Psicopatología en Los Desfiladeros Del Psicoanálisis
Psicopatología en Los Desfiladeros Del Psicoanálisis
Psicopatología en Los Desfiladeros Del Psicoanálisis
Pablo D. Muñoz
ÍNDICE
Prefacio……………………………………………………………………………………..........……………………………
NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN, AMPLIADA Y CORREGIDA………………………………………………………..
Capítulo X. “La Familia” de Lacan: preludios de una teoría psicoanalítica de la función paterna...........................
Capítulo XI. Los tres registros del
padre...................................................................................................................
Capítulo XII. Deseo de la madre...............................................................................................................................
Que el psicoanálisis ha ingresado en los debates actuales que caracterizan al siglo XXI es debido, sin
dudas, a la intervención de Jacques Lacan. Si a más de 30 años de su desaparición física sigue siendo una
referencia ineludible en el ámbito de la Universidad, es porque su genio ha trascendido a su figura. Como afirma
Elisabeth Roudinesco: “Si el siglo XX fue freudiano, el siglo XXI es ya lacaniano”.
En efecto, su labor como psicoanalista comienza a mediados del siglo XX y concluye con su muerte en
1981. Allí culminó su vida, pero su obra sigue vigente y abierta a la lectura crítica, al comentario vivo, a la
reflexión incesante, de la que los psicoanalistas somos responsables para que su enseñanza no se convierta en
un momento fijo e inamovible; esa enseñanza monumental e inconclusa que ha sido para el “Argos
psicoanalítico” como el tridente de Poseidón: el que abrió una fuente constante de emanación de ideas,
inagotable.
Jacques Lacan nació en 1901 junto con el psicoanálisis, al tiempo que Freud publicaba La
interpretación de los sueños. Eso tal vez lo convierta en un sueño freudiano, y, paradojalmente, a la vez en una
pesadilla...
En un sueño, porque su deseo, decidido, logró reintroducir -en el espíritu de un freudismo que, después
de haber sobrevivido al fascismo, se había aletargado al adaptarse al extremo de olvidar la virulencia de sus
orígenes- logró reintroducir esa plaga que Freud había anunciado en la Clarck University cuando le murmura a
Jung : “No saben que les traemos la peste”. Lacan advirtió que Freud se había equivocado ya que creyó que el
psicoanálisis sería una revolución para América cuando en realidad fue esta quien aplastó su doctrina
exorcizándole su espíritu de subversión. Ese que Lacan le restituyó – el deseo que movilizó el sueño de Freud.
Pero una pesadilla también, pues no ha cejado de releerlo y poner a prueba los alcances y límites de su
obra. En ello radica su herejía (hérésie), R.S.I (er.es.i):1 real, simbólico e imaginario, ese aparato infernal con el
que hizo trastabillar al padre del psicoanálisis, al deslizarlo “bajo sus pies, cual cáscaras de bananas” 2, para ir
más allá de él, en un movimiento que cuanto más allá iba, más retornaba. “Ahora les mando que me pierdan -
escribió F. Nietzsche en Ecce homo- y se encontrarán ustedes, y sólo cuando hayan renegado de mí volveré yo
entre ustedes”.
Sueño o pesadilla, tuvo siempre claro que cuanto mayor es la fuerza de una verdad, mas intenso será
el intento de ahogarla forzándola a devenir saber comprensible, barato, de sentido común, líquido -diríamos con
Z. Bauman-.
Quizás en ello radique su esfuerzo por alcanzar una escritura que no fuese un hueso sencillo de roer.
Por no solamente. La abigarrada estructura del escrito lacaniano se explica por lo que explicita en la Obertura
1 Juego de palabras asentado en la homofonía que el término francés “Hérésie” (herejía) tiene con la lectura de las
letras R.S.I., título del Seminario 22 de J. Lacan.
2 Lacan, J. (1974-75): El seminario 22: R.S.I., inédito.
del primer tomo de sus Escritos, datada en 1966, cuando afirma que su estilo se propone “llevar al lector a una
consecuencia en la que le sea preciso poner de su parte” 3. Pues no se dirige a los legos sino a psicoanalistas,
que enfrentan el texto de sus analizantes, al que deben interpretar, sobre el que deben intervenir. Su escritura
no es transparente, como no lo es el inconsciente, como no lo es el efecto sujeto, como no lo es la singularidad,
esa que el mercado pretende universalizar, domesticar, subordinar. En eso, leer a Lacan es “hacer clínica”.
Acusarlo de críptico o barroco -como si el estilo fuese reprochable, cuando se ha dicho que “es el
hombre mismo” (cf. Buffon)-, es desconocer que su propósito ha sido que la transmisión del psicoanálisis no se
vea degradada en un saber libresco. Por eso desafía en su Televisión cuando afirma -en 1974- que hacen falta
diez años para que lo que escribe devenga claro para todos... Un estilo no fácilmente comprensible. Oscuridad
que ilumina rescatando al psicoanálisis del oscurantismo al que había sido llevado, por quienes ya, habiendo
olvidado a Freud, habían sumido sus conceptos en unos embrollos sombríos incuestionados. Claro que es una
lectura que incomoda, pues conmueve la comodidad intelectual del silencio de las verdades acomodadas ya no
discutidas.
En efecto, Lacan escandalizó a los psicoanalistas de su época operando sobre Freud y produciendo así
un giro homólogo al que Einstein operó sobre Newton. Si Newton fue quien estableció una visión del mundo
como mecánica, Einstein la generalizó de una manera tal que pudo cambiar las hipótesis newtonianas sobre la
estabilidad del mundo en su relatividad generalizada, cambiando los parámetros de la experiencia y
manteniendo a la vez los resultados (cf. E. Laurent, también G. Le Gaufey).
¿Quién analiza hoy? se preguntó Lacan y a partir de ese interrogante denunció al psicoanálisis de los
años '50 de “antifreudiano”4 en cuanto “se jacta de superar lo que por otra parte ignora”. Lo cual se tradujo en
que “la impotencia para sostener auténticamente una praxis se reduce, como es corriente en la historia de los
hombres, al ejercicio de un poder”.5 El psicoanálisis que se propone reeducativo se ejerce en el dominio
sugestivo de la transferencia, uso al que debe renunciarse pues justamente el desarrollo de la transferencia se
apoya en ese poder a condición de no ejercerlo.
Pero enfaticemos ese término: praxis pues es el que Lacan elige para definir el psicoanálisis, con el
objetivo de enrarecer la distinción clásica teoría – práctica. Le sirve para evidenciar que el psicoanálisis no es
una teoría de la que deriva una práctica, sino que es la teoría de una práctica. Si toda práctica conlleva una
técnica, los psicoanalistas la habían regulado en sus menores detalles, obsesivizando su ejercicio y olvidando
con ello que toda técnica conlleva una ética. Así, terminaron por desplazar el marco analítico de ser un medio a
ser un fin en sí mismo. Lacan, al advertirlo, desregula al máximo el marco analítico: el tipo de intervenciones,
de interpretaciones, el tiempo de la sesión, sus cortes, su número, el valor del uso del dinero, etc. Y así
desplaza la responsabilidad de la praxis sobre el analista: “Volveré pues a poner al analista en el banquillo”. 6 Su
enseñanza, en el debate de las luces, interpela a los psicoanalistas exigiéndoles demostrar las razones de su
práctica -cf. Apertura de la sección clínica- como nadie lo había hecho. Con ese espíritu y estilo, permitió
3 Lacan, J. (1966a/2002): “Obertura de esta recopilación”. En Escritos 1, op. cit., pág. 22.
4 Lacan, J. (1958/2000): “La dirección de la cura y los principios de su poder”. En Escritos 2, pp. 559-611
5 Ibíd.
6 Ibíd.
conservar los resultados freudianos cambiando a la vez los parámetros de la experiencia, lo cual permitió
modificar, adaptar, el discurso freudiano a la experiencia de la civilización del siglo XXI, conservando a la vez el
conjunto de los resultados. Como Einstein con Newton, Lacan lo generaliza y hace pasar al psicoanálisis a la
edad de la lógica, de las matemáticas, de las logociencias. De allí su vigencia.
Por eso resulta tan insólito el argumento con el que se pretende cuestionar el estudio de los grandes
historiales clínicos freudianos por considerarlos “viejos”, “del siglo pasado”, exigiéndose el recurso a “casos de
hoy”. Como si las estructuras freudianas del lenguaje que Lacan devela en la variedad de fenómenos clínicos
caducaran con el paso del tiempo y pasaran de moda. Es la vista nublada de los que miran con ojos
cronológicos lo que es lógico. Es el problema de considerar una “época”, pasada, presente o futura, que -ya sea
mejor o peor- designa -en palabras de J. Jinkis- “la detención del movimiento de un cuerpo en el punto de su
apogeo, coagulación del movimiento [que] hace de la época una perversión de la historia”. 7
Pero si Lacan pasa junto con el psicoanálisis al siglo XXI es porque lo revitaliza al convertirlo en un
discurso que entra en interlocución con los saberes con los que coexiste. Es así que nos lega un psicoanálisis
enriquecido: por el saber psiquiátrico de la mejor tradición francesa representada por G. De Clérambault -su
único maestro- en la que se había formado; por la fenomenología que le “presta” su método en la construcción
de algunos conceptos así como su inspiración en la aplicación clínica de manos de K. Jaspers; por las
matemáticas y la lógica como instrumentos de formulación científica de los conceptos psicoanalíticos como
modo ineludible de transmisión racional, formalizada y comunicable; por el estructuralismo en el que se interesa
por ser un anti-sustancialismo que rebate las profundidades del en-sí pero del que se sirve para incluir el efecto
sujeto en la estructura del lenguaje, paradójicamente, rompiendo con las hipótesis estructuralistas; y podemos
continuar con la larga lista: por la lingüística, por la antropología, por el surrealismo, por la modernidad filosófica
de la mano de Koyré y de Kojève, por la topología, y un largo etcétera. Lector infatigable, ávido, curioso, hizo de
ese apetito una pasión que lo llevó a interesarse por casi todos los saberes de su época con el deseo de que el
psicoanálisis incida en la cultura.
Aún así, nunca perdió su única y más profunda inspiración: “Sean ustedes lacanianos, si quieren. Yo
soy freudiano” -interviene sobre su auditorio en Agosto de 1980 en Caracas, poco antes de su desaparición
física-. No leo en ello otra forma -una mas- del retorno a Freud, su eterno leitmotiv. Sino, veo al analista en acto,
que apunta contra los efectos identificatorios y de masa que provocaba su figura, a esa altura ya rodeada de un
misticismo incombatible. Quizás por eso fue expulsado de la IPA -lo que él denominó su excomunión-, para
fundar su propia Escuela según ese principio y disolverla luego cuando la vio alejarse. Amaba el psicoanálisis
por sobre todo. Sostuvo el deseo del analista hasta el fin. Como lo demuestra su originalidad, su esfuerzo por
no repetirse, su eterno inconformismo con su enseñanza y sus efectos, su incansable revisión de lo dicho o
escrito una y otra vez, para reinventarse incesantemente, aun... Atormentado por su autoexigencia de
racionalidad, dueño de un rigor conceptual envidiable y defensor de una orientación ética indeclinable. Todo
confluye en esta sentencia, la última de las suyas que citamos hoy en este breve opúsculo que no pretende ser
más que un modesto homenaje a quien inspira nuestra enseñanza en la Universidad para que sirva como
7 Jinkis, J.: “¿Tú también, hijo mío?”. En Indagaciones, Bs. As., Edhasa, pp. 21.
prefacio a este libro: "Hagan como yo, no me imiten". Tal vez ello resuma el por qué de su vigencia en el campo
problemático de la psicopatología.
El presente libro está dirigido especialmente a los alumnos que cursan Psicopatología en la Facultad de
Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba, asignatura de la que soy Profesor Titular designado por
concurso desde el año 2014. De allí el carácter coloquial de algunos de los capítulos que lo componen, en
cuanto fueron elaborados a partir de clases teóricas dictadas. Aquí se encuentran los pilares en los que se
asienta nuestro programa, la presentación y el comentario de algunos conceptos fundamentales de los
principales representantes de la psiquiatría y la psicopatología, así como el modo en que han sido retomados
por S. Freud en su obra y J. Lacan en su enseñanza oral y escrita.
Ahora bien, decíamos que nos dirigimos aquí a nuestros alumnos. Agreguemos ahora: pero no sólo a
ellos. Por todo lo expuesto anteriormente, nuestra apuesta trasciende las cuatro paredes del aula universitaria –
emulando el modo lacaniano, nos servimos de ella para ir más allá– y nuestro discurso apunta a los colegas, a
los practicantes del psicoanálisis, a los estudiosos de las obras de Lacan y Freud que inundan los hospitales
públicos, las obras sociales, los consultorios privados... A ellos esperamos llegar con nuestra inspiración, la de
encontrar en los conceptos forjados por Lacan una lectura de la psicopatología desde y con el psicoanálisis.
Pablo D. Muñoz
Septiembre de 2014
Nota a la segunda edición, ampliada y corregida
Dar un paso atrás a veces es avanzar. Una relectura, después de cuatro años de circulación, se
impuso. Nuestro propio mensaje, que nos retornaba de forma invertida del Otro lector, tomó forma de pregunta
señalando el vacío siempre imposible de colmar. La reescritura de nuestro texto original que intentamos aquí es
testimonio de ello.
Estos años de enseñanza de la psicopatología desde la perspectiva del psicoanálisis que practicamos,
nos hizo notar que es preciso volver atrás para subrayar un concepto que lo atraviesa todo y que,
paradójicamente, dimos por sobreentendido: el sujeto. Tal vez el hecho mismo de presentarse siempre puntual y
evanescente ayudó a esa dispersión. En esta vuelta atrás, en la que damos un paso adelante, incluimos un
capítulo específicamente dedicado a delimitar con precisión el concepto de sujeto que Jacques Lacan propone
para el psicoanálisis, inédito, insólito, impensado pero no impensable. Creemos que con él quedarán mejor
expuestas las fracturas, las impasses, y las paradojas de la psicopatología. Que no tememos en equivocar, a
partir de esta revisión, como psicopatontología.
Un segundo problema se nos hizo presente: el vocabulario analítico va tomando formas, enfatizando
conceptos, casi como si ciertas modas se nos fueran imponiendo. Es lo que ha sucedido con el goce, otro
concepto lacaniano, tan citado como poco esclarecido. Un capítulo específicamente dedicado a él, estimamos
pueda ser un primer paso en el ordenamiento de un concepto que se ha vuelto un lugar común, con todo lo
detestable que eso implica.
Por fin, un agregado destinado a estudiar los fenómenos del doble, tanto desde la perspectiva de Freud
como la de Lacan, tomando un eje común que los enlaza: lo siniestro.
Como no podrá ser de otro modo, esperamos que el mensaje que ahora emitimos nos retorne de forma
invertida para, en cierto tiempo que no podemos calcular ni prever, revisar nuestro texto y por qué no, avanzar
otro paso hacia atrás.
Pablo D. Muñoz
26 de febrero de 2018
Primera parte:
Que8 la psicopatología ha ingresado al siglo XXI es un hecho que no por constatable es menos
sorprendente. La sorpresa radica en que subsista aún, a pesar del impacto feroz de una clínica -la de nuestros
días- gobernada por el lobby de los laboratorios que fuerzan la construcción de manuales diagnósticos y
estadísticos que se pretenden ateóricos. El auge de los psicofármacos trae una consecuencia fatal para el
clínico: la psiquiatría ha tomado el derrotero que la lleva a convertirse cada vez más en una disciplina
puramente médica, en la que el diagnóstico psicopatológico no tiene lugar y es reemplazado por el diagnóstico
de trastornos (diferencia que retomaremos posteriormente), lo que supone el empleo de sistemas cuya
construcción prescinde de consideraciones teóricas, es decir, psicopatológicas. De este modo, si la psiquiatría
fue durante décadas uno de los pilares fundamentales del desarrollo de la psicopatología, sirviendo su clínica
tanto como fuente de datos como de campo de aplicación, esa interrelación ha comenzado a disminuir, y, en
ciertos ámbitos, casi a desaparecer.
Que el supuesto ateorismo y el consenso democrático con el que se pretende un ordenamiento prolijo
de entidades con el fin de facilitar la protocolización, tengan la pretensión de, en pocos años, sustituir la
robustez de una disciplina que lleva más de 200 años de desarrollo como la psicopatología, no ha hecho por
ello que logren construir otra cosa que un mero nomenclador, provisorio, mutante, pues los consensos parece -
como la última versión del DSM testimonia- no trascienden demasiado.
La medicalización de la vida cotidiana que se promueve cada vez más decididamente a medida que las
versiones del DSM se renuevan, casi como una afrenta a la psicopatología de la vida cotidiana que Freud
deslindó, atenta contra lo necesario del detenimiento al que nos fuerza el ejercicio de escuchar aquello que del
padecimiento logre articularse en un discurso, atenta contra el intervalo preciso que haga posible la lectura de
un detalle clínico que en su sutileza pasaría desapercibido por la prisa a la que se empuja para retornar cuanto
antes a la velocidad productiva, atenta por fin contra la contingencia de un encuentro, singular.
Pero antes de adentrarnos en un debate polémico que posee múltiples aristas, debemos efectuar
algunas precisiones en relación con nuestra materia: la psicopatología.
Orígenes de la psicopatología
La psicopatología es una disciplina que forma parte de la psicología constituida en ciencia y tiene por
objeto específico estudiar los procesos y fenómenos psíquicos patológicos. Si bien es parte de la psicología,
8 Los textos que componen este volumen tienen orígenes diversos. El presente capítulo fue redactado tomando por
base la clase dictada en ocasión de la prueba de oposición y antecedentes del concurso para el cargo de Profesor Titular de
la Cátedra de Psicopatología de la UNC, a fines del año 2013. El tema sorteado en esa oportunidad fue: “Diversos enfoques
teóricos en Psicopatología. Fundamentos de su selección”. Este texto contiene agregados muchos temas que en una clase de
aproximadamente 30 minutos sería imposible desarrollar. Habiéndome hecho cargo de la Cátedra a partir del año 2014, creí
necesario que un texto como este, que plantea la posición doctrinal de la misma sobre la Psicopatología, sirva como
introducción a nuestros estudiantes, y a los eventuales lectores, de modo que tal posición quede explicitada desde el inicio.
debe considerarse que, como tal, es una disciplina teórica autónoma, que construye sus conocimientos a partir
de la observación de los hechos. En este sentido, a priori es independiente de cualquier campo particular de
aplicación de la psicología, pero a cualquiera de los cuales puede aportar.
El término psicopatología fue empleado por primera vez por el alemán Emminghaus en 1878 como
sinónimo de psiquiatría clínica. La psicopatología nace más tarde como método y disciplina de propio derecho.
Como término se formó como una abreviatura de psicología patológica, que es el modo en que se denominó en
sus inicios a esta disciplina en el momento de su surgimiento en el campo de la psiquiatría, por analogía con la
expresión medicina patológica. Etimológicamente psyché: alma o razón, páthos: enfermedad, y logía o logos,
discusión o discurso racional, ha dado lugar, tanto históricamente como en la práctica efectiva, a diversos
empleos, de los que distinguiremos al menos tres:
1- Designar un área de estudio: aquella área de la salud que describe y sistematiza los cambios en el
comportamiento que no son explicados, ni por la maduración o desarrollo del individuo, ni como resultado de
procesos de aprendizaje, denominados enfermedades mentales.
2- Como término descriptivo: Es aquella referencia específica a un signo o síntoma que se puede encontrar
formando parte de una enfermedad.
3- Como designación de un área de estudio en psicología: es una de las disciplinas que forman parte de la
psicología como ciencia. Su objeto de estudio son los procesos y fenómenos psíquicos patológicos, ya sea en
las enfermedades mentales (opuestas al estado de salud tal y como es definida por la Organización Mundial de
la Salud: social, psicológica y biológica), sea en las perturbaciones que acontecen en personas sanas.
Abordar el complejo y extenso campo de las enfermedades mentales, el campo de la psicopatología,
implica examinar esas enfermedades y articularlas con una teoría capaz de explicarlas. Para ello deben
considerarse: 1) aspectos semiológicos, 2) patogénicos, 3) etiológicos, y 4) las nosologías psicopatológicas.
Como puede apreciarse, estas múltiples consideraciones confluyen, irremediablemente, en un problema clínico: el
del diagnóstico. Problema complejo, arduo, apasionante, difícil, sobre el que han corrido -y siguen corriendo- ríos de
tinta, y en el que “navegaremos” en un capítulo posterior de este volumen.
El surgimiento de la psicopatología hacia fines del siglo XIX es correlativo de la tendencia de la
psicología de ese tiempo a constituirse en ciencia. El puntapié inicial, en términos históricos, lo da Théodule
Ribot en Francia al denominar “Psicología patológica” a la disciplina cuyo método, a diferencia de la psicología
experimental, consiste en estudiar los hechos patológicos para comprender y conocer mejor la psicología
normal. El “método patológico” -así lo denomina- propone entonces que los procesos o mecanismos que
intervienen en el desarrollo normal del psiquismo se observan y conocen con mucha mayor precisión allí donde
las facultades se desorganizan o desvían. Es decir: busca comprender la psicología normal a partir del hecho
patológico. Lo cual sólo puede asentarse en una concepción de lo normal y lo patológico de pura continuidad.
Podemos concluir entonces a partir de ello que la oposición normal-patológico se sostiene con un criterio
continuista.
La influencia de Ribot en la psicología universitaria francesa fue notable, aunque es importante tener
presente que su formación era filosófica y no tenía experiencia práctica concreta en el campo de la patología
mental. Vale decir que ya en ese tiempo, en el momento de su nacimiento, la psicopatología se constituía como
una disciplina más teórica, por oposición a la psiquiatría como práctica médica (veremos luego como a lo largo
de la historia esta dualidad retorna, según se van sucediendo los diversos paradigmas de la psiquiatría que
marcan su evolución). Uno de sus discípulos, Pierre Janet 9, quien lo sucedió en su cátedra de Psicología
patológica, también de formación filosófica, se volcará luego a la medicina y será uno de los fundadores de la
psicopatología dinámica. Ha sido uno de los grandes interlocutores de Freud con quien debatirán extensa y
duramente. Pero lo que nos interesa destacar es lo siguiente: es notable que la premisa ribotiana se continúe
en el joven neurólogo vienés. En efecto, Freud ha planteado sistemáticamente que la patología permite
observar con mayor claridad el funcionamiento normal pues muestra exageradamente algo que en la
normalidad escapa a nuestra aprehensión. Así, por ejemplo, lo plantea a propósito de su introducción del
concepto de narcisismo en la teoría de la libido. ¿Cómo puede apreciarse claramente una colocación de la
libido definible como narcisismo en tanto “complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de auto-
conservación, de la que justificadamente se atribuye una dosis a todo ser vivo” 10? Nada mejor que en dos
rasgos de aquel caso de la patología que demuestra su exacerbación: el delirio de grandeza -una de las formas
que asume el delirio paranoico- y el extrañamiento de su interés respecto de personas y cosas del mundo
exterior, característico del cuadro de dementia praecoz delimitado por E. Kraepelin. En esos mismos años,
procede de igual modo con el duelo y la melancolía, y otros ejemplos, anteriores y posteriores podrían listarse
para confirmar la presencia en Freud de la inspiración de Ribot.
Pero, como suele pasar con Freud, nos desgastamos por mucho tiempo interpretando la lógica de su
modo de pensar, para luego encontrar que él expresa con toda claridad y sencillez lo que nosotros concluimos
con dificultad luego de enormes rodeos. En efecto, afirma:
“la patología mediante sus aumentos y engrosamientos puede llamarnos la atención sobre
constelaciones normales que de otro modo se nos escaparían”. 11
Sin embargo, no podemos afirmar que Freud suscribe la tesis de Ribot sin más, parece más bien
subvertirla, pues no se trata de una continuidad a secas sino de un criterio cuantitativo: “exacerbación”, decía a
propósito del narcisismo, “aumentos” y “engrosamientos” de constelaciones normales, afirma aquí. La oposición
normal-patológico se desdibuja hasta el punto en que la transmutación que opera Freud las reúne en una
identidad: se trata de los mismos mecanismos. La diferencia es cuantitativa pero sobre la base de su identidad.
Ahora bien, si el nacimiento de la psicopatología se produce en Francia, tal como acabamos de
mencionar, es incorrecto sostener que ella es un derivado de las teorizaciones de Freud. Más bien, hemos
hecho notar cómo él se nutre de las tesis ribotianas. Pero estas relaciones no son unidireccionales, debemos
considerar también cómo los desarrollos freudianos comienzan a aportar a la disciplina psicopatológica a partir
de sus elaboraciones en torno de los mecanismos psíquicos, concepciones del síntoma, las tópicas del aparato
9 Recordemos que Jacques Lacan en su tesis de doctorado denomina a Janet como “un pionero de la
psicopatología”.
10 Freud, S.: Introducción del narcisismo, pág. 71,
11 Freud, S.: 31° Conferencia de introducción al psicoanálisis: “La descomposición de la personalidad psíquica”.
psíquico y la metapsicología.
En efecto, la psicopatología se ha interrelacionado estrechamente con la práctica clínica de la
psiquiatría y del psicoanálisis, que constituyeron sus fuentes privilegiadas de recolección de datos empíricos,
tanto en el momento de su surgimiento como en las primeras décadas de su desarrollo. Pero también, y
fundamentalmente, la práctica clínica psiquiátrica y la psicoanalítica fueron los principales campos de aplicación
de la psicopatología en la medida en que le proporcionaron la posibilidad de la extensión de sus conceptos.
Delimitamos así la constitución de un trípode: psicopatología, psiquiatría y psicoanálisis, cuyas fronteras
conviene conocer y mantener con firmeza:
PSICOPATOLOGÍA
PATHOS
PSIQUIATRÍA PSICOANÁLISIS
Trípode robusto, sólido, inseparable, basado no sólo en las razones históricas que comenzamos recién
a delinear y que desarrollaremos todavía mucho más, sino sobre todo en razones clínicas: es imprescindible
conocer las relaciones estrechas entre estas tres disciplinas para no recaer en muchos de los vicios a los que
nos conduce el desconocimiento: creer que el psicoanálisis surge de la nada, suponer que la psicopatología
nace gracias al psicoanálisis, o que la psiquiatría es un saber perimido al que los clínicos ya no tenemos nada
que deberle. Prejuicios que sólo pueden sostenerse en la ignorancia, que es -como lo ha señalado Jacques
Lacan- una de las tres grandes pasiones del alma, agreguemos: lamentablemente muy difundida en lo atinente
a las relaciones entre psicoanálisis, psicopatología y psiquiatría. Pero que tiene incidencias clínicas, prácticas.
No se trata sólo de un problema meramente especulativo sino que afecta el modo de concebir y,
entonces, de tratar, el pathos humano – núcleo de la psicopatología tal como la definiremos aquí. Ese pathos -
vocablo griego (πάθος) que puede tomar varias acepciones-, tomando en cuenta esa peculiar relación que
Freud sostiene de lo normal con lo patológico, alude tanto al sufrimiento humano normal como al sufrimiento
existencial, propio del ser en el mundo, distinto del sufrimiento patológico o mórbido. Significa también pasión,
desenfreno pasional no patológico pero inducido. Se puede definir como: «todo lo que se siente o experimenta:
estado del alma, tristeza, pasión, padecimiento, enfermedad», adoptando así un cariz ético ineliminable.
Para dar prueba de las múltiples articulaciones y entrecruzamientos que la pirámide refleja,
comenzaremos por plantear los tres grandes enfoques teóricos con que -en mi opinión- puede abordarse el
extenso campo de la psicopatología.
Tres enfoques
Como podrá constatarse, el estudio de la patología mental puede llevarse a cabo a partir de diversos
enfoques o modelos, que nacen del estudio histórico de lo acontecido con las enfermedades mentales y del
acercamiento a las mismas según diversas disciplinas y escuelas. La variedad de enfoques que se han
empleado a lo largo del desarrollo de la psicopatología ha conducido a que la enfermedad mental se entienda
de diversos modos y, en consecuencia, que se intervenga sobre ella también de múltiples maneras, con
consecuencias muy variadas sobre los aspectos individuales, familiares y sociales. Vale decir que según como
concibamos y expliquemos la enfermedad mental, aplicaremos modelos terapéuticos diferentes. Para dar un
ejemplo sencillo: si pienso que la causa de la depresión radica en la ausencia o mal funcionamiento de la
sinapsis de cierto neurotransmisor, no tendré mejor opción a la mano que el tratamiento químico que supla la
carencia neurológica.
Pero no nos abocaremos a listar aquí dicha variedad de enfoques con un afán de erudición historicista,
que permita reunir objetivamente esa multiplicidad, ofreciendo un panorama general, por muy erudito que
pudiere parecer, tampoco les propondré un abordaje multidisciplinario que pretenda hacer confluir los tres
enfoques que voy a presentar. Esa posición ecléctica puede conducir al error de tomar discursos muy
diferentes, incluso opuestos, como aquellos que permiten explicar partes de una verdad, de una realidad que
estaría allí esperando ser abordada por nuestras teorías. Como ya hemos señalado, la psicopatología engloba
un conjunto de problemas, abordables desde diferentes perspectivas teóricas y campos disciplinares. Diversas
profesiones, por tanto, podrán involucrarse en el estudio de la psicopatología. Principalmente lo hacen la psiquiatría
y la psicología, en la medida en que, fundamentalmente, a su vez participan del tratamiento, investigación y
explicación acerca del origen del pathos de la psyché. Ahora bien, ello no indica aún las orientaciones teóricas que
se entrecruzan allí. Esto permite entrever que aquello que se denomina psicopatología es el resultado del
entrecruzamiento de referencias teóricas y disciplinas muy diversas, que han variado a lo largo de las épocas.
Cuando afirmé mi interés por desechar el eclecticismo, apuntaba especialmente a enfatizar entonces que
frente a una tal diversificación, se torna imprescindible adoptar una decisión, esto es, definir claramente cuál es
nuestra concepción de la psicopatología. Esto implica, por un lado, afirmar que esta posición no configura “la única
psicopatología” -lo que significaría el desconocimiento de lo producido en campos u orientaciones diferentes-, pero
también, por otro lado, implica no formular una propuesta que se pretenda ecléctica, supuestamente más “amplia” o
“abierta”, con pretensiones de “neutralidad”. En mi opinión, no existe una psicopatología ecléctica o integradora que
sume “todas” las orientaciones teóricas ni todos los campos disciplinares.
Subrayada esta posición, y para comenzar a adentrarnos en tema, conviene proponer cierta
sistematización del campo de abordaje de lo patológico. Para ello propondremos tres enfoques que podemos
ubicar como los modelos más habituales, difundidos e importantes de abordar la patología mental en la historia
de la psicopatología y que propongo denominar: el enfoque descriptivo, el interpretativo, y el estadístico.
Si elegimos este modo de presentación, es por una razón: pretendemos no hacer de la historia de la
psicopatología una larga, simple y tediosa colección de nombres y fechas, sino de producir la lógica que la rige.
Pues, como afirma J. Lacan: “La historia no es el pasado”. El pasado es un conglomerado de hechos, de
fechas, de nombres propios, mientras que la historia es una lectura, que desde el presente y orientándose hacia
ese pasado, ordena, reordena y da la razón a ese pasado. “Lo pasado pisado” reza el pacto de los juegos de la
infancia, la historia no se pisa, siempre está abierta a la renovación, a lo nuevo, al hallazgo, a lo sorpresivo, a
veces sorprendente.
1- ENFOQUE DESCRIPTIVO
Situamos el puntapié inicial a fines del siglo XVIII en Francia con Philippe Pinel y su discípulo y
continuador, Esquirol, y con ellos, el nacimiento de la clínica psiquiátrica. Su desarrollo y evolución posteriores
es enorme y no podremos detenernos aquí en sus detalles. Sobre todo porque la clínica psiquiátrica no ha
progresado con un movimiento unificado, llano, recto, sino animado por infinidad de controversias de escuelas,
fundamentalmente la Escuela Francesa y la Escuela Alemana, que estuvieron en comunicación, oposición y
constante debate durante apróximadamente los doscientos años que hoy vamos a reunir en unas pocas
páginas. El imprescindible texto del historiador de la psiquiatría Paul Bercherie Los fundamentos de la clínica
balizará el inicio de nuestro derrotero.
Pero quisiera detenerme un instante en un planteo más general: ¿cuál es el valor de estudiar a los
autores clásicos de la psiquiatría cuando lo que nos interesa es la psicopatología? Porque los clásicos
trascienden el momento de su surgimiento y producción y siguen provocando efectos. La novena Sinfonía de L.
Beethoven, el Hamlet de Shakespeare, o el humor de “El chavo del 8” -recientemente desaparecido- nos
“tocan” como antaño y si son clásicos es porque podemos conjeturar que lo seguirán haciendo a las futuras
generaciones. En este caso particular, la psiquiatría clásica sigue enseñando, sigue produciendo novedad,
aunque su tiempo de producción haya culminado. Se trata de otra temporalidad que la cronológica y lineal.
Como señala Bercherie, desconocer todo lo positivo que ese saber tuvo, ignorar esa enorme “tabla de
orientación” -como la calificó Karl Jaspers- en lo atinente al diagnóstico psiquiátrico, la clínica y la nosología en
sentido clásicos, conduce irremediablemente a reconstruir su versión pero empobrecida, envilecida, corriendo el
riesgo de retomar, sin querer o sin saber, los mismos impasses, de repetir los mismos problemas que
determinaron su declinación.
En La historia de la locura en la época clásica, Foucault edifica una ficción genealógica del discurso de la
psiquiatría en la que exhibe cómo la locura pasa de ser sometida al encierro junto con otras modalidades de ocio y
exclusión, a convertirse en un objeto del saber médico y eso sucede cuando Ph. Pinel es llamado a organizar el
Hospital general francés. La locura era entonces un desorden a ser controlado, no era un problema médico. Es así
que surge el famoso tratamiento moral pineleano. Sin embargo, Pinel era médico y entonces comienza a operar
con su saber: observa, describe, clasifica, nomencla y así nace la clínica psiquiátrica. El texto de Foucault muestra
bien cómo la psiquiatría deviene saber positivo, la locura se convierte en un problema médico dejando de
pertenecer al grupo de los desórdenes morales y deviene enfermedad mental. Surgen de este modo las
clasificaciones, nomenclaturas, taxonomías que objetivan la locura mediante un saber científico. La psiquiatría se
ocupa, de allí en más, ante todo, de identificar signos y síntomas que llegan a configurarse como síndromes,
enfermedad o trastorno mental. Esto sirve tanto para el diagnóstico de pacientes individuales como para la
creación de clasificaciones diagnósticas. Se trata entonces de observar, describir objetivamente fenómenos, sin
una elaboración teórica o profundización interpretativa.
Paul Bercherie, en su artículo “La constitución del concepto freudiano de psicosis”, denominó este
período clínica sincrónica, en la medida en que se describe un estado. Según él, en este momento nace la
clínica como método, como ciencia de la pura observación y clasificación (aún sin consideración por la etiología,
la terapéutica, ni la evolución de la enfermedad). Podríamos decir entonces que Pinel introduce una innovación
en el plano del método: funda la tradición de la clínica sistemática. Siendo heredero de los ideólogos del siglo
XVIII, de la tradición nominalista, concibe el conocimiento como un proceso que se basa en la observación
empírica de los fenómenos que constituyen la realidad. Se observa y se clasifica lo que se ve. Es
fundamentalmente esto lo que llevó a Foucault a calificar la psiquiatría desde su surgimiento como una “clínica
de la mirada” en tanto se sustenta en la descripción detallada, fotográfica -en el sentido de la fidelidad lo más
cercana posible a lo que se ve- de los fenómenos del modo más claro y neto posible.
Pinel y su clínica
Los padres ideológicos de Pinel, entonces, habrán sido Locke y Condillac, quienes sostuvieron su
doctrina a partir de la confianza en la observación y la desconfianza en la teoría. Para Condillac la ciencia es
una lengua bien hecha, y una lengua que funciona bien es la que nombra lo real. Entonces, para Pinel los
fenómenos tal como se aparecen a la observación son la esencia de la realidad, razón por lo cual no hace falta
ninguna explicación: sólo se conoce lo que de lo real se presenta y se podrá obtener de él un conocimiento
pragmáticamente eficaz. De este modo, se constituye la clínica como observación y análisis de los fenómenos
perceptibles de la enfermedad.
Pinel consideraba la locura como un género unitario, en el que se encuentran diversos cuadros
sincrónicos, entendiendo por tal diversos síndromes agrupados alrededor de una manifestación central, rectora:
la alienación mental. Se trata de un cuadro único que puede tomar diversas formas en distintos pacientes o en
distintos momentos pero sin dejar de constituir una única y misma enfermedad. La alienación mental es
considerada por Pinel una enfermedad en el sentido de las enfermedades orgánicas, y definida como una
perturbación de las funciones intelectuales (funciones superiores del sistema nervioso). Del mismo modo, en
Alemania, W. Griesinger -considerado el padre de la psiquiatría alemana- acuñará la expresión “ciclo único de la
locura” que da cuenta de la misma concepción.
Dentro de esa enfermedad única, Pinel distingue las neurosis, la manía, la melancolía, la demencia, el
idiotismo, entre otras especies. Es importante entender que estos nombres no reflejan lo mismo que en
nuestros días. Debemos tener cuidado con no confundirnos en ese aspecto pues los mismos términos nombran
diferentes cuadros, no sólo en lo relativo a lo que describen sino también, y sobre todo, en lo atinente a cómo
los conciben.
Las neurosis son consideradas por Pinel como afecciones del sistema nervioso sin inflamación ni lesión
ni fiebre. Las denomina neurosis cerebrales (fundamentalmente porque considera que el cerebro es el asiento
de la mente) y se dividen en dos tipos: las que comportan abolición de la función (las afecciones comatosas) y
las que perturban la función (sin abolirla), las denomina vesanías (dentro de las que incluye la locura
propiamente dicha, la hipocondría, el sonambulismo, la hidrofobia -que no es la fobia al agua sino la rabia-).
Como puede observarse, esta nosografía pineleana está constituida por grandes clases fenoménicas, grandes
categorías conformadas cada una por el síntoma más notorio, evidente, saliente.
Pero la gran novedad de Pinel es considerar a los alienados como enfermos y no como endemoniados,
posesos, delincuentes, vagos, sino “pacientes”: concernidos entonces por el campo de la medicina, lo cual
implica ser tratados como tales.
Bisagra histórica
Un momento crucial en la historia de la psiquiatría se produce en 1822 con el descubrimiento de la PGP
(Parálisis General Progresiva), por parte del anátomo-patólogo francés llamado Bayle. Él realiza una serie de
autopsias a pacientes que habían padecido un cuadro denominado Parálisis General -descripto dentro de las
formas de la alienación mental y que se caracterizaba por presentar varios trastornos motores (de allí la
denominación de “parálisis”) acompañados de delirios megalomaníacos- y descubre la existencia de lesiones
específicas en las meninges que no aparecían en otros pacientes que padecían otras de las formas de la
alienación mental. Vale decir que el descubrimiento de Bayle supone la constatación de una etiología específica
para la PGP: la meningoencefalitis. ¿Ello qué implica? Que si hay una lesión específica para la PGP podría
haber otras lesiones que expliquen otras enfermedades. Y aún más: que la alienación mental no se trata
entonces de una única enfermedad, sino que habría que considerar la existencia de distintas enfermedades,
cada una de las cuales podría corresponder a una lesión específica. Bayle produce, en efecto, un fuerte giro en
el modo de considerar la enfermedad mental.
Hacia 1850 algunos autores empiezan a reconocerlo, a admitir la caída de la alienación como
enfermedad única. El descubrimiento de la PGP implicó incorporar a la psiquiatría el método anátomo clínico,
paradigmático de la medicina de la época. Dicho método implica reconocer en una enfermedad varios
parámetros: una evolución típica, una etiología conocida, un tipo de lesión histopatológica definida y un
mecanismo fisiopatológico preciso. Lo que supone el método es que la conjunción de todos estos parámetros
permitirá encontrar un tratamiento específico para cada enfermedad.
J. Falret es quien da el puntapié inicial en Francia al plantear este cambio metodológico, y en Alemania
es Kahlbaum quien lo retoma posteriormente, quien ejerció una fuerte influencia sobre E. Kraepelin.
12 Pinel, Ph.: Traité de l'aliénation mental, priemra edición, citado por Bercherie, P.: Los fundamentos de la clínica,
Bs. As., Manantial, 1986, pp. 22.
Para hacer justicia, debemos mencionar a Griesinger como el eslabón alemán de esta bisagra histórica,
pues retomando el descubrimiento francés comienza a considerar formas primarias (por ejemplo el trastorno
emocional como factor esencial) a las formas secundarias (debilitamiento del yo, de la personalidad) a partir de
lo que distingue delirios sistematizados de psicosis afectivas, aunque todo ello siga sucediéndose dentro de su
concepción de la locura como un gran ciclo, un proceso en la degradación progresiva del espíritu que
representa la enfermedad mental.
Locura: Locura:
género unitario homogéneo clase de enfermedades
P.G.P yuxtapuestas
etiología específica: meningo-
encefalitis
Clínica basada en la observación Estudia la evolución de la
pura de síndromes enfermedad, pasado y porvenir
Sin consideración por Búsqueda de etiologías específicas
etiopatiogenia
Acento en el síntoma saliente en el Compilación de síntomas primarios,
momento de la evaluación síntomas negativos, atención a
signos secundarios
13 Sus desarrollos principales han sido retomado en su artículo publicado en español especialmente redactado en
ocasión de los 10 años de la revista Vertex: Lanteri-Laura, G.: “Nuestra psiquiatría. Doscientos años después”, Revista
Vertex, N° 40.
el objeto de estudio, el método considerado válido para la producción de conocimiento científico sobre dicho
objeto, el tipo de interrogantes que deben formularse, los modos de interpretación de los resultados de la
investigación científica y cuándo se produce lo que denomina “crisis paradigmática”.
En este sentido es que Khun distingue la “ciencia normal” de la “ciencia en crisis”, es decir, ni más ni
menos que oponer el período en que la ciencia opera como fundamento de una práctica, que nadie pone en
cuestión y que resuelve los problemas surgidos en su campo, al período en que esa ciencia ya no responde, en
que es puesta en cuestión pues aparecen problemas que ella no puede resolver. El paradigma es entonces el
conjunto del saber establecido que sostiene a la ciencia normal en su función 14, cuya eficacia se mantiene
mientras que no surjan problemas que lo pongan en “crisis”. El estado de crisis se mantendrá hasta que un
nuevo paradigma venga a resolverlo y se establezca un nuevo período de ciencia normal.
Lanteri-Laura aplica a la historia de la psiquiatría este sistema de pensamiento que Kuhn produce para
explicar la historia de la ciencia, lo cual arroja como resultado un esquema constituido por una serie de tres
paradigmas escandida por dos crisis:
14 No se confunda “paradigma” con teoría. Esta es particular, mientras que el paradigma es el marco en el interior del
cual son posibles un conjunto de teorías.
mórbidas. Pensaba que estas no se reducían a ser meras variedades de un género único sino que eran
enfermedades específicas e irreductibles unas a otras. Según Falret:
“La práctica de una semiología y de una clínica atentas y prolongadas, cuidadosa a la vez de la
precisión en la actualidad y del cuidado en la evolución, conduce a identificar especies
mórbidas que no se pueden reducir a la unidad sin desconocer la riqueza de los datos de la
observación...”. Y agrega que dichas especies son: “verdaderamente distintas, caracterizadas
por un conjunto de síntomas y por una marcha determinada”. 15
La cita es muy gráfica pues resume con excelente claridad los parámetros con que caracterizamos la
clínica diacrónica en la denominación de Paul Bercherie.
Es entonces este punto de inflexión plantado por Falret, proseguido por tantos otros como Magnan,
Séglas, Chaslin, Kahlbaum, Kraepelin, Jaspers, y un largo etcétera, que pone en crisis la noción de alienación
mental y establece las bases sobre las que se edificará el paradigma de “las” enfermedades mentales, ya en
plural. Paradigma cuya vigencia se extiende apróximadamente desde 1870 hasta la posguerra de 1918. El
campo psiquiátrico permanece ordenado en una infinidad de especies mórbidas, de la que se deriva una
pluralidad de terapéuticas y de instituciones asistenciales, con predominio de tratamientos centrados en lo
farmacológico. Esta multiplicación de las entidades mórbidas fuerza al clínico a poner el acento en la semiología
y en la observación clínica del paciente. Se vuelve entonces crucial la evaluación diagnóstica para poder
establecer un pronóstico y un tratamiento adecuados. En tiempos de Pinel era más sencillo: una vez que el
clínico reconoce que el cuadro corresponde a la alienación mental y no a otra enfermedad del campo médico,
sólo resta aplicar el tratamiento moral. Pero ahora, al constituirse la patología mental como un conjunto de
enfermedades diversas, cada una con sus signos distintivos, sus modos de evolución, etc., se vuelve
imprescindible el reconocimiento de sus signos. Entonces la semiología psiquiátrica alcanza su mayor grado de
desarrollo al ser la rama de la medicina que describe y define los signos de las enfermedades. En este
paradigma se constituyen entonces las grandes nosografías psiquiátricas tal como las conocemos hoy.
Lanteri-Laura destaca en este período un “empirismo estricto” que se exterioriza en la importancia de la
observación aguda y la fineza en la descripción, como características decisivas de la clínica psiquiátrica. Esto
implica un énfasis de la observación por sobre los presupuestos, las elaboraciones teóricas. De este modo, se
instaura una tensión fuerte entre la clínica y la psicopatología en la medida en que la semiología psiquiátrica
adquiere un valor fundamental para decidir la orientación terapéutica. Aquí parece entonces radicalizarse
aquello que señalamos sucedía en el nacimiento mismo de la psicopatología con Ribot, considerada una
disciplina meramente teórica por oposición a la práctica psiquiátrica.
Pero ese desarrollo, ese esplendor semiológico es lo que conduce a la crisis del paradigma, por dos
razones relacionadas entre sí. Por un lado, el método anátomo patológico, en el que se sostenían las
esperanzas para anclar las enfermedades mentales en una etiología certera, no logra situar las lesiones que
El campo de la psicopatología
PSIQUIATRÍA PSICOANÁLISIS
Ahora bien, ¿por qué no considerar que la psicopatología tal como la conocemos hoy es finalmente el
resultado de la intervención del psicoanálisis? En suma, ¿por qué no aceptar que hay una psicopatología que
no convendría distinguir del psicoanálisis? Sencillamente porque su historia demuestra que es falso. Pero sobre
todo por una razón conceptual que echa por tierra todo intento de confundir el psicoanálisis con la
psicopatología, develando con claridad que el paradigma de las grandes estructuras psicopatológicas lo que en
verdad prueba es la fuerte influencia de Freud en el campo de la psicopatología y la práctica psiquiátrica. En
este sentido, lo que Lanteri-Laura demuestra, quizás sin proponérselo, es que la clínica psiquiátrica y la
psicopatología no serán ya lo que fueron antes de Freud.
La razón conceptual mencionada radica en el debate Bleuler-Freud. Marcamos que la incidencia de
Freud en la concepción de la enfermedad mental llevó a Bleuler a una producción novedosa en el campo de la
esquizofrenia, pero esta incidencia no estuvo exenta de polémica. Es sabido que Bleuler cuestiona la
conceptualización kraepeliniana de la demencia precoz, propone desechar esa denominación y sustituirla por la
de esquizofrenia y establece su particular mecanismo especialmente a partir de lo que denomina “autismo”.
Pero lo hace sobre la base de la formulación freudiana del autoerotismo, como esa fase en la evolución
de la libido en la que aún no se ha constituido ningún yo ni un objeto, donde reina la parcialidad pulsional, la
satisfacción anárquica de las pulsiones parciales en un cuerpo fragmentado en zonas erógenas aún no
constituido como unidad. ¿Del “autoerotismo” al “autismo” qué se pierde? “Eros”: auto(ero)tismo – esa es la
marca de la intervención de Bleuler: el rechazo de la teoría de la libido freudiana. El efecto es indudable y eso
marca la distancia entre la psicopatología que surge de este paradigma y el psicoanálisis. Al borrar las huellas
del autoerotismo freudiano y designar como síntoma fundamental de la esquizofrenia el autismo, se revela el
límite de Bleuler y el del tercer paradigma.
¿Por qué? Porque la teoría de la libido le permite a Freud introducir la oposición neurosis-psicosis así
como también la diferencia entre paranoia y esquizofrenia a partir de sus diferentes modos de tratamiento,
localización y retorno de la libido retirada de los objetos y personas del mundo. Y ello introduce una cuestión
fundamental: la transferencia. La clínica psicoanalítica es una clínica bajo transferencia, es decir el analista se
constituye como el objeto fundamental de la libido y desde esa posición que puede intervenir sobre el
padecimiento. Y es precisamente esto lo que lo aleja definitivamente de la descripción objetivante de la
psiquiatría.
En ese sentido, para observar sus diferencias, es muy claro servirse del valor y lugar que se otorga al
fenómeno y su relación con la estructura en los diversos paradigmas de la psiquiatría y en el psicoanálisis. La
clínica sincrónica y la clínica diacrónica están marcadas por el acento puesto en el fenómeno sin consideración
por la estructura. El paradigma de las grandes estructuras psicopatológicas desplaza el acento del fenómeno a
la estructura: se trata de encontrar todos los fenómenos (síntomas) en una entidad y remitirlos al mismo
mecanismo generador, explicables por la misma hipótesis psicopatológica (la esquicia para la esquizofrenia, por
ejemplo), lo cual permite situar todos los síntomas en un análisis estructural. Mientras que en la perspectiva del
psicoanálisis no se trata ya de la disyunción entre fenómeno y estructura -que ha llevado a los teóricos del
tercer paradigma a enormes dificultades- sino de una novedosa relación. Es tal vez J. Lacan quién mejor lo ha
puesto en el tapete al sostener en El Seminario 3 que: “...la estructura aparece en lo que se puede llamar, en
sentido propio, el fenómeno”.17 Es decir, no una disyunción sino una conjunción que implica la búsqueda de la
estructura en el fenómeno mismo. De este modo hemos comenzado a poner un pié en el segundo enfoque que
voy a proponer, razón por la cual interrumpiremos aquí el desarrollo de este tema para retomarlo enseguida.
Antes de ello, quisiera detenerme brevemente en situar lo que podría considerarse, según Lanteri-
Laura, el problema que conduce a la crisis al tercer paradigma. El uso y abuso del concepto de estructura
termina por convertirse en un problema de difícil solución. En el conjunto de autores que dominan este período
comienza a ser engorroso hallar una definición común de estructura y cada vez más, cuando los leemos,
debemos interrogar sus textos para dilucidar qué entienden por tal, de modo que la unidad se va deshaciendo,
la dispersión va ganando terreno. Pero también debe considerarse el auge de los medicamentos un factor
decisivo en la crisis paradigmática de las grandes estructuras, así como la proliferación de dispositivos
psicoterapéuticos, todo lo cual plantea nuevos problemas prácticos que el paradigma debe enfrentar, según
Lanteri-Laura, con dudoso éxito. Es así que afirma que:
“Las referencias psicopatológicas se han multiplicado, sin que ninguna de ellas se haya podido
imponer a las otras” -dando cuenta de la dispersión mencionada- y agrega que: “al
17 Lacan, J. (1955-56/1984): El seminario. Libro 3: “Las psicosis”, op. cit., pág. 207.
psicoanálisis, la psiquiatría dinámica y la fenomenología, se han agregado el conductismo, las
teorías de la comunicación digital y analógica, las concepciones congnitivistas y ciertas
importaciones de la inteligencia artificial, sin olvidar que por otra parte las generalizaciones
que no han dejado de realizarse a partir de los efectos terapéuticos de los neurolépticos, los
ansiolíticos y los timolépticos. Ninguna de esas vías ha logrado, sin embargo, suplantar a las
otras. Al mismo tiempo, la distancia que separa la actividad cotidiana, clínica y terapéutica, de
las teorizaciones ha aumentado mucho […] y carecemos completamente de una teoría de la
práctica capaz de dar cuenta de manera reflexiva de esas prácticas mismas”. 18
El diagnóstico del autor es claro y certero. Se abre entonces el interrogante de si esta crisis ha
conducido o no a un cuarto paradigma, en función de lo que representa hoy día el auge de los manuales DSM,
cuyo modelo sindrómico pretende ocupar el lugar central de la práctica psiquiátrica. Dejaremos esta discusión
para más adelante.
“esta diversidad clínica nos obliga a darnos cuenta de que el campo de la psiquiatría se
caracteriza a la vez por límites difusos y por un ámbito de contenido muy heterogéneo. El tema
de las fronteras nos obliga a preguntarnos, entre otros interrogantes difíciles de responder,
cuándo ciertos comportamientos extraños dejan de tener que ver con la rareza de las
conductas o con el derecho penal para pertenecer a la patología mental, o también qué hacer
con esa región compartida con la neurología. El tema del contenido no nos parece mas
tranquilizador, pues nos lleva a preguntarnos si todas las enfermedades que en general se
El paradigma de las grandes estructuras psicopatológicas terminará por desaparecer pero nos dejará el
interrogante de saber si la eventualidad de la locura tiene que ver sólo con la contingencia y el azar o si es
constitutiva de la condición humana, de modo que no se puede ser hombre sin el riesgo de estar loco. Tema
apasionante que Lacan ha recorrido y que esperemos poder retomar en otro contexto. 20
19 Lanteri-Laura, G.: “Nuestra psiquiatría. Doscientos años después”, Revista Vertex, N° 40.
20 Al respecto cf. Muñoz, P.: Las locuras según Lacan, Bs. As., Letra Viva, 2011.
que Jaspers encaró el diagnóstico psiquiátrico de síntomas; según él, el criterio de diagnóstico debía tomar en
cuenta principalmente la forma ante el contenido. Por ejemplo, al diagnosticar una alucinación, el hecho de que
una persona experimente fenómenos visuales sin que para ello medie un estímulo sensorial (la forma) es más
importante que lo que el paciente ve (el contenido). Se opuso así con claridad al paradigma de las
enfermedades mentales criticándole el abuso de la semiología, que tienen a reducir al paciente a una suma de
aspectos patológicos en lugar de enfocarlo en su totalidad, a la vez que se sitúa en oposición a la concepción
anatomista de la enfermedad mental, considerándola un reduccionismo que desconoce lo esencial de lo
humano al objetivar el campo de lo que es fundamentalmente subjetivo.
En este sentido, Jaspers ha sido decisivo para la constitución del tercer paradigma, el de las grandes
estructuras psicopatológicas. Y debemos reconocerle, junto a Bleuler, ese lugar, aunque el texto de Lanteri-
Laura no lo señale con claridad. En efecto, su crítica al paradigma precedente es tan sólida como bella:
“Lo mismo que las ondas circulares en la superficie de las aguas, puestas en movimiento por
las gotas de lluvia, al comienzo pequeñas y nítidas, luego vueltas cada vez mayores, se
interfieren y se confunden, así aparecen de tanto en tanto enfermedades en la psiquiatría que
crecen cada vez más, hasta que se destruyen por la propia magnitud”.21
Ahora bien, no es sólo eso por lo que Jaspers merece una mención especial. Quiero llamar la atención
sobre algo: Jaspers propone como principal fuente de la presentación intuitiva de los estados psíquicos de los
enfermos las autodescripciones de los mismos, llega a decir que son preferibles a las descripciones producto de
las observaciones que el psiquiatra o el clínico en general puede hacer, siempre teñidas de preconceptos,
saberes previos que operan como prejuicios -constatamos ahí claramente su formación en fenomenología
(sobre esto nos extenderemos en un capítulo posterior)-. Me refiero al método de reducción, la epoche de
Husserl: suspender toda certidumbre en el abordaje del fenómeno. Plantea entonces que la autodescripción de
un enfermo puede comprenderse. Sólo pretendo destacar aquí, por considerarlo esencial para lo que sigue, que
la clínica jaspersiana pone así un acento inédito en el decir del enfermo, antes que en su objetivación para la
mirada.
De este modo, se observa cómo se va perfilando un tiempo en el que el campo de la psicopatología se
vuelve más permeable a las ideas del psicoanálisis.... y con ello el segundo enfoque que voy a plantearles hoy.
2- ENFOQUE INTERPRETATIVO
Lacan
Visto desde esta perspectiva, es posible abordar una psicopatología estructural que explora y privilegia
el determinismo inconsciente de los fenómenos descriptos tradicionalmente por la psicopatología, su causalidad
psíquica, sus mecanismos patogénicos específicos y la particular conformación clínica que el sujeto imprime a
su malestar.
Si ya no se trata de observación, si el padecimiento es interpretable, si hay un saber inconsciente que
allí se expresa, que se da a leer -como el contenido del sueño que se expresa mediante un jeroglífico- debemos
concluir que tiene una direccionalidad, que se dirige a Otro, para que lo interprete, lo aloje y lo alivie.
Es Jacques Lacan quien dirá entonces que “el inconsciente es el discurso del Otro”, las formaciones del
inconsciente tienen estructura de lenguaje, un entramado significante ordenado por las leyes de la metáfora y la
metonimia. Su perspectiva estructuralista, con el retorno a Freud que promueve, le da a la psicopatología una
renovación impensada, que reordena el campo promoviendo un análisis estructural de las neurosis, las psicosis y
las perversiones.
Se percibe el lazo sólido que une al psicoanálisis con el tercer paradigma por medio del concepto de
“estructura”. Lacan integró el célebre grupo de psiquiatras de los años '30 denominado L'evolution psyquiatrique
junto con Henri Ey y E. Minkowski desde donde cuestionaron fuertemente la psiquiatría objetiva por aislar
artificialmente los elementos psíquicos y le opusieron una concepción ligada a la consideración de la personalidad
humana entera como la estructura fundamental subyacente a todo manifestación patológica. Incluso lo que en otro
trabajo he denominado “la obra psiquiátrica de J. Lacan”22 se orienta en la búsqueda de una noción de estructura, lo
que se ve con claridad en su tesis doctoral: De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, donde
la “estructura de la personalidad” asume un valor decisivo en el análisis del caso Aimée y la teorización que de ella
se deriva, así como en la búsqueda de las “estructuras conceptuales” que se presentan en el delirio paranoico
sistematizado y que inciden en la percepción de la interpretación delirante, que allí se propone explícitamente.
Sin embargo, la distancia del tercer paradigma con el psicoanálisis se hace más patente con Lacan cuando
luego forje un concepto de estructura radicalmente diferente, referido a la estructura del lenguaje y articule a dicha
estructura el efecto subjetivo: esa subversión freudiana del sujeto y la dialéctica del deseo, así como la problemática
del goce.
Una vez en el marco de su enseñanza propiamente dicha en psicoanálisis, a partir de los años '50, Lacan
se referirá sistemáticamente a lo que él denomina “las estructuras freudianas”. Cuando Lacan lo utiliza -y con
insistencia- en El Seminario 3 lo hace del siguiente modo:
“...el análisis del texto schreberiano nos condujo a enfatizar la importancia de los fenómenos
de lenguaje en la economía de la psicosis. En este sentido podemos hablar de estructuras
freudianas de la psicosis”.25
Puede notarse que Lacan afirma que la estructura del síntoma psicótico es estructura de lenguaje. Es
decir, las estructuras lingüísticas que reconocemos en las psicosis, en sus variedades clínicas. Por tomar tan
sólo un ejemplo: el célebre caso Schreber, en el que Freud distingue cuatro formas del delirio paranoico
(persecución, celotipia, erotomanía y megalomanía) a partir de cuatro modos de negar la frase “yo un varón
amo a otro varón”, es decir un evidente análisis lingüístico estructural que trasciende la semiología del
fenómeno. Y es justamente en este seminario donde Lacan se explaya sobre este tópico:
“Pienso que ya tienen la orientación suficiente para comprender que la noción de estructura es
22 Muñoz, P.: La invención lacaniana del pasaje al acto, Bs. As., Manantial, 2009.
23 Lacan, J. (1955-56/1984): El seminario. Libro 3: “Las psicosis”, op. cit., pág. 207.
24 Ibíd.
25 Ibíd., 229.
ya en sí misma una manifestación del significado. Lo poco que acabo de indicarles acerca de
su dinámica, sobre lo que implica, los dirige hacia la noción de significante. Interesarse por la
estructura es no poder descuidar el significante. En el análisis estructural encontramos, como
en el análisis de la relación entre significante y significado, relaciones de grupos basadas en
conjuntos, abiertos o cerrados, pero que entrañan esencialmente referencias recíprocas. En el
análisis de la relación entre significante y significado, aprendimos a acentuar la sincronía y la
diacronía, y encontramos lo mismo en el análisis estructural. A fin de cuentas, al examinarlas
de cerca, la noción de estructura y la de significante se presentan como inseparables. De
hecho, cuando analizamos una estructura, se trata siempre, al menos idealmente, del
significante. Lo que más nos satisface en un análisis estructural, es lograr despejar al
significante de la manera más radical posible”.26
Ahora bien, aquí se nos presenta un problema que no teníamos en el enfoque descriptivo: los usos y
consecuencias clínicas de las categorías diagnósticas psiquiátricas clásicas, freudianas y lacanianas, cuando
tienden a la universalización. Pues la perspectiva estructural de Lacan instaura una tensión entre lo singular, lo
particular y lo universal: una vez delimitada la estructura del fenómeno (dialéctica o indialectizable, de
encadenamiento significante o de cadena rota, de significación que remite a otra significación o de significación que
remite a la significación en cuanto tal, inefable), se plantea su modulación a partir del caso particular. Los grandes
historiales de Freud no son ejemplificaciones de la teoría, sino que son los casos a partir de los que surge la teoría.
Hay allí un obstáculo a la generalización, una resistencia a la tipificación y que ubica al caso como singular (en el
sentido de persona extraña) que resiste a la clasificación, al encuadramiento clasificatorio.
Conforme con esta orientación, debemos destacar la importancia de la consideración de lo singular en la
formulación del diagnóstico subjetivo, un “caso por caso” sin por ello excluir la nosología y la semiología construidas
por la psiquiatría. El caso singular no significa “uno” ni conlleva su aislamiento respecto de lo universal sino una
dialéctica que es propia de la ética del psicoanálisis, lo cual acarrea una consecuencia sobre la psicopatología: la
concepción de sujeto propia del psicoanálisis implica la resistencia del caso a la tipificación, en tanto es considerado
un efecto que es hueco, desgarro, agujero, aquello que no encaja en el saber universal, es decir: lo inclasificable
por excelencia.
Ello no implica un nominalismo que reniega de la clínica y la transmisión. Más bien de lo que se trata es de
la transmisión del efecto sujeto, singular, único e irrepetible. Donde inclasificable no quiere decir lo excepcional, el
“caso raro” o de difícil diagnóstico sino, fundamentalmente, lo que en cualquier caso escapa, no subsumiéndose en
ninguna clasificación: lo radical del sujeto del inconsciente.
26 Lacan, J. (1955-56/1984): El seminario. Libro 3: “Las psicosis”, op. cit., pág. 262.
momento en que el psicoanálisis nace en el lecho de la psiquiatría, se recorta de allí mediante una
interpretación de los puntos débiles, sintomáticos, de esta disciplina, así como ocupándose de lo que la
psiquiatría descarta y reduce al nivel de desechos. Cuando Freud inaugura el campo del psicoanálisis lo hace
con un análisis quirúrgico27 de los fundamentos de la teoría de la histeria elaborada por Charcot, descubriendo y
demostrando que no puede tratarse de un problema orgánico sino de algo relativo al modo en que el ser
hablante se relaciona con las representaciones que lo afectan, sentando las bases de lo que se constituirá más
tarde como una teoría del síntoma absolutamente distinta de las teorías médicas y que, por añadidura, dará
lugar a una nueva concepción del sujeto (dividido, es decir no centrado en sí mismo) y del cuerpo (erógeno y
por ende alterado en su “funcionalidad” biológica).
Ello explica, con argumentos distintos a los ya mencionados pero que deben sumarse a los mismos, por
qué la psicopatología, la psiquiatría y el psicoanálisis no se recubren. A la vez que da cuenta de por qué la
práctica y la teoría psicoanalíticas entran en confrontación con las teorías psiquiátricas y sus aplicaciones. En la
Conferencia 16 Freud señala que, si bien no son prácticas contradictorias hay un punto donde ambas
disciplinas divergen en la pregunta por la causa del síntoma: si la psiquiatría se conforma con las teorías de la
herencia o la degeneración, el psicoanálisis avanza y plantea la cuestión del mecanismo de formación de
síntomas y su etiología sexual, incluyendo en la pregunta por la producción del síntoma el modo en que el que
lo padece está allí involucrado. Y, fundamentalmente, la modalidad singular en que ese síntoma se despliega y
las transformaciones que se producen por el encuentro con “la persona del médico”, es decir, lo atinente al
campo de la transferencia. Cuando el síntoma deja de ser un fenómeno objetivable y descriptible para pasar a
ser efecto de un mecanismo complejo que toma forma en un desarrollo discursivo -que incluye e implica
necesariamente a quien lo formula así como a quien lo escucha y lo lee- se plantea una brecha irreversible con
la norma psiquiátrica, y la psicopatología que surge de allí será indefectiblemente muy otra.
En este sentido, si la psiquiatría sostiene el ideal de la extirpación del síntoma, proponiéndose el
sometimiento de lo desviado para forzarlo a “retornar” al campo de la “normalidad” por todos los medios que
fueran necesarios -tal como lo ha destacado Foucault28-, desconociendo su “valor de verdad” y reduciendo la
subjetividad a pautas de funcionamiento yoico, el psicoanálisis pone en juego la sexualidad articulada a la palabra
en el fundamento de los síntomas, la importancia del síntoma en la constitución del sujeto y la transferencia como
herramienta fundamental de la cura.
En consecuencia, el descubrimiento freudiano no es tanto el de un instrumento terapéutico como el de una
concepción, una ética y una política del síntoma, que encontró en sus seguidores, especialmente en la enseñanza
de Jacques Lacan, la fundamentación y el despliegue que hacen del psicoanálisis un modo de lectura de los
síntomas “sociales”.
En la clase del 4 de noviembre de 1971 de El saber del analista, Lacan invita a distinguir entre
psiquiatría y psiquiatrería. Lo que nos recuerda cuando, en otro texto, dice que él no hace lingüística sino
lingüistería. Psiquiatrería es lo que habilita al psicoanálisis como un modo de leer los efectos de la psiquiatría (y
27 Cf. Freud, S. (1893), "Algunas consideraciones con miras a un estudio comparativo de las parálisis motrices e
histéricas". En Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 1979., t. I., 191-210.
28 Cf. Foucault, M. (1973-74 [2003]), El poder psiquiátrico, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005.
de sus improntas en la cultura y sobre la subjetividad moderna) como síntoma a su vez, y en tanto tal
merecedor de una interpretación que lo haga decir su verdad. Esto, que no nos pone a salvo automáticamente
de recaer en las mismas huellas que el pensamiento psiquiátrico, nos permite sostener una posición de
escucha y de lectura que, justamente, no desconoce que nos rige la ley del malentendido en un campo que es
el demarcado por los efectos de goce. Si la práctica del psicoanálisis implica un modo de hacer con eso
imposible de soportar, ser hospitalarios, o sea, hacer lugar a la palabra de aquellos que hablan en lenguas
extrañas -las lenguas del padecimiento subjetivo- permite, más que hacer diagnósticos (y medicar en
consecuencia), hacer una práctica que incluye al diagnóstico pero no para engrosar una estadística sino para
alojar a lo que arruina todo esfuerzo estadístico: la singularidad. Esto nos da pie justamente para plantear un
tercer enfoque de la psicopatología.
3) ENFOQUE ESTADÍSTICO
DSM V
Una breve nota aparte merece la reciente aparición de la última edición del DSM que, en un esfuerzo
más, suma una nueva adaptación de esta obra cuya primera versión, de 1952, fue realizada a partir de un
trabajo de elaboración iniciado en 1948. Esta versión remplazará al ya familiar DSM-IV, publicado en 1994, cuya
última versión (el DSM-IV TR) data del año 2000.
Su suerte parece estar echada, dado que se puede verificar ya que existen varias voces autorizadas
que anticipan consecuencias negativas de la nueva versión, al punto que algunas organizaciones profesionales
del ámbito de la salud mental han anunciado que no lo tomarán en cuenta.
Como lo ha señalado Leonardo Leibson en un excelente artículo al respecto: “Entre esas voces se
destaca la de Allen J. Frances (médico psiquiatra nacido en Nueva York en 1942) quien dirigió el grupo de
trabajo que produjo la cuarta versión del DSM y que se ha pronunciado ahora como uno de los primeros y
principales críticos de esta quinta versión. Algunas cuestiones que este profesional plantea acerca de las
debilidades de esta obra son29: “Pobre e inconsistente redacción: Quizás no debería causar sorpresa que un
proceso defectuoso haya logrado un producto defectuoso. El problema más importante es la escritura pobre e
inconsistente. (…) La pobre redacción es también signo de un mal pronóstico, sugiriendo que las secciones de
texto del DSM-V para los variados trastornos podrían eventualmente ser inconsistentes, variables en calidad y a
veces incoherentes.” “Decir que algo está mal escrito no es solo una cuestión convencional o un indicio de una
falla estética sino que dice de lo que hace a su elaboración y grado de formalización. Por lo tanto no es una
objeción menor y de hecho Frances la coloca en primer término. De todos modos, deberíamos consignar que la
redacción de los DSM sigue una línea y un estilo que se ajusta a su objetivo primero: ser, como su nombre lo
indica, un Manual destinado a que las estadísticas se efectúen siguiendo parámetros homogéneos. O sea, que
el DSM no es (ni debería pretenderlo) un verdadero tratado de Clínica Psiquiátrica, sino un procedimiento de
atribución de diagnósticos de la manera menos equívoca posible con fines estadísticos. O sea, una muestra del
ideal de encontrar “una lengua bien hecha”. Por esto, que se lo termine utilizando en buena parte del mundo
como la fuente principal y casi excluyente del saber psiquiátrico es algo que no debe dejar de sorprendernos e
inquietarnos. Sigamos con las objeciones planteadas por A. Frances: “En términos de contenido, son más
preocupantes las muchas sugerencias del DSM-V que podrían dramáticamente incrementar las tasas de
trastornos mentales. Esto aparece de dos maneras: (a) Nuevos diagnósticos que podrían ser extremadamente
comunes en la población general (especialmente después del marketing de una siempre alerta industria
farmacéutica). (b) Umbrales diagnósticos más bajos para muchos desórdenes existentes. El DSM5 podría crear
decenas de millones de nuevos mal identificados pacientes (…) exacerbando así, en alto grado, los problemas
causados por un ya demasiado inclusivo DSM-IV. Habría excesivos tratamientos masivos con medicaciones
innecesarias, caras, y a menudo bastante dañinas. El DSM-V aparece promoviendo lo que más hemos temido:
la inclusión de muchas variantes normales bajo la rúbrica de enfermedad mental (…)”.
