Marta Lamas - Dimensiones de La Diferencia
Marta Lamas - Dimensiones de La Diferencia
Marta Lamas - Dimensiones de La Diferencia
Lamas
Dimensiones de la diferencia antología esencial
Género y política
Lamas, Marta
Marta Lamas : dimensiones de la diferencia. Género y política :
antología esencial / Marta Lamas ; coordinación general de Gabriela
Méndez Cota. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : CLACSO,
2022.
Libro digital, PDF - (Antologías)
ISBN 978-987-813-208-2
CDD 305.4209
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Solange Victory y Marcela Alemandi - Gestión Editorial
Nicolás Sticotti - Fondo Editorial
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ISBN 978-987-813-208-2
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Índice
¿Activismo académico?
El caso de algunas etnógrafas feministas 247
Aborto 403
Feminismo y prostitución:
la persistencia de una amarga disputa 455
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1. Destacan “Las taquilleras del metro ganan una batalla” (1976), “La secretaria no es la segunda de alguien”
(1977), “Madre soltera” (1978), “Feminismo y organizaciones políticas de izquierda en México” (1981), “Marcha
del orgullo homosexual: ¿de qué tienen miedo?” (1981), “El movimiento de las costureras” (1986), “El feminismo
rechaza el mujerismo” (1988), “Mi llegada a fem” (1991) y “Algunas historias de mi relación con la hija de Alaíde”
(1996). Todos pueden consultarse en el Portal de Archivos Históricos del Feminismo del Centro de Investigación
y Estudios de Género de la UNAM (CIEG): http://archivos-feministas.cieg.unam.mx/
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A partir de 1986 Lamas emprende una genealogía del “género” que se con-
densa en los cinco primeros artículos de esta antología.6 En ellos la autora
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7. Aunque la globalización puede periodizarse y teorizarse de maneras distintas según la perspectiva dis-
ciplinaria es importante considerar los aportes de los estudios críticos de género a los debates sobre la glo-
balización en las últimas décadas. Como resultado de esos aportes se concibe aquí la globalización como un
proceso de reestructuración global tan cultural como económico, y tan complejo y contingente como reco-
nociblemente constreñido por patrones históricos de dominación múltiple. La interpretación que hace Mar-
ta Lamas de la “americanización de la modernidad” coincide más, en este sentido, con las perspectivas de
género aportadas por Marchand y Sisson Runyan (2011) que con el mapeo conceptual de Marramao (2007).
8. Pocos años después de este primer artículo sobre el género, Lamas colabora con la psicoanalista Frida
Saal en la creación de un libro que reúne las perspectivas relevantes del psicoanálisis que informan la
posición de la propia Lamas a lo largo de su carrera. El libro se hace en ocasión del ensayo “Algunas con-
secuencias políticas de la diferencia psíquica entre los sexos” (Saal, 1991).
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cómo es que, en todas las culturas, esa simbolización se traduce en una di-
ferencia de prestigio o una desigualdad de poder que permea y cifra todos
los ámbitos de la vida social. Desde este momento apuesta por una pro-
fundización del diálogo entre antropología y psicoanálisis, no solo frente
al biologicismo tradicional sino también frente al riesgo de un reduccio-
nismo culturalista. Con ello anticipa la tendencia posterior a equiparar
género y sexo o bien género y cultura en detrimento de la acepción psi-
coanalítica de la diferencia sexual.9 De manera que en “Usos, dificultades
y posibilidades de la categoría género” (1996), tras mostrar la naturalidad
con la que esa tendencia se inserta en el idioma castellano, argumenta la
necesidad de sostener, en nuestro idioma, una perspectiva más compleja
que no deje de cuestionar la propensión esencialista, por más estratégico
que el esencialismo pueda resultar en coyunturas políticas concretas. Sólo
en el contexto del debate teórico parece posible sostener aquel esfuerzo, y
justo a mediados de los años noventa se presenta el reto de sintetizar crí-
ticamente los aportes esenciales de la antropología feminista con ciertas
perspectivas filosóficas antiesencialistas (Butler y Scott, 1992; Flax, 1992)
que empiezan a posicionarse en el debate teórico internacional sobre el
género. Lamas pondera las ventajas y desventajas que presenta el énfa-
sis histórico y cultural de estas perspectivas filosóficas frente a la dimen-
sión fundante de la diferencia sexual en su acepción psicoanalítica, la cual
continúa siendo para ella un referente indispensable en lo que toca a la
definición de los objetivos ético-políticos del feminismo. En este sentido,
una vez advertidas las trampas de la traducción de gender, reflexiona que
“habría que tener presente la acepción castellana de género, en el senti-
do de que mujeres y hombres pertenecemos al género humano”, y que es
en virtud de esa condición compartida de la diferencia sexual, tornada en
opresión de género, que luchamos todes contra el sexismo y la homofobia.10
9. Si el psicoanálisis explora la forma en que cada individuo, en tanto ser sexuado y hablante, elabora en
su inconsciente la diferencia sexual, posicionando así su deseo sexual y su asunción de la masculinidad o
la feminidad, de sus hallazgos fundamentales deriva que es imposible, en el terreno subjetivo de la dife-
rencia sexual, hacer un corte claro y distinto entre lo biológico y lo social. El ámbito psíquico o subjetivo
al que pertenece la diferencia sexual se constituye de manera autónoma en la intersección de lo corpóreo
y lo simbólico, y es por ello que la diferencia sexual no puede reducirse ni a la biología ni a la cultura.
10. Vale aquí la pena retomar las elocuentes palabras de Nelly Schnaith: “La mera existencia de sectores
humanos no reconocidos –sean políticos, sociales, raciales o sexuales– somete a la Humanidad y la Ra-
zón a un juicio tácito pero permanente, ante cuyo tribunal entabla demanda cada proceso de liberación.
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El movimiento femenino es una etapa más de esa gran tendencia emancipatoria, tan antigua, tan ma-
lograda y tan resucitada como la misma opresión. Por eso, creo que el sentido final de sus aspiraciones
bien puede expresarse afirmando que, en la dialéctica inflexible, de esa brega, el impulso vengativo del
oprimido solo impone justicia cuando está animado por el goce anticipado de una libertad general. La
utopía viene entonces en apoyo del rebelde para corregir su odio, recordándoles que también se trata de
liberar al opresor” (Schnaith, 1991, p. 78).
11. Lamas distingue un psicoanálisis sociologizado predominante en Norteamérica, que reconoce el con-
dicionamiento psicológico de la infancia pero resta importancia al inconsciente y el deseo, por una parte,
y una orientación lacaniana minoritaria que desde la legendaria revista británica m/f asumió, frente a
las demandas y condenas de la militancia identitaria, el proyecto de incorporar rigurosamente la teoría
psicoanalítica en el análisis político y cultural feminista. Lamas toma posición por esta segunda orien-
tación al insistir en que solo el reconocimiento de la naturaleza psíquica de la diferencia sexual puede
desterrar los esencialismos, sean ellos biologicistas o culturalistas, y crear espacio para la transformación
del género en un sentido democrático radical.
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12. Sin duda vale la pena reflexionar, más allá de alusiones vagas a la heterogeneidad del movimiento
feminista, sobre la referencia histórica y sociológica a un patrón, característico de los países latinoame-
ricanos, que distingue a feminismos de élite, cultura letrada y orientación cosmopolita, de “mujerismos”
mayoritarios de tradición oral y comunitaria (Garrigós, 2017).
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13. El origen del término se encuentra en el libro de Kate Millet Sexual Politics (1970) donde se refiere a
un análisis feminista del patriarcado y donde la autora postula un fundamento sexual de la dominación
masculina. Sin embargo, el término ha trascendido la perspectiva radical de Millet para referirse, más
ampliamente, a los debates contemporáneos sobre el significado de la sexualidad y del poder, y de la
relación entre ambos. Es en este último sentido, de un conjunto de debates o de un terreno en disputa,
que empleamos el término “política sexual” en esta antología.
14. No por nada es al filósofo y sociólogo Pierre Bourdieu, conceptualizador de la violencia simbólica
y de su expresión paradigmática, la dominación masculina, a quien invoca Lamas una y otra vez para
articular los hallazgos fundamentales del psicoanálisis con las hipótesis de sus diversas investigaciones
antropológicas, por un lado, y por otro con la tarea de trabajar políticamente con la resistencia o la “ig-
norancia voluntaria” respecto de la propia posición tanto en el activismo como en el sistema de prestigio
vigilado por las disciplinas académicas.
15. En este mismo sentido, también es a Bourdieu a quien recurre la teórica feminista Lois McNay (2014)
para problematizar algunas tendencias de la teoría política feminista de los albores del siglo XXI, entre
ellas la ya mencionada democracia radical. Agradezco a Marta Lamas que llamara tempranamente mi
atención sobre esta crítica.
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21. Ver, en esta antología, “De la investigación circunstancial al activismo académico. Una reflexión
post-facto” (2022). Diez años después de su primer acercamiento a las trabajadoras sexuales, Lamas defen-
dió una tesis de Maestría en Etnología en 2003 y en 2012 una tesis de doctorado en Antropología, ambas
sobre trabajo sexual. Su libro El fulgor de la noche (2017) recoge las experiencias y las reflexiones políticas
derivadas de ese largo proceso de investigación. Por lo demás, es autora de por lo menos veinte publica-
ciones sobre comercio sexual, y recientemente coordinadora de un libro que reúne lo más significativo
de la investigación social sobre el tema en México (Lamas, 2018a).
22. Es decir que en nuestra opinión libros como Acoso (2018) y Dolor y política (2020a) se comprenden
mejor a la luz de la etnografía feminista desplegada en El fulgor de la noche (2017a) que a la luz de aconte-
cimientos mediáticos como el #MeToo.
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24. Lamas se pregunta, en este sentido que conecta con sus exploraciones de la psicodinámica laboral
de Christophe Dejours y las políticas de cuidado, cómo es que “no hay coaliciones feministas para abatir
otras formas de explotación de la fuerza de trabajo femenina, ni para rescatar a víctimas de condiciones
deleznables de la brutal explotación laboral”.
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25. Ciertamente el abolicionismo puede articularse explícitamente como una crítica al capitalismo antes
que como una moral sexual conservadora, como sucede en la trayectoria de la propia Catherine MacKin-
non (Halley, 2006). Desde propia trayectoria antropológica y su comprensión psicoanalítica del género,
Lamas ubica la política sexual en un nivel subjetivo tanto como en un nivel social (de economía política). La
estrecha imbricación de estas dimensiones –la subjetiva y la social– en la estructura simbólica del género
es una cuestión abierta en el debate feminista contemporáneo, como Lamas insiste en los textos aquí
reunidos. Su posición, como mencionamos anteriormente, es en primera instancia ética y en segunda
instancia, pragmática: no convertir el debate teórico en una lucha de abstracciones, sino situarlo siempre
en el terreno empírico de la investigación crítica y feminista.
26. Ver “Democracia y sexualidad” (2019), en esta antología.
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28. Al recordar a Carmona nuestra autora se describe a sí misma, informalmente, como una mujer afortunada
que a temprana edad experimentó la vergüenza: primer sentimiento revolucionario según Marx (1843).
29. Sarah Kofman se refiere a la titánide Metis como “la inteligencia astuta que procede mediante idas
y vueltas” una inteligencia conjetural que, según la interpretación clásica de Detienne y Vernant, habría
sido excluida por la filosofía en favor de la inteligencia teórica o contemplativa (Kofman, [1983] 2012,
p. 20). Marta Lamas interpreta a Metis como el recurso de los débiles ante los poderosos, y METIS Pro-
ductos Culturales S.A. de C.V. es el nombre con el que bautiza la compañía editorial a la que pertenece,
en los años noventa, Debate Feminista.
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30. Ver “Debate Feminista: ¿una revista de izquierda?” (2020) en esta antología esencial.
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31. “Ejercer el pensamiento crítico en la brecha –siempre móvil– que separa las prácticas periféricas del
control metropolitano es uno de los desafíos más arduos que espera a los estudios culturales latinoame-
ricanos en estos tiempos de globalización académica, es decir, de descentramientos y recentramientos
múltiples de las articulaciones entre lo local y lo translocal. De tal ejercicio depende que lo latinoamerica-
no sea no una diferencia diferenciada (representada o “hablada por”), sino una diferencia diferenciadora
que tenga en sí misma la capacidad de modificar el sistema de codificación de las relaciones identi-
dad-alteridad que busca seguir administrando el poder académico metropolitano” (Richard, 2001, p. 191).
32. En el estado mexicano de Guerrero, a la violencia militarizada del Estado autoritario en la segunda
mitad del siglo XX se suma en las décadas recientes la violencia paramilitar y expresiva del crimen orga-
nizado, que ha instalado un reino del terror en buena parte de la república mexicana.
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Bibliografía
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Primera parte
Antropología feminista
y género
La antropología feminista y la categoría “género”*
* Extraído de Lamas, Marta (1986). La antropología feminista y la categoría “género”. En Ludka de Gor-
tari (coord.), Nueva Antropología (CONACYT/UAM Iztapalapa), VIII(30), “Estudios sobre la mujer: proble-
mas teóricos”, 173-198. https://www.redalyc.org/pdf/159/15903009.pdf
1. Esto no quiere decir que la cultura haya sido entendida de la misma manera por todos los antropólo-
gos, sino que ha sido un concepto central y definitorio de la antropología ante las otras ciencias sociales.
Las variaciones de interpretación de lo que es la cultura han marcado el proceso de definición ideológica
de la teoría antropológica y han dado pie a sustanciosos e importantes debates.
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2. Aparte de los trabajos pioneros de Margaret Mead y de algunas comparaciones transculturales sobre
aspectos específicos, como división del trabajo (Murdock, 1949) o sexualidad (Malinowski, 1929 y 1974), no
abundan los estudios clásicos transculturales sobre “papeles sexuales”. En cambio, muchos de los estudios
actuales sobre la mujer sí establecen comparaciones transculturales: Jacobs (1971); Matthiasson (1974);
Friedl (1975); Kessler (1976); Tiffany (1979); Bourguignon (1980); Etienne y Leacock (1980); Dahlberg (1981).
3. La crítica al androcentrismo en los estudios antropológicos la han realizado principalmente antro-
pólogas feministas. Una notable excepción es Edwin Ardener quien, adelantándose al pensamiento
feminista, se plantea cuestiones metodológicas relevantes: “Belief and the Problem of Women” (1968) está
reproducido en Ardener (1975); “The Problem Revisisted” es la propia revisión de Ardener de su artículo.
La mayoría, si no es que todos los libros editados por antropólogas feministas (veáse la nota 2) incluyen
críticas y cuestionamientos al androcentrismo e inclusive al machismo de la antropología. Los artículos
que lo tratan con más profundidad y que plantean cuestiones metodológicas son: Rosaldo (1974); Reiter
(1975); Tiffany (1979); Harris y Young (1979); Linton (1979); Rohrlich-Leavitt, Sykes y Weatherfor (1979);
Edholm, Harris y Young (1982).
4. Un buen compendio de la postura neo-evolucionista, con clásicos como Fox, Irons y Tiger, es Chagnon
y Irons, (1979); una crítica sobre las implicaciones políticas del biologicismo está en Achard (1980).
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5. Véase la breve, pero demoledora, crítica que Eleanor Leacock (1981) hace a Macho y hembra.
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6. La existencia en varias sociedades de lo que sería “un tercer género” –mujeres con género masculino y
hombres con género femenino– ha sido documentada etnográficamente. El caso de los Mojave es uno de
los más conocidos y difundidos. Un hombre biológico se puede convertir en una mujer social, o viceversa,
entrando a una tercera categoría de género. Sus parejas son reconocidas como sexualmente normales y
ellas/os asumen completamente las características del género: los varones femeninos simulan la mens-
truación y el parto y las mujeres masculinas son reconocidas como los padres sociales de los hijos de
sus mujeres. Los siguientes artículos se refieren al cambio de género: Devereux (1935 y 1937); Whitehead
(1981). Casi todos los casos de cambio de género han sido archivados bajo la etiqueta de homosexualidad.
Huelga decir que se trata de fenómenos distintos. Hay sociedades en que se acepta la homosexualidad,
pero con clara conciencia de que es una opción sexual, mientras que en el resto de las actividades socia-
les la persona sigue funcionando y asumiéndose como del género asignado. O sea, el homosexual es el
hombre o la mujer que elige a alguien de su mismo género para tener relaciones sexuales, mientras que,
en el caso de los Mojave por ejemplo, hay un cambio de género aunque la relación sexual siga siendo con
alguien del mismo sexo. Información transcultural sobre conducta sexual donde se documenta parcial-
mente el cambio de género se encuentra en: Ford y Beach (1951). Un buen enfoque interdisciplinario que
da cuenta del género es Katchadourian (1983). También vale la pena consultar Gagnon y Simon (1973).
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7. Véase el artículo clásico que analiza esta cuestión en Ortner (1974). Posteriormente aparece un libro
especialmente dedicado a analizar el tema: McCormack y Strathern (1980).
8. Para una visión general del nuevo movimiento feminista ver: La liberación de la mujer (1973). Para el
proceso en Estados Unidos: Freeman (1977). Una idea de lo que pasó en Francia se encuentra en De Pisan
y Tristan (1977). Respecto de México se pueden consultar: Acevedo et al. (1977); García Flores (1979); Bartra
et al. (1983). Para una visión de conjunto del pensamiento feminista anglosajón veáse Quest (1981); Eisens-
tein (1983). Sobre otras reflexiones feministas (europea, oriental, etcétera) deben existir publicaciones,
pero yo solo conozco una antología de feministas francesas: Marks y de Courtivron (1980). Para América
Latina y específicamente México, consultar la revista Fem, especialmente los números 12 (1980), 13 (1980),
17 (1981), 31 (1984) y 32 (1984).
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13. Mucho del material que enriqueció y modificó el corpus de la teoría e información antropológica está
en los libros ya citados. Otros que específicamente tocan la cuestión del poder son: Louise Lamphere
(1974); Peggy R. Sanday (1974 y 1981); y Eleanor Burke Leacock (1981).
14. Son muchas las interpretaciones sobre la asimetría social de los sexos que terminan justificándola
como una cuestión “natural e inevitable”. Un clásico en esta línea es Richard B. Lee y Irven De Vore (eds)
(1968). Un debate explícito con el feminismo se encuentra en Steven Goldberg ([1973] 1976).
15. La capacidad de ser madres marca sin duda la gran diferencia que hay entre hombres y mujeres,
pero no solo por la experiencia física del embarazo, el parto y el amamantamiento. Las implicaciones
profundas del aspecto no biológico de la maternidad empiezan a ser estudiadas y tomadas en cuenta.
Dos libros significativos, aunque no de antropología, que se inscriben en esta perspectiva son: Adrianne
Rich ([1976] 1978) y Nancy Chodorow (1978; en español, 1986, aunque el título elimina la palabra “género”).
Un artículo que utiliza la categoría género para distinguir entre la maternidad biológica y la cultural es:
María Jesús Izquierdo en Fem (1986). Ese número de Fem (el 43) esta dedicado a analizar diversos aspectos
de la maternidad. Incluye una revisión de los postulados básicos de Freud, así como una presentación del
pensamiento psicoanalítico de tres mujeres: Melanie Klein, Marie Langer y Francoise Doltó; también hay
una crítica a la reflexión feminista sobre la maternidad.
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16. La expresión “tiranía de la reproducción” es de Firestone ([1970] 1976), una de las máximas represen-
tantes de la corriente radical.
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17. El estudio del transexualismo está vinculado estrechamente con los estudios de los trastornos de la
identidad sexual. También está relacionado con el travestismo. Sobre el fenómeno transexual específica-
mente, cf. Catherine Millot ([1983] 1984) y J. G. Raymond (1979).
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18. En el artículo “La terminología del género y del sexo” (1983), Katchadourian señala a John Money
como el primero en usar el término “papel genérico” (gender role), y a Robert Stoller como el primero en
usar formalmente la expresión “identidad genérica” (gender identity). John Money se ha dedicado a estu-
diar las diferencias entre hombres y mujeres desde entonces. Su libro clásico, publicado en 1972, es Man &
Woman, Boy & Girl, traducido al español como El desarrollo de la sexualidad humana; Diferencias y dimorfismo
de la identidad de género (1982).
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19. Una de las conclusiones a que se llega en el libro coordinado por Maccoby (1966) es que muchísimas
de las personas estudiadas que presentan más talento y más creatividad de los comunes son justamente
aquellas que se alejan de la conducta de género estereotipada, o sea, las mujeres “masculinas” y los hom-
bres “femeninos”.
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20. Toda la obra de Freud es un cuestionamiento de lo aparente –lo cual incluye la anatomía– y una
reivindicación de lo simbólico. Una buena introducción al psicoanálisis es N. Braunstein et al. (1981). Dos
autores que privilegian aspectos socioculturales son Paul Ricoeur ([1965] 1970) y León Rozitchner (1972).
Además, vale la pena leer el artículo de Freud “El malestar en la cultura” (en N. Braunstein et al., 1981). Allí
aparece un artículo interesante: “Algunas consecuencias políticas de la diferencia psíquica de los sexos”,
de Frida Saal. Y no se puede dejar pasar el artículo clásico de Freud “Algunas consecuencias psíquicas de
la diferencia anatómica de los sexos”, en el tomo 19 de sus Obras completas (1976).
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21. En el estudio transcultural clásico de las conductas sexuales Ford y Beach (1951) describen la amplia
variación de lo que se considera sexual, incluyendo conductas que a nosotros nos parecen tan extrañas
como las nuestras a otros ojos.
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24. Ver el clásico artículo de Pitt-Rivers “Honor y categoría social”, en J. G. Peristiany (ed.) (1968).
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Tal vez todavía es muy pronto para afirmar que el uso de esta catego-
ría modificará sustancialmente el tipo de investigación y reflexión an-
tropológica. Lo que sí ya ha hecho es permitir el desmantelamiento del
pensamiento biologicista (tanto patriarcal como feminista) respecto del
origen de la opresión femenina, ubicándolo en el registro “humano”, o
sea, en lo simbólico. El proceso ha sido relativamente rápido.
La transición de estudiar lo femenino y lo masculino en culturas dadas
a plantearse qué es lo que significan lo femenino o lo masculino y cómo
se articulan con otras áreas de la vida se ha dado en un lapso de diez años.
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25. De la corriente marxista (también llamada socialista) del feminismo, el clásico fue Juliet Mitchell
([1971] 1974). Del planteamiento original de Mitchell surgieron muchos otros, más elaborados, que tratan
de la situación de las mujeres en sociedades de clases, y otros más que analizan específicamente la re-
lación política entre feminismo y socialismo. Destacan: Annette Kuhn y Ann Marie Wolpe (eds.) (1978);
Heleieth I. B. Saffioti, (1978); Zillah R. Einsenstein (comp.) ([1978] 1980); Batya Weinbaum ([1978] 1984);
Sheila Rowbotham, Lynne Segal and Hilary Wainwright, (1979); Michele Barrett (1980); Lydia Sargent
(ed.) (1981).
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Reiter finaliza señalando que todo ese trabajo colectivo servirá “para
apoyar e informar a un contexto social desde el cual se procederá a des-
mantelar las estructuras de la desigualdad”.
Bibliografía
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La antropología feminista y la categoría “género”
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Usos, dificultades y posibilidades de la categoría
“género”*
* Extraído de Lamas, Marta (1995). Usos, dificultades y posibilidades de la categoría género. La Ventana.
Revista del Centro de Estudios del Género (Guadalajara), (1). https://www.redalyc.org/pdf/112/11202105.pdf
Este ensayo es una elaboración de la ponencia “Algunas dificultades en el uso de la categoría género”,
presentada en la sesión “Antropología de género: teoría y método”, durante el XII Congreso Internacio-
nal de Ciencias Antropológicas y Etnológicas, México, agosto, 1993.
1. Parte de ese proceso está en Lamas (1986).
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2. El Diccionario del uso del español de María Moliner consigna cinco acepciones de género; la última es la
relativa al género gramatical.
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Para Scott, este uso descriptivo del término, que es el más común, redu-
ce el género a “un concepto asociado con el estudio de las cosas relati-
vas a las mujeres”. Empleado con frecuencia por los historiadores para
“trazar las coordenadas de un nuevo campo de estudio” (las mujeres,
los niños, las familias y las ideologías de género), referido “solamente a
aquellas áreas –tanto estructurales como ideológicas– que comprenden
relaciones entre los sexos” este uso respalda un “enfoque funcionalista
enraizado en último extremo en la biología” (1990).
Pero la cuestión no queda ahí. Scott señala además que, “género” se
emplea también para designar las relaciones sociales entre los sexos,
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las formas en que ese fenómeno es, al mismo tiempo, una expresión de
esas oposiciones y una reelaboración de ellas. El conocimiento de los
conjuntos importantes de oposiciones en una cultura revela los ejes del
pensamiento y los límites de lo pensable en una cultura dada.
La cultura es un resultado, pero también es una mediación: es el
conjunto de mecanismos de defensa del yo ante la entrada violenta al
mundo por el nacimiento y a la paulatina estructuración psíquica, con la
adquisición del lenguaje.
Según Freud, nos constituimos en “seres de cultura” cuando ésta
ejerce una represión y nos obliga a renunciar a la felicidad absoluta y
la reconciliación total, a la completud. Los seres humanos jamás nos re-
ponemos de sabernos incompletos, castrados, ni tampoco de las heri-
das narcisistas que nos infligen las renuncias impuestas por la cultura.
No aceptamos la realidad –que somos seres escindidos y que nos vamos
a morir– y deseamos lo imposible –la completud y la inmortalidad–.
Laplantine (1979) señala que la existencia humana solo es soportable a
través de esa “pantalla deformadora” de la realidad que es la cultura.
El lenguaje es un medio fundamental para estructurarnos cultural-
mente y para volvernos seres sociales. Pero el lenguaje no es solo un ins-
trumento que utilizamos a voluntad, también lo introyectamos incons-
cientemente. Desde la perspectiva psicoanalítica de Lacan, el acceso del
sujeto al uso de una estructura de lenguaje que lo precede coincide con
la organización y establecimiento de su inconsciente. De ahí que para
Lacan, el inconsciente y el lenguaje están inextricablemente ligados: “el
inconsciente está estructurado como un lenguaje”; “el inconsciente es el
discurso del Otro”; “el lenguaje es el requisito del inconsciente”. Por un
proceso de simbolización, que utiliza la metáfora y la metonimia, mu-
chos de nuestros deseos quedan en el inconsciente y solo mediante el
trabajo psicoanalítico podemos reconstruir los caminos metafóricos y
metonímicos que adoptaron cuando perdimos su sentido.
Cualquier comprensión del inconsciente requiere la comprensión del
lenguaje y de su ciencia particular, la lingüística, de la cual Lacan selec-
cionó y adaptó ciertos aspectos a sus fines.
Desde la lingüística moderna (en este caso particular, desde Saussure)
se puede ver que el lenguaje posee una estructura que está fuera del
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3. El signo es la unidad fundamental, y es una entidad doble que une al significante (imagen acústica) y
al significado (concepto), cuya relación interna es arbitraria; es decir: no existe ninguna razón “natural”
o “lógica” para que cierta imagen acústica (o significante) esté unida a cierto concepto (o significado); se
trata de una convención social.
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4. Se calcula que el 4% de la población mundial está compuesta por hermafroditas desde el punto de vista
biológico, es decir, por personas que presentan características fisiológicas de los dos sexos.
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5. Una explicación de por qué las mujeres no se rebelan contra la dominación que retoma la fórmula de
Gramsci de que la hegemonía consiste en dominación más consenso está en Ana M. Rosas (1990).
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La cultura marca a los seres humanos con el género y éste marca la per-
cepción de todo lo demás: lo social, lo político, lo religioso, lo cotidiano.
La lógica del género es una lógica de poder, de dominación y es, según
Bourdieu, la forma paradigmática de violencia simbólica, definida por
este sociólogo francés como aquella violencia que se ejerce sobre un
6. Ya se ha puesto en evidencia ampliamente el trasfondo ideológico del término “natural”, que evoca
nociones de inmutabilidad, de corrección, de normalidad.
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las personas dominadas, o sea las mujeres, aplican a cada objeto del
mundo (natural y social) y en particular a la relación de dominación
en la que se encuentran atrapadas, así como a las personas a tra-
vés de las cuales esta relación se realiza, esquemas no pensados de
pensamiento que son el producto de la encarnación de esta relación
de poder en la forma de pares (alto/bajo, grande/pequeño, afuera/
adentro, recto/torcido, etcétera) y que por lo tanto las llevan a cons-
truir esta relación desde el punto de vista del dominante como na-
tural (Bourdieu, 1992).
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y de falso reconocimiento que está más allá de, o por debajo de, los con-
troles de la consciencia y la voluntad” (Bourdieu, 1992). Según Bourdieu
(1998), este acto se encuentra en las oscuridades de los esquemas de
habitus, esquemas que a su vez son de género y engendran género.7
Bourdieu señala que no se puede comprender la violencia simbóli-
ca a menos que se abandone totalmente la oposición escolástica entre
coerción y consentimiento, imposición externa e impulso interno. En
ese sentido, señala que la dominación de género consiste en lo que se
llama en francés contrainte par corps, o sea, un encarcelamiento efectuado
mediante el cuerpo. El trabajo de la socialización tiende a efectuar una
somatización progresiva de las relaciones de dominación de género a
través de una operación doble: primero, mediante la construcción social
de la visión del sexo biológico, que sirve como la fundación de todas las
visiones míticas del mundo; segundo, a través de la inculcación de una
hexis corporal que constituye una verdadera política encarnada. Este do-
ble trabajo de inculcación, a la vez sexualmente diferenciado y sexual-
mente diferenciador, impone a mujeres y hombres el género, o sea,
7. El término habitus es un concepto clave de Bourdieu, mediante el cual se refiere al conjunto de relacio-
nes históricas “depositadas” en los cuerpos individuales en la forma de esquemas mentales y corporales
de percepción, apreciación y acción.
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La ley social refleja la lógica del género y construye los valores e ideas
a partir de esa oposición binaria que tipifica arbitrariamente, exclu-
yendo o incluyendo en su lógica simbólica ciertas conductas y senti-
mientos. Mediante el género se ha “naturalizado” la heterosexualidad,
excluyendo a la homosexualidad de una valoración simbólica en equi-
valentemente aceptable. Aunque en nuestra cultura de facto se acepta
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11. No entro en ello, por razones de espacio, pero habría que dejar señalado que además de la identidad
genérica y la sexual está la identidad subjetiva, que posiciona a las personas en la feminidad o masculini-
dad, no desde un punto de vista cultural, sino psíquico. Ver Teresa Brennan (1992).
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12. La teorías feministas de gran éxito y que son una especie de psicoanálisis sociologizado, son El ejerci-
cio de la maternidad, de Nancy Chodorow (1985) y La teoría y la moral, de Carol Gilligan (1986).
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13. Ver Pat Caplan (ed.) (1987); Michel Feher, Ramona Naddaff y Nadia Tazi (eds.) (1990); Thomas La-
queur (1990); Domna C. Stanton (ed.) (1992); Davis Evans (1993).
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14. Ver su Historia de la sexualidad, en tres tomos, publicada por Siglo XXI, México.
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16. Mary G. Dietz (1992) sostiene que la célebre declaración sobre el género que hizo Simone de Beauvoir
en 1949 –“Una no nace, sino que se convierte, en mujer”– enmarcó el campo de la posterior investigación
académica feminista.
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atractivo para muchas mujeres y cada vez más hombres, cuyas experien-
cias de vida no se ajustan a los esquemas tradicionales de género, y que
se sienten violentados en su identidad y subjetividad por los códigos cul-
turales y los estereotipos de género existentes. Ante los múltiples tras-
lapes de género en la vida cotidiana de las personas, mucho del esquema
tradicional de género aparece “cruelmente anacrónico”.
Soper considera importante una diferenciación mayor de los varios
papeles y actividades humanas, pues
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Diferencias de sexo, género y diferencia sexual*
* Extraído de Lamas, Marta (2000). Diferencias de sexo, género y diferencia sexual. Cuicuilco, 7(18).
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1. Aunque el término cultura aparece en un amplio rango de los escritos de distintas disciplinas sociales,
persiste un cierto monismo explicativo. Strathern en un agudo ensayo, señala el riesgo de utilizar la
cultura como un concepto totalizador que vuelve todo evidencia de sí mismo: como el contexto de los
contextos. Esto no le quita al término cultura “la flexibilidad de un concepto que es simultáneamente
normativo y comparativo”.
2. Ver la crítica de Hawkesworth (1997 y 1999) y el interesante debate propiciado por su texto.
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El género y la cultura
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3. Un caso paradigmático de esta postura es el libro de Chodorow (1984) cuya popularidad fue impre-
sionante
4. Por ejemplo, para Chodorow las diferencias entre masculinidad y feminidad son el resultado de que
las mujeres desempeñen el papel de madres; ella declara: “el hecho de que las mujeres hacen de madres
es el único factor de su subordinación y el más importante” (1984, p. 2).
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5. La revista m/f se publicó en Inglaterra durante ocho años, de 1978 a 1986. Sus ensayos más importantes
fueron publicados posteriormente en el libro de Adams y Cowie (1990).
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6. “Exis” o “hexis” es el término griego que se refiere a la manera de ser, al estado, la constitución, el tem-
peramento y el hábito.
7. Por eso en su libro siguiente, Bodies that Matter (1993) responde a sus críticas planteando que aunque
jugar con el género es una estrategia para resistir el esencialismo, “los cuerpos cuentan”.
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8. A la misma conclusión llega otro conocido antropólogo, Maurice Godelier, a partir de su investigación
sobre los baruya.
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10. Ver la compilación de Csordas (1994) especialmente su introducción, donde plantea al cuerpo como
representación y como forma de ser en el mundo.
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11. Aquí vale la pena recordar cómo surge el psicoanálisis. En 1889, el neurofisiólogo Freud, asombrado
ante el fenómeno de la histeria, lo describe tentativamente como un misterioso salto de la mente al cuer-
po. La manera innovadora en que Freud interpretó la interacción entre cuerpo y mente en la histeria, le
permitió comprender el vínculo emocional del sujeto con su cuerpo, y así inauguró ese campo de saber
que tomaría el nombre de psicoanálisis
12. El sentido de la antropología reflexiva lo explican Bourdieu y Wacquant (1996). Para una referencia
más etnográfica ver a Aull Davies (1999).
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Marta Lamas
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Complejidad y claridad en torno al concepto
“género”*
* Extraído de Lamas, Marta (2007). Complejidad y claridad en torno al concepto género. En Angela Gi-
glia, Carlos Garma y Ana Paula de Teresa (comps.), ¿Adónde va la antropología mexicana? México: División
de Ciencias Sociales y Humanidades, UAM-Ixtapalapa. Agradezco la lectura crítica de Mary Goldsmith, y
la relevo de cualquier responsabilidad de lo que aquí expongo pues, como suele suceder, no incluí todas
sus valiosas sugerencias.
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1. Mis ejemplos, acotados a algunas autoras fundamentalmente de la comunidad anglosajona dejan fuera tanto
a autoras de otras comunidades como a autores no feministas importantes. Tampoco incluyo aquí a la comuni-
dad latinoamericana porque, aun cuando su producción de investigaciones sobre género es sustantiva, apenas
ha tomado parte en el debate teórico internacional. Sin embargo, quiero mencionar a dos autoras que ubican la
situación de los estudios antropológicos y el género en nuestra región: Soledad González Montes desde un pa-
norama de la investigación (1993) y Sonia Montecino desde una perspectiva latinoamericana que incluye el aná-
lisis de las especificidades y los obstáculos que contraponen a las antropólogas del Sur con las del Norte (2002).
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Complejidad y claridad en torno al concepto “género”
2. Un ejemplo es la publicación casi simultánea de dos ensayos, uno en Estados Unidos y otro en Francia,
con un título casi idéntico: “¿Es la mujer con respecto al hombre lo que la naturaleza con respecto a la
cultura?” de Sherry B. Ortner (1972) y “¿Hombre-cultura y Mujer-naturaleza?” de Nicole-Claude Mathieu
(1973). El trabajo de Ortner, revisado y vuelto a publicar en la exitosa antología de Rosaldo y Lamphere
(1974), tuvo una influencia sustantiva en el pensamiento feminista. En 1996 Ortner revisa la vigencia de
dicho ensayo (pp. 173-180), e introduce matices interesantes sobre el tema de la universalidad de la domi-
nación masculina, y de qué entiende ella por “estructura”: en un sentido levistraussiano, la búsqueda de
amplias regularidades a lo largo del tiempo y el espacio.
3. Mary Goldsmith (1986), que hace un cuidadoso recuento de los debates que se dieron entre antropólo-
gas anglosajonas en torno a los estudios de la mujer y la aparición de la categoría género, da cuenta de la
postura contrapuesta de las marxistas y las estructuralistas acerca de este punto. Así, analiza el trabajo
de Eleanor Leacock (1978, 1981), Karen Sacks (1982) y MacCormack y Strathern (1980) como las posiciones
más claras contra la perspectiva estructuralista del ensayo de Ortner (1974 [1972]).
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Complejidad y claridad en torno al concepto “género”
4. Al igual que ocurre en otras disciplinas, la acepción en inglés de gender como sexo y en español como
clase, tipo o especie han introducido desconciertos semánticos y conceptuales sobre la forma en que se
emplea dicha categoría. Ver Lamas (1996).
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5. Contrasta la formulación de Butler con la de Pierre Bourdieu (1991) sobre el habitus y el uso que él le da
al concepto de reproducción.
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6. Aunque son varios los elementos que dificultan la aceptación de la formulación de Butler, uno fun-
damental es el estatuto del psicoanálisis entre las ciencias sociales en Europa. La utilización de la teoría
psicoanalítica entre las científicas sociales francesas se extiende también a las británicas, y un nutrido
número de antropólogas tiene formación lacaniana.
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7. El acto de tratar algo como si fuera un fetiche quiere decir, figurativamente, “admiración exagerada
e irracional” (Moliner, 1983) y “veneración excesiva” (Real Academia Española, 2014). Una consecuencia
de la fetichización es la exclusión de lo que no se parezca al fetiche. Tal es el caso de Gender, el libro
de Iván Illich publicado en 1982 y traducido al castellano como El género vernáculo (1990). Al revisar la
bibliografía de los estudios sobre género en diversas disciplinas –antropología, sociología, historia– es
notable la ausencia de referencias al libro de Illich. ¿Por qué? Illich contravino la tendencia de “olvidar”
la diferencia sexual. Aunque no logró formular con claridad sus certeras intuiciones relativas a la calidad
irreductible y fundante de la diferencia sexual, su mirada heterodoxa provocó la animadversión de la
academia feminista estadounidense, lo cual le significó quedar excluido del circuito más poderoso sobre
género. Esto es una muestra de lo que Bourdieu y Wacquant (2001) han denominado las “argucias de la
razón imperialista”, que funcionan, por ejemplo, por la vía de la imposición de agendas de investigación
–¡y bibliografías!– promovidas desde la doxa estadounidense mediante sus universidades y fundaciones.
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8. Goldsmith encuentra como un antecedente fundamental a esta precisión entre significado general y
específico el debate entre Leacock y Nash sobre ideología y prácticas (Leacock, 1981, pp. 242-263).
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9. Anne Fausto Sterling (1992; 1993) insiste en que hablar de dos sexos no es preciso, pues no incluye a los
hermafroditas y a los intersexos con carga masculina y femenina (merms y ferms). Sin embargo, en la ma-
yoría de las sociedades la ceguera cultural ante estas variaciones hace que se reconozcan solo dos sexos.
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10. Con referencia a lo inmutable, Bourdieu dice que lo que aparece como eterno solo es un producto de
un trabajo de eternización que incumbe a unas instituciones (interconectadas) tales como la Familia, la
Iglesia, el Estado, la Escuela (2000, p. 8). El trabajo de eternizar es similar al de naturalizar: hace que algo
construido a lo largo de la historia por seres humanos se vea como “eterno” o “natural”.
11. Goldsmith señala que muchas de las antropólogas feministas de los setenta eran neoevolucionistas,
alumnas de Service y Sahlins, y que también había antropólogas físicas, como Leila Leibowitz y Jane
Lancaster, que trataban de comprender la relación con lo biológico.
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12. Conozco tres ensayos antropológicos que van en esa dirección: el de Roger Larsen (1979), el de Barba-
ra Diane Miller (1993) y el de Marvin Harris (1993).
13. Un tema candente sobre el cual ya se ha legislado en varios países de Europa y también en Estados
Unidos es el de quién es la madre cuando una mujer dona un óvulo, otra se deja implantar el embrión y
lleva a término el embarazo, y una tercera adopta a la criatura. La definición biológica clásica ya no opera
en esta novísima circunstancia, y en cambio el papel de la cultura es definitivo.
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14. Esa fue una de las intenciones del Coloquio El hecho femenino.¿Qué es ser mujer?, del cual se publica-
ron las ponencias en un libro coordinado por Evelyne Sullerot (1979). Además, hay interesantes caminos
abiertos desde la psicología evolutiva, como los trabajos de Wright (1994) y Browne (2002).
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15. De ahí que, pese a que los seres humanos se reparten básicamente en dos cuerpos, exista una variedad
de combinaciones entre identidades y orientaciones sexuales.
16. En eso coincide con Bourdieu, que exhorta a lo largo de su obra a escapar a las desastrosas alternati-
vas (como la que se establece entre lo material y lo ideal) que no dan cuenta de esta compleja articulación.
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17. Véase la compilación de Csordas (1994), en especial su introducción, donde plantea al cuerpo como
representación y como forma de ser en el mundo; y la compilación de ensayos teóricos editada por Weiss
y Haber (1999).
18. Roger Larsen señala: “El comportamiento no es ni innato, ni adquirido, sino ambas cosas al mismo
tiempo” (1979, p. 352).
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Feminismo y americanización
La hegemonía académica de gender*
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1. En inglés gender se aplica para hablar de un animal o una persona porque son seres sexuados; en cas-
tellano no es así. En español, la definición clásica del término “género”, de diccionario, es la siguiente:
“Género es la clase, especie o tipo a la que pertenecen las personas o las cosas”. El Diccionario de Uso del
Español, de María Moliner, consigna cinco acepciones de género y apenas la última es la relativa al género
gramatical, o sea, a la definición gramatical por la cual los sustantivos, adjetivos, artículos o pronombres
pueden ser femeninos, masculinos o –sólo los artículos y pronombres– neutros. Según María Moliner, tal
división responde a la naturaleza de las cosas solo cuando esas palabras se aplican a animales, mientras
que en otros órdenes el género femenino o masculino es asignado de manera arbitraria. Para los anglo-
parlantes, que no atribuyen género a los objetos, resulta sorprendente oírnos decir “la silla” o “el espejo”:
¿de dónde acá la silla es femenina y el espejo masculino? También por eso la connotación de género en
inglés es solo en relación a seres vivos sexuados, mientras que en castellano sí podemos dudar sobre,
por ejemplo, el género del mar –¿es la mar o el mar?– o preguntar por el género de un objeto. Además,
la arbitrariedad en la asignación de género a las cosas se hace evidente, por ejemplo, cuando el género
atribuido cambia al pasar a otra lengua. En nuestra cultura la Luna se asocia con lo femenino y el Sol con
lo masculino, mientras que en alemán es al revés: el Sol es femenino –”la Sol”– y la Luna es masculino –”el
Luna”–. Así, a partir de una arbitrariedad se desprenden valoraciones sobre “lo femenino” o “lo masculi-
no”, que son aceptadas culturalmente.
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2. El libro está dividido en los 7 capítulos siguientes: 1. “Sexismo y crecimiento económico”, 2. “El sexo
económico”, 3. “El género vernáculo”, 4. “La cultura vernácula”, 5. “Los dominios del género y el medio
vernáculo”, 6. “El género a través del tiempo” y 7. “Del género roto al sexo económico”.
3. “Vernáculo” quiere decir: del país de la persona que se trata; o sea, nativo, doméstico, indígena. Según
María Moliner (1983), se aplica corrientemente solo a la lengua: idioma local. Illich señala que el género
vernáculo “siempre refleja una asociación entre una cultura dual, local, material, y los hombres y mujeres
que viven conforme a ella” (1990, p. ).
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Con el sueño feminista de una economía sin género y sin roles se-
xuales obligatorios [...] con el sueño izquierdista de una economía
política cuyos sujetos fueran igualmente humanos [...] con el sueño
futurista de una sociedad moderna donde la gente fuera plástica,
donde la elección de ser dentista, varón, protestante o manipulador
de genes mereciera el mismo respeto (1990).
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4. Maurice Godelier (1986), entre otros, ha mostrado que el predominio masculino presupone la división
del trabajo del género “vernáculo”, echando por tierra el planteamiento sobre el cual Illich construye su
andamiaje teórico.
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Hemos visto que inicialmente, en los setenta, se habló del sistema sexo/
género como el conjunto de arreglos mediante el cual la cruda materia
del sexo y la procreación era moldeada por la intervención social y por la
simbolización (Rubin, 1975). Después, en los ochenta, se definió al género
como una pauta clara de expectativas y creencias sociales que troquela la
5. La revista Feminist Issues dedicó un número íntegro a la presentación de Illich. Con el título “Beyond the
Backlash: a Feminist Critique of Ivan’s Illich Theory of Gender”, publicó ocho ensayos críticos sobre el texto de
Illich y sobre la confrontación en Berkeley.
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6. Contrasta la formulación de Butler con la de Pierre Bourdieu sobre el habitus y el uso que él le da al
concepto de reproducción. Véase Bourdieu (1991).
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explicarse con más detalle, lo que hace en un segundo libro al que titula
Bodies that matter (Cuerpos que importan, 1993). A partir de ahí, Butler en-
riquece y transforma sus concepciones. En un libro posterior, Undoing
Gender (Deshaciendo el género, 2004), se centra en las prácticas sexuales y
los procesos de cambio de identidad, define al género de forma parecida
al habitus de Bourdieu: como “una incesante actividad realizada, en par-
te, sin que una misma sepa y sin la voluntad de una misma” (2004, p. 1).
Si bien Butler introdujo un catalizador estimulante en el debate en
torno al género, no se puede dejar de lado el hecho de que su éxito tam-
bién se debe a la promoción realizada por el circuito académico nortea-
mericano. Además, como las tensiones políticas e intelectuales que reco-
rren el escenario mundial también impactan la producción de teorías y
conocimientos, las nuevas teorías sobre el sujeto y la génesis de su iden-
tidad, que postulan la producción de la alteridad a partir de procesos
relacionales e imaginarios, remiten a una crítica al heterosexismo. Este
es un tema central de la reflexión de Butler, quien al denunciar la forma
en que opera la normatividad heterosexista en el orden representacio-
nal, se convierte en una paladín de la teoría queer en Estados Unidos. Y
al abrir una fecunda vía de argumentación contra la discriminación y la
homofobia, coincide con la agenda de la diversidad sexual, impulsada
por fuertes grupos de lobbying LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y trans)
en Estados Unidos.
Si bien la aportación de Butler es incuestionable, llama la atención
la forma en que se convierte en la gurú del gender. Ella “reempaqueta”
anteriores planteamientos realizados por lingüistas y antropólogos res-
pecto de interpretar la cultura como un sistema de símbolos. Desde hace
tiempo, la antropología había señalado que en la forma de pensarse, en
la construcción de su propia imagen, de su autoconcepción, los seres
humanos utilizan los elementos y categorías hegemónicos de su cultura
y los transforman. Lo que aportan numerosas investigadoras feminis-
tas es justamente el trabajo con las metáforas culturales de la diferencia
sexual y su análisis de cómo estass producen un universo de representa-
ciones y categorías que subordinan socialmente a las mujeres.
