Amar Sin Palabras - Andrea Valdés Saavedra-FREELIBROS - ME

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© Andrea Valdés, 2018
© Pro t Editorial I., S.L., 2018
Amat Editorial es un sello editorial de Pro t Editorial I., S.L.

© Ilustraciones: Gerard Millet


Diseño de cubierta: Joan Moreno
Maquetación: Ro Vargas

ISBN: 978-84-17208-25-7
Primera edición: marzo 2018
Producción del ebook: booqlab
Referencias

Sobre la autora

Andrea Valdés es periodista y fundadora de su propia firma de consultoría de comunicación corporativa.

Más información sobre Andrea Valdés

Sobre el libro

Descubre las señales del deseo. Amar es una fascinante aventura que, para llegar a buen término,

demanda múltiples recursos y habilidades. Amar sin palabras ahonda en el universo de aquello que no

decimos pero sí sentimos cuando estamos en búsqueda del amor, el lenguaje no verbal, descubriendo los

detalles que nos confirman si nuestros intentos de conectar con el otro van por el buen camino o necesitamos

cambiar de estrategia.

El libro explica el amplio diccionario/repertorio de gestos que utilizamos en el juego del amor, analizándolos

exhaustivamente y deteniéndose en los movimientos conscientes; aquellos que todos conocemos y nos

resultan familiares, pero prestando especial atención a los gestos más sutiles e involuntarios, donde reside la

verdadera intención del amor.

La autora nos ayuda a reconectar con nuestro ser no verbal, descubriendo cómo nuestras emociones

determinan nuestros movimientos, y nos alerta de aquellos signos que son muestra inequívoca de

desviaciones del verdadero amor ― relaciones tóxicas, situaciones de subordinación, etc.― para evitar

hacernos daño y caminar de manera más decidida hacia la felicidad.

Más información sobre el libro y/o material complementario

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Sigo teniendo tanta dificultad como siempre para expresarme con claridad
y concisión, dificultad que me ha hecho perder mucho tiempo, pero que,
como compensación, ha tenido la ventaja de obligarme a pensar largo y
tendido cualquier frase[...]

Mi inteligencia parece adolecer de una especie de fatalidad que me


conduce a formular mis afirmaciones y propuestas de forma equivocada o
torpe en un primer momento.

[...]Como saldo a favor, pienso que soy superior al común de los mortales
para percatarme de cosas que no atraen fácilmente la atención y
observarlas con cuidado. Mi diligencia en observar y recabar datos ha sido
casi todo lo grande que podía ser.

CHARLES DARWIN, Autobiografía


ÍNDICE

Introducción

I. El amor
1. ¿Qué es el amor?
2. Un complejo escenario para el amor
3. Las seis fases del amor
4. El amor en la era digital

II. Descubriendo el lenguaje no verbal


1. Paralingüística: cómo se dice aquello que se dice
2. Proxémica: las zonas de comunicación
3. Kinesia
a) La postura corporal: apertura, ángulo y movimiento
b) Expresión facial
c) Los gestos
4. Cómo se construye el lenguaje no verbal
a) La forma en la que interpretamos el mundo: PNL
b) El componente cultural
c) Las emociones implicadas

III. Lo que el cuerpo dice durante el juego del amor


1. La cabeza
a) Los ojos y la mirada
- La mirada
- Los ojos
b) La boca y los labios
c) La cabeza en contacto con las manos
- La mano en el pelo
- La mano y la cara
2. La parte superior del cuerpo
a) Brazos y antebrazos
b) Manos y dedos
c) Codos y muñecas
3. La parte inferior del cuerpo
a) Piernas
b) Rodilla
c) Tobillo (maléolo)
d) Pies
e) Un Frankenstein muy seductor

IV. Una historia de amor sin palabras

V. Señales de alerta no verbal


1. Cuando el cuerpo rechaza
2. Cuando el cuerpo miente
3. Cuando el cuerpo muestra un desequilibrio de poder

VI. Complementos para apoyar el lenguaje no verbal positivo


1. La apariencia física
2. La manera de llenar el espacio
3. La voz

VII. Derribar barreras para ejercer un lenguaje no verbal positivo


1. La barrera afectiva
2. La barrera de la crítica y de la dictadura del qué dirán
3. La barrera de la ética
4. La barrera de las experiencias negativas
5. Barreras culturales

VIII. Ejercicios para leer el lenguaje no verbal

Preparados para conectar con el otro

Breve glosario de gestos de seducción y rechazo


INTRODUCCIÓN

Si Charles Darwin, a la edad de 67 años, mientras escribía su


autobiografía, reconocía que era incapaz de expresar sus ideas y
sentimientos de manera correcta y precisa..., ¿qué queda, entonces, para el
resto?
Consultadas por su capacidad de comunicación, la mayor parte de las
personas suelen de nir sus habilidades de manera precisa. «Sí, sin duda, soy
un buen comunicador»; o bien, «me cuesta expresarme, no consigo
encontrar las palabras», o «para nada, no tengo problemas para transmitir lo
que siento», son frases habituales que, sin embargo, carecen de una parte
importante del análisis.
La mayoría de estas evaluaciones se realizan a partir de la observación
de la capacidad de comunicación en el plano estrictamente verbal. La
habilidad, o la carencia de ella, para expresar a través del lenguaje aquello
que pasa por nuestro fuero más interno. Aquello que tiene que ver con
nuestros sentimientos o con nuestro raciocinio. Prácticamente nadie se
re ere o hace mención a aquello que se dice cuando no se habla. A la forma
en que sus muecas faciales, sus gestos inconscientes o su presencia en el
espacio hablan sobre aquello que quiere expresar. La comunicación no
verbal es, como siempre, la gran olvidada de las múltiples capacidades
humanas.
Al inicio de su vida, con apenas meses, un bebé es capaz de comunicarse
sin decir palabras. Está en pleno contacto con el mundo y abierto al
universo del lenguaje a través de sus movimientos: sus gestos, sus
expresiones faciales, su manera de moverse en el espacio comunican lo que
en ese momento quiere o siente. Por su parte, los adultos, sin bloquearse
ante la incapacidad del bebé de articular frases o ideas verbales, consiguen
entrar en su juego y comprender todo, o al menos la mayor parte, de aquello
que el pequeño o la pequeña busca expresar.
A medida que la criatura crece, la expresión no verbal se especializa. Se
controla la manifestación de los estados de ánimo con exquisita precisión de
las expresiones faciales y los movimientos del cuerpo. Es prácticamente
imposible no reconocer de manera inmediata la alegría, la tristeza, la
sorpresa o el miedo que siente un niño o una niña que aún no ha
desarrollado la capacidad de comunicarse a través del lenguaje. Todo su
cuerpo habla de ese sentimiento momentáneo: los músculos de la cara, los
brazos y las piernas, la forma en la que ocupa su lugar en el mundo en ese
pequeño instante.
Esta capacidad, con el pasar de los años y la llegada del lenguaje, se va
atenuando. Comienza a articular sus primeras palabras y frases, y los gestos,
antes protagonistas, comienzan a pasar a un segundo plano. Acompañan a
las palabras, pero de una manera más discreta, tanto para el locutor –niño o
niña– como para el receptor. Si antes el adulto estaba pendiente de los gestos
y movimientos del infante para entender qué era lo que le pasaba
exactamente, ahora su atención se centra en las palabras, dando lugar a un
curioso proceso de desentrenamiento de su habilidad para leer aquello que
no se dice.
Y el niño se hace adulto, y no recuerda que un día era experto en decir
las cosas sin articular palabra y que, además, conseguía entender lo que los
demás sentían y decían a pesar de no abarcar ni una mínima parte del gran
corpus del lenguaje. Y le cuesta trabajo entender si, en determinadas
situaciones, sus interlocutores están siendo sinceros o no. O lo que es más
desesperante, si está consiguiendo comunicar aquello que quiere de la
manera más efectiva. En el trabajo, en sus relaciones personales, en el amor.
Su destreza en comunicación no verbal está irremediablemente dormida y ni
siquiera recuerda que existe como para despertarla.
Muchas de las cuestiones que nos preocupan en la vida adulta en cuanto
a nuestras relaciones interpersonales podrían comprenderse de manera más
precisa si reentrenáramos nuestras habilidades de comunicación no verbal.
Dominar nuestro no lenguaje aporta efectividad a nuestra manera de
comunicar. Evita incongruencias entre aquello que decimos y aquello que,
inconscientemente, estamos expresando pero que, por un motivo u otro,
hemos decidido no desvelar. Además, nos ayuda a descifrar a nuestro
interlocutor. Nos permite entender exactamente qué nos está comunicando
en cada momento, lo diga con sus palabras o no, dándonos la oportunidad
de establecer relaciones más sinceras y abiertas.
Si entiendo lo que el otro me dice y confronto aquello que me dice con
lo que veo que me está diciendo, puedo abrir un espacio al encuentro real: si
sus palabras coinciden con sus no palabras –gestos, miradas, movimientos–,
avanzamos juntos. Si lo que expresa verbalmente no está en línea con
aquello que me ha explicado corporalmente, y que he sido capaz de descifrar
gracias a mi capacidad de leer gestos entre líneas, lejos de darme la
oportunidad de scalizarlo, me permite comprenderlo mejor. Porque
desarrollar la comunicación no verbal no siempre está relacionado con
descubrir la mentira, sino que tiene que ver, simplemente, con entender qué
me están queriendo decir exactamente.
En el juego del amor, tanto al inicio de la relación como cuando esta ya
está consolidada, el conocimiento de las claves de la comunicación no verbal
y el entrenamiento en su práctica aportan in nitas ventajas. Ya es de sobra
conocida la di cultad para establecer una relación de pareja satisfactoria en
un mundo en el que todo va más rápido que nuestra capacidad de
entendimiento. Comprender al otro en su globalidad a través de un recurso
tan potente como su gestualidad solo puede brindarnos oportunidades:
saber descifrar correctamente las aceptaciones o los rechazos, comprender
las críticas encubiertas, pero también los halagos camu ados, o decir con
todo nuestro ser, desde las palabras a nuestro cuerpo, aquello que sentimos
por otro. Es la puerta de entrada a relaciones más sinceras. Sean estas
exitosas, duraderas, fugaces o incluso fallidas –aquellas que nunca llegaron a
ser–, siempre sabremos que han sido lo que tenían que ser.
No es casual que para Charles Darwin la mayor de sus virtudes fuera la
capacidad de observar. De eso dependió el trabajo de toda su vida y el
inmenso legado cientí co que dejó a la humanidad. Observar y saber que
podemos ser observados abre nuestra comprensión hasta el in nito. Y
cuando este pequeño gran milagro de la observación se produce entre dos
en el marco de una relación de amor, el resultado siempre es satisfactorio. Lo
que se dice y lo que no se dice nos explican algo del otro, y para amar, lo
único que necesitamos es conocer a fondo a nuestro amado.

Aprendamos a no hablar y a no escuchar, simplemente a


observar, para comenzar a amar.

Cómo leer este libro


Este libro es una guía de recursos para llegar a comprender el
lenguaje del cuerpo del otro, pero también del propio, en el ritual del
amor. Es un recorrido donde, en un inicio, se define de manera clara y
precisa el marco en el que nos moveremos –el del amor y el de la
comunicación no verbal– para luego entregar los recursos que nos
permiten manejar la comunicación no verbal en beneficio de la búsqueda
del verdadero amor.
Primero, situaremos el amor. Entenderemos qué lugar ocupa en el
universo de nuestros sentimientos, qué y cómo nos hace sentir y
ahondaremos en sus etapas para descubrir cuál estamos viviendo
actualmente, o bien en cuál solemos detener nuestras historias.
En segundo lugar, descubriremos cuál es el lenguaje no verbal de
nuestro cuerpo. Analizaremos el enorme potencial que tiene aquello que
no se dice con las palabras, investigaremos cómo se estructura este no
lenguaje inconsciente, cómo se conectan las emociones con el lenguaje
no verbal y las particularidades que tienen cuestiones como la cultura o
el sexo en la forma de transmitirlo a los otros.
En el tercer capítulo, analizaremos parte por parte las formas no
verbales que nuestro cuerpo tiene para comunicarse con el otro
durante el juego del amor. De la cabeza a los pies, repasaremos los
gestos y movimientos que nos hablan de amor y profundizaremos en las
sutilezas a las que debemos prestar atención para entender si el otro
está hablando con nosotros el lenguaje del amor o no.
A continuación, conoceremos una historia de amor narrada con
sus gestos. Veremos cómo cada una de las etapas del amor analizadas
en el primer capítulo tiene sus códigos particulares.
El quinto capítulo nos habla de las alarmas no verbales que
debemos tener presentes en nuestra historia de amor. Son alertas que,
para la mayoría de las personas, o mejor dicho, para la mayoría de los
enamorados, pasan inadvertidas, pero que, sin embargo, nos hablan de
conductas tóxicas o barreras en una relación.
Tras estas advertencias, descubriremos los complementos
imprescindibles del lenguaje no verbal. La buena presencia física, la
manera de ocupar el espacio o el tono de voz son algunos de los
recursos que permiten potenciar nuestra actitud no hablada ante el otro.
Casi al finalizar, el libro ahonda en algunos consejos que permiten
derribar barreras comunes a la hora de manejar la comunicación no
verbal. Tras años en el olvido, el no lenguaje está desplazado por
pulsiones racionales y emocionales que se pueden anular para dejar fluir
de manera más espontánea nuestro ser no verbal y entrar en conexión
con el otro.
Por último, se proponen ejercicios sencillos y efectivos para
entrenarse en el lenguaje no verbal. Se trata de maneras simples pero
de gran ayuda para aguzar la capacidad de observación y volver a estar
en contacto con nuestro yo más gestual, aprendiendo a controlar gestos,
a dejarlos fluir y, lo que es más importante, a interpretar los del otro.
EL AMOR
1

¿ QUÉ ES EL AMOR?

«El amor es un crimen que no puede realizarse sin cómplice».


Charles Baudelaire

No es objetivo de este libro de nir el amor, pero sí que es importante


situarlo para entender el escenario en el que se da la comunicación no verbal
que con él se genera.
En su de nición más aséptica, la que podemos encontrar en el
diccionario, el amor es un «sentimiento intenso del ser humano que,
partiendo de su propia insu ciencia, necesita y busca el encuentro y unión
con otro ser». También se explica como «el sentimiento que tenemos hacia
otra persona, la que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad
en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir,
comunicarnos y crear», o más simplemente, como la «inclinación o afección
profunda hacia una persona».
En las tres de niciones detectamos términos clave que nos remiten
irremediablemente a la realidad del amor: es posible desarrollarlo de manera
individual –el amor propio–, pero aquel amor con mayúsculas, EL AMOR,
se concibe siempre en relación y en conexión con el otro.
Tal y como explica Rafael Bisquerra en su libro El universo de
emociones,1 publicación que persigue ordenar el nutrido ecosistema de
emociones humanas en un trabajo conjunto con el divulgador cientí co
Eduard Punset y el estudio de diseño Palau Gea, el amor es,
probablemente, la emoción más compleja que existe. Se la considera una
emoción básica, pero dada la gran cantidad de sentimientos asociados que
tiene, los cuales además se mueven desde el polo más positivo al más
negativo, muchos de los teóricos que han abordado el tema de las emociones
humanas dudan en clasi carla como una de las emociones básicas.
La investigación de Stephanie Ortigue, de la Universidad de Syracuse
(Nueva York), en su trabajo titulado La neuroimagen del amor lo con rma.
Cuando una persona se enamora, en su cerebro se activan hasta un total de
doce áreas diferentes que son capaces de trabajar de manera conjunta dando
lugar a una explosión de sustancias químicas que, principalmente, conducen
a la euforia: dopamina, oxitocina, vasopresina o adrenalina, entre otras. Sin
embargo, además de esta reacción, que se asemeja a la respuesta que tiene el
cuerpo humano ante el consumo de drogas, el estudio comprobó que
también se activan áreas cognitivas más complejas, como las encargadas de
la representación mental y la autoimagen corporal, una reacción que no se
consigue con el consumo de sustancias ilícitas. Vemos al otro en nuestro
cerebro con el ltro químico del amor. Por ello vemos lo que queremos ver:
nos enamoramos de las posibilidades de continuar un camino juntos y
nuestro cerebro obvia las posibles señales de incongruencia que nos
transmite la contraparte en el caso de que no sea la persona destinada a
convertirse en nuestra pareja.
Este comportamiento tiene que ver con un asunto primigenio. La
función del amor es aumentar las probabilidades de permanencia de la
especie. Bisquerra habla de un largo proceso «para asegurar la
reproducción» que incluye el enamoramiento, la atracción sexual, el
compromiso, la maternidad/paternidad, la convivencia, etcétera. «Según en
qué aspecto jemos la atención, tendremos distintas formas de entender el
amor.»
La gran cantidad de emociones asociadas al amor hacen que esta pulsión
sea compleja de descifrar, identi car y, aún más allá, gestionar. Erich Fromm
así lo expresaba en «El arte de amar»:2 «Prácticamente no existe ninguna
otra actividad o empresa que se inicie con tan tremendas esperanzas y
expectaciones, y que, no obstante, fracase tan a menudo, como el amor. Si
ello ocurriera con cualquier otra actividad, la gente estaría ansiosa por
conocer los motivos del fracaso y por corregir sus errores –o renunciaría a la
actividad–. Puesto que lo último es imposible en el caso del amor, solo
parece haber una forma adecuada de superar el fracaso del amor, y es
examinar las causas de tal fracaso y estudiar el signi cado del amor».
Y es que para gestionar el amor, sus éxitos y sus fracasos, ningún recurso
está de más. Porque en el amor se entremezclan múltiples pulsiones. Más si
hablamos de su nacimiento en pareja, aquel amor que nace entre
desconocidos, o al menos entre dos personas que hasta ese momento no se
habían observado con los ojos del amor.
Es una galaxia en la que están presentes emociones positivas como la
aceptación, el afecto, el cariño, la ternura, la simpatía, la empatía, la
con anza, el respeto, la devoción, la gratitud, el interés e incluso la
compasión. Si el amor se consigue identi car de manera correcta, y por ello
es correspondido, permaneceremos en la nube de esta emoción positiva. En
cambio, si erramos en la identi cación de este sentimiento, es decir, caemos
en el desamor, saltamos de manera irremediable a otras «galaxias
emocionales» de connotaciones claramente negativas: la de la ira, con
emociones como la rabia, el rencor, el odio, la indignación, los celos, la
impotencia, el desprecio, el resentimiento, el rechazo, etcétera; la de la
tristeza, con el abismo de la depresión, la frustración, la decepción, el dolor,
el pesimismo, la melancolía, la soledad, el abatimiento o la preocupación; o
un paso más allá, la de la ansiedad, con emociones como la angustia, la
desesperación o la desazón.
Como nos recuerda Fromm, el proceso de aprender un arte puede
dividirse en dos partes igualmente fundamentales: una, el dominio de la
teoría, y la otra, el dominio de la práctica. La comunicación no verbal es una
de las técnicas que nos permitirá acercarnos a la idea de amor que
buscamos.
Por una parte, es capaz de ayudarnos a identi car a la persona y
descifrarla. Nos da las herramientas que necesitamos para leer más allá de
las palabras y entender cómo nos está mirando el otro, qué busca en
nosotros y, lo que es más importante, qué espera de nuestra persona si
realmente espera algo. Es clave, además, para potenciar los mensajes que
queremos transmitir a nuestro partenaire en el complejo proceso de seducir,
enamorarse y, si eso es lo que queremos, proseguir el camino juntos.
Conocer en profundidad cómo apoyar nuestras palabras y exteriorizar
nuestros sentimientos a través del lenguaje de nuestro cuerpo aumenta
nuestras posibilidades en el amor.
«La necesidad más profunda del hombre –en todas las edades, en todas
las culturas– es, entonces, la necesidad de superar su separación, de
abandonar la prisión de su soledad», dice Fromm. La comunicación no
verbal trabaja para ese n; solo hace falta aplicarla.
 
____________________
1. Bisquerra, R., El universo de emociones, Palau Gea Comunicación, Valencia, 2015.
2. Fromm, E., El arte de amar, Paidós Ibérica. Barcelona, 1997.
2

UN COMPLEJO ESCENARIO PARA EL


AMOR

No es sencillo hacer una fotografía de la salud del amor a nivel global,


pero es un ejercicio necesario para entender que es más habitual de lo
normal que miles de personas aún estén en búsqueda del amor en el mundo
occidental.
Según un estudio del estadista e investigador David Spiegelhalter,3 de la
Universidad de Cambridge, desde el año 1990 las citas románticas han
disminuido de manera alarmante. Si en 1990 a la pregunta «¿cuántas veces
has tenido sexo en el último mes?» la media de las respuestas de hombres y
mujeres se situaba en cinco ocasiones, en 2010 alcanzaba apenas los tres
encuentros. A tenor de la curva negativa de encuentros amorosos efectivos,
los investigadores del estudio alertan que, de mantenerse este
comportamiento, para 2030 apenas habrá relaciones sexuales.
La premisa no deja de estar en el campo de la estadística, pero cabe
detenerse en ella. En opinión de los expertos, la culpa de este
comportamiento la tienen las nuevas tecnologías, las oferta on demand de
contenidos audiovisuales y la manera en que ha evolucionado la forma de
comunicarse entre las personas. En un mundo plagado de tecnología, el
contacto personal más tradicional es algo cada vez más difícil de conseguir.
Las pantallas están reemplazando al encuentro presencial, y el contacto piel
con piel es cada vez más escaso.
Lo cierto es que este comportamiento está enmarcado en un cambio
demográ co global de proporciones insospechadas. Basta con dar un paseo
por el supermercado: la generalización de los productos individuales, en
formato de consumo para una persona, o aquellos en los que se facilita un
sistema de cerrado posterior a su apertura dan buena muestra de la realidad
del amor hoy en día: abundan los singles, vivir solo es la regla y estar en
pareja es un verdadero desafío a la realidad.
Tal y como muestran los datos del anuario Eurostat (2017),4 desde 1965,
la tasa bruta de matrimonios en la Unión Europea de 28 países ha
disminuido en cerca de un 50 % en términos relativos: de 7,8 por cada 1.000
personas en 1965 a 4,1 en 2013. Al mismo tiempo, la tasa bruta de divorcios
se duplicó en el mismo período: aumentó de 0,8 por cada 1.000 personas en
1965 a 1,9 en 2013.
Es verdad que reducir el amor a la tasa de uniones civiles en el cuarto
continente más poblado del mundo es limitar este sentimiento a tan solo un
aspecto de su amplio espectro; sin embargo, carecemos de otras estadísticas
transnacionales capaces de re ejar con tanta exactitud la evolución de uno
de los ritos clásicos asociados al amor.
Para complementar esta información, demos una mirada al crecimiento
demográ co. El nacimiento, esté dentro del matrimonio o no, es un dato
objetivo, resultado directo, en la mayoría de los casos, de una unión entre un
hombre y una mujer, sea esta duradera o fugaz.
Según los datos del estudio Perspectivas demográficas mundiales de la
ONU (revisión de 2015),5 se espera que el nivel mundial de fecundidad pase
de 2,5 niños por mujer en el período 2010-2015 a 2,4 en el período 2025-
2030 y a 2,0 en 2095-2100. La tendencia, también, es a la baja.
Volvamos a Europa: desde 2006, la proporción de hogares con niños de
la Unión Europea de los 28 disminuyó en más de dos puntos porcentuales:
del 32,2 % en 2006 al 29,8 % en 2016 en apenas diez años. Las parejas con
niños se volvieron relativamente menos frecuentes: del 21,3 % en 2006 al
20,1 % en 2016. Sin embargo, la proporción de adultos solteros con hijos
aumentó (del 4,0 % en 2006 al 4,4 % en 2016). Durante el mismo período, la
proporción de parejas sin hijos y la proporción de adultos solteros sin hijos
aumentó del 23,9 % al 24,9 % y del 29,3 % al 33,1 %, respectivamente.
De estas cifras se desprende un dato que resulta escalofriante para
aquellos que buscan el amor duradero: el tipo de hogar más común en la
Unión Europea en 2016 era el de una persona que vivía sola (33,1 %). Entre
los hogares con más de un adulto, el tipo de hogar más común es el de
pareja sin hijos, que representa el 24,9% de todos los hogares privados. El
siguiente tipo de hogar más común se compone de pareja con niños, de los
cuales hubo 44,1 millones en 2016 (20,1 % de todos los hogares privados).
Una tendencia que también se con rma en América Latina, según datos de
la Cepal:6 si en 1970 cada mujer tenía una media de 5,1 hijos, para 2010 la
cantidad de hijos ya había disminuido hasta los 2,3. Y la curva, seguramente,
irá a la baja, tal y como está ocurriendo en Europa, que cuenta con datos
más actualizados: si en 2010 la tasa se situaba en 1,62 hijos por mujer, en
2015 ya había descendido a 1,58 hijos.
Este baile de cifras nos lleva a una conclusión irrefutable: más allá de las
particularidades culturales y socioeconómicas, en este mismo momento, en
el mundo, millones de personas se encuentran solas y, probablemente,
muchas de ellas estén, además, en búsqueda del amor. Solo hace falta ver los
espectaculares números de crecimiento de aplicaciones para encontrar
pareja como Tinder: en 2014, cuando fue nombrada como app del año,
alcanzaba los 50 millones de usuarios. Según información aportada por la
misma plataforma, de media, quienes utilizan Tinder emplean 35 minutos al
día para encontrar el amor en la app, y hacen swipe (una suerte de me gusta
que se hace evidente para el elegido o elegida) unas 140 veces diarias.
Ya fuera de la pantalla, prepararse para entender quién está inmerso en
este proceso y, al mismo tiempo, descubrir si siente interés en uno o no, es
una de las capacidades que aporta conocer el lenguaje del cuerpo. A la luz de
los datos, la realidad nos muestra que las oportunidades son muchísimas –
muchos son los que buscan el amor– aunque la di cultad para encontrarlo
también es alta: cuesta discernir aquello que es amor de aquello que no lo es.
Y en el proceso, fracaso tras fracaso, la ilusión se pierde y las ganas merman.
Ahondar en el lenguaje de la comunicación no verbal no evita la desilusión,
pero resta riesgo a este empeño.
Aunque no encontremos la persona correcta, al menos reconoceremos
situaciones en las que no invertir más tiempo y esfuerzo. No siempre
coincide el universo en un punto, ni esa persona con la que soñamos
compartir una historia está soñando lo mismo para sí. No es culpa de nadie,
simplemente es un baño de realidad que bajo el prisma del amor es difícil de
digerir. Escuchar lo que nos dice el cuerpo del otro es una manera efectiva
de acercarnos a esa verdad, tanto para bien, en el caso de que la historia
pueda continuar, como para mal, si es que el destino es, como en los
yogures, seguir participando.
 
____________________
3. Spiegelhalter, D., Sex by Numbers: What Statistics Can Tell Us About Sexual Behaviour, Pro le
Books, Reino Unido.
4. Europe in gures - Eurostat yearbook.
http://ec.europa.eu/eurostat/statisticsexplained/index.php/Europe_in_ gures_-_Eurostat_yearbook
5. United Nations. World Population Prospects (2015 Revision)
https://esa.un.org/unpd/wpp/Publications/Files/Key_Findings_WPP_2015.pdf
6. Observatorio Demográ co de América Latina y el Caribe 2016
http://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/41018/1/S1600734_en.pdf
3

LAS SEIS FASES DEL AMOR

EL camino que recorre una pareja hacia lo que se considera el amor real
o trascendente, aquel de fusión del uno con el otro manteniendo la
independencia de las partes, tiene, según la psicología, tres fases claramente
de nidas.
Se trata, en primer lugar, del enamoramiento, etapa en la que se vive el
amor con mayor ilusión. Después está el amor romántico, aquel donde
construimos la con anza, para luego pasar al amor maduro, fase en la que se
trabaja para el compromiso y la lealtad de la pareja.
Sin embargo, bajo la óptica de la comunicación no verbal, la división es
aún más sutil. Reconocemos seis fases, cada una de las cuales tiene su
lenguaje no verbal especí co, sus distancias y sus aproximaciones, así como
una manera particular en que el cuerpo de cada persona ocupa el espacio
con respecto al de la otra.
A continuación, detallamos los procesos físicos, mentales, emocionales e
incluso químicos implicados en cada una de estas etapas. ¿Qué siento como
persona y respecto al otro en cada fase? Reconocer el propio momento del
amor es el inicio del trabajo de entrenamiento de la comunicación no verbal.

La elección
Qué es lo que buscamos en el otro sigue siendo para la ciencia un
misterio. Algunos cientí cos insisten en que la carga genética más
primigenia, aquella que tiene que ver con la conservación de la especie, es la
que marca la pauta. De esta manera, las mujeres se limitarían a buscar
machos alfas y los hombres jarían su mirada en las matronas, aquellas que
transmiten una mayor capacidad de procreación. Y como complemento, las
parejas homosexuales serían la excepción a la procreación que con rmaría
la regla en todas las especies animales.
Limitar la elección del ser amado a una cuestión de genética es
insu ciente. Es cierto que la elección se hace de forma inconsciente: los
mecanismos de deseos y las motivaciones se disparan sin que uno tenga
control sobre ellos. Hay personas que gustan para la gran empresa del amor,
y otras, simplemente no.
A nivel cientí co, un estudio liderado por Matthew R. Robinson, de la
Universidad de Queensland, en Australia, del cual se ha hecho eco la revista
Nature,7 ha conseguido demostrar que los seres humanos buscamos un tipo
especí co de pareja. El experto y su grupo de investigación lo llaman
apareamiento asociativo, la forma de selección sexual en la que los
individuos con rasgos similares se unen.
La investigación es el resultado de las entrevistas realizadas a más de
24.000 matrimonios europeos, que revelan que una vez que se ha escogido al
físicamente similar, se contrastan otros factores como el origen social, el
coe ciente intelectual o la tendencia política, consiguiendo conectar así las
preferencias sociales con los fundamentos biológicos de la elección.
Pero más allá de este factor físico inherente, lo cierto es que los roles de
género, una cuestión meramente cultural, siguen marcando la mayor parte
de las elecciones que hacemos de nuestras parejas. Mientras los hombres
sienten interés físico y, en segundo lugar, buscan amistad, diversión y otras
cuestiones como el gusto por la aventura, las mujeres suelen decantarse más
por características de orden intelectual, afectivo y de amistad. En mayor
medida, buscan alguien con quien hablar y compartir.
Las expectativas que tenemos en relación al proceso del amor son clave
en el momento de la elección: las experiencias pasadas –positivas y
negativas–, así como el entorno cultural en el que nos movemos (¿es
machista?, ¿liberal?, ¿de estatus social elevado?, ¿culturalmente activo?...) y
la edad, marcan la forma en que elegimos al otro.
Este último factor es un asunto clave en relación a la repetición de
patrones tóxicos. ¿Cuántas veces nosotros mismos o alguien que queremos
cae nuevamente en los brazos de una persona cortada con la misma tijera
que la de una relación pasada con mal nal? En este sentido, buscar en el
presente una gura para suplir carencias del pasado suele inducirnos a error.

~ EL SIGNO INEQUÍVOCO DE LA ELECCIÓN ~


Se da en la distancia a través de un contacto visual
mantenido con el otro, acompañado de una sonrisa que
invita al descubrimiento mutuo. Te miro, te sonrío, te
elijo.

El cortejo y la seducción
Realizada la elección, y concluida con éxito, viene quizás una de las
etapas más vertiginosas del juego del amor: el perseguirse para encontrarse,
o no, en el enamoramiento.
No tiene una duración ni de nida ni más o menos adecuada.
Simplemente, se caracteriza por la creación de una tensión sexual latente y
no resuelta. Mientras haya tensión, hay cortejo y seducción.
En su falta de culminación está, precisamente, la clave del juego en el
que están implicadas multitud de sustancias químicas, lo que di culta la
interpretación de la realidad: se nos hace difícil discernir qué es cierto de
aquello que vemos en el otro y qué es irreal.
Por mencionar algunas, las sustancias implicadas en este juego, aquellas
que nublan nuestro claro raciocinio, son la feniletilamina, más conocida
como la molécula del amor; las feromonas, capaces de acentuar nuestra
sensualidad, más que la sexualidad, creando una sensación de bienestar y
confort donde es posible tomar decisiones sin ser plenamente consciente de
ello; la noradrenalina, también llamada norepinefrina, que se asocia a la
sensación de euforia, excitando el cuerpo y dándole una dosis de adrenalina
natural, y la serotonina, que actúa sobre las emociones y el estado de ánimo,
siendo la culpable del sentimiento generalizado de bienestar al procurar
optimismo, buen humor y sociabilidad.

~ EL SIGNO INEQUÍVOCO DEL CORTEJO Y LA SEDUCCIÓN ~


La capacidad para estar inmerso de manera constante e incansable
en una estrategia para captar la tensión del otro y atraparlo.

El cortejo
El cortejo humano sigue una secuencia predecible de actitudes,
movimientos y gestos cuando queremos entrar en contacto con alguien.
Así lo explican Allan y Barbara Pease en su libro ¡Conecta!1
1. Contacto visual. Ella mira a su alrededor y detecta a un hombre que
le gusta. Espera hasta que él la ve y, entonces, le mantiene la mirada
durante unos segundos, para luego desviarla. Él sigue mirándola para
comprobar si vuelve a hacerlo. Para que un hombre se dé cuenta de
lo que está sucediendo, una mujer debe mirarlo tres veces, como
media. Aquí comienza el flirteo.
2. Sonreír. Ella esboza unas cuantas sonrisas fugaces, es decir, sonríe a
medias para darle a entender al candidato que tiene luz verde para
acercársele. Por desgracia, la mayoría de los hombres no reaccionan
ante estas señales, y la mujer se queda con la sensación de que el
otro no está interesado.
3. Destacarse. Ella juega con el pelo durante unos seis segundos, para
insinuar que se está arreglando. También puede humedecer sus
labios, ahuecarse el pelo o colocarse bien la ropa. Él responde con
gestos como erguirse bien, meter barriga, ensanchar el pecho,
colocarse bien la ropa, tocarse el pelo y meter los pulgares por detrás
del cinturón o de los pantalones. Tanto él como ella orientarán los
pies o todo el cuerpo en dirección al otro.
4. Hablar. Él se acerca e intenta entablar conversación con frases tantas
veces escuchadas: «¿Nos conocemos de algo?»
5. Tocarse. Ella busca una oportunidad para rozarle el brazo, ya sea de
forma accidental o no. Si le toca en la mano, el grado de intimidad es
mucho mayor que si lo hace en el brazo. Ella le tocará repetidamente
cada vez que aumente el grado de intimidad para asegurarse de que
él se siente cómodo y para darle a entender que la primera vez lo
hizo a propósito. Si ella le roza o le toca ligeramente el hombro,
quiere decir que le interesa su aspecto o su forma física. Un apretón
de manos es una manera rápida de empezar a tocarse.

El enamoramiento
Tras el juego de la seducción, en caso de seguir adelante, los
protagonistas de la historia se enamoran.
Ambos entran en un estado irreal capaz de alterar la concentración,
llenar de euforia el espíritu, reducir la sensibilidad al dolor físico y mental,
hacer de uno una persona más valiente e incluso aumentar las dosis de
imprudencia. A nivel siológico, los latidos del corazón se acompasan al del
amante, se agudiza la voz y se dilatan las pupilas.
Al cóctel hormonal ya mencionado, se suman dos sustancias clave para
el mantenimiento del amor. La oxitocina, conocida como la hormona de los
abrazos, ayuda a crear vínculos cercanos con la otra persona. Cuando nos
sentimos cerca de esa persona y mantenemos relaciones intimas, nuestro
cuerpo comienza a segregarla. La clave de su participación es que tiene una
duración limitada: no se puede producir eternamente y en el momento en el
que se detiene su segregación, muchas veces, se termina el amor
Otra de las sustancias que entran en juego en esta fase es la dopamina,
un neurotransmisor relacionado con el placer que se activa en actividades de
riesgo como los juegos de azar, el uso de drogas y también el amor. Es
importante ya que está implicada en el sistema de recompensa, es decir, nos
ayuda a repetir conductas placenteras.
Esta obnubilación generalizada de nuestros sentidos a favor de nuestros
sentimientos es clave para avanzar hacia las siguientes fases del amor. Somos
capaces de sobrevalorar a la persona que amamos por encima de los otros u
otras que nos rodean, nos volcamos en convertirnos en objeto de deseo de la
otra persona, buscamos una forma de unión permanente, situamos nuestra
felicidad en función del otro: sin el/ella no podemos ser felices, o incluso,
por n hemos encontrado la felicidad verdadera y duradera.

~ EL SIGNO INEQUÍVOCO DEL ENAMORAMIENTO ~


La sensación de superioridad, de infinita fuerza y de
capacidad en un mundo que parece irreal donde solo
existe una cosa importante: el otro. En la pareja, todo son
gestos y movimientos acompasados.

El emparejamiento
Se re ere al proceso de estructurar la vida con el otro, una serie de
decisiones de relevancia, cambios personales y logísticos en los que tenemos
que dar cabida al otro de la manera que decidamos, ya sea casándonos o
conviviendo, o simplemente, involucrándolo en nuestra vida personal, en
nuestro día a día.
Es innegable que la pareja ha cambiado a lo largo de los siglos y aún
di ere entre cultura y cultura. Si antes el amor de pareja solo se concebía
bajo el alero de la unión marital, hoy son in nitas las formas en que este
puede darse. Basta que sea un acuerdo en el que se involucran varios
factores que no siempre se discuten abiertamente, pero que de una u otra
manera se consensuan.
Entre estos pactos destaca un asunto relevante: cuál es el propósito de la
pareja, el porqué y para qué estamos juntos, y a partir de ahí, se trabaja el
camino para alcanzar ese objetivo común. También se trata de coordinar los
tiempos: al encontrarse, cada miembro de la pareja controla los tiempos de
su desarrollo –personal, profesional, social...– según sus prioridades, pero al
emparejarse, estos tempos deben coordinarse para comenzar a caminar
juntos, y sobre todo, trabajar en equidad y de manera conjunta para alcanzar
el objetivo del amor compartido.
En esta fase, pueden aparecer las primeras crisis como consecuencia
directa de esa instintiva necesidad de acoplamiento. No siempre es fácil
armonizar prioridades o cambiar costumbres, pero si se quiere continuar de
la mano, se hace lo posible por llegar a un acuerdo.

~ EL SIGNO INEQUÍVOCO DEL EMPAREJAMIENTO ~


El regreso a la realidad de manera no traumática y el
diálogo positivo y constante entre los miembros de la
pareja. A nivel no verbal, la capacidad de conectar sin
palabras es ya un hecho.

El mantenimiento
Cuando la cascada química desciende, hay muchas personas que lo
interpretan como una pérdida de amor; sin embargo, tiene que ver con una
etapa clave del ciclo del amor: el mantenimiento. Es el momento en el que se
suceden las crisis más profundas, aquellas que ponen en riesgo serio a la
pareja, pero también cuando existe la mayor oportunidad de dar el paso a la
trascendencia.
Tal y como explican los investigadores mexicanos Sánchez Aragón y
Díaz Loving,8 la fase de mantenimiento de la relación se caracteriza «por el
compromiso, la estabilidad, una lucha conjunta contra los obstáculos, el
formar una familia, crecer como pareja, la delidad, la amistad y el deseo de
prever con ictos en la relación». Durante el mantenimiento, se dan
emociones intensas que acompañan al amor, tales como la con anza, la
comprensión, la felicidad y la seguridad. Hay comunicación, respeto, apoyo,
se comparten experiencias, se demuestra paciencia, cuidado y tolerancia.
Para Canary y Stafford,9 existen conductas de mantenimiento clave
dentro de la relación.
1. La primera de ellas tiene que ver con la interacción de la pareja, la cual
debe darse en un ambiente optimista y no crítico.
2. La segunda se re ere a una apertura en la comunicación; la pareja debe
discutir abiertamente la naturaleza de la relación.
3. La tercera atañe a la importancia de compartir mensajes que ayuden a
continuar y mantener la relación.
4. La cuarta hace referencia a una red social compartida, lo que predice la
satisfacción en la pareja.
5. La última tiene que ver con las responsabilidades que toma cada
miembro de la pareja respecto al otro.
Estas cinco conductas de mantenimiento declinan con el tiempo, sobre
todo en la franja que va de los 15 a los 23 años de matrimonio, aunque a
partir de los 24 años vuelven a incrementarse.