Entre estos nuevos diagnósticos problemáticos, innovaciones que el DSM V aporta y que motivan
semejante comentario (y, remarquemos esto, no proveniente de un psicoanalista ni de un “antipsiquiatra”, sino
de un psiquiatra que formó parte de la elaboración de la versión anterior del DSM), se encuentran cosas tales
como: el “síndrome de riesgo de psicosis”30; el “trastorno mixto de ansiedad depresiva”31; el “trastorno
29 Cf. Frances, A. “Abriendo la caja de pandora. Las 19 peores sugerencias del DSM V” en
http://www.sepypna.com/documentos/criticas-dsm-v.pdf
30 Respecto del cual dice Allen Frances: “es ciertamente la más preocupante de las sugerencias hechas para el DSM-
V. La tasa de falsos positivos sería alarmante, (…) y aparentemente mucho más alta una vez que el diagnóstico sea oficial,
cognitivo menor”32; el “trastorno de atracones” (binge eating disorder)33. Y, siguiendo con la lista de la
“innovaciones”: el “trastorno disfuncional del carácter con disforia” (“una de las más peligrosas y pobremente
concebidas sugerencias para el DSM-V y una mal orientada medicalización de los exabruptos del carácter”); la
categoría de “adicciones conductuales” que sería incluida en la sección de adicciones a sustancias y podría
cobrar vida con un trastorno del juego patológico; el “trastorno de déficit de atención con o sin hiperactividad”
(“contribuyendo a aumentar las tasas de TDAH, acompañado de un generalizado abuso de medicaciones
estimulantes para la mejora del desempeño y la emergencia de un gran mercado secundario ilegal”); el
“trastorno de espectro de autismo” (“el desorden de Asperger colapsaría en esta nueva categoría unificada”); la
“medicalización del duelo normal”.34
para el uso general, y se convierta en un blanco para las compañías farmacéuticas. Cientos de miles de adolescentes y
jóvenes adultos (…) recibirían una innecesaria prescripción de antipsicóticos atípicos”, fármacos que tienen importantes
efectos adversos como el aumento de peso, y cuya eficacia en la prevención de brotes psicóticos no está demostrada
31 Que “toca síntomas no específicos que están ampliamente distribuidos en la población general y podría, de ahí en
más, convertirse inmediatamente en uno de los más comunes de los desórdenes mentales en el DSM-V. Naturalmente su
rápido encumbramiento a proporciones epidémicas podría ser fácilmente asistida por el marketing farmacéutico.” (Frances,
op. cit.).
32 “(…)definido por síntomas inespecíficos de desempeño cognitivo reducido, que son muy comunes (quizás hasta
ubicuos) en personas de más de 50 años.” (Frances, op. cit.)
33 “Las decenas de millones de personas que se dan estos atracones una vez a la semana por 3 meses podrían, de
pronto, tener un “trastorno mental”, sujetándolos al estigma y a medicaciones de probada ineficacia.” (Frances, op. cit.)
34 Leibson, L.: “Un esfuerzo más: el DSM V o el avance de la psiquiatrización de la vida cotidiana”, en Revista
electrónica Intersecciones Psi, Facultad de Psicología, UBA.
35 Lacan, J. (1967) “Breve discurso a los psiquiatras”, traducción y notas de Ricardo E. Rodríguez Ponte, inédito.
notable, citamos la misma conferencia recién mencionada, Pequeño discurso a los psiquiatras, donde afirma:
“la psiquiatría entra en la medicina general sobre la base en que la medicina general entra ella
misma enteramente en el dinamismo farmacéutico”.36
Esta crítica a la psiquiatría absorbida por la industria farmacológica es aplicable a los manuales DSM. Y
Lacan define a continuación sus consecuencias clínicas:
Por lo tanto, concluimos que este modelo en la actualidad, por su grado de desagregación y pérdida de
coherencia interna, tiende a perder vigencia y situarse en tensión con otros modelos explicativos que recuperan la
importancia de la subjetividad.
Para concluir
En este sentido, nos parece necesario justificar este ordenamiento propuesto en lo siguiente: si abordamos
críticamente las nociones psiquiátricas que dan lugar a un enfoque descriptivo de la psicopatología, lo hacemos no
con el fin de desestimarlas sino de convertirlas en herramientas pertinentes y útiles en la senda que conduce a la
elaboración del diagnóstico del padecimiento. En función de la necesidad de esta elaboración, objetamos los
enfoques que confeccionan diagnósticos a partir de la mera agrupación de síntomas, o por rasgos de carácter, ya
que pierden el rumbo al ordenarse exclusivamente por la descripción. Al tiempo que ponemos también en cuestión
las perspectivas unilaterales que tienden a considerar las “estructuras clínicas” provenientes del psicoanálisis -
neurosis, psicosis y perversión- a partir del aislamiento de un único mecanismo específico -Verdrängung,
Verleugnung, Verwerfung-, así como aquellos que las consideran las tres estructuras que ordenan y recubren toda
la psicopatología. Por lo demás, privilegiamos la singularidad del diagnóstico, frente a los sistemas estadísticos que
tienden a reducirla, en una tendencia a la generalización y a la uniformidad que le quita a la psicopatología todo viso
humanista. Respecto de esa singularidad, y su concomitante opacidad, nos ocuparemos en un capítulo posterior -
no sin antes dedicarnos a la paradójica concepción del sujeto en psicoanálisis, que será explicativa de aquella
opacidad.
La concepción de sujeto que Jacques Lacan forjó para el psicoanálisis -aunque afirme haberla leído en
Freud, respecto de lo cual no podemos no mencionar que es un término prácticamente inexistente en su pluma-
es absolutamente original.38 En la elaboración lacaniana sujeto del inconsciente es el nombre de una paradoja:
no es causa sui pues es efecto de la estructura del lenguaje a la vez que es aquello que no se integra en ella,
en la medida en que se define como “agujero, falta, desgarro”.39 Esta concepción de sujeto -en cuanto
radicalmente inadaptable- está en las antípodas de la que detenta el empirismo conductista, el que apuesta a
su adaptabilidad, pues se define más bien como esa hiancia que hace imposible cualquier funcionamiento
armónico:
“El estatuto del sujeto en el psicoanálisis -así comienza este fabuloso escrito-, ¿diremos que lo
hemos fundado el año pasado? Llegamos al final a establecer una estructura que da cuenta del
estado de escisión, de Spaltung en que el psicoanalista lo detecta en su praxis.”40
Que el sujeto sea efecto de la estructura del lenguaje no lo hace una mera pieza de una maquinaria
simbólica en la que cumpliría una función prefijada con eficacia. Por el contrario, el sujeto se cuenta allí como
falta, es ahí lo que falla, lo que no responde, lo imprevisible e incalculable, por oposición a la pretendida
calculabilidad que el empirismo le supone, con los coeficientes que lo reducen a ser un elemento dentro de un
universo de discurso. Eso que en estas sencillas palabras se configura como una paradoja, es lo que en este
capítulo intentaremos delimitar con precisión.
¿Qué sujeto?
La concepción lacaniana del sujeto es en extremo paradojal, lo cual acarrea una serie notable de
dificultades que muchas veces se pasan por alto, lo que se refleja en una serie de debates donde se mezcla sin
cuidado lo que se entiende por sujeto en la filosofía, en la psicología y en psicoanálisis. El término francés que
emplea Lacan -”sujet”- (del latín subiectus, participio pasado de subiicĕre, “poner debajo”, “someter”)-41
significa: tema de reflexión, aquello sobre lo cual se ejercita una reflexión, eso de lo que se trata en una
conversación o en un escrito. La cuarta acepción del término refiere “sujet” al individuo, al ser individual, a la
persona considerada como el soporte de una acción. En nuestra lengua, este último es el uso más común y
38 “Se me pregunta por qué hablo del sujeto, por qué, según dice, se lo añado a Freud. En Freud no se habla de otra cosa. Pero se
lo refiere en forma imperativa, brutal”. Lacan, J. (1968/2006). Mi enseñanza, su naturaleza y sus fines. En Mi enseñanza. Buenos Aires:
Paidós, p. 112.
39 Lacan, J. (1964-65) El Seminario. Libro 12: Problemas cruciales para el psicoanálisis, inédito, clase del 7 de abril de 1965.
40 Lacan, J. (1953-54/2008). La ciencia y la verdad. En Escritos 2. México: Siglo XXI, p. 813.
41 Cf. Le Petit Robert, París, 2013, p. 2458.
corriente de “sujeto”; nos referimos habitualmente a “un sujeto” en el sentido de la persona, del individuo, al que
le atribuimos acciones o características. Mientras que en la lengua francesa este empleo es más raro, y es
mucho más habitual el primero de los mencionados.42 Ejemplifiquémoslo de un modo sencillo: una pregunta
común y cotidiana en francés podría ser: “C'est à quel sujet?”.43 Que traducimos: “¿De qué se trata?”.
Expresiones tales como “être sujet à” (estar propenso a) y “un sujet de mécontentement” (un motivo de
descontento) son suficientemente claras como para expresar el uso corriente del término en la lengua francesa.
Entre nosotros, por más refinados que queramos parecer, jamás diríamos: “¿Cuál es el sujeto de este artículo o
de esta película?”. Sin embargo, nuestra lengua admite esta acepción del término: “Asunto o materia sobre que
se habla o escribe”. Este breve excursus etimológico tiene el objeto de evidenciar una dificultad: solemos
entender “sujeto” como “persona” o “individuo”, cuando en verdad el concepto que Lacan postula está
determinado por el ”sujet” francés, más explícitamente empleado en su sentido de asunto o tema.
Jean-Luc Nancy señala que Lacan quizás a pesar de sí mismo retiene algo del concepto filosófico de
sujeto (aunque afirme a la vez que psicoanálisis y filosofía no hablan de lo mismo cuando hablan de sujeto),
sobre todo de Heidegger en la articulación entre Dasein y Ereignis. Si el filósofo deseaba reemplazar mediante
el primer término -existencia, ser-arrojado- la inherencia a sí mismo de un supuesto sujeto, es con el segundo
término con el que ese gesto se realiza pues comprendida en el sentido de “evento” ya no busca en ningún
punto designar algo así como un “sujeto” (un “agente”, “alguien”, una “persona”, etc.) sino que habla solo de un
“adviene” o de un “eso adviene”. Por eso, ya no tendría sentido hablar de “un sujeto” sino que habría que hablar
de eso que en francés se dice con una de esas fórmulas que hemos ya subrayado: “estar sujeto a”, “estar
expuesto a”.44
En El Seminario 2 Lacan llega a afirmar que la mayor dificultad existente en la concepción de la
subjetividad es la entificación del sujeto45 y a proponer que “el sujeto es nadie”46 -haciendo resonar
semánticamente y con ironía el término francés “personne” que se emplea en fórmulas negativas con el
significado de nadie, a la vez puede traducirse como persona. Vale decir el sujeto no es la persona, el sujeto no
es el individuo, el sujeto no es a quien tenemos delante, nadie es el sujeto pues no se trata del ser humano -
aunque este extraño “ser que habla”47 es condición de su aparición-. Nuestra lengua -y no sólo ella, sin dudas-
nos arrastra a cierta sustancialización, a esa entificación del sujeto, terminando por hacer del sujeto dividido,
42 Al igual que en inglés. No tenemos más que ver en nuestros ordenadores y smartphones que el administrador de correo
electrónico denomina subject al tema o asunto en juego.
43 Este es el título original del libro de Guy Le Gaufey que ha sido traducido como El sujeto según Lacan. Buenos Aires: El
cuenco de plata, 2010. Se advierte la dificultad de traducirlo literalmente: quién compraría un libro que se llame ¿De qué se trata? O la
remitencia cómica que nos haría preguntar: “¿de qué se trata? ¿De qué se trata?”
44 Nancy, J.-L- (2014). ¿Un sujeto?. Buenos Aires: La Cebra.
45 Lacan, J. (1954-55/1983) El Seminario. Libro 2: El yo en la teoría de Freud. Buenos Aires: Paidós, p. 87. Ente es “lo que es”,
de modo que se identifica, por una parte, con el ser. Entificar el sujeto puede significar entonces darle ser a aquello que Lacan por
definición concibe como pérdida de ser. Para dar una figura: cuando se toma al analizante por el sujeto. A mi modo de ver, la entificación
del sujeto que Lacan diagnostica en los años ‘50 está absolutamente vigente y ha tomado diversas formas en el psicoanálisis de hoy: 1) el
diagnóstico diferencial de estructura clínica; 2) identificar modalidades de goce; 3) que el sujeto se haga responsable. El problema es que,
sea cual sea el tópico que se trate, hace deslizar al psicoanálisis en una ontología -rama de la metafísica que estudia lo que hay- que se
ocupa de investigar el ser en tanto que es, o del ser en general, más allá de cualquier cosa en particular que es o existe.
46 Ibid., 88.
47 El entrecomillado indica que es una incorrecta traducción del neologismo de Lacan parl’être, que justamente objeta que el ser
hablante sea un ser.
uno. El contexto de semejante diagnóstico no debe ignorarse:
“¿Por qué reintroducir la realidad trascendente del autonomus ego? Bien mirado, se trata de
autonomous egos más o menos iguales según los individuos. Volvemos aquí a una entificación
conforme a la cual no sólo los individuos en cuanto tales existen sino que además algunos existen
más que otros. Esto contamina, más o menos implícitamente, las llamadas nociones del yo fuerte
y el yo débil, que son otros tantos modos de eludir los problemas planteados tanto por la
comprensión de las neurosis como por el manejo de la técnica”. 48
Vale decir que es en el contexto del debate con el posfreudismo y la teoría de la autonomía del ego que
Lacan plantea lo problemático de la consideración del sujeto como uno, denominado “entificación” -ligado a la
atribución de una sustancia-. En El Seminario 13 insiste en que “cada vez que hablamos de algo que se llama
sujeto hacemos un uno”.49 El verdadero desafío que asume es cómo definir una subjetividad sin entificar al
sujeto, sin “unificarlo” -hacerlo uno y único, al suturar la escisión que lo constituye-, en última instancia: sin
hacer ontología.50 Su elocuencia resalta en El Seminario 11 al hacer del sujeto y del inconsciente conceptos
inseparables:
“El inconsciente es la suma de los efectos de la palabra sobre un sujeto, en el nivel en que el
sujeto se constituye por los efectos del significante. Esto deja bien sentado que con el término
sujeto -por eso lo recordé inicialmente- no designamos el sustrato viviente necesario para el
fenómeno subjetivo, ni ninguna especie de sustancia, ni ningún ser del conocimiento en su patía,
segunda o primitiva, ni siquiera el logos encarnado en alguna parte, sino el sujeto cartesiano, que
aparece en el momento en que la duda se reconoce como certeza -sólo que, con nuestra manera
de abordarlo, los fundamentos de este sujeto se revelan mucho más amplios y, por consiguiente,
mucho más sumisos, en cuanto a la certeza que yerra. Eso es el inconsciente”. 51
Cuando años después los mismos analistas lo interrogan -para su sorpresa no disimulada- respecto de
por qué sigue empleando el término sujeto para referirse al inconsciente estructurado como un lenguaje, Lacan
responde con un irónico retorno no a Freud sino al Organon y las Categorías de Aristóteles, planteando que
sería descabellado no retomar ese término del que esa tradición filosófica nos conservó el hilo. Pero ¿qué hilo
une a Aristóteles con Freud?:
48 Ibid., 24.
49 Lacan, J. (1965-66). El Seminario. Libro 13: El objeto del psicoanálisis, inédito.
50 Este trabajo se desarrolla a partir de la fórmula canónica del sujeto que inicia en El Seminario 9 y que comentamos en algunos
párrafos más adelante, tiene continuación en El Seminario 10 con el cociente de la división subjetiva y culmina en El Seminario 11 con
las operaciones de alienación y separación a las que dedicamos el capítulo siguiente.
51 Lacan, J. (1964/1987). El Seminario. Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, p.
132-3.
“Todo parte del traumatismo inicial de la afirmación aristotélica que separa de la manera más
rigurosa el sujeto y la sustancia, y que está completamente olvidada”. 52
“esencialmente la dimensión propia del análisis, es la reintegración por parte del sujeto de su
historia hasta sus últimos límites sensibles, es decir hasta una dimensión que supera
ampliamente los límites individuales”.53
Si supera los límites individuales, lo que aparece tras ese trasbasamiento del límite es la otredad.
Alusión a la intersubjetividad con la cual él concibe tempranamente la experiencia del deseo humano como
deseo de reconocimiento ligado a la función de la palabra: mediadora (acuerdo simbólico), pacificadora (de la
lucha imaginaria del prestigio que culmina en la muerte) y que es pacto. Esa es la esencia y la particularidad
diferencial de la clínica psicoanalítica: clínica en transferencia 54 quiere decir no sin Otro, una clínica intervalar –
el intervalo en el cual emergerá el sujeto entendido como un efecto, como producto de la relación entre
psicoanalista y psicoanalizante, lo cual tiene como fondo el clásico axioma lacaniano: el inconsciente es el
discurso del Otro. Claramente lo expresa en la conferencia del 20 de abril de 1968 en Burdeos:
“El sujeto del que se trata no tiene nada que ver con lo que se llama lo subjetivo en sentido vago,
en el sentido de lo que mezcla todo, ni tampoco de lo individual. El sujeto es lo que defino en
sentido estricto como efecto del significante. Esto es un sujeto, antes de poder situarse por
ejemplo en tal o cual de las personas que están aquí en estado individual, antes incluso de su
existencia de vivientes”.55
Entonces sujeto no es persona, no es individuo ni individual ni nada del orden del viviente entendido
como ser biológico dotado de vida. Es preciso, sin embargo, hacer notar que Lacan arriba a esta original
concepción de sujeto articulando a la vez que diferenciando dos registros: el de la palabra y el del lenguaje. En
cuanto a la función de la palabra, modifica sutilmente la teoría de la comunicación por la que un emisor envía un
mensaje en cierto código al receptor que lo decodifica. Su nueva fórmula es: “comunicación donde el emisor
52 Lacan, J. (1968/2006). Mi enseñanza, su naturaleza y sus fines. En Mi enseñanza. Buenos Aires: Paidós, p. 114.
53 Lacan, J. (1953-54/1981). El Seminario. Libro 1: Los escritos técnicos de Freud. Buenos Aires: Paidós, p. 26.
54 Como bien ha planteado J.-A- Miller al indicar que es preciso situar tres letritas al pié de todo ensayo de clínica psicoanalítica
como colofón: CST (Clinique Sous Transfer). Miller, J.-A. et al (1984). Clínica bajo transferencia, Buenos Aires: Manantial.
Lamentamos que esto se olvide cada vez más.
55 Lacan, J. (1968/2006). Mi enseñanza, su naturaleza y sus fines. En Mi enseñanza. Buenos Aires: Paidós, p. 103.
recibe del receptor su propio mensaje bajo una forma invertida”56, irónica transformación gracias a los
conceptos de palabra y deseo de reconocimiento, deseo que no podría ser entendido como una información
comunicable, sino que vale como don, don que es símbolo y por ende pacto. La consecuencia de esta fórmula
es doble, por un lado en lo atinente al sentido es fundamental porque el sentido de un discurso no será
determinado por el emisor -independientemente de su intención de significación, como plantea Lacan en El
Seminario 5- sino que reside en quien lo escucha. Y, por otro lado, pero en estricta relación con ello, esta
fórmula afecta a la concepción de sujeto, pues si el sentido reside en quien lo escucha, “de su acogida depende
quién lo dice”57: el sujeto no es previo, a quien se le dirige un discurso ni quien lo ejecuta, sino que es definido,
determinado por el Otro de la palabra. Los clásicos ejemplos que Lacan emplea “tú eres mi maestro” y “tú eres
mi mujer” definen retroactivamente al emisor: “discípulo” y “marido”, lo cual plantea que el sujeto depende en su
constitución de sujeto de la mediación de la palabra en relación a Otro sujeto garante de la buena fe. La
confusión con el sujeto de la comunicación preocupará siempre a Lacan e insistirá muchas veces en la amplia
extensión de su enseñanza, por ejemplo:
“¿Puede evitarse que […] el sujeto que mi discurso delimita no siga siendo lo que es para
nuestra realidad de ficción psicologizante: en el peor de los casos, el sujeto de la representación,
el sujeto del obispo Berkeley58, punto de impasse del idealismo y, en el mejor, el sujeto de la
comunicación, de lo intersubjetivo del mensaje y de la información, incapaz incluso de contribuir
a nuestro problema?”.59
En cuanto al segundo registro, cuando Lacan pone el acento en el sujeto como efecto de la estructura
del lenguaje, lo define lingüísticamente a partir de una fórmula -que está destinada a convertirse en canónica-
de factura extraña, incluso tautológica, en tanto sujeto y significante se definen mutuamente: “el significante es
lo que representa a un sujeto para otro significante”60. Esta formulación apunta a enfatizar la función del
56 Lacan, J. (1953/2008). Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis. En Escritos 1. México: Siglo XXI, p.
287.
57
Lacan, J. (1955/2008). Variantes de la cura-tipo. En Escritos 1. México: Siglo XXI, p. 318.
58 Berkeley fue un filósofo irlandés muy influyente cuyo principal logro fue el desarrollo de la filosofía conocida como idealismo
subjetivo o inmaterialismo, dado que negaba la realidad de abstracciones como la materia extensa. Su filosofía es el empirismo llevado al
extremo; llega a proponer que no se puede saber si un objeto es, sólo puede saberse un objeto siendo percibido por una mente. Planteó que
los seres humanos no pueden conocer los objetos reales o la materia que causa sus percepciones, sino que incluso las propiedades
matemáticas son ideas semejantes a las cualidades sensoriales. Por tanto, concluyó que todo lo que puede conocerse de un objeto es su
percepción del mismo, y resulta gratuito suponer la existencia de una sustancia real que sustente las propiedades de los cuerpos. Así, los
conceptos abstractos son una ficción. En consecuencia, los objetos percibidos son los únicos acerca de los que se puede conocer. Cuando
se habla de un objeto real en realidad se habla de la percepción del objeto. Lo que el objeto realmente es, aparte de las sensaciones que
podamos experimentar o las representaciones mentales que nos hagamos, nos sería, de esta forma, completamente desconocido. El objeto
existiría, en última instancia, como una idea de nuestra mente. Ese sujeto de la representación es el que Lacan deplora como el peor de los
casos de psicologización.
59 Lacan, J. (1967/2012). La equivocación del sujeto supuesto saber (en el Instituto Francés de Nápoles). En Otros escritos.
Buenos Aires: Paidós, p. 358.
60 Lacan, J. (1960/2008). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. En Escritos 2. México: Siglo
XXI, p. 779. Definición cuya construcción se inicia en las primeras clases de El Seminario 9: La identificación, permaneciendo firme a lo
largo de toda su enseñanza y hasta sus últimos tramos -más allá de las variaciones y agregados permanentes-, como se verifica en las
clases del 16 de enero de 1973, 11 de junio de 1974, 15 de noviembre de 1975, 11 de mayo de 1976 y 15 de noviembre de 1977.
significante y sus consecuencias “por donde él determina, singularmente, al sujeto por arrojarle a cada instante
los efectos mismos del discurso”61 introduciendo al sujeto como su efecto y eliminando toda consideración de
una existencia previa. Se comprende por qué el recurso inicial al estructuralismo, pues le permite a Lacan
desplazar el sustancialismo en la medida en que es una doctrina que se funda en la diferencia de las
propiedades intrínsecas de los seres y conlleva, por tanto, la creencia en la existencia de sustancias dotadas de
propiedades y que pueden ser consideradas en cuanto tales. 62 Lacan se orienta decididamente a vaciar de
consistencia la sustancia subjetiva y el estructuralismo le aporta -vía Saussure y el Círculo de Praga- la tesis de
que en la lengua no hay términos positivos sino puras diferencias. La inédita definición lacaniana de sujeto,
además de lo antedicho, le instila la falta de reflexividad que le hubiera permitido estar seguro de su identidad
por su propio movimiento. Se trata, por lo tanto, de un sujeto evanescente, por ello incapaz de “reconocerse” ni
a través del Otro ni por sí mismo (ya que no tiene ningún “sí mismo”), lo cual destituye el ideal de autenticidad
que se plantea bajo la forma de “sé fiel a ti mismo”.63 Y para alcanzar esa reflexividad perdida por el hecho de
su constitución dividida entre significantes, la imagen especular es la suplencia que el estadio del espejo le
provee: reflexividad que resulta de la confrontación con la imagen especular, que se construye con ella, cuando
se produce el moi del lado del espejo. Podríamos decir que en esta concepción el sujeto no tiene propiedad, no
tiene atributos, no tiene individuación, extraño ser casi inexistente que -en este estricto sentido- parece
confundirse, como ha señalado Le Gaufey, con la función del tipo de las que W. Quine denominó “entidades
semi-crepusculares”64, esas entidades que no tienen identidad.
Si esto tiene consecuencias decisivas es porque estamos habituados a leer abordajes del sujeto
mediante comprensiones psicológicas, en la medida en que se lo coloca en primer o último término, ya sea
como objeto determinado o como agente de determinación. En verdad, la definición canónica antes citada no le
reserva ni el primer ni el último lugar sino el medio, un intervalo entre dos. Juan Ritvo enfatiza la paradoja que
ello entraña: “si se lo cuenta ya no se lo cuenta porque lo que se cuenta es un significante y el sujeto, efecto del
significante, no queda reducido a él”. 65 Es decir que en cualquier cuenta es lo incontable, ya sea por excedencia
o por sustracción. La fórmula lacaniana, objeto de innumerables citas, funciona como coartada para salirse de
estas vueltas problemáticas de la noción de sujeto y clausura el debate y el pensamiento: una definición que
cierra y punto. Es preciso aclarar que subrayar la determinación del sujeto por el significante sin más nos
mantiene en el terreno de la psicología, no es ese el avance o la subversión de Lacan. Por supuesto que lo
determina, eso no es lo nuevo. El quid es que lo determina de modo insuficiente:
“La razón insuficiente del significante torna al sujeto, a cada uno de nosotros puestos en
61 Lacan, J. (1964-65). El Seminario. Libro 12: Problemas cruciales para el psicoanálisis, inédito, clase del 7 de abril de 1965.
62 Al respecto es interesante el recorrido que hace Jacques Alain Miller en dos textos: “Acción de la estructura” y en “S'truc
dure”. En Matemas I. Buenos Aires: Manantial, 1987.
63 Como se plantean estúpidamente la legión de imbéciles que integran The Big Brother. El patetismo llega a límites
insospechados.
64 Le Gaufey, G. (2010). El sujeto según Lacan. Buenos Aires: El Cuenco del Plata.
65 Ritvo, J. (2005) Enigmas del yo pienso. Imago Agenda, 94. Recuperado de
http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=415.
ajenidad próxima con respecto a nosotros mismos, en algo pathemático, en el sentido
etimológico del término: pasión, sufrimiento, privado de verbalización y que por ello mismo llega
a causar la emergencia de la palabra, del Verbo”.66
En ese sentido, tomar “sujeto” derivándolo de la literalidad del sub-yectum del que proviene67,
enfatizando su “debajo de”, no alcanza porque no termina de decir en qué consiste el estatuto de supuesto del
sujeto. En suma, un sujeto insustancial (entonces sin cualidad y sin forma), irreflexivo, evanescente y dividido
por y entre significantes que lo determinan de modo insuficiente. A lo que debemos agregar un elemento más:
un sujeto en inmixión de Otredad. Como afirma Lacan en su conferencia de Baltimore:
“Los sujetos no son entonces aislados, como los pensamos. Pero, por otro lado, ellos no son
colectivos. Tienen una cierta forma estructural, precisamente inmixing”.68
¡Cómo saborea Lacan esa paradoja! El sujeto no es aislado, no se trata de una concepción
individualista, pero eso no lo hace colectivo, no se trata de una concepción sociológica o comunitaria, ni lo uno
ni lo otro, está inmixing, neologismo que Lacan no se priva de proponer en inglés: “in”, prefijo, adentro, en;
“mix”, sustantivo: mezcla, verbo: mezclar(se). El término inglés "immixing" (mezclando) supone una mezcla de
elementos en la que la esencia misma de tales elementos está disuelta y participa de la mezcla. Es decir que
esta condición impide, una vez disuelta su esencia, volver al estado anterior (como cuando se prepara un
pegamento que se compone de la mezcla de dos sustancias que vienen por separado, por ejemplo en la
preparación de "Poxipol"). En algunos escritos Lacan emplea el término francés "immixtion" que significa según
Le Grand Robert "acción de inmiscuirse, de meterse". Entonces, concibe un sujeto en inmixión de Otredad, que
no es uno pero no es sin Otro. De modo que el psicoanálisis instaura un tipo de sujeto regido por una lógica que
no es de identidad sino de alteridad pero de una alteridad que en su determinismo lo hace con insuficiencia -
peculiaridad en la que ya asoma que la estructura de ese Otro está barrada-.
En consecuencia, irremediablemente considerar al sujeto del psicoanálisis como libre es anticonceptual,
contradictorio, pues sujeto, como adjetivo, quiere decir también estar propenso o expuesto a algo -tanto en
francés como en castellano, como indicamos en nuestra excursión etimológica-, de donde deriva el participio
sujetado. Sujeto conlleva por tanto la idea de la sujeción, es decir de estar muy sujeto a algo, y si el sujeto es
sujeto, si está sujeto, sujetado, no es libre. Hallamos esta idea en Lacan, aunque más no sea por aproximación,
cuando a propósito de los tiempos del Edipo, nos plantea que el niño empieza como súbdito:
Nuestra lengua no refleja con claridad lo que está en juego en el término que emplea Lacan: súbdito, en
francés assujet, que alude tanto al sujeto, sujetado, pero también el súbdito es un a-sujeto, énfasis en el prefijo
negativo que lo hace resonar como asujetado, desujetado, desubjetivizado por la ley caprichosa del Deseo
Materno, súbdito en tanto sometido profundamente al capricho insensato que marca su dependencia. En estas
páginas, con el desarrollo de la metáfora paterna y los tres tiempos del Edipo, Lacan da la idea de que se parte,
en la constitución subjetiva, de esa experiencia de dependencia absoluta a una suerte de independencia, pero
en mi opinión, es un punto de vista provisorio, incluso pasajero en el sentido de que vale tan sólo en este
contexto de argumentación pues Lacan subraya siempre la relación de dependencia del sujeto del campo del
Otro. Llegará mucho después a decir algo muy diferente, que en el análisis se marcha de la impotencia a la
imposibilidad. Donde lo imposible implica descubrir una dependencia definitiva pero no absoluta respecto de
circunstancias determinantes aunque no del todo, que son lógicas, no materiales. Tal como lo afirma en ese
mismo Seminario, pero unas clases antes, al comentar el esquema “L”:
“Todo lo que se realiza en S, sujeto, depende de los significantes que se colocan en A” (el
subrayado me pertenece).70
Y más tajantemente aún, cuando define en El Seminario 10 su matema del sujeto barrado: “expresa la
necesaria dependencia del sujeto respecto al Otro en cuanto tal”. 71 Estas referencias deben entenderse en el
marco del énfasis que hace allí en que la estructura del lenguaje, que es la estructura que la experiencia
analítica descubre en el inconsciente, lo preexiste 72 y es su condición, pues es ella la que estructura al sujeto al
precio de no hacerlo más que su efecto, y no su amo. En este sentido, siempre se es a-sujeto, súbdito, vale
69 Lacan, J. (1957-58/1999). El Seminario. Libro 5: Las formaciones del inconsciente. Buenos Aires: Paidós, p. 195.
70 Ibíd., 161.
71 Lacan, J. (1962-63/2006). El seminario. Libro 10: La angustia. Buenos Aires: Paidós, p. 32.
72 Lo cual se formaliza claramente en el cociente de la división subjetiva del Seminario 10, en el que A se escribe a la izquierda
arriba y S (el sujeto mítico del goce) en la misma línea a su derecha, marcando la preexistencia del A, así como $, el sujeto dividido
producido por la intersección con el A, se escribe debajo de A, marcando su procedencia y el campo en el que se produce, lo cual también
marca su preexistencia. No quisiéramos dejar de plantear una conjetura: si Lacan elige el matema $ para escribir la división subjetiva, no
es solamente debido a que toma la inicial del término sujet sino porque también S es el matema con el que escribe el término significante;
tacharlo implica que $ es también un modo de matematizar que no hay significante (del sujeto).
Este esquema, en rigor, es el tercero que Lacan produce en el seminario sobre la angustia, que tomamos aquí con el interés de
enfatizar que, además de lo antedicho, el sujeto es causado por el objeto a en tanto que causa de deseo.
decir: no se conquista la libertad, entendida como la posibilidad de un sujeto sin Otro. Debe entenderse aquí la
referencia a la dependencia no en el sentido de que en el Otro están ya prefigurados los significantes que
contienen la programación completa del sujeto sino que -como reza su definición- el sujeto sólo es detectable
(en su estructura de escisión e inmixión) a partir de los significantes. Ello significa que el sujeto no es sin Otro.
Creerlo es una locura -como explícitamente sostiene Lacan en Acerca de la causalidad psíquica en 1946.
Creerse libre, independiente del Otro y “a salvo” de su determinación, es enloquecedor y le deja al ilusorio “a-
sujeto” la figura del hombre libre que Lacan postula en ese escrito: la de títere, cuya ilusión de autonomía se
asienta en el desconocimiento de la dialéctica del Otro que hace del a-sujeto sujeto, dividido, pero sujeto y no
títere manipulado, esclavizado, por el ideal. Pues la posición de sujeto en psicoanálisis justamente se sostiene
de no desconocer, sino más bien de reconocer, incluso de soportar, la determinación ineludible -aunque
agujereada- del Otro. Autodeterminación y libertad -además de ser el nombre de un partido político al que por
esa razón nunca votaría- son formas de locura que en un psicoanálisis hay que guardarse muy bien de
propiciar.73
Así, considerar que en psicoanálisis, en un tratamiento psicoanalítico, se trata de arribar a la
transformación de un sujeto dependiente en un “sujeto libre” es una contradictio in adjecto, una expresión que
merece aplicársele una de las más sorprendentes figuras del lenguaje – la de oximorón74. Pero ello nos plantea
ya desde el comienzo un problema: si la libertad es un imposible, si la determinación del Otro es insoslayable, si
no hay sujeto sin Otro lo cual comporta su condición dependiente de ese Otro, ¿ello no nos devuelve a la
maquinaria de la cual el sujeto no sería más que una pieza funcional? O sea, justamente a aquello que la
definición de sujeto objeta en cuanto tal. Se abre allí una interrogación que debemos retomar: paradoja del
sujeto que se enlaza inextricablemente con la de la libertad. Una libertad que no se entiende en términos de
pura autodeterminación pues -y esto concita consenso entre los comentadores de Lacan- está marcada por ese
poco con el que se la cuantifica no sin cierta ambigüedad (¿cuánto es poco? ¿cómo se mide?). Se acuerda que
esa poquedad responde del determinismo que la atraviesa, al cual están sometidos los actos, los
comportamientos, los pensamientos, el cual la “limita”. Entre libre albedrío y determinismo parece debatirse la
concepción de la libertad en psicoanálisis. No estamos de acuerdo, pues libertad y determinismo no componen
un buen par de opuestos, y porque la concepción de sujeto que formula Lacan lo hiere de muerte. Hé aquí lo
aporético. Busquemos entonces otros caminos.
“Responsalibertad”
En la obra de S. Freud encontramos una fundamentación tajante para desestimar un libre albedrío; es
más que contundente cuando afirma: "no hay en lo psíquico nada que sea producto de un libre albedrío, que no
obedezca a un determinismo".75 Pareciera factible fundar allí una sobreterminación tan absoluta que daría razón
73 Sobre este tema he dirigido una investigación UBACyT durante los años 2010-2012 cuyos resultados finales se encuentran
publicados en Muñoz, P. (2011). Las locuras según Lacan. Consecuencias clínicas, éticas y psicopatológicas. Buenos Aires: Letra Viva.
74 Término proveniente del griego: "oxys" (agudo, ácido, punzante) y "moros" (estúpido, tonto, fofo).
75 Freud, S. (1901/1980). Psicopatología de la vida cotidiana. En Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, Tomo VI.
de la total dependencia del sujeto del Otro sin resto, de su sujeción sin margen. Pero -y hete aquí una de sus
dimensiones paradojales- ese fundamentalismo determinista no hace que Freud lo exima de la responsabilidad
por sus actos:
"Si el contenido del sueño no es el envío de un espíritu extraño -afirma-, es una parte de mi ser;
si, de acuerdo con criterios sociales, quiero clasificar como buenas o malas las aspiraciones que
encuentro en mí, debo asumir la responsabilidad por ambas clases, y si para defenderme digo
que lo desconocido, inconsciente, reprimido que hay en mí no es mi 'yo', no me sitúo en el
terreno del psicoanálisis, no he aceptado sus conclusiones, y acaso la crítica de mis prójimos, las
perturbaciones de mis acciones y las confusiones de mis sentimientos me enseñen algo mejor.
Puedo llegar a averiguar que eso desmentido por mí no sólo 'está' en mí, sino en ocasiones
también 'produce efectos' desde mí" (las itálicas me pertenecen).76
De este modo, libertad y sujeto son términos que se anudan en el de responsabilidad subjetiva. Bajo
esta expresión -que sin dudas merecería un trabajo más específico, y que haremos en una futura publicación,
porque se la suele emplear en el sentido del discurso yoico que ubica al sujeto como agente de
responsabilización por el acto cometido- intentamos reflejar -lo decimos en sentido muy amplio- que si bien hay
determinación inconsciente, también hay responsabilidad, lo cual hace enrevesar el planteo de cuánto hay de
determinismo y cuánto de libertad. Así, Freud nos presenta un sujeto que no puede considerarse amo y señor
de sí mismo, de sus discursos y sus actos. En principio porque el sujeto no es el yo y no puede ubicarse en
posición de agente, de lo que desprende la subversión del sujeto que Lacan propone: sujeto del inconsciente en
cuanto este es el discurso del Otro. Pero además, fundamentalmente, resultará una toma de posición -
desconocida, elección inconsciente- frente a aquello que lo determina como algo que también es "suyo". Ese
“propio” es de una estofa extraña, es una propiedad impropia, pues en la estructura del sujeto del inconsciente
lo propio y lo impropio se continúan en una relación que cabe designarse como moebiana. Pues para Lacan un
acto no es un producto sino el proceso de su constitución. Es claro que no hay acto sin apuesta del sujeto, pero
este se pierde y desaparece en los efectos del acto, un sujeto que es determinado en su indeterminación. Ajeno
a toda ideología de la absolución, el psicoanálisis considera imprescindible la atribución de responsabilidad por
lo que a cada quien le acontece aunque no lo haya elegido a sabiendas. Pero esa atribución no debe
emparejarse con una asunción del otro lado de los términos.
En este punto conviene quebrar el clásico dualismo libertad-determinación, pues se trata de dos
campos heterogéneos, inconmensurables, tal como se deduce del planteo freudiano: hay un determinismo
absoluto del inconsciente pero... Freud no exime al sujeto de responsabilidad. ¿Qué comporta esa afirmación?
Que la no eximición de la responsabilidad es, en última instancia, un acto. Freud, psicoanalista, en su acto
atribuye responsabilidad al analizante, aunque se trate de algo desconocido o reprimido. Podemos seguir
76 Freud, S. (1925/1979). Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto. En Obras completas. Buenos
Aires: Amorrortu, Tomo XIX, pp. 135.
hablando del determinismo inconsciente teniendo presente que es una analogía con otros determinismos, pero
en psicoanálisis se trata de otra cosa. Ese acto nos traslada a otro plano, ya estamos fuera de lo que es o no
cognoscible, fuera del plano de los determinismos y lo indeterminado; atribuir responsabilidad, no eximir al
sujeto de responsabilidad nos lleva a otro terreno, al terreno ético que es el suelo más sólido de la práctica del
psicoanálisis.
“¿de qué me serviría ceder a mi orgullo moral -prosigue Freud- y decretar que, con miras a las
valoraciones éticas, me es lícito desdeñar lo malo del ello, y no necesito hacer a mi yo
responsable de eso malo? La experiencia me muestra que, empero, me hago responsable, que
estoy compelido a hacerlo de algún modo”. 77
Compelido a la responsabilidad. El acto del psicoanalista compele a una responsabilidad que por ello
mismo nunca será absolutamente propia y más que unificarme con mi acción me divide en y por ella.
Compelido a hacerlo de algún modo: que no está predefinido, que no responde a un canon adecuado, que no
debe ajustarse a ningún estándar. Por su parte Lacan expresa esta no eximición de responsabilidad en otros
términos:
"Decir que el sujeto sobre el que operamos en psicoanálisis no puede ser sino el sujeto de la
ciencia puede parecer paradoja. Es allí, sin embargo, donde debe tomarse un deslinde a falta del
cual todo se mezcla y empieza una deshonestidad que en otros sitios llaman objetiva: pero es
falta de audacia y falta de haber detectado el objeto que se raja. De nuestra posición de sujeto
somos siempre responsables. Llamen a eso terrorismo donde quieran".78
La fuerza de este enunciado ha de modularse. “De nuestra posición … somos”. ¿Quiénes? ¿Quién es
el sujeto de ese enunciado? Nosotros. Pero ¿quiénes somos “nosotros”? Nótese que Lacan combina un plural y
un singular que no siempre se respeta en el modo en que se la cita 79 o se la lee; me refiero justamente a este
sujeto tácito “nosotros” que le corresponde a la conjugación del verbo “somos”, primera persona del plural, y la
“posición de sujeto”, singular. El original francés es claro: “De notre position de sujet, nous sommes toujours
responsables”.80 Se hace imperioso señalar el contexto de la discusión que Lacan mantiene allí para apreciar
qué implicancias tiene el término “responsabilidad” para no recaer en el vicio de comentarista que hace de este
bello apotegma una de las citas privilegiadas al ser revisitada incansablemente como un slogan lacaniano, lo
cual suele ir de la mano de su dudoso valor conceptual.
La ciencia, al forcluir al sujeto despojado de subjetividad y tomado como mero objeto de medición, lo
condena a la causalidad fisicoquímica cuyas fuerzas actúan determinándole y de este modo lo
77 Ibid.
78 Lacan, J. (1953-54/2008). La ciencia y la verdad. En Escritos 2. México: Siglo XXI, p. 816.
79 Por ejemplo: Pujó, M. (2010). Crímenes y pecados. Psicoanálisis y el Hospital, 38, 100.
80 Lacan, J. (1966/1999). La science et la vérité. En Écrits II. Paris: Seuil, p. 339.
desresponsabiliza y le habilita el refugio en el “alma bella”. Esta es la interlocución que está en juego en este
escrito La ciencia y la verdad -donde precisamente Lacan se esfuerza por distinguir el psicoanálisis de la
ciencia, la magia y la religión-, y por eso acto seguido agrega: “La posición de psicoanalista no deja escapatoria,
puesto que excluye la ternura del 'alma bella'”. 81 Este es el modo en que Lacan retoma la línea freudiana no
eximir de responsabilidad dejando disponible la coartada del alma bella que denuncia lo que padece sin
reconocer su participación.
No se trata entonces de los sujetos que somos responsables. Lacan tampoco dice que el sujeto se hace
responsable, ni que cada uno de nosotros es un sujeto responsable. Se siente en esas interpretaciones el
deslizamiento del discurso analítico en caída libre hacia la degradación en discurso jurídico. Si “sujeto” es -
como ya señalamos- una posición que carece de reflexividad, entonces no se trata en un psicoanálisis de un
sujeto que “se hace” responsable. El cariz yoico, incluso superyoico, de esa intimación salta a la vista. ¿Quién
“se hace” responsable? Está claro que la cuestión de la libertad está ligada al sujeto, pero entendido como falta-
en-ser, por lo cual el problema de la pregunta por el agente de la responsabilización deriva en la pregunta por la
causa. Libertad y responsabilidad deben pensarse en el marco de lo insondable de la causa. Personne (nadie)
se hace responsable, es el deseo del psicoanalista el que no deja escapatoria: la de disculparse en los
determinismos, ya sean naturales, físico-químicos o incluso inconscientes, o las contingencias del tipo “me
tocaron de chiquito”. No, la posición del psicoanalista no exime de responsabilidad y allí, paradójicamente, se
pone en juego la libertad.
“Llamen a eso terrorismo donde quieran” -prosigue la cita de Lacan-.82 Efectivamente, denuncia en ese
primer enunciado una posición fundamentalista respecto de la responsabilidad. Es un enunciado extremo, aun
extremista (en el sentido en que se dice “extremista islámico”). La bomba que arroja es que el ser afectado por
el lenguaje, el hablante, no puede escapar a la responsabilidad descansando en posiciones tiernas de alma
bella. En El Seminario 12 puede leerse la responsabilidad por la posición subjetiva que alguien asume, en
términos de decir que sí o decir que no, y no como “me hago cargo”. Sus dichos ubican a alguien en la
responsabilidad. Se trata del asentimiento o rechazo del significante. La responsabilidad por la posición
respecto del significante es fundamental e ineliminable. Pero no en cualquier contexto, es una afirmación que
no debe ser desgajada de la experiencia analítica: se trata de la responsabilidad de la que la posición del
psicoanalista no exime al sujeto. Le atribuye responsabilidad por sus ocurrencias. Más precisamente podríamos
decir que el analizante es el soporte del sujeto supuesto responsabilidad. De modo que lo que llamamos
asentimiento del sujeto es asentir al Otro, pero este asentimiento no es racional ni volitivo, ni producto de
ninguna reflexión meditada, es una magnitud irracional, un hueco, hiatus irrationalis.
Que el lugar A sea para Lacan lugar por excelencia donde situar el campo de los condicionamientos y
dependencias que afectan al hablante, es una tesis que mantiene el problema: se arruina cualquier libertad para
el sujeto. ¿Es entonces un producto del Otro, dominado, efectuado, condicionado y determinado por él, pura
variable dependiente? Lo que nos quema en ello es esa determinación ineludible del Otro y el sujeto que nos
“La libertad es el derecho de hacer lo que las leyes permiten”: hace unos años, en mi largo periplo por
ese extraño país que es Rusia, me encontré con esta afirmación de la célebre emperatriz Catalina La Grande,
que elegí como epígrafe de este libro y que nos orientará en el recorrido que haremos en este punto. Afirmación
paradojal que modula la formulación anterior -que el sujeto no es libre por su dependencia del Otro-, pues
afirma la libertad a la vez que la sujeción al Otro. Esta se expresa en la misma definición de sujeto: es en el
intervalo entre el significante uno y el significante dos que emergerá el efecto sujeto. Pero, y aquí algo empieza
a aflojarse, debemos considerar que en ese “entre”, algo no se define unívocamente, que entre esos dos
significantes puede haber diferentes efectos sujeto: angustia, certeza, etc. Allí algo escapa a la determinación
absoluta y en ese intervalo el efecto es una incógnita: equis. Vale decir que por un lado Lacan subraya que el
Otro determina, pero también ubica que lo hace no inevitablemente, no inequívocamente. Vale decir que la
responsabilidad implica el asentimiento o rechazo a esos condicionamientos y determinaciones, acto que los
entroniza o no en ese lugar.
Recordemos el apólogo lacaniano de El Seminario 3 sobre el muchachito que cuando recibía una
bofetada preguntaba ¿Es una caricia o una cachetada? Al responderle la segunda opción lloraba. Si se le
respondía por la primera estaba encantado. De lo que Lacan concluye:
“Cuando se recibe una bofetada, hay muchas maneras de responder a ella además de llorar, se
puede devolverla, ofrecer la otra mejilla, también se puede decir: Golpea, pero escucha”.83
Esa variedad de respuestas que señala -allí con el objetivo de cuestionar la noción de relación de
comprensión tal como la explicita Karl Jaspers- nos ilustra la injerencia del Otro, que interpela al sujeto con su
golpe, golpe que exige respuesta, sea cualquiera de las allí listadas u otra. Puede objetarse que el ejemplo de
la bofetada sustancializa al Otro. Cabe aclarar entonces que no hay posibilidad de que el Otro no interpele.
Digamos: no hace falta que haga algo para interpelar. La sola presencia del lugar del Otro como tal interpela y
exige respuesta. Es decir que lo interpelante del Otro no son sus enunciados conformados por la concatenación
significante, lo que llamamos determinismo, sino la enunciación, aquello que excede todo enunciado, no sin
dejar marcas en él, y que pisa otro suelo que el de la determinación. Tal como formula Lacan en L’étourdit el
hecho de que se diga, acto de decir, queda olvidado en lo que se dice, en el enunciado, y es esta enunciación la
que tiene valor de interpelación.
83 Lacan, J. (1955-56/1995) El Seminario. Libro 3: Las psicosis. Buenos Aires: Paidós, p. 15.
Este sencillo apólogo puede resolverse de dos modos. El primero, concebir que ante la bofetada ya no
somos libres pues no podemos no responder, aunque se responda sin responder (vale decir la no respuesta es
una respuesta también ante la interpelación84 que impone el Otro). Aquí se presenta gráficamente lo que hemos
denominado condición y determinación del Otro: este es esencialmente interpelante. Interpela sin determinar
unívocamente pues no empuja hacia una respuesta determinada -valga la equivocidad y la redundancia-, sólo
conmina a responder. Ello plantea el espacio de emergencia del efecto sujeto y su alojamiento en ese intervalo.
Pero, consecuentemente, plantea el margen de libertad: lo que se abre allí es el conjunto de posibilidades de
respuestas a lo que me determina a responder de una manera indeterminada. La objeción que podemos
oponerle es la pregnancia que el “margen” adquiere por el hecho de que como la determinación no es plena,
entonces, se abre un margen. En síntesis, pierdo mi libertad pues debo responder, aunque la indeterminación a
una respuesta predeterminada me devuelva un margen de elección, es decir un poco de mi libertad perdida.
El segundo modo de encarar el apólogo lacaniano es acentuar lo que vamos a denominar la imputación
del Otro. El problema no es que la determinación está agujereada y que debemos elegir “dentro” de ese
margen, que la libertad es lo que me queda fuera de la determinación. Esto plantea tácitamente que el
problema es que no somos absolutamente libres, que deberíamos poder elegir “sin” márgenes. No, el núcleo
problemático es que el golpe nos imputa la libertad de responder, por lo cual la libertad se nos muestra
traumática.
Fue necesario para llegar a este punto pasar por el planteo sobre la responsabilidad subjetiva porque
nos acerca a otra veta de la libertad. Pero se hace imprescindible volver a ello una vez más para hacer una
precisión: el concepto de responsabilidad implica un presupuesto básico – el de la libertad de acción de la que
en todo caso dispone el sujeto obligado por la norma. Todo hombre que se encuentra en situación de decidir,
puede actuar de uno o de otro modo. Esto implica que al hombre le sean imputables sus acciones (y omisiones)
y hasta cierto punto las consecuencias de ellas y, entonces, responsabilizarlo por ello.
Edgardo Haimovich plantea que “hay responsabilidad, y por lo tanto sujeto, en tanto sus actos no
pueden estar asegurados por una ley; son un plus respecto a la ley a la cual responden”. 85 Es decir que la ley
obliga a una respuesta que excede a la propia ley. Esto es posible porque la ley está marcada por lo que
denomina una zona muda, que es un punto de inconsistencia que podríamos nombrar: la cadena significante no
responde. Esa ley está descompletada en cierto modo de contenido, pues nos dice que somos responsables
pero no nos dice cómo debemos serlo – tal como vimos lo plantea Freud: “me hago responsable, estoy
compelido a hacerlo de algún modo”. Vale decir que la ley pone en juego un “tú debes” universal y sin
excepciones pero marcado por una falta a nivel del contenido con el que se llena -que nos recuerda el estatuto
traumático que Lacan le reconoce al superyó en El Seminario 10 en cuanto mandato insensato, orden sin
contenido, puro empuje-. La ley conmina a responder pero no determina la modalidad de respuesta. Es un
84 Este término nos traslada a la relación sujeto-ley en tanto sujetado a la ley y entonces al tema de la responsabilidad ante la ley.
Por esa razón parte de su análisis lo haremos en lo que sigue y parte queda reservada para el capítulo dedicado a la responsabilidad,
impensable en psicoanálisis si no consideramos la constitución del sujeto en relación a la Ley, la del Otro, la del significante, la paterna,
etc.
85 Haimovich, E. (2000). La falta de fundamento de la ley. En Superyó y filiación. Destinos de la transmisión. Rosario: Laborde,
p. 130.
agujero que obliga al sujeto a tomar una decisión con un acto que excede lo que la ley dice, la ley le dice tú
debes pero no le dice qué debe. De allí el efecto sujeto dividido entendido como respuesta a la inconsistencia
de la ley a la que el Otro lo confronta. El sujeto del psicoanálisis se ubicaría así entre determinación e
indeterminación simbólica. Haimovich sostiene que la ley fuerza al sujeto, esa es su faceta de determinación,
pero paradójicamente lo fuerza a que prescinda de tomarla como garantía; por lo tanto, obliga a ir más allá de
ella. Es en este punto en el que la libertad se efectúa en acto, un acto que plantea un “más allá de”. Es decir
que plantea la responsabilidad y la posición del sujeto en relación a la determinación/indeterminación producida
por la ley.86
El sustento de esta posición se encuentra en los desarrollos de Hans Kelsen y su distinción entre ley
causal o natural y ley normativa. La primera rige en el mundo de la naturaleza y describe relaciones entre los
hechos. La segunda se aplica al orden social y no describe sino que prescribe relaciones entre ellos, vale decir
que plantea el deber. Si alguien comete un crimen debe ser sancionado, así como Freud plantea que debo
asumir la responsabilidad por los contenidos buenos y malos de mis sueños. A esta relación prescrita entre dos
hechos Kelsen la llama “imputación”. Haimovich destaca algo muy interesante: el término alemán Zurechnung,
“imputación”, desliza a Zurechnungsfähig que significa “responsabilidad”.
La responsabilidad en Kelsen es vista como la reacción del ordenamiento jurídico ante la infracción de
una norma por parte de un sujeto cuando se dan unas determinadas condiciones establecidas por dicho
ordenamiento. Esta concepción parte de la necesidad de que se produzca la infracción de una norma, de un
acto que, comúnmente, los especialistas llaman contrario a derecho. Es decir, parte de la realización de una
conducta que un ordenamiento dado considera indeseable. Por tanto, al ser considerado este actuar como no
deseable, la responsabilidad, como reacción del ordenamiento, expresa o manifiesta un reproche jurídico que
se explicita en la sanción. Entonces Kelsen considera que un individuo es responsable cuando es susceptible
de ser sancionado, independientemente de que haya cometido o no un acto jurídico. Se es responsable
cuando, según el ordenamiento jurídico, deba aplicarse al individuo una sanción, independientemente de que,
de hecho, se le aplique. Así pues, esta concepción de la responsabilidad se caracteriza por ver en la imputación
de responsabilidad una reacción del derecho contra una actuación que considera reprobable jurídicamente
hablando. Kelsen, en su Teoría Pura del Derecho define la responsabilidad como “la relación del individuo,
contra el cual se dirige la sanción, con el delito que él mismo hubiera cometido o que un tercero cometiera”. 87
Así, la responsabilidad es la relación entre la sanción y el sujeto sobre el que ésta recae, y está articulada con
el concepto de obligación, en tanto aquella nace cuando ésta se incumple, ya que es el momento en el que se
da el requisito necesario para aplicar el acto coactivo de la sanción. Aunque, a diferencia de la obligación, la
responsabilidad determina quién será el sujeto que habrá de soportar la sanción. Por lo tanto, para Kelsen “que
una persona sea legalmente responsable de determinada conducta o que sobre ella recaiga la responsabilidad
jurídica de la misma, significa que está sujeta a una sanción en el caso de un comportamiento contrario”. 88 La
86 Esta es una pata de su planteo sobre la posición del sujeto, la otra está ligada a la determinación/indeterminación producida por
el lenguaje.
87 Kelsen, H. (1994) Teoría pura del Derecho. Buenos Aires: EUDEBA, p. 137.
88 Ibid., 75.
relación entre el sujeto obligado y el sujeto responsable generalmente es de identidad. Es decir, el sujeto
obligado a una determinada conducta será el que sufre la imputación de la responsabilidad y la ejecución de la
sanción, dándose lugar a un caso de responsabilidad directa. No obstante, es posible que se produzca un caso
en el que la relación entre ambos sujetos no es la identidad, es decir, que son personas distintas, dándose lugar
a un caso de responsabilidad indirecta. La que interesa a nuestros fines es que, en este caso, al sujeto
responsable sólo le queda cumplir con la sanción, ya que no dispone de ningún medio para evitarla.
Haimovich resume el recorrido por el que Kelsen llega a este planteo de la responsabilidad como
imputación separándose progresivamente de la causalidad. 89 Lo que permite observar que para el jurista la
libertad implica el hecho de no estar sometido al principio de causalidad, libertad es ausencia de determinación
causal, en la medida en que en su origen la causalidad fue concebida como necesidad absoluta. Esta
perspectiva permite abordar la cuestión de la libertad en la práctica y la experiencia del psicoanálisis, sin
reducirlo a una experiencia yoica, en el sentido de propiciar la implicación del sujeto en aquello de lo que se
queja:
“Se suele decir que la voluntad del hombre es libre puesto que su conducta no está sometida a
las leyes causales, y en consecuencia puede ser hecho responsable de sus actos. ¿Por qué
puede alguien ser hecho responsable de sus actos? Porque en él la causalidad, como causalidad
natural, no opera: según esta concepción, criticada por Kelsen, por ser libre, alguien puede ser
hecho responsable de sus actos. Kelsen invierte el planteo. El hombre no es libre sino en la
medida en que su conducta, a pesar de las leyes naturales que lo determinan, se convierte en el
punto final de una imputación. No es que la causalidad no opere, sino que se sobreagrega, se
sobreimprime a los individuos afectados por la causalidad natural, otra cosa: la imputación.
Plantea que la libertad es introducida por la imputación, y no que alguien puede ser imputado
porque es libre. Está produciendo una inversión: un sujeto es libre porque se lo toma en una
imputación, se lo carga con un nexo imputativo”.90
En términos de Kelsen: “...si el hombre es libre en la medida en que puede ser el punto final de una
imputación, esta libertad que le es atribuida en el orden social no es incompatible con la causalidad”. 91
La libertad es atribuida por la ley. Esta conceptualización inaugura una vía para abordar nuestro tema,
la de incrustar la responsabilidad en la libertad, que nos revela su faceta paradojal: la libertad se muestra
introducida por un acto de imputación, en la medida en que la responsabilidad no surge del sujeto sino del Otro.
De allí que la libertad asuma un cariz traumático: no soy libre naturalmente 92, no la poseo ni la adquiero como
89 Obviamos aquí replicar ese recorrido, remitimos al lector al articulo citado Haimovich (2000), pp. 131-133.
90 Haimovich, E. (2000). La falta de fundamento de la ley. En Superyó y filiación. Destinos de la transmisión. Rosario: Laborde,
p. 133.
91 Kelsen, op. cit.
92 Como en cambio sí sostiene D. Winnicott: “las alternativas de libertad y falta de libertad corresponden a la naturaleza humana”.
Es por eso que le interesa la libertad, porque piensa que “un estudio del concepto de libertad nos lleva, pues, a examinar las amenazas que
la acechan”. Vale decir que si algo la amenaza, la presupone, delineando la perspectiva contraria a la que estamos promoviendo aquí. Una
atributo o término de mi dominio, la libertad me viene del Otro, como imputación en sus diversas dimensiones,
siempre traumáticas: como mandato superyoico -con la ineludible carga paradojal que el imperativo comporta
en cuanto “tu debes” insensato-, como deseo del Otro, como ley. El efecto traumático de la ley que Kelsen pone
de manifiesto nos hace concebir al sujeto del psicoanálisis como aquel al que se le imputa libertad porque se le
imputa responsabilidad, independientemente de las determinaciones inconscientes. La libertad es imputada y
ello no niega que la determinación inconsciente opere, sino que se monta sobre las determinaciones otra cosa:
un acto de imputación que ya nos traslada a otro terreno, más allá de las determinaciones. Si la libertad es un
acto de imputación, entonces el sujeto no es naturalmente libre. Pero que ella le sea imputada no lo convierte
en su poseedor sino que esa libertad que se le imputa le sigue siendo impropia. Es la paradoja de una libertad
introducida por el Otro, una elección forzada que implica no elegir entre llorar u ofrecer la otra mejilla, sino que
conlleva un estar forzado a elegir como nombre traumático de la libertad. La relación de exclusión interna del
sujeto y la libertad que se le imputa es una hiancia abierta. Por esa razón no concebimos en la experiencia del
psicoanálisis un “ser en el ejercicio positivo de una libertad”.93
Otra vuelta de tuerca permite aproximar la libertad a la indeterminación, quebrando una vez más y
desde otra perspectiva el dualismo clásico determinismo-libertad:
“Esta libertad, o sea esta indeterminación, no es una 'menor causalidad', no es una causalidad
relajada porque se ha introducido el azar, no es una causalidad debilitada. Este punto de
indeterminación, o libertad, o responsabilidad, es introducido por la imputación. La libertad es
atribuida. No es que las personas tienen libertad o son libres, la libertad le es impuesta al sujeto
por la ley”.94
de las razones que lo llevan a esta conclusión es de donde parte, de la tesis de que la libertad incumbe a la economía interna del individuo,
es decir a su organización defensiva y sin relación con el trato que recibe, o sea, la otredad no cuenta. Sin embargo, debemos reconocer
que esta tesis de una libertad natural e inherente al individuo se encuentra modulada por el hecho de que este no es independiente del
medio en que vive, por lo cual admite que “ciertas condiciones ambientales destruyen el sentimiento de libertad incluso en las personas
que podrían haber disfrutado de ella”. (En Winnicott, D. (1969). Libertad. Disponible on line en Biblioteca D. Winnicott.)
93 Lombardi, G. (2015). La libertad en psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, p. 27.
94 Haimovich, E. (2000). La falta de fundamento de la ley, op. cit., p. 133.
No hay libertad sin Ⱥ
“un síntoma no corresponde a una única fantasía inconsciente, sino a una multitud de estas; por
95 Lacan, J. (1966). Discurso de Baltimore: De la estructura como “inmixing” del prerrequisito de alteridad de cualquiera de los
otros temas, op. cit.
96 “El estatuto del inconsciente, que como les indico es tan frágil en el plano óntico, es ético”. “No es bajo un modo impresionista
que quiero decir que su quehacer es aquí ético -no pienso en ese famoso valor del sabio que no retrocede ante nada, imagen a moderar,
como todas las demás. Si formulo aquí que el estatuto del inconsciente es ético, y no óntico, es precisamente porque Freud no lo pone en
evidencia cuando da su estatuto al inconsciente”. Lacan, J. (1964/1987). El Seminario. Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, clase III.
cierto que ello no de una manera arbitraria, sino dentro de una composición sujeta a leyes”.97
Freud suscribe entonces la hipótesis determinista que parece objetar lo azaroso, sin embargo, cuando
plantea que las fantasías inconscientes pueden ser de dos tipos (las siempre inconscientes, que se
constituyeron en el inconsciente, o bien las que fueron una vez conscientes -sueños diurnos- devenidas
inconscientes por la represión) plantea que en este segundo caso su contenido -el de las fantasías que
devienen inconscientes- “pudo seguir siendo el mismo o experimentar variaciones, de suerte que la fantasía
ahora inconsciente sea un retoño de la antaño consciente”. 98 Si la fantasía se enlaza al síntoma, ¿qué podría
significar que la fantasía inconsciente puede mutar su contenido y su texto ser un retoño de la consciente?
¿Cómo se establecería con alguna certidumbre que tal elemento del contenido de una fantasía es reemplazado
por tal elemento de la otra? Si, como dice Freud, desde los síntomas la interpretación analítica permite colegir
esas fantasías inconscientes, ¿cómo saber cuál elemento de esa fantasía ha sufrido una variación respecto del
sueño diurno y cuál no? Esa laguna es la que habilita la interpretación.
Ahora bien, si la libertad debe considerarse en inmixión de Otredad, del Otro de la palabra, si es
imputada por el Otro, este no es un Otro de determinaciones ineludibles. En el condicionamiento del Otro reina
un agujero: el deseo del Otro que Lacan escribe S(Ⱥ) arriba a la izquierda en el grafo en tanto marca y falta a la
vez (presencia de una ausencia, ausencia que se hace presente). Vale decir, una estructura en falta cuyo
correlato es la ausencia de respuesta. El Otro, finalmente, no responde, no responde -en términos de Freud-
sobre el sexo ni sobre la muerte. Abismo que paradójicamente, por una parte, conmina a responder -su faz
interpelante- pero sin dar los elementos, y por no darlos, justamente por ello, deja abierta la posibilidad de
inventarlos -su faz de imputación de libertad-. El Otro interpela no desde su potencia, desde su poder de
sobredeterminación inapelable sino desde su imposibilidad de determinar, desde su mutismo, su zona muda,
desde el agujero, su indeterminación. Como bien señala Lacan: “a partir de la introducción de un Otro como
lugar de la palabra […] Sobre esa escena aparece el sujeto como sobredeterminado por la ambigüedad
inherente al discurso”.99 Subrayo: sobredeterminado por la ambigüedad, todo lo contrario de como suele
entenderse la sobredeterminación. Allí “sobredeterminado” quiere decir no muy o multideterminado sino “sobre-
determinado”: más allá de las determinaciones, por sobre ellas, por arriba, sobrepasándolas. El Otro determina
más allá de lo que dice, sobredetermina, porque determina desde la ambigüedad de su discurso -lo cual tendrá
continuidad en alienación y separación-. Los ejemplos del par y el impar que Lacan desarrolla en el
complemento a La carta robada muestran la verdadera estructura de la sobredeterminación pues el
ordenamiento mismo de la cadena significante determina, por su misma distribución al azar, la emergencia de
leyes simbólicas que hacen posible o imposible la aparición de determinados signos según el orden de la
secuencia en que se presenten. De modo que la célebre sobredeterminación freudiana es comprensible en el
marco de lo simbólico, es determinación significante, pero que incluye en su estofa la dimensión del azar, que
97 Freud, S. (1908/1976). Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad. En Obras completas. Buenos Aires:
Amorrortu, Tomo IX, p. 144.
98 Ibid., 142.
99 Lacan, J. (1958/2012). El psicoanálisis verdadero y el falso (Intervención en el IV Congreso Internacional de Psicoterapia,
Barcelona, octubre de 1958). En Otros escritos. Buenos Aires: Paidós, p. 183.
nos introduce en el registro de la apuesta y del cálculo de probabilidades, donde la probabilidad fundamental es
la del encuentro. En este sentido, la libertad se instala en la excedencia de la cadena significante, es decir de la
determinación. Lo cual significa que el efecto excede la determinación del significante y ese efecto, que es un
efecto de verdad, es la verdad de la división subjetiva.
De este modo se pone en juego la libertad en la práctica del psicoanálisis. El sujeto es el efecto del
encuentro con la insuficiencia de la palabra del Otro para ceñir la realidad sexual y el ser, frente a lo cual no
cabe otra posibilidad que apostar -y no descubrir qué soy para el Otro, develarlo o reencontrarlo o aprenderlo
(todos ellos nombres de los desvíos posfreudianos que Lacan expuso en su enseñanza)-, es una apuesta
primera, necesaria, fatal, pues el que habla no cuenta con los medios unívocos que, si existiesen lo confinarían
a la aplicación mecánica de respuestas.
Ese punto de inconsistencia del Otro, que la cadena significante no responda, imputa responsabilidad,
es decir libertad porque por no dar las respuestas obliga a buscarlas pero sin decir cómo ni dónde. Lo cual
conlleva la consideración de la respuesta a nivel de lo singular, entendido como imposibilidad de definir
modalidades de respuesta. Si alguna vez Lacan se refirió a la apuesta de Pascal es porque constata que en el
hombre hay un nudo que no admite solución racional, haciéndole lugar a lo incomprensible y el no sé qué
causal. Como señala Sara Vasallo:
“Pascal no concluye en absoluto que debamos adoptar una postura de tipo escéptico (la que
dice: no hay verdad. O toda verdad es relativa: abstengámonos de actuar o de juzgar). A eso
replica: Hay que apostar. Usted está embarcado. Su actitud frente al escepticismo consiste en
llevarlo a un punto de implosión que lo radicaliza, desembocando en una acción. Lo que no se
puede conocer, se lo actúa, sin garantía en el saber del Otro”.100
Sin embargo aquí se vislumbra en el horizonte esta dificultad: el problema es que el Otro no responde
cómo, no da los elementos para responder. Y justamente por ello tal vez el sujeto pueda articular alguna
respuesta. Pero… ¿y si los diese? ¿Si se nos planteara en nuestra práctica que un analizante encuentra quien
le dice qué quiere y cómo responder? No salgamos del atolladero sencillamente con una de esas frases a mano
siempre listas: ”es estructural”. Una respuesta escolar de este orden quiere decir todo y, por eso mismo, no
quiere decir nada.
Un paciente relataba reiteradamente una situación que lo desesperaba y lo angustiaba mucho: su mujer
nunca le decía claramente lo que quería. Enfatizaba que se tomaba el trabajo de preguntarle detalles, hasta el
más ínfimo, de aquello que deseaba: “yo intento que me diga exactamente lo que desea, y cuando creo que lo
tengo se lo doy, pero -concluye amargamente- nunca era eso...”. Es que no se trata de que el Otro es malo y no
da -los enojos con su amada su sostenían de la creencia en su malvada intencionalidad-; aunque diese y
entregue todo, aunque diga con precisión de reloj suizo lo que desea siempre, fatalmente, habrá algo que la
cadena significante en su ambigüedad no alcanzará a decir, o dice de más, o dice de menos, o dice con
100 Vasallo, S.: Sobre Pascal. Texto de circulación interna en nuestro grupo de investigación, se desconoce su publicación.
equivocidad, y en esa excedencia o incompletud o incongruencia que se presenta como una infalible discordia
se dibuja la estofa traumática de la libertad. Él, finalmente, está condenado a elegir qué darle y cómo.
Retomando el apólogo lacaniano del niño y la bofetada, además de llorar se puede devolverla, ofrecer
la otra mejilla o también se puede decir: “Golpea, pero escucha”. Lacan no es inocente al formularlo de este
modo porque la relación entre golpe y escucha es inconmensurable, porque la respuesta tiene estatuto de
palabra que puede ser escuchada y ello nos mete de lleno en el terreno de la transferencia: algo es respuesta
en la medida en que sea escuchado. El clivaje entre el golpe y la respuesta está dado por el Otro de la
transferencia. ¿Qué significa que Freud no lo exime de responsabilidad al soñante? Que lo escucha. Ese
escuchable es el acto que le atribuye, le imputa responsabilidad y, por lo mismo, libertad.