Hoy en día, la aportación inicial de Butler del género como performance
ha quedado rebasada por ella misma; sus más recientes reflexiones se
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7. El acto de tratar algo como si fuera un fetiche quiere decir, figurativamente, “admiración exagerada e
irracional” (Moliner, 1983) y “veneración excesiva” (Real Academia Española, 2014).
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Jacques Monod sobre “El hecho femenino”, que en ocasiones es más di-
fícil cambiar los hechos sociales que los de la naturaleza.8
Lo que sí hay que hacer es asumir cabalmente lo que nos muestra
la biología. Pongo un ejemplo elocuente. La preeminencia de un esque-
ma simbólico dualista habla de que la especie humana está conformada
por dos sexos. Sin embargo, la existencia de personas intersexuadas y
hermafroditas hace que biólogas como Anne Fausto-Sterling (1992; 1993)
afirmen que debe hablarse de por lo menos cinco sexos.9 Lo interesante,
en todo caso, es que ante las variedades biológicas de la sexuación, que
contradicen el énfasis binario de los esquemas de clasificación humana,
la cultura construye una simbolización que opone dicotómicamente a
mujeres y hombres. Tal vez un camino más fecundo para comprender la
condición humana sea aceptar que hay varias formas de ser mujer y ser
hombre, con traslapes y ambigüedades en sus biologías, sus identidades
psíquicas y sus prácticas sociales.
La hegemonía explicativa del género ha desalentado explorar las con-
secuencias biológicas de una diferencia fundante y estructurante como
la sexual. Por eso, a pesar de que se distinguen las variadas y cambiantes
formas de la simbolización, persisten ciertas dudas: ¿las prácticas son
producto únicamente del proceso de simbolización o tal vez ciertas dife-
rencias biológicas condicionan algunas de ellas? ¿Hay o no una relación
contingente entre cuerpo de hombre y masculinidad y cuerpo de mujer
y feminidad? Despejar esta incógnita es imprescindible para esclarecer
qué supone la disimetría biológica entre los machos y las hembras de la
especie. Lo masculino y lo femenino ¿son transcripciones arbitrarias en
una conciencia neutra o indiferente? Es indudable que el hecho de que
el cuerpo de mujer o el cuerpo de hombre tengan un valor social pre-
vio ejerce un efecto en la conciencia de las mujeres y los hombres. Pero
8. Evelyne Sullerot señaló que “la profunda reticencia –la mayor parte de las veces cabe hablar sin exage-
ración de rechazo vehemente– ante la idea de hablar de genética sexual y, por lo tanto, de anclaje del sexo
en lo ‘dado’, lo ‘innato’ más profundo, procede de un miedo comprensible a que tal conocimiento tenga
como frutos sociales la detención del proceso de igualación de los sexos” (1976).
9. Fausto-Sterling plantea que existen, y que habría que nombrar, a las personas intersexuadas con pre-
dominancia de órganos femeninos ferms, a las que tiene predominancia de órganos masculinos merms
y a las personas hermafroditas. Así, junto con mujeres y hombres, habría por lo menos cinco tipos de
sexuación, o sea, cinco sexos.
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ver con la condición sexuada de los individuos que con las creencias
que guían la manera en la cual la gente actúa y conforma su compren-
sión del mundo. La condición sexuada tiene consecuencias, pero estas
no son las determinantes en la producción de desigualdad. Segundo, la
ceguera ante lo psíquico dificulta entender cuestiones como el habitus,
esa introyección inconsciente de esquemas de acción y percepción
(Bourdieu, 1991). La paradoja es que el sujeto, al estar encarnado en un
cuerpo sexuado, es construido socialmente en sistemas de significados
y representaciones culturales, y los mandatos culturales son asumidos
de manera inconsciente, dando pie a fenómenos como el de la violencia
simbólica (Bourdieu, 2000).
Aceptar que el sujeto es carne, mente e inconsciente pone en cuestión
que se use solo la construcción social (el género) para explicar su con-
ducta. Es imprescindible incorporar lo biológico y lo psíquico para en-
tender a los sujetos. La sexuación produce, además de las consecuencias
biológicas conocidas, un universo de prácticas y representaciones sim-
bólicas e imaginarias de un peso mucho mayor que el de las propias dife-
rencias biológicas. A partir de un conocimiento que otorga significados
diferentes al hecho de tener cuerpo de mujer o cuerpo de hombre, el yo
relacional del sujeto genera identificaciones, sentimientos y pulsiones
inconscientes. Por eso es que las conductas y prácticas de las mujeres y
de los hombres son resultado más de procesos psíquicos y construccio-
nes culturales, derivadas del lenguaje y las representaciones simbólicas,
que expresiones de una esencia biológica. Esto no niega el hecho de que,
como seres sexuados, mujeres y hombres tienen procesos biológicos di-
ferenciados, cuyas consecuencias habría que precisar mucho mejor de lo
que se ha hecho. Y de la misma manera que hay que explorar lo biológico
y lo social, también hay que hacerlo con la dimensión psíquica. Para re-
cuperar la integralidad de la diferencia sexual habría que entenderla con
el énfasis psicoanalítico de que pertenece al orden de lo real, que rebasa
lo biológico e implica lo inconsciente.10
10. Los tres órdenes lacanianos son: real, imaginario y simbólico. Lo real es “una verdadera cosa en sí”, es
lo que no se puede describir, pero que se vive. Lo real no se puede expresar con palabras. Véase la entrada
“real” en Evans (1997).
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* Extraído de Lamas, Marta (2012). Dimensiones de la diferencia. En Rodolfo Vázquez (coord.), Bioética
y derecho. Fundamentos y problemas actuales. México: Fontamara.
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1. Existe gran confusión en torno al término género y su actual acepción académica y política. En español
la confusión es aún mayor que en inglés, ya que en nuestra lengua “género” no es lo mismo que gender que
apunta directamente a la diferencia sexual. En español, “género” tradicionalmente se refiere a la clase,
especie o tipo a la que pertenecen las cosas, y con ese término se puede nombrar a un grupo taxonómico
(género literario, género musical), a los artículos o mercancías que son objeto de comercio e, incluso, a las
telas. La nueva categoría “género” surge en el campo de la psicología médica a finales de los cincuenta, y
su entrada en el mundo de las ciencias sociales se da en los setenta. Su consolidación, que se da con la ad-
quisición de un perfil público por su incorporación al ámbito político, en concreto con la aplicación de la
“perspectiva de género” a las políticas públicas, ocurre en los noventa. Sin embargo, la confusión en torno
al término “género” sigue vigente, pues en español se ha generalizado el uso de “género” para aludir a las
mujeres y los hombres –“género femenino” y “género masculino”– sin que esto signifique comprender la
lógica cultural del género. Véase Lamas (2007).
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2. El World Economic Forum mide la brecha del acceso de mujeres y hombres a la salud, la educación, el
trabajo y la política de acuerdo con las estadísticas oficiales de todos los países. Las sociedades con esque-
mas rígidos de género tienen las brechas mayores. Véase www.weforum.org/issues/global-gender-gap.
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3. Esto es lo que Bourdieu denomina la hexis corporal. Exis o hexis es el término griego que se refiere a la
manera de ser, al estado, la constitución, el temperamento y el hábito, y este autor subraya la manifesta-
ción corporal. Véase Bourdieu (2000).
4. En la antigua Grecia, doxa era la opinión mientras que episteme era el conocimiento. Bourdieu utiliza
este concepto para aludir a lo que se toma por sentado, por “natural”, a opiniones prerreflexivas, que se
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adquieren inconscientemente y determinan ciertas prácticas y actitudes. Textualmente dice: “Nada hay
más dogmático, paradójicamente, que una doxa, conjunto de creencias fundamentales que ni siquiera
necesitan afirmarse en forma de dogma explícito y consciente de sí mismo” (1999, p. 29).
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5. Bourdieu lo retoma de Marcel Mauss, quien desde 1936 explicó el sentido que le daba a habitas: “lo digo
en latín, ya que la palabra traduce mucho mejor que ‘costumbre’, el exis, lo ‘adquirido’ y la ‘facultad’ de
Aristóteles (que era un psicólogo). La palabra no recoge los hábitos metafísicos, esa misteriosa memoria,
tema de grandes volúmenes o de cortas y famosas tesis. Estos habitus varían no solo con los individuos y
sus limitaciones, sino sobre todo con las sociedades, la educación, las reglas de urbanidad y la moda. Hay
que hablar de técnicas, con la consiguiente labor de la razón práctica colectiva e individual, allí donde
normalmente se habla del alma y de sus facultades de repetición” (1971, p. 340).
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El sujeto y su identidad
8. Aquí vale la pena recordar cómo surge el psicoanálisis. En 1889, el neurofisiólogo Freud, asombrado
ante el fenómeno de la histeria, lo describe tentativamente como un misterioso salto de la mente al cuer-
po. La manera innovadora en que Freud interpretó la interacción entre cuerpo y mente en la persona
histérica le permitió comprender el vínculo emocional del sujeto con su cuerpo, y así inauguró ese campo
de saber que tomaría el nombre de psicoanálisis.
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9. Desde un punto de vista biológico habría que hablar de por lo menos cinco sexos: 1) hombres (personas
que tienen dos testículos); 2) mujeres (personas que tienen dos ovarios); 3) personas hermafroditas o
herms (en las cuales aparecen al mismo tiempo un testículo y un ovario); 4) hermafroditas masculinos o
merms (personas que tienen testículos, pero presentan otros caracteres sexuales femeninos); 5) herma-
froditas femeninos o ferms (personas con ovarios, pero con caracteres sexuales masculinos). Esta clasi-
ficación funciona solo si se toman en cuenta los órganos sexuales internos y los caracteres sexuales “se-
cundarios” como una unidad; pero si se imaginan las múltiples posibilidades a que pueden dar lugar las
combinaciones de las cinco áreas fisiológicas señaladas, habría más sexos. Véase Fausto Sterling (2000).
10. El suicidio de Herculine Barbin es un caso paradigmático. Se trata de una persona hermafrodita, que
se convirtió en un caso médico jurídico en el siglo XIX. Un médico dictamina que hay preponderancia de
lo masculino y la ley rectifica su nombre y la obliga a asumir la identidad correspondiente. Barbin, que
había sido criada como mujer, se mata. Véase Foucault (1980).
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11. Creer que hay tal complementariedad existencial entre mujeres y hombres ha servido para limitar las
potencialidades de las mujeres y para coartar el desarrollo de ciertas habilidades en los hombres. Puesto
que a ellos les toca realizar ciertas tareas y funciones, a ellas se les prohíben. Como bien señala Celia Amo-
rós (1985), se prohíbe lo que se puede hacer, lo que no se puede hacer no es necesario prohibirlo. O sea, a
los hombres no hay que prohibirles que se embaracen. Eso se comprueba con las prohibiciones históricas
que se les hicieron a las mujeres: leer, estudiar, votar, gobernar.
12. Vale la pena recordar tanto el escándalo como los conflictos y batallas de todo tipo que se dieron al
tratar de introducir los métodos anticonceptivos. Véase Gordon (2007).
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13. El proceso arrancó cuando una comisión del Consejo de Europa hizo, en 1979, una propuesta de
protección moral y jurídica a las personas homosexuales, sugiriendo suprimir las discriminaciones pro-
fesionales y garantizar el goce a los derechos y beneficios que tenían todos los demás ciudadanos. Esto
condujo a modificar el artículo 14 de la Convención europea de los derechos humanos, añadir la orientación se-
xual como causal de no discriminación y exigir igualdad en el tratamiento de las personas homosexuales.
El proceso culmina veinte años después, cuando los 15 países miembros de la Unión Europea ratifican
el Tratado de Amsterdam, que incorpora la orientación sexual entre los motivos de discriminación que
deben ser abolidos. Así, la Corte Europea, que a principios de los ochenta castigaba las relaciones homo-
sexuales consentidas entre personas adultas, unos años después condena la intromisión del Estado en
la vida privada y, actualmente, convierte la homofobia en materia de penalización. Véase Lamas (2005).
14. Un ejemplo reciente ocurrió en el Senado con los panistas, en relación con la inclusión del término
“preferencias sexuales” entre los motivos de no discriminación que debían quedar asentados en el artí-
culo primero de nuestra Carta Magna. En febrero de 2011, la Cámara de Diputados propuso la redacción
siguiente: “Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la
edad, las discapacidades, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las pre-
ferencias sexuales, el estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por
objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas”. La bancada del PAN pidió más
tiempo para revisar la propuesta, pues algunos de sus senadores consideraron inaceptable la inclusión
de “preferencias sexuales”. El presidente de la Comisión de Atención a Grupos Vulnerables en el Senado,
Guillermo Tamborrel (PAN), dijo: “debemos ser muy cuidadosos para no abrirle la puerta a los degenera-
dos” (Reforma, 24 de febrero de 2011). Finalmente, la reforma fue aprobada.
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15. Con referencia a lo inmutable, Bourdieu dice que lo que “en la historia aparece como eterno, solo es un
producto de un trabajo de eternización que incumbe a unas instituciones (interconectadas) tales como la
Familia, la Iglesia, el Estado, la Escuela” (2000, p. 8). El trabajo de eternizar es similar al de naturalizar:
hace que algo construido a lo largo de la historia por seres humanos se vea como “eterno” o “natural”.
16. Trans es un prefijo derivado del latín que significa “del otro lado”; se usa para decir más allá, sobre o
a través y para marcar la transformación o el paso a una situación contraria. A quienes desean “pasar-
se” al sexo opuesto se las llama transexuales, y a quienes se pasan al género contrario, transgéneros. A
diferencia de los travestidos, que ocasionalmente se ponen la ropa del sexo contrario, y de las personas
transexuales, que cambian su figura física mediante hormonación y cirugía, los individuos transgénero
modifican permanentemente su aspecto, adoptando el del sexo opuesto y sus marcas sociales, pero sin
recurrir a la transformación hormonal o quirúrgica del cuerpo. Una diferencia fundamental entre quien
recurre al travestismo y quien se asume como transgénero es que la primera persona suele conducir su
vida cotidiana sin travestirse, haciéndolo de vez en cuando, mientras que la persona transgénero trans-
grede todo el tiempo los límites del género, sea vestida como del sexo opuesto, o maquillándose, o asu-
miendo una apariencia bizarra.
17. Garfinkel hace una definición de “pasar por” (passing) como: “El trabajo de lograr y asegurar sus dere-
chos a vivir en el estatus de sexo elegido al mismo tiempo que se toman precauciones ante la posibilidad
de detección y ruina promovida dentro de las condiciones sociales estructuradas en las que lleva a cabo
ese trabajo” (1967, p. 118).
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18. Para el caso de los muxes de juchitán véase Miano Borruso, 1998 y 2002.
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19. Rocío Silva Santiesteban (2000) ha analizado el asco como una reacción de “basurización simbólica”.
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20. El proceso de “igualación” de las mujeres en el mundo público no ha alentado a los hombres a un
proceso similar de entrada en el espacio privado.
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del aborto, los matrimonios entre personas del mismo sexo, las leyes de
reconocimiento de la identidad de género de las personas transexuales
y la normatividad que prohíbe intervenir quirúrgicamente el cuerpo de
las personas intersexuales sin su consentimiento. Pero aunque recono-
cer las diferencias y abordarlas jurídicamente ha abierto el camino a una
mayor equidad, centrarse en la diferencia identitaria ha producido los
efectos perversos de la política de la identidad.21 La exclusión sociopolí-
tica y económica de las personas con identidades distintas a las hegemó-
nicas y normativas ha conducido a una participación política identitaria
que con frecuencia favorece un discurso ideológico cercano al esencia-
lismo (Bondi, 1996) y cuyas reivindicaciones se limitan generalmente a
acciones afirmativas y otras medidas nivelatorias como las cuotas de re-
presentación política.22 Ese es otro aspecto del dilema de la diferencia.
Y aunque la política de la identidad nace como respuesta a la exclusión
y como demanda de un trato igualitario, también tiene consecuencias
negativas cuando se encierra en un razonamiento autorreferencial.
Benjamín Arditi (2009) plantea que, así como el debate sobre la dife-
rencia reubicó a la izquierda igualitaria en la defensa de las identidades
particulares, ubicándolas en el marco de la opinión pública y de la polí-
tica democrática liberal, los grupos que reivindicaron la diferencia ali-
mentaron su reverso: el “esencialismo de la diferencia”. Así se sustituyó
un esquema de exclusión por otro, y el “esencialismo de la diferencia”
provocó obstáculos a una postura política incluyente tales como la victi-
mización, la autorreferencia y el relativismo. El riesgo inminente de di-
cha perspectiva es el de no encontrar un espacio de articulación política
común. Arditi reflexiona sobre cómo construir códigos compartidos que
21. “Equidad” es una palabra que ingresó hace poco al vocabulario democrático, pero que tiene orígenes
muy antiguos. Proviene del latín aequus, que quiere decir “igual”, y su acepción está vinculada totalmente
con el ámbito de la justicia: equidad es la cualidad de los fallos, juicios o repartos en que se da a cada
persona según corresponda a sus méritos o deméritos. O sea, es la cualidad por la que ninguna de las
partes es favorecida de manera injusta en perjuicio de otra. Lograr equidad es lograr igualdad con reco-
nocimiento de las diferencias.
22. Recuérdese el caso de las “juanitas”, las diputadas que en la LXI Legislatura (2009) entraron por cuota
de género para luego renunciar a favor del suplente hombre. El apelativo “juanita” se les puso por el caso
de Rafael “Juanito” Acosta, el candidato del PRD a la Delegación de Iztapalapa, que con un acuerdo previo
a la elección aceptó dejar el puesto a Clara Brugada. Las “juanitas” fueron inicialmente nueve diputadas
y luego se sumaron dos más.
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23. Ese es el caso justamente del movimiento cultural trans que está poniendo en cuestión la normativi-
dad de género al introducir variaciones atípicas y no estereotipadas de identidades y categorías sexuales.
Al contrario, la mayoría de las personas transexuales confirma con su estereotipo que solo hay dos sexos:
las mujeres “femeninas” y los hombres “masculinos”.
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1. No solo las personas transexuales viven ese rechazo y menosprecio; también lo sufren las personas
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percibidas o privadas) y las que los demás se hacen de nosotros las dis-
tingue como identidades externamente imputadas (objetivas, actuales o
públicas) (2002, p. 39). Este autor dice que la identidad es resultado de
una “especie de compromiso o negociación” entre la autodefinición y la
asignación que se recibe de fuera. Hay discrepancias y desfases entre la
“autoidentidad” y la “exoidentidad” (la que se asigna por otros), y justa-
mente el conflicto transexual radica en que la identidad que se percibe
internamente choca con la identidad externamente imputada. Giménez
también plantea la identidad como un objeto de disputa por la “clasifi-
cación legítima”, y señala que “la prevalencia de la autoafirmación o de
la asignación externa” depende de la correlación de fuerzas (2002, p. 40);
y coincide con Bourdieu (1980), cuando asegura que solo quienes dispo-
nen de la autoridad que confiere el poder pueden imponer la definición
de sí mismos. De ahí que Giménez sostenga que el Estado se reserva la
administración de la identidad, “para lo cual establece una serie de re-
glamentos y controles” (2002, pp. 40-41).
Roger Bartra plantea que la identidad es:
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Identidad, psiquismo y cultura
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Género e identidad
4. Para una explicación más amplia sobre el proceso que llevó al concepto tradicional de género hasta
convertirse en una categoría nueva que nombra el proceso de simbolización, véase Lamas (2016).
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Identidad, psiquismo y cultura
5. Compuesta de ethnos y logos, la etnometodología explora las actividades cotidianas y comunes de los
miembros de determinado grupo social en calidad de “métodos” que se desarrollan a partir del sentido
común de las personas y su razonamiento práctico.
6. Hoy en día se le imputa a Garfinkel un exceso de atención en los aspectos contextuales de la situación
de la vida cotidiana de Agnes, con una consiguiente ausencia de las dimensiones psíquicas, instituciona-
les e históricas. Sin embargo, esto no es consecuencia de un olvido sino de la orientación teórica general
de su perspectiva etnometodológica. Si bien es cierto que, en su análisis, elude la transformación histó-
rica e institucional en la sociedad, esto no ocurre porque niegue la importancia de la socialización sino
simplemente porque no es su objeto de estudio.
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7. Un recuento de las diferencias conceptuales entre Money y Stoller se encuentra en Goldie (2014).
8. En una nota a pie de página del quinto capítulo de Studies in Ethnometodology (1967), Garfinkel señala
que ese capítulo fue escrito en colaboración con el doctor en medicina Robert Stoller, adscrito al Instituto
Neuropsiquiátrico de la Universidad de California en Los Ángeles.
9. En un apéndice del libro, Garfinkel revela que Stoller le comunicó la condición transexual de Agnes
(1967, p. 285).
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Identidad, psiquismo y cultura
10. La abadía de Royaumont, construida durante el siglo XII, se localiza a 30 kilómetros de París, en la
villa de Asnières-sur-Oisem, y aloja a la Fundación Royaumont (establecida en 1964 por la familia Goüin).
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11. Los investigadores participantes pertenecían a las siguientes disciplinas: antropología, bioquímica,
genética, historia, lingüística, medicina, psicología y sociología.
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Identidad, psiquismo y cultura
12. Un ejemplo paradigmático es la antropología feminista, dedicada a investigar y comprender las di-
ferencias entre mujeres y hombres en distintas culturas. Esta rama de la disciplina llevó a una amplia
producción de investigaciones que desmontaron las creencias pseudoevolucionistas que afirmaban la
persistencia de papeles sexuales universales. Existen muchas reflexiones al respecto, en especial las de
McKinnon (2012).
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13. La ponencia se rechaza para su publicación en varias revistas, hasta que logra publicarse en 1987 (y
en español aparece en 1999). Veinte años después se realiza un simposio para elaborar un balance sobre
el texto de West y Zimmerman. La revista Gender and Society dedica una sección especial al encuentro, en
su número 23 (2009).
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Cultura y psiquismo
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Sin embargo, Bartra, que piensa a la conciencia como “un impulso que
permite a las personas darse cuenta de su yo, [que] forma parte de un
circuito que no se aloja solamente dentro del cerebro” (2014, p. 264), no
se pregunta por el psiquismo inconsciente. Y es imposible compren-
der la formación de la identidad si no vemos cómo la causalidad psí-
quica, con sus elementos inconscientes, atraviesa todo el proceso de su
constitución.
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16. Acertadas interpretaciones sobre el impacto del capitalismo neoliberal en la producción de nuevas
identidades y formas de comportamiento se encuentran en Debord (1969), Lyotard (1979), Lasch (1991) y
Giddens (2000).
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Identidad, psiquismo y cultura
17. Existe una división entre las propias personas transexuales sobre si la solución es cambiar el cuerpo
o ampliar la clasificación cultural. Véanse Butler (2004) y Sullivan (2015).
18. Transgeneridad es la traducción de transgenderism, la postura que deliberadamente se propone ir más
de los límites que establece el género. Las personas que se reivindican como transgéneros combinan ca-
racterísticas, insignias y conductas tanto masculinas como femeninas, desestiman la cirugía y reclaman
los mismos derechos humanos. Véase Stryker y Whittle (2006).
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19. Como Martine Rothblatt, la directora ejecutiva (CEO) mejor pagada de Estados Unidos, según la
revista New York de septiembre de 2014. Véase Núñez (2014).
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Identidad, psiquismo y cultura
Solo hay una cosa peor que tener una identidad, y es no tener nin-
guna. Derrochar energía para afirmar una identidad propia es pre-
ferible a sentir que se carece de identidad, aunque siempre es pre-
ferible no encontrarse en ninguna de esas dos situaciones. Como
todas las políticas radicales, las políticas de identidad se trascien-
den a sí mismas: uno es libre cuando ya no necesita preocuparse
mucho de quién es (2009, p. 118).
241
Marta Lamas
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Identidad, psiquismo y cultura
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¿Activismo académico?
El caso de algunas etnógrafas feministas*
* Extraído de Lamas, Marta (2018). ¿Activismo académico? El caso de algunas etnógrafas feministas.
Cuicuilco, 25(72), 9-30.
1. Tres fechas clave: en México, 1970, cuando se publica De eso que llaman antropología mexicana (Warman,
Nolasco, Bonfil, Olivera y Valencia, 1970); en América Latina, en enero de 1971, cuando los antropólogos
participantes en el Simposio sobre la Fricción Interétnica en América del Sur proclamaron la Primera Declara-
ción de Barbados: Por la Liberación del Indígena; y en Estados Unidos, 1972, cuando se llevó a cabo la primera
reunión del grupo Anthropologists for Radical Political Action (ARPA).
2. Un pionero de dicha crítica fue el etnógrafo francés Michel Leiris, quien en 1950 publicó sus aprecia-
ciones críticas en la revista Les Temps Modernes.
3. Esta crítica llevó a la propuesta de “reinventar la antropología” (Hymes, 1974).
4. Un primer acercamiento al proceso que revisa textos fundacionales de la antropología feminista que
arranca a mediados de los años setenta y principios de los ochenta, lo hace Mary Goldsmith en la revista
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El resurgimiento de la etnografía
Nueva Antropología. Seis años más tarde, Goldsmith (1992) revisa la distinción entre antropología de la
mujer, antropología de género y antropología feminista. Para una puesta al día de la antropología fe-
minista anglosajona véanse Lewin (2006) y Lewin y Silverstein (2013). Para una antropología feminista
descolonizada véase Suárez y Hernández Castillo (2008).
5. Una compilación especial sobre este punto es la de Craven y Davis (2014).
6. En ese sentido, Martha Patricia Castañeda (2012) diferencia dos contextos: el primero es la conforma-
ción de líneas de investigación interesadas en la situación de las mujeres; y, el segundo, la incorporación
de la teoría feminista y la perspectiva de género dentro de la antropología.
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¿Activismo académico?
7. Al final de la frase, Clifford pone una nota (la 9) donde además de enumerar a una amplia gama de
pensadoras feministas de diversas disciplinas, cita a las antropólogas feministas ya clásicas en esos mo-
mentos: Ortner (1974); Lamphere (1974); Rubin (1975); MacCormack y Strathern (1980); Rosaldo (1980).
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8. También enfureció a las antropólogas feministas el hecho de que únicamente aparecía una mujer,
Mary Louise Pratt –que no era antropóloga sino crítica literaria feminista–, por cierto con un espléndido
texto (véase Pratt, 1986).
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¿Activismo académico?
La antropología activista
9. El ensayo de Castañeda da cuenta del panorama de la investigación del momento, en especial de los
procedimientos de la etnografía feminista. Ella no aborda la problemática más reciente sobre el acti-
vismo feminista decolonial, y esto se debe simplemente a una cuestión de tiempo, ya que su ensayo se
publica en 2010, por lo que supongo que ella debe de haber escrito su texto entre 2008 y 2009. Sus citas
llegan a 2008 y como los procesos de dictamen en la universidad son largos, no es extraño que ella no
registra el giro que, dentro de la etnografía feminista, ocurrió después.
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Marta Lamas
a) La intervención personal10
b) La narración de contra-historias11
10. Las antropólogas que intentan ayudar a sus entrevistadas a negociar cuestiones de su situación per-
sonal, usando su tiempo para acompañarlas a realizar trámites, explicarles las políticas, darles consejos,
y conseguirles acceso a servicios. Gran parte de este activismo queda sin ser registrado ni escrito. Quie-
nes hacen antropología han efectuado este tipo de trabajo de mediación desde hace mucho tiempo.
11. El uso de narraciones personales para contrarrestar la invisibilidad o la estigmatización de grupos
de mujeres marginales. Estas contranarrativas legitiman las demandas y los objetivos de mujeres en
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¿Activismo académico?
c) La crítica al neoliberalismo12
d) La participación dentro de las ONG o del movimiento social como
activistas13
e) La estrategia de colaboración14
f) Las formas de hacer accesible su investigación al público15
los movimientos sociales contemporáneos. Además, muestran la agencia de las mujeres y valoran sus
saberes. El libro de Lynn Stephen (2013) sobre la huelga de maestros en Oaxaca en 2006 es un ejemplo.
12. En el neoliberalismo, con el adelgazamiento del Estado y el recorte a los servicios sociales del Estado
de Bienestar, muchos grupos sociales han resultado afectados, y la antropología investiga estas conse-
cuencias. Un claro ejemplo es la antología de Craven y Davis (2014).
13. Trabajar dentro del movimiento social –en ocasiones como “voluntaria”– le ofrece a la antropóloga
feminista la posibilidad de hacer avanzar la agenda o los objetivos del movimiento social, además de
acceder a información de primera y conocer las luchas cotidianas.
14. En esta tendencia, la antropóloga no determina las preguntas o la agenda de investigación, sino que
trabaja con los líderes de la organización o con la red de activistas para formular un proyecto que tenga
que ver con sus necesidades. Presenta nuevos dilemas éticos: interpretaciones de los datos, análisis de
las decisiones de política y de las estrategias. A los líderes les incomoda escuchar críticas sobre decisiones
equivocadas o programas que fracasaron. Es más rara la colaboración en la escritura, más fácil hacerlo
con activistas clase media.
15. Esto incluye varias posibilidades: escribir editoriales, presentarse en ámbitos comunitarios, hacer
reportes para legisladores o funcionarios; inclusive, haciendo lobby (cabildeo).
16. En México, un caso es la antropóloga feminista Mary Goldsmith (1986, 1992), quien desde su llegada al
país fusiona su investigación sobre las trabajadoras del hogar con un activismo de apoyo absoluto a ellas.
Así, impulsa la fundación del Colectivo de Acción Solidaria con Empleadas Domésticas (1975), y hasta la
fecha acompaña a las empleadas del hogar.
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17. Joanne Rappaport (2015) señala que el creciente interés en los métodos etnográficos colaborativos
condujo a que la lasa (Asociación de Estudios Latinoamericanos, por sus siglas en inglés) introdujera
la iniciativa Other Americas/Otros Saberes, con el fin de financiar la investigación colaborativa entre aca-
démicos y organizaciones latinoamericanas indígenas y de afrodescendientes. En otro campo –el de la
comunicación– también se plantea la importancia de la colaboración intercultural (véase Martín Barbero
y Corona Berkin, 2017).
18. Esteban Krotz (2015) hace una muy buena distinción entre antropólogos del Sur y en el Sur.
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¿Activismo académico?
19. Abya Yala es un término de los indios kune de Colombia; con él nombran al continente americano.
Ciertas tendencias de los antropólogos del Sur lo han retomado, y en especial las feministas decoloniales
(véase Gargallo, 2014).
20. Es doctora en Antropología Social por la Universidad de Manchester, Reino Unido, y trabaja en el
Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (ciesas) Unidad Regional Sureste.
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Imposible dar cuenta de todos los trabajos que integran este valio-
so esfuerzo, pero quiero destacar a tres autoras, que encarnan el fe-
minismo activista que hace etnografía: Mercedes Olivera, Rosalva Aída
Hernández y Sabine Masson. Olivera, quien se identifica “más como
militante feminista y enseñante que como investigadora” (2015, p. 122)
es un referente en la antropología mexicana.21 Su capítulo “Investigar
colectivamente para conocer y transformar” es un rico testimonio del
proceso que la fue convirtiendo en feminista. Ella narra cómo la cru-
da realidad que iba enfrentando hizo explotar la contradicción entre
la academia y la práctica política, y entonces se convirtió “en activis-
ta política, con cierta capacidad para investigar”. Olivera relata su ex-
periencia con el equipo de investigadoras feministas del Centro de
Investigación y Acción para Mujeres de Centroamérica (ciam) y las di-
rigentes de Mamá Maquín, un grupo de mujeres vinculado a las más de
15 mil mujeres guatemaltecas refugiadas en campamentos en Chiapas,
Campeche y Quintana Roo.22 El Alto Comisionado de Naciones Unidas
para Refugiados (acnur) contrató al ciam para trabajar con Mamá
Maquín, pero luego esta organización pidió capacitación para ser ellas
quienes recibieran el financiamiento. El proceso fue complicado y es-
tuvo intervenido por escisiones internas y conflictos políticos y perso-
nales. Olivera reflexiona sobre lo que dicha experiencia le significó en
la construcción de relaciones horizontales –donde se enseña y se apren-
de al mismo tiempo–, y sobre su propio proceso de deconstrucción de
su “pensamiento colonizado” (2015, p. 122). Su autocrítica es una joya
pedagógica que esclarece el razonamiento por el cual ella concluye di-
ciendo que “la investigación puede ser más un instrumento de la vida
colectiva que una profesión” (Olivera 2015, p. 122).
Rosalva Aída Hernández Castillo tiene una larga trayectoria en el fe-
minismo y en la antropología. En este libro, su capítulo aborda “los retos
metodológicos y políticos que implica la práctica de una antropología
21. Integrante del grupo de Los Siete Magníficos, con Guillermo Bonfil, Daniel Cazés, Margarita Nolasco,
Ángel Palerm, Enrique Valencia y Arturo Warman, es coautora del libro De eso que llaman Antropología
Mexicana (Warman et al., 1970).
22. El grupo tomó el nombre en homenaje a Adelina Caal Maquín (Mamá Maquín), dirigente campesina
asesinada en 1968 en Panzós, Alta Verapaz, Guatemala (Olivera, 2015, p. 117).
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¿Activismo académico?
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23. Luego la publicaría como libro, en coautoría con las mujeres tojolabales: Tzome Ixuk: una historia de mujeres
tojolabales en lucha. Etnografía de una cooperativa en el marco de los movimientos sociales de Chiapas (2008).
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¿Activismo académico?
24. De las tres autoras citadas, es Hernández Castillo quien tiene más publicaciones, sola y en colabo-
ración. Para una visión amplia de su perspectiva, véanse Shannon Speed, Rosalva Hernández Castillo y
Lynn Stephen (2006); y, Liliana Suárez y Rosalva Hernández Castillo (2008).
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hoy esa inquietud cobra relevancia, tal vez porque quienes hacen lo que
antes se llamaba “antropología aplicada” en la actualidad lo hacen en
contra del Estado.
Craig Calhoun (2008) señala que, no obstante el “trabajo académico
activista” (activist scholarship) se sigue viendo como raro o sorprenden-
te, es muy antiguo (él cita a Aristóteles, Maquiavelo y Marx). Calhoun
habla de las dificultades que genera este tipo de investigación, pues los
comités dictaminadores no están seguros sobre la forma de evaluar la
investigación activista, por tres razones básicas:
25. Ya Bourdieu, quien es un notable ejemplo de académico activista, planteó: “La forma de reflexivi-
dad que yo preconizo es paradójica, por el hecho de ser fundamentalmente antinarcisista” (Bourdieu y
Wacquant, 1995, p. 46).
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¿Activismo académico?
Por eso este encuentro es por la vida. Tenemos que luchar por la vida.
¡Que vivan todas las mujeres del mundo! ¡Que muera el sistema patriar-
cal! Desde las montañas del Sureste Mexicano. Las mujeres zapatistas.
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26. Nancy Scheper-Hughes recuerda que cuando ella empezó a escribir sobre el hambre crónica entre
los cortadores de caña de Brasil y la manera en que se medicaba a sus criaturas, con una mezcla de mala
fe y complicidad que provocaba los fallecimientos infantiles, muchos de sus colegas reaccionaron con
enojo. En una sesión de la American Anthropological Association, Paul Riesman le preguntó si lo que
había hecho era “una antropología del mal” dejando de lado a la antropología (Scheper-Hughes, 2006).
262
¿Activismo académico?
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De la investigación circunstancial al activismo
académico
Una reflexión post facto*
* Extraído de Lamas, Marta (2021). De la investigación circunstancial al activismo académico. Una re-
flexión post facto. En Rodrigo Parrini y Karine Tinat (coords.), El sexo y el texto. Etnografías de la sexualidad
en América Latina. México: COLMEX.
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1. Aunque trabajé como asistente de la dirección de la revista Nexos de enero de 1986 a diciembre de 1993,
gracias a la solidaridad de mi jefe, Héctor Aguilar Camín, simultáneamente sostuve mi activismo: en 1990
fundé la revista Debate Feminista y, en 1992, el Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE).
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DE LA INVESTIGACIÓN CIRCUNSTANCIAL AL ACTIVISMO ACADÉMICO
2. Se llamaban puntos los lugares “tolerados” por las autoridades delegacionales para que las trabajadoras
sexuales se “pararan” a ofrecer sus servicios.
3. Las autoridades delegacionales llamaban “representantes” a quienes las chicas calificaban de “ma-
drotas”. Luego, a partir de que Conasida impulsó el trabajo de difusión sobre VIH-sida, también se las
siguió nombrando como “representantes”. Desde una perspectiva laboral, estas microempresarias eran
las “jefas” de sus empleadas, quienes no tenían derechos laborales.
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Marta Lamas
4. Chicas es el término con el cual se nombraba a las jóvenes trabajadoras sexuales paradas en los puntos.
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DE LA INVESTIGACIÓN CIRCUNSTANCIAL AL ACTIVISMO ACADÉMICO
Mi tránsito a investigadora
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Marta Lamas
5. La muestra fue de 914 trabajadoras sexuales a quienes se aplicó un cuestionario con 120 variables.
Además se realizaron entrevistas personales en profundidad y se llevaron a cabo reuniones con ocho
grupos focales (Uribe et al., 1991).
6. No siempre coinciden las necesidades de las personas con los objetivos de la investigación científica.
Mi paso por la ENAH me inculcó la preocupación de formular una perspectiva de investigación responsa-
ble. Al sopesar los usos potenciales que se le podía dar a la investigación acerca de cómo se daba –si es que
se daba– la negociación del condón entre trabajadora sexual y cliente, vi con buenos ojos que se obtuviera
una información que resultara útil frente a la amenaza del sida.
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DE LA INVESTIGACIÓN CIRCUNSTANCIAL AL ACTIVISMO ACADÉMICO
7. Había puntos que trabajaban seis días a la semana, de martes a domingo, otros cuatro o cinco; y,
algunos excepcionalmente los siete días. Eso dependía de varias cuestiones, entre ellas: la ubicación del
punto y de lo “prestigiado” que estuviera en su oferta de “caras nuevas” o incluso extranjeras.
8. La duración del proceso de observación fue de casi diez meses, entre enero y octubre de 1990, con el
periodo más intenso en el punto sui generis de El Oro.
9. Escribí mi diario de campo a ratos, sentada en el auto, o al regresar a mi casa. Con frecuencia el can-
sancio hacía que apenas consignara mis observaciones en unas rápidas líneas.
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Marta Lamas
10. Tuve ocasión de comprobar esa idea de “contaminación” una vez que le solicité a Aguilar Camín el
uso de la sala de juntas de Nexos para una reunión con las trabajadoras sexuales. La reacción de rechazo
de las secretarias en Nexos fue impresionante, como si la presencia de las trabajadoras sexuales las fuera
a contaminar o afectar en su reputación de mujeres “decentes”.
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DE LA INVESTIGACIÓN CIRCUNSTANCIAL AL ACTIVISMO ACADÉMICO
11. Claudia no estuvo exenta de cometer graves errores, como su nefasta participación en el cierre
del Centro de Atención Interdisciplinaria y Servicios (CAIS). Este CAIS, que la Comisión de Derechos
Humanos del Distrito Federal abrió en 1998, tenía un consultorio de atención médica y psicológica, y
una guardería para los hijos de las trabajadoras sexuales. Con la llegada de Emilio Álvarez Icaza como
ombudsman a la Comisión, se suscitó un conflicto y Claudia Colimoro y otras trabajadoras sexuales tuvie-
ron un choque que provocó el lamentable cierre –en 2004– de ese espacio. Elvira Reyes Parra (2007) relata
el incidente que yo desconocí cuando ocurrió.
12. Se formó desde Conasida para administrar fondos proporcionados por la Fundación Hivos (por sus
siglas en holandés: Humanistisch Instituut voor Ontwikkelingssamenwerking, o Instituto Humanista para la
Cooperación con los Países en Desarrollo). Su presidenta era la doctora Gloria Ornelas; su vicepresiden-
ta, María Antonieta Espinoza (una de las grandes madrotas del comercio sexual en departamentos); su
tesorera, la doctora Patricia Uribe; y su secretario, Fernando Jaimes (de reputación dudosa, pues labo-
raba como checador de tiempos y apuntaplacas de la señora Soledad Ramírez, una madrota de Sullivan).
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Marta Lamas
y era muy atractiva. Era la mujer idónea para hablar en público promo-
viendo el uso del condón, pues además no tenía reparos en decir que era
trabajadora sexual.
Tener la posibilidad de hacer algo por las demás trabajadoras sexua-
les, revivió en Claudia su antigua aspiración de hacer política. Sin em-
bargo, su liderazgo se complicó, pues en Humanos del Mundo Contra
el sida los intereses contrapuestos entre las madrotas de la calle versus
las trabajadoras generaron problemas. Claudia pronto discrepó con la
resistencia de esa asociación civil a cuestionar los malos tratos de las au-
toridades delegacionales y judiciales, y se molestó por el manejo abusivo
del dinero (sin que Conasida lo supiera, Fernando Jaimes cobraba por
el servicio de las tarjetas de control, que debía ser gratuito). Sus críticas
influyeron a algunas chicas del ambiente, y éstas confrontaron a las re-
presentantes, por lo que el conflicto estalló.
Al desarrollar un liderazgo propio, crecidamente comprometido con
las trabajadoras, Claudia se fue alejando más y más del liderazgo im-
puesto al principio por “Humanos”. En menos de seis meses, Claudia
transitó de tomar conciencia sobre el peligro real de la enfermedad a
la necesidad de conformar una organización independiente. Se unió a
Gerardo Ortega, la Mema, líder de un grupo de vestidas (trans y travestis),
y fundaron Cuilotzin, una asociación civil que pretendía luchar por to-
dos los trabajadores del sexo: mujeres y hombres.13 Pero poco después
las tradicionales rivalidades y competencias en el mercado sexual, entre
las chicas y las vestidas, llevaron a Claudia a separarse.
Entonces ella decidió trabajar exclusivamente con mujeres; en 1993,
registró una asociación civil sin fines de lucro con el nombre de Mujeres
Unidas por la Salud (MUSA). A partir de ese momento, se propuso cons-
truir una organización nacional de trabajadoras sexuales; viajó por di-
ferentes estados dando asesorías y organizando pequeños grupos de
trabajadoras, en pos de constituir una red nacional. Asistió también a
reuniones internacionales y fue la representante para América Latina
de la Asociación Internacional de Trabajadoras del Sexo. En el libro
de Kempadoo y Doezema (1998) sobre las trabajadoras del sexo a nivel
13. Estuve presente en el registro de la A.C., que se llevó a cabo en la notaría de Ignacio Morales Lechuga.
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14. La estancia infantil ubicada en Fray Servando Teresa de Mier 480, delegación Venustiano Carranza,
que fue inaugurada el 18 de abril de 1994.
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15. La Casa de las Mercedes es una Institución de Asistencia Privada (IAP) fundada en 1994. Aparecen
como fundadores, además de la propia Claudia, Ángeles Espinosa Yglesias, Julia Elena Abdalá Lemus,
Manuel Bartlett Díaz, Ignacio Cobo González, Mauro Uscanga Villalobos y José Felipe Abed Rovanett.
En el patronato vuelven a estar Julia Abdalá, Ignacio Cobo y José Felipe Abed, junto con Rafael Moreno
Valle, Carlos Manuel Meza Viveros y José Ramón Campillo Díaz. Una mezcla de políticos y figuras em-
presariales.
16. El neoabolicionismo retoma la idea del abolicionismo de erradicar totalmente la esclavitud, y la aplica
al comercio sexual por considerarlo una forma de esclavitud sexual. Esa postura se fortalece a partir de
2000 con la firma del Protocolo de Palermo, y en México será con la llegada del Partido Acción Nacional
(PAN) al gobierno federal que se fortalece una inquietud sobre la trata de personas con fines de explo-
tación sexual. La postura conservadora del neoabolicionismo irá difundiendo cada vez más un discurso
que habla de todas las mujeres que trabajan en el comercio sexual como víctimas y, por lo tanto, pretende
eliminar totalmente esa práctica. Para mayor explicación, véase Lamas (2017b).
17. Al igual que ocurrió en otros países, en México varias integrantes de pequeños grupos feministas
pasaron a constituirse en ONG que realizaban intervenciones educativas y advocacy de demandas, lo que
les permitió recibir financiamiento o vender servicios.
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DE LA INVESTIGACIÓN CIRCUNSTANCIAL AL ACTIVISMO ACADÉMICO
18. Se trata de un colectivo mixto y con participación de personas trans, por lo cual utilizo la “x” en lugar
de decir “las y los”.
19. El proceso de formación de la Red data de finales de la década de 1980 (Madrid, Montejo y Madrid, 2014).
20. Como había ingresado en un plan de estudios de la enah en el que si cursabas un año más salías con
maestría de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), me titulé primero como etnóloga en
la ENAH y luego tramité la maestría en la UNAM: Mi tesis se tituló: La marca del género: trabajo sexual y vio-
lencia simbólica (Lamas, 2003). Ese mismo año me inscribí al doctorado en el Instituto de Investigaciones
Antropológicas, donde me recibí en 2012.
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21. Andrés Manuel López Obrador estableció un plan de atención integral para trabajadoras sexuales de
la tercera edad. El Instituto de las Mujeres del Distrito Federal fue el encargado de coordinar los servicios
que estas mujeres debían recibir gratuitamente de las otras dependencias del gobierno capitalino. Final-
mente, en abril de 2006, Enrique Provencio, el secretario de Desarrollo Social del Distrito Federal, hizo la
entrega oficial en un acto sobrio y emotivo.
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DE LA INVESTIGACIÓN CIRCUNSTANCIAL AL ACTIVISMO ACADÉMICO
del gobierno del Distrito Federal y también a celebrar los días 15 de sep-
tiembre su “grito de Independencia” en el jardín del metro Revolución.
Sin embargo, cuando Adela y Margarita se trasladaron a otra entidad
federativa en busca de nuevos horizontes políticos, mi relación con las
trabajadoras independientes del metro Revolución se evaporó.
Fue hasta 2014 que coincidí con el grupo de trabajadorxs sexuales in-
dependientes que habían logrado, luego de un litigio jurídico, que una
juez reconociera su condición de trabajadoras no asalariadas (Madrid,
Montejo y Madrid, 2014). Esta resolución obligaba al gobierno de la
Ciudad de México a otorgarles la licencia correspondiente para laborar
en la vía pública, además de que conminaba a la Asamblea Legislativa
a reformar un artículo de la Ley de Cultura Cívica que otorgaba a los
vecinos la facultad de denunciar como falta administrativa el ejercicio
del comercio sexual. A raíz de la entrega de las credenciales que las reco-
nocían como no asalariadas,22 establecí una relación de colaboración con
la asociación civil que las ha apoyado durante años: Brigada Callejera.23
Fue entonces que calibré cabalmente la fuerte disputa político-ideo-
lógica que existía con las neoabolicionistas y me sorprendió la mezcla
discursiva que hacían entre comercio sexual y trata. Preocupada por el
ominoso panorama que descubrí tardíamente, me puse a investigar y
volví a intervenir públicamente, respaldando la lucha por los derechos
laborales de quienes se dedican a ese trabajo. En septiembre de 2014 pu-
bliqué en la revista Nexos un artículo donde distinguía comercio sexual
de trata, y a partir de ahí empecé a participar en coloquios y seminarios.