~ EL SIGNO INEQUÍVOCO DEL MANTENIMIENTO ~


Compartir, compartir y nada más que compartir todo
cuanto soy y me pertenece. El lenguaje no verbal en la
pareja se hace más fluido y comienza a formar parte,
también, del desencuentro.

La consolidación
En esta fase el vínculo emocional carece de toda obsesión, dando paso a
un amor libre. Suele ser una de las etapas de reencuentro en las relaciones de
pareja, donde las exigencias, las responsabilidades, los acuerdos, las
constantes negociaciones y las cargas de la vida son menores. Es un
momento para volver a centrarnos en la pareja como al inicio de la relación.
Es una etapa donde aparece de nuevo la ilusión, la emoción y el
entusiasmo por compartir lo que entre ambos se ha construido, conseguir
amar al otro tal cual es, ser parte de él.

~ EL SIGNO INEQUÍVOCO DE LA CONSOLIDACIÓN ~


Poder estar sin la presencia del otro sin que sea
traumático y, sin embargo, elegir continuar a su lado.
 
____________________
7. Nature, 2017. «Genetic evidence of assortative mating in humans».
https://www.nature.com/articles/s41562-016-0016
1. Pease, A., y Pease, B. ¡Conecta! Editorial Amat, Barcelona, 2012.
8. Sánchez Aragón, R., y Díaz-Loving, R., Antología psicosocial de la pareja. Asociación Mexicana
de Psicología Social, México, 2010.
9. Canary, D. J. y Stafford L., «Maintaining relationships through strategic and routine interaction»
(1994) en el artículo académico Communication and relational maintenance, San Diego, California,
1994.
4

EL AMOR EN LA ERA DIGITAL

La irrupción de la tecnología está cambiando la manera en que las


personas nos relacionamos y el amor no es ajeno a esta tendencia. El estudio
El amor y las nuevas tecnologías: experiencias de comunicación y conflicto10
con rma que internet y, en especial, las redes sociales «han ampliado las
posibilidades para encontrar una pareja, sea para relaciones formales o
informales, y la exploración de tales posibilidades implican bajos costos
económicos y emocionales».
En las más de 5.000 entrevistas realizadas, los investigadores pudieron
con rmar que han nacido formas de cortejo y de ligue que vienen a ser
adaptaciones de estrategias presenciales de acercamiento, como el saludo, el
piropo o el comentario adulatorio y la invitación a salir. Gracias al papel de
canal de la tecnología, es más fácil y rápido emplear estas estrategias ante un
mayor número de personas. «El acceso a parejas potenciales se ha
incrementado, así como la posibilidad de conocerlas a través de sus per les
de redes sociales antes de iniciar algún acercamiento.»
Hay otra consecuencia inmediata de la generalización del uso de la
tecnología, más allá de la potenciación de la capacidad de socialización: más
oportunidades con la consecuente mayor tasa de intentos y de fracasos pero
sin la excesiva inversión de tiempo y esfuerzo antes necesaria. Así, las
historias vienen y van no siempre por opinión propia, sino in uidas por el
entorno. «Ya no se limitan los encuentros presenciales en ámbitos
territoriales como el barrio, la escuela, el trabajo, la esta o el viaje».
El informe explica que, gracias a la constancia que dejan los medios
tecnológicos –WhatsApp, Facebook, Tinder, Badoo...–, el amor es
monitoreado por otros actores alrededor del protagonista de la historia de
amor, «personas con quienes se mantienen relaciones sociales recurrentes o
esporádicas, profundas o super ciales (sean de parentesco, amistad, trabajo,
convivencia, entre otras)» para interpretar en comunidad los signos del
amor y las posibilidades de éxito y fracaso. «Bajo estos escrutinios, el amor
se vive bajo normas y parámetros que establecen si es amor de verdad; si la
pareja es bonita, romántica, ideal; si son el uno para el otro; si se tienen celos
justi cados o no; si se respetan las reglas de cortejo, enamoramiento,
con anza, respeto y expresión amorosa cotidiana». En cierta medida, ese
juicio externo limita la propia capacidad de interpretación de los signos del
amor en el otro.
Las fotos de pareja, al igual que la publicación del estatus sentimental,
son una forma de hacer pública la relación, de buscar reconocimiento para
la misma.
Otra de las consecuencias de la tecnología es la mayor exigencia de
presencia en la distancia e inmediatez. «Las parejas parecen desear
adueñarse del tiempo libre del otro en el entendido que conceder tiempo a la
pareja es un signo de amor.» Con más oportunidades tecnológicas para estar
en comunicación, incluso cuando están realizando otras actividades –
laborales, de estudio, ocio, familiares–, se demanda, igualmente, una
presencia continua. Siempre se hace imprescindible saber qué está haciendo
el otro, con quién y dónde.
El aumento de las conductas de observación y vigilancia del otro es
también un factor disturbador del desarrollo de las relaciones de amor en la
actualidad. Los investigadores lo denominan stalking virtual:
sobreinformación, espionaje y acoso al otro en búsqueda de información
que no nos proporciona o de señales de algo que no vemos a simple vista.
«Stalkear es sobre todo una práctica previa para establecer alguna estrategia
de contacto o cortejo y se usa para explorar posibilidades de comunicación
con el sujeto de interés. Sin embargo, stalkear es también una manera de
acceder a información para vigilar al otro, así como para evaluar la
competencia o las amenazas que pudieran representar los amigos o amigas
de redes sociales.»
Cuando las relaciones de pareja adquieren estabilidad, el fenómeno del
stalking se reduce. No obstante, es una tentación siempre presente y
accesible que suele distorsionar el curso de la relación, puesto que se trata de
una información obtenida fuera de contexto y sin el consentimiento del
otro.
 
____________________
10. Rodríguez Salazar, T., y Rodríguez Morales, Z., El amor y las nuevas tecnologías: experiencias
de comunicación y conflicto, Universidad de Guadalajara, México, 2014.
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-
252X2016000100002&lng=es&nrm=iso&tlng=es
DESCUBRIENDO
LENGUAJE
EL
NO VERBAL
 
 
 
La comunicación no verbal es una esfera irrenunciable del lenguaje
humano mediante la que conseguimos expresar y comprender emociones,
estados de ánimos, opiniones, juicios, etcétera. sin que medie palabra alguna
entre las personas.
En sus investigaciones por allá los años ochenta, el psicólogo alemán
Albert Mehrabian, hoy uno de los investigadores de mayor prestigio en el
campo de la comunicación no verbal, llegó a la conclusión de que cuando
comunicamos emociones y sentimientos, más del 90 % del mensaje recae
sobre la comunicación no verbal. De sus trabajos se hizo famosa la hoy
conocida como «regla de Mehrabian», que señala que en una situación de
conversación personal solo un 7 % de lo que recibe nuestro interlocutor
proviene de lo que hemos dicho con la palabra. El 93 % restante lo descifra a
partir de aquello que no hemos dicho, es decir, del lenguaje no verbal.
En el caso del amor, el peso de la comunicación no verbal es aún más
determinante. Cuando conocemos a una persona, enseguida nos hacemos
una idea sobre su personalidad, sus gustos, su forma de vida y nos
construimos una imagen de su compatibilidad amorosa y sexual. De hecho,
el 90 % de nuestra opinión sobre su disponibilidad y su adecuación se forma
en menos de cuatro minutos.
Y no son los ojos lo primero en lo que nos jamos. Según el investigador
Albert Sche en, autor de Lenguaje del cuerpo y orden social, cuando una
persona está en compañía de alguien del sexo opuesto, se producen una
serie de cambios psicológicos inconscientes. El tono muscular se hace más
evidente, como preparativo para una posible relación sexual; el cuerpo se
yergue y adopta un aspecto más juvenil: la barriga desaparece por arte de
magia. Un hombre intentará que su mandíbula destaque y ensanchará el
pecho para parecer dominante, mientras que una mujer, si está interesada,
llamará la atención sobre sus pechos, inclinará la cabeza, se tocará el pelo y
dejará a la vista el interior de las muñecas, para transmitir un aspecto
sumiso.
En esta sencilla serie de gestos, que en el próximo capítulo se tratará con
más detalle, entran en juego múltiples factores. Porque de la misma manera
que el lenguaje hablado se construye a partir de múltiples elementos, el
lenguaje no verbal es también un rico ecosistema de componentes:
1. Factores paralingüísticos. Componentes no verbales directamente
asociados con el lenguaje verbal: el tono, el ritmo, el volumen, el timbre
de nuestra voz y la gestión de los silencios.
2. Factores proxémicos. Inaugurada como disciplina de estudio por el
antropólogo Edward T. Hall, la proxémica analiza la situación en el
espacio de los interlocutores y la distancia que se establece entre ellos a
partir de una clasi cación de las zonas de comunicación, desde las más
sociales a las más íntimas.
3. Factores kinésicos. Todos aquellos elementos que tienen que ver con los
movimientos corporales o gestos utilizados para comunicarse de manera
consciente o inconsciente. Destaca la expresión facial (la mirada, la
sonrisa...), la postura y los gestos.
Los elementos de la comunicación no verbal
1

PARALINGÜÍSTICA:
CÓMO SE DICE AQUELLO QUE SE DICE

La voz es uno de los elementos del lenguaje de mayor relevancia. Aporta


elementos de comprensión capaces de ser enviados y recibidos de manera
inmediata, sin necesidad siquiera de comprender en su totalidad las palabras
que se están comunicando. ¿Por qué somos capaces de entender cuándo un
extranjero está enfadado sin saber ni pizca de su idioma? Porque su tono, su
timbre y su volumen así nos lo transmiten. No se dice de la misma manera
un «te amo» que un «me has desilusionado».
Tal es la importancia de la paralingüística en la relación con los otros
que múltiples son las investigaciones que la sitúan como un elemento clave
en el desarrollo emocional y cognitivo del niño, y con ello, del futuro adulto
que será.
Tamara Chubarovsky,1 pedagoga Waldorf y terapeuta del lenguaje de
base antroposó ca (relacionada con el arte de la palabra), no duda en
a rmar el alto impacto que tiene la forma en la que decimos las cosas a un
niño en pleno crecimiento: «Nuestras palabras, tono y melodía de voz
pueden afectar negativamente a nuestros niños, pero también tenemos la
posibilidad de, a través de ellas, apoyar positivamente su desarrollo físico,
emocional y cognitivo».
La clave estaría en la coherencia, en decir aquello que decimos con las
palabras pero reforzándolo adecuadamente con nuestra voz. «Nuestra
coherencia, la unidad entre nuestros pensamientos, nuestras palabras y
nuestras emociones, además de facilitarle el aprendizaje, le aportará
seguridad en lo emocional y claridad en el pensar. En cambio, nuestra
neurosis, incongruencia, falta de claridad e ironía no solo harán que nuestro
discurso y órdenes sean menos efectivos, sino que además interferirán
negativamente dando inseguridad y falta de claridad.»
Es curioso, pero más allá de la necesidad de congruencia entre lo que
decimos y cómo lo decimos, está la capacidad de comunicación que tiene la
voz verdadera, aquella que nos pertenece solo a nosotros. Es la única capaz
de conectar nuestros sentimientos con el de los otros. De transmitir
realmente aquello que queremos. Así lo explica Chubarovsky: «La voz es
sonido y el sonido es vibración. Y la vibración mueve cada una de nuestras
células. Si nos ponemos la mano en el pecho y hablamos con un tono
estridente, como de animación, veremos que el pecho no vibra. La voz se
queda en la cabeza sin conectar con la calidez del corazón. Tampoco vibra
libremente la voz si hablamos con una voz disfónica. [...] La respiración se
nos traba. [...] Donde realmente debemos transformarnos es en el tono y la
melodía, evitando la sequedad, dureza y exceso de velocidad del lenguaje,
conquistando maneras redondas y calmas o dinámicas y radiantes».
En los niños este ejercicio es evidente: si hablo tranquilo, lo calmo; si me
dirijo a él de forma nerviosa y estridente, lo altero. Para Chubarovsky, hablar
con una voz sana y buena respiración solo da la oportunidad de irradiar
salud y bienestar, ya que cada vocal y cada consonante tienen a nidad con
algún órgano o parte del cuerpo. «Lo que entra por mi boca me enferma o
sana. Lo que sale de mi boca enferma o sana a mi entorno», a rma.
En el ámbito de la paralingüística sus principales elementos son:

Tono
Corresponde a la in exión de la voz y el modo particular de decir algo,
según la intención o el estado de ánimo de quien habla. Generalmente, los
tonos de voz se dividen en graves o agudos. Los primeros suelen
relacionarse con la virilidad y evocan sustantivos como seriedad, seguridad,
adultez, poderío o credibilidad. Los segundos, por el contrario, se relacionan
con la feminidad y con cali cativos como infantil, dulce, familiar o alegre.
Los profesores Amparo Huertas y Juan José Perona, en su libro
Redacción y locución en medios audiovisuales: la radio,2 ahondan en las
implicaciones del tono en el discurso radiofónico, algo que vendría a ser un
experimento perfecto del efecto que este tiene en el oyente sin la
contaminación de la visualización del otro.
«El tono juega un papel determinante en la construcción sonora de
ambientes y escenarios.» Los tonos agudos se asocian con la luminosidad y
los colores claros, y con todos aquellos términos que, de alguna forma, se
relacionan con dichos conceptos: brillo, día, sol. En el lado opuesto, los
tonos graves tienden a asociarse con los colores oscuros.
El tono interviene también en la generación de ilusiones espaciales. Así,
en la radio, ante la descripción de un objeto con respecto a una determinada
situación espacial, la agudeza del tono implica lejanía, mientras que la
gravedad sugiere proximidad. «De la misma manera, las asociaciones
arquetípicas establecen una estrecha relación entre la audición de una voz
grave y las sensaciones de tristeza, depresión, pesimismo, melancolía,
etcétera. Por el contrario, la agudización del tono indica alegría, optimismo
o sorpresa, pero también miedo, nerviosismo y tensión.» Finalmente, los
profesores explican que los tonos bajos incentivan la imaginación y la
creación de personajes sombríos, misteriosos y/o malévolos, mientras que
los altos son más adecuados para la recreación de tipos joviales o cómicos.

Intensidad
La intensidad equivale al volumen, por lo que es normal asociarla con la
impresión de alta/baja o de fuerte/débil. Huertas y Perona así lo explican:
«Depende básicamente de la potencia con la que el aire que procede de los
pulmones cuando hablamos golpea los bordes de la glotis, de modo que,
cuanto más amplias son las vibraciones que se producen durante la
fonación, tanto mayor es la fuerza a la que se emite una voz».
A diferencia del tono, la intensidad es de más sencilla interpretación.
Una voz fuerte suscita cólera, ira, agresividad, pero también alegría y
optimismo, mientras que una voz baja evoca, por ejemplo, tristeza,
pesimismo, debilidad. No hay mayor secreto.
Donde sí la intensidad puede aportar grandes dosis de información a
nuestro interlocutor es a través de sus variaciones. Los cambios de
intensidad son muy adecuados para representar estados de ánimo y aspectos
relativos al carácter: la agresividad, la cólera, el miedo, la tensión o el
nerviosismo se ilustran con un volumen más alto que la tristeza, el
cansancio, la debilidad o la depresión. En la radio, la intensidad ayuda a
describir tamaños y distancias y, en combinación con la agudeza o gravedad
del tono, refuerza la ilusión espacial de lejanía, volumen más bajo, o
proximidad, volumen más alto.

Timbre
Se trata de la principal seña de identidad que presenta cualquier sonido.
Es una de las cualidades más particulares de una persona. Nos podemos
enamorar o desencantar con un timbre de voz. El timbre es siempre el el
re ejo de quien lo posee. «Puede llegar a informar, más que cualquier otra
cualidad acústica, sobre el aspecto del hablante (edad, atractivo, altura...),
por lo que se per la como una señal que facilita la construcción de un
determinado personaje.»
Pese a esta naturaleza única, el timbre también se puede modi car a
través de un trabajo profesionalizado para entrenarlo. Por lo mismo, cuando
conocemos a alguien, o ya en una relación interpersonal duradera – familiar,
de amistad, de amor, de trabajo–, es imposible no reconocer o evocar su
timbre. Es un sonido que nos acompañará siempre, aunque, sin embargo,
puede variar.
Aunque el timbre de voz es innato, ya que tiene directa relación con la
genética y con la conformación natural de nuestro aparato vocal (laringe,
faringe, glotis, cuerdas vocales, resonadores, etcétera), el paso del tiempo y el
trabajo vocal especializado pueden contribuir a modi car nuestro timbre.
Un caso claro de este trabajo es el que hacen los imitadores, que tras horas
de entrenamiento consiguen alcanzar un timbre de voz ajeno para meterse
en la piel de otro personaje.
Para saber cuál es nuestro timbre de voz auténtico, aquel que nos
conecta con nuestras emociones, desde la disciplina lírica hacen varias
recomendaciones: identi car la nota más baja y la más aguda que sea posible
entonar sin esfuerzo, lo que en música se conoce como tesitura de voz. El
timbre auténtico se sitúa en el promedio de esa escala. También es útil
encontrarse en un estado físico adecuado, cultivando la capacidad de tener
una actitud postural correcta y relajada. La correcta articulación, así como la
mejora de la respiración, sobre todo la de la zona abdominal, son otros dos
factores que trabajados de manera correcta permiten dar paso a nuestro
timbre verdadero, dándonos a conocer a los demás tal cual somos.

Ritmo
Otro elemento crucial para el habla y parte de la batería de factores
paralingüísticos es el ritmo, una cualidad irremediablemente conectada con
el tiempo. Dicho de otra manera: es la uidez verbal con la que uno se
expresa, el número de palabras que decimos por minuto.
Está relacionado con el compás con el que decimos nuestras palabras
respecto a nuestro ritmo cardiaco. Una cantidad de palabras por encima de
las pulsaciones habituales de un ser humano, 60-80 por minuto, se considera
un ritmo rápido. Si está por debajo, se estima que es un ritmo pausado. Por
ello el ritmo está directamente relacionado con la musicalidad de nuestra
voz.
Todos tenemos un ritmo natural para hablar, que está in uenciado por
nuestro estado de ánimo. Cuando estamos contentos o de buen humor, es
frecuente hablar rápido porque queremos contar muchas cosas en poco
tiempo. En cambio, cuando estamos tristes, no solo bajamos la velocidad,
sino también el volumen.
Asimismo, igual que ocurre con la intensidad, cada lengua y cada
cultura tienen su ritmo propio. A ello se suma, además, la velocidad natural
de cada persona dentro de ese rango.

Silencio
Tal y como nos recuerda Cesteros,3 la ausencia de sonido también
comunica. Por lo mismo, aunque es sutil la diferencia, se debe distinguir
entre pausa y silencio.
• Las pausas son la ausencia de habla durante un intervalo breve de
tiempo. Su función principal es la de regular los cambios de turno, pero
también pueden presentar distintos tipos de actos comunicativos
verbales, una pregunta o tener carácter re exivo o siológico.
• Los silencios pueden ser la consecuencia de un fallo comunicativo, en
situaciones de duda, o de un fallo en los mecanismos que regulan la
interacción –cuando no se produce respuesta alguna a una pregunta,
por ejemplo–. Al igual que las pausas, pueden presentar actos
comunicativos, enfatizar el contenido de un enunciado o con rmarlo.
En un mundo cada vez más conectado, el silencio se ha convertido en
una verdadera entelequia. Estamos expuestos de manera constante y
continua a un bombardeo de información oral y visual: personas, pantallas,
entorno... Por lo mismo, la mayor parte de las veces, los silencios pasan
desapercibidos. O mejor dicho, se ignora su verdadera intencionalidad.
Cabe recordar, además, que el signi cado del silencio no es universal,
sino que está sometido al relativismo cultural. Por ejemplo, en la cultura
oriental existe una búsqueda y un respeto hacia el silencio, al contrario de lo
que ocurre en la cultura occidental, donde puede llegar a provocar cierto
temor ya que no suele frecuentarse un estado de silencio.
Otro asunto importante que cabe señalar en relación al silencio es la
escalabilidad que este experimenta en la trayectoria de la vida de pareja: si al
inicio, en el cortejo, suele ser escaso y buscado, a medida que la relación
avanza se hace más evidente, aunque también es cierto que menos
incómodo.
Este comportamiento tiene que ver con la capacidad de los seres
humanos de aprender sobre la utilización del silencio de la misma manera
que aprenden de la utilización del mensaje. En este sentido, varios son los
usos que se puede hacer del silencio: puede evocar o representar otra cosa.
En las relaciones interpersonales, se le puede dar un signi cado positivo o
negativo, dependiendo de cómo lo interprete la persona. También mantiene
una relación convencional con el objeto al que sustituye, y asimismo,
siempre signi ca algo.
Pese a que hay in nitos usos del silencio, en términos generales, el
silencio suele lanzarse para los siguientes objetivos de comunicación:
• Silencio cortés. Aquel que tiene como objetivo no contradecir al otro.
Me callo como muestra de respeto o para evitar molestar a los demás.
• Silencio de admiración. Aquel que practicamos para absorber el
máximo de información respecto a un interlocutor por el que sentimos
especial debilidad, en el sentido positivo, o admiración.
• Silencio estratégico. Ocultación u omisión verbal de cualquier
información que bene cie a nuestro interlocutor, aunque también, de
cualquier dato que perjudique a nuestros seres amados.
• Silencio prudente. Una retirada a tiempo es también una victoria. Muy
habitual en los debates dialécticos, este silencio se practica ante la falta
de conocimiento en relación a un tema bajo la creencia de que solo es
conveniente discutir sobre aquellos temas conocidos e irrefutables.
Silencio evasivo. Para evitar decir algo que no queremos que el otro
• sepa. Es un silencio que no siempre se practica con la ausencia de
lenguaje, ya que esta opción desvelaría nuestra verdadera posición –
quien calla, otorga–, sino que en múltiples ocasiones se combina con
variadas técnicas de distracción.
• Silencio de incitación. Consiste en ceder a nuestro interlocutor el
máximo protagonismo en la conversación, es decir, dejar que este lleve
la voz cantante con el objetivo de obtener la mayor información posible
sin exponer, por el contrario, nuestra posición u opinión al respecto.
• Silencio hostil. Tiene como único objetivo mostrar nuestro desacuerdo,
incluso, desprecio, al otro. Se practica de manera casi inconsciente y
pone al otro en una difícil situación, la de tener que interpretar nuestra
respuesta desde una actitud cien por cien negativa por parte nuestra.
• Silencio manipulador. No decir algo, callarse, es una limitación
autoimpuesta que tiene como nalidad evitar ciertas consecuencias.
Lo decía el poeta chileno Pablo Neruda: en el amor, el silencio es un
elemento estructural. «Me gustas cuando callas porque estás como ausente. /
Distante y dolorosa como si hubieras muerto. / Una palabra entonces, una
sonrisa bastan. / Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.»
 
____________________
1. Cubarovsky, T., «El impacto del lenguaje del adulto en el niño». 2015.
http://www.tamarachubarovsky.com/2015/02/09/el-impacto-del-lenguaje-del-adulto-enel-nino
2. Huertas Bailén, A., y Perona Páez, J.J., Redacción y locución en medios audiovisuales: la radio,
Editorial Bosch, Barcelona, 2002.
3. Cesteros, A. M., Comunicación no verbal y enseñanza de lenguas extranjeras, Arco/Libros.
Madrid, 1999.
2

PROXÉMICA:
LAS ZONAS DE COMUNICACIÓN

La proxémica es la parte de la semiótica dedicada al estudio de la


organización del espacio en la comunicación lingüística. Planteada como
objeto de estudio en 1968 por el antropólogo estadounidense Edward T. Hall,
analiza la forma en la que ocupamos el espacio respecto al otro, lo que da una
enorme cantidad de información en relación a la intencionalidad de nuestra
comunicación.
La distancia entre dos personas proporciona detalles acerca del grado de
a nidad que tienen entre sí. Asimismo, conocer los límites de la distancia que
podemos establecer con el otro al comunicarnos nos permitirá ser más
asertivos en nuestros mensajes: dejar espacio al otro en caso de que necesite
preservar su intimidad o acercarnos en una situación en la que se le hace
imprescindible contar con un soporte externo.
La proxémica divide el espacio en diversos ámbitos. Aquellos más
cercanos a la persona corresponden a relaciones más íntimas; aquellos más
lejanos son los menos controlables, porque escapan a su gestión inmediata, y
por tanto, se consideran de uso público.
Según la propia de nición de Hall, estas distancias se caracterizan por:
• Distancia íntima (hasta 45 cm). Es la distancia para la conversación
íntima. Con la excepción de algunos desconocidos especiales, como
médicos o dentistas, que tienen nuestro permiso para invadirlo, este
espacio queda reservado para la pareja, los familiares o los amigos muy
íntimos.
• Distancia casual-personal (de 45 a 120 cm). Es la que se mantiene con
personas conocidas, es decir, en encuentros personales pero no íntimos:
conversaciones entre compañeros de trabajo, vecinos, etcétera. Entre 45 y
75 cm, es la distancia que posee la burbuja personal de un individuo de la
cultura occidental, pero en culturas como la oriental o la escandinava, la
distancia personal aumenta hasta, aproximadamente, los 120 cm.
Cuando alguien invade esta zona, procuramos separarnos
inconscientemente, para mantener la distancia de seguridad.
• Distancia social-consultiva (de 120 a 360 cm). El contacto físico en esta
zona es casi imposible, por eso es la que se utiliza para conversaciones
formales, encuentros impersonales o con desconocidos. Así, es la que se
mantiene entre jefes y empleados. Muestra de ello es que los despachos
de los cargos relevantes en la empresa tienen mesas con una profundidad
su ciente para mantener esa distancia.
• Distancia pública (más de 360 cm). Es la que se emplea para los
discursos o conferencias y reuniones, ya que con ere prestigio y
autoridad. Se puede observar en la distancia que hay entre el presidente y
los accionistas en las juntas generales de los bancos y grandes empresas.
Atendiendo a las diferencias culturales, Hall realizó una nueva
clasi cación en la que tenía en cuenta los diferentes grupos étnicos y sus
relaciones de alejamiento/acercamiento, dividiendo el mundo en árabes,
latinos, africanos y afroamericanos; asiáticos, hindúes y pakistaníes, y
anglosajones y escandinavos.
Según esta clasi cación, los tres primeros –árabes, latinos y africanos–,
pertenecen a culturas de contacto, mientras que norteamericanos,
escandinavos, anglosajones y asiáticos pertenecen a culturas de no contacto.
Los anglosajones pueden interpretar el acercamiento como una invasión,
agresión o intento de cortejo, mientras que los árabes, mediterráneos y
africanos pueden percibir a los anglosajones como fríos y distantes. Los
norteamericanos utilizan una distancia de unos 75 cm para conversar,
mientras que los magrebíes se acercan tanto que casi llegan a tocarse.
Con esta sencilla explicación en relación al componente cultural de la
proxemia queda en evidencia la importancia de su correcta interpretación en
el juego del amor. Saber saltar de espacio en espacio con el consentimiento
no verbal, en la mayoría de los casos, del otro es un arte imprescindible para
disfrutar del juego de la seducción.
Si invado el espacio íntimo antes de que se me abra el paso, caeré como
víctima del rechazo. Si soy demasiado cauto y permanezco lejos de la persona
deseada, me confundiré con la multitud social, seré una persona más entre
tantas, incapaz de demostrar un interés especial por el otro o marcar la
diferencia entre tantos. En uno y en otro caso, no estoy comunicando lo que
quiero, y con ello, me dirijo directo al fracaso y la frustración.
La proximidad física y la proximidad afectiva son dos elementos
indisociables. Las personas que se tocan físicamente lo hacen porque están
su cientemente cerca como para hacerlo. El tacto refuerza la proximidad,
pero con una condición: la persona ligeramente tocada –en el brazo, por
ejemplo– no tiene que tener conciencia de haber sido tocada. Cuando se
respeta esta condición, es decir, que el tacto pase desapercibido, este
desencadena un mecanismo de simpatía.
El factor tecnológico nos está desentrenando en cuanto a la
interpretación de la proxémica en nuestras relaciones. Detrás de una pantalla,
nos sentimos lo bastante desinhibidos como para acercarnos digitalmente al
otro de una manera que, en el mundo real, muchas veces ni siquiera
osaríamos hacerlo. Este factor distorsiona el verdadero ritmo de la relación y,
en numerosas ocasiones, induce al desconcierto. La distancia que tengo con
el otro vía pantalla es imposible mantenerla en presencia real –por ser muy
precipitada, por ser inadecuada al entorno en el que se desenvuelve la
pareja...–, con lo que envió un mensaje confuso al otro acerca de a qué
distancia emocional real, y por tanto física, nos encontramos en ese
momento.
3

KINESIA

Palabra griega que en origen signi ca «movimiento». La kinesia es la


disciplina que atiende a la postura corporal, los gestos y la expresión facial,
incluyendo la mirada y la sonrisa. Cada uno de los ámbitos que la componen
tiene sus particularidades, y en términos generales, no pueden ser
interpretados de manera aislada. Una mirada puede decirnos algo de manera
clara si solo atendemos a los ojos; sin embargo, si miramos la posición de las
manos, de los brazos o de las piernas en ese mismo momento, puede ser que
el mensaje se potencie o se matice. La kinesia debe conocerse a partir de cada
elemento que interviene, pero interpretarse en su conjunto.

EL CARÁCTER SEGÚN
EL LENGUAJE CORPORAL
De acuerdo con diferentes estudios de la kinesia, ciertos movimientos
y gestos que se mantienen en el tiempo permiten descifrar algunos tipos
de personalidades de nuestros interlocutores:
Personas agresivas

• Mantienen el cuerpo rígido


• Señalan con el dedo
• Contacto visual prolongado
• Se acercan demasiado a la otra persona
• Gestos: puños cerrados y señalar con el dedo

Personas manipuladoras

• Tono de voz muy dulce


• Exceso y abuso de contactos físicos con la otra persona
• Gestos: sobreactuados y exagerados
Personas sumisas

• Imitar el tono de voz o estado de ánimo de la otra persona


• Poco contacto visual
• Risa nerviosa
• Gestos: taparse la boca o parcialmente la cara y asentir constantemente

Personas que confían en sí mismas

• Postura erguida pero relajada


• Contacto visual directo pero con pequeñas retiradas
• Tiene los brazos y piernas con una postura ligeramente abierta
• Mantiene una distancia apropiada
• Gestos: calmados

En el caso del amor, el cuerpo no puede evitar hablar. Rescatando


nuestros instintos más primigenios, es quizás en las fases de elección,
seducción y emparejamiento cuando menos control tenemos sobre nuestros
movimientos y, pese a ello, cuando más efectivos somos comunicando al
otro. Conectamos con nuestro ser más animal, teniendo como único objetivo
el apareamiento, y nos movemos en un compás de acciones no estudiadas,
pero perfectamente coordinadas, que dicen en cada momento aquello que
queremos decir: me interesas / no me interesas, ven / aléjate, me gustas / no
me gustas...
Este juego de movimientos se divide en:

a) LA POSTURA CORPORAL:
APERTURA, ÁNGULO Y MOVIMIENTO
La postura corresponde a la posición en la que está nuestro cuerpo en
determinado momento. Puede ser fugaz, cuestión de segundos o incluso
milisegundos, o permanente, durante minutos u horas si es posible, y tiene
sentido mantenerla.
Es importante entender que en lenguaje no verbal se habla de posturas
abiertas o de posturas cerradas. Las primeras son aquellas posturas en las
que no hay barreras como los brazos o las piernas entre un interlocutor y
otros. La forma más e caz de traducir la abertura es sencillamente poner la
parte superior del cuerpo en movimiento.
De manera opuesta, en las posturas cerradas, en las que por ejemplo se
usan los brazos, de forma inconsciente en muchos casos, estamos en una
posición de constante protección de nosotros mismos, de aislamiento ante el
mundo.
Posturas cerradas. Aunque frontales, que en un principio invitarían al contacto, plantean una barrera a
través de los brazos.

Posturas abiertas. Además de la relajación de los brazos, la orientación del cuerpo respecto al otro
comunica el tono del encuentro.

Además del nivel de apertura, es clave atender a la orientación del


cuerpo respecto al otro, es decir, al ángulo en el que estamos en relación al
ángulo de nuestra contraparte. Podemos estar frente a frente, en ángulo recto,
de espaldas, lateralmente al otro. Lo cierto es que cuanto más de cara se
posicionan las personas mayor grado de intimidad y conexión existe entre
ellas. No es, eso sí, símbolo de que sea siempre una conexión positiva. Puede
ser un cara a cara en medio de un desafío. En este caso, se dan dos posiciones
que también se dan en el juego del amor –cercanía y situarse frente a frente–;
sin embargo, se está en el polo opuesto del amor.
Como esta, hay ciertas posturas consensuadas que se dan en todas las
culturas: cuando dos personas se aprestan a competir suelen sentarse de
frente; si lo que van a hacer es cooperar, lo hacen una al lado de la otra,
mientras que para conversar normalmente lo hacen en ángulo recto.
Se debe considerar que, de la misma manera que una posición
abierta/cerrada invita o disuade al otro de comunicar, un ángulo
colaborativo/desa ante le explica si estamos preparados para conectar o, por
el contrario, queremos evitar esa conexión. En este sentido, el ángulo de
orientación en el que se da una conversación en el juego del amor –elección,
seducción– es capaz de marcar el grado de intimidad entre dos personas.
El impacto de la cultura en este ámbito es también importante y tiene
relación con los diferentes grados de cercanía/lejanía consensuados como
adecuados para cada situación.
Orientación del cuerpo. La posición que nuestro interlocutor ocupa respecto a nosotros nos habla del
interés que tiene por nuestro discurso. Si a la orientación se le añade movimiento, la interpretación que
puede hacerse de la relación con el otro es aún más completa.

Por último está el movimiento, la manera en la que el cuerpo se desplaza


por el espacio. Es un factor que no puede analizarse por sí solo, sino que debe
interpretarse en el contexto de un discurso y un momento. Que un cuerpo se
mueva rápido y de manera ágil puede transmitir energía, vitalidad y alegría.
Sin embargo, si ese cuerpo que se mueve rápido está en medio de un funeral,
solo comunica falta de respeto e insensibilidad.
El movimiento es un elemento no verbal muy potente, que ayuda de
manera de nitiva al interpretar aquello que se quiere decir. Un exceso de
movimientos que se realizan de modo incongruente puede producir
impresión de inquietud o nerviosismo; sin embargo, la escasez de
movimiento incongruente puede transmitir una impresión de excesiva
formalidad. La clave es que se realicen de manera natural y espontánea, como
uyen en cada momento y para cada lugar.
En el tercer capítulo analizaremos con mayor profundidad cada una de
las posturas que puede adoptar una persona en relación con el otro y lo que
nos está diciendo en el marco del juego del amor.

b) EXPRESIÓN FACIAL
La expresión facial tiene tres componentes: por una parte, está su
totalidad, la expresión facial en sí misma, y por otra, como complementos
más especí cos, la mirada y la sonrisa.

Expresiones faciales. Un simple juego de niños demuestra que a través de estos tres elementos se puede
tener total control de la expresión.

Aparte de la comunicación de emociones, la expresión facial se utiliza


para dos cosas principalmente: para regular la interacción y para reforzar el
mensaje en nuestro receptor.
Los estudios en comunicación no verbal han con rmado que tienen tanta
importancia para la interpretación del lenguaje los movimientos de expresión
facial controlados (arqueo de cejas, apertura de la boca o de los ojos) como
aquellos que no somos conscientes que estamos emitiendo (ligera
sudoración, contracción de los músculos...).
En términos generales, hay seis emociones principales que se re ejan a
través de los movimientos de tres áreas principales de la cara. Las emociones
son la alegría, la sorpresa, la tristeza, el miedo, la ira y el asco o desprecio.
Estas pulsiones se construyen a través de los movimientos de la frente y las
cejas, los ojos y los párpados y, en su globalidad, en la parte inferior de la
cara.

La mirada
La mirada se construye a través de acciones siológicas inconscientes: la
dilatación de las pupilas, que se produce cuando existe el sentimiento de
asombro hacia lo que se está viendo o en situaciones de mayor
concentración; el número de parpadeos, que actúan como medio de
comprensión del discurso del otro –cierro mis ojos para pausar la recepción
de imágenes al cerebro y así ayudarle a descifrarlas–, y el contacto ocular, la
actitud de mirar al otro mientras se habla. Por parte de quien emite el
discurso es muestra de empatía, comodidad ante la situación y voluntad de
conexión. La mirada del receptor al emisor, en cambio, habla del estado de
ánimo que se tiene frente a la conversación: interés, asombro...
Dicen que las pupilas son el espejo del alma. Lo son, pero más bien del
cerebro. Son la puerta de entrada de todos los estímulos externos; por lo
mismo, son las primeras en reaccionar en un sentido positivo o negativo.
Leerlas es un útil ejercicio para saber qué está pasando por la mente del otro.
• Concentración. Cuando estamos focalizados en una tarea que exige toda
nuestra atención, las pupilas se expanden.
• Pensar más de la cuenta. Si nos sometemos a una sobrecarga mental,
con demasiadas cosas en la cabeza, nuestras pupilas se contraen para
frenar la captación de nuevas imágenes que puedan confundirnos aún
más.
• Interés por el discurso o por el otro. Abrimos las pupilas como muestra
inconsciente del interés que sentimos en determinado discurso o
persona. A medida que ese interés decrece, las pupilas se van cerrando.
• Deseo sexual. Irremediablemente abiertas cuando nos interesa el otro,
las pupilas son un signo claro de interés sexual.
• Tristeza o repulsión. Cuando queremos evitar algo (desconectarnos de
una fuente de emociones desagradables), nuestras pupilas se contraen.
• Dolor físico. Ante descargas de dolor, las pupilas se abren de manera
automática para localizar la fuente que lo provoca.
• Preferencia política. En 1969, Barlow demostró que cuando vemos la
imagen de un político de nuestra misma ideología, nuestras pupilas se
abren. Por el contrario, si es del bando opuesto, estas se contraen
automáticamente.