Constitución subjetiva
A modo de síntesis ordenadora, es preciso subrayar que las dos líneas que hemos proseguido en la
delimitación de la libertad del sujeto en su relación al Otro están en perfecta correlación con la duplicidad que
hallamos en el abordaje de Lacan respecto de la pregunta acerca de si el Otro es Uno. Que el Otro es Uno es
un principio teológico: los significantes pertenecen a un Otro que unifica el campo simbólico. Entonces, no hay
libertad para el sujeto, ni margen, ni poco, está sujetado al Uno. Pero si el Otro no es Uno, como también
propone Lacan, se abren para el sujeto los efectos de la falta irreductible que obstaculiza la unificación del Otro,
eso que Lacan denomina enforma de a, que implica un agujero en el saber y una disyunción con la verdad,
coalescentes con el sujeto. Libertad, en esa linea, no es exactamente la respuesta del sujeto a las
determinaciones del Otro, pues así planteado el sujeto se sustancializa, su tiempo es lineal y cronológico y la
libertad su atributo y la responsabilidad su capacidad. Más bien el sujeto se constituye en la respuesta misma a
la imputación de libertad del Otro, en tanto que no hay sujeto previo a la respuesta. La interpelación del Otro, en
su incompletud, impone la necesidad de una respuesta que será subjetiva y, además, singular (entendiendo por
eso no respuesta única sino: extraña, inclasificable y en relación con ese Otro aunque más allá de él). Es por
eso que somos necesariamente llevados a continuación a tratar estos problemas con el despliegue que
permiten las operaciones de alienación y separación.
Libertad, por fin, es el campo hiatal que se dibuja y produce en el punto del desencuentro entre el efecto
sujeto y la estructura abisal del Otro. Hiato y entre: términos de una topología de la libertad que arruina toda
idea de margen porque permiten representarse no sólo dos objetos que están en el mismo campo sino que
entre un significante y otro no hay relación. Allí como aquí, entre libertad y determinismo no hay relación, son
inconmensurables. “Margen de libertad”, expresión tan difundida como poco esclarecida, evoca cantidades:
queda un poco de libertad para el sujeto, es decir lo que escapa a la determinación del Otro. Nos parece que es
más conveniente tratarlo como un problema no cuantitativo 101 sino topológico, la libertad no “es”, no puedo
101 Tal vez la expresión grados de libertad, tal como se la emplea en estadística, represente un poco mejor lo que está en juego. En
ese ámbito significa que, de un conjunto de observaciones, los grados de libertad están dados por el número de valores que pueden ser
asignados de forma arbitraria, antes de que el resto de las variables tomen un valor automáticamente, producto de establecerse las que son
medirla aunque podamos hablar de su longitud pero una longitud tal que ningún número existente es capaz de
medir con exactitud: escandaloso oxímoron de una medida inconmensurable. El margen de libertad, si lo hay, si
tiene algún sentido denominarlo así, tiene que ver con la inadecuación entre el lenguaje y lo real, inadecuación
de la cual el sujeto es efecto en tanto se constituye en el clivaje mismo que allí se produce. Porque allí donde el
lenguaje se termina, no hay sujeto… en tanto es efecto del lenguaje y ninguna otra sustancia, ni ente, ni ser. El
margen, insistimos: si conviene seguir llamándolo así, no es lo que separa dos campos (como la tierra del agua,
la parte escrita de la hoja de la parte que queda en blanco) sino que convendría pensarlo como un margen
“interno”, al modo del límite interno de un intervalo entre dos números. 102 Margen intervalar que aloja el efecto
sujeto, paradójico, ambiguo, vacilante como su libertad, sujetada tanto como él, esa que se le impone por y en
cada tiempo de su pulsátil, inefable y estúpida ex-sistencia.
libres, esto, con el fin de compensar e igualar un resultado el cual se ha conocido previamente. El número de grados de libertad en un
sistema físico se refiere al número mínimo de números reales que es necesario especificar para determinar completamente el estado físico.
102 Nos referimos al teorema del valor intermedio demostrado por Bernard Bolzano.
Capítulo III.
Opacidades del diagnóstico en psicoanálisis
El103 largo recorrido por la historia de la psiquiatría y la psicopatología que efectuamos en el primer
capítulo pone sobre el tapete la importancia que el papel del diagnóstico ha adquirido en la práctica clínica. Es
imprescindible, por tanto, detenernos con todo el detalle que merece, en el estudio del diagnóstico, su función y
su estructura en psicoanálisis en sus diferencias con la psiquiatría.
Como hemos señalado, el interés por trazar las fronteras que distingan modalidades del padecimiento
humano, patologías, enfermedades, no es propio del psicoanálisis sino que este lo herede de la práctica
médica. No obstante ello, sólo con el nacimiento de la psiquiatría se convirtió en una exigencia científica.
Siguiendo los desarrollos de M. Foucault, quien en su Historia de la locura en la época clásica ha delineado el
recorrido de las transformaciones que la figura del loco tomará a lo largo de los tiempos, se observa cómo el
loco -vía la persona del médico- llega a ser considerado como insano y a convertirse a partir de ese momento
en objeto de investigación dentro del campo de la medicina. 104
En el siglo XIX, con la consolidación del paradigma de las enfermedades mentales, la nosografía
psiquiátrica encontró un impasse en el camino de alcanzar una delimitación clara entre las diversas
enfermedades mentales, y entre ellas y la “normalidad”. Las discusiones entre las escuelas francesa y alemana
-y sus interrelaciones-, en especial desde Emil Kraepelin en adelante, le fueron dando a ese panorama
arborescente y confuso una forma más compacta y ordenada. 105 Sin embargo, ha sido una constante, aún en
las elaboraciones nosográficas más sistemáticas, encontrarse con el siguiente problema irresuelto: el de las
formas atenuadas, rudimentarias y parciales de las psicosis. Para tomar un ejemplo bien representativo, puede
observarse que en el Tratado de Emil Kraepelin estas formas no encontraban un lugar pues no se adecuaban a
sus presupuestos nosológicos -etiológicos, sintomáticos, evolutivos y en lo atinente a las formas de terminación-
. El problema mencionado llevó a los psiquiatras a grandes debates respecto de si debían considerarlas
enfermedades mentales de pleno derecho o bien meras formas de las grandes categorías nosográficas
descritas. Ya hemos indicado a qué crisis y cambio de paradigma condujo esta discusión irresoluble como tal.
Pero es interesante distinguir en ese campo de la psiquiatría cómo el diagnóstico ha sufrido variaciones.
Retomando la distinción de Bercherie, es muy evidente el contraste existente en la modalidad diagnóstica entre
103 Este capítulo es una reelaboración, corrección y ampliación del trabajo publicado en Muñoz, P.: Las locuras según
Lacan, Bs. As., Letra Viva, 2011, bajo el título: “Estructuras y bordes”.
104 Foucault, M.: Historia de la locura en la época clásica. Fondo de Cultura económica. Breviario 191. T. 1. México,
1975. Especialmente Cap. 1, pp. 14-74.
105 Véase Bercherie, P. (1986): Los fundamentos de la clínica, Bs. As., Manantial.
la clínica sincrónica y la clínica diacrónica de la psiquiatría clásica. La modalidad clínica iniciada por Pinel y
Esquirol construyen las categorías clínicas a partir de la presencia simultánea de un conjunto de síntomas,
mientras que la segunda clínica, representada fundamentalmente por Kraepelin, construye sus categorías, por
el contrario, por medio de una secuencia temporal mediante la cual se suceden diferentes conjuntos de
síntomas que caracterizan diferentes etapas de una misma enfermedad. Aquí no se trata ya de un conjunto de
síntomas simultáneos sino de una diversidad de síntomas que van mutando según se trate de las formas del
inicio de la enfermedad, del período de estado o de la fase terminal. La metodología diagnóstica difiere
entonces, pues en la clínica sincrónica se asienta en el reconocimiento de un conjunto de síntomas simultáneos
en el presente del momento diagnóstico, mientras que en la clínica diacrónica la metodología diagnóstica
implica la construcción de una secuencia temporal de síntomas cambiantes que, sin embargo, remiten a una
posición única.
Esta distinción de dos modalidades metodológicas del diagnóstico nos puede permitir una
aproximación, somera, apenas introductoria aún, a las características del diagnóstico en psicoanálisis.
Retomémoslo en términos de la oposición entre el enfoque interpretativo y el estadístico. Como hemos ya
indicado, los DSM, nuestros modernos manuales diagnósticos y estadísticos de los trastornos mentales, surgen
como proyecto de la Asociación Americana de Psiquiatría, fuertemente influidos por el éxito de los psicotrópicos,
el avance de la biología molecular y el lobby de los laboratorios. Su propósito es obtener un código único y
consensuado, estableciendo una nosología universal que se actualizará periódicamente según los avances del
conocimiento en aquel campo. Por ello se proponen ateóricos. Este pragmatismo, con la correlativa exclusión
de la posibilidad de construir supuestos e hipótesis etiopatológicos, como consecuencia, los convierte en
manuales cuyo modelo sindrómico se desentiende de la consideración de la etiología. Su afán clasificatorio se
limita a describir hechos observables. Nuestra crítica a este modelo apunta en especial a dicho reduccionismo
clasificatorio al que conduce, no por purismo teórico sino por la concepción de la clínica que de él se deriva. En
mi opinión, tomando en consideración sus supuestos epistemológicos, está más cerca106 del modelo de Pinel y
Esquirol que de Kraepelin, es decir de la clínica psiquiátrica que surge del debate entre franceses y alemanes,
una clínica que toma en consideración no sólo el aquí y ahora del momento de la evaluación de la enfermedad
sino también su inicio, desarrollo y terminación, al par que elabora hipótesis etiopatológicas explicativas. En
este estricto sentido, y sólo en este contexto, el psicoanálisis está más cerca de este modelo de la psiquiatría
clásica -cuyo empirismo descriptivo tampoco comparte-, que de los DSM, cuyo pragmatismo se expresa en una
posición post-moderna nominalista y relativista que implica una consecuencia clínica fundamental desde la
perspectiva del psicoanálisis: deja fuera de la formulación del problema la dimensión del sujeto, en tanto que
determinado por el lenguaje y la ética que el encuentro con dicha subjetividad conlleva.
Ahora bien, en el sentido de profundizar las comparaciones, si la psiquiatría encontró dificultades
insalvables en su proyecto de delimitar categorías clínicas, dificultades homólogas enfrentaron los
psicoanalistas. En el conjunto heterogéneo y disímil que constituye lo que se ha denominado “psicoanálisis
posfreudiano” las dificultades no radicaron en las mismas de la psiquiatría (formas atenuadas o parciales) sino
106 Decimos “cerca” pues de ningún modo se los puede hacer equivaler.
en el hallazgo de formas impuras, mezclas o combinaciones que creyeron resolver con la delimitación de
categorías nuevas pero propias, independientes del saber psiquiátrico, como borderline (en el psicoanálisis de
lengua inglesa) y états limits (en el psicoanálisis de lengua francesa), conocidos en nuestra lengua como casos
de borde -los famosos borders- o como pacientes fronterizos o límites, o personalidades narcisistas u otras
nomenclaturas equivalentes.
En algunos grupos de psicoanalistas lacanianos está muy difundida la afirmación que le atribuye a Lacan
el haber logrado delimitar la tripartición estructural neurosis-psicosis-perversión, gracias a la cual estaríamos a
salvo de los efectos indeseados de aquellas malas soluciones: perderse en continuum clínicos que permiten
afirmar la psicotización de pacientes neuróticos y visceversa, con concomitantes serios desvíos en la dirección
de la cura psicoanalítica. Está por verse si es tan claro que ello pueda sostenerse de alguna afirmación de
Lacan. Suele decirse que él ha logrado reconocer esas tres estructuras que ya estaban -operando
veladamente- en Freud. Se da por descontado que esto es así, no se lo pone en cuestión. Pero
preguntémosnos -al menos, si nos resulta herético cuestionarlo- si en Freud es factible reconocer tan
claramente estas tres “estructuras clínicas”.
Corresponde entonces la siguiente aclaración. Debemos acostumbrarnos a diferenciar dos cuestiones:
identificar qué ha dicho Lacan y qué no -aunque se lo fuerce a decirlo-, por un lado, y por qué ha dicho aquello
que sí podemos constatar que ha dicho -el contexto discursivo de sus afirmaciones-, por otro. En este sentido,
es imprescindible tener presente que lo que Lacan ha teorizado siempre, pero siempre, ha sido en función de la
interlocución que ha mantenido con los psicoanalistas de su época. Y cuando comienza a teorizar los
psicoanalistas de su época habían elaborado aquellas categorías mencionadas, entre otras, que establecían
pasajes de un lado al otro de neurosis y psicosis sin solución de continuidad. Es frente a esto que Lacan
interviene y pone los puntos sobre las íes afirmando -a la vez que alza las banderas del retorno a Freud- que
para el padre del psicoanálisis las cosas eran muy distintas, que se había perdido la brújula, pues es necesario
mantener con firmeza la distinción opositiva neurosis-psicosis que Freud había forjado de manera inédita. Este
es el contexto discursivo de una afirmación que no es otra cosa que palabra de autoridad: Lacan dixit pero de la
que se extrae, a mi modo de ver, conclusiones excesivas.
Y esto es aplicable a otras afirmaciones y referencias. Por ejemplo, cuando apela a la psiquiatría clásica
retomando a sus mejores exponentes -De Clérambault, Kraepelin, etc.-, no lo hace con la intención de valorar
sus avances y recuperarlos para el psicoanálisis sino para argumentar en el interior de aquella misma
interlocución con el psicoanálisis de su época. Puede observarse que cuando distingue a De Clérambault como
su gran maestro lo hace para discutir con Jaspers -en especial para desestimar la utilidad del método
comprensivo en el psicoanálisis de la época- (esta última oposición se halla invertida en la tesis de 1932, donde
rescata a Jaspers cuestionando a De Clérambault -para rebatir su organicismo extremo haciendo entrar con
aquel el factor social (en última instancia: la otredad) vía la personalidad-). Es decir que es en el interior de esa
discusión con las ideas de su época que Lacan revaloriza a algunos de esos psiquiatras y no por un interés
especial en ellos (lo cual no quiere decir que desvalorice la experiencia clínica que encuentra en muchos de
estos autores, de los cuales extrae enseñanzas para el psicoanálisis). En efecto, el modo en que retoma a
Kraepelin en su segunda lección de El Seminario 3 es más que elocuente: cita su definición canónica de
paranoia, la de la 6ª edición de su Tratado, y la destruye rebatiendo cada uno de los puntos que la componen,
llegando a afirmar que “contradice punto por punto todos los datos de la clínica. -Y remata- Nada en ella es
cierto”. ¿Por qué querría entonces convertirlo en un autor de referencia para los psicoanalistas?
La ficción lacaniana nos propone entonces que hay tres grandes “estructuras clínicas” que abarcarían
toda la clínica freudiana y habrían resuelto los impasses psiquiátricos y posfreudianos, dotándonos de un
sistema clasificatorio superador, en tanto las estructuras no intersectan entre sí. Esta tesis conlleva -sin
explicitarlo- la suposición de una temporalidad de las “estructuras clínicas” condicionada justamente por aquello
que estas vendrían a remediar: el problema de las continuidades clínicas. En consecuencia las estructuras “son
lo que son” y lo serán por siempre. ¡La psiquiatría ha sido superada! Ya no habrán formas parciales o atenuadas
que no encajen en los cuadros bien delimitados. Todo fenómeno clínico podrá ser encuadrado. Los cuadros han
devenido “estructuras” consistentes que además pueden enriquecerse absorbiendo las “nuevas formas” que los
síntomas van asumiendo con el correr de los tiempos. El psicoanálisis lidera el progreso, ha dejado atrás la
nosología psiquiátrica inconsistente y las confusiones posfreudianas... El ideal psiquiátrico de la clasificación
absoluta es un hecho.
Si no fuésemos psicoanalistas podríamos compartir semejante éxtasis. El asunto es que siéndolo no
debemos desconocer la imposibilidad de una formalización universal totalizante sin resto. Aquellos que han
“progresado” desconociendo este real en juego, están más cerca de la psiquiatría que pretendieron superar que
de lo que Lacan concibe como psicoanalista. Esta hipótesis, nada reverente hacia la letra vindicativa de cierta
ortodoxia lacaniana, cuestiona explícitamente el siguiente hecho: hoy día, “estructuras clínicas” parece
funcionar para tal psicoanálisis lacaniano del mismo modo que “cuadros nosográficos” para la psiquiatría.
Podemos afirmar entonces que se trata de lo que se ha dado en llamar un efecto de psiquiatrización107 del
psicoanálisis, en la medida en que se los dota de existencia y consistencia.
Pero qjuizás también debamos decir, sin pretender ser provocativo pero sin preocupación si ello suscita
debates apasionados, que es una concepción francamente delirante. No existe, al menos que yo sepa, ciencia,
teoría o disciplina que se proponga que su conocimiento ha alcanzado un grado tal de elaboración que puede
conocer todos los fenómenos y procesos que abarcan su campo tanto en el presente, en el pasado como... ¡en
el futuro! ¿Alguien puede imaginar a un astrónomo afirmando que la astronomía ya ha conocido todos los tipos
de cuerpos celeste que integran el universo -que ya sabemos que es finito- y que no hay posibilidad de que
aparezca un tipo de esfera que aún no ha sido clasificado? El más amigable de sus colegas no dudaría en
tildarlo de desquiciado. Pero si eso es impensable en una ciencia exacta, ¿alguien podría afirmarlo en una
ciencia humana, tan abierta a las transformaciones que la subjetividad ha sufrido en la historia de la
humanidad? Impensable, insólito.
Ahora bien, la primera consecuencia de este modo de leer es la exaltación frenética del diagnóstico
diferencial. Es así que dicha ortodoxia supuestamente lacaniana otorga gran importancia al diagnóstico como
operación clínica fundamental para la iniciación y el transcurso de un tratamiento psicoanalítico, postulándolo
107 Término que he tomado del texto de David Kreszes: “Algunas consideraciones sobre la Verwerfung”; en Revista
Redes de la letra, Nº3, Buenos Aires, Ediciones Legere, 1994.
como una de las funciones decisivas del psicoanalista y, en especial, el diagnóstico inicial, en la medida en que
este constituye la variable determinante para decidir el tipo de dispositivo y el modo de trabajo que utilizará en
el tratamiento. Esto será objeto de debate a lo largo de estas páginas.
Si la psiquiatrización del psicoanálisis nos parece una reducción, igualmente lo es lo que podríamos
llamar su antipsiquiatrización, vale decir optar por el polo opuesto: “... desde el momento que usted hace un
diagnóstico, la etiqueta es inmediata; cuando usted dice esquizofrenia, en realidad quiere decir una cosa que no
es la esquizofrenia sino lo que el médico entiende por ella; y lo que este entiende es un juicio de valor: bueno o
malo”108.
Discutir si son más o mejores lacanianos los que lo consideran fundamental o aquellos que lo valoran
como una cuestión marginal o secundaria, o incluso contraindicado para su normal desarrollo, es una vertiente
de abordaje del problema que nos aburre. Más interesante resulta aprehender en qué concepción de la
experiencia psicoanalítica se sostiene, a partir de lo cual la discusión de si “¡diagnóstico sí!” o “¡diagnóstico no!”
pasa a segundo plano. En este sentido, autores influyentes en el psicoanálisis mundial, como Guy Le Gaufey,
llegan a cuestionar la concepción de una clínica “psicoanalítica” que deviene necesariamente, si no
psiquiatrizada, seguro psicologizada o psicopatologizada:
“Si se sostiene en efecto que la afirmación de una existencia va en contra del concepto bajo el
cual se la sitúa, -nos dice el psicoanalista francés- adiós a las viñetas clínicas y otros
pequeños relatos a los que tan afecto es actualmente el mundo 'psi', donde unos 'casos'
llegan a ubicarse ejemplarmente bajo los auspicios de una teoría más obsesionada por su
propia transmisión que por su relación incierta y enfrentada con la práctica […] tales viñetas
sólo atestiguan en escasa medida sobre la supuesta práctica en tanto que pretenden ante
todo 'ilustrar' un punto de saber teórico que se considera demasiado abstracto. […] ese 'estilo
viñeta' participa despreocupadamente de una relación con la universalidad del concepto que
transforma el saber analítico en una psicología tanto más inoportuna en la medida en que
tiene el campo demasiado libre”.109
Pues es evidente que la enseñanza de Lacan subvierte ese funcionamiento ingenuo de la universalidad
donde los casos se ordenan bajo los conceptos. “Es lo que se les escapa a todos los psicopatólogos, aun
cuando puedan pensar que están poniendo en práctica conceptos lacanianos”. 110
108 Basaglia, F., en ; Basaglia, F.; Langer, M. y otros (1978): Razón, locura y sociedad, México, Siglo XXI, 2006, pág.
29.
109 Le Gaufey, G. (2007): El “notodo” de Lacan. Consistencia lógica, consecuencias clínicas, Bs. As., El cuenco de
plata, pp. 10-11.
110 Ibíd., 11.
supuesto la última mejor que la primera- es una muestra de hasta donde puede llegar este método de lectura.
En mi opinión, nada hay más lejano a ese objetivo en la pluma del creador del psicoanálisis. Más bien interpreto
que cada vez que Freud interviene sobre la nomenclatura -ya sea para refutarla, corregirla, revitalizarla o
defenderla- no lo hace con el interés de aportar a su consolidación sino que le resulta imposible eludir los
términos y categorías clínicas que el saber de la época ha construido, pues Freud también ha teorizado en
función de la interlocución que ha mantenido con el saber de su época.
Prueba de su desinterés por construir sistemas nosológicos es lo que él mismo hace, en Puntualizaciones
psicoanalíticas sobre un caso de paranoia..., con su propuesta de sustitución de los nombres de demencia
precoz de Kraepelin y esquizofrenia de Bleuler por parafrenia. Allí mismo prosigue utilizándolos como si no se
hubiera referido a su impropiedad. En acto Freud le resta consistencia al valor de esa discusión. Incluso el
diagnóstico que propone para el Presidente Schreber de dementia paranoides debe leerse en el mismo sentido
pues está determinado no por las precisiones que hace Kraepelin en su Tratado sino en relación con la
transferencia. En efecto, sus reflexiones nosológicas culminan con la siguiente afirmación: “En general, no es
muy importante cómo se nombre a los cuadros clínicos”. 111 Lo cual demuestra que Freud no desconoce la
nosología, que hace uso de ella pues le importan ciertas distinciones, pero que su uso no reviste pretensión
universalizante, ni le adjudica importancia alguna en lo atinente a la dirección de la cura -lo que es más
sustantivo aún-. Pero entonces, ¿qué hace cuando promueve ciertas distinciones entre los cuadros clínicos?
En Sobre la iniciación del tratamiento (página 126 del tomo XII), Freud dice respecto de las elecciones
de los pacientes:
“con los enfermos de quienes sé poco, he tomado la costumbre de aceptarlos primero sólo
provisionalmente, por una semana o dos. Si uno interrumpe dentro de ese lapso, le ahorra al
enfermo la impresión penosa de un intento de curación infortunado; uno sólo ha emprendido
un sondeo a fin de tomar conocimiento del caso y decidir si es apto para el psicoanálisis [hay
que ver que es la aptitud ahí para el psicoanálisis] no se dispone de otra modalidad para ese
ensayo de puesta a prueba, como sustituto no valdrían platicas a la hora de la sesión, por
más que se las prolongase ahora ese ensayo previo ya es el comienzo del psicoanálisis, y
debe obedecer a sus reglas [es decir que no es que tenemos otra posición, la posición del
analista es siempre la misma ¿Cuál es la diferencia?] Quizás se lo pueda separar de este por
el hecho de que en aquel uno lo hace hablar al paciente y no le comunica más
esclarecimientos que los indispensables para que prosiga su relato [es decir que la diferencia
es que no interpretamos, solamente algunos esclarecimientos para que siga hablando,
algunas preguntas y nada más]. La iniciación del tratamiento por su periodo de prueba así
fijado de algunas semanas tiene además una motivación diagnóstica [ahí está el problema en
cómo lo plantea Freud] hartas veces cuando uno se enfrenta con una neurosis con síntomas
111 Freud, S. (1911): "Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descripto
autobiográficamente" (Caso Schreber). En Obras Completas, op. cit., t. XII, pág. 70.
histéricos u obsesivos pero no acusados en exceso y de duración breve [formas favorables
para el tratamiento, neurosis] debe dar cabida a la duda sobre si el caso no corresponde a un
estadio previo de la demencia precoz, y pasado más o menos un tiempo mostrará un cuadro
declarado de neurosis o psicosis, pongo en tela de juicio que resulte siempre fácil tratar el
distingo”.
O sea Freud está diciendo: está bien, hay que usar ese periodo de prueba para un diagnóstico pero no
es fácil hacerlo, no resulta fácil dice Freud. Entonces esa idea de que la estructura clínica hay que reconocerla
previamente al tratamiento es una idea que tiene que ver con esta idea de Freud, de que hay que distinguir
estructura neurótica de psicótica, y ¿qué nos dicen? Que siempre se puede reconocer. Y que cuando uno no
hace ese diagnóstico diferencial o no lo hace bien es problema de uno que no sabe bien hacerlo.
Pero debe observarse lo que agrega Freud: “Sé que hay psiquiatras que rara vez vacilan en el
diagnóstico diferencial [yo diría hay psicoanalistas que rara vez vacilan en el diagnóstico diferencial] pero me he
convencido de que se equivocan con la misma frecuencia”. Es decir que relativiza ese valor que le otorga a ese
periodo de prueba, si uno se queda con este párrafo y no lee lo que sigue uno dice: está claro periodo de
prueba y diagnóstico diferencial, ahora con toda los reparos que introduce después no me queda tan claro que
sea el valor diagnóstico diferencial del periodo de prueba.
Propongo entonces que no hay en Freud nosologías, no tendría sentido que las propusiera pues eso lo
dejaría del lado de la psiquiatría y porque él mismo está relativizando como recién citamos. Cuando Freud arma
oposiciones, lo que hace es poner a prueba hipótesis psicopatológicas, con un objetivo muy preciso:
delimitar el campo de lo analizable, de aquello que es asequible al tratamiento psicoanalítico.
Me parece perfectamente justificable reconocer al menos tres. Una primera hipótesis psicopatológica es
la de defensa, ¿qué opone Freud en esos textos que publica entre 1893-96? Lo que opone es las neurosis
(neurastenia y neurosis de angustia) a las neuropsicosis de defensa (histeria, representaciones obsesivas,
paranoia y psicosis alucinatoria crónica). Parece que en ese agrupamiento está todo junto, neurosis y psicosis,
¿qué nos dicen los psicopatólogos? Que ahí Freud no se había dado cuenta de la oposición neurosis/psicosis
¿Freud era tonto, no podía distinguir una neurosis de una psicosis? No surge de esos textos que no lo hubiera
advertido. Si los leen sin ese prejuicio no surge de los textos de Freud. Lo que Freud opone es aquello que
carece de mecanismo psíquico versus aquello que tiene mecanismo psíquico: la defensa. Si hay mecanismo
psíquico, hay representaciones y hay cargas, montos de afecto que se desplazan entre las representaciones, y
esto es lo que permite que esto sea accesible para el tratamiento respecto de esto que no lo es. Primera
hipótesis psicopatológica, la defensa, que distingue el campo de lo analizable respecto de lo que no es
analizable.
Segunda hipótesis psicopatológica: “Introducción al narcisismo”, la libido le permite ubicar la cesión o no
de la libido a personas y objetos del mundo, y eso ¿qué permite pensar? Que hay casos en que la libido no se
cede, si no se cede no hay transferencia, si no hay transferencia no hay análisis posible. Entonces acá Freud
propone otras distinciones, la hipótesis que interviene ahora permite delimitar psiconeurosis de transferencia
versus psiconeurosis narcisistas. La psiconeurosis serán “narcisistas” porque no ceden la libido al otro.
Entonces, otra vez la hipótesis psicopatológica no es otra nosología, es con la hipótesis de la libido que Freud
puede delimitar lo que es de lo que no es analizable.
Tercera hipótesis psicopatológica, “más allá del principio del placer” y la segunda tópica, es lo que
permite ubicar los conflictos entre instancias, y entonces Freud especifica cómo el conflicto entre instancias
diferencia lo que ahora va a denominar psicosis –que antes era la psiconeurosis narcisista- de neurosis de
transferencia. Ello justifica de otro modo, con otra hipótesis, la inaccesibilidad de la psicosis al tratamiento
psicoanalítico, versus las neurosis de transferencia: histeria, neurosis obsesiva y fobia. Otra vez no se trata de
nosologías sino de delimitar las condiciones de la analizabilidad. Es interesante que mantiene la nomenclatura
de neurosis narcisistas -que las sigue llamando así- pero inscribe allí solamente a la melancolía. Entonces otra
vez las hipótesis freudianas apuntan a delimitar lo analizable de lo no analizable, no me parece que es de
interés freudiano el armar categorías clínicas o nosologías, de hecho podríamos decir que el psicoanálisis de
Freud no aportó nada a los cuadros psiquiátricos, no ha engrosado nosologías.
Entonces fíjense, ¿por qué Freud necesita del diagnóstico diferencial? Porque Freud piensa que hay
determinados cuadros: neurosis narcisista, psicosis, que no son accesibles por el tratamiento psicoanalítico y
que los empeoran, entonces el necesita el diagnóstico diferencial. Lacan no. Lacan no necesita del diagnóstico
diferencial en el sentido en que lo venimos criticando, no hay un solo lugar en la obra de Lacan donde hable de
la importancia de hacer un diagnóstico diferencial equiparable al periodo de prueba que Freud señala ahí. ¿Por
qué Lacan no lo dice en ningún lado? Porque no responde a su lógica. ¿Cuál es la lógica de la obra de Lacan?
Si no seguimos la idea de estructura clínica, entonces podríamos decir que en la obra de Lacan encontramos
una posición que es otra, la que definimos así: formaciones del inconsciente versus fenómenos
elementales.
Es sabido que Freud no utiliza el término estructura y que cuando se trata de establecer oposiciones,
diferencias, es decir cuando se ve llevado a referirse a las variedades clínicas, utiliza la expresión tipos clínicos.
Las Neuropsicosis de defensa y Nuevas puntualizaciones... son los textos que suelen incluirse en lo que se ha
dado en llamar la “primera nosología freudiana”, de los que se enfatiza que inauguran las líneas fundamentales
de distinción en una nosología que va a persistir a lo largo de toda su obra. Allí donde efectúa la relación y
diferenciación entre histeria y obsesión habla de tipos con una pluralidad de formas, es decir que, a su vez,
cada uno de estos tipos admite una variedad no solo en la forma de su manifestación sino en la composición
misma. Es verdad entonces que le parece sustantivo conservar una clara diferenciación entre los tipos clínicos
pero nunca con el afán psiquiátrico clasificatorio de sostener cuadros sólidos y estables, nunca tomando el
modelo de la clínica psiquiátrica. Para tomar tan solo un ejemplo, su delimitación de una trayectoria típica de la
neurosis obsesiva no lo inscribe en la continuidad de la clínica psiquiátrica “diacrónica”. No sólo porque Freud
refuta posteriormente innumerables veces lo típico de dicha trayectoria -por ejemplo, cuestionándola
explícitamente al reconocer su empeño unificador como un exceso, o implícitamente al mostrar con el caso
paradigmático de neurosis obsesiva, el Hombre de las ratas, que no todos sus síntomas la respetan
fidedignamente- sino porque allí mismo utiliza el concepto de síntoma de un modo tan heterogéneo (llamando
síntomas a los “síntomas de la defensa”, a los síntomas del “retorno de lo reprimido”, a los síntomas que ubica
como “defensa secundaria”), que denota su falta de interés por seguir las vías psiquiátricas de su definición,
nombrando del mismo modo procesos de naturaleza muy diferentes, todos ellos incluidos en la categoría de
“síntomas”, o bien denominándolos “formas”.
Que Lacan denomine variedad clínica -con una insistencia permanente a lo largo de su enseñanza- a
esas formas freudianas, nos hace conjeturar que apunta a no confundir esos tipos freudianos con una
uniformidad. Las tipologías psiquiátricas están apoyadas en un deseo de clasificación, un afán clasificatorio
tomado prestado de un afán científico que no se halla en Freud ni en Lacan. Si el psicoanálisis, aunque con
otros términos -como estructuras, estructuras clínicas, estructuras subjetivas- hiciese lo mismo, se habrá
psiquiatrizado.
Decíamos que Freud no cuenta con la noción de estructura, sin embargo “opera” con ella -así como
Lacan afirma que Freud era un lingüista maravilloso que con su teoría de las representaciones-cosa y
representaciones-palabra se había anticipado a la lingüística estructural. Operar con una estructura implica
hallar orden y legalidad en la variablilidad de lo fenoménico: reglas recurrentes que ordenan y organizan el
campo de lo que aparece. Es decir, la estructura permite ordenar lo que se manifiesta según las leyes de su
determinación. Así opera Freud, hallando mecanismos comunes a expresiones sintomáticas muy diversas logra
delimitar los modos de estructuración de los fenómenos neuróticos a partir de organizadores teóricos tales
como Edipo y castración, conflicto y defensa, condensación y desplazamiento, etc. En la diversidad fenoménica
localiza la que se repite y el orden que la subtiende, a la vez que indaga en las diferencias y en las
especificidades de los tipos de fenómenos clínicos. Podemos entonces aceptar que Lacan afirme que Freud
opera con la estructura y que él ha ido a encontrarla allí. Por ejemplo cuando sostiene:
“el síntoma neurótico [...] pone en juego la estructura del lenguaje en general y, en particular, la
relación del hombre con el lenguaje. Mi comentario va a demostrarlo, atestiguando así que los
términos que utilizamos para volver a entender la obra de Freud, están incluidos en ella”. 112
Y que luego constata operando en los modos de argumentación freudianos, por ejemplo cuando afirma
que:
112
Lacan, J. (1954-55/1983): El Seminario. Libro 2: “El yo en la teoría de Freud”, Bs. As., Paidós, 2001, pág. 189.
113 Lacan, J. (1953-54/1981): El seminario. Libro 1: “Los escritos técnicos de Freud”, Bs. As. Paidós, pág. 179.
114 Ibíd., 184.
Ahora bien, que Lacan opere con una noción de estructura y que en su lectura promueva el
reconocimiento de su operatoria eficaz en el discurso de Freud, ha sido la fuente primordial del equívoco que ha
deslizado a pretender hallar en Freud tres grandes estructuras clínicas. En efecto, en la promoción de la
distinción estructural neurosis-psicosis-perversión suele enfatizarse que Lacan la “leyó” en la obra de Freud.
Objeciones a esta tesis hay varias. Si abundásemos en ello desviaríamos la meta, pero es preciso señalar unas
pocas cuestiones.
¿Estructuras “clínicas”?
Estos nuevos términos que aporta el psicoanálisis merecen algunos comentarios. Primero y fundamental,
evidente aunque velado, explicitemos que el sintagma “estructuras clínicas” es inexistente en la obra de Lacan.
No solo no está ni fundamentado ni justificado en los términos de su enseñanza sino que no está: Lacan jamás
habló o escribió “estructuras clínicas”. Deberíamos alguna vez explicarnos de dónde lo hemos extraído y por
qué ha prendido de semejante modo entre nosotros. El sintagma que efectivamente se ha desprendido de su
pluma es “estructuras freudianas”. Sin embargo, el uso que hace de él es sistemáticamente distinto al que
estamos acostumbrados a ver se le atribuye respecto del inexistente “estructuras clínicas”. Ya hemos
consignado cómo Lacan lo emplea en El Seminario 3:
“...el análisis del texto schreberiano nos condujo a enfatizar la importancia de los fenómenos
de lenguaje en la economía de la psicosis. En este sentido podemos hablar de estructuras
freudianas de la psicosis”.117
Nótese que Lacan no afirma que la psicosis sea una estructura freudiana, sino que hay un “de”
estratégico, preposición que denota pertenencia o posesión, indicando la materia de que está hecho algo: la
estructura de lenguaje de los fenómenos psicóticos. E insiste luego en esta formulación:
“...vamos, este trimestre, a retomar el estudio de las estructuras freudianas de las psicosis. En
efecto, se trata de lo que Freud dejó en lo concerniente a las estructuras de las psicosis, y por
lo cual las calificamos de freudianas” (subrayo los plurales, y en negrita los “de” siempre
115 Lacan, J. (1955-56/1984): El seminario. Libro 3: “Las psicosis”, op. cit., pág. 207.
116 Ibíd.
117 Ibíd., 229.
olvidados).118
Es decir, las estructuras lingüísticas que reconocemos en las psicosis, en sus variedades clínicas. Esta
afirmación prosigue en el Seminario con la definición de la noción de estructura que entiende es la que ha
podido extraer del texto freudiano y que enseguida comentaremos. Pero las referencias a esta relación de
conjunción entre fenómeno y estructura abundan en su enseñanza. Una cita más:
“un significante en tanto tal no significa nada”.125 Así, “una estructura presenta un carácter de
sistema. Consiste en elementos tales que una modificación cualquiera en uno de ellos entraña
una modificación en todos los demás”.126
En consecuencia, el diagnóstico estructural en psicoanálisis implica que no hay síntoma que sea en sí
mismo algo por fuera del sistema de relaciones con los otros elementos del sistema, vale decir la co-variancia.
Y consecuentemente se define la posición del analista como aquel que no sabe porque opera con una
estructura significante co-variante en la que los elementos no significan nada en sí mismos previo a su
intervención. Por ejemplo: si un paciente se presenta a consulta diciendo “soy un papanatas”, el analista no va a
tomar el diccionario para encontrar su definición, ni a interpretar anticipadamente que se juega algo relativo al
“papá” o las “natas” de la leche que tomaba de pequeño; más bien le pregunta qué es para él “papanatas”, le
pide que asocie libremente para ver su articulación con otros significantes. Eso define el estatuto del saber con
el que operamos en el análisis:
“el psicoanalista es llamado a esa situación como siendo el sujeto supuesto saber. Lo que él
tiene que saber, no es saber de clasificación, no es saber de lo general, no es saber de
silogismo; lo que él tiene que saber es definido por ese nivel primordial donde hay un sujeto
Es decir que debemos poder diferenciar entre el saber referencial y el saber textual del inconsciente,
pues confundirlos puede llevar a hacernos creer que el analista no sabe nada ni puede entonces operar con
ningún saber. Incluso, mas bien si su operatoria es eficaz es porque opera desde el saber que se le atribuye
transferencialmente.
Partiendo entonces de la noción lacaniana de estructura, no se puede hablar de elementos aislados que
en sí nos revelarían la “estructura subjetiva”. Así se propicia una disyunción entre el síntoma-emergente y la
estructura-esencia de la que aquel emerge. Lacan nunca suscribió una postura emergentista ni esencialista,
más bien las combatió y sostuvo que la estructura está en el fenómeno mismo. Lo cual implica rechazar la idea
de cuadro y en consecuencia es determinante en cuanto a hacer del diagnóstico algo conjetural. El
estructuralismo fue su instrumento en esa batalla para hacer desvanecer los misterios y las profundidades del
en-sí, exponiendo las cosas en la superficie a partir de correlaciones elementales.
Ahora bien, definida así la estructura y la co-variancia significante, ¿cómo concebir al sujeto si ya no
puede aceptarse que se trate de un ser neurótico, psicótico o perverso? Lacan pone el acento en el sujeto como
efecto de la estructura del significante, lo cual corresponde a esta definición: “el significante es lo que
representa a un sujeto para otro significante”, justificada en Subversión del sujeto... en 1960,128 enfatizando así
la función del significante y sus efectos: “por donde él determina, singularmente, al sujeto por arrojarle a cada
instante los efectos mismos del discurso”.129 De modo tal que el sujeto está determinado por la estructura del
lenguaje. En consecuencia, propongo entender que efectivamente Lacan retoma el saber de la psiquiatría en lo
que hace a las categorías clínicas, y entonces habla de neurosis, psicosis, perversiones, histeria, paranoia,
esquizofrenia, etc., pero con el fin de revisar sus fenómenos con la premisa de la estructura del sujeto en
cuanto determinado por la estructura del significante y del discurso, a partir de lo cual las trata como tipos
clínicos, tipos de síntoma.
Al respecto, una aclaración imprescindible: no se trata de un simple cambio de nomenclatura y de
sustituir “estructuras clínicas” por “tipos clínicos” por el solo hecho -por otra parte perfectamente constatable- de
que este término sí es empleado por Lacan y no el primero. Mi propuesta se asienta en otra razón: existe una
teoría de tipos, en matemáticas y lógica, que se utiliza para referirse a cualquier sistema formal que pueda
servir como alternativa a la teoría informal de conjuntos. Las “estructuras clínicas” responden más claramente a
dicha teoría, con tendencia a cerrar un universo o universos comparables, que las “tipologías” que, como la
Real Academia muestra, al derivarse de la definición de tipo incluye la idea de modelo, de lo ejemplar, pero en
tanto persona extraña y singular. Estas acepciones del término contrastan notablemente con la más clásica, la
127 Lacan, J. (1964-65): El Seminario. Libro 12: “Problemas cruciales para el psicoanálisis”, inédito, clase 14 del
05/05/65.
128 Lacan, J. (1960/2002): “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”. En Escritos 2,
México, Siglo XXI, 2008 (Ed. revisada), pág. 779.
129 Lacan, J. (1964-65): El Seminario. Libro 12: “Problemas cruciales para el psicoanálisis”, inédito, clase 13 del
07/04/65.
que se emplea en botánica y zoología, que concibe como tipo a cada uno de los grandes grupos taxonómicos
en que se dividen los reinos animal y vegetal, y que, a su vez, se subdividen en clases. El tipo clínico concebido
como ejemplar y singular evita la universalidad, no se afirma en la ontologización y resta consistencia al ser del
sujeto. Es este el espíritu que leo en Lacan cuando afirma en su seminario del año 1974-75 (inédito),
precisamente la sesión del 18 de febrero de 1975, que “estos síntomas particulares tienen tipos, y el síntoma
del obsesivo no es el síntoma de la histérica”.
Ahora bien, cuando Lacan comenta aquella definición de sujeto en El Seminario 12 dice que se trata de la
fórmula de la alienación en la medida en que ella representa un sujeto para otro significante pero en tanto el
significante que determina al sujeto lo barra, lo cual quiere decir vacilación, división. O sea que se trata de la
perspectiva más contraria a la ontologización del sujeto a la que se llega al hacerlo consistir por el atributo
estructural que lo localiza como sustancia en la “estructura clínica”. Lacan en sus inicios recurre al
estructuralismo para desplazar el sustancialismo en la medida en que esta es una doctrina que se funda en la
diferencia de las propiedades intrínsecas de los seres. Conlleva entonces la creencia en la existencia de
sustancias dotadas de propiedades y que pueden ser consideradas en cuanto tales. Lacan se orienta
decididamente a vaciar de consistencia la sustancia subjetiva y el estructuralismo le aporta -vía Saussure- la
noción de que en la lengua no hay más que diferencias sin términos positivos, como hemos enfatizado en el
capítulo anterior.
Es así que encontramos en Lacan la expresión escrita “el sujeto de la psicosis” 130, que podemos entender
como el sujeto que suponemos a una psicosis, no identificándolo con ella en cuanto estructura existente. No es
menos cierto que hallamos también en Lacan la expresión “sujeto psicótico”. Por tanto, la elección queda de
nuestra parte. Y elijo la expresión “sujeto de la psicosis” para utilizar, así como “sujeto de la neurosis”, etc., pero
también como modo de leer incluso la expresión “sujeto psicótico”. Más explícitamente: propongo leer “sujeto
psicótico” como “sujeto de la psicosis” (de la neurosis, etc.), en cuanto esta última expresa mejor lo que Lacan
concibe como sujeto en psicoanálisis.
El esfuerzo por restarle consistencia al sujeto y de situarlo en relación a la falta-en-ser encuentra en El
Seminario 12 una demostración lingüística: parte de un ejemplo tomado de un texto de lingüística que grafica
con claridad la estructura de un significante que representa a un sujeto para otro significante y que le permite
demostrar que un lenguaje no es sólo un sistema de convenciones. El ejemplo consiste en lo siguiente: se trata
de una pareja de amantes que para poder reunirse tiene que transmitirse un mensaje y para ello arman el
siguiente código:
130 Lacan, J. (1960/2002): “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”. En Escritos 2,
op. cit., pág. 767.
En casa de la muchacha, si las cortinas de la ventana están totalmente corridas, el código significa:
“estoy sola”; la cantidad de macetas a la vista significa la hora. Entonces, ventana descubierta con cinco
macetas según ese código quiere decir: “Sola a las cinco horas”. No voy a desarrollar aquí toda la
fundamentación de la crítica que hace Lacan a la concepción del lugar del Otro como un simple código, que
pueden encontrar entre las clases 13 y 15 del Seminario, y prosigo con la pregunta que se formula: ¿cómo es
que identificamos pura y simplemente esto con un signo, con una combinatoria de signos, como si lo único que
implicara es una luz verde entendida como parte del sistema de código del semáforo que dice prohibido venir o
camino libre? Le parece inaceptable considerar que ello se reduce meramente a ese código. No niega que
dicho código esté y esté operando pero de ninguna manera el único alcance de esto se termina en dicho código
establecido. Para demostrarlo emprende el análisis de la frase: “Sola a las cinco horas”.
Si un significante representa a un sujeto para otro significante, en la cadena significante “Sola a las cinco
horas”, ¿quién es el sujeto que está representado?, ¿cuál es el significante que representa a un sujeto para otro
significante? Es ella, la que corre la cortina y pone cinco macetas.
“Que el amante esté allí o no para recibir eso de lo cual se trata [el mensaje] -dice Lacan-, no
cambia nada del hecho que 'solo' tiene un sentido que va mucho más lejos que el de decir: luz
verde. 'Solo' ¿qué quiere decir para un sujeto?”. 131
Prosigue una reflexión que dejamos de lado pues lo que interesa destacar es que Lacan apunta al
intervalo: que “sola” queda desplazado a “solo”, es decir que “Sola a las cinco horas”, también alude a que hay
uno al que esa soledad apunta o llama y que no es cualquiera, es uno solo. Vale decir: el “sola” se desliza a
“uno solo”, hay uno al que ella está esperando y se dirige.
A continuación Lacan pasa a analizar el otro término: las 5 horas. Y entonces muestra que se puede
aplicar de distintas maneras: “Sola a las cinco” o “A las cinco solamente”. Es decir: “solo” puede ser el predicado
de “a las cinco horas”, o a la inversa, “cinco horas” el predicado de “solo” (en el sentido de “solamente”), o sea
que eso puede querer decir “Sólo a las cinco horas” (“no vengas ni antes ni después, ¡no llegues ni un minuto
más tarde!”). En fin, pero lo que fundamentalmente importa en este análisis es que “Sola a las cinco horas”
manifiesta una falta -afirma Lacan-, es algo que hace falta, es el lugar del intervalo, es el lugar del objeto a y
esa frase es entonces, en última instancia, un llamado a ese que es el que puede venir a cubrir el lugar del
agujero.
En este análisis Lacan recurre a un término tomado de los estoicos, lekton -que remite a lo que se lee-:
“lo que vemos producirse, lo que hace que como estructura significante esto se sostenga y
subsista, es en la medida en que el lekton, donde lo que es legible, de lo que así se expresa,
131 Lacan, J. (1964-65): El Seminario. Libro 12: “Problemas cruciales para el psicoanálisis”, inédito, clase 13 del 07/04/65.
deja abierta una hendidura donde se estructura la función del deseo”.132
Téngase presente que ella está representada por esos dos significantes: “Sola” y “Cinco”. Lacan dice que
“la fórmula debe aplicarse no del lado del receptor sino del lado del que emite el mensaje”, es decir que cuando
decimos que el significante representa a un sujeto para el otro significante, eso vale entonces para ella.
ventana
maceta
LEKTON
“Cinco”
“Sola”
Ahora bien, en el acto de la palabra hay un interlocutor, alguien a quien se dirige, en este caso: el
amante. Si tomamos las cosas de su lado, del que va a recibir el mensaje, es decir del lado de la enunciación,
Lacan ubica la cita, el encuentro, que no es el encuentro casual sino el encuentro programado. Entonces, de
este lado de la enunciación encontramos dos caminos: la cita, porque el mensaje implica una cita, o el sujeto
oculto, disimulado en su fantasma que implica esta división del estar sola con el deseo en suspenso y este
llamado al otro. Como el deseo es el deseo del Otro se requiere de la sanción de este Otro para el
reconocimiento de ese deseo.
Esto permite establecer una concepción de la práctica psicoanalítica que realmente es muy importante. A
partir de ello podemos concebir que en un análisis, cuando se produce un lapsus o cualquier significante en el
cual se pone el acento en tanto tal, no identificaremos al analizante con el sujeto; el sujeto que está
representado en esa cadena de significantes es el sujeto del inconsciente, y el analizante no aparece
identificado con el sujeto del inconsciente sino como posición; entonces, el analizante es el que lee ese
mensaje que viene de un lugar Otro: del sujeto del inconsciente. Es decir que el analizante está allí en el
lugar del Otro que lo lee.
Todo este trabajo tiene un valor en el contexto de lo que se propone en este capítulo y es que a partir de
ello Lacan establece una distinción entre tipos clínicos: neurosis, psicosis y perversión que no sigue los clásicos
lineamientos de las “estructuras clínicas”. En efecto, dice:
“La categoría del saber. Es allí que yace lo que nos permitió distinguir radicalmente, la función
del síntoma, si tanto es que al síntoma pudiéramos darle su estatuto como definiendo el
campo analizable, la diferencia de un signo, de una opacidad que nos permite saber qué hay
132 Ibíd.
de hepatización de un lóbulo y de un síntoma en el sentido en que debemos entenderlo como
síntoma analizable, que justamente definido, aislado como tal en el campo psiquiátrico que le
da su estatuto ontológico. Es que hay siempre en el síntoma la indicación que él es cuestión
de saber”.133
Entonces Lacan aborda “las tres variedades de psicosis, neurosis y perversión” 134 con esta noción de
síntoma ligado al saber del siguiente modo:
“Si ustedes son psicóticos eso quiere decir que se van a interesar en el mensaje
fundamentalmente en la medida en que ella sabe que ustedes lo leen. Esto es algo que
siempre permanece olvidado en el examen del psicótico, él no sabe lo que quiere decir el
mensaje...”.
Es una versión similar a lo que en El Seminario 3 llama la interpretación delirante, donde el sujeto sobre
un acontecimiento sabe que significa algo y además está seguro de que ese significado se refiere a él pero no
sabe qué significa. Aquí pareciese dar un paso más: no se trata solamente de la certeza de que eso significa
sino “él no sabe lo que quiere decir el mensaje pero el sujeto engendrado en el significante del mensaje [ella]
sabe que él [el psicótico] lo lee”. Es decir que el término sujeto no está afectado del lado del psicótico, del que lo
lee, sino de ella, la sabedora, la que sabe que él -el psicótico- lo lee. Aquí la posición psicótica se define por
creer que el Otro sabe que él lee y tratar de leer lo que cree que el Otro sabe. Obsérvese que el diagnóstico no
se establece únicamente por el síntoma sino por la relación sujeto-Otro, es decir la transferencia. Como en los
dos ejemplos siguientes.
“Si ustedes son neuróticos -prosigue Lacan-, se van a interesar en la cita y, naturalmente, para
faltar a ella”.
El neurótico falta a la cita en términos del saber, lo cual quiere decir que no quiere saber, siendo esta una
alusión a la definición del mecanismo de la represión. Y por fin
“si ustedes son perversos se van a interesar en la dimensión del deseo, ustedes son este
deseo del Otro, ustedes están capturados en ese deseo en tanto el deseo es siempre deseo
del Otro, ustedes son puras víctimas, puro holocausto del deseo del Otro como tal”.
Es decir que la posición perversa es la de ubicarse en el lugar del Otro que sanciona el deseo del sujeto
engendrado en la cadena significante: él es el que sabe pero no da a conocer su saber, sabe un saber secreto.
“el estatuto del nombre propio no posible de articular como una connotación más y más
cercada de lo que, en la inclusión clasificatoria llegará a reducirse, sino al contrario, como el
complemento de algo del otro orden que es lo que, en la lógica clásica se oponía a la relación
binaria de lo universal y lo particular, como algo tercero e irreductible, a saber: lo singular” [los
destacados me pertenecen].137
135 Ibíd.
136 Cf. Ritvo, J. (2003), “Vindicación de la psicopatología”, Imago Agenda, 73, 2003.
137 Lacan, J. (1964-65): El Seminario. Libro 12: “Problemas cruciales para el psicoanálisis”, inédito, clase 14 del 05/05/65.
resulta irreductible. Conviene ver entonces el modo en que Lacan interviene en la tensa relación entre
psiquiatría y psicoanálisis.
Ya hemos mencionado la ficción genealógica del discurso de la psiquiatría que arma Foucault en la que
exhibe cómo la locura pasa del encierro a convertirse en un objeto del saber médico mediante “la gran moral”
pineleana y el nacimiento, con ello, de la clínica psiquiátrica, las clasificaciones, nomenclaturas, taxonomías que
objetivan la locura mediante un saber pretendidamente científico. Lo que destaco aquí ahora apunta a la
eficacia del saber médico, que no radica en su saber objetivo sino en las fascinaciones que produce por su
investidura moral. Cuando el personaje del médico olvida que su eficacia proviene de allí, según Foucault, hace
consistir al saber.138
No hago este rodeo por un simple gusto por lo histórico o por erudición sino porque apunta justamente a
algo que deberíamos tener presente en la consideración del valor del diagnóstico en psicoanálisis en la medida
en que, a veces, pareciera olvidarse que dicho valor no se asienta en el saber psiquiátrico ni en las categorías
psicoanalíticas aggiornadas “en el hoy” sino en la investidura, que ya no se trata de moral sino en la que provee
la transferencia. Esto hace deconsistir la vertiente positivista del discurso psiquiátrico que domina a algunas
posturas psicoanalíticas, por lo que hacen de la locura algo en sí, objetivo y objetivable.
Retornando al modo en que Lacan interviene, recordemos que en un escrito de sus últimos años sostiene
que:
“la cuestión comienza a partir de lo siguiente: que hay tipos de síntoma, que hay una
clínica”.139
En primer lugar debe aclararse que Lacan llama clínica aquí a la descripción y delimitación de tipos. Y
en segundo lugar debe subrayarse que hace recaer sobre el síntoma cierto peso en la concepción de la clínica
y la nosología: los tipos de síntoma son el eje para ordenar la variedad clínica. Pero advirtiéndonos:
“sólo que resulta que esa clínica es de antes del discurso analítico”. 140
Es decir, la clínica que se organiza a partir de los tipos de síntomas es de antes del discurso analítico: la
clínica psiquiátrica. No es la clínica psicoanalítica. Por tanto, los tipos clínicos aislados por la psiquiatría ya no
pueden ser admitidos tal cual, sin tener en cuenta la conmoción que el cruce con el psicoanálisis les produce,
abriendo en los sistemas de clasificación psiquiátricos algunas brechas que dejan ver zonas oscuras que antes
no se evidenciaban. Quizás hallemos allí al menos un argumento para entender por qué la locura no es
138 Esto se encuentra bien expuesto y desarrollado por E. Haimovich en su artículo “Superyó: renegación de la
ficción”, en AAVV (2000): Superyó y filiación. Destinos de la transmisión, Rosario, Laborde, 2005, pp. 139-153.
139 Lacan, J. (1973/1995): “Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los Escritos“. En Uno por
Uno, Revista Mundial de Psicoanálisis, Nº 42, pág. 12.
140 Ibíd., 13.
concepto, no es categoría clínica en la obra de Lacan: que él mantenga en simultaneidad referencias filosóficas,
psiquiátricas y psicoanalíticas cuando se refiere a la locura, puede ser indicador de que busca sostener el
término en esas zonas oscuras, jugando con esas opacidades. Y prosigue la cita de Lacan:
“si éste [el psicoanálisis] le aporta una luz [a esa clínica organizada a partir de los tipos de
síntoma (y podemos decir también que si le aporta luz es porque hay allí alguna oscuridad)]
es seguro pero no cierto”.141
Seguro indica que entonces hay efectos sobre esa clínica, lo cual quiere decir que la del psicoanálisis no
es idéntica. Seguro pero no cierto: indica alguna indeterminación, es decir que hay efectos pero no están
determinados, no están fijados de un modo preciso e invariable, no tienen un valor de verdad irrefutable.
Propongo que ese margen de incertidumbre es el intersticio en el que se alojan diversas posturas. De un
lado, las que pretenden sostener cuadros psicoanalíticos consistentes (las “estructuras clínicas”); y del otro, las
que entienden la efectuación de la estructura de un fenómeno y el sujeto que se le supone como lectura en
acto, con la temporalidad lógica que le es inherente. Por supuesto que el establecimiento de estos polos supone
-como toda polarización- una reducción, pues al interior de ambos polos hay posturas diversas, matices
diferenciales que pueden señalarse.
Ahora bien, ¿en qué para el psicoanálisis la clínica que se sigue del “hay tipos de síntoma” no debe ser
igual? Dirá Lacan: “tenemos necesidad de la certeza porque sólo ella puede transmitirse, pues se
demuestra”.142 Entonces, podríamos leer allí que la clínica de antes del discurso analítico organizada a partir de
tipos de síntomas se lleva bien con la observación y clasificación, y con la mostración propedéutica que en la
enseñanza es requerida para la preparación y formación en una disciplina, pero lo propiamente psicoanalítico,
lo que este le puede aportar a esa clínica exige una certeza: la de la transmisión vía la demostración. ¿Y qué es
lo que hay que demostrar que sea propiamente analítico? En el mismo texto Lacan afirma: “Que los tipos
clínicos responden a la estructura, es algo que puede escribirse ya, aunque no sin cierta vacilación”. 143 Es decir
que Lacan sostiene la pregunta por si los tipos clínicos responden a la estructura. Y prosigue: “Sólo es cierto y
transmisible del discurso histérico […] Por lo cual indico que lo que responde a la misma estructura no tiene
forzosamente el mismo sentido”.144
Allí, al destacar esto último, localiza el sentido del síntoma como lo más singular (en tanto la significación
del sujeto atañe a su singularidad), lo que varía en la estructura, más allá que el síntoma que lo soporta puede
configurar un tipo. Vale decir que si el diagnóstico psiquiátrico opera por la taxonomía, subsumiendo un caso
particular en una regla general, refiriendo un ejemplar a una clase nosográfica, el psicoanálisis opera de otro
modo. Dice Lacan: “Por eso mismo no hay análisis sino de lo particular”. Esto es transitar de lo particular a lo
singular; de lo particular de los tipos de síntoma a lo singular del caso:
141 Ibíd.
142 Ibíd.
143 Ibíd.
144 Ibíd.
PARTICULAR → SINGULAR
La Real Academia define lo singular como lo que es solo, sin otro de su especie. Lo que debe transmitirse
y demostrarse es ese singular deducido del tipo de síntoma. Entonces hay tipos de síntoma pero cada síntoma
es diferente de un sujeto a otro, aunque en lo observable puedan parecerse. Siempre tenemos el problema de
notar lo que de cada caso se parece a otros y puede guardar elementos en común, de modo que no escapa a
cierta generalización y por tanto es universalizable. Pero el acto de diagnosticar es lo inverso de analizar. Como
lo define Michel Foucault en El nacimiento de la clínica, es hacer entrar el caso singular en una especie general
(que, agreguemos, puede tener dos niveles):
Ahora bien, esto puede conducir a la posición bastante difundida de rechazo del uso del diagnóstico en
psicoanálisis. No me parece que esa posición extrema sea la de Lacan. Hay una psicopatología a la que el
psicoanálisis desde Freud no le ha sido indiferente. Nuestra postura no tiene la ingenuidad de pretender no
reconocer diferencias entre diversos tipos de síntomas. En efecto, Lacan hace uso del diagnóstico, lo vemos
operar en el sentido de llevar lo singular a lo particular, pero lo hace de un modo que descompleta la lógica del
sistema de cuadros al no convertirlo en la ilustración de un tipo. Dice: el caso lo llevo al paradigma. Esto nos
permite pensar lo singular como lo que de cada caso, aunque se ponga en serie con algún tipo conocido,
representa una variación estructural:
SINGULAR → PARADIGMA
Es una singularidad que vacía, que descompleta en tanto no tipifica al sujeto de la enunciación sino que
delinea su estilo único. El primer ejemplo de ello que nos da Lacan es temprano: ya en su tesis doctoral de
1932, cuando presenta el caso Aimée, concluye que se inscribe dentro de los marcos de las psicosis paranoicas
pero constituye un caso paradigmático que lo lleva a darle un nombre nuevo: la paranoia de autocastigo.
Incluso llega a decir que de allí en adelante, todo caso que se le parezca podrá ser llamado paranoia de
autocastigo o caso Aimée.
En conclusión, lo singular del caso no es deducible de la “estructura clínica” en tanto constituida, en tanto
dada, por eso lo singular debe ser considerado variación estructural – pero en un sentido radical: no hay sino
variación estructural, o mejor dicho: la estructura es -siempre a posteriori- variación. Lo singular es lo atípico.
Dicho de otro modo: el diagnóstico en psicoanálisis demuestra la atipia generalizada. De ahí el valor de lo
contingente. Es decir, lo que de cada caso es paradigmático, ligado a la lógica del acto y no a la de las
estructuras preformadas y determinantes que el exceso del pensamiento psicopatológico hace consistir como
compartimientos estancos. Por lo que la singularidad no será algo meramente exclusivo y como tal sin valor de
transmisión sino que se le puede dar valor paradigmático, agujereando la consistencia de lo particular y lo
universal. Y será transmisible porque será demostrable.145
Así, el diagnóstico en psicoanálisis no se configura como una clínica descriptiva sino demostrativa de lo
radical del sujeto del inconsciente, que no es aprehensible por ninguna clasificación. Contrariamente a las
tipologías psiquiátricas, que se sostienen apuntaladas en un deseo de clasificación universalizante, el
psicoanalista opera con la singularidad que él mismo engendra en su acto (aunque la presuponga antes de su
intervención). Y en ese sentido, los tipos de síntoma no están construidos por Lacan con el afán clasificatorio
que la psiquiatría pone de manifiesto asentándose en el discurso científico, sino apuntando hacia dicha
singularidad. Olvidarlo conduce a exaltar de un modo idealizado las “estructuras clínicas” denegando que se
trata de estructuras freudianas que pueden leerse en los tipos clínicos y, en consecuencia, a enrarecer la
singularidad del síntoma al acorralarla entre lo particular y lo universal.
Por fin, retomando el comienzo de este punto, donde se sitúa que el diagnóstico implica la preocupación
por la correspondencia de un caso con un nombre en una clasificación, podríamos decir ahora que ello vale
para lo particular, pero no para lo singular porque hay una inadecuación estructural entre pensamiento y cosa,
entre lenguaje y referente, y, por tanto, hay inadecuación plena, sin resto, entre diagnóstico y caso. Hay
entonces algo como tal, como hecho de estructura, en cada caso, inclasificable:
“La función clasificatoria es demasiado parcial, nos enmascara que el nombre propio va
siempre a colocarse en el punto donde la función clasificatoria, el orden de la deixis146 escapa
no ante una particularidad demasiado grande, sino ante un desgarro, una falta un agujero del
sujeto y justamente para suturarlo, enmascararlo, pegarlo”. 147
Semejante afirmación me exime de agregar cualquier comentario al respecto. Sólo a modo de conclusión
podemos decir que si el diagnóstico en psicoanálisis se asienta en el hecho de que no hay sino variación
estructural, vale decir: singularidad, nombre propio, en última instancia la lógica ternaria de las “estructuras
clínicas” se diluye.
Por último, Lacan ha sido tan explícito en cuanto a distinguir el psicoanálisis de la psiquiatría que no ha
dudado en afirmar que el psicoanalista no es un
“...sabio, acorazado detrás de las categorías en las cuales él no tendría cajones para guardar
síntomas psicóticos, neuróticos u otros, pero en la medida en que entra en el juego
145 Muy interesante es el modo en que aborda este problema Guy Le Gaufey en El “notodo” de Lacan, op. cit.,
capítulo: “Algunas consecuencias clínicas de la diferencia lógica entrer los sexos”, donde a partir de su análisis crítico de
las categorías lógicas de lo universal, lo particular y lo singular formula el esbozo de una clínica de máxima que concluye
que lo único existente es la excepción como fenómeno cualitativo y no cuantitativo (que pretende aislar indebidamente un
porcentaje mínimo de individuos frente a una mayoría situada en posición de cuasi-universalidad).
146 Taxis: clasificar.
147 Lacan, J. (1964-65): El Seminario. Libro 12: “Problemas cruciales para el psicoanálisis”, inédito, clase 13 del 07/04/65.
significante y es en lo cual un examen clínico, una presentación de enfermos no puede
absolutamente ser la misma en el tiempo del psicoanálisis o en el tiempo que lo ha
precedido”.148 Lo que hace la diferencia es la transferencia: “En el tiempo precedente,
cualquiera fuera el genio que animara al clínico, Dios sabe si he tenido la ocasión de expresar
mi admiración por las estrofas deslumbrantes de Kraepelin cuando describía sus formas de la
paranoia, la distinción radical de lo que, al menos en teoría es exigible de la relación del
clínico al enfermo en la primera presentación. Si el clínico que presenta no sabe más que una
mitad del síntoma, es él quien tiene la carga, que no haya presentación del enfermo sino
diálogo de dos personas y que sin esta segunda persona, no habría síntoma acabado”.149
Vale decir que en psicoanálisis no hay síntoma a partir de la mirada del Otro que lo clasifica como
perteneciente a una especie mórbida a partir de ciertos signos que lo esclarecen, sino que el síntoma es
establecido como tal por quien habla de él a Otro y lo reconoce como tal en un marco transferencial al
presentarlo como un significante (el de la transferencia), que supone un sujeto, que no es causa sui sino efecto
del lenguaje.
La anticipación de Freud
El problema de los bordes, entendidos como mezclas, como mixturas, fue entrevisto por Freud muy
tempranamente, cuando en su Neuropsicosis de defensa observa que
“no es raro que una psicosis de defensa interrumpa episódicamente la trayectoria de una
neurosis histérica o mixta” (el destacado me pertenece).150
Por un lado, es cierto que en este momento inicial de su investigación Freud no parece enfatizar una
oposición neurosis-psicosis mutuamente excluyente y que, en consecuencia, esta cita podría entenderse como
su producto. En efecto, describe esquemáticamente las tres formas de la defensa: conversión, falso enlace y
desestimación, vinculándolas linealmente con histeria, neurosis obsesiva y psicosis alucinatoria,
respectivamente, aunque de inmediato aclara que dichas formas de la defensa pueden reunirse en un mismo
caso. Pero por otro lado, también es cierto que esta observación es formulada luego de reconocer: 1) la
dificultad de separar la histeria de otras formas de neurosis, lo cual lo fuerza a proponer la categoría de
“neurosis mixtas” para la combinación de histeria con fobias y/o síntomas obsesivos, de histeria con neurosis de
angustia y de neurosis obsesiva con neurastenia; y 2) la incompatibilidad de la psicosis alucinatoria con la
persistencia de la histeria y de la neurosis obsesiva (subrayo el elemento temporal que Freud contempla).
“el yo tendrá la posibilidad de evitar la ruptura hacia cualquiera de los dos lados deformándose
a sí mismo, consintiendo menoscabos a su unicidad y eventualmente segmentándose y
partiéndose”151, explicando de este modo “las inconsecuencias, extravagancias y locuras de
los hombres…”.152
Esta formulación, que encuentra continuidad en textos como Fetichismo, La escisión del yo en el proceso
defensivo y Esquema del psicoanálisis, configura una línea de investigación en Freud que retoma la idea de sus
primeros manuscritos según la cual la operación de defensa puede producir modificaciones y deformaciones en
el yo sin expresión sintomática. Cabe subrayarlo: se trata de fenómenos que para Freud no corresponden a
síntomas típicos de las neurosis y las psicosis, y que fenoménicamente se expresan bajo la forma de locuras y
extravagancias, y que quizás podemos relacionar con lo que, con Lacan, llamaríamos aspectos locos, aspectos
chiflados del fantasma, fuera del sentido común.
Por otra parte, podemos coincidir en que Lacan ha conmovido la experiencia clínica enseñando, desde
sus primeros seminarios, con la perspectiva estructuralista y su concepto de fenómeno elemental, a reconocer
psicosis en casos que no presentaban los síntomas más típicos. A partir de allí, los trabajos de los
psicoanalistas dedicados a aplicar esta conceptualización a psicóticos “no evidentes”, es decir, aquellos cuya
vida discurre por sendas “normales”, que pasan desapercibidos, que no deliran floridamente, ni alucinan, que no
han necesitado de la intervención del médico psiquiatra; psicóticos que, a diferencia de los más “ruidosos”, no lo
parecen en absoluto cuando se les observa superficialmente 153, decíamos: los trabajos sobre ellos comenzaron
a proliferar. Esta proliferación contrasta con una mucho más ínfima producción dirigida a elucidar los casos
inversos, aquellos que semejan desencadenamientos brutales de la psicosis pero el análisis concluye que se
trata de neurosis severamente descompensadas o, parafraseando a Freud, interrumpidas por un episodio
psicótico.
El problema clínico está planteado y el teórico también. La lectura lacaniana más clásica en la que las
“estructuras clínicas” no intersectan y no son combinables, impide responder con la tesis del
151
Freud, S. (1924): “Neurosis y psicosis”. En Obras completas, op. cit., Tomo XIX, pág. 158.
152 Ibíd.
153 Un interesante antecedente del modo en que la psiquiatría ha abordado este problema lo hallamos en la categoría
de “locura lúcida”, propuesta por Ulysse Trélat, en su monografía de 1861: La folie lucide étudiée au point de vue de la
famille et de la société.
desencadenamiento de una psicosis en el curso de una neurosis, o situando núcleos, o fragmentos, o partes de
una psicosis en una neurosis o viceversa, como han hecho otras escuelas de psicoanálisis. Soluciones que
tampoco nos resultan satisfactorias, por lo que tampoco responderemos con el concepto de borderline al que no
le ahorramos críticas. Sin embargo, borrar de un plumazo tantos años de trabajo de los más serios
psicoanalistas que en el mundo han intentado abordar clínica y teóricamente este problema, nos parece pecar
de ignorancia. El fanatismo lacaniano no nos hará mejores clínicos y mucho menos mejores analistas. Lacan
nunca lo hizo, y no me refiero a sus frases provocativas, del tipo “Ustedes sigan siendo lacanianos que yo soy
freudiano” -más una interpretación a sus lacanoamericanos que otra cosa-. Me refiero al modo en que él
intervino en los debates de su época, con otros psicoanalistas, a quienes cuestionaba muy duramente a veces,
por sus elaboraciones teóricas inconsistentes o por extraviar la dirección de la cura freudiana, pero a quienes
respetaba sin dudar en reconocerlos también como psicoanalistas. Por ejemplo, nombrándolos. Así, en varias
oportunidades afirma que Melanie Klein era una excelente analista pero teorizaba mal. Y si él adoptó esa
postura de respeto y cuidado por sus colegas es porque entendió que había un núcleo de verdad en sus
desarrollos en torno de los llamados “núcleos psicóticos de la personalidad” o los casos fronterizos.