Así fui entretejiendo mi activismo de siempre con mi reciente posición
académica.24 Esas participaciones –entre 2015 y 2017– se reflejaron en
22. Esa categoría existe en la Ciudad de México desde 1972 y contempla a personas que laboran en vía
pública sin una relación patronal ni un salario fijo, como los lustrabotas, los cuidacoches, los músicos ca-
llejeros, los vendedores de billetes de lotería y diez oficios más.
23. El nombre completo es Brigada Callejera en Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez”. Según sus propias
palabras, esta asociación ciudadana retoma el nombre de esa mujer en homenaje a una víctima de sida,
y con ello honra a las trabajadoras sexuales que han muerto por esa causa, que han sido asesinadas o
que han padecido discriminación por trabajar en el comercio sexual y por haber sido infectadas de VIH
24. En 2014 gané un concurso de oposición y ahora tengo plaza de investigadora de tiempo completo en
el Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) de la UNAM.
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25. Véanse en la bibliografía como Lamas, 2015a, 2015b, 2016a, 2016b, 2017a, 2017b, 2017c, 2017d y 2017e.
26. Según Wolcott (1989), el concepto de autoetnografía lo utiliza Heider en 1975, pero será Hayano (1979)
quién lo desarrolle en 1979. Este último señala que Raymond Firth ya lo utilizaba en 1966. Véanse Wolcott
(2008) y Hayano (1979).
27. Para Hayano, un primer tipo de autoetnografía es aquel estudio que llevan a cabo etnógrafos en su
grupo cultural, social, étnico, racial, religioso, residencial, o del mismo sexo. El segundo gran tipo de
autoetnografía es escrito por investigadores que se han familiarizado con algunos grupos subculturales,
ocupacionales o recreacionales, y así han adquirido cierta membresía. En ocasiones alcanzar ser inte-
grante de este tipo de grupos implica pasar por un rito de entrada (Hayano, 1979, p. 100).
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que ningún grupo político se había comprometido, hoy creo que eso fue
una “racionalización” que encubrió las motivaciones que Devereux cali-
fica como el interés afectivo personal del científico. Seguramente tuvo
gran influencia mi paso por la ENAH, donde la preocupación comparti-
da con mis compañeros era la de “cómo investigar la realidad para trans-
formarla” (Fals-Borda, 1979), pero también creo que tuvo mucho que ver
mi curiosidad morbosa.
Activismo académico
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28. En México destaca el trabajo de Mary Goldsmith con sus investigaciones acerca de las trabajadoras
del hogar y su activismo en favor de la regulación del trabajo doméstico. Goldsmith (1986 y 1992) también
reflexiona acerca de la antropología feminista. Por otra parte, en México, Martha Patricia Castañeda
(2010 y 2012) ha abordado el caso de la etnografía feminista y ha formulado un recuento acerca de las
antropólogas feministas mexicanas.
29. Charles Hale señala que para hacer investigación colaborativa “El primer paso es alinearse con un
grupo organizado que lucha y establecer relaciones de colaboración de producción de conocimiento con
integrantes de ese grupo” (2008, p. 20).
30. Las compilaciones de Sanford y Asale (2006), Phillips y Cole (2013) y Craven y Davis (2014) son un
ejemplo. Para México, en los tres tomos de Prácticas otras de conocimiento(s).Entre crisis, entre guerras, hay
varias antropólogas feministas entre sus 50 autores. Los tomos incluyen a investigadores de once países
de América Latina, seis países de Europa, Canadá y Estados Unidos, y la red retos (Leyva et al., 2015).
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31. Luke Eric Lassiter (2005a y 2005b) describe la etnografía colaborativa como una etnografía que pone
el acento en una colaboración en cada paso del proceso de investigación, desde la conceptualización del
proyecto pasando por el trabajo de campo hasta llegar a la escritura.
32. El libro El fulgor de la noche. El comercio sexual en la calles de la Ciudad de México (Lamas, 2017a) es utili-
zado por Brigada Callejera como una contranarrativa.
33. Los estudios que analizan la propia vida mediante los procedimientos de la etnografía se califican de
self-ethnograpy. Véase Okely (1992); Cohen (1992) y Aull Davies (1999).
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34. La transferencia es la acción u operación de transferir, o sea, de transmitir o transportar; se aplica bási-
camente a cuentas, cargas, créditos, poderes, deberes o derechos, pero su acepción en el ámbito de la psi-
cología es la de trasladar el afecto. En el léxico psicológico su sentido general implica un desplazamiento
de sentimientos: pasar, de una persona a otra, afectos, emociones, sensaciones. Devereux (1977) dice que
“No es el estudio del sujeto sino el del observador el que nos proporciona acceso a la esencia de la situa-
ción observacional”. La contratransferencia se convierte así, para él, en el dato de importancia más decisiva.
35. También surgió una fantasía reparadora: yo le daría lo que ella no tenía, y ella a mí me daría lo que
me faltaba. Obviamente esto no se verbalizó jamás, y mientras ocurría no fuimos conscientes de ello,
pero multitud de detalles y gestos tuvieron ese sentido. Por mi parte, me esforcé por darle lo que creí que
necesitaba –conocimiento– y la llené de libros y fotocopias de artículos, mientras ella intentó darme lo
que pensaba que me faltaba: salidas divertidas con posibilidad de encuentros sexuales.
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Segunda parte
Política sexual
La bioética: proceso social y cambio de valores*
* Extraído de Lamas, Marta (1993). La bioética: proceso social y cambio de valores. Sociológica. Revista del
Departamento de Sociología (Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco), 8(22).
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Por eso el debate no puede plantearse como una simple división entre
la adhesión a valores religiosos o laicos. Se trata, como señala Soper,
Los valores morales pueden ser defendidos desde cualquiera de las dos
perspectivas
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1. Un caso muy sonado fue el de Nancy Cruzan, cuyos padres tuvieron que dar una batalla legal para que se
le permitiera morir en un hospital de Missouri, donde ya llevaba siete años en estado totalmente vegetativo.
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La bioética: proceso social y cambio de valores
veremos que la vida está trenzada con la muerte y que los procesos
de evolución, selección y equilibrio ecológico conllevan la supresión
junto con la afirmación de la vida. El mismo proceso reproductivo
prevé la pérdida de material genético (óvulos y espermatozoides en
exceso) y de embriones malformados. Cualquier técnica que pre-
tenda sustituir o modificar los procesos naturales se enfrentará en
algún momento a la problemática de la muerte (Vegetti, 1989).
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2. Quedan ya pocas sociedades que puedan ser consideradas tradicionales en el sentido de que un solo
código moral tiene vigencia en todo el ámbito de la sociedad. A estas sociedades también se las llama
“primitivas” o arcaicas. Lo que está cada vez más generalizado es la coexistencia de sectores tradicionales
con sectores modernos dentro de una misma sociedad. En las grandes civilizaciones, como la hindú, la
china, la islámica y muy especialmente la occidental, la complejidad cultural es tan grande que conviven
personas con creencias diversas y contradictorias.
3. Soy consciente de la carga ideológica que tienen términos como “moderno” o “modernizar”. En aras de
la brevedad estoy dándole los significados más sencillos, o sea, los de sociedades o procesos que conllevan
a la secularización y a una práctica política más abierta y participativa, democrática.
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5. Entre estos destaca el grupo Catholics for a Free Choice, fundado hace veinte años y que cuenta con
filiales en América Latina y Europa.
6. Ver Marramao (1989).
7. Véase Giner en Marramao (1989).
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10. En un verdadero tour de force, el filósofo Ronald Dworkin (1993) ha escrito un libro centrándose justa-
mente en la cuestión de la valoración de la vida.
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11. Estos datos son de Ibáñez y García Velasco (1992). Para una revisión del estado de las leyes sobre
aborto, véase Cook (1991).
12. Esta tendencia es el resultado del reconocimiento de las graves consecuencias sanitarias y de justicia
que implica considerar el aborto un delito. Se ha comprobado que ningún programa de partido políti-
co, ninguna decisión parlamentaria, ninguna consigna gubernamental tiene como objetivo someter a
persecución y tratamiento criminal, ante los tribunales de justicia, a las mujeres que interrumpen sus
embarazos, pues son millones las mujeres que todos los días, en todos los países del mundo, recurren
a esta medida. No existen denuncias por parte de otros ciudadanos ni hay ninguna intención de que se
cumpla la ley. Pero es justamente la existencia de esa penalización legal lo que genera graves problemas
de justicia social y salud pública: las mujeres con recursos económicos se hacen abortos ilegales en las
mejores condiciones, mientras que las demás –que son la mayoría en nuestro país– engrosan las cifras
de mortalidad y morbilidad materna, generando altos costos de atención en los hospitales públicos. Si el
desuso fuera causa de derogación de las leyes, en México el régimen legal actual penalizador del aborto
sería obsoleto. Si se quisiera cumplir con la ley, no alcanzarían las cárceles para encerrar a más de un
millón de mujeres que abortan cada año en nuestro país.
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16. Publicación científica núm. 527 de la OPS, oficina regional de la Organización Mundial de la Salud.
17. Publicado por la Congregación para la Doctrina de la Fe (1987).
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18. Por ejemplo, en “Muerte cerebral: dilemas y más dilemas” (La Jornada, 26 de mayo de 1993), después
de señalar que hay varios criterios para establecer la muerte cerebral, Kraus da a conocer los Criterios de
Harvard, que implica siete requisitos: coma que no responde a la terapéutica habitual; apnea (ausencia de
respiración); ausencia de reflejos encefálicos (los reflejos encefálicos son aquellos que requieren que las
estructuras del tallo cerebral estén íntegras; el reflejo puliar y los movimientos extraoculares son los que
explora el clínico); ausencia de reflejos espinales (noción que se presta a controversia, pues las estruc-
turas de la médula espinal pueden mantener su función a pesar de la muerte cerebral); electroencefalo-
grama isoeléctrico (el electroencefalograma normal muestra diferentes picos de actividad eléctrica que
traducen la actividad del sistema nervioso central); persistencia de las mismas condiciones por lo menos
por 24 horas y que no exista evidencia de intoxicación por drogas o hipotermia.
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19. Los resultados de la primera encuesta nacional GALLUP/GIRE fueron publicados en la revista Nexos,
núm. 176, agosto de 1992; la segunda encuesta nacional GALLUP/GIRE fue dada a conocer en conferen-
cia de prensa el 26 de mayo de 1993, pero aún no salen publicados los resultados. La encuesta consta de
preguntas cerradas con opción múltiple de respuestas, y preguntas abiertas, con las que completó la
información. Las preguntas se relacionaban con los aspectos legales del aborto, la toma de decisiones y
las situaciones en las cuales se consideraría la opción de un aborto. Personal entrenado de GALLUP llevó
a cabo las entrevistas, realizadas simultáneamente en distintas ciudades, mediante visitas domiciliarias.
La muestra fue de 2.595 personas de localidades urbanas de más de 50.000 habitantes. La muestra se
tomó en 36 localidades distribuidas al azar en estratos regionales. La investigación incluyó personas de
ambos sexos (50,7 por ciento de hombres y 49,2 por ciento de mujeres) agrupados por grupos de edades,
nivel socioeconómico, seis zonas geográficas, tres ciudades principales y con o sin hijos. Se incluyeron
todos los estados de la República, divididos en seis zonas de acuerdo con su localización geográfica y se
mostraron por separado los datos correspondientes a las tres ciudades principales del país: D.F., Guada-
lajara y Monterrey.
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La bioética: proceso social y cambio de valores
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Nuevos horizontes de la interrupción legal
del embarazo*
* Extraído de Lamas, Marta (2005). Nuevos horizontes de la interrupción legal del embarazo. Desacatos.
Revista de Antropología Social (Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social), (17).
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1. Human Life International fue fundado en 1972, aunque adquirió su condición de asociación civil sin
fines de lucro hasta 1981. En México, el Comité Nacional pro Vida se fundó en 1978.
2. En los Estados Unidos los grupos “pro-vida” forman brigadas que atacan las clínicas donde se realizan
abortos legales, arman barricadas para impedir el paso e incluso sacan a rastras a las mujeres; además
amenazan al personal que labora en ellas y ya tienen en su haber varios asesinatos de médicos que prac-
ticaban abortos legales. Ver Blanchard (1984).
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Nuevos horizontes de la interrupción legal del embarazo
3. La censura ha ido creciendo en los últimos años y se manifiesta en el cierre de espacios de debate pú-
blico en los medios masivos de comunicación. Un grupo de grandes empresarios vinculados a la Iglesia
católica presionan a los canales de televisión con retirar su publicidad si pasan programas con temas que
“atenten” contra la decencia con temas como el aborto, el sida, la homosexualidad, etc..
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4. De ahí casos como el de Polonia, que legalizó el aborto desde 1956, pero en 1993, con el apoyo y la in-
fluencia del Papa polaco, hizo una reforma que lo limitó seriamente. Véase Klugman y Budlender (2001).
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Nuevos horizontes de la interrupción legal del embarazo
5. Para un impactante estudio comparativo de la vida de hijos deseados y no deseados ver Elías y Moreno (1991).
6. Ver Ibáñez (1993).
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7. Existe una diferencia entre hablar de población y hablar de países. Los países más poblados tienen
legalizado el aborto. En el año 2003 solo en 40 países de un total de 195 estaba absolutamente prohibido
interrumpir el embarazo. La lista de países es elocuente en sí misma: Andorra, Angola, Benin, Bhutan,
Africa Central, Chad, Chile, Colombia, Congo, República Democrática del Congo, República Dominicana,
Egipto, El Salvador, Filipinas, Gabon, Guinea-Bissau, Haití, Honduras, Irán, Irak, Laos, Lesotho, Madagas-
car, Malta, Islas Marshall, Mauritania, Mauritius, Micronesia, Mónaco, Níger, Omán, Palau, San Marino,
Sao Tome y Príncipe, Senegal, Somalia, Surinam, Suazilandia, Togo y Tonga. Mis cursivas marcan los
seis países latinoamericanos y del Caribe. Los datos son del Center for Reproductive Rights (2003).
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Nuevos horizontes de la interrupción legal del embarazo
El siglo XVIII fue el siglo del condón; el XIX, el del diafragma; el XX, el
de la píldora anticonceptiva; y el XXI será el de la pastilla RU486. ¿Qué
es este medicamento abortivo? Esta pastilla (no confundir con la llama-
da píldora del día siguiente o anticoncepción de emergencia) es el me-
dicamento mediante el cual se realiza el aborto farmacológico o aborto
medicamentoso. Su atractivo es que permite interrumpir un embarazo
dentro de las primeras nueve semanas de gestación sin necesidad de
hospitalización ni intervención quirúrgica. Es un método seguro, de
alta efectividad, y los estudios al respecto demuestran que 95% de los
abortos inducidos por esta vía han sido exitosos. La RU486 contiene mi-
fepristona, una sustancia que provoca el aborto al bloquear la acción de
la progesterona. Junto con una dosis de prostaglandinas, interrumpe el
desarrollo de la placenta y estimula las contracciones uterinas. Como
resultado, se produce la salida del tejido embrionario de manera similar
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10. Los plazos en Europa no son uniformes. Además de los ya mencionados están los países donde operan
las 10 semanas (Italia, Grecia, Dinamarca y Noruega) y los que cuentan con el plazo más amplio de 22
semanas: el Reino Unido, Suiza y Holanda.
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hacerlo, entonces ella tiene que nombrar “un adulto de referencia”, una
especie de tutor, que avale su decisión. En perfecta consonancia con esta
reforma, también se suprime la autorización familiar para conseguir
anticonceptivos hormonales.
La reciente reforma francesa avanza en una concepción moderna de
las adolescentes, a quienes considera sujetos capaces de decidir sobre su
vida procreativa. Esto fue lo que causó escozor entre las capas conserva-
doras de la sociedad francesa. Además, la nueva ley establece penaliza-
ciones para quienes pongan trabas a la interrupción legal del embarazo.
Así, las reformas marcan la voluntad política de impedir a los comandos
“antiaborto” que hostiguen o culpabilicen a las mujeres afectadas o ame-
nacen al personal médico. Las reformas despenalizan también la propa-
ganda y la publicidad a favor del aborto.
El derecho de un médico a negarse a realizar un aborto no se pone
en cuestión, aunque con el uso cada vez más extendido en Francia de la
píldora abortiva RU486, la labor de los médicos se restringe a revisar que
la expulsión de tejido embrionario se haya realizado en su totalidad. Sin
embargo, el sistema público de salud tiene que asegurar la interrupción
legal del embarazo cuando alguno de sus médicos no quiera realizarlo.
Esta nueva ley hace evidente la diferencia de perspectiva de un go-
bierno socialista respecto de las libertades básicas de las mujeres, que in-
cluyen el derecho a decidir de las menores de edad. Será interesante co-
nocer, dentro de unos años, la evaluación que tanto el gobierno como la
sociedad francesa hagan de las consecuencias de esta reforma legislativa.
El derecho a no nacer
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Nuevos horizontes de la interrupción legal del embarazo
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de vida que sus hijos vayan a tener, sobre todo cuando ellos fallezcan”.
Esto nos regresa al tema de la responsabilidad individual versus la es-
tatal. No es de extrañar que los padres quieran que “pague” quien, por
un descuido, no los previno a tiempo de que su hijo tenía un daño que
requiere atención especializada, la cual el Estado no otorga gratuita-
mente. Con esta forma de reparación no solo se le garantiza al chico un
futuro asegurado con los cuidados especiales cuando sus padres hayan
muerto, sino que hace que los médicos pongan mayor cuidado en los
diagnósticos prenatales.
La batalla política detonó. Políticos de la oposición de derecha propu-
sieron lanzar al poder legislativo contra el poder judicial para anular tal
jurisprudencia. Por su lado, Bernard Kouchner, el entonces ministro de
Sanidad, se mostró comprensivo ante la preocupación de los médicos
por un caso que abre “un debate muy duro” sobre la posibilidad de rehu-
sar la vida por minusvalía o discapacidad.
Estos casos revivieron el espectro del eugenismo, que atormenta el
diagnóstico prenatal, pero también destacaron ciertas dudas éticas so-
bre el impacto de los descubrimientos de la ciencia en los derechos hu-
manos. El miedo a las consecuencias discriminatorias suplanta la con-
fianza ciega en la sabiduría del cuerpo médico y de la sociedad. Pero
también la oportunidad de ofrecer una vida con mayor calidad y con
mejores posibilidades de desarrollo personal no debe ser desechada.
Diversas corrientes de pensamiento se movilizan para analizar nue-
vos interrogantes. De la pregunta de siempre, ¿cuándo empieza el ser
humano, cuándo se es persona?, se pasa a otra: ¿hasta dónde llevar el
diagnóstico prenatal? La procreación asistida abre perspectivas inaudi-
tas. El embrión fuera del cuerpo materno puede ser explorado antes de
su implantación y su patrimonio genético puede ser revisado. ¿Hasta
qué grado conviene buscar anomalías? La respuesta reside en otra pre-
gunta: ¿hasta qué punto la sociedad está dispuesta a apoyar a un em-
brión con un handicap, que se convertirá en una persona con requeri-
mientos especiales, costosos a veces, dolorosos también? No se debe
olvidar que el “costo” de los hijos recae individualmente en sus proge-
nitores y que tanto la sociedad como el Estado se desentienden de los
cuidados especiales que requieren las personas discapacitadas. Por eso
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Nuevos horizontes de la interrupción legal del embarazo
Hace unos años era impensable conocer visualmente lo que ocurría du-
rante la gestación en el útero. Recientemente, el “misterio de la vida”
ha sido mostrado por cámaras que transmiten imágenes del proceso de
formación de un ser humano. Aunque no hay novedades sobre el estatu-
to del embrión y del feto, por primera vez el impacto visual del desarrollo
humano intrauterino se convierte en un elemento político para impedir
que las mujeres remedien los embarazos no deseados. La primera ima-
gen fotográfica que se obtuvo de un feto dentro del útero fue la que tomó
un fotógrafo sueco llamado Lennart Nilsson. Publicada en la portada de
la revista LIFE en abril de 1965, esa foto causó una conmoción compren-
sible: a diferencia de otras fotos publicadas en las páginas interiores de
ese mismo número, esta era la de un feto vivo; las otras eran de fetos fue-
ra del útero materno, es decir, de fetos muertos. Desde entonces se in-
auguró una forma un tanto perversa de visualizar al feto: como alguien
autónomo y aislado de la mujer que lo lleva en su seno. Veinticinco años
después, en 1990, el mismo fotógrafo publicó, en la misma revista, otro
conjunto de imágenes sobre el proceso de la vida. Aunque aparecen fo-
tos extraordinarias, como la del blastocito a los ocho días, en la portada
de LIFE se publica la de un embrión de siete semanas, cuando la forma
humana ya es distinguible. Una historiadora de la ciencia, la alemana
Barbara Duden (1993), hace un agudo análisis semiótico que pone en
evidencia el uso político de esas imágenes, y señala cómo, “curiosamen-
te”, la mujer embarazada desaparece. Unos años antes Drucilla Cornell
(1985) había concluido que cualquier analogía del feto como un ser autó-
nomo se basa en el borramiento de la mujer y la reduce a ser solamente
el medio ambiente del feto. Tanto Cornell como Duden se preguntan por
qué la gente se preocupa más por los fetos que por las mujeres. Tal vez
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11. Aunque equipos perinatales muy avanzados han logrado mantener con vida fetos de 5 meses y me-
dio, estos servicios especializados, costosísimos, no existen en la mayoría de las ciudades. Además, esas
criaturas no logran la maduración neurológica necesaria y suelen quedar dañadas. Por eso es que los
médicos cifran en más de seis meses el tiempo de sobrevivencia con buena calidad de vida. Un ejemplo
es el nacimiento de Charlotte Wyatt tras solo 26 semanas de gestación, lo que la dejó con malformación
cerebral, pulmonar y cardiaca, y la ha llevado varias veces a la muerte clínica. Los médicos que la han re-
sucitado se niegan a seguir haciéndolo porque sostienen que el único sentimiento que conoce es el sufri-
miento: tiene once meses y jamás ha sonreído y su calidad de vida es terrible y lo será permanentemente,
pues “ no tiene conciencia visual y no reacciona ante el sonido, no responde a las caricias y no demuestra
que reconoce a las personas de su entorno familiar”. El caso está en el tribunal Superior del Reino Unido,
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pues los médicos tienen derecho a negarse a aplicar un tratamiento si consideran que eso es lo más ade-
cuado. La familia no está de acuerdo, en especial la madre, que en un acto de posesión insiste en que la
criatura viva. El caso salta a las primeras páginas porque de alguna manera pone en cuestión el derecho
de “propiedad” que los padres y madres tienen sobre los hijos y porque plantea que hay criterios objetivos
de sufrimiento y calidad de vida. Ver El País (1 de octubre de 2004).
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12. Se trata de Baja California Sur, Coahuila, Colima, Chiapas, Distrito Federal, Guerrero, Estado de
México, Morelos, Oaxaca, Puebla, Quintana Roo Veracruz y Yucatán.
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13. En México, el grupo Católicas por el Derecho a Decidir recibió en abril del 2002 el décimo premio
anual Obispo Méndez Arceo, otorgado a luchadores en Derechos Humanos por un conjunto de 42 grupos
católicos. Esto es, a todas luces, una validación de la postura sobre derechos sexuales y reproductivos de
esta organización.
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a) Las que tienen que ver con la condición humana: olvidos, irrespon-
sabilidad, violencia y deseos inconscientes. Aquí juegan un papel
protagónico las violaciones sexuales y los “descuidos” o errores
individuales.
b) Las que se relacionan con carencias sociales, en especial, la ausen-
cia de amplios programas de educación sexual, que se traduce en
una ignorancia procreativa generalizada y el acceso restringido
(por motivos económicos y sociales) a los métodos anticonceptivos
modernos.
c) Las relativas a fallas de los métodos anticonceptivos.
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faciliten la píldora abortiva.
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un joven por haber nacido minusválido.
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sin permiso paterno.
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aconseja a los adolescentes usar preservativos ante el aumento de
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El País (6 de marzo de 2002). Irlanda vota si el riesgo de suicidio de la
madre es causa de aborto.
El País (8 de julio de 2002). El Reino Unido facilita el acceso a la píldora
abortiva para reducir los abortos quirúrgicos.
El País (5 de octubre del 2002). Ella decide. Editorial.
El País (24 de julio del 2004). Francia autoriza a las embarazadas a
abortar en casa con la píldora.
El País (1 de octubre de 2004). El dilema Wyatt. Un juez británico
decidirá si los médicos dejan morir a un bebé en contra de su familia.
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Mujeres, aborto e Iglesia católica*
Desde hace años las batallas más sonadas en torno a los derechos huma-
nos de las mujeres tienen como contrincante acérrimo a la jerarquía de la
Iglesia católica. En estas páginas pretendo trazar solo un aspecto de ese
lamentable panorama: la confrontación que, desde hace tiempo, se vie-
ne dando en torno a la despenalización del aborto. Primero exploraré qué
está en juego para la Iglesia católica en el hecho de que las mujeres tomen
decisiones sexuales y reproductivas. Luego mostraré aspectos relevantes
del contexto mundial de esa batalla. Y finalmente exhibiré algunas conse-
cuencias concretas de las tramposas actitudes del episcopado mexicano.
Por cuestiones de espacio no daré detalles de lo que ha sido la larga lucha
del movimiento feminista y otros sectores sociales para lograr, en abril de
2007, la despenalización del aborto en la Ciudad de México.1 Únicamente
consignaré algunos incidentes significativos de este conflictivo proceso.
1.
* Extraído de Lamas, Marta (2012). Mujeres, aborto e Iglesia católica. Revista de El Colegio de San Luis,
nueva época, II(3).
1. Para una visión más completa de ese proceso ver Enríquez y de Anda (2008) y Lamas (2009).
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Marta Lamas
religioso de que la mujer y el hombre no dan la vida, sino que son depo-
sitarios de la voluntad divina: “Ten todos los hijos que Dios te mande”.
Por eso, porque supuestamente interfieren con los designios de Dios, es
que la Iglesia prohíbe los anticonceptivos y el aborto. Además, los obis-
pos consideran que desde el momento de la concepción el ser humano
en formación tiene plena autonomía de la mujer, cuyo cuerpo es un mero
instrumento del Señor. Presuntamente Dios insufla el alma al óvulo des-
de el primer instante de la fecundación, lo que lo vuelve absolutamente
equiparable a un ser humano ya nacido. En torno a esta controversia se
confronta la postura de la fe con la perspectiva científica. Por un lado,
una imposición incuestionada del concepto vida, formulado de manera
unívoca desde la visión religiosa, la define como un valor en sí que hay
que perseguir siempre por su inescrutable sacralidad; por el otro, una
diferenciación entre vida vegetativa y vida consciente a partir de la acti-
vidad cerebral que distingue el estatuto neurológico de un óvulo fecun-
dado, del de un embrión y finalmente de un feto. Así se contrapone la
definición religiosa a una mirada racionalista que se apoya en la ciencia y
en la ley para marcar los límites de lo que los seres humanos permiten. La
Iglesia dictamina qué es pecado, pero las personas no se rigen por desig-
nios divinos, sino por acuerdos terrenales que definen qué es un delito.
El polémico debate sobre la despenalización del aborto cobró rele-
vancia en 1973, cuando en Estados Unidos la Suprema Corte de Justicia
declaró que interrumpir un embarazo era una decisión íntima de las
mujeres que el Estado no debía obstaculizar. La alianza anticomunista
entre el papa polaco y el presidente Reagan sirvió para fortalecer la viru-
lenta reacción que se produjo. Hasta ese momento la Iglesia no se había
mostrado preocupada por los abortos que ocurrían ilegalmente. Pero el
papa Wojtyla sabía que en la Polonia comunista el aborto era un derecho
de las mujeres y, por lo tanto, había que combatir dicha práctica en el
mundo “libre”. Que los obispos estadunidenses comenzaran sus campa-
ñas justamente cuando mejoraron las condiciones para que las mujeres
se hicieran abortos seguros y legales conmocionó a un grupo de femi-
nistas católicas que se escandalizaron de que a la Iglesia le importara
más salvar embriones que vidas de mujeres. Ellas, con algunas monjas
que colgaron sus hábitos para seguirlas, conformaron una organización
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Mujeres, aborto e Iglesia católica
llamada Catholics For a Free Choice (CFFC), que puso a debate el lugar y los
derechos de las mujeres dentro de la institución religiosa. Denunciando
que la Iglesia limita la autonomía de la mujer y que su resistencia al abor-
to expresa un miedo histórico a las mujeres, protestaron ante el rechazo
eclesiástico a que las mujeres tomen decisiones morales sobre sus vidas
y cuerpos. Cuestionaron que la Iglesia no ordene a sacerdotisas y seña-
laron que si los sacerdotes se casaran y tuvieran que criar a sus criatu-
ras, las reglas sobre la sexualidad y reproducción serían muy diferentes.
Finalmente concluyeron que, al prohibir los anticonceptivos, la Iglesia
dificulta la prevención de los embarazos no deseados y se hace cómplice
de los abortos (Kissling, 1994a).
A partir de entonces, y simultáneamente al crecimiento y populariza-
ción de la segunda ola del feminismo, la Iglesia católica vinculó los temas
de sexualidad y reproducción con la contraposición entre “comunistas”
y católicos que se vivió en muchos países. En México, por ejemplo, des-
de que el Partido Comunista Mexicano (PCM) tuvo su registro legal las
feministas iniciamos una campaña en 1980 para que la coalición de iz-
quierda de la cámara de diputados presentara nuestro proyecto de ley so-
bre maternidad voluntaria (González, 2001). Las compañeras del Frente
Nacional de Liberación y por los Derechos de las Mujeres (FNALIDM)
organizamos debates públicos, mesas redondas, conferencias y otros ac-
tos (obras de teatro, recitales de música, etcétera) en torno al proyecto
de ley, pero en especial las feministas del PCM participaron en condicio-
nes francamente peligrosas. La Iglesia católica desató un feroz ataque al
PCM a través de organizaciones fascistas como el MURO, que integraron
el Comité Nacional Pro-Vida. Muestra de ello fueron los carteles con que
tapizaron tanto al Distrito Federal. como a las principales ciudades del
país. Tres carteles fueron los que más circularon: el primero con las fo-
tografías de los diputados de la coalición de izquierda y el lema “Estos
son los que quieren legalizar el infanticidio”; otro con fotografías de un
crimen de guerra y un feto, diciendo “En los países que ya tienen domina-
dos, los comunistas asesinan legalmente así; y este asesinato pretenden
legalizar en los países que buscan dominar”, y el último, a todo color, una
fotografía sanguinolenta de un feto destrozado con la leyenda “Aborto:
un crimen más del Partido Comunista” (Lamas, 1981).
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Marta Lamas
2. En la carta apostólica Mulieris dignitatem, el concepto que se tiene de la naturaleza de las mujeres es in-
audito: las mujeres deben ser vírgenes o ser madres. Esas son las dos identidades aceptables. Ahora bien,
el documento sugiere que sería excelente si las mujeres pudieran, como la Virgen María, tener ambas
condiciones al mismo tiempo, ¡vírgenes y madres! Hasta la fecha María es el ideal de mujer.
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Mujeres, aborto e Iglesia católica
3. La postura de la ONU sobre la maternidad sin riesgo se encuentra en Ramson (2002). Sobre el caso
de nuestro país ver el sitio en Internet del Comité Promotor por una Maternidad sin Riesgos en México
(CPMSR) (incluye documentos, publicaciones, memorias): http://maternidadsinriesgos.org.mx/web/
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4. Con una dimensión de 0.439 Km2 (44 hectáreas) y con una población permanente de alrededor de dos
mil personas, entre eclesiásticos y empleados básicamente hombres, el Vaticano le da sustrato territorial
a la Santa Sede, que es quien mantiene las relaciones diplomáticas con las demás naciones.
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Mujeres, aborto e Iglesia católica
5. Aunque en El Salvador se instituyó antes el Día del Derecho a Nacer, la fecha se generalizó como el
Día del No Nacido cuando Menem convocó a los demás presidentes de América Latina a establecer de
manera oficial ese día. La primera celebración oficial reunió en Argentina al arzobispo de Boston, carde-
nal Bernard Law (posteriormente acusado de proteger a los sacerdotes pederastas) y a monseñor Renato
Martino, observador permanente de la Santa Sede ante Naciones Unidas. Según Htun (2003) Menem
recibió una carta del papa Karol Wojtlya agradeciéndole su iniciativa.
6. Se trató de Gianna Beretta, una pediatra embarazada de su cuarto hijo y que padecía un cáncer uterino
mortífero, pero que insistió en que se debería sacrificar su vida a favor de su hijo por nacer. Obviamente
ella murió enseguida, dejando huérfanos a los cuatro. Ver Kissling (1994b).
7. En el párrafo 8.25 del Programa de Acción de la Conferencia Internacional de Población y Desarrollo
(Cairo 94) quedó consignado que el aborto inseguro es un grave problema de salud pública.
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Marta Lamas
feministas lideradas por Catholics for a Free Choice plantearon una dura re-
visión al estatuto de la Iglesia católica romana en la ONU. Cuestionaron
la calidad de observador permanente de la Santa Sede, ya que esta no es
un Estado nacional sino el brazo gobernante de una institución religio-
sa. Denunciaron que la norma de imparcialidad y neutralidad a la que
aspira Naciones Unidas se quiebra cuando una sola iglesia posee privi-
legios que las demás no tienen. La iniciativa, que sigue en pie, derivó en
un debate sobre la validez del principio de separación Iglesias-Estado
dentro de una organización que reúne a los gobiernos de los países
(CFFC, 1996). Luego de la denuncia feminista, la Santa Sede solicitó a la
ONU se prohibiera la participación de Catholics For a Free Choice, petición
a la que no se accedió.
Para la Conferencia de Beijing, la Iglesia modificó su estrategia: ya
no más obispos al frente de la delegación. La jerarquía católica deci-
dió pelear con sus propias mujeres. Así, por primera vez en la historia,
una delegación vaticana estuvo encabezada por una mujer, Mary Ann
Glendon, importante jurista norteamericana conocida por sus posturas
anti-aborto.8 También por primera vez la delegación estuvo compuesta
por más mujeres (14) que hombres (8). Además, el Vaticano impulsó la
creación de varias organizaciones no gubernamentales de mujeres que
comulgaban (literal y metafóricamente) con la jerarquía católica y que,
enviadas por la Santa Sede, se enfrentaron a las feministas en la carpa
de ONG en Huairou.9
Pese a todos los esfuerzos del Vaticano, la plataforma de acción de la
IV Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing) reafirmó el contenido
de las resoluciones de El Cairo.10 Además, agregó la recomendación de
que los países revisaran las leyes que penalizan a las mujeres cuando
8. Además, es autora de un importante libro sobre la legislación de aborto y divorcio en el mundo occi-
dental. Ver Glendon (1987).
9. Entre las mexicanas destacadas que comulgan con la Iglesia y que asistieron a Beijing estuvo Paz Fer-
nández Cueto, editorialista del periódico REFORMA y actual diputada por el PAN.
10. “Los abortos realizados en condiciones de riesgo ponen en peligro la vida de muchas mujeres, lo cual
representa un problema de salud pública grave. La mayoría de estas muertes, los problemas de salud y
las lesiones podrían prevenirse mediante un mayor y mejor acceso a servicios adecuados de atención en
salud, incluyendo métodos seguros y efectivos de planificación familiar y atención obstétrica de urgen-
cia...” (Párrafo 97. Plataforma de Acción IV Conferencia Mundial de la Mujer. Beijing, 1995).
360
Mujeres, aborto e Iglesia católica
11. Con el concepto género se entiende que las diferencias entre mujeres y hombres son más un pro-
ducto de la cultura y no de la biología, y que los papeles que ambos desempeñan están históricamente
determinados.
12. Defrock es un término religioso que significa expulsar, deponer o degradar, pero que Franco usa con
ironía, pues apela a una imagen visual: el frock (el hábito, o vestido talar de los personajes religiosos).
Aunque el juego de palabras con defrocking se pierde en la traducción al castellano, en inglés concita la
imagen de las feministas quitándoles sus ropajes, desvistiendo, literal y metafóricamente, a los curas y
obispos. Ver Franco (1998, traducción 2003).
361
Marta Lamas
2.
13. Son pocos los países que cuentan con otros supuestos, como el de razones terapéuticas, malforma-
ciones del producto, o causas socioeconómicas. Por eso en América Latina y el Caribe, más de 5.000 mu-
jeres mueren cada año debido a complicaciones relacionadas con abortos inseguros (más de un quinto
del total de muertes maternas). Esta cifra corresponde al 21% de las muertes maternas a nivel mundial.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que el aborto es la causa primordial de mortalidad
materna en Argentina, Chile, Guatemala, Panamá, Paraguay y Perú y segunda causa de muerte en Costa
Rica y tercera causa en Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, El Salvador, Honduras, México y Nicaragua.
Y la tragedia no acaba ahí. De todas las mujeres que se someten a un aborto en condiciones de riesgo,
aproximadamente entre el 10% y el 50% necesitan atención médica para el tratamiento de las complica-
ciones. Ver Lamas (2008).
14. Especialmente escandaloso ha sido el caso de Tabaré Vázquez, el presidente socialista de Uruguay,
que usó el veto presidencial para impedir la despenalización que tanto los diputados como los senadores
habían aprobado (Carbajal, 2006).
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Mujeres, aborto e Iglesia católica
15. En El Cairo y Beijing, el Vaticano no contó con el apoyo del gobierno demócrata de Clinton. Pero con
el ascenso del republicano George Bush Jr., Karol Wojtyla volvió a tener el respaldo de la administración
norteamericana y se dedicó, con ese apoyo y el de la clase empresarial de derecha, a impulsar y financiar
organizaciones fundamentalistas en varios países de la región. Human Life Internacional (HLI) es una
coalición de grupos pro-vida de varios países, impulsada por poderosas fuerzas conservadoras de Esta-
dos Unidos y apoyada por la jerarquía católica, a través del Consejo Pontificio para la Familia. Ver Edgar
González Ruiz (15 de febrero de 2004) para la historia y vínculos de HLI.
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16. En una muestra representativa de la población mexicana (2595 personas de localidades urbanas de
más de 50.000 habitantes) se formularon preguntas cerradas con respuestas de opción múltiple, y pre-
guntas abiertas, con las que completó la información. Personal entrenado de Gallup llevó a cabo las en-
trevistas, realizadas simultáneamente en distintas ciudades, mediante visitas domiciliarias. La muestra
se tomó en 36 localidades distribuidas al azar en estratos regionales. La investigación incluyó personas
de ambos sexos (50,7% de hombres y 49,2% de mujeres) agrupados por grupos de edad, nivel socioeconó-
mico, seis zonas geográficas, tres ciudades principales y personas con o sin hijos. Se incluyeron todos los
estados de la república, divididos en seis zonas de acuerdo con su localización geográfica y se mostraron
por separado los datos correspondientes a las tres ciudades principales del país: Distrito Federal, Gua-
dalajara y Monterrey.
Se quería saber si los entrevistados conocían la situación legal del aborto así como conocer su opinión en
relación a quién debe tomar la decisión de abortar. También se les preguntó su opinión sobre el papel de
la Iglesia, sobre si los abortos deben realizarse en instituciones de salud, y sobre si piensan que la despe-
nalización evitaría la muerte de muchas mujeres. Se formuló la pregunta ¿quién debe tomar la decisión
de un aborto? ofreciendo como respuesta posible las categorías: la mujer, el hombre, ambos, el gobierno,
la Iglesia, los médicos y otros.
Los datos por sí solos son muy interesantes y también si se los compara con los obtenidos posteriormente
en dos encuestas más (1993 y 1994). En líneas generales, la población mostró una postura clara en el sen-
tido de que se trata de una decisión que compete a la mujer y su pareja, y además parece ir en aumento
la tendencia hacia la liberalización de las posturas ante el aborto. Así, encontramos que mientras en la
encuesta de 1992 un 78% de las personas entrevistadas opinó que la decisión sobre un aborto compete
solo a la mujer o a la pareja, y un 16,5% dijo que debería recurrirse a la opinión de otros (médico, sacerdo-
te, etcétera). En los resultados de 1993, el porcentaje de personas que consideraron que una decisión de
este tipo corresponde a la mujer o la pareja, subió a 88,4% y solo un 7% manifestó que la decisión debe ser
tomada por otros, entre los que la Iglesia ocupó el 1,2% y los médicos el 4,2%. En los datos de la encuesta
de 1994 el porcentaje bajó levemente a 82,7%, pero el 1,2% de la Iglesia se sostuvo igual, mientras que el
porcentaje a favor de que la decisión esté en manos de los médicos subió a 5,3%; quienes opinaron que
la decisión la debe tomar el hombre representaron un 0,9% y el gobierno un 0,4% (GALLUP/GIRE, 1992).
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17. Esta sigue siendo su estrategia actual. Afuera de las clínicas del Gobierno del Distrito Federal que
otorgan el servicio de interrupción legal del embarazo colocan módulos que dicen “Interrupción del Em-
barazo” para atrapar a las mujeres que buscan abortar y tratar de convencerlas de que no lo hagan.
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18. En su artículo sobre los cambios de 1998 a 2007 en las legislaciones sobre aborto, Boland y Katzive
(2008) consignan solo dos retrocesos a nivel mundial: El Salvador y Nicaragua.
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3.
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19. El planteamiento de conmemorar fechas para activar los objetivos que se persiguen y articular acciones
de manera conjunta surgió en el I Encuentro de Colombia, en 1981. Ahí se fijó el 25 de noviembre como Día
de Lucha contra la Violencia contra la Mujer”. En 1990, durante el V Encuentro en Argentina, en el Taller
sobre Aborto organizado por la Comisión por el Derecho al Aborto de ese país y por las Católicas por el
Derecho a Decidir de Uruguay, con la participación de feministas procedentes de Bolivia, Brasil, Colombia,
Chile, El Salvador, Guatemala, México, Nicaragua, Paraguay y Perú, se fijó el 28 de septiembre.
20. 1993 - 1994 Católicas por el Derecho a Decidir de Uruguay
1994 - 1997 Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE) de México
1997 - 1999 Centro de Investigación DEM (Bolivia)
2000 - 2002 Rede Nacional Feminista de Saúde (Brasil)
2003 - 2005 Centro de la Mujer Peruana “Flora Tristán” (Perú)
2006 - 2009 Movimiento de Mujeres de Nicaragua
2010 - 2013 Colectiva Mujer y Salud de República Dominicana.
370
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21. Sobre el caso Paulina, ver el libro de Elena Poniatowska (2002) así como dos cuadernos publicados
por GIRE (2000 y 2004).
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22. El Colegio de Bioética, constituido por figuras de primer nivel (varios Premios Nacionales de Ciencia
y miembros del Colegio Nacional), publicó un desplegado en La Jornada y Reforma el martes 17 de abril de
2007, con una elocuente explicación científica.
23. Para 2010 el panorama, por orden cronológico (se toma la fecha de aprobación, no de la publicación
oficial y se señala qué partido estaba gobernando en ese momento) de los estados es: 1) Sonora, gobierno
del PRI (21 oct. 08); 2) Baja California, PAN (23 oct. 08); 3) Morelos, PAN (11 nov. 08); 4) Colima, PRI (17 feb
09); 5) Puebla, PRI (12 marzo 09); 6) Jalisco PAN (26 marzo 09); 7) Nayarit PRI (17 abril 09); 8) Quintana
Roo PRI (21 abril 09); 9) Campeche PRI (23 abril 09); 10) Guanajuato PAN (8 mayo 09); 11 Durango PRI (7
abril 09); 12) San Luis Potosí PAN (21 mayo 09); 13) Yucatán PRI (15 julio 09); 14) Querétaro PAN (1 sept 09);
15) Oaxaca PRI (9 sept. 09); 16) Chiapas PRD (18 dic 09). El estado de Chihuahua reformó su constitución
el 1 de octubre de 1994, bajo gobierno del PAN por lo cual no entra en el cómputo de la oleada de reformas.
Y en Veracruz, el PRI, que ya la había votado el 17 de noviembre de 2009, se retractó ante la protesta
ciudadana. Al cierre de este artículo existen iniciativas similares en los estados de Aguascalientes, Baja
California Sur, Sinaloa, Tabasco, Tamaulipas, Tlaxcala y Estado de México.
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24. El número por estado es: Colima (67), Sonora (72), Quintana Roo (76), Guanajuato (167), Puebla (115),
Yucatán (76), Campeche (60), San Luis Potosí (29) y Oaxaca (138). Los datos son de GIRE.
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25. Ver en especial Hurst (s/f.), La historia de las ideas sobre el aborto en la Iglesia Católica, publicada por
Católicas por el Derecho a Decidir. .
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mujer tenga que recurrir a tal práctica. Pero la mayoría está a favor de
eliminar los problemas de justicia social y salud pública que provocan
los abortos ilegales y de impulsar una educación sexual que prevenga la
repetición de esa conducta. Por ello ha ganado terreno una perspectiva
que establece una distinción entre el hecho del aborto en sí y su trata-
miento penal. Esta nueva perspectiva es representada ejemplarmente
en las palabras del obispo auxiliar de Madrid, Monseñor Iniesta: “Mi
conciencia rechaza el aborto totalmente, pero mi conciencia no rechaza
la posibilidad de que la ley deje de considerarlo como un hecho delictivo”
(Ibáñez, 1992, p. 156). Este tipo de razonamiento ha creado una fisura
importante en la institución religiosa, abriendo un camino de esperanza
para los millones de mujeres creyentes que han abortado y que, mien-
tras no cambien ciertas condiciones, tendrán que seguirlo haciendo, y
también para los hombres de fe que las han acompañado, y que conti-
nuarán ofreciéndoles su apoyo y comprensión.
La tendencia mundial hacia la despenalización es resultado tanto del
reconocimiento de que la interrupción del embarazo es una decisión
que atañe a la propia conciencia como de las graves consecuencias sani-
tarias y de justicia que implica considerar el aborto un delito. Y como la
penalización legal es lo que genera graves problemas de justicia social y
salud pública, otros sectores de la sociedad se han involucrado en el ob-
jetivo de atenuar los altos costos humanos, económicos y sanitarios con-
comitantes. Por eso el problema del aborto ha dejado de ser una cuestión
que interesa exclusivamente a las mujeres.
Sin embargo, el Vaticano intenta desesperadamente que los católicos
se organicen contra la despenalización sin ver que hay cambios civiliza-
torios que ya no tienen retroceso. Por eso, negar los derechos sexuales y
reproductivos de las personas no puede ser un emblema del catolicismo:
las mujeres no rechazarán los anticonceptivos ni el aborto; por el contra-
rio, se alejarán más de la Iglesia. Para la mayoría de los católicos la Iglesia
solo cobra importancia para ciertos rituales en momentos significativos
de la vida, como el bautizo, el matrimonio y la muerte. Pero la feligresía no
piensa demasiado en los dogmas cuando tiene relaciones sexuales.
Carlo Maria Martini, el ilustrado cardenal de Milán que debatió con
Umberto Eco, ha declarado que es necesario que el Vaticano revise la
376
Mujeres, aborto e Iglesia católica
26. La Comisión Pontificia para el estudio de la regulación de la natalidad entregó sus conclusiones en
1966 al Papa Pablo VI. Ver Kaufman (2004).
27. En Italia se despenalizó el aborto en 1978, luego de un largo proceso de más de un año, con especialis-
tas a favor y en contra, con un debate transmitido por los canales de televisión.
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Mujeres, aborto e Iglesia católica
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Postergar la maternidad: dilema individual
y síntoma cultural*
* Extraído de Lamas, Marta (2016). Postergar la maternidad. En Abril Saldaña Tejeda, Lilia Venegas
Aguilera y Tine Davids (coords.), ¡A toda madre! Una mirada multidisciplinaria a las maternidades en México
(pp. 175-195). México: Ítaca.