La sonrisa
La sonrisa es de aquellos gestos básicos del rostro que en sí encierran un
mundo. Su ausencia ya es una alerta, y su presencia es signo inequívoco de
un estado de ánimo.
La sonrisa es una reacción innata a ciertos estímulos, no se aprende y es
global: se da en todas las culturas. Los estudios indican que el tiempo que
tarda el cerebro en procesar una señal externa y sonreír es de apenas 0,01
segundos. Esto quiere decir que es una reacción en tiempo real, un espejo
inmediato de nuestro interior.
Ya se sabe que la práctica de la sonrisa, y su estado superior, la risa, tiene
efectos altamente positivos: es capaz de activar regiones cerebrales
relacionadas con los afectos positivos y las recompensas, como el lóbulo
temporal del hemisferio izquierdo. Desde la Organización Mundial de la
Salud señalan que más del 90 % de las enfermedades tienen un origen
psicosomático; la manera en que cada uno se enfrenta a los con ictos, el
estrés y las frustraciones puede tener un impacto en el bienestar y la salud.
En este escenario, la sonrisa es una medicina imprescindible para la mayor
parte de las enfermedades del siglo xxi.
Guillaume Duchenne fue, en el siglo xix, el primer cientí co en investigar
el tipo de sonrisa que tiene un efecto positivo en nuestra persona. En su
honor, se habla de la sonrisa de Duchenne. Se trata de aquella sonrisa que se
produce elevando levemente las comisuras de la boca, sin exagerar, y
abriendo apenas los labios. Con ella, según el médico francés, te sientes a
gusto y más inteligente.

SONREÍR CURA
Ejercicio propuesto por Isabel Serrano Rosa, psicóloga y directora de
www.enpositivosi.com, para conseguir una sonrisa que irradie salud
interior y se refleje en el exterior:
Cierra los ojos, inspira y espira lenta y profundamente por la nariz.
Imagina una estrella por encima de tu cabeza, siente su energía
desplazándose por todo tu cuerpo. Imagina ante ti a alguien sonriente.
Sonríe a tu cabeza y tu cara, al corazón y los pulmones, situando tus
manos en el pecho. Dirige tu sonrisa hacia el hígado, la vesícula, el
páncreas, los riñones y el estómago, colocando tus manos en los costados
y espirando; a tu abdomen y a los genitales, sintiendo tu respiración, a tu
columna vertebral, a todos los huesos. Siente la luz de la estrella fluyendo
por todo tu cuerpo ahora. Tu sonrisa cura.

c) LOS GESTOS
Es un hecho que el lenguaje corporal incide en el estado de ánimo y la
autopercepción. La manera en la que nos movemos, o en la que no lo
hacemos o nos gustaría hacerlo, marca nuestra personalidad. Este sistema de
movimientos son los gestos, maneras de expresarse no verbalmente con la
cara, las manos, los brazos, las piernas, la cabeza y la totalidad del cuerpo.
Cuando se analizan los gestos, se ha de mirar más allá de su realización
especí ca. Ha de prestarse atención a ellos, pero han de contextualizarse,
como el resto de los recursos no verbales, en el momento y el discurso en los
que están teniendo lugar.
En el tercer capítulo de este libro desgranaremos los principales gestos de
manera detallada; sin embargo, a grandes rasgos, encontramos cinco tipos
generales de gestos. Se trata de un acuerdo social, gestos generalizados a los
que el común de la sociedad ha aceptado dotarles de cierta carga signi cativa,
y se usan frecuentemente y siempre en un mismo sentido.

Emblemas. En el lenguaje hablado, un emblema equivale a una palabra o una


frase corta admitida por todos los miembros de una colectividad. En el caso
del lenguaje no verbal, corresponde a un signo fuerza de una idea. Por
ejemplo, el saludo de la Internacional Socialista o los dedos índice y medio
abiertos para hacer el saludo de la paz. Los emblemas suelen realizarse
principalmente a través de las manos y de la cara.
Ilustradores. Son aquellos gestos que van unidos a la comunicación verbal y
su función consiste en reforzar el signi cado de la información que estamos
expresando verbalmente. Reyes en este arte son los italianos: dicen que si se
atan las manos de un italiano le es prácticamente imposible hablar. Su
utilización aumenta o desciende según el nivel de excitación o de entusiasmo
que tenga en el momento y, por su puesto, su procedencia cultural.

Reguladores. Corresponde a una acción no verbal contundente que tiene la


función de organizar o dirigir el diálogo que se está produciendo. Los
reguladores más comunes son los gestos de asentimiento o de negación, los
que hacemos con la cabeza y que equivalen al sí y al no verbal.

Los adaptadores. Se trata de una secuencia de acciones que utilizamos de


forma inconsciente para conducir nuestro actuar hacia determinado estado
emocional. En este sentido, es un recurso no verbal adaptativo. Pueden ser
sociales, que son los que se originan en las relaciones entre personas, siendo
el más habitual de este tipo el dar la mano como saludo formal. Nos permite
entrar en un encuentro de trabajo dejando aparcadas por momentos nuestras
emociones fuera de ese ámbito. Pueden ser también instrumentales, gestos
que nos preparan para realizar alguna tarea, como es el caso de soplar con
vehemencia cuando vamos a realizar un gran esfuerzo. Por último, están los
adaptadores de subsistencia, relacionados con necesidades orgánicas como
alimentarse o descansar. En esta clase, el bostezo es el más primigenio y
conocido.

Gestos emocionales. Son los gestos que expresan estados de emoción o


afecto. Pueden ser muy diversos: espontáneos y casi incontrolados (los
hacemos sin querer y nos vemos envueltos por ellos: un puñetazo en un
arrebato de ira) o bien, estudiados al milímetro (como cuando nos
encontramos en una entrevista de trabajo donde contenemos todo nuestro
ser natural para mostrar la faceta más formal, o en el momento en el que nos
reencontramos con alguien que desde hace mucho tiempo no veíamos y le
damos un gran abrazo). Los gestos emocionales tienen una fuerte carga
comunicativa y suelen ser fáciles de interpretar, en el sentido de que son tan
contundentes que es imposible no leerlos de manera correcta, o al menos, no
se ven afectados por ltros personales de manera tan evidente como otros
gestos.
4

CÓMO SE CONSTRUYE EL LENGUAJE NO


VERBAL

La manera en la que nos comunicamos con el mundo depende de


múltiples factores: nuestra forma de procesar las situaciones que nos rodean,
la cultura en la que crecemos y nos desarrollamos, nuestras habilidades
comunicativas, el tiempo con el que contamos en determinado momento
para decir aquello que queremos, la formalidad de la situación, nuestro
interlocutor... Es prácticamente inviable determinar qué es lo que de ne la
manera en la que nos comunicamos con el mundo, o al menos, es imposible
resumirlo en un capítulo de este libro.
Centraremos la atención en aquello que afecta más directamente a la
comunicación no verbal, que son básicamente tres cuestiones: nuestra
particular manera de interpretar los inputs externos, para lo que
recurriremos a las teorías planteadas por la programación neurolingüística
(PNL); el componente cultural, y las emociones implicadas.

a) LA FORMA EN LA QUE
INTERPRETAMOS EL MUNDO: PNL
La manera en que una persona procesa la información determina su
conducta. Así lo determina la PNL, una estrategia de comunicación,
desarrollo personal y psicoterapia, nacida de la mano de Richard Bandler y
John Grinder en Estados Unidos en la década de los setenta del siglo pasado.
La PNL sostiene que existe una conexión entre los procesos neurológicos, el
lenguaje y los patrones de comportamiento aprendidos a través de la
experiencia, los cuales se pueden cambiar para lograr objetivos especí cos
en la vida.
No es el objetivo analizar ahora cuáles son las dinámicas a impulsar para
hacer realidad esos procesos de cambio, sino simplemente recoger de esta
disciplina su propuesta de clasi cación de los mecanismos en que las
personas leen todo aquello que las rodea y, según su particular lectura, se
comportan. Y como se comportan, se comunican: hablan con su lenguaje
verbal, pero también con su lenguaje gestual.
Según la PNL, las personas podemos ser auditivas, kinestésicas o
visuales, y ello determina en gran medida la manera en que nos
relacionamos con el mundo; cómo hablamos y cómo nos movemos,
consciente e inconscientemente.
• Auditivos. Son aquellos abiertos a comprender el mundo a través de su
sistema auditivo. Cabe notar que existen dos sistemas implicados en este
proceso: el lenguaje es un mecanismo que se genera en el hemisferio
cerebral izquierdo, mientras que los sonidos se procesan a través del
hemisferio derecho.
Por ello, los auditivos suelen no tener problemas para hacer varias cosas
a la vez. Son personas muy expresivas, con grandes capacidades de
comunicación. Se expresan bien y saben escuchar a los demás. Es
sencillo reconocerlos, ya que utilizan a menudo palabras como oye,
escucha, pregunta, ruidoso, suena, sordo, silencioso, voz, eco, volumen,
zumbido, fuerte, etcétera.
A nivel actitudinal, prestan atención al tono de la conversación y dejan
en un segundo plano las palabras en sí. También los gestos carecen de
importancia para ellos. En la voz está el mensaje. De la misma manera,
tienen una buena resonancia de su voz y hablan a un ritmo medio. Los
ruidos tienden a distraerlos con facilidad. Les gusta hablar para resolver
los problemas y están acostumbrados a hacer muchas preguntas.
A nivel de expresión no verbal, su rasgo más característico es la
tendencia que tienen a mover los ojos de derecha a izquierda o a adoptar
la postura del teléfono, inclinando la la cabeza, como si estuvieran
manteniendo un teléfono entre la cabeza y el hombro sin utilizar las
manos.
• Kinestésicos. Los kinestésicos procesan la información de manera
absolutamente corporal. Están abiertos a los inputs que les aportan sus
receptores sensorials –músculos, tendones, articulaciones, oído
interno...–; sus sensaciones viscerales, las que están directamente
conectadas con sus órganos internos –hambre, sed, equilibrios
hormonales...–, y las sensaciones táctiles, básicamente el tacto y el dolor.
Este tipo de personas sienten un gusto especial por las emociones y por
todo aquello que tenga que ver con las cosas físicas y manuales.
Necesitan el contacto físico con el mundo para activar el
procesamiento de aquello que las rodea, ya que su sistema de
interpretación es mucho más lento que la velocidad del visual o la
inmediatez del auditivo. En el caso del kinestésico, si no lo siente
físicamente, no puede conocerlo.
Son personas que están constantemente prestando atención a sus
cuerpos y a sus sentimientos. Aprenden haciendo, por ello es habitual
que tengan di cultad con los métodos más tradicionales de educación.
Les gusta tocar las cosas y a las personas, y están habituadas a hablar
más despacio: los sentimientos toman mucho más tiempo en procesarse
que las imágenes.
Los kinestésicos mueven los ojos, habitualmente, hacia el área inferior
derecha y es común que no mantengan contacto visual con su
interlocutor, ya que ello impide que se concentren en sus sentimientos.
• Visuales. Son personas con mucha energía y muy observadoras. No hay
detalle que se pase por alto para ellas. Por este motivo, utilizan la visión
para recordar y tomar decisiones.
Las personas que están procesando visualmente usan palabras como ver,
visualizar, buscar, imagen, ilustrar, observar, percibir, notar, visión,
perspectiva. Prestan mucha atención a cómo otras personas las miran;
por ello siempre están atentas a su apariencia y, por supuesto, a la de los
otros. Hablan rápido, respiran más fuerte y a menudo desarrollan
tensión en la parte superior del cuerpo. Para entender lo que otra
persona está diciendo, pre eren ver las gesticulaciones faciales en lugar
de solo escuchar. Tienden a mover los ojos hacia arriba o directamente
al frente.
Pero ¿de qué sirve conocer qué tipo de persona soy, o qué tipo de
persona es la persona que me interesa? Entender la forma en que los otros
procesan nuestros mensajes ayuda a adaptarlos a su zona de comprensión
de confort: si estamos ante un auditivo, cuidaremos nuestro tono,
intensidad y ritmo; cuando hablamos con un kinestésico, si existe con anza,
procuraremos cultivar el contacto físico, o al menos una cercanía que facilite
la interpretación sensorial, y si se trata de un visual, intentaremos
comunicarnos con imágenes –imágenes verbales, gestos–, para que
interprete de manera adecuada nuestras intenciones y nuestro discurso.
De la misma manera, si somos capaces de identi car a alguien dentro de
alguno de estos tres grupos propuestos por la PNL, comprenderemos
muchos de sus inputs no verbales: frente a un kinestésico, no nos parecerá
exagerado que nos toque cuando apenas nos conocemos o que gesticule
demasiado. Dosi caremos nuestras expectativas –toca porque le es
inevitable–, pero también descifraremos mejor sus mensajes no verbales.

b) EL COMPONENTE CULTURAL
Tal y como explican Rudolph y Kathleen Verderber y Deanna Sellnow en
su best seller ¡Comunicate!,4 la cultura en la que crecemos tiene un impacto
profundo en nuestras percepciones y en la forma de comunicarnos con los
demás. Para abordar el análisis de la comunicación no verbal en el juego del
amor, no se puede ignorar este componente. Si siempre tenemos presente
que el lenguaje del cuerpo pasa inevitablemente por el ltro de la cultura,
podremos resolver muchas incógnitas en nuestras interpretaciones, y quizás
se desmontarán preocupaciones que a menudo surgen durante el juego de la
seducción.
Las culturas se rigen por una escala de valores: los ideales, aquellos que
en comunidad profesan tener, y los reales, aquellos que se practican en el día
a día y que pueden coincidir o no con los ideales. Para los autores, la cultura
se modi ca a través de la comunicación, y en este proceso se consolidan los
usos y costumbres que determinan la forma en la que nos relacionamos. Este
grupo de usos y costumbres es lo que se conoce como la cultura dominante,
el conjunto de normas que es practicado por la mayoría de un grupo
empoderado de personas de una sociedad.
Ya es conocido que la cultura dominante varía entre países. Así lo
explican en ¡Comunícate!: «En las culturas occidentales, por ejemplo, la
mayoría de las personas comemos utilizando tenedores, cuchillos, cucharas,
platos individuales y tazones. En muchas culturas del este, la gente suele
comer con palillos. En algunos países, la gente usa el pan como utensilio. Y
en otros, la gente usa sus dedos y comparten de un tazón común». Para un
mismo hecho vital, diferentes son las maneras de abordarlo.
Lo curioso es que la cultura dominante también tiene sus sutiles
diferencias intrasocietarias, ya que, inevitablemente, se ejerce en armonía y
viéndose afectada por otras culturas de menor calado comunitario, un
fenómeno que se conoce como cocultura.
Estas contaminaciones de la cultura dominante pueden venir de la mano
de la religión, del estatus socioeconómico –ligado, cómo no, al componente
de la educación–, de la edad que uno tenga o de la generación a la que
pertenezca, o de cuestiones más aleatorias como las incapacidades físicas o
mentales del individuo. Así, en una construcción que se hace en sociedad
pero también de manera individual, desarrollamos nuestro ser cultural, lo
que tiene una in uencia importantísima en la forma en que interpretamos
los mensajes que los otros nos remiten, incluidos los no verbales, y en la
sensibilidad que tenemos respecto a ellos.
Un simple ejemplo que ilustra este hecho. Mientras los jóvenes pre eren
enviar un WhatsApp para comunicarse con sus familiares y amigos, sus
padres optan por llamarlos. Los progenitores suelen molestarse por la
limitación que signi ca que sus hijos solo se comuniquen vía mensaje con
ellos; en cambio, los adolescentes se sienten invadidos y preocupados ante
una llamada de sus padres. Las dos partes comparten la misma cultura y
quieren comunicarse; sin embargo, cada una de ellas tiene sus códigos
propios, y en función de estos, interpreta la intencionalidad de la otra. Con
dos personas desconocidas, en pleno proceso de construir su amor, las
diferencias pueden ser aún más abismales.
Diversos son los matices intra e interculturales que afectan a esta noción
del otro. Para los investigadores, los más relevantes son:
• Individualismo vs. colectivismo. Hay personas y culturas altamente
individualistas: valoran los derechos y responsabilidades personales,
la privacidad, expresar su opinión, la libertad, etcétera. La
competencia es deseable y útil, y se cuenta con la opinión de los
otros solo si la persona lo considera bene cioso. Por el contrario, hay
personas y culturas altamente colectivistas. Dan más valor a la
armonía del grupo que al interés personal. Basan su autoestima en la
interdependencia con los otros, por lo que su felicidad, aunque es
más dependiente, está distribuida.

~ ¡A TENER EN CUENTA! ~
Las personas individualistas son asertivas y directas,
afrontan las cosas sin rodeos. Se mueven con
determinación. Las personas colectivistas evitan el conflicto
y suelen ser algo ambiguas en sus declaraciones. Sus
movimientos y gestos no son siempre claros.

• Contexto. Se re ere a las pistas no verbales alrededor del mensaje


que complementan el discurso hablado. Hay culturas y personas que
prácticamente no se sirven del contexto para explicarse. Son,
principalmente, culturas anglosajonas o nórdicas (Estados Unidos,
Escandinavia, Reino Unido...), donde se valora que el discurso sea
claro y explícito. Dicho de manera coloquial: deben ir al grano. En
culturas de mucho contexto (latinoamericanas, asiáticas,
mediterráneas...), el discurso solo puede ser interpretado
adecuadamente si se lee complementándose con el rico universo de
gestos que lo acompaña. Los lenguajes verbales son ambiguos y se
debe leer entre líneas.

~ ¡A TENER EN CUENTA! ~
La comunicación efectiva entre personas de alto y bajo
contexto puede ser un verdadero desafío. La clave pasa por
construir una buena relación. Solo a través de esta vía se
consigue interpretar correctamente los mensajes, tanto en
un sentido como en otro.

• Cronémica. Tiene que ver con cómo es la percepción del tiempo en


las diferentes culturas, lo que deriva en la forma en que perciben el
mundo las personas que las conforman. Existen personas y culturas
monocrónicas, para las cuales la vida se sucede a partir de pequeñas
unidades que ocurren de manera secuencial. Las culturas
anglosajonas son las predominantemente monocrónicas. En el otro
extremo están las culturas policrónicas de America Latina o Europa
del sur, que ven el tiempo como un ujo continuo: los horarios son
más exibles, pueden estar haciendo varias cosas al mismo tiempo –
o más bien, dejan que sus momentos se vean invadidos por
cuestiones ajenas sin complicarse– y las interrupciones no se
perciben como molestas, sino como algo natural del devenir de las
cosas.

~ ¡A TENER EN CUENTA! ~
Para las personas policrónicas, las relaciones son más
importantes que los horarios –puedo llegar tarde porque tú
me entiendes–, a diferencia de las monocrónicas en las que
el respeto al horario es muestra de respeto por la relación –
no llego tarde porque te respeto–. Esta diferencia de
percepción del tiempo, a menudo, es motivo de conflicto
entre ambas personalidades, y más si se trata del juego del
amor.

• Incertidumbre. En este caso también existe dualidad. Por una parte,


hablamos de culturas y personas con tendencia a evitar la
incertidumbre, es decir, que buscan tener todo bajo control, están
habituadas a usar un lenguaje preciso y limitan el uso de sus gestos y
movimientos no verbales para evitar imprecisiones en su discurso.
También son más descon adas con los otros. Representan esta
actitud países como Alemania, Grecia, Perú..., en los que se ha
creado un férreo conjunto de reglas que regulan al extremo todas las
situaciones para evitar lo impredecible. Estas sociedades y personas
suelen ser menos tolerantes con situaciones y actitudes que se salen
de la norma. En el lado opuesto están aquellas personas que aceptan
la incertidumbre, que se sienten cómodas con la imprevisibilidad,
toleran lo inusual, reconocen la iniciativa y la creatividad como
valores que destacan de la norma y confían en que el mundo y sus
habitantes funcionarían mejor cuanto menos reglas existiesen. Los
países nórdicos y Estados Unidos son culturas que viven de esta
manera.

~ ¡A TENER EN CUENTA! ~
La incertidumbre es un factor clave en la comunicación
entre personas que están construyendo una relación.
Quienes evitan la incertidumbre suelen ser más
desconfiados que los habituados a vivirla. De hecho, evitan
relaciones cien por cien nuevas y prefieren conocer a sus
futuras parejas a través de amigos.

Tal y como explica Philippe Turchet en El lenguaje de la seducción,5


seducir a alguien signi ca «llegar a él», pero solo llegamos a los seres con los
que «nos sentimos bien». Estas palabras tan sencillas esconden un mundo si
se tiene en cuenta la realidad, primero personal, y a continuación, cultural.
Saber llegar no siempre es un factor cien por cien controlable por parte del
emisor. Es importante que quien quiere seducir sea capaz de manifestarlo
correctamente –apoyando su discurso con los gestos de seducción que
abordaremos en el próximo capítulo–, pero también depende en gran
medida de factores externos como la cultura –a veces convertida en choque
cultural– o la forma en la que se percibe el mundo, y de las emociones que
en ese momento están contaminando el mensaje.

c) LAS EMOCIONES IMPLICADAS


Según detalla Daniel Goleman, psicólogo que planteó por primera vez el
término inteligencia emocional, las emociones se contagian como un
resfriado común. Este efecto, conocido como contagio interaccional,
impregna cualquier relación que establezcamos con el otro en un fenómeno
que se produce gracias a veloces circuitos cerebrales que operan
automáticamente y sin esfuerzo. Todos nosotros captamos una serie de
estímulos, gestos y códigos de los que no somos conscientes, pero que
inevitablemente condicionan nuestras decisiones y opiniones sobre el otro y
la manera en la que actuaremos cuando estemos juntos.
Por ello, la base para controlar nuestra gestualidad y conseguir
interpretar correctamente la gestualidad del otro pasa por aprender a
observar. Y no se trata simplemente de mirar. Lo que es imprescindible es
aprender qué debemos mirar y cuándo debemos hacerlo para entender qué
se nos está diciendo. Porque un hecho es cierto: las emociones se de nen a
partir de sus constantes no verbales. De esta manera, conoceremos mejor las
emociones que están implicadas, tanto en mí como en el otro, y nos
dejaremos in uir conscientemente por ellas.
Lo curioso de las reacciones que se generan a partir de las emociones es
que nos ayudan a esconder las mismas emociones.
Es un mecanismo curioso: si quiero demostrar interés en una persona,
primero capto su atención y luego la ignoro gestualmente para darle la
oportunidad de buscarme. Es un juego de estrategia. Cuando la emoción
queda subyacente –cuando escondo el ¡me interesas!–, mi cuerpo se expresa
de forma no verbal transmitiendo señales inequívocas a la otra persona.
Según la sinergología, disciplina dedicada a estudiar cientí camente el
lenguaje no verbal, la emoción es un movimiento que provoca un
determinado gesto. Como no hay un acuerdo cientí co en relación a la
clasi cación de las emociones, esta corriente inaugurada por Philippe
Turchet habla de seis «estados corporales» agrupados en tres grupos
emocionales:
• Un estado hipertónico y un estado hipotónico. El primero se
relaciona con rigidez corporal como consecuencia de la vivencia de
emociones que tensionan: rabia, ira, estrés, fobias... La hipotonía
tiene que ver con la relajación inconsciente de los músculos en
estados de tranquilidad emocional.
• Un estado de valencia positiva y uno de valencia negativa. La
primera es el atractivo intrínseco de un evento, objeto o situación
que hace que sea capaz de desencadenar un conjunto de emociones
agradables –alegría, felicidad, euforia, optimismo...–. La segunda de
las valencias se re ere a la aversión intrínseca de ese evento u objeto
externo, lo que desencadena una corriente de emociones percibidas
como negativas –tristeza, desesperanza, angustia...–.
• Un estado que guarda para sí y otro que vierte sobre otro.
Corresponde al comportamiento natural humano en relación a las
emociones, in uenciado siempre por cuestiones culturales, de
personalidad, momento vital, etcétera. Se resume en una situación
más que habitual: me siento de una manera; sin embargo, digo/
explico/demuestro que me siento de otra. Cuando mi sentir interior
se corresponde con la imagen que doy a los otros, se habla de estado
de transparencia emocional.
A la vista de la complejidad de las emociones, para la sinergología,
comprender a un ser humano es mirarle en su globalidad evitando quedarse
en los detalles de su actitud, ya que estos desvían la intencionalidad real del
mensaje. Mirar al otro así, en el caso de las emociones, es una propuesta más
que acertada, ya que no se puede ignorar el todo de su intencionalidad.
Para ello, esta disciplina propone tres áreas de atención para comprender
la verdad de las emociones de todo ser humano atendiendo a su lenguaje no
verbal. Se las conoce como miradas sinergológicas, y corresponden a:

La estatua
Es el primer punto de análisis de la sinergología. Se trata de realizar la
lectura global de todo el cuerpo prestando atención a ciertos puntos que son
capaces de desvelar sentimientos y emociones más íntimas de manera más
clara y precisa. La estatua está formada por ocho segmentos, los cuales se
tratarán con más detalle en el tercer capítulo:

1. Cabeza y cuello. Es el segmento que de ne la comunicación con uno


mismo y con los otros según los movimientos de los ejes de la cabeza
que intervengan. El nivel de rigidez de esta zona, mayor o menor, es un
síntoma de las ganas de control del entorno. A más rígido, mayor
necesidad de control.
2. Hombros y torso. Turchet de ne el torso como lo que somos, la
representación de nuestro ego. Es un vínculo que se establece en la
primera infancia y nace de manera innata. Cuando decimos «yo» e
indicamos el centro del pecho. Es la máxima expresión no verbal del
lugar que ocupamos en el mundo.
3. Abdomen. Tiene que ver con la voluntad y el deseo de expansión. Su
protagonismo visual respecto al global del cuerpo muestra si se trata de
una personalidad más rme o, por el contrario, más inhibida. Se asocia,
culturalmente, a la capacidad de posesiones materiales.
4. Pelvis e ingles. Espejo de la relación con la sexualidad. La proyección
hacia adelante o hacia atrás re eja la libertad de avanzar o cierta
aprensión o di cultad para proyectarnos en el espacio.
5. Brazo izquierdo.
6. Brazo derecho.
Segmentos que muestran los vínculos afectivos que deseamos y tenemos
con los demás. El brazo derecho es el control, el izquierdo la apertura de
las emociones, y los movimiento retroactivos indican el estado de la
relación con uno mismo. Las manos y las muñecas tienen movimientos
altamente especí cos, por lo que se las considera un subsegmento.
7. Pierna izquierda.
8. Pierna derecha.
Relación con el espacio, con los otros. El muslo representa la fuerza, y el
gemelo, el dinamismo. Los bucles de retroacción indican la apertura o
cierre frente a los demás.

La actitud interior
Se re eja a través del tono corporal. Mientras las emociones se leen
sobre ciertas partes más especí cas del cuerpo –sobre todo, en el gran
abanico de movimientos inconscientes que realizan las manos y los pies–, la
actitud general se mide en función de la prestancia de la estatua. Para la
sinergología, esta actitud interior sale fuera de nosotros a través de gestos,
que son la manera en la que las emociones hablan. La sinergología distingue
tres tipos de gestos: conscientes, no conscientes y semiconscientes. Los
últimos son los que más interesan al enfoque sinergológico. Para estudiarlos,
los divide a su vez en cuatro categorías: gurativos, proyectivos, simbólicos y
de engrama.

Micromovimientos
Son gestos de autocontacto, rápidos e impulsivos, y se leen de manera
muy especí ca. Es necesario analizarlos dentro del contexto global de
comunicación –de la estatua–, y en ellos se distinguen dos formas
diferenciadas: las microactitudes –compuestas por micropicores,
micro jaciones y microcaricias– y las microrreacciones, movimientos
rápidos e involuntarios que se producen sin las manos –pupilas, brazos,
piernas, hombros–.
Bajo esta perspectiva de estudio, no cabe duda de que las emociones
hablan a través de nuestros gestos. Por este motivo, es imprescindible estar
atentos a cómo nos habla el cuerpo del otro para descifrar sus emociones
durante el juego del amor: mirar su todo global –la estatua, que
analizaremos en el siguiente capítulo–, analizar cuál es su actitud interior y
descifrar lo que nos están contando sus múltiples micromovimientos.
Las emociones son torbellinos que no siempre queremos hacer patente
delante de los otros, pero, sin nosotros poder evitarlo, nos hacen actuar de
determinada manera o presentarnos ante los otros con cierto aire y actitud
que determinan el éxito o fracaso de nuestro proceso comunicativo.
Conocer la manera en la que esas emociones emergen es un recurso
altamente útil para con rmar si la seducción se está produciendo, o bien, si
se trata solo de una idea unidireccional que debe ser reconducida o
desestimada.
 
____________________
4. Verderber, K.; Sellnow, D., y Verderber, R., ¡Comunícate! Cengage Learning, México, 2015.
5. Turchet, P., El lenguaje de la seducción. Editorial Amat, Barcelona, 2010.
LO QUE EL CUERPO
DICE DURANTE EL JUEGO
DEL AMOR
 
 
 
La capacidad de seducir al otro es un arte innato que tenemos altamente
desarrollado cuando somos niños. De hecho, se dice que los hombres y las
mujeres más seductores son aquellos capaces de actuar como cuando eran
infantes: son naturales ante el otro, están abiertos a interpretar sus gestos y
son inequívocos expresando aquello que quieren y demandan. Sin palabras,
saben hacer llegar su mensaje con rmeza, pero con encanto, consiguiendo
embelesar al otro.
Cuando buscamos pareja, hablamos de la cabeza a los pies sin siquiera
proponérnoslo. Nuestro cuerpo despliega la amplia gama de elementos
paralingüísticos, proxémicos y kinésicos con los que cuenta para apoyar
nuestras intenciones. Es nuestro ser más animal, un baile de cortejo, de
interés y desinterés, que se sucede de manera espontánea. A veces acaba en
éxito, y muchas veces, en un rotundo fracaso.
Sin embargo, a diferencia de los animales que se comportan teniendo
como único motor el instinto, nuestro cerebro está muy bien equipado para
leer las emociones de nuestros interlocutores. Percibe imágenes cuya
duración de proyección varía entre las 10 y las 50 milésimas de segundo,
¡apenas! Las personas a las que se les proyectan estas imágenes las graban
inconscientemente y se con rma que las imágenes memorizadas in uyen en
la percepción de la comunicación que se produce de manera posterior a
ellas. Es decir, las leen, las interpretan y, a través de ellas, alcanzan un nivel
de comprensión de las situaciones o los discursos del otro.
La pequeña gran diferencia entre saber leer los gestos del otro y
simplemente leerlos de manera automatizada e inconsciente radica en que,
al saber leerlos, tomamos conciencia de las implicaciones que cada
movimiento y postura tiene en función de nuestras expectativas e
intenciones. No se trata de estar haciendo un examen constante al otro
porque nos desviamos de nuestro objetivo fundamental –que es
enamorarnos, no analizarlo–. Mucho menos el objetivo es restar
espontaneidad a nuestro actuar y movernos como robots, con posturas y
gestos estudiados y mecánicos. Se trata, simplemente, de poder tener un
valiosísimo recurso, la interpretación del lenguaje no verbal, como aliado a
la hora de buscar pareja.

UNA HERRAMIENTA, NO UN
CONDICIONANTE
Este libro y la información que contiene solo es útil si seguimos tres
sencillas reglas:
1. No juzgo al otro. Descubrir qué significa el amplio abanico de gestos
y movimientos que hace el otro, de la cabeza a los pies, solo es útil si
soy capaz de no juzgarle. No estamos hablando de moverse o
gesticular de manera correcta o incorrecta. Se trata de escuchar sus
movimientos.
2. No dejo de ser yo. Conozco el significado de mis posturas y mis
movimientos, los controlo en favor de mis intereses, pero no los
fuerzo hacia un terreno ajeno a mi personalidad. No quiero parecer
aquello que realmente no soy.
3. Disfruto del momento. No se trata de enfrentarse al otro como si de
un examen se tratase. No debemos olvidar que el objetivo de
descubrir el rico universo no verbal es encontrarse con el otro en el
grado que yo haya decidido: seducir, enamorarse, encontrar pareja
fugaz, estable... Si no vivo el aquí y ahora, me mostraré como ausente,
y el otro desestimará la oportunidad de estar conmigo.

Ya lo decía Philippe Turchet: «La seducción depende de pequeños


detalles que, sobre todo, no hay que intentar aprender de memoria para
poderlos utilizar a la carta, porque, en ese caso, la comunicación sería
arti cial. La espontaneidad es una de las bazas principales de las personas
seductoras».
Según este investigador, la espontaneidad que tenemos siendo niños se
diluye hacia los 8-9 años, cuando tomamos conciencia de la importancia de
los otros y del grupo social. «De esta toma de conciencia de la visión social
nace la brecha importante entre los que saben ser ellos mismos frente a los
demás y los que intentan conformarse con lo que los demás esperan de ellos.
Los primeros no temen ser débiles, ahí radica su fuerza. Los segundos
siempre intentan ser fuertes, es su verdadero punto débil», explica con tanta
razón el autor.
Sin embargo, Turchet nos recuerda que en los momentos en los que
intentamos gustar, por desgracia (o por suerte), no podemos intervenir
voluntariamente para modi car las imágenes subliminales que producimos,
porque no podemos ejercer ningún control voluntario en algunos músculos.
Hablamos con el cuerpo sin querer hacerlo, sin poder controlar el cien por
cien de nuestro discurso.
Nuestro interlocutor espera de nosotros sinceridad. Debemos generar
un clima de con anza mutua que le permita mostrarse tal cual ante
nosotros, consiguiendo llegar a su interior y abriéndole nuestro interior para
que pueda descubrirnos. Es un acto de generosidad mutuo basado en la
honestidad. Si simulo ser quien no soy, no conseguirá conectar con mi yo
más íntimo y, por tanto, la historia está condenada a acabar antes de su
comienzo.
Lo curioso de este juego es que, cuando nos seducimos mutuamente,
nuestra actitud corporal se armoniza con el otro. Tiene que ver con ese
efecto espejo del amor, el momento de conexión que se hace patente cuando
comenzamos a actuar de manera sincrónica con el otro, en un baile del cual
jamás hemos aprendido la coreografía pero que sabemos ejecutar a la
perfección: el otro se mueve, y nosotros le seguimos de manera inmediata y
natural.
1

LA CABEZA

El eje de la cabeza es uno de los movimientos que son prácticamente


imposibles de controlar de manera consciente. Según los estudios de
Turchet, la inclinación que hacemos con esta parte de nuestro cuerpo es otro
medio inconsciente de mostrar que no intentamos dominar el intercambio.
Es una posición que produce calma mutua y que es totalmente innata: desde
que nacemos la inclinación lateral de la cabeza de nuestros padres nos
transmite tranquilidad, y a partir de una edad tan temprana como los 14
meses adoptamos esta actitud cuando estamos de acuerdo con nuestro
interlocutor, pero no somos conscientes de que lo hacemos.
Pero vamos al inicio. Los ejes de la cabeza son claros en relación a
movimientos y signi cados. Movemos nuestra cabeza en tres ejes, que están
directamente conectados con los sentimientos que los generan:
Eje 1 – Sagital

Eje 2 – Lateral

Eje 3 – Rotativo
Eje sagital. Es el del sí. Se re ere al movimiento vertical que es más
• dramático cuanto más en sus extremos se encuentre (mentón arriba,
mentón abajo).
- Eje sagital superior. La cabeza se echa hacia atrás, elevando la
barbilla. Sentimiento de superioridad, orgullo, prepotencia, altivez, o
miedo disfrazado o transformado en agresividad ante el otro.
- Eje sagital normal. Situación más frecuente, posición de normalidad.
- Eje sagital inferior. Cuando la cabeza está con el mentón pegado al
torso, se transmiten nuestros temores. Indica sentimiento de
inferioridad, timidez, vergüenza, miedo o sumisión al otro.
• Eje lateral. Corresponde al movimiento de ladear la cabeza hacia la
derecha o izquierda, acercándola al hombro. Es el eje de intercambio con
el otro. Cuando hablamos inclinados a la izquierda, expresamos dulzura,
e inclinados ligeramente a la derecha, expresamos rigidez.
- Eje lateral derecho. Si la cabeza se inclina hacia la derecha es muestra
de una actitud agresiva con el interlocutor. El receptor está vigilante,
con descon anza, queriendo controlar la situación y con alto interés
en la conversación.
- Eje lateral neutro. Es una posición de expectativa; se acaba siempre
decantando por un lado o por el otro, pero en sí no indica nada
particular.
- Eje lateral izquierdo. Con la cabeza apoyada o cercana al hombro
izquierdo. Es una posición altamente emocional, espontánea, que
comunica con anza en el otro, total entrega y abandono.
Eje lateral izquierdo Un gesto de dulzura

Eje lateral derecho Una actitud seca

Turchet explica que, en términos generales, los hombres inclinan menos


la cabeza que las mujeres, porque la inclinación no es precisamente un signo
de autoridad. Sin embargo, es esta inclinación de la cabeza la que marca la
diferencia entre una persona rígida, que se esconde detrás de su autoridad, y
una persona sencilla y directa. Una sencilla inclinación de la cabeza expresa
la capacidad de soltarse, de querer conectar con el otro.
• Eje rotativo. Es el que utilizamos para decir no. Se trata del movimiento
que se hace de izquierda a derecha, o viceversa, manteniendo la altura
del mentón estable. Al realizarlo, perdemos la posición de simetría
respecto al otro: siempre parece que un ojo está más adelantado que el
otro. Es el eje que más trabajo cuesta ver, por espontáneo.
- Eje rotativo derecho. Deja ver mayormente el ojo y la oreja derecha,
para lo cual la cabeza se gira a la izquierda. Corresponde al
sentimiento de vigilancia. Es una posición de control y de marcar
distancia con el interlocutor y con todo aquello que no nos gusta.
Cuando estamos en estado de vigilancia, nuestra mirada está muy
centrada y nuestra visión periférica se reduce ampliamente.
- Eje rotativo frontal. Es el que consideramos como habitual, normal,
sin embargo es el que escasamente se da. Prácticamente nunca
estamos centrados en relación a nuestro interlocutor.
- Eje rotativo izquierdo. Deja ver el ojo y la oreja izquierda; la cabeza se
gira a la derecha. Tiene que ver con un sentimiento de escucha más
calurosa, con una sensación de bienestar, seducción, y cuando nos
gusta lo que estamos percibiendo. En esta posición nos abrimos. Se
activa nuestra visión periférica y de nuevo tenemos acceso a recursos
subliminales.

Eje rotativo derecho


Eje rotativo frontal

Eje rotativo izquierdo

SI QUEREMOS CONECTAR CON EL


OTRO...
Ladearemos nuestra cabeza hacia el hombro izquierdo como gesto
de empatía y atención máxima. Si el otro responde, inconscientemente,
con el mismo gesto, habremos conectado irremediablemente.
La barbilla ha de permanecer en una posición neutra, no la alzaremos
excesivamente para no parecer altivos y amenazadores; no la bajaremos
demasiado porque nos hará parecer poco decididos.
Haremos más visibles el ojo y la oreja derecha. Nunca nos situaremos
de frente porque es símbolo de desafío.
a) LOS OJOS Y LA MIRADA
La mirada es uno de los elementos primordiales en la interacción de los
seres humanos. Según Turchet, la observación de la mirada del otro permite
responder a dos preguntas clave: ¿es esta persona sincera conmigo?, ¿me
desea esta persona?
Lo cierto es que la forma en la que se produce la mirada, que tiene
directa relación con la actividad siológica inconsciente del ojo, nos explica
qué está pasando en el otro respecto a nuestro discurso. Un ejemplo
detallado por Turchet: «Contrariamente a lo que piensan muchas personas,
el parpadeo no sirve principalmente para lubri car el ojo. Nos permite ir a
buscar información al mundo exterior para hacer que entre en nuestro
cerebro. Gracias a los movimientos de los párpados, llevamos la información
externa a distintas partes del cerebro para retenerlas y clasi carlas. Más
concretamente, es como si al parpadear pulsáramos la tecla Intro de un
ordenador: grabamos la imagen, el olor o el sonido percibidos».
Así, si cuando estamos hablando con alguien vemos que deja de
parpadear, es síntoma inequívoco de que nos ha dejado de escuchar: no está
en ese momento procesando nuestro discurso, sino que está en pleno
diálogo interior. No pestañea porque no necesita procesar nada desde el
mundo exterior. Los seres humanos parpadeamos más de 14.000 veces al
día; una media de unas 17 veces por minuto, ratio que desciende en
momentos de mayor atención, donde solemos parpadear más rápido.
Joseph Le Doux1 ha demostrado que cuando sentimos toda la
importancia del momento presente, el córtex envía a la amígdala la señal de
retener ese momento para que podamos recordarlo con más precisión.
Parpadeamos con fuerza y durante mucho tiempo para no olvidar nada,
para tener la sensación de guardar en nuestro interior ese instante precioso.
En de nitiva, los parpadeos repetidos nos indican que nuestro
interlocutor está muy presente en el intercambio y que sigue atentamente lo
que le decimos. En la misma línea, si su parpadeo es pronunciado, nos
transmitirá emoción hacia nuestra persona y nuestro discurso. Con ese
simple gesto, nos con rma que hemos conseguido conectar.

