Amar Sin Palabras - Andrea Valdés Saavedra-FREELIBROS - ME
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© Andrea Valdés, 2018
© Pro t Editorial I., S.L., 2018
Amat Editorial es un sello editorial de Pro t Editorial I., S.L.
ISBN: 978-84-17208-25-7
Primera edición: marzo 2018
Producción del ebook: booqlab
Referencias
Sobre la autora
Sobre el libro
Descubre las señales del deseo. Amar es una fascinante aventura que, para llegar a buen término,
demanda múltiples recursos y habilidades. Amar sin palabras ahonda en el universo de aquello que no
decimos pero sí sentimos cuando estamos en búsqueda del amor, el lenguaje no verbal, descubriendo los
detalles que nos confirman si nuestros intentos de conectar con el otro van por el buen camino o necesitamos
cambiar de estrategia.
El libro explica el amplio diccionario/repertorio de gestos que utilizamos en el juego del amor, analizándolos
exhaustivamente y deteniéndose en los movimientos conscientes; aquellos que todos conocemos y nos
resultan familiares, pero prestando especial atención a los gestos más sutiles e involuntarios, donde reside la
La autora nos ayuda a reconectar con nuestro ser no verbal, descubriendo cómo nuestras emociones
determinan nuestros movimientos, y nos alerta de aquellos signos que son muestra inequívoca de
desviaciones del verdadero amor ― relaciones tóxicas, situaciones de subordinación, etc.― para evitar
Sigo teniendo tanta dificultad como siempre para expresarme con claridad
y concisión, dificultad que me ha hecho perder mucho tiempo, pero que,
como compensación, ha tenido la ventaja de obligarme a pensar largo y
tendido cualquier frase[...]
[...]Como saldo a favor, pienso que soy superior al común de los mortales
para percatarme de cosas que no atraen fácilmente la atención y
observarlas con cuidado. Mi diligencia en observar y recabar datos ha sido
casi todo lo grande que podía ser.
Introducción
I. El amor
1. ¿Qué es el amor?
2. Un complejo escenario para el amor
3. Las seis fases del amor
4. El amor en la era digital
¿ QUÉ ES EL AMOR?
EL camino que recorre una pareja hacia lo que se considera el amor real
o trascendente, aquel de fusión del uno con el otro manteniendo la
independencia de las partes, tiene, según la psicología, tres fases claramente
de nidas.
Se trata, en primer lugar, del enamoramiento, etapa en la que se vive el
amor con mayor ilusión. Después está el amor romántico, aquel donde
construimos la con anza, para luego pasar al amor maduro, fase en la que se
trabaja para el compromiso y la lealtad de la pareja.
Sin embargo, bajo la óptica de la comunicación no verbal, la división es
aún más sutil. Reconocemos seis fases, cada una de las cuales tiene su
lenguaje no verbal especí co, sus distancias y sus aproximaciones, así como
una manera particular en que el cuerpo de cada persona ocupa el espacio
con respecto al de la otra.
A continuación, detallamos los procesos físicos, mentales, emocionales e
incluso químicos implicados en cada una de estas etapas. ¿Qué siento como
persona y respecto al otro en cada fase? Reconocer el propio momento del
amor es el inicio del trabajo de entrenamiento de la comunicación no verbal.
La elección
Qué es lo que buscamos en el otro sigue siendo para la ciencia un
misterio. Algunos cientí cos insisten en que la carga genética más
primigenia, aquella que tiene que ver con la conservación de la especie, es la
que marca la pauta. De esta manera, las mujeres se limitarían a buscar
machos alfas y los hombres jarían su mirada en las matronas, aquellas que
transmiten una mayor capacidad de procreación. Y como complemento, las
parejas homosexuales serían la excepción a la procreación que con rmaría
la regla en todas las especies animales.
Limitar la elección del ser amado a una cuestión de genética es
insu ciente. Es cierto que la elección se hace de forma inconsciente: los
mecanismos de deseos y las motivaciones se disparan sin que uno tenga
control sobre ellos. Hay personas que gustan para la gran empresa del amor,
y otras, simplemente no.
A nivel cientí co, un estudio liderado por Matthew R. Robinson, de la
Universidad de Queensland, en Australia, del cual se ha hecho eco la revista
Nature,7 ha conseguido demostrar que los seres humanos buscamos un tipo
especí co de pareja. El experto y su grupo de investigación lo llaman
apareamiento asociativo, la forma de selección sexual en la que los
individuos con rasgos similares se unen.
La investigación es el resultado de las entrevistas realizadas a más de
24.000 matrimonios europeos, que revelan que una vez que se ha escogido al
físicamente similar, se contrastan otros factores como el origen social, el
coe ciente intelectual o la tendencia política, consiguiendo conectar así las
preferencias sociales con los fundamentos biológicos de la elección.
Pero más allá de este factor físico inherente, lo cierto es que los roles de
género, una cuestión meramente cultural, siguen marcando la mayor parte
de las elecciones que hacemos de nuestras parejas. Mientras los hombres
sienten interés físico y, en segundo lugar, buscan amistad, diversión y otras
cuestiones como el gusto por la aventura, las mujeres suelen decantarse más
por características de orden intelectual, afectivo y de amistad. En mayor
medida, buscan alguien con quien hablar y compartir.
Las expectativas que tenemos en relación al proceso del amor son clave
en el momento de la elección: las experiencias pasadas –positivas y
negativas–, así como el entorno cultural en el que nos movemos (¿es
machista?, ¿liberal?, ¿de estatus social elevado?, ¿culturalmente activo?...) y
la edad, marcan la forma en que elegimos al otro.
Este último factor es un asunto clave en relación a la repetición de
patrones tóxicos. ¿Cuántas veces nosotros mismos o alguien que queremos
cae nuevamente en los brazos de una persona cortada con la misma tijera
que la de una relación pasada con mal nal? En este sentido, buscar en el
presente una gura para suplir carencias del pasado suele inducirnos a error.
El cortejo y la seducción
Realizada la elección, y concluida con éxito, viene quizás una de las
etapas más vertiginosas del juego del amor: el perseguirse para encontrarse,
o no, en el enamoramiento.
No tiene una duración ni de nida ni más o menos adecuada.
Simplemente, se caracteriza por la creación de una tensión sexual latente y
no resuelta. Mientras haya tensión, hay cortejo y seducción.
En su falta de culminación está, precisamente, la clave del juego en el
que están implicadas multitud de sustancias químicas, lo que di culta la
interpretación de la realidad: se nos hace difícil discernir qué es cierto de
aquello que vemos en el otro y qué es irreal.
Por mencionar algunas, las sustancias implicadas en este juego, aquellas
que nublan nuestro claro raciocinio, son la feniletilamina, más conocida
como la molécula del amor; las feromonas, capaces de acentuar nuestra
sensualidad, más que la sexualidad, creando una sensación de bienestar y
confort donde es posible tomar decisiones sin ser plenamente consciente de
ello; la noradrenalina, también llamada norepinefrina, que se asocia a la
sensación de euforia, excitando el cuerpo y dándole una dosis de adrenalina
natural, y la serotonina, que actúa sobre las emociones y el estado de ánimo,
siendo la culpable del sentimiento generalizado de bienestar al procurar
optimismo, buen humor y sociabilidad.
El cortejo
El cortejo humano sigue una secuencia predecible de actitudes,
movimientos y gestos cuando queremos entrar en contacto con alguien.
Así lo explican Allan y Barbara Pease en su libro ¡Conecta!1
1. Contacto visual. Ella mira a su alrededor y detecta a un hombre que
le gusta. Espera hasta que él la ve y, entonces, le mantiene la mirada
durante unos segundos, para luego desviarla. Él sigue mirándola para
comprobar si vuelve a hacerlo. Para que un hombre se dé cuenta de
lo que está sucediendo, una mujer debe mirarlo tres veces, como
media. Aquí comienza el flirteo.
2. Sonreír. Ella esboza unas cuantas sonrisas fugaces, es decir, sonríe a
medias para darle a entender al candidato que tiene luz verde para
acercársele. Por desgracia, la mayoría de los hombres no reaccionan
ante estas señales, y la mujer se queda con la sensación de que el
otro no está interesado.
3. Destacarse. Ella juega con el pelo durante unos seis segundos, para
insinuar que se está arreglando. También puede humedecer sus
labios, ahuecarse el pelo o colocarse bien la ropa. Él responde con
gestos como erguirse bien, meter barriga, ensanchar el pecho,
colocarse bien la ropa, tocarse el pelo y meter los pulgares por detrás
del cinturón o de los pantalones. Tanto él como ella orientarán los
pies o todo el cuerpo en dirección al otro.
4. Hablar. Él se acerca e intenta entablar conversación con frases tantas
veces escuchadas: «¿Nos conocemos de algo?»
5. Tocarse. Ella busca una oportunidad para rozarle el brazo, ya sea de
forma accidental o no. Si le toca en la mano, el grado de intimidad es
mucho mayor que si lo hace en el brazo. Ella le tocará repetidamente
cada vez que aumente el grado de intimidad para asegurarse de que
él se siente cómodo y para darle a entender que la primera vez lo
hizo a propósito. Si ella le roza o le toca ligeramente el hombro,
quiere decir que le interesa su aspecto o su forma física. Un apretón
de manos es una manera rápida de empezar a tocarse.
El enamoramiento
Tras el juego de la seducción, en caso de seguir adelante, los
protagonistas de la historia se enamoran.
Ambos entran en un estado irreal capaz de alterar la concentración,
llenar de euforia el espíritu, reducir la sensibilidad al dolor físico y mental,
hacer de uno una persona más valiente e incluso aumentar las dosis de
imprudencia. A nivel siológico, los latidos del corazón se acompasan al del
amante, se agudiza la voz y se dilatan las pupilas.
Al cóctel hormonal ya mencionado, se suman dos sustancias clave para
el mantenimiento del amor. La oxitocina, conocida como la hormona de los
abrazos, ayuda a crear vínculos cercanos con la otra persona. Cuando nos
sentimos cerca de esa persona y mantenemos relaciones intimas, nuestro
cuerpo comienza a segregarla. La clave de su participación es que tiene una
duración limitada: no se puede producir eternamente y en el momento en el
que se detiene su segregación, muchas veces, se termina el amor
Otra de las sustancias que entran en juego en esta fase es la dopamina,
un neurotransmisor relacionado con el placer que se activa en actividades de
riesgo como los juegos de azar, el uso de drogas y también el amor. Es
importante ya que está implicada en el sistema de recompensa, es decir, nos
ayuda a repetir conductas placenteras.
Esta obnubilación generalizada de nuestros sentidos a favor de nuestros
sentimientos es clave para avanzar hacia las siguientes fases del amor. Somos
capaces de sobrevalorar a la persona que amamos por encima de los otros u
otras que nos rodean, nos volcamos en convertirnos en objeto de deseo de la
otra persona, buscamos una forma de unión permanente, situamos nuestra
felicidad en función del otro: sin el/ella no podemos ser felices, o incluso,
por n hemos encontrado la felicidad verdadera y duradera.
El emparejamiento
Se re ere al proceso de estructurar la vida con el otro, una serie de
decisiones de relevancia, cambios personales y logísticos en los que tenemos
que dar cabida al otro de la manera que decidamos, ya sea casándonos o
conviviendo, o simplemente, involucrándolo en nuestra vida personal, en
nuestro día a día.
Es innegable que la pareja ha cambiado a lo largo de los siglos y aún
di ere entre cultura y cultura. Si antes el amor de pareja solo se concebía
bajo el alero de la unión marital, hoy son in nitas las formas en que este
puede darse. Basta que sea un acuerdo en el que se involucran varios
factores que no siempre se discuten abiertamente, pero que de una u otra
manera se consensuan.
Entre estos pactos destaca un asunto relevante: cuál es el propósito de la
pareja, el porqué y para qué estamos juntos, y a partir de ahí, se trabaja el
camino para alcanzar ese objetivo común. También se trata de coordinar los
tiempos: al encontrarse, cada miembro de la pareja controla los tiempos de
su desarrollo –personal, profesional, social...– según sus prioridades, pero al
emparejarse, estos tempos deben coordinarse para comenzar a caminar
juntos, y sobre todo, trabajar en equidad y de manera conjunta para alcanzar
el objetivo del amor compartido.
En esta fase, pueden aparecer las primeras crisis como consecuencia
directa de esa instintiva necesidad de acoplamiento. No siempre es fácil
armonizar prioridades o cambiar costumbres, pero si se quiere continuar de
la mano, se hace lo posible por llegar a un acuerdo.
El mantenimiento
Cuando la cascada química desciende, hay muchas personas que lo
interpretan como una pérdida de amor; sin embargo, tiene que ver con una
etapa clave del ciclo del amor: el mantenimiento. Es el momento en el que se
suceden las crisis más profundas, aquellas que ponen en riesgo serio a la
pareja, pero también cuando existe la mayor oportunidad de dar el paso a la
trascendencia.
Tal y como explican los investigadores mexicanos Sánchez Aragón y
Díaz Loving,8 la fase de mantenimiento de la relación se caracteriza «por el
compromiso, la estabilidad, una lucha conjunta contra los obstáculos, el
formar una familia, crecer como pareja, la delidad, la amistad y el deseo de
prever con ictos en la relación». Durante el mantenimiento, se dan
emociones intensas que acompañan al amor, tales como la con anza, la
comprensión, la felicidad y la seguridad. Hay comunicación, respeto, apoyo,
se comparten experiencias, se demuestra paciencia, cuidado y tolerancia.
Para Canary y Stafford,9 existen conductas de mantenimiento clave
dentro de la relación.
1. La primera de ellas tiene que ver con la interacción de la pareja, la cual
debe darse en un ambiente optimista y no crítico.
2. La segunda se re ere a una apertura en la comunicación; la pareja debe
discutir abiertamente la naturaleza de la relación.
3. La tercera atañe a la importancia de compartir mensajes que ayuden a
continuar y mantener la relación.
4. La cuarta hace referencia a una red social compartida, lo que predice la
satisfacción en la pareja.
5. La última tiene que ver con las responsabilidades que toma cada
miembro de la pareja respecto al otro.
Estas cinco conductas de mantenimiento declinan con el tiempo, sobre
todo en la franja que va de los 15 a los 23 años de matrimonio, aunque a
partir de los 24 años vuelven a incrementarse.
La consolidación
En esta fase el vínculo emocional carece de toda obsesión, dando paso a
un amor libre. Suele ser una de las etapas de reencuentro en las relaciones de
pareja, donde las exigencias, las responsabilidades, los acuerdos, las
constantes negociaciones y las cargas de la vida son menores. Es un
momento para volver a centrarnos en la pareja como al inicio de la relación.
Es una etapa donde aparece de nuevo la ilusión, la emoción y el
entusiasmo por compartir lo que entre ambos se ha construido, conseguir
amar al otro tal cual es, ser parte de él.
PARALINGÜÍSTICA:
CÓMO SE DICE AQUELLO QUE SE DICE
Tono
Corresponde a la in exión de la voz y el modo particular de decir algo,
según la intención o el estado de ánimo de quien habla. Generalmente, los
tonos de voz se dividen en graves o agudos. Los primeros suelen
relacionarse con la virilidad y evocan sustantivos como seriedad, seguridad,
adultez, poderío o credibilidad. Los segundos, por el contrario, se relacionan
con la feminidad y con cali cativos como infantil, dulce, familiar o alegre.
Los profesores Amparo Huertas y Juan José Perona, en su libro
Redacción y locución en medios audiovisuales: la radio,2 ahondan en las
implicaciones del tono en el discurso radiofónico, algo que vendría a ser un
experimento perfecto del efecto que este tiene en el oyente sin la
contaminación de la visualización del otro.