1. En Estados Unidos la tendencia de mujeres que tienen sus hijos después de los 35 años va en aumento.
De acuerdo al Center for Disease Control and Prevention´s National Statistics Report el número de mujeres
entre 35 y 39 años que dieron a luz aumentó un 150%, y entre 40 y 44 aumentó un 5% (Rosenblum, 2014).
383
Marta Lamas
Richards escribió un libro al respecto, y hoy, a sus 43 años y con una pa-
reja prometedora, espera descongelar sus óvulos en un lapso de un año.
¡O sea, está apostando a ser madre a los 45 años!
El artículo citado trata únicamente el caso de profesionistas estaduniden-
ses, sin embargo, el dilema lo están enfrentando también mujeres de todas
latitudes. Un número creciente de profesionistas latinoamericanas ha co-
menzado a postergar la maternidad por razones laborales similares, y se está
embarazando después de los 35 años. Investigaciones de diversos países del
continente muestran una clara relación entre la situación laboral y la edad
del primer parto (las llamadas “madres tardías” son las mujeres que tienen
más alta calificación profesional, en comparación con las trabajadoras no ca-
lificadas y las amas de casa) y la cada vez más frecuente opción de aplazar el
tener hijos en contraposición con el ejercicio profesional.3
2. La congelación cuesta entre 7 mil y 12 mil dólares, en promedio 10 mil dólares; los medicamentos están
alrededor de 3000 y el alquiler para guardar los óvulos congelados es de 1000 al año. Hay que congelar
varios para que al menos uno resulte viable después del descongelamiento. Las estadísticas señalan que
se requieren entre 8 y 12 óvulos para lograr un embarazo exitoso (Rosenblum, 2014).
3. Véase Fuentes et al. (2010) para comparación de las edades de mujeres primíparas en una clínica priva-
da de Santiago de Chile, de nivel socioeconómico alto con las de un hospital público en la misma ciudad,
pero de un nivel socioeconómico bajo y medio bajo. Ahí se encontró una clara relación entre la posterga-
ción de la maternidad y el nivel socioeconómico; también esos autores registraron que en el nivel bajo
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Postergar la maternidad: dilema individual y síntoma cultural
socioeconómicamente hablando es donde ocurren más embarazos adolescentes. Véase Montilva (2008)
para la postergación entre mujeres jóvenes profesionistas en Venezuela y Chile. Véase Ricart y Quintana
(2010) para la maternidad en el proyecto personal de adultas profesionales sin hijos en Cuba.
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Un añejo dilema
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Postergar la maternidad: dilema individual y síntoma cultural
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Postergar la maternidad: dilema individual y síntoma cultural
4. Varias psicoanalistas han reflexionado sobre la maternidad desde una perspectiva psicoanalítica. Véase
Klein (1977); Lemoine-Luccioni (1982); Dolto (1986); Tubert (1991); Burin y Dio Belichmar (1996). Y un clásico del
feminismo, escrito como una introducción al psicoanálisis es “Psicoanálisis y feminismo” de Mitchell (1976).
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Marta Lamas
sentimientos o emociones con sus hijos no sea muy bueno. Estas pro-
genitoras sobrecargadas delegan, generalmente a la hija mayor, el papel
“expresivo” de “ser la madre” de los hijos menores. Y son tremendas las
consecuencias sociales y psíquicas de su ausencia en el maternaje con la
delegación en hijas que medio cuidan a sus hermanitos, pues producen
un grave estancamiento social y emocional. Todo ello en el contexto de
gran reconocimiento “simbólico” a la “Madre”.
La perniciosa medicalización
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Postergar la maternidad: dilema individual y síntoma cultural
5. Sin embargo, la American Society for Reproductive Medicine previene a las mujeres que no depositen toda
su confianza en dicha tecnología y recomienda: es mejor concebir vía un coito natural a una edad apro-
piada (Rosenblum, 2014).
6. Iatrogénesis viene de iatros (médico) y génesis (origen), y alude a las enfermedades provocadas por la
medicina. Illich la denomina “la nueva plaga”. Ver Illich (2006 [1976], p. 559).
391
Marta Lamas
7. Apenas en 2012 la American Society for Reproductive Medicine eliminó la etiqueta de “experimental” de
dicho procedimiento y declaró que no se habían encontraron indicios de defectos o malformaciones en
criaturas nacidas así. Lo complicado del procedimiento no radica en la extracción de los óvulos sino en
congelarlos sin que se formen cristales de hielo perjudiciales. El Dr. Geoffrey Sher, director médico de las
Sher Fertility Clinics, con sucursales en 8 estados de la Unión Americana y la dirección de web haveababy.
com, dice que el mercado potencial para el congelamiento de óvulos es exponencialmente mayor que el
de la fertilización in vitro y que se espera que en los próximos 30 años sea un procedimiento de rutina.
(Rosenblum, 2014).
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Postergar la maternidad: dilema individual y síntoma cultural
El síntoma cultural
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Postergar la maternidad: dilema individual y síntoma cultural
183 mujeres que congelaron sus óvulos, donde un 19% señaló que hu-
bieran tenido hijos antes si las reglas en su trabajo hubieran sido más
flexibles. ¿Por qué entonces no luchar por las condiciones sociales que
hagan compatibles maternidad y trabajo? Son enormes las dificultades
de las mujeres trabajadoras y muy grave la escasez de opciones y apoyos.
La alternativa actual implica compatibilizar a costa de realizar una doble
jornada o de renunciar a algo. Por eso antes, en las sociedades desarro-
lladas, las profesionistas renunciaban al trabajo, y hoy lo hacen a la ma-
ternidad. Ante la aspiración a hacer carrera profesional y la fuerte inver-
sión en educación (doctorado) la llegada de hijos es un obstáculo. Tener
hijos es algo para el final del trayecto, son la culminación. Y aunque el
ejercicio de la maternidad amenaza la vida profesional, muchas mujeres
dicen “debe ser maravillosa” para luego añadir “pero agobiante” o de-
claran “no me la quiero perder” para reconocer “pero me angustia”. Sin
duda la maternidad implica desde molestias físicas y complicaciones del
embarazo, hasta disminución del tiempo de ocio, baja productividad la-
boral y una cantidad de permisos en el trabajo. Esto vuelve a las mujeres
más prescindibles o más baratas en el ámbito laboral. Para contrarrestar
dicha idea, las mujeres acaban sobre exigiéndose, aumentando su ren-
dimiento a costa de autoexplotarse, y únicamente quienes disponen de
recursos económicos logran hacer compatibles trabajo y familia, pues su
estrategia es usar su capital económico para tener ayuda doméstica en
lugar de corresponsabilizar a la pareja, exigir servicios sociales y luchar
por transformar los horarios laborales.
Dentro de este esquema el conflicto que enfrentan las profesionis-
tas para convertirse en madres aparece cuando las que ya han pasado la
edad adecuada para la concepción buscan embarazarse. Y aunque mu-
chas mujeres confían en la ciencia, esta no siempre podrá garantizar-
les su deseo. ¿Qué hacer entonces? Indudablemente la opción radica en
modificar el esquema laboral actual y desarrollar servicios sociales para
equilibrar las responsabilidades familiares. Es indudable que todavía no
hay condiciones para que mujeres y hombres equilibren sus responsabi-
lidades laborales y parentales. Además, no hay que olvidar que otra cues-
tión fundamental es que el conflicto no es solo el de un problema con el
trabajo sino que también hay un problema sustantivo con la relación de
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Postergar la maternidad: dilema individual y síntoma cultural
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Postergar la maternidad: dilema individual y síntoma cultural
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Postergar la maternidad: dilema individual y síntoma cultural
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Aborto*
* Extraído de Lamas, Marta (2018). Aborto. En Hortensia Moreno y Eva Alcántara (coord.), Conceptos clave
en los estudios de género, vol. 2 (pp. 15-30). México: Centro de Investigaciones y Estudios de Género.
1. De México aparecen los aztecas (antiguos y modernos), los chontales, los coras, los huicholes, los indios
mexicanos de Nuevo México, los nahuas, los otomíes, los tarahumaras, los tarascos. Un acercamiento más
reciente y riguroso a lo que ocurre en comunidades rurales e indígenas está en Azaola y Nahmad (1977).
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Aborto
miedo” (inciso 4º); “Si lo hizo por necesidad” (inciso 4º); “Si actuó para
evitar un grave daño” (inciso 4º); “Cuando ignoraba que infringía una
ley” (inciso 2º); “Si actuó en legítima defensa” (inciso 5º); “Si actuó por
violencia o de manera accidental” (inciso 3º); “Cuando la mujer carecía
de razón o sufría alguna deficiencia mental” (inciso 6º). Se puede dedu-
cir que las autoridades eclesiásticas que redactaron este canon conside-
raron que el recurso al aborto no puede ser condenado siempre, y con-
templaron atenuantes como el miedo, la legítima defensa, la necesidad
o la evitación de un gran daño (Benlloch, 2002).
Hasta mediados de la década de 1970, la iglesia católica no se había
mostrado preocupada por los abortos ilegales. La alianza anticomunista
entre el papa polaco Karol Wojtyla (Juan Pablo II) y el presidente estadou-
nidense Ronald Reagan sirvió para fortalecer la virulenta reacción que se
orquestó en Estados Unidos contra la despenalización del aborto, luego
de que la Suprema Corte de Justicia de ese país lo sancionara en 1973 como
un acto que pertenece a la intimidad de la mujer. Luego, con la caída del
muro de Berlín en 1989, el papa Wojtyla, que sabía que en la Polonia co-
munista el aborto era un derecho de las mujeres, le daría un cauce a su
rabioso anticomunismo mediante el combate a dicha práctica en el mun-
do “libre”, que asumió como su propia cruzada.4 Frances Kissling (1994) in-
terpreta la vehemencia flamígera de Karol Wojtyla contra el aborto como
la necesidad, después del fin del comunismo, de construirse otro enemigo
común que uniera a sus fieles. Así, el papa Wojtyla decidió que ahora el
“diablo” encarnaría en la modernidad –principalmente por su concepción
antiesencialista del ser humano– y en el feminismo, con sus reivindicacio-
nes cuestionadoras del papel tradicional de las mujeres y su reclamo del
derecho a decidir sobre el propio cuerpo. A partir de entonces, y simultá-
neamente con el crecimiento y popularización de la segunda ola del femi-
nismo, la Iglesia católica vinculó los temas de sexualidad y reproducción
con la contraposición entre “comunistas” y católicos.
En lo que respecta a México, suele creerse que la lucha por el acceso a
la interrupción legal del embarazo es un fenómeno reciente, de finales
4. Polonia legalizó el aborto en 1956, pero en 1993, con el apoyo y la influencia del papa polaco, hizo una
reforma que lo limitó seriamente. Véase Klugman y Budlender (2001).
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Marta Lamas
del siglo XX. Sin embargo, la demanda por despenalizar el aborto tie-
ne una historia que se remonta a la década de 1930, cuando el Código
Juárez, que dominó por muchos años la legislación penal mexicana, fue
sustituido por el Código Penal para el Distrito y Territorios Federales de
1931. No hay que olvidar que los antecedentes de esta legislación liberal
sobre el aborto se encuentran en el siglo XIX y que, de acuerdo con la
historiadora Fernanda Núñez, en esa época hubo en México una “pro-
liferación de artículos, tesis y ensayos médicos sobre el aborto” (2008,
p. 135), muchos de los cuales eran producto de la influencia del positivismo
francés y de las corrientes higienistas. Para Núñez, ese es el momento
en que los médicos cobran conciencia de su papel en la sociedad y de su
gran ascendiente sobre las familias, razón por la cual sus publicaciones
tienen que ver no solo con la obstetricia y la medicina legal, sino con la
moral. Los documentos que estudia Núñez muestran un claro interés
de los médicos por el dilema de los distintos tipos de aborto, los espon-
táneos y los provocados.5 Esa reflexión conduce a otra en paralelo sobre
los embarazos elegidos y los no elegidos (como el que es resultado de
una violación).
En el proceso de separar al Estado de la Iglesia católica, la generación
liberal (que, según Carlos Monsiváis, impuso a la nación “un proyecto
histórico y muy a medias un modelo de sociedad”, 2008, p. 14) se dio a
la tarea de formular leyes que plasmaran esa visión. Así, en 1871 se pro-
mulgó el Código Penal para el Distrito y Territorios Federales, el llama-
do Código Juárez, en que por primera vez se clasificó el aborto en un
apartado distinto al del delito de homicidio. Ese “primer código penal
netamente liberal” (Barraza, 2003, p. 21) considera necesario el aborto
cuando, de no efectuarse, la mujer corre peligro de muerte (art. 570).
Además, no la castiga cuando el aborto es imprudencial o culposo (art.
572). Pese a su origen liberal, entretejidas con las anteriores disposicio-
nes se encontraban ideas sobre la honra de la mujer que tenían gran
5. La rigurosa investigación de Fernanda Núñez (2008) registra las distintas posiciones de connotados
médicos que debaten el tema durante la década de 1880, así como las definiciones publicadas en 1872
en el Diccionario de ciencias médicas. Su trabajo toma en cuenta desde las ponencias del Primer Congreso
Higiénico Pedagógico de 1882 hasta diversas tesis de medicina, cirugía y obstetricia, así como artículos
de la Gaceta Médica de México de la Escuela Nacional de Medicina y de la Facultad de Medicina de Puebla.
406
Aborto
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Marta Lamas
1. Las que tienen que ver con la condición humana: olvidos, irres-
ponsabilidad, deseos inconscientes. Aquí desempeñan un papel
6. Al plantear la lucha por la maternidad voluntaria se puso mucho énfasis en los cuatro elementos in-
dispensables para hacerla realidad: 1) educación sexual, dirigida con especificidad a distintas edades y
niveles sociales; 2) anticonceptivos seguros y baratos; 3) aborto como último recurso, y 4) rechazo a la
esterilización forzada (sin consentimiento).
7. Un relato sobre el proceso de despenalización se encuentra en Lamas (2015).
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Aborto
Tal vez el primer conjunto sea el más complicado de resolver, pues, aun-
que se pudieran erradicar las fallas de los métodos o educar sexualmen-
te a la población, difícilmente se podría transformar la condición hu-
mana: los seres humanos no somos perfectos y los olvidos, descuidos y
errores son parte constitutiva de nuestra naturaleza. Además, el peso de
la subjetividad es un elemento definitorio de aquello que produce emba-
razos no deseados: los deseos inconscientes cuentan y determinan mu-
chas acciones vinculadas con la sexualidad, incluso en actos de agresión,
como las violaciones. Cualquier esfuerzo por controlar el psiquismo de
las personas está destinado al fracaso, y todo intento de otorgar míni-
mos educativos parece, al menos hoy en día, imposible. Por lo tanto, hay
que resignarse por el momento a remediar los embarazos no deseados.
Además de responder a un proceso sociopolítico local, la reforma de la
interrupción legal del embarazo (ILE) coincidió con un proceso en varios
países que, con base en el conocimiento científico de los elementos neu-
robiológicos de la condición humana, han despenalizado ampliamente
la práctica. El recurso que ofrece la ciencia para fundamentar la ley en
el conocimiento ha ido disolviendo los desacuerdos sobre la interrup-
ción del embarazo en la mayoría de los países de tradición occidental. Al
transformar la regulación del aborto de un sistema de indicaciones que
señalaban los motivos por los cuales no se castigaba a un sistema de pla-
zos donde se establece que no hay impedimento para hacerlo antes de
las 12 semanas, se retomaron parámetros bioéticos modernos y laicos.
Establecer un criterio para la licitud de un aborto requiere abrevar en
el conocimiento sobre el proceso en que un óvulo fecundado pasa a ser
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8. Según Bernard Dickens, como la sangre menstrual no suele analizarse, lo único posible es hacer una
estimación. Dickens (2011) plantea que, por las pérdidas espontáneas, solamente 30% de los embriones
sobrevive, o sea que se pierde 70%: 30% antes de la implantación, otro 30% antes de la sexta semana de
gestación y 10% adicional antes de la decimosegunda semana de gestación.
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Aborto
Considerar al embrión como persona implica algo imposible: que una per-
sona quede confinada por completo dentro del cuerpo de otra. Esa impo-
sibilidad vuelve también imposible conciliar los derechos de los embrio-
nes con los de las mujeres embarazadas que quieren deshacerse de ellos;
por ello las disposiciones de “protección” a los embriones son meramente
simbólicas, pues fuera del cuerpo de la mujer no podrían sobrevivir. Sin
embargo, aunque simbólicas, dichas “protecciones” tienen consecuencias
legales y materiales en lo que se refiere a la atención y el trato a las mujeres
que quieren abortar. Y como la hegemonía se construye y se pelea también
en el campo del discurso, ha sido muy productivo analizar el estatuto de
eso que la derecha defiende como “el ser humano desde el momento de la
concepción” con precisión bioética. Una reflexión bioética genera un cam-
bio conceptual y discursivo de gran calado. En México, los científicos e
investigadores del Colegio de Bioética se han preocupado por aclarar este
punto. Rodolfo Vázquez, miembro fundador de esa asociación, subraya
tres puntos que fueron ejes discursivos trascendentes durante el proceso
deliberativo con los legisladores y políticos:
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Aborto
9. En México y otros países de América Latina, circula por Internet la información de otro medicamento,
el misoprostol, entre cuyos efectos se encuentra producir el aborto. Ciertos grupos de activistas infor-
man y acompañan el proceso de ingesta y posterior revisión de este fármaco.
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10. Para un impactante estudio comparativo de la vida de hijos deseados y no deseados, véase Elías y
Moreno (1991).
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11. Existe una diferencia entre hablar de población y hablar de países. Los países más poblados tienen le-
galizado el aborto. En 2003 solo en cuarenta países de un total de 195 estaba absolutamente prohibido in-
terrumpir el embarazo. La lista de países es elocuente en sí misma: Andorra, Angola, Benin, Bhutan, África
Central, Chad, Chile, Congo, República Democrática del Congo, República Dominicana, Egipto, El Salvador,
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Filipinas, Gabón, Guinea-Bissau, Haití, Honduras, Irán, Irak, Laos, Lesotho, Madagascar, Malta, Nicaragua,
Islas Marshall, Mauritania, Mauritius, Micronesia, Mónaco, Níger, Omán, Palau, San Marino, Sao Tome y
Príncipe, Senegal, Somalia, Surinam, Suazilandia, Togo y Tonga. En letras cursivas destaco los seis países
latinoamericanos y de El Caribe que sostienen esta prohibición. Los datos son del Center for Reproductive
Rights. (En Chile se despenalizó el aborto por tres causales, en agosto de 2017. N de la E.).
416
Aborto
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Marta Lamas
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Aborto
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Aborto y democracia en México, Uruguay
y Argentina*
Introducción
* Extraído de Lamas, Marta (2022). Aborto y democracia en México, Uruguay y Argentina. En René To-
rres-Ruiz y Darío Salinas Figueredo (coords.),Crisis política, autoritarismo y democracia (pp. 71-108). México:
Siglo XXI/CLACSO.
Agradezco a mis colegas del Seminario Permanente de Investigación y Género del Centro de Investiga-
ciones y Estudios de Género de la Universidad Nacional Autónoma de México y a René Torres-Ruiz sus
señalamientos críticos y atinados comentarios.
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Marta Lamas
Hace años las batallas más sonadas en torno a los derechos humanos-
de las mujeres tienen como contrincante acérrimo a la jerarquía de
la Iglesia católica. Un punto de inflexión de su intervencionismo ocu-
rrió en 1994, cuando el aborto se convirtió en tema de discusión polí-
tica en los medios de comunicación con motivo de la Conferencia de
Población y Desarrollo (CIPD) de las Naciones Unidas. Bajo la figura
de la Santa Sede, los jerarcas católicos tienen el estatuto de “Estado
observador” en la Organización de Naciones Unidas (ONU), lo que les
permite asistir y opinar en las sesiones de trabajo. Esto convierte a los
representantes de la religión católica en los únicos funcionarios de
una Iglesia que intervienen directamente en el concierto de las nacio-
nes de la ONU (CRLP, 2000).
De cara a la CIPD, esta institución religiosa desplegó a un equipo
de curas para que objetaran lo que veían como el “esquema feminista”
de una Conferencia que respondía a lo que las mujeres exigían: incre-
mento y mejoría de los servicios de planificación familiar y una am-
pliación del marco de los servicios de atención a la salud reproducti-
va, que incluyera la legalización del aborto. La presión eclesiástica fue
aumentando de tono a lo largo de las conferencias preparatorias que
se realizaron en Nueva York, donde las delegaciones oficiales de los
países miembros y los representantes de más de 400 organizaciones
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Aborto y democracia en México, Uruguay y Argentina
1. En el párrafo 8.25 del Programa de Acción de la Conferencia Internacio nal de Población y Desarrollo
(El Cairo, 1994). Una relación más detallada se encuentra en Lamas (2017).
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Aborto y democracia en México, Uruguay y Argentina
3. En abril de 1997, por la presión del Vaticano y con la participación de grupos católicos de derecha,
diputados de los partidos políticos Alianza republicana nacionalista (ARENA) y Partido Demócrata Cris-
tiano (PDC) votaron un proyecto de ley que derogaba las excepciones al aborto del Código Penal (CRLP,
2000). Además, aumentaron las sanciones por abortar e introdujeron el de lito de “inducción o ayuda al
aborto”. No solo eso: en febrero de 1999, como producto de una campaña masiva liderada por la Iglesia
católica salvadoreña, se aprobó una reforma constitucional en la que se reconoce como persona al óvulo
fecundado desde el momento de la concepción.
4. Honduras tenía aprobados unos artículos que legalizaban el aborto por razones terapéuticas, eugenésicas y
jurídicas, pero en 1997, por presiones de la Iglesia católica, esos artículos fueron derogados por decreto.
5. En Nicaragua, en octubre del 2006, los legisladores prohibieron el aborto terapéutico que existía des-
de 1893 y que permitía interrumpir un embarazo que pusiera en riesgo la vida de la mujer o que fuera
producto de una violación. La presión de la Iglesia católica y el oportunismo electoral de Daniel Ortega
lograron que fuera consentida esa barbaridad: de los 90 diputados, votaron en favor 52, ninguno en con-
tra y hubo cero abstenciones (el resto de los congresistas no asistió o se ausentó en el momento de votar).
6. Dominicana lleva más de 20 años debatiendo si eliminar la prohibición total a cualquier tipo de abor-
to, sin lograrlo debido a la presión de la Iglesia católica.
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7. El 25 de marzo ha sido declarado “oficialmente” el Día del No Nacido en Argentina, Costa Rica, Chile,
El Salvador, Guatemala, Nicaragua y República Dominicana. La primera celebración oficial reunió en Ar-
gentina al arzobispo de Boston, cardenal Bernard Law (posteriormente acusado de proteger a sacerdotes
pederastas) y a monseñor Renato Martino, observador permanente de la Santa Sede ante Naciones Unidas.
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8. Esta causal se refiere, por ejemplo, a si la mujer tuvo una caída y abortó.
9. Una versión más detallada de todo el proceso, aunque inevitablemente parcial, la desarrollo en Lamas (2015).
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10. El PRD tenía amplia mayoría, pero logró el apoyo de los otros partidos que integraban la Coalición Par-
lamentaria Socialdemócrata: Partido Revolucionario Institucional (PRI), Partido del Trabajo (PT), Partido
Convergencia y Partido Alternativa Socialdemócrata (PAS), más el Partido Nueva Alianza (PANAL), que no
pertenecía a la Coalición. Que seis partidos la votaran le dio mayor legitimidad (Lamas, 2015).
11. La declaración es parte de una entrevista más larga (Lamas, 2015, p. 164).
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12. Un análisis de la jurisprudencia constitucional en México lo hace Beltrán y Puga (2018). Una compila-
ción de las intervenciones ciudadanas en favor se encuentra en Enríquez y De Anda (2008).
13. Según la ley, la objeción de conciencia solo es válida para quien realiza el procedimiento; las enfer-
meras no tienen derecho a objetar, pues su función es solamente la atención de la paciente y no realizan
directamente la intervención, y tampoco lo puede ser el personal administrativo.
14. Es indiscutible que toda protección a la vida es loable y necesaria, pero se trata de un bien jurídico
que acepta restricciones (la legítima defensa, el aborto, la eutanasia, incluso la guerra). Todos los países
democráticos que tienen legalizado el aborto (los de Europa, por ejemplo) también consagran la protec-
ción a la vida en sus constituciones, pues ambos valores no son excluyentes. La protección a la vida es un
valor absoluto, que admite restricciones y limitaciones (Cook et al., 2016).
15. De las dieciséis reformas, nueve se hicieron en estados gobernados por el PRI, seis en estados con
gobierno panista, y una en Chiapas, con Juan Sabines, un expriista que contendió por el PRD. Para más
detalle véase Lamas (2017). Hoy en día son 20 estados con esa reforma, más Chihuahua, que la había
hecho antes y no forma parte de esta estrategia. Una actualización de la situación se encuentra en la
página de GIRE.
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16. El informe Omisión e Indiferencia de gire documenta ampliamente esto (GIRE, 2013).
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que se llame cristiano puede votar esta ley”, y los principales líderes po-
líticos de Uruguay –incluido el entonces presidente Jorge Batlle– se pro-
nunciaron en contra. Batlle, además, se comprometió ante el Vaticano a
vetarlo en caso de que la ley ganara. No fue necesario, pues año y medio
más tarde la iniciativa fue rechazada en el Senado, por 17 votos en con-
tra y 13 en favor. Margarita Percovich, senadora por el Frente Amplio,
declaró: “Si al proyecto no hubiera que aprobarlo levantando la mano y
la votación fuera por voto secreto, la mayoría lo votaría” (Carbajal, 2006).
En 2004 el triunfo de la izquierda en las elecciones presidenciales en
Uruguay despertó esperanzas. El Partido Socialista sostuvo una postura
en favor de la legalización del aborto, obtenida en un congreso partida-
rio. Además, durante la campaña electoral el vicepresidente Rodolfo Nin
Novoa se comprometió, en diálogos públicos que mantuvo con las femi-
nistas, a que ni bien ganara el Frente Amplio la ley del aborto iba a ser
uno de los primeros proyectos que se aprobarían. Sin embargo, la sor-
presa fue mayúscula cuando el socialista Tabaré Vázquez anunció que
mientras él fuera presidente de la república no habría una ley de aborto,
y si el Parlamento la llegaba a aprobar él la vetaría. Hubo que esperar
al triunfo de José Mujica para que se aprobara la Ley de Interrupción
Voluntaria del Embarazo en octubre de 2012.
Aunque indudablemente existen diferencias en los procesos de cada
país, las semejanzas se encuentran en la presión que ejerce la Iglesia so-
bre los congresistas para, por un lado, impulsar la reforma de “protec-
ción a la vida” o para frenar la legalización del aborto. El terreno donde
la Iglesia incide es el Congreso democrático.
La marea verde
Hace años Luciana Castellina señaló que las feministas han avanzado
como un río subterráneo.17 En América Latina ese río subterráneo, que
empezó construyendo redes de apoyo y mecanismos puntuales para
17. Castellina habla del movimiento feminista como el río Cársico, el río que fluye por debajo del Carso,
cerca de Trieste. Véase Salvioni, Stephanson y Castellina (1986, p. 78).
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18. Hay varios estudios, véase desde Couzinet et al. (1998) hasta Campbell (2018). Para México y América
Latina véase Espinoza et al. (2002).
19. La RU486 contiene mifepristona, una sustancia que provoca el aborto al bloquear la acción de la pro-
gesterona. Junto con una dosis de prostaglandinas, interrumpe el desarrollo de la placenta y estimula las
contracciones uterinas. Como resultado, se produce la salida del tejido embrionario de manera similar a
lo que ocurre en un aborto espontáneo.
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20. El verde significa, al mismo tiempo, esperanza y ¡adelante! En México, el verde es el símbolo de uno
de los grupos principales en la larga lucha por la legalización del aborto, el Grupo de Información en
Reproducción Elegida (GIRE). Su logo es precisamente un círculo verde que alude a esa luz del semáforo
que dice ¡siga! En una reunión que GIRE tuvo en Argentina a finales de los noventa explicó la elección
del color verde.
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21. GIRE es una asociación ciudadana feminista fundada en 1992 con el objetivo de lograr la legalización
del aborto en México. Véase su página: <www.gire.org.mx>.
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22. Por inmadurez me refiero a la ausencia de debate político y la sustitución de un diálogo agonista por
series de descalificaciones, lo que dificulta la construcción de alianzas.
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23. Su distribución se hará entre los 8 millones de adultos mayores que son beneficiarios de programas
sociales que impulsa el gobierno federal.
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25. El bloque negro es una de las tácticas de lucha de los anarquistas insu rreccionalistas (Illades, 2019).
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26. Los conocimientos científicos sobre desarrollo del embrión humano sostienen que este carece de
vida independiente, ya que es totalmente inviable fuera del útero, y que su cerebro está apenas en una
etapa inicial, pues no se ha desarrollado la corteza cerebral ni se han establecido las conexiones nerviosas
hacia esa región que son indispensables para que puedan existir las sensaciones. Por tanto el embrión es
incapaz de experimentar percepción sensorial alguna, como el dolor.
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Bibliografía
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jurídicas para luchar por su legalización y enfrentar las resistencias conservadoras
(pp. 57-79). Buenos Aires: Siglo XXI /Red Alas.
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la persistencia de una amarga disputa*
* Extraído de Lamas, Marta (2016). Feminismo y prostitución: la persistencia de una amarga disputa.
Debate Feminista (PUEG-UNAM), (51).
1. No me gusta hablar de prostitución porque es un término que únicamente alude de manera denigrato-
ria a quien vende servicios sexuales, mientras que comercio sexual da cuenta del proceso de compra-venta,
que incluye también al cliente. Por eso en estas páginas pongo el término entre comillas.
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2. El pequeño libro (Millet, 1973) consta de una reflexión y cuatro entrevistas a “prostitutas”.
3. Carol Vance (1984) publicó una antología con una selección de los textos presentados en dicha conferencia.
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6. Los nueve puntos que planteaba eran: 1: autonomía financiera; 2: elección ocupacional; 3: alianza entre
mujeres; 4: autodeterminación sexual; 5: desarrollo infantil sano; 6: integridad; 7: pornografía; 8: migra-
ción y tráfico, y 9: un movimiento para todas las mujeres. Además, se pronunciaba contra la prostitución
de menores (Pheterson, 1989).
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7. Autora de Female Sexual Slavery ([1979] 1987), libro que luego se amplió y se convirtió en The Prostitution
of Sexuality. Global Exploitation of Women (Barry, 1995).
8. Analizar y debatir a MacKinnon requeriría un ensayo por sí solo. Aquí solamente registro su decisiva
influencia en la disputa feminista.
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9. En un simposio del Michigan Journal of Gender and Law sobre “Prostitution: From Academia to Activism”
con una ponencia sobre la prostitución y los derechos civiles que sería publicada al año siguiente en esa
misma revista (MacKinnon, 1993).
10. En 2003, Bush decreta un plan emergente contra el sida que dispone de 15 billones de dólares, cuyo
objetivo incluye la “erradicación de la prostitución” al considerarla “propagadora” del VIH. Así prohíbe
que se otorgue dinero a los grupos organizados que trabajan con “prostitutas”. Para recibir financia-
miento las organizaciones debían firmar un Anti Prostitution Pledge (Weitzer, 2007).
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11. La evidencia indica que el fenómeno de migración para dedicarse al trabajo sexual es diverso y com-
plejo. Hay varias trayectorias migratorias y distintas experiencias de trabajo que pueden implicar mucha
coerción o explotación, o buena información e intencionalidad consciente de parte de la migrante (Kem-
padoo, 2012; Chang, 2013).
12. La Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional, llamada
Convención de Palermo, tiene tres protocolos: uno para prevenir, reprimir y sancionar la trata de per-
sonas, especialmente de mujeres y niños; otro sobre el contrabando de migrantes, y el tercero contra la
fabricación y el tráfico ilegal de armas. La definición en el Protocolo de trata implica tres cuestiones: 1)
conductas (captación, transporte, traslado, acogida o recepción de la persona); 2) medios (amenaza, uso
de la fuerza, engaño), y 3) fines (explotación) (ONU, 2000).
13. Según Ronald Weitzer, un investigador especializado, los abolicionistas afirman que hay cientos de
miles –si no es que millones– de víctimas en todo el mundo, y que este problema ha alcanzado niveles “epi-
démicos”, afirmaciones que han sido reproducidas –sin corroborar– por funcionarios gubernamentales
de Estados Unidos y otras naciones. Luego de recopilar investigaciones con cifras de distintas fuentes
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oficiales sobre las víctimas de trata, de analizarlas minuciosamente y compararlas con cifras sobre vícti-
mas registradas, Weitzer declara que existe una total discrepancia entre ambas. Por ello afirma que las
cifras que denuncian la magnitud del problema no son confiables en lo más mínimo y que las alarmistas
declaraciones de que la magnitud del problema es inmensa y va en aumento no tienen sustento empírico
alguno. Incluso los estimados generales son dudosos, dada la naturaleza ilegal y clandestina del comercio
sexual; existen además otros focos rojos: las cifras oficiales han fluctuado bastante en un corto periodo y
relativamente pocas víctimas de trata han sido localizadas (Weitzer, 2005; 2007; 2012; 2014).
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La materia de la disputa
14. Varios testimonios de trabajadoras sexuales en la Ciudad de México describen los “operativos de
rescate” que llegan a los antros y cabarets, durante los cuales les dicen a las mujeres: “Todas las víctimas
pónganse aquí” y a la trabajadora que responde “Yo no soy víctima” se le contesta: “Entonces eres cómpli-
ce”. Ante tal acusación, muchas aceptan declararse “víctimas”.
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15. Esto lleva a interrogarse con rigor sobre las circunstancias en que las mujeres acceden a una relación
sexual. ¿Qué tan diferentes son entre sí las mujeres que se venden abiertamente de quienes acceden a
distintas formas de intercambio de servicios sexuales por seguridad, por una posición, por regalos o
promociones laborales? Además, aunque la llamada “prostitución” es la actividad exclusiva de un grupo
determinado de mujeres, no hay que olvidar que también es una actividad complementaria de un grupo
muy amplio de amas de casa, estudiantes y trabajadoras que se “ayudan” económicamente o colaboran
con el ingreso familiar de esa manera.
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16. Birgin publicó más tarde varias compilaciones de ensayos jurídicos, en especial una sobre las trampas
del poder punitivo de la ley (véase Birgin, 2000).
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17. En Estados Unidos el comercio sexual es ilegal, tanto para quien vende como para quien compra.
Solamente en Nevada es legal desde 1971. Ahí los burdeles cumplen con estrictas medidas de seguridad
(botones de alarma, supervisión continua con micrófonos ocultos), lo que los convierte en lugares muy
seguros para trabajar (Dewey y Kelly, 2011).
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18. Como las de Ana María Atondo (1992), Fernanda Núñez (1996) y, más recientemente, Pamela Fuentes (2015).
19. Como la de Elena Azaola (2003) sobre prostitución infantil y la de Gustavo Fondevila (2009) sobre la
moral pública en las decisiones judiciales respecto de la prostitución.
20. Una excepción es el libro coordinado por Angélica Bautista y Elsa Conde sobre el trabajo sexual en
La Merced, con reflexiones de ellas y de otros autores sobre los derechos humanos y la desigualdad de
género (Bautista y Conde, 2006). Otro, más centrado en la denuncia que en el análisis, es el de Andrea
Reyes Parra, que ofrece una interpretación sobre lo ocurrido en el Centro de Atención Interdisciplinaria
y Servicios (CAIS) de la CDHDF (Reyes, 2007).
21. Su libro Los demonios del Edén es un desgarrador relato sobre el abuso de niños/as y adolescentes y la
forma en que el poder político protege a los pederastas abusadores (véase Cacho, 2005).
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22. Por ejemplo, en el IV Congreso Latinoamericano de Antropología (octubre de 2015) hubo una mesa
redonda en torno a los “Aportes de la antropología feminista al análisis de la trata de personas y la violen-
cia de género”, donde Lagarde reiteró la idea de la creciente violencia hacia las mujeres víctimas.
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23. El Reglamento para los Trabajadores No Asalariados del Distrito Federal existe desde 1972, y con él
se registra a personas que laboran en la vía pública sin una relación patronal ni un salario fijo, como los
lustrabotas, los cuidacoches, los músicos callejeros, los vendedores de billetes de lotería y 10 oficios más.
24. Correspondió a la jueza Paula María García Villegas Sánchez Cordero, del Décimo Tribunal Colegiado
del Primer Circuito, quien concedió el amparo el 31 de enero de 2014. Véase Madrid, Montejo e Icela (2014).
25. Se llevó a cabo en el programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM el 1 de diciembre de 2014.
26. Amuchástegui (Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco) es integrante del Neoliberalism
and Sexualities Working Group (NSWG), coordinado por las doctoras Elizabeth Bernstein y Janet Jacobson,
del Center for Research on Women del Barnard College; entre sus integrantes se encuentran Sealing Cheng
(University of Hong Kong), Mark Padilla (Florida International University), Mario Pecheny (Universidad
de Buenos Aires) y Kerwin Kaye (Wesleyan College).
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27. Auditorio Mario de la Cueva de la Torre II de Humanidades de la UNAM, convocado por el Barnard
Center for Research on Women, la UAM-Xochimilaco, la Cátedra Extraoridinaria sobre Trata de Personas de
la UNAM y el Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM.
28. Las integrantes son Luz del Carmen Jiménez Portillo, Jessica Gutiérrez, Melisa Cabrapan, Lucía Núñez,
Nancy Lombardini, Azucena Ojeda, Ana Amuchástegui y yo. El nombre “Placer y peligro” retoma el título de la
famosa Conferencia de Barnard (1982), que marcó un giro en las “guerras en torno a la sexualidad”.
29. Esta declaración la hizo AI luego de realizar una sólida investigación y consulta con una diversidad
de organizaciones y personas, desde la Organización Mundial de la Salud, ONUSIDA, ONU Mujeres,
la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Anti-Slavery International y Human Rights Watch, Open
Society Institution (OSI), la Alianza Global contra la Trata de Mujeres, hasta la recopilación de testimonios
de más de 200 trabajadores/as y ex trabajadoras/es sexuales, policías y funcionarios de gobierno en Ar-
gentina, Hong Kong, Noruega y Papúa Nueva Guinea. Además, las oficinas nacionales de AI en todo el
mundo contribuyeron realizando consultas locales con grupos de trabajadoras/es sexuales, grupos que
representan a supervivientes de trata, organizaciones abolicionistas, feministas y otros representantes
de los derechos de las mujeres, activistas LGBTI, organismos contra la trata de personas, activistas que
trabajan sobre el VIH/sida y muchos más.
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A guisa de conclusión
El avance cada vez mayor de una conciencia sobre los derechos huma-
nos de las personas que realizan trabajo sexual se contrapone al pánico
social alentado por el abolicionismo, mismo que ha llevado a un endure-
cimiento de las acciones punitivas. En México es indispensable una re-
gulación del comercio sexual que preserve la independencia y la seguri-
dad de las personas que se dedican al trabajo sexual, y que les otorgue los
mismos derechos laborales que a las demás trabajadoras. Esto requiere
que se acepten legalmente formas grupales de organización del traba-
jo (pequeñas empresas o cooperativas) donde la organización de varias
personas para hacer negocio no se interprete como lenocinio.30 El recla-
mo de las trabajadoras independientes y la resolución de la jueza García
Villegas obligan a que el sistema judicial realice un minucioso análi-
sis de la Ley General para Prevenir, Sancionar y Erradicar los Delitos
en Materia de Trata de Personas y para la Protección y Asistencia a las
Víctimas de estos Delitos, pues esta ley es utilizada para impedir el pleno
reconocimiento del trabajo sexual, entendido como actividad sexual re-
munerada, voluntaria y entre adultos. Quienes administran justicia no
distinguen entre trabajo sexual, lenocinio, explotación sexual y trata, y
30. Si tres o cuatro amigas decidieran trabajar juntas, a quien rente el departamento se le podría acusar
de lenona. Igual ocurre con los familiares (madres, hermanos, hijos) que acompañan a las mujeres que
trabajan. Las denuncias por lenocinio no tocan las altas esferas de la “prostitución”, y para lo único que
sirven es para controlar a las trabajadoras sexuales, que necesitan trabajar acompañadas de amistades o
parientes. Es necesario que se acepten otras formas de organización del trabajo sexual, para que el delito
de lenocinio no se pueda aplicar contra las personas que acompañan a las trabajadoras.
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31. Utilizo el término fantasma en su sentido psicoanalítico, como fantasía, representación, guión escé-
nico imaginario, ensoñación que pone en escena de manera más o menos disfrazada un deseo (Chema-
ma, 1998, p. 157).
32. Es significativo que, desde las primeras reflexiones feministas, se vinculó la prostitución con la vio-
lación. (Véase Brownmiller, 1972.)
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Bibliografía
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are-human-rights/
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Cuerpo y política*
* Extraído de Lamas, Marta (2018). Cuerpo y política. En Hortensia Moreno y Eva Alcántara (coords.),
Conceptos clave en los estudios de género, vol. 2 (pp. 47-64). México: Centro de Investigaciones y Estudios de
Género.
1. Elijo hablar de sexuación para referirme a la anatomía, en lugar de diferencia sexual, ya que esta última
implica aspectos psíquicos y culturales. La sexuación se determina por los cromosomas mientras que la
diferencia sexual se construye culturalmente y se internaliza psíquicamente.
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Cuerpo y cultura
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Cuerpo y política
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Cuerpo y política
3. En Fenomenología de la percepción (1994) Merleau Ponty dice que el acto y el proceso de la percepción
están filtrados, teñidos, por los habitus de la cultura que el cuerpo tiene internalizados.
4. Iris Marion Young y Jean Grimshaw han retomado la reflexión de Merleau-Ponty sobre el cuerpo,
aplicándola a un análisis de las circunstancias actuales. Véanse Grimshaw (1999) y Young (2005).
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El cuerpo y el mercado
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Cuerpo y política
todas las relaciones sexuales que quieran siempre y cuando sean libres,
amorosas y no medie una transacción económica.
Otras feministas han cuestionado dicho planteamiento. En especial,
la filósofa Martha Nussbaum (1999) ha respondido con una argumen-
tación que pone en evidencia los prejuicios que existen sobre el uso
del cuerpo femenino para ganar dinero.5 Nussbaum dice que no debe-
ría preocuparnos que una mujer con muchas opciones laborales elija
la prostitución; es la ausencia de opciones para las mujeres pobres lo
preocupante, pues convierte la prostitución en la única alternativa po-
sible. Lo mismo se podría decir de las mujeres que alquilan su útero y
establecen contratos de gestación. El asunto nodal es cómo expandir
las opciones de esas mujeres en el contexto de la precarización labo-
ral (la miserabilidad de los salarios, el desempleo y la ausencia de una
cobertura universal de seguridad social), ya que tanto el trabajo sexual
como el gestacional representan formas importantes de subsistencia y
movilidad social. Muchas de estas mujeres incluso desestiman las duras
condiciones en que los llevan a cabo: el trabajo sexual en la calle puede
ser peligroso, y la reclusión y monitorización durante el embarazo pue-
de ser agobiante; sin embargo, no todas las mujeres consideran estos
trabajos peligrosos o agobiantes, y algunas los defienden como opción
económica; incluso hay quienes declaran que los disfrutan, ya sea por la
carnalidad inherente al trabajo sexual o por las buenas condiciones de
alimentación y descanso que reciben durante la gestación.
Si –según el discurso feminista– las mujeres deben ser libres de to-
mar decisiones sobre sus cuerpos, ¿por qué algunas feministas objetan
que las mujeres comercialicen ciertos servicios corporales? Anne Phillips
5. Nussbaum enmarca su reflexión en una comparación con la venta de otros servicios corporales, y
además establece una analogía con el gran rechazo social y las irracionales estigmatizaciones contra
las primeras mujeres que cantaron en público. Ese rechazo no se debía a la actividad de cantar per se,
la cual podía realizarse en un círculo íntimo (entre familiares y amistades), sino al hecho de hacerlo en
público y para ganar dinero (1999, p. 279). Las primeras mujeres que cantaron en público fueron conside-
radas personas inmorales que se prostituían. Esa prohibición –no en público y por dinero, sí en privado
y por amor– está vigente en nuestros días para la relación sexual, y conlleva una serie de presunciones
sobre lo que es inapropiado en una mujer decente. Al recordar el repudio que inicialmente produjeron
esas cantantes, que hoy son respetadas y ganan bien, Nussbaum insiste en la importancia de poner bajo
cuidadoso escrutinio las ideas sobre el vínculo dinero-cuerpo, pues están teñidas de prejuicios que pro-
ducen injusticias.
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las opciones con las que obtienen mayores ingresos, esos trabajos se in-
terpretan como instancias que refuerzan la desigualdad de género. La
crítica de Satz se centra en señalar que tanto el comercio sexual como
el alquiler del útero propagan una visión negativa, en que las mujeres
sirven a los deseos de los hombres y ellos las objetualizan. Esto ocurre
independientemente de que las propias involucradas lo vivan o no de
esa manera. La preocupación ética y política que provocan esas prácticas
tiene que ver con las relaciones de género inequitativas que sostienen y
respaldan; con los efectos que tal tipo de transacciones producen en las
mujeres y los hombres, así como en las normas sociales, y con el signifi-
cado que imprimen en las relaciones entre ambos. Aunque millones de
mujeres ganan su sustento cobrando dinero por realizar servicios se-
xuales, con el cuerpo como instrumento de trabajo, lo que incomoda a
Satz es la forma en que ese mercado nocivo contribuye al estatus social
inferior de las mujeres (vale recordar que solo ellas cargan con el estig-
ma). Pero –y esto es muy importante– esta autora destaca que la solu-
ción no radica en la prohibición de tal mercado, dado que criminalizar el
comercio vuelve más peligrosa la situación de las trabajadoras sexuales.
Prohibir los mercados que ya existen (venta de gametos, trabajo sexual
y procreativo) resulta problemático y puede provocar más efectos nega-
tivos que positivos.
Es la asimetría de género, con sus usos y costumbres sexuales y pro-
creativos, lo que valida relaciones desiguales entre hombres y mujeres
de manera absolutamente funcional para la estructura sexista de la so-
ciedad. Por eso el argumento de Satz es que, al margen de cómo se viva
individualmente, el trabajo sexual refuerza la idea de las mujeres como
objetos sexuales de los hombres, y la gestación subrogada refuerza la
creencia de que las mujeres son máquinas para gestar criaturas. Las re-
flexiones de Nussbaum, Satz y Phillips introducen matices importan-
tes en el debate, y están lejos de los argumentos de quienes pretenden
erradicar totalmente el comercio sexual y las gestaciones subrogadas.
Phillips señala que prohibir esos mercados no es justo para las perso-
nas pobres, que solo pueden vender su trabajo sexual y procreativo, e
incluso sus órganos. No es válido impedirle a la gente que comercie con
su cuerpo si esa es la única vía que tiene para su sobrevivencia o para
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6. Entre la fecundación del óvulo y sus distintas etapas de desarrollo (mórula, blastocito y embrión), has-
ta llegar a un feto viable, pasan al menos cinco meses. Ese lapso se contempla para la posibilidad legal de
hacer abortos en etapas posteriores a las 12 semanas, especialmente cuando el producto viene con graves
malformaciones o la vida de la mujer corre peligro.