La mirada
Para la sinergología la mirada puede ser de dos maneras: social y de
intercambio. Esta clasi cación tiene que ver de manera directa con el
alejamiento/acercamiento de la mirada y su objetivo directo en cada una de
las posiciones. Desde lejos y a falta de palabras, las miradas favorecen el
intercambio comunicativo. Cuando me acerco, el lenguaje toma la delantera
y la mirada se convierte en un recurso social.
Sin entrar aún en el ámbito del amor, según el investigador del lenguaje
interpersonal Mark L. Knapp, la mirada es un recurso imprescindible para
comprender el mundo. Miramos porque necesitamos interpretar lo que nos
rodea. Así, el hombre y la mujer, en su papel de observadores e cientes,
miran básicamente para:
1. Indagar acerca del otro (edad, sexo, posición o estatus, relación mutua).
2. Descubrir datos relativos al ambiente donde tiene lugar la interacción.
3. Investigar sobre nes de la interacción (objetivos ocultos, objetivos
compartidos).
4. Buscar indicios acerca de la cultura social (quién hace qué y con quién,
con qué intensidad, con qué resultado...).
5. Indagar sobre la frecuencia y duración de tales conductas (cuándo
ocurre, cuánto dura, se repite o no...).
A través de este sencillo check social somos capaces de entender lo que
nos rodea en un instante preciso. Sin embargo, la percepción de un mismo
hecho varía entre las personas. Entonces, ¿cómo se ejerce la mirada
e ciente? Siendo conscientes de los factores que, inevitablemente, desvían
nuestra mirada:
1. Miramos siempre con estereotipos. Por curioso que parezca, un
hombre de baja estatura nos parecerá siempre poco romántico, un
anciano será inactivo, una persona bien vestida poco accesible...
2. Solemos proyectar nuestras propias cualidades en el objeto de
nuestra atención. Buscamos a alguien como nosotros, por lo que
vemos en él todo lo que nos gusta de nosotros. Asimismo, en el
extremo contrario, hay momentos en la vida que nos queremos
diferenciar («yo no soy como ellos») y conseguimos mirar
localizando esas diferencias.
3. Tenemos percepción selectiva. Si observamos algo que contradice
nuestras creencias, lo trabajamos mentalmente para justi carlo. Por
ejemplo: si vemos que una madre pega a su hijo, pensamos
inmediatamente lo fácil que es que un niño te saque de tus casillas y
te lleve al límite. En este caso, justi camos su actuar a través de la
excepción. Las observaciones que contradicen nuestras creencias son
a menudo manipuladas para poder digerirlas.
4. La familiaridad crea ruido observacional. La cercanía emocional al
otro in uye en las percepciones que tenemos de él o ella. Es posible
que atribuyamos conductas percibidas de un modo más positivo a
nuestros amigos y conductas percibidas de un modo más negativo a
las compulsiones del medio.
5. Tendemos a creer que nuestras inferencias son nuestras
observaciones. Creemos que hemos observado algo, cuando en
realidad, lo que estamos haciendo es presuponer determinada
conducta a partir de la información que previamente teníamos de
ella.
Según Kanpp, los buenos observadores deberán familiarizarse con las
posibles fuentes de distorsión de la observación y tendrán que adaptarse
consecuentemente a ellas para desvelar lo que realmente nos explica el otro
cuando le miramos.
En el caso de la mirada del amor, dependerá de nuestro objetivo. ¿Para
qué miramos? ¿Para encontrar pareja? ¿Para con rmar que somos
atractivos? ¿Para entender lo que hay a nuestro alrededor? ¿Para descubrir
mejor a alguien en especial? ¿Para probar sensaciones pero no avanzar? De
eso dependerá la intensidad de nuestra mirada: sostenida en el caso de que
queramos hacer explícito nuestro interés por el otro; fugaz si queremos
chequear que cumple con nuestras expectativas –espiarlo sin que se dé
cuenta para entender si encaja con aquello que buscamos–; dulce si
queremos conectar desde el sentimiento –«te estoy escuchando», «te estoy
entendiendo»–; reprobadora si queremos desconectar del otro –«no me
interesa», «no te buscaba»–, indiferente si estamos más concentrados en
nosotros mismos que en el exterior en ese momento.

Los ojos
Son quizás la parte de nuestro cuerpo sobre la que menos control
podemos ejercer y la que más habla de nuestros sentimientos. Los ojos
tienen dos vidas paralelas. Por una parte, obedientemente se dirigen hacia
donde nos interesa mirar. Por otra, actúan a su libre albedrío de manera
muy precisa, consiguiendo desvelar nuestro sentir más profundo.
Porque si hay una característica peculiar de los ojos es que sus
movimientos tienen una interpretación contundente. Según como se
mueven, sabemos qué está pasando por la mente del otro. Quizás lo más
difícil es reconocer ese movimiento, un micromovimiento fugaz que
demanda estar entrenado en su identi cación.
Para entender si provocamos deseo en la otra persona, el ojo es un buen
termómetro de ese sentimiento. Según Philippe Turchet, el deseo se detecta
claramente en os ojos de tres maneras:
• En el interior del ojo. Las pupilas dilatadas nos hacen percibir el deseo
que siente alguien por nosotros. Pero aún más increíble: nuestras pupilas
se dilatan más cuando miramos a una persona cuyas pupilas están
dilatadas. El deseo del otro despierta nuestro deseo. Conectamos con él
o ella respondiéndole inconscientemente con la misma apertura.
• En la zona que rodea el ojo. Se distinguen diversas aperturas del ojo y
de la ceja según la zona del cerebro que intervenga en la recepción del
mensaje. En 1970, Eibl-Eibesfeldt descubrió que cuando los seres
humanos, hombres o mujeres, entran en contacto, levantan las cejas en
el momento en el que se sienten atraídos. En aquel entonces, demostró
que ese re ejo inconsciente era universal. De la misma manera, cuando
nos emocionamos, abrimos los ojos.
• En la mirada. Cuando nace el deseo, en general nuestra mirada se sitúa
rápidamente en la boca. La boca es una zona privilegiada porque se
considera particularmente erótica. Si miramos a alguien, le mostramos
que nos interesa. Si lanzamos pequeñas miradas de forma inconsciente y
espontánea a su boca, nos acercamos de manera inevitable al otro.
Por ejemplo, cuando no le gustamos a alguien, a menudo esta persona
realiza la típica mirada inquisidora, de cuestionamiento. Esa posición se
consigue hundiendo el párpado inferior y dejando descubierto el blanco del
ojo. En cambio, cuando gustamos, el otro abre su mirada –párpados, ojos,
pupilas–, y con este gesto entramos en armonía, nos sentimos acogidos.
Pero además de la apertura del ojo, debemos prestar atención a los
movimientos que este hace, ya que nos dan un mensaje inequívoco en
relación a lo que sentimos. Se trata de un acto re ejo –mover los ojos de
arriba abajo, de manera lateral o diagonal– que dura tan solo milésimas de
segundo.
Las áreas oculares, es decir, las zonas hacia donde miramos (superior,
inferior, derecha, izquierda), están relacionadas con distintas áreas del
cerebro que se encargan de procesar distintos tipos de información. Y este
procesamiento viene determinado por un factor cultural: la manera en la
que leemos y escribimos, que en el caso de Occidente, es de izquierda a
derecha.
La primera regla que hay que conocer: cuando nos centramos en
nosotros mismos, los ojos se dirigen hacia abajo (mirada interior o
emocional); en cambio, cuando buscamos información que no tiene unión
con nuestros sentimientos, los ojos se dirigen hacia arriba (mirada
cognitiva). Si lo analizamos en primera persona (desde el punto de vista de
quien mueve los ojos), existen los siguientes cuadrantes de mirada:
• Mirada directa. Un contacto visual sin rodeos es muestra del interés
del otro por nuestra persona. Eso sí, no siempre tiene un
componente de deseo, sino que tiene que ver con el interés. Puede
ocurrir también que, si es una mirada sostenida, tenga afán
intimidatorio. Por el contrario, si son miradas fugaces, generalmente
hablan de vergüenza o poca seguridad de quien las hace.

Interesándome/Desafiando

• Izquierda superior. Cuando miramos hacia nuestra izquierda, lo


que estamos haciendo a nivel cerebral es buscar en nuestros
recuerdos. Nos queremos poner en contacto con una experiencia ya
vivida para explicarla, o bien, para interpretar el presente. Si la
mirada, además de ser hacia la izquierda, es en dirección al
cuadrante superior, lo que estoy buscando es un recuerdo visual.
Teniendo un recuerdo visual

• Derecha superior. Si movemos los ojos hacia la derecha, estamos


realizando una construcción de hechos futuros. Estoy estructurando
algo no vivido, que debe crearse. Si miro hacia la derecha superior, lo
que hago es construir una imagen visual no experimentada.

Construyendo una imagen visual

• Izquierda inferior. Es la típica mirada de diálogo interno. Hablo


conmigo mismo para procesar la respuesta al estímulo interno. Esta
conversación puede darse de diferentes maneras: recordamos una
conversación, simulamos qué diremos ante tal situación...

Conversando conmigo
• Derecha inferior. Quien mira hacia abajo y hacia el anco derecho
está pensando en algo que remueve sus sentimientos en ese mismo
momento, un pensamiento capaz de generar un estado emocional
muy vívido (si pienso en algo triste, me entristezco). Lo mismo
ocurre al intentar recordar olores, sabores y sensaciones.

Viviendo un sentimiento

En el caso de las personas zurdas, los sentidos de las miradas son


justamente los contrarios de los que aquí se proponen, ya que su cerebro
procesa de manera diferente los recuerdos y las expectativas de futuro.
Pese a que tenemos los cuadrantes a nuestra disposición, las personas
solemos decantarnos más por un área que por otra. Si cuando hablo mi
costumbre es mirar para abajo, seguramente es porque soy una persona
emocional, que para comunicarme necesito conectar con mis sentimientos,
Si, en cambio, una persona suele utilizar el campo medio, es probable
que se maneje mejor mediante la palabra, por lo que convendría dirigirnos a
esa persona desde lo intelectual, con argumentos claros y un lenguaje uido,
si queremos mejorar la relación con ella.
Pero, ¿para qué sirve ser experto en miradas en el caso de la seducción?
Diversos son los usos y ya ahondaremos más en el siguiente capítulo, pero
conocer qué implica dirigir los ojos a cada uno de los cuadrantes puede
ayudar a entender si el otro es sincero conmigo (si le pregunto «¿has estado
en Vietnam?» y me contesta «sí», pero mirando hacia la derecha, puedo
inferir que está construyendo un recuerdo que nunca ha tenido, y no
recuperándolo).
Este ejemplo tan burdo es la muestra del poder de la mirada. Habla de
mí y de lo que sucede conmigo en cada momento, por lo que nos obliga a
mostrarnos transparentes ante el otro, o bien, asumir los riesgos que
signi ca construir un personaje que no soy.
Numerosos análisis neurocientí cos han comprobado que al cruzar la
mirada con otra persona, si el otro nos mira, se activan zonas del cerebro
relacionadas con la recompensa, consiguiendo generar un vínculo.

SI QUEREMOS CONECTAR CON EL


OTRO...
Cuando la posición de la cabeza coincide con la dirección de la
mirada, somos más dulces y más sinceros. Cuando estamos incómodos
nuestra posición carece de armonía, lo que genera desconfianza en el
otro.
La simetría de la cara es un signo de interés en el otro. Cuando no
queremos desvelar nuestras emociones, nuestra cara es asimétrica.
Cuando damos vía libre a nuestras emociones, nuestra cara pasa a ser
simétrica y más abierta.
Sin ser invasivos, miramos directamente. Invirtamos tiempo en
encontrarnos con las pupilas del otro. No se trata de ser insistentes, sino
de mantener la mirada el suficiente tiempo como para dejar patente
nuestro interés. Una vez conseguido el objetivo, no mintamos. Nuestros
ojos dirán exactamente cómo somos, por lo que es conveniente no tratar
de engañar. Basta con ser sincero para que nuestros ojos apoyen nuestro
discurso.

b) LA BOCA Y LOS LABIOS


Pese a que no pueden competir en expresividad con los ojos, la boca y
los labios pueden comunicar más allá de las palabras que por ellos salen al
exterior. La forma en la que se tensan, destensan, abren o cierran habla
generalmente de deseos. Es una zona altamente sensible, por lo que permite
conectar con nuestros sentimientos mucho más allá de la oralidad. En ellos
se re ejan nuestras emociones más intensas –rabia, deseo, sorpresa...– de
manera delicada, porque no suelen captar la máxima atención en el proceso
comunicativo, aunque la intencionalidad es decididamente clara.
Los labios de la mujer y del hombre no se diferencian en la forma que
tienen de comunicar. La única diferencia es que la mujer ha desarrollado
más el lenguaje no verbal de esta zona del cuerpo de manera inconsciente,
llegando a ser un elemento primordial del juego de la seducción. El
investigador Desmond Morris sostenía que los labios de la cara son el re ejo
de los labios de la vulva femenina, a rmación que expertos como Turchet
han matizado: no hay conexión directa, pero sí son un elemento
imprescindible para la atracción del otro.
Una muestra de ello es el uso que de los labios hace la publicidad: en
todos aquellos anuncios aspiracionales, los que persiguen el consumo a
través de la promesa de cumplir un deseo, los labios ocupan un lugar
primordial.
Cuando los labios entran en interacción con los dientes, puede ser por
dos sentimientos diametralmente opuestos: si me muerdo el labio inferior
con los dientes superiores, lo que estoy es expresando deseo carnal; una
atracción sexual intensa que se representa de manera contenida pero clara.
Si por el contrario lo que hago es morderme el labio superior con los dientes
inferiores, lo que estoy haciendo es entrar en una re exión profunda,
momento que seguramente se verá apoyado por el movimiento de los ojos
(con los ojos hacia abajo si es re exión emocional; con los ojos hacia arriba
si se trata de una re exión en búsqueda de información).
Cuando los dientes muerden el labio inferior, expresan deseo carnal.
Cuando muerden el labio superior, demuestran un momento de re exión
interna.
Cuando los labios entran en interacción con la lengua,
principalmente, se debe a dos tipos de pulsiones. Por una parte está el lamer
sexual: ese movimiento donde la lengua comienza en una esquina de la
boca, lamiendo la parte superior del labio y luego el inferior, en una acción
lenta y sensual que tiene como objetivo enfatizar el color y la jugosidad de
los labios. Es un paso decididamente valiente en el momento de la
seducción: no deja lugar a dudas en relación a las intenciones respecto al
otro.
También se pueden lamer los labios como señal de nerviosismo. Si se
hace de manera rápida, sin una clara lógica de zonas –se saca levemente la
lengua por una parte de la boca, se entra, luego aparece por otra, y
nuevamente el mismo movimiento, se detiene, vuelve a repetirse pero esta
vez en contacto con otra zona de los labios...–, en este caso el objetivo es
claro: liberar algo de tensión en una situación de manera absolutamente
inconsciente.

Dientes que muerden el labio inferior: deseo carnal.


Dientes que muerden el labio superior: reflexión interna.
Lengua que moja los labios de manera sensual: atracción sexual.
Lengua que asoma por los labios: expresión de nerviosismo.
Labios con los morros hacia delante: reafirmación negativa/positiva
del discurso.
Labios cerrados de manera tensa: expresión de contención.

Cuando movemos los labios de manera pronunciada, exageramos su


movimiento, lo que estamos haciendo es enfatizar determinado discurso a
través de ellos: fruncimos los labios hacia delante para reforzar un sí o un no
cuando estamos hablando con alguien. De la misma manera, cerrar los
labios con fuerza es una forma de mantener el control sobre uno mismo: los
fuerzo para no decir aquello que, si fuese expresado, seguramente
desestabilizaría la situación.
La comisura de los labios también habla de lo que estamos sintiendo en
ese momento. Cuando la movemos hacia la izquierda o hacia la derecha –de
manera independiente, hacia una lado, o combinando ambos movimientos–
lo que hacemos es expresar duda. Si lo que hacemos es tensar las comisuras
de los labios hacia atrás, de manera perfectamente horizontal, se produce
una sonrisa falsa que está directamente relacionada con la ironía.
Cuando la boca está ligeramente girada hacia arriba, es muy probable
que tenga que ver con que la persona se siente feliz u optimista. Por otro
lado, una boca ligeramente decaída puede ser un indicador de tristeza,
desaprobación o incluso una mueca de asco si se acompaña con un labio
inferior caído. Cuando los labios se hacen más sutiles tendiendo a
desaparecer y las comisuras se tuercen hacia abajo, las emociones y la
con anza de la persona están en el punto más bajo, mientras que la
inquietud, la tensión y las preocupaciones se encuentran en un momento
álgido.

Comisura de los labios hacia arriba: sentimiento general de alegría.


Comisura de los labios hacia abajo: sentimiento general de tristeza
o asco.
Comisura de labios hacia la derecha o izquierda: sentimiento de
duda.
Comisura de los labios tensadas hacia atrás: expresión de ironía.

La boca también puede entrar en contacto con una parte clave de


nuestro cuerpo: las manos. Si apoyamos los dedos en las comisuras de los
labios, estamos inmersos en una autoevaluación negativa, un ejercicio que
consiste en repasar aquello que hemos hecho y dicho, revivirlo y no
aprobarlo. Menos sutil y más generalizado es el típico movimiento de
taparse la boca, que de entrada está considerado como un símbolo de
contención –callar algo, no explicarlo–; sin embargo, es un gesto mucho más
complejo.
Si es el oyente quien se tapa la boca con la mano derecha, lo que está
haciendo es un análisis de lo que está escuchando. Si por el contrario lo hace
con la mano izquierda, tiene que ver con un sesgo emocional, una reacción
emotiva –positiva o negativa– en relación a aquello que se está viviendo o
escuchando.
Sentimiento de dudas

Si lo hace el hablante: contención (mano derecha) o mentira (mano izquierda). Si lo hace el que
escucha: análisis (mano derecha) o respuesta emocional (mano izquierda)

En el caso del hablante, utilizar la mano derecha mientras se está en


medio de un discurso se relaciona con el mecanismo automático y en
tiempo real de medir las consecuencias de aquello que se está diciendo. En
cambio, si quien está en medio de un discurso utiliza su mano izquierda
para taparse la boca, lo que está haciendo es ocultando algo que, sin
embargo, está explicando. ¿Qué quiere decir? Que lo más probable es que
nos esté mintiendo.

SI QUEREMOS CONECTAR CON EL


OTRO...
Tomamos conciencia del poder de nuestros labios. Sin importar si
somos hombre o mujer, los labios comunican más allá de la palabra,
sobre todo en relación a nuestro interés sexual. No tengamos miedo a
usarlos, pero con plena conciencia de su efecto en el otro.
No nos tapemos la boca. Nuestra cara y, en especial, nuestros
labios deben estar descubiertos al máximo para permitir al otro
descifrarnos de manera no verbal. Si nos tapamos la boca, un gesto
inconsciente pero habitual en los mentirosos, corremos el riesgo de
provocar desconfianza hacia nuestro discurso y nuestra persona.

c) LA CABEZA EN CONTACTO CON LAS MANOS


Tal y como con rma Philippe Turchet, la cara habla por sí misma, pero
nunca es tan elocuente como cuando las manos se paran en ella. «La mano
suele expresar lo que no se dice, y lo hace a través de movimientos fugaces o
rodeos amplios.»

La mano en el pelo
La mano en el pelo se asocia a un gesto más común en las mujeres que
en los hombres. Sin embargo, el hecho de que sea así no tiene que ver con
una disposición de género a este gesto, sino que cuanto más accesible y al
alcance de las manos esté el pelo, más se jugará con el. Por ello las mujeres se
lo tocan más, porque son las que tradicionalmente han llevado el pelo largo,
a diferencia de los hombres, que en la cultura occidental optan
mayoritariamente por el pelo corto. Los hombres que llevan el pelo largo se
lo tocan de la misma manera y con la misma frecuencia que lo hacen las
mujeres durante la etapa de seducción.
Cabe destacar, además, que no todos los gestos en los que intervengan la
mano y el pelo tienen que ver con gestos de seducción. Si estamos solos y
nos tocamos el pelo, obviamente no estamos seduciendo a nadie. Lo que
estamos haciendo es conectando con nosotros mismos. A través de la
textura suave del pelo (sea este liso o rizado, corto o largo), hallamos un
punto de encuentro con nosotros, una sensación agradable de nosotros para
nosotros que inconscientemente nos reconforta.
En cambio, si en una situación en la que estamos conociendo al otro nos
tocamos el pelo con la mano que no estamos habituados a utilizar (izquierda
para los diestros, derecha para los zurdos), lo más probable es que sí se trate
de un gesto de seducción –no necesariamente sexual, sino manifestando
interés–, ya que su movimiento ha de realizarse de manera más consciente y
toma más tiempo ejecutarlo: pienso que quiero hacerlo y lo hago. No es
automático.
En relación a la mano en el pelo, Turchet diferencia entre los gestos de
seducción pasiva y de seducción activa. Los primeros son movimientos
naturales en los que buscamos agradar al otro. Pasarse la mano por el pelo
desde la parte frontal de la cara hacia atrás es un gesto clásico de seducción
pasiva. Podría hacerlo con cualquier otra parte del cuerpo –acariciarme para
llevar la atención del otro hacia la zona que está tocando mi mano–, pero
socialmente no están consensuados, por lo que ni siquiera me lo planteo. En
el caso del pelo, en cambio, es un gesto natural y atractivo.
En el otro extremo, existen una serie de gestos forzados que, si no
interviniera el pelo, serían extraños de observar y darían lugar a situaciones
irreales. Son actitudes de seducción activa, una estrategia realizada a
propósito para seducir. Si tomo un mechón de pelo, lo avanzo hacia donde
está mi interlocutor y comienzo a enrollarlo haciendo el giro en dirección a
él, lo que estoy haciendo es dirigir su mirada hacia ese gesto. Lo atraigo
hacia mi mano que toca el pelo, lo invito a subir sus ojos siguiendo el
mechón de pelo que gira sinuosamente, hasta que sin darse cuenta el otro
llega a mi cara y nos encontramos en una mirada o en una sonrisa. Le invito
a venir hacia mí a través de este simple gesto con el pelo.
En este sencillo gesto, que es más fácil verlo que explicarlo, hay tres
detalles importantes: el mechón gira hacia el interlocutor; la parte de la
mano que no está ocupada por el pelo, permanece también abierta hacia él,
y el movimiento se realiza avanzado, cercano al otro, y no hacia atrás. Si no
es así –el juego con el pelo no avanza hacia el interlocutor, la mano apunta
hacia uno mismo en vez de hacia afuera, o el giro del pelo se realiza hacia
quien lo está haciendo–, no se está provocando seducción, sino que se trata
de un gesto centrado en un objeto, o bien, una manera de alejarse de la otra
persona a través de una distracción nimia que con rma el poco interés que
tenemos por el otro.

La mano y la cara
Los mensajes que nos llegan a través del contacto de las manos con la
cara tienen que ver con lo que la sinergología llama microactitudes,
movimientos fugaces en los que interviene la mano, que se realizan de
manera involuntaria e inconsciente. Pueden ser:
• Micropicores. Encierran en sí una negación o contradicción. Una
descoordinación entre nuestros movimientos y la manera en la que
actuamos, o bien, una diferencia entre lo que hacemos y cuáles son
nuestros deseos reales.
• Microfijaciones. Consisten en dejar el cuerpo inmóvil como
consecuencia de una concentración máxima o, aunque parezca
extraño, de máxima relajación.
• Microcaricias. Pueden ser autocaricias o caricias al otro, una acción
que entra directamente en la zona de intimidad. En ambos casos, su
nalidad última es conectar.
En el caso de la cara, tal y como explica Turchet, esta es una zona del
cuerpo repleta de receptores sensoriales. Es una puerta a lo que los biólogos
denominan medio interior. Cuando nos enfrentamos a otra persona, los
sentimientos y emociones que no expresamos se convierten en gestos
precisos alrededor de la cara, según explica el investigador, que aclara que
hay zonas faciales que están más relacionadas con la seducción que otras:
«La frente es una zona a la que llevamos la mano en todas las acciones
relacionadas con la re exión y, en general, será poco solicitada en las
actitudes de seducción. En cambio, existen algunas actitudes muy
interesantes alrededor del ojo porque, en esa zona, reprimimos lo que vemos
mediante una codi cación neurolingüística».
El caso de los micropicores, especí camente, es un fenómeno que tiene
tras de sí una explicación cientí ca. El micropicor se produce por la
vasodilatación de los músculos de la cara (u otras partes del cuerpo) que
nuestras emociones desean activar, pero que racionalmente contenemos
para no expresar demasiado violentamente nuestros impulsos o emociones.
Como la mayor parte de los gestos, los micropicores se complementan
con otros gestos realizados por otras partes del cuerpo (pies, brazos...),
dejando así también patente su intencionalidad. Hay micropicores
especí cos para cada momento y situación: de ira, de incomodidad, de
autoridad, de represión, de búsqueda de información en nuestro cerebro, de
duda, de espontaneidad, introversión, curiosidad, mentira... En medio de
esta in nidad de microgestos, descubrimos las microactitudes de apertura,
aquellas que se realizan con clara intencionalidad de seducción,
inconscientemente, pero abiertas hacia el otro.
Así, el micropicor de seducción se distingue, principalmente, por:
• Se realiza de manera simultánea a la apertura de otra parte del
cuerpo: generalmente la palma de la mano y el interior del puño
apunta hacia el interlocutor.
• Se acompaña de una posición de apertura de la cabeza: ladeada
hacia la izquierda, en una actitud relajada.
• La dirección en la que se rasca es desde dentro hacia fuera, en una
clara intencionalidad de abrir todo nuestro ser al otro.
Es verdad que no podemos inferir que todos los gestos de rascarse la
cara con el puño hacia fuera comporten una intencionalidad de seducción;
lo que sí es cierto es que tienen que ver con gestos de apertura, con acciones
inconscientes que realizamos cuando queremos dejar patente que nos
interesa, que abrimos todos nuestros sentidos para conectar con él o con
ella.

Si queremos conectar con el


otro...
Seamos espontáneos. Tanto los gestos del pelo con la mano como
los micropicores de la cara que se resuelven también con la mano son
gestos espontáneos que, si se intentan controlar, lo más probable es que
nos muestren ante la otra persona como poco naturales.
Estemos atentos. Como en toda la comunicación no verbal, no hay
mejor manera de entender en qué punto estamos de la búsqueda del
amor que estando atentos a los gestos de nuestro interlocutor.
 
____________________
1. Joseph Le Doux, «Emotional Memory System in the Brain», Behavioral and Brain Research,
1993.
2

LA PARTE SUPERIOR DEL CUERPO

La estatua es el concepto aportado por la sinergología para analizar al ser


humano en su conjunto. Expresa las emociones de la persona. Cuando
miramos a la otra persona de cuerpo entero, globalmente y como un todo,
entendemos cómo es en su globalidad. A partir de ahí, detenernos en
algunas partes nos permitirá desvelar características más íntimas de cada
uno.
Como explicábamos anteriormente, para la sinergología el torso se
de ne «como lo que somos». Es la representación máxima de nuestro ego.
Es un vínculo que se establece en la primera infancia y nace de manera
innata. Es la expresión no verbal del lugar que ocupamos en el mundo.
Según esta disciplina, sus movimientos quedan de nidos por lo que se
conoce como posiciones de la silla.
El tronco está unido irremediablemente al eje de los hombros: las
personas que son más rígidas en su actitud comunicativa no mueven los
hombros o prácticamente no lo hacen. En cambio, las personas que tienen
las emociones a or de piel se mueven más en general, incluyendo los
hombros. Según Turchet, cuando los hombres y las mujeres se comunican
en una situación de seducción fuerte llaman a la otra persona con el cuerpo
mediante pequeños movimientos inconscientes y muy breves con el hombro
izquierdo. Algunos de los movimientos reconocibles son:
Posiciones con el eje en una postura neutra (los dos hombros a la
misma altura):
• Cuerpo hacia delante. En este caso, los dos hombros se desplazan
hacia delante, quedando más avanzados que la zona de la cadera.
Enfatiza la voluntad de interactuar con el otro.
• Adelantar el hombro izquierdo. Si el movimiento se realiza solo con el
hombro izquierdo, existe un intento de conexión, pero débil, ya sea
por sus argumentos o por la poca con anza existente entre los
interlocutores. Por lo mismo, también es muestra de duda en el
discurso.
• Adelantar el hombro derecho. Si el hombro que se adelanta es el
derecho la persona que lo hace está segura de lo que está diciendo.
Es una posición de ataque, decidida a ocupar un espacio importante
del lugar donde está. Demuestra convencimiento en su discurso.

Hombros adelantados Intención de conectar


Hombro izquierdo adelantado Inseguridad y duda

Hombro derecho adelantado Seguridad y ataque

Posiciones con el eje inclinado (un hombro por encima del otro):
• Inclinación a la derecha. Muestra la intención del control del discurso y
la información. Es una posición racional que también tiene que ver con
cierta confusión en las ideas, las que se están procesando y
construyendo en el mismo momento en el que se está hablando.
• Inclinación a la izquierda. Tiene que ver también con el control, pero a
nivel emocional. Puede desvelar cierta timidez por parte de quien
realiza el gesto, su intencionalidad de ocultar sus verdaderas emociones.
Inclinación con el hombro a la derecha

Hombro derecho adelantado

Posiciones de retirada
• Retirar los dos hombros. Demuestra la intención de tener presencia
limitada en el discurso y en ese momento. Se reduce el protagonismo de
la persona al situar sus hombros por detrás del eje de la cadera.
• Retirada del hombro izquierdo. Es un acto re ejo de huida. Quien lo hace
lo que busca es desvincularse del momento y alejarse de las personas
con las que comparte situación.
• Retirada del hombro derecho. La intención de retirada es con el n de
analizar las ideas, y será preciso determinar con qué ojo se mira para
poder dar una lectura más precisa.

a) BRAZOS Y ANTEBRAZOS
La gestualidad refuerza el vínculo entre las personas, en especial entre
aquellas que intentan conectar en un ámbito amoroso. Su función principal
es transmitir el contenido afectivo de nuestros mensajes, facilitando a
nuestros interlocutores indicaciones precisas sobre nuestros estados
emocionales. Los brazos y los antebrazos, junto con las manos y los dedos,
son elementos imprescindibles de este rico universo gestual.
Tal y como explica Turchet, es tan potente este recurso no verbal que
cuando se habla con alguien que no tenemos a la vista –ya sea por teléfono,
ya sea por un obstáculo visual–, la gesticulación se reduce al mínimo.
Nuestro cerebro parece ser consciente de que esta gesticulación no tendrá
impacto en el otro y se ahorra su realización.
En las relaciones cotidianas y personales, nos situamos
inconscientemente a unos 130 cm de nuestros interlocutores.
Hablando en términos de evolución humana, además de su papel
facilitador de la actividad de los hombros, los brazos actúan como barreras
defensivas de todo el cuerpo. En este sentido, si no están defendiendo,
también indican sentimientos de apertura y de seguridad, especialmente en
combinación con las palmas abiertas. Concretamente, el brazo izquierdo
(hemisferio derecho) es el brazo de las emociones, el brazo más impulsivo.
Por el contrario, el brazo derecho (hemisferio izquierdo) es una barrera
afectiva natural.
En relación a las posiciones de los brazos, se suele hacer más hincapié en
aquellas que muestran un claro deseo de protección o distanciamiento del
interlocutor que en aquellas que tienen que ver con la apertura. Esto es
porque la apertura tiene una posición casi única –dejar a la vista la parte
interior del brazo–, que se refuerza a través de microactitudes que después
analizaremos.
Nos detendremos un momento en las posiciones de defensa. La más
obvia y simple es la posición con los brazos cruzados. Su signi cado
también es directo: cruzo los brazos y me separo de aquello que me rodea.
Este gesto puede darse con variantes: en un nivel más sutil, cuando se
cruzan los brazos de manera tímida utilizando las manos como punto de
encuentro de los brazos; o bien, de una forma más contundente, cuando nos
autoabrazamos, donde además de aislarnos lo que buscamos es
tranquilizarnos y suprimir sentimientos como la inseguridad, la tristeza, la
ansiedad o el miedo.
Hay una forma curiosa de este gesto que practican habitualmente las
personas que suelen estar expuestas al público: el cruce de brazos simulado.
Quienes no desean que el publico se dé cuenta de que están nerviosos o
inseguros, en lugar de cruzar directamente un brazo sobre el otro, lo que
hacen es sostener el bolso con al mano contraria, tocar el reloj, el puño de la
camisa, etcétera. De esta manera, crean igualmente una barrera, logrando la
sensación de seguridad, pero sin que nadie se dé cuenta.
Ya en el campo de las posiciones abiertas, las microcaricias son uno de
los elementos especialmente relevantes en relación a los brazos: traducen los
deseos que sentimos y que querríamos hacer sentir a la otra persona. Así,
inconscientemente, nos acariciamos la parte exterior del brazo cuando lo
que estamos buscando es que alguien nos acaricie. Si este movimiento se
coordina con una leve inclinación de cabeza hacia la izquierda –muchas
veces, en un movimiento natural inconsciente producto de una relajación
máxima–, el efecto de ternura que provocamos en nuestro interlocutor es
máximo. Nos reconfortamos acariciándonos y reconfortamos haciéndolo.
Si la microcaricia baja, cuando nos acariciamos el antebrazo y no la
parte superior del brazo, tal y como explica Turchet, expresamos deseos más
orientados hacia la otra persona. Estamos más lejos de la zona del ego que
cuando nos acariciamos el brazo. Estamos menos centrados en nuestras
propias necesidades afectivas y más al servicio de la relación.
Lo curioso es que cuando adoptamos la posición de mostrar el
antebrazo, todo nuestro cuerpo se abre hacia el otro: nuestro hombro se
adelanta hacia la otra persona para poder tener una posición más cómoda;
tendemos a inclinarnos hacia uno de los lados mostrándonos más
vulnerables. Si este movimiento global se acompaña con una microcaricia, el
efecto emocional es total. En el sistema brazo-antebrazo, ya casi entrando en
la zona de in uencia de la mano, los puños son otra de las partes
importantes del mensaje. Si los dejamos descubiertos, abiertos al otro,
estamos en una posición preparada para ir al encuentro de la otra persona.
Continuando con las microactitudes, encontramos también los
micropicores. Contrario al confort que busca la caricia, el picor es un re ejo
de una contradicción interna. Suele darse cuando contenemos una emoción.
Por ejemplo, la contradicción psicológica entre el deseo de abrirse y la
voluntad de no soltarse por diversos factores (culturales, falta de con anza,
ambiente poco adecuado...) hace que se contrapongan dos gestos: por una
parte, podemos estar enseñando la zona interior de nuestro antebrazo –
muestra de apertura al otro–, y por otra, como contrapeso, emerge un picor
y cruzamos el brazo, creando una barrera natural de manera espontánea.
Este tipo de micropicor expresa tanto nuestros escrúpulos como nuestra
di cultad para soltarnos en un modo de comunicación más fusional.

Microcaricias: cerradas, de autoconfort, y abiertas, de seducción

Micropicores: natural y de contención

Además de las posiciones de defensa y de apertura –combinadas con


micropicores y microcaricias–, los brazos pueden adoptar otras posiciones
que no están directamente relacionadas con el amor, pero que en cambio sí
nos dejan entrever cómo es la personalidad de nuestro interlocutor.
Si la persona con la que estamos en contacto tiende a adoptar una
posición de brazos hacia atrás, con las manos cogidas detrás de la espalda a
la altura de la cintura nos habla de un carácter dominante, una persona que
tiene una actitud de superioridad y mando respecto a los demás. Si en
cambio lo que hace es tomar el brazo con la mano contraria a la altura del
codo, está ejerciendo control sobre sí misma para mantener a raya sus
sentimientos y emociones.

Autoridad

Autocontrol
Si nuestro interlocutor coloca los brazos en jarra, lo que nos está
transmitiendo es una actitud defensiva; que está preparado para defenderse,
e incluso, si es necesario, para atacar. Por el contrario, cuando alguien nos
habla con los brazos colgando en una actitud de relajación total, es un
indicativo de su falta de seguridad respecto a su discurso y/o la relación que
mantiene con nosotros.
En el caso de que nuestro interlocutor lleve sus brazos a la parte
posterior del cuello o de la cabeza, podemos inferir que está abierto al tema
de conversación, aunque también puede ser que, simplemente, se trate de
alguien despreocupado en general.

SI QUEREMOS CONECTAR CON EL


OTRO...
Procuremos que nuestros brazos bailen con nuestro discurso. No
tengamos miedo a moverlos cuando expliquemos algo, pero no
exageremos. Cuando hablamos y los brazos se mueven, toda nuestra
persona y nuestro discurso se vuelven más convincentes. Captamos más
la atención del otro.
Interpretemos cómo mueve los brazos el otro y llevémoslo a una
zona de confort. Los brazos son un recurso no verbal notorio. A
diferencia de otras partes del cuerpo que tienen movimientos sutiles
para dejar entrever los sentimientos –los ojos, por ejemplo–, los brazos
son bastante explícitos. Así, si ves que tu interlocutor los cruza para
separarse de ti, cambia de estrategia inmediatamente – introduce un
nuevo tema de conversación, plantea otra actividad...–, con el fin de que
se abra hacia ti nuevamente.

b) MANOS Y DEDOS
Junto con los ojos, las manos son la parte del cuerpo capaz de transmitir
los pequeños detalles de manera más precisa. De cara a la interpretación no
verbal que hacemos de sus movimientos, las manos se mueven en tres
niveles:
• Pueden hacerlo a través de gestos conscientes, que tienen
signi cados por sí mismos: hacer autostop, dar el visto bueno a
alguien, parar un autobús... Estos movimientos siempre se realizan
con la mano motriz.
• Pueden moverse, también, de manera totalmente inconsciente,
movimientos que se realizan de forma rápida y fugaz y que son
difíciles de veri car.
• En último lugar, nos encontramos con los gestos semiconscientes,
aquellos que realizamos en conexión directa con nuestro cerebro, o
bien, nuestras emociones.
En relación a este último estado, en el que más claramente intervienen
los hemisferios del cerebro, los movimientos de las manos nos desvelan
desde dónde nos está hablando el otro. Si cuando habla utiliza las dos
manos, lo que nos está explicando es que está presente e involucrado, se está
dirigiendo a nosotros desde el cerebro y el corazón. Está teniendo un
acercamiento realmente auténtico hacia nosotros.
Si quien nos habla utiliza solo la mano derecha, lo que está haciendo es
distanciarse de su discurso –pensándolo, analizándolo– y controlándolo con
el hemisferio izquierdo del cerebro. Por último, si quien nos habla solo
gesticula con la mano izquierda, lo que podemos inferir es que está más
implicado en aquello que está diciendo porque se está dejando llevar por el
hemisferio derecho, que corresponde a la parte más emocional.
Los gestos semiconscientes se clasi can a su vez en:
• Gestos figurativos. Gestos de la mano descriptivos que convierten en
imagen aquello que decimos. Como movimientos se realizan alejados
del cuerpo y casi siempre siguiendo esquemas rectilíneos.
Grande

Mediano

Pequeño

• Proyectivos. Dejan entrever nuestro estado de ánimo, nuestros


sentimientos más íntimos. Se realizan cerca del cuerpo y de manera más
frecuente con la mano izquierda.