«El tono juega un papel determinante en la construcción sonora de
ambientes y escenarios.» Los tonos agudos se asocian con la luminosidad y
los colores claros, y con todos aquellos términos que, de alguna forma, se
relacionan con dichos conceptos: brillo, día, sol. En el lado opuesto, los
tonos graves tienden a asociarse con los colores oscuros.
El tono interviene también en la generación de ilusiones espaciales. Así,
en la radio, ante la descripción de un objeto con respecto a una determinada
situación espacial, la agudeza del tono implica lejanía, mientras que la
gravedad sugiere proximidad. «De la misma manera, las asociaciones
arquetípicas establecen una estrecha relación entre la audición de una voz
grave y las sensaciones de tristeza, depresión, pesimismo, melancolía,
etcétera. Por el contrario, la agudización del tono indica alegría, optimismo
o sorpresa, pero también miedo, nerviosismo y tensión.» Finalmente, los
profesores explican que los tonos bajos incentivan la imaginación y la
creación de personajes sombríos, misteriosos y/o malévolos, mientras que
los altos son más adecuados para la recreación de tipos joviales o cómicos.
Intensidad
La intensidad equivale al volumen, por lo que es normal asociarla con la
impresión de alta/baja o de fuerte/débil. Huertas y Perona así lo explican:
«Depende básicamente de la potencia con la que el aire que procede de los
pulmones cuando hablamos golpea los bordes de la glotis, de modo que,
cuanto más amplias son las vibraciones que se producen durante la
fonación, tanto mayor es la fuerza a la que se emite una voz».
A diferencia del tono, la intensidad es de más sencilla interpretación.
Una voz fuerte suscita cólera, ira, agresividad, pero también alegría y
optimismo, mientras que una voz baja evoca, por ejemplo, tristeza,
pesimismo, debilidad. No hay mayor secreto.
Donde sí la intensidad puede aportar grandes dosis de información a
nuestro interlocutor es a través de sus variaciones. Los cambios de
intensidad son muy adecuados para representar estados de ánimo y aspectos
relativos al carácter: la agresividad, la cólera, el miedo, la tensión o el
nerviosismo se ilustran con un volumen más alto que la tristeza, el
cansancio, la debilidad o la depresión. En la radio, la intensidad ayuda a
describir tamaños y distancias y, en combinación con la agudeza o gravedad
del tono, refuerza la ilusión espacial de lejanía, volumen más bajo, o
proximidad, volumen más alto.
Timbre
Se trata de la principal seña de identidad que presenta cualquier sonido.
Es una de las cualidades más particulares de una persona. Nos podemos
enamorar o desencantar con un timbre de voz. El timbre es siempre el el
re ejo de quien lo posee. «Puede llegar a informar, más que cualquier otra
cualidad acústica, sobre el aspecto del hablante (edad, atractivo, altura...),
por lo que se per la como una señal que facilita la construcción de un
determinado personaje.»
Pese a esta naturaleza única, el timbre también se puede modi car a
través de un trabajo profesionalizado para entrenarlo. Por lo mismo, cuando
conocemos a alguien, o ya en una relación interpersonal duradera – familiar,
de amistad, de amor, de trabajo–, es imposible no reconocer o evocar su
timbre. Es un sonido que nos acompañará siempre, aunque, sin embargo,
puede variar.
Aunque el timbre de voz es innato, ya que tiene directa relación con la
genética y con la conformación natural de nuestro aparato vocal (laringe,
faringe, glotis, cuerdas vocales, resonadores, etcétera), el paso del tiempo y el
trabajo vocal especializado pueden contribuir a modi car nuestro timbre.
Un caso claro de este trabajo es el que hacen los imitadores, que tras horas
de entrenamiento consiguen alcanzar un timbre de voz ajeno para meterse
en la piel de otro personaje.
Para saber cuál es nuestro timbre de voz auténtico, aquel que nos
conecta con nuestras emociones, desde la disciplina lírica hacen varias
recomendaciones: identi car la nota más baja y la más aguda que sea posible
entonar sin esfuerzo, lo que en música se conoce como tesitura de voz. El
timbre auténtico se sitúa en el promedio de esa escala. También es útil
encontrarse en un estado físico adecuado, cultivando la capacidad de tener
una actitud postural correcta y relajada. La correcta articulación, así como la
mejora de la respiración, sobre todo la de la zona abdominal, son otros dos
factores que trabajados de manera correcta permiten dar paso a nuestro
timbre verdadero, dándonos a conocer a los demás tal cual somos.
Ritmo
Otro elemento crucial para el habla y parte de la batería de factores
paralingüísticos es el ritmo, una cualidad irremediablemente conectada con
el tiempo. Dicho de otra manera: es la uidez verbal con la que uno se
expresa, el número de palabras que decimos por minuto.
Está relacionado con el compás con el que decimos nuestras palabras
respecto a nuestro ritmo cardiaco. Una cantidad de palabras por encima de
las pulsaciones habituales de un ser humano, 60-80 por minuto, se considera
un ritmo rápido. Si está por debajo, se estima que es un ritmo pausado. Por
ello el ritmo está directamente relacionado con la musicalidad de nuestra
voz.
Todos tenemos un ritmo natural para hablar, que está in uenciado por
nuestro estado de ánimo. Cuando estamos contentos o de buen humor, es
frecuente hablar rápido porque queremos contar muchas cosas en poco
tiempo. En cambio, cuando estamos tristes, no solo bajamos la velocidad,
sino también el volumen.
Asimismo, igual que ocurre con la intensidad, cada lengua y cada
cultura tienen su ritmo propio. A ello se suma, además, la velocidad natural
de cada persona dentro de ese rango.
Silencio
Tal y como nos recuerda Cesteros,3 la ausencia de sonido también
comunica. Por lo mismo, aunque es sutil la diferencia, se debe distinguir
entre pausa y silencio.
• Las pausas son la ausencia de habla durante un intervalo breve de
tiempo. Su función principal es la de regular los cambios de turno, pero
también pueden presentar distintos tipos de actos comunicativos
verbales, una pregunta o tener carácter re exivo o siológico.
• Los silencios pueden ser la consecuencia de un fallo comunicativo, en
situaciones de duda, o de un fallo en los mecanismos que regulan la
interacción –cuando no se produce respuesta alguna a una pregunta,
por ejemplo–. Al igual que las pausas, pueden presentar actos
comunicativos, enfatizar el contenido de un enunciado o con rmarlo.
En un mundo cada vez más conectado, el silencio se ha convertido en
una verdadera entelequia. Estamos expuestos de manera constante y
continua a un bombardeo de información oral y visual: personas, pantallas,
entorno... Por lo mismo, la mayor parte de las veces, los silencios pasan
desapercibidos. O mejor dicho, se ignora su verdadera intencionalidad.
Cabe recordar, además, que el signi cado del silencio no es universal,
sino que está sometido al relativismo cultural. Por ejemplo, en la cultura
oriental existe una búsqueda y un respeto hacia el silencio, al contrario de lo
que ocurre en la cultura occidental, donde puede llegar a provocar cierto
temor ya que no suele frecuentarse un estado de silencio.
Otro asunto importante que cabe señalar en relación al silencio es la
escalabilidad que este experimenta en la trayectoria de la vida de pareja: si al
inicio, en el cortejo, suele ser escaso y buscado, a medida que la relación
avanza se hace más evidente, aunque también es cierto que menos
incómodo.
Este comportamiento tiene que ver con la capacidad de los seres
humanos de aprender sobre la utilización del silencio de la misma manera
que aprenden de la utilización del mensaje. En este sentido, varios son los
usos que se puede hacer del silencio: puede evocar o representar otra cosa.
En las relaciones interpersonales, se le puede dar un signi cado positivo o
negativo, dependiendo de cómo lo interprete la persona. También mantiene
una relación convencional con el objeto al que sustituye, y asimismo,
siempre signi ca algo.
Pese a que hay in nitos usos del silencio, en términos generales, el
silencio suele lanzarse para los siguientes objetivos de comunicación:
• Silencio cortés. Aquel que tiene como objetivo no contradecir al otro.
Me callo como muestra de respeto o para evitar molestar a los demás.
• Silencio de admiración. Aquel que practicamos para absorber el
máximo de información respecto a un interlocutor por el que sentimos
especial debilidad, en el sentido positivo, o admiración.
• Silencio estratégico. Ocultación u omisión verbal de cualquier
información que bene cie a nuestro interlocutor, aunque también, de
cualquier dato que perjudique a nuestros seres amados.
• Silencio prudente. Una retirada a tiempo es también una victoria. Muy
habitual en los debates dialécticos, este silencio se practica ante la falta
de conocimiento en relación a un tema bajo la creencia de que solo es
conveniente discutir sobre aquellos temas conocidos e irrefutables.
Silencio evasivo. Para evitar decir algo que no queremos que el otro
• sepa. Es un silencio que no siempre se practica con la ausencia de
lenguaje, ya que esta opción desvelaría nuestra verdadera posición –
quien calla, otorga–, sino que en múltiples ocasiones se combina con
variadas técnicas de distracción.
• Silencio de incitación. Consiste en ceder a nuestro interlocutor el
máximo protagonismo en la conversación, es decir, dejar que este lleve
la voz cantante con el objetivo de obtener la mayor información posible
sin exponer, por el contrario, nuestra posición u opinión al respecto.
• Silencio hostil. Tiene como único objetivo mostrar nuestro desacuerdo,
incluso, desprecio, al otro. Se practica de manera casi inconsciente y
pone al otro en una difícil situación, la de tener que interpretar nuestra
respuesta desde una actitud cien por cien negativa por parte nuestra.
• Silencio manipulador. No decir algo, callarse, es una limitación
autoimpuesta que tiene como nalidad evitar ciertas consecuencias.
Lo decía el poeta chileno Pablo Neruda: en el amor, el silencio es un
elemento estructural. «Me gustas cuando callas porque estás como ausente. /
Distante y dolorosa como si hubieras muerto. / Una palabra entonces, una
sonrisa bastan. / Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.»
____________________
1. Cubarovsky, T., «El impacto del lenguaje del adulto en el niño». 2015.
http://www.tamarachubarovsky.com/2015/02/09/el-impacto-del-lenguaje-del-adulto-enel-nino
2. Huertas Bailén, A., y Perona Páez, J.J., Redacción y locución en medios audiovisuales: la radio,
Editorial Bosch, Barcelona, 2002.
3. Cesteros, A. M., Comunicación no verbal y enseñanza de lenguas extranjeras, Arco/Libros.
Madrid, 1999.
2
PROXÉMICA:
LAS ZONAS DE COMUNICACIÓN
KINESIA
EL CARÁCTER SEGÚN
EL LENGUAJE CORPORAL
De acuerdo con diferentes estudios de la kinesia, ciertos movimientos
y gestos que se mantienen en el tiempo permiten descifrar algunos tipos
de personalidades de nuestros interlocutores:
Personas agresivas
Personas manipuladoras
a) LA POSTURA CORPORAL:
APERTURA, ÁNGULO Y MOVIMIENTO
La postura corresponde a la posición en la que está nuestro cuerpo en
determinado momento. Puede ser fugaz, cuestión de segundos o incluso
milisegundos, o permanente, durante minutos u horas si es posible, y tiene
sentido mantenerla.
Es importante entender que en lenguaje no verbal se habla de posturas
abiertas o de posturas cerradas. Las primeras son aquellas posturas en las
que no hay barreras como los brazos o las piernas entre un interlocutor y
otros. La forma más e caz de traducir la abertura es sencillamente poner la
parte superior del cuerpo en movimiento.
De manera opuesta, en las posturas cerradas, en las que por ejemplo se
usan los brazos, de forma inconsciente en muchos casos, estamos en una
posición de constante protección de nosotros mismos, de aislamiento ante el
mundo.
Posturas cerradas. Aunque frontales, que en un principio invitarían al contacto, plantean una barrera a
través de los brazos.
Posturas abiertas. Además de la relajación de los brazos, la orientación del cuerpo respecto al otro
comunica el tono del encuentro.
b) EXPRESIÓN FACIAL
La expresión facial tiene tres componentes: por una parte, está su
totalidad, la expresión facial en sí misma, y por otra, como complementos
más especí cos, la mirada y la sonrisa.
Expresiones faciales. Un simple juego de niños demuestra que a través de estos tres elementos se puede
tener total control de la expresión.
La mirada
La mirada se construye a través de acciones siológicas inconscientes: la
dilatación de las pupilas, que se produce cuando existe el sentimiento de
asombro hacia lo que se está viendo o en situaciones de mayor
concentración; el número de parpadeos, que actúan como medio de
comprensión del discurso del otro –cierro mis ojos para pausar la recepción
de imágenes al cerebro y así ayudarle a descifrarlas–, y el contacto ocular, la
actitud de mirar al otro mientras se habla. Por parte de quien emite el
discurso es muestra de empatía, comodidad ante la situación y voluntad de
conexión. La mirada del receptor al emisor, en cambio, habla del estado de
ánimo que se tiene frente a la conversación: interés, asombro...
Dicen que las pupilas son el espejo del alma. Lo son, pero más bien del
cerebro. Son la puerta de entrada de todos los estímulos externos; por lo
mismo, son las primeras en reaccionar en un sentido positivo o negativo.
Leerlas es un útil ejercicio para saber qué está pasando por la mente del otro.
• Concentración. Cuando estamos focalizados en una tarea que exige toda
nuestra atención, las pupilas se expanden.
• Pensar más de la cuenta. Si nos sometemos a una sobrecarga mental,
con demasiadas cosas en la cabeza, nuestras pupilas se contraen para
frenar la captación de nuevas imágenes que puedan confundirnos aún
más.
• Interés por el discurso o por el otro. Abrimos las pupilas como muestra
inconsciente del interés que sentimos en determinado discurso o
persona. A medida que ese interés decrece, las pupilas se van cerrando.
• Deseo sexual. Irremediablemente abiertas cuando nos interesa el otro,
las pupilas son un signo claro de interés sexual.
• Tristeza o repulsión. Cuando queremos evitar algo (desconectarnos de
una fuente de emociones desagradables), nuestras pupilas se contraen.
• Dolor físico. Ante descargas de dolor, las pupilas se abren de manera
automática para localizar la fuente que lo provoca.
• Preferencia política. En 1969, Barlow demostró que cuando vemos la
imagen de un político de nuestra misma ideología, nuestras pupilas se
abren. Por el contrario, si es del bando opuesto, estas se contraen
automáticamente.
La sonrisa
La sonrisa es de aquellos gestos básicos del rostro que en sí encierran un
mundo. Su ausencia ya es una alerta, y su presencia es signo inequívoco de
un estado de ánimo.
La sonrisa es una reacción innata a ciertos estímulos, no se aprende y es
global: se da en todas las culturas. Los estudios indican que el tiempo que
tarda el cerebro en procesar una señal externa y sonreír es de apenas 0,01
segundos. Esto quiere decir que es una reacción en tiempo real, un espejo
inmediato de nuestro interior.
Ya se sabe que la práctica de la sonrisa, y su estado superior, la risa, tiene
efectos altamente positivos: es capaz de activar regiones cerebrales
relacionadas con los afectos positivos y las recompensas, como el lóbulo
temporal del hemisferio izquierdo. Desde la Organización Mundial de la
Salud señalan que más del 90 % de las enfermedades tienen un origen
psicosomático; la manera en que cada uno se enfrenta a los con ictos, el
estrés y las frustraciones puede tener un impacto en el bienestar y la salud.
En este escenario, la sonrisa es una medicina imprescindible para la mayor
parte de las enfermedades del siglo xxi.
Guillaume Duchenne fue, en el siglo xix, el primer cientí co en investigar
el tipo de sonrisa que tiene un efecto positivo en nuestra persona. En su
honor, se habla de la sonrisa de Duchenne. Se trata de aquella sonrisa que se
produce elevando levemente las comisuras de la boca, sin exagerar, y
abriendo apenas los labios. Con ella, según el médico francés, te sientes a
gusto y más inteligente.