“psicóticos más modestos, quienes reservan sorpresas, pero que pueden, se lo ve, fundirse en
una suerte de media: la psicosis compensada, la psicosis suplementada, la psicosis no
desencadenada, la psicosis medicada, la psicosis en terapia, la psicosis en análisis, la psicosis
que evoluciona, la psicosis sinthomada...”,154
a las que se oponen las “psicosis extraordinarias”, denominadas así por ser muy llamativas, evidentes
(Sic!). Se siente por qué a partir de semejante amontonamiento comenzaron también a proliferar entre los
psicoanalistas lacanianos las discusiones sobre el valor y la utilidad de estas categorías, discusiones que aún
no se han saldado.
Algunas críticas apuntan a que con ellas se desdibuja la oposición estructural neurosis-psicosis y tienden
a configurar una nueva categoría borde pero de orientación lacaniana. Otras radican en que se alude con esa
154 Miller, J.-A. y otros (2004): La psicosis ordinaria, Buenos Aires, Paidós.
categoría sólo descriptivamente a psicosis con fenómenos muy sutiles, poco estruendosos y fuera de la lista de
los clásicos. Unas pocas críticas se asientan en el hecho de que “psicosis ordinarias” no se distinguen de
“prepsicosis” – entendida esta como la psicosis no desencadenada que Lacan concibió desde su Seminario 3. Y
no faltan quienes expresan su disgusto por los nombres, calificándolos de bizarros, imprecisos, incluso
prejuiciosos porque lo extraordinario desvaloriza lo ordinario... En fin...
Testimonio de las discusiones aludidas es la aseveración de Eric Laurent, en la entrevista que le realizara
Jacques Munier hace pocos años, quien acepta que
"entre las neurosis clásicas por un lado y las psicosis extraordinarias por el otro, se
encuentran fenómenos mezclados, mixtos, que no son fácilmente asignables”. 155 Define así la
existencia de “un campo de exploración clínica que justamente debe ser cualitativamente
explorado156 pero advirtiendo que “neurosis y psicosis deben ser distinguidas como dos polos
completamente fundamentales".157
La versión más interesante de la prudencia que denotan las palabras de Laurent se encuentra en el texto
de J. C. Indart, Entre neurosis y psicosis (Cf. cap. I). Allí se cuestiona con firmeza el uso de dichos términos
como nuevas categorías diagnósticas, contrariando así una tendencia ya bastante difundida:
“Siempre habrá aquí o allá colegas que, por demasiado prudentes o demasiado hábiles,
entiendan ‘psicosis ordinaria’ como una clasificación fácil ante casos dudosos. No nos
interesa”.158
Hago propias estas palabras. Por lo demás, pienso que el comentario de Eric Laurent tiene el estatuto de
una interpretación dirigida a su propia comunidad analítica, de donde surgen las dificultades citadas. Es por eso
que intenta reformular y transformar las psicosis ordinarias en un programa de investigación. Con lo cual
apunta, como confiesa elegantemente Emilio Vaschetto, a “desnaturalizar las nosografías clásicamente
conocidas”159, efecto que el texto original produjo inequívocamente.
Una mención especial merece la expresión “fenómenos mixtos” que en el volumen de Indart quiere decir -
como el título de su libro- fenómenos que se ubican entre neurosis y psicosis. Es decir que entre los dos polos a
distinguir que señalaba Laurent comienzan a tenderse puentes comunicantes: “fenómenos mixtos, mezclas” 160
155
Laurent, E. (2007): "La psicosis ordinaria", en Virtualia, nº 16, Febrero-Marzo/2007;
(http://virtualia.eol.org.ar/016/default.asp?formas/laurent.html).
156 Ibíd.
157 Ibíd.
158
Indart, J. (2009): Entre neurosis y psicosis, Bs. As., Grama, pág. 13.
159 Vaschetto, E. (2008): Psicosis actuales (Hacia un programa de investigación acerca de las psicosis ordinarias);
Bs. As.; Ed. Grama; pág. 13.
160 Ibíd., 12.
que se expresan en una “zona de influencia abierta, sin frontera”. 161 Y se prosigue allí, y sin vacilar:
“Eso permite imaginar configuraciones ubicadas en zonas donde la fuerza de atracción de los
polos es más débil, o donde inclusive se neutralizan”. 162
Imaginación que parece reestablecer los continuum que las “estructuras clínicas” habían superado. Pero
llevemos el término un poco más lejos: imaginarización... de la existencia de esos polos como entidades
objetivables.
Es verdad que el autor modula estas afirmaciones con aclaraciones que orientan su sentido en la
dirección contraria pero el problema -en mi opinión- es que se recurre a términos o expresiones que están
impregnadas de una concepción de la clínica que es la que paradójicamente se considera ya superada. ¿Quien
puede operar como amo del lenguaje pretendiendo evitar que escuchemos en la expresión fenómeno mixto lo
que conocemos como bordes? ¿O para extraer de su campo semántico lo que de mixto alude a mixtura, a
mezcla? Hace falta mucho más que una sugerencia de lectura para liberar a un término de la carga de sentido
de que ha sido dotado por su uso en el seno de una comunidad. Quizás tampoco alcance un exorcismo. El
lenguaje nos agita, sus efectos se nos escapan, no son calculables ni domeñables.
Un ejemplo de cuidado al respecto quizás sea la elección de términos que hace el mismo Lacan cuando
en De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis, en su búsqueda de la estructura de la
alucinación psicótica, evita referirse a los términos sujeto y objeto para no quedar tomado de la teoría de la
percepción e introduciendo dos téminos de la Escuela, la escolástica, percipiens y perceptum, poniendo así en
tela de juicio el saber constituido -el que nos enseñan en la escuela con minúscula- respecto de qué es un
sujeto que percibe y un objeto percibido.
Reflexiones del mismo tono nos suscitan algunas conclusiones respecto de casos que presentan
fenómenos corporales que nos resultan desconocidos y, por tanto, nos plantean la cuestión de saber si se trata
de conversiones histéricas que innovan en su semiología o se trata de fenómenos corporales psicóticos, pero
mas sutiles que los clásicos y estridentes, por ejemplo típicos de la esquizofrenia. En el trabajo sobre las
psicosis ordinarias se acuña el término “neoconversiones” para abordarlos con el objetivo de señalar que no se
trata de las clásicas conversiones histéricas freudianas. Y se argumenta que esas formas originales y diferentes
de experiencias corporales pueden ser conversiones clásicas, nuevas formas de la conversión, debido a que,
como Lacan ha afirmado reiteradamente, la histeria se desplaza y encuentra en las diversas épocas nuevas
vestiduras, nuevas “envolturas formales” para los síntomas. Desde esta perspectiva deberíamos llamar
neoconversión a todos los síntomas conversivos que no repliquen los de los Estudios sobre la histeria, puesto
que los desplazamientos de las figuras de conversión histérica estarán siempre a la altura de las épocas
venideras. Algo que Freud y Lacan entrevieron, este último incluso proponiendo la historicidad del síntoma
produciendo el neologismo hystoire (que condensa los términos historia-histeria) a partir de histoire y de
Agrega entonces que su propósito no es desestimar el empleo de los términos neurosis, psicosis y
163 Miller, J.-A. y otros (2004): La psicosis ordinaria, op. cit., pág. 249.
164 Lacan, J. (1955-56/1984): El seminario. Libro 3: “Las psicosis”, op. cit., pág. 207.
165 Vappereau, J.-M. (1998): Clínica de los procesos del nudo, Buenos Aires, Ed. Kliné, pág. 24.
perversión, sino mantenerlos, pero tal como hace Lacan en Televisión cuando habla de cómo concibe la
causalidad:
“Habla de neurosis, perversión y psicosis en la págnia 93. Pero reduce estas cuestiones a un
hecho real, y esto real no es sino mentirle al partenaire, a la pareja, al otro”.166
Si como sostiene Lacan en su Introducción a la edición alemana de los Escritos, hay una clínica que se
asienta en tipos de síntoma, tipos neuróticos, psicóticos, y esa clínica es anterior al psicoanálisis, ¿es muy
atrevido conjeturar que haya una clínica que no se asienta en los tipos de síntoma consabidos? ¿No ha sido
esa la apuesta de muchísimos psicoanalistas en el mundo? En el apartado siguiente postularé con algunos
ejemplos que para Lacan las cosas tampoco son tan estáticas como se pretende que lo sean para él. Como
afirma claramente Colette Soler en La querella de los diagnósticos:
“al menos se dice algo de todos esos síntomas […] no se los ignora; en la actualidad se dice
nada menos que son psicosis no diagnosticadas, no reconocidas, no desencadenadas, lo que
ha producido el engrosamiento de la categoría de la psicosis de modo considerable en
algunos años”.167
Un ejemplo paradigmático se encuentra en el curso dictado por J.C. Maleval: Une apprehension clinique
de la psychose ordinaire, inédito, aunque se halla versión francesa on line. Es notable el modo en que se
argumenta en este sentido de lo nuevo hoy:
“hoy los analistas se encuentran frente a demandas de sujetos para los que se plantea un
funcionamiento psicótico pero que no presentan alucinaciones, delirios ni estados
melancólicos”168 -afirma el autor- y propone que deben investigarse “algunos aspectos
relacionados con la especificidad del aflojamiento del nudo de la estructura subjetiva: indicios
de la no extracción del objeto a, aflojamientos del capitonado, prevalencias de las
identificaciones imaginarias” (traducción propia).169 Nada de ello constituye un problema en sí
mismo, salvo que se aclara a continuación que “la clínica de la psicosis ordinaria participa de
la misma estructura que la de la psicosis clínica excepto por la discreción de sus
manifestaciones y sus modos originales de estabilización”. 170
166 Ibíd.
167 Soler, C. (2009): La querella de los diagnósticos, Bs. As, Letra Viva, pág. 59.
168
Maleval, J. C. (2003): “Elements pour une apprehension clinique de la psychose ordinaire”. Dos clases dictadas en
la Universidad de Toulousse, Francia, 18 y 19 de febrero de 2003 (versión electrónica).
169 Ibíd.
170 Ibíd.
En semejante propuesta se cae en el lugar común de que una psicosis no se ha reconocido
adecuadamente por sus manifestaciones sutiles, para lo cual viene en auxilio la nueva categoría clínica, pero
sobre todo, y espero se palpe, se trata de la promoción al primer plano de los signos, las señales que permiten
distinguir una psicosis ordinaria de una extraordinaria (y entonces una neurosis de una psicosis), olvidando que
en psicoanálisis, o al menos en el de Lacan,
“la confianza que tenemos en el análisis del fenómeno es totalmente diferente a la que le
concede el punto de vista fenomenológico, que se dedica a ver en él lo que subsiste de la
realidad en sí”.171
A riesgo de cansar las orejas: concebir el fenómeno disjunto de la estructura, y el correlativo olvido de la
transferencia, es el escollo que desorienta la práctica del psicoanálisis.
Un ejemplo
A la pregunta formulada anteriormente, si hay una clínica que no se asienta en los tipos de síntoma
consabidos, reconociendo que esa ha sido la apuesta de notables psicoanalistas, podemos traer un ejemplo
poco mencionado habitualmente. Se trata de Jean-Jacques Rassial, psicoanalista francés, de formación
lacaniana que, sorprendentemente, rescata la categoría de estado límite considerándola la figura que mejor
describe al sujeto moderno, que escapa de las clasificaciones clásicas de la “psicopatología psicoanalítica”
tradicional como de la clínica estructuralista forjada por Lacan. 172 Más bien considera que sus últimos trabajos le
otorgan al estado límite un valor conceptual, especialmente a partir de su elaboración en torno del sinthome. Y
así intenta dar cuenta de una serie de estados clínicos que no son ni neuróticos ni psicóticos. En ello reside la
sorpresa, y entonces la indiferencia para con el autor por parte de cierta ortodoxia lacaniana, pues el supuesto
“psicoanálisis lacaniano puro” prescinde de esa categoría diagnóstica y entiende que más bien se trata de
pacientes neuróticos desestabilizados y al borde de la desorganización en la expresión de su malestar, o bien
psicóticos capaces de sostenerse estables ante sucesos por los cuales otros sucumbirían al hundimiento
psicótico, o bien perversos que fracasan en la confección de su libreto. Es como respuesta a este tipo de
consideraciones clínicas que Rassial escribe y asume -según su propia letra, irónica sin dudas- haber dejado de
ser un “'buen' analista lacaniano” 173 que prescindía de ese diagnóstico.
En primer lugar, aclara que utiliza un diagnóstico que no es nuevo, el de borderline, pero puede
constatarse que el concepto es transformado a lo largo de su estudio, dejando de ser lo que el psicoanálisis
anglosajón preconizaba al entreverarse con conceptos lacanianos. Por esa razón, Rassial habla especialmente
de estado límite, entendiendo por tal:
171 Lacan, J. (1955-56/1984): El seminario. Libro 3: “Las psicosis”, op. cit., pág. 207.
172 No tenemos interés en adentrarnos en el estudio de la categoría de estado límite por sí misma, sólo la incluímos
aquí por las reflexiones de Rassial, quien la emplea de un modo muy singular. Por esta razón, no retomamos a sus teóricos,
entre los que se destacan Kernberg y Kohut, por una parte, y Green y Bergeret, por otra.
173 Rassial, J.-J. (1999/2001): El sujeto en estado límite, Buenos Aires, Nueva Visión, pág. 10.
“una forma que puede adoptar la estructura aprehendida sincrónicamente -lo que contempla
sin duda la variabilidad de expresiones posibles, por cuanto, al ser singular cada vez, resulta
potencialmente infinita- de cierto modo de ser en el mundo”.174 En consecuencia: “El estado
límite no describiría entonces una estructura sino precisamente un estado, provisional o fijo y
captado en un instante de pasaje de una estructura primera, neurótica, psicótica u otra hacia
una estructura segunda”.175
Para fundamentar su tesis, propone utilizar un modelo lógico creado para definir cierto tipo de
calculabilidad en matemáticas: la máquina de Turing, que es una maquinaria de pensamiento que se emplea
para definir un concepto nuevo de calculabilidad y que responde a una operación de descomposición de
momentos llamados “estados” de la máquina. Rassial subraya que esta máquina ideal, que no comete ningún
error y que dispone de una memoria potencialmente infinita, frente a una infinidad de escrituras posibles
estampadas sobre la cinta, admite sólo un número fijo de estados posibles. Para este autor, esta máquina
modeliza, no la totalidad del aparato psíquico (lo que remitiría a una ideología cognitivista que compara
psiquismo e inteligencia artificial) sino la diferencia entre un sujeto en “estado” límite y el sujeto neurótico en
“situación límite”. Por lo tanto, su propuesta es
“concebir una clínica que se corresponda con una modalidad topológica que resultaría tanto
más apropiada cuanto que las características mayores de un estado son la inestabilidad y
fragilidad, narcisista, de la distancia entre adentro y afuera, entre real y realidad”. 176
En segundo lugar, es notable que cuando el autor argumenta en contra de las reticencias del movimiento
psicoanalítico con respecto al diagnóstico de estado límite, recurre a la formalización lógica y topológica que
Lacan lleva adelante en los años setenta, encontrando allí los mejores fundamentos para reivindicar los
términos “estado” y “límite”. Es así que se apoya en el concepto de sinthome que Lacan construye en su
Seminario 23 y escritos contemporáneos, para proponer que con dicho concepto se modifican esencialmente
las consideraciones desplegadas anteriormente por Lacan respecto de las categorías psicopatológicas
tradicionales. Rassial afirma entonces que al introducir la “locura” joyceana Lacan cambia la solución de
continuidad entre neurosis y psicosis; el cuarto nudo -dice- “necesario, aún no teniendo la misma función ni por
lo tanto el mismo dibujo según las estructuras, indica una continuidad al menos clínica, al menos segunda entre
los diferentes anudamientos, de tres redondeles o de tres espacios”. 177
En el contexto de este capítulo no podemos dejar de mencionar que, así como retomamos como positivas
Suspensión de la neurosis
Abordar las estructuras freudianas bajo la forma de las “estructuras clínicas” ha conducido a los
psicoanalistas a preocuparse por identificar cuáles son los elementos, los signos que les permiten clara y
distintamente -según la inspiración cartesiana que los inunda- ubicar una diferencia de estructura entre neurosis
y psicosis, entre neurosis y perversión, entre psicosis y perversión. Han creído rebatir así el continuum
neurosis-psicosis posfreudiano que mencionamos con anterioridad.
Esta solución supone una temporalidad: se ha creído que la diacronía de la psicosis es: primer tiempo,
psicosis no desencadenada, segundo tiempo, desencadenamiento, tercer tiempo, psicosis clínica, cuarto
tiempo, estabilización o reencadenamiento. Se ha entendido así “diacronía” de un modo incorrecto al convertirla
en mera cronología evolutiva.
Desde un punto de vista estrictamente lingüístico, sobre todo a partir de los trabajos de Benveniste y
Jakobson, Lacan propondrá que las formaciones del inconsciente se manifiestan según una estructura formal.
Se trata del discurso y de los dos ejes espacio-temporales que lo orientan: el eje paradigmático, eje de la
selección, del léxico, del tesoro de la lengua, de la sustitución y de la sincronía, eje de la metáfora, y el eje
sintagmático, de la combinación, de la contigüidad y de la diacronía, eje de la metonimia. En la concepción de
sujeto que estamos sosteniendo -ni mas ni menos que repitiendo a Lacan- el sujeto es el efecto de una
sustitución significante cuyo movimiento inaugura la metáfora y cuya consecuencia lógica es la metonimia.
Cabe aclarar que si bien es cierto que las nociones de diacronía y sincronía hicieron su entrada a partir
de los cursos de F. de Saussure, Lacan no prosigue su enseñanza. En su Curso de lingüística general Saussure
plantea que la sincronía refiere al aspecto estático de un fenómeno, vale decir que designa un estado de las
cosas en una relación de simultaneidad que no admite la intervención del tiempo. Mientras que la diacronía
consiste en tomar un objeto y estudiar sus modificaciones a través del tiempo. Lo cual ha llevado a concebirla
del lado de la evolución y la sucesión. Se trata entonces de una concepción lineal y unidimensional del tiempo
que Lacan rechaza al definir la temporalidad en psicoanálisis a partir de las nociones de anticipación y
retroacción.
Su concepción de la transferencia es el más claro ejemplo. Ella toma en cuenta un tiempo diferente de la
historia que no es el cronológico-diacrónico sino un tiempo sincrónico que como tal concierne al pasado y
permite una reflexión en cuanto al futuro. Dirá Lacan:
1) psicosis no desencadenada
2) desencadenamiento
3) psicosis clínica
4) estabilización
Veamos el tratamiento que hace Freud de la diacronía en el caso Schreber. Allí nos propone tres tiempos
ordenados según la lógica de la represión. Un primer tiempo de fijación, un segundo tiempo de retracción
libidinal (respuesta al avance de libido homosexual insoportable), que se traduce en un “fin de mundo”, tiempo
“mudo” lo llama, seguido del tercer tiempo, “ruidoso”, de la “reconstrucción” delirante del mundo perdido. 181
1) fijación
2) “fin de mundo”
3) “reconstrucción”
Ahora bien, notemos lo siguiente: del tiempo 2, del tiempo de la retracción de la libido, del retiro de la
libido de personas y cosas del mundo, no sabemos nada hasta llegado el tercer tiempo, cuando eso empieza a
hacer “ruido”. Sólo cuando Schreber anuncia: “El mundo se ha terminado” eso se produce, pero ya siendo el
tiempo de la reconstrucción el que le pone nombre a aquel. Vale decir que es un tiempo localizable en
retroacción. Del mismo modo, el primer tiempo no es sino deducible -nunca observable- luego que los
180 Lacan, J. (1953-54/1981): El Seminario. Libro 1: “Los escritos técnicos de Freud”, Bs. As., Paidós, 1995, pág.
237.
181 Freud, S. (1911): "Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descripto
autobiográficamente" (Caso Schreber). En Obras Completas, op. cit., t. XII, pp. 62-65.
fenómenos lo denuncian: Freud deduce una fijación en la paranoia en el estadio del narcisismo en la paranoia a
partir del síntoma megalómano que lee como un engrandecimiento yoico, una sobrevaluación del yo que en su
economía se entiende como un investimiento libidinal excesivo. 182 La fijación, como ese tiempo primero de los
tres de la represión es entonces suposición lógica. Lo comprueba el hecho que luego Freud decida rebautizarlo
represión primaria. Por tanto, el sentido de la flecha temporal cambia:
1) fijación
2) “fin de mundo”
3) “reconstrucción”
1) psicosis no desencadenada
2) desencadenamiento
3) psicosis clínica
4) estabilización
Corresponde entonces concluir que entendemos por “diacronía” no solo una sucesión de acontecimientos
o fases fechables sino, principalmente, la razón que dirige y orienta esa sucesión, tanto en sus momentos de
continuidad como, y sobre todo, en aquellos momentos en que la irrupción de algo que parece provenir de Otro
sitio interrumpe dicha continuidad. Tomar nota de esas discontinuidades y sus razones implica dar cuenta de la
estructura, en tanto ella se revela por las líneas de fractura y no por su apariencia de unidad.
Por otra parte, como ya hemos indicado, la noción de A como batería significante supone un todo
completo pero que incluye la dimensión de la falta en la medida en que hay significantes que no están en ella, lo
cual es conceptualizado por Lacan como tesoro del significante. Esta dimensión introduce el no-todo en la
concepción de la estructura y del sujeto. En consecuencia, es un error lógico en dos sentidos afirmar que todo
sujeto debe entrar en el trípode neurosis-psicosis-perversión: en el primer sentido, porque hay una discordancia
fundamental entre la noción de sujeto y el trípode estructuralista clasificatorio; y en el segundo sentido, porque
Lacan emplea categorías como debilidad mental y efecto psico-somático que no son abordadas con la
concepción de la estructura. La amentia de Meynert y la hipocondría son padecimientos tipificados, descritos y
reconocidos hace tiempo, sin embargo Freud nunca los ordenó del lado de las neurosis o del lado de las
182
Freud, S. (1914): “Introducción del narcisismo”. En Obras Completas, op. cit., t. XIV, pp. 65-98.
psicosis. Podríamos aumentar la lista de categorías que no responden necesariamente al encuadramiento
estructural: melancolía, pasajes al acto, adicciones, caracteropatías...
Ahora bien, esto no implica retomar las nociones de boderline, núcleos psicóticos de la personalidad,
casos fronterizos, etc. No se trata de volver a una clínica continuista, posfreudiana. La clínica lacaniana es
discontinuista, tratándose de una concepción que afecta todas sus dimensiones. La clínica lacaniana, entiendo,
es discontinuista en cuanto a neurosis y psicosis, gracias a que Lacan ubica ciertas coordenadas que permiten
discriminarlas. No estamos afirmando que el neurótico se psicotiza y visceversa. Pero tampoco concebimos
neurosis y psicosis como esencias sino como nombres de ciertos tipos de efectos del lenguaje en el
hablanteser con el sujeto que se le supone. Ello conlleva la discontinuidad pues nada indica que esos efectos
sean permanentes, inalterables, sino que comparten las mismas características y condiciones que la estructura
del lenguaje, vale decir que implican cortes, rupturas, quiebres, discontinuidades y desnaturalizaciones. Y de
igual modo concebimos al sujeto que le suponemos a la estructura y que con Lacan, pero freudianamente,
aprendimos a leer en cada fenómeno.
La exquisita afirmación de Freud no sólo no está perimida sino que está más vigente que nunca: “no es
raro que una psicosis de defensa interrumpa episódicamente la trayectoria de una neurosis histérica o mixta”.183
En efecto, Freud habla de la interrupción de la trayectoria de una neurosis, vale decir que la continuidad de la
neurosis se ve interrumpida, suspendida... Suspensión de la neurosis. Pero además esa suspensión es
episódica, es decir que no se trata del comienzo de algo estructuralmente opuesto sino de un fenómeno que no
se estructura según la lógica de oposición neurosis-psicosis. Freud afirma que un episodio psicótico interrumpe
la trayectoria de una neurosis, aceptando así que la trayectoria es susceptible de interrupciones, cortes,
discontinuidades.
Insisto: no propondremos leer la afirmación freudiana con la idea del desencadenamiento de la psicosis en lo
que parecía una neurosis, ni el despliegue de núcleos psicóticos reprimidos que ahora salen a la luz, ni la actual
referencia a la psicosis ordinaria. Entendemos esa cita, con la lógica lacaniana de la estructura freudiana legible en
el fenómeno y la temporalidad que le conviene, como la suspensión de la neurosis.
QUE DIAGNOSTICO
La ambigüedad que porta la expresión que elegí como título de estas reflexiones finales, así escrita en
mayúsculas, con las declinaciones que admite, refleja en buena medida muchas de las aristas desde las cuales
podría abordarse el problema del diagnóstico en psicoanálisis. Los ríos de tinta que han corrido al respecto, no
han zanjado las múltiples controversias que suscita.
¿Qué diagnostico? - Pregunta que apunta a aquello sobre lo que recae: ¿Un fenómeno, una enfermedad,
un síntoma, una estructura clínica, la estructura subjetiva, al enfermo, al hablante, al sujeto...?
¿Qué diagnóstico? - Modulación de la pregunta que interroga al acto mismo de diagnosticar introduciendo
una multiplicidad, un variedad, pues hay tipos de diagnóstico, modos del diagnóstico si se quiere...
183
Freud, S. (1894): “Las neuropsicosis de defensa”. En Obras completas, op. cit., pág. 61.
Psiquiátrico... psicoanalítico... suelen acompañarlo, pretendiendo así que con el adjetivo se aclara algo, que se
define una especificidad.
¿Qué, diagnostico? - Esta declinación, gracias a la puntuación que en la lectura de la frase introduce una
pausa (aquí representada por la coma), interroga al agente del acto: ¿(yo) diagnostico? Incluso con cierto tono
imperativo: ¿debo hacerlo? ¿que hago el diagnóstico? ¿se espera de mi práctica como analista la formulación
de un diagnóstico? ¿está entre mi savoire faire como analista? Cuando comente el caso en el ateneo, ¿debo
decir qué es? Una neurosis, una psicosis, una histérica, un obsesivo, un borde, un loco... ¿Quién es el agente
del diagnóstico?
¡Qué diagnostico! - Ha dejado de ser pregunta para admirarse... ¿por su justeza? ¿por su evidencia?
¿por su claridad? ¿por su novedad? El auditorio se admira...
Para hacer notar hasta qué punto el diagnóstico se debate hemos puesto en pugna dos polos extremos
respecto de cuál es el lugar que ha de otorgársele en nuestra práctica. En primer lugar, la postura que
promueve una exaltación frenética del diagnóstico diferencial: los autores le dan gran importancia como
operación clínica fundamental para la iniciación y el transcurso de un tratamiento psicoanalítico, postulándolo
como una de las funciones decisivas del psicoanalista, mientras que en el extremo opuesto se encuentran
aquellos que cuestionan la concepción de una clínica “psicoanalítica” que necesariamente devendrá psiquiatrizada
o psicologizada o psicopatologizada, sosteniendo que las viñetas clínicas y los pequeños relatos de casos no hacen
sino traicionar los pilares fundamentales del psicoanálisis e incluso la contraindicación del diagnóstico para el
normal desarrollo de la práctica analítica.
Al respecto hemos dejado abierta la pregunta por el origen de la primera valoración de la función del
diagnóstico y, junto con ella, la consolidación de la hipótesis de estructuras clínicas consistentes. Quizás sea el
siguiente texto de J.-A. Miller el que ha servido de base a esta argumentación:
“Si hay algo que la experiencia analítica puede enseñar es que exisen estructuras y que estas son
sólidas, no se modifican y no pasan de una a la otra.[...] Tanto el psicoanálisis como Lacan
acentúan que no se debe retroceder frente a un diagnóstico de estructura. […] Es necesario
rehacer la clínica. […] Necesitamos saber cuando estamos dando apoyo a alguien, que se trata
de un caso de psicosis […] Es por ello que el diagnóstico estructural puede ser importante”.184
Estas frases, las más salientes de un texto que se ordena en derredor de ellas para justificar esa posición,
junto con otro de sus clásicos textos “Esquizofrenia y paranoia” (en Psicosis y psicoanálisis, Bs. As., Manantial,
1985), se erigieron en los pilares fundamentales de la enseñanza de la psicopatología, dando lugar a una versión
del diagnóstico diferencial, sesgada y parcial. Es este el puntapié inicial, que encuentra luego en el mismo autor
numerosas referencias en el mismo sentido y en sus seguidores -entre los cuales se destaca Jean Claude Maleval,
uno de los más firmes teóricos de la defensa de la consistencia de las estructuras clínicas-, para luego expandirse
masivamente a través de la difusión que la Universidad pública garantiza.
184 En Elucidación de Lacan, Bs. As., Eol-Paidós, 1998, cap. “Psicoanálisis y psiquiatría”.
Es cierto que esto se produce en el contexto de la discusión con la psiquiatría, en términos de reservar para
el psicoanálisis un diagnóstico estructural mientras que a la psiquiatría le toca el diagnóstico fenoménico a secas,
por fuera de toda referencia estructural. De allí derivó en una indicación clínica: el diagnóstico previo es esencial
sobre todo en los casos en los que podía confundirse una neurosis con una prepsicosis y, en consecuencia, una
intervención errónea correría el riesgo de provocar el desencadenamiento de la psicosis. Así, un diagnóstico
equivocado conduciría al desastre. Versión superyoica que descarto por contradecir la experiencia. No la de una
intervención desafortunada, que las hay, sino la de promover la tesis -sin formularla explícitamente- de que “todo”
es clasificable, diagnosticable. Cuántas veces tenemos en tratamiento por años un paciente de quien es muy difícil
concluir un diagnóstico y no por ello nos abstenemos de intervenir. Hay casos en que tal vez sea mejor suspender
esa elaboración de saber porque puede condicionar mucho al analista en su acción. Seriamente debemos
considerar que la experiencia es “ama”185, enseña mucho más de lo que a veces suponemos, y debemos estar
abiertos a la sorpresa, al hallazgo, no ahogándolo con nuestros saberes previos. La formulación de indicaciones
clínicas universales como la mencionada, en cierto sentido, parecen dar cuenta de la marca de origen de la
psicopatología como una disciplina puramente teórica, alejada de la experiencia, y contradicen la teoría y la práctica
del psicoanálisis.
Ni qué hablar cuando la operación diagnóstica es reducida a la aplicación de árboles de decisión
rígidamente establecidos, a grillas nosográficas -como la de los DSM- que pretenden cubrir el universo de la
clínica y al desconocimiento de la implicación de quien diagnostica en esa operación (lo cual es solidario del
desconocimiento de la función de la palabra y del campo del lenguaje en el que se desenvuelve esta clínica).
Cuando esto ocurre el diagnóstico se constituye en una suerte de definición del ser que remeda, y en verdad es
muy próxima a la que efectúa cualquier caracterología, tanto las pretendidamente científicas como la que
pueden realizar la astrología o la teoría de los arquetipos. Y no es que nos pongamos del lado de Popper ni
agitemos los argumentos propios de un lector de Mario Bunge. Sino que se trata de cómo estas
caracterizaciones pretenden definir de manera acabada y universalizante el ser de una persona a partir de una
serie de características más o menos objetivables y de una lista de denominaciones que se ajustarían
biunívocamente a esas características de manera inmutable.
El psicoanálisis, particularmente a partir de la enseñanza de Lacan, nos enseña que no es el ser lo que
cae bajo la operación diagnóstica sino lo que damos en llamar “estructura subjetiva”, tal como ya la definimos
en este mismo capítulo. Y que no nos dice tanto de cuál será el tratamiento (la “pastilla”) indicado sino que nos
abre a la posibilidad de establecer un campo transferencial en el cual una cura posible tendrá lugar.
Esto atañe también a las categorías semiológicas o diagnósticas que utilizamos en tanto son hechos de
discurso, siempre basculando en una tensión estructural entre las palabras y las cosas -como diria Foucault-. Como
afirma Jacques-Alain Miller refiriéndose al la distinción esquizofrenia-paranoia:
185 Emulando el juego que la lengua francesa permite: “maître” es amo pero también maestro.
elaboración histórica, y no creer que mediante esas categorías designamos a las cosas
mismas”186.
Tal vez por eso mismo Lacan al final de su enseñanza haya forjado algunas categorías propias, justamente
desprendiéndose de aquellas que la psiquiatría construyó durante siglos, tan sólidas como resistentes. Es cierto
que lo hizo pero de un modo extraño, en sus últimos seminarios, van apareciendo categorías nuevas: debilidad
mental, enfermedad de la mentalidad, psicosis lacaniana -como llegó a decir Lacan en el curso de una presentación
de enfermos-, y no dejemos de mencionar la más célebre de todas: el sinthome. Categorías que, así mencionadas
en conjunto, no parecen responder a ninguna regla ni sistema ni estructuración. En suma, el problema del
diagnóstico y las categorías clínicas que se emplean no es si se emplean o no, sino cómo se las emplea.
No se trata entonces del rechazo de las categorías psicopatológicas, por mas defectuosas que sean, pues
ello entraña otros riesgos, como los de ser arrastrados por discursos psicológicos dominantes o caer en las garras
del furor curandi. Es cierto que lacan en sus inicios trasladó sus descubrimientos a la consideración psicopatológica.
Pero esta operación de traslado cesó pasado el tiempo de los primeros seminarios.187 Como lo prueba ese hápax
que consituye la expresión “psicopatología psicoanalítica”188 en la pluma de Lacan, que no alcanza para propiciar
su existencia como tal ni para dar a entender, como se ha pretendido, que ya “desde” temprano se encuentra en su
obra. Habría que corregir: no es “desde”, sino únicamente, “en un texto temprano” como el Discurso de Roma.
Habría que aclarar también al lector desprevenido, para que no resulte engañado, que el contexto del empleo de
esa expresión por parte de Lacan es muy otro que el de su postulación, su justificación o su defensa. Apenas se
refiere a qué condiciones según Freud debe cumplir un síntoma para ser admitido en la psicopatología
psicoanalítica; vale decir que su empleo en este contexto vale casi como un sinónimo de “patológico”, qué hace que
un síntoma sea considerado tal en psicoanálisis.
En suma, se trata aquí de advertir -a quienes se adentran en la fascinante aventura del estudio de la
psicopatología- que pretender justificar una psicopatología propiamente psicoanalítica conduce a algunos impasses
difíciles de resolver, mientras que se explican mucho mejor en el marco de la teoria y la experiencia del
psicoanálisis – estoy pensando en la enorme multiplicidad de particularidades que no sabemos en qué generalidad
incluir. Menciono, en ese sentido, a la melancolía, que produce incidencias transversales que perturban las
clasificaciones rígidas. Por lo demás, cada vez más seguido se constata cómo el campo de la psicosis queda
reducido a un reverso negativo de la neurosis, con la teoría deficitaria que lo condena a cierto asistencialismo
psicoanalítico debido al mal entendimiento de la noción de suplencia forjada por Lacan.
Enseñamos entonces aquí psicopatología, en sus entrecruzamientos, afectaciones, alteraciones, con el
186
Miller, J.-A. (1982) “Esquizofrenia y paranoia”, en AA.VV. Psicosis y psicoanálisis, Buenos Aires,
Manantial, 1985, págs. 7-29.
187 Consideremos la hipótesis, que no voy a contrastar hoy aquí, de que el traslado cesó con la invención del objeto a
en el curso de El Seminario 10: “La angustia”. No por casualidad se propone allí desde el inicio ese aparato infernal que
retoma la dimensión dinámica que Freud elaboró tan compleja y problemáticamente en Inhibición, síntoma y angustia, me
refier al “cuadro de las coordenadas de la angustia” sobre el que nos explayaremos en un capítulo posterior.
188
Lacan, J. (1953/2002): “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”. En Escritos 1, op. cit., pp.
231-309, pág. 260.
psicoanálisis, para hacer notar todo lo que su subversión aporta: la posibilidad de considerar la irrupción de la
peculiaridad del sujeto, peculiaridad que si bien se descuenta de las categorías nosográficas, lo hace tras
pasar por ellas, vacilación productiva que denuncia la paradoja de su constitución en el campo del Otro.
Una psicopatología que en su encuentro traumático con el psicoanálisis se ve forzada a soportar el equívoco
que introduce el lenguaje y que le impide constituir “una lengua bien hecha” que nomine lo real (ideal del
psicoanálisis psicopatologizado o psiquiatrizado), una psicopatología que se ve llevada a admitir la falta, a hacer
lugar a lo que escapa a la clasificación y al imposible cierre de un universo de discurso.
Para concluir, una psicopatología que se resista a caer en la ontología. Digámoslo equivocando el término -lo
cual no es mera creación voluntaria sin una especie de lapsus, o neologismo, o chiste, que me apareció mientras
pensaba en este problema-: una psicopatología que no sea psicopatontología. La psicopatología es psicopat-onto-
logía cuando hace ontología, es decir cuando afirma el ser, las características del ser neurótico, ser psicótico… Lo
cual da vergüenza, como dice lacan (hontologie) porque es psicopa-tonto-logía, es tonto afirmar el ser.
Capítulo IV.
La influencia de la psiquiatría fenomenológica de Karl Jaspers en la obra
psiquiátrica de Lacan
189 Este capítulo es una reelaboración de un artículo publicado ya hace muchos años, Muñoz, P. (2004): “Alcances de
la influencia de Karl Jaspers en la concepción lacaniana de la paranoia. Aportes y límites”, en Investigaciones en Psicología,
Facultad de Psicología (UBA), año 9, Nº 3. Recientemente incluído en el volumen Muñoz, P. (2014): (Des)encuentros entre
fenomenología y psicoanálisis, Bs. As. EUDEBA.
190 Sobre la importancia que han tenido los aportes de Ernst Kretschmer para Lacan, Cf. capítulo siguiente en este
mismo volumen.
1. Lacan, psiquiatra
En su obra psiquiátrica, Lacan se ocupa casi exclusivamente del estudio de las psicosis paranoicas.
Pero este período de su obra anterior a toda referencia al psicoanálisis, como ya señalamos, es complejo y
pueden reconocerse en él diferentes momentos. En el primero, agrupamos tres trabajos del año 1931 que son
importantes antecedentes de lo que constituirá un año después su tesis doctoral sobre las psicosis paranoicas:
Locuras simultáneas (Lacan; Claude; Migault, 1931), Estructura de las psicosis paranoicas (Lacan, 1931) y
Escritos “inspirados”: Esquizografía (Lacan, 1931).
El segundo momento es inaugurado por su tesis doctoral del año 1932, De la psicosis paranoica y sus
relaciones con la personalidad, en el que incluimos los trabajos del año 1933 que aparecen publicados en la
edición castellana de la tesis reunidos bajo el nombre de “Primeros escritos sobre la paranoia”; ellos son: El
problema del estilo y la concepción psiquiátrica de las formas paranoicas de la experiencia, Motivos del crimen
paranoico: El crimen de las hermanas Papin y Presentación general de nuestros trabajos científicos.
Por último, un tercer momento es comprendido por sus escritos todavía psiquiátricos, pero en los que la
influencia de los preceptos del psicoanálisis comienza a hacerse sentir, ocupando un lugar más destacado que
el que tenían en la tesis. Agrupamos aquí La familia, de 1938, y algunos de los artículos publicados en su
Escritos: Más allá del “principio de realidad”, de 1936, y Acerca de la causalidad psíquica, de 1946 –obra
culminante del pensamiento psiquiátrico de Lacan–.
Para desarrollar los objetivos de nuestra asignatura, dejaremos de lado el primer período y tomaremos
esencialmente el segundo, que es en el cual se verifica la influencia de la escuela reaccional de la mano de Karl
Jaspers.
2. ¿Quién es Jaspers?
Como hemos señalado en el primer capítulo de este volumen, el desarrollo de la psiquiatría a lo largo
de los siglos XIX y XX debe entenderse como el rico pero difícil diálogo entre las escuelas francesa y alemana,
que pone de manifiesto no sólo sus similitudes y diferencias, sino también sus interrelaciones, sus paralelismos,
sus adaptaciones y las reacciones de entre las escuelas. Karl Jaspers es un importante exponente de la
psiquiatría alemana, y en el marco de este debate, tiene qué decir. Considera que la escuela alemana debe
mucho a la francesa, pues las descripciones de muchos importantes exponentes de la primera –entre los que
pueden mencionarse destaquemos Griesinger, Krafft-Ebing y Kraepelin– estaban profundamente influidas por la
obra de Esquirol.
Luego de un trabajo de investigación que comienza en 1909, publica su tratado de psiquiatría en 1913,
llamado Psicopatología general, con un interés bien preciso: el de aportar una clasificación fundada en la
reflexión metodológica y no un sistema teórico particular. Lo que allí propone es un enfoque fenomenológico de
la enfermedad mental. Las dos reediciones posteriores, de 1919 y 1922, son las que evidentemente Lacan
conoció y prueban la entrada de la influencia del método fenomenológico en su tesis doctoral, que es, lisa y
llanamente, jaspersiana.
Pero Jaspers no era solamente un clínico, sino que tenía una formación universitaria en filosofía, en
especial en fenomenología. En la primera parte de su Psicopatología general, nos da una definición de
fenomenología:
“La fenomenología tiene la misión de presentarnos intuitivamente los estados psíquicos que
experimentan realmente los enfermos, de considerarlos según sus condiciones de afinidad,
de limitarnos y de distinguirlos lo más estrictamente posible y de aplicarles términos
precisos”.191
“Tenemos que dejar de lado todas las teorías recibidas, las construcciones psicológicas, las
meras interpretaciones y apreciaciones, tenemos que dirigirnos puramente a lo que podemos
entender en su existencia real, a lo que podemos distinguir y describir. Ésta es una tarea
difícil, según enseña la experiencia. Esa especial imparcialidad fenomenológica en la
contemplación del fenómeno como tal, no es un don originario sino una adquisición laboriosa
después de un denso trabajo crítico y a menudo de esfuerzos vanos […]. Y es un esfuerzo
siempre nuevo y un bien que hay que conquistar incesantemente por la superación de los
prejuicios: la actitud, la disposición fenomenológica” (cursivas añadidas). 192
Su formación existencialista le aporta una concepción del hombre que no lo reduce a una entidad
cualquiera (un ente de razón, un ente sociable, afectivo, psíquico o biológico). El existencialismo de
Kierkegaard, en el que se apoya Jaspers, pretende centrar en la unidad del ser todo lo que de modo artificial se
excluyó de él. Es decir que el hombre es un existente que no se agota en el mero hecho de que conoce, o sea,
no es una sustancia racional. Este preciso sentido de la existencia es recogido por Heidegger y por Jaspers,
este último esencialmente con la noción de personalidad, luego empleada por Lacan como uno de los pilares
fundamentales de su tesis doctoral.
La formación de Jaspers se complementa con Dilthey y Weber. La psicología de la comprensión
diltheyana se asienta en una separación tajante entre las ciencias del espíritu y las de la naturaleza en el punto
en que los hechos espirituales no nos son dados, como los procesos naturales, a través de un andamiaje
conceptual, sino de un modo real, inmediato y completo. De allí que el hombre resulte concebido como entidad
histórica y no como naturaleza inmutable.193 La hermenéutica general que compone la psicología de Jaspers
tiene un fundamento metodológico: no la explicación, sino la comprensión –oposición que se volverá
fundamental en la psiquiatría de Jaspers, y por su intermedio, en la de Lacan–.
¿Qué es, para Dilthey, la comprensión? Es el acto original por medio del que se capta el mundo del
Erklären Verstehen
EXPLICACIÓN COMPRENSIÓN
3. La psicopatología de Jaspers
“Una psicopatología general no es sólo la exposición didáctica de lo ya existente, más bien
realiza un trabajo consciente en la ordenación del todo”.194
Con esta premisa, Jaspers justifica su intención de caracterizar comparativamente los trabajos
existentes sobre psicopatología antes de la aparición de su Psicopatología general en 1913. Señala que poco
después de su primera edición aparecieron muchos trabajos 195 que intentaron proseguir su orientación, pero
que se distinguen por su diferente propósito y que, por ende, no pueden ponerse en el mismo plano.
La psicopatología debe ocuparse de la comprensión de las relaciones significativas del yo patológico en
el mundo, y no dedicarle tanto espacio a las causas de la enfermedad mental:
En este sentido, la comprensión psicológica implica entender la génesis de los contenidos psíquicos en
función de la historia, utilizando la capacidad de “ponerse en el lugar del otro”. No podemos dejar se subrayar
aquí el estrecho lazo que esto tiene con la noción de empatía auténtica de Edmund Husserl, definida así en sus
meditaciones cartesianas, literalmente: ponerse en el lugar del otro.
En la psicopatología de Jaspers, eso se traduce prácticamente en que podrán tomarse como fenómeno
las autodescripciones de los enfermos para comprenderlas y entonces abordarlas mediante el método
fenomenológico:
“...exige la fenomenología: hay que informarse de todo fenómeno psíquico, de toda vivencia
que se manifieste en la exploración de los enfermos y en sus autodescripciones […]. Nos
sirven ante todo las autodescripciones o confidencias de los enfermos, que provocamos y
examinamos en la conversación personal”. 197
¿Por qué? Porque, piensa Jaspers, “el que experimentó por sí mismo, encuentra con facilidad la
descripción adecuada”.198 ¡Qué manera de cederle la palabra al enfermo! Si ése es el núcleo de la disposición
“el psiquiatra que solamente observa, se esforzará en vano por formular lo que puede decir el
enfermo en sus vivencias” (el subrayado es nuestro).199
El propósito de la psicopatología es, para Jaspers, estudiar el acontecer psíquico realmente consciente.
Pero no cualquier acontecer será su objeto, sino exclusivamente el patológico. ¿Por qué? Es evidente: porque
hay allí algo que es incomprensible. En los fenómenos patológicos, lo que no podemos comprender son ciertos
mecanismos anormales y entonces debemos explicarlos. Por ejemplo: podemos comprender los celos del
marido engañado, pero es incomprensible el delirio persecutorio de un paranoico y, entonces, debemos
explicarlo por la vía del encadenamiento causal. Es decir que el problema de la causalidad, lo soluciona con su
doctrina de la relación de comprensión, que será el método para establecer relaciones causales legítimas. A
esto llama “comprensión genética”.
Ahora bien, Jaspers concibe la psicopatología como el estudio de casos particulares: “Los casos en
particular quedan como fundamento de la experiencia de la psicopatología”. 200 Veamos cómo ello influencia a
Lacan en el período psiquiátrico de su obra.
Esta premisa sigue la línea de la noción de Jaspers, quien al hacer algunas observaciones sobre la
publicación de historias clínicas, destaca lo efímero de las descripciones generales y la importancia de la
descripción de casos aislados, pero subrayando la necesidad de que esas descripciones sean buenas
biografías y no fichas resumidas:
“El logro de cursos biográficos totales, que era siempre exigido por Kraepelin, se ha
transformado en el fundamento de la investigación empírico-clínica”.205
Ahora bien, las razones con las que Lacan justifica la elección del caso Aimée, nos permiten extraer
algunas conclusiones. En la segunda parte de la tesis –“El caso ‘Aimée’ o la paranoia de autocastigo”– se
ocupa de presentar el caso que le servirá de prueba a las premisas en que se funda su dilucidación de la
paranoia a partir del desarrollo de la personalidad. El caso es expuesto, en gran medida, en el primero de los
cuatro capítulos que componen esta parte. Los dos capítulos siguientes proponen su discusión diagnóstica:
primero justifica por qué se inscribe en el grupo de las psicosis paranoicas, y luego analiza si se trata de un
proceso orgánico-psíquico o una reacción. Este proceso de construcción conceptual y del diagnóstico culmina
en el cuarto capítulo, donde formulará su tesis central: que se trata de una anomalía de estructura determinada
por una fijación de desarrollo de la personalidad cuyo mecanismo es el autocastigo.
Respecto del caso Aimée, ya desde el comienzo indica que lo eligió por ser:
Es decir que Lacan utilizará el caso Aimée como prototipo de la paranoia de autopunición, pero no
como un fin en sí mismo, sino para mostrar las relaciones de la paranoia con la personalidad. Lo que le interesa
es que la relación entre la paranoia y la personalidad evidenciada en la variedad de autopunición, permite
deducir esa estructura más general que vincula entonces la paranoia en general, sea cual fuere su tipo clínico
en cada caso, con la personalidad.
Pero este planteo aún puede llevarse a su extremo: si tomamos en cuenta que, para Lacan, la paranoia
es el modelo a partir del cual pretende pensar el grupo de las psicosis en su totalidad, podríamos decir que sus
conclusiones se pueden generalizar a ese grupo y, entonces, el caso Aimée nos estaría dando la prueba de las
relaciones de la personalidad con las psicosis en general. De hecho, en la tesis afirma que las relaciones de
comprensión permiten dos cosas: por un lado, una nueva concepción del trastorno mental que posibilita aislar la
esquizofrenia como una entidad clínica autónoma y, por otro, un develamiento del orden fragmentario
característico de esta enfermedad, resaltando la discordancia como su característica distintiva. Es decir que si,
como dijimos anteriormente, las relaciones de comprensión permiten concebir la personalidad tanto en su faz
de totalidad unificada como en su faz de fragmentación, de discontinuidad fruto de esas “fuerzas interiores [...]
de naturaleza afectiva”208 que irrumpen desagregando la pretendida totalidad de esa personalidad, resulta
posible que puedan explicar tanto la paranoia como la esquizofrenia en sus relaciones con la personalidad.
Si leemos esto a partir de la concepción que Lacan tiene de las psicosis en el año 1953, confirmamos
nuestra conclusión: en el Seminario 3, ya en la primera clase afirma que “para Freud el campo de las psicosis
se divide en dos”209, al trazar una línea divisoria de aguas entre las paranoias y las esquizofrenias. En
conclusión: si la variedad clínica de las psicosis se agrupa toda en estos dos polos, paranoia y esquizofrenia, y
si ambos pueden ser explicados a partir de su relación comprensible con la estructura de la personalidad,
consideramos lícito extrapolar los resultados teóricos obtenidos en la tesis de doctorado de Lacan al campo de
la psicosis en general.
De hecho, cuando Lacan efectúa el examen clínico de su paciente, en el primer capítulo de la segunda
parte, luego de exponer el modo en que llega a determinar el diagnóstico diferencial y de citar el certificado de
quincena que había redactado en el momento en que Aimée fue internada –donde afirma que se trata de un
caso de psicosis paranoica–, dice:
“Por este certificado, y por la discusión toda del diagnóstico, se ve que hemos sido
introducidos en la investigación de los mecanismos de la psicosis”.210
5. La reacción de la personalidad
Pero la influencia de Jaspers en la tesis doctoral de Lacan va mucho más allá de la cuestión
metodológica. Si se lo lee en detalle, se constata que en él encuentra su base doctrinal. En la primera parte de
la tesis, Lacan efectúa un largo y escabroso estudio de la cuestión de la psicogenia de la paranoia, a partir de la
definición de Kraepelin, en la historia de la psiquiatría clásica en la escuela francesa y la escuela alemana.
Utilizando como eje conceptual de referencia la doctrina de Jaspers –reacción, proceso y desarrollo de la
personalidad–, toma a todos los autores del período y los clasifica o reordena dentro del marco de esos tres
términos. Así, vemos cómo agrupa en un primer capítulo todas las corrientes psiquiátricas que han pensado la
paranoia como desarrollo y reacción de la personalidad, en el sentido del desarrollo comprensible, y cómo en el
capítulo siguiente reúne las que lo hicieron en términos de proceso orgánico y psíquico; en definitiva, Lacan
lleva a cabo un vasto ordenamiento de la historia del pensamiento psiquiátrico clásico.
Luego de echar por tierra rápidamente la hipótesis de la degeneración de base de Krafft-Ebing, según la
cual la evolución del carácter típica de una personalidad anormal se volvería una psicosis paranoica, pasa a
mostrar cómo para Kraepelin el delirio no sólo la constituye, sino que es el desarrollo de la personalidad
paranoica el responsable de la deformación patológica de los sucesos de la vida común del sujeto. Es decir que
se trata para él de una disposición deficiente que determinará cierta incapacidad para enfrentar los fracasos de
la vida, ante los cuales podrán surgir respuestas delirantes. Para Lacan:
“…estas concepciones nos interesan por la manera como revelan el progreso alcanzado en
el análisis de la psicogenia del delirio. Mucho más que sobre una comparación de los
contenidos del delirio con las tendencias anteriores del sujeto, el acento recae allí sobre la
elaboración interna de las experiencias en un momento dado de la personalidad”. 211
El carácter tiene, en consecuencia, un papel predisponente, tanto como los acontecimientos ante los
cuales se reacciona y el medio que la enmarca. Lacan no deja de señalar la ambigüedad de la posición
kraepeliniana: ¿cómo conciliar el desarrollo de la personalidad por causas internas con la reacción ante causas
externas? De todos modos, considera que el psicogenetismo de Kraepelin es incontestable, pues refuta en su
Tratado decididamente la teoría que propone la paranoia como un proceso que introduce en la personalidad
algo nuevo y heterogéneo que determina su evolución futura.
Las referencias a los autores se suceden unas a otras. Sérieux, Capgras, Dromard, Dide, de
Clérambault, entre otros, serán los que llevarán a Lacan a concluir que en la escuela francesa se acentúan los
factores constitucionales en la psicogenia de las psicosis paranoicas, que serían los que permitirían explicar el
“Se opondrá siempre la objeción de que se trata de hechos de asociación mórbida, objeción
tanto más válida cuanto que las combinaciones semiológicas que presentan esos hechos son
diversísimas, y no permiten la postulación de una patogenia orgánica unívoca de la
paranoia”.212
Lacan sitúa que esta impotencia para resolver el problema es la que ha dado lugar a autores como
Hesnard, Guiraud, Petit, Claude, entre otros, que tomaron la vía del análisis psicológico de los síntomas y de la
evolución de la paranoia, ligándola nuevamente con el desarrollo de la personalidad. Finalmente, esto lo lleva a
trabajar la noción de proceso psíquico de Jaspers.
Debemos destacar que este trabajo detallado se efectúa por primera vez recién promediando la tesis,
es decir que toda la enorme exposición y despliegue anteriores parecieran estar dirigidos a permitir introducir la
psicopatología de Jaspers, dándole así un enorme valor y una gran importancia en la historia de la psiquiatría.
Tal como afirma François Léguil:
Partiendo de los alemanes que postularon una vivencia (Erlebnis) paranoica y de la significación
personal de Neisser, Lacan desemboca en la idea jaspersiana según la cual la fuente comprensible del delirio
paranoico se encuentra en vivencias subjetivas o en estados del alma, deseos e instintos. Así preparado el
terreno, afirma que para el estudio de las psicosis paranoicas
215 Lacan, J. (1932): De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, México, Siglo XXI, 1998, pág.
128.
216 Léguil, François (1989): “Lacan avec et contre Jaspers”, en Ornicar?, Nº 48, París, Navarin, 1989, pp. 5-23, pág.
2.
217 Ibid., 7.
218 Ibid.
explicación. La comprensión es cuando “nos colocamos dentro del otro, lo sentimos, lo ‘comprendemos’, y
también consideramos los elementos de los fenómenos psíquicos en su correlación y en su secuencia” 219 como
dados, y los comprendemos por una empatía determinada. Aquí ubica el concepto de desarrollo de la
personalidad, donde las diversas transformaciones en su conjunto realizan una totalidad: “La ‘relación de
comprensión’ se convierte en el instrumento principal del trabajo psiquiátrico” 220, un método de análisis.
Comprender es, entonces, dar sentido a las conductas de los enfermos y a los fenómenos mentales. El
comprender puede ser por concatenación racional, en relación con cuestiones lógicas más allá de lo normal o
patológico –por ejemplo, podemos comprender racionalmente un acto judicial llevado adelante por un enfermo–.
Pero puede ser también por concatenación empática o psicológica, es decir, cuando aunque no se trate de algo
comprensible racionalmente, de todos modos es comprensible por ser una reacción a algún acontecimiento
identificable. En este sentido, la reacción supone el desarrollo de la personalidad. Y la comprensión, según la
concepción metódica con que lo plantea Léguil, siguiendo a la letra a Jaspers, al pretender abarcar también los
mecanismos de la causalidad, encuentra su límite y deja lugar a lo que entonces éste llamará proceso. La
explicación implica captar algo al modo de las correlaciones del mundo físico, cuando “pensamos en un
trasfondo objetivo que está en la base de lo ‘físico, inconsciente’ o inanimado, y cuya característica esencial
sería que no podemos colocarnos dentro...” del otro –exactamente la posición diametralmente opuesta a la
comprensión (el subrayado es nuestro). 221 Aquí ubica el concepto de proceso, entendido como transformación
incurable, permanente, heterogénea a la personalidad, que irrumpe en ella y de la que el enfermo no podrá
librarse. Como afirma Léguil:
“El proceso es el nombre de lo que sólo se aprehende en los límites de la comprensión y que
se inscribe en una relación de medianería con la causalidad. La enfermedad mental, procesal,
no es concebida como ‘desarrollo’ comprensible, sino como ‘reacción’ a un fenómeno
procesal”.222
“Esta contraposición se podría también expresar diciendo que ‘explicamos’ las correlaciones
físicas objetivadas y no las ‘comprendemos’, y que a las otras sólo las podemos ‘comprender’
219 Jaspers, K. (1977): “Delirio celotípico. Contribución al problema: ¿‘desarrollo de la personalidad’ o ‘proceso’?”,
en Escritos psicopatológicos, Madrid, Gredos, pp. 111-181, pág. 145.
220 Léguil, François (1989): “Lacan avec et contre Jaspers”, en Ornicar?, Nº 48, París, Navarin, 1989, pp. 5-23, pág.
3.
221 Jaspers, K. (1977): “Delirio celotípico. Contribución al problema: ¿‘desarrollo de la personalidad’ o ‘proceso’?”,
en Escritos psicopatológicos, Madrid, Gredos, pp. 111-181, pág. 146.
222 Léguil, François (1989): “Lacan avec et contre Jaspers”, en Ornicar?, Nº 48, París, Navarin, 1989, pp. 5-23, pág.
3.
y ‘explicar’, a lo sumo en general, dentro de la correlación total de su existencia”. 223
El proceso psíquico es una alteración del psiquismo sin destrucción, es decir, no lesional, donde
encontramos relaciones comprensibles, pero de cuyas causas no sabemos. De allí que sea necesaria una
explicación causal.
En cuanto al concepto de personalidad, Jaspers entiende que comprendemos a todo el ser humano
como personalidad, que aprehendemos en ella una unidad a la que no podemos definir, sino sólo vivenciar.
Para consolidar conceptualmente esta aprehensión de la personalidad –en contraposición a su idea de que en
todo el curso de la vida psíquica se encuentran como incrustados elementos racionales y empáticos dentro de
una conexión psíquica objetivada, incomprensible y sólo explicable–, supone que en esa aprehensión se
disolvería la conexión en tales unidades comprensibles. Se refiere al desarrollo de la personalidad, que significa
que a aquellos fenómenos llamados patológicos “los podemos comprender y explicar a partir del juego mutuo
de las relaciones psicológicas y racionales que se encuentran incrustadas dentro de una conexión psicológica
objetivada de predisposición originaria, y unitaria a pesar de toda la desarmonía y falta de consistencia”.224 Por
eso, “allí donde no logremos la aprehensión unitaria del desarrollo de una personalidad, deberemos establecer
algo nuevo, algo heterogéneo a su predisposición originaria, algo que queda fuera del desarrollo y que, por lo
tanto, no es tal, sino proceso”.225 Este proceso comprende sólo aquéllos fenómenos mórbidos que conducen a
una transformación incurable, un cambio permanente que podrá ser el fundamento de un nuevo desarrollo de
una nueva personalidad. Pero lo nuevo no siempre supone un proceso. Hay injertos de algo extraño en el
desarrollo de la personalidad que, para Jaspers, no es un proceso, sino un ataque, acceso, fase o período,
como, por ejemplo, un ataque de psicosis maníaco-depresiva o una psicosis carcelaria. Se trata de
modificaciones psíquicas que están a medio camino entre la reacción y el proceso, pero que, a pesar de estar
determinadas biológicamente y de no tener relación con las vivencias, son sin embargo restaurables y dejan
intacta la personalidad, no llevándola a ninguna transformación irreversible.
7. El proceso paranoico
El capítulo cuarto de la primera parte de la tesis se introduce con la aceptación por parte de Lacan de la
existencia en la psicosis paranoica de factores orgánicos, de los que dice deben precisarse. Sin embargo,
señala que no todos los autores han considerado que ellos sean constitucionales. La discusión que comienza
así a exponer se enmarca en la ya indicada tradicional oposición entre psicogenetismo y organicismo. La
paranoia ya no sería reacción de una personalidad, sino que estaría determinada por un proceso orgánico –
sean alteraciones humorales, neurológicas, funcionales o lesionales, delimitables por la vía del examen de la
evolución clínica–. Lacan exhibe claramente la lógica que lleva a esa conclusión: este examen evolutivo
mostraría que en esos momentos en que se produce el delirio –momentos que llama puntos fecundos– las
223 Jaspers, K. (1977): “Delirio celotípico. Contribución al problema: ¿‘desarrollo de la personalidad’ o ‘proceso’?”,
en Escritos psicopatológicos, Madrid, Gredos, pp. 111-181, pág. 147.
224 Ibid., 149.
225 Ibid.
manifestaciones clínicas son idénticas a las de las psicosis orgánicas. De allí que las psicosis paranoicas
puedan ser referidas a un determinismo no psicógeno, es decir, a un proceso orgánico.
En el capítulo segundo –que titula como una pregunta: “¿Representa la psicosis de nuestro caso un
‘proceso’ orgánico-psíquico?”, para delimitar precisamente el mecanismo psicótico–, Lacan emprende el análisis
de los síntomas elementales del delirio:
Guiado por la premisa según la cual estos expresan los factores que determinan la psicosis y son a su
vez los síntomas a partir de los que se construye el delirio. Por esa vía, el delirio es una respuesta secundaria,
una reacción racional a los fenómenos elementales que son entonces lo primario. Y enseguida Lacan liga esta
concepción con la noción jaspersiana de proceso psíquico, tal como ya le hemos presentado.
Ahora bien, si el delirio se construye, debemos tener en claro por qué medio se construye, cuál es el
mecanismo de su construcción. Según la doctrina clásica, el mecanismo elemental por el que el delirio se
despliega es la interpretación, definida como un acto psicológico que tomará sus rasgos de las tendencias
inherentes a cada tipo de personalidad. Pero Lacan no considera esto correcto y funda su conclusión en la
experiencia clínica: “Basta un estudio atento de un caso [Aimée] como el nuestro para ver que ese punto de
vista es insostenible”.227 Pues considera que si se examina atentamente el período anterior a la aparición del
sistema delirante, podrán encontrarse fenómenos muy significativos, como los trastornos que detalla en Aimée y
que serían los “engendradores” del delirio, fenómenos sutiles, poco exagerados –como déjà vu, adivinación del
pensamiento, etc. – y que podrían pasar por alto en un examen clínico poco minucioso, pero que fueron
delineando para la paciente el gobierno de un “sentimiento de transformación del ambiente moral”. 228 En
resumen, para Lacan, es esencial estudiar estos fenómenos porque son primarios al delirio y las
interpretaciones se agregan secundariamente a ellos. De esto podemos deducir que, entonces, es más
probable que las interpretaciones se relacionan sobre todo con esos fenómenos primitivos y no con los rasgos
de personalidad. Y para verificarlo en el caso Aimée, comienza a estudiar la evolución general de sus
trastornos, proponiendo dividirla en tres fases.
La fase uno, o fase aguda, está dada por su primera internación. Lacan es muy cauto, dice que no se
pueden estudiar los síntomas que presentaba. Es claro, no era su paciente y sólo cuenta con algunos informes
médicos y con los recuerdos actuales de ella que, dado su estado, no toma como verdades absolutas. Sin
embargo, avanza en considerarlo como un brote agudo de máxima intensidad. La fase dos, o fase de
meditación afectiva, abarca su externación y el período siguiente caracterizado por una mejoría notable, pero
226 Lacan, J. (1932): De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, México, Siglo XXI, 1998, pág.
188.
227 Ibid.
228 Ibid., 189.
con la persistencia de un estado de inquietud. La fase tres, o fase de organización del delirio, la lleva al
atentado que la pone en manos de Lacan.
Ahora bien, ¿por qué a Lacan le interesa establecer esta evolución trifásica? Porque coincide con el
esquema clínico propuesto por Hesnard según el cual “semejante curva evolutiva parece traicionar la acción
esencial de factores orgánicos”229; es decir que le sirve para descartar en el caso Aimée una explicación basada
en la noción de proceso orgánico.
8. Conclusiones
Hemos reconocido cómo Lacan acentúa lo reaccional en su concepción de la paranoia y hemos
planteado que ello le da la posibilidad de introducir el factor social, en tanto se reacciona con la personalidad
ante determinadas situaciones vitales. Podemos decir, además, que al sustituir la constitución por la
personalidad, introduce una concepción discontinuista de la paranoia, en el sentido de que esta no es un
desarrollo de aquella.
La referencia a Jaspers es, por lo tanto, fundamental para Lacan, pues le aporta el primer modelo de la
utilización analítica de las relaciones de comprensión con las que construye el fundamento de su método y
doctrina psiquiátrica. Esto le posibilita definir el desarrollo, las estructuras conceptuales y las tensiones sociales
de la personalidad normal y la patología mental como discordancia respecto de ellas. También le brinda la
noción de reacción, entendida como parte del desarrollo de la personalidad, y la de proceso, como lo que lo
interrumpe, por introducir en ella un elemento nuevo y heterogéneo que implica un trabajo de síntesis que debe
culminar en una personalidad nueva, que inaugura un nuevo desarrollo. Esto sucede en el caso en que el
proceso es psíquico, es decir, en que hay una alteración de la personalidad, pues cuando es orgánico, es decir,
lesional, no hay síntesis alguna ni no hay cambio en la vida psíquica, sino desintegración. Como afirma F.
Léguil: “El proceso es el nombre de lo que sólo se aprehende en los límites de la comprensión y que se inscribe
en una relación de medianería con la causalidad”. Lacan se sirve del concepto de proceso psíquico, pues le
permite eludir el factor orgánico en la causalidad, pero no es del todo suficiente, porque introduce lo
heterogéneo sin ningún tipo de articulación con la personalidad previa. En ese sentido, la reacción y el proceso
jaspersianos son conceptos exiguos, restringidos y que no le alcanzan para la idea que intenta plasmar.
Jean Allouch propone que, en verdad, la intención que animaba a Lacan en la preparación de su tesis era
la de demostrar que la psicosis paranoica corresponde a un proceso en el sentido de Jaspers, pero que su
encuentro con Aimée lo obliga a concluir que se trata de un caso de psicosis reaccional. Considera que este “giro
doctrinal”230 le permite cuestionar el valor del concepto de proceso y reemplazarlo por el de reacción con el fin de
destruir “la hipoteca endogénica” para hacerle lugar a su teoría de la personalidad. De allí la necesidad de recurrir a
Kretschmer: para articular el concepto de paranoia con el de personalidad sin hacer una teoría del desarrollo de la
personalidad continuista, en el sentido de Jaspers, sino que introdujera la discontinuidad. Pero hasta aquí llegamos
nosotros con esta discusión, pues excede el marco que nos hemos propuesto: deslindar con claridad los aportes de
231 Para el desarrollo de la misma, Cf. el tercer capítulo de Muñoz, P. (2009): La invención lacaniana del pasaje al
acto, Bs. As. Manantial.
Capítulo V.
Los aportes de Ernst Kretschmer
En este capítulo nos proponemos delimitar con precisión la concepción de la paranoia que Lacan
construye en sus escritos psiquiátricos a partir de la noción de personalidad, para examinar su posición en
cuanto a la discusión imperante en la psiquiatría de la época sobre si la psicogénesis de las psicosis es
constitucional o reaccional. Para ello, examinaremos su tesis doctoral y otros escritos en los que se ocupa del
tema y algunos de los antecedentes psiquiátricos fundamentales en los que se sustenta. Especialmente,
señalaremos su posición respecto de la teoría del carácter paranoico de Génil-Perrin y del concepto de reacción
tal como lo formula Ernst Kretschmer. Ambos antecedentes ineludibles para revisar el camino por el que Lacan
inicia la construcción de una concepción de paranoia que a lo largo de su enseñanza es formalizada de
diversos modos.
I. PARANOIA Y PERSONALIDAD232
232 Este capítulo fue publicado con anterioridad bajo en título “Psicogenia de la paranoia en la obra psiquiátrica de J.
Lacan, ¿constitución o reacción?”, en XI Anuario de Investigaciones, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires,
Secretaría de Investigaciones, Buenos Aires, 2003.
233 Lacan, J. (1932): De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, México, Siglo XXI, 1998, pág.
15.
234 Ibid.
segundo -“Crítica de la personalidad psicológica”-, analiza la noción de personalidad. La justificación está en la
discusión que mantendrá con las opiniones psiquiátricas más corrientes según las cuales el hecho de que la
paranoia no evolucione hacia la demencia, que no salte a primer plano el factor orgánico y que sea dificultoso
de explicar el delirio como un trastorno intelectual o afectivo, permitiría concluir que su génesis corre por cuenta
de un trastorno evolutivo de la personalidad.
Lacan comienza por definir los tres atributos esenciales que la creencia común le otorga a la
personalidad: síntesis, intencionalidad y responsabilidad. Así, entendida como “un hecho de experiencia
psicológica ingenua”235 la personalidad es percibida por el sujeto como lo que sintetiza su experiencia interior en
el sentido de otorgarle una unidad que armoniza sus tendencias, armonía que les es dada al jerarquizarlas y
otorgarles un ritmo de acción. En este sentido asevera que su compleja operación se presenta al modo del
juicio pero referido a una realidad “intencional” y no meramente efectuada. En consecuencia, la personalidad es
orientadora: proyecta la acción hacia un futuro. Y son estos dos atributos -síntesis e intencionalidad- los que
justifican el tercero: la tendencia a la síntesis sumada a la intencionalidad permite al sujeto pensarse como
continuo en el tiempo, garantizando ciertas constantes que hacen entonces de la personalidad el fundamento
de la “responsabilidad personal”, propia y de sus semejantes, más allá de todo cambio de situación vital o
variación afectiva.