Creo firmemente que


Deseo que

Ojalá

• De engrama. Son gestos que se realizan para estimular zonas cerebrales.


Se hacen sobre todo con la mano derecha para estimular el hemisferio
izquierdo. Por ejemplo, frotar los dedos o rascar la cabeza para buscar
una información que no alcanzamos a encontrar.
• Simbólicos. Son propios de la sociedad en la que desarrollamos nuestro
día a día. Pueden diferir de una cultura a otra.

Estoy bien
Quiero expresar mi opinión

Te voy a matar

Desde el punto de vista de la sinergología, las manos nos ayudan a


comprender si el otro está comprometido con nosotros en el momento en el
que estamos hablando o si, por el contrario, está ajeno a la conversación. De
la misma manera que los ojos, o las posiciones del tronco y los hombros, las
manos se mueven en función de dos ejes: el vertical –ascendente, medio y
descendente–, y rotatorio –pronación y supinación–.

Manos por encima de los hombros: me posiciono por encima de los demás
Manos a la altura de la cintura y el ombligo: situarse al mismo nivel del otro

Manos por debajo de la cintura: actitud de buena disposición que busca crear vínculo, ponerse

Supinación Apertura a los demás


Pronación Apertura a uno mismo, necesidad de control.

En relación a estos ejes, y si consideramos además que los dedos son


parte importante del discurso no verbal, podríamos simpli car los miles de
posibles movimientos en dos grupos:
Actitudes de barrera, tensión, estrés y nerviosismo:
• Manos cerradas: tensión y necesidad de control.
• Dedos estirados: tensión, imposición y estrés.
• Dedos en abanico: tensión con un plus de agresividad.
• Dedos pulgar y meñique en pinza: inseguridad, falta de
convencimiento.
Actitudes de apertura y conexión con el otro:
• Palma de la mano a la vista del otro: apertura a los demás.
• Dedos en bolsa: agrupar, reunir, aglutinar.
• Dedos pulgar-índice en pinza: la persona está convencida de lo que
dice.
El deseo oculto inevitablemente se expresa con la mano. Cuando entran
en juego las microcaricias, este se hace aún más pronunciado. Nadie
acostumbra a jarse en este tipo de gestos; sin embargo, una vez que se
aprende a prestarles atención, descubrimos que son mucho más frecuentes
de lo que nos imaginábamos.
Cuando tenemos deseos de que nuestro interlocutor se acerque a
nosotros, nuestro pulgar acaricia la zona situada entre el corazón y el anular,
volviendo hacia el interior de la mano, como si condujéramos a esa persona
hacia nosotros con el dedo. Sin embargo, cuando acariciamos esa zona en el
sentido contrario, es signo de que tenemos ganas de acercarnos nosotros
mismos a nuestro interlocutor. Tal y como explica el padre de la
sinergología, Philippe Turchet, «el deseo está muy presente, pero el gesto es
discreto, casi oculto».
Lo mismo ocurre con los dedos en contacto con otras partes del cuerpo.
Por ejemplo, el dedo índice, el del yo por excelencia, expresa
seminconscientemente un deseo de mando y control: cuando nos tocamos el
ojo queremos ver mejor; cuando indicamos algo expresamos un deseo. El
dedo corazón, en cambio, se relaciona con la pulsión sexual: si nos rascamos
el exterior del dedo corazón, lo que estamos sintiendo en ese momento es un
deseo irrefrenable de acercarnos al otro en un plano físico.
El anular, tanto simbólica como físicamente –si viste alianza–, es el dedo
de la unión. Este hecho es totalmente evidente cuando observamos cómo
nuestros interlocutores juegan inconscientemente con los dedos. Así lo
detalla Turchet: «Cuando una persona que está delante de usted se toca la
alianza y la desliza hasta el nal del dedo anular signi ca que está lista para
cortar muy simbólicamente todo vínculo con el exterior para acercarse a
usted. Esa persona le considera a usted alguien seductor y se siente cómoda
con usted. Esta situación es similar a cuando una persona, mientras
conversa en una comida, se quita poco a poco los zapatos sin darse cuenta».

SI QUEREMOS CONECTAR CON EL


OTRO...
Abriremos nuestras manos hacia la otra persona. Dejaremos ver
nuestras palmas y, sobre todo, el interior del puño, una zona íntima y
sugerente que transmite intención de conectar sin ser invasivo con el
otro.
Moveremos nuestros brazos sin llegar a alcanzar la máxima
posición ascendente. No queremos intimidar al otro, sino ponernos a su
nivel, conectar con él.
Tendremos en cuenta sus gestos culturales. Si tenemos dudas en
relación a un movimiento de su mano, sobre todo a aquellos simbólicos,
es preferible preguntar antes que interpretar erróneamente una
expresión gestual. Con mayor razón, si hablamos con una persona de
otra cultura.
Estaremos atentos a los micromovimientos de nuestras manos. Es
una manera de entender si realmente sentimos interés por la otra
persona o, simplemente, estamos forzando una conexión.

c) CODOS Y MUÑECAS
Aunque parezca sorprendente, nuestros codos son una parte clave de la
comunicación de nuestro cuerpo hacia la otra persona. Expresan la
exibilidad que tenemos en las relaciones con los otros. Es curioso, pero de
la misma manera que el tronco, siempre están en el ángulo de visión de
nuestro interlocutor y delimitan nuestros movimientos. Los suavizan o los
hacen más rudos según cómo se muevan.
Sin los codos –sin las caderas, sin las muñecas, sin las falanges de los
dedos...–, nuestro cuerpo parecería un ente in exible y rígido. Más allá de su
papel funcional, sin ellos seríamos incapaces de expresar la multitud de
matices de nuestros sentimientos. En el caso de los codos, su papel es claro:
permiten que los brazos se abran de modo circular para abrazar al otro, y de
la misma manera y en una posición similar, son capaces de crear un espacio
de protección del yo frente al mundo exterior.
Es curioso lo que sucede cuando caminamos hacia alguien que nos
interesa. Además de que nuestro cuerpo esté más erguido, durante el
balanceo de las manos, exponemos a la vista de la otra persona la zona
interior de nuestros codos: el antebrazo. Ocurre lo mismo cuando le damos
la mano a alguien. Este gesto, que en principio es formal, puede hacerse más
amable y cercano si justo en el momento de dar la mano, en vez de mantener
el codo pegado a nuestro cuerpo, lo separamos abriéndolo hacia el exterior.
Es el típico gesto inconsciente que hacemos cuando en un entorno de poca
con anza alguien nos agrada especialmente.
En el caso de los codos, la lateralidad también tiene su in uencia clara.
La parte derecha de nuestro cuerpo –controlada por el hemisferio izquierdo
del cerebro– interviene plenamente cuando nos ponemos en situación de
control y, en consecuencia, de cierre o de agresividad. En este caso, los codos
se sitúan en pronación, cerrados hacia nosotros, para protegernos de aquello
exterior que nos amenaza. En el otro extremo, si lo que queremos es
abrirnos al otro, lo que hacemos es situar nuestro brazo en supinación. En
esta posición, el codo queda oculto y se expone el interior del antebrazo.
Un momento en el que los codos comunican más que otras partes del
cuerpo es cuando estamos sentados. En ese momento, el interlocutor, o uno
mismo, puede decidir en cuál de los codos apoyarse y cómo hacerlo.
Cuando nuestro interlocutor se apoya en el codo izquierdo, la situación
siempre es más afectiva que cuando se apoya en el codo derecho.

Posición de protección Además del codo hacia el interior, el brazo izquierdo, el de las emociones, se
cruza para defendernos de las amenazas externas; nos cerramos racional y emocionalmente
Apertura controlada el brazo izquierdo, el de las emociones, se abre hacia la otra persona, la está
buscando; por el contrario, el brazo derecho, el racional, está conteniendo ese sentimiento al cruzarse por
encima

Otra situación en la que el codo tiene todo el protagonismo es cuando es


víctima de un micropicor. Si se da en la parte externa, es un claro síntoma de
nerviosismo respecto a la situación que se está viviendo. A quien le ocurre,
es probable que la situación de seducción le esté incomodando, o bien, no
sabe cómo iniciarla para entrar en contacto con la otra persona. Si embargo,
si el picor se produce en la parte interna del codo, lo que hacemos al
rascarnos es mostrar esta parte íntima a la otra persona. Dejamos al
descubierto una zona erógena, generalmente oculta, y la presentamos en
bandeja al otro. Si este picor y su alivio se producen en el brazo izquierdo,
acompañándose del consiguiente ladeo de cabeza, también hacia la
izquierda, la intencionalidad de seducción es máxima e inevitable.
En relación a las muñecas, Turchet nos descubre que son el vínculo
directo con el pensamiento. «Cuanto más frustradas, cansadas, deprimidas
están las personas, más pobres son sus gestos. Y al contrario, cuando su
pensamiento está vivo, esa vivacidad se refuerza por la riqueza de sus
ademanes.» ¡Cuánta verdad hay en esta a rmación y cuántas veces en
nuestra vida hemos podido comprobarla!
Las muñecas son parte clave de cómo nos sentimos y cómo somos. Si al
practicar un saludo formal, el clásico apretón de manos, nuestra muñeca
está laxa, transmitimos una sensación global de debilidad. En cambio,
cuando nuestro brazo se mueve libremente, cuanto más exible está nuestra
muñeca –cuanto más grados de movimiento le da a nuestra mano–, mayor
sensación de libertad transmitimos.
En el imaginario colectivo, en el cine por ejemplo, la muñeca siempre ha
ocupado un lugar protagonista en la seducción: dejar a la vista la muñeca de
manera sugerente en el momento en el que realizamos diferentes gestos
cotidianos –fumando un cigarrillo, luciendo un collar, utilizando un
abanico...– es una forma de seducir, de insinuarse. Porque las muñecas son
también una zona altamente erógena, que aunque parezca increíble, solo
dejamos tocar a aquellos que consiguen entrar a nuestra distancia íntima.
Según la cultura, hay complementos que buscan llamar la atención hacia
la zona de las muñecas: las pulseras africanas o el perfume francés son dos
ejemplos. Se sitúan en esta zona del cuerpo para atraer la atención hacia
ellas.
Pese a ser una zona pequeña del cuerpo en comparación a otras –tronco,
brazos o piernas–, las muñecas transmiten una idea general del momento
emocional de la persona: si están laxas, sin vida –de manera que la mano,
cae como muerta–, la impresión es de una persona débil, de falta de energía.
En el otro extremo, si lo que hacemos es mover nuestras manos con las
muñecas rígidas, transmitimos decisión y fuerza. En general, si los brazos
están pegados al cuerpo, limitan el movimiento de las muñecas y estas
suelen caer de manera lánguida, ya que no tienen espacio para moverse.

Si queremos conectar con el


otro...
Las mujeres tienen más margen de movimiento de las muñecas.
Son menos robustas que las de los hombres, por lo que gozan de un
mayor grado de flexibilidad, y por tanto, las utilizan más en el juego de la
seducción. Transmiten una sensación de delicadeza y necesidad de
protección.
La parte anterior de la muñeca es una zona a la que se da acceso
solo a nuestro círculo más íntimo, muchas veces ni siquiera a familiares
de sangre, solo a aquellas personas con las que iniciamos una relación de
amor o de tipo sexual. Por lo mismo, si ya entramos en un grado de
intimidad avanzado con la otra persona, tocar su muñeca, o dejar que
toque la nuestra, es una manera de avanzar en la seducción.
Hay diversas maneras de mostrar la muñeca sin que se vea
forzado. Jugar con un collar, con un bolígrafo en la mano, girar la esfera
del reloj hacia el interior, recogerse el pelo o tocarse la barbilla o la oreja
mostrando el interior de la muñeca son solo algunos gestos que nos
ayudan a poner la atención en esta parte del cuerpo. Descubramos
aquellos con los que nos sentimos más cómodos para usarlos cuando
creamos necesario.
3

LA PARTE INFERIOR DEL CUERPO

Al haber desarrollado el lenguaje verbal, las piernas quedaron


circunscritas a una tarea funcional: el permitir desplazarnos. Sin embargo, tal
y como recuerda Turchet, la parte baja del cuerpo tiene un poder de
seducción in nito, y lo que es más importante, no genera rechazo en el otro,
ya que no se interpreta como un acto de ataque directo. Apenas se percibe su
intencionalidad, aunque no por ello es menos efectiva.
Las piernas son mucho más libres que los brazos. Cuando somos bebés,
no tomamos conciencia de que existen nuestras piernas y que son parte de
nuestro cuerpo hasta pasados los 18 meses. Este no es un hecho menor: esa
desafección de nuestra psique afecta al comportamiento de la parte inferior
del cuerpo, que consigue actuar de manera más independiente, impulsiva, sin
verse coartada por lo que sentimos o por lo que pensamos.
La parte inferior del cuerpo da señas de nuestro ser más instintivo. Según
Allan y Barbara Pease,2 cuanto más lejos del cerebro se encuentra una parte
del cuerpo, menos conscientes somos de lo que esta hace. Casi todos
nosotros somos conscientes de las expresiones faciales del otro y de las
propias, de los movimientos de las manos, etcétera; pero, a medida que
vamos descendiendo, vamos perdiendo consciencia. Casi no nos damos
cuenta de que tenemos pies.
Esta es la razón por la que, a diferencia de la parte superior que habla de
nosotros mismos, la parte inferior del cuerpo habla de los otros. Su posición
se abre o se cierra según sea la actitud del otro. En el apartado dedicado a las
piernas se verá con mayor profundidad este curioso comportamiento.
Un elemento importante de los movimientos que hace la parte inferior de
nuestro cuerpo es la pelvis. Avanza o retrocede según sintamos comodidad o
incomodidad con la situación o con el otro. La mujer, por ejemplo, la utiliza a
menudo de manera inconsciente para resaltar su femineidad. Ya de por sí este
hueso es más ancho en ellas, ocupa unos 3 cms más que en ellos, y al moverlo
de determinada manera ayuda a presentar un cuerpo sinuoso al interlocutor,
haciendo referencia a un claro signo de fertilidad. Los bailes latinos, africanos
u orientales, por ejemplo, tienen como centro de atención los movimientos
de las caderas.
En el caso de los hombres, los movimientos de cadera no tienen tanto
protagonismo, más que nada porque en vez de ser sinuosos como en las
mujeres, el movimiento habitual en el género masculino es hacia delante y
hacia atrás, una clara reminiscencia del acto sexual, por lo que es un
movimiento que se contiene y controla en relación a los códigos sociales
existentes. Quizás la única forma sutil que tienen los hombres de acentuar la
zona de sus caderas es situar las manos en los bolsillos de sus pantalones, con
los dedos apuntando hacia la zona de la pelvis.
Para Turchet, esta diferencia es clave: a causa de la diversa morfología
masculina y femenina, algunas zonas del cuerpo de la mujer son más exibles
que las zonas equivalentes en los hombres, lo que traducen bien los
movimientos de piernas efectuados por las mujeres, sobre todo en la zona de
los maléolos (zona del tobillo). La expresión cultural hará que algunos gestos
femeninos sean ampliamente reprimidos y que el deseo, en consecuencia, se
exprese mediante el cuerpo.
Cómo destacan la cadera hombres y mujeres

a) PIERNAS
Para la sinergología, los cruces de piernas y brazos no siempre signi can
cruces de cierre. Recordemos que esta ciencia apuesta por una visualización
global de la estatua, del todo para entender el detalle. Turchet sugiere que una
de cada dos veces los cierres nos facilitan el acercamiento a nuestros
interlocutores. Esto tiene que ver con lo que se conoce como parte interior y
exterior del cuerpo: todos tenemos un anco exterior –muslos externos,
pantorrillas, codos, parte exterior del brazo, espalda–, que indica cierre
cuando se expone al interlocutor, y una parte interior –parte interna de
muslos, maléolo interno, parte interna de los brazos, parte interna de la
muñeca, etcétera–, que indica apertura hacia el otro. Por mucho que esté
cruzando las piernas, si lo que estoy haciendo es enseñar la parte interior de
la misma, lo que busco es captar la atención de la otra persona, abrirme a ella.
Comencemos analizando el movimiento de las piernas cuando estamos
de pie. El espacio que ocupamos en un lugar se de ne, en parte, por la forma
en la que situamos nuestras piernas. Asimismo, la dirección en la que se
dirigen estas, además, nos habla de la relación que esperamos con nuestro
interlocutor. Si nos interesa, o por el contrario, preferimos no entablar
contacto con él.
Cuando las piernas se mueven, lo que nos explican del otro es,
básicamente, su necesidad de defensa, interés, escape o impaciencia.
Podemos estar de pie con las piernas cruzadas. Si lo que hacemos es
cruzarlas mostrando a nuestro interlocutor la parte externa del muslo, lo que
estamos haciendo es cerrándonos. Además de limitar nuestra ocupación
espacial, no le permitimos acceder a nuestra zona más íntima. Si al estar de
pie cruzamos la pierna mostrando a la otra persona la parte interior de
nuestro muslo, rodilla y tobillo, pese a que se trata de un cruce, lo que
hacemos es abrir nuestro cuerpo para conectar con él o ella. Nos mostramos
abiertos a un acercamiento porque nuestra posición es la de acoger, recibir.
También podemos estar de pie con las piernas abiertas. Esta posición,
más natural en los hombres, tiene que ver con el espacio que ocupamos en el
lugar donde nos encontramos. Es una expresión del aquí estoy yo, de
territorialidad, que se expresa ocupando más espacio del que normalmente
nos correspondería. Si la posición adoptada es con las piernas juntas, lo que
se busca es un eje de seguridad en medio del lugar donde nos situamos. Hay
expertos que hablan de la apertura de piernas como un re ejo del deseo
sexual no expresado –abiertas buscando sexo, cerradas negándolo–,
interpretación que al estar de pie no es del todo acertada.
Lo cierto es que la apertura de las piernas tiene un componente de género
inevitable, pues es más propia de los hombres, y cuenta con su propio
adjetivo al ser considerado en la sociedad actual un claro ejemplo de
micromachismo: el manspreading, que traducido podría ser algo así como
«despatarre», la posición típica de un hombre que al sentarse abre al máximo
sus piernas invadiendo el espacio de quienes están a su lado. Si quien lo hace
está sentado en una silla trabajando, por supuesto su posición tiene
prácticamente nulo impacto. Sin embargo, en el caso de estar en el transporte
publico, por ejemplo, además de incomodar a los demás viajeros, se
interpreta como un claro abuso de género y escaso sentido de la sensibilidad.
Las piernas, incontrolables, en este caso se tienen que regular y en países
como España, Chile o Japón ya se alerta contra el manspreading en el
transporte público.
Estando en pie, también podemos realizar el movimiento de balanceo.
Este es un claro síntoma de nerviosismo en la situación. Las piernas se
mueven para descargar tensiones de forma incontrolada.
Una última postura relevante de las piernas es la de la pierna adelantada.
Corresponde a la posición en la que una pierna se sitúa por delante de la otra,
con el pie claramente avanzado respecto al cuerpo. La pierna y el pie están
siempre señalando hacia la posición que queremos ir en el futuro. Pero en el
futuro inmediato, justo después de hacer el gesto, o cuando apenas podamos
movernos. La imagen muestra una perfecta sincronización de ambos
movimientos: estoy nerviosa–balanceo de pie–, cerrada –brazos cruzados– y
espero irme cuanto antes en esa dirección –pie adelantado–.

Cuando las dos personas están sentadas, con las piernas ocultas bajo una
mesa, es un momento ideal para ver cómo las piernas interactúan respecto al
otro ya que actúan con la libertad del anonimato: el interlocutor no las ve y,
con ello, se relajan los mecanismos de control sobre ellas.
En opinión de Turchet, los movimientos de las piernas de los hombres y
de las mujeres son más complejos que una simple pulsión sexual; el hombre
no las abre para hacer más evidente su pene y la mujer no lo hace porque
tiene una vagina. De hecho, los movimientos de ambos distan mucho de una
simple apertura de piernas. Entran en juego otras partes del cuerpo, como el
maléolo (tobillo) o la cadera.
La sinergología nos muestra que, cuando están sentados, los hombres
liberan su deseo mediante ligeros temblores laterales en la zona de las
piernas. En cuanto a la mujer, efectúa dos gestos no menos signi cativos con
la parte inferior del cuerpo: largos movimientos de balanceo del pie y de la
parte baja de la pierna –gemelo, hasta llegar a la rodilla–, que son un claro
síntoma de excitación.
El cruce de piernas, de igual manera que los brazos, de entrada es
síntoma de protección. Sin embargo, ha de estudiarse bien cómo se hace. Si es
con una pierna sobre la otra, tocándose las rodillas, se re ere a un cierre
total. Si por el contrario, el cruce se realiza poniendo al descubierto la parte
interior de la pierna y del tobillo, pese a ser un cruce, es un síntoma claro de
deseo de conexión.

Cierre de ambos El cruce de piernas se realiza cerrando la posibilidad al otro de acercarse


Apertura de ambos El cruce de piernas muestra al otro la parte interior de la pierna; hay intención de
conectar

SI QUEREMOS CONECTAR CON EL


OTRO...
Dejemos al descubierto el interior de nuestra pierna al caminar, en
un cruce de piernas, adelantando un pie respecto a nuestro cuerpo en
posición de bailarina. No esperemos que la otra personas venga corriendo
a nuestros brazos, pero sí que facilitaremos su acercamiento con esta
actitud de apertura.
Controla los movimientos nerviosos. Evita lo que se conoce como
síndrome de las piernas inquietas, el movimiento constante de esta parte
del cuerpo cuando las piernas están en reposo. Muévelas de manera
constante, pero suave, cambiando de posición, o sitúa tu mano sobre ellas
para detectar cuándo se inicia el movimiento. Estar con las piernas con
continuos temblores provoca impresión de poco control sobre uno
mismo.

b) RODILLA
Continuando con el viaje por la parte interior del cuerpo nos
encontramos con las rodillas. Tal y como nos explica la sinergología, «la
rodilla es la articulación que nos permite desplegarnos, crecer, elevarnos».
Su impacto en la comunicación no verbal es similar al de otras
articulaciones mayores, como los codos. Facilitan la apertura de las piernas,
haciéndonos más accesibles, y convierten el cuerpo en un ente con
movimiento capaz de empatizar con el otro, restando rigidez a su
comunicación no verbal.
Según Turchet, existen ciertos micropicores en la zona de la rodilla que
re ejan nuestro miedo a no estar a la altura y, lo que es aún más relevante,
nuestro deseo físico hacia la otra persona y la imposibilidad –temporal o
permanente– de satisfacer esta pulsión.
Cuando nos pica la rodilla y debemos calmar el picor rascándonos
compulsivamente desde arriba hacia abajo, detrás de este gesto se esconde el
miedo de no estar realmente autorizado para avanzar en el intercambio. En
realidad, nos rascamos porque queremos avanzar y, en vez de hacerlo, nos
frenamos.
Este tipo de gesto es muy habitual en los primeros encuentros, cuando las
personas son desconocidas la una para la otra y, sin embargo, sienten una
primera atracción sin apenas haber cruzado palabra. Como nos explica
Philippe Turchet, los micropicores, que están situados generalmente en la
parte delantera de las piernas, expresan el deseo de ir hacia delante o de ir
juntos a alguna parte. Cuando estamos delante de la persona que se rasca,
estos micropicores deben ser para nosotros, con rmación de la conexión
establecida: le gusto, le intereso, busca acercarse.
Hay ciertas teorías que presuponen que determinada forma de sentarse y
situar las rodillas corresponde a rasgos de personalidad determinados. A la
luz de la sinergología, esta es una interpretación carente de base cientí ca –
para entender el comportamiento de una parte del cuerpo es necesario
visualizar el todo–; sin embargo, la práctica cotidiana muestra que muchas
veces esta clasi cación es coincidente con la realidad:
• Rodillas juntas, pies separados. Corresponde a la posición de alguien
de caracter infantil, inseguro y soñador.
Una rodilla sobre al otra, piernas cruzadas. Así se sienta quien se
• siente amenazado, demuestra una actitud defensiva, distante o
cerrada.
• Rodillas totalmente abiertas (manspreading). Sensación de
dominancia e importancia. Revela también arrogancia.
• Piernas paralelas con rodillas simétricas. Posición neutral que
comunica tranquilidad y apertura.
• Rodillas juntas con las piernas ladeadas hacia la izquierda o la
derecha. Voluntad de conectar con la persona que se sitúa en esa
dirección, o bien, mostrar la lateralidad para cerrarse a la otra
persona.

c) TOBILLO (MALÉOLO)
Mientras que en el caso de las piernas y las rodillas el movimiento es
similar para hombres y mujeres, ambos se cierran o se abren de la misma
manera, los tobillos se mueven de manera diferente en ellos y ellas. Y es que,
tal y como nos recuerda el padre de la sinergología, cuando se desean, el
hombre y la mujer avanzan inconscientemente el uno hacia el otro, pero lo
hacen siguiendo reglas particulares de cada género.
Esto se debe a un comportamiento similar al que tiene la muñeca:
mientras la mayor exibilidad añade dulzura y apertura a la mujer, el
hombre, al ser siológicamente más rígido en sus articulaciones, haciendo el
mismo movimiento de su compañera, parece débil y afectado. Cuando una
mujer se abre de manera lateral en su totalidad –imaginémosla: en pie,
mostrando el interior de su brazo, el interior de su pierna y ladeando la
cabeza hacia el lado de la apertura–, genera un sentimiento de conexión
inmediato. Además de ser más femenina, transmite una sensación de
empatía.
Si el hombre realiza este mismo movimiento, que implica forzar
ligeramente el maléolo (tobillo) dirigiendo el pie hacia fuera como en una
posición de bailarina, lo que se conoce como torcer el tobillo, consigue un
efecto de preocupación en el otro: algo pasa con este hombre: ¿está triste?,
¿preocupado?... Con el maléolo abierto, en cambio, la mujer muestra su
deseo de apertura. Al abrir el tobillo, avanza ligeramente hacia su
interlocutor. Es curioso pero, en términos generales, un hombre no abre el
maléolo como una mujer, aunque, teóricamente, nada se lo impida. De forma
natural, no tiene integrada esta posición.
De hecho, cuando los hombres están sentados a una mesa y se sienten
interesados por la otra persona, suelen abrir ambos maléolos sin ningún tipo
de barrera. Según Turchet, «las personas que abren sus maléolos internos
están escuchando. Están atentos a lo que dice su interlocutor. Sus maléolos
abiertos traducen la ausencia de rigidez. Mire sus hombros cuando sus
maléolos están abiertos: los trapecios están relajados y los hombros están más
relajados que de costumbre. Todo el cuerpo parece redondearse, hacerse más
profundo para recibirle». En la posición de pie, los hombres y las mujeres
expresan su receptividad de la misma forma: abren ligeramente el maléolo
para relajar todo su cuerpo.
Maléolos rígidos (que provocan una estatua rígida) contra maléolos abiertos, que fuerzan una estatua
relajada

Una posición que sí es común a ambos sexos es la de cruzar los tobillos


de manera firme y rígida cuando se está en posición sentada o incluso de
pie. Esta postura equivale a apretar los puños o apretar los labios: lo que se
busca es mantener el control de uno mismo en medio de determinada
situación. Es un movimiento de protección y contención.
Otro comportamiento común en relación a las piernas entre hombres y
mujeres se encuentra en los micropicores del interior del tobillo. Como
hemos comprobado, el interior del tobillo es una zona que expresa nuestra
necesidad de abrirnos. Su rotación hacia el otro (apertura) facilita la
irrigación de la entrepierna. De hecho, esta parte, y todo lo que recorre el
interior de la pierna hacia la ingle, está cargada de sexualidad.
Por eso no es de extrañar que cuando dos personas se conocen y se
atraen, en un primer contacto en el que el nivel de con anza aún no ha
llegado a niveles de seducción directa, la pulsión de atracción haga que se
sientan picores en la zona interna del tobillo. Los deseos inhibidos de ambos
se transforman en esa necesidad imperiosa de rascarse una zona en la que,
hasta entonces, muchas personas ni siquiera habían reparado.

d) PIES
De la misma manera que las piernas, las rodillas y los maléolos, la
posición de los pies también tiene sus movimientos de apertura y clausura
hacia el otro. Así lo explica claramente la doctora Natalia Gironella García:3
si la mayor fuerza de la pisada está en el interior del pie –pronación– signi ca
que la persona está abierta a sí misma no al otro, mientras que si la mayor
fuerza de la pisada está en el exterior –supinación– la persona muestra
tendencia a dejarse llevar por el otro.
Además de esta gestión del peso del cuerpo en los pies, estabilidad que
nos desvela la intencionalidad de conexión o no que tenemos en ese
momento, la posición que estos adoptan nos indica a quién o a qué
estamos prestando atención. Al estar en posición erguida, nuestros pies
siempre apuntan al foco de nuestra atención –un lugar, una persona...–. Es
curioso ver en grupos de personas que están hablando en círculo, cómo los
pies apuntan hacia aquellos que son más carismáticos o líderes.

De izquiera a derecha: pies en pronación (apertura), pies en supinación (cierre), posición de pies en
cierre al otro y posición de pies en apertura al interlocutor

Si los pies se mueven de manera incesante, es un claro signo de


incomodidad. Mover el pie apoyándonos en la punta del mismo o mover
rítmicamente el pie dando pequeños golpes en el suelo o al aire muestran una
persona que no está controlando la situación, que se siente inquieta y
nerviosa. Son movimientos repetitivos de los pies que al mirar el cuerpo de
manera global producen la sensación de balanceo hacia delante y atrás, o de
izquierda a derecha.
SI QUEREMOS CONECTAR CON EL
OTRO...
Estemos atentos a los pequeños detalles. La dirección de los pies
de los otros, por ejemplo. Si no apuntan hacia nosotros, intentemos
reconducir el discurso para captar nuevamente la atención de nuestro
interlocutor. O los micropicores, que si se dan en la zona de la rodilla, nos
confirman de manera sutil el interés que la otra persona tiene en nosotros.
No tengamos miedo a ser flexibles, relajémonos. Dejemos que
nuestro cuerpo fluya y que tanto maléolo como rodillas ejerzan su papel
de suavizantes de nuestra actitud global. De la misma manera, dejemos
que el peso de nuestro cuerpo se sitúe donde nuestro inconsciente
decide, que es el lugar en el que verdaderamente queremos estar, no en
el que nosotros creemos que parecemos más interesantes o atractivos.

e) UN FRANKENSTEIN MUY SEDUCTOR


Si cada una de las partes de nuestros cuerpos estuviera en posición de
seducir, adoptaría esta extraña posición de apertura total:
La cabeza estaría ladeada hacia la izquierda, con la barbilla en posición
neutra –ni muy arriba, ni muy abajo–, dejando entrever el anco derecho de
la cara a la otra persona.
Nuestros ojos estarían abiertos al máximo, con las pupilas dilatadas, y al
encontrarnos con el otro, iniciarían un pestañeo frenético para captar el
máximo de detalles. La mirada puede variar pero siempre dentro del rango
de la invitación a conectar: dulce –ojos abiertos mirando levemente hacia
abajo a la izquierda–; insinuante –mirada directa y sostenida–, o furtiva –
leves miradas intensas repetidas en un corto período de tiempo–. Lo curioso
de este Frankenstein es que haga la mirada que haga siempre mira con el ojo
izquierdo, buscando el ojo izquierdo del otro. La mirada directa, esa de nos
miramos a los ojos, en realidad no existe. Lo que sí existe es la búsqueda de la
lateralidad.
Acompañando a la mirada tendríamos una sonrisa empática: ambas
comisuras hacia arriba a la misma altura, sin demasiada tensión que le reste
naturalidad al gesto.
Las manos y los brazos ocuparían un lugar destacado: en el caso de la
mujer, la muñeca caería lánguida, dejando entrever el interior del puño,
mientras los dedos de la mano estarían jugando entre sí despreocupadamente
a acariciarse. La mujer también podría tener la mano en la cadera, en un
claro gesto para destacar su femineidad. El hombre, con las manos en los
bolsillos, posicionaría sus dedos enmarcando las ingles, o bien, movería sus
brazos arreglándose el pelo desde la parte delantera lateral de su cabeza hacia
atrás, así mostraría el interior del antebrazo a su interlocutor.
En el supuesto de estar de pie, ambos situarían las piernas levemente
separadas, más abiertas en el caso de ellos, con sus pies siempre apuntando a
la otra persona, o incluso, adelantando uno de ellos en una clara intención de
avanzar. Si estuvieran sentados, el cruce se haría abriéndose al otro, dejando
entrever la parte interior de la pierna, y los picores serían la constante del
momento: en la rodilla, en el tobillo, etcétera.
En el caso de que no cruzasen las piernas, los tobillos y los maléolos
entrarían en juego, ya fuera haciéndose exibles para permitir el juego de los
pies –abriéndose desde la posición neutra hacia fuera–, o bien cruzándose
uno sobre el otro, pero siempre en posición de apertura.
 
____________________
2. Pease A., Pease B., El lenguaje del cuerpo, Barcelona, 2012.
3. Gironella García, N., Medida de la eficacia comunicativa. Análisis de la credibilidad y capacidad
de influencia. Códigos no verbales, competencias emocionales y temperamentos, Madrid, 2015.
UNAHISTORIA
DE AMOR SIN
PALABRAS
 
 
 
Después de leer el capítulo anterior, no es extraño sentirse abrumado
por la gran cantidad de variables implicadas en la comunicación no verbal.
A mayor cantidad de datos, como es habitual, mayor cantidad de
desinformación.
Y es que si ya se se hace difícil tener el control de nuestros gestos y
movimientos, la cosa se complica si debemos prestar atención y descifrar lo
que la otra persona nos está diciendo sin palabras. Esto sin contar, además,
que no nos encontramos en pleno uso de nuestra concentración cuando nos
estamos dedicando a fondo a las tareas de la seducción.
Atendiendo a esta complejidad, no es baladí que la comunicación no
verbal sea objeto de estudio universitario: hay especialistas diplomados en
esta disciplina que desarrollan su labor en diversos ámbitos donde el habla
del cuerpo es determinante para comprender los hechos: criminología,
ciencias de la salud, investigaciones sociológicas, etcétera.
Para facilitar la comprensión de cómo el cuerpo se comporta en cada
una de las etapas del amor –las analizadas en el capítulo segundo de este
libro–, lo mejor es seguir la pista de una pareja, en este caso heterosexual,
que está en proceso de enamoramiento. El lector tendrá la oportunidad de
ser espectador privilegiado de los guiños, dudas y decisiones que sus
protagonistas toman a lo largo de su historia.
Lo interesante de la propuesta, mucho más que la historia en sí, es que
concreta con ejemplos reales un complejo proceso que, en la práctica,
funciona como una verdadera sinfonía: se produce de manera casi
automática, armónica y sin necesidad casi de ser aprendida. Una historia de
amor sin palabras, tal y como ocurre en la vida real.
********