SONREÍR CURA
Ejercicio propuesto por Isabel Serrano Rosa, psicóloga y directora de
www.enpositivosi.com, para conseguir una sonrisa que irradie salud
interior y se refleje en el exterior:
Cierra los ojos, inspira y espira lenta y profundamente por la nariz.
Imagina una estrella por encima de tu cabeza, siente su energía
desplazándose por todo tu cuerpo. Imagina ante ti a alguien sonriente.
Sonríe a tu cabeza y tu cara, al corazón y los pulmones, situando tus
manos en el pecho. Dirige tu sonrisa hacia el hígado, la vesícula, el
páncreas, los riñones y el estómago, colocando tus manos en los costados
y espirando; a tu abdomen y a los genitales, sintiendo tu respiración, a tu
columna vertebral, a todos los huesos. Siente la luz de la estrella fluyendo
por todo tu cuerpo ahora. Tu sonrisa cura.
c) LOS GESTOS
Es un hecho que el lenguaje corporal incide en el estado de ánimo y la
autopercepción. La manera en la que nos movemos, o en la que no lo
hacemos o nos gustaría hacerlo, marca nuestra personalidad. Este sistema de
movimientos son los gestos, maneras de expresarse no verbalmente con la
cara, las manos, los brazos, las piernas, la cabeza y la totalidad del cuerpo.
Cuando se analizan los gestos, se ha de mirar más allá de su realización
especí ca. Ha de prestarse atención a ellos, pero han de contextualizarse,
como el resto de los recursos no verbales, en el momento y el discurso en los
que están teniendo lugar.
En el tercer capítulo de este libro desgranaremos los principales gestos de
manera detallada; sin embargo, a grandes rasgos, encontramos cinco tipos
generales de gestos. Se trata de un acuerdo social, gestos generalizados a los
que el común de la sociedad ha aceptado dotarles de cierta carga signi cativa,
y se usan frecuentemente y siempre en un mismo sentido.
a) LA FORMA EN LA QUE
INTERPRETAMOS EL MUNDO: PNL
La manera en que una persona procesa la información determina su
conducta. Así lo determina la PNL, una estrategia de comunicación,
desarrollo personal y psicoterapia, nacida de la mano de Richard Bandler y
John Grinder en Estados Unidos en la década de los setenta del siglo pasado.
La PNL sostiene que existe una conexión entre los procesos neurológicos, el
lenguaje y los patrones de comportamiento aprendidos a través de la
experiencia, los cuales se pueden cambiar para lograr objetivos especí cos
en la vida.
No es el objetivo analizar ahora cuáles son las dinámicas a impulsar para
hacer realidad esos procesos de cambio, sino simplemente recoger de esta
disciplina su propuesta de clasi cación de los mecanismos en que las
personas leen todo aquello que las rodea y, según su particular lectura, se
comportan. Y como se comportan, se comunican: hablan con su lenguaje
verbal, pero también con su lenguaje gestual.
Según la PNL, las personas podemos ser auditivas, kinestésicas o
visuales, y ello determina en gran medida la manera en que nos
relacionamos con el mundo; cómo hablamos y cómo nos movemos,
consciente e inconscientemente.
• Auditivos. Son aquellos abiertos a comprender el mundo a través de su
sistema auditivo. Cabe notar que existen dos sistemas implicados en este
proceso: el lenguaje es un mecanismo que se genera en el hemisferio
cerebral izquierdo, mientras que los sonidos se procesan a través del
hemisferio derecho.
Por ello, los auditivos suelen no tener problemas para hacer varias cosas
a la vez. Son personas muy expresivas, con grandes capacidades de
comunicación. Se expresan bien y saben escuchar a los demás. Es
sencillo reconocerlos, ya que utilizan a menudo palabras como oye,
escucha, pregunta, ruidoso, suena, sordo, silencioso, voz, eco, volumen,
zumbido, fuerte, etcétera.
A nivel actitudinal, prestan atención al tono de la conversación y dejan
en un segundo plano las palabras en sí. También los gestos carecen de
importancia para ellos. En la voz está el mensaje. De la misma manera,
tienen una buena resonancia de su voz y hablan a un ritmo medio. Los
ruidos tienden a distraerlos con facilidad. Les gusta hablar para resolver
los problemas y están acostumbrados a hacer muchas preguntas.
A nivel de expresión no verbal, su rasgo más característico es la
tendencia que tienen a mover los ojos de derecha a izquierda o a adoptar
la postura del teléfono, inclinando la la cabeza, como si estuvieran
manteniendo un teléfono entre la cabeza y el hombro sin utilizar las
manos.
• Kinestésicos. Los kinestésicos procesan la información de manera
absolutamente corporal. Están abiertos a los inputs que les aportan sus
receptores sensorials –músculos, tendones, articulaciones, oído
interno...–; sus sensaciones viscerales, las que están directamente
conectadas con sus órganos internos –hambre, sed, equilibrios
hormonales...–, y las sensaciones táctiles, básicamente el tacto y el dolor.
Este tipo de personas sienten un gusto especial por las emociones y por
todo aquello que tenga que ver con las cosas físicas y manuales.
Necesitan el contacto físico con el mundo para activar el
procesamiento de aquello que las rodea, ya que su sistema de
interpretación es mucho más lento que la velocidad del visual o la
inmediatez del auditivo. En el caso del kinestésico, si no lo siente
físicamente, no puede conocerlo.
Son personas que están constantemente prestando atención a sus
cuerpos y a sus sentimientos. Aprenden haciendo, por ello es habitual
que tengan di cultad con los métodos más tradicionales de educación.
Les gusta tocar las cosas y a las personas, y están habituadas a hablar
más despacio: los sentimientos toman mucho más tiempo en procesarse
que las imágenes.
Los kinestésicos mueven los ojos, habitualmente, hacia el área inferior
derecha y es común que no mantengan contacto visual con su
interlocutor, ya que ello impide que se concentren en sus sentimientos.
• Visuales. Son personas con mucha energía y muy observadoras. No hay
detalle que se pase por alto para ellas. Por este motivo, utilizan la visión
para recordar y tomar decisiones.
Las personas que están procesando visualmente usan palabras como ver,
visualizar, buscar, imagen, ilustrar, observar, percibir, notar, visión,
perspectiva. Prestan mucha atención a cómo otras personas las miran;
por ello siempre están atentas a su apariencia y, por supuesto, a la de los
otros. Hablan rápido, respiran más fuerte y a menudo desarrollan
tensión en la parte superior del cuerpo. Para entender lo que otra
persona está diciendo, pre eren ver las gesticulaciones faciales en lugar
de solo escuchar. Tienden a mover los ojos hacia arriba o directamente
al frente.
Pero ¿de qué sirve conocer qué tipo de persona soy, o qué tipo de
persona es la persona que me interesa? Entender la forma en que los otros
procesan nuestros mensajes ayuda a adaptarlos a su zona de comprensión
de confort: si estamos ante un auditivo, cuidaremos nuestro tono,
intensidad y ritmo; cuando hablamos con un kinestésico, si existe con anza,
procuraremos cultivar el contacto físico, o al menos una cercanía que facilite
la interpretación sensorial, y si se trata de un visual, intentaremos
comunicarnos con imágenes –imágenes verbales, gestos–, para que
interprete de manera adecuada nuestras intenciones y nuestro discurso.
De la misma manera, si somos capaces de identi car a alguien dentro de
alguno de estos tres grupos propuestos por la PNL, comprenderemos
muchos de sus inputs no verbales: frente a un kinestésico, no nos parecerá
exagerado que nos toque cuando apenas nos conocemos o que gesticule
demasiado. Dosi caremos nuestras expectativas –toca porque le es
inevitable–, pero también descifraremos mejor sus mensajes no verbales.
b) EL COMPONENTE CULTURAL
Tal y como explican Rudolph y Kathleen Verderber y Deanna Sellnow en
su best seller ¡Comunicate!,4 la cultura en la que crecemos tiene un impacto
profundo en nuestras percepciones y en la forma de comunicarnos con los
demás. Para abordar el análisis de la comunicación no verbal en el juego del
amor, no se puede ignorar este componente. Si siempre tenemos presente
que el lenguaje del cuerpo pasa inevitablemente por el ltro de la cultura,
podremos resolver muchas incógnitas en nuestras interpretaciones, y quizás
se desmontarán preocupaciones que a menudo surgen durante el juego de la
seducción.
Las culturas se rigen por una escala de valores: los ideales, aquellos que
en comunidad profesan tener, y los reales, aquellos que se practican en el día
a día y que pueden coincidir o no con los ideales. Para los autores, la cultura
se modi ca a través de la comunicación, y en este proceso se consolidan los
usos y costumbres que determinan la forma en la que nos relacionamos. Este
grupo de usos y costumbres es lo que se conoce como la cultura dominante,
el conjunto de normas que es practicado por la mayoría de un grupo
empoderado de personas de una sociedad.
Ya es conocido que la cultura dominante varía entre países. Así lo
explican en ¡Comunícate!: «En las culturas occidentales, por ejemplo, la
mayoría de las personas comemos utilizando tenedores, cuchillos, cucharas,
platos individuales y tazones. En muchas culturas del este, la gente suele
comer con palillos. En algunos países, la gente usa el pan como utensilio. Y
en otros, la gente usa sus dedos y comparten de un tazón común». Para un
mismo hecho vital, diferentes son las maneras de abordarlo.
Lo curioso es que la cultura dominante también tiene sus sutiles
diferencias intrasocietarias, ya que, inevitablemente, se ejerce en armonía y
viéndose afectada por otras culturas de menor calado comunitario, un
fenómeno que se conoce como cocultura.
Estas contaminaciones de la cultura dominante pueden venir de la mano
de la religión, del estatus socioeconómico –ligado, cómo no, al componente
de la educación–, de la edad que uno tenga o de la generación a la que
pertenezca, o de cuestiones más aleatorias como las incapacidades físicas o
mentales del individuo. Así, en una construcción que se hace en sociedad
pero también de manera individual, desarrollamos nuestro ser cultural, lo
que tiene una in uencia importantísima en la forma en que interpretamos
los mensajes que los otros nos remiten, incluidos los no verbales, y en la
sensibilidad que tenemos respecto a ellos.
Un simple ejemplo que ilustra este hecho. Mientras los jóvenes pre eren
enviar un WhatsApp para comunicarse con sus familiares y amigos, sus
padres optan por llamarlos. Los progenitores suelen molestarse por la
limitación que signi ca que sus hijos solo se comuniquen vía mensaje con
ellos; en cambio, los adolescentes se sienten invadidos y preocupados ante
una llamada de sus padres. Las dos partes comparten la misma cultura y
quieren comunicarse; sin embargo, cada una de ellas tiene sus códigos
propios, y en función de estos, interpreta la intencionalidad de la otra. Con
dos personas desconocidas, en pleno proceso de construir su amor, las
diferencias pueden ser aún más abismales.
Diversos son los matices intra e interculturales que afectan a esta noción
del otro. Para los investigadores, los más relevantes son:
• Individualismo vs. colectivismo. Hay personas y culturas altamente
individualistas: valoran los derechos y responsabilidades personales,
la privacidad, expresar su opinión, la libertad, etcétera. La
competencia es deseable y útil, y se cuenta con la opinión de los
otros solo si la persona lo considera bene cioso. Por el contrario, hay
personas y culturas altamente colectivistas. Dan más valor a la
armonía del grupo que al interés personal. Basan su autoestima en la
interdependencia con los otros, por lo que su felicidad, aunque es
más dependiente, está distribuida.
~ ¡A TENER EN CUENTA! ~
Las personas individualistas son asertivas y directas,
afrontan las cosas sin rodeos. Se mueven con
determinación. Las personas colectivistas evitan el conflicto
y suelen ser algo ambiguas en sus declaraciones. Sus
movimientos y gestos no son siempre claros.
~ ¡A TENER EN CUENTA! ~
La comunicación efectiva entre personas de alto y bajo
contexto puede ser un verdadero desafío. La clave pasa por
construir una buena relación. Solo a través de esta vía se
consigue interpretar correctamente los mensajes, tanto en
un sentido como en otro.
~ ¡A TENER EN CUENTA! ~
Para las personas policrónicas, las relaciones son más
importantes que los horarios –puedo llegar tarde porque tú
me entiendes–, a diferencia de las monocrónicas en las que
el respeto al horario es muestra de respeto por la relación –
no llego tarde porque te respeto–. Esta diferencia de
percepción del tiempo, a menudo, es motivo de conflicto
entre ambas personalidades, y más si se trata del juego del
amor.
~ ¡A TENER EN CUENTA! ~
La incertidumbre es un factor clave en la comunicación
entre personas que están construyendo una relación.
Quienes evitan la incertidumbre suelen ser más
desconfiados que los habituados a vivirla. De hecho, evitan
relaciones cien por cien nuevas y prefieren conocer a sus
futuras parejas a través de amigos.
La estatua
Es el primer punto de análisis de la sinergología. Se trata de realizar la
lectura global de todo el cuerpo prestando atención a ciertos puntos que son
capaces de desvelar sentimientos y emociones más íntimas de manera más
clara y precisa. La estatua está formada por ocho segmentos, los cuales se
tratarán con más detalle en el tercer capítulo:
La actitud interior
Se re eja a través del tono corporal. Mientras las emociones se leen
sobre ciertas partes más especí cas del cuerpo –sobre todo, en el gran
abanico de movimientos inconscientes que realizan las manos y los pies–, la
actitud general se mide en función de la prestancia de la estatua. Para la
sinergología, esta actitud interior sale fuera de nosotros a través de gestos,
que son la manera en la que las emociones hablan. La sinergología distingue
tres tipos de gestos: conscientes, no conscientes y semiconscientes. Los
últimos son los que más interesan al enfoque sinergológico. Para estudiarlos,
los divide a su vez en cuatro categorías: gurativos, proyectivos, simbólicos y
de engrama.
Micromovimientos
Son gestos de autocontacto, rápidos e impulsivos, y se leen de manera
muy especí ca. Es necesario analizarlos dentro del contexto global de
comunicación –de la estatua–, y en ellos se distinguen dos formas
diferenciadas: las microactitudes –compuestas por micropicores,
micro jaciones y microcaricias– y las microrreacciones, movimientos
rápidos e involuntarios que se producen sin las manos –pupilas, brazos,
piernas, hombros–.
Bajo esta perspectiva de estudio, no cabe duda de que las emociones
hablan a través de nuestros gestos. Por este motivo, es imprescindible estar
atentos a cómo nos habla el cuerpo del otro para descifrar sus emociones
durante el juego del amor: mirar su todo global –la estatua, que
analizaremos en el siguiente capítulo–, analizar cuál es su actitud interior y
descifrar lo que nos están contando sus múltiples micromovimientos.
Las emociones son torbellinos que no siempre queremos hacer patente
delante de los otros, pero, sin nosotros poder evitarlo, nos hacen actuar de
determinada manera o presentarnos ante los otros con cierto aire y actitud
que determinan el éxito o fracaso de nuestro proceso comunicativo.
Conocer la manera en la que esas emociones emergen es un recurso
altamente útil para con rmar si la seducción se está produciendo, o bien, si
se trata solo de una idea unidireccional que debe ser reconducida o
desestimada.