A continuación descarta las definiciones de la metafísica tradicional y de la psicología científica236 por
las dificultades que no pueden resolver y porque las considera fruto de una experiencia ingenua que se formula
en un pensamiento espontáneo:
“Todo sistema de la personalidad tiene que ser estructural, con lo cual queremos decir que en
él la personalidad debe estar compuesta a partir de elementos, que son primitivos con
respecto a su desarrollo...”.244
Así, la personalidad empieza a adoptar rasgos que la acercan a la noción de estructura entendida como
un conjunto de elementos que conforman un sistema con leyes propias y que se conserva como tal. Pero a la
vez revela que Lacan empieza a distanciarse del innatismo: la personalidad tiene que ser compuesta a partir de
elementos, que no son innatos sino primitivos en relación con su desarrollo, desarrollo ligado a la historia del
individuo y no a su constitución. La personalidad es:
“el conjunto de las relaciones funcionales especializadas que constituyen la originalidad del
animal-hombre, aquellas que lo adaptan al enorme predominio que en su medio vital tiene el
medio humano, o sea la sociedad”.245
Estas puntualizaciones preliminares sobre la concepción de la personalidad que forja Lacan nos
introducen al problema de su relación con las psicosis paranoicas. El primer punto sobre el que llama la
atención es el inconveniente de pretender encontrar una relación unívoca entre forma de psicosis y tipo de
personalidad, cuestión que no es un dato anecdótico en la tesis sino que está planteado en el título y es
alrededor del cual ella se elabora.
2. De la personalidad a la paranoia
Partiendo de aquella distinción opositiva entre demencia y psicosis Lacan postula la existencia de una
243 Dentro de la jerarquía de las ciencias del hombre, esta concepción de la Psicología en la que se inscribe Lacan
considera que deben tenerse en cuenta siempre sus vínculos con la fisiología y la neurofisiología pero sin confundirse con
ellas. Aclaramos esto porque otras perspectivas –sobre todo médicas- han pretendido reducir la psicología a la fisiología, y
otras a la sociología. Con Lacan queda puesto de manifiesto el error en que se fundan y su carácter evidentemente
reduccionista.
244 Ibid., 45.
245 Lacan, J. (1933): “Presentación general de nuestros trabajos científicos”. En De la psicosis paranoica en sus
relaciones con la personalidad, “Apéndice”, op. cit., pp. 347-353, pág. 348.
relación entre psicosis y personalidad: “Lo que planteamos es, pues, el problema de las relaciones de la
psicosis con la personalidad”246; problema que propone resolver tomando como modelo a la paranoia. El
subrayado intenta destacar cómo procede Lacan: estudia la relación entre psicosis y personalidad a partir de
establecer la relación entre paranoia y personalidad. Así planteada sin más justificación que la de una elección,
la paranoia representa al gran grupo de las psicosis, por su ineludible relación con la personalidad. Y para
concretarlo, propone la exploración exhaustiva de un único caso clínico.
Presenta a continuación una breve historia del grupo de las psicosis paranoicas a partir de las tres
grandes escuelas de la psiquiatría (francesa, alemana e italiana), resumiendo sus definiciones más conocidas y
señalando el momento en que el término paranoia hizo aparición en cada una de ellas. Allí muestra que el
grupo recibe su nombre del empleo que se hizo por primera vez en Alemania del término paranoia, en 1818,
pero cuyo uso era notablemente distinto al moderno -en ese entonces sinónimo de delirio y trastorno intelectual;
recuerda a E. Kraepelin quien critica la generalización del diagnóstico en los asilos de aquella época: entre el 70
y el 80% de los enfermos eran diagnosticados como paranoicos. Reconoce que su definición produce un
reordenamiento muy importante que le aporta “claridad [a] las concepciones alemanas” 247 a partir de la
definición que formula en la sexta edición de su Tratado de Psiquiatría en 1899, al acentuar el eje evolutivo de
la enfermedad, con lo cual le da mayor precisión y limitación a su extensión durante el siglo XX. 248 Veremos
más adelante el problema que -paradójicamente- le suscita a Lacan este importante efecto de la concepción
kraepeliniana sobre la noción de paranoia.
Respecto del caso seleccionado, el caso Aimée, se trata de una locura criminal femenina que le parece
“particularmente demostrativo”. Este énfasis puesto en lo demostrativo a partir de algo que le sería muy
particular impone dos preguntas: primero, ¿qué es aquello por lo cuál el caso Aimée es demostrativo, es decir
en qué este caso es demostrativo de algo? Del texto mismo podemos extraer la respuesta: es una paranoia de
la que deben delimitarse precisamente tanto su tipo clínico como su mecanismo y pareciera que en ello radica
su particularidad y valor demostrativo. Pero, segundo, ¿qué es aquello que con él se puede demostrar?
Pregunta que ya no interesa al caso mismo -como la anterior- sino a la doctrina general. Dice Lacan que este
caso, por las particularidades arriba mencionadas, ofrece la clave de algunos problemas nosológicos y
patogénicos de la paranoia, y particularmente de sus relaciones con la personalidad, es decir vale en tanto
prototipo de la paranoia de autopunición pero no como un fin en sí mismo sino porque revela las relaciones de
la paranoia con la personalidad. De este modo se perfila con precisión el objeto de la tesis: no se orienta a
aislar un nuevo tipo clínico –así lo dice Lacan:
“de ninguna manera tenemos, en efecto, la ambición de aumentar con una entidad nueva la
nosología ya tan voluminosa de la psiquiatría” [ibídem, 241], y con más vehemencia aún:
246 Lacan, J. (1932): De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, México, Siglo XXI, 1998, pág.
16.
247 Ibid., 23.
248 La conocida definición de Kraepelin a la que hacemos referencia es la siguiente: “desarrollo insidioso, bajo la
dependencia de causas internas y según una evolución continua, de un sistema delirante duradero e imposible de romper,
que se instaura con una conservación completa de la claridad y del orden en el pensamiento, la voluntad y la acción”.
“declaramos que nos repugna la idea de añadir, según la costumbre, a los marcos existentes
una nueva entidad mórbida” (el destacado es mío).249
No es este su interés sino que la relación entre paranoia y personalidad evidenciada en la paranoia de
autopunición permita deducir esa estructura más general que vincula la paranoia, sea cual fuere su tipo clínico
en cada caso, con la personalidad.
La psiquiatría, lejos de presentar una concepción unívoca de la causalidad de la psicosis, contiene una
multiplicidad de posiciones teóricas y escuelas que, no obstante, pueden agruparse en grandes corrientes.
Cada una define un tipo de doctrina que orienta los diversos movimientos psiquiátricos.
Hemos indicado ya que el período psiquiátrico de la obra de Lacan, anterior a su enseñanza en el
campo del psicoanálisis, es complejo y pueden reconocerse en él diferentes momentos. En cada uno de ellos
Lacan toma referencias de autores que responden a corrientes diversas como la psicogénesis y el organicismo.
La psicogénesis reúne las teorías constitucionalistas y las reaccionales, mientras que en la corriente organicista
(donde se agrupan las teorías que parten del postulado general de que las enfermedades mentales son de
etiología orgánica) se pueden distinguir diferentes posiciones (organicistas puros, discontinuistas, etc.).
En este capítulo dejaremos de lado la discusión que Lacan mantiene con los representantes de esta
última corriente y nos centraremos en el estudio de las referencias que toma de los autores psicogenetistas. En
primer lugar, examinaremos su posición respecto de la teoría que sostiene que la causalidad de la psicosis se
debe hallar en la constitución, y a continuación, respecto de algunos autores que la entienden como un
fenómeno reaccional, siendo esta la discusión que se despliega en los escritos de los años 1932-33.
“no obstante, muchos autores se han arriesgado a hacerlo [y que] han esbozado las líneas
generales de una ciencia nueva a la cual se le plantea ante todo el problema de las diferencias
individuales de la personalidad”, esa nueva ciencia es la caracterología.250
Lacan cuestionará fuertemente esta doctrina en su tesis. Sin embargo, no es esa su primer referencia
pues ya lo había hecho en su artículo de 1931, Estructura de las psicosis paranoicas, pero con un sentido
diverso y aún no crítico. En esa oportunidad, se ocupa de caracterizar la constitución paranoica definiéndola
como uno de los “tres tipos de psicosis paranoicas” 252 donde ya pueden encontrarse los rasgos de un delirio,
junto con el delirio de interpretación descrito por Sérieux y Capgras y los delirios pasionales descritos por De
Clérambault. Allí detalla los “cuatro signos cardinales”253 en los mismos términos que Génil-Perrin:
1) el orgullo como sobrestimación de la propia persona (“sobrestimación patológica de sí mismo”);
2) la susceptibilidad como desconfianza hacia los otros; Lacan utiliza aquí el término “recelo” que
caracteriza bien sus relaciones con el mundo y al que define como “basal”;
3) la falsedad del juicio como carácter primario de la personalidad que tiende a que los juicios se
organicen en un sistema; y
4) la inadaptabilidad social. Las características con que presenta la constitución paranoica son: ciertas
actitudes del sujeto respecto del mundo exterior, “bloques ideicos” que en sus desviaciones precisas connotan
el tinte con el que se conoce el temperamento paranoico y reacciones del medio social.
Lo vemos entonces considerar la constitución paranoica como una forma de psicosis paranoica de
pleno derecho, adoptar una posición claramente hegemónica en su época: el constitucionalismo, según la cual
la paranoia es innata. La misma caracterización se desplegará año más tarde en su tesis254 pero con una
diferencia: el objetivo con el que retoma el tema allí es el estudio detallado de la relación de estas supuestas
constantes caracterológicas con la génesis de las psicosis paranoicas para constatar, por un lado, si su
evolución y semiología ponen en juego la personalidad y, por otro, si se relacionan con una predisposición
251 Génil-Perrin, G. (1926): Les paranoïaques, París, Maloine, 1926, pág. 175.
252 Lacan, J. (1931): “Estructura de las psicosis paranoicas”, El Analiticón Nº4, Barcelona, 1988, pp. 5-22, pág. 5.
253 Ibid., 7.
254 Donde definirá la constitución paranoica como un complejo clínico que se destaca por las “fijaciones instintivas”,
de los “temperamentos” y de los “caracteres”; y reencontraremos allí los mismos cuatro signos delimitados por Génil-
Perrin.
constitucional. Estas dos variantes en un primer abordaje se nos aparecen como opuestas; sin embargo, queda
en pié la posibilidad de que ninguna constitución caracterológica determine una psicosis paranoica y que
igualmente predominen mecanismos de la personalidad, pero también su contraria, es decir que una
predisposición constitucional vinculada a la enfermedad no implique en sí ninguna determinación psicógena. En
consecuencia, la diferencia sustancial está en la posición de Lacan en uno y otro textos: en 1931 considera la
constitución paranoica como un tipo de psicosis paranoica, en 1932 la relativiza y desplaza a un segundo plano.
Esto se pone de manifiesto cuando habla de las “supuestas constantes caracterológicas”. Leamos allí
su posición enunciativa: si esas constantes son supuestas, deja ya lugar para que no sean tan constantes.255
Pero al finalizar la tesis su posición es aún más radical:
“el uso vulgar del término ‘paranoico’, como designación de ese rasgo especial del carácter,
nos parece infinitamente más valedero que la definición oficial de la constitución paranoica. La
imposibilidad de encontrar nunca una aplicación clínica rigurosa de esta definición debe
consistir, en efecto, en algún vicio radical de semejante concepción, y nos la hace considerar
como absolutamente mítica”.256
De este modo, verificamos un primer viraje doctrinal en sus escritos psiquiátricos: en 1931 se inscribe
en el innatismo constitucional mientras que en 1932 se distancia de esta tendencia a punto tal que su posición
vira a su contraria –se vuelve anti-constitucionalista. Para dejarlo bien claro concluyamos -con él- que:
“Nada nos permite hablar, en el caso de Aimée, de una disposición congénita, ni siquiera
adquirida, que se expresaría en los rasgos definidos de la constitución paranoica”. 258
255 Otra cita demuestra este cambio de posición en Lacan de un año a otro; en la tesis se refiere al artículo de 1931 en
estos términos: “También nosotros, en un artículo de divulgación, hemos presentado una agrupación unitaria de las psicosis
paranoicas repartida en tres rubros: la pretendida “constitución paranoica”, el delirio de interpretación y los delirios
pasionales” [el destacado es nuestro] [ibídem, 26]. Vemos nuevamente la estratégica inclusión del término “pretendida”,
ausente en el escrito citado. Constatamos entonces que la constitución paranoica para Lacan, a partir de 1932, es una simple
pretensión.
256 Lacan, J. (1932): De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, México, Siglo XXI, 1998, pág.
305.
257 Ibid., 49.
258 Ibid., 220.
No debe perderse de vista que en el modo en que aborda la constitución paranoica en el artículo sobre
la Estructura de las psicosis paranoicas, ya le deja reservado un importante lugar a la cuestión de la evolución
de la personalidad a la que nos referimos anteriormente en relación con el concepto de desarrollo de la
personalidad. Este lugar queda delimitado a partir del momento en que pone en primer plano dos elementos
que definen la constitución paranoica: el “trastorno de la afectividad” y la “reacción a situaciones vitales”, ambas
“para dar cuenta de esa huella evolutiva total sobre la persona”. 259 Esta concepción se traduce luego en el
modo en que elabora su descripción, por ejemplo cuando refiere lo “basal” del recelo:
“molde bien dispuesto que se abre por la duda, dentro del cual se precipitarán los impulsos
emocionales y ansiosos, cristalizarán las intuiciones o las interpretaciones, se endurecerá el
delirio”.260
Respecto de lo que llama allí “reacción a las situaciones vitales”, indica en una nota al final del texto su
origen: es una noción introducida en la biología por Von Uxküll y luego retomada por muchos autores en el
campo de la psiquiatría. Veremos a continuación qué es lo que este concepto le aporta.
259 Lacan, J. (1931): “Estructura de las psicosis paranoicas”, El Analiticón Nº4, Barcelona, 1988, pp. 5-22, pág. 6.
260 Ibid., 7.
261 Lacan, J. (1932): De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, México, Siglo XXI, 1998, pág.
36.
262 Lacan, J. (1931): “Estructura de las psicosis paranoicas”, El Analiticón Nº4, Barcelona, 1988, pp. 5-22, pág. 6.
constitucionalista- y propone una concepción psicógena de la paranoia como reacción de la personalidad a
situaciones vitales. Es decir que se trata del desarrollo, a partir de un acontecimiento dado, de rasgos de
personalidad que hasta ese momento permanecían latentes, culminando en una reacción psicótica.
Para precisar la influencia de Kretschmer en Lacan, conviene delimitar qué entiende por reacción. El
delirio sensitivo de referencia constituye su contribución a la teoría de la paranoia. Se basa en una primera
caracterología psiquiátrica para establecer la relación entre personalidad y delirio: si el delirio es interpretable
psicológicamente entonces se vincula con la estructura de la personalidad, la que a su vez se ancla en la
biografía del enfermo. Es más, según esta concepción a cada tipo de personalidad corresponde un tipo de
delirio. En ese sentido, para Kretschmer la personalidad constituye su predisposición. Este es el factor
endógeno o, en su sistema, caracterógeno. Pero la novedad que introduce y que a Lacan le interesa es que
también reconoce factores exógenos: las circunstancias que favorecen el desencadenamiento del delirio. Es allí
donde situamos la noción de reacción.
El objetivo del libro es describir una clase de formación delirante que surge de una constitución
psicopática particular y tratar de estudiar detalladamente el papel de la base caracterológica y de las acciones
vivenciales. Analiza las formas de la paranoia a partir de esquemas caracterológicos determinados por pares de
opuestos, conceptos antagónicos que construye intuitivamente. Como bien señala Lacan en la tesis, su análisis
no se refiere más que a una variedad clínica de paranoia pero Kretschmer lo considera un modelo válido para
otras formas, tanto que incluso el caso Aimée podría encuadrarse dentro de la delimitación del delirio sensitivo
de relación e incluso muchos otros casos conocidos en la bibliografía especializada. 263
En el capítulo 2 -“Para una teoría psiquiátrica del carácter”- intenta precisar las cualidades del carácter
que se puedan separar claramente y así establecer una caracterología psiquiátrica:
Esta concepción hace del carácter algo objetivo pues deviene cognoscible por la contemplación directa
de la estructura psíquica anterior a la enfermedad, o sea por la observación de todas las reacciones aisladas
que presente el sujeto sea cual fuere el tipo de estímulos. Por eso intentará incluir todas las peculiaridades del
carácter en un sistema lógico sólido de modo que cada una tenga un lugar fijo sin perder su singularidad.
Kretschmer observa que ante situaciones similares no todo sujeto responde del mismo modo, por ello
intenta establecer qué personalidad y qué tipo de inclinación reactiva conducen a los trastornos sensitivos.
263 Esto se verifica en el texto mismo de Kretschmer, cuando expresa su interés de poder diferenciar esta variedad
delirante de la paranoia abortiva de Gaupp y la paranoia leve de Friedmann. Véase también el modo en que Lacan las
compara en la tesis.
264 Kretschmer, E. (1918): Delirios sensitivos de referencia, Madrid, Triacastella, 1966, pág. 58.
Considera que es posible abordar científicamente todas las cualidades del carácter, es decir todas sus
posibilidades reactivas, ordenada y claramente, estudiando con detenimiento cómo la vivencia desarrolla todo
su trayecto, describiendo cómo es su paso desde el comienzo hasta el fin por la vida de un individuo. Para ello
propone cuatro conceptos básicos o funciones (capacidad de impresión, capacidad de retención, actividad
intrapsíquica y capacidad de conducción) necesarias para la recepción, conservación, elaboración y resolución
de las vivencias. En conjunto son la capacidad total de rendimiento del carácter, es decir, constituyen la base de
una tipología: a partir de ellas se puede construir un sistema de tipos de carácter. A estas cuatro funciones hay
que sumarle dos tipos posibles en cuanto a la energía psíquica disponible en cada sujeto: el tipo asténico y el
tipo esténico. Estos son los recursos esenciales con los que Kretschmer establece su teoría general del
carácter. Las variadas combinaciones de estos elementos dan como resultado cuatro tipos básicos de carácter:
el carácter primitivo, el carácter expansivo, el carácter sensitivo y el carácter asténico puro. A su vez, de esta
variedad se deducen cinco modos particulares de reacción psicopática (la reacción primitiva, la desviación, la
reacción expansiva, la reacción sensitiva o reactiva y la reacción asténica pura). Esto constituye el factor
caracterógeno de la causalidad de la patología, pero aunque para Kretschmer es necesario es insuficiente pues
hace falta aún considerar el factor desencadenante:
“en un carácter con diversas posibilidades reactivas, una reacción patológica determinada es
desencadenada de un modo específico por la vivencia clave correspondiente”. 265
Es decir que el factor desencadenante, el punto de partida del delirio se sitúa en una experiencia
cotidiana, como por ejemplo agravios derivados de la injusticia o de la derrota, producto de la inseguridad
moral, que es la que genera una serie de vivencias en las que el autor establece una gradación: de la vivencia
de ser observado, a la de ser menospreciado y luego rechazado. En ese sentido, inicialmente no es un delirante
pero puede ir agravándose y llegar a desarrollar un delirio; aunque con esta característica, que son delirios
reactivos, es decir que según cambien las condiciones pueden empeorar o mejorar.
Destacamos así que la reacción en Kretschmer marca una discontinuidad, un antes y un después para
la personalidad del sujeto: se reacciona ante situaciones vitales no sólo por sus rasgos de personalidad sino por
no disponer de medios necesarios para responder a ellas. La reacción consiste en el rechazo de la realidad y
en la atribución de su fracaso -que siempre corresponde a la esfera sexual y profesional- a una “maldad”
exterior. En conclusión, si la expresión “desencadenamiento de la psicosis” aparece en su teoría vinculada a la
reactividad, entendida como respuesta ante un elemento externo a la personalidad, verificamos que para él el
desencadenamiento se liga a un factor externo, es decir que no corresponde a ningún producto de la
personalidad, no se trata del desarrollo de la personalidad. En este sentido, la reacción en Kretschmer es muy
diferente de la reacción en Jaspers, para quien supone exclusivamente un desarrollo de la personalidad.
Para concluir, Kretschmer establece una “disposición sensitiva”, compuesta por la tríada carácter,
entorno y vivencia, es decir que se trata de una convergencia de múltiples factores causales. El factor
desencadenante queda del lado de lo social, de la tensión que el medio provoca. Y debemos señalar que es en
estos factores en que es útil a lo que Lacan está intentando delimitar en su tesis: la paranoia como reacción de
acuerdo a determinados rasgos de personalidad, pero destacando la importancia del medio social.
3. La crítica a la caracterología
Lacan critica las definiciones caracterológicas, cuestiona el valor del desarrollo de toda teoría del
carácter en el sentido de que no existe correlación entre el tipo de paranoia y el carácter del enfermo, sobre
todo porque habría que definir a priori, y con enormes dificultades metodológicas para hacerlo, cuál carácter es
el que determina la estructura, sus diferentes aspectos y sus homologías. Pero no sólo por ello sino también y
sobre todo por su concepción de la enfermedad: considera que hay ruptura entre el carácter previo y el
desarrollo de la paranoia. Esta posición de rechazo -aunque allí paradójicamente aceptara la existencia de la
constitución paranoica- la encontramos en su artículo Estructura de las psicosis paranoicas dónde dice:
“Así reducida, la paranoia tiende a confundirse hoy con una noción de carácter...”. 269
“depende ante todo de una situación a la cual reacciona el enfermo con su psicosis, y del
conflicto interior entre una inferioridad sentida y una exaltación reaccional del sentimiento de sí
mismo, sin olvidar, naturalmente, que este conflicto está exacerbado por las circunstancias
externas”.272 “Queda, pues, subrayada esta génesis ‘reaccional’ de las psicosis, concepción
que nos opone a los teóricos de la ‘constitución’ llamada paranoica, lo mismo que a los
partidarios de un ‘núcleo’ de la convicción delirante, que sería un fenómeno de ‘automatismo
mental’”, es decir a los organomecanicistas”. 273
III. CONCLUSIÓN
El recorrido propuesto permite situar por qué Lacan se aleja del constitucionalismo: porque acentuar lo
reaccional le da la posibilidad de introducir el factor social en tanto se reacciona con la personalidad ante
determinadas situaciones vitales. Hemos visto que desde Kraepelin la paranoia se vincula con la personalidad
anterior del individuo, que las posiciones más clásicas tratan de establecer allí una continuidad -de las cuales la
noción de “constitución paranoica” de Génil-Perrin es su mejor exponente- y que Lacan extrema el planteo pero
termina por producir el efecto contrario: al sustituir la constitución por la personalidad introduce una concepción
discontinuista.
La referencia a Jaspers le es fundamental para lograr esa meta pues le aporta el primer modelo de la
utilización analítica de las relaciones de comprensión con las que construye el fundamento de su método y de
su doctrina. Las relaciones de comprensión son las que posibilitan definir el desarrollo, las estructuras
conceptuales y las tensiones sociales de la personalidad normal y, en la misma medida, la patología mental
como discordancia respecto de ellas. También por su noción de reacción entendida como parte del desarrollo de
270 Lacan, J. (1932): De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, México, Siglo XXI, 1998, pág.
211.
271 Ibid., 222.
272 Ibid., 73.
273 Lacan, J. (1933): “Presentación general de nuestros trabajos científicos”, en De la psicosis paranoica en sus
relaciones con la personalidad, México, Siglo XXI, 1998, pp. 347-353, pág. 348.
la personalidad. Recordemos que lo que interrumpe ese desarrollo para Jaspers es el proceso. Lacan se sirve
del concepto de proceso psíquico en su trabajo de conceptualización de la paranoia de autopunición pues le
permite eludir el factor orgánico en la causalidad, pero no es del todo suficiente porque introduce lo
heterogéneo sin ningún tipo de articulación con la personalidad previa. En ese sentido, la reacción y el proceso
jaspersianos son conceptos exiguos, restringidos y que no le alcanzan para la idea que intenta plasmar.
De allí la necesidad de recurrir a Kretschmer. La referencia a él fue necesaria para articular el concepto
de paranoia con el de personalidad sin hacer una teoría del desarrollo de la personalidad continuista, en el
sentido de Jaspers, sino que introdujera la discontinuidad. Con su original concepción de reacción ante
situaciones vitales -cáscara de bananas que Lacan desliza bajo los piés de Jaspers-, Kretschmer le permite
sostener -al mismo tiempo- la personalidad y la discontinuidad; la paranoia entonces tiene que ver con la
personalidad previa pero no es su desarrollo, hay ruptura, discontinuidad.
Cuando retoma este problema en el último período de su enseñanza señala que su error en la tesis fue
suponer que la paranoia tenía relación con la personalidad cuando lo correcto sería decir que son la misma
cosa:
“Hubo una época, antes que estuviera en el camino del análisis, en la que avanzaba en el
camino de mi tesis De la psicosis paranoica en sus relaciones – decía yo – con la
personalidad. Si durante tanto tiempo me resistí a volver a publicarla, fue simplemente porque
la psicosis paranoica y la personalidad no tienen como tales relación, por la sencilla razón de
que son la misma cosa”.274
Sin oponernos a esta conclusión, podemos reconocer que si bien aquellas concepciones iniciales han
evolucionado y se han modificado en su enseñanza, algo de la lógica que allí articula el desarrollo de la
personalidad con la discontinuidad reactiva se conserva. Particularmente, el concepto de desencadenamiento
de la psicosis, que Lacan forja a partir de su Seminario 3.275 Allí, criticando la célebre definición kraepeliniana de
paranoia punto por punto por contradecir los datos de la experiencia, afirma:
“El desarrollo no es insidioso, siempre hay brotes, fases. Me parece, pero no estoy del todo
seguro, que fui yo quien introdujo la noción de momento fecundo. Ese momento fecundo
siempre es sensible al inicio de una paranoia”. 276
Es decir que la psicosis tiene un comienzo, un punto de inicio, que Lacan vincula con el concepto de
274 Lacan, J. (1975-76/2006): El Seminario. Libro 23: “El sinthome”, Bs. As., Paidós, pág. 53.
275 Aunque no perdemos de vista que el término habría sido utilizado por primera vez por Lacan unos años antes en su
Seminario dedicado al historial freudiano del hombre de los lobos inédito: “desencadenamiento de la neurosis obsesiva”, del
que solo contamos con las notas tomadas por algunos de sus asistentes.
276 Lacan, J. (1955-56/1984): El seminario. Libro 3: “Las psicosis”, op. cit., pág. 31.
momento fecundo.277 Encontramos esta expresión en la relectura que Lacan hace del caso Aimée en Acerca de
la causalidad psíquica, donde señala:
Es decir que ese grupo de fenómenos elementales son los índices del momento fecundo que anuncia el
comienzo del delirio. También en su escrito sobre las funciones del psicoanálisis en criminología de 1950, Lacan
utiliza esa expresión cuando dice:
“No busquemos, pues, la realidad del crimen más que lo que buscamos la del criminal por
medio de la narcosis. Los vaticinios que provoca, desconcertantes para el investigador, son
peligrosos para el sujeto, quien, a poco que participe de una estructura psicótica, puede hallar
en ellos el ‘momento fecundo’ de un delirio”. 279
Es decir que para hacerle decir su verdad al criminal, para obtener la confesión, no conviene la
utilización de narcóticos, o sea el embotamiento de la sensibilidad, primero, porque el límite de la narcosis es
que no puede hacerle decir lo que el sujeto no sabe y, segundo, porque si se trata de un psicótico puede
encontrar allí el momento fecundo para el desarrollo de un delirio, es decir, puede suscitarse el
desencadenamiento de la psicosis clínica. En la misma línea, encontramos un antecedente importante de este
concepto en la obra de Lacan en 1938. En La familia afirma que
“las vacilaciones de la realidad [...] fecundan al delirio: cuando el objeto tiende a confundirse
con el yo y, al mismo tiempo, a reabsorberse en fantasía, cuando aparece descompuesto de
acuerdo con uno de los sentimientos que constituyen el espectro de la irrealidad”. 280
¿En qué sentido utiliza allí la expresión momento fecundo?: fecundar supone hacer productiva algo por
vía de fecundación. Entonces, cuando Lacan concibe la realidad vacilante como la que tiene la virtud de
fecundar al delirio, de engendrarlo, quiere decir que esa realidad en su trastabillar, en su vacilación, se vuelve
277 Esta idea aparece también plenamente articulada en El Seminario 9, clase del 2 de mayo de 1962, donde dice: “la
fase oral es para el psicótico, del que hablaremos, el momento fecundo de lo que en otra parte he llamado la apertura de la
psicosis” (inédito)].
278
Lacan, J. (1946/2002): “Acerca de la causalidad psíquica”. En Escritos 1, México, Siglo XXI, 2008 (Ed. revisada),
pp. 151-190, pág. 180.
279 Lacan, J. (1950/2002): “Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología”. En Escritos 1,
México, Siglo XXI, 2008 (Ed. revisada), pp. 129-150, pág. 143.
280 Lacan, J.(1938/1977): La familia, Buenos Aires, Homo Sapiens, pág. 73.
productiva para el desarrollo del delirio, terreno -digámoslo así- fértil, momento fecundo... que nos anuncia el
desencadenamiento de la psicosis:
Por último, destaquemos que hemos rescatado de Kretschmer la expresión “desencadenamiento de una
psicosis”. Concluimos que Lacan lo ha leído y que es allí donde encuentra un concepto de reacción que le permite
sostener la discontinuidad junto al desarrollo de la personalidad. Estos datos nos sugieren una hipótesis final que
dejamos tan solo indicada: la relación entre personalidad y discontinuidad que Lacan establece en ese período de
su obra, es tratada posteriormente en su enseñanza bajo la forma de la relación entre estructura y
desencadenamiento de la psicosis. Si es así, quizá le deba a Kretschmer más de lo que le ha reconocido.
281 Lacan, J. (1955-56/1984): El seminario. Libro 3: “Las psicosis”, op. cit., pág. 31.
Capítulo VI.
Duelo, manía y melancolía
Introducción
La melancolía y la manía han sido objeto de múltiples abordajes. La psiquiatría a lo largo de su
historia282, y el psicoanálisis en su multiplicidad de escuelas y orientaciones, se han pronunciado respecto de su
etiología, de su evolución, de su terminación, describiendo sus variedades clínicas y proponiendo tratamientos
posibles. Pronunciamientos que no se dejan sintetizar ni ordenar fácilmente, debido a su gran diversidad.
Sin embargo, a pesar de todas sus diferencias, siempre se ha coincidido en que están estrechamente
relacionadas, a tal punto que es difícil encontrar estudios que refiriéndose a una de ellas no aluda a la otra. Por
ejemplo, desde la perspectiva de E. Kraepelin, a quien le debemos haber descrito inauguralmente esta relación
y haberlas convertido en categorías clínicas (en mi parecer una de las producciones más impresionantes de la
psiquiatría clásica), en su Introducción a la clínica psiquiátrica -donde se encuentran compiladas sus célebres
“lecciones” con presentación de enfermos-, la melancolía y la manía se articulan estrechamente en una extraña
relación que se muestra en las oscilaciones del estado de ánimo – lo cual aparece reflejado en la diversidad de
cuadros clínicos que describe: estados depresivos circulares, locura maníaco-depresiva, estados mixtos
maníaco-depresivos, excitación maníaca con alternancia de estados de depresión, etc.283 Lo que, además,
advierte sobre la gran variedad semiológica que presenta este ciclo en cada caso. Del mismo modo, los
manuales modernos como los DSM, en su clasificación de los Trastornos del estado de ánimo, reúnen los
episodios depresivos y los maníacos en sus diversas combinaciones, lo cual se expresa en la nomenclatura de
Trastorno Bipolar. De modo general, puede concluirse que para la psiquiatría, desde el siglo XIX, la melancolía
es enfermedad maníaco-depresiva. Quizás sea en las teorías actuales de la depresión donde este vínculo no se
considera tan estrecho.
Uno de los elementos que siempre se tiene en cuenta cuando se las estudia es el dato de lo afectivo.
Desde la perspectiva de los comienzos de la clínica psiquiátrica, que ordenaba la semiología a partir de la
oposición entre ideas y afectos, la psicosis maníaco-depresiva queda comprendida dentro de este último
campo. Por su parte, los DSM clasifican a partir de la presencia de estados de ánimo de uno u otro de los polos.
Este acento puesto en el afecto desde la psiquiatría llega al psicoanálisis de la mano de Freud, para quien
también la melancolía y la manía constituyen un par de opuestos, pero le llama poderosamente la atención que
en general se presenten clínicamente en conjunto: “La peculiaridad más notable de la melancolía, y la más
282 No es objetivo entrar aquí en el análisis de este complejísimo problema pero, de modo esquemático y muy general,
podemos decir que en el siglo XIX la psiquiatría ha abordado a la melancolía considerándola a partir del abanico psicosis
degenerativa, constitucional o endógena.
1. 283 Cf. Kraepelin, E. (1985): La Locura Maníaco-Depresiva, Bs. As., Polemos. También Kraepelin, E.
(1905): Introducción a la clínica psiquiátrica, Madrid, Nieva, 1988.
menesterosa de esclarecimiento, es su tendencia a volverse del revés en la manía, un estado que presenta los
síntomas opuestos”.284
La lectura que J. Lacan efectúa en su retorno a Freud, revela los puntos salientes de esa tendencia.
Aunque, veremos, esa relación no es siempre en el mismo sentido. Será necesario entonces pasar previamente
por los planteos de Freud para poder subrayar la originalidad de la concepción lacaniana y así tender el puente
con la consideración de las locuras.
2. 284 Freud, S. (1917): “Duelo y melancolía”. En Obras Completas, Bs. As., Amorrortu Editores, Tomo XIV,
pág. 250.
285 Cabe aclarar que incluso allí la elaboración es dispar: la melancolía es comparada sistemáticamente con el trabajo
del duelo, y las referencias a la manía aparecen recién en las últimas páginas.
286 De todos modos, dejamos indicadas las referencias que deben tomarse en cuenta para el estudio de la melancolía
en los trabajos prepsicoanalíticos de Freud. Podemos citar como punto de partida, la Carta 18 a Fliess, fechada el 21 de
mayo de 1894. Luego, Manuscrito E, Manuscrito G, Manuscrito K (Un cuento de Navidad) y Manuscrito N (anexo a la
Carta 64).
287 Por ejemplo, en el historial de Schreber de la megalomanía deduce la teoría del narcisismo como colocación
regular de la libido.
que en el duelo se produce una inhibición y angostamiento del yo que muestran su total entrega al trabajo del
duelo con el consecuente empobrecimiento del mundo, en la melancolía se produce una rebaja del sentimiento
de sí (empobrecimiento del yo) que se expresa en autorreproches y autodenigraciones que “se extrema hasta
una delirante expectativa de castigo” 288, que asume la forma de un “delirio de insignificancia”. 289 Freud propone
seguir al paciente en ese discurso sobre sí y asegura que tiene razón en lo que dice porque describe su
situación psicológica. La contradicción que Freud destaca es que se trata de enfermos que no se avergüenzan
de autodenigrarse ante los otros y que, más bien, no sólo le falta vergüenza sino que se complacen290 en esa
acuciante franqueza que los desnuda ante otros, es decir, hay satisfacción en contar sus miserias. 291
El mecanismo metapsicológico al que recurre para explicar dicha constelación es el siguiente: una parte
del yo se contrapone a la otra, la critica, la toma por objeto. Es la conciencia moral, que en la melancolía se
destaca como desagrado moral con el propio yo (no tanto si es feo, débil, o degradado socialmente). Pero ello
opera de ese modo en la autocrítica habitual. Lo característico del proceso melancólico será dado por otra cosa:
la elección de objeto que estableció el vínculo libidinal con una persona, por un desengaño o afrenta real, se ve
sacudido. El resultado no fue el esperado -quite de libido y trabajo de duelo- sino que, como la investidura
libidinal era débil, se cancela, y la libido libre no va a otro objeto sino que se la retrae sobre el yo. Allí se aplica a
establecer una identificación del yo con el objeto resignado: “la sombra del objeto cayó sobre el yo”292, quien, en
adelante, será sojuzgado implacablemente como un miserable objeto por la conciencia moral. Ello explica que -
como reconoce Freud- si se escuchan las autocríticas que el paciente se hace, se nota que no se adecuan a él
mismo sino al objeto de amor. El autorreproche es en verdad un reproche contra el objeto de amor que desde
allí rebota sobre el yo. La contradicción citada entonces es aparente: por eso no siente pudor, porque todo lo
rebajante que dice de sí en verdad lo dice de otro. En ese sentido, su conducta es lógica: sus quejas son
querellas, el lamento es acusación. En Psicología de las masas… Freud precisa que la identificación de la
melancolía es al objeto total, masiva, no al rasgo, por introyección (incorporación) del objeto en el yo, y que la
instancia que critica a la parte del yo modificada por identificación es el ideal del yo. 293
Dicha introyección revela una fuerte fijación al objeto de amor, que se contrapone a la poca resistencia
de la investidura de objeto (porque termina rápidamente regresando al yo). Para Freud se trata de una
contradicción294 porque se supone que una gran fijación supondría mucha resistencia a la cancelación del
vínculo libidinal. Pero la explica recurriendo al concepto de identificación narcisística: la elección de objeto se
hizo sobre una base narcisista y entonces al cancelarse la investidura de objeto la libido regresa al narcisismo;
de modo tal que la identificación narcisista con el objeto pasa a sustituir la investidura de amor. Por tanto, no se
resigna el vínculo amoroso a pesar del conflicto con el objeto amado. Esta sustitución del amor de objeto por
3. 288 Freud, S. (1917): “Duelo y melancolía”. En Obras Completas, op. cit., pág. 242.
289 Ibíd., 244.
290 Ibíd., 245.
291 La contradicción es esa: no importa si tienen razón al denigrarse sino que les falta pudor y que se satisfacen con
eso. Freud plantea el problema en términos de carencia y presencia: del pudor a la satisfacción.
292 Ibíd., 246.
4. 293 Freud, S. (1921): “Psicología de las masas y análisis del yo”. En O. C., op. cit., Tomo XVIII, pág. 103.
5. 294 Freud, S. (1917): “Duelo y melancolía”. En O. C., op. cit., pág. 247.
identificación es el mecanismo de las afecciones narcisistas: regresión de la elección de objeto al narcisismo
originario, más precisamente a la fase oral que pertenece al narcisismo. Así, la melancolía resulta de una
mezcla de rasgos del duelo con regresión desde la elección narcisista de objeto 295 hasta el narcisismo: es
reacción frente a la pérdida del objeto de amor (como el duelo) pero en un vínculo ambivalente -cosa que falta
en el duelo o que cuando está lo transforma en patológico. 296 En la melancolía el amor por el objeto (que no
puede resignarse aunque se resigne el objeto) se refugia en la identificación narcisista y el odio se ensaña con
ese objeto sustitutivo denigrándolo, haciéndolo sufrir y ganando con ello una satisfacción sádica. Entonces la
investidura de amor allí tiene dos destinos: 1) regresión a la identificación, 2) por el conflicto de ambivalencia,
regresión al sadismo, lo cual explica su inclinación al suicidio: se trata como al objeto. La introyección del objeto
sobre la base de la identificación narcisística hace sentir los efectos devastadores de la ambivalencia: cuando el
amor de objeto se guarece en la identificación narcisística, el objeto, es decir el yo, se hace merecedor del odio
y, entonces, de las injurias y autoagresiones que lo hacen padecer, obteniendo la satisfacción sádica referida –
padecimiento inequívocamente gozoso autoinfligido por el melancólico.
Para Freud es menester aclarar la tendencia de la melancolía a volverse del revés en la manía. Su tesis
es que ambas operan con el mismo complejo, el mismo contenido. Pero la diferencia es que en la melancolía el
yo sucumbe, mientras que en la manía lo hace a un lado. Freud busca apoyatura para sostener esta tesis en
estados normales. Como se ve, la lógica es equivalente a la empleada para el estudio de la melancolía: partir
del modelo normal que ofrece el duelo. El modelo normal de la manía serán los estados de alegría, júbilo o
triunfo297, caracterizados por el empinado talante, afectos jubilosos y predisposición para el emprendimiento de
toda clase de acciones, contrastante con la depresión e inhibición melancólicas. En estos estados triunfantes el
gasto psíquico grande se vuelve superfluo y queda disponible para la descarga. Es decir que un monto de
energía queda libre (que es la contrainvestidura que el sufrimiento de la melancolía atrajo sobre sí desde el yo y
había ligado). En conclusión: “la manía no es otra cosa que un triunfo así”298, en donde el yo no se ve arrasado -
como en la melancolía- sino que resulta vencedor (sobre: 1- la pérdida de objeto o, 2- el duelo por la pérdida o,
3- el objeto mismo), aunque -al modo del desconocimiento melancólico- no sabe sobre qué. Entonces “parte,
voraz, a la búsqueda de nuevas investiduras de objeto” 299, lo que confirma que se liberó del objeto (matícese
con las tres posibilidades consignadas en el paréntesis precedente).
En el trabajo que Freud nunca publicó, recuperado hace unos años, Sinopsis de las neurosis de
transferencia, de 1915, intenta recopilar y sistematizar su abordaje metapsicológico de las neurosis (de
transferencia y narcisistas). Respecto de la melancolía-manía, recupera los puntos más salientes del texto que
recién hemos comentado, y destaca su inclusión en el campo de las afecciones narcisistas -singularizadas por
295 Conviene dejar aclarado -aunque no demos aquí su justificación- que la elección narcisista de objeto no va más
allá del narcisismo, es decir en sentido estricto, no es una elección de objeto.
296 En la neurosis obsesiva, el conflicto de ambivalencia hace del duelo normal un proceso patológico
exteriorizándose como autorreproches: culpable por la pérdida del objeto de amor por haberla deseado. Puede recordarse
entonces el caso del Hombre de las ratas en el que Freud señala un duelo patológico por la muerte del padre, causado por el
conflicto de ambivalencia que dominaba el vínculo libidinal.
297 Dicho de otro modo: la alegría es a la manía lo que el duelo a la melancolía.
6. 298 Freud, S. (1917): “Duelo y melancolía”. En O. C., op. cit., pág. 251.
299 Ibíd., 252.
un trastorno particular entre el yo y el objeto-. Por último, aunque suscribe lo afirmado anteriormente respecto
de la identificación, resalta que el mecanismo melancólico supone un trabajo de duelo pero con identificación
con el padre primitivo.
7. 300 Freud, S. (1921): “Psicología de las masas y análisis del yo”. En O. C., op. cit., Tomo XVIII, pág. 124.
301 Ibíd.
302 Ibíd., 125.
303 En el mismo sentido se expresa Freud en su escrito tardío El humor: “La alternancia entre melancolía y manía,
entre sofocación cruel del yo por el superyó y emancipación del yo respecto de esa presión, nos impresionó como una
migración de investidura de esa índole” [FREUD, 1927:161]. La migración a la que se refiere es al desplazamiento de
grandes volúmenes de investidura de una instancia del aparato psíquico a otra.
304 Freud, S. (1923): “El yo y el ello”. En O. C., op. cit., T. XIX, pág. 54. Cf. también los textos de 1924 (“Neurosis y
psicosis” y “Pérdida de la realidad en neurosis y psicosis”) donde intenta establecer criterios diferenciales entre neurosis,
psicosis y melancolía a partir de la oposición y conflicto entre instancias, lo cual indica, además que la melancolia no es
encuadrada por Freud sin más en el campo de las psicosis.
tirano mediante el vuelco en la manía” [el destacado me pertenece]. 305
En la concepción de Freud, el hecho de que la manía libere al yo de su sumisión completa al objeto al
aflojar los vínculos identificatorios que mantenía hasta entonces, y de que, por esto mismo, relaje la vigilancia
del superyó, al hacer coincidir al yo con su instancia ideal, no resuelve en nada la afección narcisista de la que
deriva. En efecto, lejos de permitir que el sujeto encuentre verdaderos objetos de investidura, la manía, por el
contrario, pone de manifiesto la dificultad que el sujeto experimenta para mantener una relación con el mundo
exterior que no sea de pura forma e instantaneidad. En consecuencia, si se quiere adaptar a la manía la
metapsicología de la melancolía, se concebirá la manía como una “neurosis narcisista” en el sentido freudiano,
que pone en escena el mismo mecanismo regresivo relativo al acuerdo o desacuerdo entre el yo y su ideal.
De las típicas aunque oscuras oscilaciones entre melancolía y manía destacadas en el saber
psiquiátrico, a la concepción de la manía que forja Freud hay una importante distancia; observemos cómo la
define paso por paso: como un triunfo, una identificación con el ideal, una fiesta para el yo, y por fin como una
defensa del yo avasallado por el superyó en la melancolía. Algo parece haber cambiado en la concepción
freudiana de la manía que ya no parece constituir un problema, como el revés igualmente patológico de la
melancolía, sino que Freud termina por referirla al género de la fiesta, donde en efecto hay excesos y acciones
desmedidos (desórdenes económicos) en los que ve más el efecto subjetivo de la superación del drama
melancólico, que fenómenos de desanudamiento que pueden poner seriamente la existencia en peligro de
quien los padece.
Finalmente dejo mencionado para retomar luego, que esta caracterización de la manía que hace Freud
justifica su emparejamiento con el término locura, en tanto en la fiesta se admiten “locuras”, desbordes,
manifestaciones exageradas, excesos... Pero también porque ello demuestra que, más que interesado en
delimitar la metapsicología de la manía, lo estaba en responder a la cuestión específica de la inversión de la
melancolía en manía; en otras palabras, lo que más atraía la atención de Freud era la cuestión de la liberación
del yo. Quiero enfatizar este último tópico en la medida en que hemos subrayado en nuestro trabajo sobre la
locura el énfasis que Lacan hace en la cuestión de la libertad del yo en términos de autodeterminación por fuera
del Otro, campo sobredeterminante por excelencia.
305 Ibíd.
306 Un abordaje suficientemente completo del problema se encuentra en el trabajo de Eric Laurent “Melancolía, dolor
de existir, cobardía moral”, en su libro Estabilizaciones en las psicosis.
Una observación a tener presente es que en los primeros seminarios -con algunas excepciones- la
mayor parte de las referencias de Lacan a la manía son ordenadas desde la perspectiva del fin del análisis
como irrupción de un efecto de la estructura bajo transferencia y no como una entidad clínica.
La primera referencia que tomamos es julio de 1963 -última clase del Seminario 10- donde opone
manía y melancolía a partir de la función del objeto a y su diferencia con el objeto i(a). Propone una relectura de
Duelo y melancolía en la que establece coincidencias con Freud pero también sus puntos de distanciamiento:
“En cuanto a nosotros, el trabajo del duelo nos aparece, en un destello a la vez idéntico y contrario”. 307 Lo que
puntualmente le critica a Freud es que sostenga que el trabajo del duelo es el de consumar la segunda pérdida
del objeto pero sobre los recuerdos idealizados, pieza por pieza, hasta que se le pueda dar un sustituto. Más
bien para Lacan el duelo es:
“el trabajo que está hecho para mantener y sostener todos esos lazos de detalle, en efecto, a
los fines de restaurar el lazo con el verdadero objeto de la relación, el objeto enmascarado, el
objeto a”.308
Es entonces la novedad introducida por Lacan con la teoría del objeto a la que permite situar las
diferencias con el planteo freudiano del duelo y la melancolía.
Establecida esta diferencia con Freud, Lacan avanza en la distinción de lo que sucede en la melancolía
y la manía, y en un pasaje en el que, luego de plantear la reversión de la libido pretendidamente objetal sobre el
yo del sujeto, afirma: “es evidente que en la melancolía ese proceso no culmina (lo dice el propio Freud), el
objeto supera la dirección del proceso. Es el objeto el que triunfa”. 309 En términos de Freud: la sombra del objeto
cae sobre el yo. Así distingue el retorno de la libido en la melancolía del retorno en el duelo. Como la función del
i(a) del narcisismo es ocultar el a, “esto es lo que el melancólico necesita que pase a través de su propia
imagen, y atacándola primero para poder alcanzar en ese objeto a que lo trasciende aquello cuyo mando se le
escapa”310, culminará arrastrado al suicidio. El melancólico suicida ataca su imagen para alcanzar el a. Dicho de
otro modo: como el a se oculta tras la imagen del narcisismo, necesita a través de su imagen alcanzar ese a
que se le escapa y cuya caída lo arrastra al pasaje al acto suicida. Así se explica el triunfo del a que
destacamos antes en Lacan: triunfa en la medida en que el i(a) se ha disuelto –disolución que revela desnuda la
dimensión real del objeto a.
En consecuencia, buscando el otro polo del ciclo, la manía ya no podrá definirse como triunfo del
objeto. Dice Lacan que se trata, por el contrario, de “la no-función de a”311 y ya no simplemente de su
desconocimiento bajo la cobertura imaginaria de i(a). Podríamos decirlo así: en la manía se trata del triunfo pero
8. 307 Lacan, J. (1962-63/2004): Le séminaire de Jacques Lacan. Livre X: “L'angoisse”, Paris, Seuil, 2004, pág.
387.
308 Ibíd.
309 Ibíd.
310 Ibíd., 388.
311 Ibíd.
ya no del objeto sino sobre el objeto. Lo cual arroja al sujeto “a la metonimia infinita y lúdica, pura, de la cadena
significante”.312 El a no opera y se ve entonces privilegiada la consistencia del i(a).
¿Qué implica para Lacan que el a no funcione? En el párrafo precedente había afirmado que el ciclo
duelo-deseo queda del lado del Ideal mientras que el ciclo manía-melancolía queda del lado de la relación con
a. De esta última indica que no podrá captarse sino se acentúa la diferencia de la función de a con respecto a
i(a):
“con respecto a algo que confiere a la referencia al a su carácter de básica, radical, más
arraigante para el sujeto que cualquier otra relación, pero también de fundamentalmente
desconocida, alienada, en la relación narcisista”.313
La función arraigante del sujeto por parte del objeto, el punto de anclaje que el a introduce para el
sujeto en la deriva de la cadena significante, cuando no opera como tal, lo lanza a la infinidad metonímica del
significante que remite sin cesar a otro significante y tras él a otro y otro, ausencia de detención metafórica que
en la manía se traduce en un hacer ilimitado pues “el sujeto ya no es lastrado por ningún a”314 [el destacado es
mío]. El término francés empleado es “lesté”, participio pasado del infinitivo “lester”, “lastrar”. La Real Academia
da tres acepciones: 1- “poner lastre a la embarcación”; 2- “afirmar una cosa cargándola de peso”; y 3- “comer,
por lo común vorazmente. Los adolescentes no comen, lastran”.
Podemos entender esta afirmación de Lacan, según las dos primeras acepciones, en el sentido de que
cuando el a no funciona, no opera en tanto lastre (piedra u otro objeto de peso que se pone en el fondo de la
embarcación, a fin de que esta entre en el agua hasta donde convenga), no fija al sujeto que queda entonces
“metonimizado” en la cadena significante sin anclaje, sin punto de afirmación. Es un sujeto desamarrado de la
cadena, disperso en la fuga de sus ideas. Es lo que la psiquiatría tan bien describe en estos casos: el enfermo
invadido por una sucesión incesante de ideas, pasando de una a otra rápidamente sin poder detenerse en
ninguna. Pero también la tercera acepción nos permite reconocer en esa cita algo que nos evoca la afirmación
de Freud cuando en Duelo y melancolía nos dice que el yo vencedor “parte, voraz, a la búsqueda de nuevas
investiduras de objeto”.315 Cuando el sujeto -elemento simbólico que como tal se desplaza permanentemente-
no está detenido por el peso del a, se ve arrojado a lastrar, a “comer vorazmente” en una metonimia
irrefrenable: de allí que se presente como un estado de exaltación, que aparentemente lleva al enfermo a
interesarse por todo lo que hay a su alrededor, aunque sin poder detenerse en nada en particular. Por eso
Lacan recurre en esa misma clase a la estructura del fantasma -($ ◊ a)- para articularlo. La no-función de a
debe entenderse entonces no como su no operación, sino como el entorpecimiento de su función real. Lo que
resulta claro en esta elaboración de Lacan es que esta fenomenología clínica no necesariamente debe
inscribirse “del lado de” la psicosis o “del lado de” la neurosis. En mi opinión eso no es lo esencial del asunto en
312 Ibíd.
313 Ibíd.
314 Ibíd.; en francés: “Le sujet n’y est lesté par aucun a”.
9. 315 Freud, S. (1917): “Duelo y melancolía”. En O. C., op. cit., pág. 252.
juego. Enseguida avanzaremos al respecto.
En su escrito -contemporáneo del Seminario 10- Kant con Sade, Lacan indica que el dolor de existir en
la melancolía se encuentra en estado puro: “¿No han escuchado pues, si creen tener mejor oído que los otros
psiquiatras, ese dolor en estado puro modelar la canción de algunos enfermos a los que llaman
melancólicos?”.316 La culpa fundamental del ser hablante es existir, pero la particularidad de la melancolía es
que se presenta puro: sin mixturas, sin divisiones. Esa pureza mortífera es producto de la ausencia del
significante fálico, significante del goce que supone la castración y que hace de médium entre el Otro y el
sujeto.
Más de 10 años después, en Televisión, redefine el problema e introduce una novedad. Parte de la
tristeza definida como pecado, cobardía moral que puede llegar a la psicosis por el hecho de ser rechazo del
inconsciente:
“Y lo que resulta por poco que esta cobardía, de ser desecho del inconsciente, vaya a la
psicosis, es el retorno en lo real de lo que es rechazado, del lenguaje; es por la excitación
maníaca que ese retorno se hace mortal”.317
No se trata del retorno de un significante en lo real, la manía es retorno en lo real de lo rechazado del
lenguaje, rechazo del inconsciente. No se trata de un rechazo de la lengua en el sentido de las palabras. El
lenguaje es la cadena significante y cuando ella está rota sólo quedan Unos, que podrán hacer serie pero nunca
reanudar el discurso. En ese sentido, Eric Laurent propone que si distinguimos lalengua y el lenguaje, “la manía
es desencadenamiento de lalengua, sin acción ya del lenguaje, que es el inconsciente”. 318 El retorno en lo real
que menciona Lacan, por tanto, en mi opinión alude a la mortificación que el lenguaje produce en el viviente.
Esa mortificación retorna en lo real y se impone con el efecto mortal consabido en la manía.
En conclusión, Lacan no aborda la manía y la melancolía como un ciclo, tampoco toma como eje el
trastorno del afecto sino como diferentes posiciones subjetivas ante el objeto a: identificación al objeto en el
pasaje al acto suicida melancólico, no-función de a que produce el retorno en lo real de un goce que invade el
cuerpo, desarticula sus funciones y lo lleva al sacrificio -entonces también suicida, aunque sin la determinación
melancólica-, en la manía.
Excitación maníaca
Hemos señalado que la particular elaboración de Freud acerca de la manía nos da una idea -banal por
cierto- de por qué se la asoció desde los comienzos de la clínica con la locura, llegando a constituirse en
términos usados indistintamente. Esa “fiesta” maníaca remite a las locuras, los desenfrenos locos de la fiesta y
10. 316 Lacan, J. (1963/2002): “Kant con Sade”. En Escritos 2, México, Siglo XXI, 2008 (Ed. revisada), pág.
738.
11. 317 Lacan, J. (1974/1977): “Televisión”. En Lacan, J.: Psicoanálisis. Radiofonía & Televisión; Bs. As. Ed.
Anagrama, pág. 107.
12. 318 Laurent, E. (1989): Estabilizaciones en las psicosis, Bs. As., Manantial, pág. 119.
sus excesos. Lacan nos ofrece argumentos más sólidos al respecto, lo que demuestra que entendió lo que
sucede en la manía de un modo muy distinto.
El hecho de que hable de la excitación maníaca merece un comentario detallado. En primer lugar,
desplaza la cuestión de la categoría clínica al síntoma. Es decir, cuando Lacan habla de excitación maníaca se
refiere a un fenómeno, no poniendo el acento en la manía como categoría clínica, lo cual nos remite
rápidamente al cuadro, a su relación con la melancolía y a todo el saber psiquiátrico elaborado en torno de ella.
En segundo lugar, el término excitación expresa con enorme justeza que hay algo del registro vital del
cuerpo y del hablanteser en cuanto ser vivo en ese síntoma pero sin regulación. Ello implica que una energía
sin regulador es siempre excitación desenfrenada. Eso es la excitación maníaca. La ausencia de regulación es
lo que Lacan expresó como no-función de a, es decir ausencia de lastre que fije, que limite. Pero también puede
pensarse que lo que no opera como regulador allí es el deseo, que es el vector por excelencia del pensamiento
y la acción. Eso mismo explica que la excitación maníaca se vuelva mortal. Podríamos incluso arriesgar la tesis
de que esa excitación supone un goce en exceso que al no hallar límite simbólico desborda sobre lo imaginario
inflamándolo, hinchándolo.
Finalmente, la fuga de ideas o logorrea, el desenfreno de la palabra y el goce, tienen mucho más que
ver con la locura lacaniana que con la fiesta freudiana. Estos fenómenos maníacos que podemos tomar -como
hemos anticipado en el capítulo precedente- como formas clínicas que puede adoptar la locura dan cuenta
también de la perturbación de lo imaginario, en el punto en que hay una evidente falla en la intención de
significación, que conlleva la desarticulación del tiempo discursivo de anticipación y retroacción del sentido. La
metonimia loca que afecta al sujeto por la no-función de a, en las que el sujeto se pierde y la significación
estalla, es la desarticulación de la cadena significante. Como no hay objeto que pueda ocupar el intervalo y
operar como el peso, lastre, de la cadena significante, borra el intervalo entre los significantes de la cadena,
haciendo de ella una serie de Unos. En efecto, cuando el intervalo desaparece, en lugar de metonimia hay
infinitización.
A modo de conclusión, la tesis de Lacan del rechazo del inconsciente que se expresa en la excitación
maníaca, en la medida en que el inconsciente es el discurso del Otro, debe leerse como un desligarse del Otro
que podemos interpretar como un desanudamiento del Otro (en las dos lecturas que admite el genitivo), pero
también como un rechazo del Otro. Lo cual produce como efecto una alteración de la relación del sujeto con la
imagen del cuerpo pero que desbordar el campo de la imagen para afectar al cuerpo en su materialidad.
Digamos que si la imagen vacila, lo que retorna es el goce en exceso que la imagen velaba, como la exaltación
psicomotriz pone de manifiesto, ese cuerpo desenfrenado que es el síntoma maníaco por excelencia.
Sinthomanía
En la primera clase de El Seminario 23 Lacan afirma:
“por la sucesión de obras que ha escrito en inglés, Joyce le ha añadido algo que hace decir al
mismo autor que habría que escribir l’élangues. Supongo que él entiende designar por eso
algo como esta elación, de la que se dice que ella está al principio de no sé qué sínthoma que
llamamos en psiquiatría la manía. La manía es en efecto bien a eso que se parece la última
obra de Joyce, la que él ha sostenido por tanto tiempo para atraer sobre ella la atención
general, a saber Finnegans Wake".319
Nuevamente, se ve la insistencia de Lacan en tomar la manía no como categoría clínica sino como
síntoma. Afirmar que la manía es sinthome desplaza nuevamente la cuestión de la categoría clínica al síntoma.
Al hablar de elación maníaca como sinthome, habla de un fenómeno, no de la manía como categoría clínica, se
refiere a un fenómeno cuya estructura es maníaca. Vale decir que las tópicas freudianas desplegadas en este
capítulo no constituyen un recurso con el que se formalizan categorías clínicas, como tampoco lo hace Lacan
con su formalización nodológica de las relaciones entre los tres registros. No se trata aquí de una simple
formalización de categorías clínicas, lo que apuntaría a construir una nosología lacaniana equivalente a la
psiquiátrica, sino de precisar que son sistemas de formalización que permiten reconocer la estructura de un
síntoma, a partir de los cuales podrán establecerse tipos (de síntomas, de nudos, como indica Lacan). 320 Tipos
que per se no “significan” nada preestablecido, sino que ello habrá que desgajarlo en la singularidad del caso
en función del sujeto que le suponemos. Dejo de lado la sutileza por la que Lacan desliza “que llamamos en
psiquiatría la manía”. ¿Acaso en psicoanálisis no se hace preciso?
Sea como fuere, se trata de la elación maníaca, que distiguimos de la excitación maníaca. El término
elación (elatio) etimológicamente deriva de effero: “llevar fuera de sí, elevarse”. El diccionario de La Real
Academia brinda tres acepciones: “Hablando del espíritu y del ánimo, elevación, grandeza”. “Hinchazón de
estilo y lenguaje”. “Altivez, presunción, soberbia”. La escritura l’élangues321 tiene homofonía con el plural les
langues -las lenguas- pero también es condensación de langues -lenguas- y élation -elación-. También porta el
significante élan que significa esfuerzo, arrojo, arranque y que figuradamente lleva a vehemencia, calor,
entusiasmo –lo que vuelve a conectar con la elación y la manía.
La fenomenología que se deduce de ello es diversa a la que situamos hasta el momento. Hasta aquí
excitación mortífera, logorrea, desenfreno del cuerpo, metonimia infinitizada, son formas de la manía
319 Lacan, J. (1975-76/2005): Le séminaire de Jacques Lacan. Livre XXIII: “Le sinthome”, Paris, Seuil, pág. 11-12.
Damos aquí nuestra traducción para aquellos que no leen francés, de la versión francesa, a la que citamos para que el lector
realice la propia: “par la sucesión d’œuvres qu’il a écrites en anglais, Joyce y a ajouté ce quelque chose qui fait dire au
même auteur qu’il faudrait écrire l’élangues. Je suppose qu’il entend désigner par là quelque chose comme cette élation
dont on nous dit qu’elle est au principe de je ne sais quel sinthome que nous appelons en psychiatrie la manie. La manie est
bien en effet ce à quoi ressemble la dernière œuvre de Joyce, celle qu’il a si longtemps soutenue pour y attirer l’attention
générale, à savoir Finnegans Wake" [Los destacados corresponden al original].
320 Lacan, J. (1973/1996): “Autocomentario”. En Uno por Uno, Revista Mundial de Psicoanálisis, Nº 43, 1996, pp. 9-
20.
321 Un trabajo de Michel Bousseyroux nos ilustra sobre la referencia que toma Lacan en su Seminario para introducir
este neologismo: la “elenguas” (l’élangues). Informa que Lacan propone dicho término tomándolo de Philippe Sollers, de
un trabajo intitulado “Joyce et Cie”, publicado en 1975 en Tel Quel Nº64, pág. 15-24. Nos provee, además, la cita: “(Joyce)
no escribe en ‘lalengua’ (en el sentido de Lacan), sino en las elenguas: eso salta, corta, y es singular plural”. En
Bousseyroux, M.; Bautista, B.; Bruno, P. et Sauret, M.-J- (1988): “La manía“. En Clínica diferencial de las psicosis, relatos
del Quinto Encuentro Internacional, Fundación del Campo Freudiano, Buenos Aires, 217-222.
caracterizadas estructuralmente como fenómenos de cadena rota, desencadenamientos, rupturas del
encadenamiento entre los registros. La elación maníaca está connotada por Lacan con el término sinthome,
definido en el seminario como lo que permite a lo simbólico, lo imaginario y lo real permanecer encadenados. En
este sentido, se trata de un síntoma maníaco, mejor dicho: de un sínthoma maníaco, o mejor aún: de un
sinthomaníaco, que no es efecto del desanudamiento de los tres registros sino un modo de reparar su
desanudamiento.
A la vez, destaco que las caracterizaciones más clásicas de los maníacos han enfatizado esos rasgos
del estilo hinchado, ampuloso, del lenguaje pero de su modo de comportarse también, la presunción llevada
hasta el delirio, y por qué no, digámoslo, hasta la megalomanía -en el sentido freudiano del engrandecimiento
yoico-.
Para concluir conviene aclarar que no se propone aquí que el caso del literato irlandés se avenga a
ejemplificar la manía como sinthome (pues Lacan no refiere la presencia de episodios melancólicos ni
maníacos), sino que solamente es considerado en tanto paradigmático de la función anudadora del sinthome.
En efecto, Lacan destaca que la última obra de Joyce “se parece” a la manía; es decir que la analogía está
dotada de un sentido aproximativo. Pero justamente el parecido se debe a la elación maníaca del puro lenguaje,
término con el que califica el uso que Joyce hace de lalengua en su Finnegan’s Wake. Y en Joyce, justamente,
la solución sintomática proviene de esa elación maníaca, con la que logra hacer sínthoma haciéndose un
Nombre mediante la escritura, supliendo con la función del ego el lapsus del nudo que ya no permitía el calce
del objeto a en RSI, resultando en un anudamiento que reproduce la falla original, pero que evita el
desencadenamiento vía introducción del sinthome.
Capítulo VII.
El caso Víctor (o El plan Frankenstein)
El322 recorrido efectuado hasta aquí impone hacer un alto en el esfuerzo de conceptualización para
encontrar en la práctica y la experiencia de la clínica psicoanalítica un anclaje que permita fijar algunos de los
términos y conceptos desplegados. Por ello he elegido el siguiente caso de mi práctica privada, pues considero
refleja muy bien los desarrollos del capítulo precedente sobre manía y melancolía, pero fundamentalmente
expone en acto el lugar, momento y función del diagnóstico en psicoanálisis. Examinaremos, por lo tanto, el
siguiente material clínico con el objeto de interrogar la articulación clínica-estructura, en esta oportunidad
referida a la psicosis, tal como lo hemos formulado capítulos atrás.
La clínica de las psicosis ordenada a partir de su desencadenamiento, su causalidad y su mecanismo,
es retomada por Lacan con el recurso de la teoría de nudos en los últimos años de su seminario, donde
aparece el concepto de sinthome. Sin considerar que efectúe en cambio paradigmático dentro de su misma
enseñanza, estos recursos topológicos parecen ser empleados con el objetivo de formalizar ciertas
configuraciones clínicas, que podemos denominar sinthomadas323, que cumplen la función de una
compensación que mantiene el anudamiento de los registros, y que pueden inscribirse en el marco de una
clínica diferencial de las tentativas de solución, a la vez que permite distinguirlas de la estructura del retorno en
lo real, es decir los síntomas elementales que se inscriben en el marco de una clínica diferencial de las psicosis.
Vale decir que podemos considerar el uso lacaniano de los nudos como un intento de escritura, de escritura de
los puntos en que para el sujeto las cosas cambian radicalmente y, ya no pudiendo volver a convertirlas en los
que fueron, requiere hallar soluciones, nuevas respuestas, invenciones, máxima expresión de la singularidad.
Operar con los nudos es para Lacan operar con la estructura (lo que implica desechar toda concepción del nudo
como modelo, representación o metáfora de la estructura) y en este sentido es el instrumento que le hace
322 Este texto ha sido objeto de publicaciones anteriores en el marco de las actividades de la cátedra de Psicopatología
II de la Facultad de Psicología de la UBA, de la que fui docente durante 15 años. El caso aquí expuesto fue inicialmente
presentado en la actividad de “Ateneos clínicos” de la cátedra en varias oportunidades y comentado por otros varios
docentes de la misma, así como presentado en actividades de enseñanza en instituciones como la Escuela de la Orientación
Lacaniana, colegio de Psicólogos de La Plata, Universidad Nacional de La Plata, Hospital Ameghino, etc. Primeramente fue
publicado en la Revista Ancla (Revista de la cátedra II de Psicopatología) N° 2 durante 2008, ya fuera de circulación; luego
integró el volumen Elaboraciones lacanianas sobre la psicosis (Schejtman, F. -comp.-), Buenos Aires, Ed. Grama, 2012, pp.
339-356. La versión que presentamos aquí ha sido corregida y aumentada, con agregados que creí necesario hacer, luego de
lo que la experiencia de su comentario en público me ha sugerido reiteradamente.
323 Término introducido en Mazzuca, R.; Lombardi, G.; de Lajonquière, C.; Sillitti, D. (1988): “Algunas cuestiones
sobre la prepsicosis”. En Clínica diferencial de las psicosis, Fundación campo freudiano, Bs. As., pág. 12.
factible formular algunos interrogantes sin que sean reducidos por los espejismos de la comprensión.
De modo tal que no considero que en los últimos años de la enseñanza de Lacan los nudos constituyan
un progreso o superación o integración superadora. Tal vez por ello mismo hablemos de “enseñanza” de Lacan:
lo que caracteriza lo que denominamos una enseñanza no es una progresión de saber que en su avance
alcanza niveles mayores de completud y perfección. Cierta “fetichización” de los nudos empuja a eso. Pero
Lacan es muy explícito en renunciar para su enseñanza a toda meta de saber absoluto en favor de una
producción de saber que adquiere valor de verdad en función de los efectos que produce. Cuando al final de su
discurso de apertura de la “Sección de la clínica psicoanalítica” en Vincennes en abril de 1976 Lacan interpela a
su auditorio al afirmar que de lo que se trata es de “interrogar al psicoanalista, apremiarlo para que declare sus
razones”324, pone blanco sobre negro que la clínica psicoanalítica no consiste en aplicar “lo ya sabido” al caso
nuevo con el fin de pronosticar adecuadamente lo que con seguridad ocurrirá, sino dar razón de lo acontecido
en la experiencia. Las siguientes páginas son puesta en acto de ese principio.
324 Lacan, J.: “Apertura de la sección clínica”, en Revista Ornicar, N° 3, 1977, pág. 42.
325 Expongo aquí la razón de la elección de este seudónimo. Víctor Frankenstein es el protagonista de la célebre
novela de Mary W. Shelley de 1818, cuyo título completo es Frankenstein o el Moderno Prometeo. Este complemento
aclara el sentido que tiene la trama. Prometeo, en la mitología griega, es uno de los titanes (supremos gobernadores del
universo que poseían una estatura y una fuerza descomunales), amigo y benefactor de la humanidad. Junto con su hermano
Epimeteo recibió el encargo de crear la humanidad y de proveer a los seres humanos y animales los recursos necesarios
para sobrevivir. En esta empresa, para hacer que los seres humanos sean superiores a los animales, Prometeo les otorgó una
forma más noble y les dio la facultad de caminar erguidos. Pero parece que los humanos le debemos algunas otras cosas. El
mito cuenta que luego de la creación, le robó el fuego al dios Zeus para entregárselo a la humanidad. Este, enfadado, juró
vengarse y ordenó la construcción de una mujer de arcilla, a la que le dio vida y la hizo hermosa. Prometeo, entretanto atado
a una roca, no podría acceder a ella. Esta historia, mucho antes, ha tenido forma de tragedia gracias a la pluma de Esquilo,
quien nos ha entregado su Prometeo encadenado.
326 Los entrecomillados indican palabras textuales del paciente.
Sin haber concluido con claridad aún sobre su función en la estructura, en los primeros meses del
tratamiento mis intervenciones apuntaban a no cuestionar esta idea. Poco a poco se fue dilucidando que su
preocupación por el cuerpo no era neurótica, no era un síntoma conversivo, ni una inhibición en el sentido de un
complejo de inferioridad. Tampoco se trataba de una idea soportada en la duda sobre su fealdad que lo
impulsara a ciclos de verificación frente al espejo, o a la palabra de los otros, vale decir un síntoma de la
neurosis obsesiva (como por ejemplo hacía el Hombre de las Ratas respecto de si era “un buen hombre o un
criminal”). Sino, más bien, su preocupación se ligaba a una idea que se presentaba con una certeza inaudita,
con una fijeza muy especial y con un carácter de intrusión: “soy feo” – contrariamente a lo que todos los de su
entorno le afirman, que su aspecto es lindo y agradable, imagen amable ofrecida por sus semejantes pero que
nunca lo satisfizo. La perfección como belleza opera aquí como el ideal que vela la castración, bajo la forma de
un equilibrio perfecto entre los rasgos de la cara de modo que no sobre ni falte nada. Este tema nunca
desapareció de sus preocupaciones pero mi abstinencia de intervenir sobre él quizás ayudó a que pase a
segundo plano y comiencen a aparecer en el transcurso de las sesiones otros temas.