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Cuerpo y política
Biopolítica
A la política que interviene los cuerpos, que define su uso, que les impo-
ne un deber ser, se la denomina “biopolítica”.8 El cuerpo es indispensa-
ble para vivir y trabajar, no es algo sacrosanto, pero su uso está cruzado
por cuestiones ideológico-políticas que tienen un costo, sobre todo para
quienes son más vulnerables. Giorgio Agamben dice que cuando la polí-
tica se transforma en biopolítica, asistimos a una progresiva ampliación
de las decisiones del Estado sobre la “nuda vida”: “en nuestro tiempo la
política ha pasado a ser integralmente biopolítica, por lo que se ha po-
dido constituir como política totalitaria” (2003, p. 152). En todo Estado
moderno hay una línea que marca el punto en que la decisión que una
persona desea tomar o toma sobre su cuerpo es legal o está prohibida.
Pero esta línea ya no se presenta hoy como una frontera fija que divide
dos zonas claramente separadas; más bien es una línea movediza tras
de la cual quedan situadas zonas cada vez más amplias de la vida so-
cial (Agamben, 2003, p. 155). A ello han contribuido los adelantos cien-
tíficos que han ido modificando ciertas expectativas sobre el cuerpo,
su vida y su muerte, al abrir un horizonte de posibilidades amplísimo:
7. Baste recordar las “reformas para proteger la vida” que se impulsaron en 17 estados de la república a
instancias de la Iglesia católica, con el objeto de obstaculizar el acceso de las mujeres al aborto, incluso
en las circunstancias en que es legal (violación, peligro de muerte de la mujer y malformaciones del pro-
ducto). Véase Lamas (2015).
8. El paradigma biopolítico, que abarca tanto la producción discursiva de regímenes de sexualidad como
las tecnologías del Yo, con sus procedimientos de regulación corporal, se le adjudica a Foucault. En su
curso en el Collège de France (1978-1979), publicado póstumamente como Nacimiento de la biopolítica, Fou-
cault desarrolla la tesis de la aparición de una nueva razón gubernamental y plantea la necesidad de
estudiar el liberalismo como esa nueva razón gubernamental. Véase Foucault (2007).
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Cuerpo y política
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Cuerpo y política
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Marta Lamas
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Cuerpo y política
503
Emoción y política
La vergüenza y las trabajadoras sexuales callejeras
en la Ciudad de México*
* Extraído de Lamas, Marta (2017). Emoción y política. La vergüenza y las trabajadoras sexuales calleje-
ras en la ciudad de México. En Rosario Esteinou y Olbeth Hansberg (coords.), Acercamientos multidiscipli-
narios a las emociones. México: UNAM. Agradezco la lectura crítica que Rosario Esteinou hizo de este texto.
Sus señalamientos me resultaron muy atinados y me ayudaron a reformular ciertas ideas.
1. Para el giro afectivo ver Ahmed (2004); Ticineto (2007); Gregg y Seigworth (2010); y, Berlant (2011). En
México están Calderón Rivera (2012); Besserer (2014), y Enríquez Rosas y López Sánchez (2014).
2. No me gusta hablar de prostitución ni califico a las trabajadoras de putas. Por ello aparecerán esos tér-
minos en cursivas, para recordar que, aunque así se usa, yo discrepo.
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Marta Lamas
La vergüenza
3. Desde el trabajo clásico de Ruth Benedict (1946), la antropología ha avanzado en el estudio de las emo-
ciones culturalmente construidas. Un estado del arte de la antropología de las emociones de la década de
1975 a 1985 se encuentra en Lutz y White (1986). Más recientes son los trabajos de Tiedens y Leach (2001).
Para un estado del arte de la afectividad en antropología, véase Calderón Rivera (2012).
4. En el campo de la filosofía hay una larguísima tradición de reflexión sobre las emociones, que se
remonta a los griegos, y donde se aborda la vergüenza. A partir del siglo XIX una gran cantidad de publi-
caciones sobre la vergüenza se ubica en las disciplinas psi (la psicología, el psicoanálisis y la psiquiatría).
En el siglo XX las ciencias sociales se interesan por su estudio, y se establecen derivaciones de interdisci-
plinariedad, como la sociología clínica francesa de De Gaulejac (2008).
5. En especial, Elias otorga relevancia a la invención de la pijama, el pañuelo y el tenedor. Véase Elias (2012).
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Emoción y política
6. Elias señala claramente que le ha sido preciso dejar de lado el problema de las relaciones entre hom-
bres y mujeres. Lo que sí aborda es la forma en que “En el proceso civilizatorio la sexualidad también
queda progresivamente relegada a la trastienda de la vida social y, en cierto modo, constreñida en un
enclave determinado: la familia nuclear. Paralelamente, también la conciencia que de estas relaciones
sexuales se tiene se muestra constreñida, reducida y relegada a la trastienda. Esta esfera de la vida huma-
na aparece rodeada de un aura de escrúpulos que es expresión de un miedo sociogenético” (2012, p. 596,
mis cursivas).
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Marta Lamas
sexual comercial ocasiona vergüenza en las mujeres que venden sus ser-
vicios, pero no la produce en los hombres que los compran.7 En nuestra
cultura el comercio sexual tiene significados distintos, según se trate de
una mujer o de un hombre, y aunque cada sociedad tiene sus propios có-
digos de vergüenza, la doble moral sexual es muy específica de la cultura
mediterránea (Peristiany, 1968).8
Al seguir la propuesta de Norbert Elias de “hablar de los sentimien-
tos de vergüenza en conexión con su génesis social” (2012, p. 595), está
claro que para analizar lo que ocurre en México hay que remitirse al
predominio de la cultura hispana sobre la indígena. Entre los antiguos
mexicanos existían formas de intercambio sexual distintas, más li-
bres, no marcadas por el estigma (Moreno de los Arcos, 1966; Dávalos,
2002). La existencia de la prostitución era un hecho común y corrien-
te, y había distintos nombres para designar a las mujeres.9 El más co-
mún era ahuianime, del verbo ahuia, alegrar, por lo cual Moreno de los
Arcos (1966), que sigue a Miguel León Portilla (1964), las designa como
“las alegradoras”; pero Alfredo López Austin (comunicación personal,
1998) discrepa de tal traducción y propone a su vez que se trata sim-
plemente de “las alegres”.10 A las mujeres alegres no se las diferenciaba
negativamente como ocurría con las rameras en España, donde se las
segregaba en barrios, calles y casas especiales para evitar que se con-
fundieran con las buenas mujeres. Aquí no había espacios especiales
para la prostitución, ni lugares particulares o casas específicas para lle-
var a cabo su trabajo.
7. No a todas les produce culpa. Una trabajadora me dijo: “¿Culpa? No traerles de comer a mis hijos. Eso
sí me daría culpa”.
8. En el trabajo coordinado por J. G. Peristiany (1968) varios autores estudian la continuidad y persis-
tencia de ciertos modos de pensar mediterráneos en seis sociedades: Cabilia, Chipre, Grecia, Egipto,
España, y entre los beduinos.
9. Al parecer, en la época prehispánica existieron varias formas de “prostitución”: la hospitalaria (la so-
ciedad azteca conoció la fórmula de recibimiento a los extranjeros); la religiosa o ritual (que alegraba el
reposo del guerrero o las últimas horas de las víctimas destinadas al sacrificio); y, la civil.
10. El término que alude a la puta honesta lo consigna el padre Alonso de Molina en su Vocabulario en lengua
castellana y mexicana y mexicana y castellana desde los mediados del siglo XVI. Según Dávalos (2002), el
discurso de los frailes obscureció una realidad que desentonaba con la mentalidad europea, pues aunque
los religiosos podían encontrar cierto paralelismo entre la prostitución indígena y la española, lo que no
podían entender es que se pudiera ser al mismo tiempo puta y honesta.
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Emoción y política
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Marta Lamas
médico higienista de finales del siglo XIX las calificó de “necesarias pero
peligrosas” (Núñez, 1996).
Desde entonces las trabajadoras sexuales son consideradas “mujeres
del mal vivir”, “mujeres de vida licenciosa”, “mujeres pecadoras” o “muje-
res perdidas”, aunque los clientes son vistos como hombres “normales”,
que tienen necesidades fisiológicas. Gustavo Fondevila (2009), que ana-
liza las sentencias pronunciadas por el poder judicial federal de junio
de 1917 hasta diciembre de 2006 mediante el sistema IUS de la Suprema
Corte de Justicia de la Nación, encuentra que no hay ninguna referencia
en el sistema judicial a la responsabilidad de los clientes masculinos en
la prostitución por lo que la “responsabilidad” recae en las mujeres.13 Eso
ocurre porque los jueces también comparten la doble moral que consi-
dera que “lo propio” de los hombres es desfogarse sexualmente, mien-
tras lo “propio” de las mujeres es ser recatadas.
Aunque las atribuciones, creencias y prescripciones sobre “lo propio”
de los hombres y lo “propio” de las mujeres cambian según la época y la
cultura, la idea de que lo “que les toca” a las mujeres es la pureza sexual
se ha mantenido a lo largo de varias etapas históricas. No es de extrañar,
entonces, que en el estudio clásico del doctor y periodista antiporfirista
Luis Lara y Pardo sobre La prostitución en México (1908), el autor se pre-
gunte si estas trabajadoras son “¿anormales, degenerada s o simplemen-
te inferiores física, social y moralmente?” (en Bailón, 2008, p. 347). ¡Qué
lejos estamos de las alegres que se paseaban sin vergüenza en los tiempos
prehispánicos!
13. Se analizaron alrededor de 215 mil criterios emitidos por la SCJN y los Tribunales Colegiados de Cir-
cuito, publicados en el Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, desde la quinta a la novena épocas, y
más de 35 mil criterios contenidos en apéndices y algunos informes de labores del mismo periodo. Tam-
bién se realizó una búsqueda global y consulta por palabra sobre el total de tesis contenidas en la base
de datos. Se consultaron índices de los criterios ordenados alfabéticamente, de acuerdo con la materia o
instancia emisora. Y también se hizo una consulta temática y una consulta especial que permitió reunir
un conjunto informativo relevante sobre los conceptos mencionados y sobre las instituciones jurídicas
que los regulan. Posteriormente se solicitó al archivo de la Suprema Corte de Justicia 147 expedientes
impresos y, en algunos casos más recientes, sus respectivas versiones electrónicas (Fondevila, 2009).
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Emoción y política
14. Marcela Lagarde amplía la definición: “Ideológicamente se identifica puta con prostituta, pero putas
son además, las amantes, las queridas, las edecanes, las modelos, las artistas, las vedettes, las exóticas,
las encueratrices, las misses, las madres solas o madres solteras, las fracasadas, las que metieron la pata,
se fueron con el novio y salieron con su domingo siete, las malcasadas, las divorciadas, las mujeres se-
ductoras, las que andan con casados, las que son segundo frente, detalle o movida, las robamaridos,
las que se acuestan con cualquiera, las ligeras de cascos, las mundanas, las coquetas, las relajientas, las
pintadas, las rogonas, las ligadoras, las fáciles, las ofrecidas, las insinuantes, las calientes, las cogelonas,
las insaciables, las ninfomaníacas, las histéricas, las mujeres solas, las locas, la chingada y la puta madre,
y desde luego, todas las mujeres son putas por el hecho de evidenciar deseo erótico, cuando menos en
alguna época o en circunstancias específicas de sus vidas” (1990, p. 543).
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Marta Lamas
15. Hay varios autores que trabajan la relación castigo y vergüenza. Nussbaum cita en especial a Brai-
thwaite (1989), Ahmed et al. (2001) y Posner (2000).
16. Nussbaum (1999) hace una aguda analogía al equiparar los prejuicios en torno a la prostitución con
los que se tenían en el pasado respecto de las cantantes de ópera.
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Emoción y política
17. El punto es el lugar en la calle donde se paran las trabajadoras sexuales para ofrecer sus servicios. Hay
puntos históricos, y otros asignados por las autoridades delegacionales.
18. La primera investigación me permitió obtener el grado de Maestría en Etnología (Lamas, 2003). La
segunda se concretó en el libro El fulgor de la noche (Lamas, 2017).
513
Marta Lamas
Otro más:
19. Brigada Callejera en Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez” A.C. es parte de la Red Latinoamericana y del
Caribe Contra la Trata de Personas (REDLAC), capítulo regional de la Alianza Global Contra la Trata de
Mujeres (The Global Alliance Against Traffic in Women GAATW), y se rige por una asamblea general integra-
da en su mayoría por trabajadoras sexuales.
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Emoción y política
Según Martha Nussbaum, este sentimiento cala más profundo que cual-
quier orientación social específica respecto de las normas. Por eso las
trabajadoras sexuales esconden la cara cuando los periodistas intentan
fotografiarlas o filmarlas. Así, tradicionalmente en sus presentacio-
nes se tapan el rostro, como ocurrió en las Jornadas de Análisis sobre
la Prostitución como Problema Social en el D.F., realizada en agosto de
1990 con la asistencia de decenas de trabajadoras sexuales que usaron
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Marta Lamas
La política y el apapacho
20. Fueron la Comisión de Educación, Salud y Asistencia Social y el Comité de Promoción y Participación
Ciudadana los que propusieron a la Asamblea Legislativa del D.F. la realización de estas jornadas.
21. La primera entrega se realizó el día 10 de marzo de 2014, en las instalaciones de la Secretaría del Tra-
bajo y Fomento al Empleo del DF (STYFE-DF). La segunda entrega se realizó el 11 de julio, Día nacional de
la trabajadora sexual, también en las instalaciones de la Secretaría del Trabajo.
22. Según sus propias palabras se llaman “Brigada” porque hacen promoción, capacitación o cabildeo,
trabajando en grupos operativos pequeños; “Callejera” porque el contacto lo realizan en la calle; “De apo-
yo” porque se solidarizan con personas que viven situaciones de discriminación; “A la mujer”, porque el
trabajo de acompañamiento activo que realizan está dirigido a mujeres trabajadoras sexuales, indígenas
y migrantes. Y, finalmente retoman el nombre de “Elisa Martínez”, porque así recuerdan a una compañe-
ra fallecida por sida y –con ello– hacen un reconocimiento a las trabajadoras sexuales que han muerto por
esa causa, que han sido asesinadas o que han padecido todo tipo de discriminación por ser mujeres, por
trabajar en el sexo y por haber sido infectadas por el virus de inmunodeficiencia humana.
516
Emoción y política
como los lustrabotas, los ‘cuidacoches’, los músicos callejeros, los vende-
dores de billetes de lotería y diez categorías más.23 Quince años después
lograron su objetivo.24
En su labor, Brigada Callejera no solo reivindica al sujeto político del
trabajo sexual, sino que además ha puesto en marcha un dispositivo
afectivo que concientiza políticamente sin descuidar lo emocional. Su
modelo de acompañamiento plantea discusiones políticas centrales y,
además, impulsa a las compañeras para que cuenten sus experiencias
personales: “estas son mis heridas, esta es mi vida”. Estar con ellas, día
y noche, les genera una reparación afectiva mientras que comprender el
peso del injusto contexto social, las desculpabiliza.
Dice Elvira:
23. En la demanda, además de reclamar que la Secretaría del Trabajo no les diera el mismo trato que
a otros trabajadores en vía pública, también se denunciaba a la Asamblea Legislativa del DF por haber
proclamado la Ley de Cultura Cívica el 31 de marzo de 2004, en concreto el artículo 24 fracción VII, donde
se tipifica como falta administrativa el trabajo de las personas que se dedican al sexo servicio y al Jefe de
Gobierno del Distrito Federal por la aplicación de dicha ley.
24. La Jueza Paula María García Villegas Sánchez Cordero, del Décimo Tribunal Colegiado del Primer
Circuito, concedió el amparo el 31 de enero de 2014. La jueza resolvió a su favor con una argumentación
sobre “los derechos humanos al trabajo y a la igualdad contemplados en artículos 5* y 1* de la Constitu-
ción” y subrayó la importancia de respetar la libre elección de su trabajo, pues no hacerlo “Es inconsti-
tucional”. Por eso concluyó que sí procedía expedirles la licencia y darles la credencial solicitada. Una
relación de los hechos se encuentra en Madrid et al. (2014).
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Marta Lamas
Tal fue el caso de la hoy activista Patricia Mérida, que relata lo que le
pasó cuando se inició en el trabajo sexual:
La gente pasa, y te juzga, pero no sabe realmente ver lo que hay de-
trás de las esquinas. De que yo empecé a relacionarme con Brigada
Callejera ahí mi mente empezó a desarrollar y a comprender y dar-
me cuenta realmente por qué somos trabajadoras sexuales. Se me
quitó la vergüenza porque ahí me enseñaron que como mujer valgo
mucho, valgo igual que todas las mujeres, y ahí comprendí que lo
que yo estaba haciendo no era no era malo, era una necesidad. Yo
empecé a drogarme a los 18, pero con Brigada dejé la droga y dejé el
alcohol. Yo no sé cómo pagarles, ni con mi vida termino de pagarles.
Brigada me apoyó para que estudiara. Empecé a perder la vergüen-
za, a sentir que valía mucho, que la vida es difícil pero no imposible
(Mérida, entrevista personal, 2016).
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Emoción y política
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Marta Lamas
Porque ellas veían, y ven, que nos damos unas chingas, de día y de
noche, mentándoles su madre a quien tengamos que mentársela,
haciendo valer sus derechos, poniendo denuncias y haciendo posi-
ble lo que es imposible para ellas. Yo creo que algo que a ellas nunca
se les olvida es todo el coraje y todo el trabajo que hemos venido
realizando (Madrid Romero, entrevista personal, 2016).
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Emoción y política
Rosa Icela acota que el cambio inicia “Cuando ellas empiezan a oír algo
distinto”. Esto les sucedió con el zapatismo, que les provocó un impacto
transformador.
Rosa Icela se maravilla ante los avances que han hecho las personas que
están en el trabajo sexual y concluye diciendo:
Hoy Patricia Mérida tiene 49 años. Está casada con un cliente que se
enamoró de ella. Ya no trabaja de prostituta y acaba de terminar un curso
de computación que le financió Brigada Callejera. Mérida, como le di-
cen todos, asiste a las reuniones de Brigada cada vez que puede, y apoya
en todo lo que se ofrece. El dispositivo afectivo de Brigada Callejera ha
tenido eficacia, y la vergüenza por su supuesta suciedad se transformó
en solidaridad con la causa. Lo que Brigada Callejera ha logrado con
Mérida –y ciertamente con muchas otras– fue más allá de alimentar su
autoestima: consistió en devolverle la dignidad y potenciar el orgullo de
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Marta Lamas
La potencia de la afectividad
La vertiente del giro afectivo propone que no hay que comprender las
emociones solamente como estados psicológicos, sino también como
prácticas sociales y culturales que inciden en la vida pública (Ahmed,
2004). El trabajo de Brigada Callejera es un paradigma donde las emo-
ciones compartidas en contextos privados circulan en una economía
afectiva que tiene resonancias públicas. Al referirse a la circulación de lo
privado en la producción de la política, Lauren Berlant (2011) encuentra
en ciertos afectos una suerte de operación ideológica tendente a refren-
dar la desigualdad. Por eso Berlant subraya que los sentimientos son
claves en el momento de evaluar la política, y señala que, así como en
algunos casos pueden ser elementos transformadores, en otros no ha-
cen más que refrendar el statu quo. De ahí que esta autora proponga que
las emociones deben ser estudiadas cuidadosamente desde un punto de
vista crítico atendiendo a la posibilidad de que algunas de ellas sean con-
servadoras y otras progresistas. Según Rosario Esteinou (comunicación
personal, 2017), las emociones en sí mismas no son ni conservadoras ni
progresistas; hay que analizar los valores que sustentan. Así pues, desde
el enfoque de Berlant, sería un error interpretar a la vergüenza como
una emoción conservadora y a la indignación como progresista.25
El giro afectivo habla de que los afectos son en sí mismos actos capaces de
alterar la esfera pública con su irrupción, como lo lograron las trabajadoras
sexuales independientes al luchar –y conseguir– la licencia de trabajador no
asalariado que otorga el Gobierno de la Ciudad de México. Cuando Ahmed
25. Por ejemplo, no se puede calificar la “indignación” de los grupos conservadores ante la prostitución
como “progresista” o la vergüenza de un funcionario público ante la corrupción como “conservadora”.
522
Emoción y política
(2004) habla de “la política cultural de las emociones” alude a la forma en que
éstas se reproducen y circulan, o sea, habla de una economía de los afectos y
de la importancia de comprender la economía emocional que las sostiene.
Según esta autora, la cultura y las emociones se afectan recíprocamente y al
configurar relaciones de mutua influencia, troquelan a las personas y mode-
lan a la sociedad. Desde su punto de vista, en las condiciones estructurales de
desigualdad se encuentran emociones como el miedo, el odio y la vergüen-
za, que son expresiones emocionales de un mundo injusto y desigual. En tal
perspectiva, la vergüenza funciona para sostener la posición subordinada de
las trabajadoras sexuales, y para que siga existiendo la injusticia de que el es-
tigma recaiga solamente en ellas. Esto es precisamente lo que he denomina-
do la “marca del género” en el comercio sexual y que alude a que únicamente
las mujeres son víctimas de violencia simbólica, pues incluso los hombres
que se dedican al trabajo sexual y que muchas veces ocupan una posición
femenina, no viven ese tipo de internalización negativa sobre el ejercicio de
su sexualidad (Lamas, 2003).
Ahmed dice que algunas formas de violencia, efecto de normas socia-
les que están ocultas a la vista, no se presentan como violencia (2015, p.
291). Ese es justamente el caso del estigma, una forma de violencia sos-
tenida por la doble moral que produce vergüenza individual y aumen-
ta la desigualdad social. Debido al estigma, pocas trabajadoras dan la
cara y exigen el trato de trabajadoras. Ahmed lo desarrolla claramente:
emociones como el miedo y la vergüenza refuerzan públicamente los
caminos argumentativos de la discriminación y el rechazo, y se trans-
forman en excusas emocionales para evitar asumir responsabilidades
colectivas. Esto sería como pensar: “Si siento rechazo o desprecio por
una puta, es porque le gusta el dinero, porque no tiene decencia, porque
es una mala mujer o una degenerada”. La reproducción social de ciertas
emociones –como el rechazo o el desprecio– hace que las trabajadoras
se sientan culpables o pecadoras en lugar de sentirse víctimas del sis-
tema y su doble moral. “Si siento vergüenza por ser trabajadora sexual
es porque la culpa de ser puta es mía, porque me gusta el dinero, porque
soy una mala mujer o una degenerada”. Y, como señala Ahmed, la ausen-
cia de comprensión social lleva a que los afectos negativos se entiendan
como intrínsecos a los sujetos que carecen de algo (2015, p. 322).
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Marta Lamas
Les hemos enseñado algo valioso, ver por tus compañeraspero vol-
tear a ver a quien nadie está atendiendo, los que están en la calle, los
que tienen problemas, a los que nadie pela, a los jóvenes también. Y
como ellas, muchas de ellas también sufrieron esa parte. Cada una
ha escogido, aparte de la lucha del trabajo sexual, otra lucha. Y eso de
estar conectadas en otros movimientos sociales se dan cuenta de que
no son las únicas jodidas, aunque sí son de las más jodidas y de las
que nadie quiere hablar (Madrid Romero, entrevista personal, 2016).
524
Emoción y política
A guisa de conclusión
525
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26. A lo largo de su obra Freud reflexiona sobre las vicisitudes de las relaciones amorosas y/o sexuales
entre hombres y mujeres, y alude directamente a la prostitución en tres ensayos denominados sus “Apor-
taciones a la psicología de la vida erótica” (en la traducción de López Ballesteros) o “Contribuciones a la
psicología del amor” (en la traducción de Etcheverry). Estos ensayos resultan especialmente útiles para
esclarecer la demanda masculina. Véase Freud (1910), (1912) y (1917).
526
Emoción y política
27. El concepto psicoanalítico de goce ofrece un campo fértil de interpretación, pues permite considerar
plausible que las personas gocen psíquicamente aunque no tengan placer sexual. Sobre lo complejo del
goce véase Braunstein (1990). Para una interpretación psicoanalítica clásica véase Welldon (1993).
527
Marta Lamas
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Emoción y política
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División del trabajo, igualdad de género y calidad
de vida*
Desde hace rato, las feministas de distintas tendencias han venido de-
nunciando que la llamada “división sexual del trabajo” es una “configura-
ción problemática” que limita el acceso igualitario –de las mujeres y los
hombres– tanto a los trabajos del ámbito público como a los del ámbito
privado (Elshtain, 1981; Tronto, 1993; Fraser, 1997; Lister, 2000a y 2000b;
Izquierdo, 2004).
Si bien hace miles de años el reparto de las tareas que hoy conocemos
–donde las mujeres se hacen cargo del cuidado y los varones del gobier-
no y la defensa– tuvo que ver con las diferencias biológicas, en especial
con la fisiología reproductiva (Harris, 1993), en la actualidad el desarrollo
científico ha relativizado la fuerza masculina (con el uso de máquinas) y
la vulnerabilidad procreativa femenina (con el uso de anticonceptivos).
Así, resulta anacrónico hablar de división sexual del trabajo. No se trata
de negar realidades incontrovertibles; sin duda, los machos humanos
generalmente son más altos, más corpulentos y más fornidos que las
hembras humanas, y su proceso procreativo se desarrolla fuera de sus
cuerpos. Sin embargo, el conjunto evidente de distinciones bio-sexuales
no es lo que produce la segregación laboral existente (Fine, 2010). O sea,
lo que determina la desigualdad laboral son las creencias culturales so-
bre “lo propio” de los hombres y “lo propio” de las mujeres que, además,
se internalizan en el psiquismo. Pero la explicación de la desigualdad
* Extraído de Lamas, Marta (2018). División del trabajo, igualdad de género y calidad de vida. En Mar-
ta Ferreyra (coord.), El trabajo de cuidados: una cuestión de derechos humanos y políticas públicas (pp. 12-23).
México: ONU-Mujeres.
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2006). Si para todas las personas los sentimientos no son fáciles de po-
ner en palabras, para los varones es aún más difícil, pues menoscaban
su imagen de masculinidad. Y precisamente las dificultades que tienen
los varones para expresar sus experiencias de privación, dolor o explota-
ción –frecuentemente negadas o vividas con vergüenza– provienen de la
violencia simbólica del mandato de la masculinidad.
Algunos gobiernos socialdemócratas han comenzado a orientar pau-
latinamente el poder del Estado para estimular a los hombres a ocupar-
se, en mayor medida, de las actividades de cuidado (Sevenhuijsen, 1998;
Einarsdóttur, 2012). Para los varones, la decisión de ocuparse activa-
mente del cuidado y no únicamente a través de la provisión, plantea no
solo un desafío a su masculinidad, sino que además incide en su desem-
peño laboral remunerado. La incompatibilidad que existe entre el em-
pleo masculino y la dedicación activa a las tareas de cuidado configura
una de las razones por las que los hombres no suelen aprovechar en su
totalidad las posibilidades de disminuir las contradicciones que viven
entre su desempeño laboral y el cuidado familiar (Einarsdóttur, 2012).
Ante la lentitud de las transformaciones en las conductas masculi-
nas, esos gobiernos han comenzado por otorgar a los varones ciertas
compensaciones en forma de prestaciones laborales, con el fin de incen-
tivarlos para que asuman más responsabilidades de cuidado (Kershaw,
2006). Ampliar el tiempo de los permisos paternos a varios meses es una
política de acción afirmativa, dirigida a equilibrar el valor de las muje-
res en el trabajo asalariado mediante una mayor inclusión masculina en
el ámbito doméstico (Einarsdóttur, 2012). Sin embargo, entre las difi-
cultades para modificar la conducta masculina destaca la resistencia de
muchas mujeres que prefieren ser ellas quienes se ocupen del cuidado.
Como todas las acciones, actitudes y decisiones de los seres humanos es-
tán inextricablemente entretejidas con lo cultural y lo psíquico, no debe
extrañar que una mayoría de mujeres “elija” cuidar a su criatura por en-
cima de otras opciones. Y aunque las mujeres crean que dicha elección
es una decisión “libre”, los mandatos de género inscritos en su subjetivi-
dad la favorecen y/o determinan.
Existe una clara relación entre las decisiones personales y las nor-
mas del entorno cultural. En ese sentido, la “disposición” femenina para
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las niñeras que tienen conocimientos sobre las necesidades de las cria-
turas para que se desarrollen bien, cognitiva y subjetivamente (Leira y
Saraceno, 2012). Por la importancia sustantiva que tiene el desarrollo
intelectual y humano de las criaturas, Ana Sojo (2014) ha formulado una
importante reflexión sobre la necesidad de contar con personas capaci-
tadas en la atención infantil. La idea de que “ser mujer” da “naturalmen-
te” ese conocimiento es parte de la mistificación cultural, y deriva en un
resultado desastroso para el proceso de desarrollo infantil.
La división “sexual” del trabajo entre las mujeres cuidadoras y los
hombres proveedores afecta tanto a quienes se dedican al cuidado como
a quienes no pueden realizarlo. El círculo vicioso obstaculiza el desarro-
llo personal, profesional y político de unas y de otros, y para romperlo
hay que desarrollar acciones afirmativas pertinentes para los varones
igual que para las mujeres. Ahora bien, no es fácil aquilatar la mane-
ra y la medida en que los arreglos laborales asimétricos son opresivos,
cuando el discurso social los considera “complementarios”. De ahí surge
el apremio de examinar aquello que subyace bajo la supuesta “comple-
mentariedad” y de analizar la forma en que se lleva a cabo –equitativa o
inequitativamente– en las vidas cotidianas de las personas.
Hace más de dos décadas, la reflexión académico-política ya plantea-
ba al trabajo de cuidado en términos de una expresión ética de la solida-
ridad humana. Quienes analizan las consecuencias de que los hombres
no se responsabilicen de este tipo de trabajo, enfatizan el incremento de
la dependencia económica de las mujeres, y alegan que el cuidado debe
ser una obligación de toda la ciudadanía (Tronto, 1993; Fraser, 1997; Knijn
y Kremer, 1997; Sevenhuijsen, 1998). Más recientemente, otros analistas
han avivado el debate sobre el cuidado al enfocarlo como una obliga-
ción cívica; y, con la expresión ciudadanía incluyente, sostienen que las
tareas de cuidado deberían constituir un deber ciudadano obligatorio
para todas las personas adultas (Lister, 2000b; Kershaw, 2006; Pautassi
y Zibecchi, 2013; Sojo, 2014). Lo que la dimensión incluyente de dicha
propuesta implica, es que los derechos y obligaciones de toda la ciuda-
danía deben ser igualitarios, por lo que una de sus prioridades reside
en lograr el suministro de cuidados por parte de los hombres (Kershaw,
2006). Esto supone una gran transformación cultural y requiere de un
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Investigar el comercio sexual*
En todas las sociedades y en todas las épocas han existido personas que
intercambian sexo por favores o bienes de distinta índole. El vínculo
entre sexualidad, política y economía ha sido registrado en historias y
relatos, y a partir del siglo XIX, ha producido investigaciones de distinto
tipo.1 A lo largo del siglo XX, el individualismo y el consumismo (com-
ponentes centrales de la cultura del capitalismo) han ido conforman-
do prácticas relacionales centradas en diversos intercambios sexuales
(Giddens, 1995; Beck y Beck-Gernsheim, 2001; Plummer, 2003). Además,
en la academia, Foucault, el postestructuralismo, la teoría feminista y
Lacan han dado impulso a una perspectiva antiesencialista la cual sos-
tiene que las conductas e intercambios sexuales no son “naturales”, sino
que históricamente han sido construidos, y que cada cultura les atribuye
cierto significado. Más aún, al visualizar los varios arreglos que existen
* Extraído de Lamas, Marta (2021). Investigar el comercio sexual. En Karine Tinat y Carlos Laverde
(eds.), Más allá del rescate de víctimas. Trabajo sexual y dispositivos antitrata (pp. 47-92). México: COLMEX.
Agradezco la lectura crítica de Luz Jiménez Portilla, Carlos Laverde y Claudia Torres, quienes aportaron
al texto y lo mejoraron. Obvio que cualquier error o imprecisión es mi responsabilidad.
1. El proceso de investigar “científicamente” sobre la “prostitución” inició vinculado a los intensos movi-
mientos intelectuales y políticos de mediados del siglo XIX, unos dirigidos a eliminar el vicio, el delito y la
enfermedad mental en las poblaciones europeas, y otros interesados en comprender la mente humana. De
ahí que tanto la criminología como la psiquiatría fueran las disciplinas más interesadas inicialmente en
el estudio de la conducta sexual humana. La perspectiva decimonómica se encuentra en la monumental
historia de William Sanger (1897), reimpresa en 2002. Un panorama histórico está en Bullough y Bullough
(1987). Para una mirada al siglo XIX véase Baker-Benfield (1976), Walkowitz (1980), Guy (1991) y Rago (1991).
Para México véanse Núñez (1996 y 2003), Bailón (2016), Speckman y Bailón (2016), y Bliss (2001).
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2. Es claro que siempre han existido intercambios homosexuales, y también entre más de dos personas.
Sin embargo, en estas páginas al hablar de “prostitución” me refiero básicamente al intercambio de una
pareja heterosexual.
3. Rechazo utilizar el término “prostitución” por unilateral y por su connotación negativa, así que lo
pondré en comillas a lo largo del texto.
4. Un recuento del movimiento internacional por la sindicalización y la creación de un sindicato mun-
dial (International Union of Sex Workers [IUSW]) se encuentra en Lopes (2011).
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5. Esto introduce la problemática de la legalidad de ciertas formas de organización del comercio sexual,
donde varixs trabajdorxs sexuales reivindican la posibilidad de trabajar acompañadas de una tercera
persona ubicada en otra habitación, por cuestiones de seguridad básicamente, o para que administre las
citas y los cobros, y exigen que esta no sea considerada lenona. Véase Lamas (2018).
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6. Freud señala que hay una elección masculina que se singulariza por una serie de condiciones, cuya
conjunción no se entiende a simple vista, pero que el psicoanálisis puede esclarecer, y que denomina
como la del “amor por las mujeres fáciles.” Freud devela el “nexo inconsciente” de la oposición entre la
madre y la mujer fácil, indicando que en lo inconsciente a menudo coincide en una misma cosa lo que en
la conciencia se presenta escindido en dos opuestos. Los tres ensayos son 1) “Sobre un tipo particular de
elección de objeto en el hombre” (1910); 2) “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”
(1912) y 3) “El tabú de la virginidad” (1917) (Freud, 1983a; 1983b; 1983c).
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Investigar el comercio sexual
7. Muchos clientes en los casos clínicos de Welldon descubrieron que la necesidad de pagar tenía que ver
con la exigencia psíquica de no sentirse engullidos o controlados. Al pagar se sentían seguros, en control
de la situación. La interpretación de esta psicoanalista es que esos hombres no habían consolidado su yo
básico, por lo que la intimidad de una relación sexual les resultaba amenazante.
8. Welldon cita a investigadores como Rolph (1955) y Gibbens (1957) y a psicoanalistas como Aulagnier
(1966) y Granoff y Perrier (1980).
9. En el libro clásico sobre prostitución y proxenetismo de Mancini (1963), abogado de la Corte de Apela-
ciones en Francia, hay varios ejemplos de las interpretaciones comunes sobre la psicología de las trabaja-
doras sexuales. La revisión de Vanwesenbeeck (2001) también tiene referencias a este tipo de investiga-
ción. Para México el ejemplo paradigmático son las tesis de la carrera de psicología.
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10. Hay buena investigación sobre el efecto de “limpieza social” hacia lxs trabajadorxs sexuales en algu-
nos procesos de gentrificación. Véase Smith (2002); Hubbard y Sanders (2003); Hubbard (2004).
11. A mitad de esa década las trabajadoras sexuales protestaron públicamente y empezaron a publicarse
libros de corte testimonial, donde reivindicaron el trabajo sexual como trabajo. Véase Jaget (1977), Dela-
coste y Alexander (1987), Bell (1987), y Pheterson 1989.
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12. Ya antes la antropóloga Laura Agustín había publicado una reflexión crítica sobre los migrantes,
privilegiándolos como protagonistas valientes.
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13. La definición de “trata” en el Protocolo implica tres cuestiones: 1) conductas (captación, transporte,
traslado, acogida o recepción de la persona); 2) medios (amenaza, uso de la fuerza, engaño); y 3) fines
(explotación) (ONU, 2000).
14. Según una de las ideólogas más destacadas de esa postura, Catharine MacKinnon, “las mujeres son pros-
tituidas precisamente para ser degradadas y sometidas a un tratamiento cruel y brutal sin límites humanos;
eso es lo que se intercambia cuando las mujeres son vendidas y compradas para tener sexo” (1993, p. 13). Ella
equipara la “prostitución” con una “violación repetida” (repeated rape) y afirma: “Ninguna institución social la
excede (a la “prostitución”) en violencia física” (1993, p. 25). En Lamas (2016) analizo con más detalle esta postura.
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Investigar el comercio sexual
Pero del otro lado, el auge de los derechos humanos ha alentado a lxs tra-
bajadorxs sexuales a reclamar derechos laborales; sus demandas impulsan
investigaciones dirigidas a mostrar que este es el oficio con el que logran un
mayor ingreso, que el trabajo sexual puede ser una elección y que su diver-
sidad de formas no permite encasillarlo como violencia. Además, con el giro
afectivo en las ciencias sociales, muchas personas que investigan han empe-
zado a poner atención en las emociones involucradas, lo que ha ampliado la
perspectiva de análisis.15 Esto remite, otra vez, a la importancia del psiquis-
mo, y a la necesidad de conocer elementos básicos de la teoría psicoanalítica
para interpretar los fenómenos culturales, tan cargados de emociones.16
15. En las ciencias sociales, el giro afectivo se aparta de la indagación tradicional sobre la naturaleza de
las emociones para explorar el efecto que estas producen en la sociedad, y aporta una perspectiva pro-
ductiva para abordar la investigación sobre las prácticas sexuales, incluyendo el comercio sexual. Véase
Ahmed (2004), Ticineto (2007), y Gregg y Seigworth (2010). En México están Calderón (2012), Besserer
(2014), Enríquez y López (2014), y Gutiérrez y Castillo (2019).
16. Así, se han desarrollado una “antropología psicoanalítica” y un “psicoanálisis antropológico”. Tres destaca-
dos antropólogos señalan que las premisas teóricas del psicoanálisis antropológico se asientan en la necesidad
de entender “el lugar de lo cultural en el psiquismo” mientras que las de la antropología psicoanalítica se inscri-
ben en “la ubicación del lugar del psiquismo, de naturaleza necesariamente individual, en la construcción de los
hechos culturales de factura colectiva por definición” (Badiou, Galinier y Juillerat, 1999, p. 12).
17. Estos tres autores hacen un mapeo del estado de la sexualidad y la política sexual, toman la aparición
de la epidemia del VIH-sida como el analizador para revisar el alcance de los derechos humanos, regis-
tran los combates en torno a la “prostitución”, y dan cuenta del dispositivo Prostitution Loyalty Oath, el
cual prohíbe que las organizaciones extranjeras que apoyan a las trabajadoras sexuales reciban fondos
de la United States Agency for International Development (USAID). Concluyen que estamos presenciando un
triste retorno del pensamiento religioso (2008, p. 36). Véase Correa, Petchesky y Parker (2008 y otros).
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18. Los números se encuentran en el sitio de internet de NSWP y tratan sobre: 1) trabajo sexual (t.s.)
y educación entre pares (1998); 2) t. s. y servicios de salud apropiados (1999); 3) t.s. y empoderamiento
(2000); 4) t.s. y violencia (2001); 5) t.s. y migración/movilidad (2002); 6) t.s. y derechos humanos (2003);
7) t.s., ética en los servicios de salud y la investigación (2004); 8) t.s. y cumplimiento de la ley (2005); 9)
t.s. y dinero (2006). No hay publicación en 2007; 10) t.s. y derechos de lxs trabajadores sexuales (2008);
11) t.s. y placer (2009); 12) t.s. y violencia (2010); 13) t.s. y VIH (2012).; 14) t.s. como trabajo (2015) y 15) t. s.,
resistencia y resiliencia (2016). Véase http://nswp.org/research-sex-work.
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19. Aunque esa empezó siendo la tendencia de la investigación en México, pronto surgieron investigacio-
nes con otra perspectiva, como las de Bautista y Conde (2006) y Ponce (2008).
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20. En sus investigaciones, Shaver (2005) se decidió darles una cantidad simbólica de dinero a todos los
participantes: en San Francisco fue de 10 dólares y en Montreál de 20. Fue muy evidente que los droga-
dictos participaron solamente por el dinero.
21. El primer estudio se realizó entre 220 trabajadorxs sexuales (mujeres, hombres y trans) en dos cam-
pos (San Francisco y Montreal). El equipo de investigación fue mixto: una mujer y dos varones, y cuatro
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Investigar el comercio sexual
asistentes: dos y dos. El segundo estudio comparó 107 trabajadorxs sexuales (mujeres y hombres) con 73
trabajadores hospitalarios en Montreal y Toronto. El tercer estudio investigó varios sectores de la indus-
tria del sexo, y entrevistó a 120 trabajadorxs (mujeres, varones y trans) y 34 informantes clave en Toronto
y Montreal. Véase Shaver (2005).
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22. La etnografía se perfila como muy productiva en el estudio del comercio sexual. Al respecto véase el trabajo
pionero de Bell (1994). Reflexiones más recientes están en O´Neill (2001) y Berger y Guidroz (2014).
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Investigar el comercio sexual
Todo. Sí, hay que investigar todo. Pese a las restricciones políticas y eco-
nómicas, y al avance del conservadurismo puritano, los procesos de mun-
dialización y desregulación neoliberal del mercado han significado la ex-
pansión de los mercados sexuales como nunca, con una proliferación de
nuevos productos y servicios. Un aspecto novedoso es el uso de la tecno-
logía digital, que permite el acceso a clientelas y públicos especializados,
y desplaza la oferta en la calle a espacios privados, vía el contacto por in-
ternet. Quienes trabajan fuera de las calles, con las nuevas tecnologías, se
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Marta Lamas
23. Algunas de esas investigaciones sobre la dinámica económica del comercio sexual usan fórmulas
matemáticas para describir el impacto de las políticas en la industria sexual. Véanse Cameron, Collin y
Thew (1999); Della Giusta, Di Tommaso y Strøn (2008). En 2016 se publicó The Oxford Handbook of the Eco-
nomics of Prostitution, con artículos de economistas que exploran matemática y estadísticamente temas
relacionados con el comercio sexual y analizan la influencia de la ley en la estructura del mercado sexual.
Véase Cunningham y Shah (2016).
24. Desde lo occidental destaca Ronald Weitzer (2012) con su libro Legalizing Prostitution. From Illicit Vice
to Lawful Business. Luego de una revisión sobre las tendencias en la política estadounidense hace una
concienzuda investigación sobre qué es lo que ocurre en tres países de Europa (Bélgica, Alemania y Ho-
landa), donde el comercio sexual es legal.
25. Kamala Kempadoo, Ratna Kapur y Prabha Kotiswaran analizan las distintas modalidades del co-
mercio sexual en sociedades poscoloniales, en especial revisan las reformas legales ineficaces que han
impactado a las trabajadoras sexuales, y argumentan que la criminalización del trabajo sexual es inope-
rante en zonas con economías informales y redes sociales informales. Véase Kapur (2005); Kotiswaran
(2011) y Kempadoo (2012).
26. Originalmente el abolicionismo significó la ausencia del involucramiento del Estado en el registro, el otor-
gamiento de permisos o la inspección de las trabajadoras sexuales. Hoy en día el neoabolicionismo pretende la
erradicación total de toda forma de comercio sexual. Véase O'Donnell y Anderson (2006) y Day (2010).
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27. La compilación de Farley (2003) es paradigmática de esta perspectiva. Menos tremendista, pero en
la misma línea están Farr (2005) y van den Anker y Doomernik (2006). Varias excelentes críticas a la
perspectiva neoabolicionista y sus efectos en América Latina se encuentran en la compilación de Daich y
Sirimaco (2015), en especial ver Varela (2015).
28. MacKinnon es el ejemplo paradigmático de esta posición. Véase MacKinnon (1993) y (2011).
29. Para México lo único que conozco es el trabajo de Gendes, de Fernández y Vargas Urías (2012).
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30. La lista de factores que encontró va desde la timidez, las dificultades debidas a factores familiares
para la construcción de la imagen sexual de sí mismo, la persistencia en las socializaciones familiares, el
tabú sobre la sexualidad, una ausencia de educación sexual que conduce a una imagen degradada de la
sexualidad, la mistificación de la mujer, la influencia de la pornografía, una escisión de las mujeres en
dos categorías: con las que se tiene sexo y con las que no, un modelo de normalidad masculina (centrado
en la performance y la obligación de gozar), un temor al compromiso afectivo y sus consecuencias, una
demanda paradójica que conduce a la insatisfacción (Bouamama, 2004).
31. El proyecto “How much? A Pilot Study on Four Key EU Members and Candidate Countries on the
Demand for Trafficked Prostitution” fue financiado por la Comisión Europea (proyecto núm. 1, 2005) y
se llevó a cabo en colaboración con instancias de prevención del crimen de los cuatro países: la fundación
Iniziative e Studi sulla Multietnicità (ISMU) de Italia, el Consejo Sueco para la Prevención del Delito, el
Departamento de Criminología de la Universidad Erasmus en Rotterdam (Holanda) y el Instituto Nacio-
nal de Criminología (Rumania). Posteriormente sus resultados fueron publicados en un libro. Véase Di
Nicola et al. (2009).
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Investigar el comercio sexual
32. Varios investigadores coinciden en los cuatro determinantes que según Bouamama se juegan en la
demanda masculina: 1) el aislamiento afectivo y sexual, 2) las consecuencias (“desplazamientos” los llama
él) de la igualdad femenina, 3) los consumidores de mercancías sexuales, y 4) el rechazo al compromiso y
a la responsabilidad. Para los detalles, véase Bouamama (2004).
33. El caso mexicano del “padrote”, analizado como un “oficio”, aparece en Montiel (2011), y está el repor-
taje periodístico de Hernández (2015) sobre Tenancingo como “Tierra de padrotes”.
34. Desde la década de 1990 hay buena literatura acerca del turismo sexual. Una compilación más recien-
te, que incluye dos colaboraciones sobre México, es la de Carr y Poria (2010). Piscitelli ha investigado en
Brasil una variante del turismo sexual, donde los europeos viajan para pasar sus dos meses de vacaciones
con una misma mujer, a la que mantienen todo el año (ellas son las llamadas “interesadas”). Véase Pis-
citelli (2007 y 2011).
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35. Hay un cierto boom editorial de literatura amarillista, que roza lo pornográfico. Para testimonios, re-
latos y análisis menos amarillistas desde la perspectiva de strippers, teiboleras y otras formas de servicios
sexuales, son relevantes Sterry y Martin (2009), y Davina (2017); para México, Granados (2008) y Ezeta
y Salazar (2015).
36. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicó hace años una estimación del comercio
sexual en el sudeste asiático.Véase Lim (1998).
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Laura Agustín señala que existe una cantidad de actores sociales in-
sertos en la industria del sexo que no dan el servicio directamente; son
los dueños de los negocios, los inversionistas, los empresarios, y otro tipo
de trabajadores, como meseros, cajeros, guardias, choferes, contadores,
abogados, doctores e intermediarios que facilitan los procesos de nego-
cios como los agentes de viaje, guías, agentes matrimoniales, editores de
periódicos y revistas. Los espacios donde se lleva a cabo también varían;
además de los bares, restaurantes, cabarets, clubs, burdeles, discotecas,
saunas, estéticas de masaje, sex shops, cuartos de hotel, departamentos,
también hay sexo comercial en librerías, sótanos, sitios de internet, sa-
lones de belleza, cines, baños públicos, servicios telefónicos, eventos de
modelaje, despedidas de solteros/as, fiestas de swingers y de fetichistas.