____________________
4. Verderber, K.; Sellnow, D., y Verderber, R., ¡Comunícate! Cengage Learning, México, 2015.
5. Turchet, P., El lenguaje de la seducción. Editorial Amat, Barcelona, 2010.
LO QUE EL CUERPO
DICE DURANTE EL JUEGO
DEL AMOR
La capacidad de seducir al otro es un arte innato que tenemos altamente
desarrollado cuando somos niños. De hecho, se dice que los hombres y las
mujeres más seductores son aquellos capaces de actuar como cuando eran
infantes: son naturales ante el otro, están abiertos a interpretar sus gestos y
son inequívocos expresando aquello que quieren y demandan. Sin palabras,
saben hacer llegar su mensaje con rmeza, pero con encanto, consiguiendo
embelesar al otro.
Cuando buscamos pareja, hablamos de la cabeza a los pies sin siquiera
proponérnoslo. Nuestro cuerpo despliega la amplia gama de elementos
paralingüísticos, proxémicos y kinésicos con los que cuenta para apoyar
nuestras intenciones. Es nuestro ser más animal, un baile de cortejo, de
interés y desinterés, que se sucede de manera espontánea. A veces acaba en
éxito, y muchas veces, en un rotundo fracaso.
Sin embargo, a diferencia de los animales que se comportan teniendo
como único motor el instinto, nuestro cerebro está muy bien equipado para
leer las emociones de nuestros interlocutores. Percibe imágenes cuya
duración de proyección varía entre las 10 y las 50 milésimas de segundo,
¡apenas! Las personas a las que se les proyectan estas imágenes las graban
inconscientemente y se con rma que las imágenes memorizadas in uyen en
la percepción de la comunicación que se produce de manera posterior a
ellas. Es decir, las leen, las interpretan y, a través de ellas, alcanzan un nivel
de comprensión de las situaciones o los discursos del otro.
La pequeña gran diferencia entre saber leer los gestos del otro y
simplemente leerlos de manera automatizada e inconsciente radica en que,
al saber leerlos, tomamos conciencia de las implicaciones que cada
movimiento y postura tiene en función de nuestras expectativas e
intenciones. No se trata de estar haciendo un examen constante al otro
porque nos desviamos de nuestro objetivo fundamental –que es
enamorarnos, no analizarlo–. Mucho menos el objetivo es restar
espontaneidad a nuestro actuar y movernos como robots, con posturas y
gestos estudiados y mecánicos. Se trata, simplemente, de poder tener un
valiosísimo recurso, la interpretación del lenguaje no verbal, como aliado a
la hora de buscar pareja.
UNA HERRAMIENTA, NO UN
CONDICIONANTE
Este libro y la información que contiene solo es útil si seguimos tres
sencillas reglas:
1. No juzgo al otro. Descubrir qué significa el amplio abanico de gestos
y movimientos que hace el otro, de la cabeza a los pies, solo es útil si
soy capaz de no juzgarle. No estamos hablando de moverse o
gesticular de manera correcta o incorrecta. Se trata de escuchar sus
movimientos.
2. No dejo de ser yo. Conozco el significado de mis posturas y mis
movimientos, los controlo en favor de mis intereses, pero no los
fuerzo hacia un terreno ajeno a mi personalidad. No quiero parecer
aquello que realmente no soy.
3. Disfruto del momento. No se trata de enfrentarse al otro como si de
un examen se tratase. No debemos olvidar que el objetivo de
descubrir el rico universo no verbal es encontrarse con el otro en el
grado que yo haya decidido: seducir, enamorarse, encontrar pareja
fugaz, estable... Si no vivo el aquí y ahora, me mostraré como ausente,
y el otro desestimará la oportunidad de estar conmigo.
LA CABEZA
Eje 2 – Lateral
Eje 3 – Rotativo
Eje sagital. Es el del sí. Se re ere al movimiento vertical que es más
• dramático cuanto más en sus extremos se encuentre (mentón arriba,
mentón abajo).
- Eje sagital superior. La cabeza se echa hacia atrás, elevando la
barbilla. Sentimiento de superioridad, orgullo, prepotencia, altivez, o
miedo disfrazado o transformado en agresividad ante el otro.
- Eje sagital normal. Situación más frecuente, posición de normalidad.
- Eje sagital inferior. Cuando la cabeza está con el mentón pegado al
torso, se transmiten nuestros temores. Indica sentimiento de
inferioridad, timidez, vergüenza, miedo o sumisión al otro.
• Eje lateral. Corresponde al movimiento de ladear la cabeza hacia la
derecha o izquierda, acercándola al hombro. Es el eje de intercambio con
el otro. Cuando hablamos inclinados a la izquierda, expresamos dulzura,
e inclinados ligeramente a la derecha, expresamos rigidez.
- Eje lateral derecho. Si la cabeza se inclina hacia la derecha es muestra
de una actitud agresiva con el interlocutor. El receptor está vigilante,
con descon anza, queriendo controlar la situación y con alto interés
en la conversación.
- Eje lateral neutro. Es una posición de expectativa; se acaba siempre
decantando por un lado o por el otro, pero en sí no indica nada
particular.
- Eje lateral izquierdo. Con la cabeza apoyada o cercana al hombro
izquierdo. Es una posición altamente emocional, espontánea, que
comunica con anza en el otro, total entrega y abandono.
Eje lateral izquierdo Un gesto de dulzura
La mirada
Para la sinergología la mirada puede ser de dos maneras: social y de
intercambio. Esta clasi cación tiene que ver de manera directa con el
alejamiento/acercamiento de la mirada y su objetivo directo en cada una de
las posiciones. Desde lejos y a falta de palabras, las miradas favorecen el
intercambio comunicativo. Cuando me acerco, el lenguaje toma la delantera
y la mirada se convierte en un recurso social.
Sin entrar aún en el ámbito del amor, según el investigador del lenguaje
interpersonal Mark L. Knapp, la mirada es un recurso imprescindible para
comprender el mundo. Miramos porque necesitamos interpretar lo que nos
rodea. Así, el hombre y la mujer, en su papel de observadores e cientes,
miran básicamente para:
1. Indagar acerca del otro (edad, sexo, posición o estatus, relación mutua).
2. Descubrir datos relativos al ambiente donde tiene lugar la interacción.
3. Investigar sobre nes de la interacción (objetivos ocultos, objetivos
compartidos).
4. Buscar indicios acerca de la cultura social (quién hace qué y con quién,
con qué intensidad, con qué resultado...).
5. Indagar sobre la frecuencia y duración de tales conductas (cuándo
ocurre, cuánto dura, se repite o no...).
A través de este sencillo check social somos capaces de entender lo que
nos rodea en un instante preciso. Sin embargo, la percepción de un mismo
hecho varía entre las personas. Entonces, ¿cómo se ejerce la mirada
e ciente? Siendo conscientes de los factores que, inevitablemente, desvían
nuestra mirada:
1. Miramos siempre con estereotipos. Por curioso que parezca, un
hombre de baja estatura nos parecerá siempre poco romántico, un
anciano será inactivo, una persona bien vestida poco accesible...
2. Solemos proyectar nuestras propias cualidades en el objeto de
nuestra atención. Buscamos a alguien como nosotros, por lo que
vemos en él todo lo que nos gusta de nosotros. Asimismo, en el
extremo contrario, hay momentos en la vida que nos queremos
diferenciar («yo no soy como ellos») y conseguimos mirar
localizando esas diferencias.
3. Tenemos percepción selectiva. Si observamos algo que contradice
nuestras creencias, lo trabajamos mentalmente para justi carlo. Por
ejemplo: si vemos que una madre pega a su hijo, pensamos
inmediatamente lo fácil que es que un niño te saque de tus casillas y
te lleve al límite. En este caso, justi camos su actuar a través de la
excepción. Las observaciones que contradicen nuestras creencias son
a menudo manipuladas para poder digerirlas.
4. La familiaridad crea ruido observacional. La cercanía emocional al
otro in uye en las percepciones que tenemos de él o ella. Es posible
que atribuyamos conductas percibidas de un modo más positivo a
nuestros amigos y conductas percibidas de un modo más negativo a
las compulsiones del medio.
5. Tendemos a creer que nuestras inferencias son nuestras
observaciones. Creemos que hemos observado algo, cuando en
realidad, lo que estamos haciendo es presuponer determinada
conducta a partir de la información que previamente teníamos de
ella.
Según Kanpp, los buenos observadores deberán familiarizarse con las
posibles fuentes de distorsión de la observación y tendrán que adaptarse
consecuentemente a ellas para desvelar lo que realmente nos explica el otro
cuando le miramos.
En el caso de la mirada del amor, dependerá de nuestro objetivo. ¿Para
qué miramos? ¿Para encontrar pareja? ¿Para con rmar que somos
atractivos? ¿Para entender lo que hay a nuestro alrededor? ¿Para descubrir
mejor a alguien en especial? ¿Para probar sensaciones pero no avanzar? De
eso dependerá la intensidad de nuestra mirada: sostenida en el caso de que
queramos hacer explícito nuestro interés por el otro; fugaz si queremos
chequear que cumple con nuestras expectativas –espiarlo sin que se dé
cuenta para entender si encaja con aquello que buscamos–; dulce si
queremos conectar desde el sentimiento –«te estoy escuchando», «te estoy
entendiendo»–; reprobadora si queremos desconectar del otro –«no me
interesa», «no te buscaba»–, indiferente si estamos más concentrados en
nosotros mismos que en el exterior en ese momento.
Los ojos
Son quizás la parte de nuestro cuerpo sobre la que menos control
podemos ejercer y la que más habla de nuestros sentimientos. Los ojos
tienen dos vidas paralelas. Por una parte, obedientemente se dirigen hacia
donde nos interesa mirar. Por otra, actúan a su libre albedrío de manera
muy precisa, consiguiendo desvelar nuestro sentir más profundo.
Porque si hay una característica peculiar de los ojos es que sus
movimientos tienen una interpretación contundente. Según como se
mueven, sabemos qué está pasando por la mente del otro. Quizás lo más
difícil es reconocer ese movimiento, un micromovimiento fugaz que
demanda estar entrenado en su identi cación.
Para entender si provocamos deseo en la otra persona, el ojo es un buen
termómetro de ese sentimiento. Según Philippe Turchet, el deseo se detecta
claramente en os ojos de tres maneras:
• En el interior del ojo. Las pupilas dilatadas nos hacen percibir el deseo
que siente alguien por nosotros. Pero aún más increíble: nuestras pupilas
se dilatan más cuando miramos a una persona cuyas pupilas están
dilatadas. El deseo del otro despierta nuestro deseo. Conectamos con él
o ella respondiéndole inconscientemente con la misma apertura.
• En la zona que rodea el ojo. Se distinguen diversas aperturas del ojo y
de la ceja según la zona del cerebro que intervenga en la recepción del
mensaje. En 1970, Eibl-Eibesfeldt descubrió que cuando los seres
humanos, hombres o mujeres, entran en contacto, levantan las cejas en
el momento en el que se sienten atraídos. En aquel entonces, demostró
que ese re ejo inconsciente era universal. De la misma manera, cuando
nos emocionamos, abrimos los ojos.
• En la mirada. Cuando nace el deseo, en general nuestra mirada se sitúa
rápidamente en la boca. La boca es una zona privilegiada porque se
considera particularmente erótica. Si miramos a alguien, le mostramos
que nos interesa. Si lanzamos pequeñas miradas de forma inconsciente y
espontánea a su boca, nos acercamos de manera inevitable al otro.
Por ejemplo, cuando no le gustamos a alguien, a menudo esta persona
realiza la típica mirada inquisidora, de cuestionamiento. Esa posición se
consigue hundiendo el párpado inferior y dejando descubierto el blanco del
ojo. En cambio, cuando gustamos, el otro abre su mirada –párpados, ojos,
pupilas–, y con este gesto entramos en armonía, nos sentimos acogidos.
Pero además de la apertura del ojo, debemos prestar atención a los
movimientos que este hace, ya que nos dan un mensaje inequívoco en
relación a lo que sentimos. Se trata de un acto re ejo –mover los ojos de
arriba abajo, de manera lateral o diagonal– que dura tan solo milésimas de
segundo.
Las áreas oculares, es decir, las zonas hacia donde miramos (superior,
inferior, derecha, izquierda), están relacionadas con distintas áreas del
cerebro que se encargan de procesar distintos tipos de información. Y este
procesamiento viene determinado por un factor cultural: la manera en la
que leemos y escribimos, que en el caso de Occidente, es de izquierda a
derecha.
La primera regla que hay que conocer: cuando nos centramos en
nosotros mismos, los ojos se dirigen hacia abajo (mirada interior o
emocional); en cambio, cuando buscamos información que no tiene unión
con nuestros sentimientos, los ojos se dirigen hacia arriba (mirada
cognitiva). Si lo analizamos en primera persona (desde el punto de vista de
quien mueve los ojos), existen los siguientes cuadrantes de mirada:
• Mirada directa. Un contacto visual sin rodeos es muestra del interés
del otro por nuestra persona. Eso sí, no siempre tiene un
componente de deseo, sino que tiene que ver con el interés. Puede
ocurrir también que, si es una mirada sostenida, tenga afán
intimidatorio. Por el contrario, si son miradas fugaces, generalmente
hablan de vergüenza o poca seguridad de quien las hace.
Interesándome/Desafiando
Conversando conmigo
• Derecha inferior. Quien mira hacia abajo y hacia el anco derecho
está pensando en algo que remueve sus sentimientos en ese mismo
momento, un pensamiento capaz de generar un estado emocional
muy vívido (si pienso en algo triste, me entristezco). Lo mismo
ocurre al intentar recordar olores, sabores y sensaciones.
Viviendo un sentimiento
Si lo hace el hablante: contención (mano derecha) o mentira (mano izquierda). Si lo hace el que
escucha: análisis (mano derecha) o respuesta emocional (mano izquierda)
La mano en el pelo
La mano en el pelo se asocia a un gesto más común en las mujeres que
en los hombres. Sin embargo, el hecho de que sea así no tiene que ver con
una disposición de género a este gesto, sino que cuanto más accesible y al
alcance de las manos esté el pelo, más se jugará con el. Por ello las mujeres se
lo tocan más, porque son las que tradicionalmente han llevado el pelo largo,
a diferencia de los hombres, que en la cultura occidental optan
mayoritariamente por el pelo corto. Los hombres que llevan el pelo largo se
lo tocan de la misma manera y con la misma frecuencia que lo hacen las
mujeres durante la etapa de seducción.
Cabe destacar, además, que no todos los gestos en los que intervengan la
mano y el pelo tienen que ver con gestos de seducción. Si estamos solos y
nos tocamos el pelo, obviamente no estamos seduciendo a nadie. Lo que
estamos haciendo es conectando con nosotros mismos. A través de la
textura suave del pelo (sea este liso o rizado, corto o largo), hallamos un
punto de encuentro con nosotros, una sensación agradable de nosotros para
nosotros que inconscientemente nos reconforta.
En cambio, si en una situación en la que estamos conociendo al otro nos
tocamos el pelo con la mano que no estamos habituados a utilizar (izquierda
para los diestros, derecha para los zurdos), lo más probable es que sí se trate
de un gesto de seducción –no necesariamente sexual, sino manifestando
interés–, ya que su movimiento ha de realizarse de manera más consciente y
toma más tiempo ejecutarlo: pienso que quiero hacerlo y lo hago. No es
automático.
En relación a la mano en el pelo, Turchet diferencia entre los gestos de
seducción pasiva y de seducción activa. Los primeros son movimientos
naturales en los que buscamos agradar al otro. Pasarse la mano por el pelo
desde la parte frontal de la cara hacia atrás es un gesto clásico de seducción
pasiva. Podría hacerlo con cualquier otra parte del cuerpo –acariciarme para
llevar la atención del otro hacia la zona que está tocando mi mano–, pero
socialmente no están consensuados, por lo que ni siquiera me lo planteo. En
el caso del pelo, en cambio, es un gesto natural y atractivo.