Primero, una preocupación respecto de su virilidad. Un día pregunta si él no será homosexual porque
cuando mantiene relaciones con su mujer, le gusta que ella -son sus términos- “le meta un dedo en el culo”.
Esta duda sobre su identidad sexual es acompañada por el temor de lo que pueda creer el Otro. Tal como
sucede en lo que hace a su belleza, la mirada de los demás es extremadamente importante para él, de lo cual
está muy pendiente. Pero sobre todo revela que algo en el goce sexual que experimenta en el cuerpo se le
presenta como problemático. La ausencia de la mediación simbólica que ordena la relación entre los sexos en
el encuentro sexual, conlleva un desarreglo del goce que cuestiona su virilidad. Esta idea se le torna cada vez
más preocupante y acarrea mayor incomodidad.
Una sesión en que él abundaba sobre este asunto le pregunto si en la cama alguna vez su mujer le
recriminó falta de virilidad a causa de ese placer que ella le prodiga a él, o si él mismo notaba que ello le
impedía llevar a cabo el acto sexual en posición viril satisfactoriamente. Responde: “para nada, los dos la
pasamos bárbaro así”. Subrayo sutílmente con un comentario este dato, restándole valor interrogativo: que les
gusta a ambos y agrego que puede ser un secreto que pueden mantener entre ellos, en la privacidad de su
habitación. Esta intervención parece pacificar, al menos en este punto, su relación con la mirada del Otro. Con
el tiempo, deja de ser tema de preocupación.
En segundo lugar, traía con frecuencia una pregunta que para él tenía mucha importancia, la pregunta
por el origen: ¿cómo comenzó la vida? Tenía un gran interés por esto e intentaba encontrar respuestas siempre
ceñidas al saber de la Ciencia.327 Investigaba, compraba enciclopedias y todas las revistas del estilo de Ciencia
327 Esto me recuerda un pasaje de la novela de Shelley. Piensa Víctor Frankenstein: “Uno de los fenómenos que me
habían llamado especialmente la atención era la estructura humana e, igualmente, de cualquier animal dotado de vida.
Muchas veces me preguntaba de dónde provenía el principio de la vida. Pregunta atrevida, sin duda, y que muchas veces ha
sido considerada un misterio. […] desde le centro de esta oscuridad, me alumbró una luz repentina, una luz brillante y
maravillosa, y, sin embargo, tan simple que, confundido ante la inmensidad de las perspectivas que esa luz me abría, quedé
al mismo tiempo sorprendido de que entre tantos hombres geniales que habían dedicado sus esfuerzos a esa misma ciencia,
fuera yo el destinado a descubrir secreto tan sorprendente” (Shelley, M. (1818): Frankenstein o el Moderno Prometeo, Bs.
As., Terramar, 2004, pág. 40).
y conocimiento, Cosmos, etc. Incluso en algunas ocasiones las traía a su sesión para leerlas y discutir algunos
de los artículos que le parecían interesantes. Su conclusión era la siguiente: como los científicos no lograban
encontrar la causa del chasquido original, del famoso Big-Bang que dio origen al Universo, la única respuesta
posible era que el agente inicial de ese chasquido fuera Dios. Así quedaba demostrada su existencia porque
algo debía haber producido ese estallido original y como no había nada en la materia que permitiera pensar que
ese efecto sería producido por sí mismo, entonces debía atribuirse a una fuerza superior: Dios. Esta concepción
inconmovible no admitía ningún cuestionamiento ni crítica puesto que se deducía lógicamente y tildaba de
ignorante e incapaz de razonar a quien no viera su obviedad. Estas ideas de la existencia de Dios parecen
constituir una concepción delirante que viene a funcionar como una Ley ordenadora: un Dios cartesiano que es
fundamento del orden y origen del universo.
El padre
La relación con su padre siempre fue conflictiva. Era sabido que este hombre mantenía una relación
con otra mujer a quien sostenía económicamente. La madre lo aceptaba no tan pasivamente pues le
cuestionaba regularmente su relación con la que llamaba “la puta”.
Víctor decía que él no quería parecerse a su padre, que nunca sería infiel como él y criticaba
fuertemente a la madre por no hacerse respetar. De todos modos, siempre señalaba que era problema de ellos
y nunca hizo de este tema un conflicto propio. Quiero decir con ello que no se verifica, en el caso, la
constitución de ninguna novela familiar neurótica, en el sentido de localizar un conflicto infantil que funcionara
como modelo y núcleo del padecimiento adulto posterior. Entendía que sus padres habían armado las cosas de
modo tal que ambos hacían lo que querían: lo que él llama “la estrategia” del padre era que todos los hijos
tenían derecho a un “sueldo de hijo” y delegaba toda la administración de la plata del hogar y los sueldos en la
madre, a quien entonces mantenía entretenida y ocupada en esa tarea.
Víctor recuerda que cuando era chico el padre lo retaba a los gritos sin pegarle y le aplicaba “castigos”
(es un término del padre); por ejemplo, lo obligaba a quedarse encerrado en su cuarto, o no le daba la plata que
le correspondía para el fin de semana. Cuando él le preguntaba la razón del castigo, las más de las veces el
padre respondía: “porque yo lo digo”. Y lo que Víctor siempre enfatiza como un recuerdo desagradable es lo
desproporcionado de sus gritos. Estas situaciones desembocaban siempre de un modo peculiar: Victor
terminaba burlándose del padre impostado, incluso a veces riéndose en su cara, pues le parecía caricaturesca
su vociferación: “porque yo lo digo”. En efecto, lo era; dicho de otro modo: un padre autoritario pero sin
autoridad. En su escrito De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis Lacan señala
como determinante para la estructuración de la subjetividad de alguien la relación del padre con la ley en la
medida en que puede tener efectos devastadores cuando este tiene realmente la función de lesgislador o se la
adjudica:
“que se presente como pilar de la fe, como parangón de la integridad o de la devoción, como
virtuoso en la virtud o en el virtuosismo, como servidor de una obra de salvación […] todos
ellos ideales que demasiadas ocasiones le ofrecen de encontrarse en postura de demérito, de
insuficiencia, incluso de fraude, y, para decirlo de una vez, de excluir el Nombre-del-Padre de
su posición en el significante”.328
Es muy impactante leerlo: cuando la peculiar relación de un padre con la ley lo sitúa en términos de un
ideal sin resto, sin falta, sin falla, se instalan las coordenadas que lo instalan en posición de forcluir el
significante del Nombre-del-Padre de lo simbólico por semejante impostura: la de no distanciarse de la ley en
tanto simbólica, es decir aquello de lo que nadie puede apropiarse ni dejar de lado. Momento fundante de la
elaboración lacaniana de la psicosis en la medida en que no localiza la causalidad en nada del orden de lo
orgánico, neurobiológico o hereditario, pero tampoco en términos de inasible infortunio del azar de lo simbólico
que hace que la forclusión de un significante se reduzca a la eficacia de una contingencia. Más bien, Lacan
localiza las coordenadas en términos de estructura, vale decir, de cómo se ve afectado un sujeto por el modo en
que los Otros significativos encarnan determinados lugares (A como tesoro significante) y funciones (función
paterna: padre simbólico).
En el mismo sentido, Lacan presta atención no tanto al modo en que la madre se aviene a la persona
del padre -en lo cual suele encarnarse mal cierta idea ambientalista que termina por ser descriptiva del vínculo
parental entendido en términos de semejantes, pares imaginarios, pero que por ello no va más allá de un
“chusmerío” banal- sino que sostiene que conviene ocuparse:
“del caso que hace de su palabra, digamos el término, de su autoridad, dicho de otra manera,
del lugar que ella reserva al Nombre-del-Padre en la promoción de la ley”.329
Es decir que la madre tiene por función -entre otras- hacer lugar a la palabra del padre, es pasadora de
la posibilidad de que la palabra del padre se enlace con la autoridad. Victor relata innumerables situaciones en
que respecto de los castigos que el padre le imponía la madre los volvía inocuos. Por ejemplo, si el padre le
negaba la plata, ella se la daba a escondidas, o injería de modo tal de minimizar la travesura y retirar el castigo.
El padre se quejaba ante la madre: “me desautorizas”.
El llamado de Dios
En el transcurso de las sesiones, cada tanto reaparecía la cuestión de la belleza y la cirugía, pero
todavía no se había vuelto algo imperioso. Hasta el momento, estas ideas le generaban un visible malestar del
que decía quería desembarazarse, del que estaba cansado. Sus estados de ánimo oscilaban, algunas veces
venía exultante, feliz, en posición superadora, otras triste y desganado. Estos polos anímicos eran notorios
aunque hasta el momento no habían pasado al primer plano ni se configuraban como el signo clínico más
estridente.
328 Lacan, J. (1957-58/2002): “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, en Escritos 2,
México, Siglo XXI, 2008 (Ed. revisada), pp. 509-557, pág. 553.
329 Ibid.
Hasta que una sesión llega desencajado, muy agitado, casi incontenible, diciendo que las relaciones
con su esposa estaban muy mal, que ella quería dejarlo. Este fue un punto de viraje en su vida y en el
tratamiento. Rápidamente el trabajo en sesión fue absorbido por esto: “¿qué tengo que hacer para que no se
vaya?” -decía- “si me deja me mato”. Sus intentos desesperados por evitar la separación fueron inútiles: la
mujer lo abandonó (él volvió al hogar familiar y ella se quedó con su departamento, lo cual le valió de parte de la
madre a ella también el mote de “puta”).
A partir de aquí, Víctor cayó en un período de crisis muy serio: aquellas intermitencias anímicas se
extremaron y pasaba períodos de enorme tristeza, sin querer comer, tirado en la cama, para luego levantarse
hiperexcitado diciendo que iba a salir adelante, que quería vivir bien. Cuando venía en este estado a sesión, no
podía mantenerse quieto, se paraba, se sentaba, caminaba por el consultorio, a veces no podía quedarse más
de 10 o 15 minutos y pedía irse. Decía: “tengo que poner mi vida en marcha”. Esto era preocupante pues
parecía factible que esta falta de control en los movimientos y su alta dosis de impulsividad desembocara en un
pasaje al acto suicida. Indiqué entonces la interconsulta con un médico psiquiatra que evalúe la necesidad de
administrar alguna medicación que ayude a morigerar la excitación que lo excedía.
El ápice de esta crisis llega poco tiempo después: fue encontrado en la terraza de la casa de su familia
mirando el cielo con “cara de loco -recuerda la madre-, con los ojos desorbitados”. Al ser preguntado in situ por
ella respecto de qué es lo que hacía allí, contestó que sentía que Dios lo estaba llamando, que su vida estaba
por terminar y que era mejor estar junto a Dios que seguir sufriendo en la tierra, sin su mujer... Preguntado
sobre esto -ya en la sesión- refirió que no escuchaba voces ni veía nada en particular sino simplemente: “sé
que Dios me llamó”, “lo sentía adentro”.
De este modo, el Dios cartesiano, fundamento del orden universal, cuya existencia Víctor demuestra
simbólicamente, toma la iniciativa y en el momento en que algo se desencadena lo llama con la consistencia
áfona de la voz. Podemos pensar este fenómeno como un intento de localizar el goce en el lugar del Otro como
tal (como define precisamente Lacan a la posición paranoica en 1966).330
Enseguida se hicieron recurrentes los llamados de su madre a mi consultorio porque Víctor amenazaba
constantemente con que se iba a matar: “si no estoy con ella no quiero vivir”, condición sine qua non pues -
decía- “me falta un pedazo”, “siento un agujero que no puedo llenar con nada”, era un “vacío en el medio del
pecho”. Reconocemos en el abandono de su mujer aquello que lo confronta con un vacío insoportable,
imposible de tolerar. Es en torno del sentirse ligado a ella que algo de su ser lograba asiento y permanencia. No
encuentra respuestas simbólicas ni imaginarias ante la caída del sostén ortopédico que constituía la imago de la
esposa y se desencadena la psicosis clínica. Quizás sea válida la conjetura de que su relación con ella cumplía
la función del sinthome que mantuvo encadenados los registros hasta su desanudamiento. Tal vez ha sido para
él lo que Nora fue para Joyce -como se lee en El Seminario 23 de Lacan-: lo que encadena… una esposa.
En adelante la desorganización fue in crescendo. Comienza un tiempo de descontrol sexual y
económico. Cuando la familia se negaba a darle el dinero que él reclamaba amenazaba con matarse. Salía
330 Cf. Lacan, J. (1966): “Presentación de la traducción francesa de las Memorias del Presidente Schreber”. En
Intervenciones y textos 2, Bs. As., Manantial, pp. 27-33.
todas las noches visitando cabarets donde participaba de orgías en las que se ponía en peligro por
descuidarse, en las que incluso tuvo affaires homosexuales; económicamente hizo desastres, una serie de
desfalcos que le costaron a su padre el valor de un departamento en dos meses, “se lo gastó en putas” -decía
su madre-.
Esta exaltación maníaca es un síntoma del retorno en lo real de lo forcluído que Lacan explica en El
Seminario 10 por “la no-función de a”, cuyo efecto es lanzar al sujeto “a la pura metonimia, infinita y lúdica, de la
cadena significante”, donde se verifica que el objeto a no opera arraigando al sujeto, anclando la vacilación
subjetiva en la deriva de la cadena significante, por lo que se ve arratrado por la infinitización metonímica del
significante que remite sin cesar a uno y otro y otro significante. Ausencia de detención metafórica que se
traduce en un hacer ilimitado en la medida en que el sujeto no tiene el lastre de ningún a y el sujeto resulta
“metonimizado” en la cadena significante sin anclaje, sin punto de afirmación. Sujeto que en su desamarre de la
cadena es dispersado en la fuga de sus ideas. Los clásicos de la psiquiatría describían estos casos con
precisión: pacientes invadidos por una sucesión incesante de ideas, pasando de una a otra rápidamente sin
poder detenerse en ninguna.
En este período la cuestión de la estética pasa al primer plano. Prácticamente no hablaba de otra cosa
que de eso. Cuando era rechazado por alguna mujer, solía decirse: “¿Viste? Porque soy feo, si fuera lindo me
daría bola. Tengo que operarme”. Todo culmina en que se le impone la necesidad imperiosa de intervenir sobre
el cuerpo, con una intervención quirúrgica muy impresionante, que cambiaría todo su rostro, rasgo por rasgo.
Un mundo virtual
Un día conoció una chica, joven, de la cuál se enamora a pesar de reconocer que no es tan bella como
su esposa, “nunca voy a encontrar otra como ella” –decía, pero le alcanza para detener la vorágine sexual en la
que estaba inmerso, con una particularidad a destacar: esta chica era inseparable de su hermana mayor, tan
así que había una condición irrenunciable: dormir juntos... los tres. Víctor ha llegado a dibujar en sesión la forma
en que se distribuyen los espacios en su cama matrimonial, situación que si bien lo complica un tanto, llega a
divertirlo –podemos imaginarlo…
De este modo, toma un rasgo del padre: dos mujeres. Recordemos que la bigamia del padre era en
principio cuestionada por Víctor que, ahora, toma como un rasgo para sí, aunque no exactamente de igual
modo, pues en este caso no hay engaño ni mentira. En este punto, el padre le brinda cierto modelo de cómo
mantener una relación posible con una mujer, ya no con La mujer, perfecta, sino con una, común y corriente,
pero sin imposturas. Es decir que es un padre que aunque no opera como una referencia simbólica, puede
hacerlo por una vía imaginaria propiciando alguna identificación. Parafraseando a Lacan en el Seminario 3: que
no haga de “carretera principal” no impide que pueda ofrecer algunos caminitos secundarios.
Lo cierto es que a partir de esta particular relación, Víctor logra cierta independencia respecto de su
primera mujer. La insistencia en volver con ella va cediendo, y solo mantiene, hasta el presente, un vínculo muy
esporádico vía Internet.
Esto empieza a tener otra derivación pues, a la vez que lo mantiene en cierta relación virtual con ella, la
web le sirve para producir un importante viraje en su vida: se inventa un trabajo – vende productos, lo cual
incluso se ha vuelto un negocio para su familia ya que vende cosas que ellos no usan. Y se proclama: “soy el
vendedor más grande del mundo”. Cuidadosamente en las sesiones yo había empezado a introducir la cuestión
del dinero que le proveía la familia y subrayar el malestar que esto le traía. El cuidado tenía que ver con no
plantear el asunto del trabajo desde un ideal, en términos de lo que “se debe hacer” “porque está bien”, “porque
corresponde” -modalidad habitual de enunciación del padre, quien le decía que deje de pensar estupideces y
vaya a trabajar- para no encarnar ese ideal paterno.
Sobre todo el malestar era suscitado porque él tenía que “rendir cuentas” a sus padres de sus gastos.
Mis intervenciones apuntaban a confirmar sus palabras. Algo de esto empieza a jugarse en la transferencia:
deja algunas sesiones sin pagar y va pagando otras manteniendo siempre una deuda con su analista, que
evidentemente no respondía a una falta objetiva de dinero. Nunca reclamé esa deuda, evitando quedar en serie
con su padre que por el contrario siempre lo hacía. Un día, al finalizar una sesión dice: “Tengo que rendirte
cuentas de lo que te debo, cobrame”. A lo que respondo que me pague cuando quiera, cuando pueda. Maniobra
para sustraerme de quedar en la línea del Otro que goza demandándole dinero. En sesiones sucesivas paga
parte de la deuda, quedando una sesión siempre impaga. Ha logrado sustraer un “cachito” del Otro, que ahora
es un Otro en falta, que no goza de todo el dinero.
Un día se le ocurre que podría ganarlo con la magia: “La verdad es que podría volver a ganar plata con
la magia, mientras me divierto. Si es lo único que me gusta hacer. Yo no quiero trabajar como un burro como mi
papá”. Poco a poco fue apareciendo con claridad la intención de hacer de su hobbie infantil reactualizado un
negocio, pero mucho más satisfactorio -en términos subjetivos- que la simple tarea de vender objetos
inservibles por la web. Comenzó entonces a vender trucos de magia, luego a fabricarlos caseramente. Incluso
los inventa, y gana mucho dinero: “Se me ocurrió un truco nuevo que no está en ningún libro, soy un genio, me
voy a llenar de plata”. También comienza a enseñar su arte a niños y adolescentes interesados en aprenderlo,
estableciendo vínculos satisfactorios, estables y duraderos. Luego arma videos de clases de magia en los que
se filma enseñando al modo del famoso programa televisivo que admiraba(mos) de niño(s): Manos mágicas.
Por esta vía, el trabajo se enlaza con la necesidad de sustraerse de la estrategia del padre que lo
perturba en la medida en que lo deja en posición de objeto del goce del Otro. Su incipiente independencia
económica le produce visible contento. Disfruta mucho de diferenciarse de los hermanos en el punto en que él
gana su dinero, aunque el nivel de vida que lleva depende del dinero del padre que mantiene muchos de sus
gastos. Pues no es una cuestión objetiva de cantidades sino una posición subjetiva diferente.
Una anécdota simpática pero ilustrativa del valor que esto ha cobrado en su vida: una sesión al salir del
consultorio pasa por delante del escritorio de mi computadora, ve que la impresora ya no está en su lugar y
pregunta “¿qué pasó con tu impresora?”. Respondo que se rompió y que debo reemplazarla… “¿Y dónde vas a
comprarla?”. Respondo que supongo será en Garbarino o uno de esos lugares. Entonces propone: “haceme
caso, antes de ir a gastar energía caminando por el agotador mundo real mejor buscá en el mundo virtual. Entrá
a XXX.com y fijate”- ofreciéndome su página comercial.
Su relación a la mirada del Otro se modifica también por el recurso de la magia. La técnica de la magia
que yo mismo había aprendido se sustenta en lo siguiente: hacer trampa con una mano mientras se distrae la
mirada del público con la otra mano. Es lo que se llama “ilusionismo”, vale decir: su esencia es el engaño al
Otro. Cierta relación pacificada al Otro se sostiene a partir de la posibilidad de ocultarle algo, restarle algo,
hacerle perder consistencia en su saber. El público del mago siempre termina asombrado, cierto efecto de
sorpresa ligado a no saber cómo se hizo el truco. Leonardo Leibson destacaba, comentando este caso, que se
trata de que “la mano es más rápida que la vista”. Es decir, la mano que engaña la mirada del Otro. Es que esa
mirada del Otro es lo que lo tortura: “soy feo”. La magia recubre, oculta, vela esta relación tortuosa. Recurso
imaginario para velar lo real.
Finalmente, se inventa un nombre: utiliza como seudónimo el nombre de un personaje de una historieta
gráfica de la que era fanático en su infancia, cuyas características son tres:
1- era un estafador y ladrón profesional pero de guante blanco, que se destacaba por su inteligencia y
sagacidad, a tal punto que los servicios más importantes del mundo no podían atraparlo (“el ladrón más grande
del mundo” -podríamos decir- que agujerea al Otro policial);
2- siempre aparecía rodeado de mujeres hermosas, de dudosa vinculación afectiva (lo cual las ubica en
serie con la figura de la “puta”); y fundamentalmente
3- no se le conocía su rostro: vivía con una máscara blanca que apenas delineaba la forma de un
rostro humano, con rasgos muy sutiles, y con la particularidad que a través de ella sólo podían reconocerse sus
ojos.
¿Un sinthomaníaco?
Pienso que el sujeto encuentra en la transferencia un anudamiento que evita el riesgo de un pasaje al
acto suicida y limita el avance de esa cirugía tan peligrosa. Es el resultado -como siempre provisorio- al que
hemos arribado en el tratamiento de este sujeto psicótico -que tiene “bastante tela”, como se dice habitualmente
– expresión oportuna hablando de nudos y trenzas.
El abandono de su esposa lo confronta con un punto de imposibilidad estructural. El poder conocer a
otra persona, el llegar a enamorarse de otra mujer, el poder decidir estar solo por un tiempo, no forman parte
para Víctor de respuestas ni siquiera transitorias que le permitirían trenzar nuevamente las hebras de la
estructura aflojadas con la separación.
A la posición melancólica (ligada a la identificación con el objeto perdido, como dice Freud, donde “la sombra
del objeto cae sobre el yo”, punto de desencadenamiento a partir de la pérdida, subjetivada por él como “vacío
en el pecho”, “agujero”), que revertía en los picos maníacos (el ciclo de sus depresiones y excitaciones
periódicas, fiestas, putas, gastos, etc.), le sigue una estabilización que podríamos describir como cierta
megalomanía sinthomada -en el sentido del engrandecimiento yoico, no de la constitución y desarrollo de un
delirio de grandeza propiamente dicho (cf. Introducción del narcisismo)- que se expresa en su nueva posición
enunciativa: “soy el vendedor más grande del mundo”, “soy un genio”, posición que le permite sostener ese
mundo virtual más satisfactorio que el real, un mundo más vivible para él.
Se puede pensar esta estabilización cercana a lo que Lacan llamó “elación joyceana” en El Seminario
23, y que ya hemos comentado en el capítulo anterior, cuando afirma respecto del literato irlandés, la función
que asume “la elación de la que se nos dice que está al comienzo de no sé qué sinthome que en psiquiatría
llamamos la manía". La articulación entre sinthome y manía que se propone en la cita puede pensarse en el
caso de Víctor por la vía de la elación: “llevar fuera de sí, elevarse”. Que esa elación maníaca pueda funcionar
como un sinthome que anude, encadene los registros sueltos, implica que se trata de una organización singular
del goce, que lejos de constituir algo de lo que conviene deshacerse, es lo que permite vivir, una solución,
reparación que permite sostener el anudamiento necesario para que la vida sea posible. En este caso: reanuda
los registros desanudados en las crisis maníaco-depresivas que lo afectaron.
Si bien no podemos prever su continuación, podemos conjeturar que la invención de ese mundo mágico
y virtual que vela el horror del agujero de la castración, parece funcionar como una estabilización lograda que lo
ha llevado hasta el presente casi a prescindir del encuentro con su analista, encuentros que por ahora aunque
se mantienen, son esporádicos y en la medida de sus requerimientos.
Segunda parte
“Registros”
Capítulo VIII.
Los tres órdenes: lo simbólico, lo imaginario y lo real
Los tres órdenes son una vía de entrada imprescindible a la enseñanza de Jacques Lacan, acaso la
mejor manera de aproximarse, de dar los primeros pasos en una enseñanza tan voluminosa, tan rica pero tan
compleja como la suya. Por eso corresponde que este capítulo inicie la serie que dedicaremos, en esta
segunda parte, al estudio de algunos de los conceptos fundamentales de dicha enseñanza, introductorios pero
fundamentales para que el alumno de Psicopatología pueda abordar los contenidos siguientes, vinculados a las
psicosis, las neurosis y las perversiones, pero que además nos permitirán medir el grado de incidencia que
Lacan tiene en la Psicopatología tal como la concebimos aquí. Además, para quienes se inician en la lectura de
Lacan y a sus conceptos fundamentales, los tres órdenes constituyen, sin dudas, una brújula orientadora.
A la vez, este tema reviste enorme complejidad pues, por una parte, debemos abordar qué son los tres
órdenes, cada uno de ellos, pero también para qué Lacan los introduce.
Sus tres
Para comenzar, demos una definición bien amplia, los tres órdenes constituyen el esquema tripartito
central de la enseñanza de Lacan que sostiene a lo largo de toda su vida. Son introducidos en su conferencia
Lo simbólico, lo imaginario y lo real, de julio de 1953. Y hasta tal punto los sostiene, que en la que fuera casi su
última intervención oral, en agosto de 1980, poco antes de morir, en el famoso Seminario de Caracas, dictado
aquí en nuestro continente, vuelve a ellos para decirnos que han sido el núcleo de su debate con Freud:
“Mis tres no son los suyos” (dice Lacan, aludiendo a la tópica freudiana yo-ello-superyó) “Mis
tres son lo simbólico, lo real y lo imaginario”. 331
Es decir que para Lacan no son meros términos cuyo valor radicaría en que permiten un ordenamiento
conceptual, un valor pedagógico digamos (no desdeñable, estaría bien si fuera solo así), pero además de ese
valor de instrumento de demarcación teórico, que lo tienen, fundamentalmente tienen consecuencias en la
331
Lacan, J. (1980/1987): “El seminario de Caracas”. En Miller, J.-A.: Escisión, Excomunión, Disolución, Bs. As.,
Manantial, pp. 264-267, pág. 264.
332 Ibid.
práctica del psicoanálisis. Para Lacan son esenciales para dilucidar cómo se estructura la experiencia analítica.
En muchos lugares afirma que los psicoanalistas posfreudianos, con los que polemiza sistemáticamente, se
pierden, se extravían, porque no tienen sus tres órdenes. Es así que en El Seminario 1 ya afirmaba:
“sin esos tres sistemas para guiarnos, sería imposible comprender nada de la técnica y la
experiencia freudianas”.
Entonces, simbólico, imaginario y real son un instrumento con el que Lacan lee a Freud (este es uno de
los sentidos que podemos darle a su tan mentado retorno), y a la vez el instrumento con el que organiza su
enseñanza (en efecto es una de las significaciones posibles para el término órdenes: ordenan, sistematizan).
En la conferencia de 1953 dice exactamente eso: son una orientación en el estudio del psicoanálisis, pero dice
algo más:
Es decir que para Lacan toda realidad humana está organizada por los tres órdenes, llamados también
-como ya pudieron notar- registros, sistemas, dimensiones.
Ahora bien, debemos decir que Lacan no los inventa, sino que ellos estaban disponibles en la cultura de la
época. Lo que Lacan hace es, por un lado, darles una modulación peculiar a cada uno y, por otro lado,
articularlos de un modo original, ya iremos viendo cómo, a lo largo de toda su obra (tema que será permanente
a lo largo de nuestras clases), en relación a los múltiples temas en los que los haremos intervenir.
Si queremos medir la originalidad de Lacan al respecto tenemos que detenernos un instante en El
Seminario 22 (1974-75): RSI, es un seminario que tituló escribiendo las letras, no las palabras, título que
comporta el debate con Freud en la medida en que pone en juego una homofonía de la lengua francesa: RSI en
francés suena parecido a hérésie, herejía. El hereje Lacan que debate con el padre del psicoanálisis, Freud:
1974/75: R – S – I
Lo que hace allí es articular los tres registros vía el nudo borromeo, donde cada uno de ellos es un
redondel de cuerda que se anuda a los otros dos. Y de ese modo constituyen la estructura. Lo dejo anunciado,
porque es uno de los problemas que abordaremos en un capítulo posterior, en relación al tema de la relación
entre historia y estructura.
Ahora quisiera que observen que ya dimos algunos pasos en cierto sentido, sobre el tema de hoy: es
decir sobre la historia de los tres ordenes en la enseñanza de Lacan: tres momentos, tres hitos donde esos
registros se ordenan de diversa manera. ¿Y por qué señalo esto? Para que comiencen ya desde ahora a ubicar
333 Lacan, J. (1953/2005): “Lo simbólico, lo imaginario y lo real”. En De los nombres del padre, Buenos Aires,
Paidós, 2005, pág. 15.
un tema inherente a los tres órdenes que es lo que atañe a las primacías de uno sobre los otros dos. Tenemos
que distinguir lo siguiente: primacía no es mayor importancia. Muchas veces se confunden y se interpretan las
primacías de un registro sobre otro en el sentido de otorgarle mayor importancia, lo cual es un problema. Es
decir que aquí salta a la vista la cuestión central de cómo se relacionan y articulan los órdenes.
1953: S–I–R
1974/75: R – S – I
Con la misma lógica podemos refutar esa idea: en El seminario de Caracas, posterior al Seminario 22,
Lacan dice que sus tres son simbólico, real e imaginario:
1953: S–I–R
1974/75: R – S – I
1980: S–R–I
¿Se tratará de una primacía de lo simbólico nuevamente? ¿Lacan retrocede? Hérésie de Lacan contra
Lacan! Espero se aprecie que esa lógica nos podría llevar a extraer conclusiones descabelladas. El error radica
fundamentalmente en una cuestión: es esencial tener claro, cuando se lee a Lacan, que él a veces enfatiza uno
de esos órdenes en diversos fenómenos, pero es un énfasis que no ha de leerse como absoluto, como
determinación última, única y suficiente de todo el fenómeno. Los énfasis de Lacan deben ser tomados como lo
que son, un acento, un subrayado, no una causa primera. Para Lacan esas letritas pueden escribirse en todas
sus combinatorias. Que enfatice a veces lo real, llevó a algunos a pensar que lo simbólico ya no servía y que
entonces había que orientarse por lo real. Pero eso es erróneo. Lacan no lo dice, es una lectura que se hace.
Lo fundamental es la forma en que se anudan, en que se articulan entre sí los tres órdenes. Es decir que
siempre que leamos una acentuación de un órden sobre los otros tengamos presente que es eso, un acento, no
un destaque de importancia.
Aclarado esto, vamos a ver entonces qué comportan simbólico, imaginario y real y cómo ponemos a
jugar ya de entrada esta triplicidad irreductible en cada registro, más allá del énfasis que cada uno de ellos
necesariamente comporta. Dado que los primeros aportes de Lacan suelen estar centrados en lo imaginario,
comencemos por allí.
Lo imaginario
Decía que Lacan no inventa los órdenes sino que los encuentra en la cultura y que lo que hace es
intervenir sobre ellos. Entonces, una de las fuentes de lo imaginario para Lacan, un término que encuentra en el
psicoanálisis de la época es el de imago, muy difundido en esa época. Quizás por ello habitualmente se dice
que lo imaginario es el reino de la imagen (aunque no es tan claro que haya una relación estrecha entre imago
e imagen, mas allá de la etimología de los términos).
Pero es un hecho que entendemos lo imaginario a partir de la imagen. Como registro lo imaginario es el
registro de la impostura, del señuelo, de lo ficticio en la relación intersubjetiva, incluso Lacan habla de la
dimensión del engaño como propio de este registro. Concierne también a la proyección imaginaria de uno sobre
la simple pantalla que deviene el otro, el semejante. Es el registro del yo (moi) con todo lo que este implica de
desconocimiento, de alienación, de agresividad, en la relación dual entre el a y el a' (matemas del semejante y
el yo). En este registro se incluyen todos los fenómenos de fascinación, de seducción, de ilusión y de
prestancia. Es aquí donde Lacan ubica la compleja relación entre los semejantes teñida por una dualidad
constitutiva en la medida en que se trata siempre de “o yo – o el otro”. Lo cual nos lleva a un tema nuclear de lo
imaginario, imprescindible para comprender cómo Lacan lo concibe: el estadio del espejo, que como podrán
sospechar, tiene que ver con la imagen pero que fundamentalmente es el aparato conceptual con el que Lacan
lee el narcisimo freudiano y explica la constitución del yo, partiendo de la idea de que el yo es una construcción,
tesis que Freud despliega en Introducción del narcisismo:
“Es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo una unidad
comparable al yo, el yo tiene que ser desarrollado”. 334
334
Freud, S. (1914): “Introducción del narcisismo”. En O. C., op. cit., Tomo XIV, pp. 65-98, pág. 74.
no evolutivos. Y esto le permite insistir en el carácter estructurante y estructural del estadio del espejo.
Pero Lacan introduce, además, dos elementos que no estaban a disposición de Freud: uno proviene de
la etología, del estudio de los instintos animales, el otro de la embriología humana. Este último al que me refiero
es a la teoría de la fetalización de Bolk, todo lo que está ligado a la prematuración biológica, respecto de la cual
la imagen es una respuesta que intenta resolver la fragmentación biológica inicial. De allí en adelante quedará
fijada esa función como preeminente para la imagen, este es su primer modelo. El segundo elemento que
introduce ligado a la etología, el estudio la conducta animal, es la importancia del papel de la imagen del
semejante, de la imagen del partenaire, del congénere, en ciertos momentos, que hace que se desencadenen
conductas de pavoneo, de llamado al apareo o a la batalla (plumaje, ciertas danzas, etc.) de donde toda la
cuestión que Lacan trabaja relativa el encuentro con la imagen del semejante y lo que eso suscita en el yo
humano. En resumen, puede verse cómo la imagen atraviesa estas múltiples cuestiones.
Por último, quisiera mencionar algo que Diana Rabinovich ha destacado, vinculado a lo que la época le
aporta a Lacan en cuanto a lo imaginario. Y eso tiene por lo menos un punto que yo voy a destacar (ella señala
varios): es una referencia no muy conocida pero es central. En la época en que Lacan plantea lo imaginario se
está produciendo en Europa una nueva forma de interpretar las imágenes tomándolas como símbolos. Estos
estudios se llevan a cabo en el Instituto Warburg. Panofsky es quien trabaja las imágenes en su significación
simbólica variable en determinadas épocas, con una diferencia muy importante con K. Jung. Lacan rescata la
imago, tomándola de Jung pero la mediatiza con estos desarrollos, que permiten ubicar que no se trata solo de
imágenes de un inconsciente colectivo ni nada que se le parezca, sino, por ejemplo, de rastrear la historicidad
de un cierto código pictórico. Los famosos estudios de Panofsky sobre el Renacimiento muestran cómo distintas
imágenes se repiten, de distintas maneras, en distintos lados, porque forman parte del ordenamiento simbólico
de dicha época. Es decir, no se trata de una interpretación de símbolos fijos sino de la ubicación de los
símbolos en el contexto de la época y de la cultura en que se producen.
Esto nos sirve para indicar que el término "imagen" también puede formar parte del orden simbólico. El
lenguaje codificado de imágenes forma parte de todas las culturas, las que, obviamente son distintas entre sí,
pero el hecho central es que son simbólicas y no imaginarias. Porque si no, nos quedamos con la idea parcial
de que la imagen sólo es imaginaria. No, la imagen tiene además una dimensión simbólica dada por el marco
cultural histórico en el que está incluida.
Entonces la imagen ya no es el reino de lo imaginario solamente, está en una intersección de lo
imaginario y lo simbólico, en la medida en que Lacan piensa a la imagen como simbólica, como determinada,
como historizable y no como una mera percepción psicofisiológica. Así, da una nueva vuelta de tuerca sobre lo
imaginario, a partir de su teoría sobre lo simbólico.
Pero también supone una articulación real. La imagen para Lacan no es algo estático, no es algo
muerto, sino que lo vivo entra en la imagen. Lo imaginario implica la imagen en movimiento, no se trata de una
fotografía, es la vida con su empuje y su fuerza formando parte de la imagen y eso es lo real de la imagen.
Entonces en lo imaginario tenemos imaginario, simbólico y real.
Lo simbólico
Fundamentalmente cuando hablamos de lo simbólico aludimos a la función del lenguaje, y más
especialmente, a la del significante. Lo simbólico hace del hombre un ser fundamentalmente regido, subvertido
por el lenguaje, que determina las formas de su lazo social.
Aquí es donde se hace mas notable el interés de Lacan por el estructuralismo. Pero lo que hay que ver
de entrada es que Lacan lo altera. El estructuralismo está hecho para evacuar la subjetividad del campo de las
ciencias del hombre y asimilarlas a las ciencias naturales. Para el estructuralista la estructura es incompatible
con el sujeto. Pero Lacan incluye al sujeto en la estructura. Esa es su enorme subversión. Jacques Alain Miller
señala, en un viejo artículo, muy bueno, S'truc dure, que L inserta el sujeto en la estructura del lenguaje y allí
rompe con el estructuralismo, y lo hace descompletando la estructura del lenguaje entendida como el conjunto
de significantes. Porque justamente no hay en la batería de significantes el significante que represente al sujeto,
por eso Lacan lo escribe tachándolo, SUJETO BARRADO.
Por eso crea el concepto de gran Otro, escrito con A mayúscula, definido como el conjunto de los
significantes, pero termina por tacharlo también pues el sujeto -dice- no puede contarse allí más que como falta.
Es decir que termina por formular una estructura a la que le falta un elemento, impensable en el estructuralismo.
Lo que quiero enfatizar es que Lacan se sirve del estructuralismo para incluir el sujeto en la estructura del
lenguaje, paradójicamente, rompiendo con las hipótesis estructuralistas. Y entonces el sujeto lacaniano es
desustancializado, y puede definirse como lo representado por un significante para otro significante, es decir
como falta.
Las fuentes más explícitas del orden simbólico lacaniano son la lingüística estructural de Ferdinand de
Saussure, su “Curso de lingüística general”, modulado por los aportes de Jakobson, lo cual fue retomado por la
antropología de Lévy-Strauss con su idea de la "eficacia simbólica" y el énfasis que puso en las “Estructuras
elementales del parentesco”.
Un escrito esencial donde vemos cómo Lacan articula las nociones fundamentales que integran su
órden simbólico es Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis. Tenemos allí dos términos
nodales, pilares de lo simbólico: palabra y lenguaje. Cuando Lacan habla de lo simbólico al comienzo de su
enseñanza se refiere claramente a la estructura del lenguaje, la estructura es el lenguaje, y el elemento
particular es el significante, entendido como un conjunto de elementos discretos diferenciados, que se
distinguen por su oposición y diferencia (vemos a Lacan allí operando con el estructuralismo).
Pero Lacan introduce un elemento ausente de la mayoría de estas fuentes: me refiero a la llamada
lógica matemática o lógica simbólica. Es decir que enfoca lo simbólico no sólo en el sentido de la lingüística, de
la historia cultural, de la determinación social, de todas las determinaciones filosóficas complejas de lo
simbólico; sino que da un vuelco, y lo simbólico pasa a significar las pequeñas letras de sus matemas, es decir
de sus fórmulas. Se enfatiza mucho el recurso a la lingüística estructural pero Lacan no es un lingüista, lo ha
tenido que aclarar en muchas ocasiones. Y alguna vez llegó a tener que decirlo cómicamente utilizando un
neologismo: afirma que él no hace lingüística sino que hace lingüistería.
Es aquí donde contextuamos una de las definiciones fundamentales que dará: "el inconsciente está
estructurado como un lenguaje". Es una fórmula general que entraña una comparación, que por lo tanto es del
orden de la metáfora, "es como un lenguaje", subrayo el “un” lenguaje, no dice “el” lenguaje, pero también que
la fómula está dotada de una cierta analogía, opera por comparación, no afirma identidad. Lacan no dice: el
inconsciente es el lenguaje. Pero para que quede claro que lo simbólico no es sólo la estructura del lenguaje y
aunque Lacan enfatice allí lo simbólico al acentuar la acción del significante, veamos cómo para él los tres
órdenes participan de esa estructura.
Es cierto que en esos años los tres órdenes son llevados por Lacan, movido por su interés apasionado
por la lingüística, casi exclusivamente a la lógica de la cadena significante. Es correcto afirmar que en esos
años hay un interés especial de Lacan por trabajar lo simbólico, identificando las determinaciones que ejerce
sobre los otros registros. Pero esto no implica que lo haga más importante frente a los otros, sino que lo
acentúa, sin excluir a los otros dos. Esto suele pasarse por alto, y quiero subrayarlo para que les quede claro y
lo tomen como un modo de leer a Lacan: no hay elementos idénticos a lo simbólico, a lo imaginario o a lo real,
sino una forma particular de articulación de estos tres órdenes. En el mismo seminario Lacan lo hace también
en cuanto al ser humano, dice tenemos al S mayúscula, al sujeto cuyo medio es la palabra, es lo simbólico.
Está la persona real, que está ante uno en tanto ocupa lugar -en la presencia de un ser humano está eso,
ocupa lugar, en mi consultorio entran a lo sumo 20 personas, 25, no 200 y eso es real-, y está lo que ven, lo
imaginario, que los cautiva y es capaz que se echen en sus brazos o bien que se vean convocados a rivalizar
con eso. Los tres registros anudados allí.
Y esto vale para todos los conceptos freudianos: Tanto el inconsciente, el ello, como el síntoma, como
para cualquier concepto lacaniano: el sujeto, el objeto a, puede ser calificado alternativamente de simbólico,
imaginario o real. En verdad están siempre en la intersección, en lo que Lacan llamará el punto de anudamiento
entre los tres órdenes.
Por eso les digo que tomen a los tres de Lacan como una suerte de brújula porque facilita la lectura
compleja de Lacan, alerta a no quedarse demasiado prendado de las frases demasiado contundentes con las
que afirma algo, cual si estuviera revelando la verdad absoluta, descubriendo el quid de la cuestión y tres clases
mas adelante, en un mismo seminario, dice todo lo contrario. No es una contradicción, es que depende de cual
de los tres órdenes está privilegiando en relación con las diferentes instancias que examina.
En El Seminario 3 Lacan aplica sus tres registros al lenguaje. En su clase cuarta, dice:
“Los registros de lo S y de lo I los encontramos en dos términos con los que articula la
estructura del lenguaje, es decir, el significado y el significante”. 335
Es decir que lo simbólico del lenguaje es el significante, el material significante dice Lacan, incluso dice,
lo que está en estos libros es lo simbólico del lenguaje. Mientras que lo imaginario del lenguaje está en el
significado, producto de la articulación significante. Pero dice algo mas: “El discurso concreto es el lenguaje
real, y eso, el lenguaje, habla”. Es decir que Lacan considera lo real del lenguaje como el discurso concreto, es
decir la modulación sonora misma, el batido de las cuerdas vocales por el pasaje del aire impulsado por el
diafragma.
335 Lacan, J. (1955-56/1984): El seminario. Libro 3: “Las psicosis”, op. cit., pág. 82.
Vale decir que, cuando se sostiene que la estructura del lenguaje es lo simbólico se olvidan que es un
acento pero que Lacan simultáneamente considera el anudamiento de los tres registros. Y el ejemplo
fundamental que da Lacan es el del neologismo psicótico: allí se trata de un significante en lo real, es decir de
un simbólico en lo real, una intersección simbólico-real por fuera de lo imaginario, ya que por su estructura de
cadena rota la significación no remite a otra significación, y entonces se produce eso que Lacan llama una
significación inefable, la remitencia de la significación a la significación en cuanto tal y la constitución de un neo-
código (como afirma en De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis).
Por su parte, el término palabra entraña la asunción de cada sujeto del lenguaje en cada momento; eso
permanece constante en Lacan. El término palabra atraviesa toda su obra: inicialmente se refería a aquello que
sucedía efectivamente en un análisis, cuando alguien hablaba al analista, cuando alguien toma la palabra en el
sentido indicado por la regla de la asociación libre freudiana. Ese es el sentido que la palabra asume en el
psicoanálisis, aunque hay otras fomas de la palabra. Y el sujeto de la palabra para los psicoanalistas es el
sujeto que habla. En El Seminario 3 Lacan da una definición preciosa: se pregunta por la función de la palabra,
por qué distingue una palabra de un registro de lenguaje y allí responde: “Hablar es ante todo hablar a otros”. 336
Es decir que la función de la palabra es hablar a otros y en última instancia hablar al Otro con mayúscula. Este
es un modo en que Lacan introduce la dimensión de la transferencia: la palabra es la direccionalidad al
otro/Otro, al interlocutor, imaginario y simbólico.
Se trata para el psicoanálisis entonces de la función de la palabra en el campo del lenguaje. Que la
estructura sea la del lenguaje no impide a Lacan formular que hay una estructura de la palabra, y la define del
siguiente modo: el sujeto recibe su propio mensaje del otro en forma invertida. Allí ubica una disimetría entre el
que habla y el que escucha (esto Lacan lo toma de Kojeve que funda la estructura de la palabra en la
mediación) porque el que escucha está en lugar de amo decidiendo el sentido de lo que se le ha dicho. En esto
radica la interpretación analítica. Lo vemos a Freud operando de ese modo en todos sus historiales clínicos.
Lo que quiero hacer notar es que es vía la estructura de la palabra que para Lacan se hace necesario el
concepto de Otro con mayúscula y la distinción de la palabra vacía y la palabra plena. Esta estructura funda lo
que llama la palabra plena, la palabra comprometida, que es una palabra donde el sujeto no se designa a sí
mismo más que alusivamente, pasando por el Otro que lo escucha. El ejemplo que da Lacan es claro: “Tú eres
mi maestro” es la única verdadera manera de decir “Yo soy tu discípulo”.
Esas dos estructuras, la del lenguaje y la de la palabra, se cruzan en el grafo y entonces el Otro no sólo
es el testigo que decide lo que digo sino que además, en tanto el mensaje le está dirigido a él, es también el
lugar del código que permite descifrarlo, y allí se distinguen para Lacan dos conceptos: A y Otro. En ese
sentido, palabra no solo es hablar al otro, sino también del Otro. De allí su definición canónica del inconsciente
como siendo el discurso del Otro. Pero ese del entendido en sus dos sentidos, es el discurso del Otro, el
inconsciente como lo que mis Otros significativos dicen, pero también es el discurso del Otro en el sentido de
acerca del Otro, sobre el Otro.
“Para definir a este real, en un segundo tiempo, intenté acotarlo a partir de lo imposible de una
modalidad lógica”.337
Entonces, lo real es lo imposible. Este pasaje de lo real como lo que vuelve siempre al mismo lugar, a lo
real como imposible entraña un cambio de esquema referencial. Aunque, insisto, una definición no anula a la
otra, ambas son válidas, es una nueva articulación. Acá la nueva articulación que está haciendo Lacan es con la
lógica modal. Lo real como imposible ya define algo de la relación del sujeto respecto de sí mismo, un punto
que no es posible de ser resuelto, que no tiene solución. Si es un problema sin solución, no se trata de que
sentirse impotente o poco capaz de resolverlo, porque el imposible no es asunto de impotencia o de potencia.
Cuando un problema no tiene solución, no tiene solución; el sujeto no puede cambiar ese real que no tiene
solución. Pero los puntos de imposible varían según los sistemas simbólicos. Hay puntos de imposible desde el
punto de vista de los números enteros, pero que son posibles desde el punto de vista de los números
irracionales. Entonces, lo real como imposible tampoco es un real puro, se define a partir de los otros registros,
es lo que no puede ser simbolizado en la palabra o en la escritura, y entonces, no cesa de no escribirse, a la
vez que es aquello que no se puede imaginar de ningún modo, inapresable en una imagen.
Entonces, si bien Lacan dará un punto de real como imposible común a toda la especie humana en
tanto que hablante, al mismo tiempo hay que ver en qué lenguaje para cada quien ese punto de imposible está
planteado para poder resolverlo, porque no intervenimos sobre la fórmula general, con eso no hago nada. Para
Lacan, ese punto de imposible común a toda la especie humana, en tanto especie parlante, somos parl’être
(hablanteser) dice Lacan, es decir una especie marcada por el lenguaje y desnaturalizada por el lenguaje, ese
imposible es la pérdida de naturalidad de los sexos, la no-complementariedad del hombre y la mujer, que dos
no hacen uno por más fuerte que se abracen, que no hay media naranja, o en todo caso que a la media naranja
le falta un gajo -por lo menos-. Lo que Lacan llega a formular como “no hay relación/proporción (rapport)
sexual”.
Hay en esa fórmula una factura lógica, porque Lacan a esta altura trata el punto de imposible como la
consecuencia de un sistema lógico. Modalización lógica con la que Lacan lee lo que afirma Freud: que no hay
inscripción de la diferencia de los sexos en el inconsciente, que solo hay fálico o castrado; punto de imposible
freudiano. Y señalo que se trata de una razón lógica, para enfatizar que no se trata de una cuestión biológica
que hace que no haya complementariedad, ni anatómica, ni social, ni cultural, etc. Y Lacan retoma esa posición
freudiana pero la altera concibiendo una estructura simbólica compleja: el inconsciente tiene como eje de su
estructura el punto de real como imposible. Lacan lo equipara a veces con el ombligo del sueño de Freud (por
337 Lacan, J. (1974/1988): “La tercera”. En Intervenciones y textos II, op. cit., pp. 73-108, pág. 82.
ejemplo en un texto que se conoce como La respuesta de Lacan a Marcel Ritter). Tercera definición:
“Lo real no es el mundo. No hay la menor esperanza de alcanzar lo real por la representación”.
338
La representación es la forma elemental de aquello que se inscribe en los diferentes sistemas del
aparato psíquico. En términos filosóficos es el contenido concreto de un acto de pensamiento. Para Freud esto
es un poco distinto porque para él la representación se inscribe bajo la forma de huella mnémica en el aparato.
Podríamos decir entonces que lo real es irrepresentable, aquello que escapa a lo imaginarizable y a lo
representable. Es decir que hay una incompatibilidad entre lo imaginario del mundo y lo real, por lo tanto, lo real
es un lugar al cual se retorna siempre, como nudo lógico, en tanto incompatible con la representación. Cuarta
definición:
“Lo real, no es universal, […] No hay todos los elementos, solo hay conjuntos que determinar
en cada caso”.339
Es decir que allí Lacan postula lo real en relación con el no-todo, función lógica que define a partir de lo
que se conoce como sus fórmulas de la sexuación, donde lo real es tratado con la lógica del conjunto abierto.
Pero también allí ese en cada caso pone una tensión entre el universal y el singular, donde lo real es tanto el
no-todo, la imposibilidad de la universalización, dicho de otro modo (en los términos de El Seminario 14: no hay
universo de discurso), digo lo real es tanto el no-todo como el efecto subjetivo singular.
Ahora bien, quiero decir que, como indicaba antes, estas definiciones no se superan, se complementan
entre sí. Y hay una afirmación de Lacan en ese mismo texto en la que se puede verificar como cada una de
esas cuatro definiciones de real es válida a su modo. El dice:
“lo real es lo que anda mal, lo que se pone en cruz ante la carreta, más aún, lo que no deja
nunca de repetirse para estorbar ese andar”.340
Esto ha llevado a algunos autores a afirmar, como a Juan B. Ritvo, que lo real en verdad no es un
registro, no es un orden sino que es justamente lo que limita a los dos órdenes que sí lo son, lo simbólico y lo
imaginario, lo real es el punto de falla de los otros dos. Lo real en ese sentido no sería un registro, en todo caso
es un no-registro. Es lo que no se puede registrar ni simbólica ni imaginariamente. Pero eso no quiere decir que
entre simbólico e imaginario sí haya recubrimiento. Ellos tampoco se pueden recubrir: hay lo insimbolizable de
lo imaginario, y lo inimaginarizable de lo simbólico.
338 Ibid.
339 Ibid., pág. 83.
340 Ibid., pág. 81.
Tres órdenes y estructura
Si hasta aquí he enfatizado el aspecto histórico de los tres registros, voy a detenerme ahora muy
brevemente en el aspecto estructural aunque ya he ido anticipando varios aspectos.
Para entender la relación tres registros-estructura les voy a proponer una hipótesis: yo pienso que
Lacan en su enseñanza transita de un tiempo en el que subraya la estructura del significante-estructura de la
cual el lenguaje es su forma epónima-, a un tiempo en que subraya que la estructura es el anudamiento de los
tres registros, lo cual excede al lenguaje, aunque lo incluye.
Señalamos en El Seminario 3 cómo Lacan leía los tres registros en la estructura del lenguaje, aunque
enfatizando lo simbólico. Si vamos a los seminarios en que introduce elementos de la teoría de nudos los tres
registros introducidos en 1953 son reconsiderados a la luz de la cadena borromea. Y entonces, la estructura es
un anudamiento de los tres registros. Y llega a explicitarlo en El Seminario 24: dice
“La estructura no quiere decir otra cosa que el nudo borromeo”. Y agrega: “La estructura, tal
como yo la concibo, a saber: el nudo borromeo”. 341
Incluso en una conferencia de esa época, Palabras sobre la histeria, Lacan llega a decir: “El nudo sirve
como lo más cercano que yo he encontrado a la categoría de estructura” (26/2/77). Cuán lejos estamos ahora
del estructuralismo y cuán dentro de las matemáticas y la topología. Pero eso implica reexaminar la noción de
sujeto también a la luz de estas definiciones. Lacan en El Seminario 21 dice:
“con relación a esos tres ustedes están arrinconados: en tanto sujetos, ustedes no son más
que los pacientes de esa triplicidad”.342
Pacientes, es decir producto o efecto de ese anudamiento triple; es decir el sujeto es supuesto a la
estructura de ese anudamiento. Por ello los define allí como las “tres dimensiones del espacio habitado por el
hablante” (clase del 06/11/73).
En conclusión, si tuviese que ponerle un nombre a esa operación que va de un tiempo a otro, del
seminario 3 a los seminarios de los años '70, la definiría como el pasaje de la estructura en la que se
reconocían tres registros, a los tres registros como estructura.
Música y poesía
Para concluir, quisiera aproximarles una figura musical para pensar esos tres órdenes. Lo simbólico, lo
imaginario y lo real son casi un leimotiv en la enseñanza de Lacan, como en la ópera wagneriana. Leitmotiv es
341 Lacan, J. (1976-77): El Seminario. Libro 24: “L’insu que sait de l’une-bevue s’aile à mourre”, inédito, clase del
8/3/77.
342
Lacan, J. (1973-74): El Seminario. Libro 21: “Les noms du père o Los nombres del padre o Los no-incautos
yerran”, inédito, clase del 15/01/74.
para Wagner el tema musical recurrente en cada una de sus composiciones. En la música, el leitmotiv por lo
general es una melodía característica, recurrente a lo largo de toda una obra, ya sea cantada o instrumental.
Hay algo de eso en la gran sinfonía o en la gran ópera que es la de Lacan: el leitmotiv de sus tres registros.
El arte nos inunda. Quizás Borges sea una de los lugares de la cultura donde nosotros podemos leer
ese engarce de los tres registros que nos orientan en la teoría y la práctica del psicoanálisis.
La noche cíclica
Luego de haber puesto ya en juego en capítulos precedentes la definición de estructura con la que
operamos en psicoanálisis, nos parece pertinente avanzar en su elaboración mediante su articulación con otros
conceptos importantes en psicoanálisis. Fundamentalmente nos centraremos ahora en su articulación con el
problema de la historización y con la concepción del tiempo.
El problema
La articulación historia-estructura en psicoanálisis es sumamente problemática y compleja. Muy lejos de
poder abordarla en su totalidad, me conformo en estas páginas con aproximar algunas ideas en torno de qué se
entiende en psicoanálisis por historizar -con todo lo que ello implica de fundamental para la cura psicoanalítica-,
según la orientación supuestamente estructuralista de Jacques Lacan. Más puntualmente, la pregunta que
ordena este desarrollo es si la posición estructuralista de Lacan desdeña la historia, lo histórico o lo historizable.
El debate alude -como ha de apreciarse- a si lo estructural, al ser entendido como a-histórico y a-temporal,
refuta la importancia de la historización. El problema que subsidiariamente se incrusta allí es el del tiempo: lo
sincrónico y lo diacrónico.
Es un problema que se cruza con otro, semejante, no idéntico: el problema de la articulación estructura
y desarrollo, que alude a la cuestión de cómo incide la estructura del lenguaje sobre el concepto de desarrollo
marcado desde el inicio del psicoanálisis por una referencia biológica y todo lo atinente a la maduración
orgánica. Allí sucede lo mismo que aquí: autores que piensan que la articulación estructura-desarrollo no es
pertinente porque con Lacan el desarrollo es extraterritorial al psicoanálisis; de otra parte, los autores que
piensan que sí. Los argumentos se contraponen. Para algunos, entonces la articulación estructura-historia no
es pertinente en el psicoanálisis lacaniano, para otros sí. Los que la niegan enfatizan, en general, el aspecto
sincrónico que para Lacan tendría la estructura, lo cual objeta toda dimensión historizable, que deja de tener
valor pues es absorbida por lo estructural.
Historia o estructura
Sin embargo, Lacan se cansa de referirse a lo histórico. Si tomamos tan solo el escrito “Función y
campo de la palabra y el lenguaje...” podemos constatar allí que menciona el problema más de una docena de
veces y no justamente para cuestionarlo, pues más bien está en el centro de muchos de los planteos que
despliega.
El asunto es que, si se leen detenidamente esas referencias, se constata que Lacan subvierte la
concepción tradicional de la historia, tanto como subvierte la noción de estructura: ambas subversiones hacen
factible pensar una articulación entre estructura e historia. Y el elemento común de esas subversiones es el
tiempo. Vale decir, Lacan incluye el tiempo en la estructura (hasta entonces -me refiero al estructuralismo de
donde la tomó para emplearla a gusto y piaccere- a-temporal y no historizable), y rebate la temporalidad
cronológica clásica con que se piensa la historia.
Jean Claude Milner en La obra clara plantea que Lacan hizo todo lo posible por desprenderse de la
novela histórica llevándola por la vía de los cuatro discursos a una articulación no cronológica y no sucesiva. Y
casi in extremis llega a decir que toda historia es del orden de la falacia.343
Podemos decir entonces que Lacan cambia el modelo: si historia y estructura se manejaban como
paralelas infinitas, ahora se dibujan en cruz. En psicoanálisis no puede pensarse la estructura sin la dimensión
histórica -de un tiempo que la vivifica-, ni la historia sin la estructura -que la vertebra y escande en puntos que
exceden la sucesión lineal de los hechos que la componen-. No hay historia a secas, ni estructura a secas. En
suma, hay “estructoria”, hay “histructura”.
Jacques Alain Miller ha señalado sobre el tema dos cuestiones significativas en dos textos distintos: en
“Acción de la estructura” afirma que cuando “la actividad estructuralista rechaza la temporalidad […] se obliga
[a referirse] a la vida social, a la cultura, a la antropología, incluso a la biología, al espíritu”. 344 Y en “S'truc dure”
sostiene que Lacan inserta el sujeto en la estructura del lenguaje y allí rompe con el estructuralismo, y lo hace
descompletando la estructura del lenguaje entendida como el conjunto de significantes. Me interesa subrayar
que Lacan se sirve del estructuralismo para incluir el sujeto en la estructura del lenguaje, paradójicamente,
rompiendo con las hipótesis estructuralistas. El estructuralismo le interesa justamente por ser un anti-
sustancialismo que rebate las profundidades del en-sí. Y entonces el sujeto lacaniano resulta desustancializado,
y puede definirse como lo representado por un significante para otro, es decir como falta. Si el estructuralismo
se había puesto como meta -y condición de posibilidad- excluir al sujeto, vemos cómo Lacan crea un concepto
de estructura propio del psicoanálisis, un estructuralismo psicoanalítico en el que “una subjetividad ineliminable
se situa allí y se desarrollan según su tiempo interior”. 345
En “Función y campo...” Lacan dice que para Freud no se trata de memoria biológica sino “de
rememoración, es decir de historia”. 346 Iguala, así, historia a rememoración y dice que la historia
“hace descansar sobre el único fiel de las certidumbres de fecha la balanza en la que las
conjeturas sobre el pasado hacen oscilar las promesas del futuro”. 347
343 Milner, J.-C. (1996): La obra clara. Lacan, la ciencia, la filosofía, Bs. As., Manantial, pp. 60-61.
344 Miller, J.-A. (1987): “Acción de la estructura”. En Matemas I, Bs. As., Manantial, pág. 9.
345 Ibíd.
346 Lacan, J. (1953/2002): “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”. En Escritos 1, México,
Siglo XXI, 2008 (Ed. revisada), pp. 231-309, pág. 248.
347 Ibíd.
Es decir que se trata de un pasado conjetural, no fechable, pero localizable como aquello que enlaza
con el futuro après-coup. De allí que Lacan utilice el tiempo verbal del habrá sido.
Pero insiste en que esa historia no es anamnesis psicoanalítica de la realidad, más bien se trata de
verdad, no verdad de los hechos sino de la palabra plena que tiene el efecto de “ordenar las contingencias
pasadas dándoles el sentido de las necesidades por venir”. 348 Es decir que es un tiempo con valor significante,
por supuesto que requiere de una sucesión, de una serie pero no para determinar un pasado, un presente y un
futuro sino para hacer del tiempo marcas que funcionen como significantes. Lacan lee esto en Freud, en su
atemporalidad del inconsciente y en la resignificación a posteriori. Esta es la estofa del armado de su tiempo
lógico.
Ya en el seminario que dedicó a trabajar el historial freudiano del hombre de los lobos, define la cura
analítica como una práctica “que debe permitir al sujeto la asunción plena de lo que ha sido su propia
historia”.349 Allí Lacan subraya la búsqueda por parte de Freud de la célebre escena primaria como
efectivamente acontecida, pruebas que nunca pudo obtener, mucho menos reminiscencia alguna y que no tuvo
otro destino que el ser construida. De allí que Lacan, tan tempranamente, ubique una diferencia fundamental: el
acontecimiento efectivamente producido, es decir la realidad del acontecimiento, como distinta de su
historicidad. Y esta -decía Lacan allí mismo- se asume: la asunción plena de esa verdad que es la historia. Y
agrega allí una reflexión notable a partir de la que establece una interdependencia inequívoca entre la asunción
de la historia y la constitución del sujeto: “el sujeto que la asume -se refiere a la historia- depende de ella en su
constitución misma de sujeto, y esta historia depende también del sujeto mismo”. 350 Pues, en efecto, es este
quien la piensa, la repiensa, la modela, la equivoca, la trabaja...según su modo particular. Y es en ese interjuego
de historia y sujeto, que se pasean imbricándose moebianamente, en el que se constituye una verdad.
En “Función y campo...” incluso Lacan llega a igualar historia e inconsciente: “El inconsciente es ese
capítulo de mi historia que está marcado por un blanco u ocupado por un embuste: es el capítulo censurado”. 351
Entonces es algo que falta. Lo cual nos reenvía al problema del origen, donde Lacan no piensa la historia como
el encuentro de la causa primera, la que explicaría todos los acontecimientos sucesivos y reordenaría las
cadenas causales, sino que más bien introduce la idea del vaciamiento de la causa en tanto perdida. La
represión primaria como fundante del inconsciente.Y como si fuera poco dice más adelante en ese escrito:
“Lo que enseñamos al sujeto a reconocer como su inconsciente es su historia: es decir que lo
ayudamos a perfeccionar la historización actual de los hechos que determinaron su
existencia”.352
348 Ibíd.
349 Lacan, J. (1952): El hombre de los lobos (Seminario -1), inédito, tercera clase.
350 Ibíd.
351 Lacan, J. (1953/2002): “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”. En Escritos 1, México,
Siglo XXI, 2008 (Ed. revisada), pp. 231-309, pág. 251.
352 Ibíd., 253.
Pero no en cuanto hechos efectivamente acontecidos y documentables objetivamente, sino que es ese
trabajo de historización el que inscribe allí un pasado ausente entendido no como ya acontecido sino en tránsito
de devenir. De allí que formule, más adelante en el escrito, una distinción entre las funciones primaria y
secundaria de la historización con el fin de probar que un determinado suceso histórico no es el mismo según la
época en que acontezca, pues produce impresiones diversas en el recuerdo. No hay, por tanto, objetividad
histórica sino una historización subjetiva.
Esta hipótesis tiene continuidad con lo que Lacan planteaba en esos años en El Seminario 1 sobre el
proceso de simbolización, que consiste en asimilar en la cadena de lo simbólico lo proveniente de las
dimensiones de lo imaginario y de lo real. Ya al final del seminario dice:
“El sujeto desarrolla en el discurso analítico su verdad, su integración, su historia. Pero en esa
historia hay huecos: allí donde se produjo lo que fue verworfen […], es decir, un rechazo
originario”.353
“Se trata de que el sujeto pueda totalizar los diversos accidentes […] A través de la asunción
hablada de su historia [la historia se escribe hablando], el sujeto se compromete en la vía de
realización de su imaginario truncado […] En esta línea, el sujeto pone una y otra vez sus
manos a la obra [el “vuelve” de la repetición], y confesando en primera persona su historia,
progresa en el orden de las relaciones simbólicas fundamentales donde tiene que encontrar el
tiempo, resolviendo las detenciones y las inhibiciones...”. 354
La idea de Lacan es que la Verwerfung es el rechazo de una simbolización, la cual puede efectivizarse
con posterioridad, es decir que los elementos imaginarios y reales rechazados podrán ser admitidos luego en el
discurso articulado, en la cadena significante. Para lo cual sólo se “precisa tiempo” -dice Lacan allí mismo-.
Historizar es entonces producir una simbolización allí donde algo faltó.
Por supuesto que Lacan no cesa de indicar que este proceso se lleva a cabo en y por la transferencia
analítica: “por la mediación del otro, o sea por el analista”. 355 Es decir que no es mero recuerdo, es hablando
que se hace historia, hablando al Otro, algo habrá sido. La asunción por el sujeto de su historia está posibilitada
por la estructura misma de la cura en tanto que constituida por la palabra dirigida al Otro.
353 Lacan, J. (1953-54/1981): El Seminario. Libro 1: “Los escritos técnicos de Freud”, Buenos Aires, Paidós, 1995,
pág. 411-412.
354 Ibid., 412.
355 Ibíd.
El tiempo
Entiendo entonces que la historización en psicoanálisis es un proceso organizado por la estructura, vale
decir que hay una inmixión de la estructura en la historia operada por Lacan, que supone diversos registros de
la temporalidad. Los tres del tiempo lógico que postula en su aserto de certidumbre anticipada, así como la
articulación anticipación-retroacción, que hace que lo que ocurrió no es algo localizado en el museo del
recuerdo sino que entraña ya una relectura. Demás está decir que se trata de la temporalidad de la noción
freudiana de trauma, la escansión en dos tiempos ordenados según la lógica del après-coup. De lo contrario se
efectúa una lectura cronológica y lineal de lo histórico que es lo que efectivamente Lacan cuestiona, no a la
historia en cuanto tal.
Y lo que hace Lacan es articular la historia con el tiempo freudiano del nachträglich al que lee con su
famoso aprés-coup, con el objetivo de destacar que la posterioridad no es simplemente retroacción -porque
sería una mera cronología lineal pero inversa o de sentido contrario-, sino que comporta, sobre todo, un efecto
retardado, es decir diferido, de modo que subraya una discordancia fundamental en el tiempo del sujeto en
psicoanálisis: el sujeto no sólo llega después al antes que “habrá sido” alguna vez (anticipación retroactiva),
sino que lo hace retardado, retrasado, tarde, a destiempo. De lo contrario habría síntesis final.
Es habitual entre nosotros decirnos que Lacan trabaja en el nivel de la singularidad del caso por caso.
Esa fórmula se vacía de sentido al repetirse estérilmente, además de asentarse en una concepción banal de lo
singular como “uno”. La singularidad para Lacan, paradójicamente, no sólo no hace “uno” sino que lo excede,
sin por ello hacer dos. ¿Qué quiere decir entonces tomar el caso en su particularidad? Quiere decir que
“esencialmente…la dimensión propia del análisis, es la reintegración por parte del sujeto de su
historia hasta sus últimos límites sensibles, es decir hasta una dimensión que supera
ampliamente los límites individuales.”
Esa es la esencia de la clínica psicoanalítica: “clínica bajo transferencia”, no sin Otro, una clínica
intervalar: el intervalo en el cual emergerá el efecto sujeto, como producto de la relación entre psicoanalista y
psicoanalizante. Dicho de un modo más sencillo: el inconsciente es el discurso del Otro.
Tercera parte
“Función paterna”
Capítulo X.
La Familia de Lacan: preludios de una teoría psicoanalítica de la función
paterna
El objetivo de este artículo es indagar la concepción de la estructura familiar que expone Lacan en su
escrito de 1938 que lleva por nombre precisamente -en la versión castellana- La familia. Este objetivo general
se orienta a destacar en este temprano Lacan los preludios356 de la compleja teoría de la función paterna que
desarrollará en su enseñanza posterior en psicoanálisis, de la que este escrito no da sino sus primeros
compases. La anticipación que retroactivamente puede destacarse, aquí se ordenará alrededor de tres ejes: el
estructuralismo, la preeminencia de lo simbólico y los tres registros del padre.
El título del original francés es notablemente más elocuente: Les complexes familiaux dans la formation
de l’individu357 (“Los complejos familiares en la formación del individuo”), que -como se ve- anuncia una teoría
muy compleja. En efecto, este escrito es una pieza importante del pensamiento de Lacan -no siempre muy
comentada-; podemos decir que es un punto de llegada en el sentido que confluyen en ella una serie importante
de concepciones que venía desarrollando desde años anteriores, confluencia orientada a la consecución de un
objetivo ambicioso: reordenar la nosología psiquiátrica de su época a partir de un criterio evolutivo determinado
por lo que llama “la constitución de la personalidad consumada o verdadera”. 358
Para entender la lógica de conjunto del escrito, debemos insertarlo en el contexto en el que cobra una
definición mucho más precisa el sentido con el que Lacan lo escribe. Entre los antecedentes más importantes
destacamos, primero, la tesis de doctorado de 1932 y su noción de personalidad; segundo, su
conceptualización del estadio del espejo, presentada en el Congreso de Marienbad de 1936; tercero, el escrito
del mismo año, Más allá del principio de realidad, en el que articula conceptos sobre los que se asienta el
trabajo de 1938: imago y complejo; por último, el conocimiento paranoico como modo de aludir a la función de
desconocimiento propia del yo y que define la posición paranoica a partir de fenómenos como la identificación
especular, la sugestión mimética y la seducción de prestancia, y que se encuentra emparentado con el
transitivismo. Hasta aquí los antecedentes que nos sitúan en los prolegómenos de La Familia.