Laura ya estaba un poco cansada. Fin de semana tras fin de semana, se


repetía la misma rutina como si del día de la marmota se tratase: dormir una
siesta interminable el sábado por la tarde, despertarse un poco molida y sin
ganas de nada, para darse una ducha a fin de recuperar sus energías. Como cada
sábado, saldría a cenar con sus amigas, y a continuación, se irían a encerrarse a
un bar para divertirse, aunque todas sabían que en realidad a lo que iban era a
probar suerte en el amor. Se daba la casualidad de que todas estaban solteras –
algunas apenas salían de una relación importante, otras como Laura hacía tiempo
que no conseguían arrancar una–, y no es que buscaran una nueva historia
estable; sin embargo, ninguna estaba cerrada a comenzarla.
Los bares que frecuentaban eran como todos los locales de noche: poca luz,
música que apenas dejaba hablar y gran cantidad de personas dispuestas a pasar
la noche de su vida. Mucho contacto físico –imposible no tocarse con
desconocidos, imposible no entrar en la zona íntima del otro– y un entorno hostil
para entender realmente lo que estaba pensando el otro: ¿me mira a mi o va
bebido y tiene la mirada perdida?, ¿me ha rozado con la mano porque me
buscaba o no tenía espacio para moverse?, ¿hacia donde están sus pies?
Laura esa noche, pese a la sorpresa de sus amigas, no salió. Necesitaba
cambiar de aires y decidió que las energías que invertía en la noche, ese fin de
semana, las invertiría en un paseo matutino. Se fue pronto a la cama y a las nueve
del domingo ya estaba con su libro bajo el brazo en búsqueda de un lugar al sol
donde perderse entre sus páginas. Como decía Albert Einstein, si quieres
resultados diferentes no puedes hacer siempre lo mismo, y Laura ya había
decidido que para ella tocaba otra cosa que noche y fiesta.
A la media hora de caminar encontró una cafetería. Se sentó, estaba sola y se
sentía particularmente en paz. Sus hombros y brazos estaban relajados, las
piernas semiabiertas con los dos pies apoyados en el suelo sin hacer demasiada
fuerza, de manera que sus tobillos jugaban hacia dentro y hacia fuera de forma
despreocupada mientras las manos acariciaban suavemente sus rodillas.
Después de mucho tiempo, se estaba reencontrando consigo misma. Quizás por
ello no se percató de aquel chico que cruzaba la calle con su perro y, sin poder
evitarlo, le lanzó varias miradas fugaces pero intensas.
Así fue. Como cada mañana, un poco dormido, Roberto sacaba a pasear a su
perro casi sin reparar en el camino que hacía, ya que el can se lo conocía de
memoria. Sin embargo, esa mañana soleada de domingo, esa chica allí sentada
llamó especialmente su atención. A lo lejos la vio y mientras hacía el barrido con
la mirada al paisaje de siempre se detuvo de improviso. Mantuvo la mirada
hacia ella unos segundos, pero preocupado por que esta pudiera darse cuenta,
la apartó. Pero no podía evitarlo: volvió a lanzar varias miradas fugaces hasta
que decidió que debía acerarse.
Vio una mesa libre justo frente a ella, que aún no abría una página de su libro y
seguía en esa extraña posición de autocomplacencia con los ojos cerrados y una
media sonrisa dibujada en la cara: las comisuras de los labios levemente
levantadas, sin añadir tensión a su expresión, sino relajación. Por ello cuando él
paso justo por delante con la intención de sentarse, ni siquiera se percató de su
existencia. No pudo ver cómo desde una posición adormecida su caminar se
convertía en una verdadera exposición de anatomía: la espalda recta, el pecho
erguido, caminando con paso firme y abriendo levemente hacia fuera el pie con
cada zancada. Con la cabeza levemente girada hacia su derecha, donde estaba
ella, dejaba ver parte del ojo izquierdo, que inconscientemente se abría al
máximo pese a que él intentaba fruncir su ceño para parecer más interesante,
más masculino, según el imaginario colectivo. Y no es que fuera un modelo,
simplemente pasó de la despreocupación total al control absoluto. Todo en un
segundo.
Justo en el momento en el que se estaba sentando, el perro ladró
estridentemente, sacando a Laura de su momento de paz. Se giró de manera
brusca hacia su derecha, hacia la mesa de Roberto, apoyando las manos en los
brazos de la silla y los hombros tensos casi a la altura de sus orejas, como en
actitud de escape, con los pies apoyados solo en los dedos, con la cabeza
girada hacia abajo, la barbilla cerca de su pecho, lo que le obligaba a levantar
los ojos para mirar al frente dejando entrever el blanco del ojo en la parte
inferior de este. No se lo podía creer. ¿Por qué venía un perro a romper así
gratuitamente su momento de paz? La mirada penetrante de Laura se desplazó
rápidamente del perro al amo, y allí sus ojos se encontraron.
En ese momento, las pupilas de ambos se abrieron como un acto reflejo para
verse mejor. No lo notaron, por descontado, pero sí que Laura se percató de que
no había sido una mirada cualquiera: sus ojos se encontraron uno dentro del otro
por un momento fugaz pero diferente a cualquier otra mirada. Automáticamente,
Laura se acomodó en su silla, con la espalda recta, levemente inclinada hacia
atrás, y se cruzó de piernas de manera que Roberto veía el exterior de la pierna
de ella. «Disculpa», —dijo indicando al perro— «es un poco nervioso.» Y Laura le
dijo: «No te preocupes», mientras se descruzaba de piernas y ladeaba su cabeza
y su hombro ligeramente hacia la izquierda.
A raíz de aquel nimio incidente, Laura y Roberto cruzaron un par de miradas
más, y tras algunas palabras que no recuerda, finalmente, Laura se decidió a
preguntarle a él si podían compartir mesa. Él por supuesto dijo que sí, abriendo
sus ojos sin poder evitar una tímida sonrisa y acompañando sus palabras con un
brazo extendido, levemente flexionado a la altura del codo, que dejaba ver la
parte derecha de su pecho y el interior del antebrazo, indicando la silla
disponible. Laura se levantó, y pese a que solo los separaban unos pocos pasos,
caminó hacia él como si de una pasarela se tratase: la cadera avanzada, las
manos un poco caídas hacia atrás y la cabeza alta, con la barbilla ligeramente
levantada. Se sentó y cruzó sus piernas a la altura de los gemelos, balaceando
nerviosamente el pie hacia delante y hacia atrás. Ambos se habían escogido y
ahora comenzaba el juego.
Debía reconocerlo: después de la valentía de haberle pedido compartir mesa
se encontraba realmente nerviosa y la conversación no era del todo fluida. Mal
que mal, eran dos perfectos desconocidos. Con silencios incómodos, toda la
situación era un poco contradictoria: Roberto acabó apoyando su espalda en la
silla. Levemente reclinado hacia atrás, cruzó sus piernas de la manera que los
hombres acostumbran a hacerlo, con el tobillo izquierdo a la altura de la rodilla
derecha, de manera que su pie, siempre balanceante, casi tocaba a Laura, que
había acabado por cruzar las piernas completamente, aunque conservaba la
posición de hombros hacia delante, en dirección a Roberto. Ambos tomaron un
café, y cuando este se acabó, entendieron que sus domingos seguían caminos
diferentes. Se intercambiaron números de teléfono y quedaron en volver a verse.
Durante toda la semana siguiente cada día se cruzaron WhatsApps para
explicarse cosas importantes y otras no tanto. Cuando volvieron a quedar el
domingo siguiente, a la misma hora, en el mismo lugar y con el mismo perro,
Laura llegó con unos minutos de retraso y Roberto la siguió con la mirada
durante todo el recorrido de la esquina hasta el café. Se sentaron nuevamente
frente a frente, y la conversación se inició, esta vez con los hombros de ambos
avanzados hacia delante y las piernas abiertas con los pies apuntando al otro.
La química era inevitable, se gustaban, y verlos en la distancia era un
espectáculo: Laura bebía un poco de café, e inmediatamente lo hacía Roberto,
él reía, y ella repetía la misma risa un poco forzada. Mientras hablaban, Laura
ladeó su cabeza levemente a la izquierda y, aunque tenía el pelo corto,
comenzó a acariciarse la parte baja de la nuca mientras apoyaba el codo en la
mesa. Roberto no pudo evitar mirar cómo ella se rascaba el codo que tenía
apoyado de tanto en tanto. Y sin darse cuenta, tenía la cabeza ladeada él
también y conversaban en un tono suave, sin estridencias de voz, con una
gesticulación mínima pero segura. Y es que a Laura le hacía mucha gracia ver
cómo las manos de Roberto se movían de arriba abajo, hacia ella y hacia atrás,
con cada historia que explicaba. No es que estuviera contando grandes cosas ni
que sus manos se movieran en exceso, pero esos movimientos, como
delimitando un marco alrededor de su cara, conseguían que no despegara la
vista de él. Realmente se gustaban y el juego del cortejo comenzaba a quedarse
corto para dar respuesta a los deseos de acercamiento de ambos.
Quedaron varias veces en las semanas siguientes y el conocimiento que tenía
uno respecto al otro era cada vez más estrecho. Ya comenzaban a compartir
pequeñas historias comunes y estaban más tiempo juntos. De la distancia pública
en la que se habían conocido la primera vez, Roberto y Laura compartían ahora
un espacio íntimo. En apenas un mes se habían acercado un mundo, y desde una
posición de dos cuerpos que ocupaban el espacio, ahora se comportaban como
una unidad: siempre uno junto al otro, con sus lados izquierdos siempre cerca,
muchas veces tocándose ocupando el espacio de manera conjunta. Daba igual
que, en muchas ocasiones, estuvieran rodeados de gente –amigos o
desconocidos en fiestas, o en el cine, en la calle...–, siempre sus cuerpos acababan
acercándose. De pie, uno frente al otro, podían estar largo rato manteniendo la
mirada y retirándola como si de un juego se tratase. En la lejanía, se buscaban y
se encontraban.
Ambos no se percatan, pero ahora se exponen al otro de manera continua.
Laura está constantemente rascándose la muñeca, y Roberto, la rodilla. Con ese
delicado movimiento lo que hacen es obligar al otro a seguir con la mirada la
mano. Lo saben y usan ese recurso como si de una invitación se tratase de
manera inconsciente en cada situación cotidiana que se encuentran. Una tarde,
después de compartir una tarde de cine, deciden ir a tomarse algo. Laura está
convencida de que Roberto es la persona que estaba esperando desde hacía
tiempo y hoy se siente animada para hacérselo saber.
Se sientan en la barra, y ella se pide un cóctel. Se apoya con el codo
izquierdo en la barra, mostrando el interior de la parte superior del brazo, y
toma el cóctel con la misma mano, dejando la muñeca lánguida y balanceando
sutilmente la copa. Sus piernas están cruzadas en dirección a Roberto, que está
de pie, y que no puede evitar recorrer la sinuosidad de Laura, desde la copa
que baila al ritmo de la música hasta la punta del pie que casi le toca. Las
insinuaciones van en ascenso. Si hasta ahora Laura se animaba a ofrecerle el
interior de su muñeca o una vista sugerente de su pierna, lo que le apetece ahora
es avanzar más rápido y no sabe cómo hacerlo exactamente.
Conscientemente no lo sabe, pero inconscientemente lo está haciendo a la
perfección. Está seduciendo. Sólo basta mirar su cara: los dientes superiores
muerden su labio inferior y el dedo de la mano derecha, la que se mueve
porque ella se lo ordena, toca la boca mientras Roberto es capaz de sostenerle
la mirada. De hecho, él está frente a ella, en una actitud que se podría
interpretar como de enfrentamiento si no se atendiera al contexto, pero nada
más lejos. Él se sitúa de pie con las piernas entreabiertas y la mano en el
bolsillo, con los dedos enmarcando la zona de la pelvis. La mira fijamente, con
un parpadeo más rápido que el habitual. Es la manera inconsciente que tiene de
captar todo lo que ve delante de sí. Cuando le habla, Roberto a veces le guiña el
ojo, como un signo de complicidad, de algo que pasa solo entre ambos. Están así
durante bastante rato, hasta que Roberto avanza un grado más. Como ya ha
hecho otras veces, la comienza a tocar delicadamente, como producto de la
casualidad del momento, sin pretender insinuarle algo concreto, sino más bien
haciendo acto de presencia: te escucho más cerca que nunca y por ello te toco.
Le roza el brazo, le acomoda el pelo detrás de la oreja, le toma la mano
mientras se ríe... Cualquier momento, cualquier oportunidad es buena para
acercarse.
Pasan así horas hasta que acaban besándose. No vale la pena detenerse en
quién se ha acercado primero ni cómo ha sido el acercamiento, lo que
verdaderamente importa es que la seducción acaba como se espera que acabe:
con la distancia íntima fulminada a cero centímetros el uno del otro. Laura y
Roberto inician así su camino de pareja.
Durante la primera época, el juego de la seducción sigue prácticamente los
mismos códigos que cuando no estaban juntos. Coquetean en público, se buscan,
se miran y se divierten provocando al otro ante la mirada impertérrita del resto,
que no entra en su juego.
Una vez que el juego avanza, cuando ya son pareja acordada, quizás la
diferencia más importante respecto a las etapas anteriores sea el cierre físico
que ambos practican respecto a las otras personas. Sus brazos actúan de
barrera para los otros. Se pasan el brazo por la cintura, por la espalda o lo
estiran para alcanzar al otro creando una burbuja entre ellos. Lo mismo hacen
sus pies y piernas: siempre apuntan hacia el otro, y en el caso de encontrase
cerca de otras personas, se cierran a los otros para abrirse solo a ellos. Los
otros pueden acceder a ellos solo a través de la palabra.
La relación de Laura y Roberto se podría definir como desenfadada. A veces
se dan la mano, y otras no, pero ello no significa que no estén el uno por el
otro. Con la mirada se buscan constantemente, sea cual sea la situación en la
que se encuentren. En cierta manera, gozan de una libertad controlada: pueden
ser ellos mismos, pero deciden estar en conexión con el otro.
Pasados los meses, llegan a un punto en el que no les hace falta decir
demasiado para comprenderse. Son, a todos los efectos, una pareja. De la misma
manera, en situaciones sociales, ya no necesitan compartir el mismo espacio
íntimo. La pareja ya ha conseguido la estabilidad necesaria como para dejar
espacio entre ambos en público, más que nada, porque en la tranquilidad de casa
se reencuentran con caricias compartidas según la necesidad del momento. A
Roberto le encanta abandonarse en el regazo de Laura para dejarse acariciar el
pelo, le provoca un sentimiento de tranquilidad y de relax, a diferencia de
Laura, que prefiere cuando la mano de él se pierde de arriba abajo en su
espalda: se siente acompañada y confirma que Roberto sigue allí. Cuando se
desean, ambos van descubriendo dónde acariciarse: de manera indirecta
pasando por los labios o el interior de brazos y piernas, o cuando el deseo es
irrefrenable, directamente en los pechos de ella o en sus genitales.
En esta etapa, la pareja vive sus primeros desencuentros. No es que la tónica
sea la discusión, pero es normal que después de un tiempo juntos haya necesidad
de regular ciertos comportamientos personales que en pareja deben funcionar de
manera diversa. Es curioso, pero en el caso de Laura y Roberto, hay ciertas
actitudes de ambos que hacen que se sientan, a ratos, inseguros de la relación.
No es el hecho mismo que está en discusión, sino que es la actitud de ambos
durante el momento exacto del desencuentro. A Roberto no le gusta cuando
Laura mueve excesivamente la cabeza y los ojos mostrando desaprobación. Le
cohíbe, ya que le genera una tensión constante: no se sabe si está de acuerdo
con lo que está haciendo o, por el contrario, le parece innecesario. A Laura, en
cambio, le molesta cuando Roberto le lanza esas miradas fijas y mantenidas,
con una expresión dura. La intimidan porque le parecen agresivas. No sabe qué
las provoca y se siente incapaz de hacerlas desaparecer. Además, a ambos, les
molesta sobremanera que el otro no esté en posición de escuchar: no mirarse
cuando hablan, estar con el teléfono en la mano, con el cuerpo abandonado
hacia otro lugar. Como es lógico, lo que demandan es atención plena. ¿Por qué
las cosas deberían ser diferentes a cuando comenzaron?
De hecho, las cosas son diferentes, lo notan, pero no saben exactamente por
qué. Ya como pareja, su comunicación no verbal se concentra en la zona de la
cara, principalmente en la mirada. Tanto su conexión como su disgusto se
transmiten al otro por esta vía. No es que el resto del cuerpo deje de operar a
nivel no verbal, lo que ocurre es que los movimientos se reservan para momentos
más íntimos, y además, la comunicación verbal gana protagonismo frente a los
movimientos y los gestos. Pasa el tiempo, y no es que Laura y Roberto se miren
menos, sino que se miran de manera diferente, y con ello, su comunicación no
verbal se resiente, tanto en su capacidad de ejecución como en su capacidad
de interpretación.
Cuando pasan los años, tanto Roberto como Laura son plenamente
conscientes de aquello que les gusta y disgusta del otro. Se ahorran numerosos
momentos de tensión siendo capaces de avanzarse al otro solo leyendo sus
sentimientos y pensamientos a través de la posición de su cuerpo y gestos de
la cara. Un movimiento furtivo de ojos hacia abajo le muestra a Roberto la
necesidad de Laura de desahogarse; un cruce de brazos de Roberto le indica a
Laura que no está para conversaciones, que es mejor esperar a otro momento.
Esta capacidad de adivinar lo que le pasa al otro es, sin embargo, un arma de
doble filo. Gran parte de las discusiones que tienen Roberto y Laura en esta
etapa de su relación tienen que ver con interpretaciones erróneas de lo que el
otro siente. Frases como «yo pensé que...» o «me pareció entender...» resuenan a
menudo en el aire. Por lo mismo, ambos han decidido dedicarse más tiempo a
explicar las cosas que a suponerlas. Es cierto que la comunicación no verbal
habla mucho del otro, pero también es cierto que las experiencias –las buenas y
las malas– y el contexto más inmediato –un largo día de trabajo, un resfrío
pasajero– influyen en la manera que tienen de descifrarse el uno al otro.
Después de años, Roberto y Laura se aman por lo que se dicen y por lo que no
se dicen. Porque cuando se escuchan y cuando se miran continúan cautivándose
el uno al otro.
SEÑALES
DE ALERTA
NO VERBAL
 
 
 
La comunicación no verbal es una valiosa arma para detectar relaciones
que no son del todo sanas. Muchas veces, en el comienzo de una historia de
pareja, las emociones ciegan nuestros sentidos y somos incapaces de detectar
aquellos pequeños detalles que nos muestran que no todo es tan perfecto
como parece.
Las ganas de estar con alguien, la belleza física o el encanto seductor de la
otra persona, las experiencias pasadas o el entorno donde el amor nace son
factores que in uyen en la correcta lectura de cómo está evolucionando la
relación. Pese a estos distorsionadores, los gestos y los movimientos que hace
el otro son siempre delatadores: nos dan la oportunidad de detectar algunos
comportamientos tóxicos. Solo hace falta que seamos capaces de prestarles
atención.
A continuación, se analizará el lenguaje no verbal de tres tipos de
comportamiento que pueden dar lugar a relaciones poco sanas: el rechazo y
la indiferencia; la mentira y el engaño, y por último, el desequilibrio de poder
de uno respecto al otro.
Para abordar todas estas maneras de actuar no se hace la distinción entre
hombre y mujer. Al corresponder a actitudes nocivas, tienen que ver con
comportamientos personales y sociales que trascienden al género, por lo que
veremos que los signos no verbales que tienen lugar en cada una de estas
situaciones no di eren entre ellos y ellas.

Con el objetivo de descubrir cómo interpretar correctamente las señales


que se dan alrededor de comportamientos tóxicos, la consultora en imagen y
comunicación estratégica Edurne Ochoa1 hace una serie de recomendaciones
en relación a la capacidad de lectura de la comunicación no verbal que en
este caso son tremendamente útiles para una correcta interpretación del
momento:
• Calibrar. Es fundamental conocer el lenguaje corporal natural de la
otra persona para valorar si determinado gesto o movimiento tiene
que ver con una actitud poco sana.
• Entender el contexto. Observar y entender el contexto es clave; no se
puede juzgar todo un comportamiento por tan solo un elemento.
• Decodificar. Reconocer los comportamientos no verbales estándares
es útil para entender aquellos que son señal de alerta.
• Mirar con objetividad. Aprender a no involucrar sentimientos
propios en las interpretaciones que se hace de los gestos de los otros
es difícil pero necesario.
• Observar. Tanto el entorno como los pequeños detalles.
• Detectar gestos en cascada. Buscar los comportamientos no verbales
consecutivos sirve para con rmar nuestras impresiones positivas o
negativas.
• Conocer el temperamentos. Dependiendo del nivel de conocimiento
del temperamento de una persona se podrán generar lecturas más o
menos acertadas.
• Componente psicológico. Las alteraciones de personalidad,
entendidas como cuadros clínicos, in uyen en la lectura de
emociones, pensamientos, comportamientos y reacciones.

PERSONAS TÓXICAS
Según Lillian Glass, experta en lenguaje corporal y estudiosa de las
personalidades tóxicas –de hecho, ella acuñó el término con su primer
libro sobre el tema en 1997– existen 11 tipos diferentes de personas
tóxicas: el competidor celoso; el volcán pasivo/agresivo; el que lo sabe
todo –arrogante y presuntuoso–; el mentiroso seductor –manipulador e
infiel–; el obseso del control, furioso y déspota; el metomentodo –
cizañero y traidor–; la víctima autodestructiva; el espantapájaros débil y
sin iniciativa; el narcisista egocéntrico, el congelador emocional, y el
sociópata.
Para identificar estas personalidades, la totalidad de las cuales
practican actitudes nocivas en la relación de pareja, según Glass, hay que
confiar en el instinto. ¿Qué quiere decir esto? Entregarse a las sugerencias
de nuestro cerebro límbico, el cerebro de lasemociones, y olvidarse del
cerebro racional. Para Glass, las sensaciones que transmite el cerebro
límbico siempre son correctas en lo que respecta a los sentimientos hacia
alguien.
Para ayudar a esta parte de nuestro cerebro a entender qué pasa
realmente, la experta recomienda prestar especial atención al lenguaje no
verbal de nuestros interlocutores. Su propuesta merece un estudio en
profundidad de las características de estas personalidades, pero a
grandes rasgos recomienda preguntarse:
• ¿Qué hace con las manos? ¿Tiene los puños apretados? ¿O tiene las
palmas de las manos abiertas y mirando hacia arriba?
• Cuando le haces una pregunta, ¿varía su expresión facial de forma
notoria y cambia de tema?
• ¿Rompe el contacto visual constantemente para mirar a otra
persona o cosa?
• ¿Tiene sus pies apuntando en otra dirección que no es la tuya?
• ¿Se balancea hacia adelante y hacia atrás sin motivo aparente?
¿Mueve la pierna nerviosamente?
• ¿Traga saliva?
 
____________________
1. http://www.elcuerponomiente.com
1

CUANDO EL CUERPO RECHAZA

En las relaciones interpersonales, el rechazo se re ere a la circunstancia


en la cual una persona es excluida de forma deliberada y consciente de una
relación social –de pareja o de grupo, formal o informal, íntima o pública–,
ya sea de forma activa, mediante el acoso o la ridiculización, o pasiva, a
través de la ignorancia o lo que se conoce como popularmente la ley del
hielo, el vacío total de contacto. Quien sufre el rechazo lo vive en un grado
que tiene independencia de quien lo provoca, pudiendo ocurrir, incluso, que
sienta una situación de rechazo cuando esta objetivamente no se está
produciendo por parte de los otros.
El fuerte impacto que tiene el rechazo en la persona se con rma al
estudiar el comportamiento siológico que tenemos cuando se produce. El
rechazo activa las mismas áreas del cerebro que se ponen en funcionamiento
cuando experimentamos dolor físico. Ser rechazado realmente duele. En un
experimento que buscaba entender los mecanismos del rechazo se
proporcionó a algunos participantes paracetamol, y tras un rato, se les pidió
que recordasen una experiencia de rechazo que les hubiera marcado.
Aquellos que habían tomado la dosis de paracetamol tuvieron un dolor
emocional menor que aquellos que no habían tomado el medicamento.
El hecho de que el rechazo se experimente físicamente pero que tenga su
origen a nivel emocional/psíquico hace que su dolor sea más perdurable en
el tiempo que un dolor puramente físico. La memoria tiene la capacidad de
reproducir tal cual el momento del rechazó, por ello su consecuencia, el
dolor, perdura hasta el momento en el que hemos sido capaces de tratarlo a
nivel psicológico.
Los neurólogos dicen que este gran dolor físico y emocional que
produce el rechazo tiene una razón evolutiva: en el pasado, el destierro era
una condena segura para el hombre cazador recolector que
irremediablemente se valía de la comunidad para poder sobrevivir. De esta
manera, el miedo al dolor que produce el rechazo hizo que los individuos
corrigieran sus actitudes para no ser negados por sus iguales. Quienes mejor
lo hacían más posibilidades tenían de sobrevivir.
Pero más allá del dolor físico, el rechazo lo que hace es desestabilizarnos
en nuestro ser gregario. Cuestiona nuestra capacidad para desarrollarnos en
grupo o en pareja. Por ello, cuando experimentamos el desprecio o el
rechazo del otro, nuestra actitud natural es volver corriendo al costado de
aquello que mejor conocemos –nuestros amigos, familiares...– para
reconectar con nuestra capacidad social y con rmar que, efectivamente,
nada va mal en nosotros, sino que es el otro quien rechaza nuestra
compañía.
Un sentimiento que a ora según muchas de las personas que han sido
rechazadas alguna vez en su vida es la ira y la agresividad. En 2001, el HHS
(Departamento de Salud y Servicios Sociales de Estados Unidos) hizo una
encuesta entre los jóvenes para entender las causas que motivaban los
comportamientos violentos y la delincuencia juvenil. Grande fue la sorpresa
cuando con rmaron que, según los encuestados, el rechazo social era la
principal motivación, por encima de la pobreza, la droga o las compañías
inadecuadas. En la misma línea, el rechazo es capaz de dejar en mínimos o
hacer desaparecer nuestra autoestima: alimenta un sentimiento de
culpabilidad –«¿qué me pasa?», «no sé relacionarme», «no soy lo
su cientemete interesante»...–, situación que nos hace caer en una espiral de
aislamiento. Cuanto menos capaz de relacionarme con los otros me siento,
menos lo hago, más me recluyo y menos conecto con el resto.
Asimismo, diferentes estudios con rman que el rechazo merma el
coe ciente intelectual de la persona, afecta a su memoria a corto plazo y
resiente la capacidad de tomar decisiones. Es innegable que desestabiliza lo
que somos, porque nos obliga a pararnos frente al espejo para entender por
qué no gustamos o agradamos.
A través de la comunicación no verbal está claro que no podremos evitar
el rechazo; sería mentira que se prometiera eso. Sin embargo, sí que es
posible detectarlo para tomar una decisión consciente frente a esta situación.
Si soy capaz de interpretar los primeros signos de rechazo en el otro, podré
decidir cambiar de actitud para intentar reconectar con él, o bien, decidir si
vale más la pena apartarme para buscar en otra persona la conexión que con
esta que me rechaza no llega.
Analizaremos el rechazo a través de los gestos de la cabeza a los pies. No
entraremos en aquellos más obvios que se producen en un estado avanzado
de la relación (una cara que se aparta ante un beso, una bofetada...), sino los
gestos y movimientos sutiles que se producen en las etapas iniciales de la
relación.
Quien nos rechaza suele tener su cabeza en una posición recta y rígida,
como si el cuello fuese incapaz de moverse. Esto tiene que ver con la
necesidad de dejar patente «no provocas nada en mí, nunca ladearé mi
cabeza hacia la izquierda». En caso de acercamiento, no necesariamente
íntimo, se detectan movimientos de doble tensión en la cabeza. Por ejemplo:
la cabeza echada hacia atrás mientras al mismo tiempo se tiene el mentón en
el eje neutro horizontal. Intenta hacerlo: al mover la cabeza hacia atrás, de
manera natural, el mentón tiende a subir. Acompañando a esta rigidez
encontramos también ciertas expresiones faciales delatadoras, como la de la
náusea –comisuras hacia abajo, la cabeza levemente desplazada hacia atrás,
labio inferior relajado y caído–, o la de la indiferencia y aburrimiento –
bostezos, sonrisa ngida, etcétera.–.
Tanto si se pellizca la nariz como si se la frota con el índice está
expresando rechazo. Es que frotarse la nariz es símbolo de desaprobación,
desacuerdo con lo que se está diciendo. También demuestra desinterés. Es
un gesto automático que se produce a consecuencia de micropicores en la
zona que se dan cuando se están experimentando sensaciones negativas.
Una mirada hostil e inexpresiva es también síntoma de rechazo. Hay
que conocer un dato. En una conversación entre dos, se debe mira a los ojos
al menos un 50 % del tiempo a la otra persona mientras se habla, cifra que
sube al 70 % en el caso de que sea uno quien tiene uso de la palabra. Si se
mira por debajo de estas cifras, lo que se desvela es la existencia de
desvinculación entre las partes. Es signo de falta de interés, compromiso o
descon anza. En una palabra, rechazo.
En todo caso, el tema es más complejo, ya que no siempre que se mira se
está haciendo para conectar con el otro. Si los párpados superiores caen, no
cierran el ojo, pero se percibe como que pesan, podemos deducir que no
estamos interesando. Si a esta mirada se le suma la mano derecha
sosteniendo la cabeza, no deducimos nada, sino que con rmamos que
estamos aburriendo soberanamente.
El no sonreír es, casi siempre, síntoma de rechazo. Pero no todas las
sonrisas sirven. Una sonrisa tensa, con los labios apretados, nos habla de
una persona que no está dispuesta a compartir sus emociones con nosotros.
Y esa es también una clara señal de rechazo, ya que la zona de la boca es una
región del cuerpo de alta sensibilidad, a través de la cual es fácil que a oren
los sentimientos de manera inconsciente.
Así, si las comisuras de los labios se orientan hacia abajo, se asocia con
sentimientos de tristeza y repugnancia. Preguntémonos si los estamos
provocando nosotros o no en el momento en que los veamos en nuestro
interlocutor. Asimismo, pasar la punta del índice por la comisura de los
labios, gesto análogo a limpiarse restos de comida, es una clara
reminiscencia a la necesidad de quitar algo que nos causa incomodidad. En
este caso, la boca es el lugar por donde dejamos entrever esa necesidad.
Taparse la boca con el dedo índice apoyando la yema del dedo en la
punta de la nariz es un gesto para reprimir pensamientos críticos hacia el
otro; los percibo y no los digo, me tapo la boca para que no se escapen. Otro
gesto similar es taparse la boca presionando fuertemente con la palma de la
mano.
Si vemos que nuestro interlocutor se lleva un objeto a la boca,
deduciremos que se encuentra en una encrucijada cognitiva respecto a
nuestro discurso. Puede que opte por el camino del rechazo, y se
desencadenen muchos de los gestos que aquí se analizan, o bien que decida
ir por el camino de la apertura y sigamos avanzando en el conocimiento
mutuo. En la misma línea, rascarse la oreja, tirar de ella o doblarla tiene que
ver con el sentimiento de rechazo ante algo que apenas hemos escuchado.
Quizás la cara y todos sus elementos son el principal semáforo del
sentimiento de rechazo que provocamos en los otros. Sin embargo, el resto
del cuerpo, también se las ingenia para hacernos ver que no caemos en total
gracia al otro.
Si pensamos en la estatua global de Turchet, si alguien no se acerca lo
su cientemente a nosotros ya en avanzadas etapas del conocimiento mutuo,
tenemos que interpretar que está colocando una barrera espacial como
elemento de rechazo. Ya en el plano más obvio, muchas veces nos podemos
encontrar también con que la persona directamente interpone un objeto
entre ella y nosotros, lo que nos cierra a cualquier posible acercamiento.
Poco o nulo movimiento corporal tiene un signi cado claro: «es mejor
que salgas de mi campo de visión inmediatamente». E inclinarse hacia atrás,
especialmente en situaciones formales o muy íntimas, es claramente un
gesto negativo, sinónimo de escaso interés, cansancio y falta de atención.
Entrar muy de frente, la típica actitud de malos vendedores y seductores
de discoteca, provoca casi siempre rechazo. Hace que la otra persona
inconscientemente se ponga a la defensiva. Incluso si el gesto se acompaña
con otros positivos –una sonrisa, un avanzase de hombros hacia delante–,
no se diluye la sensación de ataque, con lo que el otro, instintivamente, se
aparta.
Centrémonos ahora en los brazos y las manos. Cruzar los brazos indica
siempre una actitud defensiva y negativa, de incertidumbre o inseguridad.
De la misma manera que vimos que el cruce de piernas no siempre signi ca
un cierre a la otra persona, los brazos cruzados son siempre una barrera de
protección ante aquello que me rodea.
En una investigación se con rmó que cuando un grupo de personas
escuchaban a un orador con los brazos cruzados, curiosamente conseguían
retener menos información, y al ser consultadas sobre su opinión acerca de
quien hacía el discurso solían ser más críticas. Un consejo sencillo pero
efectivo cuando vemos a nuestro interlocutor de brazos cruzados es
ofrecerle algún objeto para que mantenga en la mano: una bebida, por
ejemplo.
Este mismo gesto ejecutado de forma parcial, utilizar un brazo para
agarrar al otro como haciendo un medio autoabrazo, nos habla de falta de
con anza en vez de rechazo. La mayoría de las veces es un gesto
inconsciente que utilizamos para tranquilizarnos y darnos confort en
situaciones de estrés.
Ya centrándonos en las manos, si cuando hablamos con alguien aprieta
el puño, podremos intuir una personalidad agresiva –se profundiza más en
este asunto en el apartado de desequilibrio de poder–. Si se mira las uñas
mientras hablamos, está en clara desconexión con el entorno. No
necesariamente tiene que ser rechazo, aunque lo que sí está claro es que no
está con nosotros y nuestro discurso.
Si al tocar la mano al otro notamos los dedos laxos y sin tensión, lo que
nos está diciendo es que le somos indiferentes. No se ha preparado
físicamente para nuestro encuentro. De la misma manera, si al hablar con
alguien notamos que no saca las manos de sus bolsillos, sabremos que
estamos delante de alguien al que todo le es igual y que participa de la
conversación con falta de implicación e interés.
Cuando nuestro interlocutor entrelaza los dedos de ambas manos nos
está diciendo que está reprimiendo un sentimiento negativo o que siente
angustia y/o ansiedad. No necesariamente es un sentimiento que estemos
provocando nosotros; lo que sí es un hecho es que no somos capaces de
anularlo.
Por último, quizás el elemento del cuerpo menos relevante para esta
parte del análisis, nos encontramos con las piernas. Cuando están cruzadas
podemos inferir que existe rechazo: solo hará falta con rmar si, como
explicamos en el capítulo dedicado a los gestos, el cruce se realiza de manera
abierta o cerrada hacia nosotros.
2

CUANDO EL CUERPO MIENTE

En la naturaleza, el ser humano es el único ser vivo capaz de maquinar la


mentira como un acto consciente con un objetivo determinado. Es lo que se
conoce como inteligencia maquiavélica, es decir, diseñar y ejecutar un
comportamiento especí co que tiene como trasfondo la manipulación, con
el objetivo de conseguir un bene cio para sí o para alguien muy cercano,
siendo consciente de las consecuencias que ello comporta, tanto si se
consigue perpetuar el engaño como si este no se lleva a cabo.
Somos conscientes del lugar que ocupamos en el mundo, de la
percepción que en los otros causamos y asumimos su proceso cognitivo
como una parte de nuestro entorno in uenciable y cambiable: puedo hacer
variar la opinión de los otros de manera determinante porque somos seres
maleables y, por naturaleza, con ables.
En este contexto social, la mentira no solo tiene el objetivo y la misión
de trastocar la verdad y ocultarla, sino que también se utiliza para crear una
impresión favorable en el otro. Es un comportamiento que está íntimamente
ligado con el rechazo: si miento, consigo evitar situaciones de vergüenza
pública y me ahorro una posible evaluación negativa por parte de los demás.
En pocas palabras, minimizo el rechazo.
En sociedad y delante de una posible pareja, queremos parecer más
atractivos, más interesantes y educados, inteligentes y divertidos. Buscamos
proyectar una imagen de solvencia, seguridad y dominio de la situación sin
importar que seamos hombres o mujeres. Todos escondemos nuestras
miserias –que en realidad son simples comportamientos que nos hacen más
humanos– y nos dedicamos a parecer aquello que siempre hemos querido
ser.
Bajo esta mirada, distinguimos dos tipos básicos de mentiras: aquellas
que son de ocultación, que se ejecutan escondiendo o callando un hecho u
opinión, y las que son de falsi cación.
En el primer caso, lo que hacemos es controlar el ujo de la información
para alcanzar nuestro objetivo. Omitimos datos y detalles consiguiendo que
nuestro interlocutor se haga una idea desviada de lo que le explicamos.
Según la psicología de la mentira,2 «el mentiroso engaña suprimiendo la
verdad a través de silencios, descripciones vagas o muy generales, evasión de
preguntas, emoción ngida, ira o indignación. También es ocultación
revelar la verdad a medias sin exponer elementos clave de la información
que, siendo verdadera, esquiva el asunto, desvía la atención o provoca una
interpretación errónea de los hechos».
En el caso de la falsi cación o creación de una historia, tiene que ver con
la presentación de información que no es verdadera, o directamente la
creación de una historia fantasiosa –que no fantástica– para confundir o
engañar al otro. «El mentiroso proporciona datos, detalles o explicaciones
como si fueran ciertos. Necesita para ello poseer buena memoria,
anticipación y no perder la compostura. Si la mentira no consigue su
objetivo de engañar a los demás, debe volver a la falsi cación, inventando
más cosas, o admitir parte o toda la verdad.» Y es que quizás una de las
cosas más difíciles para el mentiroso, y también para el engañado, es
descubrir el montaje. «El descubrimiento es inadmisible para los engañados
e inaceptable para el mentiroso ya que no tiene escapatoria», a rman desde
la psicología de la mentira.
Más allá del lenguaje oral, la primera y fundamental de las herramientas
al servicio de la mentira, el lenguaje no verbal deja un sinfín de rastros que
hacen posible determinar si nuestro interlocutor está creando a su alrededor
un personaje o realmente nos está explicando quién es.
Comencemos, como en el caso del rechazo, con la visión global de la
estatua. En este caso, el acercamiento excesivo al interlocutor es un signo
inequívoco de la mentira. Tal y como analizamos en los capítulos iniciales de
este libro, la proxémica nos explica que lo habitual es no invadir el espacio
íntimo del otro cuando la relación aún no está consolidada.
Las personas que se sienten con la libertad de hacerlo suelen tener una
visión distorsionada de la realidad –creen ser percibidas como no lo son– y,
una vez que se han acercado tanto, para justi car este movimiento tan
inesperado, habitualmente utilizan la mentira como medio de justi cación o
protección.
Otro signo inequívoco de la mentira es el estar agitado. Cuando una
persona se mueve mucho, o cuando habla de forma demasiado expresiva,
gesticulando a través de las manos, los brazos y toda la parte superior de su
cuerpo, deja entrever una personalidad simulada. En la misma línea, los
movimientos nerviosos y repetitivos suelen ser realizados por quien está
más concentrado en crear una historia que en acompañar un discurso. Un
detalle curioso que se enmarca en el conjunto de gestos involuntarios que un
mentiroso ejecuta: debido al estrés que se sufre cuando se dice una mentira,
la voz de un mentiroso podría sonar algo más aguda que de costumbre.
Las personas que mienten tienen el acto re ejo de rascarse la cabeza –
casi a la altura de la frente, en la parte delantera–, en un gesto que se
relaciona con los micromomentos de vacilación o confusión. Están
buscando qué decir, y mientras están articulando el discurso, sufren
micropicores en la región del pensamiento racional.
Tirar del cuello de la camisa, en ambientes de trabajo o más formales, se
relaciona también con los micropicores. En el momento de la mentira, la
actividad sanguínea está al máximo, lo que provoca un incipiente
hormigueo en la delicada zona del cuello, y a la persona que miente no le
queda más remedio que frotárselo o a rascárselo. Rascarse en la zona de la
nuca, asimismo, es señal de que se está verbalizando una a rmación que
entra en directa contradicción con nuestros sentimientos.
También puede suceder que los mentirosos se toquen la oreja. Cuando lo
hacen –se la tapan con una mano, se la tiran del lóbulo, juegan con ella a
doblársela–, es una manera de no autoescuchar las mentiras que en ese
mismo momento están diciendo. Los niños, con su inocencia, utilizan este
gesto cada vez que mienten.
Ya en el plano de la mirada, los mentirosos, por regla general, rechazan
el contacto visual. En este caso, sí que actúan de forma diferente hombres y
mujeres. Ellos miran hacia otro lado y ellas, en cambio, se tocan ligeramente
justo debajo del ojo. Mirar demasiado el reloj o el teléfono, de la misma
manera que mirar a la mesa o al suelo mientras habla, son signos claros de
que él nos está mintiendo.
Es una verdadera ciencia el estudiar cómo actúa el ojo del mentiroso:
rehúye la mirada, la aparta y vuelve a jar la vista fugazmente; aumenta el
número de parpadeos que hace y es mayor el tiempo en el cual los ojos
permanecen cerrados al parpadear. También dicen mucho las micromiradas
que se realizan justo en el momento antes de verbalizar una frase. Lo que en
programación neurolingüística se conocen como las claves de acceso ocular.
Por ejemplo: en el caso de la mentira, mirar hacia arriba a la derecha cuando
preguntamos por un recuerdo, indica claramente que ese recuerdo no existe,
sino que lo que se está haciendo en ese mismo momento es construir una
imagen visual. En pocas palabras: nos estamos inventando algo para
explicar.
Tocarse la boca o la nariz es una forma encubierta de disimular la
mentira. Me tapo la boca, que es por donde sale la información no
verdadera. También es habitual restregarse los ojos como una manera de
evitar mirar a quien estamos mintiendo, o incluso puede hacerse solo con
uno. Corresponde a un intento de bloquear lo que se ve para no tener que
mirar a la cara a la persona a la que se miente.
Acompañando a la mirada, una sonrisa falsa, esa en la que el lado
izquierdo de la boca suele elevarse más, ya que la parte del cerebro más
especializada en las emociones está en el hemisferio derecho, es la
con rmación que se está ejecutando una mentira.
Unas manos que no se dejan ver mientras se habla es una posición
natural y muy usada por las personas que engañan. Parte de la misma
estrategia es poner las manos en los bolsillos, un hábito frecuente que
siempre se percibe de forma negativa, ya que resta con anza al discurso que
se está manteniendo.
Los mentirosos, cuando hablan, suelen balancearse, producto del
nerviosismo general que invade todo su cuerpo. También es verdad que la
mentira es cuestión de práctica. Cuanto más miente uno, mejor lo hace, con
lo que esos pequeños tics que pueden ser fácilmente identi cables por los
otros se van reduciendo a la mínima expresión.
Suerte que en estos casos quedan los detalles incontrolables, los que
utilizan, por ejemplo, los criminólogos en procesos judiciales. Aquellos
movimientos semiinconscientes de ojos o de músculos sobre los que se tiene
poco control racional, como los de la cara, siempre nos dirán la verdad, o al
menos, nos anunciarán que una mentira se está gestando.
 