En el otro extremo, existen una serie de gestos forzados que, si no
interviniera el pelo, serían extraños de observar y darían lugar a situaciones
irreales. Son actitudes de seducción activa, una estrategia realizada a
propósito para seducir. Si tomo un mechón de pelo, lo avanzo hacia donde
está mi interlocutor y comienzo a enrollarlo haciendo el giro en dirección a
él, lo que estoy haciendo es dirigir su mirada hacia ese gesto. Lo atraigo
hacia mi mano que toca el pelo, lo invito a subir sus ojos siguiendo el
mechón de pelo que gira sinuosamente, hasta que sin darse cuenta el otro
llega a mi cara y nos encontramos en una mirada o en una sonrisa. Le invito
a venir hacia mí a través de este simple gesto con el pelo.
En este sencillo gesto, que es más fácil verlo que explicarlo, hay tres
detalles importantes: el mechón gira hacia el interlocutor; la parte de la
mano que no está ocupada por el pelo, permanece también abierta hacia él,
y el movimiento se realiza avanzado, cercano al otro, y no hacia atrás. Si no
es así –el juego con el pelo no avanza hacia el interlocutor, la mano apunta
hacia uno mismo en vez de hacia afuera, o el giro del pelo se realiza hacia
quien lo está haciendo–, no se está provocando seducción, sino que se trata
de un gesto centrado en un objeto, o bien, una manera de alejarse de la otra
persona a través de una distracción nimia que con rma el poco interés que
tenemos por el otro.
La mano y la cara
Los mensajes que nos llegan a través del contacto de las manos con la
cara tienen que ver con lo que la sinergología llama microactitudes,
movimientos fugaces en los que interviene la mano, que se realizan de
manera involuntaria e inconsciente. Pueden ser:
• Micropicores. Encierran en sí una negación o contradicción. Una
descoordinación entre nuestros movimientos y la manera en la que
actuamos, o bien, una diferencia entre lo que hacemos y cuáles son
nuestros deseos reales.
• Microfijaciones. Consisten en dejar el cuerpo inmóvil como
consecuencia de una concentración máxima o, aunque parezca
extraño, de máxima relajación.
• Microcaricias. Pueden ser autocaricias o caricias al otro, una acción
que entra directamente en la zona de intimidad. En ambos casos, su
nalidad última es conectar.
En el caso de la cara, tal y como explica Turchet, esta es una zona del
cuerpo repleta de receptores sensoriales. Es una puerta a lo que los biólogos
denominan medio interior. Cuando nos enfrentamos a otra persona, los
sentimientos y emociones que no expresamos se convierten en gestos
precisos alrededor de la cara, según explica el investigador, que aclara que
hay zonas faciales que están más relacionadas con la seducción que otras:
«La frente es una zona a la que llevamos la mano en todas las acciones
relacionadas con la re exión y, en general, será poco solicitada en las
actitudes de seducción. En cambio, existen algunas actitudes muy
interesantes alrededor del ojo porque, en esa zona, reprimimos lo que vemos
mediante una codi cación neurolingüística».
El caso de los micropicores, especí camente, es un fenómeno que tiene
tras de sí una explicación cientí ca. El micropicor se produce por la
vasodilatación de los músculos de la cara (u otras partes del cuerpo) que
nuestras emociones desean activar, pero que racionalmente contenemos
para no expresar demasiado violentamente nuestros impulsos o emociones.
Como la mayor parte de los gestos, los micropicores se complementan
con otros gestos realizados por otras partes del cuerpo (pies, brazos...),
dejando así también patente su intencionalidad. Hay micropicores
especí cos para cada momento y situación: de ira, de incomodidad, de
autoridad, de represión, de búsqueda de información en nuestro cerebro, de
duda, de espontaneidad, introversión, curiosidad, mentira... En medio de
esta in nidad de microgestos, descubrimos las microactitudes de apertura,
aquellas que se realizan con clara intencionalidad de seducción,
inconscientemente, pero abiertas hacia el otro.
Así, el micropicor de seducción se distingue, principalmente, por:
• Se realiza de manera simultánea a la apertura de otra parte del
cuerpo: generalmente la palma de la mano y el interior del puño
apunta hacia el interlocutor.
• Se acompaña de una posición de apertura de la cabeza: ladeada
hacia la izquierda, en una actitud relajada.
• La dirección en la que se rasca es desde dentro hacia fuera, en una
clara intencionalidad de abrir todo nuestro ser al otro.
Es verdad que no podemos inferir que todos los gestos de rascarse la
cara con el puño hacia fuera comporten una intencionalidad de seducción;
lo que sí es cierto es que tienen que ver con gestos de apertura, con acciones
inconscientes que realizamos cuando queremos dejar patente que nos
interesa, que abrimos todos nuestros sentidos para conectar con él o con
ella.
Posiciones con el eje inclinado (un hombro por encima del otro):
• Inclinación a la derecha. Muestra la intención del control del discurso y
la información. Es una posición racional que también tiene que ver con
cierta confusión en las ideas, las que se están procesando y
construyendo en el mismo momento en el que se está hablando.
• Inclinación a la izquierda. Tiene que ver también con el control, pero a
nivel emocional. Puede desvelar cierta timidez por parte de quien
realiza el gesto, su intencionalidad de ocultar sus verdaderas emociones.
Inclinación con el hombro a la derecha
Posiciones de retirada
• Retirar los dos hombros. Demuestra la intención de tener presencia
limitada en el discurso y en ese momento. Se reduce el protagonismo de
la persona al situar sus hombros por detrás del eje de la cadera.
• Retirada del hombro izquierdo. Es un acto re ejo de huida. Quien lo hace
lo que busca es desvincularse del momento y alejarse de las personas
con las que comparte situación.
• Retirada del hombro derecho. La intención de retirada es con el n de
analizar las ideas, y será preciso determinar con qué ojo se mira para
poder dar una lectura más precisa.
a) BRAZOS Y ANTEBRAZOS
La gestualidad refuerza el vínculo entre las personas, en especial entre
aquellas que intentan conectar en un ámbito amoroso. Su función principal
es transmitir el contenido afectivo de nuestros mensajes, facilitando a
nuestros interlocutores indicaciones precisas sobre nuestros estados
emocionales. Los brazos y los antebrazos, junto con las manos y los dedos,
son elementos imprescindibles de este rico universo gestual.
Tal y como explica Turchet, es tan potente este recurso no verbal que
cuando se habla con alguien que no tenemos a la vista –ya sea por teléfono,
ya sea por un obstáculo visual–, la gesticulación se reduce al mínimo.
Nuestro cerebro parece ser consciente de que esta gesticulación no tendrá
impacto en el otro y se ahorra su realización.
En las relaciones cotidianas y personales, nos situamos
inconscientemente a unos 130 cm de nuestros interlocutores.
Hablando en términos de evolución humana, además de su papel
facilitador de la actividad de los hombros, los brazos actúan como barreras
defensivas de todo el cuerpo. En este sentido, si no están defendiendo,
también indican sentimientos de apertura y de seguridad, especialmente en
combinación con las palmas abiertas. Concretamente, el brazo izquierdo
(hemisferio derecho) es el brazo de las emociones, el brazo más impulsivo.
Por el contrario, el brazo derecho (hemisferio izquierdo) es una barrera
afectiva natural.
En relación a las posiciones de los brazos, se suele hacer más hincapié en
aquellas que muestran un claro deseo de protección o distanciamiento del
interlocutor que en aquellas que tienen que ver con la apertura. Esto es
porque la apertura tiene una posición casi única –dejar a la vista la parte
interior del brazo–, que se refuerza a través de microactitudes que después
analizaremos.
Nos detendremos un momento en las posiciones de defensa. La más
obvia y simple es la posición con los brazos cruzados. Su signi cado
también es directo: cruzo los brazos y me separo de aquello que me rodea.
Este gesto puede darse con variantes: en un nivel más sutil, cuando se
cruzan los brazos de manera tímida utilizando las manos como punto de
encuentro de los brazos; o bien, de una forma más contundente, cuando nos
autoabrazamos, donde además de aislarnos lo que buscamos es
tranquilizarnos y suprimir sentimientos como la inseguridad, la tristeza, la
ansiedad o el miedo.
Hay una forma curiosa de este gesto que practican habitualmente las
personas que suelen estar expuestas al público: el cruce de brazos simulado.
Quienes no desean que el publico se dé cuenta de que están nerviosos o
inseguros, en lugar de cruzar directamente un brazo sobre el otro, lo que
hacen es sostener el bolso con al mano contraria, tocar el reloj, el puño de la
camisa, etcétera. De esta manera, crean igualmente una barrera, logrando la
sensación de seguridad, pero sin que nadie se dé cuenta.
Ya en el campo de las posiciones abiertas, las microcaricias son uno de
los elementos especialmente relevantes en relación a los brazos: traducen los
deseos que sentimos y que querríamos hacer sentir a la otra persona. Así,
inconscientemente, nos acariciamos la parte exterior del brazo cuando lo
que estamos buscando es que alguien nos acaricie. Si este movimiento se
coordina con una leve inclinación de cabeza hacia la izquierda –muchas
veces, en un movimiento natural inconsciente producto de una relajación
máxima–, el efecto de ternura que provocamos en nuestro interlocutor es
máximo. Nos reconfortamos acariciándonos y reconfortamos haciéndolo.
Si la microcaricia baja, cuando nos acariciamos el antebrazo y no la
parte superior del brazo, tal y como explica Turchet, expresamos deseos más
orientados hacia la otra persona. Estamos más lejos de la zona del ego que
cuando nos acariciamos el brazo. Estamos menos centrados en nuestras
propias necesidades afectivas y más al servicio de la relación.
Lo curioso es que cuando adoptamos la posición de mostrar el
antebrazo, todo nuestro cuerpo se abre hacia el otro: nuestro hombro se
adelanta hacia la otra persona para poder tener una posición más cómoda;
tendemos a inclinarnos hacia uno de los lados mostrándonos más
vulnerables. Si este movimiento global se acompaña con una microcaricia, el
efecto emocional es total. En el sistema brazo-antebrazo, ya casi entrando en
la zona de in uencia de la mano, los puños son otra de las partes
importantes del mensaje. Si los dejamos descubiertos, abiertos al otro,
estamos en una posición preparada para ir al encuentro de la otra persona.
Continuando con las microactitudes, encontramos también los
micropicores. Contrario al confort que busca la caricia, el picor es un re ejo
de una contradicción interna. Suele darse cuando contenemos una emoción.
Por ejemplo, la contradicción psicológica entre el deseo de abrirse y la
voluntad de no soltarse por diversos factores (culturales, falta de con anza,
ambiente poco adecuado...) hace que se contrapongan dos gestos: por una
parte, podemos estar enseñando la zona interior de nuestro antebrazo –
muestra de apertura al otro–, y por otra, como contrapeso, emerge un picor
y cruzamos el brazo, creando una barrera natural de manera espontánea.
Este tipo de micropicor expresa tanto nuestros escrúpulos como nuestra
di cultad para soltarnos en un modo de comunicación más fusional.
Autoridad
Autocontrol
Si nuestro interlocutor coloca los brazos en jarra, lo que nos está
transmitiendo es una actitud defensiva; que está preparado para defenderse,
e incluso, si es necesario, para atacar. Por el contrario, cuando alguien nos
habla con los brazos colgando en una actitud de relajación total, es un
indicativo de su falta de seguridad respecto a su discurso y/o la relación que
mantiene con nosotros.
En el caso de que nuestro interlocutor lleve sus brazos a la parte
posterior del cuello o de la cabeza, podemos inferir que está abierto al tema
de conversación, aunque también puede ser que, simplemente, se trate de
alguien despreocupado en general.
b) MANOS Y DEDOS
Junto con los ojos, las manos son la parte del cuerpo capaz de transmitir
los pequeños detalles de manera más precisa. De cara a la interpretación no
verbal que hacemos de sus movimientos, las manos se mueven en tres
niveles:
• Pueden hacerlo a través de gestos conscientes, que tienen
signi cados por sí mismos: hacer autostop, dar el visto bueno a
alguien, parar un autobús... Estos movimientos siempre se realizan
con la mano motriz.
• Pueden moverse, también, de manera totalmente inconsciente,
movimientos que se realizan de forma rápida y fugaz y que son
difíciles de veri car.
• En último lugar, nos encontramos con los gestos semiconscientes,
aquellos que realizamos en conexión directa con nuestro cerebro, o
bien, nuestras emociones.
En relación a este último estado, en el que más claramente intervienen
los hemisferios del cerebro, los movimientos de las manos nos desvelan
desde dónde nos está hablando el otro. Si cuando habla utiliza las dos
manos, lo que nos está explicando es que está presente e involucrado, se está
dirigiendo a nosotros desde el cerebro y el corazón. Está teniendo un
acercamiento realmente auténtico hacia nosotros.
Si quien nos habla utiliza solo la mano derecha, lo que está haciendo es
distanciarse de su discurso –pensándolo, analizándolo– y controlándolo con
el hemisferio izquierdo del cerebro. Por último, si quien nos habla solo
gesticula con la mano izquierda, lo que podemos inferir es que está más
implicado en aquello que está diciendo porque se está dejando llevar por el
hemisferio derecho, que corresponde a la parte más emocional.
Los gestos semiconscientes se clasi can a su vez en:
• Gestos figurativos. Gestos de la mano descriptivos que convierten en
imagen aquello que decimos. Como movimientos se realizan alejados
del cuerpo y casi siempre siguiendo esquemas rectilíneos.
Grande
Mediano
Pequeño
Ojalá
Estoy bien
Quiero expresar mi opinión
Te voy a matar
Manos por encima de los hombros: me posiciono por encima de los demás
Manos a la altura de la cintura y el ombligo: situarse al mismo nivel del otro
Manos por debajo de la cintura: actitud de buena disposición que busca crear vínculo, ponerse
c) CODOS Y MUÑECAS
Aunque parezca sorprendente, nuestros codos son una parte clave de la
comunicación de nuestro cuerpo hacia la otra persona. Expresan la
exibilidad que tenemos en las relaciones con los otros. Es curioso, pero de
la misma manera que el tronco, siempre están en el ángulo de visión de
nuestro interlocutor y delimitan nuestros movimientos. Los suavizan o los
hacen más rudos según cómo se muevan.
Sin los codos –sin las caderas, sin las muñecas, sin las falanges de los
dedos...–, nuestro cuerpo parecería un ente in exible y rígido. Más allá de su
papel funcional, sin ellos seríamos incapaces de expresar la multitud de
matices de nuestros sentimientos. En el caso de los codos, su papel es claro:
permiten que los brazos se abran de modo circular para abrazar al otro, y de
la misma manera y en una posición similar, son capaces de crear un espacio
de protección del yo frente al mundo exterior.
Es curioso lo que sucede cuando caminamos hacia alguien que nos
interesa. Además de que nuestro cuerpo esté más erguido, durante el
balanceo de las manos, exponemos a la vista de la otra persona la zona
interior de nuestros codos: el antebrazo. Ocurre lo mismo cuando le damos
la mano a alguien. Este gesto, que en principio es formal, puede hacerse más
amable y cercano si justo en el momento de dar la mano, en vez de mantener
el codo pegado a nuestro cuerpo, lo separamos abriéndolo hacia el exterior.
Es el típico gesto inconsciente que hacemos cuando en un entorno de poca
con anza alguien nos agrada especialmente.
En el caso de los codos, la lateralidad también tiene su in uencia clara.
La parte derecha de nuestro cuerpo –controlada por el hemisferio izquierdo
del cerebro– interviene plenamente cuando nos ponemos en situación de
control y, en consecuencia, de cierre o de agresividad. En este caso, los codos
se sitúan en pronación, cerrados hacia nosotros, para protegernos de aquello
exterior que nos amenaza. En el otro extremo, si lo que queremos es
abrirnos al otro, lo que hacemos es situar nuestro brazo en supinación. En
esta posición, el codo queda oculto y se expone el interior del antebrazo.