356 La Real Academia Española define preludio como: “1-Aquello que precede y sirve de entrada, preparación o
principio a algo. 2-Aquello que se toca o canta para ensayar la voz, probar los instrumentos o fijar el tono, antes de
comenzar la ejecución de una obra musical. 3-Composición musical de corto desarrollo y libertad de forma, generalmente
destinada a preceder la ejecución de otras obras”.
357 En Autres écrits, Paris, Seuil, 2001, pp. 23-84.
358 Para apreciar su empleo, cf. Especialmente cap. II: “Los complejos familiares en patología” en La familia, Bs. As.,
Ed. Argonauta, 4º edición, 1997, pág. 98.
“un grupo natural de individuos unidos por una doble relación biológica: la generación, que
depara los miembros del grupo; las condiciones de ambiente, que postulan el desarrollo de los
jóvenes y que mantienen al grupo, siempre que los adultos progenitores aseguren su
función”359.
Esta definición es correlativa de la concepción de la especie humana que detenta en esta época, que
entiende al ser humano como fundamentalmente social. Esta caracterización tiene sus implicancias pues al
hecho de ser social, es decir a la capacidad humana de desarrollar relaciones sociales, Lacan le atribuye dos
funciones: por un lado, las relaciones sociales son las que sostienen la capacidad de comunicación mental, y,
por otro lado, y en consecuencia, son las que posibilitan “una economía paradójica de los instintos que se
presentan como esencialmente susceptibles de conversión y de inversión”360; o sea que los instintos son
modificables gracias a la capacidad comunicativa posibilitada por las relaciones sociales, es decir al lenguaje.
De ahí que entonces le reconozca a la especie humana una infinita adaptabilidad, una capacidad de adaptación
que al depender así de la comunicación es ante todo “una obra colectiva”361. Y para Lacan una producción
colectiva es una producción cultural; incluso más, considera que la capacidad de desarrollar comportamientos
adaptativos constituyen la cultura, y por esta vía modifican la realidad social y la vida psíquica. Por esta razón le
interesa delimitar la estructura cultural de la familia humana: no por un interés antropológico ni sociológico como
un fin en sí mismo sino para evaluar si esta estructura es accesible a los métodos de la psicología, es decir si
es susceptible de ser observada y analizada.
A continuación distingue los rasgos esenciales que sí pueden ser revelados por esa metodología y los
que no. Entre los que sí, ubica la estructura jerárquica de la familia y la coacción del adulto sobre el niño,
esencia de su futura moralidad. Entre los que no, menciona rasgos muy variados como por ejemplo: el modo en
que se organiza la autoridad, las leyes de su transmisión, de la herencia y sucesión. De donde podemos
deducir que los métodos psicológicos de observación y análisis no son suficientes para el estudio de la
estructura familiar. La razón de esta insuficiencia puede deberse a dos cuestiones opuestas: o se debe a un
defecto de los métodos propios de la psicología o se debe a algo propio del objeto de estudio, a un rasgo
particular de la estructura familiar. Por lo que dice Lacan, podemos inferir que no se trata de lo primero sino de
lo segundo, pues define a la familia como una “institución” y considera que, por ello “el análisis psicológico debe
adaptarse a esta estructura compleja”362 que no se deja reducir a lo biológico. Es decir que sus métodos son
insuficientes no por ser incapaces o inútiles en sí mismos sino debido a la complejidad del objeto. Esos
métodos son eficaces entonces para objetos de estudio cuya estructura no sea compleja y a la vez sea
asimilable o equiparable a la estructura del modelo biológico con el que trabajan otras ciencias; es decir, cuando
un objeto no se puede reducir a ese modelo para el que están hechos la observación y el análisis psicológicos
ESTRUCTURA FAMILIAR
Con respecto al primer problema, el de la herencia psicológica, plantea que la familia es la encargada
de la educación temprana, el agente primordial en la represión de los instintos y esencial en el proceso de
adquisición de la lengua, trípode a partir del cual gobierna el desarrollo psíquico de los niños y la organización
de sus emociones y, en última instancia, a partir del cual transmite estructuras de conducta y representación
más allá de la conciencia, instaurando así “una continuidad psíquica entre las generaciones cuya causalidad es
de orden mental”.363 En conclusión, la herencia psicológica se define como transmisión cultural, dejando así de
lado el habitual énfasis que los autores que enarbolan el innatismo hacen en la determinación biológica. Esta
última sería la apariencia ilusoria mencionada anteriormente que no deberíamos dejar que nos engañe, que no
nos dejaría notar que la herencia psicológica no se determina biológicamente sino que es un hecho de
transmisión cultural.
A continuación se dedica al segundo aspecto ilusorio, vinculado con el modo de pensar el problema del
parentesco biológico, es decir, al hecho de que los miembros normales de la familia tipo occidental son los
mismos que los de la familia biológica. Dicho de otro modo: da la “casualidad” que todos los sujetos que se
consideran integrantes de un grupo familiar (padre, madre, hijos) tienen una vinculación biológica. De este
hecho Lacan plantea que se trata sólo de una igualdad numérica, esto es que el número de miembros del grupo
de individuos que se consideran una familia es idéntico al número de individuos que conforman un conjunto de
ascendientes y descendientes de un linaje cuya condición común es un lazo de consanguinidad; igualdad que
no hay motivos para considerarla una “comunidad de estructura” basada en la constancia de los instintos. Esto
es lo mismo que decir que si fuera por los instintos no habría familia que se sostenga. Y aprovecha esto para
formular una crítica a todas las teorías que usaron este argumento para explicar el comportamiento de la familia
primitiva, tipo familiar muy estudiado por los antropólogos y que a Lacan le interesa pues se ve en él el origen
de lo que llamamos hoy nuestra familia moderna.
HERENCIA PSICOLÓGICA
(Determinación biológica = Transmisión cultural)
+
PARENTESCO BIOLÓGICO
(Lazos de consanguinidad = Función del rito)
“une en una forma fija un conjunto de reacciones que puede interesar a todas las funciones
orgánicas, desde la emoción hasta la conducta adaptada al objeto”;366 y “reproduce una cierta
realidad del ambiente”.367
Y lo hace de dos modos: representando esa realidad en aquello que es distinta en determinada etapa
del desarrollo psíquico y repitiéndola en lo vivido: “esta definición implica que el complejo está dominado por
factores culturales”.368 Como puede apreciarse, esta concepción de complejo como producto cultural es central
en este momento de su obra pues es el concepto con el que logra poner en primer plano la determinación
cultural y desplazar así el concepto de instinto, plagado de ambigüedades que lo debilitan ante la crítica de la
biología de la época, críticas que no afectan al concepto de complejo y que por ende puede sostenerse mucho
mejor. Sin embargo, Lacan no sólo no evita referirse a las relaciones posibles entre instinto y complejo sino que
los considera íntimamente ligados, al punto de afirmar que:
“es necesario reconocer el carácter que especifica al orden humano, es decir, la subversión de
toda rigidez instintiva, a partir de la cual surgen las formas fundamentales de la cultura, plena
De allí que considere que el complejo es una vía ineludible para explicar los hechos psíquicos de la
familia.
En resumen, lo que esta definición nos presenta es que el complejo estructura la relación a un objeto,
pues suelda una manera, un molde, una matriz que organiza el total de las reacciones del sujeto respecto de un
objeto. Es aquí donde entra en escena un concepto que se vincula íntimamente con el de complejo en
psicoanálisis, el concepto de imago. ¿De qué modo se articulan? En principio, son conceptos afines en tanto
ambos se definen en relación con el ambiente familiar de un sujeto. Así lo sostiene Lacan:
“Abordamos en este caso el complejo más primitivo del desarrollo psíquico que se integra a
todos los complejos ulteriores; llama la atención comprobar así que se encuentra determinado
por completo por factores culturales y, de ese modo, que desde ese estadio primitivo es
radicalmente diferente del instinto”.373
Y se diferencia del instinto a pesar de dos rasgos que lo emparentan: ser tan genérico para la especie
humana y representar en el psiquismo una función sin duda biológica como lo es la lactancia. Por esta vía
podría considerarse que se trata de algo instintivo, si no se tiene en cuenta el rasgo fundamental que lo
caracteriza y a la vez lo diferencia de aquel: que el complejo del destete no se regula fisiológicamente sino
culturalmente, que el instinto tiene un soporte orgánico mientras que el complejo
“sólo eventualmente tiene una relación orgánica, cuando reemplaza una insuficiencia vital a
través de la regulación de una función social”.374
Es decir que el destete no es instintivo porque no está dominado por la fisiología sino por
condicionamientos culturales. Vemos cómo nuevamente desplaza la hegemonía biologicista por un paradigma
375 Sobre los tres registros de Lacan, cf. “Lo simbólico, lo imaginario y lo real”. En Lacan, J.: De los nombres del
padre, Buenos Aires, Paidós, 2005.
376 Ibíd., pág. 72.
una figura bifronte que representa la función del superyó y simultáneamente la instancia del ideal del yo,
entonces a la vez que prohíbe incita a la transgresión. Conflicto que inviste de paradoja la figura del padre.
Pueden encontrarse en esa concepción, retroactivamente, distinciones posteriores. 377 Cuando la era del
estructuralismo lingüístico predomine en su enseñanza y la función paterna sea elaborada en términos de
significantes y se la formule en términos de metáfora (paterna), sobre el significante del Nombre-del-Padre
recaerá la función de la prohibición, la función superyoica vinculada a la represión, concepción ligada a la ley
entendida como simbólica. Podemos citar, a título de ejemplo:
“representada por una sola persona, la función paterna concentra en sí relaciones imaginarias
y reales, siempre más o menos inadecuadas a la relación simbólica que la constituye
esencialmente. En el nombre del padre es donde tenemos que reconocer el sostén de la
función simbólica que, desde el albor de los tiempos históricos, identifica su persona con la
figura de la ley. Esta concepción nos permite distinguir claramente en el análisis de un caso los
efectos inconscientes de esa función respecto de las relaciones narcisistas, incluso respecto
de las reales que el sujeto, sostiene con la imagen y la acción de la persona que la encarna, y
de ello resulta un modo de comprensión que va a resonar en la conducción misma de las
intervenciones”.378
Esto es para Lacan el padre simbólico. Mientras que la función del ideal del yo que promueve el deseo
e incita a la transgresión recaerá sobre el padre imaginario (portador de falo) y el padre real (aquel que por su
presencia amenaza al niño con la castración y es portador del pene).
En conclusión, La familia de 1938 contiene, en germen, los primeros “acordes”, elementos iniciales que
se desarrollarán posteriormente en la enseñanza de Lacan en psicoanálisis y constituirán los nudos de su
concepción de la paternidad y la filiación.
377 Me refiero a lo desarrollado por Lacan en 1955-56 en El Seminario, libro 3: Las psicosis, Buenos Aires, Paidós,
1995; en 1956-57 en El Seminario, libro 4: La relación de objeto, Barcelona, Paidós, 1994; en 1957-58 en El Seminario,
libro 5: Las formaciones del inconsciente, Barcelona, Paidós, 1999; y en 1958 en “De una cuestión preliminar a todo
tratamiento posible de la psicosis”, en Escritos 2, México, Siglo XXI, 1975 (1987), pp. 513-564. Por su extensión, ello no
podrá ser abordado en este trabajo.
378 “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”. En Escritos 1, México, Siglo XXI, 1975 (1988),
pp. 267.
Capítulo XI.
Los tres registros del padre
Pasado el preludio379 de 1938, no sin antes habernos preparado para emplear los tres registros, lo
simbólico, lo imaginario y lo real como una brújula en el estudio de cada concepto del psicoanálisis, nos
adentramos en el siguiente movimiento: el padre y su función.
Hemos elegido como acorde inicial los textos donde Lacan construye esta conceptualización, El
Seminario 5 y sus escritos contemporáneos. Vale la pena enfatizar que este seminario, dictado entre 1957-
1958 dió lugar a una serie de escritos notables de Lacan: La instancia de la letra, De una cuestión preliminar a
todo tratamiento posible de las psicosis, La significación del falo, Juventud de Gide y, como si fuera poco, La
dirección de la cura y los principios de su poder. Todo lo que da pruebas de la impresionante producción
intelectual de Lacan durante ese año. Con sólo leer algunos de esos escritos, no podemos dejar de
sorprendernos.
El objetivo de este capítulo será, entonces, presentar la articulación entre dos conceptos forjados en la
enseñanza de Lacan durante ese período: metáfora paterna y los tres tiempos del Edipo. Vale decir, lo que
podríamos denominar los matices del padre. Estos matices de la función paterna o del padre en psicoanálisis se
ven en el abordaje de Lacan en dos niveles: 1) los tres registros y 2) la articulación entre lo sincrónico y lo
diacrónico.
Metáfora paterna
La sincronía es el nivel temporal en el que se considera la metáfora, definida como la sustitución de un
significante (el del deseo de la madre -que se escribe DM-) por otro significante, el del Nombre-del-Padre -
matematizado NP-), que le da una significación fálica (falo imaginario -matematizado φ-) al enigma (equis -x-)
del deseo del Otro (que en este caso peculiar de la metáfora paterna es el Otro materno, encarnación del lugar
A). Las fórmulas que presenta Lacan en El Seminario 5 son las siguientes:
Esta fórmula expresa los términos simbólicos de la sustitución que implica la operatoria simbólica del
padre sobre el deseo de la madre:
Padre . Madre
Madre x
La siguiente corresponde a la fórmula abstracta de toda metáfora, que formaliza que un significante
sustituye a otro creando una nueva significación:
379 Un preludio es una pieza musical breve que suele servir como introducción a los movimientos normalmente más
grandes y complejos de una obra: fuga, sonata.
S . S' → S (1)
S' x (s')
NP . DM → NP . A
DM x falo
La simple observación de estas fórmulas permite ver, en primer lugar, que el NP opera sobre la versión
capricho materno, que es una de las versiones que Lacan presenta sobre la madre 380, “pisada de elefante, bica
de cocodrilo, todos nombres que enfatizan diversos aspectos de esa función que es el deseo de la madre. El
NP morigera entonces esa cara del DM que, paradójicamente, si bien da vida, es la que puede aplastar la
subjetividad del niño. Ese deseo materno que, en su cara insensata, feroz, mortífera, está escrita en la fórmula
completa en el siguiente término:
DM
x
Como se ve, esa “parte” de la fórmula expresa, aislada del resto, un deseo sin regulación de ningún
orden, orden que aportará la operatoria del NP mediante lo que denominaremos la “represión del deseo de la
madre”.
Lo segundo que puede observarse es que la metáfora, esa operatoria paterna, le habilita al sujeto una
relación al deseo del Otro, en los dos sentidos que admite el genitivo “del”. Le da al sujeto una respuesta sobre
qué quiere el Otro de mi, qué soy en su deseo, qué me quiere el Otro (che voui? en el grafo); pero también
indica que el sujeto desea al Otro: le da al sujeto la posibilidad de desear. Esta es, entonces, la vertiente
sincrónica de la función del padre en la metáfora. Antes de pasar a la vertiente diacrónica, es decir, de los
efectos de esa operatoria, “paso a paso”, escalonado, o sea lo que llamamos los matices del padre, antes de
eso vamos a dar una vuerlta por el final del parágrafo 2 y el parágrafo tres de la clase VIII de El Seminario 5
donde Lacan articula el esquema R (en la versión incipiente que tiene todavía en ese seminario, cuya versión
definitiva encontraremos en el escrito De una cuestión preliminar...) con el esquema L y los personajes del
Edipo. Allí Lacan comienza a situar la función esencial de ese significante primordial que es el del Nombre-del-
Padre:
“Creo haberles indicado suficientemente que la dimensión del Otro, al ser el lugar del depósito,
el tesoro del significante, supone, para que pueda ejercer plenamente su función de Otro, que
también tenga el significante del Otro en cuanto Otro. El Otro tiene, él también, más allá de él,
380 Sobre el desarrollo de este tema ver capítulo siguiente en este volumen.
a este Otro capaz de dar fundamento a la ley. Es una dimensión que, por supuesto, pertenece
igualmente al orden del significante y se encarna en personas que soportarán esta autoridad.
Que, dado el caso, esas personas falten, que haya por ejemplo carencia paterna en el sentido
de que el padre es demasiado tonto, eso no es lo esencial. Lo es esencial es que el sujeto, por
el procedimiento que sea, haya adquirido la dimensión del Nombre-del-Padre”.381
Es decir, no sólo Lacan distingue la persona del padre de la dimensión, de la función simbólica del
padre, pues confundir la dimensión del significante con la presencia o no de una persona puede conducir a
errores importantes en la concepción de ciertos fenómenos clínicos y en su tratamiento, es decir no confundir la
ausencia real del padre con la falta de la función paterna simbólica, sino que también indica algo fundamental:
que el Otro está regulado por una ley y quien la soporta es el significante -no el tipo que es el padre- sino el
significante del Nombre-del-Padre. Por eso Lacan afirma, tajantemente:
Ahora bien, a continuación Lacan anuncia que en la clase siguiente, la novena del seminario, introducirá
la metáfora paterna, para lo cual propone un esquema, el triángulo simbólico, como la esencia de la metáfora,
esencia en el sentido de básico, fundamental. Y superpone ese esquema con el esquema Z, lo que permite
ubicar las dimensiones simbólicas e imaginarias de los personajes que integran el Edipo: Madre, Padre y Niño.
La composición del esquema es la siguiente: P: el Padre en tanto que significante, en tanto que
símbolo, abre del lado de la Madre, M, la dimensión del deseo, de un deseo más allá de ella misma. M: la ley
materna caprichosa, la madre del juego del fort-da freudiano: la que va y viene y abre del lado del niño la
interrogación por qué quiere más allá de él (del niño). Es la que transmite el deseo fálico. Φ: Falo: objeto
imaginario del deseo materno. N: Niño, definido en la página 195 del seminario como súbdito de la ley materna.
Espero que el lector se remita a esas páginas y observe que ese interjuego de los esquemas permite
ubicar la relación simbólica de madre niño, expresada en el triángulo por M-N, superpuesta a la relación
imaginaria expresada en el esquema Z por a-a', la relación entre semejantes. Así como permite ubicar la función
del padre P, padre simbólico, en A, es decir, inscripto en el Otro y representando en el Otro al Otro en tanto
representa la autoridad, la ley. En las páginas 162 y 163 Lacan afirma que entonces en el Edipo no se trata de
tres sino de cuatro: M, P, N y φ. Por eso agrega a la base que constituye el triángulo simbólico otro triángulo,
que se “apoya” sobre este, el triángulo imaginario que ubica ese cuarto elemento, constituyéndose así el
soporte fundamental del esquema R.
Este largo paréntesis nos permite volver ahora a los tres tiempos del Edipo, donde podremos apreciar esos
matices del padre, donde veremos cómo la función del padre se produce mediante una operación metafórica
381
Lacan, J. (1957-58/1999): El seminario. Libro 5: “Las formaciones del inconsciente”, Barcelona, Paidós, pág.
159.
382 Ibid., 158.
pero se despliega en tres tiempos que deben diferenciarse. He aquí la dimensión diacrónica que
mencionáramos párrafos atrás.
El niño percibe que la madre desea algo que está más allá de él, el falo imaginario, y entonces trata de
serlo. Seduce a la madre y se da lo que Lacan denomina identificación del niño con el falo imaginario en tanto
que objeto del deseo de la madre. Lacan afirma allí algo asombroso: dice que “la metáfora paterna actúa en
sí”.383 Es decir, la metáfora paterna actúa desde el primer tiempo pero desde la perspectiva del niño el padre no
cuenta, actúa, velado para el niño. ¿Por qué decimos que actúa? Porque si existe el falo como objeto del deseo
materno es porque ha de estar el significante paterno poniéndolo en función de dar razón al deseo de la madre.
Por eso, podríamos escribir este tiempo así384:
1) N + M + φ // P
Algebraicamente, en la fórmula:
(NP) . DM
x=φ
NP . DM
DM x = -φ
2) P: “NO”
Quizás en este nivel resida lo que habilita la homofonía que Lacan ejercita en El Seminario 21 a
propósito del padre: “Le Nom-du-Père” - el Nombre-del-Padre / “Le non-du-Père” - el No-del-Padre. Padre
privador, prohibidor.
Ahora bien, si la madre está privada en lo real de un objeto simbólico, para el niño, imaginariamente,
por el padre, el falo como objeto del deseo materno pasa al rango de objeto simbólico: el falo en tanto falta a la
madre, negativizado, -φ, es elevado a la función de significante de la falta, del deseo, dando de aquí en
adelante la razón -en el sentido matemático- del deseo materno.
Entonces, “Le non-du-Père”, el padre que dice “no!”, hace falta: porque es necesario, y porque hace
falta en el sentido de que introduce esta dimensión de la falta que morigera la versión insensata del deseo
materno. Le da orden en tanto que lo tacha y lo regula, lo deja en falta. Pero también ordena en el sentido de
dar órdenes, de dictar la ley, es el padre que trona. Es cierto que esta es la versión del padre que solemos
enfatizar cuando pensamos en qué es un padre, el padre de los “no”. Pero debemos tener presente que la ley
no sólo prohíbe, también permite: “todo lo que no está prohibido está permitido” -se dice entre los abogados-.
Entonces, también es necesario un padre que diga “sí”. Y ese es el matiz del padre que Lacan enfatiza, y ese
es el padre de...
Vale decir que para Lacan el padre de este tiempo es un padre más prometedor que el padre del “no”
2) P: “SI”
Pero es preciso captar la articulación lógica que Lacan promueve. Si este es el padre que tiene y
promete, el padre del “no”, del tiempo que lo antecede, es necesario para que haya este padre del “sí”, que es
lo que permite lo nuevo, la excepción. Es la cara amable del padre, el padre amigable, transgresor. Entonces, el
padre es el que establece e impone su ley pero también es el que la transgrede, mostrando que no se identifica
con ella. Deja pasar algo por el filtro del “no”. Algebraicamente:
NP . A
falo
1) PADRE VELADO
2) PADRE PRIVADOR
3) PADRE DADOR
Lo cual nos fuerza, junto con los desarrollos precedentes, a distinguir los tres registros del padre. Por un
lado, lo que Lacan denomina padre real es el hombre del que se dice que es el padre del sujeto, no es el padre
biológico, sino que es un efecto del lenguaje. De este modo entendemos lo real como adjetivo en este uso, es lo
real del lenguaje y no de la biología. En cierto sentido podríamos ubicarlo como el personaje que se revela, que
reacciona, más allá de la palabra de la madre, donde “real” también alude a que interviene de hecho portando el
falo como órgano. En El Seminario 5 Lacan dice:
“la distinción, que puede parecerles un poco escolástica, entre el Nombre-del-Padre y el padre
real – el Nombre-del-Padre en tanto que llegado el caso puede faltar y el padre que, según
parece, no ha de estar tan presente para que no falte”.386
Es decir, la falta del padre simbólico -que Lacan denominará aquí mismo Verwerfung- no depende de la
presencia o la ausencia del padre real. Más bien, el padre real “no ha de estar tan presente para que no falte” el
padre simbólico, el Nombre-del-Padre. El padre real debe abrir cierto margen de vacilación en su relación a la
ley en el sentido de no identificarse a ella sino de estar también atravesado por ella, para no propender a la
Por fin, me interesa subrayar, a modo conclusivo, que esta tripartición que afecta a la noción de padre, y
su articulación con la sincronía y la diacronía que hemos enfatizado, en la conjunción de la metáfora paterna
con los tres tiempos del Edipo, apunta a poner de relieve que los tres tiempos no son la versión narrada,
relatada, “el cuentito” de la metáfora paterna sino que muestran las condiciones reales de su operación.
Detenemos aquí este trayecto para poner ahora la mira sobre los tres registros del deseo de la madre.
Capítulo XII.
Deseo de la madre
“Cada vez más, los psicoanalistas se meten en algo que es, en efecto,
demasiado importante, a saber, el papel de la madre.
Estas cosas, Dios mío, ya he empezado a tratar de ellas”
(Lacan, El Seminario 17, pp. 118)
El concepto de deseo de la madre tiene un largo desarrollo en la enseñanza de Lacan. Por eso
sorprende que en marzo de 1970 afirme que ya ha comenzado a tratar el papel de la madre en el complejo de
Edipo como si se tratara de algo reciente, cuando en verdad sabemos que lo ha hecho muy tempranamente. En
efecto, de un extremo a otro de su obra encontramos múltiples y diversas referencias a su función, sus avatares
y sus consecuencias. En este capítulo no pretendo dar cuenta de este intenso y extenso desarrollo sino apenas
señalar algunos mojones en ese camino que culmina en su articulación con las fórmulas de la sexuación.
Como introducción al tema puede señalarse de modo general que el psicoanálisis, desde Freud,
reconoce en el deseo de la madre una función esencial para el sostenimiento de la vida del recién nacido. Si es
vital es porque instaura un lugar para que el niño se constituya, lo cual se ha demostrado por su contrario, lo
que se ha denominado “hospitalismo”: en aquellas ocasiones en que falta, el niño no sobrevive, a veces a pesar
de los cuidados del cuerpo biológico que se le dispensen. En este sentido, aunque no resulte tan evidente a
primera vista, partiendo de este dato de la experiencia, reconocemos dos vertientes en el deseo materno:
aquella que permite vivir, su cara amable, vivificante; y aquella otra, oculta tras la primera, la que impide la vida,
su cara siniestra, mortífera. Extremos que dan cuenta que se trata de una función que deja las marcas más
intensas en la constitución del sujeto por venir.
“Abordamos en este caso el complejo más primitivo del desarrollo psíquico que se integra a
todos los complejos ulteriores”.389
“cuyos efectos individuales -anorexias llamadas mentales, toxicomanías por vía oral, neurosis
gástrica- revelan sus causas al psicoanálisis”.390
Este complejo dejará sus marcas en el psiquismo, se trata de una crisis vital que será seguida de una
crisis psicológica: “primera vez [que] una tensión vital se resuelve en intención mental”.391 Esta última será la
que determine si se lo acepta o se lo rechaza, con todas las consecuencias que de allí se derivan.
En este mismo escrito Lacan especifica la importancia de la imago materna en la realización del
sentimiento de la maternidad y la necesidad de su sublimación para que pueda progresar el desarrollo de la
personalidad mediante el establecimiento de nuevas relaciones sociales, para que el incipiente psiquismo
pueda complejizarse, es decir integrar a su estructura nuevos complejos. De lo contrario -sentencia Lacan- si la
imago no se sublima
Así, liga el complejo con la pulsión, en particular con la pulsión de muerte como tendencia inevitable del
psiquismo. A tal punto que llega a afirmar que la tendencia a la muerte encuentra su forma primordial en el
destete, modo original de lo que luego serán los suicidios no violentos, la huelga de hambre de la anorexia
mental, la intoxicación del toxicómano por vía oral y el régimen de hambre de las neurosis gástricas, en donde
advierte un intento del sujeto por reencontrar la imago materna por la vía de abandonarse a la muerte. De este
modo, ya tempranamente en su obra, Lacan liga la figura materna con la muerte.
388 Lacan, J. (1938/1978): La familia, Bs. As., Ed. Argonauta, 4º edición, 1997, pág. 30.
389 Ibid., pág. 31.
390 Ibid., pág. 32.
391 Ibid.
392
Ibid., pág. 40. Ahora bien, si la sublimación de la imago materna es condición del desarrollo de la personalidad -
aclara Lacan-, es condición pero no suficiente. Pues propone que para avanzar en ese desarrollo será necesario un nuevo
destete, que no es otro que el abandono de la seguridad y el resguardo que ofrece la economía doméstica de la familia, es
decir la independencia del núcleo familiar: “Todo desarrollo pleno de la personalidad exige este nuevo destete”. Y
fundamenta: “Hegel señala que el individuo que no lucha por ser reconocido fuera del grupo familiar nunca alcanza, antes
de la muerte, la personalidad” (Cf. La familia, pág. 43).
La preeminencia de lo simbólico y el deseo de la madre
A partir de la introducción de la estructura del lenguaje y los tres registros en su enseñanza en
psicoanálisis, Lacan articula el deseo de la madre (DM) con la función del padre (NP) en lo que llama la
metáfora paterna. Tal como señala en El Seminario 5: “esta metáfora se establece con el deseo primitivo,
opaco, oscuro, de la madre, primero completamente cerrado para el sujeto, mientras que en el horizonte
aparece el Nombre del Padre, soporte del orden instaurado por la cadena significante”. 393
En esta perspectiva, las teorías freudiana y kleiniana se inscriben en Lacan en una misma álgebra
ternaria. En la relación primordial con la madre, el niño es deseo del deseo materno. Puede identificarse -dice
en El Seminario 4- con la madre, con el falo, con la madre como portadora del falo, o incluso presentarse él
mismo como poseedor del falo.394 Con el Edipo se abre una dimensión diferente: el padre interviene privando al
niño del objeto de su deseo y a la madre de su objeto fálico. Finalmente, en el tiempo de su declinación, el
padre se hace preferir a la madre, encarnando para el niño el significante fálico. En consecuencia, el varón sale
del Edipo por medio de la castración, aunque ésta no es real sino significada por el falo, mientras que la niña
entra en el complejo por la misma vía, al renunciar a portar el falo, para recibirlo como significante. Con esta
apretada síntesis queda en evidencia el vuelco que produce Lacan en su obra: apunta a cambiar el énfasis
puesto en psicoanálisis en la relación madre-niño (lo preedípico), para ponerlo en la función paterna (el
complejo de Edipo), desplazando así el acento de lo imaginario a lo simbólico. Si el niño debe desprenderse de
la primordial relación imaginaria con la madre para socializarse, su recurso para lograrlo es el padre -la función
paterna, independientemente que quien la encarne sea o no el genitor-. De modo tal que si esa separación no
se produce, con las consecuencias que de ello se siguen, con Lacan podemos decir que es producto de una
falla o fracaso en la función paterna y ya no sólo responsabilidad del particular vínculo madre-hijo.395
Pero igualmente nunca deja de insistir en la cara ominosa que caracteriza al deseo materno. Así lo
señala en El Seminario 4:
“lo que no puede ser satisfecho, a saber, el deseo de la madre, que en su fundamento es
insaciable” (LACAN 1956-57, 196).396
El punto culminante de esta perspectiva se encuentra en El Seminario 17, donde reconfirma que el
papel de la madre se cumple a título de deseo, enfatizando especialmente su imprevisibilidad y su potencia
393
Lacan, J. (1957-58/1999): El seminario. Libro 5: “Las formaciones del inconsciente”, Barcelona, Paidós, pág.
490.
394
Lacan, J. (1956-57/1994): El seminario. Libro 4: “Las relaciones de objeto”, Barcelona, Paidós.
395 Lacan ordena el caso Juanito a partir de estas elucidaciones. En El Seminario 9 plantea que Juanito está sumido en
el deseo de su madre de una manera “que no tiene compensación, sin retorno, sin salida”, salvo por el artificio que es la
fobia “en tanto introduce un resorte significante clave que permite al sujeto preservar aquello de lo que se trata para él, a
saber ese mínimo de anclaje, descentramiento de su ser, que le permite no sentirse un ser completamente a la deriva del
capricho materno” (inédito, clase del 20-12-61).
396 Ibid., pág. 196.
estragante:
Esta advertencia acerca de qué es el deseo de la madre hiela la sangre y aunque no es lo único que lo
define, pues es tan sólo un aspecto de la cuestión -muy sustantivo, por cierto-, debemos especificar las razones
por las que se presenta fundamentalmente de este modo: como “capricho materno” (20-12-61), como “el
pisoteo de elefante del capricho del Otro”. 399
397 Esta analogía se funda en un dato del comportamiento animal: efectivamente, los cocodrilos hembra transportan a
su cría en la boca, semi-abierta.
398 Lacan, J. (1969-70/1992): El seminario. Libro 17: “El reverso del psicoanálisis”, Barcelona, Paidós, 1996, pág.
118.
399 Lacan, J. (1960/2000): “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”. En Escritos 2,
op. cit., pp. 755-787.
1) 400 Tal como lo desarrolla Freud en (1933): “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis: 33a.
conferencia: La feminidad”. En Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1976 (1996), Tomo XXII, pp. 104-125.
401 Esta es la causa fundamental de la relación estragante de la niña con su madre; en su escrito L’Étourdit Lacan lo
plantea de este modo: “la elucubración freudiana del complejo de Edipo, en la que la mujer es en él pez en el agua, por ser
la castración en ella inicial (Freud dixit) [ella es pez en el agua en el Edipo porque la castración está desde el comienzo, no
padece la amenaza y entonces no debe preocuparse por salir de esa situación, tal como le sucede al varón], contrasta
dolorosamente con el hecho del estrago que en la mujer, en la mayoría, es la relación con su madre, de la cual parece esperar
en tanto mujer más subsistencia que del padre, – lo que no pega con su ser segundo, en este estrago” (Lacan, J. (1972):
“L’Étourdit”. En Autres écrits, Paris, Editions du Seuil, 2001, pp. 449-495, pág. 465.
donde alojar al niño, imaginarizado (vía su complejo de castración), como su pene faltante. Por tanto, en el
origen no se trata del advenimiento del sujeto solamente al ser tomado por el amor materno sino que debe
destacarse que es capturado por la falta en que ella queda a causa de su castración.
Este camino freudiano culmina entonces, en condiciones normales, por efecto de la castración, en la
constitución de un sujeto marcado por el deseo de tener lo que, por su acción, ha perdido -en términos
posteriores de la enseñanza de Lacan-: el objeto a. Tal como señala en El Seminario 22: R.S.I., al referirse a la
père-version paterna,402 es decir al hombre que hace de una mujer objeto a que causa su deseo:
“lo que esta una mujer, con minúscula, a-coge de ello, si puedo expresarme así, no tiene nada
que ver en la cuestión. De lo que ella se ocupa, es de otros objetos a minúscula, que son los
hijos…”.403
Este deseo de la madre marca a fuego y es constitutivo del deseo de su hijo, mediando la metáfora
paterna y la castración, lo que dará lugar a que ese niño se produzca como sujeto deseante.
Pero al final de su vida, insatisfecho con todos sus desarrollos sobre el tema, Freud se sigue
interrogando:
“Después de 30 años de experiencia y de reflexión, siempre hay un punto al que no puedo dar
respuesta, y es ¿Was will das Weib?”.404
Su célebre ¿Qué quiere la mujer? Pregunta por su deseo que aún insiste, incluso luego que haya
podido afirmar que lo que una niña desea es ser madre. Freud, disconforme, se encuentra con que algo se le
escabulló.
Las fórmulas lacanianas de la sexuación son un modo de saldar esta cuestión, respondiendo con el
goce femenino. En efecto, sus fórmulas lógicas son para Lacan un modo de resumir lo relativo al Complejo de
Edipo freudiano, pero lo exceden porque para ello alcanza con el lado hombre. Del lado mujer se escribe lo que
no está comprendido por el Edipo. Quizás sea algo de esto lo que se le escabulló a Freud, causa de la
insistencia de aquel interrogante.
402 Que es lo que en El Seminario 20: Aun Lacan llamó “perversión polimorfa del macho” ligada al “acto de amor”,
pág. 88.
403 Lacan, J. (1974-75): El Seminario. Libro 22: “R.S.I.”, inédito, clase del 21/5/75.
404 Según el relato que E. Jones hace, Freud le habría expresado esto a alguien. Comentado por Lacan en El Seminario
7, clase del 18 de noviembre de 1959, pág. 18.
es lo que es, biológicamente está completo pues “en lo real, nada está privado de nada […] lo real es pleno”. 405
Pero eso que no le falta, simbólicamente es sancionado como faltante. Es lo simbólico, en consecuencia, lo que
instituye la falta como tal. Y eso que no le falta deviene deseo… de ser madre. De allí en adelante, una mujer
desea hijos – lo que en ocasiones se presenta con una certeza muy impresionante.
Ahora bien, para Lacan este deseo de la madre obtura la pregunta por la femineidad – tal como se
deduce del interrogante que desvelaba a Freud. Pues el acceso a la maternidad no resuelve la cuestión de su
sexo para una mujer. Esta, para alcanzar su sexo, debe ir más allá de la dialéctica fálica, más allá del amor por
el padre, debe trasponer la barra vertical del cuadro de las fórmulas de la sexuación y situarse del otro lado. En
efecto, su deseo de hijo no es primordial, ya es una respuesta frente al enigma del goce femenino. Pero esta
respuesta es, desde Freud -como Lacan lo hace notar-, una exigencia de lo simbólico. Podemos situarlo del
lado hombre de las fórmulas de la sexuación: para toda mujer que se inscriba en la dialéctica fálica ( ∀ x )
se le exige ser toda madre, donde “toda” supone “sin división”, renunciando a su sexo, a su lado no-toda
(∀ x ): se le exige ser pura madre. Como lo muestra Freud, lo simbólico dispone las cosas de modo tal
de hacer de una mujer una madre. Podríamos decir entonces que el sexo de la mujer queda por fuera de lo
simbólico, en lo real. Y cuando su sexo accede a lo simbólico, lo hace bajo la forma de la puta. Esto también es
freudiano. Recuérdese su Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa (1912) donde Freud explica
la impotencia psíquica masculina por escisión de las corrientes tierna y sensual que no pueden confluir en un
mismo objeto.406 Dicho en términos poco académicos: el hombre puede amar a su esposa pero coger con la puta.
Esta necesaria degradación del objeto de amor para poder abordarlo sensualmente constituye una respuesta ante
lo insoportable del encuentro con el goce femenino – la perversión polimorfa del macho.
Lacan lo trabaja en El Seminario 20 con un juego de palabras construido a partir de la homofonía entre
on la dit-femme y on la diffâme. Plantea que a la mujer “se la mal-dice mujer, se la almadice”407, se la dice con el
alma, con el fantasma, se la aborda fantasmáticamente desde el lado hombre, y entonces, al decirla mujer, se la
difama, se la dice mal pues lo simbólico no la recubre toda. Como escribe en L’Étourdit:
“no obligaré a las mujeres a medir en la horma de la castración la vaina encantadora que ellas
no elevan al significante”.408
Entonces, disyunción fuerte entre madre y mujer. A contrapelo de lo que observamos a veces en clases
sociales bajas, donde las mujeres encuentran su pertenencia social en la medida en que devienen madres, e
incluso contra lo que señalan algunas mujeres -que su realización como tales se lograría con la maternidad-, en
405 Lacan, J. (1956-57/1994): El seminario. Libro 4: “Las relaciones de objeto”, Barcelona, Paidós, pág. 220.
406 En El Seminario 4 Lacan fundamenta esta degradación por el vínculo permanente del sujeto con la madre (“aquel
primitivo objeto real”) en tanto que frustrante. De esta fijación resulta que todo objeto femenino de allí en adelante será para
él “tan solo un objeto desvalorizado, un sustituto, una forma quebrada, refractada, siempre parcial, con respecto al objeto
materno primero” (Lacan, J. (1956-57/1994): El seminario. Libro 4: “Las relaciones de objeto”, Barcelona, Paidós, pág.
209).
407
Lacan, J. (1972-73/1981): El Seminario. Libro 20: “Aun”, Bs. As., Paidós, 1995, pág. 103.
408 Lacan, J. (1972): “L’Étourdit”. En Autres écrits, Paris, Editions du Seuil, 2001, pp. 449-495, pág. 464.
psicoanálisis hay entre madre y mujer un desencuentro estructural: cuando se es madre, ello no tiene relación
con su feminidad; cuando se es mujer, no se trata del deseo materno. Siguiendo con la homofonía entre decir-
mujer y difamar, podemos especificar para una mujer que: como mujer es mal-dita, pero como madre es
bendita.409 Entre estos dos conjuntos la intersección es vacía:
Madre Mujer
Algebraicamente:
MADRE ∩ MUJER = Ø
“el sujeto animal que representa la madre [la jirafa] -nos enseña el 20/12/61-, pero también con
409 Una expresión muy habitual cuando se habla de una mujer que ha sido madre es decir que el hijo es una bendición
de Dios. Eso dice la Iglesia católica de la virgen María justamente a causa del fruto dado por su vientre, Jesús: “Bendita tu
eres entre todas las mujeres”.
410 Dejemos aclarado que aquí se acentúa la satisfacción sexual como una vía posible para el acceso al goce femenino,
aunque no es la única.
su gran cuello, nadie lo duda, la madre en tanto es ese inmenso falo del deseo, terminado aún
en ese hocico mordiente de animal voraz”. 411
Mientras que lo propio de una mujer, su goce femenino, se escribe en el vector L/a → S(Ⱥ). Es decir, la
relación de la mujer con el significante de la falta, su goce más propio, suplementario.
Así, los diversos “tipos” de mujeres que dibujamos unos párrafos atrás se explican como la tajante
separación entre ambos vectores, lo cual abre la vía del estrago. 412 En efecto, el estrago materno es la
unilateralización del deseo de la madre, puro, todo, sin división. Es la boca del cocodrilo que se cierra sin razón,
porque alguna mosca le ha picado… dejando al hijo en posición de objeto. Se trata de la incidencia de un goce
puro, estragante en la medida en que no ha sido morigerado por el significante del Nombre-del-Padre. En
consecuencia, ese hijo no tendrá reservado el lugar del objeto a que causa el deseo de la madre -como afirma
Lacan en R.S.I.-, tendrá vedado ser el falo de la madre. Lacan trabaja esto con admirable claridad en sus Dos
notas sobre el niño:
“…cuando el síntoma que llega a dominar compete a la subjetividad de la madre. Esta vez, el
niño está involucrado directamente como correlativo de un fantasma”. 413
El síntoma del niño responde a la estructura familiar y cuando está en relación con la madre es
atrapado en su fantasma.414
“Cuando la distancia entre la identificación con el ideal del yo y la parte tomada del deseo de la
madre no tiene mediación (la que asegura normalmente la función del padre), el niño queda
expuesto a todas las capturas fantasmáticas”.415
Es decir que este apresamiento del niño en el fantasma materno se debe a que el Nombre-del-Padre no
opera sobre la díada introduciendo la terceridad, la distancia entre el ideal y el deseo de la madre. En efecto,
cuando el niño articula en dirección al Otro su demanda, encuentra en ese Otro materno un deseo, y, en un
primer tiempo, va a identificarse como sujeto con el objeto de ese deseo. En la respuesta del Otro, en su
Pero no es el lugar de objeto causa, sino que el niño deviene puro objeto (quizás a ello se deba que en
la cita esté entrecomillado). Por eso Lacan aclara que el niño se sustituye al objeto a en el fantasma de la
madre pero lo “satura” sin resto. En efecto, un hijo debe ocupar una parte del deseo materno, no-todo: “la parte
tomada del deseo de la madre” –dice allí.
Esto ya permite entrever que el estrago materno se produce si la madre no puede sostener su división
entre el vector deseo de la madre y otra cosa; otra cosa que, a mi parecer, luego será el vector goce femenino.
En tal caso, el deseo de la madre operará haciendo de su hijo aquello que la causa, su objeto a, mientras que
como mujer habrá de consentir venir al lugar de síntoma para un hombre, ser causa de deseo de un hombre.
Retomando lo señalado anteriormente: el estrago no tendrá lugar si su posición toda madre ( ∀ x ), pura
madre, se descompleta con su goce femenino, si logra dejar ver a su hijo que es no-toda madre: ( ∀ x ).
Es decir, que su deseo de madre no lo colma todo sino que su castración la hace deseante de Otra
cosa más allá del hijo:
“La [necesidad] de la Madre: en tanto sus cuidados están signados por un interés
particularizado, así sea por la vía de sus propias carencias”.418
La embar(r)azada
Un aspecto importante de la maternidad es el embarazo. No voy a abordar aquí la infinidad de
posiciones que mujeres -y hombres- adoptan respecto de las alteraciones que sufre el cuerpo de una mujer en
el embarazo. Sino que voy a destacar un aspecto que resulta apto para pensar el estrago materno como ese
416 Recuérdese el esquema R presentado en De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis,
donde Lacan escribe la doble ligazón de la madre “M” con el ideal del yo “I” y con el Nombre-del-Padre “P”, inscrito en
“A”.
417 Ibid., pág. 56.
418 Ibid. Lacan señala en El Seminario 9 que el modo de dar importa más que lo que efectivamente la madre da al
niño, pues eso le revela su deseo materno, de donde él aprenderá la diferencia entre el don de alimento y el don de amor (2-
5-62).
goce puro que amenaza con devorar al hijo.
Cuando vemos una embarazada podemos hacer recaer nuestra atención solamente en el aspecto
tierno del asunto, maternal, entonces somos caballeros con ella, le cedemos el asiento del colectivo, etc. Pero
también podemos ver en el embarazo la marca de un encuentro sexual, la huella del goce. 419 En este sentido,
convergen en él aquellas posiciones que destacamos como disjuntas, se produce un punto de encuentro entre
el deseo de la madre y el goce de una mujer. En El Seminario 10 Lacan lee en la etimología del término
embarazo “embarras”, literalmente “embarrado”, el ser atravesado por la barra:
“El embarazo es exactamente el sujeto S revestido con la barra, $, porque imbaricare alude de
la forma más directa a la barra, bara, en cuanto tal. Esta es ciertamente la imagen de la
vivencia más directa del embarazo”.420
El a-muro de la madre
En sus charlas en el hospital de Sainte-Anne bajo el título El saber del psicoanalista -en el marco de su
Seminario 19-, Lacan presenta otra versión del deseo de la madre:
“El amor, el bien que quiere la madre para su hijo, el ‘(a)muro’ alcanza con poner entre
paréntesis el a para reencontrar lo que palpamos a diario, es que aún entre la madre y el hijo,
la relación que la madre tiene con la castración, eso tiene mucho que ver!”.421
El neologismo con el que Lacan especifica allí el deseo de la madre, el bien que quiere para su hijo, se
funda en la cuasi-homofonía entre amour (amor) y a-mur (a-muro). El a-muro alude al lenguaje como muro, el
muro del significante y su estructura. Y nos lo enseña poéticamente: “Entre el hombre y la mujer está el amor;
419 Hace un tiempo, un paciente psicótico me relata una pelea que mantuvo en la calle con una mujer embarazada, a
quién insultó, sin aparente razón, calificándola de “puta”. Pasada su agitación, confiesa que lo inquietaba reconocer allí el
efecto de un encuentro sexual, lo que se le aparecía como incongruente con la figura de una madre (pura, como veía a la
suya). Localizaba en el embarazo únicamente el efecto del goce sexual.
420
Lacan, J. (1962-63/2006): El seminario. Libro 10: “La angustia”, Bs. As., Paidós, pág. 19.
421 Lacan, J. (1971-72): El saber del psicoanalista, Charlas en Sainte-Anne, inédito, clase del 6-12-72.
Entre el hombre y el amor está el mundo; Entre el hombre y el mundo hay un muro”. El hombre y la mujer están
separados por un muro que es la castración y el amor es el artificio buscado para sortearlo. El amor permite la
comunicación, mientras que el a-muro da cuenta de su imposibilidad:
“De modo que en cuanto a la relación entre el hombre y la mujer, y todo lo que resulta de eso
con respecto a cada uno de los compañeros, a saber su posición, así también como su saber,
la castración está en todas partes”.422
En este contexto define el amor de la madre y el bien que desea para su hijo en términos de (a)muro,
pues en el amor de la madre la castración está entremetida.
El deseo de la madre como amor es trabajado por Lacan años antes en su escrito sobre Gide.
Explayándose sobre la relación de este con su madre, afirma:
“La segunda madre, la del deseo, es mortífera y eso explica la desenvoltura con la que la
forma ingrata de la primera, la del amor, viene a sustituirse a ella, para sobreimponerse sin
que se rompa el encanto, a la de la mujer ideal”.423
Disyunción entre la madre del deseo y la del amor, donde el carácter mortífero de la primera se liga a su
omnipresencia, una madre que nunca falta y que como contrapartida, demanda reciprocidad. En muchos casos
esto se presenta como una demanda absoluta, ilimitada, avasallante y devastadora, del Otro materno, de la que
ya enfatizamos su efecto de estrago. Quizás en esta duplicidad se trate de la doble vectorización que Lacan
producirá luego con las fórmulas de la sexuación.
Conviene destacar además que el trabajo que Lacan hace en los años ’70 a partir de la lógica modal,
ordena el (a)muro como contingente, lo cual indica que entre hombre y mujer emerge como una respuesta al
muro de la castración. Con esta elaboración, al proponer el objeto a “entre paréntesis”, Lacan corre el acento
del hijo como a del fantasma de la madre y liga su deseo -el de ella- de modo directo con la castración,
desplegando aquello que se alude en las notas sobre el niño comentadas anteriormente. El amor, necesario,
obtura la castración, le da consistencia mayor aún al muro, mientras que el (a)muro, contingente, destraba
respecto de la castración, no la borra pero le quita consistencia, develando su sin-sentido. Esta novedosa
modalización del deseo de la madre le da un sesgo diferente, pues ya no se trata de la madre que para sortear
la castración por la equivalencia simbólica desea y tiene hijos, lo necesario del amor materno que no cesa de
escribirse. Se trata más bien de una madre cuyo deseo se sostiene de la castración, el (a)muro por su hijo. Lo
cual abre la vía contingente de un goce no-todo respecto de ese hijo. Podríamos decir: el deseo materno
produce estragos cuando rechaza la castración. Cuando el amor de la madre no contempla esa dimensión de la
422 Ibid.
423 Lacan, J. (1958): “Juventud de Gide, o La letra y el deseo”. En Escritos 2, México, Siglo XXI, 1975 (1987), pp.
719-743, pág. 735.
falta, produce estragos y, más que amorosa, la convierte en “pervertida”.
Recapitulación y conclusiones
Estos desarrollos nos llevaron a oponer el deseo de la madre y el goce femenino, madre y mujer como
posiciones antagónicas. La feminidad: más allá del padre, fuera de la dialéctica fálica; la maternidad: inmersa
en esta dialéctica, producto de haber atravesado por la castración, y como respuesta al enigma del goce
femenino.
También hemos distinguido dentro del deseo materno diversas facetas y sus concomitantes efectos
sobre los hijos. Pudimos situar en la presencia del deseo materno una cara virtuosa, la madre de los cuidados,
la que posibilita la vida, pero también una cara mortificante, la que Lacan figura con diversas bocas de animal.
Los efectos estragantes de esta relación, tanto para la madre como para el hijo, podrán morigerarse con
la intervención paterna que evitará que “cualquier mosca que le pique” le haga cerrar la boca, funcionando él
mismo como aquello que frene esa mordida, haciéndola causa de su deseo en el fantasma: su père-version
masculina. Lo cual requiere de ella que consienta ese lugar y que, en consecuencia, no haga de su hijo el tapón
de su castración, “(a)murándolo” lo suficiente como para no dejarlo caer de su deseo pero sin fijarlo a su goce,
para que algo de este tenga destrabado el camino hacia su costado femenino.
En síntesis, encontramos sobre el final de la enseñanza de Lacan una razón para la naturaleza
mortífera del deseo materno, tan enfatizada por él desde sus comienzos, desde la imago materna como factor
de muerte al deseo materno como deseo cerrado, opaco, oscuro, insaciable, voraz. El no haber encontrado ella
otra derivación para su goce, hacer del hijo aquello que obtura la castración y gozar de ello, abre la vía del
estrago. El goce femenino, distinto de ese goce puro, oscuro y traumatizante, permite su descompletamiento,
inaugurando la posibilidad de sostener su deseo de madre en su castración y ya no en su obturación.
Para terminar, situamos en los matemas de la parte inferior del cuadro de las fórmulas de la sexuación
lo que se ha desarrollado a lo largo del texto:
- El deseo de la madre en el vector L/a → Ф. Posición masculina.
- El niño, que colma la falta fálica de una mujer, viniendo al lugar de objeto a en su fantasma, en el vector $ →
a. Pero también ella como a para el fantasma de un hombre. Posición femenina.
- El goce femenino en el vector L/a → S(Ⱥ). La relación de una mujer con el significante de la falta en el Otro, su
goce más propio. La femineidad.
- La disyunción madre-mujer en esa duplicidad: los dos vectores que parten del matema L/a, lo que evita los
efectos de estrago sobre el hijo, en tanto que una madre, tal vez, contingentemente, además (es decir como
suplemento) pueda devenir mujer.
Y en las fórmulas mismas, articuladas con los modos lógicos:
∀ x : el deseo de la madre, posible;
∃x : el amor de la madre, necesario;424
424 Téngase presente que lo necesario no se contradice con lo posible sino que lo implica, siendo la excepción
fundante del universal.
∀x : el (a)muro de la madre, contingente;
∃x : la inexistencia de la madre fuera de la lógica falo-castración, imposible.
Imposibilidad lógica que implica que una madre debe situarse en esa alternativa para hallar su modo de
ser madre: a lo macho (en sus dos modalidades), o no-toda macho.
Por fin, es posible distinguir los tres registros del deseo de la madre acentuados en diferentes
momentos de este trabajo: lo simbólico es desear al hijo como objeto, lo imaginario es revestirlo fálicamente, es
decir hacerlo su falo, y lo real es gozar de él. En esto consiste lo que ahora podríamos designar el nudo del
deseo materno.
CUARTA PARTE:
“AGUJERO”
Capítulo XIII.
El trauma
Es sabido que Lacan lee a Freud con categorías con las que este no contaba y aunque aquel afirme
haberlas encontrado allí, es claro que es su lectura la que las produce. Sin dudas lo mismo ocurre con lo que
Freud llamó trauma. Podemos encontrar múltiples referencias en la enseñanza de Lacan al respecto. Por
razones de espacio no podría referirme a todas ellas. Podría tomar solamente dos, las que entiendo son
decisivas.
Una, el trauma es el encuentro con la falta en el Otro, lo que Lacan matematiza S(Ⱥ) {significante de la
falta en el Otro}. El grafo que Lacan construye a partir de su Seminario 5 está ordenado en función de ese
matema, su estructura de pregunta implica justamente la pregunta por el deseo del Otro: Qué me quiere? Y las
respuestas anticipadas (la inhibición, el síntoma, el ideal, el fantasma y la identificación imaginaria) son modos
de cortocircuitar el recorrido que llevaría al encuentro con esa pregunta que, no sin angustia, no tiene
respuesta. O dicho de otro modo, cuya respuesta es insoportable pues introduce la castración del Otro en tanto
deseante. Las otras respuestas, las que se escriben en cortocircuito, obturan esa castración, esta falta en el
Otro, traumática. Podríamos pensar que el recorrido del análisis se orienta en ese sentido, llevando al
analizante hacia esa pregunta sin respuesta, atravesando las “falsas” respuestas, hacia la pregunta por el
deseo del Otro. Es por esa razón que en el Seminario 10 Lacan trabaja la angustia como el único afecto que no
engaña, en la medida en que constituye el punto de mayor acercamiento al deseo del Otro sin engaños, sin
coartadas, de donde resulta el efecto subjetivo de certeza que la angustia comporta.
En este sentido, S(Ⱥ) es el agujero que en el grafo escribe el trauma. Como se ve no es un trauma
fundacional, inherente al ser, es un producto al que el curso de un análisis debe alcanzar. En el Seminario 6
Lacan llama a eso “No hay Otro del Otro”. ¡El gran secreto del psicoanálisis! -tal como sostiene Lacan el
8/4/1959- es que no hay Otro del Otro, es decir que no hay metalenguaje, que en A siempre falta un significante,
lo que implica que no hay garantía ninguna... “eso por lo cual el psicoanálisis aporta algo” -sentenciará en la
misma clase. Ese encuentro con la falta de garantía es lo traumático y el análisis debe conducir al analizante
hasta las puertas de ese encuentro.
Así, trauma, agujero, falta son conceptos que se articulan. Será por eso que Lacan llega a plantear que
el psicoanálisis es una práctica que opera sobre el TRAUMATISMO. Sólo que equivoca el término francés
TRAUME por su cuasi-homófono TROUME, neologismo que condensa TRAUME-trauma con TROU-agujero,
resultando algo así como el TROUMATISME que podríamos traducir AGUJEROMATISMO. ¿Sería un exceso
decir que los psicoanalistas somos traumatólogos pero en el sentido del trou francés, o sea agujerólogos?
En este sentido, el trauma no es una escena, dura, difícil que alguien vivió en su vida, un
acontecimiento traumático, estresante, que deja algunas secuelas... un trastorno por estrés postraumático,
como dirían los modernos manuales diagnósticos estadísticos americanos. Haya o no escena, lo que será
decisivo, lo que dará valor de TROUME será siempre la lectura que el analizante haga de ello. Enseguida lo
retomaré.
La segunda referencia a la que quisiera en esta oportunidad referirme es el axioma lacaniano que, por
su enorme difusión, suele ser mencionado hasta el hartazgo y que -así convertido en una máxima lacaniana
que ha de mencionarse como marca de filiación- va perdiendo su valor clínico. Lo que Lacan ha denominado
no-relación/proporción sexual, uno de los nombres del trauma freudiano.
Cierta vulgata lacaniana afirma incansablemente que por el hecho de hablar no hay relación/proporción
sexual para los humanos, lo cual sería equivalente a decir que para nosotros las cosas no encajan como
encajan entre la yegua y el caballo. Seríamos seres que “vendríamos” marcados por una falta estructural, la
cual convierte a la castración en un dato universal, para todos.
Al respecto hay mucho por decir. En primer lugar, el término rapport que emplea Lacan puede traducirse
tanto “relación” como “proporción”. Por eso no debemos obviarlo al citar esa fórmula pues por una parte se
destaca el valor lógico que Lacan le da a su fórmula, en el sentido de la razón matemática (cociente de dos
números o de dos cantidades comparables entre sí: en una progresión geométrica, la razón es el número por el
que hay que multiplicar cada término para obtener el siguiente; en una proporción, la razón es cada una de las
dos fracciones que la forman), y no como una simple ausencia de relación en el sentido vulgar de
correspondencia o conexión entre dos o más cosas, que no hace más que imaginarizar las “dificultades” que las
personas tienen para relacionarse amorosamente (como bien refleja la Real Academia: “Relación: Trato
amoroso o sexual que hay entre dos personas: relaciones sexuales; relaciones amorosas...”). Y por otra parte,
mantener la traducción relación/proporción permite no obviar el equívoco que todo el tiempo Lacan pone a jugar
con el término rapport. De hecho, en la lengua francesa contamos con el término relation; y si Lacan no lo utiliza
cuando habla de rapport sexuelle debemos entender que es por algo, en efecto, lo emplea en otros contextos
muchas veces pero en escasas oportunidades para referirse a la relación sexual.
Cuando Lacan retoma su axioma en los seminarios del tramo final de su enseñanza, lo formaliza a
partir de la consideración de los eslabones desanudados. Dice en El Seminario 22: “Por esto es que puede
sostenerse el término de no-relación/proporción sexual en tanto que se sostiene esencialmente por una no-
relación de pareja” (clase del 15/04/75), es decir que Lacan propone para la no relación sexual dos eslabones
que no se anudan: “hay una muy otra manera de soportar la figura de la no-relación/proporción de los sexos: es
soportarlos de dos círculos en tanto que no anudados. De eso se trata en lo que yo enuncio de la no-
relación/proporción...” (clase del 13/05/75).
Sin embargo, no es esto lo único que afirma sobre el tópico. En efecto, en este mismo seminario
efectúa un desplazamiento respecto de la negación sobre la relación sexual al pasar de “no hay
relación/proporción sexual” a “hay no-relación/proporción sexual”. Vale decir, de una inexistencia de relación a
una existencia de no-relación. No se trata de un simple matiz retórico sino que se inserta dentro de un cambio
de perspectiva que tiene basamento en el instrumento de los nudos. Se trata entonces de la sustitución de un
axioma por otro:
425 Distingo aquí la escritura -de matemas-, la inscripción -escribir lo que se dice- y la inscritura -en el cuerpo: el
recorrido de la pulsión parcial al bordear la zona erógena, que nos permite ubicar cómo impacta lo que se dice en el cuerpo,
en el sentido de la definición que Lacan nos propone en El Seminario 23 de la pulsión como el eco en el cuerpo del hecho
que hay un decir.
Capítulo XIV.
(Père)Versiones de la no-relación sexual
“...cada uno de nosotros, en su propia vida sexual [...] transgrede un poquito los estrechos
límites de lo que se juzga normal”.426
“En la mayoría de los casos podemos encontrar en la perversión un carácter patológico, no por
el contenido de la nueva meta sexual, sino por su proporción respecto de lo normal. Si la
perversión no se presenta junto a lo normal (meta sexual y objeto) cuando circunstancias
favorables la promueven y otras desfavorables impiden lo normal, sino que suplanta y
sustituye a lo normal en todas las circunstancias, consideramos legítimo casi siempre
juzgarla como un síntoma patológico; vemos este último, por tanto, en la exclusividad y en la
fijación de la perversión” (las itálicas pertenecen al original, las negritas son nuestras).427
Así, las perversiones comportan “un estadio de una inhibición del desarrollo” (el subrayado es del
426 Freud, S. (1905): “Fragmento de análisis de un caso de histeria (Dora)”. En Obras completas, Bs. As., Amorrortu
Editores, Tomo VI, .pág. 45.
427 Freud, S. (1905): “Tres ensayos de teoría sexual”. En Obras completas, op. cit., Tomo VII, pág. 146.
autor)428, un detenimiento de la evolución pulsional pero que, fundamentalmente, conlleva patología en la
medida de la sustitución de la sexualidad “normal”, sustitución que nos remite al síntoma.
Cuando Lacan interviene sobre el tema, promueve relaciones opositivas entre las perversiones, las
neurosis y las psicosis. En su búsqueda por establecer distinciones sin imitar el modelo psicopatológico
descriptivo que subsume el caso bajo la especie mórbida correspondiente, define a la perversión no en términos
fenoménicos (a partir de conductas tipificadas, de prácticas desviadas o colección de rasgos) sino como una
modalidad de lazo entre el sujeto y el Otro que se especifica porque el primero resulta en posición de objeto a
ofrecido como instrumento del goce del Otro.429 Esta definición, sin embargo, no se ha traducido en una
abundante presentación de casos por parte de los psicoanalistas, como sí ha ocurrido con otras definiciones de
Lacan. Más bien cuando alguna conducta perversa se presenta, suele considerarse una modalidad de
suplencia en una psicosis, o bien se la lleva del lado de la neurosis como rasgo de perversión. Con todo, la
intervención de Lacan apunta a que las llamadas prácticas o escenificaciones perversas, descriptivamente, no
se confundan con la posición del sujeto de la perversión -entendiendo por tal la efectuación del sujeto como
respuesta a los condicionamientos y determinaciones provenientes del campo del Otro A-.
No obstante, dichas prácticas tienen una enorme importancia en nuestra experiencia -la del
psicoanálisis- pero no sólo en cuanto a los problemas diagnósticos sino sobre todo en lo atinente a la dirección
de la cura y la transferencia.
Reacciones perversas
En efecto, ese es el sentido del estudio que al respecto lleva a cabo Lacan en El Seminario 4. Al
examinar la concepción de la relación de objeto aplicada a la situación analítica por algunos autores
posfreudianos, cuestiona la reducción de la relación analista-analizante a una relación real entre dos
personajes: un sujeto-paciente y un objeto exterior-analista, entre los que se produciría una relación pulsional
primitiva expresada en términos de actividad motriz, que se exteriorizaría como agresión erótica. Según esta
apreciación, como la regla analítica impide la manifestación motriz de la pulsión en su relación con el objeto
exterior, se superpondrá a ella la relación con el objeto interior, fantasmática, y la dirección de la cura se
orientaría hacia una reducción del objeto interior a la distancia real:
“Así, la situación analítica es concebida como una situación real en la que se lleva a cabo una
reducción de lo imaginario a lo real”.430
Lo cual acarrea para él el olvido de lo fundamental de la situación analítica, que es por qué se habla.
Señala entonces cómo tropiezan con ello, pues por una parte no dicen nada de la función del lenguaje y de la
428 Freud, S. (1905): “Fragmento de análisis de un caso de histeria (Dora)”. En Obras completas, Bs. As., Amorrortu
Editores, Tomo VI, .pág. 45.
429 Tres textos son las referencias para seguir la construcción de esa definición: Kant con Sade, El Seminario 10: “La
angustia”, El Seminario 16: “De un otro al Otro”.
430 Lacan, J. (1956-57/1994): El seminario. Libro 4: “Las relaciones de objeto”, Barcelona, Paidós, pág. 81.
palabra, pero por otra le dan valor a verbalizaciones compulsivas y gritos dirigidos al analista -aunque estos
sólo les importan en la medida en que son impulsivos, es decir porque implican una manifestación motriz, sin
poder leer allí su dimensión significante-.
Esta concepción del análisis se asienta en el desconocimiento de la relación entre los registros
simbólico e imaginario. Por ello Lacan, a partir del esquema L, destaca que así sólo se apunta a la relación
imaginaria, situada en posición transversal al eje del advenimiento de la palabra (S-A), y señala sus
consecuencias:
“Si olvidamos que hay algo que debe permitir al sujeto su culminación, realizarse como historia
y como confidencia, si obviamos la articulación de la relación imaginaria con lo simbólico y la
imposibilidad de advenimiento simbólico que es la neurosis [...] si sólo nos interesamos en
aquello que los defensores de esta concepción llaman distancia con respecto al objeto [...]
sepan tan sólo que conocemos algunos de sus resultados. […] precisamente en casos de
neurosis obsesiva, […] obtenemos lo que podemos llamar reacciones perversas
paradójicas”.431
La dirección del análisis desconociendo la relación entre la tensión imaginaria y lo que debe realizarse
en la relación simbólica inconsciente, empuja a veces a los analizantes a estas escenificaciones, reacciones
perversas paradójicas que responden a dicho manejo de la relación transferencial.
“Decir que la autora no está nada tranquila es poco. Se da perfecta cuenta de que la reacción
que llama perversa – es una etiqueta – apareció en circunstancias muy precisas, en las cuales
ella tuvo parte”.434
Parece sugerir con esta inflexión de su discurso que lo que califica de “perverso” es meramente
descriptivo. Por ello puede afirmar la responsabilidad de la analista en esa reacción a partir de una intervención
incorrecta: interpreta la figura de un hombre con armadura que había devenido el objeto de la fobia del
analizante como representación de su madre fálica. Tras lo cual se produce la reacción perversa que inaugura
un período de tres años en el que el analizante desarrolla un fantasma perverso que consiste en imaginarse
observado por una mujer excitada mientras orinaba. Posición fantasmática que luego sufre una inversión que lo
lleva a instituirse imaginariamente él mismo en observador de mujeres orinando, para por fin realizar la escena
efectivamente al encontrar “...en un cine un pequeño local provisto providencialmente de unos ventanucos que,
efectivamente, le permitían observar a las mujeres en el w.c. contiguo mientras él permanecía en su cuchitril,
regocijándose o masturbándose”.435
Lacan señala otra intervención igual de desafortunada, por sus consecuencias. Ante la propuesta por
parte del paciente de acostarse con ella, la analista interviene diciéndole que no se atemorice con cosas que
sabe nunca sucederán. Afirma Lacan:
“tras esta intervención que pone las cosas en su sitio [es decir que es una intervención que
apela a un criterio de la realidad], el sujeto pasa definitivamente al acto y encuentra en lo real
el lugar perfecto, el lugar escogido, o sea, como dice él mismo, la disposición del pequeño
meadero de los Campos Elíseos”.436
Lo cual -afirma irónicamente- realiza realmente (en el sentido de realidad) la distancia correcta del
objeto: está separado por un muro.
Para concluir, Lacan asevera que “no se trata propiamente de una perversión – y el autor no se engaña
en ese sentido –, sino más bien de un artefacto”.437 Este artefacto es una referencia velada al acting out, lo que
se afirma sin velos -como ya se ha indicado- un año después: “el desenlace benigno del acting out aquí
examinado”.438 Es decir que, una vez más, Lacan distingue la perversión propiamente dicha de este tipo de
actuaciones perversas en el curso de un análisis.
434 Lacan, J. (1956-57/1994): El seminario. Libro 4: “Las relaciones de objeto”, Barcelona, Paidós, pág. 91.
435 Ibid., pág. 92.
436 Ibid., pág. 93.
437 Ibid., pág. 94.
438
Lacan, J. (1958/2002): “La dirección de la cura y los principios de su poder”. En Escritos 2, pp. 559-615, pág. 591.
Acto perverso y pasaje al acto
En diversas oportunidades Lacan señala que la estructura del fantasma se trata de un tiempo
suspendido que tiene su valor por ser un tiempo de detención. En El Seminario 4 compara la escena
fantasmática con la imagen detenida sobre una pantalla de cine, donde la escena del fantasma se plantea como
defensa que vela la castración, del mismo modo que en la pantalla puede detenerse la película momentos antes
de suceder una escena que pueda resultar traumática para el espectador. El fantasma es así caracterizado por
una cualidad fija e inmóvil. Y afirma que a este punto de detención corresponde un momento de acción donde el
sujeto no puede instituirse en su función de deseo “más que a condición de perder el sentido de esta posición
[pues] El fantasma le es opaco”.439 La acción es una respuesta del fantasma que vela la castración, punto en el
que el sujeto no puede ser nombrado sino únicamente indicado como estructura de corte en el fantasma,
instante privilegiado de afánisis subjetiva.
En este contexto vincula el fantasma con la perversión del siguiente modo:
“No hemos hecho entrar la perversión, sino en ese momento instantáneo del fantasma, debido
a que el fantasma, en tanto que el pasaje al acto en la perversión, y solamente en la
perversión, lo revela”.440
El pasaje al acto en la perversión revela la estructura del fantasma, estructura donde el sujeto
desaparece en la medida de su sujeción al deseo del Otro. El perverso se encuentra a merced del deseo del
Otro, a él ofrecido:
“Es en ese drama de la relación del deseo del sujeto al deseo del Otro que se constituye una
estructura esencial, no solamente de la neurosis, sino de toda otra estructura analíticamente
definida […] la perversión también está ligada, allí, a esto”.441
Entendemos que Lacan no se refiere allí al concepto de pasaje al acto que inventa años más tarde sino
a lo que luego definirá como acto perverso. Es decir que se trata de que este revela la estructura del fantasma
pues muestra con claridad prístina esos instantes de desaparición del sujeto y su relación al Otro. Sin embargo,
esta caracterización es semejante a la que hará en el Seminario 10 para el pasaje al acto: la identificación del
sujeto con el objeto a y la desaparición del término sujeto en el fantasma.442 Se impone entonces diferenciar el
acto perverso del pasaje al acto.