Y qué decir de la cantidad de servicios de peluquería y maquillaje, pro-
ductos, películas, juguetes y ropa. Sin embargo, las investigaciones –así
como las políticas públicas– se enfocan solo en la “prostitución”, mien-
tras que esa cantidad de negocios vinculados al sexo no aparecen en los
estudios gubernamentales, lo que significa que no hay permisos, ni ins-
pecciones, ni impuestos, y evidentemente se desconoce cómo operan.
Ante tal estado de la cuestión, Agustín hizo un llamado a enviar cola-
boraciones que utilizaran un marco cultural, y señaló:
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37. En Sexualities, vol. 10, núm.4, aparecen: “Introduction to the Cultural Study of Commercial Sex”
de Laura María Agustín; 1) “Performance, Status and Hybridity in a Pakistani Red-Light District: The
Cultural Production of the Courtesan” de Louise Brown; 2) “Marketing Sex: US Legal Brothels and Late
Capitalist Consumption” de Barbara G. Brents y Kathryn Hausbeck; 3) “No Money Shot? Commerce,
Pornography and the New Sex Taste Cultures” de Feona Attwood; 4) “Rent-Boys, Barflies and Kept Men:
Men Involved in Sex with Men for Compensation in Prague” de Timothy M. Hall; 5) “Sex Work for the
Middle Classes” de Elizabeth Bernstein; 6) “Shifting Boundaries: Sex and Money in the North-East of
Brazil” de Adriana Piscitelli; 7) “Thinking Critically about Strip Club Research” de Katherine Frank y 8)
“Questioning Solidarity: Outreach with Migrants Who Sell Sex” de Laura María Agustín.
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38. Existe una discusión acerca de que en el capitalismo todo trabajo implica explotación. Si se define
el grado de explotación a partir de la relación entre las horas que se trabaja y lo que se percibe econó-
micamente, entonces resulta que hay muchxs trabajadorxs sexuales que son mucho menos explotados
económicamente que la generalidad de los trabajadores.
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39. Viviana Zelizer (2009) estudia la mezcla de intimidad y dinero, plantea que la intimidad siempre se
entreteje con intercambios mercantiles, y señala que el dinero cohabita regularmente con la intimidad,
incluso la sustenta.
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40. ¡Ojo! también entre los psicoanalistas que escriben sobre “prostitución” hay neoabolicionistas. Tal
es el caso de Juan Carlos Volnovich (2010), psicoanalista argentino, quien en su libro Ir de putas hace una
ensalada, mezclando la encuesta de Bouamama, los textos de Freud, sus lecturas de feminismo (Butler,
Spivak, Fraisse), autores de moda (Žižek, Derrida), cifras de la ONU, en lo que termina siendo un texto
pretencioso y confuso.
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Democracia y sexualidad*
Introducción
* Extraído de Lamas, Marta (2021). Democracia y sexualidad. Serie Conferencias Magistrales. Temas de la
Democracia, núm. 35. México: INE.
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Democracia y sexualidad
2. Traducida al español por Siglo XXI Editores, la Historia de la sexualidad consta de cuatro tomos: 1. La
voluntad de saber; 2. El uso de los placeres; y 3. La inquietud de sí, publicados inicialmente en 1977, 1986 y 1987
respectivamente. En 2019 apareció en español el cuarto volumen: Las confesiones de la carne.
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3. Desde esa perspectiva de explorar las pautas de dominación, subordinación y resistencia que moldean
lo sexual, y de analizar los discursos que organizan los significados de las identidades sexuales, es nota-
ble comprobar cómo hoy en día el discurso contemporáneo de la sexología se ha posicionado en el lugar
del supuesto saber, proclamando que posee la verdad sobre el sexo.
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Democracia y sexualidad
con una denuncia del sexismo –la discriminación en función del sexo–
que regula simbólica y socialmente la vida sexual de los seres humanos.
Con apoyo en los trabajos histórico-antropológicos que ponen en evi-
dencia cómo han sido instituidos ciertos significados dentro de esa ló-
gica cultural sobre la diferencia sexual que hoy llamamos “género”, las y
los activistas han cuestionado la forma en que se considera “natural” a la
heterosexualidad, y se discriminan la homosexualidad, otras prácticas
sexuales y a las identidades disidentes.
Una lúcida crítica a este aspecto, el de la forma en la cual los seres hu-
manos solemos tomar nuestro contexto cultural como “natural” es la que
desarrolla Pierre Bourdieu. Este antropólogo y sociólogo francés advier-
te que el orden simbólico “está tan profundamente arraigado que no re-
quiere justificación: se impone a sí mismo como autoevidente y universal”
(Bourdieu y Wacquant, 1995, p. 123). Bourdieu explica que tomamos lo que
nos rodea como “natural” gracias al acuerdo “casi perfecto e inmediato”
que se establece, por una parte, entre “estructuras sociales como las que
se expresan en la organización social del espacio y del tiempo y la división
sexual del trabajo, y por la otra, las estructuras cognoscitivas inscritas en
los cuerpos y en las mentes” (Bourdieu y Wacquant, 1995, p. 123). Señala
la eficacia que tiene legitimar una relación que en sí misma es una cons-
trucción social, al inscribirla en lo biológico. Plantea que el trabajo de so-
cialización que se da con la cultura “impone una construcción social de la
representación del sexo biológico que es, en sí misma, la base de todas las
visiones míticas del mundo” (Bourdieu y Wacquant, 1995, p. 123).
Esta construcción social “biologizada” ocurre, por ejemplo, cuando se
establece, a partir de la complementariedad de los sexos para la repro-
ducción, que la orientación sexual “natural” es la heterosexualidad. Dicha
construcción social se ha convertido en una norma –la heteronormatividad–
que no asume la calidad indiferenciada de la libido sexual, por lo cual res-
tringe el espectro de la sexualidad humana, mientras envía al lindero de lo
“antinatural” todas las demás prácticas e identidades sexuales.
En el proceso de investigar la genealogía de los arreglos sexuales
vigentes, muchas feministas e integrantes de la comunidad de la di-
versidad sexual que retomaron el pensamiento foucaultiano también
descubrieron el amplio y complejo panorama detectado por la clínica
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4. La identidad de género es la que lleva a sentirse mujer u hombre. La orientación sexual es la que hace
que el deseo se oriente a mujeres, hombres o ambos (la bisexualidad).
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Democracia y sexualidad
Desde principios del siglo XX, Freud sostuvo que el deseo humano
no tiene más límite que el que la cultura logra imponerle, y a partir de
ahí cuestiona la idea de que la heterosexualidad sea la manera “natural”
de comportarse. El psicoanálisis plantea que la pulsión sexual busca su
objeto con indiferencia del sexo anatómico, y que el deseo humano, al
contrario del instinto animal, jamás se colma. El deseo se mueve me-
diante elecciones sucesivas del sujeto, que nunca se deciden en forma
autónoma, ya que le son impuestas tanto desde su interior, por sus de-
seos inconscientes, como desde el exterior, por las prescripciones socia-
les del orden cultural, o sea, por la ley social.
Según Freud, la avasalladora fuerza de la pulsión sexual –celebrada,
temida, reglamentada y simbolizada a la vez de mil maneras– es “incom-
patible” con la exigencia de la vida en sociedad: la cultura la reprime y
obliga a renunciamientos y represiones que él califica de “malestar en la
cultura” (1979, pp. 65-140). Cada sociedad pronuncia una condena con
respecto a determinados tipos de comportamiento, y obliga a quienes
los manifiestan a llevar una vida oculta o una existencia clandestina. En
México, tal es el caso de las personas homosexuales: tramos íntegros de
sus vidas quedan proscritos, excluidos o reprimidos.
Aunque en la actualidad se empieza a aceptar lo que ya Freud seña-
ló a principios del siglo pasado –la calidad indiferenciada de la libido
sexual–, no ha sido la reflexión psicoanalítica lo que ha llevado a una
paulatina aceptación de la homosexualidad. El logro se ha derivado
de las resoluciones antidiscriminatorias conseguidas tanto por el ac-
tivismo de los grupos LGBTTTIQ+ como por el avance de la discusión
jurídico-filosófica.5
Ahora bien, como ya señalé, si la interrogante es qué tipo de política
sexual conlleva el ideal democrático, la duda crucial a resolver es hasta
dónde es lícito que el Estado regule el deseo sexual. Esto nos confronta
con un aspecto central del dilema ético: ¿todo vale? La respuesta es sí y no.
Si bien todas las expresiones culturales de la sexualidad son dignas,
cuando son forzadas o abusivas, resultan indignas e, incluso, criminales.
5. Las siglas, que aluden a la diversidad identitaria y sexual, corresponden a lesbianas, gais, bisexuales,
transexuales, transgéneros, travestis, intersexuales, queers y el signo + alude a lo que pueda surgir después.
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6. A lo largo de este documento aparecen en letras cursivas las palabras prostitución y prostitutas para hacer
énfasis en que se trata de términos denigratorios, los cuales, además, no aciertan a describir el fenóme-
no, pues invisibilizan a los clientes. Prefiero hablar de trabajadoras sexuales y de comercio sexual.
7. Jorge Malem (1998) aporta una interesante reflexión sobre la disputa Devlin-Hart.
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8. El abolicionismo respecto del comercio sexual significó inicialmente –a finales del siglo XIX y prin-
cipios del XX– la retirada del involucramiento del Estado en el registro, otorgamiento de permisos e
inspección de las trabajadoras sexuales (Day, 2010). En la actualidad, el neoabolicionismo pretende erra-
dicar la compraventa de servicios sexuales, con un discurso que califica toda forma de comercio sexual
como violencia contra las mujeres. Véanse las obras de Elizabeth Bernstein (1999 y 2014). También Julia
O´Connell Davidson (2014), así como los textos de Ronald Weitzer (2012 y 2014.
9. Muchos de quienes intervienen en los operativos saben que están deteniendo a trabajadoras que no
son víctimas de trata, pero los llevan a cabo ante la exigencia de reunir cifras para que México sea bien
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evaluado en el Trafficking in Persons Report (TIP Report) de Estados Unidos de América. Jessica Gutié-
rrez hace un relato de cómo funcionan los rescates. Véase Jessica Gutiérrez, “Crónica de un (no) rescate
de (no) víctimas de trata en México”, en Marta Lamas (coord.), Comercio sexual y discurso sobre trata en
México. Investigaciones, experiencias y reflexiones, México, Centro de Investigaciones y Estudios de Géne-
ro-Universidad Nacional Autónoma de México, 2018, pp. 133-147.
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10. Roberto Moreno de los Arcos (1966), siguiendo a Miguel León Portilla (1964) las llama “alegradoras”
mientras que Alfredo López Austin ( 1982) discrepa de tal traducción y propone que simplemente se trata
de “las alegres”.
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11. Para un panorama acerca del proceso que condujo a la despenalización en la Ciudad de México, véase
Lourdes Enríquez y Claudia de Anda (2008) y Marta Lamas (2017).
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12. La definición de trata en el Protocolo de Palermo (2000) implica tres aspectos: 1) conductas (cap-
tación, transporte, traslado, acogida o recepción de la persona); 2) medios (amenaza, uso de la fuerza,
engaño); y 3) fines (explotación). Véase Convención de las Naciones Unidas Contra la Delincuencia Or-
ganizada Transnacional y sus Protocolos (2004).
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13. “Como la finalidad del matrimonio no es la procreación, no tiene razón justificada que la unión ma-
trimonial sea heterosexual, ni que se enuncie como ‘entre un solo hombre y una sola mujer’”. Tesis Juris-
prudencial núm. 1ª./J. 43/2015 (Jurisprudencia), disponible en https://suprema-corte.vlex.com.mx/vid/
jurisprudencia-583152258.
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14. En la lengua española existen tres homónimos del término “género”. Estos son: 1) la definición clásica
de género como clase, tipo o especie: el género musical, el género humano, este género de conducta, etcétera
(genre en inglés); 2) la traducción de gender en su acepción de sexo, y 3) la traducción de la nueva signi-
ficación de gender, que se refiere al conjunto de creencias, atribuciones y prescripciones culturales que
establecen “lo propio” de los hombres y “lo propio” de las mujeres en cada cultura. Si bien ya es compli-
cado que dos conceptos distintos como genre y gender se traduzcan con el mismo término, el asunto se
enreda aún más porque gender tiene a su vez dos acepciones: la tradicional de sexo biológico, y la nueva de
simbolización cultural. Actualmente el uso cotidiano del término “género” circula en la vida social con las
tres acepciones: 1. clase o especie; 2. sexo y 3. simbolización. Y aunque con los tres homónimos se puede
aludir a las diferencias entre mujeres y hombres, todavía hay poca claridad respecto a su uso conceptual.
Véase Marta Lamas (2016).
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más allá que dar información biológica y aborde temas como la mastur-
bación, el embarazo no deseado y la homosexualidad.
15. Sus obras principales fueron La función del orgasmo (1927), La irrupción de la moral sexual (1932) y La
sexualidad en la lucha cultural (1936).
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16. Los dos reportes de Kinsey Comportamiento sexual del hombre (1948) y Comportamiento sexual de la Mujer
(1953) desatarían un amplio debate.
17. Al debate, que inició con la denuncia del “mito del orgasmo vaginal”, se sumaron psicoanalistas tanto
para confirmar su existencia como para reforzar su cuestionamiento. Las compilaciones de Snitow et al.
(1983) y de Vance (1984) ofrecen un panorama de la disputa. A su vez, la compilación de Jackson y Scott
(1996) incluye los artículos fundacionales.
18. Véase Ellis Willis (1983); Carol, S. Vance (1984); Alan Hunt (1999); Lisa Duggan y Nan D. Hunter (1995)
y Marta Lamas (2016).
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19. Véase Lasch (1991); Beck y Beck-Gernsheim (2001); Giddens (1992); Simon (1996); Plummer (2003).
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20. Las propuestas eran: distribución gratuita de anticonceptivos, abortos gratuitos en las clínicas esta-
tales; garantías laborales y asistenciales para embarazadas; creación de albergues para madres e hijos;
abolición de todos los obstáculos para contraer o disolver el matrimonio; supresión de diferencias ju-
rídicas entre parejas matrimoniales y no matrimoniales; abolición de la prostitución combatiendo sus
causas: el desempleo, la doble moral sexual y la ideología de la castidad; incorporación de las prostitutas
a la vida económica y severa penalización de toda utilización lucrativa de las relaciones sexuales, como
el proxenetismo; lucha contra las enfermedades sexuales mediante una campaña masiva de divulgación
sexual; educación sexual de la juventud para prevenir las neurosis y las perturbaciones sexuales, creación
de centros asistenciales suficientes para las perturbaciones sexuales; formación de los médicos, pedago-
gos y terapeutas respecto a todos los problemas de la vida sexual; protección de la niñez y juventud de
violación y violentación (acoso) por parte de los adultos; eliminación de todas las condiciones y penas
jurídicas para las relaciones sexuales adultas; supresión de todas las penas para los delincuentes sexuales
y, en su lugar, creación de centros terapéuticos suficientes para enfermos sexuales y prevención de la
delincuencia sexual (Subirats, 1975).
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21. Además de todo lo relativo al trabajo sexual y la pornografía, las iniciativas religiosas afectan también
los actos civiles (matrimonio, divorcio, adopción), la educación (limitan la sexual y permiten mayores
márgenes a la religiosa), los servicios de salud (sobre todo en anticoncepción, aborto, embarazo y obje-
ción de conciencia), el derecho penal (en especial en conductas con alguna connotación sexual), los dere-
chos de la niñez y la adolescencia (dándole preeminencia en las decisiones a los adultos y las familias), los
medios de comunicación (pretender restringir y censurar contenidos relativos a la sexualidad y permitir
mensajes religiosos), las cuestiones laborales (como la economía del cuidado y el reparto de las tareas
domésticas) y, finalmente, el uso de alcohol y de sustancias psicoactivas.
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22. El machismo no es una conducta exclusiva de los varones. El machismo es una actitud de prepoten-
cia, que exalta la fuerza y la agresividad como cualidades. Según Octavio Paz el machismo es “la fuerza,
pero desligada de toda noción de orden: el poder arbitrario, la voluntad sin freno y sin cauce” (1978, p. 73).
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el acoso sexual*
* Extraído de Lamas, Marta (2022). Interpretaciones y posicionamientos feministas ante el acoso sexual.
En Mariflor Aguilar Rivero y Griselda Gutiérrez Castañeda (coords.), Alcances y retos vigentes del feminismo.
Ciudad de México: Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
1. Abuso y acoso nombran cosas distintas, pero ligadas entre sí. El abuso es un acto que puede ser come-
tido una sola vez, mientras que el acoso es una conducta reiterada, un asedio. O sea, el acoso es un con-
junto de abusos que se llevan a cabo durante cierto tiempo, por una misma persona, grupo o institución,
mientras que hay abusos que ocurren una sola vez. Hoy se habla de “acoso callejero” para nombrar los
actos abusivos que, de manera esporádica, ciertos sujetos llevan a cabo en la calle, pero que las mujeres
viven constantemente. En ese sentido, los abusos que los sujetos realizan de manera individual se con-
vierten en un “acoso social machista” (Lamas, 2018).
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desarrollado tal narrativa y aquí solo voy a recordar que uno de sus ejes
discursivos fundamentales es el de tomar a la mujer como el sujeto privi-
legiado de enunciación del daño. Janet Halley (2006), abogada y profeso-
ra en Harvard, señala que la retórica que incita a considerar a las muje-
res como víctimas de la “natural” violencia masculina ha sido elaborada
por las dominance feminists, mal llamadas feministas radicales,2 con base
en una tríada conceptual: female injury, female inocence y male inmunity.3
Esta tríada que transmite que las mujeres son inocentes y sufren daño,
mientras que los hombres lastiman a las mujeres y salen inmunes, se
ha convertido en el eje fundamental a partir del cual se construye gran
parte de la política contemporánea feminista, en especial la relativa a
la violencia de género. Las dominance feminists alegan que las mujeres
siempre son inocentes, sin advertir la obviedad de que también muchos
hombres lo son. Sin duda muchas mujeres sufren daños, pero también
las hay que dañan deliberadamente a los hombres y a otras mujeres, y las
que gozan de inmunidad. Otras feministas son muy críticas respecto de
esta postura, por lo que rechazan la creencia de que las mujeres tengan
una “esencia” distinta de la de los hombres, e invitan a analizar con más
detalle la multiplicidad de combinaciones de inocencia, daño e inmunidad
que se desarrollan en las relaciones entre los seres humanos.
En México, dado el pavoroso contexto de inseguridad y violencia se-
xual que existe, la narrativa de las dominance feminists ha tenido resonan-
cias poderosas. De ahí que sea indispensable llevar a cabo una reflexión
crítica acerca de su retórica, pues tanto el abuso sexual como los distin-
tos tipos de acoso son problemas enormes como para equipararlos con
ciertas miradas, palabras o gestos que, aunque incomoden, son de otro
orden. Sin embargo, resulta muy difícil tratar de criticar su incitación
retórica en la medida en que formulan su objetivo como acabar con la
“violencia sexual”. ¿Quién puede no estar de acuerdo? Pero al vincular
la violencia sexual y los feminicidios con actos que no son violentos, ni
agresivos, aunque expresen deseo o tengan connotaciones sexuales, se
2. Prefiero calificarlas de feministas de la dominación, ya que ser radical es ir a la raíz de los problemas,
más que asumir posturas extremistas como las que ellas tienen.
3. Daño femenino, inocencia femenina e inmunidad masculina.
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4. Luego de haber permanecido inédito durante 34 años, en febrero de 2018 se publicó en francés el cuar-
to tomo con el nombre de La experiencia de la carne. La traducción al español es de 2019.
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5. El periódico Le Monde (10 de enero de 2018) publicó el texto de un grupo de escritoras, artistas y psicoa-
nalistas francesas, que fue interpretado como un “ataque” al movimiento #MeToo, cuando lo que propo-
nía era un deslinde ante la postura de juzgar mediáticamente y denunciaba el extremismo de considerar
todo requerimiento sexual como acoso. En mi libro reproduzco la versión en español de dicho documen-
to (Lamas, 2018).
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mismo la actriz que se acuesta con el director o productor que una mu-
jer refugiada a quien una autoridad le exige “favores sexuales” para dar-
le “protección”, o incluso comida, como tampoco lo es la situación de
la empleada que busca así un aumento de salario. Indudablemente no
todas las transacciones de “favores sexuales” son iguales y muchas re-
sultan abusivas. Sin embargo, calificar este tipo de intercambios como
“acoso” pone la atención en los supuestos acosadores sin visibilizar el
modelo socioeconómico/laboral que favorece este tipo de conductas. Tal
vez sería más sensato desarrollar un nuevo vocabulario que distinga las
diferentes características de esos intercambios, sin estigmatizarlos a to-
dos. ¿Qué ocurre socialmente cuando todo se califica de acoso? Por lo
pronto se mezclan los quid pro quo consentidos con el conjunto de “usos y
costumbres” machistas, entre los que destaca el acoso callejero con dis-
tintas conductas masculinas que las mujeres padecen en el espacio pú-
blico, un día sí y otro también, y que indudablemente hay que erradicar.
Más que reiterar que en México hay muchísimas mujeres que son víc-
timas de abusos sexuales y también de acoso callejero, laboral y escolar,
mi objetivo es revisar por qué hay cada vez más mujeres que frente a una
molestia o un agravio menor se colocan en la posición de víctimas. En
relación con esto vale la pena recordar cómo la politóloga Wendy Brown
eligió el término injury –que se puede traducir como “daño”, “herida”,
“dolor”, “perjuicio” o “agravio”– para analizar una característica de los
reclamos ciudadanos en el neoliberalismo. En su libro States of Injury
(1995), ella califica de “vínculos heridos” (wounded attachments) a identi-
dades cuya relación con el Estado se define por el daño, el agravio o el
dolor, y analiza cómo las identidades victimizadas alientan nuevas for-
mas de poder y control. Según Brown, la trampa de ese tipo de identi-
dad –una identidad de víctima perenne– consiste en que, al legitimar al
Estado y su ley como “protectores” y representar a las personas heridas/
dañadas/agraviadas como necesitadas de esta protección estatal, dicha
“protección” se convierte en una forma de sujeción. Brown analiza la
forma en que ciertos proyectos políticos contemporáneos refuerzan las
propias configuraciones y efectos de poder que buscan eliminar, y hace
una incisiva interpretación al respecto de los reclamos que las feminis-
tas le hacen al Estado acerca de la “justicia de género”. Esta politóloga
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Interpretaciones y posicionamientos feministas ante el acoso sexual
Tanto por la pluralidad cultural del mundo como por los distintos nive-
les socioeconómicos y educativos existentes, no existe una única visión
acerca de si ciertas expresiones o conductas con alusiones o connotacio-
nes sexuales son “buenas” o son “malas”. Lo que es aceptable en cierta lo-
calidad es rechazado en otra; lo que es común en una gran ciudad en otra
ya no lo es. También las valoraciones tienen sesgos de clase y de edad, y
así podríamos seguir contrastando cada acto específico. Por eso, lo que
empieza a generalizarse es que, en lugar de prohibir ciertas conductas
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6. En esa mesa participaron Lulú Barrera de Luchadoras, Amaranta Valgañón de Equis, Estefanía Medi-
na de Tojil y Karla Micheel Salas, conocida abogada feminista.
7. En esa mesa participaron Lucía Núñez del CIEG, Ana Velázquez del Círculo Feminista de Análisis
Jurídico, Estefanía Vela del CIDE y Claudia Ramos de Animal Político.
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Interpretaciones y posicionamientos feministas ante el acoso sexual
que ofrezca una disculpa. Sin embargo, en México estamos lejos de pro-
piciar que el infractor reciba una amonestación para que comprenda
lo que provocó su acción y se disculpe. Encima, muchísimas mujeres –
agraviadas y no agraviadas– exigen más y mayores castigos pues creen,
equivocadamente, que se logra más justicia cuando se aplican castigos
más duros o prolongados. La criminóloga española Elena Larrauri criti-
ca a ciertas feministas que se niegan a aceptar la posibilidad de respon-
der de manera no punitiva, e incluso tienen reacciones airadas cuando
enfrentan una resistencia crítica al punitivismo. Dichas feministas di-
cen que no se toma suficientemente en serio el dolor de las víctimas e
intentan zanjar cualquier discusión apelando a la extrema gravedad de
la violencia hacia las mujeres. Esta actitud genera la equívoca creencia
de que “sólo quien está a favor de penas más severas defiende los in-
tereses de las mujeres” (Larrauri, 2007, p. 68). Este tipo de reacciones
también han surgido en nuestro país ante las propuestas de no aplicar
penas privativas de libertad por incidentes no graves y buscar otras for-
mas de resolución del conflicto. Es un despropósito total plantear que
ante una palabra, un gesto o incluso una mirada con deseo debe haber
forzosamente un castigo, tipo la expulsión escolar o el despido laboral.
Afortunadamente, en el Conversatorio las jóvenes abogadas hablaron
de buscar formas alternativas de resolución de conflictos en oposición
al punitivismo.
Hace tiempo la abogada feminista Tamar Pitch señaló que cuan-
do las mujeres recurren al derecho penal, no piensan cuál es el precio
que pagan o el beneficio que obtienen de lo que implica “el uso de un
instrumento típico de la represión institucional por parte de un mo-
vimiento cuyo objetivo es la libertad femenina” (2009, p. 119). Esta ju-
rista recuerda que para que un fenómeno sea tipificado en el lenguaje
normativo de la ley, hay que simplificarlo. La reglamentación penal
requiere precisión para evitar una excesiva discrecionalidad de los
jueces, y ella explica que ello “supone casi siempre una traición a las
demandas, muy a menudo complejas, de sujetos colectivos, que hacen
referencia generalmente a problemas sociales y culturales con múlti-
ples implicaciones, las cuales, inevitablemente, en esta traducción al
lenguaje penal se pierden” (2009, p. 120).
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Interpretaciones y posicionamientos feministas ante el acoso sexual
A guisa de conclusión
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8. Las sex wars o guerras en torno a la sexualidad aparecen desde inicios de los años 70. Los temas prin-
cipales han sido la pornografía, el comercio sexual y, más recientemente, el acoso sexual. Para una visión
sobre el conflicto entre feministas ver Vance (1984) y Duggan y Hunter (1995).
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9. Dos publicaciones recientemente aparecidas en 2018 que aportan al respecto son la de Juan Carlos
Ramírez Rodríguez y Norma Celina Gutiérrez de la Torre y la de Luis Gerardo Ayala Real y Luis Fernando
Rodríguez Lanuza.
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Interpretaciones y posicionamientos feministas ante el acoso sexual
653
Tercera parte
Feminismos: historia,
cultura y política
La radicalización democrática feminista*
De lo político a la política
* Extraído de Lamas, Marta (2000). La radicalización democrática feminista. En Benjamín Arditi (ed.),
El reverso de la diferencia. Identidad y política. Caracas: Nueva Sociedad.
1. Como he sido activista de lo que voy a analizar, reconozco de antemano el riesgo de parcialidad en
esta reflexión.
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2. Me refiero aquí no al surgimiento feminista que ocurrió a finales del XIX o principios del XX, sino al
resurgimiento que se da en América Latina en los años 70.
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3. Pateman (1988) plantea que bajo el contrato social subyace un contrato previo, el contrato sexual.
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La radicalización democrática feminista
4. Esta tendencia del feminismo “popular”, a la que se le puso el mote de “populárica”, estuvo constituida
principalmente por feministas socialistas, mujeres cristianas y ex-militantes de partidos de izquierda.
Ver VV. AA. (1987).
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La tentación de la política
5. La penalización del aborto es otra experiencia más de la arbitrariedad del Estado, solo que el discurso
radicalizado del feminismo mexicano no lo formula claramente así, ni de manera tal que se pueda colo-
car en la agenda política de los partidos y en la agenda pública del gobierno.
6. Los estragos del “mujerismo” y la política identitaria requieren un análisis sobre la relación entre la
inmadurez política y la subjetividad que rebasa esta reflexión.
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La radicalización democrática feminista
7. Durante el IV Encuentro Feminista Latinoamericano, que se llevó a cabo en Taxco (México) en 1987,
un grupo de feministas “históricas” planteó la existencia de 10 mitos, que se entrelazan y se retroalimen-
tan entre sí, configurando un pensamiento que genera una práctica política vulnerable e ineficaz. Estos
mitos, que expresaban el tono general de la política feminista en la región, eran: 1. A las feministas no
nos interesa el poder; 2. Las feministas hacemos política de otra manera; 3. Todas las feministas somos
iguales; 4. Existe una unidad natural por el solo hecho de ser mujeres; 5. El feminismo solo existe como
una política de mujeres hacia mujeres; 6. El pequeño grupo es el movimiento; 7. Los espacios de mujeres
garantizan por sí solos un proceso positivo; 8. Porque yo, mujer, lo siento, vale; 9. Lo personal es auto-
máticamente político; 10. El consenso es democracia. El tiempo ha erosionado la vigencia de esos mitos,
pero en ese momento dominaban el imaginario colectivo del movimiento y expresaban los supuestos de
una política identitaria “mujerista” (Birgin et al., 1987).
8. Hay un debate sobre la traducción de este término. Algunas personas optan por apoderamiento (Ve-
nier, 1997). Otras utilizan el anglicismo “empoderamiento”. Yo prefiero usar potenciación.
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9. Estas definiciones, impuestas por las autonombradas autónomas, son cuestionadas por las denomi-
nadas institucionalizadas, que argumentan, a su vez, que institucionalizarse no implica perder auto-
nomía. Además, existe una tercera postura, autodenominada “ni las unas ni las otras” (Gargallo, 1997;
Birgin, 1997).
10. En concreto, en la Ciudad de México con el triunfo de la oposición de izquierda, hay un reposiciona-
miento de las tareas feministas en este nuevo contexto político.
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La radicalización democrática feminista
11. En México, un grupo de presión, el Grupo Plural, fue creado por feministas, diputadas, académicas
y funcionarias para introducir una Ley sobre delitos sexuales. La norma salió gracias a la alianza de las
diputadas de todos los partidos.
12. El Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE) se forma en 1991, cuando la reforma al
artículo 130 de la Constitución hecha por el gobierno de Salinas le da presencia legal a la Iglesia católica.
GIRE se constituye como asociación civil sin fines de lucro en 1992.
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13. Si bien perspectiva de género es el posicionamiento desde el cual se analiza lo social con conciencia
de que “lo propio” de las mujeres y “lo propio” de los hombres son construcciones culturales, en varios
ámbitos se la conceptualiza como la perspectiva que “incluye” a las mujeres. Sea en su acepción amplia
o en la restringida, la perspectiva de género obliga a poner atención a muchas demandas feministas.
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La radicalización democrática feminista
14. Aunque muchas participaron, hay que destacar el trabajo de Patria Jiménez y Eugenia Gutiérrez, así
como el de Sara Lovera y Marcela Lagarde.
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15. Los conflictos internos de la radicalización de las autónomas, que cuestionan “la tecnocratización y suaviza-
miento (sic) que ha atravesado al feminismo latinoamericano en la última década” está tratado en un artículo
ofrece un atisbo de los conflictos y las prácticas de las autodenominadas autónomas (Bedregal, 1998).
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16. Estos derechos precisan de igualdad de acceso a una serie de servicios concernientes a la salud sexual
y reproductiva: a la información sexual, a los anticonceptivos, a cuidados médicos económicamente ac-
cesibles y de calidad que, en el caso de las mujeres, por la diferencia sexual, implican la instauración del
servicio de aborto despenalizado.
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17. En México, esta es la apuesta de la nueva agrupación política feminista mixta llamada Diversa.
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La radicalización democrática feminista
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Los feminismos: desacuerdos y argumentaciones*
La función de la arrogancia
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El lugar de la teoría
1. Aunque reconozco la influencia del pensamiento feminista en nuestros países (Lamas, 2001), estoy
convencida de que necesitamos un crecimiento numérico para presionar políticamente.
2. Desarrollo esto más ampliamente en “La fetichización del género” (Lamas, 2002).
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3. La cita “strategic use of a positivist essentialism in a scrupulously visible political interest” se comenta
en la entrevista con Rooney.
4. Por cierto, me critico por no haber matizado tal distinción en mis denuncias al mujerismo y a las
posturas mujeristas.
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Los feminismos: desacuerdos y argumentaciones
diferencia sexual sin esencializarla. Una mujer ¿habla solo como agente
o representante de su sexo? No, también habla marcada por una cultura,
una clase social, una pertenencia étnica o racial, cierta sexualidad, una
religión, en fin, una historia o posición determinada. Entonces, ¿qué
implica hablar de las mujeres como unidad política, con los mismos in-
tereses y necesidades?
En su brillante análisis de las formas en que las mujeres legitiman
su lenguaje público, Catherine Gallagher (1999) nos recuerda que lo que
sacó a las mujeres a las calles, lo que las empujó a las distintas mani-
festaciones de la lucha feminista, desde las huelgas de hambre de las
sufragistas a los enfrentamientos con la policía, fue “su sentimiento de
lealtad hacia una comunidad de compañeras en el sufrimiento: en otras
palabras, la solidaridad con un sujeto colectivo” (Gallagher, 1999, p. 55).
Indiscutiblemente el poder retórico del término “mujer” tiene que ver
con ese sujeto colectivo. Pero su uso acrítico conlleva un riesgo para la
acción política, por ejemplo, al estimular la idea de que solo una mujer
puede saber realmente qué le ocurre a otra mujer; dicha suposición es
equivocada, no por “esencialista”, sino porque plantea la posibilidad del
conocimiento en la identidad.5 Por eso hay que vigilar hasta el lenguaje:
no es lo mismo hablar “como mujer” que hablar “desde un cuerpo de mu-
jer”. Esta tenue distinción, plena de significado, es crucial para la forma
en que se aborda la política.
Precisamente para elaborar estas sutiles distinciones es imprescindi-
ble el trabajo intelectual. La teoría no es un lujo, es una necesidad vital.
¿Cómo reconstruir el mundo y las relaciones de poder entre los sexos?,
¿tomando la diferencia sexual como una afirmación “ontológica”, como
si existiera una verdad absoluta de la mujer, opuesta a la del hombre
(Boccia, 1990)? Asumir sin matices la duplicidad sexual del sujeto pue-
de hacernos resbalar hacia equívocos inquietantes, como el de afirmar,
por ejemplo, que el pensamiento de hombres y mujeres es diferente
porque es sexuado. La apuesta es, por lo tanto, doble: reconocer la dife-
rencia sexual al mismo tiempo que se la despoja de sus connotaciones
5. Para un vistazo al peligro de desarrollar la política a partir de la identidad ver el número 14 de Debate
Feminista (1996), dedicado a “Identidades”, donde Mouffe y Bondi hacen sendos cuestionamientos.
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6. Para la mayoría de las “especialistas” en género, la diferencia sexual se reduce a las diferencias anató-
micas del sexo, y no se contemplan otras singularidades, ni de índole bioquímica ni de índole psíquica.
El “olvido” del inconsciente y el desconocimiento de la investigación biomédica, que ha develado que mu-
chas funciones fisiológicas están influidas directa o indirectamente por el sexo (Institute of Medicine,
2001), apuntalan la mistificación constructivista, tan cara a las ciencias sociales. Las consecuencias de lo
psíquico y lo biológico en la conducta humana tienen que ser incluidas en una reflexión rigurosa sobre el
distinto estatuto social de las mujeres y los hombres.
7. En la entrevista a Spivak, Ellen Rooney plantea precisamente que “contexto” es un concepto antiesen-
cialista (1989, p. 124).
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Los feminismos: desacuerdos y argumentaciones
sociales. Y aunque esto empieza a ser criticado por un sector lúcido del
feminismo, los estragos reduccionistas de esta limitación reverberan en
las propuestas políticas del movimiento.
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8. Pareciera que para compensar la ausencia de teorizaciones nuestras académicas se han volcado en la
presentación de datos de investigación o de archivo. Hay mucho trabajo en la sociología, con excelentes
investigadoras de la fuerza de trabajo femenina y las relaciones familiares, en el área urbana y la rural.
También se nota la voluntad de releer y revalorar fuentes históricas, ya que el silencio de las mujeres en
los registros existentes es impresionante. Comienza a fortalecerse la tendencia a los trabajos arqueoló-
gicos, o sea, a la recuperación de zonas olvidadas, de autoras silenciadas, que arrojan datos nuevos. Hay
gran productividad de este tipo de trabajo, sobre todo en la historiografía literaria. Empiezan a verse
investigadoras con una mirada sobre las prácticas, discursivas y de vida, de las mujeres; se investiga la
subjetividad femenina; se indaga en la representación política, en especial, en cómo los conflictos de
género repercuten en el desempeño profesional.
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Los feminismos: desacuerdos y argumentaciones
9. Véase “De la protesta a la propuesta…” en este mismo volumen. Véase también el documento colectivo
“Del amor a la necesidad” (1987).
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dice negro. Es el existente entre quien dice blanco y quien dice blanco
pero no entiende lo mismo con el nombre de la blancura” (1996, p. 8).
El desacuerdo no es desconocimiento, ni tampoco malentendido.
El desacuerdo no se refiere solo a las palabras: se refiere a la situación
misma de quienes hablan, a la producción de sentidos y significados. El
desacuerdo concierne menos a la argumentación que a la presencia o a
la ausencia de un objeto común entre una persona y otra. La situación
extrema del desacuerdo es aquella en que una persona no ve el objeto
común que le presenta la otra. Esta situación extrema concierne fun-
damentalmente a la política. ¿Qué puede hacer alguien que se sirve de
la palabra para discutir, pero que le otorga a la palabra sus contenidos e
inflexiones, y supone que la otra persona lo comprende? Entre nosotras
existe la falsa percepción de que la desavenencia política significa polé-
mica, y no este tipo de desacuerdo.
No nos debe extrañar que, si no somos capaces de teorizar la natura-
leza de las querellas entre nosotras, internalicemos antagonismos que
concebimos de manera equivocada. Hay que dejar de creer que la teoría
es, en sí misma, patriarcal, elitista, totalizadora y masculinista, o bien
universalista, hegemónica, occidental e imperialista, y tratar de aplicar-
la con rigor en nuestra praxis, nuestras experiencias, nuestras narrati-
vas, nuestra política del cuerpo.
El terreno de lo político es un ámbito intersubjetivo, que está estruc-
turado tanto por las reglas del debate público (casi inexistente en nues-
tro países) como por las tensiones agonistas.10 El agonismo se refiere
no al enfrentamiento –antagonismo– sino a la tensión inherente a las
múltiples diferencias presentes en la estructura del sujeto hablante. De
ahí que esperar consensos o coincidencias sea un desacierto que no solo
pasa por nuestra subjetividad, sino también por nuestro posicionamien-
to teórico. Una meta de nuestro movimiento, sobre todo cuando regis-
tramos la dimensión y la fuerza de nuestro enemigo común, podría ser
la de llegar a zonas de acuerdo, avanzando en coaliciones puntuales, sin
intentar borrar nuestras diferencias. Esto implica no solo impulsar otra
10. Chantal Mouffe trabaja específicamente la distinción entre antagónico y agonístico. Véase Mouffe
(1996).
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Los feminismos: desacuerdos y argumentaciones
Bibliografía
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Birgin, Haydée et al. (1987). Del amor a la necesidad. Fem, 11(60),
diciembre.
11. No puedo dejar de pensar en el triste papel de la izquierda francesa en las elecciones de 200X. Incapaz
de formar un frente, compitió electoralmente fragmentando sus posiciones, por lo cual quedó abajo del
candidato de ultraderecha y se vio obligada, en la segunda vuelta, a votar al candidato de centro-derecha.
Pongamos “nuestras barbas” a remojar.
12. Hemos hecho demasiadas cosas buenas como para no poder dialogar entre nosotras. Hemos logra-
do que miles de latinoamericanas sufran menos y que otros miles, al interrogarse y cambiar sus vidas,
sufran de distinta manera. Hemos construido organizaciones y redes, cambiado leyes, transformado la
cultura y la política. Hemos modificado el orden doméstico, hemos introducido una nueva perspectiva
sobre las distintas relaciones entre los sexos, pero seguimos atadas a formas rudimentarias de rivalidad
y agresión entre nosotras. Por eso, a pesar de lo mucho que hemos logrado allá afuera, al hacer aquí un
balance de nuestras relaciones internas hablo de una “larga noche”.
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El feminismo en México a finales del siglo XX:
de la protesta a la propuesta*
* Extraído de Lamas, Marta (2006). De la protesta a la propuesta: el feminismo en México a finales del
siglo XX. En Isabel Burdiel, Guadalupe Gómez Ferrer, Gabriela Cano y Dora Barrancos (comps.), Historia
de las mujeres en España y América Latina. Un siglo de transiciones, vol. 4. Madrid: Cátedra.
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Los setenta
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EL FEMINISMO EN MÉXICO A FINALES DEL SIGLO XX
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EL FEMINISMO EN MÉXICO A FINALES DEL SIGLO XX
Los ochenta
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EL FEMINISMO EN MÉXICO A FINALES DEL SIGLO XX
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EL FEMINISMO EN MÉXICO A FINALES DEL SIGLO XX
Los noventa
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En el año 2000 por primera vez gana las elecciones federales un par-
tido distinto al que llevaba gobernando setenta y ocho años. Pese a que
reconocen la importancia de la alternancia en el poder, muchos grupos
feministas lamentan el triunfo del Partido Acción Nacional (PAN) por su
talante conservador. Unas pocas figuras feministas aceptan colaborar
en el nuevo gobierno, con la idea de aprovechar los espacios nuevos que
se supone que abre la alternancia mientras la mayoría de las feministas
aguarda recelosa la línea que irá a definir el PAN. En su toma de posesión
como presidente, Vicente Fox, asume el compromiso de que su próxima
gestión gubernamental adoptará la llamada perspectiva de género.
El nuevo siglo
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Marta Lamas
relaciona con varias cuestiones. Por un lado, tiene que ver con la au-
sencia de fuerza organizada del feminismo, carencia que lo vuelve poco
interesante para los partidos. El movimiento sigue sin movilizar a las
mujeres de clase media que han sido su sustento en otros países aunque,
paradójicamente, las caras visibles son precisamente esas pocas muje-
res universitarias de clase media que en los setentas iniciaron el movi-
miento y que en los ochentas lo difundieron. Las bases sociales del mo-
vimiento tendrían que ser las mujeres de los sectores populares que, a su
vez, responden a intereses políticos partidarios y de otros movimientos,
como el urbano popular.
Por el otro, esta debilidad también tiene que ver con que a pesar de
que muchas personas y organizaciones políticas incorporan las tesis del
feminismo, no aceptan a un movimiento que está identificado pública-
mente con el aborto y el lesbianismo. Quienes conceden legitimidad a
estas demandas en privado, aún no están dispuestos a hacerlo en públi-
co, especialmente los políticos, cuya hipocresía frente a esos temas es
ya conocida. Además, hay una amplia brecha generacional y es casi nula
la participación de jóvenes. Claro que esta ausencia de juventud puede
interpretarse como resistencia de las jóvenes ante formas organizativas
que no consideran propias o que asocian a sus madres.
Pero, pese a la debilidad numérica, el movimiento tiene una poderosa
presencia simbólica, ya que la convocatoria del feminismo ha moviliza-
do con gran eficacia política a un grupo de mujeres destacadas: escrito-
ras, científicas, artistas, funcionarias y políticas. Estas han respondido
en bloque en defensa de casos paradigmáticos: la liberación de Claudia,
una mujer encarcelada por el asesinato del hombre que intentaba violar-
la, al que hirió, aunque este murió a las pocas horas por falta de atención
médica (Llamas y Rodríguez, 1998), y la defensa del caso Paulina, una
adolescente violada a la que el director conservador de un hospital públi-
co le negó el aborto legal al que tenía derecho (GIRE, 2004).
Estos procesos, de resonancia nacional, muestran las maneras como
las feministas mexicanas se enfrentan al desafío de construir un mo-
vimiento más estructurado y mejor organizado, capaz de constituirse
en una influencia política más amplia. Una meta actual es la de incidir
sobre el gobierno en la definición de políticas públicas. Ahí, el Instituto
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EL FEMINISMO EN MÉXICO A FINALES DEL SIGLO XX
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Del 68 a hoy: la movilización política de las mujeres*
(Carlos Monsiváis).
Introducción
* Extraído de Lamas, Marta (2018). Del 68 a hoy: la movilización política de las mujeres. Revista Mexicana
de Ciencias Políticas y Sociales, LXIII(234), 265-285. http://www.revistas.unam.mx/index.php/rmcpys/arti-
cle/view/65427/58400
1. Caso excepcional es el de Roberta Avendaño, la Tita, representante de la Facultad de Derecho (UNAM) en
el Consejo Nacional de Huelga, quien en 1998 publicó sus memorias, hoy en día imposibles de conseguir.
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2. Aunque, para garantizar el anonimato, cambiaron los nombres en las citas que ponen, en este primer
artículo (1993) al final aparece la lista de las 60 entrevistadas. En los ensayos posteriores, donde reelabo-
ran mucha de la información, solamente aparecen los seudónimos
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Sin plantear una experiencia femenina colectiva, pues cada una de las
entrevistadas tenía una historia distinta, Cohen y Frazier entrevén un
“diferencial de participación” (1993, p. 81). Ellas consideran que las mu-
jeres se integraron igual que los hombres en todos los niveles del mo-
vimiento: la gran mayoría en las brigadas, menos en las asambleas y
pocas en el Consejo Nacional de Huelga (CNH). Aunque todas las en-
trevistadas se refirieron a las brigadas como la estructura democrática
organizativa del movimiento, algunas estaban conscientes de su escasa
experiencia política y se sentían inseguras al hablar en las asambleas.
Muchas comentaron que los varones las presionaban para que perma-
necieran en los papeles tradicionales o que las hacían sentir incómodas.
Pero, sobre todo, muchas se comprometieron con el movimiento en la
tarea sustantiva de organizar las comidas:
3. El testimonio aparece en Pensar el 68, de Hermann Bellinghausen y Hugo Hiriart, libro que se cons-
truye a partir de extensas entrevistas con Raúl Álvarez Garín y Gilberto Guevara Niebla, además de que
intercala breves análisis de intelectuales y políticos. En las entrevistas y reflexiones escritas, recuerdos
y análisis sobre el movimiento estudiantil, de las 35 personas que aparecen solo cuatro son mujeres: Ro-
berta Avendaño –la Tita–, Teresa Jardí, Soledad Loaeza y Elena Poniatowska. En la cronología, al final,
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se consigna que el 2 de agosto la Unión Nacional de Mujeres Mexicanas protesta por la represión; se
recuerda la mesa redonda del miércoles 21 de agosto, donde participa Ifigenia Martínez; se registra que
el miércoles 28, a la altura de El Caballito, el contingente estudiantil fue agredido y resultaron lesionadas
varias muchachas; también se dice que el miércoles 2 de octubre varias mujeres fueron masacradas por
la fuerza pública (Bellinghausen e Hiriart, 1988).
4. En 1968 yo tenía 20 años y fui parte de la tropa, participando en una brigada. Retrospectivamente, creo
que lo único diferente que hice en ese momento fue buscar dónde esconder a Marcelino Perelló, cuando
mi entonces marido se negó a hacerlo en nuestra casa. Ahí se acabó mi matrimonio. Y la única amiga que
vivía sola en ese entonces, la poeta y escritora Mónica Mansour, me prestó solidaria su departamento
(Lamas, 2018a).