Un momento en el que los codos comunican más que otras partes del
cuerpo es cuando estamos sentados. En ese momento, el interlocutor, o uno
mismo, puede decidir en cuál de los codos apoyarse y cómo hacerlo.
Cuando nuestro interlocutor se apoya en el codo izquierdo, la situación
siempre es más afectiva que cuando se apoya en el codo derecho.
Posición de protección Además del codo hacia el interior, el brazo izquierdo, el de las emociones, se
cruza para defendernos de las amenazas externas; nos cerramos racional y emocionalmente
Apertura controlada el brazo izquierdo, el de las emociones, se abre hacia la otra persona, la está
buscando; por el contrario, el brazo derecho, el racional, está conteniendo ese sentimiento al cruzarse por
encima
a) PIERNAS
Para la sinergología, los cruces de piernas y brazos no siempre signi can
cruces de cierre. Recordemos que esta ciencia apuesta por una visualización
global de la estatua, del todo para entender el detalle. Turchet sugiere que una
de cada dos veces los cierres nos facilitan el acercamiento a nuestros
interlocutores. Esto tiene que ver con lo que se conoce como parte interior y
exterior del cuerpo: todos tenemos un anco exterior –muslos externos,
pantorrillas, codos, parte exterior del brazo, espalda–, que indica cierre
cuando se expone al interlocutor, y una parte interior –parte interna de
muslos, maléolo interno, parte interna de los brazos, parte interna de la
muñeca, etcétera–, que indica apertura hacia el otro. Por mucho que esté
cruzando las piernas, si lo que estoy haciendo es enseñar la parte interior de
la misma, lo que busco es captar la atención de la otra persona, abrirme a ella.
Comencemos analizando el movimiento de las piernas cuando estamos
de pie. El espacio que ocupamos en un lugar se de ne, en parte, por la forma
en la que situamos nuestras piernas. Asimismo, la dirección en la que se
dirigen estas, además, nos habla de la relación que esperamos con nuestro
interlocutor. Si nos interesa, o por el contrario, preferimos no entablar
contacto con él.
Cuando las piernas se mueven, lo que nos explican del otro es,
básicamente, su necesidad de defensa, interés, escape o impaciencia.
Podemos estar de pie con las piernas cruzadas. Si lo que hacemos es
cruzarlas mostrando a nuestro interlocutor la parte externa del muslo, lo que
estamos haciendo es cerrándonos. Además de limitar nuestra ocupación
espacial, no le permitimos acceder a nuestra zona más íntima. Si al estar de
pie cruzamos la pierna mostrando a la otra persona la parte interior de
nuestro muslo, rodilla y tobillo, pese a que se trata de un cruce, lo que
hacemos es abrir nuestro cuerpo para conectar con él o ella. Nos mostramos
abiertos a un acercamiento porque nuestra posición es la de acoger, recibir.
También podemos estar de pie con las piernas abiertas. Esta posición,
más natural en los hombres, tiene que ver con el espacio que ocupamos en el
lugar donde nos encontramos. Es una expresión del aquí estoy yo, de
territorialidad, que se expresa ocupando más espacio del que normalmente
nos correspondería. Si la posición adoptada es con las piernas juntas, lo que
se busca es un eje de seguridad en medio del lugar donde nos situamos. Hay
expertos que hablan de la apertura de piernas como un re ejo del deseo
sexual no expresado –abiertas buscando sexo, cerradas negándolo–,
interpretación que al estar de pie no es del todo acertada.
Lo cierto es que la apertura de las piernas tiene un componente de género
inevitable, pues es más propia de los hombres, y cuenta con su propio
adjetivo al ser considerado en la sociedad actual un claro ejemplo de
micromachismo: el manspreading, que traducido podría ser algo así como
«despatarre», la posición típica de un hombre que al sentarse abre al máximo
sus piernas invadiendo el espacio de quienes están a su lado. Si quien lo hace
está sentado en una silla trabajando, por supuesto su posición tiene
prácticamente nulo impacto. Sin embargo, en el caso de estar en el transporte
publico, por ejemplo, además de incomodar a los demás viajeros, se
interpreta como un claro abuso de género y escaso sentido de la sensibilidad.
Las piernas, incontrolables, en este caso se tienen que regular y en países
como España, Chile o Japón ya se alerta contra el manspreading en el
transporte público.
Estando en pie, también podemos realizar el movimiento de balanceo.
Este es un claro síntoma de nerviosismo en la situación. Las piernas se
mueven para descargar tensiones de forma incontrolada.
Una última postura relevante de las piernas es la de la pierna adelantada.
Corresponde a la posición en la que una pierna se sitúa por delante de la otra,
con el pie claramente avanzado respecto al cuerpo. La pierna y el pie están
siempre señalando hacia la posición que queremos ir en el futuro. Pero en el
futuro inmediato, justo después de hacer el gesto, o cuando apenas podamos
movernos. La imagen muestra una perfecta sincronización de ambos
movimientos: estoy nerviosa–balanceo de pie–, cerrada –brazos cruzados– y
espero irme cuanto antes en esa dirección –pie adelantado–.
Cuando las dos personas están sentadas, con las piernas ocultas bajo una
mesa, es un momento ideal para ver cómo las piernas interactúan respecto al
otro ya que actúan con la libertad del anonimato: el interlocutor no las ve y,
con ello, se relajan los mecanismos de control sobre ellas.
En opinión de Turchet, los movimientos de las piernas de los hombres y
de las mujeres son más complejos que una simple pulsión sexual; el hombre
no las abre para hacer más evidente su pene y la mujer no lo hace porque
tiene una vagina. De hecho, los movimientos de ambos distan mucho de una
simple apertura de piernas. Entran en juego otras partes del cuerpo, como el
maléolo (tobillo) o la cadera.
La sinergología nos muestra que, cuando están sentados, los hombres
liberan su deseo mediante ligeros temblores laterales en la zona de las
piernas. En cuanto a la mujer, efectúa dos gestos no menos signi cativos con
la parte inferior del cuerpo: largos movimientos de balanceo del pie y de la
parte baja de la pierna –gemelo, hasta llegar a la rodilla–, que son un claro
síntoma de excitación.
El cruce de piernas, de igual manera que los brazos, de entrada es
síntoma de protección. Sin embargo, ha de estudiarse bien cómo se hace. Si es
con una pierna sobre la otra, tocándose las rodillas, se re ere a un cierre
total. Si por el contrario, el cruce se realiza poniendo al descubierto la parte
interior de la pierna y del tobillo, pese a ser un cruce, es un síntoma claro de
deseo de conexión.
b) RODILLA
Continuando con el viaje por la parte interior del cuerpo nos
encontramos con las rodillas. Tal y como nos explica la sinergología, «la
rodilla es la articulación que nos permite desplegarnos, crecer, elevarnos».
Su impacto en la comunicación no verbal es similar al de otras
articulaciones mayores, como los codos. Facilitan la apertura de las piernas,
haciéndonos más accesibles, y convierten el cuerpo en un ente con
movimiento capaz de empatizar con el otro, restando rigidez a su
comunicación no verbal.
Según Turchet, existen ciertos micropicores en la zona de la rodilla que
re ejan nuestro miedo a no estar a la altura y, lo que es aún más relevante,
nuestro deseo físico hacia la otra persona y la imposibilidad –temporal o
permanente– de satisfacer esta pulsión.
Cuando nos pica la rodilla y debemos calmar el picor rascándonos
compulsivamente desde arriba hacia abajo, detrás de este gesto se esconde el
miedo de no estar realmente autorizado para avanzar en el intercambio. En
realidad, nos rascamos porque queremos avanzar y, en vez de hacerlo, nos
frenamos.
Este tipo de gesto es muy habitual en los primeros encuentros, cuando las
personas son desconocidas la una para la otra y, sin embargo, sienten una
primera atracción sin apenas haber cruzado palabra. Como nos explica
Philippe Turchet, los micropicores, que están situados generalmente en la
parte delantera de las piernas, expresan el deseo de ir hacia delante o de ir
juntos a alguna parte. Cuando estamos delante de la persona que se rasca,
estos micropicores deben ser para nosotros, con rmación de la conexión
establecida: le gusto, le intereso, busca acercarse.
Hay ciertas teorías que presuponen que determinada forma de sentarse y
situar las rodillas corresponde a rasgos de personalidad determinados. A la
luz de la sinergología, esta es una interpretación carente de base cientí ca –
para entender el comportamiento de una parte del cuerpo es necesario
visualizar el todo–; sin embargo, la práctica cotidiana muestra que muchas
veces esta clasi cación es coincidente con la realidad:
• Rodillas juntas, pies separados. Corresponde a la posición de alguien
de caracter infantil, inseguro y soñador.
Una rodilla sobre al otra, piernas cruzadas. Así se sienta quien se
• siente amenazado, demuestra una actitud defensiva, distante o
cerrada.
• Rodillas totalmente abiertas (manspreading). Sensación de
dominancia e importancia. Revela también arrogancia.
• Piernas paralelas con rodillas simétricas. Posición neutral que
comunica tranquilidad y apertura.
• Rodillas juntas con las piernas ladeadas hacia la izquierda o la
derecha. Voluntad de conectar con la persona que se sitúa en esa
dirección, o bien, mostrar la lateralidad para cerrarse a la otra
persona.
c) TOBILLO (MALÉOLO)
Mientras que en el caso de las piernas y las rodillas el movimiento es
similar para hombres y mujeres, ambos se cierran o se abren de la misma
manera, los tobillos se mueven de manera diferente en ellos y ellas. Y es que,
tal y como nos recuerda el padre de la sinergología, cuando se desean, el
hombre y la mujer avanzan inconscientemente el uno hacia el otro, pero lo
hacen siguiendo reglas particulares de cada género.
Esto se debe a un comportamiento similar al que tiene la muñeca:
mientras la mayor exibilidad añade dulzura y apertura a la mujer, el
hombre, al ser siológicamente más rígido en sus articulaciones, haciendo el
mismo movimiento de su compañera, parece débil y afectado. Cuando una
mujer se abre de manera lateral en su totalidad –imaginémosla: en pie,
mostrando el interior de su brazo, el interior de su pierna y ladeando la
cabeza hacia el lado de la apertura–, genera un sentimiento de conexión
inmediato. Además de ser más femenina, transmite una sensación de
empatía.
Si el hombre realiza este mismo movimiento, que implica forzar
ligeramente el maléolo (tobillo) dirigiendo el pie hacia fuera como en una
posición de bailarina, lo que se conoce como torcer el tobillo, consigue un
efecto de preocupación en el otro: algo pasa con este hombre: ¿está triste?,
¿preocupado?... Con el maléolo abierto, en cambio, la mujer muestra su
deseo de apertura. Al abrir el tobillo, avanza ligeramente hacia su
interlocutor. Es curioso pero, en términos generales, un hombre no abre el
maléolo como una mujer, aunque, teóricamente, nada se lo impida. De forma
natural, no tiene integrada esta posición.
De hecho, cuando los hombres están sentados a una mesa y se sienten
interesados por la otra persona, suelen abrir ambos maléolos sin ningún tipo
de barrera. Según Turchet, «las personas que abren sus maléolos internos
están escuchando. Están atentos a lo que dice su interlocutor. Sus maléolos
abiertos traducen la ausencia de rigidez. Mire sus hombros cuando sus
maléolos están abiertos: los trapecios están relajados y los hombros están más
relajados que de costumbre. Todo el cuerpo parece redondearse, hacerse más
profundo para recibirle». En la posición de pie, los hombres y las mujeres
expresan su receptividad de la misma forma: abren ligeramente el maléolo
para relajar todo su cuerpo.
Maléolos rígidos (que provocan una estatua rígida) contra maléolos abiertos, que fuerzan una estatua
relajada
d) PIES
De la misma manera que las piernas, las rodillas y los maléolos, la
posición de los pies también tiene sus movimientos de apertura y clausura
hacia el otro. Así lo explica claramente la doctora Natalia Gironella García:3
si la mayor fuerza de la pisada está en el interior del pie –pronación– signi ca
que la persona está abierta a sí misma no al otro, mientras que si la mayor
fuerza de la pisada está en el exterior –supinación– la persona muestra
tendencia a dejarse llevar por el otro.
Además de esta gestión del peso del cuerpo en los pies, estabilidad que
nos desvela la intencionalidad de conexión o no que tenemos en ese
momento, la posición que estos adoptan nos indica a quién o a qué
estamos prestando atención. Al estar en posición erguida, nuestros pies
siempre apuntan al foco de nuestra atención –un lugar, una persona...–. Es
curioso ver en grupos de personas que están hablando en círculo, cómo los
pies apuntan hacia aquellos que son más carismáticos o líderes.
De izquiera a derecha: pies en pronación (apertura), pies en supinación (cierre), posición de pies en
cierre al otro y posición de pies en apertura al interlocutor
PERSONAS TÓXICAS
Según Lillian Glass, experta en lenguaje corporal y estudiosa de las
personalidades tóxicas –de hecho, ella acuñó el término con su primer
libro sobre el tema en 1997– existen 11 tipos diferentes de personas
tóxicas: el competidor celoso; el volcán pasivo/agresivo; el que lo sabe
todo –arrogante y presuntuoso–; el mentiroso seductor –manipulador e
infiel–; el obseso del control, furioso y déspota; el metomentodo –
cizañero y traidor–; la víctima autodestructiva; el espantapájaros débil y
sin iniciativa; el narcisista egocéntrico, el congelador emocional, y el
sociópata.
Para identificar estas personalidades, la totalidad de las cuales
practican actitudes nocivas en la relación de pareja, según Glass, hay que
confiar en el instinto. ¿Qué quiere decir esto? Entregarse a las sugerencias
de nuestro cerebro límbico, el cerebro de lasemociones, y olvidarse del
cerebro racional. Para Glass, las sensaciones que transmite el cerebro
límbico siempre son correctas en lo que respecta a los sentimientos hacia
alguien.
Para ayudar a esta parte de nuestro cerebro a entender qué pasa
realmente, la experta recomienda prestar especial atención al lenguaje no
verbal de nuestros interlocutores. Su propuesta merece un estudio en
profundidad de las características de estas personalidades, pero a
grandes rasgos recomienda preguntarse:
• ¿Qué hace con las manos? ¿Tiene los puños apretados? ¿O tiene las
palmas de las manos abiertas y mirando hacia arriba?
• Cuando le haces una pregunta, ¿varía su expresión facial de forma
notoria y cambia de tema?
• ¿Rompe el contacto visual constantemente para mirar a otra
persona o cosa?
• ¿Tiene sus pies apuntando en otra dirección que no es la tuya?
• ¿Se balancea hacia adelante y hacia atrás sin motivo aparente?
¿Mueve la pierna nerviosamente?
• ¿Traga saliva?
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1. http://www.elcuerponomiente.com
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LA APARIENCIA FÍSICA
Antes de que podamos cruzar palabra con una persona, somos capaces
de hacernos una clara fotografía de ella: su edad, condición social,
posiblemente también su ocupación, preferencias estéticas, etcétera. Basta
una mirada para descubrir parte del mundo del otro. La vestimenta es, en
esta impresión inicial, un factor determinante.
Fue el experto en semiótica Roland Barthes1 quien sometió por primera
vez a la vestimenta a un análisis semántico. Según su tesis fundamental,
tanto hombres como mujeres pueden crear sentido a través de sus
vestimentas. Durante toda la historia de la humanidad las prendas han
acompañado los movimientos humanos. Como destacan Luís Casablanca y
Pedro Chacón,2 unas veces comprimiendo y encorsetando el cuerpo, y otras
desestructurándolo. En la actualidad, lo hacen con la premisa de la levedad.