____________________
2. http://www.benitezrafa.es/psicologia-de-la-mentira-tipos-mentiras/
3

CUANDO EL CUERPO MUESTRA UN


DESEQUILIBRIO DE PODER

Quizás una de las situaciones más nocivas de la pareja es la situación de


desequilibrio de poder. Una relación funciona y permite el desarrollo de sus
miembros cuando juntos avanzan hacia un objetivo. Si en realidad el
objetivo es decisión de uno de ellos, y el otro se limita a avanzar al ritmo que
este le marque, se produce una relación desequilibrada en la que uno asume
todas las decisiones, y el otro, todas las responsabilidades.
Consecuencia inmediata de esta posición de desventaja de uno respecto
al otro es la manipulación por parte de quien ostenta el poder de decisión en
la relación. Quien manda obliga a la otra persona a actuar de determinada
manera, quitándole todo poder de decisión sobre sus actos. Si no lo hace de
determinada manera, pone en un falso riesgo la relación. En realidad, lo que
hace es incumplir con las exigencias del otro, quien arbitrariamente decide si
continúa o no la relación, o al menos, mantiene esa sensación de tensión
constante que hace que el otro viva una situación de angustia permanente.
En cualquier momento, la relación puede quebrarse.
En este tipo de relaciones tóxicas, el silencio, las amenazas directas o
veladas, los celos e incluso adoptar la actitud de víctima son estrategias
nocivas para mantener el control de la situación y situarse por encima del
otro.
Pero ¿por qué se intenta estar por encima del otro? Diversos son los
motivos que empujan a una persona a mantener relaciones en las que el
desequilibro de poder es la constante. El sentimiento de inferioridad es el
primero de los motivos. Aunque parezca increíble, cunado nos sentimos
menos que los otros, lo que hacemos es crecernos desmesuradamente para
anular esa sensación de estar por debajo. La inseguridad se anula con un
comportamiento déspota, que justi ca la toma de decisiones unilaterales, las
exigencias y el chantaje emocional.
También in uye el ideal romántico que cada uno tiene de la relación. Si
yo siempre he esperado tener una relación perfecta, no cuestiono el
comportamiento nocivo del otro, lo acepto en favor de no perjudicar la
relación. De la misma manera, quien ejerce poder se siente justi cado a
hacerlo porque así es la relación que se ha imaginado siempre, la que le
permitirá a él y a su pareja alcanzar la felicidad.
En un grado más allá de este comportamiento, pueden existir detrás
trastornos de tipo psicopáticos, narcisistas o con tendencias
sadomasoquistas. Este tipo de per les suelen intentar mantener el control de
sus relaciones con el objetivo de satisfacer sus deseos más ocultos. Para las
personas enmarcadas en este tipo de comportamientos es difícil mantener
una relación de igual a igual y suelen buscarse compañeros de carácter
sumiso o que necesitan un guía decidido para avanzar en la vida (una gura
inspiradora, de padre). En esta combinación de per les está la que puede ser
la más nociva de las relaciones, aquella en la que se complementan a la
perfección las necesidades tóxicas de ambos: la de dominar y la de ser
dominado.
Cuando desde un inicio la relación se establece como desequilibrada, es
muy difícil cambiar la distribución de los papeles para que vuelva a un
punto sano. Seguramente, en una relación marcada por la dominación de
uno sobre el otro, la cosa siempre irá a peor. Por lo mismo, más allá de hacer
el esfuerzo personal de mantener una actitud respetuosa con uno mismo
que impida aceptar comportamientos de dominación, es importante tener el
radar alerta para detectar aquellos pequeños gestos que nos hablan de una
persona dominante con la que la relación, lo más seguro, se establezca sobre
la base del desequilibrio de poder.
Cuando alguien levanta demasiado la barbilla, en una posición donde el
mentón parece estar apuntando siempre al cielo, nos deja entrever una
persona con carácter prepotente y altivo, que se siente por encima de los
demás y no tiene problemas en manifestarlo. Si cuando apenas se conoce a
alguien se es capaz de mantener la mirada durante más de tres segundos de
manera directa, estamos ante un signo de agresividad velado por la
seducción. No quiere decir que sea una persona violenta, sino que puede ser
alguien desa ante, que es capaz de intimidar al otro cuando apenas lo ha
conocido. Mirar con la cabeza hacia delante, dejando la frente en una
posición como de visera, es también una claro gesto de intimidación.
Estas son las primeras señales que percibimos sin necesidad de contacto
físico, aunque también es posible detectarlo cuando nos tocamos, cuando le
damos la mano a alguien. Si el apretón de manos que nos damos es
desmedido en fuerza por su parte, y además se mantiene por más tiempo del
necesario, nos habla de una tendencia a dominar. Por el contrario, si al darle
la mano a la otra persona notamos que su mano es lánguida y blanda, lo más
seguro es que nos encontremos delante de alguien con carácter débil y
sumiso.
Y es que quizás las manos son el principal termómetro de riesgo de
desequilibrio en la relación. Si al hablar con la otra persona notamos que
tiende a mantener los puños cerrados y apretados, debemos saber que es
una persona en la que predominan emociones como el nerviosismo, la
agresividad o la falta de transparencia. Las manos abiertas son la posición
opuesta a esta actitud. Cerrar el puño con el pulgar dentro y apoyarlo en la
mesa de manera rígida es otra variante de las emociones antes descritas. El
pulgar se relaciona con el propio ego, con el yo, y cuando queda atrapado
por la mano, lo que nos está diciendo es que se le está sometiendo a una
situación de control, ya que puede explotar en cualquier momento.
Cuando cruzamos los dedos para hablar, estamos con rmando nuestra
autoridad en la materia. No pasa nada si este gesto se realiza de manera
puntual, el problema viene cuando es una constante del discurso.
Frotarse los nudillos con la yema de los dedos de la otra mano es una
pulsión de agresividad contenida. También es símbolo de una frustración no
bien gestionada. Mostrar la palma de la mano con el brazo extendido,
señalar intensamente con el dedo índice, y acompañar estos gestos con un
tono de voz rudo, la ausencia de sonrisa y una gran apertura de ojos son
otro conjunto de movimientos que predominan en las personas de carácter
dominante.
Si suele cruzarse de brazos dejando entrever los pulgares hacia arriba, lo
que está haciendo es mostrándonos una postura defensiva que a la vez
transmite orgullo en relación a lo que es: «Aquí estoy yo y me gusto». En la
misma línea de comportamiento, si apoya las manos sobre la mesa con el
tronco inclinado hacia delante, lo que está haciendo es una postura
intimidatoria.
En general, este tipo de personas se hacen con el control del espacio que
las rodea: realizan gestos de gran amplitud, hablan con un tono de voz que
llena el aire, están acostumbradas a solapar y a interrumpir los discursos del
otro, y cuando no son el centro de atención del momento, pierden el interés
por aquello que las rodea.
Reconocer estos múltiples gestos es, sin duda, de gran ayuda para
entender las pulsiones que mueven a la otra persona más allá de aquello que
nos explica. Es importante, eso sí, hacer una lectura global de su
comportamiento. Como decíamos al inicio de este libro, no se trata de
juzgar al otro a la luz de un único gesto o justi car nuestras impresiones
preconcebidas gracias a un movimiento especí co en un momento
determinado.
Todos pasamos por distintos estados emocionales en un mismo día,
fenómeno que se acentúa cuando estos estados emocionales se dan en el
marco de una relación de pareja. No podemos considerar determinante un
comportamiento aislado en un momento puntual. Nuestra vocación por
analizar al otro a través del lenguaje no verbal ha de ser continuada,
responsable, y sobre todo holística, con una mirada a la persona en su
globalidad. Todo su cuerpo, todo su entorno y la in uencia que yo mismo
ejerzo sobre el otro. De otra manera, corremos el riesgo de simpli car el
enorme potencial que tiene la lectura del cuerpo. Es como escuchar a un
extranjero hablar en un idioma que desconocemos. Le escuchamos, pero
verdaderamente no lo entendemos.

LOS CUATRO JINETES DEL


APOCALIPSIS
El psicólogo estadounidense John Gottman, especializado en la
psicología del amor y fundador de The Love Lab, estableció una serie de
comportamientos tóxicos que agrupó bajo el nombre de los cuatro
jinetes del Apocalipsis. Se trata de cuatro grupos de comportamiento
personal que impactan negativamente en la relación y que, en el caso de
no ser controlados, llevarán a que la relación acabe rompiéndose con
seguridad.
1. El crítico destructivo. Corresponde a un carácter donde abundan las
palabras despectivas hacia el otro. No aporta nada para el cambio,
sino que simplemente se dedica a recalcar lo que considera negativo.
A este tipo de personas se las reconoce gestualmente por su postura
corporal amenazante: inclinación excesiva hacia delante, con un tono
de voz elevado y despectivo, gesticulaciones de brazos bruscas,
etcétera.
2. El defensivo. Dedica todas sus energías a protegerse del otro pese a
que no se le está atacando. Cuando se le hace algún comentario, su
respuesta siempre es «tú más». A nivel no verbal se identifica por sus
posturas de cierre: cruzar los brazos, cruzar las piernas en contra de
la dirección de su interlocutor, taparse la boca al hablar...
3. El que desprecia. Se dirige al otro desde una posición de
superioridad, ofendiéndole gratuitamente. Su gesticulación tiene
mucho que ver con el crítico: posturas amenazantes, barbilla alzada,
pies cerrados, manos en jarra.
El que se evade. Tiene una actitud de constante desinterés hacia el
4. otro como muestra de su continua desaprobación. No participa de las
actividades conjuntas, hace como que no escucha, mira hacia otro
lado menos hacia su pareja. En el ámbito de la comunicación no
verbal, sus movimientos dejan entrever esta desidia: posición de
estatua lánguida, mirada siempre evitando el contacto visual con la
pareja, escaso contacto físico, etcétera, gestos que, sin embargo,
frente a otras personas se suprimen adquiriendo una actitud y una
posición corporal más vivaz e interesada.
COMPLEMENTOS
PARA APOYAR
EL LENGUAJE
NO VERBAL
POSITIVO
 
 
 
Como comentaba el padre de la sinergología Philippe Turchet, es
imposible descifrar correctamente el lenguaje no verbal de una persona
atendiendo solo a un gesto, ni siquiera a un conjunto de movimientos
corporales. Como personas, somos entes en un contexto determinado, con
una carga cultural especí ca, una historia personal de experiencias positivas
y negativas, así como un cúmulo de expectativas y miedos en relación a
nuestro futuro. Nuestros gestos, aunque verdaderos, son solo una pequeña
parte de aquello que somos; una parte muy importante que no se puede
desligar de otros elementos inherentes a nuestra persona si realmente
queremos conocerla en su cabalidad.
Cuando nos comunicamos, estamos conectando con el otro con nuestras
palabras, pero también con nuestros gestos, y sin quererlo, con nuestra
manera de vestir, el tono de nuestra voz o la forma en la que llenamos el
espacio (proxémica). Estos tres elementos son los que se conocen como
complementos al lenguaje no verbal, tres ámbitos totalmente desconectados
entre sí, que sin embargo se encuentran en el terreno del lenguaje no verbal.
Porque la manera en la que los otros descifran mis movimientos
depende también de cómo me ven en el momento en el que estos
movimientos están siendo interpretados, de la forma en que el discurso está
impactando en la mente y en el corazón de mi interlocutor, y de mi posición
respecto a la situación que me rodea.
Si lo que buscamos es dominar las claves del lenguaje no verbal para
aplicarlo en la búsqueda del amor, no podemos olvidar que esta disciplina de
la comunicación humana se ve contaminada por los factores externos
mencionados. Si queremos ser realmente efectivos, no deberíamos dejar
nada al azar: si nos movemos y gesticulamos tal cual nos sentimos, aunque
nuestras palabras digan lo contrario, nuestra vestimenta y puesta en escena
debería apoyar esas emociones.
No hay nada más contradictorio que ver a alguien intentando
convencernos de algo y, todo lo que le rodea, no tan solo sus gestos, hablen
de lo contrario. Por mucho que se esfuerce, la idea que nos hemos hecho de
esa persona o de esa situación ya está asentada en nuestra mente. Todo lo
que pase a partir de ese momento, muchas veces el primer encuentro, se
interpretará bajo el ltro de nuestras suposiciones e impresiones. Si lo que
hacemos es dar una imagen equivocada, supondrá un gran esfuerzo
corregirla, ya que implica que nuestro interlocutor debe hacer el camino
inverso, salir de sus imágenes construidas, para volver a mirarnos y a
descifrarnos tal y como esperamos que lo haga.
Apoyar nuestro lenguaje no verbal a través de la forma en que nos
mostramos a los otros es un recurso necesario si se habla de amor. No
queremos causar falsas impresiones, sino impresiones verdaderas de aquello
que somos y de nuestra disposición a conectar con el otro. Para ello, es
necesario alinear el entorno de nuestra comunicación con nuestros
sentimientos para no provocar distorsiones. Simplemente, que aquello que
decimos, aquello que se ve que decimos y la manera en que lo hacemos sean
partes de un mismo discurso, no contradicciones inherentes.
1

LA APARIENCIA FÍSICA

Antes de que podamos cruzar palabra con una persona, somos capaces
de hacernos una clara fotografía de ella: su edad, condición social,
posiblemente también su ocupación, preferencias estéticas, etcétera. Basta
una mirada para descubrir parte del mundo del otro. La vestimenta es, en
esta impresión inicial, un factor determinante.
Fue el experto en semiótica Roland Barthes1 quien sometió por primera
vez a la vestimenta a un análisis semántico. Según su tesis fundamental,
tanto hombres como mujeres pueden crear sentido a través de sus
vestimentas. Durante toda la historia de la humanidad las prendas han
acompañado los movimientos humanos. Como destacan Luís Casablanca y
Pedro Chacón,2 unas veces comprimiendo y encorsetando el cuerpo, y otras
desestructurándolo. En la actualidad, lo hacen con la premisa de la levedad.
«El vestido siempre signi ca algo, trasmite importantes informaciones
en relación a la edad, el sexo, el grupo étnico de pertenencia, el grado de
religiosidad, la tarea que desempeñamos en orden laboral, la independencia
o la dependencia de una idea –explican los profesores de la Universidad de
Granada–. La ideología está implícita en la elección de un traje
determinado, ya que la elección es una opción y esa opción se hace en base a
dejar otras de lado.» En este sentido, el vestido puede emplearse para señalar
una actitud hacia los demás, «en particular el poder de disponibilidad
sexual, la energía, la rebeldía, la sumisión, la formalidad, para distinguir el
estatus económico y para compensar los sentimientos de inferioridad
social». En la actual sociedad occidental, enmarcada en una economía
capitalista, siempre según Casablanca y Chacón, «cuando una persona elige
un atuendo, está expresando quién es, y qué es lo que piensa de sí mismo».
En función de estas primeras re exiones, se concluye que no hay una
forma de vestir correcta; lo fundamental es que esta esté acorde a nuestros
sentimientos, la manera en que pensamos, y sobre todo, que nos haga sentir
cómodos con nosotros mismos.
Es imposible pensar en Fidel Castro sin su uniforme militar, en la reina
Isabel II sin su bolso o en Lady Gaga sin un vestido estrafalario. Como seres
humanos han hecho una elección acorde con su posición, que está en línea
con su sentir y con su discurso.
Primera regla: el estilo que tenemos incide directamente en cómo los
demás valoran nuestros puntos de vista. Por ejemplo, la vestimenta que sale
de las normas convencionales hace que los demás lean a la persona que la
lleva como radical en sus ideas. Quienes utilizan prendas convencionales se
les considera moderados. Así, un artista de rock viste de manera
transgresora, y un comercial lo hace con traje y corbata. Ambos, por el
mismo motivo: dar un soporte visual y contextual a su discurso.
Segunda regla: los cuerpos atractivos son más persuasivos, por lo que se
recomienda que su vestimenta sea entallada. El concepto atractivo en este
caso no se re ere a un patrón físico especí co, sino el que es manejado de
manera dominante por la cultura donde está la persona: si en los países
asiáticos lo atractivo es ser menudo y delgado, en el continente africano
predomina el modelo de grandeza y sinuosidad.
En este ámbito, se ha de reconocer que las personas bellas tienen mayor
facilidad de llegar a las otras con su discurso. Tendemos a prestarles más
atención, son para nosotros más creíbles e interesantes. Se les abren más
puertas, aunque después, como todo el resto, deberán con rmar que son
realmente interesantes y competentes.
Tercera regla: en la sociedad actual, la calidad de la ropa habla del estatus
social que se ostenta. No es que el estatus social importe a la hora de
comunicar –no hay mejor ni peores oradores según un determinado
estatus–, pero lamentablemente es un factor que para muchas personas es
relevante. Dependiendo de si entras en su tribu o no, será el nivel de
atención que te presten.
Cuarta regla: hay ropa cargada de simbolismo que aporta credibilidad a
un discurso. Que un doctor te explique un diagnóstico con bata blanca
merece toda nuestra atención. Nos sorprendería que lo hiciera vestido de
calle. El simbolismo del atuendo le otorga más credibilidad a los emisores en
relación a sus respectivas profesiones. Por lo mismo, si visten el atuendo
adecuado, logran ser más persuasivos con temas relacionados con su área
especí ca de trabajo.
Respecto a las tribus, además de la escala social en la que se encuentre la
persona, el tipo de vestimenta que llevamos nos hace reconocibles entre
nuestros iguales. Nos permite enviar mensajes de cercanía y similitud a los
otros, que es un buen inicio para intentar conectar. Asimismo, nos permite
reconocer personas con las que, seguramente, congeniaremos bien. No es
una ciencia cierta que si buscamos a alguien de nuestro estilo de vestir
acabemos siendo pareja, pero la experiencia demuestra que en muchas
ocasiones es así.

COLORES QUE HABLAN


Un sencillo ejercicio para entender el impacto de nuestra vestimenta
en los otros está en los colores que usamos. ¿Qué pasaría si viésemos a
una viuda ir vestida de amarillo a un funeral?, ¿o a una novia de negro?
En la práctica, no pasa nada, pero nuestra mente no está preparada para
interpretar ese código de colores en esta situación, ya que cada color
tiene su equivalente en estado de ánimo y contexto.
El negro se relaciona con la elegancia. Es muestra de un elevado nivel
social, estatus, y se asocia también con seriedad y fuerza. El gris también
es el color de la elegancia; sin embargo, conecta más con el respeto y el
equilibrio, consiguiendo ser más cercano que el negro. El dorado tiene
connotaciones de opulencia y poder, pero también de estabilidad, y el
plateado se interpreta como una persona en armonía e independencia.
El amarillo es, irremediablemente, el color de la energía, la fuerza y la
vitalidad; el rojo, de la pasión; el púrpura, del misterio; el rosa, del
romanticismo y la femineidad, y el naranja, de la creatividad.

Más allá de la vestimenta, la importancia del aspecto físico radica en su


capacidad de entregar información al otro. Es cierto que la apariencia física
no es siempre algo modi cable –no entraremos en el complejo universo de
las cirugías correctivas–, pero sí que se puede potenciar positivamente el
aspecto de una persona a través de in nidad de recursos: además de la ropa,
dejarse la barba o el bigote, maquillarse, el corte de pelo... Lo importante es
saber sacarse partido de lo que somos y lo que tenemos, superando aquellas
características que pueden ser un impedimento para conseguir aquello que
nos proponemos. En este sentido cabe destacar que ciertos colectivos sobre
los que se suele tener prejuicios de entrada, lamentablemente, deben
volcarse aún más en practicar una comunicación no verbal efectiva, apoyada
por una apariencia física adecuada: discapacitados, extranjeros en una
comunidad ajena, mujeres en ciertas sociedades, etcétera.
Marcar la diferencia con nuestra apariencia física para impactar en el
otro es una alternativa que puede tener excelentes resultados, pero debemos
ser conscientes de los riesgos que conlleva. Destacar por encima del resto
nos hace inolvidables, marcamos un territorio propio con un estilo y unas
maneras únicas que suelen atraer la atención, aunque para algunas personas
puede ser motivo de alejamiento. Pre eren per les más bajos, que no
destaquen tanto, simplemente que sean más similares a ellos mismos.
Por ello, la clave en relación a nuestro aspecto es reconocernos tal como
somos, identi car nuestro rango emocional, ver qué podemos potenciar a
través de la apariencia física y cuidar nuestro aspecto general, que siempre es
una muestra de respeto hacia los otros.
 
____________________
1. Barthes, Roland, El sistema de la moda y otros escritos, Paidós, Barcelona, 2003.
2. Casablanca, L., y Chacón, P., «La moda como lenguaje. Una comunicación no verbal», Revista
Asociación Aragonesa de Críticos de Arte nº 29, Zaragoza, 2012.
2

LA MANERA DE LLENAR EL ESPACIO

La educación somática se re ere a una técnica para tomar conciencia del


propio cuerpo y sus movimientos con el n de promover el bienestar
psicofísico de la persona, y con ello, potenciar sus habilidades relacionales y
comunicativas. El término deriva de la palabra somática –en griego soma,
somatikos: «vida, consciente, corporal»– que signi ca «perteneciente al
cuerpo, experienciado y regulado desde el interior». En su esencia esta
disciplina a rma que cuerpo y mente son parte de un proceso vivo, por lo
que se debe trabajar para liberar las restricciones que la mente impone al
cuerpo, y viceversa.
Una de las aportaciones más interesantes en relación a cómo nuestro
cuerpo ocupa el espacio nos viene de la mano de Rudolf Laban, considerado
como el padre de la escuela de danza moderna de Europa central. De
formación arquitecto, su pasión era el estudio del movimiento humano. De
él heredamos uno de los conceptos claves para entender cómo nos movemos
en el espacio, la kinesfera: la esfera tridimensional imaginaria que rodea el
cuerpo.
Tenemos que imaginarla como el Uomo vitruviano de Leonardo Da
Vinci, aquel dibujo realizado por el artista para estudiar las proporciones
ideales del cuerpo humano. La kinesfera es una circunferencia que se forma
con las extremidades del cuerpo estiradas sin cambiar el punto de apoyo.
Esta burbuja se mueve con la persona hacia donde quiera que va, y es
imposible para la persona salir de ella. El cuerpo humano dentro de ella,
representado en el bailarín para los estudios de Laban, se convierte en una
forma claramente delimitada, extendida como super cie y alejada del suelo
verticalmente.
La propuesta de Laban consiste en buscar la armonía del movimiento en
el espacio, es decir, que el cuerpo coopere con los patrones de la naturaleza.
Bajo este concepto, nos movemos en altura, anchura y profundidad, con
movimientos lejos o cerca del centro de nuestro cuerpo, en plano frontal,
transversal o sagital, y por último, con dirección central –desde fuera hacia
el centro del cuerpo– o periférica, justo a la inversa. Según la combinación
de movimientos que se realice, podemos transmitir sensación de frialdad o
cercanía, fuerza o debilidad.
En la vida real, nos movemos inconscientemente con la lógica de un
bailarín, en las mismas dimensiones identi cadas por Laban. La única
diferencia es que debemos añadir el factor aproximación al otro, es decir,
cuán lejos o cuán cerca estamos de la otra persona, Así, si al hablar, nuestros
brazos gesticulan con movimientos que nacen en la base y acaban
enérgicamente con un gesto hacia fuera, hacia el espacio, a una distancia
considerable de nuestro interlocutor –sin invadir su zona íntima–,
seguramente conseguiremos captar su atención al llenar la sala
involuntariamente. No solo con nuestro cuerpo en movimiento, sino
también con la proyección que hacemos de este en el lugar donde nos
encontramos.
Si el mismo movimiento lo realizamos demasiado cerca de la otra
persona, ocupando su zona íntima, por muy amable o alegre que sea nuestro
discurso, sin ningún elemento de agresividad en él, lo más seguro es que
consigamos intimidarla o, al menos, incomodarla. Estamos apropiándonos
de su espacio particular con nuestra presencia, invadiendo su burbuja, y con
ello, generando una incomodidad no buscada.
Los grandes líderes y oradores saben cómo ocupar el espacio. Cuando
hablan, generalmente lo hacen de pie, ya que esto conlleva ocupar más el
espacio donde se está y con eso atraer más la atención. Los movimientos que
se ejecuten deben ser naturales, los que se producen de manera natural al
verbalizar un discurso. Por lo mismo, si queremos conectar con el otro, no
es recomendable estar inmóvil. Resta interés hacia nuestra persona.
Cuando estamos sentados, al estar medio cuerpo oculto a la vista de
nuestro interlocutor, nos vemos en la obligación de ser aún más precisos con
los movimientos que hacemos con nuestro tronco y nuestros brazos.
En esta posición, para transmitir seguridad, es fundamental estar
cómodamente sentado. Cualquier posición que supongamos que nos hace
parecer más atractivos y, sin embargo, es incómoda de mantener, lo único
que conseguirá es que parezcamos falsos y tensos. De preferencia, los brazos
siempre deben apoyarse en la mesa y desde ahí iniciaremos la gesticulación.
En esta posición, los movimientos de nuestra cabeza son también
determinantes: al estar a una distancia más íntima del otro, es posible
empatizar con él de manera más efectiva.
Un punto a tener en cuenta es que el interés que generamos en el otro no
tiene que ver con la cantidad de movimientos que hagamos. Movernos de
manera errática y sin parar, con gestos que nada tienen que ver con nuestro
discurso, lo único que hace es mostrar que sentimos inseguridad por la
situación; distrae, porque las personas la mayor parte de las veces se quedan
más con aquello que han visto que con aquello que han oído, y nos di culta
la posibilidad de enfatizar: si estamos en constante movimiento no
conseguimos destacar una cosa de la otra. Todas parecen igual de nimias o
igual de importantes.

PRÁCTICAS QUE IMPACTAN


EN NUESTROS MOVIMIENTOS
Hay diversos métodos que ayudan a tomar conciencia de nuestro ser
corporal, muchos de ellos considerados pseudociencia –sin una base
científica de impacto positivo comprobada–, por lo que se debe prestar
atención a su práctica. Son útiles en la medida en que cada persona
confirme que para ella tiene un beneficio: no curan ni evitan que se
padezca enfermedades, sino que nos ayudan a vivir más positivamente
algunos aspectos de nuestra vida.
El método Feldenkrais se basa en la creación y modificación de la
imagen corporal, con el objetivo que la persona se sitúe en el espacio y
tenga sensación de movimiento, es decir, que sienta por qué y cómo se
mueve su propio cuerpo. Es un método que permite verificar todo
nuestro ser en función de sentimientos: primero hay sensación, luego
pensamiento y, como resultado, movimiento. Además, su práctica ayuda
a identificar movimientos que ejecutamos de manera automática e
inconsciente y que son nocivos para nuestras salud.
El mindfulness o consciencia plena es una técnica que combina
meditación y relajación para poder tener plena conciencia de nuestro ser
en determinado momento y encaminarnos a objetivos específicos.
Implica prestar atención a todos los inputs internos y externos de un
momento particular para entender los mecanismos que operan en uno
mismo respecto a esta situación. En estados avanzados de su práctica
permite ejercer el control total de los movimientos del cuerpo y la
manera que tenemos de presentarnos a los otros.
3

LA VOZ

La voz es el último de los recursos que nos permiten rea rmar nuestro
lenguaje no verbal en el proceso de enamoramiento y búsqueda de pareja.
Para Tamara Chubarovsky, pedagoga Waldorf y terapeuta del lenguaje de
base antroposó ca, «a través del timbre, tono, gesto y dinámica de la voz
tomamos conciencia de las emociones que uyen en nuestro lenguaje y a
través del efecto curativo de los sonidos, transformamos, puri camos y
enriquecemos estas emociones».
A cada personalidad le corresponde un tipo de voz. Lo que propone la
experta es que, con nuestra voz, corrijamos aspectos de nuestro carácter que
pueden no ser bene ciosos para nosotros mismos y para nuestras relaciones.
Por ejemplo, explica que alguien que es de carácter blando, maleable, tiene
un tono de voz suave, redondeado y poco articulado. Para esta persona,
hacer ejercicios con sonidos como D y T acompañados de movimientos de
cuerpo lineales le permitirá ganar en rmeza. A su voz y a su carácter.
Puede ser que, por el contrario, seamos de personalidad distante, con
lenguaje frío, seco y mecánico. Alguien desconectado de sus sentimientos.
En este caso, lo que se necesita es dotarlo de sonidos cálidos, blandos. «El
que habla entrecortado, trabado, es que también en su vida anímica está
falto de uidez y expansión –explica Chubarovsky–. «Se bene ciará
enormemente de las cualidades expansivas y de uidez de la L, así como
otro con tendencia depresiva puede necesitar el vigor y energía de la R.» El
secreto está en volver a conectar la voz con los sentimientos; de esta manera,
cuando hablamos, emerge nuestro verdadero yo, la persona que somos y que
queremos mostrar al otro.
Una vez que hemos conectado con nuestra voz, debemos ser capaces de
manejar el amplio rango de matices que tiene para poder expresar aquello
que queremos expresar en cada momento. Lo primero para usarla
correctamente es leer el momento: si estamos en una situación de intimidad
con alguien, o delante de muchas personas en una reunión social con
amigos, o en una situación formal de trabajo. Dependiendo del momento,
nuestra voz se articulará de una u otra forma. Que sea acorde a la situación
ayudará a comunicar correctamente y a conectar con quien esperamos
hacerlo.
Debemos tomar conciencia de que nuestra voz tiene una in uencia
tremenda en los otros. El tono, la velocidad o la correcta articulación son
elementos que hacen que nuestro discurso cale o no, que se nos comprenda
tal cual nos hemos expresado, o por el contrario, que llegue una imagen
errónea de aquello que estamos diciendo. Si conozco a alguien y deseo
tomarme con calma el tiempo para conocerlo, lo que no puedo hacer es
hablarle rápidamente, atabalarlo... He de articular un discurso pausado, con
un tono suave, para crear un clima acorde al que me he imaginado para
conocerle. De la misma manera, si lo que busco es alguien dinámico para
que me acompañe en mis aventuras de vida, esperaré que tenga un ritmo
dinámico, un tono enérgico y vivo. Si habla con la voz baja, de manera poco
rítmica, supondré que no es la persona a la que estoy esperando.
Además del momento, debemos prestar atención a la energía de nuestra
voz: sin quererlo, nuestra voz transmite los deseos, o no, que tenemos de
hacer alguna cosa. Podemos jurarle a una persona que nos interesa
muchísimo su conversación, que estamos pasando un momento fenomenal;
sin embargo, si nuestra voz no dice lo mismo y se oye desganada, poco
implicada, jamás nos creerá lo que con el lenguaje estamos a rmando. La
inseguridad, miedo, nervios o mentiras son emociones que marcan la voz de
manera particular: en el primer caso temblorosa, en el segundo aguda y
nasal, en el tercero titubeante y áspera, y en el cuarto, con una intensidad
más baja de la habitual.
Por ello, debemos tener claro qué queremos transmitir al otro, y como
dice Tamara Chubarovsky, sentirlo para proyectarlo con la voz, atendiendo
al momento, a nuestro interlocutor y a nuestros objetivos. Porque no hay un
tono, velocidad o proyección de la voz más adecuados o persuasivos que
otros. Siempre depende del contexto.
Quizás, la única cosa que se debería evitar siempre es tener un tono de
voz plano. La monotonía vocal hace que nuestro interlocutor deje de
prestarnos atención porque no somos capaces de transmitir los matices del
discurso. Las personas que hablan monótonamente aburren, sus mensajes
no llegan a los otros y suelen sufrir el vacío. Basta con conocer la propia voz
para poder manejarla según el discurso y el momento.
Las voces de hombre y mujer, dado el contexto social, tienen diferentes
interpretaciones subyacentes. Las de los hombres, más graves y rmes, se
relacionan con la autoridad, el mando, la con anza, el respeto, y en cambio,
las de las mujeres, más agudas, se relacionan más con la vida familiar, el
acogimiento –hijos, padres, pareja–, con la misma seducción, e incluso,
negativamente, con emociones como la histeria.

EJERCITAR NUESTRA VOZ


PARA CONECTAR MEJOR
Ser asertivos con nuestra voz puede ser un objetivo alcanzable a
través de diversos ejercicios que permiten practicar cuestiones como la
dicción, la proyección o incluso el tono adecuado para cada situación.
Vocalización. Practicar la vocalización contribuye a otorgar un
timbre más agradable a la voz, ayudando a entrenarla para poder subir y
bajar de tono sin forzarla mientras se habla. Sentados, relajamos todo el
cuerpo, nos dejamos llevar por pensamientos agradables, de manera que
la garganta no quede forzada. Tomamos aire y pronunciamos en un tono
constante por varios segundos cada vocal en este orden: u, o, a, e, i. La
idea es comenzar por los tonos más bajos del registro para luego pasar a
aquellos más altos, descubriendo hasta dónde somos capaces de
agudizar el timbre.
Articulación. Mejorar la articulación permite que nuestros mensajes
lleguen más nítidamente a nuestros interlocutores. De pie, frente al
espejo, hacemos lecturas en voz alta de cualquier tipo de texto de
nuestro interés, mientras mordemos un lápiz sin dejarlo caer
consiguiendo que se nos entienda correctamente. Perece un ejercicio
ridículo y poco útil; sin embargo, lo que hace es forzar los músculos de la
zona de la boca haciendo que se nos entienda mucho mejor una vez ya
no estamos con el lápiz. El mismo ejercicio lo podemos hacer con un
tapón de champán.
Escucha. Grabarnos mientras hablamos para después escucharnos
nos ayuda a entender si estamos en el tono que nos corresponde, si
nuestra dicción es la correcta y si nuestra proyección de la voz se
corresponde con nuestras emociones.
DERRIBAR BARRERAS
PARA EJERCER UN LENGUAJE
NO VERBAL POSITIVO
 
 
 
Tras años en el olvido, el lenguaje no verbal está en la mayoría de
nosotros desplazado por pulsiones racionales y emocionales que son
difíciles de anular. No quiere decir que no nos comuniquemos a través de
nuestros gestos y movimientos; ya hemos visto que no hacerlo es
prácticamente imposible. De lo que sí se trata es de no utilizar bloqueos o
barreras inconscientes que nos impidan conectar con el otro.
Y es que, de hecho, estos bloqueos inconscientes son también elementos
del lenguaje no verbal que utilizamos a menudo para protegernos o para
distanciarnos de la otra persona: situar un objeto entre nosotros –un libro, el
bolso– o cruzar las piernas o los brazos en una posición de cierre son señales
de nuestro bloqueo emocional en ese momento, un bloqueo que no siempre
es responsabilidad de la otra persona.
Muchas veces, somos nosotros mismos los que nos planteamos barreras
en el descubrimiento de los otros, ya sea por cuestiones afectivas, por temor
a la crítica o in uenciados por el qué dirán, por excesivo formalismo y falta
de espontaneidad, y sobre todo, por malas experiencias pasadas que nos
marcan de manera determinante. Se debe trabajar a conciencia el derribar
estos bloqueos para dejar uir de manera más espontánea nuestro ser no
verbal y entrar en conexión con el otro.
Tal y como explica Philippe Turchet, «los hombres y las mujeres más
seductores tienen dos bazas principales para enfrentarse a la censura de una
parte de sus mensajes subliminales. Primero, suelen alejar cualquier nube
que haya en la comunicación. Segundo, saben reconocer muy rápidamente
las barreras mentales que se pueden erigir; por lo tanto, las pueden evitar
más fácilmente en caso necesario».
El primero de nuestros objetivos si queremos seducir y conectar con
alguien ha de ser la creación de un clima de comunicación sereno y
adecuado. Esto no se re ere a que debamos hablar siempre en un entorno
silencioso y exclusivo para la pareja. ¡Nada más lejos! Simplemente, tiene
que ver con practicar la desconexión con aquello que nos ancla y que limita
nuestra percepción para abrirnos a los otros tal cual somos, y de esta
manera, conseguir percibir a la otra persona tal cual se nos está presentando.
Lo difícil es que, tal y como explica el padre de la sinergología, Turchet,
el cerebro no siempre está listo para recibir toda la información que le llega.
A menudo, el inconsciente construye barreras que hacen que cualquier
intento de comunicación subliminal sea en vano. Saber cómo evitarlas y
abrirse al otro apenas notamos que se están produciendo es una manera
efectiva de no restar oportunidades a nuestra búsqueda del amor.
Como decíamos al inicio de este capítulo, estas barreras no siempre son
una consecuencia inmediata de algún comportamiento de la otra persona
hacia nosotros, sino que muchas veces tienen que ver con barreras internas
que emergen de manera automática ante determinadas situaciones o
mensajes, sin siquiera nosotros esperarlo.
1