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5. Los mandatos culturales son esquemas de conducta que se inculcan y troquelan como una segunda
naturaleza y se mantienen vivos por medio de un control social poderoso y muy estrictamente organi-
zado. Norbert Elias considera que son resultado de un proceso histórico y de cambios en el psiquismo
(Elias, 2012).
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6. Publicado originalmente en la Hispanic American Historical Review, luego aparecerá en Estudios Socio-
lógicos y finalmente será reproducido en un libro publicado en 2013, de donde tomo las citas (Cohen y
Frazier, 2013).
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7. Este señalamiento remite a una vieja discusión en el campo de la pedagogía, donde un sector de
especialistas sostiene que es mejor que niñas y niños estudien por separado, para que las mujeres no
asuman las actitudes de subordinación y timidez que suelen darse en salones mixtos, dado que los niños
imponen su masculinidad precoz y agresiva (Belausteguigoitia y Mingo, 1999).
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8. También cuarenta años después, Pablo Gómez publica 1968. La historia también está hecha de derrotas,
donde trabaja una rigurosa reconstrucción de los hechos, a partir de la lectura de los reportes policiacos
y los documentos de la Secretaría de Gobernación. Gómez registra la actividad de muchas mujeres: la
empleada que arroja una máquina de escribir a una tanqueta, los partes policiacos que consignan que
jóvenes golpeadas fueron llevadas a hospitales, las alumnas de una vocacional detenidas, en fin, todo lo
que la policía y los agentes dejaron por escrito. Sus menciones abarcan más de 60 referencias de distintas
mujeres, pero no analiza el trabajo de las brigadistas (Gómez, 2008).
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y la Nacha son “dos mujeres a las que distinguirá su valor civil y la saña
persecutoria en su contra” (2008, p. 112), informa de la “chava” brigadis-
ta de la Facultad de Ciencias a la que le gritan que el sitio de la mujer es
el hogar y ella los envía al mismísimo carajo; de las reuniones en casa
de Selma Beraud; de la participación de Ifigenia Martínez, directora de
la Facultad de Economía; de la detención de Rina Lazo y Adela Salazar;
de que la poeta uruguaya Alcira, se esconde en un baño de la Torre de
Humanidades cuando el Ejército invade Ciudad Universitaria y es en-
contrada a punto de morir de hambre doce días después.9 Carlos registra
también un recuerdo conmovedor: “Una señora increíble, de cuarenta y
tantos años, de ropa pobretona y aspecto gastado, se acercó al tanque y
le dijo al general que debería darle vergüenza matar jóvenes, y el tipo se
quedó estupefacto, no respondió, la dejó ir” (Monsiváis, 2008, p. 220).
También reproduce la “Letanía” que Nancy Cárdenas publicó en La cultu-
ra en México el 30 de septiembre de 1968 (Cárdenas, 1968). Y no se resiste
a copiar el discurso del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz, donde
habla de las personas “damnificadas” por el movimiento estudiantil, en-
tre las que incluye a:
9. Roberto Bolaño (1999) escribe una breve y amorosa novela sobre Alcira.
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10. Seis años después de su segundo ensayo, Cohen y Frazier publicaron una antología sobre los cambios
en 1968 en las prácticas sexuales y los papeles de género, titulada Gender and Sexuality in 1968. Transforma-
tive Politics in the Cultural Imagination (Cohen y Frazier, 2009).
11. Un recuento de esos momentos se encuentra en Acevedo et al. (1977).
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¿Cómo han sido las movilizaciones feministas después del 68? En 1971,
el movimiento feminista de la segunda ola apareció públicamente en
México,12 luego se diversificó13 y poco a poco algunas de sus reivindica-
ciones –como el derecho a decidir sobre el propio cuerpo y la igualdad
de trato y de oportunidades– se filtraron en la mente de muchísimas
personas. En las décadas de 1980 y 1990, gran parte de las activistas se
desplazaron a fortalecer sus incipientes organizaciones y las movili-
zaciones públicas fueron escasas y poco nutridas; nada que ver con la
participación masiva que tuvo el movimiento estudiantil. Además, con
el avance del neoliberalismo surgió una nueva expresión cultural que
se calificó como posfeminismo.14 Entendido como una negación del fe-
minismo o como una superación de él, el posfeminismo reconfiguró el
discurso feminista sobre la libertad y la autonomía en una celebración
del hecho de “ser mujer”. Byung Chul-Han considera que “el neolibera-
lismo es un sistema muy eficiente, incluso inteligente, para explotar la
libertad” (Chul-Han, 2014, p. 13) y los medios de comunicación masiva
transmitieron una idea de la “liberación de la mujer” simplemente como
la de la libertad para consumir, para tener relaciones sexuales más li-
bres, para vivir sin ataduras (McRobbie, 2009; Genz y Brabon, 2009; Gill
y Donaghue, 2013). La postura posfeminista produjo un repudio al femi-
nismo en una cantidad de jóvenes que declararon: “Yo no soy feminis-
ta”, mientras otras consideraban que ser feminista era algo del pasado
(Gill y Scharff, 2001). El cine y la televisión representaron a las mujeres
jóvenes como chicas autosuficientes que, aunque ganaban dinero, tam-
bién querían gustar y ser deseadas, por lo que la industria de la belleza
y la moda, aprovechando el poder adquisitivo de las jóvenes solteras, las
12. Un excelente trabajo sobre los primeros años del feminismo en Ciudad de México es el de Ma. Cristi-
na González (2001). Mi interpretación en Lamas (2000; 2006).
13. Una aproximación a las formas que ha tomado el feminismo en México se encuentra García, Millán y
Pech (2007); Espinosa (2009) y Espinosa y Lau (2011).
14. El término “posfeminismo” alude a un fenómeno político del capitalismo tardío y, al mismo tiempo,
a una tendencia académica y a una categoría descriptiva de la cultura popular. El posfeminismo en la
política, el posfeminismo en la academia y el posfeminismo en la cultura popular están vinculados y se
entremezclan (Genz y Brabon, 2009).
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15. Sobre México véanse especialmente las compilaciones de Huacuz (2011) y Agoff, Casique y Castro (2013).
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16. Estos datos son producto de una búsqueda de información sobre movilizaciones feministas que so-
licité a la agencia CIMAC Noticias. El documentó se centró en la Ciudad de México, en el periodo 2007
y 2017, a partir de la cobertura en medios que CIMAC tiene registrada (CIMAC, 2018). La clasificación
en esas tres categorías es de CIMAC y desconozco tanto el criterio como la metodología utilizada. En el
apartado “Derechos humanos” incluyen todo lo que no son derechos sexuales y reproductivos, como de-
rechos laborales y cuestiones políticas (Ayotzinapa). Además, supongo que se construyó solamente con
base en el registro que tiene esa agencia periodística, sin consultar otras fuentes. De ahí que tomo dicho
registro solamente como un acercamiento incompleto.
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17. Así se denomina al sector etario que comprende a las personas nacidas entre 1982 y 2000 (Howe y
Strauss, 2000).
18. Esta frase se convirtió en un slogan que incluso llegó a rotularse en camisetas, aun en las muy costo-
sas de Christian Dior (¡más de 500 euros!).
19. Tal es el caso de #MeToo, #MiPrimerAcoso, #NoTeDaVergüenza, #NoTeCalles, todas iniciativas mun-
diales que se retomaron en México. En cambio, la campaña contra el acoso sexual en el metro, “No es de
hombres”, sí es mexicana.
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20. Hay que combatir el acoso reconociendo su amplitud social, pero defendiendo el debido proceso. En
otro lugar desarrollo ampliamente mi postura al respecto (Lamas, 2018b)
21. El coloquio constó de cuatro mesas con el objetivo de conocer qué piensan los jóvenes de hoy sobre
el 68, para lo cual la dinámica fue que una persona que hubiera participado en el movimiento estudiantil
participara en la mesa con tres jóvenes de entre 20 y 30 años.
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Mujeres guerrerenses: feminismo y política*
Introducción
* Extraído de Lamas, Marta (2016). Mujeres guerrerenses: feminismo y política. Revista Mexicana de
Ciencias Políticas y Sociales, LXI(226), 409-424. http://www.revistas.unam.mx/index.php/rmcpys/article/
view/53668
1. Teresa de Lauretis retoma el concepto de tecnologías del yo de Foucault, y nombra tecnologías de géne-
ro a aquellas que nos troquelan con anhelos y prescripciones obligatorias sobre “lo propio” de las mujeres
y “lo propio” de los hombres. Véase De Lauretis (1987).
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2. Para un relato minucioso de lo ocurrido con los estudiantes de Ayotzinapa, véase Illades (2015).
3. Véase Martínez Ahrens (2015a y 2015b).
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Valentina y el ejército
4. La escritora Jennifer Clement (2014) acaba de publicar una novela que transcurre en Guerrero, y en la
cual ficcionaliza la historia de las jovencitas que viven ese trágico destino.
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Valentina Rosendo Cantú. Ella tenía 17 años y estaba lavando ropa en el río
cerca de su casa cuando un grupo de ocho soldados la abordó. Mientras
uno le apuntaba con un arma, otro la interrogó agresivamente sobre la
persona que aparecía en una foto y le mostró una lista con varios nom-
bres. Cuando ella contestó que no los conocía, un militar la golpeó con
la culata de su rifle y ella cayó al suelo. Dos soldados le quitaron su ropa
y uno de ellos la violó. Después, el militar que la había interrogado tam-
bién procedió a violarla. Esto ocurrió en febrero del 2002, en el poblado de
Barranca Bejuco, municipio de Acatepec, en Guerrero. Cuando Valentina
llegó al centro de salud más cercano, en Caxitepec, el médico en turno se
negó a atenderla alegando que no quería “tener problemas” con el ejér-
cito. Valentina, acompañada de su marido y cargando a su hijita de tres
meses, caminó durante quince horas hasta llegar al Hospital General de
Ayutla. Como “no tenía cita previa”, la hicieron regresar al otro día, por lo
que tuvieron que pernoctar ahí. El marido de Valentina, integrante de la
Organización Independiente de Pueblos Mixtecos y Tlapanecos (OIPMT),
asociación de la cual surge la Organización del Pueblo Indígena Me´phaa
(OPIM), la acompañó a presentar la queja ante la Comisión Nacional de
Derechos Humanos, la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos
de Guerrero y el Ministerio Público del Distrito Judicial de Allende.
Jean Franco (2008), quien ha analizado la violación sexual como un
arma de guerra, señala que generalmente las mujeres víctimas de di-
cha violencia sexual no denuncian por la vergüenza y la estigmatización
que supone esa agresión. Valentina decidió denunciar y el Centro de
Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan asumió su defensa le-
gal. Valentina presentó una denuncia contra elementos del ejército por
los delitos de violación sexual y lo que resultase de la investigación. Pero
la titular del Ministerio Público del fuero común, especializada en deli-
tos sexuales y violencia intrafamiliar, se declaró incompetente y remitió
la investigación a la Procuraduría General de Justicia Militar. Valentina
presentó un amparo solicitando que las autoridades militares declina-
ran la competencia del caso, pues los soldados violadores debían respon-
der ante la justicia civil.
A partir de entonces, la comunidad de Valentina empezó a recibir
mensajes: “si persisten en denunciar al ejército, van a tener problemas”;
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“por esa mujer les van a retirar el apoyo de procampo”. Las agresiones
y la estigmatización contra ella aumentaron y su marido la abandonó.
Sin embargo, Valentina se mantuvo firme, respaldada por sus padres y
hermanos. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)
admitió el caso en 2006 y recomendó al Estado mexicano la adopción
de una serie de medidas para la reparación integral del daño generado
por la violación de los derechos de Valentina. Como el gobierno no cum-
plió las recomendaciones y prosiguieron las amenazas e intimidaciones
hacia Valentina y su familia, en 2009 la cidh demandó a México ante la
Corte Interamericana de Derechos Humanos (COIDH).
En mayo de 2010 el gobierno mexicano compareció en Costa Rica
ante la Corte, y negó la denuncia de Valentina. Sin embargo, la Corte
Interamericana de Derechos Humanos sentenció a su favor el 31 de
agosto de 2010.5 Uno de los puntos que resolvió fue que el gobierno
mexicano tenía la obligación de hacer un reconocimiento público de
responsabilidad. Para una víctima, dicho acto público es una de las me-
didas de reparación más trascendentes, pues confirma la veracidad de
su denuncia. El gobierno lo hizo más de un año después; y, en el acto, el
entonces secretario de Gobernación calificó a Valentina de “mujer ejem-
plar”. Su coherencia y valentía para persistir en su denuncia a lo largo de
nueve años y medio se debió a su concientización política y a su deseo de
proteger a otras mujeres indígenas.
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6. La convocatoria fue espectacular: llegaron desde activistas hasta académicas, pasando por funciona-
rias y representantes de instituciones. Ahí estuvieron el Grupo Plural por la Equidad de Género y el Ade-
lanto de las Mujeres en Guerrero; la Coordinadora Nacional de Mujeres Indígenas; la Alianza de Mujeres
Indígenas de Centroamérica y México; onu Mujeres; Morena de Guerrero; la Red Macuilxóchitl; la Secre-
taría de la Mujer del Gobierno del Estado de Guerrero; el Consejo de la Nación Amuzga; la Coordinadora
Nacional de Mujeres Rurales ac.; la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en el Estado; y, la
Universidad Autónoma de Guerrero, entre otras.
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7. Según María Teresa Sierra (2010), investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores
en Antropología Social (CIESAS), para el año 2011 la Policía Comunitaria en Guerrero ya contaba con 750
policías comunitarios; tres Casas de Justicia que atendían a 62 comunidades distribuidas en 11 munici-
pios de la Costa-Montaña de Guerrero.
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9. Los textos citados de Reguillo (2015 a y b) analizan el caso del niñito asesinado en Chihuahua por unos
adolescentes que “jugaron” a asesinarlo, luego de torturarlo.
10. Saucedo y Huacuz (2010); Huacuz (2011); Melgar (2011); Núñez (2011).
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Destradicionalización y reflexividad
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Debate Feminista: ¿una revista de izquierda?*
El feminismo de izquierda
* Extraído de Lamas, Marta (2020). Debate Feminista: ¿una revista de izquierda? En Jorge Cadena Roa y
Miguel Armando López Leyva (coords.), Las izquierdas mexicanas hoy, vol. I: Las vertientes de la izquierda (pp.
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1. El testimonio personal, que registra los determinantes biográficos, ha cobrado importancia en la in-
vestigación sobre los movimientos sociales. Véase Passy y Giugni (2000); Van Dyke, McAdam y Wilhelm
(2000); Crossley (2003); y, Giugni (2007).
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2. Las distintas perspectivas para lograr dicho objetivo llevan a que se las nombre y caracterice políti-
camente de diversas formas. Una clasificación inicial caracterizó al feminismo como radical, liberal y
socialista. Luego se habló de feministas de la igualdad o feministas de la diferencia. Dentro del propio
movimiento mexicano se estableció la diferencia entre feministas “autónomas” y feministas “institucio-
nalizadas”, y luego Espinosa (2009) habló de 4 vertientes del feminismo: la histórica, la popular, la civil
y la indígena.
3. Una de estas tendencias ha planteado la importancia de la interseccionalidad, o sea, de la perspectiva
que analiza cómo intersectan los condicionantes de clase social, condición étnica, edad, y otros más, con
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el género. Esta perspectiva es hoy un imperativo del feminismo académico para visualizar la complejidad
de cómo operan las relaciones de poder en un amplio espectro que rebasa las cuestiones de género. Véase
Crenshaw (1995), Grabham et al. (2009) y McCall (2005).
4. Las feministas insertas en grupos conservadores son conscientes de su discriminación como mujeres
y luchan por la igualdad de oportunidades y de trato, sin poner en cuestión el sistema capitalista. Estas
son tanto algunas mujeres del PAN y el Verde, además de ciertas académicas.
5. Siguiendo a Cadena Roa y Leyva, hay varias vertientes de la izquierda mexicana: partidista, antisiste-
ma, de movimiento, gubernamental, etcétera. Mi somera revisión se centró en lo que algunos intelectua-
les han escrito sobre la izquierda mexicana reciente, y en rastrear si hacían alusión al feminismo como
integrante de la izquierda.
6. Los autores que revisé son Aguilar Camín (2008); Anguiano (1991); Encinas (2009); González Pérez
(2009); Illades (2011); Martínez Nateras (2014); Ortega y Solís de Alba (2012); Patán (2012); Pipitone (2015);
Rodríguez Araujo (2015); Sánchez Rebolledo (2014) y Woldenberg (1998, 2012).
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mexicana del siglo XX. En el Libro 1 Cronología (2014), dice que “No existió
un movimiento trascendente al cual la izquierda haya sido ajena, todo le
era propio, sea estudiantil, sindical, magisterial, político, urbano, feme-
nil, juvenil” (Martínez Nateras 2014, p. 13), y aunque declara “Destaco la
participación de la mujer de izquierda en los movimientos revoluciona-
rios generales y en la lucha por los derechos propios de género y por la
equidad” (2014, p. 13), las feministas y el movimiento feminista brillan
por su ausencia. Según el autor, esa Cronología representa la “hoja de
vida de la izquierda mexicana siempre fusionada al movimiento social y
político mexicano e internacional” (2014, p. 11). Y aun cuando Martínez
Nateras expresa la pretensión de registrar “los hechos, temas, aconteci-
mientos y protagonistas que integran ese mosaico diverso y plural que
es la izquierda mexicana en el siglo XX” (2014, p. 12), olvida las luchas, los
temas y los acontecimientos feministas.
En la Cronología se pasa por alto a feministas históricas, como Juana
Belén Gutiérrez o Hermila Galindo; no se registra la creación del Frente
Único Pro Derechos de la Mujer, en 1935; ni la formación de la Unión
Nacional de Mujeres Mexicanas (cercana al Partido Comunista Mexicano,
PCM), en 1964; ni tampoco está la creación del Frente Nacional de
Lucha por la Liberación y los Derechos de las Mujeres, FNLADIM, en
1979 (donde, por cierto, participaron el PCM y el Partido Revolucionario
de los Trabajadores, PRT; el Sindicato Independiente de Trabajadores
de la Universidad Autónoma Metropolitan, SITUAM, y el Sindicato
de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México,
STUNAM; las mujeres de la Tendencia Democrática, TD –del Sindicato
Nacional de Trabajadores Electricistas–, y el Movimiento Revolucionario
del Magisterio, MRM).7 Sobra decir que, por supuesto, no aparece la
creación de la Coalición de Mujeres Feministas (1976) ni alguno de los
Encuentros Nacionales Feministas (Lamas, 2006a). También asombra
7. El FNALIDM se constituyó como un frente amplio de izquierda, con la unión de tres grupos feminis-
tas (Movimiento de Liberación de la Mujer, Lucha feminista y Colectivo de Mujeres) con los partidos de
izquierda, los sindicatos universitarios, el MRM y la TD, pero también con tres organizaciones homo-
sexuales, dos de ellas mixtas (Frente Homosexual de Acción Revolucionaria y grupo LAMBDA) y una
de lesbianas (Oikabet). La participación de los grupos de homosexuales y lesbianas produjo la retirada
escandalizada de la Unión Nacional de Mujeres Mexicanas. En la revista Fem. se consigna un recuento
sobre el FNALIDM, un año después de ser constituido (Rascón, 1980).
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DEBATE FEMINISTA: ¿UNA REVISTA DE IZQUIERDA?
8. En varios estados de la república las feministas y los comunistas fueron salvajemente agredidos por
miembros de la Juventud Pro-Vida. En Morelos le abrieron la cabeza al militante del PCM Alberto Cas-
tañeda, y en Michoacán fueron perseguidas y apedreadas otras tres militantes del PCM (Lamas, 1981).
9. Por ejemplo, Carlos Illades incluye la despenalización del aborto cuando afirma que “algunas de las liber-
tades de las que ahora disfrutamos son producto de las luchas de aquella izquierda” (2011, p. 16). Incluso Julio
Patán dice que entre las cuestiones que se le deben a la izquierda está “no solo la posibilidad de que el aborto sea
un tema que pueda discutirse libremente, sino el hecho de que se haya despenalizado” (2012, p. 16)
10. Tal vez fue un lapsus, pero en el índice general no aparece el término “feminista” del título del ensayo
de Lovera, que sí está en la parte interna. Es significativo que Lovera, que pretende registrar la obra y el
pensamiento feminista, no dé cuenta ni del surgimiento de Fem. ni de Debate Feminista; Daniel Carlos
García sí lo hace.
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11. Para muestra, basta un botón. En la bibliografía de Ortega y Solís de Alba (2012) aparecen secciones
especiales sobre “Movimiento armado”, “Movimiento sindical”, “Movimiento estudiantil”, “Movimiento
cristiano”, “Movimiento indígena”, sin que aparezca “Movimiento feminista”.
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DEBATE FEMINISTA: ¿UNA REVISTA DE IZQUIERDA?
12. Años después, en 1980, ese mismo partido llevaría a la Cámara de Diputados la propuesta feminista
de ley sobre interrupción legal del embarazo, titulada Ley sobre Maternidad Voluntaria.
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13. Sin lugar a dudas, fue un referente ético-político de muchos movimientos sociales y organizaciones
civiles, y un poderoso e influyente aliado del feminismo. Para un panorama de sus reflexiones críticas
sobre el feminismo véase Monsiváis (2013).
14. Rodríguez Araujo califica al MAP como “una organización sui generis” pues sus integrantes “sin asu-
mirse como miembros de organización alguna, siguen participando en política (primero en el PSUM,
luego en el PMS y algunos de ellos en el PRD y menos todavía en Morena). Los más conocidos fueron
Rolando Cordera, José Woldenberg, Arnaldo Córdova, Adolfo Sánchez Rebolledo, Carlos Pereyra, Pablo
Pascual Moncayo y otros que sería largo mencionar” (2015, nota 316, pp.150-151). Varios de ellos forma-
rían, en 1989, el IETD.
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15. La segunda ola surge públicamente en 1971, y cinco años después aparece Fem., fundada por Alaíde
Foppa y Margarita García Flores, y arropada por un grupo de escritoras, intelectuales y activistas. Poco
después, casi simultáneamente, aparecen La Revuelta (1976) y Cihuatl. Voz de la Coalición de Mujeres (1977),
dos publicaciones en formato de periódico que no durarían mucho.
16. Durante el gobierno de Romeo Lucas García, y por elementos del ejército. Véase Poniatowska (1990).
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17. Primero se formó el Frente de Mujeres en Defensa del Voto Popular, y poco después surgieron las or-
ganizaciones Mujeres en Lucha por la Democracia, MLD, y la Coordinadora de Mujeres Benita Galeana,
que reunieron a un amplio rango de ciudadanas conscientes de la necesidad de participar cívicamente
(Lamas, 2006b).
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DEBATE FEMINISTA: ¿UNA REVISTA DE IZQUIERDA?
18. Para la visión de izquierda de la mayoría de los grupos feministas en la Ciudad de México, la lucha
por la democracia resultaba una cuestión reformista en la que no valía la pena involucrarse. Por eso, en
ninguna de las dos elecciones presidenciales previas (1976 y 1982) nos pronunciamos públicamente, ni
exigimos conocer la posición de los candidatos ante las demandas feministas, ni establecimos alianzas
o apoyamos candidatos. En 1988 la candidatura de Rosario Ibarra a la presidencia de la república por
el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) apareció como la reivindicación de un símbolo de
lucha de la izquierda y no como una propuesta feminista. En cambio, la candidatura de Patricia Merca-
do en 2006 sí fue, claramente –además de una aspiración socialdemócrata– una candidatura feminista.
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19. Las mujeres: Lourdes Arizpe, Teresita de Barbieri, Mary G. Dietz y Carole Pateman; los varones: Luis
F. Aguilar Villanueva, Roger Burbach, Orlando Núñez y Norbert Lechner.
20. En las mesas los varones fueron: Hermann Bellinghausen, Rolando Cordera, Luis González de
Alba, Sergio González Rodríguez, Antonio Lazcano Araujo, Jaime de León, Alfredo López Austin, Carlos
Monsiváis y Juan Villoro. Las mujeres: Solange Alberro, Josefina Aranda, Lore Aresti, Brígida García,
Ana Luisa Liguori, Ángeles Mastretta, Hortensia Moreno, Antonieta Torres Arias, Julia Tuñón, Jesusa
Rodríguez y yo.
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21. El primer partido donde se discutió esta cuestión fue el PRD, que en noviembre de 1990, durante
su Primer Congreso Nacional, reglamentó un 20% de cuotas de género en sus candidaturas. La medida
produjo oposición, pero la presión de numerosas feministas obligó a la realización de un debate interno.
El PRD modificó sus estatutos en 1993, y estableció que en la dirección de ese partido no podría haber
más de 70% de hombres y poco después el porcentaje de 30% de mujeres se hizo extensivo a las listas. La
decisión no tuvo resonancia en los medios de comunicación ni en otros espacios políticos, a excepción
del ámbito feminista. Por otra parte, aunque en 1994 el PRI descalificó públicamente el mecanismo de
las cuotas, en su Congreso de 1996 las mujeres lograron que también en ese partido se estableciera un
porcentaje de 30%. Para el PRD, ver Amalia García, Ifigenia Martínez y Nuria Fernández (1991); para el
PRI, ver María Elena Chapa (1996).
22. Los comentarios estuvieron a cargo de Laura Carrera, Ana Lilia Cepeda, Amalia García, María An-
gélica Luna Parra y Patricia Mercado, y moderó Miriam Morales. Por la tarde los ponentes fueron Luis
F. Aguilar Villanueva y quien esto escribe; como comentaristas participaron Gloria Brasdefer, Teresa
Incháustegui, Marcela Lagarde, Sara Lovera, Patricia Ruiz, y moderó Sara Sefchovich,
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23. Donde participan Patricia Mercado, Sara Román, Estela Suárez y Elena Tapia.
24. “Ganar espacios” es el lema de la campaña por las acciones afirmativas que se decide en el VII En-
cuentro Nacional Feminista, en 1992. Ver “Feminismo, vida cotidiana y política: una propuesta de acción
afirmativa”, en Debate Feminista, 7, marzo 1993.
25. La denuncia y el combate a la violencia contra las mujeres ha sido la gran batalla de la mayoría de las
feministas. Esta lucha ha tenido gran visibilidad política y social, y ha contado con un fuerte apoyo de
todas las posiciones políticas, de todos los gobiernos y de todas las Iglesias. Ninguna otra causa feminista
ha logrado más propaganda, recursos y leyes.
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El alcance de la revista
26. El número 12 de la revista (octubre de 1995), que dedica varios ensayos a lo ocurrido en Beijing, y
reprodujo la Declaración de la IV Conferencia así como la de América Latina y el Caribe, también incluye
ensayos teóricos sobre feminismo de autoras anglosajonas e italianas.
27. Realizado del 21 al 24 de marzo de 1996 en el Claustro de Sor Juana en la Ciudad de México, las femi-
nistas fueron Cecilia Loría y Patricia Mercado.
28. Dos textos imprescindibles fueron: “Feminismo, ciudadanía y política democrática radical”, de
Chantal Mouffe (1993) y “Repensar el ámbito público: una contribución a la crítica de la democracia real-
mente existente”, de Nancy Fraser (1993).
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29. Los otros temas que debatimos, grabamos, transcribimos y publicamos fueron: a) sobre el financia-
miento de las organizaciones feministas, titulada “El ruido del dinero”; b) sobre la condición de extran-
jería: titulado “Usted no es de aquí o el Paraíso perdido”; c) Dos discusiones, una con un grupo de chavas
de menos de veinte años y otra con chavas veinteañeras sobre si eran feministas; d) una sobre literatura
y feminismo; e) una sobre arte y feminismo; f) dos discusiones sobre conciliación de responsabilidades
laborales y familiares (una se llevó a cabo en la Facultad de Economía de la UNAM, con la asistencia del
coordinador del Seminario sobre la Cuestión Social, un representante de la OIT; uno de la Secretaría del
Trabajo y tres integrantes de la revista; y la otra fue en las oficinas del PNUD/ONU, con Rebeca Grynspan,
María Jesús Izquierdo, Ana Sojo y Estela Suárez; y, g) una discusión más, con jóvenes que respondieron
a la pregunta: “¿Qué significa ser feminista para mí?”.
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30. Durante la primera época de Debate Feminista (1990-2014) fui la directora. En 2016 pasó a ser una
revista académica del Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM, con Hortensia Mo-
reno Esparza como directora. A los primeros 25 años se puede acceder electrónicamente en la página del
CIEG/UNAM.
31. Un ejemplo es el ensayo “Humor y feminismo. El teatro de Jesusa Rodríguez en Debate Feminista”
(Ludec, 2007).
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32. Los números dedicados a variados aspectos de dicha problemática fueron: el 3, Del cuerpo a las necesi-
dades; el 6, Creación y procreación; el 7, Política, trabajo y tiempos; el 10, Cuerpo y política; el 17, Ciudad, espacio y
vida; el 18, Público/privado: sexualidad; el 19, Ley, cuerpo, sujeto; el 22, Intimidad y servicios; el 30, Maternidades;
el 31, Familia/trabajo; el 32, Matrimonio homosexual, familia homoparental; el 42, Viejas; y, el 44, Cuidados y
descuidos; además de ensayos en otros volúmenes sobre la ética del cuidado, la división sexual del trabajo
y la economía del cuidado.
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33. A partir del número 9 recibimos publicidad de varias instituciones gubernamentales, y para equili-
brar el impacto simbólico de sus anuncios, seguimos poniendo anuncios de forma gratuita a las organi-
zaciones feministas que estaban cerca (El Hábito, GIRE, Semillas, Católicas por el Derecho a Decidir) y
mantuvimos largo tiempo la presencia de Coyuntura (PRD) y de Memoria (Centro de Estudios del Movi-
miento Obrero y Socialista), como una seña de identidad de izquierda.
34. Los ensayos en ese número 50 son: “El tiempo del despojo. Poder, trabajo y territorio”, de Adolfo Gilly;
“Capitalismo Gore”, de Sayak Valencia; “Frontera norte, neocapitalismo y literatura”, de Jean Franco;
“Los ensayos sobre disidencia sexual de Carlos Monsiváis”, de Rodrigo Parrini; “De cómo cierto feminis-
mo se convirtió en criada del capitalismo. Y la manera de rectificarlo”, de Nancy Fraser. Un testimonio de
la Cuarta Ola (escrito por nueve jóvenes feministas); un dossier con siete artículos sobre comercio sexual,
que distinguen entre trata y trabajo; y una reflexión de cuatro feministas sobre los 25 años de la revista.
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35. Bolívar Echeverría publicaría en Debate Feminista en cinco ocasiones, Woldenberg en cuatro, Cordera
en tres y Adolfo Gilly y Roger Bartra una vez. Monsiváis en 26 ocasiones. Este último, además de Eche-
verría y Woldenberg, junto con Fernando Escalante Gonzalbo (quien publicó dos veces) y Néstor García
Canclini (también dos veces), fueron entrevistados sobre Debate feminista a raíz de los quince años de su
publicación (Enfoque, 2004).
36. En las presentaciones semestrales de la revista también caímos en una rutina que disfrutábamos,
pero con nuestra misma “clientela” feminista. Presentábamos cada número en el espacio que Jesusa Ro-
dríguez y Liliana Felipe regenteaban –el cabaret El Hábito–, y así seguíamos insertas en nuestro medio.
37. Logramos establecer una amplia red de suscripciones en el extranjero, principalmente en universida-
des de Estados Unidos y Canadá, incluso a lugares remotos, como Japón. Llama la atención la dificultad
que hubo en México para que conseguir suscripciones. Por otro lado, en nuestro descargo, debo decir que
cambiamos cuatro veces de agencias de distribución, y fueron experiencias muy negativas: no cumplían
el acuerdo, se quedaban en bodega los ejemplares o no los devolvían.
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base, hoy me pregunto qué fue lo determinó esa brecha: ¿rechazo o desin-
terés?, ¿antiintelectualismo o mujerismo?
Ahora bien, lo que resulta impactante es comprobar que para las iz-
quierdas mexicanas la discusión feminista no tuvo –¿no tiene?– interés.
Si bien el feminismo resulta un eje fundamental de la lucha por la justi-
cia, nuestros compañeros, con contadas excepciones, no se interesaron
por el debate teórico político del feminismo. Entiendo que la ausencia
de fuerza organizada del movimiento feminista fue una carencia que lo
volvió poco atractivo para los partidos, y también comprendo que para
los cuadros femeninos de los partidos, sus “bases” naturales no eran las
intelectuales sino las mujeres de los sectores populares. Pero lo que no
deja de sorprenderme negativamente es que las cabezas de las distintas
variedades de la izquierda mexicana estaban – ¿están?– lejos de intere-
sarse por la discusión teórico-política publicada en Debate Feminista.
En su esbozo de una teoría crítica socialista-feminista de la cultura po-
lítica del capitalismo tardío, Nancy Fraser (1991) subraya la importancia de
los “medios socioculturales de interpretación y comunicación” en la lucha
por las necesidades. Tal vez en un futuro, Debate Feminista será vista como
un medio de interpretación y comunicación que colocó las teorías y re-
flexiones feministas en el radar de apenas unos cuántos intelectuales y de
ciertos escasos cuadros políticos de la izquierda democrática.
Bibliografía
Aguilar Camín, Héctor (2008). Pensando en la izquierda. México: Fondo
de Cultura Económica.
Alinsky, Saul D. (1971). Rules for Radicals. A Pragmatic Primer for Realistic
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1969-1995. México: UAM Xochimilco.
Bocchetti, Alessandra (1995). ¿Se puede cambiar el sentido de la
política? Debate Feminista, 11, 369-371.
Bonfil, Paloma, Dalia Barrera Bassols e Irma Aguirre Pérez (2008). Los
espacios conquistados. Participación política y liderazgo de las mujeres indígenas
de México. Estado de la cuestión. México: Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo.
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Las nietas de la Malinche
Una lectura feminista de El laberinto de la soledad*
* Extraído de Lamas, Marta (2001). Las nietas de la Malinche. En Memoria del Coloquio Internacional por
El laberinto de la soledad a 50 Años de su Publicación. México: Fundación Octavio Paz/Fondo de Cultura
Económica.
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1. La expresión es de Carlos Monsiváis, en su espléndido ensayo sobre Paz “Adonde yo soy tú somos
nosotros” (26 de abril de 1998).
2. Mauriac hizo el comentario grosero de que la lectura de El segundo sexo lo había familiarizado con la va-
gina de la autora. Mauriac se lamenta (en el mismo periódico) que aun “católicos inminentes” defendie-
ran a De Beauvoir por su valentía para abordar tabúes sociales como la iniciación sexual y el lesbianismo.
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3. Ejemplos de frase contundentes y elocuentes: “la mujer no se siente ni se concibe como objeto, como
‘otro’”; “Su feminidad jamás se expresa, porque se manifiesta a través de formas inventadas por el hom-
bre”; y “La mujer vive presa en la imagen que la sociedad masculina le impone; por lo tanto, solo puede
elegir rompiendo consigo misma”.
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4. El perfil del hombre y la cultura en México, publicado en 1934, es literalmente un ensayo sobre el hombre
en su acepción masculina exclusivamente. De las cuatro menciones, dos aparecen en una sola frase “El
mexicano no desconfía de tal o cual hombre o de tal o cual mujer; desconfía de todos los hombres y de
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todas la mujeres” (p. 58); la tercera: “Estos centros conservan en su espíritu como en la cara de sus mujeres
o en la arquitectura de sus ciudades” (p. 68), y la cuarta: “Pero este México representado por el charro y la
china poblana” (p. 91). Las cursivas son mías.
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citarla: “La mujer siempre ha sido para el hombre ‘lo otro’, su contrario y
complemento.” La única mención que le concede aparece más adelante,
donde dice: “Medio para obtener el conocimiento y el placer, vía para
alcanzar la supervivencia, la mujer es ídolo, diosa, madre, hechicera o
musa, según muestra Simone De Beauvoir, pero jamás puede ser ella
misma.” La conclusión a renglón seguido de Paz es impactante: “De ahí
que nuestras relaciones eróticas están viciadas en su origen, manchadas
en su raíz.”
Esa intuición poética de una mancha original, que le permite a Paz
establecer la conexión Mujer con Madre violada con Malinche y concluir
con la Chingada, es el fundamento de su influencia entre las feministas.
5. Para el psicoanálisis, la “escena primitiva” o “escena originaria” es la construcción imaginaria que cada
quien hace del coito de sus padres. Serge Viderman plantea que puede ser considerada como “la unidad
más pequeña de significación de la psique”.
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6. Norma Alarcón (1993) señala que los críticos chicanos coinciden en que la producción de literatura
chicana contemporánea empezó en conjunción con la huelga de la Asociación Nacional de Trabajadores
Agrícolas de César Chávez en 1965, y con el desarrollo del nuevo feminismo.
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7. El ensayo de Norma Alarcón apareció inicialmente en Cultural Critique 13 (otoño de 1989). Fue traducido por
Cecilia Olivares como “Traduttora, traditora: una figura paradigmática del feminismo de las chicanas”.
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8. “La violencia simbólica”, “lo esencial de la dominación masculina” (Bourdieu, 1996, p. 24), es un con-
cepto sumamente eficaz precisamente por la introyección que de ella hacen las personas.
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9. Joan Copjec (1994) parafrasea a Kant y dice que “teorizar el sexo implica una eutanasia de la razón
pura”, y postula que tratar de entender el sexo es lanzar la razón a un conflicto, pues al enfrentar la apa-
rente irresolubilidad de ciertas cuestiones, esta se apega más fuertemente a sus suposiciones dogmáticas
o se abandona a un escepticismo sin esperanzas.
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Bibliografía
Alarcón, Norma (1993). Traduttora, traditora: una figura
paradigmática del feminismo de las chicanas. Debate Feminista, 8.
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Feminisms Intersect Epistemology. En Linda Alcoff y Elizabeth Potter
(eds.), Feminist Epistemologies. Londres: Routledge.
Bartra, Roger (1987). La jaula de la melancolía. Identidad y metamorfosis
del mexicano. México: Grijalbo.
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El feminismo de Virginia Woolf:
el caso de Tres guineas*
* Extraído de Lamas, Marta (2014). El feminismo de Virginia Woolf: el caso de Tres guineas. En Argentina
Rodríguez (coord.), Escribir como mujer. Ensayos sobre la obra de Virginia Woolf. México: UNAM.
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1. Esto ocurrió de 1907 a 1910, cuando tenía entre 25 y 28 años. Woolf usó esa experiencia en su novela
Noche y día, donde recrea el ambiente de los comités de trabajo y las discusiones sobre la agenda política
en un local sufragista. Veinte años separan Noche y día de Tres guineas, y en el ensayo, la crítica burlona
que hace a las sufragistas en la novela, se dirige a las personas anti-feministas.
2. En Newnham College el 20 de octubre y en Girton el 26 de octubre. A la segunda la acompaña Vita
Sackville-West. Virginia Woolf habla de las dos en su diario como si hubieran sido una sola, probable-
mente debido a que el texto de la conferencia fue el mismo.
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EL FEMINISMO DE VIRGINIA WOOLF: EL CASO DE TRES GUINEAS
and National Society for Women’s Service, esta vez sobre “Profesiones
para mujeres”.3 El año anterior, a sus 48 años, había conocido a Ethel
Smyth, de 72, una famosa compositora y directora de música, una fe-
minista combativa, promotora del sufragio y defensora del derecho a
amar a su propio sexo.4 En 1910, mientras Virginia Woolf colocaba en
sobres panfletos feministas, Ethel y Emmeline Pankhurst se manifesta-
ban tirando piedras a las casas de los ministros por su negativa a otorgar
el voto a las mujeres. Las encarcelaron celda con celda en la prisión de
Holloway, y ahí compuso Smyth la Marcha de las mujeres, un himno de
batalla del movimiento sufragista. En 1930, Smyth era ya una excéntrica
figura pública que conducía un programa de radio para la BBC, titula-
do Point of View. Había leído Una habitación propia, admiraba a Virginia
Woolf y la invitó para entrevistarla. Cuando la conoció personalmente
se enamoró de ella y trató de conquistarla, dado que se asumía abierta-
mente como lesbiana. El primer año del cortejo de Smyth a Woolf cul-
minó con la participación de ambas en la London and National Society
for Women’s Service. Woolf hizo en su discurso un elogio de Smyth: la
calificó de pionera y dijo que había despejado el camino para las que
venían detrás, y que no solo la admiraba por esa trayectoria, sino que
le debía mucho. Esas dos figuras deben de haber sido un espectáculo
juntas: la indómita Smyth junto a la reservada Woolf. Una reseña de su
presentación en la London and National Society for Women’s Service,
que publicó The Woman’s Leader, las compara, y observa que a sus 72 años
3. En términos prácticos, esa conferencia consolidó su relación con dicha institución feminista, a la cual
se integró formalmente en noviembre de 1932. Se comprometió a apoyarla, y trató de vender el manus-
crito de Una habitación propia para donarle el dinero.
4. Ethel Smyth estudió con Brahms, Grieg y Tchaikowsky en el Conservatorio de Leipzig, cuando las aca-
demias de música mantenían cerradas sus puertas a las mujeres. Escribió óperas, varias piezas corales
y vocales, música instrumental y de cámara. Su música, intensa y ajena al decoro victoriano, fue consi-
derada por algunos críticos como “carente de la feminidad que se esperaría de una compositora”. En su
etapa más productiva, entre los años 1894 y 1925, compuso y escribió seis óperas. George Bernard Shaw le
escribió: “Tu música me curó para siempre de la vieja ilusión de que las mujeres no podían realizar lo que
los hombres en el arte”. Sir Thomas Beecham y Bruno Walter dirigieron obras suyas y Mahler se interesó
en producir su ópera Wreckers. Como reconocimiento a su talento, fue distinguida en 1910 con un doc-
torado honorario de Música de la Universidad de Durham, en 1926 fue honrada con el mismo título por
la Universidad de Oxford e igualmente en 1930 por la Universidad de Manchester. También la Reina le
otorgó la Orden del Imperio Británico como Gran Dama por “los más altos logros alcanzados alguna vez
por una mujer”. Hermione Lee (1999) le dedica un capítulo de su formidable biografía de Virginia Woolf.
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Smyth era vivaz y juvenil, mientras que Virginia Woolf “estaba con no-
sotras, pero no era una de nosotras; sus ojos estaban en las estrellas”
(Lee, 1999, p. 593).
Durante los primeros meses de su relación, Virginia Woolf se dedicó
a escuchar las maravillosas historias de Smyth, cuya energía belicosa era
legendaria. Con encendida elocuencia, Ethel soltaba sus diatribas con-
tra lo que llamaba alternativamente “el círculo vicioso”, “los gángsters”,
“el club” o “la máquina”, que eran los universitarios ricos, los mecenas
y los jefes de los colleges, de las editoriales y de los comités intelectuales
y artísticos. Aunque estos comentarios coincidían con lo que ya Woolf
venía sintiendo y pensando, la influencia de Ethel Smyth se percibe en
el tono más abrasivo y feroz de Tres guineas.
Virginia Woolf no imaginó el largo proceso de escritura que enfren-
taría los siguientes años al retrabajar su conferencia “Profesiones para
Mujeres” con la intención de convertirla en un libro; pero sí vislumbró,
desde el día antes de impartir la conferencia, el 20 de enero de 1931, que
se trataba de algo muy importante:
5. Dice “sexual” en relación a la diferencia sexual. Hoy diría “de género”, para evitar el doble sentido del
término sexual
6. Su amiga Pippa Strachey, la hermana feminista de Lytton Strachey, fue quien la invitó a la London and
Nacional Society for Women´s Service.
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EL FEMINISMO DE VIRGINIA WOOLF: EL CASO DE TRES GUINEAS
las noticias y referencias sobre la doble moral vigente, las prácticas se-
xistas en curso (por ejemplo, el debate de si una mujer podía dirigir una
oficina gubernamental o la renuncia de once miembros del comité de
una biblioteca cuando se designó a una mujer como directora) y frases
misóginas, como la de C.E.M. Joad: “Creo que las mujeres no se deberían
sentar a la mesa con los hombres” (2006, p. 188 n.4). Reunió, asimismo,
cientos de ejemplos de prejuicios victorianos y contemporáneos que
posteriormente incluiría en su larga sección de notas. El 16 de febrero
de 1932 anotó en su diario que ya tenía “suficiente pólvora para volar St.
Paul”, aludiendo a la catedral (1977 IV, p. 77).
Al fracasar en su proyecto de The Pargiters, Woolf decidió hacer dos
libros: una novela, Los años y el largo ensayo político, Tres guineas. En
ellos vertería sus preocupaciones políticas, feministas y pacifistas, su
sentimiento de ira ante las formas brutales de sexismo que veía cotidia-
namente y, sobre todo, repararía una gran herida personal: su falta de
educación universitaria. Esta carencia, que ella denunció como la exclu-
sión de las hijas del patriarca Stephen de la educación a la que tuvieron
acceso sus hermanos, la marcaría de por vida, pero en vez de victimi-
zarse transformó su dolor en un eficaz alegato irónico que apuntaba al
corazón del machismo.
Su marido influyó decisivamente en su politización. Leonard Woolf
era un intelectual de izquierda, comprometido y muy reconocido que
consideraba que era posible establecer formas de cooperación que des-
activaran las respuestas bélicas entre los países.7 Leonard Woolf dictaba
conferencias y escribía artículos que daba a leer a Virginia. La relación
de ambos con la política era muy diferente, lo que no impide que hubiera
una perspectiva ideológica similar. Ambos pertenecían a un círculo de
intelectuales progresistas que padecieron las dos guerras mundiales del
siglo XX.
La Primera Guerra Mundial radicalizó a Virginia Woolf, y lo dice in-
directamente en Una habitación propia: “La guerra endureció las ideas
de las mujeres sobre sus gobernantes masculinos” (Lee, 1999, p. 339). La
7. La biografía de Victoria Glendinning (2006) ofrece un retrato muy completo de la actividad política e
intelectual Leonard, así como de la estrecha colaboración entre ambos.
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del hijo mayor de su hermana, con el que tenía una relación muy cerca-
na. Seducido por la causa de la república española, Julian se sumó a la
unidad médica británica que, del lado republicano, ayudó a transportar
a los heridos en el campo de batalla a dos hospitales que se montaron
en El Escorial. Un trozo de metralla se le clavó en el pecho y murió tras
una agonía de seis horas. Aunque ella no menciona a su sobrino en Tres
guineas, la desesperó que el joven al que más quería hubiera perdido la
vida de manera tan deplorable. Luego reconoció en forma privada que
al escribir sobre la guerra “siempre pensaba en Julian” (1977 V, p. 148).
El 6 de septiembre de 1939, al iniciarse la Segunda Guerra Mundial,
escribió que “la guerra es la peor de todas mis experiencias de vida” (1977
V, p. 234). Aunque Woolf se refería a Tres guineas como “mi panfleto con-
tra la guerra” (1986 VI, p. 159) ella aprovechó su reflexión sobre el belicis-
mo para mostrar lo que le preocupaba profundamente: el trato cotidiano
que los hombres daban a las mujeres. Con un título que no se entiende
hasta que se empieza a leer, Tres guineas es un libro menos seductor, más
feministamente militante, y un tanto denso. Tal vez por eso ha sido me-
nos leído y aclamado que Una habitación propia. El texto está dividido en
tres partes, cada una de las cuales corresponde a la guinea, una moneda
inglesa equivalente a 21 chelines que hoy está en desuso, excepto en las
carreras de caballos, donde se sigue utilizando por razones de tradición.