«El vestido siempre signi ca algo, trasmite importantes informaciones
en relación a la edad, el sexo, el grupo étnico de pertenencia, el grado de
religiosidad, la tarea que desempeñamos en orden laboral, la independencia
o la dependencia de una idea –explican los profesores de la Universidad de
Granada–. La ideología está implícita en la elección de un traje
determinado, ya que la elección es una opción y esa opción se hace en base a
dejar otras de lado.» En este sentido, el vestido puede emplearse para señalar
una actitud hacia los demás, «en particular el poder de disponibilidad
sexual, la energía, la rebeldía, la sumisión, la formalidad, para distinguir el
estatus económico y para compensar los sentimientos de inferioridad
social». En la actual sociedad occidental, enmarcada en una economía
capitalista, siempre según Casablanca y Chacón, «cuando una persona elige
un atuendo, está expresando quién es, y qué es lo que piensa de sí mismo».
En función de estas primeras re exiones, se concluye que no hay una
forma de vestir correcta; lo fundamental es que esta esté acorde a nuestros
sentimientos, la manera en que pensamos, y sobre todo, que nos haga sentir
cómodos con nosotros mismos.
Es imposible pensar en Fidel Castro sin su uniforme militar, en la reina
Isabel II sin su bolso o en Lady Gaga sin un vestido estrafalario. Como seres
humanos han hecho una elección acorde con su posición, que está en línea
con su sentir y con su discurso.
Primera regla: el estilo que tenemos incide directamente en cómo los
demás valoran nuestros puntos de vista. Por ejemplo, la vestimenta que sale
de las normas convencionales hace que los demás lean a la persona que la
lleva como radical en sus ideas. Quienes utilizan prendas convencionales se
les considera moderados. Así, un artista de rock viste de manera
transgresora, y un comercial lo hace con traje y corbata. Ambos, por el
mismo motivo: dar un soporte visual y contextual a su discurso.
Segunda regla: los cuerpos atractivos son más persuasivos, por lo que se
recomienda que su vestimenta sea entallada. El concepto atractivo en este
caso no se re ere a un patrón físico especí co, sino el que es manejado de
manera dominante por la cultura donde está la persona: si en los países
asiáticos lo atractivo es ser menudo y delgado, en el continente africano
predomina el modelo de grandeza y sinuosidad.
En este ámbito, se ha de reconocer que las personas bellas tienen mayor
facilidad de llegar a las otras con su discurso. Tendemos a prestarles más
atención, son para nosotros más creíbles e interesantes. Se les abren más
puertas, aunque después, como todo el resto, deberán con rmar que son
realmente interesantes y competentes.
Tercera regla: en la sociedad actual, la calidad de la ropa habla del estatus
social que se ostenta. No es que el estatus social importe a la hora de
comunicar –no hay mejor ni peores oradores según un determinado
estatus–, pero lamentablemente es un factor que para muchas personas es
relevante. Dependiendo de si entras en su tribu o no, será el nivel de
atención que te presten.
Cuarta regla: hay ropa cargada de simbolismo que aporta credibilidad a
un discurso. Que un doctor te explique un diagnóstico con bata blanca
merece toda nuestra atención. Nos sorprendería que lo hiciera vestido de
calle. El simbolismo del atuendo le otorga más credibilidad a los emisores en
relación a sus respectivas profesiones. Por lo mismo, si visten el atuendo
adecuado, logran ser más persuasivos con temas relacionados con su área
especí ca de trabajo.
Respecto a las tribus, además de la escala social en la que se encuentre la
persona, el tipo de vestimenta que llevamos nos hace reconocibles entre
nuestros iguales. Nos permite enviar mensajes de cercanía y similitud a los
otros, que es un buen inicio para intentar conectar. Asimismo, nos permite
reconocer personas con las que, seguramente, congeniaremos bien. No es
una ciencia cierta que si buscamos a alguien de nuestro estilo de vestir
acabemos siendo pareja, pero la experiencia demuestra que en muchas
ocasiones es así.
LA VOZ
La voz es el último de los recursos que nos permiten rea rmar nuestro
lenguaje no verbal en el proceso de enamoramiento y búsqueda de pareja.
Para Tamara Chubarovsky, pedagoga Waldorf y terapeuta del lenguaje de
base antroposó ca, «a través del timbre, tono, gesto y dinámica de la voz
tomamos conciencia de las emociones que uyen en nuestro lenguaje y a
través del efecto curativo de los sonidos, transformamos, puri camos y
enriquecemos estas emociones».
A cada personalidad le corresponde un tipo de voz. Lo que propone la
experta es que, con nuestra voz, corrijamos aspectos de nuestro carácter que
pueden no ser bene ciosos para nosotros mismos y para nuestras relaciones.
Por ejemplo, explica que alguien que es de carácter blando, maleable, tiene
un tono de voz suave, redondeado y poco articulado. Para esta persona,
hacer ejercicios con sonidos como D y T acompañados de movimientos de
cuerpo lineales le permitirá ganar en rmeza. A su voz y a su carácter.
Puede ser que, por el contrario, seamos de personalidad distante, con
lenguaje frío, seco y mecánico. Alguien desconectado de sus sentimientos.
En este caso, lo que se necesita es dotarlo de sonidos cálidos, blandos. «El
que habla entrecortado, trabado, es que también en su vida anímica está
falto de uidez y expansión –explica Chubarovsky–. «Se bene ciará
enormemente de las cualidades expansivas y de uidez de la L, así como
otro con tendencia depresiva puede necesitar el vigor y energía de la R.» El
secreto está en volver a conectar la voz con los sentimientos; de esta manera,
cuando hablamos, emerge nuestro verdadero yo, la persona que somos y que
queremos mostrar al otro.
Una vez que hemos conectado con nuestra voz, debemos ser capaces de
manejar el amplio rango de matices que tiene para poder expresar aquello
que queremos expresar en cada momento. Lo primero para usarla
correctamente es leer el momento: si estamos en una situación de intimidad
con alguien, o delante de muchas personas en una reunión social con
amigos, o en una situación formal de trabajo. Dependiendo del momento,
nuestra voz se articulará de una u otra forma. Que sea acorde a la situación
ayudará a comunicar correctamente y a conectar con quien esperamos
hacerlo.
Debemos tomar conciencia de que nuestra voz tiene una in uencia
tremenda en los otros. El tono, la velocidad o la correcta articulación son
elementos que hacen que nuestro discurso cale o no, que se nos comprenda
tal cual nos hemos expresado, o por el contrario, que llegue una imagen
errónea de aquello que estamos diciendo. Si conozco a alguien y deseo
tomarme con calma el tiempo para conocerlo, lo que no puedo hacer es
hablarle rápidamente, atabalarlo... He de articular un discurso pausado, con
un tono suave, para crear un clima acorde al que me he imaginado para
conocerle. De la misma manera, si lo que busco es alguien dinámico para
que me acompañe en mis aventuras de vida, esperaré que tenga un ritmo
dinámico, un tono enérgico y vivo. Si habla con la voz baja, de manera poco
rítmica, supondré que no es la persona a la que estoy esperando.
Además del momento, debemos prestar atención a la energía de nuestra
voz: sin quererlo, nuestra voz transmite los deseos, o no, que tenemos de
hacer alguna cosa. Podemos jurarle a una persona que nos interesa
muchísimo su conversación, que estamos pasando un momento fenomenal;
sin embargo, si nuestra voz no dice lo mismo y se oye desganada, poco
implicada, jamás nos creerá lo que con el lenguaje estamos a rmando. La
inseguridad, miedo, nervios o mentiras son emociones que marcan la voz de
manera particular: en el primer caso temblorosa, en el segundo aguda y
nasal, en el tercero titubeante y áspera, y en el cuarto, con una intensidad
más baja de la habitual.
Por ello, debemos tener claro qué queremos transmitir al otro, y como
dice Tamara Chubarovsky, sentirlo para proyectarlo con la voz, atendiendo
al momento, a nuestro interlocutor y a nuestros objetivos. Porque no hay un
tono, velocidad o proyección de la voz más adecuados o persuasivos que
otros. Siempre depende del contexto.
Quizás, la única cosa que se debería evitar siempre es tener un tono de
voz plano. La monotonía vocal hace que nuestro interlocutor deje de
prestarnos atención porque no somos capaces de transmitir los matices del
discurso. Las personas que hablan monótonamente aburren, sus mensajes
no llegan a los otros y suelen sufrir el vacío. Basta con conocer la propia voz
para poder manejarla según el discurso y el momento.
Las voces de hombre y mujer, dado el contexto social, tienen diferentes
interpretaciones subyacentes. Las de los hombres, más graves y rmes, se
relacionan con la autoridad, el mando, la con anza, el respeto, y en cambio,
las de las mujeres, más agudas, se relacionan más con la vida familiar, el
acogimiento –hijos, padres, pareja–, con la misma seducción, e incluso,
negativamente, con emociones como la histeria.
LA BARRERA AFECTIVA
Quizás una de las barreras más habituales es aquella que nos impide
escuchar y procesar correctamente las palabras de alguien que no
apreciamos. Si no sentimos aprecio por una persona –nos cae mal, nos
violenta, no nos genera con anza–, nos cerramos a ella irremediablemente.
Así lo explica Philippe Turchet: «Nos resulta imposible acceder al
inconsciente de un hombre o de una mujer que no nos aprecia. Su cerebro
ltra todos los estímulos emocionales que le enviamos y los rechaza. El
inconsciente se cierra por necesidad cuando el cerebro moviliza sus recursos
cognitivos para defenderse. Y las operaciones de buena comunicación,
vectores de seducción, dejan de funcionar porque el cerebro deja de ser
libre».
Diversos son los motivos por los que se puede generar esa barrera
afectiva. Uno de ellos tiene que ver con la poca disposición que tenemos a
conectar. Aunque no nos demos cuenta, muchas veces nos presentamos a
una cita con ganas de encontrar el amor pero sin una actitud adecuada para
hacerlo. Las preocupaciones de nuestra vida cotidiana suelen ser el principal
motivo: no conseguimos desconectar de ellas cuando vamos al encuentro
del otro y transmitimos una imagen de ausencia. Estamos pero no nos
dedicamos. Y eso, no verbalmente, se nota y genera rechazo.
Si se mirara desde fuera la escena, entenderíamos perfectamente qué
pasa. Imaginémonos que el motivo del bloqueo es estrés a causa del trabajo.
Llega a la cita corriendo, porque salió tarde, por lo que su presencia personal
denota cansancio y agitación. Habla con ritmo acelerado, no acaba de
encontrar una posición de comodidad. Aún no se sitúa en la escena, y la otra
persona, que ya le aguardaba en el lugar, se siente arrollada por un torbellino
que no se esperaba. Desde su posición en la silla, se inclina levemente hacia
atrás para mirar con más perspectiva a la otra persona, pero ya se ha
producido el clic. No era lo que esperaba y no sabe cómo reconducirlo. A
partir de ese momento se dedica a esperar que pase el tiempo: mira más a lo
que le rodea que a su interlocutor, practica movimientos de cierre y sus pies
apuntan hacia la salida... Por mucho que lo intente quien llegó a la cita
cargando el estrés del trabajo, por mucho que ahora esté calmado y quiera
conectar con el otro, no conseguirá hacerlo porque, afectivamente, el otro ha
renunciado, al menos por el momento.
Cundo se producen barreras emocionales, continuando con las
explicaciones de Turchet, en algunas situaciones intentamos irnos. En otras
no deseamos irnos, pero introducimos barreras más físicas entre nuestro
interlocutor y nosotros mismos. «Somos educados y no vemos ninguna
razón para irnos, pero tenemos la necesidad inconsciente de protegernos de
la presencia o del deseo invasor de la otra persona.» Por ejemplo: puede
ocurrir que nos pique el exterior del brazo, y para salvar este picor crucemos
el otro y nos rasquemos levemente. De manera inconsciente nos hemos
separado de nitivamente del otro a través de un simple gesto que, en el caso
de no conocerlo, no tendría para nosotros ningún signi cado e importancia.
Otra barrera afectiva habitual es la del estado de vigilancia. En este caso,
es útil dar la sensación a nuestro interlocutor de que lleva la voz cantante del
momento, que decide el tono de la conversación, los ritmos y el
acercamiento. Si hacemos sentir al otro como que él nos ha elegido,
anulamos completamente las posibilidades de vigilancia, ya que siente el
control total de la situación. Este es el principio que utilizan los estafadores,
hacer creer al otro que tiene el control, haciéndole bajar las defensas y
engañándolo. Por supuesto, la recomendación en este caso no tiene que ver
con una estrategia de engaño, sino con una manera de conectar de forma
más efectiva con la otra persona.
Otro tipo de barrera afectiva, de mayor calado y para la que se necesita
la guía de un especialista para superarla, tiene que ver con si tenemos una
visión negativa de nosotros mismos. Creer que somos un tipo de persona
afecta positiva y negativamente. Si estamos convencidos de que somos
capaces, seguramente haremos lo que nos propongamos. En cambio, si
creemos que no merecemos amor, lo más probable es que nos cueste trabajo
encontrarlo.
Nos será difícil porque nuestro cuerpo hablará de esa creencia. Si no nos
consideramos dignos de ser amados –ni lo su cientemente interesantes,
atractivos, divertidos, guapos...–, nuestro cuerpo así lo expresará, y nuestra
postura y gestos no estarán avisándole al otro de que lo que realmente
estamos buscando es el amor. Tendremos una postura lánguida, que casi no
pone en valor nuestra anatomía, nuestros gestos serán escasos con una
actitud general de desidia, no por la falta de necesidad en el amor, sino por
la poca esperanza que tenemos en dar con él.
Otra de las barreras afectivas que condicionan nuestro lenguaje no
verbal es la idea que tenemos del amor y de la persona de la que nos
enamoraremos. Si tenemos un ideal preestablecido, una clara idea de cómo
ha de ser la situación, la persona y el momento, lo más probable es que si
nuestros deseos no coinciden con esa imagen mental que nos hemos hecho,
caigamos en una desilusión profunda. Y al entrar en escena la desilusión, se
activa una importante batería de gestos y movimientos que lo único que
harán es explicarle a la otra persona que no nos interesa, aunque ni siquiera
nos hayamos dado el tiempo para conocerla. ¡Podría ser mucho mejor o
mucho más interesante que nuestros ideales! Lamentablemente, con nuestro
cuerpo, le estaremos diciendo que no invierta tiempo en nosotros. Nos
cerramos, y sin abrir la boca, le estamos enseñando el camino de la salida.
La ventaja de conocer las barreras que se producen en el proceso
comunicativo a nivel no verbal nos da la oportunidad de reconducirlo. No
quiere decir que sea sencillo hacerlo, pero debemos intentarlo. Si
identi camos todas aquellas cosas que nos afectan negativamente a nivel
emocional, podremos regularlas y minimizarlas. Pero, ¡ojo!, no se trata de
ignorarlas o menospreciarlas. Estas emociones siempre tienen un origen
más profundo que la expresión del sentimiento en sí –el movimiento y el
gesto–, y existen para comunicarnos algo. Basta con que escuchemos a
nuestro cuerpo, y si nos sentimos en condiciones de manejarlas para ir al
encuentro de la otra persona, tenemos los recursos no verbales para
conseguir hacerlo.
2
LA BARRERA DE LA CRÍTICA Y DE LA
DICTADURA DEL QUÉ DIRÁN
LA BARRERA DE LA ÉTICA
Cuando recibimos un mensaje del otro que no encaja con nuestra escala
de valores y nuestras convicciones intelectuales e ideológicas lo que hacemos
es bloquear cualquier tipo de acercamiento hacia la otra persona. En
situaciones de debate político de calle, por ejemplo, ante una opinión
ideológica diametralmente opuesta a la nuestra, lo que solemos hacer es
defender de manera vehemente nuestra opción: no atendemos a razones y lo
único que conseguimos es rea rmarnos en nuestros motivos. En este
esfuerzo intelectual, nuestro cuerpo también nos apoya: no recibimos los
mensajes de seducción del otro (si es que los hay) e invertimos todas
nuestras energías en protegernos de él. La única opción ética que vale es la
nuestra.
