contra la tendencia natural de la función biológica, contra la acción de la necesidad y del goce de expulsar
las heces. De aquí que la forma plena del deseo en el nivel anal, surge como el deseo de retener y está
ligada inicialmente la inhibición de la función corporal y del goce que ésta implica.
Este rasgo está ligado entonces a las postergaciones del acto, característica que ya había sido destacada
en la estructura obsesiva, en tanto la inhibición y el acto constituyen junto con el deseo una tríada
íntimamente interrelacionada.
La inhibición, rasgo esencial en el deseo obsesivo, encuentra su otra cara en la compulsión, donde se
trata de que el sujeto no puede inhibir, no puede retener. La configuración en dos tiempos que forma la
base anal del deseo en la obsesión se articula en un movimiento de recurrencia por el que el sujeto
obsesivo intenta recuperar el origen: “... estos movimientos van todos por la misma vía, igualmente no
sabida, la de reencontrar la huella primitiva. Lo que el sujeto obsesivo busca en aquello que he llamado su
recurrencia, en el proceso del deseo es reencontrar ciertamente la causa auténtica de todo el proceso. Y
como dicha causa no es nada más que ese objeto último, irrisorio, él sigue buscando el objeto, con sus
tiempos de suspensión, sus falsos caminos, sus falsas pistas, sus derivaciones laterales, que hacen que esta
búsqueda de vueltas indefinidamente. Todo esto se manifiesta en el acting out, se manifiesta también en
el síntoma fundamental de la duda, que afecta para el sujeto el valor de todos los objetos sustitutivos.
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Sobre la mirada, Lacan había destacado la importancia para el obsesivo de la mirada del Otro, como
actúa para ese Otro invisible pero omnipresente que lo observa desde el palco y registra y convalida sus
hazañas. Lo que ofrece el obsesivo a la mirada del otro es su propia imagen como un don.
Se trata de esa proyección del sujeto en el campo del ideal, desdoblado entre, por un lado, el alter ego
especular (el yo ideal) y, por otro lado, lo que está más allá, el ideal del yo. Allí donde se trata de recubrir
la angustia, el ideal del yo adquiere la forma del Todopoderoso.
Mientras que el perverso se consagra al intento de hacer volver el goce al Otro que, por su estructura
significante, está desierto de goce, el neurótico se enfrenta con la imposibilidad de lograr la conjunción
entre el objeto a y la imagen especular.
Lacan explora la estructura neurótica y sus formas con lo mismos conceptos estructurales con que
inicialmente se propuso explorar la perversión, es decir, en el nivel de la relación con el Otro. Toma en
cuenta tres vertientes que considera fundamentales: el saber, el Otro y el goce. Describe con ellas algunas
características generales de la neurosis, como su eclosión por la incidencia de un goce autoerótico, o su
radical incapacidad para la sublimación; y en segundo lugar la especificidad de sus diferentes formas
oponiendo la histeria y la neurosis obsesiva.
Hay tres términos a distinguir: la elección de neurosis, el desencadenamiento de la neurosis y la
eclosión de la neurosis.
La llamada elección de neurosis no es tal. La cuestión radica en la manera en que se presentaron los
deseos en el padre y en la madre, es decir, en que ellos han efectivamente ofrecido al sujeto el saber, el
goce y el objeto a. El modo de presencia con que se le ofreció cada uno de los tres términos. Allí reside lo
que llamamos impropiamente la elección de la neurosis, hasta la elección entre psicosis y neurosis. No
hubo elección porque ésta estaba hecha en el nivel de lo que se presentó al sujeto, y que solo es localizable
y perceptible en función de los tres términos que acabamos de intentar despejar.
Este momento de elección de neurosis es previo al del desencadenamiento de la neurosis, término que
se aplica tanto al comienzo de la neurosis infantil como del adulto. El término “eclosión de la neurosis”
tiene como referencia la historia infantil, ya que ocurre en situación de prematuración con respecto al
ejercicio de la función sexual. Lacan lo define como el momento de una intrusión de goce autoerótico. De
la intrusión positiva de un goce autoerótico perfectamente tipificado en las primeras sensaciones más o
menos ligadas al onanismo, más allá de cómo se llame en el niño.
La histeria y la neurosis obsesiva.
En el obsesivo se pone el acento en la prohibición del goce. En la histeria, a pesar de todas las
apariencias, en su promoción. La posición del hombre; de la mujer. El hombre debe cumplir la
identificación con la función llamada del padre simbólico. El obsesivo, sin embargo, rechaza tomarse por
un amo, porque respecto de la verdad del saber, lo que le importa es la relación de éste con el goce,
relación de la cual sabe que lo único que queda es la incidencia primera de su prohibición, es decir, el
objeto a. En consecuencia, ningún goce es pensable para él más que como un tratado con el Otro.
Neurosis obsesiva e histeria se hallan en oposición respecto de los atolladeros del goce. La histérica se
caracteriza por no tomarse por la mujer. Se dice que la histérica rechaza el goce sexual. Sin embargo, ella
promueve el punto al infinito del goce como absoluto. Porque ese goce no puede ser alcanzado, solo por
eso, la histérica rechaza cualquier otro goce, que respecto de aquél se presenta como disminuido.
El obsesivo se refiere al modelo del amo. Aunque no se toma por el amo, supone que éste sabe lo que él
quiere. La histérica, aunque no se toma por la mujer, obtiene su referencia de la mujer. Ella, la mujer,
como el amo referencia del obsesivo, tampoco sabe nada. Pero la histérica hace de ella supuesto saber.
La histérica supone que la mujer sabe lo que quiere, por eso sólo logra identificarse con ella a costa de
un deseo insatisfecho. El obsesivo, que usa su referencia al amo para pretender que la muerte únicamente
alcanza al esclavo, sólo identifica en el amo lo real: que su deseo es imposible.
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La castración no proviene del padre, dice Lacan, sino que es un efecto determinado directamente por el
acceso al lenguaje: la castración es la operación real introducida por la incidencia del significante, sea el
que sea, en la relación del sexo. ¿De dónde deriva la necesidad de atribuirla a una operación fundamental
del padre? Este fundamento no es sino fantasmático. Lacan concluye que el Edipo es un fantasma de
Freud.
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