La guinea tiene cierto tufo elitista y no es gratuito que Woolf la haya
utilizado en lugar de hablar de libras (pounds), pues así, desde el título,
sugiere el vínculo entre el estatus y el poder.
Las tres guineas son tres donativos que la narradora,8 una hija sin
educación de un hombre ilustrado, piensa dar ante la solicitud de un
hombre culto que le pide firmar un manifiesto a favor de la libertad in-
telectual, otorgar un donativo a su asociación e ingresar en ella; la jo-
ven reinterpreta la petición como si este hombre le pidiera su opinión
acerca de cómo prevenir la guerra, acepta firmar el manifiesto y hace el
donativo de una guinea. Pero en lugar de ingresar a su asociación habla
de fundar una propia y manda las otras dos guineas a dos causas que
8. Virginia Woolf recibió muchas peticiones, pero no para dar dinero, sino para prestar su prestigio. En
una carta a Pippa Strachey (7 de marzo de 1937) se queja de que la importunen sobre asuntos políticos:
“Tengo que firmar casi seis cartas diariamente” (1986 VI, p. 112).
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9. Describe las fotos de cadáveres en un bombardeo de Franco a la población civil en España; especial-
mente habla de los cuerpos mutilados de unos niños que le dan la imagen de una carnicería.
10. Ni en la edición argentina de Sudamericana ni en la española de Lumen se incluyen las fotografías.
¿Cómo interpretar tan significativa ausencia?
11. En su erudito ensayo introductorio a Three Guineas, Jane Marcus (2006) aclara que los cuatro hom-
bres que aparecen han sido identificados por Alice Staveley: el general es Lord Baden-Powell, un héroe
militar y fundador de los Boy Scouts; quien encabeza la procesión de académicos es Stanley Baldwin,
que fue primer ministro y rector de la Universidad de Cambridge; el juez es Lord Hewart, en ese tiempo
el lord canciller; y el obispo es Cosmo Gordon Lang, arzobispo de Canterbury. Los heraldos no han sido
identificados.
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12. En inglés “Caterpillars of the Commonwealth, Unite” tiene resonancias que aluden tanto a los gusanos de
seda como a Ricardo II, de Shakespeare (Black, 2004).
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ellas la postura de Woolf ante la guerra era más compleja que el mero ho-
rror que muchas personas pacifistas mostraban ante la muerte. Virginia
Woolf retoma el discurso de que había que defender a la civilización de
la barbarie del fascismo y ofrece una visión crítica de la sociedad ingle-
sa, donde las clases educadas resultan perpetradoras y aceptadoras de
la barbarie cotidiana. Vincular las actitudes patriarcales cotidianas al
horror del nazismo de Hitler fue un acto temerario, que explica en parte
el porqué del rechazo tan generalizado a esta obra. Pero no fue pura au-
dacia, sino precisamente una lectura cuidadosa de su época, lo que lle-
vó a Virginia Woolf a encontrar que lo que Hitler encarnaba de manera
brutal también se encontraba en Inglaterra en esas actitudes cotidianas
que llamó el “hitlerismo inconsciente”. Esta reflexión resultó indigerible
para los ingleses. Además, lo novedoso de su método de documentación
y lo visionario y vanguardista de su postura política llevaron a que se
despreciara o se malentendiera su posición. Paradójicamente, fue acu-
sada de escribir sobre cuestiones irrelevantes e inútiles acerca de las
mujeres cuando había que enfrentar la amenaza del fascismo.
Virginia Woolf sabía que si decía lo que realmente pensaba sobre la
guerra recibiría mucha hostilidad. ¿Qué pensaba? En sus cartas y diarios
es muy explícita sobre sus sentimientos sobre la guerra:
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EL FEMINISMO DE VIRGINIA WOOLF: EL CASO DE TRES GUINEAS
hoy habría que decir “las marginadas” o, siguiendo a Spivak (1988) “las
subalternas”). Woolf plantea preguntas irónicas de forma retórica, y en-
tra luego a responder con ejemplos e imágenes sugerentes. Esta estrate-
gia de denuncia la expuso no solo a las burlas previsibles, sino también a
duras críticas: que era autorreferente, pues no hablaba de las mujeres de
otras clases sociales; que no reconocía la agresividad femenina; que no
enfrentaba el dilema concreto de cómo reeducar a la sociedad si acababa
siendo invadida por los alemanes.
Su denuncia radical de outsider en una sociedad patriarcal, imperialista,
clasista y guerrera mezcla provocadoramente hechos y pensamientos, datos
y metáforas. Es impresionante que Woolf formulara planteamientos que
las feministas de la segunda ola enarbolaron 40 años después, como que los
varones se aprovechan del trabajo doméstico gratuito de las mujeres, por el
cual las amas de casa y las madres deberían recibir un salario.13
Sus propuestas, en especial su llamado a bailar como brujas frente a
la hoguera, fueron calificadas de aterradoras expresiones de rabia. Sin
embargo, su argumentación, irónica y maliciosa, es mucho más sutil.
A lo largo del ensayo envuelve al lector en un discurso crítico sobre el
feminismo que incluso la lleva a eliminar la palabra “feminista”, para
luego reivindicar que ese feminismo denostado plantea lo mismo que
anhela el hombre con educación: la igualdad de todos los seres huma-
nos. Muchas personas tomaron literalmente, sin detectar su ironía, su
incitación a eliminar la palabra “feminismo”. Por eso considero indis-
pensable citar de manera extensa esa parte de la sección de la tercera
guinea, porque, a más de ser una joya, ejemplifica a la perfección la es-
trategia discursiva de Woolf.
Luego de argumentar arias cuestiones, la narradora le concede su
interlocutor, ese hombre con educación:
13. Lo interesante es que las feministas que desarrollaron esa veta llegaron por su propio razonamiento
a la misma conclusión de Woolf.
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14. “Tocar el timbre de las casas y salir corriendo. Esta expresión ha sido acuñada con la finalidad de
designar a aquellas personas que utilizan palabras con el deseo de herir y, al mismo tiempo, no ser des-
cubiertas. En una época de transición en la que muchas cualidades cambian de valor, se necesitan nuevos
términos que expresen nuevos valores. La vanidad, por ejemplo, que parece llevar a graves complica-
ciones de crueldad y tiranía, a juzgar por las pruebas que se ven en el extranjero, todavía se enmascara
con una locución que solo tiene asociaciones triviales. El Diccionario de Oxford necesita un suplemento”
(Woolf, 2006, p. 208, n. 11).
15. La traducción es mía, al igual que las demás frases de Woolf en español.
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que derrocar al patriarcado era algo que no solo competía a las mujeres,
sino también a los hombres, que se beneficiarían de ello. En ese sentido,
Woolf se deslinda de las posturas sectarias de las feministas mujeristas
y reivindica claramente la necesidad de conseguir la igualdad entre las
mujeres y los hombres por medio de la educación de ellas y su ingreso al
mundo asalariado. Por eso, más allá de criticar el ominoso panorama bé-
lico, la propuesta de Virginia Woolf consiste en manifestar la necesidad
de un proceso de reeducación y nuevas leyes relativas a una cooperación
social y económica que pudiera transformar la sociedad. Y puesto que
las mujeres apoyan al patriarcado sin remedio cuando dependen eco-
nómicamente de los varones, aboga por que tengan responsabilidades
políticas y económicas, con igualdad de trato y de oportunidades. Su an-
helo era una transformación social radical. En ocasiones su ironía no era
detectada, como cuando puso el irónico título “Las mujeres deben llorar,
o unirse contra la guerra” a la versión periodística que escribió sobre
Tres guineas, y se publicó en el Atlantic Monthly en 1938.16
Han transcurrido más de 75 años de la publicación de Tres guineas, y
su repercusión en los feminismos posteriores ha sido notable.17 No solo
su pacifismo contagió a los grupos de mujeres, sino que su rechazo a las
celebraciones, sus protestas contra la censura y su desprecio por las acti-
tudes pomposas marcaron un estilo del feminismo ilustrado, interesado
en alentar discusiones sobre la civilización y la barbarie. Woolf siempre
insistió en las causas domésticas y educativas de la guerra, y las feminis-
tas actuales han retomado ese eje de reflexión.
En la actualidad, ¿cuál es la vigencia de su reflexión? Es evidente que
el panorama que pintó Woolf ha cambiado en algo esencial: el acceso de
las mujeres a la educación superior. Ya son mayoría los países en que se
aprecia una mayor presencia y permanencia de las mujeres en el sistema
educativo, especialmente en el sector terciario. Pese a los altos niveles de
educación de éstas, no se han eliminado las desigualdades en el mercado
del trabajo y en el ámbito doméstico. Las diferencias salariales entre los
16. Jane Marcus refiere que “Women Must Weep - Or Unite Against War” apareció en dos números, el de
mayo de 1938 y el de junio de 1938 (2006, p. 161).
17. Es amplísima la bibliografía de estudios sobre Woolf, y en concreto sobre Tres guineas. Véase especial-
mente las bibliografías que aparecen en Black (2004) y Marcus (2006).
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18. Para Bourdieu (2000) la violencia simbólica es aquella que se ejerce con el consentimiento y/o la com-
plicidad de quien la sufre, ya que al tomarla como “natural”, es incapaz de decodificarla.
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tiranías y las servidumbres de uno son las tiranías y las servidumbres del
otro”. Además, junto a la dolorosa observación del vínculo entre el fascis-
mo y la subordinación de las mujeres, que ella definió como “fascismo
cotidiano”, se encuentra lo que ha sido considerado su argumento más
potente, que ejemplifica la forma como Virginia Woolf comprendía la
actividad política de las mujeres como outsiders: su alegato antinaciona-
lista. Con tres frases lanza la provocación de que las mujeres no pueden
ser patriotas en un país que las discrimina y excluye: “As a woman, I have
no country. As a woman I want no country. As a woman my country is the whole
world” (Woolf, 2006, p. 129).19
Tal vez lo más polémico de su ensayo sea justamente su internacio-
nalismo, que hoy, de cara a la dolorosa situación de las personas que se
ven obligadas a migrar, cobra una vigencia impresionante. Todos los se-
res humanos somos habitantes del mundo y, como bien expone Virginia
Woolf, el mundo es el país de todos.
Al igual que esta escritora lo hizo en su tiempo, hoy tenemos necesi-
dad de expresar nuestro profundo desacuerdo político contra la guerra y
la marginación, en todas sus expresiones. El estallido de conflictos étni-
cos, religiosos y nacionalistas parece ser el horizonte del futuro y, ante la
multiplicación de las diferencias y el surgimiento de nuevos antagonis-
mos, los seres humanos tendríamos que encontrar la manera de acep-
tar la diversidad, sin que eso conduzca a enfrentamientos sangrientos.
Además, ante las aberrantes restricciones a los outsiders de hoy –indíge-
nas, migrantes, transexuales, herejes de todo tipo– convendría poner en
circulación, reformulándola, la emocionante frase internacionalista de
Virginia Woolf: como ser humano, no tengo país. Como ser humano no
quiero país; como ser humano, el mundo entero es mi país.
Bibliografía
Black, Naomi (2004). Virginia Woolf as Feminist. Nueva York: Cornell
University Press.
Bourdieu, Pierre (2000). La dominación masculina. Barcelona:
Anagrama.
19. “Como mujer, no tengo país. Como mujer no deseo tener país. Como mujer mi país es todo el mundo”.
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de sus propias palabras*
* Extraído de Lamas, Marta (2017). Rosario Castellanos, feminista a partir de sus propias palabras. En
LiminaR. Estudios Sociales y Humanísticos, XV(2), 35-47.
1. Este no es un análisis literario sino, como su título indica, un acercamiento al feminismo de Rosario
Castellanos a partir de algunos de sus textos.
2. En el prólogo a la recopilación de artículos periodísticos que José Emilio Pacheco preparó pocos meses
antes de la muerte de Castellanos.
3. Este dato lo consigna Andrea Reyes, en su entrevista con Dolores Castro, la gran amiga de Rosario
(2013, p. 165).
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4. Amigos de Castellanos y estudiosos de su obra coinciden en destacar su característica ironía (ver como
ejemplos, Megged, 1984 y Amador, 2006).
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5. De ellos, algunos más largos fueron publicados en el “Diorama de la Cultura” de Excélsior, en la Revista
de la Universidad Nacional Autónoma de México y en Suma Bibliográfica.
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6. “Por mujerismo entendemos la idea de que las mujeres, por el hecho de serlo, poseen ciertas virtudes
que las hacen mejores que los hombres. No es mujerismo el hecho de dar prioridad política a las mujeres,
sino concepciones reduccionistas y sectarias según las cuales solo las mujeres son capaces de cierto tipo
de acción y por eso solo hay que trabajar con mujeres, ‘las verdaderas portadoras del cambio revoluciona-
rio’. Esta diferencia, por sencilla que parezca, es fundamental. Puesto que las mujeres, como grupo social
–como género–, están en condiciones singulares de discriminación, opresión y explotación, es correcto
plantearse un trabajo específico con ellas […] al rechazar la idea de la ‘esencia femenina’ [del mujerismo]
pensamos que el tema del feminismo no son las mujeres, sino las relaciones entre el género femenino y
[el] masculino” (Lamas, 1990, pp. iii-iv).
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7. Cuyo autor o autora es M. Loreto H., de quien Rosario asegura no tener idea de si se trata de una mujer
o de un hombre (Reyes, 2004, p. 247).
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necios que acusáis” de Sor Juana sigue siendo nuestra protesta más
audaz. Habría que preguntarse por qué el feminismo, que en tantos
otros países ha tenido sus mártires y sus muy respetadas teóricas,
en México no ha pasado de una actitud larvaria y vergonzante. ¿Es
masoquismo? ¿Es temor al ridículo? (Reyes, 2004, p. 250).
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8. Acevedo viajó a California para atestiguar la marcha en San Francisco. Su reportaje se publicó con el
título “Nuestro sueño está en escarpado lugar” el 30 de septiembre 1970, y se republicó en la revista Debate
Feminista (1995).
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El primer argumento que acude a los labios de las feministas más ai-
radas que reflexivas –al comparar su situación propia con la del hom-
bre– es la exigencia de la igualdad. Una exigencia que en tanto que es
metafísica, lógica y prácticamente imposible de satisfacer, propor-
ciona un punto de partida falso y arrastra consigo una serie de conse-
cuencias indeseables. Además de que, en última instancia, no es más
que un reconocimiento del modelo de vida y de acción masculinos
como los únicos factibles, como la meta que es necesario alcanzar a
toda costa. No. Si nos proponemos construir un feminismo auténti-
co pero, sobre todo, eficaz, tenemos que partir de otros postulados, el
primero de los cuales sería la investigación acuciosa, el conocimiento
lo más exacto y puro que pueda alcanzarse del complejo de cualida-
des y defectos, de carencias y de atributos, de aspiraciones y limita-
ciones que definen a la mujer. Esta investigación va a conducirnos a
un descubrimiento muy importante: el de que no existe la esencia de
lo femenino. Porque lo que en una cultura se considera como tal, en
otra o no se toma en cuenta o forma parte de las características de la
masculinidad. Pero entonces, si no existe la esencia de lo femenino
tendremos que admitir que lo que existe son las encarnaciones con-
cretas de la feminidad (Reyes, 2006, p. 664).
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Pero todas están ligadas entre sí, por lo pronto, de las siguientes
maneras: todas están sujetas a los derechos y obligaciones de una
misma legislación; todas han heredado el mismo acervo de tradi-
ciones, de costumbres, de normas de conducta, de ideales, de ta-
búes; todas están dotadas del mismo grado de libertad como para
reclamar sus derechos si se les merman; como para cumplir o no
con las obligaciones que se les imponen; como para optar entre la
repetición de los usos ancestrales o la ruptura con ellos; como para
aceptar o rechazar los arquetipos de vida que la sociedad les pre-
senta; como para ampliar o reducir los horizontes de sus expectati-
vas; como para no aceptar las prohibiciones o como para acatarlas
(Reyes, 2006, p. 665).
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Pero no hay por qué desesperar. Cada día una mujer –o muchas
mujeres– (¿quién puede saberlo, puesto que lo que ocurre, ocurre
en el anonimato, en la falta de ostentación, en la modestia?) gana
una batalla para la adquisición y conservación de su personalidad.
Una batalla que para ser ganada, requiere no solo de lucidez de la
inteligencia, determinación en el carácter, temple moral, que son
palabras mayores, sino también de otros expedientes como la astu-
cia y, sobre todo, la constancia. Una batalla que al ganarse está ges-
tando seres humanos más completos, uniones más felices, familias
más armoniosas y una patria integrada por ciudadanos conscientes
para quienes la libertad es la única atmósfera respirable y la justicia
el suelo en el que arraigan y prosperan, y el amor el vínculo indes-
tructible que los une (Reyes, 2006, p. 668).
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11. Alude al poema “Chanson de la plus haute tour” (“Canción desde la torre más alta”), de Arthur Rimbaud
(1854-1891): “Oisive jeunesse/A tout asservie,/Par délicatesse/J’ai perdu ma vie (Juvenil pereza/a todo sujeta,/por
delicadeza,/he perdido mi vida)”.
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[…] comprenderlas, averiguar por qué se separaron del resto del re-
baño e invadieron un terreno prohibido y, más que ninguna otra
cosa, qué las hizo dirigirse a la realización de esta hazaña, de dón-
de extrajeron la fuerza para modificar sus condiciones naturales y
convertirse en seres aptos para labores que, por lo menos, no les son
habituales (2005, pp. 85-86).
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Las creencias del feminismo*
(Elisabeth Badinter).
* Extraído de Lamas, Marta (2020). Las creencias del feminismo. En María del Carmen Servitje (ed.),
Genealogía crítica de la violencia. Hacia la liberación del espacio político-religioso del cuerpo de las mujeres. México:
Universidad Iberoamericana.
Agradezco a Regina Larrea, Leticia Cufré, Hortensia Moreno, Raquel Serur, Ana Luisa Liguori Y María
Consuelo Mejía la lectura crítica que hicieron de este manuscrito. En especial, la perspectiva de Regina
como abogada enriqueció mi reflexión y afinó aspectos de mi argumentación. Obviamente que las des-
cargo de cualquier error o malinterpretación que yo haya hecho de sus señalamientos.
1. Algunos testimonios escritos dan cuenta del antiguo anhelo de justicia de las mujeres, como el famoso
“Hombres necios que acusáis” de Sor Juana (1689). Pero será hasta finales del siglo XVIII que las mujeres
cuestionarán la injusticia de su exclusión o su subordinación social, yendo más allá del lamento, la queja
o la indignación, con argumentos políticos. En ese sentido, los dos antecedentes que marcan la aparición
de un pensamiento que reclama derechos políticos, ciudadanos, educativos y laborales para las mujeres
son la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (1791), de Olympe de Gouges y la Vindicación de
los Derechos de las Mujeres (1792), de Mary Wollstonecraft. Véase Freedman (2003) y Offen (2015).
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una unidad. En estas páginas reflexiono sobre cómo dos creencias fe-
ministas –el mujerismo y el victimismo– impactan el actual entreteji-
do discursivo respecto de la sexualidad y la violencia hacia las mujeres.
Centro mi reflexión en un ejemplo paradigmático: la actual mezcla con-
ceptual, política y legal que se hace entre comercio sexual y trata. Esta
imprecisión conceptual, política y legal no es inocua ya que genera más
violencia. Concluyo estas páginas con la esperanza de que las feministas
seamos capaces de ver la diversidad que existe entre las mujeres y des-
montemos tanto el mujerismo como el victimismo inscritos en muchas
de nuestras conceptualizaciones e intervenciones. Solo así podremos to-
mar decisiones con más responsabilidad e incluso podremos acercarnos
a un objetivo que compartimos con otros grupos sociales: el de reparar
el tejido social de nuestro país, tan desgarrado hoy día.
El mujerismo
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Las creencias del feminismo
3. Aunque la especie humana tiene una estructura sexuada (determinada por los cromosomas) hoy se
sabe que los comportamientos masculinos y femeninos no están determinados por los hechos biológicos
sino por una compleja dinámica psíquica y cultural. Una interesante puesta al día de la investigación
científica sobre los límites biológicos de la sexuación se encuentra en Fine (2010).
4. Este desafío lleva, por ejemplo, a establecer condiciones jurídicas que reconozcan la diferencia que
existe en el proceso de gestación, que se desarrolla exclusivamente en el cuerpo de las mujeres, por lo
que se les debería otorgar el derecho a interrumpir un embarazo no deseado. La argumentación de ese
derecho de la diferencia sexual la desarrolla el jurista Luigi Ferrajoli (1999).
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Las creencias del feminismo
étnica, cierta sexualidad, una ideología política, una religión, en fin, una
historia y una posición específicas.5 Entonces, ¿qué implica hablar de las
mujeres como unidad política, con los mismos intereses y necesidades?
Aunque el poder retórico del término “mujer” tiene que ver con ese su-
jeto colectivo, su uso acrítico conlleva un riesgo para la acción política,
pues estrecha la perspectiva estratégica al concentrarse en un aspecto
identitario. El “mujerismo” mistifica, y generaliza la creencia en que
solo una mujer puede saber realmente qué le ocurre a otra mujer. Dicha
suposición es errónea, no solo por “esencialista”, sino porque plantea la
posibilidad de comprensión en la identidad, y no en el conocimiento.6
Por eso hay que vigilar el lenguaje: no es lo mismo hablar “como mujer”
que hablar “desde un cuerpo de mujer”. Esta tenue distinción, plena de
significado, resulta crucial para la forma en que se aborda la política y se
evita el esencialismo mujerista.
Gayatri Chakravorty Spivak introduce una distinción muy atina-
da entre un esencialismo sustancialista y un esencialismo estratégico.
Interpreto su idea de “el uso estratégico de un esencialismo positivista
en un interés político escrupulosamente visible” (1989, p. 126, mi traduc-
ción) en el sentido de que, para movilizar políticamente a un sector de
mujeres es válido convocarlas a hacer política “como mujeres”. Ahora
bien, ¿cómo diferenciar entre un esencialismo estratégico y uno sustan-
cialista, o sea, mujerista? La respuesta de Spivak es que, por un lado, para
que verdaderamente se trate de un manejo estratégico, el uso político de
la palabra “mujer” debe estar acompañado de una crítica persistente; si
no hay crítica constante, entonces la estrategia se congela en una posi-
ción sustancialista. Por otra parte, no da igual quién emplea la palabra
“mujer”; no es lo mismo una académica diciendo “yo, como mujer” que
una vecina de barrio; la distancia entre una mujer que se atreve a decir
“yo, como mujer” en el despertar de su conciencia ante los poderes es-
tablecidos, y una feminista con años de lecturas y discusiones, es la que
media entre una declaración estratégica y una sustancialista (Spivak,
5. Angela Harris hace una aguda reflexión al respecto. Véase Harris (1990).
6. Y, como me señaló Hortensia Moreno, también excluye la posibilidad de que un hombre comprenda
lo que le ocurre a una mujer.
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1989). El punto a dilucidar es dónde están situadas las personas que ha-
blan, y para qué fines se usa el concepto. El quién, el cómo y el para qué
definen el qué. Ahí aparece la distinción de Spivak entre el esencialismo
como un recurso retórico, y el esencialismo como punto de vista teórico
y prescriptivo. Por eso, admitir que se requiere de un supuesto estratégi-
co del cual partir –del tipo “todas las mujeres estamos oprimidas”– para
facilitar procesos de apertura y comunicación, no es lo mismo que creer
verdaderamente que todas las mujeres tienen las mismas vivencias.
El victimismo
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Las creencias del feminismo
8. En nuestro país, muchas feministas han encauzado sus energías políticas e intelectuales a investigar,
denunciar y tratar de comprender la violencia hacia las mujeres, en especial, su expresión más brutal
que es el feminicidio (Gutiérrez, 2004; Monárrez, 2007, 2009 y 2011; Belausteguigoitia y Melgar, 2007;
Melgar, 2011; Huacuz, 2011; Saucedo y Huacuz, 2011).
9. Para ese tipo de violencia véanse autoras como Torres Falcón (2001); Saucedo (2002), Castro y Casique
(2008); Izquierdo (2011); Saucedo (2011) y Agoff et al. (2013).
10. Es relevante el trabajo de la organización Católicas por el Derecho a Decidir con el Observatorio
Ciudadano Nacional del Feminicidio.
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11. Por ejemplo, aquellas que no tipificaban la violación dentro del matrimonio pues tenían la creencia de
que el ámbito familiar es coto privado del paterfamilias.
12. Janet Halley (2006) plantea que con frecuencia las feministas plantean una triada que afecta a las
mujeres y por la cual lucha el feminismo: daño femenino + inocencia femenina + inmunidad masculina.
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13. El propio Freud (1926) reconoce que dicho beneficio es una frágil ganancia.
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14. Cada vez hay más conciencia del estremecedor panorama de violencia que existe y que también supone
una variedad enorme de formas de vulneración, agresión y crueldad contra los varones (Valencia, 2010); pero
aunque los hombres pueden padecer horrendas violencias no se asumen como víctimas pues eso los coloca en
una postura vulnerable, y por ende “femenina”, lo que dificulta que denuncien las agresiones (Segato, 2015).
15. La doxa designa el conjunto de las creencias en un universo social determinado. La doxa hace creer
en la naturalidad y legitimidad de un orden social establecido (Bourdieu, 1997).
16. Para comprender las raíces mediterráneas de la doble moral véase Peristiany 1968. Para el caso con-
creto de España véase Pitt-Rivers (1968) y Caro Baroja (1968). Para formas de intercambio sexual distin-
tas, más libres, entre los antiguos mexicanos véase Moreno de los Arcos (1966) y Dávalos (2002). Para un
panorama de cómo el modelo hispano de prostitución se extendió en México durante todo el periodo
virreinal, veáse Atondo (1992).
17. El eje estructurador de la valoración de la feminidad es el conjunto de virtudes asociadas con la
maternidad, lo cual paradójicamente deja fuera la sexualidad. Por eso, en la tradición judeocristiana,
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Las creencias del feminismo
uso del cuerpo femenino en una actividad sexual fuera de los marcos de
la “decencia”, o sea, de una relación “estable y amorosa”, produce recha-
zo y escándalo. En la cultura judeocristiana la negación del deseo sexual
femenino se contrapone con la creencia de que los varones requieren
“variedad sexual” para su salud, por lo que tradicionalmente ha sido
aceptable que tengan múltiples encuentros sexuales no solo antes del
matrimonio sino también después; y también que no sean estigmatiza-
dos por comprar servicios sexuales o tener “aventuras”. Así, en nuestro
país, la simbolización heteronormativa de la sexualidad es la de un ser-
vicio que requieren los hombres y que las mujeres otorgan, en el ámbito
privado las novias y esposas lo hacen amorosa y gratuitamente, mien-
tras que en el ámbito público las trabajadoras sexuales cobran. Como
los hombres “necesitan” sexo, las mujeres lo regalan, lo venden o llevan
a cabo una amplia gama de arreglos intermedios donde se intercambian
“favores” sexuales por otro tipo de “favores”: regalos, viajes, promocio-
nes laborales, etc.. Y ya que la doble moral sostiene que las mujeres no
desean ni necesitan el sexo en la misma medida que los varones, esa
creencia oculta el grave problema de represión sexual de las mujeres,
con su expresión cultural de frigidez. Dentro de ese esquema, el tipo de
sexualidad que las mujeres ejercen opera como un dispositivo de control
y, en el marco de la doble moral, se vuelve la vara para medir si una mu-
jer es decente o puta.18
Inserto en el contexto de doble moral, en México ya circula social-
mente el discurso de que todo comercio sexual es violencia contra las
mujeres. Esa es la postura de las hoy abolicionistas quienes dicen,
además, que el comercio sexual indefectiblemente conduce a la tra-
ta.19 Así, además de que el trabajo sexual produce reacciones adversas,
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20. Varias autoras han documentado los inicios de dichas “guerras”. Véase Snitow et al. (1983); Vance
(1984); Duggan y Hunter (1995).
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21. Hoy se califica de neoabolicionistas a quienes suscriben el reclamo de “abolir” o erradicar totalmente
el comercio sexual.
22. No me gusta hablar de prostitución porque es un término que únicamente alude de manera denigratoria
a quien vende servicios sexuales, mientras que comercio sexual da cuenta del proceso de compra-venta, que
incluye también al cliente. Por eso en estas páginas cuando uso el término prostitución lo pongo en cursivas.
23. Fundadora de la organización abolicionista Coalition Against Trafficking in Women (CATW).
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24. Las acciones contra la trata deberían dirigirse más eficazmente hacia las finanzas de las redes de
tratantes, en lugar de centrase en realizar operativos policiacos que compiten por alcanzar cifras de víc-
timas rescatadas, y así recibir el premio que otorga el gobierno de Estados Unidos (Weitzer, 2007 y 2014).
25. También contra los trabajadores hombres, pero mi investigación y mi trabajo de acompañamiento
político solamente lo he hecho con trabajadoras mujeres. Hay una especifidad diferente entre unas y
otros.
26. El documento que producen las cuatro autoras es resultado de una serie de intercambios escritos y
telefónicos que se llevó a cabo entre diciembre de 2005 y abril 2006 (Halley et al., 2006).
27. Robert Rotberg (2016) define la gobernanza como el sistema de valores, políticas e instituciones a
través de los cuales una sociedad administra sus asuntos económicos y sociales, y señala que el término
se usa para calificar la actuación de los gobiernos, en especial su capacidad burocrática y legislativa para
entregar los servicios que requiere la ciudadanía.
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refieren a las redes y ONG feministas que han intervenido con su acti-
vismo en las decisiones gubernamentales y en la construcción de leyes,
nacionales e internacionales. Estas autoras analizan la forma como al-
gunas feministas insertas en los procesos de gobernanza han logrado
diseñar e instalar protocolos de criminalización de la violación como
arma de guerra y del tráfico sexual, así como instaurar medidas para la
atención de las víctimas.28 En su análisis, Halley et al. (2006) develan la
lógica mujerista y victimista (aunque no la nombren así) que ha guiado
ciertas acciones feministas, y cómo se ha pasado de condenar la violen-
cia sexual a criminalizar el comercio sexual. Estas autoras subrayan los
efectos negativos que tiene catalogar una conducta como delito, pues
no lo inhibe ni elimina las causas que lo generan, sino que, por el con-
trario, la criminalización hace que un amplio rango de actores negocie
a “la sombra de la ley” (2006, p. 338), mientras el Estado concentra sus
esfuerzos y recursos en la persecución y el encarcelamiento.
28. El caso más notable de intervencionismo del feminismo abolicionista es el del Protocolo de Palermo
en 2000 (Halley et al., 2006; Torres, 2016).
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Exigir penas “más severas” implica reorientar los objetivos políticos del
feminismo hacia endurecer la política, lo cual coincide con pautas puni-
tivas más generales en la dinámica neoliberal. Esto ha provocado un for-
talecimiento del esquema patriarcal, con una perspectiva que visualiza
a todas las mujeres como víctimas que deben ser protegidas y en la que
instituciones del Estado, como la policía, aparecen como aliados y salva-
dores de las mujeres. Justo esta política neoliberal punitiva es lo que Loïc
Wacquant denomina una “remasculinización del Estado” (2013, p. 410).
29. Kristin Bumiller (2008) documenta cómo en Estados Unidos la política neoliberal ha aprovechado la
lucha del movimiento feminista contra la violencia hacia las mujeres en su giro punitivo contra los varo-
nes negros y morenos, siempre los primeros sospechosos de actos de violencia sexual.
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Así, el uso creciente del discurso sobre “la mujer víctima” es un elemento
clave en el proceso en el que la lucha feminista contra la violencia ha-
cia las mujeres se ha vuelto funcional para el neoliberalismo y su po-
lítica carcelaria al fortalecer un paradigma político conservador sobre
el género y la sexualidad. Nancy Fraser (2013) califica dicho paradigma
como una “amistad peligrosa” del movimiento feminista con el Estado
neoliberal. El discurso feminista que habla de que, en todas partes, todo
el tiempo, hay violencia sexual, perfila a todos los hombres como sospe-
chosos, y a todas las mujeres, como víctimas potenciales. Si, como alega
Dworkin (1997), la sexualidad masculina oprime a todas las mujeres en
este sistema social, entonces hay que condenar al sexo masculino, o sea,
a la mitad de la humanidad. Así tenemos, por un lado, a la Mujer, víctima
impotente y oprimida; por el otro, al Hombre, victimario violento y do-
minador. Esencialismo puro. Mujerismo puro. Victimismo puro. Como
dice Badinter, de un plumazo se borra la complejidad, la historicidad y la
evolución humana respecto de la relación entre los hombres y las muje-
res (2003, p. 49). Estas creencias están muy lejos de lo que alguna vez fue
la visión libertaria del feminismo sobre las relaciones humanas.
Al discurso sobre la violencia masculina, se suma la valoración nega-
tiva de la liberalización de las costumbres sexuales y la creencia en que
la venta de servicios sexuales “degrada” la dignidad de la mujer. Esto ha
conducido a un fenómeno que se califica de pánico moral. Este tipo de
pánico es la forma extrema de la indignación moral (Young, 2009, p. 7) y
lo caracterizan dos elementos: su irracionalidad y su conservadurismo.
La indignación moral produce una reacción ante lo que se vive como
una amenaza a los valores o a la propia identidad; de ahí que los pánicos
morales suelan transformarse después en batallas culturales, como ha
ocurrido con el comercio sexual. Quienes visualizan la violencia sexual
como el “gran problema” de las mujeres ven el trabajo sexual con la in-
dignación y el horror que caracterizan al “pánico moral”. Este pánico
alienta la demanda de endurecer el sistema de justicia penal para “abo-
lir” el comercio sexual, y representa a los clientes como “depredadores” y
“prostituyentes”. Los medios de comunicación y el cine juegan un papel
importante en la formación de la opinión pública y la representación
distorsionada y tremendista de todas las trabajadoras sexuales como
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30. Estos operativos se cobijan en la ambigüedad legal. La abogada Claudia Torres (2016) ha hecho un
riguroso análisis donde compara las regulaciones sobre el trabajo sexual, entendido como actividad vo-
luntaria y entre adultos, y la Ley de Trata. Torres muestra las ambigüedades y las complejidades de la Ley
de Trata y describe la forma en que obstaculiza el reconocimiento al trabajo sexual. Las normas sobre
trata constituyen un régimen más amplio y avasallador, en comparación con las normas sobre trabajo
sexual, lo cual amenaza el estatuto legal del trabajo sexual.
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31. Este es un punto en el estudio que realizó Amnistía Internacional (2015) para definir su postura a
favor de los derechos de las trabajadoras sexuales.
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reduce a una situación de una precaria sobrevivencia que les causa culpa
y vergüenza. Existen, simultáneamente, formas de trabajo más libres y
formas más forzadas, que en el mercado del sexo se expresan como un
continuum de relativa libertad y relativa coerción. Así, al tiempo que exis-
te el problema de la trata aberrante y criminal, con mujeres secuestradas
o engañadas, también existe un comercio donde las mujeres entran y
salen libremente, y donde algunas llegan a hacerse de un capital, a im-
pulsar a otros miembros de la familia e incluso a casarse. Es decir, quie-
nes sostienen que es un trabajo que ofrece ventajas económicas tienen
razón, aunque no en todos los casos; y quienes declaran que es violen-
cia contra las mujeres también tienen razón, pero no en todos los casos
(Bernstein, 1999, p. 117). Esta complejidad y diversidad debe tomarse en
cuenta en la formulación de leyes y políticas públicas.
Igual ocurre del otro lado de la industria del sexo. Los padrotes y
madrotas funcionan como los empresarios: hay buenos y hay malos. Lo
mismo pasa con los clientes: hay clientes malos –los violentos, los dro-
gados– y clientes buenos, generosos y amables. Por todo lo anterior, de
nada sirve declarar que todas las trabajadoras sexuales son víctimas que
hay que salvar y, en vez, hay que analizar los costos y consecuencias que
tendría cualquier decisión legislativa sobre la vida concreta de ellas.
Ahora bien, reconocer que el trabajo sexual es la actividad que eligen
cientos de miles de mujeres en nuestro país no significa considerarlo
como un trabajo igual que los otros. El estigma expresa claramente esa
desigualdad, por eso Deborah Satz (2010) califica al mercado del sexo
como un “mercado nocivo”. Al evaluar las relaciones políticas y socia-
les que el comercio sexual sostiene y respalda, y al examinar los efectos
que produce en las mujeres y los hombres, en las normas sociales y en
el significado que imprime a las relaciones entre los sexos, Satz encuen-
tra que el comercio sexual refuerza una pauta de desigualdad sexista y
contribuye a la percepción de las mujeres como objetos sexuales y como
seres socialmente inferiores a los hombres. Sin embargo, ella misma
dice que aunque los mercados nocivos tienen efectos importantes en
quiénes somos y en el tipo de sociedad que desarrollamos, prohibirlos
no es siempre la mejor respuesta. Al contrario, si no se resuelven las cir-
cunstancias socioeconómicas que llevan al comercio sexual, prohibirlo o
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32. Hay que distinguir entre la trata y la “explotación de la prostitución ajena” (también calificada de
lenocinio). Claudia Torres (2016) aclara que los delitos de lenocinio y explotación de la prostitución ajena
son distintos e independientes del delito de trata, pues castigan a los terceros que lucran con la prosti-
tución, independientemente de las condiciones en que esta se ejerza, e incluyen casos en los que todos
los participantes, de manera voluntaria, ejercen la prostitución y se benefician de ella. Por eso es un error
confundir explotación sexual con trata.
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33. Baste revisar los mitos del catolicismo para visualizar la dificultad de la religión ante la sexualidad
femenina: María, una virgen que concibe sin tener una relación sexual. Que la “purísima concepción”
aluda a la producción de un nuevo ser sin contacto carnal, etc., etc.
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34. Esta creencia neoabolicionista, que afirma que toda forma de prostitución explota a las mujeres, inde-
pendientemente de si hay consentimiento de su parte, quedó consagrada en nuestra la Ley de Trata, cuyo
artículo 40 dice: “El consentimiento otorgado por la víctima, cualquiera que sea su edad y en cualquier
modalidad de los delitos previstos en esta Ley, no constituirá causa excluyente de responsabilidad penal”.
O sea, si las mujeres no pueden consentir, es que no pueden tomar decisiones.
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a las mujeres. Pero, también a la Spivak, hay que acompañar dicho lla-
mado de una postura crítica.
Todos los seres humanos estamos troquelados por los mandatos
de género de nuestra cultura, por lo que no nos resulta fácil cuestionar
nuestras simbolizaciones culturales. Eso es evidente en el rechazo, la in-
comodidad o la indignación que produce el trabajo sexual en amplios
sectores de la sociedad. El estigma de la doble moral ha calado de tal
forma que encubre la problemática laboral de las trabajadoras sexuales,
y la ausencia de sus derechos laborales profundiza el desgarramiento
del lazo social. Y aunque los seres humanos hemos logrado desarrollar
herramientas tecnológicas notables y realizar avances científicos nota-
bles e impactantes, ¡cuánta dificultad tenemos para restaurar el tejido
social! ¿Por qué? Justamente porque uno de los desgarres más brutales
se produce por las creencias que tenemos y que nos confrontan ante la
diversidad de identidades y opciones de vida existentes.
Finalmente, la triste realidad es que en nuestro país llevará mucho,
pero mucho tiempo, lograr una cohesión social que evite los desgarra-
mientos violentos. No va a ser fácil, y no se logrará en solitario. Sin em-
bargo, la acción política también tiene una dimensión individual: lo que
cada persona puede hacer por sí sola. Para transformar la sociedad es in-
dispensable un cambio personal y esa ha sido parte de la apuesta de mu-
chas feministas al reivindicar que lo personal es político. El feminismo no
es, como bien señala Janet Halley, “una verdad transhistórica que per-
manece trascendentemente pura”; el feminismo es “una práctica conti-
nuamente condicionada por sus propios actos que la preceden” (2006, p.
30). Y los actos que han precedido a la mezcla conceptual entre comer-
cio sexual y trata, actos en su mayoría llevados a cabo por feministas
de la gobernanza, han tenido efectos negativos en la situación de mu-
chas trabajadoras sexuales. Las creencias mujeristas y victimistas res-
pecto a la violencia han dificultado realizar un diagnóstico más certero,
y proponer cuestiones preventivas en lugar de punitivas. Pero además,
las feministas que no se preocupan ni denuncian la violencia contra los
hombres, o no visualizan el daño que muchas mujeres infligen, generan
algo más que solo una política equivocada: producen un quiebre ético en
la aspiración feminista.
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El regalo de la suicida*
Queridísimo:
* Extraído de Lamas, Marta (2021). El regalo de la suicida. En Arnoldo Kraus (coord.), Suicidio (pp. 37-55).
México: Debate.
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Sin embargo, algo se interpone y ella piensa que es lo sexual. Dice cla-
ramente que no siente atracción física por él, y que el día que la besó
se sintió como una piedra. Virginia reconoce que la manera en que él
la cuida la sobrepasa, y que es precisamente por la forma en la cual a
él le importa ella que siente el deber de corresponderle antes de casarse.
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agudo dolor de cabeza, con flashazos de luz, comenta que “si no fuera
por la bondad divina de L., cuántas veces estaría pensando en la muer-
te; siempre noqueada como estoy; pero ahora las recuperaciones son
un alivio infinito” (Olivier Bell, 1982, p. 27). Que durante su matrimonio
Virginia haya escrito nueve novelas, cinco libros de cuentos, dos biogra-
fías, sus dos ensayos feministas largos (Una habitación propia y Tres gui-
neas), además de reseñas y cartas, es la prueba incontestable de que el
régimen de vida que diseñó Leonard fue acertado.
Su extraordinaria relación pudo darse gracias al cuidado y paciencia
de Leonard, y también al reconocimiento agradecido de ella. Sabemos
de varias historias de amor en las que las mujeres renuncian a mucho
en aras de la vida profesional de su marido. La del matrimonio Woolf
es una historia paradigmática del caso contrario: el hombre hace una
renuncia sustantiva en aras de la vida profesional de su esposa.
El primer capítulo del quinto, y último, tomo de la autobiografía de
Leonard, The Journey Not the Arrival Matters: An Autobiography of the Years
1939 to 1969, se titula “La muerte de Virginia”. Ahí Woolf dice que, a par-
tir de que Virginia devolvió a la imprenta las galeras de la biografía de
Roger Fry hasta su suicidio “fueron los días más terribles y angustio-
sos de mi vida” (1975, p. 44). La pérdida de control de Virginia, la depre-
sión y la desesperanza empezaron uno o dos meses antes de su suicidio.
Aunque las tensiones y presiones de la vida en Londres y Sussex en los
ocho meses entre abril de 1940 y enero de 1941 fueron para ella terribles,
al igual que para todos los ingleses, ella estuvo feliz la mayor parte del
tiempo y su mente más tranquila de lo usual.
Ambos tenían conciencia de que el pequeño mundo que habían cons-
truido estaba amenazado por la destrucción fascista. Virginia admitió que
se sentía devastada por la presión de la incertidumbre que merodeaba, pero
discutieron con calma qué harían si Hitler desembarcaba en Inglaterra; am-
bos coincidieron en que “si eso ocurría, no tenía sentido esperar, sino que
deberíamos cerrar la puerta del garage y suicidarnos” (Woolf, 1975, p. 46). Sin
embargo, en esos días Virginia dijo: “No, deseo tener 10 años más de vida y
escribir mi libro” (Woolf, 1975, p. 46). Con el telón de fondo del horror de la
guerra, durante lo que parecía la mayor tragedia de la historia, Virginia pedía
10 años más de vida unos meses antes de suicidarse.
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Una noche escuchan caer cerca una bomba y Virginia le dice a su mari-
do: “No quiero morir todavía” (Woolf, 1975, p. 72).
Leonard reflexiona acerca de la distinta actitud que ambos tenían
frente a la muerte. Él confiesa que nunca pensó en la muerte hasta que
empezó a envejecer. El caso de Virginia era distinto. “La muerte siempre
estaba presente para ella” (Woolf, 1975, p. 73). Sus intentos anteriores de
suicidio, y saber que la terrible desesperación de la depresión podría en
cualquier momento invadir de nuevo su mente, hacía que la muerte no
estuviera lejos de sus pensamientos (Woolf, 1975, p. 74). La temía, pero
al mismo tiempo estaba medio enamorada de la muerte liberadora. Sin
embargo, en esos meses de finales de 1940, con la devastación y muerte
de la guerra, al oír caer una bomba expresó que todavía no quería morir.
Leonard lo adjudica a que estaba más tranquila y más contenta que de
costumbre porque estaba escribiendo.
En su diario del 6 de octubre, Virginia dice que “nunca había tenido
una temporada tan buena de escritura” (Olivier Bell, 1984, p. 327). Estaba
feliz. Y el 23 de noviembre reitera:
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Leonard dice que no se dio cuenta de qué tan severos eran los sínto-
mas, porque lo engañó la velocidad de este ataque.
Enfrenté la terrible decisión que yo debía tomar. Era esencial que ella
se resignara a estar enferma y al régimen drástico que la podría sal-
var de la locura. Pero estaba a punto de la desesperación, la locura y
el suicidio. Tenía que instarla a enfrentar el borde del desastre para
convencerla de que aceptara la infelicidad del único método para evi-
tarla, y sabía al mismo tiempo que una palabra equivocada, cualquier
insinuación para presionarla, incluso una declaración de la verdad,
sería suficiente para empujarla al suicidio (Woolf, 1975, p. 91).
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El recuerdo de 1913 lo rondaba. Sin embargo, tenía que tomar una deci-
sión, y cualquiera que fuera, el riesgo era sobrecogedor. Leonard es muy
cauto al señalar el dilema: para Virginia hubiera sido intolerable que la
vigilara poniéndole enfermeras noche y día. Años después dirá que la
decisión que tomó fue equivocada y condujo al desastre. En la mañana
del 28 de marzo de 1941 Woolf le escribe una nota a John Lehman donde
le confiesa que Virginia está a punto del quiebre nervioso, que está muy
enferma y que por lo tanto es necesario postergar totalmente la publi-
cación de su libro Between the Acts. También le pide que no responda a
esa carta, sino que le escriba directamente a ella diciéndole que no será
posible publicarlo en primavera, sino tal vez hasta otoño. De esta forma
Leonard quería quitarle la presión a su mujer, quien estaba convencida
de que ése no era un buen libro. Luego, a las 11 de la mañana, se asoma a
su estudio y la ve escribiendo, probablemente una de las dos cartas que
le dejaría. A la una volvió a buscarla para almorzar, y no estaba. Leyó una
de las dos cartas que ella le dejó:
Queridísimo:
Te quiero decir que me has dado una felicidad completa. Nadie po-
dría haber hecho más de lo que tú has hecho. Por favor créeme. Pero
sé que no me voy a poder recuperar, y estoy desperdiciando tu vida.
Es esta locura. Nada de lo que diga nadie me convencerá. Tú po-
drás trabajar, y vas a estar mucho mejor sin mí. Ves que ni siquiera
puedo escribir esto correctamente, lo que muestra que tengo razón.
Todo lo que quiero decir es que hasta que llegó esta enfermedad
fuimos perfectamente felices. Y todo gracias a ti. Nadie podría ha-
ber sido tan bueno como tú fuiste. Desde el primer día hasta ahora.
Todo mundo lo sabe (Lee, 1996, p. 747).
Mi querida Vita:
No quiero que veas en el periódico o que escuches en la radio la cosa
terrible que le ha sucedido a Virginia. Ha estado muy enferma estas
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Tuyo,
Leonard (Spotts, 1989, p. 259).
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