Si escuchamos a alguien mantener una argumentación racista o
xenófoba y no compartimos sus opiniones, nada de lo que diga o haga esa
persona a continuación importará. Para nosotros ha muerto, no existe. De
hecho, utilizamos diversos gestos para protegernos de esa persona: nos
ponemos la mano en la boca para librarnos de ese interlocutor –tapándola
totalmente, parcialmente– y podemos incluso dejar de pestañear para evitar
enviar información de ese ser que nos desagrada a nuestro cerebro.
Frente a un cierre tan radical, la única manera que puede operar un
acercamiento pasa por la palabra, por la argumentación verbal. No podemos
conectar con el otro hasta que no conseguimos volver a admitirlo dentro de
nuestros preceptos y convicciones éticas. Ya sea porque su frase fue un desliz
o una malinterpretación nuestra, necesitamos con rmar intelectualmente
que estamos alineados; solo a partir de ese momento comenzará una tímida
apertura, marcada por la descon anza, en la que podría haber alguna
posibilidad de reconexión.
Lo complejo de la ética es que se opera no a través de las emociones, sino
que también entra en juego el raciocinio. Por ello es tan difícil de derribar
esta barrera, porque no tiene que ver solo con sensaciones, sino que se
conecta con discursos que hemos construido a lo largo de los años y para los
que hemos creado una justi cación intelectual que los contiene. Puede ser
que sean barreras reales para conocer a nuevas personas, pero lo que sí es
cierto es que son parte constituyente de nuestro ser. Si renunciamos a
nuestras convicciones éticas, y con ello dejamos caer los mecanismos de
defensa que sostienen estas creencias, lo que estamos haciendo es
convertirnos en algo que no somos. Prestemos atención a nuestras
convicciones y adaptémoslas a los cambios que vive el mundo, la sociedad y
nosotros mismos. No quiere decir derribarlas y exibilizarlas, sino
simplemente estar abiertos a escuchar otros puntos de vista que, sin ser
iguales a los nuestros, pueden ser de interés conocer y compartir.
4
BARRERAS CULTURALES
Poco queda que decir en este punto. Quizás, recordar el porqué de este
esfuerzo por desvelar las claves de la comunicación no verbal en relación a la
búsqueda del amor.
No siempre sabemos qué buscamos, dónde se encuentra y si ese alguien
que hemos escogido o nos ha elegido es la persona que conectará
de nitivamente con nosotros. Lo que sí está a nuestro alcance es
perfeccionar nuestra capacidad de expresar al otro lo que realmente
sentimos en cada momento, y poder manejar sin engaño, sino con
estrategia, la manera en que nos mostramos a la otra persona.
Porque comunicar no consiste en lanzar al otro todo aquello que
queremos expresar de manera precipitada y sin sentido. Comunicar quiere
decir elegir las mejores palabras, lanzarlas en el mejor momento y en el
mejor lugar para que la otra persona comprenda realmente qué es lo que
sentimos. En este proceso, la comunicación no verbal es uno de los tantos
recursos comunicativos que tenemos para hacer llegar de manera más
efectiva con nuestro mensaje. Es, además, una útil herramienta para percibir
la apertura que la otra persona tiene hacia nosotros en un determinado
momento. Es un termómetro real de la situación en la que nos encontramos
como naciente pareja. Nos permite entender si debemos seguir avanzando,
acelerar el paso o detenernos de manera momentánea o de nitiva.
En este proceso de aprendizaje, manejar la comunicación no verbal no
puede ser un freno racional a nuestros sentimientos. Muchas veces ocurre
que, mientras más sabemos, menos espontáneos y naturales somos. El
conocimiento añade ansias de control a nuestro comportamiento y, en el
caso de la comunicación no verbal, esta tendencia puede verse acentuada
por los buenos resultados que provoca cuando ya manejamos todas las
variables del lenguaje del cuerpo. Es un hecho natural: al entender los
mecanismos a través de los cuales opera la comunicación y perfeccionamos
nuestro análisis del otro sin depender de él o ella para conocerlo en
profundidad, queremos siempre ir un paso más allá e inconscientemente
comenzamos a ejercer una práctica excesiva de los recursos aprendidos. Si
entramos en esta dinámica, lo único que conseguimos es que nuestras
energías se dediquen a una tarea que está lejana a nuestro objetivo. Si
aprendemos comunicación no verbal no es para espiar al otro, sino que lo
hacemos, sencillamente, para conectar de manera más sincera y limpia.
Así pues, después de exponer múltiples técnicas y recursos para desvelar
los secretos de la comunicación no verbal para el amor acaba este libro con
un único consejo que no es de esta autora, sino de una obra esencial de la
literatura universal: «solo se consigue ver bien con el corazón. Lo esencial es
invisible a los ojos.»1 Si lo que realmente queremos es conectar con el otro
nos debería bastar con sentir y dejarnos llevar por nuestras emociones. Todo
lo demás son complementos útiles, aunque prescindibles, para alcanzar
nuestro objetivo, que es seguir el camino en compañía.
____________________
1. De Saint-Exupery, A., El Principito, Editora Latinoamericana, México, 1998.
BREVE GLOSARIO DE GESTOS
DE SEDUCCIÓN Y RECHAZO
Cabeza
• Acariciarse la cabeza. Llevar la mano desde la frente hacia la nuca se
asocia generalmente con ansiedad.
• Apoyar la cabeza en la mano. Si la mirada está perdida, aburrimiento.
Si la mirada es sostenida y directa, interés.
• Asentir con la cabeza. Gesto de sumisión contagioso que puede
transmitir sensaciones positivas. Comunica interés y acuerdo.
• Bajar la cabeza y levantar la vista. En el sexo femenino, postura que
transmite sensualidad para atraer a los hombres.
• Darse una palmada en la frente o en la nuca. Señal de haber olvidado
algo.
• Levantar la cabeza y proyectar la barbilla hacia delante. Agresividad y
poder.
Inclinar la cabeza. Si se ladea hacia la izquierda, mucho interés en el
• otro.
• Apoyar la barbilla sobre la mano. Si la palma de la mano está cerrada
es señal de evaluación. Si la palma de la mano está abierta, aburrimiento.
• Palma en la mejilla o al costado de la cara. Síntoma de una decepción
inesperada.
Ojos
• Mantener la mirada. Interés sexual.
• No mirar a una persona. Rechazo.
• Mirada de arriba abajo. Es característica de la persona que es muy
sensual.
• Mirar hacia abajo. No creer en lo que se escucha.
• Mirar a una persona con frecuencia. Deseo de conectar y mani esto
deseo sexual.
• Mirar hacia los lados con cierta frecuencia. Señal de falta de interés.
• Mirar el reloj mientras otra persona habla. Impaciencia.
• Mirar el reloj mientras se habla. Necesidad de huir e intranquilidad.
• Pestañear constantemente. Atención total.
• Dejar de pestañear. Desinterés en el discurso.
• Frotarse un ojo. Dudas. Intento de bloquear lo que se ve para no tener
que mirar a la persona a la que se está mintiendo.
• Levantar las cejas. Saludo social que implica ausencia de miedo y
agrado. Hazlo frente a personas a las que quieras gustar.
Nariz
• Apretarse la nariz. Evaluación negativa del otro.
• Tocarse la nariz. Indicador de mentira. Dudar o rechazar algo.
Desacuerdo.
Boca
• Dedo índice que roza el labio inferior. Indica la presencia de estímulos
positivos e interés en el individuo.
• Llevarse un dedo o algo a la boca. Inseguridad o necesidad de
tranquilizarse.
• Morder un labio con el otro. Deseos sexuales combinados con cierta
timidez y actitud nerviosa.
• Morderse los labios con la punta de la lengua (mujer). Gesto
abiertamente sexual, de provocación sutil.
• Pasar los dedos por la comisura de los labios. Indica desaprobación, o
una valoración negativa, así como rechazo.
• Sonrisa falsa. El lado izquierdo de la boca suele elevarse más debido a
que la parte del cerebro más especializada en las emociones está en el
hemisferio derecho.
• Sonrisa natural (o sonrisa de Duchenne). Es la que produce arrugas
junto a los ojos, eleva las mejillas y desciende levemente las cejas.
• Sonrisa tensa. Con los labios apretados, denota que esa persona no
desea compartir sus emociones contigo y es una clara señal de rechazo.
• Sonrisa con una mirada directa y prolongada. Provocación discreta y
coqueteo.
• Taparse la boca. Intento de ocultar algo cuando se habla. Cuando se
escucha, sensación de engaño.
• Acariciarse la mandíbula. Toma de decisiones.
Oreja
• Tocarse el lóbulo de la oreja levemente. Implica atracción e interés.
• Restregarse el lóbulo de la oreja. Representación inconsciente del
deseo de bloquear las palabras que se oyen.
• Dar un tirón al lóbulo. Inseguridad.
Pelo
• Arreglarse el pelo con la mano. Es un gesto muy femenino; sugiere
provocación discreta, coqueteo.
• Jugar con el pelo haciendo movimientos circulares hacia el otro.
Interés.
• Jugar con el pelo hacia uno mismo. Falta de con anza en sí mismo e
inseguridad.
• Piernas. Cruzar la pierna en un ángulo de 90 º al nivel de la rodilla:
ambicioso, competitivo. Es una actitud poco común en las mujeres.
Cuello
• Rascarse el cuello detrás de la oreja. Duda o incredulidad. También, es
señal de incertidumbre o de incerteza sobre lo que se dice.
Manos
• Frotar las manos. Impaciencia.
• Frotar las palmas. Expectativas positivas.
• Manos detrás de la cabeza. Actitud de poder, dominante, de
superioridad.
• Manos en las mejillas. Evaluación.
• Manos en los bolsillos. Desimplicación.
• Manos en ojiva. Seguridad en lo que se transmite y autoridad.
• Manos unidas detrás de la espalda. Superioridad, autoridad, seguridad.
Cuando en esta posición se toma la muñeca o el brazo, signi ca
autocontrol, furia, ira, frustración y aprensión.
• Manos unidas por delante de los genitales. En los hombres
proporciona sensación de seguridad en situaciones en que se
experimenta vulnerabilidad.
• Mirarse las uñas. Signo de desconexión con el entorno.
• Palma abierta. Verdad, honestidad, lealtad. Sinceridad y apertura.
Franqueza e inocencia.
• Pulgar contra el índice. Interés por las cosas materiales.
• Pulgares dentro de los bolsillos (solo los pulgares). Postura que
enmarca y destaca la zona genital; por lo tanto es una actitud
sexualmente abierta que realizan los hombres para mostrar ausencia de
miedo o interés sexual por una mujer.
• Pulgares en contacto. Dejar patente el dominio y la superioridad.
• Pulgares por fuera de los bolsillos. Con anza y autoridad. En una
situación con ictiva también puede ser una forma de transmitir
agresividad.
• Entrelazar los dedos de ambas manos. Actitud reprimida, ansiosa o
negativa. En algunos casos, es señal de autoridad.
• Golpear ligeramente los dedos. Impaciencia.
• Puntas de los dedos unidas. Con anza y seguridad.
• Puño cerrado. Revela tensión, nerviosismo. Con este gesto se oculta la
verdad.
• Puño cerrado con el pulgar dentro. Incomodidad.
• Tomarse la muñeca con una de las manos. Nerviosismo. Quien lo hace
está en medio de una tensa espera.
• Enfatizar algo con la mano. Cuando alguien ofrece dos puntos de vista
con las manos, normalmente el que más le gusta lo refuerza con la mano
dominante y la palma hacia arriba.
Brazos
• Brazos colgando del cuerpo. No estamos convencidos de lo que
decimos o no nos interesa convencer a la otra persona.
• Cruzar brazos a la altura del pecho. Actitud a la defensiva, de cierre.
• Cruzar brazos con los pulgares de las manos hacia arriba. Actitud
dominante y positiva. Demostración de superioridad. Quiere transmitir
orgullo.
• Cruzar brazos por detrás agarrando las muñecas. Indica
intranquilidad y necesidad de seguridad.
• Cruzar brazos por detrás agarrándonos las manos. Indica
superioridad y seguridad. Actitud dominante.
• Cruzar un solo brazo por delante para sujetar el otro brazo. Falta de
con anza en uno mismo. Gesto de protección. Si el brazo que se agarra
es el izquierdo, estar expectantes, pendientes.
• Sujetar las piernas con los brazos. Inmovilismo, terquedad, cierre.
• Brazos y manos activas. Transmite energía y vitalidad.
Piernas
• Cruzar la pierna en un ángulo de 90 º al nivel de la rodilla. Se trata de
una personalidad ambiciosa, competitiva.
• Cruzar las piernas, balanceando ligeramente el pie. Aburrimiento.
Cruzar las piernas. Mostrándole la parte exterior al otro, cierre.
• Mostrándole la parte interior, apertura.
• De pie, una pierna delante y otra detrás. Si apunta hacia la otra
persona, deseo de acercamiento. Si apunta contra su dirección, deseo de
escapar.
• De pie o sentado, piernas exageradamente abiertas. Postura de
prepotencia.
• Sentarse con las dos piernas unidas paralelamente. Denota una
personalidad cuidadosa y ordenada.
• Sentarse con las piernas abiertas. Revela independencia, un concepto
muy de nido de su imagen.
• Sentarse sobre una pierna. Persona conformista a quien no le es fácil
tomar decisiones.
Tobillos
• Unir los tobillos. Aprensión.
Pies
• Pisadas repetidas en el suelo mientras se está estático. Nerviosismo,
impaciencia, intranquilidad. Tensión acumulada que puede estallar.
• Poner los pies sobre la mesa. Relajamiento total, control absoluto,
prepotencia.
• Pies apuntando hacia la salida. Necesidad de huir.
• Pies apuntando en dirección al interlocutor. Intención de conectar.
Estatua
• Caminar con pasos vacilantes y no conseguir mantener la línea recta.
Persona vacilante, errática, insegura, tímida y cansada.
• Caminar de prisa. Personalidad dinámica, inquieta, ansiosa por
cumplir metas.
• Caminar erguido. Con anza y seguridad en uno mismo.
• Estar con los hombros caídos. Signo de abatimiento, depresión.
• Estar de pie con las manos en las caderas. Actitud sutilmente agresiva
que persigue aumentar la presencia física. Cuanto más se exponga el
pecho, mayor agresividad comunicará.
• Sentarse con las manos agarrando la cabeza por detrás. Seguridad en
uno mismo y superioridad.
• Sentarse hacia atrás en una butaca. Se esta transmitiendo con anza en
uno mismo.
Objetos
• Acariciar un objeto inconscientemente. Es un gesto que denota
sensualidad y deseo sexual.
• Ajustarse el nudo de la corbata con la mano. El mismo mensaje de me
gustas puede manifestarse con el gesto de arreglarse el pliegue del
pantalón, las solapas de la chaqueta, el pañuelo en el bolsillo de al
chaqueta, etcétera. Sugiere provocación.
• Jugar con un lápiz o un objeto cualquiera. Nerviosismo, inquietud,
ansiedad. Puede tratarse de una situación pensada para ganar tiempo, y
así dar una respuesta adecuada.
Vestimenta
• Ropa fuera del estándar. Proyecta una personalidad fuerte y
protagonista. Demuestra, además, un carácter rebelde independiente.
Voz
Tono de voz demasiado alto. Sugiere una personalidad agresiva, capaz
•
de actuar con violencia en un momento determinado.
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