Primero, en todo pasaje al acto hay una acentuación del polo objeto a del fantasma, pero en el acto
perverso se da en el marco de una plena realización del fantasma, no de su caída o desestabilización -tal como
439
Lacan, J. (1958-59): El seminario. Libro 6: “El deseo y su interpretación”, inédito, clase del 10/6/59.
440 Ibid.
441 Ibid.
442 Cf. Muñoz, P. (2009): La invención lacaniana del pasaje al acto. De la psiquiatría al psicoanálisis; Bs. As., Ed.
Manantial, especialmente cap. IX y XII.
sucede en el pasaje al acto donde se vive el embarazo, la extrema barradura del término sujeto en el fantasma.
Segundo, y en consecuencia, el acto perverso se monta en una escena, mientras que el pasaje al acto
constituye una ruptura, descomposición de la escena del fantasma. Tercero, la escena en que se juega el acto
perverso posee condiciones muy bien delimitadas, fijas e inamovibles, lo cual contraría tajantemente la
caracterización del pasaje al acto como un golpe asestado a esa escena, que culmina con su quiebre: la
monotonía del acto perverso se presenta como la contracara de la sorpresa por el quiebre de esa estabilidad
monótona del fantasma en el pasaje al acto.
Vale decir que cuando Lacan delimita originalmente la posición del sujeto de la perversión como objeto
instrumento del goce del Otro destaca el concepto de acto perverso como un elemento decisivo. Pero en
muchas ocasiones -siguiendo la costumbre freudiana- emplea el término perverso para adjetivar actos,
conductas o momentos que no corresponden a esa posición -como en el ejemplo del fisgón de los meaderos-,
lo cual produce un deslizamiento del concepto que desborda los límites de las nomenclaturas diagnósticas y lo
acerca a los conceptos de pasaje al acto y acting out -que muchas veces se presentan con figuras cercanas a
las perversiones en la medida en que desnudan la relación libidinal del sujeto con el objeto a.
Es el mismo Freud quien destaca la perversión propia de las fantasías inconscientes de los neuróticos.
En Fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad plantea que aquellas no se distinguen en nada -en
cuanto a sus contenidos- de los actos que los perversos llevan a cabo con conciencia. Sorprende leer incluso la
serie que Freud establece, al inaugurar el texto, entre las fantasías delirantes de los paranoicos, las “raras
escenificaciones” de los perversos y las fantasías histéricas inconscientes.443 Entonces, estas “reacciones
perversas paradójicas” no son sino escenificaciones de las fantasías neuróticas que no se expresan en
síntomas sino por “realizaciones conscientes”.444 Estas realizaciones son las que conviene abordar a partir de la
precisa demarcación entre pasaje al acto y acting out que Lacan produce en El Seminario 10, que sellará la
posibilidad de volver a confundirlos con actos perversos en la medida en que consisten en modalidades de lazo
del sujeto al Otro que no se confunden en nada con la posición del sujeto de la perversión que reconoce en el
acto perverso. Aunque este, tomado como concepto, comparta algunos rasgos con el de pasaje al acto -su
carácter revelador de la estructura del fantasma, su efecto angustiante, su confrontación con una identificación
impúdica al objeto pulsional-, el carácter escénico guionado de los actos perversos se opone a la abrupta salida
al mundo del pasaje al acto.
En Kant con Sade Lacan distingue dos fórmulas del fantasma que definen dos funciones opuestas, el
fantasma de la neurosis, $◊a, versus el fantasma de la perversión, a→$. Esta inversión de la fórmula del
fantasma en la perversión implica una nueva función del objeto a en el fantasma, que apunta a dividir al otro en
cuanto lo angustia, a la vez que el sujeto de la perversión ocupa la posición de objeto, de instrumento del goce
del Otro. Así lo define en El Seminario 16:
“si me han leído, es el objeto de mi escrito Kant con Sade. La demostración allí hecha de la
443 Freud, S. (1908): “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”. En Obras completas, op. cit., Tomo
IX, pág. 141.
444 Ibid., pág. 144.
total reducción del plus-de-gozar al acto de aplicar sobre el sujeto lo que es el término a del
fantasma por el cual el sujeto puede ser planteado como causa-de-sí en el deseo”.445
Esto acarrea varias consecuencias. Señalemos al menos una. El fantasma neurótico sostiene el deseo
desfalleciente, en la perversión el deseo se orienta hacia la acción en sus escenificaciones perversas
asumiendo la forma de la voluntad de goce:
“en la medida en que [la perversión] apenas acentúa la función del deseo en el hombre, en
cuanto que instituye la dominancia, en el sitio privilegiado del goce, del objeto a del fantasma
que sustituye al A. […] Sólo nuestra fórmula de la fantasía permite hacer aparecer que el sujeto
aquí se hace instrumento del goce del Otro”.446
A partir de lo cual se establece la oposición: “el perverso se imagina ser el Otro para asegurar su goce
[…], el neurótico imaginando ser un perverso: él para asegurarse del Otro”. El neurótico se defiende del deseo y
del goce del Otro con el fantasma; el perverso trabaja y demuestra la existencia del goce del Otro.
En conclusión, mantener la distinción entre acto perverso y escenificaciones perversas es necesario no
sólo por razones conceptuales sino sobre todo por razones clínicas, para no confundir el sujeto de la perversión
en el acto perverso con fenómenos de pasaje al acto y acting out, confusión que para Lacan es responsable de
algunos extravíos de la dirección de la cura.
Lecturas de la no-relación
Ahora bien, prosiguiendo con la definición canónica de la posición del sujeto de la perversión, suele
reconocerse en ella una modalidad de respuesta ante lo que Lacan ha denominado no-relación/proporción
sexual.447 En ese sentido, se considera el catálogo de las perversiones como la demostración más palmaria de
que no hay relación sexual, dada su inagotable variedad de prácticas sexuales que exhiben hasta qué punto el
objeto y la meta pueden alejarse de las consideradas normales. Esa modalidad es distinguible de la respuesta
del sujeto de la neurosis y la psicosis (y tal vez haya otras a considerar). Pero el asunto es que de este modo se
admite la no-relación/proporción sexual como un dato universal, para todos.
Recordamos ya -en un capítulo anterior- que al releer el axioma en El Seminario 22 Lacan lo pone a
jugar en su esquema de formalización ligado al empleo de los nudos, realizando un desplazamiento respecto de
la negación sobre la relación sexual al pasar de “no hay relación/proporción sexual” a “hay no-
445
Lacan, J. (1968-69/2008): El Seminario. Libro 16: “De un Otro al otro”, Bs. As., Paidós, pág. 18.
446 Lacan, J. (1960/2000): “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”. En Escritos 2,
op. cit., pp. 755-787.
447 Ya hemos indicado en el capítulo anterior la justificación de la traducción del término rapport que emplea Lacan
como relación/proporción para destacar su valor lógico, en lugar de su consideración como simple ausencia de relación en el
sentido vulgar.
relación/proporción sexual”. Vale decir, de una inexistencia de relación a una existencia de no-relación.448
Mencionamos también que no debe entenderse como un simple matiz retórico sino que se inserta dentro de un
cambio de perspectiva que tiene basamento en el instrumento de los nudos. Se trata entonces de la sustitución
de un axioma por otro:
De modo tal que los axiomas se pueden distinguir valiéndose de dos tipos diferentes de nudo. Si la
relación se representa por la concatenación simple de dos eslabones que se anudan olímpicamente, “no hay
relación” se representa por su desanudamiento o la ausencia de dicha concatenación. En consecuencia, “hay
no-relación” no se representa bien con ese tipo de nudo. Hace falta otro y ese es el nudo borromeo, en el que
ninguna de las tres consistencias se anuda olímpicamente con otra, es decir que no mantienen ninguna relación
entre sí de dos en dos, no obstante estando las tres entrelazadas. En conclusión, el vínculo que denomina la
no-relación/proporción sexual subraya que no se trata simplemente de ausencia de relación sino de un lazo de
otro orden, lo cual viene a modificar el axioma de la pura inexistencia.
Ahora bien, formulemos el siguiente interrogante: si “no hay relación/proporción” sexual se escribe
como los registros sueltos, el pasaje al “hay no relación/proporción” que se escribe con el anudamiento
borromeo ¿conlleva la afirmación de la existencia de la relación/proporción? Respondámoslo con Lacan:
“si para figurar la relación de los sexos encuentro la figura de dos Uno bajo la forma de dos
círculos que un tercero anuda precisamente porque no estén entre ellos anudados -pues no se
trata solamente de que ellos estén libres cuando ese tercero es roto- es de que este tercero
los anuda expresamente porque ellos no estén anudados que se trata”.449
Es decir, no se trata de hacer existir la relación/proporción entre los sexos -pues entre dos sigue no
habiendo relación-, sino de hacer consistir un vínculo de no-relación. No hay relación entre dos consistencias
sino un vínculo entre tres, que es un vínculo de no-relación porque ninguna se anuda a otra sin la tercera.
Digamos: se anudan de no anudarse, se vinculan de su no-relación, es una paradójica relación de no-relación.
En suma, la pura y simple ausencia de relación es reemplazada por una forma particular de lazo -paradojal- que
merece el nombre de no-relación/proporción, suplencia que implica un ordenamiento lógico diverso entre lo que
no hay y lo que lo suple, en tanto que no hay acceso a lo que no hay si no es mediante lo que hay.
Tiempos de la no-relación
448 Guy Le Gaufey lo ha hecho notar en su texto “Escolio. Un abuso de metáfora”. En El “notodo” de Lacan. Consistencia lógica,
consecuencias clínicas, Bs. As., El Cuenco de Plata, 2007.
449 Lacan, J. (1974-75): El Seminario. Libro 22: “R.S.I.”, inédito, clase del 15/04/75.
Ahora bien, para no recaer en una ontologización de la no relación sexual como dato preexistente y
esencial al sujeto, conviene entender la temporalidad del hay no-relación/proporción como legataria de la noción
freudiana de trauma, a condición de no solapar su escansión en dos tiempos ordenados según la lógica del
après-coup.450 De lo contrario se efectúa una lectura cronológica y lineal que tiende a considerar que hay algo
que en el primer tiempo está desencadenado, y lo que hace cadena es un segundo tiempo, tiempo que es el
modo en que se propone un anudamiento respecto de la no-relación inaugural.451
Hay no-relación quiere decir entonces que no se trata de dicha cronología sino que lo único que escribe
que no hay relación es el vínculo que Lacan llama de no-relación. Es este vínculo el que escribe en ese instante
del anudamiento del lazo borromeo la no-relación, instaurándola aprés-coup como un tiempo primero, pero
perdido, supuesto, no accesible si no es a partir de este tiempo segundo lógicamente, en el que es localizada
como tal, après-coup, y donde el sujeto es el efecto resultante de dicho acto de localización. Como ya indicaba
Lacan en su primer seminario:
Pero no cualquier porvenir: futuro anterior. Yo habré sido – fórmula que conjuga futuro y pasado por
venir, un pasado que está en trance de advenir, extraña torsión que juega gramaticalmente con gérmenes de
futuro que se encuentran retroactivamente en un pasado que aún no se ha efectuado.
Es una lógica temporal que implica la lectura de lo que no hay en lo que hay, al mismo tiempo que
afirma que lo que hay tiene lugar debido a que no hay. Temporalidad del acto -en el que las sucesiones
cronológicas se desvanecen- donde la anticipación es introducida en retroacción por la lectura que la escribe
como tiempo pasado que habrá sido. Es allí que la no-relación sexual toma su sentido práctico, nos referimos a
la práctica analítica, para un analizante que en transferencia podrá leer/escribir su modo singular de vivir la no
complementariedad entre los sexos.
Se trata, por tanto, en ese nudo de no-relación/proporción, de un modo de escribir la estructura a partir
de la falta que la sostiene, y donde el sujeto resultará como efecto de la lectura/escritura del no hay,
localizándolo como primero lógicamente al tiempo de la lectura. No se trata entonces de un sujeto que viene
afectado por la falta sino que es la respuesta subjetiva la que localiza esa falta como tal e instaura sus efectos.
Ahora bien, si proseguimos la argumentación de Lacan en la clase citada, podemos observar que de allí mismo
450 Término con el que Lacan relee el freudiano nachträglich, con el objetivo de destacar que la posterioridad no es
simplemente retroacción, pues esta no es sino una mera cronología lineal pero inversa o de sentido contrario, sino que
comporta, sobre todo, un efecto retardado, es decir diferido, de modo que subraya una discordancia fundamental en el
tiempo del sujeto en psicoanálisis: el sujeto no sólo llega después al antes que “habrá sido” alguna vez (anticipación
retroactiva), sino que lo hace retardado, retrasado, tarde, a destiempo.
451 Reflexión que introduce una modulación y una diferencia en lo planteado en mi texto “De locuras,
encadenamientos y desencadenamientos”, en Ancla 2, págs. 97-123.
452 Lacan, J. (1953-54/1981): El seminario. Libro 1: “Los escritos técnicos de Freud”, Bs. As., Paidós, 1995, pág.
237.
surge la necesidad lógica del recurso al cuarto eslabón. Es casi explícito en cuanto a ello en la siguiente cita.
Antes de presentarla, observemos el movimiento que lleva adelante.
Lacan pasa de considerar el nudo borromeo de tres (escritura del hay no-relación/proporción) a la
suposición de los tres sueltos y la necesidad lógica del cuarto eslabón que los anude borromeanamente con el
fin de quebrar la pureza de la equivalencia de los tres registros (pues la pureza, en cuanto a su definición física,
no logra quebrarse con el recurso del coloreado o de la escritura de las letras R, S e I). En cuanto al hay no-
relación/proporción, lo que proveerá a partir de allí el vínculo de los tres eslabones no anudados es el cuarto -
que físicamente quiebra la equivalencia de los tres términos- (ahora sí la cita):
“Y la necesidad de que un cuarto término venga aquí a imponer estas verdades primeras [se
refiere a que los tres no se anudan, están sueltos, no hay relación entre ellos] que quiero
terminar, a saber que sin el cuarto término nada es propiamente hablando puesto en
evidencia de lo que es verdaderamente el nudo borromeo”.453
Lo que destacamos en negritas es que ese cuarto término es el que tiene la función de localizar la no-
relación/proporción sexual, imponiendo la verdad primera, poniéndola en evidencia -como dice Lacan- para el
sujeto efecto de ese anudamiento. Vale decir: no hay no-relación/proporción sexual hasta la lectura que la
inscribe como tal. La posición de sujeto es pensable allí entonces como resultado de la lectura/escritura, aprés-
coup, de la no-relación/proporción. Dicho de otro modo: el cuarto eslabón es la lectura que inscribe la marca de
la falla. El lapsus del nudo -para expresarnos en los términos de El Seminario 23- no estaba, sino que es
introducido por lo que lo repara, reparación que escribe la marca, marca que ha de ser leída, pero que se
instaura como marca en el tiempo mismo de la lectura, de donde resulta el efecto sujeto.
La consecuencia que extraemos de esta nueva posición de Lacan es doble:
1) por una parte, permite formular de otro modo la función de lo que suple lo que no hay. La sola consideración
del no hay y lo que lo suple, puede llevar a poner en un pié de igualdad un conjunto importante de términos que
Lacan a lo largo de su enseñanza sitúa como supliendo la no-relación/proporción sexual, lo cual tiende a
formular el problema estableciendo un dualismo que anula la paradoja que señala el desplazamiento de “no
hay” a “hay no”, que permite leer lo que no hay en lo que hay, a la vez que oculta que lo que suple lo que no
hay es de otro orden que lo que hay;
2) por otra parte, hace evidente que no existe la castración en-sí454, que luego -en el mejor de los casos- podrá
ser leída o que -con un poco de suerte- podrá ser esquivada toda la vida. Este modo de concebir la castración
como un dato que vendría dado para todos por el hecho de nacer en un mundo de lenguaje, la sustancializa y
en consecuencia ontologiza al sujeto – lo cual va en el sentido contrario al esfuerzo de Lacan por
desustancializar al sujeto del psicoanálisis contra toda filosofía y psicología. Tal como denuncia tempranamente:
453 Lacan, J. (1974-75): El Seminario. Libro 22: “R.S.I.”, inédito, clase del 15/04/75.
454 El estructuralismo fue el instrumento con el que Lacan inició su batalla en el psicoanálisis para hacer desvanecer los misterios y
las profundidades del en-sí, en la medida en que su máxima la estructura está en el fenómeno le permitió exponer las cosas en la superficie
a partir de correlaciones elementales.
“el sujeto es nadie”455 -jugueteando en francés con el término personne que significa tanto nadie como persona
(afirmación soltada en el contexto de diagnosticar que uno de los mayores problemas del psicoanálisis -de
aquella época, pero que podemos considerar vigente aún- es la entificación del sujeto).
Por el contrario, consideramos que la castración es una lectura, lectura que en transferencia inscribe
para un sujeto su versión de la falta -¡y a la falta misma!-, inscritura456 de su père-versión, que no se reduce a
nombrar lo que mantiene a los tres eslabones anudados sino que, al mismo tiempo, la evidencia.
Por tanto, no hay sino versiones, singulares, père-versiones de la no-relación/proporción sexual, padre-
versiones entendidas como las diversas versiones, las dit-versiones, versiones dichas -y por qué no las
diversiones- del padre. Versiones del padre que -en su medio decir457- nombran la manera en que para cada
quien se hace factible un modo de lazo en el que simultáneamente se evidencia lo fallido de la
relación/proporción sexual. Versiones que “le dan vueltas al hecho de que no hay relación sexual”458, vueltas
dichas, les tours dites...459, un poco atolondradas -como no puede ser de otro modo-, en torno de que no hay. Si
dicha versión del padre es el cuarto que anuda a los tres registros sueltos, podrá ser perversa... neurótica...
psicótica... pero en cuanto singular, como tal, será única, inédita, insólita, inclasificable.
“No es el hecho de que estén rotos lo simbólico, lo imaginario y lo real lo que define a la
perversión -dirá Lacan-, sino que estos ya son distintos, de manera que hay que suponer un
cuarto, que en esta oportunidad es el sinthome. Digo que hay que suponer tetrádico lo que
hace al lazo borromeo -que perversión sólo quiere decir versión hacia el padre-, que, en suma,
el padre es un síntoma, o un sinthome, como ustedes quieran”.460
Si dicha versión del padre es el cuarto que anuda, en el acto de anudar escribe la falla del anudamiento,
a la vez que nombra el modo singular en que para un sujeto hay no-relación/proporción sexual. Esa es su père-
versión, incluso su perversión, aun su di-versión...
455
Lacan, J. (1954-55/1983): El Seminario. Libro 2: “El yo en la teoría de Freud”, Bs. As., Paidós, 2001, pág. 88.
456 Distingo aquí la escritura -de matemas-, la inscripción -escribir lo que se dice- y la inscritura -en el cuerpo: el recorrido de la
pulsión parcial al bordear la zona erógena, que nos permite ubicar cómo impacta lo que se dice en el cuerpo, en el sentido de la definición
que Lacan nos propone en El Seminario 23 de la pulsión como el eco en el cuerpo del hecho que hay un decir.
457 Lacan, J. (1974-75): El Seminario. Libro 22: “R.S.I.”, inédito, clase del 14/01/75.
458
Lacan, J. (1972-73/1981): El Seminario. Libro 20: “Aun”, Bs. As., Paidós, 1995, pág. 72.
459 Alusión al juego homofónico en francés que está contemplado por Lacan en el título de su escrito L'etourdit, que
suena El aturdido/atolondrado pero que al adicionarse la letra t final escrita alude al dit, al dicho, resultando el término
neológico aturdicho/atolondradicho. También por homofonía L'etourdit resuena como Les tours dites, Las vueltas dichas.
460
Lacan, J. (1975-76/2006): El Seminario. Libro 23: “El sinthome”, Bs. As., Paidós, pág. 20.
Capítulo XV. El fenómeno del doble. Lo siniestro de Freud a Lacan
El doble es una realidad exterior al sujeto pero que, en su misma apariencia, se opone por su carácter
insólito a los objetos familiares, al decorado ordinario de la vida. Juega a la vez en dos planos
contrapuestos: en el momento en que se hace presente, se revela como algo que no es de aquí, como algo
que pertenece a otro lugar inaccesible
J.-P. Vernant
En el cuento Borges y yo, el propio Jorge Luis Borges, ejerciendo el papel de protagonista, afirma que “al
otro, a Borges es a quien le ocurren las cosas”. De este modo, paradójico por excelencia, sugiere la posibilidad
de ser uno y ser otro al mismo tiempo, o también la posibilidad de ser cualquier otro. Y lleva al extremo esa
paradoja en su cuento al sostener que “lo bueno” de sus páginas, “ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino
del lenguaje o la tradición”. Asistimos así a un Borges que a medida que narra, va eclipsándose, “cediendo todo
al otro” y así vaciándose casi hasta consumirse en su más absoluta y radical carencia de todo. Agrega luego:
“así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro”, llegando a concluir: “no sé cuál de los
dos escribe esta página”.
La intuición literaria del genial escritor nos sirve para introducirnos –a través de los inquietantes espejos y
laberintos insondables que recrea en un tiempo circular de cambios y repeticiones– en la problemática del doble
y su relación con la locura, que hallamos en la pluma de los más destacados literatos.
461 Personaje que me ha inspirado en varios sentidos, a punto tal que elegí como seudónimo de un caso de mi práctica
para ser publicado el nombre de pila del doctor Frankenstein (Muñoz, 2012: 339-356).
una parte escindida de la psique de sí mismo.
Robert Stevenson toma de Hoffmann el tema del elixir que convierte a quien lo toma en una versión maligna
de sí mismo en su célebre personaje Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
Fiódor Dostoievsky, por su parte, aborda en su obra El doble el desdoblamiento de la personalidad desde un
punto de vista que ya podemos definir como psicológico, en la medida en que lo encara adentrándose en las
oscuridades del pensamiento humano.
En Rayuela, de nuestro maravilloso Cortázar, el protagonista llama irónicamente a un personaje su
Doppelgänger debido a una curiosa simetría que se establece entre ellos en varios aspectos de su vida.
Continuar con este listado literario sería interminable, por lo que citaré una referencia más, no sólo porque es
de mi máximo gusto, sino porque refleja con claridad lo que plantea Freud en su texto Lo siniestro al explicar el
tema del doble o el otro yo a partir de la identificación de una persona con otra, que pierde el dominio de su
propio yo y coloca el yo ajeno en lugar del propio, es decir, lo que Freud denomina con tres términos que
parece tratar como sinónimos –por el modo en que lo enuncia–, pero que no lo son en cuanto apuntan a
diferentes aspectos del mismo problema: “desdoblamiento del yo, partición del yo, sustitución del yo”. Me refiero
al poema Der Doppelgänger de Heinrich Heine, una perla literaria que recoge la tradición nórdica y germánica
según la cual todos poseemos nuestro Doppelgänger, que permanece invisible la mayor parte del tiempo, hasta
que podemos verlo –momento inquietante del encuentro que anuncia que el fin está por llegar–.
El vocablo alemán designa entonces al doble fantasmagórico de una persona viva. La palabra proviene de
doppel, que significa “doble”, y gänger, traducida como “andante”. Su forma más antigua se ha traducido
habitualmente “el que camina al lado”. Escribe Heine:
“En una noche serena un viajante pasa al lado de una casa en que vivió en el pasado. En
esa casa fue realmente feliz al disfrutar del amor sincero de una mujer que hace mucho
tiempo lo dejó. Al mirar por la ventana ve la figura de un hombre que contempla el vacío y
aprieta los puños por el dolor que lo consume. Cuando la luna ilumina la sala y la figura del
hombre que en ella está, el viajante es tomado por el horror al reconocer su propio rostro.
Aún torvo por el miedo que aquella figura le causa, el viajante no consigue evitar el intenso
celo de aquel hombre que, aunque copia de sí mismo, osa imitar el dolor propio que él
sufrió en aquel mismo lugar hace mucho tiempo”.
Doble siniestro
El fenómeno del doble ha sido objeto de observación en la fenomenología psiquiátrica y de
conceptualización en el campo del psicoanálisis. Efectivamente, Freud subrayó que, tratándose de un tema que
pertenece fundamentalmente al campo de la estética y del arte, el psicoanalista debía ocuparse de él por su
relación con lo ominoso y lo terrorífico. Él lo hace en su trabajo de 1919 que titula Das Unheimliche (traducido
de dos maneras en las dos versiones de las obras de Freud: Lo ominoso o Lo siniestro), basándose en un
famoso cuento de Hoffman, El hombre de la arena. Se refiere allí al efecto siniestro que provoca la aparición de
este “otro yo” cuyo surgimiento se remonta “a las épocas psíquicas primitivas y superadas”. En efecto, el doble
se construye desde los primeros momentos de la vida en el interjuego dialéctico con el otro, la madre –la mirada
de la madre en la que el niño se contempla de acuerdo con lo que supone que espera de él–. Allí el doble es el
“mí–tú” que marca el comienzo del deseo del sujeto, en el deseo del Otro.
En ese texto, Freud parte de una definición de Schelling que afirma que unheimliche es todo lo que estando
destinado a permanecer en secreto, en lo oculto, ha salido a la luz. Privilegia la presencia de dobles entre lo
ominoso, en todas sus gradaciones y plasmaciones, y al proponerse analizar el fenómeno, destaca dos
aspectos fundamentales: que la identificación con otra persona se lleva al extremo de localizar el propio yo en
un lugar ajeno, y su función como anunciador de la muerte.
Freud recuerda los estudios previos de Otto Rank, quien en 1914 publicó su trabajo El doble, donde indaga
los vínculos con la propia imagen vista en el espejo y con lo que llama “la sombra” y el miedo a la muerte. En su
conceptualización, afirma que el doble tiene su origen en una poderosa desmentida del poder de la muerte y es
probable que “el alma inmortal” fuera el primer doble del cuerpo. Según Freud, “esta imagen tiene su correlato
en un medio figurativo onírico, que gusta de expresar la castración mediante duplicación o multiplicación del
símbolo genital” (Freud, 1919: 236). Ahora bien, Freud considera que estas representaciones han nacido sobre
el terreno del irrestricto amor por sí mismo, el narcisismo primario, y que es con la superación de esta fase que
cambia el signo del doble: “de un seguro de supervivencia, pasa a ser el ominoso anunciador de la muerte”
(Freud, 1919: 236). Es muy preciso cuando, a continuación, propone la tesis de que la instancia de la
conciencia moral, que puede tratar como objeto al resto del yo, llena la antigua representación del doble con un
nuevo contenido, atribuyéndole todo lo que aparece ante la autocrítica como perteneciente al viejo narcisismo
superado de la época primordial. Sin embargo, nada de esto permite comprender el grado extraordinariamente
alto de ominosidad que se le adhiere. Es así que Freud concluye: “estamos autorizados a agregar que nada de
ese contenido podría explicar el empeño defensivo que lo proyecta fuera del yo como algo ajeno” (Freud, 1919:
236).
En su obra, Freud nos acostumbra a relatos que lo tienen como protagonista. Es así que, en este caso, nos
trae un episodio vivido por él en el que tras ser despertado bruscamente en el tren, no reconoció su propia
imagen proyectada en el espejo. Así lo narra en una nota al pie:
“Me encontraba solo en mi camarote cuando un sacudón algo violento del tren hizo que se
abriera la puerta del toilette, y apareció ante mí un anciano señor en ropa de cama y que
llevaba puesto un gorro de viaje. Supuse que […] por error se había introducido en el mío;
me puse de pie para advertírselo, pero me quedé atónito al darme cuenta de que el intruso
era mi propia imagen proyectada en el espejo”.
Freud recuerda el profundo disgusto que la aparición le produjo y que en vez de aterrorizarse ante el doble,
simplemente no lo reconoció. Y se pregunta: “¿el disgusto no sería un resto de aquella reacción arcaica que
siente al doble como algo ominoso?” (Freud, 1919: 247).
Para Freud hay, por lo tanto, dos fórmulas que condensan lo esencial de lo siniestro: primero, su teoría de la
angustia, según la cual cualquier impulso emocional es convertido en angustia por la represión, pero lo
angustioso en sí es aquello reprimido que retorna. Lo cual, segunda fórmula, nos ayuda a comprender por qué
en el lenguaje corriente se puede pasar de lo familiar (Heimlich) a lo siniestro (Unheimlich): el lenguaje nos
hablaría más bien de “lo extrañamente familiar”.
Freud relaciona este sentimiento siniestro con la emergencia de lo más íntimo, lo reprimido que sale a la luz
cuando no debiera. Su análisis del fenómeno del doble subraya muy bien lo que se refleja en la literatura, quizá
porque ella es ya un reflejo de lo que se nos presenta en la fenomenología clínica: la aparición impactante de
“otro yo”, la constatación de la rivalidad con el otro, el desenlace de la trama mediante la aparición de la muerte
(solución hegeliana: muerte como amo absoluto), la aparición sorpresiva de un elemento de repetición.
Es muy interesante la afirmación de Freud en su texto de 1919 de que la literatura muestra el efecto de lo
siniestro recurriendo al uso de ciertos trastornos del yo que implican “un retroceso a fases singulares de la
historia del desarrollo del sentimiento yoico, de una regresión a épocas en que el yo no se había deslindado aun
netamente del mundo exterior, ni del otro”.
Locuras y dobles
Ya hace unos años he intentado encontrar algunas regularidades en la multiplicidad asistemática de
referencias de Lacan al término locura (Muñoz, 2011), a partir de lo cual he planteado que la locura adopta
formas clínicas vinculadas con ciertos trastornos de lo imaginario que pueden expresarse a nivel de la imagen
corporal y sus distorsiones y a nivel de la unidad del yo. El concepto de locura que Lacan propone en 1946 en
Acerca de la causalidad psíquica, ligado a la fenomenología hegeliana, es releído con la estructura del lenguaje
y la función de la palabra a partir de los años ’50, proveyéndolo de una formalización inédita que facilita el hacer
visible la distinción entre varias modalidades de perturbación en el registro imaginario que toman distintas
formas clínicas. En El Seminario 2, esto se lleva a cabo con claridad a partir de la crítica que despliega Lacan
de la teoría de Hartmann sobre el ego autónomo y el lugar central que le otorga en la experiencia, al calificar
esta autonomía y la creencia en ella como locura: “esta convicción –dice Lacan– desborda la ingenuidad
individual del sujeto que cree en sí, que cree que él es él, locura harto común y que no es una locura completa
porque forma parte del orden de las creencias” (Lacan, 1954-55: 23-24). Creer en el yo, que “uno es uno”,
constituye una forma de locura, común, inherente a la estructura del yo y como tal ineliminable –pues es
necesario que el yo crea en sí para mantener la ilusión de dominio que el estadio del espejo anticipa–. No
obstante, Lacan señala al respecto que si se observa con atención, no siempre estamos tan seguros de esa
creencia. Es decir, es una creencia barrada: hay vacilaciones, dudas, que –aclara– no necesariamente
desembocan en una despersonalización. Esa “locura común” se distingue de la “locura completa”, donde la
convicción en la creencia en lo que se es no deja resto, es llevar la creencia en esa unicidad yo-cuerpo, que el
yo sostiene desconociendo la división subjetiva, a la certeza: “que el sujeto acabe por creer en el yo es, como
tal, una locura” (Lacan, 1954-55: 370). En otras palabras, es creer ciegamente en el ser y en el cuerpo propio
sin dialéctica imaginaria.
Ahora bien, en el extremo opuesto encontramos la despersonalización como locura correlativa de la caída o
la falta de sostenimiento de la creencia en el yo, que puede caracterizarse como el no reconocimiento de la
imagen especular y la consecuente vacilación despersonalizante. Allí es donde podemos insertar el problema
del doble en la locura, entendido como una de las formas en que se vivencia la despersonalización. Ésta, para
Lacan, sin embargo está estrechamente vinculada con el Otro y no se reduce a una pura cuestión imaginaria:
“Si lo que se ve en el espejo es angustiante, es por no ser algo que pueda proponerse al reconocimiento del
Otro” (Lacan, 1962-63: 134). Y en muchos casos puede verificarse que cuando la identificación imaginaria vacila
o amenaza con desanudarse, lo que responde es del orden del delirio, pues el sujeto ya no se reconoce en el
Otro, desconociéndose. De esta perturbación del equilibrio narcisista resulta una interesante fenomenología de
la locura, que toma formas que expresan la labilidad del fantasma y que se presentan en la transferencia. Como
sería un desvío adentrarnos en más detalles al respecto, seguiré sintéticamente las líneas con que Lacan la
circunscribe.
Hay un elemento que está presente tanto en la literatura que toma el tema del doble, como en las
elaboraciones freudianas sobre lo siniestro, incluso en la anécdota que relata Freud de su vivencia del doble,
así como en las elaboraciones de Lacan: me refiero al espejo. Si creyésemos que dicha recurrencia es fruto de
una contingencia, estaríamos desconociendo que ello responde a una lógica estructural.
Es importante tener en cuenta que muchos ejemplos de lo dicho son encontrados en la literatura fantástica
en autores como Hoffmann, Poe, Dostoievski, y Maupassant, pero éstos han escrito sus historias con los datos
que le dictaban sus propias experiencias vividas respecto de lo ominoso en su relación con el espejo.
Doble imaginario
Los desarrollos de Lacan sobre el estadio del espejo nos aclaran el origen del sentimiento de lo siniestro: la
imagen del niño en el espejo que sirvió para sostenerlo y unificarlo, retorna desde fuera amenazando su
integridad. Quizá haya encontrado inspiración en un trabajo de Freud, De algunos mecanismos neuróticos en
los celos, la paranoia y la homosexualidad, que ya en 1922 indicaba que “la hostilidad que el perseguido
encuentra en los otros es el reflejo especular de sus propios sentimientos hostiles hacia esos otros” (Freud,
1922: 220). Esta idea de lo especular será crucial para sus trabajos siguientes.
Recordemos la tesis de psiquiatría de Lacan, de 1932, donde trabaja con la premisa de que el caso Aimée
se esclarece a partir del citado reflejo especular freudiano, dado que creía que en el golpe que la enferma
descarga sobre su víctima, por efecto de reflejo lo recibe ella misma, la misma imagen que representa su ideal
es también objeto de su odio, y cuando comprende su autocastigo, es cuando experimenta la satisfacción del
deseo cumplido y el delirio, ya inútil, se desvanece.
En 1938, en su artículo sobre los complejos familiares, refiriéndose a San Agustín, Lacan aborda con
precisión el efecto del reflejo especular como un modo de identificación: “He visto con mis ojos, y he observado
a un pequeño que todavía ni hablaba, cómo, dominado por los celos, no podía mirar sin palidecer el
espectáculo amargo de su hermano de leche, prendido al seno de su madre” (San Agustín, Confesiones, I, cap.
VII, citado por en Lacan, 1938). Al respecto afirma: “los celos, en su base, no representan una rivalidad vital
sino una identificación mental […]. Lo que el sujeto saluda en ella es la unidad mental que le es inherente. Lo
que reconoce es el ideal de la imago del doble” (Lacan, 1938: 45-55). La unidad mental a la que se refiere es,
tratándose de lo visual, ese modo que tiene la imagen de presentarse de manera simultánea. Se miran todos
los elementos de la escena: la madre, el seno, el hermano y ese palidecer del que mira, una unidad que
representa también la supuesta completud en ese doble que intenta ser yo. Del mismo modo, ese doble se
puede entender como una sustitución: de alguna manera el hermano está donde yo debería estar. Es el
hermano el que me borra de la escena y me hace palidecer. Y es sólo a partir de ello, de esa identificación a la
imago del doble, que el niño pequeño puede reconocer por primera vez que el seno es el objeto de su deseo
para caer preso de celos. De ahí que Lacan sostenga que el conocimiento humano tiene una estructura
paranoica, ya que lo que el sujeto sabe de su yo lo localiza por fuera, en ese doble que lo enajena.
En su trabajo de posguerra sobre el estadio del espejo Lacan sostiene que al mirarse en el espejo, el niño
demuestra un júbilo que denota la anticipación de la imagen unificada que se le muestra en él y que tomará
como la matriz identificatoria del yo. Así, dirá que “la imagen especular parece ser el umbral del mundo visible”.
¿Qué habría como contrapunto a esa unidad visual del espejo? Lacan responde: “el cuerpo fragmentado que
puede aparecer a modo de imágenes en el sueño o en la alucinación. Es decir, que de manera retrospectiva la
anticipación de reconocerse en esa unidad de la imago del doble especular le devuelve su propia fragmentación
[…]. Es en ese momento [cuando termina el estadio del espejo] que hace volcarse todo el saber humano en la
mediatización por el deseo del otro, y constituye sus objetos en una equivalencia abstracta por la rivalidad del
otro” (Lacan, 1949: 14-16).
El movimiento que Lacan inicia en este escrito tiene continuación años después cuando recurre a los
modelos ópticos. No podemos proseguir aquí su recorrido en El Seminario 1, donde emplea esos modelos para
explicar “algunos problemas relacionados con el lugar de lo imaginario en la estructura simbólica” a partir de la
experiencia del ramillete invertido (en la sesión del 24 de febrero de 1954), luego transformado en el esquema
de los dos espejos (en la sesión del 24 de marzo de 1954), en el que formaliza –entre otras cosas– la
regulación de lo imaginario por lo simbólico, representado en el espejo plano (pues de su inclinación depende
que se pueda ver reflejada la unidad que él llamará forma del yo ideal). Allí mismo podemos localizar al doble:
en el florero compuesto, el yo ideal o bien el hermano de leche. Lo que matematiza i'(a) (imagen del florero y las
flores) representaría la imagen del yo ideal (el doble). Habría también que incluir en este recorrido algunas
menciones al escrito “Observación sobre el informe de Daniel Lagache: ‘Psicoanálisis y estructura de la
personalidad’” de 1959. Pero por razones de espacio, debemos dejarlo y adentrarnos brevemente en algunas
de las fórmulas fundamentales que Lacan presenta en el seminario sobre la angustia.
“El doble es una realidad exterior al sujeto pero que, en su misma apariencia, se opone por
su carácter insólito a los objetos familiares, al decorado ordinario de la vida. Juega a la vez
en dos planos contrapuestos: en el momento en que se hace presente, se revela como
algo que no es de aquí, como algo que pertenece a otro lugar inaccesible”.
Pero Lacan no se detiene allí y le da al tema del doble una vuelta más, el 9 de enero de 1963. Utilizando la
figura topológica del cross-cap y sus transformaciones, topologiza el esquema óptico. Hace un corte en el
cross-cap, obtiene una banda de Moebius y un resto, a. Toma el cuello del florero como un cross-cap y su
borde, como si fuese un cinturón, lo semigira de modo que todo el florero deviene banda de Moebius, donde se
puede pasar de la aparente cara externa a la interna y al revés, sin tener que pasar por el borde, quedando ese
resto que es a.
A esa superficie de una sola cara, que no es posible aprehender de un vistazo, la llamará doble. La mirada,
que es el recorrido en superficie, no permite captar la “totalidad” de la imagen, porque ello implica realizar un
recorrido, y al hacerlo, siempre queda en sombras un tramo de la misma, siendo necesario dar dos vueltas para
llegar al punto de inicio: ése es el doble.
Resultará de esta operación un sutil pero considerable movimiento en torno a lo que comúnmente se
entiende por doble: hay un pasaje del sustantivo al adjetivo. Algo deviene doble.
Esta acepción explica mejor la conmoción de la aparición en la imagen especular de algo del campo de lo no
visible, cuya traducción subjetiva es la angustia. Eso no especularizable es el objeto a, que se caracteriza por
ser una pieza separable, piece detaillée.
Para concluir
El fenómeno del doble, en todas las versiones que observamos tanto en la literatura como en la
fenomenología clínica, participa más o menos de unas características comunes ya resaltadas anteriormente y
que Freud, vía lo siniestro, relaciona con la emergencia de lo más íntimo, que sale a la luz cuando no se lo
espera.
Pero Lacan le da el valor de lo éxtimo, lo estructurante que tiene para todo sujeto en la formación del yo y en
la aparición de la causa del deseo en forma de objeto a. Cuando aparece ese objeto que está en otra parte, se
revela la posición de objeto en que nos encontramos frente al deseo del Otro: la no autonomía del sujeto. Así, el
doble no remite a la imagen especular, sino a esa presencia que estando en otra parte se apodera de la
imagen. Por ello el fenómeno del doble conduce al doble real, a la dimensión de ese objeto que soy para el
deseo del Otro, en un borramiento de los límites que indicaría la vacilación del marco, de la escena
fantasmática. De allí su carácter siniestro y la factibilidad de toda una fenomenología de la locura que la clínica
nos enseña.
Comenzamos con Borges, despidámonos con él. “El Otro” es el cuento en el que se nos relata el encuentro
entre un Borges ya mayor y el joven Borges de menos de veinte años. La escena se desarrolla en el marco de
una alternancia entre fantasía y realidad que altera el tiempo y el espacio que ambos ocupan y que
paradójicamente son distintos. Para Borges están en Cambridge, a orillas del río Charles en 1969; para el otro
Borges, el joven, están junto al Ródano de Ginebra en 1918.
En un cruce de caminos se encuentran Borges y su versión joven, a quien él llama “el otro”, pero él y su otro
son dos personas absolutamente diferentes. Son dos generaciones, en este caso, de un mismo sujeto. La
metáfora del encuentro casual en un camino, el camino de la vida, es una alusión al destino:
“Si esta mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos tiene que pensar que el
soñador es él. Tal vez dejemos de soñar, tal vez no. Nuestra evidente obligación, mientras
tanto, es aceptar el sueño, como hemos aceptado el universo y haber sido engendrados y
mirar con los ojos y respirar”.
Bibliografía
Freud, S. (1919) “Lo ominoso”, en Obras completas, t. XVII, Buenos Aires: Amorrortu, 1986.
Freud, S. (1922) “Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad”, en
Obras completas, t. XVIII, Buenos Aires: Amorrortu, 1986.
Lacan, J. (1938) La familia, Buenos Aires: Argonauta, 1997.
Lacan, J. (1949) “El estadio del espejo como formador de la función del yo tal y como se nos revela en la
experiencia psicoanalítica”, en Escritos I, Buenos Aires: Siglo XXI, 2002.
Lacan, J. (1954-55) El Seminario: Libro 2. El yo en la teoría de Freud. Buenos Aires: Paidós, 2001.
Lacan, J. (1962-63) El Seminario: Libro 10. La angustia, Buenos Aires, Paidós: 2006.
Muñoz, P. (2011) Las locuras según Lacan. Consecuencias clínicas, éticas y psicopatológicas, Buenos Aires:
Letra Viva.
Muñoz, P. (2012) “El caso Víctor o El Plan Frankenstein”, en Schejtman, F. (comp.) Elaboraciones lacanianas
sobre las psicosis, Buenos Aires: Grama.
Capítulo XVI. Desarreglos del goce
No sin cierta ironía, titulo este texto “desarreglos del goce”, aclarando que no trataré lo que
habitualmente es referido con ese y otros términos para señalar los excesos o defectos de goce a que
asistiríamos en la clínica actual. Sino los “desarreglos” en la transmisión del concepto de goce y su articulación
Una fuerte orientación del psicoanálisis en la actualidad enfatiza cierta clasificación del goce en los
“modos” en que “cada uno” goza, explorando cómo “acotarlo” cuando es un exceso, o cómo “incentivarlo”
cuando es un defecto. Nuestra práctica consistiría en mostrarle al sujeto que allí donde él se queja de un
destino injusto, se trata de las consecuencias de sus propias elecciones. Una vez situada cierta modalidad de
goce e indicadas las vías por las que sus consecuencias se imponen para el sujeto, le queda la posibilidad de
Que el goce ha pasado al centro de las reflexiones de los psicoanalistas en nuestra actualidad es un
dato irrefutable. Basta intentar tener un panorama de cómo se lo enfoca recurriendo a algún buscador por
internet para confrontarse con números imposibles de abordar; las entradas para “goce” son cientas. Que se ha
transformado en una moda lo constata el hecho de que hace quince años no se hablaba del tema como ahora.
Se ha instalado.
La frecuente sentencia “cada uno goza a su modo”, que pretende enfocar lo singular del goce de cada
quien, supone una concepción de sujeto que se da de bruces con la que defiende Lacan para el psicoanálisis:
efecto del significante, en inmixión de Otredad y por eso mismo insustancial, irreflexivo y carente de ser. Si el
goce es algo que podemos acotar, incentivar, derivar, etc, etc, se convierte en una sustancia que el sujeto
posee, tiene, no logra dominar, debe corregir, convirtiéndose así mismo en un ser que se las debe arreglar con
esa sustancia, aún cuando reconozcamos que ese arreglo es del orden de lo imposible.
Las complejidades que reviste el concepto de goce exceden en mucho lo que podremos abordar en
este capítulo, apenas dedicado a dar algunos argumentos para poner en cuestión dos o tres de las afirmaciones
que más abundan al respecto, de modo que anticipamos que dejaremos de lado múltiples elaboraciones que
están pendientes de un estudio mucho más profundo que el que podremos hacer aquí. En primer lugar, es
preciso aclarar que como concepto psicoanalítico es original de la enseñanza de Lacan sin antecedentes en la
obra de Freud, lo cual lo localiza en un sitial peculiar en relación a la insistencia que Lacan tiene respecto de
volver a los términos de Freud y habilita la pregunta: ¿qué problema en Freud resuelve o retoma el concepto de
goce de Lacan? Pregunta de respuesta difícil. Afinémosla un poco más: ¿qué dificultades teóricas y clínicas
vinculadas con el concepto freudiano de pulsión y con el problema de la satisfacción en psicoanálisis esta
En segundo lugar, deseamos subrayar -aunque parezca menor- que Lacan casi nunca utilizó la
expresión “los goces”, siempre se ha referido al goce en singular y precedido por el articulo definido femenino
singular: la jouissance. Respecto de lo cual se plantea otra pregunta, en relación con la pertinencia de referirse
En tercer lugar, una nota sobre su etimología. La Real Academia Española vincula el término goce, en
su primera acepción, con el término alegría: sentir placer o alegría por algo. Alegría proviene del latín clásico
alacritas. Alacer significa en latín alegre, pronto, presto, ágil, vivo, ligero y gozoso. La alacritas latina acentúa
una imagen más dinámica que emocional, que nuestra percepción actual del término alegría más ligado a los
sentimientos. Ivonne Bordelois (2006, p.160) señala que aquí se da un proceso de “sentimentalización” en el
lenguaje, por el que se borran de la alegría las señales del dinamismo, esencial en su origen, en favor de lo
emocional. En consecuencia, alacritas se vincula con la actividad, la disposición a la acción, más que con una
sensación. De allí proviene también la gioia en italiano, pero es interesante que en esa lengua significa tanto
alegría como joya. Sin dudas nuestro español rescata la expresión “¡Joya!” -como decimos coloquialmente-
para expresar aprobación o regocijo. Pero el goce puede llegar a ser más elevado que la alegría, que en
ocasiones es ruidosa y descontrolada, ligada al exceso, a algo fuera de control. Esto último es interesante para
ubicar la peculiaridad del concepto de jouissance (goce) que Lacan construye. Según Moliner el gozo como
sensación física se distingue del goce como actividad de gozar que remite más directamente a los placeres
sensuales, en especial el sexual. Podríamos decir que, al igual que la alegría, el goce especifica más una
acción que una sensación. El término “gozo” según el Diccionario de la Lengua Española indica sentimiento de
complacencia en la posesión, recuerdo o esperanza de bienes o cosas apetecibles, alegría de ánimo, llamarada
que levanta la leña menuda y seca cuando se quema. El verbo “gozar” significa tener y poseer algo útil y
agradable, tener gusto, complacencia y alegría de algo, conocer carnalmente a una mujer, sentir placer,
Eso no implica desconocer la diferencia existente entre el uso común del término y el concepto
lacaniano, como claramente ha planteado ya hace muchos años Nestor Braunstein en un clásico sobre el tema:
“La significación vulgar, la del diccionario, es una sombra de la que conviene distinguirse constantemente si se
quiere precisar este término en su sentido psicoanalítico. Y en ese trabajo uno nunca queda del todo conforme;
las dos acepciones pasan siempre imperceptiblemente de la oposición a la vecindad. La vulgar hace sinónimos
el goce y al placer. La psicoanalítica los enfrenta haciendo del goce ora un exceso intolerable del placer, ora
una manifestación del cuerpo más próxima a la tensión extrema, al dolor y al sufrimiento” (1998, p.12).
Esta perspectiva nos parece interesante porque pone de manifiesto la tensión que surge entre dos
términos que parecen designar lo mismo pero que se vuelven opuestos en la concepción con la que Lacan
promueve jouissance.
En lo atinente a la historia del término francés jouissance se define primero como placer, especialmente
como placer sexual ligado al orgasmo, en lo cual se aprecia su vínculo con el joy medieval que designa en los
poemas corteses la satisfacción sexual cumplida, significación que Lacan abandona tempranamente. Pero
también se liga con el uso de una cosa o percibir los frutos de su uso. Jurídicamente se emplea la expresión
“gozar de un bien” en el sentido del usufructo, diferente de poseerlo, lo cual es señalado por Lacan
precisamente en El Seminario 20: “Esclareceré con una palabra la relación del derecho y del goce. El usufructo
reúne en una palabra lo que ya evoqué en mi seminario sobre la ética, es decir, la diferencia que hay entre lo
útil y el goce. ¿Para qué sirve lo útil? […] El usufructo quiere decir que se puede gozar de sus medios, pero que
no hay que despilfarrarlos. Cuando se tiene el usufructo de una herencia, se puede gozar de ella a condición
de no usarla demasiado, allí reside la esencia del derecho: repartir, distribuir, redistribuir, lo que toca al goce.
¿Qué es el goce? Se reduce aquí a no ser más que una instancia negativa. El goce es lo que no sirve para
El usufructo como término del derecho implica gozar de un bien que le pertenece a otro pero es una
tenencia que se define como precaria, es decir que todo goce es parcial, es una posesión que se funda en una
pérdida. Entiendo que es esto lo que le interesa destacar a Lacan: lo parcial, que el goce no es todo, y la
pérdida fundante que lo constituye. Concepto que se formalizará posteriormente en el axioma “el goce del Otro
Este recorrido inicial ya nos permite destacar unas primeras puntualizaciones sobre el concepto de
goce que Lacan propone para el psicoanálisis: 1) que no se trata de algo vinculable con los sentidos, una
sensación corporal u orgánica; 2) la parcialidad que le es inherente en tanto se funda en una pérdida da cuenta
de que no es una tenencia, no se tiene el goce, no se goza positivamente de algo o alguien (Lacan señala
incansablemente que no hay goce del Otro); 3) que tratándose de una instancia negativa no resiste la idea de
que puede alterarse, orientarse o modificarse con el fin de encontrarle una mejor aplicación; y siguiendo el
mismo vector: 4) si no sirve para nada, no hay goces correctos, no hay medidas adecuadas o modalidades
adaptadas de gozar.
Independientemente del sentido jurídico y clásico de la palabra, en principio a Lacan le viene como
anillo al dedo para diferenciar satisfacción y placer y entonces ofrece dos términos positivos para lo que Freud
había denominado “más allá del principio del placer” por derivación del principio instituido primeramente “del
placer”.
Podría decirse que el concepto de goce acompaña a Lacan desde el inicio mismo de su enseñanza; en
efecto, comienza a emplearlo en 1953 pero es claro que inicialmente no se destaca. En los primeros seminarios
es usado ocasionalmente, por lo general vinculado a la dialéctica del amo y el esclavo, según la lectura que él
hace de la Fenomenología del espíritu de Hegel orientado por Kojève: el esclavo con su trabajo provee objetos
de goce al amo. Sin proponer una sistematización demasiado exacta, puede decirse que hasta 1957 el término
goce aparece en Lacan como una designación de una sensación gozosa que apunta a nombrar la sensación de
una satisfacción de una necesidad sexual así como también satisfacción de necesidades biológicas. En los
seminarios 4 y 5 en varias oportunidades lo emplea para referirse al placer obtenido de un objeto sexual y al de
la masturbación, pero marcando relaciones diferentes con la satisfacción que puede experimentarse del
usufructo de un objeto deseado, vale decir estableciendo una diferencia entre deseo y goce.
Un giro que marca el esfuerzo de sistematización de Lacan para insertar el goce como un concepto
propio del psicoanálisis se produce en 1960 donde opone con claridad goce y placer. Diría que esta oposición
es un nombre de la división del sujeto en términos de lo pulsional: dividido entre goce y placer. Una vez más
Kojève le acerca la diferencia hegeliana entre Genuss (goce) y Lust (placer) -término este convertido en
concepto por Freud en su principio del placer y el posterior más allá-. Lacan promueve una relación entre
ambos términos: el principio del placer -que en Freud tiene la función de disminuir las tensiones del aparato que
si superan cierto umbral se convertirían en displacenteras- es un límite al goce. Contrariamente a la idea de que
Lacan evoluciona, esta perspectiva no es abandonada en momentos posteriores de su enseñanza, aún cuando
el concepto de goce encuentra otras articulaciones, incluso más decisivas que estas pinceladas iniciales. Por
ejemplo en El Seminario 18: “[el] goce por cuanto está prohibido por ciertas cosas confusas. Son confusas pero
no tanto, porque llegamos a articularlo perfectamente con el nombre de principio del placer, lo que no puede
Pero esas prohibiciones impuestas al goce son siempre transgredidas, es decir se excede el principio
del placer que no alcanza en su función y se va más allá… más allá del principio del placer. El resultado de esa
transgresión no es más placer sino dolor, porque -diría Freud- sólo se puede soportar cierto “monto” de placer,
más allá el placer deviene dolor, y ese placer doliente se acerca a la concepción del goce aunque no podamos
afirmar que esa es su definición más exacta; lo que señalamos es que siguiendo esa directriz se emparenta al
sufrimiento: “la estofa de todos los goces confina en el sufrimiento, incluso es así como reconocemos el paño” -
dice Lacan (p. 100)-. De este apareamiento con el concepto freudiano, lo que resulta no es una definición
directa sino que Lacan aproxima una idea: el goce expresa la satisfacción paradójica que el sujeto tiene de su
Elevar la prohibición del goce y su transgresión a condición estructural tiene la ventaja de sortear los
efectos de imaginarización a que suelen ser reducidos conceptos como el complejo de Edipo y castración
convertidos en datos evolutivos de una psicología con retoques psicoanalíticos. Esa pérdida inaugural de goce
puede leerse en la renuncia del niño a sus intentos de ser el falo imaginario para la madre en el primer tiempo
del Edipo. La prohibición simbólica del goce en el Edipo es paradójicamente la prohibición de algo que ya es
imposible, es decir, que redobla una imposibilidad para mantener la ilusión neurótica de que el goce sería
alcanzable si no estuviese prohibido. Esta prohibición misma es entonces la que crea el deseo de transgredirla
y el goce es por tanto fundamentalmente transgresor. La prohibición del goce que en estas primeras referencias
de Lacan se liga al principio del placer es, en consecuencia, inherente a la estructura simbólica del lenguaje: “A
lo que hay que atenerse es a que el goce está interdicto para quien habla como tal, o también que no puede
decirse sino entre líneas para quienquiera que sea sujeto de la Ley, puesto que la Ley se funda en esa
Vale decir que la entrada del sujeto en lo simbólico está condicionada por cierta pérdida inicial de goce.
Pérdida entendida a partir de una interdicción, vale decir que no es pérdida en el sentido de perder un objeto
que podrá luego recuperarse; es pérdida inaugural y constitutiva. Pero la interdicción que menciona Lacan no
interdicción paterna del Edipo. Que el goce está interdicto puede entenderse a partir de su etimología, del latín
interdictum, entredicho, término que a su vez significa “prohibición de hacer o decir alguna cosa”. El goce como
interdicto juega entonces en el interior de ese campo semántico: prohibido, pero también entredicho, dicho entre
líneas, es decir: hecho de la materia misma del lenguaje. La textura del goce es significante, se dice entre
significantes y a partir de los significantes y esa es su única sustancia. “No puede decirse sino entre líneas”
quiere decir que no es dicho sino entre-dicho, inter-dicto, nadie puede “decir” su goce y entonces reconocerlo,
enfrentarse a él, asumirlo, corregirlo, acotarlo… Pero si sólo para el hablante el goce se dice entre líneas “para
quienquiera que sea sujeto de la Ley” no es que ese goce sea fundado por la Ley sino que es la misma Ley la
que se funda entre líneas: “puesto que la Ley se funda en esa interdicción” dice Lacan.
Que el hablante sea deseante implica que su relación con el objeto no es inmediata, lo que media es la
palabra. En ese sentido, el goce implica que el deseo está constituido por la relación al significante. Para Lacan
el goce no debe pensarse por fuera de su relación con el deseo inconsciente. No se trata entonces de algo
ligado a una satisfacción o insatisfacción dependientes de un equilibrio de energías sino con el campo del
lenguaje y las leyes que lo regulan. Es frecuente encontrarse en autores con la equivalencia: “la energía
psíquica en Freud, el goce de Lacan”, pero este último erradica la noción de “energía” del psicoanálisis: el goce
de Lacan no es una energía, pues de modo general, no abona la concepción de la existencia de energía
psíquica.
Lo que es objetado por el mismo Lacan cuando destaca las homofonías del término jouissance:
Aprovechando estas licencias de la lengua, plantea una equivocidad: “En efecto, aun si la ley ordenase:
Goza, el sujeto sólo podría contestar con un: Oigo, donde el goce ya no estaría sino sobreentendido”.
Entonces aunque la ley mandase a gozar es inevitable que responda “oigo”, es decir que se interponga
a su goce la función del significante que acarreará la pérdida de ese goce, su nadificación. Por eso el goce no
se puede decir sino que está “sobreentendido”, entredicho, o sea prohibido y dicho entre líneas. La ley
ordenando gozar, el imperativo de goce, tan mentado, alude tanto al superyó como voz, como al sentido
implicado en el goce. El juego de palabras que Lacan arma permite romper con la idea de un animal que goza
sin la dimensión radicalmente intersubjetiva del lenguaje, en inmixión de Otredad. Por el hecho de que habla -el
inconsciente estructurado como un lenguaje- el goce es inconcebible como satisfacción de una necesidad
aportada por un objeto que la colmaría. El único término que cabe allí es goce pero como interdicto, no en el
sentido fácil de prohibido por censores, sino entre dicho, hecho de la misma materia del lenguaje donde el
sustancia. Lo cual hace difícil sostener que el goce es localizable en ciertos puntos corporales fijado en
Bibliografía:
Bordelois, E. (2006). Etimología de las pasiones. Buenos Aires: Libros del Zorzal.
Lacan, J. (1953-54). El Seminario. Libro 1: Los escritos técnicos de Freud. Buenos Aires: Paidós, Clase XVIII.
Lacan, J. (1954-55). El Seminario. Libro 2: El yo en la teoría de Freud, Buenos Aires: Paidós, Clase II y XVII.
Lacan, J. (1955-56) El Seminario. Libro 3: Las psicosis. Buenos Aires: Paidós, Clase III.
Lacan, J. (1971/2009). El seminario. Libro 18: De un discurso que no fuera del semblante. Buenos Aires:
Paidós.
Lacan, J. (1960/2008). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. En
Escritos 2. México: Siglo XXI.
Apéndice
Sobre la enseñanza del psicoanálisis en la Universidad
El contexto y el público al que en primera instancia se dirige este volumen, justifica de por sí la
necesidad de reflexionar sobre la enseñanza del psicoanálisis en la Universidad. Por tanto, apuntaremos aquí a
poner en tensión al menos las dos más clásicas posiciones respecto de la enseñanza del psicoanálisis en la
universidad, la que la cree posible y la que la cree una traición a sus principios. A partir de la distinción entre
enseñanza y transmisión, se propone una alternativa que no clausura el debate sino que abre una alternativa
menos maniquea, que permita pensar qué del psicoanálisis puede transmitirse en la universidad y qué no, más
allá del ámbito material en el que su enseñanza se despliegue.
¿Puede enseñarse el psicoanálisis en la universidad? Es la pregunta que nos enmarca aquí, y cabe
afirmar sin dudarlo que no es mera retórica. Quien la tomara livianamente podría responderla de igual modo,
diciendo “pues claro, es un hecho, se enseña psicoanálisis en la Universidad”. En efecto, para limitarnos al
conjunto de Universidades Nacionales en que se dicta la carrera de Psicología, y sin referirnos a las
Universidades privadas, todas cuentan en su currícula, en mayor o menor medida, con mayor o menor
incidencia en la orientación profesional, con asignaturas fundamentadas desde la teoría psicoanalítica. En
muchas de ellas el psicoanálisis es una de sus columnas vertebrales, no sólo en la carrera de grado sino en las
carreras de posgrado, concentrando el mayor número de inscripción. Por tanto, sin dudas, en ese sentido más
evidente, el psicoanálisis se enseña en la Universidad.
Ahora bien, la pregunta debe modularse con otra para no caer en la obviedad. ¿Qué es enseñar
psicoanálisis? El término de Enseñanza implica en primera instancia la comunicación y difusión de
conocimientos, y su contrapartida -el aprendizaje-: la adquisición y asimilación de los mismos, con diferentes
fines. En el marco de las instituciones académicas, ésta forma parte del proceso educativo tendiente a instruir a
los “estudiantes” en formación.
En el psicoanálisis el problema de su enseñanza ha tenido, desde siempre, al menos dos grandes
posiciones antagónicas: 1) por una parte, el psicoanálisis puede enseñarse en la Universidad y/u otro tipo de
instituciones privadas de formación, y 2) el psicoanálisis sólo puede enseñarse en espacios menos
institucionalizadas como grupos de estudio.
Para los primeros es perfectamente posible construir un “programa” que concentre los fundamentos del
psicoanálisis y no hay en ello nada de antipsicoanalítico. Mientras que para los segundos la Universidad es -
siguiendo a Lacan- discurso universitario y la única manera en que algo del discurso analítico “pase” y se pueda
transmitir (que no es lo mismo que enseñar, nos ocuparemos de ello más adelante), debe ponerse de lado ese
discurso, “superar” el discurso del Amo, y ello sólo es factible en función de otras referencias, como la
transferencia.
En la Universidad los psicoanalistas han hallado un modo de no traicionar los fundamentos del
psicoanálisis en la enseñanza del psicoanálisis en ese ámbito, modo que no deja de recordar a la formación de
compromiso freudiana. Por los principios analíticos más aceptados, no puede admitirse un título universitario de
psicoanalista. Por tanto, se ha admitido la fórmula adjetivada “psicoanalítico/a” para acompañar los más
variados títulos y postítulos universitarios. Maestría en “psicoanálisis”, Carrera de Especialización en Psicología
Clínica “con Orientación Psicoanalítica” son ejemplos más que elocuentes. Vale decir que no se crea un título
de psicoanalista pero sí de "especialidades" cuya adjetivación garantiza una formación en psicoanálisis “formal”,
por tanto “demostrable”, que no es posible en instancias de formación informales.
Un capítulo al margen merece la posición que han adoptado algunas escuelas de psicoanálisis
(entendiendo por Escuela aquella que sigue los preceptos definidos por Jacques Lacan para que pueda
calificarse “de psicoanálisis”). Hay también allí toda una “clínica” para discutir. Pero tan sólo un ejemplo puede
resultar instructivo para ponderar lo que se pone en juego: hay escuelas que tradicionalmente consideraron que
el psicoanálisis no se enseña en la Universidad sino, naturalmente, en la escuela de psicoanálisis. Hasta que,
llegado cierto punto, de pronto se vieron llevados masivamente a volcarse a la universidad... no sólo porque uno
de sus máximos referentes haya afirmado la importancia de que el psicoanálisis tenga un lugar allí sino que, lo
que importa -más allá de ese claro ejemplo de discurso Amo, que los mismos denostan calurosamente- es el
argumento que ha circulado en boca de algunos: la legitimación que la Universidad pública le otorga a una
práctica y a una formación “profesional”.
También hay un factor histórico que no puede soslayarse. Cuando se funda la IPA se constituye en un
lugar princeps de enseñanza y difusión del psicoanálisis, en la medida en que no había oportunidad de
incursionar en otros escenarios. Freud llegó a buscarlos en la Universidad , pero ésta lo rechazó: “Dichas
asociaciones deben su existencia, precisamente -relata-, a la exclusión de que el psicoanálisis ha sido objeto
por la universidad. Es evidente, pues, que seguirán cumpliendo una función útil mientras se mantenga dicha
exclusión” (Freud, 1919). La pregunta que podemos extraer de allí es si la resistencia de las escuelas de
psicoanálisis a que se enseñe psicoanálisis en la Universidad no es más bien una reacción ante el temor de que
esta las supere y las vuelva “innecesarias”? La inclusión del psicoanálisis en la Universidad... ¿atenta contra las
escuelas de Psicoanálisis? Se dibuja un escenario de competencia propio de la lógica del mercado.
En mi opinión, hay un conjunto de prejuicios que atraviesan algunas de estas posiciones -en el mejor de
los casos-, en otros se trata de pura defensa de intereses -legítimos, no podría negarlo- pero que, por tratarse a
veces sólo de ello, bastardea la argumentación.
Como suele ocurrir, un prejuicio se sostiene del desconocimiento. En este caso, suponer que el
psicoanálisis se convierte en discurso universitario por el hecho de enseñarse en la Universidad, es definir un
discurso por el ámbito material en el que se lo hace circular. De igual modo, podría sostenerse que el discurso
analítico está asegurado cuando se trata de un psicoanalista sentado en su sillón detrás de un diván en el que
se recuesta un analizante y habla analíticamente... O cuando enseña en el ámbito de un seminario en una
escuela de psicoanálisis o en un grupo de estudio. Cómo si no existiera discurso del Amo en la sesión! En este
sentido, no me cabe ninguna duda que puede haber discurso universitario en la Universidad, discurso del Amo
en la Universidad, discurso Histérico en la Universidad y también... discurso Analítico en la misma Universidad...
Cuando Lacan forja el sistema de los cuatro discursos no idealiza el discurso Analítico. Más bien es lo
contrario pues este opera contra el ideal alienante. Lacan no duda en afirmar que los cuatro discursos están en
ronda... y ello es válido tanto para la enseñanza del psicoanálisis como para su práctica, más allá del ámbito
material en el que se ponga en acción.
Pues habría que pedir razones a quienes sostienen esa posición para que nos expliquen ¿cómo se
evalúa la "calidad analítica" de su enseñanza en la Escuela de Psicoanálisis?, ¿en los grupos de estudio y
escuelas de psicoanálisis no hay un saber privilegiado sobre otro? ¿Siempre el debate es analítico y sin
adoctrinamiento -más propio de lo universitario según el mismo prejuicio-?
El problema de cómo evaluar la "calidad" de dicha enseñanza se hace insoluble. La universidad cuenta
con ciertos parámetros, académicos, pedagógicos, no analíticos. Que también resultan de un consenso. En ese
sentido, también están validados por una comunidad. La universitaria. ¿Por qué ella sería menos válida o más
dogmática que la comunidad analítica (la de la escuela) o la del grupo de estudio? Pero el problema no es ese,
el asunto es si es posible que, a pesar de aquello que “teóricamente” atenta contra el discurso analítico es
posible que algo de él, igualmente, “pase”. Espero hacer sentir lo intrincado de esta discusión y haber puesto en
evidencia algunos de los puntos de impasse a los que se arriba.
Es que el problema dista mucho de acotarse y consumarse en un simple proceso educativo. El término
“enseñanza” no alcanza a recubrir aquello de que se trata en el psicoanálisis. Debemos recurrir a lo que se
llama su Transmisión. Esta supone la existencia de un legado que es propagado en comunidad a partir de un
cuerpo de conocimientos, pero cuya consistencia radica en la construcción de una experiencia singular,
producto tanto del propio pasaje por la práctica del psicoanálisis como del ejercicio clínico. En este sentido,
transmitir en Psicoanálisis es muy distinto de enseñar. Las experiencias citadas ordenan, determinan
ineludiblemente el discurso de quien transmite.
Ya Freud, el creador del Psicoanálisis, se preguntaba si ¿Debe enseñarse el psicoanálisis en la
universidad?. Texto de 1919 que junto con ¿Pueden los legos ejercer el análisis? Diálogos con un juez
imparcial (1926), conforman un nudo de argumentos que muchos parecen haber olvidado.
Se puede enseñar Psicoanálisis en el marco de instituciones de carácter educativo con las atribuciones
propias del proceso de enseñanza-aprendizaje; sin embargo, transmitirlo implica no la creación de espacios
“propios”, “analíticos” sino posiciones discursivas que limiten los efectos sugestivos inherentes a la naturaleza
misma del hecho de hablar a otros. Y esas posiciones no son aseguradas ni forzadas por el ámbito material o el
dispositivo sino por las condiciones del atravesamiento singular por aquellas dos experiencias.
Un ejemplo de ello es la habitual práctica de las instituciones o sociedades o escuelas de Psicoanálisis
de organizar congresos, reuniones científicas, coloquios y jornadas, que no son sino figuras didácticas creadas
desde hace mucho tiempo por el discurso universitario. Y no por ello deberíamos concluir que el psicoanálisis
no puede transmitirse allí. Que en los programas de formación de psicoanalistas se recurra a dispositivos o
figuras similares o análogas a los de la Universidad, no es un impedimento para transmitir psicoanálisis.
Mi experiencia singular de “estudiante” de grado y posgrado primero, y de docente de grado y posgrado
después, en asignaturas con orientación psicoanalítica, me anima a concluir que, en muchas ocasiones, hay
transmisión del psicoanálisis cuando se enseñan contenidos conceptuales psicoanalíticos. Que a pesar del
discurso universitario, algo de lo más singular del análisis puede hacerse pasar, ya sea vía la lectura de los
textos o los comentarios de la propia experiencia en la práctica del psicoanálisis: el deseo del analista.
Es verdad que la enseñanza del Psicoanálisis se despliega como toda enseñanza, como un proceso de
saber que no puede ser sino comunicación de un saber teórico. Pero el deseo del analista se transmite no como
concepto (como concepto se enseña) sino por la posición discursiva de quien enseña. Como señala Lacan,
muchas veces son las inflexiones del discurso las que nos permiten ponderar hasta donde han llegado para
alguien las consecuencias de su creencia en el inconsciente. Podríamos recurrir a la distinción entre enunciado
y enunciación para ordenar las articulaciones entre el discurso del enseñante y el discurso que ya no es el de la
enseñanza, sino el de una transmisión, que ya no se sostiene con el discurso universitario, sino en el discurso
analítico.
Así, Enseñanza y Transmisión se entrelazan para dar consistencia a lo que del discurso analítico puede
pasar, más allá del contexto. En este sentido, considero que los psicoanalistas deberíamos mostrar más respeto
por la institución universitaria, en la medida en que algo de la Clínica del Psicoanálisis se ha transmitido en el
marco de la Enseñanza universitaria, convirtiéndose esta en una maquinaria de diseminación de la “peste” que
Freud supo contagiar hace ya más de un siglo.
Estas reflexiones pretenden no clausurar sino más bien causar un debate con aquellos que se vean
convocados por el complejo campo de intersección entre psicoanálisis y universidad.