LA BARRERA AFECTIVA

Quizás una de las barreras más habituales es aquella que nos impide
escuchar y procesar correctamente las palabras de alguien que no
apreciamos. Si no sentimos aprecio por una persona –nos cae mal, nos
violenta, no nos genera con anza–, nos cerramos a ella irremediablemente.
Así lo explica Philippe Turchet: «Nos resulta imposible acceder al
inconsciente de un hombre o de una mujer que no nos aprecia. Su cerebro
ltra todos los estímulos emocionales que le enviamos y los rechaza. El
inconsciente se cierra por necesidad cuando el cerebro moviliza sus recursos
cognitivos para defenderse. Y las operaciones de buena comunicación,
vectores de seducción, dejan de funcionar porque el cerebro deja de ser
libre».
Diversos son los motivos por los que se puede generar esa barrera
afectiva. Uno de ellos tiene que ver con la poca disposición que tenemos a
conectar. Aunque no nos demos cuenta, muchas veces nos presentamos a
una cita con ganas de encontrar el amor pero sin una actitud adecuada para
hacerlo. Las preocupaciones de nuestra vida cotidiana suelen ser el principal
motivo: no conseguimos desconectar de ellas cuando vamos al encuentro
del otro y transmitimos una imagen de ausencia. Estamos pero no nos
dedicamos. Y eso, no verbalmente, se nota y genera rechazo.
Si se mirara desde fuera la escena, entenderíamos perfectamente qué
pasa. Imaginémonos que el motivo del bloqueo es estrés a causa del trabajo.
Llega a la cita corriendo, porque salió tarde, por lo que su presencia personal
denota cansancio y agitación. Habla con ritmo acelerado, no acaba de
encontrar una posición de comodidad. Aún no se sitúa en la escena, y la otra
persona, que ya le aguardaba en el lugar, se siente arrollada por un torbellino
que no se esperaba. Desde su posición en la silla, se inclina levemente hacia
atrás para mirar con más perspectiva a la otra persona, pero ya se ha
producido el clic. No era lo que esperaba y no sabe cómo reconducirlo. A
partir de ese momento se dedica a esperar que pase el tiempo: mira más a lo
que le rodea que a su interlocutor, practica movimientos de cierre y sus pies
apuntan hacia la salida... Por mucho que lo intente quien llegó a la cita
cargando el estrés del trabajo, por mucho que ahora esté calmado y quiera
conectar con el otro, no conseguirá hacerlo porque, afectivamente, el otro ha
renunciado, al menos por el momento.
Cundo se producen barreras emocionales, continuando con las
explicaciones de Turchet, en algunas situaciones intentamos irnos. En otras
no deseamos irnos, pero introducimos barreras más físicas entre nuestro
interlocutor y nosotros mismos. «Somos educados y no vemos ninguna
razón para irnos, pero tenemos la necesidad inconsciente de protegernos de
la presencia o del deseo invasor de la otra persona.» Por ejemplo: puede
ocurrir que nos pique el exterior del brazo, y para salvar este picor crucemos
el otro y nos rasquemos levemente. De manera inconsciente nos hemos
separado de nitivamente del otro a través de un simple gesto que, en el caso
de no conocerlo, no tendría para nosotros ningún signi cado e importancia.
Otra barrera afectiva habitual es la del estado de vigilancia. En este caso,
es útil dar la sensación a nuestro interlocutor de que lleva la voz cantante del
momento, que decide el tono de la conversación, los ritmos y el
acercamiento. Si hacemos sentir al otro como que él nos ha elegido,
anulamos completamente las posibilidades de vigilancia, ya que siente el
control total de la situación. Este es el principio que utilizan los estafadores,
hacer creer al otro que tiene el control, haciéndole bajar las defensas y
engañándolo. Por supuesto, la recomendación en este caso no tiene que ver
con una estrategia de engaño, sino con una manera de conectar de forma
más efectiva con la otra persona.
Otro tipo de barrera afectiva, de mayor calado y para la que se necesita
la guía de un especialista para superarla, tiene que ver con si tenemos una
visión negativa de nosotros mismos. Creer que somos un tipo de persona
afecta positiva y negativamente. Si estamos convencidos de que somos
capaces, seguramente haremos lo que nos propongamos. En cambio, si
creemos que no merecemos amor, lo más probable es que nos cueste trabajo
encontrarlo.
Nos será difícil porque nuestro cuerpo hablará de esa creencia. Si no nos
consideramos dignos de ser amados –ni lo su cientemente interesantes,
atractivos, divertidos, guapos...–, nuestro cuerpo así lo expresará, y nuestra
postura y gestos no estarán avisándole al otro de que lo que realmente
estamos buscando es el amor. Tendremos una postura lánguida, que casi no
pone en valor nuestra anatomía, nuestros gestos serán escasos con una
actitud general de desidia, no por la falta de necesidad en el amor, sino por
la poca esperanza que tenemos en dar con él.
Otra de las barreras afectivas que condicionan nuestro lenguaje no
verbal es la idea que tenemos del amor y de la persona de la que nos
enamoraremos. Si tenemos un ideal preestablecido, una clara idea de cómo
ha de ser la situación, la persona y el momento, lo más probable es que si
nuestros deseos no coinciden con esa imagen mental que nos hemos hecho,
caigamos en una desilusión profunda. Y al entrar en escena la desilusión, se
activa una importante batería de gestos y movimientos que lo único que
harán es explicarle a la otra persona que no nos interesa, aunque ni siquiera
nos hayamos dado el tiempo para conocerla. ¡Podría ser mucho mejor o
mucho más interesante que nuestros ideales! Lamentablemente, con nuestro
cuerpo, le estaremos diciendo que no invierta tiempo en nosotros. Nos
cerramos, y sin abrir la boca, le estamos enseñando el camino de la salida.
La ventaja de conocer las barreras que se producen en el proceso
comunicativo a nivel no verbal nos da la oportunidad de reconducirlo. No
quiere decir que sea sencillo hacerlo, pero debemos intentarlo. Si
identi camos todas aquellas cosas que nos afectan negativamente a nivel
emocional, podremos regularlas y minimizarlas. Pero, ¡ojo!, no se trata de
ignorarlas o menospreciarlas. Estas emociones siempre tienen un origen
más profundo que la expresión del sentimiento en sí –el movimiento y el
gesto–, y existen para comunicarnos algo. Basta con que escuchemos a
nuestro cuerpo, y si nos sentimos en condiciones de manejarlas para ir al
encuentro de la otra persona, tenemos los recursos no verbales para
conseguir hacerlo.
2

LA BARRERA DE LA CRÍTICA Y DE LA
DICTADURA DEL QUÉ DIRÁN

En esta sociedad de la imagen y la apariencia, nos vemos frecuentemente


obligaos a actuar de determinada manera según el papel que ocupamos en la
sociedad: como hombre/mujer, heterosexual/homosexual, padre/madre,
pareja/marido/mujer, hijo/hija, estudiante/trabajador, amigo/desconocido...
Todos y cada uno de nosotros esperamos que el otro ejerza su rol, y todos
esperan que nosotros seamos capaces de ejercer correctamente el nuestro.
Esta convención social actúa como un fuerte condicionante de nuestro
actuar. Estamos tan convencidos de cómo debemos ser en cada momento,
nosotros y los otros, que a la nada que algo se salga de la regla las críticas
arrecian. Y si estas críticas se producen hacia nosotros, nos hacen daño, y
siempre reaccionamos adecuando nuestro comportamiento, o bien,
haciendo una huida hacia delante para mantenerlo a toda costa, con las
consecuencias que ello comporta.
Cuando estamos en proceso de conocimiento de alguien, esta
sensibilidad ante las críticas se acentúa. Lo que queremos es ser realmente
atractivos e interesantes, responder al papel que representamos. Por ello,
cuando a pesar de nuestra predisposición a ser todo lo perfectos que
podemos nos llega una crítica, se desencadena una tormenta interior que
nos lleva, cómo no, al cierre ante el otro.
Pero ¿cómo saber si nos están provocando malestar (o provocamos
malestar) con motivo de una crítica? Tal y como desvela Turchet, la
respuesta está en los microgestos, esos pequeños movimientos fugaces e
inconscientes donde la mano entra en juego son un indicador claro de que
algo no funciona. Rascarse la oreja, refregarse un ojo o rascarse el cuello son
signos de que lo que estamos escuchando no nos gusta para nada porque
ataca directamente nuestro ego, la manera en la que somos o estamos
queriendo ser. En el primer caso, la oreja es muestra de nerviosismo por lo
que se escucha; en el segundo, el ojo, se asocia con la tristeza por aquello que
se ve, y en el tercero, el cuello, tiene que ver con una contención en relación
a algo que no queremos decir (¿cállate, quizás?). La combinación de esos
movimientos –rascarse la parte inferior del ojo en vez de restregarlos, por
ejemplo– son siempre signo de un mismo tipo de malestar: no nos gusta
aquello que sentimos por parte del otro o los otros.
Para Philippe Turchet, en lo que respecta a la barrera mental en relación
con la crítica, puede que el gesto más signi cativo e interesante sea, sin
duda, el de tocarse la punta de la nariz por su parte inferior, o bien, rascarse
esa misma zona con los dedos de la mano de manera enérgica, como si se
estuviera evitando sentir un mal olor.
«Una persona a la que le pica la base de la nariz y que se rasca la nariz
subrepticiamente, con la zona cutánea del nervio maxilar avivada –explica–,
no cree lo que usted le dice. Esa persona está incómoda y moviliza los
recursos de su cerebro para adaptarse. Tanto si se pellizca las narinas como
si se frota la nariz con el índice doblado, está en la misma disposición
psicológica respecto a usted: el rechazo.»
Cabe destacar que el miedo a la crítica y al que dirán lo sufren de
manera más determinante las personas que tienen una baja autoestima y
una concepción mermada de sí mismas. Para estas personas, ni la crítica
constructiva, aquella que se hace con la intención de ayudar al otro a
mejorar un aspecto de su comportamiento, es bien recibida. Todo cae en los
ataques personales y en el menosprecio gratuito.
Quienes tienen miedo a la crítica y están pendientes del que dirán, al
enfrentarse a una nueva relación, suelen acceder a ella a la defensiva. No
quiere decir que sean menos amables ni que no traten con encanto y
seducción a su interlocutor, sino que físicamente están en posición de
protegerse. Brazos y piernas cruzados, pies dispuestos a escapar... Además,
suelen comportarse de manera sobreactuada. Son poco espontáneos en sus
gestos, ya sea porque los están controlando al máximo para rea rmar la
imagen que quieren provocar en el otro, o bien, porque se contienen y se
mueven de manera rígida con el n de no destacar demasiado.
Para tratar con este tipo de personas, una buena táctica es dejar que
hablen ellas, proporcionarles un entorno cómodo para comenzar a
conocerse. Asimismo, ofrecer algo para que lo puedan mantener en las
manos –una copa, un pequeño objeto de regalo– ayuda a que desmonten la
barrera física y emocional respecto a nosotros. Si nos mostramos
conciliadores y con un nivel de agresividad cero, con rmaremos, además,
que no estamos dispuestos a atacar a nadie. Con el tiempo, si la relación
perdura, llegarán las críticas constructivas, y en ese momento estaremos en
disposición de hablar directamente sobre aquello que creemos que es
mejorable en el otro, consiguiendo gestionar sus barreras (o las nuestras).
3

LA BARRERA DE LA ÉTICA

Cuando recibimos un mensaje del otro que no encaja con nuestra escala
de valores y nuestras convicciones intelectuales e ideológicas lo que hacemos
es bloquear cualquier tipo de acercamiento hacia la otra persona. En
situaciones de debate político de calle, por ejemplo, ante una opinión
ideológica diametralmente opuesta a la nuestra, lo que solemos hacer es
defender de manera vehemente nuestra opción: no atendemos a razones y lo
único que conseguimos es rea rmarnos en nuestros motivos. En este
esfuerzo intelectual, nuestro cuerpo también nos apoya: no recibimos los
mensajes de seducción del otro (si es que los hay) e invertimos todas
nuestras energías en protegernos de él. La única opción ética que vale es la
nuestra.
Si escuchamos a alguien mantener una argumentación racista o
xenófoba y no compartimos sus opiniones, nada de lo que diga o haga esa
persona a continuación importará. Para nosotros ha muerto, no existe. De
hecho, utilizamos diversos gestos para protegernos de esa persona: nos
ponemos la mano en la boca para librarnos de ese interlocutor –tapándola
totalmente, parcialmente– y podemos incluso dejar de pestañear para evitar
enviar información de ese ser que nos desagrada a nuestro cerebro.
Frente a un cierre tan radical, la única manera que puede operar un
acercamiento pasa por la palabra, por la argumentación verbal. No podemos
conectar con el otro hasta que no conseguimos volver a admitirlo dentro de
nuestros preceptos y convicciones éticas. Ya sea porque su frase fue un desliz
o una malinterpretación nuestra, necesitamos con rmar intelectualmente
que estamos alineados; solo a partir de ese momento comenzará una tímida
apertura, marcada por la descon anza, en la que podría haber alguna
posibilidad de reconexión.
Lo complejo de la ética es que se opera no a través de las emociones, sino
que también entra en juego el raciocinio. Por ello es tan difícil de derribar
esta barrera, porque no tiene que ver solo con sensaciones, sino que se
conecta con discursos que hemos construido a lo largo de los años y para los
que hemos creado una justi cación intelectual que los contiene. Puede ser
que sean barreras reales para conocer a nuevas personas, pero lo que sí es
cierto es que son parte constituyente de nuestro ser. Si renunciamos a
nuestras convicciones éticas, y con ello dejamos caer los mecanismos de
defensa que sostienen estas creencias, lo que estamos haciendo es
convertirnos en algo que no somos. Prestemos atención a nuestras
convicciones y adaptémoslas a los cambios que vive el mundo, la sociedad y
nosotros mismos. No quiere decir derribarlas y exibilizarlas, sino
simplemente estar abiertos a escuchar otros puntos de vista que, sin ser
iguales a los nuestros, pueden ser de interés conocer y compartir.
4

LA BARRERA DE LAS EXPERIENCIAS


NEGATIVAS

Todo lo que vivimos en nuestra vida determina la manera en la que nos


comportamos. Si las experiencias positivas nos rea rman, las experiencias
negativas hacen que nos volvamos descon ados con el mundo que nos
rodea. Gracias a ellas, construimos diversos mecanismos de defensa con el
n de protegernos y evitar volver a vivir la emoción negativa que generan.
Cuando nos aventuramos en una nueva relación, las experiencias
negativas actúan como alarmas inesperadas. Se disparan sin esperarlas y sin
que nos demos cuenta, condicionando la relación que estamos
construyendo con la otra persona. Es lo que se conoce como memoria
autobiográfica, una suerte de ‘disco duro’ de nuestras emociones que
funciona como ancla. En determinado momento, un detalle nimio dispara la
alerta y todo nuestro cuerpo viaja en el pasado a ese momento negativo y, de
un segundo al otro, se bloquea. Pasamos de una situación de apertura total,
o al menos de la intención de conectar, al cierre máximo.
Cuando ello ocurre, a nosotros mismos o al otro, es inevitable notarlo.
Desde una posición de apertura –el cuerpo inclinado hacia delante,
mostrando el interior de la pierna o el brazo, acariciando el interior de la
muñeca, con los pies abiertos hacia la otra persona...–, de un momento a
otro cambiamos de actitud y dejamos de estar abiertos al otro. Puede ser una
palabra dicha por la otra persona, una canción que suena en ese momento,
un gesto hecho sin ninguna intención particular. Cualquier detalle por
pequeño que sea puede disparar nuestra memoria autobiográ ca.
Dependerá de la emoción que nos trae ese recuerdo, la forma en que nos
comportemos. Puede ser que interiormente nos genere angustia; entonces
moveremos nuestros pies y nuestras manos de manera errática, miraremos
hacia todas direcciones sin jar la vista en nuestro interlocutor y estaremos
en posición de vigilia. Si el recuerdo nos genera miedo, nos protegeremos
con los brazos y nuestras piernas estarán listas para ejecutar la huida. Si por
el contrario lo que sentimos es tristeza, todo nuestro cuerpo estará lánguido
y no estaremos preparados para recibir al otro. Si se trata de vergüenza,
intentaremos ocultar nuestra boca y nuestras manos, y si lo que sentimos es
culpa, bajaremos la mirada, ya que lo que estamos ocultando es algo de
nuestro interior.
Es imposible no traer al presente los recuerdos negativos de una mala
experiencia. De hecho, es un mecanismo de defensa natural que nos permite
protegernos de aquello que nos puede hacer daño. Por lo mismo, si en un
momento determinado, somos nosotros los que nos vemos envueltos en un
recuerdo negativo, lo recomendable es tomar conciencia del momento, y
poco a poco, buscar la salida para volver al tiempo presente, entendiendo
que aquello que ocurrió una vez no tiene por qué volver a pasar.
La capacidad de recuperarse de las experiencias traumáticas se conoce
como resiliencia. Este crecimiento posterior a una mala experiencia puede
desarrollarse en cinco ámbitos: hay quienes tras una mala experiencia
sienten que tiene mayores oportunidades de ser felices; otros se sienten más
cercanos y desarrollan empatía con cierto tipo de personas o colectivos;
también se puede sentir un poder renovado –«ahora puedo enfrentarme a lo
que sea»–; se puede renacer con una nueva apreciación de la vida, o incluso,
encontrar la esperanza en una creencia religiosa o espiritual.
Cada una de estas maneras de superar una experiencia negativa dará
lugar a un tipo de lenguaje no verbal que será claramente identi cable: si soy
feliz, gesticulo, tengo un tono de voz vivaz y potente; si soy empático, miro a
los ojos, conecto con las manos, con pequeñas caricias al otro tras entrar en
su zona de con anza; si me siento poderoso, tengo una postura que llena el
espacio, mi voz se proyecta, mis movimientos son rmes y seguros, y si he
renacido en la espiritualidad, lo más seguro es que mi voz y mis
movimientos sean reposados y rítmicos.
Lo importante de las experiencias negativas no es olvidarlas, sino tener
la capacidad de vivir con ellas y usarlas como mecanismos de alerta puntual
frente a las situaciones del presente. Si no se alcanza este estado, lo que
hacemos es bloquearnos. En este caso, lo que se recomienda, es buscar
ayuda de un profesional para encarar el futuro sin tener que cargar con
traumas del pasado.
5

BARRERAS CULTURALES

Se trata de un tipo de barrera cada vez más frecuente, dado el


importante proceso de globalización en el que nos vemos inmersos. Si antes
las sociedades eran poco permeables a culturas ajenas, hoy es habitual estar
en un grupo y que haya un miembro extranjero, proveniente de otro ámbito
cultural, con el que nos vemos obligados a compartir experiencias sociales.
Ya que la comunicación efectiva depende de la correcta capacidad de
comprensión del uno respecto al otro, cuando existen diferencias de
conocimientos entre el emisor y el receptor de manera que se di culta la
comprensión de los mensajes, nos encontramos frente a una barrera
cultural.
En este caso, la comunicación no verbal, más que una fuente de
comprensión del discurso hablado, se convierte en un posible punto de
con icto. Los gestos y movimientos manejados por cada cultura son siempre
diversos. Si dos personas que no comparten cultura se encuentran, es
inevitable que se comuniquen sobre la base de su particular código
societario, que seguramente será totalmente desconocido para el otro. Es ahí
donde nacen las incomprensiones y los malentendidos entre las personas,
una situación que, por supuesto, no tiene una intencionalidad negativa, sino
que simplemente se produce a partir de una gestualidad diversa.
Por lo mismo, en el caso de encontrarnos con una persona de otra
cultura, lo conveniente es consultarle cada una de las dudas que tenemos en
relación a los movimientos y gestos que hace, evitando interpretar bajo la
lupa de nuestra cultura la forma que tiene de comunicarse con nosotros. La
actitud ante el otro ha de ser la de curiosidad: curiosidad por entender, por
descubrir, por conocer qué nos dice y de qué manera nos lo dice. Con esta
simple actitud, las puertas de la relación se abren, y las barreras de la cultura
se derriban.
EJERCICIOS
PARA LEER
EL LENGUAJE
NO VERBAL
 
 
 
Como toda práctica, si lo que queremos es mejorar nuestra capacidad de
interpretar la comunicación no verbal del otro, así como mejorar nuestra
propia capacidad de expresarnos a través de nuestros movimientos y gestos,
se requiere trabajo y dedicación.
A continuación, se proponen diversos ejercicios para realizar de manera
individual, en pareja o en grupo. En el caso de aquellos entrenamientos en
los que participan más de una persona, es importante que quienes
comparten el ejercicio sean de con anza; de esta manera, se garantiza que se
consigue el objetivo buscado.
1. Descifrando el lenguaje no verbal. Una manera divertida de entrenarse
en la interpretación del lenguaje no verbal es viendo una película o una
serie de televisión sin sonido. La dinámica sería escoger una escena que
no hayamos visto nunca y, a continuación, apuntar el tipo de
conversación que podrían estar manteniendo los protagonistas del
sketch. Mientras se visualiza, es importante ir analizando parte por parte
del cuerpo todos los gestos implicados en la conversación: cómo es la
actitud general –la estatua– de los personajes implicados; qué
expresiones tienen en sus caras –cejas, ojos, boca–; cómo mueven sus
brazos; cómo se mueven los personajes en el espacio, si hacen algún tipo
de movimiento especial con sus piernas y pies... Apuntar cada uno de
estos detalles es un ejercicio útil para desestructurar una a una las
expresiones que los protagonistas realizan.
Cuando consideremos que hemos identi cado cada una de las
conversaciones que mantienen –no hace falta adivinar el tema, sino el
tono general–, visualizamos la misma pieza, esta vez con sonido, y
con rmamos si nuestras suposiciones son acertadas o no. Para acabar el
ejercicio, siempre es útil apuntar qué actitudes provocan qué
movimientos –por ejemplo: respuesta negativa => movimiento de
cabeza de izquierda a derecha sobre su eje horizontal–. De esta manera,
tras la realización múltiples veces de este mismos ejercicio con
diferentes escenas, podremos crear nuestro propio diccionario de gestos
no verbales, que podremos completar, incluso, a través de la experiencia
real con los otros
2. Claves de acceso ocular. Quizás uno de los gestos más difíciles de
identi car en la otra persona sean los micromovimientos de sus ojos.
Este gesto fugaz e inconsciente, que en programación neurolingüística
se conoce como clave de acceso ocular, es altamente útil para
comprender si nuestro interlocutor nos dice la verdad o no, para
entender si ante determinado input nuestro –verbal o no verbal– está
conectando con sus experiencias, articulando una nueva imagen, o en
una introspección de sentimientos. Con el objetivo de practicar esta
compleja reacción, necesitamos la ayuda de una persona de con anza.
La dinámica es sencilla: la someteremos a un cuestionario simple acerca
de asuntos sobre los que nosotros también tenemos conocimiento, y
justo en el momento en el que estemos acabando de lanzar la pregunta,
prestaremos atención a la dirección en la que mueve sus ojos.
• Una pregunta sobre un lugar que ambos conozcamos. La persona
debería mirar hacia su campo visual superior izquierdo para
recordar: «¿Me describes la decoración de tu salón?».
• Una pregunta sobre una situación imaginaria. La persona debería
mirar hacia su campo visual superior derecho para verse en la
situación que se le propone: «¿Cómo te verías disfrazado de...?».
• Una pregunta sobre algo que hayamos verbalizado. La persona
debería mirar hacia su campo visual medio izquierdo para recordar
las palabras: «¿Qué es lo primero que has dicho esta mañana?».
• Una pregunta para construir un mensaje verbal. La persona debería
mirar hacia su campo visual medio derecho para construirlo:
«¿Cómo se deletrea la palabra...?».
• Una pregunta que le haga conectar con sus sentimientos. La persona
debería mirar hacia su campo visual inferior izquierdo para ponerse
en contacto con sentimientos y emociones: «¿Cómo te sentiste la
primera vez que te dieron un trabajo?».
• Una pregunta que la obligue a hablar consigo misma. La persona
debería mirar hacia su campo visual inferior derecho: «Canta para ti
mismo tu canción favorita».
3. El espejo. Una escena al más puro estilo Taxi Driver. Solo frente a un
espejo, recrea una conversación que hayas mantenido con alguien, o
bien, invéntate una escena de una conversación que mantendrás con
alguna persona. Practica diferentes matices de los gestos implicados en
la conversación: con mayor y menor intensidad, cambiando la
proyección de tu voz, moviéndote por el espacio. Si consigues, además,
grabarte y visualizarlo, podrás valorar de manera racional cómo se
perciben tus gestos.
4. Teatralizaciones. Una práctica que se aprovecha mucho más si se juega
en grupo es escribir en hojas de papel diferentes frases sin sentido de
profundidad especí co, pero de preferencia largas («quería una naranja
de postre aunque he visto los plátanos y en realidad he cambiado de
opinión de manera imprevista por lo que ahora no sé qué es lo que
comeré», «te iba a llamar pero no me dio tiempo y estoy en el autobús
camino del supermercado porque nos falta leche para mañana y he
pensado que era mejor pasar de inmediato porque si no después nos
daría pereza salir»...), y en otras, escribir emociones individuales como
ira, tristeza, angustia, miedo. La idea es coger un papel de frases y un
papel de emociones, y leer la frase simulando la emoción escogida, tanto
en lo que se re ere al tono de voz como en relación a los gestos y
movimientos que expresan esa emoción. El resto de personas ha de
adivinar la emoción implicada, y tras una primera interpretación, dar
indicaciones a la persona sobre cómo representarla de manera más
creíble y efectiva.
5. Recrear conversaciones. Un ejercicio para realizar solo. Un día
cualquiera, ve a un restaurante o a algún lugar concurrido donde sea
posible observar a las personas durante al menos diez minutos seguidos.
Elige una situación de las muchas que en ese espacio se producen, y
céntrate en ella imaginando qué dicen sus protagonistas. A no ser que
uno se atreva a ir a preguntarle a los observados sobre qué estaban
conversando, el ejercicio se termina al realizar un completo listado de
los gestos vistos, atribuyéndole a cada gesto una emoción o intención
determinada. Si esta práctica se realiza con alguien, es interesante
intercambiar puntos de vista en relación a lo que uno y otro piensan que
los observados están diciendo.
6. Cuentos infantiles. Un ejercicio más que óptimo para descubrir la
enorme cantidad de registros vocales que tenemos es escoger un cuento
infantil y leerlo impostando las voces de los personajes que en él
aparecen. Lo interesante es grabarse para escuchar posteriormente cómo
nuestra voz cambia de un personaje a otro. Pese a que en la vida real
seguramente no usaremos jamás ese tipo de registros exagerados, sí que
nos sorprenderá ver, o más bien oír, la riqueza de nuestra voz: los
diferentes timbres, tonalidades, intensidades. Si somos capaces de
trasladar esta riqueza vocal a nuestras conversaciones cotidianas,
habremos ganado en comunicación no verbal ante nuestros
interlocutores.
7. Debates políticos. Dada la preparación de la puesta en escena, ver
debates políticos nos permite revisar el amplio rango de gestos y
movimientos no verbales disponibles con que cuenta una persona. No
hace falta que sean actuales. Podemos comenzar con un clásico de los
debates, el de Nixon y Kennedy de 1960, donde según los expertos
cambió la comunicación política para siempre. Identi car los aciertos y
los errores de los protagonistas –qué frases son más convincentes, cuáles
no acaban de convencernos y porqué...– y descubrir los mecanismos del
movimiento de manos, la presencia física y la empatía que se crea a
través de la mirada son enseñanzas altamente útiles de este tipo de
piezas.
8. Tomar conciencia del propio cuerpo. El objetivo de esta dinámica es
sentir nuestros movimientos. Sentados, tumbados o de pie, como nos
sintamos más cómodos, y comenzar a tomar conciencia de cada una de
las partes de nuestro cuerpo. Cerramos los ojos y pensamos en los dedos
de nuestros pies y los movemos; a continuación los tobillos, y los
movemos –hacia arriba y hacia abajo, de manera lateral–; después las
piernas, las rodillas, la cadera, la cintura, el estómago, las manos, los
brazos, los codos... hasta llegar a la cabeza, los ojos, la nariz. Mientras
estamos moviendo cada parte del cuerpo debemos pensar en ella,
imaginar cómo se mueve y sentir que se mueve.
Tras esta introducción, cantaremos en voz alta una canción, o leeremos
un poema, o incluso, simularemos una situación cotidiana, y moveremos
nuestro cuerpo según la emoción que esa situación nos hace a orar en ese
momento. Pero no lo moveremos de la manera que lo haríamos
habitualmente, sino que lo haremos con plena conciencia, pensando
realmente en cómo se mueve aquella parte del cuerpo cuando decimos tal
frase, cuando en nuestro pecho resuena tal sonido de determinada palabra.
Al hacerlo de esta forma, lo que hacemos es relacionar una emoción con un
movimiento, consiguiendo anclarla en nuestros movimientos. En función de
la práctica, exagerando el gesto que se conecta con determinado
sentimiento, acabaremos por expresar no verbalmente a la perfección
aquello que queremos decir. No es que lo hagamos bien o mal; simplemente,
lo haremos de la manera que sí sabemos hacerlo, siendo eles a aquello que
sentimos y re ejándolo tal cual nos lo hemos imaginado en nuestro cuerpo.
PREPARADOS PARA
CONECTAR CON EL OTRO

Poco queda que decir en este punto. Quizás, recordar el porqué de este
esfuerzo por desvelar las claves de la comunicación no verbal en relación a la
búsqueda del amor.
No siempre sabemos qué buscamos, dónde se encuentra y si ese alguien
que hemos escogido o nos ha elegido es la persona que conectará
de nitivamente con nosotros. Lo que sí está a nuestro alcance es
perfeccionar nuestra capacidad de expresar al otro lo que realmente
sentimos en cada momento, y poder manejar sin engaño, sino con
estrategia, la manera en que nos mostramos a la otra persona.
Porque comunicar no consiste en lanzar al otro todo aquello que
queremos expresar de manera precipitada y sin sentido. Comunicar quiere
decir elegir las mejores palabras, lanzarlas en el mejor momento y en el
mejor lugar para que la otra persona comprenda realmente qué es lo que
sentimos. En este proceso, la comunicación no verbal es uno de los tantos
recursos comunicativos que tenemos para hacer llegar de manera más
efectiva con nuestro mensaje. Es, además, una útil herramienta para percibir
la apertura que la otra persona tiene hacia nosotros en un determinado
momento. Es un termómetro real de la situación en la que nos encontramos
como naciente pareja. Nos permite entender si debemos seguir avanzando,
acelerar el paso o detenernos de manera momentánea o de nitiva.
En este proceso de aprendizaje, manejar la comunicación no verbal no
puede ser un freno racional a nuestros sentimientos. Muchas veces ocurre
que, mientras más sabemos, menos espontáneos y naturales somos. El
conocimiento añade ansias de control a nuestro comportamiento y, en el
caso de la comunicación no verbal, esta tendencia puede verse acentuada
por los buenos resultados que provoca cuando ya manejamos todas las
variables del lenguaje del cuerpo. Es un hecho natural: al entender los
mecanismos a través de los cuales opera la comunicación y perfeccionamos
nuestro análisis del otro sin depender de él o ella para conocerlo en
profundidad, queremos siempre ir un paso más allá e inconscientemente
comenzamos a ejercer una práctica excesiva de los recursos aprendidos. Si
entramos en esta dinámica, lo único que conseguimos es que nuestras
energías se dediquen a una tarea que está lejana a nuestro objetivo. Si
aprendemos comunicación no verbal no es para espiar al otro, sino que lo
hacemos, sencillamente, para conectar de manera más sincera y limpia.
Así pues, después de exponer múltiples técnicas y recursos para desvelar
los secretos de la comunicación no verbal para el amor acaba este libro con
un único consejo que no es de esta autora, sino de una obra esencial de la
literatura universal: «solo se consigue ver bien con el corazón. Lo esencial es
invisible a los ojos.»1 Si lo que realmente queremos es conectar con el otro
nos debería bastar con sentir y dejarnos llevar por nuestras emociones. Todo
lo demás son complementos útiles, aunque prescindibles, para alcanzar
nuestro objetivo, que es seguir el camino en compañía.
 
____________________
1. De Saint-Exupery, A., El Principito, Editora Latinoamericana, México, 1998.
BREVE GLOSARIO DE GESTOS
DE SEDUCCIÓN Y RECHAZO

Sin ser una descripción exhaustiva de todos los gestos y movimientos


que se producen durante el juego del amor, aquí se listan algunas de las
principales señales no verbales que pueden darse durante el proceso de
seducción:

Cabeza
• Acariciarse la cabeza. Llevar la mano desde la frente hacia la nuca se
asocia generalmente con ansiedad.
• Apoyar la cabeza en la mano. Si la mirada está perdida, aburrimiento.
Si la mirada es sostenida y directa, interés.
• Asentir con la cabeza. Gesto de sumisión contagioso que puede
transmitir sensaciones positivas. Comunica interés y acuerdo.
• Bajar la cabeza y levantar la vista. En el sexo femenino, postura que
transmite sensualidad para atraer a los hombres.
• Darse una palmada en la frente o en la nuca. Señal de haber olvidado
algo.
• Levantar la cabeza y proyectar la barbilla hacia delante. Agresividad y
poder.
Inclinar la cabeza. Si se ladea hacia la izquierda, mucho interés en el
• otro.
• Apoyar la barbilla sobre la mano. Si la palma de la mano está cerrada
es señal de evaluación. Si la palma de la mano está abierta, aburrimiento.
• Palma en la mejilla o al costado de la cara. Síntoma de una decepción
inesperada.

Ojos
• Mantener la mirada. Interés sexual.
• No mirar a una persona. Rechazo.
• Mirada de arriba abajo. Es característica de la persona que es muy
sensual.
• Mirar hacia abajo. No creer en lo que se escucha.
• Mirar a una persona con frecuencia. Deseo de conectar y mani esto
deseo sexual.
• Mirar hacia los lados con cierta frecuencia. Señal de falta de interés.
• Mirar el reloj mientras otra persona habla. Impaciencia.
• Mirar el reloj mientras se habla. Necesidad de huir e intranquilidad.
• Pestañear constantemente. Atención total.
• Dejar de pestañear. Desinterés en el discurso.
• Frotarse un ojo. Dudas. Intento de bloquear lo que se ve para no tener
que mirar a la persona a la que se está mintiendo.
• Levantar las cejas. Saludo social que implica ausencia de miedo y
agrado. Hazlo frente a personas a las que quieras gustar.

Nariz
• Apretarse la nariz. Evaluación negativa del otro.
• Tocarse la nariz. Indicador de mentira. Dudar o rechazar algo.
Desacuerdo.

Boca
• Dedo índice que roza el labio inferior. Indica la presencia de estímulos
positivos e interés en el individuo.
• Llevarse un dedo o algo a la boca. Inseguridad o necesidad de
tranquilizarse.
• Morder un labio con el otro. Deseos sexuales combinados con cierta
timidez y actitud nerviosa.
• Morderse los labios con la punta de la lengua (mujer). Gesto
abiertamente sexual, de provocación sutil.
• Pasar los dedos por la comisura de los labios. Indica desaprobación, o
una valoración negativa, así como rechazo.
• Sonrisa falsa. El lado izquierdo de la boca suele elevarse más debido a
que la parte del cerebro más especializada en las emociones está en el
hemisferio derecho.
• Sonrisa natural (o sonrisa de Duchenne). Es la que produce arrugas
junto a los ojos, eleva las mejillas y desciende levemente las cejas.
• Sonrisa tensa. Con los labios apretados, denota que esa persona no
desea compartir sus emociones contigo y es una clara señal de rechazo.
• Sonrisa con una mirada directa y prolongada. Provocación discreta y
coqueteo.
• Taparse la boca. Intento de ocultar algo cuando se habla. Cuando se
escucha, sensación de engaño.
• Acariciarse la mandíbula. Toma de decisiones.
Oreja
• Tocarse el lóbulo de la oreja levemente. Implica atracción e interés.
• Restregarse el lóbulo de la oreja. Representación inconsciente del
deseo de bloquear las palabras que se oyen.
• Dar un tirón al lóbulo. Inseguridad.

Pelo
• Arreglarse el pelo con la mano. Es un gesto muy femenino; sugiere
provocación discreta, coqueteo.
• Jugar con el pelo haciendo movimientos circulares hacia el otro.
Interés.
• Jugar con el pelo hacia uno mismo. Falta de con anza en sí mismo e
inseguridad.
• Piernas. Cruzar la pierna en un ángulo de 90 º al nivel de la rodilla:
ambicioso, competitivo. Es una actitud poco común en las mujeres.

Cuello
• Rascarse el cuello detrás de la oreja. Duda o incredulidad. También, es
señal de incertidumbre o de incerteza sobre lo que se dice.

Manos
• Frotar las manos. Impaciencia.
• Frotar las palmas. Expectativas positivas.
• Manos detrás de la cabeza. Actitud de poder, dominante, de
superioridad.
• Manos en las mejillas. Evaluación.
• Manos en los bolsillos. Desimplicación.
• Manos en ojiva. Seguridad en lo que se transmite y autoridad.
• Manos unidas detrás de la espalda. Superioridad, autoridad, seguridad.
Cuando en esta posición se toma la muñeca o el brazo, signi ca
autocontrol, furia, ira, frustración y aprensión.
• Manos unidas por delante de los genitales. En los hombres
proporciona sensación de seguridad en situaciones en que se
experimenta vulnerabilidad.
• Mirarse las uñas. Signo de desconexión con el entorno.
• Palma abierta. Verdad, honestidad, lealtad. Sinceridad y apertura.
Franqueza e inocencia.
• Pulgar contra el índice. Interés por las cosas materiales.
• Pulgares dentro de los bolsillos (solo los pulgares). Postura que
enmarca y destaca la zona genital; por lo tanto es una actitud
sexualmente abierta que realizan los hombres para mostrar ausencia de
miedo o interés sexual por una mujer.
• Pulgares en contacto. Dejar patente el dominio y la superioridad.
• Pulgares por fuera de los bolsillos. Con anza y autoridad. En una
situación con ictiva también puede ser una forma de transmitir
agresividad.
• Entrelazar los dedos de ambas manos. Actitud reprimida, ansiosa o
negativa. En algunos casos, es señal de autoridad.
• Golpear ligeramente los dedos. Impaciencia.
• Puntas de los dedos unidas. Con anza y seguridad.
• Puño cerrado. Revela tensión, nerviosismo. Con este gesto se oculta la
verdad.
• Puño cerrado con el pulgar dentro. Incomodidad.
• Tomarse la muñeca con una de las manos. Nerviosismo. Quien lo hace
está en medio de una tensa espera.
• Enfatizar algo con la mano. Cuando alguien ofrece dos puntos de vista
con las manos, normalmente el que más le gusta lo refuerza con la mano
dominante y la palma hacia arriba.

Brazos
• Brazos colgando del cuerpo. No estamos convencidos de lo que
decimos o no nos interesa convencer a la otra persona.
• Cruzar brazos a la altura del pecho. Actitud a la defensiva, de cierre.
• Cruzar brazos con los pulgares de las manos hacia arriba. Actitud
dominante y positiva. Demostración de superioridad. Quiere transmitir
orgullo.
• Cruzar brazos por detrás agarrando las muñecas. Indica
intranquilidad y necesidad de seguridad.
• Cruzar brazos por detrás agarrándonos las manos. Indica
superioridad y seguridad. Actitud dominante.
• Cruzar un solo brazo por delante para sujetar el otro brazo. Falta de
con anza en uno mismo. Gesto de protección. Si el brazo que se agarra
es el izquierdo, estar expectantes, pendientes.
• Sujetar las piernas con los brazos. Inmovilismo, terquedad, cierre.
• Brazos y manos activas. Transmite energía y vitalidad.

Piernas
• Cruzar la pierna en un ángulo de 90 º al nivel de la rodilla. Se trata de
una personalidad ambiciosa, competitiva.
• Cruzar las piernas, balanceando ligeramente el pie. Aburrimiento.
Cruzar las piernas. Mostrándole la parte exterior al otro, cierre.
• Mostrándole la parte interior, apertura.
• De pie, una pierna delante y otra detrás. Si apunta hacia la otra
persona, deseo de acercamiento. Si apunta contra su dirección, deseo de
escapar.
• De pie o sentado, piernas exageradamente abiertas. Postura de
prepotencia.
• Sentarse con las dos piernas unidas paralelamente. Denota una
personalidad cuidadosa y ordenada.
• Sentarse con las piernas abiertas. Revela independencia, un concepto
muy de nido de su imagen.
• Sentarse sobre una pierna. Persona conformista a quien no le es fácil
tomar decisiones.

Tobillos
• Unir los tobillos. Aprensión.

Pies
• Pisadas repetidas en el suelo mientras se está estático. Nerviosismo,
impaciencia, intranquilidad. Tensión acumulada que puede estallar.
• Poner los pies sobre la mesa. Relajamiento total, control absoluto,
prepotencia.
• Pies apuntando hacia la salida. Necesidad de huir.
• Pies apuntando en dirección al interlocutor. Intención de conectar.

Estatua
• Caminar con pasos vacilantes y no conseguir mantener la línea recta.
Persona vacilante, errática, insegura, tímida y cansada.
• Caminar de prisa. Personalidad dinámica, inquieta, ansiosa por
cumplir metas.
• Caminar erguido. Con anza y seguridad en uno mismo.
• Estar con los hombros caídos. Signo de abatimiento, depresión.
• Estar de pie con las manos en las caderas. Actitud sutilmente agresiva
que persigue aumentar la presencia física. Cuanto más se exponga el
pecho, mayor agresividad comunicará.
• Sentarse con las manos agarrando la cabeza por detrás. Seguridad en
uno mismo y superioridad.
• Sentarse hacia atrás en una butaca. Se esta transmitiendo con anza en
uno mismo.

Objetos
• Acariciar un objeto inconscientemente. Es un gesto que denota
sensualidad y deseo sexual.
• Ajustarse el nudo de la corbata con la mano. El mismo mensaje de me
gustas puede manifestarse con el gesto de arreglarse el pliegue del
pantalón, las solapas de la chaqueta, el pañuelo en el bolsillo de al
chaqueta, etcétera. Sugiere provocación.
• Jugar con un lápiz o un objeto cualquiera. Nerviosismo, inquietud,
ansiedad. Puede tratarse de una situación pensada para ganar tiempo, y
así dar una respuesta adecuada.

Vestimenta
• Ropa fuera del estándar. Proyecta una personalidad fuerte y
protagonista. Demuestra, además, un carácter rebelde independiente.

Voz
Tono de voz demasiado alto. Sugiere una personalidad agresiva, capaz

de actuar con violencia en un momento determinado.
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